Libro De La Gracia Especial La Morada Del Corazón

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BIBLIOTECA CISTERCIENSE

atilde de Hackeborn nace el año 1241 en el seno de una familia noble. A los 7, años visita con su madre a las mon­ jas de Rodersdorf, donde está ya su hermana mayor, Gertrudis. No había cumplido 20 años y su hermana Gertrudis, elegida abadesa en 1251, la pone al frente de la escuela del monasterio. Su carácter suave y dulce se gana a las jóvenes, novicias. Quien se acercaba a ella salía consola­ do y enriquecido.

M

I

I

p

)

Libro de la gracia especial.

Matilde no pretende tanto enseñar como comu­ nicar una experiencia, una vivencia. Se nos pre­ senta más como testigo que como maestra. Su enseñanza de vida, comunicada sin pretensio­ nes, calaba en su auditorio y nos impacta a no­ sotros. Esto es precisamente lo que hoy revalori­ za sus escritos y les hace de plena actualidad. Vivía lo que comunicaba. Si esto es común en las místicas medievales, y puede decirse de todos los tiempos, en Matilde'es su mensaje central perci­ bido conscientemente por las jóvenes de aquella escuela monástica.

MATILDE

Los escritos del "Círculo de teólogas de Helfta", "Son una literatura teológica a partir de la expe­ riencia vivida, es decir, palabras sobre Dios que

DE HACKEBORN

La morada del .

Alma sensible y dócil, se abre generosa a la experiencia de Dios que se le comunica con gran familiaridad y la transmite con sencillez a sus discípulas, que acogen las confidencias de su maestra y las ponen por escrito sin que ella lo sepa. Del conjunto de estos escritos se f ormará el

corresponden a la relación viva con ese Dios...

ISBN: 978-84-8353-086-3

9788483530863

b

Monte Carmelo A1

Con la denominación literatura teológica femeni­ na, se quiere diferenciar este tipo de teología de la experiencia como aporte de la cultura femeni­ na, al casi conterq¡áór¿ineó desarrollo teológico de las Un¡vers¡dadt%-i'^'os monjes y órdenes mendicantes".

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1261 a Gertrudis, niña de 5 años, a la que formó en la vida monástica y será conocida como Gertrudis la Magna. También recibió a Matilde de Magde­ burgo. Se le atribuye el Libro de la gracia especial, que se publica en esta obra. Fue la gran maestra espiritual y formadora de la corriente mística del monasterio, noviembre de 1298 a los Gertrudis la Magna. Nace el 6 d enero de 1256, entra en Helfta a los 5 años, en 1261. A los 26 años tiene una fuerte experiencia de conversión, el 27 de enero de 1281. Es la escritora más impor­ tante de Helfta. Tiene o se le atribuyen las obras: Heraldo del amor divino, Ejerci­ cios Espirituales y otros tratados que se han perdido. Colaboró con las otras escritoras. Murió el 17 de noviembre de 1301 ó 1302 a los 45 años. Matilde de Magdeburgo. Nace entre 1207- 1210. Bien dotada naturalmente, adquirió una vasta cultura. Perteneció al movimiento de las beguinas Comienza a escribir hacia el año 1250. Su obra. La luz divina que ilumina los corazones ¡a terminó los últimos años de su vida, reti­ rada en el monasterio de Helfta. Murió entre 1282 y 1294. Convivió unos 10 ó 12 años con las dos anteriores en el mismo monasterio.

j

«Biblioteca Cisterciense»

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MATILDE DE HACKEBORN

lo morado del corazón formar desde la experiencia

Introducción, traducción y notas P. Daniel Gutiérrez Vesga Monasterio de La Oliva

MONTE CARMELO

Portada: Santa Matilde de Hackebom “E7 Ruiseñor de Cristo ” Retablo de la Purísima o de la Asunción, s. XVII Parroquia de Sta. Ma. La Real de Fitero (Navarra)

© 2007 by Editorial Monte Carmelo P. Silverio, 2; Apdo. 19 - 09080 - Burgos Tfno.: 947 25 60 61; Fax: 947 25 60 62 http://www.montecarmelo.com [email protected] Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978 - 84 - 8353 - 086 - 3 Depósito Legal: BU-365-2007 Impresión y Encuadernación: "Monte Carmelo” - Burgos

A los monjes y monjas formadores de la Región Española O. C. S. O.

hi tro clucció n En la introducción a los escritos de Matilde de Magdeburgo, La luz divina que ilumina los corazones', una de las tres místicas y escritoras del Monasterio de Helfta en Alemania, presentaba brevemente la situa­ ción de la vida femenina en general y de los monaste­ rios femeninos en particular, a finales del siglo XII y durante el siglo XIII. También expuse allí las líneas generales de la trayectoria histórica de este monasterio. En la presente introducción quiero centrarme en la persona que protagoniza la presente obra, Matilde de Hackeborn, ya que no fríe ella quien la escribió como se verá enseguida. Fue durante unas décadas corazón, alma y lira de la vibración humana, cultural, artística y espiri­ tual de buen puñado de almas femeninas jóvenes, sensi­ bles al soplo de nobleza, pureza y libertad que caracteri­ za la corriente monástica femenina de todo el siglo XIII,

1

Biblioteca Cisterciense, vol. 17. Edt. Monte Carmelo, Burgos 2004.

8

Libro de i.a Gracia Especial

como fruto de la experiencia de encuentro con el Amado en el retiro de los claustros de esta centuria.

INTRODUCCIÓN

peridad en todos los órdenes: material, cultural, y espi­ ritual. La joven abadesa proyectaba hacia las demás lo que vivía ella misma: Leía la Sagrada Escritura cuanto le era posible con gran atención y admirable gozo, exigía a sus súb­ ditas amar las lecturas sagradas y recitarlas de memoria. Compraba para la comunidad cuantos libros buenos podía o los hacía trascribir por las hermanas (en el escritorio de Helfta). Promovía con gran empeño el progreso de las jovencitas por el estudio de las artes liberales, pues decía: “Si se descuida el interés por la ciencia no comprenderán la divina Escritura y caería por tierra la misma vida religiosa”. Por ello obligaba insistentemente a las jóvenes menos instruidas a dedicarse con más empeño al aprendizaje y les proveía de maestras2.

Datos biográficos El capítulo previo del libro primero presenta los rasgos más sobresalientes de la trayectoria de Matilde. Nace el año 1241 en el seno de la noble familia de los Hackebom, poseedora de grandes extensiones en la Turingia alemana. En 1248, a los 7 años visita con su madre a las monjas de Rodersdorf, donde está ya de monja su hermana mayor Gertrudis. Tenía además otros dos hermanos, Alberto y Luis, que más tarde ayu­ darían a sus hermanas monjas en el traslado del monas­ terio a un lugar más adecuado para la vida de la comu­ nidad. El calor humano y religioso que encontró en la comunidad la cautivó, e inventó una estratagema para quedarse en el monasterio y no volver con su madre al castillo familiar, a pesar de las presiones que se le hicieron. Ambas hermanas heredan de su familia no solo el linaje, sino también una serie de cualidades naturales y espirituales que pondrían al servicio de la comunidad y de los valores monásticos. En 1251, tres años después de entrar Matilde en el monasterio, es elegida abadesa su hermana Gertrudis con solo 19 años de edad y 9 años mayor que ella. Gobernará la comunidad durante unos cuarenta años (1251-1291). En 1258 debido a la escasez de agua en Rodersdorf, traslada la comunidad a Helfta, cerca de Eisleben, ciudad en la que siglos más tarde nacería Lutero, y abre para el monasterio un período de pros­

9

Conocedora la dinámica abadesa de las dotes natu­ rales de Matilde, la preparó convenientemente para la tarea que más tarde le iba a confiar: maestra en la escuela de niñas del monasterio y formadora del alma humana, espiritual y monástica de las jóvenes novicias y profesas de Helfta. Bien sabía la abadesa Gertrudis a quien confiaba tan delicada tarea, aunque no había cumplido todavía los 20 años. Tenía -se nos dice de Matilde- admirable manse­ dumbre, gran humildad y paciencia, verdadero amor a la pobreza, extraordinario amor y devoción. Crecía más y más en el amor a Dios y a los hom­ bres. Amable y disponible con todos, se conmovía

2

Cf. Parte sexta cap. 1.

10

Libro de la Gracia Especial

de los atribulados y tentados. Como verdadera madre les ofrecía en todo momento consuelo y ayuda, de manera que quien se acercaba a ella salía consolado y enriquecido. Amada inmensamente por todos, todos se sentían atraídos hacia ella. Esto le causaba muchas molestias. Dios derramó copiosamente en ella la gracia no solo espiritual y gratuita, sino también natural y actual, a saber, ciencia y conocimiento, literatura y hermosa voz. Era mañosa para todo en el monasterio, como si Dios no hubiera olvidado derramar en ella ninguno de sus dones3. Su carácter suave y dulce tenía gran atractivo en las jóvenes, novicias y profesas de Helfta. Alma sensi­ ble y dócil, se abre generosa a la experiencia de Dios que se le comunica con gran familiaridad. Ella trans­ mite con sencillez su vida interior a sus discípulas, que captan y acogen con docilidad las confidencias de su maestra. Los superlativos se repiten a lo largo de toda la obra. Puede ser un género literario, pero es también expresión del amor y del aprecio que le tenían. Ponían la máxima diligencia para que no se les escapase nin­ gún detalle de su maestra. Sabedoras del deseo de des­ aparecer de escena de Matilde, toman notas de sus enseñanzas sin que ella lo advierta. Como maestra de las jóvenes, recibe Matilde en 1261 a Gertrudis, niña de 5 años, que bajo su dirección llegará a ser la que conocemos como Gertrudis la

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Introducción

Magna, alma de todos los escritos que nos han llegado salidos del escritorio de Helfta. Ambas, Matilde y Gertrudis, llegarán a una profunda intimidad hasta no formar mas que un solo corazón y un solo espíritu como gustan repetir a través de sus escritos. La historia ha confundido a veces a Gertrudis la Magna, escritora de Helfta con Gertrudis de Hackeborn, abadesa del monasterio. Hoy se da ya por dilucidada tal cuestión. Gertrudis la Magna no fue nun­ ca abadesa ni parece que tuvo cargos de relevancia en la comunidad. Se ha querido considerar el monasterio de Helfta como una pequeña universidad monástico-femenina don­ de, bajo la dirección de Gertrudis, se llevaba una intensa actividad científica y una profunda vida espiritual. Nombrada Matilde Maestra cantora de Helfta, tomará a Gertrudis como colaboradora en promover el canto coral con verdadera ilusión de esposas enamora­ das del Amado. Éste no disimuló el amor que recibía de tan encendidos cantos en el coro del monasterio: Entonces, el Señor de la majestad, lleno de dulzu­ ra, única saciedad del alma enamorada, envuelve en luz divina a su esposa, la colma de resplandor, y él, cantor de todos los cantores, con voz suave y melodía armoniosa que supera toda capacidad humana, cantaba a su amada Filomena4, que tantas veces le había cautivado su Corazón divino con sus

4

3

Lib. I, cap. previo.

Filomena: ruiseñor. Término aplicado en la poesía y en la mística para describir el canto espiritual del alma enamorada.

12

Libro de la Gracia Especial

Introducción

Su relato, muchas veces interrumpido, o comuni­ cado a medias no podía transmitir lo más impor­ tante, como ella misma confesaba. Decía, en efec­ to: “Todo lo que os digo es como un soplo en rela­ ción con lo que no me es posible expresar con pala­ bras”. A veces hablaba con voz tan tenue, que nos era difícil entender bien lo que decía. Por ello no pudimos copiar nada de esas cosas, excepto lo que prestando gran atención escuchábamos y hemos podido conservar para gloria de Dios y utilidad de los prójimos7.

dulces cantinelas, más por la fervorosa devoción que por la sonoridad de su voz5. Pero

Matilde

vino

al

monasterio

para

buscar

a

Dios

no para ser cantante. Esa pudo ser la respuesta a su her­ mana

abadesa

abadesa,

al

encontró

nombrarla

maestra

inmediatamente

de la

coro.

Aguda

respuesta

la

oportu­

na: “busca a Dios cantando”6. Desde

muy

joven

tiene

experiencias

de

gran

inti­

midad con Jesucristo. Pero su humildad y sencillez le llevan a ocultarlo y no dar importancia. Trata de pasar lo más desapercibida posible, aunque algo irradia su persona que no escapa a sus avispadas deseosas de no perder una sola de sus palabras:

5 6

discípulas,

Aquí se pone en boca de Cristo esposo que canta a su amada, Matilde. Este texto ha desarrollado la tradición que ha llama­ do a Matilde “Ruiseñor de Dios”, “Ruiseñor de Cristo”, cf. M. Raymond, Estas mujeres anduvieron con Dios. Edc. Studium, Madrid, 1958, pp. 351-388. En el retablo del s. XVII de la Purísima y Asunción de la parroquia de Santa María la Real de Filero, en Navarra, antigua iglesia cisterciense, hay una tabla que el escritor M. García Sesma descri­ be: “En las tablas de la calleja izquierda, la primera represen­ ta a una hermosa monja cisterciense, rubia y sonriente. Empuña con la mano derecha un atril vuelto hacia abajo, y con la izquierda, un libro cerrado. Se trata con toda probabi­ lidad, de la Beata Matilde de Hackehorn (1241 -1299), canto­ ra y maestra de novicias del célebre monasterio de Helfta, lla­ mada “el Ruiseñor de Cristo”. M. García SESMA, La iglesia cisterciense de Fitero. Edición de 1989, p. 168, & 3o. Cf. séptima parte, cap. 1 ]. Se alude vcladamentc al oficio de cantora que desempeñó Matilde en su monasterio. Cf. Raymond, M, Estas mujeres anduvieron con Dios. Studium. Madrid, 1858, p.360-361.

13

Nos imaginamos a aquellas jóvenes, entre ellas Gertrudis la Magna, inclinadas junto al lecho de la enfer­ ma, con el oído cercano a su boca para percibir lo que decía con un tenue hilo de voz su amada maestra y formadora, por la que sentían gran aprecio y admiración. “Siempre resulta divertido -escribe el P. Raymonddescubrir lo viejo que es lo nuevo. En nuestro siglo XX todo el mundo religioso ha sido removido por doctrinas que parecían y sonaban como nuevas. Teresa de Lisieux nos proporcionó “la infancia espiritual” y Elisabeth de la Trinidad el lattdem gloriae o “alabanza de gloria”. Benigna Consolata nos ha asombrado con la “divina intimidad” y Dom Lehodey nos ha confortado y consolado con la doctrina del “santo abandono”. Todas estas doctri­ nas, aparentemente nuevas, se encuentran, no en semilla, fíjaos bien; no en un tierno brote, sino en una llor completamente abierta, en las cistercienses del siglo XIII, Matilde y Gertrudis la Grande. Y

7

11,31.

Libro de la Gracia Especial

14

estos brotes se ve que son flores típicamente bene­ dictinas, pues brotan de la vida litúrgica y están profundamente arraigadas en los sacrificios geme­ los del Oficio y de la Misa”8. Sus confidentes nos dicen: “Cuando aún era joven comenzó Dios a comunicársele con gran familiaridad y a revelarle muchos misterios ocultos. Pero todo lo que Dios le manifestó a esa edad lo pasamos por alto hasta sus cincuenta años”9. No es aventurado suponer que durante los largos años que Matilde fue formadora de las jóvenes aspirantes de Helfta, éstas fueran tomando notas de carácter más o menos personal sobre las ense­ ñanzas de su maestra, posiblemente sin intención de que pudieran coleccionarse y publicarse algún día. Muerta la abadesa Gertrudis en 1291,1a nueva aba­ desa Sofía de Querfúrt, que había bebido el espíritu monástico, en la escuela de Matilde, advierte que los achaques y enfermedades, que le habían acompañado durante toda su vida con más o menos intensidad, se iban multiplicando y aceleraban el declive de su exis­ tencia. Valoraba muchísimo la inapreciable enseñanza de Matilde y la tradición viva que había creado en las jóvenes generaciones del monasterio. El prelado del monasterio había prohibido manifestar las experiencias interiores que tenía para evitar los peligros que conlle­ va una supuesta fama de santidad. En todos los ámbi­ tos del ambiente claustral se respiraba la irradiación de dinamismo, generosidad, compromiso y entrega en la

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Raimond, M. Estas mujeres anduvieron con Dios, p. 368. Lib. I, cap. previo

Introducción

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vida fraterna y en las tareas encomendadas como fruto maduro de la experiencia de los encuentros con el Amado en las celebraciones de la liturgia monástica, preparada y ejecutada con verdadero esmero, y en los ratos, muy frecuentes, de oración personal. Veían en todo ello a su maestra como modelo incomparable. La nueva abadesa ordena recoger todos los datos o apuntes de la enseñanza de Matilde más o menos dis­ persos entre la comunidad y encarga a algunas herma­ nas de mayor confianza con ella, entre ellas de modo especial Gertrudis, calificada por la tradición posterior “la Grande”, que tomen nota de todo lo que en público o en privado comunique la gran formadora del alma espiritual y humana de Helfta, para no perder tan valio­ sa herencia. Tomaron muy a pecho tan valiosa enco­ mienda. Les agradecemos su esfuerzo, sin duda grande, pero ilusionado, “por no tener costumbre de escribir al dictado”10. A ellas debemos la obra que hoy tenemos en nuestras manos. Finalmente muere Matilde el 19 de noviembre de 1299, a los 58 años de edad. Su última enfermedad se nos describe con todo detalle en el libro séptimo de la presente obra. Aquí me limito a recoger el momento final: Urge la hora tan deseada, desprendida de todo lo humano y perfectamente preparada según el deseo de su Amado, tan delicada esposa iba a partir de la cárcel de la carne hacia el tálamo

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Prólogo.

Libro de la Gracia Especial

Introducción

Señor, como era su costumbre, y le expone confia­ damente su pena. Inmediatamente se le presenta el Señor. Con su derecha sostiene el libro sobre su corazón, la besa y le dice: “Todo lo escrito en este libro ha brotado de mi corazón y fluye hacia él”. Toma el Señor el libro y lo cuelga al cuello del alma sobre su hombro. Con ello comprende que no debe preocuparse del libro corno si no fuera suyo, pues había sido escrito por providencia de Dios, no por sus conocimientos previos...”13.

de su imperial Esposo... El le canta en corres­ pondencia: Venid, benditos de mi Padre, reci­ bid el reino, etc, para recordarle a ella aquel don dignísimo por el que durante ocho años le había entregado su Corazón divino con esas mismas palabras, como prenda de amor y seguridad. Ahora la saluda con inmensa ternura y dice: “¿Dónde está mi regalo?” Abre ella su corazón con las dos manos frente al corazón de su Amado, abierto igualmente frente a ella . El Señor acopla su Corazón santísimo al corazón de ella, arrobada totalmente por la fuerza de su divinidad, y la asocia a su gloria. Que allí se acuerde de los suyos que la recuer­ dan, y nos obtenga con sus santos ruegos, al menos una chispa de la sobreabundancia de sus delicias, junto al que, hecha un espíritu con él, goza ya para siempre. Amén11.

El libro de la gracia especial A lo largo de la obra rencias al libro ya desde el segunda parte leemos:

encontramos bastantes refe­ prólogo12. Al final de la

Como se ha dicho, este libro se escribió casi por completo ignorándolo esta sierva de Dios. Cuando alguien se lo notificó fue tal su tristeza, que no encontraba manera de consolarse. Se refugia en el

" VII, 11. VII, 17; V,. 24. 31.

12

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Partiendo de estos datos internos de la obra y las fre­ cuentes referencias que Gertrudis la Magna hace de Matilde de Hackebom en su obra El Heraldo del amor divino, los autores se inclinan a pensar con bastante pro­ babilidad, que pudo ser ella la principal autora de la obra o al menos la que hizo la redacción final con los materia­ les recogidos por ella y otras monjas del monasterio14. En la lectura detenida de los escritos de las místi­ cas de Helfta advertimos también un elemento que hoy se valora mucho en las comunidades: el proyecto común. Bajo la dinámica dirección de la abadesa Gertrudis de Hackeborn la comunidad vive el proyecto común orientado hacia lo esencial: “la búsqueda de Dios”. Para la realización del mismo en la vida de cada hermana y del conjunto de la comunidad se ponen en juego todos los medios necesarios: preparación cultu­

13

14

11,43. En parte V,31 le dice el Señor: “No temas, fui yo el que lo hizo todo. Por lo tanto, ese libro es mío. Y en la parte VII, 17 se pone el título que llevará el libro que Matilde acepta con plena conformidad que se haya escrito. Cf. G. Colombás, La Tradición benedictina, T. V p. 222.

Introducción

Libro de la Gracia Especial

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ral, lo que en la tradición se llamará illuminatio mentís; instrumentos adecuados, libros, estudio, copia de las fuentes de la tradición y la espiritualidad, intensa vida espiritual comunitaria y personal manifestada en la celebración cuidadosa de la liturgia y honda vida de piedad, que por ser fuerte en cada hermana adquiere una dimensión comunitaria, la tradición lo denominará adhaesio cordis’, y una vivencia vibrante de la vocación monástica que llenaba los claustros helftianos con una frescura siempre joven por el amor, actuatio caritatisxs. Por tratarse de escritos femeninos rio tener en cuenta algunas puntualizacioncs.

se

hace

necesa­

No se veía con buenos ojos por parte de los profe­ sionales de la teología, que las mujeres escribieran 15 16 sobre temas teológicos . Debido a ello sus escritos se

15

16

"Illuminatio mentís, adhaesio cordis, actuasio caritatis . Ideas claras, que se clavan en el corazón y movilizan toda la vida. Dicho en palabras más cercanas: cabeza, corazón y manos. Es sencillamente la dinámica sicológica de los actos humanos: pensamientos que despiertan ios sentimientos y mueven a la acción. Cuando esta unificación se da en la per­ sona, en los grupos, en las comunidades, son posibles los ideales del proyecto comunitario. Esto advertimos en el monasterio medieval de Helfta. Los escritos están bajo nom­ bres concretos, pero hay suficientes indicios que revelan un trabajo en el que está embarcada toda la comunidad. Matilde se nos presenta como la gran artífice callada de ese corazón común que moviliza a todos los miembros del cuerpo monástico. Cf. Mirones Diez, E., Géneros literarios permitidos a la mujer. En “Los Ejercicios (de Gertrudis de Helfta) Biblioteca Cistercien.se, vol.12. Monte Carlelo. Burgos, 2003 p. xvi-xix.

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examinaban con lupa. Hubo algunas que conscientes del peligro asumieron los riesgos que corrían y pagaron un alto precio en procesos y denuncias, hasta terminar incluso en la hoguera con sus obras17 18. Conscientes muchas de ellas de estas dificultades se refugiaban en el campo de la espiritualidad donde se les dejaba en paz. No pretenden tanto enseñar como comunicar una experiencia, una vivencia. De aquí que se nos presen­ ten más como testigos que como maestras. Por ello, su enseñanza de vida, comunicada sin pretensiones, cala­ ba en su auditorio y nos impacta a nosotros. Podían hacer suyas las palabras de san Juan: Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida, os damos testimonio y os lo anun­ ciamos™. Esto es precisamente lo que hoy revaloriza sus escritos y les hace de plena actualidad. Vivían lo que comunicaban. Si esto es común en las místicas medievales, y puede decirse de todos los tiempos, en Matilde es su mensaje central percibido consciente­ mente por las jóvenes de aquella escuela monástica. Creo que Sabine Spitzlei ha captado bien el men­ saje del “círculo de mujeres que ha denominado Círculo de teólogas de Helfta", cuando escribe: “Se trata de literatura teológica a partir de la experiencia vivida, es decir, palabras sobre Dios que corresponden

17

18

Cf. GutiéreZ Vesga, D., La luz divina que ilumina los cora­ zones. En Biblioteca Cisterciense, vol. 17. Monte Carmelo. Burgos, 2004, p. 16 nota 22. Un 1, 1.2

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Libro de la Gracia Especial

tipo de teología de la experiencia como aporte e cultura femenina, al casi contemporáneo desario teológico de las Universidades de los monjes y ói en mendicantes”19. Es frecuente atribuir sus escritos al mismo Dios, Jesucristo, mediante visiones o apariciones de carácter más o menos sensible, para darles autoridad. f° ° ° escrito en este libro ha brotado de mi corazón y re uye a él”20. A nosotros, lectores modernos de sus escritos, se nos exige un delicado trabajo de discernimiento y una atención especial a los géneros o modos de re ac tar los temas espirituales de la época. Excesiva credu i dad o racionalismo a ultranza son extremos igualmente peligrosos. Se podría aplicar el criterio de Jesús en e Evangelio; Por los frutos los conoceréis. Desde a i advertimos en estas obras las grandes líneas o funda mentos teológicos de la espiritualidad cristiana y monástica, más alia de un ropaje a primera vista des­ concertante.

No se conserva el texto original, escrito al parecer en alemán, sino solo una versión latina reconstruida por los monjes de Solesmes y publicada en 187721. De esta edición latina se ha hecho la presente traducción. Sin embargo, su obra fue más leída y copiada en la Edad Media que las obras de las otras dos escritoras de Helfta, Matilde de Magdeburgo y Gertrudis la Magna. La irradiación que ya había tenido en vida despertó el deseo de conocer su obra después de muerta22

Encontramos también en estos escritos la vibración del alma femenina, que manifiesta con hondura, vive za, gran expresividad plástica y recursos sicológicos adecuados, la explosión viva de su afectividad, sus sen timientos más íntimos. Para entenderlos debidamente

20

Spitzlei, S., La literatura teológica£n CuaMon 107 Media y sus paralelos en Latinoameric ■ (1993) 563-577. 11,43.

21

habrá que distinguir entre forma y contenido, no caer en valoraciones superficiales y buscar bajo ese ropaje literario, que advertimos también en la literatura de los trovadores, conocida y frecuentada en ambientes monásticos más de lo que pudiera parecer, el verdade­ ro mensaje que subyace a las imágenes y descripciones que pueden parecemos hoy extrañas. Estaban familia­ rizadas con el lenguaje del libro bíblico del Cantar de los Cantares que era, podría afirmarse, como el “libro de cabecera” de la experiencia monástica medieval. En este sentido nuestra protagonista es de una representatividad excepcional.

a la relación viva con ese Dios ... Con la denominac literatura teológica femenina, se quiete difeienciar

19

Introducción

21

/
Revelationes Gertrndianae ac mechtildianae. II Sanctae Mechtidis virginis ordinis Sancti Benedicti. Líber Specialis Gratiae . Poitiers-Paris 1877. En el largo prefacio a esta edi­ ción se expone el paciente trabajo de investigación realizado para fijar el texto, pp. I-XV1. Cf. También M. Schmidt, DS. T. X col. 874-877. En castellano existe la traducción del mis­ mo texto latino de Solemes por el P. Timoteo Ortega, Libro de la gracia especial ó Revelaciones de santa Mectildis. Buenos Aires, 1942. 22 Cf. Hourlier, J. y Schmitt, A., Gertrude d'Helfta. Oeuvres Spirituelles T. 1. Les Exercices. En SC n. 127. París 1967, p!4.

22

Libro de la Gracia Especial

Las mismas redactoras señalan en el prólogo la división del libro en cinco partes, para facilitar el cono­ cimiento de los contenidos. Consultando los manuscri­ tos se han podido añadir las partes sexta y séptima. - La primera parte contiene la descripción de la experiencia espiritual de Matilde en las fiestas del año litúrgico sobre Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos. - La segunda, describe algunos hechos de esa experiencia de la protagonista. - La tercera y cuarta, ofrecen enseñanzas sobre la gloria y el culto de Dios, las virtudes y la salva­ ción de los hombres - La quinta, se refiere a las almas de los fieles difuntos, y su salvación. Se ponen algunos ejem­ plos particulares. - La sexta, que aparece solo en un manuscrito, refiere la vida y muerte de la abadesa Gertrudis de Hackebom.

23

Introducción

formado por una carta dirigida por Matilde a una ami­ ga suya de alta alcurnia. No es sistemática, su estilo es libre, corriente en escritos monásticos medievales. a)

La liturgia

Es como la atmósfera, el hábitat en el que se des­ arrolla todo el discurso de la obra. El Oficio Divino y la Eucaristía son los lugares y momentos más habitua­ les de la experiencia espiritual de Matilde. Como ya se ha dicho, la primera parte está toda ella impregnada del espíritu de la liturgia. Es fácilmente comprensible, si pensamos que desde los siete años vivió en un monas­ terio de espiritualidad benedictina donde nada debe anteponerse a la obra de Dios que, según la Regla de san Benito23, se refiere a la celebración del Oficio Divino distribuido a través de las horas del día para imprégnalas de la presencia de Dios, que debe envolver las demás actividades de la monja y del monje, a través de la jornada: Al comenzar las Horas -dice el Señor a Matildedirás con el corazón y con los labios: Señor te ofrezco esta Hora unida a aquella intención con la cual celebraste las Horas canónicas en la tierra para gloria del Padre. De este modo te unirás a Dios cuanto es posible. Cuando esta práctica se convier­ te en costumbre por el constante ejercicio, se enno-

La séptima, obra de las redactoras, describe los postreros días de Matilde, su muerte y mereci­ mientos.

Contenido doctrinal de la obra Como se ha visto en lo que antecede, no es Matilde a escritora material del Libro de la gracia especial, pero sí de sus ideas y doctrina. Hay quienes creen que es e su mano el largo capítulo 59 de la cuarta parte.

23

y Paquelin, L., Revelationes Gertrudianae et Mechtildianae... Sanctae Mechtildis. Poitiers-Paris, 1877, p.VIII ss., donde pone la tradición manuscrita de la obra de Matilde de Hackeborn durante la Edad Media. RB43.

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Libro de la Gracia Especial

Introducción

Mientras se proclamaba el evangelio; “Fue envia­ do ” -el día de la anunciación del Señor- vio venir al arcángel Gabriel, pedagogo de la bienaventura­ da Virgen... Cuando la Virgen dichosa se sumergió en el abismo de su humildad y exclamó: Aquí está la esclava de! Señor... ,el Espíritu Santo, en forma de paloma, extendidas las alas de su dulzura, pene­ tró en el alma de la Virgen cubriéndola felizmente con su sombra, y fecundándola con el Hijo de Dios, para hacerla madre grávida de tan noble peso y permanecer virgen incontaminada. De este modo la presencia del Espíritu Santo la hizo Madre de Dios y de los hombres26.

blece y se eleva ante Dios Padre como si la reali­ zaras corno yo lo hacía... No las celebré como acostumbráis vosotras, pero sí alabé a Dios Padre durante las mismas24. El capítulo anterior enseña cómo cantar las Horas, “ensalzando la insondable sabiduría de Dios, que con tanta condescendencia conversó con los hombres y se digno instruirlos por sí mismo con benévolas palabras y exhortaciones”25. El misterio de Dios y la obra de la redención humana que celebra la liturgia impregna también la vida interior de Matilde. b)

La lectio divina y la Sagrada Escritura

El texto sagrado del que está impregnada la litur­ gia es otra de las fuentes insustituibles de la espiritua­ lidad monástica ya desde su nacimiento. Se ha visto más arriba la solicitud de la abadesa Gertrudis por una cuidosa preparación de las jóvenes para fundamentar en la Biblia la experiencia de Dios. “Exigía a sus súb­ ditas amar las lecturas sagradas y recitarlas de memo­ ria”, porque “si se descuida el interés por la ciencia no comprenderán la divina Escritura y caería por tierra la misma vida religiosa”. La obra de Matilde nos pone la experiencia “bíbli­ ca” de la lectio divina, no tanto en la lectura privada, solitaria, en el claustro, en el jardín, cuanto en la escu­ cha del texto sagrado dentro de las celebraciones:

24 25

111,32. 111,30.

25

c) De la palabra escuchada a la Palabra encarna­ da. Misterio de la encarnación. Educada en una buena pedagogía litúrgica su expe­ riencia del misterio cristiano se desarrolla en la cele­ bración de este misterio en la liturgia. Después del anuncio de Gabriel conocerá las etapas del nacimiento del Verbo en la carne y su vida entre los hombres: Durante el canto de la Misa -de media noche de Navidad-: El Señor me ha dicho, como memorial y

26

1, 1. El Domingo de Ramos tiene también un encuentro con el Señor “mientras se leía en la epístola; Se le dio un Nombre sobre todo nombre (I, 16). “Mientras se leía el lunes de Pascua el evangelio: Quédate con nosotros, dijo al Señor “Quédate conmigo, mi única dulzura, porque mi vida ya declina hacia el atardecer” (I, 19/). Sería útil el ejercicio de anotar las veces que a través del libro De la gracia especial, aparece Matilde teniendo una experiencia religiosa mientras escucha la proclamación de la Sagrada Escritura en las cele­ braciones litúrgicas.

26

Introducción

Libro de la Gracia Especial

Dios, mi Padre, la mía, Jesucristo su Hijo, y la del Espíritu Santo, santificador de todas vuestras bue­ nas obras, esté con vosotras”... Y añadió: “Quien desea renovar su vida compórtese como la esposa que vivamente desea recibir afectuosos regalos de su esposo con motivo del año nuevo. Así el alma fiel deseará que la revistan con vestiduras nuevas para presentarse durante el año como esposa enga­ lanada ante quienes la contemplan29.

veneración de aquel oculto, inefable y eterno naci­ miento de Cristo del seno del Padre, le pareció ver a Dios Padre como rey poderoso... Decía al alma: “Ven, recibe al unigénito y coeterno Hijo de mi corazón y hazle presente en todos los que con devota gratitud celebran su santísima y eterna generación realizada en mí”27. Por divina inspiración comprendió cómo el Hijo es el epicentro del Corazón del Padre, centro confortable, sanador dulcísimo. Por ello Dios Padre nos entregó a su Hijo, que es su fuerza y su ternura suavísima, como defensor, sanador y tierno consolador28. d) La redención

persona

de

Jesucristo

y

el

misterio

de

Mientras se leía en la epístola -el Jueves Santo- Se le dio un nombre sobre todo nombre, dijo al Señor: “Señor mío, ¿cual es ese Nombre tan digno que te dio el Padre?”

la

Le responde el Señor:

Se puede decir que envuelve todas las etapas y situaciones de Matilde, tanto en la convivencia comu­ nitaria, como en la soledad; en la salud como en la enfermedad; en el diálogo íntimo como en el encuentro con quienes se acercan a ella pidiendo luz y consejo. Los testimonios son numerosos. Vayan solo algunas muestras: Mientras Ja noche santa de Ja circuncisión del Señor presentaba a Dios las oraciones y el fervor de las hermanas y le pedía se dignara derramar sobre ellas la bendición del año nuevo, le dijo el Señor: “La salvación y la bendición de parte de

27

28

I, 5¿.Todo este largo capítulo quinto de la primera parte, es una meditación del misterio del nacimiento del Hijo de Dios y sus beneficios para el hombre. I,5a.

27

“Este nombre es Salvador de todos los siglos. Soy el Salvador y Redentor de todos los que han existido, existen y existirán. Soy el Salvador de lo que existió antes de que crea­ ra al hombre. Soy el Salvador de los hombres que existieron cuando me hice hombre y conviví con los hombres. Soy el Salvador de todos los que han seguido mi doctrina y de todos los que quieren imitar mis hue­ llas hasta el fin del mundo”30. El Viernes Santo tiene un largo y encendido diálo­ go con su Dios y Redentor. En él se describe la efíca-

29 30

1,7. l, 16.

28

Libro de la Gracia Especial

Introducción

blanco: “Mira, me he vestido con tus padecimien­ tos. El ceñidor significa que te verás envuelta en sufrimientos hasta las rodillas. Pero yo asumiré íntimamente tus dolores y los sufriré dentro de ti misma. Así ofreceré todas tus penas unidas a mi Pasión, para íntima complacencia de Dios Padre. Estaré unido a ti hasta tu último suspiro, que lo rea­ lizarás descansando para siempre en mi Corazón. Recibiré tu alma en mí con amor tan entrañable, que será la admiración y el gozo de toda la corte celestial”33.

cia de los sufrimientos de Cristo mediante su obra redentora: ... Piensa en primer lugar con qué delicadeza y amor salí al encuentro de mis enemigos cuando me buscaban con espadas y palos como a un ladrón y malhechor para matarme. Yo fui a su encuentro como una madre busca a su hijo, para arrancarlos de las fauces de los lobos. Segundo, cuando me daban brutales bofetadas, yo besaba tiernamente sus almas tantas veces cuantas bofetadas recibía, a fin de que pudieran salvarse por mi Pasión hasta el último día. Tercero, mientras me azotaban con la mayor crueldad, yo oraba al Padre con tal eficacia que muchos de ellos se convirtieron. Cuarto, al cla­ var en mi cabeza la corona de espinas, yo colocaba otras tantas perlas preciosas en su corona. Quinto, cuando me clavaban en la cruz y estiraban todos mis miembros, hasta el punto de poder contarse mis huesos y mis entrañas, atraje hacia mí con mi poder, las almas de todos los que estaban predesti­ nados a la vida eterna, como ya había anunciado: Cuando sea elevado a lo alto, todo lo atraeré hacia mí3'. Sexto, al abrir mi costado con la lanza brotó de mi Corazón la bebida de la vida, para los que por Adán habían apurado el brebaje de la muerte, a fin de que todos fueran en mí, que soy la Vida hijos de la vida eterna”32. Aquejada por fuertes dolores de una enfermedad, se le presenta nuestro Señor Jesucristo vestido de

e) Snpletio. Suplencia El último párrafo anterior nos lleva a considerar un punto doctrinal común a las escritoras de Helfta, Jesucristo suple lo que falta de virtud, de mérito en el alma, suple las carencias del hombre. Ofreceré toda mi vida santísima y perfectísima con los frutos de mi amorosísima pasión por todos tus pecados y defectos, para que por mí mismo y en mí encuentren suplencia todas tus cosas34. f) Eucaristía, comunión, amor, esponsalidad La experiencia de Matilde gira en torno a la Eucaristía. Hay en su obra lo que se podría llamar “pequeño tratado sobre la eucaristía y la comunión”35. “Al acercarse el momento nobilísimo del banquete, en que recibiría al Amado de su alma en la comunión del

33 31 32

Jn 12,32. I, 18.

29

34 35

H,39. 1,31. III, 19-29

30

Libro de la Gracia Especial

sacramento del Cuerpo y de la Sangre, oyó que le decía: “Tú en mí y yo en ti, no te abandonaré jamás”36 37. Esta expresión con la de san Pablo: El que se une al Señor se hace un espíritu con él31, aparece con fre­ cuencia en la obra. “Después de recibir el Cuerpo del Señor... íntimamente unida al Amado, gozaba en él y con él”38. Habla de los requisitos para acercarse a la comunión39. Cómo participar en la Misa40. Comulgar con grandes deseos41. Comulgar con frecuencia: “cuan­ to más a menudo comulga el hombre, más pura se hace su alma”, “más actúo en él y él en mí”42. “El Señor encuentra especial gozo en que la comunidad participe lo más frecuente posible en la mesa de su Cuerpo y de su sangre”43. Las citas se harían interminables. En esos tos “eucarísticos” tiene las confidencias más con el Corazón divino, y las expresiones de verdaderamente “esponsal”, otro de los temas tes. Detenerme en ellos desborda los límites introducción.

momen­ íntimas un amor frecuen­ de esta

Introducción

ñas de la obra. Dicho en otras palabras, estaría aquí la doctrina de la “humanidad del Verbo” por la que Dios quiso hacerse cercano, íntimo al ser humano, para experimentar y compartir en el propio terreno la condi­ ción de la naturaleza caída y elevarla hasta el mismo misterio de la Trinidad. Cristo es la llave que abre el acceso a la Trinidad y fortalece su unión cuasi natural con el alma. “Te entrego mi Corazón como morada de refugio” Este regalo fue uno de los primeros dones de Dios, desde entonces comenzó a sentir un afecto especial de devoción hacia el Corazón de Jesucristo. Casi siempre que se le presentaba el Señor recibía algu­ na gracia especial de su Corazón, como se ve en muchos lugares de este libro. Ella misma solía decir: “Si se escribieran todos los bienes que me ha concedido el benignísimo Corazón de Dios resulta­ ría un libro más voluminoso que el de maitines”44. Este Corazón quiere incendiar en el amor los cora­ zones de todos los hombres: Contempla el Corazón (de Cristo) abierto y dilata­ do como unos dos palmos, en llamas, pero sin tener figura de brasas. Su maravilloso color y su figura eran indescriptibles. Le dice el Señor: “Quiero que sean de este modo incendiados los corazones de todos los hombres con el fuego del amor”45.

f) El Corazón de Jesucristo Es como el centro en torno al cual giran los temas del apartado anterior y aparece casi en todas las pági36

I, 1. ¡Co6,17. 38 1,13. 39 1,19b. 40 III, 19. 41 111,24. 42 III, 26. Cf. 1, 18. 31; 11,21. 43 IV,1.

31

37

44 45

II, 19. III, 10

Libro de la Gracia Especial

g)

La Virgen María

Matilde sostiene ya al menos tantes sobre la Santísima Virgen María:

tres

dogmas

impor­

- Inmaculada concepción: Desde el momento de la infusión del alma en el cuerpo me llenó el Espíritu Santo, me libró total­ mente del pecado original y me escogió como sagrario para sí por una singular santificación, para que naciera en el mundo como rosa sin espi­ nas y como aurora46. - Maternidad divima: La presencia del Espíritu Santo la hizo Madre de Dios y de los hombres47.

amor y ternura sobre su Corazón y llevada hasta el tro­ no de la Trinidad excelsa49. María fue llevada por su Hijo al cielo de un modo especialísimo. No se entra en la distinción teológica si la asunción fue también corporal. En la obra están igualmente bien representados otros aspectos del mis­ terio de María: cooperadora con su Hijo en el misterio de la Redención, inclinada con solicitud maternal en el camino salvífico de la humanidad, cercana a quienes la invocan desde sus sufrimientos, “mediadora del Mediador”, como la llama san Bernardo, etc. Desde el capítulo 36 hasta el final de la primera parte, se ofrece un “Tratado sobre la Bienaventurada Virgen María”. h)

- Concepción Virginal: El Espíritu Santo en forma de paloma, extendi­ das las alas de su dulzura , penetró en el alma de la Virgen cubriéndola felizmente con su sombra y fecundándola con el Hijo de Dios, para hacerla madre grávida de tan noble peso y permanecer virgen incontaminada4*. Respecto a la Asunción se escribe: “Absorta su alma dichosísima se transfundió en Dios. Así salió del cuerpo el alma dichosísima de María, inundada de gozo indescriptible, libre de todo dolor, transportada en feliz vuelo en los brazos de su Hijo, inclinada con inefable

46 47 48

J, 39. I, 1. I, 1

33

Introducción

Buscar a Dios

Se le ha de buscar poniendo enjuego todo el ser, el alma e incluso los sentidos corporales, “como el hos­ pedero que espera la llegada de su queridísimo amigo, oteando por puertas y ventanas para llegar a percibir al que tanto desea encontrar”50. Matilde tiene viva conciencia de la comunión de los santos y el misterio de la cooperación en la reden­ ción de todos los hombres. Con su oración, apostolado

49

50

También Gertrudis la Magna trata de la asunción de la Virgen María en el libro 4 cap. 48 del Heraldo del amor divino. El dogma de la asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo fue definido por el papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950. Parece que en ambas obras no se entra en la cuestión doctrinal de la glorificación del cuerpo de la Virgen. 111,44.

34

Libro de la Gracia Especial

y sufrimientos quiere tomar parte activa en la vida de la Iglesia militante, purgante y gloriosa51. Aunque ella buscó siempre desaparecer, todos valoraban su cercanía y calor humano, de este modo ejerció una gran irradiación en el interior de la comu­ nidad y en el círculo de numerosas personas que bus­ caban en ella consuelo y orientación. El índice de mate­ rias, que no es exhaustivo, ofrece un muestreo de la riqueza interior de Matilde. Pero lo mejor es entrar en contacto con ella a través de etas páginas. Se llegará a sentir aquella admiración y aquel deseo de buscar y encontrar al Redentor que primero nos ha buscado, que sintieron aquellas jóvenes que se formaron en su escue­ la de vida. Quiero terminar esta introducción agradeciendo a D. Javier Goitia, párroco de Santa Ma la Real de Fitero, la autorización para poner una fotografía del retablo de la Purísima en el interior de la obra y de Matilde “Ruiseñor de Cristo”, en la portada y en el interior, que se encuentra en ese retablo. También quiero agradecer a la M. Abadesa y a las hermanas del monasterio de Tulebras, la autorización para publicar las fotos de las místicas cistercienses, que recogen bien el amor de nuestras hermanas medievales y de todos los tiempos, a la Eucaristía. Monasterio de La Oliva Mayo 2007 Fr. Daniel Gutiérrez Vesga

51

111,12

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Le benignidad y humanidad de nuestro Dios y Salvador que se presentó al género humano con tanta misericordia en su Encarnación, acrecienta más y más cada día el resplandor de su luz, hasta revelarse abun­ dantemente a nosotros y en nosotros que vivimos en la etapa final. No hay palabras humanas para expresar las maravillas que obra Dios en sus elegidos, ni lengua alguna podrá revelar los dones que derrama en el alma que le ama con fidelidad. Sólo ella puede felizmente experimentar la benignidad y la dulzura con la que se comunica al alma. Queremos sin embargo describir con la ayuda de Dios, y en cuanto lo permite nuestra pobreza, los dones que derramó en un alma que le amó de todo corazón. Ella contempló con los ojos del alma innumerables mis­ terios celestes. Pero no quería comunicarlos porque en su pequenez se consideraba despreciable. Sus más ínti­ mas confidentes se lo exigían. Incluso en lo que comu­ nicaba, callaba algunas cosa que sólo refería obligada por la obediencia, para mayor gloria de Dios.

Libro de la Gracia Especial

40

Sus hermanas escribieron este libro con las revelaciones que Matilde les había contado En nombre de nuestro Señor Jesucristo, para glo­ ria de la suma y siempre adorable Trinidad y en la medida de nuestras posibilidades contaremos lo que aprendimos por su misma narración. Por ello, carísi­ mos, en nombre de Cristo os pedimos a cuantos leáis este libro, deis gracias a Dios por todos los favores y dones que, brotando de la fuente misma de todos los bienes, se derramaron en esta alma de modo casi incomparable como en criatura alguna. Si se hallare algo no redactado con la debida pro­ piedad o en estilo menos literario, se nos perdonará caritativamente por no tener costumbre de escribir al dictado. Como dice san Agustín'. “Es índole propia de los buenos ingenios amar la verdad, no las palabras por sí mismas”52. Aunque todo el libro puede considerarse ele Revelaciones y Visiones, y casi en cada enseñanza pue­ de encontrarse utilidad e instrucción, afin de que resul­ te más fácil encontrar lo que buscan quienes deseen leerlo, se ha distribuido en cinco partes. La primera parte contiene revelaciones relativas a las fiestas del Año Litúrgico, de algunos santos, y de modo especial de la Santísima Virgen.

52

San Agustín, Sobre la doctrina cristiana, lib. IV, c. 1 1. Cf. Obras de san Agustín T. XV, BAC n. 168, p. 295 Madrid 1957.

41

Prólogo

La segunda, contiene algunos hechos referentes a la persona a quien se le han comunicado estas cosas. En ella puede también encontrarse no pequeño prove­ cho y excitar o acrecentar la devoción y amor de quie­ nes las escuchen o lean. En la tercera, se ponen enseñanzas gloria de Dios y a la salvación de los hombres.

relativas

a

la

La cuarta, sobre lo mismo, en relación con el pro­ vecho y consuelo de los hombres; trata en primer lugar de la comunidad en general y luego de personas parti­ culares en especial. Finalmente, sobre las almas de los fieles, cómo las vio y ayudó Matilde. Aquellos a quienes Dios ha infundido el espíritu de su amor, el amor que todo lo cree, todo lo espera, y todo lo hace suyo53, y aspiran a alcanzar la gracia de Dios, reciban con devoción este Libro de la Gracia Especial54, a fin de que alcancen todos los bienes en él escritos y prometidos por Dios. Si en él se encuentra algo que no se puede probar por la Escritura como, en todo caso, no va contra el Evangelio y la divina

53 54

Cf. ICo 13,7. Así lo titula el manuscrito de Viena, al parecer el más antiguo. Otros manuscritos ponen con menos propiedad gracia “espi­ ritual”. Aunque puede decirse que toda gracia es espiritual, al tratarse aquí de la gracia de las Revelaciones, que se encuentra entre las gracias [que los teólogos] llaman “gratis datas”, le conviene mejor el nombre de especial, como acos­ tumbran los autores de ese siglo, y aparece también con fre­ cuencia en los libros de Gertrudis y Matilde (de Magdeburgo). Nota de la edición de Solesmes de 1877, p. 3.

Libro de la Gracia Especial

Escritura, lo encomendarán a Dios que, según su bene­ plácito, manifiesta ahora a los que lo aman, como ha hecho en otras ocasiones, los designios ocultos y secre­ tos de su sabiduría y bondad. Pedimos también a quienes lean o escuchen este libro, alaben a Cristo por tan dichosa persona, o al menos se muestren agradecidos, al ver que mientras el mundo envejece y los hombres permanecen entumeci­ dos en la indolencia de toda bondad, Dios se digna renovarlo todo con estos estímulos.

Primera Parte Capítulo Previo

Nacimiento, vocación y cualidades excepcionales de la virgen Matilde Hubo una virgen colmada por Dios de bendiciones divinas55 ya desde su infancia56. Fue presentada con urgencia al sacerdote, varón justo y santo, para que la bautizara, cuando apenas nacida se la creía ya muerta. Mientras la bautizaba preguntó, al parecer con espíritu profético: “¿Por qué teméis? Este niño no morirá, será un hombre piadoso y santo. Dios hará en él grandes obras y colmará felizmente los días de su anciani­ dad”57.

55 56

57

Sal 20, 4. Es fácil advertir en este encabezamiento un paralelismo con el comienzo del Libro II de los Diálogos del papa san Gregorio, en el que narra la vida de san Benito, fundador de la Orden Benedictina. Uno de los códices pone expresamente el nombre: “Matilde”. El texto latino está en masculino, lleno de reminiscencias bíblicas.

44

Libro df. la Gracia Especial

Celebrado así el bautismo de forma precipitada. Cristo le reveló más tarde que su alma quedó transfor­ mada inmediatamente en templo de Dios, sería poseída por su gracia, morando en ella desde el seno matei no Cierto día, a la edad de siete años, su madre fue con ella al monasterio cercano al castillo donde vivían sus padres, al momento se quedó gozosa en él conti a la voluntad de su madre, pidió sigilosamente a las hei ma­ nas la recibieran en su compañía. Ni amenazas ni hala­ gos de sus padres pudieron ya sacarla de allí. Su alma comenzó a encenderse pronto en el amor y veneración de Dios de un modo admirable, se ale­ graba frecuentemente en Dios* 59 con dulce suavidad. Progresaba de día en día hasta alcanzar la cumbre de todas las virtudes. Tenía admirable mansedumbre, gran humildad y paciencia, verdadero amor a la pobreza, extraordinario fervor y devoción, crecía más y más en el amor a Dios y a los hombres. Amable y disponible con todos, se conmovía con ternura de los atribulados y tentados. Como verdadera madre Jes ofrecía en todo momento consuelo y ayuda, de manera que quien se acercaba a ella salía consolado y enriquecido. Amada inmensamente por todos, todos se sentían atraídos hacia ella, esto le causaba muchas molestias. Cuando era aún joven comenzó Dios a comunicár­ sele con gran familiaridad y a revelarle muchos miste­

Primera Parte

rios ocultos. Pero todo lo que Dios le manifestó a esa edad lo pasamos por alto hasta sus cincuenta años, siguiendo el ejemplo del Evangelio, que no revela los hechos del Señor hasta los treinta años60. Finalmente, Dios derramó copiosamente en ella la gracia no solo espiritual y gratuita, sino también natu­ ral y actual, a saber: ciencia y conocimiento, literatura y hermosa voz61. Era mañosa para todo en el monaste­ rio, como si Dios no hubiera olvidado derramar en ella ninguno de sus dones. Pero el Señor benigno, la probaba también con sufrimientos: padecía casi de continuo dolores de cabe­ za o mal de la piedra62 63, frecuentes molestias de estó­ mago. Sobrellevaba todo con generosidad y gozo, con­ sideraba como castigo del infiemo no poder gozar la dulzura meliflua de la gracia de Dios, según el deseo de su corazón, ni alcanzar aquella feliz y permanente unión con su Amado en la que el alma se hace un espí­ ritu con Dios53. [La grandeza de las demás virtudes de esta virgen las encontrarás descritas al final de este libro64].

60 61

62

59

En el relato se percibe el trasfondo bíblico del nacimiento del profeta Isaías y Juan Bautista. Cf. Le 1, 47.

45

63 64

Alusión a los 30 años de la vida de Jesús. Era la cantora del monasterio. En el Heraldo del amor divino de santa Gertrudis se la distingue por esta cualidad. Puede referirse a dolores de cabeza con pulsiones, como si le golpearan a uno. ICo 6, 17. El códice de Viena remite a la parte V cp. 32.

Libro de la Gracia Especial

46 Capítulo I

Anunciación de la bienaventurada I irgen María. El Corazón del Señor r su alabanza Mientras estaba en oración la virgen de Cristo el día de la Anunciación del Señor y pensaba en sus peca­ dos con dolor de corazón, se vio revestida con un man­ to de ceniza. Acudieron también a su mente aquellas palabras: La justicia será el ceñidor de su cintura ■ Comenzó a pensar qué haría cuando el Señor de la majestad, ceñido de la justicia, viniera con la potestad de su divino poder, ya que había sido tan descuidada; porque cuanto más santo es el hombre ante Dios, se considera inferior y más despreciable ante los demás; cuanto más limpia de pecado se siente la conciencia, mayor temor y precaución toma para no ofender a Dios. Mientras permanecía en este arrepentimiento contempló al Señor Jesús sentado en sublime trono. Ante su dulce rostro fue reducido a la nada el vestido de ceniza, y resplandecía en su presencia brillante como el oro. Entonces comprendió cómo todos los bienes que había descuidado quedaban colmados por la vida santí­ sima de Cristo y sus obras perfectísimas, y toda su imperfección fue santificada por la altísima santidad del Hijo de Dios. Cuando Dios mira al alma con el ojo de la misericordia y se inclina a compadecerse de ella, todos sus delitos son arrojados a olvido perpetuo. /XI

65

ls 11,5.

Primera Parte

47

recibir de Dios un don tan excelente, a saber, la remi­ sión de todos los pecados y la suplencia^ de todos los méritos, adquirió seguridad y audacia para reclinarse en el regazo de su Amante Jesús, e intercambiar con el Señor palabras de inefable dulzura con múltiples mues­ tras de su gran amor. Vio salir del Corazón de Dios una flauta de oro con la que alababa al Señor. Le pedía se dignara convertir­ la en alabanza65 66 67 68 *. Inmediatamente oyó la voz dulcísima de Cristo, sumo cantor, que entonaba: Alabad a nuestro Dios todos sus santos^. Como se maravillara que el mismo Dios cantase esto, recibió una inspiración divi­ na sobre la palabra alabanza: cómo Dios se alaba a sí mismo ininterrumpidamente con alabanza perpetua. En la palabra bendecir comprendió que Dios con su divi­ no poder autoriza al alma para invitar a todas las cria­ turas del cielo y de la tierra a alabar a su Creador. En la expresión a nuestro Dios, entendió cómo el Hijo honra a Dios Padre en cuanto hombre, según afirmó él mis­

66

67

“supplectionem ", suplencia. Frecuente también en el Heraldo del amor divino de santa Gertrudis. Consiste en confiarse al Señor ante la conciencia de la propia indignidad porque él suple, o colma con la propia riqueza esa pobreza humana, despertando en el alma gran confianza en Dios. Ver por ejem­ plo: Heraldo, lili. IV, cc 17; 28; 35; 39; 40. Ejercicios, Vil. Esta doctrina es común y frecuente en las tres escritoras mís­ ticas del monasterio de Helfta: Matilde de Magdeburgo, Matilde de Hackeborn y Gertrudis la Magna. Podríamos ver aquí la doctrina de san Pablo: Para alabanza de su gloria (Ef 1, 6.12.14), que recogería más tarde sor Isabel de la Trinidad. 68 Ap 19, 5. Antífona de la solemnidad de Todos los Santos. Posiblemente se recuerda la antífona de la celebración litúrgica.

Libro de la Gracia Especial

48

mo: Mi Dios y vuestro Dios69. En sus santos reconoció que todos los cielo y en la tierra, lo son por el santificador.

las palabras: todos santificados, en el mismo Cristo sumo

Contempló también a la bienaventurada Virgen a la derecha de su Hijo que llevaba un cinturón del que pen­ dían címbalos de oro, representaban a todos los órdenes de los ángeles y los coros de los santos. Cada uno toca­ ba los címbalos, producía maravillosos sonidos y ala­ baba a Dios por aquella alma que con tanta generosidad había enriquecido con toda clase de dones y gracias. El alma alababa también a Dios por sí misma en unión con todos ellos. Llamó el Señor al alma, puso sus manos en las manos de ella y le concedió todos los trabajos y obras que había realizado en su santísima Humanidad. Aproximaba sus ojos benignísimos a los alma y le otorgaba la mirada de los suyos con abundante derramamiento de lágrimas. sus oídos a los oídos del alma y le concedía el de los mismos. Unía su boca sonrosada con la del alma y la movía a la alabanza, acción de gracias, oración y confesión supliendo su indigencia. Finalmente, unió su melifluo Corazón al corazón del alma, le concedió la práctica de la meditación, de la devoción y del amor, y le enriqueció con la abundancia

ojos del santísimos Aplicaba ejercicio

de todos los bienes. Incorporada de este modo el alma a Cristo, derretida en el amor divino como la cera ante el fuego10, absorta toda en Dios como sello impreso en cera, expresaba la semejanza con él. De este modo aquella dichosa alma se hizo una sola cosa con su Amado. El texto evangélico “Missus y la bienaventurada Virgen

71

Jn20, 17.

est”

-Fue

enviado-

Mientras se proclamaba el evangelio: “Fue enviado”lx, vio venir al arcángel Gabriel, pedagogo de la bienaventurada Virgen. Traía un estandarte regio escri­ to con letras de oro. Le seguía una multitud innumera­ ble de ángeles. Formaron como un muro en torno a la casa donde moraba la Virgen gloriosa que llegaba des­ de la tierra hasta cielo, de tal manera que debajo de los Ángeles estaban los Arcángeles, luego las Virtudes y así el resto de los órdenes angélicos; Cada uno de los órdenes rodeaba la casa en forma de muro. A estos seguía el Señor como esposo que sale de su tálamo, el más hermoso de los hijos de los hombres12, acompaña­ do del coro ardiente de los Serafines que están cerca de Dios. Estos rodearon al Señor Jesús y a la bienaventu­ rada Virgen como un círculo que se elevaba de la tierra al ciclo en forma de muro y de techo. El Señor estaba junto al estandarte del arcángel como esposo, con un

70 69

49

Primera Parte

72

Sal 67, 3. Le 1,26, En la fiesta de la Anunciación del Señor. Sal 44, 3.

50

Libro de la Gracia Especial

ramo de flores, joven73 lleno de mientras el Ángel Gabriel saludaba a la preclara Virgen.

delicadeza, con toda

Primera Parte

esperando reverencia

Cuando la Virgen dichosa se sumergió en el abis­ mo de la humildad y exclamó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra74, el Espíritu Santo en forma de paloma, extendidas las alas de su dulzura, penetró el alma de la Virgen cubriéndola feliz­ mente con su sombra, y fecundándola con el Hijo de Dios, para hacerla madre grávida de tan noble peso y permanecer virgen incontaminada. De este modo la presencia del Espíritu Santo la hizo Madre de Dios y de los hombres. Al acercarse el momento nobilísimo del banquete en el que recibiría al Amado de su alma en la comunión del sacramento del Cuerpo y de la Sangre oyó que le decía: “Tú en mí y yo en ti, no te abandonaré jamás”. Ella no todo su ser.

anhelaba

otra

cosa

que

alabar

a

Dios

con

El Señor la entregó su Corazón divino semejante a una copa de oro75 maravillosamente decorada y le dijo*

73

74 75

Cf. I, 4; 9; 30; II, 6; y 13; III, I; IV, 44; y 59a; V, 17; vi 3. y 9, dos veces. Es significativo cómo insisten las tres místicas y escritoras de Helfta en la experiencia del Señor, de Jesús como un joven hermoso: Matilde de Magdeburgo, IV 6 Tres’ veces en este capítulo: IV, 7. 7a; Vil, 37. Gertrudis la Matma S’ Heraldo II, 1,2; 3,1, etc. Le 1, 38. Cf. Santa Gertrudis, Heraldo..., lib. III, cp. 46.

51

“Me alabarás siempre con mi Corazón divino. Vete y ofrece a todos los santos la bebida vivificante de mi Corazón para que queden dichosamente embriagados por ella”. Entonces se acercó a los ángeles y les ofreció esa bebida saludable. Ellos no bebieron, pero fueron confortados por ella. Luego se la ofreció a los Patriarcas y Profetas mientras decía: “Recibid al que deseasteis y acogisteis hace tanto tiempo, concededme desearle con todas mis fuerzas y suspirar tras él día y noche”. Seguidamente se dirigió a los Apóstoles: “Recibid al que amasteis con todo el corazón y de forma tan ardiente, alcanzadme la gracia de amarle ardientemen­ te por encima de todo y desde las raíces más profundas de mi corazón”. Después a los Mártires: “Aquí está aquel por cuyo amor derramasteis vuestra sangre y entregasteis vues­ tros cuerpos a la muerte, alcanzadme la gracia de entre­ garme a su servicio con todas mis fuerzas”. Acercándome a los Confesores les dije: “Recibid a aquel por quien lo dejasteis todo y despreciasteis los placeres del mundo, concededme despreciar todo lo terreno por su amor y elevarme a la cumbre de la ver­ dadera santidad”. Corre hacia las Vírgenes y exclama: “Recibid al que consagrasteis la virginidad, alcanzadme la gracia de perseverar en la castidad de corazón y de cuerpo y dominar plenamente todas las cosas”.

52

Libro de la Gracia Especial

53

Primera Parte

-

Vio a una virgen recientemente fallecida y la reco­ noció con toda claridad, ya que habían sido amigas en este mundo. Comentaba con ella que las cosas eian como le habían dicho cuando vivía. La virgen le res­ pondió: “Ciertamente he encontrado el ciento por uno . Luego volvió al Señor recorriendo el palacio celestial.

Sexto, pacientísimo en mi Pasión, que atravesó de modo especial su corazón con el recuerdo continuo.

El Señor tomó aquella copa y la colocó en el cora­ zón del alma, quedó de este modo dichosamente unida con Dios.

-

Séptimo, fidelísimo, porque quiso inmolarme mí, su único bien, por la redención del mundo.

-

Octavo, el más diligente en la diendo sin cesar por la naciente Iglesia.

-

Noveno, incansable en impetrar con su oración

oración,

a

interce­

la contemplación, para gracia para todos los

hombres”. Capítulo II Saluda a la bienaventurada Virgen María Capítulo III Deseaba saludar a la gloriosa Virgen María en el Adviento del Señor. Él la instruyó: “Saluda al Corazón virginal de mi Madre por el servicio que hizo a los hombres con la afluencia de todos los bienes: - En primer Jugar fue purísimo, la primera en hacer el voto de virginidad. - Segundo, fue el más humilde, así mereció conce­ bir por obra del Espíritu Santo. - Tercero, devotísimo y de grandes deseos, con su gran anhelo me atrajo a mí. - Cuarto, ferventísimo en su amor a Dios y al pró­ jimo. Quinto, celosísimo en guardarlo todo, poniendo gran diligencia en conservar lo que hice en la infancia, la adolescencia y la juventud.

Cuádruple voz de Dios El domingo Pueblo de El Señor hará oír su voz era la voz de la gloria del Señor.

Sión16, mientras se cantaba: gloriosa, deseaba saber cual

El Señor le dijo: “La voz de mi gloria es ésta: El alma que se arrepiente por amor más que por temor y se duele de sus pecados merece oír de mí: Se te perdo­ nan tus pecados, vete en paz ”76 77. Cuando el hombre se arrepiente y hace penitencia de todo lo que ha cometi­ do, le perdono al momento y totalmente todos sus peca­ dos y le admito en mi gracia como si nunca hubiera pecado.

76 77

Canto de entrada del II domingo de Adviento. Le 7, 48. 50.

54

Libro de la Gracia Especial

55

Primera Parte

En segundo lugar, el alma escucha la voz de mi gloria cuando se une a mí en oración y contemplación íntima y oye: Ven, amiga mía, muéstrame tu rostro '. En tercer lugar, cuando el alma va a salir del cuer­ po le invito tiernamente a venir a mí diciéndole: Ven, mi escogida, voy a poner en ti mi trono19. Finalmente, el día del juicio ésta será voz de mi gloria, cuando convoque a todos los elegidos desde la eternidad, llamados al reino de honor y de gloria diciendo: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde la creación del mun­ do*9.

“El sol tiene tres propiedades por las que se com­ para a mí: calienta, hace producir frutos e ilumina. Calienta, de este modo enciende en el amor a los que se acercan a mí y sus corazones se derriten en mi presencia como la cera ante el fuego. El sol además hace que todo produzca frutos’, del mismo modo afecta mi presencia al alma virtuosa y le hace producir frutos de buenas obras. Finalmente, el sol ilumina, de igual modo ilumino yo con la luz del conocimiento divino a todo el que vie­ ne a mí”. Más tarde recordaba el verso: Contento héroe para recorrer el camino*2 y dijo al Señor:

Capítulo IV

“¡Señor,

Contemplar el rostro del Señor

Dios

mío!

¿Qué

inspiraste

al

como profeta

un con

estas palabras?” Cuando oraba durante la misa: Ven, Señor, y mues­ trarios tu rostro*', por los que desean con todo el cora­ zón contemplar el rostro de Dios, vio al Señor de pie en medio del coro. Su rostro brillaba más que mil soles c iluminaba a cada una con un rayo de sol. Se preguntaba por qué la imagen del sol se centra­ ba de modo especial en ella. Le responde el Señor:

78

Ct2, 13. 14. Antífona del Oficio de Vírgenes. 80 Mt 25, 34. 81 Canto de entrada de la misa del Sábado de Témporas Adviento. 79

El Señor se le aparece al instante desde el cielo en forma de un joven alto, diligente, de gran hermosura, ceñido de un cinturón tejido en seda roja, verde y blan­ ca y le dice: “Quien ha de recorrer un camino largo y difícil debe ceñirse con fuerza y a más altura el cinturón, para que sus vestidos no le entorpezcan la marcha. La seda roja, si es buena, es más consistente que otras; por eso mi Pasión fue más fírme que ningún otro martirio. Ella dará fortaleza a todos los mártires hasta el fin del mundo y otorgará las virtudes de la constancia y la perseverancia.

de 82

Sal 18, 6.

Libro de i.a Gracia Especiai.

56

La seda verde y blanca es también más fuerte que las demás; por eso la inocencia de mi humanidad y mi vida ejemplar superó la inocencia y los méritos de todos. Me ceñí con firmeza y a más altura el cinturón de mi humanidad y mi capacidad de sufrir, reduje la longitud de la eternidad a la vida breve y temporal de la humanidad, salí gozoso como héroe valiente83 para recorrer el camino difícil y trabajoso en el que realiza­ ría la redención del género humano. Quien transporta un gran tesoro y de mucho valor, lo sostiene con mayor firmeza para no perderlo. De igual modo, cuando llevo conmigo el noble tesoro del alma humana, me ciño con más fuerza, porque llevo constantemente en mi Corazón, con inefable amor j deseo, las almas de todos los que se han de salvar”. Al acercarse la comunidad a comulgar contemplé al Señor como un rey magnífico que ocupa el lugar del sacerdote: todas llevaban lámparas encendidas cuando se acercaban a él, la luz de Jas lámparas iluminaba sus rostros. Comprendí, iluminada por el Espíritu Santo que aquellas lámparas significaban Jos corazones de las que se aproximaban. Derramó en ellas un licor que les comunicaba la ternura del Corazón divino, y con su lla­ ma, el ardor de la caridad; porque cuando reciben con el debido fervor ese sacrosanto Sacramento se les infunde una piedad que lo supera todo y las enciende en el amor de Dios.

Capítulo V En la Vigilia del Nacimiento del Señor Mientras la comunidad iba al capítulo la vigilia del dulcísimo Nacimiento de Jesucristo, Hijo de Dios, con­ templé una multitud de ángeles con lámparas que, de dos en dos, asistían a cada una de las hermanas. El Señor ocupaba el puesto de la abadesa sentado en un trono de marfil84 85. De él fluía con ímpetu un río transparente que, a la primera entonación del salmo: Misericordia, Dios mío, por tu bondad*5, lavó el rostro de cada una. A la segunda entonación: Misericordia, se acercaron todas al Señor y le presentaron las oraciones que en ese tiempo ofrecían por la Iglesia. A la tercera invocación, el Señor, que tenía un cáliz de oro, lo ofreció a las almas que las hermanas nombraban en su oración. El Señor les dijo: “Tendré este capítulo cada año”. a) El dulce Nacimiento de Cristo En la santísima noche del dulce Nacimiento de Cristo le pareció encontrarse en aquel monte rocoso en el que estaba la bienaventurada Virgen, próxima a dar a luz. Al aproximarse el momento del parto la benigní­ sima Virgen se llenaba de alegría y júbilo inefables, la rodeó una luz divina de manera que, sobrecogida de estupor y recogida en una humildad infinita, se proster-

84 83

Cf. Sal 18, 6.

57

Primera Parte

85

Cf. Santa Gertrudis la Magna, El Heraldo..., lib. IV, c. 2. Sal 50, 3.

58

Libro de la Gracia Especial

nó en tierra dando gracias. Estaba tan atónita que no advertía lo que sucedía hasta que estrechó en su regazo al más hermoso de los hijos de los hombres*6. Al reci­ bir al Niño con gozo inefable y ferventísimo amor, le dio tres besos llenos de ternura. De este modo se unió tan íntimamente a la Santísima Trinidad que nunca fue posible a hombre alguno unirse a Dios en una unión tan personal. Este monte significa la vida espiritual, que parece dura y áspera en esta vida. Cristo con su Madre fueron los primeros en vivirla, y dieron a los hombres ejemplo de verdadera religión. Creía el alma encontrarse junto a la dichosa Virgen con inmenso deseo de besar al tierno Niño. La Madre virginal, después de abrazar y hablar tiernamente a su Hijo, se lo entregó al alma para que lo abrazara. Ella recibió al Niño con inefable amor, lo estrechó contra su corazón y lo saludó con improvisadas palabras: “Salve, sustancia dulcísima del Corazón del Padre, médula y alimento bendito de mi alma lánguida. Te ofrezco el núcleo de mi corazón y mi alma para tu alabanza y glo­ ria eternas”. Por divina inspiración comprendió cómo el Hijo es el epicentro del Corazón del Padre, centro confortable, sanador dulcísimo; por ello Dios Padre nos entregó a su Hijo, que es su fuerza y su ternura suavísima, como defensor, sanador y tierno consolador. Ahora bien, el hondón del alma consiste en ese suavísimo gozo que le

Primera Parte

permite sentir solo a Dios por la infusión del amor. Con ella todo lo terreno se le hace despreciable y no pueden comparársele todas las alegrías del mundo, aunque se derramaran juntas en un solo hombre. Del rostro del Niño salían cuatro rayos que llena­ ban las cuatro partes del mundo; significaban la vida y doctrina santísimas de Cristo que iluminaban todo el universo. b) Natividad y amor del Señor Durante el canto de la Misa: El Señor me ha dicho*1 como memorial y veneración de aquel oculto, inefable y eterno Nacimiento de Cristo del seno de Dios Padre, le pareció ver a Dios Padre como rey pode­ roso en una maravillosa tienda de campaña que, senta­ do en trono de marfil decía al alma: “Ven, recibe al unigénito y coeterno Hijo de mi Corazón y hazle presente en todos los que con devota gratitud celebran su santísima y eterna generación rea­ lizada en mí”. Vi entonces salir del Corazón de Dios un resplan­ dor que se adhirió al corazón de aquella alma en seme­ janza de un niño lleno de luz. Ella le saludó: “Salve, esplendor de la gloria eterna”87 88, etc. Luego pasaba delante de la comunidad y les ofrecía el Niño, él se quedaba con cada una, ellas le retenían en su corazón. 87

86

Sal 44, 3.

59

88

Canto de entrada de la misa de media noche de Navidad. Cf. Hb 1, 3.

60

Libro de la Gracia Especial

El Niño se inclinaba en el pecho de cada una y besaba sus corazones como amamantado tres veces. En el primer beso sorbió todos sus deseos; en el segundo, su buena voluntad; en el tercero, toda la diligencia que ponían en el canto, las inclinaciones, las vigilias y los demás ejercicios espirituales. Conoció cómo Dios aceptaba con sumo agrado que los hombres, al no poder alcanzar con su entendimien­ to la divina e inefable generación del Hijo de Dios por el Padre, la aceptaran con fe piadosa y la ensalzaran con alabanzas según sus posibilidades. Mientras se leía el evangelio: Salió un decretó™, le parecía oír al Padre que le decía: “Acércate a la Virgen Madre de mi Hijo y pídele te dé su Hijo con todo el gozo que experimentó al darlo a luz, con los bienes que derramó en ella para salvación de todo el mundo”. Al acercarse encontró al Niño recostado en el pese­ bre y envuelto en pañales. Le dijo el recién nacido: “Apenas nací en el mundo se me envolvió con pañales y fajas de modo que no podía moverme, como señal de haberme entregado incondicionalmentc al poder y para bien de los hombres con todos los bienes que traje del cielo. El que está fajado no tiene ningún poder, no puede defenderse, se le puede arrebatar todo lo que posee.

89

De igual modo, cuando salí del mundo y fui clava­ do en la cruz, no podía hacer ningún movimiento como señal de haber entregado a los hombres todo el bien que hice con mi humanidad. En efecto, entregué al hombre mi vida y todos mis bienes divinos y humanos. Por eso el hombre puede tomar confiadamente todas mis cosas; éste es mi deseo, a fin de que disfrute con el mayor pro­ vecho de todos mis bienes. También le pareció contemplar al Amor en forma de una virgen, sentado junto a la bienaventurada Virgen María Le dice: “Vamos, Amor dulcísimo, enséñame a este nobilísimo Niño las atenciones que se merece”.

ofrecer

a

Le responde el Amor: “Yo fui la primera en acogerle en mis manos puras y envolverle en pañales; le amamanté a mis pechos vir­ ginales junto a su madre, le acogí en el calor de mi regazo, juntamente con su madre le atendía en todo lo que era menester y le servía sin cesar. Quien desee atenderle de una manera digna me escogerá como ami­ ga, esto es, lo hará todo con aquel amor que Dios aco­ gió en sí la naturaleza humana. De este modo, todo lo que haga será muy grato a Dios”. Q Cuatro latidos del Corazón de Cristo Durante el canto de la Misa: Hoy brillará una luz* [Matilde] fue iluminada con un conocimiento inefable. 90

Le 2, 1. Evangelio de la misa de media noche de Navidad.

61

Primera Parte

90

Antífona del canto de entrada de la Misa de la Aurora el día de Navidad.

Libro de la Gracia Especial

Comprendió que esa luz era el Hijo de Dios que ilumi­ na a todo el mundo y a todos los hombres con el res­ plandor de su Nacimiento. En el tierno Niño residía toda la plenitud de la divinidad^'. El pequeño cuerpo contenía todo el poder de Dios, para no ser aniquilado. En él residía la inescrutable sabiduría de Dios; el que yacía en el pesebre poseía tanta sabiduría como el que reinaba en el cielo. La dulzura y el amor del Espíritu Santo estaban tan plenamente derramados en el Niño, que era inenarrable lo que experimentaba el alma, por encima de todo sentido. El alma toma al Niño y lo estrecha contra su cora­ zón con tan estrechos abrazos que llega a escuchar y sentir sus mismos latidos. En una sola pulsación con­ centraba tres fuertes latidos91 92 a los que seguía otro más tenue. Sorprendida el alma le dice el Niño: “Los latidos de mi Corazón no eran como los de los demás hombres. Mi Corazón latió con tal fuerza desde la niñez hasta la muerte, que eso le hizo expirar tan pronto en la cruz.

r

El primer latido brota del amor todopoderoso de mi Corazón, tan impetuoso que superé con paciencia y mansedumbre todas las contrariedades del mundo y la crueldad de los judíos.

91 92

Col 2, 9. Cf. parte 5a, cap. 2; Sta. Gertrudis El Heraldo... lib. III, c. 51 y 52; c. 4.

Primera Parte

63

El segundo proviene de mi amor sapientísimo, por el que me regía a mí mismo y todas mis cosas con pru­ dencia. Con él ordenaba sabiamente cuanto existe en el cielo y en la tierra. El tercero nace de la ternura que me penetró pro­ fundamente y me hizo dulces todas las amarguras de este mundo, hasta la amargísima muerte se hizo dulce y agradable al aceptarla por la salvación de los hombres. El cuarto latido, más tenue, significa la bondad de mi Humanidad: amable, acogedora, asequible a la imi­ tación de todos. Durante las oraciones en secreto, el Señor instruía a Matilde: Cuando se canta el Sanctus cada uno dirá un Padre nuestro y pedirá que le prepare con todo el poder, sabiduría, ternura y dulce amor de mi Corazón, para merecer recibirme espiritualmente en el suyo, y así rea­ lice y perfeccione en él lo que establecí desde toda la eternidad en el beneplácito de mi divina voluntad. Durante la oración después de la comunión y la oración sobre el pueblo, el alma recitaba el verso: Te alabo, amor fortísimo; te bendigo, amor sapientísimo; te glorifico, amor dulcísimo; canto tus alabanzas con amor benignísimo en todas las cosas y por todos los bienes que tu gloriosísima divinidad y tu bienaventura­ da humanidad han realizado en nosotros mediante el nobilísimo instrumento de tu Corazón, y seguirán rea­ lizando por los siglos de los siglos. Amén. Cuando el sacerdote dé la bendición bendeciré también diciendo: “Que te bendiga mi omnipotencia, te

yo

64

Libro de la Gracia Especial

instruya mi sabiduría, te inunde mi ternura, mi benig­ nidad te atraiga y te una a mí para siempre. Amén”.

Responde [la Virgen]: “No lo necesitaba, porque di a luz a mi Hijo ino­ cente, sin dolor”.

d) Más sobre el Nacimiento de Cristo En la solemnidad del Nacimiento de Cristo le pare­ ció ver a la Virgen sentada en la cumbre de un monte. Tenía en su regazo tan hermoso Niño y le dijo:

Pregunta el alma: “Cuando acudían tus parientes y amigos para visi­ tarte, ¿qué les ofrecías tú, tan pobre, aunque eras la Reina del cielo?”

“Señora mía, ¿dónde nos encontramos?” Le responde: “En la montaña de Belén. Esta ciudad estaba sobre un monte. Por eso se dice en el Evangelio: Subió José*3, etc. La posada en la que di a luz a Cristo estaba en la parte baja de la ciudad, cerca de una de las puer­ tas. Por eso se dice que el Señor nació en Belén”.

Responde: “No era preciso que yo les atendiera, ellos mismos traían lo que necesitaban”. También le preguntaba Hijo después de destetarle.

Le responde: “Por sentirse seguros, debido a la gran paz que en aquel tiempo disfrutaban los hombres. Además, como era grande la afluencia de forasteros, no se cerraban las puertas”. Replica: “Oh Señora, ¿por qué no tenías un lecho o algo más confortable?” 93

93

Le 2,4.

qué

alimento

ofrecía

a

su

Le responde: “Un manjar compuesto de vino y pan blanco”.

Replica [el alma]: “Entonces, ¿cómo pudieron venir los pastores de noche para ver al Niño?”

65

Primera Parte

Mientras le preguntaba si al volver de Egipto y establecerse en Nazaret tuvo el Señor alguna relación con sus parientes, le respondió el Niño: “¿Por qué dice el Evangelio que le buscaban entre los parientes y conocidos94, sino porque de vez en cuando compartía con ellos? ¿Por qué crees también que el evangelista Juan, llamado por mí en unas bodas me siguió tan presto, sino porque le agradaba mi vida y mis costumbres, tan­ tas veces experimentadas, y estaba convencido que era fácil seguir mi ejemplo?”

94

Le 4, 44

66

Libro de la Gracia Especial

Capítulo VI San Juan apóstol y evangelista [Matilde] creía contemplar al niño Jesús de unos 12 años, que despertaba alegre a las monjas durante el primer toque para maitines en la fiesta de san Juan apóstol y evangelista. También le pareció ver al mismo san Juan en el dormitorio junto al lecho de una monja que él amaba mucho95. Un ángel glorioso y de gran majestad, del coro de los serafines, honraba a san Juan e iba delante de él con una antorcha, acompañado de innumerable multitud de ángeles que habían acudido para honrarle provistos de antorchas, y dirigían a las monjas hacia el coro. Las que se levantaban alegres, movidas por un amor generoso, recibían mayor gloria que las que lo hacían por temor. Aquel ángel excelso tributaba a san Juan mayor honor porque amó ardientemente al Señor mientras vivía en la tierra. Advirtió también cómo ese ángel encendía el corazón de todos los que amaban a san Juan, e n a tención al amor especi al que Cristo tuvo con él. El mismo Espíritu de Dios mueve a los hombres para que amen a este santo. San Juan recorría el coro durante maitines y apli­ caba un cáliz de oro a la boca de cada hermana para 95

En este relato se ha querido ver a Gertrudis la Magna que con delicadeza se refiere a sí misma

Primera Parte

67

recoger en él la devoción y atención de las que salmo­ diaban y presentarlo con gozo a Jesucristo. [Matilde] recapacitaba en su interior y quería saber el premio que recibió san Juan por escribir un evangelio que supera a los otros en profundidad sobre la divinidad de Jesucristo. Recibió la siguiente respuesta de Dios: “Supera a los demás santos bajo todos los aspectos, porque sus ojos contemplan con mayor claridad la luz inaccesible de la divinidad, sus oídos perciben más ínti­ mamente el suave susurro de Dios, su boca y su lengua reciben una inefable dulzura divina y es tan intenso el perfume que brota de sus labios que inunda todo el cie­ lo. Todos los santos perciben la fragancia de san Juan. Más aún, su corazón está tan inflamado en un especial gozo de amor divino que se eleva en raudo vuelo hacia las cumbres de los arcanos secretos de Dios”. Le pareció contemplar también la gloria de san Juan, sobre el que irradiaba en una luz como de estre­ llas, todo lo que escribió sobre Jesucristo y su divini­ dad, todo lo que otros santos y doctores de la Iglesia habían escrito y predicado sobre sus escritos, como el sol radiante derrama su luz a través de un cristal sobre perlas de gran valor. También le pareció entender que se aplicaba a san Juan lo que se canta en su fiesta: Lavó en vino su ves­ tidura*'. Porque amó con gran intensidad a Cristo col­ gado de la cruz, su dolor equivalía a un martirio inte-

96

Gn 49, 11.

68

Libro de la Gracia Especial

rior que le envolvía con gloria especial. En las pala­ bras: Bañó su manto en sangre de oliva", entendía que, así como el aceite ilumina, arde y suaviza, de igual modo brillaba en san Juan el fuego del amor y le hizo de modo especial manso y humilde de corazón. A ruegos de una persona devota del santo97 98, le ofrece sus oraciones como se lo había pedido. Él las acoge complacido y le dice: “Con todo lo que me ha ofrecido prepararé un ban­ quete para todos los santos”. Replica ella: “¿Qué le digo a ella?” Responde [san Juan]: “Seré el guardián de su virginidad, encontrará en mí refugio seguro frente a todos los que le atormentan y le hacen sufrir, estaré presente en el momento de su muerte y presentaré su alma a Jesucristo, su Amado, libre de toda asechanza”.

97

98

El texto está tomado del siguiente responsorio que se cantaba en Halberstadt en aquel tiempo en las II Vísperas de la festa de san Juan Bautista: Rodaba, oh Dios, el estruendo de tu trueno (Sal 76, 19). Es Juan Evangelista que anuncia al mundo la luz celestial; triunfa sobre Roma, lava en vino su túnica y su man­ to en la sangre de oliva. 'Jl. Vence al Senado y al César y el cuerpo del discípulo virgen salta de gozo en el fuego. ¿Fue santa Gertrudis la Magna, amiga íntima de santa Matilde, esa persona devota a la que san Juan asistió en la hora de su muerte?

Primera Parte

69

a) Doce privilegios de san Juan Evangelista [Matilde] contempló también a san Juan Evan­ gelista apoyado en el pecho de Jesús y una multitud de santos que danzaba en tomo al Señor y alababa a Cristo en honor de san Juan. Pedía al Señor le instruyera para alabarle en nombre de tan querido discípulo. El Señor le dice: “Me alabarás en primer lugar por su noble estirpe, es de mi parentela, no existe otra tan digna bajo del cielo. En segundo lugar, porque le llamé a mi apostolado en unas bodas. Tercero, porque con preferencia a los demás mere­ ció contemplar la claridad de mi rostro transfigurado en el monte. Cuarto, por haber merecido descansar en mi pecho durante la última cena. Quinto, porque tuvo una iluminación de la inteli­ gencia superior a los demás, así pudo transmitir a los hombres la plegaria que elevé en el monte de los Olivos. Sexto, porque en la cruz le encomendé con espe­ cial predilección el cuidado de mi madre. Séptimo, porque después de la resurrección le con­ cedí una iluminación particular, así me reconoció antes que los demás discípulos mientras faenaban en el mar y exclamó: Es el Señor".

99

Jn21,7.

70

71

Primera Parte

Libro de la Gracia Especial

Contesta ella:

Octavo, porque por especialísima familiaridad le revelé mis misterios cuando escribía el Apocalipsis, y mereció afirmar por particular inspiración divina: En el principio existía la Palabra™0, afirmación que no cono­ ció anterionnente ningún profeta ni persona alguna.

“¿Con qué nombre te dirigías a ella?” Responde: “Señora mía”.

Noveno, por haber tomado veneno por defenderme. Diez, por haber hecho bre, e incluso resucitar muertos.

muchos

Once, porque le mis hermanos a mi cena.

con

Doce, cuando le eterno”.

por llevé

visité

signos

ternura

al

en

mi

invitarle

Capítulo VII

nom­

fíeza por la comunidad. Circuncisión espiritual

con

no haber experimentado dolor alguno gloriosamente de este destierro al gozo

b) Más sobre san Juan En otra ocasión contempló [Matilde] al mismo dis­ cípulo junto al altar, sostenía el libro al sacerdote mien­ tras proclamaba el Evangelio. Las palabras del Evangelio salían de su boca en forma de rayos lumino­ sos. Contempló también a la bienaventurada Virgen María de pie en el lado opuesto al altar y cómo salía de los ojos de Juan un rayo de maravilloso resplandor que se proyectaba hacia el rostro de la Virgen. Se admira y desea saber qué significa. Le dice san Juan: “Mientras viví en la tierra me inspiraba tanta reverencia y venera­ ción la Madre del Señor, que nunca me atreví a mirar­ la al rostro”.

Mientras la noche santa de la Circuncisión del Señor presentaba a Dios las oraciones y el fervor de las hermanas y le pedía se dignara derramar sobre ellas la bendición del Año Nuevo, le dijo el Señor: “La salvación y la bendición de parte de Dios, mi Padre, la mía, Jesucristo su Hijo, y la del Espíritu Santo, santificador de todas vuestras buenas obras, esté con vosotras. Yo soy aquel de quien está escrito: Tus años no se acabarán™'. Venid a mí todos los que me deseáis™2. Y, Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón™2. Todo el que busca el descanso del cora­ zón y del cuerpo debe ser manso y humilde”. Añadió: “Quien desea renovar su vida, compórtese como la esposa que vivamente desea recibir afectuosos regalos del esposo con motivo del Año Nuevo. Así el alma fiel deseará que la revistan con vestiduras nuevas,

101 102 100

Jn 1, 1.

103

Sal 101,28. Eclo (Si) 24, 26. Mt 11, 28.

i íBRO de la

Gracia Especial

para

73

Primera Parte

72 presentarse durante el año como reina engalanada

a„te quienes la contemplan. Deseará recibir amorosamente de mi un manto de púrpura, a saber, la humildad, para aceptar todo lo que le suceda, por humillante que sea, con aquella humtldad que descendí del cielo a la tierra. Después me pedi­ rá un vestido de escarlata, esto es, la paciencia, por ella me revestí de la naturaleza humana, a fin de sufrir tra­ bajos e injurias. Ella abrazará con paciencia todo lo duro y penoso que le venga. Sobre estos vestidos se cubrirá con manto de oro, es decir, con la caridad, para que así como yo, llevado del amor, me mostré cariñoso y afable con todos, ella se comporte con sus hermanas y con todos los hombres tierna y cariñosa. Al término del año pida otra vez todo esto y prac­ tique con frecuencia estas virtudes, con el deseo de ejercitarse en ellas como si comenzara de nuevo”. no le gustaban.35'011

HbrC de ,aS COsas que

El Señor le respondió: tu

*

soberbio, impaciente de todo Pensamiento CircunciLr CVan,dadmU^ tOda ^a'a^ra detractara, aduladora y juzgadora.

Xdia Para el b^Me"latUtra°braS de actos ociosos, de E™eT'°S

D¡°



8reS¡Ón

Y

juzga injustamente se hace reo de un pecado tan grave como ejecutar el mal que se juzga. Aunque uno realice aquello que juzga, si el que juzga desconoce la intención del que ha obrado mal, hace un juicio según su corazón y el modo propio de ver las cosas, por lo mismo es tan responsable de su juicio como el que perpetró el mal. Si no borra su pecado con el arrepentimiento, será someti­ do al mismo castigo que el que obró el mal. Capítulo VIII

Cinco puertas y el Bautismo del Señor La Vigilia de Epifanía dialogaba amorosamente con el Señor según costumbre y contempla una puerta de admirable magnitud. En ella hay otras cinco, mara­ villosamente incrustadas. La puerta grande significa la humanidad de Cristo. Las dos inferiores, sus pies; entre ambas había una columna que tenía escrito el siguiente verso: Venid a mí todos los que estáis cansados y ago­ biados, etc.104 105 *. Contempló también ante las puertas una virgen hermosísima, a saber, la Misericordia, que la condujo al interior donde se encontraba el justo Juez, aplacado por la Misericordia. Por su intercesión la otor­ gó el perdón de todos los pecados y la vistió con la túnica de la inocencia. Dignamente adornada cruzó las puertas superiores, que significaban las manos de Cristo. En la columna que había entre ambas estaba escrito: Recibid el gozo de vuestra gloria'05.

des°bediencia ,04

" ^^b^omprendjó come_

105

quelU2ga

a su prójimo. Si

Mt 11, 28. Canto de Entrada del martes de Pentecostés, antes de la reno­ vación litúrgica del Concilio Vaticano II.

i ibro de la

Gracia Especial

75

Primera Parte

Contempló también allí una virgen senctlla, era a Bondad la Udujo ante el Rey generoso y este la embelleció con la túnica multicolor de todas las v.rtudes Así engalanada se acercó confiada a la puerta

Pensaba y quería saber también si Juan recibió el bautismo de manos de Jesús, puesto que dijo: Soy yo el que deber ser bautizado por ti"°. El Señor respondió:

superior que significaba el dulcísimo Corazón de Jesús traspasado, a modo de un escudo de oro que simbolizaba la victoria obtenida con su Pasión. En la columna adjunta estaba escrito: Acercaos a él y seréis ilumina­

“Al tocarme Juan y sumergirme en el agua ya reci­ bió mi bautismo por haber deseado ser bautizado por mí y reconocer su necesidad . Con mi inocencia le otor­ gué el bautismo de los cristianos”.

dos, y vuestro rostro no se avergonzará"*.

Luego añadió:

Vio también una virgen de indescriptible hermosu­ ra, que no se podía comparar con las demás, era la Caridad. Introdujo [a Matilde] ante su dulce Esposo, el más hermoso entre los hijos de los hombres^02, la acari­ ciaba con abrazos y besos como un esposo a su esposa. Mientras en la noche santa* 108 * ponsorio: En figura det>aiomaKn¡ C°n tÚnica

Comn voX

d°,Ueal

*

se cantaba el res­ contemp|ó a| Scflor

“A todos los que ahora son bautizados en mi nom­ bre los hago partícipes de mi inocencia, que los hace hijos del Padre celestial. Mi Padre dice de todo bauti­ zado: Este es mi hijo amado111 * *, y se complace en él como en su Hijo muy querido. Si el hombre pierde esta inocencia por el pecado, podrá recuperarla mediante la verdadera penitencia. Cuando se cantaba: Escuchadle^2, dijo al Señor:

blanca como de nieve.

baull“



Cristo,

escuchar

la

“Señor Hijo?”

mío,

¿qué

debemos

escuchar

de

tu

amado

Le responde el Señor: conlemPlaranl

0stresdl

transfiguración. 106 107 108 109

figUra ™e|VCSt'dOy '3 'PU °S Cn C' rnontc durante la

qUC

lc

Sal 33,6. Sal 44t 3

“Escuchad a mi Hijo que todos los que estáis cansados, etcxx\ 110

?aeréc?Pífanía-

de

era el 2» de Vigilias. Epifanía. ‘exto en el Responsorio 12

os

llama:

Venid

Mt 3, 14. Mt 3, 17. 1,2 Esta palabra se cantaba en Helfta y otros lugares con el mis­ mo Responsorio: En figura de paloma, pero no se encontraba en el texto del Responsorio. Por lo demás, corresponde al evangelio de la transfiguración del Señor, no al del bautismo. 113 Mt 11, 28.

a



77

Primera Parte

76

Libro de la Gracia Especial

Escuchadle cuando pios de corazón, etc"*.

os

enseña:

Dichosos

los

lim­

Todos los años podría el hombre ofrecer en este día las tres cosas: su amor divino, su santidad y el fruto de su pasión”.

Escuchadle cuando os invita: El que come mi car­ ne, etc"5. El que me sigue no camina en tinieblas1'6.

Capítulo IX

Escuchadle cuando manda: Este es mi mandamien­ to, que os améis unos a otros"2. Escuchadle

también

cuando

amenaza:

Con

el

jui­

cio que juzguéis seréis juzgados"^. El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo"9. Y, ¡Ay del mundo por los escándalos ”120. Después de recibir el Cuerpo del Señor le dijo él: “Te regalo oro, es decir, mi amor divino; te concedo incienso, esto es, toda mi santidad y devoción; te ofrez­ co mirra, a saber, toda la amargura de mi pasión. Te las entrego como propiedad tuya, de tal manera que las puedes ofrecer como si fueran algo tuyo. Cuando tu alma me haga esta ofrenda, se la devol­ veré a ella duplicada. Cuantas veces lo hicieres, otras tantas te lo devolveré duplicado. Éste es el céntuplo que recibe el hombre en este mundo y después la vida eterna en el futuro.

Cómo suple Cristo la debilidad del alma Durante la misa contempló [Matilde] a Jesucristo en un trono elevado'2', en forma de hermosísimo joven de unos doce años, parecía un rey sentado junto al altar. Le dijo: “Aquí me tienes curar todas tus heridas”.

con

todo

mi

divino

poder,

para

al

Padre

Pero ella pensaba para sí: ¡Cuánto mas me gustaría todas mis alabanzas por tu medio!

poder

ofrecer

Le responde el Señor: “¿Qué más alabanza divina que el sufrimiento del alma por no poder alabar a Dios según su deseo? De igual modo, el deseo, la devoción y toda buena volun­ tad que el alma siente para hacer el bien, son como que­ brantos del espíritu que yo mismo suplo sanando todas sus ansias”.

1.4

Mt 5, 8. Jn 6, 55. 1.6 Jn 8, 12. 1.7 Jn 15, 12. 1.8 Mt 7, 2. 1.9 Le 14, 27 120 Mt 18,7. 1.5

121

Is 6, 1. Texto comentado por san Bernardo en cinco sermones el domingo primero de noviembre. Era también el Canto de entrada en la misa del domingo dentro de la Octava de Epifanía antes de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II.

i inRO de la

Gracia Especial Primera Parte

79

• n íns iras del Padre El extiende las manos y ora al Padre diciendo: Sobre mí ha caído tu ira y tus espantos me han contur­ bado^. Le dice ella: “Porqué Señor, te quisiste mostrar por primera vez a bs doce años, sentado en el templo entre los doc­ tores oyéndoles y haciéndoles preguntas1--, cuando me consta que habías venido muchas veces al templo según tu costumbre?" Le responde el Señor: “Porque comencé entonces según el modo de actuar de los hombres, a ejercitarme en toda obra de sabiduría, progresaba cada día, aunque era igual a Dios Padre en la sabiduría eterna. Si vosotros instruyeseis en el bien a los adolescentes y les corrigieseis con firme­ za en las malas acciones, no se perderían tantos en la vida religiosa y en la práctica espiritual”. Pregunta ella: “Qué significa esevestid0dedob|ecoior9 Responde el Señor: El blanco designa l¡> santísima; el verde P reza Vlrglnal de mi vida • ’ Perenne Iozar>ía” E Exclama ella: mi a

¡Ay, Señor amantk' tu Padre celestial. Y hermano mío!, ruega por

Al oírlo el alma creyó que eran ardides del diablo. Le dice el Señor: “Yo mitigué la ira del Padre celestial y reconcilié al hombre con Dios por medio de mi sangre. Cayó sobre mí su ira al no perdonarme a mí, su Hijo único, sino que me entregó en manos de los impíos. Le aplaqué de tal modo, que si el hombre lo quiere, ya no se encen­ derá nunca contra él la ira de mi Padre”. b) Un árbol prodigioso En otra ocasión le pareció ver durante la misa cómo había crecido en el altar un árbol muy alto. Su altura se elevaba hasta el cielo, su extensión cubría toda la tierra, estaba repleto de frutos e infinitas hojas. La altura del árbol significaba la divinidad de Jesucristo; la extensión, su vida santísima; los frutos, todos los bienes merecidos por la vida y obras del Señor. Las hojas tenían escrito con letras de oro: “Cristo encarnado, Cristo hecho hombre. Cristo circun­ cidado, Cristo adorado por los Magos, Cristo presenta­ do en el templo. Cristo bautizado”. De este modo esta­ ba descrita en el árbol toda su vida. Después de la proclamación del Evangelio templó una escalinata de oro cuya altura tocaba el cie-

122

123

Sal 87, 17.

con­

80

Libro de la Gracia Especial

lo, la Reina del cielo descendía por ella y traía en sus brazos al tierno Niño que depositó en el altar. Su vesti­ do era de plata brillantísima, esmaltado artísticamente con rosas de oro. El Niño vestía una túnica verde salpi­ cada con tonalidades rojas. Al elevar el sacerdote la hos­ tia levantaba también al Niño, el cual realizaba todos los ritos que debían cumplirse con la sagrada forma.

Capítulo X Veneración de la Imagen de Jesucristo. La Cena del Señor El domingo que se entona el canto de entrada: Que toda la tierra...'24, en el que se hacía en Roma la fies­ ta de la presentación de su Imagen para promover la devoción de los fieles a la veneración de dicha Imagen de nuestro Señor Jesucristo, [Matilde] tuvo esta visión: contempló al Señor sobre un monte florido sentado en un trono de jaspe decorado con oro y rubíes. El jaspe simbolizaba la eterna lozanía de la divinidad; el oro, el amor; los rubíes, la pasión que padeció por nuestro amor. Había además una fuente rodeada de árboles her­ mosísimos cargados de frutos. Bajo ellos descansaban en tiendas las almas de los santos , y comían de sus fru­ tos con gran gozo y delectación.

1-4

Domingo segundo después de Epifanía antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II y actual domingo segundo del tiempo ordinario.

81

Primera Parte

El monte significaba la vida de Jesucristo; los árboles, sus virtudes: caridad, misericordia y todas las demás. Cada uno descansaba bajo los árboles en la medida que había imitado al Señor en sus virtudes. Quien le árbol del amor.

había

imitado

en

la

caridad,

comía

del

El que había sobresalido en las obras de misericor­ dia, era alimentado con el árbol de la misericordia. Y así todos los demás, según los méritos adquiridos en la práctica de las virtudes. Los que se habían preparado con oraciones espe­ ciales para venerar la Imagen del Señor, se acercaban a él con sus pecados a cuestas, los depositaban a los pies del Señor y se transformaban en dádivas de oro. Quienes se dolían de haber ofendido a Dios, más por amor que por el castigo merecido, veían sus peca­ dos transformados en perlas incrustadas en oro. Los que redimían sus culpas rezando salterios y otras oraciones, las transformaban en bolitas de oro como se acostumbra en las bodas. Aquellos que resistían a las tentaciones sas con gran fatiga, eran como escudos de oro.

pecamino­

Quienes habían expiado sus pecados con el castigo de su cuerpo, parecían frascos de oro llenos de perfu­ mes, porque la penitencia corporal es como bálsamo aromático en la presencia de Dios. Después

de

contemplar

“¿Qué haremos con estos?

estas

cosas

dijo

el

Señor:

82

Libro de la Gracia Especial

Sean consumidos en el fuego del amor”. Y añadió: “Que se prepare la mesa”. Al instante apareció ante el Señor una mesa llena de platos y copas de oro. El Rostro del Señor, como sol radiante, envolvía cada cubierto destinado a la comida y bebida. Todos los presentes se arrodillaron ante la mesa envueltos como por una túnica, en el resplandor del Rostro del Señor. Comían y bebían el alimento que deleitaba a los ángeles y a todos los bienaventurados. A las que ese día no se acercaron a tomar el Sacramento de vida, aunque asistían devotamente a la celebración, les envió el Señor por medio de san Juan Bautista, una fuente con manjares de su mesa regia. ¡Corramos todos con gran deseo y veneremos ese Rostro dulcísimo que en el cielo nos saciará de todo aquello a lo que aspira el alma piadosa'25.

Primera Parte

la veneración de los fieles la imagen de la Faz del Señor, recitando tantos Padrenuestros cuantas millas hay entre Roma y el monasterio126 127. Al llegar confesarán en oración todos sus pecados al Sumo Pontífice, esto es, a Dios. Él les concederá el perdón de todos ellos, y el domingo recibirán el Cuerpo del Señor. A la hora más conveniente se dedicarán a la oración, y venerarán la Imagen de Cristo con las preces preparadas para ello. Tuvo la visión descrita mientras las hermanas hací­ an el ejercicio predicho. b) Cuatro rayos de luz que salían del rostro del Señor En otro momento del mismo día vio cómo salían cuatro rayos del rostro del Señor Jesús, en el que dese­ an contemplarse los ángeles'21. El rayo superior ilumi­ naba a los que están tan unidos a Dios que solo quieren

126

a) Enseñanza Esta sierva de Dios había enseñado a las monjas cómo podían peregrinar a Roma el día que se expone a '■5 Alude en este texto a la Secuencia en honor del Doctor san Agustín que se cantaba en Helfta en tiempos de nuestra auto­ ra. Esta secuencia se cita en el Heraldo del amor divino de santa Gertrudis, lib. 4, c. 50. El texto de la misma puede ver­ se en Embajador del amor divino. Revelaciones de Santa Gertrudis. Edt. Benedictina, buenos Aires 1947, Apéndice E, pp. 838-841. Revelaciones de Santa Gertrudis la Magna. Monasterio de Santo Domingo de Silos 1932, pp. 957-960. El Heraldo del amor divino. Edt. Balmes. Barcelona, 1945, nota 141, pp. 927-928.

127

Helfta distaba de Roma unas 150 millas. Allí se celebraba el segundo domingo después de Epifanía una fiesta en honor de la Faz de Cristo llamada “Verónica”, instituida por el papa Inocencio III en el año 1223. En la Edad Media era muy vivo el sentido de peregrinación a lugares importantes de la cris­ tiandad, recordemos los Santos Lugares de Palestina, Santiago de Compostela, Roma, etc. También entre los mon­ jes y monjas se sentía esa aspiración. Al no poder realizar la peregrinación geográfica a causa de la clausura, los maestros espirituales desarrollaron la doctrina de una peregrinación espiritual del alma dentro del recinto del monasterio. En este sentido escribe nuestra autora. Cf. También J. Leclercq, Devoción al cielo. En Cultura y vida Cristiana. Edt. Sígueme. Salamanca, 1965, pp. 71 -89. L ’atnour des lettres et le désir de Dieu. 3“ edición. Edt. Du Cerf. París, 1990, pp. 55-69. lPc 1,12.

84

Libro de la Gracia Especial Primera Parte

y desean la voluntad divina en la prosperidad y en la adversidad. El rayo inferior iluminaba a todos los peca­ dores para moverlos a penitencia. El rayo derecho pene­ tró con su luz a los predicadores que anuncian la Palabra de Dios a los hombres. El izquierdo iluminaba a todos los que sirven a Dios en fidelidad íntegra y perfecta. [Matilde] rogaba al Señor por todos los que se encomendaban a sus oraciones y celebraban la memo­ ria del Rostro dulcísimo del Señor, para que no se vie­ ran privados de la unión con él. Le respondió el Señor: “Ninguno de ellos se verá separado de mí”. Vio también un cordón que salía del Corazón de Dios y llegaba hasta su alma. Ella dirigía hasta Dios a todos los presentes a través del cordón. El cordón sig­ nificaba el amor que Dios derramaba generosamente en aquella dichosa alma. Con él atraía a todos hacia Dios mediante su enseñanza y buen ejemplo. El Rey de la gloria extendía su mano omnipotente y las bendecía a todas diciendo: Que el resplandor de mi rostro sea para todas gozo eterno. Amén.

Capítulo XI

Cómo pueden los santos hacer partícipes de sus bienes a sus devotos como si les fueran propios La sierva de Cristo contempló a Inés, virgen dicho­ sa, el día de su fiesta, como si viniera desde el altar e incensara a cada hermana con un incensario de oro

85

engastado con piedras preciosas que llenaba el coro con aroma de suave olor. Le pareció entender que el incensario significaba el corazón de santa Inés; las per­ las, sus tiernas palabras; el fuego, el amor del Espíritu Santo que purificaba sus pensamientos y deseos, delei­ taba y alegraba a Dios con delicado aroma, y a los hombres que meditaban sus palabras con devoción. Mientras se cantaba en Maitines el Responsorio: Amo a Cristo, contempló al Señor Jesús que abrazaba a santa Inés con su brazo derecho. El Señor y santa Inés vestían de rojo, en sus túnicas estaba escrito con letras de oro todo lo que había dicho santa Inés. Lo escrito en la túnica del Señor proyectaba rayos de luz sobre lo escrito en la túnica de santa Inés. Así irradiaban res­ plandor hacia el Señor, iluminaban el coro y a todas las presentes. Del corazón tierno y atento de cuantas salmodia­ ban salía un rayo hacia el Corazón de Dios y, como licor dulcísimo se derramaba en el corazón de santa Inés. Por ello comprendió que toda devoción y todo fruto de amor que brota de sus palabras y de las de los santos, vuelve a su origen como un sol que derrite lo que está helado. De este modo todas las cosas vuelven a Dios, y los santos gozan en ellas con gran suavidad. Cuando las dulces palabras de santa Inés se multi­ plicaban en el coro, [Matilde] que lo observaba, comenzó a entristecerse y quejarse a Dios porque, des­ posada desde la infancia con Cristo en la vida religio­ sa, no lo amaba como lo hizo esta virgen con todo su corazón desde la niñez.

86

Libro de la Gracia Especial

Dice el Señor a sana Inés: “Dale todo lo que tienes”. [Matilde] comprendió que Dios concede esta dig­ nidad a todos sus santos, para que todo lo que obró en ellos y todo lo que padecieron por Cristo puedan com­ partirlo con sus amadores y devotos que alaban a Dios en su nombre, le dan gracias y aman los dones que Dios les concedió. Cumplido el encargo por santa Inés, [Matilde], rebosante de gozo, rogaba a la Reina de las vírgenes que alabara a su Hijo por la concesión de esta gracia. Le responde la Virgen:

Primera Parte

La misma Virgen le concedió todo lo que ella mis­ ma posee, hasta su maternidad virginal, para que llega­ ra a ser madre espiritual de Dios por gracia, como lo fue ella por naturaleza. De este modo comprendió cómo todos los que se comportan según la voluntad de Dios, la aman del todo y la ponen en práctica, se con­ vierten en madres de Cristo como está escrito: Todo el que cumple la voluntad de mi Padre es mi hermano, mi hermana y mi madrenz. Mientras contemplaba y experimentaba ese afecto de Dios tan cariñoso y tierno con las vírgenes, quedaba sobrecogida de admiración y gratitud por tanta condes­ cendencia del amor divino. Le dijo el Señor:

“Rézame el Ave María Divinamente inspirada comienza esta alabanza: "Dios te salve por la omnipotencia del Padre; Dios te salve por la sabiduría del Hijo; Dios te salve dulcísima María, por la bondad del Espíritu Santo que ilumina cielo y tierra. Llena de gracia que derramas y llenas de ella a todos los que te aman. El Señor está contigo, Hijo único del Padre, Hijo único de tu corazón virginal, tu tierno amigo y Esposo. Bendita entre las mujeres, tú que ahuyentaste la maldición de Eva y alcanzaste para todos la bendición eterna. Bendito el fruto de tu vientre que es el Creador y Señor de todas las cosas, el que todo lo bendice y san­ tifica, el que todo lo unifica y enriquece”.

87

“Por tres cosas he honrado a las vírgenes sobre los demás santos: Las amo con preferencia a todos los demás. Cuando la primera Virgen me consagró su castidad, fue tal mi ardor amoroso por ella que no pude contenerme y me lancé desde el cielo hasta fundirme con ella. Además las enriquecí más que al resto de las cria­ turas, porque les hice donación de todos mis bienes y mis sufrimientos como propiedad particular suya. Finalmente, les he concedido una gloria más exce­ lente, porque cuando se acercan a mí, me levanto ante ellas, les susurro delicadamente y siempre que lo dese­ an, gozan de mis abrazos con especial libertad”.

28

Mt 12, 50.

88

Libro de la Gracia Especial

Le replica ella: “¡Bien, dulcísimo Señor! ¿Y quienes son esas vír­ genes tan dichosas para que merecieran la prerrogativa de tan sublime elección?” Le responde el Señor: “Son nobles, herniosas, ricas. La virgen verdadera que me escojo como esposa debe brillar por la nobleza de su humildad, se tendrá por nada, inferior a toda otra criatura, solo deseará desde el fondo de su corazón ser vil y despreciada. Cuanto más se humille, más ensalzada será en la gloria del cielo. Yo mismo uniré mi humildad a la suya, así alcan­ zará la máxima nobleza. Deberá ser también hermosa, es decir, sufrida. Cuanto más paciencia tenga, con mayor elegancia brilla­ rá por mi pasión y por su capacidad de aguante. Más aún, para su plena belleza añadiré aquella divina claridad que recibí del Padre antes de la creación del mundo. Debe ser también rica en virtudes. Reunirá en sí el valor de todas ellas y yo le añadiré las riquezas incom­ parables de las mías, así abundará y desbordará en los gozos eternos”. En otra ocasión se cantaba el ofertorio: Las vírge­ nes serán presentadas ante el Rey'29. Ella pensaba qué podría presentar a Dios que mereciera su agrado. Le dice el Señor: 129

Antífona de la misa de santa Inés. Cf. Sal 44, 15.

89

Primera Parte

“Quien me ofrece un corazón humilde, caritativo me presenta un obsequio muy grato”. Ella: “¿Qué serte grato?”

humildad

debe

tener

el

paciente

corazón

y

para

El Señor: “Es en verdad humilde y sufrido de goza al ser despreciado, se alegra en todo salta de alegría en las penalidades, porque mi pasión y mi humildad, y puede ofrecer amor. El que comparte con el prójimo las adversidades me ofrece un corazón caritativo”.

corazón quien sufrimiento, y así comparte algo por mi alegrías y las

Capítulo XII

Purificación de la bienaventurada Virgen María Santa Ana La noche santa de la Purificación de María con­ templó a la gloriosa Virgen Madre que llevaba en sus brazos al Niño Jesús, verdadero Rey, vestido de azul y lleno de flores de oro. Tenía escrito en su pecho cerca del cuello en los hombros este dulcísimo nombre: Jesucristo. Matilde dice a la Virgen: “¡Oh Virgen dulcísima! ¿Así embelleciste a tu Hijo cuando fuiste a presentarlo en Templo?” Le responde la Virgen: “De verdad que no, pero lo preparé con mucho pri­ mor. Desde que nació mi Hijo esperaba con gozo

90

Libro de la Gracia Especial

inmenso ese día en el que lo ofrecería como hostia muy grata al Padre, que haría agradables a Dios todas las ofrendas presentadas desde la creación del mundo. Lo ofrecí con tal devoción y gratitud, que si se comunica­ ra a un hombre la devoción de todos los santos, no se podría comparar con la mía Todo mi fervor se trocó en angustia cuando escu­ ché las palabras de Simeón: Una espada traspasará tu alma130 131 132. Muchas veces al estrechar en el regazo a mi Hijo era tal la ternura de mi devoción, que con mi cabe­ za inclinada hacia la suya derramaba abundantes lágri­ mas, era tan grande mi llanto que empapaba su cabeza y mi rostro con lágrimas de amor, y le repetía muchas veces: ¡Oh salvación y gozo de mi alma!” Mientras [Matilde] contemplaba al Niño con ansias de amor, la regia Madre lo puso en su regazo para corresponder a su anhelo, y al querer abrazarlo desbordante de alegría, se abrazó a sí misma, pues el Niño ya no estaba allí. Cuando entonaba la antífona: Esta es la que no conoció lecho nupcial'3', escuchó a los coros angélicos que entonaban por los aires con dulce armonía: Esta es la que no conoció, etc. y todo el salmo: Señor, has sido bueno con tu tierra'32.

130 131

132

Le 2, 35. Era la séptima antífona del Oficio nocturno de la fiesta de la Presentación como se celebraba en Helfta. Puede verse en los antiguos Breviarios germánicos. Sal 84, 2.

Primera Parte

91

Los distintos Órdenes de los bienaventurados ángeles cantaban por los aires alternando jubilosos dicha antífona, a saber: los Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades y Virtudes. Cuando llegó a los ángeles de fuego, a saber, a los querubines y serafines, su canto era tan armonio­ so que no podía compararse con ningún canto de esta tierra. La Santísima Virgen estaba de pie en medio del coro con el Niño en sus brazos. A tres codos del suelo apareció un resplandor cuya irradiación superaba el brillo de miles de soles. La Virgen Madre depositó sobre él a su dulcísimo Niño. El resplandor significaba la divinidad, porque Dios era portador de sí mismo mientras vivió en la tierra, y la divinidad gobernaba la humanidad. La Virgen gloriosa tenía la diadema del Reino en la cabeza sostenida por los ángeles. Engastados en ella con oro y piedras preciosas, estaban los méritos y recompensas de todos los santos que le habían servido en esta vida con amoroso corazón. Destilaban también de la corona como unas gotitas que significaban la gra­ cia que Dios había derramado en todos los que con pia­ doso obsequio servían a su Madre virginal. Iba delante de ella san Miguel Arcángel, llevaba en la mano un cetro de oro en el que con letras de oro esta­ ba escrito: Salve, llena de gracia, el Señor está conti­ go'33. Con ello comprendió [Matilde] que era precisá­ is

Le 1,28.

92

Libro de la Gracia Especial

mente honrado en el cielo quien mereció con preferen­ cia a todos los demás saludar a la Madre de Dios de manera tan maravillosa. La Virgen bienaventurada estaba a la derecha de su Hijo con un copón de oro en la mano. Matilde quería saber qué contenía, y la Virgen le dice: “Contiene el licor del divino Corazón que deseo ofrecer a mi Hijo, con el trabajo que realizó en su servicio y el mío”.

AI terminar maitines tenía que entonar con otras cantoras el Bendigamos al Señor. Pide de nuevo a la Virgen que alabe a su Hijo en nombre de la comunidad. La gloriosa Virgen María entona con voz sonora y dul­ císima la estrofa siguiente: Jesús, corona de las vírgenes su dulzura, su ternura y su beso. A lo que respondieron todos los ángeles y santos que llenaban los aires, cantando:

Santa Ana estaba a la izquierda del Señor. Preguntó a la bienaventurada tiempo vivió santa Ana en este mundo?

Virgen:

Te alabamos por todos los siglos a ti, que el amor te hizo hijo de la Virgen.

¿Cuánto

Contesta la Virgen: “Hasta la vuelta de mi Hijo de Egipto”. Contempló también al santo Simeón de pie junto al altar. De su corazón salía un rayo triforme como un arco iris, comprendió que Simeón sentía un deseo humilde, firme y ardoroso hacia el Señor.

Luego apareció un resplandor que cubría todo el coro. [Matilde] comprendió que era la bendita Virgen que alababa a su Hijo por las hermanas y con las her­ manas: Cantad himnos los que estáis en las alturas resuenen también los cantos desde el abismo. Capítulo XIII

Le rogó: “Alcánzame un verdadero deseo de morir para estar con Cristo ”134.

r

Le responde Simeón: “Es mejor y más perfecto que entregues tu voluntad a Dios y quieras lo que él quiere”. [Matilde] pide a la Santísima Virgen que rueguc a su Hijo por ella y por la comunidad. Ella lo hizo al pun­ to puesta de rodillas.

134

Flp 1, 23.

93

Primera Parte

El monte. Siete gradas y siete fuentes™5 El trono de Dios y el de la bienaventurada Virgen El domingo que se canta: Sé para mí™6, escuchó a Jesús, amor de su alma, que en dulce susurro de amor le decía: 135 135

Algunos autores se apoyan en los relatos de este capítulo y otros pasajes del libro para sostener que, al parecer, Dante se inspiró en el texto de Matilde para algunos cantos de la Divina Comedia.

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“¿Quieres vivir conmigo en el monte estos cuaren­ ta días con sus noches?” Responde el alma: “¡Qué dicha, mi Señor! Esto es lo que quiero. Éste es mi gran deseo”. Se le muestra entonces una montaña altísima e imponente, que se extendía de Oriente a Occidente. En ella había siete gradas por las que se ascendía y siete fuentes. Toma al alma y subió la primera grada. Es la grada de la humildad. En ella había una fuente que purifica­ ba al alma de todos los pecados de soberbia A continuación subieron la segunda grada, la de la mansedumbre. En ella estaba la fuente de la paciencia que limpia las almas de las manchas de la ira. Suben la tercera grada, la del amor. En ella está la fuente de la caridad. El alma se lava en ella de todos los pecados perpetrados por odio. Dios se detuvo bastante tiempo con el alma en esta grada y ella se arrojó a los pies de Jesús. Jesucristo se dirige a ella con ternura: Levántate, amiga mía, muéstrame tu rostro'31. Todos los coros de los ángeles y de los santos que estaban en la cumbre de la montaña prorrumpieron en un epitala­ mio lleno de delicadeza y amor, que resonaba con inefable dulzura, como si formasen una sola voz con 136 137

136 137

Canto de entrada del domingo de Quincuagésima antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Ct. 2, 13b. 14c.

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Dios y en Dios. Era tan deleitable su canto que no hay lengua humana capaz de describirlo. Ascienden la cuarta grada, llamada de la obedien­ cia. En ella estaba la fuente de la santidad que purifica el alma de todas las faltas de desobediencia. Llegan a la quinta grada, la de la continencia. Allí está la fuente de la generosidad que limpia el alma de los pecados cometidos por avaricia, al no usar como debiera las criaturas para utilidad propia y gloria de Dios. Suben la sexta grada, llamada de la castidad en la que se encuentra la fuente de la pureza divina, que puri­ fica al alma de cuanto se manchó con los deseos carna­ les. En esta grada contempla el alma a Dios y a sí mis­ ma vestidos con túnica blanca. Finalmente llegan a la séptima grada, llamada gozo espiritual; y a su fuente, alegría del cielo, que lava al alma de todos los pecados de la acedía o flojedad. Esta fuente no brotaba impetuosa como las otras, antes bien fluía despacio y como gota a gota, porque nadie puede gozar plenamente de las alegrías del cielo en la vida presente, sino gota a gota, o mejor nada, en com­ paración de lo que es la verdadera felicidad. Luego Amado y amada subieron a la cumbre de la montaña donde estaba una gran multitud de ángeles que, a modo de aves, tenían campanillas de oro con las que producían maravillosas melodías. Había también en el monte dos tronos que brilla­ ban con especial resplandor.

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El primero era la sede de la Trinidad suma e indi­ visa. De él manaban cuatro arroyuelos de agua viva. El primero le pareció simbolizar la divina Sabiduría que gobierna a los santos; por ella reconocen en todo la voluntad divina y la cumplen gozosamente. El segundo, la divina Providencia que previene a los santos y los enriquece con todos los bienes para saciarlos con su flujo en la liberación eterna. El tercer arroyuelo simbolizaba el fluir divino que embriaga a los santos con la fecundidad de todo bien, de manera que desborda todos sus deseos. El cuarto significa las divinas delicias con las que viven tan absortos en Dios, saciados con la plenitud de todas las alegrías y rebosantes de un gozo que no ten­ drá fin, porque Dios enjugará toda lágrima de sus O/O5’38. El trono tenía un baldaquino de oro que simboliza la divinidad y cubría con su amplitud toda la tierra. Estaba esmaltado con piedras preciosas, brillaba de modo maravilloso cual oro purísimo, como conviene a la regia magnificencia del Rey de los cielos. Había muchas moradas que formaban las tiendas de los santos Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores y de todos los elegidos.

138

Ap 7, 17.

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El segundo trono correspondía a la Virgen Madre que, como Reina, con razón se sentaba junto al Rey. Este trono tenía también muchas moradas. Corres­ pondían a las santas vírgenes, doncellas de la Virgen, que acompañan con gran honor a la Virgen Madre. Mientras [Matilde] contemplaba a Jesús, Rey de la gloria sentado en el trono de su imperial magnificencia, y a la derecha a su Madre, se arroja a los pies de Jesús llena de admiración ante aquel rostro radiante, en el que desean mirarse los ángeles139, y desfallece de emo­ ción ante el trono de la Santísima Trinidad. El mismo Señor la levanta y la reclina tiernamente en su regazo. La orla de su túnica estaba un poco polvorienta debido a cierta preocupación que había tenido el día anterior, se acerca a la Virgen bienaventurada y se la limpia. Después de estas cosas ve delante del trono una mesa regia, y todos los invitados a recibir el Cuerpo del Señor se acercaban a ella. El mismo Hijo de la Virgen ofrecía a cada uno un manjar exquisito, a saber, su venerable Cuerpo, que es el Pan vivo y verdadero. De ese modo descansaban en el mismo lecho el Amado y sus amantes. También se les ofreció el cáliz con vino sabroso, esto es, la Sangre del Cordero inmaculado, que purifi­ ca sus corazones de todas las manchas. Así dulcemen­ te embriagados se unen a Dios de modo inefable. Entonces dijo Dios al alma:

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1P 1,12.

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Me entrego yo mismo a tu alma con todo el Bien que soy y puedo comunicar. Tú en mí, yo en ti. Nunca te separarás de mí.

“Con los ángeles cantarás tú”. Al instante comien­ zan a cantar con aquella bienaventurada alma diciendo: Todos los ángeles te proclaman santo, etc.'43.

Rogaba [Matilde] a la Virgen que intercediera ante su Hijo en favor suyo. Ella se levanta al instante de su trono y en unión con el coro de las Vírgenes ofrece inefables abrazos a su Hijo. También los patriarcas y profetas alaban al Señor entonando con júbilo el responsorio: A la soberana Trinidad'40. El coro de los Apóstoles canta entre danzas la antífona: Del que todo toma su origen, etc.'4'. Habían conocido en la tierra a aquel de quien proceden todos los bienes, por quien todo se hizo en el cielo y en la tierra, en quien se encie­ rra todo bien. A continuación el glorioso coro de los Mártires entona: A ti el honor, etc. Finalmente canta himnos el coro de los Confesores diciendo: Bendición y gloria, etc.'42.

Rogaba al Señor: “¡Mi único Amor! ¿Qué es lo que más te agrada que los hombres conozcan de ti?”

[Matilde] reconoce en lugar distinguido entre ellos al glorioso Padre san Benito con túnica blanca, entrete­ jida con tonalidades rojas. La blancura significa su cas­ tidad virginal; en el color rojo se le reconoce como mártir, pues salió victorioso al soportar tantos trabajos para mantener la disciplina de la Orden. Admirada porque no cantaban los ángeles, le dice el Señor:

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Responsorio VII de la Solemnidad de la SS. Trinidad en el Breviario Cisterciense. Antífona sexta del II nocturno de la misma Solemnidad. Textos tomados todos del Oficio de la misma Solemnidad.

Responde el Señor: “Mi bondad y mi justicia. Mi bondad, porque con ella espero misericordioso que el hombre se convierta y haga penitencia; aún más, le atraigo incansablemente hacia mí con mi gracia. Mi justicia, que me obliga a castigarlo, si se obstina en no querer convertirse”. Dice el alma al Señor: “¿Qué dices de tu amor?” Contesta él: “El amigo fiel hace partícipe al amigo de todos sus bienes y le revela sus secretos. Eso hago también yo”. Pedía al Señor la instruyera cómo podía satisfacer por la santa Iglesia que tantas afrentas infería en este tiempo a su tierno Amado. Le dice el Señor: “Recitarás trescientas cincuenta veces la antífona: A ti alabanza, a ti gloria, a ti acción de gracias, oh Trinidad bienaventurada'44, en reparación de tantas ofensas que me hacen injustamente mis propios miem­ bros”.

141 144

Texto de un responsorio el Oficio de ese día. Antífona de la Solemnidad de la Santísima Trinidad.

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Monte de las virtudes. Santos allí contemplados Otro día se le manifestó el mismo monte mediante una luz divina. Ascendía sola, y al llegar a la tercera grada, la grada del amor, se purifica de todas sus man­ chas en la fuente que allí había. Llega después a la sexta grada y se la viste con túnica blanca. Al llegar a la grada séptima contempla a Jesús en la cumbre del monte, que tiende la mano hacia ella y la atrae diciendo: Ven, salgamos a pasear. Camina sola con el solo, no ve otra cosa que a Jesús solo. Llegan a una casita construida con plata refulgente. Junto a ella encuentra a unos hermosos niños vestidos con túnicas blancas, que saltaban y bendecían al Señor. Comprendió que se trataba de niños fallecidos antes de los cinco años y se regocijaban allí para siempre. Se acercan a una casa construida con piedras rojas. En tomo a ella cantaba una multitud de almas vestidas de púrpura. Eran viudas, casadas, y el pueblo sencillo de los bienaventurados.

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que me dio a luz'45. La caridad es mi madre, soy hijo de la caridad145 146 147. [Matilde] comprende en estas palabras, por divina inspiración , cómo María, inflamada en el fuego del Espíritu Santo, y abrasada en amor divino, concibió al Hijo de Dios por el calor del fuego del Espíritu Santo. De este modo Jesucristo es hijo del amor y el amor es su madre. Al entrar en la morada el alma se arroja a los pies de Jesús, él la levanta enseguida y la estrecha entre sus brazos. Todos los que se habían encomendado a sus oraciones estaban fuera. Salía un cordón del Corazón del Señor y todos se asían a él. Con ello se significaba que todos aquellos por los que había orado, eran partí­ cipes de la gracia divina. Los santos que rodeaban la casa cantaban, después de recibir el Cuerpo del Señor: El hombre comió pan de ángeles. Aleluya. Y los ángeles cantaban también: Le diste pan del cielo'41. íntimamente unida al Amado, gozaba en él y con él. Sólo en él se encuentra total satisfacción y la plenitud de los gozos eternos.

Luego llegan a una mansión de zafiro rojo, en tor­ no a ella había una multitud innumerable de santos ves­ tidos de escarlata. Son las almas de los bienaventurados que combatieron en esta vida por amor a Cristo, ven­ cieron al diablo y gozan ya con Dios eternamente. 145

Caminan más lejos y encuentran una casa de oro purísimo que el Señor presenta a las almas y les dice: Esta es la morada de la caridad, de ella está escrito: Te introduciré en la casa de mi madre, en la alcoba de !a

146

147

Ct 3, 4. Cf. Carta de Hildegarda de Bingen a Adán, abad de Ebra. Carta 30. En la edición del CCCM n. 91, 1991, la carta de Hildegarda a la que se alude aquí es la 85 r/a. Responde a una carta de Adán, abad de Ebra, la carta 84 (N. del T.). Cf. Jn 6, 31.32.

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Capítulo XIV El Señor sirve al alma El santo día de Ramos meditaba Matilde lo que hizo Jesucristo ese día en este mundo y le vino el deseo de conocer qué ofrecieron al Señor Marta y María para que se sintiera tan a gusto en su casa cuando fue a hos­ pedarse allí. Le pareció encontrarse en la casa de las dos hermanas en Betania. Cerca de ella una casita con una mesa preparada y al Señor sentado junto a ella. Pregunta al Señor qué hizo aquella noche. Le responde: “Pasé toda la noche en oración, al amanecer me recosté y dormí un poco”. Y añadió: “Constrúycme una casita como ésa en tu alma para que me sirvas en ella”. Al instante le pareció que el Señor se sentaba a la mesa y ella le servía. Primero le ofreció miel en una escudilla de plata, a saber, aquel melifluo amor que le hizo descender desde el seno del Padre para reclinarse en el pesebre, y los cielos destilaron miel por todo el mundo148.

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A continuación le presenta un plato de cordero, esto es, el Cordero inmaculado que quitó el pecado del mundo. Le ofrece después un cabrito con el sabor de la gracia espiritual.

cebado,

alimentado

En quinto lugar le presenta un cervatillo, que sig­ nifica aquel inestimable deseo con el que Cristo reco­ rrió toda su vida hasta la muerte. También le ofrece un pez asado, que designa al mismo Señor inmolado por nosotros. En séptimo lugar le presenta el mismo Corazón de Cristo confeccionado con variadas especias del más puro aroma, es decir, alimentado y saturado con todas las virtudes. Finalmente, le sirve una triple bebida: primero, vino generoso, signo de la vida laboriosa de Cristo en todos los elegidos. Después vino tinto, que era figura de la pasión y muerte del Señor. En tercer lugar una bebida agradable y exquisita, infusión íntima y espiri­ tual de la ternura divina. Cada alma piadosa sirve espiritualmente todas estas cosas cuando las rumia devotamente con gratitud y ben­ dice por ellas al Señor Jesús cantando sus alabanzas.

Luego le ofrece un preparado de violetas, que sig­ nificaban la vida humildísima de Cristo al someterse a toda criatura.

Capítulo XV ('¡rico maneras de alabar a Dios

148

Cf. Jl 3, 18; Am 9, 13; Dom. I Adv. antífona primera de Laudes.

Cierta noche que no podía conciliar el sueño debi­ do a la tristeza, oyó al coro de los Angeles que canta­

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ba: Descarga en el Señor tus preocupaciones, él te sos­ tendrá'49. Vio también al Señor junto a sí con túnica verde y le dice:

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En quinto lugar su dulce ternura, avinagrada muerte amarguísima, aceptada por amor al hombre.

con

“Amantisimo Señor, ¿cómo vistes de verde cuando es tiempo de pasión?” Responde el Señor: “Está escrito: Si al leño verde lo tratan asi, ¿qué harán con el seco?”'50. En esto comprendió que si a Jesús, que da lozanía a todas las virtudes, le aplicaron tan distintos tormentos, ¿qué cas­ tigos se aplicarán a los que están secos de todo bien, sino los suplicios eternos?

Capítulo XVI

El nombre del Señor y sus sagradas llagas Durante la Misa: Nosotros hemos de gloriarnos'5', le dijo el Señor: “Atiende a estas palabras: En él está nuestra salvación, vida y resurrección, etc., porque la verdadera salvación está en la Cruz, y fuera de ella no hay salvación, según el verso: No hay salvación en la casa si el hombre no encuentra en ella la cruz en su dintel clavada'52

Suplicó al Señor la enseñara cómo debía alabarle en tiempo de pasión. El Señor le mostró los dedos de su mano para ins­ truirla que debía alabarle de cinco maneras: Primero debía alabar su inabarcable poder por el que siendo Señor todopoderoso de los ángeles y de los hombres, se hizo débil por amor al hombre. En segundo lugar su insondable sabiduría, que le llevó a ser considerado como necio. Tercero, su inestimable amor por el que aceptó voluntariamente ser odiado para salvar a los hombres. Cuarto, su misericordia mansísima, por la que fue condenado a una muerte tan cruel.

Sea el alma que sea, si en ella no está la Cruz, es decir la tribulación, no posee la paciencia. Donde no hay paciencia, no hay salvación. Al hombre se le otor­ gó la vida verdadera en la Cruz cuando yo, que soy la vida del alma, acepté morir de amor en ella, di la vida al alma, muerta en sus pecados, y le concedí vivir eter­ namente en mí. También se le ha concedido al hombre poder levantarse por la Cruz, mediante la penitencia cuantas veces caiga por el pecado. Incluso la resurrec­ ción de la carne y la vida eterna son fruto de la Cruz”.

51 52

149 150

Sal 54, 23. Le 23, 31.

Canto de entrada en la Misa del Jueves Santo In Cena Domini. Alusión a Ex 12, 7.13, cuando los hebreos pintaron con san­ gre las jambas de las puertas de sus casas para protegerlas del ángel exterminador de los primogénitos de Egipto.

106

Mientras se leía en la Epístola: Nombre sobre todo nombre'55, dijo al Señor:

Se

le

dio

un

primaveral. Entonces se clava en su alma el dardo de mi amor y la deja saludablemente herida”.

Señor mío, ¿cual es ese Nombre tan digno que te dio el Padre? Le responde el Señor: “Ese Nombre es Salvador de todos los siglos. Soy el Salvador y Redentor de todo lo que ha exis­ tido, existe y existirá. Soy el Salvador de lo que existió antes de que cre­ ara al hombre. Soy el Salvador de los hombres que cuando me hice hombre y conviví con los hombres.

existieron

Soy el Salvador de todos los que han seguido mi doctrina y de todos los que quieren imitar mis huellas hasta el fin del mundo.

El deseo del alma El Miércoles Santo, mientras se cantaba la Misa: Al nombre del Señor toda rodilla se doble, etc'55, dijo al Señor: “¡A Señor, si tuviera el poder de inclinar con toda reverencia el cielo, la tierra y el infierno con todas las criaturas ante ti, dulcísimo y fidelísimo amante!” Responde amablemente el Señor: “Pídeme que realice esto en mí mismo, porque en mí se encierran todas las criaturas. Cuando me presen­ to al Padre para alabarle y darle gracias, conviene que supla'56 en mí y por mí de la manera más perfecta, las imperfecciones de todas las criaturas. Mi bondad no puede soportar que lo que un alma desea y por sí mis­ ma no puede alcanzar, quede sin realizarse”.

Este es mi Nombre dignísimo que el Padre preco­ nizó únicamente para mí desde el comienzo del mundo. Es un Nombre que está sobre todo nombre”'54. Daba gracias a Dios por sus sacratísimas llagas, y le rogaba que grabase en su alma las heridas de ese amor tan grande que él había recibido en su cuerpo.

r

Le responde el Señor: “Cuantas veces gime el hombre por amor al recordar mi Pasión, otras tantas toca suavemente mis heridas como el roce de una flor

Capítulo XVII El árbol de la Cruz Durante la misa: Nosotros hemos de gloriarnos'51 [Matilde] vio en medio de la iglesia un árbol hermosí-

155

156 153 154

Flp 2, 9. Flp 2, 9.

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157

Flp 2, 10.Es el canto de entrada de la misa del día. Hoy se dice a! nombre de Jesús. En aquel tiempo se decía al nombre del Señor. Aparece una vez más en este capítulo la doctrina de la supletío común a las tres místicas de I-Ielfta. Entrada en la misa del Jueves Santo En la Cena del Señor.

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Libro de la Gracia Especial

simo. Su altura y extensión cubrían toda la tierra. Había crecido de tres retoños que brotaban del suelo a la vez. Sus ramas parecían encorvadas e inclinadas hacia el suelo. Debajo de uno de los retoños había animales del campo que se alimentaban de los frutos que caían del árbol; designan a los pecadores y a los hombres que viven como animales. Disfrutan desagradecidos como bestias de los dones de Dios. No se vuelven nunca hacia él, origen de todos los bienes, para darle gracias. Bajo otro retoño había hombres que comían de los frutos del árbol; eran los justos y los buenos que viven en la Iglesia. En el tercer retoño había pájaros que cantaban maravillosamente; significaban a las almas de los san­ tos que alaban a Dios sin cesar. Las almas del purgatorio con los aromas del árbol.

eran

también

aliviadas

Había además aves negras que revoloteaban alrede­ dor del árbol, pero un humo denso que salía del mismo las espantaba. Comprendió que en las aves se significa­ ban los demonios y ciertas insidias de los hombres. El mejor remedio para dominarlos es el recuerdo de la Pasión del Señor significada en el humo desagradable. El sacerdote que celebraba estaba revestido con adornos de hojas del mismo árbol, en su entorno pen­ dían ramitas cargadas de frutos. Se significaba con ello que los que aman y meditan la Pasión de Cristo adquie­ ren virtudes más elevadas y acrecientan el mérito de sus buenas obras.

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De las ramas del árbol pendían todos los corazones de los fíeles como lámparas encendidas; el aceite que las alimentaba fluía también del árbol. Nadie puede amar la Pasión del Señor si Dios no le concede esta gracia. El hecho de estar encendidas las lámparas signifi­ caba que quien desea amar a Dios debe unirse a su Pasión por la meditación y veneración frecuente. Ella le proporcionará materia suficiente para amar, porque no hay nada que tanto mueva y enardezca el corazón como el recuerdo del la Pasión de Cristo.

Capítulo XVIII

Pasión de nuestro Señor Jesucristo El gracias.

Viernes

Santo

Dios

la

concedió

innumerables

Ella dice al Señor: “¡Dulcísimo Dios mío! ¿Qué puede pagarte hombre por haberte dejado prender y maniatar por salvación este día?”

el su

Responde el Señor: “Que se deje atar voluntaria y gustosamente por mi amor con las ataduras de verdadera obediencia”. Contesta el alma: “¿Qué alabanza puede proporcionarte haber sido escupido con inmundos salivazos de los judíos y heri­ do con crueles bofetadas?” El Señor:

110

Libro de la Gracia Especial

“Te digo con toda verdad, los que desprecian a sus superiores me escupen a la cara158

159.

El que desee alejar

de mí tal afrenta, honre a sus superiores”.

“¿Qué gesto de gratitud aceptarías tú, el más man­ so de todos, en reparación de las bofetadas?”

religioso

las costumbres Orden”.

observe

establecidas

y

fiel

y

cuidadosamente

los

mandatos

de

su

“¿Cómo te alabaré, amigo fidelísimo, por el dolor que soportaste cuando clavaban en tu imperial cabeza la corona de espinas, hasta que la purpúrea sangre vela­ ra tu hermoso rostro en el que desean contemplarse los ángeles?"'59. Responde: “Cuando el hombre es tentado y resiste valiente­ mente con todas sus fuerzas, cuantas tentaciones vence en mi nombre otras tantas perlas preciosas engasta en mi diadema”. El alma:

158 159

Cf. Santa Gertrudis no, lib. III, c. 75. 1P 1, 12.

“¿Cómo agradecerte, único amor de mi que fueras azotado de manera tan inhumana y cruel?”

corazón,

El Señor: “Perseverando unida a mí en perfecta fidelidad en la prosperidad y en la adversidad”.

De nuevo el alma:

7

“Que el hombre no busque en el vestir ornato ni lujo, sino cubrir su desnudez”. El alma:

El Señor: el

“¿Qué se te puede ofrecer a ti, el más sabio de todos los maestros, en reparación de haber sido tratado como loco con un manto blanco?” El Señor:

El alma:

“Que

111

Primera Parte

Insiste el alma: “¿Qué te dignarías aceptar, sido clavados tus pies en la cruz?”

amadísimo,

por

haber

El Señor: “Que el hombre fundamente en mí todos sus deseos. Si no puede tenerlos, que al menos los desee, yo me conformaré con su buena voluntad”. De nuevo el alma: “¿Qué te ofreceré manos en la cruz?”

por

haber

sido

clavadas

tus

El Señor: la

Magna,

El Heraldo del amor divi­

“Practica las buenas obras y evita todo mal por mi amor”. El alma:

112

Libro de la Gracia Especial

“¿Cómo agradecerá, mi única y verdadera dulzura, aquella herida de amor que recibiste en la cruz por el hombre, cuando el amor invencible atravesó tu meli­ fluo Corazón con un dardo de amor, haciendo brotar agua y sangre160 para nuestro remedio, y así, vencido por la grandeza del amor de tu esposa, aceptaste morir de amor?” El Señor: “Lo hice para que el hombre conforme todas sus voluntades con la mía, mi voluntad sea aceptada por él siempre, en todo y sobre todas las cosas”. El Señor dijo también a [Matilde]: “Te confieso con toda sinceridad, que si alguien derrama lágrimas de verdadera devoción por mi Pasión, le aceptaré como si él mismo hubiera sufrido por mí”. Entonces el alma: “¡Ay Señor mío! ¿Cómo alcanzar esas lágrimas?” Le dice él:

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Primera Parte

Segundo, cuando me daban brutales bofetadas, yo besaba tiernamente sus almas tantas veces cuantas bofetadas recibía, a fin de que pudieran salvarse por mi Pasión hasta el último día. Tercero, mientras me azotaban con la mayor cruel­ dad, yo oraba al Padre con tal eficacia que muchos de ellos se convirtieron. Cuarto, al clavar en mi cabeza la corona de espi­ nas, yo colocaba otras tantas perlas preciosas en su corona. Quinto, cuando me clavaban en la cruz y estiraban todos mis miembros, hasta el punto de poder contarse mis huesos y mis entrañas, atraje hacia mí con mi poder, las almas de todos los que estaban predestinados a la vida eterna, como ya había anunciado: Cuando sea elevado a lo alto, todo lo atraeré hacia md61. Sexto, al abrir mi costado con la lanza brotó de mi Corazón la bebida de la vida, para los que por Adán habían apurado el brebaje de la muerte, a fin de que todos fueran en mí, que soy la Vida, hijos de la vida eterna”.

“Te lo enseñaré yo mismo”. Piensa, en primer lugar, con que delicadeza y amor salí al encuentro de mis enemigos cuando me buscaban con espadas y palos como a un ladrón y malhechor para matarme. Yo fui a su encuentro como una madre busca a su hijo, para arrancarlos de las fauces de los lobos.

a)

Después de recibir el Cuerpo de Cristo162 le dijo el Señor: “¿Quieres ver cómo estoy yo en ti y tú en mí?”

161 160

Cf. Jn 19, 34.

Más sobre lo mismo

162

Jn 12, 32. El Viernes Santo.

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Libro de la Gracia Especial

Ella guardaba silencio, pues se creía indigna; pero al instante contempla al Señor como a través de un cris­ tal brillante, y a su alma derramarse como agua traspa­ rente y pura por todo el cuerpo de Cristo. Quedaba asombrada ante don tan inestimable y gracia tan extraordinaria de Dios para con ella. Le dice el Señor: “Recuerda lo que escribió san Pablo: Soy el último de los Apóstoles, no merezco llamarme apóstol, pero por la gracia de Dios soy lo que soyw. No eres nada por ti misma; lo que eres lo eres en mí por mi gracia”. Mientras se celebraba el entierro de la Cruz, como se acostumbra163 164, dijo al Señor: “Sepúltate en mí, ¡único tesoro de mi corazón! Y estréchame inseparablemente a ti”. Le responde el Señor: “Quiero sepultarme en ti y ser en tu mente la frui­ ción de tus sentidos, la acción de tus manos y el ejerci­ cio de todos tus miembros y de todos tus movimientos”.

b)

Sobre la Pasión del Señor

La noche santa del Viernes Santo dijo al Señor en la oración:

163 164

ICo 15,9. Era un rito que se hacía el Viernes Santo.

Primera Parte

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“¡Dulcísimo Señor mío!, ¿cómo podré correspon­ derte por haberte dejado prender y ser maniatado por mi amor esta noche?” Responde el Señor: “Con tu deseo y tu voluntad. Estas dos cosas son como ataduras de seda con las que me atarás dulce­ mente a tu alma. El corazón bueno y dispuesto para todo bien no se separa fácilmente de mí. Los pensa­ mientos inútiles que le asaltan de modo imprevisto, no implican maldad, si una vez advertidos no se entretie­ ne en ellos voluntaria y deliberadamente”. Añadió el Señor: “Cuando me entregaron en manos de los impíos, me ataron las manos e hicieron conmigo lo que quisieron, pero no pudieron atar mi lengua. La trabé yo mismo para que no pronunciara mas que palabras útiles. Así, aunque el hombre tenga poder de hablar bien o mal, debe refre­ nar de tal modo su lengua que no pronuncie palabra alguna que pueda herir o turbar a su prójimo”. Mientras recordaba hacia la hora de Prima que Cristo había sido presentado al Procurador para que lo juzgara, le dijo el Señor: “Ven al juicio conmigo”. La tomó y se presentó ante el Padre celestial teniéndola junto a sí. Todos los santos y todas las criaturas protes­ taban contra ella. Los Serafines la acusaban porque, abrasada en el amor divino por el Corazón de Dios, lo había apagado muchas veces por tibieza.

116

Libro de la Gracia Especial

Los Querubines la denunciaban porque, iluminada con preferencia a los demás con la luz del conocimien­ to divino, no se comportaba según las luces recibidas. Los Tronos se lamentaban porque había perturba­ do muchas veces a su amantísimo Rey, que puso su tro­ no en ella, y lo había inquietado con pensamientos inútiles. Las Dominaciones decían que no se había someti­ do con la debida reverencia al Rey, Dios y Señor suyo. Los Principados lamentaban que no había honrado en sí ni en los demás la nobleza divina por la que fue creada a imagen de Dios. Las Potestades la acusaban de no haberse inclina­ do ante la divina Majestad con la reverencia y el temor que se merece. Las Virtudes la echaban en cara que no se ejercita­ ba en las santas virtudes de manera debida. Los Arcángeles decían que no atendía con la deli­ cadeza que se merecían los tiernos coloquios de Dios, ni transmitía a su Amado a través de ellos, como era su misión, sus tiernos y amorosos suspiros. Los Angeles lamentaban que usara su ministerio de manera indigna. La bienaventurada Virgen María se quejaba que había sido infiel al dulcísimo Hijo de Dios, que había dado a luz para que fuera su hermano. Los Apóstoles declaraban que no había seguido sus enseñanzas con renovado interés.

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Los Mártires decían que había soportado contra su voluntad los dolores y enfermedades. Los Confesores la acusaban de haber vivido sin interés en la vida reli­ giosa y los ejercicios de la misma. Las Vírgenes lamentaban que no amase a su aman­ tísimo Esposo con todas sus entrañas. Todas las criaturas gritaban a una voz que se había aprovechado de ellas de una manera indigna. Entonces dice el benignísimo Jesús al Padre: “Yo responderé una por una a todas las quejas que han ale­ gado contra ella, porque me siento cautivo de su amor”. Le responde el Padre: “¿Qué te ha obligado a ello?” Contesta Jesús: “Mi elección: toda la eternidad”.

La

tenía

preelegida

para



desde

Segura el alma de tal fiador, le estrecha atrevida entre sus brazos y dice a Dios Padre: “Te presento. Padre, digno de toda veneración, a tu humildísimo Hijo, que ha expiado por mí cuanto pequé por soberbia. Te presento tu amantísimo Hijo, que te ha resarci­ do de cuanto pequé por ira. Te presento tu amantísimo Hijo, amor Corazón, que suplió totalmente cuando pequé por odio Su inconmensurable pequé por avaricia.

largueza

satisfizo

de

tu

cuanto

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Libro de L/\ Gracia Especial

Su celo santísimo corrigió mi pereza Su abstinencia extrema suplió todas mis intempe­ rancias. La pureza de su vida inocentísima expió todo lo que pequé con malos pensamientos, palabras y obras. Su total obediencia, por la que se hizo obediente hasta la muerte165, y borró todas mis desobediencias. Finalmente, su perfección excusó todos mis defec­ tos”. Durante Tercia contempló al Señor envuelto en una claridad y belleza incomparables, de manera que todo él resplandecía con especial ornato desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza'66. Todo ello porque aceptó ser inhumanamente flagelado por nos­ otros. Llevaba en la cabeza una guirnalda de variadas y hermosísimas flores maravillosamente entrelazadas. Nunca había contemplado su alma cosa igual. El mis­ mo Cristo se había preparado esta guirnalda con los dolores de cabeza que [Matilde] había sufrido en aquel tiempo, durante más de cuarenta días167. En Sexta vio de nuevo al Señor con la cruz a cues­ tas. Se presentó toda la comunidad. Cada monja depo­ sitaba sus trabajos y molestias sobre la cruz en forma de ramas verdes. El Señor lo recibía todo con benigni­ 165 166 167

Flp 2,8. Is 1,6. Ver parte II, c. 26.

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dad y lo llevaba con la cruz con mucha paciencia y mansedumbre. Todas las hermanas ayudaban al Señor a llevar la cruz. Al aproximarse Nona se le apareció el Señor en admirable gloria y majestad con collar de oro del que pendía un escudo que contenía toda clase de tormentos que había soportado. Cubría todo el pecho del Señor. En la parte superior había un lirio blanquísimo y en la inferior una rosa hermosísima. El escudo simbolizaba la Pasión victoriosa de Cristo; el lirio, la inocencia; y la rosa, su gran paciencia. Cuando las hermanas se acercaban a la sagrada Comunión, el Señor ofrecía a cada una su Corazón divino colmado de los mejores aromas que exhalaban agradable perfume. Los aromas brotaban por todas par­ tes del Corazón como flores tiernas y frescas, de mane­ ra que parecía que todo él estaba florido. Al acercarse cada una recibía del Señor el citado escudo que relucía con maravilloso resplandor en el pecho de cada herma­ na. [Matilde] comprendió que significaba, cómo Cristo concedió la victoria de su Pasión a sus fieles como pro­ tección y fortaleza contra todos los enemigos. En el momento de besar la Cruz exclamó divina­ mente inspirada, ante la herida de los pies: “Mira, Señor mío, clavo en ti todos mis deseos y los acoplo a los tuyos para que, plenamente purificada y santificada del modo más perfecto, en adelante no pueda ya impli­ carme en los deseos terrenos”. Cuando besaba la heridas de la mano derecha le dijo el Señor: “Mete aquí tu vida espiritual para que

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Libro de la Gracia Especial

todo lo que hiciste con negligencia sea reparado total­ mente por mí”. Mientras besaba la herida de la izquierda le dijo: “Pon aquí todos tus sufrimientos y contrariedades para que se endulcen al unirse con los míos y asciendan has­ ta Dios con gran complacencia, como un vestido empa­ pado de jacinto y otras especias, exhala el mismo aro­ ma que ellas, o como un pedazo de pan empapado en miel recibe su misma suavidad”. Al tocar la herida del Corazón le dijo: “Pon todo tu amor en mi divino amor. Es tan grande que abarca el cielo, la tierra y todo cuanto contienen, para que el tuyo se purifique y se funda en uno como se funde el hierro candente con el fuego”. Durante las Vísperas contempló al Señor bajado de la cruz y a la Virgen bienaventurada que le tenía en su regazo y le decía: “Acércate, besa las saludables heridas de mi amantísimo Hijo que sufrió por tu amor. Estampa tres besos en su benignísimo Corazón y dale gracias por ese flujo que, desde toda la eternidad derra­ mó, derrama y derramará sin interrupción en ti y en todos los elegidos. Cuando beses la herida de Ja mano derecha darás gracias porque ella te ayuda y colabora en todas tus obras buenas. Lo mismo harás al besar la izquierda porque siem­ pre encontrarás en ella refugio seguro.

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También debes besar agradecida la herida del pie derecho, por el ardiente anhelo con que te siguió duran­ te toda su vida mortal. Besarás con gratitud la herida del pie izquierdo, porque siempre encontrarás en él el perdón de los peca­ dos. Dispondrás de un triple ungüento para ungir cons­ tantemente al Amado de tu alma: -

Aceite de oliva que significa la misericordia; así te ejercitarás con más frecuencia en obras de misericordia y compasión.

-

Aceite de mirra para que aceptes con gozo, cons­ tancia y fidelidad las tribulaciones y enfermeda­ des por amor de Dios

-

Ungüento balsámico para recibir con gratitud y alabar a Dios por todos sus dones, sin esperar ni querer nada para ti, refiriéndolo todo a él, fuente y origen de todos los bienes”.

Hacia la hora de Completas le dice la bienaventu­ rada Virgen: “Recibe a mi Hijo y sepúltalo en tu cora­ zón”. Al instante ve su corazón como un sarcófago de plata cubierto con tapa de oro. La plata significa la pureza de corazón; el oro, el amor que Dios mantiene y conserva en el alma. Cuando le parecía que Cristo entraba [en su cora­ zón] le dijo: “Siempre me encontrarás aquí, en tu cora­ zón; te concedo a ti y a todos por los que has rezado hoy, la seguridad de la vida eterna”.

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c) Cómo vivir el recuerdo de la Pasión todos los viernes del año Quien desea recordar con frecuencia la Pasión del Señor, recite siete veces el viernes, a modo de Oficio divino, el salmo: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado^. Al cabo de un año habrá rezado tantos ver­ sículos como heridas recibió Jesucristo* 169. Leerá, si puede, un relato de la Pasión del Señor y dará gracias, entre otras cosas, porque de la herida de su pie izquier­ do brotó, para nuestro bien, un bautismo de salvación, y del derecho, un río de paz. Con su mano izquierda derramó sobre nosotros ríos de gracia, y con su dere­ cha, la medicina de las almas. Finalmente, de la herida de su Corazón dulcísimo saltó para nosotros agua vivi­ ficante y vino embriagador; a saber, la sangre de Jesucristo, e infinita abundancia de todo bien.

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d)

Lo que más agrada a Dios en el hombre

[Matilde] pregunta a Dios qué es lo que más le complace en el hombre. El Señor responde: “Que cada uno examine con gratitud y mantenga frecuentemente el recuerdo de todas las obras virtuosas que realicé en este mundo; todos los sufrimientos e injurias que padecí durante treinta y tres años, la pobre­ za tan grande que viví, cuántos desprecios recibidos de mis criaturas, para sufrir finalmente una muerte tan amarga en cruz, por amor al alma humana, que compré como esposa con mi sangre preciosa. Que cada uno acoja y agradezca todas estas cosas, como si yo las hubiera sufrido sólo por su salvación”.

Capítulo XIX ,6S

Sal 29. 2. 169 A otras almas piadosas les fue revelado también el número de llagas o heridas recibidas por Jesucristo en su pasión, como por ejemplo a santa Brígida, etc. Difieren poco unas de otras. Así unas dicen que recibió 5.460 ó 5475, o incluso 5490. Se puede consultar a Comelio a Lapide In Mi 27, 26; a Gonzalo Durando en el comentario a las Revelaciones de santa Brígida (lib. 1, c.l); a Lodulfo el Cartujo en su Vita Christi, parte II, c. 48, que entre otras alabanzas propone los siguientes versos: Del alto cielo tenue voz murmura, que alegra el corazón del viejo triste: once veces quinientas, la escritura numera, menos diez, y ya supiste, para salvarte, a Cristo, ¡oh sin ventura! El cúmulo de heridas que le hiciste. (Traducción de los versos tomada del Libro de la tirada Especial o Revelacione s de Santa Mectildis, traducidas por el P. T. Ortega . Buenos Aires, 1942, p. 64.

Resurrección y glorificación de Jesucristo En la Noche santa de la gloriosa Resurrección de nuestro Señor Jesucristo esta sierva le vio como que yacía en el sepulcro. Divinamente iluminada conoció cómo Dios Padre otorgó todo su divino poder a la humanidad de Cristo en su resurrección. A la persona del Hijo de Dios se le concedió toda la claridad que tuvo junto al Padre desde la eternidad. Y el Espíritu Santo derramó toda su bondad, dulzura y amor en su humanidad glorificada. El Señor le dice:

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Libro de la Gracia Especial

“Todo el cielo y la tierra estaban a mi servicio en mi resurrección”. Pregunta ella: “¿Cómo te sirvió el cielo?” Le responde: “Todos los espíritus angélicos vinie­ ron a rendirme homenaje”. Al instante le parece contemplar una inmensa mul­ titud de ángeles que formaban en torno al sepulcro como un muro desde la tierra hasta el cielo. Dice al Señor: “Los ángeles que en tu nacimiento cantaron: Gloria a Dios en el cielo'10, ¿qué te cantaron cuando resucitaste?” Responde el Señor: "'Santo, Santo, Santo, etc.'7' y seguían: ¡Vamos, vamos! ¡Cantemosjubilosos al Señor, cantemos al que mora en un trono elevado. Aunque no empleaban estas mismas palabras, sí tenían sus cantos el mismo sentido”. Contempla también a toda la comunidad en torno al Señor. De su Corazón salían muchos rayos que se dirigían a cada una de las hermanas. El Señor tendía la mano a cada una y le comunicaba su glorificación mientras decía: “Os hago partícipes de la claridad de mi humanidad glorificada, debéis conservarla con corazón puro, en tierno amor fraterno y con verdade­ ra paciencia. El día del Juicio me la presentaréis radiantes”. * * 170 171

Le 2, 14. Is 6, 3.

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a) Ungüento espiritual Mientras hacía una visita al sepulcro esta virgen amada de Dios, dijo al Señor con el corazón ardiente: “¡Vamos, Amado mío, escogido entre mil, enséñame con qué perfume puedo ungirte, amador de mi alma!” Le responde el Señor:” Toma la suavidad inefable que desde toda la eternidad fluye de mi divino Corazón hacia el Padre y el Espíritu Santo y elabora con ella un vino; luego toma aquella dulzura con la que fue edul­ corado el Corazón virginal de mi Madre por encima de todos los demás corazones, y elabora con ella una miel dulcísima; recibe, finalmente aquel fervor que sentía antes de mi pasión, que me inflamaba en un deseo ardentísimo, en una devoción y amor incontenibles, y confecciona el bálsamo más precioso. Al instante le pareció tener un frasco lleno de ungüentos aromáticos que exhalaban gran perfume, con él ungió al Señor según el deseo de su corazón, y besó sus llagas sonro­ sadas, verdadera medicina del alma.

b) La morada del Corazón divino Más tarde le mostró el Señor una casa hermosísi­ ma, alta y espaciosa. Dentro de ella contempló una morada más pequeña construida con madera de cedro. Su interior estaba decorado con láminas de plata bri­ llante, en el centro estaba el Señor. Entendió que esa casa era el Corazón de Dios, porque le había contem­ plado muchas veces de esa forma. La morada interior más pequeña era figura del alma, que es pequeña e

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inmortal, como madera incorruptible de cedro. La puerta de esa casita estaba hacia el Oriente, tenía un pestillo de oro al que estaba unida una cadenilla tam­ bién de oro, enganchada al Corazón de Dios, de mane­ ra que al abrirse la puerta parecía conmover el Corazón de Dios172. Le pareció que la puerta significaba el deseo del alma; el pestillo, su voluntad; la cadenilla, el deseo divino, que siempre previene, excita y atrae hacia Dios el deseo y la voluntad del alma. El Señor dijo a [Matilde]: “De igual manera está tu alma siempre dentro de mi Corazón, y yo en el corazón de tu alma. Me contienes en lo más profundo de tu inti­ midad, de manera que estoy más íntimo a ti que lo más hondo de ti misma1'3. Sin embargo mi divino Corazón excede y sobrepasa tanto tu alma que parece totalmen­ te inalcanzable. Esto se quiere señalar por la altura y amplitud de esa casa”. El alma pedía al Señor que se dignara prepararla para recibir su preciosísimo Cuerpo. Le responde el Señor: “Cuando quieras comulgar examinarás diligentemente la morada de tu alma para ver si sus paredes están agrietadas o manchadas. Piensa en el muro oriental, si has sido diligente o descuidada

172 173

Ver parte IV, c. 20. San Agustín: Tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío, y más elevado que lo más sumo mío. Tu autem eras interior intimo meo et superior summo meo (Confesiones, 111, 6, 11. Cf. BAC n. 11 p. 406. 407).

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en las cosas del servicio divino: alabanza, acción de gracias, oración, guarda de los mandamientos. En el lado del mediodía piensa si has sido devota con mi Madre y todos los Santos, qué aventajada estás en la imitación de sus ejemplos y enseñanzas. Hacia la pared occidental mira y examina con diligencia si has pro­ gresado o retrocedido en la práctica de las virtudes; si has sido obediente, humilde, paciente en las injurias; si observas bien la Regla y los Estatutos; si has desarrai­ gado y vencido en ti los vicios. De cara al norte mira cómo es tu fidelidad a la Iglesia, cómo te comportas con el prójimo; si le amas con caridad profunda, si haces tuyas sus adversidades, si oras con fervor por los pecadores, por las almas de los difuntos y por todos los necesitados. Si en todo esto encuentras fallos y deficiencias, procura repararlos con una humilde confesión y satis­ facción”. Luego entró el alma en esta morada y se arrojó a los pies del Señor, él la levantó tiernamente, la recostó en su regazo y la besó tres veces mientras decía: “Te concedo el beso de paz de mi omnipotencia, de mi sabi­ duría y de mi inconmovible bondad”. Mientras se cantaba la Misa: Ha resucitado el Señor174, le acariciaba tiernamente y le decía: “Mira, he resucitado y aún estoy contigo, permaneceré siempre a tu lado. Has puesto sobre mí tu mano, es decir, la inten-

174

Canto de entrada del Domingo de Resurrección.

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ción de todas tus obras”. Le dijo también otras muchas palabras maravillosas e inefables . Sobrecogida el alma por tanta condescendencia del Señor, deseaba alejarse de Dios con humilde reveren­ cia, pero el Señor estrechándola aún más tiernamente le dice: “Quédate conmigo para estar yo contigo y disfru­ tar de mis delicias”. Mientras se cantaba el Gloria in excelsis deseaba alabar a Dios por todos estos beneficios. El Señor le dijo: “Sabes que está escrito: A gestas terrenales se da alabanza sólo las celestiales gloria alcanzan. Si deseas alabarme, glorifícame unida a aquella dignísima gloria con la que me glorifica Dios Padre con su omnipotencia, unido al Espíritu Santo, en comunión con la altísima gloria que con inescrutable sabiduría glorifico al Padre y al Espíritu Santo. El mismo Espíritu ensalza al Padre y a mí con su inmensa bondad”. Participaba en la procesión que se hacía después de Tercia, aunque se sentía muy débil. Al final de la Misa se hacía llevar por las hermanas con ayuda de un bastón. Contempla a nuestro Señor Jesucristo revestido de dalmática como el diácono, que llevaba un estandarte rojo y caminaba como los demás. Admirada al ver al Señor como un diácono entre todos, le dice el mismo Señor: “Como el diácono sirve en el altar, asisto tam­ bién yo a Dios, mi Padre, dispuesto siempre a lo que mande. Jamás ha habido un diácono tan diligente en su ministerio como lo soy yo sirviendo a toda alma fiel”.

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Primera Parte

c)

El Señor sirve a la comunidad

Mientras se cantaba en Vísperas la antífona Regina coeli™, contempla a la Santísima Virgen de pie en el coro que sostenía con la mano derecha a su Hijo virgi­ nal. La túnica de la Virgen estaba esmaltada de tréboles y escudos brillantísimos. En los tréboles veía significa­ da la excelencia de la adorable Trinidad, que habita corporalmente en Cristo con toda sabiduría'16. Por los escudos, que tenían su parte puntiaguda hacia la tierra y su anchura alzada a lo alto, entendía cómo la sobrie­ dad de la vida y la pasión de Cristo habían terminado llegando a buen fin. El gozo y la gloria conseguidos a través de ellas obtuvieron el triunfo eterno de una glo­ ria refulgente e inconmensurable en el reino celestial. El Señor ceñía también una espléndida corona. De ella pendían escudos con cruces brillantes, cada una emitía cinco rayos de luz. Entonces dijo el Señor a las hermanas: “Vengo pre­ parado para ofreceros esta tarde un banquete. Quiero serviros cinco platos en esta cena. Primero, el gozo que experimenta la divinidad en mi humanidad y la humanidad en mi divinidad. Segundo, el gozo que experimenté cuando me inundó el amor por los sufrimientos de mi Pasión, has­ ta embargar, con el flujo de su dulzura, todos los miem­ bros de mi cuerpo con una alegría indescriptible.

175 176

Reina del cielo. Col 2, 9.

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Libro de la Gracia Especial

Tercero, el gozo que experimenté al presentar a mi Padre en una danza indescriptible la prenda preciosísi­ ma de mi alma y todas las almas que redimí. Cuarto, el gozo que me inundó al concederme mi Padre pleno poder para agasajar, enriquecer y premiar a tantos amigos míos, comprados con tanto trabajo y a tan alto precio17'. Quinto, el gozo que sentí cuando mi Padre asoció para siempre a mi trono a los redimidos por mí, para que sean ya para siempre coherederos y comensales en mi mesa. Los reyes comparten la mesa con sus amigos, pero terminado el banquete se separan de nuevo. Mis ami­ gos tendrán su morada perpetua conmigo allí donde estoy yo178. Al que traiga a mi memoria el recuerdo de estos gozos, le concederé, por el primer gozo, gustar mi divi­ nidad antes de morir; por el segundo, el don del cono­ cimiento; por el tercero, presentaré su alma a mi Padre en el último instante de su vida; por el cuarto, le con­ cederé el fruto de la participación en mi pasión y en todos mis trabajos; por el quinto, le concederé la alegre comunión de los santos”. Alabanza y oración por los cinco gozos que nuestro Señor Jesucristo experimentó en su gloriosa resurrección Te alabo, adoro, ensalzo, glorifico y bendigo buen Jesús, por aquel inefable gozo que experimentaste en la

Primera Parte

resurrección, cuando tu beatísima Humanidad recibió la glorificación del Padre de la divina glorificación, y en ella concedió a todos los elegidos la glorificación eterna en su divinidad. Por ese inefable gozo te pido, oh amantísimo Mediador entre Dios y los hombres™ conserves incon­ taminada esta misma caridad que ahora me concedes, para que la reciba con alegría el día del juicio. Amén. Te alabo, adoro, ensalzo, glorifico y bendigo buen Jesús, por aquel gozo inefable que experimentaste cuando una caridad inestimable te trajo desde el seno del Padre a este mundo, y te sometió a todos los traba­ jos y miserias, colmó en la resurrección todos tus miembros de honor y alegría incomparables, como los había cubierto en la cruz de dolores insoportables. Te pido por este gozo inefable, oh amantísimo Mediador entre Dios y los hombres, me concedas la luz del entendimiento y la ciencia del alma, para saber en todo momento lo que te agrada. Amén. Te alabo, adoro, ensalzo glorifico y bendigo buen Jesús, por aquel gozo inefable que experimentó tu alma santísima, al presentarse a Dios Padre como precio y garantía de eterna redención, en unión con la innume­ rable multitud de las almas de todos los bienaventura­ dos que te seguían en danza indescriptible, sacadas de las mazmorras del infierno.

179 177 178

Cf. IC06,20. Cf. Jn 14,3.

131

lTm 2, 5. Con esta misma expresión comienza la encíclica de Pío XII, Mediator Dei, sobre la liturgia, del 20 de noviembre de 1947.

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Libro de la Gracia Especial

Te pido por este gozo inefable, oh amantísimo Mediador entre Dios y los hombres; seas a la hora de mi muerte, garantía y precio que pague todas mis deu­ das. Juez santísimo, haz que Dios Padre se me muestre propicio, llévame gozosa a tu presencia. Te alabo, adoro, ensalzo glorifico y bendigo buen Jesús, por aquel gozo inefable que experimentaste, cuando el Padre te otorgó plena potestad para premiar, enriquecer y honrar según la magnificencia de tu gene­ rosidad. a todos los seguidores y amigos de tu milicia, a los que libraste del poder tiránico con tu glorioso triunfo. Te pido, por este gozo inefable, oh amantísimo Mediador entre Dios y los hombres, me hagas partícipe de todas tus obras y trabajos, de tu bienaventurada pasión y gloriosa muerte. Te alabo, adoro, ensalzo glorifico y bendigo buen Jesús, por aquel gozo inefable que experimentaste, cuando Dios Padre te entregó todos tus amigos para poseerlos como herencia eterna, cumpliéndose así tu benignísima petición y tu voluntad, cuando dijiste: Quiero, Padre, que donde esté yo, esté también mi ser­ vidor^0, para que el gozo y el bien que eres tú mismo, esté también en ellos sin fin. Te pido, por este gozo inefable, oh amantísimo Mediador entre Dios y los hombres, me concedas la compañía de todos tus bienaventurados elegidos, para 180

Jn 17, 24.

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Primera Parte

poseerte a ti en comunión con ellos, como mi único gozo y todo mi bien, ahora y en la eternidad. Amén.

e) La resurrección

Humanidad

de

Cristo

glorificada

en

la

A continuación de estas alabanzas [Matilde] pide al Señor alabar también al Padre en nombre suyo con aquel dulcísimo gozo que ofreció alabanzas y acciones de gracias a Dios por haberle concedido la inmortali­ dad en la resurrección, y conceda también a ella la dote de la inmortalidad en la futura resurrección. El Señor le respondió: “Te lo concedo ya ahora a ti y a todos mis amigos tan a gusto como si me lo concediera a mí mismo; pues no otorgo a mis miembros otra gloria distinta de la mía. Así, todo el honor que se tributa a mis miembros, lo disfruto como si se me concediera a mí. El alma por la que ofrezco alabanzas y acciones de gracias mientras vive en este mundo, alcanzará gran gloria y alegría en el cielo”. Meditaba [Matilde] en qué consistía la glorifica­ ción de la humanidad de Cristo que Dios Padre otorgó a su Hijo en la resurrección. El Señor le responde amablemente: “La glorificación de mi Corazón consistió Dios Padre me concedió todo poder en el cielo tierra, para ser todopoderoso en la humanidad soy en la divinidad, y poder premiar, honrar,

en que y en la como lo enaltecer

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Libro de la Gracia Especial

y manifestar todo el amor a mis amigos con total liber­ tad de mi voluntad. La glorificación de mis ojos y oídos consiste en que puedo conocer hasta lo más recóndito la pobreza y sufrimientos de mis fieles, y oír con diligencia todos sus gemidos, deseos y súplicas. Esta misma gloria se otorgó a mi cuerpo, para que así como estoy en todas partes por mi divinidad, pueda estar también con todos y cada uno de mis amigos don­ de lo desee con mi humanidad. Ningún otro, por muy poderoso que sea, lo ha podido ni lo podrá nunca”.

f) Cómo vive Dios en el alma. El banquete del Señor Mientras se leía el lunes de Pascua el evangelio: Quédate con nosotros™1, dijo al Señor: “¡Quédate con­ migo, mi única dulzura, porque mi vida ya declina hacia el atardecer!” El Señor le responde: “Me quedaré contigo como un padre con su hijo, compartiendo contigo la herencia celestial que adquirí para ti con mi preciosa sangre. Te concederé esto con todo el bien que hice por ti los treinta y tres años que viví en la tierra. En segundo lugar, seré para ti como un amigo con su amigo. Como el hombre que tiene un amigo fiel acu­ 181

Le 24, 29.

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de a él en todas sus necesidades y se mantiene siempre unido a él, de la misma manera te unirás a mí, que soy el amigo más fiel de todos. Siempre encontrarás en mí refugio seguro. Cuando experimentes tu debilidad ven a mí, te ayudaré fielmente en todo. En tercer lugar, me uniré a ti como esposo con la esposa entre los que no puede haber la más mínima separación, a no ser que los separe la enfermedad. Si enfermas, soy sapientísimo médico que puede curarte de todo mal. Así no habrá separación alguna entre los dos, sino cópula eterna y unión inseparable. En cuarto lugar, estaré contigo como compañero con su compañero. Si a uno le sobreviene una carga pesada, al instante toma el otro la carga y la comparte con él. De igual modo compartiré contigo tus cargas con toda fidelidad, y todo te será suavemente llevadero”. Vino a su mente lo que en alguna ocasión le dijo Dios: “Te entrego mi alma como compañera y guía, confíale todas tus cosas; cuando te inunde la tristeza, ella te consolará y te ayudará fielmente en todo”. Dijo al Señor: “¡Ay, Señor mío, vida de mi alma! Perdóname, dulce guía, no haber invitado a tan nobilísima compa­ ñera182 en mis trabajos, ni haya solicitado su ayuda en todo, como debía haber hecho”. El Señor le dijo:

182

El alma que Dios había entregado a Matilde como compañera.

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Libro de la Gracia Especial

“Te lo perdono todo. Mi alma estará contigo hasta el final de tu vida, entonces te acogeré en aquella unión con la que entregué mi espíritu en manos del Padre183 cuando moría en la cruz, y te presentaré a mi Padre celestial”. [Matilde] pedía al Señor por una persona amiga y confidente suya, que le concediera como propio todo lo que le había dado a ella. Inmediatamente la contempló en presencia de Jesucristo. El Señor la tomó de la mano y la concedió todos aquellos dones como propios suyos. Animada por todo esto, alababa con entusiasmo al Señor y le rogaba preparase un festín espléndido a su familia celestial para gloria y alabanza suya. Al punto contempla preparado un extraordinario banquete, y al Señor vestido de túnica nupcial verde, cuajada de rosas de oro. El Señor le dijo: “Yo, que broté como r osa si n espi­ nas, ¡cuántas punzadas recibí!” Toda la familia del cielo vestía túnicas como la del Señor. Ya preparado el banquete de bodas, dice el Señor: “¿Quién está dispuesto a danzar?” Apenas termina de hablar toma al alma [de Matilde] y la saca a la danza. Todos los comensales prorrumpen en cantos de acción de gracias a Dios con regocijo y alegría renovados, por haberse mostrado tan alegre con ella. 183

Cf. Le 23,46.

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Primera Parte

Mientras tanto, el alma estrechaba a Cristo, su amante, con abrazos de íntima caridad y le conducía al festín de los convidados. Del rostro del Señor salía cla­ ridad inefable y magnífico resplandor que iluminaban toda la sala celeste, y reverberaba en las copas de la mesa real. De este modo la claridad de su rostro atra­ yente se convirtió en hartura y gozo confortable que llena a todos sin hastío, alegra sin término, y hace sal­ tar de gozo en el Señor. Sea alabanza y honor por tal festín al cariñoso Hijo de la Virgen.

g)

Octava de Pascua

En la Octava de Pascua de la Resurrección de Jesucristo contempla nuevamente la casa de la que se ha tratado más arriba. Quiere entrar y se encuentra con dos ángeles que estaban fuera, de pie, con las alas extendidas a lo alto, se tocaban mutuamente en la extremidad superior. Hacían un sonido suavísimo como de cítara, por el gozo que experimentaban en la espera del alma. Una vez dentro, el alma se arroja a los pies del Señor para venerar y besar las rosadas llagas de Cristo. Al llegar a la herida del Corazón la encontró abierta a manera de una llama ardiente que emitía mucho vapor. El Señor acoge al alma con ternura y le dice: Entra y recorre la largura y anchura de mi divino Corazón: la largura es mi eterna bondad; la anchura, el amor y el deseo que desde toda la eternidad sentí por tu salva-

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Libro de i.a Gracia Especial

ción. Recorre esta longitud y anchura; apropíatelas, porque todo el bien que encuentres en mi Corazón te pertenece. Sopló sobre ella diciendo: Recibe el Espíritu Santo'84. Aquella dichosa alma, llena del Espíritu Santo, vio cómo salían de todos sus miembros rayos de fuego. Todos por los que había rogado recibían un rayo que salía de ella y se adentraba en ellos. Al fundir su corazón con el Corazón de Dios con­ templa como una masa de oro líquido, y escucha al Señor que le dice: “Así se adherirá para siempre tu corazón [al mío] conforme a tu deseo y gusto”.

Capítulo XX

Dios Padre recibe a su Hijo el día de la Ascensión El glorioso día de la Ascensión de Cristo le parecía encontrarse en cierto monte. Se le aparece el Amor en forma de una virgen hermosísima vestida con manto verde y dice al alma: “Soy aquella que contemplaste con resplandor admirable en la noche santa del naci­ miento de Jesucristo. Yo traje al Hijo desde el seno del Padre a la tierra, y ahora lo elevo por encima de todos los cielos de los cielos”. Como el alma quedase asombrada ante tales pala­ bras, le dice el Amor: “No temas, verás aún cosas

Primera Parte

mayores”185 186 187. AI instante se transforman sus vestidos en una belleza indescriptible, llenos de celosías de oro y en cada celosía había una imagen del Rey. Sobre ellas estaba escrito: El que descendió es el mismo que ascen­ dió sobre todos los cielos'8*5. Además contempla toda la obra de nuestra reden­ ción esculpida en esas imágenes con gran artesanía. El Señor Jesús aparecía vestido con parecida indumenta­ ria, a diferencia de que en sus celosías se sentaba el Amor como una reina. De igual forma vestía el mismo Dios, porque Dios es amor'81 . El Amor acogió a Dios entre sus brazos y lo elevó mientras decía : “Tú eres el único en quien he realizado todo mi poder”. El alma pregunta a la virgen qué eran los brazos en los que llevaba al Señor La virgen le responde: “Mis brazos no son otra cosa que mi poder y mi voluntad. Lo puedo todo, pero a veces no conviene hacer todo lo que se puede. Todo lo ordeno y dispongo con mi inescrutable sabiduría”. Contempla también una multitud de santos los que sobresalían san Juan Bautista, José, padre cio del Señor, y Simeón, que recibió a Cristo niño templo. Todos ascendían con el Señor. Igualmente templa en dicho monte a la bienaventurada Virgen,

185 186 184

Jn 20, 22.

139

187

Jn 1, 50. Ef 4, 10. Un 4, 9.

entre nutri­ en el con­

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Libro de la Gracia Especial

Madre del Señor, vestida como había contemplado al Amor. Debajo llevaba una túnica roja. [La Virgen] dijo al alma: “Soporté con paciencia y en silencio todos los sufrimientos que padecí con mi Hijo y por mi Hijo. Siempre sentí un deseo inconteni­ ble por llevar al Señor a la naciente Iglesia. Muchas veces le inclinaba a una misericordia especialísima. Tampoco puede resistirse a los deseos del alma enamo­ rada, por ello el alma se pega más al Señor en la tierra que en el cielo”188 El alma cuenta a la Virgen el gozo que experimen­ tó en la ascensión de su Hijo. A lo que respondió: “En ese gozo comprendí toda la alegría y felicidad que me acompañarán en mi asunción”. Al ascender Jesús con tan inefable felicidad, llega ante el Padre y presenta en su persona las almas de todos los elegidos: las presentes que ascendían con él y todas las que vendrían después, con sus obras, sufrimientos y méritos. Las que están ahora en pecado aparecían ante el Padre como serán cuando lleguen al cielo. Las almas amantes y las que soportaron por Cristo muchas tribulaciones resplandecían en su Corazón con especial hermosura, las demás brillaban en el resto de sus miembros. El Padre celestial acoge a su Hijo con cspccialísimo amor y le dice: “Te concedo el torrente de todas las delicias que habías como abandonado al descender al 188

En algunos códices falta este texto, otros presentan variantes.

Primera Parte

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destierro de este mundo, con plena potestad para que las comuniques a raudales a todas las almas que me has presentado unidas a ti”. El Señor Jesús presentó al Padre toda la pobreza, oprobios, desprecios y sufrimientos, todos los trabajos y obras de su Humanidad, como nuevo y original obse­ quio, nunca contemplado hasta entonces en el cielo, aunque sí era previamente conocido y previsto en los arcanos de la divinidad. El Padre se compenetró con todo esto de tal manera, que parecía haberlo experi­ mentado en su propia persona. Ofrece también al Espíritu Santo la fragancia del amor que ardía en su santísimo Corazón, por encima de todo lo que se puede pensar, y los siete dones del Espíritu Santo, como fruto sazonado. Sólo en Cristo realizó el Espíritu Santo todos estos dones de un modo total, según el profeta Isaías: Descansará sobre él el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría, etc.}™. A los espíritus angélicos les regala la leche de su humanidad, no experimentada hasta entonces, a saber, una nueva dulzura que brotaba abundante de su atra­ yente humanidad, y se convertía para ellos en aumento de gozo y de gloria. A los patriarcas y profetas les ofrece un manjar delicioso que sacia todos sus deseos, desde entonces descansan en el.

189

ls 11,2.3.

142

Libro de la Gracia Especial

Reviste como de oro el martirio de los Inocentes y de aquellos que murieron por la verdad, como Juan Bautista, Jeremías y otros muchos, a los que iluminaba y ennoblecía con su gloriosa pasión y muerte. Derrama copiosos dones en los moradores de la tierra, apóstoles y otros fieles: consolación interna, conocimiento de espíritus, e inflamación en el amor divino190.

Él le habla con ternura: “¡Levántate, Todas las almas unidas a mi amor serán reinas”.

Comprendió por estas palabras, que él tiene pre­ sentes todas las necesidades y tribulaciones de los hombres, y triunfa gloriosamente luchando en nosotros y a favor nuestro. Añade el Señor como había dicho a sus discípulos: Dios Padre ha concedido poder a mi Humanidad para hacer en el cielo y en la tierra todo lo que quie­ ra191: perdonar los pecados a los hombres, hacer frente a los que les ponen insidias, inclinar mi divinidad hacia ellos según todas sus indigencias. El alma se arroja a los pies del Señor en adoración y acción de gracias. 190

191

Sorprende que ya en esc tiempo, antes de 1300, trate nuestra mística de consolación interior, conocimiento de espíritus e inflamación en el amor divino. Anuncia ya temas propios de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis. ¿No puede con­ siderarse también como puente entre los Padres del Monacato y la espiritualidad de los siglos XV, XVI e incluso posterior? Cf. Mt28, 18.

reina

mía!

El alma dijo al Señor entre otras muchas cosas: “¿Por qué. Dios amantísimo, al pensar que he de morir casi no siento la más mínima alegría, cuando hay muchos que esperan esa hora con trasportes de gozo y de deseo?” Responde el Señor:

Vuelto el Señor a [Matilde] le dice: “Mira, he subido como triunfador glorioso y he traí­ do conmigo todas tus cargas”.

143

Primera Parte

“Es un don especial que te he concedido, porque si desearas morir producirías tal dulzura y atracción en mi Corazón divino, que ya no podría negártelo”. Ella: “¿Por qué tienen los hombres tanto miedo a morir, incluso aunque sean muy santos? Yo misma, aunque miserable, me espanto cuando pienso que he de morir”. El Señor: “Que los hombres teman, se debe a la carne; el alma ama su cuerpo y le repugna tener que someterse a la amargura de la muerte. ¿Qué temes tú, que vas a recibir mi Corazón como prenda192 de eterna alianza, morada de refrigerio y mansión eterna?”

192

Cf. parte II, 21 y parte V, 25; Santa Gertrudis, Heraldo... lib. V,4.

144

Primera Parte

Libro de la Gracia Especial

a) Señor

Sigue

reflexionando

sobre

la

Ascensión

Le responde tiernamente: De ninguna manera. Estoy contigo y permaneceré para siempre con toda mi belleza y fortaleza, gloria y honor”. Al cantarse en la procesión: Y los bendijo'94, con­ templa en el aire, sobre el convento, una mano de admi­ rable hermosura que bendecía a la comunidad, y escu­ chó al Señor que decía: “La bendición que impartí a mis discípulos es eterna, nunca se os retirará”. b) Cómo recordara Dios la obra de la Redención humana En una misa escuchaba [Matilde] la colecta que dice: “Dios omnipotente, te rogamos mires nuestra debilidad..y'95. Le daba vueltas para saber que fruto producían las palabras “encarnación... 193 194 195

Le responde el Señor:

del

Cuando el día de la Ascensión se cantaba el Responsorio: Toda la hermosura del Señor'92, dijo al Señor encendida en amor: “¡Ay, Señor mío, nos ha sido arrebatada toda tu belleza y hermosura!”

Resp. II de Vigilias en el Breviario Cisterciense. Le 24, 50. Infirmitatem nostram réspice, omnipotens Deus, etc. Esta ora­ ción se encontraba en la misa de los santos Fabián y Sebastián, mártires, el 20 de enero, y en el Común de Mártires Pontífices, antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. La oración que da origen a los comentarios que hace Matilde, recibidos por divina iluminación, era más larga. Se encuentra en Sacramentarios alemanes.

145

“Estas palabras me hacen presente como si fueran una persona, los trabajos de la redención humana. La palabra encarnación me recuerda la caridad que me hizo ser, como está escrito: Hermano de leones y compañero de avestruces'96. Los leones significan los corazones soberbios; las avestruces los corazones endurecidos de los judíos, con los que conviví tan fami­ liarmente en fraterna caridad. Las palabras pasión gloriosa, me recuerdan la fidelidad que mostré a mis enemigos, por los que oré con insistencia al Padre celestial, cuando me aplicaban una muerte tan amarga. Y las palabras muerte preciosa, me traen el recuer­ do del gran precio que pagué por el hombre al ofrecer­ me al Padre celestial en el ara de la Cruz como víctima plenamente aceptada, así saldé totalmente su deuda. La palabra resurrección me recuerda el gran amor que otorgué al hombre al resucitar la carne humana del sepulcro; más aún, la gran dignidad que concedí a todos los hombres al unirlos a mí, como miembros a su cabeza, en alianza eterna. La palabra ascensión me hace presente que he sido constituido abogado de todos los hombres y su media­ dor ante el Padre. El abogado fiel reúne con diligencia la renta de su amo, si observa que falta algo, pone de lo suyo.

196

Jb 30, 29.

146

Libro de la Gracia Especial

Primera Parte

De igual modo presento al Padre centuplicado todo el bien que hacen los hombres, si falta algo suplo con lo mío, para presentar su alma ante mi Padre en pre­ sencia de riquezas”.

todos

los

santos,

colmada

de

“Ocupaban un lugar muy especial en mi Corazón, como quien tiene un tesoro muy apreciado y lo guarda en un lugar sumamente secreto”.

inestimables

Añade ella: “¿No me dijiste alguna vez que mis lágrimas de amor las absorbiste en tu Corazón como llamarada de fuego?”

Capítulo XXI Llanto y lágrimas del amor del Señor Al escuchar en la lectura Señor había llorado197, se conmovió.

147

del

Evangelio

que

el

El Señor le dijo: “Cuando vivía en la tierra pensaba en la inefable unión que tengo con el Padre al ser uno con él, mi humanidad no podía contener las lágrimas. De igual modo, cuantas veces recordaba el incon­ mensurable amor por el que salí del Padre'™ y me uní a la naturaleza humana, mi humanidad no podía conte­ ner el llanto”.

“Efectivamente, responde el Señor, son absorbidas en el fervor de mi Corazón como agua derramada en el fuego, pero no se consumen; las guardo con máxima solicitud en lo más profundo de mi Corazón”. Contempló también cómo el Señor le abría la heri­ da de su dulcísimo Corazón mientras le decía: “Contempla la grandeza de mi ternura. Si deseas cono­ cerla, sólo en las palabras del Evangelio la encontrarás con toda trasparencia. Nunca se han escuchado pala­ bras tan sublimes y de tanta ternura como estas: Como me amó el Padre, así os he amado yo a vosotros'99, y otras parecidas que dirigí tanto a mi Padre como a los discípulos para colmarlos de beneficios”.

Dice ella al Señor: “¿Dónde amor?”

contenías

las

lágrimas

derramadas

por

Le responde: 199 197 198

Cf. Jn 11, 35; Le 19,41. Jn 16, 28.

Jn 15, 9. La “lectio divina” es el camino para conocer y amar el Corazón de Dios, pues desconocer la Escritura es descono­ cer a Cristo.

Libro de la Gracia Especial

148

Primera Parte

Capítulo XXII ¡ripie acción del Espíritu Santo en ¡os apósto­ les y en el alma que lo desea Esta humilde siervecilla de Dios deseaba presen­ tarse como receptáculo del Espíritu Santo en la santa Vigilia de la atrayente fiesta de Pentecostés. Le dice el Señor: El Espíritu Apóstoles:

Santo

realizó

tres

cosas

en

los

149

Que el Espíritu Santo le fortalezca con su amor contra los peligros, le haga fuerte para todo bien, apar­ te de él todo respeto humano, a fin de aceptar con gozo las contrariedades por amor a Dios. Que por el Espíritu Santo se le perdonen todos los pecados. Que fundido totalmente en el fuego del amor divi­ no se funda en Dios, y fielmente unido a él, merezca ser transformado.

Con su venida los transformó tan plenamente, los inflamó tanto en el amor divino que, los que antes eran tímidos, débiles, egoístas, se tornaron tan valientes que ya no temían morir. Más aún, estimaban gozo y gloria sufrir ultrajes por amor de Dios.

El Espíritu Santo dio a beber a los Apóstoles tres copas con las que les embriagó de tal manera, que con razón creía el pueblo que estaban ebrios.

Como el fuego purifica el hierro y lo hace seme­ jante a sí, el Espíritu Santo santificó por sí mismo y de manera perfecta a los Apóstoles, y los purificó de todo pecado.

Los llenó con tal plenitud del vino del amor que se olvidaban de sí mismos como si estuvieran ebrios; ya no deseaban honor alguno o comodidades materiales, sólo buscaban la gloria de Dios.

Como el oro hecho líquido por el fuego, toma la forma del recipiente en que se vierte, el Espíritu Santo hizo fluir hacia Dios a los Apóstoles derretidos por el fuego de su amor, y los conformó a su divina imagen. Parecía haberse realizado en ellos lo del salmista: Yo dije, sois dioses ”200. Quien desee la venida realícen en él estas tres cosas: 200

Sal 81, 6.

del

Espíritu

Santo,

pida

se

a) Sobre lo mismo

Los embriagó con tal abundancia de divina conso­ lación y dulzura, que ya no podía darles gusto alegría o consuelo terreno. Los sació en el amor de las cosas celestiales como bebida de tan sabroso néctar que, encendidos en inefa­ ble deseo de Dios, anhelaban partir para estar con él, aunque hubieran de pasar mil muertes. Que el alma fiel pida de la misma manera al Espíritu Santo le dé a beber ese vino del amor divino,

Primera Parte

Libro de la Gracia Especial

150

para que aprenda a olvidarse de sí misma, otro honor o comodidad que la gloria de Dios.

no

busque

Espíritu Santo la llene nunca se complazca ya

Al instante se contempla a sí misma caminando dentro del Corazón del Señor como viña hermosísima, a la que protegían como muro una multitud de ángeles.

de en

alegrías o placeres terrenos.

Al oriente había un vino exquisito y muy dulce, significa el fruto de las buenas obras que el hombre ofrece a Dios durante la niñez.

Pida ser tan inflamada en el amor de los espíritus celestiales que, deseando con todo el corazón unirse a Dios, tenga por nada la muerte y todos los sufrimientos.

Al norte un vino tinto de mucho cuerpo. Significa los esfuerzos con que el hombre resiste a los vicios y tentaciones en la adolescencia, contra todo el poder del

su

Ruegue también que el ternura íntima, para que

y

151

b) La viña del Señor es el alma el justo El mismo día vio durante la celebración del Oficio al Rey de la gloria, nuestro Señor Jesucristo, que esta­ ba en la iglesia con gran multitud de ángeles y santos. En su Corazón brillaban tantos rayos cuantos santos había allí, la punta de los rayos se dirigía a cada uno de ellos. Mientras se cantaba: Mi amado adquirió una viña...201, esta virgen de Cristo se dirige al Señor en un arrebato de amor: “¡Ojalá pudiera ofrecerte siempre como viña escogida conforme a tu Corazón!” El Señor le dice: ‘Puedo realizar todo lo que deseas”. 201

Is 5, 1. Se cantaba en la Vigilia de Pentecostés en el rae o que seguía a la tercera profecía, antes de la renovación c a liturgia del Concilio Vaticano 11.

mi

corazón

enemigo. Al mediodía, un vino chispeante, muy bueno. Significa las virtudes que el hombre practica en la juventud por amor a Dios. Al occidente un vino de gran calidad y almibarado. Revela los distintos deseos del hombre que aspira con todas sus fuerzas por llegar a Dios y a las cosas del cie­ lo, los múltiples trabajos y sufrimientos que frecuente­ mente afligen al hombre en la ancianidad. Comprendió por inspiración que esa viña es el hombre de Dios bueno. El Señor encuentra en él gran alegría, porque toda su vida desde la infancia hasta la muerte vive virtuosamente para el Señor. En medio de la viña había una fuente. El Señor se sentaba en su trono junto a ella, de su Corazón brotaba con ímpetu un chorro que llegaba hasta la fuente. Con él asperjaba a todos los que alcanzaban la regeneración espiritual. En círculo sobre la fuente sobresalían siete escudos protectores artísticamente tallados. Significaban los

152

Libro de la Gracia Especial

siete dones del Espíritu Santo. Tenían forma de escudo porque nadie puede poseer sin esfuerzo los dones del Espíritu Santo.

Primera Parte

153

En el primer beso experimenta haber sido purifica­ da de todas las manchas. En el segundo se le concede la verdadera paz de Dios.

c)

Cinco besos

Durante el canto: Rey de los santos ángeles107-, le pareció ver al Señor que descendía procesionalmente con gloria a la fuente bautismal. Juan Evangelista esta­ ba a su izquierda y Bartolomé a su derecha. Esta gloria les envolvió por la especial pureza de corazón y de cuerpo que habían recibido. Pedro y Santiago el menor iban delante del Señor hacia la fuente por la singular dignidad del Episcopado que poseyeron, con preferen­ cia a los demás Apóstoles.

En el tercero se le concede una especial ternura corno amiga carísima. En el cuarto es arrebatada a lo íntimo del Corazón de Dios, donde contempla y reconoce a todos los elegi­ dos y la creación entera. El Señor le dice: “¿Qué más puedes querer o desear? Todo el bien203 que el cielo y el cielo de los cielos disfrutan es tuyo. Comunícalo a tu gusto a todos los santos”.

Contempló a la gloriosa Virgen María a la derecha de su Hijo con túnica de oro recamada con esferillas que constantemente se rozaban. Significaban el deseo incesante que sintió por la salvación de la Iglesia naciente.

Arrobada en un gozo inefable por el Señor, lo entrega primero a la Virgen bienaventurada, después a todos los santos.

Del corazón de Dios brotaba una fuente viva y cristalina.

Le dice el Señor: “Debes besar todos los días mi Corazón de estas cinco maneras. Para que comprendas lo que te digo, mira lo que hace una madre con su hija a la que ama tiernamente:

El alma se acercó a la Madre de Dios y rogaba le alcanzase ser lavada en esa fuente de todos los pecados. Ella, misericordiosa, toma en sus brazos al alma, la acerca y da cinco besos al Corazón de Dios. 202

Letanía que se cantaba en la bendición de la pila bautismal el sábado de la Vigilia de Pentecostés.

En el quinto beso le parecía estar con el Señor en un banquete espléndido y banquetear con él.

203

Ex 33,19. Omne bonum: El Bien absoluto, en que se cifran todos los bienes. Expresión típica y exacta que explica admi­ rablemente la visión de santa Matilde. Acertó la santa a encon­ trarla en las divinas Escrituras. (Nota de la traducción del P. Timoteo Ortega, en la edición de buenos Aires, 1942, p. 86).

154

Libro de la Gracia Especial

Primera Parte

155

Primero contempla su rostro. Si advierte la más mínima mancha enseguida la limpia.

Espíritu del Señor llena toda la tierra205, tú no queda­ rás excluida”.

Luego adorna su cabeza con una corona.

Comenzó a pensar: Estas palabras no son de Dios, sino de tu alma que busca consuelo.

Después la besa con inmensa ternura. Enseguida le introduce en su alcoba y le muestra la abundancia de sus riquezas. Finalmente, hacer.

le

prepara

la

mejor

comida

que

sabe

Así trato yo al alma que se acerca a mí por la peni­ tencia: la acojo con mi gracia y la lavo de todas sus impurezas; la pongo una corona y la adorno con varie­ dad de virtudes; me complazco en ella y la beso con amor incontenible de especial ternura; admitida a mi íntima familiaridad, le muestro en gozosa experiencia, las riquezas de mis delicias; finalmente, la alimento con el majar más precioso, el Sacramento de mi Cuerpo y Sangre”.

Capítnlo XXIII

Más sobre el amor. El hombre debe ofrecer su corazón a Dios Mientras el día santo de Pentecostés entonaba en la misa: El Espíritu del Señor204, oyó una voz que le decía: “Escucha, alma mía, y salta de gozo, porque si el

Canto de entrada de la fiesta. Recuérdese que Matilde era la Cantora del monasterio.

Le dice el Señor: “Son mías. Tu alma es mía y la mía tuya. Como se lee de Jonatán y David: sus almas estaban fundidas200, así tu alma se une mucho más a la mía por la fuerza del amor, como te lo demostraré hoy mismo”. Dicho esto se dan al alma dos alas ellas se eleva a lo alto, llega a un lugar allí descansa. Se acerca a ella el Ángel saluda reverente y le dice: “Noble virgen, a venir tu Esposo”.

blancas. Con maravilloso y del Señor, la prepárate, va

Responde ella: “No sé cómo prepararme. Si mi Amado ha de encontrarme dignamente preparada, deberá preparar él mismo mi alma para sí”. Acude el mismo Rey de la gloria engalanado con belleza y esplendor de Esposo y la reviste de blanca vestidura mientras le dice: “Recibe la túnica de mi ino­ cencia, te la entrego como mérito eterno”. La adorna con manto de rosa y le dice: “Te prepa­ ro esta túnica con mis distintos sufrimientos y tus dolo­ res”.

205 206

Sb 1,7. ISm 18, 1.

156

Primera Parte

Libro de la Gracia Especial

El Amor estaba también en presencia del Señor como preciosa doncella. Le mira tiernamente y le dice: Tú eres lo que yo soy. El alma advierte que le falta el manto. El Amor tiende el suyo y envuelve en él a Dios y al ama. Ésta se siente como cubierta por el mismo Amor. El manto tenía por dentro distintos colores. Era de tal amplitud que podía cobijar a todos los hombres. “Cuantos hilos, dice el Señor, forman este mi man­ to, otros tantos consuelos concedo a los que vienen a mi M El alma se derretía tanto en el amor de su Amado, que creía formar un solo espíritu con éP01. Le dice el Señor:

Ella: “Señor mío, no me convienen las palabras de man­ do, pero si tuviera algún poder desearía incitar a todas las criaturas a que te alabaran con todas sus fuerzas, con toda su sabiduría, con toda su belleza”. Mientras cantaba en el ofertorio: Los reyes te ofre­ cerán regalos™, dijo al Señor:

208

mi

Los laicos te dan sus bienes; los religiosos se te entregan ellos mismos y su fervor”. Le responde el Señor: “Me entregarás tu corazón de cinco maneras, así me habrás hecho donación del don más apetecible. En primer lugar, me lo ofrecerás como arras espon­ sales, con toda la fidelidad de tu corazón. Pedirás que por el amor de mi Corazón se purifique en ti todo lo que se vició con tus infidelidades. Segundo, me entregarás el corazón con el mayor gozo posible, como collar de perlas preciosas. Y estarí­ as dispuesta a renunciar a él por mí, si ello te propor­ cionase el mayor placer. Tercero, me lo ofrecerás como una corona, con todo el honor que podría proporcionarte en este mundo y en el otro, para que sea yo tu única gloria y tu corona.

“Manda ahora lo que quieras”.

“¿Qué puedo ofrecerte, tengo nada digno de ti?

157

muy

Amado,

pues

Sal 71’ 10; Ofertorio de la misa de Epifanía antes de la refor­ ma litúrgica del Concilio Vaticano II.

no

Cuarto, sírvemelo como copa de oro, donde beba las delicias de mi propio amor. Quinto, me lo presentarás como plato de manjar exquisito, en el que me coma a mí mismo”. Cuando en Tercia se entonaba el Ven, Espíritu Creador™, contempló al Espíritu Santo que volaba en el coro en forma de águila. De su corazón salían tantos rayos cuantas hermanas estaban presentes. Mil ángeles servían a cada una el rayo correspondiente. Una palo209

El día e Pentecostés se cantaba en el oficio monástico de Tercia el himno Veni Creator Spirítus.

158

Libro de la Gracia Especial

ma blanca como la nieve, rozaba con su rostro el cora­ zón de cada hermana al acercarse la comunidad a comulgar, y encendía en él llamaradas de fuego. En algunas el fuego se apagaba, en otras permanecía y se convertía en un gran incendio. [2I° Ese mismo día, pero en otra ocasión, se le apa­ reció nuestro Señor Jesucristo revestido con manto de oro, que es el amor mismo. Se acercaba tiernamente a cada una en el coro. Desde su Corazón destilaba miel, y derramaba en cada hermana el Espíritu Santo, seme­ jante a un viento suavísimo e imperceptible].

159

Primera Parte

cia. En esta unión escucha que se le dice entre otras cosas: “Mira, eres todopoderosa, participas de mi omnipotencia. Si quieres todo lo que yo quiero, estarás siempre unida a todo mi poder. Te he atraído también con mi inescrutable sabiduría. Si aceptas agradecida todas mis obras y mis juicios, permanecerás siempre unida a mi sabiduría. Mi amor te ha penetrado y llega­ do a tu fondo de tal manera, que tendrás la impresión de amarme, no con tu amor sino con el mío, y estarás adherida a mí con esta unión para siempre”. Al ir a comulgar estaba tan llena del gozo del Espíritu que se quedaba profundamente admirada. Le dice el Señor:

Capítulo XXIV

Dios fuente viva y gozo del alma Mientras oraba en la fiesta de la siempre adorable Trinidad, le viene el deseo de que todos los santos y todas las criaturas bendigan y alaben a la Trinidad, dig­ na de toda reverencia y alabanza, por los bienes que ha derramado sobre ellos. Súbitamente es arrebatado su espíritu y llevado ante el trono de la gloria. Contempla a la misma beatísima Trinidad como una fuente viva, que existe por sí misma sin principio, contiene todo en sí misma, mana con admirable suavidad, es inagotable, riega y produce frutos en todo, de modo permanente. Derretida de amor, el alma se vacía en la Divinidad y la Divinidad refluía hacia el alma con inefable dcli210

Este párrafo falta en algunos códices.

“Comunica tu gozo a todos los santos”. Se acerca en primer lugar a la Bienaventurada Virgen María, le comunica su gozo y le dice: “¡Oh Virgen graciosa!, te comunico este desbordante gozo de mi corazón para aumento de tu gloria”. La Virgen le responde: “Yo te concedo la plenitud de mi alegría, que des­ borda el conjunto de las delicias disfrutadas por todas las criaturas de la tierra o del cielo”. Comunica su gozo a los Apóstoles. Ellos le dicen: “Nosotros te damos también todas las alegrías que tuvi­ mos con nuestro encantador Señor y Maestro. Sobre todo cuando nos llamó a pasar de la muerte a la vida perpetua”. Hace lo mismo con los Mártires, y “Nosotros te entregamos toda la alegría que experi-

le

dicen:

160

Libro de la Gracia Especial

mentamos por su amor en el fuego, la espada y mil muertes”.

trono de Dios cantando: Es más hermosa epte el sol y más esbelta que los cedros.

Se acerca a los Confesores y le dicen: “Compartimos contigo todo el gozo que experimenta­ mos en los trabajos y en el rigor de la Orden, por amor a Cristo”. Mientras comunica su gozo a las Vírgenes éstas le dicen: “También nosotras te hacemos donación de todo el placer que poseemos, como especial prerrogativa de Dios nuestro Esposo”. Pensaba que las Vírgenes disfrutaban de Dios con una fruición especialísima sobre los demás santos, que fluía hacia ellas con un sabor de singular dulzura. Comprendió era verdad lo que había leído: Canta al maná virginal, maná nuevo y real, ningún hombre puede gustar, sólo el paladar virginal211. [Matilde] contempló entre los coros de las Vírgenes a su hermana, de feliz recuerdo, la amada Abadesa212, ataviada y adornada con variedad de virtu­ des como una reina, y a la hermana Lutgarda, que murió joven, virgen muy querida de Dios y de los hom­ bres durante su vida, vestida de nivea túnica bordada en oro. Esta hermana la toma de la mano y la lleva ante el 211 212

Lauda manna virginale / marina novum et reale, / quod mtlli sapit hominum, / nisi patato Virginum. Gertrudis de Hackebom.

161

Primera Parte

Capítulo XXV

Heridas de santa María Magdalena En la fiesta de santa María Magdalena le pareció ver al Señor que pasaba por el coro con María Magdalena tiernamente estrechada entre sus brazos. Al contemplarla le llamó la atención aquel texto: La pure­ za une con Dios213. Le dice el Señor: “Ahora está unida a mí en el cielo con aquella gran­ deza de amor que la arrebataba hacia mí en la tierra”. Ella: “Enséñame, esta tu amante”.

Dios

amantísimo,

cómo

alabarte

en

El Señor: “A través de las cinco llagas que el amor le impri­ mió en mi pasión, cuando colgado de la cruz, próximo a expirar, contemplaba mis ojos que se cerraban por la muerte, ojos con los que muchas veces la había mirado misericordiosamente, su corazón quedó traspasado como por una saeta. Cuando veía cómo mis oídos, tantas veces inclina­ dos para escuchar sus súplicas, se aproximaban a la

213

Sb 6, 20.

162

Libro de la Gracia Especial

muerte; al escuchar y contemplar la desdicha de mi Madre, a la que tanto amaba por mí, su corazón fue herido por el afecto de una gran compasión. Cuando veía palidecer mi boca por la muerte, de la que había recibido palabras tan dulces, tan consoladoras, tan instructivas, especialmente aquellas: Tu fe te ha sal­ vado, vete en paz2}4, que en adelante ya no la podría hablar, fue nuevamente traspasada como por una espada. Cuando veía mi Corazón traspasado por la lanza. Corazón del que había recibido el afecto de un amor tan tierno que, cada vez que me contemplaba, su corazón se enardecía de nuevo por mí, y le abría una nueva herida. Finalmente, al verme muerto a mí, su vida, su gozo y todo su bien, y puesto en el sepulcro, su alma, que parecía iba a morir por la violencia del afecto del amor, callaba, herida por un dolor incontenible, imposible de describir. La bienaventurada María pedir la penitencia a cuantos la invocan

Magdalena

puede

En la misma fiesta contempló a María Magdalena de pie ante el Señor. Su Corazón ardiente irradiaba la claridad del sol. Todos sus miembros se transformaban en esa luz. Comprendió, por iluminación divina, que ese fuego se encendió por primera vez en su corazón cuando escuchó la palabra de Cristo: Se te han perdo­ nado tus pecados, vete en paz2}5. Se hizo en ella tan 214 215

Le 7, 50. Le 7.48.50.

Primera Parte

163

impetuoso, que todo lo que en adelante hiciera o pen­ sara quedaba transformado en fuego. De este modo cayó en la cuenta de que quien es inflamado en el amor divino, todo lo que hace, piensa, habla o padece, se convierte en leño arrojado al fuego, y transformado en fuego de amor. Si recibe algo capaz de arder, como son pecados veniales, todo es consumido por el fuego y reducido a la nada. El alma es toda fuego. Al salir del cuerpo no pue­ den en absoluto acercarse a ella los espíritus malignos. Los que no están incendiados por el fuego del amor divino, hagan lo que hagan no arden, las obras malas que hacen los oprimen como pesadas cargas a la hora de la muerte. A [Matilde] le pareció ver también cómo salían de los pies del Señor dos árboles frondosos y cuajados de frutos exquisitos que significan los frutos de la peni­ tencia. María Magdalena los tomaba y los ofrecía gozo­ sa a todos los que venían a ella. Era señal de que había conseguido a los pies del Señor la prerrogativa de poder alcanzar una verdadera conversión a todos los que la invocan. Dice María Magdalena: “Todo el que da gracias a Dios por las lágrimas que derramé a los pies del Señor, por haber lavado sus santísimos pies con mis manos y enjugado con mis cabellos, por el amor que infundió en mi alma e inflamó mi corazón, hasta no poder amar nada más que a él, y ruega se le permita alcanzar lágri­ mas de verdadera penitencia, el Señor le concederá con toda certeza lo que pide en atención a mis méritos, le

164

Libro de la Gracia Especial

perdonará sus pecados antes de salga de este mundo con amor divino”.

la

muerte,

y

hará

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Primera Parte

que

el espíritu de las tinieblas, para que su presencia no ofusque esa luz celestial! Los Tronos custodiaban en mí reposo que me permitía la fruición de Dios.

Capítulo XXVI Gloriosa Asunción de la bienaventurada Virgen María Mientras la sierva de Dios oraba en la Vigilia de la gloriosa Asunción de la dulcísima Virgen María, le parecía encontrarse en la alcoba donde la Virgen yacía en el lecho, cubierta de blanquísimos lienzos. Le dice [Matilde]: “Madre virginal, ¿cómo pudo entrar en ti la enfermedad, cuando creemos que eras ajena a toda angustia de muerte?” Le responde la Virgen:

el

inconmovible

Las Dominaciones me servían firmes, con la reve­ rencia que los príncipes veneran a la reina y madre de su rey. Los Principados cuidaban con su presencia que nadie de los que venían a mí se atreviera a decir o hacer algo que pudiera turbar la paz de mi espíritu. Las Potestades reprimían el tropel de demonios para que ni se atrevieran a acercarse donde yo estaba. Las Virtudes me rodeaban ataviadas con túnicas bellamente decoradas, para exaltación de mi honor.

“Mientras estaba en oración y recordaba todos los beneficios que Dios me hizo, se encendía en mí un vivo deseo de alabarle y darle gracias. A él se añadía un nue­ vo ardor de amor divino que suscitaba en mí el deseo incontenible de verle y estar con él. Ese seráfico ardor creció tanto que desfallecieron mis fuerzas y caí en cama. Todos los órdenes angélicos se pusieron a mi servicio.

Los Ángeles y Arcángeles mostraban con su deli­ cado obsequio, que todos los que se acercan a mí deben servirme con reverencia y devoción”.

Los Serafines me ofrecían aún más en mí el fuego divino.

Al contemplar a san Juan Bautista ante la Virgen Santa María, [Matilde] le dice: “Por la ofrenda que hiciste a Dios de verte privado de la presencia de la Virgen por amor a él, concédeme renunciar a lo que más quiero por amor a Cristo, así lo amaré a él solo con todo mi corazón”.

más

amor

y

encendían

Los Querubines me suministraban la luz del cono­ cimiento, así veía en espíritu todas las obras grandes que el Señor, mi Hijo y Esposo, iba a realizar en mí. Entonces grité en la oración: ¡Que no se acerque a mí

Matilde contempló en espíritu cómo los ángeles formaban un cerco alrededor de la Virgen y los espíri­ tus seráficos caminaban en torno, bajo el hálito de la Virgen bienaventurada.

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Libro de la Gracia Especial

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Le responde Juan: “Recibí tanta consolación por las palabras de la Madre de mi Señor, que siempre que la escuchaba experimentaba especial gozo espiritual”.

Los espíritus seráficos que ya desde su creación habían sido encendidos en el horno de la divinidad, fueron inflamados aún más en caridad por el ardor de la caridad de la bienaventurada Virgen.

a) turada

Los querubines, llenos de la ciencia de Dios, fue­ ron de algún modo iluminados con una nueva luz divi­ na. Todos los Órdenes angélicos y todos los santos reci­ bieron de la gloria de tan gran Reina más caridad, nue­ va alegría, aumento de sus méritos. Finalmente, toda la Santísima Trinidad la penetró, inundándola con la ple­ nitud de su divinidad para que, llena de Dios, el mismo Dios realizara en ella y por ella lo que parecía ser obra de María: ver con sus mismos ojos, oír con sus oídos, rendir con sus labios las más dulces y perfectas alaban­ zas. Se regocijaba y gozaba en el corazón de la Virgen como en el suyo propio.

Cómo fue llevada al cielo la Virgen bienaven­

Mientras se encontraba en el coro la noche santa de la Asunción, le parecía estar de nuevo junto a la bien­ aventurada Virgen María que yacía en el lecho. Se le muestra la sublimidad de la majestad infinita que se abaja a lo más hondo del abismo: el corazón humildísi­ mo de la Virgen. Lo llenó tan plenamente con el torren­ te de sus divinas delicias que, absorta su alma dichosí­ sima, se transfundió en Dios. Así salió del cuerpo el alma santísima de María, inundada de gozo indescriptible, libre de todo dolor, trasportada en feliz vuelo en los brazos de su Hijo, inclinada con inefable amor y ternura sobre su Corazón y llevada hasta el trono de la Trinidad excelsa en medio de festiva danza de los santos. Ninguna recibió Dios nal en el Impenetrable honor una miento cómo no de su gloria. El

criatura será capaz de describir cómo Padre su alma dentro de su Corazón pater­ tiemísimo afecto de toda su paternidad. sabiduría de Dios que le mostró con gran veneración maternal. Supera todo pensa­ la colocó a su derecha en el altísimo tro­

Espíritu Santo la llenó tan efusivamente con su amor, bondad, suavidad y todos los dones, que los moradores del cielo quedaron colmados de su plenitud.

La Reina de la gloria estaba a la derecha de su Hijo vestida de espejos resplandecientes en los que brillaban de modo admirable los méritos de todos los santos, que acudían gozosos ante su trono. Cada uno contemplaba sus propios méritos, prorrumpía en nuevas alabanzas y cantaba armoniosamente ante Dios. Al contemplar los patriarcas y profetas sus deseos, la familiaridad que tuvieron con Dios mientras vivían en este mundo, advirtieron que la Santísima Virgen les superó en todo. Había sido más virtuosa que ellos, deseaba la unión con Dios con más intensidad, y llegó a mayor intimidad con él. Cada categoría de santos se acercaba y contem­ plaba sus propios méritos en los de la Virgen Santa y

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veían con admiración que superaba ampliamente a todos ellos. Se unió a Cristo fidelísimamente más que los após­ toles y guardó diligentísima sus palabras. Fue más paciente y perseverante que los mártires. Recibió más luz que los confesores e iluminó a los demás con la palabra y el ejemplo. Castísima y santísima entre la vír­ genes, fue la primera en guardar la virginidad y vivir la perfecta vida religiosa. Mansísima entre los mansos, misericordiosísima entre los misericordiosos, humildísima entre los humil­ des, perfectísima entre los perfectos. Su razón superó en elevación a todos los santos. La Santísima Virgen exclama: “El que desee ele­ varse en honor sobre los demás, póngase debajo de todos. Quien aspire a enriquecerse sobre los demás, despójese totalmente de su propia voluntad. Quien ape­ tece la dignidad del honor supremo, cuide ejercitarse en todas las virtudes”. Mientras se cantaba el responsorio: Salve Maria2U>, dijo Matilde a la bienaventurada Virgen: “¡Ojalá tuvie­ ra ahora poder sobre los corazones de todos los seres, te saludaría, dulcísima Virgen, con el amor y el poder de todos ellos!”

216

RÁ VIII. Salve María, perla de pureza, por ti iluminó al mun­ do el Sol de Justicia. Salve, Madre amantlsima de los cristia­ nos. *Ruega por tus hijos ante tu Hijo, el Rey de los ángeles. Oh Virgen, consuelo de los afligidos, Madre amable y esperanza de los huérfanos. *Ruega.

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Responde la Virgen: “Reclínate sobre el Corazón de mi dulcísimo Hijo que contiene en sí a toda criatura incontaminada. A tra­ vés de él me saludarás de la manera más digna”. A continuación pide a la Virgen que encuentro de una persona a la hora de su muerte.

salga

al

Le responde amablemente la Virgen: “Esa persona me rogará con el mismo fervor que mi alma voló a Dios a modo de llamarada de fuego y se adhirió a su divino Corazón como pequeña pluma arrebatada por una fuer­ za irresistible. Que esa alma sea inflamada con un deseo tan grande que, libre de todo impedimento a la hora de la muerte, pueda volar felizmente como pluma ligera hacia Dios. Quiero asistirla con mi protección en el momento final a ella y a cuantas me sirven en este monasterio”. En otra ocasión oraba por otra persona devota de Nuestra Señora que solía recordarle con frecuencia sus Gozos. Matilde la contempla ante la Santísima Virgen, le ofrecía un collar con cinco puntas a modo de cuernos y le decía: “Cuando recuerdes mis Gozos añade estas cinco alabanzas: Primera, me saludarás por aquel gozo inefable que experimenté al contemplar por primera vez la inaccesi­ ble luz de la Santísima Trinidad. En ella admiré como en espejo brillante, el amor eterno con el que me amó y me distinguió con preferencia a todas las criaturas; aquel gran amor que me escogió entre todas para que fuera su Madre y Esposa; aquella complacencia que él

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tuvo en mí por la que acogió con sumo agrado todo el servicio que le ofrecí durante mi vida terrestre.

ardor se recalentó en cierta manera la multitud de los santos en el fervor del amor.

Segunda, me ensalzarás por la plenitud del gozo que experimentaron mis oídos al recibir el dulcísimo saludo de mi Hijo amantísimo, Padre y Esposo mío, que me recibió tiernamente según la magnitud de su omni­ potencia, los insondables recursos de su sabiduría y la inmensidad de su delicado amor; me entonó un cántico de amor sublime y suavísimo con la finura de su voz.

Quinta, prorrumpirás en alabanzas por el entusias­ mo que sentí cuando el esplendor de la Divinidad inun­ dó todos mis miembros con una luz resplandeciente, hasta brillar el mismo cielo con nueva luz por mi gloria y acrecentarse el gozo de los santos por mi presencia.

Tercera, me alabarás por la plenitud de gozo que inundó mi alma el beso de inefable ternura que estam­ pó en mí la Divinidad, comunicándome con efusión la complacencia de su divina dulzura; al desbordarme, los cielos se inundaron de miel. Más aún, no habrá nadie en la tierra tan ruin y miserable sobre el que no pueda derramar esta mi plenitud si él lo desea”. Pregunta Matilde a la Santísima Virgen: “Señora mía: ¿Qué es la boca del alma?” Le responde la Señora: “Cierto deseo ardiente que Dios infunde de mane­ ra permanente en el alma y la llena de Sí mismo en la medida que ésta lo desea. Cuarta, experimenté mada en el derretía por sobre mí la alguna pudo

Me rendirás alabanzas por la alegría que cuando mi alma quedó totalmente infla­ fuego del amor divino y mi corazón se la dulzura de su Corazón, pues derramó plenitud de su divino amor, como criatura jamás recibir o gozar. Con ese mi nuevo

b) El que recibe la comunión deberá practicar cinco ejercicios Ese mismo día tuvo Matilde como una visión durante la comunión de la comunidad. Le parecía con­ templar al Señor que se sentaba en una gran mesa, jun­ to a él la Virgen Madre. Todas las hermanas que habían comulgado en la Misa primera se sentaban en tomo a esa mesa, a las que se acercaban en esos momentos, los ángeles las llevaban con respeto hacia la mesa. El Señor daba a cada una un panecillo217 dividido en cinco tro­ zos. En esto comprendió Matilde que quien recibe la comunión debe ejercitarse ese día de modo especial en cinco ejercicios para preparar un banquete al Señor. En primer lugar alabará al Señor cuanto le sea posible, uniendo su alabanza a la de Cristo que lo hacía 217

Buccellam pañis, dice el texto latino. Era un panecillo en for­ ma de corazón que los emperadores romanos repartían algu­ nas veces al pueblo. Esta expresión se encuentra también en Matilde de Magdeburgo, La luz divina que ilumina los corazones. Lib IV, cap. III, a). Biblioteca Cisterciense, n. 17 p. 189, nota 6.

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Capítulo XXVII

todo para gloria del Padre, también él hará todo por amor y gloria de Dios. Segundo, agradecido rendirá cada día infinitas gra­ cias, unido a la complacencia de Cristo por haber asu­ mido gozoso la naturaleza humana y la misma muerte, y por el inefable amor con que agradecía al Padre por el inestimable Don y el precioso Sacramento que nos confiaba. Tercero, multiplicará los santos deseos para no pre­ sentarse vacío ante tan gran huésped. Cuarto, todo lo que en ese día realice lo aplicará para el bien y progreso de todo el mundo. Quinto, igualmente todo lo que haga y sufra ese día lo ofrecerá en sufragio de las almas de los fieles, para que alcancen la salvación. Comprendió también, por divina inspiración, cua­ tro cosas que agradan mucho a Dios en los religiosos: que tengan pensamientos limpios, susciten santos deseos, se comuniquen entre sí con amabilidad y reali­ cen obras de caridad.

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Misa y procesión celebradas por nuestro Señor Jesucristo2™ En un tiempo en que los canónigos hacían las veces del obispo afligieron gravemente a la comunidad lanzando contra ella el entredicho por cuestión de una importante suma de dinero218 219. Esta sierva de Dios esta­ ba muy afligida en la fiesta de la Asunción gloriosa de la Santísima Virgen por carecer del Cuerpo del Señor que deseaba desde lo más profundo de su corazón. Entonces le pareció ver al Señor que enjugaba sus lágrimas y cogía sus manos mientras le decía: “Hoy verás cosas grandes”. Mientras entonaba el sacerdote el Responsorio: La vi hermosa, al comienzo de la procesión según costum­ bre, creía ver cómo toda la comunidad se ordenaba para hacer el recorrido. El Señor y su Madre iban delante llevando un estandarte de color blanco y rojo. El rojo estaba engastado en rosas de oro; el blanco, de plata. La procesión recorrió el claustro hasta el coro y después la iglesia. 218 219

Este mismo acontecimiento se encuentra en Santa Gertrudis la Magna, Heraldo del amor divino, lib. IV, cap. 50. De la grave situación que padeció la comunidad por este entredicho lanzado contra el monasterio por los canónigos de Halberstadt, en tiempos de sede vacante, se hacen eco los escritos de las tres místicas de Helfta: Matilde de Magdeburgo, La luz divina que ilumina los corazones, Lib. IV, c. 53; Gertrudis la Magna, Heraldo del amor divino, lib. III, a. 17, y el presente texto de Matilde de Hackebom.

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El Señor se preparó para celebrar la misa con casu­ lla roja y ornamentos pontificales. San Juan Bautista leería la epístola por haber sido el primero en saltar en el seno materno por la alegría de la Santísima Virgen. San Juan Evangelista leería el evangelio por haber cui­ dado a la gloriosa Virgen. San Juan Bautista y san Lucas servían al Señor en el altar y san Juan Evangelista a la Bienaventurada Virgen, que estaba colocada a la derecha del altar con túnica brillante como el sol, y una corona en la cabeza esmaltada artís­ ticamente con toda clase de piedras preciosas. Todos los santos presentes en la Misa solemne entonaban el canto de entrada: Alegrémonos todos... La Virgen Bienaventurada avanzó hasta el altar y ofreció a su Hijo una faja de oro brillante como el cristal y pro­ fusamente adornada de perlas. Cada una tenía la tras­ parencia de los espejos. En ellas admiraba la Virgen santa todas sus virtudes. La faja cubría todo el pecho del Señor a modo de escudo y la Santísima Virgen se contemplaba en ella como en un espejo. Prosiguió la Misa hasta el último Señor ten piedad. El Señor entona sonoro el Gloria a Dios en el cielo y añade: “Desde el gozo más profundo de mi Corazón os concedo a todos la gloria”. Durante el ofertorio las hermanas que habían pres­ tado servicios especiales a la Santísima Virgen se acer­ caron al altar y recibieron unos anillos de oro, los toma el Señor y los coloca en sus dedos. Cuando el Sumo Sacerdote y Pontífice cantaba el Prefacio, al llegar a las palabras a los que unimos rtues-

Primera Parte

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tras voces, dijo a los santos: Cantad todos, cantad y sal­ modiad220. Todos prorrumpen en la aclamación: Santo, Santo, Santo. La voz de la Bienaventurada Virgen se ele­ vaba dulcísima entre todos y sobre todos, se la reconocía de manera muy clara entre las voces de los santos. Al llegar la hora santísima de la elevación de la hostia, parecía que el Señor, sacerdote y hostia a la vez, elevaba la hostia encerrada en un copón de oro cubier­ to con un velo, para significar que el Sacramento está escondido a toda inteligencia humana y angélica. Dichas las palabras: La paz del Señor, se coloca una mesa, el Señor se acerca a ella y junto a él se sien­ ta su Madre. Toda la comunidad se acerca a la mesa, cada una de rodillas bajo el brazo de la Santísima Virgen, recibe el Cuerpo del Señor de manos del mis­ mo Cristo. La Bienaventurada Virgen sostenía junto al Señor un cáliz de oro con una cánula también de oro. Todas las hermanas sorbían con ella el licor dulcísimo que brotaba del pecho del Señor. Terminada la Misa, el Señor imparte la bendición con su mano. En cada uno de los dedos llevaba anillos de oro, para significar con ello el desposorio con cada una de aquellas vírgenes que se habían desposado con él. Esos anillos llevaban engastadas perlas rojas, para mostrar que su sangre pertenece de modo especial al ornato de las vírgenes.

220

Cf. Sal 46, 7-8.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XXVIII

San Bernardo, abad Cuando se cantaba en la fiesta del eximio Doctor san Bernardo la Misa: En la asamblea le da la pala­ bra... en honor del santo, esta amante de Dios escucha­ ba con tierna devoción el canto, y meditaba qué signi­ fica: En la asamblea. El Señor, que tiene los ojos fijos en sus elegidos, ilumina al alma con la luz de su cono­ cimiento y le dice: “Está en medio de la asamblea la Orden de san Benito221 222 223 para sostener la Iglesia como la columna sobre la que descansa toda la casa, porque interviene en la Iglesia universal y en las demás órde­ nes religiosas. Asiste a los superiores, al Papa y a los Prelados, mostrándoles reverencia y obediencia; a los religiosos, mediante la instrucción y la educación en el buen comportamiento. Todas las demás órdenes la imi­ tan en algo. Atiende a los buenos y a los justos con la protección y el consejo, a los pecadores con la compa­ sión, la corrección y la atención en la confesión, a las almas del purgatorio con los sufragios de la oración. Finalmente , en la Orden de san Benito encuentran hospitalidad los peregrinos, sustento los pobres, alivio los enfermos, comida y bebida los hambrientos y sedientos, consuelo los tristes, liberación las almas de los fieles difuntos”. Dios abrió la boca de san Bernardo en medio de la Iglesia de manera especial con bendiciones incesan­

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tes22'1, porque se derramó sobre él el Espíritu Santo y le colmó de elocuencia, como abre las puertas un viento impetuoso. Lo que se le inspiraba divinamente bajo el influjo del mismo Espíritu, lo derramaba hacia todos encendido en caridad, e iluminaba a la Iglesia con su doctrina. El Señor le llenó de espíritu de sabiduría e inteligencia227’. Todo lo que conoció por comunicación del Espíritu Santo, lo que experimentó en fruición tiernísima, en sabor sapiencial, en experiencia íntima e ilu­ minación de su entendimiento superó a lo que puede expresarse. Aunque fue mucho lo que comunicó, era más lo que guardaba en su espíritu. Matilde se dirige al Señor y le dice: “¡Amor de mi corazón! ¿En qué consiste el manto de gloria con el que, según recuerda con frecuencia la Escritura, revistes a los santos? Ya me has revelado el nombre de tu gloria224, muéstrame ahora, si te place, en qué consiste esta vestidura de gloria’’225. Se le aparece san Bernardo con un manto maravillosamente tejido de blanco, verde, rojo y dorado. El resplandor del sol reverberaba entre los colores con indescriptible brillo. Le dice el Señor: “Este es el manto de gloria con­ feccionado con la blancura de mi inocencia y el vigor del conjunto de todas mis virtudes, decorado con el rojo de mi sangre, dorado con mi amor ardentísimo. El brillo 222 223 224

221

Ver parte IV c. 8;

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225

Sal 20, 4. Si 15, 5. Cf. Cap. 16 de esta 1 parte. Si 6, 32.

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Libro de la Gracia Especial

solar que reverbera tan radiante es la divinidad que cola­ bora y perfecciona todas las obras de mi Humanidad. Visto con este manto a todos mis santos, porque con mi inocencia, el omato de mis virtudes y mi amorosa pasión elevé a la máxima perfección su gloria”. A la derecha de san Bernardo se encontraba tam­ bién el Amor como una virgen herniosísima, le acom­ pañaba a donde quiera que fuera, como expresión de sus especiales méritos: amor tierno y haber acercado muchos a Dios con sus palabras y escritos. Todo el cie­ lo parecía estar engalanado con sus palabras como de brillantes margaritas.

Capítulo XXIX

Nacimiento de la gloriosa Virgen María Al aproximarse la fiesta en que la Virgen gloriosa entró en el mundo al nacer como aurora brillante, esta siervecilla, amante de Cristo, preguntó en la oración a la Reina de la gloria qué ofrenda le agradaría recibir de ella en esta fiesta. Se le aparece la Virgen cariñosa y le dice: “Recítame tantas Avemarias como días estuve en el seno de mi madre, a saber, doscientos sesenta y sie­ te, y recuérdame la alegría que ahora experimento, por­ que veo y siento el gozo que la Santísima Trinidad tuvo al poner en mí sus complacencias desde toda la eterni­ dad. Fue tal la alegría que sintió por mi nacimiento, que con la abundancia de la misma se alegraron el ciclo, la tierra y toda la creación, aunque desconocían la causa.

Primera Parte

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Como el artista que ha resuelto realizar una obra maestra estudia cuidadosamente el proyecto y se la imagina con íntimo deleite, así se recreaba la dignísima Trinidad y experimentaba gran alegría al querer hacer en mí una imagen tan maravillosa que manifestara de modo espléndido toda la maestría de su sabiduría y bondad. Conocía además, que su obra nunca se degra­ daría en mí. Se dignó prevenir mi nacimiento y niñez con tanto gozo y exultación, que todo acto de mi infan­ cia sería para ella un juego jubiloso, como está escrito: En todo tiempo jugaba en su presencia226. Recuérdame el gozo que experimenté al pensar que Dios me amó por encima de las demás criaturas, hasta perdonar muchas veces al mundo por mi amor, incluso antes de que yo naciera. Por el excesivo amor que me tenía adelantó mi nacimiento y me previno con su gracia ya en el seno materno. Hazme presente la alegría que sentí al verme ele­ vada con gran honor por encima de todos los ángeles y la creación entera. Desde el momento de la infusión del alma en el cuerpo me llenó del Espíritu Santo227, me libró total­ mente del pecado original y me escogió como sagrario para sí por una singular santificación, para que naciera en el mundo como rosa sin espinas y como aurora”. 220 227

Pr8,30. En este párrafo advertimos que Matilde creía ya en la inma­ culada concepción de la Virgen, es decir, se vio libre del peca­ do original, dogma que definió el papa Pío IX el 8 de diciem­ bre de 1854.

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Libro de la Gracia Especial

La Virgen María tenía hermosa cabellera. En una ocasión que [Matilde] la acariciaba con gran delicade­ za, le dijo la Virgen gloriosa: “Acaricia mis cabellos, cuanto más los acaricies más preciosa aparecerás. Los cabellos designan mis innumerables virtudes, cuanto más las tocas con la imitación, tanto más acrecientan en ti la belleza y la elegancia”. Le contesta [Matilde]: “¡Oh Reina de las virtudes! Dime, ¿cual fue la primera virtud que ejercitaste en la infancia?” Responde la Virgen: “La humildad, la obediencia y el amor. Tuve tal humildad desde niña que nunca me antepuse a criatura alguna. Estuve tan sumisa y obe­ diente a mis padres que nunca les contristé en nada. Al llenarme el Espíritu Santo desde el seno materno tenía inclinación a todo lo bueno, amaba todo lo bueno y lo que era virtud lo abrazaba al momento con sumo gozo para llevarlo a la práctica”. Mientras se cantaba esta noche el responsorio: La raíz de Jesé22* *, contempló a la Santísima Virgen como un árbol hermosísimo cuya altura y extensión cubría toda la tierra. El árbol brillaba como espejo radiante, sus hojas eran de oro y producían un ruido armonioso. 228

R/. La Raíz de Jesé ha germinado un vastago, y el vastago una flor; * Sobre esta flor se posó el Santo Espíritu. V/. El vastago es la Virgen, Madre de Dios : la flor, su Hijo. *Sobre esta... (Responsorio que se cantaba en el Oficio Monástico en la fiesta de la Natividad de la Virgen)

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Había en su copa una flor hermosísima que cubría toda la tierra y despedía aroma maravilloso. La Virgen exclamó: “Mi Dios se alaba en mí y es su misma alabanza, y se alimenta a sí mismo en mí de modo admirable”. Cuando se cantaba en la Misa la estrofa: Aquí se ofrece el verdadero maná, de la Secuencia Salve pre­ clara229, le pareció contemplar a la Santísima Virgen que se ponía en medio de la comunidad con el precio­ so Niño en los brazos, adornados de oro y piedras pre­ ciosas. Significaba que nuestro Señor Jesucristo pade­ ció inmensos dolores en los brazos, después de llevar la Cruz, ser extendido y colgado en ella. Cuando se entonaba la estrofa: Que la Virgen nos haga dignos de ese Pan del cielo, la virginal Madre levanta al Niño lo más alto que puede, el Niño derrama un licor balsámico e inunda con él gozosamente a las hermanas. Al cantarse la estrofa: Haz que saboreemos... la fuente de agua viva, le pareció contemplar [a la Virgen] que acogía a cada hermana bajo su manto y la estre­ chaba al Corazón divino de su Hijo mientras decía: “Endulzad en esa fuente toda vuestra amargura y ven­ ced todas las tentaciones”. 229

De esta secuencia se recogen aquí las siguientes estrofas: Aquí se da el verdadero maná a los verdaderos israelitas, hijos de Abrahán que en otro tiempo lo contemplaban admirados, ahora ya podemos contemplar sin velo la figura de Moisés. Que la Virgen nos haga dignos de ese pan del cielo.

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Libro de la Gracia Especial

En cierta ocasión pedía que la comunidad fuera fortalecida y confirmada en su santo propósito. Le responde el Señor: “Si quieren vivir unidas en mí, nunca las abando­ naré”.

Capítulo XXX

Los ángeles. Cómo se asocian los hombres a ellos Próxima la fiesta de san Miguel, esta sierva de Dios le preguntó en un momento de intimidad con él, qué debía ofrecer como homenaje a los ángeles. Se le respondió: “Recita nueve Padrenuestros por los nueve Coros de los Ángeles”. Así lo hizo, y el día de la Fiesta quiso ofrecérselos a su ángel de la guarda para que los presentara a los demás. El Señor Jesús le respondió indignado: “Debes encomendármelo a mí para que lo realice yo, esto me da gran alegría, porque toda ofrenda que se me encomienda adquiere más dignidad y perfección por mi mediación, cuando la presento en el ciclo, como moneda arrojada en oro derretido se funde con él, y ya no es lo que era antes”. Luego vio como una escalera de oro con nueve pel­ daños y una muchedumbre de ángeles que la ocupaban.

Primera Parte

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En el primer peldaño estaban los Angeles, en el segundo los Arcángeles, de este modo cada coro angé­ lico ocupaba un peldaño. Por iluminación del cielo comprendió que en aque­ lla subida se significaba la vida de los hombres. Quien en la Iglesia sirve a Dios fiel, humilde, pia­ dosamente; atiende con su amor a los enfermos, pere­ grinos y pobres; está disponible por caridad para aten­ der a todos, ése está en el primer peldaño y es seme­ jante a los Ángeles. Los que se unen más estrechamente a Dios por la oración y la devoción, sirven a sus prójimos con la enseñanza, el consejo y la ayuda, se colocan en el segundo peldaño con los Arcángeles. Los que se ejercitan en la paciencia, la obediencia, la pobreza voluntaria, la humildad, y practican genero­ samente todas las virtudes, ascienden al tercer peldaño con las Virtudes. Los que luchan contra los vicios y las pasiones y rechazan al diablo con todas sus sugestiones, obtendrán el premio de la gloria en el cuarto peldaño con las Potestades. Los que son en la bien el ministerio que se noche para ganar almas se les han dado con la gloria del Reino en Principados.

Iglesia prelados y desempeñan les ha confiado, vigilan día y y multiplican los talentos que máxima diligencia, poseerán la el quinto peldaño con los

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Libro de la Gracia Especial

Los que se inclinan con toda reverencia ante la divina Majestad y por su gloria veneran y aman a todos los hombres, se hacen ellos mismos semejantes a Dios en cuanto es posible, ya que fueron creados a su ima­ gen; dominan su voluntad para someter la carne al espí­ ritu y elevar éste a las cosas celestiales, gozarán con las Dominaciones en el sexto peldaño. Los que se entregan a la meditación y contempla­ ción asidua, guardan la pureza de corazón y la paz inte­ rior, se convierten en quietísima morada de Dios, y pueden llamarse con toda propiedad “paraíso de Dios” según aquellas palabras: Tengo mis delicias en convivir con los hijos de los hombres230. De ellos dice el Señor: Andaré en medio de ellos y moraré en ellos23'. Estos serán compañeros de los Tronos en el séptimo peldaño. Los que sobresalen entre los demás por su ciencia y conocimiento, y por una gracia singular contemplan a Dios cara a cara232 con la mente iluminada, y comu­ nican a los demás por la enseñanza, lo que han bebido de la fuente misma de toda sabiduría, y así revierten a la misma fuente, serán colocados en el octavo peldaño con los Querubines. Los que, finalmente, aman a Dios con todo el cora­ zón y con toda el alma233, se sumergen totalmente en el fuego eterno que es el mismo Dios, se hacen lo más posible semejantes a él. Éstos aman a Dios como son 230 231 232 233

Pr8,31. 2Co 6, 16. Cf. Ap 22, 4. Dt 6, 5; Mt 22, 37; Me 12, 30; Le 10, 27.

Primera Parte

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amados, no por su amor sino por el amor divino. Aman todo en Dios y por Dios, consideran a los enemigos como amigos, nada puede separarlos ni impedir en ellos el amor divino, cuantos más enemigos se levantan con­ tra ellos más se robustecen en el amor, felices de enar­ decerse ellos e incendiar a los demás, de manera que si les fuera posible, harían que todos los hombres amaran a Dios de la forma más perfecta. Lloran los vicios y pecados ajenos y propios, sólo aman y buscan la gloria de Dios, no la propia. Éstos están en el noveno peldaño inmediatamente junto a Dios con los Serafines. Entre ellos y Dios no hay ningún otro espíritu. [Matilde] contempló durante la misa una multitud de ángeles presentes. Cada uno estaba de pie ante la virgen234 que se le había confiado, en fonna de hermo­ sísimo joven. Unos tenían cetros floridos; otros, flores de oro. Cuando la comunidad se inclinaba besaban las flores en señal de paz eterna; así los ángeles las servían con gran reverencia durante toda la Misa. Al acercarse al banquete del Rey de los cielos, cada ángel conducía a la hermana que se le había con­ fiado. El Rey de la gloria ocupaba el lugar del sacerdo­ te rodeado de gran gloria. Llevaba en el pecho un ador­ no en forma de árbol hermosísimo abierto en dos par­ tes. De su melifluo Corazón, en el que estaban escon­ didos todos los tesoros de la sabiduría y de la cien­ cia235, brotaba una vena purísima en la que todas las 234 235

Se refiere a las hermanas de la comunidad. Col 2, 3.

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Libro de la Gracia Especial

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que se acercaban a Dios se embriagaban en el torrente de las delicias236 237 divinas.

-

a los Apóstoles, la fidelidad que tuvieron conmi­ go en todas mis tribulaciones, recorriendo el mundo con su predicación para formar un pueblo que me fuera fiel;

-

a los Mártires, la paciencia con la que derrama­ ron su sangre por mi amor;

-

a los Confesores, la extraordinaria santidad con la que mostraron a los demás, de palabra y con el ejemplo, el camino de la vida;

Capítulo XXXI

Festividad de Todos los Santos. Jesucristo suple todos los defectos del alma Ocupada la Vigilia de Todos los Santos en un tra­ bajo que le había encomendado la obediencia, se des­ cuida para la Misa. Llega poco antes de la elevación de la sagrada Hostia y presenta entristecida su descuido al señor. El señor le dice: “¿Crees que no tengo precio suficiente para pagar todas tus deudas?” Ella: “Sin duda, Señor, estoy segura que puedes”. El Señor: “¿No soy de un valor incalculable, capaz de suplir y perdonar todas tus deudas?” Ella: “Así es. Señor. Sé que nada te es imposible”. Por lo tanto, añade el Señor, responderé de todo y totalmente de ti ante mi Padre. Tú pide a los escuadrones de los Santos que ofrezcan también por ti sus méritos:

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- a las Vírgenes santas, la castidad y la incontami­ nación por las que merecieron estar junto a mí”. Durante laudes contempló al Rey de la gloria sen­ tado en un trono trasparente como un cristal artística­ mente decorado con corales rojos. A su derecha estaba sentada la Reina del cielo en trono de zafiro parecido al del Rey, adornado con margaritas blancas. En el trono cristalino de Dios entendió se signifi­ caba la pureza inconmensurable de la Divinidad; en los corales, la rosácea pasión de su Humanidad; en el zafi­ ro el Corazón celestial de la Madre de Dios; en las mar­ garitas, su pureza virginal. Mientras se cantaba el verso del segundo responsorio: Ruega por el pueblo232, contempló a la Madre gloriosa levantarse de su solio y, puesta de rodillas, ora­ ba fervorosamente por la comunidad. Lo mismo hacía

- a los Patriarcas y Profetas, el deseo que tuvieron de mi encamación; 237

236

Sal 35, 9.

Verso del Responsorio: Dichosa eres, de las Fiestas de la Virgen. El segundo de Vigilias. Se cantaba también en el monasterio de Helfta en la Fiesta de Todos los Santos.

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Libro de la Gracia Especial

cada uno de los coros de los santos cuando se les nom­ braba. Durante la octava lectura de Vigilias, la Madre se levantó de nuevo y se presentó ante su Hijo con una multitud innumerable de vírgenes. De pronto, salió del Corazón dulcísmo [del Hijo], que contenía la riqueza de toda felicidad, un triple cordón áureo, cruzó el amo­ rosísimo Corazón de la Virgen Madre y se dirigió hacia el corazón de cada una de las vírgenes; atravesó uno por uno todos los corazones y, desde el corazón de la última virgen volvió y se introdujo de nuevo en el Corazón del Señor formando un maravilloso círculo a manera de danza. Fuera de las vírgenes y en tomo a ellas se veía una gran multitud de ambos sexos que no habían sido ele­ vados al don sublime de la virginidad. Los acompaña­ ban los coros de los santos Ángeles. Del corazón de cada uno de los santos, de las vírgenes, y del resto de la multitud salía un sonido armonioso como la música del órgano. Con ello se daba a entender que las más míni­ mas alabanzas, acciones de gracias, oraciones, obras, palabras y pensamientos resonaban en sus corazones como armoniosa melodía de alabanza divina y se con­ vertían para ellos en aumento de gozo y de gloria. Esto le recordaba lo que de ellos está escrito: Allí resuenan sin cesar los instrumentos de los santos23*. Y también: Alabad al Señor con tambores y danzas229, etc. 238

239

Antífona: En la ciudad del Señor resuenan sin cesar los ins­ trumentos de los Santos; allí sus cantos son como perfume suavísimo de cinamomo y bálsamo; allí los ángeles y arcán­ geles cantan himnos a Dios. Aleluya, aleluya. Sal 150,4.

Primera Parte

189

En el triple cordón que salía del Corazón de Dios comprendió se significaba el amor perenne de la santí­ sima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que por mediación de la dignísima Madre María, entra en los corazones de las vírgenes incontaminadas y los une a sí, como dice la Escritura: La pureza tiene a Dios cer­ cano238 239 240. Cuando se leía el evangelio en la misa mayor [Matilde] meditaba sus palabras según costumbre y exclamó: “Amor mío, ¿qué quieres que haga?” Le responde el Señor: “¿Qué te advertí ayer?” Entonces recuerda que el Señor le advirtió el día ante­ rior que pidiera a los santos hicieran la ofrenda por ella. Mientras intentaba conseguir esto comprendió que le decía el Señor: “Mira, iré delante de todos los santos y haré la ofrenda a Dios Padre por ti: primeramente, los nueve meses que reposé en el seno virginal de mi Madre como el esposo en su tálamo los ofreceré por el tiempo que estuviste en el seno de tu madre, cuando no carecías de pecado original, ni eras capaz de la gracia. Seguidamente ofreceré mi infancia y niñez santísimas por la ignorancia de tu infancia y tu niñez. Ofreceré también la devotísima ilusión de mi adolescencia y juventud por las ligerezas de tu juventud. Finalmente ofreceré toda mi vida santísima y perfectísima con los frutos de mi amorosísima pasión por todos tus pecados y tus defectos para que por mí mismo y en mí encuen­ tren suplencia todas tus cosas”. 240

Sb 6, 20.

190

Libro de la Gracia Especial

Dicho esto, comenzó a avanzar el Señor de los Ejércitos seguido de toda la milicia celestial y se acer­ có para presentar la ofrenda en un altar cuidadosamen­ te preparado y decorado con variedad de maravillosas y atractivas esculturas, artísticamente labradas. Matilde comprendió que en todo esto estaba oculto el tesoro inestimable e infinito de toda la suprema c incompren­ sible divinidad. En las esculturas del altar veía representada la inmensa variedad de los beneficios de Dios que supera todo conocimiento humano. Al altar se ascendía por tres gradas. La primera era de oro, para significar que nadie puede acercarse a Dios sino asciende mediante la caridad. La segunda era de azul celeste para significar la contemplación de las cosas divinas y celestiales, porque el que desea acer­ carse a Dios debe desentenderse de las cosas terrenas para intentar elevarse con frecuencia por la meditación a las cosas celestiales. La tercera grada era verde para significar la frescura del deseo por las alabanzas divi­ nas. Es decir, que nuestra intención sea tal, que bus­ quemos más la alabanza y gloria de Dios que nuestro propio provecho y salvación. Al llegar el momento de la comunión contempló, en medio de los coros descritos, una mesa redonda cui­ dadosamente preparada. El Señor administraba desde ella su Cuerpo y Sangre divinos bajo la forma sacra­ mental de la hostia, a la comunidad que estaba sentada con él en tomo a la misma mesa. A continuación, como Rey glorioso concedió dones regios a cada una de las

191

Primera Parte

hermanas de la Príncipes del cielo.

comunidad

por

ministerio

de

los

Estos regalos, según testimonio de una persona que lo contempló, y como se lo había garantizado el Señor a una alma muy querida suya en la misma fiesta, significaban que, como expresión de especial intimi­ dad, el Señor había prometido a cada hermana de la comunidad darle mil almas, las cuales, libres del reato de sus pecados por sus oraciones, las llevaría al cielo.

La aureola de las vírgenes. Cómo debe ser alabado Dios por los Santos En la solemnidad de Todos los Santos Matilde meditaba cómo alabar a Dios para honrar a sus santos. El Señor le dice: “Alábame porque soy la corona de todos ellos”. Al instante comenzó a alabar y bendecir a la beatísima Trinidad, que merece siempre de toda veneración por ser corona y dignidad admirable de todos los santos, de modo especial por la singular pre­ rrogativa de la aureola de todas las santas vírgenes. Contempla una corona de tan incomparable belleza en la cabeza de la gloriosa Virgen y de todos los santos, que no hay palabras para describirla. También contempló cómo es Dios la aureola de la Virgen bienaventurada y de todas las vírgenes, a mane­ ra de guirnalda llena de nudos redondos enlazados entre sí de tres en tres. Uno era rojo, el otro blanco y el tercero dorado.

192

Libro de la Gracia Especial

Primera Parte

193

Comprendió que por el rojo se significaba la pasión de Cristo y los sufrimientos y penalidades de todas las vírgenes, porque quien desea mantener una virginidad incontaminada, no lo conseguirá sin trabajos y tribulaciones.

que brotaba y se abastecía a sí misma. De ella salía un aire confortable y suavísimo. Su base era sólida y cons­ truida artísticamente. En su interior tenía una pila de la que se abrevaba sin intervención humana y se ofrecía generosamente a todos.

El nudo dorado significaba el amor de Cristo y de las vírgenes, porque las que son verdaderamente vírge­ nes aman a aquel a quien consagraron su integridad.

La base de la fuente significaba la omnipotencia del Padre. La pila designaba la sabiduría increada del Hijo que con generosidad se ofrecía voluntariamente a todos, se derramaba y comunicaba a cada uno como él quería. La dulzura del agua significaba la inefable sua­ vidad y bondad del Espíritu Santo.

La margarita blanca era signo de la inocencia y vir­ ginidad inmaculadas de Cristo. Que los tres nudos estuvieran entrelazados entre sí significaba que las vírgenes, según las tres cosas des­ critas, encuentran en Dios especial intimidad, placer y gusto, superior al de los demás santos. Aunque es ver­ dad que toda la hermosura y gloria de los santos pro­ viene de la sangre e inocencia de Cristo, y toda alma puede encontrar en Dios familiaridad y gozo; sin embargo, las vírgenes, por especial prerrogativa, gozan de Dios de una familiaridad más intim a, un placer y ter­ nura más sabrosos, como si se tratara de su propio esposo. En la redondez un bien de tal valor santos del cielo son de modo que puede ha experimentado.

de los nudos entendió se ocultaba y tan difícil explicación que ni los capaces de conocerlo y penetrarlo, afirmarse: solo lo conoce quien lo

Alabando de nuevo aquella noche santa a la santí­ sima Trinidad en cuanto le era posible, contempló en éxtasis una fuente viva, más resplandeciente que el sol,

El aire confortable significaba que Dios es la vida de todos. Y como el hombre no puede vivir sin el aire, ninguna criatura puede vivir sin Dios. En torno a la base de la fuente había siete colum­ nas con capiteles de zafiro. De ellas brotaban siete arroyuelos que inundaban a todos los santos. Uno se derra­ maba en los Ángeles, otro en los Profetas, el tercero en los Apóstoles, el cuarto en los Mártires, el quinto en los Confesores, el sexto en las Vírgenes y el séptimo en todos los demás Santos. Saciados así de todos los bien­ es, exhalaban hacia los demás un perfume suavísimo, con él cada uno atraía a los demás en piadosa emula­ ción. Con ello se quería significar que los santos se comunican mutuamente con generosa benevolencia su gozo y todo lo que poseen en Dios.

1

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XXXII Santa Catalina y su gloria En la fiesta de la excelsa virgen Catalina se le apa­ reció la misma virgen con una túnica cuajada de ruedecitas de oro. En la parte superior tenía dos broches de oro que unían la túnica. Los broches significaban la dichosísima e inseparable unión de Dios con el alma. La sierva de Cristo saluda devotamente a Catalina con la antífona: Salve virgen hermosa24' y le pregunta: ¿Qué significa eso que te cantamos: Prendado está el Señor de tu rostro y tu hermosura?241 242 243. ¿Cual es ese ros­ tro del que está prendado el Señor? Le responde: “Mi rostro es la imagen de la Trinidad digna de toda veneración, que el Señor ha deseado encontrar en mí, porque nunca la manché con pecados graves. Mi hermosura es aquella incomparable belleza con la que Cristo hermoseó a los fíeles con el inestimable color de la hermosura de su sangre. Cuantas veces recibe el hombre la comunión, otras tan­ tas se renueva y acrecienta esa hermosura. Así, quien, por ejemplo, comulga una sola vez, duplica esa belleza en su alma. Pero quien comulga cien o mil veces, otras tantas la multiplica”.

Rogó a santa Catalina por una persona devota suya y le respondió: “Dile que me rece el salmo: Alabad al Señor todos los pueblos242 y la antífona: Se oyó una voz en el cielo: Ven amada mía, ven244; entra en la alcoba de tu Esposo. Has obtenido lo que pedías, se salvarán aquellos por quienes rogabas. Esto me recuerda el gozó que experimenté cuando Cristo mi Rey y mi Esposo, me llamó con esas palabras. Apenas llegó a mí esa voz, fue tal el amor que embargó mi corazón, y era tan grande el gozo que me inundaba, que se desvaneció todo temor a la muerte”.

Capítulo XXXIII

El más pequeño de los santos. Bondad de Dios Un sábado que se cantaba la Secuencia: Al amane­ cer el primer día de la semana245, cuando se entonaba la estrofa: Que la fuente de toda piedad...246, pensaba en sus adentros cuantos y cuales eran los dones innu­ merables que brotaban de la Fuente de todo bien, manando ininterrumpidamente. Le dice el Señor: “Ve, fíjate en el más pequeño de los moradores del ciclo, y conocerás la Fuente de la misericordia”. 243 244 245

241

242

Antífona: Salve Virgen hermosa, más brillante que los astros. Prendado está el Señor de tu rostro y tu hermosura. Ruega al Creador por los que imploran tu protección. Cf. Sal 44, 12.

195

Primera Parte

246

Sal 116, 1. Cf. Ct. 2, 10. Jn 20, 1. Secuencia del día de Pascua. En su última estrofa se cantaba en tiempo de Matilde: La fuente de la bondad suma / que te lavó de los pecados / limpie a sus siervos y a los tuyos / otor­ gándoles el perdón.

196

Primera Parte___________________________________

Libro de la Gracia Especial

Se puso a pensar dónde podría encontrarlo y cómo reconocerlo. Se le acerca un hombre con túnica verde, de cabellos rizados y brillantes, mediana estatura, ros­ tro hermoso y buen tipo. Le pregunta: “¿Quien eres?” Responde: “En la algo bueno”.

tierra

fui

ladrón

y

malhechor,

nunca

hice

Ella: “¿Cómo entraste en este gozo?” Él: “El mal que hice no fue por costumbre, más aún, por ignorancia; mis padres. Me arrepentí en el trance alcancé la misericordia de Dios. Estuve purgatorio, sufrí muchos tormentos, introducido en este descanso por pura ricordia del Señor”.

maldad, sino por así me educaron de la muerte y cien años en el ahora me han y gratuita mise­

Todo el bien que Dios había realizado misericor­ diosamente en él, se lo comunicó a ella, que lo estaba contemplando. Fue para él una inmensa alegría haber podido compartir esto. Así comprendió [Matilde] cómo se había derramado la Fuente de la misericordia en el más insignificante. Si Dios obró tales maravillas en quien no había hecho ningún bien, ¿qué no hará en los santos, colma­ dos de virtudes?

197

Capítulo XXXIV

San Bartolomé Cierto día contempló a san Bartolomé apóstol radiante de gloria. Tenía delante una cruz de oro. Se pre­ guntaba sorprendida qué podría significar aquella Cruz. Entonces le dijo el Señor: “Es la cruz que señalo en el evangelio: El que quiera seguirme14,1, etc. Forman la parte superior de esa cruz la esperanza y la confianza. Todos los que renuncian a si mismos y a sus cosas por mí, se elevan hacia mí a través de ellas. Constituye su derecha el amor al prójimo, y la izquierda, la paciencia en las adversidades. La parte inferior está formada por la vigilancia frente a todo lo que aleja el alma de Dios. Este mi amado discípulo llevó la cruz en mi segui­ miento e imitación perfectos. Ahora brilla su gloria con dignidad eminente.

a) Gloria de Dios en sus santos Al contemplar tanta gloria en el apóstol, Matilde deseaba alabar a Dios en sus santos, por haber glorifica­ do de ese modo a los que le aman. El Señor se inclinó benignamente hacia su amante discípula y la instruyó: “Ensalza mi bondad en los santos. Les he concedi­ do tanta felicidad, que no solo poseen todo bien en sí mismos, cualquier gozo que reciben de los demás aumenta el suyo. Cada uno siente mayor felicidad por 247

Mt 16,24.

198

Libro de la Gracia Especial

el bien de los demás, que la que experimenta una madre por la gloria de su hijo único, o la de un padre por el éxito y la gloria de su hijo. Cada santo tiene como pro­ pios los méritos de los demás, uniéndose todos en dichosísima caridad”.

b) Los santos

Primera Parte

199

profundidades de mi Corazón y experimentan con ale­ gría inefable, mi afecto y mi amor hacia ellos. El gusto suavísimo que sienten al alabarme, ben­ decirme y experimentar mi amor hacia ellos les produ­ ce un sabor dulcísimo. Me alabarán también por su libre voluntad. Todo lo que quieren pueden obtenerlo en abundancia”.

Puedes alabarme en la fiesta de cada uno de los santos por haberlos elegido desde la eternidad. Ha sido tan firme mi elección que, aunque caigan en grandes pecados, están destinados a la felicidad eterna. Contemplaré siempre en ellos el amor que alcanzarán, como si nunca hubieran pecado.

Ellos tienen presente también la gloriosísima, grandiosa y cuidadosísima preparación con la que Dios los preparó desde toda la eternidad: morar donde él mora, ser coherederos con su Hijo, aún más: les ha con­ cedido la gracia de vivir en lo íntimo de Dios, en lo más profundo de su corazón de Padre.

Alábame también por el amoroso llamamiento que les hice al convocarlos a un reino glorioso. ¿.Quién se atrevería a acercarse a mi divina majestad si yo no lo llamo y lo atraigo? En tercer lugar me alabarás por compartir con ellos mi reino para siempre; los he hecho a todos reyes y rei­ nas juntamente conmigo. Reinan con tal gloria y felici­ dad que no han recibido solo la mitad de mi reino sino todo él entero.

En segundo lugar, viven los efluvios dulcísimos que Dios derrama en ellos con todo el caudal de su gozo divino. Y ellos refluyen hacia Él con todo el agra­ decimiento que son capaces. Tercero, les concedió gran honor al hacerles sus comensales, saciarlos y embria­ garlos sin el menor hastío con el resplandor de la con­ templación de su amantísimo rostro, e inundarlos en el torrente de sus delicias1™, colmados de bienes todos sus deseos.

Los santos son conscientes del gozo que disfrutan. Lo conocen ya con toda perfección y contemplan con gozosa exultación, cómo los he amado desde toda la eternidad, eligiéndolos gratuitamente para esa felicidad.

Cuarto, los santos tienen viva y presente la fidelí­ sima recompensa que Dios les concedió, al considerar que nada de lo que hicieron, omitieron o sufrieron por su amor era insignificante ni debía relegarse al olvido,

Nadie puede ver el corazón de su amigo y conocer cuánto es amado por él, como mis elegidos sondean las

24s

Cf. Sal 35, 9.

200

Libro de la Gracia Especial

Dios se lo guardaba todo con gran solicitud, para pre­ miarlos dignísimamente por encima de todo mérito. Finalmente están seguros de la eterna bienaventu­ ranza, pues les garantiza que su gloria y felicidad no terminará, irá siempre en aumento por acumulación de los méritos y alegrías.

Primera Parte

con inmensa ternura la conducen hasta los Arcángeles, los Arcángeles hasta las Virtudes. De este modo cruza todas las jerarquías angélicas, llega hasta el trono de su Amado y se arroja a sus pies diciendo: “Saludo tus pies santísimos con los que saltaste como gigante250 con amor y deseo inmensos y recorriste el camino de nues­ tra redención y de nuestra salvación”. Le da las gracias por cada uno de los dones recibidos a sus pies.

Capítulo XXX\

Dedicación de la iglesia Mientras se cantaba en la misa el verso: Oh Dios, ante quien están presentes los coros de los ángeles en la fiesta de la Dedicación de la Iglesia, contempló la Jerusalén celestial y en ella el trono de Dios. Tenía tal magnitud que alcanzaba desde lo más alto del cielo a lo más profundo del infierno. Tenía al fondo un gran cla­ vo que oprimía a todos los que estaban en el infierno. Entendió que en él se significaba la justicia de Dios que justísimamente separó de sí a los malvados. La ciudad estaba preciosas, esto es, los muralla de la ciudad méritos, como aparece tísimo.

construida con piedras vivas y santos. Cada santo aparecía en la bien diferenciado, con todos sus la imagen en un espejo brillan­

Los ángeles estaban ante el trono, ordenados todos según sus órdenes y dignidades. El alma ansiaba lle­ garse a su Amado. La toman entre ellos los Ángeles y

Luego dice al Señor: “¿Qué pediré ahora, cuando tantas veces se nos invita hoy a pedir y se nos da la certeza de alcanzar lo que pidamos?” Responde el Señor: “Pide en primer lugar la remisión de todos los pecados, es lo mejor para el hombre, fuente de la ver­ dadera alegría. El que arrepentido confiesa sus peca­ dos, o con deseo sincero de confesarse se arroja a mis pies, pide perdón y tiene tal humildad de corazón que está dispuesto a someterse a todos, tenga por cierto que su súplica ha sido sincera. Quien desea conseguir esto y está dispuesto a aceptar por mi amor todas las adversidades, tenga por seguro que ha experimentado mis abrazos. Quien ansia mis besos251 y está seguro de amar en todo mi voluntad y aceptarla gustosamente, tenga por cierto que ya ha recibido mis besos. 250

249

Versículo del Gradual.

201

251

cr. Sal 18, 6. Cf. Ctl,2.

202

Libro di-: la Gracia Especial

Quien desea que sus plegarias lleguen hasta mí y sean atendidas, esté dispuesto a obedecer en todo. Me es imposible no acoger las súplicas del obediente”. Cuando se cantaba el responsorio: Bendice, con­ templó el coro de las Virtudes mencionadas en él como vírgenes que estaban ante Dios. Había entre ellas una que sobresalía entre las demás. Tenía una copa de oro. Cada una de las vírgenes vertían en ella perfumes que la virgen ofrecía de rodillas a Dios. [Matilde] lo con­ templaba con deseo de conocer qué significaba. Le dice el Señor: “Esa virgen es la obediencia. Me hace la ofrenda sola porque tiene en sí los bienes de las demas virtudes. El verdadero obediente debe poseerlas todas, tener el alma sana e inmune a todo pecado grave. Poseerá igualmente la humildad para someterse en todo a los superiores. La santidad y la castidad consis­ ten en mantener limpios el cuerpo y el corazón. Le son necesarias las virtudes para ser valiente, hacer el bien y salir victorioso en el combate contra los vicios. El obediente poseerá también las demás virtudes: la fe, sin la cual es imposible agradar a Dios252; la espe­ ranza, para aspirar siempre hacia Dios; el amor a Dios y al prójimo; la bondad, que inclina a ser delicado y afable con todos; la templanza, que cercena todo lo superfluo; la paciencia, que supera las contrariedades y todo lo vuelve útil y provechoso; la disciplina monásti­ ca, por la que cumple fielmente su regla”.

Contemplaba estas cosas y pedía por una persona agobiada por su cargo. La ve entre las vírgenes, pre­ senta la ofrenda al Señor y escucha a Dios que le dice: “¿Por qué me cantas de mala gana cuando yo quiero cantarte jubiloso por toda la eternidad? El canto de un solo día con obediencia, me agrada más que todos los cantos hechos por gusto propio”.

TRATADO SOBRE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

Capítulo XXXVI

La bienaventurada Virgen y sus siete doncellas Saludaba [Matilde] a la Virgen Bienaventurada durante la misa Salve, Madre Santa253 y le suplicaba que le alcanzara del Señor el perdón de los pecados. Le pareció que la Virgen bienaventurada estaba en la pre­ sencia de Dios. Cae a sus plantas y toca la orla de sus vestidos que llegaban hasta el suelo. Limpia con ellos su rostro. Se levanta y contempla gran número de vír­ genes que la rodean. Desea saber quiénes son y la Virgen bendita le dice: “Todas estas vírgenes me ser­ vían cuando vivía en la tierra”. 255

252

Cf. Hb 11,6

203

Primera Parte

El texto es el comienzo de uno de los Cantos de entrada en las Misas de la Virgen María.

204

La primera es la Santidad, que me sirvió en el seno de mi madre llenándome del Espíritu Santo. Segunda, la Prudencia, que me asistió en mi infan­ cia para que no realizara nada pueril contra la voluntad de Dios. Tercera, la Castidad. Me atendió en la salutación angélica, rendida a su amor respondí a un ángel de tan­ ta dignidad. Cuarta, la Humildad. Me cuando yo me sentía su esclava.

hizo

Madre

de

205

Primera Parte

Libro de la Gracia Especial

Dios

Quinta, la Caridad que trajo al Hijo de Dios desde el regazo del Padre al regazo de mis entrañas. Los cora­ zones de las madres embarazadas suelen sufrir moles­ tias en la gestación, mi corazón desfallecía muchas veces por la magnitud del amor. Como busca la cierva las fuentes de aguas vivas254, yo sentía ansias de con­ templar al Hijo de mis entrañas. Sexta, la Diligencia, que me servía en todo lo que era necesario cuado naciera mi Hijo, cumpliendo asi toda la voluntad del Padre sobre él.

Le responde la Virgen: “Acércate a mi Flijo y pídeselas a Él”. El Señor estaba sentado en un trono de oro soste­ nido con dos columnas decoradas a modo de zafiros de oro. El alma se postra a sus pies y le pide estas virtudes para sí y para todos los que son tentados. El Señor accede y le concede las vírgenes presentes como sir­ vientas. Ella las contempla y advierte que cada una lle­ va en la mano una lanceta afilada. Su aspecto puntia­ gudo significaba la constancia para resistir a los vicios. Las lancetas llevaban esquilitas de oro. Con el movi­ miento producían un sonido armonioso muy agradable a los oídos de Dios. Las esquilas significaban los pen­ samientos con los que resiste el hombre y convierte los vicios en victoria que ofrece a Dios un sonido armo­ nioso. Contempló alrededor muchedumbres de ángeles y santos. El Señor le dijo: “Todos los presentes forman millones de millones, serán defensores de los que combaten por mí contra todas las asechanzas del enemigo”.

Séptima, la Paciencia, que me atendió desde el nacimiento de mi Hijo hasta su pasión.

r

Fue mi camarero el Temor de Dios, que nunca per­ mitió resbalaran mis pies”. Exclama tudes”. 254

Sal 41, 2.

Matilde:

“Alcánzame,

Señora,

estas

vir­

Capítulo XXXVII

Manera de alcanzar el hombre la verdadera santidad Un sábado en que se cantaba Salve, Madre Santa, saludó a la santa Virgen y pidió le alcanzara la verda­ dera santidad.

206

Libro de la Gracia Especial

“Si deseas la santidad acércate a mi Hijo, él es la Santidad misma que lo santifica todo”. Pensaba en sus adentros cómo realizarlo. Le responde la benignísima Virgen: “Recuerda su santísima infancia con el deseo de que todos los pecados y omisiones de tu niñez sean suplidos por su niñez inocentísima Trae a tu memoria su fervorosa adolescencia, que tenía como única razón de vivir el fuego del amor divi­ no, para reparar por ella la flojedad y desidia de tu juventud. para

que

207

por ellos al Amado, para que le alaben juntamente con­ tigo. Entonces serás santa de verdad como está escrito: Serás santo con los santos255, como la reina es reina por su matrimonio con el rey”.

La Virgen gloriosa le responde:

Acoge sus divinas virtudes blezcan y dignifiquen las tuyas.

Primera Parte

ellas

enno­

En segundo lugar, te acercarás a mi Hijo y orienta­ rás hacia Él todos tus pensamientos, palabras y accio­ nes para que todo lo que hay de imperfecto en tus pen­ samientos palabras y obras sea borrado por aquel que nunca cometió delito alguno. En tercer lugar, únete a él como la esposa al espo­ so; de sus bienes recibe alimento y vestido; ama a sus amigos y familiares con el mismo amor de su esposo. Así se alimentará tu alma con la Palabra de Dios como el mejor de los alimentos. Con sus delicias, es decir, con el ejemplo de sus virtudes que debe imitar, se cubrirá honestamente a modo de vestido y ornato. Acércate también a su familia, esto es, a los santos, los amarás y ensalzarás por amor a Dios, te dirigirás

Mientras en la Secuencia Ave María se cantaba: Fuiste templo de Cristo el Salvador, recordó a la Santísima Virgen que fue templo gloriosísimo, radian­ te y gozosísimo de Dios. La toma de la mano la Virgen santa y la conduce a una casa hermosísima, muy alta y construida con pie­ dras cuadradas. No tenía ventanas pero era radiante por dentro. Tenía una pequeña puerta construida de unjaspe rojo y grueso; la cerraba una cadenita de oro. La casa simbolizaba la gloriosa Virgen María. Las piedras cuadradas significaban que la Virgen estaba perfectamente estructurada en los cuatro elementos que componen al hombre. Por la altura y la luminosidad se señalaba que tuvo contemplación altísima y esclareci­ do conocimiento. La puerta significaba su misericor­ dia, abierta a todos los que se acogen a ella. El jaspe rojo simboliza su admirable paciencia; la cadena de oro, el amor. La Virgen dice a [Matilde]: “Si quieres ser casa de Dios como ésta, debes ejercitarte con diligencia en las virtudes”. La bienaventurada Virgen tenía además cuatro ani­ llos en su mano derecha con piedras preciosas artísti255

Sal 17, 26.

208

Libro de la Gracia Especial

camente engastadas. Puso su mano derecha sobre el pecho del alma y le dijo: “Con estas perlas vencerás todas las tentaciones. Toda tentación tiene su origen en cuatro vicios: soberbia, ira, lujuria y pereza. Si te infla la soberbia, opónle la pequeñez de mi humildad. Si te molesta la ira, recuerda mi mansedum­ bre, yo era la más mansa de todos. Si intenta inficionar­ te la lujuria, refugíate en mi castidad santísima. Si eres tentada por la flojedad, acógete a mi ardentísimo amor. De este modo dominarás todo el poder del enemigo”.

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Primera Parte

La sexta: Refugio de todos los pecadores. La inclinación de las coronas hacia la tierra signi­ ficaba que todos los dones y alegrías que recibe del Señor los derrama sobre los hombres. Oró Matilde por algunas personas que le habían encomendado de manera especial. Le dice la Virgen: “Si el que se pone alegre con el vino de la tierra suele ser más generoso que el que es sobrio, cuanto más lo seré yo que bebo en todo momen­ to en la desbordante dulzura del Corazón divino el dul­ císimo manjar de la Divinidad santísima”.

Capítulo XXXVIII

Coronas de la Santísima Virgen Durante la misa: Salve, Madre Santa contempló a la Santísima Virgen con una corona en la cabeza, sus flores se inclinaban hacia la tierra. Su manto rojo, esta­ ba todo él esmaltado de coronas de oro igualmente inclinadas hacia la tierra, cada una tenía dentro escrito su nombre. La corona de la cabeza significaba la unión con Dios que ella tiene por encima de las demás criaturas. Otra corona cubría sus hombros y tenía escrito: Madre de Dios y de los hombres La tercera cubría su pecho y llevaba escrito: Reina de los ángeles.

Capítulo XXXIX

Rayos que salen del Corazón de la Santísima Virgen María Un sábado que sorio: Salve, Virgen bienaventurada ante ella. Se arroja a los alcance perdón por había cometido, no enojo de una persona.

se cantaba en el coro el Responsin igual, contempló a la Virgen el altar y a san Gabriel delante pies de la Virgen para pedir que le un pecado de maledicencia, que por malicia sino para apaciguar el

La Virgen María la toma de la mano y le dice: “Promete a mi Hijo que no lo volverás a cometerlo”.

La cuarta: Alegría de todos los santos.

Responde:

La quinta: Consuelo de todos los afligidos.

“Alcánzamelo tú de tu Hijo, Madre bondadosa”.

210

Libro de la Gracia Especial

Cuando en otro momento se cantaba: Tu vestido interior es de oro, apareció el Corazón de la bendita Virgen. Salían de él dos rayos que envolvían a los dos coros de la comunidad. Saluda al Corazón de la Virgen gloriosa por siete momentos de su vida en los que, des­ pués de Jesucristo, ayudó a los hombres más que todos los demás corazones: 1. Por su deseo del nacimiento de Cristo, superior al de todos los patriarcas y profetas. 2. Por el ardentísimo y humildí simo amor que la hizo Madre de Dios. 3. Por la ternura y cariño c on los que amorosa­ mente alimentó al niño Jesús. 4. Por la diligente solicitud con la que guardaba las palabras de Jesús256. 5. Por el ejemplo de paciencia que mostró en la pasión de Cristo. 6. Por su oración asidua y su anhelo en favor de la Iglesia. 7. Porque cada día crece su celo de acrecentar nuestras aspiraciones ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Mientras se inclinaba Matilde al Gloria a! Padre..., hacía lo mismo la Virgen gloriosa junto a ella, incli­ nándose hasta las rodillas. Admirada por ello, com­ prendió por divina inspiración que elevada la Santísima 256

Cf. Le 2, 19. 51.

211

Primera Parte

Virgen sobre todas las demás criaturas, debía reconocer con mayor gratitud que los demás, los dones recibidos de Dios. Se cantaba: Salve noble Reina, y contemplaba a la bienaventurada Virgen María con el tierno Niño en bra­ zos, envuelto en fajas, y lo amamantaba. Estaba junto a la que entonaba: El que da de comer a todas las cria­ turas, etc. Mientras se entonaba el responsorio siguiente: Reconoce al que sostienes en tus brazos, la Virgen extendió sus manos y levantó al Niño por encima de su cabeza, como si quisiera mostrar a todos al que es Dios y hombre.

Capítulo XL

Los ángeles presentan a Santa ¡María el alma (de Matilde) Cierto sábado que deseaba la presencia de la Santísima Virgen, le pareció que, mientras se cantaba el Responsorio: De estirpe Real, todas las jerarquías de los ángeles se acercaban a la Virgen santa, le presenta­ ban el deseo del alma amante, y le rogaban se dignase venir a su encuentro. Así, al canto de las notas musica­ les que acompañaban a la palabra, muéstrate... los Ángeles se acercan a la Virgen y le dicen: “¡Vamos, Señora!, ven”. Seguidamente, a cada una de las notas musicales se van acercando los Arcángeles, Virtudes, Potestades, Principados, Dominaciones, Tronos, y Querubines. A las palabras:... Muéstrate, María, los

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Libro de la Gracia Especial

serafines toman con energía a la Virgen y acompañados de todos los ángeles la colocan con gran reverencia en medio del coro. Matilde tuvo muchas veces esta visión.

Capítulo XLI

Gozos de la bienaventurada f irgen Mar ict Una vez se le apareció la gloriosa Virgen María. Matilde le pide que la enseñe cómo honrarla ese día.

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Primera Parte

en fuente de pureza y santidad. Las demás madres se purificaban con la ofrenda, como yo no necesitaba purificación, el rito acrecentó mi santidad. Quinto, en la pasión, fue para mí, Hijo de tristeza, dolor y redención. Sexto, en la Resurrección, Hijo de alegría y exul­ tación. Séptimo, en la Ascensión se convirtió en Hijo de majestad divina y dignidad regia”.

Le responde la Virgen: “Trae a mi recuero el gozo que experimenté cuan­ do el Hijo de Dios salía como esposo del Corazón del Padre y vino a mi seno, contento como un héroe a reco­ rrer su camino251.

Capítulo XLIl

/i’Z mejor modo de saludar a María es rezar el Ave María

Luego me recordarás la alegría que experimente cuando al nacer de mi seno virginal fue como hijo mío, fuente de ternura y de júbilo. Los demás hijos causan a sus madres dolor y tristeza; el Hijo de Dios, que es la misma dulzura, me concedió a mí, su madre, ternura y cariño.

Un sábado que se cantaba: Salve, Madre Santa259, dijo Matilde a la Santísima Virgen María:

En tercer lugar, hazme presente la alegría que experimenté con los dones de los Magos. En aquella ocasión el hijo fue honra de su madre. Nunca fue una madre tan honrada en el nacimiento de su hijo.

Se le aparece al instante la Virgen gloriosa, lleva en el pecho escrito con letras de oro el saludo del Ángel y le dice:

Cuarto, renueva en mí el gozo que sentí cuando presenté a mi Hijo en el Templo, se convirtió para mí 257

Sal 18, 6.

“Si pudiera saludarte , ¡oh Reina del cielo!, con aquel ducísimo saludo que jamás pudo concebir cora­ zón de hombre alguno, lo haría con sumo gusto”.

“Nunca pudo ocurrirse al hombre saludo como éste, ni podrá saludarme de modo tan dulce como el que me saludó Dios Padre con la palabra Salve, para 258

Canto de entrada en la Memoria de la Virgen en Sábado.

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Libro de la Gracia Especial

confirmarme con su omnipotencia, que estaría libre de toda mancha de pecado. El Hijo de Dios me iluminó con su sabiduría para que fuera estrella radiante que ilumina el cielo y la tie­ rra, como lo demuestra el nombre de María, que signi­ fica estrella del mar159. El Espíritu Santo me inundó con toda su divina dulzura y me llenó de su gracia, para que quien busca la gracia la encuentre por mí. Esto quiere decir llena de gracia. Con las palabras. El Señor está contigo, se me recuerda la unión y acción inefables que toda la Trinidad realizó en mí cuando unió mi carne con la naturaleza divina en una sola persona, para que Dios se hiciera hombre y el hombre Dios. Nadie podrá experi­ mentar el gozo y la tierna conmoción que sentí en aque­ llos momentos. En las palabras. Bendita entre las mujeres, todas las criaturas reconocen y proclaman con admiración que soy bendecida y elevada sobre toda la creación tan­ to celeste como terrenal. Con la expresión, Bendito el fruto de tu vientre, se bendice y proclama el excelentísimo y eficacísimo fru*59 San Bernardo da esta interpretación al nombre de María en la segunda homilía, n. \1, En Alabanza de la Yi/gen Madre. Cf. Obras completas, T. II, p. 637.639. BAC n. 452. Madrid. 1984. Sobre su sentido original cf, A. Lour, Maríe dans la parole de Dieu selon S. Amédée de Lausanne. En Col lee tanca OCR 21 (1959) pp. 43-44.

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Primera Parte

to de mi vientre, que dio nueva vida, santificó y colmó de bendiciones para siempre a todos los seres”.

Capítulo XLII1

Rezar cinco Aventarías antes de la comunión Cierto día mientras oraba [Matilde] después de Maitines, dudaba si el día anterior había rezado las Completas de Nuestra Señora. Confesaba a Dios su descuido entristecida y rezó las Completas. A continua­ ción recitó las cinco Avemarias que acostumbraba antes de recibir el Cuerpo de Cristo. Decimos esto para instrucción de los demás. En la primera Avemaria recordaba el momento en que, por el anuncio del ángel, la Virgen María concibió a su Hijo en pureza virginal y le trajo desde el trono real del ciclo al abismo de su humildad. Pedía a la Virgen le alcanzara una conciencia limpia y la verda­ dera humildad. En la segunda, recordaba el instante conmovedor en que la Virgen acogió a Jesús, lo contempló por pri­ mera vez hecho hombre y lo reconoció como Dios. Pedía a María verdadero conocimiento. En la tercera, recordaba a la Virgen que en todo momento estuvo disponible para recibir la gracia sin poner nunca obstáculo. Rogaba le concediera siempre un corazón bien dispuesto para acoger la gracia. En la cuarta, traía a la memoria a la Señora con cuánta devoción y agradecimiento recibía el Cuerpo de

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Libro de la Gracia Especial

su amado Hijo mientras vivió en la tierra, por ser la que mejor conocía la fuente de la gracia salvífica que de ahí fluía para los hombres. Pedía le alcanzara la gracia de ser siempre agradecida. En la quinta le recordaba aquella amantísima aco­ gida en el cielo, cuando el Hijo la llevó junto a sí. Le pedía poder llegar hasta él llena de gozo. Si conociera el hombre qué caudal de salvación brota del Cuerpo de Cristo, desfallecería de alegría. Contempla a la Virgen gloriosa junto a ella y la abraza estrechándola contra su corazón. Matilde lamenta su negligencia, y le pregunta si rezó o no las Completas el día anterior. Le contesta la Virgen: “Al no recordar si rezaste, mi Hijo las considera como no rezadas”.

Capítulo XIJV

Fidelidad de la gloriosa Virgen María En otra ocasión se sentía culpable ante Dios por no haber amado a su Madre como debiera, ni haberla tri­ butado la veneración y el respeto que merecía. Le dice el Señor: “En reparación de esta negligencia honrarás a mi Madre por la fidelidad que en todo me guardó durante su vida, prefería mi voluntad a la suya en todas sus obras. Además, alabarás la dedicación que fidelísima-

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Primer/X Parte

mente mostró en todas mis necesidades, hasta sufrir en su corazón todo lo que yo padecí en mi cuerpo. Seguidamente proclamarás la fidelidad que me profesa aún en el cielo, cuando atrae a los pecadores para que se conviertan, y a las almas para que se vean libres de las penas del purgatorio. Por sus méritos se han convertido innumerables pecadores, y las almas destinadas a penas eternas por mi justo juicio, han sido absueltas por su misericordia y liberadas del fuego del purgatorio” Capítulo XLV

Saludo a la Santísima Virgen con toda la creación Quería saludar a la Santísima Virgen en una misa que se cantaba: Salve, Madre Santa. Le dice el Señor: “Saluda a mi Madre con toda la creación”. Recapacitaba cómo realizarlo, y ve acercarse por el sur a los serafines. Cada uno llevaba cirios encendidos. Comprende por inspiración que vienen para ayu­ darla y servirla, y así saludar a la Virgen Santa en unión con ellos. Abrasada en seráfico amor alaba a la Virgen Santa por el amor con que amó a Dios más que todas las cria­ turas. Esc amor fue tan fuerte en la Pasión de su Unigénito, que superó y extinguió todos los afectos humanos. Mientras los demás sentían la muerte del

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Libro de la Gracia Especial

Hijo de Dios, sólo ella, inmóvil y gozosa, unida a la Divinidad, quiso inmolar a su Hijo por la salvación del mundo. Se acercaban después los Querubines con espejos. Comprende que va a ensalzar a la Santísma Virgen en unión con ellos por el lúcido y trasparente conocimien­ to que tuvo en la tierra, superior a los demás seres. Con ese conocimiento contempla ahora la luz inaccesible de la Divinidad con una claridad superior a todos los demás. Los pacífica en ella, se turbó Egipto.

Tronos traen un trono de y serenísima quietud que sin perderla nunca en su en ningún momento ni al

marfil. Significaba la Dios tuvo al morar actividad humana. No huir ni al regresar de

Vienen las Dominaciones con una hermosa corona, decorada con cabezas humanas de extraordinaria blan­ cura y belleza, para significar que la redención del género humano aconteció de modo especial por media­ ción de la Virgen. Los Principados traían cetros floridos. Matilde entendió por ello que debía enaltecer a la Virgen glo­ riosa en unión con ellos, porque revelaba en sí la incon­ taminada imagen de Dios, de manera mucho más dig­ na que todos los demás seres. Vienen las Potestades armadas de espadas, para significar que Dios otorgó a la Virgen el máximo poder sobre todas las criaturas en el cielo y en la tierra; de

Primera Parte

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modo especial sobre los demonios, que la temen hasta no atreverse a pronunciar su nombre. Se presentan las Virtudes con copas de oro en las que bebía el mismo Señor. Entiende con ello que el hombre se dispone mediante las virtudes para que el Señor entre en él y actúe por la gracia. Matilde debía alabar a la gloriosa Virgen en unión también con estos espíritus, por estar llena de gracia y de virtudes más que todas las criaturas. Los Arcángeles traían un velo hermosísimo con el que cubrieron a la vez al Señor y a su Madre, para sig­ nificar la especialísima intimidad entre Dios y el alma que tuvo la Virgen en la tierra. Los Ángeles estaban ante el Rey Comprendió Matilde que debía bendecir Madre de Dios en comunión con ellos atenciones que tuvo con el Hijo de Dios servía como fidelísima y devotísima esclava.

y le servían. y alabar a la por todas las en la tierra, le

Seguían los Patriarcas y Profetas con cofres de oro cerrados, para significar que sus profecías eran oscuras y cerradas. Fueron cumplidas por la Virgen y Jesucristo y nos las reveló el Espíritu Santo. Los Apóstoles tenían libros maravillosamente decorados. Significaban su verdadera doctrina que resonó hasta los confines de la tierra. La serenísima Virgen los supera con la enseñanza de sus virtudes y ejemplos. Los Mártires llevaban escudos de oro en su dere­ cha y rosas en su izquierda como signos de su victoria

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Libro de la Gracia Especial

en los tormentos y la constancia de su paciencia, con las que derramaron su sangre por el nombre y amor a Jesucristo. La Virgen santa los supera con su constan­ cia y paciencia. Los Confesores ofrecían incensarios y copas que exhalaban agradable perfume, signo de su devoción y oración. Se encontraba entre ellos la Virgen devotísima como la primera y la más fervorosa. Las Vírgenes llevaban lirios de oro en honor de la Madre virginal, porque debido a ella brotó en la tierra la excelente belleza de la virginidad. A continuación de éstos acudieron todos los santos del cielo y de la tierra y todas las criaturas que habían sido convocadas. Se ponen gozosas a disposición de aquella alma feliz y se ofrecen a servirla y ayudarla, para saludar con la mayor reverencia a la dulcísima y dignísima Madre virginal de Dios.

Capítulo XLVI

Saludo a la Virgen En una ocasión se reprochaba con delicadeza haber servido a Nuestra Señora durante la vida con menos fervor del que se merecía. Rogaba al Señor le conce­ diera la gracia de servir en adelante a su Madre con generosidad y solícita diligencia, para no experimentar ya obstáculo alguno en su unión amorosa. Al instante contempla al Señor Jesús sentado en un excelso trono. Junto a él a su regia Madre que le dice:

Primera Parte

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“Levántate de junto a mí y deja lugar a ésta”. El alma que oye esto se espanta y se pone a pensar si no sería un fantasma. Le habla el Señor: “En verdad en verdad te digo que no eres engañada ni lo serás nunca en estas cosas”. Toma la Virgen Santa al alma en sus brazos y la levan­ ta hasta los estrechos abrazos de su Amado. Dios la aco­ ge con ternura y aplica su boca a su Corazón divino mientras le dice: “Saca de aquí todo lo que deseas ofre­ cer a mi Madre”. Oye entonces como gotas que destilan hacia ella estos versículos que nunca antes había oído: Salve, excelentísima Virgen, por el rocío dulcísimo que desde la eternidad fluye hacia ti del Corazón de la Santísima Trinidad, por tu especial predestinación. Salve, Virgen Santísima, por el rocío dulcísimo que fluye hacia ti del Corazón de la Santísima Trinidad, por tu vida dichosa. Salve, Virgen nobilísima, por el rocío dulcísimo que fluye hacia ti desde la Santísima Trinidad, por la predicación y enseñanza de tu amantísimo Hijo. Salve, Virgen amantísima, por el rocío dulcísimo que fluye hacia ti de la santa Trinidad, por la pasión y amargísima muerte de tu Hijo único. Salve, Virgen dignísima, por el rocío dulcísimo que desciende hacia ti de la beatísima Trinidad, por toda la gloria y el gozo que ahora disfrutas y gozarás para siempre, por encima de toda criatura en el cielo y en la tierra, por que fuiste preelegida antes de la crea­ ción del mundo. Amén.

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En otra ocasión exponía a la gloriosa Virgen María una negligencia parecida de otra persona y se lamenta­ ba de ello. La Virgen le ofrece el Corazón de Jesuci i sto semejante a una lámpara encendida y le dice: “Mira, te entrego el Corazón dignísimo y nobilísi­ mo de mi amado Hijo para que me lo ofrezca con la fidelidad y amor que siempre me mostró y me mostra­ rá sin fin, en reparación de los que fueron negligentes en mi servicio. Él suplirá todo con creces”260.

Capítulo NIA'II /?
lo presencia de Ingloriosa Virgen María al fina! de la vida2M Pedía Matilde a la gloriosa Virgen María que se gnara estar presente en la hora de su muerte.

Primera Parte

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sente en la hora de tu muerte para animarte y alejar de ti todo poder maligno. En la segunda pedirás al Hijo de Dios, que me adornó y me enriqueció de sabiduría y conocimiento según su inescrutable sabiduría, para que gozara de la Santísima Trinidad con un conocimiento superior al de todos los santos; me iluminó con una claridad reful­ gente como el sol para que lo iluminara todo en el cie­ lo, derrame en tu alma a la hora de tu muerte la luz de la fe y del conocimiento, para que no sea tentada tu fe por ignorancia u otro error. En la tercera rogarás que el Espíritu Santo que derramó en mí la plenitud de la dulzura de su amor, y me hizo tan tierna y delicada que fuera después de Dios la más mansa y amable, te asista en la hora de la muer­ te, infunda en tu alma la suavidad del amor divino y sea tan fuerte que el dolor y amargura de la muerte se trans­ formen en suavidad por su amor.

Le responde de la Virgen: Lo haré, pero me rezarás cada día tres Avemarias. En la primera pedirás a Dios Padre, que exaltó mi alma como en trono de gran honor según la magnitud de su poder, para que fuera la más poderosa después de él en el cielo y en la tierra, que te conceda estar yo pre­ Cf. Gertrudis la Magna, El Embajador del amor divino, lib. III, c. 25. Cf. Gertrudis la Magna, El Embajador del amor divino, lib. III, c. 19.

1

Retablo de la Asunción o de la En la tabla supen. empuña con la mano dereí

na (s. XVII), Parroquia de Sto. /W° lo Real de Filero (Novaría), la callejo izquierdo la Beato Matilde de Hackeborn i atril vuelto hado abajo, y con la izquierda un libro cerrado.

—. Beato Matilde de Hockeborn (1241-1299), contoro y moestra de novicios del célebre monasterio de Helfto, llamado "el 'señor de Cristo"

Sonto Gertrudis lo Magno, discípulo de Mm de Hockeborn. Monasterio de Culebras (Navarro).

Segunda Parte Capítulo I

Dios invita al alma Un sábado que se hacía memoria de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, esta sierva de Cristo deseaba cantar sus alabanzas, pero no sabía cómo ala­ barla dignamente. Se postra, según su costumbre, a los pies de Jesús y contempla al Señor que tiene en el pie derecho un zafiro y en el izquierdo una granada. Como se admiraba de ello, le dice el Señor: “El zafiro tiene la propiedad de expulsar los malos humores, mis heridas expulsan la ponzoña del alma y la purifican de las man­ chas. La granada alegra el corazón del hombre, mis heridas hacen que el alma se regocije en mí tras enmen­ darse de sus pecados”.

Stos. Lutgonda, Jul¡ano frQ Monasterio de Tu^ ^phorn, místicas dsterdenses. lulet>ros (Navarra).

Arrebatada a lo alto, contempla Matilde al Rey de la gloria, está a su derecha su imperial Madre y [Matilde] a su izquierda. Se reclina hacia el regazo del Rey y aplica cuidadosamente el oído del corazón para percibir la suavidad del flujo del Corazón de Cristo en fuertes y acompasadas pulsaciones.

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Libro de la Gracia Especial

Siente que las pulsaciones del Corazón divino invi­ tan al alma: “Ven y te arrepentirás, ven y serás reconci­ liada, ven y serás consolada, ven y serás bendecida. Ven, amiga mía,x y recibirás todo lo que un amigo pue­ de dar a su amigo. Ven, hermana mía,- a poseer la herencia eterna que adquirí para ti con mi sangre. Ven, esposa mía,3 a gozar de mi divinidad”. La Virgen María vestía un manto de color azafrán, esmaltado con rosas rojas artísticamente engarzadas en rosas de oro. El color azafrán designa su humildad, por la que se sometía a toda criatura; las rosas rojas, la constancia de la paciencia por la que se comportaba en todo con mansedumbre y aguante; las rosas de oro, su amor, con él lo hacía todo por amor de Dios. Llevaba un fajín verde con rosas de oro purísimo y brillantísi­ mo. El oro significaba el amor. Como la túnica se ciñe al cuerpo, así el amor al corazón. Matilde saluda a la preclara Virgen por medio del Corazón de su amado Hijo. Por él le tributa una ala­ banza mayor que criatura alguna pueda ofrecerle. Luego alaba al Señor, que sólo él sea objeto de su can­ to, sólo él glorificado. Le dice el Señor:

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Segunda Parte

acciones de gracias y alabanzas la gracia que Dios infunde en tu alma?” Contempla cómo salía del Corazón de Dios una trompeta que llegaba al corazón de su alma y desde el alma volvía al Corazón de Dios, para significar la ala­ banza divina. Decoraban la trompeta pequeños nudos de oro. Eran las almas que ya alaban y glorifican a Dios en el cielo por siglos sin fin. Capítulo II

La Iglesia. Viña del Señor. Cuádruple oración Un domingo que se cantaba el Asperges me4 (Ro­ cíame Señor...), dijo [Matilde] al Señor: “¡Señor mío! ¿De qué quieres lavar y purificar ahora mi corazón?” El Señor se inclina hacia ella con inefable ternura, como una madre al hijo que corre hacia ella, la envuel­ ve totalmente y le dice: “Te lavaré en el amor de mi divino Corazón”. Le abre la puerta de su Corazón, sagrario de la dulzura divina y entra en él como en una viña. Dentro contem­ pla un río de agua viva que corre de Oriente a Occidente5. Junto al río, doce árboles que producen

“¿Qué piensas cuando al entonar las antífonas haces inclinación? ¿No es porque debes recibir con 4

Se refiere a la aspersión con agua bendita que sigue haciéndo­ se actualmente en muchos monasterios los domingos al comienzo de la eucaristía dominical en recuerdo del bautismo. 5 El poeta Dante acomodó toda esta visión del agua viva y de la viña del Señor en la Divina Comedia, canto 18 Purgatorio

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doce frutos* 6: las virtudes que enumera san Pablo en su Carta7 8, esto es paz, alegría, etc. A este agua se le lla­ maba río de la caridad. Entra, pues, el alma en él y es lavada de todas las manchas. Había en este río innumerables peces que tenían escamas de oro, para significar las almas amantes que, separadas de todos los placeres terrenos, se sumergen en Jesús, fuente de todos los bienes. La viña tenía unos sarmientos erguidos y otros inclinados hacia el suelo. Los sarmientos erguidos son los que desprecian el mundo con todas sus flores y ele­ van su mente a las cosas celestiales. Los sarmientos inclinados son aquellos desgraciados que yacen en el polvo de la tierra de sus pecados. El Señor cavaba la tierra como un hortelano. Le dice Matilde: “Señor, ¿cuál es tu azada?” El Señor: “Mi temor”.

7

La tierra estaba dura en algunos sitios, en otros blanda. La tierra dura significa los corazones de quie­ nes endurecidos en los pecados no se corrigen ni con avisos ni con amenazas. La tierra blanda son los cora­ zones de aquellos que se han ablandado por las lágri­ mas y la contrición sincera.

6 7

y siguientes. Parece se refiere a nuestra Matilde cuando dice que fue conducido a lo largo del río por una Domna Matelcla que cantaba el Asperges me. Cf. Ap 22, 1.2. Cf. G1 5,22.

Segunda Parte

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Añade el Señor: “Esta viña es la Iglesia Católica en la que me fatigué con muchos trabajos durante treinta y tres años. Trabaja conmigo en ella”. Responde ella: “¿cómo?” El Señor: “Regándola”. Esta alma corre apresurada al río, carga en sus hombros un recipiente lleno de agua, se siente abruma­ da por el peso y el Señor acude a llevarlo con ella. Entonces la carga se hizo más llevadera. Le dice el Señor: “De igual modo, cuando doy mi gracia a los hombres todo les parece suave y llevadero porque lo hacen o sufren por mí, cuando les retiro la gracia todo les parece pesado”. Contempló en torno a los sarmientos una multitud de ángeles que formaban como un muro, porque están siempre con nosotros y entre nosotros para proteger a la Iglesia de Dios Después, el mejor de los maestros le enseñó a rezar el salmo Miserere mei Deus3. Tiene veinte versos que debe dividir en cuatro partes de cinco versos cada una por medio de la antífona: ¡Oh, dichosa, bendita y gloriosa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!9, añadiendo el verso: Ten piedad, ten piedad, ten piedad de nosotros. Rezará los cinco primeros versos por todos los pecadores que, endurecidos en el pecado, no quieren convertirse a Dios, para que el Señor se digne conver8 9

Sal. 50. Misericordia, Dios mío, por tu bondad... Antífona que corresponde al antiguo Oficio de la SS. Trinidad.

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tirios con su muerte amorosa mediante una verdadera penitencia. Los cinco segundos, por los penitentes, para que alcancen el perdón que desean y en adelante no vuel­ van a pecar más. Los cinco terceros, por los justos que progresan ya en buenas obras y en las virtudes, para que perseveren en las mismas. Los cinco cuartos, por todas las almas del purgato­ rio, que tienen la seguridad de llegar a beber pronto de la fuente viva en el reino celestial y reinar eternamente con Cristo, para que, liberadas cuanto antes, gocen del banquete del Señor. Cuando se elevaba la Hostia durante el canon, le dijo el Señor: “Me entrego totalmente con todo el bien que hay en mí a disposición de tu alma, para que esté en tu poder lo que quieras hacer de mí”. Ella se niega a aceptar, y escoge en todo momento la voluntad divina. Añade el Señor: “Tienes poder para hacer no lo que yo quiero sino lo que tú quieres”. Ella, que conoce bien la voluntad del Señor, le dice: “Nada apetezco en provecho propio, nada busco, no quiero otra cosa sino que seas alabado hoy por ti mismo, en ti mismo y para ti mismo, como nunca se te pueda alabar de manera más sublime y perfecta”. Ve salir entonces una cítara del Corazón de Dios. La cítara era nuestro Señor Jesucristo; las cuerdas, todos los elegidos que son uno en Dios por el amor.

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Segunda Parte

Jesús, el más excelso cantor de los cantores, pulsa la cítara y resuenan en armonía dulcísima todos los ánge­ les diciendo: “Sean eternamente alabadas las tres divi­ nas Personas por haberte elegido el Señor como esposa e hija”. Todos los santos cantaban a Dios al unísono diciendo: “Te rendimos acciones de gracias, Dios Padre, por esta alma que enriqueciste con tu gracia. ¡Bendito sea Dios!” Capítulo III

Cómo viene Dios al alma Una noche que no podía conciliar el sueño, adora­ ba a Dios en lo más profundo de su corazón y contem­ pla cómo venía desde el palacio celestial hacia ella. Unió su Corazón divino a su propio corazón y le dijo: Jamás se arrojó con tanta avidez la abeja a los verdes prados para libar el néctar de las flores, como yo me apresuro a venir a tu alma cuando me llamas. Cómo fue inflamada en el amor divino Le sucedió con frecuencia que al sentirse perezosa y poco ferviente, experimentaba que el Corazón de Dios se unía a su propio corazón como oro en llamas. Era tal la dulzura que experimentaba con el hálito de aquel calor, que inmediatamente se inflamaba en el habitual amor ardentísimo.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo IV

El abrazo del Señor Un sábado contempló a Jesús, esposo de la Iglesia, inclinarse desde el cielo con los brazos abiertos y lan­ zarse a abrazarla y adentraría tan íntimamente dentro de sí que, totalmente absorta en Dios perdió el sentido, hasta el punto de ser sacada del coro como muerta. Es que su espíritu se trasportó totalmente en aquel a quien amaba y deseaba con todo el corazón más que a ningún otro. Fue tanta la dulzura, que la experimentó durante una semana.

Capítulo VI

El Señor le despierta suavemente una mañana Al leerse una vez en Maitines el evangelio: Se levantó MaríaX}, el Señor derramó tanta gracia y dulzu­ ra en Matilde que se desmayo e interrumpió la lectura. La sacaron del coro como muerta. Al reclinarla en el lecho para que descansara pedía al Señor que la des­ pertara a la hora conveniente. En Prima contempla ante sí a un hermosísimo joven. Su presencia provocó en ella tal dulzura que des­ pertó.

Otra vez mientras se inclinaba sobre el atril para proclamar una lectura se le apareció el niño Jesús, el más hermoso de los hombres™. La abrazaba y la atraía hacia sí. Fue tal la dificultad para levantarse que apenas pudo proclamar la lectura.

Capítulo V

El Señor le ayuda a leer Le sucedió muchas veces que, al encontrarse durante Maitines llena de Dios con gran fruición y dul­ zura, desfallecían sus fuerzas y no podía hacer su lec­ tura. El Señor le dijo: Sal y lee, yo te ayudaré. Comienza y termina la lectura con gran vigor.

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Segunda Parte

Capítulo VII

Corridas y trabajos del Señor En otra ocasión se dirigía al dormitorio después de Maitines como le habían mandado. Contempla al Señor en un trono elevado con una peana a sus pies. Se diri­ ge a ella y le dice: “Duerme aquí reclinada sobre mis pies”. Obedece al punto, pone la cabaza sobre sus pies de manera que acopla el oído a la herida del pie y per­ cibe que la herida bullía como olla hirviendo. Le pregunta el Señor: “¿Qué dice la olla cuando hierve?” Se queda perpleja sin saber qué contestar.

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Sal 44, 3.

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Le 1, 39. Texto de la visita de María a santa Isabel.

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Le dice el Señor: “Cuando la olla está en ebullición ronronea como diciendo: Corre, corre. El amor de mi Corazón hierve, está en ebullición y me espolea constantemente diciendo: corre, corre de un trabajo a otro, de una ciudad a otra, de sermón en ser­ món. No me deja descansar hasta que lleve a buen tér­ mino todo lo necesario para tu salvación”. Capítulo \ 111

Beso del Señor En una ocasión [Matilde] se encontraba triste. Como acostumbraba en estos casos, se refugia en el Señor con el recurso a la oración. Le ofrece su corazón y su voluntad dispuesta a sufrir gustosamente por su amor no sólo esta angustia sino cualquier tribulación. El Señor se inclina cariñosamente hacia ella y le ofrece sus labios purpúreos para que los bese. El alma experimenta que no tiene barba y piensa si no habrá recibido de Dios Padre algún premio especial por los arrancones de barba que sufrió en la pasión. Le responde el Señor: “Como Creador de todos los mundos no necesito ningún premio, tú eres mi premio. Mi Padre celestial te me ha entregado como esposa e hija”. Le dice el alma: “¿Por qué realizas esto, amantísimo Señor, puesto que nada bueno hay en mí?” Le responde el Señor: “Lo hago sólo por mi bon­ dad. He puesto en ti las delicias de mi Corazón”.

Segunda Parte_______________

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Capítulo IX

Se le aparece el Señor En otra ocasión se le apareció el Señor Jesús como un niño de cinco años. Le pregunta ella: “¡Señor mío!, ¿Por qué te me muestras a esta edad?” El Niño: “Tú tienes ahora cincuenta años, yo cin­ co. Mi primer año corresponde a los diez primeros de tu vida; mi segundo año, al vigésimo tuyo; el tercero, al trigésimo tuyo; el cuarto, al cuadragésimo y el quinto, al quicuagésimo tuyo. De este modo serán borrados todos tus pecados, serán santificados tus años y toda tu vida será santa por la mía”. El Niño estaba de pie. Se miraba muchas veces las manos. Le sorprende a ella y el Niño le dice: “Como el hombre se mira muchas veces las manos, yo volvía a diario a pensar en mi Corazón sobre mi muerte desde mi infancia hasta el día de mi pasión, conocía de ante­ mano todo lo que vendría sobre mí”. Con esto le enseñaba que es bueno al hombre traer con frecuencia el recuerdo de la muerte y todo lo que puede sobrevenirle.

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Libro de la Gracia Especial

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Segunda Parte______________________________________237

Capítulo XI

Capítulo X

El azote del Señor

Contempla al Señor a semejanza de un diácono Contempla también al Señor Jesús de pie ante el altar revestido de dalmática. Tenía en el pecho una cruz brillante. Le dice Matilde: “¡Amado Señor mío!, ¿cómo te presentas de esta manera?” Le responde: “Como el diácono sirve en el altar, yo realizo con el sacerdote y en el sacerdote todo lo que él hace”. Ella: “¿Qué significa esa cruz que llevas en el pecho?” Él: “La parte superior de la cruz significa mi amor, al que nada debe anteponer el hombre12. La parte inferior, la humildad por la que el hombre debe someterse a toda criatura por mí.

Una vez contempló al Señor de pie con un látigo en la mano en actitud amenazadora. Se arroja por tierra y abraza el látigo del Señor. Con ello se quería signifi­ car que el hombre debe recibir del Señor con gratitud tanto la prosperidad como la adversidad. El Señor la levanta y la cubre con una túnica roja llena de agujeros mientras le dice: Así fue perforado y torturado todo mi cuerpo en la pasión, desde la planta del pie a la cabeza no había en mí parte sana'3. Con ello se presagiaba que ella sufriría en breve las moles­ tias de la enfermedad. También contempló al Señor con un cáliz oculto en sí. Comprendió que de momento no vería ni pregusta­ ría la dulzura que el Señor iba a derramar en el alma; estaría oculta en Dios de quien proceden todos los bienes.

La derecha, no posponer el temor de Dios en la prosperidad. La izquierda, sufrir con paciencia las adversidades por mi amor Quien lleve esta cruz en el corazón como recuerdo permanente, tendrá la recompensa de su trabajo al morir, su alma descansará en mi Corazón”.

Capítulo XII

Cómo fue consolada en la tentación El diablo atonnentaba intensa y frecuentemente a esta sierva de Dios con tentaciones, como Dios suele probar a sus devotos.

13

12

Cf. Regla de san Benito 4,21; 72,11.

Is 1,6.

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Libro de la Gracia Especial

Sucedió que cierto día Dios le comunicaba su gra­ cia. Mientras estaba en su presencia acudió el Tentador metiendo en su corazón el temor y la tristeza de que aquel regalo no era de Dios. En un momento que sen­ tía gran ansiedad se arroja a los pies de Jesucristo, lamenta la infidelidad de su corazón y le dice: “Mira, Señor mío, te ofrezco esta gracia que me das para tu alabanza y gloria eternas. Te ruego que si no viene de ti, nunca jamás se me conceda; careceré gus­ tosísima de todo deleite y consuelo por tu amor”. Le llama el Señor por su propio nombre y le dice: “No temas, mi amada Matilde, te juro por el poder de mi divinidad que no te harán daño este temor y triste­ za, te santificarán más y más y te prepararán para reci­ bir mi gracia. Si estas cosas no temperaran el gozo de tu corazón, éste moriría por exceso de dulzura. No debes admirarte que te asalten estos pensamientos, estás en mi presencia, también me tentaba a mí el dia­ blo cuando estaba colgado de la cruz por tu amor”.

Capítulo XIII

El Señor alíenla al alma angustiada Estaba muy turbada en otra ocasión y se refugia en el Señor que es fidelísimo protector. Se le aparece Jesucristo en figura de un hermosísimo joven y la lleva al altar. En esto reconoció que el Señor quiso hacer de intercesor ante su Padre por las negligencias y faltas cometidas.

239

Segunda Parte

Le dio también como apoyo un bastón sin asidero en el que poder apoyarse. El bastón significaba la Humanidad de Cristo. Sorprendida esta sierva de Cristo porque el bastón no tenía dónde poder apoyarse, le dice el Señor: “Quiero poner sobre él mi mano para que te apoyes en ella. Cuando te conceda consuelo en la tristeza, sabrás que descansas en mi mano; cuando no experimentes consuelo comprenderás que la he reti­ rado. Así te unirás a mí con corazón fiel”.

Capítulo XIV

Deseo de confesarse Cierto día deseaba confesarse. Al no encontrar con­ fesor se entristeció mucho, pues no se atrevía a recibir el Cuerpo del Señor sin confesarse. Se lamentaba con amargura a Dios Sumo Sacerdote, en la oración por sus culpas y negligencias. Él le garantiza la certeza del per­ dón de todos sus pecados. Da gracias al Señor y le dice: “¡Dulcísimo Dios mío! ¿qué queda de mis pecados?” Le responde: “Cuando un rey poderoso va a llegar a una posada se limpia rápidamente la casa para que no vea nada que pueda ofenderle. Si su llegada es inmi­ nente y no hay tiempo para arrojar fuera la suciedad, se recoge en un rincón para tirarla más tarde. Como tienes voluntad sincera, deseo de confesar tus pecados y no repetirlos en lo sucesivo, son borrados todos en mi pre­ sencia de manera que no se recordarán más, aunque luego se detesten por la confesión. La voluntad y el deseo que tienes de evitar todo pecado según tus posi­

240

Libro de la Gracia Espeta, Segunda Parte

bilidades, es como vínculo insepaiable que y forma conmigo una alianza de unión indisoluble”.

te

estrecha

Como seguían importunándole pensamientos varios hasta creerse indigna de acercarse al imperial banquete del Rey de los Ángeles, pensaba que no los había confesado, ni se había preparado debidamente para recibir don tan extraordinario. El Señor le infunde consuelo y confianza y le dice: “Piensa que todo deseo que reciben los hombres es inspirado por mí, toda la Sagrada Escritura y escritos de los santos brotaron y brotarán de mi Santo Espíritu hasta el fin del mundo”. Así reconoció que el deseo que tenía de recibir el Cuerpo del Señor se lo había inspirado el Espíritu Santo. Con esta seguridad su corazón quedó tan con­ fortado que nada pudo quitarle ya ese deseo. Recibida esta seguridad, oyó a los coros de los ángeles cantar alegres desde el cielo: Ha sido fortaleci­ do el corazón de la virgen'4. Sin más, se acerca al ban­ quete sublime del Cuerpo y la Sangre de Cristo y oye que él mismo le dice: “¿Quieres saber cómo estoy en tu alma? Ella se considera indigna, pero nada quiere tan­ to como la voluntad de Dios. Ve salir de sus propios miembros un maravilloso resplandor como rayo de sol. En ello reconoce la acción de la gracia y signo patente de la bondad de Dios con ella. *

14

Responsorlo de la Circuncisión del Señor.

__________________________________ 241 Capítulo XV

El amor .suple todas las negligencias Otra vez reflexionaba con amargura de corazón haber perdido inútilmente el tiempo que Dios le conce­ día, y recordaba haber gastado los dones de Dios de manera ingrata y sin fruto. Le dice el Amor: “No te turbes. Mira, voy a recu­ perar todo lo que debes y supliré por ti todas tus negli­ gencias”. Comprendió que esto era una gracia inmensa, pero no podía consolarse por el excesivo dolor que sen­ tía de haber perdido dones tan grandes y no haber ama­ do con suficiente amor a Dios, su Amante, que tantos bienes había derramado sobre ella y tan infiel había sido a quien era fidelísimo con ella y con todos. Le dice el Señor: “Si me eres totalmente fiel, pre­ ferirás que mi amor supla todas tus negligencias en vez de hacerlo tú misma, así brotará de él mayor honra y alabanza”.

Capítulo XVI

El Señor le concede el Amor como una madre En otra ocasión le envolvió el Amor con un manto radiante como la luz del sol. Se presentan el Amor y el alma ante Jesucristo como dos vírgenes hermosísimas. El alma anhela acercarse más. Al contemplar aquel imperial rostro no le parecía suficiente.

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Libro de la Gracia Especial

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Segunda Parte

Sorprendida por ello y ardiendo en gran deseo, le toma el Señor de la mano. El Amor arrebata al alma y la lleva hasta Dios. Ella se inclina ante el rostro dulcí­ simo del Corazón de su único Redentor y saca una bebida empapada de dulzura y suavidad.

madres, tú recibirás de sus pechos consuelo y ternura inenarrables. Ella te alimentará, te dará de beber, te vestirá y atenderá todas tus necesidades como una madre cuida de su hija única”.

Toda su amargura se transforma en ternura y su amor en seguridad. Extrae un fruto sabroso del tierno Corazón de Jesucristo que, recibido del Corazón de Dios, lo lleva a sus labios. Simbolizaba la alabanza eterna que brota del Corazón de Dios. Toda alabanza que se tributa a sí mismo, brota de él, que es la fuente límpida de todo bien.

Capítulo XVII

Toma otro fruto fonxiado por la acción de gracias. Porque el alma no puede nada por sí misma, sino que es prevenida por la acción de Dios. Le dice el Señor: “Deseo de ti otro fruto preferible a todos los demás”. Responde el alma: “¡Dios mío dulcísimo! ¿Cuál es ese fruto?” El Señor: “Derrama en mí todo el gozo de tu corazón” Ella: “¡Mi único Amor! ¿cómo podre realizar esto?” El Señor: “Lo realizará en ti mi amor”. Arrobada en un exceso de afecto agradecido exclama: “¡Ay, ay! ¡Amor, amor, amor!” El Señor: “A tu madre la llamabas Mine'5. Mi amor será para ti una madre. Como los hijos maman de sus 15

Término alemán antiguo equivalente a “mamá” de los niños.

Hacerse una sola cosa con el Amado. El amor Mientras estaba en oración sentía ansias del Amado de su alma con todo el ardor de su corazón. De repente una fuerza divina atrae el alma hacia sí con tal vehemencia, que le pareció encontrarse junto a Dios. El Señor estrecha al alma contra su Corazón con tierno abrazo; se derrama en ella y la llena de tal abundancia de su gracia, que sentía como fluir de todos sus miem­ bros arroyuclos hacia todos los Santos. Colmados de esta manera con nuevo y maravilloso gozo, parecía que sus corazones portaban lámparas brillantes, llenas de aquella efusión que Dios había derramado en el alma. Con inmensa gratitud y alegría daban gracias a Dios por esa alma. Contempla en el corazón de Dios una virgen her­ mosísima que llevaba un anillo en la mano. En él había un diamante con el que tocaba constantemente el Corazón de Dios. El alma pregunta a la virgen por qué tocaba de esa manera el Corazón de Dios. Le responde:

244

Libro de la Gracia Especial

“Soy el Amor divino, esta piedra significa el peca­ do de Adán. Como el diamante no puede romperse sin sangre, el pecado de Adán no podía borrarse sin la humanidad y la sangre de Cristo. En el momento que Adán pecó me interpuse y detuve el curso de todo ese pecado. Por eso tocaba constantemente el Corazón de Dios, le movía a compasión, y no le dejé descansar has­ ta que, al salir del Corazón del Padre, el Hijo de Dios reposó en el seno de la Virgen Madre. Ella subió a la montaña para saludar a Isabel. San Juan se llenó de tan­ to gozo en el seno de su madre por la presencia de Cristo, que en adelante no pudo darle alegría ningún gozo terreno. Más tarde recliné al Hijo de Dios en un pesebre envuelto en pañales. Luego lo llevé a Egipto. Después le moví a realizar todo lo que hizo y soportó por el hombre, hasta que lo clavé en el patíbulo de la cruz, donde aplaqué toda la ira del Padre y uní al hombre con Dios en indisoluble alianza de amor”. El alma:

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Segunda Parte

Quien se muestre agradecido por la sed que sintió en la cruz para la salvación de los hombres, lo acepta­ rá como si él mismo refrescara la sed. Quien le dé gracias por haber estado colgado en la cruz cosido con clavos, le será tan grato como si le librara de la cruz y de todos los sufrimientos”. Dijo también el Amor al alma: Entra en el gozo de tu Señor16 17. Con estas palabras quedó totalmente arrobada en Dios. Como la gota de agua vertida en el vino se convierte toda en vino, así esta alma bienaventurada sumergida en Dios, queda hecha un espíritu con élxl. El alma se anonada en esta unión, pero Dios la reanima diciéndole: “Te infundiré todo aquello de que es capaz el hombre. Multiplicaré en ti mis dones en la medida que es capaz la criatura”. Le dice el Amor: “Descansa recostada en el Corazón de tu Amado; No te preocupes por la prosperidad. Descansa ahí, trae a la memoria los beneficios de tu Amado para que nun­ ca te turbes por las contrariedades”.

“Dime, te ruego, ¿qué fue lo que más hizo sufrir a Cristo en todo lo que sufrió por nosotros?” Capítulo XVIII

Responde el Amor:

Dios adorna al alma con sus virtudes

“El haberle tensado tanto en la cruz que todos sus huesos pudieran dislocarse. Quien le da gracias por tal tormento, le ofrece un testimonio gratificante como si ungiera todas sus heri­ das con el bálsamo más delicado.

Cierto día que se cantaba el salmo Alabad al Señor en el cielo, cuando se entonaba el verso: que las aguas 16 17

Mt 25, 21. 23. 1 Co 6, 17.

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Libro de la Gracia Especial

que cuelgan en el cielo alaben el nombre del Señor™, dijo al Señor: “Señor, ¿Qué aguas son esas a las que se refiere este canto? Sé que todas las gotas de agua exis­ tentes te alaban admirablemente” El Señor: “Son las lágrimas que derramaron todos los santos por amor, devoción, compasión o arrepentimiento”. Al momento contempla un agua transparente que signifi­ caba las lágrimas de los bienaventurados. Su fondo era de oro purísimo. Tenía como arena margaritas y perlas preciosas. Designaban las múltiples virtudes que los santos habían practicado en la tierra: oraciones, vigi­ lias, ayunos y otras obras buenas. En las aguas había gran cantidad de peces que se agitaban y jugueteaban. Con ello se significaban los deseos que excitan el alma hacia Dios, los suspiros y el llanto con los que el alma atrae a Dios hacia sí. Los santos en el cielo contemplan en Dios sus virtudes y todas sus buenas obras con aumento de gozo y deleites en su corazón. Además, cada uno es ennoblecido con sus propias virtudes. Se lamentaba al Señor no haber celebrado el día de su desposorio con más devoción, ni haberse unido a él con aquella felicidad que convenía a la esposa para con su esposo. El Señor la viste con la túnica de sus perfectísimas virtudes y pone en su cabeza una corona de oro. La estrecha con la más íntima caridad y la cnvucl18

Sal 148, 4.

Segunda Parte

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ve en sus desnudos brazos. Sorprendida por que se le trataba de esa manera, le dice el Señor: “Te trato así porque no hay la más mínima oscuridad entre tí y mí. No te ocultaré nada de mis misterios”. Contempló también millones de ángeles reverentes ante su Rey. El Señor dice al alma: “Pongo todos a tu disposición para que te sirvan”. Ella quería que todos los servicios que le ofrecían redundaran en gloria y ala­ banza de su único Amante. Al punto contempló cómo salían trompetas de los corazones de los ángeles y se dirigían hacia Dios entonando un cántico tan melodio­ so que nadie podría describir. Después de esto, se le abre de par en par el Corazón de Dios, la introduce en él y cerrándose, la cobija dentro de sí mientras le dice: “La parte superior de mí Corazón será para ti ternura del Espíritu divino, que se destilará en tu alma. Hacia él levantarás tus ojos, abrirás tu boca con ardiente deseo y atraerás la dulzura de la gracia divina como se dice en el salmo: Abro la boca y aspiro el espíritu™. En la parte inferior [de mi Corazón] encontrarás el tesoro de todos mis bienes, y la superabundancia de todo lo que es posible desear. Al oriente tendrás la luz del verdadero conocimiento para comprender y cum­ plir toda mi voluntad. Al mediodía, el paraíso de eter­ nas delicias donde estarás siempre a la mesa conmigo. Contempla al punto una mesa preparada y sobre ella un mantel blanquísimo. La mesa significaba la liberalidad. 19

Sal 118, 131.

248

Libro de la Gracia Especial

el mantel la piedad. El Señor estaba sentado a esta mesa, servía gozoso al alma y le ofrecía platos varia­ dos; esto es, múltiples dones divinos. Siempre que ren­ día acciones de gracias a la divina largueza por cada uno de los dones recibidos y por beneficios sin cuento, le correspondía el Señor con nuevos platos. “¿Qué te ofrezco. Amado mío, cuando ruego por tus amigos?” Responde el Señor: “Un vino generoso que alegra mi Corazón como dice el salmo: El vino alegra el corazón del hombre ”20 21. Ella: “¿Cual es mi ofrenda cuando ruego por los peca­ dores?” “Una bebida sabrosísima, más dulce que la miel y el panal que destila1', cuando pides que mis enemigos, en estado de condenación, se conviertan a mí”. El alma: bien

te

reporto

cuando

ruego

por

las

El Señor: “Cuando pides que los que mantienen mi benevo­ lencia se vean cuanto antes libres de los tormentos, me ofreces un vino que alegra mi Corazón”. 20 21

De nuevo el alma: “¡Oh amadísimo, con qué vehe­ mente deseo suspiro ya por entregarte desde ahora mi corazón!” Al instante le toma él su corazón y le aspira como si se tratara de percibir el suave aroma de una rosa. El alma: “¿Qué aroma aspiras en él, que no tiene nada bueno?” El Señor: “Cuando reposo en tu alma aspiro en ti mi propia fragancia”. Finalmente dice el Señor al alma: “En la parte occidental [de mi Corazón] encontrarás longitud de días, paz eterna y gozo sin fin. Al norte recibirás segu­ ridad eterna contra todos tus enemigos, nadie en ade­ lante combatirá contra ti”. Capít ulo XIX

El Señor:

“¿Qué almas?”

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Segunda Parte

Sal 103,15. Sal 18, 11.

El Señor la sepultó el Viernes Santo dentro de sí mismo Un Viernes Santo mientras el sacerdote celebraba según costumbre el entierro del Señor, le dice esta pia­ dosa virgen: “¡Amado entrañable de mi alma! ¡Ojalá fuera mi alma de marfil para darte sepultura en ella lo más dignamente posible!” Le responde el Señor: “Te sepultaré también en mí, serc tu gozo y esperanza; te elevaré, seré dentro de ti vida que te alienta y alimento que alegra y engorda tu alma. Seré detrás de ti deseo que te espolea; delante de ti, amor que estimula, encanto de tu alma; a tu derecha, alabanza que da plenitud a todas tus obras; a tu izquier­

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Libro de la Gracia Especial

da, reclinatorio de oro que te sostiene en las pruebas; a tus pies, fundamento que da firmeza a tu alma”.

benignísimo Corazón de Dios resultaría un libro más voluminoso que el de Maitines”.

Capítulo XX

El Señor le entrega su Corazón como prenda de la vida eterna Al entonar el miércoles de Pascua la Misa: Venid benditos de mi Padre22, fue colmada de alegría inefable y desacostumbrada. Dice entonces al Señor: “¡Oh si fuera uno de esos benditos humildes que escucharán tu voz dulcísima!” Le responde el Señor: “Lo serás ciertamente23. En prenda de ello te daré mi corazón y lo guardarás siempre contigo. Cuando aquel día colme tu deseo, descansarás en él como testi­ monio de todo esto. Te entrego también mi Corazón como morada de refugio; así, el día de tu muerte esco­ gerás solo el camino de mi Corazón donde descansar para siempre”. Este regalo fue uno de los primeros dones de Dios. Desde entonces comenzó a sentir un afecto de especial devoción hacia el Corazón divino de Jesucristo. Casi siempre que se le presentaba el Señor, recibía alguna gracia especial de su Corazón, como se ve en muchos lugares de este libro. Ella misma solía decir: “Si se escribieran todos los bienes que me ha concedido el

Jesucristo alaba al Padre por ella Cierto día daba gracias a Dios después de recibir el sacratísimo Cuerpo de Cristo, y rogaba al mismo Jesús, Hijo de Dios, amante y florido Esposo de su alma ena­ morada, que él mismo se dignara rendir al Padre amo­ rosas alabanzas por el don tan grande e inestimable que le había concedido. Contempla a Jesús junto al Padre celestial en actitud reverente, a quien ensalza digna­ mente con estas palabras: Te alaba en las alturas - la corte celestial Y con las criaturas - el hombre, ser mortal24 En las palabras La corte celestial... entiende [Matilde] que el Señor atraía hacia sí el canto armóni­ co de todos los coros celestes. En el conjunto: El hom­ bre mortal, hacía suyas todas las aspiraciones humanas. Finalmente, en la expresión: con las criaturas, unía a sí el ser más íntimo de todo lo creado para lanzarlo en una explosión de alabanza a Dios Padre. De este modo [Jesucristo] cantaba himnos de alabanza ante Dios 24

22 23

Mt 25,34; Canto de entrada de la Misa del miércoles de Pascua. Ver en Santa Gertrudis, El Heraldo del amor divino, lib V c. 4.

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Del himno Gloria alabanza y honor que se canta en la proce­ sión del Domingo de Ramos. Autor Teodulfo de Orleans, obispo español (f 821). Cf. Ortega T., Libro de la gracia Especial. Revelaciones de Sania Mectildis Buenos Aires, 1942, p. 161.

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Padre por ella, en unión con todas las criaturas del cie­ lo, de la tierra y de los abismos. Recostada en el pecho de su Amado percibe en lo hondo de su ser como tres sonoras pulsaciones25. Sobrecogida de admiración deseaba saber qué querían significar aquellas tres pulsaciones. Le contesta el Señor: “Las tres pulsaciones significan tres palabras con las que me dirijo al alma amante:

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Le responde el Señor: “Mi única voz es: hágase, que significa el poder [creador] de mi divina voluntad26 Con sólo mi palabra creé el cielo, la tierra, los mares y todo lo que hay en ellos, como lo atestigua la Escritura: Hágase la luz, hágase el firmamento, ...27 Todo lo que existe en cielo y tierra es regido sólo por mi voluntad divina, y toda alabanza, alegría y bienaventuranza de los Santos bro­ tan de mi divino querer”.

La primera es ven, separándote de todas las criaturas. La segunda es entra con la confianza de una esposa. La tercera es lecho nupcial, a saber: el Corazón divino”. En eso comprendió que Dios comienza por invitar a cada elegido a separarse de las criaturas, de manera que renuncie con libre y total voluntad a cualquier delei­ te que pudiera encontrar en alguna de ellas para entre­ garse con todo fervor sólo a su Dios y Señor. Seguida­ mente le invita a la intimidad, así el elegido, como espo­ sa que no teme el rechazo, acude siempre con total con­ fianza, y entra en el lecho nupcial de su divino Corazón, donde abunda y desborda tal dicha y felicidad que jamás puede desear corazón humano alguno. Se despierta en ella un vehemente deseo de perci­ bir por algún sonido la dulce melodía de la voz del Hijo de Dios, con la que alaba a Dios su Padre.

Capítulo XXI

Contempla el Corazón del Señor bajo la forma de una lámpara Distraída por múltiples pensamientos durante una misa, que le impedían gozar de Dios, rogaba a la Virgen María, mediadora entre Dios y los hombres, que le alcanzara experimentar la presencia de su amado Hijo. Creemos que por su intercesión contempló al Rey de la gloria, nuestro Señor Jesucristo, sentado en ele­ vado trono de cristal purísimo. Delante del trono brota­ ban dos riachuelos de agua cristalina. Contemplarlos era un placer28. Entendió que se trataba de la gracia del perdón de los pecados y de la consolación espiritual 26

27 28 25

Cf. Parte Ia cp. 10; parte 5“ cp. 32.

Subyace en esta expresión el poder creador de la palabra "hagase" a cuya voz brotaron las criaturas en el relato crea­ dor del Génesis. Gn 1, 3 ss. Parece ser que Dante alude a estos riachuelos el Lethe y el Eunoe en el Purgatorio cap. 33 de la Divina comedia.

254

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que de forma más especial y más fácilmente se conce­ den en toda misa por virtud de la divina Providencia. Al hacer la ofrenda de la Hostia santa se levanta el Señor del trono y parecía elevar con sus propias manos su Corazón dulcísimo, corno lámpara resplandeciente, colmada y desbordante. La lámpara se derramaba con tal fuerza en tomo a sí que saltaban de ella grandes gotas sin disminuir lo más mínimo su plenitud. Con ello se daba a entender que aunque se reparta a todos la gracia capaz de llenar a cada uno de la plenitud del Corazón de Cristo, su plenitud vuelve al mismo colma­ da de dicha, sin experimentar disminución alguna. Contempló los corazones de los presentes unidos al Corazón del Señor por ciertos lazos a modo de lám­ paras. Unas parecían derechas, llenas de aceite y encendidas; otras pendían vacías e invertidas bocabajo. Las lámparas derechas y encendidas significaban los corazones de quienes participan en la Misa con devo­ ción e interés; las invertidas, los corazones de quienes descuidan elevarse a Dios mediante piadosa devoción. Matilde ansiaba vivamente fundir todo su corazón con el Corazón divino. Al instante siente que su cora­ zón se eleva entre los demás y se sumerge como un pez en el Corazón divino. Pide con humilde oración al Señor, que le enseñe cómo disponer su corazón, ya aco­ gido en el divino, para permanecer siempre en esa dichosa unión. Contempla el divino Corazón transfor­ mado en una gran mansión de oro y a Dios paseando por su interior como por una casa espaciosa y agrada­ ble. Llena de admiración, piensa en sus adentros cómo

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realizar esto, y escucha al Señor que le dice: “¿No recuerdas lo que dice el salmo: Caminaba con rectitud de corazón dentro de mi casa?29. ¿Quién puede hacer esto fuera de mí? Nadie fuera de mí es inocente”. Contempla en la casa cuatro vírgenes hermosísi­ mas, parecen las virtudes de la humildad, paciencia, mansedumbre y caridad. Esta última sobresalía de las demás brillando con una túnica verde. Al verla recor­ daba que la caridad se había mostrado a otra persona de feliz memoria, vestida también con túnica verde. Llena de admiración pregunta al Señor por qué la caridad aparece con frecuencia vestida de verde. Responde el Señor: “Aparece con propiedad vesti­ da de verde porque con su poder hace reverdecer muchos troncos secos, esto es, a los pecadores, y pro­ ducir de nuevo en ellos los frutos de las buenas obras”. Añade el Señor: “Procura ganarte la simpatía y amistad de estas virtudes si deseas morar conmigo en esta casa y tener la fruición de mi presencia. Por ejem­ plo: si la vanidad pretende debilitar el temple de tu corazón, recuerda el poder de aquella caridad que me sacó del regazo del Padre para reclinarme en el seno virginal. Envuelto en pobres pañales me reclinó en el pesebre. Me obligó a soportar muchos trabajos en la predicación. Finalmente, me hizo sufrir una muerte amarga y cruelísima. El recuerdo de todo esto arranca­ rá de tu corazón todo resquicio de vanidad. 29

Sal 100,2.

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Del mismo modo, si te contagia la soberbia, recuerda mi humildad por la que nunca me dejé llevar lo más mínimo de grandezas en pensamiento, palabra, gestos u obras; antes bien, di en todo ejemplo de la más perfecta humildad. De esta manera vencerás la soberbia con la humildad. Cuando te asalte la impaciencia recuerda la pacien­ cia que tuve en pobreza, hambre, sed, correrías, inju­ rias, escarnio, sobre todo en la muerte En los accesos de ira recuerda mi mansedumbre. Fui pacífico y delicado con los que odian la paz®, bas­ ta el punto de alcanzar el perdón de mi Padre para los que me crucificaban, rogándole con gran dulzura, como si nunca me hubieran ofendido. Ensañados con­ tra mí me atormentaban con tantos géneros de tortura, que no podían encontrar más, mientras rechinaban los dientes de rabia contra mí31. De este modo podrás vencer todos los vicios con las virtudes”.

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Segunda Parte

Capítulo XXII

La zarza, la vara de la justicia y los nueve coros de los ángeles Cuando murió el joven conde Bucardo32, de feliz memoria, la comunidad salió en procesión a recibir su féretro. Esta sierva de Dios contempló la amplia llanu­ ra de la campiña y experimentó un gran gozo. Cierta noche no podía conciliar el sueño ni levan­ tarse para la oración debido a la enfermedad. Se le apa­ rece el Señor con túnica blanca, se sienta junto a su lecho y la consuela dulcemente de sus tribulaciones y dolencias. Ella le dice: “¡Ay, Señor mío! ¡Si me fuera permitido pasear contigo por la extensa campiña que he contemplado hace poco!” El Señor: ¿No conoces el dicho popular: “oídos tiene el bos­ que y ojos la campiña”? Y añade: “El bosque tiene oídos” significa que si dos perso­ nas se sientan junto a un matojo para un diálogo íntimo, pueden percibirlo los que por allí pasan”. Matilde ve al punto una zarza lozana, que había crecido con retoños Í2

30 31

Sal 119,6. Cf. Hch 7,54.

Parece tratarse de Bucardo XII de Mansfeld, que falleció pre­ maturamente en 1294 después de legar al monasterio 29 yuga­ das de bosque. Ver el capítulo 11 de la 5" parte de esta obra.

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tiernos y erguidos, de gran altura y belleza. Bajo ella se sientan Dios y el alma33. Los renuevos de la zarza eran las virtudes de Dios: sabiduría, benignidad, justicia, misericordia, caridad y las demás que son connaturales a Dios. Éstas, como el olivo, están siempre verdes, siempre lozanas, siempre con renuevos tiernos. Abrazada el alma por la vara de la justicia, dice al Señor. “Me viene muy bien esta vara que me ciñe, con ella me ejercitas colmándome de tribulaciones y aflic­ ción”. En esto se da cuenta que la vara era el mismo Dios a quien el alma con sus abrazos tenía estrechado a sí. Y comienza a alabarle: “Te alabo, piedra de justi­ cia, sol de justicia, decoro de justicia”, etc. Del Corazón de Dios brotaba un río que inundaba el alma, empapaba todos sus miembros y ahuyentaba de ellos la tristeza que la embargaba. El Señor le dice: “Mira la zarza de la que la Escritura comenta: Tus brotes son un paraíso ”34 En tomo a la zarza estaban todos los ángeles, cada coro giraba a su derredor a modo de nueve círculos Dice el Señor al alma: Se cumple lo que dice la Escritura: ¡Oh, tú que moras en los huertos, mis amigos prestan oído a tu voz35.EI alma comprende por inspira-

33

34 35

La intimidad de Matilde junto a la zarza recuerda la añoranza de la ternura de un amigo delicado que una mañana, antes de Prima sintió su discípula Gertrudis la Manga junto al estan­ que. Cf. El Heraldo del Amor divino, lib. II, cp. 3. Ct. 4,13. Ct. 8,13.

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ción divina cómo todos los angeles están al servicio del hombre que obra el bien. Así pues, cuando el hombre canta Salmos, lee la divina Escritura, o realiza cualquiera otra obra buena, le sirven los Ángeles. Si en la oración habla con Dios, escucha la Palabra divina o habla sobre Dios, le atienden los Arcángeles. Si medita en las virtudes de Dios y proclama su potencia, sabiduría, bondad, justicia, misericordia, lon­ ganimidad y caridad y, según sus fuerzas trata de con­ formar su vida a esas virtudes, le acompaña el coro de las Virtudes. Cuando el hombre teme a Dios, recuerda su inefa­ ble y sublime divinidad, y se somete a él con toda humildad, le siiven las Potestades. Pero cuando exalta en su corazón la nobleza y sublimidad divinas, medita cómo se dignó la Majestad infinita crear al hombre a su imagen y semejanza, cuán­ to hizo y sufrió por el hombre y en atención al amor que Dios le tiene ella también ama a todos los hombres, le prestan sus servicios los Principados. Si el hombre adora a Dios con inclinaciones, genu­ flexiones y reverencias, le asisten las Dominaciones. Cuando medita en Dios con serenidad de corazón, le acompañan complacientes los Tronos. Cuando recibe luz para el conocimiento de Dios y se eleva por la contemplación a escrutar los misterios divinos, le asisten los Querubines.

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Cuando el alma enciende el fuego de su corazón en el amor de Dios, ama a Dios con su mismo amor y a todos los hombre en Dios y por Dios, le acompañan los Serafines. Luego le dice el Señor: “¿Quieres saber lo que significa que el campo tie­ ne ojos? Cuando dos pasean por una llanura pueden verse desde lejos. De igual modo, si dos que se aman se divisan a distancia en la campiña, corren al encuentro más rápidamente. Cuando el ciervo y la cierva se per­ ciben a lo lejos en el campo, se apresuran al encuentro. Así el alma que ama y me desea, se lanza a mi intimi­ dad con más rapidez que lo que cuesta decirlo. Los caminantes y peregrinos suelen reparar sus fuerzas en el campo deteniéndose para comer. También yo ali­ mento frecuentemente al alma que se considera pere­ grina en este mundo, guarda su corazón dilatado, libre de todo lo terreno y de todo impedimento. Los hombres cogen flores en el campo. Yo recojo con gozo los múltiples deseos del alma santa, que la adornan como las flores embellecen el campo. Con ellas entrelazo una guirnalda, me la ciño a la cabeza, y cuando el alma viene a mí por propia voluntad se la paso a la suya”. Dice el alma al Señor: “Señor mío, en qué falté al mirar en torno mío y deleitarme contemplando la dilatada campiña?” Le responde:

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“Obraste contra la obediencia y no me prestaste atención, además descuidaste rezar por el alma del difunto”. Ella: “Enséñame amadísimo, qué debo hacer, si en ade­ lante tengo que salir de nuevo”. Responde: “Antes de salir del coro rezad el verso: Enséñame, Señor, tu camino , para cpie siga en tu verdad; que se goce mi corazón para que respete tu nombre36 Así sal­ dréis en mi temor, me tomaréis como compañero de camino, como bastón en que os apoyéis. Puestas en marcha bendeciréis con mi diestra las casas, el camino y todo lo que encontréis. Todo quedará bendito. Cuando el hombre se deja llevar de vana alegría siente después pesadumbre de corazón; el que perseve­ ra en mi temor no sentirá tristeza, antes bien, experi­ mentará la verdadera alegría. Al acercaros al féretro podéis traer a vuestra men­ te la procesión en la que todos al resucitar con sus cuer­ pos, acudirán a mi encuentro el día del Juicio. Yo iré hacia ellos con inefable gloria y majestad escoltado por la multitud de todos los ángeles y santos”. Rogaréis por el alma del difunto, para que si está en las penas del purgatorio, se vea pronto libre de ellas; si algún impedimento le aparta de mí, se vea libre de él; se una a mí y a mis santos lo antes posible y sea digno 36

Sal «5,11.

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de la glorificación futura; y así sea presentado a mí ale­ gre y glorioso, aquel día tremendo.

Capítulo XXIII

La cocina del Señor En cierta ocasión recibe un don magnífico de la generosidad divina. Reconoce su propia pequeñez y exclama con humilde sumisión: “¡Oh Rey generoso!, un don de tu alta dignidad no me corresponde en mane­ ra alguna, yo que me considero incluso indigna de entrar en tu cocina a fregar tus escudillas”. Le responde benignamente el Señor: “¿Cual es mi cocina y mis escudillas que tú quie­ res fregar?” Confusa, se estremece al no saber qué responder. El Señor que suele a veces proponer cuestiones, más para iluminamos que para que le demos respuesta, le llenó de alegría con una visión que fue a la vez res­ puesta. Le dice, en efecto: “Mi cocina es mi divino Cora­ zón, como la cocina es la estancia común a la que todos tienen acceso, hijos y criados, así está mi Corazón, siempre abierto a todos y dispuesto a ofrecer a cada uno lo que le apetezca. El cocinero de esta cocina es el Espíritu Santo, que derrama su inestimable dulzura y la llena constantemente con inconmensurable generosi­ dad. Una vez colmada, hace que fluya.

Segunda Parte

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Mis escudillas son los corazones de todos los san­ tos y elegidos que constantemente reciben la desbor­ dante dulzura de mi divino Corazón. Entonces contempla a la Santísima Virgen de pie cerca de Dios con toda la multitud de los ángeles y san­ tos. Parecía como si los ángeles sacaran sus corazones del pecho a modo de platos de oro y los presentaran a su Rey y Señor para que los llenase. Cada uno parecía llenarse del torrente de divinos placeres que fluían a borbotones de la desbordante plenitud del Corazón divino. Ese flujo saltaba de nuevo del hontanar del corazón de los santos y volvía lleno de gratitud al Corazón del Señor. Le dice el Señor: “Vete en primer lugar al purísimo Corazón de mi virginal Madre, purifícate en él, alaba con acciones de gracias aquella fidelidad con la que se mantuvo firmísimamente unida, más aún, fundida a mí, por encima de las demás criaturas en todas sus obras. Bebe además, el agua misma en que te lavaste con los deseos y ansias de imitarla. Lo mismo harás respecto a los corazones de cada uno de los santos: ensalza siempre sus virtudes e imíta­ las en cuanto te sea posible. Así podrás gozar feliz­ mente de su compañía en la gloria.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XXIV

El alma pone su nido en el Corazón de Cristo En otra ocasión le dice el Señor después de comul­ gar: “Yo en ti y tú en mí, inmersa en mi omnipotencia, como se sumerge el pez en el agua”. Ella: “¡Ay, Señor mío!, muchas veces sacan los peces del agua con redes, ¿qué sería de mí si tal me aconte­ ciera?”

Recapacita el alma cómo podría hacer esto con los patriarcas y profetas ya que no habían recibido el Cuerpo de Cristo en la tierra. Le dice el Señor; “Lo que tuvieron los apóstoles realmente, lo obtu­ vieron los patriarcas y profetas por la fe y la esperanza. Su fruto; por tanto; es tan verdadero como el de los apóstoles”.

Capítulo XXV

El Señor:

La Cruz y el vestido de seda del Señor

“No te podrán sacar de mí. Harás tu nido en mi divino Corazón”. Ella: “¿Cual será mi nido?” El Señor: “La humildad por todos los dones y gracias que te he concedido. Te sumergirás siempre en el abismo de la verdadera humildad”. El alma: “Los peces se multiplican en el agua, ¿cuales serán mis frutos?”

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Segunda Parte

Arrobada en espíritu se encuentra en una mansión extraordinariamente hermosa. Reconoce que es el mis­ mo Corazón de Cristo, porque había entrado varias veces en él como se ha dicho más arriba. Se arroja a tie­ rra, encuentra una gran cruz sobre el pavimento, y el alma se tiende sobre ella. De la cruz sale un agudo dar­ do de oro que le traspasa el alma37. Matilde oye que le dice el Señor: “Todo lo terreno no puede dar alegría a una sola alma; su mayor salvación y gloria se funda en las tribulaciones y sufrimientos”.

El Señor: 37

“Cuando me ofreces a mi Padre celestial para gozo y alabanza de todos los santos, sus alegrías y méritos se multiplican como si ellos mismos me los ofrecieran desde la tierra. Esos son tus frutos”.

Lo que se dice de santa Teresa de Jesús, que fue traspasada por un Ángel, que era el mismo Cristo, con un dado de amor, había sucedido antes en santa Gertrudis (cf. El Heraldo del amor divino, Lib. 11, c. 5 y lib. V, c.25, y acontece ahora en Matilde. Esto nos enseña que las tres tenían un nivel de per­ fección parecido.

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Libro de la Gracia Especial

El alma se llena de tristeza y congoja porque su Amado solo permite escucharle, no contemplarle. Mientras le busca con gran deseo, se presenta de pie ante ella con túnica de seda y escarlata, la toma de la mano y le habla tiernamente. Al sentir el alma la suavi­ dad y finura de su túnica comienza a discurrir qué podría significar aquello. Le dice el Señor: “Como la túnica de seda es sua­ ve y fina, es también fina y suave toda tribulación y sufrimiento del alma que verdaderamente ama a Dios”. El alma: “Esto es verdad al comienzo de las pruebas, cuan­ do el alma está con todos sus fervores, pero cuando los sufrimientos persisten se le hacen muy pesados”. Le responde el Señor: “efectivamente. Cuando el vestido de seda se adorna con oro y piedras preciosas, no alivia o quita por ello su peso, lo hace más noble y valioso. De igual modo el alma fiel no debe rehusar el dolor por más acervo que sea: ennoblece todas sus vir­ tudes, y sus méritos se aumentan hasta el infinito”. Esta visión fue presagio de la enfermedad que presto le sobrevendría durante el Adviento, que siem­ pre celebraba con la máxima devoción y ardor de san­ tos deseos.

Segunda Parte_________________________

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Capítulo XXVI

Múltip les sufrim i en los Dios que den-ama abundancia de consuelo y dul­ zura en el alma que le ama, multiplica también sus dolores y enfermedades, como comprobamos muchas veces en esta fidelísima alma. En una ocasión sufrió durante más de un mes fuer­ tes dolores de cabeza que no le dejaban conciliar el sue­ ño ni descansar. Perdió también la gracia, la dulzura acostumbrada y las visitas de Dios. Con frecuencia se lamentaba entre sollozos que no era capaz de tener un pensamiento consolador sobre Dios, por ello caía en tal tristeza que a veces llamaba a Dios su amante con gemidos tan angustiosos que se oían por todo el monas­ terio. Permaneció en esta desolación más de siete días, hasta que el benignísimo Señor, siempre cercano a los que tienen el corazón atribulado, la inundó de gran con­ suelo y dulzura. Frecuentemente yacía postrada como muerta con los ojos cerrados desde Maitines a Prima y desde Prima hasta Nona. Durante esc tiempo el benignísimo Señor le comu­ nicaba sus inefables secretos, la llenaba con el gozo y la dulzura de su presencia, como ebria; no podía conte­ ner dentro de sí su gracia interna, que había cuidadosa­ mente celado muchos años, se derramaba incluso en los huéspedes y demás visitantes. Muchos le pedían su intercesión ante Dios, y ella le exponía los anhelos de sus corazones como Dios le daba a entender. Muchos daban gracias a Dios consolados por su intercesión.

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Durante esta enfermedad el Señor le arrebató, por la muerte, a su queridísima hermana, la señora Aba­ desa, de venerable memoria38. Como confesaba ella misma, el Señor le recompensó infinitamente esta gran desolación. Llegó a ver su alma y conocer sus méritos cuantas veces lo deseaba39 *. Seguía quejándose de no poder conciliar el sueño por los dolores de cabeza, mientras algunos pensaban que deliraba, porque, según ellos, lo que hacía era dor­ mir. Una confidente suya le preguntó qué hacía inmó­ vil con los ojos cerrados. Respondió: “Mi alma goza de las delicias de la divina fruición nadando en la divinidad como el pez en el agua o el ave en el aire, sin otra diferencia entre la unión de mi alma con Dios y la que gozan ya los santos, que ellos disfru­ tan con alegría, yo con dolores”. Durante su enfermedad sobrevino la Cuaresma y decidió permanecer espiritualmente en el desierto con el Señor. Una noche cree sentirse con él en el desierto y le pregunta dónde quería pasar aquella primera noche. El Señor le muestra un árbol de excepcional hennosura pero hueco; se le denominaba árbol de la humildad. Le dice: “Aquí pasaré la noche. Dicho lo cual, el Señor entra en el hueco del árbol”. 38

39

Se refiere a Gertrudis de Hackeborn, abadesa de J lelfta que había recibido en la vida monástica a nuestra Matilde, a Gertrudis la Magna y a Matilde de Magdeburgo. Ver toda la parte sexta. VI. Esta grave enfermedad sobrevino a Matilde el año 1291.

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Le dice ella: “¿Y yo dónde me quedo?” El Señor: “¿No sabes volar a mi regazo y descan­ sar en él como suelen hacer las aves con sus crías?”. Al punto se siente como avecilla que vuela al regazo del Señor y reposa en él con gran quietud. Dice al Señor: “Señor clementísimo, pon tu mano sobre mi cabe­ za para que pueda dormir”. El Señor: “¿No sabes que las avecillas meten la cabeza bajo sus alas mientras duermen?” Ella: “¿Cuales son. Señor mis alas?” Responde: “Tu deseo siempre ardiente es como un ala roja. Tu amor siempre vigoroso y en crecimiento, como un ala verde. Tu esperanza, como ala dorada, que tiende ince­ santemente hacia mí”. Contempla entonces cómo fluían del Corazón del Señor unas gotas finas que recibía con avidez y le pro­ ducían una dulzura desconocida e inefable. Le parece que se acerca san Pedro muy sorprendido al ver que el Señor de la majestad se inclinara con tanta ternura hacia esa alma. Le dice el Señor: “¿Pedro, de qué te maravillas? ¿No sabes que los hijos primogénitos y los benjamines son los más queridos? Vosotros los discípulos, fuisteis

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mis primogénitos con quienes derramé toda mi benig­ nidad y encontrasteis en mí todo lo que deseabais”. En ese momento es arrebatada en espíritu al cielo, contempla al Señor sentado hacia el oriente, a su her­ mana la señora Abadesa de feliz memoria, escoltada por todas las hermanas vivas y difuntas de su comuni­ dad. Cuando la abadesa hacía el más leve movimiento, de todas las personas a las que había atendido solícita en la tierra, brotaba una melodía tan delicada que lle­ naba de alegría a todo el ejército celestial y todas las hermanas de la comunidad volaban hacia ella como blancas palomas. Luego los angeles santos presentaban a Dios todos los méritos de cada una de las hermanas para colmo de gozo de la citada Abadesa. Ella oraba por su comunidad: Padre santo, guarda en tu nombre a las que me diste40

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De igual modo oraba al Espíritu Santo: 41 “Santifícalas en la verdad , dígnate ser su consolador”. Le responde el Espíritu Santo: “Tu gozo es el mío, quiero ser su consolador y guardián”. Percibe a continuación una armoniosa melodía que resonaba en lo alto del cielo. Era el ruido de las disci­ plinas42 43 que en ese momento estaban tomando las mon­ jas por la salvación de los hombres. Al ruido de los gol­ pes los ángeles saltaban de gozo batiendo palmas, los demonios huían lejos de las almas que atormentaban, estas quedaban libres de sus penas y se rompían las cadenas que las oprimían.

Capítulo XXVII

Le responde el Señor:

El Señor promete a Matilde revestirla de sí mismo

“Tu voluntad es la mía, las guardaré en inocencia de todo mal. También rogaba al Hijo diciendo: “Te pido que sean uno en ti, como nosotros somos uno41, que unidas en todo a la plena voluntad de Dios, sean uno en Él, como están los santos unidos en todo a Dios en el cielo”. Le responde el Hijo: “Tu deseo es mi deseo; yo en ellas y ellas en mí, por esta unión realizaré y consolidaré todas sus obras en mí”.

Una noche que no podía descansar por la violencia del dolor de cabeza, pedía a Dios le mostrara al menos un hueco en el que encontrar descanso. Le muestra el Señor los cuatro agujeros de sus llagas y le invita a escoger aquél en el que desea descansar. Ella no quiere elegir y confía a la divina piedad que le conceda lo que más le complazca. Le muestra la herida de su Corazón 42

40 41

Jn 17, 11. Cf.Jn. 17, 11.

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43

Jn 17,17. Instrumento de penitencia a modo de flagelo que se usaba en los monasterios.

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y le dice: “Mira, aquí lo tienes, entra y descansa en él”. Al momento entra gozosa en el Corazón de Dios. Se parecía a una casa hermosísima. En el centro estaba el Señor acostado en el lecho, cubierto con una maravi­ llosa colcha verde. A una orden del Señor el alma se inclina muy contenta para reposar junto a él. Le pare­ cía tener tantas almohadas cuantas punzadas de dolor golpeaban en esos momentos su cabeza. Ella las reco­ gía una por una y las ponía con inmensa gratitud bajo la cabeza de su Amando mientras le decía: “¡Ojalá, Dios amantísimo, te dignaras vestirme, a mí miserable, el día de Pascua, con atuendos parecidos a la colcha de tu lecho!” Le responde el Señor: “Así será, amada mía. Por mí mismo y de mí mis­ mo quiero prepararte esos atuendos”. Recapacitaba qué quería decirle el Señor con esto. El Señor:

F

“¿No sabes que los gusanos hilan la seda? De mí está escrito: Soy un gusano, no un hombre44. Con las entrañas de mi misericordia tejeré vestidos para ti. Si se te hacen insoportables, los llevaré contigo. Hasta el presente me has servido con devoción en tus trabajos; en adelante me servirás solícita en la práctica de las vir­ tudes con las que te he dado ejemplo”.

44

Sal 21,7.

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Capítulo XXVm

Los ángeles dan de beber a todos los santos de la fuente de la misericordia Otra noche preguntaba al Señor dónde debía per­ noctar. Le respondió: “Al pie de este monte solitario”. La lleva allí y ve brotar la fuente de la misericordia al pie del monte y un vaso de plata. Le dice el Señor:”Da de beber de la fuente a todos a tu gusto”. Ella: “Señor mío, hazlo tú en mi lugar, yo me siento poco práctica para ello, pues soy frágil y estoy enferma”. En su lugar se acercan los santos angeles a la fuen­ te y dan de beber primero a la Virgen María para aumento de su felicidad. Mientras bebía cada trago pro­ ducía una resonancia tan delicada en su garganta que todos los ciudadanos de aquella santa Jerusalén goza­ ban con redoblada alegría. Luego daban de beber a los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, viudas, casa­ dos y a todos los ciudadanos del cielo. Todos bebían y cada trago producía maravillosas armonías para gloria de Dios como las de la Virgen María. También daban de beber de dicha fuente de mise­ ricordia a la Iglesia militante: Primero al Señor

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Pontífice, cardenales, arzobispos, obispos y todos los religiosos. A continuación al emperador, reyes, prínci­ pes, y a todos los jueces y directores de almas. Finalmente, a todos los moradores de la tierra. Los ángeles ofrecían también la fuente de la misericordia a las almas del purgatorio en nombre de la amante de Cristo. Todos bebían de la misma fuente pero no todos experimentaban el murmullo y dulzura que sentía la Iglesia triunfante. Finalmente, atendiendo a las súplicas de su sierva, el Señor daba benignamente a beber de su Corazón una bebida sabrosa, presentada en pequeños vasos, a todas las personas mencionadas tanto de la Iglesia militante cuanto de la triunfante. Capítulo XXIX

La fuente de la misericordia La noche siguiente es conducida de nuevo en espí­ ritu a la referida fuente de la misericordia, contempla cómo salta de la fuente un gran surtidor de humilde agradecimiento que pasa por el Corazón purísimo de Jesucristo y revierte de nuevo a la fuente. Su sentido correcto es el siguiente: los dones de Dios son múlti­ ples, no todos los hombres reciben la misma gracia, hay gracias diferentes. Cada uno debe cuidar con dili­ gencia el don que Dios le ha dado y devolverlo a el con gratitud, considerándose indigno de tal gracia y de la misma vida. Se tendrá siempre por poca cosa y dirá: me siento muy por debajo de todas tus misericordias. No

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buscará nada bueno para sí que no redunde en alaban­ za de Dios. Todo lo que le suceda, alegre o doloroso, tenga por seguro que le ha sido concedido por el gran amor de Dios. Así devuelvan a su origen todos los dones de Dios, dándole gracias unidos al agradeci­ miento de Jesucristo, como si vinieran de su Corazón santísimo.

La confesión Otra vez contempló a nuestro Señor Jesucristo senado a la derecha de la Majestad en el cielo. Realizaba la purificación de los pecados. Cuando las hermanas se acercaban a la confesión con espíritu humilde y corazón contrito, el Señor Jesús abrazaba a cada una con su diestra y aniquilaba en sí todos sus pecados tan totalmente como si nunca hubieran existi­ do. Así purificadas, las presentaba todas al Padre celes­ tial. Este las miraba con benevolencia y decía a cada una con ternura: “Te ha acogido la diestra de mi Justo con total reconciliación”. Capítulo XXX

El Señor cura su enfermedad Pasados cuarenta días enferma con continuos dolo­ res de cabeza, le pareció encontrarse de nuevo con el Señor en un campo florido y le dice: “Muy Amado mío, dame tu bendición como lo hiciste en otro tiempo con tu siervo Jacob”. Él, cariñoso, la bendice y le dice: “Queda sana en cuerpo y alma. Al momento siente que

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se le amortigua el dolor. Llena de inmenso gozo ruega a la Virgen y a todos los santos que alaben al Amado de su alma por tan grande beneficio. Comienza la Virgen bienaventurada, y todos prorrumpen en alabanzas a Dios, por esa alma y todos los beneficios que le ha con­ cedido. Desde entonces comenzó a experimentar mejoría, aunque no completa, porque apenas se sintió con algu­ nas fuerzas, se entregó con tal celo a los ejercicios espi­ rituales que su cuerpo no podía resistir. Capítulo XXXI

Poder del amor En otra ocasión reflexionaba dentro de sí durante la acción de gracias, en el poder del amor divino que había arrebatado a Cristo del seno del Padre y lo abajó hasta el seno de la Madre. El Señor le dice: “Me entrego en poder de tu alma, para ser tu escla­ vo y me mandes lo que quieras. Estaré a merced de tu voluntad como un esclavo que no tiene otro poder que el que le ordene su señor, estoy en todo a tu disposición”. Ella recibe con inmensa gratitud estas palabras de tanta condescendencia y recapacita en su interior qué cosa importante podía pedir a la bondad del Señor. Advierte en el corazón que su deseo más profundo era recuperar la salud, al aproximarse ya la solemnidad de la Pascua. Desde el Adviento del Señor hasta este

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momento, exceptuados la Vigilia y el día de la Natividad del Señor, no había asistido al coro debido a los continuos achaques de la enfermedad. Recapacita, sin embargo, obligada por la fidelidad que siempre había guardado al Señor y le dice: “¡Dulcísimo y amantísimo de mi alma! Aunque pudie­ ra recuperar la fortaleza y salud que nunca he tenido, no lo desearía de ninguna manera. Sólo te pido que jamás me oponga a tu voluntad, que quiera juntamente contigo todo lo que quieras realizar en mí, sea próspe­ ro o adverso. Siente al punto cómo la abraza el Señor con su derecha y reclina su cabeza sobre el pecho de ella mientras le dice: “Puesto que quieres lo que yo quiero, tendré siempre tu alma en mi regazo, llevaré en mi inti­ midad el dolor de tu cabeza y lo santificaré con mis sufrimientos”. Podrían escribirse muchas más cosas que el Señor hizo con ella en esta enfermedad45. Lo omitimos por­ que su relato muchas veces interrumpido o comunica­ do a medias no podía comunicar lo más importante, como ella misma confesaba. Decía, en efecto: “Todo lo que os digo es como un soplo, en relación con lo que no me es posible expresar con palabras”. A veces hablaba con voz tan tenue, que nos era difícil entender bien lo que decía. Por ello no pudimos 45

Esta enfermedad le duró desde el Adviento de 1290 a la Pascua de 1291. En ese tiempo murió su hermana, la abadesa Gertrudis.

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copiar nada de esas cosas, excepto lo que prestando gran atención escuchábamos y hemos podido conservar para gloria de Dios y utilidad de los prójimos46. Capítulo XXX11

El abrazo y el Corazón (leí Señor Un día se quejaba al Señor durante su enfermedad de no poder ir al coro ni realizar otras buenas obras. Le pareció que el Señor se reclinaba en el lecho junto a ella abrazándola con la izquierda de manera que la herida de su tierno Corazón se unía al corazón de ella. Le dice el Señor: “Cuando estás enferma te envuel­ vo con mi izquierda; si estas sana te abrazo con mi derecha. Has de saber que al ser abrazada con mi izquierda mi Corazón está mucho más cercano al tuyo”. Capítulo XXXIII

Matilde presenta su corazón a Dios para (pie ponga en él su inorada Un sábado que se entonaba el canto de entrada: Salve, santa Madre de Dios, dijo al Señor:”;Si pudiera ahora, Dios amantísimo, rendir alabanzas con tu amor 46

Maravilloso testimonio de sus hermanas, posiblemente de Gertrudis la Magna, que recogían con avidez todas las pala­ bras que salían la boca de Matilde, su amada maestra y formadora, por la que sentían gran admiración.

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a tu dignísima Madre, y me fuera posible homenajear­ la con tus dones regios, de manera que nunca reina alguna recibió distinción tan grande!” Hace el Señor un signo a dos ángeles como para indicar que le traigan algo. Parten y traen ante el Señor una bolsita blanca que contenía las buenas obras de Matilde. El Señor deposita en ella entre otros regalos, una cruz de oro, que significaba los sufrimientos de aquella alma. Toma también de la bolsita una hermosa azucena y la coloca en su pecho a modo de joya. Complacida el alma por estos presentes dice al Señor: ‘¡Ay mi entrañable Amado! ¡Ojalá pudiera hacer de mi corazón la joya más preciosa y digna para ti!” Le responde el Señor: La perla mas deleitable y más querida para mí, que me puedes ofrecer; es hacer de tu corazón una cel­ dilla en la que more y goce sin término. La celdilla ten­ drá una sola ventana, a través de ella hablaré y distri­ buiré mis regalos a los hombres”. Comprendió que esta ventana era su boca, a través de la cual debía comunicar la palabra de Dios a los que acudían a ella mediante la enseñanza y el consuelo.

Capítulo XXXIV

Dios comunica sus sentidos al alma para (pie haga uso de ellos En cierta ocasión pedía al Señor le concediera algo que le ayudara a mantener de manera pennanente el recuerdo de Dios.

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Para complacerla le dice el Señor: “Mira, te doy mis ojos para que todo lo veas con ellos; mis oídos para que a través de ellos comprendas todo lo que oigas; también mi boca, para que todo lo que digas cuando hablas, rezas o cantas, lo hagas a tra­ vés de ella.

Segunda Parte

Cuanto más te humillas por debajo de toda criatu­ ra por el desprecio de ti misma, más profundamente te sumerges en mí, y eres inundada con mayor dulzura e intimidad en el torrente de mis delicias”.

Capítulo XXXV

Te concedo finalmente, mi Corazón, para que pase por él todo lo que pienses, y me ames a mí y todo lo demás por mí”. Con estas palabras entró Dios aquella alma y la unió de tal manera cía ver con los ojos de Dios, oír con por su boca, con la sensación de no que el de Dios. En veces.

adelante

se

le

concedió

completamente en a sí. que le pare­ sus oídos y hablar tener otro corazón

sentir

esto

muchas

El hombre elevado a la inaccesible cumbre de la majestad divina Luego le dijo el Señor: “Cuanto más te alejas de las criaturas por el des­ precio de sus deleites, tanto más te elevas hacia la inal­ canzable altura de mi majestad. Cuanto más te derramas en las criaturas por el amor, con tu corazón dilatado hacia todos en compa­ sión y misericordia, más estrecha y tiernamente eres acogida por mi incomprensible largura.

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Dios llama al alma hacia sí. Las diez cuerdas del amor y del salterio En cierta ocasión se sentía conmovida desde lo más profundo de su ser hacia el Amado de su alma. Él, que no solo escucha el deseo del pobre, sino que se dig­ na adelantarse al mismo, se dirige a ella con voz alta y dulcísima: Amada mía, ven a mí. La voz del Señor era tan sonora que resonó en todo el cielo y su vibración llegó a todos sus rincones. Comprendió que “rincones” significaba todas las almas del cielo que a la voz del Señor saltaban de júbilo. Llamada así el alma, acude inmediatamente ante su Amado sentado en un trono elevado y maravilloso. Las columnas delanteras eran de ámbar, sus capiteles de esmeralda y las basas de zafiro. La esmeralda simboliza el fresco verdor de la eter­ nidad, el zafiro la excelencia de la dignidad divina. El Amor como hermosísima virgen rodeaba el trono can­ tando: Sola di ¡a vuelta al cielo*1. Reconoció en estas palabras que sólo el Amor había doblegado la omnipo­ tencia de la majestad divina, había como sacado de sí 47

Si 24, 8.

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su inescrutable sabiduría, derramado hacia fuera su ter­ nura, superado por completo el rigor de la justicia divi­ na que se transforma en mansedumbre, e inclina al Señor de la majestad, para que venga en auxilio de nuestra miseria. En las palabras: Me paseé sobre las olas del matM, entendió se referían a cuantos, primero bajo la Ley y después bajo la Ley y la gracia, se mantienen fielmen­ te unidos al amor de Dios en las penalidades, y vencen por amor las contradicciones y los vicios. El Amor cantaba de nuevo: Le escucho en torno al trono, etc. En esto comprendió que los santos cantan jubilosos las grandes maravillas que Dios obró en ellos: la inescrutable sabiduría que los escogió; la inmensa gratuidad que los justificó y con su gracia los hizo dig­ nos de sí; la fuerza y poder de su amor que los libró de toda miseria y transformó no sólo lo bueno, sino todo lo malo que había en ellos para su bien y su salvación. Dios recibe complacido toda esa alabanza de sus san­ tos, como si no fuera don de él, sino fruto de ellos. Sin embargo, sólo a él dan gloria. Le parecía ver también al Amor a la derecha de Dios. De su corazón salía un instrumento melodioso dirigido hacia esta virgen. Era un salterio de diez cuer­ das como se canta en el salmo: Tocaré en su honor el arpa de diez cuerdas49. Nueve cuerdas significaban los nueve coros de los ángeles, entre las que se clasifica la

Segunda Parte

muchedumbre de los santos. La cuerda décima es el mismo Señor, Rey de los ángeles y santificador de todos los Santos. El alma se postra ante el Señor, hace vibrar suave­ mente la primera cuerda y le alaba diciendo: A ti, Dios Padre no engendrado5®', la segunda: A ti Hijo unigéni­ to; la tercera: A ti Espíritu Santo Consolador; la cuar­ ta: Trinidad santa e indivisa; la quinta: Te proclama­ mos con todo el corazón y los labios; la sexta: Te ala­ bamos; la séptima: Te bendecimos; la octava: A ti la gloria; la novena: Por todos los siglos. Al pulsar la décima cuerda no podía cantar porque todavía no había alcanzado las cumbres de Dios. Después contempló en el pecho del Señor un espe­ jo brillantísimo. En él había un rostro humano como la luna. Se preguntaba maravillada qué podría significar. Le dice el Señor: “Se te explicará”. Por los ojos comprende que sólo Dios es la sabi­ duría eterna que lo conoce todo en el cielo y en la tie­ rra. Se conoce a sí mismo de modo perfecto y lucidísi­ mo, y ninguna criatura puede abarcarle. Le pregunta el Señor: “¿Quién te ha enseñado esto?” Ella: “Tú, Señor, dador de todos los bienes, que enseñas toda ciencia a los hombres y les inspiras toda sabiduría”. 50

48 49

Si 24, 8. Sal 32, 2.

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Antífona para el Magníficat en las II Vísperas de la Sma. Trinidad.

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Por la boca [de aquel rostro humano] entiende que Dios es inmenso e inabarcable en su omnipotencia; las criaturas todas del cielo y de la tierra no son capaces de rendirle una alabanza plena; sólo él puede alabarse a si mismo de manera satisfactoria; sólo él comprende ple­ namente la hondura del amor que se entrega al alma que le ama. Todos los días se ofrece en el altar corno vícti­ ma a Dios Padre para la salvación de los fieles. No son capaces de escudriñar este misterio ni los Querubines, ni los Serafines ni todas las Potencias del cielo. Le pregunta el Señor: “¿Quien te ha enseñado estas cosas?” Ella: “Solo tú que eres el mejor de los maestros, autor de toda bondad, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”51. Se reclina el alma sobre el pecho de su enamorado Señor. Él la enaltece con todas sus potencias, sentidos y movimientos, por sí mismo y en lo más hondo de sí. Cuanto más la enaltecía adhiriéndose a ella, más desfa­ llecía ella y se reducía a la nada, como se derrite la cera ante el fuego. Se derretía y derramaba en Dios dulce­ mente unida a él, que la estrechaba a sí con estrechos lazos de unión inseparablemente apretados52. Ardía en 51 52

Cf. Jn. 1, 9. El texto original balbucea un apretado grupo de términos como queriendo expresar la experiencia de una inefable unión con el Amado, para la que no encuentra palabras adecuadas.

Segunda Parte

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deseos de que todos los seres del cielo y de la tierra lle­ garan a participar de esa gracia de Dios. Luego toma la mano del Señor y forma sobre ella una cruz tan grande que le parecía cubrir el cielo y la tierra. Por ella crecía el gozo de los bienaventurados, se otorgaba el perdón a los pecadores, consuelo a los afli­ gidos, fortaleza y perseverancia a los justos, la expia­ ción y liberación de los tormentos a las almas del pur­ gatorio.

(lapít tilo XXXVI

El hombre debe confiar a Dios sus sufrimientos. Bondad del Corazón de Dios. Cómo acoge Dios a las vírgenes. Una vez se creía inútil por la enfermedad y pensa­ ba que sus sufrimientos no tenían valor alguno. Le dice el Señor: “Pon todos tus sufrimientos en mi Corazón y yo les daré un valor que jamás pudo alcanzar sufrimiento alguno. Como la divinidad asu­ mió todos los tormentos de mi humanidad y los unió a sí, trasladaré a mi divinidad todas tus penas, las uniré a mi pasión y te comunicaré aquella gloria que Dios Padre otorgó a mi humanidad glorificada por todos los tormentos que soportó. Confía cada una de tus penali­ dades al Amor diciendo: Oh Amor, te los confío con aquella intención que me concediste al enviármelos desde el Corazón de Dios, te ruego que, una vez trans­ formados, los vuelvas a su origen con infinito agrade­ cimiento.

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Deseas alabarme, [le dice el Señor], pero te lo impiden los achaques. Ruega a Dios Padre que le alabe y bendiga por tus dolores con aquella alabanza que le glorifiqué con mis tormentos en la cruz, con aquella gratitud que le rendí acciones de gracias porque quiso que sufriera todo aquello por la salvación del mundo, por el amor con que gozosa y voluntariamente acepté los dolores. A la manera que mi pasión produjo frutos en el cie­ lo y en la tierra, de igual modo, tus dolores y cualquier tribulación ofrecidos por mi mediación y unidos a mi pasión producirán tantos frutos que cada uno otorgará gloria a los elegidos en el cielo, mérito a los justos, per­ dón a los pecadores y alivio a las almas del purgatorio. ¿Existe algo que no pueda mejorar mi divino Corazón? Todo el bien que hay en el cielo y en la tierra ha brotado de la bondad de mi Corazón. Muestra a [Matilde] las jerarquías de todos los santos, su inesti­ mable gloria y dignidad, y le dice: Mira cuanta bondad ha producido mi Corazón en los profetas, los apóstoles y cada uno de los santos, con qué perfección llevé a plenitud todas sus obras, cómo las premié desbordando todos sus merecimientos”. Mientras contemplaba maravillada con inmenso gozo la gloria de cada uno de los santos, ve también a las vírgenes, siente una complacencia especial por su belleza y júbilo, y dice al Señor: “Ah, Señor, tú que has concedido a las vírgenes un amor tan gratuito, dime, por favor, qué es lo que más te deleita en ellas”.

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El Señor: “¿Cómo pretendes alcanzar lo más grande, cuando no puedes llegar ni a lo mínimo en esta vida? No obs­ tante, te enseñaré algo: Dios mi Padre ama tanto a cada una de las vírgenes y espera su llegada con un gozo mayor que el que tuvo rey alguno por la esposa de su hijo de la que espera un gran heredero. Apenas se oye­ ron estas palabras en el cielo, llega la virgen, se con­ mueve toda la majestad de los cielos, y cuando ella entra, todos prorrumpen en una gran aclamación a su paso. Transportados de gozo todos los santos la alaban jubilosos: ¡Qué hermosos tus pies!, etc53 Yo mismo me levanto y me apresuro a salir a su encuentro llamándo­ la: Ven amiga mía, esposa mía, ven y serás coronada54 Mi voz es tan sonora que llena el cielo, penetra los espíritus de todos los ángeles y santos como órganos armoniosos que hacen vibrar el eco de mi voz. Al llegar a mi presencia, se mira en mis ojos y yo en los suyos como en un espejo, nos contemplamos mutuamente con inefable complacencia. La estrecho contra mí con un abrazo tan enamorado que me fundo y traspaso a ella con toda mi divinidad, de manera que a cualquier lado que se vuelva parece como si estuvie­ ra en mí con todos sus miembros. A su vez la introduz­ co tan hondamente en mí, que tiene la impresión de sentirse en todos los miembros de mi ser. Además me 53 54

Ct 7, 2. Cf. Ct 4, 8.

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constituyo en su corona, y la corono con toda dignidad como mi legítima esposa. El Espíritu Santo la inunda con la afluencia de su dulzura y bondad y la empapa como pedazo de pan sumergido en vino generoso. De esta manera se hace amable y atractiva a todos los moradores del cielo.

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“Ah, Señor, si es así, dime te suplico, ¿quiénes son esas vírgenes tan puras a las que amas más que a todos los demás?” El Señor: “Las que nunca se mancillaron ni en deseo ni en intención de perder la virginidad”. Ella:

Capítulo XXXVII

Quienes son las vírgenes puras y auténticas En cierta ocasión daba gracias a Dios por los dones que le había concedido. El Señor le dice: “Darás gracias en primer lugar por todo lo que concedí a mi Madre y a los ángeles”. [Matilde] lo hace al punto, y le da gracias por haberla escogido desde toda la eternidad entre las demás criaturas, por prepa­ rarla para ser su Madre santísima, por santificarla des­ de el seno materno, por haberla guardado en su infan­ cia y adolescencia libre de todo pecado y por haber sido la primera en hacer voto de castidad perfecta, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Le responde el Señor: “Nada amo tanto en el cielo y en la tierra como la pureza virginal”. Ella:

“¿Qué deben hacer las que descuidaron esto?” El Señor: “Purificarse mediente la penitencia y la asi serán admitidas con gozo y alegría entre nes verdaderas, pero no experimentarán las desbordantes delicias que el torrente de mi derrama sobre aquellas.

confesión, las vírge­ íntimas y divinidad

Capítulo XXXVIII

Las arras (le las vírgenes En otra ocasión se le apareció la Reina de las vír­ genes envuelta en un manto de oro e incrustadas en él unas palomas rojas mirándose de frente. En sus picos tenían un lirio fresco. El manto de oro, pensaba, signi­ fica el ardentísimo amor de Dios que inflamaba a la Santísima Virgen María por encima de todas las demás criaturas. Las palomas rojas, su invencible paciencia, mansa como la paloma, que mostró en toda adversi­ dad. El lirio, el noble y agradable fruto de sus obras y virtudes.

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Llevaba un ceñidor de oro del que pendían anillas también de oro, entrelazadas con cadenillas, de ellas pendían rubíes. Las anillas significaban arras de espo­ sas de todas las vírgenes, unidas a Dios por el voto de castidad. Estaban ceñidas a la cintura de la Madre del Señor, porque la benignísima Virgen custodiaba con maternal solicitud las arras de todas las vírgenes que tiernamente la servían por amor a su Hijo. Ella entre­ gaba a cada virgen su arra a la hora de la muerte para presentarla inmaculada ante la presencia del Señor. Los rubíes significan que es el mismo Rey de la Gloria, nuestro Señor Jesucristo, esposo de las vírge­ nes, quien embellece los rubíes de las vírgenes santas con su propia sangre. Las perlas en suspensión signifi­ can que no se reconoce mérito alguno a la virtud si no va acompañada con la práctica de las buenas obras.

Capítulo XXXIX

Cristo se reviste con los padecimientos del alma y los ofrece al Padre unidos a su Pasión Aquejada por fuertes dolores de una enfermedad, se le presenta nuestro Señor Jesucristo vestido de blan­ co, con un ceñidor de seda verde engarzado con escuditos de oro, que pendía hasta las rodillas. Maravillada, desea saber qué se le quería decir con ello. El Señor:

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“Mira, me he vestido con tus padecimientos. El ceñidor significa que te verás envuelta en sufrimientos hasta las rodillas. Pero yo asumiré íntimamente tus dolores y los sufriré dentro de ti misma. Así ofreceré todas tus penas unidas a mi Pasión, para íntima com­ placencia de Dios Padre. Estaré unido a ti hasta tu últi­ mo suspiro, que lo realizarás descansando para siempre en mi Corazón. Recibiré tu alma en mí con amor tan entrañable, que será la admiración y el gozo de toda la corte celestial”.

Capítulo XL

Cómo actúa Dios en el alma Estando enferma recibe la comunión y dice al Señor: “¡Ay, dulcísimo Dios mío! ¿Cómo me he atrevido a pedirte hace un momento que vinieras a mi alma sin haberme preparado con la oración y las buenas obras?” Le contesta el Señor: “Mi Padre sigue actuando y yo también actúo55. Mi Padre con su poder realiza en ti una obra que no puedes tú con tus fuerzas. Yo con mi sabiduría divina realizo también en ti una obra que desborda tus senti­ dos. El Espíritu Santo igualmente realiza en ti con su inmensa bondad una obra que no eres capaz aún de saborearla o sentirla”.

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Capítulo XLI

Jesucristo acepta como hecho a sí mismo todo el bien que se hace a Matilde Se apenaba por verse obligada a aceptar la ayuda de los demás con temor de que se le prestaran más aten­ ciones que las que necesitaba, y se dirige al Señor lamentándose de ello. Le responde el Señor: “No temas ni te turbes, todo lo que sufres lo siento yo en ti, y todas las atenciones que te muestran los demás, me las hacen a mí56. Yo les recompenso gene­ rosamente como si me las hicieran directamente a mí. A todos los que piadosamente te acompañen en el momento de tu muerte, se lo premiaré agradecido como si me acompañasen condolidos en mi propia pasión. Lo mismo los que asistan con piedad a tu funeral”. Oraba de modo especial por su enfermera y con­ templa al Señor junto a sí. Tenía una faja llena de ani­ llos de oro que se la muestra diciendo: “Mira, son todos los pasos que ha dado [tu enfermera] en servicio tuyo, los tendré siempre ante mí con todo lo demás que hizo por ti, para eterno recuerdo”. El Señor confía [Matilde] al Amor para que cuide de ella y la asista en sus enfermedades. Ella piensa que el Amor la sirve con gran provecho de tres maneras: 56

Ver Gertrudis la Magna, Heraldo del Amor divino, lib 1, c.12 hacia el final.

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En primer lugar, presentando al Señor con exacti­ tud todo lo que le ha confiado el alma. Luego, guardando con diligencia en el archivo del Corazón divino cuanto se le ha encomendado, para devolverlo al alma, enriquecido y aumentado, a la hora de partir de este mundo. Finalmente, sirviendo al alma con toda perfección en sus trabajos y tribulaciones: colabora con ella en el bien y la protege contra el mal. Así, cuando uno se siente sin fervor, enfriado en el amor, lejos de Dios, llame al Amor, confíese a él y pida se digne alcanzarle la gracia o el deseo de la devoción. Confíe de igual modo a su custodia todo el bien que haga, para recibirlo después mejorado. Llame al Amor en todo trabajo y ansiedad. Si él está presente, no se siente el trabajo ni el desaliento en la adversidad. Capítulo XL1I

El trono de Dios. Eos nueve coros de los ángeles. Cuatro besos Mientras se escribía este libro sin que lo supiera la persona a la que se refiere el relato57, ella58 oye duran­ te la Misa una voz que pronuncia el nombre de la con57

58

Véase Gertrudis la Magna, El Heraldo del amor divino, lib. V, c.27. Esta confidente de Matilde es santa Gertrudis la Magna. El presente texto es un argumento más a favor de que Matilde no escribió su obra, sino sus hermanas del monaste­ rio y sobre todo Gertrudis la Magna. Se refiere a Matilde

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fidente de sus secretos59 y le dice: ¿Qué premio te pare­ ce recibirá por escribirlo? [Matilde] se asombra, y estu­ pefacta quiere saber si su confidente ponía por escrito lo que acostumbraba a contarle. No queriendo confe­ sarlo, trataba de excusarse como podía, y le pide se lo pregunte al Señor. Al día siguiente después de saludar a la Santísima Virgen al terminar el Oficio: Salve, Santa Madre de Dios, le dice el Señor: Calla, recibe y goza de lo que te comunico. Ella se mantiene a la expectativa e insiste en preguntar. Su corazón la reprende y le recuerda: La obediencia vale más que los sacrificios60 61, cuado se atreve a seguir indagando. Vienen entonces dos ángeles y la elevan a lo alto, pero ella se siente indigna de tan gran don de Dios. Le dicen los ángeles: Olvida tu pueblo y la casa paternff Con ello comprendió que cuando Dios se digna elevar un alma a íntima contemplación, debe olvidarse de si misma y de sus pecados para entregarse a Dios con mayor libertad y unirse con mayor limpieza a lo que se le comunica. La toman los ángeles y la con­ ducen a una mansión amplia y hermosa. Entra en ella y contempla los nueve coros angélicos admirablemente dispuestos y ordenados unos sobre otros a modo de una bóveda. En lo más elevado sobresalía por encima del coro de los Serafines, el trono de Dios y de la Santísima Virgen. 59 60 61

Esta confidente es Gertrudis la Magna ISm 15,22. Sal 44, 11.

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Contempló también cómo salían del Corazón de Dios nueve rayos de luz que se dirigían hacia cada uno de los coros, cada coro ofrecía a los demás el resplan­ dor de su rayo. Un rayo inflamado de amor salía directamente de Dios, iluminaba el coro de los Serafines y luego se adentraba en todos los coros restantes. De este modo cada uno comunicaba a los demás coros el resplandor que recibía directamente de Dios. El alma se arroja a los pies del Señor y le saluda desde lo más profundo de su corazón. Le dice el Señor: “Mira, te doy mi paz para que nada pueda turbarte y separarte de mí” Le embarga profunda tristeza hasta el punto de no poder llegar durante una semana hasta el Señor en la íntima paz del corazón. Recuerda la voz que escuchó el día anterior, y pregunta al Señor si su confidente real­ mente había escrito algo, o qué le quería comunicar aquella voz. El Señor: “No temas ni te turbes, déjala hacer lo que hace, yo seré su colaborador y ayuda”. Pide al Señor le enseñe cómo saludar a la Santísima Virgen. El Señor le muestra su Corazón y le dice: Aquí aprenderás a saludar a mi Madre. Al punto vuela el alma como una avecilla hacia el costado del Señor,

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toma una especie de granos blancos corno la nieve que fluyen del Corazón divino y los deposita en el corazón de la bienaventurada Virgen. Cada uno de los granos revelaba uno gozo particular de la misma Virgen Santísima. Durante el rezo de la oración Secreta presenta a la Virgen dichosa la felicidad que experimenta en su ínti­ ma unión con Dios, superior a la de toda otra criatura. Entonces se inclinan mutuamente el Señor y la Santísima Virgen el uno hacia el otro, en un prolonga­ do beso. Dice el Señor al alma: “Este beso será perpetuamente tuyo y de todos los que saludan a mi Madre o a mí por nuestra mutua unión. Permanecerán unidos a mí con una unión inse­ parable”. Deseaba saber dónde se encontraba en esos momentos el alma de la bienaventurada hermana M.62 , y la contempla entre el coro de los Serafines como un ave que revolotea en presencia del Señor, para signifi­ car que mientras vivía en este mundo fue dotada de un conocimiento superior a los demás. Vio también el alma de su amiga M. que formaba como un solo espí­ ritu en Cristo con la hermana M. Estaba un poco más abajo pero tan próxima que se estrechaban la mano. 62

Se trata de Matilde de Magdeburgo, autora del libro: Im luz divina que ilumina los corazones. Publicado en esta Biblioteca Cisterciense, n. 17 el 2004. Ver también aquí la parte 5a cap. 3, y el Heraldo del Amor divino de Gertrudis la Magna , lib. 5 cap. 7.

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Al finalizar la Misa el Señor estampó cuatro besos en el alma como una bendición, para garantizarle con dulces palabras, que jamás podrían separarla de él.

Capítulo XLIII

Título y utilidad de este libro Como se ha dicho, este libro se escribió casi por completo ignorándolo esta sierva de Dios. Cuando alguien se lo notificó fue tal su tristeza, que no encon­ traba manera de consolarse. Se refugia en el Señor como acostumbraba y le expone confiadamente su pena. Inmediatamente se le presenta el Señor. Con su derecha sostiene este libro sobre su Corazón, la besa y le dice: Todo lo escrito en este libro ha brotado de mi Corazón y refluye hacia él. Toma el Señor el libro y lo cuelga al cuello del alma sobre su hombro. Con ello comprende que no debe pre­ ocuparse del libro como si no fuera suyo, pues había sido escrito por providencia de Dios, no por sus cono­ cimientos previos. Pregunta al Señor si debe abstenerse en adelante de comunicar a los demás las gracias que recibe. El Señor responde: “■Déjame actuar según la largueza de mi generoso Corazón, déjame actuar según mi bondad, no según la tuya”. Replica ella:

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“¿Qué va a ser de este libro cuando yo muera? ¿Qué utilidad se seguirá de él?” El Señor: “Todos los que me buscan con sincero corazón se regocijarán en él, los que me amán se encenderán más en mi amor, los tristes encontrarán en él consuelo”.

Tercera Parte

Insiste el alma y pregunta al Señor cual sería el título del libro El Señor: “Se llamará Libro de la Gracia Especial”. Desde entonces llegó a conocer tan perfectamente este libro, que nunca llegaron a ver sus ojos corporales, que describe a su confidente su volumen, su forma de encuademación en piel y hasta el estuche de cuero en el que se debía guardar. Todo lo escrito en él es muy poco en relación con las cosas que se han silenciado. Puedo afirmar con toda seguridad, que frecuentemente se le revelaban muchas cosas que de ninguna manera quería manifestar. Lo que estimaba podía ser de utilidad e instructivo, lo revelaba para gloria de Dios. Sin embargo, al comunicar esas cosas omitía muchísimas veces las confidencias amo­ rosas de su Amado. En ocasiones era tan espiritual [y divino] lo que veía que no encontraba manera posible de expresarlo en palabras.

Capítulo I

Un anillo con siete piedras preciosas Cierto día que la virgen de Cristo no experimenta­ ba la presencia del Amado que tanto deseaba, cree sen­ tir al Señor presente, su Corazón abierto a modo de puerta, y entra en él como en una gran mansión que tenía el pavimento de oro. La mansión era redonda, símbolo de la eternidad de Dios. El Señor estaba en el centro y el alma junto a él en mutuo coloquio. Mientras se cantaba: A ti se te cumplen los votos en JerusalérA, pensaba: ¡cuántos votos habían ofrecido los santos al Señor en este mundo! La Santísima Virgen y todas las vírgenes, su castidad; los mártires, su sangre preciosa; y los demás santos, trabajos y obras de piedad. Lamentaba que ella no tuviera nada que poder ofrecer al Señor. Contempla entonces a la Santísima Sal 64,2. Se cantaba como versículo en el Canto de entrada de las misas de difuntos hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano 11.

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Virgen a su derecha que le ofrece un anillo de oro. Al punto [Matilde] se lo entrega al Señor. Él lo recibe complacido y lo pone en su dedo. Con gran deseo dice para sí: “¡Si fuera posible que él me diera su anillo, en señal de desposorio!” Pero consideraba suficiente si el Señor se dignaba darle un dolor en el dedo anular, soportarlo toda su vida, como memorial de haber sido desposada con Jesucristo. Le dice el Señor: “Te doy para recuerdo, un anillo con siete piedras engastadas en siete falanges de tus dedos. En la Ia falange recuerda el amor divino que me hizo descender del seno del Padre y me obligó a servir durante treinta y tres años con muchas tribulaciones para buscarte. Al acercarse el momento de los desposo­ rios fui vendido por el amor de mi propio Corazón, para pagar el banquete, y me entregué como pan, carne y bebida. En aquel banquete fui yo mismo cítara y órgano con melodiosas palabras, para alegrar a los con­ vidados como un danzarín, humillándome a los pies de mis discípulos. En la 2a, recordarás que yo, joven esbelto, dirigí una danza después de aquella cena, caí tres veces, y di tres saltos con tal esfuerzo que empapado de sudor derramé gotas de sangre. En aquella danza vestí a mis camaradas con triple manto: alcancé para ellos el per­ dón de los pecados, la purificación de las almas y la participación en mi luz divina.

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En la 3a, trae a la memoria la ternura de mi amor humilde, cuando me incliné al beso de esposa que me dio Judas al acercarse a mí. Mi corazón sintió un amor tan fuerte al recibir este beso, que si se arrepintiera en aquel beso hubiera acogido su alma como una esposa. En aquel momento uní a mí a todos los que estaban destinados desde la eternidad a ser mis esposas. En la 4a, recuerda con qué ternura de esposa escu­ charon mis oídos cantos nupciales, cuando estaba ante los jueces y se levantaron contra mí tantos testigos falsos En la 5a, trae a la memoria cómo me engalané por tu amor al cambiar los vestidos: blanco, púrpura, escar­ lata con la corona de espinas como guirnalda de rosas. Recuerda en la 6a cómo te abracé al ser atado a la columna. En ella fui por tu amor, el blanco de los dar­ dos de tus enemigos. En la 7a recuerda que ascendí al tálamo de la cruz. Como los esposos confían sus vestidos a los comedian­ tes, entregué yo mis vestidos a los soldados y mi cuer­ po a los que me crucificaban. Después extendí mis bra­ zos mediante durísimos clavos, para acoger tus tiernos abrazos y cantarte en el lecho del amor siete conmove­ doras canciones. Seguidamente abrí mi Corazón para meterte en él, y unido a ti, agonizar en la cruz en dormición de amor”. Al terminar le parecía ver cómo muchas hennanas de la comunidad se acercaban al Señor y le ofrecían denarios de oro que representaban la buena voluntad. Vio también salir del pecho del Señor como una llama­

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rada que fundía cada denario, lo transformaba en una flor de oro que se adhería al pecho de la que hacía la ofrenda. Capítulo 11

Sale una rosa del Corazón del Señor que significa la alabanza divina Mientras estaba en misa oye al Señor que le dice: “Vamos al desierto interior”. Le parece recorrer un lar­ go camino con el Señor al que estrecha las manos y dice: “Te alabo en tu eternidad, inmensidad, hermosu­ ra, verdad, justicia, etc”. Llegan a un sitio de gran sole­ dad y amenidad, rodeado de árboles que se cerraban en lo alto formando como una bóveda2. Un verde intenso cubría el suelo tachonado de flores. Allí se sentó el Señor. El alma recorría como ovejuela aquellos pastos, llevaba al cuello una cadenilla con anillos de oro y pla­ ta que salía del Corazón del Señor, para significar el amor de Dios y del prójimo, sin el cual nadie puede unirse a Él. El alma deseaba alabar a Dios y exclama: “¡Oh amantísimo!, enséñame a alabarte” El Señor: “Mira mi Corazón”. Una hermosísima rosa con cinco pétalos brotaba del Corazón de Dios y cubría su pecho.

Tercera Parte

Le dice el Señor: “Alábame por mis cinco sentidos significados en esta rosa”. Así comprendió que debía alabar a Dios por la mirada complaciente con la que él siempre contempla al hombre, como un padre a su hijo, sin mostrarle nun­ ca rostro airado sino amistoso, con deseo y esperanza de que siempre acuda el hombre a él. Segundo, por el finísimo oído que inclina siempre hacia el hombre, de manera que el mínimo susurro o gemido de éste le produce más alegría que toda la orquesta celestial3. Tercero, por el aromático olfato que con amorosa predilección irradia hacia el hombre, y le mueve a gozarse en el Señor. Sin él nadie encuentra alegría en el verdadero bien, si el Señor no se lo concede como está escrito: Mis delicias están con los hijos de los hombres4. Cuarto, por el suavísimo gusto que experimenta en la misa. Allí él mismo se transforma en dulcísimo ali­ mento del alma. En este manjar Dios incorpora el alma a sí con tan tierna amistad, que el alma misma se con­ vierte en comida de Dios por la unión. En quinto lugar, alabará el alma al Señor por el sentido del tacto con el que el amor tocó al Señor tan amargamente que cosió sus manos y sus pies a la cruz 3

2

Ver Gertrudis la Magna, El heraldo del amor divino. Lib. II cp. 3.

303

4

Ver Matilde de Magdeburgo. La Luz Divina que ilumina los corazones. Lib. II c. 2 al final. En Biblioteca C isterciense n. 17 pág.101. Pr 8, 31.

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y traspasó con la lanza su costado. El alma quedó cla­ vada a él con un dolor inconmensurable, y ahora está tan gravada en sus manos, pies y Corazón dulcísimo que no podrá olvidarlo ni un instante.

Capítulo III

Cinco palabras de alabanza (Urina Se encontraba gravemente enferma y dijo al Señor: Me siento tan débil de espíritu que no puedo ala­ barte ni rogarte. El Señor condescendiente le responde: Alábame con estas palabras: Gloria a ti, dulcísima, nobilísima, radiante, y siempre serena e inefable Trinidad. Yo uniré la palabra dulcísima, a mi divina dulzura; la palabra nobilísima, a mi nobleza excelentísima; la palabra radiante, a mi luz inaccesible; la palabra sere­ na, a mi sosiego imperturbable; la palabra inefable, a mi inenarrable bondad. Así yo mismo me presentaré a la bienaventurada Trinidad infinitamente aceptable.

Capítulo IV

El Señor será alabado de tres maneras Contempló al Señor envuelto en una claridad indescriptible. Llevaba en el pecho como una hoja de árbol, de plata resplandeciente. En su entorno se encon­ traban maravillosamente decorados todos los tormen­

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tos que sufrieron los santos por amor al Señor. Contemplaban en el Señor sus méritos y nobleza, nada habían estimado tan pequeño en pensamiento, palabra y obra, cuando lo hacían o sufrían por su amor, que no mereciera recompensa eterna. Cantaban y glorificaban a Dios sin fin por todos sus dones. Dice [Matilde] al Señor: “Dulcísimo y amantísimo, ¿qué puedo hacer para tu mayor agrado?” El Señor: “Alabarme” Ella: “Enséñame a alabarte dignamente”. El Señor le enseña tres maneras de alabanza a manera de tres ictus o pulsaciones armoniosas: Alabarás en primer lugar la omnipotencia del Padre, que obra según su querer en el Hijo y en el Espíritu Santo, ninguna criatura celestial o terrestre puede abarcar su inmensidad. Después ensalzarás la inescrutable sabiduría del Hijo que se comunica plenamente, a voluntad con el Padre y el Espíritu Santo, sin el más mínimo impedi­ mento. No hay criatura alguna que pueda alcanzar tan honda comunicación. Finalmente, proclamarás la bondad del Espíritu Santo que fluye desbordante hacia el Padre y el Hijo según toda su voluntad. No hay criatura que pueda par­ ticipar plenamente de ella.

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Mientras el alma pulsa el Corazón de su Amado y proclama de esa manera su alabanza, resuena por todo el cielo su pulsación, y el Señor exclama:

En la tercera: De quien todo toma su origen, por quien todo existe, en quien todo se fundamenta, a Él la gloria por los siglos de los siglos. A Ti toda alabanza.

“El segundo ictus o pulsación consiste en alabarme por todas las gracias y dones que derramé desde la superabundancia de mi bondad, en mi Madre virginal. Estaba tan colmada de toda gracia y dones, que jamás criatura alguna pudo alcanzarla.

Terminada esta glorificación, por deseo del alma se partió en dos la insignia que posaba en el pecho de su amado Jesús. Entra en el Corazón melifluo de Jesucristo, se hace un solo espíritu con el Amado, y sin lugar a duda gusta y ve lo que el hombre no puede expresar.

También proclamarás las gracias que derramé en todos los santos que gozan ya en presencia de mi divi­ nidad, y me contemplan complacidos como fuente de todos los bienes. La tercera pulsación consiste en ensalzarme por todas las gracias y dones que fluyen de mí hacia todos los hombres. Sobre los buenos, porque los santifico y fortalezco con mi gracia; sobre los pecadores, porque los invito a la penitencia, y espero con misericordia que obren el bien; también sobre todas las almas que con mi gracia saco cada día del purgatorio y las llevo a las ale­ grías del cielo”. Pensaba que en la primera alabanza debía procla­ mar: A ti la honra y el imperio, a ti la gloria y el poder, a ti la alabanza y el júbilo por siglos eternos, ¡Oh Dios, Trinidad bienaventurada! En la segunda: Con razón te alaban, te adoran, te glorifican todas tus criaturas ¡Oh dichosa Trinidad! A ti la alabanza, la gloria, la acción de gracias.

Capítulo V

lees cosas que el debe meditar el hombre Su instructor, que es el mejor de todos los maestros le dice: “Te enseñaré tres cosas, si las meditas cada día y las examinas en tu interior, te atraerán muchos bienes. En primer lugar, recuerda agradecida dones te otorgué al crearte y redimirte: te creé a mi imagen y semejanza; me hice hombre por ti pués de haber soportado indecibles tormentos, cruelísima muerte por tu amor.

cuántos hombre y des­ acepté

En segundo lugar, recuerda con gratitud los dones que he derramado sobre ti desde tu nacimiento hasta el presente: cómo te saqué del mundo con amor especial, muchas veces me he reclinado hacia tu alma para lle­ narla y embriagarla con la gracia de mi divinidad, ilu­ minarla con la luz del conocimiento y enardecerla con

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el amor. Todos los días vengo a ti en la Misa dispuesto a satisfacer todos tus deseos y cumplir tu voluntad. En tercer lugar, entonarás cantos de alabanza y acción de gracias, con el pensamiento puesto en lo que te daré en el cielo por toda una eternidad: te colmaré con la afluencia de todos los bienes, mucho más de lo que puedes creer o imaginar. Te lo confieso de verdad: me agrada mucho que los hombres esperen de mí con total confianza grandes cosas. Todo el que cree que le premiaré tras esta vida por encima de sus méritos y me alaba agradecido mien­ tras vive en este mundo, será tanto más aceptable cuan­ to más crea y se fíe de mí, yo le recompensaré por enci­ ma de sus merecimientos. Es imposible que el hombre no reciba lo que creyó y esperó. Le será de gran prove­ cho que crea y espere todo de mí”. Le dice el alma: “¡Oh dulce Amor mío! Si tanto te agrada que los hombre se fíen de ti, enséñame a confiar en tu inefable bondad”.

ha encontrado amigo tan fiel que no defraude y pueda defraudar a su amigo. Yo que soy el fiel y la misma fidelidad, jamás defraudaré a mis amigos. Finalmente, te acogeré como el esposo a la única esposa amada con tal afluencia de delicias y tan des­ bordante gozo, que jamás esposo alguno alagó tan tier­ namente a su esposa. Te acariciaré con delicada ternu­ ra, te inundaré con el torrente de mi divinidad”. El alma: “¿Qué darás a los que esperan todo esto de ti?” El Señor: “Un corazón agradecido para que reciban todos mis beneficios con acciones de gracias. Les daré un corazón amante para que me amen con fidelidad. Un corazón que me alabe como los bien­ aventurados, me bendiga sin cesar y me cante por amor”.

Capítulo VI

El Señor: “Debes creer con toda seguridad que te acogeré después de la muerte como un padre a su hijo amantísimo. Nunca padre alguno repartirá la herencia tan ple­ namente a su hijo único como yo te comunicaré todo lo mío y a mí mismo. Además, te recibiré como un amigo a su amigo queridísimo. Te mostraré una amistad mayor que la que un amigo puede experimentar con su amigo. Jamás se

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Cómo alabar a Cristo en cada uno (le los miembros de su cuerpo Una noche se preparaba para la sagrada Comunión con oraciones y meditaciones y le parecía encontrarse en la presencia del Señor, al que deseaba cantar con cordial afecto. Le dice el Señor:

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“Mírame y alábame en la silueta de mi cuerpo. Ensalza mi cabeza, es decir mi divinidad, como está escrito: La cabeza de Cristo es Dios5. Enaltece mi fren­ te, esto es, mi paz y serenidad imperturbables. El hom­ bre revela en la frente su turbación interior. Alaba mis ojos, a saber, la claridad de mi divinidad. Celebra mis oídos, es decir, mi misericordia. Es la que tantas veces me inclina hacia las plegarias y miserias de los hom­ bres y no permite se me pase el más mínimo gemido por imperceptible que sea. Cuando veas la rectitud de mi nariz, celebra el rigor de mi justicia, que no cambia lo que justamente ha sido decretado. En mi olfato ensalzarás la amenidad de mis encantos. Ningún perfu­ me es tan agradable al alma amante como la dulzura de mi amor. En la boca advertirás mi sabiduría que todo lo ordenó con perfección y suavidad. En la barbilla cele­ brarás mi humildad que me inclinó desde el cielo hasta el seno de la Virgen. Alaba en mi cuello la disponibili­ dad de mi paciencia, por la que soporte el peso de los pecadores que vivían cuando bajé a la tierra y los que existan hasta el fin del mundo. En mis hombros ensál­ zame porque yo mismo llevé la cruz. Enaltece mi espalda por haber soportado el acerbo dolor de la fla­ gelación. Alaba mi Corazón por el amor y fidelidad que hasta el extremo he demostrado a los hombres. En mis manos y brazos recibe las obras y trabajos de mi huma­ nidad, realizados o soportados para la salvación de los 5

lCo 11, 3.

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hombres. Al contemplar mis dos costados prorrumpe en mi alabanza por el indescriptible dolor que soporté en ellos, uno de los cuales fue el mayor de todos, al ser tendido sobre la cruz por tu amor. Acepta el fervor de mi oración sostenida con mis rodillas. Admira en mis pies todos mis deseos con los que trabajé y corrí sediento toda mi vida para salvar a los hombres”.

Después de haber confesado los pecados al sacer­ dote sólo hay que confesarlos a Dios Cuando uno hace la confesión con alegría, o teme no haberse confesado bien, aunque no tenga conciencia de haber ocultado algo, ofrezca esta confesión para glo­ ria de Dios. Si se da cuenta que ha pecado, confiéselo al Señor. Al glorificar de este modo a la divinidad se declara culpable de no haber prestado al Señor la debi­ da reverencia, de haber manchado tantas veces en sí la imagen de Dios al emplear su memoria en cosas terre­ nas e inútiles, y dedicar por curiosidad su razón a la sabiduría mundana, para deleitarse en lo caduco y deleznable. Si enaltece los ojos de la divina sabiduría, lamente haber vuelto hacia las cosas terrenas su conocimiento de Dios y sus sentidos. Mientras alaba los oídos misericordiosos del Señor, reconozca no haber prestado la debida atención a la Palabra de Dios, ni haber sido diligente en escuchar los ruegos del prójimo.

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Muchas veces ha pecado también con su boca por la murmuración, con palabras vanas e inútiles, por no proclamar la Palabra y la doctrina divinas y callar durante la oración y el canto. En ocasiones ha arrojado impaciente el yugo que aceptó en el bautismo, al rechazar o sobrellevar contra­ riado la adversidad. Hay más. De alguna manera sacudió el yugo de la vida monástica que profesó ante Dios y los santos, al quebrantar y descuidar la obediencia. Piense qué inhumanamente fue flagelado nuestro Señor Jesucristo, y reconozca su pecado por no castigar su cuerpo, dejarse llevar de la pereza, y alimentarse con manjares refinados. Pecó también el corazón por no amar a Dios con todo su ser, y ocuparse en pensamientos inútiles en vez de meditar la ley del Señor Pecó con las manos por obrar el mal y omitir las buenas obras, de modo especial las obras de misericor­ dia y caridad. También contaminó de muchas maneras sus pies espirituales, a saber, sus afectos, cuando los apartaba de Dios y no le buscaba a él mismo y los bienes del cie­ lo con todo el corazón.

313 Capítulo VII

El hombre debe invitar a todas las criaturas a alabar a Dios Cierto día cantaba [Matilde] con tal esfuerzo, que llegó a desfallecer, cosa que no era frecuente. Tuvo entonces la impresión de recibir del mismo Corazón de Dios el aliento que respiraba, hasta parecerle no cantar con sus fuerzas sino sostenida por el poder divino. Acostumbraba a cantar las alabanzas divinas con toda su alma, con gran fervor; pensaba muchas veces que si muriera por este esfuerzo, seguiría cantando6. Mientras cantaba así, tan unida con Dios y en Dios, le dijo el Señor: “Tú crees extraer tu aliento de mi Corazón. Pues todo el que desea mi amor y suspira por mí, sacará ese anhelo de mi divino Corazón, no del suyo, como el fue­ lle no contiene en sí el viento, sino que lo recibe del aire que aspira”. Se cantaba en el coro el himno: Bendecid al Señor tocias las obras clel Señor, y ella deseaba saber qué glo­ ria recibe Dios por esta invitación a las criaturas para que le alaben. Le responde el Señor: “Cuando se canta este himno u otro parecido que invita a las criaturas a la alabanza divina, todas me ala­ 6

Matilde era la chantre o cantora primera de la comunidad de Helfta.

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ban espiritualmente, como personas en mi presencia, en nombre del que canta o de todos los hombres, por los beneficios que les he hecho”.

El alma queda sorprendida, y desea saber qué ha extraído de ella, pues en esta ocasión no experimenta­ ba devoción o fervor especial.

No cabe duda que pueden presentarse las criaturas ante Dios como personas vivientes, puesto que nada es imposible a Aquel que llama a las cosas que existen como a las que no existen1, ante quien ninguna criatu­ ra es invisible*. Hemos de admirar y reconocer cómo el Señor benigno atiende con delicadeza las promesas y todos los deseos del alma que le ama, y se digna cum­ plirlos con su omnipotencia por encima de toda exi­ gencia natural.

Entonces advierte que tomó de ella como una car­ ta escrita con su sangre y decía: Dios es fiel sin sombra de iniquidad'1. Y también: Antes morir que separarme perversamente de ti.

Capítulo VIII

Cómo debe saludar el hombre al Corazón divino Cierto día se apareció el ángel del Señor de pie a la derecha de la sierva de Jesucristo con vestidura verde. Mientras se preguntaba por qué vestía de verde, le dice el ángel: “Porque me mantengo siempre frondoso y te ofrezco nuevos dones cada día”. Ella: “Si es así, tráeme, te ruego, algo nuevo”. El ángel parece tomar algo del corazón del alma y se lo presenta al Señor lleno de gozo. 7 8

Cf. ICo 1,28. Hb 4, 13.

Agitada por la mañana con malos pensamientos, los resistía pensando en esas sentencias. Le dice el ángel: “Piensa y reflexiona hoy en esto: siempre que el hombre decide en su corazón morir antes que pecar, y resiste así a sus malos pensamientos y deseos. Dios lo acepta al instante, como si el hombre hubiera practica­ do ya la virtud” Se arroja a los pies del Señor y lamenta haber pasa­ do toda su vida de manera infructuosa, y propone vivir en adelante, si es posible, hasta el día del juicio entre­ gada a los mayores dolores y tormentos que puede soportar el hombre en estre mundo. Le responde el Señor: “Para que recuperes todo lo perdido por tu negli­ gencia: - saluda a mi Corazón por su divina bondad. Él es fuente y origen de todo bien, todo lo que hay de bueno viene de él,

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saluda a mi Corazón por la sobreabundancia de toda gracia que derramó, derrama y derramará en todos los santos y las almas de los que se salvan,

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saluda ese flujo melifluo del hontanar de mi benignísimo Corazón, que saliendo a menudo a borbotones, se derrama e inunda tu alma con el torrente de mis delicias divinas”.

Capítulo IX

Saludo y consuelo del Señor Un día saluda al Amado de su alma con inmensa ternura. Él le responde: “Cuando tú me saludas correspondo a tu saludo; cuando me alabas, me alabo yo mismo en ti; cuando das gracias, doy gracias en ti y por ti a Dios Padre”.

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De igual modo enseño al alma con divina inspira­ ción y conmoción amorosa cómo debe alabarme. Al hacerlo así según sus posibilidades, lo recibo con la magnitud de mi amor paternal, y le devuelvo el saludo con mi gracia, aunque a veces el alma no lo siente.

Las buenas obras agradan a Dios aunque no ten­ gan atractivo para el hombre Conviene saber que aunque el hombre no sienta gusto cuando alaba, reza a Dios o hace cualquier cosa. Dios que no crece ni mengua, porque es inmutable, gusta y acepta la acción del hombre. Él se mueve en sí mismo y hacia el alma sólo por amor. Su libre voluntad y el provecho que puede sacar el alma, le impelen a atraerla hacia sí con ternura, derretirla en su amor y acogerla complacido, para experimentar algunas veces la fidelidad del alma amante.

Ella: “Amado mío, ¿Qué saludo es ese que devuelves a mi alma, pues yo no lo siento?”

('.apítulo X

El hombre debe elevar su corazón a Dios

El Señor: “No es otra cosa que mi tierno afecto hacia ella. Como una madre acaricia a su hijo en el regazo, le ins­ truye y habla aquellas palabras con las que él debe salu­ darla y hablarla, y el niño lo hace así, no por afecto sino conforme a la enseñanza de la madre; ella sin embargo, acoge las palabras del niño en su corazón maternal y frecuentemente le corresponde con besos.

Una noche no podía [Matilde] conciliar el sueño y dice al Señor: “¡Qué bueno y oportuno este tiempo de silencio para dialogar contigo!” Le responde el Señor: “Si vuelves a mí con todo tu corazón, siempre esta­ rás a solas conmigo, aunque te encuentres en medio de una gran multitud”.

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Contempla entonces una corona engastada de per­ las blancas y rojas que descendía del cielo hacia su lecho en forma de copón y lo cubría. Las perlas rojas significaban la sangre de Cristo profusamente derramada, como si no tuviera valor. Las blancas, su vida inocentísima y santísima. El Señor se acerca al alma entre la corona, la estre­ cha con tiernos abrazos y le dirige las más delicadas palabras. El rostro del Señor irradiaba inefable claridad como relámpago encendido. Con ello comprendió que las almas reciben su hennosura y belleza de la irradia­ ción del rostro del Señor. Contempla también su Corazón abierto y dilatado como unos dos palmos, en llamas, pero sin tener figu­ ra de brasas. Su maravilloso color y su figura eran indescriptibles. Le dice el Señor: “Quiero que sean de este modo incendiados los corazones de todos los hombres con el fuego del amor”. Así, cuando uno está solo, levante siempre su cora­ zón a Dios, hable dulcemente, desee con ternura y sus­ pire por él desde lo hondo de su ser, para que su cora­ zón se encienda en amor divino en este trato familiar con Dios. Si se encuentra entre los hombres, busque la unión con Dios en cuanto sea posible, guste tratar con ellos sobre Dios, de este modo se encenderán él y los demás en el amor.

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Lo hará todo por amor de Dios y para su alabanza. Por amor de Dios dejará gustoso lo ilícito o lo que no puede realizar. Soporte gozoso con paciencia las con­ trariedades y trabajos que le sobrevengan de Dios.

Capítulo XI

La mayor dicha es disfrutar de la gracia recibida El Señor la instruyó: “Cuando te concedo alguna gracia, haz en ti el vacío de todo lo demás para disfru­ tar con mayor soltura y libertad del don recibido. Es lo mejor que puedes hacer en esos momentos. Cuando recitas los salmos o alguna oración que antes rezaron los santos durante su vida, todos rezan por ti. Si medi­ tas o dialogas conmigo, todos los santos me bendicen alegres”.

Capítulo XII

Lres disposiciones del corazón humano Mientras oraba la sierva de Cristo dijo al Señor: “¡Oh mil veces deseado! ¡Si me fuera posible hacer llegar a ti mi gemido desde lo más profundo del abismo”! Le responde el Señor: “¿De qué te aprovecharía? Tus suspiros me arras­ tran hacia ti donde quiera te encuentres. El corazón humano no puede vivir sin respirar, y el alma está muerta sin mi espíritu.

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El corazón del hombre tiene tres poros: por uno recibe el aire que respira; por el otro, la comida y bebi­ da que le fortalece; por el tercero envía vigor a los demás miembros del cuerpo. El corazón del alma tie­ ne también tres poros: por el primero entra mi espíritu divino y le da vida; por el segundo es confortada por la Palabra de Dios, es decir, por la predicación y otros escritos santos a modo de alimento; por el tercero for­ talece sus miembros con obras de caridad.

“Quiero ser tu madrina. Las madrinas instruyen a sus hijas espirituales, también yo te enseñaré tres cosas:

Como el alma no tiene miembros, practique la cari­ dad con los miembros de la Iglesia considerados como propios. Así ofrecerá a Dios alabanzas y acciones de gracias por los justos y los buenos; rezará por los imper­ fectos para que sean mejores; por los malos para que se conviertan; por los atribulados, para que reciban con­ suelo según su necesidad; por las almas, para que sean pronto purificadas y merezcan alcanzar las alegrías del cielo”.

Tercera, vive incondicional para mí, atribúyeme todo lo que haces como si fueras un vestido que me cubre. Realizaré y ordenaré en ti todas tus obras”.

Capítulo XIII

Triple enseñanza buena y provechosa Daba gracias a Dios durante la oración por la obra de nuestra Redención y llega al momento de agradecer el bautismo que recibió por nuestro amor. Le dice el Señor: “Quiero bautizarte”. Al punto brota impetuoso un caudaloso río del Corazón divino c inunda totalmente su alma. Añade el Señor:

Primera, todas las contrariedades que sufras, espi­ rituales o corporales, las soportaré yo, no tú, como si lo padeciera todo en ti. Segunda, recibe gozosa y agradecida los benefi­ cios y atenciones de los demás como si me los ofrecie­ ran a mí y no a tí.

Capítulo XIV

TI hombre debe vivir en sí la vida de Jesucristo Dormitaba perezosa durante la celebración solem­ ne de la Misa y confiesa angustiada su negligencia al Señor. Él le responde: “Si no encuentras en ti algo que te desagrada ¿cómo reconocerías mi bondad contigo?” Ella recuerda entonces a cierta persona angustiada, y reza por ella. Recibe respuesta del Señor, que le dice entre otras cosas: “¿Por qué no quiere recibir esa persona lo que estoy dispuesto a concederle? Gustosamente le conce-

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dería la vida inocente y santísima que llevé en la tierra. Si la recibe, por mí mismo supliré todo lo que le falta”. [Matilde]: “¡Dulcísimo Dios mío!, si tanto te agrada que el hombre haga suyas tus cosas, dime, te ruego, cómo puede hacerlo. El Señor: “Ofrezca a Dios Padre todos sus deseos, intencio­ nes y oraciones en unión con mis deseos y oraciones. Se elevará hacia Dios y será aceptado, llegará a ser totalmente uno, como si al quemar perfumes variados se fundiera su humo para elevarse hacia el cielo. Esa oración que se ofrece unida a la mía se elevará como el mejor de los perfumes y será muy grata a Dios. Si esa oración no está unida a la mía, no será grata a Dios, aunque penetre los cielos. Todos los hombres deben realizar sus obras y tare­ as unidas a las mías. De este modo se ennoblecerán como el cobre que, al alearse con el oro transforma su escaso valor en la dignidad del oro. Como un puñado de trigo arrojado a un montón parece multiplicarse, así las obras del hombre que en sí no valen nada, se multi­ plican y dignifican cuando se unen a las mías Además, el hombre orientará su vida, es decir, movimientos, energías, sentidos, pensamientos, pala­ bras, todo lo que hace conformándose con mi vida, así todo él quedará renovado y ennoblecido como se renue­ va un ave noble que transmigra de un ambiente fangoso y mal oliente a una atmósfera agradable. Del mismo

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modo el hombre terreno renueva su antigua vida según la novedad de mi vida celestial, y se une a mí”. Acojamos con corazón agradecido, carísimos, esta dignísima dignación de la nobleza divina, hagamos nuestra la vida santísima de Jesucristo, para suplir toda nuestra carencia de méritos. Cuidemos también pare­ cemos a él en la práctica de las virtudes, ésta será nues­ tra mayor gloria en la bienaventuranza eterna. ¿Puede haber mayor gloria que acercamos por cierta semejan­ za a la hermosura de la luz eterna?

Capítulo XV

Los miembros de Cristo nos iluminan como espejos Un día esta sierva de Dios se sintió movida a lamentarse ante la Santísima Virgen por cierto impedi­ mento que creía encontrar en el servicio divino. Le dice la Santa Virgen: “Ve a presentarte reverente ante mi Hijo”. En estas palabras comprendió que todos los obstáculos que pode­ mos encontrar en el servicio divino, vengan de actitudes ajenas o personales, por la vista, el oído, los deseos, recuerdos o acciones, deben recibirse como mensajes de Dios, acogerlos con respeto, dirigirlos al Señor y fundir­ los en él por la alabanza y acción de gracias. Entonces se arroja a los pies del Señor, y al levan­ tarse cree ver dos espejos frente a las rodillas de Dios, todo el manto del Señor estaba cubierto de espejos. Uno de extraordinario brillo cubría su pecho, que pare­

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cía irradiar en todos los demás. Con ello comprendió que todos los miembros de Cristo nos iluminan con sus obras a modo de espejos; éstas sus obras brotan del amor del Corazón divino. Nos iluminan sus pies, es decir sus deseos, para que reconozcamos qué fríos son los nuestros para las cosas divinas e inútiles para las humanas. Las rodillas de Cristo son para nosotros espejos de humildad. Tantas veces doblegadas en oración por nos­ otros, y al lavar los pies de los Apóstoles. Hemos de reconocer en ellas nuestra soberbia que no permite humillamos aunque somos polvo y ceniza El Corazón de Cristo es ardentísimo espejo de amor para el nuestro. En él podemos advertir nuestra frialdad para Dios y el prójimo. La boca de Cristo es para nosotros espejo de dul­ ces coloquios de alabanza y gratitud. En ella adverti­ mos tantas palabras nuestras inútiles, y nuestro mutis­ mo en la oración y alabanza divina. Los ojos del Señor son espejos de la verdad divina para nosotros. Podemos advertir en ellos las tinieblas de nuestra infidelidad que nos ocultan el conocimiento de la verdad. Los oídos del Señor son para nosotros espejos de obediencia. Él siempre pronto para obedecer al Padre y siempre inclinado a escuchar nuestras súplicas.

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Capítulo XVI

El hombre debe vivir según el beneplácito divino Cierto día quiso saber después de la Comunión qué quería el Señor de ella. Recibió esta respuesta: “Salgamos al campo”. Le parece encontrarse en una dilatada campiña en la que hay distintas especies de rosas, azucenas, viole­ tas y otras flores. Las rosas eran símbolo de los mártires; las azuce­ nas, de las vírgenes; las violetas y demás flores, de las viudas y otros santos. Contempla también allí un hernioso trigal en el que estaba sentado el Señor, rodeado por los cuatro lados como de gavillas de trigo. Se le muestra que el campo significa que todas las riquezas de la Iglesia provienen de la Humanidad de Jesucristo. Revoloteaban en tomo al Señor ruiseñores y alon­ dras entonando bellísimos trinos. Los ruiseñores sim­ bolizaban las almas enamoradas; las alondras, a los que practican buenas obras con corazón gozoso y sencillo. Le pareció contemplar también una paloma posada en el regazo del Señor, para simbolizar a los sencillos que reciben los dones de Dios con corazón manso, sin discutir las obras de Dios ni de los hombres. Dios tie­ nen en ellos sus complacencias.

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Quiso saber qué significaban aquellos cuatro lados que envolvían al Señor como pequeñas cabañas. Conoció por inspiración, que la vida terrenal de Jesucristo estuvo dividida en cuatro partes. [Matilde] debería orientar su corazón conforme a cada una de ellas. En primer lugar, Jesucristo tuvo un corazón ardien­ te; ella se dedicó a Dios en soledad, para contemplar en su divinidad las obras de su humanidad, lo que Dios hizo en sus santos, los dones que derramó en ella mis­ ma por su divina misericordia.

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Le responde: “Al levantarte por la mañana ofréceme tu corazón para que infunda en él mi amor divino. En la Misa estarás conmigo como en un banquete donde todos se reúnen, a nadie se le excluye, todos traen sus presentes, es decir, sus oraciones. Yo, el Señor, curo allí todas las heridas, perdono los pecados, enriquezco la penuria de todas las virtudes y ahuyento los sufrimientos de todos con la magnanimidad de mi divina majestad”.

Cristo fue asequible y sencillo con todos; ella será también acogedora y amable, no herirá a nadie con expresiones mordaces. Hablará siempre de las obras de Jesucristo, los ejemplos de los santos o el provecho de los prójimos.

“¿Qué haces. Señor, cuando rezo y recito los sal­ mos?”

Cristo fue eficaz en todas sus obras, sanaba los cuerpos y las almas; pondrá ella todo el empeño para realizar sus obras con verdadera entrega y corazón ale­ gre y manso.

“Escucho. Cuando cantas, armonizo mi voz con la tuya; cuando estás afanosa, yo descanso; si trabajas con diligencia y tesón, reposo en ti con más ternura; cuan­ do comes, yo trabajo, porque tú me alimentas a mí y yo a ti; durante tu sueño, vigilo y te guardo.

Cristo fiie pacientísimo en toda persecución y sufrimiento; ella estará dispuesta a soportar con bondad y paciencia todas las contrariedades e injurias, como la oveja que bala muchas veces mientras pasta, guarda silencio ante el que la entrega, cuando se la lleva al matadero. El alma fiel temerá cuando no tiene contra­ riedades; se sentirá segura cuando experimenta la tri­ bulación en el corazón o en el espíritu. Pedía [Matilde] al Señor la instruyera cómo vivir en cada hora según su divino beneplácito.

El alma:

El Señor:

Capítulo XVII

El hombre debe saludar al Corazón divino, ofrecele su corazón y confiarle sus sentidos Apenas te levantes de madrugada, saluda al Corazón radiante y enamorado de tu tiemísimo Amante. De él ha fluido, fluye y fluirá sin agotarse todo el bien, todo gozo y toda felicidad en el cielo y en la tierra. Tu corazón se empeñará en fluir hacia el suyo con toda su

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capacidad y exclamará: “Te alabo, glorifico, bendigo, y saludo dulcísimo y benignísimo Corazón de Jesucristo, mi fidelísimo Amante. Te doy gracias por que me has guardado esta noche con tu fiel vigilancia. Porque sin cesar has tributado en mi lugar las alabanzas acciones de gracias que yo debía tributar a Dios Padre. Ahora, mi único Amor, te ofrezco mi corazón como rosa primaveral. Que su belleza recree tus ojos este día, y su fragancia arrobe tu divino Corazón. Te ofrezco el mío para que lo uses como copa, para que bebas tu propia dulzura, unida a todo lo que te dig­ nes realizar en mí este día. Te ofrezco además mi corazón corno exquisito sabor de granada, apto para tu regio banquete. Cuando lo comas lo asimilarás a ti de tal manera, que en ade­ lante me sentiré en ti. Pediré que todos mis pensamien­ tos, palabras, acciones y mi propia voluntad sean con­ formes al querer de tu benignísima voluntad. Después te signarás con el signo de la cruz y dirás: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Padre santo, te encomiendo mi espíritu unido al amor de tu amantísimo Hijo. Repetirás estas palabras al comenzar cada una de tus obras, cuando entras en el coro, cuando inicias el canto de las Horas, cuando deseas hacer oración. Confía en Dios, que no dejará sin fruto la obra que realices. Encomienda a la divina sabiduría tu mirada inte­ rior y la exterior, para que te conceda la luz del conoci­ miento, conozcas su voluntad y todo lo que le agrada.

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Encomienda tu oído a la divina misericordia, para que te conceda comprender todo lo que escuches este día, y te guarde de ver u oír lo que sea nocivo. Encomienda también tu boca y tu palabra a la divi­ na fidelidad, para que te infunda el gusto del Espíritu divino y saborees todo lo que digas este día, se abra tu boca a la alabanza divina y al agradecimiento, y te guarde de todo pecado. Confía tus manos a la piedad divina, para que una tus obras a las suyas, las santifique y realice con las suyas y te guarde de toda obra mala. Confía tu corazón al amor divino, para que lo introduzca gozosamente en su Corazón y lo inflame de tal manera en su amor, que ya no sientas en adelante alegría o placer terreno alguno. Ofrecerás tu corazón a Dios en la Misa. Lo purifi­ carás y limpiaras de todo apego terreno antes de la ora­ ción Secreta10, te prepararás para recibir el flujo del amor divino que se derrama y llena constantemente los corazones de todos los presentes”. Esta sicrva de Dios contempló durante la Misa el dulcísimo Corazón de Jesucristo, brillante como lám­ para de cristal, inflamado en llamarada de fuego; des­ bordaba en todas las direcciones la abundancia de su dulzura que empapaba con meliflua devoción los cora­ zones de todos los presentes. 10

Es la oración que después de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II se llama “oración sobre las ofrendas”. Se la llamaba “secreta” porque el sacerdote la recitaba en silencio.

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El fuego significa el ardor del amor divino con el que Jesucristo se ofreció por nosotros a Dios Padre en el altar de la Cruz. La dulzura que brota del amor sig­ nifica la sobreabundancia de todo bien y felicidad que nos entregó en su Corazón. En él tenemos todo lo que necesitamos para nuestra salvación: alabanza y acción de gracias, oración, amor, deseos, reparación y la suplencia de todas nuestras negligencias. Capítulo XVIII

El hombre debe reparar sus descuidos. El Señor viene de siete maneras en la Misa En una ocasión [Matilde] rogaba por una persona y quería saber qué aceptaría el Señor en reparación de sus descuidos. Recibió la siguiente respuesta del Espíritu Santo: “Que rece tres veces cada día el salmo: Alabad al Señor todas las naciones". Lo rezará de madrugada. Tomará al Niño Jesús con su derecha y lo presentará a Dios Padre con todo lo que hizo durante su infancia, para suplir todas las obras buenas que descuidó en su niñez. La segunda vez durante la Misa. Entonces tomará a nuestro Señor Jesucristo como esposo de su alma, se reconocerá culpable ante Dios Padre, porque en vez de corresponder con amor y fidelidad a tan grande y dig11

Sal 116, 1.

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no esposo, no le mostró la debida reverencia al recor­ dar tantos bienes recibidos gratuitamente de él. Ella era pobre y despreciable, él la enriqueció con toda clase de bienes. Ofrezca a Dios Padre el amor ardentísimo de Jesucristo y todas las virtudes que él practicó en su juventud. Consciente de su pobreza dirá al Señor: “Soy tan pobre y vil esposa que no tengo ni anillo para mostrar­ te mi fidelidad si tu no me lo concedes”. Al instante le muestra él un anillo tan grande que abrazaba al Señor y al alma. Llevaba engastadas siete piedras preciosas. Estas perlas significan siete maneras en que el Señor se digna venir [a las almas] en la Misa: - Viene con tanta humildad, que nadie de los que participan es tan miserable que no se incline y venga a él el Señor, abajado profundamente has­ ta el hombre. - Viene con tal paciencia, que allí no hay pecador o enemigo que no sea recibido con mansedum­ bre, si quiere arrepentirse y que se le perdonen con gozo todos sus pecados. - Viene con tanto amor, que al más frío y obstina­ do puede encender en su amor y ablandar su corazón si él lo quiere. - Viene tan magnánimo, que no hay pobre al que no pueda enriquecer copiosamente. - Se ofrece a todos como alimento tan dulce, tier­ no y sobreabundante que no hay allí nadie tan

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pobre o hambriento al que no pueda alimentar y saciar plenamente. - Viene con tanta claridad que no hay corazón tan ciego y en tinieblas tan densas que no pueda ilu­ minar y purificar con su presencia. - Viene tan lleno de santidad y de gracia, que no hay indolente e indevoto al que no pueda excitar y mover a devoción. La tercera vez rezará Alabad a! señor todos las naciones al atardecer. Tomará a nuestro Señor Jesucristo con toda su vida santísima, y lo ofrecerá a Dios Padre en reparación de todas las negligencias de su vida, rogándole que por medio de Él supla todas sus imperfecciones. Es más, si desea recuperar debidamen­ te todo lo perdido, depravado y descuidado en su vida, acérquese con frecuencia a recibir el noble y dignísimo sacramento del Cuerpo de Cristo, que contiene en sí todos los bienes y en el que se encuentra toda gracia.

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Le dice el Señor: “Es bueno estar presente. Si no es posible, acérca­ te hasta poder al menos oír lo que se dice o canta, según aquello del Apóstol: La palabra de Dios es viva, eficaz y penetrante^. La palabra de Dios da vida al alma, le infunde gozo espiritual, como se advierte en los fieles, en los sencillos; aunque no entiendan lo que se lee, experimentan el gozo del Espíritu Santo, que les mue­ ve a la conversión. La Palabra de Dios es eficaz tam­ bién para que el alma se ejercite en las virtudes y en toda obra buena, la penetra e ilumina todo su interior. Cuando es obstaculizado por la enfermedad, la obe­ diencia u otra causa razonable, me hago presente y acompaño al hombre allí donde quiera se encuentre Dice el alma al Señor: “¡Ay Señor mío!, dame una palabra de la Misa que ahora se celebra para que sirva de consuelo a mi alma” Le responde el Señor:

Capítulo XIX

Inmenso bien de participar en la Alisa Un día no podía caminar más debido a su debilidad y oye misa en un pasillo. Lamenta sentirse alejada de Dios. Al momento le responde el Señor: “Donde quiera que tú estés, estoy yo” Quiere saber si se pierde algo por oír Misa desde lejos.

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“En estos momentos me están cantando tres veces Cordero de Dios. En el primero me ofrezco a Dios Padre por vos­ otros con toda mi humildad y paciencia. En el segundo me ofrezco con todas las amarguras de mi pasión para alcanzar la reconciliación plena. 12

Hb 4, 12.

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En el tercero me ofrezco con todo el amor de mi divino Corazón para suplir los bienes que le faltan al hombre”. Añadió el Señor:

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“Si pensaran en el cielo o en las penas del infierno, ¿no huiría de ellos el sueño?” Ella: “¿Qué pueden hacer quienes no lo consiguen?”

“Al que asiste a misa devota y atentamente, cuan­ do llegue el fin de su vida le enviaré tantos venerables santos que le consuelen, defiendan y lleven su alma con toda nobleza, cuantas misas participó en este mundo”. En otra ocasión que iba a misa, vio al Señor des­ cender del cielo con blanquísima túnica y decía: “Cuando van los fieles a la iglesia deben prepararse con la penitencia, darse golpes de pecho y confesar sus pecados, de este modo podrán salir al encuentro de mi claridad divina, y recibirla como simboliza la blancura de la túnica.

Capítulo XX

Se debe combatir la tibieza y el .sueño Esta piadosa y fervorosa virgen sentía grandes ansias de las cosas celestiales. Era verano y advertía que algunas hermanas estaban en Misa flojas y dormi­ tando. Encendida de celo y a la vez de justicia y com­ pasión, dice al Señor: “¡Ay, Señor Dios mío! ¿Por qué será el hombre tan frágil que no puede evitar el sueño ni cuando asiste a los divinos misterios?” Responde el Señor:

El Señor: “Quien tiene un amigo muy querido, sentiría verse alejado de su amistad. De la misma manera, a quien me tiene por amigo suyo fidelísimo y entrañable, le abro todos los secretos de mi intimidad cuando viene a mí, y él no quiere saber ni conocer otra cosa que no sea encender su corazón en deseos de gozar conmigo. Además, quien sabe que soy para él dulzura sobre toda dulzura y gusto que sacia su corazón, se siente libre y poderoso con mi libertad, fuerte con mi afecto para hacer lo que desee, teniendo por cierto que lo conse­ guirá plenamente de mí. Quien piensa en todo esto, ale­ jará de sí toda somnolencia”. Después de tierno diálogo entre Dios y el alma, le dice el Señor: “Mira, soy tuyo, estoy a tu disposición, llévame donde quieras”. Ella le llevó al coro entre las hermanas. El mostró su afecto a cada hermana como queriendo ofrecerle algo. [Matilde] le pregunta qué les había dado. Él res­ ponde: “El Espíritu Santo”. Ella: “¿Qué provecho reportará?” El Señor:

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“Por el soplo de mi divino Espíritu experimenta el alma cierta dulzura en la que me saborea a mí. Si el hombre la acoge y dispone su corazón para recibirla con mayor abundancia, se sigue la gratitud. Si cultiva la gratitud y recibe con agradecimiento los dones de Dios, da gracias por cada uno de ellos, y se aplica a hacer el bien. De este modo el hombre progresa cada día en las virtudes hasta abundar en todo género de bienes.

Capítulo XXI

Se debe mirar el estado del alma cuando se va a comulgar En una ocasión se disponía [Matilde] para comul­ gar, se sentía indigna y sin la debida preparación. Le dice el Señor: “Te me entregaré del todo para prepararte debida­ mente”. El Señor junta su Corazón con el corazón del alma y reclina su cabeza hacia la cabeza de ella. Ella le dice: “¡Señor mío!, ilumina el rostro de mi alma con la claridad del tuyo” El Señor: “¿Qué es el rostro de tu alma?” Ella calla. Le dice el Señor:

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“El rostro de tu alma es la imagen de la Santísima Trinidad. Que el alma contemple esta imagen en mi rostro como en un espejo, no sea que se encuentre en ella alguna mancha reprensible”. Comprende por estas palabras que cuando el hom­ bre se dedica a recordar pensamientos terrenos e inúti­ les, mancha esta imagen dentro de sí mismo. Cuando vuelve su razón o entendimiento a la sabi­ duría y curiosidad terrenas, también contamina el ros­ tro de su alma. Si se aparta de la voluntad de Dios, ama alguna cosa fuera de Dios, y pone su complacencia en las cosas caducas, vicia la imagen de Dios dentro de sí. Mientras el alma está en el cuerpo es salpicada con frecuencia por las manchas de las cosas terrenas. Por ello debe contemplar muchas veces su rostro en un espejo, a saber, en el rostro de Dios, sobre todo cuando desea recibir el Cuerpo del Señor. Allí contemplará de manera radiante su imagen incontaminada. A la manera que la inocencia y el rubor embellecen grandemente el rostro de la esposa, cuide también el alma lavarse con frecuencia en la confesión, y hermo­ see su rostro con el carmín róseo de la meditación cons­ tante de la Pasión de Cristo.

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Capítulo XXII

Cómo prepararse para recibir la Comunión Cuando en otra ocasión se disponía a comulgar dijo al Señor: “Enséñame, dulcísimo Dios mío, cómo debo prepararme al imperial banquete de tu adorable Cuerpo y Sangre”. Le responde el Señor: “¿Qué hicieron mis discípulos al enviarlos delante de mí a preparar la Cena Pascual cuando iba a cenar con ellos antes de mi Pasión?”. Al instante le parece encontrarse en una amplia casa. En ella hay una mesa de oro cubierta con mantel, y aderezada con vajilla variada. “Esta casa, le dice el Señor, designa la amplitud inmensa de mi magnanimidad , que acoge con gusto y exultante de gozo a todos los que vienen a ella. Quien desee comulgar se refugiará en mi generosa clemencia, ella le acogerá como madre amorosísima, y le guarda­ rá de todos los males. La mesa es el amor al que se acercará seguro el que va a comulgar, le librará de toda pobreza del alma y le enriquecerá por la participación y comunión, con la abundancia de todos los bienes. El mantel es mi piedad que, suave y flexible, se inclina con gran bondad hacia el hombre. Se acogerá a ella como refugio seguro, porque el recuerdo de mi ter­ nura y piedad hace al hombre audaz para recibir todo lo necesario para la salvación”.

Tercera Parte______________________

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Sobre la mesa contempla un cordero más blanco que la nieve, al tocar con su pata la vajilla se llenaban al momento los cubiertos de manjares y bebidas varia­ das. El Cordero era Jesucristo, único alimento y sostén verdadero del alma. Servían en esta casa dos vírgenes hermosísimas: la misericordia y la caridad. La misericordia hacía de por­ tera, acogía amablemente a todos los que llegaban y los colocaba a la mesa. La caridad servía a los comensales atendiendo generosa a todos los que allí acudían.

Capítulo XXIII

Acercarse a la comunión con grandes deseos Mientras ponía la señal para indicar que iba a comulgar13 dijo al Señor: “Escribe, dulcísimo Señor, mi nombre en tu Corazón y el tuyo en el mío, para recordarte constantemente”. Le responde el Señor: “Cuando desees comulgar recíbeme como si tuvie­ ras todos los deseos y todo el amor que es capaz de arder en el corazón humano. Te acercarás a mí con un amor capaz de inflamar el corazón. Yo acogeré ese amor no como es en ti, sino como si fuera tan grande como tus deseos”. 13

Parece que en el monasterio de Helña las monjas ponían un signo para advertir a la sacristana que ese día iban a comulgar. Costumbre frecuente cuando no se comulgaba todos los días.

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Siete perlas preciosas Otra vez que ponía la misma señal dijo: “Escribe, Señor mi nombre en tu Corazón”. Le parece que el Señor tenía unas como letras de oro en su pecho decoradas con siete perlas. Observa la primera letra de su nombre, y reconoce su significado. Busca después los nombres de algunas personas que se habían encomendado a sus ora­ ciones, y encuentra también las primeras letras de sus nombres igualmente adornadas con siete perlas. La primera significa la pureza de corazón; la segunda, el recuerdo constante de la vida y las palabras de Jesucristo; la tercera, la humildad; la cuarta, el cre­ cimiento de las buenas obras; la quinta, la paciencia en las adversidades; la sexta, la esperanza; la séptima, el amor de las cosas celestiales. Todas ellas deben hermo­ sear al que comulga.

Capítulo XXIV Disposiciones para comulgar La sierva de Cristo tenía por costumbre meditar con gran interés la Pasión de Jesucristo cuando se pre­ paraba para la Comunión. Si alguna vez no lo hacía por descuido, temía haber faltado gravemente, porque el Señor había dicho: Haced esto en conmemoración mía™. Pide al Señor le muestre el sentido de estas pala­ ,4

Le 22, 19.

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bras. Instruida por el Espíritu Santo comprendió que debía entenderlas como sigue: Haced esto en conmemoración mía. Cuando reci­ bimos la santísima comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo debemos recordar tres cosas. En primer lugar, aquel amor eterno con el que Dios nos amó cuando aún no existíamos, previendo nuestros defectos y malicia. Sin embargo se dignó crearnos a su imagen y semejanza. Debemos darle gracias por ello. En segundo lugar, aquel amor inestimable por el que el Hijo de Dios, lleno de delicias en la gloria del Padre, se inclinó con su infinita majestad hasta toda miseria que padecemos como estirpe de Adán: hambre, frío, calor, cansancio, tristeza, menosprecios, penas y muerte afrentosa. Él soportó todo esto con inefable paciencia para librarnos de toda miseria. Finalmente, aquel amor inescrutable con el que nos mira en cada momento y cuida con paternal ternu­ ra. Porque él, que es nuestro Señor, Creador, Redentor y Hermano queridísimo, está siempre presente ante el Padre para interceder por nosotros, todo lo dispone para nuestro bien, resuelve nuestros asuntos como abo­ gado y servidor fidelísimo. Estas tres cosas deberán tenerse presentes en todo momento, pero de modo especial cuando se va a parti­ cipar en el banquete celestial que nos legó nuestro tiernísimo Amante, para que lo recordemos siempre como testamento de incalculable amor.

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Capítulo XXV

Tres perfumes del alma Pedía por una persona que se lamentaba de sentir poca devoción al comulgar. [Matilde] le comunicó de parte del Señor: “Si cuando deseas comulgar sientes tu corazón flojo para la oración y no tienes las ansias y amor que serían de desear, grita con todo el corazón al Señor diciendo: Atráeme en pos de ti, correremos al olor de tus perfumes”'5. En la palabra atráeme piense en aquel amor pode­ roso e inmenso que trajo al Dios omnipotente y eterno al suplicio tan ignominioso de la cruz; desee que el que dijo: Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré todo hacia mi'6, atraiga hacia sí tu corazón con todas las fuerzas del alma, y te haga correr por el amor y el deseo, al olor de esos tres perfumes que brotaron a torrentes de la nobilísima perfumería de su dulcísimo Corazón hasta inundar cielo y tierra. El primer perfume es el agua de flor de rosa, que hizo destilar el amor divino de la nobilísima rosa que es el pecho del Señor, con el fuego de la caridad. Te ungi­ rás con este perfume para lavar el rostro de tu alma. Buscarás con diligencia sí hay en ella alguna mancha de pecado, y suplicarás que sea purificada en la fuente de la misericordia que limpió al ladrón en la cruz. 15 16

Ct 1,3. Jn 12,32.

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El segundo es el vino tinto, es decir, la sangre santí­ sima, que extrajo el lagar de la cruz y brotaba juntamen­ te con el agua de la rosada herida de su Corazón. Suplica sea teñido con ella el rostro de tu alma, para merecer pre­ pararte debidamente a tan sublime banquete. El tercero es la dulzura sublime, desbordante e incomparable del corazón divino, que no pudieron ami­ norar las amarguras de la muerte. Se le llama ungüento balsámico porque supera todos los aromas y cura todas las angustias del alma. Rogarás se infunda este aroma en el corazón de tu alma para que saboree y sienta qué bueno es el Señor'1; al saborear su bondad, te impreg­ nes, te dilates e incorpores a aquel que se te entregó de manera tan incondicional por puro amor. Si no llegaras a experimentar ningún gozo por todo lo dicho, ruega se realice todo eso en tu tierno y fidelí­ simo Amante, que no le afecte tu desgana, ni le envuel­ va tu tibieza. Que solo él sea glorificado por todas tus obras ahora y por siempre. Capítulo XXVI

As- bueno comulgar con frecuencia Rogaba por una persona que temía comulgar a menudo. El Señor le dijo: Cuanto más a menudo comulga el hombre, más pura se hace su alma, como el que se baña aparece más limpio. 17

Sal 33, 9.

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Cuanto más a menudo comulgue, más actúo en él y él en mí, así sus obras se santifican más y más. Cuanto más deseos tenga el hombre cuando comulga, con mayor hondura se sumerge en mí; cuan­ to más ahonda en el abismo de la divinidad, más se dilata su alma y se hace capaz de esa divinidad, como al verterse el agua más veces en un mismo lugar, mayor socavón realiza y mayor caudal adquiere para fluir de nuevo”. Capítulo XX Vil

Unión del corazón del hombre con el Corazón de Dios En cierta ocasión había recibido [Matilde] el Santísimo Sacramento y después de íntimos coloquios con él, le pareció que el Señor tomaba el corazón del alma y lo estrechaba contra su Corazón hasta formar una sola masa. Le dice el Señor: “He querido que los corazones de los hombres estuvieran así unidos a mí por los deseos, de manera que no busquen nada para sí, y ordenen todos sus deseos según mi Corazón, como al soplar dos vientos a un mismo tiempo forman un solo aire. El hombre además se unirá a mí en todas sus accio­ nes, ya esté, por ejemplo, en el sueño o la comida. Dirá en su corazón: ‘Señor, acepto este regalo para tu eterna gloria y mi necesidad, unido a aquel amor por el que lo creaste para mí, con aquel amor que tú mismo quisiste

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usarlo mientras vivías en este mundo’. Harás lo mismo cuando realices un trabajo que se te ha encomendado, dirás: ‘Señor, lo hago para tu gloria y utilidad de todo el mundo, unido a aquel amor conque tú mismo traba­ jaste, sigues trabajando sin interrupción en mi alma, y me ordenas que realice en estos momentos esta obra. Tú dijiste: Sin mí no podéis hacer nadals. Te ruego pueda realizar esta obra unido a tu perfectísima acción, como una gota de agua arrojada a un caudaloso río, hace todo lo que ese gran río realiza. Finalmente, que por la conformidad de voluntades, quiera el hombre todo lo que yo quiero, tanto en lo próspero como en lo adverso. El ámbar fundido a frie­ go se hace indivisible. El amor hace al hombre un solo espíritu conmigo. Esto es la mayor perfección o virtud en este mundo”.

Capítulo XXVIII

DI cofre con tres compartimientos es el corazón humano Después de recibir el Cuerpo del Señor vió ante sí un cofre maravillosamente decorado en oro y piedras preciosas, blanquísimo por dentro y dividido en tres compartimientos. En la parte superior contenía vasos sagrados; debajo, vestidos preciosos; y en la parte infe­ rior, manjares delicados. 18

Jn 15, 5.

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El cofre significa el corazón del hombre, lleno de virtudes y buenas obras. Los vasos de oro de la parte superior simbolizan los corazones de los santos, preparados para recibir la gracia del Espíritu Santo. Debemos imitarlos siempre con la preparación de nuestros corazones a la gracia del mismo Espíritu Santo. La blancura interior significa el alma que desea agradar a Dios. Debe conservar el corazón limpio y libre de todo lo terreno, no juzgar las acciones humanas. Los vestidos preciosos de la zona intermedia signi­ fican las obras de la Humanidad de Jesucristo. Había cuatro clases de vestidos: unos eran de púrpura, deco­ rados con trifolios de oro; otros, verdes con rosas de oro; otros azules con estrellas de oro; otros rojos tacho­ nados de azucenas. Sorprendida de lo que podrían significar estos ves­ tidos, recibe respuesta del Señor: “Me vestirás según desees poseerme en tu corazón. Cuando alabas mi infancia, que contenía en sí la majestad de toda la Trinidad, me vistes de púrpura tachonada con trifolios de oro. Al recordar mi adolescencia, me vistes de verde adornado con rosas de oro, para significar las alegrías de mi divinidad que vine a comunicar al hombre, según aquellas palabras: Tengo mis delicias con los hom­ bres'9. Aunque soy Hijo de Dios con toda la plenitud de 19

Pr 8, 31.

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la divinidad, me hice hijo de la Virgen e hijo del hom­ bre, sólo a aquella virgen-madre la comuniqué plena­ mente las delicias de mi divinidad”. Dice [Matilde] al Señor: “¿Por qué, amantísimio Señor, los hombres participaron tan poco en estas deli­ cias durante tu vida?” El Señor: “No les era posible mientras no las adquiriera para ellos con mi pasión y mi muerte”. Ella: “¿Qué significan los vestidos rojos?” El Señor: “Mi Pasión, enrojecida con mi sangre, y mi muerte inocentísima, simbolizada por las azucenas de oro; cuan­ do avivas su recuerdo, me cubres con esos vestidos”. Insiste ella: “¿Y qué quieren decir los manjares contenidos en el compartimiento inferior del cobre?” El Señor: “Todo el gusto y deleite de la gracia que puede recibir el alma durante esta vida en el sacramento de la Eucaristía, que contiene en sí toda gracia y todo delei­ te. Todo el que recibe este Sacramento me comulga a mí y yo a él” Dice el alma: “¿Por qué, Señor, está este alimento en la parte más baja?”

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Luego dice el alma al Señor:

El Señor: “Porque estoy en lo más bajo de tu intimidad”20. Capítulo XXIX

Las siete Horas canónicas Oyó la sierva de Cristo predicar sobre las bodas, y se dirige al Señor: “¡Ay dulcísimo Esposo mío, qué esposa tan infiel te he sido en mi vida! ¡Nunca te expresé como debía, mi verdadero esposo, mi amor de esposa!” Al momento se le presenta el Señor con gloria y gozo inefables y le dice: “Suele suceder a veces que, cuando los esposos parten a lejanos países, renuevan al regreso sus bodas con la esposa. Eso debo hacer también yo, porque me parece más penoso al alma enamorada alejarme de ella una hora, que mil años lejos de su amado a la esposa aquí en la tierra”. Junta entonces su Corazón divino con el corazón del alma y le dice: “Ahora mi Corazón es tuyo y el tuyo mío. E introduce a esa alma dentro de sí con tan dulcí­ simo abrazo y fuerza divina, que se diría fundirse en un solo espíritu con él”. 20

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Quía sum Inferior omni intimo tuo. El cód. Guelferbyt pone “interior" en lugar de "inferior” del texto que traduzco. Tal vez sea este segundo término más auténtico, inspirado en el texto de San Agustín: Tu autem eras interior intimo meo. Tú estabas dentro de mí, más interior que lo íntimo mío. S. Agustín, Cofessiones, III, 6, 11.

“La esposa suele dar frutos a su esposo, ¿Qué fru­ tos, mi esposo florido, puedo ofrecerte?” El Señor: “Me engendrarás cada día siete hijos” Al levantarte de noche dispondrás tu corazón a obedecer en todo lo que se te mande, aunque se te pida ese día una obediencia heroica como hicieron algunos santos, por reverencia a aquel amor por el que me entregué atado en manos de los malvados, y me hice obediente hasta la muerte de cruz. A la hora de Prima te someterás a toda criatura por mi amor, y estarás dispuesta a todo lo vil y humillante, en reverencia a aquella humildad con la que, como cor­ dero mansísimo, me presenté para ser juzgado, ante un juez indignísimo. A Tercia te despreciarás y vilipendiarás a ti misma por el amor que me movió a ser despreciado, escupido, y saturado de oprobios. A Sexta crucificarás el mundo para ti, y tú para el mundo, al pensar que yo, tu Amado, me dejé crucificar por amor. Así todos los atractivos y dulzuras del mun­ do serán para ti amargos como la cruz. A Nona morirás al mundo y a todas las criaturas, para que mi muerte de amor, endulce lo más hondo de tu corazón, te resultará desabrida y despreciable toda criatura.

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Hacia Vísperas, hora en que fui bajado de la cruz, meditarás gozosa cómo descansarás feliz en mi regazo, pasada ya la muerte y todos tus trabajos. También durante Completas traerás a tu mente aquella dichosa unión por la que, hecha un espíritu con­ migo, goces de mí en sublime experiencia. Esta unión comienza por la unión de mi voluntad y la tuya en todo, sea próspero o adverso, y se consumará después en una gloria sin fin. Capítulo XXX

Tres cosas para meditar durante el rezo de las Horas Quien quiera cantar devotamente las Horas presta­ rá atención a estas tres cosas: Desde el comienzo de cada Hora hasta los Salmos alabe y ensalce aquel abismo de humildad por el que la majestad altísima de la divinidad se inclinó desde lo más alto de los cielos y bajó con toda humildad al valle de nuestra miseria. Por esta humildad el Dios de los ángeles se hizo hermano y amigo de los hombres, es más, humilde esclavo, como dijo él mismo: No vine a ser servido, sino a servir14. Se inclinará con gran devo­ ción para reverenciar tan gran humildad. Mientras canta los Salmos ensalzará la insondable sabiduría de Dios, que con tanta condescendencia con­ 24

Mt 20, 28.

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versó con los hombres, y se dignó instruirlos por sí misma con benévolas palabras y exhortaciones. Se inclinará reverente en homenaje a la enseñanza y dul­ ces palabras que brotaron en otro tiempo de su Corazón y su boca santísimos. Dará gracias también por todas las palabras de los profetas, las exhortaciones y dichos de los santos, pues las pronunciaron con toda verdad por inspiración del Espíritu Santo. Del mismo modo dará gracias por toda gracia e inspiración espiritual que Dios se dignó infundir por sí mismo en el hombre, conforme al beneplácito de su voluntad. Después de los Salmos hasta el final de las Horas ensalzará la dulcísima benignidad con que el Señor actuó en todo lo que hizo o padeció. Dará gracias por todos los deseos, oraciones y todo lo demás que hizo o sufrió por nosotros. Agradecerá de modo especial lo que en esa Hora concreta soportó. Capítulo XXXI

Cómo lian de cantarse las Horas El bien más pequeño que puede hacer el hombre En cierta ocasión se apareció el Señor en sueños a su sierva. Le pregunta entre otras cosas:”Si, como se lee de los vicios, el pecado por leve que sea, llega por la costumbre a ser mortal, ¿puede decirse también de las virtudes que por la costumbre adquieren más méri­ to ante Dios?”

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Le responde el Señor: “No hay obra buena tan pequeña que la costumbre no la haga grande ante Dios”. Ella: “¿Cual es la obra buena mínima que el hombre puede practicar con provecho y mayor frecuencia?”

yentes. Por ello oré al Padre: Por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en mí 25. Tú recuerdas en las siete Horas cuanto sufrí durante las mismas, yo conocí de antemano en mi sabiduría todo lo que debía sufrir, como lo atestigua el Evangelista cuan­ do dice: Jesús sabía todo lo que venía sobre é/”26.

El Señor: “Rezar las Horas con devoción y atención. No es que sea la obra buena más pequeña, sino porque lo menos que puede hacer el hombre es cumplir sus deberes. Al comenzar las Horas dirás con el corazón o con los labios: Señor, te ofrezco esta Hora unida a aquella intención con la cual celebraste las Horas canónicas en la tierra para gloria del Padre. De este modo te unirás a Dios cuanto es posible. Cuando esta práctica se con­ vierte en costumbre por el constante ejercicio, se enno­ blece y eleva ante Dios Padre, como si la realizara como yo lo hacía”. Otro día se le apareció el Señor durante la oración y le preguntó si de verdad celebró las Horas durante su vida mortal Él se dignó responderle benignamente: “No las celebré como acostumbráis vosotras, pero si alabé a Dios Padre durante las mismas. Todo lo que hacen los cristianos lo hice también yo, por ejemplo, recibir el bautismo. Por amor a ellos cumplí y practiqué todo lo que ellos hacen, para santificar y llevar a per­ fección con mi propia vida todas las obras de los cre­

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Capítulo XXXII

Cómo debe reparar el hombre sus negligencias Rogaba por una persona que se le había quejado de rezar frecuentemente las Horas sin devoción y distraída. Le responde el Señor: “Al concluir las Horas dirás siempre: Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador, o lo siguiente: Mansísimo Cordero, ten misericordia de mí. Con esto reparará su descuido”. Replica ella: “¿Y si descuida hacerlo, y no lo repite al final de cada Hora?” El Señor: “Si ha descuidado hacerlo después de cada Hora, lo repetirá al menos, siete veces al día a la hora que quiera. Si esta oración: Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador, fue tan eficaz para el publica25 26

Jn 17, 19. Jn 18, 4.

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no, que le perdonó todos sus pecados, ¿no va a poder conseguir el perdón de sus negligencias a los demás? Mi misericordia es tan benigna ahora como lo fue en aquel tiempo”. Capítulo XXXIll

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concédeme que a semejanza de este animalito, mientras mi cuerpo duerme esté mi alma en vela”. Le responde el Señor: “Se dice que la liebre rumia y duerme con los ojos abiertos, cuando el hombre vaya a dormir rumie este verso:

El hombre pedirá a Dios le guarde en la fe Si uno pide a Dios que le guarde en la fe, alcanza­ rá la gracia de no verse tentado al final de la vida con­ tra la verdadera fe. El fiel encomendará su fe, en primer lugar, a la omnipotencia del Padre, pedirá le confirme en ella con la fuerza de su divinidad. Que nunca se separe de la verdadera fe. Luego la confiará a la insondable sabiduría del Hijo. Que le instruya con la luz del conocimiento divi­ no, que nunca sea seducido por el espíritu del error. Finalmente confiará su fe a la benevolencia del Espíritu Santo, para que ella actúe en toda su vida movida por el amor y a la hora de la muerte se encuen­ tre consumada en la perfección. Capítulo XXXIV

Cinco suspiros en los que se duerme el hombre En cierta ocasión contempló su alma como una pequeña liebre que dormía en el regazo del Señor con los ojos abiertos. Dice ai Señor: “¡Señor Dios mío!.

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Ciérrense los ojos por el sueño Esté siempre abierto el corazón a tu mirada11 Que piense en Dios, dialogue con él. Así, mientras viene el sueño tiene su corazón atento a mi presencia. Si durante el sueño le sucede algún mal, si siente malestar o pesadez, nunca se separará de mí. Cuando uno desea dormir, extraiga como un suspi­ ro de mi divino Corazón, unido a aquella alabanza que brotó de mí hacia todos los santos, para suplir de este modo la alabanza que toda la creación debe tributarme. Suspire también unido a aquel agradecimiento que los santos atraídos por mí, el Cordero, me dan gracias por los beneficios que les he concedido. Emitirá un anhelante suspiro por sus pecados y los de todos los hombres, unido a la compasión por la que borré los pecados de todos. En cuarto lugar, suspirará con afecto y anhelo el bien que añoran todos los hombres para alabanza de 27 27

Es el comienzo de la cuarta estrofa de un himno que en aquel tiempo se cantaba en el monasterio de Helfta en la hora de Completas.

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Dios y provecho propio, unido a aquel deseo que tuve en la tierra por la salvación de todos los hombres. Finalmente gemirá unido a las oraciones que bro­ taron de mi divino Corazón y el de todos los santos para salvación de todos muertos y vivos, con el deseo de que reciba yo todas las aspiraciones que realice esa noche mientras duenne, como si con ello me rogara sin cesar. Entonces yo, que no puedo negar nada a los deseos del alma enamorada, lo cumpliré en mi divina verdad. Capítulo XXXV

Jesucristo se levanta ante el gemido del pobre Mientras comulgaba la comunidad un día de fies­ ta, estaba esta sierva de Cristo enferma, postrada en el lecho. Desde lo más profundo de su corazón gemía ante el Señor en su indigencia. Ve al Señor que se levanta presuroso de su trono y le dice: Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré28 29. Al levantarse el Señor, se levantan también todos los san­ tos. Ofrecen a Dios en alabanza eterna, para consuelo de esa alma, todo lo que hicieron y padecieron en ser­ vicio de Dios en la tierra. El mismo Señor Jesucristo ofreció todas sus obras a Dios Padre diciendo: Pondré a salvo al que lo ansia29. “En mí y por mí mismo cum­ pliré sus deseos”. Y tributa al Padre en nombre de ella, las alabanzas que se merece. 28 29

Sal 11, 6. Sal 11,6.

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Por divina inspiración comprendió que cuando el alma suspira por Dios desde su indigencia con el deseo de alabarle o darle gracias, al punto se levantan todos los santos, alaban a Dios unidos al alma, o le piden gra­ cias en su favor. Si suplica con dolor de sus pecados, piden al Señor el perdón; Pero Jesucristo no se confor­ ma con esto, él mismo se levanta y dice: “Pondré a sal­ vo al que lo ansia, deseo complacerla yo mismo, ala­ baré a Dios Padre en nombre de esa alma, para suplir y realizar plenamente cuanto desea”. Luego dice al Señor: “¡Oh!, si un solo gemido es acogido de manera tan sublime, ¿Cómo podrá quedar ya rastro de tristeza en el alma del pobre?” Otra vez siente ansias del Señor, se lamenta y sus­ pira por él. Le dice el Señor: “¿Qué te pasa ahora? Cuantas veces gimes tras de mí, me introduces en tu intimidad. Comparto contigo mucho más que con todas las demás cosas. No hay cosa alguna tan pequeña e insignificante, un hilo o una pajuela que no pueda con­ seguirse con voluntad. El hombre puede alcanzarme por una intención, con un gemido”. Capítulo XXXVI

Cristo refrigera en el alma los ardores de su amor divino En cierta ocasión [Matilde] estaba triste, se lamen­ taba, se tenía por inútil, impedida por la enfermedad no podía guardar la observancia. Escucha al Señor que le dice: “¡Ánimo!, permíteme refrigerar en ti los ardores

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de mi divino Corazón”. Comprendió con estas palabras que todo el que acepta con gozo la tristeza, el abati­ miento y cualquier tribulación, unidos al amor por el que Jesucristo aceptó en esta tierra tantos sufrimientos y trabajos, y finalmente una muerte ignominiosa, refri­ gera de alguna manera los ardores de su divino Corazón, que buscó con tan incontenibles ansias la sal­ vación de los hombres. Como ahora no puede ya sufrir en sí mismo tales padecimientos, se digna suplirlos en sus amantes, que se adhieren a él con fidelidad inque­ brantable. Su pasión salvó a todo el mundo, no sólo a los hombres de su tiempo, sino a todos los que más tarde creerían en él. De igual modo los que le aman le ofre­ cen sus sufrimientos y penalidades para acrecentar el mérito de los justos, alcanzar el perdón a los pecadores y el gozo sempiterno a los difuntos. Cuando esta alma que fue en la tierra frescor para el divino Corazón, lle­ gue al cielo, se lanzará al instante al Corazón de Dios, e inmersa en la divinidad, como inundada en un perfu­ me precioso, se inflamará en las llamas de su ardentísi­ mo Corazón, con todo lo que en este mundo soportó por Cristo. Como perfume de gran aroma o bálsamo, ella inundará todo el cielo con la suavidad de su aroma, todos los santos recibirán nuevo gozo y alegría como se dice en el salmo: El Señor tu Dios te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros30

30

Sal 44, 8.

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Capítulo XXXVII

Los hombres prenda de Dios Mientras un día oía cantar aquel verso: Los justos oirán una voz melodiosa, etc., recuerda la prenda que hacía tiempo Dios le había otorgado y se lo agradecía con gran ternura. Le dice el Señor: “Yo soy tu prenda y tú la mía”. Recapacita ella cómo puede ser prenda para Dios si carece de méritos. Le responde el Señor: “Todos los hombres son prenda y deben pagarme mi muerte como dice el Apóstol: Mortificad vuestros miembros terrenos31. Esto es, corrija cada uno lo que encuentre vicioso en sí, para que libre de todo pecado antes o en la muerte, me devuelva gozoso mi prenda, que es él mismo. Son mi prenda de modo especial los varones espirituales, llamados a una gloria tan sublime y singular, porque cuantas veces me entregan su voluntad en algo difícil, otras tantas me entregan mi prenda; como el que guarda la prenda de su amigo y cuantas veces la mira, la embellece con oro o nuevas perlas preciosas”.

31

Col 3, 5.

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Capítulo XXXVIII

El traje de bodas Oye en el Evangelio: Amigo, ¿cómo has entrado sin tener el traje de bodas?32. Dice al Señor: “¿Cual es. Amado mío, el traje sin el que nadie puede entrar en tus bodas?” Le muestra el Señor un traje de púrpura con­ feccionado maravillosamente en blanco y oro y le dice: “Este es el traje de bodas, confeccionado con la blancura de un corazón puro, la púrpura de la humil­ dad y el oro del amor divino. Quien desee vestir este traje debe tener el corazón limpio, que no permita entrar voluntariamente en su corazón ningún mal pen­ samiento; todo lo que vea u oiga lo juzgará y orienta­ rá hacia el bien, no hacia el mal; se someterá con humildad y corazón manso por amor de Dios, no sólo a sus superiores, sino a todos los hombres; amará a Dios con toda su mente; tendrá por poca cosa todas las criaturas en comparación con Dios; lo que aparte de Dios no sólo no lo amará, sino que huirá de ello y lo rechazará totalmente”. Capítulo XXXIX

Cómo se asemeja el alma a Dios Mientras se cantaba la misa: Dice el Señor: tengo designios de paz y no de aflicción, etc.33, le dice el 32

Mt22, 12. 33 Jr 29, 11. Canto de entrada del último domingo después de Pentecostés antes de la Renovación del Misal según el

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Señor: “Si quieres ser mi hija carísima y lo más pareci­ da a mí, debes imitarme en esas palabras. Como yo ten­ go designios de paz y no de aflicción, cuidarás tú de tener un corazón sereno y pensamientos pacíficos; no altercarás con nadie, cederás con mansedumbre y paciencia. Yo escucho a los que me invocan, tú te mostrarás acogedora y complaciente con todos. Cuidarás de libe­ rar a todos los cautivos, esto es: ofrece ayuda y con­ suelo a los atribulados y tentados”.

Capítulo XL

Dios desea nuestro corazón Durante la misa contempló al Señor sobre el altar en forma de un águila de oro y comprendió: como el águila tiene un vuelo altísimo. Dios tiene una mirada profundísima para ver el corazón humilde. Le pareció que dicha águila tenía pico encorvado y lengua dulce. El pico significa las palabras del Señor que traspasan el corazón del alma con la devoción; la lengua signifi­ ca la dulzura: como el águila siempre busca en su pre­ sa lo más sabroso, a saber, el corazón. Dios desea siempre nuestro corazón, que se lo presentemos como sabrosa ofrenda.

Concilio Vaticano II, y Canto de entrada en el domingo 33 del Tiempo Ordinario en el misal renovado.

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Capítulo XLI

El hombre debe ejercitar su memoria Esta devota virgen pedía una vez al Señor le con­ cediera tener siempre su recuerdo en el corazón. El Señor le mostró su Corazón a semejanza de una casa. Esta alma vuela como paloma, entra por la puerta, y encuentra dentro un montón de trigo. Le dice el Señor: “Cuando la paloma llega al mon­ tón de trigo no se lo lleva todo, toma lo que le convie­ ne. Haz tú lo mismo. Cuando escuchas o lees la Palabra de Dios no puedes comprenderla toda, tomarás parte de ella y la rumiarás en tu memoria pensando: ¡Ah! ¿Qué quiere decirte, mandarte o hablarte ahora tu Amado en esta lectura?” Ese mismo día oyó proclamar el Evangelio: El Reino de los cielos es semejante a un tesoro, etc34. Dice al Señor: “Mi dulcísimo Maestro, ¿Qué he de escoger en este Evangelio según tu mandato?” Le responde el Señor: “¿Qué es un tesoro? Tesoro es un conglomerado de oro, plata y piedras preciosas. El oro significa el amor, la plata las buenas obras, las perlas, las virtudes. La plata es un metal muy sonoro, del mismo modo las bue­ nas obras producen un sonido muy grato a mis oídos. Si uno hace buenas obras pensando: tu Dios se hizo humilde, se dignó inclinarse a las obras y servicios

humildes, ¡Cuánto más conviene que te humilles y sometas tú, hombre insignificante! Lo mismo pensarás de la paciencia y demás virtudes. Todo lo que haces lo realizarás acordándote de mí. Yo escribiré este recuer­ do en mi corazón para que nunca pueda borrarse”.

Capítulo XLII

Matilde consultaba a Dios en todas sus obras Cierto día ve una paloma en el nido y pregunta al Señor: “¿Amado mío, a qué huevo podría dar calor yo con mi meditación?” El Señor: Ovum = huevo es una palabra de dos sílabas. O, significa la sublimidad de mi divinidad; vum, tu extre­ ma bajeza35. Une estas dos sílabas en un todo y pósate sobre él [como la paloma] sobre el huevo. Medita cómo incliné la altura de mi divina majestad para condescen­ der con tu bajeza. Cómo penetré hasta la médula de tu alma con la infusión de la gracia divina y te asocié a mí con unión inefable. Éste será tu huevo”. De la misma manera acostumbraba [Matilde] a consultar al Señor en todo lo que hacía por muy peque­ ño e insignificante que fuera, buscando en todo el bene­ plácito de su voluntad. 35

34

Mt 13,44.

363

Tercera Parte

De esta interpretación de ovum, “huevo” en latín, han supues­ to algunos que Matilde recibía con frecuencia sus revelacio­ nes en latín y que en esa lengua fueron escritas.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XLIII

Superar en Dios todo lo que desagrada En cierta ocasión observó en un hombre un gesto que le escandalizó. Reconoce al punto su falta y la con­ fiesa a Dios. El Señor le dice: “Cuando veas un gesto que te escandaliza me alabarás por la dignidad y nobleza de mis gestos. Si ves a alguien que se ensoberbece, alába­ me desde lo hondo de ini humildad por la que, siendo el Señor de todos, me sometí a todos. Si ves que alguno se enciende en ira, alábame por aquella mansedumbre de cordero que tuve ante el juez. Cuando veas a uno impa­ ciente, alábame por la paciencia que tuve para soportar­ lo todo. De este modo vencerás en mí todo lo que te des­ agrada, y todo te resultará sumamente placentero”.

Capítulo XLIV

Buscar a Dios en los cinco sentidos Otra vez le dice el Señor: “Búscame en tus cinco sentidos como el hospedero que espera la llegada de su queridísimo amigo oteando por puertas y ventanas, para llega a percibir al que tanto desea encontrar. Así me buscará el alma fiel a través de sus cinco sentidos, que son sus ventanas. Si llega a percibir algo hermoso y amable, piense qué hernioso y amable, qué bueno es el que hizo todo esto. Al instante alzará su mirada hacia aquel que creó todas las cosas.

Tercera Parte

365

Si percibe una dulce melodía o algo que le deleite, piense para sí: ¡Ah!, ¡qué dulce será aquella voz que un día te va a llamar, de ella reciben dulzura y sonoridad todas las demás voces! Siempre que oiga hablar o leer algo, piense: ¡Ay, si fuera la voz que me lleve al encuentro de mi Amado! Busca en todo lo que digas la gloria de Dios y la salva­ ción de los prójimos. Piensa igualmente al leer o can­ tar: ¡Vamos! ¿qué te dice, qué te manda tu Amado aho­ ra en este verso, en esta lectura? Búscale en todas las cosas hasta que cierto pregusto de la divina dulzura te haga presentirlo. Lo mismo hará con el olfato y el tacto, recordando cuán suave y bueno es el Espíritu de Dios, qué tiernos serán sus besos y abrazos. Si una criatura le produce complacencia, recuerde siempre las delicias de Dios que hizo todo esto hermo­ so, deleitable, dulce para estimulamos y llevamos a todos a conocer y amar su bondad. Se comportará como la madre de familia que ayuda en todo al que ama y no permite que trabaje solo. La fiel esposa del Señor estará dispuesta a ayudar con todo su corazón a la Iglesia de Dios, él actúa cons­ tantemente en ella. En cuanto le sea posible, tributará a Dios toda alabanza, acciones de gracias y oraciones que de buen grado deberían ofrecerle todas las criatu­ ras; orar por cada uno, servirle generosamente, y pres­ tarle todas las atenciones.

366

Libro de la Gracia Especial

Finalmente, esté dispuesta a soportar toda pena, tribulación, y trabajos que otros han aceptado por amor de Dios”.

Capítulo XLV

Obediencia y temor. Cómo recibir los servicios (leí prójimo Durante la misa vio a la portera cansada por los huéspedes que acudían. Compadecida rogó al Señor por ella. Le dice el Señor: “Todos los pasos que uno da por obediencia acrecientan su mérito como si cada uno fue­ ra un denario que deposita en mi mano”. Responde ella: “¡Dulcísimo Dios mío!, aunque me cuesta mucho no poder seguir a la Comunidad, impedi­ da por la enfermedad, te doy infinitas gracias por haberme librado de tantas ocupaciones”. Le responde el Señor: “Cuando te entregabas a las tareas necesarias del monasterio, temías impidieran tus ejercicios espirituales y gozar del don recibido; ahora temes recibir en tu enfermedad más atenciones de las que reclama la necesidad. El justo siempre teme en todas sus obras, como se lee de Job cuando dije de él que no había otro en la tierra semejante a él en el temor de Dios y en apartarse del mal. Sin embargo decía de sí mismo: Temía en todas mis obras36. 36

Jb 9,28.

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Tercera Parte

El hombre debe aceptar las cosas necesarias y cuanto ha menester para su cuerpo, unido a aquel amor por el que creé todas las cosas para su servicio; luego, en unión de aquel amor que usaba las criaturas en la tie­ rra para honra de mi Padre y salvación de los hombres. Reciba además, los trabajos y servicios de quienes la atienden, con el amor que expresan quienes la sirven para honra de Dios, se santifiquen los servidores y sean premiados por ello”. Capítulo XLVI

Deseo de Cristo En otra ocasión agradecía a Dios el deseo que tuvo al decir: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros31. Recibe esta respuesta del Señor: “Quisiera que todos recordaran cuánto tiempo se retrasó este mi deseo. No desfallecerían cuando por disposición divina se dan largas a sus deseos”. Capítulo XLVII

Cuatro formas de oración Mientras escuchaba el canto del responsorio: Vi la ciudad santa de Jerusalén adornada y ataviada con las oraciones de los santos36, pensaba cómo puede cons­ truirse y decorarse una ciudad con oraciones. 37 38 37 38

Le 22, 15. Cf. Ap21,2.

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Libro de la Gracia Especial

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Tercera Parte

Le responde el Señor: “Esta ciudad está embellecida con cuatro clases de oraciones a modo de oro y perlas:

Lo más provechoso que pueden hacer las manos es elevarse en oración pura y escribir.

La primera, de los elegidos que con corazón humil­ de y contrito piden en la oración perdón por sus pecados.

La mejor función del corazón es amar y desear a Dios fervorosa y cordialmente, y pensar devotamente en él durante la oración.

La segunda es de los hombres atribulados que se acogen a Dios en la oración buscando ser aliviados. La tercera es de quienes movidos por fraternal afecto, interceden por las necesidades y miserias del prójimo. Esta oración es muy grata a Dios y adorna en gran manera la Jerusalén celestial La cuarta es la de aquel que ama a Dios con amor puro, e intercede por la Iglesia universal y por los demás como por sí mismo. Esta oración ilumina a la Jerusalén del cielo como el sol naciente”.

Capítulo XL\ III

El mejor bien que puede hacer el hombre con su cuerpo En otra ocasión le dice el Señor: “El mayor bien, el más útil que puede hacer el hombre con sus labios es alabar a Dios y tratar frecuentemente con él, esto es, la oración.

Como ejercicios provechosos de todo el cuerpo son: la genuflexión, las reverencias y las obras de caridad”.

Capítulo XLIX

Nobleza y belleza del alma. Qué es el cuerpo humano En una ocasión se le apareció Jesucristo, Rey de la gloria, en lugar elevado, rodeado de gloria indescripti­ ble, lleno de delicias , con vestidura de oro y palomas engastadas, envuelto en manto rojo. La vestidura estaba abierta por ambos lados, era signo de que el alma tiene camino abierto a Dios por todas partes.

Bien saludable de los ojos son lágrimas de amor y la lectura asidua de la Sagrada Escritura.

El manto rojo significaba la Pasión de Cristo, siempre presente en lo más profundo de su Corazón, que ofrece todavía al Padre, intercediendo sin cesar por el hombre.

Es propio de los oídos escuchar con gusto la Palabra de Dios y estar inclinados y dispuestos a obe­ decer.

Las palomas engastadas, eran signo de la sencillez del Corazón divino, siempre inclinado a favor del hom­ bre, aunque éste sea muchas veces infiel.

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Libro de la Gracia Especial

El alma se sentía alejada de Dios y meditaba en su interior lo del Profeta: Ay, El señor se me apareció de lejos39. Le responde el Señor: “¿Qué importa? Donde estás tú, está mi cielo; ya comas, ya duermas, o hagas cual­ quier cosa, siempre tendré en ti mi morada”. Se preguntaba ella qué podría ser su cuerpo en rea­ lidad. Le responde el Señor: “Tu cuerpo solo es un saco despreciable que con­ tiene un vaso de cristal con un licor de gran valor. Como se guarda con gran solicitud el saco, no sea que llevándolo de acá para allá se rompa el vaso y se derra­ me el licor, también el hombre debe respetar su cuerpo y guardar los cinco sentidos, en atención a su alma, que contiene el licor de la gracia divina y la unción del Espíritu Santo, para no ver, oír o decir algo que pueda derramar la unción espiritual de mi gracia, o ahuyentar mi Espíritu que reina en ella”.

Capítulo L

El jardín y los árboles de las virtudes Cierto día, después de confesarse y cumplir la penitencia que se le había impuesto, pedía a la bien­ aventurada Virgen intercediera por ella ante el Señor. Le pareció que la misma Virgen María la llevaba a un hermosísimo jardín con preciosos y altísimos árboles. 39

Jr33,3.

Tercera Parte

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brillantes como el sol a través de un cristal. Pide a la Virgen la lleve al árbol de la misericordia del que Adán fue durante tanto tiempo alejado. Era un árbol corpu­ lento y muy alto, arraigado en suelo de oro, con hojas y frutos también de oro. De él nacían tres ríos. El prime­ ro lavaba, el segundo daba brillo, el tercero refrescaba y era potable. María Magdalena estaba postrada bajo el árbol y Zaqueo de rodillas en actitud de adoración. [Matilde] se postra entre los dos, adora y pide perdón. Contempla también un árbol altísimo y hermosísi­ mo, que significaba la paciencia de Dios. Tenía hojas plateadas y el fruto rojo, la corteza exterior un tanto dura y amarga, pero en el interior muy sabroso. Allí había también un árbol pequeñito, al alcance de todos, se mecía suavemente hacia todas partes al susurro del viento. Significaba la mansedumbre del Señor. Sus hojas eran de un verdor extraordinario que supera todo verdor, pero no tenía fruto, todas sus hojas tenían las cualidades de los frutos. También contempló un árbol de aspecto encanta­ dor, delicioso, transparente como cristal limpísimo; tenía las hojas doradas y en cada una un anillo de oro; su fruto, más blanco que la nieve, era muy dulce y sua­ ve. Significaba la radiante pureza natural de Dios que quiere comunicar a todos. Se abre el árbol, entra Dios en él y une el alma a sí en tan estrecha unión que parecía cumplirse lo del sal­ mo: Yo dije: sois dioses*0. Había bajo el árbol rosas. 40

Sal 81, 6.

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Libro de la Gracia Especial

373

Tercera Parte

violetas, flores de azafrán y hierba llamada de san Benito. El Señor se recreaba en estas flores: la caridad, la humildad, el menosprecio de sí, la acción de gracias. El hombre repita en todos los acontecimientos: “Bendito sea el nombre del Señor”, dé gracias a Dios y alabe al Señor en todo momento.

Capítulo L1

Si en el rostro de su alma halla algo reprensible en estas u otras cosas parecidas, cuide limpiarlo suavemente con el paño fino de la humanidad de Cristo, recuerde con ternura que Cristo es nuestro hermano, es piadoso; cuando el hombre reconoce su pecado, lo perdona con misericordia. Cuide no pretender borrar sus manchas bruscamente, esto es, sin atender a la bondad divina. Si las frota con dureza, encona en lugar de sanar.

Hay que examinarse antes de la confesión El hombre, debe desnudarse con el examen de su interior antes de confesarse, como se desnudó Jesucristo en la flagelación y en la cruz. Si Cristo se despojó para ser azotado, despójese el hombre para recibir la amonestación41. Es también conveniente que contemple su alma antes de la confesión en el espejo de las virtudes de Cristo; examine con diligencia su humildad en el espejo de la humildad de Cristo, a ver si ha manchado su rostro con la soberbia o el orgullo; mire su paciencia en el espejo de la paciencia de Cristo, a ver si advierte en sí machas de impaciencia; contem­ ple su rostro en el espejo de la obediencia de Cristo, por si advierte en él algún pecado de desobediencia; exa­ mine su amor en el espejo del amor de Cristo, a ver si es delicado con los mayores, es decir con los superio­ res, pacífico con los iguales, manso con los inferiores. 41

El juego de palabras latinas verba y verbera (palabras y azo­ tes) es serial una vez más, que estas revelaciones se dijeron y escribieron primeramente en latín.

Capítulo LII

Castidad de la gloriosa Virgen María Cómo guardar la túnica de la inocencia Oyó durante una predicación ponderar en gran manera la castidad de la Santísima Virgen y comenzó a pedir a la Madre virginal le alcanzara la verdadera vir­ ginidad de pensamiento y de cuerpo. Le parece ver a la Santísima Virgen ante el Señor, que sacaba una vesti­ dura blanca del Corazón del mismo Señor y se la daba a ella. Al intentar ponérsela, advierte a su derecha e izquierda una caterva de demonios que impedían se la vistiera. Hace humilde reverencia a la Virgen y le pide ayuda. Se interpone entre los demonios, la cubre a ella y no vuelven a aparecer más. Vestida con la túnica, pide a la Virgen gloriosa le enseñe cómo conservarla incontaminada. Le dice la Virgen: “Cuida no caiga sobre la túnica nada de los ojos, la nariz o la boca, no toques nada vil que pueda mancharla”. Comprendió que debía guardar sus ojos de

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Libro de la Gracia Especial

toda vanidad, sobre todo hacia los hombres, no les mire con curiosidad. Respecto al olfato comprendió deleite que no viniera de Dios.

debía

evitar

todo

Lo mismo de la boca, porque toda palabra vana, sobre todo detracciones, murmuraciones y mentiras, manchan mucho el alma.

Cuarta Parte

Respecto a las manos, evitará toda obra y trabajo que no se haga por Dios o por necesidad.

Trata de los hombres; PRIMERO EN GENERAL, DESPUÉS EN PARTICULAR

Capítulo I

Reunión con el Señor. Tres disposiciones de su Corazón Todos los santos y la comunidad beben del Corazón del Señor Un día después de la comunión esta piadosa y devota sierva de Dios oye decir al Señor: “Vamos a tener una reunión juntos”. Contempla al Señor que se sienta en un trono ante el altar, y todas las almas de la comunidad parecen salir de sus cuerpos a semejanza de vírgenes vestidas con cicladas1 blancas. Se acercan y se sientan a los pies del Señor. Les dice el Señor: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perse1

Antigua vestidura de mujer

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Libro de la Gracia Especial

verado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino2 Por las palabras: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve, comprendió que Dios está en la comunidad de tres maneras: en unas por el gusto de la gracia, en otras por el conocimiento de las Escrituras, en otras por la acogida de la enseñanza. Pregunta qué quería señalar con las palabras como el que sirve. Le responde el Señor: “Yo te sirvo mi Corazón”. Al momento aparece el Corazón del Señor en su pecho en forma de cáliz con tres cánulas3 que significaban tres disposiciones del Corazón divino con las que actuó cuando vivía en la tierra. Quería que todos tuvieran las mismas disposi­ ciones de su Corazón: En primer lugar, el Corazón de Cristo estuvo ante el Padre con reverencia y amor. En segundo lugar, se inclinó hacia todos los hom­ bres con misericordia y caridad. En tercer lugar, respecto a sí mismo, actuó con humildad y sin darse importancia. 2

Le 22, 28-30. 3 La cánula es una especie de caña o tubo pequeño para la comunión de la Sangre del Señor en la especie de vino. Permitida en la Ia y 2a edición del Misal según el Concilio Vaticano II, ha desaparecido en la 3a edición.

Cuarta Parte

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En las palabras: Vosotros sois los que habéis perse­ verado conmigo en mis pruebas, le parecía a [Matilde] que el Señor se lamentaba de ser maltratado por la Iglesia; de modo especial por tres grupos de personas: - el clero, que no se aplica al estudio de las divinas Escrituras, se sirve de ellas para presumir; -

los hombres espirituales (religiosos, monjes), que descuidan la vida interior derramándose en los negocios exteriores;

-

los fíeles, que no se preocupan de la Palabra de Dios ni de los Sacramentos de la Iglesia”.

Por las palabras: yo os transmito el Reino, com­ prendió que el Señor encuentra especial gozo en que la Comunidad participe lo más frecuentemente posible en la mesa de su Cuerpo y de su Sangre. Le pareció tam­ bién que el Señor daba de beber a todos los que acudí­ an, con las tres cánulas de su Corazón diciendo al mis­ mo tiempo: Bebed y embriagaos, amigos míos4. Quiere ella que todos los del cielo, de la tierra y del purgatorio participen de esa gracia. Ve al punto a la Santísima Virgen sentada a la derecha de su Hijo, se inclina con gran reverencia ante las cánulas y bebe atraída por tan maravillosa y admirable dulzura. Brota de su boca como un aroma suavísimo que perfuma todos los pre­ sentes. A continuación se acercan y beben reverentes todos los coros de los santos. Cuando terminan dice el Señor: “Beberé los corazones de todos los que bebieron de mi Corazón”.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo II

Túnica blanca y corona fiel Reino En otra ocasión vio al Señor de pie durante la comunión de la comunidad, con una túnica blanca en la mano que iba recibiendo a cada una de las que se acer­ caban. Significaba la inocencia de Cristo que regala a todos los verdaderos penitentes cuando se acercan al sacramento de su Cuerpo. Después envolvía a todas con un manto de maravillosos colores, en el que brilla­ ban todas las obras de su santísima Humanidad. En ello entendió que el Señor da al alma que le recibe en este Sacramento todas las obras realizadas por su Huma­ nidad y su Pasión. Puso también en la cabeza de cada una, una coro­ na muy hermosa, llamada corona del reino. Dicha coro­ na llevaba entre otros adornos cuatro florones a modo de cuatro espejos limpísimos.

Cuarta Parte

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El último florón en la parte posterior de la corona, significaba aquel conocimiento inamisible por el que veremos para siempre y sin obstáculo alguno, la inabar­ cable luz, espejo brillantísimo de la adorable Trinidad. El Señor adorna con estas túnicas al alma arrepen­ tida y humillada que siente deseo de llegar a él.

Capítulo III

Cómo brillan las virtudes en la corona del Señor Otra vez durante una misa en la que se cantaba: Señor Jesucristo, Rey de la gloria5, le pareció ver al Señor de pie a la derecha del altar, coronado y con manto regio. Sorprendida, quiere saber qué significa­ ban las palomas, las águilas y las piedras preciosas de la corona del Señor. Le dice el Señor:

El florón delantero significaba el amor eterno e inestimable que tiene el divino Corazón a cada alma, lo experimentará el alma en el cielo de tal manera que penetrará todas sus médulas y rincones interiores

“La humildad, la fe, la paciencia, la esperanza de todos, brilla a modo de perlas en mi corona. Las palo­ mas y las águilas en lo más alto de la corona significan los sencillos y los enamorados”.

El segundo florón, situado a la derecha de la coro­ na, significaba aquella divina fruición de amor por la que se goza de Dios y de todos los bienes ininterrum­ pidamente, sin que nada lo impida.

Durante la oración Secreta6 vio una gradilla de oro que tocaba el altar. Sube el Señor por ella y se pone de pie ante el altar, sobre su manto tiene un gremial que le baja hasta las rodillas.

El tercero era señal de ¡a unión inseparable que nos hará semejantes en todo a Dios.

5 6

Canto del ofertorio de la misa de difuntos. La actual oración sobre las ofrendas.

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Libro de la Gracia Especial

Sorprendida por ello, se le dice significa que todos los cabellos de los hombres, el pelo de los animales y todas las hierbas, brillan a través de la Humanidad de Cristo en la Santa Trinidad, porque el Hijo de Dios asu­ mió la humanidad de la tierra de donde ellas proceden. Todas las almas de los hombres brillaban en aquel manto con extraordinaria hermosura. El Señor que seguía ante el altar, cubre con su manto al sacerdote, toma la hostia consagrada por el celebrante y, ya en el Corazón del Señor, se transfonna en El mismo. [Matilde] se arroja a los pies del Señor y besa sus llagas; el Señor se inclina amoroso hacia ella y le dice: “Mis deseos y todos los bienes que hay en mí se incli­ nan hacia vosotros”.

Capítulo IV

Contempla a la comunidad cuando se acerca a comulgar En una ocasión mientras se acercaba la comunidad a la cena del Cordero vio al Rey de la gloria, nuestro Señor Jesucristo, en solio de majestad, custodiado por una multitud de ángeles y rodeado del glorioso ejército de los santos. Vio también acercarse a la Reina, Madre del Rey de los ángeles que llevaba artísticamente bor­ dada en su manto la vida santísima de su amado Hijo. La comunidad estaba ante el Rey como hermosísimas vírgenes primorosamente engalanadas. Se levanta del trono la Virgen María y ofrece a todas para que lo besen al Cordero más blanco que la nieve. Al levantarse ella

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Cuarta Parte

del trono la multitud de los santos aclamaba danzando: Honor y gozo de tu Madre1, etc.

Capítulo V

Lo que más ayuda en la vida religiosa Un viernes vio a nuestro Señor Jesucristo ante el altar con las manos extendidas. Sus santísimas llagas manaban sangre abundante como si hubieran sido recientemente abiertas. Le dice el Señor: “Mira, se han desgarrado todas mis heridas para aplacar a Dios Padre en favor vuestro”. La misma Virgen gloriosa estaba a la derecha del Hijo con una corona de grandes proporcio­ nes que contenía todas sus virtudes y méritos y cuantas obras grandes hizo Dios por medio de ella. Se acerca el alma a la Virgen y le suplica interceda por ella y por la comunidad. La Virgen se arrodilla con gran reverencia ante su Hijo, honra devotísimamente sus heridas, e invita al alma a hacer lo mismo y le dice: “Acércate también tú y saluda la herida del Corazón amantísimo de mi Hijo, que sufrió en sí todas las heridas de su cuerpo”. Lo hace con sumo gozo y pide al Señor le 7

Himno atribuido a san Ambrosio (PL 17 col. 1173) El verso que cita aquí Matilde pertenece a la sexta estrofa del himno A solis ortu cardine que se cantaba en Laudes del día de Navidad, aunque no aparecía en la liturgia esta estrofa. La edición latina de la Liturgia Horarum del Rito Romano según el Concilio Vaticano II tiene esa estrofa en el himno de Laudes de Santa María Madre de Dios, el 1 de enero. El tex­ to de algunos versos varía respecto al texto de la PL.

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Libro de la Gracia Especial

muestre qué es lo más importante que debe hacer la comunidad para crecimiento de la vida religiosa. Le responde el Señor: “Quien desee ser un buen religioso guarde sus ojos de todo lo ilícito e incluso de cualquier mirada inútil. Evite escuchar lo que podría manchar su corazón. Prohíba a su boca proferir toda palabra inútil. Si viera u oyera algo nocivo, nunca permita que su boca hable de ello. Ponga gran cuidado en la guarda del corazón, para que no se recree con malos pensamientos ni se entretenga en ellos. Es verdad que el hombre no puede evitar que lleguen pensamientos a su corazón, pero puede rechazarlos con facilidad, para no consentirlos ni admitirlos voluntariamente. Vigile con diligencia sobre todos sus actos, cuantas veces consienta en algo, no descanse su corazón hasta alcanzar el perdón de Dios, hará el propósito confesar­ lo lo más pronto posible”.

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Cuarta Parte

tierno amor, no aparto de ellas los ojos de mi paternal protección, ni las abandono en sus necesidades. Humilde sujeción, a saber, que obedezcan con humildad y sencillez a sus superiores y mutuamente unas a otras8. Amor virginal, esto es, no solo cultiven la virgini­ dad, sino que guardarán su corazón y sus sentidos de todo lo que pueda contaminarles, con el mismo amor que sienten por la castidad. Como quien posee un rega­ lo de gran valor y utilidad, y pone la máxima diligen­ cia en guardarlo para que no se pierda o deteriore. Dulce agradecimiento, esto es, que reciban no solo las gracias espirituales, sino también lo necesario para la vida, como el vestido y el alimento, con corazón amable, contento y desbordante de gratitud, sintiéndo­ se indignas de todo ello. Tierno amor, no solo amarán a Dios con sincero corazón, se ofrecerán también a porfía por amor a Dios, actos de amor mutuo en todo.

Capítulo VI

Lo que sostiene la fidelidad del religioso En otra ocasión oraba solícita por la comunidad, para que Dios la conserve fiel en su servicio, acrecien­ te su gracia, la haga florecer en todas las virtudes, y avanzar en todo bien.

Capítulo VII

Tres cosas muy agradables a Dios Quien quiera ofrecer un obsequio de mi agrado debe ejercitarse en estas tres cosas: - Sea fiel a su prójimo en toda necesidad y angus­ tia, disimule y excuse en cuanto sea posible

Recibe esta respuesta del Señor: “Siempre que encuentro en ellas humilde sujeción, amor a la castidad virginal, dulce agradecimiento y

8

Cf. RB cp. 72, 6.

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Libro de la Gracia Especial

todos sus defectos e incuso sus pecados. Seré fiel a quien así obrare en todo lo que él mismo tenga necesidad, cubriré todos sus pecados y negligen­ cias, le excusaré ante mi Padre. - Que el hombre acuda a mí como único refugio en todas sus pruebas, no se queje ante nadie de sus contrariedades, sino que me abra sólo a mí con confianza, todas las pruebas de su corazón. Nunca le abandonaré en sus necesidades. En tercer lugar, camine conmigo en la verdad. Le acogeré con abrazos de padre, como una madre acoge a su amadísimo hijo, y le daré reposo perpetuo. El que hace lo primero, me ofrece un obsequio tan aceptable, como quien paga a su prójimo lo que le debe. Quien realice lo segundo, será como el que cum­ ple lo que a sí mismo se debe. El que cumpla lo terce­ ro, será como el que paga a Dios todo lo que le debe.

Cuarta Parte

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la mesa, junto a él su Madre, a continuación los profe­ tas, apóstoles, mártires, confesores y las vírgenes. Todos tenían cálices de oro en las manos. Sobresalía el de la Virgen por su belleza, decorado con maravillosas perlas. Contempló también a la comunidad, sentada en tierra junto al Señor que, tomó el pan, lo partió y lo daba a todas. Algunas lo tomaban con gran dulzura y deleite, otras de manera fría. Las que lo comían con dulzura servían al Señor con grandes deseos y fervor, las que lo hacían de manera fría, le servían a desgana. Esta alma estaba ante el Señor que le dice: “¿Cómo no ruegas a todos estos que te ayuden en tu tribulación según lo deseas?” El alma: “¡ Ah, Señor!, enséñame cómo dirigirme a tu bien­ aventurada Madre”. El Señor:

Capítulo \ III

Los santos interceden por la comunidad En una ocasión en que no sentía a Dios según cos­ tumbre por especial gracia, intentaba buscarle con gran pesar de su corazón. Contempla entonces una puerta magnífica de plata y en la puerta al Señor que le dice: Entra en el gozo de tu Señor9. A continuación se retira el Señora un lugar tranquilo en el que había preparada una mesa y el pan sobre ella. Estaba el Señor sentado a

“Le pedirás que, por la luz que recibió sobre las demás criaturas, te alcance un alma iluminada, exenta de toda inclinación al pecado, que por aquella unión con la divinidad que la unía a mí más que las demás criaturas, te alcance la verdadera unión con mi volun­ tad, que por el conocimiento y fruición que goza de mi divinidad sobre todos los demás, te conceda disfrutar de todos los dones y gracias según mi voluntad”. Concluida esta oración a la bienaventurada Virgen María, se vuelve orante a los patriarcas y profetas. Estos vuelven la mirada y dicen con las manos exten­ didas hacia Dios: Santo Dios, Santo Fuerte, ten miseri-

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cordia de nosotras. Se dirige luego a los apóstoles y se admira que ocupen un lugar inferior a los casados y ocupados en las cosas mundanas. Comenta estas cosas con san Juan Evangelistas que le dice: “No estamos más lejos de Dios, pues él mismo mora en nosotros como yo escribí: La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros10 11. Y añade: ¿A caso estás tú mas lejos de Dios por encontrarte aquí?’’ Suplicaban también los apóstoles al Señor con las manos extendidas, y decían: “Padre y hermano. Maestro y Señor, ten misericordia de nosotros. Luego rogaba a los mártires. Ve entre ellos de modo especial a san Esteban con una corona adornada de perlas, por haber soportado con gozo ser apedreado por el nombre de Cristo. Vueltos al Señor exclamaron: Oh señor, tu sangre inocentísima, que santificó la nuestra, venga en socorro de ellas. Después se acerca a los confesores, entre los que ve a san Benito con el báculo pastoral". Daba a beber de su cáliz a todos los de su Orden allí presentes. Los confesores oraban diciendo: “Señor, te ofrece­ mos nuestros trabajos para suplir lo que les falta a ellas”. Finalmente suplica a las santas vírgenes, admirada que estuvieran en el último lugar. Le responden las vírgenes: “Observa que no esta­ mos más lejos de Dios. Las vírgenes oraban diciendo: 10 11

Jn 1, 14. Con este detalle recuerda Matilde en sus escritos su afecto filial a san Benito. (Ver parte I, c. 28).

Cuarta Parte

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Te rogamos Esposo, Rey y Cordero mansísimo por esta comunidad de vírgenes”. Retirada la mesa se levantan las vírgenes y quedan de pie ante el Señor. Él también se levanta y dirige con ellas una alegre danza. Entonan dulces cantos en los que nombran a las hermanas de la comunidad. Se vio también allí a la hermana M.12 de pie ante el Señor. Un rayo salía del Corazón del Señor e iba al corazón de ella como especial prerrogativa de amor

Capítulo IX

Felices los que viven para servir al Señor Otra vez estaba comulgando la comunidad y esta sierva de Dios no podía hacerlo con todas debido a la enfermedad. Suplicaba al Señor le concediera al menos algunas migajas de su mesa. Le pareció que el Señor se sentaba en una mesa espaciosa con todos los santos, le ofrece las migas en forma de bolas de oro y de perlas, es decir, le comunicaba gustoso su misma dicha. Luego la Reina, Madre del Señor, llena sus manos y se las ofrece al alma. Todos hacen gozosamente lo mismo. Las vírgenes por especial prerrogativa, estaban sentadas frente al Señor para contemplar con más dulParece se refiere a Matilde de Magdeburgo, ya fallecida cuan­ do se escriben estas revelaciones. (Ver también parte 2a, c 42; parte 5a c. 4. Gertrudis la Magna, Embajador del amor divino, lib. 5 c. 7 etc, de esa Matilde es el libro La luz divina que ilumina los corazones. Biblioteca cisterciense , n. 17.

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Libro de la Gracia Especial

zura el rostro y belleza de su Esposo y beber más tierna­ mente de sus delicias. Se acerca suplicante el alma a ellas y le dicen: “¡Vamos! ¡Dichosísima tú, que vives aún en la tierra y puedes acrecentar los méritos!” Si supiera el hombre lo que puede merecer en un solo día, al instante despertaría como de un sueño, su corazón se dilataría desbordante de gozo por haber brillado el día de poder vivir en Dios, y acrecentar sus méritos en alaban­ za divina. Así se entregaría con mayor ilusión y firmeza cada día a todo lo que le fuera posible hacer o sufrir.

Capítulo X Dios envía la lluvia a petición de Matilde™ Una pertinaz sequía asolaba la región, pues hacía mucho tiempo que no llovía. Ruega al Señor que rega­ ra la superficie de la tierra con lluvia fecunda. Le responde el Señor: “Hoy mismo os daré la lluvia”. Comienza ella a dudar al contemplar la serenidad de la atmósfera y la inmutabilidad del sol. Al caer la tarde vino la lluvia benéfica, como lo había prometido el Señor.

Capítulo XI

DI Señor protege el monasterio por sus méritos En cierta ocasión temíamos mucho al rey que esta­ ba próximo a nuestro monasterio14. Matilde pide al Señor que él, Rey y Señor de todos los reyes, se digne defenderlas con su paternal benignidad para que no sufran daño alguno del ejército del rey. Le responde el Señor: “Nunca verás un soldado de su ejército”. Pensaba ella, aunque no llegara a verlos, podrían destruir el monasterio. El Señor: “No se acercará al monasterio ni uno. Yo os defen­ deré compasivo de todos ellos”. Así sucedió. Nos protegió el Señor tan misericor­ diosamente, que no sufrimos de ellos el menor daño, aunque habían causado grandes destrozos en muchos monasterios.

14

13

Cf. Gertrudis de Helfta, El Heraldo del amor divino, 1 ib. 1, c. 13.

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Cuarta Parte

Parece se trata de Adolfo emperador de Alemania, que en guerra contra los hijos de Alberto de Sajonia devastaba todo a su paso y había concentrado el ejército cerca de Isleben, en septiembre de 1294.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XII

El Señor restablece la paz por sus ruegos Estalló una feroz guerra civil entre nuestros Barones, por lo que nuestro monasterio sufrió graves consecuencias. Rogó al Señor que se apaciguara y mejorara la situación. Le responde el Señor: “Cambiaré todo esto para bien”. Así sucedió. Restaurada de nuevo la paz, gracias a Dios, cesó la pre­ ocupación.

Cuarta Parte

Le dice el Señor: “Quien renuncia del todo a su voluntad y prefiere en todo, sea próspero o adverso, mi voluntad a la suya, llega con el espíritu al Espíritu mediante la unión, cum­ ple así lo que está escrito: El que se une al Señor se hace un espíritu con él”'5. Rogaba al Señor se dignara librar al monasterio con su clemencia de cierto peligro que le amenazaba. Responde el Señor: Eres mi alegría y yo la tuya; mientras vivas y encuentre en ti la alegría de mi Corazón, no acontecerá nada de eso a la comunidad.

Capítulo XIII

Dios llama a .Matilde a su gloria Un domingo que no pudo comulgar debido a la enfermedad, se entristecía mucho y dijo al Señor: “Señor mío, ¿Qué quieres que haga?” Le responde el Señor: “Ven, ven, ven”. No entiende que se le quiere decir con esto El Señor: “Ven con el corazón al Corazón por el amor; ven con la boca a la boca con el beso; ven con el espíritu al Espíritu por la unión”. Piensa ella qué era eso de venir al Espíritu con el espíritu.

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El alma: “¡Ay, amadísimo! ¿Cómo me hablas así cuando no hay en mí nada bueno?” El Señor: “Si se mezcla la miel con el vinagre pierde su dul­ zura; mi dulzura no se mezcla nunca hasta el punto de perder su suavidad”. Mirad, amadísimos, cuánto puede la oración asi­ dua del justo'6, cuántas gracias concede el Señor a los hombres por medio de los que le aman. Tus amigos. Señor, deben ser altamente honrados, buscados con interés, amados y venerados. Cuántas veces apaciguan tu ira contra nosotros y nos colman de bienes. 15 16

lCo 6, 17. St 5, 16

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Libro de la Gracia Especial

¿Quién pondrá agua en nuestra cabeza y hará de nuestros ojos una fuente de lágrimas'1, para llorar digna­ mente la pérdida de tan valiosa intercesora, por cuyo amor nos perdonó tantas veces el Dios todopoderoso, a nosotras que tantas veces hemos experimentado de manera tan eficaz el fruto de su oración? Ardía en amor divino, incendiaba a los demás como un carbón encendi­ do, con su ejemplo estimulaba a muchos al amor a Dios. ¡Ay! ¿Dónde encontraremos otra semejante, ahora que ella ha entrado ya en las potencias del Señor, ha sido introducida en tálamo del Rey supremo para des­ cansar bajo la sombra de su Amado?

Capítulo XIV

Cómo elegir abadesa Era ya mayor la Abadesa17 18, mujer según el Corazón de Dios, esta devota y piadosa virgen rogaba al Señor proveyera al monasterio de otra que fuera según su voluntad. Le responde el Señor: “El día de la elección de Abadesa, cantad la Misa del Espíritu Santo, se dedique toda la comunidad sin excepción a la oración, y pidan al 17 18

Jr9,l. Parece se trata de la abadesa Sofía Ja joven, hija de Bucardo II de Mansfeld, que había sucedido en el cargo abacial a Gertrudis de Hackeborn, hermana de nuestra Matilde, quiso dimitir del cargo por enfermedad y edad. Murió hacia el año 1303. Para esta fecha ya había muerto también Matilde. A Sofía le sucedió Gutta de Halberstadt.

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Cuarta Parte

Señor, que conoce todo antes que suceda, les inspire ele­ gir a aquella que él había destinado para este cargo des­ de la eternidad. Elegirán una persona prudente y teme­ rosa de Dios, cada una, después de haber orado, dirá a esta persona el nombre de la que elige, ella lo anotará con diligencia. No se comunicarán las hermanas entre sí a quien desean elegir, ni elijan por amistad particular a una que no sea apta para el cargo, deberán elegir, en la medida de lo posible, según el beneplácito de Dios. Después de esto se designarán siete hermanas temerosas de Dios y prudentes, que escojan a una entre todas las candidatas, mientras tanto toda la comunidad permanecerá en devota oración, para que acuerden ele­ gir a una según la voluntad de Dios. Si las siete desig­ nadas no llegan a un acuerdo, se comunicará al Superior, él presidirá la elección en lugar y en nombre de Dios. La que él designe sea aceptada y confirmada como si la hubiera propuesto el mismo Dios. De la mis­ ma manera pueden ser elegidas las encargadas de mayor responsabilidad, es decir, el superior y la Priora.

Capítulo XV

Renovación de la profesión En una ocasión repasaba ante el Señor los años de su vida con amargura de su alma: ¡con qué negligencia había vivido, cuántos beneficios recibidos gratuitamen­ te de Dios, consagrada como esposa, prerrogativa que había manchado con sus pecados! Le dice el Señor:

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Libro de la Gracia Especial

“Si te diera opción ¿qué elegirías? ¿Conseguir por ti misma todos los bienes que te he dado, tus obras y virtudes, o que fueran donados por mí gratuitamente?” Responde ella: “Sí, Señor mío, prefiero el más pequeño don tuyo, a los méritos de todos los santos aunque mereciera alcanzarlos con las mayores virtudes y sufrimientos”. Le responde el Señor: “Por esto serás eternamente dichosa” Y añade: “Si quieres renovar tus desposorios, écha­ te a mis pies y dame gracias por la túnica de inocencia que te vestí, sin mérito tuyo alguno; pídeme enmiende con mi perfectísima inocencia cuanto viciado hay en ti. Ven después a mis manos, dame gracias por mis obras que te hicieron meritoria y por las tuyas que yo realicé en ti. Purifica en el homo de mi divino Corazón el ani­ llo de tu fe y de tu amor como oro purificado en el cri­ sol y lava su perla en el agua y sangre de mi Corazón, para que así recobre su precio y hermosura”. Quería el alma alabar a Dios de una forma que le era imposible, y pide a Dios Padre que él mismo se digne realizar tan sublime alabanza como la misma Santísima Trinidad alaba y se alaba a sí misma de la manera más noble. El Señor quiere satisfacer su deseo, toma el corazón del alma como un vaso de cristal triangular engastado artísticamente con oro y pedrería; significaba la inefable alabanza a la Santísima Trinidad. En ese corazón bebía el Señor gozosamente

Cuarta Parte

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su misma alabanza. Luego daba de beber del mismo a todos sus santos. Ruega por las almas de los fíeles para que también ellas participen de este don. Al punto ve venir gran multitud de ellas que beben con gozo del vaso. Vio a algunas que no estaban enteramente purificadas. Se extrañaba de ello, y le dice el Señor: “Lo que ves aho­ ra no sucede en el verdadero cielo. Mas como me con­ templas a mí, que contengo a todas las criaturas, ves todas las cosas como si te estuvieran presentes” También vio allí el alma de cierto religioso. Pregunta por qué no estaba en el cielo. Le responde el Señor: “Se creía más sabio que su superior, lo que hacía el prelado no le gustaba, pensaba que él lo haría mejor. Esa actitud fue su mayor obstáculo después de su muerte. El religioso no debe creerse nunca tan sabio que no se someta con toda humildad a su superior y esté de acuerdo con él en todo lo bueno”. Después de esto mega de nuevo al Señor por el alma del converso citado, contempla su alma en una inmensa claridad, que superaba en gloria a los demás conversos, como los sacerdotes superan al pueblo en dignidad. Mereció tal prerrogativa por la especial devo­ ción y celo que ponía en servir al altar y ayudar a los sacerdotes en el canto y en el ministerio.

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Capítulo XVI

Cómo deben comportarse las jóvenes novicias Oraba también al Señor por las novicias con la caridad benevolente que recordaba a todos, para que las confirmara en la práctica de la vida religiosa y en la verdadera caridad. Recibe esta respuesta del Señor: "Andaré en medio de ellos y estaré entre ellos; ellos serán mi pueblo^, por los santos deseos y buena voluntad de ellas. Andaré en medio de ellas por unión de amor. Ellas serán mi pueblo, por su vida buena y ejemplar, para utilidad y crecimiento de la santa Iglesia. A cuantos atraigan con su ejemplo, sus virtudes y su enseñanza, a cuantos ganen con sus oraciones para que se conviertan los pecadores y la Iglesia progrese en santidad; para que todas las almas encomendadas a sus oraciones, sean liberadas y contadas en el número de su pueblo. Se aplicarán en especial a los siguientes ejercicios: oración frecuente y devota, lean y escuchen con gusto la divina Escritura, trabajen con diligencia, se apliquen con generosidad a la obediencia y al cumplimiento de la Regla con todos sus estatutos, guarden en todo per­ fecta humildad, no se comparen ni desprecien a nadie. Así, cuando oren, les enseñaré mi divina voluntad y cuanto necesiten. Durante la lectura les haré gustar mi dulzura, las santificaré en sus trabajos, compartiré con ellas la guarda de la obediencia y de la Regla, quiero 19

2Co 6,16.

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Cuarta Parte

fortalecerlas y ayudarlas. Por su humildad deseo des­ cansar en ellas”.

Capítulo XVII

Jesucristo acoge en sus brazos a las que profesan Rogaba por las novicias el día de su profesión y le dice el Señor: “Deben pedirme les conceda ojos de inteligencia para verme y conocerme a mí y cuanto les es provechoso; oídos de obediencia dispuestos a secun­ dar todo mandato y la voluntad de su superiora; boca de sabiduría para cantar siempre mis alabanzas y saber enseñar y decir lo que conviene al prójimo. Pedirán además un corazón amante, para amarme con pureza a mí, y por mí y en mí todo lo demás; manos para hacer el bien y realizar todo con atención y diligencia”. Al cantarse las letanías por ellas, contempló a la Santísima Virgen y a cada uno de los santos que se nombraban, arrodillados con reverencia, rezarán tam­ bién por ellas al Señor. Mientras hacían la profesión las recibía nuestro Señor Jesucristo en tiemísimo abrazo, extendía hacia cada una su derecha para ayudarla en el cumplimiento de sus votos y protegerla contra el mal. Cuando se acercaban a la Comunión también daba a cada una un beso tiemísimo por el que, en feliz unión, se hacían una sola cosa con él.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XVIII

El abrazo del Señor Se compadecía de una persona que en cierta cues­ tión no estaba totalmente de acuerdo con la voluntad de su superior. Ruega al Señor ilumine la mente de dicha persona con su gracia, y la incline a la obediencia. Ve a nuestro Señor Jesucristo de pie que toma con su dere­ cha a la persona por la que oraba y le dice: “Desde el momento que me confió la propia voluntad en manos de sus superiores la acogí en mis brazos, nunca retiraré mi derecha para dejarla, si ella voluntariamente no se aparta de mí; si lo hiciera, no podrá en adelante volver al puesto anterior, sin someterse”. Comprendió con estas palabras que Dios acoge en su paternal abrazo a cada religioso el día de su profesión y no lo suelta, a no ser que el hombre, no lo quiera Dios, libremente contradiga la obediencia. En ese caso, es como si se apartara de la mano de Dios, a quien no podrá comprometer en adelante hasta que se incline humilde­ mente ante el Señor con verdadera penitencia y digna reparación, y prometa libremente obedecer en adelante.

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Cuarta Parte

contenía el Cuerpo de Cristo, un niño pequeño. Al pun­ to se transforma en una virgen muy hermosa. Significaba la voluntad de Dios. Se acercan algunas personas, la miran, la abrazan con ternura y hablan con ella. Ve en ellas a los que procuran conformar en todo, prospero o adverso, su voluntad con la divina, y obe­ decer los preceptos de los mayores20. En otro lugar creía ver de pie a un cocinero con vestido muy negro que significaba la propia voluntad y el propio criterio. Este siervo despreciable, se empeña­ ba en apartar a aquellas personas de la hermosa virgen para que le miraran a él; unas le toman por un don nadie y se vuelven hacia la virgen, otras sin embargo, vueltas a él se divertían con él entre risotadas y chistes. Estas significan las que se apartan de la voluntad de Dios, siguen su propia voluntad, su propio criterio más que las advertencias de los superiores. Si no vuelven por la penitencia a la virgen, esto es, a la voluntad de Dios, serán condenadas a su propia esterilidad como el siervo inútil. En las cosas espirituales la propia volun­ tad sólo engendra esterilidad. Capítulo XX

El libre albedrío

Capítulo XIX

Es de gran utilidad quebrantar la propia voluntad Una persona le rogó presentara al Señor un trabajo difícil realizado resistiendo a la propia voluntad. Ai hacerlo en la Misa le pareció ver salir del copón que

En cierta ocasión contempló a nuestro Señor Jesucristo y ante él un hombre en pie; en el corazón de Dios una rueda dando continuamente vueltas. Un largo 20

Cf. RB71.4.

400

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cordón salía del Corazón de Dios hacia el corazón de aquel hombre, que tenía también una rueda en continuo movimiento21 Ese hombre designa a todos los seres humanos. La rueda significa que Dios por su libre voluntad concedió al hombre la libertad de volverse hacia el bien o hacia el mal. El cordón, la voluntad de Dios que siempre atrae al hombre al bien, no al mal. El cordón va desde el Corazón de Dios al corazón del hombre. Cuanto más velozmente gira la rueda, más se acerca el hombre a Dios. Si elige el mal, la rueda gira sobre sí misma y el hombre se aleja de Dios. Si persevera en el mal hasta la muerte, se rompe el cordón y el hombre cae en la con­ denación eterna. Si se levanta por la penitencia. Dios, que siempre está dispuesto a la indulgencia, recibe de nuevo al hom­ bre en su gracia, vuelve a girar la rueda, y el hombre se acerca a Dios por la gracia.

401

Cuarta Parte

Capítulo XXI

Es provechoso al hombre reprimir los sentidos ante el mal En una ocasión dice [Matilde] al Señor en un arranque amoroso: “Con mucho gusto desearía ser tu cautiva”. Le responde el Señor: “Quien desee ser mi cautivo en la tierra debe tener a raya sus ojos y apartarlos de toda mirada ilícita e inútil. En la gloria del cielo revelaré a estos ojos la cla­ ridad de mi rostro, les manifestaré mi gloria y me mos­ traré a ellos entre tantas delicias que quedará gozosa­ mente admirado todo el ejército celestial. Del mismo modo, durante toda la eternidad canta­ ré dulcísima melodía con mi voz armoniosa, a quien cercena sus oídos a todo lo inútil o nocivo. Abriré mi boca en noble alabanza, al que refrena su lengua de palabras ociosas y nocivas, cantará mis ala­ banzas de manera más excelente que los demás. Recompensaré liberalmente al que guarda su cora­ zón de malos pensamientos y deseos nocivos, y será dueño de mí y de cuanto desee. Su corazón se regoci­ jará siempre en mi Corazón divino con gozo y libertad especial.

21

Se puede recordar aquí la Divina comedia de Dante, en la última estrofa del Paraíso: Mi alta fantasía fue ya aquí impotente, Como rueda que se mueve en vueltas bellas Mi deseo y voluntad movió igualmente El amor que mueve sol y estrellas (c. 33, al final).

Libraré de todo trabajo a quien ata sus manos para no hacer el mal, le concederé descanso eterno, con sus obras unidas a las mías, lo colmaré de honra y recibirá nuevo gozo toda la corte celestial”.

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Capítulo XXIII

Capítulo XXII

Eficacia de la oración en común Estaba la comunidad en una situación difícil, reza­ ba el salterio y encarga a la sierva de Dios que le pre­ sente esa oración. Dice [Matilde] a su ángel custodio: “Mira, ángel amado, tú conoces como eres conocido, yo sólo conozco en parte22, te ruego presentes esta ora­ ción a tu Rey, a quien sirves con gozo y esplendor”.

Cristo suple por sí mismo lo (pie le falta al hombre Rezaba esta sierva de Dios por una persona que le había confiado la angustia de su corazón, por que ama­ ba poco a Dios y le servía con poca devoción. Debido a esto había caído en gran tristeza, se creía inútil para todo, y distaba mucho de amar a Dios como se merece por tantos beneficios como le había concedido. Le responde el Señor:

Responde el ángel: “En manera alguna conozco como soy conocido, el que me hizo, que es el sumo poder, la suma sabiduría, el sumo amor, es quien me conoce. Yo solo conozco a la medida de un ser creado. Al tener que presentar tu encargo a mi Dios disfruto más que lo que goza una madre por el honor y riquezas de su único hijo”. Presenta el ángel con gran reverencia y alegría esa oración como vivaces alondras recogidas en un lienzo blanco. Algunas querían como volar desde el lienzo, se elevaban pero volvían de nuevo. Otras volaban hasta colocarse en el pecho del Señor. Otras se acercaban a su boca y besaban al Señor. Dice el Señor: “Por cuantas personas rezaron esta oración, otras tantas veces quiero mirarlas con los ojos de mi misericordia e inclinarme hacia ellas con los oídos de mi clemencia”.

“No te pongas triste, amada mía, todo lo mío es tuyo”. Ella: “Si de verdad todo lo tuyo es mío, yo y tu amor, que eres tú mismo, son míos, como dice san Juan: Dios es amor23. Te ofrezco pues este amor para que supla todo lo que me falta”. El Señor acepta gustoso y le dice: “Está bien. Cuando desees alabarme y amarme y no te sea posible cumplir tu deseo dirás: Te alabo, buen Jesús; suple tú por mí lo que me falta”. Cuando te mue­ va el amor, dirás: “Te amo, buen Jesús y te ruego ofrez­ cas por mí al Padre el amor de tu Corazón por todo lo que a mí me falta. Dirás a la persona por quien ruegas que haga lo mismo. Si mil veces al día me suplica con sus ruegos, otras tantas me ofreceré al Padre por ella.. No puedo cansarme ni fatigarme”. 23

22

Cf. ICo 13, 12.

__________________ 403

Cuarta Parte

IJn 4, 16.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XXIV

Qué debe hacer el que está triste Rezaba por otra persona y recibió esta respuesta: “Que lea con frecuencia este verso: Bendito eres, Señor, en el firmamento del cielo, alabado y glorifica­ do por los siglos; tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y cuanto contiene, alabado, glorioso y exaltado por los siglos. Aleluya24. Si alguna vez le viene la idea de que no pertenece al número de los escogidos, haga como el que se encuentra en un valle oscuro, si le gus­ ta contemplar el sol ascenderá a la cumbre del monte, así huirá de la oscuridad. Si ella se siente envuelta en las tinieblas de la tris­ teza, ascienda al monte de la esperanza, me mire con los ojos de la fe a mí, que soy el firmamento celestial en el que están las almas de todos los elegidos fijas como las estrellas. Aunque estas estrellas se sientan envueltas en la nube de los pecados y las nubecillas de la ignorancia, no pueden quedar oscurecidas en su fir­ mamento, es decir, en mi divina claridad; por que los elegidos, aunque a veces se ven envueltos en pecados, los contemplo siempre en el amor con que los elegí y en aquella claridad a la que un día llegarán. Por eso, es bueno que el hombre piense muchas veces en la bondad que le eligió; los maravillosos y ocultos juicios por los que cuando estaba en pecado lo contemplaba como si fuera justo; con que amor cuido 24

Cf. Dn 3, 56 ss.

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Cuarta Parte

de él y cambio su maldad en bien para él. Así me ben­ decirá a mí, que soy la firmeza eterna de los elegidos, con las palabras: Que te bendigan todos tus ángeles y santos, desee que todos ellos junto con él me alaben”. Capítulo XXV

El hombre confiará a Dios sus trabajos Rezaba por otra persona, y escucha esta respuesta de Dios: “Si alguien siente alguna preocupación arróje­ se a mis pies, deposite allí el peso que le embarga con­ fiando en mí, y diga esta oración: Mira, Señor a esta tu sierva por la que nuestro Señor Jesucristo no dudó entregarse en manos de los pecadores y ascender al suplicio de la Cruz25. Ruegue que la mire con ojos de mi misericordia, ilumine su alma y pueda conocer por qué y con cuánto amor he permitido le viniera esto, que lo sufra con paciencia, y todo cuanto le sobrevenga, para mi gloria”. Luego se echará en mis brazos recitando el responsorio: Envía, Señor, la sabiduría desde el trono de tu gloria, para que esté en mí, trabaje conmigo * y conozca en todo momento lo que te agrada. V/. Concédeme, Señor, la sabiduría que te acompaña en tu trono. Y Conozca... Gloria... Y Conozca... Así pedirá tener la sabiduría divina como su ayuda y cooperadora, para que pueda soportar la prueba para gloria de Dios, para su bien y el del mundo entero. 25

Cf. Colecta del Miércoles Santo.

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En tercer lugar vendrá a mi Corazón con estas palabras: ¡Oh admirable efusión de tu bondad sobre nosotros! ¡Oh inestimable amor de caridad, para redi­ mir al siervo entregaste al Hijo!26. También: ¡Oh pre­ cio admirable con cuyo valor se compró la cautividad del mundo, fueron quebrantadas las puertas del infier­ no y se nos abrieron las puertas de la vida! Pedirá amorosamente agradecida, que soporte el peso de su tristeza por aquel amor de mi divino Corazón, que lle­ vó las cargas de todos los hombres.

Capítulo XXVI

Ofrezca el hombre su corazón a Dios en toda tribulación En otra ocasión oraba por una persona que quería estar segura si se mantendría fiel a Dios. Contempló el alma de esta persona de rodillas ante el Señor, su cora­ zón se acercaba a él en forma de un cáliz con dos asas, que significaban la voluntad y deseo con los que ofre­ cía su corazón a Dios. Toma gustoso el Señor el cáliz y lo pone en su pecho. Tenía dos ánforas una de oro a la derecha y otra de plata a la izquierda. Iba echando de una y otra haciendo la mezcla en el cáliz. La ánfora de oro contenía la dulzura de la divinidad, la de plata, los trabajos de su humanidad, que derrama juntamente en el corazón del hombre para hacerle sentir la dulzura de 26

Textos del Pregón Pascual.

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su divina consolación en la prueba, y ofrecerle los tra­ bajos de su humanidad como alivio. Le dice el Señor: “Si al sentir el hombre el peso de la prueba me ofrece ese cáliz al comienzo de la misma, cuando yo beba de él le infundiré tal dulzura que saldrá ennoblecido y no perecerá jamás. Si el hombre comien­ za a beber él el primero, contamina el cáliz; cuanto más beba, más amargo se vuelve, hasta el punto de no parecerme digno beber de él, si no lo purifica con la peni­ tencia y la confesión. Glosa. El hombre debería ofrecer a Dios su preo­ cupación ya cuando comienza a sentir tristeza; enton­ ces le comunicaría el Señor la dulzura de su consuelo, le animaría a tener paciencia, y no permitiría que pasa­ se la prueba sin fruto. Si pasada ésta, vuelve a ella por fragilidad, y le da vueltas en la mente o de palabra, se le borrará presto con la penitencia. Si se empeña sobre­ llevar por sí sólo las contrariedades, se impacientará, y cuanto más vueltas le dé revolviendo dentro de sí, más se exaspera y se amarga. Si, finalmente vuelve sobre sí, ya no se atreve a presentarlas a Dios, porque le parece irreverente al Señor. No pierda la confianza, purifiqúe­ se por la confesión y la penitencia, y ofrézcaselos a Dios con corazón humilde y arrepentido. El Señor abraza con ternura a esa persona y le dice: “Nadie arrancará tu alma de mí”. Mientras la bendice, la marca con el signo de la cruz y le dice: “Que mi Divinidad te bendiga, mi humanidad te fortalezca, mi piedad te aliente y mi amor te guarde”.

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Capítulo XXVil

Juego del alma con Cristo. Los dados En otra ocasión rogaba [Matilde] por la misma per­ sona a la Virgen gloriosa y le pareció que la bienaven­ turada Virgen le entregaba tres dados mientras le decía: “Dáselos a ella de mi parte para que juegue con mi Hijo. El esposo acostumbra a jugar con su esposa, le coge los anillos, los pendientes, y cuantas filigranas realiza con sus manos; del mismo modo la esposa reclama para sí cuanto tiene el esposo”. Comprende entonces, por iluminación divina, que el dado de un solo punto significa la vileza y poca cosa del ser humano, éste lo arroja al tablero y lo ofrece a Cristo a modo de juego. Ofrece alegre a Cristo su indignidad y sus tribulaciones, y acepta someterse voluntariamente a toda criatura. Por su parte él arreba­ ta a Cristo cuanto tiene. Por que Cristo entrega al alma la exaltación y el honor que le dio el Padre por la degra­ dación que sufrió en la tierra cuando se humilló por el hombre al decir: Soy un gusano, no un hombre, ver­ güenza de la gente, desprecio del pueblo11. El dado de dos puntos significa el cuerpo y el alma. El alma lo echa al tablero cuando realiza todas sus obras espirituales y corporales, por amor y en alabanza de Cristo. Él le devuelve a cambio todas las obras de su divinidad y humanidad. 27

Sal 21, 7.

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El dado de tres puntos son las tres facultades del alma: memoria, entendimiento y voluntad, que el alma arroja al tablero al regirse por ellas según el benepláci­ to divino. Por su pate consigue lo que pertenece al Esposo cuando presenta en sí misma, incontaminada por gracia de Cristo, la imagen de la santa Trinidad, según la cual fue formada. Arroja el dado de cuatro puntos, cuando el alma se entrega totalmente a Dios en prosperidad y adversidad, en el presente y en el futuro. Jesucristo le entrega lo que le pertenece, al someter y hacer que sirvan al alma las cuatro partes del mundo y todo lo que contienen, regidas con firmeza por su sabiduría28. El dado de cinco puntos son los cinco sentidos del alma que arroja al juego cuando disfruta de sus senti­ dos según el beneplácito divino. Cristo le ofrece sus cinco llagas que soportó por su amor y salvación, como fruto de su Pasión. El dado de seis puntos son seis edades del hombre que éste echa en el tablero cuando confiesa que ha vivi­ do mal y descuidadamente durante toda su vida. Entonces Cristo arroja amablemente a este juego su conducta santísima y toda su vida con la perfección de todas sus virtudes.

28

Algún códice pone potencia en vez de sabiduría.

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Capítulo XXVIII

Buscar cuanto se desee en el Corazón de Dios A ruegos de una persona [Matilde] pedía a Dios le concediera un corazón puro, humilde, lleno de deseos, amante y espiritual. Recibe esta respuesta para ella: “Todo lo que desea y de lo que tiene necesidad lo bus­ cará en mi Corazón, me pedirá se lo conceda, como el niño pide a su padre cuanto desea. Si desea pureza, recurra a mi inocencia; si humil­ dad, recíbala de mí; supla su deseo con el mío y acoja con confianza mi amor y toda mi divina y santa vida”. Matilde: “Te pido, Señor mío, la trates con benig­ nidad en su última hora, dándole la seguridad que per­ manecerá contigo”. El Señor: “¿qué sabio arrojaría o dejaría perder un tesoro muy estimado y conseguido con gran esfuerzo? Santifiqué todo su ser humano en mi humanidad y vivi­ fiqué su ser espiritual con mi Espíritu en el bautismo. Se unirá a mí de dos elementos: confiándome todo lo humano, a saber, tentaciones y contrariedades, unido a todo lo humano que yo asumí; y todo lo espiritual. Centrará solo en mí su esperanza, su gozo y todo su amor. De este modo no la abandonaré jamás.

Capítulo XXIX

Suplir los descuidos con la alabanza divina Suplicaba por una persona atribulada y la vio ante el Señor que le decía: “Mira, perdono a ésta todos sus

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Cuarta Parte

pecados, pero debe suplir mediante la alabanza todas sus negligencias y pecados. Cuando en el Prefacio se dice: Por él los ángeles alaban tu Majestad, me alabe unida a esa sublime alabanza celestial con la que la adorable Trinidad se alaba y es alabada a sí misma, ala­ banza que derrama en la Santísima Virgen y todos los ángeles y santos. Recite un Padrenuestro y ofrézcalo unida a la alabanza con la que me alaban y bendicen el cielo, la tierra y toda la creación, suplicando que acep­ te yo su oración por medio de Jesucristo, Hijo de Dios, mediante el cual asciende con suma complacencia a Dios Padre todo lo que se le ofrece. De este modo son suplidos por mí todos sus pecados y negligencias”. Quien haga esto, tenga por seguro que recibirá la misma gracia, pues como ha dicho el Señor más arriba, es imposible que el hombre no alcance lo que ha creí­ do y esperado.

Capítulo XXX

Dios se reviste del alma. Fruto de los gemidos Una hermana cayó enferma durante una fiesta y esta virgen de Cristo, movida de compasión, rogaba al Señor por la enferma, se lamentaba ante el Señor por qué había consentido que enfermase esta amante suya, él que conocía bien con cuánto fervor asistía al coro. Le responde el Señor: “¿Es que no me es permitido bailar con mi amada cuando yo quiera? Cuando alguien enferma me visto de

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Libro de la Gracia Especial

su alma como de un hermoso manto y me presento ante mi Padre con la alegría de mi Corazón, dándole gracias y alabándole por todo lo que sufre el enfermo”. Y añade: “Quien desee que me revista de su alma, suspire con todo su corazón por mí cada día al levantarse y anhele que informe yo este día todas sus obras. De este modo entraré en él por los suspiros y será mi vestido. Como el cuerpo vive y se rige por el alma, si su alma vive por mí, informaré todas sus acciones”. Dijo además el Señor: “Los gemidos tienen un gran poder: cuando el hombre se lamenta ante Dios, lo siente más cercano que antes. Porque los suspiros que provienen de mi amor, de mis deseos o de mi gracia producen tres bien­ es en el alma: En primer lugar, la fortalecen como un aroma agradable y suave conforta y tonifica al hombre. En segundo lugar, lo ilumina como el sol irradia su luz en una casa oscura. En tercer lugar, dulcifica cuanto hace o padece para que le resulte útil. El llanto que vie­ ne del dolor de los pecados reconcilia el alma con Dios como un buen mensajero, otorga la gracia del perdón al culpable y serena la conciencia turbada”.

f

Matilde revolvía en su interior ¿cómo es posible lo que se dice: Si el malvado se convierte de los pecados cometidos, no se le tendrán en cuenta los delitos que cometió19, puesto que se deben confesar todos los peca­ dos, si una necesidad real no lo impide? 29

Ez 18,21.22.

413

Cuarta Parte

Le responde el Señor: “Cuando alguien intercede por un culpable, éste no se atreve a presentarse ante su señor al momento, sin haberse purificado antes de su suciedad y ponerse vestido limpio. Lo mismo el pecador, aunque le acojo de verdad en mi gracia, debe limpiar sus manchas y revestirse con el adorno de las virtudes.

Capítulo XXXI

Se ha de vivir conforme a la voluntad de Dios Recibió [Matilde] una petición para que rogara a Dios por una persona que deseaba saber cómo podía vivir conforme a la voluntad divina, y recibió de Dios la siguiente respuesta: “Que adorne su cabeza, manos, brazos y pecho como una esposa, y se cubra con un velo. Su cabeza es mi divinidad que embellecerá con alabanza y reverencia a modo de corona. Decorará también sus manos y brazos con anillos, brazaletes y otras joyas. Hará esto y todas sus obras en unión y con la intención de mis obras y trabajos. Se pondrá el anillo de la sabiduría, es decir, lea con frecuencia la Sagrada Escritura, la recuerde de memo­ ria, porque la esposa de la sabiduría debe estar instrui­ da en las cosas divinas. Llevará también el anillo del amor, para amar sólo a Dios con todo el corazón y con todas sus fuerzas. Igualmente se ceñirá el anillo de la fe, para guardar con toda solicitud la fe que me ha prometido. También el

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anillo de la nobleza con la imitación de los ejemplos de mis virtudes: humildad, obediencia, paciencia, pobreza voluntaria y mis demás virtudes. El alma así ennoble­ cida, gozará con mis abrazos, adornará su pecho con pensamientos tiernos y amorosos sobre mí, recogerá a modo de ramillete todas mis palabras, obras y sufri­ mientos y los guardará en su corazón con el recuerdo constante, se cubrirá con un velo y será para todos modelo y ejemplo, adornado con todas las virtudes”. Mientras oraba en otra ocasión por la misma per­ sona, le pareció que el Señor extendía su mano hacia ella y besaba uno por uno los dedos de la mano del Señor. Comprendió por luz divina que el dedo meñique significa el deber de reverenciar y amar todo lo que hizo y padeció la humanidad de nuestro Señor Jesucristo. El anular designa el amor y fidelidad ínti­ mos que debe guardar a Cristo su Esposo. El central, la eminencia del conocimiento y la contemplación. El índice, la sabiduría y doctrina que debe comunicar a quienes lo necesitan. El pulgar, la fortaleza y perseve­ rancia del amor divino y de todos los bienes. Besar los dedos del Señor significa que no solo debe poseer estas virtudes, debe también amarlas. Porque cuanta mayor virtud tenga el hombre, más se goza en ella cuando la ama.

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Capítulo XXXII

Comportamiento del hombre con Dios Otra vez pedía por una persona que deseaba cono­ cer qué era lo que más quería Dios de ella. Escuchó esta respuesta: “Pórtese conmigo como el niño que ama tiernamente a su padre: recurre siempre a él para con­ seguir algo, cuanto le concede lo considera grande y de valor, por el cariño que le tiene. Que ella desee siempre así mi gracia, no tenga por poca cosa cuanto le conce­ do, antes bien recíbalo prontamente con amor agrade­ cido. Me dará gracias por cada don que recibe. En segundo lugar, se comportará como esposa que es escogida, amada, y conducida al reino de la hermo­ sura, no por riqueza, belleza o nobleza, sino solo por amor. Es justo que tal esposa se muestre más agradeci­ da, fiel y amorosa. Si debe sufrir algo de su esposo o por él, lo soportará con mayor paciencia. Recuerde siempre con gratitud haber sido escogida sin mérito alguno antes de la creación del mundo, a qué alto pre­ cio la redimí con mi sangre; aún más, la preferí con un amor e intimidad especiales. En tercer lugar, se portará conmigo como un amigo con su amigo, considera como propio todo lo del ami­ go. Buscará en todo la gloria de Dios y la promoverá en cuanto le sea posible. Por lo mismo, no consentirá de ninguna manera que se haga algo contra Dios. Si algunas veces en todas estas cosas no consigue lo que desea, o se le retiran las gracias acostumbradas, la consolación divina, no se deprima por ello, no pien-

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se que se debe a un disgusto de Dios como si él la rechazara. Un padre bondadoso no da a su hijo lo que no le conviene; el esposo se pone a veces serio con la esposa no por enfado sino para su instrucción También Dios quiere probar la fidelidad del alma, no porque la desconozca, él conoce todo antes de que suceda30, sino para presentarla más estimable ante todos los santos”. Tres maneras de comportarse el hombre con Dios ante los hombres Respecto a otra persona dijo el Señor a [Matilde]: “De tres maneras se portará conmigo: Como un cacho­ rrillo ante los hombres. Éste es tan fiel, que mil veces arrojado, otras tantas vuelve a su dueño. Así, si en la convivencia es ofendida con palabras hirientes, no lo esquive inmediatamente por la impaciencia; si llega a impacientarse, recupere la serenidad, pida perdón, con­ fíe en mi misericordia. Por una sola lágrima le perdo­ naré todo. En el coro y durante la oración se comportará con­ migo con amor y gestos de ternura, como una esposa con su esposo. Al comulgar actúe como la reina con el rey: ella se muestra generosa en el banquete, le ofrece regalos, distribuye limosnas. Distribuya pues a todos con generosidad los regalos que le ha ofrecido su Rey, y socórralos con sus oraciones”. 30

Sb 8, 8.

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__________________ 417 Capítulo XXXIII

Unión del alma con Jesucristo A veces esta sierva de Cristo se encomendaba a la gloriosa Virgen María. Le pareció que la arropaba bajo su manto y le decía: “El alma que desea unirse con mi Hijo se portará como noble esposa que tiene un esposo de mayor nobleza que ella; por honor a su esposo actuará con gran respeto y mesura, nunca hará algo indigno de su esposo o que ofenda su mirada. De igual modo esa alma nunca cederá voluntariamente al peca­ do por mínimo que sea. Tendrá refugio seguro en Dios para todo lo que necesite o desee, buscará únicamente su consuelo y ayuda. Si él no le ofrece el consuelo al instante, lléve­ lo con paciencia como la esposa fiel que expone con toda confianza sus secretos y necesidades a su esposo, y considera indigno buscar consuelo en otro. Además, practicará en lo posible las virtudes de Cristo: como Cristo fue humilde y obediente, procure ella también someterse con humildad a todos; si se pre­ senta la ocasión, obedezca incluso hasta la muerte. Así esta virtud será más digna por su unión con la virtud de Cristo que mil virtudes realizadas sin tal unión”.

Capítulo XXXIV

Dios comunica sus obras al hombre En cierta ocasión oraba por una persona muy incli­ nada al trabajo, en especial a trabajos humillantes.

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Contempla a esta persona de rodillas ante el Señor con las manos elevadas como en oración. El Señor junta sus manos, de las que fluía un líquido balsámico, con las manos de ella y le dice: “Mira, te entrego todas mis obras para satisfacer y suplir las tuyas”. Comprende que sus obras y trabajos eran muy gratos al Señor que le dice: “Cuando no puedas dedicarte a mí por los tra­ bajos, recita la antífona: Gracias te doy, oh Dios, gra­ cias verdadera y una Trinidad, trina Verdad. Trina y una Unidad. O también: A Aquél del que todo procede, por el que todo fue hecho, en el que todo existe, sea la gloria por los siglos de los siglos. Cuidará dar a todos una respuesta llena de mansedumbre.

Capítulo XXXV

Dulce consuelo con el que Dios consuela al hombre Otra vez oraba por una persona. Contempla al Señor que toma con la mano derecha a esa persona, y pasea con ella por una pradera amena y florecida. Comprendió con ello que el Señor quería probarla antes de la muerte con distintas enfermedades. El Señor tenía en el pecho azucenas, rosas y cscuditos de oro que ella recibía con gran gozo y confianza, jugaba con ellos y los acercaba a su pecho. Los escudos designaban la constancia y la victoria. Las rosas, la paciencia con la que debía superar sus sufrimientos.

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Las azucenas, la pureza de corazón con la que debía parecerse a Jesucristo. Matilde, que contemplaba todo esto, dice al Señor: “¡Oh Dios lleno de ternura!, te ruego que a la hora de la muerte le concedas pregustar la vida eterna, esto es, la seguridad de que nunca se verá separada de ti”. Le responde Dios: “¿Qué navegante arroja volun­ tariamente al mar los bienes que felizmente había arri­ bado al puerto? Así atraeré a mí con gloria a esta alma que escogí desde su niñez para la vida religiosa, la sos­ tuve con mi derecha, la guié según mi voluntad, y la santifiqué según mi beneplácito”.

Capítulo XXXVI

Tres caminos del Señor Oraba por una persona atribulada y recibió esta respuesta de Dios: “Recorrí tres caminos en este mun­ do. Deberá recorrerlos el que desee imitarme con per­ fección. El primero era árido y estrecho, el segundo florido y plantado de árboles frutales, el tercero lleno de espi­ nas y cardos. El primer camino es la pobreza voluntaria, que amé y guardé con gran cuidado durante toda mi vida. El segundo es mi propia voluntad colmada de vir­ tudes y digna de alabanza El tercero, mi cruel y amarga pasión.

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Por eso, todo el que desee seguirme debe abrazar la pobreza, sin querer poseer nada en estre mundo. Llevará ademas una vida ejemplar, soportará, en fin, con gozo, trabajos y sufrimientos por mi amor”.

Capítulo XXXVII El alma debe buscar refugio en Dios. Las sagradas llagas En otra ocasión creía estar en la presencia de Dios y saludar las dulcísimas llagas rodeadas de perlas pre­ ciosas. Sorprendida le dice el Señor: “Como hay perlas con poderes especiales que expulsan algunas enferme­ dades de los hombres , así mis llagas tienen el poder de arrojar todas las angustias del alma. Hay algunos de corazón tan tímido que no se atreven a fiarse de mi bondad y desean huir por miedo a mi pre­ sencia. Puede decirse de ellos que padecen parálisis de tembleque. Si se acogen a mi Pasión y veneran con pie­ dad constante mis llagas, arrojaría de ellos todo temor. También hay quienes tienen el corazón distraído e inconstante, dan vueltas por todas partes con el pensa­ miento, caen a veces en ira c indignación por la más mínima palabra. Si estos meditasen un poco mi Pasión y gravarán mis llagas en su corazón, alcanzarían la paciencia y serenidad de su corazón. Hay además quienes parecen atacados por parálisis de somnolencia. Son los que hacen todo con flojedad y desgana. Si estos meditaran devotamente mi Pasión,

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tuvieran presentes mis llagas, con qué profundidad se clavaron en mí, cuánto dolor me causaron, sacudirían toda somnolencia”. Rogaba por otra persona. Al instante la contempla en presencia del Señor vestida de blanco. El Señor toma sus manos sobre las de él. En esto comprendió que con la derecha le ofrecía ayuda y fortaleza para toda obra buena, con la izquierda protección en las con­ trariedades. Recapacitaba qué podían significar las mangas de la cogulla y por qué las usaban los religio­ sos. Le dice el Señor: “La amplitud de las mangas sig­ nifica que los religiosos deben tener siempre los cora­ zones abiertos a todo lo que se les mande”. Añade el Señor: “Dirás a la persona por la que rezas que tempere las lágrimas. Si no puede, que las una a las mías, lamente no poder derramarlas por puro amor a los pecadores. Unidas así sus lágrimas con las mías, las presentaré en alabanza al Padre”. En otra ocasión que pedía por la misma persona, contempló su alma en el Corazón de Dios a manera de un niño que tenía en sus brazos el Corazón divino. Le dice el Señor: “Venga a mí en toda prueba, entre en mi Corazón divino en busca de consuelo y no la abandonaré jamás.

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Capítulo XXXVIII

Utilidad de las lágrimas, transformación de las mismas Cierta persona sufría mucho por no poder contener las lágrimas debido a una enfermedad. Había llorado tanto durante cinco años seguidos, que si no viniera en su ayuda la misericordia de Dios hubiera perdido el jui­ cio y la vista. Pidió a Matilde y a otras que rogaran por ella para verse libre de este sufrimiento por la bondad de Dios. Compadecida de ella la consolaba frecuente­ mente con delicadeza y dirigía al Señor plegarias más insistentes. Fue liberada al poco tiempo. Pregunta al Señor cómo cambió tan pronto tristeza tan intensa. “Sólo por mi bondad, responde el Señor”. Y añade: “Dile de mi parte que me pida transforme con mi bon­ dad esas lágrimas como derramadas por amor, devo­ ción y perdón de sus pecados”. AI oírlo se admiraba que fuera posible que, lágrimas tan inútilmente derra­ madas pudieran transformarse en lágrimas tan santas. Añade el Señor: “Que crea en mi bondad. Cuanto más se fíe de mí, más plenamente lo realizaré”. ¡Oh admirable dignación de la piedad divina, que viene tan generosamente en socorro de los miserables con tantas y tan grandes consolaciones! Quien quiera que tú seas que lees u oyes los con­ suelos que Dios ha concedido a los hombres por medio de su amada, te invito a apropiártelos como hechos a ti

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mismo. El Señor ha comunicado que le produce gran contento que lo concedido a uno, lo estimen los demás como hecho o que puede hacerlo por ellos. Muchos otros han obtenido numerosos consuelos espirituales por su intercesión, pero ella los proponía sólo como enseñanza o los atribuía a otra persona. ¡Bendito sea el Señor, que nos ha concedido tal intercesora ante él! Con sus continuas oraciones, dili­ gentes exhortaciones y consolaciones, ha llegado a ser madre bondadosa.

Capítulo XXXIX

Una persona tentada se vio libre por la oración de Matilde Un hombre venido de lejos expone a Matilde la tentación que sentía. La había manifestado con lamen­ tos a muchos hermanos y otros hombres de Dios, sin obtener alivio. Le consuela amablemente y ora intensa­ mente al Señor por él. Al día siguiente ese hombre no cesaba de darle gracias y manifestar que la tentación se había alejado completamente de él. Nunca había reci­ bido de alguien un consuelo tan grande.

Capítulo XL

Un hermano de la Orden de Predicadores Oraba por una persona que había perdido la paz. Se le aparece el Señor junto a un monte florido con la

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derecha extendida hacia el monte. Ve en el monte pequeños insectos a manera de mosquitos. Le dice el Señor: “Si un hombre puede ahuyentar con facilidad estos mosquitos, con mayor facilidad puedo yo, si lo quiero, apartar todos los obstáculos de aquel por quien ruegas, pero no lo hago para que, pro­ bado en cosas pequeñas e insignificantes, aprenda, con la gracia que me pides, a ofrecer ayuda y consejo a los que sufren mayores pruebas”. Añadió el Señor: “Comprende que el mal que pue­ den hacerle todos los obstáculos que le turban es menor que el poder de esos insignificantes insectos para devastar el monte que estás viendo”. Más sobre lo mismo Oraba otra vez por el mismo. Le dice el Señor: “Le escogí yo mismo, le guardaré siempre, le seguiré don­ de vaya y colaboraré con él en todas sus obras. Seré su protector, consolador y provisor en la casa donde more. Cuando predique, le servirá mi Corazón de portavoz; cuando enseñe, mi Corazón hará de libro. Amonestará a los hermanos en estas tres cosas: huyan de la autosu­ ficiencia, eviten honores y engreimiento, procuren sólo lo necesario de las cosas temporales. Si los hermanos no obedecen estas advertencias, no deje de amonestarles, así podrá decir con el profeta: No me he guardado en el pecho tu defensa3'. El honor que 31

Sal 39, 11.

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se le muestre no lo atribuya a sí sino a mí; reciba toda satisfacción de su cuerpo como si la disfrutara el mío.

Capítulo XLI

Sobre otro hermano de la Orden de Predicadores Durante la oración recibió del Señor esta respuesta sobre un Hermano: Me he entregado tanto a lo que dis­ ponga él, que no castigaré a ningún pecador contra su voluntad. Aún más, colmaré a aquellos por los que él ruegue con la gracia que él quiera. Capítulo XLII

Intercesión por otro hermano Mientras oraba por otro hermano interviene el Señor: Como una pluma arrebatada por fuerte vendaval se adhiere a un líquido balsámico, así se adherirá su alma a mi Corazón divino. Capítulo XLIII

El Señor se compara a una abeja En cierta ocasión vio a uno agotado y casi desfa­ llecido en el servicio divino. Se dirige al Señor: “Vamos, Señor mío, ¿cómo has arrebatado a este todo su vigor y has libado su jugo como la abeja a la flor?” Responde el Señor: “Soy abeja que libo mi propio néctar”. Matilde contempla al punto una abeja que sale

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de la boca de Dios y vuelve a ella. Recapacita qué podría significar. Le dice el Señor: “La abeja es mi Espíritu. Cuando infundo mi gracia a los hombres y la recupero de ellos, produzco en mi Corazón divino una dulzura eterna”.

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da pagar la deuda. Yo me hice deudor de mi Padre al salir fiador de la deuda del hombre. Por eso nada me alegra y me resulta tan agradable como la vuelta del hombre a mí por el arrepentimiento y el amor.

Capítulo XLVI Capítulo XL1V

Jesucristo sirve a sus propios servidores Mientras cantaba una hermana la colecta en el coro, [Matilde] contempla a Jesucristo en figura de un joven herniosísimo, estaba frente a ella, le sostenía el libro, se reclinaba sobre su pecho y le decía: Te seguiré donde quiera que vayas32, no podrás separarte de mí. Se sor­ prendía [Matilde] que mostrara el Señor tanta familia­ ridad con aquella hermana. Le dice él: “Bien sé lo que puedo hacer en ella, redoblaré en todo sus energías”.

Capítulo XLV

Alegría de Jesucristo por el pecador (pie se convierte r

Rezaba por una persona y recibió esta respuesta: La sigo en todo momento. Si se vuelve a mí por el arre­ pentimiento, el deseo o el amor, experimento una ale­ gría indescriptible. La mayor satisfacción que se puede ofrecer a un deudor es hacerle un regalo con el que pue32

Le 9, 59.

Jesucristo se entrega al alma fiel Mientras iba a comulgar una hermana enferma, contempló al Señor de la majestad, Jesús Esposo flori­ do, frente al lecho de la enferma, como en un trono excelso. Cuando el sacerdote ponía la Hostia santísima en su boca, el mismo Jesucristo, pan vivo y perenne ali­ mento de los ángeles, se entrega incondicionalmente a aquella alma, le ofrece sus labios sonrosados para besarla y sus brazos para abrazarla. De ese modo, aque­ lla feliz alma, paloma blanca como la nieve, es total­ mente unida con su Amado. Allí solo aparecía Dios.

Capítulo XLVII

Una persona que temía comulgar con frecuencia Oraba por una persona que por tibieza e inconstan­ cia dejaba de recibir con frecuencia el Cuerpo del Señor. La contempla ante el Señor que le dice: “Amadísima mía, ¿por qué me esquivas?” Se sorpren­ día [Matilde] que la nombrara con tanta ternura.

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Le dice el Señor: “Será llamada con este nombre toda su vida”. Pero comenzó a temer que se privara a aquella alma de ese nombre después de su muerte. Le dice el señor: “Conservará este nombre por toda la eternidad”. El alma de aquella persona estaba como una virgen hermosísima en presencia del Señor. El Señor se vuelve a ella y le dice: “Acércate con confianza a la omnipotencia del Padre para fortalecerte, a la sabiduría del Hijo para ser iluminada, a la bondad del Espíritu Santo para ser colmada de dulce ternura”.

Capítulo XLVI1I

Otra persona que experimentaba el mismo temor Otra persona era tentada al acercarse a los vivifi­ cantes sacramentos de Cristo. Aunque es verdad que nadie puede acercarse dignamente, temía mucho reci­ birlos de manera indigna. Matilde oró por ella al Señor con corazón confiado y recibió esta respuesta: “Que se acerque frecuentemente a mí, cuantas veces venga a mí la recibiré como legítima reina mía”. Consolada con tales palabras la que así era tentada, dio gracias a la bondad divina.

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Capítulo XLIX

Lo que se hace a los demás por amor de Dios, se hace al mismo Dios Andaba en cierta ocasión preocupada porque había atendido muchas veces a cierta persona que lo necesi­ taba. Su temor era haberse dedicado a ella más de lo debido. Se le aparece el Señor con el vestido de esa persona en el regazo para coserlo y le dice: “No temas, lo que haces a esa persona me lo haces a mí. No puede ella superar el temor, y pide al Señor aleje esa tenta­ ción. Dios bondadoso así lo hizo. Frecuentemente hubo de sufrir por parte de la persona a la que atendía, ella lo aceptaba con gusto por amor de Dios, y le pedía la librara de todo resentimiento y pecado contra ella. El Señor levanta el dedo meñique. Ella piensa qué puede significar eso. Él le dice: “Te he mostrado muchas veces que el dedo meñique significa mi huma­ nidad. Y añade: ¿Qué ves en él? “Tres artejos”, responde ella. El Señor: “El artejo más grueso significa la humildad, por­ que mediante ella dispongo lo mejor posible al hombre para recibir mi gracia. El medio, la paciencia; con ella debe aceptar el hombre todas las contrariedades por mí. El artejo superior, el más fino que se adapta a todo, es la caridad. Ejercítate en estas tres virtudes y superarás todas las contrariedades por mi amor”.

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Capítulo L

Un hecho importante Compadecida de una persona que experimentaba gran tristeza, rogaba por ella con gran fervor para que Dios benigno se dignara venir en su ayuda con el con­ suelo del Espíritu Santo. Le pregunta el Señor: “¿Por qué está preocupada? La creé para mí, me entregué a ella para todo lo que desee de mí, he sido para ella padre en la creación, madre en la redención, hermano para compartir el rei­ no, hermana en amorosa convivencia”.

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dispuesto a soportarlo en adelante, lo aceptaré cuantas veces me lo ofrezca como sufrido por mi amor.

Capítulo LUI

Dios quiere que los pecadores se conviertan Oraba por otra persona afligida que sabía no esta­ ba en buenas disposiciones. Sentía indignación contra ella. La había amonestado frecuentemente con saluda­ bles reproches, pero ella se mostraba incorregible. Le dice el Señor: “Vamos, hazme este favor: ruega por los desgraciados pecadores, a quienes compré a tan alto precio, cuya conversión tanto deseo.

Capítulo LI

El hombre ofrece a Dios sus enemigos

Capítulo LIV

Una persona herida por otra, confia a [Matilde] su pena. Ruega al Señor por ella. Le responde el Señor: “Dile que me entregue sus enemigos, yo mismo con todos mis santos me entregaré a ella como eterna recompensa”.

Dios desea el corazón del hombre En otra ocasión le dijo el Señor: No hay nada que me agrade tanto como el corazón del hombre, sin embargo, pocas veces lo consigo. Me sobra de todo, salvo el corazón del hombre que, muchísimas veces me deja defraudado.

Capítulo LJI

Dios acepta la buena voluntad como hecho ya consumado Rogaba por una persona triste. Le dice el Señor: Si uno está de tal manera acongojado que prefiere la muerte a soportar tal sufrimiento, y me ofrece ese dolor

Capítulo LV

Jesucristo intercede ante el Padre por los pecadores Estaba una vez en oración y contempló al Señor con una túnica ensangrentada. Le decía: “Mi humanidad

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cubierta de sangre se ofreció con inefable amor a Dios Padre como víctima en el ara de la Cruz; con ese mismo amor sigo ante el Padre celestial para interceder por los pecadores. Le presento todos los géneros de tormento de mi pasión con el mayor deseo de que el pecador se con­ vierta a mí por una verdadera penitencia, y viva.

Capítulo LVI

Rezo (le cinco mil cuatrocientos sesenta padrea lies tros Ofrecía en cierta ocasión a Dios cinco mil cuatro­ cientos sesenta padrenuestros que la Comunidad había rezado en honor de las santísimas heridas de Jesucristo33. Se le aparece el Señor con los brazos extendidos y todas las heridas abiertas y le dice: “Mientras pendía en la cruz tenía abiertas todas las heridas, cada una clamaba a Dios Padre pidiendo la salvación del hombre; así permanecen hasta hoy con cierto clamor para mitigar la ira de Dios Padre hacia el pecador. Te confieso que ningún mendigo se alegra tanto al recibir la limosna obtenida tras numerosos ruegos importunos, como me alegro yo al acoger la oración que se me ofrece para honrar mis heridas. Te digo más, siempre que alguien reza esta oración devota y atenta­ mente por otro, éste obtiene la salvación deseada”. Dice [Matilde] al Señor: 33

Ver parte Ia, & 3o, nota 1“. Según ciertas revelaciones se decía que el Señor tuvo 5460 heridas en su pasión.

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“¿Cual es. Señor mío, la intención que quieres ponga en esta oración?” Le responde: “Rézala devotamente no solo con la boca sino tam­ bién con el corazón, y me la presentas después de rezar cinco padrenuestros”. Por inspiración divina se le comunicó añadiera al quinto el siguiente verso: Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, recibe esta oración por acpiel soberano amor con el cpie soportaste todas las heridas de tu sacratísimo cuerpo; ten misericordia de mí, de todos los pecadores y de todos los fieles vivos y difuntos Le dice de nuevo el Señor: “Mientras el pecador permanece en sus pecados, me fuerza como si estuvie­ ra violentamente estirado en la cruz; apenas se con­ vierte a mí por la penitencia, me suelta; yo con mi gra­ cia y mi misericordia caigo sobre él como desclavado de la cruz, a la manera que caí en otro tiempo sobre José (de Arimatea), cuando me desclavó de la Cruz; me entrego de modo total a su disposición, para que haga de mí lo que quiera. Pero si permanece en sus pecados hasta la muerte, mi justicia ejercerá su poder sobre él y le juzgará según lo merecido”.

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Capítulo LV1I

El Señor le concede cien pecadores Llena de espiritual alegría al escuchar las palabras del Evangelio: Vendrá el Hijo del Hombre con gran poder y majestad34, dice al Señor: “¡Ea, bien venido!” Le dice el Señor: “Sopesa lo que dices”. Cuando dices bien, advierte que yo soy el Bien del que inagotablemente procede y fluye todo bien. Cuando dices, venido, piensa en aquel divino amor de caridad con el que vengo al alma totalmente ebrio del vino del amor”. Ruega [Matilde] al Señor por todos los que están en pecado para que los convierta. Le dice el Señor: “Por tus ruegos convertiré cien pecadores”.

Capítulo LVIII

Dios dispuesto a acoger a los pecadores En cierta ocasión padecía un fuerte dolor de cabe­ za. Lo ofrece al Señor durante la celebración de la Misa unido a la Hostia sacrosanta para su eterna alabanza. Se le presenta el Señor. Tenía en sus delicadas manos un círculo de madera seca en el que parecían engastarse rosas hermosísimas. Muy sorprendida sobre qué podía 34

Le 21,27.

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significar para ella que Dios entrelazara en una madera seca rosas tan frescas, escucha al Señor que le dice: “Si injerto estas rosas frescas en una madera seca es para darte a entender su significado: Ningún corazón peca­ dor llega a resecarse tanto con la escoria de los pecados, que si acepta un dolor o enfermedad, aunque mínimo para gloria y alabanza de mi nombre, y está dispuesto a aceptar gustoso mayores sufrimientos, me complace tanto, que desde ese momento comienza a reflorecer por la decisión tomada, y desde ese instante se hace capaz de recibir la gracia de la divina misericordia. Te digo además: No hay pecador tan grande, que si se arrepiente no se le perdonen por completo todos sus pecados en ese instante, e inclino mi Corazón hacia él con tanta clemencia y dulzura, como si nunca hubiera pecado”. Replica ella: “Si es así, ¿por qué. Dios dulcísimo, no llega a comprender el hombre desdichado lo más mínimo de todo esto?” El Señor: “Se debe a que no ha perdido aún por completo el atractivo del pecado. Si el hombre una vez arrepentido resistiera con tal firmeza a ios vicios que erradicase por completo todo gusto y atractivo del pecado, ten por cierto que llegaría a experimentar la suavidad del Espíritu divino”. ¡Oh sublimidad inescrutable de tu sabiduría y misericordia, dulcísimo Dios, que intentas atraer hacia ti el corazón del pecador con tan maravillosos e incon­ tables medios! No puede desesperar quien recibe la inmensa clemencia de tu paternal perdón.

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Capítulo LIX

Carta a una matrona seglar, amiga suya35 Queridísima hija en Cristo: El Enamorado de tu alma estrecha tu mano con su diestra, toca con sus dedos cada uno de los tuyos, para probarte cómo trabaja en tu alma, cómo debes seguir imitando sus ejemplos. Su dedo meñique significa su vida humilde, pues vino a la tierra no para ser servido sino a servil36 y someterse a todos. Unirás tu dedo a este suyo, es decir, cuando te hinche la soberbia, recuerda la humildad y sometimiento de tu Dios y ruega para que por su humil­ dad venzas toda soberbia y voluntad propia, provenien­ te del amor egoísta con el que el hombre se ama a si mismo. El dedo anular significa la fidelidad de su corazón con la que cuida solícito de nosotros como madre fide­ lísima, toma nuestras cargas y pesares con la inefable fidelidad de su Corazón y nos protege de todo mal. Juntarás tu dedo con el suyo para reconocer cuánta infi­ delidad has mostrado a tu tiernísimo y fidelísimo Amante cuando alejabas de él tu alma, creada para su amor y su gloria, para gozar sólo de él en goces eternos; sin embargo, ¡qué poco y con qué frialdad le recuerdas! 35

36

Esta carta es el único escrito que se conserva de propia mano de Matilde. El resto de sus revelaciones solo nos consta por lo que ella comunicaba a otros. Me 10,45.

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El dedo central significa su amor eterno, sublime, divino, que se inclina hacia el alma de modo admirable y eficaz no dejando en paz su corazón hasta derramar­ se del todo en el alma como torrente impetuoso que busca dónde vaciarse. Juntarás tu dedo con el suyo, es decir, tu voluntad. Si no puedes amarle en todo momento, que lo supla la buena voluntad hasta el pun­ to que, si pudieras disponer del amor de todos los san­ tos y de todas las criaturas, desearías orientarlo todo hacia él solo. Su dedo índice significa el orden admirable e ines­ crutable de su divina providencia que dispone con misericordia del futuro en favor del hombre, sea prós­ pero o adverso. Pondrás gozosa tu dedo en el suyo y cree que todo lo que te sucede alegre o penoso, provie­ nen de su amor tan grande y es de tanto provecho para ti, que no desearás otra ni distinta cosa; así le rendirás gracias y alabanzas por cada acontecimiento. El dedo pulgar significa su omnipotencia divina y la poderosa protección de su paternal bondad. Con ella resiste y reprime todo lo que puede dañar al alma fiel y permite lo que puede contribuir a su santificación y práctica de las virtudes. Juntarás también tu dedo con el suyo para ser fuerte en el ejercicio de las virtudes y resistir virilmente a los vicios, sin desconfiar de la misericordia de Dios, aunque permita que sufras algu­ na tribulación o te retire el consuelo de su gracia.

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a) Dios esposo, se entrega al alma y espera reci­ procidad

gracia, toda virtud, todo el bien. No te arrebatará esa prenda, con ella ha ratificado su fidelidad.

Examina con diligencia y ternura, alma fiel y amante de Dios, la norma que te ha dado el joven e imperial Jesús, Hijo de la benignidad paterna, al elegir­ te como esposa y entregarse a ti como tierno esposo, celebrando estas nupcias por sí mismo y a sus expen­ sas. Ese día de tanta solemnidad y alegría para su corazón31 vistió, por tu amor, túnica de rosas que el amor tiñó con la sangre de su Corazón. Colocó también en su cabeza guirnalda de rosas y azucenas, cuyo cerco rodeaban preciosas margaritas, a saber: gotas de su pre­ ciosísima sangre. Llevaba en sus manos unos guantes tan agujereados, que no podían retener nada, así te entregaba a ti todo lo que antes ocultaba al mundo ente­ ro. La dura cruz le servía de lecho nupcial, al que se lanzó con tal gozo y encendido amor, que nunca espo­ so alguno gozó tanto en un lecho de marfil o de seda. Sigue en espera en este lecho de amor, abrasado por un deseo incontenible hasta poder gozar de tus abrazos. Si deseas ser su esposa, debes renunciar a todo otro gozo, acercarte a él en un lecho de dolor y contumelia, y unir­ te a su costado herido.

Como un rey que aún no ha llevado su esposa a palacio, deja en prenda a sus amigos una villa o ciudad llena de riquezas, así tu amante esposo entregó como prenda a Dios Padre un don preciosísimo: su mismo Corazón, para garantizarle que jamás desea abandonar­ te a ti, su esposa. Lo ofrece todos los días por ti en el altar como expresión del amor con el que te previno desde toda la eternidad.

Medita con diligencia qué prenda tan preciosa pagó por ti al abrirte su tierno Corazón, tesoro de la divini­ dad, para ofrecerte allí la preciosa bebida del amor que cura todas las angustias de tu alma. Esta noble prenda tiene un valor incalculable porque encierra en sí toda 37

Cf. Ct3,11.

Hija del Padre eterno, esposa preelegida de su Hijo único y coetemo, amiga del Espíritu Santo y su anhela­ do descanso, ama a tan entrañable Amado, que tanto te ama y es todo amor; sé fiel al que es la misma fideli­ dad; si algo adverso te sucede, acéptalo como lazo de oro que Dios te lanza para atraerte al amor de su Hijo. Tú, asintiendo al instante a esa atracción, elévate, dis­ pon tu corazón a secundar más generosa la fuerza de esa atracción con gratitud y paciencia. Acoge solícita la salvación que Dios quiere realizar en tu alma. Examina cuánto te falta en las virtudes. Si te falta humildad u otra virtud, abre con la llave del amor el preciosísimo archivo de todas las virtudes: el Corazón divino de Jesucristo, para que te revista de sus nobles virtudes y venzas los asaltos de todos los vicios. Si te asaltan los ladroncillos de los malos pensa­ mientos, corre a la sala de armas y cíñete de la noble armadura de la pasión y muerte de tu Señor, clava tan profundamente su recuerdo en tu corazón, que huya desbaratada toda la caterva de los pensamientos.

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Libro de la Graclk Especial

Si te asaltan pensamientos de desesperación, corre al hontanar inagotable de la piedad que no quiere la muerte de nadie, sino que todos lleguen al conocimien­ to y amor de la verdad, excepto los que voluntariamen­ te se exponen al peligro. Ten en cuenta que Dios está más dispuesto a recibir al hombre que éste a venir a Dios. Desea sobre todo, que el hombre se comporte de manera que pueda el Señor derramar ininterrumpida­ mente sobre él su gracia y acrecentar siempre en él todos los bienes.

b) Jesucristo desea unirse al alma Nuestro Señor Jesucristo, amante de los hombres, desea con gran ansia38 unirse alma. De modo especial a aquella que en él busca consuelo, y ansia experimentar su ternura, para arrojar de sí todo consuelo o deleite de las criaturas que no la llevan o impulsan al amor de Dios. Si el hombre ama o se goza en algo, piense que se lo ha dado Dios, para que por ello se mueva a su amor. Si siente que eso no le lleva a progresar en el amor de Dios, sino a encerrarse en sí mismo más que en Dios, lo arrojará de sí, sea una persona u otra criatura, para no verse privado de la intimidad con Dios. Este trato es muy delicado, no admite consigo ni sobre sí ninguna otra cosa. El mismo Jesús, Hijo del amor del Padre, quiere ser el único íntimo y amantísimo de tu corazón.

c) Dios entrega su Corazón, el alma debe entre­ garle el suyo Dios entregó su Corazón divino al alma para que, a su vez, ella le entregara el suyo. Si lo hace con ale­ gría y confianza, el Señor la sostendrá con su poder, para que nunca caiga en pecado grave. Cuidará también conocer más y más el Corazón de Dios para saber qué es lo que más le agrada. Si le inva­ de la tristeza, correrá a refugiarse confiadamente en el tesoro que se le ha confiado en busca de consuelo. Si por divina disposición de la gracia no recibe consuelo, no deje por ello de alabar a Dios, dándole gracias de todo corazón. Dios se complace en gran manera en el alma que no busca sus intereses^ sino los de Jesucristo, ni antepone su consolación al honor divino.

Capítulo LX

Tres preguntas del Señor Al escuchar la lectura del Evangelio: ^Simón, hijo de Juan, me amas más que estos?39 40, medita en estas palabras. En un arrobo contempla al Señor que le dice: “Te pregunto también a ti, respóndeme con sinceridad: ¿Hay en el mundo algo tan querido para ti que, si te fuera posible, no estarías dispuesta a renunciar a ello por mi amor?” 39

38

Cf. Le 22, 15

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Cuarta Parte

ICo 13, 5. Jn21,15.

442

Libro de la Gracia Especial

Responde ella: “Tú sabes. todo el mundo con todo lo dejarlo todo por tu amor”. El Señor acepta hubiera dejado todo.

al

instante,

Le pregunta de nuevo: de obediencia tan pesado amor?” Responde: “Sí, todo por tu amor”.

Señor,

Señor, que si fuera mío que hay en él, desearía como

si

realmente

lo

“¿Hay algún trabajo o yugo que no aceptarías por mi estoy

dispuesta

a

Quinta Parte

soportarlo Capítulo I

El alma de su hermana [la abadesa Gertrudis de Ilackeborn] Los deseos sobreviven a la muerte

Por tercera vez el Señor: “¿Existe algún sufrimien­ to tan grande que no lo aceptarías por mi amor?” Ella: “Señor mío, contigo y con tu ayuda estoy dis­ puesta a soportar todos los sufrimientos”.

- los niños inocentes y sencillos, comparados a la inocencia del cordero, para que los instruyas y los atraigas a mi conocimiento y amor;

Esta virgen [Matilde], dotada de gran piedad, tenía entrañas de misericordia con los afligidos, recordaba incesantemente ante el Señor a los vivos, y ayudaba con los sufragios de sus fervientes oraciones a las almas de los difuntos. Sucedió muchas veces que roga­ ba por algunas almas que no necesitaban la ayuda de la oración y el Señor, clemente y misericordioso, le mos­ tró los méritos y la gloria de esas almas.

- los atribulados y humillados, descritos por la mansedumbre del cordero, para que los consue­ les y ayudes en cuanto te sea posible:

Cierto día que se cantaba la Misa de difuntos en la capilla, rezaba ella la Historia* de la Santísima Trinidad en sufragio por el alma de su hermana, de feliz memo-

El Señor lo acepta todo como si en realidad lo hubiera sufrido. Finalmente el Señor: “Te encomiendo tres clases de personas:

- toda la Iglesia, designada por la oveja, de tanta utilidad para el hombre, para que la presentes a los ojos de mi misericordia con incesantes deseos e incansables oraciones”.

1

Se designaban con este nombre en la liturgia la serie de antí fonas y sobre todo responsorios que pertenecen a un Oficio. Cf.. V, 2.

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Libro de la Gracia Especial

ria, la Abadesa Gertrudis, cuya gloria había contempla­ do muchas veces en espíritu, dando gracias a Dios. Le dice el Señor: “¿Te gustaría verla de nuevo?” Al punto contempla su alma en gran gloria con un amplio velo de lino en la cabeza Pregunta al alma qué significaba ese velo. Le responde: “significa mi vida. La divinidad ilumi­ na todo el tejido de este velo con especial gloria y esplendor”. Comprendió por estas palabras que no hay nada pequeño cuando se hace por devoción o costumbre, como ponerse los velos y las coronas; Dios no lo olvida, y el alma no deja de recibir especial honor por ello. Pregunta: “¿Dónde está tu corona?” Responde [Gertrudis]: “Mi corona es de tanta glo­ ria que se remonta desde la tierra hasta el trono de Dios, alcanza los cuatro confínes del mundo. Comienza en la tierra porque dejé en ella mi recuerdo y mis ejemplos para bien de los hombres. Se remonta hasta el trono de Dios, porque por mis virtudes Dios recibe alabanza y honor, y los santos aumento de gozo. Abarca las cuatro partes del mundo, porque mi vida benefició y benefi­ ciará a toda la Iglesia hasta el final de los siglos”. Pregunta [Matilde a su hermana Gertrudis] por un asunto por el que oraba al Señor cuando vivía. Le responde: “Mi oración es ahora más eficaz y produce frutos más útiles y provechosos que cuando vivía en la tierra”. Al preguntar sorprendida, ¿cómo es posible?

Quinta Parte

Le responde su hermana: oración del justo, aunque éste debilita con él. Así, el deseo durante su vida rogó por los perecieran, sigue válida después mo sobre otras cosas”.

445 “Sucede eso, porque la muera, no muere ni se y la oración de quien pecadores para que no de su muerte. Lo mis­

Algo parecido encontramos en el Segundo libro de los Macabeos donde se lee que el sumo sacerdote Onías y el profeta Jeremías se aparecieron a Judas Macabeo, y Onías le dijo refiriéndose a Jeremías: Este es el que ora mucho por su pueblo, etc2, cuando el alma de Jeremías estaba ya en el Seno de Abrahán. Se afir­ ma por tanto, que quien durante su vida había aplacado a Dios con sus oraciones en favor del pueblo, como verdadero sacerdote del Señor, también oró por el pue­ blo después de la muerte. Se colige de esto que si se extendieran los deseos hasta el fin del mundo, esto es, si se quisiera vivir y progresar en la perfección en la medida de lo posible, con oraciones, anhelos y con todos los trabajos y sufri­ mientos en favor de los hombres, para purificación de las almas, por amor y honra de Dios, Dios aceptaría este deseo como si se hubiera realizado de verdad.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo II

Más sobre su hermana Las almas de los bienaventurados ofrecen a Dios las oraciones que se les dirigen En otra ocasión mientras comulgaba la comunidad, vio el alma de su hermana revestida de indescriptible hermosura a la derecha de Dios. El Señor besaba tierna­ mente a cuantas comulgaban. Con ello se hacía notar el mérito especial [de la abadesa] por su solicitud y alegría en recomendar a las hermanas la comunión frecuente.

de oro es el pétalo del corazón, esto es, del amor, de don­ de procede el afecto de la oración, porque me ofrecéis esas palabas por amor no por obligación alguna”. Insiste [Matilde]: “¿Qué sucede con las plegarias que ofrecemos a los santos?” Le responde su hermana: “Cada uno recibe tam­ bién agradecido lo que se lo ofrece y se lo presenta con­ tento a Dios, su Rey. Es más, si rezas un solo Padrenuestro a todos los santos con la intención de rezarlo a cada uno de ellos si te fuera posible, lo recibe cada uno en particular como si lo rezaras a todos”.

Matilde contemplaba esto con admiración y gozo, y deseaba saber si el sacerdote obtenía algún mérito por administrar el sacramento del Cuerpo del Señor a los que se acercaban. Le responde el Señor: “Como un simple soldado se haría rico si presentara al hijo único del rey en sus brazos ante los príncipes, y cada uno de estos ofreciera al hijo del rey cien marcos, y el rey regalara todo esto al solda­ do al regresar con su hijo; de igual modo aumenta el mérito del sacerdote que administra con devoción y soli­ citud el sacramento del Cuerpo de Cristo a los fieles”. Seguidamente dice a su hermana: “¿Puedes decir­ me, hermana queridísima, qué utilidad te reporta que recemos a tu intención los Responsorios de la Santísima Trinidad o cualquier otra oración?” Le responde: “Recibo de vuestros labios cada una de las palabras en forma de rosas, que ofrezco gozosa a mi Amado”. Le muestra en su manto rosas preciosísimas con un pétalo de oro en el centro y le dice: “Este pétalo

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Quinta Parte

Capítulo III

El alma de Matilde [de Magdeburgo] Cuando murió la hermana Matilde, de feliz memo­ ria, le fue revelado el estado de su alma. La contempló en figura de una virgen hermosísima, envuelta en man­ to verde, con corona de oro en la cabeza, entre la mul­ titud de las vírgenes y los santos que le expresaban un gran afecto. Conoció por revelación que iba a ser glo­ rificada en esos momentos, al ofrecerse la Hostia sacro­ santa en la Misa. El mismo Señor quería comunicarse a su alma de manera especial, porque, debido a su enfer­ medad, se vio privada de recibir durante un tiempo el sacramento del Cuerpo de Cristo. Al cantarse el Ofertorio: Señor Jesucristo3, y no acercarse nadie para hacer la ofrenda por aquella 3

Ofertorio de la misa de difuntos.

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Libro de la Gracia Especial

pobrecilla, le pareció que el mismo Rey de la gloria, esposo de las virtudes, se acercaba a Dios Padre y le ofrecía todas sus obras divinas: oraciones, trabajos, la pasión de su santísima humanidad, la gloria de su exce­ lentísima divinidad, para aumento de gloria y gozo de su nueva esposa. Se acerca a continuación la Santísima Virgen, Madre del virginal esposo de la gloria y ofrece en sacrificio todos los dones, gracias y virtudes que se le concedieron, para aumento de la gloria de la esposa de su Hijo. Siguen los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes. Se acerca cada uno de los Órde­ nes de los Santos y hacen la misma ofrenda. Mientras se ofrecía la Hostia sacrosanta, una luz maravillosa e inefable aparece hacia el Oriente. Parecía significar la gloria de la divinidad hacia la que era arre­ batada aquella alma dichosa, recibe allí la dichosísima comunión de la que se ha hablado más arriba, verdade­ ra e íntima unión y fruición de Dios, plena y superabundantísima recompensa de todos los trabajos y sufri­ mientos, que supera todo lo que el corazón humano puede creer, imaginar o decir.

Capítulo IV

El (ilma de la piadosa reclasa Isenlrucfis

Quinta Parte

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gloria y honra, porque había alcanzado como dignidad especial la semejanza y amistad con todos ellos. Se parecía a los espíritus angélicos por el servicio caritativo y humilde que ofrecía a todos los que acudí­ an a ella; a los arcángeles por su familiaridad con Dios; a las virtudes por la práctica decidida del bien y los ejemplos de virtud. Encendida en el celo de Dios con­ vertía muchos a Dios con sus correcciones. Se parecía también a los tres Órdenes Angélicos siguientes porque se mostraba fuerte y poderosa contra los demonios y los vicios, conservaba inmaculada la imagen de Dios que llevaba en sí, la respetaba y amaba en sí misma y en todos los hombres, adoraba a Dios con intensa y devota oración día y noche. Incluso se parecía a los más elevados Órdenes de los ángeles por el gozoso y ameno descanso que Dios encontraba en ella, tanto por la plenitud del conoci­ miento de Dios que poseía, como por el máximo ardor del amor que la embargaba. La Bienaventurada Virgen María y san Evangelista presentaban su alma ante el trono de la ria. El Señor Jesucristo la acogía amorosísimo abrazos, la coloca en la presencia de Dios Padre, y ta tiernamente en honor de su esposa:

Juan glo­ entre can­

Ésta es la que no mancilló el lecho nupcial, etc.\ Conoció también cómo pasó al Señor el alma de la reclusa Isentrudis, de feliz memoria. Le pareció que iban delante de ella todos los Órdenes de los ángeles para su

4

Antífona en el oficio de las Vírgenes antes de la reforma del Concilio Vaticano 11.

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Libro de la Gracia Especial

Esta, la que me ha amado con todo el corazón y con todas sus fuerzas. Esta, la que se ha unido a mí con mente pura. La Pasión de Cristo, que tanto amaba, el amor y ¡a castidad realzaban su corona con especial brillo. De igual modo parecía que estas tres virtudes ennoblecían sus vestidos, y la presentaban toda radiante.

Capítulo V

El alma de la hermana Berta de Bar Mientras agonizaba una hermana contempló al Señor Jesucristo allí presente. Sostenía un paño blan­ quísimo junto a la boca de la enferma como para reci­ bir su alma. Apenas falleció, se ofreció la Misa por ella. Al comienzo de la misma se vio a nuestro Señor Jesucristo, esposo de las vírgenes, acercarse al altar y derramar sobre él un gran tesoro, para significar que ofrecía a Dios Padre todas sus obras y su santísima Pasión en sufragio de aquella alma. A continuación ofrece la Bienaventurada Virgen Madre varios perfumes con los que suelen perfumarse las novias el día de la boda; significaban todas las obras que el Señor obró en ella. Las presenta a la Santísima Trinidad para gloria, alabanza, aumento de la belleza y honor de esta nueva esposa de su Hijo, por la alegría de su llegada. AI elevar la Hostia, contempla al Señor como si estuviera en el altar, se inclinaba hacia el sacerdote

Quinta Parte

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diciendo: “Tu voluntad es mi voluntad”. Comprendió en estas palabras que la voluntad del sacerdote en esos momentos era que se perdonara al alma todo reato de culpa. Así sucedió. Al llegar al Cordero de Dios y tomar el sacerdote el Cuerpo del Señor, se acerca el alma al altar en forma de una virgen hermosísima, el Señor se inclina y la besa. Con ese beso lleno de ternura alcanzó el felicísi­ mo consorcio de la vida celestial. Terminada la Misa, mientras daba el sacerdote la bendición, se oían voces que salmodiaban en el aire con los acordes de platillos, cítaras, y toda clase de ins­ trumentos musicales, como se acostumbra en las bodas reales. El alma es acogida en compañía de los ángeles y los santos, que estaban llenos de alegría sobre la cel­ da donde yacía el cuerpo de la hermana durante las exe­ quias acostumbradas. Seguidamente entre gran alboro­ zo conducen el alma a la mansión celestial. Al día siguiente, en que debía realizarse el sepelio, se vio de nuevo al Señor en la Misa. Acude el alma acompañada de innumerables vírgenes, adornada con rosas de oro, como la esposa conducida por vez prime­ ra a la casa del esposo. Mientras se cantaba el Ofertorio: Señor Jesucristo, se vuelve tiernamente el Señor hacia el alma y le dice: “Ve ahora y ofrece a mi Padre todo lo que ayer ofrecí por ti en unión con mi Madre, ya que todo es para tu bienaventuranza eterna . Se acerca el alma con una multitud de vírgenes y ofre­ ce aquel preciosísimo tesoro que el Señor le había dado. Todas las demás vírgenes ofrecen de la misma

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manera todas las obras grandes que la Santísima Trinidad había obrado en ellas, en favor de su compa­ ñera. Todas ellas danzaban en torno al altar y entre ellas esta nueva esposa. Danzaban gozosas a coro hasta que terminó la Misa. A continuación se elevaban por los aires y canta­ ban alabanzas a Dios mientras era llevado el cuerpo al sepulcro, hasta finalizar todos los ritos. Resuenan de nuevo los platillos y conducen a aquella esposa, esto es, al alma bienaventurada, entre himnos celestiales, al tálamo del rey inmortal, a quien sea el honor y la glo­ ria por siglos eternos. Amén. ¡Oh alma dichosa! Oh feliz Berta5 de nombre y por gracia, que por esa pureza singular de tu inocentísima vida, eres asociada al Señor de los ángeles con el indi­ soluble vínculo del amor, para seguir al Cordero donde quiera que vaya! Acuérdate de nosotros en medio de las delicias que gozas. Se ha visto cómo se ofrece el Señor a Dios Padre por esta alma. De igual modo se ofrece por las perso­ nas espirituales que en este mundo lo dejaron todo por su amor y no tendrán después de la muerte quién haga ofrendas por ellas. El bondadoso Señor se digna suplir­ lo por sí mismo.

5

Berta en antiguo alemán quiere decir deslumhrante y equiva­ le a los nombres latinos de Lucia y Clara. También hoy le interpretan: brillante. (Nota de la traducción del P. Timoteo Ortega. Buenos Aires 1942, p. 324).

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Quinta Parte

Capítulo VI

Al expirar vuela el alma a los brazos de la Santísima Virgen María. Cayó enferma una hermana6 7 que durante toda su vida había servido a Dios con gran devoción. [Matilde] rogaba por ella con mayor intensidad. Contempla su alma de rodillas ante el Señor. Él le mostraba sus llagas enrojecidas y el alma le saludaba con este verso desco­ nocido para Matilde: “¡Oh llagas salvíficas de mi tiernísimo amante Jesucristo! ¡Salve, salve, salve por la omnipotencia del Padre que permitió vuestra existen­ cia, por la sabiduría del Hijo que os soportó, por la benignidad del Espíritu Santo que realizó con vosotras la obra de nuestra Redención!” Cuando debía recibir la Santa Unción y se reunió la comunidad en la celda de la enferma, contempló a dos ángeles que llevaban jofainas. El agua que llevaban en la jofaina significaba la misericordia y la verdad en las que debía purificarse el alma de toda mancha, según el salmo: La Misericordia y la verdad te preceden1. Luego ve acercarse cuatro ángeles que extienden un manto rojo en el lecho de la enferma, para significar los 6

A esta hermana se la llama más adelante Matilde, espec ial­ mente estimada por el don de contemplación que tuvo. Parece ser la misma que trata el capítulo siguiente, también en la par­ te II c. 42 y en el Heraldo del Amor di vino de Gertrudis la Magna, lib. 5, c. 7. Parece que trata de Matilde de Magdeburgo, la que escribió el libro: La luz divina que ilumi­ na los corazones. Traducido y publicado en esta B iblioteca Cisterciense, n.17. 2004. 7 Sal 88, 15.

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méritos y dignidad que iba a recibir al final de la vida. Mientras vive el alma en el cuerpo no puede conocer la gloria con la que Dios la coronará en el cielo. Se ponía muy triste por la ausencia del Amado de su alma, sin que pudiera consolarla la presencia de los ángeles. Buscaba a su único Amor de un rincón a otro con el ojo del corazón y por fin lo encuentra conforme a su íntimo deseo, de pie, en el centro de la celda, vestido de blanco, adornado con escudos de oro. La blancura significaba la pureza de la enferma; los escudos, la cons­ tancia de su paciencia con la que había soportado resig­ nada muchos dolores y enfermedades por amor al Señor. El Señor vestía esta túnica para honra de su esposa. El Señor ocupaba frente a la enferma el lugar del sacerdote, la Santísima Virgen estaba a su cabecera. Mientras los sacerdotes rezaban las letanías, el Señor la signaba tres veces con la señal de la cruz diciendo: Te bendigo para salud de tu alma y santificación de tu cuerpo. Al nombrar a la Virgen María ésta levanta a la enferma y dice: Mira, Hijo, te entrego esta esposa para tus eternos abrazos. Cuando era nombrado cada uno de los Santos, rogaba de rodillas al Señor por ella. Luego forman todos ellos una danza en torno a su lecho, las vírgenes estaban más próximas al Señor. Terminada la Santa Unción dice el Señor a su Madre: Te la confío para que la presentes inmaculada en mi presencia.

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Quinta Parte

Llegado el momento de su dichosa partida, ya en los últimos instantes, movida Matilde por un afecto de compasión, oraba al Señor con mayor intensidad por ella. Le pareció que se acercaba un ejército innumera­ ble de santos. Los mártires, vestidos de rojo con escu­ dos de oro en sus mantos, se colocaban en su cabecera. Unos a otros se decían: Agitemos nuestros escudos”. Su movimiento producía tan dulce armonía que trans­ formaba el dolor de la enferma en alegría. El mismo amantísimo Jesús estaba de pie ante el lecho de la enferma, junto a él su Madre. En ese momento, roto el vínculo de la carne, esa dichosa alma vuela a los brazos de la Virgen Madre, libre ya de todo dolor, para ser coronada para siempre. La Virgen María se la entrega a su Hijo8, éste la acoge con ternura en sus brazos y la reclina para que descanse en su pecho mientras se celebraba la Misa y se ofrecía por ella la Víctima Pascual. El Señor encargó a quien esto contemplaba que se cantara lo antes posible una Misa por ella. Así se hizo. Se celebró antes de Prima. El Señor se vistió de blanco en honor a su nueva esposa. La túnica llevaba águilas engastadas. La blancura significaba la pureza y casti­ dad de la enferma; las águilas, su corazón contemplati­ vo. Al comenzar la Misa, la celebró por ella el mismo sumo Sacerdote y verdadero Pontífice. En el altar había oculto un tesoro preciosísimo: todo el bien que el Hijo 8

Ver Gertrudis la Magna, El 5, c. 7 hacia el final.

Heraldo del amor divino. Lib.

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de Dios había realizado en la tierra para la salvación del hombre. Lo ofreció a su Padre celestial para suplir los méritos del alma. La ínclita Virgen María lleva el alma al altar, le entrega un cofre de oro en el que se guardaban el teso­ ro de todas las virtudes y buenas obras que ella había realizado en la tierra, juntamente con todo el bien que la misma alma había practicado durante su vida. Todo fiie ofrecido a Dios en reparación de sus negligencias. Mientras se proclamaba el Evangelio, el Señor la toma sus manos y le dice: “Te prometo, amada mía, que tu carne, consumida en mi servicio, se levantará glo­ riosa en la futura resurrección”. El alma estaba hermosamente ataviada como una esposa, en su mano llevaba un anillo con imagen huma­ na tallada en la perla del mismo, su corazón resplande­ cía como brillante espejo. Al ser ofrecido por ella al Padre el Cordero Pascual de Dios, salió del Corazón de Dios un rayo de luz tan deslumbrante que envolvió totalmente al alma y no se la pudo ver más. Envuelta de este modo en el resplan­ dor de la divinidad, embargada en la dulzura del Espíritu Santo y arrobada con todos los dones celestia­ les, se fundió en inseparable unión con Dios, converti­ da en un solo espíritu con él. Mientras llevaban el cuerpo al sepulcro se oyó el canto armonioso de los santos en honor de las exequias de la esposa del Rey inmortal que decían: “Eres bien­ aventurada y serás dichosa, Matilde, noble esposa de

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Cristo; te alegrarás con los santos y saltarás de gozo con los ángeles por toda la eternidad”. Precedían a la marcha fúnebre del cuerpo muchas antorchas con gran­ des llamaradas. Significaban las obras buenas que había realizado con la ayuda de Dios, precedían al alma que iba a recibir el premio eterno. El Rey de reyes y Señor de señores recibe a conti­ nuación a su esposa y la estrecha a sí con tiernos abra­ zos. Ella, con el poder de Dios, toma la mano de su Señor y bendice a la comunidad allí presente. Finalmente, el Señor traslada a su amada al reino celestial en medio de indescriptible alegría, seguida por el glorioso ejército de los santos. [Matilde] contempló la dichosa alma en presencia de la adorable Trinidad, radiante con una belleza indes­ criptible. El Señor se inclinaba hacia ella como para besarla, pero no la besó. Sorprendida quien esto con­ templaba, le dice el Señor: “El beso significa la paz, pero ella no lo necesita”. Se vuelve al alma y le dice: “Levántate, arrójate como hija en brazos de tu padre”. Y le abraza llena de alegría. Añade el Señor:”El abrazo significa la unión con que el alma se funde conmigo en vínculo perpetuo de un amor irrompible”.

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Capítulo VII El alma del hermano IV. de la Orden de Predicadores En el Octavario de la muerte del Hno. N. de la Orden de Predicadores, amigo fiel y servicial de la comunidad, se reveló su alma a [Matilde] como sigue: Durante la Misa contempló su alma en el aire calzada con hermosos zapatos. Quien esto veía quería saber algo sobre el adorno de los zapatos. Le responde el hermano: “Recibe la perla preciosa de la paciencia. Los zapatos significan las fatigosas correrías (apostólicas) realizadas en la Orden”. La llama por su propio nombre y le dice: “Mira, mira, lo que me ocultabas, lo sé ahora”. Ella: “Oh, Señor, ruega por nosotros” Él: “No me llames somos hermanos en Cristo”

Señor,

sino

Hermano',

todos

Ella: “Ruega por nosotros, te suplico, para que no seamos engañados en el don9 que se nos ha concedido”. Él: “Revístete con la armadura de la fe como los elegidos de Dios, a saber: cree con verdad y pureza de corazón que eso viene de Dios”. Al llegar al ofertorio de la Misa se oyó una voz que decía: “Se abrieron las puertas del cíelo”. Se vio abrir­ se rápidamente una gran puerta por la que entraba el alma del citado Hermano con gran alegría. El Señor sale a su encuentro con las manos extendidas, acoge el 9

De las revelaciones.

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alma en brazos, la lleva hasta el trono de la gloria, la pone junto a sí, la cubre con tan maravillosa e indes­ criptible belleza, que no puede expresar lengua huma­ na. La adorna, entre otras cosas, con guantes blanquísi­ mos en las manos y zapatos mucho más brillantes que los anteriores, mientras decía: “Ponedle inmediatamen­ te la primera túnica”. Esta túnica la forma el Señor, de sí mismo. Así comprendió que la vestidura del alma es el mismo Dios. Él ,que es el autor y dador de toda gra­ cia en la tierra, es también ornato, gloria y recompensa de los bienaventurados en el cielo: los reviste de sí mis­ mo y premia todas las buenas obras y virtudes que practicaron en la tierra. Luego se le pone al alma una gran corona de oro rojo y perlas preciosas. Al recibirla se arroja a los pies del Señor en acción de gracias, reco­ nociendo que lo recibía todo de la exclusiva bondad de Dios y no de sus propios méritos. Quería saber ella qué mérito tenía el Hermano al apreciar tanto el Don de Dios10 que el Señor había con­ cedido a la hermana Matilde. Contempla cómo brotaba del corazón de Dios un flujo especial hacia su alma. Entendió con ello que ese flujo se concede a quienes aman ese don especial de Dios en otros, aunque ellos no lo experimenten. Se le aparece la hermana Matilde con inmensa alegría, radiante de gloria y claridad inefables. iü

Ver parte segunda, c. 42; Santa Gertrudis la Magna, Heraldo del amor divino ,lib. 5 c.7. Por “Don de Dios” se entiende aquí la gracia de las revelaciones, como se ha dicho más arriba.

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Admirada ésta, le dice: “Dame a conocer algo de ese tu indescriptible adorno”. El alma: “No lo podrás comprender. Los adornos que me hermosean son más numerosos que los hilos que componen la trama de un vestido de la tierra. Todos los he recibido gratuitamente de mi Esposo, el Señor”. En ello comprendió que los santos no se atribuyen a sí nada de sus méritos, sino que atribuyen a la misericordia y a la gracia divina cuanto tienen de mérito y de gloria.

Capítulo \ III El alma del II. (Enrique) de Plau>enn Un hermano pidió a [Matilde] que rezara al Señor por el alma de otro hermano. Ella da largas al asunto. Estaba en oración y se le inspira que debía rogar por aquella alma. Seguía con su resistencia y escucha al Señor que le dice en tono serio: “¿Es que no podré satisfacer el deseo de mi amigo por tu culpa?” La toma de la mano y Je dice: “Ven, te voy a introducir en el lugar del tabernáculo admirable hasta mi casa’ ’2. Al punto es arrebatada al cielo y contempla el alma de ese Hermano, que estaba en presencia del Señor. Salían del Corazón de Dios cinco rayos que hermoseaban maravi­ llosamente a aquella alma. 11 12 11

12

Hubo un tal Enrique de Plawen cerca de Ledebur. Era el segundo hijo de Bucardo conde de Mansfeld. Se duda, sin embargo, que sea éste del que se trata aquí. Sal 41, 5.

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El primer rayo penetraba en sus ojos para significar el conocimiento fruitivo por el que se contempla ininte­ rrumpidamente a Dios en la gloria de su divinidad. El segundo rayo entró en sus oídos; significaba el gozo producido por palabras pronunciadas con ternura y por el cariñoso saludo que escucha de boca de Dios. El tercero llenaba la boca para designar la inefable alabanza con que alaba a Dios sin cesar. El cuarto llenaba su corazón para expresar la ines­ timable ternura, gozo y placer que experimentaba por flujo de deleites divinos. El quinto cubría e iluminaba todos sus miembros con inefable belleza, para significar que había entrega­ do con fervor todos sus miembros y energías a las bue­ nas obras y a la práctica de las virtudes. Llevaba en la cabeza una corona maravillosamen­ te adornada, en la que contempló de modo especial el ornato de la Pasión del Señor. En ello comprendió que sentía un amor particular a la Pasión del Señor. Admirada Matilde, pregunta al Señor: “¡Oh Dulcísimo Dios mío! ¿cómo te llevaste tan pronto esta alma del mundo cuando podía hacer mucho bien con la palabra y el ejemplo?” Le responde el Señor: “Me obligó su vehemente deseo, como niño arranca­ do de los pechos de su madre me siguió su alma, por ello mereció encontrar descanso en mí. Los méritos y gloria que recibiría eran tantos, que fue necesaria alguna espe­ ra, durante la cual quise que descansara en mi pecho”.

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Ella: ¡Oh amantísimo Señor! ¿Cuánto duró el reposo? Responde el Señor: “Una mañana, hasta que el amor completó en él cuanto estaba preordenado desde la eternidad.

Capítulo IX

Las almas (le los hermanos don Alberto y santo Tomas, de la Orden de Predicadores Contempló [Matilde] cómo entraban en el cielo, a manera de nobles príncipes las almas de don Alberto13 de la Orden de y del hno. Tomas, de feliz memoria. Predicadores. A uno y otro precedían dos ángeles de gran dignidad con lámparas brillantes, Uno pertenecía los querubines. al coro de los serafines y el otro al de Los ángeles del Coro de los Querubines significaban que durante su vida habían sido iluminados por ciencia divina. Los ángeles del coro de los serafines significa­ ban que el amor especial a Dios en el que estaban infla­ mados, así como el conocimiento y la ciencia, se les concedió como especial don divino para que amaran tan sublime don de Dios. Al presentarse ante el trono de Dios aparecía en sus túnicas todo lo que habían escrito, como si estuvie­ ra escrito con letras de oro. Los iluminaba un rayo de 13

San Alberto Magno murió en 1280 y Sant o Tomás el año 1274. Éste fue canonizado en 1325. Gregorio XV autorizó el culto de Alberto Magno para algunos lugares en 1622. Pío XI lo proclamó Santo y Doctor de la Iglesia en 193 1.

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la divinidad como brilla el sol en el oro. Cada una de las palabras reverberaba en la Divinidad con maravi­ lloso resplandor. De esas mismas palabas rezumaba cierta suavísima dulzura que empapaba sus miembros y llenaba sus almas de incomparable gozo. Todo lo que escribieron sobre la excelencia de la Divinidad, de la Humanidad de Cristo, revestía sus almas con una gloria especial hasta parecer que poseían en sí mismos cierta semejanza con la divinidad. Respecto a lo que trataron sobre la gloria y felici­ dad de los ángeles, de los profetas y apóstoles, la exal­ tación que hicieron del triunfo de los mártires, el elogio tributado de palabra y por escrito a los méritos de los demás santos, se convertía en gloria para cada uno de ellos. Es decir, reunían en sí mismos la claridad de los ángeles, los méritos de los profetas, la dignidad y exce­ lencia de los apóstoles, la gloria triunfal de los márti­ res, la doctrina y santidad de los confesores y la glori­ ficación de todos los santos.

Capítulo X

El alma del conde Bucardo, fundador del monasterio Mientras se celebraba la Misa en un aniversario por el conde Bucardo14, siempre de feliz recuerdo, fun­ dador de nuestro monasterio, esta sierva de Dios vio su 14

Bucardo, Conde de Mansfeld.

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alma ante la presencia de Dios. En su túnica aparecían las almas de toda la comunidad que él había fundado, como imágenes preciosas: las que ya reinaban en el cielo y las que un día llegarán allí. Su corona tenía tan­ tas flores de oro cuantas almas había ganado para el monasterio. Las dos abadesas15 que habían gobernado el monasterio estaban en la gloria una a su derecha y la otra a la izquierda. Dios les dio las gracias con amables palabas por no haber perdido ninguna de las ovejas que les había confiado. Cada una de las hermanas de comunidad y muchos de sus herederos, que hicieron en la tierra buen uso de sus bienes, formaban en torno suyo como un círculo, cada uno lanzaba un rayo hacia su alma y la iluminaba con maravillosa claridad. Uno por uno ofrecían a Dios una poesía en la que recordaban todo el bien que les había hecho. El alma del conde lo escuchaba con admi­ rable regocijo de su corazón. En esto comprendió [Matilde] que él disfrutaba de los méritos de todos y se alegraba como si fueran suyos personales, por el bien que Dios había realizado en ellos. Entre aquellos bienaventurados contempló tam­ bién el alma del Preboste Otón16 rodeada de encanto y belleza admirable. Se parecía a un claustro con hermo­ sas celosías en las que se sentaban las almas a modo de 15 16

Cunegunda de Halberstadt y Gertrudis de Haekbom, herma­ na de Matilde. El Preboste Otón aparece en la carta de fundación del monas­ terio bajo la Abadesa Gertrudis de Hackebom en 1262.

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imágenes, bajo ellas estaban escritas las observancias y todo lo que se había realizado en tiempo de Otón. El alma de D. C. párroco de Osterhausen Vio allí el alma de D.C. párroco de Osterhausen17, llevaba una túnica adornada con círculos de oro en los que estaban los Santos, para significar que había sido muy devoto de ellos. Le pareció también que el sacer­ dote que celebraba la misa por él, ofrecía al alma varios cálices de oro, uno tras otro. Comprendió en ello que felicitaba con gratitud, al alma por la que ofrecía a Dios súplicas y acciones de gracias. Mientras se ofrecía la Víctima de Salvación, nues­ tro Señor Jesucristo abrió su dulcísimo Corazón y exhalaba un aroma de inefable suavidad que enardecía el alma del sacerdote y las demás almas presentes, con gozo renovado Matilde, que contemplaba todo esto, dice al Señor:” ¿Dónde, Señor mío, mereció esta alma que le inspirases la decisión de llevar a cabo obra tan grande y de tanta gloria para ti”? Le responde el Señor: “Era hombre bueno y de corazón magnánimo. Si pecó en algo, no lo hizo intencionada o maliciosamen­ te, por eso mi sabiduría halló este camino de salvación para él. Me es muy grato el corazón benévolo, pero el pecado que se comete por malicia es un peso muy gra­ 17

Parroquia a unas tres leguas al sur del monasterio de Hclfta.

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voso para el alma. Construyó el monasterio no buscan­ do el aplauso de los hombres, sino mi honra y salvación de su alma. Amó mucho a la Comunidad, por privilegio especial ganó para si los méritos de los demás y se ale­ gra de los bienes de ellos como si fueran suyos”.

Capítulo XI

El alma del conde Bucardo, fallecido a los diecinueve años Al día siguiente de la muerte del conde Bucardo18, de feliz memoria, puesta en oración esta piadosa vir­ gen, contempló su alma postrada a ¡os pies del Señor desecha en lágrimas, porque se arrepintió en los últi­ mos momentos de su vida, más por temor al castigo que por amor a Dios, nunca derramó lágrimas de amor en la tierra. Muy compadecida de su angustia, pedía al Señor que todas las amorosas e inocentes lágrimas que había derramado en la tierra se las concediera a su alma como remedio y suplencia. El Señor misericordioso accedió y el alma sintió una gran alegría. Dice al Señor: “¿Por qué, Señor mío, le arrebataste con muerte prematura, cuando dotado de buen espíritu, hubiera hecho mucho bien en la vida?” El Señor: 18

Se trata, al parecer del joven Bucardo XII de Mansfeld, muer­ to en 1294

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“¿No sabes que las obras buenas realizadas por quien vive en pecado mortal no tienen valor alguno?” Ella: “¿Qué le aprovecha que alaben los hombres su bondad, sus virtudes, y recuerden la nobleza de sus costumbres?” El Señor: “Cuantas veces enaltecen los hombres en la tierra la nobleza de sus virtudes y la inocencia de su vida, otras tantas me alaban todos los santos por las virtudes naturales con las que adorné aquella alma. Es más, la misma alma que no está aún en la bienaventuranza, me alaba gozosa cuantas veces se comentan sus obras bue­ nas en la tierra” Mientras se celebraba la misa por él en la capilla donde había sido enterrado, en el treintenario de su muerte y el sacerdote proclamaba el Evangelio, con­ templó al Señor junto al sacerdote, todas las palabras que el Señor decía en el Evangelio penetraban en el mismo sacerdote a manera de rayos luminosos. Dijo el Señor:” todas las palabras que dije en la tie­ rra tienen la misma eficacia y producen el mismo efec­ to en quien las proclama con devoción que cuando salí­ an de mi boca. Mis palabras no pasan como las pala­ bras de los hombres; como yo soy eterno, mis palabras tienen también efecto eterno”. Cuando cantaban el ofertorio, dijo el Señor: “La ofrenda de los fieles que recibe y me ofrece con alegría el sacerdote, no por amor al dinero, sino únicamente

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para la salvación de las almas, es de gran provecho para ellas”. En ese momento contempla el alma del difunto que caminaba en tomo al altar y cantaba: “Reconozco, Señor, que me entregaste a la muerte para mi salvación, e hiciste de ella el gozo y consuelo de mi alma”. Pregunta [Matilde]: “¿Quién te ha enseñado a cantar?” Responde el alma: “Sé y debo cantar todo lo que atañe a la exaltación a mi Creador, en cuanto me sea posible alabarle”. Ella: “¿Tienes algún sufrimiento?” “Ninguno, responde, sólo que aún no puedo ver a mi Dios amantísimo, por el que siento un inmenso deseo de contemplarle. Si todas las ansias con las que en la tierra han suspirado los hombres por Dios se con­ centraran en un solo hombre, no serían nada en compa­ ración de mi deseo”. Ella: “¿Cómo es esto posible, cuando tantos santos anhelaron a Dios con un deseo insaciable?” Responde: “Mientras el alma siente la pesadez del cuerpo está condicionada muchas veces por las necesi­ dades de éste; sea comer, dormir, hacer cualquier cosa, relacionarse con los hombres, y no puede arder en ese inmenso deseo con el que el alma, libre ya del cuerpo, y exenta de todo impedimento y necesidad, desea inin­ terrumpidamente a su Creador. Al tercer mes de la muerte del Conde nuevamente se aparece su alma a esta virgen de Cristo. La llevaban dos jóvenes radiantes. Vestía túnica gris, encima la cota y el uniforme militar.

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Le pregunta la virgen: “¿Cómo es que vistes ese uniforme laico?” Responde: “Lo hizo mi madre con tanta ilusión y me produjo tanta alegría, que me da gozo vestirlo todavía”. La virgen: “¿No preparó también a la perfección el resto de tus cosas?” Responde: “Sin duda. Todo lo hizo con la mayor perfección y para mayor provecho. Sin embargo, pre­ paró este uniforme mejor que todo lo demás, a mi gus­ to y satisfacción. Te ruego muestres mi gratitud a mi madre, a mis parientes y amigos por haberme tratado con tanta bondad y atenciones”. Ella: “¿Es impedimento para ti que tus padres y familiares te lloren tanto?” “Ninguno, responde el alma. Sólo deseo que quie­ ran reconocer el bien que con ello ha hecho Dios a mi alma, al haberla hecho salir del mundo”. Ella: “¿Por qué vistes de gris?” Él: “En el último momento, después de recibir el Cuerpo del Señor, prometí decididamente hacerme sol­ dado de Cristo si vivía”. Ella: “¿Tienes el mérito de la virginal?” Él: No en perfección, porque por consejo de gente malvada mi voluntad cedió a los deseos camales y mundanos. Esto manchó mi alma” Le dice la virgen: “¿Qué fue lo que más te apro­ vechó?”

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El: “La celebración de misas, las limosnas que se hicieron y la oración pura”. Ella: “¿Qué es la oración pura?” El alma: “Oración inocente es la que procede de un corazón puro, sin pecado; si hay conciencia de alguna culpa se propone confesarla o la presenta a Dios en la oración. Esta oración que hace el hombre a Dios llega al Corazón del Señor como agua purísima y actúa en él con gran poder. En cambió la oración del pecador sube como agua turbia”. Ella: “¿Quién te enseñó esto?” El alma: “Dios nos enseña todo lo que queremos conocer”. Ella: “¿Quienes son esos jóvenes?” Responde: “Uno es mi ángel, al que fui confiado en la tierra, el otro pertenece al coro en el que voy a ser integrado”.

Capítulo XIJ

El alma de la niña E. de Orlarnunda Cierta matrona había determinado consagrar al Señor su hija antes de nacer. Si la criatura nacía niña la desposaría con Dios. La niña murió al segundo año. Su alma se apareció a la sierva de Dios en forma de una virgen hermosísima, vestida de rosa, con manto de oro, maravillosamente engarzado con azucenas blancas como la nieve.

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Dice a la niña: “¿De dónde te viene tanta gloria?” Responde: “Me la ha concedido el Señor por su gran bondad. La túnica de rosa significa que era amo­ rosa por naturaleza; el manto de oro designa el hábito de la vida monástica que me concedió el Señor porque mi madre me había destinado a la vida religiosa. El Señor me ha concedido ya, por su magnífica generosi­ dad, lo que me daría si hubiera vivido en perfección la observancia religiosa. Es más, ha sido para mí de espe­ cial mérito haber sido consagrada a Cristo en el seno de mi madre”. Muy sorprendida Matilde por esto, le responde el Señor: “¿De qué te admiras? ¿Es que los niños bauti­ zados no se salvan por la fe de otro? La madrina pro­ mete fidelidad cristiana por el niño, si el niño muere, se salva por esa promesa. Yo acepté como hecho consu­ mado la voluntad formal de la madre, por ello he pre­ miado a esta niña con todos los bienes que expresó en su deseo para ella”. Pregunta al Señor: “¿Por qué, amantísimo mío, te la llevaste tan prematuramente?” Le responde: “Era una niña tan encantadora que no convenía siguiera en la tierra. Además, el padre hubie­ ra anulado el voto de la madre tras la muerte de su pri­ mogénita, y se la hubiera quedado en el mundo’.

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Capítulo XIII

El alma de otro difunto Rogaba al Señor por un alma, y escucha lo que dice Dios a esa alma: “Bebe el gozo en la médula de mi Corazón por todos los que oran por ti”

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El Señor: “El cuerpo en su resurrección brillará siete veces más que el sol y el alma siete veces más que el cuerpo. Cuando el alma cubra de nuevo al cuerpo como un vestido, brillará en todos los miembros como el sol a través de un cristal. Yo mismo iluminaré el inte­ rior del alma con luz inefable, así alma y cuerpo esta­ rán resplandecientes en las moradas celestiales por toda la eternidad”

Capítulo XIV7

La resurrección futura Al escucharen la Misa el Evangelio: Y resucitará al tercer diaX9 se arrojó rostro en tierra para par gracias a Dios por la resurrección y glorificación futura del hombre. En la capilla* 20 que oraba vio levantarse de los sepulcros que había ante el altar tres cuerpos hermosí­ simos. Tenían las manos elevadas al cielo como dando gracias a Dios. Sus corazones estaban adornados con piedras preciosas que se movían de forma maravillosa como si jugaran gozosos por las obras buenas y las vir­ tudes que habían practicado durante su vida.

Capítulo XV

El alma del conde Bucardo En el aniversario de uno de los difuntos ya citados, a saber, el conde Bucardo21, con un ruego que era casi una orden, la Señora Abadesa solicitó a esta sierva de Dios suplicara al Señor le manifestara algo sobre el estado del alma de su padre. Se retraía en hacerlo, por­ que raramente pedía revelaciones. No quería adelantar­ se en rogar al Señor que le revelara algo, dejaba a su voluntad le comunicara lo que fuera de su agrado. Mientras estaba en Misa le dice el Señor durante la oración Secreta22:

Dice Matilde al Señor: “¡Ea, Señor, ¿cómo recibirán estos cuerpos a sus almas, y cual será su resplandor cuando se una el alma al cuerpo?” y Mt 18,22. La capilla de san Juan, edificada por Bucardo de Querfurt en 1265.

20

21

Este conde, padre de la abadesa (Sofia), era Bucardo VIII de Quefurt o 11 de Mansfeld. Su hija Sofía, fue la tercera abade­ sil de Helfta, tras la muerte de Gertrudis [hermana de nuestra Matilde], elegida en 1291. Presentó la dimisión debido a fuer­ tes dolores de cabeza y la sucedió Jutta hacia el año 1303. Bucardo murió en 1273. Antes de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II se llamaba “Oración Secreta” a la que ahora se llama Oración sobre las Ofrendas.

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“Cumple tu obediencia”.

Dice Matilde al alma:

Cae en la cuenta, y le responde:

“¿Qué pedirías a tu hija?”

“No lo consideré como un mandato de obediencia” El Señor: “Haz como hice yo cuando a un mandato de mi Padre descendí a la tierra. Por divina inspiración comprendió en estas pala­ bras que, cuando salió Cristo del Padre se sometió a él para toda obediencia con tanta reverencia y sujeción, cual nunca un hijo se sometió a su padre con tanta humildad, e incluso el siervo a su señor; dispuesto a soportar las cargas, miserias y trabajos de todos los hombres, y suplir en sí mismo todas sus vicisitudes o deficiencias.

Respuesta: “Que guarde total fidelidad, y se some­ ta a la voluntad de aquel que con absoluta fidelidad se dignó abajarse para ser su esposo”. Conoció también que el alma de la condesa23 goza­ ba de gran felicidad en el cielo por su decisión de dar una limosna anual a los pobres por el alma del conde. Pasados estos acontecimientos dice Matilde al Señor: “Te ruego, Señor mío, por aquella dignación que tuviste al tomar las cargas de todos los hombres, supliste todas nuestras deficiencias, te hiciste por nos­ otros obediente hasta la muerte24, des gracias al Padre por haber suplido con tu obediencia la mía”. Le responde el Señor:

Ella: Escucha, Señor mío, el deseo de tu sierva”. Al instante contempla el alma del conde en pre­ sencia del Señor, con una túnica verde que llegaba has­ ta los pies, ceñida con rico y brillante cíngulo El color verde de la túnica significa el verdor pri­ maveral de la eternidad; el cíngulo, la fe católica que conservó firme e inquebrantable hasta el fin de la vida, coronada con buenas obras. Tenía colgado un collar ricamente adornado, que cubría todo el pecho del cue­ llo a la cintura; en él brillaban sus buenas obras y sus virtudes, de modo especial haber sido humilde de cora­ zón y sumiso a su esposa. Como era sencillo de cora­ zón, se mostraba flexible y benévolo con todos, miseri­ cordioso con los pobres y necesitados, entregó su hija a Dios con gran devoción

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“Como obedecí a mi Padre, obedezco ahora a todos los que son obedientes y renuncian en esta vida a su voluntad por mi amor. Al final encontrarán en mí un gozo particular para siempre. Quiero a mi vez, gozar­ me en ellos con especial alegría, para hacer saber a todos los moradores del cielo cuánto me agrada que el hombre quebrante su propia voluntad mediente una obediencia sincera”.

23

24

Esta condesa era viuda de Bucardo VIII, se llamaba Oda de Reinstein. Su hijo Gebhardo asaltó con violencia el monaste­ rio de Helfta en 1284, por lo que fue excomulgado. Murió al año siguiente de una pedrada. Flp 2,8.

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Capítulo XVI Las almas de Salomón, Sansón, Orígenes y Tí'ajano A ruegos de un hermano pregunta al Señor dónde están las almas de Sansón., Salomón, Orígenes y Trajano. Le responde el Señor:

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Capítulo XVII

Las almas liberadas por ruegos de Matilde El día de la Conmemoración de las almas de los Difuntos oraba por los fieles difuntos y le preocupaba mucho el pensamiento sobre una persona que sabía no estaba en buen estado. Contempla al Señor como sus­ pendido en el aire, atado de pies y manos, que le dice:

“Quiero ocultar a los hombres lo que hizo mi mise­ ricordia con el alma Salomón, para que eviten con más cuidado los pecados carnales

“Cuantas veces peca el hombre, otras tantas me ata de esta manera y me tiene así todo el tiempo que per­ manece en pecado”.

También quiero que no conozcan lo que mi piedad hizo con el alma de Sansón, para que teman vengarse de sus enemigos

Nuevamente se le aparece el Señor como joven hermosísimo y esposo florido maravillosamente ador­ nado. Lleva en el pecho tres adornos a modo de tres collares preciosos.

Quiero tener escondido lo que mi benignidad hizo con el alma de Orígenes25, para que nadie se engría confiando en su ciencia. Más aún, quiero que el hombre ignore lo que mi generosidad determinó sobre el alma de Trajano, para mayor exaltación de Ja fe católica, aunque tenía en gran aprecio todas las virtudes, carecía de la fe cristiana y del Bautismo.

25

El Códice de San Galo anota al margen: “Quiero mantener en secreto lo que mi generosidad dispuso sobre el alma de Aristóteles, para que el filósofo que investiga la naturaleza no descuide las cosas celestes y sobrenaturales”.

-

El primero significa el eterno deseo en que Dios se abrasa por el alma

-

El segundo, el amor de su divino Corazón que ama constantemente al hombre. Aunque éste se enfríe y no sienta amor alguno, el amor del Corazón divino persevera ardiente e inmutable hacia el hombre.

- El tercero manifestaba el gozo del Corazón divi­ no, como dice la Escritura: Tengo mis delicias en estar con los hijos de los hombres26 Llevaba en torno al pecho una banda de oro que designaba el 26

Sb 8, 3.

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vínculo del amor con el que estrechaba el alma a sí en unión inefable. Le dice el Señor: “Así estoy ceñido con el alma enamorada”. Toma el alma de Matilde y la conduce a un jardín amenísimo, situado en el aire cerca del cielo. Había allí una multitud de almas sentadas en una gran mesa al lado norte. Se acerca el Señor y se digna ser­ virles en persona. Les ofrecía como manjares variados y bebidas exquisitas, todo lo que ese día se había reza­ do en el coro durante Vigilias, y todo lo que ese día se hace en la Iglesia universal por las almas del purgato­ rio. El alma de Matilde que esto contemplaba, servía también con el Señor. Mientras se cantaba el verso27: Si aún les queda algo..., dijo al Señor: “¿Qué pueden aprovecharles estas palabras. Señor mío, si tienen ya tanta alegría?” Se le aparecen los corazones de todas aquellas almas y ve en el de cada una un gusano con cabeza como de perro y cuatro patas. Roía sin cesar sus corazones y los torturaba con sus patas. El gusano era la conciencia de cada una. Tenía cabeza como de perro, porque es un animal fiel y la conciencia roe y acusa al alma sin tregua por ser infiel 27

Es el verso de un antiguo responsorio de difuntos que rezaba así: R/. Libra, Señor, las almas de todo reato de los pecados, que no les alcance el tormento de la muerte. * Que no les apriete la cadena de los delitos, sino que tu compasión los lleve a la región de la paz y de la luz. \l/. Si aún les queda algo que merez­ ca tormentos, perdónales por tu bondad. * Que no les apriete...

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a su tiernísimo y benignísimo Dios. Por ello no mere­ ció volar inmediatamente a él después de la muerte sin obstáculo alguno. Las patas delanteras significaban las acciones que comete el hombre contra los mandamientos de Dios, por los que es atormentado después de la muerte. Las patas traseras, todos los malos deseos y caminos torci­ dos que alejan al alma de su Dios. El gusano tenía también una larga cola. En unos era lisa y plana, en otros áspera y peluda. La cola sig­ nificaba la fama que habían dejado en el mundo. Los que dejaron buena fama tenían cola lisa, por ello tení­ an cierto alivio. Los que la dejaron mala, tenían cola áspera y retorcida que atormentaba cruelmente al alma. Este gusano no muere nunca, ni el alma se libera de él hasta que entra en el gozo de su Señor, unida a Dios con alianza indisoluble. Matilde rogaba al Señor con todas sus fuerzas para que concediera a aquellas almas el perdón completo y las llevara a la gloria de su claridad. Los gusanos caían muertos y las almas volaban con gran regocijo a los gozos celestiales Después de esto, la toma el Señor y le muestra el Purgatorio, donde contempla varios tormentos: unas almas parecían salir del agua desnudas y empapadas; otras como si salieran del fuego con aspecto chamus­ cado y deforme. Cuando rezaba por ellas, eran libradas inmediatamente de los tormentos y cada una tomaba el aspecto y vestido que tenía en la tierra y transmigraban gozosas al jardín de donde habían sido libradas las almas anteriores.

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Capítulo XVIII La oración llamada: Fuente viva El Prelado prohibió a esta devota sierva de Cristo, comunicar las cosas que se le revelaban sobre las almas, porque temía que se publicara y fuera causa de perturbación para la comunidad. Compadecida de las almas dice al Señor: “¡Ay, consolador dulcísimo y protector de los atri­ bulados! ¿Qué haremos ahora por las almas, sobre todo cuando recibimos limosna por ellas, para su pronto res­ cate?” Responde el Señor con benignidad: “Reza la oración llamada Fuente viva, esto es, el salmo Dichoso el que con vida intachable2* con la ora­ ción correspondiente y les proporcionarás gran ayuda y alivio por las limosnas ofrecidas por ellas”. Cómo orar con provecho por las almas En una fiesta comulgó Matilde y ofreció la Hostia santísima por la liberación de las almas del Purgatorio, para perdón de todos los pecados y suplencia de las negligencias. Le dice el Señor: “Reza por ellas un Padrenuestro con aquella intención que lo enseñé desde mi Corazón para que lo rezaran los hombres”. En esas palabras 28

Sal 118,1.

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comprendió por inspiración rezarse el Padrenuestro.

481 con

qué

intención

debe

Con las palabras Padre nuestro, etc., deseará el perdón de las almas por no haber reverenciado y ama­ do al Padre como se merece, quien por pura condes­ cendencia las elevó al honor de llamarse y ser hijos de Dios. Además, le irritaron muchas veces con sus peca­ dos y le arrojaron de su corazón en el que deseaba habi­ tar y reinar como en su cielo. Rogará en unión de la amorosa penitencia y satisfacción que Jesucristo, su hermano inocente, hizo por ellas para que el Padre reci­ ba como suplencia de sus pecados el amor del Corazón de su Hijo con la humildísima sumisión que le mostró en su humanidad. Santificado sea tu nombre, para suplir el no haber reverenciado dignamente el nombre de Dios y Padre tan grande, haberlo tomado muchas veces en vano, y haberle recordado muy poco con la debida reverencia. Además, haberse hecho indignos por su mala vida, del dignísimo nombre con el que Cristo llama a los cristia­ nos. Pedía que el Padre se dignara recibir la santidad perfectísima con la que su Hijo manifestó su nombre bendito en la predicación, y lo honró con las obras de su humanidad. Venga a nosotros tu reino. Con estas palabras que­ ría perdonar el Señor a las almas que no desearon con verdadero interés, ni buscaron con solicitud sincera el reino de Dios, ni al mismo Dios, el único en quien se halla el verdadero descanso y el gozo eterno. Rogaría para que por el santísimo deseo de su amantísimo Hijo,

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que quiso tenerlas como coherederas de su reino, las acoja en reparación de la tibieza que aplicaron a las buenas obras. Hágase tu voluntad. No antepusieron la voluntad de Dios a la suya propia, ni le amaron sobre todas las cosas. Pedirá al Padre que acepte para enmienda de todas sus desobediencias, la unión y pronta obediencia del amantísimo Corazón de su Hijo por la que fue obe­ diente hasta la muerte.

Matilde era especialmente sensible a las palabras Hágase tu voluntad, etc., que las personas espirituales

faltan mucho contra esto: es poco frecuenten que some­ tan enteramente su voluntad a la voluntad de Dios; es más, después de haberla entregado, la recuperan muchas veces. Se debe recordarles su compromiso con estas palabas. Este descuido les aleja mucho de Dios después de la muerte. El pan nuestro de cada día. No recibieron tan

noble Sacramento, muy provechoso pora ellos, con el deseo, devoción y amor que se merecía. Muchos se hicieron indignos de él. Otros nunca o casi nunca lo recibieron. Suplicará a Dios Padre se digne recibir el amor ardentísimo, el inefable deseo, e inmensa santi­ dad y devoción de Jesucristo, su Hijo, en el que nos dio un don tan extraordinario. Perdona nuestras ofensas. Con estas palabras

deseará el perdón de todos los pecados que cometieron contra los siete pecados capitales y los que de ellos se derivan. Por los que no perdonaron a quienes les ofen­ dieron ni amaron a sus enemigos. Rogará a Dios que

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acepte la oración amorosa de su Hijo que oró por sus enemigos. Y no nos dejes caer en la tentación. No resistieron a los vicios y concupiscencias, consintieron muchas veces a las instigaciones del diablo y de la carne, impli­ cándose voluntariamente en muchos desórdenes. Pedirá al Padre, por la gloriosa victoria de Cristo, que venció al diablo y al mundo, por su vida santísima y todos sus trabajos y sufrimientos, se digne ofrecerlos para suplir sus negligencias, librarlas de todo mal y lle­ varlas al reino de la gloria, que es él mismo. Amén. Terminada esta oración con tales intenciones, con­ templó una inmensa multitud de almas, que saltaban de alegría y daban gracias a Dios por su liberación.

Capítulo XIX

Cuando uno expira han de rezarse cinco Padrenuestros Una vez rezó cinco Padrenuestros a las santísimas Llagas de Jesucristo por un difunto, según acostumbra­ mos a hacer, cuando se comunica la muerte de alguien. Deseaba saber qué provecho había reportado esa ora­ ción al alma. Le responde el Señor: “Cinco cosas buenas alcanza esa oración: Los ángeles la protegen a su derecha, la consuelan a su izquierda, le inspiran esperanza delante; detrás, con­ fianza; encima, gozo celestial”.

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Añade el Señor: “Quien intercede por un difunto con afecto de compasión o caridad, se hace partícipe de todo el bien que hace la Iglesia por él. El día de su par­ tida encontrará todo preparado para remedio y salva­ ción de su alma”.

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Los que cedieron a los deseos de la carne, se derre­ tían al fuego como gruesas carnes asadas. Así se purificaban las almas en el Purgatorio según las penas merecidas por los distintos vicios. Por la oración de Matilde, libró el Señor una gran multitud de ellas.

Capítulo XX Capítulo XXI

Sobre el Infierno y el Purgatorio

La muerte del justo Estaba una vez en oración y vio debajo de sí el Infierno abierto, en él miseria y horror infinitos. Serpientes y sapos, leones y perros y todas clase de fie­ ras feroces que se despedazaban cruelmente entre sí. Pregunta ella: “¿Quiénes son. Señor, estos tan des­ graciados”. Responde el Señor: “Son los que nunca dedicaron una sola hora a pensar amablemente de mí”. Vio también el Purgatorio donde hay tantos géne­ ros de tormentos cuantos son los vicios en los que se esclavizaron las almas durante su vida. Los que aquí eran soberbios, allí caen cada vez más hondo de pozo en pozo. Los que no guardaron la Regla u obediencia pro­ metida, caían allí como aplastados y doblegados por una inmensa mole. Los glotones y borrachos, yacían por tierra boca arriba como locos, consumidos de hambre y sed.

Si el alma al salir del cuerpo está tan libre de todo reato de pecado que merece entrar inmediatamente en los secretos celestiales, Dios inunda con su poder a esa dichosa alma, llena y toma posesión tan totalmente de todos sus sentidos, que él mismo se convierte en ojo por el que el alma ve, luz con la que contempla, her­ mosura que admira, y por maravilloso y gozosísimo modo. Dios se contempla en el alma y con el alma, a sí mismo, al alma y a todos los santos. - Dios es oído en el oído del alma para escuchar sus dulces palabras que acarician con una ternura superior a todo afecto materno, en las que percibe el concierto del mismo Dios y de todos los santos. -

Es también olfato y aspiración del alma. Espira en ella su mismo vivífico y divino soplo que supera la fragancia de todos los aromas y recrea al alma por toda la eternidad.

- Es gusto del alma con el que saborea en ella su propia dulzura.

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- Voz y lengua del alma para alabarse a sí mismo en ella y por ella, de una manera plena y sublime. - Corazón del alma que la deleita, alegra y goza de sus delicias en ella y con ella, en una fruídísima delectación. - Mas aún. Dios es la misma vida del alma, forma de todos sus miembros, para que todo lo que ella hace, como si lo hiciera el mismo Dios en ella. Así se cumple en los santos aquello: Y Dios será en ellos todo en todos29.

A las almas aún no purificadas del todo, los ánge­ les les dan la luz del conocimiento, y les ofrecen ayuda y consuelo en sus penas. Al salir de este mundo las almas de los condenados les envuelven tinieblas, terror, hedor pestilente, amar­ gura, sufrimientos insoportables, tristeza indescripti­ ble, desesperación y miseria infinita. Quedan degrada­ das en sí mismas y privadas de todo bien. Las torturas que llevan en sí mismos los envuelven tanto, que serí­ an padecimientos suficientes, sin necesidad de caer en el infierno y en poder de los demonios. Fin de las visiones sobre las almas

Capítulo XXII

Veracidad de este libro de “La Gracia Especial”29 Una vez en Misa se apareció el Señor a su sierva sentado delante de ella en el trono de la majestad. Cuando tocaban la campanilla para el silencio de la con­ sagración dice al Señor: “Ahora sí que estás sobre el altar en manos del sacerdote, y aquí del todo conmigo”. Le responde el Señor: “¿No está tu alma en todos tus miembros, y sin embargo está siempre en mi pre­ sencia en el cielo conmigo? Si esto lo puede hacer tu alma que es simple criatura, ¿Por qué no voy a poder yo. Creador de todas las cosas, estar en toda criatura mía y en todas partes?” Al instante le parece encontrar­ se con su alma en el cielo en presencia de la Santísima Trinidad, vestida con una túnica blanquísima. La toma el Señor en su regazo, la levanta, la mira con ternura, y la acaricia con estas palabras entre otras: “Mi hermo­ sura será tu corona, mi gozo collar de tu cuello, mi amor tu manto, y mis delicias tu honor”. Luego la reclina el Señor tiernamente sobre su Corazón y le dice: “Recibe todo mi divino Corazón”. Siente el alma que la divinidad se lanza sobre ella como río impetuoso y exclama: “Aunque me empapas del todo en este momento, y me iluminas de manera mara­ villosa, me siento tu criatura tan insignificante, que 30

29

ICo 15,28.

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Lo que sigue parece haberse escrito después de la muerte de Santa Matilde.

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todo lo que reconozco en mí, que pueda iluminar a los hombres, apenas equivale a lo que una hormiga puede cargar sobre sí de una gran montaña”. Recuerda entonces que con lo que Dios se había dignado revelarle, se había escrito un libro, y le dice: “¿Porqué, amadísimo Dios mío, me cuesta tanto acep­ tar este hecho, puesto que no dudo que no se ha hecho contra tu voluntad?”31 Responde el Señor: “Colige de esto, que no has sido agradecida como debías a este don mío”32. Ella: “¿Qué te obligó a que me concedieras tantos dones a mí, indignísima y vilísima?” El Señor: “Mi bondad infinita. Si no te hubiera exaltado y atra­ ído a mí con tales dones, sólo habrías gozado de consue­ los terrenos. Eso hubiera sido para mí muy poca cosa”. Replica ella: “¿Cómo puedo saber que es verdad lo que han escrito, si no lo he leído ni aprobado? Aunque lo leye­ ra, no podría creérmelo todo”.

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el oído de los que escuchan para que entiendan lo que oyen. Estoy también en la boca de los que hablan de estas cosas; en la mano de los que las escriben, siendo en todo colaborador y ayuda. Por ello, todo lo que dic­ tan o escriben en mí y por mí, que soy la verdad , es verdadero. A la manera que un artista tiene muchos obreros que le ayudan en su trabajo, aunque no realicen la obra con la perfección del maestro, cada uno colabo­ ra a su manera, y el maestro le da el último retoque. Así, lo que éstas escriben, aunque no tiene la elegancia que yo te comunicaba, con ayuda y colaboración de mi gracia queda confirmado por la prueba de mi verdad. Cuantas veces me pediste que no fueras engañada por el espíritu del error, puedes creer con toda certeza, que fuiste escuchada por mi bondad”. Vio tres rayos que salían del Corazón de Dios hacia los corazones de las dos personas que habían escrito este libro33. Entendió con ello que realizaban este trabajo inspiradas y confortadas por la gracia divi­ na, así aceptaban con alegría el trabajo y cuantas molestias se seguían de ello. Dice de nuevo al Señor: “¡Ay Amor mío!, qué ingratísima he sido a tantos dones tuyos, al no haberte dado las gracias que merecías. Deseo que todos los que

Le responde el Señor: “Habito en el corazón de los que desean escuchar­ te y he puesto en ellos ese deseo. Soy entendimiento en 31 32

Ver parte II, cp. 43. Ver cp. 28 de esta parte más adelante.

33

De estas dos personas una dictaba a la otra lo que Matilde le revelaba por la gran intimidad que tenía con ella. Parece no hay duda que se trata de santa Gertrudis la Magna. La otra persona, cuyo nombre desconocemos, escribía lo que Gertrudis le dictaba. La obra ha llegado hasta nosotros como escrita por ambas.

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han de leer este libro te den condignas gracias por ti mismo en mi nombre, ya que soy tan insignificante. Sera para mí de gran consuelo si su lectura redunda en alabanza tuya y provecho de los lectores”.

to a otros, recibirán el mismo mérito y gloria que aque­ llos que recibieron esos dones.

Capítulo XXIV

Cómo se ha escrito este libro

Le dice el Señor: “A todos los que lean este libro o lo escuchen de ti y me alaben por el don [de estas revelaciones] que te he comunicado, con la antífona: A ti el esplendor o de cualquier otro modo, me cantarán en el cielo cantos de amor, en presencia de la siempre adorable Trinidad”.

Capítulo XXIII Los que aman los dones de Dios en los demás serán partícipes de los mismos méritos Rezaba una vez al Señor por todos los que habían de leer este libro. Pregunta al Señor qué mérito tendrán los que aman los dones de Dios en los demás. Le responde: “Los que aman mis dones en otros tendrán el mis­ mo mérito y gloria que merecieron aquellos a quienes se los concedí34. Si una esposa lleva un collar preciosí­ simo, realza toda su belleza. Si otras esposas se hacen collares tomando ese ejemplar como modelo, recibirí­ an el mismo realce de su belleza. De igual modo las almas que por amor se apropian los dones que yo repar34

Ver el cap. 7.

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Ya se ha dicho anteriormente35 que este libro es de Dios, escrito con ayuda de su gracia y que de nombre y de hecho se llama: Libro de la Gracia Especial. La persona que lo escribió, en parte lo oyó a la misma [Matilde], en parte a una íntima suya36, que hace unos tres años tuvo en sueños una visión. Le pareció era una persona piadosa la que aquí se trata, que recibía a Dios con gran devoción. Al retirarse de comulgar llevaba una copa de oro de un codo de larga, y comenzaba a cantar diciendo: Mira, Señor, me entregaste cinco talentos, aquí tienes otros cinco31. Después dice a todos: “¿Quién quiere miel de la Jerusalén celestial?” Se acercan a ella todas las hermanas que había en el coro y reparte a cada una un panal de la copa. También se acerca la que había contemplado esto en la visión, le ofrece igualmente un bocado de pan untado en aquella miel; mientras lo tenía en la mano, el bocado y la miel comienzan a aumentarse de modo maravilloso; el boca­ do se convirtió en un pan entero, blando y caliente, el panal empapó el pan por dentro y por fuera, y se derra35 36 37

Parte II, cap. 42. Se trata de santa Gertrudis. Ver el cap. anterior y parte VII, cap 21. Mt 25, 20.

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maba tan abundantemente como aceite en las manos que lo contenían, que inundaba su cuenco y coma hacia la tierra regándola. Creo no debo silenciar que quienes escribían el libro lo custodiaban con gran cuidado. Sucedió que una de ellas quiso leerlo un día de fiesta. Apenas lo abrió le dice otra con animosidad: “¡Vamos a ver!¿Qué de bue­ no tiene este libro?, porque apenas lo miré, sintió mi corazón tan maravillosa y afectuosa conmoción que penetró todos mis miembros.

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Capítulo XXV

Las obras de caridad purifican al hombre de todo pecado venial Como ya se ha escrito40 41, Dios echó en cara [a Matilde] no haber sido agradecida como él se merecía. Esas dos personas, confidentes suyas, deseaban suplir­ la en su lugar. Cantaron tantas veces a Dios la antífona De quien todo procede, etcf, cuantos fueron los días de su vida en este mundo42.

Con razón llamó Dios a este volumen Libro de la Gracia Especial, ya que fue mostrado bajo la figura de licor tan dulce, y penetró los corazones de quienes lo contemplaban tan fácil y suavemente. Nada hay más dulce que la gracia de la consolación divina, nada afec­ ta e ilumina al alma como esta gracia, que estimula y fortalece para toda obra buena. Por eso dice el Apóstol:

Mientras ella ofrecía estas alabanzas a Dios en unión del amor por el que brotan de su Corazón todos los bienes que reparte, y de aquella gratitud por la que todo refluye a él por medio de su Hijo, vio salir con ímpetu del Corazón de Dios un río caudaloso y purísi­ mo que purificaba de toda mancha las almas de quienes leían estas cosas por amor a ella.

Ls cosa muy buena fortalecer el corazón con la gra­ cia3*. El salmista demuestra que las palabras de Dios,

Le dice el Señor: “De este modo purifican al hom­ bre las obras de caridad de todo pecado venial. Pero el pecado mortal se adhiere con fuerza al alma como la pez, y debe borrarse por la confesión y un mayor arre­ pentimiento. Guardo todas las obras de caridad en mi Corazón como un tesoro que me es especialmente que­ rido, hasta que regrese a mí el que las ha practicado, para devolvérselas con aumento de méritos y gracia .

en las que abunda este libro, iluminan el alma al decir: La explicación de tus palabras. Señor, da inteligencia a los sencillos39.

40 38 39

Hb 13, 9. Sal 118, 130.

41 42

En el anterior cap. 24. De la solemnidad de la Santísima Trinidad Cf. Santa Gertrudis, El Heraldo del amor divino, lib. V. Cap. 4 al final.

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Esto no fue suficiente para su amigas íntimas, que le tenían un gran amor en Cristo, querían reparar esa negligencia suya al máximo, y como no podían hacer más, encargaron a los hermanos y a sacerdotes piado­ sos celebrar la misa Bendita sea...43, en alabanza de la adorable Trinidad, tantas veces, cuantos años tenía. Ella misma ofrecía estas misas a Dios, y le daba gra­ cias, admirada por el amor que en todo esto mostraba a los hombres. Le dice el Señor: “Dame todo lo tuyo”. Ella vierte su mano en la de Dios como si la tuvie­ ra llena . Al momento aparece lo que había depositado en ella, como un regalo de gran valor, en forma de un collar elaborado con perlas blancas, rojas y púrpura. Significaba el amor desinteresado y humilde con el que había servido a los demás. El Señor pone ese regalo jun­ to a su Corazón. De su centro fluye una fragancia mara­ villosa e inefable que brotaba del Corazón de Dios.

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Capítulo XXVI

óe debe dar gracias a Dios por Matilde Cierta persona devota solía pedir al Señor con insistencia que él, que comunicó a otros el espíritu de Moisés44, y dejó en herencia a Elíseo el espíritu y el poder de Elias45, se dignase comunicar también a las hermanas el espíritu, las virtudes y la gracia de esta sierva suya, de la que se ha escrito este libro, y se lo dejara como testamento. Se recoge en oración y dice al Señor: “¿Qué quie­ res que haga, Señor Dios mío?” El Señor: “Te descubriré el objeto de tu oración y tus deseos. Mi amada, por la que tantas veces has dado gracias, me era grata, a parte de otras virtudes admíra­ les, por las siguientes: - perfecta abnegación de sí misma, -

Le dice el Señor: “A todos los que aman este espe­ cial don de mi gracia, y confiados en mi bondad me dan gracias con humilde gratitud por aquellos que elegí para estas confidencias, les abro mi Corazón con inefa­ ble ternura”. El regalo tenía también cuatro azucenas en derredor. Contemplaba ella su belleza y le dice el Señor: “Son cuatro vírgenes que ofrecen por ti este ser­ vicio de alabanza”.

Es el canto de entrada de la misa de la Santísima Trinidad.

plena comunión de su voluntad con la mía. Siempre deseó cumplir mi voluntad, todas mis obras y mis decisiones le complacían

- era compasiva en extremo, ofrecía ayuda y con­ suelo a los atribulados con delicada ternura. - amaba a su prójimo plenamente como a sí mis­ ma. Jamás en toda su vida hizo mal alguno a su prójimo. 44

43

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45

Nm 11,25-26. 2R2,15.

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- tenía un corazón pacífico y sereno, nunca permi­ tió en el corazón algo que perturbara mi descan­ so en ella Atraeré hacia mí con mayor dulzura y más íntima familiaridad a todos los que la aman por mí. Concederé todo lo que les complacía en ella. A todos los que me rindieron alabanzas y acciones de gracias por ella, y se felicitaban conmigo por haberla elegido y santificado, les añadiré aquello que más me agradó en ella. A los que con devoción y anhelo dispongáis vues­ tros corazones para acoger mi gracia, dándome gracias por los beneficios que derramé en ella, cuando venga a llevarla al final de su vida, derramaré también sobre vosotros esos mismos dones según vuestros deseos. A unos concederé consolación espiritual; a otros, espíritu iluminado o amor ardiente; a otros, sabiduría discreta o doctrina provechosa para instruir a los demás; a otros progreso en la vida religiosa para que sean ejemplo para todos”.

Capítulo XXVII

La futura resurrección46 En cierto aniversario que se cantaba en Vigilias el Responsorio: Mi Redentor vive,47 contempló cómo su alma abrazaba tiernamente a nuestro Señor Jesucristo y cantaba esas mismas palabras con gozo y fruición indescriptibles. Conoció por divina inspiración que las almas disfrutan en el cielo de la Humanidad de Jesucristo con gozo inefable. Cuantas veces los hom­ bres cantan en la tierra estas u otras palabras sobre la resurrección futura, saltan de alegría al contemplar la misma verdad en la humanidad glorificada de Jesucristo. Seguros de que ellos resucitarán, ruegan por los que salmodian en la tierra para que merezcan con­ seguir esa misma felicidad. Supo también que si alguien recita con devoción estas palabras, su cuerpo queda santificado por ellas para disfrutar con mayor dignidad de la misma gloria.

Ella reclama al Señor y le pregunta: “¿Cómo debe­ mos, Señor mío, darte gracias y alabarte por ella?” Responde el Señor: “Dadme gracias por todo el bien que ininterrumpidamente hice, sigo haciendo, y haré en ella durante la eternidad. De modo especial por el admirable placer y tierno descanso que he encontrado en ella; por el flujo delicioso que derra­ maba en ella; por la acción santa realizada por mi Espíritu y la fruición plena que me deleitaba en ella, haciendo mis delicias”.

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Capítulo XXVIII

Redención de los cautivos Le dice el Señor: “quien quiera orar por los cauti­ vos del cuerpo o de los pecados: 46

Este capítulo y los dos siguientes, 28 y 29 faltan en el Códice de San Galo y otros, están tom ados de la antigua edición lati­ na de Antonio de Fantis forma parte del capítulo 9 de la sex­ ta parte, relacionado con la abadesa Gertrudis de Hackebom, hermana de nuestra Matilde.

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- me rogará por aquel amor que me retuvo cautivo durante nueve meses en el seno de la Virgen, - me estrechó con pañales y fajas, - me entregó maniatado en manos de los impíos, - por las ataduras con las que los judíos me entre­ garon atado en manos del juez, - cuando fui atado a la columna en la flagelación, - cuando despreciado, fui cosido a la cruz con clavos, - cuando ya muerto, fui envuelto en una sábana y metido en el sepulcro, para que libre al hombre de todas sus ataduras o pecados por el amor que me retuvo atado a todas estas cosas”.

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heridas si, herido, yaciera en tierra ante ti, cuida y con­ suela con solicitud a ésta, en todas sus tribulaciones. Te la encomiendo, como si tuviera el mismo valor que yo, comprenderás en qué precio tan elevado la esti­ mo, cuando no rehusé morir por su amor. Te la encomiendo como aquello en lo que he pues­ to el gozo de mi Corazón, según está escrito: Tengo mis delicias en estar con los hijos de los hombres”49. Dice el alma al Señor: “¿Quieres, Señor, conceder esto mismo a todos los que te desean?” Responde: “Lo quiero, no hago acepción de personas”.

Capítulo XXX

Capítulo XXIX Nuestro Señor Jesucristo encomienda ¡Matilde a su Madre Se leía en una ocasión el evangelio: Estaba junto a la cruz, etc.Ai y se dirige al Señor con ternura maternal: “Encomiéndame, Señor, a tu Madre como Je encomen­ daste a tu amado Juan”. Accede al punto el Señor a sus deseos y la pone en los brazos de su Madre diciendo: “Te encomiendo, Madre, esta alma corno mis pro­ pias heridas. Como desearías curar y dulcificar mis 48

Jn 19,25.

Vida ejemplar de esta virgen Creemos que basta lo dicho hasta aquí, no añadi­ remos más, aunque se podrían añadir muchas cosas, para que la prolijidad o multiplicidad, que no lo quere­ mos, cause fastidio a los lectores. Son tantas las cosas que hemos omitido, que lo escrito parece muy poco en comparación con lo omitido. Hemos puesto estas cosas sólo para gloria de Dios y provecho de los prójimos. Nos parecía poco digno silenciar tantas cosas recibidas de Dios que serían de gran utilidad, no sólo para ella, sino también para nosotros y para los venideros. Hemos dicho muy poco de la vida ejemplar y admira­ ble de tan digna hermana; por ello queremos recomen49

Pr8,31.

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darla al final para que puedan ver en ella un modelo, quienes deseen imitarla. Tan digna hermana, guardó con tal solicitud la vir­ ginidad y la pureza de corazón que consagró a los siete años, tanto se guardó de todo pecado desde la infancia, que sus dos confesores atestiguaron no haber conocido tanta inocencia y pureza de corazón como en ésta y su hermana la abadesa. Por eso, después de una confesión general el confesor le impuso como penitencia por todos sus pecados el Veni Creator Spiritus, y otro confesor en parecidas circunstancias el 7e Deum laudamus. El mayor pecado que recordaba con pena haber cometido en su niñez era que dijo en una ocasión haber visto un ladrón en el castillo, y no lo había visto. No recordaba haber dicho ninguna otra mentira consciente y a sabiendas. De este modo, no sin razón se la compa­ raba a las vírgenes que siguen al Cordero, pues ella le seguía con toda fidelidad a donde quiera que fuese. No le faltó la humildad que la elevaba a la nobleza y a la cumbre de la gloria del Cordero, ni la castidad virginal, que la une a él con íntima ternura. Justamente se la comparaba a ios Padres en la vida monástica, por haber despreciado el mundo con su pompa por amor a Cristo. Abrazó la pobreza con tal intensidad, que no quería disponer ni de lo necesario, sólo obligada por obediencia tenía una túnica, las demás prendas eran paños pobrísimos, vestidos mil veces cosidos y remendados por todas partes, cuando podía haber tenido cuanto deseaba.

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Consideraba que todo lo demás pertenecía a la comunidad, por ejemplo: la renuncia a la propia volun­ tad, el desprecio de sí misma, la prontitud en la obe­ diencia, la diligencia en la oración y la piedad, la efu­ sión de lágrimas, la entrega solícita al gozo de la con­ templación. Era tan abnegada, olvidada de sí misma y absorta en Cristo que, como se lee de san Bernardo, apenas hacía uso de los sentidos exteriores; de ahí que muchas veces comiera huevos podridos, hasta ser descubierta por el olor de las que se sentaban cerca de ella. Cuando comía con los huéspedes les advertía que no quería comer carne. Como conocían su modo de obrar, le ponían carne delante y la comía sin advertirlo, hasta que por las risas de los otros se daba cuenta y advertía lo que había pasado. Era tal la riqueza de su enseñanza, que no se ha conocido otra semejante en nuestro monasterio y ¡oh dolor!, temenos que no la haya en el futuro50. De todos los rincones del monasterio acudían las hermanas a reunirse en tomo a ella como si se tratara de un predi­ cador, para escuchar la palabra de Dios. 50

Este texto no tiene en cuenta la fama de santa Gertrudis, que vive en ese mismo tiempo y en el mismo monasterio. El Heraldo del amor divino, lib I cps. 2 y 4, antepone Gertrudis a Mati lde respecto a los dones recibidos por ambas. No nos sorprende que esto sea cierto si, como ya se ha apuntado en algún lugar y se ha comentado en la introducción, este Libro de la gracia especial fue escrito por la misma Gertrudis. Aquí Gertrudis oculta su valía por humildad y por veneración a su Maestra y confidente.

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Era consuelo y amparo de todos, tenía como don especial la gracia de que todos le abrieran confiden­ cialmente los secretos de su corazón. Fueron muchos los librados por ella del peso de sus conciencias, no sólo dentro del monasterio, sino también extraños, venidos de lejos, religiosos y seglares. Confesaban no haber encontrado nunca tanto consuelo como encontra­ ban en [Matilde], Dictó y enseño tantas oraciones que si se escribie­ sen juntas superarían en número al salterio. Sufría con frecuencia dolores y enfermedades, bien merecía ser asociada a los mártires. Se imponía además muchos sacrificios por los pecadores. Una vez poco antes de cuaresma51 oyó cantar al pueblo cantos lascivos, se enardeció tanto con el celo de Dios, movida a compasión, para ofrecer a Dios algu­ na reparación, que puso en el lecho vidrios rotos y otros instrumentos punzantes, se arrojó sobre ellos y se revuelco hasta que, hecha toda ella una llaga y desan­ grada, no podía sentarse ni acostarse por el dolor. En tiempo de Pasión estaba tan conmovida, que apenas podía hablar de ella sin derramar lágrimas. Muchas veces al hablar de la Pasión o del amor de Cristo se encendía en tanto fervor que su rostro y sus manos aparecían rojos como cangrejo asado. De donde deducimos que muchas veces derramó espíritualmcnte su sangre por amor a Cristo. 51

Por los carnavales.

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Como en otro tiempo los Apóstoles, varones espe­ cialmente escogidos, vivían día y noche con Jesucristo, escuchaban todos los días sus dulces palabas y gozaban de su amable presencia; así esta devota discípula del Señor contemplaba a Dios cara a cara con los ojos del espíritu, gozaba de verdad todos los días de sus dulces palabras y como discípula e hija queridísima, era ins­ truida por él en todo lo que quería y necesitaba. Estaba tan íntimamente unida con Dios, le había ofrecido tan totalmente su voluntad que, como ella misma contó, después de su profesión jamás quiso otra cosa que lo que el Señor dispusiera. Se alimentaba con maravillosa dulzura de las pala­ bras del Evangelio, era tal el afecto que sentía, que muchas veces al leerlo en el coro la embargaba tal gozo que no podía terminar la lectura, llegando en ocasiones a desfallecer. Siempre lo leía con tanto fervor que movía a devoción a los que la escuchaban. Lo mismo acontecía cuando cantaba en el coro. Como si fuera ascua viva, se aplicaba a Dios con todas sus fuerzas, de modo inconsciente exteriorizaba gestos delicados, extendía los brazos o los levantaba a lo alto como si estuviera en éxtasis, no advertía a quienes la movían de un lado a otro, con dificultad volvía en sí. Dotada de espíritu pro fótico, predijo en ocasiones lo que iba a suceder a algunas personas. Cierta matrona temía que los enemigos de su marido, que habían pues­ to emboscadas en el camino para cogerle preso, y decí­ an no lo soltarían hasta que él librara a los que tenía cau­ tivos de los suyos, se encomendó a esta sierva de Cristo

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arrojada a sus pies. Hace oración y dice a la matrona: Vi al Señor que tenía la mano dura como un cuerno y decía: “No podrán sus enemigos herir mi mano, ni hacerle mal a él”. Llena de confianza la matrona por tal respuesta, porque en muchas ocasiones parecidas había comprobado la verdad de sus palabas, volvió segura a casa. Una vez entrada pacíficamente en la ciudad, inten­ tan los enemigos asaltar el castillo, pero fue en vano. La misma matrona pedía salud y prosperidad para su marido que tenía muchos enemigos, y lo encomendó con mayor insistencia a la síerva de Dios. Ésta respon­ dió con voz profética: “Sufrirá muchas contrariedades y peligros, pero el Señor lo librará de la captura y heridas graves”. Todo sucedió como había predicho y muchas veces escapó milagrosamente de caer prisionero. ¿Que más diremos? ¿No podría ser comparada con los espíritus angélicos a los que estaba unida en la tie­ rra con tan estrechísima alianza que raramente se vio privada de su presencia, y ejerció en ocasiones servi­ cios de los distintos Órdenes angélicos? Se le aplica bien el Orden de los Ángeles cuyo ofi­ cio es servir, porque con caridad diligente y trato ama­ ble ofreció a los desgraciados el afecto de la compa­ sión, a los pecadores la ayuda de la oración, a los negli­ gentes el ministerio de la corrección, a los ignorantes la palabra de la instrucción52. 52

Algunos códices traen en este momento elogios atribuidos a santa Matilde que en otros lugares se aplican en honor de la abadesa Gertrudis. Aparecen en su lugar correspondiente de la sexta parte.

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Como los Arcángeles también ella hizo de inter­ mediaria para llevar a Dios los mensajes de muchas personas, haciendo de piadosa intercesora ante él a favor de las mismas. Podría comparársele también a las Virtudes, por haber sido modelo preclaro de todas las virtudes. Se le podría contar justamente entre las Potestades, porque la Majestad omnipotente se confió muchas veces al poder de ella, le dio gran poder sobre los demonios, como ellos mismos se lo comunicaron por una visión a una persona: por sus méritos y oración, todos los días eran arrebatadas de su poder las almas de los fieles. Le corresponde también un lugar entre los Principados, porque como príncipe militar gobernaba sapientísima y prudentemente las cosas del monasterio en unión con su hermana la abadesa, en lo espiritual y en lo material. No sin razón es asociada a las Dominaciones, por­ que está claro que fue señora de sus sentimientos y de sus actos. Dominaba todos sus afectos y los orientaba hacia Dios; controlaba el corazón y lo guardaba con gran vigilancia; era dueña de sus acciones, que realiza­ ba por amor de Dios. Puede llamársele serenísimo y dichosísimo trono de Dios, por que tenía un espíritu pacífico y limpísimo. Llena como estaba de la gracia, señalaba lo que debían hacer a todos los que la preguntaban cómo debían vivir y comportarse.

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No se la considerará distinta a los Querubines, por­ que inmersa en la misma fuente de la sabiduría, y pene­ trando en el abismo de la luz, iluminaba con su ciencia y sabiduría a todos los que se acercaban a ella. Como ella misma contó:” Dios le concedía muchísimas veces un conocimiento espirital sobre lo que cantaba o leía de los salmos. Muchas cosas sobre las que su alma ni se había detenido a pensar, de repente las comprendía en un instante”. Por encima de todo, se compara con mucha propie­ dad y dignidad esta virgen angelical a los Serafines, tan­ tas veces unida de modo inmediato a su mismo amor, que es Dios, grabada con tanto amor en su Corazón de fuego, que se hizo con él un espíritu incendiado. Siempre dispuesta a hablar de Dios. Sobre todo hablaba con tal ardor del amor, que con frecuencia enardecía a quienes la escuchaban. Se puede decir con propiedad que sus palabras, como las del profeta Elias:

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cansancio de los buenos, comparemos a una persona con todos los santos, pues dice san Gregorio comen­ tando al profeta Ezequiel, que Dios ilumina a todos los hombres, les comunica mayores conocimientos cada día, les revela sus secretos con mayor amplitud y aumenta los conocimientos de los hombres espirituales con el correr de los tiempos, según dijo el profeta Daniel sobre los últimos tiempos: Muchos pasarán y se acrecentará la ciencia54. Y añade: Moisés conoció más que Abrahán; los Profetas, más que Moisés; los Apóstoles, más que los Profetas. Como testifica David de sí mismo: Soy más docto que todos mis maestros, soy más sagaz que los ancianos55. Leemos también en las Vidas de los Padres que los santos Padres profeti­ zaban sobre la última generación y decían: En aquel tiempo los hombres serán descuidados, más los que sean perfectos entre ellos, serán mejores que nosotros y que nuestros padres.

Ardían como antorchas53.

Hemos escrito estas pocas cosas para elogiar su vida, porque juzgamos se la podría comparar con todos los santos, a los que estuvo tan estrechamente unida en la tierra, que gozaba con frecuencia de su presencia, de modo especial los días de su fiesta. A nadie parecerá absurdo que en nuestro tiempo, final de siglo, cúmulo de las heces de todos los vicios, 53

Sí 48,1. Aquí una vez más, se atribuyen a santa Matilde algu­ nos hechos que pertenecen a la abadesa Gertrudis. Se recor­ darán en la sexta parte.

Capítulo XXXI

Agradecimiento por terminar este libro Bendito sea el Señor Dios de toda gracia, por cuyo don y decisión se ha escrito este libro. No por delibera­ ción y presunción de las escritoras sino por consejo y mandato de la Señora Abadesa con el consentimiento 54 55

Dn 12,4. Sal 118,99. 100.

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de su Prelado56 57. La misma sierva de Cristo a quien le fueron inspiradas y reveladas por Dios todas estas cosas, leyó, aprobó y corrigió este libro del modo siguiente: Una noche se le apareció el Señor en la oración, llevaba este libro abierto en su derecha. Cuenta la visión a las dos que lo habían escrito y les ruega le muestren el libro. Le responden que no pueden hacerlo por temor a entristecerla. Acongojada les dice que no encontrará consuelo mientras no le muestren lo que han escrito de ella. Estaba en oración la noche siguiente y contempla a la bienaventurada Virgen con un Niño pre­ ciosísimo en sus brazos. Al echarse por tierra para exponerle la causa de su tristeza, la Virgen le ofrece el Niño y le dice: “Recibe a mi Hijo, consuelo de los que están tristes, él puede calmar por completo tu dolor”. Ella le recibe contenta y le cuenta también su angustia Le responde el Señor: “No temas. Fui yo el que lo hizo todo. Por lo tanto ese libro es mío. Te lo di yo. Con la misma veracidad que lo recibiste de mi Espíritu, mi Espíritu las impulsó a ellas para escribirlo y componerlo. No temas pues, ni quites nada de él. Yo mismo lo conservaré libre de todo daño y error”. Le concede gran seguridad espiritual. 56

Se trata de Sofía de Mansfeld, que fue abadesa después de Gertrudis de Hackeborn. Dimitió por grave enfermedad des­ pués del año 1289 en el que murió Matilde. El Prelado podía ser el Preboste del monasterio o el obispo de Halbasttad.

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Quinta Parte

Respecto a la verdad del libro le dice: “Todas las pala­ bras de este libro fueron escritas con toda verdad por mi Espíritu y brillarán en la corona de las escritoras en mi presencia para siempre”. De este modo alejó de ella toda tristeza. Desde ese día le mostraban el libro cuando quería y lo leían entero en su presencia excepto el prólogo y el final. Cuando encontraban en él algo de cuya verdad se dudaba preguntaba al Señor. Así fue el mismo Señor a través de ella el corrector del libro.

Capítulo XXXII

l}’c.s latidos del corazón de Cristo cuando expiró51 Preguntado el Señor cómo expiró tan pronto tras las tres pulsaciones de su Divino Corazón, como se ha anotado más arriba en este libro58, respondió el Señor: “Apenas fue creada mi alma en el gozo de la Santísima Trinidad, en el momento mismo de su creación, la ado­ rable Trinidad la abrazó con un amor indescriptible, se derramó en ella con toda su divinidad, y le entregó todo lo suyo de manera plena. Dios Padre, su omnipotencia; la persona del Hijo, su sabiduría increada; el Espíritu Santo, toda su bondad o amor. Así, mi alma poseía por 57

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El presente capítulo fue considerado como adventicio o por lo menos fue escrito más tarde. En ios principales códices apa­ rece en último lugar. Parte I cap. 5 & 4.

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gracia todo lo que la Divinidad tiene por naturaleza. En esa misma unión encendió mi alma con un amor inefa­ ble para realizar aquel designio divino y eterno que tuvo la Santísima Trinidad de unir la naturaleza humana a la Divinidad para la obra de la redención del hombre. En la sabiduría divina conocí con plena y total cla­ ridad toda la gloria de mi humanidad y todo lo que le iba a suceder: la total salvación del hombre. De esta manera fui inundado de un gozo que supera toda medi­ da. Por divina infusión de tierno amor con el que el Espíritu Santo se comunicó plenamente a mi alma, que­ dó tan bien dispuesta y preparada para la redención del género humano, que esa obra le pareció fácil. En el instante, en la misma hora de mi concepción por el Espíritu Santo, al unirse mi alma al cuerpo, la omnipotencia moderó aquel divino anhelo, la sabiduría amansó aquel gozo desbordante, el Espíritu Santo ate­ nuó el ardor del amor con la unción de su dulzura, para que mi humanidad pudiera llevar una vida temporal. Pero en el momento de mí muerte aquel amor todopo­ deroso, sabio y tierno que antes había sacudido con tan­ ta fuerza mi Corazón con el poder de su divinidad, dio curso libre a mi deseo y alegría, apretó mi Corazón de modo inefable y soberano y separó el alma del cuerpo. Sin ese amor no hubiera sido capaz de causarme la muerte ni la mayor acerbidad que pueda imaginarse.

Sexta Parte' Capítulo I

Vida y muerte ( le la venerable doña Gertrudis, abadesa Doña Gertrudis, nuestra abadesa, de feliz memoria, verdaderamente luz y gloria preclara de nuestra Iglesia, floreció cual rosal espléndido en todas las virtudes, modelo de toda santidad y solidísima columna de autén­ tica vida monástica, era hermana camal de esta dichosa virgen de la que hemos escrito el presente libro. Desde la infancia sobresalió por su admirable sabi­ duría y discreción, por lo que a los diecinueve años fue 1

Esta sexta parte se encuentra en pocos códices. Se centra en alabar a la abadesa Gertrudis de Hackeborn, ya elogiada en la parte 5“ capítulos 1 y 2 y en el libro V del Heraldo del amor divino de santa Gertrudis. Lo que se refiere a esta preclara abadesa fue revelado en parte a su hermana santa Matilde y en parte a santa Gertrudis, como consta en los libros de cada una de ellas. Mucho de lo descrito por ellas de las virtudes, y de modo especial de su enfermedad y su muerte, coincide a veces tan a la letra que parece haber sido escrito por la mis­ ma persona.(Ortega, T., Libro de la gracia especial ó Revelaciones e santa Mectildis. Buenos Aires, 1942, p. 371).

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elegida abadesa. Actuaba con tal dignidad, mansedum­ bre y prudencia en su cargo que se la tenía gran respe­ to y era amada por todos con afecto maternal, se mos­ traba con Dios y con los hombres amable y cariñosa. Reflejaba gran humildad en gestos, actitudes, palabras y en todas sus obras. Tomaba parte con frecuencia en las tareas más bajas, sobre todo en los trabajos comunes de las her­ manas. A veces era la primera e incluso la única en el trabajo, hasta mover a sus súbditas con el ejemplo y con suaves palabras a que la ayudaran. Verdadera amante de la pobreza, deseaba alejar de sí y de sus her­ manas todo lo superfluo de las cosas mundanas. Tenía tanta solicitud de las enfermas que, por muchas que fueran sus ocupaciones, no dejaba de visitarlas cada día una por una, les preguntaba con solicitud si deseaban alguna cosa, las servía personalmente, tanto para su esparcimiento como para que descansaran. Cuando ya anciana, sufría frecuentes enfermeda­ des, se hacía llevar donde las otras enfermas y si no podía hablar, les mostraba con gestos y señales tal afec­ to de compasión, que las conmovía hasta derramar lágrimas. Era corriente entre las hermanas, pensar que las amaba con afecto tan maternal, que cada una creía ser ella la más querida. Era difícil saber quienes eran parientes suyos. Apacible y dulce en el trato. Cuando razonablemente se veía obligada a corregir con firme­ za a alguna de las hermanas por alguna falta, al instan­ te y en el mismo lugar le hablaba con tanta delicadeza y suavidad como si no hubiera faltado nunca.

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Sexta Parte

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Lo mismo hacía cuando proclamaba a alguna con mayor severidad en el Capítulo por exigencia de la justi­ cia. Apenas terminado el Capítulo esa hermana tenía acceso totalmente confiado a ella. No había hermana alguna, por joven que fuera, que no se atreviera a abrirle confidencialmente su problema. Nunca se la vio ni se oyó de ella que se mostrara severa con alguien sin causa jus­ tificada. En su enfermedad se mostraba sencilla y benig­ na, tan sufrida y paciente en todo, que todas las que se acercaban a ella y le servían, volvían alegres y gozosas. Leía la Sagrada Escritura cuanto le era posible con gran atención y admirable gozo, exigía a sus súbditas amar las lecturas sagradas y recitarlas de memoria. Compraba para la comunidad cuantos buenos libros podía o los hacía transcribir por las hermanas. Promovía con gran empeño el progreso de las jovencitas en el estudio de las artes liberales, pues decía: si se descuida el interés por la ciencia, no com­ prenderán la divina Escritura y caería por tierra la mis­ ma vida religiosa. Por ello obligaba insistentemente a las jóvenes menos instruidas a dedicarse con más empeño al aprendizaje y las proveía de maestras. Se dedicaba con asiduidad a la oración fervorosa e intensa que raramente hacía sin derramar lágrimas. Gozaba de gran paz, tenía el corazón tan libre de ocu­ paciones durante la oración que llamada muchas veces de la oración al ventanillo del locutorio o a otros asun­ tos, apenas volvía, recuperaba la misma devota pureza que había tenido durante la oración. Se había acostum­ brado tanto a cuidar la oración y la piedad, que cuando



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por la vejez le fallaban las fuerzas e incluso a veces los sentidos, y perdía la facultad de hablar, comulgaba con máxima reverencia y abundantes lágrimas como fue costumbre en toda su vida. Cuando las hermanas le hablaban de Dios, escucha­ ba inmensamente agradecida, como lo mostraba la ale­ gría del rostro y los gestos. Por fuertes que fueran sus dolores, se mostraba tan gozosa que parecía no sufrir nada si escuchaba una conversación o una sola palabra sobre Dios. Quería que la llevaran con frecuencia a la Misa, era admirablemente devota y diligente para las Horas del Oficio. Si a causa de la enfermedad le venía la somnolencia, suspendía el bocado en la boca o el vaso en sus labios mientas duraba el rezo de la Hora, haciéndose violencia para estar milagrosamente despierta. Desde la niñez mantuvo purísimo su corazón, no quería oír la más mínima palabra que pudiera poner mancha alguna en él. ¿Qué más? Todo lo que era virtud, ciencia, verda­ dera vida religiosa, brillaba en ella como en un espejo. Fue fervorosísima en amor y piedad para con Dios, extremada en ternura y solicitud con el prójimo, la pri­ mera en humildad y mortificación consigo misma. Con las niñas, tiernísima y acogedora; con las jóvenes, santísima y prudente; entre las mayores, pre­ visora y jovial. Nunca se la veía ociosa: siempre hacía algo prove­ choso: oraba, enseñaba, leía. Era tan desbordante y cabal, se gobernaba a sí misma y a sus subordinadas

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con tal prudencia que, me atrevería a decir: No hubo otra igual, ni la habrá en el futuro. Después de gobernar nuestro monasterio de mane­ ra ejemplar durante cuarenta años, comenzó a sufrir frecuentes enfennedades. Pasado más de un año de enfermedad y perdida el habla, creía su piadosa herma­ na que pronto moriría. Intensificó en lo que pudo su oración por ella ante el Señor para que se dignara dis­ poner sobre ella según el beneplácito de su voluntad y la necesidad de su alma. Su espíritu es arrebatado al cielo y advierte en el espejo de la divina Providencia que no moriría aún, pasaría algún tiempo en esa enfer­ medad. Sin embargo, todo el ejército de los santos se disponía ya para salir a recibir festivamente a tan digna esposa de Dios. La Bienaventurada Virgen María llevaba entre otros adornos, con los que había sido magníficamente enriquecida, unos guantes blancos como la nieve; en uno se veía un águila de oro, en el otro un león también de oro. Se significaba con ello que el alma para cuya recepción se preparaba, era semejante a la misma glo­ riosa Virgen en tres cosas especialmente: - su inocencia virginal, significada en la blancura de los guantes; -

su elevada e íntima contemplación, designada por el águila;

-

su perseverante fortaleza para vencer todos los vicios, representada en el león de oro.

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Los patriarcas y profetas se preparaban con distin­ tas cestillas de oro llenas de variados regalos, para sig­ nificar que proveía con sabia y puntal solicitud a sus subordinadas y a todo el mundo, tanto en las necesida­ des corporales como espirituales. Los apóstoles tenían grandes libros decorados delante de sí para homenajearla con ellos, por la sana doctrina que había impartido a sus hermanas, en eso era equiparada a los méritos de los apóstoles. Los mártires tenían escudos de oro muy relucien­ tes para manifestar su veneración a la enferma por su inquebrantable paciencia, que la hizo fuerte contra toda adversidad y comparable a los méritos de ellos. Los confesores vestían amplias y hermosas capas para homenajearla por su vida religiosa y los santísi­ mos ejemplos que la hacían igual a ellos en méritos. Las vírgenes preparaban coronas de oro y espejos brillantes para recrear a la enferma por su inocente pureza. Solía ella examinar su vida con frecuencia ante el espejo de los ejemplos de Jesucristo, para ver en qué se parecía o no a Dios en las virtudes. En esto se pare­ cía e incluso superaba a algunas de Jas santas vírgenes. Capá ii lo H

Doce ángeles sirven a la abadesa (Gertrudis Oraba [Matilde] otra vez por su hermana y con­ templa su alma como una morada brillante, en cuyo centro estaba Dios que irradiaba luz a través de ella

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como el sol por un cristal. Le dice el Señor: “Así como me contemplas sin obstáculo a través de esta morada, puedes reconocerme también en su alma a través de las obras y virtudes que practica; de modo especial en su paciencia, benignidad y jovialidad, obtenidas de mane­ ra sobrehumana por gracia de Dios. Soy yo quien las realizo en ella y por ella”. Luego vio en tomo al lecho de la enferma doce ángeles encargados de servirla. Comunicaban al Señor todo lo que junto a ella sucedía, tanto sus virtudes como el servicio que le prestaban. Tres ángeles estaban a sus pies sosteniendo su paciencia, tan grande en ella que los doce ángeles ape­ nas eran capaces de alabar a Dios nuestro Señor por tan gran virtud. Tenía a la izquierda otros tres ángeles que le ofre­ cían las buenas voluntades, las intenciones y los santos deseos. A la derecha había otros tres, del coro de los Tronos que le comunicaban serenidad, mansedumbre y piedad. Había otros tres en la cabecera, del coro de las Dominaciones que recibían el honor, la veneración y la caridad que mostraban las hermanas a la enferma, y las llevaban alegres a la presencia del Rey supremo. Su hermana creía que era pecado sentirse tan a gusto junto a ella, temía dar al sentimiento humano más espacio del que le correspondía, y consulta sobre ello al Señor que le responde; “No tienes pecado alguno,

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todos los sentimientos o inclinaciones que pudiera tener hacia el pecado han sido arrancados poi' comple­ to de ella, la he colocado en un estado tal, que su vida no puede desagradarme en nada. En ningún otro lugar me podrás hallar con más verdad y certeza, excepto en el Sacramento del altar2, como en ella y con ella. En ella encontrarás plena conformidad con mis costum­ bres y virtudes Como yo me mostré benigno, manso y amable con mis discípulos y con todos los hombres, lo hizo ella con sus subordinadas y con cuantas personas se acercaban a ella. Como acepté con mansedumbre, gozo y pacien­ cia todas las injurias y sufrimientos que me infirieron, ella soportó las enfermedades y los dolores con cora­ zón amable y gozoso. Como yo entregué con generosi­ dad desbordante todo lo que tenía a los que me crucifi­ caban, distribuyó ella todo lo suyo con aquel corazón generoso que siempre tuvo”.

Capítulo 111 Jesucristo se recibe a sí mismo en ella Cierto día que iba a comulgar la abadesa Gertrudis, su hermana [Matilde] pide al Señor se dígne recibirse a sí mismo en ella y tribute al Padre dignas alabanzas y acciones de gracias en su nombre, puesto que ella no podía hablar. 2

Lo mismo declara el Señor de santa Gertrudis. Ver El Heraldo del amor divino, Lib. I, cap. 3 y 4.

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Responde el Señor: “¿No debía yo hacer eso? Si un ladrón quiere obrar con justicia, debe devolver lo roba­ do o pagar el precio de su valor. Eso voy a hacer yo que le quité la facultad de hablar : lo que no puede hacer por sí misma lo haré yo mismo multiplicado por cien”. Le pareció ver al Señor de pie a la derecha de la enfer­ ma con túnica de oro purísimo engarzada de flores ver­ des, la abraza tiernamente y la besa diciendo: Te doy esposa mía, millones de besos. La túnica de oro del Señor significaba el amor de su divino Corazón; las flores, la frescura de todas las virtudes que practicó en la tierra. Llevaba en el pecho una rosa hermosísima también de color verde, maravillosamente decorada con piedras preciosas con la que jugueteaba la enferma. Significaba el abandono en Dios que mostró en todo. Su rostro irradiaba una hermosura indescriptible, de manera que le pareció no haber visto nunca en un alma tanta elegancia. Sus cejas ligeramente arqueadas tenían una gracia especial, parecía insinuar la providencia con que atendía solícita a todo lo que pertenecía a su cargo. Sus ojos difundían una luz especial que significaba la mirada misericordiosa con la que envolvía con gran misericordia y compasión las necesidades de las her­ manas. Su boca se distinguía por un color rosado que significaba la constante enseñanza y la fluidez de pala­ bras oportunas con las que cuidaba instruir a sus sub­ ordinadas y a cuantos de lejos acudían a ella. Otro día esta hermana [de la abadesa Gertrudis] dijo al Señor durante la comunión: “Te ruego. Señor, recuerdes con qué solicitud exigía tu sierva a las her­ manas, unas veces con suavidad, otras con firmeza, que

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comulgaran frecuentemente con verdadero apetito. Ahora no puede recibir tu adorable Cuerpo, impedida por la enfermedad, dígnate entregarte tú mismo a ella, según tu regia generosidad”. Le responde el Señor: “Me he entregado a ella como esposo, amigo fidelísimo y su único consuelo” [Matilde]: “¿Es verdad que eres su único consuelo, cuando parece que experimentaba alegría en Ja tierra al recibir gozosa y contenta ciertos beneficios y regalos de los hombres?” Le responde el Señor: “¿No reparas que al haceros ciertos gestos no los entendéis y obráis en contra de sus deseos? Sin embargo os sonríe con gran amabilidad como si le ofrecierais el mejor regalo. Debes saber que está firmemente unida a mí y recibe con la misma dis­ posición todo lo que le sucede, sea gozoso o triste”. Otra vez al ir a comulgar esta hermana suya, con­ templa a nuestro Señor Jesucristo como un hermosísi­ mo y cariñoso joven de doce años que la abraza con su derecha y le dice entre otras muchas cosas: “Por la derecha que te paralicé seré tu colaborador en todo lo que haces; por el pie y la pierna, seré tu guía. Te her­ mosearé con perpetua virginidad, te colmaré de gozo y alegría por todas tus enfermedades, tendrás agilidad eterna por todas las trabas de tu cuerpo, y gozarás de mí mismo con fruición sin término”.

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Capítulo IV Su feliz tránsito Aquel rayo solar corría, por fin, al ocaso de la muerte, aquella brillante corona de nuestra gloria llega­ ba al atardecer. Para mejor prepararla para sí, el Señor la privó de modo prodigioso del uso de la palabra durante veintidós semanas, hasta no poder comunicar sus necesidades ni por medio de gestos3, excepto estas dos palabas: Mi espíritu, con las que milagrosamente pedía todo lo que necesitaba. Sucedió muchas veces que, al no entenderla, actuaban contra sus deseos, lo que ella soportaba con gran benignidad y paciencia. Porque Dios moraba verdaderamente en ella y con ella, y todo lo que hacían por ella lo dirigía con su mansísi­ mo Espíritu. Como repitiera estas palabras Mi espíritu tan reite­ radamente, esta su hermana le preguntó una vez: “¿Quién es ese tu espíritu, a qué orden de los ángeles pertenece?” Responde al instante con lengua expedita: “serafín es mi espíritu”4 Casi al mes de haber perdido el habla, se puso tan grave una mañana que se creía agonizaba. Reunida la comunidad, se le administró urgentemente la Unción. 3 4

Ver Santa Gertrudis la Magna, El Heraldo del amor tvino Lib. V, 1. Es decir: mi espíritu esta lleno del amor de Dios como un serafín, que se distingue entre los ángeles precisamente por e amor.

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Nuestro Señor Jesucristo se apareció a varias hermanas vestido con la belleza y hermosura descrita por san Bernardo, abre sus brazos como para abrazarla, la mira acariciándola, se pone frente al rostro de la enferma, cambia de un lado a otro según se volvía ella, como si esperara con ardiente deseo su último suspiro.

Capítulo V Sobre lo mismo del capítulo anterior Al acercarse el día ansiado por ella con tan gozo­ sos deseos, preparado con oraciones tan fervorosas, entrada ya en agonía, parecía que el Señor venía presu­ roso a su encuentro, acompañado a su derecha e izquierda por su bienaventurada Madre y su discípulo predilecto Juan Evangelista. Los seguía una multitud de toda la corte celestial, sobre todo el ejército de las vírgenes, que parecían invadir ese día el monasterio entremezcladas con las hermanas que estaban junto a la enferma, expresaban su desolación con llantos y suspi­ ros y encomendaban el tránsito de la Madre con fervo­ rosas oraciones Nuestro Señor Jesucristo acariciaba al parecerá la enferma con ademanes tan tiernos, que bien pudo endulzar la amargura de la muerte. Al leerse el pasaje de la Pasión: E, inclinada la cabeza, entregó su espíri­ tu5, se inclina el Señor como arrebatado por ardentísi-

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v.

mo amor incontenible sobre la agonizante y abre hacia ella su propio Corazón con ambas manos6.

Capítulo VI

La hora de su feliz tránsito Llegada la hora felicísima en la que el celestial Esposo, Hijo del imperial Padre, se disponía a recibir a su amada, tras prolongados deseos de salir de la cárcel del mundo para descansar con él en el lecho del amor, aquella feliz alma, mil veces dichosa, voló con desbor­ dante ternura a aquel único sobreexcelentísimo sagrario: el dulcísmo Corazón de Jesucristo, abierto para ella con tanta fidelidad y gozo. ¿Qué mortal será capaz de com­ prender lo que vio, lo que oyó, lo que sintió, a qué hon­ dura caló el afecto de la bienaventuranza por el desbor­ damiento de la ternura, en aquella que mereció por espe­ cial privilegio usar tal y tan estrecho vínculo de unión? La fragilidad humana es incapaz de balbucear con

qué ternura la introdujo el florido Esposo en la intimi­ dad de sus dulces caricias, qué gozosa danza de los que

la acompañaban, los que la recibían con coronas de ale­ gría, los cantos festivos de todos. Se debe por ello can­ tar a Dios autor de todo, un canto de júbilo con acción de gracias, en unión con los ciudadanos del cielo. Arrebatado aquel sol brillante que tan dilatada mente extendía sus rayos en nuestra tierra, vuelta a 6

Así morirá también Matilde, hermana de la abadesa, VII,11.

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abismo de donde brotara aquella minúscula gota, en comparación con la divinidad. Sus hijas, abandonadas en las tinieblas, levantan los ojos de la fe por el cami­ no de la esperanza hacia la gloria bienaventurada de la Madre, derraman sinceras lágrimas desde el fondo de su corazón, intercalan agradecidas las alegrías celestia­ les de la gloria de la Madre con la tristeza de la propia desolación, elevan sus gritos de alabanza hasta el cielo encomendando su desolación a la ternura de la Madre con el responsorio: Levántate, Virgen1. Cuando en ese Responsorio se cantaba: Tu que descansas a la sombra del Amado, se la oyó responder: “No me es suficiente descansar a la sombra, descanso en el Corazón del Amado, tiemísima, segurísima y sosegadamente”. Estaba un día en oración esta virgen de Cristo y contempla el alma de la susodicha hermana difunta radiante de gloria; le precede san Benito, Padre de la Orden, que llevaba el báculo en la mano, con el brazo estrechaba tierna y noblemente el alma de su dichosa hija, la abadesa citada. Ja lleva ante el trono de la ado­ rable Trinidad, y canta a toda voz con hermosísima melodía para alabanza y honra de esa alma el Responsorio: Quién es esta que avanza como el so/9 etc. Al llegar ante el trono, el Señor se inclina delica­ damente hacia ella y le dice: ¡Bien venida, hermosísi1

Ver Santa Gertrudis la Magna, Heraldo del amor divino. Lib. V cap. 1, donde se dice que lo entonó santa Gertrudis. 8 Responsorio de la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.

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ma hija mía! Ella atenta, rogaba al Señor por la comu­ nidad que en otro tiempo le había sido confiada. [Matilde] que esto contemplaba le dice a ella “¿Qué mensaje me encomiendas, queridísima hermana, para tus hijas?” Ella: “Diles que amen con todo su ser al queridísimo Amado de mi corazón y mi alma y no antepongan abso­ lutamente nada a su amor9, más aún, a su recuerdo”. Ésta: “Encomiéndanos a todas a Dios, pues veo que tienes mucha influencia”. Ella: “Encomiendo a mis hijas para que lleguen a este dulcísimo descanso en el que vivo segurísima; a saber, al tiemísimo Corazón de nuestro amantísimo Jesucristo”.

Capítulo VII

Saludo a esta dichosa alma Creía esta sierva de Cristo que saludaba en sueños al alma de su difunta hermana con estas palabras: “Te saludo, esposa de Cristo, por el amor en que te encendiste cuando, al revelarse su gloria, contemplaste por primera vez el rostro y la hermosura de Dios tu Creador

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Te saludo, virgen de Cristo, por la dulzura que sen­ tiste al conocer en su plenitud, poi’ haberla experimen­ tado, la incalculable caridad que Dios tuvo contigo des­ de toda la eternidad. Te saludo por aquella perfecta hermosura que irra­ diaste al recibir de mano del Señor, Rey y Esposo tuyo, cumplida recompensa de todas tus obras”. Mientras decía tales cosas comenzó a pensar cómo se atrevía a saludar de este modo a un alma no canoni­ zada. Le daba vueltas interiormente si preguntar al Señor sobre ello. El condesciende y le responde: “Has obrado bien y correctamente. Ella es honor de mi omni­ potencia, hermosura de mi sabiduría, prenda de mi divina bondad”. Otra vez contempló su alma con gloria maravillo­ sa en una danza, su hermosa cabellera realzaba la esbeltez de su figura. Nuestro Señor Jesucristo su cari­ ñoso y florido Esposo la toma de la mano y le dice: “Sus numerosos cabellos no igualaban a sus virtudes”. La contempla en otra ocasión en la gloria y le pre­ gunta qué premio había recibido por la costumbre que tenía de cantar fervorosamente el salmo: Alabad al Señor todos los pueblos™, sobre todo en la solemnidad de la Resurrección. Le muestra los esplendorosos ves­ tidos verdes que llevaba, adornados con innumerables estrellas de oro, y las costuras entrelazadas en admíra10

Sal 116.

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ble variedad a modo de blancas margaritas y rubíes purpúreos. Le dice [Matilde]: “Ahora que nadas en la abun­ dancia de todos los bienes ¿qué deseas dar a tu herma­ na que tan fielmente te sirvió durante la enfermedad?” Toma ella uno de los rubíes purpúreos y le dice: “Tómalo de mi parte”. Le responde [Matilde]: “Como esto lo contemplo en espíritu, puedes comprender que no puedo ofrecer el rubí de una manera real”. Le contesta la hermana: “La blancura que aparece en las costuras de mis vertidos significa la humanidad de Jesucristo, más fina que toda suavidad; el rojo de los cabellos designa la pasión del Cordero inmaculado. Dile por tanto que confíe en la misericordia de Dios. Quiero alcanzar de mi Señor para ella con mis súplicas, le conceda la mansedumbre y la gracia de sufrir gusto­ samente contrariedades por su amor”.

Capítulo VIII

Aparición de la abadesa en el treinlenario de su muerte En el treintenario de su muerte se le aparece nue­ vamente el alma de su hermana con nueva y sublime gloria, escoltada por los gloriosos ejércitos de los prín­ cipes celestiales; llevaban platillos en las manos, canta­ ban a voces y repicaban los platillos con melodía dul­ císima el versículo: Alabad al Señor con platillos sono-

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ros, etc11. El alma felicísima era llevada en medio del canto hasta el trono del Rey de la gloria, Jesús, tierno

amante, que le dice: “¡Bien venida, carísima mía!” Experimenta con esas palabras un dulcísimo arrobo de la divinidad. La omnipotencia simplicísima ama a cada uno como si fuera el único amado por ella. Desbordada por la plenitud de una dulzura que supera toda medida, cantaba en alabanza de su amante Esposo: Mi alma se ha derretido'2.

El Cantor de todos los cantores toma ahora el lugar de su amada para ensalzar su excelencia desde el fon­ do de sí mismo, hontanar de toda dicha, principio y fin de toda perfección, y entona con voz dulcísima la antí­ fona: ¡Oh Gertrudis, oh piadosa! Se une al canto toda la corte celestial con voz sonora: ¡Qué fervor despier­ ta alegrarse contigo, oh Gertrudis, comparable con los profetas! Comprende Matilde en estas palabras que su

hermana era enaltecida de modo especial por haber tenido tanta fe en la tierra, y tanta delicadeza para los dones de Dios. Se la exaltaba por la doctrina espiritual que había comunicado a sus subordinadas con estas palabras: "Asociada a los apóstoles, perla de los prelados, nobi­ lísima por tu fe y tus méritos; de piedad, misericordia y caridad indescriptible, salta de gozo ahora y por siempre ante Dios"'2.

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Su hennana que contemplaba esto le dice: “Te rue­ go, carísima hermana, me digas qué es ese derretirse que cantabas al decir: Mi alma se ha derretido ”. Le responde: “Cuando el amor incontenible de la divinidad se derrama y penetra el alma, es tal su impre­ visible fuerza que no puede abarcarlo plenamente la criatura, de ahí que se funde, licúa, y refluye hacia aquel de quien recibió tan desbordante dicha”. Le dice su hermana: “Ruega por tus hijas que con tanto amor te abrazaban en la tierra”. Ella: “Lo hice y lo hago sin cesar”. Ésta: “¿Qué les pedirías?” Ella: “Que la dulzura del amor que guardo en lo íntimo de mi corazón, permanezca también en sus cora­ zones y sentidos”. Añade ésta: “¿Qué fue lo primero que se te entre­ gó al entrar en el cielo?” Responde: “El Señor Dios, mi creador. Redentor y amante me recibió en sí mismo, me colmó de incalcu­ lable alegría, me revistió y me alimentó de sí mismo, se me entregó como esposo y me glorificó con inenarra­ ble honor”. Capítulo IX

Aniversario de la misma señora Abadesa " Sal 150,5. Ct5, 6. 13 Texto de una antífona en honor de san Martín, adaptada para esta abadesa. 12

Cuando en el aniversario de la misma Señora Abadesa, de dulce recuerdo, se cantaba en su honor en Vigilias el Responsorio: Vive mi Redentor, ésta su her-

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mana contempló su alma que abrazaba a nuestro Señor Jesucristo con inefable gozo y delectación, y le canta­ ba dulcemente las mismas palabras. Conoció por inspi­ ración cómo gozan las almas en el cielo con gozo inefa­ ble de la humanidad de Jesucristo, y cuantas veces los hombres cantan con atención aquí en la tierra estas u otras palabras sobre su futura resurrección, se llenan al punto de un gozo indecible, al contemplar la verdad misma en la humanidad glorificada de Cristo, con la certeza de que ellos mismos resucitarán. Rezan por los que cantan esto en la tierra, para que también ellos merezcan alcanzar aquella felicidad. Igualmente com­ prendió que cuando el hombre pronuncia estas palabras con devoción, se santifica su cuerpo y se hace digno de gozar de esta gloria.

r

Contempló otra vez cómo Dios Padre se sentaba en una mesa regia con esa alma, la acariciaba con palabras y gestos llenos de amor y ternura, como si su único gozo y delicia fuera banquetear con ella. El Señor Jesús como joven príncipe imperial, ceñido de fajín, servía a la mesa variedad de platos preparados por la dulzura del Espíritu Santo. Venía en procesión cada una de Jas hermanas de comunidad y ofrecían de rodillas con gran reverencia copas de marfil, plata y oro llenas de perFumes aromáticos. Las que se distinguían por su pureza de corazón llevaban copas de marfil; las más generosas en el servicio de Dios, las llevaban de plata; las que aventajaban a las demás en el fervor del amor, las lle­ vaban de oro. Acudía también gozosa una multitud de almas, que manifestaba con algazara su gratitud a Dios

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por su liberación y la de aquella alma, que el Señor les entregaba para exaltación de su fiesta. A continuación giran en tomo a ella como en una danza, todas las almas de la comunidad tanto hermanas como hermanos. Advierte entre ellas el alma de un her­ mano que había fallecido ese mismo año, vestido de túnica blanquísima con variados y maravillosos ador­ nos en la parte superior. Comprende [Matilde] que sig­ nificaba la bondad del hermano. Tenía un gran corazón y una voluntad que le inclinaba a toda obra buena14. Giraban en coro y cantaban alegres: ¡Oh Madre nues­ tra, etc. Una gran trompeta salía del Corazón de nues­ tro Señor Jesucristo, en ella resonaba el eco de todas aquellas voces en dulcísima armonía. Se celebra al día siguiente una misa por el alma de su hermana, y le viene un deseo: Si fuese una reina poderosa ofrecería en el altar de Dios por su hermana una imagen de oro ricamente vestida y adornada. Inmediatamente responde el Señor: “¿Y si realizo yo mismo tu deseo?” Se presenta el Señor ante ella en figura de un joven de estiipe regia, más aún, divina, radiante de esplendor y le dice: Aquí me tienes, tóma­ me y ofréceme según tu deseo. Le abraza con inefable gratitud y gozo y lo lleva al altar. Nuestro Señor Jesucristo se ofrece a sí mismo a Dios Padre con todas sus virtudes para llevar a la suma perfección la hermo14

Parece referirse al Hno. Segismundo, recomendado por estas mismas cualidades en el Heraldo del amor divino, 1 ib V. Cap. 14, de santa Gertrudis la Magna.

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Libro de la Gracia Especial

sura de aquella alma, y conducirla con el gozo, dulzu­ ra y amor de su divino Corazón, hasta el gozo y bien­ aventuranza sempiterna. Aquella alma dichosísima como una reina, arroba­ da poderosamente en el amor de su esposo, se arroja amantísima en brazos de Dios, el la lleva por el coro a cada una de sus hermanas y les dice: “Recibe al Señor de las virtudes y pídeselas”.

Séptima Parte

Matilde que observaba esto le dice: “Hermana mía queridísima, ¿Qué te gustaría que guardemos con fide­ lidad?” Le responde: “Humilde sujeción, delicado amor mutuo, recta intención en todo para con Dios”. Y añade: “¡Vamos!, entrega tu corazón totalmente al amor, ama a todos los hombres, así el amor de Dios y de cuantos le aman será también tu amor”. Si además eres humilde, la humildad de Cristo y de todos los que se humillaron por él será de verdad tu humildad. Si eres misericordiosa con el prójimo, la miseri­ cordia de Dios y de sus santos será también tuya”. Entiende que sucederá lo mismo con las demás vir­ tudes Sea por ello Dios bendito en sus dones, Y SANTO EN TODAS SUS OBRAS. AMÉN

z

Capítulo I

Ultimos momentos de la hermana Matilde, virgen y monja gloriosa del monasterio de Iielfta Esta humilde y devota sierva de nuestro Señor Jesucristo, madre tierna, amable consoladora de todas nosotras, de quien hemos escrito este libro, vivió cin­ cuenta y siete años como ejemplo de vida monástica y práctica perfecta de todas las virtudes. Aquejada de continuos dolores durante casi tres años, llega al final de su vida. En el penúltimo domingo (después de Pentecostés, denominado por las primeras palabras del canto de entrada) Si iniquitares*, esta elegida de Dios recibió por última vez antes de su muerte el vivífico sacramento del sacrosanto Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Una her­ mana que oraba a Dios con mayor devoción, vio al Señor Jesús revestido de gloria desbordante de pie ante

1

Sal 129,3. Si llevas cuenta de los delitos.

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la enferma, con rostro y gesto acogedor le decía: “Honor y gozo de mi divinidad, corona y premio de mi humanidad, delicia y descanso de mi espíritu, ¿quieres venir y pennanecer unida más íntimamente conmigo para saciar tu deseo y el mío?” Responde ella: “Señor Dios mío, prefiero tu ala­ banza a toda mi salud. Permíteme, te ruego, reparar con mis dolores todo descuido de la criatura en glorificarte”. Lo acepta el Señor con gratitud, y le dice: “Por haber elegido esto te asemejarás a mí que acepté voluntaria­ mente el suplicio de la cruz y de la muerte por la gloria de Dios y la salvación del mundo. Como mis tormentos traspasaron el Corazón divino de mi Padre, tus sufri­ mientos y tu muerte traspasarán dulcemente mi Corazón y contribuirán a la salvación del mundo entero”.

Capítulo II

La llamada de nuestro Señor Jesucristo Una hermana oyó cómo la llamaba el Señor con estas palabras: “Ven, mi escogida, paloma mía, mi campo florido, en el que he encontrado todo lo que deseaba; mi jardín precioso, en el que mi Corazón encuentra gozo completo. Produce las /lores de todas las virtudes, árboles de todos los frutos y aguas de devotas y ardientes lágrimas. Siempre abierto a todo lo que quiero. Cuantas veces me encienden en cólera los pecadores, desciendo a este jardín, me sumerjo en sus aguas y olvido todas las injurias”.

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Séptima Parte

Libro de la Gracia Especial

Capítulo III

Un aviso del cielo recomienda que reciba la Unción Rezaba una hermana con gran devoción y recibe un aviso interior del Señor: Que recomiende de su par­ te a [Matilde] se prepare a recibir el sacramento de la Santa Unción, y le comunique de parte de él, que tras la recepción de tan saludable sacramento, él, guardián diligentísimo de sus amigos, decidirá guardarla en su regazo con toda seguridad, inmune de toda mancha, como el pintor protege con sumo cuidado la imagen recién pintada para que no la empañe ningún polvillo”. [A otra hermana2 le fue también revelado que el Señor quería confortarla ese mismo día con el sacra­ mento de la Unción. Al comunicárselo ésta a la enfer­ ma de parte de Dios, lo somete al beneplácito de los superiores, no quiere intervenir en este asunto, como acostumbraba a hacerlo siempre, sujeta a sus disposi­ ciones con humildad, confiada totalmente a la divina providencia, que no abandona nunca a los que confian en ella. Los Superiores que tenían para ella gran venera­ ción, y no dudaban que ella sabía de antemano perfec­ tamente el momento que le gustaría al Señor que reci­ biera el Sacramento, al ver que no insistía ni urgía la recepción, se la administraron ese día. Para cumplir el 2

Santa Gertrudis la magna, como puede verse en el Heraldo del amor divino, lib. V,cap. 4.

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Séptima Parte

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ojos destilaban un licor como de aceite finísimo, por el desbordamiento de la dulzura divina. En eso compren­ dió que el Señor, en virtud de sus méritos, se dignaba conceder generosamente el consuelo de su ayuda a todos los que la invocan con confianza. Mereció este don por haber servido a todos con caritativo afecto.

Señor la palabra del Evangelio: El cielo y la tierra pasarán mis palabras no pasarán3, confirmó así el tes­

timonio que había dado por boca de dos testigos. El lunes antes de Maitines, Matilde, de feliz memo­ ria, comenzó a sentir de repente fuertes dolores, la mayoría pensaban que había llegado su último momen­ to. Llaman urgentemente a los sacerdotes y recibe el sacramento de la Santa Unción. De este modo aunque no se la administró el mismo día, según la voluntad de Dios4, sí antes de amanecer el día siguiente].

Capítulo IV Cada uno de los santos le concede lodo el fruto de sus méritos al recibir la Unción Fue revelado a tres hermanas que el Señor estaba benignamente presente en figura de tierno esposo y administró por sí mismo a su elegida este vivificante sacramento. Le pareció a una5 de las tres, que cuando ungía el sacerdote los ojos de la enferma, el amantísimo Señor volvía con bondad hacia ella el rostro de su divina piedad, y su Corazón melifluo se conmovió de emoción. Tomado hacia ella como rayo de luz divina, se entrega él mismo, y con él, todo el brillo y movi­ miento de sus santísimos ojos. Por eso parecía que sus 3 4

5

Mt 24,35. Lo apuntado entre cochetes [ ] pertenece a la antigua edición alemana de 1505, conforme a lo que se lee en El Heraldo del amor divino Jib. V, cp. 4. Es santa Gertrudis según El Heraldo... 1. c.

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A medida que ungían los demás miembros conce­ día el Señor a cada uno el movimiento de sus propios santísimos miembros. Pero al ungirle los labios, este guardián incontenible del alma, se acopló con infinita condescendencia, para estampar en los labios de su esposa un beso más dulce que un vaso de miel. Con él le comunicó todo el fruto de su boca santísima. Mientras se cantaba en la Letanía: Santos todos, querubines y serafines, rogad por ella, vio6 7 a los bien­ aventurados querubines y serafines abrirse entre sí con gran reverencia y danza, para ofrecer a la elegida de Dios un adecuado espacio entre ellos, pues tenían en gran estima a la que había llevado en la tierra no solo vida angélica en su virginal consagración monástica, sino que había bebido también con abundancia en la fuente de toda sabiduría, los efluvios de su conoci­ miento espiritual, por encima de los ángeles y en unión con los querubines. Más aún, había sido estrechada en los brazos del amor con los ardientes serafines, por el que es fuego abrasador1, para ser colocada de manera sublime entre aquellos que, por encima de todos los demás, merecieron acercase a la majestad divina. 6 7

Santa Gertrudis, cf. El heraldo del amor divino ,1. c. Dt 4,24.

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Al ser nombrado en la letanía cada uno de los san­ tos, se levantaba con gran gozo y máxima reverencia, ponía de rodillas sus méritos, como precioso regalo en el regazo del Señor, él se los entregaba a su amada para aumento y cúmulo de su gozo y alegría. Terminada la Unción, la recibe el Señor con la máxima ternura entre los brazos, la mantiene así duran­ te dos días, de manera que la herida de su amantísimo Corazón estaba abierta a los labios de la enfenna. Parecía recibir de él el aliento que espiraba para volver a él de nuevo.

Capítulo \

Devota intención e inmenso y' ardiente celo por todos los hombres Al acercarse el gozoso instante de su dichoso trán­ sito en el que el Señor había determinado conceder a su elegida el sueño imperturbable de la quietud eterna; el martes8, víspera de la fiesta de santa Isabel, entra de verdad en agonía antes de Nona. La comunidad se reú­ ne a toda prisa, espera con gran tristeza la partida de su 8

La edición de Lanspergio es la única que pone el miércoles como día de la muerte de santa Matilde. {El Heraldo del amor divino lib V, cap. 4. Ver la 2 a edición del P. Timoteo P. Ortega, Buenos Aires 1947, p. 614, & 2o. La edición “por un Padre benedictino” Edt. Balmes 1945, p. 643 & 2o y nota 171, dice que fue un martes). Varios códices y la edición alemana de este libro de 1505 sobre la muerte de Matilde, la ponen el martes como nuestro texto, siguiendo el códice Guelferbytano.

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querida hermana, y le ayuda con las oraciones acos­ tumbradas. Una de ellas9, movida por un afecto más encendido, contempla su alma en figura de una jovencita delicada, ante la presencia de Dios. Todas las pul­ siones de su respiración las emitía por la herida del san­ tísimo costado de su Corazón. Conmovido el divino Corazón por la fuerza incontenible de su propia benig­ nidad y dulzura, cuantas veces recibe el impulso de su respiración que se proyecta hacia él, otras tantas, des­ bordado por el exceso de amor, esparce por toda la Iglesia centellas de gracias, sobre todo entre las herma­ nas allí presentes. Advierte en ello la intención y deseo encendido que en ese momento embargaba a la bien­ aventurada enferma, por voluntad de Dios, en favor de todos los hombres, tanto vivos como difuntos, sobre los que el benignísimo Señor, derramó generosamente los beneficios de su gracia, por los méritos de esta alma.

Capítulo VI

La bienaventurada Virgen María asume personalmente el cuidado de la comunidad (pie le encomienda Matilde Mientras se cantaba la Salve, a las palabras: Ea, pues. Señora, abogada nuestra, la enferma, escogida de Dios, se dirige con ternura a la Virgen Madre y le enco­ mienda sus hermanas que pronto va a dejar; le pide que, por atención a ella las acoja con mayor afecto. 9

Santa Gertrudis según El Heraldo del amor divino, lib. V, cp. 4.

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Como ella se había mostrado durante su vida, en la medida de sus posibilidades, abogada y disponible para todas, que después de su muerte, la misma Madre de la misericordia se digne ser la intercesora y abogada de la comunidad ante su Hijo. La Virgen pura, se muestra, con admirable ternura, totalmente dispuesta, extiende sus manos delicadísimas hacia las manos de la enfer­ ma, como si recibiera de sus manos la protección de la comunidad encomendada a sus cuidados.

Capnulo VII

Oraciones de las hermanas junto al lecho de la enferma'0 Mientras se leían en la oración: Salve, Jesucristo, las palabras camino suave, parecía que nuestro Señor Jesucristo, esposo de las almas finas, suavizaba con la abundancia de su divinidad el camino de su esposa para atraerla hacia sí más tierna y delicadamente. La comu­ nidad había repetido las preces hasta pasada la hora de Nona, la enferma parecía haber comenzado a tener alguna mejoría, se le pregunta si podía retirarse la comunidad para ir a comer. Responde la enferma: “Bien, pueden ir”. Pasó todo ese día en agonía, solo repetía: ‘‘¡Oh buen Jesús, oh 10

Este capítulo no se encuentra en el códice Guelferbytano, ha sido tomado de una antigua edición alemana, tal vez la de 1505. Se encuentra casi íntegro en el Heraldo de Santa gertrudis, lib V, cp. 4. Hay sospecha que pudo omitirse en el códice Guelferbyano por respeto a santa Gertrudis, pues en él se advierte cierta reprensión en sus propios escritos.

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buen Jesús!” Demostraba a las claras que tenía clavado hasta la médula del corazón a aquel cuyo nombre rumiaba con tanta dulzura e ininterrumpidamente con sus labios entre los acerbísimos dolores de la muerte, corno bien lo revelaban los gestos corporales. Al encomendarse cada una de las hermanas a sus oraciones y las distintas necesidades y asuntos propios y de sus amigos, como ya no podía hablar, decía con voz queda: “Con mucho gusto”, o, “sí”. De este modo mostraba suficientemente que el afecto que cada una le reclamaba, lo presentaría a Dios, su Amante. Al final, cuando ya no podía decir nada, era incapaz de contener el afecto de su tierna bondad con la que amaba a sus cohermanas y amigos espirituales. Muchas veces levantaba y extendía con gran ternura sobre sí misma las manos y los ojos hacia el cielo, para manifestar con toda claridad su amor a Dios en favor de aquellos que se le habían encomendado. Advirtió también la mencionada persona10 11 que de todos los miembros de la feliz enferma, torturados por el dolor, salía un aliento muy valioso, penetraba su mis­ ma alma, la purificaba, la santificaba y la preparaba para la vida eterna de modo maravilloso. Dicha persona que vio en espíritu todas estas cosas, decidió guardar en secreto la visión, para pasar 11

Se trata de santa Gertrudis a quien le fueron reveladas estas cosas. Confesó con humildad a otras personas haber sido reprendida por Dios por haberlas callado. Ver en el Heraldo, lib. V, cp. 4.

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inadvertida. Esto fue contra la bondad de Dios cuya gloria es comunicar sus palabras'2, que dijo también en el Evangelio: Lo que escucháis al oído predicadlo desde los tejados'2, como se verá por lo que sigue. Mientras estaban en Vísperas, esta elegida de Dios, de feliz recuerdo, señora Matilde, se agravaba bastante hasta parecer claro que iba a expirar. Se avisa rápida­ mente a la comunidad que estaba en el coro, se ve obli­ gada a omitir las preces de los sufragios, y recita las oraciones acostumbradas junto a la enferma. La men­ cionada persona a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas y esfuerzo de los sentidos interiores, no pudo percibir ni notar lo más mínimo de lo que Dios estaba haciendo en ese momento con su elegida, hasta que vuelta en sí, reconocida la culpa, lavada por el arrepen­ timiento y la penitencia y haber prometido a Dios que lo que él le revelase lo comunicaría gustosamente sólo para gloria de Dios y consuelo de los prójimos. Después de Completas, cuando por tercera vez estaban convencidas que la enferma iba a morir, la dicha persona fue arrebata en espíritu y vio como antes, el alma de la enferma en figura de delicada y amable adolescente, hermoseada con nuevos vestidos por los sufrimientos de ese día, se arrojaba con ímpetu al cue­ llo del Señor Jesús, su tierno esposo, lo apretaba con estrechísimos abrazos, y de sus mismas llagas, a modo de abeja que liba las más variadas flores, atraía para sí un gusto especial.

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Al entonarse el Responsorio Salve, esposa, etc, se adelanta la Reina de las Vírgenes, rosa sin espinas, María, venerable Madre de Dios, adapta y dispone el alma de la enferma más y más para usar y disfrutar de las delicias de la divinidad Luego el Señor Jesús por los méritos de su Madre purísima y por aquella dignidad que le mereció ser la única Madre y Virgen, toma como un collar engarzado maravillosamente de radiantes perlas y lo coloca sobre el pecho de la enferma. Le concedió este privilegio especial, para que, a semejanza de su Madre virginal, también ella fuera llamada virgen y madre, por consi­ derar que había engendrado con amor casto la memoria del Señor en muchos corazones.

Capítulo VIII

Cristo saluda de modo admirable a esa alma dichosa Comenzados ya los Maitines la noche de Santa Isabel, de nuevo se agrava tanto la elegida de Dios, que se creía estaba dando el último suspiro. Así, omitidos los Maitines, se reunió apresuradamente la comunidad junto a ella de manera acostumbrada. Entonces aparece el Señor radiante con el resplandor de su divinidad, revestido como un esposo, coronado de gloria y honor, adornado de modo maravilloso e inefable con la belle­ za de la fulgurante divinidad. Con delicadísima ternura dice al alma de la enferma: “Pronto, amada mía, te

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exaltaré ante tus prójimos, a saber, en presencia de mi querida comunidad”.

Dios, el cual inefablemente confortaba su alma con suavísima delectación por las heridas al Señor.

De este modo saluda a aquella alma verdadera­ mente felicísima, con un saludo nuevo incomprensible e inabarcable, superior a todo ingenio humano, inaudi­ to, por cada una de las heridas de su santísimo cuerpo que, se dice, fueron cinco mil cuatrocientas noventa14. Cada una de las heridas emitía cuatro efectos distintos: sonidos suavísimos, vapor eficacísimo, rocío copiosísi­ mo y resplandor confortabilísimo.

El brillante resplandor designaba los distintos sufrimientos que había padecido desde la infancia has­ ta estos momentos en el cuerpo y en el espíritu. Estos santificaban y configuraban su alma con la divina cla­ ridad, la ennoblecían por encima de toda capacidad humana, unidos a los sufrimientos de Jesucristo.

El Señor pasaba saludando por cada uno de ellos y llamó a su amada. El sonido suavísimo que superaba todo acorde de instrumento, significaba las palabras en general y cada una en particular que la elegida de Dios había dirigido en su vida al Señor por amor o en provecho de sus pró­ jimos para su salvación. Todas ellas, endulzadas en el Corazón divino, volvían ella con frutos centuplicados. Por el vapor maravilloso se significaban todos los deseos que había tenido de la gloria de Dios, bien por Dios mismo o por medio de Dios, para salvación uni­ versal. Los cuales le eran devueltos multiplicado su efecto de modo incalculable, por cada una de las heri­ das del Señor. El abundante rocío significaba todo el afecto que tuvo para con Dios o por alguna criatura por amor a 14

Ver la parte 1a.

c. 18; Santa Gertrudis, El Heraldo, lib. IV, c. 35

Esa alma que descansaba en celestiales delicias, no expiró en esos momentos, aspiraba a bienes mayores que preparaba para ella su Amado. Además derramó el Señor copiosamente sobre todos los presentes el abun­ dante rocío de su divina bendición, mientras decía: “Conmovido en mi propia bondad por la íntima ternu­ ra de mi caridad, tenía mis delicias en que todas las her­ manas de esta comunidad, mis preelegidas, participa­ sen en la transfiguración de esta mi dignísima (esposa), con aquel honor que tuvieron en el cielo ante todos mis santos, aquellos tres elegidos entre todos los demás: Pedro, Santiago y Juan sobre los otros apóstoles, por haber merecido estar presentes en el monte durante mi transfiguración”. Le dice ella: “¿Qué puede aprovechar esta tu gene­ rosa bendición y copioso derramamiento de gracias a aquellas que no lo experimentan con un saboi interno? Responde: “Cuando el dueño concede a una perso­ na una plantación de manzanos, ésta no conoce al momento el sabor de los frutos, debe esperar a que estos maduren. De igual modo, cuando concedo a a gu no los dones de mis gracias, no percibe al punto el

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sabor de la delectación interior hasta que, quebrado por completo el caparazón de los deleites terrenos con el ejercicio de las virtudes exteriores, merece saborear el núcleo de la dulzura interior” La comunidad, recibida la riquísima bendición del Señor, vuelve de nuevo al coro y termina el rezo de Maitines.

Capítulo IX

La Santísima Trinidad y los santos saludan al alma Cuando se cantaba el duodécimo responsorio: Oh antorcha'5, apareció el alma de la enferma en presencia de la altísima Trinidad, pedía fervorosamente por la Iglesia. Dios Padre la saluda melodiosamente con estas palabras: “Salve, mi escogida. Por los ejemplos de tu santa vida se te puede llamar: Lámpara de la Iglesia, que derramas arroyuelos, torrentes de bálsamo, es decir, de oraciones por toda la anchura del mundo”. Sigue el Hijo de Dios con dulce melodía: “Alégrate, esposa mía, que con razón se te llama: medicina de gra­ cia, porque con tus santas plegarias se les restituye más copiosamente a todos los que carecen de ella”. El Espíritu Santo canta: “Salve, inmaculada mía, que con razón se te llama alimento de fe, porque se ali­ 15

Del oficio alemán de santa Isabel.

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menta y establece la fe en todos los corazones que pia­ dosamente creen en esa mi divina operación por la que actúo en ti espiritual, no corporalmente”. El Padre le otorga con su omnipotencia, poder ofrecer seguridad a todos los que temen la fragilidad humana y no confían aún plenamente en la bondad divina. El Espíritu Paráclito, llamado fuego consumidor, le concede que del ardor de su divina caridad pueda ofrecer calor a los menos fervorosos. A continuación el Hijo de Dios le concede en unión con su santísima pasión y muerte ofrecer medi­ cina a todos los extenuados a causa de sus pecados. Una multitud de santos ángeles la elevan con gran honor ante Dios y cantan con nítida voz: Tú eres har­ tura de Dios, olivo fructífero, tu pureza ilumina, tus obras resplandecen. En las palabras: tu pureza ilumina, alaban en ella de modo especial el serenísimo descanso con el que se dignó reposar el Señor en su alma. En las palabras: resplandecen tus obras, alaban la encomiable y purísima intención de todas sus obras. Luego cantaban todos ios santos: Dios reveló su justicia a la vista de todos, etc.

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Capítulo X Jesucristo atrae y prepara esa alma (le modo admirable para la gloria futura Durante el prefacio de la Misa mayor, Jesús, espo­ so florido, aparece otra vez revestido con esplendor de nueva gloria. Con delicadísima ternura toma en sus finas manos la barbilla de su delicada esposa, vuelve el rostro de ella tan directamente hacia el suyo divino, que parecía que el aliento de la enferma iba directamente al aliento de su divinidad; aplica sus divinos ojos a los ojos de ella y los ilumina de modo maravilloso con un rayo de su divinidad. De este modo ilumina de forma admirable a aquella felicísima alma, la santifica con fidelidad, y por decirlo de alguna manera, la hace dichosa y la dispone para la bienaventuranza de la glo­ ria futura. La que en espíritu conoció16 estas cosas compren­ dió que no había llegado aún el momento de llevársela, hasta que, consumidas y como reducidas a la nada todas sus fuerzas por virtud divina, liberada de toda vanidad de la humanidad, como gota de agua derrama­ da en un tonel de vino, inmersa en lo profundo de toda dicha, mereciera hacerse un solo espíritu con Él. Aunque la comunidad ya había recitado cinco veces las preces acostumbradas junto a ella, aún no voló. 16

Se trata sin duda es santa Gertrudis, a la que se debe el relato de todas las visiones de santa Matilde en esta etapa final de su vida.

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Sin embargo, después de Tercia ella misma exten­ dió las piernas, puso los pies como su Señor crucifica­ do, colocando el pie derecho sobre el izquierdo. Las presentes le ponen el pie superpuesto junto al otro, ella se resiste con fuerza y lo superpone de nuevo sobre el izquierdo, para demostrar que no hacía esto por casua­ lidad, sino por piadoso afecto, para que conformada a semejanza de su único Amor, mereciese también confi­ gurarse con su gloria. Así se une, a su manera, al Señor clavado en la cruz por su amor de manos y pies, a la hora de Sexta. A la mitad de esta hora ella misma extiende de manera espontánea los pies, e inmola un sacrifico de eterna alabanza. Parecía que el Señor, como delicadísimo amigo acariciaba los miembros de la moribunda con dulcísima ternura.

Capítulo XI Vuelo [de Matilde] )• su acogida en el Corazón divino Urge ya la hora tan deseada. Desprendida de todo lo humano, y perfectamente preparada según el deseo de su Amado, tan delicada esposa iba a partir de la cár­ cel de la carne hacia el tálamo de su impeiial Esposo. La comunidad acababa de comer, llega en primer lugar la Madre del monasterio con algunas hermanas que la rodean. En un instante se transforma el rostro de la enferma en cierta suavidad llena de ternura, como expresión cierta de la dulzura interior, para recibir a sus amadas cohermanas en Cristo, que se iban acercando.

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Como no podía hacerlo de palabra, las acogía con ges­ tos amistosos de la boca y el rostro, y las invitaba a ale­ grase con ella por los inefables beneficios que Dios le había concedido. Entonces, el Señor de -la majestad, lleno de dulzu­ ra, única saciedad del alma enamorada, envuelve en luz divina a su esposa, la colma de resplandor, y él, cantor de todos los cantores, con voz suave y melodía armo­ niosa que supera toda capacidad humana, cantaba a su amada Filomena17, que tantas veces le había cautivado su Corazón divino con sus dulces cantinelas, más por la fervorosa devoción que por la sonoridad de su voz18. El le canta en correspondencia: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino, etc19, para recordarle a ella aquel don dignísimo por el que durante ocho años le había entregado su corazón divino con esas mismas palabras, como prenda de amor y seguridad. Ahora la saluda con inmensa ternura y le dice: “¿Dónde está mi regalo?” Abre ella su corazón con las dos manos frente al Corazón de su Amado, abierto igualmente frente al de ella. El Señor acopla su Corazón santísimo al corazón de ella, arrobada total­ 17

18 19

Filomena: ruiseñor. Término aplicado en la poesía y en la mística para describir el canto espiritual enamorado. Aquí se pone en boca de Cristo esposo que canta a su amada, Matilde. Este texto ha desarrollado la tradición según la cual se la ha llamado a Matilde “Ruiseñor de Dios”, “Ruiseñor de Cristo” Cf. M. Raymodn, Estas mujeres anduvieron con Dios. Edc. Studium, Madrid, 1958, pp. 351-388. Se alude veladamente al oficio de cantora que desempeñó Matilde en su monasterio. Mt 25, 34.

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mente por la fuerza de su divinidad, y la asocia a su gloria”20. Que allí se acuerde de los suyos que la recuerdan, y nos obtenga con sus santos ruegos, al menos una chispa de la sobreabundancia de sus delicias, junto al que, hecha un espíritu con él, goza ya para siempre. Amén.

Capítulo XII

Gozo y aumento del mérito de los santos Cuando hacían como de costumbre la conmemora­ ción de la difunta, apareció el Señor sentado en la majestad de su gloria. Acariciaba con ternura el alma de la difunta que reposaba dulcemente en su regazo, mientras se cantaba: Venid en su ayuda, santos de Dios; recibid su alma y presentadla ante el Señor. Se levan­ tan los ángeles con gran reverencia, ya que no tenían necesidad de recibir a la que veían honrosamente reci­ bida y magníficamente honrada por la benignidad de su Señor. Hincan las rodillas ante su Señor, como los prín­ cipes cuando reciben del emperador la herencia de sus bienes, y los méritos obtenidos el día anterior para aumento de los merecimientos de la amada de Cristo, los reciben ahora duplicados y maravillosamente enno­ blecidos por los méritos de ella. Lo mismo hacía cada uno de los santos en la letanía al invocar su nombre. 20

Con este mismo gesto moría su hermana, la abadesa Gertrudis. Cf. VI, 5.

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La que esto veía21 ruega al alma [de Matilde] que rece por la purificación de los defectos de aquellos sus amigos especiales, con el mismo afecto con que los amaba cuando vivía. Le responde: “Ahora a la luz de la verdad, conoz­ co con total claridad que todo el afecto que pude tener a alguien en la tierra apenas significa lo que una gota de agua ante el mar inmenso, con relación a aquel dul­ císimo afecto con que el Corazón divino los ama. El Señor, de modo inescrutable, por útilísima disposición, permite algunos defectos en el hombre, para que se humille con frecuencia y se ejercite en trabajos, así pro­ grese de día en día para su salvación. Pues no puedo admitir ni el más mínimo pensamiento, distinto de lo que la sabiduría omnipotente y la sapientísima benevo­ lencia de mi dulcísimo y amantísimo Señor, han orde­ nado para cada uno, según su óptimo beneplácito. Por ello me expansiono con todo mi ser en alabanzas y acciones de gracias por tan ponderada disposición de la divina misericordia.

Capítulo XIII

Cómo dirigirse a Dios en la oración por los méritos de esta virgen Al día siguiente, durante la Misa de Réquiem, pare­ cía que su alma sacaba del Corazón de Dios unas cañi21

Santa Gertrudis.

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tas de oro para todas las que le tenían especial devoción o afecto. Por ellas debían extraer del Corazón divino cuanto desearan para sí. Cada cañita tenía un orificio por el que debían extraer lo que deseaban conseguir mediante la recitación de la oración que sigue , con la confianza de acceder más fácilmente a la benevolencia divina para obtener lo deseado.

Oración para recitar con frecuencia dones concedidos por Dios a esta virgen

por

los

Por el amor con el que siempre derramaste tus beneficios en tu amada Matilde, enriqueces a cada uno de tus elegidos si encuentras las debidas disposiciones, y seguirás haciéndolo en la tierra y en el cielo; escú­ chame, benignísimo Señor Jesucristo, por sus méritos y los de todos tus elegidos. Durante la elevación de la Hostia parecía que aquella dichosa alma deseaba ofrecerse a Dios Padre unida a la Hostia, en alabanza eterna, para eterna sal­ vación de todos los hombres. El Unigénito de Dios, que no acostumbra a denegar nada a sus elegidos, la atrajo totalmente hacia sí y la ofreció consigo a Dios Padre. Por esa unión ofreció benignamente doble salvación a todos sus elegidos del cielo, la tierra y el purgatorio.

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XIV

Es provechoso presentar en el ofertorio los méritos de Cristo y de los santos por las almas Durante la Misa siguiente se la vio como si estu­ viera en el Corazón de Dios y a través del mismo Corazón melifluo resonar la pulsación de cuatro deli­ cadísimas cuerdas que producían cautivadores acordes de alabanza, acción de gracias, suplicas y plegarias, suplían con creces las negligencias de cuantos en esos momentos participaban y cantaban en sus exequias, e incluso de todos los que en el mundo entero las cele­ brarían gustosos, si conocieran los beneficios que Dios les concedía gratuitamente. Preguntada durante el ofertorio qué había conse­ guido de la costumbre que tenía de presentar durante el ofertorio los méritos de Jesucristo y de todos los santos por todas las almas de purgatorio, se inclina y parece bajar unos canastillos llenos de frascos que ofrecía a las almas situadas en distintos lugares de tormentos. Cada una recibía el frasco con gran alegría. Apenas aparecía ella, se veía el alma libre de todo dolor y colocada en una morada de confortadísimo descanso. Los canastillos que ofrecía a las almas significaban sus virtudes; los frascos, la práctica de las virtudes en las que se ejercitaba: humildad, benevolencia, compa­ sión y otras semejantes. Cuando llevaba cada canastillo al lugar de cada sufrimiento, las almas que estaban allí y nunca habían practicado en la tierra esa virtud, eran trasladadas de los sufrimientos a las alegrías, por los

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méritos de [Matilde], Para colmar el gozo y la alegría de su amada, el Señor llevó una multitud incontable de almas a las moradas del cielo. Las que, por exigencia de la justicia, no convenía asociarlas a los moradores del cielo, por amor a su amante, el Señor se dignó lle­ varlas a lugares de dulce descanso. Capítulo XV

El día de su muerte no entró en el infierno ninguna alma cristiana Lo dicho sobre la liberación de las almas fue reve­ lado a otras dos personas. Una supo de parte de Dios como cosa cierta que el día del tránsito de su feliz alma, ninguna alma de los cristianos en todo el mundo des­ cendió al infierno, porque todos los enfermos que murieron ese día, o fueron movidos a penitencia por los méritos de alma tan dichosa y amada de Dios, o si esta­ ban totalmente endurecidos y pervertidos que ellos mismos se privaron de toda gracia, no permitió Dios que murieran ese día, ni airarse con un juicio tan seve­ ro en un día de tanta solemnidad y alegría de su Corazón. Capítulo XVI

Huscar la alabanza divina por encima de todo, y realizarla con intención pura Durante una Misa se la vio posar delicadamente entre los abrazos del Señor. Al querer dirigirse a la que

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esto veía22, el Señor abre sus brazos y suelta un poco al alma. Contempla entonces al alma envuelta en inefable gloria con un hermoso manto como formado de crista­ les; algunos brillaban como estrellas, otros parecían espejos trasparentes. Cada uno estaba incrustado en cír­ culos de oro, y por cada uno de los cristales brillaba una perla preciosa. Algunas eran rubíes, otras de color púr­ pura, otras verdes y otras de varios colores y formas. El vestido por dentro era de seda y estaba confeccionado con las virtudes y buenas obras de esa tan feliz alma. Los cristales significaban sus obras, los círculos de oro indicaban que había realizado todas sus obras por amor. Las perlas se referían a las virtudes de Jesucristo que había unido a las suyas, pues todo lo hacía en unión y conformidad con las virtudes del Señor.

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por encima de mis méritos, que todo lo que me conce­ dió me lo ha otorgado solo por gratuita bondad. Por ello será de grandísimo gozo para mí, que lo alabéis en mi nombre sin interrupción. El, finalmente, me ha lle­ vado entre aquellos santos en los que más se complace, más se regocija y más se le alaba”. Ésta: “¿Cómo alabaremos al Señor por ti?”

Al levantarse, se extiende el vestido a lo ancho, ella parece mirarle y contemplar en él su rostro. Era inmensamente amplio y de tal esplendor que iluminaba todo el cielo con nueva gloria. Producía tan dulce armonía que conmovía el cielo y todo lo que hay en él con su resonancia.

Responde ella: “Lo que vosotras hacéis lo hacía yo cuando estaba en la tierra. Brevemente: Lo que hacéis, hacedlo unidas a aquella recta intención y amor puro con el que yo hacía todo para gloria de Dios y prove­ cho de todos los hombres. Por ejemplo, cuando entráis al coro para adorar o cantar, pensad con qué pureza y fervor servía yo a Dios, y según vuestras posibilidades, tratad de imitarme. De igual modo cuando vais a dor­ mir o comer, pensad con que pura intención y fervoro­ so amor recibía las comodidades de mi cuerpo y el uso de las criaturas. Así todas vuestras cosas cederán, en mi nombre, a la alabanza de mi Amante y contribuirán a vuestra misma salvación”.

La que esto contemplaba le pregunta qué es lo que más desearía de su comunidad.

Reitera ésta: “¿Qué te reporta el que alabemos a Dios por ti?”

Ella le responde: “Quiero por encima de todo que se alabe a mi Señor. Me ha glorificado y exaltado tan

Responde ella: “Un abrazo y un beso m uy espec ial que renueva todo mi gozo”.

22

Parece fuera de dudas que se refiere a santa Gertrudis, ya antes designada con esta expresión, en la serie de visiones que siguen al capítulo XV, donde se cuenta la revelación hecha a dos personas, y aparece la misma expresión: la que esto veía. No deja ya la narración hasta terminar el libro.

Esta misma persona ve sal ir tres rayos del Corazón de Dios, y pasar por el alma de [Matilde] hacia todos los santos. Iluminados y regocijados de modo admira­ ble por estos rayos, comenzaron a alabar a Dios por ella y cantaban: “Te alabamos por la encantadora belleza de

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Libro de la Gracia Especial

tu esposa, por tu amorosa paciencia con ella, por la unión perfecta que la ha hecho una contigo”. Contemplaba ésta cómo se regocijaba el Señor por estas alabanzas y le dice: “¿Por qué. Señor mío, te ale­ gras tanto al ser alabado por esta alma?” Responde: “Porque durante su vida siempre deseaba mi alabanza por encima de todas las cosas. Conserva aún ese anhelo, y deseo saciarla en mi perenne alabanza”.

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Séptima Parte

rán en él de qué espíritu son, y los tristes encontrarán consuelo en él. Esto es tan cierto para quien ame este don, como para aquella que lo recibió de Dios. Como el que recibe un regalo del rey por medio de un m ensajero, el don es suyo y provechoso para s í, como si lo recibie­ ra personalmente del mismo r ey. Dios solo quie re recibir de este don, alabanza, gloria y agradecimiento”. Capítulo XVIII

Seguridad concedida a quienes celebraron su funeral

Capítulo XVII

Nombre y utilidad de este libro: De la Gracia Especial Pregunta ésta de nuevo al alma qué gloria había recibido por el don singular de la gracia. Responde: “Este don excede a toda mi gloria. El amor totalmente desbordante que hizo hombre a Dios, derramó en mí este don con su poderosa sabiduría, su divina dulzura y generosísima bondad”. Le pregunta si le ha gustado o molestado que se haya escrito este libro. Responde el alma: “Es mi mayor alegría, pues reconozco que por él alabaré a mi Dios, he cumplido su voluntad, y será de provecho para los prójimos. El libro se llamará Luz de la Iglesia23, los que lo lean serán ilustrados con la luz del conocimiento, reconoce­ 23

No como título, sino como alabanza del mismo.

Mientras se * cantaba ante la sepultura el Responsorio Líbrame Señor, se la vio rogar insistente­ mente al Señor para que todos los presentes que cele­ braban sus exequias, nunca experimentaran la muerte eterna. Por ello mereció recibir de la generosa bondad divina la promesa de seguridad en ello. Cuando se can­ taba el Responsorio Desprecié el reino del mundo... ella misma, durante las palabras a quien vi, cantaba: “Verdaderamente he contemplado en su divinidad a quien tantas veces contemplé en la tierra con los ojos del entendimiento, le amé con todas mis fuerzas; creí en él con todo mi corazón; le quise24 con todo mi afecto”. 24

“Le amé ”, "le quise ”, En latín, amavi, dilexi. Son dos verbos que frecuentemente se traducen al castellano con un mismo término, pero tienen matices distintos. “Amar” denota más profundidad y estabilidad. “Querer”, digamos más a flor de piel. Por ejemplo, el amor de una madre y el quererse de una pareja de muchachos. Estos matices observa san Juan en el diálogo de Jesús con Pedro (Jn 21, 15-17). Las buenas tra­ ducciones ponen verbos distintos para señalar los matices del afecto en griego, latín y castellano. N. del T.

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Libro de la Gracia Especial

Vuelta a la comunidad dice: “Os ruego y amones­ to a todas que cantéis y proclaméis este responsorio con alegría, porque el Padre se regocija en él, el Hijo es saludado, el Espíritu Santo se complace en él. ¿Por qué pensáis que el Señor os encarga por medio de la her­ mana Matilde25 que lo proclaméis, sino porque encuen­ tra gozo incalculable al escucharlo de vosotras?” Al cantarse de igual modo el Responsorio: Levántate, virgen, se la contempló ante el Señor como una reina ricamente ataviada; se arrojaba al abrazo del Señor y reclinaba la cabeza sobre su corazón. Le dice el Señor: “Mi alegría, mi encanto, todo lo mío es tuyo según tu deseo, quiero escuchar y atender en sus necesidades a todos los presentes que han cele­ brado tus exequias”.

Capítulo XIX

Nuestro Señor Jesucristo ama y corrige a los suyos En la fiesta de santa Catalina se la vio pasar con el Señor por medio del coro y dirigir a las cantoras como solía hacerlo. Sorprendida la que esto veía, dice el alma: “Cuando cantaba con vosotras en el coro con todas mis fuerzas, al ascender la melodía yo elevaba con ella al cielo todos vuestros deseos ante el Señor y los depositaba en él; cuando descendía la melodía, atra­ 25

Parece que el alma de Matilde habla aquí de sí misma.

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ía con todo mi amor la gracia de Dios hacia vosotras. Sigo haciendo lo mismo sin interrupción”. Le dice ésta [Gertrudis] “¿Qué deseas pedir a las hermanas?” Responde: “Alegraos desde lo hondo de vuestro corazón en vuestro Amado, su amor hacia vosotras es tan tiernísimo y diligente como el de una madre a su hijo único, que por su gran afecto desearía tenerlo siempre en su regazo para librarlo de todo peligro. Así Dios, vuestro amante, desea estéis siempre unidas a él, que nunca os desviéis. Cuando no lo hacéis, permite que sufráis para que volváis a él de nuevo, como la madre fiel corrige con azotes al hijo que se separa de ella y cae, para que aprenda que en adelante no debe separarse más. Como una madre goza que el niño la acaricie con tiernas palabras, mucho más desea vuestro amante esposo escuchar de vosotras palabras que penetran has­ ta la médula de su Corazón. ¡Vamos!, entregadle todo vuestro corazón, pues él será para vosotras Padre, Señor, Esposo, Amigo, todo en todas las cosas”. Ella lo entendió, por inspiración divina, del modo siguiente: Es Padre, debemos fiarnos de él en todo Es nuestro Señor, pongamos en él toda nuestra esperanza. Es Esposo, debemos amarle con todo el corazón y con toda el alma.

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Es Amigo, debemos exponerle confidencialmente todas nuestras penas y necesidades, y sólo de él esperar consuelo.

Capítulo XX

El alma feliz del conde [Encardo], fundador del monasterio En el treintenario de [Matilde], día aniversario de don Bucardo26, conde fundador del monasterio, con­ templó27 el alma del Conde en un resplandor admira­ ble, llevaba túnica de púrpura, adornada con todas las virtudes, por encima un manto blanco entretejido en rojo y verde. En la parte roja había Icones inscritos en círculos de oro, de su corazón brotaban hermosísimas rosas. Sobre el color verde brillaban todas las virtudes en maravilloso entretejido. Llevaba también un collar a modo de brillante estrella, manto de oro rojo purísimo sobre fondo de plata bruñida; en su cabeza hermosa corona. La que esto veía le dice: “¿De dónde te viene tan­ ta variedad virtudes?” El alma: “No he merecido tan magnífica gracia con mis virtudes, dispongo de ellas por la bondad de mi Dios y las virtudes de mi amada comunidad. Esta túni­ 26

27

Bucardo I de Mansfeld. Ver parte 5a, cap. 10. Murió el día de santa Lucía , 13 de diciembre de 1229, según narra la abade­ sa Sofia de Stolberg. Santa Gertrudis.

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ca entretejida con todas las virtudes, la recibí al subir al cielo aquella magnífica reina que fue la abadesa Dña. Gertrudis. Que entró en el palacio celestial con gran gloria, como reina poderosa, llena de innumerables vir­ tudes y riquezas. Pudo decirse de ella: Llegó a Jerusalén la reina [de Saba],2* etc. Desde hacía mucho tiempo no había entrado en el cielo ninguna alma tan grande, con tan magníficas vir­ tudes y tan variados adornos. Esta túnica roja y verde que llevo la debo también a los méritos de la menciona­ da abadesa, ha sido confeccionada con las virtudes de sus súbditas. El rojo designa la gloria del martirio que alcanzan las religiosas con obediencia sincera. Quien entrega gustoso a Dios la propia voluntad, inmola una víctima más digna y preciosa que su propia cabeza. Los leones significan los arduos trabajos de la obe­ diencia; los círculos, las ataduras de la misma; por las rosas se manifiesta la paciencia que las religiosas deben tener en todas sus obras; el color verde designa la lozanía de todas las virtudes, hermoseada de modo admirable por el mérito de cada una de ellas. Poseo esta belleza por los méritos de cada una de las hermanas que sirven a Dios en mi monasterio. Este collar significa el excelente deseo de dicha abadesa, que supera el res­ plandor de las estrellas. Como la estrella está siempre en movimiento, su deseo suspiraba constantemente; como la estrella es purísima, así era la intención de su 28

IR 10, 2.

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Libro de la Gracia Especial Séptima Parte

deseo. Siempre y sobre todas las cosas anhelaba la glo­ ria de Dios y la salvación de los prójimos. El oro y las perlas preciosas del collar indican la solicitud y esfuerzo de su corazón estimulado por el deseo. El manto de oro significa el amor y conoci­ miento, y esta corona de amor me fue concedida recientemente por el Señor, debido a los méritos de aquella sorprendente águila que ha escalado los secre­ tos celestiales”. “Dime te ruego, pregunta aquélla, cuál fue el gozo que entonces experimentaron los santos. Responde el alma: “La última vez que comulgó se unió tan íntimamente a Dios que la vimos en el cielo dentro del mismo Dios. Salía un rayo de la divinidad que iluminó a todos los santos, por el que vimos y caí­ mos en la cuenta de todo el mérito y dignidad que aque­ lla dichosa alma iba a recibir. Así nos preparamos a recibirla con un gozo festivo inmenso. Al salir de este mundo atrajo el Señor el alma hacia sí con su divino soplo de manera tan suave y tier­ na que es imposible describirlo. Acudimos todos los santos desde el más grande al más pequeño. Mientras el Señor la llevaba consigo, todos los santos con inmenso gozo y dulce melodía cantaban: Virgen sen­ sata y vigilante, ¡qué feliz eres con el esposo que te escogió! Mientras se cantaba: ¡Qué hermosa, qué encantadora, qué radiante estás!, sale dicha alma rebosando de alegría, del Corazón divino, como espo­ sa del tálamo, y permanece ante el trono envuelta en la divinidad, toda llena de Dios.

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Al cantar los santos: Gozas de la cámara real uni­ da al Hijo de Dios, la estrecha el Señor a sí con abra­ zos llenos de ternura y canta con dulce melodía: Eres la más hermosa entre las hijas de Jerusalén como la habéis visto, llena de caridad y amor hacia Dios y el prójimo en lo más hondo de su intimidad, es decir, en la contemplación y en los jardines llenos de perfumes, a saber en la doctrina provechosa que infundió en los corazones del prójimo. Todos los santos ofrecían sus méritos a Dios en honor de su esposa, al acercarme yo entre ellos me abraza tiernísimamente el Señor y me entrega este manto de oro, signo de amor y conocimiento, en aten­ ción a los méritos de su amante, y pone en mi cabeza una corona de amor. Desde entonces tengo de manera permanente mayor conocimiento y amor a la adorable Trinidad y lo conservaré eternamente. Pregunta ésta de nuevo: “¿Qué significa ese res­ plandor que os envuelve?” Responde el alma: “En esta luz advierto la bondad y misericordia de mi Dios para conmigo, saboreo el inefable amor y dulzura con los que me ha amado des­ de toda la eternidad”. Preguntado una vez más por ésta qué utilidad le reportaba que la comunidad celebrara su aniversario en la tierra con cantos, días de fiesta. Respondió: “Todo lo que hacen por mí lo aplica mi Señor a las almas del pur­ gatorio, con ello salen muchísimas, me las entrega a mí como propias, como el emperador entrega soldados a sus príncipes. Ésta será mi honra perpetua en el cielo”.

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Capítulo XXI

Amor entrañable (le Dios al alma de la bienaventurada hermana Matilde Al celebrarse el treintenario29, contempló de nuevo esta persona30 31 el alma de Matilde, de feliz recuerdo, y le pregunta sobre su gloria. Le contesta el alma; Ni ojo vio, ni oido oyó, ni ha podido comprender corazón alguno^ mis méritos y mi gloria. Al oírlo ésta, comenzó a entristecerse. El alma la consolaba con estas palabras: “No te entristezcas, carísima hermana, cuan­ do el niño desea que su padre le abrace, y dada su pequeñez no puede alcanzar sus brazos, el mismo padre se inclina hacia el niño, movido por su excesivo afecto y compasión, para poder ser abrazado y besado por él32. De este modo se inclina condescendiente el bondadoso Señor hacia el alma amante, y le manifiesta las cosas invisibles e inefables de los secretos divinos por medio de semejanzas. Yo he sido introducida en la divinidad y unida tan felicísimamente a ella que, en cierto modo, he sido hecha omnipotente por el Omnipotente, sabia por la Sabiduría, buena por la Benignidad, enriquecida de esta 29 30 31 32

Conmemoración a los treinta días de su muerte. Gertrudis la Magna. Cf. 1Co2,9. El ejemplo del padre y el niño que aquí se propone, recuerda un rasgo familiar a Gertrudis en sus Revelaciones. Véase, por ejemplo El Heraldo del amor divino, lib. II, cap. 18.

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Séptima Parte

manera con todos los bienes que hay en Dios. Por eso todo lo que habéis ofrecido por mí estos treinta días: oraciones, acciones de gracias, y todas las demás obras buenas, el Señor las ha aceptado plenamente como si las hubierais ofrecido a él personalmente. Escuchó vuestras oraciones según el beneplácito de su benignísima voluntad. Aún más, sabed que escuchará todo lo que pidáis con fe y devoción en el sepulcro de mi hermana antes mencionada33. Si lo que pedís no os conviene, la clementísima generosidad de Dios lo conmutará por otra cosa mejor y más provechosa para vosotras. Le pregunta ésta: “¿Las almas de todos los elegi­ dos tienen esa dichosísima unión con Dios de que me has hablado?” Responde el alma: “Efectivamente, pero de modo distinto conforme a lo que merecieron en este mundo: unas superan a otras en liberalidad, otras, en conoci­ miento y así en cada una”.

Capítulo XXII

Esta alma se asemeja en cierto modo a la bienaventurada Virgen María en sus virtudes La gloriosa Virgen María se le apareció durante la Misa y le preguntó si esta dichosa alma era en algo semejante a ella.

33

La abadesa Gertrudis.

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Séptima Parte_________

Le responde la bondadosa Virgen María: “Sí, se parece mucho a mí en todas las virtudes, pero de modo especial en siete:

todos los santos de su flujo con especial deleite, bendicen al Señor por ella. - En séptimo lugar se asemeja unión íntima y familiar con singular prerrogativa que el todos los que adoran a Dios que Dios y ella se aman.

- Se distinguió en la humildad. Se tenía por nada y no se prefería a nadie. Por eso el Señor la elevó a la compañía de los más grandes santos. -

En segundo lugar, por la pureza, limpieza de corazón e inocencia de vida. Ahora es asociada a los que están cerca de Dios y sobresalen en su conocimiento.

- En tercer lugar, por su amor fiel. De este modo todo el bien que afecta al alma, ella lo capta con especial sensibilidad, como es el gozo, la alegría, el honor y la felicidad. -

-

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Añadió la Virgen: Desde el día que Dios se llevó a vuestra Madre34, que amabais como a vuestra misma alma, os encomendó a mí con aquel amor y fidelidad que la impulsó a elegirme por Madre. Por eso toda mi solicitud consiste en adornaros como conviene a espo­ sas de mi Hijo. Al haberos arrebatado la que era vues­ tro consuelo, El mismo se os entregó con todo su ser como consolador vuestro.

En cuarto lugar, por su deseo de la gloria de Dios. Por ello buscó y promovió en cuanto pudo la alabanza divina en la tierra. Así fue colocada entre los que encuentran su máximo gozo ala­ bando a Dios. Toda alabanza o acción de gracias que se ofrece por ella el Señor la cuenta como ofrecida a sí mismo. Es más, quiere dar pleno cumplimiento a todos sus deseos no cumplidos.

Bendito sea Él por los siglos de los siglos. Amén

En quinto lugar se asemeja a la Virgen por la misericordia y compasión. Así recibió la distin­ ción de poder ayudar en sus necesidades a todos los que la invocan.

- En sexto lugar, por su benignidad y gratitud. Por ello Dios la llena como manantial. Inundados

a la Virgen en su Dios, y merece la Señor escuche a con el mutuo amor

34

La abadesa Gertrudis de Hackebom.

Indice Bíblico * El número romano indica el libro, el arábigo remite al capitulo, y la letra al párrago del mismo capítulo

ANTIGUO TESTAMENTO Génesis 1,3 49, 11. Éxodo 3, 19 12, 7, 13 Números 11,25-26 Deuteronomio 4, 24 32, 4 I Samuel 15, 22 18, 1

II, 20 1,6 I, 22c I, 16 V, 26 VII, 4 III, 8 II, 42 I, 23

I Reyes 10,2 II Reyes 2, 15 Tobías 12, 7 II Macabeos 15, 14 Job 9, 28 19, 25 30, 29 Salmos 11, 6

VII, 20 V, 26 VII, 7 V, 1 III, 45 V, 27 I, 20b III, 35

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17,26 18,6 18,6 18, 6 18, 11 20,4 20,4 21,7 21,7 29.2 32.2 33.9 33,6 35.9 39, 11 41, 2 41, 5 44.3 44, 3 44, 3 44, 3 44, 8 44, 11 44, 12 44, 15 46, 7-8 50, 3 54, 23 64, 2 67, 3 71, 10

I, 37 1,4 I, 34 I, 41 II, 18 Cap. previo I, 28 II, 27 IV, 27 I, 18c II, 35 III, 25 1,8 I, 30 IV, 40 I, 36 V, 8 1,8 I, 1 I, 5a H, 4 III, 36 II, 42 I, 32 I, H I, 27 1,5 I, 15 III, 1 I, 1 I, 23

I, 22 81, 6 III, 50 81, 6 84, 2 I, 12 II, 22 85, 11 I, 9¿z 87, 17 V, 6 88, 15 II, 21 100, 2 1,7 101, 18 II, 18 103,15 I, 32 116, 1 III, 18 116, 1 VI, 7 116, 1 V, 18 118, 1 118, 99. 100V, 30 V, 24 118, 130 II, 18 118, 131 II, 21 119, 6 VII, 1 129, 3 II, 18 148, 4 I, 31 150, 4 VI, 8 150, 5 Proverbios I, 29 8, 30 I, 30 8, 31 III, 2 8, 31 III, 28 8, 31 V, 29 8, 31 Cantar de los Cantares I, 35 1,2 III, 25 1,3 I, 32 2, 10

573

Índice Bíblico

2, 13. 14 2, 136. 14c 2, 10. 13 3,4 3, 11 4, 8

4, 8 4, 13 5, 1 5, 2 5,6 7,2 8, 13

1,3 I, 13 II, 1 I, 13 IV, 59
Sabiduría I, 23 1, 7 6, 20 I, 25 6, 20 I, 31 V, 17 8, 3 8, 8 IV, 32 Eclesiástico (Sirácida) 6, 32 I, 28 15, 5 I, 28 24, 8 II, 35 24, 26 1,7

48, 1 Isaías 1,5 1,6 1,6 6, 1 6,3 11, 2. 3 11, 5 66, 11-12 Jeremías 9, 1 29, 11 33, 3 Ezequiel 18, 21. 22 Daniel 3,56 12,4 Joel 3, 18 Amos 9, 13

V, 30 I, 226 I, 186 II, 11 1,9 I, 19 I, 20 I, 1 I, 34 IV, 13 III, 39 III, 49 IV, 30 IV, 24 V, 30 I, 14 I, 14

NUEVO TESTAMENTO Mateo 3, 11 3, 14

1,8 1,8

3, 17 10.27 11.28

I, 8 VII, 7 1,8

574 12, 50 5, 8 7,2 11, 28 11, 28 13,44 16, 24 18, 7 18, 22 20, 28 21, 23 22, 12 22, 37 24, 35 25, 20 25, 21 25,34 25, 34 28, 18 Marcos 10, 45 12, 30 Lucas 1, 26 1, 28 1, 38 1, 39 1,47 2, 1 2,4 2, 14

Libro de la Gracia Especial

I, H 1,8 1,8 1,7 1,8 III, 41 I, 34 1,8 V, 14 III, 30 IV, 8 III, 38 I, 30 VII, 3 V, 24 II, 17 1,3 VII, 11 I, 20 IV, 59 I, 30 I, 1 I, 12 I, 1 II, 6 Cap. previo 1,5 I, 5d I, 19

2, 19 2, 35 2, 46 4, 44 7, 48. 50 7, 48. 50 7, 50 9, 59 10, 27 14, 27 19, 41 21, 27 22, 15 22, 15 22, 19 22, 28-30 23, 31 23, 46 24, 29 24, 50 Juan 1, 1 1, 14 1, 9 1, 50 5, 17 6, 3 1. 32 8, 12 11, 15 12, 32 12, 34

I, 39 I, 12 I, 9a I, 5d 1,3 I, 25 I, 25 IV, 44 I, 30 1,8 1,21 IV, 57 III, 46 IV, 596 III, 24 IV, 1 I, 15 I, 19e I, 19c I, 20a I, 6a IV, 8 II, 35 I, 20 II, 40 I, 13 1,8 1,21 III, 25 I, 18

Índice Bíblico

14, 3 I, 196 15, 5 III, 27 15, 9 I, 21 15, 12 1,8 16, 28 I, 21 17, 11 II, 26 17, 17 II, 26 17, 19 III, 31 17, 24 I, 19c 18, 4 III, 31 19, 25 V, 29 19, 30 VI, 5 19, 34 I, 18 20, 1 1,33 20, 17 I, 1 20, 22 I, 19/ 21, 7 I, 6a 21, 15 IV, 60 21, 15-17 VII, 18 Hechos de los Apóstoles 7, 54 11,21 I Corintios 1,28 III, 7 2,9 VII, 21 6, 17 I, 1 6, 17 23 6, 17 11, 17 6, 17 IV, 13 6, 20 I, 196 11, 3 III, 6 13, 1 IV, 59c

575 13, 7 13, 12 15, 9 15, 28 II Corintios 6, 16 6, 16 Gálatas 5, 22 Efesios 4, 10 Filipenses 2, 8 2,8 2,9 2, 10 1,23 Colosenses 2, 10 2,9 2,9 3, 5 I Timoteo 2,5 Hebreos 1,3 4, 12 4, 13 11, 6 13,9

Pról IV, 22 I, 18a V, 21 I, 30 IV, 16 11,2 I, 20 I, 186 V, 15 I, 16 I, 16 I, 12 I, 30 I, 5c I, 196 III, 37 I, 19c I, 56 III, 19 III, 7 I, 35 V, 24

576 Santiago 5, 16 I Pedro 1, 12 1, 12 1, 12 I Juan 4,9 4, 16

Libro de la Gracia Especial

IV, 13 I, 10 I, 13 I, 18 I, 20 IV, 23

Apocalipsis 7, 17 19, 5 21, 2 22, 1. 2 22, 4

I, 13 I, 1 III, 47 II, 2 I, 30

Indice Materias

* Los números romanos indican el libro, los árabes el capí­ tulo: si lleva letras son divisiones dentro del capitulo. Por ejemplo: I, 19b, = parte primera, capítulo 19, apartado, b.

Alabanza: Pide a Dios convertirla en alabanza; Dios se alaba a sí mismo 1,1; todas las criaturas alaban a su Creador 1,1.

Alma: efectos del bautismo en el alma, cap. previo; Dios pone sus manos en las del alma 1,1; el a. se incorpora a Cristo derretida en amor divino, se hace una sola cosa con su Amado ibd; dice Dios al alma: Me entrego yo mismo a tu alma... tú en mí y yo en ti; como el amigo hace al amigo partícipe de sus bienes, eso hace Dios al alma que, íntimamen­ te unida al Amado, goza en él y con él. I, 13; I, 18a; 11,1; II, 24; el a. en el Corazón del Señor y el Corazón del Señor en el a. “Quédate conmigo para estar yo contigo” 1,19b; Dios se une al a. como padre, amigo, esposo, compañero, 1,19e; funde su

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Libro de la Gracia Especial

corazón en el Corazón de Dios, 1,19// 11,5. 31.34; corazón traspasado por un dardo místico, 11,25; el, a. del justo es viña del Señor, 1 22¿>; Dios fuente viva y gozo del a. I, 24; la Virgen acerca y entrega al a. el Corazón de su Hijo, 1.46; las heridas de Jesús purifican y alegran al a.11,1; 11,2; Jesús espo­ so la abraza, ll,4;el a. premio del Señor, 11,8; el a. virgen en el Corazón de Dios, 11,36; las almas ves­ tidas en el cielo con túnica blanca, IV, 2; donación mutua entre el alma y Cristo, IV, 27; Dios se revis­ te del alma, IV,30; unión del alma con Jesucristo, IV, 33. 36; Dios esposo se entrega al alma y espe­ ra reciprocidad, IV 59, a, b, c.

Amante, Amado: se reclina en su regazo con muestras de gran amor 1,1; queda dichosamente unida a Dios, ibd; el Señor la levanta y la reclina tierna­ mente en su regazo, 1,13; el Amado hace suyos los deseos del alma, III, 9; hecha un espíritu con éI,VII,l 1 (expresión frecuente a lo largo del libro); Dios ama a Matilde, Vil, 21.

Amor: suple todas las negligencias, II, 14; es como una madre, 11,16: se hace una sola cosa con el Amado, II, 17; el traje de bodas, III, 38; el hombre prenda de Dios, III, 37; el a. une con Dios y sus virtudes, 11,18; tú en mí, yo en ti,1,1; queda dicho­ samente unida a Dios. Ibd. Jesucristo considera hecho a él lo que se hace a los demás, II, 41; un solo espíritu con el Amado, III, 4; hacerse un solo corazón con el Señor, III, 27; el Señor pide tres pruebas de amor y le confía a Matilde los niños, los

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que sufren, la Iglesia, IV,60; amor y celo por todos los hombres, VII, 5.

Ángeles: El justo asistido por los nueve coros angéli­ cos, II, 22.

Arrepentimiento: lleva a la unión con Dios, 1,3; fruto de los gemidos, IV, 30.

Biografía, datos: colmada de bendiciones divinas des­ de su infancia, cap. previo; su alma templo de Dios que mora en ella desde el seno materno, ibd; entra en el monasterio a los 7 años, ibd.; se enciende pronto en el amor de Dios, ibd; practica las virtu­ des, se compadece y consuela a los atribulados, ama y es amada por todos, ibd.; familiaridad con Dios desde joven, ibd.; dotada de ciencia, conoci­ miento y hermosa voz, ibd.; probada con frecuentes enfermedades, ibd.; deseaba la unión permanente con el Amado, ibd.; estando enferma muere su her­ mana, la abadesa, II, 26; no puede seguir a la comu­ nidad por estar enferma, acepta las atenciones que le hacen por amor de Dios, III, 45; vida religiosa ejemplar, IV, 4. 6; elogio a Matilde, dolor por su muerte, IV, IV, 13; oración por las novicias, ejemplaridad de éstas, IV, 16. 17; Carta a una amiga suya, IV; 59; intercede por todos, V, 1; VII, 14.15; ve a su hermana Gertrudis, V, 1.2; ve el alma de Matilde de Magdeburgo, V, 3; su muerte y entrada en el cielo, V, 6; y el alma de la reclusa Isentrudis, V,4; el alma de la monja Berta, V, 5; entrada de varios hermanos en el cielo, V,8.9.10.11.12.15; ras­ gos de Matilde: ejemplar y grata a Dios, V, 26.30;

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Libro de la Gracia Especial

larga agonía de Matilde, sus funerales, VII, 12.14.18.

VII,

1.2.3.4.5.6.7.8.9.10;

Confesión: dispone para la eucaristía y la unión con Dios, 11,14; el alma que mancha su imagen de Dios debe lavarla en la confesión para comulgar, III, 21.

Corazón: del corazón de Dios sale una flauta de ala­ banza, 1,1; Dios une su corazón al del alma, en la comunión el Señor le entrega su Corazón divino, ella ofrece a los santos la bebida vivificante de ese Corazón, ibd; 11,19; cualidades del corazón de la Virgen, 1,2; cuatro latidos del Corazón de Cristo: Hoy brillará una luz, I,5c; Efectos de cinco besos al Corazón de Dios, 1,22c; que se abre a todos, II, 23; cómo debe el hombre ofrecer su corazón a Dios, 1,23; cinco maneras de entregar el corazón a Señor, I, 23; cómo hierve el amor en el Corazón de Jesús, 11,7; tres pulsaciones del Corazón divino: ven, entra, lecho nupcial, 11,20; descanso en el Corazón de Dios, II, 27; ilumina como lámpara a los elegidos, 11,21; intimidad con Dios, 11,22; 111,10; la fuente de la misericordia, II, 28 y 29; el Corazón de Dios acoge todos los sufrimientos humanos, II, 36; se inclina benigno hacia el hom­ bre, III, 2; actúa en el corazón bien dispuesto, III, 12 y 13; el Corazón fuente de todo bien, III, 8; ofrenda de todo el ser a Dios, III, 17; buscar a Dios a través de la experiencia de los cinco sentidos, III, 44. 48; reparación de las negligencias, III, 1 8; el corazón humano como un cofre con tres comparti­ mientos, III, 28; unión de corazones en un solo

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espíritu, III, 29; unida en el sueño al divino Corazón, III, 34; corazón manso y comprensivo, III, 39; Dios descansa en el corazón del hombre III, 40; el Señor reúne a la comunidad y la alimenta con su Corazón divino; los hombres espirituales hacen sufrir al Corazón divino IV, 1; buscar cuan­ to se desee en el Corazón de Dios, IV, 28; Dios desea el corazón del hombre, IV, 54.

Enfermedad: como túnica agujereada, no percibe la dicha que oculta, 11,12; la e. presagio de sufrimien­ tos y consuelos, 11,26; curada de una e., II, 30; enferma de adviento hasta Pascua, con voz tan débil que apenas se percibía lo que decía, II, 31 ;E1 Corazón de Dios la abraza en la enfermedad, II, 32; el Señor le regala sus sentidos para mantener el recuerdo de Dios, 11,34; Jesucristo une sus dolores a los de su pasión, II, 39; desánimo en la enferme­ dad, Jesucristo atiende el gemido del pobre, III, 35. 36; frecuentemente enferma, IV, 9. 13; Se entriste­ ce al no poder comulgar por estar enferma, intimi­ dad con el Corazón divino, IV, 13; el que está tris­ te confíe en el Señor, ofrézcale sus penas y su cora­ zón, IV, 25.26.

Eucaristía, comunión: Al acercarse a la comunión oyó: tú en mí, yo en ti 1,1; la comunión enciende en los corazones de las que comulgan el ardor de la caridad, los ilumina como lámparas 1,4; por la comunión descansan en el mismo lecho el Amado y sus amantes, que se unen a Dios de modo inefa­ ble, 1,13; requisitos para acercarse a la comunión.

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Libro de la Gracia Especial

1,196; cinco ejercicios que debe practicar quien comulga, 1,266; el Señor viene al alma de siete maneras en la misa, III, 18; cómo participar en la misa, III, 19; prepararse para la comunión, 111,22; disposiciones para comulgar, III, 24; comulgar con grandes deseos, siete piedras preciosas que han de adornar al que comulga, III, 23; perfumes que exhala el alma que comulga, III, 25; comulgar con frecuencia, III, 26; invitación a la comunidad a la comunión frecuente, IV, 1; experiencias de Dios mientras comulga la comunidad, IV, 3. 4. 9; Jesús se entrega al alma por la comunión, IV 46; invita­ ción a los tímidos, IV, 47-48.

Fiestas y celebraciones litúrgicas: Anunciación del Señor, lamenta sus pecados y teme el juicio de Dios, Jesús la limpia I, 1; los coros angélicos en la Anunciación de la Virgen 1,1 a; segundo domingo de Adviento: cuatro formas de escuchar la voz del Señor 1,3; sábado de témporas de Adviento: con­ templar el rostro del Señor como la imagen del sol que tiene tres propiedades: calienta, hace producir frutos, ilumina, Inexperiencia en la vigilia y la noche del nacimiento del Señor, I,5a; experiencia durante la misa de media noche el día de Navidad: El Señor me ha dicho, I,5b; Diálogo en el Nacimiento de Cristo, I,5d; en Ja fiesta de san Juan apóstol y evangelista, 1,6; doce privilegios de san Juan evangelista, I,6a; San Juan y la Virgen I,6b; bendición a las hermanas en la Circuncisión del Señor, qué es circuncidar el corazón, 1,7; en la Epifanía del Señor, dones del bautismo y símbolo

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de los dones de los Magos, 1,8; intimidad en el de­ sierto cuaresmal, II, 26; en la fiesta de santa Inés comprende que Dios hace a todos los santos partí­ cipes de lo que obró en cada uno, 1,11; en la fiesta de la Presentación la Virgen ofrece a su Hijo como hostia que haría gratas todas las ofrendas desde la creación del mundo. Siempre que estrechaba al Hijo en su regazo le venía el recuerdo: Una espada traspasará tu alma, 1,11; alaba al Señor por los cin­ co gozos que experimentó en la resurrección, I, 19c; experiencia el día de la Ascensión, 1,20; triple ación del Espíritu Santo en los apóstoles el día de Pentecostés y en el alma que lo desee, I, 22; santa Ma. Magdalena: cinco heridas de su corazón, puede obtener el perdón a cuantos la invocan, I,25;en la fiesta de san Bernardo, 1,28; en la fiesta de san Miguel: cómo se unen los hombres a los coros angélicos, 1,30; Viernes Santo, el alma sepulcro del Señor para ser su vida, amor, esperanza y fortaleza 11,19; los santos interceden por la comunidad, IV, 8.

Joven: Jesús se presenta en forma de un joven 1,1; 1,4; 1,6; 9; 30; II, 6; 11,13; III, 1; IV,44; IV,59a; V,17; VI,3; VI, 9 dos veces.

Libro: no escrito por Matilde sino por hermanas de comunidad confidentes suyas (Gertrudis la Magna). Hacen reflexiones sobre las experiencias de Matilde, 1,1; autoridad del libro, II, 42. 43; tes­ timonio de la verdad de este libro escrito por dos personas, V, 23.24 (ver 11,42; VI, 1; VII, 1.17.21. 25.26.30.31.

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Libro de la Gracia Especial

Oficio divino: Oficio divino unido a la Pasión del Señor, III, 29; tres actitudes en el Oficio, cómo reparar las negligencias, III, 31. 32.

Ojos: El Señor aproxima sus ojos a los del alma y le otorga su mirada 1,1.

Oración: cuatro formas de oración de intercesión, III, 47. Pasión de Jesucristo: la firmeza de su pasión fortale­ ce y da constancia y perseverancia a los mártires, I, 4; da fortaleza para recorrer sus caminos, 1,4; Cristo suple las carencias de los hombres, 1,9; apla­ ca la ira del Padre, I,9a; Jesucristo bajo la imagen del monte y los árboles, a su cobijo florecen las virtudes de los santos, 1,10; cinco maneras de ala­ bar al Señor en la Pasión, 1,15; El nombre del Señor es Salvador, 1,16; tres retoños del árbol de la cruz, 1,17; largo diálogo con Jesucristo el Viernes Santo, 1,18; todos los coros angélicos y los patriar­ cas, profetas, apóstoles y santos llevan al alma a juicio ante Dios por sus infidelidades el Viernes Santo, Jesucristo responde por ella ante el Padre, el alma acompaña a Jesús en las horas de la Pasión, 1,18¿>; recuerdo de la Pasión los viernes del año, 1, 18c; Las lágrimas del Señor, 1,21; siete anillos y siete dones de la pasión del Señor, III, 1; alabanza a los miembros de Cristo, 111, 6; sus miembros ilu­ minan la debilidad de los nuestros, 111,15; vivir las Horas del oficio en unión con las horas de la Pasión del Señor, III, 29; las llagas del Señor, refri­ gerio del alma, IV, 37; Jesucristo intercede por los

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pecadores, IV, 55; el Señor concede a Matilde cien pecadores, IV, 57; amor redentor, V,28.

Purgatorio: Las almas del purgatorio y el gusano de la conciencia, V, 17.19.20.

Rostro del Señor: cuatro rayos que salen de su rostro iluminan a los hombres, I,10b; cuarenta días con Jesús en un monte que tiene siete gradas con siete fuentes que purifican el alma, 1,13; el Señor seme­ jante a una abeja, IV, 3; el Señor padre, madre, her­ mano, hermana, del hombre, IV,50; Jesucristo ama y corrige a los suyos como padre, señor, esposo, amigo, VII, 19.

Suplencia, “supletio” tema, enseñanza común en las tres místicas de Helfta: Dios, Jesucristo suple, “completa” lo que falta de mérito, de virtud en el alma, en su servidora, 1,1; Jesucristo suple los defectos del alma, 1,31; el amor suple todas las negligencias, 11,14; el Señor suple las carencias del hombre, III, 14; Cristo suple lo que falta al hom­ bre, IV, 23.

Virgen María: está a la derecha de su Hijo 1,1; conci­ bió por su humildad para ser Madre de Dios y de los hombres 1,1; saluda a la Virgen en Adviento, siete virtudes del corazón de la Virgen 1,2; 1,2; Matilde pide a la Virgen que ruegue por la comu­ nidad y alabe a su Hijo en nombre de la misma. La Virgen lo hace, 1,12; siete virtudes de la Virgen como siete doncellas que la sirven, 1,36; hacer lo que dice la Virgen para alcanzar la verdadera san­ tidad, 1,37; coronas de la Virgen, 1,38; siete

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Libro de la Gracia Especial

momentos en los que la Virgen ayudó a los hom­ bres, 1,39; sentido del Ave María, 1,42; cinco Avemarias antes de la comunión,1,42; tres Avemarias para alcanzar una buena muerte, I, 47; saluda a la Santísima Virgen en unión con todos los órdenes angélicos, los distintos órdenes de los san­ tos y toda la creación, 1,44; Jesucristo encomienda Matilde a su Madre, V, 29; la Virgen cuida solícita de las hermanas de la comunidad. Vil,22.

Virtudes y vicios: vencer los vicios con las virtudes, II, 21; combatir la tibieza y el sueño, III, 20; supe­ rar en Dios todo lo que desagrada, III, 42; el cuer­ po guarda el tesoro de la gracia divina, cuidarlo y respetarlo, III, 49; jardín y árboles de las virtudes, III, 51; cuidar los sentidos para guardarla pureza, III, 52; frutos de la obediencia, IV, 18; El Señor honra al que controla sus sentidos, IV, 21; utilidad de las lágrimas, IV, 38; alegría de Jesucristo por la conversión del pecador, 45. 53. 55-58; lo que se hace a los demás por amor de Dios, se hace al mis­ mo Dios, IV, 49; ofrecer a Dios los enemigos, IV, 51; Dios quiere que los pecadores se conviertan, IV, 53.

Voluntad de Dios: Vivir conforme a la voluntad de Dios, comportarse con él como go, IV, 31-32; tres caminos del acepta la buena voluntad como do, IV, 52; el padrenuestro comentario, V, 18; Dios actúa hombre, V, 21.

niño, esposa, ami­ Señor, IV, 36; Dios hecho ya consuma­ “fuente de vida”, en los sentidos del

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Tentación: purifica y santifica, 11,14; el hombre ofre­ cerá su corazón a Dios en las pruebas, IV, 26.

Trinidad: alabanza a la Trinidad, III, 3. 4; del trono de la Santísima Trinidad fluyen cuatro arroyuelos que llenan de felicidad a los santos, I, 13; gratitud del hombre a los dones de Dios, III, 5; acción de la santísima Trinidad en las almas por los méritos de Matilde, VII, 9.

Indice Introducción....................................................................................... 7 Bibliografía...................................................................................... 35 Prólogo .......................................................................................... 38

LIBRO PRIMERO

'/

Capítulo previo. Nacimiento, vocación y cualidades excepcionales de la virgen Matilde ............. 43 Capítulo I. Anunciación de la bienaventurada Virgen María. El Corazón del señor y su alabanza ................................. 46 Capítulo II. Saluda a la bienaventurada Virgen María ................. 52 Capítulo III. Cuádruple voz de Dios.............................................. 53 Capitulo IV. Contemplar el rostro del Señor ................................ 54 Capítulo V. En la Vigilia del Nacimiento del Señor..................... 57 Capítulo VI. San Juan Apóstol y evangelista ............................... 66 Capítulo Vil. Reza por la comunidad. Circuncisión espiritual 71 Capítulo VIII. Cinco puertas y el Bautismo del Señor.................. 73 Capítulo IX. Cómo suple Cristo la debilidad del alma.................. 77 Capítulo X. Veneración de la Imagen de Jesucristo. La Cena del Señor ............................................................ 80 Capítulo XI. Cómo pueden los santos hacer partícipes de sus bienes a sus devotos como si les fueran propios .............. 84 Capítulo XII. Purificación de la bienaventurada Virgen María. Santa Ana .......................................................................... 89 Capítulo XIII. El monte. Siete gradas y siete fuentes. El trono de Dios y el de la bienaventurada Virgen...... 93 Capítulo XIV. El Señor sirve al alma .......................................... 102 Capítulo XV. Cinco maneras de alabar a Dios ............................ 103

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XVI. El nombre del Señor y sus sagradas llagas ................. 105 Capítulo XVII. El árbol de la Cruz ..................................................... 107 Capítulo XVIII. Pasión de nuestro Señor Jesucristo .......................... 109 Capítulo XIX. Resurrección y glorificación de Jesucristo ................. 123 Capítulo XX. Dios Padre recibe a su Hijo el día de la Ascensión 138 Capítulo XXI. Llanto y lagrimas del amor del Señor ........................ 146 Capítulo XXII. Triple acción del Espíritu Santo en los apóstoles y en el alma que lo desea ....................................................... 148 Capítulo XXIII. Más sobre el amor. El hombre debe ofrecer su corazón a Dios .................................................................. 154 Capítulo XXIV. Dios fuente viva y gozo del alma ........................... 158 Capítulo XXV. Heridas de santa María Magdalena ......................... 161 Capítulo XXVI. Gloriosa Asunción de la bienaventurada Virgen María ......................................................................... 164 Capítulo XXVII. Misa y procesión celebradas por nuestro Señor Jesucristo .................................................................... 173 Capítulo XXVIII. San Bernardo, abad .............................................. 176 Capítulo XXIX. Nacimiento de la gloriosa Virgen María ................ 178 Capítulo XXX. Los ángeles. Cóm o se asocian los hombres a ellos 182 Capítulo XXXI. Festividad de Todos los Santos. Jesús suple todos los defectos del alma ................................ 186 Capítulo XXXII. Santa catalina y su gloria ...................................... 194 Capítulo XXXIII. El más pequeño de los santos. Bondad de Dios 195 Capítulo XXXIV. San Bartolomé .................................................... 197 Capítulo XXXV. Dedicación de la iglesia ....................................... 200 Tratado sobre la bienaventurada Virgen María .................................. 203 Capítulo XXXVI. La bienaventurada Virgen y sus siete doncellas 203 Capítulo XXXVII. Manera de alcanzar el hombre la verdadera santidad ........................................................... 205 Capítulo XXXVIII. Coronas de la Santísima Virgen ...................... 208 Capítulo XXXIX. Rayos que salen del Corazón de la Santísima Virgen María .............................................. 209 Capítulo XL. Los ángeles presentan a Santa María el alma (de Matilde) ......................................................................... 211 Capítulo XLI. Gozos de la bienaventurada Virgen María ............... 212 Capítulo XLII. El mejor modo de saludar a María es rezar el Ave María ........................................................................ 213 Capítulo XLI11. Rezar cinco Avemarias antes de la comunión 215 Capítulo XLIV. Fidelidad de la gloriosa Virgen María ................... 216 Capítulo XLV. Saludo a la Santísima Virgen con toda la creación 217

591

Índice General

Capítulo XLV1. Saludo a la Virgen ................................................ 220 Capítulo XLVII. Rezo de tres Avemarias para obtener la presencia de la gloriosa Virgen María al final de la vida 222 LIBRO SEGUNDO Capítulo I. Dios invita al alma ....................................................... 225 Capítulo II. La Iglesia. Viña del Señor. Cuádruple oración .... 227 Capítulo III. Cómo viene Dios al alma .......................................... 231 Capítulo IV. El abrazo del Señor ................................................... 232 Capítulo V. El Señor le ayuda a leer .............................................. 232 Capítulo VI. El Señor le despierta suavemente una mañana ... 233 Capítulo VII. Corridas y trabajos del Señor .................................. 233 Capítulo VIII. Beso del Señor ....................................................... 234 Capítulo IX. Se le aparece el Señor .............................................. 235 Capítulo X. Contempla al Señor a semejanza de un diácono .. 236 Capítulo XI. El azote del Señor .................................................... 237 Capítulo XII. Cómo fue consolada en la tentación ....................... 237 Capítulo XIII. El Señor alienta al alma angustiada ...................... 238 Capítulo XIV. Deseo de confesarse .............................................. 239 Capítulo XV. El amor suple todas las negligencias ..................... 241 Capítulo XVI. El Señor le concede el Amor como una madre 241 Capítulo XVII. Hacerse una sola cosa con el Amado. El amor 243 Capítulo XVIII. Dios adorna al alma con sus virtudes ................ 245 Capítulo XIX. El Señor la sepultó el Viernes Santo dentro de sí mismo ......................................................... 249 Capítulo XX. Jesucristo alaba al Padre por ella .......................... 251 Capítulo XXI. Contempla el Corazón del Señor bajo la forma de una lámpara ......................................... 253 Capítulo XXII. La zarza, la vara de la justicia y los nueve coros de los ángeles .................................... 257 Capítulo XX11I. La comida del Señor ......................... ■■■■■ 262 Capítulo XXIV. El alma pone su nido en el Corazón de Cristo 264 Capítulo XXV. La Cruz y el vestido de seda del Señor ............... 265 Capítulo XXVI. Múltiples sufrimientos ...................................... 267 Capítulo XXVII. El Señor promete a Matilde revestirla de sí mismo .................................................................. Capítulo XXVIII. Los ángeles dan de beber a todos los sa ntos de la fuente de la misericordia ........................................ 273 Capítulo XXIX. La fuente de la misericordia ............................... 274

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XXX. El Señor cura su enfermedad Capítulo XXXI. Poder del amor Capítulo XXXII. El abrazo y el Corazón del Señor Capítulo XXXIII. Matilde presenta su corazón a Dios para que ponga en él su morada Capítulo XXXIV. Dios comunica sus sentidos al alma para que haga uso de ellos Capítulo XXXV. Dios llama al alma hacia si. Las diez cuerdas del amor y del salterio Capítulo XXXVI. El hombre debe confiar a Dios sus sufrimientos. Bondad del Corazón de Dios. Cómo acoge Dios a las vírgenes Capítulo XXXVII. Quienes son las vírgenes puras y auténticas Capítulo XXXVIII. Las arras de las vírgenes Capítulo XXXIX. Cristo se reviste con los padecimientos del alma y los ofrece al Padre unidos a su Pasión Capítulo XL. Cómo actúa Dios en el alma Capítulo XLI. Jesucristo acepta como hecho a sí mismo todo el bien que se hace a Matilde Capítulo XLII. El trono de Dios. Los nueve coros de los ángeles. Cuatro besos Capítulo XLIII. Título y utilidad de este libro

275 276 278 278 279 281

285 288 289 290 291 292 293 297

LIBRO TERCERO Capítulo I. Un anillo con siete piedras preciosas 299 Capítulo II. Sale una rosa del Corazón del Señor que significa la alabanza divina 302 Capítulo III. Cinco palabras de alabanza divina 304 Capítulo IV. El Señor será alabado de tres maneras 304 Capítulo V. Tres cosas que debe meditar el hombre 307 Capítulo VI. Cómo alabar a Cristo en cada uno de los miembros de su cuerpo 309 Capítulo VII. El hombre debe invitar a todas las criaturas a alabar al Señor 313 Capítulo VIII. Cómo debe saludar el hombre al Corazón divino 314 Capítulo IX. Saludo y consuelo del Señor 316 Capítulo X. El hombre debe elevar su corazón a Dios 317 Capítulo XI. La mayor dicha es disfrutar de la gracia recibida 319 Capítulo XII. Tres disposiciones del corazón humano 319

Índice General

593

Capítulo XIII. Triple enseñanza buena y provechosa Capítulo XIV. El hombre debe vivir en sí la vida de Jesucristo Capítulo XV. Los miembros de Cristo nos iluminan como espejos Capítulo XVI. El hombre debe vivir según el beneplácito divino Capítulo XVII. El hombre debe saludar al Corazón divino, ofrecerle su corazón y confiarle sus sentidas Capítulo XVIII. El hombre debe reparar sus descuidos. El Señor viene de siete maneras en la Misa Capítulo XIX. Inmenso bien de participar en la Misa Capítulo XX. Se debe combatir la tristeza y el sueño Capítulo XXI. Examinar el estado del alma cuando se va a comulgar Capítulo XXII. Cómo prepararse para recibir la Comunión ... Capítulo XXIII. Acercarse a la comunión con grandes deseos Capítulo XXIV. Disposiciones para comulgar Capítulo XXV. Tres perfumes del alma Capítulo XXVI. Es bueno comulgar con frecuencia Capítulo XXVII. Unión del corazón del hombre con el Corazón de Dios Capítulo XXVIII. El cofre con tres compartimientos es el corazón humano Capítulo XXIX. Las siete Horas canónicas Capítulo XXX. Tres cosas para meditar durante el rezo de las Horas Capítulo XXXI. Cómo han de cantarse las Horas. El bien más pequeño que puede hacer el hombre Capítulo XXXII. Cómo debe reparar el hombre sus negligencias Capítulo XXXIII. El hombre pedirá a Dios le guarde en la fe Capítulo XXXIV. Cinco suspiros en los que se duerme el hombre Capítulo XXXV. Jesucristo se levanta ante el gemido del pobre Capítulo XXXVI. Cristo refrigera en el alma los ardores de su amor divino Capítulo XXXVII. Los hombres prenda de Dios Capítulo XXXVIII. El traje de bodas Capítulo XXXIX. Cómo se asemeja el alma a Dios Capítulo XL. Dios desea nuestro corazón Capítulo XLI. El hombre debe ejercitar su memoria Capítulo XLII. Matilde consultaba a Dios en todas sus obra s . Capítulo XLIII. Superar en Dios todo lo que desagrada Capítulo XLIV. Buscar a Dios en los cinco sentidos

320 321 323 325 327 330 332 334 336 338 339 340 342 343 344 345 348 350 351 353 354 354 356 357 359 360 360 361 362 363 364 364

1

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo XLV. Obediencia y temor. Cómo recibir los servicios del prójimo ................................. 366 Capítulo XLVI. Deseo de Cristo ....................................................... 367 Capítulo XLVII. Cuatro formas de oración ...................................... 367 Capítulo XLVIII. El mejor bien que puede hacer el hombre con su cuerpo ........................................................................ 368 Capítulo XLIX. Nobleza y belleza del alma. Qué es el cuerpo humano ...................................................... 369 Capítulo L. El jardín y los árboles de las virtudes ............................ 370 Capítulo LI. Hay que examinarse antes de la confesión ................... 372 Capítulo LII. Castidad de la gloriosa Virgen María. Cómo guardar la túnica de la inocencia ............................... 373 LIBRO CUARTO Trata de los Hombres; primero en general, después en particular

Capitulo I. Reunión con el Señor. Tres disposiciones de su Corazón. Todos los santos y la comunidad beben del Corazón del Señor ............................................... 375 Capítulo II. Túnica blanca y corona del Reino ................................ 378 Capítulo III. Cómo brillan las virtudes en la corona del Señor 379 Capítulo IV. Contempla a la comunidad cuando se acerca a comulgar ................................................ 380 Capítulo V. Lo que más ayuda en la vida religiosa ......................... 381 Capítulo VI. Lo que sostiene la fidelidad del religioso ................... 382 Capítulo VIL Tres cosas muy agradables a Dios ............................. 383 Capítulo VIII. Los santos interceden por la comunidad .................. 384 Capítulo IX. Felices los que viven para servir al Señor ................... 387 Capítulo X. Dios envía la lluvia a petición de Matilde .................... 388 Capítulo XI. El Señor protege el monasterio por sus méritos .. 389 Capítulo XII. El Señor establece la paz por sus ruegos ................... 390 Capítulo XIII. Dios llama a Matilde a su gloria ............................... 390 Capítulo XIV. Cómo elegir abadesa ................................................ 392 Capítulo XV. Renovación de la profesión ....................................... 393 Capítulo XVI. Cómo deben comportarse las jóvenes novicias 396 Capítulo XVII. Jesucristo acoge en sus brazos a las que profesan 397 Capítulo XVIII. El abrazo del Señor ................................................ 398 Capítulo XIX. Es de gran utilidad quebrantar la propia voluntad 398 Capítulo XX. El libre albedrío ......................................................... 399

Índice General

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Capítulo XXI. Es provechoso al hombre reprimir los sentidos ante el mal .................................................... 401 Capítulo XXII. Eficacia de la oración en común ......................... 402 Capítulo XXIII. Cristo suple por sí mismo lo que le falta al hombre .................................................. 403 Capítulo XXIV. Qué debe hacer el que está triste ....................... 404 Capítulo XXV. El hombre confiará a Dios sus trabajos .............. 405 Capítulo XXVI. Ofrezca el hombre a Dios su corazón en toda tribulación .......................................................... 406 Capítulo XXVII. Juego del alma con Cristo. Los dados ............. 408 Capítulo XXVIII. Buscar cuanto se desee en el Corazón de Dios 410 Capítulo XXIX. Suplir los descuidos con la alabanza divina .. 410 Capítulo XXX. Dios se reviste del alma. Fruto de los gemidos 411 Capítulo XXXI. Se ha de vivir conforme a la voluntad de Dios 413 Capítulo XXXII. Comportamiento del hombre con Dios ........... 415 Capítulo XXXIII. Unión del alma con Jesucristo ....................... 417 Capítulo XXXIV. Dios comunica sus obras al hombre .............. 417 Capítulo XXXV. Dulce consuelo con el que Dios consuela al hombre ......................................................... 418 Capítulo XXXVI. Tres caminos del Señor ................................. 419 Capítulo XXXVII. El alma debe buscar en Dios. Las sagradas llagas ........................................................ 420 Capítulo XXXVIII. Utilidad de las lágrimas, transformación de las mismas ........................................ 422 Capítulo XXXIX. Una persona tentada se vio libre por la oración de Matilde ............................................... 423 Capítulo XL. Un hermano de la Orden de Predicadores ............ 423 Capítulo XLI. Sobre otro hermano de la misma Orden ............. 425 Capítulo XL1I. Intercesión por otro hermano ............................ 425 Capítulo XLII1. El Señor se compara a una abeja ..................... 425 Capítulo XLIV. Jesucristo sirve a sus propios servidores .......... 426 Capítulo XLV. Alegría de Jesucristo por el pecador que se convierte ...................................... 426 Capítulo XLVI. Jesucristo se entrega al alma fiel ...................... 427 Capítulo XLVII. Una persona que temía comulgar con frecuencia 427 Capítulo XLVIII. Otra persona que experimentaba el mismo temor 428 Capítulo XLIX. Lo que se hace a los demás por amor de Dios se hace al mismo Dios .................................................... 429 Capítulo L. Un hecho importante ................................................ 430 Capítulo LI. El hombre ofrece a Dios sus enemigos ................... 430

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo LII. Dios acepta la buena voluntad como hecho ya consumado .................................................. 430 Capítulo LUI. Dios quiere que los pecadores se conviertan .... 431 Capítulo LIV. Dios desea el corazón del hombre ............................ 431 Capítulo LV. Jesucristo intercede ante el Padre por los pecadores 431 Capítulo LVI. Rezo de cinco mil cuatrocientos sesenta padrenuestros ....................................................................... 432 Capítulo LVII. El Señor le concede cien pecadores ........................ 434 Capítulo LVIII. Dios dispuesto a acoger a los pecadores ................ 434 Capítulo LIX. Carta a una matrona seglar, amiga suya ................... 436 Capítulo LX. Tres preguntas del Señor ........................................... 441 LIBRO QUINTO Capítulo I. El alma de su hermana [la abadesa Gertrudis de Hackebom]. Los deseos sobreviven a la muerte ................. 443 Capítulo II. Más sobre su hermana. Las almas de los bienaventurados ofrecen a Dios las oraciones que se les dirigen ........................................... 446 Capítulo III. El alma de Matilde [de Magdeburgo] ......................... 447 Capítulo IV. El alma de la piadosa reclusa Isentrudis .................... 448 Capítulo V. El alma de la monja Berta de Bar ................................ 450 Capítulo VI. Un alma al expirar vuela a los brazos de la Santísima Virgen María ............................................. 453 Capítulo VIL El alma del hermano H. de la Orden de Predicadores ............................................... 458 Capítulo VIII. El alma del H. (Enrique) de Plawen ........................ 460 Capítulo IX. Las almas de los hermanos don Alberto y santo Tomás, de la Orden de Predicadores ...................... 462 Capítulo X. El alma del conde Bucardo, fundador del monasterio 463 Capítulo XI. El alma del conde Bucardo, fallecido a los diecinueve años ........................................... 466 Capítulo XII. El alma de la niña E. de Orlamunda ......................... 470 Capítulo XIII. El alma de otro difunto ............................................ 472 Capítulo XIV. La resurrección futura ............................................. 472 Capítulo XV. El alma del conde Bucardo ....................................... 473 Capítulo XVI. Las almas de Salomón, Sansón, Orígenes y Trajano ............................................................. 476 Capítulo XVII. Las almas liberadas por ruegos de Matilde .... 477 Capítulo XVIII. La oración llamada: Fuente viva ........................... 480

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Índice General

Capítulo XIX. Cuando uno expira han de rezarse cinco padrenuestros ............................................................. 483 Capítulo XX. Sobre el Infierno y el Purgatorio ............................... 484 Capítulo XXI. La muerte del justo ................................................... 485 Capítulo XXII. Veracidad de este libro de "La Gracia Especial” 487 Capítulo XXIII. Los que am an los dones de Dios en los demás serán partícipes de los mismos méritos .............................. 490 Capítulo XXIV. Como se ha escrito este libro ............................... 491 Capítulo XXV. Las obras de caridad purifican al hombre de todo pecado venial ......................................................... 493 Capítulo XXVI. Se debe dar gracias a Dios por Matilde ................ 495 Capítulo XXVII. La futura resurrección ......................................... 497 Capítulo XXVIII. Redención de cautivos ....................................... 497 Capítulo XXIX. Nuestro Señor Jesucristo encomienda Matilde a su Madre .......................................................................... 498 Capítulo XXX. Vida ejemplar de esta virgen ................................. 499 Capítulo XXXI. Agradecimiento por terminar el libro .................. 507 Capítulo XXXII. Tres latidos del corazón de Cristo cuando expiró 509 LIBRO SEXTO Capítulo I. Vida y muerte de la venerable doña Gertrudis, abadesa .............................................................................. 511 Capítulo II. Doce ángeles sirven a la abadesa Gertrudis ................ 516 Capítulo III. Jesucristo se recibe a sí mismo en ella ...................... 518 Capítulo IV. Su feliz tránsito ......................................................... 521 Capítulo V. Sobre lo mismo del capítulo anterior........................... 522 Capítulo VI. La hora de su feliz tránsito ........................................ 523 Capítulo Vil. Saludo a esta dichosa alma ....................................... 525 Capítulo VIH. Aparición de la Abadesa en el treintenario de su muerte ....................................................................... 527 Capítulo IX. Aniversario de la misma Señora Abadesa ................. 529 LIBRO SÉPTIMO Capítulo I. Últimos momentos de la hermana Matilde, virgen y monja gloriosa del monasterio de Helfta .............. 533 Capítulo II. La llamada de nuestro Señor Jesucristo ....................... 534 Capítulo 111. Un aviso del cielo recomienda que reciba la Unción 535

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Libro de la Gracia Especial

Capítulo IV. Cada uno de los santos le concede todo el fruto de sus méritos al recibir la Unción ...................................... 536 Capítulo V. Devota intención e inmenso y ardiente celo por todos los hombres ......................................................... 538 Capítulo VI. La bienaventurada Virgen María asume personalmente el cuidado de la comunidad que le encomienda Matilde ................................................. 539 Capítulo VII. Oraciones de las hermanas junto al lecho de la enferma ................................................ 540 Capítulo VIII. Cristo saluda de modo admirable a esa alma dichosa .............................................................. 543 Capítulo IX. La Santísima Trinidad y los santos saludan al alma 546 Capítulo X. Jesucristo atrae y prepara esa alma de modo admirable para la gloria futura ............................ 548 Capítulo XI. Vuelo [de Matilde] y su acogida en el Corazón divino ..................................... 549 Capítulo XII. Gozo y aumento del mérito de los santos ................ 551 Capítulo XIII. Cómo dirigirse a Dios en la oración por los méritos de esta virgen ............................................ 553 Capítulo XIV. Es provechoso presentar en el ofertorio los méritos de Cristo y de los santos por las almas .... 554 Capítulo XV. El día de su mue rte no entró en el infierno ningún alma cristiana ......................................................... 555 Capítulo XVI. Buscar la alabanza divina por encima de todo y realizarla con intención pura .......................................... 555 Capítulo XVII. Nombre y utilidad de este libro: De la Gracia Especial ....................................................... 558 Capítulo XVIII. Seguridad concedida a quienes celebraron su funeral ........................................................................... 559 Capítulo XIX. Nuestro Señor Jesucristo ama y corrige a los suyos .......................................................... 560 Capítulo XX. El alma feliz del conde [Bucardo], fundador del monasterio .................................................... 562 Capítulo XXI. Amor entrañable de Dios al alma de la hermana Matilde .......................................... 566 Capítulo XXII. Esta alma se asemeja en cierto modo a la bienaventurada Virgen María en sus virtudes ............ 567 Índice Bíblico .............................................................................. 571 Índice Materias ........................................................................... 577

Sermones litúrgicos I-ll 16. LA VIDA ESPIRITUAL André

CAMINO C1STE André Louf 19. LA

SABIDURÍA ARDIENTE escuela cisterciense de Charles Dumont

20. LUZ PARA MIS PASOS Bernardo Olivera

LA SOMBRA DEL Cíí MariCruz Muñoz 22. EL

MONASTERIO DE LA OLIVA Daniel Gutiérrez

Próximos títulos: TRATADOS - VITA AELRED1 El redo de Rieval

CARTAS Adán de Perseigne

LAS HUELLAS DEL ESPÍRITU Ambrosio Southey

SERMONES Elredo de Rieval

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