Del Rio Gabriel - La Guadalupana Es Espa±ola

  • Uploaded by: Lucas Thomas
  • 0
  • 0
  • January 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Del Rio Gabriel - La Guadalupana Es Espa±ola as PDF for free.

More details

  • Words: 20,985
  • Pages: 91
Loading documents preview...
GABRIEL DEL RIO

LA GUADALUPANA ES ESPAÑOLA

2

Existe una extraña coincidencia entre la leyenda de la aparición de la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, España, y la de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, México. Tras de profundas investigaciones. Gabriel del Río ha logrado saber que el-arzobispo Zumárraga, cuyo testimonio podría ser decisivo en este asunto, jamás mencionó a la Virgen. Más aún, afirmó escrito de su puño y letra: "El Redentor del mundo ya no quiere milagros, porque estos ya no son necesarios para hacer que los hombres crean en él". Durante más de 25 años —después de 1531, año que se asegura fue el de 1 as apariciones— nadie en la Nueva España habló de las mismas. Esto, sumado a documentos irrebatibles que Del Río reproduce en este estudio, demuestra que la Virgen de Guadalupe fue importada de España para sustituir a Tonantzin, la diosa azteca de la discordia, cuyo culto estaba demasiado arraigado en el alma del pueblo conquistado.

LA GUADALUPANA ES ESPAÑOLA, en su primera edición, se terminó de imprimir el 28 de febrero de 1975 en los talleres de EDITORES ASOCIADOS, S. A., Ángel Urraza 132 2, México 12, D, F. La tipografía y su formación se, realizó por medios electrónicos. EDITADO E lMPRESO EN MEXICO.

3

El Papa Pío XII, fue quien nombró a la Virgen de Guadalupe, como "Rema de México y Emperatriz de América...”

4

ÍNDICE INTRODUCCION .......................................................................... 7

LA FIESTA GUADALUPANA .................................... 10 EL SENSACIONALISMO FANATICO ....................... 13 FANATISMO PROGRESIVO ...................................... 15 OMNIPRESENCIA DE LA GUADALUPANA ........... 18 ¿DE QUÉ NACIONALIDAD ES LA GUADALUPANA? ....................................................... 23 FERVOR DE SIGLOS EN ESPAÑA ............................ 28 HERNAN CORTES, EL FANATICO ........................... 33 UN ESCANDALOSO SERMON LO ACLARA TODO ........................................................................................ 38 TODO SE REDUCE A UN RUMOR............................ 48 Y ACABARON CON TONANTZIN ............................ 52 BUSQUEMOS A JUAN DIEGO .................................. 57 EL SILENCIO DE ZUMARRAGA............................... 62 LA PINTURA NO ES DIVINA .................................... 65 LOS INDIOS PINTORES ............................................. 68 MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA. ................................ 71 ESTIGMA A QUIEN LO DUDE .................................. 74 EMPERATRIZ DE AMERICA ..................................... 79 HASTA UN VIRREY APOSTATO A LA VIRGEN .... 85 EPÍLOGO ..................................................................................... 89

5

6

INTRODUCCION Cuando supe que el escultor Jorge González Camarena poseía algunos datos sobre el mito de la Virgen de Guadalupe, acudí a él en busca de información. Una vez que lo informé sobre el objeto de mi entrevista, el famoso artista meditó un poco y me dijo: —Tengo mis dudas sobre si valdrá la pena o no recorrer el velo del misterio y me pregunto: ¿es conveniente quitar al pueblo mexicano su creencia en la guadalupana? ¿Qué se le va a dar en cambio? Tal observación me hizo vacilar, lo confieso. Al día siguiente mi indecisión aumentó, cuando platiqué del mismo tema con la pintora María Eugenia Galindo. La opinión de ella fue idéntica a la de González Camarena: — ¿Qué vamos a ofrecer al pueblo mexicano en vez de su adoración a la Virgen de Guadalupe? Durante algunos días se alojó en mi cabeza la duda sobre si debía iniciar el presente trabajo o desistir de hacerlo, para evitar el desencanto de millones de personas. Tales opiniones consideraciones:

me

indujeron

a

hacer

las

siguientes

Es cierto que hay mentiras piadosas, pero pienso que no debiera ser así. La verdad es mejor siempre que la mentira, por necesaria que ésta parezca. No me parece que sea justo suplir con el engaño las carencias que por siglos ha sufrido el pueblo mexicano y en el caso de la Virgen de Guadalupe, que fue traída —como se probará al través de este trabajo— de Extremadura, en España, precisamente de un lugar que lleva el nombre de Guadalupe, para convertirla en sustituía de Tonantzin, es de elemental justicia que la gente humilde se entere de la realidad. ¿Qué se pretende, qué se pretendió siempre con la falacia? No es difícil saberlo: un pueblo idólatra, ignorante y engañado será siempre presa fácil para quien quiera explotarlo. Los

7

pobres de la Tierra soportan con paciencia su calvario, siempre y cuando crean que encontrarán la recompensa en una vida posterior y celestial. Esa ha sido la tesis de los poderosos y les ha dado, por cierto, excelentes resultados, ya que han logrado convencer a los desheredados de que carecer de todo bien terrenal es un privilegio que Dios les ha concedido. Y qué mejor, para consuelo de los olvidados de nuestra patria, que la Virgen de Guadalupe, morena como ellos, dulce y maternal, consuelo y sostén espiritual de todo aquel que sufre y protectora de esta raza “pequeñita”? No, no es la mentira lo justo; estoy convencido de ello. Difiero, por tanto, de las opiniones de María Eugenia Galindo y González Camarena, aunque estoy seguro de que en ellos no hay ni el más leve asomo de mala intención. Lo hacen —al fin artistas— por bondad hacia la gente desamparada. Hay buena fe en su actitud, pero están equivocados. Entiendo su inquietud: ¿qué se ofrecerá al pueblo mexicano a cambio de quitarle la venda de los ojos? Precisamente eso se les dará en permuta: ¡la luz! Cuando desaparezca el fanatismo, aparecerá la rebeldía ante la injusticia y se fortalecerá la esperanza de que algún día los verdugos sean juzgados. ¿Qué le quedará al campesino cuando ya no tenga en el altar de su corazón a la morena imagen del Tepeyac? ¿No tendrá nada con que suplirla? Me resisto a creer que así sea. El mundo está repleto de riquezas, materiales y espirituales. Sólo falta repartirlas equitativamente. El labriego necesita de la fe en la madre de Dios porque no tiene fe en la justicia de los hombres. Proporciona el alimento material a sus hermanos y sufre por no tener lo indispensable para una vida decorosa. Por todo esto es que decido: entre la mentira, cómplice del sometimiento del hombre por el hombre y la verdad, camino de la justicia, opto por la segunda. 8

El autor.

De todos los rincones de México, acuden al atrio de la Basílica de Guadalupe cientos de miles de peregrinos que lo transforman en un gigantesco mesón.

9

LA FIESTA GUADALUPANA Alcohol, fanatismo, miseria y suciedad en el culto a la "Emperatriz de América". Era casi imposible caminar en medio de aquella multitud de rostros inexpresivos, de miradas ignotas y frentes sudorosas. Desde tres días antes habían empezado a llegar los peregrinos, procedentes de tierras lejanas, de todos los puntos de la República y habían convertido al atrio de la majestuosa Basílica en un gran mesón, maloliente y sucio. Todas las calles se veían como enormes hormigueros. La gente iba y venía sin rumbo fijo y con aspecto de sonambulismo. Mientras unos se sentaban en la .orilla de la banqueta, otros orinaban sobre un poste y otros más improvisaban sobre el suelo una mesa para comer. E! atrio, las calles, el jardín central de la Villa, todo estaba invadido por los fieles que habían venido a postrarse ante las plantas de la Virgen de Guadalupe. A veces se experimentaba la sensación de que no cabía una persona más, pero las peregrinaciones seguían llegando, lentamente, envueltas en monótonos cánticos, por la calzada. Algunos peregrinos traían estandartes; otros avanzaban penosamente, de rodillas, con lágrimas en los ojos. Por allá venía un ciego y acullá un cojo apoyado en dos muletas. El éxtasis suplía al cansancio en los rostros arrugados de los viejos, en las caras famélicas de los niños, en los negros ojos de las indias jóvenes de apretadas trenzas. Nadie se detuvo ni dejó de cantar cuando una mujer cayó pesadamente, desmayada. A lo lejos se oía el ulular de las sirenas y los teponaxtles de los danzantes emplumados. En el pequeño jardín, cuyo verde pasto estaba casi cubierto por los desperdicios, se veían, en hilera multicolor, las jaulas de los pajarillos que por cinco centavos “adivinaban” la suerte, aunque “supieran” que la suerte del pobre siempre es negra y que jamás hay luz en el horizonte de los pueblos envilecidos. En el pesado ambiente se mezclaban los más variados 10

sonidos: llanto de niños, ladridos de perros asustados, música de sinfonola, gritos de merolicos, ritmos de danzantes y pregones de globeros y fritangueros. Pasaban, en oleadas, olores a comida; olores mantecosos, mezclados con un cierto aroma de incienso. La gente comía y comía; masticaba siempre, sin descanso; consumía un menú humilde y variado: tacos, tortas, quesadillas, garnachas, gorditas de maiz, mole, mixiotes, carnitas, chicharrones, moronga, barbacoa, dulces y pinole. Y la chirimía continuaba, allá a lo lejos, con su triste sonido, acompañante de la danza ritual de los indios que bailaban — aún sin saberlo ellos mismos— en honor de su antigua diosa Tonantzin, desplazada ahora por la Virgen de Guadalupe. Bajo las naves de la Basílica la dificultad para dar un paso era extrema. La multitud se tornaba ahí silenciosa y compacta, inmóvil como por encanto, transportada al paraíso anhelado. La sordina de los rezos acariciaba al oído, en primer plano, mientras los heterogéneos ruidos del exterior llegaban, ya amalgamados, como un murmullo monótono y lejano. El tiempo parecía transcurrir más lentamente que nunca y cuando anocheció todo siguió igual: los mismos ruidos, el mismo murmullo multitudinario, excepto que ahora parecía una aglomeración de sombras, de fantasmas, de seres angustiados. El olor a aguardiente se unió al de comida; las miradas de los hombres se volvieron torbas y en los cinturones brillaron, de cuando en cuando, los aceros afilados y amenazantes. El ulular de las sirenas fue más frecuente. De pronto, un grito de dolor y un remolino de gente que trataba de ver algo. Una mujer se revolcaba en el suelo y apretaba los puños y bebía sus lágrimas y su sudor. Cuando sus lamentos semejaron al aullido de un animal feroz fue el climax de su dolor. Después calló. La cabeza del niño estaba ya en el mundo de los vivos, bajo él frío de la noche invernal. Á lo lejos se escuchaban voces por altoparlantes: "Pase a ver a la mujer devorada por las ratas". "Entre y admire, por sólo cincuenta centavos, al hombre serpiente”. "Venga al grandioso museo de cera; conozca de cerca al general

11

Francisco Villla”.

En las festividades Gaudalupanas los incidentes menudean por efecto de las multitudes, así como por riñas provocadas por ebrios

12

EL SENSACIONALISMO FANATICO Complot periodístico para hacer aparecer como milagrosos, hechos comunes y corrientes. Al día siguiente, 13 de diciembre de 1946, el reportero encargado de escribir la crónica sobre las festividades guadalupanas para el periódico "La Prensa" se refirió al nacimiento de una niña en la vía pública, quien, por haber nacido un 12 de diciembre y frente a la Basílica y en agradecimiento a la Cruz Roja, institución que la atendió en sus primeras horas de vida, llevaría el nombre de Guadalupe Cruz. Pero tal periodista no se concretó a cumplir su labor informativa. También dio su muy particular opinión sobre el caso: "Desde el punto de vista de la simple nota periodística, el caso no tendría mayor trascendencia; pero hay circunstancias tales que llevan a pensar en algo más profundo", en un milagro de la Virgen de Guadalupe, quien, como escogió a Juan Diego para que la viera, escogía ahora a una niña pobre, hija de padres nacidos en Ixmiquilpan, para que fuera parida en un momento de gran devoción guadalupana. También consignó "La Prensa” otro hecho, pero, claro, no milagroso: durante la noche dedicada a la adoración de la Virgen del Tepeyac, las ambulancias recogieron a un muerto y cien heridos, además de los ebrios que, por escandalosos, fueron encerrados durante unas horas en la Comisaría.

13

Famosos artistas de Hollywood, como Walt Disney y Aiur Sheridan han bailado con los folclóricos danzantes

14

FANATISMO PROGRESIVO Interés de la iglesia por fomentar un culto fanático El fervor colectivo por la Virgen de Guadalupe empezó en los albores del Siglo XX y creció poco a poco, estimulado por las informaciones periodísticas y también por toda clase de declaraciones de altos prelados y propaganda bien dirigida. En 1929 todavía no se alcanzaba el esplendor de las fiestas guadalupanas que ahora se conoce, aunque, claro, ya se producían las primeras aglomeraciones. Los diarios del 13 de diciembre de ese año hicieron saber que los tranvías, los camiones y los “fotingos” resultaron insuficientes para trasladar, de regreso, a los fieles que fueron a la Basílica “a orar por la patria”. En 1935 empezaba a despertarse la curiosidad de la gente. El diario "La Prensa" informaba que la noche del 12 de diciembre la Basílica de Guadalupe había sido visitada por “incontables católicos y no pocos mirones”. Esos mirones se convertirían más tarde en devotos de la Señora del Tepeyac. Ya en las festividades de ese año se presentaron los primeros brotes de desorden y las primeras tendencias a demostrar la alegría por medio de la euforia del alcohol: "Del cerrito y de las calles adyacentes" a la Basílica fueron recogidos muchos que "dieron rienda suelta a su deseo por el vino”, decía la crónica periodística. El entusiasmo creció y creció como un alud y empezaron a mezclarse con los diversos dialectos mexicanos las voces de millares de personas que hablaban el castellano. Ya para 1942 el esplendor de las fiestas guadalupanas era enorme y había traspasado nuestras fronteras. Famosos artistas de Hollywood venían a México, atraídos por lo pintoresco de las celebraciones. Walt Disney y Ann Sheridan bailaron, el 12 de diciembre de ese año, del brazo de los danzantes de multicolores plumajes y fueron retratados en esa su aventura, para los periódicos y para sus colecciones particulares de recuerdo; turísticos. También en 1942 se refinaron las actividades de la

15

delincuencia del día guadalupano. "Los amantes de lo ajeno — reseñó "La Prensa"— sentaron ayer sus reales en la Villa". Los artistas de cine mexicano también hicieron su aparición en tan solemnes ocasiones; había que aprovechar la oportunidad para lograr publicidad, gratuita y aparecer frente al pueblo como identificados con las creencias predominantes y, por tanto, corno candidatos a la popularidad, cantando las "mañanitas" a la Virgen. Y proliferaron las películas sobre el milagro del Tepeyac, que en tal forma alcanzaba la categoría de negocio cinematográfico, muy moderno y productivo. Algunas de esas cintas alcanzaron resonado y bien remunerado éxito, como el caso de “La Virgen que Forjó una Patria”, dirigida por Julio Bracho. Fue entonces cuando las altas autoridades eclesiásticas del país se sintieron fuertes y animadas para arremeter contra todo obstáculo y lograr todos los privilegios posibles, hasta el de ser los únicos “dueños” de la patria. Para muestra de tal ambición, he aquí parte del sermón que el 12 de diciembre de 1950 pronunció, en la Basílica de Guadalupe, monseñor Alfonso Espino y Silva, Obispo de Cuernavaca: "No fue primero México y después el Tepeyac, sino al revés: primero existió el Tepeyac y luego México". Definitivo fue el señor Obispo: la patria debía circunscribirse al cerro del Tepeyac. El resto del territorio nacional no importaba; nuestra nacionalidad no era más que la que podía reunirse bajo el manto guadalupano. No era posible entender un patriotismo desligado de la Virgen de Guadalupe. Ya antes lo había señalado el canónigo Belisario Trejo, durante otra celebración docedecembrina: "El verdadero patriotismo es el amor a nuestras tradiciones, amenazadas por teorías disolventes". Por demás está decirlo: ya sabemos cuáles son esas teorías disolventes: todo aquello que tienda a liberar de la ignorancia y la miseria al pueblo de México.

16

Los asesinos de Francisco I. Madero encabezados por el chacal Victoriano Huerta, enarbolaron el estandarte Guadalupano.

17

OMNIPRESENCIA DE LA GUADALUPANA La madrecita Tonantzin regresa a proteger a su pueblo. Quizá porque el pueblo mexicano se identifica con la piel bronceada de la Virgen de Guadalupe o tal vez por La necesidad que el hombre ha tenido siempre de recurrir al refugio del regazo materno, la imagen guadalupana ha estado siempre presente —desde que los españoles la impusieron como reina espiritual de nuestro país— en la vida nacional. Fue un acierto de los conquistadores traer a la Nueva España precisamente a la virgen morena, la que por su color de piel vendría a quedar como mandada a hacer para madre de la raza indígena, como consuelo para el largo camino de penas y vejaciones que los humildes de México habrían de recorrer. No es, por cierto, una casualidad, sino una estrategia, que en más de una ocasión la Virgen de Guadalupe haya sido usada para exacerbar el fervor patrio de nuestra gente o para convencer al pueblo y hacerlo creer que la justicia es justa y que lo negro es blanco. Corría el mes de febrero de 1913. Las calles de la capital de la República daban la apariencia de llanto; las miradas de los transeúntes eran furitivas y temerosas; la gente caminaba de prisa por las aceras, en un ambiente tenso, frío, impresionante. "¡Mataron a don Panchito! exclamaban hombres y mujeres y en sus voces había una gravedad de tragedia, un tono de sorpresa y rencor. Francisco I. Madero, el visionario, el quimérico emprendedor del cambio social, el hombre bueno, demasiado bueno para iniciar un movimiento revolucionario, había sido asesinado por un alcohólico siniestro, que ahora lanzaba ebrios eructos, sentado en la silla presidencial: Victoriano Huerta. Y en tan repugnante crimen aparecía, enarbolada por los sanguinarios golpistas, la imagen de la Virgen de Guadalupe. Un solemne Tedeum se ofició en todas las iglesias de la ciudad y a la mañana siguiente hubo una peregrinación a la Basílica

18

del Tepeyac, para dar gracias por el "triunfo" huertista, tal como sucedió hace un año en Chile, en donde otro criminal, Augusto Pinochet, émulo del borracho mexicano, sacrificó a Salvador Allende y luego fue festejado con misas solemnes y gran Tedeum por la Iglesia Católica de la patria de Pablo Neruda. Increíbles resultan tales monstruosidades y hay que buscar una explicación: es que los verdugos de los pueblos, conscientes del repudio que sus actos merecen, temerosos de la ira de los humildes, buscan congraciarse con ellos, aparentando una alianza con los símbolos espirituales de los desposeídos. Así, en México la Virgen de Guadalupe ha sido utilizada, desde que se la trajo para la sustitución de Tonantzin, para dominar a los pobres, para impedir que la gente salga de la obscuridad del fanatismo y la ignorancia. Digno de hacerse notar es el hecho evidente de que la bandera guadalupana ha aparecido siempre en manos de quienes, a veces con fines buenos y en ocasiones arteros, han intentado ser líderes de las mayorías. Durante la Convención de 1914 apareció el estandarte guadalupano y más tarde, al discutirse y aprobarse, en Querétaro, en 1917, la Constitución Política que en la actualidad está en vigor. Notable resulta la maniobra frente a la tarea constitucionalista. La Iglesia Católica estuvo siempre en contra de la Carta Magna de 1857 y en Querétaro volvió a manifestar su desacuerdo, principalmente en lo que respecta al artículo tercero, por medio del cual se ordena el laicismo de la educación mexicana y la no intervención eclesiástica en las escuelas de educación primaria y en las dedicadas a trabajadores y campesinos. A tal grado llegó la insolente actitud, clerical, que los prelados mexicanos desconocieron públicamente la nueva Constitución, respaldados, por escrito, por el Papa Pío IX, quien de la siguiente manera los azuzó: "No os faltará el auxilio de la madre de Dios, que desde su santuario de Guadalupe vigila sobre el pueblo mexicano, y si ella en otras ocasiones se ha mostrado patrona clementísima

19

de la nación, no puede dudarse que os brindará pronto su poderosa ayuda en la presente calamidad". De modo que para Su Santidad el Papa Pío IX, como para el Clero completo de entonces y de ahora, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, documento que consagra las libertades individuales y colectivas, ejemplo de justicia y razón, era y es una CALAMIDAD. Y es natural: hay artículos, como el 130, que resultan lesivos a los intereses clericales extranjeros, principalmente a los de los españoles, quienes estuvieron siempre acostumbrados, desde la Conquista, a ejercer el más absoluto dominio sobre el pueblo de México. Tal artículo constitucional establece que sólo los mexicanos por nacimiento pueden ejercer el sacerdocio, de cualquier culto, en territorio nacional. Se explica uno, por tanto, la descarada intervención de Pío IX en los asuntos internos, en los más delicados problemas de México. Por eso fue que envió la carta reconfortante a los sacerdotes de aquí y no olvidó en ella —inteligente y certero— mencionar el punto clave, el nombre símbolo, capaz de unificar voluntades: la Virgen de Guadalupe. Los intentos por exacerbar el fanatismo guadalupano han llegado a límites de escándalo. Recuérdese la conmoción producida y muy bien canalizada por una bomba de dinamita que el 14 de noviembre de. 1921 estalló a los pies de la virgen morena del Tepeyac. Una pastoral del Episcopado mexicano señaló como milagro el hecho —por demás casual y natural dentro del incidente— de que el petardo no dañó a la pintura estampada en el supuesto ayate de Juan Diego. No le bastaba a la Iglesia con haber logrado la creencia sobre las apariciones guadalupanas; ahora le era menester que la gente viera en la Virgen de Guadalupe una figura intocable y gloriosa, una divinidad preservada de los efectos de atentados y hasta — ¿por qué no? — de fenómenos naturales. Estratagemas productivas, por cierto. Debido a tales tácticas, iniciadas en el Siglo XVI y continuadas sin reposo, se ha llegado a lograr un absoluto fanatismo guadalupano, limítrofe con el crimen. No, no es exageración afirmarlo. Baste traer a la memoria los 20

sucesos del 17 de julio de 1928, en la capital de la República Mexicana. Fue entonces cuando un alucinado católico, José de León Toral, se acercó a unos cuantos centímetros del general Álvaro Obregón y sacó una pistola que llevaba escondida entre sus ropas, para dejarlo tendido, sin vida, con un balazo en el cuerpo. El asesino de Obregón era un fanático. Planeó su atentado frente a la imagen de la guadalupana, en la Basílica, arrodillado ante el altar y convencido de que salvaría al cristianismo del mundo entero. Además, ejercitó el tiro al blanco, para no tallar en la hora señalada, precisamente en el cerro del Tepeyac, La Virgen de Guadalupe ha llegado a convertirse en una obsesión para el pueblo mexicano, en un ensueño tal, que sería capaz de formar ríos de sangre. Y a todo esto, emerge la pregunta: ¿la Virgen de Guadalupe es mexicana o... española?

21

Hay indicios de que el conquistador Hernán Cortés, fue quien trajo a México, la imagen de la Guadalupana

22

¿DE QUÉ NACIONALIDAD ES LA GUADALUPANA? Coincidencia entre la leyenda de la aparición de la Virgen de Extremadura y la del Tepeyac Los mexicanos habían llegado al gran Valle del Anáhuac, en afanosa y cruenta búsqueda de lo que su dios, Huitzilopochtli, les había prometido: una águila devorando una serpiente, parada sobre un nopal, a manera de señal del lugar en el que habrían de formar un temible imperio. La lucha había sido intensa y no sólo contra las inclemencias de la naturaleza, sino también para vencer a los grupos humanos que los habían precedido en la llegada al lugar de la esperanza. Variadas tuvieron que ser las tácticas de los recién llegados, para imponer respeto a sus antagonistas naturales; desde la súplica ante Achitometl, señor de Culhuacan, para que les permitiera morar en algún sitio del Valle, por lo que se les concedió Tiza-pan, lugar desierto, en el cual se sintieron siempre a disgusto, hasta la petición al propio Rey de Culhuacan, para que les diera a su hija a quien sacrificaron y desollaron, para convertirla luego en una diosa, en la Mujer de la Discordia. Poco a poco impusiéronse los mexicanos. Parecía que desconocían el cansancio y que estaban entregados, con frenesí, a la fija idea de conquistar el Valle y desde ahí tornarse en el poderoso imperio que asombró y amedrentó a los habitantes de lugares que sus ojos no alcanzaban a ver. Denodado empeño, que, al fin, rindió el fruto apetecido. Ellos sabían que vendría el día anunciado por Huitzilopochtli; tenían la certeza de que aquello no podía fallar y se sentían seguros de que su presencia en el Anáhuac obedecía a un designio divino. Y la buscada mañana luminosa llegó; fue la del 18 de junio de 1325. Las miradas de los mexicanos, las de los viejos y los jóvenes, las de los niños y las mujeres, no expresaron asombro. Para ellos no era una sorpresa, sino el vaticinio de su dios hecho realidad: ahí estaba, en medio del lago, la egregia

23

figura de un águila, parada sobre el verde agorero del nopal, con una serpiente entre sus garras. Fue entonces cuando se fundó Tenochtitlan, la que luego sería una gran metrópoli, asombro del hombre blanco y barbado, recién llegado de tierras lejanas, del otro lado del mar. No sabían, ni imaginaban siquiera los hijos de huitzilopochtli, que por esos mismos años se había aparecido, en la provincia de Extremadura, en España, la Virgen de Guadalupe, misma que dos siglos después llegaría a México para ser parte de la historia nacional. Ignoraban que existiera un pastor de nombre Gil Cordero, precursor de Juan Diego. En efecto, la tradición dice que aquel vaquero español —igual que se afirma en el caso del indio del Tepeyac— quedó estupefacto al ver, de pronto, el 25 de abril de 1322, a la madre de Dios, quien le dijo: "No temas; yo soy la Virgen María, que por la divina gracia concibió en su vientre al hijo de Dios vivo". ¿Coincidencia con la aparición en México, dos siglos más tarde? Respecto a la similitud que se observa en la condición social de Gil Cordero y Juan Diego, es bueno recordar el viejo refrán español: "la virgen siempre se aparece a los pastores”, puesto que ellos son lo suficiente ingenuos (o buenos, como el lector lo juzgue) para experimentar tales visiones. Otra coincidencia: hay un canto popular en España, tan viejo que se dice se le escuchó a un turco al pie del Santo Sepulcro: Las morenas me agradan desde que supe que morena es la Virgen de Guadalupe Tonadilla que nos trae a la memoria, aún sin quererlo, la posterior y muy popular canción "Cielito Lindo": Yo a las morenas quiero desde que supe que morena es la Virgen, cielito lindo, de Guadalupe Pero eso no es todo. Hay indicios, mismos que en su momento 24

daremos a conocer al lector, de que el conquistador Hernán Cortés fue quien trajo a México la imagen guadalupana, venerada en Extremadura, de la cual era ferviente devoto. Digna de hacerse notar es la fe que despertó, desde su aparición a Gil Cordero, la guadalupana española. Alfonso XI le rindió homenaje en más de una ocasión; solía ir hasta su santuario, para agradecerle favores, como el muy especial de haberle permitido bañar en sangre a los mahometanos. Los reyes católicos también le tenían fe. Isabel llamaba "mi paraíso” a ese lugar de veneración, en 1475. Suficientes serían para hacer dudar sobre la aparición de la guadalupana del Tepeyac estos hechos ocurridos en la Sierra de Guadalupe, situada entre los ríos Tajo y Guadiana, en Extremadura, España; revelan una directa relación entre la devoción de Cortés por la antigua Virgen de Guadalupe y la necesidad del mismo conquistador de imponer su religión a los conquistados; pero hay algo más y es necesario darlo a conocer: una carta de Fray Diego de Santa María, publicada en el libro de Mariano Cuevas "Historia de la Iglesia Mexicana"; habla de lo que vio en México: "Yo hallé en esta ciudad una ermita de la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, media legua de ella, donde concurre mucha gente. El origen fue de que vino a esta provincia habrá doce años, un hombre con un poder falso de nuestro Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual recogió muchas limosnas y, manifiesta la falsedad del poder, se huyó y quedaron cierta cantidad de dinero de lo que habían cobrado los mayordomos de esta ermita, QUE ENTONCES SE LLAMABA POR OTRO NOMBRE, entendiendo la devoción con que acudían los cristianos a Nuestra Señora de Guadalupe, le mudaron el nombre y le pusieron el de Nuestra Señora de Guadalupe, como hoy en día se dice llama, y pusieron demandadores pidiendo para Nuestra Señora de Guadalupe, con lo cual se han defraudado las limosnas con que solían acudir a Nuestra Señora de Guadalupe y se ha entibiado la devoción que a aquella Casa solían tener los vecinos de esta provincia… y si Vuestra Majestad fuera servido, sería bien que, por parte de la Casa de Guadalupe, se tómase la cuenta a los administradores y personas que han tenido cargo en esta casa,

25

en este tiempo que ha tenido el nombre de Guadalupe". Y no sólo a Fray Diego le parecía que había relación entre las dos imágenes; han sido muchos los pensadores que lo han señalado, a los cuales responde el padre Florencia: "me parece que se acomodó la Virgen Santísima al intento y modo de los conquistadores, los cuales iban poniendo a provincias y pueblos los nombres de los lugares y provincias de España. A este modo la Señora, al primer santuario… le hizo poner el nombre de uno de sus principales templos, que es el de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura". Muy bien, pero cabría preguntar: ¿por qué la Virgen de Guadalupe, la muy mexicana, la del Tepeyac, si era protectora de los pequeños y desamparados indios, se hizo "al intento y modo de los conquistadores”? Tal vez la respuesta es muy clara y sencilla: originaria de España, como era, optó por inclinarse hacia la causa del fuerte, del guerrero español que llegó a dejar en ruinas los templos de Tenochtitlan, para imponer ahí, en su lugar, la cruz de Cristo. Nacionalidades son nacionalidades. No hay que • discutirlo, ya que hasta la madre de Dios lo entiende así.

26

Cristóbal Colon inicio su travesía histórica bajo la advocación gualdalupana.

27

FERVOR DE SIGLOS EN ESPAÑA Isabel la Católica, Colón, Cortés y Felipe II, eran devotos adoradores de la Guadalupana española. Si revisamos un poco la historia de la Virgen de Guadalupe, de España y observamos la extraordinaria devoción que entre el pueblo español inspiró, durante siglos, comprenderemos el por qué los conquistadores —sobre todo ellos, pues eran extremeños, como la guadalupana— tuvieron especial interés en que tos habitantes de la Nueva España se convirtieran al guadalupanismo. Todos saben en Extremadura la historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Las relaciones de la leyenda dicen que el pastor Gil Cordero contó un día sus vacas y observó que le faltaba una, por lo que se angustió y se dedicó a buscar al animal durante tres días, remontando la corriente del Guadiana. Al fin encontró a la res perdida, pero ya estaba muerta. Se resignó y se dispuso a desollarla, pero cuando apenas le había trazado en el pecho una cruz, como se acostumbraba, la vaca se incorporó, adolorida. Gil se asustó y retrocedió y fue entonces cuando vio a la Virgen, quien le habló así: "No temas: Yo soy la Virgen María..." Luego ella le ordenó que fuera en busca de los clérigos y les dijera que cavaran en el lugar de la aparición, en donde encontrarían una imagen a la cual deberían venerar. Y no fué el único milagro. Gil Cordero corrió a su casa y encontró a su hijo muerto. Al ver el cuerpo sin vida, imploró a la Virgen y ella le concedió la resurrección. Ya no había duda para el vaquero; la madre de Dios se le había aparecido y era preciso que lo comunicara a los clérigos. Así lo hizo y éstos fueron al lugar de la aparición, cavaron, como se les había ordenado y encontraron unos grandes pizarros que formaban una bóveda, dentro de la cual estaba, en una como arca de mármol, la estatua de madera, de una vara de alto. La virgen vestía a la usanza antigua y era de "color de trigo algo moreno", según dicen autores del siglo 28

XVII. Al ser descubierta, la estatua tenía un cetro de cristal en la mano derecha y en la izquierda al niño Jesús, coronado. Actualmente luce una corona que lleva al centro una imagen de la otra morena, su hija, la Virgen del Tepeyac. Tal reliquia le fue puesta en 1927 por Alfonso XIII. Mucho se ha discutido en México sobre el origen del nombre Guadalupe. Los investigadores no se ponen de acuerdo y dan, entre otros, los siguientes significados: río de lobos; río del corazón; río del juicio. En España poco importan estas cuestiones. El caso es que el nombre de la Virgen de Guadalupe tiene en su raíz la palabra río por la simple razón de que el Santuario fue levantado precisamente junto al río del lobo, que vulgarmente es llamado, desde hace siglos, río de Guadalupe. Desde que se construyó el monasterio, peregrinos de todos los rincones de España y algunos de diversos rumbos del mundo han ido a orar ahí. Las construcciones fueron levantadas al pie de la ermita, arriba las grandes, en las que está el santuario y abajo las de menor tamaño. Larga es la historia del monasterio, como que lleva seis siglos de existencia. El viernes 22 de octubre de 1380 fue ocupado por un grupo de 38 monjes gerónimos. Ellos fueron quienes probablemente sepultaron ahí, a los pies de la guadalupana, al pastor Gil Cordero, cuyos restos fueron descubiertos el 13 de febrero de 1618. Cuando empezó el funcionamiento de la Inquisición, se descubrió que entre los monjes de Guadalupe había un buen número de judaizantes, lo que provocó que se iniciara ahí una gran quema de herejes. Cuenta Jesús Amaya que fueron inmolados en la hoguera "nueve hombres el 11 de junio, doce hombres y 13 mujeres el 31 de julio y al día siguiente dieciséis estatuas de judaizantes huidos; el 2 de agosto inmediato ardió Fray Diego de Marchena, fraile profeso desde 36 años en Guadalupe. El aparato inquisidor funcionó sin piedad en el monasterio y, al fin, el 3 de Diciembre abandonaron Guadalupe los inquisidores, 29

"muy satisfechos de haber salvado cincuenta y dos almas mediante la purificadora hoguera”, dice Amaya. Ya hemos dicho que los reyes católicos eran muy devotos de la Virgen de Guadalupe. Cuando, en 1492, capturaron Granada, acudieron a su santuario a darle gracias por el éxito alcanzado y a pedirle que los iluminara en el proyecto de enviar a Cristóbal Colón al viaje que después emprendió y que culminó con el descubrimiento de América. El gran navegante inició, pues, su travesía histórica bajo la advocación guadalupana. Colón también era devoto de la virgen morena de Extremadura. Guando regresó de América, en 1496, cubierto de gloria, llevaba consigo a dos indios nativos del recién descubierto Continente. Lo primero que hizo fue ir con ellos a la ermita de la Virgen de Guadalupe, en donde los hizo bautizar el 29 de julio. Era como si se los ofreciera, como si con su acto dijera a la guadalupana: "He aquí a tus nuevos hijos; ellos son moradores de la Nueva España, esa tierra en la que reinarás por siempre, en la que algún día se te levantará un templo, una basílica que será famosa en el mundo entero". ¿Se sellaba así el destino guadalupano de los mexicanos? Lo puede suponer el lector, toda vez que, como veremos posteriormente .en este libro, Hernán Cortés se empeñó en que así fuera. Su devoción a la Virgen de Guadalupe era inmensa, como la de la mayoría inmensa de los extremeños. Y no fue, por cierto, Hernán Cortés el único ni el primero en exportar la devoción. Ahí está, para muestra de que hubo quien se le adelantara, la población de Guadalupe, en Francia. Se trata de una isla descubierta por Cristóbal Colón, durante su segundo viaje, también auspiciado por los reyes católicos y efectuado en 1493. Es un lugar caluroso, con clima tropical. Esta situado al norte de las Pequeñas Antillas y ha sufrido alternativamente las intervenciones española y francesa. Actualmente y desde 1813 es territorio galo. Guadalupe, Francia, está habitada por una población que se compone, en un 65 por ciento de mulatos, un 30 por ciento de 30

negros y el resto de blancos. Como el lector colegirá, aquello parecía una consigna de los extremeños. Era como si desde la época de Colón todos hubieran jurado imponer el nombre y la devoción de la Virgen de Guadalupe. Y en tal empeño, Cristóbal Colón fue un fanático, sucedido en su fanatismo por Hernán Cortés, de cuya figura nos ocupamos de inmediato, en el siguiente capítulo.

31

Los soberanos españoles fueron fieles devotos de la Virgen de Guadalupe y esa tradición continuo con todos lo Reyes de Castilla

32

HERNAN CORTES, EL FANATICO El conquistador trajo a México las primeras imágenes de la virgen La tradición guadalupana continuó entre todos los reyes de Castilla. Carlos, nieto de Isabel la Católica, mandó bordar en sus petos la imagen de la Virgen morena. Felipe 11, bisnieto de la soberana que protegió a Colón para que realizara su descubrimiento, fue también adorador de la imagen extremeña. La devoción real por la Virgen de Guadalupe fue tan grande, que nada de extraño es que .los capitanes del reinó, Hernán Cortés, Gonzalo Sandoval, Pizarro y Almagro, fueran también devotos de la virgen .que se apareció al pastor Gil Cordero. Continuaba así el tejido de la historia iniciada por Cristóbal Colón, cuando llevó a los dos nativos para que fueran bautizados en Guadalupe. Ahora los conquistadores continuarían la labor guadalupeizante. Hernán Cortés se distinguió como uno de los más entusiastas guadalupanos, verdaderamente fanático. Fray Antonio de Santa María ofrece un testimonio de tal característica del conquistador, cuando habla de él en su libro "España Triunfante” y dice que "Cortés sobresalió en la devoción a la Virgen y era este dulcísimo nombre lo primero que a los indios enseñaba". Cuando regresó de América, en 1528, poco le importó que el emperador lo esperara con impaciencia. Se negó a ir directamente a ver al rey y primero fue a visitar a la reina de Guadalupe, en cuyo pueblo se detuvo por espacio de nueve días y presentó a la virgen una rica lámpara y otros regalos, como agradecimiento por los favores recibidos de ella durante la misión de conquista. El padre Talavera publica, en el siglo XVI, la "Historia de Nuestra Señora de Guadalupe" y hace un inventario de las reliquias: "Está también un escorpión de oro, engaste de otro verdadero que encierra. Ofreciólo Fernando Cortés, Marqués del Valle, honra, valor y lustre de nuestra España. Dió ocasión a esta dádiva el milagro famoso que en su defensa obró Nuestra 33

Señora, habiéndolo mordido un escorpión y derramado tanto veneno por su cuerpo que le puso a peligro de perder la vida. Puesto en este estrecho, volvió los ojos a Nuestra Señora suplicando le acudiese en tanta necesidad. Fue Su Majestad servida de oír su petición, no permitiendo pasase adelante el daño. El famoso capitán, agradecidísimo de tanta merced, vino de lo más remoto de las Indias a esta Santa Casa, año de 1528, y trujo este escorpión de oro y el que le había mordido dentro. Es este engaste y pieza de mucho valor y de maravilloso artificio en que los indios se aventajaron". De tal visita de Hernán Cortés al pueblo de Guadalupe y de sus oraciones durante nueve días proporciona información Bernal Díaz del Castillo, ese pintoresco y veraz soldado que escribió ingenuas memorias, las cuales están consideradas como uno de los más valiosos documentos acerca de la conquista. Dice él que, en efecto, el capitán estuvo orando en Guadalupe, en su camino hacia Toledo, en donde conferenciaría con el Emperador Carlos V. Volvió Hernán Cortés a América, para salir de la Habana hacia la aventura suprema de su vida. Se acercaba a la meta del viaje, mientras el Emperador Moctezuma interrogaba, vehemente y desconcertado, al gran ídolo de Quetzalcoatl. Mensajeros venidos de la costa fueron a ver al rey de los mexicanos, quien, preocupado, observó la pintura que mostraba los bajeles hispanos. Ya no había duda; se cumplía lo dicho por los profetas; los descendientes de Quetzalcoatl llegaban, a arrebatarle el trono. Una mezcla de coraje e impotencia inundó el pecho del soberano de México. Habría que luchar, pero, a pesar de tal imperativo, lo asaltaba la duda: ¿para qué resistir ante lo inevitable? Ellos vencerían y harían cuanto quisieran y someterían a todos a su voluntad. Era como mirar el ocaso y llorar ante él, ante su triste belleza, Y Cortés llegó, con su fanatismo a cuestas. Consigna el padre Andrés Cavo que el conquistador declaró, en 1522, con sus soldados, una "guerra a los ídolos de los mexicanos y con este pretexto aquellos hombres ignorantes destruyeron a sangre y fuego todo lo que juzgaban tenía una relación a las

34

supersticiones de aquellas naciones”. El mismo autor informa que en un mismo día, en 1526, se dio fuego a todo templo y biblioteca mexicanos. Además, documentos del Archivo de Indias nos dicen que Hernán Cortés fundó, en sólo ocho días y sobre grandes ídolos de piedra que le sirvieron como base, la Catedral de México. No había indecisión en los propósitos del conquistador. Lo elemental para él era acabar con la idolatría de los mexicanos y destruir sus templos y erigir sobre las, cenizas y ruinas las iglesias para el culto cristiano. Abundan las constancias de que intentó siempre imponer la veneración a la Virgen. ¿A cuál? ya lo hemos dicho: él era devoto, fanático de la de Extremadura, de la de Guadalupe. Bernal lo consigna con toda claridad: "Moctezuma era muy devoto de Tezcatepuca e Huichilobos… La respuesta de sus ídolos fue que no curase más de oír a Cortés ni las palabras que le enviaba a decir que tuviese cruz, y la imagen de Nuestra Señora que no la trujesen a su ciudad”. Por su parte, fray Gerónimo Mendieta también nos habla del empeño del capitán por obligar a los nativos a adorar a Nuestra Señora: "En la provincia de los totonaque había el ídolo de una diosa muy reverenciada. Cortés hizo poner en el teocali de Cempoal otra imagen más de la Virgen, después de arrojar los ídolos”. Y así, parecía que el conquistador iría poco a poco imponiendo el cristianismo, cuando, por aquellos días, desembarcó Panfilo de Narvaez en Veracruz. Cortés fue a recibirlo y dejó a Alvarado en Tenochtitlan, de lo cual debió arrepentirse toda su vida, pues este tuvo el mal tino de hacer una gran matanza de indios en el momento en que ellos bailaban en el gran Teocali. La bestialidad de Alvarado irritó tanto a los mexicanos, que cuando Cortés regresó a México, encontró un ambiente cargado de rencor, en el que se desencadenó la guerra. Ya no estaba la imagen de la Virgen. "Pareció, según supimos — escribe Bernal Díaz del Castillo— que el gran Moctezuma tenía o devoción en ella o miedo, y la mandó guardar; y pusimos fuego a sus ídolos”. 35

Era la lucha por el mando y por las creencias. Moctezuma murió a pedradas y los españoles, con Cortés a la cabeza, no tuvieron más remedio que huir de Tenochtitlan, El gran capitán español lloró en Tacuba y en Otoncapulco, con las imágenes de su Virgen, de la virgen que había tratado de imponer a los mexicanos, en las alforjas. Pero el derrotado de la Noche Triste volvería por sus fueros y llevaría consigo, como siempre, a la Virgen de Extremadura. Don Lorenzo Boturini habla de esa imagen que acompañó siempre al capitán y que él entregó al alferez Bolante, quien cayó al agua en la calzada de Tacuba. Era una "hermosísima efigie de María Santísima, coronada con corona de oro y que tiene las manos juntas como que ruega… y no deja de asemejarse en algunas cosas a la que DESPUES SE APARECIO, de Guadalupe”. Hernán Cortés fue, pues, un fanático, como queda probado, de la guadalupana que en España se apareció al pastor extremeño Gil Cordero. Todo hace suponer, por tanto, que el conquistador de México acabó por triunfar en sus propósitos y logró trasplantar la adoración del Monasterio de Guadalupe a la ermita del Tepeyac. No vamos a dicutir en este trabajo sobre las ventajas o desventajas que México obtuvo o sufrió con el cambio de religión. No pretendernos impugnar la destrucción del gran Teocali y la construcción, en su lugar, de la Catedral. Hecho doloroso, ciertamente, pero, al cabo, parte de nuestra historia irremediable. Sólo queremos, a lo largo de esta obra, dejar constancia del engaño de que fueron objeto los humildes mexicanos. ¿Existió Juan Diego? ¿Cómo era? Si la pintura del ayate no fue obra divina, ¿quién fue el autor, aquí, en la Nueva España? ¿Hay pruebas fehacientes de que se trata de un producto de mano humana? ¿Qué sucedió, en el correr de los siglos coloniales, a quienes osaron desmentir la leyenda de las apariciones? ¿Cómo acabaron las vidas de esos rebeldes, como Bustamante y Fray

36

Servando Teresa de Mier? Son preguntas que encontrarán respuestas en este libro. Mientras tanto, quede constancia de que el Quezalcoatl de Moctezuma cayó ante la Nuestra Señora de Cortés.

Fray Francisco de Bustamante, pidio cien azotes “para el primero que hablo” de las apariciones y doscientos para qeuin las divulgara

37

UN ESCANDALOSO SERMON LO ACLARA TODO Fray Francisco de Bustamante pidió 100 azotes para el mentiroso que inventó la historia. Transcurría el año de 1556. En México aún nadie había escrito algo relacionado con las apariciones de la Virgen de Guadalupe, pero la gran trama se preparaba, al fraguarse poco a poco, de voz en voz, de oído, la idolatría de los mexicanos por la imagen que había sido colocada, casi réplica de la de España, en el Tepeyac. La Iglesia estaba muy lejos, todavía a muchos años de distancia del día en que daría su aprobación oficial a la leyenda de las apariciones al indio Juan Diego. El alto Clero guardaba silencio, pero seguramente veía con buenos ojos que el rumor se extendiera y que la veneración a la guadalupana fuera en aumento, con los consiguientes beneficios económicos de las limosnas. Todo marchaba bien, a pedir de boca; la leyenda se tejía sin contratiempos, hasta que el 8.de septiembre de ese año tranquilo se escuchó un sermón que produjo un gran escándalo, Desde el pulpito una voz viril pidió cíen azotes "para el primero que habló" de las apariciones de la Virgen de Guadalupe y "doscientos para quien hiciera suya la creencia y la divulgara”. El templo estaba lleno a toda su capacidad y se encontraban presentes durante la escandalosa pieza oratoria el presidente y los oidores de la Real Audiencia, lo que fue un factor de mayor conmoción general. El predicador fue contundente en su informe: no era verdad — según exclamó — que la madre de Dios se hubiera aparecido en el Tepeyac al humildísimo Juan Diego; la pintura en la tilma riada tenía de divino y había sido hecha -AYER— por el indio Marcos Cipac. Además, hizo otra grave denuncia: en el Tepeyac se ofendía a Dios al colectarse limosnas cuyo destino se ignoraba. Se

38

obtenían beneficios económicos en nombre de una virgen que jamás se había aparecido a nadie y que no era más que una pintura, encargada por los españoles a un indio, sobre un ayate que sirvió de lienzo. ¿Y quién era aquel hombre que osaba provocar la ira de las altas autoridades de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, con peligro de juicio, excomunión y hasta muerte? ¿Quién era y qué le sucedió por haber pronunciado tan irreverente sermón? Su nombre fue Francisco de Bustamante, fray Francisco de Bustamante. Nada le pasó, a pesar del juicio llevado al cabo y ordenado por fray Alonso de Montúfar. Se investigó durante algún tiempo y, al fin, el legajo quedó archivado, lo que viene a ser prueba fehaciente de que el asunto no pudo ser aclarado, ni desmentidas las palabras de Bustamante, quien jamás dejó de ser eclesiástico y murió tranquilamente en 1562, en Madrid. Luego, el silencio absoluto sobre el escándalo; silencio de tres siglos. Nadie sabía en donde estaba el expediente y, claro, nadie lo tiene a la mano ahora. Los motivos para esconderlo resultan obvios. El asunto parecía olvidado, hasta que en 1846 apareció el legajo en manos del entonces arzobispo de México, doctor don Manuel Posada y Garduño, quien lo mostró, sólo de lejos, sin permitirle leerlo, al licenciado Femado Ramírez. Luego murió el doctor Posada e indiscreciones varias permitieron dar a conocer el documento. Como es de colegirse, no hay una versión taquigráfica del sermón de Bustamente; pero la denuncia hecha entonces para su proceso es de suma importancia, por lo cual hemos decidido transcribirla: “1. EN MEXICO, martes ocho días del mes de septiembre de mil e quinientos e cincuenta e seis años, estando, en misa mayor en la iglesia del sor. S. Francisco y capilla de Sant. Joseph presidente é oidores de la Real audiencia e mucha gente, ansi hombres como mugeres, después de ce aber cantado el Credo, el maestro Bustamente religioso de la dicha orden, se subió en un pulpito que para el dicho efeto estaba

39

puesto junto a la rexa del altar e con un paño de seda blanco e colorado, predicó de nuestra Sra. e su Natividad, y estando en el dicho sermón e habiendo dicho la mayor parte del, paró e dijo, mostrando el rostro atemorizado e parándose mortal, que él no era devoto de nuestra Sra. lo qual entiendo que dijo por no alabarse e que si por alguna cosa que dijese se quitase a la menor vejezuela la devoción, que tal no era su intención, y no lo haría como cristiano, pero que le parecía que la devoción que esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de nuestra Sra., que han intitulado de Guadalupe (es) en gran perjuicio de los naturales, porque les daban a entender que hacía milagros aquella imagen que pintó un indio, e así que era Dios, y contra lo que ellos habían predicado e dádoles a entender, dende que vinieron a esta tierra, que no habían de adorar aquellas imágenes, sino lo que representan, que está en el cielo; demás que allí se hacían algunas ofensas a Dios nuestro Señor, según era informado, e la limosna que se daba, fuera mejor darla a los pobres vergonzantes que hay en la ciudad, y aún que no se sabía en qué se gastaba; y que mirasen los que allá iban lo que hacían, porque era en gran perjuicio de los naturales, y que fuera bien al primero que dijo que hacía milagros, le dieran cien azotes e al que lo dijere de aquí adelante, sobre su ánima le diesen doscientos, caballero en un caballo; y que encargaba mucho el examen deste negocio al visorrey e audiencia, y que aunque el arzobispo dijese otra cosa, que por eso el rey tiene jurisdicción temporal y espiritual, y ésto encargó mucho a la audiencia y también dijo que no era bien predicarlo en pulpitos, primero que estuviesen certificados en ello e de los milagros que se decía había hecho; había muchas personas de calidad presentes. II. Lo primero dixo que una de las cosas más perniciosas para la buena cristiandad de los naturales, que se podían sustentar, hera la devoción de nuestra Sra, de Guadalupe, porque desde su conversión se les había predicado que no creyesen en imágenes, sino solamente en Dios y en nuestra Sra., y que solamente servían para provocarlos a devoción y que agora decirles que una imagen pintada por un indio hacía milagros, que sería gran confusión y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que había, como nuestra Sra. de Loreto y otras, tenían grandes principios, y que esta se

40

levantase tan sin fundamento, estaba admirado. En esto cargó la mano, y otros de mejor memoria lo dirán. También dijo que publicarse milagros, como se había publicado, era gran confusión, porque iba un indio cojo con esperanza que había de volver sano, y después volver más cojo que había ido, era darles ocasión de que no creyesen en Dios ni en Santa María, y que la cristiandad de ellos fuese cada día a menos. Y que si esta devoción iba adelante, prometía de jamás predicar a indios, porque sería tornar a deshacer lo hecho. Dijo que suplica al Sor. visorrey e oidores mandasen remediar tan grande mal, y que sobre ello hiciesen información, y castigasen a los inventores, dándoles a cada uno doscientos azotes a su cuenta; y que no obstante que V. S. es prelado de la Iglesia, el rey es patrón della, y puede en lo uno y en lo otro hacer lo que le pareciere, y que al sor. visorrey y oidores competía el remediar esto, en lo cual cargó bien la mano. También dijo que mejor serviría Nuestra Señora, con que el tomín y candela que allí le ofrecen se diese a pobres necesitados y no ofrecerle donde sabe Dios en qué se gasta. Dijo que el arzobispo mi señor estaba muy engañado en pensar que estos indios no eran devotos de nuestra Sra., porque los que los trataban entendían ser tanta su devoción, que la adoraban por Dios y que antes era necesario en esto irles a la mano y dárselo a entender. III. El visitador, que le oyó decir en comenzando a hablar de nuestra Sra. de Guadalupe, que lo que su Sria. había predicado de nuestra Sra. de Guadalupe no le quería contradecir y ansimismo que su intención no era, aunque fuese una viejezuela, que perdiese la devoción de nuestra Sra., más que le parecía que era una cosa perniciosa para los naturales desta tierra, porque les habían dado a entender en sus sermones, que las imágenes heran de palo y de piedra, y que no se habían de adorar, más de que estaban por semejanza de las del cielo, y que los indios eran tan devotos de nuestra Sra. que la adoraban y que pasaban mucho trabajo para quitarles aquella opinión, y que visto agora que aquella imagen hacía milagros, aunque no estaba ninguno averiguado que se pasaría mucho trabajo de aquí adelante en quitarles la opinión que tenían de adorar la imagen de nuestra Sra. y que no sólo había este mal en ello, pero que había otros males de ir allá

41

con comidas y limosnas que daban, que sería mejor darlas al ospital de las bubas o a otras personas: que suplicaba al Sor. visorrey y oidores que lo mirasen bien, y averiguasen y aunque su Sría. Rma. era juez eclesiástico ellos lo podían todo, y que si al primero que salió con este milagro, lo azotaran y castigaran, no viniera al estado en que está y que si la devoción iba adelante, de la imagen de nuestra Sra. de Guadalupe sin .primero examinarlo, que él no predicaría más a los indios”. Ante tal denuncia, el proceso no se hizo esperar, aunque, repetirlo es bueno, nada le aconteció a fray Francisco, de Bustamante, quizá porque --insistamos— las altas autoridades de la Iglesia no encontraron delito que perseguir. Un aspecto Llama la atención: los juzgadores de Bustamante demostraron amplio criterio, pues al parecer le perdonaron que pusiera en duda los milagros virginales, que llamara vejezuela a la guadalupana, que pidiera que en vez del engaño y la recaudación de limosnas se socorriera a los miserables y que clamara por cien azotes para el mentiroso (no hay que dudar que así lo consideraba él) que habló por vez primera de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. ¿Qué le hubiera pasado al valiente fraile si hubiera pronunciado su sermón en México, en pleno siglo XX? ¿Lo hubieran perdonado los guadalupanos furibundos? Dejemos la respuesta a la imaginación.

42

Por haber pretendido destruir el mito de la guadalupana, Fray Servando Teresa de Mier, fue perseguido en México y España, hasta el último día de su vida.

43

TAMBIEN FRAY SERVANDO HIZO RUIDO Según este valeroso clérigo, la imagen de la virgen fue traída por Santo Tomas Entre los muchos impugnadores de la leyenda de las apariciones del Tepeyac, fray Francisco de Bustamante y fray Servando Teresa de Mier fueron quienes lograron producir los mayores escándalos, tan grandes que atravesaron el mar y llegaron a saberse y juzgarse en el reino de España. Servando Teresa de Mier, el fraile mexicano, también asombró y asustó, como antes lo había hecho Bustamante, a miles de oyentes, desde un pulpito. Fue el 12 de diciembre de 1794, en la Basílica de Guadalupe. Igual que en el famoso sermón de Bustamante, cuando fray Servando habló estaban presentes las más altas autoridades civiles y clericales. Y también, como entonces, se produjo, como consecuencia de la perorata escandalosa, una acusación formal y un proceso, del cual, en esta ocasión, el osado orador no salió tan bien librado como el de 1556. Se le condenó a diez años en prisión y se le persiguió, física e intelectualmente, en México y España hasta el último día de su vida. Pero no se crea que fray Servando pretendió, como lo hizo Bustamante, destruir el mito de la guadalupana. Simplemente sostuvo una singular tesis sobre el origen de la imagen, una hipótesis que hubiera sido digna de estudiarse, de no haber mediado el fanatismo y los cuantiosos intereses de ia Iglesia. Fray Servando sostuvo, en el sermón de aquel 12 de diciembre, desde el pulpito de la Basílica, que la pintura de la "Virgen del Tepeyac" no fue hecha en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás. Dijo algo más sorprendente: Santo Tomas vino a América mucho antes que Cristóbal Colón: llegó y los nativos lo llamaron Quetzalcoatl. El santo traía —así lo afirmaba fray Servando y pedía que alguien le probara, si podía, lo contrario— la imagen guadalupana, que fue pintada "desde los principios del primer siglo de la Iglesia y viviendo aún en carne mortal de la Santísima Virgen". 44

Aun después de transcurridos los años y cuando la sentencia se había dictado, el clérigo mexicano no cesaba de repetir: "Es pintura de los principios del siglo primero de la Iglesia". Reveló algo más fray Servando Teresa de Mier: cuando los nativos de la Nueva España conocieron a la virgen que Santo Tomás les trajo, le llamaron Tonantzin, razón por la cual dedicaron el cerro del Tepeyac a la adoración de ese ídolo. Las palabras del indisciplinado clérigo resonaron, vehementes; quedaron, vibrantes, en el ambiente, para siempre; ahí están, sin una respuesta, sin el cuidadoso estudio que merecen: "No hay tal aparición de Santa María de Guadalupe en la tilma de Juan Diego” Los más variados calificativos fueron lanzados contra fray Servando, pero él siempre dijo, a manera de defensa: "Tampoco partí tan de ligero que no consultase mi sermón antes de predicarlo con algunos doctores hábiles; pero tuve la desgracia de que me animasen, prometiéndome sus plumas y aún sus bolsas para entrar en la lid- a mi favor”. Y, claro, ya el lector seguramente adivinó: esos augustos sabios dejaron solo al fraile. Así suele suceder; ha acontecido siempre, a lo largo de la historia de la humanidad. Nunca faltarán los traidores, los judas que están con el maestro a la hora de compartir con él la sal y el pan, pero huyen, aterrados, como las ratas de los barcos que se hunden y son capaces hasta de negar a la madre que los parió.. El valiente monje quedó solitario, frente a sus juzgadores, pero jamás negó haber "blasfemado” contra la leyenda de las apariciones de la madre de Dios a Juan Diego. El archivo del proceso, completo, está en la Biblioteca del Colegio del Estado de Puebla, en la ciudad de Puebla. De tal documento se hizo una copia en octubre de 1878 y fue publicada en la "Colección de Documentos para la Historia de la Guerra de Independencia de México”. No puede decirse que el sermón que se escuchó de labios de fray Servando Teresa de Mier sea una prueba contundente de la tesis que él mismo sustentó. Sin embargo, justo es señalarlo en este trabajo, pues, amén de que la aseveración es

45

inquietante, —se trata de un punto de vista —uno más— que contradice la leyenda mexicana de la Virgen de Guadalupe. Esos argumentos, esas negociaciones a la creencia general, fueron los factores que hicieron dudar al Vaticano durante tantos siglos, para dar su respaldo oficial y llevar a la guadalupana hasta el "trono de Hispanoamérica". Y si los papas dudaron, ¿por qué no habremos de dudar los simples mortales y con mayor razón los mexicanos, en cuya vida nacional está incrustada la imagen de una virgen morena, a la cual se hace aparecer como madre de la patria? Y en un asunto como éste, toda inconformidad —como las de Bustamante y fray Servando— es digna de tomarse en cuenta para la formación de un criterio. Reza un viejo adagio popular que "cuando el río suena es que agua lleva”. En este caso, el río de lobos —Guadalupe— contiene los más variados sonidos.

46

En ninguno de los tres Concilios Mexicanos, del Siglo XVI, se habló de las apariciones de la Virgen de Guadalupe,

47

TODO SE REDUCE A UN RUMOR Durante el primer cuarto de siglo de la Colonia, nadie se refirió a las milagrosas apariciones. Vamos a suponer por un momento que las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego corresponden a la más estricta verdad, en cuyo caso es de suponerse que la noticia del milagro se extendió vertiginosamente por toda la Nueva España y que hasta llegó, en un santiamén, a la Corte española y al Vaticano, Eso sería lo lógico, pero no sucedió así. Pasaron 25 años y durante ese lapso nadie habló públicamente del asunto, además de que los mexicanos continuaron su adoración a Tonantzin. Fue, como ya lo vimos, hasta 1556 cuando alguien -Bustamante— se atrevió a tratar el tema de la leyenda del supuesto milagro y no precisamente para divulgarlo, sino para atacarlo. Esto nos muestra que hasta el día del sermón escandaloso no se había logrado que los Indios cambiaran a Tonantzin por Guadalupe. Prueba fehaciente de ello es la "Historia de los indios de la Nueva España", escrita en 1540 por Fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía. En ella, el autor habla ampliamente del culto a Tonantzin y lo describe, pero en ningún momento menciona aparición alguna de la Virgen de Guadalupe. Y no solo Motolinía ignora los supuestos hechos. Según advierte Jesús Amaya, "ninguno de los tres Concilios Mexicanos, del Siglo XVI, habló sobre apariciones de la Virgen de Guadalupe, y sí de la idolatría”. El escándalo provocado por el sermón de fray Francisco de Bustamante fue como una tormenta en un vaso de agua. Todo quedó igual, el clérigo en sus funciones y los habitantes de la Nueva España en su rutina. Ni una gota de tinta se usó para escribir sobre la Virgen de Guadalupe. Ni una línea en 117 años, hasta que, por fin, en 1648, apareció un relato escrito, publicado por el Dr. Miguel Sánchez. ¿Y qué pruebas ofrecía el susodicho señor Sánchez? Ninguna; 48

él mismo declaró públicamente que no las encontró y que la única base que había era el relato de don Antonio Valeriano, escrito en lengua náhuatl y con caracteres latinos. Sobre ese cuento gira todo. Valeriano es el centro de todas las investigaciones sobre el milagro del Tepeyac, la única relación. A nadie le consta nada y hasta Miguel Sánchez lo acepta, aunque dice que "la tradición existe". Después de la publicación de 1648 transcurrieron otros 88 años de calma en torno al tema. Nadie se preocupó por investigar, puesto que la ausencia de datos no lo permitía. Ochenta y ocho años de silencio, de labor callada y tesonera para que los indios olvidaran, de una vez por todas, a Tonantzin y se entregaran al culto guadalupano, al fervor que los tornaría en seres mansos de espíritu y acción. Era menester que los nativos olvidaran sus orígenes mexicanos y creyeran ciegamente en que sus lágrimas — lágrimas de seres humanos sometidos a la ley del más fuerte serían enjugadas en el manto de la virgen morena. Resignación era lo que se demandaba de ellos. Después de todo, ser humilde y débil constituía un privilegio, un don del cielo, la razón de la vida, el motivo por el cual la madre de Dios había decidido venir a tierras del Anáhuac, para recibir en su seno a aquellos que sufrían, pero que un día serían recompensados con la gloria celestial. Era necesario crear una bandera mexicana; así lo entendían los conquistadores. Pero no convenía que fuera una bandera de independencia y libertad. ¿Qué mejor que la Virgen de Guadalupe —originaria de Extremadura, familiar para los españoles, consuelo para los desheredados, panacea de todos los sufrimientos, bálsamo contra la rebeldía— para convertirla en símbolo de la nación mexicana? Y así llegó el año de 1736, durante el cual se hizo el primer intento para lograr la coronación de la virgen morena del Tepeyac. Tocó a Lorenzo Boturini el esfuerzo. Arribó Boturini en ese año y sin perder tiempo se dio a la tarea de reunir datos para que sirvieran de base a la petición formal de coronación de la "reina de América”. 49

Incansable y entusiasta, pasó noches en vela para revisar legajos y tratar de encontrar el mayor número de datos sobre las apariciones. Todo en vano; mucho trabajó pero sólo llegó a la conclusión de que ninguno de los historiadores del siglo XVI hacía mención de la tradición. Nada pudo obtener, más que el relato de don Antonio Valeriano, para apoyar su proyecto de reconocimiento a la guadalupana; pero no desmayó en su empeño y decidió hablar con la gente del pueblo. Así lo hizo y recogió, como único resultado, débiles rumores, miradas esquivas, palabras entrecortadas, historias diversas sobre el caso del humilde Juan Diego, a quien la Virgen María ordenó que en su nombre pidiera que le erigieran un templo, precisamente en la ermita del Tepeyac. Fue entonces cuando el sermón de Bustamante cobró mayor fuerza. Vibraban en el ambiente sus palabras y se sentía la energía de su petición: "que le den cien azotes a quien por primera vez haya hablado de las apariciones y doscientos a quien repita la mentira". La gente se preguntaba si el fraile aquel había tenido razón al afirmar que el indio Marcos Cipac había sido el autor de la pintura de la Virgen del Tepeyac. Por el momento no era posible lograr la coronación, pero ya llegaría la oportunidad. Los interesados esperaban; algún día tendría que montarse el tercer acto de la obra y caer el último telón.

50

Al recibir los mexicanos la tierra que se les concedía fue cuando empezó el nacimiento de la madre de los dioses.

51

Y ACABARON CON TONANTZIN Leyenda del nacimiento de Tonantzin, Diosa de la Discordia, Traición de los aztecas al Señor de Culhuacan "Los aztecas Llegaron al gran valle y se acercaron a Culhuacan", según relata fray Diego Duran en su interpretación del Códice Teoamoxtli, el Libro Divino de los Mexicanos. Después de sostener cruentas batallas y de haber sufrido la aprehensión y muerte de su señor, Uitziliuitl, los nómadas que más tarde formarían el poderoso imperio azteca decidieron luchar con denuedo para conquistar las tierras y las agrias del valle prometido, del Anáhuac de verdes esperanzas. Dice el Códice Teoamoxtii: "Llegados allí el Dios Uitzilopochtli habló a los sacerdotes y díjoles; padres y ayos míos, bien he "visto vuestro trabajo, y aflixión, pero consolaos, que para poner el pecho y la cabeza contra vuestros enemigos sois venidos aquí; lo que podéis hacer es que enviéis vuestros mensajeros a Achitometl señor de Culhuacan y sin más ruegos ni cumplimientos le pedís que os señale sitio y lugar donde podáis estar y descansar y no temáis de entrar a él con osadía, que yo sé lo que os digo y ablandaré su corazón para que os reciba, y tomad el sitio que os señalaré bueno o malo y asentad en él hasta que se cumpla el término y plazo determinado de vuestro consuelo y quietud. Ellos, confiados destas promesas y razones enviaron sus mensajeros a Culhuacan enviándole a decir que los mexicanos le rogaban les señalase sitio y lugar donde pudiesen estar ellos y sus mujeres e hijos encomendándose a él como al más benigno, confiados de su clemencia, les daría tierra no solo para edificar pero también para sembrar y coger para el sustento de sus personas, mujeres e hijos. "El rey, inclinado a sus ruegos, mandólos aposentar y dar lo necesario a sus personas como entre ellos es uso y costumbre, acariciando a los mensajeros y caminantes y hacellos muy buenos hospedajes. Mientras los mexicanos descansaban, Achitometl, señor de Culhuacan mandó llamar a sus grandes principales y señores y les dijo: Los mexicanos con toda la

52

humildad posible me envían a rogar les señale en mis tierras lugar y sitio donde puedan hacer una ciudad; mirad qué lugar os parece que se les dé, Habido entre todos su consejo lleno de mil contradicciones, demandas y respuestas, mostrándose siempre el rey favorable a los mexicanos salió determinado se les diese un lugar que llaman Tiza-pan, que es de la otra parte del cerro de Culhuacan. . Los mexicanos recibieron la tierra que se les dió y decidieron poblarla, pero fue entonces cuando empezó el nacimiento de la Madre de los Dioses, en el Anáhuac, de la misma que más tarde sería adorada en el cerro del Tepeyac. Dejemos otra vez la palabra a fray Diego Durán: "Uitzilopochtli, Dios de los mexicanos, enemigo de tanta quietud y paz y amigo de desasosiego y contienda, viendo el poco provecho que de la paz se le seguía dijo a sus viejos y ayos: necesidad tenemos de buscar una mujer la cual se ha de llamar la Mujer de la Discordia y esa ha de llamarse mi agüela o madre en el lugar donde hemos de ir a morar. Porque no es este el lugar donde hemos de hacer nuestra habitación y morada, no es este el asiento que os tengo prometido: más atrás queda, y es necesario que la ocasión de dejar éste donde ahora moramos no sea con paz sino con guerra y muerte de muchos, y que empecemos a levantar nuestras armas, arcos y flechas, rodelas y espadas, y demos a entender al mundo el valor de nuestras personas; empezaos a aparejar y a percibir y a poner de las cosas necesarias para nuestra defensa y para la ofensa de nuestros enemigos, y búsquese medio luego para que salgamos deste lugar; y el medio sea que vayáis al rey de Culhuacan, Achitometl y le pidáis su hija para mi servicio y luego os la dará y esta ha de ser la Mujer de la Discordia, como adelante veréis. "Los mexicanos, obedientísimos a su Dios fueron luego al Rey de Culhuacan y pídenle a su hija quel en mucho tenía, para señora de los mexicanos y mujer de su Dios. El rey con codicia de que su hija iba a reinar y a ser diosa de la tierra, diola luego a los mexicanos, los cuales la llevaron con toda la honra del mundo con mucho regocijo de ambas las partes así de la parte de los mexicanos como de la de los de Culhuacan. Llegada y puesta en supremo lugar aquella noche habló Uitzilopochtli a

53

sus ayos y sacerdotes y díjoles: ya os avisé que esta mujer había de ser la Mujer de la Discrodia y enemistad entre vosotros y los de Culhuacan, y para que lo que yo tengo determinado se cumpla, matad esa moza y sacrificádmela a mi nombre al cual desde hoy la tomo por mi madre. Después de muerta la desollaréis toda y el cuero vestírselo ha uno de los principales mancebos, y encima vestirse ha los demás vestidos mujeriles de la moza; y convidaréis al rey Achitometl que venga a adorar a la Diosa su hija y a ofrecelle sacrificio. Oido por los ayos y sacerdotes lo que su Dios les mandaba y dado aviso dello a todo el común, toman la moza princesa de Culhuacan y señora heredera de aquel reino, y mátanla y sacrifícanla, a su Dios, Murió la hija de Achitometl y en ella nació la madre de Dios, de Huitzilopochtli, a la que más tarde quitó su lugar, en el Tepeyac, la madre de Jesucristo. Transcurrieron los siglos y los mexicanos no olvidaban a la virgen sacrificada, a la que erigieron un adoratorio, precisamente en el lugar en donde ahora está la Basílica de Guadalupe, y la llamaron Tonantzin, de lo cual informa con amplitud el Códice Chimalpopoca. El investigador Boturiní también se refirió a la diosa de los nativos e hizo notar que la adoraban "en el cerro del Tepeyacac”, en el que le daban culto "donde hoy lo tiene la Virgen de Guadalupe". Hasta ahí, hasta la ermita sagrada de los mexicanos, llegaron los españoles, empeñados en cambiar una adoración por otra. Fray Bernardino de Sahagún vino a México cuando habían transcurrido cuarenta y cinco años de la pretendida aparición de Juan Diego, tiempo suficiente como para que se enterara del milagro. Sin embargo, habla de Tonantzin y describe su culto, pero no se refiere al caso de la tilma del indio ni dice haber visto la pintura. - Es conveniente señalar que hay datos que hablan de que en 1528 los frailes franciscanos fundaron una ermita en el Tepeyac, buscando imponer la devoción de la Virgen María y acabar con la idolatría de los indios. Fue, sin duda y a pesar de lo difícil y arduo de la labor de 54

convencimiento, un golpe maestro de los conquistadores. Muy arraigada estaba en el ánimo de los aztecas la necesidad de una madre espiritual y la adoración de la Virgen de Culhuacan. Era Tonantzin el centro de la vida, la protectora y guía espiritual del pueblo, la diosa a la que se le rendía pleitesía y se le ofrecían flores y danzas. Naturales fueron las grandes dificultades para que los indios asimilaran la idea del cambio. Aparentemente danzaban ahora a Nuestra Señora de Guadalupe; lo hacían en silencio, mansamente, pero tras sus rostros inexpresivos y serenos se escondía una transparente lágrima, derramada en. el corazón, en recuerdo y en honor de la hija de Achitometl, de aquella doncella que había muerto para convertirse en madre del dios Huitzilopochtli, en Mujer de la Discordia. No eran danzas de adoración a la guadalupana, sino movimientos de resignación; se repetía la impuesta docilidad de los días de Moctezuma, pero ya sin los brotes de rebeldía de Cuitláhuac y Cuauhtémoc. Era inevitable la derrota espiritual, como antes lo había sido la militar. Sabían que tendrían que enterrar para siempre a su Tonantzin y por ello sus movimientos denotaban una honda melancolía. Y cabe la pregunta: ¿creyeron los mexicanos en Juan Diego? ¿lo conocieron? ¿Alguien lo vio? ¿Quién era? ¿Existió o fue un simple símbolo de la raza subyugada y escarnecida? Aseguran los guadalupanos que Juan Diego fue un indio de carne y hueso, tan real como el lector. Lo dicen porque así lo describe la leyenda, basada en una única fuente: el relato de don Antonio Valeriano. La cuestión invita a incursionar en una investigación. Así lo hemos hecho e informamos de ello en las siguientes páginas.

55

Hasta este sitio, cuenta la leyenda que acudió Juan Diego, pero el Convento de Santiago Tlatelolco fue construido cinco años después de las apariciones.

56

BUSQUEMOS A JUAN DIEGO Es de suponerse que Juan Diego sólo existió en la calenturienta imaginación de los interesados. La investigación sobre la Virgen de Guadalupe no podría ser completa sin la aventura de incursionar por los vericuetos de la vida colonial del Siglo XVI, para tratar de encontrar rastros de Juan Diego, el indio macehual, candido y humilde, a quien, según la leyenda, se apareció la madre de Dios. Rezan los rumores que Juan Diego —casado con María Lucía, nativa, como él, de Cuautitlán— venía una mañana de Talpetlac, rumbo al templo de Santiago el Mayor, ubicado en Tlatelolco. Muy distraído caminaba, sumido en sus sencillos pensamientos, cuando, de pronto, al llegar a la cima de un montículo, escuchó que una dulce voz femenina, acompañada de un coro de pájaros, lo llamaba por su nombre y le decía: "Hijo mío, Juan Diego, a quien amo tiernamente, como a pequeñito y delicado, ¿a dónde vas?“ El macehual no sintió miedo alguno. Quedó deslumhrado al ver frente a sí a una hermosísima señora y puso atención a todo lo que ella le decía; la oyó claramente cuando le ordenó que fuera de inmediato a ver al Obispo fray Juan de Zumárraga y le dijera que debía erigir un templo ahí, precisamente en ese lugar, en el cerro del Tepeyac. Esa era la voluntad de la virgen; deseaba que los mexicanos tuvieran un sitio para adorarla. Sin pérdida de tiempo, Juan Diego corrió a cumplir el divino encargo, pero vanos fueron sus esfuerzos, ya que Zumárraga no le dio crédito, sino, por tratarse de un indio recién convertido, creyó que sufría de alucinaciones. De regreso, el macehual volvió a encontrar a la bellísima señora, a quien informó de su .fracaso y pidió que mejor enviara a dar tan importante recado a "alguna persona noble". La virgen insistió, con la misma dulzura en la voz: "Oye, hijo mío muy amado, sábete que no me faltan sirvientes ni criados a quienes mandar, mas conviene que tu hagas este negocio”. Por segunda vez, el escogido de Nuestra Señora fue a ver al Obispo, quien, ya un poco impaciente, dijo al supuesto 57

mandadero que para creerle necesitaba que trajera una prueba de los hechos que relataba. Juan Diego salió, raudo, del Obispado y caminó, pensativo, hacia el cerro del Tepeyac, seguido por un grupo de espías que había enviado fray Juan de Zumárraga, para que indagaran sobre sus pasos. Labor sin frutos, pues el perseguido desapareció como por arte de magia. Una vez más —la tercera— se encontraron el macehual y la Virgen. Aquel le contó su segundo fracaso y cuando ya se sentía desfallecido por lo infructuoso de sus intentos, ella lo citó para el día siguiente y le dijo que enviaría la prueba que Zumárraga solicitaba. Juan Diego llegó a su casa y encontró a su tío, Juan Bernardino, gravemente enfermo, razón por la cual no asistió a la cita que la celestial aparición le había dado. No quería volver a pasar por el lugar, por lo cual, cuando fue por medicinas para el enfermo, evitó el montecillo y caminó rodeando, por las faldas del cerro, sin el resultado que esperaba, pues la Virgen salió a su encuentro y una vez más le habló. No tenía por qué preocuparse por la enfermedad de su tío, le indicó; cuando regresara, lo encontraría pleno de salud, pero antes tendría que ir a ver otra vez al Obispo Zumárraga, a quien le llevaría la prueba demandada. "Corta esas rosas y ponías en tu tilma". Juan Diego obedeció la melodiosa orden y fue a llevar las flores, como se lo indicó la Virgen morena, al incrédulo fraile, quien al recibirlas se arrodilló ante el milagro: rodaron los pétalos por el suelo y apareció, estampada en la tilma, la ahora famosa imagen guadalupana. Esa es la leyenda, aceptada por millones de personas en el mundo entero y avalada por la Iglesia, pero hay algunas consideraciones que debemos consignar: El convento de Santiago se fundó, en Tlatelolco, en 1536, Por tanto, cuando Juan Diego vio a la madre de Dios, en 1531, no existía. ¿Cómo pudo, en consecuencia, intervenir en los milagrosos sucesos fray Juan de Zumárraga? Otra incongruencia: los indios macehuales no llevaban dos nombres, privilegio destinado a los cristianos. Los nativos

58

todavía no tenían tal derecho, puesto que apenas habían sido convertidos al cristianismo y aún se Ies consideraba semisalvajes. ¿Por qué entonces Juan Diego se llamaba así? ¿Otro milagro? Nadie lo ha consignado. Por otra parte, ningún historiador habla de alguien que respondiera a tal nombre, ni hay rastro alguno de su existencia, más que el rumor recogido por Valeriano. Pudiera creerse que el indio que vio a la Virgen no se llamaba Juan Diego y señalarse que el nombre poco importa. A tal argumento se respondería: contrario a toda lógica sería que no se hubiera recogido el nombre exacto de tan afortunada criatura. Si las apariciones ocurrieron, ¿por qué no se ofrecen datos exactos sobre la personalidad del hombre que sirvió de instrumento a la Nuestra Señora de Guadalupe, para lograr que le construyeran un santuario? Otra falla en la historia del Tepeyac: los nativos, ya lo dijimos, eran considerados casi animales. En consecuencia, no se les concedía la extremaunción, como se dice que se pidió para el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, durante la enfermedad que lo tenía postrado. Y queda la pregunta flotando en el ambiente: ¿quién era ese indio de quien ningún historiador se ocupó más de un siglo? Nos enteramos, por la forma como, según la leyenda, lo trató la madre de Dios, que se trataba de un nativo humilde, pobre y bueno. La Virgen lo llamó "pequeño y delicado" y dio a entender que esos calificativos eran, en general, para todos los mexicanos, simbolizados por él. Pero… ¿no sabía María, la madre de Dios, que somos la raza de bronce? ¿No se enteró jamás de la derrota que los españoles sufrieron a lo largo de la calzada de Tacuba, aquella noche triste que recibió las lágrimas de Cortés? Si lo supo, no estuvo muy acertada al llamar "pequeñito y delicado", al pueblo mexicano.

59

O, tal vez —cabe la duda— la imagen no era producto de la mente celestial y virginal de María, sino del punto de vista de los conquistadores, quienes veían en esa pequeñez, debilidad y delicadeza un filón de oro. De cualquier modo, el estigma se nos quedó: los mexicanos somos, bajo el manto guadalupano, infelices y débiles mortales.

60

Aquí se adoraba a Tonantzin, madre de Huizilopochtli

61

EL SILENCIO DE ZUMARRAGA El ilustre y veraz Arzobispo Zumárraga, no dejó una sola constancia de la aparición de la que, según los guadalupanos, fue testigo. No hay indicios de que fray Juan de Zumárraga haya perdido la razón o sufrido de lagunas mentales. Era un hombre inteligente, culto y admirado por todos. Ahora bien: la leyenda indica que fue él quien recibió de Juan Diego las rosas rojas, mismas que al caer al suelo dejaron al descubierto la pintura de la Virgen de Guadalupe en la tilma del indio aquel. Y surge, necesariamente, la pregunta: ¿por qué el arzobispo Zumárraga jamás se refirió al asunto? ¿por qué, si era el único testigo real del milagro, nunca habló de él ni mencionó a Juan Diego? Es inconcebible que no haya relatado el extraordinario suceso. Por tanto, no queda más que pensar que es falso todo o, por lo menos, la intervención de fray Juan de Zumárraga en el milagro de las apariciones es mentira. Pero hay algo más, muy significativo, en la actitud del fraile: escribió un pensamiento que no habría tenido si hubiera sido testigo de la aparición de la pintura en la tilma de Juan Diego: "el redentor del mundo ya no quiere milagros, porque estos ya no son necesarios para hacer que los hombres crean en él”. El silencio de fray Juan de Zumárraga coincide con la absoluta carencia de testimonios serios. A nadie,.a ningún escritor se le ocurrió hablar, durante 117 años, de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Es increíble que algo tan extraordinario como el milagro guadalupano haya pasado inadvertido para todos durante más de un siglo. Y luego, cuando se habló del tema, fue para que se produjeran negaciones. El padre Sahagún declaró, de plano, desconocer el origen guadalupano de la ermita del Tepeyac.

62

No queda, pues, otra salida que el convencimiento de que Juan Diego no existió y de que la madre de Dios jamás vino a México para dar su protección al pueblo. ¿Cuál es la verdad en todo esto? Resulta sencilla la explicación: los españoles dieron muestra de ser poseedores de fecunda imaginación y crearon un personaje indio, con nombre —por cierto— español; un personaje que tenía precisamente las características ideales para que la gente lo sintiera familiar; un indio humilde y bueno, ingenuo y casi celestial. Por su bondad fue que —desde el punto de vista de la trama muy bien elaborada — tuvo el privilegio de ver a la virgen morena. Por tanto, los mexicanos tendrían que imitar esa virtud y ser sumisos, obedientes con el poderoso, incapaces de rebelarse ante la injusticia y seguros de que para ellos hay un premio, allá en el cielo, por ser los favoritos del Señor. No convenía que mantuvieran su terca idolatría por Tonantzin. Era necesario montar toda una obra de teatro, todo un espectáculo para que no se resistieran, como cuando los tiempos de Moctezuma, al cambio de religión. Era urgente acabar con el "salvajismo" de la gente ele la Nueva España. La maniobra fue difícil y, al fin, venturosa. Se empezó por escoger, muy acertadamente, por cierto, el escenario. No había otro mejor que el cerro del Tepeyac. Ahí era adorada la madre de Huitzilopochtli. Todo sería fácil y se reduciría a un cambio sencillo. Así que… manos y cerebros a la obra: a enterrar a Tonantzin y poner, en el mismo sitio, a Guadalupe. Fue clara la maniobra y el éxito rotundo.

63

El celebre vulcanografo Gerardo Murillo Doctor Atl, opino que se trata de una obra de las decadentes pinturas bizantinas.

64

LA PINTURA NO ES DIVINA Opinión de Gerardo Murillo (Dr. Atl) acerca de la pintura que se conserva en la Basílica de Guadalupe. Los indios pintores.— Fray Pedro de Gante fundó en México la Academia de pintura donde estudió Marcos Cipac. Es comprensible que los interesados en lograr el fanatismo guadalupano hayan divulgado los resultados de las pruebas hechas a la pintura de la tilma de Juan Diego cuando éstos han sido positivos para su causa y, en cambio, hayan ocultado las opiniones de expertos que se han pronunciado en contra de la tesis del origen divino de la obra en cuestión. Uno de esos expertos —de cuya capacidad no puede dudarse, dado el prestigio que logró al través de su vida— fue el Dr. Al!, considerado como uno de los dos mejores paisajistas —junto con Joaquín Clausel — mexicanos. Gerardo Murillo —que ese era el nombre verdadero de este gran pintor— opinó: "La pintura de Guadalupe es parodia de una imagen que se conserva en Fuenterrabía, España, parodia a su vez de imágenes bizantinas de la decadencia. La Virgen de Guadalupe es obra puramente decorativa; ejecutada por un imaginista mediocre; tiene carácter y técnica de pintura estandarte". Habrá quien, cegado por la ira que le produzcan tales declaraciones, diga que el Dr. Atl no tenía suficiente autoridad para emitir su opinión al respecto, o que su peritaje (pues no puede llamarse de otra forma, dada su capacidad) es nulo por haber sido motivado por "intereses inconfesables” o algo así. La verdad es que el vulcanólogo era un maestro pintor de gran prestigió y, por tanto, su punto de vista es merecedor dé atención. Y para quien crea que él servía a propósitos políticos sólo podríamos señalar: es curioso que sus palabras coincidan con las de todos los impugnadores —y los ha habido muchos y muy prestigiados— de la leyenda del Tepeyac. Por lo demás, lo que señala el Dr. Atl nos hace pensar en le

65

imposibilidad de un origen divino de la pintura: los ángeles no hubieran hecho una obra mediocre, copia de las decadentes pinturas bizantinas. Esto viene a reforzar la denuncia hecha por Bustamante en 1556 y explica el por qué se trata de una obra, de estandarte", ya que fue pintada, según el fraile que produjo aquel escándalo desde el pulpito, por un indio de nombre Marcos Cipac. Como se verá, los factores se van enlazando, los cabos se atan y sólo quien sea ciego y sordo no podrá ver ni oír la verdad: la guadalupana es un mito. Un día, el arzobispo de México, monseñor Luis María Martínez, encargó a los pintores Jesús y Eduardo Cataño Wiíhelmy que hicieran una reproducción del famoso cuadro de la Virgen de Guadalupe. Se dieron a la obra y tardaron muchos meses en lograr su objetivo, cosa natural, pues lograr una pintura exacta a otra, igualar colores a la perfección, no es tarea fácil. Se entregaron con ahinco a la labor y produjeron, al fin, la copia solicitada, la cual fue firmada por el arzobispo Martínez y es la única reproducción autorizada por la Iglesia. Es indudable que fue un trabajo minucioso en extremo, pero cabe señalar: si la pintura estampada en la tilma de Juan Diego fuera obra divina, no habría mano humana capaz de reproducirla. Los hermanes Cataño Wilhelmy tuvieron oportunidad, debido al encargo de que fueron objeto, de estar, durante muchas horas, a escasos centímetros de la imagen. Es interesante saber la opinión de uno de ellos, de Eduardo, sobre cierto rumor: Durante algunos años insistió la gente en que en los ojos de la guadalupana estaba plasmada la imagen de Juan Diego y todo el paisaje que la Virgen vio en el momento de la última aparición en el cerro del Tepeyac. Eduardo Cataño no encontró —y así lo informó siempre a sus amigos— tan extraordinario reflejo cuando trabajó en hacer la selección de los colores para producir la copia que se le había pedido. Abundan, pues, las pruebas de que la pintura de Nuestra

66

Señora de Guadalupe es producto de pincel terrestre y mano humana y, en cambio, no hay estudios serios que demuestren lo contrario.

Bernal Díaz del Castillo, comparó a los pintores indígenas mexicanos, con los más grandes artistas de época.

67

LOS INDIOS PINTORES Fray Pedro de Gante fundo en México la academia de arte donde estudió Marcos Cipac. No hay indicios de que Juan Diego haya existido, ya lo hemos dicho; sólo se tiene la crónica del un rumor, escrita por Antonio Valeriano; él es el único que habla del humilde y privilegiado indio, pero no por haberlo conocido, sino porque oyó hablar de él. En contraste, fray Francisco de Bustamante —recordémosle— se refirió públicamente a Marcos Cipac, de quien dijo que fue quien "ayer pintó” la imagen de la guadalupana. Esto es: conoció al indígena pintor y fue testigo de su obra. Alguien podría decir que no hay por qué creer a Bustamante más que a Valeriano, pero justo es reconocer que entre el prestigio de uno y otro media un abismo. Además, y a pesar del escándalo producido por el sermón de 1556, fray Francisco de Bustamante fue acusado, pero no procesado y menos sentenciado, lo cual muestra que su palabra era veraz y fue imposible probarle que mentía. Hablemos ahora del pintor indio Marcos Cipac. Para quién dude de las habilidades pictóricas de los naturales, diremos que fray Pedro de Gante, artista flamenco, fundó en la Nueva España la primera escuela de tal disciplina, dedicada especialmente a la enseñanza de los mexicanos. Fray Pedro de Gante era pariente del rey Carlos V y obtuvo excelentes resultados en su intento de formar artistas indios, los que resultaron muy aptos con los pinceles y los lienzos y llegaron a dominar la técnica europea. Torquemada informa sobre el particular y afirma que “los naturales imitan a la perfección" las obras de las diversas escuelas de la pintura de la época. También Bernal Díaz del Castillo se refiere a las cualidades plásticas de los mexicanos, cuando nos dice en su "Historia Verdadera", publicada en 1568 en Guatemala y en 1032 en Madrid:

68

"Todos los indios naturales de estas tierras han aprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla… y ansimismo lapidarios y pintores, y los entalladores hacen tan primas obras… que si no las hubiese visto no pudiera creer que indios lo hacían, que se me significa a mi juicio que era aquel tan nombrado pintor como fue el muy antiguo Apeles, y de nuestros tiempos que se decían Berruguete y Micael Angel… no harán con sus muy sutiles pinceles las obras de los esmeriles y relicarios que hacen tres indios maestros de aquel oficio mexicanos, que se dicen Andrés de Aquino, y Juan de la Cruz e "El Crespillo". Para quien ha pretendido negar que fue un indio quien pintó la imagen de la guadalupana y ha dicho que tal cosa es imposible, debido al atraso, al salvajismo de los mexicanos de entonces, he aquí la respuesta. Bernal Díaz del Castillo no tenía, seguramente, interés especial en mentir y alabar las habilidades artísticas de los vencidos, a quienes comparó —y con ventaja para éstos— con los grandes pintores, de la época. No hay, pues, nada raro en la aseveración de Bustamente y sí indicios suficientes para creer que, como él lo dijo, Marcos Cipac fue el pintor de la supuesta tilma de Juan Diego. Y no es como para dudar que haya existido en el Siglo XVI la escuela de pintura fundada por Pedro de Gante. Los frailes españoles —justo y necesario es señalarlo— llegaron a la Nueva España con los más vehementes deseos de enseñar a los indios todos los secretos de su civilización y su cultura. Para ejemplo está la labor de fray Vasco de Quiroga, quien transmitió valiosas habilidades artesanales a los mexicanos. Por último, permítasenos aportar una prueba más de que los nativos de México aprendieron artes plásticas, aunque a muchos les pareciera burdo su trabajo. Durante el Sínodo Provincial de 1555 se prohibió pintar imágenes sin previa autorización, ya que "los indios, sin saber pintar ni entender lo que hace, pintan imágenes indiferentemente… Todas, estas pruebas sirven para indicar que la pintura de la Virgen morena del Tepeyac no es obra divina, sino humana y realizada por un indio. Tal tesis tiene sustento en otros hechos,

69

de los cuales nos ocuparemos en las páginas siguientes.

Los dirigentes del vaticano jamás se han atrevido a dar por cierta las apariciones del Tepeyac

70

MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA. Opinión de Rene Capístrán Garza acerca de las advocaciones Marianas. Actitud de Sergio Méndez Arceo, Helder Cámara y José Porfirio Miranda. Hay gente en México que se muestra iracunda ante algunas decisiones de la Iglesia, cuando estas van en detrimento de los obscuros intereses de los ricos, católicos y reaccionarios que intentan dominar todo en nuestro país. Contrasta su estado de ánimo con el que lucen cyando los mandatos —ya sean eclesiásticos o civiles— resultan acordes con sus intereses. René Capistrán Garza, por ejemplo, se acalora e indigna cuando, en su libro "Caos en la Iglesia y Traición al Estado”, hace un análisis de la decisión del Vaticano de suprimir todas las fiestas marianas en el mundo y agruparlas en un mismo día, el 11 de febrero, por considerarlas de relativa importancia. Capistrán Garza increpa al secretario de la Congregación Romana de Ritos por sus declaraciones en el sentido de que las apariciones de la madre de Dios en todo el mundo no son dogmáticas. Le molestó que lo dijera y para atacar tal posición se pierde en una maraña de argumentos, que en vez de aclarar confunden aún más. Dice que es necesario advertir que si bien es cierto que la iglesia no manda a nadie creer en las apariciones de la virgen, tampoco lo prohíbe. Su señalamiento tiene un efecto contrario al que busca, pues resulta evidente que las altas autoridades de la Iglesia se apartan de la cuestión, permanecen al margen de la controversia sobre las apariciones y no prohíben creer en ellas, pero tampoco dan testimonio oficial sobre tales fenómenos, lo que no deja de ser natural en el caso de la Virgen de Guadalupe, ya que, como hemos visto, no se tuvieron jamás las pruebas suficientes para decid ir en pro de la leyenda. La Iglesia, como toda institución, como toda organización, como la vida misma, tiende a la evolución; si no se transformara, moriría. Dentro de esta necesidad natural, ha emitido un Nuevo Calendario, del cual borró a más de 40

71

santos y ha llegado al convencimiento de que es necesario minimizar las festividades marianas e insistir en que las apariciones de la virgen no son dogmáticas. Muy significativa posición la de la Iglesia actual. Los recalcitrantes guadalupanos, los fanáticos de siempre — quienes han llegado, y seguramente llegarán, frente a este Libro, una vez más, a la más grande indignación, al exabrupto, incluso— deben reflexionar sobre ello. No es, entiéndase bien, un sacrilegio ni un crimen negar el milagro del Tepeyac. Hasta el mismo Capistrán Garza —católico libre de toda sospecha— lo acepta cuando dice: “...católicos eminentes han creído y creen en las Apariciones Guadalupanas en tanto que católicos también eminentes las han rechazado aunque con el mayor respeto". Ahora bien: surgen las sospechas frente a las furibundas defensas que muchos católicos mexicanos hacen, a pesar de las pruebas fehacientes que se les presenten en contra, de las apariciones de la Virgen Maria en el cerro del Tepeyac. ¿Qué pretenden? ¿Qué defienden? Incursionemos un poco en la complicada intervención, a lo largo de nuestra historia, a partir de la llegada de los conquistadores, del Clero en la vida política y económica de la nación mexicana. Ya hemos dicho —y lo ratificamos— que para ellos es muy importante —y lo ha sido siempre— que la guadalupana sea la bandera de México. En tal propósito no darán un paso atrás. ¿Y para qué persiguen ese fin? Cualquier observador, por ingenuo que sea, comprenderá que se trata de una estrategia política. Con las leyes de Reforma se logró, en el papel, la separación entre la Iglesia y el Estado pero la realidad es distinta; los altos jefes del catolicismo nunca han estado de acuerdo en esa situación; por eso continúan —a pesar de lo que ordena el artículo 3o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la cual les importa un comino— interviniendo en la enseñanza primaria e impartiendo educación religiosa en las escuelas, precisamente para adueñarse de las conciencias de las nuevas generaciones y así empuñar por siempre el timón de la patria.

72

Incontrovertible es que la Iglesia ha tenido siempre —y la tiene aún— intervención activista en la política mexicana, ¡Ah! , pero eso sí: condenan a los sacerdotes que hacen lo mismo, pero del otro lado de la mesa, a favor de los humildes, de esos mismos seres desamparados por los que Cristo murió en la cruz. Que no se le ocurra al obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, o al brasileño Hélder Cámara, o al jesuita José Porfirio Miranda, por citar a unos cuantos del ejército de sacerdotes progresistas y verdaderos cristianos, recordar la necesidad de justicia que tiene el hombre, porque de inmediato los señalarán como subversivos. Así los llaman, pero eso poco importa. No se necesita gran agudeza mental para entender que ellos, los rebeldes del catolicismo, tienen razón. "¿Cómo es posible —se pregunta José Porfirio Miranda y con él muchos otros religiosos y con ellos nosotros— que la Iglesia Católica (la Iglesia de Cristo, la representante de aquél que predicó el amor entre los hombres y sacó del templo, a latigazos, a los mercaderes) haya apoyado siempre la propiedad privada de los medios de producción? " He ahí la clave de todo. El control político implica el control económico y la misma lucha, aunque parezcan diferentes frentes de batalla, es para los altos dirigentes católicos pugnar por la propiedad privada de los medios de producción o porque la guadalupana sea, en vez del águila y la serpiente, la bandera de los mexicanos. Son luchas obsesivas, ante las cuales poco importan las pruebas contundentes ni la posición del Vaticano, de los más altos dirigentes de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, quienes se muestran reservados y jamás se han atrevido a dar por ciertas las apariciones del Tepeyac. Pero no somos nada más nosotros quienes lo advertimos. También el muy conocido periodista católico Rene Capistrán Garza lo señala, en la página 57 del libro de referencia. En un interesante párrafo conmina a la Iglesia a definir su posición: "Mientras se nos prohíbe hablar a quienes decimos algo más

73

que amén a los que hacen suyo el anticredo, les adelantaremos esto: como el asunto de las Apariciones Marianas al fin se descubrió que si no es un timo, es algo Limítrofe con el timo, cuidadito con seguir haciendo colectas para las correspondientes festividades. O son ciertas o son falsas las apariciones. La misión de la Iglesia no es convertir, apapachar ni encubrir el error y la mentira. Si son ciertas, aliéntese el esplendor de las festividades. Pero si son falsas, o si son sólo lo suficiente inseguras para hacer lo que se está haciendo, evítense, combátanse, destrúyanse; pero empiécese por no hacer más colectas apelando a la piedad popular ni para fiestas, ni para basílicas ni para procesiones. Seamos congruentes. No es posible decir al pueblo: esas son ñoñerías, boberas, estupideces, y después decirle: coopera, contribuye, ayuda para el esplendor del culto, para hacer basílicas, para ir a Roma, y para que el sufrido clero, tan pasivo y tan conforme con lo malo, no se preocupe del gasto. Tú, pueblo, a lo tuyo: a pagar los diezmos. La alta cultura religiosa déjala a los que saben. ¡A los que saben vivir! Más claro no canta un gallo y para que no se crea que es producto de nuestra calenturienta herejía, el que superó al gallo, en esta ocasión, fue nada menos que un prominente católico y devoto guadalupano. Muy respetable es su posición ideológica, pero también muy digna de atención su postura de exigir que se acabe con la ambigüedad del caso. Si son mentiras las apariciones de la virgen de Guadalupe, que se destruya el mito y se deje de engañar al sufrido pueblo mexicano. Lo interesante consistiría, en tal caso, en ver cómo podría probarse un milagro que no pudo aceptarse oficialmente, por falta de pruebas y a pesar de las investigaciones realizadas durante tres siglos.

ESTIGMA A QUIEN LO DUDE Famosa carta de don José Joaquín García Icazbalceta. Eduardo Sánchez Camacho, Obispo de Tamaulipas, perseguido y humillado por dudar de las apariciones.

74

Los fanáticos o los simplemente interesados en defender el mito de la Virgen de Guadalupe han marcado siempre con un estigma a todo aquel que se haya atrevido a ser un apóstata de las apariciones. Y los ha habido muchos. El arzobispo don Pelagio de Labastida y Dávalos llamó, en 1883, a un católico ferviente, de intachable honradez y gran erudición, autor de un devocionario y presidente de la Confederación de San Vicente de Paul, para que le diera su opinión sobre la controversia guadalupana; pero don Joaquín García Icazbalceta, el hombre escogido, ilustre historiador, declinó la invitación y se negó a opinar. El ilustrísimo señor porfió en su intento y ante su insistencia recibió, al fin, la respuesta de García lcazbalceta. Fue una elocuente opinión: "Si estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, nos está prohibido divulgar y sostener los falsos. Cuando no se admita que la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe (como se cuenta) es de estos últimos, a lo menos no podrá negarse que está sujeto a gravísimas objeciones… Juzgo que es cosa muy delicada seguir defendiendo la historia". ¿Y cual es la respuesta de los guadalupanos a la opinión de! eminente historiador católico? No lo refutan con pruebas. Simplemente lo califican como loco. Otro ilustre negador de las apariciones de la guadalupana en el Tepeyac fue el Obispo de Tamaulipas, don Eduardo Sánchez Camacho. En diversas ocasiones negó el milagro, lo cual produjo un escándalo en 1877. He aquí un pasaje de una carta que envió a su colega, el Obispo de Querétaro: "Amadísimo y V. Hermano, amigo y Señor mío: Quisiera yo tener la paz y bondad de espíritu de Ud. y de mis otros hermanos del Episcopado, para obrar del mismo modo que ellos lo hacen; pero tengo la desgracia de fijarme en varias relaciones de un asunto antes de resolverme por la afirmativa o 75

la negativa, según el caso sea; y eso me ha pasado en la Coronación de la Imagen del Tepeyac. Ahora que recibo su expresada amable, está ya impresa mi Pastoral contra esa coronación: de manera que no puedo retroceder en el campo que tomé desde el año pasado que comuniqué al Sr. Labastida, y de lo cual S. S. lima, no hizo aprecio, y puede haya hecho bien. No quiero, hermano mío, que Ud. me dé la razón, ni pretendo me tenga lástima por las tristes consecuencias de mi conducta… No quiero que mañana o pasado me -digan que NO ES VERDAD el Evangelio que predico, como NO LO ES LA APARICION DEL TEPEYAC…" *Eduardo, Obispo de Tamaulipas. Por tal rebeldía y expresión de su pensamiento libre, el obispo tamaulipeco fue odiado y vituperado. El 23 de agosto de 1896 el periódico "El Universal" publicó una carta en la que el señor Sánchez Camacho contestaba a sus opositores en la cual decía; "LOS INDIOS SIEMPRE HAN DE BUSCAR A SU TONANTZIN, MADRE DE HUITZILOPOCHTLI, NO A LA MADRE DE JESUCRISTO. En otro fragmento del documento, el sacerdote disidente demostraba estar consciente de la trascendencia de su opinión: "¿Se escandalizan los que no creen en la aparición? Estos se escandalizarán al ver lo que me ha pasado y lo peor que me espera… En mi infancia, en las escuelas, en los colegios, en las cuatro diócesis en donde serví de simple sacerdote y en los dieciséis años que aquí tengo de residencia, no había recibido sino elogios de todo el mundo como modelo en el cumplimiento de mi deber y como hombre honrado y virtuoso… Ahora los aparicionistas me acumularon hechos criminosos y denigrantes… estoy cierto que si esas personas pudieran crucificarme, quemarme o matarme de cualquier modo, lo harían llenas de caridad. Y su vida se llenó de tristeza y amargura. En otra carta, dirigida a los integrantes del Quinto Concilio Provincial Mexicano, expresó:

76

"Amad mucho y con toda vuestra alma a la Santísima Virgen… Amad muy particularmente a la misma bajo la advocación, de Guadalupe… porque es nuestra patrona y nuestra gloriosa enseña nacional levantada en Dolores… ¿Teméis chocar con la autoridad de Benedicto XIV y de León XIII? Ni uno ni otro se han comprometido en el asunto, sino sólo accedido a súplicas repetidas de vosotros mismos… No temáis cismas ni Iglesias mexicanas, porque MEXICO ES LIBRE Y NO NECESITA IGLESIA… Emplead los bienes de la Iglesia en la instrucción primaria de nuestros indios y pobres desheredados, y enseñadles a desear siquiera un estado mejor, para que esa noble ambición les haga procurar levantarse de la postración en que se encuentran y no ser el objeto de la burla y desprecio de los extranjeros… Haced todo esto si es posible, para que no os enseñoréis a las masas, sino que obréis siempre con el desinterés y abnegación de verdaderos personeros de Cristo… LOS QUE NO CREEN EN LA APARICION SON LA INMENSA MAYORIA DE NUESTRA GENTE ILUSTRADA. Mandáis que se rindan solemnes cultos a la Divinidad el doce del entrante Octubre para desagraviarla de las ofensas de los que no creernos… Haced las funciones que gustéis… sin gravar con ellas a los Curas ni a los fieles, sino de vuestros propios fondos, que son abundantes por cierto… Fácil es columbrar la suerte del Obispo de Tamaulipas. Lo persiguieron las autoridades civiles y eclesiásticas; lo mandó llamar y amenazó el presidente de la República; lo retiraron del Obispado y lo trataron, desde entonces, como a un delincuente, todo por no comulgar con la mentira; por no querer ser cómplice del engaño a un pueblo hambriento, que más que creencias en vírgenes necesita pan y justicia; por recordar que Cristo no fue, durante sus treinta y tres años de vida, un embaucador y por pedir a quienes se dicen sus representantes que no lo sean. El señor Obispo murió en medio de la soledad y el olvido, como perro abandonado. En sus últimos días se negó a recibir visitas. ¿Para qué las quería? Tenía la mejor de las compañías: su limpia conciencia.

77

El Papa Pío XII, fue quien nombró a la Virgen de Guadalupe, como "Rema de México y Emperatriz de América...”

78

EMPERATRIZ DE AMERICA ¿Triunfo de Tonantzin Extremadura?

o

de

la

Guadalupana

de

Larga y penosa fue la lucha de los clericales mexicanos para obtener el reconocimiento del Vaticano a las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Lucha de siglos, investigación infructuosa, esfuerzo que hubiera sido menor de haberse contado, con alguna prueba irrefutable. Por ejemplo, si fray Juan de Zumárraga hubiera recibido, como lo afirman, la prueba de las apariciones y se hubiera contado con su testimonio, otra sería la historia. Habría bastado, para probar el milagro, con que el arzobispo hubiera dicho que al caer al suelo las rosas que Juan Diego llevó, apareció, pintada en el manto del indio, la imagen de la Virgen morena. Pero tal declaración jamás fue obtenida, ya que de haber existido, constaría en los escritos de alguno de los historiadores del Siglo XVI. Por eso fue tan difícil la empresa de lograr el reconocimiento del Vaticano. En 1662 se pidió que se concediera el 12 de Diciembre- como día de fiesta guadalupana, pero las altas autoridades de la Santa Sede recibieron la solicitud con frialdad y fue preciso abrir una investigación en 1666. Los encargados de tal estudio se dieron a la tarea de realizar una encuesta entre los más ancianos, ya que, transcurrido más de un siglo, era imposible contar con testimonios de gente que hubiera vivido en los tiempos de las supuestas apariciones y conocido al indio que vio a la madre de Dios. Los viejos dijeron, casi todos, haber oído hablar del asunto y tener noticias de la existencia de Juan Diego, de quien, sin embargo, nadie proporcionó datos precisos. Rumores, rumores, sólo rumores es lo que se encontraba. La situación empezaba a desesperar a los buscadores de indicios. No era posible convencer al Vaticano con tan endebles antecedentes, por lo que se buscó una base más firme en que sostenerse y se encomendó a siete eminentes pintores que

79

hicieran un estudio del cuadro. Los expertos se reunieron y observaron detenidamente la pintura y llegaron a la conclusión de que se trataba de una verdadera maravilla sobrenatural, de una obra divina. El jesuíta Juan Francisco López, uno de los más entusiastas perseguidores del reconocimiento oficial del Vaticano, hizo varios viajes a Roma, llevando copias de la documentación respectiva. Todo parecía inútil, hasta que, por fin, en 1752, se logró la bula del Papa Benedicto XIV, que dice: “Aprobamos y confirmamos el preinserto Oficio y Misa en la Octava: y declaramos, decretamos y mandamos que la misma madre de Dios llamada Santa María de Guadalupe sea reconocida, invocada y venerada como principal Patrona y Protectora de Nueva España”. Es indudable que el dictamen de los peritos pintores influyó en mucho para tal reconocimiento, pero es interesante señalar que tal estudio contrasta con otro que en 1795 hicieron seis canónigos, quienes informaron que “los colores se han amortiguado, deslustrado y en una u otra parte saltado el oro y el lienzo sagrado no poco lastimado”, lo que no es armónico con la aseveración de que la pintura estampada sobre la tilma de Juan Diego es obra divina y sí lo es con el informe de Bustamante, quien denunció que “AYER” la había pintado el indio Marco Cipac. Pero las palabras de los inconformes con el mito quedaron en el olvido. Las denuncias de Bustamante y fray Servando Teresa de Mier poco importaron ya. Se tenía, por fin y después de tantos desvelos, el respaldo oficial de las más altas autoridades eclesiásticas del mundo. La coronación era ya sólo cosa de tiempo. Se vencieron los obstáculos. Los católicos mexicanos contaron con el apoyo absoluto de don Porfirio Díaz y de su esposa. La fuerza era avasalladora y de nada servían las oposiciones, aunque vinieran de gente importante y digna de atención, como Eduardo, Obispo de Tamaulipas. El 28 de enero de 1925, la Reina de México y América

80

conquistó Roma, en donde fue paseada por las calles y coronada en solemne ceremonia. Más tarde, el Papa Pío XII confirmó el nombramiento a la morena del Tepeyac: "Reina de México y Emperatriz de América, Celestial Patrona de los Hispanoamericanos”. El 12 de octubre de 1945 el mismo Pío XII volvió a referirse a la Virgen de Guadalupe y explicó su origen, durante un mensaje radiodifundido, dirigido al mundo católico: al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones de Anáhuac, cuando acababan de abrirse al mundo, a las orillas del Lago de Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan Diego pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima...” Su Santidad no dijo nada sobre las apariciones, pero lo dejó muy claramente establecido: se trataba de un milagro, de una pintura de origen divino; así lo determinaba él, a pesar de los testimonios de Bustamante y Fray Servando e ignorando la larga controversia y la falta de pruebas en pro de las apariciones. ¿Había triunfado la insistencia de las peticiones o se habían impuesto los elementos probatorios? Nada de eso. Simplemente convenía al alto clero que así fuera, por motivos políticos. Ya hemos dicho —e insistimos— que la Iglesia jamás ha dejado de intervenir en la política de México. Para muestra, bastaría un botón, pero son muchos los que hay; abundan los ejemplos. Los conflictos de la Iglesia y el Estado mexicanos empezaron desde que la Iglesia llegó a México, desde que el catolicismo obtuvo aquí carta de naturalidad. No era raro, por tanto, que estallara el enojo en muchas ocasiones, como cuando se formularon las leyes de Reforma que tanto ofendieron a los católicos de arriba. A los de arriba, sí, porque los de abajo, los del pueblo poco interés tomaron —excepto cuando fueron impelidos a participar en la contienda— en defender las posiciones de privilegio, que ciertamente no beneficiaban a los desamparados.

81

Y no se crea que la Oposición clerical al avance político de los mexicanos fue a hurtadillas. Todo lo contrario: en forma descarada y sin el menor respeto a la soberanía nuestra, los católicos poderosos se declararon enemigos de las medidas revolucionarias. En 1856 el Papa Pío IX condenó y declaró nulas todas las leyes mexicanas tendientes a la separación de Iglesia y Estado y a la libertad de cultos. ¡Como si con su anatema pudieran detenerla historia! ¡Como si con su soberbia y megalomanía fueran capaces de doblegar por siempre a todos los gobiernos del mundo! El Vaticano deseaba entonces —y lo desea aún, fervientemente— que en México no hubiera lugar para otra religión que no fuera la exportada por los españoles durante la conquista. Nada de libertad de cultos. Lo que no sea catolicismo —claman una y otra vez— es salvajismo. Luego, cuando Plutarco Elias Calles asumió la Presidencia de la República, Pío XI gritó: “El clero no reconoce y combatirá los artículos de la Constitución que le afecten”. Se trataba, evidentemente, de una provocación. Nada lograron, pero eso sí: tienen un pie adentro; la Virgen de Guadalupe es la bandera de México, reina de los mexicanos, aunque el artículo 12 constitucional prohíba los títulos nobiliarios, y soberana de Hispanoamérica. Obsérvese la maniobra: así, como no queriendo, tratan de extender su dominio guadalupano al resto del Continente de habla castellana. La Virgen de Guadalupe, la virgen morena que impusieron en el lugar de Tonantzin, se convierte así en arma peligrosa contra nuestra soberanía. La adoración del pueblo continuará, mientras ese pueblo siga sumido en las sombras de la ignorancia, en las tinieblas a las que lo han sometido desde siempre. Y este es ya otro terreno, muy bien cuidado por los altos dirigentes católicos. La Virgen de Guadalupe se encarga de sostener la idolatría por ella, el fanatismo, mientras el alto clero se dedica a la tarea de controlar la educación. La educación, si, debe ser laica; así lo determina nuestra Carta

82

Magna; pero para los católicos, apostólicos y romanos (no mexicanos, obsérvese bien) poco importa ese detalle. Total, para ellos la Constitución se escribió para violarse.

83

El Virrey Martín Enríquez negó la existencia de la Guadalupana y fue tildado de ignorante protestante e imbécil.

84

HASTA UN VIRREY APOSTATO A LA VIRGEN Carta del Virrey Enríquez al Rey Felipe II, desenmascarando a los frailes interesados en sostener la historia del milagro. ¡Ay de quien ose dudar que la madre de Dios se volvió morena y vino directamente desde el Edén a visitar al humilde Juan Diego, para protegerlo —y con él a toda su raza— quién sabe de qué, porque de los españoles no! ¡Ay de quien niegue las apariciones del Tepeyac, así sea obispo, cardenal, historiador, virrey o simple mortal! De todos hubo en el bando contrario a la creencia guadalupana; hasta un virrey, don Martín Enríquez, se negó a ingresar al rebaño de quienes tienen fe ciega en el fenómeno celestial ocurrido en la ermita del Tepeyac. Pobre de él. Lo tildaron de ignorante, protestante e imbécil. Lo calumniaron sin medida, a pesar de que hay documentos, como uno escrito por el padre jesuita Juan Eusebio Nieremberg, que lo definen como "gran .gobernador y varón prudentísimo”. Tal vez el virrey Enríquez sabía que lo vituperarían al emitir tal opinión, más no pudo evitarlo, pues sólo acató una orden de Felipe II, quien lo instó a que hablara del asunto. La historia fue así: Hasta la corte llegó, por aquel año de 1575, la noticia de la escandalosa controversia sobre el asunto de las apariciones. El rey se enteró de que en México había quien las negara impunemente, sin la menor prueba en contra. Tal espectáculo, nada edificante por cierto, interesó y preocupó al soberano. Después de meditar durante algunos días, decidió lo más prudente: pediría su opinión al virrey Enríquez, la persona de mayor confianza para él. He aquí una parte de la carta de respuesta, fechada en San Lorenzo el Real, el 15 de mayo de 1575:

85

“…sobre lo que toca a la fundación de la hermita de Nuestra Señora de Guadalupe, y que procure con el arzobispo que la visite. Vistalla y tomar las cuentas, siempre se ha hecho por los prelados-, y el principio que tuvo la fundación de la iglesia que ahora está hecha, lo que comunmente se entiende es quel año 55 y 56 estaba allí una hermitilla, en la cual estaba la imagen que ahora está en la iglesia, y que un ganadero que por allí andaba, publicó haber cobrado salud yendo aquella hermita, y empezó a crecer la devoción de la gente, y pusieron nombre a la imagen Nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de España...” Como se observará, al virrey Enríquez no habían llegado ni siquiera los rumores de las apariciones, pero sí el motivo por el cual la virgen del Tepeyac había sido llamada Guadalupe, igual que la de Extremadura: por su gran parecido con ella. Prosigue el virrey: "... y de allí se fundó una cofradía, en la cual dicen habrá cuatrocientos cofrades, y de las limosnas se labró la iglesia y el edificio todo que se ha hecho, y se ha comprado alguna renta, y lo que parece que ahora tiene y se saca de limosnas embío ay, sacado del libro de los mayordomos de las últimas cuentas que se les tomaron, y la claridad que más se entendiere se ymbiará a V. M. Para asiento de monasterio no es lugar muy conveniente, por razón del sitio, y ay tantos en la comarca, que no parece ser necesario, y menos fundar parrochia como el prelado querría, ni para españoles ni para yndios, yo e empezado a tratar con él, que allí bastaba que hubiese un clérigo que fuese de edad y hombre de buena vida, para que si algunas de las personas que allí van por devoción se quisiese confesar pudiese hacello, y que las limosnas y lo demás que allí hubiese se gastase con los pobres del hospital de los indios, que el que mayor necesidad tiene y por tener nombre de ospital Real, pareciéndoles que basta estar a cargo de V. M., y que si esto no le pareciese, se aplicase para casar huérfanas. El arzobispo a puesto ya dos clérigos y si la renta creciere más también querrían poner otro, por manera, que todo vendrá a reduzirse en que coman dos o tres clérigos. V. M. mandará lo que fuere servido". Alguien querría decir que tal carta es falsa, pero consta en las 86

Cartas de Indias. Obsérvese que el virrey Enríquez también señaló la conveniencia, la necesaria caridad de aplicar las cuantiosas limosnas que se recibían en el Tepeyac a socorrer a los menesterosos, a aliviar a los enfermos, a dar de comer a los hambrientos y hasta a casar a las huérfanas. Clarísimo resultará para el lector, después de tantas pruebas aportadas, el ambiente de la ermita del Tepeyac en aquella época. Es indudable que el dinero llegaba al lugar a manos llenas y de manos de los fieles, de la gente más humilde, de la más necesitada y más fanática. Y la gente que pensaba, la que no se dejaba engañar, siempre preguntó sobre el destino final de esos ingresos. ¿En qué se aplicaba lo que debió llegar a constituir una fortuna? Es indudable que no se reintegraba a la fuente de donde había salido. Basta para decirlo con la prueba —contundente, absoluta— de la miseria en que vivieron siempre —y viven aún— los mexicanos en su mayoría. Pero volvamos al virrey Enríquez. Fue un gobernante muy querido por todos hasta el día en que tuvo que acatar la orden de emitir una opinión sincera sobre la virgen de Guadalupe. Ya lo hemos dicho: no creer en las apariciones del Tepeyac es tanto como firmar una sentencia de estigma y quizá hasta de muerte. Eso no se le perdona ni a reyes ni a plebeyos.

87

Morir de pies es siempre mejor que vivir de rodillas Martí.

88

EPÍLOGO Opinión muy personal del autor Y así fue como se logró el “"milagro” de hacer creer en un milagro a millones de seres buenos e indefensos. Una virgen española tiene su trono en donde lo tenía Tonantzin, la madre de Huítzilopochtli, el dios de los antiguos mexicanos. La Iglesia logró su propósito: la bandera mexicana es la Virgen de Guadalupe y el Tepeyac es la patria, como lo indicó monseñor Alfonso Espino y Silva, Obispo de Cuernavaca. Son los resultados de una labor de siglos, de una insistencia metódica, constante, por incluir en la vida nacional, como parte indispensable de la nacionalidad, a la guadalupana, A fuerza de tanto repetirlo, el pueblo llegó a creer, ciegamente, en el prodigio del Tepeyac y olvidó a Tonantzin. Se entregó a la Virgen de Extremadura, pues siempre la sintió cerca, hasta en los momentos cumbres de su historia, como cuando Miguel Hidalgo y Costilla la llevaba en un estandarte y la convertía así en símbolo de la Independencia. Fue siempre, ciertamente, un símbolo espiritual, y una droga para hacer olvidar sus desdichas a los miserables. Ha pasado siglo y medio del movimiento insurgente y aún no logramos nuestra total independencia, pues en lo económico somos todavía unos vasallos. Más tarde, las leyes de Reforma fueron una esperanza, pero transcurrió el tiempo y aún sufrimos la intervención clerical en asuntos civiles y la educación confesional, a pesar de que nuestra máxima ley lo prohíbe. Luego… la revolución de 1910, en la que el clamor campesino por un pedazo de tierra y una vida mejor se escuchó por todos los rincones de la sangrante patria. Ha transcurrido más de medio siglo y aún la reforma agraria está por realizarse y aún hay latifundios simulados y descarados y aún viven en el -país campesinos que dan de comer a su familia con 20 pesos a la semana. Resuenan las palabras de fray Francisco de Bustamante y la

89

rebeldía de Eduardo, Obispo de Tamaulipas: acabad con los fanatismos y dad al pueblo mexicano, en lugar de mitos, pan, cultura y justicia. De nada sirve que un lisiado vaya a pedir alivio para sus males a una virgen extranjera; sería mejor instituir, para todos los nacidos en esta tierra, la medicina social. Infructuoso resulta que la gente crea que carecer de todo es un privilegio, por lo cual la Virgen de Guadalupe llamó "pequeñito” y "amado” al pueblo mexicano; sería mejor acabar con la criminal concentración de la riqueza en unas cuantas manos. No; la reina de Hispanoamérica no es la imagen del Tepeyac. Nos resistimos a aceptarlo quienes vemos claramente la abyección en que están sumidos los seres humanos de este verde y prometedor Continente. La reina para los latinoamericanos debiera ser la luz de la justicia y la libertad. Alcanzaremos la salvación no cuando seamos capaces de ser por siempre sumisos ante la desventura y soñadores de una vida celestial futura, sino cuando aprendamos lo que José Martí nos enseñó: morir de pie es siempre mejor que vivir de rodillas.

90

91

Related Documents

Poemas Del Rio Wang
February 2021 0
Cuenca Del Rio Caplina
February 2021 0
Cuenca Del Rio Chillon
February 2021 3
Gabriel
January 2021 2
Cultivo Del Camaron De Rio
February 2021 1

More Documents from "FERNANDO ROGER MENDEZ ARTEAGA"

January 2021 0
Alquimia Celta
March 2021 0
March 2021 0
January 2021 12