¿dónde Está Bebé__ Resignificación De Mi Pérdida Gestacional.pdf

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¿DÓNDE ESTÁ BEBÉ? Resignificación de mi pérdida gestacional Karen Padilla

¿Dónde está Bebé? Karen Padilla Autor Carlos E. Cuahutli Diseño editorial Primera edición: 2020 ISBN: En trámite D.R. © No se permite la reproducción total o parcial de esta obra ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 27, 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y arts. 424 y siguientes del Código Penal) Impreso y hecho en México/ Printed and made in Mexico

Para Bebé, Mi pajarito en el cielo.

PRESENTACIÓN

Con el corazón abierto escribo estas letras, que no saben ni qué decir , para introducirte a la experiencia de leer a quien supo escribir sobre temas para las que no existen palabras. En este libro, Karen no sólo comparte una muy dura vivencia , y lo hace con honestidad y soltura , sino también muestra su proceso de aprendizaje buscando cómo continuar con la vida, y lo que en su búsqueda ha aprendido. He de advertirte que esta lectura puede llevarte por los caminos de tu propio dolor, y guiarte a ver heridas guardadas en el cajón del tiempo o incluso generarte heridas que no tenías antes, por la profunda empatía que inspira alguien que abre al mundo de tal forma su corazón y se muestra traslúcida. Recomiendo su lectura por cuanto puede acompañarte en el proceso de sabiamente ser compasivo . Parece un libro dedicado a las personas que , como Karen, se enfrentaron al suceso de un aborto espontáneo, y sin embargo, encuentro en él tantos aprendizajes valiosos para cualquiera que esté en el intento de continuar viviendo tras encarar la experiencia de la muerte de alguien profundamente amado. Y de quienes anhelan nutrir su Ser y desarrollar profundamente su potencial. La narración de este tránsito por el profundísimo dolor, su caminar buscando consumir la pena, aún inconcluso , es a la vez una profunda lección y una muestra de la grandeza del alma humana, no sólo de la de Karen. Es una historia de reconciliación con la vida, el amor , el valor , la verdad , e incluso con el dolor y la muerte.

Nadie, nunca, se repone de una muerte, es imposible retornar al estado previo. A Lo único que se puede aspirar es a aprender a vivir con la experiencia de la muerte de un ser amado , y como en este libro podrás constatar , permitir que el dolor y la pérdida den nuevos sentidos a tu existencia y nuevos colores a tu vida. Karen nos deja mirar en este libro su profunda preparación y la solvencia que le brinda el dedicarse al acompañamiento psicoterapéutico, misma que evidentemente ha sido una poderosa herramienta en esta etapa de su vida, permitiéndole incluso ordenar y presentarnos algunos de sus más profundos aprendizajes, por lo que este libro puede volverse un apoyo importante para quienes comparten la misma experiencia y se sientan incomprendidas ante una vivencia casi inexplicable. También es una lectura que recomiendo ampliamente a quienes toca acompañar a quien ha sufrido la dolorosa pérdida de un ser tan amado. En su vivencia, Karen comparte con toda honestidad el efecto que sobre su corazón tenían los diferentes intentos de las personas a su alrededor por acompañar, siempre bien intencionados , pero no siempre con buenos resultados. Reportando también qué hacen quienes con su amor y su propio dolor encontraron los modos precisos de estar. Agradezco mucho la oportunidad de constatar lo grandioso de este corazón, me hace recordar que la vida esta mas allá del mal de las heridas , que la muerte es una presencia que le da profundidad y valor a la existencia, y que la compasión y la sabiduría se aprenden con el dolor. Alejandro García Castro

INTRODUCCIÓN

Te doy las gracias por tener este libro en tus manos. Para mí significa que eres una mamá o un papá que en su corazón resuena la pérdida de un hijo; o eres una persona sensible que quiere entender esta experiencia tan dolorosa y ofrecer un acompañamiento diferente. Necesitamos más personas en el mundo como tú. Quiero confesarte que a pesar de dedicarme a acompañar a adultos y parejas en sus procesos desde la Terapia Gestalt, este es un libro primordialmente personal, por lo que encontrarás un lenguaje sencillo y cercano, mi objetivo es compartir contigo desde mi ser madre, aunque como vemos en Gestalt, somos holísticos, un todo, así es que no me separo de la filosofía que tengo en la vida. Este libro está dividido en dos partes. En la primera, ofrezco un vistazo a mi propia vivencia, pues creo que más de una persona puede identificarse conmigo, y sobre todo, no sería yo honesta si hablara de manera impersonal sobre el duelo perinatal. No hay un tema más íntimo para mí que éste. En la segunda, encontrarás desglosado en diferentes capítulos los temas que considero oportunos abordar e intercalo experiencias mías o de personas que me compartieron sus historias para darle sentido. Te aseguro que muchos puntos se han escapado, pero este texto no es algo académico, ni pretende serlo, es humano, es imperfecto. Y así está bien en mis ojos.

Las letras que hallarás aquí me sangraron el alma, pero también fueron el bálsamo que me ayudó a sanar. Mi deseo es que encuentres aquí consuelo y esperanza.

Respuesta de Ram Dass, publicada en Hanuman Foundation Newsletter con la esperanza de que sirviera también para otros padres: “… Su hija terminó su breve trabajo en la Tierra y abandonó esta breve etapa de tal modo que nos dejó con un grito de agonía en nuestros corazones, un grito que sacude violentamente el frágil hilo de nuestra fe. En vuestro caso había poca gente que tuviese fuerzas para aprender de semejantes enseñanzas, e incluso esas personas sólo tendrían algunos instantes de ecuanimidad y paz en medio de los ensordecedores embates de su rabia, dolor, horror y desolación. No tengo palabras para mitigar vuestra pena. Aunque tampoco debo hacerlo, porque ese dolor es el legado de vuestra hija. No es que ella o yo queramos infligiros esa pena, pero está ahí y se debe consumir para purificar el camino hasta el final. Es posible que de esa penosa experiencia salgáis más muertos que vivos. Entonces comprenderéis porqué los mayores santos, para quienes todos los seres humanos somos hijos suyos, comparten dolores insoportables y son conocidos como muertos vivientes. Cuando una persona soporta lo insoportable, algo muere dentro de ella, pero sólo en esa oscura noche del alma se prepara para ver como Dios ve y amar como Él ama. Debéis buscar el modo de expresar vuestra pena… sin buscar una falsa fortaleza. Ahora es el momento para sentaros tranquilamente a hablar con vuestra hija, para agradecerle que haya estado esos años con vosotros y animarla a seguir con su trabajo, sabedores de que esa experiencia os reportará compasión y sabiduría. El corazón me dice que la volveréis a encontrar muchas veces y reconoceréis cada vez las numerosas formas en que os habéis conocido. Vuestras mentes racionales no pueden “entender” lo que ha pasado, pero, si mantenéis vuestros corazones abiertos hacia Dios, encontraréis intuitivamente el camino. Vuestra hija vino a través de vosotros para desempeñar su cometido en este mundo (que incluye su forma de morir). Ahora su alma está libre, y el amor que compartís con ella es invulnerable a los vientos de cambio,

tanto en el tiempo como en el espacio. En ese profundo amor otorgadme un lugar…”

CAPÍTULO UNO NUESTRA HISTORIA

“El sol sale esta mañana, sonríe con el sol naciente, tres pajaritos junto a mi puerta, cantando dulces canciones, de melodías puras y verdaderas, diciendo: este es mi mensaje para ti diciendo, no te preocupes por nada porque cada pequeña cosa, va a estar bien” Bob Marley

Este es el trayecto a la muerte. Como en las películas. Estoy encima de una camilla, una enfermera va a mi lado derecho, no me mira, avanzamos rápido con el impulso del camillero, que tampoco me mira y yo clavo mis ojos al techo. Cuántas luces. ¿Porqué los hospitales son tan blancos? Las lágrimas ruedan de la orilla de mis ojos hasta deslizarse por mi nuca. No puedo creer que estoy recorriendo este pasillo para un final en lugar de para un inicio. Se que Bebé está muerto. Pero al menos sigue calentito en mi útero. ¿Porqué nadie me mira? Parece que en mis ojos hay demasiado dolor y no quieren contactar con mi pena. Entran los médicos, algo me dicen. No tengo oídos para escuchar. Observo por última vez las grandes luces encima de mi y mis ojos se cierran involuntariamente, sumiéndome al negro mar en el que he nadado por los últimos cuatro días.

Espero a mi amiga junto a una de las pirámides de cristal del Museo de Louvre. Mi esposo busca la mejor iluminación posible en su celular, de pronto se ha hecho apasionado de las fotografías. Europa es mi segunda casa, recuerdos tan significativos en diferentes rincones, y ahora compartirlo en pareja es el viaje que tenía en mi mente desde hacía tiempo. Mi amiga no es francesa, pero está haciendo su pasantía aquí y decidimos encontrarnos en París. Tengo la ansiedad y la ilusión de volverla a ver, hace dos años que no estamos juntas, pero sobre todo mi sensación en el estómago es por la emoción de confirmar lo que ya sé: estoy embarazada. Mi esposo ha cargado con la ilusión desde hace mucho tiempo, y no quiero emocionarlo antes de asegurarme. Así es que ella me va a traer una prueba casera. Llega Ambra, con una sonrisa enorme, con sus brazos abiertos como siempre y nos abrazamos con muchas cosas que decir que no hace falta pronunciar. Vamos al baño, y yo entro con las manos temblorosas. Sostengo la prueba de embarazo como lo indican las instrucciones. Pasan unos segundos. Dos líneas. Tengo vida dentro de mi. Por fin. Mi bebito. Nos abrazamos, lloramos, reímos y volvemos a revisar la prueba para asegurarnos. Guardo todo en mi mochila, me limpio la cara e intento estabilizar mi corazón que está acelerado. Ya quiero ver la cara de mi esposo.

Caminamos toda la tarde por París. Yo busco en cada rincón el lugar ideal para decirle. Pedro me habla, le gusta mucho la ciudad. Es de sus favoritas, me dice. Yo quiero platicar y distraerlo, pero mejor me pongo a tomar fotos, porque creo que en mí se lee claramente una felicidad que desborda. Como si tuviera la noticia escrita en la frente. Ni ver la Torre Eiffel, ni el Louvre o la Ópera saca esta expresión de asombro. Curioso que en México tenemos el cuento de que los bebés se encargan de París y te los trae la cigüeña. No se de donde salió esa historia pero me parece simpático que justo aquí le daré la noticia. Después de crepas con Nutella, fotos y algunos souvenirs, caminamos a Champ de Mars. Afortunadamente el día mejoró mucho. Había amanecido nublado y con un viento helado, pero ahora el sol irradiaba un poco de calor y el cielo estaba completamente despejado. Parecían dos días o dos estaciones diferentes apachurradas en unas cuantas horas. Encontramos un montículo de pasto sin tanta gente y mi amiga nos toma varias fotografías. Después hacemos la actuación que teníamos prevista. Ella nos acomoda para tomarnos en un ángulo específico. Pedro y yo estamos muy quietos y con la sonrisa estática. Yo comienzo a temblar. Ambra cambia la cámara del celular al modo “video” y nos dice. -Una. Dos. Tres.Y aviento la bomba. -¡Estoy embarazada!. Silencio. Me giro para ver a mi esposo. Al principio su mirada se queda perdida, noto que empieza a tiritar y se tapa la boca con la mano. Juntos empezamos a reír y a llorar. Nos abrazamos en un eterno silencio donde solo nuestros pechos temblorosos comunican una felicidad que no tiene palabras. Me mira. Leo un millón de gracias en sus ojos café cristalino. No se cuánto tiempo estuvimos abrazados entre lágrimas, besos, risas y te amos. Pero en ese

momento sentí como mi alma formó un canal o un puente, se estiró hasta tocar el extremo del alma de Pedro y se unió en una conexión donde no había ya separación entre la suya y la mía. En ese espacio, en ese puente, ya éramos uno solo. Nada, nunca, podría separar esa conexión, pues ya somos padres de un ser. Y esa unión se lleva por toda la eternidad. Nos dirigimos al barrio en donde está el Sacre Coeur, ese día hay una vendimia del vino, así que hay mucha gente, nos abrimos paso hasta llegar a las puertas del Sagrado Corazón y nos despedimos del ruido de las personas, de los gritos y las risas para entrar al silencio. Pedro y yo crecimos en familias católicas, y aunque no nos consideramos como tal católicos, reconozco que una parte de nosotros encuentra reconfortante entrar a los templos. Caminamos en el interior y Pedro toma algunas fotos. Me acerco a donde está el agua bendita, y a pesar de que en mi mente hay tantas contradicciones sobre la religión, me levanto un poco la blusa, tomo con mi mano un poco de agua y hago la señal de la cruz debajo de mi ombligo. Mi esposo me sonríe y hace lo mismo, también me bendice. Llegamos casi al altar y encontramos la escultura de una Virgen, misma que carga un bebé en cada brazo, tiene su mirada al infinito. Una sonrisa muy discreta. Me gusta cómo la han puesto cargando esos bebés, sus manos me parecen tiernas. Pedro se me acerca y me pregunta – ¿Para qué son esas velas? ¿Cómo funciona?. Yo le respondo – Ah, mira, hay de diferentes precios, esas chiquitas cuestan 2 euros, pones tu dinero en la caja, tomas una vela, la enciendes y le haces una petición a la Virgen y la colocas ahí junto a las demás, creo que es para pedir milagros o también agradecimientos, bendiciones o lo que tú quieras-. Él asiente. Busca en su bolsillo monedas y cuenta los centavos hasta llegar a los dos euros. Hace su pago y toma una de las velas. Yo doy un

paso hacia atrás para dejarlo en este momento. Pero alcanzo a ver su perfil. Últimamente me lleno de ternura al verlo. Une sus manos e inclina la cabeza. Hace su petición en silencio, pero me es tan obvia que casi la escucho. –Que todo salga bien. Que nuestro bebé esté sano. Que todo salga bienYo miro a la Virgen y digo en mi mente –No sé si existas, y si puedas ayudarnos, pero si me escuchas, por favor… que mi bebé esté bien. Que todo salga bien… por favorEl resto de la tarde vuela mientras visitamos de la mano los lugares que teníamos programados, nos perdemos entre las calles del Barrio Latino hasta encontrar el mejor punto desde donde alcanzamos a ver los restos de Notre Dame tras el incendio. Es una pena que Pedro no haya conocido lo que fue antes, le explico cómo se veía aún hace cuatro años que la visité y él mira asombrado, de hecho en un principio le costó trabajo reconocer que estábamos frente a tan icónico lugar. Continuamos con nuestro paseo, mi esposo no deja de bromear cuando voy por el metro, o cuando cruzo una calle, porque él hace señal de “stop” para que me den prioridad y dice: -¡Abran paso, Mamá y Bebé en camino! Obscurece en París, y la ciudad de las luces nos hace una broma. No hay esa noche edificios iluminados. No hay ciudad de las luces. Y pienso yo. Ninguna luz puede opacar esta alegría. Esta noche las luces somos Pedro, mi bebé y yo. Los días en nuestro tour pasan, estamos siempre alegres y vemos en cada bebé una ilusión de estar dentro de unos meses cargando el de nosotros. Empieza la fantasía de si será niña o niño. Qué color será su cabello y mi esposo se pone ambicioso e incluso habla de la posibilidad de gemelos. Cuando no estamos de visita en algún edificio o museo, y nos detenemos a esperar un tren o a platicar, hablamos de las ideas para darle la noticia a nuestros padres. Finalmente decidimos que sea en una comida

todos juntos, y compramos varios mamelucos con el nombre de ciudades, calcetines y un babero. Será el primer nieto o nieta de ambas familias, yo soy la hija mayor y mi hermano aún no se casa, en teoría tardará más en traer hijos al mundo. Y Pedro es hijo único, de hecho ha tenido la mirada expectante de sus padres desde hace ya un tiempo, así que entre risas imaginamos la cara de nuestros papás y los gritos de alegría cuando se enteren. Después de París visitamos dos ciudades más antes de nuestro regreso: Múnich y Florencia. A pesar de que Alemania me gusta, la ciudad en esta ocasión me parece con un aire triste, para nada acorde a la vibración que siento en mi corazón, sin embargo, cuando llegamos a Florencia, que es mi ciudad favorita, de nuevo me siento con el romance y la alegría. Llueve a ratos. Nos recomiendan una pizzería que está del otro lado del río, pero incluso con las calles semi inundadas, los pantalones empapados y los zapatos pesados por el agua, corremos a través del Ponte Vechio, nada nos parece demasiado difícil, lejos, o imposible. Nuestro regreso a México es tranquilo e incluso corremos con suerte, la chica sentada junto a nosotros en el avión se cambia de lugar, así es que estamos mucho más cómodos con un lugar vacío, suficiente para bajar la mesa de en medio y jugar cartas, más tarde me acuesto a dormir, sé que tengo poco tiempo de embarazo, pero encuentro ya mucho más cómoda la posición fetal para dormir que boca arriba. Entre risas decimos que tenemos tres lugares porque somos tres ahora. Por inercia, comenzamos a llamarle Bebé. No es “el” o “la” bebé, sino Bebé. También nuestras conjugaciones han cambiado, ya hablamos en plural. Pedro nos da los buenos días y acaricia mi panza que aún no aumenta ni un gramo. Yo me lleno de ternura cuando se acerca y con las manos hace hueco y dice: –¿Estás ahí Bebé?El sonido hace que mis entrañas retumben y pienso que está muy bien que Bebé empiece a familiarizarse con nuestras voces, aunque se que aún no desarrolla sus oídos.

Yo también he comenzado a hablarle. Todos los días le saludo por la mañana, me despido por la noche y cada vez más seguido, comienzo a platicarle de mi día, a hablarle de cómo es su familia, y pronuncio muchos Te Amo. Nuestra primera cita con la ginecóloga está programada dos días antes de la comida con los futuros abuelos. Queremos asegurarnos que todo esté bien, había leído en un sitio en internet que los embarazos ectópicos aunque no puedan ser consumados, aparecen como positivos en la prueba de embarazo. Con mucha ilusión y nervios meneo la pierna con impaciencia, estoy en la sala de espera del consultorio y mi esposo llega justo antes de que nos llamen para pasar. Me coloco la bata, me siento en donde me indican y me hacen el ultrasonido. Los colores amorfos aparecen en la pantalla y conforme la doctora nos explica, empieza todo a tomar sentido. Dentro de esa bolsita está Bebé. Todo lo exterior es mi útero que lo abriga. Respiro cuando escucho decir a la ginecóloga: –Todo está bien, se ve un embarazo sano de cuatro semanas, no, no es ectópicoPedro pregunta: -¿Es uno solo? -Sabemos que no son cuates- responde- solo hay una bolsa, pero hasta la siguiente cita sabremos si hay un latido o hay dos, por ahora con certeza sabemos que es uno y que todo está bien. Entiendo su emoción e impaciencia por saber si viene uno o dos, pero yo obtuve las palabras que necesitaba. Todo está bien. Todo está bien. Para despistar a los abuelos, les mostramos fotos, comemos, y hablamos de las anécdotas del viaje. Mi papá ofrece vino que yo acepto para que no se de cuenta que no estoy tomando. Después comenzamos a

repartir los souvenirs y finalmente les damos en una bolsa obscura a cada uno la noticia en forma de ropa de bebé. La primera cara de asombro que veo es la de mi hermano, seguido de los gritos de alegría de las futuras abuelas y después las lágrimas discretas de los papás. Les enseñamos el video de cuando le di la noticia a Pedro y todos nos abrazamos. Una punzada en mi corazón me aleja por unos instantes del momento. -Porfavor- pienso en mis adentros – Que todo esté bien con Bebé. Porfavor. Que estemos sanos los dos. Brené Brown habla de este momento que entiendo perfecto. Tememos la felicidad, más que a la infelicidad, por el hecho de que se pueda acabar o esfumar así nada más. Recuerdo un ejemplo que da en una conferencia, cuando dice que las madres pueden entender muy bien lo que es tenerle miedo a la felicidad, pues cuando van a arropar a sus hijos por la noche, y les dan un beso en la frente, aparece el miedo de que algo les pase, de que la felicidad y el orden que está en ese momento sea arrebatado sin previo aviso. Y así tal cual me sucede. Pensamientos catastróficos empiezan a tomar forma en mi mente. Las intento racionalizar con el hecho de que últimamente he sabido de varias mujeres que han perdido a su bebé, pero sobre todo, justifico mi angustia porque hace no tanto me enteré a detalle de que algunas en mi familia no conocieron a su primer bebé. Cada vez con más frecuencia y con mayor fuerza me sorprenden estas ideas, tienen mucho peso, en ocasiones me impiden respirar de manera pausada y tranquila. Abandono una novela que leía ya no logro concentrarme en la historia, y retomo una lectura pendiente de Louise Hay y casualmente (o causalmente, como decimos en Gestalt) encuentro varias respuestas que me ayudan. Cada vez que me descubro en esa sintonía catastrófica comienzo a repetir a manera de mantra. “Acepto ser mamá. Amo a mi bebé. Mi útero protege a mi bebé. Todo está maravilloso” Lleno mi celular de estas frases y las repito constantemente. Encuentro calma cuando las repito. Le hablo a Bebé y le pido que no se asuste por los

pensamientos de Mami, que es en este infinito amor en donde encuentro el temor, pero es ahí mismo donde aparece mi fuerza y mi calma. El segundo recurso, con el que finalmente encuentro paz, es el cantarle una canción a Bebé de Bob Marley a todo volumen en el carro. Three Little birds. Rise up this morning Smiled with the rising sun Three little birds Pitch by my doorstep Singing sweet songs Of melodies pure and true Saying, (this is my message to you) Singin' don't worry about a thing 'Cause every little thing is gonna be alright Singing don't worry (don't worry) about a thing 'Cause every little thing is gonna be alright Empiezo a hacer algunas compras, como cobijitas o calcetines y a recibir unos cuantos regalos de mi mamá para mi bebé. Ya no me interesa comprar cosas para mí, ahora solo quiero llenar el cuarto de Bebé. Sigo al pie de la letra las recomendaciones de la doctora, dejo de hacer ejercicio de alto impacto y me concentro en hacer caminatas largas, incluso vuelvo a comer carne y beber leche, pues sugiere que son buenas para el hierro y calcio. Conforme pasan los días, llego a la conclusión de que una mujer se vuelve Madre, no cuando nacen sus hijos, inicia cuando hay vida dentro de ella. Sé que no hay tal cosa como buena o mala madre, pero sí me convenzo de que así como nos preparamos para “ser” ingenieros, doctores, maestros, también nos podemos preparar para ser padres. Me encantan los documentales, y en mis tardes libres cambio las policiales por información para padres, educación positiva, etc. Mi vida sigue siendo funcionalmente dirigida hacia mí todavía, pero definitivamente cada paso que doy ahora está orientado a abrirme paso a acompañar los primeros años de Bebé.

Me apasiona mi trabajo, pero hablo con mi esposo sobre pausarlo por unos años, mientras Bebé comienza la escuela, así puedo dedicarle todo el tiempo posible. Suena apresurado, pero al dedicarme a acompañar procesos terapéuticos, me parece formal no aceptar personas nuevas, para concentrarme solo en las personas actualmente en agenda. Un martes a finales de Octubre, llego a mi consultorio con anticipación, pues quiero acomodar algunos expedientes, reconozco una leve sensación de ir al baño y sin pensar voy, desde que me embaracé cada vez hago pipí con más frecuencia, así que aprovecho antes y después de cada cita para poder concentrarme en sesión. Me bajo los pantalones y veo en mi ropa interior lo que probablemente ha sido mi peor temor desde que supe que Bebé estaba dentro de mi. Sangre. Comienzo a respirar de manera agitada, mi corazón retumba en mi cien y sé que estoy por entrar en shock. Ya me había pasado alguna vez, así es que noto que me quedan tan solo unos segundos o minutos para mantener la calma y no romper en llanto y desesperación. Le llamo a la doctora. No responde. Llamo una y otra vez hasta que atiende la llamada, entre frases cortadas le explico como es el sangrado, pregunta si siento dolor, lo niego, me indica reposo inmediato y mantenerla informada. Cancelo las citas del día. Me subo al carro y comienzo a llorar. Cuántas cosas en mi vida, y sobre todo este último año, fueron dándome herramientas para sobrellevar este momento, y sin embargo, nada, nunca, me pudo preparar para tan duro golpe. En este punto quiero decir, que cada cuerpo es diferente, y cada madre tiene una conexión distinta con su útero y su bebé. Yo solo puedo hablar de mi experiencia, desde el momento en el que me embaracé noté los cambios, una energía fluía en mi vientre como jamás la había sentido y mi sensibilidad física la percibí tan aguda como precisa. Malestares de embarazo no tuve mas que algunos mareos. Pero más allá de síntomas, todo mi cuerpo era una revolución de sensaciones, que en su momento no pude nombrar porque al ser primera vez yo no sabía que así se siente un embarazo. Una vez que confirmé que tenía a Bebé cada cosa podía reconocerla. Por eso, ese martes que llego a casa y me tumbo en la cama a

llorar reconozco que mi corazón comienza a abrir una grieta. Algo no va bien. Despierto el miércoles entre dolor, sangre y lágrimas. La doctora me manda a hacer ultrasonidos, me habla con tranquilidad, y a mi me desespera escucharla sin urgencia. En camino al ultrasonido, le pido a mi esposo que me ponga la canción de Bob Marley, bajo el asiento y me recuesto, cierro mis ojos y froto mi panza mientras canto dont worry, about a thing, every Little thing, is gonna be alright. Me bajo del carro, camino con mucho cuidado, con tanta pausa… no quiero hacer ningún movimiento brusco. Nos recibe una recepcionista muy mal encarada que no empatiza ni un minuto con mi angustia, a pesar de saber mi problema, no me pasa y prácticamente me manda al hospital más cercano, sin embargo una enfermera al escuchar a mi marido explicar nuevamente mi situación informa que me pasará cuanto antes. La espera me parece una tortura, yo solo quiero saber que todo está bien, me aterroriza lo que pueda aparecer en la pantalla, encuentro fuerza en la mano de Pedro que se entrelaza con la mía. Compartimos la ansiedad y preocupación. Finalmente es mi turno y sin pensarlo me desvisto y me pongo la bata, subo con cuidado a la camilla y acomodo las piernas como me indican. Entra el aparato del ultrasonido en mi conducto vaginal y yo no hago ninguna expresión de incomodidad, no quiero que se distraigan conmigo, solo quiero que me digan que está todo bien. Tras el largo silencio del médico y la enfermera, el sonido más hermoso rompe la angustia. El latido de Bebé. El doctor me explica que todo se ve en su lugar, que Bebé se encuentra bien y que más tarde mandará la interpretación. A pesar de que entiendo lo que me dice, mi ser está en otra parte, escucho a mis latidos estar en sintonía con los de Bebé. Al salir del pequeño consultorio, lo primero que busco es la mirada de mi esposo, no se levanta de la silla, solo me ve con ojos de súplica y yo me

abalanzo encima de él y le digo -Escuché sus latidos, se escuchan hermosos, todo está bienÉl llora brevemente y me abraza, respira de forma aliviada, los dos volvemos a la vida. Le informamos a todos quienes estaban preocupados, los abuelos, algunas amistades cercanas. La doctora me vuelve a mandar a reposo. Pedro regresa al trabajo y yo a la cama. Pasan las horas, y el mar que estaba en calma comienza a agitarse de nuevo, sé que algo no va bien. Soy una persona muy intuitiva, me ha pasado que tengo miedo de seguir mi intuición porque sé que estoy en lo correcto. Como un golpe en el estómago, o quizá cientos de golpes en el estómago, noto que simplemente no estoy en paz con las respuestas que obtuve. Algo más profundo todavía, continúa con la alarma encendida. Creo que las señales siempre están ahí, pero hay que tener la voluntad de querer mirar. Como una avalancha de información en pocas horas, encontré en internet y por recomendaciones de dos amigas, que los especialistas en embarazos de alto riesgo que pudieran ayudarme son los ginecólogos que tienen su especialidad como materno fetal o perinatal. Logro comunicarme a un consultorio, y recibo la fría voz de la enfermera que me ofrece cita dentro de dos semanas. A trompicones vuelvo a intentar llamar a mi segunda opción, no recibo respuesta en el consultorio, pero una de las amigas me consigue el número personal. Le escribo un whatsapp con la historia de lo sucedido, las imágenes del ultrasonido y mi gran pregunta: -¿Me quedo en reposo como me indicaron o voy de urgencia a verla? No tarda mucho en responder, y a pesar de que su respuesta no me deja del todo tranquila, respiro porque al fin me comunico con alguien que me inspira confianza: -Mañana en la mañana te haces los siguientes análisis en un laboratorio. (me da un montón de nombres extraños). Te veo en mi

consultorio a la una de la tarde con los análisis. Porfavor, esta noche te pones una inyección de Gravidinona y mucho reposo, vamos a ver si coapta el desprendimiento que se ve. Dos palabras me retumban. Gravidinona. Desprendimiento. Investigo que Gravidinona se usa para intentar prevenir un aborto espontáneo. Busco en las imágenes del ultrasonido algo que me indique que hay un desprendimiento pero no entiendo nada. Paso varias horas sola, no enciendo la televisión, ni me pongo a leer. Solo miro el techo y acaricio a mi perrita que está acostada junto a mí. Hablo con mi bebé. Le canto su canción. Espero a mi esposo, pero no siento impaciencia. Ese es el primer momento de bloqueo emocional que tengo. La inyección me duele horrores, logro dormir muy poco. En cuanto amanece me pongo lo primero que saco del cajón de la ropa deportiva y me subo al carro con mi mamá. Vamos a un laboratorio y nos informan que los resultados me los entregan hasta en la noche. Ignoro los malos tratos de las recepcionistas, mi mente está activa en encontrar un lugar que pueda hacer trabajos de urgencia. Finalmente, en el segundo laboratorio acceden a entregarme en un lapso de dos horas. Mientras espero mi turno, llega una mujer con un vestido amarillo pollo, por lo que no puedo evitar mirarla, y lo que veo me sofoca. Está embarazada, probablemente en los últimos meses, su panza se ve dura, enorme, sus ojos brillan. Yo le sonrío y me devuelve la sonrisa, aunque un poco tímida, me imagino que alcanza a leer la angustia en mi cara y mi ceño completamente fruncido. Cierro mis ojos, noto que mi mamá me acaricia la pierna, en modo “aquí estoy, ánimo” pero por primera vez no me reconforto con su tacto. Reconozco que una parte en mí está molesta con ella porque no le daba la importancia ni la urgencia a mi inquietud. Si está aquí es porque me ama y quiere apoyarme, pero noto una minimización a mi preocupación, para ella el “todo está bien” de la primera doctora es suficiente, y por el contrario, tiene el miedo irracional de que la nueva doctora me vaya a lastimar con los nuevos chequeos que me hará por la tarde. Las agujas han sido desde niña un tema complicado para mí, fui muy enfermiza en mi infancia, y entre el asma y las alergias, pasaba de doctor en doctor con tratamientos e inyecciones, por lo que ya de adulta siempre

que he podido las he evitado y cuando me tienen que poner alguna por fuerza, la realidad es que no les ponía las cosas fáciles a las enfermeras, no fui una paciente bien portada. Pero ahora yo ya no era tan importante, la noche anterior prácticamente sin rechistar me tumbé para recibir la Gravidinona, con todo y el dolor. Ahora apenas me pasan para los análisis de sangre y yo me descubro el brazo y lo estiro. Ahogo mi miedo en silencio. Haré cualquier cosa, incluso durar los próximos meses en cama sin moverme ni poquito. Me gusta mucho pintar, así es que me hago la broma de que si me tengo que aventar un tiempo a la Frida Kahlo no hay problema, tráiganme pinturas y un pedazo de papel y yo me quedo quieta. Dos horas después, de nuevo acostada en cama, recibo los análisis, obviamente no sabemos interpretarlos mi mamá y yo, así es que dividimos los conceptos que están con asterisco que marcan que estoy fuera del promedio y comenzamos a buscar en internet qué significa. Llegamos a la conclusión completamente asumida de que debe ser por que llevo ya dos días y medio sangrando. Pedro llega por mí minutos antes de la una de la tarde, hablamos poco, pero tensamos nuestros dedos que están entrelazados en señal de apoyo. Por fin recibimos un trato amable de las secretarias y no tardan mucho en pasarnos con la doctora. Una mujer alta, delgada y con lentes muy grandes nos recibe. Es una mezcla de contrariedades que la verdad me dan tranquilidad. Tiene una cara amable pero una expresión fría, una voz tierna pero con palabras precisas, unas manos suaves pero con un pulso firme. Me da pocas instrucciones, porque la verdad es que ya sé lo que tengo que hacer. Desvestirme. Ponerme la bata. Acostarme en la camilla. Abrir las piernas. Nos explica que el estudio que haremos es un Doppler Centenario, que nos permitirá ver el flujo de sangre, con manchas azules y rojas. Me introduce el aparato que a simple vista se ve muy similar a los anteriores con los que me han hecho los otros estudios y en la pantalla frente a mí veo una imagen desgarradora. No hace falta que me la explique, lo veo claramente. Mi útero está lleno de las manchas rojas y azules. Justo en medio, un saquito. Bebé. No hay manchas rojas o azules.

Solo blanco y negro. No hay actividad, ni movimiento. Quizá todo fue en cuestión de minutos, yo noto que mi cuerpo se adormece, no siento mis manos, ni mis piernas, la lengua me pesa y a pesar de que noto que mi esposo está junto a mi no me atrevo a cruzar mirada con él. La doctora me explica que probablemente ayer todavía tenía latido mi bebé (así es, lo escuché, pienso) sin embargo ya no hay actividad cardíaca. Pone el sonido para mostrarme que no hay latido y se escucha un retumbar sordo, y de pronto, una pequeña línea, un ligero sonido de latido. Yo empiezo a repetir en mi mente. -Por favor Bebé, por favor, por favor, por favor. Mami te ama… por favor.Es terrible tocar una chispa de esperanza cuando todo está perdido, crea la fantasía de que los milagros existen y que tal vez, a mí estaba por cumplírseme uno. Me dice que el sonido que escuchamos es un atisbo de mi propio latido, soy yo quien finalmente sostenía con vida a Bebé. Nos pide que pasemos al consultorio para explicarnos con detalle. No sé cómo me visto, ni como camino, tampoco cómo le hago para sentarme y tomar mi celular. La doctora aún no entra, mi esposo y yo estamos solos. -¿Qué haces?- me pregunta Pedro. -Voy a escribirle a mis papás- respondo, mi voz no me suena a mí. -¿Qué les vas a decir? -Pues lo que pasó- le digo, y finalmente levanto la mirada para verloque Bebé ya no está… -¿Lo perdimos?- me dice entre susurros y con voz temblorosa.

Comienza a llorar sin control, es ahí cuando me doy cuenta, que si yo he estado entumecida, adormilada, Pedro había estado bloqueado. No había entendido nada. Creía que había esperanza. Lo abrazo y comienzo a llorar yo también. La doctora entra y nos deja unos pañuelos y vuelve a salir, para darnos espacio. Me siento terrible por mí y ahora también por mi esposo. Veo como entra y sale de un estado de shock y en ese momento decido que seré fuerte por los dos. Sólo mientras salimos del hospital para dejar los trámites en orden, que llegando a casa me doy permiso de desmoronarme. La cita con la doctora concluye en una exhaustiva explicación médica de lo que sucedió. Varios factores que no hubieran permitido el desarrollo sano de Bebé. La posición de la bolsa, la cantidad de líquido dentro de la bolsa y el tamaño no proporcionado entre la bolsa y Bebé. Nos dice, que hay veces que las mamás llegan y el bebé todavía tiene latido, y entonces los papás tienen una decisión muy complicada, pues si continúan con el embarazo, el riesgo principalmente lo lleva la mamá y con ninguna garantía de llevarlo a término de cualquier manera, hace una pausa y continúa: -De alguna manera, que vinieras hoy sin latido facilita el proceso, la propia naturaleza tomó la decisión. Lo que sigue son trámites con la aseguradora, con la programación de mi internamiento al día siguiente y las instrucciones de las horas de ayuno. Pedro no habla, solo da vueltas y camina atrás de mí. Una vez que resuelvo todo y me quedan claros los pasos a seguir, avanzamos al carro, pero justo antes de entrar, vemos a lo lejos a una mujer embarazada, en mi fantasía pienso que es la misma que vi en el laboratorio, la de vestido amarillo, pero no alcanzo a distinguir su rostro, no puedo parar de ver la silueta de su panza que me resulta tan dolorosa. Mi esposo me toma de la mano y me jala al auto. Ahí comienzo a llorar. En algún punto en el trayecto hablamos de la envidia por esa mujer con su panzota y Pedro me intenta hacer una broma que no escucho bien. -Creo que lo que siento no es envidia- le respondo- no es una sensación de porqué tu si tienes a tu bebé y yo no. No son ganas de arrebatarle nada. Cuando vi a esa mujer lo que pensé fue “yo también quería estar así”.

Llegamos a casa y me dejo caer sobre la cama, conforme cada parte de mi cuerpo toca las sábanas, siento cómo la grieta de mi corazón, que se había abierto el martes por la tarde, recorre todo ángulo de mi ser, abre su camino y finalmente desprende cada fragmento en miles de lágrimas. Mi reacción natural es aislarme en mi dolor. Me cuesta mucho trabajo abrirme con otras personas en la tristeza, aún cuando sea con quienes amo. Después de llorar largamente sola, con mi perrita calentándome los pies, noto que mi esposo no está, que se fue a otra habitación a llorar. Por unos momentos pienso en la posibilidad de dejar las cosas así como están, cada uno con su dolor, pero reconozco que es un dolor de ambos, y decido que ésta vez quiero hacerlo diferente, no quiero aislarme. Me paro y voy a abrazarlo, él me queda a la altura de mi cintura, está sentado en el sillón y me prensa con sus brazos fuertes, llora amargamente y me besa la panza sin cesar. -No quiero- me dice- no quiero amor, no puedo… nuestro bebé… En ese momento, surge en mí la claridad de un concepto que sabía en teoría, incluso en práctica en Gestalt pero que no había podido aterrizar: mi ritual de despedida. No lo quiero hacer sola, así que mando a llamar a mi mamá, a mi suegra y a mi hermano. Mientras llegan, mi esposo y yo nos damos un tiempo para escribir un mensaje. Una vez llegan todos, les ofrezco té y pongo sobre la mesa hojas y plumas para quien quiera escribir una carta. Mi mamá y mi suegra se apartan para poner en escrito sus pensamientos y los demás sostenemos el silencio. Sobre la mesa acomodo una vela por cada mes de vida en mi útero de Bebé y les explico entre sollozos: -Cuando muere alguien que amamos, nos despedimos de esa persona con rituales según nuestras creencias. Pero lo más importante es que entre los que nos amamos, que seguimos aquí, nos acompañemos en el dolor. No tenemos una sociedad que promueva esto, pero creo necesario que formemos este ritual de despedida, a manera de funeralito. Pienso que es importante que cada quien tengamos nuestro espacio para decir algo si así lo decidimos. Para mí es más fácil hablar cuando

toco algo que le pertenecía a Bebé, así es que puse en el centro sus prendas por si alguien más quiere tomar su ropita. Se estiran y cada quien elige una pieza. Mi hermano indica que nos decide acompañar con escucha, mi mamá inicia la tanda de lecturas con su carta, que yo escucho con la mirada fija en el mameluco amarillo de mi bebé. Después mi suegra lee la suya, y sin yo dar indicaciones Pedro se prepara con su hoja. Agradezco en mi mente a todos por darme el lugar de cierre. Aquí la carta que mi esposo le leyó a Bebé: Bebé, Saber que formaste parte de nosotros por este corto tiempo cambió mi vida, te amé desde el momento que supe que estabas con nosotros, y lo haré por siempre. Siempre formarás parte de esta familia aún estando ausente, y pese al dolor, estoy feliz porque gracias a ti he tenido la fortuna de saber lo que se siente ser padre, y sí, se siente bien padre… Desafortunadamente no pudiste crecer a lado de nosotros, discúlpanos pues no pudimos hacer nada para mantenerte aquí, solo pudimos amarte y cuidarte todo lo que pudimos. Te prometo que esto no me hará caer, que esto me hará más fuerte y siempre cuidaré de tu mami, pues ella siempre será lo más importante y sagrado en mi vida. Sólo te pido que nos ayudes a darnos fuerzas, para aceptar el espacio que quedará en nosotros siempre… cuando mami se sienta triste, abrázala y recuérdale que siempre estarás con nosotros para enseñarnos a ser cada día mejores para cuando esté con nosotros tu hermanitx, que con el tiempo estoy seguro llegará. Siempre estarás en el espacio que te corresponde en mi corazón. Te amo campeón(x) Nadie me mira, pero se que ha llegado mi turno de leer mi carta, por un instante pienso en que el primer funeral, cuando es de cuerpo presente, es de los más dolorosos. Y el cuerpo inerte de Bebé aún nada en mi

interior. Qué doloroso y al mismo tiempo qué reconfortante es tener estos minutos de expresión todos juntos. Suspiro, acaricio la manga del mameluco, y entre lágrimas que mojan el oso dibujado con hilo azul, leo mi carta: Ay bebé, qué hueco tan grande deja un cuerpo tan pequeño. Cuántas ilusiones se van contigo. Tu papá y yo te amamos muchísimo, siempre serás nuestro primer bebé. Gracias a ti somos papás por primera vez y sabemos lo que es desear el bien de otro ser más que el propio. Gracias por elegirnos. Por regalarnos tantos sueños. La doctora me dio sin buscarlo una noticia muy hermosa: me salvaste de una decisión complicada, de entre tú y yo, no me hiciste vivir meses complicados, ni un embarazo de alto riesgo, que pudiera poner mi vida en peligro. Elegiste irte tú. Ese es el acto de amor más grande que pudiste tener conmigo. Muchas gracias. Te honraré encontrando en mi corazón de nuevo la felicidad y la fuerza para seguir adelante. Te guardaré siempre en mi memoria y en mi alma. Hoy me despido de ti con infinito dolor en mi corazón, e incluso en mi cuerpo, que ya empieza a resentir la ausencia de ti. Pero más aún, me despido con un inmenso agradecimiento por elegirme como tu mamá y con un eterno amor que llega hasta donde estés tú. Que mi ala te cobije siempre, Bebé. My Little bird, Te ama tu mamá Al terminar de leer mi carta, y dar un espacio para el silencio y limpiarnos todos la cara, digo a manera de cierre: -En estos momentos me cuesta trabajo creer y darle lugar a la religión, y ahorita no me nace dirigir ninguna oración, pero si alguien puede apoyarme con eso se los agradezco.

Mi suegra dirige algunas oraciones, que yo sigo con mi escucha. Les doy las gracias a todos por estar ahí con nosotros, y poco a poco se despiden para dejarnos solos de nuevo a mi esposo y a mí. No me logro levantar en el resto del día. Por la noche, entro y salgo de un sueño profundo que no logro sostener por más de una hora. Estoy despierta antes de que suene la alarma. Nos vamos al hospital cuando todavía está obscuro, veo cómo la ciudad duerme aún, yo quiero hablar con Pedro, darle ánimos, decir algo pero creo que las palabras sobran. Sin mucha demora completo la rutina tan impersonal y sin embargo tan conocida, saludar, desvestirme, ponerme bata, recostarme en la camilla, permitir que me examinen. La enfermera intenta encontrar mi vena para poner el suero, cierro mis ojos y siento el dolor de la aguja remolinándose en mi mano, buscando un conducto que no encuentra, y pienso que no hay dolor que me puedan hacer a estas alturas más grande que el que tengo adentro. Escucho un bebé llorar, hago a un lado el dolor físico y me concentro en el sonido. ¿Lo estoy alucinando? Pongo más atención. Definitivamente es un bebé que llora. Abro los ojos y busco la mirada de Pedro, él me ve fijamente con una expresión helada. Me doy cuenta que no es mi imaginación porque leo en su rostro muchas frases que me comunica “yo también lo escucho” “a mí también me duele escuchar a ese bebé” “maldita suerte de tener un bebé justo al lado cuando estamos perdiendo al nuestro”. No estoy en sintonía con sus pensamientos por mucho tiempo, inmediatamente me viene una preocupación por ese bebé. Y por la mamá. “Deseo que tu bebé esté bien. Deseo que jamás pases por este dolor. Deseo que puedas abrazar a tu bebé una eternidad”. Llega mi mamá, percibo cómo mi enojo ha desaparecido, sólo hay espacio en mi interior para el dolor. Me acompañan al cuarto de preparación. Está helado, comienzo a temblar y buscan algunas cobijas para taparme. Escucho a las enfermeras hacer bromas y reír en el pasillo. En la habitación sólo hay frío. No tengo miedo del legrado. Por el contrario, ansío la anestesia. Deseo que aunque sean unos minutos mi mundo se apague, que no haya consciencia ni dolor.

Me toma mi mamá de una mano y mi esposo de la otra. Me aprietan con ternura en señal de ánimo. -Aquí te esperamos- me dice mi mamá -Te amo- escucho decir a Pedro -Adiós, los amo- les digo. Y comienza mi trayecto por el largo pasillo de la muerte.

Cuando despierto, me siento pesada, aún transito entre el fondo de un pozo obscuro, que es mi interior, y el cuarto iluminado cuando logro abrir los ojos. Mentalmente hago una revisión de todo mi cuerpo, y me detengo en mi útero. Para ser más precisa, en el vacío de mi útero. Todo el tiempo que estuve embarazada, me sentía embarazada. Notaba la energía que me recorría y se arremolinaba debajo de mi ombligo. Aún cuando me distrajera con las actividades diarias, me bastaba un segundo de hacerme consciente para percibir la sensación del vínculo. De hecho, ésa fue mi señal de que algo estaba mal. Yo sentía. ¿Porqué nadie me había escuchado? Nunca había sido tan intensa y profunda mi integración con mi cuerpo, pero sobre todo fui yo quien ignoré mi clara intuición. La vida de mi bebé se albergaba en mi interior, Bebé se nutría a través de mi. Y mi cuerpo comenzó a cambiar, a mandar un montón de alertas y decirme. “Aquí pasa algo”.

Ahora ya no hay vuelta atrás. Mi bebé se ha ido. En cuerpo y alma. Ahora estoy yo de nuevo sola. En esta habitación fría, sin una mano cálida que acaricie mis mejillas humedecidas. Cierro mis ojos y vuelvo a dormir.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero por fin me llevan a estar con mi familia. Esperamos el elevador y giro mi cabeza, no quiero mirar al camillero que no se ha dignado ni a saludarme. Justo estoy a un lado de los cuneros. Está la cortina cerrada, pero en la posición en la que estoy alcanzo a ver muchas cajas con bultitos de tela. -¿Dónde está mi bebé?- Me pregunto - ¿A dónde se lo habrán llevado? Llego a la habitación que me asignaron, y ahí veo a mi familia, noto a todos más preocupados por mí que tristes. Tengo ganas de decirles que no se detengan por mí, que lloren si lo necesitan, me siento peor cuando percibo que la gente se contiene por pensar que verlos tristes me hiere. Pero la verdad me siento tan cansada, que solo me hago chiquita en la cama para hacerle espacio a mi esposo y que se acueste junto a mi, para abrazarlo y dormir otro rato. Aún no quiero enfrentar lo que sigue. Despierto con mucha sed, y tomo los primeros sorbos de agua. Será que además de las horas de ayuno también me he secado de tanto llorar. Llega una amiga muy querida y la abrazo, lloro un rato y después hablamos un poco. Mi sensación es muy dual. Por una parte no quiero que me dejen sola, y al mismo tiempo quiero que todos salgan de la habitación. Qué difícil es necesitar dos cosas al mismo tiempo. Por la tarde, me llevan en silla de ruedas al consultorio de la doctora, para volver a hacer ultrasonido. Estoy tan cansada emocionalmente que no me pongo a pensar lo que eso significa. No hace falta desnudarme una vez

más porque ya estoy en bata, así es que mecánicamente me subo a la camilla. Esta vez un médico suplente es quien hace el chequeo. Pedro me sostiene la mano, y juntos miramos la desgarradora imagen de la pantalla: mi útero vacío. No es posible para mi clasificar qué es más doloroso, la imagen de hace unos días donde se veía a Bebé en blanco y negro, sin latido, pero al menos aún dentro de mí o esta imagen en donde ya no hay nada. Solo unos rasguños en la pantalla. Me bloqueo, escucho las recomendaciones del médico, incluso hago algunas preguntas y agradezco internamente que se refiera a Bebé como bebito. De regreso al cuarto, permito que las lágrimas sigan su recorrido tan conocido. Me subo a la camilla y mi esposo viene a abrazarme. Juntos lloramos amargamente por mucho tiempo. Nos sostenemos en el dolor. -Qué difícil- nos decimos - Qué terrible ver esa imagen.

En las últimas horas de la tarde, mi esposo sale a comer con su mamá y yo recibo dos visitas importantes para mí. Dos amigas. Entre ellas se conocen de lejos, y sin ponerlas de acuerdo, llegan con apenas unos minutos de diferencia. Cuando entran me abrazan y me permiten llorar en sus hombros. Mi amistad de toda la vida no es lo único que me une a ellas. Ahora también nos une la pérdida de nuestro primer hijo. Estar en comunidad sana. Pronto nos damos tiempos para hablar, escucharnos y compartir nuestra pena. Mi primer amiga, cuenta que su médico no le dio ninguna explicación, que por el contrario, estuvo varios meses con la incertidumbre de si se lograba o no el embarazo, y finalmente le dieron un medicamento que puso en riesgo su vida, prácticamente tuvo el parto en el baño de su casa, muy aparatoso, nos decía, mucha sangre. Admiro su fortaleza y su fe, que desde que la conozco ha sido inquebrantable.

Después de la negligencia médica, cambió varias veces de médico hasta que encontró el especialista con el que finalmente llevó su nuevo embarazo. Nos cuenta de su bebita, que justo hoy cumple un año de vida. Sana y fuerte. Feliz y amada. -El tiempo pasa amiga -me dice- cuando menos te lo esperes todo sana y estarás lista para volverlo a intentar. Mi otra amiga, tiene su pérdida con apenas un mes de diferencia de la mía. Recuerdo que fui a la primera persona que le dio la noticia, pues no está casada y tenía mucho miedo de anunciarlo. Antes de que me lo dijera yo ya lo había adivinado. Me le lancé en un abrazo fuerte y le dije al oído, había mucha gente cerca. -Felicidades, felicidades. -Tengo mucho miedo- me susurró. -Te entiendo. Un bebé siempre es una bendición. Abrázalo, las respuestas de cómo anunciarlo vendrán más adelante. Sentí mucha pena cuando me enteré que su bebé había fallecido, pero es hasta este momento que tengo la oportunidad de escuchar cómo sucedió y las experiencias que tuvo con el legrado. Sus médicos tampoco le informaron con detalle lo que sucedió, simplemente le hicieron la intervención y la pusieron en el pasillo de maternidad. Nada de visitas, nadie quien la acompañara, ni una persona que le sostuviera la mano por si tenía miedo o tristeza. Su compañía fueron otras mujeres que recién habían tenido sus hijos, entre risas, nos comenta: - Incluso le ayudé a mis amiguitas a cuidar a sus bebitos. No habla de sus sensaciones, y yo respeto lo que decide compartir. Pero no puedo evitar preguntarme qué sintió al cargar otros niños en sus brazos vacíos y ver las alegrías de las mujeres a su alrededor. Donde sí alcanzo a ver su emoción, es cuando me habla de las contracciones que sintió inducidas por el medicamento, incluso mueve su cuerpo, lo hace

chiquito y revive en su rostro por un instante el dolor, siento mucha tristeza, así enrollada, me parece una niña abrazada a una boya en altamar. -Es la experiencia más dolorosa y horrible de mi vida- se limpia las lágrimas con el antebrazo y entiendo que da por terminada la conversación. Cada persona sobrellevamos las pérdidas de manera diferente, y creamos apegos con distinta magnitud, valido cada una de las frases de mis amigas. Sus procesos son valiosos como el mío. Las miro, me miran. Cambiamos el tema, hablamos atropellándonos en las conversaciones, todas tenemos tanto que compartir e incluso reímos un poco. Percibo cómo los lazos que me unen a ellas se estrechan cada vez más. Si las consideraba mis amigas de toda la vida, ahora también las llamo amigas del alma. Tanto en el hospital, como ahora en casa, son los momentos a solas con mi esposo, los que más me duelen, y los que más me sanan. Hemos sido siempre abiertos y sinceros, pero desde que murió Bebé, la última barrera posible entre nosotros se derrumbó, y son largas horas las que nos sentamos uno frente al otro a hablar de cómo nos sentimos, de cómo estamos llevando la pérdida, y cómo planeamos en lo individual seguir adelante, también acordamos cómo lo haremos en pareja. A pesar de que los días y semanas pasan mucho más lento, recuerdo con menos detalles los eventos. Los días se superponen y me parece que mi duelo es siempre el mismo capítulo de mi vida. Por un tiempo, decido suspender mi trabajo para poder procesar las emociones, Pedro me apoya en esta decisión. Cada día, encuentro maneras de expresar mi dolor y mi tristeza. Me doy el permiso de llorar lo que necesito, de meterme a la regadera y dejar que el agua se lleve mis lágrimas por el desagüe. Doy largas caminatas en donde no pienso en nada, solo observo mis alrededores. Dono mi cabello, como muestra de agradecimiento al Universo por haberme hecho madre.

Leo las historias de madres que han pasado por lo mismo. Me tatúo un pequeño pájaro en honor a Bebé. Continúo una pintura grande que había comenzado al inicio del embarazo, son varias siluetas de las etapas de cómo se va gestando un bebé, seguido de fases lunares, es doloroso contornear con pintura las barrigas expectantes, y a la vez, cuando enjuago los pinceles, suspiro aliviada porque saqué pus de mi herida. Me encuentro con amigas y mujeres que quieren narrarme sus pérdidas, las escucho y comparto también lo que vivo. Poco a poco, sin prisa, me reincorporo a la vida. Asisto a las reuniones familiares conforme lo siento, salgo a dar paseos, e incluso comenzamos a tener mi esposo y yo citas de nuevo. El trabajo lo retomo día por día. Percibo como mis músculos vitales comienzan a desentumirse. Pasa el tiempo, constantemente tengo la necesidad de hablar, Pedro me escucha con todo el amor y paciencia cada vez que saco el tema. Siento la urgencia de que Bebé no caiga en el silencio o el olvido. Deseo entender esta ausencia tan grande. En una de estas conversaciones, mi esposo me dice: -Bueno, y ¿porqué no escribes sobre cómo te sientes? Después de tantos años de no escribir, abro la computadora y comienzo a teclear con prisa, mis ideas y sentimientos corren más rápido que mis dedos, a ratos hago pausas para llorar y gritar, en otros logro llorar y escribir. Viktor Frankl en uno de sus libros dice que cuando podemos vernos desde la esencia, entramos en una dimensión que nos da el impulso hacia algo más grande, trascendente, gracias a que encontramos un valor y un significado. De todos los momentos catárticos, el más poderoso ha sido decidir compartir mi historia, y darle un significado coherente para quizá aportar algo a otras mamás y papás como nosotros, le da forma también a mi propio duelo. Doy un sentido a mi pérdida.

CAPÍTULO DOS EL NOMBRE SÍ IMPORTA

“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios” Isabel Allende

En un mundo donde hiper-racionalizamos todo, podemos entender que se intente racionalizar una pérdida gestacional. Palabras impersonales con las que el mundo se refiere a los hijos no nacidos. Pareciera que es un afán inconsciente para que las madres y los padres aborten también su dolor. Como causa y al mismo tiempo efecto, estos bebés no son incluidos en el árbol genealógico y por lo tanto, menos aún en algún documento legal, al menos no en nuestro país. Quien piense que a una mujer que perdió un bebé antes de nacer, no le importa cómo se refiere el mundo a ese “ser”, está muy equivocado. El nombre con el que nos referimos a su bebé importa e importa mucho. De por sí nos vemos casi obligadas a utilizar la palabra “aborto” a falta de algo más preciso. Hay que poner en perspectiva que aborto tiene una connotación terrorífica para muchas, malvada para otras. Sin embargo, las únicas palabras suaves o empáticas que encontramos en estos casos son “pérdida”, “fallecimiento”, o “eso que pasó” a falta de algo más exacto, sin que cale en el alma. Entonces, hablar del bebé, sobre todo en el transitar por los médicos y hospitales, es de las experiencias menos reconfortantes, por no decir traumáticas. Los términos como “feto hembra/macho” “despojo quirúrgico”, “producto” o en mi caso, “huevo muerto” afectan enormemente. No digo que internamente cambien las palabras entre los médicos, pero sí invito a los profesionales de la salud física y emocional a dirigirnos con tacto con los familiares. Los padres están en medio de una experiencia sumamente dolorosa y lo que menos necesitan son más latigazos de personas insensibles. Cuando nace un bebé, hay un registro, nombre y apellidos, con peso, tamaño, huellas. En los bebés intrauterinos no. Muchas mamás leemos el informe médico y aunque utilicen estas expresiones tan frías, no queremos desecharlo, ni los ultrasonidos, ni la hoja que da por muerto a nuestro hijo (el legrado). Ese papel consta que verdaderamente existió, pues cuando es muy pequeño no nos entregan su cuerpo. Y a falta de validación por la sociedad, nos aferramos secretamente a esa confirmación, por dolorosa que sea, quizá para no caer en la locura.

Acompañé en su proceso a una mujer, que llamaré Renata. 24 años. Soltera. Había muerto su bebé con 5 semanas de gestación. Estaba afectada por la pérdida, eso era entendible, pero estaba horrorizada con la experiencia y el trato recibido por el personal de salud. Con naturalidad, al hacerle las primeras preguntas para empezar a entender el panorama del caso, me referí a su bebé como tal: bebé o bebito. En cierto punto, se quedó callada, me miró con ojos muy abiertos y cristalinos y me dijo: -No tienes idea de la paz que siento cuando le llamas bebé. -¿Cómo le llamas tú? - Le pregunté -No lo sé, las enfermeras le decían producto, a mi no me gustó, pero preferí mejor callar y no decirle de ninguna manera. Pero que tú le digas bebé… no sé, me dan ganas de llorar, pero me siento bien. Yo también le voy a decir así. Para Renata, su sanación comenzó cuando tomó uno de sus derechos como madre y pudo reconocer que no le parecía bien el término usado para con su hijo en el hospital. Pero sobre todo, decidió cómo sí quería llamarle a su bebé. A las pocas semanas le puso un nombre. Si eres la madre o el padre del bebito que murió, te invito a que le nombres como tú lo decidas. Es una decisión sumamente personal y completamente válida. Los papás son ustedes. Otorgarle un nombre con el que se puedan referir a su bebé es otorgarle un espacio en la familia, una identidad. Cualquier nombre, mientras les parezca bien a ustedes, es adecuado. Si eres un familiar, amigo o conocido de la pareja, te sugiero preguntar el nombre del bebé y referirte a éste como lo eligieron sus papás. Es una manera muy sencilla de validar a este chiquitx y apoyar a los padres. En el caso de Pedro y mío, quisimos ser muy honestos entre nosotros, no supimos si era niña o niño, y tampoco quisimos elegir algún género, y es que en realidad, le visualizamos como un ser de luz, una energía vital que es eterna, así es que como inicialmente nos referíamos como Bebé (en mi historia toqué este punto, que no decíamos el cuarto de “el” bebé, sino

simplemente el cuarto de Bebé), con mucho amor y respeto así es como decidimos llamarle, y así le nombran también nuestros familiares. Bebé.

CAPÍTULO TRES EL PODER DE LAS PALABRAS

“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir, desborda el alma” Julio Cortázar

Masaru Emoto es un japonés que hizo experimentos en todo el mundo sobre el efecto de las moléculas del agua al ser expuestas a diferentes ideas, palabras e incluso música.

En resumen, expuso pequeños contenedores de agua con palabras como “amor”, “gracias” o la sinfonía número 40 de Mozart. Las partículas que aparecieron fueron figuras simétricas, como copos de nieve. Mientras que cuando fueron expuestas a palabras como “odio”, “demonio” o cierto tipo de música, se veía el agua como plastas amorfas. Sus experimentos han sido criticados por la cosmovisión científica, pero pongamos mente abierta para entender sobre todo el mensaje de Masaru, que creo que es lo que más importa. Nuestro cuerpo es un recipiente, y contiene principalmente agua. Y Emoto propone que dependiendo de la vibración o intención que se le da al agua, es la forma en la que vibra. Por lo que las palabras sí nos afectan, vibramos de acorde a la intención. Yo pienso que aquí lo central a analizar es: ¿De qué tipo de vibraciones nos llenamos?. ¿A cuál energía nos exponemos, positiva o negativa?. Nuestros sentidos están alerta a lo que perciben en el entorno, es nuestra responsabilidad elegir qué información y experiencias son las adecuadas para nosotros. Diversos autores y corrientes, en mi caso me enfoco en Gestalt y PNL, hablamos de la importancia de las palabras y de la manera en la que nos comunicamos. Está ampliamente comprobado que las palabras que se utilizan, y la forma en la que se pronuncian, afectarán definitivamente la manera en la que se percibe la información. Aumentamos nuestro repertorio de palabras en la medida en la que crecemos, estudiamos, leemos, nos comunicamos. También las experiencias nos ayudarán a incluir nuevas maneras de decir las cosas y darnos a entender. La forma en la que hablamos no es absolutamente lineal. Se modifica con el tiempo y los factores antes mencionados. Por lo tanto, es relevante hablar de las palabras que se usan de manera adecuada y no adecuada ante la vivencia de la muerte de un hijo. Aparte de todas las pérdidas, el shock, la tristeza, y demás, incluso gramaticalmente comenzamos con un reajuste. Veamos el verbo “ser” y “estar”. Estamos frente a dos de los verbos más utilizados y sin embargo más complicados de definir en nuestro

idioma. No por nada a los extranjeros les cuesta tanto saber cuándo se usa uno u otro. La explicación más sencilla que encontré es la de la NGLE (Nueva gramática de la lengua española) en donde “ser” tiene que ver con la esencia, algo permanente y “estar” con un estado, una característica que es transitoria. “Estoy embarazada” Frase que indica algo transitorio, tras unos meses dejaré de estar embarazada (desafortunadamente no siempre se cumplen los nueve meses deseados) “Soy mamá” Frase que indica algo permanente, y que además, define el Ser. Así que, toda mujer cuando se embaraza, eventualmente dejará de estarlo, pues es por un tiempo limitado. Pero en el momento de que existe el embarazo, el ser de la mujer ahora es de madre también, no se deja de ser mamá. Ahora analicemos algo más complicado. “Estaba embarazada” y “estuve embarazada” aparentemente son lo mismo. En el libro La cuna vacía, se habla a profundidad de estas dos frases con relación a la sanación de la mujer. Intentaré decirlo de manera sencilla. Estaba: tiempo verbal que se utiliza para el tiempo que no ha acabado Estuve: refiere a un tiempo que ya concluyó Entonces una mujer que tuvo un embarazo, pero no un hijo vivo, que utiliza la expresión “estaba embarazada” indica que al menos lingüísticamente, de cierta forma, aún no ha acabado su embarazo, o no queda claro cuándo terminó. De acuerdo a las autoras de este libro, esta misma mujer cuando comienza a expresar “estuve embarazada” habla de una resolución cognitiva de un estado que llegó a su fin. Entiendo que en estas dos frases en particular, se deduce que es algo acabado, porque se habla en pasado, sin embargo, en mi experiencia, me funcionó hacerme consciente de la forma en la que utilizaba esta expresión

e hice el ejercicio de modificarla a propósito para decir “estuve embarazada”. Así acomodé en mi interior el concepto de que es algo que terminó. Por último, comparemos “tener” con “suceder” Tener: significa pertenencia de algo a alguien, expresa posesión. Suceder: es cuando se produce un hecho, cuando algo ocurre. Si decimos, tuve un aborto, al no tener palabras específicas para hablar de algo provocado o espontáneo, el verbo abortar por sí solo es fuerte. Desde ésta óptica, un aborto espontáneo es algo que sucede, no algo que se tiene. Cuando cambiamos la expresión a “sucedió”, baja la intensidad de la frase. No se minimiza el dolor, pero sí disminuye la carga emocional de las palabras. En resumen, expresarnos de manera adecuada o al menos hacernos conscientes del tipo de palabras que utilizamos, es parte de transitar el proceso de sanación. En mi caso, yo hoy puedo decir que estuve embarazada, hoy ya no. Sucedió un aborto a los pocos meses de mi embarazo, yo no lo tuve, no lo decidí, ocurrió involuntariamente. Sin embargo, aunque no tenga a Bebé en brazos, hoy aún soy su mamá. Y lo seré siempre. No se puede terminar este capítulo sin incluir el poder de las palabras de aquellas personas que nos acompañan en la pérdida. Desafortunadamente, casi por regla general, toda mamá que hemos perdido a nuestro bebé recibimos frases como las siguientes. “Ya tendrás otros”, “Eres joven”, “A muchas les pasa”, “Dios no se equivoca”, etc. Familiar, o amigo. Lamento decirte que tus bien intencionadas palabras le han calado hondo a la mamá o papá que intentas consolar. Pongamos en perspectiva, ¿Tú crees que no sabe esta mamá que probablemente buscará de nuevo hijos? (de hecho muchas veces no deja de pensar en eso, con deseo y sobre todo con miedo de volver a perderlo), ¿Tú

crees que no sabe que es joven o en su defecto si ya no lo es tanto, tus palabras no le pondrán aún más presión?, ¿Tú crees que no sabe que a muchas les pasa? Probablemente leyó en internet y sabe que uno de cada tres embarazos no se logra, ¿tú crees que quiere pensar en ese preciso momento en los tiempos perfectos de Dios? No, no y no. Justo en ese momento no. Leí una frase de Caroline Paquin, mamá que perdió a su bebita Romy de 38 semanas, y me parece la más adecuada para explicar esto “Consolar consiste en recibir, recibir la pena en silencio”. Querido familiar o amigo, si no sabes qué decir para consolar, no digas nada. Recibe la pena de la madre o del padre en silencio. Acércale pañuelos, pon tu mano sobre su hombro y simplemente acompaña. Pero si sientes la urgencia de decir algo, “estoy contigo” o “lo lamento mucho” es suficiente. Te aseguro que esas muestras de apoyo valen más que las frases que lejos de aportar, lastiman. Angels Claramunt, en el libro La cuna vacía, dice que en el tema del aborto espontáneo hay mucho por hacer, pero sobre todo lo más apremiante es la validación: reconociéndolo vendrá todo lo demás. Una semana después del legrado que me realizaron, recibí una llamada de mi suegro. Él se parece mucho a mi papá, tienen la ternura de niños y expresan su afecto de manera física, o con sus ojos tiernos, casi no con palabras. Yo sabía que probablemente esa llamada era para preguntarme cómo estaba llevando el duelo, o incluso darme el pésame, sin embargo noté su nerviosismo y terminó preguntándome si quería algo del supermercado. Le agradecí, colgamos y me eché a llorar. No lloré porque mi suegro no me dijera algo reconfortante, lloré porque me di cuenta que yo estaba guiando a la familia al silencio. Yo no hablaba de la pérdida con mis conocidos, no decía lo que había pasado, simplemente me retorcía en dolor con mi esposo o con mi mamá. Supe en ese momento, que de mí dependía cómo llevaría la familia este tema. Si la mamá calla, todos también. Si la mamá no llora, nadie llora.

Esa misma noche escribí un mensaje y a la mañana siguiente lo publiqué en mi muro de Facebook, mucha gente no sabía ni siquiera de mi embarazo, en la publicación daba la noticia de nuestro bebitx y de su fallecimiento. Afirmaba mi orgullo por ser su madre. Días después, en una reunión con la familia de mi esposo, noté lo mismo, al principio me saludaron, y yo notaba que flotaba en el aire muchos pésames y preguntas. Las tías de Pedro, que quiero mucho, de manera respetuosa me preguntaron cómo estaba y cómo había sido todo, y me aseguraron que si no quería hablar lo respetaban. Ahí fue un momento importante para mí, pues en la mesa guardaron silencio y escucharon nuestra historia, Pedro también habló de su versión e incluso confesó su decepción hacia Dios, en ese momento seguía enojado, y lo que recibimos fue el regalo más grande que se puede hacer a unos padres que están dolidos por la pérdida de la ilusión de sus vidas: comprensión y escucha. A partir de ese día, cuando me nace hablo de Bebé, o de mis experiencias cuando estuve embarazada. Noto la validación y reconocimiento de mi dolor y del lugar que ocupa en la familia Bebé. El dolor de los padres es un monstruo espantoso al que todo mundo huye. Nos urge que se vaya para que la persona que queremos vuelva a ser la misma. Que cambie la cara de enojo, amargura o enajenación, que no nos estorbe, que no incomode. Ignoramos que está ahí apropósito porque es demasiado terrible verle directo a la cara. Pero ese monstruo tan horrible, la mamá o el papá lo está cargando todo el tiempo, a todas horas. De pronto se esconde, y cuando menos se lo esperan aparece y los sacude de nuevo. Es un monstruo que carcome el alma, que roe el corazón de a poco, que se mete en los sueños para arruinarlo todo. La empatía consiste primero, en que no juzgues lo feo que es ese monstruo. Segundo, en que seas paciente a que se vaya (dependerá enteramente del duelo de la persona). Y tercero, que ofrezcas tu oído o tu hombro cuando alguno de los padres ya no puedan con la carga. Si no puedes, te aseguro que es mejor

que respetuosamente te apartes y permitas que la persona lidie con ese monstruo sin más complicaciones o presiones. Para cerrar este capítulo, quiero compartirte la que probablemente fue la condolencia que más hondo me caló, pero, por lo profundo, implantó una semilla en mi corazón. Fue sumamente breve, aún hoy recuerdo ese instante y me siento profundamente agradecida, porque puso título a lo que sería la siguiente etapa de mi vida después del dolor. A finales de noviembre del 2019, estaba en un congreso sobre Gestalt, y un gran maestro y amigo, se acercó por atrás de mí y me dice: -¡Felicidades! Sentí una puñalada por la espalda, que me atravesó el corazón. Me tomó por sorpresa, giré lentamente, intenté sujetar las lágrimas que sentí que estaban a punto de desbordarse y le dije. -Paco, perdí a mi bebé. Él, terapeuta y padre como lo es, pone su mano sobre mi hombro y me mira con dolor y ternura. -Lo siento, Karen. Asiento, y paso saliva, lo siguiente que me dijo, no solo me dejó helada, sus palabras recorrieron todo mi torrente sanguíneo. -Que aprendas mucho.

CAPÍTULO CUATRO IDENTIDAD ¿Ahora quién soy?

“A un hombre le pueden robar todo, excepto una cosa: La última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancia” Viktor Frankl

Las palabras nos dan una identidad. En Gestalt cuando hacemos la pregunta ¿Quién eres? , encontramos en las respuestas cómo se define la persona a sí misma. Hay quien dice su nombre y después “soy” ingeniero, o médico; “soy” alegre, apegado; “soy” mexicano, italiano, “soy” casado, divorciado etc. Esto indica que el individuo define su ser con lo que estudió, las emociones o características con las que se ha vivido, la nacionalidad o estado civil, por poner algunos ejemplos.

Pero en la medida en la que la persona avanza en su proceso terapéutico, encuentra que no es eso lo que define su ser, así es que modifica sus expresiones, ya no es como antes. Hablaría más o menos así “nací en México, estudié ingeniería, me dedico a dar asesorías, estoy casado, me vivo normalmente alegre y reconozco mis apegos” Quien se expresa así tras un proceso, ha entendido que lo anterior no definía su ser, pues hay quien cambia nacionalidad, estudia otra cosa, o modifica la forma en la que se ha vivido emocionalmente, ni siquiera el estado civil, también llega a modificarse. Este tipo de cosas no definen el ser. Al principio puede ser caótico porque si toda tu vida has considerado que lo anterior te definía y de pronto encuentras que sólo describe características con las que has elegido vivir, surge la inevitable pregunta: ¿Entonces quién soy? Permíteme compartir mis respuestas al final del capítulo. Primero quiero mostrarte un vistazo de una “crisis existencial”. Ésta se define como un periodo en la vida caracterizado por profundos cuestionamientos acerca de las razones que motivan y rigen los actos, decisiones y creencias que constituyen la propia existencia. La pérdida de un hijo, es tan inaudita, que nuestro idioma, a pesar de ser tan vasto, no tiene una palabra para ofrecer una identidad. Si pierdes a tus padres: huérfano, si pierdes a tu esposo: viuda. ¿Pero si pierdes un hijo? No hay palabras. Será porque justo es así como una madre sin hijos se siente: sin identidad. Los primeros días después del fallecimiento de Bebé, me veía en el espejo por lapsos largos de tiempo. Me tocaba la cara, movía la boca. -No me reconozco. ¿Ésta soy yo?- decía en voz alta Era como si al haberme arrancado a mi hijo, se habían llevado una parte importantísima que me definía, y sin ella estaba perdida. Viví una crisis existencial cuando no encontraba las respuestas. ¿Si ya no tengo a

mi bebé ya no soy madre? ¿Si ya no soy madre entonces vuelvo a ser la de antes? No me siento la misma, no puedo regresar atrás… Lo que sucede es que cuando una mujer se sabe madre, una revolución interna comienza a burbujear, el mundo interno y externo giran hasta comenzar a acomodarse. Y sobre todo, la mamá (como el papá) adquieren una nueva identidad, ya no son sólo hombre y mujer: ahora son padre y madre; ya no son sólo pareja: ahora forman una familia. Los cambios se realizaron en muchos niveles: Físico, hay movimiento de hormonas, cambios de peso, sensibilidad (sobre todo en este punto la mamá). Emocionales, se experimenta una montaña rusa de sentimientos. Mentales, hay pensamientos de todo tipo, positivos, destructivos, depresivos, optimistas. Sociales, pues ya se ha hecho un lugar al nuevo miembro de la familia, en ocasiones incluso entre amigos y familia extendida. Finalmente existenciales, ya que el rumbo de la vida se ha redireccionado. Podemos entender entonces que se vive una pérdida en muchos niveles, por lo tanto, aunque no se haya “conocido” a este pequeño Ser, su partida derrumba muchas cosas a modo de dominó y puede terminar en la crisis existencial de la que hablo. A mi duda ¿Si no nació mi hijo entonces ya no soy madre? He aprendido que ser madre es irreversible. Una mamá no es madre solo porque tenga hijos vivos. Se es mamá en el momento en el que la chispa de la vida toca el vientre. No comencé a ser mamá cuando me enteré de mi embarazo, soy madre desde que Bebé tuvo el soplo de vida en mi interior. Y jamás dejaré de ser mamá, porque mi bebé nunca dejará de ser mi hijx. Algunos vínculos son eternos. Indisolubles. Regresando a la pregunta pendiente ¿Entonces quién soy?

Lo que define al “ser” es aquello que es inamovible. Casi siempre serán cosas que no se pueden ver, que se refieren a la esencia, a nuestra alma. Es justo en el trabajo terapéutico, o el propio transitar de la vida, donde encontraremos estas respuestas. A mi modo de pensar, y basado en lo que he aprendido teórica y prácticamente, el ser es un conjunto holístico de diferentes aspectos, por un lado, es la propia consciencia de que existimos, sabernos vivos, por otro, el ser son todos los rasgos que nos hacen ser únicos e irrepetibles, nuestros gustos, experiencias, deseos, pensamientos, así el ser tiene identidad. Aún cuando evolucionamos y cambiamos aspectos de nuestra personalidad, lo permanente es la columna vertebral del ser. Al final, creo que todo se resume en que somos energía, Esencia Infinita. Como sabemos, la energía no se crea ni se destruye, se transforma. En qué nos transformamos, lo dejo al criterio de tu creencia absolutamente válida. En la mía, regresamos a la Energía Infinita de la que en realidad, nunca nos fuimos, solo nos individualizamos por un tiempo, pero al final, todos somos uno. Una misma energía vital.

CAPITULO CINCO EL TIEMPO Entender la relatividad

“Hasta que no comprendamos lo que hay dentro, no entenderemos lo que hay afuera” Anita Moorjani

Einstein explica de manera muy simple y sencilla la relatividad. Él dice “en una hora cortejando a una bella muchacha, una hora parece un segundo. Pero si te sientas sobre carbón al rojo vivo, un segundo parecerá una hora. Esa es la relatividad del tiempo”. Cuando se vive un duelo, el tiempo, será el mayor aliado y a la vez parecerá el peor enemigo. Toda herida, además de los medicamentos y cuidados, para sanar necesita tiempo. Pero el tiempo que tomará la sanación dependerá de muchas cosas: los cuidados sí será un factor, pero sobre todo, dependerá del ritmo del cuerpo.

Así somos nosotros en cuanto al proceso de duelo. No hay un tiempo determinado de cuánto tomará. Éste es un ciclo del que hablaré en el siguiente capítulo, pero ahora, nos referiremos al tiempo. Tu tiempo es sagrado, y está bien el que necesites tomar. Pero necesitas tomarte ese tiempo. Los factores que pueden afectar o beneficiar el proceso son muchos, por mencionar algunos, el tipo de vínculo que tienes con el fallecido (cada madre hace un vínculo distinto con sus hijos), el tipo de muerte (el impacto por un aborto, por un bebé dormido, muerte de cuna, etc), los recursos con los que cuente la persona (fe, resiliencia, manejo de emociones) y la contención social ( si hay apoyo de familia y amigos, si se vive en soledad, secretismo, juicio). Ninguno de estos impactará de la misma manera a cada persona, pero sí influirá en trabajar el duelo y por lo tanto, el tiempo. Una mujer: “Samantha”, vino a que la acompañara por cuestión de sus hijos vivos, no lograba tener buena relación y le costaba mucho trabajo comunicarse con ellos. Muy pronto en el proceso, me presentaba a los miembros de su familia por medio de piedritas a manera de maqueta. Al analizar su sistema familiar, encontré que había mucho desorden, todos los hijos estaban revueltos, y ella no estaba jerárquicamente en la posición adecuada, presentí que además, algo faltaba, así que para asegurarme, le pregunté. -Estos hijos que pones aquí, ¿son todos los que tienes? -Sí -¿Nacidos y no nacidos? Su expresión me respondió más rápido que sus palabras, pero finalmente me confesó que faltaban otros antes, pero que al haber sido hace tantos años, y de la manera en la que los perdió, nunca los contaba. Al tener este hueco en su sistema, y esta secrecía por toda su vida, no sólo no reconocía que esos hijos existían, jamás les había dado un lugar, y por lo tanto no se había despedido de ellos.

Después de veinte años, comenzó su duelo. Pudo llorarles, expresarse, reconocerlos, nombrarlos, trabajar su culpa, hacer una despedida y finalmente, su sistema empezó a acomodarse. Gran parte de su impedimento para conectar con sus hijos vivos, era la culpa por los hijos que decidió no tener (justamente la misma cantidad de vivos, eran la cantidad de muertos). Al trabajar todo lo que conllevaban las pérdidas, Samantha encontró maneras sanas y amorosas de relacionarse con ellos. Con todos los hijos. Si perdiste a un hijo hace tiempo, no es tarde para llorarle y despedirte. Para el inconsciente no hay tiempo, todo es presente, real. Date la oportunidad de iniciar o continuar tu duelo para que puedas tener un cierre sanador. Si estás ya en duelo, no hay tiempo definido, el tiempo es relativo. Pero sí es cierto que lo que haces con ese tiempo puede ayudar al flujo del propio ciclo, trabájalo como a ti te parezca bien. Esos son los “medicamentos” o cuidados que ayudarán a sanar. Terapia, ir con tu guía espiritual o religioso, con los libros, meditando, cualquier herramienta, mientras te permita expresar (sin hacerte daño o hacer daño a los demás) y te ayude a encontrar un sentido, es válida. El camino lo eliges tú porque eres tú quien lo va a transitar. Para cerrar el tema del tiempo en el duelo, hay que hablar del año de las primeras veces. Si bien el duelo no dura un año, ocasionalmente se menciona así, pues es donde transcurre el año de las primeras veces: El primer cumpleaños sin esta personita, el primer día de las madres sin tu bebé, la primera Navidad sin festejar todos presentes, etc. Vivir y procesar cada una de estas fechas por primera vez es experimentar la pérdida en diferentes ocasiones, y por lo mismo, cuando se cierra el año, hay una sensación de cierre. David Kessler, en el libro Lecciones de vida, escribe “sea o no complicada la pérdida, todos sanaremos en nuestro propio tiempo y a nuestra propia manera. Nadie puede decirnos que ya deberíamos haber sanado, o que el proceso va demasiado rápido. El dolor siempre es

personal. Mientras sigamos avanzando en la vida y no nos atasquemos, estamos sanando.” Regálate paciencia y amor en este tiempo. Así como comprensión a los tiempos de tu pareja. Recuerda que cada uno tenemos nuestro ritmo. Es muy frecuente que miremos al padre y lo juzguemos de insensible, de malvado o de indiferente, porque no aparenta estar desgarrado como nosotras. Pero él también perdió a su bebé. No todos los hombres se permiten expresar el dolor igual, hay muchos que por el condicionamiento social incluso están bloqueados y no dejan que nadie los vea llorar, o deciden no hacerlo. Además, hay que considerar que el hombre, de alguna manera, tiene que lidiar con dos sentimientos a la vez, la tristeza por su hijo no nacido, y la preocupación por su pareja que parece desmoronarse. Por lo mismo, muchos ni siquiera se darán la oportunidad de procesar y sentir que están dolidos, seguirán adelante e intentarán estar fuertes para la madre. Mami, nadie va a sentir la pérdida igual que tú. Y no hay un termómetro de dolor para saber a quién le está doliendo más que a quién. Nos queda la opción del entendimiento, la paciencia y del amor. Papi, el respeto a la persona que está dolida, inicia con la validación de sus emociones, de cómo decide expresarlas, y del tiempo que necesite para hacerlo. Eso es parte de sostenerse en el dolor.

CAPÍTULO SEIS LA CULPA

“El sentimiento de culpa es quizás el compañero más doloroso de la muerte” Elisabeth Kubler Ross

Cuando fallece un bebé en el vientre, o recién nacido, se experimentan todas las emociones imaginables, a veces galopan al mismo tiempo, en momentos nos consume un solo sentimiento, pero invariablemente,

aunque sea por un corto tiempo, instintivamente buscamos culpables. Tú misma, tu pareja, el doctor, tu bebé, la familia, Dios. Y si no se trabaja, la culpa puede anclarse en el alma como un profundo resentimiento. Mi amiga “Hanna” me contó su historia. Perdió dos bebés antes de poder ver en vida a las dos hijas que tiene. El primer aborto casi le costó la vida, por negligencia durante el legrado le rasgaron la matriz y tuvieron que abrir su vientre para poder salvarla a ella e intentar restaurar el error. Su mayor anhelo en la vida se veía peligrado por algo que no tenía que ver con ella. Culpó por mucho tiempo a la doctora que la intervino y encontró una especie de tranquilidad en ello, porque para el segundo embarazo lo tenía resuelto al haber cambiado de médico. Se había ido con el mejor de la ciudad en el ramo de la fertilidad. Esa vez no habría fallas. Pero no fue así, dos meses y medio después perdió a este nuevo bebé con todo y los cuidados respetuosos del doctor, con todo y los tratamientos más avanzados y precauciones extremas. Así que el enojo y la culpa se recargó inicialmente en su esposo, pues no la había entendido, no la había acompañado, después la culpa se la cargó a ella misma, por no haber sido puntual en sus medicamentos, un movimiento brusco que hizo, no sacar más citas para controlar que todo estuviera bien, y finalmente, la culpa a Dios; por su culpa el embarazo no se dio, por malvado e injusto. Todos tenían la culpa de lo que había pasado. Y esa culpa se instaló como un profundo resentimiento, que mutó a ataques de ansiedad y depresión. Pudo trabajar sus duelos años después, ya teniendo a sus hijas vivas, y hoy estos bebés no nacidos están integrados en la familia, y las niñas los han adoptado como ángeles guardianes. En mi caso, inicialmente la culpa la puse sobre los hombros de la primera doctora que me vio, en mis ojos no recibí la atención que necesitaba, y al médico que me hizo el segundo ultrasonido, ya que no vio el hematoma sobre mi saco gestacional. Incluso lo redactó así en la interpretación del ultrasonido. Finalmente, la culpa la lancé a Dios y a la Virgen, mi esposo les había encomendado a nuestro bebé con mucha

devoción, e incluso yo me había permitido confiar y no habíamos tenido respuesta alguna. Poco después entendí y acepté que los milagros no son lo que yo quiero que suceda. Eso me haría ultra poderosa. Eso es ego, no la realidad. Sí tuve un milagro. Que fue el chispazo de vida en mi interior, el poder arropar en mi vientre a Bebé por algunos meses. Su fallecimiento simplemente fue su ciclo vital llegando a un fin, porque así le tocaba vivirlo. No tenía que ver con un castigo divino o mala suerte. En Gestalt hablamos mucho sobre transformar la culpa en responsabilidad. Pero, ¿Cómo transformar esta culpa, en una responsabilidad?. Existen varias respuestas, pero la primera es la actitud. Mientras que la culpa es una energía pasiva, con la que sólo señalamos, la responsabilidad es una energía activa, donde ponemos soluciones posibles en práctica (cambiar de médico, tomar las vitaminas, hacer ejercicio, dejar malos hábitos, iniciar un proceso terapéutico, acercarte a la religión o espiritualidad, etc.). La segunda es la mirada. En la culpa, nuestra mirada está en el pasado, en los errores o sucesos que provocaron la pérdida. El pasado es el planeta del “si hubiera…”. En la responsabilidad, la mirada está en el presente, en lo que decido hacer ahora conmigo y con mi vida, y además, nos ofrece un pequeño vistazo al futuro, de la meta a donde queremos llegar. Por último, abandonar la culpa para tomar la responsabilidad, es cuando cambiamos nuestro modo de ver las cosas, de los errores, al aprendizaje. Esto tiene que ver con qué aprendo de esta experiencia tan dolorosa que me sea beneficioso. Aún cuando la pérdida sea inentendible, sí se puede rescatar algo positivo. En mi caso, mi aprendizaje principal te lo compartiré en el cierre de este libro.

CAPÍTULO SIETE PROCESO

“A veces una mujer dice: estoy harta de llorar, quiero detenerme. Pero es su alma la que derrama lágrimas y éstas son su protección. Por consiguiente, tiene que seguir haciéndolo hasta que termina su necesidad. Algunas mujeres se asombran de la cantidad de agua que puede producir su cuerpo cuando lloran. Eso no dura eternamente, solo hasta que el alma termina de expresarse de esta sabia manera” Clarissa Pinkola Estés

Al hablar de proceso, lo lógico es pensar en un principio y un fin. En un ciclo. Pero antes de mencionar las etapas que incluye ese círculo, primero hay que mencionar cuándo y cómo inicia. Cuando muere un bebé hay un duelo en distintos niveles. En ocasiones se viven simultáneos o por separado. A nivel familiar, cuando se da la noticia y se vive con la ausencia. A nivel social también, hay una despedida de la vida que pensábamos tener. A nivel físico, la mamá vive un duelo que es sólo suyo. . El cuerpo también vive un proceso, hay muchos cambios cuando se está perdiendo la vida del bebé. Incluso días después del legrado (o parto según sea el

procedimiento) si la mamá se hiciera la prueba casera, ésta saldría positiva, pues el propio cuerpo aún no se ha despedido de la hormona HCG. Y el duelo al bebé también tiene un inicio indefinido, para algunas madres, como lo vimos con “Samantha”, empezó años después, cuando inició un proceso terapéutico, para otras, inicia cuando saben que su bebé ya no tiene vida, y también hay para quienes inició desde antes, cuando presentían que algo no iba bien. David Kessler dijo, que el único camino para salir del dolor es a través del dolor, y estoy segura de que es así. El duelo es este proceso o círculo que hay que transitar para sobrellevar la pérdida, sentirlo y vivirlo es muy doloroso, y a la vez absolutamente necesario. A pesar de que hay muchos autores que describen las etapas del duelo, yo me enfocaré en las fases descritas por Elisabeth Kubler Ross. Psiquiatra suiza, que escribió más de diez obras sobre la muerte y los cuidados paliativos para ayudar a afrontar la muerte con serenidad e incluso alegría. Antes de iniciar, quiero hacer el paréntesis sobre estas etapas. Como bien lo dice Elisabeth, el duelo no es lineal ni absoluto. Ésta es sólo una guía para entender las fases por las que pasa una persona en duelo, pero de hecho, se pueden vivir de manera simultánea, combinadas, intermitentes, repetitivas… Pueden durar días, meses o incluso años. Sobre todo, dependerá del shock inicial de la madre o el padre. Hay quien queda paralizado por segundos y otras personas por días. Dependerá enteramente de cada uno. No hay una buena o mala manera de llevar un duelo. No hay un tiempo adecuado, no se puede clasificar como muy poco o demasiado tiempo. Es importante no comparar tu duelo con el de otras personas, cada uno es individual y válido. Es de vital importancia que seamos afectuosos con nosotros mismos y con nuestra pareja para vivir este duelo. Cada quien a su ritmo. Cada quien a su manera. Primera fase: negación y aislamiento.

Aunque sea de manera muy breve, cuando nos enfrentamos a la muerte nos viene el pensamiento de: “No puede ser cierto. Esto no está pasando. No a mí. Mi hijo no”. Miremos con mucho amor esta etapa, la negación funciona como una pequeña dosis de anestesia, para enfrentar el gran dolor de tan inaudita noticia. Esta negación dentro de poco será sustituida por una aceptación parcial. Por lo que podríamos decir que es la etapa menos larga, pues si la negación persiste por mucho tiempo, hay una negación de la realidad y entonces se está generando un problema mayor en la persona. Cuando negamos nuestro dolor, bloqueamos la sanación. Jorge Bucay, en su libro El camino de las lágrimas habla del proceso de duelo como un camino de lágrimas con varios senderos que nos alejan de la sanación. Por un lado, un supuesto atajo, y por el otro, un desvío que es un callejón sin salida. Uno de los senderos, el supuesto atajo, es precisamente el de la negación, que si no se transita para pasar a la siguiente fase, puede ser el camino fangoso donde nos quedemos estancados. Y el callejón sin salida es el del sufrimiento, que no nos lleva a nada y no nos permite avanzar. Conocí a una mujer que su negación es no querer soltar a su bebé. A pesar de que verbalmente reconoce que su hijo a los dos meses falleció, a la fecha, años después, en la acción no aparenta haber trabajado su duelo. Sigue comprando juguetes, ropa, festejos de cumpleaños con todo y pastel, espacio en la habitación, etc. Tiene ya otra hija, pero no es capaz de vincularse con ella, le tiene la puerta cerrada, aún sigue en la habitación de su corazón jugando con su hijo fallecido. Segunda fase: ira Cuando no podemos mantener más la primera, o se termina y aceptamos que la pérdida es inminente, pasamos a un mundo lleno de ira, rabia, resentimiento, e incluso envidia. Existen dos maneras de vivir la ira. Deflexión o retroflexión. Es decir. Aquellos que la deflectan, se enojan con el médico, con Dios, azotan puertas, rompen cosas o le gritan a su pareja.

En cambio, aquellas personas que retroflectan el enojo, se dan atracones de comida, se cortan con navajas, se arrancan el cabello, dejan de comer, etc. En ocasiones, el enojo es tanto que, como una metralleta, sale disparado en todas direcciones, incluso hacia uno mismo. En mi caso, sentí enojo de manera breve, primero, hacia la atención de la primera doctora que no me pareció la adecuada, ni la que nos merecíamos mi bebé y yo, también la dirigí hacia las figuras religiosas a las que mi esposo con tanta devoción e ilusión les había encomendado que trajeran con bien a nuestro primogénito y por último, mi enojo lo trasladé hacia mí, por tener un cuerpo “defectuoso” que había sido rápido para concebir pero mediocre para traer con vida a un nuevo ser. Por supuesto que el enojo es irracional, sin embargo, es una etapa del duelo, en donde a falta de querer y poder aceptar algo que es inevitable e irreversible, el enojo construye una fortaleza que nos prepara para el dolor. A pesar de que habrá enojo en otras etapas, en ésta fase la ira es protagónica. Kubler-Ross habla de que es importante que la familia, amigos y personal médico permita al doliente que exprese su enojo, sin tomarlo personal. Promover espacios sanos para expresar el enojo, así como ofrecer oídos sin juicio a los padres que están dolidos será de vital importancia para el proceso. Si tu sistema familiar no te ayuda a sostener tu enojo, busca lugares apropiados para hacerlo, como el ejercicio, meditación, terapia o simplemente toma un cojín y azótalo contra el suelo o la pared cuantas veces lo necesites hasta que sientas que la energía salió. Tercera fase: pacto. Esta fase es muy corta, y usualmente viene seguida de haber pasado por la negación y por el enojo. El pacto es un intento por posponer los hechos. En los moribundos, estos pactos usualmente son con Dios en un intento de hacer las cosas diferentes por ser salvados. Pero en el caso de los padres que han perdido a su bebé, el pacto no siempre es muy palpable, porque casi siempre se guarda en secreto y están relacionadas con una culpabilidad oculta. ¿Qué hubiera pasado si…? Es la pregunta dominante. A falta de culpables, comenzamos a preguntarnos qué hicimos mal y qué hubiéramos

hecho diferente para no perder al bebé. La otra búsqueda de pacto es cuando se busca la salida del dolor y al mismo tiempo nos decimos qué felices seríamos si tuviéramos los hijos en brazos. La salida del dolor se busca en Dios, en la pareja, en otros hijos y pocas veces con uno mismo. Cuarta fase: depresión. Después de la breve negociación, es cuando se toca fondo y se entra a la depresión. Definitivamente es la etapa más triste, sin embargo es justo la más sanadora. Marcel Proust dijo y concuerdo, que lo único que nos cura del sufrimiento, es vivirlo a fondo. Aquí los padres verdaderamente experimentan la ausencia. Y hay muchas emociones pero sobre todo tristeza y desánimo. Puede aparecer también ansiedad, dificultad para mantener ciclos de sueño normales, trastornos alimenticios y pensamientos repetitivos. Ésta es la etapa más prolongada. En la depresión es en donde más grande está el monstruo del duelo del que hablé en el capítulo El poder de las palabras. Aquí éste vive fuerte, intenso y desbordado. El sistema de apoyo no debería “ayudarle” a la persona a ver el lado bueno de las cosas para salir adelante. Los padres en su momento encontrarán las respuestas, pero en esta etapa toca llorar y extrañar. Expresar y sentir. Sentir y expresar. Quinta fase: aceptación. La aceptación es darle un cierre al duelo. Habremos encontrado las respuestas que nos satisfacen para poder seguir con nuestra vida y reencontrar la felicidad. Encontrar un sentido y aprendizaje a la pérdida también ayudará a vivir esta etapa. La rutina cotidiana retoma su cauce e incluso, con un nuevo rumbo. Terminar el duelo no quiere decir olvidar. Quiere decir integrar.

Para mí, la integración incluye: nombrar a Bebé con familia y amigos cuando me nazca, recordar y extrañar, tener presente su aniversario, darle su lugar de primogénito, agradecer su corta vida y guardarle un lugar en mi corazón. Cuando integramos la pérdida en nuestro corazón, encontramos paz. En terapia, tras haber trabajado el duelo, hago la pregunta -¿Qué te regala con su partida? Sólo tras la aceptación la persona es capaz de responderse esta pregunta, porque si se hace el mismo cuestionamiento en cualquier otra etapa probablemente nos ofenderemos, ¿Cómo me va a regalar algo la muerte de quien amo?. La verdad es que las partidas dejan muchos regalos. Pero necesitamos tiempo para poder verlos. Esperanza. Si bien la esperanza no está clasificada como una etapa, la doctora Elisabeth menciona que la esperanza se encuentra presente (aunque con intensidad diferente) en todo el proceso de duelo. Incluso me atrevería a decir que la esperanza es una oruga que muta muchas veces en su propio capullo hasta que finalmente florece. En la negación la oruga viene y se instala. Comienza su labor. Al principio con movimientos pequeños, se revuelca silenciosa. Y conforme pasa el dolor de la madre o del padre, la mariposa rompe el capullo, se atreve a volar, a experimentar el mundo con su apariencia tan diferente. Quizá se dirige a nuevos horizontes, a nuevas maneras de ver la vida, o incluso, a nuevas oportunidades.

CAPÍTULO OCHO RITUALES

“Tu espacio sagrado es en donde te puedes encontrar una y otra vez” Joseph Campbell

Casi por naturaleza, como humanidad siempre hemos hecho rituales. Los hacemos en nuestro día a día, algunos han sido enseñados por nuestros padres y otros han surgido directamente de nosotros. Sobre todo, hacemos rituales en eventos importantes. De acuerdo a nuestro lugar de origen,

creencias, y sistema familiar, los realizamos cuando nos casamos, cuando festejamos cumpleaños, graduaciones, cuando alguien nace, y también los hacemos cuando alguien muere. El autor Van der Hart, en su libro Rituales en psicoterapia, habla sobre los rituales para trabajar los duelos, en su trabajo, menciona que conllevan un aspecto formal y otro vivencial. En el sentido formal se refiere a que serán ciertas actitudes o pasos en determinado orden y en un lugar específico que se consideran adecuados. El componente vivencial se refiere al compromiso emocional a la hora de realizarlo, porque sin esto el ritual carecería de sentido. El uso de rituales en terapia familiar son muy útiles, sobre todo al momento de hacer un duelo, pues permiten espacios de unión y expresión. Puedes hacer rituales dirigidos por algún terapeuta, pero no es absolutamente necesario. No hay reglas, ni tiempos, ni elementos indispensables para hacerlos, tú pondrás las pautas, pero sobre todo, a quien necesita hacerle sentido es a ti. Lo que sí es que podemos hablar de sugerencias o aspectos a considerar. El ritual no es algo religioso o esotérico, sólo hay que utilizar tu corazón e imaginación para crear el que te haga más sentido. No te preguntes si está bien o está mal. Simplemente fluye con tus emociones, prepara lo que te nazca, y sobe todo, sé flexible. Si no encuentras la vela del color que querías, o no está lloviendo como te lo imaginaste, pero estás conectada con la emoción y te sientes lista para llevarlo a cabo, no te detengas, usa tu imaginación y sustituye, cambia o redirige tu ritual. En la medida en la que él quiera y pueda, integra a tu pareja. Él también perdió a su bebé y muchas veces, como no se mira al papá, no se permite expresar su dolor. Elisabeth Kubler Ross escribió en uno de sus libros “este es uno de los propósitos para los que sirve la pérdida en la vida: nos une. Nos ayudará a comprender a los demás de un modo más profundo. Nos conecta con los otros como ninguna otra lección de vida podrá hacerlo”. La pérdida de un hijo es un dolor que se vive en lo individual, pero sobre todo, es una despedida que toca llorarla en pareja

cuando se puede. Ambos trajeron a la vida a este ser perfecto. Ambos pueden despedirlo con amor”. Añade componentes que sean representativos para ti, pueden ser los elementos de la naturaleza, música, velas, aromas, imágenes de la ecografía, prueba de embarazo, ropita, etc. El dolor de la pérdida se siente en todo el cuerpo, pero sobre todo en la pérdida de un bebé en etapa gestacional, todo esto se vive en silencio, y poca gente entiende a los papás porque como no vieron ni sintieron al bebé les cuesta darle un lugar al nuevo integrante. Por eso, cuando agregamos elementos visuales, que ocupen un espacio físico, estamos dando un lugar en el mundo no solo metafóricamente, también físicamente. Reafirmamos su existencia. Sobre todo, pon todo tu corazón en el ritual. Grita, llora, canta, susurra, es tu momento para expresarte. Si te cuesta trabajo hablar de manera espontánea, escribe antes qué es lo que quieres decir, busca en las heridas de tu alma las palabras y atrévete a decirlas. No siempre con un ritual se cierra todo el proceso o se acaba todo el dolor. Muchas veces nos encontraremos con la necesidad de hacer varios rituales, y está bien. Todos son sanadores. Todos liberan. Para mostrarte algunos ejemplos, te comparto los rituales principales que realicé yo para despedirme de mi bebé. Como compartí en la primera parte del libro, el primer ritual fue el funeral de cuerpo presente. Bebé aún estaba en mi cuerpo, y quise que todos nos despidiéramos antes de que lo arrancaran de mis entrañas. Yo sabía que no me darían sus restos por ser tan pequeñitos. Escribí una breve despedida. Incluí a mi esposo y llamé a mi familia, vinieron los que pudieron. Puse una vela por cada mes de vida. Acomodé la ropita y juguetes para darle un lugar físico, y además ofrecí que si alguien quería hablar sosteniendo una prenda, podía tomarla. Di un espacio para que cada quien escribiera y dijera lo que sintiera, también respeté a quien quiso acompañar con silencio. Me expresé sin vergüenza, lloré y me tomé mi tiempo para hablar. Las abuelas también nos acompañaron con rezos.

Otro ritual que hice, fue tomar dos de los mamelucos de Bebé, y mandé a hacer un conejo de peluche con la tela, y en la parte de atrás, grabado dice “Bebé. Our Little bird”. Fue muy doloroso recibir el conejito. Siempre vi la ropa vacía, sin vida, y ahora el mameluco estaba ocupado, tenía una dimensión. Mi ritual fue muy breve, por unos instantes, cerré mis ojos y entré en una fantasía a manera de meditación, me di el permiso de llorar de nuevo, todo lo que quise, acuné y arrullé ese bultito y me despedí una vez más. Tiempo después, encontré un diario en el que escribí mis pensamientos cuando decidí dejar de tomar anticonceptivos para intentar embarazarme. Después había una hoja donde puse con letras grandes ¡Estoy embarazada! Y una última con una carta de bienvenida a mi útero a mi bebé. Decidí ir una mañana al parque de mi ciudad donde hay un lago, caminé un par de kilómetros hasta encontrar un árbol cerca del agua que me llamara la atención. Cavé un pequeño hoyo y enterré las cenizas de esas páginas junto a algunas semillas. Para mi, simbolicé que le regresaba al Universo esa ilusión (no el de embarazarme en general, sino el de tener justo a Bebé), y lo sembraba con las semillas que simbolizaban el aprendizaje, y puse todo en esa tierra hermosa y fértil. A mis ojos ahí es donde está enterrado mi Bebé. Como ves, hay rituales que pueden ser en familia y otros individuales. Si tienes hijos vivos, aunque sean pequeñitos, son parte del grupo familiar y tienen derecho a saber que tienen otro hermano aunque no haya llegado a nacer. Tienen derecho a preguntar, a recibir respuestas y despedirse del bebé con el que ya no van a jugar. Disimular la tristeza enfrente de ellos no es lo más adecuado, los niños son fantasiosos por naturaleza y pueden hacerse muchas ideas, pero definitivamente perciben que algo no va bien. Mi invitación es a que confíes en la sabiduría infinita de los niños, tienen una manera tan pura y bella de entender la vida y la muerte, que sólo necesitan unos papás lo suficientemente abiertos para acompañarlos. Los rituales pueden ser para despedirte y transitar todas las etapas del duelo, así como para darle la bienvenida a un nuevo ser el día que decidas estar lista para abrirte de nuevo al amor. Sé tu propia guía y fluye con tu intuición, sabrás en que momento hacer tus rituales.

CAPÍTULO NUEVE RECONCILIACIÓN CON EL MUNDO

“Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños solo porque uno de ellos no se cumplió” Antoine de Saint-Exúpery

Cuando perdemos un hijo, sentimos que el mundo se paraliza. Que nada tiene sentido. Pero en realidad, pronto nos damos cuenta que el planeta siguió girando, y que las personas han continuado con sus vidas con toda naturalidad. Esta corriente eterna es precisamente la que eventualmente nos impulsa a entrar al río y comenzar a nadar de nuevo.

Hay que ser pacientes con nosotros mismos en cuestión de tiempo y de transición, por más “funcionales” que queramos vivirnos en el mundo, la verdad es que nuestro interior necesita tiempo para procesar emociones y pérdidas. Recuerdo la primera fiesta fuera de la ciudad a la que fuimos mi esposo y yo, a pesar de que no estábamos de ánimo de enfiestarnos, sí queríamos acompañar a nuestros amigos en la celebración de su matrimonio, así es que con todo y todo, fuimos. Con risas nos burlamos de mi distracción, soy particularmente hábil preparando maletas por la cantidad de viajes largos que he hecho a lo largo de mi vida, pero aún así, para una salida de una noche, mi maleta era un desastre: me faltó maquillaje que cargo normalmente en la bolsa, mis sandalias de baño eran diferentes, me llevé un solo calcetín y además, me llevé tenis blancos, solo que de pares diferentes. Con un ejemplo tan básico como éste, te comparto que es normal estar “funcionando” en el mundo aunque en realidad estés de autómata sin hacer las cosas realmente a conciencia, y ¿sabes algo?. Está bien. Si puedes ríete contigo por tu distracción, date permiso de equivocarte y continúa, seguramente no será la única vez que te pase. La transición no es fácil. Sobre todo porque el mundo no se paró, pero el nuestro sí. Todos han continuado con sus vidas, y nosotros aún no queremos hacerlo. Es una resistencia terrible porque no se quiere soltar el dolor, y al mismo tiempo la corriente nos empuja a hacerlo. En cierto sentido, reincorporarnos al mundo, es parte de la sanación. Como mamá, dentro de las primeras semanas tuve varias experiencias que me mostraron esto, como recordarás en mi historia, apenas salí del hospital y vi a una mujer con su divina panza de embarazo. La miré con dolor. Yo también quería estar así. Más tarde, en el supermercado, vi a una mamá regañar a su hijo y me dio mucha pena ver la carita asustada del niño. Miré a la madre casi con ternura.

-No tienes idea de lo que daría por estar en tus zapatos, y en lugar de regañar a mi bebé colmarlo de besos. –pensé Días después, encontré a la esposa de un amigo mío en el centro comercial, estaba de compras, empujaba la carriola y meneaba sus caderas de mamá seductora y feliz. Nos saludamos y me acerqué a ver al bebé. Sentí una puñalada en el corazón. Su bebito me miraba con los ojos muy fijos, como un búho y me sonreía ampliamente. Lo saludé, jugué con sus piecitos y me reí con él. -Cómo puede ser que yo no tuve esto con mi hijx, tantas veces me soñé jugando con sus manitas y pies.- me dije La lista siguió y siguió. Redes sociales, encuentros, historias, películas, por todas partes de pronto había imágenes de la felicidad que me fue arrebatada antes si quiera de probarla. Las mamás en duelo, pasaremos por esta etapa, es una reconciliación con las otras mamás y con los bebés. La autora Mónica Álvarez lo llama paradoja mental: para la mamá el cuerpo ya no está embarazado, pero de alguna manera la mente sí pues aún se está pensando en cómo sería la carita de su bebé y lo percibe como real, aunque físicamente ya no esté. En esta paradoja, no siempre lo que se siente son celos, que como tal es desear lo que otro tiene, casi con ganas de arrebatarle esa felicidad. Otras veces es enojo, por una sensación de injusticia. Son tantas emociones que se viven en esa paradoja… al final, en mi caso, entendí que desear en mi corazón que mi hijo estuviera vivo ya no era realista, puesto que no fue así y de todas maneras no iba a ser posible, mi bebé no tenía posibilidades de haber sobrevivido. Más bien lo que sentía era una añoranza de lo que visualicé en mi vida y no se logró. Nostalgia y melancolía. Quizá el gran tsunami que nos empuja a una reconciliación es la búsqueda y encuentro de un siguiente hijo. Entrevisté a algunas mujeres que estaban justo en la búsqueda y otras que ya estaban embarazadas. Me encontré con dos constantes: miedo y culpa.

Al comenzar a buscar un nuevo bebé, hay miedo por no poder concebir y de pronto puede sentirse culpa por seguir adelante y “olvidar” al hijo que se perdió. Cada inicio de menstruación es un fracaso y una nueva espera, se vive tensión entre la pareja, sobre todo del lado de la mamá. Hasta que finalmente se sienten los primeros síntomas, llega la fecha y se hace la prueba casera. Positiva. Cuando una madre ha perdido su primer hijo, también ha perdido la inocencia del embarazo, no volverá a vivirlo con la misma tranquilidad ni confianza. Apenas sienta un poco de cólico, estará imaginando lo peor. Una mancha de sangre y el mundo se le derrumba. Cada cita para la ecografía se vive agridulce, sobre todo en el tiempo en el que se perdió el anterior, como el primer o segundo trimestre, por una parte la felicidad de ver al bebé y por otro lado el miedo de que algo vaya mal. Será vital haber transitado un duelo por el bebé anterior para poder recibir esta gran ola con la mayor tranquilidad posible, de lo contrario, el tsunami puede ser devastador para los padres. Física y emocionalmente. A estos bebés se les llama “bebe arcoíris” pues es un pequeño que viene a traer luz en donde había oscuridad, trae colores después de la tormenta. A mi gusto, este término no me parece afortunado, en mis ojos todos los bebés son arcoíris por sí mismos, son un milagro de la naturaleza. Ninguno sustituye al anterior, ni tampoco un bebé debería ser el que le traiga de nuevo alegría a la mamá o el que le borre la tristeza. Esa es mucha responsabilidad para un pequeño. Los papás necesitamos transitar el duelo y reconciliarnos con el mundo, enfrentarnos al miedo y a la culpa. No recibir a este nuevo ser con brazos vacíos y llenos de tristeza, sino brazos abiertos y cálidos, repletos de amor. La realidad es que no hay una fórmula para reconciliarte con el mundo, tu encontrarás la manera de volver a nadar en la corriente. Tómate tu

tiempo. Cuando estés lista, entra de apoco al agua, o échate un clavado, como tú lo requieras, pero vuelve a nadar. Yo regresé al mundo de apoco, me di varios días para llorar antes de volver al trabajo, me quedaba solo el tiempo que me sentía bien en las reuniones familiares y me iba cuando lo necesitaba. Estos espacios fueron cruciales para mi sanación. Me reconcilié también con mi cuerpo, aún a pesar de no tener el resultado esperado, gracias a mi cuerpo albergué brevemente a un ser que a mis ojos es excepcionalmente hermoso, un milagro de la naturaleza que alberga la información de toda la humanidad, así es que visualizo ahora mi útero como un lugar sagrado, un santuario. Finalmente, poco a poco me acerqué también a las mujeres y sus bebés. Al principio fue difícil porque sostener un bebito me inundaba los ojos de lágrimas por la nostalgia de nunca haber cargado el mío. Hoy encuentro mucha ilusión cuando cargo a un bebé, disfruto su peso en mis brazos y río y hablo con ellos. Cuando veo a una mujer embarazada, le sonrío, le pregunto de cuántos meses está y si puedo le acaricio su barriguita, me siento muy entusiasmada cada vez que veo a una. Algún día estaré yo así, me digo. Eso es esperanza.

CAPÍTULO DIEZ VOLVER A VIVIR

“Qué es más fuerte que el corazón humano, que se fragmenta una y otra vez y aun así vive” Rupi Kaur

Por algunos días o meses, mamá y bebé han creado una simbiosis. La comunicación materno-filial se da a nivel emocional, pero sobre todo

molecular. Por lo tanto, cuando deja de latir un hijo, algo en el corazón de la madre muere también. El alma se parte, y muchas emociones intervienen en esta crisis. Recuerdo que vi una película sudamericana mientras reposaba en casa, La memoria del agua. En ella, dos padres pierden a su hijo de cuatro años en un accidente en la alberca. Tras la tragedia, viven una ruptura amorosa, y cada uno está buscándose a sí mismo de nuevo. Un día se reencuentran y tienen un momento cúspide donde bailan, ríen y hacen el amor. Al día siguiente ella despierta y se aleja, llora y repleta de culpa le dice a su exmarido “si nosotros somos felices, él no existe”. Esta película me caló en la médula por muchas cosas, pero sobre todo, porque puso en imagen y palabra las sensaciones que habían rondado en mi corazón: miedo y culpa. Es un momento crucial. Hay mucha culpa de seguir, de volver a reír, de hacer el amor, de ser feliz. ¿Cuál es el tiempo indicado para ir a una fiesta después de una pérdida? ¿Cuándo está permitido reír a carcajadas? ¿A partir de qué fecha está permitido volver a amar?. La memoria del agua me mostró una posibilidad, vivir en aislamiento, vivir eternamente con el dolor. Era tentadora, en esa agonía viviría (o moriría) como una mártir de mi bebé muerto. “Si tú no pudiste vivir entonces yo tampoco”. Me parecía lógico, porque de todos modos por dentro me sentía muerta. El padre de la película, le dice a la esposa “ya lo perdimos a él, no nos perdamos a nosotros”, esa frase acomodó algo en mi interior. Ahí estaba mi otra posibilidad. Sí, en los momentos más amargos sentía que me moría, que nada tenía sentido. Pensamientos catastróficos como: Si la vida me quitó a mi hijx es porque quizá no me lo merecía. Quizá no soy una buena mujer. Quizá Pedro encontrará eventualmente a alguien que sí pueda traer hijos al mundo… Pero si ya había perdido a mi bebé, no podía perderme a mí misma.

Mi muerte en vida no podía ser el legado de Bebé. Tras pasar el pantano de mi dolor, y el obscuro bosque de mi agonía, encontré un manantial de amor. Un amor infinito. Jamás había sentido tanto, tanto amor. Sigue emanando hoy. Es fuente infinita. El poeta Rumi tiene una frase muy sabia que todos los días adquiere un nuevo significado para mí. “La herida es el lugar por donde entra la luz”. La muerte de Bebé me llenó de una luz que no había querido ver cuando lloraba amargamente. Pero ahí estaba, resplandecía fuerte, como sus primeros latidos. Me calentaba y reconfortaba. No como un recuerdo feliz, sino como una presencia en mi vida. Encontré que me quedé con los brazos vacíos, pero con el corazón lleno. Ese es el legado de Bebé, puro amor y luz. Y aprendí, que aquel manantial de amor no provenía solo de Bebé, también de mí. De esa herida que me hizo añicos. Rocié oro en mis heridas como el kintsugi de los japoneses. Abracé las ganas de vivir, de seguir adelante. Explorar, sentir, correr. Amar. Siempre había estado enamorada de mi esposo, y aún así encontré nuevas formas de amarlo y compartirme con él. Retomé mis pasiones con mucha más fuerza, conectarme con la naturaleza, escribir, leer, pintar: Todo el planeta me pareció más bello, más radiante. Decidí que en adelante, mi camino no podía estar equivocado, pues cada paso lo daré en honor a este gran amor, y no hay error cuando se honra al amor. La vida es como navegar en el mar, pocas cosas están bajo nuestro control, sin embargo, lo que sí está en nuestras manos es la elección de cómo afrontamos las olas, la adversidad, y la calma. El propio ciclo de este océano de la vida te ayudará a fluir de nuevo y si de pronto necesitas una pausa, busca una isla desierta donde llorar tus penas y dormir lo que necesites, que ya cuando estés lista de nuevo, siempre estará el mar esperándote. Querida mamá y papá, no sé en qué fase estés de tu proceso tan doloroso, pero te toca vivirlo.

Llora, patalea, túmbate. Acepta los días buenos y vívelos, y acepta los días malos y duélete con ellos también. Y cuando hayas terminado, encuentra muchas maneras de despedirte. No soy nadie para darte sugerencias de cómo salir de ésta, tú tienes las herramientas y la capacidad de encontrar el significado y aprendizaje de ésta pérdida, y si no las tienes aún, las desarrollarás. Mi deseo para ti es que no permitas que pase tu vida entera para volver a amar, reír y vivir, la vida sigue y la tuya también. Así honras a tu hijo.

CAPÍTULO ONCE ¿DÓNDE ESTÁ BEBÉ? “Puedes llorar porque se ha ido, o puedes sonreír porque ha vivido. Puedes cerrar los ojos Y rezar para que vuelva. O puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado: Tu corazón puede estar vacío Porque no lo puedes ver. O puede estar lleno del amor que compartiste. Puedes llorar, cerrar tu mente, Sentir el vacío y dar la espalda, O puedes hacer lo que a él le gustaría: Sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.” Poema tradicional escosés

Cuando falleció mi bebé muchas veces me pregunté. ¿Dónde está Bebé? ¿A dónde se lo llevaron? ¿Qué hicieron con su cuerpecito diminuto que no me permitieron ver? Estas preguntas me acechaban, yo sabía que había existido, lo sentí en todo mi cuerpo, lo vi en la pantalla de las ecografías, lo imaginaba en mis brazos. Pero conforme pasaba el tiempo, su presencia se hacía más tenue, empezaba a desdibujarse entre la realidad y un recuerdo. Es difícil retener

en la memoria a alguien a quien no se le vio el rostro, no se tocó y acarició. De pronto lo encontré en mi mente sólo como la silueta ilegible del ultrasonido. Ahí fue cuando me puse a buscar. No podía ser que su presencia se hubiera borrado de la faz de la Tierra. Simplemente no entraba en mi cabeza. No lo podía aceptar. ¿Dónde estaba Bebé entonces? Para responder, primero hay que hablar de lo biológico. Las células de la mamá y del embrión no tienen el mismo genoma. Son ajenas, así es que para el sistema inmunitario materno hay un reto, ya que si lo reconociera como extraño a su organismo, éste desarrollaría una respuesta para acabar con dicho embrión, lo asombroso es que no ocurre (salvo cuestiones patológicas). Entonces, el cuerpo de la madre “decide” aceptar este ser, y lo aloja, garantizando su crecimiento. Así, la placenta y la decidua serán los intermediarios de nutrientes entre mamá-bebé. A través de éstas habrá también comunicación. Dentro de todo este traspaso de nutrientes, comunicación y demás, hay también un fenómeno que se llama microquimerismo. Básicamente, un pequeño número de células entran en el flujo sanguíneo de la mamá, y viceversa. Después del parto (o aborto), estas células, pueden existir en la madre por décadas. Y son capaces de establecerse dentro de algún tejido, convirtiéndose en parte del cuerpo. Qué maravilla. Mi sorpresa no acabó ahí. Resulta que en el vientre materno, en cualquier etapa de la vida, se puede encontrar ADN de todos los hijos que pasen por ahí, incluyendo los no nacidos. Magia. En resumen, en mi sangre, en mi organismo, corren las células de Bebé, lo harán por años, con suerte toda mi existencia, y no solo eso,

además en mi útero por siempre estará, aunque diminuto, el ADN de todos los hijos que tenga en esta vida. Incluyendo a Bebé, mi primer milagro. Sentí un gran alivio y también felicidad leer esa información. Después de todo mi instinto me decía que no podía ser posible que mi bebé se hubiera desechado así sin más. Luego, mi pregunta extendió su red a las otras esferas de la vida. Al final, lo resumo así: Utilizo frecuentemente la frase perdí a mi bebé. Y es verdad, pues en cierto sentido lo perdí porque ya no lo tengo conmigo. Pero después de todo este tiempo, la frase me viene corta, o incluso inadecuada, “perdí” a alguien que encuentro en todas partes. Está en mis células. En mi árbol genealógico. En mis sueños y metas que he construido a partir de ser mamá. Bebé vive aún en mi cuerpo. Vive en mi recuerdo y en mi alma. Está aquí, en estas letras. Entonces, a mi pregunta constante, ¿Dónde está Bebé? Yo me respondo, Bebé está en todas partes.

CAPÍTULO DOCE A MANERA DE CONCLUSIÓN (O INICIO?)

Un gran aprendizaje ha sido el compartirme. Usualmente cuando se vive un duelo así hay mucha sensación de soledad, de poca empatía y muchas veces minimización del hecho. Así me sentí en un principio, pero me permití salir de la sombra, mostrar mi herida abierta y ver qué pasaba. El resultado fue maravilloso. Gracias a mis padres, que me cargaron en la vida, y me han sostenido en mis pérdidas. A mi papá por estar cerca en el escrito de este libro, y a mi mamá que no perdió ni un momento la mirada sobre mí. Gracias a mi hermano por acompañarme con silencio y escucha, hay veces que no es necesario hablar. Gracias a mis suegros, que nos han apoyado y entendido. Gracias a nuestras familias, que cada uno a su manera se ha hecho presente. A las grandes amigas y amigos, que me permitieron llorar y expresarme sin aconsejar ni juzgar. A cada una de las personas conocidas o no, que se tomó el tiempo de pensar en nosotros, de escribir, de ofrecer sus condolencias, de compartir sus historias. Me siento muy amada. Pero sobre todo, gracias a Pedro. No eres “mi alma gemela”. Eres el alma que elegí con plena consciencia para compartir mi vida. Has sido mi gran maestro, mi entrañable cómplice y mejor aliado siempre. En nuestros años de matrimonio nos hemos reinventado y mejorado la forma de relacionarnos. Hoy sé que somos más fuertes, más unidos y entregados.

Me has seguido el paso en mis cambios, revoluciones y tropezones, y me he sentido aceptada en cada una de mis facetas. Yo te he amado en cada una de las tuyas. Es un gran honor llamarte esposo. Termino diciéndote a ti, Bebé, que ser tu mamá ha sido la mayor bendición de mi vida. Cambié para siempre. No verte ha sido el dolor más profundo. Sólo tu sabes cuánto he llorado. Ese llanto ha purificado mi corazón. Imagino cómo todas mis lágrimas formaron un río que te llevó a la eternidad. Despedirme de ti antes de besarte de bienvenida y soltarte antes de tener la fortuna de abrazarte, es lo más difícil y valiente que he hecho en la vida. Aún sabiendo que te irías, te volvería a abrigar en mi interior con el mismo amor, te cantaría mil veces tu canción, Three Little birds, y acariciaría mi barriga donde estabas a todas horas. Nunca dejaré de ser madre, porque aunque no me perteneces, jamás dejarás de ser mi hijx. Es en el gran amor a ti con lo que me sostengo, y con lo que abrazo tu recuerdo. Me has enseñado que vale la pena amar apasionadamente, aún con el riesgo de perder. Que vale la pena intentar e intentar, aún con el riesgo de fallar. Me inspiras a transitar esta vida con corazón abierto. Te amo siempre.

BIBLIOGRAFÍA Álvarez Mónica, Claramunt M. Ángels, Carrascosa Laura, Silvente Cristina, Las voces olvidadas Bucay Jorge, El camino de las lágrimas Breinholst Willy, ¡Hola, aquí estoy! Brown Brené, El poder de ser vulnerable Claramunt M. Ángels, Álvarez Mónica, Jové Rosa, Santos Emilio, La cuna vacía Hay Louise, El poder está dentro de ti Hay Louise, Usted puede sanar su vida Kübler-Ross Elisabeth, Sobre la muerte y los moribundos Kübler-Ross Elisabeth, Kessler David, Lecciones de vida Kübler-Ross Elisabeth, La rueda de la vida Kübler-Ross Elisabeth, Los niños y la muerte Kübler-Ross Elisabeth, La muerte, un amanecer Moorjani Anita, Morir para ser yo Murkoff Heidi, Qué se puede esperar cuando se está esperando Nhat Hanh Thich, La paz interior Paquin Caroline, La habitación vacía Puig Mario Alonso, Reinventarse Van der Hart Onno, Rituales en psicoterapia

ÍNDICE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

NUESTRA HISTORIA EL NOMBRE SÍ IMPORTA EL PODER DE LAS PALABRAS IDENTIDAD TIEMPO CULPA PROCESO RITUALES RECONCILIACIÓN CON EL MUNDO VOLVER A VIVIR DÓNDE ESTÁ BEBÉ? A MANERA DE CONCLUSIÓN… (O INICIO?)

¿Dónde está Bebé? se terminó de imprimir en enero de 2020 en los talleres de El Encuadernario, Colina de Aguamarina 101, Col. Colinas de Plata, León , Guanajuato, México. Impreso sobre papel bond ahuesado de 90 g y sundance felt white de 104 g .
El tiraje consta de 100 ejemplares. Contacto: [email protected] www.terapiagestaltleon.com Instagram:@karenpadillagestalt

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