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ANDREAS MORITZ

LIMPIEZA HEPÁTICA Y DE LA VESÍCULA Una poderosa herramienta de autoayuda para aumentar su salud y bienestar

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Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición...) y gustosamente le complaceremos. Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com Los editores no han comprobado ni la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto. Todas las disposiciones legales citadas en esta obra se refieren a la legislación norteamericana. Colección Salud y vida natural LIM PIEZA HEPÁTICA Y DE LA VESÍCULA Andreas Moritz 1.ª edición en versión digital: junio de 2015 Título original: The Amazing Liver & Gallbladder Flush Traducción: Joana Delgado Ilustraciones: Andreas Moritz Corrección: Mª Ángeles Olivera Cubierta: Mònica Gil Rosón Maquetación papel: Marta Rovira © 1998, Andreas Moritz (Reservados todos los derechos) © 2006, Ediciones Obelisco, S.L. (Reservados los derechos para la presente edición) Edita: Ediciones Obelisco S.L. Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta 08005 Barcelona-España 3

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23 E-mail: [email protected] ISBN EPUB: 978-84-9111-000-2 Depósito Legal: B-15.023-2015 Maquetación ebook: Caurina.com Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Contenido Portadilla Créditos Introducción 1. Cálculos biliares en el hígado. Un grave riesgo 2. ¿Cómo saber si se tienen cálculos biliares? 3. Causas más comunes en la formación de los cálculos biliares 4. La limpieza hepática y de la vesícula 5. Reglas simples para evitar la formación de cálculos biliares 6. ¿Qué se puede esperar de una limpieza hepática? 7. Opiniones acerca de la limpieza hepática 8. Preguntas frecuentes Comentarios finales Lista de proveedores en EE.UU. Lista de proveedores para Europa Acerca del Autor

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Introducción

Muchas personas creen que los cálculos biliares sólo se encuentran en la vesícula, pero se trata de una suposición tan común como errónea. La mayoría de los cálculos biliares se forman en el hígado y, en comparación, muy pocos en la vesícula. Esto es fácil de verificar si se realiza una limpieza del hígado. Poco importa que uno sea lego en cuestiones de salud, médico, científico, o que le hayan extirpado la vesícula y, por tanto, se crea libre de tener cálculos: los resultados de la limpieza hepática hablan por sí solos. No hacen falta pruebas científicas o explicaciones médicas para resaltar el valor y la importancia de la limpieza hepática. Cuando el lector vea cientos de cálculos biliares de color verde, marrón o negro flotando en el inodoro en el transcurso de la primera limpieza hepática, se dará cuenta por sí mismo de que ha descubierto algo extremadamente importante en su vida. Y, quizás, llevado por la curiosidad, decida llevar los cálculos a analizar, o bien preguntar al médico su opinión. Puede que el médico le anime a proseguir con esta experiencia terapéutica o tal vez le diga que es totalmente ridícula y le aconseje que no la practique. Sin embargo, lo más significativo de esta experiencia es el hecho de que uno toma las riendas de su propia salud, probablemente por primera vez en la vida. No todo el mundo es tan afortunado como usted, lector; según las estadísticas, aproximadamente un 20 % de la población mundial desarrollará en algún momento de su vida cálculos biliares en la vesícula. Sin embargo, esta cifra no incluye a la gran cantidad de personas que llegarán a desarrollar cálculos biliares en el hígado, o que ya los tienen. En los treinta años que llevo practicando medicina naturista he tratado a miles de personas que sufrían todo tipo de enfermedades crónicas, y puedo constatar que cada una de ellas, sin excepción, ha tenido una cantidad considerable de cálculos biliares en el hígado. Sorprendentemente, muy pocos pacientes han presentado un historial de cálculos biliares en la vesícula. Los cálculos biliares en el hígado son, como se verá en este libro, el principal obstáculo para adquirir y mantener un óptimo estado de salud, juventud y vitalidad. En realidad, los cálculos son una de las principales razones por las que las personas enferman y tienen dificultades para recuperarse. No querer reconocer la incidencia de la formación de cálculos biliares en el hígado es, tal vez, uno de los mayores y más desafortunados errores de la medicina, 6

tanto de la alopática como de la alternativa. Confiar plenamente, como hace la medicina convencional, en los análisis de sangre para realizar un diagnóstico supone una desventaja a la hora de comprobar la salud del hígado. La mayoría de las personas que sufren algún problema de salud muestran unos niveles de enzimas hepáticas perfectamente normales, a pesar de padecer congestión en el hígado. La congestión y el estancamiento hepático se encuentran entre los problemas sanitarios más comunes y, sin embargo, la medicina convencional raramente se refiere a ellos, ni tampoco los médicos cuentan con una forma fiable de detectar y diagnosticar estos trastornos. Los niveles de enzimas hepáticas en sangre aumentan cuando en el organismo existe un avanzado nivel de destrucción celular, como sucede, por ejemplo, en el caso de la hepatitis o inflamación del hígado. Las células hepáticas contienen gran cantidad de enzimas; cuando cierto número de células hepáticas se desgarra, las enzimas penetran en la sangre y, a través de un análisis clínico, muestran una anomalía en el hígado. Pero, entonces, el daño ya ha ocurrido. Tienen que transcurrir muchos años de congestión crónica en el hígado hasta que el deterioro de este órgano salga a la luz. Los análisis clínicos estándar casi nunca muestran la incidencia de piedras en el hígado; de hecho, la mayoría de los médicos ni siquiera saben que las piedras pueden desarrollarse también en este órgano. De hecho, la mayoría de los médicos ni siquiera saben que las piedras pueden desarrollarse en el hígado también. Tan sólo algunas de las universidades dedicadas a la investigación, como la prestigiosa Johns Hopkins University, describe e ilustra esas piedras hepáticas en sus publicaciones médicas o en sus páginas web, refiriéndose a ellas como «piedras intrahepáticas».1 Comprender que los cálculos en el hígado contribuyen a la aparición de prácticamente cualquier tipo de enfermedad, y seguir unos simples pasos para eliminarlos, significa hacerse cargo uno mismo de la propia salud, de restablecerla, y gozar de vitalidad de manera permanente. Los resultados de la limpieza hepática – la que se hace uno mismo, o la de los pacientes, en el caso de un profesional sanitario– son realmente satisfactorios. Tener un hígado limpio significa poder contar con una nueva oportunidad para vivir. El hígado ejerce un control directo sobre el desarrollo y el funcionamiento de cada célula del cuerpo. Cualquier tipo de disfunción, deficiencia o crecimiento anómalo en las células se debe, en gran parte, a un mal funcionamiento hepático. Incluso tras perder hasta un 60 % de su rendimiento original, el hígado, gracias a su extraordinario diseño, habitualmente parece funcionar «adecuadamente», como indican los valores sanguíneos equilibrados. Si bien esto lo ignoran tanto el médico

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como el paciente, el origen de la mayoría de las enfermedades puede localizarse fácilmente en el hígado. El primer capítulo del libro está dedicado a esa importante relación. Cualquier enfermedad o síntoma de mala salud está causado por algún tipo de obstrucción. Cuando un vaso sanguíneo se obstruye y, por tanto, deja de suministrar oxígeno o nutrientes a un grupo celular, tendrá que activar determinadas medidas de emergencia para poder sobrevivir. Por supuesto, muchas de las células afectadas no sobrevivirán a esa «hambruna» y simplemente morirán. En cambio, otras más resistentes aprenderán a adaptarse a la situación adversa a través del proceso de mutación celular y a cubrir sus necesidades energéticas utilizando los productos tóxicos de los residuos metabólicos, como, por ejemplo, el ácido láctico. La situación de esas células podría compararse a la de una persona en el desierto que, a falta de agua, decide beber su propia orina para sobrevivir. La mutación celular que lleva a la formación de un cáncer es tan sólo un último intento del organismo para evitar una muerte inmediata por envenenamiento séptico y un colapso total. Sin embargo, es bastante habitual y totalmente rocambolesco llamar enfermedad a esa respuesta normal del cuerpo frente a la acumulación de residuos tóxicos. Lamentablemente, la ignorancia de la auténtica naturaleza del cuerpo humano ha llevado a muchos a creer que ese mecanismo de supervivencia es una «enfermedad autoinmune». La palabra autoinmune indica que el cuerpo intenta ir contra él mismo y que, prácticamente, busca el suicidio. Nada más lejos de la realidad. Los tumores cancerosos son el resultado de una gran congestión en los tejidos conectivos, los vasos sanguíneos y los conductos linfáticos, y todo ello evita que las células sanas reciban suficiente oxígeno y nutrientes vitales.2 Pero existen otras obstrucciones más evidentes que también pueden desbaratar el bienestar general del cuerpo. Un colon constantemente estreñido impide que el cuerpo elimine los desechos que contienen las heces. La retención de esos desechos en la parte inferior de los intestinos provoca un entorno tóxico en el colon y, si la situación no se resuelve, en todo el organismo. Las infecciones y los fallos renales pueden ser una respuesta frente a la acumulación de piedras calcificadas o depósitos de grasa en el riñón, y, de ese modo, se obstruye el flujo de la orina en los riñones o en la vejiga. La acumulación de esos depósitos minerales en el sistema urinario puede provocar retención de líquidos y aumento de peso, así como cientos de síntomas diversos. Cuando se acumulan desechos tóxicos acídicos en el pecho y en los pulmones, el organismo responde con secreciones mucosas con el fin de atrapar las sustancias

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tóxicas. Como consecuencia, las vías respiratorias se congestionan y apenas permiten respirar. Si el organismo estaba ya muy congestionado y repleto de toxinas, puede llegar a producirse una infección pulmonar. Las infecciones pulmonares se deben al esfuerzo del organismo por destruir y luego eliminar las células dañadas o debilitadas, que, de otra manera, empezarían a descomponerse, si no estaban ya descompuestas (formación de pus). La congestión pulmonar impide la eliminación natural de las células debilitadas o dañadas. Si la congestión no se resuelve por medios naturales, o bien se incrementa a causa de unos hábitos alimentarios deficitarios, es posible que el pus quede atrapado en los tejidos pulmonares. De manera natural, las bacterias destructoras empezarán a desarrollarse para ayudar al organismo en su desesperado esfuerzo por limpiar la zona congestionada, la cual está repleta de células en descomposición y otros productos de desecho. Los médicos denominan a este mecanismo de supervivencia infección estafilocócica o neumonía. Una mala audición o una infección de oído pueden ser afecciones causadas por una mucosidad densa repleta de toxinas y bacterias vivas o muertas que penetra en los conductos que van de la garganta a los oídos (trompa de Eustaquio). Asimismo, un espesamiento de la sangre causado por alimentos o bebidas altamente acidificantes puede reducir el flujo sanguíneo en capilares y arterias, y, como consecuencia, acarrear numerosos problemas físicos, desde una simple irritación cutánea, artritis, o presión arterial alta a incluso un ataque cardíaco o un derrame cerebral. Este tipo de obstrucciones en el organismo están directa e indirectamente vinculadas a un mal funcionamiento hepático, especialmente al bloqueo que ocasionan los cálculos biliares en el hígado y la vesícula. La presencia de fragmentos de bilis coagulada y de otras sustancias, orgánicas e inorgánicas, que quedan atrapadas en esos órganos interfiere en gran manera en los procesos vitales del cuerpo, como la digestión de los alimentos, la eliminación de desechos y la desintoxicación de las sustancias dañinas en la sangre. Si se descongestionan los conductos biliares del hígado y la vesícula, los 60 a 100 billones de células del cuerpo pueden «respirar» más oxígeno, recibir suficiente cantidad de nutrientes y eliminar de manera eficaz los productos de desecho metabólicos, al mismo tiempo que mantener unos canales de comunicación perfectos con los sistemas nervioso y endocrino, así como con las otras partes del cuerpo. La mayoría de los pacientes que sufren una enfermedad crónica tienen un exceso de cálculos biliares en el hígado. Un médico puede confirmarlo fácilmente haciendo que su paciente crónico realice una limpieza hepática. Es cierto que, a menos que se

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detecte una enfermedad hepática determinada, raras veces se considera al hígado «culpable» de cualquier otra enfermedad. Gran parte de los cálculos hepáticos están formados por los mismos componentes «inocuos» que se encuentran en el flujo biliar, y el colesterol es un ingrediente principal. Muchas piedras están formadas por ácidos grasos y otros materiales orgánicos que acaban en los conductos biliares. El hecho de que la mayoría de esas piedras no sean más que bilis coagulada o materia orgánica hace que sean prácticamente «invisibles» frente a los rayos X, las tecnologías de ultrasonidos y las tomografías axiales computerizadas (TAC). La situación cambia bastante en lo referente a la vesícula, en la que alrededor de un 20 % de las piedras están formadas totalmente por minerales, especialmente por sales cálcicas y pigmentos biliares. Mientras que las pruebas pueden diagnosticar fácilmente esas piedras duras y relativamente grandes de la vesícula, no suelen detectar las más blandas y no calcificadas que se encuentran en el hígado. Sólo puede detectarse por medio de un examen ultrasónico cuando un número excesivo de piedras, formadas por colesterol (de un 85 a un 95 % de colesterol) o por acumulaciones de grasa, bloquean los conductos biliares del hígado , y se diagnostica lo que generalmente se denomina un hígado graso. En tal caso, las imágenes ultrasónicas muestran un hígado blanco (y no de color negro). Un ácido graso puede albergar hasta 20.000 piedras antes de sufrir un colapso total por asfixia. Si un paciente tiene un hígado graso y acude al médico, éste le dirá que tiene un exceso de tejido graso en ese órgano; sin embargo, es bastante improbable que le comente que tiene piedras intrahepáticas (piedras que obstruyen los conductos biliares). Como se ha mencionado anteriormente, la mayoría de las piedras pequeñas del hígado no pueden detectarse por medio de pruebas ultrasónicas o TAC, pero un cuidadoso análisis de las imágenes por parte de especialistas mostraría que algunos de los conductos biliares más pequeños del hígado se han dilatado a causa de la obstrucción. Una resonancia magnética (prueba radiológica) puede determinar con mayor facilidad si existe una dilatación de esos conductos como consecuencia de piedras más densas o grupos de ellas. Sin embargo, a menos que haya indicios de problemas hepáticos graves, los médicos en raras ocasiones buscan piedras intrahepáticas. Lamentablemente, si bien el hígado es uno de los órganos de mayor importancia del cuerpo humano, también sus alteraciones quedan con demasiada frecuencia sin diagnosticar. Aun cuando se detectara y diagnosticara un hígado graso en su primera fase o la formación de cálculos biliares, hoy en día, las clínicas no ofrecen ningún tratamiento

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que ayude a este órgano vital a liberarse de la pesada carga que tiene que soportar. Lo cierto es que son muchas las personas que han llegado a acumular cientos y, en muchos casos, miles de depósitos biliares endurecidos en el hígado. Esas piedras continuamente obstruyen los conductos biliares. En vista de los efectos adversos que estos cálculos tienen en el funcionamiento hepático, es irrelevante su composición. Aunque nuestro médico o nosotros mismos los consideremos cálculos biliares convencionales, depósitos de grasa o coágulos de bilis endurecida, el hecho es que impiden que la bilis fluya libremente y llegue a los intestinos. La pregunta clave es: ¿cómo algo tan simple como una obstrucción biliar puede causar problemas tan complejos como una insuficiencia cardíaca congestiva, la diabetes o el cáncer? La bilis es un líquido amargo y alcalino de color amarillo, marrón o verde que tiene múltiples funciones. Cada una de ellas repercute directamente en la salud de cada órgano y sistema corporal. Además de ayudar a digerir las grasas, el calcio y las proteínas de origen animal, la bilis es necesaria para mantener los niveles de grasa en sangre, eliminar toxinas del hígado, mantener el equilibrio ácido/alcalino del tracto intestinal y evitar que se desarrollen microbios dañinos en el colon. El hígado, a fin de mantener un sistema digestivo sano y fuerte y alimentar a las células del cuerpo con una adecuada cantidad de nutrientes, tiene que producir entre 1,1 y 1,6 litros de bilis al día; una cantidad menor implicaría problemas digestivos y de eliminación de desechos, así como un sobreesfuerzo del organismo para desintoxicar la sangre. Muchas personas sólo producen una cuarta parte, o menos, de la cantidad de bilis necesaria. Como se demostrará en este libro, casi todos los problemas de salud son consecuencia directa o indirecta de una escasa producción biliar. Las personas con enfermedades crónicas a veces tienen miles de cálculos biliares que congestionan los conductos biliares del hígado. Algunas de esas piedras pueden haberse desarrollado en la vesícula. La expulsión de las piedras por medio de varias limpiezas del hígado, así como seguir una dieta y un estilo de vida equilibrados, hará que el hígado y la vesícula puedan restablecerse y que la mayoría de los síntomas de malestar o enfermedad empiecen a disminuir. Con este tratamiento, cualquier alergia persistente disminuirá o desaparecerá, el dolor de espalda se disipará, y la energía y el bienestar mejorarán de forma espectacular. La limpieza de los conductos biliares es uno de los métodos más eficaces para recuperar o mejorar su salud. En este libro, el lector aprenderá el modo de expulsar, de una sola vez y sin dolor alguno, cientos de esos cálculos. El tamaño de las piedras puede variar desde el de una cabeza de alfiler hasta el de una pequeña avellana. La limpieza hepática propiamente dicha requiere menos de 14 horas y puede realizarse fácilmente en casa

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durante un fin de semana. En el capítulo 1 se explica detalladamente por qué la presencia de cálculos biliares dentro y fuera del hígado puede considerarse el mayor riesgo y causa de casi todas las enfermedades, ya sean graves o leves. En el capítulo 2, se aprende a identificar algunas de las señales y síntomas que indican la presencia de cálculos en el hígado o la vesícula. Otros apartados del libro muestran las posibles causas de los cálculos biliares y cómo prevenir que vuelvan a desarrollarse. En el capítulo 6, «¿Qué se puede esperar de una limpieza hepática?», se señalan los beneficios que aporta para la salud este programa intensivo de autoayuda. También se destaca lo que comentan algunas personas sobre sus experiencias con la limpieza hepática. En el capítulo 8, en un apartado sobre las preguntas más frecuentes, se aportan soluciones a muchas dudas que pueden surgir sobre la limpieza. Para obtener el mayor beneficio posible de este tratamiento, recomiendo encarecidamente al lector que lea todo el libro antes de iniciar la limpieza hepática. Le deseo el mayor de los éxitos en el camino que le llevará a conseguir un estado perenne de salud, felicidad y vitalidad.

1 En Internet, busque Johns Hopkins Medical Institutions y marque Digestive Disease Library, seleccione Biliary Tract, luego Cholangiocarcinoma, vaya a pie de página y seleccione Next Section; después, en la página, observe la última ilustración que aparece. 2 Para comprender mejor qué es realmente el cáncer y qué causas lo motivan, véase el libro de Andreas Moritz El cáncer no es una enfermedad, de Ediciones Obelisco.

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Cálculos biliares en el hígado: un grave riesgo para la salud

Imaginemos el hígado como una gran ciudad con miles de calles y casas repletas de tuberías para la distribución del agua y del gas. Los sistemas de alcantarillado y los camiones de basura se encargan de limpiar los desperdicios de la ciudad. Las líneas de alta tensión distribuyen la energía a los hogares y las empresas. Las fábricas, los sistemas de transporte, las redes de comunicación y los comercios cubren las necesidades diarias de sus habitantes. La ciudad está organizada de tal forma que provee todo lo necesario para la subsistencia de la población entera. Sin embargo, si la vida en la ciudad se paraliza de repente a causa de una huelga general, un gran apagón, un terremoto devastador o un grave atentado terrorista, como el ocurrido en la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, la población comenzará a sufrir importantes consecuencias en todos estos ámbitos. Al igual que la infraestructura de una ciudad, el hígado tiene miles de funciones diferentes y está relacionado con todas las partes del organismo. Está ocupado todo el día, a cada momento, en crear, procesar y proveer enormes cantidades de nutrientes, los cuales alimentan a entre 60 y 100 billones de los habitantes del cuerpo, las células. Cada célula es, en sí misma, una microscópica ciudad de extraordinaria complejidad, con miles de millones de reacciones químicas por segundo. A fin de mantener sin interrupción las increíbles y diversas actividades de las células del cuerpo, el hígado las provee con un constante raudal de nutrientes y hormonas. Debido a su complejo laberinto de venas, conductos y células especializadas, el hígado necesita estar libre de cualquier obstrucción para poder mantener una «línea de producción» sin problemas y un sistema de distribución de nutrientes y hormonas sin impedimentos. El hígado es el órgano que se encarga principalmente de la distribución y el mantenimiento del suministro del «combustible» del cuerpo. Además, entre sus actividades, se incluye la descomposición de los compuestos químicos y la síntesis de las moléculas proteínicas. El hígado funciona como un filtro de limpieza; neutraliza las hormonas, el alcohol y los fármacos. Su tarea consiste en modificar 13

esas sustancias biológicamente activas para que pierdan su potencial efecto dañino, proceso denominado desintoxicación. Las células especializadas de los vasos sanguíneos del hígado (células de Kuppffer) capturan los elementos dañinos y los organismos infecciosos que llegan al hígado, procedentes del intestino. Un hígado sano recibe y filtra 1,5 litros de sangre por minuto y produce 1,2 litros de bilis diariamente, lo cual permite que las funciones hepáticas y del resto del organismo se desarrollen de un modo fluido y eficiente. Los cálculos biliares obstructores merman la capacidad del hígado de desintoxicar cualquier tipo de sustancias dañinas en la sangre que proceden del exterior y que se han generado en la sangre. Esos cálculos impiden también que el hígado aporte la cantidad adecuada de nutrientes y de energía a lugares precisos del organismo en el momento justo. Todo ello afecta al delicado equilibrio del cuerpo, conocido como homeostasis, lo que conlleva un mal funcionamiento de los sistemas y órganos del mismo.

Un claro ejemplo de tal desequilibrio es el aumento de la concentración en sangre de las hormonas endocrinas estrógeno y aldosterona. Estas hormonas, producidas tanto en hombres como en mujeres, son las responsables de la adecuada retención de agua y sal. Cuando las piedras congestionan la vesícula y los conductos biliares, esas hormonas no se descomponen y desintoxican de manera adecuada, por tanto, su concentración en sangre aumenta de forma inadecuada, lo que ocasiona inflamación en los tejidos y retención de líquidos. La mayoría de los oncólogos consideran que unos niveles de estrógeno demasiado altos son la principal causa del cáncer de mama en las mujeres. En los hombres, los altos niveles de esta hormona pueden producir un desarrollo excesivo del tejido mamario y un aumento de peso. Un elevado porcentaje de la población sufre sobrepeso u obesidad. Hombres, mujeres y niños con sobrepeso padecen también retención de líquidos (y, en comparación, escasa acumulación de grasa). Los líquidos retenidos contribuyen a atrapar y a neutralizar sustancias nocivas que el hígado ya no puede eliminar. Esto 14

ayuda a que una persona obesa o con sobrepeso pueda superar una crisis tóxica grave, posiblemente fatal, como un ataque de corazón, una intoxicación grave o una infección generalizada. Sin embargo, uno de los efectos secundarios de la retención de líquidos es que esas toxinas y otros residuos dañinos (desechos metabólicos y células muertas) se acumulen en diversas partes del cuerpo y congestionen las vías circulatorias y de eliminación. Cuando en cualquier parte del cuerpo se acumula un exceso de toxinas y residuos, comienzan a aparecer síntomas de enfermedad. Limpiar el hígado y la vesícula de los cálculos acumulados (véanse figuras 1a y 1b) ayuda a restablecer la homeostasis y a equilibrar el peso corporal, lo que permite que el cuerpo pueda curarse por sus propios medios. La limpieza hepática es, además, uno de los mejores métodos de prevención que existen para evitar prácticamente cualquier tipo de enfermedad, conocida o no. Si usted sufre alguno de los siguientes síntomas, o trastornos similares, es muy probable que tenga un gran número de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula: • Falta de apetito. • Ansiedad por comer. • Problemas digestivos. • Diarrea. • Estreñimiento. • Heces amarillentas. • Hernias. • Flatulencias. • Hemorroides. • Dolor sordo en el costado derecho. • Dificultad en la respiración. • Cirrosis hepática. • Hepatitis. • Infecciones. • Colesterol alto. • Pancreatitis. • Cardiopatías. • Trastornos cerebrales. • Úlcera duodenal. • Náuseas y vómitos.

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• Personalidad «biliosa» o irascible. • Depresión. • Impotencia. • Otros problemas sexuales. • Problemas de próstata. • Problemas urinarios. • Desarreglos hormonales. • Trastornos menstruales y de la menopausia. • Problemas de la vista. • Ojos hinchados. • Problemas cutáneos. • Manchas hepáticas, especialmente en el dorso de las manos y en la cara. • Mareos y desmayos. • Pérdida de tono muscular. • Exceso de peso o desgaste. • Dolores intensos de hombros y espalda. • Ojeras. • Complexión mórbida. • Lengua brillante o con una capa blanca o amarillenta. • Escoliosis. • Gota. • Hombro congelado o capsulitis. • Rigidez de cuello. • Asma. • Dolores de cabeza y migrañas. • Problemas en dientes y encías. • Ojos y piel de color amarillento. • Ciática. • Aturdimiento y parálisis en las piernas. • Trastornos articulares. • Problemas en las rodillas. • Osteoporosis. • Obesidad. • Fatiga crónica.

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• Enfermedades renales. • Cáncer. • Esclerosis múltiple y fibromialgia. • Alzheimer. • Extremidades frías. • Excesivo calor y transpiración en parte superior del cuerpo. • Cabello muy graso y pérdida del mismo. • Cortes o heridas que no dejan de sangrar y tardan en cicatrizar. • Problemas de sueño, insomnio. • Pesadillas. • Rigidez en músculos y articulaciones. • Episodios de frío y calor.

La importancia de la bilis Como se ha mencionado anteriormente, una de las funciones más importantes del hígado es la producción de bilis, aproximadamente entre 800 y 1.000 mililitros al día. La bilis es un fluido viscoso y alcalino (lo opuesto a ácido) de color amarillo, marrón o verde, y que tiene un sabor muy amargo. La mayor parte de los alimentos no pueden ser digeridos si no hay suficiente bilis. Así, por ejemplo, para que el intestino delgado absorba las grasas y el calcio de los alimentos ingeridos, éstos deben mezclarse antes con la bilis. Cuando las grasas no se absorben correctamente, significa que la secreción biliar es insuficiente. La grasa no digerida permanece en el tracto intestinal. Cuando llega al colon, junto al resto de los residuos, las bacterias descomponen parte de la grasa en ácidos grasos, o se excreta con las heces. Dado que la grasa es más ligera que el agua, las heces pueden flotar en el inodoro. Si no se absorbe la grasa, el calcio tampoco, y esto hace que la sangre sea deficitaria. En consecuencia, la sangre toma de los huesos el calcio que necesita. La mayoría de los problemas de baja densidad ósea (osteoporosis) son el resultado de una insuficiente secreción biliar y de una mala digestión de las grasas, y no del hecho de no consumir suficiente calcio. Hay pocos médicos que tienen esto en cuenta y, por consiguiente, recetan a sus pacientes complementos de calcio. Además de procesar las grasas de los alimentos, la bilis elimina las toxinas del hígado. Una de las funciones menos conocidas, pero más importantes de la bilis, es la de desacidificar y limpiar los intestinos.

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Cuando los cálculos biliares en el hígado o en la vesícula han afectado al flujo biliar, puede que las heces sean de un color pajizo, anaranjado o arcilloso, en vez del color habitual, pardo verdoso. Los cálculos biliares son la causa directa de una dieta y de un estilo de vida poco saludables. Si los cálculos biliares siguen en el hígado aún después de haber erradicado el resto de factores causantes de enfermedades, continuarán siendo un riesgo considerable para la salud, y pueden ocasionar enfermedades o vejez prematura. Por esta razón, en esta obra se contemplan los cálculos biliares como uno de los principales factores de riesgo o causa de enfermedad. En los siguientes apartados se describen algunos de los principales problemas que la presencia de cálculos en el hígado puede ocasionar en los diferentes órganos y sistemas del cuerpo. Una vez eliminados esos cálculos, el cuerpo en su conjunto puede reanudar sus actividades normales y saludables.

Trastornos del sistema digestivo El tracto alimentario de nuestro sistema digestivo lleva a cabo cuatro funciones primordiales: ingestión, digestión, absorción y eliminación. El canal alimentario comienza en la boca, desciende por el tórax, el abdomen y la región pélvica, y termina en el ano (véase figura 2). Cuando ingerimos los alimentos, se inicia una serie de procesos digestivos, que pueden dividirse en descomposición mecánica del bolo alimenticio a través de la masticación y descomposición química de los alimentos por medio de enzimas. Esas enzimas están presentes en las secreciones que producen diversas glándulas del sistema digestivo.

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Las enzimas son unas sustancias químicas compuestas por proteínas que causan o aceleran cambios químicos en otras sustancias, lo que no implica su propio cambio. Las enzimas digestivas se hallan en las glándulas salivales de la boca, los jugos gástricos del estómago, el jugo intestinal del intestino delgado, el jugo pancreático y la bilis del hígado. La absorción es el proceso mediante el cual diminutas partículas de nutrientes pasan, a través de las paredes intestinales, a la sangre y a los vasos linfáticos para ser distribuidas a las células del cuerpo. Los intestinos eliminan en forma de heces cualquier alimento que no haya podido digerirse o absorberse. Las heces, asimismo, contienen bilis, que lleva los desechos resultantes de la descomposición (catabolismo) de los glóbulos rojos. Más o menos una tercera parte de la masa fecal excretada está constituida por bacterias intestinales. El cuerpo puede funcionar con presteza y eficacia siempre que los intestinos eliminen diariamente los residuos

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acumulados en su interior. Una buena salud de cada una de estas actividades del sistema digestivo es el resultado de un funcionamiento equilibrado y bien coordinado con el resto del organismo. En este sentido, las enfermedades surgen en el sistema digestivo o en cualquier otra zona del cuerpo, cuando existe una anomalía o estas funciones están inhabilitadas. La presencia de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula influye de modo negativo en la digestión y la absorción de los alimentos, así como en la eliminación de los residuos.

Enfermedades bucales Los cálculos biliares también son responsables de la mayoría de las enfermedades bucales. Las piedras interfieren en la digestión y la absorción de los alimentos, lo cual, a su vez, causa que residuos destinados a ser evacuados permanezcan en el tracto intestinal. La acumulación de materia fecal en los intestinos crea un entorno tóxico y anaeróbico que facilita el desarrollo de gérmenes dañinos y parásitos y socava la conservación de tejidos sanos y fuertes. Las infecciones bacterianas (candidiasis), así como las infecciones virales (herpes) en la boca, sólo tienen lugar cuando en los intestinos se acumula una cantidad considerable de residuos. Las bacterias destructoras intentan descomponer parte de esos residuos, pero no pueden evitar producir fuertes toxinas. Algunas de ellas permanecen atrapadas en los intestinos y constituyen una fuente constante de irritación en el revestimiento gastrointestinal (que comienza en la boca y termina en el ano) hasta que, finalmente, los tejidos se inflaman y aparecen lesiones ulcerosas. Los tejidos celulares dañados «invitan» cada vez a más microbios al lugar de la herida para que les ayuden a destruir y a disponer de todas las células dañadas y debilitadas. La infección es un fenómeno normal que puede observarse en la naturaleza, dondequiera que haya algo que necesite ser descompuesto. Las bacterias nunca atacan, es decir, no infectan algo que esté tan limpio, o sea vital y saludable como un fruto espléndido que cuelga de la rama de un árbol. Sólo cuando el fruto maduro y falto de nutrientes cae al suelo, las bacterias empiezan a realizar su trabajo de limpieza. Las toxinas se generan en el momento en que la bacteria comienza a descomponer alimentos o tejido. Estas toxinas pueden reconocerse por su olor desagradable y naturaleza ácida. Cuando este proceso tiene lugar día tras día, mes tras mes, las toxinas acaban conduciendo a la aparición de síntomas de enfermedad.

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La candidiasis indica la presencia de gran cantidad de bacterias extendidas a lo largo del tracto intestinal, incluida también la zona bucal. Son patentes en la boca porque el revestimiento mucoso de esa zona no es tan resistente como el de las zonas inferiores del tracto intestinal. Sin embargo, la fuente principal de candidiasis se encuentra en los intestinos. Dado que la parte principal del sistema inmunológico se halla en el revestimiento mucoso del tracto intestinal, la candidiasis indica un importante debilitamiento del sistema inmunológico general. El herpes, considerado por los médicos una enfermedad vírica, se asemeja a la candidiasis, con la excepción de que –a diferencia de las bacterias que atacan el exterior de la célula– los materiales víricos atacan el núcleo o interior de la misma. En ambos casos, los «atacantes» tienen como objetivo las células débiles o enfermas, esto es, células ya dañadas o alteradas, susceptibles de mutar en células cancerosas. Y, por si fuera poco, los cálculos biliares pueden albergar gran cantidad de bacterias y virus, los cuales abandonan el hígado a través de la bilis secretada e infectan aquellas partes del cuerpo menos protegidas o que ya están debilitadas. Los cálculos biliares pueden producir otros problemas en la boca. Inhiben la adecuada secreción de bilis, lo que, a su vez, reduce el apetito y la secreción de saliva en las glándulas salivales. La saliva es necesaria para limpiar la boca y que sus tejidos permanezcan blandos y flexibles. Cuando no hay suficiente saliva, las bacterias destructivas empiezan a invadir la cavidad bucal, lo que tiene como consecuencia un deterioro de los dientes, la destrucción de las encías y otros problemas relacionados con la dentadura. Sin embargo, y reiterando lo que se ha expuesto anteriormente, no son las bacterias las que provocan el deterioro dental; a los gérmenes les atraen tan sólo aquellas zonas bucales que ya están congestionadas, desnutridas y acidificadas. La bilis que regurgita del estómago a la boca causa un sabor amargo, alteración debida a una grave congestión intestinal, como la que ocurre durante los episodios de estreñimiento. En lugar de avanzar hacia abajo, parte del contenido de los intestinos retrocede, arrastrando consigo gases y otras sustancias irritantes hasta las partes superiores del tracto gastrointestinal. La bilis en la boca altera en gran medida el pH (equilibrio ácido-alcalino) de la saliva, lo que, al mismo tiempo, inhibe sus propiedades limpiadoras y hace que la boca sea vulnerable a los gérmenes infecciosos. Una ulceración en el labio inferior indica un proceso inflamatorio similar en el intestino grueso. La reaparición de llagas en las comisuras de los labios señala la presencia de úlceras duodenales (véase el apartado siguiente, «Enfermedades del 21

estómago»). Las llagas en la lengua, dependiendo de su ubicación, indican procesos inflamatorios en las correspondientes zonas del tracto digestivo, ya sea el estómago, el intestino delgado, el apéndice o el intestino grueso.

Enfermedades del estómago Como ya se ha mencionado, los cálculos biliares y los problemas digestivos relacionados pueden causar la regurgitación de ácidos y sales biliares. Esto altera de manera negativa la composición de los jugos gástricos y de la mucosa generada en el estómago, la cual se encuentra allí para proteger el revestimiento estomacal de los efectos destructivos del ácido clorhídrico. A la alteración en la que este «escudo» protector se rompe o deja de funcionar debidamente se la denomina gastritis. La gastritis puede ser aguda o crónica. Cuando las células de la superficie del estómago (células epiteliales) se exponen a los jugos gástricos ácidos, absorben iones de hidrógeno. Esto aumenta su acidez interna, desequilibra sus procesos metabólicos básicos y causa una reacción inflamatoria. En los casos más graves, puede producirse una inflamación de la mucosa (úlcera gástrica o péptica), hemorragias, perforación de la pared estomacal y peritonitis, una inflamación en la que una úlcera perfora la pared del estómago o duodeno y su contenido atraviesa la cavidad peritoneal. Las úlceras duodenales se desarrollan cuando el ácido que sale del estómago erosiona el revestimiento duodenal. En algunos casos, la secreción de ácido es insólitamente elevada. Comer excesivos alimentos que requieran fuertes secreciones ácidas, así como una dieta no equilibrada (para más detalles, véase el libro Los secretos eternos de la salud), con frecuencia impide una producción adecuada de ácido. E l reflujo gastroesofágico, conocido comúnmente como «acidez», es un trastorno en el que el ácido del estómago pasa al esófago y causa irritación en los delicados tejidos que lo revisten. Al contrario de lo que se cree, este trastorno no se debe a un exceso de producción de ácido clorhídrico por parte del estómago, sino al reflujo de desechos, toxinas y bilis de los intestinos al estómago. En muchos casos, la acidez se debe a que el estómago produce muy poco ácido clorhídrico, y, por tanto, los alimentos se ven forzados a permanecer allí demasiado tiempo y, como consecuencia, a fermentar. Pero existen más factores que producen gastritis y acidez estomacal: comer en exceso, abusar del alcohol, fumar demasiado, tomar café a diario, tomar bebidas 22

gaseosas, comer demasiadas grasas y proteínas de origen animal, someterse a exploraciones radiológicas, tomar fármacos citotóxicos, aspirina y otros antiinflamatorios. Las intoxicaciones alimentarias, las comidas muy picantes, la deshidratación, el estrés emocional, etcétera, también pueden producir afecciones gástricas. Todo esto causa cálculos en el hígado y la vesícula, de modo que se inicia un círculo vicioso que añade graves alteraciones en todo el tracto gastrointestinal. El resultado final puede ser la formación de tumores estomacales malignos. La mayoría de los médicos consideran que una bacteria (H. pylori) es la causante de las úlceras estomacales. Combatir esa bacteria con antibióticos suele producir alivio y detener la úlcera. A pesar de que esos medicamentos no evitan que la úlcera aparezca de nuevo una vez interrumpido su uso, existe un elevado índice de «mejoría». Pero esa «mejoría» puede conllevar efectos secundarios a menudo graves. La infección bacteriana de H. pylori sólo es posible cuando existen ya otros factores –y no un simple germen normalmente inofensivo– que han debilitado y dañado las células estomacales. En un estómago sano, esa misma bacteria resulta completamente inocua. Muchos de nosotros hemos vivido con ella sin haber tenido ningún problema. Esto conduce a una pregunta clave: ¿Por qué una misma bacteria causa úlceras en unas personas y en otras no? Como ya se ha dicho, los cálculos en el hígado y la vesícula pueden ocasionar congestiones intestinales y, en consecuencia, provocar el reflujo de bilis y toxinas al estómago, lo cual causa daño en un cada vez mayor número de células estomacales. Los antibióticos destruyen la flora estomacal natural, incluidas las bacterias que normalmente ayudan a descomponer las células dañadas. Por esta razón, a pesar de que el tratamiento con antibióticos produce un rápido alivio de los síntomas, también reduce de manera permanente las funciones gástricas y deja al organismo en desventaja a la hora de enfrentarse a retos más serios que el de tratar una úlcera. Acelerar el proceso curativo rara vez merece la pena. Por otra parte, la mayoría de las dolencias estomacales desaparecen de modo espontáneo una vez se eliminan los cálculos biliares y se mantiene una dieta saludable y un estilo de vida equilibrado.

Enfermedades del páncreas El páncreas es una pequeña glándula cuya cabeza descansa en la curva del duodeno. Su conducto principal se une al conducto biliar común y forma lo que se conoce como ampolla duodenal. Ésta penetra en el duodeno en su parte media.

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Además de secretar las hormonas insulina y glucagón, el páncreas produce jugos pancreáticos, con enzimas que digieren los carbohidratos, las proteínas y las grasas. Cuando el contenido ácido del estómago llega al duodeno, se mezcla con la bilis y los jugos pancreáticos. Esto crea el adecuado equilibrio ácido/alcalino (pH) que hace que las enzimas pancreáticas sean más eficaces. Los cálculos en el hígado o la vesícula reducen la secreción biliar normal de un litro a apenas un cuarto de litro al día. Esto interrumpe seriamente el proceso digestivo, en especial si se consumen alimentos ricos en grasas. Como consecuencia de ello, el pH duodenal tiene un índice demasiado bajo, lo que inhibe la acción de las enzimas pancreáticas, así como de las secretadas en el intestino delgado. El resultado final es que los alimentos se digieren sólo parcialmente, y, mal digeridos, al saturarse con el ácido clorhídrico del estómago, pueden tener un efecto altamente irritante y tóxico en todo el tracto intestinal. Cuando un cálculo biliar pasa de la vesícula a la ampolla hepatobiliar, donde se unen el conducto biliar común y los conductos pancreáticos (véase figura 3), se obstruye el flujo de los jugos pancreáticos y la bilis llega al páncreas. Este hecho provoca que las enzimas pancreáticas divisoras de proteínas se activen en el páncreas y no en el duodeno, como ocurriría normalmente. Ello hace que esas enzimas sean muy destructivas y que comiencen a digerir partes del tejido pancreático, lo que puede derivar en infección, supuración y trombosis local. A esta afección se la denomina pancreatitis. Los cálculos biliares que obstruyen la ampolla liberan bacterias, virus y toxinas en el páncreas, lo que puede causar un mayor daño en las células pancreáticas y, finalmente, producir tumores malignos. Los tumores suelen aparecer principalmente en la cabeza del páncreas, donde inhiben el flujo de la bilis y los jugos pancreáticos. Esta afección acostumbra a ir acompañada de ictericia (para más detalles, véase el apartado siguiente «Enfermedades del hígado»). Los cálculos biliares en el hígado, la vesícula y la ampolla también pueden ser parcialmente responsables de dos tipos de diabetes: la insulinodependiente y la no dependiente. Todos mis pacientes diagnosticados de diabetes, incluidos los niños, han tenido grandes cantidades de piedras en el hígado. Tras cada limpieza hepática mejoró su salud, siempre y cuando siguieran un régimen saludable y una dieta libre de proteínas animales.3

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Enfermedades del hígado El hígado es la glándula más grande del cuerpo. Puede llegar a pesar 1,4 kilogramos, está suspendido en la parte posterior de las costillas, en el lado superior derecho del abdomen y se extiende a lo ancho de casi todo el cuerpo. Al ser el responsable de cientos de funciones diferentes, es también el órgano más complejo y activo de todos. Puesto que este órgano se encarga de asimilar, convertir, distribuir y mantener el suministro del «combustible» vital para el cuerpo (nutrientes y energía, por ejemplo), cualquier cosa que interfiera en estas funciones tendrá un grave impacto en la salud del hígado y de todo el organismo. La principal interferencia se debe a la presencia de los cálculos biliares. Además de producir colesterol –material esencial para la formación de células, hormonas y bilis–, el hígado también secreta hormonas y proteínas, que afectan al modo en que el cuerpo funciona, se desarrolla y se cura. Además, el hígado produce

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nuevos aminoácidos4 y convierte los ya existentes en proteínas. Esas proteínas son el principal material con el que se generan las células, las hormonas, los neurotransmisores, los genes, etcétera. Entre las diversas funciones esenciales del hígado está la descomposición de las células viejas y deterioradas, el «reciclaje» del hierro y las vitaminas, y el almacenamiento de vitaminas y nutrientes. Los cálculos biliares constituyen un peligro para todas esas tareas vitales. Además de metabolizar el alcohol en la sangre, el hígado también desintoxica de sustancias nocivas, bacterias, parásitos y ciertos componentes farmacológicos. Utiliza unas enzimas específicas para convertir los residuos o productos tóxicos en sustancias que puedan eliminarse del organismo con total seguridad. El hígado filtra más de un litro de sangre por minuto. La mayoría de los productos desechados y filtrados salen del hígado a través del flujo biliar. Los cálculos biliares que obstruyen los conductos biliares originan altos niveles de toxicidad en el hígado y, en última instancia, enfermedades hepáticas. El desarrollo de estas enfermedades se precipita con la ingesta de fármacos, que normalmente se metabolizan en el hígado. La presencia de cálculos biliares evita su desintoxicación, lo que produce una «sobredosis» de estos residuos y unos devastadores efectos secundarios, incluso a dosis normales. Esto significa que el hígado se somete a un gran riesgo a causa de la descomposición de los productos farmacológicos sobre los que actúa. El alcohol que no llega a metabolizarse correctamente también puede dañar seriamente el hígado o destruir sus células. Todas las enfermedades hepáticas van precedidas de una gran obstrucción en los conductos biliares, causada por cálculos. Los cálculos biliares alteran el marco estructural de los lóbulos hepáticos (véanse figuras 3 y 4), principales unidades constituyentes del hígado (este órgano cuenta con más de 50.000 de estas unidades). A consecuencia de ello, la circulación de la sangre que llega y sale de estos lóbulos, y las células que los componen, se torna cada vez más difícil. Por otra parte, las células hepáticas se ven obligadas a limitar su producción biliar. Las fibras nerviosas también resultan dañadas. La prolongada asfixia celular que tiene lugar como consecuencia de la presencia de piedras en el hígado puede alterar o destruir las células hepáticas y sus lóbulos. El tejido fibroso va sustituyendo gradualmente a las células dañadas, lo cual origina una mayor obstrucción y un incremento en la presión de los vasos sanguíneos del hígado. Si las células hepáticas no se van regenerando a la par que se deterioran, se hace evidente la cirrosis hepática, una dolencia que suele ser mortal. E l fallo hepático tiene lugar cuando la sofocación celular destruye a tantas 26

células hepáticas que apenas quedan las suficientes para llevar a cabo las funciones más importantes y vitales de los órganos. Entre las consecuencias del fallo hepático se encuentran los mareos, aturdimiento, temblores de manos, bajadas del azúcar en sangre, infecciones, fallo renal y retención de flujos, hemorragias incontenibles, coma y la muerte. Sin embargo, el poder de recuperación del hígado es extraordinario. Si se eliminan los cálculos biliares y se interrumpe la ingesta de alcohol y drogas, generalmente no suelen existir problemas a largo plazo, a pesar de que la mayoría de las células hepáticas puedan haber quedado destruidas durante la enfermedad. Cuando las células vuelven a crecer, lo hacen de una manera ordenada que permite restablecer las funciones hepáticas de una manera normal. Esto es posible porque, en el caso de un fallo hepático (contrariamente a lo que ocurre con la cirrosis hepática), la estructura básica del hígado no ha llegado a alterarse sustancialmente. La hepatitis aguda surge cuando grupos enteros de células hepáticas comienzan a sucumbir. Los cálculos biliares albergan grandes cantidades de material vírico, que puede invadir e infectar a las células hepáticas, así como causar alteraciones celulares degenerativas. A medida que los cálculos biliares aumentan en número y tamaño, y un mayor número de células se infectan y mueren, lóbulos enteros comienzan a colapsarse, y los vasos sanguíneos empiezan a enroscarse. Esto afecta a la circulación sanguínea de las células hepáticas restantes. El alcance que estos cambios tienen en el hígado y en sus funciones depende, en gran medida, del grado de obstrucción que los cálculos biliares causan en los conductos hepáticos. El cáncer hepático sólo aparece tras muchos años de oclusión progresiva de los conductos biliares del hígado. Esto también se aplica a los tumores hepáticos como resultado de tumores primarios en el tracto gastrointestinal, pulmones o mamas.

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La mayoría de las infecciones hepáticas (tipo A, tipo B, y las que no son A y B) aparecen cuando cierto número de lóbulos hepáticos están congestionados por cálculos biliares, lo que puede suceder a una edad temprana. La práctica actualmente tan común de cortar o pinzar el cordón umbilical que comunica al niño con la madre deja al bebé con sólo dos terceras partes del volumen sanguíneo necesario, a merced de un montón de toxinas que normalmente son filtradas por la placenta durante la hora posterior al parto, y sin prácticamente anticuerpos para protegerse de cualquier enfermedad. Generalmente, hasta pasados de 40 a 60 minutos, el cordón umbilical no deja de respirar por completo. Cortarlo demasiado pronto constituye un acto de negligencia médica que puede afectar al hígado de la criatura desde un principio y favorecer el desarrollo de cálculos incluso durante la infancia. Las consecuencias pueden ser infecciones hepáticas. Un hígado y un sistema inmunológico sanos son perfectamente capaces de destruir el material vírico, independientemente de que el virus provenga del exterior o haya penetrado en el torrente sanguíneo de cualquier otra forma. La mayoría de las personas expuestas a estos virus nunca enferma. Sin embargo, cuando existe un gran número de cálculos biliares, el hígado se congestiona e intoxica y ello le convierte en un foco de procesos virales. Los virus son parásitos intracelulares que penetran 28

en una célula huésped y se apoderan de su maquinaria celular para producir nuevas partículas virales (está comprobado que los virus pueden desarrollarse a partir de bacterias del interior de las células). Pero los virus no se desarrollan y atacan a las células de manera aleatoria. Contrariamente a lo que se cree, los virus suelen «secuestrar» el núcleo de las células más débiles y dañadas para evitar que muten. Sin embargo, no todos los virus tienen éxito en su empeño y puede producirse un cáncer hepático. Su presencia en las células cancerosas no debe malinterpretarse en el sentido de que tienen efectos cancerígenos. Los cálculos biliares pueden albergar gran variedad de virus vivos. Algunos de esos virus se liberan y penetran en la sangre, lo que se conoce como hepatitis crónica. Las infecciones no víricas del hígado pueden estar propiciadas (no causadas) por bacterias que se han diseminado a través de cualquier conducto biliar obstruido por cálculos biliares. La presencia de cálculos biliares en los conductos biliares también merma la capacidad de las células hepáticas para enfrentarse a sustancias tóxicas como el cloroformo, las sustancias citotóxicas, los esteroides anabólicos, el alcohol, las aspirinas, los hongos, los aditivos alimentarios, etcétera. Cuando esto ocurre, el cuerpo desarrolla una hipersensibilidad a estas previsibles sustancias tóxicas, así como a otras no previsibles que contienen numerosos fármacos. Muchas alergias tienen su origen en esta hipersensibilidad. Por esa misma razón, como consecuencia de la ingesta de medicamentos, pueden aumentar los efectos secundarios tóxicos, efectos secundarios que la Administración Federal Americana de Fármacos y Alimentos (FDA, siglas en inglés) o las compañías farmacéuticas ni siquiera reconocen. El tipo más común de ictericia es el resultado de cálculos biliares alojados en el conducto biliar que conduce al duodeno y/o los cálculos biliares y tejido fibroso que deforman la estructura que conforma los lóbulos hepáticos. El movimiento de la bilis a través de los canales biliares (canalículos) se bloquea y las células hepáticas ya no pueden conjugarse5 químicamente y secretar el pigmento biliar conocido como bilirrubina. A consecuencia de ello se produce una acumulación, en el flujo sanguíneo, tanto de bilis como de las sustancias que la integran. Cuando la bilirrubina se empieza a acumular, se hace evidente en la piel. Para que la piel y la conjuntiva de los ojos empiecen a adquirir una coloración amarillenta, la concentración de bilirrubina en sangre debe ser hasta tres veces superior a la normal. La bilirrubina no conjugada tiene un efecto tóxico en las células del cerebro. La ictericia también puede deberse a un tumor en la cabeza del páncreas, causado, a su 29

vez, por una congestión en el conducto biliar.

Enfermedades de la vesícula y de los conductos biliares El hígado secreta bilis, que pasa a través de los dos conductos hepáticos hasta el conducto hepático común. Éste se extiende unos 4 centímetros antes de unirse al conducto cístico que lo conecta con la vesícula. La bilis hepática sigue su camino hasta el tracto intestinal, a través del conducto biliar común, pero gran parte debe pasar primero por la vesícula, un orgánulo con forma de pera que sobresale del conducto biliar y que está anexa a la parte posterior del hígado (véase figura 5).

Una vesícula normal generalmente retiene unos 56 gramos de bilis. Sin embargo, la bilis de la vesícula tiene una consistencia diferente a la bilis del hígado. En la vesícula se produce una importante reabsorción activa de sal y agua, lo que reduce su volumen a una décima parte. Las sales biliares (al contrario que la sal común) no se absorben, lo que significa que su concentración se incrementa aproximadamente unas diez veces. Por otro lado, la vesícula añade mucosidad a la bilis, lo que la convierte en una sustancia espesa. Su elevada concentración explica que sea un flujo digestivo tan potente. Cuando el duodeno recibe alimentos ácidos, las paredes musculares de la vesícula se constriñen y liberan bilis, y gran parte de las proteínas alimentarias penetran en el duodeno, procedentes del estómago. La vesícula registra mayor actividad cuando los alimentos que llegan al duodeno contienen una gran proporción

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de grasas. El organismo utiliza las sales biliares de la bilis para emulsionar las grasas y facilitar su digestión. Una vez que las sales biliares han cumplido su cometido y han hecho que la grasa se emulsione y quede lista para su absorción intestinal, continúan su trayecto a través del intestino. La mayoría de ellas se reabsorben en el tramo final del intestino delgado (íleo) y retornan al hígado; una vez ahí, se integran nuevamente a la bilis para ser secretadas al duodeno. La disminución de las sales biliares provoca cálculos y deja grandes cantidades de grasas sin digerir, lo que constituye un riesgo para el tracto intestinal. Los cálculos biliares suelen estar constituidos principalmente por colesterol, calcio o pigmentos como la bilirrubina. El colesterol es el elemento más frecuente, si bien muchas piedras tienen una composición mixta. Además de los componentes mencionados, los cálculos pueden contener sales biliares, agua y mucosidad, así como toxinas, bacterias y, algunas veces, restos de parásitos. Por lo general, las piedras en la vesícula pueden seguir aumentando de tamaño durante ocho años, aproximadamente, sin que aparezcan síntomas. Los cálculos mayores generalmente se calcifican y se pueden detectar con facilidad a través de análisis radiológicos o técnicas de ultrasonidos. El 85 % de los cálculos biliares de la vesícula miden aproximadamente 2 centímetros de diámetro (véase figura 6a), aunque algunas pueden llegar a medir hasta 6 centímetros de diámetro (véase figura 6b de un cálculo biliar calcificado, que pude examinar y fotografiar momentos después de que mi esposa lo expulsara sin dolor alguno tras su novena limpieza hepática; la piedra desprendía un olor extremadamente desagradable, más que ninguna de las que había visto antes). Estas piedras se forman cuando, por las razones expuestas en el capítulo 3, la bilis de la vesícula se satura demasiado y sus componentes no absorbidos comienzan a endurecerse.

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Cuando un cálculo biliar sale de la vesícula y se aloja en el conducto cístico o en el conducto biliar común, se produce un fuerte espasmo en la pared del conducto (véase figura 3). Esta contracción permite que la piedra siga avanzando, y, asimismo, se produce un intenso dolor conocido como cólico biliar, que provoca, a su vez, una distensión considerable de la vesícula. Si la vesícula contiene muchos cálculos biliares, las contracciones musculares espasmódicas pueden resultar muy dolorosas. Los cálculos biliares pueden causar irritación e inflamación en el recubrimiento interno de la vesícula, así como en el conducto cístico y en los conductos biliares comunes. A esta dolencia se la denomina colecistitis. También puede producirse una infección microbiana. Asimismo, es común encontrar ulceraciones en los tejidos que se hallan entre la vesícula y el duodeno o el colon, con formación de fístulas y adhesiones fibrosas.

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Las enfermedades de la vesícula generalmente tienen su origen en el hígado. Cuando los lóbulos hepáticos se distorsionan estructuralmente debido a la presencia de cálculos biliares, la presión sanguínea comienza a aumentar en la vena porta. Esto, a su vez, incrementa la presión sanguínea en la vena que drena la sangre venosa de la vesícula hacia la vena porta. La incompleta eliminación de productos de desecho a través del conducto cístico causa una acumulación de residuos ácidos en los tejidos vesiculares, lo cual reduce gradualmente la fuerza y el funcionamiento de la vesícula. Como consecuencia, la formación de cálculos biliares mineralizados será tan sólo una cuestión de tiempo.

Enfermedades intestinales El intestino delgado se une al estómago por medio del esfínter pilórico y tiene una longitud entre 5 y 6 metros, y también al intestino grueso, con una longitud de entre 1 y 1,5 metros. El intestino delgado secreta jugos intestinales para completar la digestión de los carbohidratos, las proteínas y las grasas, a la vez que absorbe los nutrientes necesarios para alimentar y mantener al organismo y protegerlo frente a las posibles infecciones microbianas que hayan sobrevivido al ácido clorhídrico del estómago. Cuando los alimentos ácidos del estómago (quimo) llegan al duodeno, primero se mezclan con la bilis y los jugos pancreáticos, y después con los jugos intestinales. Los cálculos biliares en el hígado y en la vesícula reducen en gran medida la secreción biliar, lo que merma la capacidad de las enzimas pancreáticas de digerir los carbohidratos, las proteínas y las grasas. Esto, a su vez, impide que el intestino delgado absorba adecuadamente los componentes nutricionales de los alimentos (los monosacáridos de los carbohidratos, los aminoácidos de las proteínas y los ácidos grasos y el glicerol de las grasas). Una inadecuada absorción de estos compuestos puede desencadenar malnutrición o ansias por comer. Dado que la presencia biliar en los intestinos es esencial para la absorción de las grasas, el calcio y la vitamina K, los cálculos biliares pueden generar enfermedades mortales, como cardiopatías, osteoporosis y cáncer. El hígado utiliza la vitamina K, liposoluble, para producir las sustancias responsables de la coagulación de la sangre. En caso de una mala absorción de vitamina K, pueden producirse enfermedades hemorrágicas. Esta vitamina no puede absorberse correctamente cuando existe algún problema con la digestión de grasas, que puede deberse a falta de bilis, de lipasa pancreática y de grasa pancreática. Por esta razón, seguir una

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dieta baja en grasas o exenta de ellas puede poner la vida en peligro. El calcio es esencial para el endurecimiento de los huesos y los dientes, para la coagulación de la sangre y para el mecanismo de las contracciones musculares. Por consiguiente, una escasa secreción biliar puede alterar la absorción de calcio, un mineral que el organismo necesita para sus más importantes funciones. Lo que se ha comentado sobre la vitamina K es también aplicable a todas las vitaminas solubles en grasas, incluidas las vitaminas A, E y D. El intestino delgado sólo puede absorber la vitamina A y el caroteno en cantidades adecuadas si la absorción de grasas es normal. Cuando la absorción de vitamina A es inadecuada, las células epiteliales resultan dañadas. Estas células son parte esencial de todos los órganos, los vasos sanguíneos, los linfáticos, y un largo etcétera. La vitamina A es también necesaria para conservar una visión saludable y para evitar o reducir las infecciones microbianas. La vitamina D es básica para la calcificación de huesos y dientes.6 Es extremadamente importante destacar que la ingesta de suplementos no resuelve el problema de la deficiencia de vitaminas.7 En resumen, de no producirse una secreción biliar adecuada, el organismo no puede digerir ni absorber esas vitaminas y, por tanto, pueden producirse graves daños en los sistemas circulatorio, linfático y urinario. Los alimentos mal digeridos tienden a fermentar y a descomponerse en los intestinos, lo que atrae a un gran número de bacterias que aceleran el proceso de descomposición. Las sustancias resultantes, así como las excreciones que producen las bacterias, suelen ser muy tóxicas. Todo ello irrita el revestimiento mucoso de las paredes intestinales, una de las principales líneas de defensa del cuerpo contra los agentes patógenos (causantes de enfermedades). La constante exposición a esas toxinas afecta al sistema inmunológico del cuerpo, el 60 % del cual se encuentra en los intestinos. Como consecuencia de la constante sobrecarga de toxinas, los intestinos pueden verse afectados por un gran número de enfermedades, entre otras, diarrea, estreñimiento, gases, enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa, trastornos diverticulares, hernias, pólipos, disentería, apendicitis, vólvulos, intususcepciones, y también tumores benignos y malignos. Un abundante flujo biliar permite una adecuada digestión y absorción de los alimentos e implica una gran acción limpiadora en todo el tracto intestinal. Cada parte del organismo depende de los nutrientes básicos que aporta el sistema digestivo, así como de la correcta eliminación de los productos residuales del mismo. Los cálculos biliares en el hígado y la vesícula deterioran estos dos procesos vitales. Por consiguiente, pueden considerarse causantes, si no de todos, sí de gran 34

parte de las enfermedades que aquejan al organismo. La eliminación de los cálculos biliares ayuda a normalizar las funciones digestivas, a mejorar el metabolismo celular y a mantener la salud corporal.

Trastornos del sistema circulatorio Para facilitar la comprensión, he dividido el sistema circulatorio en dos partes, el sistema circulatorio sanguíneo y el sistema linfático. El sistema circulatorio sanguíneo está formado por el corazón, que actúa como una bomba, y los vasos sanguíneos, a través de los cuales circula la sangre. El sistema linfático se compone de nódulos linfáticos y de vasos linfáticos, a través de los cuales fluye la incolora linfa. En el cuerpo, el volumen del flujo linfático es tres veces mayor que el de la sangre. La linfa recoge los residuos celulares, así como los productos de desecho, y los expulsa del organismo. El sistema linfático es el sistema circulatorio primario que utilizan todas las células inmunológicas: macrófagos, células T, células B, linfocitos, etcétera. Para que el sistema inmunitario y la homeostasis funcionen de manera adecuada, es necesario que la linfa fluya libre de obstáculos. Enfermedades cardíacas Los ataques al corazón son la principal causa de muerte en muchos de los países desarrollados. Si bien aparece repentinamente, un ataque cardíaco es, en realidad, la etapa final de un insidioso trastorno que tarda años en desarrollarse y que se conoce como enfermedad coronaria. Dado que esta patología sólo aparece en las naciones más prósperas y rara vez fue causa de muerte antes de 1900, tenemos que atribuir los males cardíacos que afectan a nuestra sociedad moderna a nuestro estilo de vida, a unos alimentos poco naturales y a unos hábitos alimenticios desequilibrados. Sin embargo, mucho antes de que el corazón comience a descomponerse, el hígado pierde gran parte de su vitalidad y eficacia. El hígado influye en todo el sistema circulatorio, incluido el corazón; de hecho, es el mayor protector de este órgano. En circunstancias normales, el hígado desintoxica y purifica la sangre venosa que llega a través de la vena porta desde el abdomen, el bazo y el páncreas. Además de metabolizar el alcohol, el hígado desintoxica las sustancias nocivas, como las toxinas que producen los microbios. También acaba con las bacterias y los parásitos, y neutraliza ciertas sustancias farmacológicas con la ayuda de determinadas enzimas. Una de las tareas más portentosas del hígado es 35

eliminar el nitrógeno de los aminoácidos, puesto que ese componente no es necesario para crear nuevas proteínas. La urea se forma a partir de este producto de desecho, termina en el flujo sanguíneo y se secreta con la orina. El hígado también descompone la nucleoproteína (núcleo) de las células desgastadas del organismo, y el resultado de este proceso es el ácido úrico, asimismo secretado con la orina. El hígado filtra más de un litro de sangre por minuto, y solamente el dióxido de carbono se elimina por vía pulmonar (véase figura 7). Una vez purificada en el hígado, la sangre pasa a través de la vena hepática a la vena cava inferior y después llega a la parte derecha del corazón (véase figura 7). De ahí, la sangre venosa alcanza los pulmones, donde se produce el intercambio de gases: se secreta el dióxido de carbono y se absorbe oxígeno. Tras abandonar los pulmones, la sangre oxigenada pasa al lado izquierdo del corazón, y de ahí es bombeada hacia la aorta, que abastece de sangre oxigenada a todos los tejidos del cuerpo. Los cálculos biliares en los conductos biliares del hígado deforman la estructura básica de los lóbulos hepáticos. Como consecuencia de esa deformación, los vasos sanguíneos que abastecen a esa zona se curvan, lo cual reduce el suministro interno de sangre. Las células hepáticas se deterioran, y los desechos celulares tóxicos comienzan a entrar en el flujo sanguíneo, lo que socava la capacidad depurativa del hígado. El resultado es una acumulación cada vez mayor de sustancias tóxicas en el hígado y la sangre. Un hígado congestionado puede obstruir el flujo de la sangre venosa al corazón, provocando arritmias o incluso ataques cardíacos. Es obvio que las toxinas no neutralizadas por el hígado terminan dañando el corazón y la red de vasos sanguíneos.

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Otra consecuencia del desarrollo de esta enfermedad es que las proteínas de las células muertas (aproximadamente treinta billones al día) y las proteínas no utilizadas no se han descompuesto correctamente, lo que, a su vez, aumenta las concentraciones de proteínas en la sangre. A consecuencia de todo ello, el organismo intenta almacenar estas proteínas en las membranas basales de las paredes de los vasos sanguíneos (se explica con más detalle a continuación). Una vez que se ha agotado la capacidad de almacenar proteínas, las nuevas proteínas se ven obligadas a permanecer en el torrente sanguíneo. Esto puede provocar un aumento de glóbulos rojos, que incrementa los valores del hematocrito, o volumen de células en sangre. Al mismo tiempo, también aumenta la concentración de hemoglobina en sangre, lo que puede provocar un tono rojo en la piel, especialmente en la cara y en el pecho. (La hemoglobina es una proteína compleja que se mezcla con el oxígeno en los 37

pulmones, que lo transportan a todas las células del cuerpo.) Como resultado, los glóbulos rojos crecen y resultan demasiado grandes para pasar por los diminutos vasos de la red capilar. Obviamente, esto causa que la sangre se torne demasiado espesa y circule lentamente, con lo que aumenta la tendencia a coagularse (las plaquetas se unen y forman un tapón). La formación de coágulos sanguíneos es uno de los principales factores de riesgo de los ataques cardíacos o de apoplejías. Dado que la grasa no puede coagularse, este riesgo tiene su origen en la elevada concentración de proteínas en sangre. Los investigadores han descubierto que la homocisteína (HC, según sus siglas en inglés), un aminoácido que contiene azufre, provoca los pequeños coágulos que inician el daño arterial y catastrófico que precipita la mayoría de los ataques cardíacos y apoplejías. (Ann Clin & Lab SCi, 1991; Lancet, 1981). Cabe señalar que la HC es hasta cuarenta veces más fiable que el colesterol a la hora de predecir o estimar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. La HC surge a partir del metabolismo normal del aminoácido metionina, abundante en las carnes rojas, la leche y los productos lácteos. Una elevada concentración de proteínas en sangre dificulta la constante distribución de importantes nutrientes, especialmente agua, glucosa y oxígeno, a las células. Este exceso de proteínas puede causar también deshidratación sanguínea, es decir, espesamiento de la sangre, una de las principales causas de la presión arterial alta y de enfermedades cardíacas. Asimismo, las proteínas impiden la completa eliminación de los desechos metabólicos (véase más adelante el apartado «Mala circulación sanguínea»). Todos estos factores combinados obligan al cuerpo a aumentar su presión sanguínea. Este trastorno, conocido comúnmente como hipertensión, reduce, hasta cierto punto, el efecto dañino del espesamiento sanguíneo; también permite que una sangre rica en nutrientes circule por el organismo congestionado. Sin embargo, esta respuesta curativa del cuerpo produce un excesivo estrés y daña los vasos sanguíneos. Aun así, es preferible a lo que sucede cuando se pretende reducir la presión arterial con fármacos. Hoy en día, los especialistas de la salud reconocen que los medicamentos para la hipertensión producen fallos cardíacos y otras enfermedades extenuantes. Un fallo cardíaco congestivo es un trastorno progresivo, una «muerte lentísima» en la que cada pequeño movimiento, cada respiración, cada palabra, requiere un esfuerzo enorme; una situación en la que el organismo es incapaz de realizar la más simple de las tareas. Una de las respuestas más eficaces del cuerpo para evitar el peligro de un inminente ataque cardíaco es retirar las proteínas del torrente sanguíneo y

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almacenarlas en otro lugar, por lo menos momentáneamente (véase figura 8). El único lugar donde la proteína puede almacenarse en grandes cantidades es en la red de vasos capilares. Las paredes capilares pueden absorber la mayoría de las proteínas sobrantes, inutilizables o inutilizadas. El organismo convierte las proteínas solubles en fibra de colágeno, proteína al 100 %, y las almacena en las membranas basales. Estas membranas base pueden aumentar unas 8 a 10 veces de grosor. Pero el almacenaje de proteínas en las paredes de los vasos sanguíneos significa que el cuerpo ya no puede pasar a las células la cantidad precisa de oxígeno, glucosa y otros nutrientes básicos. Entre las células afectadas por esta «inanición» se encuentran también las que forman los músculos del corazón. El resultado es una debilidad cardíaca y una capacidad funcional menor del corazón. Esto, a su vez, contribuye a que se produzcan enfermedades degenerativas, entre otras la diabetes, la fibromialgia, la artritis y el cáncer. Si el corazón sufre, todo el organismo sufre.

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Una vez que ya no existe espacio para almacenar el exceso de proteínas en las paredes capilares, las membranas basales de las arterias empiezan a absorberlas. El efecto beneficioso de esta acción es que la sangre permanece lo suficientemente fluida para evitar el riesgo de sufrir un ataque cardíaco, al menos durante cierto tiempo. Pero, finalmente, la misma táctica que evita una muerte súbita daña las paredes de los vasos capilares (Nota: sólo los mecanismos supervivencia del cuerpo, como la respuesta de lucha o huida, el resfriado común, o la diarrea, no producen efectos secundarios significativos). La parte interna de las paredes arteriales se torna gruesa y áspera, como el óxido adherido a una tubería de agua. En diferentes puntos comienzan a aparecer grietas, heridas y lesiones. Las plaquetas sanguíneas reparan el daño sufrido en los vasos capilares más pequeños. Estas diminutas plaquetas liberan la hormona serotonina, que ayuda a 40

constreñir los vasos sanguíneos y a reducir las hemorragias. Sin embargo, las plaquetas por sí solas no pueden sellar lesiones más importantes, como las que se producen en las coronarias afectadas; se requiere un complejo proceso de coagulación sanguínea en el organismo. Si un coágulo de sangre se desprende puede entrar en el corazón y provocar un infarto de miocardio, comúnmente denominado ataque al corazón. Un coágulo que llega al cerebro provoca una apoplejía; si el coágulo penetra en la apertura hacia las arterias pulmonares que transportan la sangre a los pulmones el resultado puede ser fatal. Para prevenir este peligro, el cuerpo usa un gran número de estrategias, incluidas la liberación de la lipoproteína 5 (LP5) y colesterol. Debido a su naturaleza adherente, la LP5 cumple la función de una «tirita» y sella firmemente las lesiones y heridas del interior de las arterias. Otra operación de rescate secundaria, aunque igualmente importante, tiene lugar cuando el organismo adhiere un determinado tipo de colesterol a los lugares dañados de la arteria (más detalles en el apartado «Colesterol alto»), un depósito que actúa de manera más intensa que la LP5. Pero, dado que los depósitos de colesterol no son una protección suficiente, el organismo empieza a construir un tejido conectivo extra, así como células musculares blandas, en el interior del vaso capilar. Estos depósitos, llamados placas arterioscleróticas, pueden llegar a cerrar completamente la arteria afectada, e impedir, por tanto, que el flujo sanguíneo llegue al corazón. Como respuesta a esa grave situación –a menos que se intervenga con una operación, un bypass, una angioplastia o la inserción de un stent–, el cuerpo realiza sus propios bypass transformando los capilares nuevos o ya existentes en pequeñas arterias suministradoras de sangre. Si bien esta opción es preferible a la de una intervención quirúrgica, aun así no reduce significativamente el riesgo de sufrir un ataque al corazón. Contrariamente a lo que se cree, un ataque cardíaco no es el resultado de la obstrucción de un vaso sanguíneo, sino que se debe a coágulos y/o a porciones blandas de depósitos arterioscleróticos que se hallan de camino al corazón. Estos elementos casi nunca provienen de estructuras duras de secciones ocluidas de una arteria, sino que suelen desprenderse de lesiones nuevas y de sus parches protectores de colesterol. Por esta razón, las operaciones de stents o bypass ni reducen la incidencia de los ataques al corazón ni disminuyen la tasa de mortalidad de esos ataques. A pesar de que la destrucción gradual de los vasos capilares, conocida como arteriosclerosis, protege en principio a una persona del ataque cardíaco producido

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por un coágulo, también es finalmente la responsable de que tales ataques ocurran. La mayoría de las enfermedades coronarias pueden revertirse realizando limpiezas hepáticas y eliminando los depósitos de proteínas de los vasos capilares y las arterias. (Véase capítulo 3.) Colesterol alto El colesterol es una sustancia muy importante en la formación celular, y es esencial para la realización de cualquier proceso metabólico. Su presencia es particularmente relevante en la formación del tejido nervioso, la bilis y las hormonas. Por término medio, nuestro organismo produce de medio a un gramo de colesterol al día, dependiendo de la cantidad que el cuerpo necesite en cada momento. El cuerpo de un adulto puede producir 400 veces más colesterol al día que el que se obtendría ingiriendo 100 gramos de mantequilla. Los principales productores de colesterol son el hígado y el intestino delgado, por este orden. Normalmente, pueden liberar el colesterol directamente a la sangre, donde instantáneamente se une a las proteínas de la misma. Esas proteínas, llamadas lipoproteínas, se encargan de transportar el colesterol a sus numerosos destinos. Existen tres tipos principales de lipoproteínas encargadas de transportar colesterol: la lipoproteína de baja densidad (LDL), la lipoproteína de muy baja densidad (VLDL) y la lipoproteína de alta densidad (HDL). En comparación con el HDL, al que los investigadores han premiado con el nombre de colesterol «bueno», las moléculas del colesterol LDL y VLDL son relativamente grandes; y también son las más ricas en esta sustancia. Existe una buena razón para justificar su tamaño: a diferencia de su análogo más pequeño, que con facilidad atraviesa las paredes de los vasos capilares, los tipos de colesterol LDL y VLDL están diseñados para tomar otro camino, abandonar el flujo sanguíneo en el hígado. Los vasos capilares que abastecen al hígado tienen una estructura diferente de los que abastecen a otras zonas del cuerpo. Se les conoce como sinusoides. Su estructura reticular, única en el cuerpo, permite que las células hepáticas reciban la totalidad del contenido sanguíneo, incluidas las moléculas de colesterol más grandes. Las células hepáticas reconstruyen el colesterol y lo secretan junto a la bilis en los intestinos. Una vez que el colesterol penetra en los intestinos, se combina con las grasas, es absorbido por la linfa y entra en la sangre siguiendo este orden. Los cálculos en los conductos biliares del hígado inhiben la secreción biliar, y de modo parcial, o incluso total, bloquean la vía de escape del colesterol. Debido a la presión

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que se crea en las células hepáticas, la producción de bilis desciende. Lo habitual es que un hígado sano produzca más de 800 mililitros de bilis al día. Cuando los principales conductos biliares se bloquean, tan sólo una cuarta parte de bilis, o incluso menos, llega a los intestinos. Esto impide que gran parte de colesterol VLDL y LDL se secrete con la bilis. Los cálculos en los conductos biliares hepáticos deforman la estructura de los lóbulos del hígado, y dañan y congestionan los sinusoides. Los depósitos de excesos de proteínas también cierran las retículas de estos vasos sanguíneos (más detalles en el apartado anterior o en el libro Los secretos eternos de la salud). Mientras que el colesterol «bueno», o HDL, tiene unas moléculas lo bastante pequeñas para abandonar el torrente sanguíneo a través de los capilares ordinarios, las moléculas más grandes de LDL y VLDL se quedan más o menos atrapadas en la sangre. El resultado es que las concentraciones de ambos, LDL y VLDL, comienzan a incrementarse en sangre a niveles que podrían ser potencialmente dañinos para el organismo. Sin embargo, este proceso forma parte de las técnicas de supervivencia del organismo, que necesita el colesterol sobrante para reparar el creciente número de grietas y lesiones que resultan de una excesiva acumulación de proteínas en las paredes de los vasos sanguíneos. Pero, finalmente, ni siquiera ese colesterol de rescate que se precipita a cualquier herida del cuerpo puede evitar por completo que se formen coágulos sanguíneos en las arterias coronarias, y si uno de ellos se escapa, puede penetrar en el corazón y detener el suministro de oxígeno en ese órgano. A todo ello se añade una nueva complicación: una menor secreción biliar dificulta la digestión de los alimentos, especialmente de las grasas. A consecuencia de ello, no hay suficiente colesterol para realizar el metabolismo básico celular. Dado que las células hepáticas ya no reciben la necesaria cantidad de moléculas de LDL y VLDL, interpretan que la sangre carece de esos tipos de colesterol. Esto estimula a las células hepáticas a incrementar su producción de colesterol, lo que aumenta aún más los niveles de colesterol LDL y VLDL en sangre. Por tanto, ese colesterol «malo» queda atrapado en el sistema circulatorio porque sus vías de escape, los conductos biliares y los sinusoides hepáticos, están bloqueados o dañados. Las arterias capturan en sus paredes todo el colesterol «malo» que pueden y, en consecuencia, esas paredes se tornan rígidas, lo que, sin embargo, es mejor que tener las heridas y las lesiones expuestas al torrente sanguíneo. Las enfermedades coronarias –independientemente de que sean el resultado de fumar o beber en exceso, de una dieta hiperproteica, de estrés, o de cualquier otro factor– no suelen aparecer a menos que los cálculos biliares hayan dañado los

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conductos del hígado. Eliminar cálculos biliares del hígado y la vesícula no sólo puede evitar un ataque al corazón, sino también revertir enfermedades coronarias y el deterioro del músculo cardíaco. Los niveles de colesterol empiezan a normalizarse una vez que los lóbulos hepáticos deformados y dañados se regeneran por sí mismos. Los medicamentos para reducir el colesterol (estatinas) no permiten que el cuerpo vuelva a estar sano, condición en la que el hígado podría neutralizar el colesterol malo. Por el contrario, las estatinas bajan artificialmente el nivel de colesterol en sangre bloqueando la enzima hepática responsable de secretar el colesterol. Pero, al crear una falsa necesidad de colesterol en el hígado, la bilis no se produce adecuadamente y ello incrementa el riesgo de formación de cálculos y entorpece la digestión. Los efectos secundarios de las estatinas son numerosos, entre otros, fallos renales, dolencias hepáticas, y, sí, enfermedades coronarias (para más información sobre las estatinas, véase el libro Los secretos eternos de la salud). El colesterol es esencial para el adecuado funcionamiento del sistema inmunológico; en especial, para que tengan lugar las respuestas curativas frente a los millones de células cancerosas que se producen a diario en el cuerpo de una persona (el sistema inmune las detecta y las elimina por medio de unos sofisticados medios, incluido un proceso en el que taladra las paredes celulares e inyecta un líquido en el interior de la célula para que exploten y mueran; para más detalles sobre las causas del cáncer y cómo curarlo, véase el libro El cáncer no es una enfermedad). A pesar de todos los problemas de salud asociados a niveles altos de colesterol, no deberíamos intentar eliminar de nuestros cuerpos esta importante sustancia. El colesterol es más beneficioso que dañino. El daño es generalmente un síntoma de otros problemas. Quiero hacer hincapié, una vez más, en que el colesterol «malo» sólo se adhiere a las paredes arteriales para tratar de impedir un problema cardíaco inmediato, no para causarlo. El cuerpo no tiene intención de suicidarse, por mucho que los médicos pretendan lo contrario con el uso de tratamientos supresores e intervencionistas. En el debate acerca del colesterol, cabe destacar que éste nunca se adhiere a las paredes de las venas. Cuando un médico determina el nivel de colesterol, toma una muestra de sangre de una vena, no de una arteria. Dado que el flujo sanguíneo es mucho más lento en las venas que en las arterias, el colesterol debería obstruir las venas con mayor rapidez que las arterias, pero nunca lo hace. Simplemente no hay necesidad de ello. ¿Por qué? Pues porque en el revestimiento de las venas no se producen abrasiones ni heridas que requieran esa reparación. El colesterol sólo se

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adhiere a las arterias para cubrir y tapar las heridas y proteger el tejido subyacente como si de una tirita impermeable se tratara. Las venas no absorben proteínas en sus membranas basales, como hacen los capilares y las arterias y, por consiguiente, no son propensas a ese tipo de lesiones. El colesterol «malo» salva vidas; no las quita. El LDL permite que la sangre fluya a través de los vasos sanguíneos dañados sin causar una situación de riesgo. La teoría del LDL alto como la causa principal de las enfermedades coronarias no está comprobada y no es científica. Se ha confundido a la opinión pública haciéndole creer que el colesterol es un enemigo que hay que combatir y destruir a cualquier precio. Los estudios en humanos no han demostrado la relación causa-efecto entre el colesterol y las enfermedades cardíacas. Existen centenares de estudios realizados con la idea de demostrar que existe tal relación, pero lo único que revelaron fue una relación estadística entre el colesterol y la cardiopatía, afortunadamente, diría yo. Si no hubiera moléculas de colesterol «malo» que se adhirieran a las arterias lesionadas, se producirían millones de muertes más de las que hay actualmente, provocadas por ataques cardíacos. Por otra parte, docenas de estudios concluyentes han demostrado que el riesgo de enfermedades cardíacas se incrementa significativamente en aquellas personas cuyos niveles de HDL disminuyen. Sería mucho mejor descubrir qué es lo que mantiene el HDL en niveles normales que no inhibir la producción de colesterol en el hígado y con ello destruir este precioso órgano. Un colesterol LDL alto no es la causa de las enfermedades cardíacas; por el contrario, es la consecuencia de un hígado descompensado, un sistema circulatorio deshidratado y congestionado y una dieta y un estilo de vida contraproducentes. Si alguna vez le ha dicho el médico que reducir el nivel de colesterol con estatinas protege contra los ataques cardíacos, le ha engañado. El medicamento más recetado para reducir el colesterol es Lipitor. Sugiero al lector que lea a continuación el folleto que acompaña a ese fármaco, extraído de la página web oficial de Lipitor: Lipitor® (atorvastatina cálcica) es un medicamento que se receta junto a una dieta alimenticia para reducir el colesterol. El Lipitor no es apto para todo tipo de pacientes, así, por ejemplo, no es aconsejable en personas con enfermedades hepáticas o con posibles problemas hepáticos y tampoco en mujeres que estén embarazadas, en período de lactancia, o que puedan quedarse embarazadas. No está demostrado que Lipitor prevenga enfermedades cardíacas o ataques cardíacos. Si está usted tomando Lipitor, es mejor que advierta a su médico de cualquier 45

dolor muscular no habitual o de cualquier síntoma de debilidad, pues podría ser una señal de efectos secundarios graves. Es muy importante que advierta a su médico sobre cualquier medicamento que esté tomando a fin de evitar contraindicaciones con otros fármacos… Según un estudio publicado en el Journal of The American Medical Association titulado «Colesterol y mortalidad», «a partir de los 50 años no se produce un incremento del índice de mortalidad relacionado con niveles altos de colesterol». El mismo estudio señalaba que el descenso de cada miligramo de colesterol en el organismo supone un aumento del riesgo de muerte de un impresionante 14 %. Dicho de otro modo: tomar estatinas puede producir fácilmente la muerte. Mi pregunta es: «¿por qué arriesgar la salud o la vida de una persona recetándole un medicamento que no tiene efecto alguno en la prevención del problema para el que se prescribe?” La razón de que una reducción de los niveles de colesterol no puede prevenir las enfermedades cardíacas estriba simplemente en que el colesterol no las causa. En un reciente estudio sobre cardiopatías8, la reducción de los niveles de colesterol ya no formaba parte de las recomendaciones que se debían seguir, aunque ¡a ver quién dice esto a los médicos que recetan las estatinas y a los laboratorios que las fabrican! La cuestión más importante con respecto al colesterol es determinar la eficacia con la que el cuerpo utiliza esta sustancia y otras grasas. La capacidad del organismo para digerir, procesar y utilizar estas grasas depende de lo limpios y libres de obstrucciones que estén los conductos biliares del hígado. Cuando el flujo biliar está equilibrado, los niveles de LDL y HDL también lo están. Por tanto, mantener los conductos biliares limpios es una de las mejores medidas que pueden tomarse para evitar cualquier enfermedad cardíaca. Mala circulación sanguínea, crecimiento del corazón y del bazo, venas varicosas, congestión linfática, desequilibrios hormonales Los cálculos biliares en el hígado pueden provocar trastornos como una mala circulación sanguínea, crecimiento del bazo y el corazón, venas varicosas, congestión de los vasos linfáticos y desequilibrio hormonal. Cuando los cálculos biliares son tan grandes que han llegado a deformar gravemente la estructura de los lóbulos del hígado, el flujo sanguíneo en este órgano empeora cada vez más. Esta incidencia no sólo aumenta la presión de la sangre venosa en el hígado, sino

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también en todos los órganos y zonas del cuerpo que drenan la sangre de sus respectivas venas a la vena porta del hígado. Un flujo reducido de la sangre en la vena porta del hígado causa congestión en diversas partes del cuerpo, especialmente en el bazo, el estómago, la parte distal del esófago, el páncreas, la vesícula y los intestinos grueso y delgado. Todo ello puede desencadenar un crecimiento de esos órganos, una menor capacidad excretora de los residuos celulares y un taponamiento de las respectivas venas. Se dice que una vena es varicosa cuando está tan dilatada que sus válvulas no cierran lo suficientemente como para impedir que la sangre fluya. La presión sostenida en las venas en la intersección del recto y el ano en el intestino grueso conduce al desarrollo de hemorroides, varicosidades de las venas. Los lugares más frecuentes para el desarrollo de las venas varicosas son las piernas, el esófago y el escroto, si bien la dilatación de venas y vénulas (pequeñas venas) puede producirse en cualquier parte del cuerpo. Esta anomalía siempre indica una obstrucción en el flujo sanguíneo.9 La mala circulación sanguínea en el hígado siempre afecta al corazón. Cuando los órganos del sistema digestivo se debilitan debido al aumento de la presión venosa, se congestionan y comienzan a acumular residuos tóxicos, incluidos los «restos» de las células metabolizadas. El bazo crece debido a un trabajo extra asociado a la eliminación de las células sanguíneas dañadas o desgastadas, lo que reduce la circulación de la sangre que entra y sale de los órganos del sistema digestivo, y produce estrés en el corazón, un aumento de la presión sanguínea y deterioro en los vasos sanguíneos. La parte derecha del corazón, que recibe la sangre venosa a través de la vena cava inferior del hígado y de otras zonas por debajo de los pulmones, se sobrecarga de sustancias tóxicas, y a veces infecciosas. Esto finalmente origina un ensanchamiento de la parte derecha del corazón, y posiblemente también una infección. Casi todas las enfermedades cardíacas tienen una cosa en común: la obstrucción del flujo sanguíneo. Sin embargo, la circulación de la sangre no se interrumpe fácilmente. Antes debe precederla una grave congestión en los conductos biliares en el hígado. Los cálculos que obstruyen los conductos biliares reducen o cortan el suministro sanguíneo a las células hepáticas. Un menor flujo sanguíneo en el hígado afecta al flujo sanguíneo de todo el cuerpo, lo cual, a su vez, afecta negativamente al sistema linfático. El sistema linfático, estrechamente relacionado con el sistema inmunológico, contribuye a la eliminación de los residuos metabólicos del cuerpo, así como de 47

sustancias extrañas y restos celulares. Las células liberan residuos metabólicos en el entorno que las rodea, llamado fluido extracelular o tejido conectivo, del cual toman nutrientes. El grado de nutrición y rendimiento de las células depende de la eficacia y rapidez con que se eliminen los residuos del líquido extracelular. Puesto que la gran mayoría de los productos y desechos no pueden pasar directamente a la sangre para ser excretados, se acumulan en el fluido extracelular hasta que el sistema linfático los elimina y neutraliza. Los nudos linfáticos, localizados estratégicamente en todo el cuerpo, filtran y neutralizan esos desechos. Una de las principales funciones del sistema linfático es mantener el líquido extracelular libre de sustancias tóxicas, lo que hace de él un sistema muy importante. La mala circulación sanguínea produce una sobrecarga de sustancias dañinas y tóxicas en los tejidos extracelulares y, en consecuencia, en los vasos y nudos linfáticos. Cuando el drenaje linfático se ralentiza u obstruye, la glándula del timo, las amígdalas y el bazo comienzan rápidamente a deteriorarse. Estos órganos forman una parte importante del sistema de purificación e inmunidad del organismo. Además, los microbios que se forman en los cálculos biliares pueden constituir una fuente constante de infecciones recurrentes, lo que hace que los sistemas linfático e inmunológico no puedan actuar de manera eficaz en el caso de infecciones más graves, como la mononucleosis infecciosa, el sarampión, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la sífilis, etcétera. El intestino delgado, a causa del mal funcionamiento del flujo biliar en el hígado y en la vesícula, también ve reducida su capacidad para digerir los alimentos adecuadamente. Esto da pie a que buena parte de los residuos y sustancias tóxicas, como la cadaverina y la putrescina (restos de alimentos pútridos), penetren en los conductos linfáticos. Estas toxinas, junto con las grasas y las proteínas, pasan al vaso linfático más grande del cuerpo, el llamado conducto torácico, en la cisterna quili, una dilatación linfática (en forma de sacos), situada frente a las dos primeras vértebras lumbares (véase figura 9), al nivel del ombligo. Las toxinas, los antígenos y las proteínas de origen animal no digeridas, como pescado, carne, huevos y lácteos, así como las proteínas del plasma, provocan que esos sacos linfáticos aumenten de tamaño y se inflamen. Cuando las células de un animal se deterioran o mueren, hecho que sucede segundos después de su muerte, las enzimas celulares descomponen sus estructuras proteínicas. Estas proteínas, llamadas degeneradas, son inútiles para el cuerpo, y se tornan dañinas a menos que el sistema linfático las elimine con rapidez. Su presencia suele incrementar la actividad microbiana. Esas reservas residuales sirven de alimento a virus, hongos y

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bacterias. En algunos casos, aparecen reacciones alérgicas.

Cuando se produce una acumulación de desechos y una congestión en los sacos linfáticos, el sistema linfático no puede eliminar adecuadamente del organismo ni siquiera sus propias proteínas degeneradas. El resultado es un edema linfático. De existir esos edemas, pueden apreciarse, tumbados de espaldas, a la altura del ombligo, como unos nódulos duros, a veces tan grandes como un puño. Estas

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«piedras» son la causa principal de dolores en la parte media y baja de la espalda, así como de hinchazón abdominal, y también de gran parte de los síntomas relacionados con la mala salud. Muchas de las personas a las que les sale «barriguita» consideran que esa hinchazón del abdomen no es más que una molestia sin importancia o una consecuencia natural del envejecimiento. No se dan cuenta de que están alimentando una «bomba de relojería» que puede detonar algún día y dañar partes vitales del organismo. Quien tiene inflamación abdominal sufre una grave congestión linfática. Aproximadamente el 80 % del sistema linfático está relacionado con los intestinos, lo cual hace que esa zona del cuerpo sea el mayor centro de actividad inmunológica. Esto no es ninguna coincidencia, ya que la parte del cuerpo donde se combate o se genera la mayoría de los agentes causantes de enfermedades es, de hecho, el tracto intestinal. Cualquier edema linfático u otro tipo de obstrucción en esta importante parte del sistema linfático puede producir graves complicaciones en el resto del organismo. En la zona donde se obstruya un conducto linfático, también aparecerá a cierta distancia una acumulación de linfa. Como consecuencia, los nódulos linfáticos de esa zona ya no pueden neutralizar o desintoxicar adecuadamente los siguientes elementos: fagocitos vivos y muertos, así como microbios que hubiesen ingerido, tejido celular desgastado, células dañadas por enfermedades, sustancias fermentadas, pesticidas de los alimentos, anticuerpos tóxicos de gran parte de los alimentos vegetales, partículas tóxicas inhaladas o ingeridas, células de tumores malignos y millones y millones de células cancerosas que toda persona sana genera a diario. Una destrucción incompleta de estos elementos puede provocar que los nódulos linfáticos se inflamen, crezcan y se congestionen de sangre. El material infectado puede penetrar en el torrente sanguíneo y originar una infección grave, o septicemia, así como enfermedades agudas. Pero, en muchos casos, sin embargo, el bloqueo linfático se produce lentamente, sin otros síntomas a excepción de hinchazón de abdomen, manos, brazos o tobillos, o hinchazón en la cara y los ojos. Esto se conoce comúnmente como «retención de líquidos», un paso importante hacia cualquier enfermedad crónica. Una continua obstrucción linfática conduce generalmente a dolencias crónicas. Casi todas las enfermedades crónicas derivan de la congestión de la cisterna quili. Finalmente, el conducto torácico, que drena la cisterna quili, se sobrecarga debido al flujo constante de materias tóxicas y también se obtura. El conducto torácico está relacionado con otros muchos conductos linfáticos (véanse figuras 9 y 10) que

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vierten sus residuos en el canal torácico de «desagüe».

Puesto que el conducto torácico tiene que eliminar aproximadamente un 85 % de los desechos celulares que diariamente produce el cuerpo, así como otras sustancias potencialmente tóxicas, cualquier bloqueo en esa zona produce un reflujo de esos residuos en otras partes más distantes del cuerpo. Cuando no se elimina durante cierto tiempo el desperdicio metabólico y celular diario, comienzan a generarse síntomas de enfermedades. A continuación, se

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muestran unos cuantos ejemplos de indicadores de trastornos como consecuencia directa de una congestión linfática crónica: • Obesidad, quistes en útero y ovarios, desarrollo de la próstata, reumatismo en las articulaciones, crecimiento de la parte izquierda del corazón, apoplejías, congestiones bronquiales y pulmonares, hinchazón o crecimiento de la zona del cuello, rigidez en cuello y hombros, dolores de espalda, dolores de cabeza, migrañas, mareos, vértigo, zumbidos en los oídos, dolores de oído, sordera, caspa, resfriados frecuentes, sinusitis, alergia, ciertos tipos de asma, problemas de tiroides, enfermedades oculares, mala visión, hinchazón de mamas, cáncer de mama, problemas renales, dolor en la parte inferior de la espalda, hinchazón de piernas y tobillos, escoliosis, trastornos cerebrales, pérdida de memoria, problemas estomacales, ensanchamiento del bazo, síndrome del intestino irritable, hernias, pólipos en el colon, etcétera. El conducto torácico vierte su contenido en la vena subclavia izquierda, en la base del cuello. Esta vena penetra en la vena cava superior, que llega al lado izquierdo del corazón. Además de bloquear el correcto drenaje linfático de varios órganos o partes del cuerpo, la congestión en la cisterna quili y el conducto torácico permite que las toxinas pasen al corazón y a las arterias coronarias. Esto provoca estrés al corazón y permite, además, que esas toxinas y agentes que causan enfermedades lleguen al torrente sanguíneo general y se extiendan a otras partes del cuerpo. Apenas hay una enfermedad que no se deba a una obstrucción linfática. El bloqueo linfático, en la mayoría de los casos, tiene su origen en un hígado congestionado (en el siguiente capítulo se verán las causas de los cálculos biliares en el hígado). En situaciones extremas puede producirse un linfoma o cáncer de linfa, cuyo tipo más común es la llamada enfermedad de Hodgkin. Cuando el sistema circulatorio empieza a funcionar mal a causa de cálculos biliares en el hígado, el sistema endocrino también se ve afectado. Las glándulas endocrinas producen hormonas que pasan directamente de las células glandulares al torrente sanguíneo, donde ejercen su influencia sobre la actividad del organismo, su crecimiento y su nutrición. Las glándulas que generalmente se ven más afectadas por esta congestión son la tiroides, la paratiroides, la corteza adrenal, los ovarios y los testículos. Cuando la circulación sanguínea se ve gravemente afectada, se produce un desajuste en las secreciones hormonales de los islotes de Langerhans, en el páncreas, y las glándulas pineal y pituitaria. La congestión sanguínea, caracterizada por un espesamiento de la sangre, evita

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que las hormonas lleguen a sus diferentes destinos en el organismo en la cantidad adecuada. Esto conduce a una hipersecreción (sobreproducción) hormonal. Cuando el drenaje linfático de las glándulas es ineficaz, éstas se congestionan por sí solas, lo que produce hiposecreción (falta) de hormonas. Los desequilibrios funcionales de la glándula tiroides llevan a dolencias como el bocio tóxico, la enfermedad de Graves, el cretinismo, el mixoedema, los tumores tiroidales e hipoparatiroidismo. Los trastornos de la tiroides pueden, asimismo, reducir la absorción de calcio y provocar cataratas, así como trastornos en el comportamiento y demencia. La mala absorción de calcio ya es, por sí sola, responsable de numerosas enfermedades, entre ellas la osteoporosis (pérdida de densidad de la masa ósea). Si los problemas circulatorios alteran la secreción idónea de insulina en los islotes pancreáticos de Langerhans, aparece la diabetes. Los cálculos biliares en el hígado pueden provocar que las células hepáticas reduzcan la síntesis de proteínas. Esa reducción provoca, a su vez, que las glándulas adrenales produzcan una cantidad excesiva de cortisol, una hormona que estimula la síntesis proteínica. Un exceso de cortisol en sangre produce una mayor atrofia del tejido linfático y una menor respuesta inmunológica, lo que se considera la principal causa de cáncer y de muchas otras enfermedades. Un desequilibrio en la secreción de las hormonas adrenales puede causar una amplia variedad de trastornos, pues ocasiona una respuesta febril debilitadora y una menor síntesis proteínica. Las proteínas son la base constructora del tejido celular, de las hormonas, etcétera. El hígado puede producir muchas y muy diferentes hormonas, sustancias que determinan el crecimiento y la capacidad de curación del organismo. El hígado también inhibe ciertas hormonas, entre ellas la insulina, el glucagón, el cortisol, la aldosterona, la tiroides y las hormonas sexuales. Los cálculos biliares en el hígado perjudican esa función vital, lo que puede incrementar las concentraciones hormonales en sangre. El desequilibrio hormonal es un trastorno muy grave que puede aparecer fácilmente cuando los cálculos biliares en el hígado afectan a las principales vías circulatorias, que son también vías hormonales. Si, por ejemplo, los niveles de cortisol en sangre se desequilibran, una persona puede llegar a acumular un exceso de grasa en su organismo. Si los estrógenos no se descomponen adecuadamente, aumenta el riesgo de sufrir cáncer de mama; si la insulina en sangre no se descompone debidamente, el riesgo de cáncer aumenta y las células del cuerpo pueden hacerse resistentes a la insulina, lo cual es un gran precursor de la diabetes. Cuando la sangre y la linfa fluyen sin problemas, no aparecen enfermedades. Ambos tipos de problemas –mala circulación sanguínea y linfática– pueden 53

eliminarse perfectamente mediante una serie de limpiezas hepáticas y llevando una dieta y un estilo de vida equilibrados.

Trastornos del sistema respiratorio La salud física y la mental dependen de la vitalidad y del buen funcionamiento de las células corporales. Las células obtienen gran parte de la energía que necesitan a partir de las reacciones químicas que tienen lugar en presencia del oxígeno. Una de las sustancias residuales resultantes es el dióxido de carbono. El sistema respiratorio aporta los caminos a través de los cuales el oxígeno penetra en el cuerpo y el dióxido de carbono se excreta. La sangre actúa como un sistema de transporte para el intercambio que de estos gases hacen los pulmones y las células. Los cálculos biliares en el hígado pueden inhibir las funciones respiratorias y causar alergias, trastornos en la nariz y las cavidades nasales y enfermedades bronquiales y pulmonares. Cuando los cálculos biliares deforman o dañan los lóbulos (unidades) del hígado, la capacidad de éste para limpiar la sangre, el intestino delgado, el sistema linfático y el inmunológico disminuye. Los residuos y las sustancias tóxicas, normalmente inutilizados gracias a estos órganos y sistemas, empiezan a filtrarse en el corazón, pulmones, bronquios y otras vías respiratorias. La constante exposición a esos agentes irritantes reduce la resistencia que el sistema respiratorio suele presentar. La congestión linfática en la región abdominal – principalmente la del conducto torácico y la cisterna quili– impide un adecuado drenaje linfático de los órganos respiratorios. La mayoría de los problemas respiratorios aparecen como consecuencia de esos bloqueos linfáticos. La neumonía se produce cuando las medidas de protección no logran impedir que los microbios, ya sean inhalados o surgidos en la sangre, lleguen a los pulmones y los invadan. Los cálculos biliares albergan microbios dañinos, así como sustancias altamente tóxicas e irritantes, que pueden penetrar en la sangre a través de vías sanguíneas del hígado dañadas a consecuencia de los cálculos. Los cálculos biliares son, por tanto, una fuente constante de inhibición inmunológica, lo cual deja al cuerpo, especialmente a las vías altas respiratorias, susceptible a factores, internos y externos, desencadenantes de enfermedades. Entre esos agentes están los microbios surgidos en la sangre y los del aire (considerados los causantes de la neumonía), el humo del tabaco, el alcohol, los rayos X, los corticosteroides, los alérgenos, los antígenos, los contaminantes comunes, los residuos del tracto gastrointestinal, etcétera.

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Otras complicaciones respiratorias se producen cuando se acumulan cálculos en los conductos biliares hepáticos y producen una dilatación del hígado. Este órgano, localizado en la parte superior de la cavidad abdominal, ocupa casi toda la anchura del tórax. En su superficie superior y anterior es suave y curvo para poder alojarse bajo la superficie del diafragma. Cuando se dilata, el hígado obstruye el movimiento del diafragma e impide que los pulmones se ensanchen al máximo en la fase de inspiración. En cambio, un hígado sano permite que los pulmones se ensanchen hacia la región abdominal, presionen el abdomen y compriman los vasos linfáticos y sanguíneos a fin de que la sangre y la linfa lleguen al corazón. A este mecanismo respiratorio se le denomina generalmente respiración abdominal y se produce especialmente en los bebés sanos. Un hígado dilatado evita una expansión completa de diafragma y pulmones, lo que reduce el intercambio de gases en los pulmones, produce congestión linfática y acumula una cantidad excesiva de anhídrido carbónico en los pulmones. Esta restricción de oxígeno afecta de manera negativa a las funciones celulares de todo el organismo. La mayoría de las personas de los países industrializados tienen el hígado dilatado. Lo que generalmente se considera un tamaño normal es, en realidad, un tamaño excesivo. Una vez eliminados los cálculos por medio de una serie de limpiezas hepáticas, el hígado vuelve gradualmente a su tamaño original. La mayoría de las enfermedades de pulmones, bronquiales y de vías respiratorias se originan o empeoran a causa de la presencia de cálculos en el hígado, y pueden mejorar o desaparecer si se eliminan esas piedras por medio de la limpieza hepática.

Trastornos del sistema urinario El sistema urinario es un sistema excretor muy importante. Se compone de dos riñones, que generan y excretan orina; dos uréteres, que transportan la orina de los riñones a la vejiga urinaria; una vejiga urinaria, donde se reúne la orina y se almacena temporalmente; y una uretra, a través de la cual la orina se descarga de la vejiga hacia el exterior del cuerpo (véase figura 11).

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Para mantener un adecuado volumen líquido y regular la cantidad de agua que se excreta en la orina, es esencial el correcto funcionamiento del sistema urinario. Entre otras de sus funciones se halla la de regular la concentración de los diferentes electrolitos de los flujos corporales y la de mantener el pH (equilibrio ácidoalcalino); también está relacionado con tareas como la de eliminar los residuos provenientes de la descomposición (catabolismo) de las proteínas celulares en el hígado, por ejemplo. La mayoría de las enfermedades renales y de otras partes del sistema urinario están relacionadas con desajustes en el sistema de filtración simple de los riñones. Diariamente, entre ambos riñones se generan entre 100 y 150 litros de filtraciones diluidas, de las que sólo se secretan como orina entre 1 y 1,5 litros (el resto se reabsorbe y vuelve a circular). A excepción de las células sanguíneas, las plaquetas y las proteínas sanguíneas, el resto de los componentes sanguíneos debe pasar por los riñones. Siempre que el sistema digestivo –y, especialmente, el hígado– deja de funcionar adecuadamente, el proceso de filtración se altera y se debilita. Los cálculos biliares en el hígado y en la vesícula reducen la producción biliar del hígado, lo que altera el proceso digestivo. Gran parte de los alimentos no digeridos comienzan a fermentar y a descomponerse, dejando residuos tóxicos en la sangre y la linfa. Las secreciones normales del cuerpo, como la orina, el sudor, los gases y las heces, no suelen contener residuos que generen enfermedades, siempre, claro está, que las vías de secreción permanezcan limpias y sin ningún tipo de obstrucción. 56

Los agentes causantes de enfermedades consisten en pequeñas moléculas que aparecen en la sangre y la linfa, y que sólo pueden verse a través de unos potentes microscopios electrónicos. Estas moléculas tienen un fuerte efecto acidificante en la sangre. A fin de evitar cualquier enfermedad mortal o un coma, la sangre debe eliminar esas minúsculas toxinas, y, para ello, envía a las indeseables intrusas al tejido conectivo. Este tejido está formado por un flujo (linfa) que rodea a las células; diríamos que éstas se «bañan» en el tejido conectivo. En circunstancias normales, el cuerpo sabe cómo enfrentarse a los residuos ácidos depositados en el tejido conectivo: libera un producto alcalino en la sangre, bicarbonato de sodio (NaHCO3) para rescatar las toxinas ácidas, neutralizarlas y eliminarlas después por medio de los órganos excretores. Sin embargo, este sistema de emergencia comienza a fallar cuando las toxinas se depositan con mayor rapidez de lo que pueden ser rescatadas y eliminadas. Como consecuencia, el tejido conectivo puede tornarse tan espeso como una gelatina; los nutrientes, el agua y el oxígeno ya no pueden pasar libremente, y las células de los órganos comienzan a sufrir desnutrición, deshidratación y falta de oxígeno. Las proteínas de origen animal son uno de los componentes más ácidos. Los cálculos biliares inhiben la capacidad del hígado de metabolizar estas proteínas. Su exceso se almacena «temporalmente» en el tejido conectivo y después se convierte en fibra de colágeno, que se forma en el interior de las membranas basales de las paredes capilares. Esas membranas, como consecuencia, pueden resultar diez veces más gruesas de lo normal. Algo parecido ocurre en las arterias. A medida que las paredes de los vasos sanguíneos se van congestionando más y más, un número menor de proteínas es capaz de escapar del torrente sanguíneo. Esto conduce a un espesamiento de la sangre y hace que a los riñones les sea más difícil filtrarla. Al mismo tiempo, las membranas basales de los vasos capilares que suministran nutrientes a los riñones también se congestionan, lo que las hace más duras y rígidas. Cuando este proceso de endurecimiento de los vasos capilares aumenta, la presión arterial comienza a ser más alta y el funcionamiento renal se altera. Cada vez más, los residuos metabólicos, que son excretados por las células del riñón –que normalmente se eliminan por vía venosa y los conductos linfáticos–, se van quedando retenidos y perjudican el funcionamiento renal. Con todo ello, los riñones se sobrecargan y no pueden seguir manteniendo el fluido normal y el equilibrio electrolítico del organismo. Además, los componentes de la orina se pueden precipitar en cristales y piedras de diversos tipos y tamaños (véase figura 12a). Las piedras de ácido úrico, por ejemplo, se forman cuando la

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concentración del ácido úrico en la orina excede de 2 a 4 mg %. Hasta mediados de la década de 1960, cuando se modificó a la alza, se consideraba que esa cantidad estaba dentro de un nivel de tolerancia. El ácido úrico es un producto secundario resultante de la descomposición de proteínas en el hígado. Dado que el consumo de carne se incrementó enormemente en esa década, el nivel «normal» se modificó a 7,5 mg %. Sin embargo, esto no convierte al ácido úrico en una sustancia menos peligrosa. Las piedras que se forman debido a un exceso de ácido úrico (véase figura 12b) pueden provocar obstrucciones urinarias, infección renal y, finalmente, un fallo renal.

A medida que las células renales van quedando sin los nutrientes vitales, entre ellos el oxígeno, pueden comenzar a desarrollarse tumores malignos. Por otro lado, los cristales de ácido úrico que los riñones no han podido eliminar pueden ubicarse en las articulaciones y causar reumatismo, gota y retención de líquidos.

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Los síntomas de un inminente problema renal son, a menudo, aparentemente leves en comparación con la potencial gravedad de una enfermedad renal. Los síntomas más visibles y comunes en los problemas renales son los cambios en el volumen, la frecuencia y la coloración de la orina. Estos síntomas suelen ir acompañados de hinchazón de ojos, cara y tobillos, así como de dolores en la parte superior e inferior de la espalda. Si la enfermedad ha avanzado, puede producirse visión borrosa, cansancio, menor vitalidad y náuseas. A continuación, se mencionan síntomas que pueden indicar también un mal funcionamiento de los riñones: • Presión arterial alta; presión baja; dolores itinerantes en el abdomen; orina de color oscuro; dolores de espalda justo por encima de la cintura; exceso de sed, exceso de micción, especialmente durante la noche; micción inferior a 500 mililitros diarios; sensación de vejiga llena; dolor durante la micción; piel más seca y oscura; tobillos hinchados al final del día; ojos hinchados por la mañana; hematomas y hemorragias. Todas las enfermedades importantes del sistema urinario se deben a toxicidad en la sangre; en otras palabras, a que la sangre está repleta de diminutas moléculas de residuos y proteínas. Los cálculos en el hígado inhiben la digestión, provocan congestiones linfáticas y sanguíneas y alteran el sistema circulatorio al completo, incluido el del sistema urinario. Una vez se han expulsado los cálculos biliares, el sistema urinario puede restablecerse, deshacerse del exceso de toxinas acumuladas y de piedras y mantener un equilibrio de los fluidos corporales y una presión arterial normal. Esto es necesario para que todos los procesos del organismo funcionen de manera fácil y eficaz. Puede que, además, sea absolutamente necesario limpiar, además del hígado

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y la vesícula, los riñones (véase «La limpieza renal» en el capítulo 5).

Trastornos del sistema nervioso Toda nuestra vida se rige por lo que sentimos. Nuestro carácter, la forma en que nos desenvolvemos, nuestra relación con los demás, nuestro estado de ánimo, nuestras ansias, nuestro nivel de tolerancia y nuestras reacciones frente a las cosas que nos depara la vida, todo ello resulta fuertemente afectado por el estado de nuestro sistema nervioso. En el acelerado mundo en que vivimos, estamos expuestos a infinidad de cambios que pueden causar grandes estragos en nuestro cuerpo. El cerebro es el centro de control de todo el organismo, y, a menos que reciba un adecuado sustento, todo nuestro yo, físico y emocional, puede fácilmente tornarse caótico. Las células cerebrales son, por lo general, capaces de producir un extraordinario número de compuestos químicos necesarios para asumir las complejas tareas que, día tras día, y año tras año, tienen que llevar a cabo. Sin embargo, siempre dependen de un continuo suministro de nutrientes para esa producción. La agricultura intensiva moderna ha agotado prácticamente la mayoría de los nutrientes del suelo (véase, en el capítulo 5, «Tomar minerales esenciales ionizados»). Si bien esto ejerce un gran papel en las deficiencias nutricionales que sufren los países industrializados, la mayoría de esas carencias se deben al mal funcionamiento del sistema digestivo y, especialmente, del hígado. La falta de tales nutrientes puede dificultar la capacidad que tiene el cerebro de elaborar las sustancias químicas para funcionar correctamente. El cerebro también puede funcionar durante algún tiempo con menos nutrientes de los necesarios, pero el precio que hay que pagar incluye mala salud, cansancio, falta de energía, cambios de humor, depresión, dolencias, malestares y dolores, y una sensación general de desasosiego. Algunas deficiencias se manifiestan en enfermedades mentales como la esquizofrenia y Alzheimer. La salud del sistema nervioso –que comprende el cerebro, la médula espinal, los nervios vertebrales y craneales y las funciones autónomas– depende, en gran medida, de la calidad de la sangre. Ésta se compone de plasma (un fluido transparente de color pajizo) y células. Los elementos que constituyen el plasma son: agua, proteínas de plasma, sales minerales, hormonas, vitaminas, nutrientes, residuos orgánicos, anticuerpos y gases. Hay tres tipos de células sanguíneas: los glóbulos blancos (leucocitos), los glóbulos rojos (eritrocitos) y las plaquetas (trombocitos). Cualquier

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cambio anómalo en la sangre afecta al sistema nervioso y al resto del organismo. Esos tres tipos de células sanguíneas se forman en la médula ósea, la cual se alimenta y mantiene de los nutrientes que le suministra el sistema digestivo. Los cálculos biliares en el hígado alteran la digestión y la asimilación de los alimentos, lo cual hace que el plasma contenga un exceso de residuos, y, al mismo tiempo, reduce el suministro de nutrientes a la médula ósea. Ello, a su vez, altera el equilibrio de los componentes de las células sanguíneas y el flujo hormonal y provoca respuestas anómalas en el sistema nervioso. La mayoría de las enfermedades que afectan al sistema nervioso se deben a una sangre mal formada, a consecuencia de una disfunción hepática, y a la subsiguiente acumulación de residuos en el tracto intestinal. Cada una de las numerosas funciones del hígado influye directamente en nuestro sistema nervioso, particularmente en el cerebro. Las células hepáticas convierten el glucógeno (un azúcar complejo) en glucosa, la cual, además del oxígeno y el agua, es el nutriente más importante del sistema nervioso. La glucosa cubre gran parte de los requerimientos de energía del sistema nervioso. El cerebro, a pesar de que constituye tan sólo una quincuagésima parte del peso del cuerpo, contiene aproximadamente una quinta parte del volumen sanguíneo del organismo, y utiliza enormes cantidades de glucosa. Los cálculos biliares en el hígado reducen considerablemente la distribución de glucosa al cerebro y al resto del sistema nervioso, lo cual puede afectar al rendimiento de los órganos, de los sentidos y de la mente. En las primeras etapas de este desequilibrio, una persona puede sentir ansiedad por comer, especialmente alimentos dulces o hidratos de carbono, y experimentar frecuentes cambios de humor o estrés emocional. Existen otros problemas aún más graves, que son consecuencia de la presencia de piedras en el hígado. Este órgano crea proteínas de plasma y gran parte de los factores coagulantes de la sangre a partir de los aminoácidos de reserva del organismo. Esta función se va inhibiendo progresivamente con la presencia de cálculos biliares. Si la producción de factores de coagulación desciende, el recuento de plaquetas también disminuye, y pueden producirse hemorragias espontáneas de los capilares o enfermedades hemorrágicas. Si una de esas hemorragias espontáneas tiene lugar en el cerebro, puede producirse destrucción del tejido cerebral, parálisis o la muerte. La gravedad de la hemorragia puede determinarse por elementos desencadenantes de la misma, como la hipertensión y el alcoholismo. El recuento de las plaquetas también desciende cuando la producción de nuevas células no se mantiene equilibrada con la destrucción de las células dañadas o

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desgastadas, lo que sucede cuando los cálculos biliares limitan el suministro de sangre a las células hepáticas. La vitamina K es otro elemento esencial para sintetizar los principales factores de coagulación. Se trata de una vitamina soluble en grasa que se almacena en el hígado. Para absorber las grasas del intestino, el organismo necesita sales biliares, disponibles por medio de las secreciones biliares. Las piedras en el hígado y en la vesícula obstruyen el flujo biliar, lo que ocasiona una inadecuada absorción de grasas y la consiguiente carencia de vitamina K. Como se ha mencionado anteriormente, los cálculos biliares en el hígado pueden ocasionar trastornos en el sistema vascular. Cuando se producen cambios en la sangre y ésta se torna espesa, los vasos sanguíneos comienzan a endurecerse y se deterioran. Si se forma un coágulo en una arteria dañada, una parte del coágulo sanguíneo (émbolo) puede alojarse en una pequeña arteria alejada de la herida y obstruir el flujo sanguíneo, causando isquemias e infartos. Si el infarto tiene lugar en una arteria cerebral, se denomina derrame cerebral o apoplejía. Todos los problemas circulatorios afectan al cerebro y al resto del sistema nervioso. La interrupción de las funciones hepáticas revierte especialmente en los astrocitos, las células que constituyen el principal tejido de soporte del sistema nervioso central. Este trastorno se caracteriza por apatía, desorientación, delirio, rigidez muscular y coma. Los residuos bacterianos nitrogenados absorbidos en el colon, a menos que el hígado los haya desintoxicado, pueden llegar a las células del cerebro a través de la sangre. Otros residuos metabólicos, como, por ejemplo, el amoníaco, pueden alcanzar concentraciones tóxicas y modificar la permeabilidad de los vasos capilares del cerebro, reduciendo así la efectividad de la barrera sangrecerebro. Esto puede ocasionar que diferentes sustancias nocivas lleguen al cerebro y causen daños graves. Cuando un gran número de neuronas dejan de recibir una adecuada nutrición, se desarrolla una atrofia del tejido neural, lo cual conduce a la demencia o a la enfermedad de Alzheimer. En el caso de que cierto tipo de neuronas, responsables de producir una hormona y neurotransmisor cerebral llamada dopamina, sufran desnutrición, aparece la enfermedad de Parkinson. Una exposición continua a cierto entorno o a unas toxinas producidas internamente puede tener el mismo efecto. La esclerosis múltiple (MS, siglas en inglés) aparece cuando las células que producen la mielina (una cubierta de material graso que rodea a la mayoría de los axones de las células nerviosas) sufren desnutrición y un insuficiente drenaje 62

linfático. La capa de mielina disminuye y los axones se dañan. El hígado controla la digestión, la absorción y el metabolismo de las sustancias grasas en todo el cuerpo. Los cálculos biliares alteran el metabolismo de las grasas, lo que afecta a los niveles de colesterol en sangre. El colesterol es el material de construcción básico de todas las células del cuerpo y se necesita en todos los procesos metabólicos. Nuestro cerebro se compone de más de un 10 % de colesterol puro (sin agua). El colesterol es importante para el desarrollo del cerebro y sus funciones; protege a los nervios de daños o heridas. Un desequilibrio en las grasas de la sangre puede afectar profundamente al sistema nervioso y, por consiguiente, causar prácticamente cualquier tipo de enfermedad. Si se eliminan los cálculos biliares del hígado y la vesícula, se incrementa el suministro de nutrientes a las células, y, por consiguiente, se rejuvenece el sistema nervioso y se mejoran todas las funciones del organismo.

Trastornos óseos A pesar de que los huesos son los tejidos más duros del cuerpo, son, sin embargo, órganos vivos. Los huesos están compuestos de un 20 % de agua, de un 30 a un 40 % de materia orgánica, como las células vivas, y de un 40 a un 50 % de material inorgánico, como el calcio. El tejido óseo contiene gran cantidad de sangre, vasos sanguíneos y nervios. Las células responsables del crecimiento equilibrado de los huesos son los osteoblastos y los osteoclastos. Los osteoblastos son las células que forman los huesos, mientras que los osteoclastos son las sintetizadoras de la materia ósea para mantener una buena forma. Un tercer grupo de células, llamadas condrocitos, son las encargadas de formar el cartílago. La parte menos densa del hueso se llama hueso canceloso y contiene la médula ósea, encargada de producir los glóbulos rojos y los blancos. La mayoría de las enfermedades óseas aparecen cuando las células de los huesos dejan de alimentarse adecuadamente. Los cálculos biliares en el hígado generalmente producen congestión de la linfa en el tracto intestinal y, en consecuencia, en otras partes del cuerpo (véase «Trastornos del sistema circulatorio»). Una buena salud ósea es el resultado de un equilibrio constante entre las funciones de los osteoblastos y los osteoclastos. Este delicado equilibrio se altera cuando se produce una inadecuada distribución de nutrientes, lo que inhibe la producción de nuevo tejido óseo por parte de los osteoclastos. La osteoporosis se debe a la pérdida de masa ósea, pues la formación de tejido óseo nuevo no va a la par con la destrucción del

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antiguo. El hueso canceloso se ve afectado antes que el hueso compacto, al ser éste el que forma la capa exterior del hueso. En una osteoporosis generalizada, el exceso de calcio se reabsorbe, lo que incrementa los niveles de calcio en la sangre y la orina. Esto puede predisponer a la formación de cálculos renales y, a la larga, a sufrir un fallo renal. Los cálculos en el hígado reducen de manera sustancial la producción biliar, que es esencial para la absorción de calcio desde el intestino delgado. Aunque el cuerpo recibiera más calcio del necesario a través de los alimentos o de complementos dietéticos, la escasez biliar impediría que gran parte del calcio ingerido contribuyera a la formación de huesos y otros importantes procesos metabólicos. Además, la presencia de cálculos biliares en el hígado aumenta el nivel de ácidos dañinos en sangre, algunos de los cuales son neutralizados por el calcio filtrado por huesos y dientes. (Algo similar sucede cuando se toma leche de vaca. Para neutralizar la elevada concentración de fósforo en la leche ingerida, el cuerpo utiliza no sólo el calcio de la leche, sino también el calcio de huesos y dientes). Con el tiempo, las reservas de calcio del cuerpo se agotan, lo que disminuye la masa o densidad ósea. Esto conduce a la fractura de diferentes huesos, como el de la cadera, e incluso a la muerte. Teniendo en cuenta que más de la mitad de las mujeres de más de cincuenta años padecen osteoporosis (aunque sólo sea en los países industrializados), es obvio que los tratamientos médicos actuales, basados en la ingesta de hormonas o en suplementos de calcio, son tan sólo palos de ciego, pues no tratan el desequilibrio que la disminución del flujo biliar produce en el hígado y la vesícula a consecuencia de los cálculos biliares. E l raquitismo y la osteomalacia son enfermedades que afectan al proceso de calcificación ósea. En ambos casos, los huesos, especialmente los de las extremidades inferiores, se tornan menos sólidos y se arquean con el peso del cuerpo. La vitamina liposoluble D, calciferol, es esencial para el buen metabolismo del calcio y el fósforo y, por consiguiente, de unas estructuras óseas sanas. La insuficiente secreción biliar y la alteración del metabolismo del colesterol, ambas causadas por los cálculos biliares en el hígado, conducen a una deficiencia de vitamina D. La falta de exposición a la luz ultravioleta agrava aún más la situación. La infección de los huesos, llamada osteomielitis, aparece como consecuencia de una prolongada obstrucción linfática en el cuerpo, especialmente en los tejidos óseos o alrededor de ellos. A consecuencia de ello, los microbios producidos en la sangre acceden libremente a los huesos. Como ya se ha mencionado anteriormente, los microbios infecciosos sólo atacan a los tejidos acidificados, débiles, inestables o

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deteriorados. Los microbios pueden originarse en los cálculos biliares, los abscesos dentales o los forúnculos. Los tumores malignos en los huesos aparecen cuando la congestión linfática, en el cuerpo y en los huesos, ha alcanzado proporciones extremas. El sistema inmunológico se deprime y partículas de los tumores malignos en mamas, pulmones o próstata pueden extenderse o desarrollarse en aquella parte del hueso que tiene los tejidos más blandos y que es más propensa a la congestión y acidificación, esto es, el hueso canceloso. El cáncer de huesos, así como las otras enfermedades de los huesos, son indicativos de la desnutrición del tejido óseo. Estas enfermedades no responden, por lo general, al tratamiento hasta que no se eliminan los cálculos biliares del hígado y también cualquier obstrucción que pueda existir en los órganos y sistemas del cuerpo.

Enfermedades de las articulaciones Existen tres tipos de articulaciones en el cuerpo: articulaciones fijas o fibrosas, articulaciones con movilidad limitada, o cartilaginosas, y articulaciones de movimiento libre, o sinoviales. Las articulaciones más susceptibles de enfermar son las de las manos, los pies, las rodillas, los hombros, los codos y la cadera. Entre las dolencias más comunes se encuentran la artritis reumatoide, la osteoartritis y la gota. La mayoría de las personas que sufren artritis reumatoide tiene un largo historial de problemas intestinales: inflamaciones, flatulencias, ardor de estómago, eructos, estreñimiento, diarrea, hinchazón y enfriamiento de manos y pies, sudoración, fatiga general, pérdida de apetito, de peso, etcétera. Así pues, es razonable concluir que la artritis reumatoide está vinculada a cualquiera de estos síntomas, o similares, de problemas digestivos y metabólicos. Yo, personalmente, experimenté todos estos síntomas en la infancia, en una época en la que sufrí episodios de artritis reumatoide. El tracto gastrointestinal está constantemente expuesto a un gran número de virus, bacterias y parásitos. Además de los numerosos antígenos (sustancias ajenas) que contienen los alimentos, el sistema digestivo tiene también que lidiar con insecticidas, pesticidas, hormonas, restos de antibióticos y con los numerosos conservantes y colorantes que tienen hoy en día tantos alimentos, así como a los fármacos de moléculas grandes, como la penicilina. Entre otros antígenos, también se encuentran el polen de las flores, las plantas, los anticuerpos de las verduras, hongos y bacterias, entre otras cosas. La labor del sistema inmunológico, concentrado en su

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mayoría en las paredes intestinales, consiste en protegernos de todos estos invasores y sustancias potencialmente dañinas. Para poder llevar a cabo esta actividad diariamente, ambos, el sistema digestivo y el sistema linfático, deben permanecer libres de obstrucciones y ser eficaces. Los cálculos biliares en el hígado alteran gravemente el proceso digestivo, y ello conlleva una sobrecarga de sustancias tóxicas en la sangre y la linfa, como se ha mencionado anteriormente (véase «Trastornos del sistema circulatorio»). Los médicos consideran que la artritis es una enfermedad autoinmune que afecta a las membranas sinoviales. La autoinmunidad, un trastorno por el cual el sistema inmunológico desarrolla una inmunidad hacia sus propias células, se presenta cuando los compuestos antígenos/anticuerpos (factores reumatoides) se forman en la sangre. Los linfocitos B (células inmunológicas) de la pared intestinal se estimulan de modo natural y producen anticuerpos (inmunoglobulina) al entrar en contacto con estos antígenos. Las células inmunológicas circulan en la sangre y algunas de ellas se depositan en los nódulos linfáticos, el bazo, la membrana mucosa de las glándulas salivales, el sistema linfático de los bronquios, la vagina o el útero, las glándulas mamarias y el tejido capsular de las articulaciones. Cuando se produce una exposición repetida a los mismos tipos de antígenos tóxicos, la producción de anticuerpos disminuye de forma notable, especialmente allí donde las células inmunológicas se han asentado debido a un encuentro previo con los invasores. Estos antígenos dañinos pueden estar constituidos, por ejemplo, por partículas de proteínas de origen animal provenientes de alimentos en descomposición. En tal caso, puede existir una intensa actividad microbiana. El nuevo encuentro con los antígenos aumenta el nivel de compuestos antígenos/anticuerpos en la sangre y altera el fino equilibrio que hay entre la reacción inmunológica y su supresión. Las enfermedades autoinmunes, que muestran un nivel de toxinas extremadamente alto en el cuerpo, son el resultado directo de la alteración de ese equilibrio. Cuando existe una producción de anticuerpos alta y continua en las articulaciones sinoviales, la inflamación se torna crónica, lo que produce deformidades, dolores y pérdida de movilidad. La excesiva actuación del sistema inmunológico conduce a la autodestrucción del organismo. Si esta forma de autodestrucción sucede en el tejido nervioso se llama esclerosis múltiple, y si ocurre en el tejido de algún órgano, se denomina cáncer. Sin embargo, y observada en profundidad, la autodestrucción no es más que un último intento de supervivencia. El cuerpo sólo se «ataca» a sí mismo cuando el nivel de toxicidad puede causar más daño que la respuesta autoinmune; no pretende realmente ningún suicidio, tal como

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parece indicar el término «enfermedad autoinmune». Cuando las membranas celulares se atascan debido a sustancias externas dañinas y a partículas tóxicas, como los ácidos grasos «trans» (los que se encuentran, por ejemplo, en la comida basura, hamburguesas, patatas fritas, etcétera), el sistema inmune genera esa respuesta –completamente normal– para atacar a todos esos contaminantes. Llamar enfermedad a esa respuesta defensiva es algo carente de rigor científico y refleja una falta de conocimiento de la auténtica naturaleza del organismo. Los cálculos biliares evitan que el cuerpo se mantenga bien nutrido y limpio –lo cual los convierte en fuente de toxicidad– e impiden que el hígado elimine adecuadamente las sustancias tóxicas del torrente sanguíneo. Cuando el hígado no puede filtrar las toxinas de la sangre, éstas acaban inundando el flujo extracelular. Cuantas más toxinas se acumulan en ese flujo, las membranas celulares resultan obstruidas con sustancias dañinas de forma más grave. Una respuesta inmune puede llegar a ser necesaria para destruir las células más contaminadas y salvar al resto del organismo, al menos por un tiempo. Una vez eliminados todos los cálculos del hígado y la vesícula, el sistema inmune no se ve obligado a recurrir a esas medidas extremas de defensa del cuerpo a nivel celular. La osteoartritis es una enfermedad degenerativa no inflamatoria. Aparece cuando la renovación del cartílago articular (una superficie suave, pero dura, que cubre los huesos que están en contacto con otros) no puede mantener el ritmo de renovación ósea. El cartílago articular se va reduciendo gradualmente hasta que, finalmente, la superficie articular del hueso entra en contacto y los huesos comienzan a degenerar. A este tipo de lesión suelen seguir una reparación anormal del hueso y una inflamación crónica. Como muchas otras enfermedades, es también el resultado de un prolongado problema digestivo. Debido a una menor absorción y distribución de nutrientes para la formación de nuevos tejidos, cada vez resulta más difícil mantener sano el hueso y el cartílago articular. Los cálculos biliares en el hígado impiden los procesos digestivos básicos y, por consiguiente, juegan uno de los papeles más relevantes en el desarrollo de la osteoartritis. La gota, otra enfermedad de las articulaciones directamente conectada a un bajo rendimiento hepático, es causada por cristales de urato de sodio en las articulaciones y tendones. La gota aparece en las personas cuyo nivel de ácido úrico en sangre es anormalmente alto. Cuando los cálculos biliares en el hígado comienzan a afectar a la circulación de la sangre en los riñones (véase «Trastornos del sistema urinario»), las secreciones de ácido úrico se vuelven ineficaces. Esto también causa un incremento en el daño y destrucción celular en el hígado y riñones, como en otras

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partes del cuerpo. El ácido úrico es una sustancia tóxica, un desecho resultante de la descomposición de los núcleos celulares que se produce en exceso con el incremento de la destrucción celular. El consumo regular de tabaco, alcohol, estimulantes, etcétera ocasiona una marcada destrucción celular, la cual libera en el flujo sanguíneo grandes cantidades de proteínas celulares deterioradas. Además, la producción de ácido úrico se incrementa en gran medida cuando se consume un exceso de alimentos proteicos, como carne, pescado y huevos.10 Y, dicho sea de paso, todos los alimentos y sustancias mencionados anteriormente provocan la formación de cálculos biliares en el hígado y la vesícula. Es posible experimentar graves ataques de artritis antes de que el deterioro articular afecte a la movilidad y la gota se convierta en una dolencia crónica.

Enfermedades del sistema reproductor Los sistemas reproductores masculino y femenino dependen, en gran medida, del buen funcionamiento del hígado. Los cálculos biliares en el hígado obstruyen el desplazamiento de la bilis a través de los conductos biliares, lo que altera la digestión y deforma la estructura de los lóbulos hepáticos. Esto inhibe la producción hepática de seroalbúmina y de las sustancias coagulantes. La seroalbúmina es la proteína más común y abundante en la sangre, y es la responsable de mantener la presión osmótica del plasma en su nivel normal de 25 mmHg, así como las sustancias coagulantes esenciales para la coagulación de la sangre. Una presión osmótica insuficiente reduce el suministro de nutrientes a las células, incluidas las de los órganos reproductores. Esto puede conducir a una reducción del drenaje linfático y, como consecuencia, a la retención de líquidos y edemas, así como a la retención de desechos metabólicos y células muertas. Todo ello conduce a un gradual deterioro de las funciones sexuales. La mayoría de las enfermedades del sistema reproductor son el resultado de un mal drenaje linfático. El conducto torácico (véase «Trastornos del sistema circulatorio») drena el líquido linfático de todos los órganos del sistema digestivo, incluidos el hígado, el bazo, el páncreas, el estómago y los intestinos. Este gran conducto se congestiona a menudo notablemente cuando los cálculos biliares impiden la adecuada digestión y absorción de los alimentos. Si bien pocas veces la medicina convencional lo reconoce, es obvio que una congestión en el conducto torácico afecta a los órganos del sistema reproductor. Éstos, al igual que muchos

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otros, necesitan liberar sus células deterioradas y sus desechos metabólicos en el conducto torácico. Un mal drenaje linfático en la zona pélvica femenina es responsable de la depresión del sistema inmune, problemas menstruales, síndrome de tensión premenstrual (PMS, siglas en inglés), síntomas menopáusicos, enfermedad inflamatoria de la pelvis, cervicitis, todo tipo de dolencias uterinas, distrofia vulvar con crecimiento de tejido fibroso, quistes y tumores ováricos, destrucción celular, deficiencias hormonales, descenso de la libido y mutaciones genéticas celulares que desembocan en cáncer. La obstrucción torácica puede también derivar en una congestión linfática del seno izquierdo, dejando atrás depósitos de sustancias nocivas que pueden causar inflamación, formación de bultos, obstrucción de los conductos mamarios y tumores cancerosos. Cuando el conducto linfático derecho, que drena la linfa de la parte derecha del tórax, la cabeza, el cuello y el brazo derecho, se congestiona, las toxinas quedan retenidas en el seno derecho y provoca problemas similares. Una continua reducción del drenaje linfático en la zona pélvica masculina puede originar un desarrollo, benigno o maligno, de la próstata, inflamación de los testículos, pene y uretra. La impotencia es una consecuencia posible de esta anomalía. El constante incremento de cálculos biliares en el hígado, un factor común en los hombres de mediana edad de las sociedades industrializadas, es una de las razones de que se produzca un bloqueo linfático en esta zona vital del cuerpo. Las enfermedades venéreas aparecen cuando se produce un importante nivel de toxicidad en las zonas expuestas del cuerpo. La infección microbiana llega precedida de una destacada congestión linfática. El colapso de la capacidad del sistema linfático (en el que se incluye el sistema inmune) para repeler a los microorganismos invasores causa la mayoría de enfermedades sexuales y del sistema reproductor. Una vez eliminados todos los cálculos biliares del hígado, y se mantiene una dieta y un estilo de vida saludables, la actividad linfática puede volver a la normalidad. El tejido reproductor recibe una mejor nutrición y se torna más resistente. Las infecciones ceden, los quistes, los tejidos fibrosos y los tumores se reducen y desaparecen, y se restablecen las funciones sexuales.

Enfermedades de la piel La mayoría de las enfermedades de la piel, como el eczema, el acné y la psoriasis, tienen un factor en común: cálculos biliares en el hígado. Casi todas las 69

personas con enfermedades de la piel también tienen problemas digestivos y una sangre con impurezas. Esas dolencias se deben, principalmente, a la presencia de cálculos biliares y a los efectos que éstos ejercen sobre el organismo en general. Los cálculos biliares dan pie a numerosos problemas en todo el organismo, especialmente en los sistemas digestivo, circulatorio y urinario. En un intento de eliminar lo que el colon, los riñones, los pulmones, el hígado y el sistema linfático no pueden expulsar o neutralizar, la piel se sobrecarga de desechos ácidos. A pesar de que la piel es el mayor órgano excretor del organismo, finalmente sucumbe frente al asalto de los desechos ácidos. Al principio, las sustancias tóxicas se depositan en el tejido conectivo, bajo la denominada dermis, pero cuando ese «basurero» rebosa, la piel empieza a funcionar mal. Las excesivas cantidades de sustancias nocivas, desechos celulares, microbios de diversas fuentes (como los cálculos biliares), y varios antígenos provenientes de los alimentos mal digeridos, congestionan el sistema linfático y dificultan el adecuado drenaje linfático de las distintas capas de la piel. Las toxinas y las proteínas en descomposición de las células epiteliales dañadas o destruidas atraen a los microbios y se transforman en una fuente de constante irritación e inflamación de la piel. Las células epiteliales empiezan a sufrir desnutrición, lo que reduce sobremanera su período normal de renovación (aproximadamente una vez al mes). Esto también puede causar gran daño en los nervios de la piel. Cuando las glándulas sebáceas, que vierten su secreción, el sebo, en los folículos del cabello, tienen carencias nutricionales, el crecimiento del cabello se altera y puede iniciarse una caída del cabello. Cuando el suministro de melanina es deficiente, el cabello se torna canoso de manera prematura. La carencia en la producción de sebo también altera la textura sana del cabello y hace que resulte opaco y poco atractivo. En la piel, el sebo actúa como un agente bactericida y fungicida, previniendo las invasiones microbianas. También evita la sequedad y las grietas en la piel, especialmente cuando ésta se expone a la luz solar y al aire seco y caliente. La predisposición genética a la calvicie o a cualquier otra enfermedad de la piel es un factor que debe tenerse en cuenta, pero que no es determinante, como comúnmente se cree. Se puede volver a tener una piel sana y restablecer el crecimiento del cabello, especialmente las mujeres, siempre que se eliminen los cálculos biliares y se mantengan limpios el colon, los riñones y la vejiga. (Para más detalles sobre la irrigación del colon y la limpieza renal, consúltese mi libro Los secretos eternos de la salud).

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Conclusión Los cálculos biliares son una de las principales causas de enfermedades, ya que inhiben el funcionamiento del órgano más complejo, activo y que mayor influencia ejerce en el organismo: el hígado. Esta complejidad es la razón por la que nadie ha creado hasta ahora un hígado artificial. Sólo superado por el cerebro en cuanto a complejidad, este órgano controla los más intrincados procesos digestivos y metabólicos, lo que compromete la vida y la salud de todas las células del organismo. Cuando una persona elimina los obstáculos que impiden al hígado hacer su trabajo de manera rápida y eficaz, su cuerpo puede volver a gozar de armonía constante y de vitalidad.

3 Véase en el capítulo 3 el apartado «Excesos proteínicos», el capítulo sobre la diabetes en el libro del autor Los secretos eternos de la salud, o Diabetes, del mismo autor. 4 En un recién nacido, ya desde el primer aliento, el cuerpo produce aminoácidos y proteínas valiéndose del nitrógeno, el carbono, el oxígeno y las moléculas de hidrógeno que contiene el aire. 5 La conjugación es un proceso bioquímico que enlaza una sustancia con un ácido y, de ese modo, desactiva su actividad biológica, la hace soluble en agua y facilita su excreción. 6 La única manera saludable de aportar al organismo la suficiente cantidad de vitamina D es tomando el sol e ingiriendo ciertos alimentos. En el libro Los secretos eternos de la salud, hay un apartado dedicado exclusivamente a este tema. 7 Más información sobre las vitaminas en el libro Los secretos eternos de la salud. 8 Véanse detalles de este estudio en Los secretos eternos de la Salud. 9 Existe un tratamiento fitoterapéutico a base de semillas de castaño de Indias, o conkers –prescrito por médicos alemanes como una alternativa muy eficaz a la cirugía vascular– muy eficaz en el tratamiento de piernas pesadas, hemorroides y calambres. Junto con la limpieza hepática, renal y de colon, este tratamiento puede lograr una total recuperación. 10 Véase el apartado dedicado a la limpieza renal en el libro Los secretos eternos de la salud, de A. Moritz.

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¿Cómo saber si se tienen cálculos biliares?

En mi trabajo de investigación con miles de pacientes aquejados de todo tipo de enfermedades, incluidas las enfermedades terminales, he podido constatar que todos ellos tenían un gran número de cálculos biliares en el hígado y, en muchos casos, también en la vesícula. Cuando esas personas expulsaron las piedras mediante la limpieza hepática e incorporaron a su vida unos sencillos hábitos de salud y unas medidas de apoyo, se recuperaron de unas enfermedades que habían desafiado tanto a métodos de tratamientos convencionales como alternativos. A continuación se describen algunos de los signos más comunes que revelan la presencia de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula. Si usted muestra algunos de ellos, lo más probable es que obtenga grandes beneficios si lleva a cabo la limpieza del hígado y de la vesícula. En mi consulta, he podido comprobar la precisión de estas indicaciones. En el caso de que no esté seguro de si tiene o no piedras, sepa que de cualquier modo la limpieza de hígado le será útil y mejorará su salud de modo significativo. Como se dice habitualmente, «a las pruebas me remito». La única forma de comprobar si se tienen cálculos biliares es realizando la limpieza hepática. Usted, lector, descubrirá que, una vez eliminadas todas las piedras que pueda tener, los síntomas de enfermedad desaparecerán gradualmente y volverá a recuperar su salud.

Señales y marcas La piel La principal función de la piel es adecuar continuamente nuestro cuerpo al siempre cambiante ambiente que nos rodea, es decir, a la temperatura, la humedad, la sequedad y la luz. Por otro lado, la piel se encarga también de protegernos de las heridas, los microbios y otros agentes dañinos. Además de enfrentarse a esas influencias externas, la piel también registra y se adapta a cualquier cambio interno que suceda en el organismo. Por tanto, refleja la salud de todos los órganos y fluidos 72

corporales, incluidas la sangre y la linfa. Cualquier funcionamiento anómalo quedará inevitablemente plasmado en la piel, ya sea en forma de marcas, decoloraciones o cambios, como sequedad, grasa, arrugas, rayas, etcétera. Prácticamente todas las afecciones de la piel son consecuencia de un desequilibrio hepático. Los cálculos biliares producen problemas circulatorios, los cuales reducen el suministro de nutrientes a la piel, impiden que ésta se libere de sus residuos y evitan su desarrollo y el ciclo normal de renovación celular. A continuación se detallan unas muestras especialmente indicadoras de la presencia de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula: • Puntos negros y manchas grandes o pequeñas oscuras, como las pecas y los lunares. Suelen aparecer tanto a la derecha como a la izquierda de la frente, entre las cejas o debajo de los ojos. También pueden aparecer justo encima de los hombros o entre los omóplatos. Las manchas más notables son las llamadas manchas de hígado o manchas solares, en el dorso de las manos y en los antebrazos, más frecuentes en personas de mediana edad y en ancianos. Si los cálculos biliares, espontáneamente excretados por la vesícula, se quedan atascados en el colon, es posible que esas manchas aparezcan también en la zona de la mano donde se unen los dedos pulgar e índice. Las manchas de hígado suelen desaparecer una vez se ha expulsado la mayoría de las piedras del hígado y la vesícula. Hay mucha gente que cree que esas manchas se deben al sol y a un «normal» envejecimiento, pero eso es un mito. Las manchas de hígado, como su nombre indica, provienen del hígado. La exposición solar tan sólo aporta a la superficie de la piel cualquier posible depósito de residuos ácidos. • Arrugas verticales en el entrecejo. En esa zona puede haber una, dos y hasta tres líneas profundas. Estas líneas o arrugas, que no son causadas por el envejecimiento natural, muestran una acumulación de cálculos biliares en el hígado. Son marcas que indican que el hígado se ha expandido y endurecido. Cuanto más profundas y largas sean esas arrugas, mayor es el deterioro funcional del hígado. Una línea cerca de la ceja derecha indica, asimismo, una congestión en el bazo. Además, las líneas verticales representan mucha ira y frustración contenida. La ira aparece cuando los cálculos biliares impiden el flujo biliar. La naturaleza biliosa es la que mantiene una acumulación de toxinas, que el hígado trata de eliminar a través de la bilis. Y, viceversa, la ira puede provocar formación de cálculos biliares. Si las arrugas van acompañadas de manchas blancas o amarillas, puede que se esté desarrollando 73

un quiste o un tumor en el hígado. Los granos o el crecimiento de pelo entre las cejas, con o sin arrugas, indican que el hígado, la vesícula y el bazo están afectados. • Arrugas horizontales en el puente nasal. Son signo de trastornos pancreáticos debidos a cálculos biliares en el hígado. Una línea muy profunda y pronunciada puede indicar que existe una pancreatitis o diabetes. • Coloración verde u oscura en las sienes. Esto muestra que el hígado, la vesícula, el páncreas y el bazo no funcionan adecuadamente a causa de depósitos de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula. Puede que también aparezca un color azul o verdoso a ambos lados del puente nasal, lo que indicaría un mal funcionamiento del bazo. Una línea horizontal a lo largo del puente nasal indica debilidad pancreática. • Piel grasa en la frente. Constituye un reflejo del mal funcionamiento del hígado debido a cálculos biliares. Lo mismo se aplica a una excesiva sudoración en esa parte de la cabeza. Un color amarillento en la cara indica trastornos de las funciones biliares del hígado y la vesícula, así como debilidad en páncreas, riñones y órganos excretores. • Pérdida de cabello en la zona central de la cabeza. Indica que el hígado, el corazón, el intestino delgado, el páncreas y los órganos reproductores están cada vez más congestionados e irritados. La tendencia es desarrollar enfermedades cardiovasculares, problemas digestivos crónicos y formación de quistes y tumores. Las canas a temprana edad indican que existe un mal funcionamiento del hígado y la vesícula. La nariz • Endurecimiento y espesamiento de la punta de la nariz. Esto indica una debilidad hepática crónica que deriva en un endurecimiento arterial y en una acumulación de grasa alrededor del corazón, el hígado, el bazo, los riñones y las glándulas de la próstata. Si el crecimiento es excesivo y se pueden ver los vasos sanguíneos, podría ser inminente un ataque cardíaco o una apoplejía. • Nariz siempre enrojecida. Es una muestra de una anomalía en el corazón y una tendencia a tener la presión arterial alta (hipertensión). Una nariz de color púrpura indica una baja presión arterial. Ambas anomalías se deben a un desequilibrio en la función hepática y renal. • Nariz partida o grietas en la punta de la nariz. Estas marcas indican un ritmo cardíaco irregular y también soplos en el corazón. Si una división de la nariz 74

es más grande que la otra, significa que un lado del corazón tiene un tamaño anómalo. Esta alteración puede ir acompañada de arritmia y ataques de pánico, y puede producirse una grave congestión linfática causada por trastornos digestivos como estreñimiento, colitis, úlceras estomacales, etcétera. Las funciones hepáticas se hallan alteradas debido a un gran número de cálculos biliares que impiden el flujo sanguíneo en las células hepáticas. Las secreciones biliares son insuficientes. (Nota: he visto con mis propios ojos cómo después de la limpieza hepática desaparecían estas hendiduras o fisuras de la nariz.) • Nariz torcida a la izquierda. A menos que se deba a un accidente, esta asimetría de la nariz indica que los órganos del lado derecho del cuerpo tienen menor actividad. Ello incluye el hígado, la vesícula, el riñón derecho, el colon ascendente, el ovario o testículo derecho y el lado derecho del cerebro. La principal causa de esta anomalía es la acumulación de cálculos biliares en el hígado y la vesícula (es probable que la nariz vuelva a su posición central una vez se hayan expulsado las piedras). Los ojos • Piel amarillenta bajo los ojos. Esto indica que el hígado y la vesícula están sobreactivados. Un color oscuro y hasta negruzco en esa misma zona indica un agotamiento renal, de vejiga y de los órganos reproductores debido a un problema prolongado en el sistema digestivo. Un color pálido o grisáceo aparece cuando los riñones, y ocasionalmente los pulmones, funcionan mal debido a un mal drenaje linfático en esos órganos. Es posible que también esté afectado el sistema endocrino. • Bolsas debajo de los párpados inferiores. Esas bolsas se forman debido a la congestión de los órganos digestivos y excretores, afectados por un inadecuado drenaje linfático en la zona de la cabeza. Si las bolsas son crónicas y contienen grasa, esto indica la presencia de inflamación, quistes y puede que tumores en la vejiga, ovarios, trompas de Falopio, útero y próstata. • Nube u opacidad blanquecina en la pupila. Esas opacidades suelen estar principalmente compuestas de mucosidad y partículas de proteínas descompuestas, e indican el desarrollo de cataratas debido a un mal funcionamiento prolongado del hígado y del sistema digestivo. • Enrojecimiento continuo de los ojos. Esta alteración se debe a la protusión de los vasos capilares, lo que indica trastornos circulatorios y respiratorios. Las 75

manchas blancas o amarillas en esa misma zona indican que el cuerpo está acumulando cantidades anómalas de sustancias grasas debido a que el hígado y la vesícula han reunido un gran número de cálculos biliares. Cuando esto sucede, el organismo tiende a desarrollar quistes y tumores benignos y malignos. • Gruesa línea blanca que cubre parte del contorno del iris, especialmente la parte inferior. Estas líneas indican un exceso de colesterol en el sistema circulatorio sanguíneo. También significa una grave congestión y retención de grasas en el sistema linfático. (Nota: si el lector desea conocer la relación del ojo y el iris con las distintas partes del cuerpo, le recomiendo que estudie iridología, o diagnosis a través del iris.) • Ojos que han perdido su brillo natural. Indican que tanto el hígado como los riñones están congestionados y no pueden filtrar bien la sangre. La sangre «sucia», cargada con toxinas y residuos, es más pesada y lenta que la sangre limpia. La sangre espesa circula más lentamente y reduce el suministro de oxígeno y nutrientes a las células y los órganos, incluidos los ojos. Cuando esta anomalía persiste, las células se deterioran e, inevitablemente, envejecen o mueren. Las células de los ojos y del cerebro se ven particularmente afectadas, dado que la sangre tiene que flotar en contra de la gravedad para alcanzarlas. La mayoría de los problemas de la vista son el resultado directo o indirecto de una menor capacidad de limpieza sanguínea por parte del hígado y los riñones. En un hígado sano y con un buen funcionamiento, la sangre limpia y rica en nutrientes fluye fácilmente y nutre los tejidos del ojo de manera óptima, con lo que mejora, por tanto, la mayoría de los problemas oculares. Lengua, boca, labios y dientes • Lengua con una capa amarilla o blanca, especialmente en la parte posterior. Indica una mala secreción biliar, lo cual es la causa más importante de los problemas digestivos. Los residuos tóxicos de alimentos mal digeridos, fermentados o putrefactos persisten en el tracto intestinal. Esto bloquea el flujo linfático en el conducto torácico e impide la eliminación de las toxinas y microbios de garganta y boca. • Dientes marcados en los lados de la lengua, con frecuencia acompañados de una mucosidad blanca. Esto refleja malas digestiones y una inadecuada absorción de nutrientes en el intestino delgado. • Granos en la lengua. Indican malas digestiones y la presencia de alimentos 76

fermentados y putrefactos en ambos intestinos. • Grietas en la lengua. Son indicios de problemas intestinales crónicos. Cuando los alimentos no se mezclan con la adecuada cantidad de bilis, quedan parcialmente digeridos. Los restos de alimentos no digeridos quedan a merced de la putrefacción bacteriana y, por consiguiente, se convierten en una fuente tóxica. Las paredes intestinales, debido a la constante exposición que esas bacterias producen, se irritan y dañan; las lesiones, las marcas y los endurecimientos de las paredes se reflejan en las grietas de la lengua. En este caso, se produce escasa o ninguna mucosidad. • Continua mucosidad en garganta y boca. A veces, la bilis puede regurgitarse al estómago, con lo que irrita su revestimiento protector y causa una excesiva producción de mucosidad. Parte de la bilis y de la mucosidad puede llegar a la boca, lo que se traduce en un mal sabor de boca (amargo) y en la necesidad de aclararse constantemente la garganta, lo que, con frecuencia, produce tos. Cuando hay mucosidad sin ese sabor amargo es que los alimentos se han digerido mal y se han generado toxinas. La mucosidad ayuda a atrapar y a neutralizar algunas de estas toxinas, pero produce un efecto secundario, la congestión. • Mal aliento y eructos frecuentes. Ambos indican la presencia de alimentos mal digeridos, fermentados o en descomposición en el tracto gastrointestinal. Las bacterias que actúan sobre las materias en descomposición producen gases, los cuales pueden ser, a su vez, tóxicos, de ahí el mal olor del aliento. • Formación de pupas (aftas) en las comisuras de la boca. Reflejan la presencia de úlceras duodenales debidas a la regurgitación de bilis en el estómago, o a otras causas mencionadas anteriormente. Las úlceras en diferentes partes de la boca o la lengua constituyen una muestra de que existe inflamación o ulceración en las partes correspondientes del tracto gastrointestinal. Así, por ejemplo, una úlcera bucal en la parte externa del labio inferior indica la presencia de úlceras en el intestino grueso. Un herpes bucal señala una inflamación y ulceración más grave de la pared intestinal. • Manchas oscuras o marcas en los labios. Estas marcas surgen cuando diversas obstrucciones en el hígado, la vesícula y los riñones producen una reducción y un estancamiento circulatorio y linfático en todo el organismo. Puede producirse una constricción previa y anómala de los capilares sanguíneos. Si los labios tienen un color rojo oscuro o morado, es que las funciones cardíacas, pulmonares y respiratorias no cuentan con la vitalidad 77

necesaria. • Labios hinchados o deformados. Reflejan trastornos intestinales. Si el labio inferior está hinchado, el colon sufre estreñimiento, diarrea o ambas cosas de manera alterna. Los alimentos mal digeridos producen gases, y éstos inflamación abdominal y malestar. El labio superior hinchado indica problemas estomacales, entre ellos la indigestión, frecuentemente acompañada de acidez estomacal. Unos labios apretados y cerrados muestran que la persona sufre problemas de hígado, de vesícula y probablemente de riñones. Si el labio inferior está seco, agrietado y se despelleja fácilmente, puede existir estreñimiento o diarrea crónicos, así como grandes cantidades de ácidos tóxicos en el colon. Estos trastornos suelen venir acompañados de una avanzada deshidratación de las células del colon. • Encías hinchadas, sensibles o que sangran. Cualquiera de estos síntomas refleja un mal drenaje linfático en la zona bucal a consecuencia de una congestión de la linfa intestinal. La sangre tiene una sobrecarga de sustancias ácidas. La inflamación en la garganta, exista o no inflamación en las amígdalas, es también el resultado de una obstrucción linfática. La amigdalitis, muy frecuente en los niños, es señal de una constante retención de toxinas en el flujo linfático y de un reflujo de residuos del tracto gastrointestinal a las amígdalas. • Problemas dentales. Por lo general se originan a causa de un desequilibrio nutricional. Una mala digestión y un exceso de alimentos refinados, procesados y propiciadores de sustancias ácidas, como el azúcar, el chocolate, la carne, el queso, el café, la soda... despojan al organismo de minerales y vitaminas. Las personas adultas tienen generalmente 32 dientes. Cada diente corresponde a una vértebra de la columna y cada vértebra está relacionada con un órgano o una glándula importante. Así, por ejemplo, la presencia de caries en cualquiera de los cuatro caninos refleja la presencia de cálculos biliares en el hígado y la vesícula. Los dientes amarillentos, especialmente los caninos, indican la presencia de toxinas en los órganos localizados en la región abdominal media, a saber, el hígado, la vesícula, el estómago, el páncreas y el bazo. Las bacterias no son las responsables de las caries de los dientes, pues sólo atacan a los dientes cuando éstos ya sufren un desequilibrio ácido-alcalino. Una adecuada secreción salivar es muy importante para la protección de la dentadura. Unos dientes sanos duran toda la vida, y se mantienen sanos gracias a un buen sistema digestivo.

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Manos, uñas y pies • Piel grasa y blanca en las puntas de los dedos. Indica una disfunción en el sistema digestivo y linfático. Podría ser que, además, se estuvieran formando quistes y tumores en el hígado y los riñones. El exceso de grasa en la piel muestra que hay una excesiva descarga de grasa. • Uñas color rojo oscuro. Muestran un colesterol elevado, ácidos grasos y minerales en la sangre. El hígado, la vesícula y el bazo están congestionados y con poca actividad, y todas las funciones excretoras están sobrecargadas de desechos. Las uñas blanquecinas indican una acumulación de grasa y mucosidad en torno al corazón, el hígado, el páncreas, la próstata y los ovarios. Esta alteración va acompañada de una deficiente circulación sanguínea y de bajos niveles de hemoglobina (anemia). • Marcas verticales en las uñas. Indican, por lo general, una mala absorción de los alimentos y alteraciones en el funcionamiento de la digestión, del hígado y de los riñones. Puede existir una fatiga general. Unas líneas verticales muy marcadas en las uñas, a veces con las puntas separadas, muestran que los testículos y la próstata o bien los ovarios no funcionan adecuadamente, lo que se debe a una alteración en los sistemas digestivo y circulatorio. Las mellas horizontales en las uñas muestran cambios inusuales o drásticos en los hábitos alimenticios. Los cambios pueden ser beneficiosos o perjudiciales. Los puntos blancos en las uñas muestran que el cuerpo está eliminando gran cantidad de calcio y/o zinc en respuesta a una ingesta excesiva de azúcar o de alimentos y bebidas ricos en esta sustancia. El azúcar produce muchas sustancias ácidas y se apropia de los minerales de huesos y dientes. • Durezas en la planta del pie. Indica un endurecimiento progresivo de los órganos localizados en el tórax, entre otros, el hígado, el estomago, el páncreas y el bazo. También muestra una acumulación de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula. • Color amarillento en los pies. Es una señal de que existe una importante acumulación de cálculos biliares en el hígado y en la vesícula. Un color verdoso en cualquier otra parte del pie muestra una grave alteración en el funcionamiento del bazo y la linfa, lo que puede producir quistes y tumores benignos y malignos. • Durezas en la punta del cuarto dedo del pie o callosidades en la base del mismo dedo. Es un síntoma de que la vesícula no funciona adecuadamente. Rigidez generalizada, encorvamiento y dolor en este dedo indican una larga 79

historia de cálculos biliares en el hígado y la vesícula. • Primer dedo del pie curvado. Si el dedo más largo se encorva hacia el segundo dedo del pie es que las funciones hepáticas están inhibidas debido a la presencia de cálculos biliares en los conductos del hígado. Al mismo tiempo, el bazo y las funciones linfáticas están sobreactivadas a causa de una acumulación de residuos tóxicos provenientes de alimentos mal digeridos, residuos metabólicos y celulares. • Color blanco y superficie rugosa en la cuarta y quinta uñas del pie. Indica un mal funcionamiento del hígado y de la vesícula, así como de los riñones y la vejiga. La materia fecal • Las heces desprenden un olor fuerte, agrio o penetrante. Significa que no se han digerido bien los alimentos. La fermentación o descomposición de los alimentos y la presencia de grandes cantidades de bacterias «poco amigables» en las heces provocan que éstas produzcan hedor y tengan una textura pegajosa. Las heces normales están cubiertas de una fina capa de mucosa, lo que impide que el ano se ensucie. • Heces secas y duras. Indican estreñimiento, y son también heces pegajosas. La diarrea es otra señal de un mal funcionamiento del sistema digestivo y del hígado en particular. • Heces de color pálido o color arcilla. Ésta es otra señal de un mal funcionamiento hepático (la bilis aporta a las heces su color marrón característico). Si las heces flotan, es porque contienen grandes cantidades de grasa sin digerir, lo que las hace más ligeras que el agua.

Conclusión Existen, además de lo que se acaba de enumerar, muchos más signos y síntomas que indican que hay cálculos biliares en el hígado y en la vesícula: dolores en el hombro derecho, epicondilitis lateral (codo de tenista), hombro congelado, piernas adormecidas, y ciática, por ejemplo, dolencias que no parecen tener relación con los cálculos biliares en el hígado. Sin embargo, cuando se eliminan los cálculos biliares, esos dolores generalmente desaparecen. El cuerpo es una red de información, y cada parte del mismo influye en el resto y se comunica con él. Las marcas o señales aparentemente insignificantes en la piel, 80

los ojos o los dedos de los pies pueden ser el preludio de enfermedades graves. Una vez reconocidas, limpiando el hígado y la vesícula, y adoptando una dieta y un estilo de vida saludables, las señales del bienestar y la vitalidad volverán a aparecer. Para prevenir las enfermedades y permitir que la salud sea una realidad permanente en nuestra vida, lo primero que debe hacerse es entender qué es realmente lo que origina la aparición de cálculos biliares.

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Causas más comunes en la formación de los cálculos biliares

La bilis está compuesta de agua, mucosa, pigmentos biliares (bilirrubina), sales biliares y colesterol, así como de enzimas y bacterias benignas. Las células hepáticas secretan este fluido amarillo, verde o marrón en pequeños canales conocidos como canalículos biliares. Éstos se unen para formar canales más grandes, los cuales, a su vez, se relacionan con los conductos hepáticos derecho e izquierdo. Los dos conductos hepáticos se unen para formar el conducto biliar común, el cual drena la bilis del hígado y proporciona a la vesícula la cantidad de bilis necesaria para una adecuada digestión. Cualquier anomalía en la composición biliar afecta a la solubilidad de sus componentes y, como consecuencia, se producen los cálculos biliares. A fin de simplificarlo, he dividido los cálculos biliares en dos tipos: piedras de colesterol y piedras de pigmento biliar. Algunas piedras de colesterol están compuestas de hasta un 60 % de colesterol y son de color amarillento o tostado. Otras tienen un color verde guisante y son generalmente maleables, como la arcilla (pueden estar compuestas de hasta un 95 % de colesterol). Algunas piedras contienen materia grasa. Las piedras de pigmento biliar son de color marrón o negro, según su contenido en pigmentación (bilirrubina). Pueden estar calcificadas, de manera que serán más duras y sólidas que las de colesterol. Sin embargo, las piedras de colesterol también pueden calcificarse y tornarse duras. Las piedras calcificadas sólo se desarrollan en la vesícula. La composición biliar puede verse alterada de diferentes maneras. La acción disolvente de las sales biliares y, claro está, gran cantidad de agua suelen mantener el colesterol en estado líquido. Una mayor cantidad de colesterol en la bilis disminuye la capacidad de disolución de las sales biliares y, por tanto, predispone a la formación de piedras de colesterol. De modo similar, una disminución de sales biliares también conlleva la formación de piedras de colesterol. Por otro lado, una ingesta insuficiente de agua disminuye la fluidez de la bilis, y gran parte del colesterol no sólo no se disuelve adecuadamente, sino que se transforma en 82

piedrecitas de colesterol que, con el tiempo, se convierten en piedras de gran tamaño. Las piedras de pigmento biliar se forman cuando el flujo biliar contiene una cantidad extraordinaria de bilirrubina, un residuo metabólico resultado de la descomposición de los glóbulos rojos. Las personas con muchas piedras de colesterol en el hígado corren el riesgo de desarrollar cirrosis hepática, anemia de células falciformes u otras enfermedades sanguíneas. Cualquiera de estas complicaciones puede producir grandes concentraciones de bilirrubina en la bilis, lo cual conduce a la formación de piedras de pigmento biliar en la vesícula. Cuando la composición biliar en el hígado ya no está equilibrada, los pequeños cristales de colesterol empiezan a mezclarse con otros componentes de la bilis y forman pequeños coágulos, que obstruyen los todavía más pequeños canalículos biliares. Con ello, el flujo biliar disminuye aún más, y una mayor cantidad de bilis se va adhiriendo a los diminutos coágulos. Finalmente, éstos alcanzan un tamaño suficiente para considerarse piedras. Algunas de estas piedras pueden pasar a los conductos biliares más grandes y agruparse con otras piedras, o bien seguir aumentando de tamaño por sí mismas. El resultado es que el flujo biliar se va obstruyendo a su vez en los conductos biliares mayores. Una vez que éstos se congestionan, cientos de los conductos más pequeños también se ven igualmente afectados, con lo que se inicia un círculo vicioso. Finalmente, los conductos hepáticos están tan gravemente taponados con piedras intrahepáticas (las del interior del hígado) que se reduce considerablemente la cantidad de bilis disponible para el proceso digestivo. Puesto que el hígado continúa produciendo bilis, gran cantidad de esa bilis se convierte en piedras, y parte de ella acaba en la sangre. Cuando la bilis pasa a la sangre, la piel se decolora (se torna amarillenta o verdosa) y surgen manchas, como las de hígado. El flujo lento de la bilis en el hígado altera aún más la composición de la misma, lo que, a su vez, afecta a la vesícula. Un pequeño coágulo biliar en la vesícula puede necesitar hasta ocho años para aumentar hasta resultar visible y convertirse en una grave amenaza para la salud. Según se ha podido saber, uno de cada diez norteamericanos tiene cálculos biliares en la vesícula; cada año 500.000 deciden someterse a una intervención quirúrgica. Lo que muy pocos médicos y pacientes saben es que prácticamente cualquier persona con algún problema de salud persistente tiene cálculos biliares en el hígado. Se estima que, en el mundo industrializado, aproximadamente un 95 % de personas adultas tienen piedras en el sistema biliar hepático.

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Los cálculos biliares del hígado pueden causar muchas más enfermedades que los de la vesícula. A fin de prevenir enfermedades y suscitar un avance decisivo en su comprensión y tratamiento, necesitamos saber qué es exactamente lo que deshidrata el flujo biliar, altera la flora natural, destruye las enzimas, e incrementa su nivel de colesterol y bilirrubina. Los cuatro apartados que veremos a continuación aportan luz sobre cuáles son los factores más comunes en la formación de cálculos biliares.

La dieta La sobrealimentación Los errores dietéticos juegan, tal vez, el papel más relevante a la hora de producir un flujo biliar desequilibrado, y, por consiguiente, en la formación de cálculos biliares. Dentro de los errores de la dieta, comer en exceso es lo que afecta más gravemente a la salud. Si ingerimos de modo habitual más alimentos de lo que el cuerpo requiere para su nutrición y sustento, los jugos gástricos (entre ellos la bilis) se van reduciendo cada vez más. Ello permite que una gran parte de los alimentos queden sin digerir y se conviertan, por tanto, en una fuente constante de actividad microbiana dañina. Esta forma totalmente artificiosa de descomponer los alimentos altera el pH (equilibrio ácido alcalino) del intestino y lo convierte en proclive a albergar hongos y parásitos. (Nota: la limpieza del hígado y del colon, así como seguir una dieta equilibrada, rica en alimentos frescos y productores de sustancias alcalinas, son los métodos más efectivos para evitar y tratar las infecciones parasitarias; la mera eliminación de los parásitos no trata la causa y conlleva escasos beneficios, por no decir ninguno.) Cada vez, más sustancias tóxicas empiezan a alojarse en el tracto intestinal, la linfa y la sangre y comienzan a absorber algunas de esas sustancias dañinas. Todo ello representa una sobrecarga para el hígado y sus funciones excretoras. Los trastornos intestinales pueden llegar a agotar gran parte de las sales biliares del cuerpo a causa de la mala absorción de la parte inferior del intestino delgado. La disminución de las sales biliares determina la formación de cálculos biliares. Esto resulta evidente en el elevado riesgo de formación de cálculos biliares que sufren los pacientes con enfermedad de Crohn y otros trastornos del síndrome del intestino irritable. La sobrealimentación crea un desequilibrio en el torrente sanguíneo y en el linfático, y ello comporta una disminución del flujo sanguíneo en los lóbulos del

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hígado, lo que, a su vez, altera la composición biliar y genera cálculos biliares. Los cálculos en el hígado incrementan la congestión de la sangre y la linfa, y precisamente eso afecta al metabolismo básico del cuerpo. Cuanto más se coma, menores serán los nutrientes disponibles para las células del cuerpo. Cuanto más se excede una persona a la hora de comer, menos nutrientes puede aportar a las células del organismo. De hecho, comer constantemente conduce a una inanición celular, y esto crea la ansiedad de comer con más frecuencia de lo habitual. El constante deseo de picar entre horas es un signo de desnutrición y de desequilibrio metabólico, pero, sobre todo, indica un mal funcionamiento del hígado y la presencia de cálculos biliares. Comer hasta sentirse completamente lleno, o hasta la saciedad, es una clara señal de que el estómago ha llegado a una etapa disfuncional. Los jugos gástricos del estómago sólo pueden mezclarse con los alimentos ingeridos mientras no exista al menos una cuarta parte del estómago vacía. Dos puñados de alimentos (utilice las manos para hacerse una idea) equivalen a tres cuartas partes del tamaño del estómago, la máxima cantidad de comida que el estómago puede procesar de una vez. Así pues, lo mejor es dejar de comer mientras aún se tenga algo de hambre. Levantarse de la mesa con un poco de hambre mejora las funciones digestivas e impide la formación de cálculos biliares y de enfermedades. Picar entre comidas El ayurveda, la más antigua de las ciencias de la salud, considera que «comer antes de haber digerido la comida anterior» es una de las principales causas de enfermedad. Entre las razones por las que hay personas que comen entre horas se encuentran las siguientes: 1. Llevar un estilo de vida apresurado y estresante. 2. Caer en la tentación que genera la gran variedad de alimentos preparados, refinados y presentados de forma sugerente. 3. La oportunidad de conseguir comida rápida (baja en nutrientes) prácticamente a cualquier hora del día y de la noche. 4. La escasa satisfacción y nutrición que aportan los alimentos digeridos, lo cual genera ansiedad por comer más. 5. Comer como respuesta emocional, para sentirse bien con uno mismo y evitar enfrentarse a situaciones de miedo e inseguridad. Es posible que algunas o todas las circunstancias mencionadas contribuyan a 85

crear los hábitos alimentarios irregulares que prevalecen en gran parte de la población actual. Como regla general, cuanto más elaborados y procesados sean los alimentos que tomamos, menos nutrientes y menos energía vital (chi) contendrán. Puesto que los valores nutricionales de esos alimentos son escasos, necesitamos comer más cantidad para poder satisfacer los requerimientos diarios del organismo. (Nota: tomar complementos dietéticos no sustituye de manera eficaz la comida ni aporta la satisfacción que produce comer, algo que el cuerpo necesita para digerir adecuadamente y procesar los nutrientes.) Los hábitos alimentarios irregulares, como comer entre horas y asaltar el frigorífico a mitad de la noche, altera sobremanera los extremadamente sintonizados ritmos biológicos del cuerpo.11 La mayoría de las secreciones hormonales más importantes del organismo dependen de los ciclos regulares de alimentación, sueño y vigilia. La producción de bilis y jugos gástricos, por ejemplo –necesarios para descomponer los alimentos en componentes nutricionales básicos–, alcanza su punto culminante al mediodía. Esto indica que la comida principal debe hacerse en ese momento del día. Por el contrario, la capacidad digestiva del cuerpo decae considerablemente durante la mañana y la noche. Si, día tras día, la comida principal consiste en comidas ligeras, la vesícula no puede extraer todo su contenido en los intestinos, de modo que deja atrás la cantidad suficiente de bilis para que se formen cálculos. Debe recordarse que la vesícula está programada de modo natural para liberar la mayor cantidad posible de bilis al mediodía. Por otra parte, comer tan sólo alimentos insustanciales durante la comida principal conduce a deficiencias nutricionales que, con frecuencia, se manifiestan en un deseo irrefrenable por tomar comidas o bebidas que prometen una rápida activación energética: dulces, pasteles, panes y pastas elaboradas con harina blanca (los almidones actúan como azúcar blanco), chocolate, café, té negro, refrescos de cola, etcétera. A cada pequeño tentempié, la vesícula libera una pequeña dosis de bilis, pero esa pequeña cantidad no es suficiente para vaciar por completo la vesícula, lo cual incrementa el riesgo de formación de cálculos biliares. La constante necesidad de comer entre horas indica un gran desequilibrio en las funciones metabólicas y digestivas. Si, por ejemplo, decidimos tomar algo una o dos horas después de una comida, el estómago tiene que dejar a medio digerir los alimentos de la ingesta anterior para poder atender la más reciente. Los alimentos que llevan más tiempo en el organismo empiezan a fermentar y a descomponerse, lo cual los convierte en una fuente de toxinas en el tracto digestivo. En cambio, los nuevos alimentos reciben una cantidad inadecuada de jugos gástricos, y también se

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quedan a medio digerir. El sistema digestivo, mientras está ocupado en digerir una comida, es sencillamente incapaz de producir y liberar la suficiente bilis y demás jugos gástricos para poder procesar a un mismo tiempo nuevos alimentos. Cuando este proceso de avance y estancamiento se repite muchas veces, la consecuencia es la formación constante de toxinas y una disminución de nutrientes en las células del cuerpo. Ambas situaciones de estrés provocan una reducción de las sales biliares y un incremento en la producción de colesterol del hígado como respuesta a una deficiente digestión de las grasas. Ambas situaciones dejan al organismo sin otra opción que la de producir cálculos biliares. Para salir de este círculo vicioso, hay que ser consciente del momento preciso en que empieza la ansiedad por la comida. Debemos interpretar «qué nos está diciendo el cuerpo» cuando da muestras de desasosiego. Preguntémonos qué es lo que realmente quiere. Si sentimos antojo de tomar algo dulce, intentemos sustituirlo por una pieza de fruta. En muchas personas, la ansiedad por comer consiste en realidad en un signo de deshidratación, y lo único que el cuerpo quiere es agua. Puesto que la sensación de hambre y la sed son muy parecidas, puede que la ansiedad de comer, el desasosiego, desaparezca si se toma uno o dos vasos de agua. Al mismo tiempo, debemos asegurarnos de comer bien al mediodía. Con el tiempo, y en caso de haber limpiado el hígado totalmente, el organismo recibirá los nutrientes necesarios de esa comida principal como para satisfacer prácticamente todos los requerimientos nutricionales del día. Esto acabará de modo eficaz con la ansiedad y el deseo de comer entre horas. Cenar copiosamente Cuando la comida principal se hace por la noche, el trastorno alimentario es muy parecido. Las secreciones biliares y enzimáticas se reducen de modo espectacular al caer la tarde, especialmente después de las seis. Por esa razón, una comida compuesta de ternera, pollo, pescado, queso o huevos no puede digerirse adecuadamente a última hora del día. Los alimentos grasos o fritos también son difíciles de digerir por la noche. De modo que esa comida se convierte en los intestinos en una fuente de residuos tóxicos. Los alimentos no digeridos acaban siempre congestionando el cuerpo, primero el tracto intestinal, y después la linfa y la sangre. Esto afecta particularmente a la calidad de la digestión de las comidas ingeridas durante el día. Gradualmente, el poder digestivo, determinado por las secreciones adecuadas de ácido clorhídrico,

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bilis y enzimas digestivas, se minimiza y causa efectos secundarios similares a los de la sobrealimentación. Por consiguiente, comer mucho por la noche contribuye, en gran medida, al desarrollo de cálculos biliares en el hígado. Y, por la misma razón, comer antes de irse a la cama altera también las funciones digestivas. La hora ideal para cenar es alrededor de las 19 horas, y el mejor momento para irse a la cama es antes de las 22 horas. Consumo excesivo de proteínas Como se ha mencionado anteriormente, el consumo excesivo de proteínas produce el engrosamiento y la congestión de las membranas basales de los vasos sanguíneos (capilares y arterias), entre ellos los sinusoides del hígado.12 Los depósitos proteínicos en los capilares sinusoides impiden que el colesterol del suero abandone el torrente sanguíneo. Así pues, las células hepáticas «suponen» que existe escasez de colesterol en el cuerpo. Esta imaginada «escasez» hace que las células hepáticas aumenten la producción de colesterol a niveles extremadamente altos (parte del colesterol se necesita para recubrir las zonas dañadas de las arterias). Este colesterol extra penetra en los conductos biliares del hígado con el objetivo de ser absorbido por el intestino delgado. Sin embargo, dado que muchas de las membranas y aperturas de los sinusoides están congestionadas a causa de una acumulación de fibra proteínica (colágeno), la mayor parte del colesterol extra nunca llega al pretendido destino, sino que permanece atrapado en los conductos biliares. Cualquier exceso de colesterol (no mezclado con sales biliares) forma grupos de cristales que se unen a otros componentes del hígado y la vesícula. De este modo se forman las piedras de colesterol. No deja de ser curioso que las personas de origen asiático, que mantienen una dieta baja en proteínas, pero rica en grasas, rara vez tengan cálculos biliares en la vesícula. Por otra parte, las piedras de colesterol en la vesícula son muy comunes entre los norteamericanos, con una dieta rica en carnes y lácteos. Las grasas juegan un papel secundario, casi insignificante, en el incremento de los niveles de colesterol en sangre. Las células hepáticas producen la mayor parte del colesterol que el cuerpo necesita a diario para sus procesos metabólicos. La razón principal por la que necesitamos grasas en la dieta no es tanto para satisfacer los requerimientos de colesterol del organismo como para ayudar a digerir y absorber otros alimentos y obtener vitaminas liposolubles (solubles en grasa). El hígado aumenta su producción de colesterol de modo anómalo sólo cuando las membranas basales de los sinusoides están repletas de depósitos proteicos. 88

Otros factores que producen también una cantidad excesiva de proteínas en sangre son el estrés, el tabaco, el alcohol y las bebidas estimulantes. El tabaco, por ejemplo, hace que el monóxido de carbono inhalado destruya los glóbulos rojos, liberando gran cantidad de partículas proteínicas en la sangre. Cuando una determinada cantidad de esas proteínas queda depositada en las paredes de los vasos sanguíneos, el colesterol ya no puede acceder a las células corporales en la cantidad necesaria, por lo que las células hepáticas incrementan automáticamente la producción de esta sustancia. El efecto secundario de esa respuesta celular es la formación de cálculos biliares. Si usted, lector, no es vegetariano, lo mejor es reducir, en primer lugar, el consumo de carne,13 huevos y queso y seguir consumiendo, aunque en menor cantidad, otros tipos de proteína animal, como pollo o pescado. A pesar de que todas las proteínas de origen animal contribuyen a generar cálculos biliares, las carnes blancas –pollo, pavo y conejo– causan menos daño al hígado, siempre y cuando los animales se críen en el campo y su carne se consuma solamente una o dos veces por semana.14 Lo mejor es evitar los alimentos fritos, pues agravan los problemas de vesícula y de hígado. Una vez disminuya el gusto por la carne u otros productos de proteína animal, se puede ir adoptando gradualmente una dieta vegetariana equilibrada. Más de dos terceras partes de la población mundial es prácticamente vegetariana (toman productos lácteos) o veganos (no comen nada de origen animal) y, por consiguiente, apenas consumen proteínas animales. Este sector de la población no presenta síntomas de enfermedades degenerativas, como dolencias coronarias, cáncer, osteoporosis, artritis, diabetes, obesidad, esclerosis múltiple, etcétera. El organismo necesita muy pocas proteínas, desde luego muchas menos de las que nos han hecho creer las industrias alimentarias y farmacéuticas. En primer lugar, aproximadamente el 95 % de las proteínas del cuerpo son recicladas; en segundo lugar, el hígado sintetiza nuevas proteínas a partir de aminoácidos que no proceden necesariamente de los alimentos que ingerimos. De hecho, cada célula del organismo produce proteínas; el núcleo celular está constantemente inmerso en la producción de proteínas. Las células cerebrales producen unas proteínas llamadas neuropéptidos, en respuesta a cada pensamiento o sentimiento que tengamos. Los neuropéptidos, llamados también neurotransmisores, constituyen el lenguaje molecular que permite que la mente, el cuerpo y las emociones se comuniquen entre sí. El organismo utiliza miles de diferentes enzimas, y todas ellas están formadas por proteínas. No tomar proteínas animales no disminuye la capacidad del organismo de crearlas. Por el 89

contrario, un exceso proteínico puede llegar a congestionar gravemente la sangre y la linfa, así como a sofocar las células, alterando su capacidad de producir proteínas. En realidad, la mayoría de las deficiencias proteínicas son el resultado de ingerir demasiadas proteínas. Las proteínas están constituidas por varias cadenas de aminoácidos, y éstos están compuestos de nitrógeno, carbono, hidrógeno, y moléculas de oxígeno. El cuerpo inhala esas moléculas durante la inspiración. El aire está saturado de cuatro de esas moléculas; cuando inhalamos aire, no sólo utilizamos las moléculas del oxígeno, sino también el resto. Puesto que todas ellas penetran en la sangre, todas están disponibles para todas las células corporales. Éste es el único camino eficaz para que las células cerebrales y el resto de células sean autosuficientes con respecto a sus requerimientos proteínicos. Sería bastante complicado, ineficaz y laborioso para el cuerpo convertir las proteínas procedentes de animales muertos en proteínas frescas y vivas. Tomar leche, huevos, carne y pollo destruye casi por completo (coagula) esas proteínas, lo que hace que a las células les resulte muy difícil aprovecharlas. La creencia de que necesitamos ingerir a diario comidas ricas en proteínas no sólo es errónea, sino que además no tiene ninguna credibilidad científica.15 Las personas que siguen una dieta vegana equilibrada muy raramente sufren enfermedades crónicas. En un estudio realizado recientemente se ha demostrado que una dieta vegetariana estricta puede revertir la diabetes. Por otra parte, es un mito que los vegetarianos sean más propensos a tener anemia a causa de un déficit de vitamina B12 por no ingerir carne. De hecho, yo he visto más anémicos entre personas que comían carne que entre los vegetarianos; en mi infancia, yo, personalmente, sufrí anemia ingiriendo carne, y me recuperé después de ocho semanas de dieta vegetariana (con excepción de mantequilla). La idea de tener que combinar ciertos alimentos para completar las proteínas también es errónea. El cuerpo no depende de alimentos de origen animal para producir proteínas, lo que necesita es estar sano. Animales especialmente fuertes, como los elefantes, los caballos silvestres, los gorilas y los toros no necesitan tampoco ingerir proteínas animales. Al igual que los humanos, sus grandes pulmones les proporcionan una cantidad adecuada de moléculas para generar sus propias proteínas y unos músculos fuertes. Si se les administra alimentos de origen animal, enferman o mueren. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que alimentos como los aguacates, las alubias, los frutos secos y las semillas son alimentos proteínicos que aprovechan el nitrógeno, el hidrógeno, el

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carbono y las moléculas de oxígeno (dióxido de carbono) del aire. Son plantas que, con la ayuda del sol y del agua (hidrógeno y moléculas de oxígeno), así como de unos cuantos minerales del suelo, elaboran carbohidratos «consistentes» y proteínas. ¿No puede acaso nuestro cuerpo hacer lo mismo? La leche materna es para el recién nacido el alimento más equilibrado e importante que hay. Sin embargo, en comparación con la leche de vaca, apenas contiene proteínas, tan sólo alrededor de un 1,5 %. Desde el inicio de la vida, un recién nacido está fisiológicamente preparado para evitar la ingestión de alimentos proteínicos concentrados. No existe ninguna necesidad de consumir ese tipo de alimentos, pues el primer aliento del ser humano genera la mayoría de los elementos necesarios para poner en marcha la síntesis proteínica por medio de las células. Que conste que los vegetarianos longevos son los que menor incidencia de cálculos, enfermedades coronarias y cánceres tienen.16 Otros alimentos y bebidas Se sabe que los huevos, la carne de cerdo, las comidas grasas, la cebolla, las aves, la leche pasteurizada, los helados, el café, el chocolate, los cítricos, el maíz, las alubias y los frutos secos, en este orden, desencadenan cólicos en los pacientes que sufren de la vesícula. En un estudio realizado en 1968, se comprobó que un grupo de pacientes con problemas en la vesícula dejaron de tener síntomas durante el tiempo que siguieron una dieta que excluía todos esos alimentos. Cuando se añadieron huevos a la dieta, el 93 % de los pacientes sufrió cólicos de vesícula. La proteína del huevo, en especial, puede producir cálculos biliares. Los investigadores creen que la ingesta de sustancias alérgenas provoca la inflamación de los conductos biliares, lo cual, a su vez, dificulta la secreción biliar de la vesícula. Sin embargo, esta suposición es sólo cierta en parte. Desde el punto de vista ayurvédico, la formación de cálculos biliares es un trastorno Pitta que afecta principalmente a las personas con un tipo corporal Pitta, si bien cualquiera con cualquier otro tipo corporal puede sufrir ese trastorno y producir cálculos biliares. Según la antigua lengua sánscrita, Pitta significa literalmente «bilis». Las personas con ese tipo corporal secretan de manera natural mucha cantidad de bilis. Sin embargo, la secreción resulta desigual, excesiva o irregular cuando la persona de tipo Pitta se excede en la ingesta de los alimentos mencionados o los ingiere de manera regular. Esto no significa que el tipo Pitta sea de forma natural propenso a desarrollar problemas en la vesícula, sino que el sistema digestivo de esas personas no está preparado para digerir esos alimentos, ya que su organismo no los necesita

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para su crecimiento y nutrición. Se sabe que las personas Pitta tienen un número limitado de enzimas para asimilar ciertos alimentos y bebidas, entre los que destacan: productos lácteos agrios, entre ellos queso, yogur y crema agria; yema de huevo; mantequilla con sal; todos los frutos secos, salvo almendras, pecanas y nueces; especias picantes; ketchup; mostaza; pepinillos; sal refinada; aliños que contengan vinagre; condimentos picantes (salsas); cítricos y sus zumos; frutas amargas y poco maduras; azúcar moreno; semillas enteras (sin moler), como las que se encuentran en los panes de trigo integral; arroz integral; lentejas; alcohol; tabaco; café y té consumidos de manera habitual; refrescos de cola y de sabores; edulcorantes artificiales, conservantes y colorantes; la mayoría de los medicamentos y estupefacientes; chocolate y cacao; comida de microondas y restos de varios días, congelados y todas las bebidas heladas. A pesar de que las personas de tipo Pitta tienen una mayor predisposición a desarrollar cálculos biliares, los otros tipos corporales también corren ese mismo riesgo si ingieren de manera regular alimentos que vayan en contra de los requerimientos de su constitución natural.17 Además, las comidas y bebidas preparadas y conservadas alteran las funciones hepáticas, con independencia del tipo corporal. Los alimentos con edulcorantes artificiales, como el aspartamo o la sacarina, alteran gravemente las funciones del hígado, la vesícula y el páncreas. El consumo regular de alcohol tiene un efecto deshidratante en la bilis y la sangre, y causa depósitos grasos en el hígado, al igual que los alimentos que contienen grandes cantidades de azúcar, las bebidas carbónicas y los zumos de frutas muy azucarados. El incremento en el consumo de azúcar en los niños explica por qué hoy en día un elevado porcentaje de jóvenes tienen ya grandes cantidades de cálculos biliares en el hígado, a pesar de que son relativamente pocos los niños que desarrollan piedras en la vesícula a edad temprana. (Conozco personalmente numerosos casos de niños enfermos que, tras realizar una limpieza hepática, han expulsado cientos de cálculos biliares.) Los niños de entre 10 y 16 años pueden realizar limpiezas hepáticas utilizando la mitad de la dosis (de zumo de manzana, sales de Epson, aceite de oliva y zumos) que los adultos. A menos que tengan una estructura física muy pequeña, los chicos mayores de 16 años pueden seguir las mismas indicaciones que los adultos. Los niños rara vez producen cálculos biliares, siempre que sigan una dieta vegetariana equilibrada y rica en frutas, verduras e hidratos de carbono. Efectos de la sal refinada y de la sal pura

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La sal marina natural contiene 92 minerales esenciales, mientras que la sal adulterada (un subproducto químico) tan sólo contiene dos elementos: sodio (Na) y cloro (Cl). Cuando las células sufren una dieta escasa en oligoelementos, pierden la capacidad de controlar sus iones. Esto tiene graves consecuencias para el cuerpo humano. Aunque tan sólo se pierda el equilibrio iónico durante un minuto, las células del cuerpo comienzan a explotar. Esto puede desencadenar enfermedades nerviosas, trastornos cerebrales o espasmos musculares, así como un colapso en el proceso regenerador celular. Una vez ingerida, la sal marina natural (agua marina reconstituida) permite que los líquidos atraviesen totalmente las membranas corporales, las paredes de los vasos capilares y los glomérulos (unidades de filtración) de los riñones. Ello, a su vez, permite que las células proporcionen mayor nutrición a través del fluido intracelular enriquecido. Por otra parte, los riñones, completamente sanos, pueden eliminar esos flujos salinos naturales sin ningún tipo de problema, algo esencial para mantener la concentración de los fluidos corporales en buen equilibrio. En cambio, la sal refinada puede representar un gran riesgo para el cuerpo, ya que impide la libre circulación de líquidos y minerales, y provoca que los líquidos se acumulen y estanquen en las articulaciones, en los conductos y nódulos linfáticos y en los riñones. Este efecto deshidratante que produce la sal refinada puede derivar en la formación de cálculos biliares, así como en otros muchos problemas de salud. El cuerpo necesita sal para digerir adecuadamente los hidratos de carbono. Cuando la sal es natural, la saliva y las secreciones gástricas pueden asimilar con facilidad las fibras de los hidratos de carbono. Disuelta e ionizada, la sal facilita el proceso digestivo y limpia el tracto gastrointestinal. La sal de mesa procesada ejerce, en cambio, el efecto contrario. La industria, a fin de que la sal no absorba humedad y el consumidor no la vea apelmazada, añade desecantes químicos, así como diferentes blanqueadores. Tras todos esos procesos, la sal ya no puede mezclarse o combinarse con los fluidos del organismo, lo cual, invariablemente, socava los procesos metabólicos y químicos del cuerpo. Las consecuencias más obvias del consumo de sal son retención de líquidos, presión alta y problemas renales. La sal refinada se añade a miles de alimentos preparados. Más del 50 % de la población norteamericana sufre retención de líquidos, principal causa de obesidad y sobrepeso. Antes de producirse comercialmente, la sal se consideraba el producto más preciado de la Tierra, incluso más que el oro. En tiempos de los celtas (siglo v a. C.), la sal se utilizaba para tratar dolencias físicas y mentales, quemaduras graves y

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otros trastornos. Las investigaciones han demostrado que el agua de mar restablece el desequilibrio hidroelectrolítico, un problema que ocasiona pérdida de respuesta inmunológica, alergias y otros muchos problemas de salud (véase «Consumir sal marina no refinada», capítulo 5). Hoy en día, la sal ha adquirido tan «mala reputación» que la gente le teme, del mismo modo que teme el colesterol y el sol. Muchos médicos recomiendan a sus pacientes que no tomen sodio ni alimentos ricos en sodio. Pero seguir una dieta sin sal también significa correr el riesgo de sufrir una pérdida de minerales y oligoelementos, así como otras numerosas complicaciones. La sal sin refinar satisface la necesidad del organismo de este mineral sin tener que preocuparse del equilibrio hidroelectrolítico. Si incluimos en nuestra dieta una cantidad adecuada de potasio en su forma natural, no tendremos que preocuparnos de la relativamente escasa cantidad de sodio que contiene la sal natural. Entre los alimentos especialmente ricos en potasio se encuentran los plátanos, los albaricoques, los aguacates, las semillas de calabaza, las patatas, las calabazas y muchas otras verduras. Sin embargo, si los niveles de potasio en el organismo descienden por debajo de lo normal, el sodio (incluso el de la sal natural) puede llegar a ser un problema. La sal céltica (sal gris) es particularmente buena para su consumo, pues se extrae de manera natural y se seca al sol. Existen otras sales excelentes que pueden encontrarse en tiendas o cooperativas de productos biológicos. Algunas de ellas son multicolores, mientras que otras son rosáceas. La sal del Himalaya se considera la mejor y más nutritiva de ellas. Si se toma disuelta en agua o se añade al agua de las comidas, tiene efectos muy positivos a nivel celular. La sal sin refinar contribuye también a limpiar y desintoxicar el tracto gastrointestinal y mantiene a raya a los gérmenes. Deshidratación Hoy en día mucha gente sufre deshidratación sin ser consciente de ello. La deshidratación es un estado patológico en el que las células corporales no reciben suficiente agua para poder realizar los procesos metabólicos básicos. Las células se pueden deshidratar por numerosas razones: • Beber poca agua (cualquier cantidad inferior a un litro de agua pura al día). • Consumir regularmente bebidas con efectos diuréticos, como, por ejemplo, café, té, bebidas carbónicas y alcohol, incluidos el vino y la cerveza. • Consumir habitualmente alimentos o sustancias estimulantes, como carne, especias, chocolate (excepto escasas cantidades de chocolate negro), azúcar, 94

tabaco, estupefacientes, refrescos y edulcorantes artificiales. • Estrés. • Gran parte de las sustancias farmacéuticas ingeridas. • Ejercicio excesivo. • Sobrealimentación y exceso de peso. • Ver televisión muchas horas al día. Cualquiera de estos factores hace espesar la sangre, lo que obliga a las células a ceder agua. El agua celular se utiliza para que la sangre sea más fluida. Sin embargo, para evitar la autodestrucción, las células comienzan a retener agua y lo hacen incrementando el grosor de sus membranas. El colesterol, una sustancia similar a la arcilla, se adhiere a las paredes celulares e impide la pérdida de agua celular. Si bien esta medida de urgencia logra que las células conserven agua y las salva en un primer momento, no es menos cierto que reduce, asimismo, la capacidad celular de absorber más agua, y también los nutrientes necesarios. Parte del agua y de los nutrientes no absorbidos se acumulan en los tejidos conectivos que rodean a las células, lo que causa inflamación y retención de líquido en las piernas, los riñones, la cara, los ojos, los brazos y otras partes del organismo. Todo esto produce un considerable aumento de peso. Al mismo tiempo, el plasma sanguíneo y el flujo linfático se congestionan y espesan. La deshidratación altera también la fluidez natural de la bilis, lo que provoca la formación de cálculos biliares. El té, el café, los refrescos de cola y el chocolate comparten una misma toxina nerviosa (estimulante): la cafeína. La cafeína, que penetra rápidamente en el torrente sanguíneo, desencadena una potente respuesta inmunológica que ayuda al organismo a contraatacar y a eliminar la toxina. Este irritante tóxico estimula las glándulas adrenales y, en cierta medida, muchas de las células corporales a fin de que liberen las hormonas del estrés, adrenalina y cortisol, en la sangre. Ese aumento repentino de energía se conoce comúnmente como «respuesta de huida o ataque». Sin embargo, si el consumo de estimulantes continúa de modo regular, esa respuesta natural de defensa del organismo se torna excesiva e ineficaz. La casi constante secreción de hormonas del estrés, unas sustancias altamente tóxicas en sí mismas, acaba alterando la química de la sangre y dañando los sistemas inmunológico y nervioso. De este modo, las futuras respuestas de defensa se van debilitando y el cuerpo tiende a desarrollar más infecciones y enfermedades. La inyección de energía que se experimenta tras tomar una taza de café no es el resultado directo de la cafeína, sino del intento del sistema inmunológico de

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deshacerse de ella. Un sistema inmunológico sobreexcitado e inhibido no puede suministrar la inyección energizante de adrenalina y cortisol que el cuerpo necesita para eliminar la cafeína. En esta etapa, la gente dice que está «acostumbrada» a determinado estimulante, como es el caso del café, por lo que intenta incrementar su ingesta para advertir los «beneficios». La consabida frase «me muero por tomarme una taza de café» refleja el verdadero riesgo de esa situación. Dado que las células corporales tienen que sacrificar parte de su agua para eliminar la toxina nerviosa cafeína, el consumo regular de café, té y refrescos de cola hace que éstas se deshidraten. Por cada taza de té o café que uno bebe, el cuerpo necesita dos o tres tazas de agua sólo para eliminar los estimulantes, un lujo que no se puede permitir. Esto también se aplica a los refrescos, los fármacos y otros estimulantes, así como ver la televisión durante muchas horas (véase más información sobre este tema en el apartado «Estilo de vida»). Por regla general, todos los estimulantes tienen un destacado efecto deshidratante en la bilis, la sangre y los jugos gástricos. Pérdida rápida de peso Las personas con sobrepeso tienen una mayor propensión a desarrollar cálculos biliares que las personas de peso medio. Es un hecho indiscutible que perder peso comporta importantes beneficios para la salud. Muchas personas, por ejemplo, simplemente adelgazando, consiguen regular la presión sanguínea, el azúcar en sangre y el colesterol. Sin embargo, perder paso rápidamente con dietas que aconsejan tomar muy pocas calorías al día incrementa el riesgo de desarrollar cálculos biliares, tanto en el hígado como en la vesícula. Algunas de esas dietas carecen de la grasa necesaria para permitir que la vesícula se contraiga lo suficiente para liberar la bilis. Para que la vesícula se contraiga con normalidad, es necesaria una comida o un tentempié que contenga aproximadamente diez gramos de grasa; si la vesícula no funciona adecuadamente, retiene bilis y eso conlleva la formación de piedras. La obesidad se asocia a una mayor secreción de colesterol en los conductos biliares, lo que aumenta el riesgo de desarrollar piedras de colesterol. Cuando las personas obesas se someten a dietas para perder peso rápidamente y siguen una dieta desequilibrada o toman pastillas para seguir esa dieta, el cuerpo congestionado, y, por tanto, desnutrido, intenta utilizar los nutrientes y las grasas de sus depósitos de reserva. Esto aumenta rápidamente el nivel de grasa en sangre e incrementa el riesgo de formación de cálculos biliares. La repentina formación de cálculos biliares en

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personas que han seguido una de esas dietas parece ser el resultado del incremento de colesterol y de una reducción de las sales biliares en el flujo biliar. Los cálculos biliares también son comunes en aquellos pacientes que pierden mucho peso tras una intervención de bypass gástrico. (En este tipo de intervención se reduce el tamaño del estómago para evitar que la persona coma en exceso). En un estudio científico se descubrió que más de un tercio (un 38 %) de los pacientes sometidos a una operación de bypass gástrico desarrolló cálculos biliares a los tres meses de la intervención. Sin embargo, los resultados de las investigaciones se refieren únicamente a cálculos biliares en la vesícula, pero el daño que sufre el hígado con esa intervención es quizás mucho mayor que la acumulación de unos cuantos cálculos biliares en la vesícula. Si la rápida o sustancial pérdida de peso incrementa el riesgo de desarrollar cálculos biliares, está claro que el riesgo se reduce cuando la pérdida de peso es gradual. De hecho, el problema se resuelve cuando los depósitos de sustancias tóxicas, incluidas las piedras, se eliminan del cuerpo y se establece una dieta adecuada y un estilo de vida equilibrado.18 De este modo, la pérdida de peso no incrementa el riesgo de sufrir enfermedades de la vesícula, sino que lo reduce. Si se eliminan las piedras del hígado y de la vesícula, una persona obesa puede mejorar notablemente sus funciones digestivas y restablecer su energía vital. Este tratamiento elimina los efectos secundarios dañinos que tienen lugar tras una repentina pérdida de peso. Dietas bajas en grasas Puede que la constante publicidad de dietas exentas de grasas bajo el enunciado «las dietas más saludables» sea la responsable del incremento de enfermedades hepáticas y vesiculares en la población de los países industrializados. Los alimentos ricos en proteínas se siguen presentando como alimentos cruciales para desarrollar la fuerza física y la vitalidad. A las grasas, por el contrario, se las presenta como las culpables de muchas de las enfermedades crónicas de nuestros días, entre ellas la arteriosclerosis. A principios del siglo xx, en cualquier lugar del mundo, los ataques cardíacos eran extremadamente raros. Desde esa época, el consumo per cápita de grasa se ha mantenido prácticamente igual. Pero lo que sí se ha incrementado en gran medida en los países más ricos ha sido el consumo de proteínas, particularmente desde la segunda guerra mundial. El consumo excesivo de alimentos proteínicos en las naciones industrializadas ha provocado un aumento sin precedentes de enfermedades 97

circulatorias y muertes provocadas por ataques cardíacos. Estos problemas de salud, en comparación, rara vez aparecen en los grupos étnicos que llevan principalmente una dieta vegetariana. De hecho, un informe publicado por la Asociación Médica Americana manifiesta que la dieta vegetariana puede prevenir el 97 % de los casos de trombosis que derivan en ataques cardíacos. A pesar de que una dieta vegetariana equilibrada puede contener una mayor cantidad de grasas, éstas no parecen ejercer ningún efecto negativo en el sistema circulatorio (al menos, claro está, que estén contaminadas de ácidos grasos trans). Pero, por el contrario, comer un exceso de proteínas de origen animal produce un engrosamiento de los vasos sanguíneos del hígado, lo que origina la formación de cálculos biliares, que, a su vez, reducen la producción biliar de ese órgano. La disminución de las secreciones biliares impide que el organismo digiera las grasas, y hay médicos que recomiendan a las personas que sufren ese problema que disminuyan el consumo de grasas a fin de evitar indigestiones, aumento de peso y otras molestias. Pero esto lo único que hace es impedir que la vesícula libere su contenido de bilis y surjan más problemas con la digestión de grasas. Finalmente, el cuerpo agota las indispensables grasas esenciales y las vitaminas liposolubles, lo que lleva al hígado a incrementar su producción de colesterol y a que se formen aún más piedras. Cuanta menos grasa reciba el organismo por medio de los alimentos, más empeora la situación. Si las grasas no se digieren correctamente, el cuerpo entra en un círculo vicioso, que en la mayoría de los casos sólo se detiene expulsando todos los cálculos biliares del hígado y de la vesícula y aumentando después gradualmente la ingesta de grasas hasta llegar a niveles normales. La leche baja en grasas, por ejemplo, es una de las responsables del inicio de ese círculo vicioso. En su estado natural, la leche entera contiene la cantidad de grasa que se requiere para digerir las proteínas de la leche. Sin las grasas de la leche, sus proteínas no pueden digerirse. Cuando se extrae de la leche la mayoría de su grasa, la vesícula no recibe los estímulos necesarios para liberar la adecuada cantidad de bilis que requiere para digerir las grasas y las vitaminas de la leche. Por consiguiente, tanto las proteínas como las grasas permanecen en el tracto gastrointestinal sin ser digeridas adecuadamente; la mayoría de las proteínas se descomponen y las grasas se tornan rancias. Todo ello conduce a una grave congestión linfática, como les sucede a los bebés que sufren cólicos intestinales como consecuencia de tomar leche maternizada. Ésta puede ser la causa de la formación de cálculos biliares en el hígado de niños muy pequeños. Incluso la leche

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entera de los supermercados tiene un bajo contenido en grasa, lo cual hace que la mayoría de personas no pueda digerirla.19

Los fármacos La terapia de sustitución hormonal y las píldoras anticonceptivas El riesgo de desarrollar cálculos biliares es cuatro veces mayor en las mujeres que en los hombres, especialmente en aquellas mujeres que han utilizado o utilizan píldoras anticonceptivas y siguen una terapia de sustitución hormonal. Según ciertas investigaciones médicas, los anticonceptivos orales y otros estrógenos duplican en la mujer el riesgo de desarrollar cálculos biliares. El estrógeno, una hormona que contienen las píldoras anticonceptivas y los tratamientos de sustitución hormonal, incrementa el colesterol biliar y disminuye las contracciones vesiculares. Así pues, este efecto del estrógeno podría ser no sólo el responsable de la formación de cálculos biliares en el hígado y la vesícula, sino también de muchas otras enfermedades que surgen a partir de las disfunciones de esos órganos. Unas investigaciones médicas previas mostraron que los progestrógenos de los medicamentos utilizados en la HRT (terapia de sustitución hormonal, siglas en inglés) también contribuyen a la formación de cálculos biliares. Las mujeres que se encuentran en la menopausia pueden mejorar en gran parte los síntomas por medio de una serie de limpiezas hepáticas. Mejorar la función hepática e incrementar la producción biliar, siempre que se acompañe de una dieta y un estilo de vida adecuados, puede prevenir y revertir la osteoporosis y otros problemas de huesos y articulaciones. Otros medicamentos Los fármacos que se recetan para reducir el nivel de grasas (lípidos) en sangre, incluido el clofibrate (Atromid-S), o medicamentos similares para reducir el colesterol, lo que hacen en realidad es aumentar la concentración de colesterol en la bilis y, por consiguiente, el riesgo de padecer cálculos biliares. Esos fármacos descienden de manera eficaz las grasas en sangre, que es para lo que están ideados. Sin embargo, tener mucha grasa en sangre significa falta de grasas, pues éstas se quedan atrapadas en la sangre cuando no pueden atravesar las membranas sanguíneas y, por tanto, las células carecen de ellas. Al disminuir las grasas en sangre por medio de esos medicamentos, las células corporales se quedan 99

privadas de ellas, lo que conduce a una grave degeneración celular. La octrecida, perteneciente a una nueva generación de fármacos de tipo «estatinas», evita que la vesícula se vacíe por sí sola tras una comida grasa, dejando atrás gran cantidad de bilis para formar piedras. Los riesgos que implica este tipo de intervención médica son obvios, y mucho mayores que tener un nivel alto de grasa en sangre. (Contrariamente a lo que se suele creer, hasta el día de hoy, no existen pruebas científicas que muestren que las grasas son las responsables de las enfermedades coronarias). Según diversos estudios publicados en varias revistas médicas, como la famosa Lancet, ciertos antibióticos pueden provocar también cálculos biliares. Uno de ellos es el llamado ceftriaxona, indicado para el tratamiento de las vías respiratorias bajas, de la piel, las infecciones del tracto urinario, las inflamaciones pélvicas e infecciones de huesos y articulaciones, así como la meningitis. De modo similar, los fármacos que se suministran para evitar el rechazo de trasplantes de riñones y de corazón aumentan la posibilidad de la aparición de cálculos hepáticos. Las tiacidas, un diurético para controlar la presión arterial alta, pueden provocar trastornos vesiculares en pacientes con cálculos. Por otro lado, los niños que toman furosemida, un fármaco para tratar la hipertensión y los edemas, son propensos a desarrollar cálculos hepáticos, según un estudio publicado en el Journal of Perinatology (Revista de Perinatología). Las prostaglandinas, que se utilizan para tratar la presión arterial alta, tienen los mismos efectos secundarios. Recientemente se ha demostrado que analgésicos como la aspirina o el tilenol aumentan la presión arterial hasta un 34 % y, por tanto, dañan al hígado y a otros órganos. Todos los fármacos son tóxicos por naturaleza y requieren que el hígado actúe en su contra. Pero cuando el hígado no funciona bien, muchas de esas toxinas químicas llegan a la bilis. Esto altera el equilibrio natural de las sustancias que la constituyen y determina el desarrollo de cálculos biliares en la vesícula y en el hígado. Hay que tener en cuenta que los descubrimientos anteriormente mencionados se refieren tan sólo a los cálculos en la vesícula, pero no revelan los graves daños que pueden ocasionar en el propio hígado. Si los fármacos son capaces de producir piedras en la vesícula, cabe imaginar que pueden producir cientos, si no miles de ellas en los conductos biliares del hígado. He podido observar, en repetidas ocasiones, que las personas que en el pasado habían tomado fármacos tenían muchas más piedras que las que nunca los habían tomado. Los tratamientos sintomáticos siempre pasan factura, es decir, siempre dañan las funciones hepáticas. Para el organismo es mucho más fácil y beneficioso deshacerse

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de todos los cálculos, restablecer los valores sanguíneos correctos y mejorar la digestión y la eliminación de los residuos orgánicos que erradicar los síntomas de una enfermedad. Los síntomas no son la enfermedad, sino tan sólo las señales que indican que el cuerpo está intentando salvarse y protegerse por sí mismo. Los síntomas indican que el cuerpo necesita atención, apoyo y cuidados. Tratar la enfermedad como si fuera un enemigo, cuando en realidad es un intento de supervivencia, es, en realidad, sabotear la capacidad curativa del organismo y sembrar las semillas de más enfermedades. Intoxicación por flúor Dado que el hígado no puede asimilar el flúor, lo que intenta es que este producto tóxico pase a los conductos biliares (la única vía alternativa para enfrentarse a él). Esto produce la congestión de los conductos biliares y otras muchas enfermedades. En Estados Unidos, así como en otros muchos países, se añade un 60 % de flúor al agua potable. La industria también lo añade a un amplio número de productos, entre los que se encuentran: la soja, el dentífrico, las pastillas y los chicles de flúor, el té, las vacunas, los productos de limpieza, la sal, la leche, los anestésicos, los colchones que emiten gases de flúor, el teflón y los antibióticos. También se encuentra en el aire contaminado y en los depósitos acuíferos contaminados. Dada su probada gran toxicidad, en agosto de 2002, Bélgica fue el primer país que prohibió los suplementos de flúor. «La fluorización […] es la estafa más grande de todos los tiempos y la que ha afectado a un mayor número de personas», ha afirmado el profesor y doctor en microbiología Albert Schatz, descubridor de la estreptomicina y premio Nobel. Afortunadamente, el 98 % de los países de Europa occidental han rechazado la fluorización del agua, entre otros, Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos y Suecia. Exhaustivas investigaciones han demostrado en animales de laboratorio que éstos han desarrollado tumores directamente relacionados con la ingesta de flúor. En otros estudios realizados en animales se ha descubierto que el flúor se acumula en la glándula pineal y que interfiere en la producción de melatonina, una hormona que ayuda a regular el inicio de la pubertad, las funciones tiroideas y otros muchos procesos fisiológicos básicos. En humanos, se ha demostrado que el flúor provoca artritis, osteoporosis, fracturas de cadera, cáncer, infertilidad, enfermedad de Alzheimer y trastornos cerebrales. Hasta la segunda mitad del siglo xx, los médicos europeos utilizaban el flúor para tratar el hipertiroidismo (hipersecreción de hormonas tiroideas). La dosis diaria de

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flúor que la gente recibe en muchas comunidades por medio de la fluorización excede, y en mucho, la que, según se descubrió, deprime la glándula tiroides. Debido a la fluorización, millones de personas sufren hoy hipotiroidismo (hiposecreción de hormonas tiroideas), uno de los problemas médicos más comunes en Estados Unidos. Actualmente, se pueden identificar más de 150 síntomas de hipotiroidismo, y casi todos ellos guardan alguna relación con los síntomas conocidos de intoxicación por flúor. Entre los síntomas de hipotiroidismo se incluyen depresión, mareos, fatiga, sobrepeso, dolores musculares y de articulaciones, pérdida del cabello, migrañas, problemas respiratorios, gastrointestinales y menstruales, presión sanguínea descompensada, aumento de los niveles de colesterol, alergias, insomnio, ataques de pánico y cambios bruscos de ánimo, arritmia y fallos cardíacos. En la India y otros países en vías de desarrollo, un gran número de niños y de adultos están lisiados y sin dientes debido al envenenamiento por flúor, fruto de la contaminación industrial. Para ayudar al cuerpo a enfrentarse a las enfermedades causadas por el flúor, incluido el hipotiroidismo, es muy importante limpiar los conductos biliares del hígado, evitar los productos que contengan flúor y utilizar un sistema purificador de agua que lo elimine. La destilación y la ósmosis inversa son métodos eficaces para eliminar el flúor (y otros contaminantes) del agua. (Nota: se recomienda contactar con un distribuidor de filtros de agua para encontrar el aparato de filtración más conveniente o bien buscar la información que aparece en mi libro Los secretos eternos de la salud.) Se ha comprobado que el boro es un mineral que elimina el flúor del organismo. La presentación más eficaz de este material es la de boro iónico, y la distribuye Eniva, entre otros (véase «Lista de proveedores», en el capítulo 8). Una dieta desintoxicante de acuerdo con el tipo corporal de cada uno, unos buenos hábitos alimentarios y de sueño, y un estilo de vida libre de estrés son condiciones esenciales para la recuperación del organismo.

Estilo de vida Alteración del reloj biológico La manera de organizarnos y de vivir la vida repercute en gran medida en el funcionamiento de nuestro organismo. Su eficacia y rendimiento depende de unos ritmos biológicos predeterminados que están en sintonía con los llamados ritmos circadianos de la naturaleza. Los ritmos circadianos están íntimamente relacionados

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con el movimiento de nuestro planeta alrededor del Sol, y también se ven influenciados por el movimiento de la Luna y de otros planetas en relación a la posición de la Tierra. Nuestro cuerpo sigue más de mil ritmos de 24 horas. Cada ritmo individual controla el ritmo de una zona del organismo, entre ellos el ritmo cardíaco, la presión arterial, la temperatura, los niveles hormonales, la secreción de jugos gástricos e, incluso, el umbral del dolor. Todos estos ritmos están perfectamente coordinados unos con otros y están controlados por un «marcapasos» cerebral llamado núcleo supraquiasmático. Esa zona cerebral regula las descargas de las células nerviosas que parecen ajustar el reloj de nuestro ritmo biológico. Si un ritmo se interrumpe por alguna causa, los demás también se desequilibran. De hecho, pueden surgir numerosas enfermedades a causa de interferencias entre uno o varios de nuestros ritmos biológicos, y ello debido a un estilo de vida desequilibrado e irregular. Este apartado trata de algunas de las «alteraciones» más comunes que afectan particularmente al funcionamiento del hígado y de la vesícula. Si sintonizamos la rutina diaria con el horario natural del cuerpo, podemos ayudar al organismo en su esfuerzo incesante por nutrirse, limpiarse y curarse, y así, además, podemos evitar nuevos problemas de salud en el futuro. Ciclos naturales de sueño y vigilia La alternancia de la noche y el día regula nuestros ciclos naturales de sueño y vigilia, así como diversos procesos bioquímicos esenciales. La luz del día desencadena la descarga unas potentes hormonas (glucocorticoides), entre la cuales destacan por su importancia el cortisol y la corticosterona. Su secreción tiene una marcada variación circadiana. Estas hormonas regulan algunas de las funciones más importantes del cuerpo, entre otras, el metabolismo, el nivel de azúcar en sangre y las respuestas inmunológicas. Sus niveles máximos aparecen entre las cuatro y las ocho de la mañana y, gradualmente, van disminuyendo a medida que el día avanza. El nivel mínimo se encuentra entre la medianoche y las tres de la mañana. Si se alteran los horarios naturales de sueño y vigilia, los ciclos de la secreción máxima del cortisol también cambian. Así, por ejemplo, si uno empieza de repente a acostarse después de medianoche, en vez de antes de las diez y/o se levanta a las ocho o las nueve de la mañana en vez de a las seis, forzará un cambio de horario hormonal que puede conducir al organismo a alteraciones caóticas. Los residuos orgánicos acumulados en el recto y en la vejiga durante la noche se eliminan normalmente entre las seis y las ocho de la mañana, pero con un cambio en el ciclo

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sueño/vigilia, el organismo no tendrá otra opción que retener esos residuos y probablemente reabsorber parte de ellos. Cuando se interrumpe el ciclo natural sueño/vigilia, los ritmos biológicos del cuerpo se desincronizan de los ritmos circadianos, controlados por las fases regulares de oscuridad y luz. Esto ocasiona numerosos problemas; entre otros, enfermedades crónicas del hígado, trastornos respiratorios y problemas cardíacos. La alteración del ciclo de cortisol también puede provocar graves problemas de salud. En la década de 1980, los investigadores descubrieron que la mayoría de los infartos y ataques cardíacos suceden más por la mañana que a cualquier otra hora del día. Los coágulos de sangre se forman preferentemente y con mayor rapidez alrededor de las ocho de la mañana. La presión sanguínea también aumenta por la mañana y se mantiene así hasta última hora de la tarde. Alrededor de las seis de la tarde, comienza a descender, y llega a su punto más bajo durante la noche. A fin de ayudar a los ritmos hormonales y circulatorios básicos del organismo, lo mejor es irse a dormir temprano (antes de las diez de la noche) y levantarse no más tarde que el Sol (idealmente alrededor de las seis de la mañana). (Nota: estos horarios cambian con la estación; es probable que durante el invierno necesitemos dormir un poco más, y, en verano, quizás algo menos.) Una de las hormonas más potentes de la glándula pineal es un neurotransmisor llamado melatonina. La secreción de melatonina comienza entre las nueve y media y diez y media de la noche (según la edad), e induce al sueño. Alcanza su nivel máximo entre la una y las dos de la madrugada y baja a los mínimos al mediodía. La glándula pineal controla la reproducción, el sueño y la actividad motora, la presión arterial, el sistema inmunológico, las glándulas pituitaria y tiroides, el crecimiento celular, la temperatura del cuerpo y muchas otras funciones vitales. Todas ellas dependen del ciclo regular de la melatonina, por tanto, ir a dormir tarde o trabajar en turnos de noche altera ese ciclo y desequilibra, a su vez, muchos otros ciclos hormonales. El cerebro, además de producir melatonina, también sintetiza serotonina, una hormona neurotransmisora muy importante relacionada con nuestro estado físico y emocional. Esta hormona altera los ritmos del día y de la noche, la conducta sexual, la memoria, el apetito, los impulsos, el miedo e incluso a las tendencias suicidas. A diferencia de la melatonina, la secreción de serotonina se incrementa con la luz del día; el ejercicio físico y el azúcar también la estimulan. Si uno se levanta tarde, una menor exposición solar hará que los niveles de serotonina se reduzcan durante el día. Dado que la melatonina es un producto resultante de la serotonina, el hábito de

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levantarse tarde disminuye, a su vez, los niveles de melatonina durante la noche. Cualquier alteración del ritmo circadiano causa secreciones anómalas de las importantes hormonas cerebrales que son la melatonina y la serotonina. Esto, a su vez, desequilibra los ritmos biológicos, los cuales pueden alterar el funcionamiento armonioso de todo el organismo, incluidos el sistema metabólico y el endocrino. Uno puede, de repente, sentirse «desintonizado» y permanecer susceptible a gran variedad de trastornos, desde un simple dolor de cabeza a una depresión o a la aparición de un tumor canceroso. La producción de hormonas de crecimiento, que estimulan el crecimiento en los niños y ayudan a los adultos a mantener la musculatura y los tejidos conectivos, también depende de que los ciclos del sueño sean correctos. El sueño desencadena la producción de las hormonas del crecimiento. La secreción máxima llega alrededor de las once de la noche, en el supuesto de que uno se duerma antes de las diez de la noche. Este breve período coincide con el sueño ligero, también conocido como sueño reparador. Es precisamente durante este período cuando el cuerpo se limpia, se restablece y se rejuvenece. Cuando falta el sueño, la producción de hormonas del crecimiento disminuye enormemente. Las personas que trabajan en turnos de noche tienen una mayor incidencia de insomnio, infertilidad, enfermedades cardiovasculares y problemas estomacales. Por otra parte, por la noche, el rendimiento físico y mental es menor y aumentan los accidentes. Horarios naturales de las comidas En la ciencia ayurvédica, o ciencia de la vida, manifestaba hace ya miles de años que para poder mantener la salud física y emocional, el cuerpo debe alimentarse siguiendo un horario natural. Como en muchas otras funciones corporales, los ritmos circadianos controlan también el proceso digestivo. La secreción biliar y la de otros jugos gástricos llega a su máximo nivel al mediodía, mientras que su nivel más bajo lo alcanza por la noche. Por esta razón, lo mejor es hacer la comida principal al mediodía y tomar sólo comidas ligeras a la hora del desayuno y de la cena. Esto permite que el cuerpo digiera la comida correctamente y que absorba la cantidad adecuada de nutrientes para mantener las funciones corporales. Para evitar interferir en la secreción de los jugos gástricos a la hora del almuerzo, se recomienda no desayunar más tarde de las ocho de la mañana. Del mismo modo, para digerir mejor la comida vespertina, lo ideal es hacerla entre las seis y media y las siete de la tarde. Cualquier interrupción prolongada de este ciclo, ya sea como resultado de hábitos irregulares de alimentación o por dar más importancia a la cena y al desayuno,

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produce una acumulación de alimentos no digeridos y una congestión sanguínea y linfática. Todo ello altera, además, el instinto natural del organismo; si éste estuviera intacto y funcionara adecuadamente, tenderíamos a comer sólo aquellos alimentos apropiados para nuestro tipo corporal, y los ingeriríamos en el mejor momento para digerirlos. Una de las principales causas de formación de cálculos biliares es la acumulación en el tracto intestinal de alimentos mal digeridos. Un horario de comidas irregular, o comer en exceso a unas horas del día en las que el cuerpo no está preparado para producir la cantidad adecuada de jugos gástricos, genera más residuos de los que el organismo puede eliminar (véase «Trastornos del sistema digestivo», capítulo 1).

Diversas causas Ver televisión durante horas Investigaciones científicas han demostrado que ver televisión puede incrementar de forma alarmante la producción de colesterol en el cuerpo. Además de ser un componente necesario para gran parte de los tejidos corporales y de las hormonas, el colesterol cumple también la función de hormona del estrés, que se incrementa con la tensión física o mental. Ciertamente, el colesterol es una de las primeras hormonas que acuden a una zona afectada para intentar curarla; forma un componente esencial en el tejido de cualquier herida durante el período de curación, ya sea en el caso de una herida en la piel o una lesión en una pared arterial. El cerebro puede fatigarse y estresarse siguiendo el rápido movimiento de los fotogramas durante períodos prolongados de tiempo. El «estrés televisivo» es mucho más pronunciado en los niños, quienes pueden experimentar un aumento de un 300 % del nivel de colesterol durante unas cuantas horas de televisión. Esas excesivas secreciones de colesterol alteran la composición biliar, lo que produce cálculos biliares en el hígado. Ver televisión es un gran reto para el cerebro. Éste no puede asimilar el flujo constante de estímulos de las imágenes que a cada segundo surgen de los fotogramas televisivos. El estrés resultante y la tensión pasan factura. La presión arterial se incrementa para transportar más oxígeno, glucosa, colesterol, vitaminas y otros nutrientes a todo el cuerpo, incluido el cerebro. Todo esto se consume rápidamente a causa del trabajo cerebral. A esto hay que añadir la tensión asociada al contenido de algunos programas –violencia, angustia, ruido de disparos, automóviles, y gritos–;

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así, las glándulas adrenales responden con grandes dosis de adrenalina para que el cuerpo prepare la respuesta de «lucha o huida». Esta respuesta de estrés, a su vez, constriñe los conductos sanguíneos, grandes y pequeños, del organismo, lo que causa que las células sufran falta de agua, de azúcar y otros nutrientes. Todo ello puede dar como resultado diversos tipos de síntomas. Uno puede llegar a sentirse cansado, exhausto, con rigidez en cuello y hombros, sediento, letárgico, deprimido, y hasta demasiado cansado para ir a dormir. Está comprobado que el estrés dispara la producción de colesterol en el organismo. Dado que el colesterol es el ingrediente básico de las hormonas del estrés, las situaciones de este tipo requieren grandes cantidades de esa sustancia para producir estas hormonas. A fin de reponer la pérdida de colesterol, el hígado incrementa su propia producción de este preciado compuesto. Si el organismo no incrementara los niveles de colesterol durante esas estresantes circunstancias, a estas alturas ya se habrían producido millones de «muertes por exceso de televisión». No obstante, la respuesta al estrés produce toda una serie de efectos secundarios, uno de los cuales es la creación de cálculos biliares. La falta de ejercicio también puede desencadenar un estancamiento en los conductos biliares y, por consiguiente, cálculos biliares. Estrés emocional Un estilo de vida estresante puede alterar la flora (población bacteriana) biliar y, por tanto, originar la formación de cálculos biliares en el hígado. Entre los principales factores que causan estrés se encuentra no disponer de tiempo suficiente para uno mismo. Cuando no nos concedemos el tiempo suficiente para aquellas cosas que debemos o queremos hacer, nos sentimos presionados. Una presión continua produce frustración, ésta acaba finalmente en rabia y constituye un indicador de un estrés grave. La rabia tiene un efecto agotador en el cuerpo. Se mide por la cantidad de adrenalina y noradrenalina que las glándulas adrenales secretan en el torrente sanguíneo. En situaciones de estrés grave o sobreexcitación, estas hormonas incrementan el ritmo e intensidad de los latidos del corazón, aumentan la presión arterial y constriñen los vasos sanguíneos de las glándulas excretoras del sistema digestivo. Además, reducen el flujo de los jugos digestivos, incluidos los jugos gástricos y la bilis; ralentizan los movimientos peristálticos y la absorción de los alimentos; e inhiben la excreción de orina y heces. Cuando los alimentos no se digieren correctamente y se impide que el organismo se libere de una cantidad significativa de residuos a través de sus órganos

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excretores, todo el cuerpo se ve afectado, incluidos el hígado y la vesícula. Este efecto congestivo, resultante de la respuesta frente al estrés, origina un gran malestar a nivel celular y el cuerpo lo recibe como una alteración emocional. Diversas investigaciones han demostrado que el estrés crónico o, mejor dicho, la incapacidad de controlar el estrés, es el responsable del 85 al 95 % de las enfermedades. A estas dolencias se les llama comúnmente enfermedades psicosomáticas. Las alteraciones que produce el estrés requieren no sólo una profunda limpieza física, como la del hígado, el colon y los riñones, sino también un tratamiento que aporte relajación. Durante la relajación, el cuerpo, la mente y las emociones actúan de tal manera que colaboran y ayudan al organismo en todas sus funciones. Los vasos sanguíneos constreñidos se expanden nuevamente, los jugos digestivos vuelven a fluir, las hormonas se equilibran y los residuos se eliminan fácilmente. Por tanto, los mejores antídotos para el estrés y sus indeseables efectos son los métodos que aportan una buena relajación: la meditación, el yoga, el contacto con la naturaleza, jugar con los niños o con mascotas, tocar algún instrumento musical o escuchar música, hacer ejercicio físico, caminar, etcétera. Para sobrellevar el ritmo de la vida moderna y permitir que el sistema nervioso tenga tiempo de relajarse y liberarse de cualquier tensión acumulada, es muy importante pasar al menos de media a una hora al día a solas, y preferiblemente en silencio. Si usted, lector, ha tenido que soportar períodos de mucho estrés o actualmente tiene dificultades para calmarse y relajarse, una serie de limpiezas hepáticas le serán de gran ayuda. Tener cálculos biliares en el hígado es, en sí mismo, una de las causas principales del estrés corporal. Si elimina esas piedras, se sentirá tranquilo y relajado de manera natural, y descubrirá que, una vez que el hígado esté limpio, sentirá menos rabia o menos preocupación al enfrentarse a ciertas situaciones, a otras personas o a usted mismo, independientemente de las circunstancias que tengan lugar. Tratamientos convencionales en caso de cálculos biliares Los tratamientos convencionales para eliminar los cálculos biliares pretenden o bien disolver los cálculos biliares directamente, en la vesícula, o bien extirparla mediante una intervención quirúrgica. Sin embargo, estos tratamientos no provocan efecto alguno en la gran cantidad de piedras que congestionan los conductos biliares del hígado. Quisiera hacer hincapié en este punto: todo el que tiene cálculos biliares en la vesícula tiene aún muchos más en el hígado. La extirpación quirúrgica de la vesícula, o la extracción de piedras con ese mismo método, no aumenta

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sustancialmente el flujo biliar, pues las piedras que están alojadas en los conductos biliares del hígado siguen evitando una adecuada secreción biliar. A pesar de la extirpación quirúrgica de la vesícula, la situación continúa siendo muy problemática para el organismo. Dado que el instrumento de bombeo biliar (la vesícula) ya no existe, la escasa bilis que el hígado puede aportar a través de sus congestionados conductos va fluyendo en cuentagotas. Así pues, la escasa secreción biliar y el descontrolado flujo de bilis que llega al tracto intestinal siguen causando graves problemas digestivos y de absorción de los alimentos, especialmente si éstos contienen grasas. El resultado es una acumulación cada vez mayor, en el tracto intestinal y en el sistema linfático, de residuos tóxicos. La incapacidad de digerir y asimilar las grasas hace que las células hepáticas incrementen la producción de colesterol. El efecto secundario de esta respuesta urgente del organismo es la formación de más cálculos en los conductos biliares del hígado. Por consiguiente, la extirpación de la vesícula no sólo no es la solución para aliviar los problemas digestivos, sino que, además, causa mayores y más graves complicaciones, como cáncer y las enfermedades cardíacas. Por otra parte, una secreción biliar adecuada, protege al organismo de muchas enfermedades. Cualquier tratamiento de la vesícula, con independencia de lo avanzado o sofisticado que sea, puede considerarse nada más que una gota de agua en el océano, pues no erradica el problema principal: unos conductos biliares congestionados con cientos, o miles, de cálculos. La medicina convencional ofrece básicamente tres tratamientos en el caso de padecer cálculos biliares:

1. Disolución de los cálculos A los pacientes con síntomas leves o de escasa frecuencia, o a aquellos que no desean someterse a una intervención quirúrgica, se les ofrecen unos fármacos que aseguran la disolución de los cálculos biliares. En un principio, parece una buena idea ir disolviendo gradualmente los cálculos biliares con medicamentos que contienen sales biliares (terapia oral de disolución de cálculos). Se administran en forma de comprimidos durante doce meses, lo que puede disminuir el nivel de colesterol en la bilis. Sin embargo, no existen garantías. Según la publicación British Medical Journal, el uso de sales biliares tiene un porcentaje de error de nada menos que de un 50 %. Por otra parte, en muchos pacientes «exitosos» no se consigue disolver por completo los cálculos biliares de la vesícula. Otros agentes disolventes,

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como el metil-ter-butil-éter, no ofrecen mayores ventajas sobre las sales biliares. Los tratamientos infructuosos acaban a menudo en intervenciones quirúrgicas. Recientemente, los disolventes se instilan directamente en la vesícula, a través de un pequeño catéter colocado en la piel. Se ha comprobado que este método es efectivo en la disolución de las piedras de colesterol, pero no resuelve el problema más grave, a saber, el de la acumulación de cálculos biliares en el hígado. Todavía no existen pruebas científicas que determinen los efectos secundarios de este tratamiento.

2. Ondas ultrasónicas Otra alternativa a la cirugía es la litotricia, una técnica mediante la cual los cálculos biliares se desintegran por medio de serie de ondas ultrasónicas. En un informe de la revista Lancet (prestigiosa publicación médica británica) que vio la luz en 1993 se demostró que esta terapia tiene grandes complicaciones, ya que puede provocar daños en los riñones y aumentar la presión arterial, riesgos que a día de hoy siguen existiendo. Ambos efectos secundarios pueden contribuir a incrementar el número de cálculos biliares en el hígado (véase «Trastornos del sistema circulatorio» y «Trastornos del sistema urinario», capítulo 1). Además, este procedimiento, en el que los cálculos biliares se fragmentan con ondas de choque, deja residuos tóxicos, los cuales pueden rápidamente convertirse en caldo de cultivo para el desarrollo de bacterias dañinas y parásitos y, por tanto, de infecciones en el organismo. Estudios recientes han confirmado que la mayoría de los pacientes sometidos a este tipo de tratamiento experimentan sangrados internos, desde pequeñas hemorragias hasta grandes pérdidas de sangre que requieren transfusiones. Este tratamiento tiene también una elevada tasa de recidivas.

3. Cirugía En 1996, 770.000 estadounidenses se sometieron a una intervención quirúrgica de extirpación de vesícula. Desde entonces, el número de intervenciones se ha ido incrementando. Una operación de vesícula con laparoscopia cuesta entre 8.000 y 10.000 dólares, y requiere de 30 a 45 minutos. Mientras que la cirugía convencional de vesícula (colecistectomía) se utiliza mucho en pacientes con dolores frecuentes o agudos, o con un historial de colecistitis, la colecistectomía laparoscópica se ha convertido en la técnica quirúrgica más utilizada en la actualidad. En la cirugía

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tradicional, la vesícula se extirpa con la técnica de cirugía abierta, que requiere una incisión estándar y anestesia general. En la colecistectomía laparoscópica, también llamada cirugía de ojo de cerradura, se aspira la vesícula llena de piedras a través de una pequeña incisión realizada en el abdomen. Algunas veces, se lleva a cabo una colecistectomía cuando no se puede realizar la operación laparoscópica. Con la operación laparoscópica, los pacientes parecen recuperarse con mucha más rapidez y, por lo general, salen del hospital y reanudan sus actividades habituales en pocos días. Sin embargo, desde su introducción, este tratamiento «parche» para las enfermedades vesiculares ha provocado que muchos pacientes se sometan a operaciones innecesarias, simplemente para eliminar algunos síntomas incómodos y persistentes. Pero, además de no tener ningún efecto en la tasa de mortalidad de enfermedades de la vesícula, la cirugía laparoscópica tiene sus riesgos. Según el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, nada menos que un 10 % de los pacientes salen del quirófano con piedras en los conductos biliares. (Nota: los conductos biliares a los que aquí nos referimos no son los conductos biliares del hígado). Según el boletín Mayo Health Oasis (de la famosa Clínica Mayo), entre otros riesgos destacan la presencia de cálculos biliares perdidos en la cavidad peritoneal, adherencias abdominales y la posibilidad de una endocarditis infecciosa. Y, según el New England Journal of Medicine, este procedimiento puede, asimismo, causar hemorragias, pancreatitis –una complicación grave– y perforación de las paredes duodenales. También pueden producirse daños y obstrucciones en los conductos biliares, y filtraciones biliares en el abdomen, con lo que se incrementa la posibilidad de que el paciente sufra una grave infección. Este tipo de intervención supone riesgo de muerte en un 1 %, aproximadamente, de los pacientes que se someten a ella. Se ha producido un aumento extraordinario de problemas en los conductos biliares de las personas que han sufrido una intervención laparoscópica. En Ontario, Canadá, donde el 86 % de las intervenciones de vesícula se realizan de ese modo, esos problemas –a partir de 1990, cuando se estandarizó ese tipo de intervenciones quirúrgicas– se han incrementado más de un 300 % En algunos pacientes, los cálculos biliares se alojan en el conducto biliar común (el conducto biliar principal que llega hasta el duodeno). En tales casos, la extirpación de la vesícula no alivia los síntomas de la enfermedad de cálculos biliares. Para ayudarles a mejorar su situación, se les coloca en la boca un tubo flexible que llega hasta el punto donde el conducto biliar común entra en el duodeno.

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Con este procedimiento, se dilata la apertura del conducto biliar y las piedras pasan al intestino delgado. Lamentablemente, muchas de esas piedras se quedan atrapadas en el intestino delgado o en el grueso, y pasan a ser una fuente constante de infecciones intestinales o de trastornos similares.

Conclusión Ninguno de los procedimientos mencionados anteriormente trata la causa de las enfermedades vesiculares. De hecho, más bien contribuyen a crear trastornos en los sistemas digestivos y depurativos del organismo. El alivio a corto plazo que un paciente puede advertir tras la extirpación de la vesícula puede confundirle y hacerle creer que ya está curado. Muchos otros siguen experimentando los mismos dolores que cuando tenían vesícula. Lo cierto es que la secreción biliar del hígado sigue siendo inadecuada, o a menudo empeora, lo cual puede conducir a crear problemas de salud aún más graves que los de los trastornos vesiculares. En el siguiente capítulo se detalla un procedimiento simple que de manera eficaz, segura e indolora elimina no sólo los cálculos de la vesícula o de los conductos biliares, sino también, y lo que es más importante, los cientos (o miles) de cálculos del hígado. Es terrible que se extirpe la vesícula a millones de personas de manera innecesaria, o que otras pierdan la vida a consecuencia de enfermedades del hígado o de la vesícula. Afortunadamente, existe un método simple, económico y exento de riesgos, al alcance de cualquier persona que desee restablecer de manera natural la salud del hígado y la vesícula y prevenir futuras enfermedades.

11 Más información sobre los ritmos biológicos en el libro del autor Los secretos eternos de la salud. 12 En el libro Los secretos eternos de la salud se explica detalladamente que el exceso de proteínas (de cualquier origen) afecta al sistema circulatorio, y que reducir las proteínas en la dieta evita que la placa arterial obstruya el flujo sanguíneo al corazón. 13 Según los últimos resultados del estudio «De la salud de las enfermeras» (noviembre de 2006), uno de los mayores estudios sobre los factores de riesgo de enfermedades crónicas femeninas, las mujeres que ingieren más de 1,2 raciones diarias de carne de ternera, cordero o cerdo tienen el doble de probabilidades de sufrir cáncer de mama. Una ración equivale aproximadamente a una hamburguesa o a una salchicha. Si una cantidad tan pequeña puede ocasionar cáncer, es más que 112

probable que cause, además, muchos otros problemas de salud, entre ellos cálculos biliares. 14 Debe tenerse en cuenta que la carne de pollo contiene la mayor concentración de parásitos y de huevos de parásitos de todos los alimentos de origen animal. Así, por ejemplo, en Estados Unidos, más del 80 % del total de la carne de pollo está infectada de salmonela. Los cadáveres de ternera, pollo y pescado están sujetos por naturaleza a padecer infecciones parasitarias. 15 El autor hace más de treinta años que no consume ningún tipo de alimento proteínico concentrado y nunca ha sufrido deficiencias proteínicas. 16 Para mayor información sobre el vegetarianismo y la dieta vegetariana según el tipo corporal de cada individuo (ciencia ayurvédica), consulte el libro, Los secretos eternos de la salud. 17 Para más detalles sobre las dietas según el tipo corporal, véase A, Moritz, Los secretos eternos de la salud. 18 Para más detalles, véase A. Moritz, Los secretos eternos de la salud. 19 Para más detalles sobre los riesgos de ingerir comidas bajas en grasas o light, así como leche desnatada, véase A. Moritz, Los secretos eternos de la salud.

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La limpieza hepática y de la vesícula

La limpieza del hígado y de la vesícula, así como la eliminación de los cálculos biliares, es uno de los más importantes y convincentes tratamientos para mejorar la salud. La limpieza del hígado requiere seis días de preparación, y luego de dieciséis a veinte horas más, la duración de la limpieza propiamente dicha. Para eliminar los cálculos biliares se necesita lo siguiente: • Seis litros de zumo de manzana20. • Cuatro cucharadas soperas de sales de Epson (sulfato de magnesio),21 disueltas en tres vasos de agua. • Medio vaso22 de aceite de oliva virgen. • Zumo de pomelo (preferiblemente rosa) suficiente para llenar dos tercios de un vaso. • Dos frascos de medio litro de capacidad, uno de ellos con tapa.

Preparación • Hay que tomar 1 botella (1 litro) de zumo de manzana natural envasado o recién preparado cada día durante seis días seguidos (puede beber más cantidad si le apetece). El ácido málico del zumo de manzana ablanda los cálculos y facilita su paso por los conductos biliares. El zumo de manzana tiene un gran efecto depurativo. Algunas personas sensibles pueden experimentar inflamación y, en algunas ocasiones, diarrea durante los primeros días. Gran parte de la diarrea es, en realidad, bilis estancada liberada por el hígado y la vesícula (la caracteriza un color amarillo pardo). La fermentación del zumo ayuda a ensanchar los conductos biliares. Si se siente incómodo, puede diluir el zumo de manzana en agua o recurrir a otras opciones que se describen posteriormente. El zumo de manzana debe tomarse despacio a lo largo del día y entre comidas (no conviene beber el zumo justo antes o durante las comidas, ni en las dos primeras horas posteriores, ni por la noche). 114

Además del zumo de manzana, se tomará la ingesta normal de seis a ocho vasos de agua al día. (Nota: es preferible utilizar zumo de manzana de cultivo biológico, si bien para la limpieza también sirve cualquier zumo de manzana comercial de calidad, o un concentrado de manzana o sidra). Puede ser útil limpiarse la boca con bicarbonato o cepillarse los dientes varias veces al día para impedir que el ácido dañe la dentadura. (Si se tiene intolerancia o alergia al zumo de manzana, véanse otras opciones concretas en «¿Dificultades con la limpieza?» al final de este capítulo). • Dieta recomendada: durante la semana de preparación y limpieza no hay que tomar alimentos o bebidas frías, ya que enfrían el hígado y, de este modo, restan eficacia a la limpieza. Conviene que todos los alimentos o bebidas estén templados o a temperatura ambiente. A fin de ayudar al hígado a prepararse para la parte principal de la limpieza, conviene evitar los alimentos de origen animal, los productos lácteos y los fritos. Por lo demás, se puede seguir la dieta normal, pero sin comer en exceso. • Momento idóneo para realizar la limpieza: es aconsejable realizar el grueso y el final de la limpieza del hígado durante un fin de semana, cuando no se está presionado por el horario laboral y se tiene tiempo suficiente para descansar. Aunque la limpieza es eficaz en cualquier momento del mes, es preferible llevarla a cabo entre la Luna llena y la Luna nueva. Conviene evitar que coincida con la Luna llena (ya que, en esos días, el cuerpo suele retener más líquidos en el cerebro y en los tejidos que en otros días). El día de Luna nueva es el más propicio para la limpieza y la curación. • Si se están tomando medicamentos: durante el proceso de limpieza hepática no deben tomarse medicamentos, vitaminas o suplementos que no sean absolutamente necesarios. Es importante no sobrecargar el hígado con esfuerzos adicionales que interfieran en el proceso de la limpieza hepática. • Antes y después de realizar la limpieza hepática es preciso limpiar bien el colon: el hecho de evacuar con regularidad no indica necesariamente que el intestino esté libre de obstrucción alguna. Una limpieza del colon unos días antes o, mejor aún, el sexto día de preparación, contribuirá a evitar o minimizar toda molestia o náusea que pueda surgir durante la limpieza hepática, pues evita el reflujo de la mezcla de aceite o de productos residuales del tracto intestinal al estómago, a la vez que ayuda al cuerpo a eliminar rápidamente los cálculos biliares. La irrigación del colon realizada por un profesional (hidroterapia de colon) es el método más rápido y fácil de

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prepararse para la limpieza hepática propiamente dicha. La tabla de Colema o el sistema de irrigación del colon de uso particular son los métodos preferibles, además del citado anteriormente. (Véanse más detalles en el apartado «Mantener el colon limpio» en el capítulo 5). • Qué hacer el sexto día de la ingesta de zumo de manzana: ese día hay que tomarse el litro de zumo de manzana por la mañana. Se puede empezar poco después de despertarse. Si se siente hambre por la mañana, lo mejor es tomar un desayuno ligero, por ejemplo, unos cereales calientes; la avena puede ser una buena opción. Conviene evitar el azúcar u otros edulcorantes, especias, leche, mantequilla, aceites, yogur, queso, mermelada, huevos, frutos secos, pastelería, cereales fríos, etcétera. Se puede tomar fruta o zumos de fruta. Para comer se recomienda tomar verduras hervidas o cocinadas al vapor con arroz blanco (preferiblemente arroz basmati), sazonado todo con un poco de sal marina o sal de roca sin refinar. Me reitero: no deben tomarse alimentos proteicos, mantequilla o aceite, pues, de lo contrario, es posible encontrarse mal durante la limpieza; no hay que comer ni beber nada (excepto agua) a partir de la una y media del mediodía, ya que esto dificultaría el paso de los cálculos. Debe aplicarse el siguiente programa al pie de la letra.

La limpieza propiamente dicha Tarde • 18 horas: mezclar cuatro cucharadas de sales de Epson (sulfato de magnesio) con ¾ de litro (tres vasos de ¼ de litro) de agua filtrada en una jarra. De este modo se obtendrán cuatro raciones de ¾ de vaso. La primera (¾ de vaso) hay que tomarla ahora. Acto seguido, se pueden tomar unos pocos sorbos de agua para neutralizar el sabor amargo o añadir un poco de zumo de limón para mejorar el sabor. Hay quien lo bebe con una pajita larga para evitar que toque las papilas gustativas de la lengua. También ayuda taparse la nariz mientras se toma. Asimismo, es útil cepillarse los dientes después o aclararse la boca con bicarbonato. Una de las principales acciones de las sales de Epson consiste en dilatar (ensanchar) los conductos biliares, lo que facilita el paso de los cálculos. Además, las sales eliminan los residuos que pueden obstruir la salida de los cálculos. (Si se es alérgico a las sales de Epson o no se pueden tomar, se puede optar por el citrato de magnesio en la misma dosis.) Conviene sacar

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del frigorífico los cítricos que se van a utilizar más adelante para que estén a temperatura ambiente. • 20 horas: tomar la segunda ración (¾ de vaso) de sales de Epson. • 21.30 horas: si hasta este momento no se ha evacuado y no se ha realizado una limpieza del colon en las últimas veinticuatro horas, debe aplicarse un enema de agua, ya que hará que los intestinos se muevan.23 • 21.45 horas: después de lavar bien los pomelos (o limones y naranjas), se exprimen a mano y se elimina su pulpa. Se precisan ¾ de vaso de zumo. Acto seguido, el zumo se vierte en una jarra con tapa, junto con ½ vaso de aceite de oliva, se cierra la jarra herméticamente y se agita con fuerza, unas 20 veces, o hasta que la solución tenga un aspecto acuoso. Lo mejor es tomar esta mezcla a las diez, pero si cree que tiene que ir al baño unas cuantas veces más, puede retrasar este paso unos 10 minutos. • 22 horas: debe tomarse la bebida junto a la cama (sin sentarse), si es posible de modo continuado. Algunas personas prefieren beberla con una pajita larga. Lo mejor es tomarla tapándose la nariz. También se puede tomar un poco de miel entre sorbo y sorbo para que pase mejor la mezcla. Sin embargo, la mayoría de personas no tienen problemas para beberla de un trago. No conviene demorarse más de cinco minutos (sólo los ancianos o las personas débiles pueden tomarse más tiempo). • ahora hay que acostarse inmediatamente Esto es fundamental para eliminar los cálculos biliares. Hay que apagar las luces y tumbarse boca arriba con una o dos almohadas bajo de la cabeza. La cabeza ha de estar más alta que el abdomen. Si no se siente cómodo, se puede tumbar sobre el lado derecho acercando las rodillas a la cabeza. Hay que permanecer totalmente inmóvil durante al menos 20 minutos, tratando de no hablar. Toda la atención debe centrarse en el hígado. Hay quien llega a sentir cómo los cálculos se desplazan por los conductos biliares como si fueran canicas. No se sufrirán espasmos ni dolor alguno, pues gracias al magnesio de las sales de Epson, las válvulas del conducto biliar quedan muy abiertas y relajadas, y la bilis que sale junto a las piedras mantiene los conductos biliares bien lubricados. (Se trata de algo muy distinto a un ataque de cálculos biliares, en el que no hay magnesio ni bilis.) Si se puede, lo mejor en este momento es dormir. Si en algún momento de la noche se siente la necesidad urgente de evacuar, conviene hacerlo. Es interesante comprobar si ya hay cálculos pequeños (de color verde guisante o tostado) flotando en el inodoro. Es posible que por la noche o a primera hora 117

de la mañana se sientan náuseas. Esto se debe la mayoría de las veces a la salida masiva y repentina de cálculos biliares y toxinas del hígado y la vesícula, lo que hace que la combinación de zumo y aceite refluya al estómago. Las náuseas remitirán a lo largo de la mañana. A la mañana siguiente • 6-6.30 horas: al despertar, pero no antes de las 6:00, es preciso tomar otra ración de ¾ de vaso de las sales de Epson (si se tiene mucha sed, se puede beber un vaso de agua tibia antes de tomar las sales). Luego hay que descansar, leer o meditar. Si tiene sueño, puede volver a meterse en la cama, aunque es mejor permanecer erguido. La mayoría de las personas se sienten bien y prefieren hacer algún ejercicio ligero, como, por ejemplo, yoga. • 8-8.30 horas: a esta hora, se tomará la cuarta y última ración de ¾ de vaso de las sales de Epson. • 10-10.30 horas: se puede beber zumo de frutas recién exprimido. Media hora más tarde, se puede comer una o dos piezas de fruta. Una hora después, se puede tomar una comida normal, aunque ligera. La tarde o a la mañana siguiente, se debería haber vuelto a la normalidad y empezar a sentir los primeros síntomas de mejoría. Conviene seguir tomando comidas ligeras durante dos o tres días. Hay que recordar que el hígado y la vesícula biliar han pasado por una «operación» importante, aunque sin los efectos secundarios perjudiciales o los gastos que conlleva una intervención quirúrgica. (Nota: conviene beber agua siempre que se tenga sed, excepto justo después de tomar las sales de Epson y durante las dos primeras horas después de beber la mezcla de aceite y zumo de fruta.)

Qué resultados cabe esperar Durante la mañana, y tal vez la tarde, tras la limpieza hepática, las deposiciones serán líquidas. Al principio, se trata de cálculos biliares mezclados con restos de alimentos, y después tan sólo serán piedras con agua. La mayoría de los cálculos biliares son de color verde guisante y flotan en el inodoro porque contienen compuestos biliares (figura 13a). Las piedras tendrán diferentes tonos de verde y pueden ser brillantes, como piedras preciosas. Sólo la bilis del hígado produce ese color verde. Los cálculos biliares pueden tener varios tamaños, colores y formas. Las piedras 118

de color claro son las más recientes, y las de color verde oscuro son las más antiguas. Algunas son del tamaño de un guisante o más pequeñas, y otras miden hasta 2,5 centímetros de diámetro. Pueden salir de una sola vez docenas y, a veces, incluso cientos de piedras (de diferentes tamaños y colores. Véase figura 13b).

Obsérvese también si hay piedras de color pardo y blanco. Algunas de las piedras mayores de color pardo o blanco pueden irse al fondo con las heces. Se trata de cálculos calcificados que han sido expulsados de la vesícula. Contienen sustancias tóxicas más pesadas, así como pequeñas cantidades de colesterol (figura 13c). Las piedras verdes y amarillentas son todas blandas como una masilla gracias a la acción del zumo de manzana.

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Es posible que en el inodoro flote también una fina capa de virutas o una especie de «espuma» blanca o de color pardo. La espuma está formada por millones de pequeños cristales de colesterol blancos y puntiagudos, que pueden llegar a rasgar los conductos biliares pequeños. Expulsarlos también es importante. No está de más hacer un recuento aproximado del número de piedras que se eliminan. A fin de curar permanentemente la bursitis, el dolor de espalda, las alergias u otros problemas de salud, y para prevenir enfermedades, es necesario eliminar todas las piedras. Para ello, pueden necesitarse de 8 a 12 limpiezas, que se realizarán en intervalos de tres semanas o un mes. (No conviene realizar limpiezas con menor frecuencia.) El descanso de tres semanas entre una y otra limpieza puede incluir la preparación de seis días para la siguiente, pero lo ideal sería empezar de nuevo una vez transcurridas las tres semanas. Si no se puede llevar a cabo la limpieza con tanta frecuencia, no hay problema en espaciarla más. Es importante recordar que, una vez iniciada la limpieza hepática, es preciso seguir con ella hasta que, en dos limpiezas consecutivas, el cuerpo no expulse más piedras. Si se deja el hígado a medio limpiar durante un período prolongado de tiempo (tres meses o más), pueden llegar a sentirse más molestias que si no se hubiera hecho nada en absoluto. El hígado empezará a funcionar con mayor eficacia poco después de la primera limpieza, y es posible que se comiencen a notar mejoras repentinas, a veces en cuestión de horas. Los dolores disminuirán, la energía aumentará y la lucidez mental mejorará notablemente. Sin embargo, al cabo de unos pocos días, las piedras de la parte posterior del hígado habrán «avanzado» hacia los dos conductos biliares principales (conductos hepáticos) del hígado, lo que puede provocar que reaparezcan algunos de los molestos síntomas anteriores o todos ellos. De hecho, tal vez se sienta decepcionado por la aparente brevedad de la recuperación. Pero todo eso sólo indica que algunas 120

piedras se han quedado atrás y que están listas para ser eliminadas en la próxima limpieza. No obstante, las respuestas de autocuración y limpieza del hígado se habrán reforzado notablemente, con el consiguiente mejor funcionamiento de este órgano vital del cuerpo. Mientras todavía queden pequeñas piedras que migran de algunos de los miles y minúsculos conductos biliares a algunos de los cientos de conductos biliares más grandes, pueden unirse y formar piedras de mayor tamaño y dar lugar a síntomas que ya se habían experimentado con anterioridad, como dolor de espalda, de cabeza, de oído, problemas digestivos, hinchazón, irritabilidad, rabia, etcétera, aunque es posible que sean menos intensos que antes. Si tras dos limpiezas consecutivas no salen más piedras, lo que puede ocurrir tras 6 u 8 lavados (en casos graves es posible que sea después de 10 a 12 o más), puede considerarse que el hígado está libre de piedras. No obstante, se recomienda repetir la limpieza hepática al cabo de 6 a 8 meses, a fin de estimular el hígado y evitar que vayan acumulándose toxinas o nuevas piedras. Advertencia: Nunca debe llevarse a cabo una limpieza hepática mientras se está sufriendo alguna enfermedad aguda, aunque sea un simple resfriado. Sin embargo, si se padece alguna enfermedad crónica, la limpieza hepática es lo mejor que puede hacer por la salud. No conviene tratar de limpiar el hígado cuando se están tomando medicamentos por prescripción facultativa, como antibióticos, esteroides, analgésicos, estatinas y otros fármacos supresores. El hígado no puede asimilar ni liberar estos fármacos y al mismo tiempo suprimir esta actividad (como hacen los fármacos). Es mejor aplazar la limpieza hasta que se haya dejado de tomar cualquier medicamento, durante 10 días por lo menos. ¡Importante! Conviene leer esto atentamente: La limpieza hepática es uno de los métodos más inestimables y eficaces para recuperar la salud. Si se siguen todas las instrucciones al pie de la letra, no se corre riesgo alguno. Conviene tomarse muy en serio la siguiente advertencia: muchas personas han seguido un procedimiento de limpieza hepática facilitado por amigos o conseguido en internet y después han sufrido complicaciones innecesarias. No conocían a fondo el procedimiento ni el modo en que opera, y creían que bastaba con expulsar las piedras del hígado y la vesícula. Es probable que al expulsarlas, algunas piedras queden atrapadas en el colon,

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pero pueden eliminarse rápidamente mediante una irrigación del colon. Lo ideal sería hacerlo el segundo o el tercer día después de la limpieza del hígado. Si los cálculos permanecen en el colon pueden causar irritación, infección, dolores de cabeza, molestias abdominales, problemas de tiroides, etcétera. Finalmente, pueden convertirse en una fuente de toxemia en el cuerpo. Si en la población en que vive el lector no existe ningún centro de hidroterapia del colon, puede aplicarse un enema de café, seguido de uno de agua o, mejor, dos o tres enemas de agua seguidos. Pero esto no garantiza la eliminación de todas las piedras restantes. No existe ninguna verdadera alternativa a la irrigación del colon en un proceso de limpieza hepática, aunque un enema con la tabla de Colema es lo más parecido a una hidroterapia del colon profesional. Si se ha de optar por algo más casero que la irrigación de colon o el enema de Colema, puede mezclar una cucharadita de sales de Epson en un vaso de agua caliente y tomarlo en ayunas la mañana del día que haya decidido realizar otro lavado del colon tras la limpieza hepática. Para adquirir una tabla de Colema (Colema Board®), véase «Información sobre productos» al final del libro. Sobre la importancia de la limpieza del colon y de los riñones Aunque la limpieza del hígado por sí sola puede mostrar resultados realmente increíbles, lo ideal sería hacerlo después de una limpieza del colon y renal. La limpieza del colon (véase también el apartado «Preparación») asegura que los cálculos se eliminen fácilmente del intestino grueso. Al limpiar los riñones, nos aseguramos de que las toxinas que se eliminan del hígado durante la limpieza hepática no supongan ninguna carga para esos órganos secretores vitales. No obstante, si nunca se ha tenido problemas renales, piedras en los riñones o infección de la vejiga, se puede seguir adelante con la secuencia de la limpieza del colonlimpieza del hígado-limpieza del colon. Sin embargo, hay que recordar que es preciso hacer una limpieza renal posteriormente. Más adelante, después de tres o cuatro limpiezas hepáticas y una vez el hígado esté completamente limpio (para más detalles, véase «La limpieza renal», en este mismo capítulo), conviene realizar una limpieza de los riñones. Además, se aconseja tomar una taza de té renal (véase la receta en «Limpieza renal») durante dos o tres días después de cada limpieza hepática. Deben seguirse las mismas indicaciones que para la preparación de la limpieza renal principal. Las limpiezas renal y hepática pueden combinarse (simultanearse), pero no debe tomarse té renal el día de la limpieza hepática propiamente dicha. Las personas que tienen un colon muy congestionado o suelen estar estreñidas

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deberían plantearse la posibilidad de realizar dos o tres limpiezas de colon antes de la primera limpieza hepática. Además, para mayor seguridad, es muy importante que se limpien el colon durante tres días una vez terminada la limpieza hepática. Al eliminar los cálculos biliares del hígado y de la vejiga pueden quedar algunas piedras y otros residuos tóxicos en el colon. Para evitar posibles problemas de toxemia debidos a la retención de piedras en el colon, es muy importante eliminarlas. Observación sobre la ingesta de agua durante la limpieza Como ya se ha dicho antes, se puede beber agua en cualquier momento durante la limpieza del hígado, excepto justo antes y después de tomar las sales de Epson (esperar unos 20 minutos). Además, no conviene tomar agua entre las nueve y media de la noche y las dos de la madrugada (en caso de que se despierte). Aparte de eso, se puede beber agua siempre que se tenga sed.

¿Dificultades con la limpieza? Intolerancia al zumo de manzana Si por alguna razón no se tolera el zumo de manzana (o las manzanas en general), puede sustituirse por las siguientes hierbas: Dicondra u oreja de ratón y Bupleurum, que se venden en forma de tintura con el nombre de Gold Coin Grass (GCG) en envases de 250 gramos (véase «Información sobre productos» al final del libro). El ácido málico que contiene el zumo de manzana es ideal para disolver parte de la bilis estancada y ablandar las piedras. (Véase más adelante detalles sobre el ácido málico.) El zumo de arándanos también contiene ácido málico y puede sustituir al zumo de manzana (véase más adelante). Las hierbas mencionadas también ayudan a ablandar los cálculos biliares y, por tanto, pueden utilizarse en los preparativos para la limpieza hepática, si bien su efecto puede tardar un poco más de tiempo que cuando se toma zumo de manzana o de arándano. La dosis apropiada para la tintura es de una cucharada una vez al día, en ayunas, unos 30 minutos antes del desayuno. Hay que seguir este régimen durante ocho o nueve días antes de proceder a la limpieza hepática. Intolerancia a las sales de Epson Si se es alérgico a las sales de Epson o simplemente no se toleran bien, en su lugar puede utilizarse citrato de magnesio (aunque no es tan eficaz como las sales de 123

Epson). El citrato de magnesio se encuentra en la mayoría de farmacias o herboristerías. Intolerancia al aceite de oliva Si se es alérgico al aceite de oliva o no se tolera bien, puede utilizarse aceite de macadamia puro, aceite de pepitas de uva prensado en frío o de extracción por prensado, aceite de girasol o, en su lugar, otros aceites de extracción por prensado. No debe utilizarse aceite de canola, aceite de soja o aceites que se hayan procesado de forma similar. (Para más información sobre aceites dañinos y saludables y sobre las grasas véase el libro del autor Los secretos eternos de la salud.) Hay que tener en cuenta que el aceite de oliva virgen extra sigue considerándose el aceite más eficaz para la limpieza hepática.

Si el interesado padece colecistopatía o carece de vesícula biliar En el caso de haber sufrido de la vesícula biliar (colecistopatía) o de habérsela extirpado, conviene tomar zumo de arándanos o tintura de dicondra durante dos o tres semanas (una botella más o menos) antes de limpiar el hígado. Para más detalles, véanse los apartados anteriores y los siguientes. En general, también se recomienda tomar un complemento biliar, compuesto en la mayoría de los casos de bilis bovina. En el caso de carecer de vesícula biliar, es probable que nunca se genere la cantidad necesaria de bilis para digerir correctamente los alimentos. Si se presentan síntomas de diarrea, conviene reducir la dosis o suspender su ingestión. En estos casos es aconsejable consultar al médico de cabecera para determinar qué producto puede ser el más adecuado.

Intolerancia al zumo de manzana Es posible que haya personas que no puedan tomar zumo de manzana en la cantidad necesaria para limpiar el hígado, como, por ejemplo, aquellas que sufren diabetes, hipoglucemia, candidiasis, cáncer y úlceras de estómago. En cualquiera de estos casos, el zumo de manzana puede sustituirse por ácido málico en polvo. Es preciso evitar las pastillas de ácido málico, sobre todo si contienen otros ingredientes. Lo aconsejable es disolver bien el ácido málico antes de ingerirlo. 124

El período de preparación es el mismo que el del tratamiento a base de zumo de manzana, a excepción de que se sustituye el litro de zumo de manzana diario por media o una cucharadita de ácido málico disuelta en cuatro o seis vasos de 250 mililitros de agua a temperatura ambiente. Esta solución debe irse tomando en pequeños sorbos a lo largo del día. El ácido málico de uso alimentario (no combinado con magnesio u otros ingredientes) no es caro y puede comprarse por internet o en tiendas de productos naturales. Todas las bodegas utilizan ácido málico para elaborar vino. (Véase «Información sobre productos» al final del libro). El zumo de arándanos también contiene mucho ácido málico y puede utilizarse durante el período de preparación (125 mililitros de zumo, mezclados con 125 mililitros de agua, cuatro veces al día durante seis días). También puede mezclarse con zumo de manzana. Es bueno tomar zumo de arándanos cada día durante dos o tres semanas antes de efectuar la limpieza hepática. Otra alternativa es la tintura de dicondra u oreja de ratón. Las instrucciones son las mismas que para las personas que no toleran el zumo de manzana. Para comprobar qué variante proporciona los mejores resultados, se puede probar con ácido málico o zumo de manzana en una limpieza hepática y con tintura de dicondra en la siguiente. Una cuarta posibilidad es el vinagre de sidra: se añaden una o dos cucharadas a un vaso de agua y se beben cuatro vasos diarios durante seis días.

Dolor de cabeza o náuseas durante los días posteriores a la limpieza hepática Casi siempre que aparece dolor de cabeza o náuseas durante los días siguientes a la limpieza hepática se deben a que no se han seguido correctamente las instrucciones. (Véase el apartado anterior). No obstante, en algunas raras ocasiones es posible que sigan eliminándose cálculos biliares del hígado una vez acabada la limpieza. Algunas de las toxinas liberadas por estas piedras pueden penetrar en el sistema circulatorio y causar molestias. En este caso, puede ser de utilidad tomar unos 125 mililitros de zumo de manzana durante siete días seguidos, o mientras perduren las molestias, después de la limpieza hepática. Es preferible beber el zumo al menos media hora antes de desayunar. Además, quizá sea necesario repetir la limpieza del colon a fin de eliminar cualquier piedra rezagada. El método de limpieza de los tejidos (agua ionizada), descrito anteriormente, también contribuye a eliminar las toxinas. Un trocito de jengibre fresco en el termo del agua que se va 125

bebiendo acabará rápidamente con las náuseas. Tomar de dos a tres tazas de manzanilla al día también logra calmar el tracto digestivo y el sistema nervioso, ya que esta hierba es un «rompepiedras» eficaz en el caso de cálculos calcificados.

Sensación de malestar durante la limpieza hepática Si se han seguido al pie de la letra todas las instrucciones del procedimiento, pero aun así se siente enfermo durante algún tiempo en el proceso de limpieza del hígado, no hay que asustarse pensando que algo va mal. Aunque rara vez ocurre, pueden producirse vómitos o se pueden sentir náuseas por la noche. Esto se debe a que la vesícula expulsa bilis y cálculos biliares con tanta fuerza que la bilis empuja el aceite mezclado con un poco de bilis otra vez al estómago, lo cual provoca malestar. En este caso, es probable que se llegue a advertir la expulsión de las piedras; no se siente un dolor agudo, sino tan sólo una leve contracción. Durante una de mis 12 limpiezas hepáticas pasé una noche horrible. Sin embargo, pese a que vomité casi toda la mezcla de aceite y zumo, esta limpieza resultó igual de efectiva que las demás. Cuando vomité, el aceite ya había hecho su efecto, es decir, había facilitado la expulsión de los cálculos biliares. Si esto le ocurre, conviene que recuerde que sólo se trata de una noche con molestias. En cambio, la recuperación de una intervención quirúrgica convencional de la vesícula biliar puede implicar varias semanas o meses. La operación también puede causar dolores y molestias importantes durante los años posteriores a ella.

Cuando la limpieza hepática no produce los resultados esperados En algunos casos, aunque en muy raras ocasiones, la limpieza hepática no produce los resultados esperados. A continuación se exponen las dos principales causas de esta dificultad y sus remedios: 1. Es probable que una fuerte congestión de los conductos biliares del hígado, debida a las estructuras sumamente densas de los cálculos, haya impedido que el zumo de manzana las haya ablandado lo suficiente durante el primer intento de limpieza. Algunas personas tal vez tengan que realizar dos o tres limpiezas hepáticas antes de que las piedras empiecen a salir. La chanca piedra, también conocida como «rompepiedras», puede ayudar a 126

preparar al hígado y a la vesícula a expulsar las piedras de un modo eficaz, especialmente si hay piedras calcificadas en la vesícula biliar. Hay que tomar 20 gotas de extracto de chanca piedra (véase «Información sobre productos» al final del libro) disueltas en un vaso de agua, tres veces al día durante al menos dos o tres semanas antes de la siguiente limpieza. Asimismo, el aceite de menta entérico, tomado en forma de cápsulas, es útil para disolver los cálculos biliares calcificados o reducir su tamaño. Sin embargo, quizá no sea fácil encontrarlo en estado puro, pues generalmente está mezclado con otros ingredientes que pueden reducir su eficacia. Por otro lado, tomar de dos a tres tazas de manzanilla al día ayuda a disolver las piedras calcificadas. Otro método útil para ayudar al hígado y a la vesícula durante la limpieza y facilitar la eliminación de más piedras es empapar una toallita en vinagre de sidra de manzana caliente y aplicarla en la zona del hígado/vesícula durante 20 a 30 minutos mientras se permanece tumbado e inmóvil. Algunas personas han observado que les resulta más beneficioso utilizar, en su lugar, aceite de ricino caliente. Las hierbas Genciana china y Bupleurum ayudan a deshacer parte de la congestión y, de este modo, preparan al hígado para una limpieza más eficaz. Estas hierbas, comúnmente conocidas con el nombre de licor amargo chino (véase «Información sobre productos» al final del libro), se preparan en forma de tintura. La dosis idónea de esta tintura es de media a una cucharadita al día, en ayunas, unos 30 minutos antes del desayuno. Este régimen debería seguirse durante tres semanas antes de tomar el zumo de manzana (o antes de recurrir a otras alternativas comentadas en el apartado anterior). Cualquier molestia surgida tras la limpieza suele desaparecer al cabo de entre tres y seis días, si bien puede mitigarse aplicando el método de limpieza de tejidos a base de agua caliente ionizada y manteniendo el colon limpio con cápsulas de OxyFlush™, Oxy-Powder®, Colosan, una tabla de Colema o un enema (véase el capítulo 5). Otro método consiste en tomar tres cucharadas de zumo de limón sin diluir y sin edulcorar, unos 15 o 30 minutos antes del desayuno, diariamente durante una semana. Esto estimula la vesícula y la preparara para una limpieza hepática más eficaz. 2. Es posible que no se siguieran correctamente las instrucciones. Si se ha omitido algún paso del procedimiento o se han modificado las dosis o los tiempos fijados para los pasos descritos, es posible que no se obtuvieran los resultados esperados. En algunos pocos casos, la limpieza hepática no funciona si previamente no se ha procedido a una limpieza del intestino grueso. Un atasco de residuos y gases reduce la secreción biliar adecuada e impide que la 127

mezcla de aceite se desplace fácilmente por el tracto gastrointestinal. En las personas muy estreñidas, la vesícula apenas consigue abrirse durante la limpieza hepática. El mejor momento para una irrigación del colon o la aplicación de un método alternativo de limpieza del colon es el día de la limpieza propiamente dicha.

20 Si no se tolera el zumo de manzana, o si produce náuseas, puede sustituirse por zumo fresco de naranja y limón; el efecto será el mismo. 21 Las sales se llaman sales de Epson (sulfato de magnesio). En Alemania se les llama «Bittersalz». En Estados Unidos se encuentran en las tiendas Rite Aid o en los establecimientos de productos naturales. Hay etiquetas que describen las sales como laxante natural. De no encontrarlas, puede utilizarse citrato de magnesio. 22 Se ha utilizado la palabra «vaso», en vez de «taza», como unidad de medida para evitar confusiones debido al diferente significado y tamaño de la palabra «taza» en cada país. 23 Para más detalles sobre los enemas, véase el libro del autor Los secretos eternos de la salud.

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Reglas simples para evitar la formación de cálculos biliares

Una vez se ha eliminado todas las piedras por medio de una serie de limpiezas hepáticas, pueden seguirse unas cuantas medidas sanitarias de fácil aplicación que ayudan al hígado a permanecer libre de cálculos biliares.

1. Realizar una limpieza hepática dos veces al año Recomiendo encarecidamente realizar un par de limpiezas hepáticas al año. La mejor época para llevar a cabo una limpieza hepática es diez días antes o diez días después de un cambio de estación. Por ejemplo, se puede iniciar el tratamiento hacia el 11 o el 31 de marzo, o hacia el 11 o el 30 de junio. Debe repetirse seis meses más tarde. Cuando se produce un cambio estacional, también tienen lugar grandes cambios psicológicos en el organismo y éste está más propenso a liberar toxinas acumuladas y residuos orgánicos (como puede comprobarse en el incremento de catarros y gripes). Puesto que el sistema inmunológico se debilita de modo natural durante esos 20 días de ajuste estacional, la limpieza hepática servirá de apoyo a este órgano en su esfuerzo por mantener el resto del organismo saludable.

2. Mantener limpio el colon Un intestino grueso débil, irritado y congestionado se convierte en un terreno fértil para la aparición de bacterias, las cuales, simplemente, hacen su trabajo: descomponer los residuos potencialmente dañinos. Un efecto secundario de esas actividades vitales son las sustancias tóxicas producidas por los microbios. Algunas de estas toxinas penetran en la sangre, que las conduce directamente al hígado. La constante exposición de las células hepáticas a esas toxinas inhibe su rendimiento y reduce las secreciones biliares, lo que conduce a alteraciones de las funciones

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digestivas. Cuando ingerimos alimentos muy procesados, a los que se ha despojado de sus nutrientes y de su fibra natural, el colon tiene grandes dificultades para desplazar el bolo alimenticio o quimo. Los alimentos procesados tienden a convertirse en un quimo seco, duro o pegajoso que sólo con mucha dificultad pasa a través del tracto intestinal. Generalmente, los músculos de alrededor del colon pueden presionar y empujar al quimo fibroso y voluminoso sin mayor problema, pero cuando éste es una masa pegajosa y carente de fibra, tienen grandes dificultades. Si el quimo permanece en el colon durante mucho tiempo, se seca y endurece. Pero si ése fuera el único problema (que el quimo se convirtiera en heces duras y secas), sólo tendríamos que preocuparnos por el estreñimiento (que afecta a millones de personas) y tomar laxantes. Pero hay mucho más: una vez que el quimo queda incrustado en las paredes del colon, empieza a realizar unos cambios bioquímicos y otras muchas cosas, como, por ejemplo: • Fermenta, se pudre y se endurece, convirtiéndose en un caldo de cultivo para parásitos y agentes patógenos, así como en un almacén de compuestos tóxicos que pueden contaminar la sangre y la linfa y, por tanto, envenenan al organismo. • Forma una barrera que impide al colon interactuar y absorber nutrientes del quimo. • Reduce el movimiento peristáltico de las paredes del colon, lo que hace muy difícil para que se contraiga rítmicamente a fin de forzar al quimo a seguir su camino. ¿Cómo se puede actuar si existe una gruesa capa de residuos? Los siguientes síntomas son algunas de las consecuencias del mal funcionamiento del colon: • Problemas de concentración. • Dolor de cuello y hombros. • Dolor de brazos y antebrazos. • Problemas en la piel. • Aturdimiento. • Fatiga o aletargamiento. • Resfriados y gripes. • Estreñimiento o diarrea. • Flatulencia o hinchazón. 130

• Enfermedad de Crohn. • Colitis ulcerosa. • Síndrome de colon irritable. • Diverticulitis/diverticulosis. • Dolor en la parte baja del estómago (especialmente en el lado izquierdo). • Dolor en la parte inferior de la espalda. • Permeabilidad intestinal o síndrome del intestino agujereado. El intestino grueso absorbe minerales y agua. Si la membrana del intestino está cubierta de placa, no puede asimilar ni absorber los minerales (así como ciertas vitaminas). Cuando esto sucede, aparecen las enfermedades provocadas por las deficiencias, con independencia de la cantidad de suplementos dietéticos que se ingieran. La mayoría de las enfermedades son, en realidad, trastornos de déficits. Surgen cuando ciertas partes del cuerpo sufren de desnutrición, especialmente de minerales (véase, en este capítulo, «Tomar minerales esenciales ionizados»). A continuación, se hace referencia a diversos métodos para la limpieza de colon en combinación con la limpieza hepática: 1. Mantener el colon limpio por medio de irrigaciones colónicas, por ejemplo, es un método preventivo muy eficaz para proteger al hígado de las toxinas generadas en el intestino grueso. La irrigación colónica, también conocida como hidroterapia del colon, es quizá la terapia más eficaz de todas. En una sesión de 30-50 minutos pueden eliminarse grandes cantidades de residuos que quizás llevan muchos años acumulándose. Durante una sesión de limpieza de colon se usan entre 3 y 6 litros de agua purificada o destilada. Por medio de un suave masaje abdominal, los viejos depósitos de materia fecal mucosa se desprenden de las paredes del colon y, posteriormente, se eliminan con el agua. Este procedimiento produce una gran «relajación». Tras su aplicación, se suele experimentar una sensación de ligereza y limpieza, así como una mayor claridad mental. Sin embargo, durante el proceso, es posible sentirse de vez en cuando ligeramente incómodo, sobre todo cuando los residuos se desprenden de las paredes intestinales y avanzan hacia el recto. Durante el tratamiento, un tubo de plástico transporta agua al colon y extrae materia fecal. El material de desecho se puede ver flotando en el interior del tubo, que muestra el tipo y la cantidad de residuos que se eliminan. Una vez que el colon se ha limpiado dos, tres, o más veces, las dietas, ejercicio u otros programas de salud posteriores es probable que sean mucho más eficaces. Se estima que el 80 % de todos los

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tejidos inmunes se encuentran en los intestinos. Por consiguiente, limpiar el colon de desechos tóxicos y eliminar los cálculos biliares del hígado puede marcar una gran diferencia en los tratamientos contra el cáncer, las dolencias cardíacas, el sida y otras enfermedades graves. La irrigación del colon es un sistema higiénico y seguro para limpiar el colon. Las personas que nunca se han realizado una irrigación del colon tienen un gran interés en disuadir al resto de que se la practiquen, y son las más propensas a poner objeciones a este método. 2. Si no se puede acudir a un especialista de colon, puede ser de gran utilidad, como segunda opción, la tabla Colema (Colema Board) [véase «Lista de proveedores»]. Este sistema permite limpiar el colon en la comodidad del propio hogar. Se trata de un enema que puede aplicarse uno mismo de manera fácil. 3. Colosan es una mezcla de varios óxidos de magnesio, pensada para transportar oxígeno al tracto digestivo y limpiarlo. Se trata de unos polvos que se mezclan con agua y zumo de limón o bien se toman en pastillas, lo cual es más cómodo. El Colosan aporta grandes cantidades de oxígeno al tracto intestinal, y, de esta forma, elimina los residuos viejos, así como los parásitos y la mucosidad endurecida. También existe otro producto llamado Oxypowder que resulta igual de eficaz. 4. Otro método de limpieza es el que se realiza con las sales de Epson, que no sólo limpia el colon, sino también el intestino delgado. Es muy necesario cuando se tienen grandes dificultades para absorber los alimentos, se sufre repetidamente de congestión renal y vesicular, de estreñimiento crónico o simplemente cuando no puede hacerse una irrigación de colon. Hay que tomar durante tres semanas una cucharadita de sales de Epson (sulfato de magnesio) diluida en un vaso de agua tibia, cada día a primera hora de la mañana. Este enema oral limpia completamente el tracto digestivo y el colon, desde el comienzo hasta el final, generalmente en el plazo de una hora, lo que obliga a evacuar varias veces. Limpia gran parte de la placa y desechos de las paredes, así como los parásitos. Cabe esperar que las heces sean líquidas hasta que sigan existiendo residuos intestinales; una vez que el tracto intestinal quede limpio, las heces volverán a tener la consistencia habitual. Este tratamiento puede realizarse dos o tres veces al año. No debe extrañar sentir algunos calambres o gases (resultado de la expulsión de toxinas) mientras se realiza esta limpieza.

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5. El aceite de ricino es un excelente remedio tradicional utilizado para limpiar los intestinos. Es menos irritante que las sales de Epson y no tiene efectos secundarios, aparte de las acciones normales de una limpieza. Tómese de una a tres cucharaditas de aceite de ricino en un tercio de vaso de agua tibia en ayunas por la mañana o antes de dormir en la noche (según cuál de las dos opciones vaya mejor). Es también un buen tratamiento para casos graves de estreñimiento. Asimismo, puede administrarse a los niños (en dosis más reducidas). Sin embargo, no se recomienda cambiar las sales de Epson por ningún otro limpiador intestinal durante la limpieza hepática; en caso de ser alérgico a las sales de Epson, se puede utilizar citrato de magnesio o aceite de ricino. 6. El zumo de áloe vera es también un método eficaz para limpiar el tracto gastrointestinal. Sin embargo, no debe utilizarse en sustitución de la irrigación del colon o la tabla de Colema antes y después de la limpieza hepática. El áloe vera tiene efectos limpiadores y nutritivos. Una cucharada de zumo de áloe vera diluido en un poco de agua antes de las comidas, o al menos una vez por la mañana antes del desayuno, ayuda a descomponer los viejos depósitos de residuos y provee a las células y a los tejidos celulares de nutrientes básicos. A aquellas personas que adviertan que el hígado sigue expulsando muchas toxinas después de una limpieza hepática, tomar zumo de áloe vera les resultará muy beneficioso. El áloe vera ha demostrado ser muy eficaz en casi todas las enfermedades, entre otras, cáncer, cardiopatías y sida. Es útil para combatir todo tipo de alergias, enfermedades de la piel, trastornos sanguíneos, artritis, infecciones, cándida, quistes, diabetes, problemas oculares, trastornos digestivos, úlceras, enfermedades hepáticas, hemorroides, presión arterial alta, piedras en los riñones y hemiplejías, por mencionar sólo algunas dolencias. El áloe vera contiene más de doscientos nutrientes, además de las vitaminas B1, B2, B3, B6, C, E, ácido fólico, hierro, calcio, magnesio, zinc, manganeso, cobre, bario, sulfato, dieciocho aminoácidos, importantes enzimas, glucósidos y polisacáridos, entre otros. Hay que asegurarse de comprar siempre el áloe vera puro y sin diluir; se encuentra fácilmente en establecimientos de alimentación biológica. Una de las mejores marcas es la que produce la empresa Lily of the Desert, de Denton, Texas; se trata de zumo biológico de áloe vera al 99,7 %, y no contiene agua. Advertencia: las personas diabéticas que consuman zumo de áloe vera de manera regular pueden experimentar cómo el páncreas puede producir más insulina, por lo que estos pacientes deberían

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consultar a su médico con el fin de controlar la cantidad de insulina extra que necesitan, ya que mucha insulina puede resultar peligroso. Hay muchos diabéticos que manifiestan necesitar menos insulina. Lo importante es asegurarse de que el zumo de áloe vera sea puro. Si tras ingerir zumo de áloe vera aparece diarrea, debe reducirse la dosis. No todo el mundo puede beneficiarse de esta planta. 7. Los tratamientos a base de pequeños enemas (en comparación con la irrigación de colon o la tabla Colema) consisten en la introducción de líquidos en el recto (generalmente sólo alcanzan el recto) con el propósito de limpiar y nutrir esta zona intestinal. Los enemas tienen un efecto inmediato en casi todas las partes del organismo. Mejoran el estreñimiento, la distensión, la fiebre, el catarro común, los dolores de cabeza, los problemas sexuales, las piedras renales, el dolor en la zona del pecho, los vómitos, el dolor lumbar, la rigidez y dolor en cuello y hombros, las alteraciones nerviosas, el exceso de acidez y el cansancio. Por otra parte, dolencias como la artritis, el reumatismo, la ciática y la gota se alivian bastante con los enemas. Se recomienda hacer los enemas con agua filtrada y determinadas hierbas, café o aceite. (Más información sobre diferentes tipos de enema en mi libro Los secretos eternos de la salud).

3. La limpieza renal En caso de tener cálculos biliares en el hígado o padecer alguna otra dolencia que haya conducido a la formación de arenilla o piedras en los riñones o la vejiga, lo más probable es que también sea necesario realizar una limpieza renal. Los riñones son unos órganos extremadamente delicados que filtran la sangre, y que se congestionan fácilmente a causa de las malas digestiones, las dietas inadecuadas, el estrés y un estilo de vida desequilibrado. La congestión renal suele desembocar en piedras renales. Sin embargo, la mayoría de los cristales o piedras renales son demasiado pequeños para poder ser detectados mediante los métodos modernos de diagnóstico, ultrasonidos y rayos X, entre otros. Estas piedras suelen denominarse piedras silenciosas y, en general, no preocupan demasiado, pero cuando aumentan de tamaño pueden ocasionar muchas molestias y dañar los riñones y el resto del cuerpo. Con el fin de evitar problemas renales y dolencias relacionas con estos órganos, lo mejor es eliminar las piedras antes de que ocasionen un mal mayor. Uno mismo puede comprobar si existe arenilla o piedras en los riñones simplemente bajando la

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piel del párpado inferior. Cualquier bulto, protuberancia, grano de color rojo o blanco, o cualquier decoloración de la piel indica la presencia de arenilla o piedras en los riñones. Las plantas que a continuación se mencionan, cuando se toman diariamente durante un período de veinte días a un mes, pueden ayudar a disolver y eliminar todo tipo de piedras renales, incluso los cristales de ácido úrico o ácido oxálico, los fosfatos y los aminoácidos. Si se tiene un historial de piedras en los riñones, lo más probable es que se necesite repetir esta limpieza unas cuantas veces, en intervalos de seis a ocho semanas.

* Por su contenido en alcaloides tóxicos, en algunos países europeos está prohibida su ingesta; A. Moritz recomienda sustituirla por «Urtica dioica» (Ortiga mayor). Instrucciones Pesar 30 gramos de cada una de las tres primeras plantas de la lista, 60 gramos del resto y mezclarlas bien. Se pueden conservar en un envase hermético en el frigorífico. Antes de acostarse, añadir tres cucharadas de la mezcla a un recipiente con dos tazas de agua, taparlo y dejarlo reposar toda la noche. A la mañana siguiente debe hervirse la mezcla a fuego lento de 5 a 10 minutos y después colarla. 135

La infusión se tomará a sorbos pequeños, en 6 u 8 veces, a lo largo del día. Esta tisana no tiene que estar ni tibia ni caliente, pero no debe enfriarse en el frigorífico, y, sobre todo, no debe añadirse ni azúcar ni edulcorantes. Tiene que transcurrir una hora después de comer antes de seguir tomando la infusión. Este tratamiento se debe repetir durante veinte días. Si se siente alguna molestia o rigidez en la parte baja de la espalda, se debe a que los cristales minerales de las piedras renales están pasando por los conductos de la uretra. Un olor fuerte o un oscurecimiento de la orina, al principio o durante la limpieza, indica una importante liberación de toxinas, si bien, por lo general, esta liberación es gradual y no cambia significativamente ni el color ni la textura de la orina. Importante: es preciso ayudar a los riñones durante la limpieza renal tomando más cantidad de agua de lo habitual, por lo menos un mínimo de seis a ocho vasos al día, a menos que la orina tenga un color oscuro, en cuyo caso se deberá beber aún más agua. Durante la limpieza, debe evitarse ingerir productos de origen animal, lácteos (excepto mantequilla) pescado, huevos, té, café, alcohol, bebidas carbónicas, chocolates y cualquier alimento o bebida que contenga conservantes, edulcorantes artificiales, colorantes, etcétera. Además de tomar esta tisana renal a diario, se puede mascar un trocito de corteza de limón de cultivo biológico en el lado izquierdo de la boca y un trocito de zanahoria en el lado derecho, unas 30 o 40 veces cada vez. Esto estimula las funciones renales. Hay que asegurarse de que entre cada período de masticación transcurre al menos media hora. Si se están realizando limpiezas hepáticas, debe hacerse una limpieza renal tras tres o cuatro limpiezas hepáticas. Por otro lado, las personas que suelen tener grandes piedras en los riñones pueden hallar beneficios si toman cada día el zumo de uno o dos limones (diluido en agua) durante unos 10 o 14 días. Después, seguirán bebiendo el zumo de medio limón al día indefinidamente.

4. Beber con frecuencia agua ionizada El agua ionizada ejerce un profundo efecto limpiador en todos los tejidos del cuerpo. Ayuda a reducir la toxicidad general, mejora las funciones circulatorias y equilibra la bilis. Al hervir agua durante 15-20 minutos, sus grupos moleculares se reducen, con lo que pasan de 10.000 a uno o dos, al mismo tiempo que se carga de iones negativos de oxígeno (hidróxido, OH-). Si se bebe pequeños tragos de esta agua durante el día, sistemáticamente se empiezan a limpiar los tejidos del cuerpo y

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se les ayuda a eliminar ciertos iones de carga positiva (aquellos asociados a ácidos dañinos y toxinas). Gran parte de las toxinas y residuos tienen una carga positiva de iones y, debido a ello, suelen quedarse adheridos al cuerpo, ya que está cargado negativamente. Cuando los iones negativos de oxígeno entran en el cuerpo con el agua que ingerimos, las sustancias tóxicas positivas los atraen. Ello neutraliza los residuos y las toxinas, y las convierte en una sustancia líquida neutralizada que el organismo puede eliminar fácilmente. Durante los primeros días o incluso semanas después de limpiar los tejidos corporales con este procedimiento, la lengua puede adquirir un tono blanco o amarillento, indicio de que el cuerpo está eliminando gran cantidad de sustancias tóxicas. Si se tiene sobrepeso, este método de limpieza puede ayudar a perder varios kilos de residuos corporales en un breve período de tiempo, sin los efectos secundarios que normalmente acompañan a una pérdida de peso repentina. Instrucciones Hervir agua durante 15 o 20 minutos y verterla en un termo. Las cantimploras de acero inoxidable también pueden servir. Los termos mantienen el agua caliente e ionizada durante todo el día. Cada media hora debe tomarse uno o dos sorbos de agua, a lo largo del día, tan caliente como la que se usa para hacer té. Este método puede utilizarse en cualquier momento, ya sea cuando no se sienta bien, necesite descongestionarse, o quiera mantener la sangre fluida, o sencillamente desee sentirse más enérgico y limpio. Algunas personas beben agua ionizada durante un tiempo determinado, a lo largo de tres o cuatro semanas; otras la toman continuamente. Los iones de oxígeno se generan con las burbujas del agua hirviendo, de un modo parecido al agua que cae de una cascada o que rompa en la orilla del mar. En un termo, el agua se mantiene ionizada durante 12 horas, o el tiempo en que permanece caliente.

5. Tomar minerales esenciales ionizados Nuestro cuerpo es como un «terreno vivo». Dispone de suficientes minerales y nutrientes para trabajar en él, y es capaz de nutrirnos y producir todo lo que necesitamos para vivir y crecer. Pero esos elementos esenciales pueden agotarse fácilmente si no los ingerimos en cantidad suficiente con los alimentos. El uso excesivo de los campos de cultivo durante muchos siglos ha conducido a que los alimentos que tomamos carezcan de nutrientes. La situación empeoró con la llegada

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de los fertilizantes químicos, con los que se forzaban cosechas rápidas sin considerar que tuvieran suficientes nutrientes. Cuando el organismo sufre un déficit de minerales y oligoelementos, ciertas funciones vitales empiezan a alterarse o bien se interrumpen. La enfermedad siempre va acompañada de la carencia de una o más de esas importantes sustancias. Dada la situación actual de falta de minerales en nuestros campos de cultivo, y, por consiguiente, en nuestros organismos, parece ideal tomar complementos a base de minerales. La pregunta clave es si los minerales que se comercializan en las tiendas de dietética o en las farmacias pueden aportar a nuestras células los minerales de los que carecemos. La respuesta es: «¡Es bastante improbable!». Los suplementos minerales suelen estar disponibles en tres formas básicas: cápsulas, comprimidos y agua mineral coloidal. Los minerales ionizados tienen el tamaño de un angstrom, mientras que los minerales coloidales, también llamados inorgánicos, son aproximadamente 10.000 veces más grandes (el tamaño de un micrón). Las células corporales absorben fácilmente los minerales ionizados de las plantas solubles en agua; en cambio, de las partículas coloidales de los compuestos preparados y administrados en comprimidos sólo se absorbe un 1 %. A los minerales que se encuentran en las aguas minerales coloidales les sucede lo mismo: no son solubles en agua, simplemente quedan suspendidos entre sus moléculas. Las partículas coloidales comunes, como las de los compuestos carbonato cálcico y picolinato de zinc, suelen quedarse atrapadas en el torrente sanguíneo y, como consecuencia, se depositan en diferentes partes del cuerpo. Se trata de depósitos que pueden originar daños mecánicos, estructurales y funcionales en el organismo. Muchos de los problemas de salud actuales, entre los que se encuentran la osteoporosis, las cardiopatías, el cáncer, la artritis, los trastornos cerebrales, las piedras renales y los cálculos biliares, son el resultado de ingerir esos minerales metálicos. Por fortuna, existe una manera eficaz de obtener minerales en la cantidad y con las características de los minerales de las plantas. Si los minerales se vaporizan en una cámara de vacío (sin oxígeno) se evita que se oxiden y constituyan estados complejos. Una vez vaporizados, los minerales pueden mezclarse con agua purificada y ser aptos para ser absorbidos por las células corporales. Una empresa de Minnesota ha creado un sistema capaz de convertir coloidales en minerales ionizados solubles en agua en un 99,9 %. La empresa, Eniva, es quien distribuye esos minerales (véase al final del libro el apartado «Información sobre productos»).24 Actualmente, existen muchas empresas que ofrecen minerales

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ionizados, y se pueden encontrar fácilmente en internet.

6. Beber suficiente agua El hígado, con el fin de producir la cantidad de bilis (de 1,1 a 1,5 litros) que el cuerpo necesita diariamente para digerir los alimentos, necesita mucha cantidad de agua. Por otra parte, el organismo también precisa mucha agua para mantener el volumen normal de la sangre, hidratar las células y los tejidos conectivos, eliminar las toxinas y llevar a cabo, literalmente, miles de funciones más. Dado que el cuerpo no puede almacenar agua de la forma que almacena las grasas, necesita abastecerse constante y regularmente de agua. Hay que beber de cuatro a ocho vasos de agua al día para mantener la correcta producción y consistencia de la bilis, así como el equilibrio sanguíneo. El momento más importante para tomar agua es justo después de levantarse. Primero, hay que beber un vaso de agua templada para diluir y excretar la orina acumulada en los riñones durante la noche; esto es de gran importancia, pues la orina se concentra mucho por la mañana; si no se diluye de forma adecuada, los depósitos urinarios pueden asentarse en los riñones y en la vejiga. Después, hay que beber un segundo vaso de agua templada, al que se le debe añadir el zumo de una rodaja o de medio limón y una cucharadita de miel, lo que ayuda a limpiar el tracto gastrointestinal. Otro momento importante para tomar un vaso de agua (no helada, a temperatura ambiente o tibia) es aproximadamente media hora antes y dos horas y media después de las comidas. En esos momentos, un cuerpo bien hidratado tendrá sensación de sed de manera natural. Que el organismo cuente a esas horas con el agua suficiente asegura que tenga la sangre, la bilis y la linfa necesarias para llevar a cabo sus funciones. Dado que las sensaciones de hambre y de sed utilizan el mismo sistema de alerta hormonal en el organismo, si siente «hambre» en estos momentos, lo más probable es que en realidad se necesite agua. Así pues, lo mejor es tomar primero un vaso de agua (a temperatura ambiente o tibia) y después asegurarse si el hambre persiste o no. Cuando se tiene la presión arterial alta y se sigue un tratamiento médico, hay que tomarse la presión de manera regular. Si toma más agua, es posible que la presión arterial, en un breve período de tiempo, vuelva a ser normal; de ese modo sería innecesario tomar medicación. Además, beber la suficiente cantidad de agua puede ayudar a adelgazar, en caso de obesidad, o a ganarlo, si se está por debajo del peso normal.

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Es, asimismo, importante elegir un buen sistema de tratamiento del agua para poder disponer de agua fresca y saludable. Así, por ejemplo, el sistema de tratamiento del agua H2O es muy efectivo y saludable, si bien es bastante caro. Su alta tecnología hace que elimine incluso los pesticidas y herbicidas del agua, de manera que el agua de beber, la de la ducha y la de la piscina quedan tan frescas y puras como el agua de las montañas. El sistema Concepto 2000 de H2O se basa en unos impulsos eléctricos que transforman el bicarbonato cálcico y el bicarbonato magnésico, sales que ocasionan en gran medida la dureza del agua, en carbonato cálcico y carbonato magnésico, junto al derivado dióxido de carbono (CO2). El compuesto CO2 se disipa continuamente en el grifo en cantidades minúsculas. El carbonato cálcico y el carbonato magnésico son las fórmulas solubles de estos dos minerales. En estado soluble, esos componentes no pueden adherirse a las tuberías, ni a las bobinas de los calentadores de agua, cristales y grifos, entre otras cosas, de manera que es imposible que los minerales se aglutinen y formen residuos. Este sistema de tratamiento del agua también reduce significativamente los residuos que se han formado desde hace tiempo, lo que prolonga la vida de los utensilios del hogar. Si bien al principio representa un gasto elevado, a largo plazo significa un gran ahorro. Por otra parte, su mantenimiento no implica ningún gasto. Existen en la actualidad otros filtros similares, algunos más económicos, y otros aún más caros. Yo, personalmente, utilizo el filtro Puritec para toda la casa, que es bastante parecido al tratamiento Concepto 2000 de H2O. Siempre que se opte por un tratamiento del agua hay que asegurarse de que cuente con la tecnología de filtrado de carbón activado granular (KDF/GAC, siglas en inglés). Los ionizadores de agua son muy asequibles en cuanto a precio, y bastante eficaces, además de excelentes para quien está interesado no sólo en una buena hidratación, sino también en mantener el organismo libre de toxinas. Se encuentran fácilmente a través de internet. Los métodos más comunes y utilizados para eliminar el cloro y otras muchas sustancias contaminantes del agua que bebemos (y también de la de la ducha) son los sistemas de filtración de osmosis inversa. Este sistema también resulta algo caro, pero hay que tener en cuenta el coste que representa combatir un cáncer. A fin de que el agua recupere los minerales que se pierden al utilizar estos dos tipos de sistemas, es conveniente añadir unos cuantos granos de arroz basmati crudo a la jarra de agua (evitar los envases de plástico) y dejarlos reposar durante un mes. También tiene el mismo efecto añadir al agua una pizca de sal sin refinar. El agua destilada, la más

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semejante al agua de lluvia, es excelente para hidratar las células del organismo, pero, a diferencia del agua de lluvia, se trata de un agua carente de vida. Para restablecer la vitalidad del organismo, a unos 4 litros de agua destilada, se le pueden añadir de 3 a 4 granos de arroz basmati crudo, ya que aportarán minerales y vitaminas (o bien la opción de la sal marina sin refinar) y después dejar el agua al sol o introducir en ella un cristal de cuarzo durante una hora. El único aparato que conozco que produce agua destilada saludable y energizada se denomina «Crystal Clear electron water/machineTM» y está desarrollado por John Ellis (johnellis.com). Esta agua elimina incluso el mal olor de los pozos de aguas sucias y sistemas sépticos (sólo elimina las bacterias dañinas). Y, por supuesto, el antiguo, y pasado de moda, sistema de hervir durante unos minutos el agua destinada a beber consigue eliminar cualquier resto de cloro mediante la evaporación. Otra manera económica de eliminar del agua la mayor parte del cloro consiste en añadir vitamina C. Un gramo de vitamina C neutraliza 1 ppm (una parte por millón) de cloro en 400 litros de agua. Este procedimiento es especialmente útil cuando se desea tomar un baño sin sufrir el efecto irritante del cloro en la piel y en los pulmones. Las perlas Prill son otro sistema para tratar el agua, en este caso bastante menos costoso. Si bien no puede sustituir a un filtro de agua, limpia el agua destinada a beber y la deja más fina. Esto ejerce un efecto positivo en la sangre, la linfa y los procesos celulares básicos. Las perlas Prill se pueden conseguir en internet (véase al final del libro la lista de proveedores). Doy fe del buen sabor del agua resultante, de su finura y de sus excelentes resultados de hidratación y limpieza. Otro magnífico tratamiento es el de Tecnología de efecto de resonancia molecular (TERM), un dispositivo que alterna la organización molecular del agua y de otras sustancias líquidas. El agua TERM tiene muchas propiedades que la hacen ideal para ayudar al organismo a incrementar su cuota de agua estructurada. El agua TERM activada se asemeja al agua celular del cuerpo y esto la hace biodisponible. Se produce mediante un proceso no químico y seguro de activación del agua. Durante este proceso se imprime en el agua un sutil campo electromagnético de baja frecuencia, similar al campo geomagnético de la tierra que se encuentra en manantiales de aguas curativas especiales. He probado el TERM básico y he comprobado que es muy beneficioso, si bien requiere un filtrado. Está disponible en internet. NIKKEN también dispone de un sistema excelente de tratamiento de agua.

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7. Reducir el consumo de alcohol El alcohol es un azúcar líquido refinado que produce gran cantidad de ácido, y, como consecuencia, tiene un efecto altamente desmineralizante en el organismo. El órgano más dañado por el alcohol es el hígado. El hígado de una persona sana que, por ejemplo, tome dos copas de vino en el transcurso de una hora no podrá desintoxicar esa cantidad de alcohol, y gran parte se convertirá en depósitos grasos y, finalmente, en cálculos biliares. Si en el hígado y la vesícula ya existe cierta cantidad de cálculos biliares, el consumo de alcohol hará que esos cálculos aumenten de tamaño con mayor rapidez y abunden más. Al igual que el café o el té, el alcohol tiene un importante efecto deshidratante, así, reduce el agua de las células, la sangre, la linfa y la bilis, lo que dificulta la circulación sanguínea y la eliminación de productos de desecho. Los síntomas de un sistema nervioso central deshidratado son: delirio, visión borrosa, pérdida de memoria y de orientación, menor capacidad de reacción, y lo que generalmente se conoce como resaca. Bajo la influencia del alcohol y de la consiguiente deshidratación, los sistemas nervioso e inmunológico se deprimen, lo que conduce a una disfunción del proceso digestivo, metabólico y hormonal en el cuerpo y contribuye al desarrollo de más cálculos biliares en el hígado y en la vesícula. Lo mejor que pueden hacer las personas con un historial de cálculos biliares es evitar el alcohol. Muchos de mis pacientes, tras dejar de tomar cualquier tipo de alcohol, cerveza y vino, entre otros, se han recuperado espontáneamente de ataques de pánico, arritmias, problemas respiratorios, alteraciones cardíacas, del sueño, ataques de vesícula, pancreatitis, inflamación de la próstata, colitis y otras enfermedades inflamatorias. Si se sufre alguna de estas enfermedades, lo mejor es no tomar bebidas deshidratantes como alcohol, café y refrescos de cola (especialmente bebidas dietéticas). Esto permite que el cuerpo concentre toda su energía y recursos en curar las partes más afectadas del organismo.

8. Evitar comer en exceso Entre las causas principales de la formación de cálculos biliares está la sobrealimentación. Comer más de lo que el estómago puede asimilar sin sufrir indigestiones o sensación de empacho hace que el hígado secrete en la bilis hepática una cantidad excesiva de colesterol; esto, a su vez, conduce a la formación de 142

cálculos en los conductos biliares. Por consiguiente, uno de los métodos más eficaces para prevenir los cálculos es comer menos. Comer con moderación y, en algunas ocasiones, ayunar y tomar sólo líquidos (idealmente una vez por semana) contribuye al buen funcionamiento del sistema digestivo y permite procesar la mayoría de los depósitos de alimentos no digeridos. Entre los líquidos se incluyen sopas vegetales, zumos de fruta y de verduras, tisanas y agua. Levantarse de la mesa con algo de hambre permite mantener el sano apetito de alimentos nutritivos. Sin embargo, comer en exceso produce congestión intestinal, proliferación de bacterias destructivas y levaduras y ansiedad por tomar «energizantes» –los cuales, en realidad, socavan la energía–, tentempiés y bebidas de tipo golosinas, dulces, productos elaborados con harina blanca, patatas fritas, chocolate, café, té y refrescos de cola. Este tipo de caprichos contribuye a la formación de cálculos biliares.

9. Seguir un horario de comidas regular El cuerpo está controlado por numerosos ritmos circadianos, los cuales regulan las funciones más importantes del organismo según unos ciclos de actividad previamente programados. El sueño, la secreción de hormonas y jugos digestivos, la eliminación de residuos, etcétera, todo sigue una «rutina» diaria determinada. Cuando esos ciclos se interrumpen con cierta frecuencia, el organismo se desequilibra y no puede llevar a cabo sus funciones esenciales, funciones que están ajustadas de manera natural y que dependen del horario que marcan los ritmos circadianos. Seguir un horario regular de comidas facilita que el cuerpo esté preparado para producir y secretar la cantidad adecuada de jugos digestivos para cada ingesta. Los hábitos irregulares, por su parte, confunden al organismo; es más, la capacidad digestiva merma al tener que ajustarse a horarios diferentes en cada ocasión. Comer a horas distintas o saltarse comidas interrumpe los ciclos de producción biliar de las células hepáticas. El resultado es la formación de cálculos biliares. Mantener un horario regular de comidas permite que de unos 60 a 100 billones de células puedan recibir su ración diaria de nutrientes según el horario predeterminado, lo cual contribuye a que el metabolismo celular funcione de manera eficaz y sin contratiempos. Gran parte de los trastornos metabólicos, como la diabetes o la obesidad, son el resultado de unos hábitos alimentarios irregulares, y

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pueden mejorarse enormemente si se ajusta el horario de comidas a los ritmos naturales circadianos. Lo mejor es tomar la comida principal alrededor del mediodía y comer muy poco a la hora del desayuno (antes de las ocho) y de la cena (antes de las siete de la tarde).

10. Seguir una dieta vegana-vegetariana Seguir una dieta vegetariana equilibrada es una de las maneras más efectivas de prevenir la formación de cálculos biliares, las enfermedades cardíacas y el cáncer. Si uno cree que no puede alimentarse sólo con comidas de origen vegetal, por lo menos debe intentar sustituir las carnes rojas por pollo, conejo o pavo durante algún tiempo. Finalmente podrá pasar a un régimen vegetariano completo. Todos los tipos de proteína animal disminuyen la solubilidad de la bilis, gran factor de riesgo en la formación de cálculos biliares. Se puede reducir el riesgo de formación de cálculos biliares si se añade a la dieta habitual más verduras, ensaladas, frutas y carbohidratos complejos. Tomar diariamente 5 o 6 cucharadas de zumo de zanahoria antes de comer evita la formación de cálculos. Los quesos curados, el yogur comercial y los alimentos muy refinados y procesados producen un desequilibrio en la formación de la bilis. Por otra parte, hay que evitar los alimentos fritos o demasiado aceitosos. En concreto, los aceites que utilizan los restaurantes de comida rápida son una vía veloz para la producción de cálculos biliares.

11. Evitar los productos light Según diversos estudios científicos, los alimentos light fomentan el apetito y la sobrealimentación y no reducen peso. Antes de introducirse en la cadena alimentaria humana, los «alimentos light» se utilizaban para alimentar a los animales, que, como consecuencia, empezaban a ganar peso con mayor rapidez de lo habitual. Y lo mismo empezó a ocurrir en los seres humanos cuando éstos empezaron a tomar de forma regular esos alimentos en absoluto naturales. El director del Estudio Framingham,25 el Dr. William Castelli, publicó esta sorprendente declaración en un ejemplar del Archive of Internal Medicine de julio de 1992: «En Framingham, descubrimos que las personas que comen más grasas saturadas, más colesterol y más calorías pesaban menos, eran físicamente más 144

activas y tenían los niveles de colesterol más bajos». Cuanta más energía enzimática tengan los alimentos, más rápidamente aparece la sensación de saciedad y con más eficacia los alimentos se convierten en energía utilizable y en nutrientes biodisponibles. Por el contrario, los alimentos bajos en calorías, o alimentos light inhiben la secreción biliar, la digestión y las funciones excretoras. Un alto nivel de grasa en sangre indica que las secreciones biliares son bajas, que las paredes de los vasos sanguíneos se dilatan y que las grasas ni se digieren ni se absorben correctamente. De ahí que una persona con un alto nivel de grasa en sangre sufra una «deficiencia grasa». Una dieta baja en grasas puede incluso aumentar la producción de colesterol en el hígado, como respuesta directa a una mayor demanda de grasas en las células y tejidos del organismo. Entre los efectos secundarios de esta maniobra de supervivencia que efectúa el cuerpo están la formación de cálculos biliares y/o la pérdida energética. Las dietas bajas en grasas y calorías son dañinas para el organismo y solamente deben prescribirse, de hacerlo, en casos de graves trastornos hepáticos y vesiculares en los que la digestión y la absorción de grasas están seriamente alteradas. Una vez eliminados todos los cálculos biliares y normalizadas las funciones hepáticas, es necesario incrementar gradualmente el consumo de grasas y calorías para cubrir las necesidades energéticas del organismo. La presencia de cálculos biliares en el hígado y la vesícula dificultan la capacidad del cuerpo de digerir las grasas y los alimentos energéticos. Incluso un consumo mínimo de esos «alimentos light» afecta a algunos de los procesos metabólicos y hormonales básicos del organismo si se toman durante un tiempo prolongado. El resultado puede repercutir seriamente en la salud. Una dieta baja en proteínas, con una proporción normal y equilibrada de grasas, además de limpiar el hígado y la vesícula, minimiza el riesgo de desarrollar problemas hepáticos o vesiculares.

12. Consumir sal marina no refinada La sal refinada no aporta prácticamente ningún beneficio al organismo; al contrario, es responsable de numerosos problemas de salud, incluidos los cálculos biliares. La única sal que el cuerpo puede digerir, asimilar y utilizar de manera adecuada es la sal marina sin procesar o refinar o la sal de roca. Para que la sal resulte de utilidad para el cuerpo, necesita penetrar en los alimentos, es decir, que la humedad de las frutas, verduras, granos y legumbres la haya disuelto previamente. Cuando se utiliza la sal en seco, penetra en el organismo sin ionizarse y produce sed

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(señal de intoxicación), y, al no asimilarla adecuadamente, provoca daños mayores (véase capítulo 3). Se puede disolver una pizca de sal en una pequeña cantidad de agua y agregarla a la fruta y a otros alimentos que generalmente se toman crudos. Esto ayudará a digerir esos alimentos, mientras que contribuirá a reducir la acidez del cuerpo. Añadir una pizca de sal al agua para beber aporta propiedades alcalinas e importantes minerales y oligoelementos. Cabe señalar que las comidas deben estar sabrosas, sin llegar a estar saladas. Las personas de tipo corporal pitta y kapha necesitan menos sal que las de tipo vata.26 (Para comprar sal marina sin tratar o refinar, véase «Lista de proveedores» al final del libro). Principales funciones de la sal marina en el organismo 1. Regula el ritmo cardíaco y la presión arterial, juntamente con el agua. 2. Elimina el exceso de acidez de las células corporales, especialmente de las del cerebro. 3. Regula los niveles de azúcar en sangre, algo especialmente importante en los diabéticos. 4. Es esencial para generar energía hidroeléctrica en las células del cuerpo. 5. Es vital para la absorción de nutrientes a través del tracto intestinal. 6. Es necesaria para limpiar los pulmones de mucosidad y flemas, especialmente en los casos de asma y fibrosis quística. 7. Limpia el catarro y la congestión de los senos paranasales. 8. Es un potente antihistamínico natural. 9. Evita los calambres musculares. 10. Contribuye a prevenir una excesiva producción de saliva. La saliva que fluye de la boca mientras se duerme puede indicar una deficiencia de sal. 11. Aporta firmeza a los huesos. El 27 % de la sal del cuerpo se encuentra en los huesos. La deficiencia de sal o bien tomar sal refinada en vez de sal sin refinar son causas importantes de la osteoporosis. 12. Regula el sueño, al actuar como un hipnótico natural. 13. Evita la gota y la artritis gotosa. 14. Es vital para mantener la libido y la sexualidad. 15. Puede evitar las varices y las venas capilares de piernas y muslos. 16. Aporta al organismo más de 80 minerales esenciales. A la sal refinada, la sal de mesa común, se la despoja de todos estos elementos, salvo de dos, y, por 146

otro lado, contiene aditivos perjudiciales, entre otros el silicato de aluminio, uno de los principales causantes de la enfermedad de Alzheimer.

13. La importancia del arte ener-chi El arte ener-chi constituye un método de rejuvenecimiento único que ayuda a restablecer el flujo equilibrado de la energía vital (el chi) a través de los órganos y sistemas corporales en menos de un minuto. Considero este tratamiento curativo una herramienta muy eficaz que facilita resultados más satisfactorios que el resto de métodos naturales de curación. Cuando el chi fluye correctamente a través de las células del organismo, éstas pueden eliminar con mayor facilidad los desechos metabólicos, así como absorber el oxígeno, el agua y los nutrientes que necesitan, al mismo tiempo que llevar a cabo cualquier trabajo reparador. El cuerpo puede restablecer su salud y vitalidad con mayor facilidad si el chi es constante y no sufre restricciones de ningún tipo. A pesar de que considero que la limpieza hepática es una de las herramientas más eficaces para que el cuerpo recupere el equilibrio funcional por sí mismo, puede que ello no sea suficiente para restablecer la energía vital, tras años de congestión y deterioro. Los resultados de diversas pruebas han demostrado que el ener-chi puede cubrir esa brecha. El uso de piedras de ener-chi ionizadas es también otra herramienta práctica y eficaz para mejorar la salud y la vitalidad. (Para más información sobre arte ener-chi y las piedras ionizadas, véase al final del libro «Otras obras, productos y servicios del autor»).

14. Dormir las horas suficientes El cansancio es el precursor de cualquier enfermedad, ya sea un cáncer, una afección cardíaca o el sida. Si bien las disfunciones hepáticas, la escasa inmunidad y la sobrealimentación pueden también causar fatiga, en muchos casos, ese cansancio procede de dormir mal o de tener una mala calidad de sueño, es decir, de dormir antes de la medianoche. Algunos de los procesos más vitales de purificación y rejuvenecimiento del organismo se inician y transcurren durante las dos horas de sueño anteriores a la medianoche. Existen, fisiológicamente, dos tipos de sueño distintos, según se ha podido comprobar a través de la medición de las ondas cerebrales: el sueño anterior a la medianoche y el sueño posterior a ésta. El sueño que transcurre en 147

las dos horas previas a la medianoche incluye el sueño profundo, llamado también sueño reparador. El sueño profundo transcurre durante una hora y generalmente se alarga desde las once hasta la medianoche. Durante esta fase, se permanece en un estado de conciencia sin sueños, en la que el consumo de oxígeno desciende aproximadamente un 8 %. El descanso y la relajación que se obtiene durante esta hora de sueño son tres veces más profundos que los que se obtienen en un período equivalente de sueño, pero después de la medianoche (cuando el consumo de oxígeno se incrementa de nuevo). El sueño profundo raramente llega después de la medianoche y sólo sucede cuando la persona se duerme por lo menos dos horas antes de este momento. Si una persona pierde con frecuencia horas de sueño profundo, el cuerpo y la mente estarán excesivamente cansados y las respuestas de estrés serán anómalamente altas. Entre las respuestas al estrés se encuentran las secreciones hormonales de adrenalina, cortisol y colesterol (una parte del colesterol secretado durante una respuesta al estrés puede acabar en cálculos biliares). Para poder mantener esta energía que se ha creado de manera artificial, es probable que surja la necesidad de tomar estimulantes como tabaco, café, té, dulces, refrescos de cola, alcohol... Cuando las reservas de energía del cuerpo finalmente se agotan, el resultado es la fatiga crónica. Cuando uno se siente cansado, todas las células del organismo están cansadas, no sólo la mente. De hecho, los diferentes órganos, el sistema digestivo y nervioso, etcétera, también sufren a causa de la falta de energía y no funcionan adecuadamente. Cuando el cerebro está cansado, deja de recibir la cantidad necesaria de agua, glucosa, oxígeno y aminoácidos: su principal fuente de alimentación. Esta situación puede desembocar en innumerables problemas corporales, mentales y conductuales. Unos médicos de la Universidad de California, San Diego, han descubierto que perder unas horas de sueño no sólo hace que uno se sienta cansado al día siguiente, sino que, además, afecta al sistema inmunológico, con lo que posiblemente se inhibe la capacidad corporal de combatir infecciones. Dado que la inmunidad disminuye con la fatiga, el cuerpo no puede defenderse de las bacterias, los microbios y los virus, del mismo modo que no puede hacer frente a la acumulación de sustancias tóxicas. Así pues, dormir suficiente es el requisito más importante para restablecer la salud mental y corporal. Hay que intentar irse a dormir antes de las diez de la noche y levantarse entre seis y las siete de la mañana, o más temprano, según las necesidades de cada uno. Lo mejor es no usar un reloj despertador, y permitir que los ciclos de sueño se ajusten de manera natural. Expulsar todos los cálculos biliares del hígado y la vesícula, así como dormir lo suficiente, reducirá cualquier cansancio

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que pueda experimentarse durante el día. En caso de que el problema persista, probablemente será necesaria una limpieza renal (Para disolver las piedras renales, véase «Limpieza renal», en un apartado del capítulo 5).

15. Evitar trabajar en exceso Trabajar intensamente y durante muchas horas sobrecarga el sistema energético del cuerpo y estresa especialmente al hígado. A fin de cubrir la excesiva demanda de energía del cerebro y de otras partes del cuerpo, el hígado trata de convertir la mayor cantidad posible de azúcares complejos en azúcares simples (glucosa). Si se produce un bajón de energía o si los suministros de energía se agotan, el cuerpo tiene que recurrir a un sistema de respuesta urgente al estrés, que aporta una energía adicional, pero, al mismo tiempo, se alteran las funciones inmunológicas y circulatorias. Una continua secreción de adrenalina y de otras hormonas del estrés en una persona que «trabaja sin cesar» puede finalmente convertir a esa persona en una trabajoadicta, un trastorno en el que el trabajo llega a convertirse en la mayor y única fuente de satisfacción en la vida. Esa desmedida excitación, ese «efecto emoción» lo provocan las hormonas del estrés. Para evitar que el hígado quede extenuado y se dañe el sistema inmunológico, hay que buscar un tiempo de ocio personal. Hay que tratar de reservarse una hora diaria para hacer meditación, yoga, ejercicio, escuchar música, realizar actividades artísticas o salir a disfrutar de la naturaleza. El cuerpo no es una máquina que puede funcionar constantemente sin descanso. Forzar el cuerpo y la mente de un modo u otro acaba exigiendo un mayor tiempo de recuperación después de cualquier enfermedad. A largo plazo, un exceso de trabajo para hacer las cosas más deprisa o ganar dinero con rapidez no sólo quita años a la vida, sino que también le resta vida a los años, como suele decirse. El hígado está preparado para distribuir energía al organismo durante un número determinado de años; sobredimensionar ese «servicio» daña o destruye ese órgano prematuramente. Si se tiene un estilo de vida moderado, en lo relativo a la alimentación, sueño y trabajo, se puede mantener un sistema de energía eficiente y vital a lo largo de toda la vida. Hay otro dicho en el que se recomienda pasar un tercio de nuestra vida durmiendo, otro trabajando y el restante disfrutando de actividades lúdicas. Esta sabia recomendación lleva a mantener un equilibrio en todos los aspectos: mental, corporal y espiritual. En cambio, un exceso de trabajo

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altera totalmente ese equilibrio.

16. Hacer ejercicio de manera regular Nuestros avances tecnológicos y económicos han propiciado un estilo de vida básicamente sedentario que requiere movimientos físicos adicionales para mantener nuestros cuerpos vitales y saludables. El ejercicio regular ayuda a incrementar nuestra capacidad para digerir los alimentos, eliminar las impurezas físicas, equilibrar las emociones, potenciar la firmeza y la flexibilidad y reforzar nuestra capacidad para controlar las situaciones de estrés. El ejercicio, si se practica con moderación, es un gran estimulante inmunológico y ayuda a mejorar la integración neuromuscular a cualquier edad. Entre los efectos del ejercicio físico están el incremento de seguridad y de autoestima, además de la mejor distribución de oxígeno a las células, por no mencionar la autoestima que surge tras perder el exceso de grasa, mejorar la musculatura, sentirse más fuerte y, en general, mejor en todos los aspectos. Todo ello redunda en un mayor bienestar físico y mental. El hígado parece beneficiarse especialmente del ejercicio aeróbico. La mayor disponibilidad de oxígeno durante y después del ejercicio mejora la circulación sanguínea y, concretamente, la de la sangre venosa del hígado al corazón. Un estilo de vida sedentario hace que este proceso sea más lento y origina un estancamiento sanguíneo en el hígado, lo cual genera cálculos biliares en ese órgano. Por esta razón, el ejercicio regular, sin llegar a la extenuación, puede impedir la formación de nuevos cálculos. Por el contrario, un excesivo ejercicio físico provoca la secreción de un exceso de hormonas del estrés y deja el cuerpo intranquilo e inestable. Cuando el cuerpo se queda sin energía, no puede realizar las tareas de reparación necesarias tras un trabajo extenuante, por lo que el sistema cardiovascular se debilita y permanece vulnerable a otros factores relacionados con el estrés. El sobreesfuerzo tiene también un efecto perjudicial en la glándula del timo. El timo, en concreto, que activa los linfocitos (las células inmunológicas que nos defienden de las enfermedades) y controla la distribución de la energía, puede disminuir de tamaño y provocar que el cuerpo se agite y se torne vulnerable frente a cualquier problema de salud. Si se tiene esto en cuenta, lo mejor es escoger un tipo de ejercicio que proporcione satisfacción y alegría. Cuando hagamos deporte, debemos asegurarnos de respirar siempre por la nariz y mantener la boca cerrada para evitar la dañina

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«respiración de adrenalina». (La respiración bucal rápida suele producirse durante la típica respuesta lucha-huida y puede desencadenar la liberación de hormonas del estrés, aunque puede suceder lo mismo sin la respuesta de estrés). Los ejercicios aeróbicos son eficaces y beneficiosos siempre que se mantenga la respiración nasal (en vez de la bucal). Si se queda sin aliento, debe reducir el esfuerzo o dejar de hacer ejercicio, para retomarlo una vez que la respiración vuelva a ser normal. Este sencillo consejo puede evitarnos el agotamiento o la sobreproducción de ácido láctico que suele acompañar a un esfuerzo excesivo. Como el ejercicio físico resulta crucial para mantener el cuerpo y la mente sanos, hay que tratar de hacer ejercicio diariamente, aunque sólo sea durante diez minutos. Sin embargo, es muy importante no superar el 50 % de la propia capacidad física. Lo principal es evitar agotarse. Así, por ejemplo, si una persona puede nadar media hora sin cansarse, debe nadar sólo quince minutos. Con el tiempo, la capacidad para hacer ejercicio aumentará. Hay que recordar que tanto excederse haciendo ejercicio como la falta del mismo debilita el sistema inmunológico, dificulta las funciones hepáticas e inunda la sangre de sustancias tóxicas.

17. Tomar el sol de manera regular El cuerpo puede sintetizar la vitamina D (que, en realidad, es más una hormona que una vitamina) por medio de un proceso en el que los rayos ultravioleta del sol interactúan con un tipo de colesterol presente en la piel. Se ha comprobado que la exposición habitual a la luz solar regula los niveles de colesterol. Pero, a diferencia de los fármacos para disminuir el colesterol, la luz solar no incrementa el colesterol en la bilis, causa principal en la formación de cálculos biliares. La luz solar tiene un efecto holístico, lo que significa que todas las funciones del cuerpo se benefician al unísono. Se ha comprobado que la luz ultravioleta reduce la presión arterial, mejora el rendimiento cardíaco, incrementa el almacenamiento de glucógeno (azúcar complejo) en el hígado, equilibra el azúcar en sangre, mejora la resistencia del cuerpo a las infecciones (como prueba, hay que tener en cuenta el incremento del índice de linfocitos y fagocitos), aumenta la capacidad de la sangre para transportar oxígeno e incrementa la producción de hormonas sexuales, además de tener otros muchos efectos beneficiosos para la salud. Pero tomar el sol puede ser dañino para las personas que siguen una dieta rica en alimentos propiciadores de ácidos, muy procesados y con aceites y grasas refinadas.

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Por otra parte, el alcohol, el tabaco y otras sustancias minerales e inhibidoras de vitaminas, así como los fármacos y los estupefacientes, pueden hacer que la piel se torne sensible a la radiación ultravioleta. Tras limpiar el hígado y la vesícula de cálculos biliares, una exposición al sol moderada no causa ningún daño; en realidad, es esencial para gozar de una buena salud. Más de un 42 % de norteamericanos sufren carencia de vitamina D, y el 47 % de las embarazadas padecen una gran deficiencia de esta hormona, por lo que sus hijos suelen tener unos huesos frágiles que se pueden romper con facilidad, incluso durante la infancia. Existen muchas enfermedades crónicas que se deben a una grave deficiencia de esta vitamina, entre otras la osteoporosis, el cáncer y la depresión. No se puede solventar la carencia de vitamina D tomando suplementos vitamínicos. La luz solar es la única solución. Para conseguir una cantidad adecuada de vitamina D, las personas de piel oscura necesitan tomar al menos dos o tres horas más de sol que las de piel clara o tipo caucasiano, ya que la piel de aquéllas absorbe menos rayos solares. Los afroamericanos, por ejemplo, corren mayor riesgo de desarrollar cáncer de próstata que los americanos blancos debido a una menor exposición solar. El uso de protectores solares, incluidas las gafas de sol, multiplica ese riesgo. En verano, lo mejor es evitar la exposición solar directa entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, mientras que en invierno, primavera y otoño, ese horario es el más beneficioso para el cuerpo, especialmente para las personas que viven en latitudes más altas. Para maximizar los beneficios del sol, es preferible ducharse antes de exponerse a los rayos solares. Contrariamente a lo que se cree, es importante evitar los filtros solares. Los filtros solares no evitan el cáncer de piel, sino que, en realidad, lo causan. Además, anulan «con éxito» los efectos beneficiosos del sol.27 El tratamiento con luz solar debe iniciarse exponiendo todo el cuerpo (si es posible) al sol durante unos cuantos minutos; después, debe irse incrementando progresivamente el tiempo de exposición hasta alcanzar los 20-30 minutos diarios. Como alternativa, caminar bajo el sol durante una hora aporta beneficios similares y produce la suficiente vitamina D para mantener el cuerpo y la mente sanos (siempre que a ello se sumen una dieta equilibrada y un estilo de vida saludable). El organismo puede almacenar vitamina D durante los días soleados del año, que durará todo el invierno.

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18. Fitoterapia para el hígado Algunas plantas pueden ayudar a mejorar el funcionamiento hepático y mantenerlo bien nutrido y lleno de vitalidad. Se pueden preparar ya mezcladas, en cuyo caso es mejor tomarlas como tisana, durante diez días, en cada cambio estacional o en momentos en los que se padezca alguna enfermedad aguda. A pesar de existir muchas plantas beneficiosas para estimular la función hepática y mantener limpia la sangre, a continuación se detallan las más interesantes:

Para mejorar los resultados, conviene mezclar todas estas hierbas a partes iguales, salvo la raíz de consuelda (15 g) y añadir a 0,75 litros de agua 2 cucharadas de la mezcla. Déjese reposar durante seis horas o toda la noche, y después hervir a fuego lento durante 5 a 10 minutos y colar. Si se olvida de preparar la tisana la noche anterior, se tendrá que hervir la mezcla por la mañana, a fuego lento, como se ha indicado, y después pasarla por el colador. Hay que tomar dos tazas al día, a ser posible con el estómago vacío. El té de lapacho, preparado con la corteza interior de ese árbol tropical, también llamada Pau d’Arco (Tabebria impetiginosa), cuando se toma solo ejerce un potente efecto en el hígado y en el sistema inmunológico. La hierba indígena americana llamada chaparral (Larrea tridentata), a pesar de su amargor, es también un excelente purificador del hígado y de la sangre.

19. Realizar diariamente la terapia de aceite La terapia de aceite es un método simple, pero sorprendentemente eficaz para 153

limpiar la sangre. Se ha mostrado útil en numerosos trastornos, entre los que se encuentran las enfermedades sanguíneas, las pulmonares y las hepáticas, las anomalías en dientes y encías, los dolores de cabeza, las enfermedades de la piel, las úlceras gástricas, los problemas intestinales, la falta de apetito, las enfermedades coronarias y renales, la encefalitis, las alteraciones nerviosas, la mala memoria, los trastornos de la mujer, la hinchazón de la cara y las bolsas bajo los ojos. La terapia consiste simplemente en tomar pequeños sorbos de aceite y enjuagarse con él la boca. Para esta terapia se necesita aceite de girasol, de sésamo o de oliva sin refinar y prensado en frío. Por la mañana, preferiblemente al despertarse o en algún momento antes del desayuno, hay que tomar una cucharada sopera de aceite, pero no tragársela. Lentamente, se enjuaga la boca con el aceite, se mastica y se pasa entre los dientes durante tres o cuatro minutos. De este modo, el aceite se mezcla con la saliva y activa las enzimas liberadas, las cuales extraen las toxinas de la sangre. Por esta razón, es importante escupir el aceite cuando transcurran esos minutos, a fin de evitar reabsorber las toxinas. Se observará que el aceite se torna de un color blanco lechoso o amarillento (saturado de toxinas y de miles de billones de bacterias destructivas). Para optimizar los resultados, este proceso debe repetirse un par de veces más. Después, se enjuaga la boca con media cucharadita de bicarbonato sódico o media cucharadita de sal marina sin refinar (disueltos en agua). Estas soluciones eliminan los restos del aceite y las toxinas. De manera adicional, se pueden cepillar los dientes para asegurarse de que la boca queda bien limpia. Se recomienda cepillarse también la lengua. Entre los aspectos más visibles de esta terapia, destaca la eliminación del sangrado de encías y la blancura de los dientes. Durante el transcurso de una enfermedad, puede repetirse el procedimiento tres veces al día, pero siempre con el estómago vacío. La terapia de aceite mejora y fortalece la función hepática al eliminar de la sangre las toxinas que el hígado no pudo desechar o purificar en un momento dado, con lo que se beneficia todo el organismo.

20. Sustituir las piezas dentales metálicas Las piezas dentales metálicas constituyen una fuente continua de toxicidad y, posiblemente, de reacciones alérgicas en el cuerpo. Cualquier metal acaba corroyéndose con el tiempo, especialmente en la boca, donde siempre existe una

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destacada concentración de aire y de humedad. Las amalgamas de mercurio liberan en el organismo unas sustancias extremadamente tóxicas, así como vapores, razón por la cual en Alemania los dentistas tienen prohibido, por ley, colocárselas a las embarazadas. Este producto está también prohibido en otros países europeos. Si el mercurio se considera peligroso para la madre y el bebé, debe considerarse también nocivo para el resto de los humanos. Especialmente el hígado y los riñones, pues son los órganos que se enfrentan a estas sustancias nocivas –como las que liberan las piezas dentales metálicas– y que se van intoxicando gradualmente. El cadmio, por ejemplo, utilizado para crear el color rosado de las prótesis dentales, es cinco veces más tóxico que el plomo. Se necesita poca cantidad de este mineral para aumentar la presión sanguínea a niveles anormales. El talio, que también se encuentra en las amalgamas de mercurio, causa dolores en las piernas y paraplejia; también afecta al sistema nervioso, a la piel y al sistema cardiovascular. Todos los pacientes en sillas de ruedas a los que se ha sometido a una prueba de intoxicación por metales han dado positivo en el caso del talio. Muchas personas que permanecían en sillas de ruedas durante años después de haberles implantado amalgamas metálicas, se recuperaron por completo una vez se liberaron del metal que tenían en la boca. El talio ya es letal en una dosis de 0,5 a 1 gramo. Se sabe que existen otros elementos en las piezas dentales metálicas que tienen efectos carcinogénicos (causantes de cáncer). Entre ellos se halla el níquel –usado también en las coronas de oro, los tirantes de los aparatos ortopédicos y en las coronas infantiles– y el cromo. Todos los metales acaban corroyéndose (incluidos el oro, la plata y el platino) y el cuerpo los absorbe. Las mujeres con cáncer de mama a menudo han acumulado en sus senos grandes cantidades de metales disueltos; una vez que la boca queda libre de todos los metales, también los senos los desechan. De modo similar, la mayoría de los quistes se reducen y desaparecen por sí solos. El sistema inmunológico del cuerpo responde de manera natural a la presencia de metales tóxicos en el organismo y, finalmente, acaba desarrollando reacciones alérgicas. Éstas pueden aparecer como sinusitis, acúfenos, inflamación del cuello y de glándulas, hinchazones, inflamación del bazo, artritis, dolores de cabeza y migrañas, enfermedades de los ojos y algunas complicaciones más graves, como parálisis o ataques cardíacos. Obviamente, para mejorar todas estas enfermedades, deben sustituirse las piezas dentales metálicas por otras que no contengan metales. De manera adicional, deberá realizarse una limpieza hepática y de los riñones y tomar tisanas de hierbas para el hígado (véase la receta anterior) durante los diez días posteriores a la sustitución de una pieza dental.

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21. Conseguir una buena salud emocional A un nivel más profundo, toda enfermedad física constituye una alteración emocional. Las emociones son signos de bienestar o de incomodidad que nuestro cuerpo nos envía en cada momento de nuestra existencia consciente. Contienen unas vibraciones determinadas que actúan como una especie de informe meteorológico acerca de cómo nos sentimos con nosotros mismos, con los demás y de lo que es «bueno», «malo», «correcto» o «incorrecto» en nuestra vida y nuestro mundo. Las emociones son como imágenes reflejadas en un espejo que nos revelan todo lo que necesitamos saber para pasar las pruebas y tribulaciones de la vida. Nuestro cuerpo, que sólo puede sentirse, es un espejo o «mensajero» emocional. Un espejo sucio refleja sólo ciertas partes de nosotros o hace que nos veamos distorsionados. Si estamos emocionalmente bloqueados y no podemos entender lo que nos pasa, es porque no estamos abiertos, no entendemos, no estamos dispuestos a seguir los mensajes que nuestro cuerpo intenta hacernos llegar. Los problemas emocionales indican una falta de consciencia. Si no somos completamente conscientes del porqué de esas emociones y retos físicos, no estamos en contacto con nosotros mismos y, por tanto, somos incapaces de realizar cambios positivos en nuestra vida. Mucha gente está tan desconectada de sus sentimientos que ni siquiera sabe qué es lo que siente. Si practicamos ejercicios de consciencia, podremos centrar nuestra atención en dónde estamos y quiénes somos. Si estamos en contacto con nuestras emociones, mientras duran, podemos dar rienda suelta a la potencia creadora que permanece aletargada en nuestro interior. No hay que juzgar o reprimir las emociones; están ahí para ser entendidas y aceptadas. Cuando aprendamos a verlas, empezaremos a entender su verdadero significado. En lugar de reaccionar inconscientemente frente a una situación o una persona, podemos actuar conscientemente, con total libertad y voluntad. Hay que reconocer las emociones, pues son la única forma que el cuerpo tiene de decirnos cómo nos sentimos realmente con los demás y con nosotros mismos. Si aceptamos y honramos todos nuestros sentimientos y emociones, en vez de reprimirlos, empezaremos a experimentar una realidad distinta de la vida, una realidad libre de prejuicios y de dolor. Comenzaremos a ver un sentido y un propósito en todo lo que nos suceda, con independencia de que sea «correcto» o «incorrecto», «bueno» o «malo». De este modo se elimina el miedo y todas aquellas emociones que surgen de él. Equilibrar nuestras emociones es una de las formas no físicas más importantes de alcanzar un completo estado de salud, calma y felicidad. Mientras tanto, puede beneficiarse enormemente siguiendo este sencillo método 156

para equilibrar las emociones: rememore una bella época de su primera infancia, quizás cuando tenía tan sólo tres años. Recuerde lo libre y lo feliz que era. No tenía ideas preconcebidas de lo que era correcto o incorrecto, bueno o malo, bello o feo. Véase a sí mismo relacionándose con otras personas con el asombro, la facilidad y la inocencia total de un niño, interesándose por todo, sintiéndose seguro, alimentado y amado. Ahora avance en el tiempo y sitúese en un momento actual en el que no se sienta así, en el que se sienta falto de afecto, o ignorado, increpado, criticado o maltratado. Advierta la contracción y frialdad que hay en su corazón. De nuevo, regrese a la inocencia de su infancia y transmítala a la situación que le causó tanto dolor. Llénese de la vieja inocencia y de la inmaculada felicidad de los tres años e irrádiela a su alrededor. Vea cómo todos se llenan de esa alegría resplandeciente. Ahora, rememore a otro suceso doloroso de su vida y repita este proceso. Regrese a cada experiencia difícil o negativa de su vida y sánela con la felicidad que sentía a los tres años. Este ejercicio es muy eficaz porque, en realidad, el tiempo lineal no existe. El tiempo es tan sólo un concepto que usamos para separar los sucesos que ya han sucedido, de los que están sucediendo o pueden suceder en el futuro. Por consiguiente, los acontecimientos pasados tienen un efecto tan poderoso en nuestro presente como lo ejercieron entonces. Por esa razón, nuestro mundo está lleno de temor, tensión, estrés, ira, conflicto y violencia. La mayoría de las personas no pueden dejar atrás las experiencias pasadas y recrean panoramas similares para enfrentarse a ellos de una forma u otra. Pero, si se corrige el impacto negativo a través de este simple ejercicio de asertividad, uno puede cambiar literalmente el pasado y, por consiguiente, su realidad presente y futura. Quizás se precisen de una a dos semanas (en sesiones de 20 a 30 minutos diarios) para tamizar y aliviar de esta forma los desequilibrios emocionales sufridos, pero vale la pena. Cuando se reacciona de manera negativa a un hecho puntual en la vida, es porque anteriormente se ha sufrido una mala experiencia emocional. Si se equilibran todas esas experiencias indeseadas que ocurrieron entre la infancia y el momento actual, es posible eliminar literalmente las causas fundamentales de cualquier problema mental, físico y emocional y evitar que aparezcan otros nuevos.

24 El autor recomienda a sus pacientes los minerales Eniva para prevenir enfermedades y fomentar la buena salud. Nota: para solicitar productos de la empresa Eniva (www.eniva.com) es necesario el nombre de un socio y una identificación. El lector puede utilizar el nombre del autor, Andreas Moritz, y su 157

número de identificación: 13462). 25 El estudio Framingham es el estudio más extenso, basado en la muestra con pacientes más amplia, y también el más caro que se ha realizado en la historia de las enfermedades coronarias. 26 Para determinar el dosha, o tipo corporal, según la ciencia ayurveda, véase el libro de A. Moritz, Los secretos eternos de la salud. 27 Para saber más acerca de los efectos beneficiosos del sol y el daño que ocasionan los filtros solares, véase A. Moritz, Los secretos eternos de la salud.

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¿Qué se puede esperar de una limpieza hepática? Vivir sin enfermedades

L as enfermedades no forman parte del funcionamiento normal del organismo. Los síntomas de una enfermedad simplemente indican que el cuerpo está intentando evitar un daño importante o tal vez una situación de grave riesgo. Enfermamos cuando nuestro sistema inmunológico se halla invalidado y sobrecargado a causa de los residuos tóxicos acumulados en nuestro organismo. La respuesta del cuerpo frente a este tipo de congestión es eliminar las toxinas de diversas y, generalmente, desagradables maneras. Sus métodos de autodefensa y depuración suelen ir acompañados de dolores, fiebres, inflamaciones y úlceras. En los casos más graves, el cáncer y la acumulación de residuos en el interior de las paredes arteriales ayudan a impedir que la persona enferma muera de inmediato.28 La mayoría de los tipos de «sofocación» interna van precedidos o acompañados de un bloqueo en los conductos biliares del hígado. Cuando este órgano, fábrica principal y centro de desintoxicación del organismo, se congestiona con cálculos biliares, lo más probable es que aparezca la enfermedad. Cuando los conductos biliares del hígado se limpian de cualquier obstrucción y se sigue una dieta y estilo de vida equilibrados, el cuerpo recupera su estado natural de equilibrio (homeostasis), un estado al que la mayoría de la gente llama buena salud. El viejo refrán de «más vale prevenir que curar» es perfectamente aplicable al hígado. Si el hígado se mantiene libre de cálculos, es muy difícil que se altere el equilibrio general del organismo. Tener un hígado limpio equivale a poseer un certificado de buena salud. Las compañías aseguradoras, así como sus clientes, serían los grandes beneficiarios de la limpieza hepática y de la vesícula. Dichas compañías podrían ver reducidas considerablemente sus primas y sus desembolsos, mientras que la población asegurada disfrutaría de una mejor salud, de menos días de incapacidad laboral y del miedo y el dolor que suelen acompañar a las enfermedades. La llamada tercera edad ya no se consideraría una carga, puesto que esas personas mayores

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podrían hacerse cargo de ellas mismas cada vez más, y no como ahora, cada vez más dependientes del sistema sanitario. Los costes relacionados con la salud podrían reducirse drásticamente, lo que, a su vez, podría convertirse en la única manera de asegurar el continuo progreso y prosperidad de los países. Si la actual tendencia en cuanto a gastos sanitarios continúa aumentando con tanta rapidez, llegará un momento en el que los desembolsos resultarán difíciles de afrontar. En el año 2001, el gasto sanitario en Estados Unidos, por ejemplo, excedió el límite de un billón de dólares, y en 2004, el total de estos gastos llegó a 1,9 billones de dólares. Esto representa el 16 % del PIB, y, según parece, no existen indicios de que esa tendencia disminuya. Se espera que, en la próxima década, los gastos sanitarios se dupliquen a 4 billones de dólares. La buena salud no puede medirse en la cantidad de dinero que se dedica a tratar los síntomas de las enfermedades. Curar esos síntomas requiere, inevitablemente, más tratamientos, ya que se ignoran los orígenes de la enfermedad y éstos se agravan si no se atienden. Según las premisas de la medicina moderna, para tratar los síntomas «satisfactoriamente», lo que implica reprimir el esfuerzo del cuerpo por curarse, se requiere recurrir a fármacos tóxicos, radiaciones o intervenciones quirúrgicas. Todas estas formas de intervención médica tienen graves efectos secundarios, los cuales, a su vez, causan nuevas enfermedades que requieren nuevos tratamientos. Este enfoque de tapar y reprimir rápidamente los síntomas de la enfermedad es la principal causa de las enfermedades crónicas, las muertes prematuras y, por supuesto, unos costes sanitarios cada vez mayores. Cada año mueren innecesariamente más de 900.000 personas como resultado directo de los efectos secundarios de unos costosos tratamientos médicos. En comparación, es muchísimo más barato curar realmente la enfermedad y prevenir la aparición de nuevas patologías. Los tratamientos sanitarios convencionales son cada vez más costosos. Si los médicos recetaran limpiezas hepáticas y de la vesícula, aunque sólo lo hicieran a pacientes con enfermedades de la vesícula, éstos podrían llevar una vida normal y plácida, y eliminar o evitar muchas otras enfermedades relacionadas con ese órgano. La limpieza hepática hace mucho más que simplemente restablecer las funciones propias de la vesícula y del hígado; ayuda a las personas a asumir un control activo de su salud durante toda su vida. Suscribir una póliza de seguro contra la enfermedad no garantiza una vida libre de dolencias. La buena salud se desarrolla de manera natural cuando el organismo se mantiene libre de cálculos biliares y de otros depósitos de residuos tóxicos, del mismo modo que cuando se cumplen los

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requerimientos más básicos para mantener la lozanía y la vitalidad a lo largo de la vida.

Mejorar las digestiones y adquirir más energía y vitalidad Una «buena digestión» consta de tres procesos básicos: 1. Descomposición de los alimentos en sus componentes nutricionales. 2. Absorción y distribución de los nutrientes a todas las células del organismo para su posterior metabolización. 3. Eliminación de los residuos resultantes de la descomposición y utilización de los alimentos a través de los sistemas y órganos secretores. El cuerpo requiere una buena digestión para garantizar la eficaz rotación de, aproximadamente, sus 60 a 100 billones de células. Para mantener la homeostasis, el cuerpo necesita crear 30.000 millones de células diariamente para sustituir la misma cantidad de células viejas, desgastadas o dañinas. Cuando este proceso se realiza sin contratiempos, día tras día, año tras año, las nuevas generaciones de células son tan eficaces y sanas como las anteriores. Y, aunque ciertas células, como las del cerebro y el corazón, no puedan ser reemplazadas (teoría que está a punto de convertirse en obsoleta), sus componentes (átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno) se renuevan constantemente. No obstante, esa rotación natural de células o átomos ya no es completa ni eficaz para la mayoría de las personas que viven en un mundo acelerado, con poco tiempo para llevar un estilo de vida saludable y una dieta equilibrada. Hoy en día, las personas no están sanas porque ingieren alimentos poco saludables (y tienen pensamientos poco saludables). Una dieta nutritiva está constituida por alimentos naturales, sin contaminar y un agua fresca y limpia. Tan sólo unas pocas sociedades que aún viven en zonas remotas y aisladas, como las montañas de Abjasia, en el sur de Rusia; en el Himalaya, en India; en Tíbet y en China; en los Andes y en la parte norte de México han logrado mantener su lozanía y salud en todas las edades. Su dieta se compone solamente de alimentos puros y frescos. Afortunadamente, no hay que vivir en lugares remotos para estar sano. De hecho, es muy normal tener unos vasos capilares totalmente limpios a los cien años o más. (Véase figura 14).

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Si limpiamos nuestro organismo, todos mejoraremos nuestra calidad de vida y alcanzaremos un mayor nivel de energía y vitalidad, el estado de salud natural que todo ser humano se merece. Con un sistema digestivo que funcione de manera correcta y un hígado sin cálculos biliares se dispone de los requisitos principales para que el cuerpo regule la armoniosa rotación de las células sin acumulación de toxinas, el mejor antídoto contra la vejez y la enfermedad con el que cualquier persona puede contar.

Ausencia de dolores El dolor es la señal que el cuerpo utiliza para identificar y corregir problemas o disfunciones en órganos, sistemas, músculos y articulaciones. El dolor no es una enfermedad en sí, sino la señal de una adecuada respuesta inmunológica frente a una situación anómala, que puede significar una congestión linfática, sanguínea o de residuos orgánicos. Los tejidos faltos de oxígeno casi siempre se manifiestan con dolor. Cuando desaparece el dolor de manera natural por medio de una limpieza o porque se ha eliminado la congestión corporal, sin usar medicamentos paliativos, significa que el cuerpo ha recuperado su estado de equilibrio. El dolor crónico indica que la respuesta inmunológica no es suficiente y que la causa del problema 162

sigue sin estar resuelta. Limpiar el hígado y la vesícula de cálculos biliares puede ayudar a reducir y eliminar el dolor, independientemente de que estuviera localizado en las articulaciones, la cabeza, los nervios, los músculos o los órganos. El cuerpo está sano en la medida en que también lo estén la sangre y la linfa. Si estos dos fluidos corporales contienen grandes cantidades de toxinas, como en el caso de un hígado congestionado, pueden producirse irritaciones, inflamaciones e infecciones, o bien daños en las células y en los tejidos de las partes más vulnerables del organismo. Cuando existe un mal funcionamiento hepático y las funciones digestivas, metabólicas y excretoras se alteran, el sistema inmunológico no puede realizar su labor curativa. La respuesta de curación depende de la eficacia del sistema inmunológico, localizado en su mayor parte en el tracto intestinal. El hígado, el principal órgano encargado de la digestión y del metabolismo celular, debe estar libre de obstrucciones (cálculos biliares) para evitar que el sistema inmune se sobrecargue y estrese. Cuando la respuesta inmunológica está bastante limitada en los intestinos, esto se hace extensivo al resto del cuerpo. Una vez se reduce la congestión, el dolor disminuye automáticamente y el sistema inmunológico vuelve a tener un pleno rendimiento y de nuevo es eficaz. El dolor no necesita tratamiento, a menos que sea insoportable. No intentaremos luchar contra la oscuridad cuando lo único que necesitamos es encender la luz. Es absurdo matar al mensajero (el dolor) que intenta advertirnos del acecho de un enemigo. Dado que el dolor crónico se debe a una congestión crónica, antes de tratar el dolor lo que debe hacerse es limpiar el hígado, los intestinos, los riñones y el sistema linfático. Este método, en la mayoría de los casos, alivia los dolores y restablece la buena salud y las respuestas inmunológicas adecuadas.

Un cuerpo más flexible La flexibilidad física refleja el estado nutricional de los órganos, las articulaciones, los músculos, los tejidos conectivos y las células. Los alimentos que tomamos, el agua que bebemos y el aire que respiramos aportan los nutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del organismo. Para que esos nutrientes y sustancias lleguen a las células, los procesos metabólicos y digestivos tienen que estar en óptimas condiciones, y ello determinará una salud real y duradera. La rigidez de articulaciones y músculos indica la presencia de residuos metabólicos

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ácidos en estas partes del organismo a consecuencia de unas digestiones y unas funciones excretoras inapropiadas. Todo aquel que practique yoga, gimnasia o cualquier otro ejercicio y realice una serie de limpiezas hepáticas experimentará una mayor flexibilidad en la columna vertebral, articulaciones y músculos. Los depósitos de sales minerales en cuello y hombros empezarán a reducirse, y desaparecerán los dolores y la rigidez. El organismo al completo se sentirá más «una unidad», pues los tejidos conectivos que mantienen las células unidas recuperarán su flexibilidad y elasticidad. Un río de agua pura y limpia fluye con más facilidad y menos trabas que uno lleno de lodo e inmundicia. Una de las funciones más relevantes del hígado es mantener la sangre fluida a fin de que ésta pueda distribuir de manera adecuada los nutrientes a las células, recoger los residuos y transportar las hormonas mensajeras a sus respectivos destinos. La sangre espesa es el común denominador de la mayoría de las enfermedades y se hace evidente, entre otros síntomas, por el cansancio y la falta de flexibilidad en ciertas partes del cuerpo. Si la espina dorsal y las articulaciones experimentan continuamente un estado de rigidez y dolor, significa que la mayoría de los órganos internos sufren problemas circulatorios. Cuando los cálculos biliares dejan de congestionar el hígado, la circulación sanguínea mejora considerablemente, y ello conlleva una mayor flexibilidad y movilidad del cuerpo. Hacer ejercicio de manera regular y adecuada ayuda a mantener la recién encontrada flexibilidad. Un cuerpo flexible indica, asimismo, una mentalidad abierta y adaptable. Pero un cuerpo rígido, por el contrario, es señal de una mente rígida y temerosa. A medida que el cuerpo se abastece de sangre más fluida, y las estructuras endurecidas comienzan de nuevo a ablandarse, la actitud mental también en este caso se torna más expansiva y complaciente. Esto aumenta nuestra capacidad de captar las oportunidades de la vida en el momento presente, y añade más alegría y satisfacción a todos y cada uno de nuestros días.

Detener el proceso de envejecimiento Muchas personas consideran que el envejecimiento es un fenómeno inevitable que, al igual que una enfermedad, les llegará de manera irreversible. Sin embargo, ese punto de vista sólo contempla las consecuencias «negativas». Pero el envejecimiento también puede observarse como un proceso de crecimiento que enriquece, proporciona más sabiduría y mejora las experiencias y la madurez – aspectos todos ellos que rara vez se encuentran cuando uno es joven. La vertiente

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negativa del proceso de envejecimiento, con la que la mayoría de la gente se identifica, es un trastorno metabólico que se desarrolla gradualmente a lo largo del tiempo. Los efectos no deseados del envejecimiento son el resultado de un mal funcionamiento a nivel celular. Cuando las células del cuerpo no pueden eliminar sus residuos metabólicos diarios de manera rápida, algunos de ellos se acumulan en las membranas celulares. En realidad, éstas se convierten en «cubos de basura» celulares. Las células no pueden deshacerse por sí solas de sus desperdicios debido a que el tejido conectivo que las rodea se encuentra también congestionado con otros desechos (como consecuencia del bloqueo linfático). Con el tiempo, este ineficaz proceso de excreción se va tornando más pronunciado y aparente. La «basura» retenida llega a bloquear el suministro de oxígeno, nutrientes y agua de las células e incrementa el grosor de sus membranas. Las membranas celulares de un recién nacido son muy delgadas, casi incoloras y transparentes. Hoy en día, por lo general, una persona de unos setenta años tiene unas membranas celulares al menos cinco veces más gruesas que las de un bebé. Las membranas suelen tener, por lo general, un color café, e incluso negro en algunos casos. Al proceso degenerativo celular solemos denominarlo generalmente envejecimiento. En el envejecimiento normal, que se inicia exactamente con el principio de la vida, todas las células son reemplazadas de manera rutinaria por nuevas células. Sin embargo, en un proceso anómalo de envejecimiento, las nuevas células no son tan sanas como las viejas. Los tejidos afectados o grupos de células sustituidas se han debilitado y sufren desnutrición, lo que implica que las nuevas células tengan ya un inicio bastante pobre. Por tanto, al cabo de poco tiempo, las membranas de las nuevas células también se congestionan. Ni siquiera tienen la oportunidad de desarrollarse como células jóvenes y sanas. A medida que cada vez más y más células y sus tejidos conectivos circundantes se van saturando de sustancias tóxicas, más órganos empiezan también a deteriorarse y envejecer. La piel, el órgano más grande del cuerpo, comienza, asimismo, a desnutrirse. Como consecuencia, puede perder algo de su antigua elasticidad, cambiar de color, tornarse seca y dura, y desarrollar manchas que no son más que residuos metabólicos. En esta etapa, el aspecto negativo del envejecimiento resulta incluso visible en el aspecto exterior. Por consiguiente, es obvio que el envejecimiento externo, resultado de un metabolismo celular defectuoso, empieza en el interior del organismo. Las principales causas de un inadecuado metabolismo celular son las malas

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digestiones y los trastornos hepáticos. Ambas funciones mejoran en gran medida cuando se expulsan todos los cálculos biliares del hígado y la vesícula y se eliminan otras sustancias tóxicas de órganos, tejidos y células por medio de simples métodos de limpieza (como los que aquí se indican). Tan pronto como las células comienzan a eliminar su «piel negra» (resultado natural de la limpieza), aumenta la absorción de oxígeno, nutrientes y agua, así como la vitalidad celular. A medida que la digestión y el metabolismo siguen mejorando, las células, en lugar de estar viejas y cansadas, se tornan de nuevo jóvenes y dinámicas. Precisamente aquí, el proceso real del envejecimiento se revierte y, en cambio, adquieren importancia los aspectos positivos del paso del tiempo.

Belleza interior y exterior Los resultados constantes de un mejor metabolismo celular afectan tanto al sentimiento de bienestar interior como al que se proyecta al exterior. Las personas mayores realmente sanas tienen un aspecto radiante y juvenil. La gente joven con un organismo tóxico y fatigado puede tener un aspecto bastante avejentado. Naturalmente, si se quiere alcanzar la belleza exterior, primero debe desarrollarse la interior. Si el cuerpo acumula muchos desechos, no puede inspirar un sentimiento de belleza y valor. Todavía existen grupos de indígenas que viven en lugares remotos y disfrutan de una perfecta salud y de vitalidad, algo que logran purgándose el hígado, los riñones y los intestinos con aceites, plantas y tisanas. Estas prácticas se han ido perdiendo en las sociedades modernas, las cuales hacen más hincapié en mejorar su apariencia física superficial y, en el caso de padecer una enfermedad, solucionando los síntomas y no las causas. Las personas que han realizado una serie de limpiezas hepáticas manifiestan sentirse mucho mejor con su cuerpo, su vida y su entorno. En muchos casos, la autoestima de las personas y su capacidad para apreciar a los demás mejora a medida que el cuerpo se va purificando. La limpieza hepática puede contribuir en gran medida a desarrollar la vitalidad y la belleza interior, y no sólo detiene el proceso de envejecimiento, sino que también hace sentir al individuo más juvenil y atractivo, sea cual sea su edad.

Mejorar la salud emocional 166

La limpieza hepática tiene implicaciones directas en cuanto a la forma en que uno se siente consigo mismo y con los demás. Bajo el asedio del estrés, nos podemos sentir irritados, molestos, frustrados o, incluso, iracundos. La mayoría de la gente supone que el estrés está relacionado con los problemas que le depara la vida, pero esto sólo es cierto en parte. Nuestra respuesta frente a ciertos hechos, situaciones o personas sólo es negativa porque no podemos afrontarlos. El hígado, que mantiene las funciones del sistema nervioso proveyéndolo de nutrientes vitales, también determina nuestra respuesta frente al estrés. Los cálculos biliares impiden una adecuada distribución de nutrientes, lo que obliga al cuerpo a tomar varias medidas de emergencia, entre ellas, una secreción excesiva de hormonas del estrés. Esta medida urgente ayuda, aunque durante poco tiempo, a mantener las funciones corporales, pero, tarde o temprano, el equilibrio corporal se altera y el sistema nervioso se desequilibra. Ante este estado de desequilibrio, cualquier presión externa o situación difícil puede llegar a desencadenar una respuesta de estrés exagerada que, a su vez, produce un sentimiento de agobio o estrés. Nuestra salud emocional está íntimamente relacionada con nuestra salud física. Limpiar el hígado y mantenerlo limpio ayuda a preservar el equilibrio emocional. Cuando se eliminan los cálculos biliares se erradica también cualquier sentimiento de ira y resentimiento albergado durante mucho tiempo (el cuerpo retiene diversas emociones en distintas partes el organismo). El alivio que uno siente al dejar atrás situaciones no resueltas aportará una nueva sensación de plenitud. Este sentimiento de libertad y euforia que generalmente se experimenta casi inmediatamente después de una limpieza hepática es sólo una muestra de lo que se puede esperar una vez que el hígado y la vesícula estén completamente limpios.

Mayor claridad mental y más creatividad La claridad mental, la memoria, la creatividad y la capacidad de concentración y atención dependen de lo nutridos que estén el cerebro y el sistema nervioso. Un sistema circulatorio ineficaz ejerce un efecto de embotamiento e inhibición en todos los procesos mentales, y ello, a su vez, aumenta el estrés y la tensión nerviosa. A cada nueva limpieza hepática que se realice, se notará una mejora continua de las facultades mentales. Muchas personas manifiestan que sienten la mente más relajada y menos confusa. Otras hablan de un repentino flujo de ideas que les ayuda a mejorar su rendimiento en el trabajo, así como su creatividad. Los artistas

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generalmente experimentan una apertura a una nueva dimensión en sus expresiones creativas, entre ellas una percepción más acentuada del color, las formas y las figuras. Las personas relacionadas con las técnicas de crecimiento personal o autoayuda descubrirán que la eliminación de los cálculos biliares les ayuda a profundizar más en su interior y a sacar más provecho de su fuerza mental. La limpieza hepática ayuda específicamente a equilibrar el chakra del plexo solar. El plexo solar representa el centro de energía corporal encargado de la voluntad, la absorción y la distribución de la energía, así como de las funciones del hígado, la vesícula, el estómago, el páncreas y el bazo. Esta centralita de las actividades físicas y emocionales actúa de forma más desahogada tras realizar una serie de limpiezas hepáticas.

28 Para aprender más acerca de las cuatro principales causas que originan las enfermedades, cómo se desarrollan, las verdaderas razones del cáncer, de las enfermedades coronarias, la diabetes y el sida, véase A. Moritz, Los secretos eternos de la salud.

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Opiniones acerca de la limpieza hepática

«La limpieza hepática marca un antes y un después! Soy una mujer de cuarenta y seis años y he tenido problemas de salud prácticamente toda mi vida. De niña tenía problemas leves, aunque numerosos y constantes. Ya de adulta, esos pequeños problemas de salud pasaron a mayores. Mi camino en busca de la salud ha sido largo y especialmente difícil. Me han introducido sondas con cámaras en el cuerpo, me han llenado de agujas, me han hecho escáneres y radiografías, me han inyectado contrastes y me han operado cinco veces. He tomado muchísimos fármacos, en grandes dosis, de altas a excepcionalmente altas, sobre todo antibióticos. Siempre mejoraba durante un tiempo, pero mis problemas seguían reapareciendo en distintas partes del cuerpo, y los síntomas cada vez eran peores a los anteriores. Finalmente, harta del sistema sanitario y al límite de la locura, decidí probar la medicina naturista. Leí todo lo que caía en mis manos sobre ella, dejé de tomar medicamentos, cambié de dieta y me sometí a una serie de tratamientos de hidroterapia del colon. La cosa empezó a funcionar. Mi salud mejoró muchísimo, pero aún necesitaba actuar más a fondo. No tenía energía y debía seguir una dieta estricta para evitar volver a tener problemas digestivos. Entonces, un día, una amiga mía –¡que Dios la bendiga!– me dio un libro que creyó que me podía interesar: Limpieza hepática y de la vesícula. Desde entonces he realizado seis limpiezas. Aún no he completado el tratamiento, pero la diferencia es tan evidente que puedo hablar de ello por experiencia. Los últimos seis meses han sido verdaderamente sorprendentes. Hasta el momento he expulsado cerca de dos mil cálculos, que tienen desde el tamaño de un guisante al de una pelota de golf. Además, la recompensa ha sido extra, ya que también expulsé un pequeño tumor y varias clases de parásitos. El cambio de ser una persona enfermiza y frágil a una fuerte y vital es increíble. Mis digestiones han cambiado de tal forma que ahora puedo decir que son como las de cualquier persona normal, algo que nunca antes había experimentado. Desde que tengo uso de razón, recuerdo haber tenido problemas de sinusitis, ahora, a medida que mis alergias desaparecen, también lo hace esta enfermedad. Mis amigos y mi familia han

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sido testigos de estos espectaculares cambios, y apenas pueden creerse la cantidad de energía que tengo ahora. Mis cambios físicos y mentales son tan extraordinarios que simplemente quiero gritarlo a los cuatro vientos. La vida no puede ofrecerme nada mejor. Cada día me siento agradecida e impulsada a compartir la experiencia de Limpieza hepática y de la vesícula con todo aquel que desee ayudarse a sí mismo de manera natural y permitirse una nueva vida. Todo esto es algo tan nuevo para mí que me despierto pensando que sólo ha sido un sueño. ¡Pero mi sueño se ha hecho realidad! Una vida sin salud no es vida ¡Esto es verdaderamente increíble, mi vida por fin ha empezado!» Debbie Pérez Alemania ******* «Hace unas tres semanas que he acabado mi décima limpieza hepática y, en esta última ocasión, no he expulsado ningún cálculo. Durante doce meses he expulsado más de nueve mil piedras. Estoy mucho mejor de salud, no estoy cansado y tengo mucha energía. Durante los doce meses anteriores a las limpiezas, sufrí una enfermedad tras otra, innumerables infecciones de panadizos herpéticos en los dedos que me obligaron a ingresar en un hospital y recibir anticuerpos por vía intravenosa. Después tuve la varicela, seguida de varios herpes, que me han dejado cicatrices. Más tarde tuve una encefalitis que me afectó a la vista. Debo admitir que llegó un momento en que ni siquiera tenía mucho interés en recuperarme. Sufrí diarreas durante mucho tiempo, y también una terrible infección bucal que, según mi dentista, me destrozó gran parte de la mandíbula. Pero ahora vuelvo a sentirme bastante bien y todo se lo debo a usted y a su maravilloso libro. Le deseo lo mejor.» Robert M. Gran Bretaña ******* «A uno de mis pacientes, un hombre de treinta y tres años que desde los diez sufría dolores de cabeza, le extirparon hace dos años un tumor cerebral benigno. Al cabo de un año de la operación, seguía teniendo dolores; durante varios días no podía trabajar y tenía que quedarse en cama con sudores fríos y temblores. El cirujano le abrió de nuevo la cabeza para “aliviar presión del fluido” (yo, que soy terapeuta craneosacral, puedo hacer lo mismo con las manos). Los dolores de cabeza 170

persistían y aparecieron unos episodios extraños con hormigueos que le duraban hasta treinta segundos varias veces al día, lo que representa un gran problema a la hora de conducir. Le aconsejé realizar limpiezas hepáticas y ya lleva dos. Las tres semanas después de la primera limpieza han sido “las mejores en muchos años”, “sin dolores ni episodios extraños”. Su semblante es claro y saludable y tiene unos ojos brillantes y claros. Además, se encuentra de maravilla. En la segunda limpieza ha expulsado miles de cálculos; no podía creérselo. Está realmente agradecido y complacido con los resultados y con el libro.» Geoffrey M. Terapeuta, Reino Unido ******* «Creo que le gustará conocer el último informe de mi cardiólogo, a cuya consulta fui el pasado lunes, simplemente porque ya había pasado un año desde mi infarto.» Así se iniciaba el correo electrónico que me envió recientemente Susan, una paciente de sesenta y dos años que vive en Arizona. «Mi médico se quedó un poco preocupado la primera vez –continuó– porque le comenté que desde agosto no tomaba la medicación. Me dijo que probablemente me recetaría un par de medicamentos para volver a empezar, pero que antes quería hacerme un ecocardiograma y una prueba de estrés. Accedí a hacerme ambas pruebas en su consulta. Cuando estaba en la cinta, me sentí cansada y se lo dije a los auxiliares, que me contestaron: “Usted puede que esté cansada, ¡pero su corazón, no!”. Me comentaron que ambas pruebas, tanto el ecocardiograma como la prueba de estrés mostraban unos parámetros normales. Cuando el cardiólogo volvió a la consulta me dijo que estaba “totalmente sorprendido, llana y simplemente sorprendido. Estas pruebas revelan un corazón sano, ¡sin problema alguno! Así que vuelva a casa, siga haciendo lo que está haciendo y vuelva dentro de seis meses”. No volvió a decirme nada de medicamentos.» El correo terminaba diciéndome lo agradecida que estaba por mis consejos y recomendaciones, gracias a los cuales había recuperado la salud. Susan es una de las miles de personas a las que se les diagnosticaron problemas cardíacos incurables que, con el tratamiento de la limpieza hepática y unos cambios de dieta y estilo de vida, superó los malos pronósticos. Susan M. 171

Arizona ******* «He tenido cálculos biliares durante aproximadamente quince años. La primera vez que me hice la limpieza, expulsé miles de piedras. Las últimas salieron adheridas entre sí formando una piedra del tamaño de mi puño. El proceso fue totalmente indoloro.» P. B. España ******* «Tengo 46 años, soy administrador de una empresa del medio oeste de Estados Unidos y necesito medicarme para el hipotiroidismo que sufro. Para comprobar el estado del sistema endocrino, tengo que realizarme dos análisis de sangre al año. Hace dos años, los análisis mostraron un nivel de colesterol de 229 mg % (200 mg por cada 100 ml). Mi endocrino quería que comenzara un tratamiento con un fármaco llamado Lipitor29, a lo que me negué rotundamente. Después, fui a visitar a Andreas Moritz y él me indicó cómo adecuar mi dieta y limpiar el hígado. Tras la segunda limpieza hepática, el nivel de colesterol en sangre descendió a 177 mg %. Mi médico, de sesenta y cinco años, no podía creer el resultado, pues nunca había visto una recuperación tan rápida. Se quedó intrigado y quiso saber más acerca de la limpieza hepática. Por otra parte, en los dos últimos años, he podido reducir la dosis de synthroid® para el hipotiroidismo, de 0,175 a 0,125 mcg, y sigue a la baja. Hace poco tiempo, he realizado la sexta limpieza hepática y deseo que mi salud y vitalidad sigan mejorando.» Bryant Wangard Minnesota, Estados Unidos ******* «Al día siguiente de realizar una irrigación de colon, y tras expulsar aproximadamente 150 piedras, advertí de repente algo en el colon. Después, noté que ese algo se iba moviendo desde el principio hasta el final del colon, algo muy extraño. Sentí que llegaba hasta el final, pero no salía. Esperé dos días y, como no 172

sucedía nada, tomé Colosan.30 El tercer día, las deposiciones eran prácticamente líquidas por efecto del Colosan; sin embargo, al observarlas, vi un cálculo biliar del tamaño de una pelota de golf, y otros del de una moneda de 50 céntimos. No me lo podía creer. Llamé a mi terapeuta y le pedí otra sesión de irrigación del colon, pues intuí que no había expulsado todo. En la irrigación expulsé otras cien piedras del tamaño de monedas de 10 céntimos. Pensé que seguramente eso sería lo último; sin embargo, durante los siguientes cuatro días, a cada evacuación, expulsaba más y más piedras. Finalmente creo que me eliminé más mil piedras en total, grandes, medianas y pequeñas. ¡Qué alivio! Fue toda una experiencia; quién diría que un cuerpo tan pequeño podía albergar tantas piedras y tan grandes. Mi energía ha aumentado de forma espectacular y tengo un vientre plano y suave. ¡Valgo un dineral!» D. P. Alemania ******* «Recientemente he terminado la novena limpieza hepática y estoy entusiasmadísimo con los resultados. Al final de esta última sesión de limpieza, expulsé un cálculo calcificado que medía algo menos de 6,3 centímetros de largo por 3,8 de ancho (veáse figuras 6b y 6c), seguido de cerca de cien cálculos pequeños, pero igualmente calcificados. Aparentemente, llevaban varios años obstruyendo la vesícula y, por tanto, no dejaban que el hígado desintoxicara correctamente la sangre y el cuerpo. A cada limpieza, he ido expulsando cientos de piedras y el resultado inmediato ha sido extraordinario: ojos más limpios y brillantes, una actitud más alegre, una notable disminución de los sentimientos de ira y frustración, así como una mejora de la capacidad digestiva. Pero nunca podía imaginar lo que me iba a suponer esa novena limpieza. Dolores y malestares que llevaba soportando durante muchos años desaparecieron de la noche a la mañana, incluida una rigidez crónica en cuello, hombros, espalda y articulaciones. Cuando, durante una sesión de shiatsu o con el quiropráctico me presionaban ligeramente, después sentía unos dolores intensos en todo el cuerpo. Ahora, el dolor ha desaparecido por completo. Antes de empezar este tratamiento de limpieza, tomaba más de una docena de fármacos y suplementos vitamínicos. Tras una sola limpieza hepática, pude dejar de tomar el medicamento para la tiroides que tomaba desde hacía cinco años. Soy una mujer de mediana edad que me encuentro en la premenopausia, y me sorprendió que, tras unas cuantas limpiezas hepáticas, volviera a tener la

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menstruación; de ello deduje que mi prematura menopausia pudo deberse a la congestión del hígado y del colon. Entre otros sorprendentes y maravillosos beneficios, se halla el de haber recuperado la apetencia sexual, pero haber perdido la apetencia por la comida «basura» y, en general, tener una actitud más juvenil, mucho más feliz y optimista que en los últimos diez años. Mi total gratitud a Andreas Moritz por darnos a conocer esta valiosa herramienta y, en mi caso, por salvar mi vida.» L. M. California, Estados Unidos ******* «Hasta la limpieza número once, en realidad no tuve mucho que decir, salvo que había expulsado más de dos mil piedras. Sin embargo, desde la última limpieza, hace más de 13 días, he de confesar que ya no tengo rastro alguno de acné en la cara, como mínimo desde hace 13 días (¡y continúa!), algo que no me ocurría desde los catorce años. Ha sido un gran cambio para mí, pues, durante veintidós años, he evitado mirarme al espejo cada mañana. A pesar de que de adulto el acné ha sido relativamente leve, seguía siéndome incómodo. Mi época de estudiante en el instituto fue particularmente dolorosa debido a la severidad de mi acné. Creo que es un milagro poder mirar a alguien a los ojos sin sentirme mal por mi aspecto. ¡Me siento fantásticamente!» P. V. Minnesota, Estados Unidos ******* «He realizado cuatro limpiezas y he expulsado un gran número de piedras. Me habían aconsejado operarme de urgencias el pasado octubre, pero ahora el dolor ha desaparecido y mis digestiones continúan mejorando.» Alexei Estados Unidos

Mi propia historia «Cuando tenía ocho años, mi tío –el iridólogo31 más importante de Alemania en 174

esa época– me examinó los ojos y me dijo que tenía “piedras” en el hígado. Desde los seis años comencé a padecer problemas digestivos. Durante los doce años siguientes tuve muchos problemas de salud, como artritis reumatoide juvenil, arritmias, estreñimiento, migrañas y cefaleas crónicas, pesadillas, enfermedades de la piel y una ligera escoliosis. Cada cuatro o cinco meses sufría desvanecimientos, cuando estaba de pie en la iglesia, esperando en un banco o en la oficina de correos. Los desmayos eran cada vez más intensos e iban seguidos de vómitos y diarrea. Después tenía que quedarme en cama varios días. Ningún médico supo darme una explicación acerca de esos debilitantes síntomas. A los quince años comencé a estudiar seriamente el sistema digestivo y cambié de dieta en numerosas ocasiones con el propósito de averiguar qué tipo de alimentos eran los que me producían esos trastornos. Finalmente, me di cuenta de que, literalmente, había estado envenenándome con alimentos de origen animal (carne, pescado, huevos, queso, leche). Tras eliminar esos alimentos de mi dieta, la mayoría de los síntomas desaparecieron. Sin embargo, el hígado parecía estar débil, la escoliosis continuaba y tenía tendencia a sufrir nuevos episodios como los anteriores. Diez años más tarde, los desmayos se convirtieron en ataques de vesícula. Las piedras que mi tío había visto años atrás habían aumentado de tamaño y se habían multiplicado. (Nota: si no se expulsan todas las piedras, éstas siguen bloqueando el flujo biliar, lo que incrementa la formación de cálculos biliares.) En total, sufrí más de cuarenta ataques extremadamente dolorosos que duraban entre tres y diez días cada uno. Por lo general, llegaban acompañados de vómitos y diarrea, dolores de cabeza, fuertes dolores de espalda y noches en vela. Dado que nunca había tomado calmantes, medicamentos o vacunas en mi vida, no deseaba recurrir a ese tipo de paliativos. Además, estaba determinado a descubrir la verdadera solución a este problema. Comencé a experimentar con diferentes hierbas, tratamientos y sistemas de limpieza hepática que diversas culturas habían utilizado durante miles de años. De todos los métodos investigados, probados y analizados, el que me resultó más eficaz es el que describo en este libro. Durante mi primera limpieza hepática real, expulsé quinientos cálculos biliares. Los ataques de vesícula desaparecieron a partir de ese mismo día, y otros problemas, como los dolores de cabeza y de articulaciones, la escoliosis y los problemas digestivos, fueron mejorando tras cada limpieza. Tras realizar doce limpiezas y expulsar más de 3.500 cálculos biliares, el hígado quedó completamente limpio, y mi salud fue la que siempre quise que fuera.» Andreas Moritz 175

Greer, Carolina del Sur, Estados Unidos

29 Para más información sobre Lipitor y el colesterol alto, véase capítulo 1. 30 El Colosan es eficaz en la limpieza del colon; se habla de él en el libro de A. Moritz, Los secretos eternos de la salud. 31 La iridología o ciencia de interpretación de los ojos es un método de diagnóstico aceptado en la práctica médica en Alemania y otros países. Esta ciencia puede revelar rápidamente la existencia y las causas de malestares físicos a través de un cuidadoso estudio del iris.

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Preguntas frecuentes

A continuación, se mencionan algunas de las preguntas más frecuentes y sus correspondientes respuestas sobre temas relacionados con los cálculos biliares, la limpieza hepática y la salud del colon. P. –¿Podría considerarse natural o incluso ventajoso tener cierto número de cálculos biliares en el hígado? R. –Por supuesto que no. Los conductos biliares transportan la bilis de las células hepáticas hasta el tracto intestinal de modo parecido a las cañerías que abastecen de agua a las casas o a los campos. La obstrucción de los conductos biliares impide que el oxígeno y los nutrientes lleguen a las células hepáticas, algo que va en contra de la función natural del organismo. Por consiguiente, no existe ventaja alguna en tener los conductos biliares obstruidos. La bilis, además, transporta las toxinas que el hígado elimina; los conductos biliares congestionados impiden esa función vital, dañan al hígado y contribuyen a que la toxicidad se extienda por todo el cuerpo. P. –Tras una irrigación del colon y de mi última limpieza hepática, estuve varios días expulsando piedras y me sentí muy fatigado hasta acabar de expulsarlas todas. ¿Cómo puedo estar seguro de que las piedras que desechó el hígado las eliminará también mi cuerpo? R. –La mayoría de las personas eliminan las piedras restantes durante la irrigación colónica que sigue a la limpieza hepática. Si sigue sintiendo aturdimiento, cansancio u otros síntomas de toxicidad en el organismo, utilice algún limpiador intestinal como el colosan, el zumo de áloe vera, el aceite de ricino y otros purgantes similares. Continúe empleándolos hasta que desaparezcan esas molestias. En los casos de bloqueos intestinales o congestiones más severas, podría ser necesaria una segunda irrigación del colon. Estas dificultades, de por sí extrañas, se deben generalmente a un «colon espástico», un trastorno que afecta a la movilidad intestinal en una porción del intestino grueso. P. –Estoy embarazada, ¿puedo llevar a cabo la limpieza hepática? 177

R. –A pesar de que la limpieza del hígado no presenta efectos secundarios en la madre o en el bebé, como medida de seguridad es mejor posponer la limpieza hepática hasta seis semanas después del parto. Sin embargo, si se tiene previsto un embarazo, yo recomiendo que antes del mismo se realice una serie de limpiezas hepáticas para eliminar los cálculos biliares antes de la concepción. De este modo se asegura la óptima salud de la madre y del bebé durante el embarazo y después del parto. Doy testimonio de varias embarazadas que han realizado esto y no han tenido ningún problema. P. –No tolero el zumo de manzana. ¿Existe alguna alternativa? R. –Según parece, el ácido málico que contiene el zumo de manzana reúne las mejores propiedades para preparar al hígado y la vesícula para expulsar los cálculos biliares de una manera fácil y eficaz. Trate de tomar el zumo muy lentamente y/o dilúyalo con un poco de agua. Si aun así no tolera el zumo de manzana, puede sustituirlo por 1.500-2.000 mg de ácido málico en polvo, disuelto en dos vasos de agua. El zumo de arándanos, la hierba lisimaquia y el vinagre de manzana son otras alternativas satisfactorias (véase más detalles en el capítulo 4). P. –¿Qué es mejor, hacer las limpiezas cada dos o tres semanas, o espaciarlas más, por ejemplo, una cada dos o tres meses? R. –Eso lo debe decidir cada persona. Yo recomiendo que, una vez se haya empezado a limpiar el hígado, se siga haciéndolo regularmente hasta eliminar todos los cálculos. A veces, estar dos meses o más sin realizar una limpieza dificulta la siguiente o hace que se consigan peores resultados. Tras una limpieza hepática, tienen que transcurrir aproximadamente dos semanas para que un número suficiente de cálculos biliares hayan pasado del fondo del hígado a los dos conductos hepáticos (que salen de éste) y valga la pena otra purga. Si se desea, puede realizarse una limpieza cada tres semanas hasta que ya no se expulsen más piedras, o bien dejar que transcurra más tiempo entre cada sesión. Si se decide hacer las limpiezas cada dos semanas, hay que comenzar a tomar el zumo de manzana dos semanas después de la última purga. La mayoría de las personas prefiere realizar una limpieza al mes. En cualquier caso, lo importante es eliminar todas las piedras, grandes y pequeñas. Unas cuantas piedrecitas agrupadas en uno de los conductos biliares mayores pueden producir importantes síntomas en el organismo, como indigestiones, inflamaciones y dolores de cabeza y de espalda, entre otras cosas. P. –¿Debo evitar realizar la limpieza hepática durante la menstruación?

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R. –A pesar de que la limpieza hepática es eficaz aunque se realice durante la menstruación, es más conveniente y cómodo someterse a una limpieza de hígado antes o después del período menstrual. Además, las hemorragias menstruales son otra forma de limpieza del organismo, y lo mejor es no limpiar en dos frentes a la vez. P. –¿Es realmente necesario realizar una irrigación del colon antes y después de cada limpieza hepática? R. – Para obtener mejores resultados, la limpieza hepática siempre debe ir precedida y seguida de algún tipo de limpieza de colon (véase «Mantener limpio el colon», en el capítulo 5). El método más rápido y fiable de liberar al colon de segmentos espásticos o congestionados es mediante una irrigación. Una vez que el terapeuta del colon le diga que tiene el colon limpio, puede omitir la irrigación del colon previa a la limpieza hepática y sustituirla por otro método de limpieza del colon. Sin embargo, continúe irrigando el colon después de cada limpieza hepática, preferiblemente durante los tres días posteriores. La irrigación que sigue a la limpieza elimina cualquier cálculo que haya quedado en el colon. La experiencia indica que siempre quedan algunas piedras, las cuales pueden convertirse en una fuente de toxicidad, irritación o inflamación. Recomiendo encarecidamente no llevar a cabo la limpieza hepática sin realizar después una irrigación o utilizar una tabla Colema. P. –He realizado hasta ahora tres limpiezas hepáticas y he eliminado entre 9001.000 piedras en total, de todos los tamaños y colores. La mayoría de las piedras las expulsé durante la segunda y tercera limpieza. ¿Cuándo podré decir que estoy bien del hígado? R. –Sus funciones hepáticas empezaron a mejorar desde el momento en que expulsó las primeras piedras. Los cálculos biliares que congestionan los conductos biliares sofocan el entorno de las células hepáticas. La eliminación de esas piedras por medio de la limpieza hepática ayuda a las células a «respirar» de nuevo, a producir más bilis y a desintoxicar la sangre con mayor eficacia. A pesar de que los grandes conductos biliares continúan obstruyéndose a medida que los conductos más pequeños les pasan más piedras, finalmente todos quedan limpios (tras repetidas limpiezas). Una vez eliminadas todas las piedras, el hígado en su totalidad se cura por sí mismo y restablece sus funciones normales. Es a partir de ese momento cuando notará los beneficios de la limpieza.

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P. –¿Aproximadamente cuánto tiempo se necesita para constatar los beneficios de una serie de, por ejemplo, seis u ocho limpiezas hepáticas? R. –Una vez que el hígado ha expulsado los últimos cálculos biliares, las funciones digestivas mejoran de manera significativa, lo que beneficia a todo el organismo. Esto también proporciona al cuerpo la oportunidad de limpiarse y de reparar los daños que ha ocasionado la acumulación de cálculos en el hígado y en la vesícula. Cualquier reacción resultante de la eliminación de las piedras debe considerarse un efecto positivo. Si, además, se eliminan otras causas de enfermedades (véase en el capítulo 5 «Guía práctica para eliminar los cálculos»), se tratará de una fase breve a la que seguirá un renovado bienestar y vitalidad. Una vez que el hígado está limpio, se precisa un plazo aproximado de seis meses para que todas las funciones hepáticas vuelvan a funcionar normalmente. Tener un hígado limpio es una de las mejores garantías para tener una vida libre de enfermedades. P. –Tengo setenta y seis años y sufro osteoporosis, problemas digestivos y otros trastornos. ¿Puedo, a mi edad, beneficiarme de la limpieza hepática? R. –La edad no es un impedimento para disfrutar de un cuerpo sano. Mientras se está vivo, la limpieza hepática ayuda a mejorar las funciones del hígado, y, por tanto, a incrementar la distribución de nutrientes y de energía a todas las células del organismo. El aspecto negativo del envejecimiento no es más que un estado progresivo de desnutrición y toxicidad, que puede solucionarse con una serie de limpiezas hepáticas y de ajustes en la dieta. Los ancianos responden muy bien a las limpiezas hepáticas y muestran una mejora en la energía, la movilidad física, la claridad mental, el apetito, la cuestión sensorial y la apreciación personal. Además de la mejoría física y mental, con frecuencia comentan que «se sienten renacer». Ningún anciano debería morir de debilidad. Si se introdujera la limpieza hepática en las residencias y en los centros de día de la tercera edad, sería de gran ayuda para restablecer la salud, la dignidad y la autosuficiencia a esas personas, e incluso para que iniciaran una nueva y vital etapa en sus vidas. P. –Me han diagnosticado un hígado graso por medio de ultrasonidos. Tengo todo el cuerpo hinchado y varios bultos en los pechos y en la tiroides. El colesterol en sangre es elevado y constantemente vomito los alimentos que ingiero. ¿Podría ayudarme la limpieza hepática? R. –No existe una terapia médica que elimine los depósitos grasos del hígado. No obstante, usted y su médico podrán comprobar cómo se eliminan esos depósitos grasos del hígado una vez se hayan expulsado todas las piedras que tiene en los 180

conductos biliares. El hígado puede tener esos depósitos por varias razones, entre otras, el exceso de proteínas, el consumo de azúcar y alcohol, el estrés, la falta de un sueño de calidad, y, ante todo, debido a la acumulación de sustancias nocivas. Cualquiera que sea la causa de la congestión hepática, la limpieza repetida de este órgano hará que mejoren gradualmente sus funciones y, en gran medida, lo restablecerá. Solicite que le realicen un nuevo escáner (a pesar de que yo no los recomiendo) tras una sexta u octava limpieza y deje que el médico que le atiende lo coteje con el primero. La diferencia será abismal. Una vez que el hígado queda libre de esos depósitos grasos, otros depósitos similares en otras partes del cuerpo también desaparecen, como, por ejemplo, en los senos, la glándula tiroides, las arterias, etcétera. Todo ello está estrechamente relacionado con una dieta equilibrada, baja en proteínas y preferentemente vegetariana, y también con un estilo de vida saludable. P. –¿Pueden tener las sales de Epson efectos secundarios? A mí me causan irritación en el ano durante la limpieza hepática. R. –Las sales de Epson (sulfato de magnesio) se encuentran en las regiones montañosas y forman parte de las sales marinas. También pueden fabricarse sintéticamente, mezcladas con minerales naturales. Cuando el hígado está congestionado, las sales de Epson no tienen efectos secundarios. La irritación del ano que comenta se debe a las fuertes toxinas que se liberan durante la limpieza, no a las sales de Epson. Cuando el tracto gastrointestinal está completamente limpio de sustancias tóxicas, el magnesio de las sales de Epson simplemente se absorbe, sin causar más evacuaciones (el magnesio es un poderoso laxante). En ese caso no existe irritación y, por tanto, ningún efecto secundario, como calambres, gases, mal aliento, etcétera. Estos trastornos se deben tan sólo a la liberación de toxinas. Las sales de Epson se alteran químicamente tras su paso por el intestino delgado. En otras palabras, estas sales, cuando llegan al colon, ya no tienen la misma estructura que cuando se ingirieron. Si comprueba que durante una limpieza satisfactoria, las últimas ocho o diez evacuaciones de la mañana o de la noche son tan sólo de agua, sin piedras o sustancias blanquecinas formadas por colesterol, puede reducir a la mitad las dos últimas dosis de sales de Epson. Si es alérgico o no tolera las sales de Epson, puede utilizar citrato de magnesio o algún otro limpiador natural del colon, como el aceite de ricino, Colosan u otros productos a base de una mezcla de óxidos de magnesio (Véase «Información sobre productos», al final del libro). El inconveniente de la mayoría de los limpiadores de colon es que, a diferencia de las sales de Epson, no 181

expanden de forma tan eficaz los conductos biliares para que liberen los cálculos biliares al tracto intestinal, algo esencial en el proceso de la limpieza hepática. P. –¿Existe algún tipo de aceite de oliva que esté especialmente indicado para realizar la limpieza hepática? R. –El aceite de oliva debe estar prensado en frío y ser totalmente puro. Por lo general, el etiquetado como «aceite de oliva virgen extra» es el mejor; sin embargo, debe leerse la etiqueta cuidadosamente para comprobar que no se haya mezclado con otros aceites. Lamentablemente, en algunos países el aceite de oliva que se vende como «virgen extra» contiene hasta un 80 % de aceite de soja. El auténtico aceite de oliva tiene un color amarillo verdoso, mientras que el de cultivo biológico es el que tiene mejor sabor. Si no está seguro de su autenticidad, pruébelo con el test muscular de kinesiología.32 P. –He leído en internet que las piedras que se eliminan por medio de la limpieza hepática son simplemente grumos solidificados de aceite de oliva. ¿Es eso cierto? R. –Ciertos reconocidos herboristas, médicos y establecimientos tratan de desacreditar los efectos beneficiosos de la limpieza hepática diciendo que los cálculos biliares no son más que «cálculos de jabón» a base de aceite oliva o producidos por el hígado en respuesta a una repentina y cuantiosa ingesta de aceite de oliva. Esas personas tienen sus razones para obrar así, y no es mi trabajo comentarlo. Lo que es obvio es que nunca se han hecho una limpieza hepática; de otro modo, verían de qué están realmente constituidas las piedras y qué sucede en el organismo cuando se expulsan. A continuación, aporto unos cuantos datos como respuesta a esas afirmaciones. 1. El aceite de oliva no tiene el olor fétido que desprende la mayoría de los cálculos biliares. 2. El aceite de oliva no puede solidificarse con esa consistencia tan dura, ni siquiera en el supuesto de que se hubiera manipulado o alterado en un laboratorio. Y es totalmente imposible debido al poco tiempo que el aceite permanece en el tracto gastrointestinal y a la total ausencia de agentes emulsionantes. 3. Los cálculos analizados muestran que la mayoría de ellos están constituidos por las sustancias básicas que forman parte del líquido biliar. Es posible que contengan también sustancias orgánicas. Muchos de ellos consisten en capas y capas de bilis vieja, de color verde oscuro, algo que no puede formarse de la

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noche a la mañana. El resto de las piedras son los típicos cálculos calcificados que se encuentran en la vesícula. Las piedras de bilirrubina, de color rojo oscuro o negro, que algunas personas expulsan tras realizar la limpieza no pueden, ciertamente, considerarse «cálculos de jabón». 4. La mezcla de aceite de oliva ni siquiera pasa por el hígado, como sucedería si se mezclara con alimentos. Por consiguiente, durante la limpieza hepática, el hígado no hace más que expulsar cálculos biliares y bilis. Ni el hígado ni el intestino delgado pueden actuar como una fábrica de piedras de jabón. 5. Una vez que el hígado y la vesícula están completamente limpios, tras ingerir la mezcla de aceite y zumo de limón, se deja de expulsar cálculos biliares. Si estas piedras estuvieran realmente constituidas a base de aceite de oliva, aparecerían incluso después de que el hígado estuviera totalmente limpio y los conductos biliares despejados y abiertos. Sin embargo, éste no es el caso. Tras la limpieza hepática, una vez que el hígado está limpio, ya no se expulsan más piedras, independientemente de la cantidad de aceite de oliva que se ingiera. Por otro lado, el aceite de oliva que se toma durante la limpieza hepática no siempre produce los mismos resultados. En una limpieza se pueden extraer sólo cincuenta piedras, mientras que en una posterior pueden llegarse a extraer hasta mil. 6. Hay personas que, debido a su intolerancia al aceite de oliva, han utilizado, por ejemplo, aceite de macadamia de color claro durante la limpieza y han expulsado piedras de exactamente el mismo color verde. Se han encontrado piedras de colesterol exactamente iguales a esas piedras verdes en los conductos biliares de hígados diseccionados. 7. Si las piedras fueran simplemente grumos de aceite de oliva, no tendría sentido que tantas personas sanaran de enfermedades crónicas, como asma, alergias, cáncer, cardiopatías, diabetes e incluso parálisis tras expulsar durante las limpiezas hepáticas numerosos «cálculos de jabón». 8. Hay muchas personas que expulsan piedras de diferentes colores: negras, rojas, verdes, blancas, amarillas y marrones. El aceite de oliva no contiene agentes colorantes que puedan producir piedras de diferentes colores. 9. A los pacientes que han llevado a analizar las piedras que han expulsado les han informado de que la mayoría de ellas estaban constituidas por colesterol y sales. Esas mismas sustancias se han encontrado en las vesículas extirpadas en intervenciones quirúrgicas. Una cantidad muy reducida de «piedras» está constituida por materia orgánica de origen desconocido; se trata de sustancias

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que pueden haberse quedado atrapadas en los conductos biliares junto a los cálculos. 10. Unas pocas personas, entre las cuales me incluyo, a veces han expulsado piedras de color verde durante la noche de la limpieza, antes de haberse tomado la mezcla del aceite de oliva. Otras cuantas, que ya habían realizado diversas limpiezas, han comentado que han expulsado piedras durante la fase del zumo de manzana, sin ayuda del aceite de oliva. En esos casos, las piedras no tenían diferente forma, color ni olor que las expulsadas al final de la limpieza hepática. 11. Es la medicina convencional, y no el autor, la que ha demostrado la presencia de piedras de colesterol en los conductos biliares del hígado. La terminología médica aplicada a estas piedras es piedras intrahepáticas, o piedras biliares. Esas piedras verdes, formadas por colesterol y constituyentes biliares, son realmente aceitosas y se deshacen cuando se exponen tanto a una temperatura más alta como al oxígeno. El colesterol en sí está constituido por un 96 % de agua. Las piedras de colesterol, una vez expulsadas, y cuando permanecen en contacto con el aire, rápidamente sufren un proceso de descomposición, fruto de las bacterias destructivas, algo que no ocurre, sin embargo, mientras están atrapadas en los conductos biliares del hígado. 12. En los archivos médicos de las clínicas universitarias existen muchísimas fotografías de hígados diseccionados que muestran la presencia de esas piedras en los conductos biliares. 13. Es un hecho médicamente probado que millones de personas expulsan un barro verde formado por miles de piedras de colesterol verde en respuesta a la ingesta de alimentos muy grasos. Esas piedras no están constituidas por los aceites o las grasas que ingirieron. Proceden del hígado y de la vesícula, junto a la bilis excretada. Lamentablemente, a diferencia de lo que sucede durante la limpieza hepática, algunas de las piedras quedan atrapadas en el conducto biliar común o incluso en el conducto pancreático. No existe diferencia alguna entre las piedras expulsadas involuntariamente y las que se eliminan voluntariamente durante la limpieza hepática. • La limpieza hepática no es el resultado de un efecto placebo. Las piedras calcificadas que expulsa la vesícula, generalmente después de cinco o seis limpiezas hepáticas, son idénticas a las que se pueden ver en las vesículas diseccionadas. No se desintegran, y conservan su solidez. Tan sólo las piedras semicalcificadas pueden menguar con el tiempo; en cambio, las

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calcificadas permanecen intactas. • Personalmente, he sufrido más de cuarenta ataques de vesícula durante unos diez años. Tenía la vesícula repleta de piedras, lo que me causaba un dolor extremo y una mengua de la columna vertebral, o escoliosis. A partir de mi primera limpieza hepática no volví a sufrir ningún otro ataque. La escoliosis, al igual que otros problemas de salud, desaparecieron tras la limpieza número doce. Después, en ninguna de mis limpiezas anuales, he expulsado más piedras, si bien sigo exactamente el mismo procedimiento. Ahora tengo una vesícula totalmente limpia y que funciona correctamente. • Miles de personas de todo el mundo han salvado la vesícula gracias a la limpieza hepática. Otras han recuperado la salud e incluso han salvado la vida con ella. Quienes de un modo intencionado proclaman y difunden afirmaciones falsas acerca de que la limpieza hepática produce cálculos de jabón privan a sus semejantes, y se privan a sí mismos, de la oportunidad de hacerse cargo de la propia salud, algo que les pesará en la conciencia durante toda la vida. P. –Estoy tomando suplementos dietéticos. ¿Puedo continuar haciéndolo mientras realizo la limpieza hepática? R. –Lo mejor es evitar los suplementos y los fármacos durante la limpieza, salvo que sean absolutamente necesarios. Por otra parte, sería un desperdicio, ya que se expulsarían junto a la bilis y las sales de Epson. Además, los medicamentos y otras sustancias, como, por ejemplo, los somníferos, tienen un efecto supresor que puede inutilizar la limpieza. P. –Hasta el momento, llevo ocho limpiezas hepáticas y me siento muy bien. La mayoría de los síntomas, incluidos las úlceras estomacales, la sinusitis y los dolores de cabeza, han desaparecido. En total, debo de haber expulsado aproximadamente unas 2.500 piedras. Lo que no entiendo es por qué en la primera limpieza no expulsé ninguna piedra y en la segunda sólo seis o siete pequeñas. En la siguiente limpieza, y para mi sorpresa, expulsé unas mil piedras. ¿Cómo se explica que no tuviera éxito con las dos primeras limpiezas? R. –Usted es una de esas raras personas cuyos conductos biliares hepáticos estaban gravemente congestionados con cálculos biliares, y, por ello, necesitó tres limpiezas para ablandar las formaciones endurecidas y descomponerlas. No es cierto que las dos primeras limpiezas no fueran eficaces; lo fueron, hicieron el trabajo pesado, «escarbar», mientras que, en las siguientes limpiezas, simplemente expulsó 185

el material ya extraído, ¡le agradezco su paciencia y perseverancia! P. –A lo largo de cinco limpiezas hepáticas he expulsado más de 1.200 piedras. Sin embargo, en la quinta limpieza, apenas unas veinte. ¿Significa eso que ya tengo el hígado totalmente limpio? R. –No necesariamente. Puede que en las cinco limpiezas haya logrado expulsar todas las piedras acumuladas en una de las dos redes principales de conductos, pero tal vez la segunda red aún esté obstruida. Las siguientes limpiezas lograrán abrir esos conductos, y quizás expulse aún más piedras que en las anteriores, ya que los conductos más obstruidos y resistentes tienden a abrirse una vez se han abierto los menos congestionados. P. –¿Es necesario, tras una limpieza hepática, restituir los electrólitos y la flora intestinal del organismo? R. –A pesar de que la idea de restituir al cuerpo lo que ha perdido en la limpieza suena razonable, he descubierto que es mucho mejor dejar que sea el propio cuerpo el que desempeñe su trabajo. De esta manera, se estimula al organismo a encargarse de sus necesidades, en vez de forzarlo a utilizar «muletas» externas. Por otra parte, es más fácil restituir los electrólitos y las bacterias una vez que el tracto intestinal está limpio. De hecho, el equilibrio bacteriano se restablece en menos de 48 horas. P. –¿Cuál es el papel de los cálculos biliares en las enfermedades infantiles? Usted menciona la diabetes pero, ¿qué hay de la leucemia, la artritis reumatoide juvenil, etcétera? ¿Puede un niño haber producido tantos cálculos biliares en su infancia como para tener que padecer después graves enfermedades? R. –Cada vez está más claro que los cálculos biliares se forman tan fácilmente en los niños como en las personas adultas. De hecho, la edad no es un factor de riesgo para la producción de cálculos. Independientemente de la edad, si un niño o un adulto consume de manera regular refrescos light, hamburguesas o alimentos bajos en grasas, tanto uno como otro tendrán cálculos biliares. Muchos niños se intoxican literalmente a causa de lo que comen o beben, incluidos los populares y «saludables» cereales del desayuno.33 No debe sorprendernos que hoy en día existan tantos niños con cientos y, a veces, miles de cálculos en el hígado. A mayor acumulación, mayor posibilidad de que esos niños sufran enfermedades tan serias como las mencionadas. Yo empecé a tener cálculos biliares antes de los seis años y a sufrir enfermedades a partir de los ocho, como resultado de una dieta a base de proteínas de origen animal. Los niños de 10 y más años pueden llevar a cabo

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limpiezas hepáticas; sin embargo, deben utilizar media dosis de cualquier componente, es decir, la mitad de zumo de manzana, de aceite de oliva, de sales de Epson, etcétera. Los chicos mayores de 16 años pueden utilizar las dosis de los adultos, a menos que tengan una estructura corporal muy pequeña. P. –Cuánto tanto tiempo tarda en formarse en el hígado un cálculo del tamaño de un guisante? ¿Es posible que los cálculos se formen con tanta rapidez como se eliminan? R. –Eso depende de la cantidad de cálculos que ya hayan acumulado, del tipo de alimentos y bebidas que se ingieran y del estado emocional y del estilo de vida de cada individuo. El alcohol, el café y otros estimulantes y diuréticos, como el azúcar y las carnes rojas, producen un engrosamiento inmediato del flujo biliar y, por consiguiente, la formación de piedras. Hay piedras que pueden alcanzar el tamaño de un guisante en pocas semanas. Así pues, para tener el hígado limpio y mantenerlo así, aconsejo seguir la dieta y el estilo de vida que detallo en este libro, además de llevar a cabo una serie de limpiezas hepáticas. P. –Tengo muchos lunares en los brazos y antebrazos, y algunos me han aparecido este último año. ¿Se pueden deber a los cálculos biliares, como sucede con las manchas hepáticas en el dorso de las manos, o las manchas oscuras en las sienes? ¿Desaparecen los lunares y las manchas de la piel tras limpiar el hígado y eliminar los cálculos? R. –Muchas de esas manchas tienen una relación directa con los cálculos ya existentes o con cálculos de reciente aparición en los conductos biliares del hígado y la vesícula. Muchas de ellas suelen desaparecer una vez el hígado y la vesícula están completamente limpios, y, en algunos casos, tras la eliminación de la mayoría de los cálculos. Otra causa de que aparezcan lunares, pecas y manchas hepáticas es la deficiencia de selenio iónico en el organismo (véase «Minerales esenciales ionizados», capítulo 5). Para eliminar las manchas en la piel con aplicaciones tópicas, consulte mi libro Los secretos eternos de la salud. P. –¿Cuántas limpiezas de colon suelen necesitarse para que quede completamente limpio? R. –El número de tratamientos del colon necesarios varía según la condición de cada individuo, su dieta y su estilo de vida. En algunos casos, la materia fecal acumulada está tan dura y tan adherida a las paredes del colon que pueden requerirse hasta siete irrigaciones para reblandecer y desprender los residuos acumulados. Es

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posible, incluso, que algunas personas no obtengan grandes resultados durante los primeros tratamientos. Por ello, se recomienda un mínimo de tres tratamientos, uno por semana, a todas aquellas personas que nunca han realizado una limpieza de colon. Es muy importante vigilar la salud del colon y estar pendiente ante cualquier señal de dolor o rigidez en el cuello, los hombros, la parte inferior de la espalda, la pelvis o los brazos. Esos dolores advierten de que es el momento de realizar otra limpieza del colon. Para detectar si existe alguna zona dolorida o congestionada, uno mismo puede palparse la zona abdominal realizando ligeras presiones a unos 5 o 10 centímetros por debajo del ombligo, a la izquierda de éste, por debajo, y a la derecha, buscando puntos sensibles o endurecimientos. P. –¿Tiene las irrigaciones del colon algún efecto secundario? R. –Este tipo de tratamiento no tiene efectos secundarios. Aunque es posible que, después de una irrigación, haya quien presente síntomas catarrales o algún dolor de cabeza. Ello se debe a que las toxinas que estaban aletargadas en el colon empiezan a desplazarse. Es posible, sin embargo, que no se eliminen todos los residuos y una pequeña cantidad vuelva a ser reabsorbida. Estas crisis curativas suelen durar poco tiempo, y después, en los siguientes tratamientos, se vuelve a sentir un gran bienestar. He realizado irrigaciones de colon durante casi veinte años y nunca he visto efectos secundarios. P. –¿Pueden las irrigaciones del colon dañar la flora intestinal normal? R. – La flora intestinal, que consta de bacterias beneficiosas, no se altera. La primera mitad del colon es la responsable de generar y reunir la flora intestinal necesaria para que el colon realice bien sus funciones. Este apéndice es el principal productor de bacterias beneficiosas. Cuando no se digieren bien los alimentos, las heces suelen quedarse adheridas en el interior del intestino. Capa tras capa, la materia fecal incrustada impide que el revestimiento intestinal produzca la flora intestinal necesaria. La falta de lubricación resultante intensifica la congestión y genera toxemia, lo que altera el equilibro ácido-alcalino (pH) e inhibe el desarrollo de las bacterias beneficiosas. A consecuencia de todo ello, este desequilibrio hace que las bacterias destructivas invadan los intestinos (estas bacterias ayudan a descomponer los residuos, pero, como consecuencia de esta acción, se producen potentes toxinas). La limpieza del colon ayuda a restablecer el equilibrio del pH intestinal. Y, en ese entorno más favorable, las bacterias beneficiosas vuelven a desarrollarse, mientras que las bacterias causantes de enfermedades tienen más problemas para hacerlo.

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32 Existe un gran número de libros y de cintas de vídeo que versan sobre cómo aplicar este sencillo método. El test muscular de kinesiología muestra al momento si se tolera o no determinado alimento. En el libro Los secretos eternos de la salud se describe este test detalladamente. 33 Para más información acerca de un sorprendente estudio científico realizado sobre los cereales del desayuno, véase el libro Los secretos eternos de la salud.

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Comentarios finales

La

limpieza del hígado no es un invento reciente. Todas las culturas y civilizaciones antiguas han contemplado la necesidad de mantener el hígado limpio. Existen muchas fórmulas útiles para su limpieza que se han transmitido a través de las generaciones, ya sea por medio de la educación ancestral o de los curanderos tradicionales. Si bien los mecanismos exactos de estos tratamientos depurativos probados por el tiempo no eran tan conocidos como lo son hoy en día (a través de los métodos de investigación y comprensión científica), no por ello son menos válidos, científicos y eficaces que cualquier otra terapia recientemente probada. La ciencia médica tiene todavía que asumir que existen numerosos métodos curativos que resultan útiles, y que han funcionado a lo largo de los siglos en millones de personas y que pueden marcar una gran diferencia en el tratamiento de la mayoría de las graves enfermedades que afectan a las sociedades modernas. Cualquier casa y cualquier aparato requieren de vez en cuando cierto mantenimiento y reparación, ya que de otra forma no desempeñan la función para la que se han diseñado. Ese mismo principio se aplica al hígado. No existe ningún otro órgano del cuerpo, aparte del cerebro, que sea tan complejo y que tenga tantas funciones vitales como el hígado. Cada día nos lavamos los dientes y la piel porque sabemos que los alimentos, el aire, las sustancias químicas y los procesos metabólicos habituales dejan unos residuos que nos hacen sentir sucios e incómodos. Sin embargo, hay poca gente que tenga en cuenta que esa higiene debe aplicarse también a los órganos internos del cuerpo. Los pulmones, la piel, los intestinos, los riñones y el hígado procesan gran cantidad de residuos, productos derivados del sistema respiratorio, digestivo y metabólico. En circunstancias normales, el cuerpo puede procesar los residuos metabólicos que se acumulan diariamente en el organismo y eliminarlos de forma segura. Esas circunstancias normales abarcan desde tomar alimentos nutritivos y biológicos, a vivir en un ambiente libre de contaminantes, realizar actividades físicas y llevar un estilo de vida equilibrado y dichoso. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros podemos decir que vivimos una vida plena? ¿Qué sucede cuando la dieta, el estilo de vida y el entorno no mantienen el equilibrio necesario para proporcionar a nuestro organismo la energía, la nutrición y la correcta circulación de fluidos que precisa? Uno de los órganos que más sufre la sobrecarga de sustancias químicas, alimentos deficientes y 190

falta de ejercicio es el hígado; de ahí la importancia de que cualquier persona que se preocupe por su salud mantenga el hígado limpio y libre de toda obstrucción. Limpiar el hígado no es algo que cualquiera pueda hacer por nosotros; al contrario, se trata de un método de autoayuda que requiere una gran responsabilidad y una confianza total en la sabiduría natural e innata del cuerpo. El hígado debe limpiarse cuando se esté absolutamente convencido de que hay que hacerlo. Si no se considera necesario, lo mejor es dejar este libro a un lado durante un tiempo y esperar. Cuando llegue el momento oportuno, la persona sentirá el impulso y el deseo de mejorar el funcionamiento del hígado. A pesar de que la limpieza hepática no cura enfermedades, lo cierto es que establece las condiciones para que el cuerpo se cure por sí mismo. De hecho, son pocas las enfermedades en las que no se experimenta mejoría tras aumentar el funcionamiento hepático. Para entender la importancia que conlleva la limpieza hepática, hay que comprobar personalmente lo que uno siente con un hígado liberado de un par de puñados de cálculos biliares. Para muchas personas, la limpieza hepática ha sido una experiencia «increíble», razón que creo más que suficiente para compartirla con todo aquel que desea ayudarse a sí mismo.

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Lista de proveedores en EE.UU. Aguas minerales ionizadas ENIVA Corporation PO Box 49755 Minneapolis, MN 55449 EE.UU. Teléfono: 1-763-398-0005 Fax: 1-763-795-8890 www.eniva.com Nota: para solicitar cualquier producto Eniva se requiere el nombre de un patrocinador y un código de identificación, puede utilizarse el del autor: Andreas Moritz, núm. 13462. Kornax Enterprises, L.L.C. (para los productos WaterOZ ) PO Box 783 Lyons, CO 80540 EE.UU. Teléfono: 303-823-5813 Fax: 303-823-6780 www.kornax.com Sales marinas sin refinar Redmond Minerals, Inc. PO Box 219 Redmond UT 84652 EE.UU. Teléfono: 1-435-529-7402 Fax: 1-435-529-7486 e-mail: [email protected] www.realsalt.com The Grain and Salt Society 273 Fairway Drive Asheville, NC 28805 EE.UU. Teléfono: 1-800-867-7258 192

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Fax: (760) 431 0126 www.jupiterionizers.com H2O Concepts International 6000 S. Eastern Suite n.º 1B Las Vegas, NV 89119 EE.UU. Tel: 702-270-9697 www.h20concepts.com

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Nombres científicos de hierbas para la limpieza hepática Achicoria amarga: Taraxacum officinale Consuelda: Symphytum officinale Regaliz o paloduz: Glycyrrhiza glabra Agrimonia: Agrimonia eupatoria Ñame silvestre: Dioscorea villosa Agracejo: Berberis vulgaris

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Polimnia: Polymnia uvedalia Roble: Qurecus robur Cardo mariano: Silybum marianum

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Acerca del Autor Andreas Moritz fue un gran médico naturópata, especializado en medicina ayurvédica, iridología, Shiatsu y medicina vibracional, además de ser escritor y artista. Nacido en Alemania, en su infancia tuvo que hacer frente a varias enfermedades graves, lo que le impulsó a estudiar, siendo todavía un adolescente, dietética, nutrición y diversos métodos de curación natural. A la edad de 20 años, A. Moritz ya había concluido su formación en iridología (ciencia del diagnóstico a través del iris) y dietética. En 1981 empezó a estudiar medicina ayurvédica en la India, y en 1991 completó en Nueva Zelanda su formación como profesional de esta ciencia milenaria. Pero al no darse nunca por satisfecho con el mero tratamiento sintomático de las múltiples dolencias que aquejan a los seres humanos, dedicó su vida entera a comprender y tratar las causas profundas de la enfermedad. Gracias a ese enfoque holístico, Moritz consiguió grandes éxitos en el tratamiento de enfermedades terminales en las que habían fracasado los métodos tradicionales. A partir de 1988 introdujo en sus tratamientos la terapia japonesa llamada Shiatsu, la cual le permitió comprender en profundidad el sistema energético de nuestro organismo. Paralelamente, se dedicó a la investigación activa de la conciencia y del importante papel que ésta tiene en el terreno de la medicina mentecuerpo. A lo largo de su carrera profesional, Moritz vivió y viajó por diversos lugares del mundo, mantuvo contacto con jefes de estado y políticos de muchos países de Europa, Asia y África, y pronunció numerosas conferencias sobre temas de salud, el binomio mente-cuerpo y la espiritualidad. En sus populares seminarios sobre su gran obra, Los secretos eternos de la salud (Ediciones Obelisco), hablaba de la importancia de aprender a responsabilizarse de la propia salud y bienestar. Andreas organizó el foro libre Ask Andreas Moritz en la popular página web Curezone.com (que llegó a tener más de cinco millones de lectores, y a día de hoy sigue funcionando de la mano de su equipo). Una vez instalado en Estados Unidos, en el año 2000, Moritz se dedicó a desarrollar un innovador tratamiento –el llamado Ener-Chi-Art–, que apunta a las raíces más profundas de muchas de las enfermedades crónicas. Se trata de un método de curación consistente en una serie de pinturas al óleo –creadas por él mismo–

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codificadas con rayos de luz y destinadas a restaurar el flujo de la energía vital (Chi) en todos los órganos y sistemas del cuerpo humano. Moritz desarrolló, además, otro tratamiento denominado la Sagrada Santimonia, o un canto divino para cada ocasión. Es éste un tratamiento basado en un sistema de frecuencias sonoras generadas con diferentes propósitos, que permiten, en períodos muy breves de tiempo, transformar temores profundamente arraigados, alergias, traumas y bloqueos mentales y emocionales en oportunidades para el crecimiento y la inspiración. En todas sus conferencias, seminarios, tratamientos y libros, A. Moritz ha tenido siempre como objetivo divulgar la importancia de descubrir y conocer la profundidad de nuestra consciencia y de nuestra alma, y de honrarla, a la vez que honramos y conocemos nuestro cuerpo. Éstas son las principales obras de su legado: Los secretos eternos de la salud, El cáncer no es una enfermedad, Limpieza hepática y de la vesícula, Escucha el susurro, vive tu sueño y Acabar con el mito del sida, todas ellas y algunas más publicadas en Ediciones Obelisco. El autor, fallecido en otoño de 2012, dejó escritas diversas obras sin publicar con el deseo explícito de que vieran la luz.

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