Balaguer Vicente - La Interpretación De La Narración - La Teoría De Paul Ricoeur

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VICENTE BALAGUER

LA INTERPRETACION DE LA NARRACIÓN. LA TEORÍA DE PAUL RICCEUR

Anejos de RILCE, N.° 40

£UNSA EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A. PAMPLONA

Consejo Editorial de la Colección Anejos de RILCE Director: Prof. Dr. Kurt Spang Vocales: Prof. Dr. José Manuel Escudero Baztán Prof. Dra. Cristina Tabernero Secretaria: Dña. Margarita Iriarte López

Primera edición: Marzo 2002 © 2002. Vicente Balaguer Ediciones Universidad de Navarra, S. A. (EUNSA) ISBN: 84-313-1969-0 Depósito legal: NA 796-2002 Cubierta: Ilustración de Isidro Gil para la edición de Ana Karenine del Conde León Tolstoi de Daniel Cortezo y Cía, Barcelona 1887. Imprime: LINE GRAFIC, S.A. Hnos. Noáin, 11. Ansoáin (Navarra) Printed in Spain - Impreso en España

Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA) Plaza de los Sauces, 1 y 2. 31010 Barañáin (Navarra) - España Teléfono: +34 948 25 68 50 - Fax: +34 948 25 68 54 e-mail: [email protected]

ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN ........................................................................................................

9

II. PAUL RICCEUR EN LA HERMENÉUTICA MODERNA 1. Introducción: la crítica literaria y la hermenéutica......................................... 2. La hermenéutica moderna: marco general....................................................... 3. Marco epistemológico de la hermenéutica de Paul Ricceur.........................

21 26 30

3.1. La hermenéutica romántica: Schleiermacher y D ilth ey....................... 3.2. La hermenéutica ontológica: Heidegger y Gadamer ...........................

33 37

4. La hermenéutica de Paul Ricosur: definición y tareas................................... 5. Explicar y comprender .........................................................................................

44 48

III. EL TEXTO 1. Introducción............................................................................................................ 2. Marco epistemológico de la noción de texto en Ricoeur..............................

53 56

2.1. El análisis del discurso: semiótica y semántica ....................................

56

2.1.1. Corolario: el lugar del análisis estructural .................................

59

2.2. Sentido y referencia .............................................. ......................................

62

3. La lingüística del texto en Ricoeur ....................................................................

67

3.1. Las peculiaridades de la textualidad........................................................ 3.2. Las características de la textualidad en la obra estructurada..............

68 73

4. La referencia en la obra literaria ........................................................................

76

4.1. La referencia en la narración: la cuestión de las narraciones históricas.................................................................................

80

5. El mundo del texto ................................................................................................ 6. Recapitulación: la interpretación de los textos según Paul Ricoeur...........

83 86

IV. LA NARRACIÓN 1. Introducción.......... :................................................................................................. 2. Noción de narración en Ricoeur ......................................................................... 3. La triple mimesis ...................................................................................................

91 94 100

3.1. Mimesis I: la prefiguración..........................................................................

103

3.1.1. Las estructuras inteligibles de la a c c ió n .......................................

105

3.1.2. Los rasgos simbólicos de la acció n ............................................ 3.1.3. Los rasgos temporales de la a c ció n ............................................

111 113

3.2. M im esis II: la configuración...................................................................

116

3.2.1. La radicalización de las operaciones dela tra m a ..................... 3.2.2. La enunciación y el enunciado: la diégesis................................

120 125

3.3. M im esis III: la refíguración ....................................................................

132

V. LA NARRACIÓN DE LA HISTORIA

1. Introducción: el debate sobre el estatuto de la historia ................................

143

1.1. La sola explicación: el eclipse del rela to .............................................. 1.2. La comprensión: la historia como mera narración..............................

145 147

2. La historia según Ricoeur .................................................................................

148

2.1. La cuasi-trama del relato dela histo ria................................................... 2.2. Los cuasi-personajes del relato de la historia........................................ 2.3. El cuasi-acontecimiento del relato de la historia...................................

150 151 153

3. La repres entaci ón hi stóri c a ..............................................................................

155

3.1. La huella y la d e u d a ............................................................................... 3.2. La representación del pasado.................................................................

156 159

4. El entrecruzamiento entre la historia y la ficción .........................................

164

VI. CONCLUSIONES.......................................................................................................

171

VIL BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................

175

Si hubiera que caracterizar de alguna manera el recorrido de la crítica literaria en el último siglo, habría que aludir cuando menos a dos notas significativas. Como primera característica tendría que señalarse que cada nueva propuesta m etodológica no ha renunciado, normalmente, a los logros de las metodologías que la precedieron, sino que los ha asumido como propios1. Por otra parte, esta crítica, que tuvo en el punto de partida la noción de la autonomía del texto literario, no se ha quedado reducida a ser un ejercicio meramente estético, sino que ha ido am pliando sus objetivos hasta desem bocar en horizontes hermenéuticos y antropológicos que la han llevado, finalmente, a incluir entre sus objetos de estudio temas como el valor o la función de un texto literario2. Este doble recorrido — la integración de métodos de análisis y la ampliación de

Garrido Gallardo distingue tres grupos de metodologías en la crítica literaria del últim o siglo: inmanentes, trascendentes e integradoras. Véase M.Á. Garrido Gallardo, Nueva Introducción a la Teoría de la literatura, Madrid, Síntesis, 2000, 38. Lo puede mostrar una rápida comparación entre la primera versión del Diccionario enciclopédico de D ucrot y Todorov (O. D ucrot, T. Todorov, Dictionnaire encyclopédique des sciences du langage, Paris, Seuil, 1972) y su revisión, en 1995 (O. Ducrot, J.M. Schaeffer, Nouveau dictionnaire encyclopédique des sciences du langage, Paris, Seuil, 1995). Para una valoración de la afirmación del cuerpo y las diferencias entre las dos versiones, véase M.Á. Garrido Gallardo, «La Lingüística de fin de siglo. Sobre Nouveau dictionnaire encyclopédique des sciences du langage, de Oswald Ducrot y Jean-Marie Schaeffer», Saber/Leer, 199.6, n° 98, 3. También puede ilustrar la afirmación la comparación entre dos versiones de un mismo motivo — los problemas y los métodos de la ciencia de la literatura— en M.Á. Garrido Gallardo, Estudios de semiótica literaria, Madrid, CSIC, 1982, y M.Á. Garrido Gallardo, La musa de la retórica. Problemas y métodos de la ciencia de la Literatura, Madrid, CSIC, 1994.

objetivos de la crítica literaria— tiene en la obra de Ricoeur uno de los ejemplos más significativos. Repasemos algunos pasos de este proceso. Es tema recurrente afirmar que la crítica literaria debe dilucidar la literariedad, o condición de literario, de una obra. Pero, como recuerda Genette3, la atribución de literariedad a un texto ha ido ligada en el último siglo a su elaboración bajo el dominio de la función poética4, o a su calificación como obra de ficción5. Los entusiastas de la primera hipótesis la extendieron hasta el punto de defender que todo texto literario presentaba rasgos — iteraciones, cierres, paralelismos— de la función poética, si bien de modo enormemente más flexible en la novela que, por ejemplo, en el soneto6. Pronto, sin embargo, se las hubieron de tener con la evidente falta no sólo de distintividad — la función poética es propia de la poesía, pero tam bién del eslogan publicitario, por ejemplo— , sino también de exhaustividad: hay textos literarios que no están bajo el dominio de la función poética7. A este respecto, puede no haber diferencia entre una novela y un relato histórico8. Hay que acudir pues al estudio de la ficcionalidad que, por eso, es una de las cuestiones claves en Teoría de la literatura. Pero la investigación de la constitución de la ficcionalidad tiene también sus problemas. La crisis de la literariedad9 trajo también de la mano el «giro pragmático»10 en las investigaciones literarias11. No deja de ser significativo a este respecto que muchos análisis hayan sustituido el m odelo semiótico sustentado en el signo saussureano por el modelo triádico que ofrece el signo de

Véase G. Genette, Fiction et diction, Paris, Seuil, 1991. Véase R. Jakobson, «Clossings Statements: Linguistics and Poetics», T.A. Sebeok (ed.), Style in Language, New York-London, The Technology Press of Massachussetts Institute o f Technology and Wiley & Sons, Inc., 1960, 350-377. Véase M.L. Pratt, Tow ard a Speech A ct Theory o f L iterary D iscourse, Bíoomington-London, Indiana University Press, 1977. Véase M.Á. Garrido Gallardo, «Las funciones externas del lenguaje», Estudios de semiótica literaria..., 51-67. Véase M.Á. Garrido Gallardo, «Sobre una Semiótica Literaria Actual: La Teoría del Lenguaje Literario», Estudios de semiótica literaria..., 69-89. Véase Pratt, Toward a Speech Act Theory ofLiteraiy Discourse..., 45. M.Á. Garrido Gallardo, T. Todorov y otros, La crisis de la literariedad, Madrid, Taurus, 1987. G. Bettetini, «El giro pragmático en las semióticas de la interpretación», M.Á. Garrido Gallardo, T. Todorov y otros, La crisis de la literariedad..., 155-169. Véase J. Domínguez Caparros, «Literatura y actos de lenguaje», J.A. Mayoral (coord.), Pragmática de la comunicación literaria, Madrid, Arco Libros, 1987, 83124.

Peirce12. En todo caso, el desarrollo de la investigación ha señalado la necesidad de concederle un lugar dentro del estudio a la referencia. Con la presencia de la referencia, las cosas toman otro sesgo en el análisis de la ficcionalidad en relación, por ejemplo, con la historicidad. Ciertamente, el horizonte de la crítica se agranda, y bien puede decirse que, al agrandar su horizonte, la nueva crítica puede tachar — como Ricoeur hace más de una vez— de reduccionista a la anterior. Sin embargo, si las cosas se examinan prácticamente, lo que se percibe es que los dos modelos de crítica le preguntan al texto cosas distintas. Se advertirá con claridad si se ejemplifica. Tomemos la oposición más crasa entre la historia y la novela. En su conocido artículo sobre el «Discurso de la historia»13, R. Barthes acababa por homologar el relato de la historia con el relato ficticio, al no convocar al referente en el análisis14; por eso el barómetro de Flaubert (referente ficticio) y la puerta que se abría ante Michelet (referente real) eran, uno y otro, simples effets de réel. En cambio, con la entrada en el análisis de la referencia, las cosas se plantean desde otro punto de vista: no se trata de reducir la historia al discurso, cuanto de afirmar la capacidad del discurso narrativo para describir tanto la historia como la ficción. La pregunta de Henry James sobre la capacidad del narrador — «If we write novéis so, how shall we write history?»15— encuentra una respuesta positiva y contundente en las llamadas tesis narrativistas de la historia16. Hay que definir por tanto las relaciones entre los textos literarios y sus referencias. *

*

*

Así las cosas, el pensamiento de Paul Ricoeur, y más en concreto su obra Temps et récit11, aparece como un modelo capaz de iluminar la controversia, Véase M Á . Garrido Gallardo, «Literatura sin tecnocracias: Condiciones para una semiótica (verdaderamente) literaria», La musa de la retórica..., 96-107. R. Barthes, «Le discours de l’histoire», Le bruissement de la langue. Essais critiques IV, Paris, Seuil, 1984, 163-177. Recuérdese la conclusión del artículo: «La narración histórica muere porque el signo de la historia es, desde ahora, menos lo real que lo inteligible». O mejor, al confundirse con el significado en la relación significante/significado (ibídem, 175). Cito por F. Kermode, The Genesis o f Secrecy. On the Interpretation o f Narrative, Cambrigde-London, Harvard U.P., 1979, 101. Véanse I. Olábarri, «En torno al objeto y al carácter de la ciencia histórica», Anuario filosófico, 1984, n° XVII/1, 157-172; I. Olábarri, «“New” New History: A Longue D urée Structure», H istory and Theory, 1995, n° 34/1, 1-29. Véase, también, J. Lozano, El discurso histórico, Madrid, Alianza, 1987. Artículos sobre la cuestión, y desde las más diversas perspectivas, se pueden encontrar en New Literary History casi desde el inicio de la revista. P. Riccsur, Temps et récit (3 vols.), Paris, Seuil, 1983-1985.

prácticamente en cada uno de los aspectos que se han invocado hasta el momento. En efecto, Temps et récit constituye un ejemplo patente de cómo se puede llegar a un análisis hermenéutico del relato desde el análisis meramente formal. De ahí que se haya hecho notar que si bien Temps et récit no añade nada esencialmente nuevo a las taxonomías del análisis de la narración, sin embargo, «constituye en la actualidad el intento más logrado de una hermenéutica de la función existencial del relato»18. Ahora bien, lo interesante de la propuesta de Ricceur es que este intento no se hace al margen de las categorías narratológicas, sino partiendo de ellas. Se ha dicho que Ricoeur es, sobre todo, un gran lector que sabe prolongar el pensamiento de los autores que analiza en direcciones que ellos mismos no habían sido capaces de ver19. Bajo este aspecto, la exposición que se hace en esos volúmenes de la distintividad y la complementariedad entre el relato de la historia y el relato de la ficción es ejemplar a la hora de plantear la cuestión de la ficcionalidad en la teoría narrativa20. Tal vez por eso la propuesta de la triple mimesis que se expone en esos tres volúmenes se ha considerado una de las teorías de la ficción creadora más coherentes21. Parece pues que hay suficientes razones de peso para tomar Temps et récit como objeto de estudio. Sin embargo, en la práctica, esta decisión supone elegir un ámbito de investigación más amplio que los tres volúmenes de esta obra. Temps et récit no es un texto que se explique a sí mismo. La obra tiene su contexto epistemológico en otros escritos del autor. El mismo Ricoeur lo entiende así cuando en la Introducción al primer tomo de Tiempo y narración afirma que esta obra es gemela de La Métaphore vive22. Esta indicación nos lleva más lejos, pues nos invita a examinar su estudio de la narración en el contexto de los restantes escritos de alguien tan prolífico como Ricceur. Con todo, una primera delimitación bibliográfica no es difícil. La lectura de las Conclusiones del último volumen de Temps et récit pone Véase J.M. Schaeffer, «M otivo, tem a y función», O. Ducrot, J.M. Schaeffer, Nuevo diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Madrid, Arrecife, 1998, 594. O. M ongin, Paul Ricceur, Paris, Seuil, 1994. También Gadamer hace notar que Ricceur nunca presenta una oposición a lo que lee sin ofrecer al mismo tiempo una cierta reconciliación que permita seguir avanzando en la discusión: H.G. Gadamer, «La hermenéutica de la sospecha», G. Aranzueque (ed.), Horizontes del relato. Lecturas y conversaciones con P. Ricceur, Cuaderno Gris, 1997, n° 2, 127-135. Como ejemplo de esta afirmación puede servir la aceptación por parte de Genette de las sugerencias de Ricoeur, véase Genette, Fiction et diction..., 67ss. Véase A. Garrido Domínguez, «Teorías de la ficción literaria: los paradigmas», A. Garrido Domínguez (ed.), Teorías de la ficción literaria, Madrid, Arco Libros, 1997, 11-40; J.M. Pozuelo, Poética de la ficción, Madrid, Síntesis, 1993, 118-131. P. Ricoeur, La Métaphore vive, Paris, Seuil, 1975.

enseguida de manifiesto que esas páginas no son tanto un compendio de lo estudiado en las más de mil páginas que las preceden, como el germen de una nueva dirección de su investigación hacia la comprensión de sí mismo que concluye en una ética de corte fenomenológico23. Por otra parte, en 1986, en la presentación del compendio Du texte á l ’action. Essais d ’herméneutique I I 14, Ricoeur advierte que con ese volumen pretende marcar el final de una etapa que se había iniciado con la publicación del anterior compendio de artículos, editado en 1971: Le conflit des interprétations. Essais d ’herméneutique25. Hay que abordar, pues, la producción entera de estos tres lustros, que comprende, además de los seis volúmenes reseñados, multitud de artículos en revistas, voces en enciclopedias, etc.26, y que testimonian el pensamiento de Ricoeur sobre nuestros asuntos: la crítica literaria y su objeto, el texto y su comprensión, cuestiones, en definitiva, que se sitúan en las encrucijadas del pensamiento contemporáneo acerca de la relación de la semiótica con las ciencias humanas27. La lectura cuidadosa de esos textos pone enseguida al descubierto que las tesis de Ricoeur traspasan el mero ejercicio de la crítica literaria. Es patente que, en Ricoeur, hay una concepción del mundo y de sus objetos antes que una metodología. Para algunos, es claro que lo que late detrás de su pensamiento es una ontología28.

Véase P. Ricoeur, Soi-méme comme un autre, Paris, Seuil, 1990. En esta dirección de la ética narrativa coincide con A. Maclntyre (A. M aclntyre, Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987) y sobre todo con Charles-Taylor (Ch. Taylor, Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna, Barcelona, Paidós, 1996). Para las coincidencias con Taylor, véanse F. Dosse, Paul Ricceur: le sens d ’une vie, Paris, La Découverte, 1997, 766-769; y el diálogo de Ricoeur con Taylor y Carr en «Discussion: P. Ricoeur on narrative», D. Wood (ed.), On Paul Ricceur. Narrative and Interpretation, New York-London, Routledge, 1991, 160-187. Ética y narración coinciden también en la escritura de la historia. Esta investigación se propone en algunos de sus últimos libros: P. Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1999; P. Ricoeur, La mémoire, l ’histoire, L ’oubli, Paris, Seuil, 2000. P. Ricceur, Du texte á l ’action: Essais d ’herméneutique II, Paris, Seuil, 1986. P. Ricoeur, Le conflit des interprétations. Essais d ’herméneutique, Paris, Seuil, 1971. M uchos de esos artículos están recopilados más tarde en los tres volúmenes denom inados Lectures. Los que se refieren a nuestro tem a están recogidos en P. Ricoeur, Lectures II. La contrée desphilosophes, Paris, Seuil, 1992. Véase M.Á. Garrido Gallardo «Jakobson y la semiótica literaria», M.Á. Garrido Gallardo, T. Todorov, y otros, La crisis de la literariedad..., 11-22. Véase M. Maceiras, «Paul Ricoeur: una ontología militante», T. Calvo, R. Ávila (eds.), Paul Ricceur: Los caminos de la interpretación, Barcelona, Anthropos, 1991, 45-66. Con una respuesta de Ricoeur (ibídem, 70-72) en la que acepta la

Llevada a sus extremos, esta calificación puede tenerse como un tanto maximalista29, pero es innegable también que los escritos de Ricoeur ofrecen una epistemología realista explícita, y, en consecuencia, optimista respecto de las posibilidades del texto como comunicación y como significación de algo distinto de él mismo. Dicho de otra manera, si nos colocamos en el contexto de la hermenéutica moderna, Ricoeur acepta la pretensión de esa hermenéutica de que el sujeto que comprende no está fuera de la realidad que comprende; sin embargo, en su concepción de la comprensión de los textos — y, a la postre, de la realidad— nuestro autor afirma un sentido en el texto que precede a la lectura30. En esa posición filosófica — en lo que se refiere a la crítica de textos— , hay dos nociones que pueden considerarse sin dificultad como aportaciones de Paul Ricoeur al debate actual de las ciencias humanas y que, por tanto, deben tenerse como puntos focales de su argumentación. Se trata de su peculiar solución de las relaciones entre explicar y comprender, y de la noción de mundo del texto como referencia que se crea a partir del sentido en la obra literaria. La oposición entre explicar (Erklárp.n) y comprender (Verstehen), como actividades propias —y no intercambiables— de las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu respectivamente, recorre el pensamiento de los dos últimos siglos, bien en la formulación de Dilthey, bien en la versión de la filosofía del lenguaje de corte anglosajón. Sin embargo, Ricoeur observa un puente entre ambas actividades en el análisis estructural; éste acoge la metodología de la explicación, propia por tanto de las ciencias de la naturaleza, y la aplica a un objeto, la lengua, que forma parte de las ciencias del espíritu. Ciertamente esta transposición es abusiva si no va acompañada de otros procedimientos, ya que este análisis, por definición, podrá ofrecer una explicación del texto y de sus elementos, pero no podrá llegar a la comprensión. Sin embargo, si se toma como objeto la comprensión sugerencia de Maceiras. Véase también J.M. Navarro, «Existencia y libertad: sobre la matriz ontológica del pensamiento de P. Ricceur» (ibídem, 145-182). Por ejemplo, Vattimo (véase G. Vattimo, Le avventure della diferenza, Milano, Garzanti, 1980), al igual que otros críticos, incluyó a Ricceur entre los autores de la «ontología hermenéutica». Más tarde, con Temps et récit ya publicado, Vattimo afirmó que el juicio había sido apresurado (G. Vattimo, Etica de la interpretación, Barcelona, Paidós, 1991). En pocas palabras: «Me parece que toda su filosofía [de P. (Ricceur] se desarrolla entre una concepción descriptivo-metafisica, que concibe el sujeto independientemente de la realidad y que el propio Ricceur rechaza, y una concepción propiamente hermenéutica», G. Vattimo, «Más allá de la hermenéutica», G. Á ranzueque (ed.), H orizontes del relato. Lecturas y conversaciones con P. Ricceur..., 457-465. Aunque también tiene por evidente que toda lectura no es sólo reconocimiento de sentido, sino también creación de sentidos. En los matices que pueden deducirse de estas afirmaciones están las aportaciones más sugerentes de Ricoeur.

del texto, y el análisis estructural se entiende como camino para la comprensión y también como camino para verificar que esa comprensión no sea arbitraria, entonces los procedimientos explicativos y comprensivos se complementan: la explicación se abre a la comprensión de la misma manera que la comprensión reclama la explicación. Este razonamiento concluye en dos direcciones. La primera señala que el análisis estructural, en cuanto procedimiento explicativo, es necesario para la comprensión de un texto literario. La otra conclusión subraya que este análisis, de por sí, no es capaz de ir al centro del objeto que se comprende. Tener al análisis estructural como un modelo de comprensión significa rendirse a lo que Ricoeur denomina «ideología del texto absoluto» representada por algunos críticos estructuran stas31. Esta concepción de la relación entre explicación y comprensión ilustra un procedimiento constante en el pensamiento de Ricoeur y que se puede denominar la vía larga del análisis32. Por vía larga, Ricoeur entiende el recorrido que realiza el análisis cuando se empeña en seguir todos los pasos de los procedimientos sin oponerlos. Así, por ejemplo, si tratamos de la concepción de la hermenéutica, la vía larga supone para Ricoeur la elección de la hermenéutica ontológica — representada por Heidegger y Gadamer— que desemboca sin más en la comprensión, pero en diálogo con la hermenéutica romántica — representada por Schleiermacher y Dilthey— que subraya más los aspectos metódicos y explicativos. De modo parecido, cuando Ricceur propone una teoría del discurso, lo que hace es componer la semántica del discurso — intuitiva y comprensiva— de los filósofos del lenguaje anglosajones con el análisis lingüístico — metódico y explicativo— presente en la lingüística francesa. Finalmente, cuando toma partido en la discusión sobre el estatuto de la historia, también es capaz de reconciliar las tesis narrativistas de la historia, que acentúan la comprensión, con la explicación necesaria subrayada por ejemplo por la escuela de Armales. La segunda noción central en Ricoeur es la del mundo del texto de la obra literaria. El mundo del texto, dirá Ricoeur, es la referencia de la obra literaria. En la tradición de la que proviene, la cuestión de la referencia de la obra literaria no se trata expresamente: siguiendo a Frege habría que decir que las obras de ficción se caracterizan porque tienen sentido pero no tienen referencia; de la misma manera, también en los postulados del análisis estructural se privilegia el sentido — o la ilusión de sentido— frente a cualquier referencia posible del texto ficticio. Frente a Para estos aspectos, véase, sobre todo, P. Ricceur, «De l’interp.rétation», y «Q u’est-ce q u ’un texte? Expliquer et comprendre», Du texte á l ’action. Essais d ’herméneutique 11..., 11-35 y 137-159, respectivamente. J. Greisch, «Hacia una hermenéutica de sí mismo: la vía corta y la vía larga», G. A ranzueque (ed.), H orizontes del relato. Lecturas y conversaciones con P. Ricceur..., 267-280.

.estas posturas, Ricoeur propone una teoría del texto literario en la que la suspensión de la referencia primera — la denotación, diríamos— conlleva la creación de una referencia de segundo grado, que es la referencia verdadera. Esta referencia del texto literario se crea en la lectura precisamente a partir de la suspensión de la referencia primera. Pero, en cualquier caso, todo texto literario tiene referencia. Con estos presupuestos resultan más fáciles de entender los juicios y clasificaciones sobre los diversos métodos de análisis literario que Ricoeur ofrece en Temps et récit, especialmente en el segundo volumen. Cada método de análisis tiene un objeto distinto: el método puede dirigirse hacia el texto, hacia la realidad anterior al texto, o hacia la referencia. Por tanto, si somos capaces de establecer los presupuestos de cada método de análisis narrativo, podremos también situar su lugar en el recorrido de la interpretación. Además, según privilegie la explicación o la comprensión, un método de análisis estará en dependencia de otro. Esta clarificación epistemológica de los métodos viene a coronar una antigua propuesta de Ricceur: no hay ningún método de análisis que sea inocente, todos tienen sus presupuestos y sus límites. Pero no por ello el crítico debe dejar de ejercitarlos, lo que debe hacer es practicar una vigilancia estrecha sobre las fronteras de cada método33. El resultado de todas estas operaciones será, cuando menos, un protocolo capaz de articular los diversos métodos del análisis narrativo regido por el aforismo que repite a menudo Ricceur: explicar más es comprender mejor. Finalm ente, tam bién Ricceur puede ofrecer luces en lo que afecta a la oposición historicidad/ficcionalidad. Ricoeur no la aborda directamente desde un program a narrativo, sino que toma partido en la discusión sobre el marco narrativo/no-narrativo que tiene la historia como conocimiento o como ciencia. Pero una teoría de la narración que convoque la referencia de la obra es capaz de ofrecer más luces a la cuestión que una teoría que hable sin más de ilusión referencial. * *

*

Los párrafos anteriores exponen de manera somera los principales elementos que se descubren en la obra de Ricoeur cuando se quiere investigar su concepción del texto narrativo y de la interpretación de la narración. Toca ahora presentar el . modo como están estructurados en este trabajo. Los dos primeros capítulos tienen el carácter de un preámbulo epistemológico. Se aborda el concepto de hermenéutica de Paul Ricoeur y su noción de texto. En la obra del pensador francés las dos nociones están íntimamente relacionadas entre sí. La hermenéutica tiene como objeto primero a los textos, y, cuando la hermenéutica

Véase P. Ricoeur, «Esquise de conclusión», X. Léon-Dufour y otros, Exégése et herméneutique, Paris, Seuil, 1971, 285-286.

es una interpretación del mundo y de sus objetos, esa interpretación se hace según el modelo de la hermenéutica textual. Por tanto, la hermenéutica confiere valor a los textos y los textos determinan el alcance de la hermenéutica. Esta descripción de la hermenéutica en relación con los textos, implica dos cosas: en primer lugar, que la hermenéutica se define por su pertenencia a la comprensión y, en segundo lugar, que la hermenéutica se define también como una tarea, como un conjunto de operaciones, en las que explicar y comprender son operaciones que se recubren y se i mollean, pero no se confunden. Como se ha insinuado un poco más arriba, ninguna de estas dos nociones se encuentra de manera completamente explícita en Temps et récit, por lo que su génesis hay que buscarla en La Metaphore vTve, o, mejor aún, en ios escritos circunstanciales en los que trata de estos temas. Con este bagaje, se puede ya acudir al estudio del análisis narrativo que se aborda en el capítulo tercero. Temps et récit propone una teoría de la mimesis creadora que se especifica desde la poética aristotélica, aunque enriquecida con los métodos de análisis narrativo propuestos en el último siglo. Si esta teoría de la mimesis creadora — entendida como conjunto de operaciones— se inserta en la hermenéutica tal como la concibe Ricoeur, es decir, como un arco de operaciones en el que explicar (Erkláren) y comprender (Verstehen) son procesos que se recubren y que llevan a la comprensión del texto por medio de la validación explicativa de las conclusiones, entonces se puede plantear la hipótesis de un protocolo de análisis narrativo. Es lo que está en la base de este tercer capitulo: intentar ofrecer una clarificación sobre el’ lugar que puede ocupar cada método de análisis narrativo en una perspectiva hermenéutica. Por tanto, en cierta manera, éste es el capítulo central, pues es el que propone una articulación de losr métodos en un protocolo de análisis coherente. Los capítulos primero y segundo son una introducción necesaria y el cuarto un corolario a la luz de lo que se ha dicho en los dos primeros. Pero quedaba una última cuestión. Temps et récit trata de la narración, de la ficción, y de la historia. Por eso, parecía lógico examinar si la perspectiva de Paul Ricoeur podía arrojar alguna luz sobre la distinción entre el relato histórico y el relato ficticio. Según su hipótesis estos dos tipos de relato no presentan diferencias en su configuración, aunque sí en su refiguración. Sin embargo, a lo largo de su trabajo, Ricoeur elige a menudo — aunque no lo formule así de manera expresa— la distinción entre término marcado y término no-marcado. Así por ejemplo, dentro de la hermenéutica, la hermenéutica textual es el término marcado frente a la hermenéutica en general, de la misma manera en la configuración del mythos, la narración es el término marcado frente a la metáfora, pues la narración se puede dividir en histórica y ficticia, etc. La hipótesis sobre la que se ha organizado el cuarto capítulo es que la narración de la historia es el término marcado en relación

^con la narración literaria. A partir de esa propuesta se deberán anotar las marcas que debe tener el relato de la historia y no necesita tener el relato de ficción. * *

*

Antes de acabar se hace necesario advertir algo acerca del procedimiento seguido. Ya se ha dicho que Ricceur es un autor bastante prolíñco34. Aun con la restricción de campo establecida desde el inicio del trabajo, la elección de un motivo para el estudio comporta la necesidad de dejar de lado otros. Hay que hablar pues de presencias, de alusiones y de omisiones. El trabajo comienza in medias res, sin referirse apenas a la vida o a los marcos generales en los que se han desarrollado los casi noventa años de vida del filósofo francés. La razón de esta omisión es relativamente clara. La trayectoria de Ricoeur está explicada en extensos volúmenes, ya sea por él mismo35, o por alguno de sus discípulos36, también en castellano37. El estudio se limita a los escritos de los que se podía esperar luz para el análisis de los textos literarios, y deja voluntariamente de lado otros aspectos — el valor del símbolo, la fenomenología hermenéutica, etc.— sumamente interesantes desde otras perspectivas. Más difícil, y quizás más discutible, resulta la selección cuando se aborda el marco del pensamiento en el que se sitúa Paul Ricceur. Más arriba se ha evocado un procedimiento típico de Ricoeur que consiste en construir su pensamiento a partir del pensamiento de otros ofreciendo una síntesis. Eso hace necesaria la Su bibliografía está recogida en F.D. Vansina, Paul Ricceur. Bibliographie systématique de ses écrits et des publications consacrées a sa pensée (1935-198(1), Leuven, Peeters, 1985; completada hasta 1990 en F.D. Vansina, «Bibliographie de Paul Ricoeur. Compléments jusqu’en 1990», Revue philosophique de Louvain, 1991, n° 89,243-287. Puede verse, por ejemplo, P. Ricoeur, «Intellectual autobiography», L.E. Hahn (ed.), The Philosophy o f Paul Ricceur, Chicago and La Salle Illinois, Open Court, 1995, 3-53; P. Ricoeur, Critique and Conviction. Conversations with Frangois Azouvi andM arc de Launay, New York, ColumbiaU.P., 1998. Véase F. Dosse, Paul Ricceur: le sens d ’une vie... Volumen de 789 páginas donde el autor recoge cronológicam ente las diversas propuestas de Ricoeur y las respuestas que suscitaron. Un resum en m uy condensado: P. Ricoeur, «A utocom prensión e historia», T. Calvo, R. Ávila (eds.), Paul Ricceur: Los caminos de la interpretación..., 2642. Para un recorrido por las principales obras de Ricoeur, véanse M. Agis Villaverde, D el símbolo a la metáfora: introducción a la filosofía hermenéutica de P a u l R icceur, Santiago de Com postela, Ed. U niversidad de Santiago de Compostela, 1995, También puede verse el entero volumen de G. Aranzueque (ed.), H orizontes del relato. Lecturas y conversaciones con P. Ricceur, o el número 101 de la revista Anthropos (1998) dedicado a Ricoeur.

remisión a otros autores; hay que atender no sólo al pensamiento de Ricosur, sino a sus fuentes, para intentar descubrir el matiz enriquecedor que proporciona Ricoeur. Si además hay que hacerlo en pocas páginas, para dejar así espacio a la exposición de la teoría de Ricoeur, la empresa no deja de ser arriesgada. En los dos prim eros capítulos, he procurado hacerlo en los cuatro autores — Schleiermacher y Gadamer, Frege y Benveniste— en los que Ricceur enraíza su teoría, para dar después un paso más en lo que afecta a la interpretación de los textos. En cambio, el capítulo tercero, que trata sobre los métodos de análisis narrativo, da por supuesto el conocimiento por parte del lector de los modelos narrativos que se someten a la crítica. Al hilo de la exposición de Ricoeur se anotan los libros a los que hace referencia, pero sólo en contadas ocasiones — cuando una conclusión puede parecer sorprendente, o cuando hay que justificar un procedim iento— se entra en una discusión entre Ricceur y sus fuentes. Lo que el lector puede encontrar aquí, y en la obra de Ricceur, no es una justificación interna ni una exposición exhaustiva de esas obras, sino el punto de vista crítico, el del discernimiento. Obviamente, desde ese discernimiento, el lector puede descubrir también el lugar donde el método de análisis se hace fecundo. Una última advertencia. En su disposición actual, el estudio recoge muchos textos de Paul Ricoeur, ya en el cuerpo, ya en nota. En más de una ocasión podrá casi aparecer como un trabajo hecho con tijeras y engrudo. El hecho tiene una justificación precisa: la claridad con que Ricceur expone su pensamiento obliga a elegir entre la paráfrasis y la cita. He elegido la cita. El trabajo es parte de una tesis leída hace ya unos años. No he podido volver a ella hasta ahora. Aunque, desde entonces, la bibliografía sobre Ricoeur se ha m ultiplicado, el objeto de estudio abordado en este trabajo sigue estando prácticamente inexplorado. Agradezco a los profesores Alejandro Llano, José Domínguez Caparros, Kurt Spang y Antonio Garrido, las sugerencias que me hicieron en la lectura pública del trabajo. Con Miguel Ángel Garrido, director de aquella tesis doctoral, mi deuda será más difícil de saldar. En su lucidez habrá que buscar el origen de muchos aciertos del estudio; desde luego, no hay que seguir el mismo camino para los errores.

1. Introducción: la crítica literaria y la hermenéutica Es ya casi un tópico hacer notar el desarrollo que ha adquirido el estudio del lenguaje a lo largo del último siglo. Pocos ámbitos del pensamiento en las cien­ cias hum anas prescinden ahora de un análisis previo del lenguaje. Una afirmación semejante podría hacerse a propósito de la crítica literaria, espe­ cialmente si se examina el trabajo de las últimas décadas. En efecto, una mirada somera a los movimientos que se han suscitado en estos años descubre enseguida que la crítica literaria, partiendo de posiciones formalistas, ha conseguido una autonomía epistemológica y metodológica que le ha permitido asimilar cada una de las nuevas corrientes que han ido apareciendo. Así, si el movim iento estructural i sta y el formalismo están en el origen de la nueva poética1, la asunción de la pragmática está en la base de la constitución de la nueva retórica2. Se puede hablar, y con razón, de una renovación de la Teoría literaria y del ejercicio de la crítica de textos literarios. Además, esta renovación ha llevado consigo una ampliación de campos de estudio. El rigor de los distintos métodos de análisis ha sido de gran provecho en otros dominios no meramente literarios: los textos bíblicos3, los textos de historia4, y, en general, todo tipo de hechos capaces de ser asociados a la noción de discurso5.

C ualquier compendio puede dar razón de este paso. Pueden verse: A. Yllera, Estilística, poética y semiótica literaria, Madrid, Alianza, 1974; J.M. Pozuelo, La teoría del lenguaje literario, Madrid, Cátedra, 1988. G. Bettetini, «El giro pragmático en las semióticas de la interpretación»..., 155169. Como m uestra significativa, puede verse el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ciudad del Vaticano, Ed. Vaticana, 1993. Por mi parte he tratado esta cuestión en V. Balaguer, «La teología narrativa», Scripta Theologica, 1996, n° 28, 689-712.

Sin embargo, el resultado no ha sido tan brillante en lo que se refiere a la relación entre la crítica literaria y la hermenéutica, si ésta se entiende como un examen riguroso de las condiciones de la interpretación, ya sean filológicas ya sean filosóficas6; es decir, si la interpretación textual es capaz de asumir m etódicam ente la subjetividad del sujeto que interpreta, y si el sujeto que interpreta tiene presente que el método interpretativo le obliga a abjurar de la arbitrariedad7. Con todo, también aquí caben matices. Es cierto que, hasta hace pocos años, la crítica literaria dejó un tanto de lado su relación con la hermenéutica, pero también es verdad, que, con la asunción del pensamiento hermenéutico como lenguaje común de la cultura8, la relación de los dos saberes se ha ido Sobre ellos se volverá en el último capítulo, pero es conocido el fundamento tropológico de H. White, Metahistory. The Historical Jmagination in the XIXth Century Europe, Baltim ore and London, The John Hopkins University Press, 1973. Más sintéticamente en Lozano, E l discurso histórico... Es decir, semióticas no literarias. Sumariamente, puede verse la cuestión en M.Á. Garrido Gallardo, «Sobre una Semiótica Literaria Actual: la Teoría del Lenguaje Literario», Estudios de sem iótica literaria..., 69-89. Desde la perspectiva de la narración, he tratado la cuestión en V. Balaguer, «La narración y sus ámbitos», Ricardo Escavy y otros (eds.), Homenaje al profesor A. Roldán Pérez, Murcia, Servicio de Publicaciones Universidad de Murcia, 1997, 649-658. Ese es el sentido fuerte de la hermenéutica filosófica que tiene un estrecho vínculo con la hermenéutica filológica: «La expresión “hermenéutica filosófica” (...) tiene un significado equívoco; ya que puede significar, como a menudo se entiende, el arte de la interpretación de textos filosóficos (así como hay una hermenéutica sagrada, una hermenéutica jurídica, etc.), o también (...) la teoría filosófica de la interpretación. (...) Se puede m arcar la diferencia entre los dos sentidos del término hermenéutica (el primero, por el cual ella tiene la sola función de indicar reglas prácticas para interpretar este o aquel género de textos o de signos; el segundo que examina filosóficamente la cuestión de la interpretación) llamándolas respectivamente concepción técnica y concepción filosófica de la hermenéutica. (...) Los dos significados que hemos convenido en llamar técnico y filosófico de la hermenéutica no se desarrollan paralelamente e independientemente en la historia del pensam iento, sino que son sólo dos m omentos de un único proceso de desarrollo», G. Vattimo, Schleiermacher, filosofo della interpretazione, Milano, Mursia, 1986, 9. De hecho, cada método de análisis lleva implícita una posición hermenéutica. Aunque se refiere a la metodología que se aplica a los textos bíblicos, la cuestión está muy bien subrayada por A.C. Thiselton, New Horizons in Hermeneutics. The Theory a nd Practice o f Transforming Biblical Reading, Grand Rapids-Michigan, Zondervan, 1992. Véase G. Vattimo, «Hermenéutica: nueva koiné», Etica de la interpretación..., 55-71.

estrechando9. Pero, en líneas generales, la respuesta ha sido tardía. En un primer momento, más de un teórico asimiló sin más la hermenéutica al ejercicio crítico. Por ejem plo, E. Coseriu cuando iguala la herm enéutica a su teoría de la lingüística del texto y dice: Incidentalmente estoy convencido de que esta lingüística coincide con la filología bien entendida, y también con la hermenéutica, pues la lingüística del texto (...) no es sino hermenéutica y la teoría de esta lingüística de texto no es otra que la teoría de la hermenéutica, de la interpretación.10

Muy semejante es la posición de Segre, aunque referida a la semiótica: La palabra hermenéutica (...) podría llegar a converger o incluso a ser sinónima de crítica. La hermenéutica, tal como se ha desarrollado al servicio de los textos bíblicos o jurídicos, pretende la exactitud en la interpretación, literal o global. La gam a de procedim ientos propia de la crítica es ciertamente más amplia y está diferentem ente sintonizada y m otivada que la de la hermenéutica; lo cual no significa que ambas pretendan otra cosa que la comprensión más completa posible del texto. La diferencia sustancial está en el objeto: el texto literario, comparado con el religioso o jurídico es más rico, o mejor, comprende un mayor número de códigos. La herm enéutica aquí auspiciada sería, indudablemente, una actividad semiótica. El texto se presenta al lector como un conjunto de signos gráficos. Estos signos tienen un significado denotativo, de carácter lingüístico, y constituyen, al mismo tiempo, en sus diferentes combinaciones, signos complejos que tienen tam bién un significado propio; de las .connotaciones se derivan ulteriores posibilidades significativas. En cualquier ca'so, todos los significados están confiados a los signos; y en particular a signos homogéneos entre sí, signos lingüísticos. La hermenéutica podría ser la semiótica del texto literario.11

Algunos manuales recientes incluyen ya un capítulo dedicado al tema: Véase J.M. Cuesta Abad, «La crítica literaria y la hermenéutica», P. Aullón de Haro (ed.), Teoría de la crítica literaria, Madrid, Trotta, 1994, 485-510. Véase E. Coseriu, Textlinguistik, Tübingen, G. Narr, 1980, 35. Se refiere a la teoría del texto y de su interpretación que propone en este volumen y que, con otra terminología, ya ha sido practicada antes por críticos como L. Spitzer*o Antonino Pagliaro. Las ideas de fondo no son muy distintas de las que propuso años antes en E. Coseriu, E l hombre y su lenguaje, Madrid, Gredos, 1977, 201-207. C. Segre, Principios de análisis del texto literario, Barcelona, Crítica, 1985, 1718.

Lo que es común a estos dos autores, y a otros muchos críticos literarios12, es ■tina descripción ingenua — o demasiado estrecha— de la hermenéutica que no tiene presente la pertenencia del intérprete — y por tanto del crítico— a aquello que interpreta. Sin embargo, en los últimos años la crítica literaria sí se ha tomado más en serio la teoría hermenéutica que se deriva de la filosofía existencialista y que subraya la subjetividad en la interpretación. A veces, esta crítica ha introducido en el análisis la subjetividad sólo de manera intuitiva13, pero la asunción de esos presupuestos hermenéuticos es evidente en la aceptación de las teorías de la Estética de la recepción14, y en las propuestas de los autores que quieren abrir nuevas posibilidades a la crítica y a la interpretación de textos literarios15. Con todo, el campo que hasta el momento ha ofrecido más horizontes es el de aquellos autores que se proponen rescatar los procedimientos que han sido

Véase por ejemplo M. Riffaterre, «Hermeneutic Models», Poetics Today, 1983, n ° 4 /l, 7-16; E.J. Palti, «Auge y caída de la hermenéutica: la crítica literaria en Estados Unidos luego del New Criticism», Isegoría, 1997, n° 17,177-184. Así Steiner: «La hermenéutica se define, en general, como el conjunto de métodos y prácticas sistemáticos de explicación y exposición interpretativa de textos y, en particular de las escrituras y los clásicos. Por extensión, tales métodos y prácticas se aplican a las lecturas de una pintura una escultura o una sonata. En este ensayo intentaré analizar la herm enéutica como puesta en acto de un entendim iento responsable, de una aprehensión activa. Los tres sentidos principales de la palabra interpretación nos proporcionan una orientación vital. Un intérprete es un descifrador y un comunicador de significados. Es un traductor entre lenguajes, entre culturas y entre convenciones performativas. Es, en esencia un ejecutante, alguien que “actúa” (acts out) el m aterial ante él con el fin de darle vida inteligible. De ahí el tercer sentido importante de “interpretación”. Un actor o una actriz interpretan a Agamenón u Ofelia. Un bailarín interpreta la coreografía de Balanchine. Un violinista, una partitura de Bach. En cada uno de estos ejemplos, la interpretación es comprensión en acción; es la inmediatez de la traducción». G. Steiner, Presencias reales. ¿Hay algo en lo que decimos?, Barcelona, Destino, 1991,18. Véanse, entre otros, D. Villanueva, «Pluralismo crítico y recepción literaria», T ropelías, 1991, n° 2, 203-218; o más detenidam ente, y a pesar del título, L. Galván, E l Poema del C id en España, 1779-1936: recepción, mediación, historia de la filología, Pamplona, Eunsa, 2001. Véanse J.M. Cuesta Abad, Teoría hermenéutica y literatura, Madrid, Visor, 1991; S. W ahnón B ensusan, Saber literario y herm enéutica. En defensa de la interpretación, Granada, Publicaciones de la Universidad de Granada, 1991. La m ultiplicidad de cuestiones que están implicadas en la relación puede descubrirse en J. Domínguez Caparros (ed.), Hermenéutica, Madrid, Arco Libros, 1997.

usados en la hermenéutica de los textos bíblicos y aplicarlos a los procesos de la crítica literaria16. Esta descripción, que no quiere ser — ni puede serlo, tampoco— un status quaestionis exhaustivo, sirve como marco para entender la teoría de Paul Ricceur. Sus escritos sobre la crítica de textos — literarios o bíblicos— se pueden tener como uno de los intentos más vigorosos por entrelazar ambos dominios: la crítica literaria y la hermenéutica17. Ricceur concibe una hermenéutica de comprensión y análisis de los textos donde la subjetividad presente en toda interpretación — y que la filosofía herm enéutica contem poránea ha sabido tem atizar como constitutiva del proceso crítico— se hace com patible y necesaria con la objetividad metodológica que debe presidir el análisis literario. Como dice él mismo en más de un momento, como descripción de su teoría interpretativa: Yo no quiero olvidar ni la fase epistemológica, donde el reto es el diálogo de la filosofía con las ciencias hum anas, ni desatender este desplazam iento del problem a hermenéutico, que en la actualidad pone el acento en el ser-en-el-mundo y en la pertenencia participativa que precede toda relación de un sujeto con un objeto que se le presenta.18

Las consecueñcias que se derivan de esta actitud son muy ricas para la crítica literaria, que así puede dar razón de los fundamentos de su metodología. Pero son tam bién im portantes para la filosofía herm enéutica, que descubre en la

Véase U. Eco, I lim iti dell'interpretazione, Milano, Bompiani, 1990, 103-213; V éase tam bién J. Domínguez Caparros, Orígenes del discurso crítico. Teorías a ntiguas y m edievales sobre la interpretación, M adrid, G redos, 1993; J. D om ínguez Caparros, «Teoría literaria y hermenéutica bíblica», V. Balaguer, V. Collado (eds.), V Sim posio Bíblico Español. La B iblia en el Arte y en la Literatura, I, Pamplona-Valencia, Ed. Fundación' Bíblica Española, 1999, 73-96; G. M aturo, Introducción a una hermenéutica del texto, Buenos Aires, Tekné, 1995. Véase, por ejemplo, A. Garrido Domínguez, «P. Ricoeur: texto e interpretación», Signa, 1996, n° 5, 219-238; M.J. Valdés, La interpretación abierta. Introducción a la hermenéutica literaria contemporánea, Amsterdam-Atlanta, Rodopi, 1995. Ricoeur, «De l’interprétation»..., 33-34. En alguna ocasión se ha querido hacer notar la raíz exegética que tiene este planteamiento hermenéutico de Ricceur (véase, por ejem plo, D. Ihde, «Paul Ricoeur’s Place in the H erm eneutical Tradition», L.E. Hahn (ed.), The Philosophy o f Paul Ricceur..., 59-70). A esta apreciación, Ricosur ha respondido siem pre con vigor diciendo que la raíz exegética de su hermenéutica es la «metodología exegética» presente en Schleier­ macher, pero en estas dos palabras el acento debe ponerse en la metodología y no en la exégesis (P. Ricoeur, «Reply to Don Ihde», ibídem, 71-73).

metodología del análisis textual y literario un camino para que sus operaciones orientadas a la comprensión no resulten arbitrarias19. Para describir el valor de la propuesta de Ricoeur, es necesario atender, aunque sea brevemente, a las diversas posiciones que se han dado en la hermenéutica moderna: en ese marco se percibe mejor su aportación, especialmente en lo que se refiere a la singular solución que propone a la oposición entre explicar y comprender. 2. La hermenéutica moderna: marco general No es fácil resumir en pocos trazos la historia de la hermenéutica moderna, ni siquiera cuando esta historia se quiere limitar a la interpretación de textos. En cierta medida podría decirse que «un status quaestionis de la hermenéutica requeriría un estado de la cuestión de los estados de la cuestión»20. Los prim eros pasos de la herm enéutica m oderna están bastante bien identificados y clarificados: su nacimiento en el movimiento de la reforma protestante, su radicalización en la hermenéutica romántica con Schleiermacher y Dilthey, y el giro posterior que le imprimió Heidegger son los tres momentos que están presentes en cualquier Historia de la hermenéutica, y que los autores detectan con relativa claridad21. Pero no ocurre lo mismo con las diversas teorías que han aflorado en los últimos cincuenta años que son más fáciles de elencar que de clasificar22. En este estado de cosas, tres puntos pueden describir someramente la posición de P. Ricoeur. Véase Ricoeur, «De l’interprétation»..., 34-35. V éase Cuesta A bad, Teoría herm enéutica y literatura..., 19. Con todo, más adelante, el mismo autor advierte que la hermenéutica de Ricceur constituye el esfuerzo más riguroso y serio por integrar las cuestiones im plicadas en la interpretación y afrontar así el problema del sentido (ibidem, 95). Ya Gadam er ( Verdad y método: Fundamentos de una hermenéutica filosófica, Salamanca, Sígueme, 1977) establecía estos tres periodos, pero la clasificación es común a cualquier historia de la herm enéutica: véanse M. Ferraris, Storia d e ll’ermeneutica, M ilano, B om piani, 1997; M. M aceiras, J. Trebolle, L a hermenéutica contemporánea, Bogotá, Cincel, 1990. Para la relación de la herme­ néutica m oderna con el legado clásico, véase J. Grondin, Introducción a la hermenéutica filosófica, Barcelona, Herder, 1999, 41-77. Los autores norm alm ente tienden a enum erarlas sin más: herm enéutica y racionalismo crítico (Albert), hermenéutica de la palabra (Fuchs), hermenéutica y crítica de las ideologías (Habermas), hermenéutica y deconstrucción (Derrida), herm enéutica y pragm ática (Rorty), etc. Véase, por ejemplo, F. Russo, «Temi dell’ermeneutica del XX secolo», Acta Philosophica, 1999, n° 8/2, 251-268.

a) Por una parte, las tesis de Ricoeur aparecen en todos los elencos como una de las posiciones de referencia a la hora de describir el marco de la hermenéutica contemporánea23. b) Por otra parte, dialoga con casi todas estas corrientes hermenéuticas. El fenomenólogo francés no rehuye el diálogo, o la confrontación, con ninguno de estos autores que aparecen en sus escritos en más de una ocasión. Sin embargo, él mismo se sitúa en la corriente de la tradición que descubre profundas analogías entre la hermenéutica y el lenguaje, y más precisamente entre la hermenéutica y la interpretación de los textos24. c) Finalmente, el aspecto más significativo de la posición hermenéutica de Ricoeur tal vez sea su enmarcamiento no sólo con referencia a la historia de la hermenéutica moderna, sino también en relación con el legado clásico de esta disciplina. Por tanto, es capaz de ser comprendido no sólo desde la historia de la disciplina, sino también desde su definición y descripción, es decir, desde un punto de vista conceptual. Estas notas se ponen de manifiesto cuando los autores tratan de delimitar las líneas del pensamiento de Ricosur que lo singularizan frente a sus coetáneos25. Así, algunos lo ven como el ejemplo más palmario de confluencia entre una

Curiosamente su presencia es mínima en autores como Grondin (Introducción a la hermenéutica filosófica). Pero, como apunta Greisch, la tesis de Grondin, según la cual la universalización de la hermenéutica descansa en última instancia en el «verbum interius» agustiniano, hace que este autor se detenga en Gadamer y se enfrente directam ente a las tesis de Ricceur. Véase Greisch, «H acia una hermenéutica de sí mismo: la vía corta y la vía larga»..., 269. El diálogo con la tradición hermenéutica anterior a él se verá de alguna manera en las páginas siguientes. Pero es significativo su interés por no desentenderse de posiciones distintas a la suya (véase, por ejemplo, P. Ricoeur, «Ethics and Culture. Habermas and Gadamer in Dialogue», Philosophy Today, 1973, n° XVII, 153-165; o P. Ricoeur, «Rhétorique, poétique, herméneutique», Lectures II, Paris, Seuil, 1992, 479-494). Sin embargo, hay dos notas que deben subrayarse de ese diálogo: por una parte, Ricoeur sabe ver que los métodos no son de por sí inocentes, ya que conllevan una posición hermenéutica (es ejemplar a este propósito su descripción de la posición herm enéutica presente en Greimas, como una alternativa a la su propia propuesta: P. Ricoeur, «Entre herméneutique et sémiotique», Lectures II..., 431-446); por otra parte, como apunta Gadamer, Ricoeur «n u n ca‘adopta una postura de oposición sin ofrecer cierta forma de reconciliación», Gadamer, «La hermenéutica de la sospecha»..., 135. Véase, por ejemplo, M. Beuchot, «Naturaleza y operaciones de la hermenéutica según Paul Ricoeur», Pensamiento, 1994, n° 50, 143-152.

hermenéutica de restauración del sentido con una hermenéutica crítica26, otros subrayan su importancia al ver cómo en Ricoeur confluyen el comprender y el interpretar27, la tradición platónica resucitada por Gadamer con la tradición aristotélica más presente en las teorías del lenguaje28.

«En Ricoeur se encuentran las dos herm enéuticas, la herm enéutica de la restauración del sentido, o de la escucha; y una hermenéutica crítica, que es capaz de retornar de nuevo — tras la escucha y la aceptación de la tradición, tras la asunción de toda la dim ensión de la tem poralidad histórica con todas las novedades culturales y existenciales que comporta— a una interpretación de sí mismo frente al texto. Sólo en este sentido de una doble hermenéutica que escucha el texto, y que hace de él un pre-texto para recorrer históricamente el pasado histórico y volver enriquecida sobre el sujeto, es posible entender todo el significado de la obra de Ricoeur», G. Mura, Erm eneutica e veritá. Storia e problemi della filosofía della interpretazione, Roma, CittáN uova, 1990, 313. Véase J. Starobinski, «L’art de comprendre. Avant-propos», F. Schleiermacher, Herméneutique, G enéve, L abor et fides, 1987, 5-11. Starobinski define la herm enéutica como el «arte de com prender e interpretar», pero es claro que enseguida tenem os que interpretar esta misma definición. Las soluciones que se han dado a lo largo de la historia han sido aproximaciones: hermenéutica es, primer lugar, «mediación con vistas a producir un mensaje inteligible», y, desde este punto de vista, hay que decir, con Aristóteles, que la mediación se hace en la frase predicativa, vehículo del juicio; desde un segundo punto de vista, como el que sostiene G adam er, el trabajo de la herm enéutica no está tanto en la elaboración de la interpretación de un texto cuanto en la comprensión de un mensaje; finalmente, según Starobinski, cabe un tercer punto de vista, que es el que sostiene Ricceur, según el cual «decir, traducir e interpretar» son tres actividades distintas que, si bien se implican mutuamente, no se pueden reducir unas a otras; por tanto hay que retener el concepto aristotélico de hermeneia, sin pasar por alto la actividad de la comprensión. Sin embargo, Ricoeur percibe esta posición complexiva en el mismo Aristóteles: «Este vínculo de la interpretación — en el sentido preciso de exégesis textual— con la com prensión — en el sentido amplio de inteligencia de los signos— está atestiguado por uno de los sentidos tradicionales de la m ism a palabra herm enéutica, el que nos viene del Peri herm eneias de Aristóteles; hay que subrayar, en efecto, que en Aristóteles la hermeneia no se limita a la alegoría, sino que concierne a todo discurso significante; más aún, es el discurso significante quien es hermeneia, quien interpreta la realidad, en la medida que él dice “algo de alguna cosa” ; hay herm eneia porque la enunciación es una extracción de lo real por medio de expresiones significantes y no un extracto de impresiones venidas de las cosas m ismas», P. Ricoeur, «Existence et herm éneutique», Le conflit des interprétations. Essais d ’herm éneutique..., 8. Véase también Ricceur, «Qu’est-ce qu’un tex te?...», 156-157.

En estos juicios sobre la singularidad de las tesis de Ricoeur se pone de m anifiesto que en el fondo de las cuestiones hermenéuticas hay tesis opuestas — la comprensión concebida como una restauración del sentido o como una crítica del sentido, como un reconocimiento del sentido o como la creación de un nuevo sentido, como una mediación o como una interpretación— y que Ricoeur intenta com poner lo que parecen movim ientos antagónicos. Por eso, para entender sus propuestas hay que reconocer dos pasos: en primer lugar, hay que hacerse conscientes de que las cuestiones principales — la m ediación y la finalización de la interpretación en un discurso— ya estaban planteadas en el origen de la hermenéutica griega, como pone de manifiesto la misma etimología de la palabra29; en segundo lugar, debe reconocerse que plantear una teoría hermenéutica de los textos hoy significa medirse con lo que se ha dicho en los dos momentos centrales en los que la hermenéutica moderna se ha relacionado con los textos: el movimiento de la hermenéutica romántica (Schleiermacher y Dilthey) y el de la hermenéutica ontológica (Heidegger y Gadamer). En continuidad con estos dos movimientos, y en un proceso dialéctico con ambos, se determ ina el pensam iento herm enéutico de Paul Ricoeur. En la interpretación de los textos, Ricceur negará los extremos que se derivan de ambas posiciones — la intentio auctoris y la intentio lectoris, respectivamente30— , para

Indudablemente la investigación etimológica debe hacerse desde la palabra griega y no desde su traducción latina (véase J. Pepin, «L’Hqrméneutique ancienne. Les mots et Ies idées», Poétique, 1975, n° VI, 291-300):. En los textos griegos se encuentra ya con tres acepciones: a) interpretar, explicar, ilustrar: así en Platón, Sófocles, Papías, etc.; b) traducir en palabras, expresar los propios pensamientos: menos usada que la anterior está atestiguada en Platón, Tucídides, Hermógenes; c) conducir de una lengua a la propia: muy usada en textos bíblicos se encuentra tam bién en Platón y Jenofonte (véase J. Behm, «Hermeneuo», Grande Lessico Nuovo Testamento, Brescia, Paideia, 1967, col. 901-917). A partir de los estudios de Ébeling y Kerenyi, G. M ura establece una relación entre la raíz griega “erm” y la latina “(s)erm ” de donde sermo, véase G. Mura, «L’ermeneutica nei “Dialoghi” di Platone e nel trattato “suH’interpretazione” di Aristotele», Cultura & libri, 1992, n° 6, 9. La relación al discurso es clara; no lo parece tanto el otro término que debe relacionarse con él: la realidad u otro discurso; véase K. Kerenyi, «Origine e senso dell’ermeneutica», Archivio di filo so fía , 1963, n° XXX1II/1-2, 129-137. «No se trata, pues, de definir la hermenéutica por la coincidencia entredi genio del lector y el genio del autor. La intención del autor, ausente de su texto, ha llegado a ser, ella misma, una cuestión hermenéutica. En cuanto a la otra subjetividad, la del lector, es del tal modo obra de la lectura y don del texto, que ella misma es la portadora de las expectativas con las que el lector aborda y recibe el texto. Por tanto no es cuestión tampoco de definir la herm enéutica por el primado de la

^firmar una hermenéutica en la que el horizonte deja de ser intencional, y en cambio el texto, objeto del que se trata al fín y al cabo, ocupa el lugar central. Situado en el marco del análisis de textos literarios, podrá decir: La tarea de la herm enéutica (...) es doble: reconstruir la dinám ica del texto, restituir la capacidad de la obra para proyectarse más allá, en la representación de un mundo que yo podría habitar.31

Sin embargo, poner de manifiesto el alcance de esta teoría significa poner en contraste las tesis de Ricceur con las de sus predecesores. Sólo en este lugar se podrá descubrir en qué sentido Ricoeur entiende su postura como una «dialéctica» de ambas posiciones. Este es el curso que sigue Ricoeur, y por eso el mejor procedimiento puede ser atender a sus propias afirmaciones. 3. Marco epistemológico de la hermenéutica de Paul Ricoeur Es casi un tópico afirm ar que la herm enéutica m oderna com ienza con Schleiermacher. También Ricoeur, cuando traza un breve resumen de la historia de la hermenéutica moderna, empieza su recorrido por el pensador alemán. Sin embargo, Ricoeur se pregunta en más de una ocasión si esta afirmación no pasa por alto, de manera excesivamente apresurada, toda una tradición (Orígenes, San Agustín, etc.) en la que las reglas de la interpretación han sobrevivido a la más acerba de las críticas: la del tiempo32. De hecho, como se ha apuntado antes, son cada vez más los autores que vuelven los ojos hacia la tradición de los Padres de la Iglesia para descubrir el lugar en el que están emparentados con la crítica literaria contemporánea. Sin em bargo, sí hay una razón de peso para colocar el origen de la herm enéutica m oderna en Schleiermacher. Ricceur apunta que las tesis de Schleiermacher comportan no sólo la universalización del saber hermenéutico frente a la fragmentación anterior; en el fondo, esas tesis suponen introducir la cuestión del comprender por delante de las técnicas para realizar la comprensión: La hermenéutica, en efecto, ha nacido — o, más bien, ha resucitado— en la época de Schleiermacher de la fusión entre la exégesis bíblica, la filología clásica y la subjetividad lectora del texto, esto es, por una estética de la recepción», Ricceur, «De l’interprétation»..., 31. Ibídem, 32. Véase P. Ricoeur, «Schleierm acher’s Hermeneutics», The Monist, 1977, n° 60, 181. Un juicio sereno sobre la poderosa influencia de esta hermenéutica patrística en la hermenéutica filosófica con vocación universalista, puede verse en Grondin, Introducción a la hermenéutica filosófica..., 79-101.

jurisprudencia. E sta fusión entre diversas disciplinas ha podido ser operativa gracias a un giro copernicano que ha hecho pasar la cuestión de qué es c o m p re n d e r por delante de la cuestión sobre el sentido de tal texto o de tal categoría de textos.33

Por eso, cuando Ricceur esboza la. historia de la hermenéutica moderna34, incluye las dos fases — la herm enéutica rom ántica y lo que denomina hermenéutica ontológica— englobadas bajo el punto de vista del comprender: Yo veo la historia reciente de la hermenéutica dominada por dos preocupaciones. La prim era tiende a alargar progresivamente el alcance de la herm enéutica de forma que todas las hermenéuticas regionales sean incluidas en una hermenéutica general', pero este movimiento de des-regionalización no puede llevarse hasta su térm ino sin que, al mismo tiem po, las preocupaciones propiam ente episte­ mológicas de la hermenéutica — quiero decir, su esfuerzo por constituirse en un saber de reputación científica— se subordinen a las preocupaciones ontológicas según las cuales com prender deja de aparecer como un simple modo de conocer para convertirse en una manera de ser y de relacionarse con los seres y con el ser; el movimiento de des-regionalización se acom paña así de un m ovim iento de radicalización por el cual la herm enéutica llega a ser no sólo general sino fundam ental,35

En estas palabras de Ricceur se señalan cuatro notas que es necesario perfilar bien: a) El propósito de Schleiermacher de fundar una hermenéutica general, una ciencia metódica de la interpretación que aboliera las fronteras entre las diversas técnicas interpretativas de los textos bíblicos, los clásicos y los jurídicos36.

Ricceur, «De Pinterprétation»..., 27. Subrayado mío. Los lugares en los que se puede encontrar este repaso son: P. Ricoeur, «Langage (Philosophie)», Encyclopaedia Universalis IX, Paris, Encyclopaedia Universalis France, 1971, 771-781; P. Ricoeur, «La tache de l’herm éneutique», Du texte á l ’action. E ssa is d ’herm éneutique II..., 75-100; Ricoeur, «Schleiermacher’s H erm eneutics»..., 181-197. Ricoeur, «La tache de 1’herm éneutique»..., 76. En este texto se advierte que en la presentación de Ricoeur el lugar histórico está en íntima relación con el lugar metodológico. Una buena exposición de esta relación — sin aludir a la categorización de explicar y comprender de Ricoeur— puede verse en L. Gelsetzer, «Che cos’é l’erm eneutica», Rivista di filosofía neo-scolastica, 1983, n° LXXV/4, 594622. En realidad, Schleiermacher se enfrenta a la regionalización de la hermenéutica pietista, pero, la prim era parte del siglo x i i i ya había conocido hermenéuticas

^ b ) Ahora bien, esta abolición de fronteras no es un proceso inocente, pues ahora la cuestión se traslada desde la interpretación a la comprensión: el proyecto está incoado en Schleiermacher, pero se desarrolla más plenamente en Dilthey37. c) Pero hay que dar un paso más. Según el pensamiento de Heidegger y Gadamer, la cuestión filosófica de la comprensión no puede fundarse en un método — como habían hecho sus predecesores— ya que comprender es, antes que nada, un modo de ser-en-el-mundo38. d) Finalm ente, este proceso de ontologización de la hermenéutica lleva consigo otro de radicalización por el que la hermenéutica pasa a ocupar el lugar del fundamento general de las ciencias del espíritu. Ya que Ricoeur entiende su aportación en este m arco39, es conveniente repasar, aunque sea brevemente, los puntos cruciales de estos autores, para identificar lo que acepta y lo que modifica de cada uno de ellos.

universalistas. Véase Grondin, Introducción a la hermenéutica filosófica..., 103108. «Es con Schleiermacher y Dilthey con los que el problema hermenéutico llega a ser problem a filosófico. (...) El problem a de Dilthey era dar a las G e iste swissenschauften una validez comparable a la de las ciencias de la naturaleza, en la edad de la filosofía positivista. Puesto en estos térm inos, el problem a era epistemológico. (...) Pero la solución del problema excedía los recursos de una simple epistemología: la interpretación que, para Dilthey, se relaciona con los documentos fijados por la escritura, es sólo una provincia del dominio más vasto de la comprensión, la cual va de una vida psíquica a una vida psíquica extraña; el problema hermenéutico se encuentra así trasladado a la psicología: comprender es, para un ser finito, transportarse a otra vida», Ricoeur, «Existence et hermé­ neutique»..., 8-9. «Hay dos maneras de fundar la hermenéutica en la fenomenología. (...) La vía corta es aquella de una ontología de la comprensión al modo de Heidegger. Llamo vía corta a tal ontología de la comprensión porque, rompiendo con los debates del método, tom a como emblema el plan de la ontología del ser finito, para encontrar allí el comprender ya no como un modo de conocimiento sino como un modo de ser» (ibídem, 10). Por vía larga entiende Ricoeur su propia hermenéutica: fundada en la ontología de la comprensión, no rechaza por ello los aspectos metódicos. Esta historia de la hermenéutica moderna tal como la concibe Ricoeur constituye lo que él llama «el fondo sobre el cual trato de elaborar por mi cuenta el problema hermenéutico de una manera que sea significativa para el diálogo entre la herme­ néutica y las disciplinas semiológicas y exegéticas», P. Ricoeur, «La fonction herm éneutique de la distantiation», Du texte á l ’action. Essais d ’herméneutique II..., 101.

3.1. La hermenéutica romántica: Schleiermacher y Dilthey Es cosa conocida que Schleierm acher no escribió nunca un tratado de hermenéutica. Cuando se habla de la hermenéutica de Schleiermacher se hace referencia a un conjunto de escritos, muchos de ellos inéditos hasta su muerte, con trazos comunes en torno al problema de la interpretación40. Ricceur y la mayoría de los tratadistas reconocen dos cuestiones íntimamente unidas en la herm enéutica de Schleierm acher: su fundam entación como ciencia y su método41. Schleiermacher quiere fundamentar la hermenéutica como una ciencia porque advierte que la interpretación en su época se presentaba como un movimiento intuitivo o una suma de observaciones que no llegaban a satisfacer ninguna exigencia científica42. Por ello propone entender como objeto de la hermenéutica «toda comprensión de un discurso extraño»43, y como modelo de la comprensión una metodología que sea tal que, como tecnología propiamente dicha, no sea solamente el fruto atento de trabajos magistrales de artistas en el citado dominio, sino que exponga bajo una forma conveniente y científica todo el entendimiento y las razones de ser del proceso.44

Pero, si es una ciencia, necesita de una metodología. Para la fundamentación del m étodo, Schleierm acher parte de un principio; cada discurso tiene una relación con el conjunto de la lengua en el que se expíesa y con el pensamiento Los escritos van desde 1805 a 1833. Sobre las diversas ediciones de esos escritos, puede verse el estudio introductorio de M. Simón a la edición francesa: F. Schleiermacher, Herméneutique, Genéve, Labor et fides, 1987. Ricoeur confiesa depender de las notas de este estudio de M. Simón, inédito entonces, Ricoeur, «Schleierm acher’s H erm eneutics»..., 191. Véase también F.D.E. Schleiermacher, Los discursos de la hermenéutica, (introducción, traducción y edición bilingüe de L. Flamarique), Pamplona, Cuadernos de Anuario Filosófico, n° 83, 1999. Véanse Ricoeur, «La tache de l’herm éneutique»..., 78; Vattimo, Schleiermacher, filo s o fo della interpretazione..., 2, 136. Al mismo tiem po, hay que anotar la dependencia que en Schleiermacher tiene la hermenéutica de la dialéctica y, en últim o caso, de la ética. L. Flam arique, Schleiermacher. La filosofía frente al enigm a d el hom bre, Pam plona, Eunsa, 1999; G rondin, Introducción a la hermenéutica filosófica..., 115-118. «Practicar la comprensión al momento, sin reflexión y recurriendo a las reglas sólo en los casos aislados, es también un procedimiento ilegal». Notas de 1828 a la «Exposición abreviada de 1819», Schleiermacher, Herméneutique..., 99, nota. Schleiermacher, «Discursos académicos de 1829» (ibídem, 170). Ibídem, 172.

global de un autor. De ahí se derivan dos tipos de in terp reta ció n que no pueden 'darse separadamente: la gramatical y la técnica (o psicológica). La interpretación g r a m a tic a l mira directamente a la lengua, «es el arte de encontrar el sentido preciso de un cierto discurso a partir y con la ayuda de la lengua»45. La interpretación téc n ic a o p s ic o ló g ic a se preocupa del sujeto hablante: el lenguaje se toma aquí simplemente como un órgano al servicio de la individualidad del hombre. Las exposiciones de Schleiermacher están llenas de matices46 a la hora de valorar la complementariedad de estos tipos de interpretación. La misma complementariedad se presenta al tratar de los dos m é to d o s de in te r p r e ta c ió n : el a d iv in a to r io y el c o m p a r a tiv o . Es imposible separar ambos métodos, pues cada uno reenvía al otro47; sin embargo, Schleiermacher acabó por privilegiar el m étodo adivinatorio, pues es el que puede dar unidad a la interpretación: La adivinación no recibe su certeza sino en la comparación que la confirma; sin ella puede acabar siendo fanática. Pero la comparación no ofrece unidad alguna: lo general y lo particular deben compenetrarse y esto sólo se da por adivinación.48

Schleiermacher, «Primer esbozo de 1809-1810» (ibídem, 77). «La interpretación gramatical es, sin duda y hablando propiamente, interpretación objetiva, la interpretación técnica es la subjetiva. Así pues desde el punto de vista de la construcción, aquélla es solamente negativa, indica los límites, ésta es la interpretación positiva». Schleiermacher, «Aforismos de 1809-1810» (ibídem, 48). «Hay una igualdad total entre los dos momentos y es equivocado llamar a la interpretación gramatical inferior y a la psicológica, superior. La interpretación psicológica es superior si se considera solamente la lengua como el medio por el que el individuo humano com unica sus pensam ientos. (...) La gram atical es superior (...) si se considera al individuo como un lugar del lenguaje y su discurso como el lugar en el que se manifiesta», Schleiermacher, «Exposición abreviada de 1819» (ibídem, 103). «Para toda em presa hay enseguida dos métodos, el método adivinatorio y el método comparativo, los cuales reenvían el uno al otro y no deben pues separarse el uno del otro. El método adivinatorio es aquel por el cual se busca sacar directam ente aquello que es individual transformándose en cierta manera en el otro. El com parativo se propone aquello que debe com prenderse como una realidad general y encuentra enseguida lo individual comparándolo con otros que son comprendidos en esta misma generalidad. Aquél es la capacidad femenina en el conocimiento de los hombres, éste es la masculina. Los dos reenvían el uno al otro». Schleiermacher, «Exposición resumida de 1819» (ibídem, 149). Schleiermacher, «Aforismos de 1809-1810» (ibídem, 50).

Este privilegio del método adivinatorio y de la interpretación técnica es el que acaba en el conocido aforismo: «Se debe comprender tan bien, o mejor incluso, que el escritor»49. Tenemos así los tres elementos capitales en la teoría de Schleiermacher: el objeto, el método y los objetivos. Ricceur no dice nada acerca de los dos primeros, pero se opone decididamente al tercero: tener como objetivo de la comprensión una especie de intropatía entre el lector y el autor. Para Ricoeur, el texto no es una excusa para conocer al autor; al revés, conocer al autor es uno de los caminos para comprender el texto. Por eso, el fenomenólogo francés dice que su teoría hermenéutica se opone en este punto a la concepción rom ántica y psicologizante de la herm enéutica salida de Schleiermacher y Dilthey, para quienes la ley suprema de la interpretación es la búsqueda de una congenialidad entre el alma del autor y la del lector. A esta búsqueda, a menudo imposible y siempre confusa, de una intención escondida detrás de la obra, yo opongo una búsqueda que se dirige al mundo desplegado delante de la obra.50

Pero, para entender del todo la posición de Ricceur respecto de la hermenéutica romántica, hay que dar un paso más. En la concepción de Ricoeur, Schleierm acher está estrecham ente relacionado con Dilthey. Con Dilthey, la herm enéutica se radicaliza, ya que pasa de la comprensión de textos a la comprensión histórica51. Con este desplazamiento, queda erigida como el método de las ciencias del espíritu, cuyo emblema es la comprensión, frente a las ciencias

Schleiermacher, «Primer esbozo de 1809-1810» (ibidem, 76). Los comentaristas suelen anotar que éste era un aforismo común a los filólogos del que no se sabe m uy bien su origen. Por otra parte el mismo Schleiermacher en sus «Discursos A cadém icos» cita la expresión como algo conocido por todos (ibidem, 189). E. Lledó, citando a O. Fr. Bollnow, «Das V erstehen»..., M ainz 1949, 10-11, apunta: «La “fórmula” del “comprender mejor” (besser Verstehen) la encontramos también en Fichte y en Kant. En “El destino del sabio” escribe Fichte, a propósito de una m ejor interpretación de Rousseau: “Vamos a com prender m ejor a Rousseau de lo que él mismo se ha comprendido, y a encontrarnos a un Rousseau en plena coincidencia consigo mismo y con nosotros”», E. Lledó, E l silencio de la escritura, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, 84. Ricoeur, La Métaphore vive..., 278. O expresado en forma más drástica: «Como le gusta decir a Gadamer: si lo que hay que comprender es al autor para comprender un poema, entonces podría crear ese poema yo mismo», P. Ricosur, «Evenement et sens», Archivio di filosofía, 1971, n° 41/2, 23. Véase Ricoeur, «L atáche de 1’herméneutique»..., 81.

de la naturaleza, que están regidas por la explicación52. Es en este último punto donde hay que situar la aportación de Ricceur, que no acepta la oposición tajante entre los dos ám bitos y, por tanto, tam poco opondrá «explicar» a «comprender»53. Para entender la posición de Dilthey es necesario prestar atención a dos movimientos: el historicismo, si se entiende como el movimiento que considera la historia como el gran documento del hombre, como la más fundamental expresión de la vida54, y el positivismo, si se entiende por tal, en términos generales, la exigencia de tener como modelo de toda inteligibilidad la explicación empírica propia de las ciencias naturales55. En este marco general, la pretensión de Dilthey era dotar a las ciencias del espíritu de una metodología y una epistemología tan respetables como las de las ciencias de la naturaleza56. Para ello acudió en un primer momento a la psicología, a la autoconciencia57. Sin

«Las ciencias del espíritu se diferencian de las ciencias de la naturaleza, en primer lugar, porque éstas tienen como objeto suyo hechos que se presentan en la conciencia dispersos, procedentes de fuera, como fenómenos, mientras que en las ciencias del espíritu se presentan desde dentro, como realidad, y originariamente como una conexión viva. Así resulta que en las ciencias de la naturaleza se nos ofrece la conexión natural sólo a través de conclusiones suplementarias, por medio de un haz de hipótesis. Por el contrario, en las ciencias del espíritu tenemos como base la conexión de la vida anímica como algo originariamente dado. La natu­ raleza la explicamos, la vida anímica la comprendemos», Ideas p a ra una psicología descriptiva y analítica, de 1894. Cito por J. Vicente, «Comprensión histórica y autoconciencia en Dilthey», Themata, 1988, n° 5, 191. Véase J. Dunphy, «L’héritage de Dilthey», J. Greisch, R. Kearney (eds.), Paul Ricceur: Les métamorphoses de la raison herméneutique, Paris, Cerf, 1991, 83-95. Véase Ricoeur, «La tache de l’herméneutique»..., 82. Para un desarrollo más puntual de la influencia de estos dos movimientos en Dilthey, véase E. Coreth, «Historia de la Hermenéutica», A. Ortiz-Osés, P. Lanceros (dirs.), D iccionario interdisciplinar de H erm enéutica, Bilbao, Universidad de Deusto, 1997, 296-312. Véase P. Ricoeur, «Interprétation», Lectures II..., 452. Como ha probado la crítica literaria del presente siglo, con el estructuralismo y sus epígonos, la dicotomía de Dilthey sigue presente en la fundamentación de las ciencias del espíritu. Así por ejemplo, en el fondo, el debate en torno a la literariedad y al método en teoría de la literatura, todavía no ha superado las aporías de Dilthey. Desde otros puntos de vista, puede verse el alcance de la aporía en Wahnon, Saber literario y hermenéutica. En defensa de la interpretación..., 13-49; véase también Cuesta Abad, Teoría hermenéutica y literatura... , 149ss. La evolución de este pensamiento en Dilthey está constatada en muchos autores (Gadamer, Habermas, etc.). Puede verse un acertado resumen crítico en Vicente, «Comprensión histórica y autoconciencia en Dilthey»..., 181-197.

embargo, desde la experiencia de la historia58, recurrió a la herm enéutica de Schleierm acher ya que Dilthey reconocía, en el aspecto psicológico de la hermenéutica, «su propio problema, el de la comprensión por transposición en otro»59. Pero, en el exam en que hace Ricceur, la dilatación del ám bito de la hermenéutica, al mismo tiempo que la encumbra, la desplaza. La hermenéutica era el método de la interpretación de textos, y pasaba a ser el método de la interpretación de la vida. Este desplazamiento tuvo dos consecuencias que fueron, además, en direcciones opuestas. Por un lado, la hermenéutica, con la crítica filológica de los textos, aportaba objetividad a la comprensión60 y por tanto era refugio seguro para la fundamentación de las ciencias del espíritu. Pero, por otro lado, la hermenéutica quedaba relegada definitivamente en la psicología, pues lo que se pretendía alcanzar con ella no era la interpretación de los textos sino de aquello que está detrás de los textos. En palabras de Ricoeur: si la empresa en el fondo permanece en la psicología es porque a la interpretación se le asigna como tarea última no aquello que dice un texto sino aquello que se expresa en él. De esta forma el objeto de la hermenéutica es deportado sin cesar del texto, de su sentido y su referencia, hacia lo vivido que en él se expresa.61

Frente a estos objetivos, en la propuesta de Paul Ricceur, la experiencia hermenéutica deberá desertar del psiquismo y «desplegar el texto no hacia su autor sino hacia la suerte de mundo que abre y descubre»62. 3.2. La hermenéutica ontológica: Heidegger y Gadamer . La obra de Schleiermacher representa, a los ojos de Ricoeur, un giro copernicano en la hermenéutica, pues supone el paso de las hermenéuticas regionales, dedicadas a la interpretación de los textos, a la.herm enéutica general cuyo objetivo es la comprensión. La obra de Heidegger puede tenerse como la «segunda revolución copernicana», especialmente por el nuevo sentido que Ricosur expresa puntualmente el razonamiento de Dilthey: «Dilthey fue el primero en intentar fundar todas las ciencias del espíritu — comprendiendo tam bién la historia— sobre la capacidad que tiene el espíritu de trasladarse a una vida psíquica distinta, sobre la base de los signos que “expresan” — es decir llevan al exterior— la experiencia íntima del otro». Véase Ricceur, Temps et récit III..., 214. En nota expone también las consecuencias de tal intimismo. Ricceur, «La tache de l’herméneutique»..., 84. Véase Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 144. Ricoeur, «La tache de l’herméneutique»..., 86. Ibídem, 87.

adquieren los términos «comprender» e «interpretar» en su obra Ser y Tiempo donde «comprender es un modo de ser antes que un modo de conocer»63. Este paso, entender la comprensión como modo de ser antes que como modo de conocer, supone poner en discusión otro aspecto: la validez y los límites de la metodología hermenéutica. Ricceur lo dice de manera condensada: Más allá de Dilthey, el paso decisivo no consistió en un perfeccionamiento de las ciencias del espíritu, sino en cuestionar su postulado fundam ental. (...) La presuposición de una hermenéutica concebida como epistemología es cuestionada por M artin Heidegger, y detrás de él, por Hans Georg Gadamer. Su contribución no puede em plazarse pura y simplemente en la prolongación de la em presa de D ilthey; debe más bien aparecer como la tentativa de ahondar en la m ism a em presa epistem ológica, con el fin de actualizar las condiciones propiamente ontológicas.64

En efecto, la crítica radical de Gadamer a Dilthey — «la vida hace su propia exégesis: ella misma tiene una estructura hermenéutica»65— tiene en su base los postulados de Heidegger, en concreto, los que esbozó en Ser y Tiempo. Una lectura de este libro66 descubre que la elección del D asein (ser-ahí), como el Ricoeur, «Interprétation»..., 453. En un análisis superficial, puede sorprender que Ricoeur salte desde Dilthey hasta Heidegger sin pasar por Husserl, y más teniendo en cuenta que Ricoeur no ha dejado de adscribirse a la fenomenología. En realidad, lo que sostiene Ricoeur es que la hermenéutica es una fase por la que tiene que pasar la fenomenología husserliana si no quiere quedarse en posiciones idealistas. En concreto, las dos tesis de Ricoeur son: 1) lo que la hermenéutica ha arruinado no ha sido la fenomenología, sino la interpretación idealista que hizo Husserl de ella; 2) si es verdad que la fenomenología es la presuposición de la hermenéutica, no lo es menos el hecho de que la fenomenología no se puede constituir a sí misma sin una presuposición hermenéutica. Véase P. Ricoeur, «Phénoménologie et herméneutique», Du texte á l ’action. Essais d'herméneutique II..., 39-73; véanse ta m b ié n Ricoeur, Tem ps e t ré c it III..., 93; Ricoeur, «E xistence et herméneutique»..., 15. Ricoeur, «La tache de I'herméneutique»..., 88. Gadamer, Verdad y método..., 286. Pueden verse a modo de ejemplo estos párrafos: «De la investigación misma, resultará esto: el sentido metódico de la descripción fenom enológica es una interpretación. El logos de la fenomenología del “ser-ahí” tiene el carácter de hermenéueien, m ediante el cual se le dan a conocer a la comprensión del ser inherente al “ser-ahí” mism o el sentido propio del ser y las estructuras fundamentales de su peculiar ser. Fenomenología del “ser ahí” es hermenéutica en la significación prim itiva de la palabra, en la que se designa el negocio de la interpretación. Mas en tanto que con el descubrimiento del sentido del ser y de las estructuras fundamentales del “ser-ahí” en general, queda puesto de manifiesto el

lugar donde surge la cuestión del ser, supone que el sentido del ser es la presupo­ sición fundamental de toda hermenéutica. La hermenéutica así concebida no es en prim er lugar una reflexión sobre las ciencias del espíritu, sino una explicitación del lugar ontológico donde éstas pueden edificarse67. La exégesis y la filología pueden preceder históricam ente a la tom a de conciencia fenomenológica, pero ésta les precede en el orden de la fundación68. Entonces, como dice Gadamer, comprender no es un ideal resignado de la experiencia vital humana en la senectud del espíritu, (...) pero tampoco (...) un ideal metódico último de la filosofía frente a la ingenuidad del ir viviendo, sino que por el contrario es la forma originaria de la realización del estar-ahí, del ser-en-el-mundo. Antes de toda diferenciación de la com prensión en las diversas direcciones del interés pragm ático o teórico, la comprensión es el modo de ser del estar-ahí en cuanto es poder ser y posibilidad.69

Esta descripción de la comprensión lleva aneja consigo la desaparición de las fronteras entre el sujeto y el objeto en el conocimiento. Hay que aceptar que el horizonte de toda investigación ontológica, también el de los entes que no tienen la form a del “ser-ahí”, resulta esta herm enéutica al par «hermenéutica» en el sentido de un desarrollo de las condiciones de posibilidad de toda investigación ontológica. Y en tanto, finalmente, que el “ser-ahí” tiene preeminiencia ontológica sobre todo ente — en cuanto ente en la posibilidad de existencia— cobra la herm enéutica como interpretación del “ ser-ahí” un tercer sentido específico, el filosó ficam en te prim ario de una analítica de la '“existenciariedad” de la existencia», véase M. Heidegger, E l ser y el tiempo, Madrid, Fondo de Cultura Económ ica, 1971, 48. O este otro texto: «Puesto que el com prender y la interpretación constituyen la estructura existenciaria del ser del “ahí”, tiene que concebirse el sentido como armazón existenciario-formal del “estado abierto” inherente al comprender» (ibídem, 170). Véase Ricceur, «La tache de 1’herm éneutique»..., 91. En el mismo marco hay que entender la crítica de Heidegger al otro aspecto del problem a en Dilthey, la historia: «No es que Heidegger haya ignorado el problema. (...) Su crítica a la pretensión diltheyana de dar a las ciencias humanas un estatuto epistemológico autónom o, no fundado en la estructura ontológica de la historialidad, parte precisamente de la impotencia de la historiografía para dar cuenta de la paseidad en cuanto tal», Ricoeur, Temps et récit 111..., 177. V éase Ricoeur, «Phénom énologie et herm éneutique»..., 55-56. Ricoeur tom a muchas cosas de la interpretación de Heidegger. Sin embargo, especialmente en La Métaphore vive, le reprochará la radicalización de su pensamiento*al calificar de onto-teología toda la tradición metafísica anterior a él. Véase Ricoeur, La Métaphore vive..., 359-396 passim. Gadamer, Verdad y m étodo..., 324-325. El texto de Gadamer no se refiere a su propia posición sino a la de Heidegger, aunque en este caso coincida con la suya.

sujeto está presente en lo que conoce. Pero, esta subjetividad — o esta falta de objetividad— en la comprensión no puede considerarse una rémora: es un avance, entre otras cosas porque así la cuestión del mundo ocupa el lugar de la cuestión del o tro. Al m undanizar el comprender, Heidegger lo libera de la psicología70. En consecuencia, la finalidad de la com prensión ya no puede describirse como el conocimiento del «otro» o de «lo otro», sino que es el conocimiento de sí ante el advenimiento de lo extraño, en el marco del ser-en-elmundo. Comprender un texto no es encontrar un sentido inerte contenido en él, sino desplegar la posibilidad de ser indicada por el texto71. La aplicación de sus análisis al lenguaje, que está presente en el propio Heidegger, es una buena muestra de su fecundidad a los ojos de Ricoeur. Es conocida la distinción que hace el filósofo germano entre el decir {reden) y el hablar (sprechen). En este binomio, el decir designa la constitución existencial y el hablar su aspecto mundano. Pero esto, en el examen que hace Ricoeur, tiene consecuencias metodológicas importantes, ya que el estudio del hablar — la lingüística, la semiología, la filosofía del lenguaje— será capaz de esclarecer el sentido del decir, del que es una manifestación, aunque nunca podrá alcanzarlo72. Sin embargo, como tam bién anota Ricceur, Heidegger no llevó a cabo su proyecto. De ahí que, a la hora de formular su propia teoría, Ricceur acepte la sugerencia de Heidegger de trasladar la cuestión primera a la ontología. Pero al mismo tiempo advierte que Heidegger se queda corto. La comprensión no puede quedar limitada a la «situación», hay que dar un nuevo paso por la epistemología: «Para mí la cuestión que permanece sin resolver en Heidegger es ésta: ¿Cómo hacer presente una cuestión crítica , en general, en el cuadro de una hermenéutica fundamental?». Y en este punto es donde Ricoeur propone su propia solución, lo que denomina vía larga de la hermenéutica y que no es otra cosa que «repetir la cuestión epistemológica después de la hermenéutica»73. De la obra de Heidegger surgen, al menos, dos corrientes hermenéuticas: la que pone el acento en los aspectos antropológicos — cuyo representante más emblemático es R. Bultmann— , y lá que subraya los aspectos relacionados con el Véase Ricosur, «La táche de 1’herm éneutique»..., 91. Recuérdese que el método desaparece al desaparecer la relación sujeto-objeto: «Al caracterizar la existencia hum ana como siendo co-originariamente sentimiento de sí (Befmdlichkeit), preo­ cupación {Sorge) y comprensión {Versteheri), Heidegger puede definir al hombre com o ser-en-el-m undo en térm inos de insuperable y radical copertenencia recíprocam ente intrínseca entre hom bre y m undo», J. Choza, M anual de antropología filosófica, Madrid, Rialp, 1982,282. Véase Ricoeur, «La táche de l’herméneutique»..., 91. Ibídem , 93. Ibídem, 93, 95.

lenguaje, representada fundamentalmente por H.G. Gadamer. Ricoeur conoce bien la obra de Bultmann74, pero sitúa su propio pensamiento en relación con Gadamer, más en concreto, con las ideas expuestas en el primer volumen de Verdad y Método15. Ricoeur exam ina el volumen de Gadam er a la luz de dos conceptos — experiencia herm enéutica y pertenencia— que parecen regir el entramado gadameriano: a) Experiencia hermenéutica, porque desde Heidegger la cuestión de la comprensión no puede ser ya metodológica: «No está en cuestión lo que hacemos ni lo que debiéramos hacer, sino lo que ocurre con nosotros por encima de nuestro querer y hacer»76. b) P e rte n e n c ia , porque la constitución óntica del ser-en-el-m undo no permite la separación entre el sujeto que comprende y el objeto comprendido: «La pertenencia del intérprete a su texto es como la del ojo a la perspectiva de un cuadro. (...) El que comprende no elige arbitrariamente su punto de mira, sino que su lugar le está dado con anterioridad»77. La relación entre los dos conceptos es clara, ya que el primero se resuelve en el segundo: la noción de experiencia herm enéutica im plica que en el conocimiento se da una suerte de pertenencia a lo conocido. Ahora bien, lo conocido es lo novedoso, lo distinto; si no fuera así, no se conocería nada. Por tanto, lo que hay que poner en claro es la relación entre pertenencia y distanciamiento de quien conoce respecto de lo que conqce. Para Ricoeur esa es la clave de V erdad y M étodo, la organización en torno al debate entre distanciamiento y pertenencia que es seguido por Gadamer en las tres esferas entre las que se reparte la experiencia hermenéutica: esfera estética, esfera histórica, esfera del lenguaje78.

Véase P. Ricoeur, «Préface a R. Bultmann», Le conflit des interprétations. Essais d ’herm éneutique..., 373-392. El artículo es el prefacio que compuso Ricoeur para la edición francesa de la obra de R. Bultmann «Jésus», y es difícil encontrar un resum en más exacto de la hermenéutica bultmaniana, tanto de sus posibilidades como de sus límites. Sin embargo, las mismas ideas perviven en los escritos reunidos en Verdad y método II. Para la confrontación de Ricoeur con los dos volúmenes de Gadamer, véase M.C. López Sáenz, «El paradigma del texto en la filosofía hermenéutica», Pensamiento, 1997, n° 53, 215-242. Gadamer, Verdad y Método..., 10. Ibidem, 401. Ricoeur, «Interprétation»..., 454. El juicio de Ricoeur reproduce, por otra parte, el sentido de las tres partes del volumen: «Elucidación de la verdad desde la

El punto de partida es la experiencia hermenéutica, entendida según los análisis que Heidegger aplicaba a las aporías de la comprensión. En el estudio de Gadam er, estos análisis dan lugar a la conocida revisión de las tesis hermenéuticas de Schleiermacher y Dilthey. Así, si la comprensión es, antes que nada, un modo de ser, la experiencia hermenéutica debe conducir a aceptar un cambio de objetivo: la idea de una hermenéutica como reconstrucción, como la entendía Schleiermacher, debe ser sustituida por una hermenéutica entendida como m e d ia c ió n , entendiendo que la comprensión del texto del pasado es mediación para la comprensión de sí mismo. Un proceso semejante debe seguirse en lo que se refiere a los postulados de Dilthey: la co n cien cia h istó rica tiene que ser reemplazada por la determ in a ció n de la co n ciencia histórica. De estas condiciones de la interpretación, Gadam er extrae m uchas consecuencias desde el punto de vista de la fenomenología de la comprensión: tal vez las más conocidas sean la revisión del círculo hermenéutico — que ahora no se entiende desde una perspectiva metodológica, sino ontológica, en dependencia de la precomprensión79— y la conocida rehabilitación del p r e ju ic io , que determ ina que el proceso de la comprensión no sea algo reproductivo sino productivo', interpretar un texto no es reproducir el sentido de su emisión, sino aceptar la nueva creación de sentido que se produce en la lectura. Si esto es así, se puede ya abordar lo que Gadamer denomina h istoria efectual o fusión de horizontes: la historia efectual no es otra cosa que reconocer en el objeto lo que es distinto de sí, reconociéndose, en lo otro y con lo otro, a sí mismo; por ello un hecho histórico (o una obra) no es algo distinto de los significados que ha ido asumiendo, es más, se asimila a ellos. Por estos efectos, en la situ a c ió n h erm en éu tica , los horizontes del pasado y el presente se funden: la distancia temporal es una especie de caja de resonancias de las tradiciones literarias y culturales que una obra ha generado80. La e x p e rie n c ia h e rm e n é u tic a experiencia del arte», «Expansión de la verdad a las ciencias del espíritu», «El lenguaje como hilo conductor de la hermenéutica». «Tan pronto como aparece en el texto un primer sentido, el intérprete proyecta enseguida un sentido del todo. Naturalmente que el sentido sólo se manifiesta porque ya no se lee el texto desde determinadas expectativas relacionadas a su vez con algún sentido determinado», Gadamer, Verdad y método /..., 333. «El horizonte del presente no se forma pues al margen del pasado. Ni existe un horizonte del presente en sí mismo ni hay horizontes históricos que hubiera que ganar. Comprender es siempre el proceso de fusión de estos presuntos “horizontes para sí mismos” . La fuerza de esta fusión nos es bien conocida por la relación ingenua de los viejos tiempos consigo mismo y con sus orígenes. La fusión tiene lugar constantem ente en el dominio de la tradición; pues en ella lo viejo y lo nuevo crecen siempre juntos hacia una validez llena de vida, sin que lo uno ni lo otro llegue a destacarse explícitamente por sí mismo» (ibídem, 366-367).

así concebida es la consumación de la conciencia hermenéutica en la cual la tradición habla al hombre como un tú: el pasado ya no es sólo alteridad, es también, y al mismo tiempo, pertenencia. De ahí ya se pueden deducir los dos corolarios con los que termina este análisis gadameriano: la a p lic a ció n como un momento inevitablemente presente en la comprensión (pues lo que hacemos no es comprender en un primer momento y aplicarnos lo comprendido a nuestra situación en un segundo momento, sino que la aplicación representa la verdadera comprensión del significado), y la d ia léctica de la p re g u n ta y la resp u esta (con la que da explicación al proceso de lectura como un diálogo texto-lector que implica que la interpretación se dé en el acontecer). Es evidente que son muchas más las cosas que están implicadas en la hermenéutica de Gadamer tal como la recoge Ricoeur — entre las que, junto a las apuntadas en los párrafos anteriores, habría que incluir en un lugar importante la noción de «ser del texto»— , pero las anotadas son las que permiten ver mejor cómo entiende Ricoeur la dialéctica entre los procesos derivados de la ontología de la comprensión y lo condicionada que pueda estar cualquier metodología que se aplique con esa base. Vamos ahora al juicio de Ricoeur. La solidez del edificio de Gadamer le parece tan grande que confiesa que esta concepción hermenéutica es el punto de partida de su propia reflexión. Sólo cuestiona un punto: ¿cómo librarse de la arbitrariedad en la comprensión?, o, dicho de modo más técnico, ¿ c ó m o s e p u e d e in tr o d u c ir u n a in s ta n c ia c r ític a en una c o n c ie n c ia de p e r te n e n c ia e x p r e s a m e n te d e fin id a p o r e l re c h a zo d e l d ista n c ia m ie n to ? Para

Ricceur la respuesta sólo puede ir por un camino: esa instancia crítica «no puede darse, a mi juicio, más que en la medida en que esta conciencia histórica no se limite a repudiar el distanciamiento sino que se preocupe por asumirlo»81. Por ello propondrá una teoría hermenéutica en la que se conceda un valor mucho mayor a los aspectos metódicos. En la teoría de Gadamer está latente, a pesar del título del volumen, una antinomia entre Verdad y Método, antinomia que en el fondo es un presupuesto de la noción de pertenencia82. Por eso, Ricoeur afirmará que su «propia reflexión procede de un rechazo de esta alternativa y es una tentativa por superarla»83.

Ricoeur, «La táche de l’herméneutique»..., 99. De ahí la paradoja del título del libro de Gadamer. Más de un autor se pregunta si lo que hace G adam er no es otra cosa que «prescribir sin m étodo» (véase F. Inciarte, «Hermenéutica», Atlántida, 1970, n° 48, 656) o si e l.títu lo más adecuado no hubiera sido Verdad «o» M étodo (véase Ricoeur, «La táche de l’herm éneutique»..., 97). Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 101. En el fondo, para Ricoeur, Gadamer sigue perteneciendo a lo que el fenomenólogo francés denomina la «vía corta»; él por su parte se propone «sustituir la vía corta de la analítica del

4. L^a hermenéutica de Paul Ricoeur: definición y tareas Sobre este fondo de la historia de la hermenéutica moderna en relación con los textos, se puede entender mejor la posición de Ricceur, tanto a la hora de definir la noción de hermenéutica como cuando se quieren describir sus tareas y su ámbito de trabajo. Del resumen de las páginas anteriores, y de los juicios de Ricoeur sobre cada una de las escuelas, es posible concluir que la base sobre la que Ricoeur asienta su teoría es la hermenéutica ontológica — la representada por H eidegger y G adam er— que tiene como irrenunciable la noción de «pertenencia». Sin embargo, estos autores no articulan adecuadamente la noción de «distanciamiento»; por eso, según Ricoeur, el proyecto de la hermenéutica ontológica se debe completar con una utilización sistemática de las reglas y los métodos de interpretación tal como se proponía en la hermenéutica romántica de Schleiermacher o Dilthey. La conjunción de ambos diseños en uno es lo que Ricoeur denomina la «vía larga»84. Veamos cómo se conciertan estas nociones, cuando se ven de manera más sistemática que histórica. Como hasta ahora, podemos partir de algunos textos del mismo Ricoeur. Es verdad que en la obra de Ricceur es más fácil encontrar descripciones que definiciones de los objetos de estudio. Sin embargo, algunas de estas descripciones pueden tenerse como verdaderas definiciones. Una muy sencilla, que nos puede servir para extraer consecuencias más tarde, es ésta: La herm enéutica — dice Ricoeur— es la teoría de las operaciones de la comprensión en su relación con la interpretación de los textos.85

En esta frase vienen citadas expresamente las nociones que deben convocarse en la investigación: comprensión, operaciones, textos. La herm enéutica se vincula en primer lugar a la comprensión, es decir, a los términos con los que se

Das.ein por la vía larga incoada por los análisis del lenguaje; así guardaremos constantemente contacto con las disciplinas que quieren practicar la interpretación de manera m etódica y resistiremos la tentación de separar la verdad, propia de la com prensión, del m étodo puesto en obra por las disciplinas salidas de la exégesis», Ricoeur, «Existence et herm éneutique»..., 15. Con todo, las diferencias entre Gadamer y Ricoeur, especialmente a propósito del texto, acaban por ser de m atiz. V éase L ópez Sáenz, «El paradigm a del texto en la filo so fía herm enéutica»..., 233-235. Greisch, «Hacia una hermenéutica de sí mismo: la vía corta y la vía larga»..., 267280. Ricoeur, «La tache de 1’herm éneutique»..., 75.

formula sobre todo en la versión ontológica86. Sin embargo, en cuanto teoría que tiene relación con los textos, concierne tam bién a unos m étodos de interpretación, característica de la hermenéutica romántica87. Si estos dos términos reflejan lo que Ricoeur toma de las hermenéuticas que le preceden, la expresión teoría de las operaciones designa lo que le es propio. Ricoeur para caracterizar su propia concepción de la herm enéutica utiliza expresiones vinculadas con el campo semántico de la actividad: la hermenéutica es trabajo, es una tarea que hace explícita la actividad interpretativa: Una hermenéutica (...) está preocupada por reconstruir e l arco entero de las operaciones por las cuales la experiencia práctica se da en las obras, los autores y ios lectores. (...) El envite es el proceso concreto por el que la configuración textual media entre la prefiguración del campo práctico y su refiguración mediante la recepción de la obra.88 Finalmente, en su definición, Ricoeur designa los textos como objeto de la hermenéutica. En este punto hay una evolución en el pensamiento de Ricoeur. Él mismo confiesa que, durante mucho tiempo, redujo la herm enéutica a la interpretación de los sím bolos89, pero en 1983 añadía: «esta definición de

«Si la interpretación no fuera más que un concepto histórico-hermenéutico, permanecería tan regional como las mismas “ciencias del espíritu”. Pero el uso de la interpretación en las ciencias histórico-hermeriéuticas es sólo el punto de anclaje de un concepto universal de interpretación que.tiene la misma extensión que el concepto de comprensión y, finalmente, la misma que el de pertenencia. Bajo este título, el concepto traspasa la simple metodología de la exégesis y la filología, y designa el trabajo de explicitación que se vincula a toda experiencia hermenéutica», Ricceur, «Phénoménologie et herméneutique»..., 46. «Admito que el sentido primero de la palabra “hermenéutica” concierne a las reglas requeridas para la interpretación de los documentos escritos de nuestra cul­ tura. Adoptando este punto de partida, permanezco fiel al concepto de Auslegung tal como ha sido establecido por Wilhelm Dilthey en tanto que la V erstehen (comprensión) reposa sobre el reconocimiento de aquello que un sujeto extraño pretende o significa con los signos de todo tipo mediante los cuales se significa la vida psíquica (L e b e n sa u sse ru n g e n ). La A uslegung (interpretación, exégesis) implica una cosa más específica, pues cubre solamente una categoría limitada de textos, aquellos que son-fijados por la escritura, comprendiendo aquí todo tipo de documentos y de monumentos que comportan una fijación comparable a la escritura», P. Ricoeur, «Le modéle du texte: l’action sensée considérée comme un texte», Du texte á l ’action. Essais d ’herméneutique II..., 183. Ricoeur, Temps et récit /..., 86. Los subrayados son míos. En los años de Le conflit des interprétations , aunque ya proponía un modelo de interpretación semántico, seguía todavía pegado a los símbolos: «Llamo símbolo a

hermenéutica como interpretación simbólica me parece hoy en día demasiado estrecha»90. Elegir el texto como objeto de interpretación tiene grandes ventajas. Por una parte, el texto acepta una pluralidad de interpretaciones semejante a la del símbolo; pero, por otra parte, el símbolo necesita un contexto apropiado para ser interpretado, mientras que en los textos este contexto viene ya dado. Pero al hablar del texto como objeto de la hermenéutica en Ricoeur hay que precisar un poco más. En cierta manera, también la hermenéutica romántica y la hermenéutica ontológica se aplicaban a la interpretación de textos. Lo que hay de novedoso en Ricceur tal vez sea hacer explícito lo que se busca en el texto, es decir, lo que se quiere comprender al salvar la distancia histórica. Ricoeur lo denomina de diversas formas — «mundo del texto», el «mundo de la obra», la

toda estructura de significación donde un sentido directo, primario, literal, designa por aum ento otro sentido indirecto, secundario, figurado, que no puede ser aprehendido sino a través del primero. Esta circunscripción de las expresiones de doble sentido constituye propiam ente el campo herm enéutico. Como conse­ cuencia, el concepto de interpretación recibe, a su vez, una acepción determinada; propongo darle la misma extensión que al símbolo; la interpretación, diremos, es el trabajo del pensamiento que consiste en descifrar el sentido escondido en el sentido aparente, en desplegar los niveles de significación implicados en la significación literal; guardando así la referencia inicial a la exégesis, es decir a la interpretación de los sentidos escondidos. Símbolo e interpretación son así con­ ceptos correlativos; hay interpretación donde hay sentido m últiple». Ricoeur, «Existence et herm éneutique»..., 16-17; en el mismo sentido, véase P. Ricoeur, De l ’interprétation. Essai sur Freud, Paris, Seuil, 1965, 27. Ricoeur, «De l’interprétation»..., 30. Un poco después añade, sin-embargo, que, a título de experiencia primera de la hermenéutica, no le parece despreciable una definición por vía de interpretación de símbolos, pues, al cabo, contribuye a disipar la ilusión de un conocimiento intuitivo de sí. Con todo, en este lugar se descubre alguna vacilación en el pensam iento de Ricoeur. Véase «Parole et sy m b o le» , R evue des sciences religieuses, 1975, n° 49/1-2, 151-153. Diacrónicamente, el proceso es muy claro: tanto en su estudio del símbolo, como en su estudio del mito, Ricoeur descubre que el análisis debe pasar por la etapa iingüística. V éase P. Ricoeur, «M ythe 3. L ’interprétation philosophique», Encyclopaedia Universalis X I..., 530-537. Una clara exposición puede verse en T. Calvo, «Del símbolo al texto», T. Calvo, R. Avila (eds.), Paul Ricoeur: Los caminos de la interpretación..., 117-136, con la respuesta de Ricceur en la que se refiere a la importancia de la consideración del lenguaje en esta evolución (ibidem, 141-144). Más detenidamente, desde el punto de vista de la crítica literaria, traté la cuestión en V. Balaguer, «Antes del comentario. La centralidad de la noción de texto en Paul Ricoeur», E. Torre, J.L. García Barrientos (eds.), Comentarios de textos literarios hispánicos. Homenaje a Miguel Angel Garrido, Madrid, Síntesis, 1997,21-33.

«proposición de mundo» contenida en el texto— pero designando siempre un mismo contenido: La «cosa» del texto, he aquí el objeto de la hermenéutica. La cosa del texto es el mundo que él despliega delante de sí. Y este mundo, añadimos pensando sobre todo en la «literatura» poética y de ficción, tom a distancia frente a la realidad cotidiana hacia la que apunta el discurso ordinario.91

Esta noción, el «mundo del texto», im plica una serie de presupuestos importantes en la epistemología de Ricoeur — la misma noción de texto, el ser del texto, la referencia, etc.— que exigen un mayor desarrollo y que se tratarán más adelante. Sin embargo, sí se debe apuntar que este concepto será, al final, el que llegue a caracterizar la hermenéutica de Ricoeur cuando se compare con las de sus predecesores. Al elegir como objeto de la interpretación la referencia del texto — el mundo del texto— Ricoeur se separa de la hermenéutica romántica que tenía como objeto la intención del autor92. Pero el concepto le sirve también para tom ar posición frente a la herm enéutica ontológica, pues, sin negar la subjetividad de la comprensión, la noción de mundo del texto lleva implícita una cierta objetividad que le da carácter crítico a la apropiación93, que pierde entonces la arb itrariedad que ten ía por ejem plo en la hermenéutica gadameriana94.

P. Ricoeur, «Herméneutique philosophique et herméneutique biblique», Du texte á l'action. Essais d ’herméneutique II..., 126. O este otro texto sem ejante de la página 115: «Lo que hay que interpretar en un texto es una proposición de mundo, de un mundo tal que yo pueda habitar para proyectar allí uno de mis posibles más propios. Es esto lo que yo llamo el mundo del texto, el mundo propio a este texto único». Véase también, referido a la narración, Ricceur, Temps et récit /..., 122. «No se trata pues de definir la herm enéutica como una encuesta sobre las intenciones psicológicas que se esconden en el texto, sino como una explicitación del ser-en-el-mundo mostrado por el texto. Lo que debe interpretarse en un texto es una proposición de mundo, el proyecto de un mundo que yo podría habitar y en el que podría desarrollar mis posibles más propios», Ricceur, «Phénoménologie et herm éneutique»..., 52-53. «No se trata de negar el carácter subjetivo de la comprensión en el que acaba la explicación. Hay siempre alguien que recibe, que hace suyo, que se apropia del sentido. Pero no hay un cortocircuito brutal entre el análisis com pletam ente objetivo de las estructuras del relato y la apropiación de sentido por parte de los sujetos», P. Ricoeur, «Expliquer et com prendre. Sur quelques connexions rem arquables entre la théorie du texte, la théorie de l’action et la théorie de l’histoire», D u texte á l ’action. Essais d ’herméneutique 11..., 168. «La idea de interpretación, entendida como apropiación no está por tanto eliminada; simplemente se traslada al final del proceso; está en el extremo de lo

Si unimos las dos precisiones que Ricceur hace a las hermenéuticas que le preceden — la hermenéutica como «teoría de las operaciones» y el «mundo del texto» como objeto— , tendremos los elementos centrales de la actividad hermenéutica tal como él la concibe: ¿Cuál es la tarea primera de la hermenéutica? En mi opinión es buscar, en el texto mismo, por una parte la dinámica interna que preside la estructuración de la obra, por otra parte, la capacidad de la obra para proyectarse fuera de ella misma y engendrar un mundo que sería verdaderam ente la «cosa» del texto. D inám ica interna y proyección externa constituyen esto que yo llamo el trabajo del texto. Es tarea de la hermenéutica reconstruir este doble trabajo del texto.95

5. Explicar y comprender Ahora bien, estas condiciones del texto anotadas por Ricceur — dinámica interna y proyección externa— , cuando se examinan a fondo, apuntan en realidad a dos térm inos que recorren la filosofía herm enéutica moderna: explicar y comprender. Un examen de la hermenéutica de Ricoeur obliga a detenerse en ellos, porque es precisamente en la relación entre ambos donde el filósofo francés vislumbra una de sus contribuciones a la teoría hermenéutica. Así lo recuerda en más de una ocasión: Entiendo por comprensión la capacidad de re-emprender en sí mismo el trabajo de estructuración del texto, y por explicación la operación de segundo grado inscrita en esta comprensión y consistente en la actualización de los códigos subyacentes a este trabajo de estructuración que el lector acompaña. (...) Esta manera específica

que nosotros hemos llamado más arriba arco hermenéutico. (...) Toda la teoría de la hermenéutica consiste en mediatizar esta interpretación-apropiación por la serie de interpretantes que pertenecen al trabajo del texto sobre sí mismo. La apro­ piación pierde entonces su arbitrariedad, en la medida en que es la continuación de aquello mismo que está en la obra», Ricoeur, «Q u’est-ce qu’un texte?...», 158-159. Este punto señala una de las críticas de Ricoeur a Gadamer, pues este último no acaba de dar razón crítica a la dialéctica de pertenencia y distanciamiento (cosa que hace Ricoeur con la noción de texto como factor de distanciamiento). Pero esto supone consecuencias no sólo m etodológicas, sino de fundación ya que la «preem inencia ontológica de la pertenencia im plica que la cuestión de la fundación no puede coincidir simplemente con la justificación última», Ricoeur, «Phénoménologie et herméneutique»..., 45. Ricoeur, «De Pinterprétation»..., 32. O también un poco antes, en la página 31: «pertenece a la hermenéutica explorar las implicaciones de este “ llegar a ser texto” para el trabajo de la interpretación».

de responder a la primera tarea de la hermenéutica tiene la ventaja, insigne en mi opinión, de preservar el diálogo entre la filosofía y las ciencias humanas; diálogo que rompen, cada una a su manera, las dos formas de comprensión y explicación que yo rechazo. Tal sería mi primera contribución a la filosofía hermenéutica de la que procedo.96

Como recuerdan los filósofos del lenguaje, la oposición entre explicar y comprender es antigua97, aunque tiene su máximo exponente en Dilthey, cuando este pensador asigna a la explicación el ámbito de las ciencias de la naturaleza y a la comprensión el de las ciencias del espíritu98. Pero además, la dicotomía se prolonga de diversas maneras a lo largo del pensamiento del presente siglo; por ejemplo, cuando en el dominio de la filosofía del lenguaje, los autores distinguen dos juegos de lenguaje distintos — regidos cada uno de ellos por reglas diferentes— para la causalidad y para la motivación99. Ricceur, como ya se ha dicho, tiene pensamiento propio sobre esta cuestión. Respecto del planteamiento de la filosofía analítica, piensa que hay resistir la seducción irenista que subyace en la tesis de los juegos del lenguaje100. Pero Ricoeur busca la solución al problema en la tradición de Dilthey, ya que fue allí donde se formuló la oposición de manera más extrema. Para Ricoeur las tesis de

Ibídem, 33. Ricoeur recuerda que Von W right (Explicación y comprensión, Madrid, Alianza, 1987) «reconoce, al hilo de su investigación, la dualidad de las tradiciones que ha presidido la formación de las teorías en las disciplinas “humanistas y sociales”. La prim era que se rem onta a Galileo, y de ahí a Platón, concede la prioridad a la explicación causal y m ecanicista. La segunda, que se rem onta a Aristóteles, propone la especificidad de la explicación teleológica o finalista. La primera exige la unidad del método científico, la segunda defiende un pluralismo metodológico. Esta antigua pluralidad la encuentra Von W right en la oposición, fam iliar a la tradición germánica, entre Verstehen (understanding) y E rklaren (explanation)», Ricoeur, Temps et récit /..., 187-188. En la nota 1 de la página 188 apunta Ricoeur las críticas dirigidas a esta dicotom ía en el ámbito de la filosofía del lenguaje: Dray, Anscombe, etc. Véanse, entre otros lugares, Ricoeur, «Q u’est-ce qu’un texte?...», 142; Ricceur, «La táche de l’herm éneutique»..., 83; Ricoeur, «Expliquer et comprendre...», 161. Véase Ricoeur, «Entre herméneutique et sém iotique»..., 431. A propósito de la dialéctica de las modalidades del discurso, dice en un momento: «Para esta dialéctica, quedaría destruida la dinámica del conjunto del discurso si se rindieran demasiado pronto las armas y se admitiera la tesis, seductora por su liberalismo y su irenismo, de una heterogeneidad radical de los juegos de lenguaje sugerida por las Philosophical Investigations de Wittgenstein. (...) Hay que fundar, sobre la fenomenología de los enfoques semánticos de cada uno de los discursos, una teoría general de las interferencias...», Ricoeur, La Métaphore vive..., 374.

Dijjhey, en su radicalidad, son insostenibles hoy en día. Desde aquella época ha cambiado más de una cosa en lo que se refiere a la interrelación entre los dominios de las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. A este respecto, para Ricceur, uno de los cambios más significativos ha sido el que introdujo el estructuralism o lingüístico al exam inar con procedim ientos explicativos — propios de las ciencias de la naturaleza— un objeto como la lengua que pertenece a las ciencias del espíritu. Por tanto, podemos trabajar con la hipótesis de que la noción de explicación se ha desplazado; ahora ya no es coto de las ciencias de la naturaleza, sino que está presente en los modelos propiamente lingüísticos. Pero, desde Dilthey, también han cambiado más cosas, por ejem plo, la noción de interpretación. En la herm enéutica moderna, la interpretación ha sufrido transformaciones tan profundas que ha quedado muy alejada de la noción psicológica de comprensión en el sentido de Dilthey101. En realidad, si se precisa más, el lugar donde se verifica este desplazamiento de la explicación, la interpretación, y la comprensión es el de la interpretación y crítica de los textos. Para seguir el razonamiento de Ricceur en todas sus fases, hay que tener como punto de partida que la interpretación es una provincia particular de la comprensión; en primer lugar, es la interpretación la que está vinculada por la explicación. Eso es claro en la interpretación de los textos, y por tanto «la noción de texto (...) exige una renovación de las dos nociones — de la explicación y de la interpretación— y, en favor de esta renovación, una concepción menos antinómica de su relación»102. Esta renovación puede hacerse merced a la metodología del análisis estructural. Porque si consideramos el texto en tanto que texto, y el sistema de textos como «literatura», podemos trabajar con el «hecho literario» según la m etodología que el análisis estructural tom a prestada de las ciencias de la naturaleza: la explicación103. 101 102 103

Véase Ricceur, «Q u’est-ce qu’un texte?...», 137. Ibídem, 142. «Hoy en día la explicación no es un concepto prestado de las ciencias de la naturaleza que se transfiere a un dominio extraño, el de los monumentos escritos: ha salido de la misma esfera del lenguaje» (ibídem , 151). Más ampliamente en Ricoeur, «Langage (Philosophie)»..., 778-781. Pero Ricceur advierte también que la explicación estructural es un camino para la interpretación pero no la interpretación misma; si pretendiera serlo, entonces se «reduciría a un juego estéril». Véase Ricoeur, «Le modéle du texte...», 206-208. En otra ocasión ofrece un ejemplo: tras resum ir el análisis estructural del mito de Edipo por parte de Levi-Strauss, concluye: «Bien podemos decir que hemos explicado el mito, pero no que lo hayamos interpretado». Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 149. Como tantas otras veces, es importante anotar aquí los matices que propone Ricoeur. A propósito del análisis de Greimas, Ricoeur afirma que entiende la «sem iótica narrativa de Greimas como una variante de la herm enéutica opuesta a la de

Ahora bien, si explicación y comprensión no se oponen, hay que ver cómo se componen. La relación entre ambas es dialéctica, en el nivel del sentido inmanente del texto104. Explicación y comprensión son, para Ricoeur, dos estadios de un único arco herm enéutico105. En este arco la com prensión «precede, acompaña, cierra y así envuelve la explicación. Por su parte la explicación desarrolla analíticamente la comprensión»106. Por tanto, la interpretación es el paso que va desde la comprensión ingenua a la comprensión versada, a través de la explicación107, que es la m ediación necesaria108. Es aquí donde se hace presente un adagio que Ricoeur repite con mucha frecuencia: «explicar más es comprender mejor»109. Pero, al final, el hecho de situar esta dialéctica en el centro de la interpretación es lo que le permite a Ricoeur matizar su posición frente a la hermenéutica ontológica cuando retiene los conceptos de apropiación (A n e ig n u n g ) y de aplicación (A n w e n d u n g ) como constitutivos del acto de comprensión. Si acudimos a los elementos más radicales, Ricceur acepta que comprender es Gadam er o a la m ía propia», Ricoeur, «Entre herméneutique et sémiotique»..., 435. Con ello, quiere entender el recorrido greimasiano originándose en el ámbito de la explicación y pasando después al lugar de la interpretación y la comprensión; su recorrido, como se ha anotado en el cuerpo del texto, es el inverso: propone una interpretación que se sustenta en la explicación. Cuando se han querido oponer frontalmente las tesis de Greimas y las de Ricoeur, la respuesta de este último ha sido elocuente: «Hace ya años mi amigo Greimas y a m e presentaba este discurso: lejos de que mi hermenéutica pueda interpretar la semiótica, sería ésta la que, por el contrario, iría a decodiñcar mis interpretaciones. Yo he respondido: Yo lo abarco con mi brazo derecho y usted me abarca con el suyo, ¿No es esto lo que se llama un abrazo». Entrevista con Paul Ricoeur en Le M onde, 7.1.86, 17. Cito por I. Almeida, «Semiótica e interpretación», Semiosis, 1989, n° 22/23, 183. El artículo de A lm eida es una buena exposición de esta actitud complementaria de Ricoeur y Greimas. 104 Ricoeur concibe «la interpretación m ediante esta dialéctica m ism a de la com prensión y de la explicación en el nivel del sentido inmanente del texto», Ricoeur, «De l’interprétation»..., 33. 105 Véase Ricceur, «Le modéle du tex te...», 208. 106 Ricoeur, «Expliquer et comprendre...», 181. 107 ' Ibidem , 167. 108 Ibidem, 166. O el «camino obligado». Véase Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 110. 109 A propósito de la historia, y remedando un adagio de Paul Veyne — explicar más es narrar m ejor— , dice: «Nuestra tesis, lo recordamos, era que la explicación nom ológica no podía ser sustituida por la comprensión narrativa, sino sólo ser interpolada en virtud del adagio: explicar más es comprender mejor», Ricoeur, Temps et récit II..., 54.

comprenderse delante del texto. Pero esta operación no se hace ahora para im'poner al texto nuestra propia capacidad finita de comprender, sino para exponernos ante el texto y recibir de él un conocimiento de sí mismos más vasto110. El régimen de la explicación, en la entraña misma de la comprensión, da una objetivación a la com prensión frente a la subjetividad propia de la apropiación y la aplicación111.

Véase Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 116-117. «El último acto, no el primero, consiste, por tanto, en comprenderse a uno mismo, por así decirlo, ante el texto, ante la obra. El discurso, el texto o la obra son la mediación a través de la que nos comprendemos a nosotros mismos. (...) Al respecto, la función principal de la obra poética, al modificar nuestra visión de habitual de las cosas, consiste también en modificar nuestro modo usual de conocernos», P. Ricoeur, «Filosofía y lenguaje», Historia y narratividad, Barcelona, Paidós, 1999, 57. «La apropiación está directamente ligada a la objetivación característica de la obra; pasa por todas las objetivaciones estructurales del texto; en la medida en que no responde al autor, responde al texto», Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 116.

EL TEXTO

1. Introducción En el capítulo anterior, al intentar situar la hermenéutica de Paul Ricceur con relación a las otras corrientes hermenéuticas modernas, se ha visto también el lugar singular que ocupa la noción de texto en la concepción del fenomenólogo francés. De hecho, esta noción es la que fundamenta su posición hermenéutica frente a la tradición que le precede. Las propiedades del texto son las que determinan la interpretación, y las que pueden ofrecer un lugar sólido al fenómeno de pertenencia y distanciamiento que se da en toda compresión1. Por tanto, para proseguir la investigación, hay que definir qué se entiende normalmente por texto y qué entiende Ricceur. Pero, uñq primera aproximación nos hace notar enseguida que la noción de texto no es menos problemática que la de hermenéutica. En la actualidad, el concepto de texto parece participar de esa ambigüedad que suelen tener todas las nociones evidentes. Los diccionarios ponen de manifiesto que la definición depende en primer lugar del ámbito que se elija. Así, por ejemplo, se puede definir el texto desde su sentido restringido, en relación con la escritura, o desde un sentido más amplio que extiende la noción a otros ámbitos semióticos: entonces hablamos de texto fílmico, musical, etc. Si nos mantenemos en el sentido restringido, también se puede considerar el texto desde el punto de vista ideológico — por ejemplo, como «precipitado» de una cultura— , sociológico — como «canon» normativo— , etc.2 M uchos de estos aspectos aparecen en algún momento en los escritos de Ricoeur. Sin embargo, en el plano en el que se mueve la investigación — el «El texto, para mí, más que un caso particular de comunicación interhumana, es el paradigma del distanciamiento en la comunicación» (ibidem, 102). J.M. Schaeffer, «Texto», O. Ducrot, J.M. Schaeffer, Nuevo diccionario enci­ clopédico de las ciencias del lenguaje..., 547-557.

diálogo entre las ciencias humanas y la hermenéutica— interesa partir del ámbito de una semiótica restringida. Desde esta perspectiva, y sin ánimo de agotar el contenido de la noción en la mera definición, el texto, antes que nada, es considerado por Ricceur como un discurso escrito: Llamamos texto a todo discurso fijado por la escritura. Según esta definición, la fijación mediante la escritura es constitutiva del texto mismo.3 De esta definición, se han subrayado los términos discurso y escritura porque en la epistemología de Ricceur hay que tomarlos en sentido técnico4. Pero si tienen un sentido técnico, conviene especificar cuál es. Por eso, hay que comenzar por exponer qué entiende Ricceur por discurso. ¿Qué es el discurso? No preguntaremos a los lógicos, ni a quienes practican el análisis lingüístico, sino a los mismos lingüistas. El discurso es la contrapartida de aquello que los lingüistas llaman sistema o código lingüístico. El discurso es el acontecimiento del lenguaje. Si el signo (fonológico o lexicológico) es la unidad de base del lenguaje, la frase es la unidad de base del discurso. Por esto, es la lingüistica de la frase la que sirve de soporte a la teoría del discurso en tanto que acontecimiento.5 Las palabras de Ricceur apuntan con claridad a los dos lugares más impor­ tantes de la definición de discurso. Por una parte, al hablar del discurso como acontecimiento, lo sitúa en el ámbito de la pragmática; por otra, al decir que es la lingüística de la frase la que soporta la teoría del discurso, no desgaja al texto de su base en la lingüística que, al cabo, será la que pueda darle la objetivación al objeto comprendido. Por eso, habla del discurso — y, en consecuencia, del texto— como de «organización»6.

Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 138-139. Subrayado mío. Subrayamos este aspecto, pues aquí Ricoeur coincide con la mayor parte de la teoría literaria contemporánea. Muchos de los tratados de crítica literaria que se esfuerzan por buscar en la teoría textual una definición operativa para el análisis literario, junto a la dificultad de tal definición, subrayan dos cosas: la necesidad de acudir a la lingüística del texto y la necesidad de distinguir entre «discurso» y «texto». Véanse, junto con la bibliografía allí aducida, V.M. Aguiar e Silva, Teoría da Literatura, Coimbra, Almedina, 1992, 561-574; Pozuelo, La teoría del lenguaje literario..., 66-74; Segre, Principios de análisis del texto literario..., 36-38, 175ss. Ricoeur, «Le modéle du texte...», 184. El subrayado es mío. «En tanto que unidad lingüística, un texto es, por una parte, una expansión de la primera unidad de significación actual que es la frase, o instancia del discurso en el sentido de Benveniste. Por otra parte, aporta un principio de organización

Pasemos ya al segundo elemento de la definición: el texto es un discurso escrito. La escritura, de alguna manera, especifica el discurso. El primer rasgo que le añade la escritura al discurso es un principio de conservación: el discurso oral es efímero, el escrito, permanece7. Pero la característica más importante que se deriva de la escritura es que esa fijación por escrito le otorga al texto una autonomía desde el punto de vista significativo: La escritura, sobre todo, hace al texto autónomo respecto de las intenciones del autor, ya que el texto, una vez fijado mediante la escritura, no coincide con aquello que el escritor quería decir: el significado verbal, es decir el del texto escrito, y el significado mental, es decir, el psicológico, el entendido por el autor, tienen ahora destinos distintos.8 Esta autonomía significativa — en Ricoeur y en la moderna teoría literaria— tiene sus consecuencias: la más importante es la que subraya que el texto, en su devenir histórico, no es sólo producto, expresión de un significado emitido antes por su autor, sino tam bién productividad, es decir, productor de nuevos significados9. A estas condiciones — que es discurso, y que es discurso escrito— , Ricceur le añade una más. El texto es el lugar donde se realiza el despliegue de referencias no ostensivas10. Pero esta propiedad del texto es más un punto de llegada que un punto de partida. Para la coherencia en la exposición, es mejor permanecer en los rasgos que se han señalado antes: los que insertan la noción de texto en Ricoeur en relación con la lingüística y la pragmática. Es en'este punto donde puede hacerse presente la riqueza de sus análisis para la crítica de textos. Al igual que

transfrástica que es explotada por el arte de contar en todas sus formas», Ricreur, «De 1’interpretation»..., 13. «La escritura no añade nada a la palabra, a rio ser la fijación que permite conservarla», Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 138. Ricreur presenta aquí una definición elemental. Ciertamente, en un texto, y más en un texto artístico, habría que contemplar otros elementos como por ejemplo la inscripción en un sistema secundario, etc. Pueden verse estas condiciones en Pozuelo, La teoría del lenguaje literario..., 74ss; J. Lozano, C. Peña-Marín, G. Abril, Análisis del discurso, Madrid, Cátedra, 1982, 18ss. Ricreur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 111. Las dos dimensiones, en el fondo, no reflejan un planteamiento lingüístico, sino filosófico. Sin embargo, la distinción es necesaria en crítica literaria. La doble entrada —de T. Todorov y F. Wahl, respectivamente— del Diccionario de Ducrot y Todorov (O. Ducrot, T. Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje..., 337-343 y 397-402) refleja bien esta situación. Véase Ricoeur, «Le modéle du texte...», 199.

en el capítulo anterior habrá que mirar hacia atrás, y referirse a los lugares que Ricceur explota para exponer después su pensamiento. 2. Marco epistemológico de la noción de texto en Ricoeur En más de una ocasión se han afirmado que los protocolos de análisis y proposición de nuevos temas de investigación en Ricceur se parecen a la actividad de un jardinero que, conocedor de las posibilidades y compatibilidades de los diversos modelos de pensamiento, hace injertos intelectuales11. Ya se ha visto a propósito de la hermenéutica, pero en la elaboración de su teoría de la interpretación del texto literario tenemos probablemente uno de los ejemplos más brillantes12. El fenom enólogo francés convoca en su estudio los m ejores resultados del análisis estructural y de la teoría referencialista de la filosofía del lenguaje de corte anglosajón, consiguiendo de esa forma tomar posición frente a las corrientes hermenéuticas que le han precedido y frente a las posiciones herm enéuticas, larvadas pero también presentes, de las escuelas de las que aprende. Veamos con más detalle estas filiaciones. 2.1. El análisis del discurso: semiótica y semántica El desarrollo de los estudios que componen La M etáfora viva muestra con pormenores cuánto puede aportar cada teoría del lenguaje al análisis de un fenómeno significativo como es la metáfora. En ese libro, Ricoeur pasa revista a las teorías sobre la metáfora que van desde Aristóteles a las modernas retóricas, pero se detiene especialm ente en lo que han podido aportar de nuevo las corrientes lingüísticas modernas. Entre estas corrientes Ricoeur examina con especial atención la teoría de los modelos de los filósofos del lenguaje, y las que provienen del análisis estructural, ya sea el derivado de Saussure, ya sea el derivado de la glosemática. Como puente entre el estructuralismo y la filosofía del lenguaje, Ricoeur encuentra un instrumento adecuado en las intuiciones de E. Benveniste13 y, en concreto, en la distinción e implicación entre los dos ámbitos que el lingüista francés denominaba sem iótica y sem ántica. De hecho, con el estudio que hacía de Benveniste en aquel libro sobre la metáfora — el estudio

M. Philibert, Paul Ricceur ou la liberté selon l ’espérance, Paris, Seghers, 1971. Un somero resumen puede verse en P. Ricoeur, «Hacia una teoría del lenguaje literario», Revista canadiense de estudios hispánicos, 1984, n° IX/1, 67-84. Recurrir a Benveniste parece justificado: como se recordará, el lingüista francés figura como pionero a la hora de insertar las hipótesis de la filosofía del lenguaje en una teoría de la lengua. Véase O. Ducrot, «Filosofía del lenguaje», O. Ducrot, T. Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje..., 113-117.

séptimo: «Metáfora y referencia»— , Ricoeur preparaba ya su aportación personal con la que concluía el libro. Las tesis de Benveniste de las que se sirve están expuestas sustancialmente en el artículo «La forme et le sens dans le langage» recogido en el segundo volumen de Problémes de linguistique générale. En el debate que sigue a este artículo, se recoge una intervención de Ricoeur en la que proclamaba la riqueza que veía en las intuiciones de Benveniste14. En su estudio, Benveniste revisaba el sistema saussureano y hacía notar que con la oposición entre lengua y habla no estaba todo dicho en lingüística, ya que con ese modo de proceder se pasaba por alto la función comunicativa de la lengua15. Por ello, proponía instaurar una nueva distinción entre dos dominios o «dos modalidades fundamentales de la función lingüística: la de significar, para la semiótica, y la de com unicar para la semántica»16. En el dominio de la semiótica, la base es el signo y la descripción se realiza según todas las categorías del análisis saussureano17. En el dominio de «La distinción entre la semiótica y la semántica es de una fecundidad filosófica considerable; permite reemprender la discusión sobre el problema fundamental de la clausura del universo lingüístico. (...) Su concepto de semántica permite restablecer una serie de mediaciones entre el mundo cerrado de los signos, en una semiótica, y la conquista que nuestro lenguaje tiene sobre lo real en tanto que semántica. Esta distinción entre semiótica y semántica va mucho más lejos que la dicotomía saussureana entre la lengua y el habla. (...) Al mismo tiempo que la visión sobre la realidad en el nivel de la frase, M. Benveniste permite resplver un segundo problema, el de la instancia del sujeto en su propio lenguaje por medio del nombre propio, de los pronombres, los demostrativos, etc.», E. Benveniste, Problémes de linguistique générale II, Paris, Gallimard, 1974, 236. Con todo, en la misma discusión se percibe que los horizontes de Benveniste son distintos a los de Ricceur. Éste, al igual que Perelman, que también participa en el diálogo, como filósofo está preocupado por el problema de la verdad en el discurso; Benveniste, como lingüista, no lo está (ibídem, 230-238). Con todo, Ricoeur no ha dejado de repetir que su deuda con Benveniste es inmensa. Véase Ricceur, «Filosofía y lenguaje»..., 48. Véase Benveniste, Problémes de linguistique générale II..., 224. Ibídem, 224. Obviamente los términos semiótica y semántica no están aquí utilizados en el sentido técnico estricto, sino en el que tienen en Benveniste y en Ricoeur. De hecho, Benveniste afirma que la sintaxis, la semántica y la pragmática, tal como son concebidas por los lógicos, pertenecen al dominio de lo que él denomina semántica (ibídem, 233). «Enunciemos el principio: todo lo que supone la semiótica tiene por criterio necesario y suficiente que pueda ser identificado en el seno de la lengua y de su uso. Cada signo entra en una red de relaciones y de oposiciones con otros signos que lo definen y lo delimitan en el interior de la lengua. Quien dice “semiótico” dice “intralingüístico”. Cada signo tiene como propio lo que le distingue de los otros. Ser distintivo y ser

la semántica, de la comunicación, las cosas cambian, pues se trata de considerar la lengua como acción18. La base ya no es el signo, sino la palabra, y su expresión más significativa, la frase19; por eso el sentido se realiza aquí no en el orden paradigmático, como ocurría en la semiótica, sino en el sintagmático. Si atendemos bien a las propuestas del lingüista francés, podemos proponer una teoría del discurso que tiene en su base una teoría de la lengua como sistema, pero que no es una derivación de la lengua. Esta es la conclusión para Benveniste y el punto de partida para Ricceur. Lo que el fenomenólogo francés juzga más importante del análisis de Benveniste es que los dos dominios, la semiótica y la semántica, no se oponen, sino que se superponen: En la base está la semiótica, organización de signos según el criterio de significación, teniendo cada uno de estos signos una denotación conceptual e incluyendo en una sub-unidad el conjunto de sus sustitutos paradigmáticos. Sobre esta base semiótica, la lengua-discurso construye una semántica propia, una significación del intentado producida por la sintagmación de las palabras donde cada palabra no retiene sino una pequeña parte del valor que tenía como signo. Una descripción distinta es pues necesaria para cada elemento según el dominio en el que esté insertada, según sea tomada como signo o como palabra.20 Las consecuencias de esta doble distinción son también notables: el discurso es susceptible de un análisis lingüístico que tiene en su base la semiótica, pero el discurso trasciende a la lengua como sistema. Y de esta descripción se derivan también fecundas consecuencias para el análisis: Las implicaciones metodológicas son numerosas. Dos lingüísticas diferentes hacen referencia al signo y a la frase, a la lengua y al discurso. Estas dos lingüísticas proceden en sentido inverso y cruzan sus caminos. El lingüista de la lengua parte de unidades diferenciales y ve en la frase su nivel último. Pero su significativo es lo mismo. Esto tiene tres consecuencias: en primer lugar, en ningún momento en semiótica nos ocupamos de la relación del signo con las cosas denotadas, ni de las relaciones de la lengua con el mundo. Segundo, el signo tiene siempre y solamente un valor genérico y conceptual. No admite por tanto un valor particular u ocasional; todo lo individual está excluido; las circunstancias hay que tenerlas por no presentes. Tercero, las oposiciones semióticas son de tipo binario» (ibídem, 223). «A partir del momento en que la lengua es considerada como acción, como realización, supone necesariamente un locutor y supone la situación de tal locutor en el mundo. Estas relaciones se dan conjuntamente en aquello que yo defino como semántica» (ibídem, 234) «La expresión semántica por excelencia es la frase» (ibídem, 224). Ibídem, 229.

método presupone el análisis inverso, más próximo a la conciencia del que habla: parte de la diversidad infinita de mensajes y luego desciende a las unidades que, en número limitado, emplea y encuentra: los signos. Este es el camino que emplea la lingüística del discurso: la lengua se forma y configura en el discurso, actualizado en frases.21 En la utilización de estos dos dominios con sus respectivas metodologías tenemos ya las bases del planteamiento propuesto por Ricoeur. Para analizar un texto cualquiera, hay que tomar como punto de partida una lingüística del discurso, porque esta lingüística es la que plantea los términos en su realidad concreta: la comunicación de un sentido. Pero esta lingüística del discurso no puede prescindir del sistema de signos que forma una lengua — lo que Benveniste denomina semiótica— , ni puede quedarse reducido sólo a este sistema, porque, en último caso, la semiótica es sólo una abstracción de la semántica22. Esta operación es la que, a juicio de Ricoeur, realiza abusivam ente el análisis estructural cuando en el análisis del discurso no convoca la referencia o la sustituye por lo que denominan ilusión referencial. 2.1.1. Corolario: el lugar del análisis estructural La eficacia de las distinciones que se planteaban en el parágrafo anterior se comprueba si acudimos a los juicios que emite Ricoeur sobre la práctica del aná­ lisis estructural. Ricceur, como se ha visto antes a propósito de la dialéctica entre explicar y comprender, tiene al análisis estructural por una etapa necesaria en el estudio del discurso o de la obra literaria. Sin embargo, a Su juicio, los análisis de obras literarias realizados de acuerdo con esta epistemología han partido de un postulado de base distinto, «a saber, que una ciencia del texto puede establecerse sobre la sola abstracción de mimesis II y pueden considerarse únicamente las leyes internas de la obra literaria, sin mirar el antes y el después del texto»23. Proceder de esa m anera supone que el análisis se mantiene en lo que en la terminología de Benveniste y Ricoeur se denomina semiótica; por tanto en ese análisis no se tienen presentes ni la referencia, ni la diferencia de dominios que supone tener como base el signo o la palabra.

Ricosur, La Métaphore vive..., 91. Véase Benveniste, Problémes de linguistique générale II..., 273-274. ^ Ricceur, Temps et récit 86. Se entiende que mimesis II es en este texto la configuración verbal, por tanto el objeto de la semiótica, del análisis estructural, etc. La relación de mimesis II a mimesis I y mimesis 111 será el objeto de la semántica (si nos mantenemos en la terminología de Benveniste), y, al final, de la hermenéutica (en la terminología de Ricoeur).

^'Comenzamos con la crítica de Ricceur a quienes no tienen presente la referen­ cia. El análisis debe hacer notar que, si estamos en un ámbito de comunicación, siempre se habla de «algo», y que ese algo de lo que se habla es la referencia: También las obras literarias aportan al lenguaje una experiencia, y ven la luz como cualquier discurso. Esta (...) presuposición choca de frente con la teoría dominante en la poética contemporánea que rechaza cualquier consideración de la referencia a lo que ella considera extralingüístico, en nombre de la estricta inmanencia del lenguaje literario en sí mismo. Cuando los textos literarios contienen alegaciones que conciernen a lo verdadero y a lo falso, a lo falaz y a lo secreto, las cuales conducen ineluctablemente a la dialéctica del ser y del parecer, esta poética se esfuerza por considerar como un simple efecto de sentido lo que ella decide, por decreto metodológico, llamar ilusión referencial.24 Este juicio, en concreto, se refiere fundamentalmente a Greimas, pero tanto en La Metáfora viva como en Tiempo y narración Todorov y Genette son objeto de calificaciones semejantes25. Pero esta consideración lleva de la mano a otra que también está presente en Benveniste: si semiótica y semántica son dos dominios distintos, es claro que, en cuanto sistemas, tienen configuraciones y protocolos de actividad distintos. La diferente configuración de ambos sistemas -—el comunicativo y el expresivo, el semiótico y el semántico en la terminología de Benveniste y Ricceur— no entra en los presupuestos de R. Barthes, cuando sugiere la estricta homología entre

Ibídem, 120. Véase, si no, una cita de Greimas que corrobora la imposibilidad de pasar del sentido a la referencia en la semiótica greimasiana: «La producción de sentido no tiene sentido más que cuando ella es la transformación del sentido dado; la producción del sentido es, en consecuencia, en sí misma, una puesta en forma significativa, indiferente a los contenidos a transformar. El sentido, en tanto que forma del sentido, puede definirse entonces como la posibilidad de transformación de sentido», A.J. Greimas, Du sens, 1, Paris, Seuil, 1970, 15. En sentido absoluto, estos juicios serían en la actualidad un poco anacrónicos. Obras posteriores de estos autores (véase, por ejemplo, Genette, Fiction et diction) no pecan de ilusión referencial. De hecho, con el planteamiento pragmático, la semiótica se ha hecho consciente del problema. El mismo Ricoeur reconoció más tarde que sus juicios sobre lo que denominaba el «postulado semiótico» venían tal vez de una «postura defensiva a favor de una hermenéutica centrada en la com­ prensión y al mismo tiempo con un tono polémico», (Ricoeur, «Entre herméneutique et sémiotique»..., 442). Desde un punto de vista exclusivamente crítico, puede verse en Garrido Gallardo, «Literatura sin tecnocracias: Condiciones para una semiótica (verdaderamente) literaria»..., 96-107. En una línea muy parecida, aunque con horizontes filosóficos, véase H. Putnam, «Is There a Fact of the Matter about Fiction?», Poetics Today, 1983, n° 4/1, 77-81.

lenguaje y literatura26, y tampoco está presente en algunos pasos de los análisis de Jakobson27. En uno y en otro caso nos encontramos ante lo que Ricoeur denomina el postulado semiótico que consiste en reducir la semántica a semiótica y en sentido ascendente28.

Ricoeur descubre que, en el análisis estructural, la extensión de los principios estructurales de la lingüística puede significar diversos tipos de derivaciones que se extienden desde la analogía vaga a la estricta homología. Esta segunda posibilidad —dice Ricceur— está firmemente defendida por Roland Barthes en la época de su Introducción al análisis estructural de los relatos: «el relato es una gran frase; como toda frase constatativa es, en cierta manera, el núcleo de un pequeño relato». Llevando hasta el fin su pensamiento, Roland Barthes declara: «La homología que aquí se sugiere, no tiene solamente un valor heurístico: implica una identidad entre lenguaje y literatura», véase Ricoeur, Temps et récit II..., 51. «El análisis de Jakobson deja completamente de lado la distinción introducida por Benveniste entre la semiótica y la semántica, entre los signos y las frases. Este monismo del signo es característico de una lingüística puramente semiótica. (...) La combinación de estas unidades lingüísticas presenta claramente una escala ascendente de libertad: pero no implica ninguna discontinuidad del tipo que Benveniste reconoce entre el orden del signo y el del discurso; la palabra es simplemente la unidad lingüistica más alta entre las obligatoriamente codificadas, y la frase no es más que una composición más libre que las palabras. Por tanto la noción de contexto puede emplearse indiferentemente para designar la relación entre el morfema y el fonema o entre la frase y el morfema». Ricoeur, La Métaphore vive...,224. Es instructivo en este punto lo que dice a propósito de la neorretórica al tratar de la Rhétorique générale del Grupo my: «Hay una presuposición que precede a todos los demás análisis y sobre la que estos autores apenas se detienen: todos los niveles de descomposición, en el sentido descendente, y de interpretación, en el ascen­ dente, son homogéneos. Es fácil reconocer en esta presuposición lo que hemos llamado postulado semiótico» (ibídem, 202). Son ya muchos los críticos que proponen una crítica al análisis estructural de este tipo. En una formulación más intuitiva dice, por ejemplo, Steiner: «No cabe duda de que existen aspectos exactos, formalmente afirmables y, por lo tanto, tratables en forma teórica en el estudio lingüístico sistemático del habla y de la escritura. Existen medios formales para clasificar y transcribir de manera prescriptiva las estructuras de la sintaxis. (...) Aquí un cierto grado de teoría es pertinente. Pero, ¿qué grado? El fracaso definitivo se produce cuando tales enfoques intentan formalizar el significado, cuando proceden hacia arriba desde lo fonético, lo léxico y la gramatical hasta lo semántico y lo estético», Steiner, Presencias reales..., 104; subrayado mío. Sin embargo, eso no excusa del análisis lingüístico: «La afirmación de Román Jakobson es fundamental: para conocer la gramática de la poesía, que es la fuerza de su música del significado, hay que conocer y ser receptivo a la poesía de la gramática» (ibídem, 107).

.<*De estas presuposiciones, es posible extraer un juicio de Ricoeur sobre el estructuralismo29, y en concreto sobre el lugar que debe tener en el análisis de textos desde una perspectiva hermenéutica: Si se tiene el análisis estructural por una etapa —y una etapa necesaria— entre una interpretación ingenua y una interpretación crítica, entre una interpretación superf­ icial y una interpretación profunda, entonces parece posible conjugar «explicar» e «interpretar» en un único arco hermenéutico, e integrar las actitudes opuestas de explicación y comprensión en una concepción global de la lectura como una obtención de sentido.30 Ahora bien, así como la semiótica, en la denominación de Benveniste y Ricoeur, debe integrarse en la semántica, el análisis estructural debe hacerlo en la hermenéutica31, y el análisis inmanente de la poética, en el de la retórica, porque la tesis de la autonomía semántica del texto no vale sino para un análisis estructural que pone entre paréntesis la estrategia de persuasión que atraviesa las operaciones que manifiestan la poética pura; levantar este paréntesis implica necesariamente tener en cuenta a aquel que fomenta la estrategia de persuasión, es decir, al autor.32

2.2. Sentido y referencia En los párrafos anteriores se ha apuntado que la crítica de Ricceur al estructuralismo se fijaba en dos aspectos: la ausencia de una distinción clara entre No es fácil describir en todos los pormenores la posición de Ricoeur con el estructuralismo. En ocasiones el talante irenista de su pensamiento, hace difícil las valoraciones. Parece claro su rechazo frontal al estructuralismo como filosofía: «Es necesario resistir vigorosamente toda intimidación, el verdadero terrorismo intelectual que algunos estructuralistas no lingüistas nos imponen, basado en su modo ingenuamente derivado de las condiciones de funcionamiento del lenguaje» (Ricoeur, «Hacia una teoría del lenguaje literario»..., 72), por eso, califica al estructuralismo como un sistema sin sujeto (véase Ricoeur, «Langage (Philosophie)»..., 778). Sin embargo, como veremos, acepta que el análisis estructural tiene en un lugar en el estudio del texto: el lugar crítico de toda hermenéutica de la sospecha (véase Ricceur, «Evenement et sens»..., 29). Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 154-155. «Incumbe a la hermenéutica reconstruir el conjunto de las operaciones por las que la obra se levanta sobre el fondo opaco del vivir, del obrar y del sufrir, para ser dada por el autor a un lector que la recibe y así cambia su obrar. Para una semiótica, el único concepto operativo es el de texto literario», Ricoeur, Temps et récit I..., 86. Ricoeur, Temps et récit III..., 232.

el plano (sem iótico) de la significación y el plano (sem ántico) de la comunicación llevaba, como consecuencia inmediata, a no convocar el referente en el análisis, y, por tanto, a hablar simplemente de ilusión referencial. Pero convocar la referencia supone también convocar el sentido junto al signo: en el ámbito de la comunicación, la dicotomía saussureana se resuelve en una relación triádica. Benveniste ya percibía esta arbitrariedad en el análisis lingüístico y anotaba la necesidad de describir el sentido de las frases en relación con la referencia establecida: Intentemos ahora elucidar el proceso por el que se realiza el «sentido» en semántica. En este punto reina tanta confusión —o, lo que es peor, tanta falsa claridad— que es necesario sujetarse a una buena elección a la hora de determinar los términos del análisis. Partimos del principio de que el sentido de una frase es una cosa distinta del sentido de las palabras que la componen. El sentido de una frase es su idea, el sentido de una palabra, su empleo (siempre en la acepción semántica). A partir de la idea, cada vez particular, el locutor ensambla las pala­ bras que en «este» empleo tienen un «sentido» particular. Además hay que añadir un término que no había sido convocado en el análisis semiótico: el del «referente», independiente del sentido, y que es el objeto particular al que corresponde la palabra en el caso concreto de la circunstancia o del uso. (...) Ha sido a partir de la confusión, extremadamente frecuente, entre sentido y referencia, o entre referente y signo, donde han nacido discusiones vanas de aquello que se ha venido en llamar el principio de la arbitrariedad del signo.33 Ricceur tiene presente en su análisis la cuestión del sentido y la referencia que, desde Frege, había pasado a la fenomenología y se había desarrollado en el marco de la filosofía del lenguaje. Sin embargo, toma esta intuición de Benve­ niste para proponer una descripción del funcionamiento de la referencialidad en los textos. Dice así: El resultado de esta dependencia del sentido actual de la palabra respecto al de la frase es que la Junción referencial que se vincula a la frase tomada como un todo, se reparte entre las palabras de la frase; con palabras de Wittgenstein, muy próximo al pensamiento de Husserl, el referente de la frase es un «estado de cosas» y el de la palabra «un objeto»', en un sentido muy similar, Benveniste llama referente de la palabra al «objeto particular al que corresponde la palabra dentro de lo concreto de la circunstancia o del uso»; y lo distingue de la referencia de la frase: «si el sentido de la frase es la idea que expresa, la referencia es el estado de cosas que la provoca, la

Benveniste, Problémes de linguistique générale II..., 226.

situación del discurso o de hecho con la que se relaciona y que nosotros no podemos nunca ni prever ni adivinar.34 Como tantas otras veces, en las palabras de Ricceur hay más de un elemento que tiene que hacerse explícito: a) El referente de los textos es, en palabras de Wittgenstein, un «estado de cosas». Como se sabe ésta es una expresión con la que este filósofo, siguiendo una intuición de Husserl, corrige la teoría de la referencia de G. Frege. b) La referencia va unida a otra noción: el sentido de la frase — o de los textos, pues la frase está entendida en estos lugares como texto— no es la suma de los sentidos de las palabras, ya que este sentido lo es de la frase como un todo, y está vinculado a la situación del discurso. Como se ve, los aspectos históricos se mezclan con los conceptuales. Si comenzamos por los históricos se podrá hacer más patente la aportación de Ricceur. Es sabido que el origen de esta term inología — sentido y referencia— se encuentra en las preocupaciones del lógico G. Frege35 cuando descubría que, en contextos opacos u oblicuos, dos objetos idénticos no podían intercambiarse sin cambiar el valor de verdad de la proposición36. Así, por ejemplo, la frase «el lucero matutino brilla más que el lucero vespertino» es verdadera, a pesar de que en los dos casos el lucero se refiere a un mismo objeto: el planeta Venus37. Para resolver estas aporías, convocó la noción de sentido (Sinn), que es, genéricamente, la manera en que la referencia se presenta, y se manifiesta, en una expresión lingüística38. La aporía de los dos luceros se resuelve si se considera, sin más, que estamos ante dos Ricoeur, La Métaphore vive..., 165-166. En realidad, siguiendo a Benveniste, Ricceur dirá que hay una triple pretensión referencial: la determinada por el «yo-túél». Véase P. Ricoeur, «La métaphore et le probléme central de l’herméneutique», Revuephilosophique de Louvain, 1972, n° 70, 97. Las nociones están recogidas en unos pocos artículos —sobre el sentido y la referencia, la función y el concepto, el concepto y el objeto, y el prólogo a las Leyes fundamentales de la Aritmética— editados en castellano en G. Frege, Estudios sobre semántica, Barcelona, Ariel, 1971, por donde citaré. Véase O. Ducrot, «Referencia», O. Ducrot, T. Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje..., 289. Véase Frege, Estudios sobre semántica..., 50-52. «El ámbito del sentido es una región del todo peculiar. Ni a Frege ni a nadie le resulta fácil describirla. (...) La clave estriba en comprender que el sentido lo es de expresiones lingüísticas, lo mismo que —por utilizar la comparación de Wittgenstein— las direcciones son de líneas. Los sentidos son formas de darse la realidad expresadas por el lenguaje», A. Llano, Metafísica y lenguaje, Pamplona, Eunsa, 1984, 77. Subrayado mío.

sentidos distintos de una única referencia: en un caso se presenta Venus como el planeta del amanecer y en otro como el planeta del anochecer. Frege desarrollaba también otros puntos, que Ricoeur resumía así: Recordamos la distinción que Frege enunciaba entre Sinn (sentido) y Bedeutung (referencia o denotación). El sentido es aquello que dice la proposición; la referencia o denotación aquello sobre lo que se dice el sentido. Lo que hay que pensar, dice Frege, es «el vínculo regular entre el signo, su sentido y su denotación». Este vínculo regular es «tal que a un signo corresponde un sentido determinado, y al sentido una denotación determinada; en tanto que una sola denotación (un sólo objeto) es susceptible de tener más de un sentido». Así la denotación de «lucero matutino» y la de «lucero vespertino» sería la misma, pero su sentido sería diferente.39 En este párrafo se recogen las tres nociones importantes — signo, sentido y referencia— con las relaciones entre ellas. Ahora bien, lo que es capital en esta teoría comunicativa es que el sentido, por su vínculo con la referencia, es objetivo. Lo que es subjetivo es otra noción que Frege denomina representación40. Una vez establecida la relación triádica entre signo, sentido y referencia, sólo queda un aspecto para determinar el valor del sentido en relación con la referencia: Ricceur, La Métaphore vive..., 274. «De la referencia y del sentido del signo hay que distinguir la representación a él asociada. Si la referencia de un signo es un objeto sensiblemente perceptible, la representación que yo tenga de él es entonces una imagen interna formada a partir de recuerdos e impresiones sensibles que yo he tenido, y de actividades que he practicado tanto internas como externas. (...) Quizás sea adecuada la siguiente analogía para ilustrar estas relaciones. Alguien observa la luna a través de un telescopio. Comparo la luna con la referencia; es el objeto de observación que es proporcionado por la imagen real que queda dibujada sobre el cristal del objetivo del interior del telescopio, y por la retina del observador. La primera imagen la comparo con el sentido; la segunda, con la representación o intuición. La imagen formada dentro del telescopio es, en verdad, sólo parcial, depende del lugar de observación; pero con todo es objetiva, en la medida en que puede servir a varios observadores», Frege, Estudios sobre semántica..., 54-55. Husserl recogió la idea de los «modos de dación» de Frege para inspirarse en su concepto de significación como la «referencia intencional al objeto» —«con un rigor científico al que no puede parangonarse el concepto de significación de Saussure», escribe A. Alonso en el prólogo de la primera edición castellana del Cours. Véase F. de Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945, 8—. Sin embargo, como anota Ricoeur, «Husserl no tomó el camino de Frege que rompe los vínculos entre Sinn (sentido) y Vorstellung (representación), guardando la primera denominación para la lógica y enviando la segunda a la psicología. Husserl sigue usando el término Vorstellung para significar tanto la mirada específica como la individual», Ricoeur, «Phénoménologie et herméneutique»..., 65.

la situación del discurso. En este punto es donde aparece la tesis más sustanciosa de Ricoeur de cara a la interpretación de los textos literarios. ¿Cómo se efectúa la referencia en un texto escrito? Para describir el proceso Ricoeur acude primero a las descripción de los elementos presentes en un acto de comunicación oral. En un discurso oral, cuando emitimos un mensaje, el aquí, ahora, junto con la situación del discurso, son capaces de determinar la referencia última de esa comunicación. Así, en la palabra viva, el sentido ideal de aquello que se dice se dirige hacia la referencia real, a saber, hacia aquello de lo qiLe se habla. En el límite, esta referencia real tiende a confundirse con la designación ostensiva donde a la palabra se le une al gesto de mostrar, de hacer ver. Se puede afirmar entonces que el sentido muere en la referencia y ésta en la mostración41. Pero estas características — el aquí y ahora, la situación de discurso, la mostración, etc.— sufren una modificación radical cuando se trata de textos escritos. Cuando leemos un texto — o una obra literaria— , nos percatamos de que no hay emisor presente aquí, ahora, tampoco hay mostración ostensiva, y tampoco hay gesto alguno al que recurrir. La cuestión que se plantea ahora es: ¿hay referencia? Ricoeur repite muchas veces que sí: «el texto, ya lo veremos, nunca deja de tener referencia: será precisamente tarea de la lectura, en tanto que interpretación, efectuar la referencia»42. Por eso, de la misma manera que en la proposición no nos contentamos con su sentido, sino que nos preguntamos sobre su referencia, es decir, sobre su pretensión y su valor de verdad43; de la misma manera, en el texto, no podernos detenernos en la estructura inmanente, en el sistema interno de dependencias nacidas del entrecruzamiento de los códigos que el texto acciona, pues

Véase Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 113, 140-141. Ibidem, 141. En las presuposiciones de Ricoeur (véase La Métaphore vive..., 275, 384, nota 4), hay unas nociones de Searle sobre el modo de convocar la referencia (véase J.R. Searle, Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Madrid, Cátedra, 1980, 99) que, purificadas del aspecto inmanentista, serán base firme para explicar su concepto de referencia metafórica. En sí mismas, las afirmaciones de Searle deben matizarse: Véase F. Inciarte, «Verdad y objetividad histórica», Anuario filosófico, 1982, n° XV/2, 89-102. Así ya en Frege: «¿Por qué queremos que cada nombre propio no tenga únicamente un sentido, sino también una referencia?, ¿por qué no nos basta con los sentidos? Porque, y en la medida en que, nos interesa su valor veritativo». De ahí que «cuando se usan palabras de manera habitual de lo que se quiere hablar es de su referencia» y «quien no admita una referencia no podrá afirmar ni negar de ella un predicado». Por eso también el empeño en postular siempre la referencia, pues «el valor veritativo de un enunciado es su referencia», véase Frege, Estudios sobre semántica..., 59, 53, 69,63.

queremos hacer explícito el mundo que el texto proyecta44: «Todo discurso está de alguna manera ligado al mundo. Porque, si no hablamos del mundo, ¿de qué hablamos?»45. Las consecuencias de este planteamiento de Ricceur se abren a muchos campos. Con todo, con lo visto hasta el momento tenemos ya especificado el mapa intelectual en el que se mueve Ricceur en la teoría del texto. Con base en un postulado de comunicación, hemos situado el análisis estructural en su lugar crítico, al tiempo que hemos convocado ya la referencia de la obra literaria en relación con su sentido. Podemos abordar ya la teoría del texto presente en Ricceur y su peculiar solución sobre el modo de hacer efectiva la referencia en los textos de ficción, y, en general, en los textos literarios. 3. La lingüística del texto en Ricoeur Se han recogido hasta el momento los principios más importantes sobre los que se sostiene la teoría del texto en un horizonte hermenéutico que plantea Ricoeur: frente al inmanentismo del análisis estructural, afirma que es necesario convocar la referencia en el texto y por tanto un sistem a que traspase las categorías saussureanas46; frente a la posición más intuitiva de los lógicos y filósofos del lenguaje, considera preferible un estudio que tenga presentes los constitutivos de la lengua y por tanto del análisis lingüístico. Finalmente, también se ha apuntado la necesidad de establecer el fundamento en una relación triádica — si no en el signo, sí en la comunicación por textos-— en la que se convoquen los signos, el sentido y la referencia. Todas estas nociones tendrán su pertinencia en el estudio de las obras y en la delimitación de los campos de aplicación de los diversos métodos de análisis de texto. Veamos, ahora, los términos en los que plantea Ricoeur su teoría textual: La teoría del discurso no ha sido obra de lingüistas, sino de lógicos y epistemólogos, más preocupados de ordinario por la crítica literaria que por la lingüística Véase Ricoeur, «Esquise de conclusión»..., 287. Por ello dirá de diversas formas que, al sostener esta teoría referencialista, se separa tanto del romanticismo como de «la ideología del texto absoluto» representada por el estructuralismo. Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 140. Lo importante ahora es subrayar el aspecto comunicativo, es decir que los «sujetos», al hablar, se refieren a algo: «Toda referencia es co-referencia; no son las proposiciones las que se refieren (dicen cualquier cosa), sino los sujetos parlantes que (...) “se refieren a...”, “hacen referencia a...”», P. Ricoeur, «Evento e senso», G. Nicolaci (ed.), Segno ed evento nelpensiero contemporáneo, Milano, Jaca Book, 1990, 22. En el planteamiento de Ricoeur, las categorías saussureanas se traspasan, pero no se anulan. Véase Ricoeur, «Signe etsens»..., 1012-1013.

de los lingüistas. La ventaja de abordar directamente el fenómeno del discurso que omite el estadio lingüístico estriba en que los rasgos propios del discurso se reconocen por sí mismos, sin necesidad de oponerlos a otra entidad. (...) Todo el que quiera situar su investigación en el horizonte de hoy, tendrá que elegir el método indirecto de la oposición entre unidad de discurso y unidad de lengua. La semántica filosófica de los anglosajones consigue resultados directamente y con fina elegancia; una semántica guiada por la lingüística debe alcanzarlos más laboriosamente por el método indirecto de la confrontación con la lingüística de la lengua.47 En estas palabras se adivina ya cuál es la elección de Ricceur. Lo mismo que antes, en la hermenéutica, también ahora elige la vía larga — que aquí denomina método indirecto— , que consiste en proponer una lingüística del discurso que no rompe sus relaciones con una lingüística de la lengua. En lo que se refiere al procedimiento, al modo con que realiza esta operación, conviene retomar las características del texto que se apuntaban en el inicio del capítulo. Allí se describía la noción de texto en Ricoeur desde tres condiciones: era un discurso, era escrito, y estaba constituido en una obra estructurada. En consonancia con esas tres condiciones, Ricoeur seguirá un protocolo más o menos paralelo para proponer su teoría textual. Por eso, en primer lugar, recoge las características de la lingüística de la frase — del discurso, podríamos decir— tal como las propone Benveniste. A continuación, examina qué cambios se derivan de que el discurso sea escrito y no oral. Finalmente, a lo que resulta de esa operación, le añade lo que se pueda derivar de que el escrito que leemos esté configurado como una obra estructurada. 3.1. Las peculiaridades de la textualidad Los rasgos del discurso, que propone desde la lingüística textual derivada de los escritos de Benveniste, son cuatro: Retendré cuatro rasgos de esta lingüística de la frase que me ayudarán a elaborar la hermenéutica del acontecimiento y del discurso. Primer rasgo: el discurso se realiza siempre temporalmente y en el presente, en tanto que el sistema de la len­ gua es virtual y extraño al tiempo. Émile Benveniste lo llama «instancia del discurso». Segundo rasgo: en tanto que la lengua no requiere ningún sujeto —en este sentido la pregunta «quién habla» no se aplica nunca a este nivel—, el discurso reenvía a su locutor gracias a un conjunto complejo de embragues como los pronombres personales. Diremos por ello que la instancia del discurso es «autorreferencial». Tercer rasgo: en tanto que los signos de la lengua reenvían solamente a otros signos en el interior de un mismo sistema, del mismo modo que Ricceur, La Métaphore vive..., 89.

la lengua prescinde de la temporalidad y la subjetividad, el discurso siempre trata de alguna cosa. Se refiere a un mundo que pretende describir, expresar, representar. Es en el discurso donde la función simbólica del lenguaje se actualiza. Cuarto rasgo: en tanto que la lengua es sólo una condición de la comunicación para la cual ella brinda los códigos, es en el discurso donde todos los mensajes se intercambian. En este sentido el discurso no sólo tiene un mundo, sino un otro, un interlocutor al que se dirige. Estos cuatro rasgos tomados conjuntamente hacen del discurso un acontecimiento.48 Ahora bien, esta descripción corresponde al acontecimiento del discurso oral. En el discurso escrito, como ya se ha visto antes, hay un cambio fundamental: Lo que está fijado por la escritura es un discurso que podría haberse dicho, ciertamente, pero que precisamente se ha escrito porque no se ha dicho. La fijación por la escritura toma el lugar de la palabra, es decir, se sitúa en el lugar en que la palabra podría haber nacido. Por tanto podemos preguntarnos si el texto no es verdaderamente texto sino en la medida en que no se limita a transcribir una palabra anterior.*® El acontecim iento escrito es, por eso, completamente distinto del aconte­ cimiento verbal: no estamos ante una mera sustitución de las palabras habladas por las palabras escritas, sino que, perm aneciendo en el ámbito de la comunicación de sentido, nos encontramos ante una estructura completamente distinta. Esta estructura se caracteriza en prim er lugar porque la acción comunicativa no está constituida por un solo acto, sinp por dos actos distintos — en el tiempo, en el espacio, etc.— que son el acto de escribir y el acto de leer, y que no son equiparables a los actos de decir y oír50. Ricoeur, «Le modéle du texte...», 184-185. No siempre aparecen en sus escritos el mismo número de características; lo mismo ocurría cuando formulaba la noción de texto: en un lugar enumeraba cuatro característicás y en otro cinco. También aquí pasa algo semejante, pues en La Métaphore vive..., 92-100, cuenta cinco. Sin embargo, lo que no cambia es la epistemología que las sostiene: el ámbito de la comunicación, y por tanto, el de la enunciación (frente al simple enunciado), la referencia, y el receptor. Otros lugares en los que viene formulada la noción tal como se transcribe en el cuerpo del texto: Ricoeur, «Evenement et sens»..., 17; Ricoeur, «La métaphore et le probléme central de 1’herméneutique»..., 94-95. Como se verá en el desarrollo, los cuatro rasgos podían reconducirse a algunos de los integrantes del acto comunicativo: la fuerza de la articulación de Ricoeur reside en que privilegia la noción de acontecimiento del discurso. Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 138. Subrayados míos. Ibidem, 139. Estos aspectos se presentan mucho más claramente en la teoría literaria que Ricoeur parece ignorar. Véase, por ejemplo, Segre, Principios de análisis del texto literario..., 12-16; F. Lázaro Carreter, ¿Qué es la literatura?,

A,partir de esta diferencia primera entre lo hablado y lo escrito, la descripción de la textualidad podría prolongarse a otros aspectos51, pero parece preferible seguir el esquema de Ricoeur, y atender a cómo se manifiestan las características de la lingüística del discurso propugnada por Benveniste, cuando se aplican al texto escrito. El prim er rasgo enumerado de la lingüística de la frase hacía referencia a la «instancia del discurso» que suponía la actualización «aquí, ahora» del sistema de la lengua, que, de suyo, era virtual. En el acto de comunicación oral, para elucidar el sentido de tal acto de comunicación no basta con la comprensión del enunciado, sino que hay que recurrir a las condiciones pragmáticas en las que se efectúa el discurso como acto lingüístico52: dicho de otra forma, hay que considerar no sólo lo dicho, sino también el acontecimiento de decirlo. Ahora bien, ¿qué ocurre en el discurso escrito? En el discurso escrito se opera un cambio, ya que al separar la comunicación en dos actos distintos, el de escritura y el de lectura, el texto debe ser testigo también del acontecimiento de la palabra: lo que buscamos en él no es sólo lo dicho sino el significado del acontecimiento de la emisión53. Eso supone que en el análisis de la significación de lo escrito deben convocarse no sólo los elementos de la lengua, sino que hay que incluir los aspectos que configuran las dimensiones ilocucionarias y perlocucionarias del escrito54.

Santander, Publicaciones Universidad Menéndez Pelayo, 1976 (incluido en F. Lázaro Carreter, Estudios de lingüistica, Barcelona, Crítica, 1980). Como, por ejemplo, a la determinación del policódigo presente en la oralidad, o a la calificación del lenguaje escrito como secundario, etc. Véase, por ejemplo, Aguiar e Silva, Teoría da Literatura..., 137-144. Por eso, Ricceur acaba por definir el sentido en función de la teoría pragmática que considera el acto del discurso. Recordemos algunas de esas definiciones: «el sentido es, en una primera aproximación, el significado noemático del acto noético consistente en entender algo», Ricceur, «Evento e senso»..., 20. O también: «el discurso es un acontecimiento que tiene un sentido; este sentido es el objeto intencional del acto del discurso», Ricceur, «Signe et sens»..., 1014. Lo que fijamos mediante el escrito, «no es el acontecimiento de «decir» sino lo «dicho» de la palabra, si entendemos por «dicho» de la palabra la exteriorización intencional que constituye la mirada misma del discurso en virtud de la cual el Sagen —el decir— quiere llegar a ser Aus-sage —enunciado— . En resumen, lo que escribimos, lo que inscribimos, es el noema del decir. Es la significación del acon­ tecimiento de la palabra, no el acontecimiento en cuanto tal», Ricceur, «Le modéle du texte...», 186. Si tomamos como referencia a Searle, hay que admitir que algunos de los rasgos que configuran el aspecto ilocucionario —semánticos y sintácticos, principalmente— están presentes en lo escrito: «El indicador de la fuerza

Este primer rasgo se completaba en la teoría del discurso con un segundo rasgo, la «autorreferencialidad» de la instancia del discurso. El discurso remite al sujeto que lo emite mediante los indicadores de la presencia del enunciador en el enunciado: la deixis en sentido amplio55. Ahora bien, este discurso oral se caracteriza por la presencia del sujeto em isor, y por tanto hay una correspondencia entre los rasgos de autorreferencialidad del enunciado y el enunciador presente. En cambio, el discurso escrito se caracteriza por la ausencia del emisor en el acto56. Esta ausencia implica dos cosas: por una parte, la desaparición del sujeto emisor lleva consigo la disociación entre la intención del autor y la intención del texto y, por tanto, dirige el análisis hacia la intención del texto57. Pero, por otra parte, la presencia de los rasgos del enunciador en el

ilocucionaria muestra cómo ha de tomarse la proposición o, dicho de otra manera, qué fuerza ilocucionaria ha de tener la emisión; esto es qué acto ilocucionario está realizando el hablante al emitir la oración. En castellano los dispositivos indica­ dores de fuerza ilocucionaria incluyen al menos: el orden de las palabras, el énfasis, la curva de entonación, la puntuación, el verbo y los denominados verbos realizativos. Puedo indicar qué acto ilocucionario estoy realizando haciendo que la oración vaya precedida por un «pido disculpas», «aconsejo», «enuncio», etc.» Searle, Actos de habla..., 39. Ricosur acepta esta postura, aunque advierte que le da al término «significación una acepción muy amplia que cubre todos los aspectos y todos los niveles de exteriorización intencional que hacen posible la inscripción del discurso», Ricceur, «Le modéle du texte...», 187. Lá-cyestión está siempre en los matices; de hecho algunas veces no se toman en consideración y se da el salto, sin más, a la dimensión perlocucionaria: «Frente al discurso oral que agota la temporalidad en su fluencia, en su sumisa y efímera «simultaneidad», el escrito pierde, en cierto sentido, el carácter de inmediatez, eso que la filosofía analítica ha denominado lo ilocucionario, para insertarse en un ambiguo sistema perlocucionario», Lledó, El silencio de la escritura..., 30. De manera dispersa está esbozada su constitución en diversos artículos del volumen II de Problémes de linguistique générale de E. Benveniste. Un estudio muy operativo de esas intuiciones puede verse en C. Kerbrat-Orecchioni, L'énonciation de la subjectivité dans le langage, Paris, Armand Colin, 1980. «Me gusta decir que leer un libro es considerar a su autor como muerto y al libro como postumo. En efecto, cuando un autor ha muerto es cuando la relación con el libro resulta completa y, en cierta manera, intacta: el autor ya no puede responder, lo único que queda por hacer es leer su obra», Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 139. Más precisamente al «mundo del texto», Ricoeur, «Le modéle du texte...», 187. Por eso no es extraño que en este punto Gadamer coincida con él: «En mi propio análisis de los diversos modos de lingüisticidad he rastreado sobre todo el signi­ ficado que posee lo escrito para la identidad de lo lingüístico. También Paul Ricoeur ha llegado, en una reflexión semejante, al mismo resultado: que lo escrito confirma

enunciado supone que, en propiedad, no se puede hablar de ausencia absoluta del sujeto enunciador sino de «distancia» respecto del lector: en realidad, en el texto la proximidad del sujeto hablante se sustituye por una relación compleja que permite decir que el autor está presente en lo escrito, que está situado en el espacio de significación trazado e inscrito por la escritura: el texto es el lugar en el que aparece el autor58. Prueba de ello es lo que la crítica literaria ha descubierto en lo que denomina el autor implicado, o implícito59. La ausencia, o la distancia, del sujeto emisor en el discurso textual nos con­ duce al tercer rasgo que diferencia el discurso oral del escrito: en el discurso escrito, el contexto cambia, y por tanto la función referencial del lenguaje no puede darse de la misma manera. En el discurso oral, dirá Ricoeur, no hay problemas de referencia ya que en última instancia, aquello a lo que se refiere el diálogo es a la situación común a los interlocutores. (...) En el discurso oral, diremos, la referencia es ostensiva. ¿Qué ocurre en el discurso escrito? ¿Podemos decir que el texto no tiene referencia? Esto sería confundir referencia con mostración, mundo con situación. El discurso no puede dejar de referirse a algo.60 Ese algo a lo que se refiere el discurso escrito es lo que Ricoeur denomina el «mundo del texto». Este mundo del texto se construye de dos maneras: por una parte, es precisamente la suspensión de las referencias ostensivas la que facilita la creación de una nueva referencia; por otra parte, el mundo del texto lo produce el lector a partir de las indicaciones que le proporciona el texto. Pero éste es uno de los puntos más sobresalientes de la aportación de Ricoeur a la crítica literaria y necesita convocar más elementos para su comprensión y discusión. Volveremos a él un poco más adelante. Finalm ente, queda por reseñar el cuarto rasgo del discurso oral que se transmuta en el discurso escrito: la presencia del interlocutor a quien se dirige el la identidad del sentido y atestigua su disociación del aspecto psicológico del hablar», Gadamer, Verdad y método..., 669. Ricoeur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 141-142. Así lo expresa Ricoeur en su análisis de Booth: «El lector (...) aprehende intuitivamente la obra como una totalidad unificada. Espontáneamente, no relaciona únicamente esta unificación con las reglas de composición, sino con la elección y con las normas que hacen precisamente del texto la obra de un enunciador, esto es una obra producida por una persona y no por una naturaleza. Yo relacionaré con gusto este papel unificador, intuitivamente asignado por el lector al autor implicado, con la noción de estilo», Ricoeur, Temps et récit III..., 235. Ricoeur, «Le modéle du texte...», 188.

mensaje. La situación de comunicación del discurso oral implica un diálogo, aunque sea tácito, entre emisor y lector; en definitiva, hay un «otro», concreto, a quien se dirige el mensaje. Pero estas condiciones cambian tam bién en el discurso escrito. El «otro» es genérico, aunque, como en el caso del autor implícito, está instituido también en el texto bajo la forma del lector implícito61: el lector debe asumir las condiciones del lector implícito para establecer el diálogo con el texto. Y se dice «dialogar con el texto» porque ésta es la segunda característica relevante del discurso escrito: en el texto, el diálogo no se da entre escritor y lector, sino entre el texto y el lector: el autor no responde, no puede responder, al lector: quien responde, o calla, en ese diálogo, es el texto62. Es la conocida dialéctica de la pregunta y la respuesta formulada por Gadamer y hecha explícita por Iser. Estas son, de manera genérica, las constricciones que la textualidad impone a las condiciones del discurso. Pero queda una última cuestión. Ricoeur habla del «acontecimiento» del discurso oral, y, por tanto, debemos preguntarnos dónde se da el acontecimiento en el discurso escrito. Si los actos del discurso escrito son dos — la escritura y la lectura— , ¿cuál de los dos es, propiam ente, el acontecim iento del discurso? En el plano de com unicación en el que nos movemos parece claro que el acontecimiento del discurso escrito como tal es el segundo: la lectura. En un texto, la comunicación no se consuma hasta que no se lee el escrito, por tanto es en la lectura donde el texto escrito se hace «como una palabra»63: en la lectura lo que era virtual, pasa a ser actual; el autor inscrito se hace presente; la referencia se actualiza en forma de réfigpración del mundo; y el lector dialoga con el texto. 3.2. Las características de la textualidad en la obra estructurada Para completar la teoría del texto literario en Ricoeur hay que dar un paso más. En el inicio del capítulo se apuntaban tres propiedades desde las que se podía definir el texto en Ricoeur: era un discurso escrito, que incluía tam bién un De la misma manera que el autor se presenta al lector en forma de autor implícito a través del narrador digno de confianza, el lector está instituido en el relato a través del lector implícito. Véase Ricceur, Temps et récit III..., 249. Véase Ricceur, «Qu’est-ce qu’un texte?...», 138-139. «Yo no digo que llega a ser palabra, puesto que la lectura no es un intercambio de palabras, un diálogo; sino que la lectura se acaba concretamente en un acto que es al texto lo que la palabra es a la lengua, es decir, acontecimiento e instancia de discurso. El texto tenía solamente un sentido, es decir, relaciones internas, una estructura; ahora tiene una significación (...); por su sentido, el texto tenía sólo una dimensión semiológica, ahora, por su significación tiene una dimensión semántica» (ibídem, 153).

principio de organización que lo hacía autónomo. En el apartado anterior se han examinado las condiciones de interpretación que se derivan de las dos primeras características. Nos queda por analizar lo que supone la tercera: el principio de organización que hace que un texto sea autónomo. Ricceur se refiere a este aspecto cuando habla del texto como obra estructurada: El texto es una realidad compleja de discurso cuyos caracteres no se reducen a los de unidad de discurso o frase. Por texto no entiendo sólo ni principalmente la escritura, aunque ésta plantea por sí misma problemas originales que interesan directamente a la referencia; entiendo, primeramente, la producción del discurso como una obra. Con la obra, como la palabra indica, nuevas categorías, esencialmente prácticas, surgen en el campo del discurso, categorías de la producción y del trabajo. En primer lugar, el discurso es la sede de un trabajo de composición, o de «disposición» —para emplear una vez más la palabra de la antigua retórica— que hace de un poema o de una novela una totalidad irreductible a una simple suma de frases. En segundo lugar esta disposición obedece a reglas formales, a una codificación, que no es de lengua, sino de discurso, y que hace de éste lo que llamamos poema o novela. Este código es el de los «géneros» literarios, géneros que regulan la praxis del texto. Finalmente, esta producción codificada desemboca en una obra singular: el poema o la novela. Este tercer rasgo es el más importante; lo podemos llamar «estilo». Con G.G. Granger lo definiremos como aquello que hace de la obra una individualidad singular.64 Una vez más, en las palabras de Ricceur se condensan las nociones necesarias para establecer los principios de análisis e interpretación del texto literario. Son tres los lugares a los que hay que atender a la hora de hacer operativo el estudio. En primer lugar, Ricceur hace notar que la ecuación «discurso escrito», «obra escrita» no es equivalente: en la «obra» se plantean problemas en lo que afecta a la referencia que no son idénticos a los del texto escrito; en segundo lugar, Ricoeur apunta que el texto en cuanto obra estructurada debe inscribirse en categorías de «producción»; finalmente, anota también que estas categorías de producción de la obra están regidas por una triple determinación: de disposición, de género y de estilo. Si dejamos de lado los problemas de la referencia, que por su entidad se tratarán en el próxim o apartado, la prim era tarea que se presenta es hacer explícito lo que Ricoeur quiere significar con la noción de producción aplicada a la obra. Con esta categoría Ricoeur apunta hacia dos cosas: por una parte, indica que toda producción de una obra es trabajo sobre el lenguaje65, y, por tanto, es RiccKur, La Métaphore vive..., 277. Subrayados míos. «La obra literaria es el resultado de un trabajo que organiza el lenguaje. Trabajando el lenguaje el hombre opera la determinación práctica de una categoría de individuos: las obras del discurso. (...) El hecho del estilo subraya la escala del

posible plantear la hipótesis de que las categorías de producción — las de disposición, género y estilo— pueden ser las mismas categorías que están presentes en la interpretación66; en consecuencia, la interpretación es también trabajo67. En segundo lugar, la producción como obra estructurada implica también que la obra es singular y por tanto que, de las tres categorías implicadas, la más importante es la de estilo: Al introducir en las dimensiones del discurso categorías propias al orden de la producción y del trabajo, la noción de obra aparece como una mediación entre la irracionalidad del acontecimiento y la racionalidad del sentido. El acontecimiento es la misma estilización. (...) La noción de estilo acumula los dos caracteres de acontecimiento y de sentido.68 Al dar la prioridad interpretativa a esta noción de estilo, Ricoeur no se abandona en la intropatía que busca la congenialidad con el autor para interpretar la obra. Lo que quiere significar es que la noción de estilo es capaz de englobar, en ella misma, a las otras dos: al género y a la disposición. De hecho, como veremos más tarde a propósito del relato, la categoría de género está en Ricoeur desprovista de fundamentadón taxonómica, y se asimila prácticamente a la disposición o a la composición del texto. Por su parte, la categoría de disposición es una condición presente en todo texto, y también en la frase69. Su importancia para el análisis es grande, pues implica una especie de presuposición de que todo está presente en cada una de las partes70; sin embargo, por su misma definición se percibe que puede muy bien englobarse en la de estilo. Con esta descripción se han puesto ya de manifiesto las condiciones que para Ricceur determinan el ser, y por tanto la interpretación', de la obra literaria. En varios lugares de este apartado se ha aludido ya a la importancia que tiene, y a los fenómeno de la obra como significando globalmente en tanto que obra»,, Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 1Ó8. «A este objeto va dirigido el trabajo de interpretación: al texto como obra; dispo­ sición, pertenencia a un género, realización de un estilo singular, son las categorías propias de la producción del discurso como obra», Ricceur, La Métaphore vive..., 277. Aquí, al invocar la interpretación, se advierte la relación de este punto con la concepción hermenéutica de Ricceur que se describía también como una «tarea». Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 108-109. «La experiencia de la traducción (...) demuestra que la frase no es un mosaico sino un organismo. Traducir es inventar una constelación idéntica en la que cada palabra recibe el apoyo de las demás y saca el mayor partido posible de la totalidad de la lengua». Ricoeur, La Métaphore vive..., 103. Véase Ricoeur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 107; Ricceur, «Le modéle du texte...», 200.

problemas que comporta, la noción de referencia en la obra literaria. Es hora ya de abordar la cuestión directamente. 4. La referencia en la obra literaria La cuestión de la referencia en las obras literarias es, sin duda, una de las aportaciones de Ricceur a la teoría literaria en el marco hermenéutico. Esta aportación fácilmente se podría inscribir en el movimiento de la investigación que, en las últimas décadas, se ha dirigido a la descripción de la constitución del «mundo de la ficción». El punto de partida de esta investigación sobre la cons­ titución de los mundos Acciónales ha sido en alguna ocasión la lingüística del texto (S.J. Schmidt), otras veces, la tradición poética occidental revisada con las nuevas teorías críticas (L. Dolezel, F. M artínez Bonati), y, a veces, ambas — lingüística del texto y poética— al mismo tiempo (T. Albaladejo). En Ricoeur, como se ha visto, el punto de partida está en una teoría filosófica y una teoría lingüística. Con todo, sus tesis sobre la constitución del mundo de la ficción son consideradas como uno de los paradigmas de referencia71. La peculiaridad de la propuesta de Ricoeur está en que en la tradición — literaria y filosófica— de la que procede, la referencia en la obra literaria no era convocada. Según los análisis de Ricoeur, en el postulado semiótico se sustituía la referencia por lo que aquellos autores denominaban la «ilusión referencial». Pero una apreciación semejante se encuentra en Frege donde los textos literarios se definen como textos con sentido pero sin referencia: para la poesía, decía Frege, basta con el sentido, no es necesaria la referencia72. En cambio, para Ricceur, estas tesis deben matizarse. Es verdad que los textos literarios no tienen una referencia ostensiva73, pero no por ello dejan de tener referencia: tienen un mundo referencial y proyectan un mundo:

Para un status quaestionis, véase Garrido Domínguez, «Teorías de la ficción literaria: los paradigmas»..., 11-40. «Para la poesía basta con el sentido, con el pensamiento sin referencia, sin valor veritativo; pero esto no basta para la ciencia». Véase G. Frege, Estudios sobre semántica..., 94. Y en otro lugar: «al escuchar un poema épico, por ejemplo, nos cautivan además de la eufonía del lenguaje, el sentido de los enunciados y las representaciones y sentidos verdaderos. Si nos preguntásemos por su verdad, abandonaríamos el goce estético y nos dedicaríamos a un examen científico. De ahí que nos sea indiferente el que el nombre de Ulises, por ejemplo, se refiera a algo o no, mientras consideremos el poema como obra de arte» (ibídem, 59). «De la misma manera que el texto libera su significación de la tutela de la intención mental, libera su referencia de los límites de la referencia ostensiva», Ricoeur, «Le modéle du texte...», 188.

Éste es para mí el referente de toda literatura: no ya el Umwelt de las referencias ostensivas del diálogo, sino el Welt proyectado por las referencias no ostensivas de todos los textos que hemos leído, comprendido y amado.74 Ahora bien, ¿en qué consiste este mundo?, ¿cómo y dónde aparece esa referencia? Contesta Ricoeur: A primera vista, podría parecer suficiente con reformular el concepto fregeano de referencia sustituyendo simplemente una palabra por otra; en vez de decir: no nos contentamos con el sentido, sino que suponemos la denotación, diremos: no nos contentamos con la estructura sino que suponemos un mundo de la obra. La estruc­ tura de la obra es su sentido, el mundo de la obra expresa su denotación. Esta simple sustitución de términos basta para una primera aproximación; la hermenéutica no es otra cosa que la teoría que regula la transición de la estructura de la obra al mundo de la obra75 Riccsur habla aquí de «a primera vista» o de una «primera aproximación» porque, en realidad, el proceso es un tanto más complejo y exige convocar alguno de los elementos que se han visto más arriba. En primer lugar, hay que recordar que estamos hablando de «obras completas» y que el marco no es el del lenguaje ordinario, sino el de la literatura, más en concreto, el regido por los géneros literarios. Recogiendo una idea de Northrop Frye, Ricoeur apunta que la metafísica y la teología afirman, pero la poesía, no; la poesía ignora la realidad y se limita a forjar una fábula. «La obra del poeta, como la del matemático puro, es conforme con la lógica de sus hipótesis sin relacionarse con una realidad descriptiva». Así es como la aparición del fantasma en Hamlet responde a la concepción hipotética de la obra: nada se afirma de la realidad de los fantasmas; pero debe haber un fantasma en Hamlet. Entrar en la lectura es aceptar esta ficción; la paráfrasis que intentara la descripción de algo desconocería las reglas del juego. En ese sentido, la significación de la literatura es literal: .dice lo que dice y nada más.

Ibidem, 189. Ricceur, La Métaphore vive..., 277-278. En el cuerpo del texto Ricoeur alude, por dos veces, a la provisionalidad que tiene esta descripción; a lo largo de este apartado tendremos ocasión de comprobar los matices a que debe ser sometida la pretendida igualdad de términos. No obstante, lo que permanece sierripre es la distinción entre el ámbito del sentido (lingüístico) y el de la referencia (extralingüístico). Así en muchos otros lugares: «hemos aislado a propósito el «sentido» del enunciado metafórico, es decir su estructura predicativa interna, de su «referencia», es decir su pretensión de alcanzar un real extralingüístico, por tanto su pretensión de decir algo verdadero», Ricoeur, «De l’interprétation»..., 23.

Ca,ptar el sentido de un poema es comprenderlo tal como se presenta, como poema en su totalidad76. Ahora bien, como puso de manifiesto Jakobson, al entrar en el dominio de la poesía lo que se produce no es la supresión de la función referencial, sino su alteración profunda por medio de la ambigüedad: la supremacía de la función poética sobre la referencial no anula Ja referencia (la denotación) sino que la vuelve ambigua. (...) Esto aparece perfectamente subrayado en los preámbulos de los cuentos de hadas de numerosos pueblos; por ejemplo, el exordio habitual de los narradores mallorquines: Aixo era i no era11. En las ideas de Frye y Jakobson se adivina ya el camino que toma Ricceur. Cuando afirmaba que tanto el análisis semiótico como la descripción fregeana sólo decían media verdad78, estaba aludiendo a estas condiciones: los signos, las palabras, de un texto no tienen en primera instancia sino un sentido, porque su referencia primera, aquello que designan, queda como «en suspenso»79 hasta el final del texto literario donde el conjunto de los signos crea una nueva referencia. Estas dos referencias son las que Ricceur denomina respectivamente referencias de primer y segundo grado. De entre las dos, la referencia de segundo grado es la referencia primordial80. Ricceur lo ejemplifica con un verso de Baudelaire. Cuando leemos «la naturaleza es un templo, donde columnas vivientes...», no estamos imaginando una naturaleza y un templo con columnas, sino que retenemos la significación de las palabras y las frases de modo que, concluida la lectura de todo el poema, con la imaginación hemos construido un concepto de «creación sacralizada»81. Esa creación conceptual

Véase Ricoeur, La Métaphore vive..., 284-285. Ibídem, 282. Véase P. Ricoeur, «L’imagination dans le discours et dans i’action», Du texte á l ’action. Essais d ’herméneutique II..., 220. La referencia primera está en suspenso, porque, en realidad, está destruida: «Toda la estrategia del discurso se juega precisamente en este punto: intenta obtener la abolición de la referencia por la auto-destrucción del sentido de los enunciados meta­ fóricos, auto-destrucción hecha manifiesta por una interpretación literal imposible. Pero esto no es sino la primera fase o, más bien, la contrapartida negativa de una estrategia positiva; la autodestrucción del sentido, bajo el golpe de la impertinencia semántica es sólo el reverso de una innovación de sentido al nivel del enunciado entero, innovación obtenida por la «torsión» del sentido literal de las palabras. Es esta innovación de sentido la que constituye la metáfora viva», Ricoeur, La Métaphore vive..., 289. Véase Ricceur, «L’imagination dans le discours et dans l’action»..., 220. Porque arruinar el sentido literal —que privilegia la deixis— no es otra cosa que liberar la imaginación para producir el sentido verdadero. Una buena descripción

es la que Ricceur denomina «referencia primordial». Por eso Ricoeur concluye el proceso así: Lo que es necesario comprender es el encadenamiento entre estos tres temas: en el discurso metafórico de la poesía, el poder referencial va unido al eclipse de la referencia ordinaria; la creación de la ficción heurística es el camino para la redes­ cripción; la realidad, llevada al lenguaje, une manifestación y creación.82 Con esto llegamos ya al núcleo de toda la argumentación: ¿cuál es la referencia en la obra literaria? La respuesta de Ricoeur es sencilla: la que se crea mediante el sentido de esa obra. Si hacemos memoria de lo visto hasta aquí, comprobaremos hasta qué punto encajan todas las nociones que se han descrito. En primer lugar, la referencia: la referencia, tanto en los términos fregeanos como en los de Benveniste, es «aquello de lo que se habla», en rigor «algo extralingüístico». Pero ese algo extralingüístico, en el caso de la metáfora, y de modo más general en todas las obras literarias, se construye en el momento de la lectura. Aquello que imaginamos al leer, aquello sobre lo que pensamos, aquello de lo que hablamos, es el mundo que se crea en la lectura de un texto. Por eso, la lectura es el acontecimiento que da lugar a la creación de la referencia a partir del sentido83. En esta formulación de la cuestión se dan cita diversas nociones presentes en la filosofía del lenguaje84, y en la teoría del conocimiento85, pero, si nos fijamos bien, al final de todo el proceso lo que tenemos

en M. Philibert, «Philosophical Imagination: Paul Ricoeur as the Singer ofRuins», L.E. Hahn (ed.), The Philosophy o f Paul Ricceur..., 127-137. Ricoeur, La Métaphore vive..., 301. «En el enunciado metafórico (ya no hablaremos más de metáfora como palabra sino como frase), la acción contextual crea una nueva significación que tiene el estatuto de acontecimiento puesto que sólo existe en ese contexto. Pero, al mismo tiempo, podemos identificarla sin dificultad, ya que su construcción puede repetirse; así, la innovación de una significación emergente puede ser tomada por una creación lingüística. Si una parte influyente de la comunidad lingüística la adopta, puede convertirse en una significación usual y pasa a formar parte de la polisemia de las entidades léxicas contribuyendo así a la historia del lenguaje como lengua, código o sistema. Pero en este último estadio (...) ya no es metáfora viva sino muerta. Sólo las metáforas auténticas, las metáforas vivas, son al mismo tiempo, acontecimiento y sentido» (ibídem, 127). Debemos recordar que Searle, al hablar de la referencia, la situaba en el orden del significado: «el significado es anterior a la referencia; la referencia existe^en virtud del significado», Searle, Actos de habla..., 99. Ésta es una radicalización difícilmente reconocible al hablar de objetos, sin embargo, como veremos ense­ guida, es aplicable al hablar de textos cuya referencia no es ostensible. Véanse, si no, las aporías que plantea Lledó: «La forma gráfica tiene relación directa con aquello que indica. Es una agrupación de letras que van, según se

es .una descripción de la fenomenología de la lectura perfectamente reconocible. En efecto, en el habla cotidiana86, la referencia nos precede: aquello de lo que hablamos es un objeto, presente o no, pero identificable87; en cambio, en la obra literaria, por la suspensión de las referencias ostensivas, los signos crean el sentido y el sentido construye la referencia. Por eso se puede afirmar que el sentido, al actualizarse, es la referencia. 4.1. La referencia en la narración: la cuestión de las narraciones históricas Hasta aquí se han resumido los pasos principales de la teoría de la referencia de los textos literarios propuesta por Ricceur. En propiedad, la justificación epistemológica se ofrecía únicamente a propósito de la metáfora, ya que es en la referencia m etafórica donde el problem a de la ocultación de la referencia ordinaria presenta su forma más radical. Sin embargo, también se ha apuntado que, en la epistemología de Ricoeur, la metáfora, para efectuar su proceso de creación de referencias, tenía que estar situada en un contexto apropiado: en un marco de obras escritas88.

agrupen, construyendo referencias y determinados sentidos. Pero los sentidos y las referencias no están en ellos. Tampoco están en la mente. Se comprende, pues, el sueño platónico de las Ideas. Si no están en la palabra y no pueden estar como tal en la mente, en la interioridad, tienen que estar en algún sitio, pues el estar supone un lugar. Pero esto implica que los significados, el mundo que señalan las palabras, el universo teórico que constituyen, está en alguna parte: es un estar. Si, por consiguiente, poseen un problemático estar; si, en definitiva, no están, tal vez pudiera plantearse el problema de en qué consiste su existencia, su presencia, su ser», Lledó, El silencio de la escritura..., 69. También aquí habría que precisar mejor: tendríamos que decir que en «ámbitos no-literarios». Volveremos a este punto más tarde, a propósito de las tesis de Kate Hamburger. Algún autor se pregunta si esta referencia de la que habla Ricosur se puede asimilar de alguna manera a Ja noción de «concepto» y concluyen que no alcanza tanta nitidez (véase B. Celano, «Senso e concetto», G. Nicolaci (ed.), Filosofie per intersezione. Saggi su Aristotele, Leibniz, Peirce, Bloch, Heidegger, Ricaur, Palermo, Epos, 1990, 139-176). La cuestión depende también del punto de vista que se adopte: ciertamente, en el caso de la referencia en los textos estamos en un ámbito de universales (lo común) y de singulares (cada lectura). Desde esta perspectiva sí hay equivalencias entre ambas nociones. Ricoeur, La Métaphore vive..., 284-285. De hecho, Ricoeur llegaba al estudio de la metáfora desde los símbolos. El símbolo, para su interpretación, necesita de un lugar intermedio; del mismo modo, una metáfora llama a otra, no obra sola. En la teoría del «modelo» aplicada al lenguaje poético, Ricoeur encuentra ese lugar

Por eso el paso siguiente debe ser preguntarse si ese mismo proceso de refiguración se puede aplicar a otro tipo de textos. En concreto, Ricceur se pregunta si puede aplicarse a las narraciones. Una primera respuesta de carácter intuitivo nos dice que sí. La metáfora se aplica a una redescripción de la realidad en el campo de los valores estéticos o sensoriales, y, de modo muy semejante, la narración se aplica a la descripción del campo práctico de la acción89. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas: la narración presenta, al menos en una prim era instancia, dos problemas particulares que no están presentes en la m etáfora. Por una parte, en la narración tenemos dos tipos de relatos, los históricos y los ficticios, que no pueden tratarse de la misma manera ya que los relatos históricos, en principio sí tienen una referencia: los hechos que sucedieron. Por otra parte, frente al presente de la m etáfora, la narración introduce el problema de la temporalidad. Vayamos al primer problema, a la suspensión de la referencia primera en el caso de las narraciones históricas. Ciertamente, cada uno de los sucesos, cada una de las acciones que se invocan en una narración histórica tiene su referencia en lo ocurrido antes, en lo que sucedió una vez. Sin embargo, lo que no tiene esa referencia es el curso de esas acciones: después de todo, una narración lo que hace es organizar unas acciones a causa de otras, y esa organización no tiene una referencia en lo ocurrido90. La referencia, el curso de acciones, se crea en el texto. En cierta m anera, estam os ante el m ism o procedim iento que encontrábam os a propósito de la metáfora: allí cada uno de los elementos invocados — la naturaleza, el tem plo, las columnas^ etc.— suspendía su referencia de primer grado para crear una nueva, y aquí ocurre lo mismo. El procedimiento se percibe mejor sí se unen en este punto la narración histórica y la narración de ficción. La narración histórica se vincula a lo que ocurrió, pero que no está presente y, por tanto, si se hace presente, es por obra de la imaginación; la narración ficticia se vincula a lo no ocurrido. En ambos casos, para hacer presente el curso de las acciones hay que recurrir a los procedimientos

intermedio. Véase P. Ricceur, «Parole et symbole», Revue des sciences religieiises, 1975, n° 49/1-2, 145-146, 156-157. «Este poder de redescripción metafórica de la realidad es exactamente paralelo a la función mimética que hemos asignado (...) a la ficción narrativa. Esta se ejerce preferentemente en el campo de la acción y de sus valores temporales, en tanto que la redescripción metafórica reina más bien en aquél de los valores sensoriales, pa­ téticos, estéticos y axiológicos que hacen del mundo un mundo habitable». Ricoeur, «De 1’interpretation»..., 24. Como se verá más tarde, es en el marco de una narración donde la «acción» pasa a ser «acontecimiento». Véase Ricoeur, Temps et récit /..., 240; Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 44.

napativos que son los que permiten crear esa nueva referencia91. La operación es arriesgada, al menos en apariencia, pero no cabe duda de que es una buena descripción de las operaciones de comprensión de los relatos históricos y ficticios. Ricceur lo expresa más claramente cuando denomina a esa primera referencia suspendida en los relatos mimesis I y designa con ella «el antes» de la composición poética92. Así las cosas, queda todavía un problema: la diferencia entre el relato de la historia y el relato de ficción. La diferencia entre ambos debe mantenerse en algún lugar, incluso en la manera de configurar o de leer los textos, pues es evidente que leemos los textos históricos como tales y los ficticios como ficticios. La diferencia entre ambas estriba en que el relato de ficción, a través de la trama, construye «con los únicos recursos de la ficción los esquemas de inteligibilidad. El mundo de la ficción es un laboratorio de formas en el que ensayamos configuraciones posibles de la acción para probar su consistencia y su plausibilidad»93. Por su parte, el relato de la historia combina la coherencia narrativa y la conformidad con los documentos94. De ahí también que la lectura del relato de la historia, sea una lectura controlada: no sólo debe hacer justicia a lo ocurrido el proceso relatado, sino también los acontecimientos y la selección de tales acciones95. Pero estas diferencias nos introducen en el otro problema que se planteaba en el caso de la referencia en las narraciones frente a la descripción que se daba a propósito de la metáfora. Dada la complejidad de operaciones que se dan en las narraciones no se puede hablar sin más de creación de una nueva referencia. Por eso «Al igual que la ficción narrativa no deja de tener referente, la referencia propia de la historia no deja de tener un parentesco con la referencia «productora» del relato de ficción. No es que el pasado sea irreal: pero el pasado real es, en el sentido propio de la palabra, inverificable. En tanto que ya no está presente, no puede ser contemplado sino indirectamente a través del discurso de la historia. Es aquí donde el parentesco con la ficción se impone. La reconstrucción del pasado, como ya lo había dicho Collingwood con fuerza, es obra de la imaginación», Ricoeur, «De l’interprétation»..., 18. Ricoeur, Temps et récit 1..., 76. Ricoeur, «De l’interprétation»..., 17. Ibídem, 18. El reverso es la operación de lectura. Como dice Lotman, «un texto no es la realidad, sino el material para reconstruirla. Por ello el análisis semiótico debe preceder siempre al histórico», I. Lotman, B. Uspenskij, Semiótica e Cultura, Milano, Ricciardi, 1975,47. Ricoeur, Temps et récit III..., 271-272. Breves precisiones a esta teoría, por parte de D. Cohn y B. Herrnstein-Smith, pueden verse en M. Abrioux, «Narratología», O. Ducrot, J.M. Schaeffer, Nuevo diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje..., 214-217.

Ricoeur utiliza la expresión «refiguración». Lo que nace del relato es una refiguración de la realidad acontecida96, pero, precisamente porque es el resultado de una operación compleja, hay que asignarle un lugar más preciso que el que se le daba en la metáfora: ese lugar es la lectura. La refiguración de una narración, y por tanto también de una metáfora, es el resultado de la intersección entre el mundo del lector y el mundo que presenta el texto97. Finalmente, la invocación de la referencia en los relatos históricos tiene una ulterior consecuencia que afecta a otros muchos ámbitos de la comprensión de la realidad, pues esta «función de transfiguración de lo real que reconocemos a la ficción poética implica que dejemos de identificar realidad con realidad empírica o, lo que viene a ser lo mismo, que dejemos de identificar experiencia con experiencia empírica»98. Esta última nota nos hace volver la vista atrás, a la hermenéutica, ya que donde la noción de refiguración cobra su verdadero valor es en la dimensión hermenéutica. Es lo que tratamos ahora, al abordar algunos aspectos de lo que Ricceur denomina «mundo del texto». 5. El mundo del texto Con lo visto hasta el momento, podemos abordar ya la categoría central de la hermenéutica de Paul Ricoeur: el mundo del texto. Todo cuanto se ha sintetizado en este capítulo — la descripción de lo que Ricoeur entiende por textualidad, las categorías de lectura e interpretación de la obra literaria, etc.— abocaba en la descripción de la creación de la referencia en los textos literarios. Y la referencia que se crea en la lectura de un texto es lo que Ricoeur denomina el «mundo del texto». Ahora bien, esta categoría no se encuentra sólo al final del proceso de interpretación de los textos, sino que, en Ricoeur, es también la categoría que de «La refundación del problema —se refiere a las relaciones de complementariedad entre el relato histórico y el relato de ficción— y de su solución justificará el cambio terminológico que nos ha hecho preferir, con mucho, el término refiguración frente a referencia», Ricoeur, Temps et récit III..., 148. En Temps et récit escribe: «Este recurso a la mediación de la lectura marca la diferencia más sensible entre este trabajo y La Métaphore vive. Entre otras cosas porque, en aquella obra, yo había creído poder conservar el vocabulario de la referencia, caracterizado como redescripción del trabajo poético en lo vivo de la experiencia cotidiana. (...) Una reflexión más precisa sobre la noción de mundo del texto y una caracterización más exacta de su estatuto de trascendencia en la inmanencia me han convencido de que el paso de la configuración a la refiguración exigía la confrontación entre dos mundos, el mundo ficticio del texto y el mundo real del lector. El fenómeno de la lectura llegaba a ser, al mismo tiempo, el mediador necesario de la refiguración» (ibidem, 230-231). Ricoeur, «De Pinterprétation»..., 24.

la qye identifica su peculiar posición en la hermenéutica contemporánea. Para Ricceur el mundo del texto es la categoría central en su hermenéutica textual", ya que, por una parte, esta noción le permite coincidir —y tomar distancia al mismo tiempo— con la hermenéutica que le precede. Por otra parte, como se ha visto, el concepto es el resultado de la intersección de la hermenéutica con los procesos de crítica literaria100. ¿Qué es el mundo del texto? Tal como se ha visto en las últimas páginas, el mundo del texto es la referencia que se crea al leer el texto, la refiguración de la realidad que se efectúa en la lectura de un texto literario. Estas denominaciones, junto con otras semejantes — como mundo de la obra o cosa del texto— son normalmente intercambiables. Lo que se señala bajo la denominación «mundo del texto» es la dimensión hermenéutica de esta realidad. El mundo del texto es el referente de la obra literaria que, por estar en ruptura con el lenguaje cotidiano, nos abre nuevas posibilidades de ser-en-el-mundo101; es por eso «la propuesta de un mundo en el que yo pudiera vivir y proyectar mis poderes más propios»102, una descripción de «las maneras de habitar en el mundo»103, de las virtualidades del seren-el-mundo: «Tomando siempre como guía las categorías de la hermenéutica general, abordo ahora la categoría que he llamado «la cosa del texto» o «el mundo del texto». Puedo decir que es la categoría central tanto para la hermenéutica filosófica como para la hermenéutica bíblica. Todas las demás categorías se articulan sobre ella. (...) La «cosa del texto», he aquí el objeto de la hermenéutica. La cosa del texto es el mundo que el texto despliega delante de sí. Y este mundo, añadimos pensando sobre todo en la «literatura» poética y de ficción, toma distancias frente a la realidad cotidiana hacia la que apunta el discurso ordinario», Ricoeur, «Herméneutique philosophique et herméneutique biblique»..., 125-126. «La significación de una obra se puede entender en dos sentidos distintos. En primer lugar, el mundo de la obra: ¿qué cuenta?, ¿qué personalidad refleja?, ¿qué sentimientos expresa?, ¿cuál es su finalidad? Estas son las preguntas que surgen espontáneamente en cualquier lector; afectan a lo que llamaré (...) la referencia, en el sentido de dimensión ontológica de una obra; la significación, en una obra, es la proyección de un mundo posible habitable; esto es lo que Aristóteles tiene presente cuando relaciona el mythos con la mimesis de las acciones humanas. Pero el problema que se plantea la crítica literaria sólo concierne a la configuración verbal o al discurso en cuanto cadena inteligible de palabras», Ricoeur, La Métaphore vive..., 119. Véase Ricceur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 115. Véase también E. Blondel, «El suspenso y el rodeo. La problemática del «mundo del texto» en Paul Ricceur», Semiosis, 1989, n° 22/23, 165-174. Ricceur, Temps et récit I..., 122. «Toda obra de ficción, sea verbal o plástica, narrativa o lírica, proyecta fuera de ella misma un mundo que puede llamarse el mundo de la obra. Así la epopeya, el

La noción de mundo del texto exige que abramos (...) la obra literaria hacia un «afuera» que ella proyecta frente a sí y ofrece a la apropiación crítica del lector. Esta noción de apertura no contradice la clausura implicada por el principio formal de configuración. Una obra puede estar a la vez cerrada sobre ella misma en cuanto a su estructura y abierta hacia un mundo, al modo de una «ventana» que recorta la perspectiva huidiza de un paisaje ofrecido. Esta apertura consiste en la proposición de un mundo susceptible de ser habitado. Desde esta perspectiva, un mundo inhospitalario tal como lo proyectan numerosas obras modernas no es tal sino en el interior de la misma problemática de un mundo habitable. Esto que llamamos aquí experiencia ficticia del tiempo es sólo el aspecto temporal de una experiencia virtual de estar en el mundo propuesto por el texto. De esta forma, la obra literaria, escapando a su propia clausura, «se relaciona con...», «se dirige a...», en resumen, «trata de...». En virtud de la recepción del texto por el lector y por la intersección de esta experiencia ficticia y la experiencia viva del lector, el mundo de la obra constituye lo que yo llamo una trascendencia inmanente al texto.104 En la terminología utilizada, se percibe claramente que en la base de la noción de mundo del texto de Ricceur están las categorías hermenéuticas de Gadamer, donde encontram os planteam ientos semejantes en torno a las nociones de suspensión de la referencia e incremento de ser en la representación105; el concepto es también deudor del análisis de la comprensión que Ricoeur encuentra en Heidegger106 y Husserl107.

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drama, la novela, proyectan bajo el modo de la ficción maneras de habitar el mundo que están en espera de ser retomadas por la lectura, capaz a su vez de brindar un espacio de confrontación entre el mundo del texto y el mundo del lector», Ricosur, Temps et récit II..., 14. Ibídem, 150-151. El concepto, como apunta Ricceur en otro lugar, viene descrito, en Gadamer, desde la noción de juego, y desde la representación cómo producción. Dos textos de Gadamer nos ahorran toda la explicación: «en el comportamiento lúdico no se produce una simple desaparición de todas las referencias finales que determinan a la existencia activa y preocupada, sino que ellas quedan de un modo muy particular en suspenso», Gadamer, Verdad y método..., 144. Y esta otra: «Cada represen­ tación viene a ser un proceso óntico que contribuye a constituir el rasgo óntico de lo representado. La representación supone para ello un incremento de ser», (ibídem, 189). «Retengo de este análisis de la comprensión (Befmdlichkeit) de Heidegger la idea de la “proyección de los posibles más propios” para aplicarla a la teoría del texto. Lo que hay que interpretar en un texto es una proposición de mundo, de un mundo tal que yo pueda habitarlo y donde pueda proyectar uno de mis posibles más propios. Esto es lo que yo llamo el mundo del texto, el mundo propio a este texto único». Ricceur, «La fonction herméneutique de la distantiation»..., 114-115.

Sin embargo, como se ha visto al final del capítulo anterior, la noción de murido del texto es la que le permite a Ricoeur precisar su propia posición herme­ néutica frente a la hermenéutica romántica y también frente a la hermenéutica ontológica. Frente a la hermenéutica romántica, con la noción de mundo del texto, Ricceur clarifica el objeto de comprensión: «Lo que hay que comprender en un relato no es a aquél que habla detrás del texto, sino aquello de lo que habla el texto, la cosa del texto, es decir, el mundo que la obra despliega en cierta manera delante del texto»108. Frente a la hermenéutica ontológica, la diferencia es más sutil: la tesis de Ricoeur es que la categoría mundo del texto está constituida por figurativos de la imaginación, y por tanto no pertenece a la realidad cotidiana: esto es lo que la distingue esencialmente de la categoría de texto — utilizada por Gadamer— que puede permanecer en el ámbito de la pertenencia109. 6. Recapitulación: la interpretación de los textos según Paul Ricceur Estos dos capítulos han abordado la doctrina de Paul Ricoeur en torno al texto y a su interpretación. Antes de introducirnos en el análisis de la narración y de la metodología del análisis narrativo, será provechoso intentar recapitular, aunque sea de manera somera, lo visto hasta ahora, es decir, lo que puede recibir una teoría de la interpretación de la narración de una teoría más abarcante de la interpretación de los textos. Parece claro, según la propuesta de Ricoeur y también de otros muchos autores, que hoy en día una teoría literaria no puede prescindir de una teoría hermenéutica. Por una parte, porque todo análisis lleva implícita una teoría hermenéutica; por otra, porque el análisis de textos debe incorporar la subjetividad presente necesariamente en quien comprende un texto.

«Me. he arriesgado a hablar una primera vez de la dimensión creadora del distanciamiento sirviéndome de una expresión tomada de Husserl: yo he hablado de las variaciones imaginativas sobre mi ego para expresar las posibilidades nuevas que abre en mí la «cosa» del texto», Ricoeur, «Herméneutique philosophique et herméneutique biblique»..., 128. Ricceur, «Expliqueretcomprendre...», 168. «Esta última consecuencia de una hermenéutica que coloca la «cosa del texto» por encima de la comprensión de sí, tal vez sea la más importante, si se considera la tendencia más general de la hermenéutica existencial a acentuar el momento de decisión delante del texto; diré, por mi parte, en la línea de una hermenéutica a partir del texto y de la cosa del texto, que es a mi imaginación a quien habla el texto proponiéndole los «figurativos» de mi liberación», Ricoeur, «Herméneutique philo­ sophique et herméneutique biblique»..., 128-129.

Así las cosas, las tesis de Ricoeur son muy interesantes, en cuanto entiende la hermenéutica como hermenéutica general, como comprensión. Sin embargo, esta hermenéutica encuentra su paradigma en la hermenéutica de textos. Con esta propuesta, Ricoeur modifica la posición que había sostenido hasta comienzos de los años 70, cuando pensaba que el paradigma primordial de la hermenéutica lo constituía la interpretación de los símbolos. Para la crítica de textos literarios, este cambio representa la insigne ventaja de poder entender su actividad en el marco de unos horizontes mucho más amplios. Pero aceptar la subjetividad en la comprensión de los textos implica, en la práctica, cambiar de objeto en la interpretación. El objetivo final de la hermenéutica, como el de las ciencias humanas, no es la comprensión del texto sino la comprensión de sí mismo delante del texto. En esto Ricoeur coincide con la tradición interpretativa de los textos anterior a él, tanto en la versión de la hermenéutica romántica como en la de la hermenéutica ontológica. Donde no coincide con ninguna de las dos, y donde se manifiesta la peculiaridad de la concepción de Ricoeur, es en el modo en que se especifica esta comprensión hermenéutica. Ahí está la ganancia del pensamiento de Ricoeur para la crítica literaria. La fuerza de la argumentación del fenomenólogo francés reside, probablemente, en dos lugares: en saber determinar con claridad el objeto de interpretación — el «mundo del texto»— y en lograr conjugar la objetividad metodológica con la radicalidad de la comprensión inmediata. El objeto de la hermenéutica textual es, para Ricoeur, el mundo del texto. En esta formulación, hay una oposición a la hermenéutica romántica que tiene por objeto la mente del autor (la intentio auctoris), y una cierta distancia con la hermenéutica ontológica que tiene en la lectura del texto el objeto de comprensión (con lo que, en cierta manera, la comprensión del texto queda a la deriva, pues se privilegia la intentio lectoris). Ahora bien, en Ricoeur la cercanía a la hermenéutica ontológica y la lejanía respecto de la hermenéutica romántica se equilibran si'se tiene presente que, para él, la hermenéutica es una producción, una tarea que cuenta con las herramientas del análisis del lenguaje. Si la hermenéutica se entiende así, no hay en esta tesis una oposición directa a la concepción de la hermenéutica romántica que también contaba con este presupuesto. Donde se opone a esta hermenéutica es en la antinomia «explicar (Erklaren) y comprender ( Verstehen)». La hermenéutica romántica consideraba la explicación como procedimiento de las ciencias de la naturaleza, irreconciliable por tanto con los procedimientos orientados a la comprensión de las ciencias del espíritu. Ricoeur piensa que esta antinomia está hoy en día superada, pues considera que hay una cierta homología entre algunos movimientos lingüísticos, como el estructuralismo, con el positivismo explicativo de las ciencias de la naturaleza. Por tanto, para Ricoeur, no es posible hablar de

oposición; la explicación es una fase de la comprensión: explicar más es comprender mejor. Con la hermenéutica ontológica, en cambio, la oposición es aquí más profunda, pues ésta partía de la ausencia de la fase metódica en la comprensión. De esta concepción de la hermenéutica como tarea, como trabajo, se derivan también consecuencias importantes para la interpretación de los textos literarios, es decir, de los textos configurados como obras autónomas. La tarea de la hermenéutica consiste en describir el proceso que, en la comprensión de un texto, va desde la prefiguración del texto (lo que Ricceur denomina mimesis I) a la refiguración (mimesis III), mediante la configuración (mimesis II). Este triple desplegarse de la mimesis del texto tiene dos importantes consecuencias para la comprensión y la crítica de la obra literaria. En primer lugar, el texto es configuración. Por tanto, la mimesis / /e s la funciónpivote. Pero la configuración es sentido: sobre el campo de la realidad acotada (la referencia suspendida, la prefiguración), la lectura produce la refiguración (que es la referencia, el mundo del texto). Segunda consecuencia: la crítica literaria tiene como objeto la mimesis II, es decir, la configuración. La crítica, en este lugar, debe tener en cuenta tres pasos: la ordenación general, el género literario y el estilo. Cuando esta crítica, cuyo ámbito es la mimesis II, es decir, el ámbito del sentido, quiere ignorar la referencia, o absolutizar el sentido (pasando por alto, o englobando en ella misma, la mimesis I y la mimesis III), o, dicho en otras palabras, cuando confunde «explicar» y «comprender» (porque permanece en el inmanentismo metodológico del explicar), se convierte en un ejercicio vano. Pero queda un aspecto muy importante referido a la interpretación de los textos. El sentido presente sin duda en toda lectura, ¿es creación de la lectura o está de alguna manera instituido en el texto? Frente al planteamiento radical del estructural ismo, o a posturas propias del deconstruccionismo, Ricceur adopta una postura en la que se incluye tanto la comunicación del sentido como una cierta creación de sentido en la lectura: el «mundo del texto», la referencia de la obra literaria, es resultado de las instrucciones al lector, presentes en el texto, y las condiciones propias del lector. En otras palabras, se podría afirmar que esto supone una elección más cercana a la intentio operis110 que a la intentio auctoris, o a la intentio lectoris. Esta cuestión de la interpretación del texto tiene sus derivaciones. La primera es clara: ¿cómo justificar la objetividad de una interpretación? Algún autor ha sugerido que esta noción de «mundo del texto» es vulnerable, pues no tiene procedimientos

La misma expresión es ambigua —¿cómo atribuirle operaciones a algo que no es un sujeto?—, y por tanto no está explícitamente en Ricceur; el concepto, sí. Utilizamos la expresión en el sentido presente en la crítica literaria actual y descrito, más o menos, en Eco, / limili dell’interpretazione..., 24-38.

de verificación111. Pero esto supone equivocar la epistemología de Ricoeur. En efecto, Ricoeur acepta que en las ciencias humanas no hay procedimientos rigurosos de verificación, pero sí los hay de validación. Siguiendo las propuestas de Hirsch112, dirá que hay reglas para conjeturar, y reglas para validar la conjetura113. Este procedimiento coincide en lo esencial con la dialéctica entre explicar y comprender, y con el círculo hermenéutico de Schleiermacher114. En este proceso de interpretación el criterio principal podría acabar por ser éste: una interpretación no debe ser solamente probable, sino más probable que otra. Hay criterios de superioridad relativa (...), no es verdad que todas las interpretaciones sean equivalentes. (...) El texto es un campo limitado de construcciones posibles.115 Pero este criterio de validación, tal vez haya que completarlo con un segundo criterio no menos importante. Ricoeur lo formula así: «Ni en crítica literaria ni en las ciencias sociales hay lugar para una última palabra. O, si la hay, la denomino violencia»116.

Véase S. Clark, Paul Ricceur, New York, Routledge, 1990, 190. Véase E.D. Hirsch Jr., Validity in Interpretation, New Haven and London, Yale U.P., 1967; E.D. Hirsch Jr., The Aims o f Interpretation, Chicago, The University of Chicago Press, 1976. Una reseña de Ricoeur al segundo volumen de Hirsch, puede verse en P. Ricceur, «Construing and Constructing. Reiview of E.D. Hirsch Jr., «The Aims of Interpretation»», The Times Supplement (25.2.77), n° 3911, 216. Sobre las relaciones entre Hirsch y Ricoeur, véase Palti, «Auge y caída de la hermenéutica: la crítica literaria en Estados Unidos luego delNew Criticism»..., 177-184. Véase Ricoeur, «Lamétaphore et le probléme central de 1’herméneutique»..., 105. «Esta dialéctica de conjeturar y validar constituye una figura de nuestra dialéctica entre explicar y comprender. (...) La conjetura corresponde a lo que Schleiermacher denomina el momento de «adivinación», la validación a lo que él denomina el momento «gramatical» de la interpretación. Mi contribución a la teoría de la dialéctica será relacionar ésta más estrechamente con la teoría del texto y de la lectura textual», Ricoeur, «Le modéle du texte...», 200. Ibídem, 202. Estamos pues ante criterios muy semejantes a los criterios de validación propuestos por Hirsch: los principios de probabilidad, la evidencia interpretativa, y la referencia a métodos, cánones, reglas y principios. Véase Hirsch, Validity in Interpretation..., 171 ss. Ricoeur, «Le modéle du texte...», 205. Como dice Steiner: «Toda estética, todo discurso crítico y hermenéutico es un intento de clarificar la paradoja y la‘opacidad de ese encuentro y de sus felicidades. El ideal de eco completo, de recepción traslúcida, es, ni más ni menos, el ideal de lo mesiánico porque, en la ley mesiánica, cada movimiento y cada marcador semánticos se convertirán en verdad perfectamente inteligible», Steiner, Presencias reales..., 171.

IV LA NARRACIÓN

1. Introducción

Uno de los objetivos que se planteaban en el inicio del trabajo era descubrir qué nuevas luces podía encontrar el análisis del relato en el horizonte del pensamiento de Paul Ricceur. La esperanza era fundada, pues la crítica reconoce como uno de los méritos de Ricoeur el hecho de haber aportado a la teoría literaria contemporánea la mejor clarificación de la narración —y, de manera derivada, de los métodos de análisis narrativo— en su horizonte hermenéutico1. En la primera parte de este trabajo, se han hecho explícitas las condiciones de la interpretación de los textos presentes en el pensamiento de nuestro autor, así como el marco epistemológico en el que se mueve, .tanto en el ámbito de la hermenéutica filosófica como si lo situamos con referencia a la teoría literaria contemporánea. También se ha visto que estas dos disciplinas no sólo no pueden ignorarse sino que deben implicarse mutuamente: la noción de texto reclama unos presupuestos hermenéuticos, de la misma manera que la herm enéutica filosófica encuentra en la noción de texto, y en sus análogos, el camino para superar la arbitrariedad en la comprensión. Ahora bien, en el pensamiento de Ricceur, la dimensión hermenéutica de la narración se puede abordar desde diversas perspectivas. De hecho, la inves­ tigación sobre la narración que propone en Temps et récit se entiende en las siguientes obras de Ricceur como un camino para la comprensión de sí mismo. En Soi-méme comme un autre, por ejemplo, nuestro autor propone la tesis de que la comprensión de sí mismo no se realiza según la intropatía que se sigue de la tradición del Cogito sino que se alcanza a través de rodeos, muchas veces de corte narrativo: la comprensión de sí mismo es el fruto de una ^narración «Temps et récit constituye en la actualidad el intento más logrado de una herme­ néutica de la función existencia del relato», véase Schaeffer, «Motivo, tema y fun­ ción»..., 594.

autobiográfica en la que se muestra lo que somos al compararlo con lo que podíamos haber sido2. Lo que comprendemos sobre nosotros mismos es el resultado de una articulación narrativa de los acontecimientos que hemos vivido. Pero el alcance de estos acontecimientos vividos sólo lo obtenemos al comparar lo que hemos sido con lo que podíamos haber sido; y esto último, lo posible, lo conocem os, sin haberlo vivido, por los relatos de ficción. Con este empadronamiento entre lo histórico y lo ficcional acaba por reconstruirse la identidad personal que, al fin y al cabo, es narrativa3. Pero, como se ha dicho, éstas son consecuencias del valor hermenéutico de la narración: Ricceur mismo anota que estas tesis han nacido precisamente al hilo de las conclusiones de Temps et récit4. Ahora, en cambio, estamos en una dimensión previa de la cuestión: nos interesa la interpretación de la narración — y de los modelos de análisis narrativo— cuando ésta se sitúa en el horizonte de la hermenéutica. Clarificado este punto, la investigación se retoma aquí en lugar donde concluía el anterior capítulo. Allí se ha visto el proceso por el que en la lectura de los textos literarios se realiza la creación de nuevas referencias merced a la suspensión de la referencia ordinaria. Nos encontramos, por tanto, ante un caso de innovación semántica. La operación es común a la m etáfora y a la narración: ambas — narración y metáfora— se insertan en la misma operación de innovación semántica que, en el caso de la metáfora, conduce a una nueva pertinencia en la predicación, y, en el caso del relato, lleva a una nueva congruencia mediante la construcción de la trama5. La trama de la narración se puede comparar a la asimilación predicativa de la metáfora, pues «toma juntos», e integra en una historia total y completa, acontecimientos múltiples y dispersos:

«Podía tener por válida la siguiente cadena: la comprensión de sí es una interpre­ tación; la interpretación de sí, a su vez, encuentra en el relato (...) una mediación privilegiada; este último préstamo de la historia y de la ficción hace de la historia de una vida una historia ficticia, o si se prefiere, una ficción histórica entrecruzando el estilo historiográfíco de las biografías con el estilo novelesco de las autobio­ grafías imaginarias», Ricoeur, Soi-méme comme un autre..., 138, nota 1. P. Ricceur, «La identidad narrativa», Historia y narratividad..., 215-230. Más tarde Ricceur ha querido subrayar el valor de la memoria, pero también en este ámbito de la identidad narrativa: véanse Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y ol­ vido... ; Ricoeur, La mémoire, l ’histoire, L ’oubli... Véase Ricceur, Soi-méme comme un autre..., 29, 69, 167, etc. La identidad narrati­ va es la que señala el paso entre Temps et récit y Soi-méme comme un autre...:, véase A. Martínez Sánchez, «Acción e identidad. Sobre la noción de identidad na­ rrativa en Paul Ricoeur», Themata, 1999, n° 22, 195-199. Véase Ricoeur, «De Pinterpretation»..., 20-21.

de esa m anera esquem atiza la significación inteligible que se atribuye a la narración tomada como un todo6. Ahora bien, en la comparación de los dos procedimientos, la narración, frente a la metáfora, toma la forma de miembro marcado en la oposición, pues hay una característica que la atraviesa desde dentro que es la distinción entre narraciones históricas y ficticias. Pero además, a lo largo de la historia cultural a la que pertenecem os,, las fronteras entre la narración histórica y ficticia han sido bastante porosas, y han abundado — y abundan— los géneros fronterizos. Por ello, la propuesta de Ricoeur parece muy sugerente7. El propone tomar por un único género la narración, describiendo el género no por sus características formales sino por las funcionales, es decir como representación de la acción. Después, desde el horizonte hermenéutico, debe identificarse aquello que hace que una narración se pueda tener como histórica. Es en este marco donde podrá describirse adecuadamente el ser de algunas narraciones fronterizas, narraciones en definitiva que privilegian tanto el aspecto significativo de las acciones que corren constantemente el riesgo de ser tomadas por ficticias8. De esta primera aproximación se puede deducir que son tres los motivos que quedan por estudiar. En primer lugar, hay que describir la noción de narración que m aneja Ricceur; ya que, desde la perspectiva herm enéutica, no m ira directamente a la teoría de los géneros o a los modos de imitación sino a lo que se imita: en definitiva, está más preocupado por el qué se imita en la narración — las acciones, los acontecimientos múltiples y dispersos— que por el cóm o imita la narración. Esta noción de narración comporta un segundo motivo de estudio: qué supone la comprensión de la narración, qué elementos la integran y Véase Ricoeur, Temps et récit /..., 12. Se entiende también que la innovación se­ mántica consiste precisamente en la «invención» de la trama como obra de síntesis {ibidem, 11). «A lo largo del desarrollo de las culturas de las que somos herederos, el acto de narrar no ha dejado de ramificarse en géneros literarios cada vez más específicos. Esta fragmentación propone a los filósofos un problema mayor, en razón de la di­ cotomía que atraviesa el campo narrativo y que opone, por una parte, los relatos que tienen una pretensión de verdad comparable con la de los discursos descripti­ vos de las ciencias —digamos la historia y los géneros literarios conexos de la biografía y la autobiografía—, y, por otra parte, los relatos de ficción. (...) Frente a esta división sin fin propongo la hipótesis de que existe una unidad funcional entre los múltiples modos y géneros narrativos», Ricoeur, «De l’interprétation»;.., 12. Obviamente, aquí entrarían la autobiografía, la novela histórica, etc. Para la operatividad de algunas nociones de Ricoeur en la descripción de estos géneros fronterizos, véase K. Spang, «Apuntes para una definición de la novela histórica», K. Spang, I. Arellano, C. Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, Anejos de Rilce, 15, 65-114.

córpo actúan; aquí es donde se retoma el cómo de la narración, presente en toda la teoría literaria occidental, que antes se había dejado de lado. A partir de esta descripción de la comprensión de la narración, se puede ya acometer el tercer motivo: qué es lo pertinente en la narración histórica y en la narración ficticia. Vamos a examinar ahora los dos primeros motivos, dejando para el próximo capítulo la cuestión de las narraciones históricas y las narraciones ficticias. 2. Noción de narración en Ricoeur Se ha dicho en más de una ocasión que toda la teoría de los géneros literarios tal vez no sea sino «una vasta paráfrasis de A ristóteles»9. Si se acepta la afirmación, la articulación de la teoría poética de Ricoeur podría presentarse como uno de los ejemplos más palmarios. En sus estudios, tanto los referidos a la metáfora como los que se refieren a la narración, justifica los procedimientos de composición en los presupuestos que descubre en el pensamiento del estagirita. Siguiendo a Aristóteles, Ricoeur comienza por situar el ser de la narración en un marco más amplio, el de la creación poética. Toda creación poética, sea de la m etáfora, sea de la narración, es un proyecto m im ético que tiene dos dimensiones: una poética y otra retórica10. La dimensión poética viene de que toda creación poética, por el mismo hecho de ser eso, creación, pertenece al ámbito de la poiesis, de lo que se fabrica. La creación poética da lugar a algo nuevo porque, a través del mythos, de la fábula, se crea algo «que presenta los trazos de composición y de orden que faltan en la vida cotidiana»11. Pero, unidas

M.Á. Garrido Gallardo, «Una vasta paráfrasis de Aristóteles», Teoría de los géne­ ros literarios, Madrid, Arco libros, 1988, 9-27. Véase también L. Dolezel, Occi­ dental Poetics: Tradition and Progress, Lincoln and London, University of Nebraska Press, 1990, 17ss. «Por tanto, habrá una única estructura de la metáfora pero con dos funciones: una retóricay otra poética», véase Ricoeur, La Métaphore vive..., 18. Ibídem, 308. Y lo mismo cabe decir a propósito de la narración: «Se trata de identi­ ficar la característica más importante del acto de hacer-un-relato. También aquí si­ go a Aristóteles para designar el tipo de composición verbal que constituye un texto en relato. Aristóteles designa esta composición verbal con el término mythos, término que se ha traducido por «fábula» o por «trama»: yo llamo aquí mythos al ensamblaje (synthésis, o en otros contextos systasis) de acciones cumplidas. Por esto entiende Aristóteles más que una estructura, en el sentido estático de la pala­ bra, una operación (como lo indica la terminación -sis de poiésis, synthésis, systa­ sis), es decir la estructuración que exige que se hable de construcción de una tra­ ma más que de trama. La construcción de una trama consiste principalmente en la selección y el encadenamiento de los acontecimientos y de las acciones narradas,

a la dimensión poética, están otras dimensiones de la creación: la retórica, la catártica, la herm enéutica, etc. El proyecto mimético de la creación, en el momento en que aparece, dice una verdad, y suscita una respuesta: la aisthesis no es separable de la mimesis: La poesía no quiere probar nada en absoluto; su proyecto es mimético: (...) su objetivo es componer una representación esencial de acciones humanas; su modo propio es decir la verdad por medio de la ficción, de la fábula, del mythos trágico. La tríada poiésis-mimésis-catharsis describe de manera exclusiva el mundo de la poesía.12 Con estas notas se caracteriza de manera adecuada el primer lugar en el que debe entenderse la narración. La narración es, antes que nada, creación poética (poiesisy, es decir, interpretación de la realidad y, cuando se describe en todo su recorrido herm enéutico, la narración es tam bién interpelación. De esta descripción, nace la segunda característica que Ricceur le asigna a la narración: su relación con las acciones — la narración es imitación de acciones— hace que la definición de la narración recaiga en el qué imita y no en el cómo imita: No caracterizaremos la narración por el «modo», es decir, por la actitud del autor, sino por el «objeto», ya que llamamos narración más exactamente a áquello que Aristóteles llama mythos, es decir, a la disposición de los hechos,13

que hacen de la trama una historia «completa y entera» que tiene comienzo, desa­ rrollo y final», Ricoeur, «De l’interprétation»..., 13. Riaxur, La Métaphore vive..., 18. En este punto se ha discutido en alguna ocasión la propuesta de Ricoeur, pues se dice que, contrariamente a lo que él afirma, la mi­ mesis no es el único concepto integrador de la tragedia en Aristóteles (véase C. Bobes y otros, Historia de la teoría literaria, :I. La antigüedad grecolatina, Madrid, Gredos, 1995, 127), sino que hay que incluir también la catarsis como concepto abarcante. Como se puede apreciar en el texto copiado (y en otros, véase, por ejemplo, Ricoeur, «Entre herméneutique et sémiotique»..., 440; o P. Ricoeur, «Une reprise de La Poétique d’Aristote», Lectures II..., 464), Ricoeur sí tiene pre­ sente la noción de catarsis como concepto integrador. Sin embargo, también es verdad que Ricceur une el concepto de catarsis al de aistheis, tal como viene for­ mulado por Jauss, y la noción de catarsis de Jauss tiene pocas raíces aristotélicas (Bobes y otros, Historia de la teoría literaria, I. La antigüedad grecolatina..., 138). Ricoeur, Temps et récit /..., 62. Subrayado mío. A Ricceur le interesa la noción de mythos porque, como se verá más tarde, con ella puede entenderse la acción com­ pleja: «En el fondo, tanto en la semántica, como en la pragmática de la acción, no se trata sino de fases de acciones; no se puede recoger la conexión de acciones un poco más complejas sin hacer un relato», Ricoeur, «Evento e senso»..., 24.

J^sta definición puede generar alguna sospecha. Por eso es necesario describir el proceder de Ricoeur. El conoce la taxonomía aristotélica que distingue entre los procedimientos miméticos y diegéticos14, pero su horizonte es epistemológico: entiende como primera definición de la narración la «imitación de una acción». Por eso piensa que se puede tener a la narración como un género común y la epopeya y el dram a como especies coordinadas15. La validez de este procedimiento la descubre Ricoeur en el tratamiento que le da Aristóteles a la historia y a la poesía: en efecto el estagirita, al describir las dos formas miméticas, advierte que la diferencia entre ellas no se da por la expresión en prosa o en verso, sino porque una dice lo que sucedió y otra lo que podía haber sucedido; por tanto, comenta Ricoeur, «es la trama lo que es típico». Ficción e historia16, como epopeya y drama, coinciden en que son imitación de acciones complejas: coinciden en el mythos. Ricoeur define el género narrativo a través de la noción de mythos porque, entre el mythos y la tragedia no hay una relación de medio a fin o de causa a efecto, sino una relación de esencia', por este motivo, desde las primeras líneas del tratado, la investigación se centra en los «modos de componer tramas» (1447 a 8).17 Ahora bien, es también cosa sabida que Aristóteles presenta sólo la teoría del mythos trágico, y tal vez sólo la de Edipo Rey18; por eso, la cuestión que subyace a toda la hipótesis de Ricoeur sobre la narración es saber si el paradigma «Para evitar cualquier confusión, distinguiremos entre la narración, en sentido amplio, definida como el «qué» de la actividad mimética y la narración en sentido restringido de la diégesis aristotélica que llamaremos composición diegética», RiccEur, Temps et récit 62-63. Ricceur recuperará este modo secundario de la na­ rración cuando proponga «enriquecer» la noción del mythos aristotélico con la mo­ derna distinción entre enunciación y enunciado. Tal vez la mejor exposición de esta cuestión sea la de G. Genette, Nouveau Dis­ cours du récit, Paris, Seuil, 1983. Algún autor (véase M. Mathieu-Colas, «Frontiéres de la narratologie», Poétique, 1986, n° XVII, 91-110) ha terciado diciendo que, entre la definición de Ricceur por el objeto y la de Genette por el modo, tal vez el mejor camino sea volver a los planteamientos del conocido volumen 8 de la re­ vista Communications, más cercanos, sin duda, a Genette. Genette, en cambio (Fiction et diction..., 67ss), reconoce la aportación de Ricoeur y su valor para re­ plantearse su Discurso del relato no sólo desde la ficción, sino también desde la historia. Véase Ricceur, Temps et récit 1..., 69. Ricceur, La Métaphore vive..., 52. El subrayado es mío. Véase Dolezel, Occidental Poetics: Tradition and Progress..., 37; Steiner, Presen­ cias reales..., 97.

aristotélico del orden, característico de la tragedia, es susceptible de una extensión y de una transformación que lo hagan capaz de ser aplicado al conjunto del campo narrativo19. A Ricoeur le parece que esta operación es posible, precisamente porque el rasgo fundam ental del m ythos es su carácter de orden, de organización, de disposición20. La definición de m ythos como disposición subraya, en prim er lugar, la concordancia. Y esta concordancia se caracteriza por tres rasgos: ple­ nitud, totalidad y extensión adecuada21. De esta manera sí es posible asignarle a la construcción de la tram a un componente de universalidad y entenderla como paradigma adecuado para la representación de las acciones22. Para sacar provecho de esta operación, Ricceur propone seguir las indicaciones de la Poética aristotélica. Allí encuentra esta definición de mythos: «la trarfta (m ythos) es la representación — imitación (m im esis)— de la acción ipraxeós)» (1450al). En esta definición ya hay una elección de vocabulario en la traducción que puede tener sus consecuencias23, pero, más allá de los matices más o menos discutibles, hay un tema importante. Aristóteles ha definido el término mythos bajo dos aspectos distintos, como disposición, concordancia, de los hechos, y como imitación, representación, de la acción. Por eso, a Ricoeur le parece una buena sugerencia igualar, en la m edida de lo posible, los dos predicados:

Véase Ricceur, Temps et récit I..., 65. Ricceur, La Métaphore vive..., 52. Véase Ricoeur, Temps et récit I..., 65-66. «La universalidad que comporta la trama proviene de su ordenación; ésta consti­ tuye su plenitud y su totalidad. Los universales engendrados por la trama no son ideas platónicas. Son universales próximos a la sabiduría práctica; por tanto a la ética y a la política. La trama engendra tales universales cuando la estructura de la acción descansa en un vínculo interno de la accióri y no en accidentes externos. La conexión interna es el inicio de la universalización. Sería un rasgo de la mimesis buscar en el mythos no su carácter de fábula sino el de coherencia», (ibídem, 70). García Yebra traduce mythos por fábula. De esa manera subraya la tradición que tiene en castellano esta palabra, sobre todo en su forma verbal: fabular (véase Po­ zuelo, Poética de la ficción..., 54). Ricoeur afirma que traduce mythos por intrigue sobre el modelo del inglés plot. Anota también que podría traducirse por histoire o fable, como hacen las ediciones francesas de Dupont-Roc y Lallot, y Hardy res­ pectivamente. Sin embargo, con estas traducciones se subraya el carácter ficticio del mythos', en cambio, al traducir mythos por intrigue se subraya el carácter de ensamblaje, de estructuración (véase Ricoeur, «Une reprise de La Poétique d’Aristote»..., 466; Ricoeur, Temps et récit 1..., 57). En castellano la situación es muy semejante al francés; «trama» es el vocablo que utiliza el traductor español de Temps et récit y La Métaphore vive.

Retengo para la continuación de mi trabajo la cuasi-identificación entre las dos expresiones: imitación o representación de una acción, y disposición de los hechos.24 Hagamos un breve balance, antes de seguir. La narración es una creación (poética) de carácter mimético que versa sobre las acciones. Esta mimesis se hace a través del m ythos que es, sustancialmente, una disposición de los hechos. Se entiende así que se puedan identificar las dos expresiones: la mimesis es disposición, y la disposición quiere ser mimética. Sin embargo, hay que dar un paso más: esa cuasi-identificación no puede regularse por la equivalencia de ambas expresiones25, sino por el carácter operativo que tienen las nociones de mythos y mimesis. Los dos términos designan operaciones: Los dos términos mythos y mimesis (...) deben ser tenidos por operaciones y no por estructuras. Cuando Aristóteles, sustituyendo el definidor por lo definido, dirá que el mythos es «la disposición de los hechos en sistema» (he ton pragmatón systasis; 1450 al5) deberá entenderse por systasis (o por el término equivalente synthésis\ 1450 a5) no el sistema, sino la disposición (si se quiere, en sistema) de los hechos.26 Lo mismo hay que hacer para la mimesis: cuando se dice imitación o representación de una acción, debe entenderse la operación27, la actividad mimética, la acción de imitar o de representar; de ahí que Ricoeur piense que la traducción más correcta de mythos sea la de «construcción de una trama» y la de mimesis, «actividad mimética». Una vez que ha quedado clara la cuasi-equivalencia de los predicados del mythos y el carácter de operación que hay que asignarle a los términos mythos y mimesis, aparece el paso más arriesgado de la operación, pero que acaba por fundar la epistemología que desarrolla Ricoeur. En la Poética, dice Ricoeur, lá única instrucción que nos da Aristóteles es construir el mythos, esto es, la dispo­ sición de los hechos, como el «qué» de la mimesis. La correlación noemática está pues entre mimesis praxeós tomado como un sintagma único y disposición de los hechos como otro sintagma. Llevar la misma correlación al interior del primer sintagma, entre mimesis y praxis, es a la vez posible, fecundo y arriesgado.28

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Ricoeur, Tempset récit I..., 59. Ibídem, 76. Ibídem, 57. Ibídem, 58. Por esorecuerda Ricoeur que en Aristóteles lá Poética «es el arte de «componer las intrigas (tramas)» (1447 a 2)» (ibídem, 57). Ibídem, 60.

Pero aquí se vislumbra ya el punto al que conducía toda la argumentación, lo que Ricoeur denomina la gran paradoja: lo que hace el mythos, mediante las disposición de los hechos, es «crear» la mimesis praxeos29, por tanto, la tragedia no «imita» la acción, sino que la «recrea» en el nivel de una ficción bien compuesta30. Esta noción — con un parentesco evidente con la que hemos visto en el capítulo anterior que afirma la creación de referencias a partir del sentido— se puede expresar de muchas maneras. Si mantenemos el vocabulario fregeano, diremos que la «mimesis constituye la dimensión denotativa del m ythos»31, pero en todo caso, tendrem os que afirm ar que la operación del m ythos es la construcción de una representación. Por eso, la mimesis no es una mera imitación de las acciones, es más bien una representación concentrada: «la imitación, en el sentido;'vulgar del término, es aquí el enemigo por excelencia de la m im esis»32. La mimesis no pertenece ni al mundo de la naturaleza, cuyo movimiento es interno, ni al de las ideas, que no producen singulares; la mimesis es siempre poiesis33: El artesano de las palabras no produce cosas, sólo casi-cosas, él inventa el comosi. En este sentido, el término aristotélico mimesis es el emblema de esta ruptura que, por emplear un vocabulario que es hoy en día el nuestro, instaura la literariedad de la obra literaria.34 En su estudio de la tragedia, Aristóteles desarrolla también otros elementos que no han sido tratados en la descripción precedente65. En lo que afecta a la relación entre mythos y mimesis, Ricoeur se fija sobre todo en los caracteres, los

«El mythos es la mimesis. Más exactamente, la «construcción» del mito constituye la mimesis. ¡Curiosa imitación la que compone y construye eso mismo que imita!», Ricoeur, La Métaphore vive..., 55. Ricoeur, «L’imagination dans lediscours et dans l’action»..., 223. Ricceur, «Hacia una teoría del lenguaje literario» ...,81. Ricceur, Temps et récit III..., 278. Bajo este punto de vista la noción es común a los manuales de poética o retórica. Un penetrante estudio del concepto en Aristó­ teles puede encontrarse en A. Díaz-Tejera, «Precisión al concepto de mimesis en Aristóteles», E. Alarcos y otros (dirs.), Serta Phiiologica F. Lázaro Carreter I, Madrid, Cátedra, 1983, 179-186. «La mimesis es poiesis y viceversa», Ricoeur, La Métaphore vive..., 55. Ricoeur, Temps et récit I..., 76. ««La tragedia consta necesariamente de seis partes constitutivas {mere) que distin­ guen una tragedia de otra: la trama {mythos), los caracteres (éthé), la elocución {te­ xis), el pensamiento {dianoia), el espectáculo {opsis) y el canto {melopoia)y> (1450 a 7-9)», Ricoeur, La Métaphore vive..., 51.

personajes, y apunta a que Aristóteles subordina la consideración de los carac­ teres a la acción misma, por eso, en poética, la composición de la acción, determina la cualidad ética de los personajes36. Sin embargo, en la narración, sobre todo en la novela moderna, los personajes tienen muchas veces un estatuto mayor que la misma trama. Ciertamente, esto no es un problema para el análisis de la narración37, pero sí exige una mayor diversificación de horizontes en el análisis: El pleno desarrollo del concepto de mimesis exige que la relación referencial al dominio «real» sea menos alusiva, y que este dominio reciba otras deter­ minaciones además de las «éticas» —por otra parte muy importantes— que Aristóteles le asigna. (...) El camino, más allá de Aristóteles, será largo.38 Es lo que Ricceur desarrolla con su tesis sobre la triple mimesis. 3. La triple mimesis Con la denominación de la triple mimesis se designa, de modo genérico, el modelo sobre el que se entiende el análisis de la narración propuesto por Ricoeur en Temps et récit. Este modelo es el resultado de la posición epistemológica expuesta hasta aquí39 y es, al mismo tiempo, el criterio desde el que se enjuician los distintos métodos de análisis narrativo que se han divulgado en la moderna narratología40: el lugar que ocupan en el análisis, su capacidad hermenéutica, etc. Ricoeur, Temps et récit 1..., 64. Porque aun en este caso, la determinación queda del lado de la construcción, del mythos, ya que «como anota Frank Kermode, para desarrollar un personaje, hay que contar más; y para desarrollar una intriga, hay que enriquecer un personaje» (ibídem, 64). Ibídem, 56. En alguna ocasión se ha puesto de manifiesto la dificultad de tener las propuestas de Ricoeur como modelo viable para su aplicación al análisis de alguna obra con­ creta: así por ej. Clark, Paul Ricceur..., 192. Pero, como dice un buen conocedor de su obra, «Ricoeur no presenta respuestas, palabra rara en su léxico, sino dispositivos rigurosos que puedan conjugar los problemas», véase G. Petitdemange, «Relato bí­ blico y miseria del presente», T. Calvo, R. Avila (eds.), Paul Ricceur: Los caminos de la interpretación..., 262-263. En la respuesta de Ricoeur a esta ponencia (ibídem, 277-278) se muestra de acuerdo con las apreciaciones de Petitdemange. También aquí topamos con un procedimiento antiguo en Ricoeur. A propósito de la metodología exegética, Ricoeur advertía que no hay ningún método de análisis que sea inocente, pero no por ello el crítico debe dejar de ejercitar ninguno de los métodos; lo que debe hacer es practicar una estrecha vigilancia sobre las fronteras de cada uno. Véase Ricceur, «Esquise de conclusión»..., 285-286.

La base del razonamiento de Ricoeur es relativamente sencilla: si lo que nos interesa es la comprensión de la narración, es evidente que no atendemos sólo al texto, sino que debemos examinar también el antes y el después del texto: su producción y su recepción. Lo sorprendente de esta hipótesis es que coincide con lo que de m anera espontánea ha realizado gran parte de la teoría literaria moderna. Si se estudian con profundidad, se descubre que los métodos narrativos contemporáneos no orientan sus objetivos sólo hacia el texto, sino que abordan de manera más o menos sistemática algunos aspectos de la relación entre el texto y sus contextos de producción y de recepción. Por eso, si la hermenéutica ha sido descrita por Ricoeur como el «arco de operaciones» por las que se llega a la comprensión del texto, los métodos pueden clasificarse en un protocolo de análisis que recorra el camino de la comprensión: de la vida al texto y del texto a la vida. Esta es la base sobre la que se sustenta la teoría de la triple mimesis. Vayamos ya al desarrollo más pormenorizado del razonamiento. En primer lugar, ¿qué es exactamente la triple mimesis?, o, mejor, ¿qué relación tiene con la mimesis, o con la actividad mimética? En el apartado anterior, al describir la noción de narración en Ricoeur, se concluía con la identificación de la mimesis con la representación de la acción, es decir con la dimensión denotativa del mythos. Según los términos que se adoptaban en la prim era parte de nuestro trabajo, esta dimensión denotativa del mythos no sería otra cosa que la referencia del texto narrativo. Pero también se ha visto que Ricoeur considera la lectura de un texto como parte esencial de la creación d e , esa referencia: es más, la referencia es el resultado de la intersección, en el momento de la lectura, entre el mundo de la obra representado en el texto y el m undo.del lector. De todo ello resulta que la noción de mimesis se debe desdoblar cuando menos en dos: en lo representado en el texto y en lo que se representa en la lectura. Pero, por otra parte, tenemos también un tercer mundo: el mundo de las referencias ostensivas — referencias suspendidas— , comunes al autor y al lector que viene supuesto en la obra. De ahí que Ricoeur hable de la triple mimesis: Mimesis /, o prefiguración: es el mundo común a autor y lector. Equivale a la referencia suspendida en la teoría de la referencia metafórica. Mimesis II, o configuración: es el mundo del texto tal como ha quedado dis­ puesto en sistema por el autor, y que está a la espera de ser refigurado por el lector. Mimesis III, o refiguración: es el mundo del texto que se refigura en momento de la lectura. En ese momento se consuma la referencia y por tanto se refigura verdaderamente un curso de acciones en la mente del lector. Para entender a Ricoeur, es importante tener presente que estas tres mimesis no deben concebirse como tres momentos cronológicam ente sucesivos, sino como tres movimientos en la comprensión del texto narrativo: en la lectura el

lect,Qf se deja guiar por la configuración, para suspender la referencia de la prefiguración y alcanzar así la refiguración del mundo desplegado por la obra. Por eso, el movimiento central, desde el punto de vista epistemológico, es el segundo: Tengo por adquirido que mimesis //constituye el pivote del análisis. (...) Pero mi tesis es que el sentido mismo de la operación de configuración constitutiva de la construcción de una trama (mise en intrigue) resulta de su posición intermedia entre las dos operaciones que yo llamo mimesis I y mimesis III y que constituyen el «antes» y el «después» de mimesis II. (...) Mimesis II consigue su inteligibilidad de su facultad de mediación que consiste en conducir del «antes» al «después» del texto, transfigurar el «antes» en «después» por su poder de configuración.41 Por tanto, el elemento central en esta teoría es ahora la operación de confi­ guración que es obra del m y th o s. Esto quiere decir que, en el fondo, la m etodología que se privilegia es la que resulta de los métodos de análisis narrativo. También ha anotado Ricoeur que la noción de aristotélica de mythos no cubre todos los ámbitos desarrollados en la novela y en la teoría narrativa modernas. Por ello Ricceur dedica el volumen segundo de Temps et récit a reform ular la noción de m ythos según los desarrollos de la teoría narrativa moderna. Así Ricceur propone, en primer lugar, alargar la noción de tram a metamorfoseando la noción de mythos para aplicarla a una novela sin que esta noción pierda su identidad; en segundo lugar, propone profundizar en la noción para ver las estructuras profundas sobre las que se sostiene; después propone enriquecer la noción por la vía de la enunciación y el enunciado; finalmente, desea abrir la noción al mundo de la obra, a la experiencia ficticia del tiempo42. De este entramado, resulta un conjunto coherente en el que, si bien hay puntos que han suscitado cierta discusión43, se pueden vislumbrar las cualidades que se

Ricoeur, Temps et récit I..., 86. Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 12-14. Algún crítico (Clark, Paul Ricaur..., 196) hace notar que autores como N. Frye y F. Kermode, gozan de una «inmunidad sacramental», en tanto que los estructuralistas difícilmente se salvan de una crítica. Por otra parte, las fronteras entre mime­ sis I y mimesis II son porosas: tanto como las de mundo y lengua. El problema na­ ce cuando se quieren buscar en los textos de Ricoeur taxonomías eficaces, a las que nuestro autor no es muy aficionado. En realidad, la cuestión es más compleja y, al profundizar en ella, se descubre enseguida la aportación de Paul Ricoeur en la dia­ léctica entre explicar y comprender. El programa estructuralista se sostiene en una arqueología que nace de la explicación y se prolonga hasta la comprensión (por tanto, de mimesis I hacia mimesis II), el programa de la crítica literaria de Frye o Kermode nace de paradigmas de comprensión que hunden sus raíces en la explica-

han apuntado más arriba: una teoría herm enéutica del relato y un juicio justificado sobre el lugar que debe ocupar cada uno de los métodos de análisis narrativo. Con todo, esto se verá mejor en una exposición más detallada de la triple mimesis. 3.1. Mimesis I: la prefiguración ¿Qué entiende exactamente Ricceur por mimesis I? En la definición, mimesis I se describe bajo el nombre de prefiguración. Ahora bien, esta denominación hay que entenderla como correlativa a las otras dos: la configuración y la refiguración; mimesis I es el mundo anterior a la obra, común al autor y al lector44. Tairjibién puede abordarse la descripción desde otras perspectivas. Si lo hacemos desde la epistemología de Ricceur presente en el estudio de la metáfora, podemos decir que, en términos saussureanos, mimesis I tiene su analogía en la lengua — entendida como sistema— antes de ser actualizada en un hecho de habla. Si de lo que se trata es de las relaciones entre los diversos componentes de un hecho literario, mimesis I será lo paradigmático, frente a mimesis II que ocupará el lugar de lo sintagmático45. Finalmente, hay dos marcos en los que Ricceur sí es explícito y que son los que interesan a nuestros propósitos: Bajo el régimen de la obra literaria, esta comprensión previa del mundo de la acción retrocede al rango de «repertorio» para hablar como Wolfgang Iser en Der Akt des Lesens, o al de «mención» para emplear otra terminología más familiar a la filosofía analítica.46 En este último texto hay una expresión que Ricoeur repite más de una vez a la hora de delimitar el ámbito de mimesis I: «el mundo de la acción». Obviamente si la operación de la mimesis es mimesis praxeos,: es decir, refíguración de la acción, la prefiguración se debe referir también a la acción. Por eso, la referencia a la acción es constituyente.

ción (por tanto, van de mimesis II hacia mimesis I). En el desarrollo de este capí­ tulo se verán ejemplificadas estas nociones en más de una ocasión. Las expresiones que ofrece Ricceur así lo sugieren: «la narración presupone por parte del narrador y de su auditorio...», «la comprensión práctica que los autores comparten con su auditorio», etc. Véase Ricoeur, Temps et récit I..., 89, 93. Ibídem, 89-91. Ibídem, 100.

La composición de la trama está enraizada en una pre-comprensión del mundo de la acción: de sus estructuras inteligibles, de sus recursos simbólicos y de su carácter temporal. Estos rasgos son más bien descritos que deducidos.47 Con estas nociones ya tenemos elementos suficientes para describir qué entiende Ricceur por mimesis I: es el mundo de la acción anterior a la obra y que puede describirse desde presupuestos epistemológicos semejantes a los de la lengua frente al habla, a los de paradigma frente a sintagma, o con términos de repertorio y mención si hablamos de la obra literaria. Ahora bien, la teoría de la acción está íntimamente relacionada con la teoría del texto, si lo entendemos en sentido amplio. Los caminos por los que la teoría de la acción interfiere con la teoría del texto son muy variados48, pero hay uno singularmente interesante para nuestros propósitos, al que se refiere Ricoeur en más de una ocasión. Si, en el marco de la filosofía analítica, entendemos la acción no como un hecho bruto sin más49, sino como la dimensión humana del obrar50, resulta que la acción se configura como tal en un relato51. Esto tiene Ibídem, 87. La Pragmática lingüística misma abre dos caminos distintos: cuando quiere expli­ car las obras literarias como speech acts o cuando explica la dicción metadiegética bajo el paradigma de los actos de habla. Las dos vías valen como explicación del texto y de sus formas, pero hay también un tercer camino: el que tiene al texto como una forma de la acción, es decir, el que explica la acción a través del texto que aparece en el curso de las acciones. Un buen status quaestionis, con la biblio­ grafía seleccionada, puede verse en Domínguez Caparros, «Literatura y actos de lenguaje»..., 83-124. Desde presupuestos más generales, véase Pozuelo, La teoría del lenguaje literario..., 75ss. Mucho más ampliamente en P. Ricoeur, El discurso de la acción, Madrid, Cátedra, 1981. Tal como ha sido descrita por ejemplo por Hannah Arendt, a quien sigue Ricoeur en este punto. Véase por ejemplo este texto: «En tanto que el trabajo se exterioriza enteramente en la cosa fabricada, y que la obra cambia la cultura encarnándose en los documentos, los monumentos, las instituciones, en el espacio de aparición abierto por la política, la acción es este aspecto del obrar humano que se llama re­ lato. A su vez, la función del relato es determinar el “quién” de la acción», Ri­ cceur, Soi-méme comme un autre..., 76. «El discurso y la acción revelan esta única cualidad de ser distinto. Mediante ellos, los hombres se diferencian en vez de ser meramente distintos; son los modos en los que los seres humanos se presentan unos a otros, no como objetos distintos, si­ no qua hombres», H. Arendt, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993, 200; «El hecho de relatar una historia revela significado sin cometer el error de defi­ nirlo, (...) crea consentimiento y reconciliación con las cosas tal como son, (...) in­ cluso contiene la última palabra que esperamos del día del juicio», H. Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad, Barcelona, Gedisa, 1992, 91.

consecuencias importantes para el análisis del relato, pues la semántica de la acción puede estudiarse bajo el régimen del estudio de la semántica de texto52, y a su vez el estudio de la semántica del texto tiene en su base la semántica espontánea de la acción53. Estas distinciones, planteadas en términos generales y meramente descriptivos, pueden parecer un tanto enmarañadas. Enseguida se verá que son realmente operativas para el análisis narrativo y para discernir el valor de algunos métodos de análisis narrativo54. De hecho el procedimiento de Ricoeur comienza primero por una descripción fenomenológica de las cuestiones para m ostrar después la capacidad del análisis narrativo para ponerlas de manifiesto. Más tarde se retomarán estas cuestiones. Para seguir ahora con la exposición, hay que volver a los términos de la descripción de la pre-comprensión del mundo de la acción propia de mimesis I. Ricceur anotaba un paradigma de tres haces de rasgos:'las estructuras inteligibles de la acción, sus recursos simbólicos y el carácter temporal. Al explorar estos rasgos, habrá que tener presentes dos cosas: cómo define Ricoeur cada uno de estos haces de rasgos de la acción, y qué metodología, cercana a la teoría textual, puede ofrecer un sistema desde el que se puedan definir y delinear. 3.1.1. Las estructuras inteligibles de la acción ¿Cómo entendemos una acción? Para describirla en una prim era aproxi­ mación, Ricoeur se vale de lo que denomina la red conceptual de la acción que sintetiza así: La inteligibilidad engendrada por la construcción de la trama encuentra un primer anclaje en nuestra competencia para utilizar de manera significativa la red conceptual que distingue estructuralmente el dominio de la acción del dominio del movimiento físico. (...) Las acciones implican fines, (...) además remiten a motivos que explican por qué alguien hace o ha hecho algo. (...) Las acciones tienen también agentes que hacen y pueden hacer cosas que son tenidas como su obra. La exposición más clara puede verse en Ricoeur, «Le modéle du texte...», 183-211. «La teoría de la acción no hace sino explicitar las condiciones de inteligibilidad que pertenecen a la semántica espontánea de la acción», Ricceur, «L’imagination dans lediscours etdans l’action»...,239. La tesis de Ricreur, como se verá enseguida, es que el análisis estructural del relato no tiene su punto de partida en el texto sino en la lógica espontánea. Por tanto no estudia la lógica del relato, sino la lógica presente en el relato. En consecuencia, el análisis estructural del relato es el punto de partida necesario para emprender el estudio del relato, pero cualquier análisis de la narración debe llegar siempre mucho más lejos.

(...) Comprendemos también que estos agentes obran y sufren en circunstancias que ellos no han producido y que, sin embargo, pertenecen al campo práctico. (...) Además, obrar es siempre obrar «con» otros: la interacción puede tomar forma de cooperación, de competición o de lucha. (...) Finalmente, el resultado de la acción puede ser un cambio de suerte hacia la felicidad o hacia la desgracia. En resumen, estos términos, u otros semejantes, aparecen en las respuestas a las preguntas sobre el «qué», el «por qué», el «quién», el «cómo», el «con quién» o el «contra quién» de la acción.55 Como Ricoeur recuerda en otras ocasiones, lo importante de esta enumeración no es que se hagan presentes todos los elementos que configuran la acción, sino su carácter de organización en form a de red conceptual56. Ahora bien, ésa es la red de la acción, pero ¿qué es la acción?, ¿cómo la delimitamos, desde lo más elemental que la caracteriza? Para comenzar la descripción Ricoeur sitúa en la base de la red conceptual lo que, siguiendo a Danto, denomina «acción de base». La acción de base es aquella en la que el vínculo entre la acción y su resultado es intrínseco, lógico y causal, de modo que el resultado es una parte de la acción57; por ejemplo, encender una cerilla es una acción de base, provocar un incendio con ella ya no lo es: es lo que Ricoeur denomina acciones derivadas58. Las acciones derivadas, por tanto, son aquellas en las que al hacer alguna cosa, estamos haciendo que suceda otra, de modo que lo que sucede es consecuencia de una estrategia de que comporta cálculos y silogismos precisos59. Pero, para que esta estrategia tenga sentido, es necesario un marco más amplio. Es entonces cuando Ricoeur acude a la teoría de los sistemas de von W right60: hacer inm ediatam ente una cosa haciendo m ediatamente otra supone entender las acciones en un sistema: la acción de base es una inferencia en el sistema que comporta un cambio desde un estado inicial a un estado final61. Por tanto, para describir la acción desde un punto de vista fenomenológico tenemos ya dos nociones: acciones de base y sistema. Ahora bien, la noción de Ricceur, Temps et récit /..., 88-89. «Acción y agente pertenecen a un mismo esquema conceptual que contiene no­ ciones como circunstancias, intenciones, motivos, deliberación, moción voluntaria o involuntaria, pasividad, contrato, resultados queridos, etc. El carácter abierto de esta enumeración es aquí menos importante que el de su organización en red», Ri­ cceur, Soi-méme comme un autre..., 75. Subrayado mío. Véase Ricoeur, Temps et récit /..., 193. Véase Ricixur, «Expliquer etcomprendre...», 170. Véase Ricoeur, Temps et récit 111..., 333. Véase P. Ricoeur, «L’initiative», Du texte á l ’action: Essais d ’herméneutique II..., 270; G.H. von Wright, Explicación y comprensión, Madrid, Alianza, 1987. Véanse Ricoeur, Temps et récit III..., 335; Ricceur, «L’initiative»..., 271; Ricosur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 45-46.

sistema tiene su correlato inmediato en la noción de sistema semiológico62, de ahí que no resulte extraño que Ricoeur encuentre un modelo sem ejante de la especificación de la comprensión de la acción, en los estudios del análisis estructural del relato. De esta manera, según la intuición de Ricoeur, el análisis estructural de la narración en términos de funciones y de actantes verifica esta relación de presuposición que establece el discurso narrativo que tiene como base la acción63. La conclusión es importante si tenemos presentes las consecuencias que se derivan de ella. Situado bajo el régimen del análisis de la acción, en abstracto, el análisis estructural se presenta como un camino adecuado para establecer los paradigmas de la acción, y es también el modelo más capaz de ofrecer una explicación lógico-causal del curso de los acontecimientos. Veamos cómo procede Ricoeur. El fenomenólogo francés trata el análisis estructural del relato cuando se propone profundizar en la noción de trama hasta llegar a las estructuras profundas. Ricoeur observa que las taxonomías presentes en Propp, Bremond o Greimas no se derivan del sustrato de la tram a en una tradición64, sino de una semántica de la acción65. Al privilegiar la racionalidad sobre la inteligibilidad, los instrumentos que propone el análisis estructural del relato aparecen como el modelo más adecuado para explicar las estructuras inmanentes de la comprensión de la acción66; es decir como el modelo mejor para establecer la red conceptual de la acción en el régimen de mimesis I. Y lo ejemplifica cuando estudia los modelos del análisis estructural del relato. Ricceur comienza por R. Barthes que es quien, a su juicio, presenta los rasgos epistemológicos más generales de este análisis. Para Ricósur es una característica general del análisis estructural la ambición de fundar la perennidad de la función narrativa sobre unas reglas que se extraen de la historia. Pero, curiosamente, sus Véase Ricoeur, «Le modéle du texte...», 209. Véase Ricceur, Temps et récit I..., 90. Adviértase, al margen, la coherencia de este resultado con las tesis epistemológicas de Ricceur sobre el estructuralismo como explicación apuntadas en el primer capítulo del trabajo. Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 52, 54, 62,71, 86. Ibídem, 87. En este caso, Ricceur llama taxonomía a las condiciones de inteligibili­ dad que se han dado en la tradición histórica de las tramas (ibídem, 88-89). Ricceur hace patente este procedimiento al comparar los actantes de la narratología estructural con los mythoi de Frye: éstos, dice, están sostenidos en la «inteligi­ bilidad» de las tramas, frente a los actantes que se sostienen únicamente en la «ra­ cionalidad», véase P. Ricoeur, «“Anatomy of Criticism” or the Order of Paradigms», E. Cook y otros (dir.), CENTRE and Labyrint: Essays in honour of Northrop Frye, Toronto-Buffalo-London, University of Toronto Press, 1985, 2. También ve privilegiada la inteligibilidad de las tramas sobre la racionalidad de los paradigmas en la obra de Scholes y Kellog The Nature o f Narrative, véase P. Ricceur, «Para una teoría del discurso narrativo», Historiay narratividad, 130-131.

autores enseguida abandonan la historia en favor de la estructura67. Esto implica, para Ricoeur, una consecuencia necesaria: la construcción de la trama se lleva a tal nivel de racionalidad, que la relación entre form a y sentido queda desconectada de toda tradición narrativa. La semiótica narrativa habrá satisfecho mejor estas características en cuanto sea capaz, según la expresión de Roland Barthes de de-cronologizar y re-logizar el relato. Estas operaciones las realizará subordinando todo aspecto sintagm ático, es decir tem poral, al aspecto paradigmático — por tanto acronológico— correspondiente68. Es fácil ver en estas notas por qué Ricoeur descubre en estos principios unos modelos adecuados para la explicación, y, en último caso, tam bién para la comprensión, porque, como se ha visto antes, «explicar más es comprender mejor»69. Pero todo haz tiene su envés: de la misma manera que este análisis resulta pertinente para la precomprensión de la acción, no es posible afirmar que mire directamente a la comprensión de la trama. Esto se percibe con claridad en los autores que se examinan. Ricoeur comienza con Propp en quien ve los mismos principios que en el estructuralismo70. Para nuestro autor el paso más importante de Propp se da en el momento en que éste elige un primado de las fu n cio n e s sobre los personajes71. De este modo, el proto-cuento reconstruido por Propp no es un cuento; como tal no es contado de persona a persona. Es un producto de la racionalidad analítica: la fragmentación en funciones, la definición genérica de las funciones y la puesta en su lugar me­ diante un único eje de sucesión, son operaciones que transforman el objeto cultural inicial en un objeto científico. Esta transformación es patente en la reescritura algebraica de todas las funciones, que hace desaparecer incluso las denominaciones tomadas del lenguaje ordinario, y sólo deja lugar a una pura sucesión de treinta y un signos yuxtapuestos. Esta sucesión no es un proto-cuento Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 49-52. El análisis estructural del relato realiza esta operación según tres principios: el método deductivo, la construcción de los modelos en dependencia de la lingüística y, finalmente, el carácter orgánico del sistema: véase Ricoeur, «Para una teoría del discurso narrativo»..., 128-129. Véase Ricoeur, Temps et récit 11..., 52. Ibidem, 54. Véase Ricoeur, «Evenement et sens»..., 29. Ricoeur iguala la epistemología de Propp con la del estructuralismo francés. De hecho, algunos autores apuntan que fueron probablemente las dosis de estructura­ lismo presentes en la «Morfología» de Propp las que decantaron su integración en el estructuralismo francés, cuando el volumen fue traducido: véase A. García Berrio, Significado actual del formalismo ruso, Barcelona, Planeta, 1973, 226. Sin embargo, el origen del trabajo de Propp inclina a pensar que el folklorista ruso tiene una epistemología distinta a la de Greimas y Brémond. Véase T.G. Pavel, «Formalism in Narrative Semiotics», Poetics Today, 1988, n° 9/3, 593-606. Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 56-57.

puesto que no es un cuento: es una serie, es decir, el rasgo lineal de una secuencia.72 Estos presupuestos de Propp se radicalizan en Brémond: el semiótico francés form aliza la función de Propp en su noción de rol73 definiéndolo como «la atribución a un sujeto-persona de un predicado-proceso eventual, en acto o acabado»74, y de este modo se puede sustituir también el proceso secuencial de la trama-tipo de Propp por un repertorio de roles posibles. Con esto ya tenemos establecida la lógica del relato, que no es otra cosa que el inventario sistemático de los principales roles narrativos75. Sin embargo, Ricoeur apunta que esto «no es todavía hacer un relato, és hacer un marco para una lógica de la acción, como en la teoría analítica de la acción»76. El relato comporta una trama, y la trama «no es el resultado de las propiedades combinatorias del sistema sino del principio selectivb que es quien diferencia la teoría de la acción de la teoría del relato»77. Pero quien recibe mayor atención de Ricoeur es Greimas. Con independencia de la alta valoración personal que nuestro autor tiene de Greimas78, Ricoeur percibe que en el semiótico lituano se articula ya de manera redonda el modelo

Ibídem, 62. Ibídem, 63. Ibídem, 66. Más desarrollado en P. Ricoeur, «Relato histórico y relato de ficción», Historia y narratividad..., 157-181. Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 65. vt Ibídem, 68. Brémond, al igual que Greimas, ha discutido, la acusación de acronía que les ha dirigido Ricoeur (véase C. Brémond, «Le role, 1’intrigue et le récit», Ch. Bouchindhome, R. Rochlitz (eds.), «Temps et récit» de Paul Ricceur en débat, Pa­ ris, Cerf, 1990, 57-71). Las tesis de Ricoeur a propósito del análisis estructural del relato están más atemperadas en escritos posteriores. Véase Ricoeur, «Entre hermé­ neutique et sémiotique»..., 431-446. Ricoeur, Temps et récit II..., 71. Ricceur deja constancia del rigor con que procede Greimas en sus análisis (P. Ricoeur, «La Grammaire narrative de Greimas», Lectures II..., 387-429) y, por eso mismo, hace notar que en Greimas es donde se puede percibir con mayor radicalidad la falacia de la ilusión de sentido sostenida por muchos estructuralistas. Con todo, la mayor parte de los estudios —e incluso los diálogos abiertos entre am­ bos— dejan notar la complementariedad de ambas perspectivas, que lo que tienen sustancialmente es eso, un punto de partida y un marco de mundo distintos. Pueden verse: I. Almeida, «Semiótica e interpretación»; P. Perrod, F. Collins (eds.), «Sobre la narratividad: discusión entre Algirdas Julien Greimas y Paul Ricoeur». Sesión de clausura del coloquio «Universales de la narratividad» en el Victoria College (Toronto), el 17.6.1984; y A. Saudan, «Hermenéutica y semiótica: inteligencia narrati­ va y racionalidad narratológica»: los tres artículos están en Semiosis, 1989, n° 22/23, 183-212, 213-229, y 333-346, respectivamente.

estructural acrónico que estaba presente en los otros autores. Si bien hay diferencias entre el primer modelo que gobierna Sémantique structurale y los posteriores de Du Sens y M a u p a ssa n t, estas diferencias no afectan a la inteligencia narrativa que se deduce de una trama, sino que son simples desarrollos del mismo principio79. Incluso cuando en la búsqueda de las partí­ culas elementales de significación, Greimas encuentra una articulación lógica, esta articulación no es resultado de la pervivencia de los paradigmas, sino de la estructuración de la lógica de la acción80. Después de este breve repaso de los juicios de Ricoeur sobre los modelos del análisis estructural, se concluye inmediatamente lo que antes se ha afirmado sobre su lugar en el estudio de la obra literaria: estos métodos constituyen el lugar más privilegiado para hacer presente la raíz lógica de los paradigmas usados en la narración. El repaso también pone de manifiesto otra cosa. Por su carácter lógico y sistemático, el análisis estructural tiene un lugar muy importante en todos los procesos de verificación y explicación que necesariamente deben darse en el estudio de la obra literaria. Pero en un estudio propiamente literario, el análisis estructural, en cuanto tal, es sólo el punto de partida, nunca el punto de llegada.

«La semiótica narrativa de Du Sens y Maupassant no constituye un nuevo modelo propiamente dicho, sino que es, al mismo tiempo, una radicalización y un enrique­ cimiento del modelo actancial. (...) La radicalización en el sentido de que el autor pretende enlazar todos los apremios de la narratividad a su fuente última: los vin­ culados al funcionamiento más elemental de todo sistema semiótico; la narrativi­ dad estaría entonces justificada en tanto que actividad liberada del azar. El enri­ quecimiento en el sentido de que el movimiento de reducción a lo elemental está compensado por un movimiento de desplazamiento hacia lo complejo. La ambi­ ción por tanto es, por vía regresiva del recorrido, la de remontarse a un nivel se­ miótico más fundamental que el mismo nivel discursivo y, ahí, encontrar la narra­ tividad ya situada y organizada antes de su manifestación. De modo inverso por la vía progresiva, el interés de Greimas es el de componer, grado a grado, las condi­ ciones de la narratividad a partir de un modelo lo menos complejo posible y que no comporte inicialmente ningún carácter cronológico», Ricceur, Temps et récit II..., 76. «El problema que Greimas ha querido resolver es el de disponer de un modelo que presente, de partida, un carácter complejo, sin que sin embargo tenga que estar in­ vestido de una sustancia (o un medio) lingüístico o no lingüístico. En efecto, para ser narrativizado tiene que estar articulado. El golpe genial —hay que reconocer­ lo— es haber buscado el carácter ya articulado en una estructura lógica lo más simple posible, o sea, en la “estructura elemental de significación”» (ibídem, 77).

3.1.2. Los rasgos simbólicos de la acción La acción humana tiene también una dimensión simbólica que opera en la precomprensión de la narración81. Si la semántica de la acción remite a la lógica, y por tanto a los universales que se dan más allá de las lenguas o de las comunidades, la dimensión simbólica de la acción remite al carácter público y social de una acción, que, en el marco de una comunidad, tiene un sentido deter­ minado82. Si el texto es un artefacto cultural, el segundo anclaje que la composición narrativa encuentra en la comprensión práctica reside en los recursos simbólicos del campo práctico. Este rasgo va a determinar qué aspectos del hacer, del poder-hacer y del saber-hacer derivan de la composición poética. Si, en efecto, la acción puede ser contada, es porque ya está Articulada en signos, en reglas, en normas: desde siempre está mediatizada simbólicamente.83 Ahora bien, la noción de símbolo no es homogénea en todos los escritos de Ricoeur84. Cuando Ricoeur habla de mediación simbólica en la narración lo hace en el sentido de notaciones de valor que se asignan a un determinado rasgo en una determinada cultura. Hay un simbolismo implícito en muchas acciones que se hace explícito en la significación articulada textual85: esa dimensión implícita «El obrar humano está íntimamente articulado mediante reglas, normas, apre­ ciaciones y, en general, por un orden simbólico que emplaza a la acción en el or­ den del sentido», Ricoeur, «L’initiative»..., 271. «Comprender una genuflexión en un ritual es comprender el código del ritual que hace que tal genuflexión valga como acto religioso de adoración. Un mismo seg­ mento de acción como levantar un brazo puede significar que pido la palabra, o que voto por tal persona, o que me presento voluntario para una tarea. El sentido de­ pende del género de convenciones que asigna un sentido a cada gesto. (...) Se puede hablar con Clifford Geertz de mediación simbólica para subrayar el carácter de em­ blema público, no sólo de expresiones de deseos individuales, sino de la codifica­ ción de la acción social en la que la acción tiene lugar», P. Ricoeur, «La raison practique», Du texte á l'action. Essais d ’herméneutique II..., 244. Véase, también Ricoeur, El discurso de la acción..., 56-59. Ricoeur, Temps et récit I..., 91. En la época de Le conflit des interprétations, cuando hacía del símbolo objeto de la hermenéutica, éste se entendía como una expresión de doble sentido (véase Ricoeur, «Existence et herméneutique»..., 16-17). En la época de Temps et récit se siente más cercano a Cassirer y Geertz al concebir el símbolo como un proceso cultural que articula la experiencia humana. «Si hablo precisamente de mediación simbólica, es para distinguir, de entre los símbolos de naturaleza cultural, aquellos que sostienen la acción hasta el punto de constituir su primera significación, antes de inscribirse en el campo práctico de los

d^l símbolo determina el campo de mimesis I que se actualiza en mimesis II. Pero, por el mismo hecho de ser público, el símbolo tiene que estar descrito en forma de sistema, de estructura86. De esa manera, el simbolismo le confiere a la acción una primera legibilidad, una precomprensión. Junto a su legibilidad, el símbolo ofrece un segundo campo de referencia: el campo del valor87. En función de las normas inmanentes a una cultura, las acciones pueden ser más o menos apreciadas, y se puede decir que tal acción vale más o menos que otra. Todo esto equivale a decir que, con el símbolo, se introduce también la dimensión ética de la acción. Ricceur en este punto es claro: la acción no puede ser éticamente neutra porque la dimensión ética es una parte de la acción, la Poética de Aristóteles asigna cualidades éticas a los personajes88, y «esta misma cualidad ética no es más que un corolario del carácter principal de la acción: estar mediatizada simbólicamente»89. Pasamos ahora a la segunda parte del estudio, ¿dónde encontrar un modelo de análisis que sea capaz de ofrecernos el paradigma simbólico que actúa en la comprensión de las narraciones? Siguiendo el horizonte de la crítica literaria podrían encontrarse muchos, pero Ricosur ofrece un ejemplo clarificador: la obra conjuntos simbólicos autónomos que se revelan en la palabra o en la escritura. En este sentido se podría hablar de un simbolismo implícito o inmanente, por opo­ sición a un simbolismo explícito o autónomo», Ricoeur, Temps et récit /..., 91-92. La diferencia entre simbolismo implícito y explícito la recoge Ricoeur de Geertz; véase P. Ricoeur, Ideología y utopía, Barcelona, Gedisa, 1989, 277. «Para el antropólogo y el sociólogo el símbolo subraya, de entrada, el carácter público de la articulación significante. (...) Por otra parte, el término símbolo —o mejor, mediación simbólica— señala el carácter estructurado de un conjunto sim­ bólico. (...) Antes de ser texto, la mediación simbólica tiene una textura. (...) Un sistema simbólico proporciona así un contexto de descripción, para acciones parti­ culares. Dicho de otra forma, es «en función de...» tal convención simbólica, como nosotros podemos interpretar tal gesto como significando esto o aquello», Ricoeur, Temps et récit I..., 93. De ahí la conexión con la narración: acción y narración se mueven más en el ám­ bito del valor que en el de la verdad, que dan por supuesta (o por suspendida). Véase H. Weinrich, «Al principio era la narración», M.Á. Garrido Gallardo, T. Todorov y otros, La crisis de la literariedad..., 99-114. «La Poética no sólo supone agentes, sino caracteres dotados de cualidades éticas que los hacen nobles o viles. Si la tragedia puede representarlos «mejores» y la co­ media «peores» que los hombres actuales, es porque la comprensión práctica que los autores comparten con su auditorio implica necesariamente una evaluación de los caracteres y de su acción en términos de bien y mal. No hay acción que no sus­ cite, por poco que sea, aprobación o reprobación, según una jerarquía de valores cuyos polos son la bondad y la maldad», Ricoeur, Temps et récit I..., 94. Ricoeur, Temps et récit I..., 94.

de Northrop Frye. Así por ejemplo, los paradigmas de arquetipos y símbolos90 que ofrece Frye en su Anatom ía de la Crítica son resultado de un proceso inductivo abierto en el que unos y otros se van configurando a través de las sucesivas metamorfosis de las tramas91. Este ejem plo, ayuda a percibir mejor la diferencia entre lo que Ricceur denom ina los «rasgos estructurales» de la acción que provienen de la racionalidad lógica y que son puestos de manifiesto por el análisis estructural y los «rasgos simbólicos» que provienen de las manifestaciones culturales de la tradición y que se pueden descubrir mejor en los análisis de literatura comparada como, por ejemplo, el de Frye. Con esta clarificación, podemos iniciar ya la última parte de este estudio: la precomprensión de la acción en sus rasgos temporales. 3.1.3. Los rasgos temporales de la acción La acción no sólo se percibe desde su significado elemental o desde su simbolismo, sino también desde su temporalidad. Al afirmar esto Ricoeur alude, como lo hacía también antes, a la percepción de la acción por parte del sujeto.

Véase Ricoeur, Temps et récit II.,., 29-33. Ricceur recoge aquí las cinco columnas del crítico canadiense con los dos modos (trágico y cómico) con que se especifica cada una: la primera, el mito, presenta a un héroe superior a nosotros por naturale­ za; sus modos trágico y cómico son el mito dionisíacó y el apolíneo. La segunda columna representa lo maravilloso en la que el héroe sólo es superior a nosotros de grado, sus modos son el relato maravilloso —la muerte de un mártir, por ejem­ plo— y el idílico. Así va recogiendo todas las columnas hasta la quinta donde se representa lo irónico, en la que miramos al héroe desde arriba; ejemplos de modo trágico son Adán, Kafka o los evangelios; ejemplo del cómico, Shylock o Tartufo. Pero, como se recordará, al final lo irónico remite a lo mítico. La relación de circularidad es evidencia suficiente para mostrar lo transhistórico de las metamorfo­ sis de la literatura. Si se relacionan, como lo hace N. Frye, la Literatura y la Biblia, los símbolos literarios recorren el mismo camino que los recorrían los símbolos bíblicos en los cambios de sentido operados en la exégesis medieval tal como han sido codificados por H. de Lubac (H. de Lubac, Exégése médiévale. Les quatre sens de L ’Ecriture, 5 vols., Paris, Aubier, 1959-1962). Véase Ricoeur, Temps et récit II..., 29. Por eso comenta: «He intentado en otro lugar una reconstrucción de la Anatomía de la Crítica, que ilustra la tesis según la cual el sistema de las configuraciones propuesto por Northrop Frye proviene del esquematismo transhistórico de la inteligencia narrativa, y no de la racionalidad ahistórica de la semiótica narrativa». El lugar en que realiza este programa es lógi­ camente su artículo en homenaje a Frye: Ricoeur, «“Anatomy of Criticism” or the Order of Parad igms»..., 1-13.

Por tanto, no trata del tiempo bajo el aspecto cronológico sino bajo el aspecto fenomenológico. Ricoeur examina este aspecto temporal de la acción desde las perspectivas de S. Agustín y Heidegger. Del obispo de Hipona recoge las aporías del tiempo que invitan a examinarlo no desde la cronología externa a nosotros, sino desde la fenom enología interna a nosotros mismos92. Sin embargo, donde encuentra instrumentos adecuados para ese examen es en el estudio de Heidegger Ser y T ie m p o , ya que este volumen presenta una ontología que origina una antropología, y «esta antropología filosófica se organiza sobre la base de una temática: la del cuidado (Sorge)»93. Cuando en la segunda sección del volumen, H eidegger expone la intra-temporalidad (Innerzeitigkeit) tenem os la m ejor descripción de lo que conviene desde el punto de vista temporal a la semántica de la acción94. La intra-temporalidad tiene su fundamento precisamente en el cuidado : la condición de «estar arrojado» entre las cosas hace que la descripción de nuestra temporalidad se haga dependiente de nuestro cuidado. Entonces, contar el tiempo no es contar intervalos entre instantes, sino contar con el tiempo. Son muy reveladoras expresiones como «tomarse tiempo para...», «perder el tiempo», en las que, en definitiva, lo que hacemos es «contar con el tiempo». Y lo mismo ocurre con las redes gramaticales de los tiempos del verbo y de los adverbios de tiempo, muy ramificadas en todos los idiomas: «entonces», «después», «más tarde», «más tem prano», «hasta que...», «mientras que...», etc. «Todas estas expresiones, de extrema sutileza y fina diferenciación, orientan hacia el carácter datable y público del tiempo de la preocupación (Besorgen)»95. Ahora bien, dentro de la caracterización del tiempo bajo el aspecto del cu idado, de la preocupación, el eje lo ocupa el ahora'.

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es importante, pues, ver la diferencia de significación que distingue el «ahora» propio de este tiempo de la preocupación del «ahora» en el sentido del instante abstracto. El «ahora» existencial se determina por el presente de la preocupación, que es un «hacer-presente», inseparable de «esperar» y de «retener». Sólo porque, en la preocupación, el cuidado tiende a contraerse en el hacer-presente, y a anular

«Al afirmar que no hay un tiempo futuro, un tiempo pasado y un tiempo presente, sino un triple presente —un presente de las cosas futuras, un presente de las cosas pasadas y un presente de las cosas presentes—, Agustín nos ha encaminado hacia la investigación de la estructura temporal más primitiva de la acción», Ricceur, Temps et récit 1..., 96. Ibidem, 96. Ibidem, 96-97. Ibidem, 99.

su diferencia respecto de la espera y la retención, el «ahora», así aislado, puede convertirse en la presa de su representación como un momento abstracto.96 Pasamos ya a la segunda parte: ¿cómo formalizar la operación del análisis del tiempo en la precomprensión de la narración? Ciertamente, se puede acudir a un estudio de la organización semántica del tiempo en cada lengua, pero, a la luz de los dos motivos que se han recogido del examen de Heidegger — «contar» con el tiempo, y determinación a partir del «ahora»— , parece claro que el paradigma temporal correspondiente a mimesis I se puede describir bajo las metodologías del análisis narrativo del tiempo — las que «cuentan» el tiempo— , que tienen presente la distinción entre la enunciación — que se corresponde al «ahora»— y el enunciado. Ricoeur las encuentra, más o menos desarrolladas, en los estudios de E:. Benveniste, H. Weinrich y K. Hamburger. Quien recuerde sus obras97 sabe que, originariam ente, ninguno de estos autores pretende formular una teoría verbal, sino una teoría de la dicción narrativa; por eso, los tres señalan que en la narración las formas verbales indican otra cosa distinta del tiempo. A Ricoeur esta conclusión le parece exagerada: la ruptura entre el tiempo del verbo y la experiencia del tiempo no puede ser completa98, cuando menos tiene que ser paralela o indirecta99. Por eso la distribución de los tiempos verbales, tal como se form ula teóricam ente por estos autores100, le parece una buena descripción de los paradigmas sobre los que entendemos nuestra temporalidad en la acción. El relato, cada relato, traslada ese paradigma a la cadena sintagmática, y las formas verbales contribuyen entonces a la narrativización101. Con los tres rasgos de la acción descritos Ricoeur codifica el saber compartido presente en la construcción de una trama: Ibídem, 99. E. Benveniste, «Les relations de temps dans le/verbe franfais», Problémes de linguistique générale 1, Paris, Gallimard, 1966, 237-250; K. Hamburger, La lógica de la literatura, Madrid, Visor, 1995; H. Weinrich, Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, Madrid, Gredos, 1968. Ricceur, Temps et récit II..., 94. Ricoeur, Temps et récit II..., 109-111. Sin embargo, debe recordarse que toda la introducción a Tempus es una justificación de la separación entre tiempo real y tiempo verbal. Véase Weinrich, Estructura y función de los tiempos en el lengua­ je..., 7-35; y lo mismo puede observarse en los otros dos autores. Obviamente en el caso de Weinrich sólo se refiere a la diferencia entre los tiempos del mundo comentado y los del mundo narrado —pero no a la teoría del relieve—, en el caso de Benveniste a la diferencia entre histoire y discourse en el francés es­ crito, y en el caso de Hamburger al valor del tiempo pasado en el régimen de la ficción. Encontraremos más precisiones en la exposición de mimesis II. Ricoeur, Temps et récit II..., 93-94.

Se percibe cuál es la riqueza de mimesis T. imitar o representar la acción es, en primer lugar, comprender previamente en qué consiste el obrar humano: su semántica, su realidad simbólica, su temporalidad. Sobre esta pre-comprensión, común al poeta y a su lector, se levanta la construcción de la trama y, con ella, la mimética textual y literaria.102 Pero, si mantenemos la analogía lingüística, todos estos rasgos forman parte de lo paradigmático, mientras que la narración, cada narración, pertenece ya al orden sintagmático: «comprender lo que es la narración, es dominar las reglas que rigen su orden sintagm ático»103. Y, lo mismo que cuando la lengua se actualiza en un acto de habla, también ahora, al pasar del orden paradigmático de la acción al sintagmático de la narración, los términos adquieren integración y actualidad. Actualidad: términos que sólo tenían una significación virtual en el orden paradigmático —simple capacidad de uso— reciben una significación efectiva gracias al encadenamiento a modo de secuencia que la intriga confiere a los agentes, a su hacer y a su sufrir. Integración: términos tan heterogéneos como agentes, motivos y circunstancias se vuelven compatibles y obran conjuntamente dentro de totalidades temporales efectivas. En este sentido, la doble relación entre reglas de construcción de la trama y términos de acción constituye a la vez una relación de presuposición y una relación de transformación. Comprender una historia es comprender a la vez el lenguaje del «hacer» y la tradición cultural de la que procede la tipología de las tramas.104 Pero la trama entra en escena en la operación de configuración que pertenece a lo que Ricoeur trata bajo el apartado de mimesis II. 3.2. Mimesis II: la configuración El estudio de mimesis //constituye el centro de la hipótesis de Ricoeur, ya que aquí es donde se pone a prueba su teoría de la narración. Para Ricoeur, lo esencial de la narración es la capacidad de configuración que tiene la trama. La trama realiza una síntesis de lo heterogéneo que no es otra cosa que la operación de configuración. Además, según los presupuestos aristotélicos, esta operación de configuración de la trama tiene que tener otra condición: la aceptabilidad, o la verosimilitud. Sin embargo, la novela moderna puede parecer un desmentido de esta genera­ lización de base aristotélica, pues privilegia precisamente los opuestos: los per­ 102 103 104

Ricoeur, Temps et récit I..., 100. Ibídem, 90. Es importante subrayar que estamos todavía en el nivel parangonable a la lengua, al sistema; de ahí que el sujeto de la frase sea «la» narración. Ibídem, 91.

sonajes frente a la trama, la ruptura de la temporalidad y del orden, la obra abierta frente al cierre, etc. Para salvar este escollo, Ricceur propone realizar una radicalización de las operaciones de la trama que llegue a delimitar cuáles son los mecanismos que efectivamente dan lugar a la configuración. Ricoeur los descubre en diversas tesis de la teoría literaria contemporánea. A continuación examina el camino por el que la moderna narratología ha sido capaz de poner de manifiesto cómo la aceptabilidad se ha metamorfoseado en la verosimilitud: a través de los estudios que muestran la relación entre enunciación y enunciado. Antes, en el examen de mimesis I, se ha visto cómo algunos métodos de análisis narrativo eran capaces de mostrarnos la inteligibilidad que franqueaba el camino entre la comprensión de la acción y la comprensión de la narración. Ahora, en el examen de mimesis II, se percibirán los procedimientos y los métodos que hacen inteligible la narración y la presentan al lector para que la actualice. M imesis II es así un repaso al ser de la narración en su dimensión hermenéutica y una descripción de la interacción de las diversas instancias de la narración. Veamos el desarrollo más paso a paso. En la epistemología de la comprensión de un relato, y de su análisis, mimesis II ocupa el lugar central. Al decir que es el lugar central, lo que se quiere subrayar es su capacidad de mediación entre mimesis I y mimesis III: Al situar mimesis II entre una fase anterior y otra posterior de la mimesis no busco solamente localizarla y enmarcarla. Quiero más bien comprender su función de mediación entre el antes y el después de la configuración. Mimesis II ocupa una posición intermedia únicamente a título de mediación. Así, esta función de media­ ción proviene del carácter dinámico de la operación de configuración que nos ha hecho preferir el término «construcción de una trama» al de «trama» simplemente, y el de «disposición» al de «sistema». Todos los conceptos relativos a este nivel designan, en efecto, operaciones.105 Dos notas deben precisarse a propósito de eátas frases: en primer lugar, Ricceur habla del «antes y el después». La expresión no debe entenderse en sentido cronológico, al menos en lo que afecta a la operación de la mimesis: la operación mimética se da en la lectura (mimesis III) que, teniendo presente el mundo común al autor y al lector (mimesis I), para la operación de refiguración, se deja guiar por el texto que presenta la configuración de unas acciones (mimesis II). En consecuencia, no hay que pensar en tres momentos sino más bien tres fases de una única operación. En segundo lugar, Ricoeur anota que lo Ibidem, 102. Ricoeur no distingue en este punto entre el relato de la historia y el relato ficticio, por eso la argumentación bibliográfica que utiliza proviene de auto­ res de ambos campos: de la filología y de la historiografía. Lo que sí es común a todos ellos es la matriz aristotélica.

específico en esta segunda fase de la mimesis es la operación de configuración, o la c'cJnstrucción de una trama. Por tanto, se puede asignar a la trama la operación de mediación. Esta función mediadora de la tram a la describe Ricoeur desde una triple perspectiva: La trama es mediadora, al menos, a triple título: en primer lugar media entre acontecimientos o incidentes individuales y una historia tomada como un todo. A este respecto, se puede decir, de modo equivalente, que extrae una historia sensata de —una serie divergente de acontecimientos o incidentes (los pragmata de Aristóteles); o que transforma los acontecimientos o incidentes en— una historia. Las dos relaciones recíprocas expresadas por el de y por el en caracterizan la trama como mediación entre acontecimientos e historia contada. (...) En resumen, la construcción de una trama es la operación que extrae de una simple sucesión una configuración. Por otra parte, la construcción de una trama compone un conjunto de factores tan heterogéneos como son agentes, fines, medios, interacciones, circunstancias, resultados inesperados, etc. (...) Aristóteles equipara la trama a la configuración, aquello que nosotros hemos caracterizado como concordancia-discordancia. Este rasgo es el que, en último término, constituye la función mediadora de la trama... La trama es mediadora bajo un tercer aspecto, el dé sus caracteres temporales propios. Por generalización, éstos nos autorizan a llamar a la trama una síntesis de lo heterogéneo.106 Las tres dimensiones señaladas por Ricoeur — acontecimientos que se hacen historia, concordancia de factores heterogéneos, concordancia tem poral— se recubren, o al menos se solapan, en más de un momento. Con todo, se puede señalar algún lugar en el que uno de ellos tiene cierto predominio sobre los demás. El punto de partida para comprender la operación configuradora de la trama es de orden epistemológico. Consiste en entender que la operación de configuración es uno de los modos de comprensión. Aquí Ricoeur sigue a L. Mink cuando distingue tres modos de comprensión en sentido amplio: el modo teórico, el modo categorial y el modo configurante107. Lo esencial del modo configurante es 105 107

Ibídem, 103. «Según el modo teórico los objetos son comprendidos a título de casos o de ejem­ plos de una teoría general: el tipo ideal de este modo está representado por el sis­ tema de Laplace. Según el modo categorial, a menudo confundido con el anterior, comprender un objeto es determinar qué tipo de objeto manifiesta, qué sistema de conceptos a priori da forma a una experiencia que, en su ausencia, permanecería caótica. Este tipo de comprensión categorial es la que ha utilizado Platón y a ella aspiran los filósofos más sistemáticos. El modo configurante tiene como propio situar los elementos en un complejo único y concreto de relaciones. Este es el tipo

lo que Mink denomina acto configurante y que consiste esencialmente en «tomar juntos» un conjunto de factores presentes en las acciones humanas, heterogéneos de por sí, y transform arlos en una historia coherente, confiriéndoles así una inteligibilidad108. A hora bien, es en la historia configurada donde un acontecimiento, o un incidente, pasa a ser la acción, la consecuencia deseada, o una mera circunstancia: la operación de la configuración de la trama transforma un conjunto de incidentes en una historia109. En esta descripción ya se percibe que la tram a m edia también en la comprensión del tiempo de las acciones: la dimensión episódica de los incidentes los sitúa en una caracterización lineal del tiempo en la que estos incidentes están uno después de otro110; en cambio, en la dimensión configurante esta sucesión de los acontecimientos está subordinada a

de relaciones que caracteriza la operación narrativa» (ibídem, 224-225). Subrayado mío. Ricoeur, tras recordar que considera esta idea como el punto fuerte del artículo de Mink (L.O. Mink, «History and Fiction as Modes of Comprehension», New Literary History, 1970, n° 1, 541-558), anota que no concuerda con Mink en la atemporalidad que éste le asigna al acto configurante. «Alargando todavía el campo de la trama, diré que la trama es la unidad inteligible que compone circunstancias, fines, medios iniciativas, consecuencia no queridas. Según una expresión que tomo prestada de Louis Mink, es el acto de «tomar jun­ tos» —de componer— estos ingredientes de la acción humana que, en la experien­ cia ordinaria, son heterogéneos y discordantes. De éste carácter inteligible de la trama, se sigue que la competencia para seguir una historia constituye una forma muy elaborada de comprensión», Ricceur, «De l’interprétation»..., 14. «El acto de construcción de la trama combina en proporciones variables dos di­ mensiones temporales: una cronológica, otra no cronológica. La primera constitu­ ye la dimensión episódica de la narración: caracteriza la historia como hecha de acontecimientos. La segunda es la dimensión configurante propiamente dicha: por ella, la trama transforma los acontecimientos en 'historia. Este acto configurante consiste en «tomar juntas» las acciones individuales, o lo que hemos llamado los incidentes de la historia; de esta variedad de acontecimientos consigue la unidad de la totalidad temporal. No se puede indicar con más fuerza el parentesco de este «tomar juntos» propio del acto configurante y la operación del juicio según Kant», Ricceur, Temps et récit I..., 103. «La dimensión episódica del relato lleva al tiempo narrativo por el camino de la representación lineal. De varias maneras. En primer lugar el «entonces-y-entonces» por el que respondemos a la pregunta: «¿y después?» sugiere que las fases de la ac­ ción están en una relación de exterioridad. Por otra parte, los episodios “constituyen una serie abierta de acontecimientos que permiten añadir al «entonces-y-entonces» un «y así sucesivamente». Finalmente, los episodios se siguen uno a otro de acuer­ do con el orden irreversible del tiempo común a los acontecimientos físicos y hu­ manos» (ibídem, 104).

la totalidad significante de la historia que es la que hace que el relato pueda segtíirse111; los incidentes están ahora, uno a causa del otro. Con esta cualidad, la capacidad para poder seguirse, se introduce la segunda de las características que le asigna Ricoeur a la construcción de la trama: lo que Gallie denomina followability, la capacidad para ser seguida. Toda historia — sea real o ficticia— , en su desarrollo, comporta cambios, sorpresas, etc. Para que el lector pueda seguir la historia lo que se necesita es que la configuración sea verosímil, y esta verosimilitud le viene fundamentalmente de que el final del curso de las acciones sea aceptable112. 3.2.1. La radicalización de las operaciones de la trama Con la noción de verosimilitud entramos ya en el otro punto importante de la argum entación de Ricoeur. El pensador francés hace notar que la tradición novelesca moderna puede parecer un desmentido de cuanto ha dicho de la trama siguiendo la matriz aristotélica: desde el punto de vista de la trama, la novela moderna se ha caracterizado por privilegiar a los personajes sobre la tram a113; desde el punto de vista de la configuración, la novela abierta deja en entredicho la posición de la aceptabilidad del punto final114; y desde el punto de vista Ibidem, 104. Por eso, siguiendo a Paul Veyne, Ricoeur apunta: «si se define tan ampliamente lo que se tiene por una trama, incluso la historia cuantitativa entra en su órbita: hay intriga cada vez que una historia compone fines, causas materiales, azares: una trama es «una mezcla muy humana y muy poco científica de causas materiales, fines y azares». El orden cronológico no es esencial. En mi opinión, esta definición es completamente compatible con la noción de síntesis de lo hete­ rogéneo propuesta en nuestra primera parte» (ibidem, 241). «Una historia que no comportara ni sorpresas, ni coincidencias, ni reencuentros, no retendría nuestra atención. Por eso debe seguirse la historia hasta su conclusión. (...) Más que previsible una conclusión debe ser aceptable» (ibidem, 213). La ar­ gumentación de Gallie es muy aristotélica (véase Ricoeur, «Expliquer et comprendre...», 179); de hecho, la noción de aceptabilidad está muy cercana a la verosimi­ litud aristotélica como regla interna de la configuración. Véase K. Spang, «Mime­ sis, ficción y verosimilitud en la creación literaria», Anuario filosófico, 1984, n° XVII/2,153-159. A propósito de formas novelescas modernas como la novela epistolar, la pseudobiográfica, etc., dice: «Si la intriga, reducida a este esqueleto, ha podido parecer un apremio exterior, es decir, artificial y arbitrario, es porque, desde el nacimiento de la novela y hasta el fin de la edad de oro, en el siglo XIX, un problema más urgente que el del arte de componer ha ocupado el primer plano: el de la verosimilitud», Ricoeur, Temps et récit II..., 22. «El mythos, como se sabe, es la imitación de una acción una y completa. Pero una acción es una y completa cuando tiene un principio, un desarrollo y un final; es

temporal, nada más contrario a la configuración que la desarticulación temporal de muchas novelas115; en definitiva, parece que la inteligibilidad narrativa ha quedado reducida a la verosimilitud116. Frente a estos apremios, Ricceur acude, como es habitual en él, a dejar de lado las taxonomías y buscar la solución por la vía hermenéutica: Sostengo, por mi parte, que la búsqueda de la concordancia forma parte de las presuposiciones insoslayables del discurso y de la comunicación. O el discurso coherente, o la violencia, decía Eric Weil en la Lógica de la filosofía. La prag­ mática universal del discurso no dice otra cosa: la inteligibilidad no deja de precederse a sí misma y de justificarse a sí misma.117 Esta búsqueda de concordancia que persigue la inteligibilidad en toda narración la percibe Ricceur en tres lugares que representarán, al final, lo radical en la constitución del m ythos: la dianoia aristotélica, la noción de punto final como constituyente del holos de la trama, y la pervivencia de los paradigmas. Comenzamos con la dianoia. Si hablamos o escribimos, lo hacemos sobre algo: ese es el tem a del discurso. Si la construcción de la trama es un acto que configura una totalidad significante, es que estamos ante un acto reflexivo, y merced a este acto reflexivo, toda la trama puede traducirse en un «pensamiento», que no es otro que su «punta» o «tema». Pero nos equivocaríamos totalmente si considerásemos este pensamiento como atemporal. El tiempo de la «fábula-y-deltema», para emplear la expresión de Northrop Frye; es el tiempo narrativo que media entre el aspecto episódico y el configurante.118

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decir si el comienzo introduce el desarrollo, si el desarrollo —peripecia y recono­ cimiento— conduce al final, y si el final conduce él desarrollo: entonces la confi­ guración domina sobre el episodio y la concordancia sobre la discordancia. Por tanto es legítimo tomar como síntoma del fin de la tradición de la construcción de la trama el abandono del criterio de culminación, y por tanto el propósito delibera­ do de no terminar la obra» (ibídem, 35-36). Ricoeur anota que lo queha desarticulado la novela moderna ha sido más bien la cronología: «si es verdad que la mayor parte de la teoría moderna del relato —tanto en historiografía como en narratología— tiende a «decronologizar» el relato, la lu­ cha contra la representación lineal del tiempo no tiene necesariamente como única salida la de «logicizar» el relato sino más bien la de profundizar en sif temporali­ dad» (ibídem, 53). Ibídem,22. Ibídem, 48. Ricoeur, Temps et récit I..., 104.

Fácilmente se advierte que al hablar del tema, Ricoeur está refiriéndose a la dianoia aristotélica y al desarrollo que hace de ella N. Frye cuando entiende el mythos como la dianoia en el tiempo119. Siempre hay algo de lo que hablamos y si hablamos de acciones, el tiempo está implicado en ellas. En las obras Ricoeur es posible rastrear algunos ejemplos de este proceder: en la utopía, por ejemplo, la dianoia, la «idea-núcleo» debe ser la de en ninguna parte implicada en la misma palabra y en la descripción de Tomás M oro120; otro ejemplo: el núcleo de Pentateuco, o del Antiguo Testamento entero, puede encontrarse en los pocos versículos del Credo primitivo de Israel recogido en Deuteronomio 26m ; otro ejemplo, los términos «cohesivos» — Renacimiento, Revolución industrial, etc.— que emplea la historiografía122; etc. El segundo lugar desde el que Ricoeur plantea la pervivencia del m ythos aristotélico es el del «punto final» en relación con el holos. Siguiendo la intuición de F. Kermode123, apunta que lo que determina la configuración de una narración como un todo es su final: En cuanto se conoce perfectamente una historia, seguirla no es tanto incluir las sorpresas o los descubrimientos en un reconocimiento del sentido atribuido a la

N. Frye, Anatomy of criticism: four essays, Princeton, Princeton U.P., 1990, 7779. Ricceur, «L’imagination dans le discours et dans 1’action»..., 232. Véase Ricceur, «Herméneutique philosophique et herméneutique biblique»..., 121: «Nada se ha dicho sobre Dios o sobre los hombres que no pase primero por el acto de reunir leyendas, sagas aisladas, y reordenarlas en secuencias significativas, de manera que constituyan un único Relato, centrado sobre un acontecimientonuclear, que tiene al la vez una dimensión histórica y una dimensión kerygmática. Es conocido cómo Gerhard von Rad organiza el gran relato a partir del Credo pri­ mitivo que lee en Dt 26». P. Ricceur, «La función narrativa y la experiencia humana del tiempo», Historia y narratividad..., 188. F. Kermode, El sentido de un final. Estudios sobre la teoría de la ficción, Barcelo­ na, Gedisa, 1983. La raíz hermenéutica que se menciona en el cuerpo del texto se descubre en muchos de los ejemplos que propone Kermode: la raíz de la concor­ dancia la encontramos en la vida, oímos un tic, y esperamos un toe; tic, es un hu­ milde génesis, tac, un débil apocalipsis {ibídem, 52ss). En otros lugares (véase Ricoeur, «Une reprise de La Poétique d’Aristote»..., 477) recoge también las tesis del punto final de B. Herrnstein Smith (B. Herrnstein Smith, Al margen del discurso: la relación de la literatura con el lenguaje, Madrid, Visor, 1993), pero el desarrollo de la trama en relación con el punto final Ricceur lo fundamenta en Kermode.

historia, tomada como un todo, como aprehender los propios episodios, bien cono­ cidos, como dirigidos a ese final.124 Si eso es así, la expresión de Kermode según la cual «en el principio está ya el final» debemos traducirla diciendo que, en la configuración, el principio es ya parte del final125. El sentido que otorga el final a un relato no es sino un trasunto del sentido que otorgamos a un curso de acciones, incluso las de nuestra propia vida, en función del final: «el mito escatológico y el mythos aristotélico se reúnen en el modo de vincular un comienzo con un final, proponiendo a la imaginación el triunfo de la concordancia sobre la discordancia»126. De esta radicalización de la concordancia, que encuentra su raíz en la comprensión narrativa de los acontecimientos de la vida127, Ricoeur extrae su conclusión sobre la pervivencia de la trama: la trama, en cuanto garante de la concordancia del discurso narrativo, no desaparece nunca, sim plem ente se metamorfosea. De hecho, las metamorfosis de la tram a no son sino revesti­ mientos siempre nuevos del principio formal de configuración en los géneros, los tipos y las obras singulares128. Con lá mención de los géneros y las obras singulares se introduce ya el último punto en el que se traducen tanto la pervivencia de la trama como los cambios que puede experimentar129. A juicio de Ricoeur lo que hace Aristóteles son dos cosas a la vez, si no tres: por un lado establece el concepto de trama en sus rasgos más form ales — lo que Ricoeur identifica como concordancia discordante— , por Ricoeur, Temps et récit I..., 105. «En una novela el principio implica el final: si creemos comenzar por el principio (“Era... Yo era”), en realidad estamos comenzando por el final. (...) El novelista hace trampa disponiendo colocaciones que, por encontrarse él con nosotros en un contexto que ambos comprendemos tal como podríamos comprender la esencia y las reglas del juego, no consideramos fortuitas, en las cuales habremos de descu­ brir relevancia y ritmo», Kermode, El sentido de un final..., 144-145. Ricoeur, Temps et récit II..., 40. «Es necesario hacer propia la conclusión que Frank Kermode extrae al fin de su primer estudio y que confirma en el quinto: a saber, que las esperanzas de una en­ tidad comparable a las engendradas por el Apocalipsis tienen el poder de persistir, que, no obstante, cambian, pero al cambiar encuentran una nueva pertinencia. Esta conclusión esclarece singularmente mi propósito sobre el estilo de la tradicionalidad de los paradigmas» (ibidem, 43-44). Véase Ricoeur, «“Anatomy of Criticism” or the Order of Paradigms»..., 12. Si mimesis I se refiere a la precomprensión de la obra literaria, la cuestión del género debería tratarse allí. Sin embargo, Ricoeur acota mimesis I como el lugar de la precomprensión de la acción. Además, como el género literario no se deriva de una lógica extraliteraria sino de la pervivencia de paradigmas literarios, su lugar lógico, en la epistemología de Ricoeur, es éste, mimesis II.

otro describe el género de la tragedia griega, y, finalmente, analiza obras singulares130. En la hipótesis de Ricceur, esta descripción aristotélica no es más que una actualización de lo que en realidad se ha producido en el curso de la cultura: Tres puntos relativos a nuestra investigación sobre la construcción de la trama y sobre el tiempo merecen ser subrayados. En primer lugar, puesto que las culturas han producido obras que se dejan emparentar entre ellas según semejanzas de familia, operando, en el caso de los modos narrativos, al mismo nivel de la construcción de la trama, una búsqueda del orden es posible. Enseguida, este orden puede ser asignado a la imaginación productiva, que produce el esquematismo. Finalmente, en tanto que orden de lo imaginario, comporta una dimensión temporal irreductible, la de la tradicionalidad. Cada uno de estos tres puntos hace ver en la construcción de la trama un correlato de una auténtica inteligencia narrativa que precede, de hecho y de derecho, toda reconstrucción del narrar en un segundo grado de racionalidad.131 Las tres nociones — orden, esquematismo y tradicionalidad— están presentes en lo que Ricoeur denomina paradigmas. Paradigma es aquí, para Ricoeur, sinónimo de regla de composición132: toda obra singular se establece sobre la inteligencia de un modelo que le sirve de regla y que, a la vez, puede transgredir con su propia experimentación; pero si ese desvío se impone, por un proceso de sedimentación, la nueva forma se instala ya como parte del paradigma. Finalmente, también aquí, la concordancia no deja de precederse a sí misma133. Ricoeur, Temps et récit I..., 107. Ricoeur, Temps et récit II..., 34-35. Subrayado mío. «Paradigma se entiende aquí como un concepto que previene la inteligencia na­ rrativa de un lector competente. Es, más o menos, sinónimo de regla de compo­ sición. Yo lo he elegido como término general para cubrir los tres niveles, el de los principios más formales de composición, el de los principios genéricos (el gé­ nero trágico, el género cómico, etc.), finalmente el de los tipos más específicos (la tragedia griega, la epopeya céltica, etc.). Su contrario es la obra singular, conside­ rada en su capacidad de innovación y de desvío» (ibídem, 17, nota 1). «No debemos equivocarnos sobre la relación entre paradigma —sea el que sea— y obra singular. Lo que llamo paradigmas son tipos de construcción de la trama naci­ dos de la sedimentación de la práctica narrativa misma. Tocamos aquí un fenómeno fundamental, el de la alternancia entre innovación y sedimentación. (...) Es esta al­ ternancia la que hace posible el fenómeno del desvío evocado por la objeción. Pero hay que comprender que el mismo desvío no es posible sino sobre el fondo de una cultura tradicional que crea en el lector esperas que el artista se goza en excitar y en defraudar. Y esta relación irónica no podría instaurarse en un vacío paradigmático total», Ricoeur, «De Pinterprétation»..., 16. Véase también Ricoeur, Temps et récit /..., 107-108.

3.2.2. La enunciación y el enunciado: la diégesis Al presentar la operación de configuración propia de mimesis II, se apuntaba ya la necesidad de considerar la verosimilitud — o la aceptabilidad— como nota pertinente que debía tener el curso de los acontecimientos configurados134. A continuación, ante las condiciones de gran parte de las novelas modernas que rompían con esos parámetros de la configuración, se anotaba la respuesta de Ricoeur a esa dificultad: la radicalización de la trama con base en la noción de punto final. Ahora, Ricoeur examina el contrapeso de ese fenómeno. Frente a la desarticulación del concepto de trama, en la novela moderna — y en consecuencia en el análisis narrativo— , la verosimilitud se ha desarrollado por un camino curioso en apariencia: las relaciones entre la enunciación y el enunciado. Por eso se prepone enriquecer el concepto de construcción de una tram a con esta noción135. En realidad es aquí donde habría que situar la noción de relato si siguiéramos las pautas de la poética aristotélica136. En efecto, Ricceur llamaba narración a la imitación de una acción, con lo que situaba el relato en el aspecto más general, en el «qué» de la mimesis, y sólo de manera secundaria, calificaba la narración como diégesis, es decir, en función de la actitud del autor que imita, o lo que es lo mismo, atendiendo al «cómo» de la imitación. Esta operación, como hemos visto, reporta ventajas, porque, situada en su ámbito más general, la narración resiste m ejor los cambios de género y hace más eficaz el diálogo entre las diversas ciencias del espíritu. Sin embargo, es evidente que hay un conjunto de Propiamente las notas pertinentes en el planteamiento de Aristóteles son: lo vero­ símil, lo coherente y lo necesario. Véase Bobes y otros, Historia de la teoría lite­ raria, I. La antigüedad grecolatina..., 95-97. Ricoeur organiza las relaciones entre la trama aristotélica y el moderno análisis narrativo en torno a cuatro operaciones que denomina: alargar, profundizar, enri­ quecer y abrir el concepto de trama. Así, por ejemplo, bajo la operación de alar­ gar la noción de trama entiende sobre todo las nociones de Frye y Kermode que se han resumido unos párrafos más arriba y que le permiten aplicar la noción de tra­ ma a todas las narraciones posibles; bajo el apartado profundizar en el concepto de trama incluye el análisis estructural del relato que hemos encuadrado en mimesis I; bajo el concepto abrir presenta los análisis puntuales de tres novelas cuyo tema es el tiempo. Hay que recordar que la definición de tragedia que da Aristóteles, y de la que parte Ricoeur, excluye el relato: «Es, pues, la tragedia imitación de una acción.esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las es­ pecies en las diferentes partes, actuando los personajes y no mediante relato, y que mediante compasión y temor, lleva a cabo la purgación de tales afecciones» (1449b, 25-30. Subrayado mío); V. García Yebra (ed. y trad.), Poética de Aristó­ teles, Madrid, Gredos, 1992.

cuestiones — la voz narrativa, el punto de vista, el relieve, etc.— que son constituyentes de la narración y que éste es el lugar que puede englobarlas a todas137. Si al hablar de profundizar en la trama, Ricceur se servía de los autores que en el marco del análisis estructural del relato trataron de la «historia», en este apartado examina la bibliografía de los autores que, en ese mismo marco, trataron del «discurso». El punto de partida es claro. Si el acto de configuración del m ythos es un acto reflexivo, quien formula ese juicio reflexivo está de alguna manera presente al juzgar, aunque no lo esté en lo juzgado138: El enriquecimiento del concepto de construcción de una trama y correlativamente, del tiempo narrativo (...) es, sin duda, (...) privilegio del relato ficticio, más que del relato histórico. (...) Este privilegio consiste en la notable propiedad que tiene el relato de poder desdoblarse entre enunciación y enunciado. Para introducir esta distinción, basta recordar que el acto configurante que preside la construcción de una trama es un acto judicial que consiste en «tomar juntos»; más exactamente, es un acto de la familia del juicio reflexivo. Así podemos llegar a decir que contar es ya «reflexionar sobre» los acontecimientos contados. Bajo esta condición el

Por eso mismo, resulta evidente que Ricceur no pasa por alto la distinción entre mimesis y diégesis en su caracterización de la narración. Su propuesta supone lle­ var la mimesis a un grado más alto de abstracción y establecer las diferencias entre los géneros por otros procedimientos. Por lo demás, la propuesta de otorgar rele­ vancia a las nociones de voz y de punto de vista es antigua en Ricoeur. Siguiendo a Scholes y Kellog apuntaba que «si lo propio del arte narrativo consiste en vincular una historia a un narrador» resulta que el punto de vista en el relato permite al lector no tomar el punto de vista de los agentes como punto de vista propio, y, por tanto, se puede considerar esta categoría como organizadora tal como propone también Booth. Véase Ricceur, «Para una teoría del discurso narrativo»..., 105. Este era el puente que partía de una «acción de base» y llegaba a una teoría de sistemas. Según von Wrigth no podemos ser observador y agente de una misma acción y por tanto tenemos que pensar en sistemas cerrados (véase Ricoeur, «L’initiative»..., 270; véase también Ricoeur, «Expliquer et comprendre...», 172). De manera semejante, la noción de «frase narrativa» de Danto señala hacia el mis­ mo lugar: cuando en se dice, por ejemplo, «con los sucesos de 1789 comienza la revolución francesa» tenemos una «frase narrativa» que no podría haber pronun­ ciado un testigo de los acontecimientos, ya que «tres posiciones temporales están implicadas en la frase narrativa: la del acontecimiento descrito, la del aconteci­ miento en función del cual es descrito el primer acontecimiento, y la del narrador: las dos primeras corresponden al enunciado, la tercera a la enunciación», Ricoeur, «L ’initiative» ...,271.

«tomar juntos» narrativo comporta la capacidad de distanciarse de su propia producción, y por eso mismo de desdoblarse.139 Por ello Ricosur trata en este apartado de dos aspectos: la presencia de la enunciación en el enunciado, y la relación entre enunciación y enunciado. Al hablar de la presencia de la enunciación en el enunciado, examina las propuestas de E. Benveniste, K. Hamburger y H. Weinrich. Ciertamente los tres autores tratan de los tiempos verbales, pero los tres hacen notar que el uso de los tiempos verbales en una narración indica, antes que el tiempo, el juicio — el acto judicial, diría Ricoeur— de quien compone. La distinción entre historia y discurso en Benveniste, ha sido discutida140 precisam ente por eso, porque no se ha considerado el doble plano en el que se movía el lingüista francés141: los dos sistónias verbales de la «historia» y el «discurso» operan a modo de paradigma respecto de la instancia del discurso: el «yo enunciador» presente en las marcas sintagmáticas. De la misma manera, las distinciones de Káte H am burger142, adem ás de señalar la vinculación de los tiem pos verbales al tiem po

Ricceur, Temps et récit II..., 92. Desde una perspectiva taxonómica, lo que Benveniste denomina «historia» no existe (véase J. Simonin-Gumbrach, «Pour une typologie des discours», J. Kristeva y otros, Langue, discours, société, Paris, Seuil, 1975, 85-120) o, como mucho, se disuelve en el «discurso»; véase G. Genette, «Fronteras del relato», Comunicaciones, 1970, n° 8, 202-208. «Si es en el mismo relato donde hay que distinguir entre-enunciación (el discurso en el sentido de Benveniste) y enunciado (la historia en Benveniste), el problema se transforma en doble: por una parte, afecta a la relación entre los tiempos de la enunciación y los tiempos del enunciado; por otra, afecta a la relación entre estos dos tiempos y el tiempo de la vida o de la acción», Ricoeur, Temps et récit II..., 97. Kate Hamburger distingue claramente la forma gramatical del tiempo del verbo —en particular de los tiempos pasados— de su significación temporal bajo el ré­ gimen de la ficción. Hamburger insiste una y otra vez en la ruptura que la ficción literaria introduce en el funcionamiento del discuráo. Una barrera infranqueable separa el discurso asertivo (Aussage) que lleva a la realidad, del discurso de fic­ ción. La ficción reemplaza el yo-origen del discurso asertivo que es ella misma, por el yo-origen de los personajes de la ficción. El sustento de la ficción reposa sobre la invención de los personajes que piensan, sienten, obran y que son el yoorigen de los pensamientos, los sentimientos y las acciones de la historia contada. La cercanía a Aristóteles, para quien la ficción es una mimesis de actuantes, es completa. El criterio de la ficción consiste en el empleo de los verbos que desig­ nan procesos internos, es decir, psíquicos o mentales: «la ficción épica, declara, es el único vínculo gnoseológico donde la Ich-Originalitat (o subjetividad) de una tercera persona puede ser expuesta (Dargestellt) en tanto que tercera persona» (ibídem, 98).

fenpmenológico, apuntan la necesidad de distinguir en el régimen del relato entre el autor real y el narrador ficticio143. Finalmente, las tesis de H. W einrich144 que, para Ricoeur, van todavía más lejos. La distinción entre mundo comentado y mundo narrado supone una teoría de la comunicación en la que los tiempos verbales son «señales» dirigidas por el locutor al oyente para que éste decodifique el mensaje en una manera determinada145, pero, sobre todo, la teoría de Weinrich sobre el «relieve», con su distinción entre primer y segundo plano de la narración, tiene una gran importancia en este ámbito, pues permite discernir lo que el narrador considera acontecimiento en la historia contada146. Por tanto, en los tres autores nos encontramos con procedimientos mediante los cuales puede determinarse hasta qué punto la composición del m ythos remite a su autor. Es claro que se trata, como apuntaba Ricceur, de un enriquecimiento de la noción de composición de la trama según el modelo aristotélico. Vamos al segundo de los aspectos tratados por Ricceur: el que supone la relación entre enunciación y enunciado. Aquí trata Ricoeur de los autores que han hecho camino en lo que se podría denominar narratología en sentido estricto: G. Genette, D. Cohn, G. Stanzel, G. Mtiller, etc. Para Ricoeur, lo que caracteriza las propuestas de estos autores, y que puede contribuir a enriquecer la noción aristotélica de construcción de una trama, es la capacidad de buscar en la distribución de entre enunciación y enunciado una clave en la interpretación de los tiempos de la ficción147.

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Ibidem, 99. «Harald Weinrich distribuye los tiempos de las lenguas naturales que considera según tres ejes que son los tres ejes de la comunicación: 1. La “situación de locu­ ción” (Sprechsituation) preside la primera distinción entre contar (Erzahlen) y comentar (Besprechen).../..., 2. Con la perspectiva de locución, un segundo eje sintáctico entra en juego, que se refiere al proceso de comunicación y al eje de la actitud de locución. Se trata de la relación de anticipación, de coincidencia o de retrospección entre el tiempo del acto y el tiempo del texto .../..., 3. El relieve constituye el tercer eje del análisis de los tiempos verbales. Este eje es también un eje de la comunicación sin referencia a las propiedades del tiempo...» (ibidem, 101-106). Ibidem, 101. Véase Ricceur, «Evento e senso»..., 15-30. La comunicación de Ricceur alude al modo como el acontecimiento se puede recuperar a través del sentido presente en el texto: lógicamente uno de los modos es el concepto de «relieve» de Weinrich. Véa­ se también Ricoeur, Temps et récit II..., 109. Sobre el modo en que la «narración» hace significantes a los acontecimientos, en el marco de la «descripción» de las cir­ cunstancias, véase L. Stern, «Narrative versus Description in Historiography», New Literary History, 1990, n° 21/3, 555-567. Ricoeur, Temps et récit II..., 113.

La diferencia de estas propuestas con las que se han señalado más arriba — que versaban sobre la presencia del acto de enunciación en el enunciado, y por tanto, ponían su acento en la enunciación— es sutil, pero interesante en crítica literaria. Ahora, se trata de buscar, en el mismo enunciado, las marcas por las que se relacionan los acontecimientos que se narran con el modo de narrarlos148. En cierta manera, nos encontramos con presupuestos semejantes a los esgrimidos por W einrich al proponer la noción de relieve149, y algunos ejemplos nos lo m ostrarán mejor. Así, la distinción que establece G. M üller entre tiempo de narrar (Erzahlzeit) y tiempo narrado (Erzáhlte Zeit) es adecuada para codificar de alguna manera las relaciones cuantitativas entre el tiempo de la vida y el tiempo del relato, y por eso, parece claro que una estructura discontinua conviene a un relato de peligros y aventuras, que una estructura lineal más continua conviene a una novela de aprendizaje dominada por los temas del desarrollo y de la metamorfosis, en tanto que una cronología rota, interrumpida por saltos, anticipaciones y vueltas atrás, en resumen una configuración deliberadamente pluridimensional, conviene mejor a una visión del tiempo privada de toda cohesión interna y de su capacidad de fijarse en las cosas.150 El análisis del tiempo sirve de esa forma para mostrar la densidad que se otorga a los acontecimientos. Si en la vida unos acontecimientos tienen más densidad que otros, en la construcción de la trama, que es una mimesis, una imitación creadora de la realidad, la densidad de lo narrado tiene que ser también

En realidad, lo que le da más luces a Ricceur es la distinción que hace Genette en el comienzo de su Discurso del relato (G. Genette, Figures III, Paris, Seuil, 1972, 71-76) y que Ricoeur reseña así: «Los tres niveles de Genette se determinan a partir del nivel medio, el enunciado narrativo: es el relato propiamente dicho; consiste en la relación de acontecimientos reales o imaginarios. En una cultura escrita, este re­ lato es idéntico al texto narrativo. Este enunciado narrativo, por su parte, tiene una doble relación. Por una parte el enunciado se relaciona con el objeto del relato, a saber, los acontecimientos ya sean ficticios o reales: es lo que se llama ordinaria­ mente la historia «contada»; en un sentido cercano se puede llamar diegético el universo en el que la historia se presenta. Por otra parte, el enunciado tiene relación con el acto de narrar tomado en sí mismo, con la enunciación narrativa (contar sus aventuras es, para Ulises, una acción con la misma entidad que masacrar a los pre­ tendientes); un relato diremos nosotros, cuenta una historia, si no, no sería discur­ so», Ricoeur, Temps et récit II..., 121. Aunque no necesariamente con los que Weinrich propone al distinguir entre mun­ do comentado y mundo narrado, pues aquí estamos únicamente en el ámbito del mundo narrado. Ricoeur, Temps et récit II..., 119-120.

distinta; y esto se codifica temporalmente. Aquí está uno de los fundamentos de la narración: narrar es siempre dejar de lado cosas, elegir y excluir151. Sin embargo, donde estas categorías se muestran en forma de taxonomías eficaces es en la propuesta de método de G. Genette152. En efecto, la narratología en el método de G. Genette manifiesta un gran dominio de las «estrategias de aceleración y ralentizamiento. Ese dominio sirve para aumentar la inteligencia que hemos adquirido en favor de nuestra familiaridad con los procedimientos de construcción de la tram a»153. Además, hay un procedimiento en la obra de Genette muy ilustrativo a la hora de emprender el análisis de la narración: la investigación relativa al tiempo se limita a la relación entre el enunciado y la diégesis. De esa manera se pueden dejar de lado los aspectos temporales de la relación entre enunciado y enunciación, que son trasladados a la categoría gramatical de la voz154. Es en la categoría de la voz narrativa donde se pueden incluir todas las relaciones que introducen al m y th o s en el ámbito de la comunicación, es decir en la estructura poética capaz de ser asimilada por la retórica. Según Genette, y en esto le sigue Ricceur, la presencia de la voz narrativa, es inevitable; es más, «que el narrador esté ausente de su texto sigue siendo un hecho de enunciación»155.

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Ibídem, 115; «Aquí la meditación de Goethe retoma el fondo de la cuestión: la vida como tal no forma un todo; la naturaleza puede producir vivientes, pero como tales son indiferentes; el arte sólo puede producir seres muertos, pero son signifi­ cantes. Aquí está el horizonte del pensamiento: arrancar de la indiferencia, me­ diante el relato, el tiempo narrado» (ibídem, 118). En su propuesta de método (véase Genette, «Discours du récit», Figures III..., 65273, completada más tarde con Nouveau discours du récit, Paris, Seuil, 1983) G. Genette incluye las propuestas de G. Müller, y las de otros muchos críticos, aunque organizándolas según el modelo estructural. Ricceur valora de manera destacada las intuiciones de Genette que se señalan en el cuerpo del texto —la es­ tructuración narrativa a partir del enunciado, la distinción entre las cuestiones de tiempo y las pertenecientes a la voz, etc.—, aunque no ve del todo claro que el método sólo sea eficaz cuando se reduce la significación del texto a la relación entre significado y significante, es decir al principio estructural que no permite ir más allá del texto mismo (véase Ricceur, Temps et récit II..., 120-121), y que impi­ de ver que la temporalidad del texto que se analiza (En busca del tiempo perdido, de Proust) es mucho más representativa de la obra que un mero juego temporal (ibídem, 129-130). Ricoeur, Temps etrécit II..., 126. Ibídem, 127. Ibídem, 122. Y en la nota 2 añade: «ElNouveau discours du récit es,a este propó­ sito, de una nitidez sin equívocos:unrelato sin narrador essimplemente imposible; sería como un enunciado sin enunciación, por tanto sin acto de comunicación».

Pero la categoría de voz, unida a la de punto de vista, constituye un lugar privilegiado para hacer presente la composición. La poética aristotélica ya apuntaba como característica de la narración, frente al drama, la delegación que se hacía en la voz del narrador para exponer la acción y las palabras de los personajes155. La narratología, al profundizar en las relaciones entre enunciación y enunciado, descubre en las nociones de voz y punto de vista algunos de los caminos por los que esta presencia se hace significativa. Las dos categorías nos presentan el mundo de los personajes y de la acción pero desde las perspectivas elegidas por el narrador, y es evidente que éste es un procedim iento de composición157. Por eso, si se adopta la regla de seguir de cerca la experiencia del lector organizando paso a paso los elementos de la historia contada para hacer una trama, entonces las categorías de perspectiva y de voz se abordarán menos como categorías definidas por el lugar que ocupan en una taxonomía que como un rasgo distintivo, entresacado de una constelación indefinida de otros rasgos y definido por su función en la composición de la obra literaria.158 Esto es lo que Ricceur encuentra en las tesis de Bajtin y Uspensky. Es evidente que la noción de polifonía de Bajtin tiene consecuencias en la concepción de la composición de una trama: en efecto, si la narración no se entiende como un discurso en el que la voz del autor-narrador se establece como voz solitaria en la cumbre de la pirámide de las voces, sino como dialéctica entre el discurso del narrador y los discursos de los personajes, entonces es claro que las voces juegan un papel esencial en la composición. ’Esta señera intuición de Bajtin encuentra un desarrollo eficaz en la P oética de la composición de Uspensky159. En la obra de este autor aparecen dos cualidades que Ricoeur tiene Bobes y otros, Historia de la teoría literaria, I. La antigüedad grecolatina..., 123127. «¿Cómo incorporar las nociones de punto de vista y de voz narrativa en el pro­ blema de la composición narrativa? Esencialmente, ligando las categorías de na­ rrador y de personaje: el mundo contado es el mundo del personaje y es contado por el narrador. (...) La cuestión será entonces saber por qué procedimientos na­ rrativos especiales el relato se constituye en discurso de un narrador contando los discursos de sus personajes. Las nociones de punto de vista y de voz narrativa de­ signan algunos de estos procedimientos», Ricoeur, Temps et récit II..., 131-132. Ibídem, 138. Subrayado mío. Ricoeur apoya esta afirmación en S. Chatman, Histo­ ria y discurso. La estructura narrativa en la novela y en el cine, Madrid, Taurus, 1990. B. Uspensky, A Poetics of Composition. A Structure o f the Artistic Text and Typology o f a Compositional Form, Berkeley-Los Angeles-London, University of Cali­ fornia Press, 1983. En el prólogo —véanse las páginas 5, 7, 9, etc.— Uspensky re-

por operativas para el análisis: en primer lugar, Uspensky presenta una tipología y no una taxonomía; en segundo lugar, las propuestas de Uspensky vinculan el punto de vista con la estructura general de una obra, ya sea literaria, ya sea de cualquier arte que se refiera a la representación de la realidad160. En este sentido, las nociones de voz y de punto de vista, referidas a una poética de la com posición, constituyen un enriquecim iento evidente de la noción de configuración de una trama vista desde la perspectiva aristotélica161. En el fondo, las dos nociones de punto de vista y de voz son de tal modo solidarias que resultan indiscernibles. Los análisis en Lotman, Bajtin y Uspensky, pasan sin transición de una a otra. Se trata más bien de una sola función considerada bajo el ángulo de dos preguntas diferentes. El punto de vista responde a la pregunta: ¿desde dónde se percibe aquello que es mostrado por el hecho de ser contado?, es decir, idesde dónde se habla? La voz responde a la pregunta iquién habla aquí?162 Sin embargo, hay una ligera diferencia entre ellas aunque muy significativa: el punto de vista responde a una cuestión de composición, por tanto, permanece todavía en el campo de investigación de la configuración narrativa; la voz, en cambio, aborda ya cuestiones de comunicación, en la medida en que está dirigida a un lector. La voz, por tanto, se sitúa en el punto de transición entre la configuración y la refiguración, es el lugar en el que se marca la intersección entre el mundo del texto y el mundo del lector163. De esta manera llegamos a la mimesis III. En el repaso de las propuestas de Ricoeur para descubrir el paso de la configuración a la refiguración — especial­ mente a propósito de la noción de «narrador digno de confianza» de Booth— , podremos ver este tránsito de manera operativa para el análisis de la narración. 3.3. Mimesis III: la refiguración El tercer momento, donde se consuma verdaderamente la imitación de la ac­ ción mimética, es el momento de la refiguración: La narración tiene su pleno sentido cuando es restituida al tiempo del padecer y del obrar en la mimesis III. Este estadio corresponde a lo que H.G. Gadamer, en su hermenéutica filosófica, llama «aplicación». (...) Mimesis III marca la intersección

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pite con frecuencia que los análisis que propone dependen de las propuestas de Ba­ jtin. Véase Ricoeur, Temps etrécit II..., 140, nota 1. Ibídem, 143. Ibídem, 148. Ibídem, 148-149.

del mundo del texto y del mundo del oyente o del lector: intersección, pues, del mundo configurado por el poema y del mundo en el que la acción efectiva se despliega, y despliega su temporalidad específica.164 Si seguimos las instrucciones de este texto, en el contexto de la triple mimesis que se está resumiendo, nos encontramos con elementos de diverso orden que es necesario delimitar. Es claro que mimesis III designa el acto de lectura del texto. Por tanto, desde el punto de vista retórico, es el tercer m om ento de la construcción de la trama: hay un «antes» del texto, hay una «configuración» creada por el autor — el texto mismo— , y finalmente está la lectura. Mimesis III es, por tanto, el momento de la comprensión. Sin embargo, Ricceur no denomina a este momento «comprensión», sino «^figuración» del texto. La cuestión se esclarece si distinguimos entre un punto de vista cronológico y un acercamiento epistemológico. Desde el punto de vista cronológico, si seguimos a Gadamer y a Ricceur, habrá que decir que, en la lectura de un texto, la aplicación a sí mismo de lo expresado en el texto no es una actividad cronológicamente distinta de la misma comprensión de ese texto. Sin embargo, desde la perspectiva epistemológica, sí es distinta la comprensión de la aplicación: de lo contrario la comprensión sería un acto arbitrario. Por eso, para describir este lugar, Ricceur acuña el término de «refiguración». Ahora bien, ¿en qué consiste esta refiguración? La refiguración es efecti­ vamente la consumación de la mimesis creadora: con las instrucciones del mismo texto, cada lector construye la imitación de la acción. Hay una imagen de Aristóteles que a Ricceur le resulta fecunda para describir la operación: de la misma manera que las sensaciones son obra común del que siente y del objeto sentido, así el mundo del texto que se crea en la lectura es resultado de la intersección del mundo del lector con el mundo desplegado por la obra165. Por eso, los métodos que se examinan aquí son los que relacionan el texto con el lector: los métodos de análisis, expuestos en mimesis II, que examinan la relación entre enunciación y enunciado, tienen su continuidad aquí en los que abordan las estrategias de persuasión inscritas en el texto como protocolos de lectura (Booth y Charles). En consonancia con esos procedim ientos, Ricoeur exam ina la respuesta del lector: las estrategias que éste sigue para leer un texto, comprenderlo y hacerlo suyo, no de modo arbitrario sino guiado por el texto y

Ricceur, Temps etrécitl..., 109. «La construcción de una trama sólo puede describirse como un acto de juicio y de la imaginación creadora, en cuanto que este acto es obra conjunta del texto y de su lector, igual que Aristóteles decía que la sensación es obra común de lo sentido y del que siente» (ibídem, 116).

sus efectos (Iser y Jauss). Es evidente también que la aparición del lector obliga a tocar de alguna manera la cuestión de la referencia166. Para el análisis literario de los textos interesa comenzar por el primer punto, el que aborda las estrategias del texto para que el lector refigure la acción. El texto narrativo — y, en el fondo, todo texto— puede tenerse como un conjunto de instrucciones que el lector individual o el público ejecutan, ya sea de forma pasiva, ya sea de forma creadora. El texto sólo se hace obra a través de la interacción entre texto y receptor167. La noción general bajo la que pueden incluirse estas estrategias es la que apunta M. Charles en su Rhétorique de la lecture. Por una parte, la lectura del texto está marcada en el mismo texto, por otra, la lectura no está escrita, debe aparecer168. El texto es así mediación, pero lo es como potencialidad, como capacidad de ser actualizado. Con todo, la potencialidad no es pluridireccional; es siempre potencialidad hacia algo, y esa dirección la marca el texto. Esta consideración del texto, como conjunto de instrucciones al lector, nos conduce inmediatamente a la pregunta que se formula Ricoeur: ¿A qué disciplina pertenece la teoría de la lectura?, ¿a la poética? Sí, en la medida en que es la composición de una obra la que regula la lectura; no, en la medida en que entran en juego otros factores que forman parte de la comunicación la cual tiene su punto de partida en el autor, atraviesa la obra y encuentra su punto de llegada en el lector. Del autor parte la estrategia de persuasión que tiene al lector como objetivo. A esta estrategia de persuasión, el lector responde acompañando la configuración y apropiándose de la propuesta del mundo del texto.169 Para entender este razonamiento de Ricoeur deberíamos recordar que en el análisis de la m etáfora descubría cómo una única forma cumplía una doble función: poética y retórica170. Por eso los primeros indicadores de lectura son los que podríamos asignar al género literario, pero que Ricoeur, agrandando un poco

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Y la de las cuestiones hermenéuticas derivadas: la comprensión de sí, la compren­ sión del tiempo desde una posición distinta a la aporética del tiempo como kronos, etc. (ibídem, 109-115). Ibidem, 117. Véase Ricceur, Temps etrécit III..., 241. Ibidem, 231. E incluye Ricoeur tres apartados para elanálisis: «1. Laestrategia en tanto que fomentada por el autor y dirigida hacia el lector; 2.La inscripción de esta estrategia en la configuración literaria; 3. La respuesta del lector sea considerado como sujeto lector o como público receptor». Estos tres momentos los sigue Ri­ cceur a través de los estudios de Booth, Charles, Iser y Jauss. Véase Ricceur, La Métaphorevive..., 18.

más el campo, designa como paradigmas en torno a la disposición, el género y el estilo: Por un lado, los paradigmas recibidos estructuran las expectativas del lector y le ayudan a reconocer la regla formal, el género o el tipo, ejemplificados por la historia narrada. Proporcionan líneas directrices para el encuentro entre el texto y su lector. En pocas palabras: regulan la capacidad que posee la historia para dejarse seguir. Por otro lado, el acto de leer acompaña la configuración de la narración y actualiza su capacidad para ser seguida. Seguir una historia es actualizarla en la lectura.171 Más puntualmente encontramos estrategias para la lectura del texto en el estudio de las nociones que Ricoeur emplazaba en mimesis II bajo el título de «enriquecimiento del mythos aristotélico», en el apartado de la presencia del acto de enunciación en el enunciado, y más en concreto en las cuestiones de punto de vista y voz narrativa. Por ello es lógico que recurra en primer lugar a las propuestas de W. Booth en la Retórica de la ficción. Las tesis de Booth, como las t de Ricoeur, tienen en su base los presupuestos aristotélicos: no es posible una estética expositiva neutra172, la poética debe insertarse en la retórica173. Por eso el análisis literario debe buscar «los recursos retóricos de los que dispone el autor de epopeyas, de novelas, de cuentos; y con los que se esfuerza, consciente o inconscientemente, por imponer su mundo ficticio a su lector»174. En el horizonte de todos estos recursos está el deseo de que el lector sea cortés con el texto, que le deje hablar. El lector recibe este modo persuasivo qye le presenta el autor por una suerte de amistad con el texto175. Pero esta am istad'im plica una relación; y

Véase Ricoeur, Temps etrécitl..., 116. «Booth tiene razón al señalar, frente a toda estética pretendidamente neutra, que la visión de los personajes, comunicada e impuesta al lector, no tiene sólo aspectos psicológicos o estéticos, sino también sociales y morales», Ricoeur, Temps et récit III..., 237. «La tesis de la autonomía semántica del texto no vale sino para un análisis estructu­ ral que pone entre paréntesis la estrategia de persuasión que atraviesa las operacio­ nes pertenecientes a una poética pura; quitar este paréntesis es, necesariamente, te­ ner en cuenta a quien fomenta esta estrategia de persuasión, es decir, al autor», (ibídem, 232). Ibídem, 232, nota 1. El texto citado es del mismo Booth. «Booth introduce en la relación dialogal entre el texto y el lector, el modelo de la amistad que encuentra en la ética aristotélica» (ibídem, 238). Más adelante, nos en­ contraremos de nuevo con este concepto de amistad con referencia a la historia, pe­ ro en relación con los hechos del pasado. Son bastantes los autores que hacen refe­ rencia a la necesidad de la cortesía para la lectura y la crítica (Steiner, Presencias

entonces nace la pregunta: ¿con quién tiene esa relación de amistad el lector?, ¿con quién es cortés? Puesto que el autor ideal es inalcanzable, quien establece relaciones con el lector es el autor implícito: «es al autor implícito a quien discierne el lector en las marcas del texto»176. Ahora bien, la categoría del autor implícito es difícil de definir ya que propiamente no forma parte de una taxonom ía177. Booth lo describe como un «second s e lf>, porque sustancialmente es el autor en cuanto se somete al pacto narrativo para que su emisión sea aceptada. En una primera instancia no debe confundirse con el narrador, pues el autor implícito puede asumir otras voces178: la del coro, la de los personajes, etc., pero normalmente su presencia se hace notar a través de lo que Booth denomina narrador digno de confianza (reliable). Narrador digno de confianza es aquel que habla de acuerdo con las normas de la obra, narrador infidente, es decir, no digno de confianza (unreliable), es aquel que no cumple estas normas: por tanto, el autor implícito no se identifica con él. Con procedimientos de este orden pueden entenderse dos cosas importantes para el análisis: el autor implícito es, en realidad, el que representa el papel unificador en el relato y al que habrá que atribuir finalmente la noción de estilo179; por otra parte, en la continuidad entre el narrador digno de confianza y el autor implícito — que, en el pacto de lectura, pide la confianza al lector— se percibe la estrategia de persuasión que está inscrita como una dimensión de la misma configuración narrativa. En el camino desde la poética hacia la retórica no hay violencia, es la misma poética la que invita a tener su continuidad natural en la retórica180. Pero si la lectura forma parte de la obra, también tendrán que convocarse para el análisis de los textos narrativos las conclusiones a las que ha llegado la

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reciles..., 181-182); la base, como apunta Booth, es la relación dialogal necesaria para la lectura. Ricoeur, Temps et récit IIJ..., 234, nota 1. El implied author de Booth ha conocido dos traducciones en la narratología francesa: implicite-impliquée. Ricceur se de­ canta siempre por la segunda por sus presupuestos epistemológicos: es evidente que puede traducirse por «implícito» si nos mantenemos en los límites de la descripción estructural, pero es más fiel al sentido retórico traducirlo por «implicado». En cas­ tellano, sin embargo, se ha impuesto «autor implícito» como término técnico. La cuestión puede verse en Genette, Nouveau discours du récit..., 97. Ricceur advierte que las categorías de autor implícito y lector implícito no se pue­ den establecer como una taxonomía, pues el autor implícito enmascara al autor re­ al, pero el lector implícito no deja de ser virtual: se actualiza sólo en la medida en que el lector real atiende a las señales que le dirige la estrategia de persuasión. Véase Ricceur, Temps et récit III..., 249. Ibídem, 236. Ibídem, 235. Ibídem, 235.

Estética de la recepción. Es sabido que este movimiento tiene un punto de partida común y dos direcciones distintas. El punto de partida común es la aisthesis griega, es decir, la investigación de las múltiples maneras por las que una obra afecta al lector181. Las dos direcciones distintas son las que estudian la experiencia del lector individual (W. Iser) y la respuesta del público en el nivel de esperas colectivas (H.R. Jauss). Iser, desde, la perspectiva de una fenom enología de la lectura, examina, especialmente en Der A kt des Lesens, los modos con los que el lector responde a las instrucciones del texto182. En correspondencia a la noción de autor implícito de Booth, Ricoeur, con toda la crítica, recoge de Iser la noción de lector implícito. Bajo esta denom inación «debe entenderse el papel asignado al lector real mediante las instrucciones del texto. De este modo, autor implícito y lector irrtplícito quedan como categorías literarias compatibles con la autonom ía semántica del texto»183. En la misma medida hay que entender el análisis que hace Iser de lo que denomina efecto-respuesta: las señales que provee el texto implican un dinamismo en la respuesta que hace que toda configuración en términos de estructura se iguale con la refiguración en términos de experiencia184. Finalmente, es indudable también que la lectura se hace viva en la medida en que vive de esperar una configuración y de decepciones — especialmente en la novela moderna— a esas expectativas. Pero esto, para Ricoeur, no tiene sólo un efecto negativo, sino que implica un exceso de sentido en la interpretación, que, a su vez, invita a aceptar un cierto grado de ilusión en la interpretación del texto185. Es evidente que estas tesis de Iser, en el planteamiento de Ricoeur, pueden tenerse como el reverso de las de Booth, sólo que si éste las plantea desde el punto de vista retórico, como estrategias del autor presentes en el texto para persuadir al lector, Iser las entiende como respuestas del lector ante el texto. En la postura del Ricoeur ambos planteamientos son camino para explicar el cómo de la refiguración. Y no hay que olvidar que, según el adagio que Ricceur repite a

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Ibidem, 244, 250. Como se ha advertido antes, esta concepción de Jauss en la que la aisthesis es un elemento determinante de la catarsis no se tiene por aristotélica. Véase Bobes y otros, Historia de la teoría literaria, I. La antigüedad grecolatina..., 138. Por eso, en la reseña quehace de Iser, Ricreur toma como punto de partida la noción de «punto de vista viajero» que expresa el hecho de que «todo texto no puede ser percibido jamás a la vez, y que, situados nosotros mismos en el interior del texto literario, viajemos con él en la medida en que avanza nuestra lectura», Ricoeur, Temps et récit III..., 248. Ibidem, 249. Ibidem, 248. Ibidem, 246-247.

menudo, «explicar más es comprender mejor». Desde esta perspectiva se entiende que deban convocarse también para el análisis los estudios de H.R. Jauss sobre la recepción de los textos a lo largo de la historia. Jauss toma como punto de partida la tesis de Gadamer según la cual los textos del pasado no nos llegan desnudos, sino acompañados por las m últiples interpretaciones que han tenido a lo largo de la historia. ¿Cómo descubrir entonces el sentido de un texto? Para fundamentar el análisis, Jauss propone instaurar una «hermenéutica literaria» que, bajo la égida de una hermenéutica filosófica de corte gadam eriano, sea capaz de igualar a las otras dos hermenéuticas regionales: la teológica y la jurídica. Esta herm enéutica debe aceptar, en el punto de partida, las tres sutilidades denostadas por la hermenéutica romántica y recuperadas por Gadamer: la de comprender (subtilitas intelligendi), la de explicar (subtilitas interpretandi) y la de aplicar (subtilitas applicandi). La lectura es comprensión que, con la explicación, conduce a la aplicación186. En este esquema el primado pertenece a la comprensión, que se da ya en lina primera lectura: en ella el texto suscita ya en el lector unas expectativas, unos horizontes. La comprensión, unida a la explicación, conduce a la aplicación: de la misma manera que la hermenéutica teológica conduce a los efectos de la predicación, y la herm enéutica jurídica conduce al veredicto, la hermenéutica literaria debe tener también sus efectos: ¿qué sabríamos del amor, del hastío, del odio, de la pena, del sufrimiento, si no hubiéramos conocido sus límites en los textos literarios? Estos son, los efectos de la lectura; «por esta variedad de efectos la experiencia estética, investida en la lectura, verifica directamente el aforismo pronunciado por Erasmo: lectio transit in mores»K1. Se han m encionado el primer y el tercer término — la comprensión y la aplicación— porque lo que interesa, en el horizonte del análisis literario de la obra, es precisamente el segundo paso: la explicación. Si la primera comprensión se da en la lectura, la explicación es propia de la relectura y debe buscar las preg u n ta s a las que responde — o ha respondido— la obra concreta. De este modo se puede decir que se ha comprendido una obra si se ha comprendido a qué preguntas es capaz de responder188. Por eso, en el marco de una hermenéutica literaria, la explicación no puede limitarse únicamente a la estructuración interna de la obra. Descubrir la pregunta a la que responde el texto exige que sea restituido el horizonte de expectativas de la obra literaria consi­ derada, a saber, el sistema de referencias construido por las tradiciones anteriores

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Ibídem, 255. Ibídem, 258. Ibídem, 251.

concerniente al género, al tema y al grado de oposición existente en los primeros destinatarios entre el lenguaje poético y el lenguaje práctico cotidiano.189 La interpretación de una obra por parte del lector actual190 está condicionada por el horizonte histórico que ha determinado tanto su génesis como sus efectos; en consecuencia, la «cosa del texto» no se deriva de la pura subjetividad del acto de lectura, ya que la lectura actual debe inscribirse en una cadena continuada de lecturas191. De este modo, quedan destronados los dos extremos: la subjetividad absoluta propia de la comprensión ametódica de la hermenéutica ontológica y la legitimidad absoluta de los métodos histórico-filológicos predominantes en la época pre-estructuralista. Pero más allá de los aspectos crítico-literarios, la lectura de la obra introduce uri^ cuestión nueva que es la «referencia» de la obra literaria. Aunque no lo aborden expresamente, ni la retórica192 ni la estética de la recepción193 pueden prescindir de la presencia de la referencia: al escribir, al leer, nos referimos a «algo» y ese algo no son las palabras, ni las frases; ese algo es el «mundo del texto». Ahora bien, a tenor de lo que hemos visto, esta noción de mundo del texto, que se deduce de los análisis, ofrece varios problemas. En primer lugar, Ricceur afirma en más de una ocasión que el mundo del texto es el resultado de la lectura194, del paso de la configuración a la refiguración. Si esto es así, ¿qué entidad objetiva tiene lo escrito, el texto como tal, la configuración? Ricoeur habla de una «trascendencia en la inmanencia», de una potencialidad que se

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Ibidem, 251. Ibidem, 257. Ibidem, 262. «La entrada de la obra, mediante la lectura, en el campo de la comunicación marca al mismo tiempo su entrada en el campo de la referencia», Ricoeur, Temps et récit /..., 110.

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«La estética de la recepción no puede comprometer el problema de la comunica­ ción sin hacer lo mismo con el de la referencia. Lo que se comunica, en última instancia es, más allá del sentido de la obra, el mundo que proyecta y que consti­ tuye su horizonte. En este sentido el oyente o el lector lo reciben según su propia capacidad de acogida que, a su vez, se define por una situación a la vez limitada y abierta sobre un horizonte de mundo» (ibidem, 117). Ricceur advierte en Temps et récit. «Este recurso a la mediación de la lectura mar­ ca la diferencia más sensible entre el presente trabajo y La Métaphore vive. (...) Una reflexión más precisa sobre la noción de mundo del texto y una caracte­ rización más exacta de sus estatuto de trascendencia en la inmanencia me han convencido finalmente de que el paso de la configuración a la refiguración exigía la confrontación entre los dos mundos, el mundo ficticio del texto y el mundo real del lector», Ricoeur, Temps et récit III..., 230-231.

actuajjza en la lectura195: la epopeya, el drama, la novela, proyectan sobre el mundo de la ficción maneras de habitar el mundo que están a la espera de ser retomadas por una lectura que sea capaz, a su vez, de ofrecer un espacio de confrontación entre el mundo del texto y el mundo del lector196. Pero queda en pie otra cuestión, ¿dónde acaba el mundo de la obra?, ¿en la mera refiguración entendida noéticamente?, ¿en la invitación a ser mejor, como parecía propugnarse desde la estética de la recepción? En medio de los dos extremos, y en consonancia con la dimensión primera del lenguaje, Ricceur se atiene a los aspectos significativos. El mismo lo expresa con claridad: he defendido continuamente en estos últimos años que lo que se interpreta en un texto es la propuesta de un mundo en el que yo pudiera vivir y proyectar mis poderes más propios. En La Métaphore vive he sostenido que la poesía, por su mythos re-describe el mundo. De igual modo diré en esta obra que el hacer narrativo re-significa el mundo en su dimensión temporal, en la medida en que narrar, recitar, es rehacer la acción según la invitación del poema.197 Lo esencial del mundo del texto narrativo es pues su capacidad de resignificar; por tanto, el mundo del texto es revelación198. Finalmente, ¿cómo se realiza esa re-significación, o esa revelación? Ricceur habla en este punto de la «ampliación de la legibilidad» por la que enriquecemos nuestra com prensión del m undo199, y, en últim o caso, tam bién nuestra comprensión sobre nosotros mismos200.

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«Tomado aparte de la lectura, el mundo del texto queda como una transcendencia en la inmanencia. Su estatuto ontológico queda en suspenso: en exceso con rela­ ción a la estructura, en espera de la lectura. Es sólo en la lectura cuando el dina­ mismo de la configuración acaba su recorrido» (ibídem, 230). Ibídem, 14. Ricceur, Temps etrécitl..., 122. Y, por tanto, también transformación de sentido (ibídem,149-150). «La pre-comprensión del mundo de la acción, en elrégimen de mimesis I se ca­ racteriza por el dominio de la red de intersigniñcaciones constitutiva de la semán­ tica de la acción, por la familiaridad con las mediaciones simbólicas y con los re­ cursos pre-narrativos del obrar humano. El ser-en-el-mundo es, según la narratividad, un ser en el mundo marcado ya por la práctica,del lenguaje correspondiente a esta pre-comprensión. La ampliación ¡cónica de la que aquí se trata consiste en

Ahora bien, introducir la cuestión de la referencia significa introducir también la diferencia entre dos tipos de relato, el histórico y el ficticio: La crítica literaria no conoce esta dificultad, en la medida en que no tiene en cuenta la distinción que reparte el discurso narrativo en dos grandes clases. Puede pues ignorar una diferencia que afecta a la dimensión referencial del relato y limitarse a las características estructurales comunes al relato de ficción y al relato histórico.?01 La m atriz común narrativa y la diferencia en la referencialidad exigen un tratamiento específico de la cuestión. Es la tarea que queda para los siguientes apartados.

la ampliación de la legibilidad previa que la acción debe a los intérpretes que tra­ bajan ya en ella. La acción humana puede ser sobre-significada porque ya es presigniñcada por todas las modalidades de su articuláción simbólica» (ibídem, 122123). «La integración entre proyecto, circunstancias, azar, es precisamente lo que está ordenado por la trama tal como la hemos descrito como una síntesis de lo hetero­ géneo. La obra narrativa es una invitación a ver nuestra praxis tal como está orde­ nada por tal o cual trama articulada en nuestra literatura. En cuanto a la simboliza­ ción interna a la acción, se puede decir que es precisamente ella la que es resimbolizada o des-simbolizada —o re-simbolizada por la des-simbolizacion— gracias al esquematismo: a veces convertido en tradición, otras, subvertido por la historicidad de los paradigmas. Finalmente, es el tiempo de la acción efque, más que otra cosa, es refigurado por la representación» (ibídem, 124). Ibídem, 101. De la dificultad de establecer criterios en el texto para distinguir am­ bos relatos da razón el último capítulo de la monografía de Lozano, El discurso histórico..., 174ss.

1. Introducción: el debate sobre el estatuto de la historia Después de estudiar el relato como representación de una acción — y por tanto como indiferente en su configuración a que lo narrado sean acciones realmente ocurridas, relato histórico, o solamente acciones que podrían ocurrir, relato ficticio— , toca abordar la cuestión de la peculiaridad del relato histórico. Parece evidente que, en la oposición entre relato histórico y relato ficticio, el relato histórico es el término marcado. Por tanto, queda como tarea del estudio señalar los rasgos que debe tener el relato histórico para ser tenido como tal, y que en cambio no necesita tener el relato ficticio. Si, como Ricoeur repite a menudo, la diferencia entre ambos no se da en la configuración textual, es necesario estudiar con detenimiento en qué lugares se pueden encontrar esos rasgos. Sin embargo, Ricceur no aborda directamente esta cuestión. En el marco de la filosofía hermenéutica en el que se mueve, Ricoeur entra en la discusión de otro asunto: el estatuto de la historia. Es sabido, y así se ha visto en el primer capítulo, que la epistemología de la historia estrecha sus lazos con la hermenéutica desde el momento en el que Dilthey ve en la hermenéutica del Schleiermacher un instrumento eficaz para darle a la ciencia histórica una metodología comparable en su objetividad a la m etodología positiva presente en las ciencias de la naturaleza. Desde entonces, y de manera más intensa desde la segunda guerra mundial1, la filosofía de la historia no ha dejado de replantearse las cuestiones referentes a su estatuto epistemológico, al uso de ciencias auxiliares, etc. Los aspectos sobre los que versa la discusión son muchos2, y Ricoeur no atiende a todos ellos. Sin embargo, desde sus primeros escritos, nunca deja de Véase I. Olábarri, F.J. Caspistegui, Tendencias historiográficas, I. Desde los orígenes hasta el siglo XIX, Pamplona, Newbook, 1999. Un buen status quaestionis puede encontrarse en I. Olábarri, «En torno al objeto y al carácter de la ciencia histórica»..., 157-172; «“New” New History: A Longue

lado.les dos motivos que gravitaban desde Dilthey: la cuestión de la objetividad y la subjetividad en la historia3, y, dentro de la discusión entre historia-ciencia e historia-conocimiento, la peculiar solución que propone con la dialéctica entre explicar y comprender4, una solución que sólo podía entreverse desde la tradición de la teoría del conocimiento que proviene de Dilthey y Husserl5. Ahora bien, en la m oderna historiografía ha resucitado con fuerza el papel de los modelos literarios de comprensión6, y, en este contexto, Temps et récit es considerada por algunos teóricos como «la síntesis más importante entre teoría histórica y literaria del siglo»7. Pero, como ya se ha dicho, el horizonte de este estudio son los textos narrativos. La gran ventaja que reporta Ricceur a este análisis es que su punto de partida en la exposición es precisamente éste: el literario. Ricceur advierte que en el nivel de la configuración, en la estrategia literaria o textual, no existen diferencias entre un relato histórico y un relato ficticio8. Sin embargo, en el plano retórico, en la estrategia de persuasión del autor al lector, sí hay una diferencia entre el historiador y el novelista: El poeta se limita a producir la historia y a explicar narrando. En este sentido Northrop Frye tiene razón: el poeta procede desde la forma, el historiador hacia ella. Uno produce, el otro argumenta. Y argumenta porque sabe que se puede explicar de otro modo. Y lo sabe porque se halla, como el juez, en una situación de discusión y de proceso y porque su alegato no se acaba nunca, pues, como diría Durée Structure»..., 1-29. Véanse, también, Lozano, El discurso histórico...', R. Lehan, «The Theorical Limits of The New Historicism», New Literary History, 1990, n°21/3, 533-553. Véase P. Ricoeur, «Objectivité et subjectivité en histoire», Histoire et verité, Paris, Seuil (3a ed. aumentada), 1964,23-44. Véase M. Villela-Petit, «D’Histoire et Vérite á Temps et récit: la question de l’histoire», J. Greisch, R. Kearney (eds),,Paul Ricceur: Les métamorphoses de la raison herméneutique..., 185-197. Véase D. Carr, «Epistémologie et ontologie du récit», J. Greisch, R. Kearney (eds.), Paul Ricceur: Les métamorphoses de la raison herméneutique..., 205-214; D. Pellauer, «Delimitando lo liminal: Tiempo y relato en Carr y Ricoeur», Semiosis, 1989, n° 22/23, 278-298. Véase Olábarri, Caspistegui, Tendencias historiográficas..., I, 1-14. H. White, The Contení of the Form: narrative Discourse and Historical Representation, Baltimore and London, Johns Hopkins University Press, 1987, 170. «Tenemos variadas razones para no sorprendemos por la congruencia entre el relato histórico y el relato ficticio en el plano de la configuración. No nos detendremos en la primera de las razones, a saber, que ambos modos narrativos están precedidos por el uso del relato en la vida cotidiana», Ricoeur, Temps et récit II..., 230.

William Dray, la prueba es más concluyente para eliminar candidatos a la causalidad, que para coronar a uno de ellos definitivamente.9 En este texto, se percibe la primera diferencia entre ambos relatos. En el relato de ficción se «explica narrando», en el relato de la historia hay que «argumentar» porque la «narración» no es la única explicación. Esta articulación de la narración de la historia en términos de explicación y comprensión es paralela a la que se ha visto ya a propósito de la hermenéutica textual y del análisis del relato: en ambos casos se asignaba al análisis estructural la función de la explicación. Pero es conocido que en el punto de partida del movimiento estructuralista está la asimilación de la metodología propia de las «ciencias de la naturaleza» por parte de una de las «ciencias del espíritu». Por eso, la mejor manera de aproximarnos a l^s tesis de Ricoeur es repasar la cuestión epistemológica de la explicación y la comprensión presente en el debate historiográfico que siguió a la segunda guerra mundial. 1.1. La sola explicación: el eclipse del relato Según Ricoeur, la historiografía contemporánea ha seguido dos caminos: el de la historia-ciencia y el de la historia-conocimiento. Los que toman partido por la historia-ciencia la emplazan bajo el régimen general de la «explicación». Ricoeur incluye en este grupo dos líneas de trabajo distintas — la de quienes siguieron las tesis nomológicas de Hempel y la de los seguidores de la escuela d q Armales— que, sin embargo, tienen características comunes: al hecho de privilegiar la explicación, unen lo que Ricceur denomina eclipse del relato™. En su examen, Ricoeur se detiene en las tesis de Hempel sobre las leyes generales de la historia11. Para Hempel las leyes generales tienen una función

Ricoeur, Temps etrécitl..., 261. «Si puedo emplazar bajo el mismo título el eclipse del relato dos ataques venidos de dos horizontes tan distintos como la historiografía francesa nacida en la escuela de Armales y la epistemología procedente de la filosofía analítica de lengua inglesa —en continuidad con la epistemología heredada del Círculo de Viena— es porque, una y otra, toman como piedra de toque la noción de acontecimiento y por tanto sellan el relato al mismo tiempo que el acontecimiento. (...) El ataque a la comprensión de los partidarios del modelo nomológico tiene el mismo resultado que el ataque al acontecimiento en los historiadores de la larga duración: el eclipse del relato» (ibídem, 160-161). Esta elección, se debe, en último caso, a que Hempel (como E. Nagel, véase Ricoeur, «Para una teoría del discurso narrativo»..., 88) asume un lenguaje y unas categorías más filosóficas. Sin embargo, los análisis que realiza Ricceur, muestran

análoga en la historia y en las ciencias de la naturaleza12. Con este modo de proceder — apunta Ricoeur— el acontecimiento no se desprecia, pero se desplaza de su lugar originario en el nivel del discurso, a un nivel superior: el de su relación con la ley general. El modelo nomológico no considera importante, aunque en realidad es decisivo, que en la historia los acontecimientos extraigan su estatuto propiamente histórico del hecho de haber sido incluidos inicialmente en una crónica oficial, de proceder de un testimonio ocular, o de un relato basado en recuerdos personales13. De esta manera, concluye Ricceur, la teoría de las leyes generales de la historia describe perfectamente la estructura de la explicación en la historia, pero desconoce su función en orden a la comprensión14. Pero no todo son pérdidas. También de este análisis sale una ganancia: la posibilidad de encuadrar los acontecimientos en leyes generales hace manifiesta su capacidad de poder ser descritos en un nivel paradigmático. Se hace evidente así que las tesis nomológicas, en la esquematización de Ricoeur, ocupan el mismo plano que los modelos del análisis estructural del relato en la narración, es decir, el lugar de la explicación. Y la explicación es necesaria en el análisis bajo el adagio tantas veces repetido por Ricoeur: «explicar más es comprender mejor»15.

más fácilmente el eclipse del relato en algunos autores de la Escuela de Amales: L. Febvre, M. Bloch, F. Braudel. En el planteamiento de Hempel, lógicamente hay también una oposición al conocimiento histórico como «empatia». Véase C. Hempel, «La función de las leyes generales en la historia», La explicación científica. Estudios sobre filosofía de la ciencia, Barcelona, Paidós, 1988,233, 242. «La especificidad de este primer nivel de discurso es completamente ignorada en beneficio de una relación directa entre la singularidad del acontecimiento y la aserción de una hipótesis universal, esto es, de una forma cualquiera de regularidad. Sólo tras la discusión ulterior del modelo nomológico por parte de quienes sostienen las tesis narrativistas se ha podido subrayar que, desde el comienzo, la noción de acontecimiento histórico había sido despojada de su estatuto narrativo y colocada en el cuadro de una oposición entre lo particular y lo universal». Ricoeur, Temps et récit /..., 161. Véase también Ricoeur, «Para una teoría del discurso narrativo»..., 8589. «Lo que la tesis de Hempel no considera es la función de la explicación. Su estructura está bien descrita, pero su función es desconocida: a saber que la explicación es lo que permite seguir de nuevo la historia cuando la comprensión espontánea está bloqueada», Ricoeur, «Expliquer et comprendre...», 180. «Nuestra tesis ha sido, como recordamos, que la explicación nomológica no podía sustituirse por la comprensión narrativa, sino ser interpolada en virtud del adagio: explicar más es comprender mejor», Ricoeur, Temps et récit II..., 54.

1.2. La comprensión: la historia como mera narración Frente a esta concepción de la historia como ciencia explicada por leyes generales, nació otra dirección, la que tiene a la historia como la comprensión de unos hechos particulares: La historia no es otra cosa que «un relato verídico», la historia es una ciencia demasiado «sub-lunar» para ser explicada por leyes. Abajar la pretensión explicativa, elevar la capacidad narrativa: los dos movimientos se equilibran en un incesante juego de báscula.16 Este modelo es marco más genral en el que se encuadran las teorías que Ricceur denomina «tesis narrativistas»17 de la historia. Según estos autores — Dray, Danto, Gallie, etc.—- la historia no acaba en la explicación de unos hechos, sino en su comprensión. La narración es la manera más adecuada de exponerla, no sólo porque es un modo de comprensión, sino también porque la articulación narrativa de los diversos elementos que intervienen en ella es ya una explicación18. De esto resulta que el relato de la historia, en cuanto relato, se explica por sí mismo. Pero, como apunta Ricceur, el relato de la historia fracasa cuando se quiere explicar por sí mismo: todo relato histórico va en busca de la explicación que se debe interpolar19. En un primer momento puede preguntarse si

Ricoeur, Temps et récit /..., 239. Pero es también la fórmula narrativa quien rige el conjunto, pues el relato es capaz de acoger la explicación: «si se define tan ampliamente lo que se tiene por una trama, incluso la historia cuantitativa entra en su órbita: hay intriga cada vez que una historia compone fines, causas materiales, azares: una trama es «una mezcla muy humana y muy poco científica de causas materiales, fines y azares». El orden cronológico no es esencial. En mi opinión, esta definición es completamente compatible con la noción de síntesis de lo heterogéneo propuesta en nuestra primera parte» (ibidem, 241). Curiosamente en los inicios de estas tesis narrativistas está la influencia de Hempel en autores como Dray y Danto. Véase la «Introducción» de F. Birulés a la edición castellana de A. Danto, Historia y narración, Barcelona, Paidós, 1989, 9-27. «A mi juicio, las tesis narrativistas tienen razón en dos puntos; primero: los narrativistas demuestran con éxito que contar es ya explicar. (...) Segundo: las tesis narrativistas responden a una diversificación y a una jerarquización de los modelos explicativos mediante una diversificación y una jerarquización comparables a los recursos explicativos del relato», Ricoeur, Temps et récit 251-252. Como advierte H. White, la cuestión es que hay muchas semejanzas entre narración e interpretación. Por tanto, el historiador debe buscar la tropología adecuada de modo que la interpretación sea una historia con su configuración. Véase H. White, «The Rhetoric of Interpretaron», Poetics Today, 1988, n° 9/2,253-274. Ricoeur, Temps et récit I..., 218.

para esta explicación no basta con lo que Gallie denominaba aceptabilidad, es decir que el curso de los acontecimientos descritos por la narración sea aceptable para el lector20. Ciertamente, que un relato de la historia sea aceptable significa que cumple con las reglas de la verosimilitud. Pero hay que ir más allá: hay que preguntarse si basta con esto para que una narración histórica sea tenida como tal, porque la historia no es sólo un relato verosímil sino un relato verídico. Es en este marco de la concepción de la historia — como explicación general mediante leyes o como comprensión a través de la narración— en el que Ricoeur presenta su propia aportación. 2. La historia según Ricoeur De lo visto en los capítulos precedentes, podemos deducir la posición que tomará Ricoeur. Si la historia pertenece a las ciencias del espíritu, parece claro que debe privilegiar la comprensión, y por tanto debe formularse de manera narrativa21. Sin embargo, debe hacer justicia también a la especificidad de la explicación histórica y ésta no se da en la mera narración22. Para precisar esta doble vinculación del relato de la historia, Ricoeur introduce dos nociones: lo que denomina intencionalidad histórica, y lo que denomina vínculos indirectos entre la historia y la competencia narrativa. Ricoeur entiende por intencionalidad histórica, el sentido de la intencionalidad poética que crea la cualidad histórica de la historia y evita que se disuelva en los saberes con que la historiografía llega a unirse, por su matrimonio de razón, con la economía, la geografía, la demografía, la etnología y la sociología de las mentalidades y de las ideologías.23 Ahora bien, esta intencionalidad poética, como se ha visto en repetidas ocasiones, encuentra su modelo más operativo en la trama en cuanto síntesis de Ibídem, 213. «Mi tesis es que el vínculo de la historia con el relato no podría romperse sin que la historia perdiera su especificidad entre las ciencias humanas. Diré además que el error de base de aquellos que oponen historia a relato procede de un desconocimiento del carácter inteligible que la trama confiere al relato, tal como Aristóteles lo había subrayado por primera vez. Una noción ingenua de relato como una secuencia deshilvanada de acontecimientos se encuentra siempre en el fondo de la crítica al carácter narrativo de la historia», Ricceur, «De l’interprétation»..., 15. De hecho, Ricoeur afirma que con su concepción cree haber conseguido «hacer justicia a la especificidad de la explicación histórica y preservar la pertenencia de la historia al campo narrativo», Ricoeur, Temps etrécit /..., 213. Ibídem, 253.

cosas heterogéneas24. Las críticas que se hacen a la historia como narración, en realidad se hacen solamente a un concepto ingenuo de narración25. Por ello, Ricoeur propone llevar los vínculos entre la comprensión de la historia y la narración a su más alto grado de abstracción, al nivel del mythos como síntesis de lo heterogéneo26. Si el vínculo entre la historia y el mythos es directo, el vínculo entre la historiografía y la competencia narrativa es sólo indirecto11, ya que, según Ricoeur, hay una ruptura epistemológica entre el conocimiento histórico y la competencia para seguir una historia. Esta ruptura afecta a esta competencia en tres ámbitos: el de los procedimientos, el de las entidades de la historia y el de la temporalidad28. Sobre esta tríada de elementos organizará sus tesis sobre la historiografía.

«En último caso, la historia no puede romper con el relato porque no puede romper con la acción que implica agentes, fines, circunstancias, interacciones, resultados queridos y resultados no queridos. Por tanto, la trama es la unidad narrativa de base que compone estos ingredientes heterogéneos en una totalidad inteligible», Ricoeur, «De l’interprétation»..., 15. Véase por ejemplo H.-I. Marrou, El conocimiento histórico, Barcelona, Labor, 1968, 27: «¿Qué es pues la historia? Yo propondría esta respuesta: la historia es el conocimiento del pasado humano. (...) Diremos “conocimiento” y no, como algunos otros, “narración del pasado humano”...» Con todo, como veremos, Marrou y Aron coinciden epistemológicamente con Ricoeur; otra cosa es la especificación de la historia como narración. Sin embargo, una cosa es clara: hasta los más acérrimos defensores de las tesis narrativistas de la historia (L. Stone) admiten que el vocablo «narración», sin más, es inadecuado para describir la naturaleza del discurso histórico, véase Lozano, El discurso histórico..., 164. «La concentración del campo narrativo sólo es posible en la medida en que las operaciones configurantes en uso en uno u otro dominio (historia y ficción) pueden ser calibradas con el mismo patrón; este patrón ha sido para nosotros la construcción de la trama», Ricoeur, Temps et récit II..., 230. Véase Ricoeur, Temps et récit /..., 253: «Me propongo explorar los caminos indirectos por los que la paradoja del conocimiento histórico (...) traspone a un grado superior de complejidad la paradoja constitutiva de la operación de la configuración narrativa. En virtud de su posición media entre el «antes» y el «después» del texto poético, la operación narrativa presenta ya los rasgos opuestos, cuyo contraste lo incrementa el conocimiento histórico. Por un lado, nace de la ruptura que abre el reino de la fábula y lo separa del orden de la acción efectiva; por otro, remite a la comprensión inmanente, al orden de la acción y a las estructuras pre-narrativas de la acción efectiva». Ibídem, 247. Un procedimiento de análisis semejante, aunque estudiando la ruptura de la historiografía con el discurso de la memoria, en Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 42ss.

2.1. L icúas i-trama del relato de la historia Como se ha apuntado en el párrafo anterior, según la propuesta de Ricoeur, debe mantenerse la historia dentro de la forma narrativa, entre otras cosas porque la «trama» es capaz de conjuntar las conclusiones parciales de la explicación de los acontecimientos por medio de las leyes generales de la historia y la teleología que presenta necesariamente un curso de acontecimientos29. Pero en la narración los acontecimientos están situados «uno a causa del otro», y por tanto la relación entre ellos es de necesidad: ésa era una de las dimensiones de la verosimilitud aristotélica. En cambio, quien escribe historia, debe introducir un elemento discordante en los procedimientos narrativos como es la explicación. El historiador debe explicar por qué las cosas fueron así y no de otro modo30. ¿Qué es lo que asegura la vinculación entre los procedimientos de comprensión propios de la narración, y los procedimientos explicativos, propios de las leyes generales? Ricoeur introduce un término que encuentra en los filósofos de la historia: la «imputación causal singular». La imputación causal singular es el «procedimiento» que epistemológicamente es capaz de mediar entre la explicación por reglas y la comprensión por un curso de acciones descrito narrativamente31. ¿Qué es, concreto, la imputación causal singular? Ricceur la describe así: Si el historiador puede afirmar que, modificando u omitiendo en el pensamiento un acontecimiento singular en un complejo de condiciones históricas, se seguiría un desarrollo distinto de los acontecimientos «concernientes a ciertas relaciones históricas de este acontecimiento» entonces, el historiador puede proponer el «Se puede preguntar qué es lo que asegura la unidad entre los segmentos nómicos y los segmentos teleológicos en el interior de un esquema de conjunto: esta discontinuidad en el interior del modelo, unida a otros factores (...), conduce a preguntarse si no falta un hilo conductor en el orden de la comprensión que conjunte los segmentos nómicos y los segmentos teleológicos de la explicación cuasi-causal. Este hilo conductor, en mi opinión, es la trama en tanto que síntesis de lo heterogéneo», Ricceur, Temps etrécit 202. «Como dice el sociólogo A. Schütz la tarea de la ciencia histórica consiste en decidir qué hechos, actos, signos, etc., de los que se encuentran en el pasado deben seleccionarse para la interpretación y sistematización de algo llamado historia». Lozano, El discurso histórico..., 61. Ricceur, como veremos, utilizará para ello las nociones de «huella» y de «deuda». «La imputación causal singular es el procedimiento explicativo que realiza la transición entre la causalidad narrativa —la estructura de «el uno por el otro» que Aristóteles distinguía de «el uno tras el otro»— y la causalidad explicativa que, en el modelo nomológico, no se distingue de la explicación por leyes», Ricceur, Temps et récitl..., 206. Véase Ricceur, Soi-méme comme un autre..., 96-97.

juicio de imputación causal que decide la significación histórica de dicho acontecimiento. Este razonamiento, en mi opinión, mira hacia los dos lados: hacia la construcción de una trama por una parte y hacia la explicación científica por otra.32 Las formas que reviste la imputación causal singular en los diversos historiadores — W. Dray33, R. Aron y M. Weber34, H. White35— son ligeramente distintas, pero en lo que tienen de común denominador se percibe la importancia que cobran en la narración de la historia. El curso de acontecimientos que «podría haber ocurrido» se inserta en el modelo narrativo, pero esa misma inserción destruye el carácter de necesidad que tiene la narración. Por eso, Ricceur, para referirse al relato de la historia, no habla de trama, sino de cuasitrama: Para permanecer coherente con mi argumentación de la relación indirecta entre la explicación histórica y la estructura del relato, hablaré de cuasi-trama, para subrayar el carácter analógico de la extensión de la imputación causal singular.36

2.2. Los cuasi-personajes del relato de la historia Al examinar los personajes del relato de la historia, Ricoeur se encuentra con una cuestión análoga a la vista en la noción de trama. En efecto, cualquier relato nos presenta siempre «personajes», agentes; en cambio, en la historia, como ha subrayado especialmente la escuela de Anuales, muchas* veces nos las tenemos que ver con «entidades», con «fuerzas sociales» que son, además, los verdaderos

Ricoeur, Temps et récit I..., 258. Ibidem, 182, nota 1. W. Dray se mueve en el orden de la epistemología de la acción, por eso, para justificar la necesidad def historiador de relacionar los acontecimientos históricos, acaba por hablar de imputación causal particular o de explicación cuasi-causal (en cuanto no necesaria). Ibidem, 265. Y lo resume así: «la exposición más precisa de la lógica de la imputación causal singular se lee en el estudio crítico de Max Weber consagrado a la obra de Eduard Meyer (...), a la que hay que añadir los desarrollos decisivos para nuestra investigación de R. Aron en la tercera sección de su Introduction a la philosophie de l ’histoire (...) “Para aislar las relaciones causales reales, construimos otras irreales” (Max Weber). Y Aron “todo historiador, para explicar lo que ha sido, se pregunta lo que podría haber sido”» (ibidem, 258). Examinando la teoría de H. White, Ricceur dice: «me gusta la fórmula: “nosotros no podemos conocer lo efectivo (the actual) sino contrastándolo o comparándolo con lo imaginable”», Ricoeur, Temps et récit III. .., 225. Ricceur, Temps et récit I..., 269.

agentesj del cambio37. Pero introducir como personajes del relato a las entidades o a las tuerzas sociales tiene un doble problema: por una parte estas entidades o fuerzas sociales, que obran en el nivel profundo de las acciones individuales, son, en sentido propio, anónimas38; por otra parte, la semántica de la acción impone una responsabilidad al agente y resulta muy difícil asignar esa responsabilidad a agentes anónimos. Como en el caso anterior, Ricceur sostiene que la condición de estos agentes de la historia puede matizar la pertenencia de la historia a la narración, pero no negarla. Para ello, de la misma manera que en los procedimientos, acudía a la noción de cuasi-trama, ahora, para estas entidades, invoca la noción de cuasipersonaje. La argumentación es relativamente clara. Por una parte, el análisis estructural del relato nos ha enseñado a distinguir al personaje del actor real, del actante39; y esto quiere decir que los personajes se determinan por su función en el relato. Pero queda la segunda cuestión, la de la responsabilidad de las acciones. Para solucionarla, Ricceur habla aquí de la «pertenencia participativa» que describe de la siguiente manera: Si cada sociedad se compone de individuos, puede pensarse que se comporta en la escena de la historia como un gran individuo y, por tanto, el historiador puede atribuir a estas entidades singulares tanto la iniciativa de ciertos cursos de acciones, como la responsabilidad histórica.40

«En tanto que en el relato tradicional o mítico, y también en la crónica que precede a la historiografía, la acción es atribuida a agentes que se pueden identificar, designar mediante un nombre propio, tener por responsables de las acciones señaladas, etc., la historia-ciencia se refiere a objetos de un tipo nuevo apropiados a su modo explicativo» {ibídem, 249). Ibídem, 270. Recuérdese por ejemplo el papel asignado al mar Mediterráneo en la obra de F. Braudel que el mismo Ricceur analiza en las últimas páginas del primer volumen de Temps et récit. «La historia no hace sino prolongar y amplificar la disociación operada por la construcción de la trama entre personaje y actor real», Ricoeur, Temps et récit 275. Es evidente, aunque Ricceur no lo cite aquí, que el mejor ejemplo de tal disociación se encuentra en la noción de actante de Greimas. De hecho, el semiótico lituano realizó en su día un análisis de la historia según la escuela de Annales y su método semiótico. Una de las propuestas de descripción se refería precisamente a los «sujetos colectivos» de la historia. Véase A.J. Greimas, «Sur l’histoire événementienelle et l’histoire fondamentale», Sémiotique et sciences sociales, Paris, Seuil, 1976,171-173. Ricoeur, Temps et récit I..., 278.

De este modo se puede hablar de personajes en la narración de la historiaciencia41, aunque sólo sea de manera analógica, como cuasi-personajes. 2.3. El cuasi-acontecimiento del relato de la historia Según la epistemología de Ricoeur, el tercer nivel en el que se produce una ruptura entre la intencionalidad histórica y la competencia para seguir una trama es el que se refiere al acontecimiento. En este lugar la argumentación es un punto más complicada, pues como advierte Ricoeur,

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el concepto de acontecimiento histórico comparte la evidencia equívoca de todas las nociones de sentido común. Implica una serie de aserciones no criticadas: ontológicas y epistemológicas, las primeras fundando las segundas.42

Las presuposiciones ontológicas del acontecimiento son, para Ricoeur, tres: es acontecimiento lo que ha sucedido, es acontecimiento la acción humana o que afecta a los hombres, y es acontecimiento lo que sucedió una vez en un tiempo y en unas condiciones precisas. De estas características del acontecimiento se deriva una triple presuposición epistemológica: la singularidad irrepetible que de todo acontecimiento humano que se opone a la universalidad de la ley, la contingencia práctica de todo acontecimiento que se opone a la necesidad lógica o física, y la alteridad que es como el desvío en relación con la norma que ofrece todo modelo. Ahora bien, en el relato, esta noción de acontecimiento debe ser modificada. Por una parte, porque toda acción sólo recibe el estatuto de acontecimiento del hecho de haber sido situada en un curso narrativo de acciones43; por otra, porque,

«La historia, en mi opinión, permanece siendo histórica en la medida en que todos sus objetos reenvían a entidades de primer orden —pueblos, naciones, civilizaciones— que llevan la marca indeleble de la pertenencia participativa de agentes concretos en la esfera práctica y narrativa. Estas entidades de primer orden sirven de objeto de transición entre todos los artefactos producidos por la historiografía y los personajes de un relato posible. Ellos constituyen los cuasipersonajes, susceptibles de guiar el reenvío intencional del nivel de la historia-ciencia al nivel del relato y, a través de éste, a los agentes de la acción efectiva» (ibídem, 255). Ibídem, 139. Ricoeur lo ha recordado antes, en el marco de la historiografía, a propósito de Paul Veyne: «un acontecimiento histórico no es sólo aquello que sucede, sino lo que puede ser contado, o que ya ha sido contado en las crónicas o en las leyendas», ibídem, 240. Pero este hecho supone otro: el acontecimiento contado, como el que permanece en la memoria, tiene todavía relevancia en el presente, porque «un

situadg en una trama, un acontecimiento, puede ser singular o universal, contingente o necesario44, etc. Por eso, Ricoeur apunta que en la historiografía el acontecimiento sólo se deriva de la estructura básica del relato de manera indirecta, pues no presenta todavía las condiciones ontológicas apuntadas arriba. El vínculo con el relato es, otra vez, indirecto: en la narración de la historia, todo cambio entra en el campo historiográfico como cuasi-acontecimiento. (...) Por cuasi-acontecimiento significamos que la extensión de la noción de acontecimiento, más allá del tiempo corto o breve, es correlativa a la extensión semejante de las nociones de trama y de personaje, (...) el acontecimiento en historia corresponde a lo que Aristóteles llama cambio de fortuna (metabolé) en su teoría formal de la construcción de una trama.45 Con estas precisiones, Ricoeur mira por una parte las condiciones de la historia-ciencia si ésta se entiende esta modelo de comprensión y, por tanto, como perteneciente a la narración46. Pero, desde el punto de vista del análisis

recuerdo archivado ha dejado de ser en el sentido propio de la palabra un recuerdo». Véase Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 4348. Las dos propiedades, hecho relevante e integración en un relato, son condiciones del acontecimiento: «en un contexto de acción, y por tanto de interés, no todo lo que sucede constituye un acontecimiento sino solamente aquello que sorprende, que es importante; el orden de las cosas visto desde el punto de vista de nuestra preocupación, de nuestro cuidado (.../...) el relato no se limita a integrar los acontecimientos, sino que califica de acontecimiento aquello que en el inicio no era sino un simple sucedido o, como también se dice, simple peripecia. El relato es revelador de los acontecimientos», Ricceur, «Evento e senso»..., 17,25. «Los mismos acontecimientos reciben una inteligibilidad derivada de su contribución a la progresión de la trama. De ello resulta que las nociones de singuralidad, de contingencia y de desvío, deben ser seriamente modificadas. Las tramas, en efecto, son, al mismo tiempo, singulares y no singulares. Hablan de acontecimientos que sólo acontecen en esta trama; pero hay tipos de construcción de la trama que unlversalizan el acontecimiento. Las tramas, por otra parte combinan contingencia y verosimilitud, es decir, necesidad. (...) Finalmente, las tramas combinan sumisión al paradigma y desvío. (...) Los acontecimientos, desde este punto de vista, siguen la suerte de la trama. También ellos siguen la regla y rompen la regla. (...) Así, desde el momento en que son contados, los acontecimientos son singulares y típicos, contingentes y esperados, desviados y tributarios de los paradigmas», Ricoeur, Temps et récit 288-289. Ibidem, 313. «Los cuasi de las expresiones cuasi-intriga, cuasi-personaje, cuasi-acontecimiento, subrayan el carácter altamente analógico del empleo de las categorías narrativas en la historia científica. Al menos esta analogía expresa el vínculo mantenido y disimulado

narrativo de los textos, que era un interés inmediato de nuestra investigación, las nociones aquí expuestas son del orden de la configuración47, pertenecen al mundo de mimesis II, y por tanto, de ellas pueden emerger condiciones para dilucidar los rasgos de historicidad que presente un texto. Con todo, vamos a adentrarnos en el lugar donde verdaderamente se distinguen el relato histórico y el ficticio: en el ámbito de mimesis III. 3. La representación histórica En el apartado anterior se consideraba el hecho de que la representación histórica, en cuanto versa sobre un curso de acciones, tiene un vínculo muy estrecho con la narración. Ahora toca detenerse en otro vínculo no menos importante de la representación histórica, o del relato histórico: el que tiene con el pasado real. El relato del historiador no es un relato sin más, ya que las construcciones del historiador tienen la ambición de ser reconstrucciones más o menos cercanas a lo que un día fue «real». Todo sucede como si el historiador se supiera ligado por una deuda a los ojos de los hombres de otro tiempo, a los ojos de los muertos.48 En los presupuestos que maneja Ricceur se señalan dos aspectos: la reconstrucción del pasado y el sentido de la deuda. Los dos son importantes también en el horizonte de nuestra investigación, pues si, como se ha visto visto, un texto crea su propia referencia, hay que dilucidar qué .l'ugar ocupa esa deuda con el pasado real en la representación de la historia. Nos detendremos primero en esta noción de deuda respecto del pasado para pasar después a los modos de efectuar la reconstrucción del pasado. que retiene a la historia en el campo del relato y/preserva también su misma dimensión histórica» (ibídem, 320). Al final del segundo volumen de Temps et récit así lo recuerda: «¿Acaso hemos cruzado, tanto del lado de la ficción como del lado de la historia, la frontera que nos hemos trazado desde el comienzo entre la cuestión del sentido y de la referencia, o mejor, como preferimos decir, entre la cuestión de la configuración y la refiguración? Pensamos que no. Incluso si admitimos que en este estadio se vislumbra ya la problemática general de la refiguración —y esto en virtud de la ley general del lenguaje según la cual aquello que decimos está regido por aquello sobre lo que lo decimos—, afirmamos con una fuerza igual que la frontera entre configuración y refiguración todavía no ha sido cruzada; el mundo de la obra permanece como una trascendencia en la inmanencia en el texto», Ricceur, Temps et récit II..., 233. Ricoeur, Temps et récit III..., 148. Véase también P. Ricoeur, «Le temps racconté», Revue de metaphysique et inórale, 1984, n° 89, 444.

3.1. La huella y la deuda Si la historia es la representación de un pasado que fu e real, esto significa primeramente que ese pasado fue, pero y a no es49. Pero la deuda con ese pasado real sólo existe si se hace presente de alguna manera. Y se hace presente a través de archivos, crónicas, datos, documentos, vestigios, etc.50 De esta enumeración, el elemento más significativo es el documento ya que él puede incluir a los demás. En la epistemología de la historia el documento es el apoyo garante de lo que se afirma51, pero respecto del pasado real, como ya lo había puesto de manifiesto el positivismo52, el documento significa, es decir, funciona como huella dejada por el pasado. Esta es la noción que desarrolla ahora Ricceur, la huella dejada por el pasado. La huella, dice Ricoeur es «a la vez un resto y un signo de aquello que fue y ya no es»53, «es un efecto-jsigno»54. Por eso, siguiendo a Levinas, dirá también: la huella significa sin hacer aparecer. Obliga pero no desvela. (...) «Así, tomada por un signo, la huella tiene esto de excepcional con relación a otros signos:

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«Heidegger rompe con el uso de llamar Vergangenheit al pasado y decide designarlo mediante el pretérito perfecto del verbo ser: gewesen, Gewesenheit (carácter de «haber sido»). Esa elección es muy importante y resuelve una ambigüedad o, mejor dicho, una duplicidad gramatical. En efecto, decimos que el pasado ya no es, pero también decimos que ha sido», Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 55. La heurística de la historia incluye, desde el positivismo histórico, fuentes (documentos), restos y monumentos. En algunos momentos de la historiografía (y ejemplarmente en la escuela de Annales) se ha criticado el llamado «fetichismo» del documento; la historia, dice Febvre, se hace con documentos, pero también con tejas y con paisajes. Ricoeur, como veremos enseguida, acude, como muchas otras veces, a una posición intermedia: recoge la prioridad del documento, pero en su sentido significativo. Para una síntesis de estas cuestiones, véase Lozano, El discurso histórico..., 68-79, 82-84. «En la noción dedocumento, el acento noestá puesto hoy en día en la función de enseñanza, que subraya la etimología de la palabra (...), sino en la función de apoyo, de garantía, aportada para una historia, un relato, un debate. Este papel garantizador constituye la prueba material, lo que en inglés se llama «evidence» de la relación que se hace de un curso de acontecimientos. Si la historia es un relato verdadero, los documentos constituyen su último modo de probarlo, lo que alimenta la pretensión de la historia de estar basada en los hechos», Ricoeur, Temps et récit III..., 172. Ibídem, 175. Ibídem, 12. Ibídem, 177.Véase también Ricoeur, «Le tempsracconté»..., 443.

significa por encima de toda intención de significar, y por encima de todo proyecto en el cual sería lo intentado». ¿No es esto lo que Marc Bloch denominaba con el término «testigos a pesar de sí mismos»?55 En estas descripciones elementales del sentido de la huella — es efecto y es signo, obliga y significa— se encuentra contenido un elemento sumamente importante para el relato histórico como representación del pasado, pues la huella puede tomar fácilmente el lugar del «vale por» propio de la significación en el relato56. Pasemos ahora al segundo aspecto de la cuestión: la historia como representación — o como reconstrucción— del pasado. Frente a la ficción que sólo pretende construir un mundo propio, la historia mira hacia el pasado: Desde este punto de vista la fórmula de Leopold Ranke —wie es eigentlich war, las cosas tal como sucedieron— se hace presente en todas las memorias. Cuando se quiere marcar la diferencia entre la historia y la ficción se invoca enseguida la idea de una cierta correspondencia entre el relato y aquello que realmente ha sucedido. Al mismo tiempo se es fuertemente consciente de que esta re­ construcción es una construcción diferente del curso de los acontecimientos contados. Por esto, muchos autores rechazan el término representación que les parece demasiado asociado al mito de una reduplicación término a término de la realidad en la imagen que se hace.57 La paradoja que señala Ricceur no deja de ser interesante: la representación histórica quiere hacer justicia al pasado, pero sin dejar de Ser, al mismo tiempo, una construcción diferente del curso de acontecimientos contados. Pero la verdad de la afirmación se esclarece si pensamos que la «crónica» histórica es verdaderamente una representación de un curso de acontecimientos pero no una verdadera historia53.

Ricoeur, Temps et récit III..., 182-183. Véase también Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 78. Véase Ricceur, Temps et récit III..., 226. Ibídem, 219. Subrayado mío. Porque como señala Ricoeur, «la iniciativa en la historia no pertenece al documento, sino a la pregunta formulada por el historiador», Ricoeur, Temps et récit /..., 142. La crónica, advierte Lotman, marca un inicio, pero no implica un fin. Si —como hace Ricoeur— se entiende la obra de historia como un mythos, es evidente que éste tiene un final, y que los acontecimientos son elegidos y ordenados como conduciendo a ese fin. En ese sentido la mimesis creada es una recontrucción del pasado real. Para las ideas de Lotman sobre la historia, véase Lozano, El discurso histórico..., 97ss.

clave está en reconocer que la narración de la historia tiene una doble dimensión: por una parte es creación, configuración representadora del pasado, y por otra parte la referencia de la que se trata no es sólo la creada por los signos del relato. Algunos de estos signos, los que Ricceur denomina huella, tienen un valor representador, tienen una referencialidad indirecta con el pasado: Yo diré con Karl Heussi que lo pasado es el cara a cara en el que se empeña el conocimiento histórico. Adoptaré, siguiéndole, la distinción entre «representar», en el sentido de tener lugar alguna cosa, y «representarse», en el sentido de darse una imagen mental de una cosa exterior ausente. La huella, en efecto, en tanto que dejada por el pasado vale para ello: ejerce, desde este punto de vista, una función delegada, de representador. Esta función caracteriza la referencia indirecta propia de un conocimiento por huellas y distingue el modo con que la historia se refiere al pasado de cualquier otro modo referencial. Bien entendido que este modo referencial es inseparable del trabajo,mismo de configuración: en efecto, no es sino por una rectificación sin fin de nuestras configuraciones como nos formamos una idea del inagotable resurgir del pasado.59 En esa remisión al pasado es donde se percibe la relación entre la huella y lo que Ricoeur denomina deuda con el pasado. Huella y deuda van juntas, pero no se identifican. La deuda es el resorte para reactivar el pasado, la huella, el camino obligatorio60. El historiador, antes que nada, está en relación de deuda con el pasado61, no puede ser un mero narrador, porque precisamente «el carácter

Ricoeur, Temps et récit III..., 204. Traduzco lieutenance y représentance por «delegado» y «representador» para mantener el sentido técnico que tienen las dos palabras en Ricceur. Antes había definido lo que entendía por ello: «Daremos el nombre de représentance (o de lieutenance) a las relaciones entre las construcciones de la historia y su cara a cara, a saber un pasado que está, totalmente y a la vez, abolido y preservado en sus huellas», ibidem, 149. En otro lugar señala que con esos dos nombres quiere reproducir un poco la distinción entre los términos alemanes Vertretung y Vorstellung, Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 81. «La deuda obliga. (...) En ese sentido, la deuda no es un mero corolario de la huella, y aún menos un sinónimo. La huella requiere ser superada. Es pura remisión al pasado; significa, no obliga», Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 94. «Su relación al pasado es, en primer lugar, la de una deuda impagada, en la que él nos representa a todos nosotros los lectores de su obra. Esta idea de deuda, en un primer momento extraña, me parece perfilarse en el sustrato de una expresión común al pintor y al historiador: uno y otro buscan “restituir” un paisaje, un curso de acontecimientos. Bajo este término “restituir”, yo reconozco el deseo de “devolver lo debido” a lo que e sya lo que fue», Ricoeur, Temps et récit III..., 220.

misterioso de la deuda hace del maestro de intrigas un servidor de la memoria de los hombres»62. 3.2. La representación del pasado Por lo visto en el apartado anterior la huella es el camino por el que el historiador reconstruye el pasado, lo presenta — lo representa— ante el lector. Pero, ¿hasta qué punto se alcanza el pasado en la representación?, o ¿cómo debe ser esa representación para que realmente consiga cancelar esa deuda? La cuestión no afecta sólo al modo de conocer el pasado, sino al modo de efectuar la referencia. Siguiendo la tradición de la filosofía de la historia de la que procede, aunque dando un paso más, Ricoeur afirma: «Yo sostengo que nosotros únicamente decimos algo con sentido sobre el pasado pensándolo sucesivamente bajo el signo de lo Mismo, de lo Otro, o de lo Análogo»63. En esta descripción los dos primeros movimientos — lo Mismo y lo Otro— pasan por una especie de dialéctica entre el «es y no es» propia de la referencialidad, y lo Análogo viene a ser la última palabra sobre el conocimiento del pasado, aunque es un concepto que tiene por asumidos los dos primeros. La primera categoría, la identidad del pasado con su representación en el presente, tiene ciertos vínculos con los planteamientos de las leyes generales de la historia que se han visto en un apartado anterior. Ricoeur, sin embargo, prefiere examinar la categoría en la epistemología de Collingwood presente en su The Idea o f History. '’ > Para Ricoeur deben darse tres condiciones para que un acontecimiento histórico del pasado pueda persistir en el presente: primero, debe poder objetivarse el acontecimiento; después, se debe re-pensar el pasado con él; finalmente, hay que tener ese pensamiento como idéntico al primer pensar sobre el pasado64. Esta visión del pasado como identidad la encuentra Ricceur

Ibídem, 227. Ibídem, 205. El estatuto de la historia bajo el signo de lo Mismo y de lo Otro es tradicional en la epistemología de la historia (véase Marrou, El conocimiento histórico..., 67: «Permítaseme definirla [la historia], en términos platónicos, como una dialéctica entre el Mismo y el Otro»); el modo de la analogía lo descubre Ricceur en H. White. Lo propio de Ricceur está, como en otras ocasiones, en su capacidad para «integrar» estas versiones distintas en un acto conciliador. «En resumen, el pasado ¿es acaso inteligible a no ser como persistente en el presente? Para elevar esta sugestión al rango de una teoría y formular una concepción exclusivamente identitaria del pensamiento del pasado, es necesario: a) someter la noción de acontecimiento a una revisión radical, es decir disociar su cara «interna» que se puede llamar pensamiento, de su cara «externa», es decir, sus

perfectamente ilustrada en la concepción de la historia como «re-efectuación» (reenactement) del pasado en Collingwood. Por eso, los tres componentes de una concepción identitaria de la paseidad del pasado enunciados más arriba pueden entenderse en correspondencia con las tres fases que recorre el análisis de Collingwood sobre el pensamiento histórico, a saber: a) el carácter documental del pensamiento histórico, b) el trabajo de la imaginación en la interpretación del dato documental, c) la ambición que tienen las construcciones de la imaginación de operar una re-efectuación del pasado65. Sin embargo, esta misma descripción nos indica que la identidad entre los dos momentos no se consigue nunca, y, en consecuencia, tampoco se da un conocimiento acabado del pasado. Tal vez por ello, Ricoeur apunta que la noción de que una representación del pasado como «es lo Mismo» debe pasar por la dialéctica con la idea de «no es lo Mismo» para poder ser realmente fiel al pasado. El pasado es también «lo Otro». Esta segunda alternativa toma el sentido inverso. Es la que ve en la historia una declaración de alteridad entre el pasado y el presente. Este camino subraya la distancia temporal y hace una apología de la diferencia. Son pocos, según Ricceur, los que se han arriesgado a teorizar sobre la preeminencia de lo Otro en el pensam iento sobre la historia66. Si bien es verdad que una apología de la diferencia no hace justicia a lo que hay de positivo y persistente en el presente que proviene del pasado57, no puede soslayarse la

cambios físicos que afectan al cuerpo; b) después, tener el pensamiento del historiador, que reconstruye una cadena de elementos, como una manera de re­ pensar lo que fue una vez pensado; c) finalmente, concebir este re-pensar como numéricamente idéntico al primer pensar», Ricceur, Temps et récit III..., 206. Ibídem, 207. Ibídem, 212. Al lector poco avezado en el pensamiento de Ricoeur tal vez puedan sorprenderle estas continuas oposiciones dialécticas que, en ocasiones, parecen incluso un poco forzadas. Pero no debe olvidarse que se inscriben plenamente en una metodología crítica, ya antigua en Ricoeur, cuya máxima expresión está en la conocida formulación de la hermenéutica de la sospecha. Con todo, si subrayamos el parecido epistemológico de Temps et récit con La Métaphore vive, el lector recordará como en la formulación, central en aquella obra, de la analogía aportaba un elemento crítico (la inadecuación del concepto analógico en Aristóteles según Pierre Aubenque) como matiz dialéctico para la pretensión de verdad del «es» metafórico. Véase Ricceur, La Métaphore vive..., 334ss. Véase Ricoeur, Temps et récit III..., 218. Ricoeur recoge la apología más radical de la diferencia —por cuanto la fundamenta en una sociología de la historiografía— de la obra de M. de Certeau, L ’Ecriture de l ’histoire, Paris, Gallimard, 1975; especialmente interesante, a este propósito, es la tercera parte: «Systémes de sens: l’écrit et l’oral» (215-288).

cuestión de la distancia temporal entre el momento en el que sucedieron los hechos y el ahora; distancia que sobredetermina todavía más el alejamiento axiológico que nos ha hecho extraños a las costumbres del pasado. Pero si esto fuera así de manera absoluta, habría que concluir que el conocimiento del pasado es imposible. Para salvar esta aporía — mantener la noción del pasado como lo Otro y salvar su capacidad de ser conocido— , Ricceur introduce un concepto que parece determinante: la actitud ante el pasado. Cuando la curiosidad toma el lugar de la simpatía, lo distinto llega a ser extraño68. Pero, si lo que permanece es la simpatía, la diferencia que separa puede sustituirse por la diferencia que enlaza, de modo que, al mismo tiempo que la diferencia pierde su pureza trascendental, pierde también su univocidad, en la medida en que la distancia temporal puede ser valorada en lo que son sus opuestos, según en predominio de la «ética de la amistad» (Marrou) o de la «poesía del distanciamiento» (Veyne)69. Entendidas las cosas de esta manera, resulta fácil aplicar también al Otro las mismas coordenadas que en el caso anterior: la representación del pasado debe pasar también por el filtro del «es y no es» lo Otro. La tercera manera según la cual puede concebirse la representación histórica es, según Ricoeur, [a analogía: un curso de acciones del pasado puede hacerse presente según un modelo abstracto, como por ejemplo el que proporciona la metáfora70. La razón que apunfa para justificar la viabilidad del procedimiento es diáfana: «Lo Análogo es una semejanza entre relaciones más que entre términos simples»71. Ricoeur ve en las tesis de H. White, especialmente en su teoría tropológica, una concepción de la representación histórica que tiene su base precisamente en la analogía72. White y Ricoeur coinciden al señalar la pertenencia de la historia y

Véase Ricoeur, «Le temps racconté»..., 445. Véase Ricoeur, Temps et récit III..., 216. «Si bien es verdad que lo Análogo no figura en ninguna de las listas de los «grandes géneros» de Platón, por contra, tiene un lugar en la Retórica de Aristóteles bajo el título de la «metáfora proporcional» llamada precisamente analogía», Ricoeur, Temps et récit III..., 220. Ibidem, 219. Subrayado mío. Los dos volúmenes de White invocados a menudo por Ricoeur son: White, Metahistory. The Historical Imagination in the XIXth Century Europe...; y H. White, Tropics o f Discourse, Baltimore and London, The Johns Hopkins University Press, 1978. En un volumen posterior (White, The Contení of the Form: Narraíive Discourse and Hisíorical Represeníation..., 189ss.) White recoge de modo elogioso las aproximaciones de Ricoeur en Temps et récit I y acepta las puntualizaciones que se le hacen. Ricoeur, no obstante, recibe más tesis de White,

la ficción a una misma clase en lo que se refiere a su estructura narrativa y a su caracterización como escritura73. Sin embargo, el discurso histórico no sólo tiene que conformarse a una construcción determinada de la trama (emplotement), sino que debe mirar al pasado a través de la información documentaría accesible en un momento dado. En esas condiciones debe hacer de su estructura narrativa un «modelo», un «icono», del pasado, capaz de representarlo74. En consecuencia, los procedimientos de la representación del pasado no son sólo los meramente narrativos, sino que deben completarse con una teoría de los tropos (metáfora, metonimia, sinécdoque, ironía), a través de los cuales un curso de acontecimientos del pasado es «visto como». De este modo: El beneficio esperado de este mapa tropológico de la conciencia, que concierne a la ambición representativa de la historia, es inmenso: la retórica gobierna la descripción del campo histórico como la lógica gobierna la argumentación con valor explicativo: «pues el historiador constituye virtualmente el sujeto del discurso mediante la figuración». En este sentido, la identificación del tipo de intriga deriva de la lógica, pero la visión del conjunto de los acontecimientos que la historia, en tanto que sistema de signos, pretende describir, deriva de la tropología.75 De todo el mapa tropológico sólo la metáfora tiene una vocación propiamente representativa: los otros tres tropos «serían variantes de la metáfora que tendrían

que la mera teoría tropológlca: los conceptos de «prefiguración», de «representador», del pasado real como anverso de lo posible, pueden descubrirse antes en White que en Ricceur. Por lo demás, las fuentes comunes a ambos (Aristóteles y N. Frye) en lo que se refiere a la forma y a la constitución de la trama en el relato de la historia, orientan también el modo con que Ricoeur recibe a White. En estudios posteriores a Temps et récit, Ricoeur ha dicho que la dependencia que en ese momento tenía de la teoría tropológica de White le parece excesiva y que la noción de «icono» para definir la representación del pasado debe ser cribada también por la noción de testimonio. Véase Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 81-82. Véase Ricoeur, Temps et récit I..., 228-229. Ricceur, Temps et récit III..., 220. El proyecto es discutido por algunos que no conciben cómo puede combinarse la tropología con la documentaría de la escuela de Anuales (véase Lehan, «The Theorical Limits of The New Historicism»..., 533553). Sin embargo, Ricceur advierte que la aplicación de los modelos narrativos y, por tanto, tropológicos «no deriva de la metodología de la ciencia histórica, sino de una reflexión de segundo grado sobre las condiciones últimas de inteligibilidad de una disciplina», Ricceur, Temps et récit I..., 133. Ricceur, Temps et récit III..., 223.

como función corregir la ingenuidad de la metáfora»76. Situados en este lugar, se percibe la importancia de esta concepción de la representación histórica: entre un relato y un curso de acontecimientos no hay una relación de reproducción, de reduplicación, de equivalencia, sino una relación metafórica: el lector es dirigido hacia el tipo de figura que asimila (liken) los acontecimientos elegidos a una forma narrativa que nuestra cultura nos ha hecho familiar77. Además, este modo de entender la representación del pasado permite hacer justicia a la huella que han dejado los acontecimientos ocurridos: Llevando hacia atrás nuestro análisis, nos hace ver el estrecho vínculo entre el problema de la huella y el problema del representador. Por medio del «como» de la analogía, el análisis del representador continúa el de la huella.78 El examen de la tropología cierra también el elenco de los caminos por los que accedemos al conocimiento del pasado en la representación que se hace en la escritura de la historia. Por eso, concluye Ricceur a propósito de las tesis de White: Dando el apoyo de los recursos tropológlcos al emparejamiento (matching up) entre tal intriga y tal curso de acontecimientos, estos análisis dan una preciosa credibilidad a nuestra sugerencia según la cual la realidad del pasado debe pasar sucesivamente por el filtro de lo Mismo, de lo Otro y de lo Análogo. El analísis tropológico es la expilcitación buscada de la categoría de lo análogo. Esta sólo dice una cosa: las cosas han debido pasar como se dice en este relato: gracias al filtro tropológico, el ser-como del acontecimiento pasadó es llevado al lenguaje.79

Ibídem, 222. Debe tenerse en cuenta que, en White, el «origen» del problema es la necesidad de la explicación en la historia (más bien de «efecto de explicación»), y que la explicación según la intriga (emplotement) es sólo uno de los tres modos de realizar ese efecto de explicación. Los otros dos son la explicación según el argumento formal y la explicación según la implicación ideológica. Se advierte de este modo la importancia de la precisión anotada en el texto: no es sólo una teoría poética la que está enjuego, sino una retórica de la persuasión. Ibídem, 224. Ibídem, 226. Ibídem, 224. En los últimos años Ricceur ha manifestado que esta teoría de la representación del pasado debería ser revisada a la luz de dos nociones: la memoria y el testimonio. Véase Ricoeur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido..., 81-82, 102.

4. El eQtrecruzamiento entre la historia y la ficción A lo largo del tercer volumen de Temps et récit, Riccfiur repite en más de una ocasión que uno de los propósitos de su ensayo es describir lo que denomina el entrecruzamiento de la historia y la ficción. La noción se define así: Por entrecruzamiento de la historia y la ficción, entendemos la estructura fundamental, tanto ontológica como epistemológica, en virtud de la cual la historia y la ficción no concretan su intencionalidad respectiva sino tomando prestada la intencionalidad de la otra. Este modo de concretar corresponde, en la teoría narrativa, al fenómeno de «ver como...» por el que, en La Métaphore vive, hemos caracterizado la referencia metafórica.80 Como en muchas ocasiones, en la descripción de Ricceur se dan por supuestas un conjunto de nociones que hay que hacer explícitas para que las afirmaciones sean del todo pertinentes. La primera de ellas es de orden hermenéutico, y afecta al lugar remoto donde se efectúa tal entrecruzamiento. Siguiendo el tópico aristotélico, según el cual la historia cuenta lo que ocurrió y la ficción lo que podría haber ocurrido, Ricceur lo desarrolla según un propósito hermenéutico: en la comprensión de nuestra identidad forjamos una narración en la que lo ocurrido, lo real, sólo se entiende cuando se inserta en una historia con lo que podría haber ocurrido, lo ficticio81. Ahora bien, al estar asociadas en la comprensión de sí y en la forma narrativa, las formas de la historia y la ficción aparecen en cierta manera contaminadas: entendemos la ficción al modo de una historia real, del mismo modo que entendemos la historia según los modelos de la ficción82. A partir de este punto Ricceur, Temps et récit 111..., 265. Aquí nace lo que Ricoeur, en la conclusión —y en las continuaciones— de su estudio denomina la identidad narrativa: «He formulado la hipótesis según la cual la identidad narrativa, sea de una persona o de una comunidad, será el lugar de búsqueda de este quiasmo entre historia y ficción. (...) Parecía que podía tener por válida la siguiente cadena: la comprensión de sí es una interpretación; la interpretación de sí, a su vez, encuentra en el relato (...) una mediación privilegiada; este último préstamo a la historia y a la ficción hace de la historia de una vida una historia ficticia, o si se prefiere, una ficción histórica entrecruzando el estilo historiográfico de las biografías con el estilo novelesco de las autobiografías imaginarias», Ricoeur, Soi-méme comme un autre..., 138, nota 1. «La interpretación que propongo aquí del carácter «cuasi-histórico» de la ficción recubre evidentemente aquella que propongo del carácter «cuasi-ficticio» del pasado histórico. Si es verdad que una de las funciones de la ficción mezclada con la historia es la de liberar retrospectivamente algunas posibilidades no efectuadas del pasado histórico, es en favor de su carácter cuasi-histórico como la misma

— que hace explícito de alguna manera lo que, en el texto citado, Ricceur denomina estructura ontológica y epistemológica— se tendrían que describir los desarrollos, es decir, habría que precisar dónde se concretan las diferencias entre la intencionalidad de la historia y la ficción y dónde se produce el préstamo de la una a la otra. La intencionalidad de la historia, como se ha visto ya, está determinada por la deuda hacia el pasado que ocurrió. Esta deuda hace que el historiador deje de ser un maestro de intrigas para hacerse un servidor de la memoria de los hombres. Frente a la deuda del discurso de la historia, el discurso de la ficción lo que hace es proponer una visión del mundo: La dura ley de la creación, que es la'deproducir de la manera más perfecta la visión del mundo que anima al artista, responde, rasgo a rasgo, a la deuda del historiador y del lector de la historia frente a la mirada de los muertos.83 Pero también la ficción literaria representa una cierta aprehensión del pasado, y en este sentido su intencionalidad se hace complementaria a la del historiador. De la mano de Jauss, Ricoeur hace notar que el movimiento de lectura no acaba en la mera aisthesis que libera al lector de lo cotidiano, sino que se prolonga en la catharsis que lo hace libre para nuevas evaluaciones de su libertad. Los efectos de la lectura son siempre un mejor conocimiento práctico del amor, el odio, en definitiva, de lo humano. Por eso los textos perviven y, al leerse en nuevos contextos, su sentido se alegoriza84 y «es finalmente esta capacidad de la alegorización, ligada a la catharsis, la que hace de la aplicación literaria la réplica más aproximada a la aprehensión analógica del pasado en la dialéctica del cara a cara y de la deuda»85. Historia y ficción tienen también intencionalidades distintas en lo que se refiere al carácter representador. En el relato de la historia hay que hacer justicia a la huella dejada por el pasado. Pero en el relato de la ficción,

ficción puede ejercer después su función liberadora. El cuasi-pasado de la ficción llega a ser así el detector de los posibles enterrados en el pasado efectivo. Este «podía haber tenido lugar» —el verosímil de Aristóteles— recubre a la vez las potencialidades del pasado «real» y los posibles «irreales» de la pura ficción», Ricoeur, Temps et récit III..., 278. Ibídem, 260. Véase Ricoeur, «“Anatomy of Criticism» or the Order of Paradigms”..., 7-11. Y en el recorrido que sigue el sentido, al igual que en la teoría medieval de los cuatro sentidos, hay un lugar para el «moral»: moralis, quid agas, rezaba el dístico de Agustín de Dacia. Ricoeur, Temps et récit III..., 259.

,por el sólo hecho de que el narrador y su héroe sean ficticios, todas las referencias a los acontecimientos históricos reales están despojadas de su función representadora a la vista del pasado histórico, y son alineadas sobre el estatuto irreal de los demás acontecimientos. Más exactamente, la referencia al pasado, y la misma función representadora, se conservan, pero sobre un modo neutralizado.86 El ejemplo canónico a este respecto es la representación del tiempo: el relato histórico tiene que inscribir su tiempo en el «tiempo monumental», el relato de ficción está liberado de ese compromiso87. Ahora bien, también desde este punto de vista los efectos de lectura forman el complemento adecuado con el que la ficción responde a la historia. Si la intencionalidad de la historia está marcada por la representación del pasado, la ficción tiene una función reveladora y transformadora de la práctica cotidiana88. Esta complementariedad se prolonga en lo que se puede denominar el tiempo humano, ya que si la historia refigura el tiempo pasado, una de las funciones de la

Ibídem, 187. «La historia, ya lo hemos dicho, reinscribe el tiempo del relato en el tiempo del universo. Esta es una tesis «realista» en la medida en que la historia somete su cronología a una única escala de tiempo, común a lo que se llama la «historia» de la tierra, la «historia» de las especies vivientes, la «historia» del sistema solar y de las galaxias. Esta reinscripción del tiempo del relato en el tiempo del universo, según una única escala, acaba por ser lo específico del modo referencial de la historiografía». Ibídem, 266. En cambio, «el rasgo más visible, aunque no necesariamente el más decisivo, de la oposición entre tiempo ficticio y tiempo histórico es la liberación del narrador —que no debemos confundir con el autor— de la obligación más grande que se impone al historiador: saber plegarse a los conectares específicos de la reinscripción del tiempo vivido en el tiempo cósmico. Al decir esto, no damos sino una caracterización negativa de la libertad del artesano de la ficción y, por implicación, del estatuto irreal de la experiencia temporal ficticia» (ibídem, 185). De ahí, una consecuencia: «el relato de ficción es más rico en informaciones sobre el tiempo, en el mismo plano del arte de componer, que el relato histórico» {ibídem, 232). El contexto de la afirmación denota claramente el sentido que tiene: «Esta crítica al concepto ingenuo de “realidad” aplicado a la paseidad del pasado llama a una crítica simétrica del concepto no menos ingenuo de “irrealidad” de las proyecciones de la ficción. La función representadora o vicaria tiene su paralelo en la función de la ficción, que se puede llamar indivisamente revelante y transformante a la vista de la práctica cotidiana. (...) Alejándonos del vocabulario de la referencia adoptamos el de la aplicación, recibido de la tradición hermenéutica y enaltecido de nuevo por H.G. Gadamer» {ibídem, 226). Véase Ricoeur, «Le temps racconté»..., 437.

ficción será precisamente explorar ciertas significaciones temporales que el vivir cotidiano nivela o deja de lado89. Pero el entrecruzamiento entre la historia y la ficción tiene otras dimensiones en el ámbito de mimesis III y que afectan al modo de efectuar la referencia en la lectura. La diferente intencionalidad, unida a la complementariedad de ambos modos en lo que se refiere al conocimiento de sí, implica una convergencia entre los dos tipos de relato que, de hecho, se traduce en estrategias de préstamo entre ellos90. El primer ámbito, el más evidente, hace referencia a la distinta voluntad del relato histórico y ficticio: la voluntad de representación del relato histórico se corresponde con la voluntad de significación del relato ficticio. Es evidente que el relato histórico recibe del relato de la ficción una voluntad significadora — que Ricceur denomina el último paso suplementario— que consiste esencialmente en la figuratividad91. Pero el relato ficticio recibe, a su vez, una determinación esencial en su proceso de semiotización que procede del relato histórico: para el relato de la historia los acontecimientos son pasados y esta estrategia pasa al relato de ficción92: Los acontecimientos contados en un relato de ficción son hechos pasados para la voz narrativa que nosotros podemos tener aquí por idéntica a la del autor

Ricoeur, Temps et récit III..., 276. Dicho de otra forma: «¿no podría decirse que, al aproximarnos a lo diferente, la historia nos da acceso a lo posible, mientras que la ficción, al permitirnos acceder a lo irreal, nos lleva de nuevo a lo esencial?», Ricoeur, «Para una teoría del discurso narrativo»..., 155. O también: «De estos intercambios íntimos entre historialización del relato y de ficcionalización del relato histórico nace lo que se denomina el tiempo humano, que no es otro que el tiempo contado», Ricceur, Temps et récit III..., 150. «A lo largo de la primera etapa, el acento se ha puesto en la dicotomía entre la mirada propia de cada modo narrativo, dicotomía que se resume en la oposición global entre la reinscripción del tiempo vivido sobre el tiempo del mundo y las variaciones imaginativas que expresan la manera de ligar el primero al segundo. La nueva etapa marca una cierta convergencia entre, por una parte, lo que hemos denominado, desde la introducción a esta sección, la función representadora ejercida por el conocimiento histórico a la vista del pasado «real» y, de otra parte, la función significadora que reviste el relato de ficción, cuando la lectura relaciona el mundo del texto y el mundo del lector» (ibidem, 203). De hecho, esta convergencia mira a la matriz común de los dos tipos de relato: la epopeya. Véase Ricoeur, «Le temps racconté»..., 451. Véase Ricoeur, Temps et récit III..., 270. A este respecto habría que invocar el ejemplo que propone Weínrich {Estructura y función de los tiempos en el lenguaje..., 79) cuando recuerda que incluso las novelas de ciencia-ficción, situadas en el futuro, están escritas en pasado.

implicado, es decir a un disfraz ficticio del autor real. Una voz que habla cuenta lo ‘que para ella ha tenido lugar. Entrar en lectura es incluir en el pacto entre el lector y el autor la creencia de que los acontecimientos contados por la voz narrativa pertenecen al pasado de la voz.93 Esto introduce la cuestión del pacto de lectura y, por tanto, de las estrategias retóricas. En realidad, Ricoeur apunta a que en la lectura recurrimos a estrategias mezcladas94: Se puede leer un libro de historia como una novela. Al hacer esto se entra en un pacto de lectura que instituye la relación entre la voz narrativa y el autor implicado. En virtud de este pacto, el lector baja la guardia. Suspende su desconfianza. Confía. Está preparado para conceder al historiador el derecho desorbitado de conocer las almas.95 Por esto mismo, una vez establecido el pacto, éste forma parte del paradigma, de modo que la historia puede recibir prácticamente todas las formas con las que ha experimentado el relato ficticio. Así, el préstamo de la ficción a la historia concierne también a la función representativa de la imaginación histórica: aprendemos a ver com o trágico, com o cómico, etc., tal encadenamiento de acontecimientos. Es esto precisamente lo que da perennidad a ciertas grandes obras históricas para las que el progreso documental ha erosionado su fiabilidad propiamente científica; es el carácter exactamente apropiado de su arte poético y retórico con su manera de ver el pasado. La misma obra puede ser al mismo tiempo un gran libro de historia y una admirable novela. Lo asombroso es que este entrelazamiento de la ficción con la historia no debilita el proyecto representador de esta última, sino que contribuye a llevarlo a cumplimiento96.

Ricceur, «Le temps racconté»..., 451; véase también Ricoeur, Temps et récit 111..., 276. Una aplicación de ese pacto, aunque sin incluir al autor, puede verse en Mathieu-Colas, «Récit et verité»..., 388-401. «Propongo, al final de mi itinerario, una teoría de la lectura en la que se confrontan dos estrategias: la del autor, bajo la máscara del narrador, y la del lector. La primera es una estrategia de persuasión ejercida desde el narrador al lector, en favor de la wilful suspensión o f disbelief (Coleridge) que caracteriza la entrada en lectura. La segunda es una estrategia de juego, incluso de combate, de sospecha y de rechazo, que permite al lector practicar la distancia en la apropiación», Ricoeur, «Autocomprensión e historia»..., 42. Ricoeur, Temps et récit III..., 271. Ibídem, 270-271. Idénticas nociones en H. White (Metahistory) y Frye: «Nuestro ejemplo histórico de siempre, Decline and Fall o f the Román Empire, de Gibbon, nos muestra que puede producirse el mismo desarrollo incluso con una obra que originariamente iba a ser una historia. La historia como tal debe ser continuamente

Sin embargo, el lector sigue teniendo presentes las diferencias entre la historia y la ficción: una se refiere a lo que ha ocurrido, y otra a lo que podría ocurrir. Por eso, si bien el lector concede al historiador la posibilidad de utilizar las estrategias de la ficción, sigue teniendo presente que se debe a un curso de acontecimientos reales. En realidad, el efecto muy particular entre ficción y dicción entra seguramente en conflicto con la vigilancia crítica que el historiador ejerce por su propia cuenta e intenta comunicar a su lector. Entonces aparece una extraña complicidad entre vigilancia y suspensión voluntaria de la incredulidad, de donde nace la ilusión en el orden estético. Hablaré, con gusto, de ilusión controlada para caracterizar esta feliz unión que hace por ejemplo de la pintura de la Revolución francesa por Michelet una obra literaria comparable a la Guerra y paz de Tolstoi en la que el movimiento procede en sentido inverso: de la ficción hacia la historia y no de la historia hacia la ficción.97 Y es que, en definitiva, la huella dejada por el pasado nunca puede suspenderse en el pacto. Con ello llegamos ya al final de un mapa más claro de los dos tipos de relato: el histórico y el de ficción. Pero los criterios que pueden diferenciarlos, como hemos visto, afectan a una epistemología más que a una taxonomía. Será labor del crítico ponerlos de manifiesto en el análisis, pero difícilmente podrán ser definidos antes de comenzar su estudio.

reescrita: a medida que pasa el tiempo, y los historiadores aprenden más acerca del Imperio romano, la obra de Gibbon queda anticuada como relato definitivo. En este proceso ocurren dos cosas que pueden sernos de utilidad aquí. En primer lugar, la obra de Gibbon sobrevive por su «estilo», lo que significa que pasa en forma insensible de la categoría histórica a la poética. (...) En proporción, su material se universaliza: se convierte en una meditación elocuente sobre la decadencia y caída humanas», véase N. Frye, El Gran Código. Una lectura mitológica y literaria de la Biblia, Barcelona, Gedisa, 1988, 72. Es fácil ver que, tanto en Frye como en Ricceur, estamos en una recreación del modelo aristotélico de lo particular y lo general. Ricoeur, Temps et récit III..., 271-272.

CONCLUSIONES

' El recorrido realizado en la investigación ha sido bastante largo. También complejo porque, como se ha advertido en la introducción, los motivos que aparecían como objetivo del estudio — aunque se implicaban unos a otros— no dejaban de tener cierta heterogeneidad. Por esta razón, una breve recapitulación al final del capítulo segundo recuerda los pasos principales dados hasta entonces. Los principios generales de la interpretación según la propuesta de Ricoeur — la noción de mundo del texto y la dialéctica entre explicar y comprender— son condición necesaria para entender sus tesis sobre la historicidad o ficcionalidad, y para determinar en qué sentido la teoría de la triple mimesis puede servir de cañamazo para establecer un protocolo de interpretación de los textos narrativos en el que se integren los diversos métodos. Hecha' esta advertencia, estas conclusiones finales tienen tanto el carácter de compendio como el de corolario. En todo caso, por su misma condición reflexiva sobre lo ya expuesto, no dejan de representar un punto de vista nuevo sobre la totalidad del trabajo. Una lectura de la obra de Ricceur deja ver enseguida que, desde el punto de vista de la crítica literaria, no deben buscarse en sus escritos ni nuevas taxonomías ni un nuevo modelo de análisis. Es característica de su pensamiento abrir perspectivas y un cierto talante irenista e integrador. Por eso, lo que se puede encontrar en su obra es una exposición sobre las posibilidades y las limitaciones de cada método de análisis. Una segunda conclusión se puede derivar de la anterior. El planteamiento de Ricoeur es filosófico, o, si se quiere, hermenéutico; el objetivo que se plantea es la comprensión de sí, no la metodología para la comprensión de los textos. En consecuencia, la clarificación que la crítica literaria o la semiología pueden esperar de Ricceur está más del lado del lugar que deben ocupar estos saberes en el marco de las ciencias de*l espíritu, que de la justificación intrínseca de sus objetos y sus métodos. Sin embargo, el emplazamiento del análisis de los textos literarios en un marco epistemológico tan amplio reporta ventajas, pues permite asignar un lugar

a las ciencias del texto en el marco de las ciencias del espíritu y, por tanto, también en la hermenéutica. Este lugar, además, resulta ser capital por la centralidad que el texto ocupa en los procesos de comprensión. El texto ofrece, a los ojos de Ricceur, el punto en el que ciencia y saber — explicar y comprender— no se oponen, sino que se complementan. Este proceso cognitivo, descrito por Ricoeur con la expresión del conflicto a la convergencia, se advierte en lo que podemos llamar su posición hermenéutica, y en la clarificación que ofrece de los modernos métodos de análisis. Posición hermenéutica. Respecto de los textos, Ricoeur se siente heredero de dos tradiciones hermenéuticas: la hermenéutica romántica — metódica— y la hermenéutica ontológica que — al negar una diferenciación entre sujeto y objeto en la comprensión— es necesariamente ametódica. Ricoeur acepta la preeminencia del comprender subrayada por la hermenéutica ontológica; pero no deja de notar que la condición estructurada del texto establece un paradigma de distanciam iento dentro de la pertenencia. Esta condición estructurada del texto hace necesaria la fase metódica del análisis para que la comprensión no sea arbitraria. La manifestación más clara de este proceder es la sustitución de la expresión círculo hermenéutico por la expresión arco hermenéutico como «arco» de operaciones en el que «explicar» — fase metódica— y «comprender» — inicio y fin del proceso— se recubren. Clarificación de los modelos de análisis y, más en concreto, del análisis narrativo. Es sobresaliente la eficacia con que la noción de arco hermenéutico es capaz de integrar las diversas metodologías de análisis de la narración (excepto el deconstruccionismo, contradictorio por definición, Ricoeur acoge las más comunes en los ámbitos francés, norteamericano y alemán). La teoría ricoeuriana de la triple m im e s is (prefiguración-configuración-refiguración), como tres momentos de un único arco hermenéutico, permite descubrir el lugar en el que cada modelo de análisis se hace operativo y complementario con los demás: así el análisis estructural como modo de descripción de la prefiguración de la acción, la estética de la recepción en la refiguración, etc. Como se ha advertido, esta visión integradora de Ricoeur se asienta en su noción de texto. Sin embargo, Ricoeur no ofrece propiamente una definición de texto. Lo que aparece en sus páginas es una descripción de las características del discurso comunicativo y de la textualidad. Dicha descripción proviene del examen que realiza Ricoeur directamente sobre tales hechos del discurso y la textualidad, pero también mediante la integración, en su propia posición epistemológica, de nociones originarias de otros autores: así el discurso como acontecimiento presente (Benveniste), la fuerza performativa (Austin), el carácter de estructuración (Saussure), etc.

Pero, sin duda, la característica más importante del texto, según se concibe en la epistemología de Ricceur, es su referencialidad. Frente a Frege, de quien recoge la noción, Ricceur dirá que los textos literarios, también los de ficción, tienen una referencia. Tal referencia es el mundo del texto: el mundo que se despliega en la lectura, resultado de la confluencia, en el acto de leer, de dos mundos, el del lector y el que el autor presenta en el texto mismo. En todo caso, la afirmación principal es que todo texto tiene referencia. De entre los tipos de textos, el estudio se interesaba por los narrativos. Para su caracterización Ricoeur acude a la relectura de algunos pasajes de la Poética aristotélica. El primero de los pasos ha sido concebir la mimesis aristotélica como poiesis, como una actividad creadora en la que el elemento configurador es el mythos. Esta noción de creación a través de la capacidad integradora del mythos estaba ya presente en La Métaphore vive y ha tomado tal carta de naturaleza en las revisiones contemporáneas de la Poética que ha llegado a convertirse en lugar de referencia. En ese aspecto, aunque algunas operaciones de Ricoeur — por ejemplo, caracterizar la imitación por el qué, las acciones y no por el cómo, la diégesis; o también desplazar la catarsis aristotélica del lugar central en la tragedia— han sido discutidas, también hay que anotar que esta caracterización transemiótica permite la aplicación de la teoría a un número de géneros más amplio y a otros lenguajes. Lo que hay que mantener en la definición de narración es la referencia a la acción y a su temporalidad. En lo que se refiere a los dos géneros narrativos mayores — la historia y la ficción — , la doctrina de la Poética era clara. Aristóteles dice que la poesía (obra de creación, literatura) no se distingue de la historia porque una esté escrita en verso y otra n Q , sino porque la poesía se rige por lo general (kath ’ólou) y por lo verosímil y la historia por lo particular (k a th ’hékaston) y lo real (1451b). Ricceur sigue estas huellas y supone que la escritura de la historia puede tener las mismas reglas de configuración que la escritura de la poesía (el mythos), sólo que, al final (el poder configurador del m yth o s depende del punto final), la referencia construida en el relato de la historia debe ser verdadera respecto de hechos ocurridos realmente. Éste es sin duda un paso más arriesgado, porque, si bien es cierto que Ricoeur recupera la referencia a lo particular (los «hechos ocurridos») al final del proceso, no está tan claro que pueda dejarse de lado la imitación kath ’hékaston en el punto de partida y a lo largo del proceso de imitación. En realidad, respecto de la oposición historia/ficción, el interés de Ricoeur no es tanto la diferenciación entre los dos modos de relato, como la justificación de la historia (y en concreto, una parte de la historiografía contemporáneá deudora de la noción de documento) dentro de un género narrativo común a ambos. En este contexto, lo que iguala al relato histórico y al relato ficticio, dirá, es el poder configurador del mythos', lo que los distingue es la diferente pretensión de verdad

que tienen ambos: el relato histórico debe hacer justicia a un rea] pasado; el relato ficticio es sólo revelador de un posible modo de ser. Pero si hay una diferencia en cuanto a la verdad del ser de la historia y la ficción, esa diferencia deberá mostrarse de algún modo en el texto. Ricoeur sostiene, en consecuencia, que el texto histórico debe someterse a una serie de restricciones de las que está libre el ficticio. El peso cae ahora de la parte del kath ’hékaston aristotélico: el texto histórico debe hacer justicia a los hechos del pasado que han dejado su huella. Es decir, la verosimilitud preconizada por Aristóteles alcanzará en primer lugar al relato de la historia exigiéndole una configuración precisa, la explicación: debe explicar por qué los hechos se encadenan de un modo y no de otro. En el relato, las relaciones son de necesidad, y en cambio la contingencia es una característica esencial de la historia. Por tanto, el relato de la historia no puede limitarse nunca a ser un mero relato, debe introducir una explicación que dé razón de por qué los hechos fueron de ese modo. Además, la huella dejada por el particular real pasado en el texto remite a la referencia real. También esto tiene sus consecuencias en orden a la configuración, pues exige que el relato histórico se inscriba en modelos referenciales exteriores a los que él mismo es capaz de crear. Ricceur lo especifica en el caso del tiempo: el tiempo del relato de la historia debe inscribirse en el tiempo cosmológico. M utatis mutandis, puede aplicarse el mismo criterio a otras entidades narrativas: el espacio, los personajes, etc. En conclusión, puede establecerse que, según el modelo presentado por Ricoeur, la distinción entre relato histórico y ficticio no proviene de la configuración sino de la referencialidad. Con todo, por ser la historia el término marcado en la oposición historia/ficción, el relato histórico debe someterse a una serie de constricciones en la configuración. Dicho de otro modo, un relato ficticio puede presentar las características del histórico; un relato histórico, si quiere ser tenido por tal, no puede acogerse sin más a la libertad constructiva de la ficción. Lo expuesto en el trabajo podría sugerir otros horizontes de análisis, quizás incluso más ricos. En cierta manera, en el ámbito de las ciencias sociales, todo ejercicio de crítica es siempre una tarea inacabada. Todo, o casi todo, se ha dicho, y todo está por decir. Pero no estamos siempre en el mismo sitio, porque, como ha dicho Ricoeur tantas veces, explicar más es comprender mejor.

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