15 - Juanele Ortiz - La Orilla Que Se Abisma

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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral

La orilla que se abisma

Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia en citas. Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita y la prosa, no sigue la secuencia de números de página. Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue la edición de la UNL.

Índice (se indica el número de página del papel, seguido del número de página en el pdf)

El río... El jacarandá Estas "tipas" Las "viborinas" Oh, el mar de los gemidos, el mar... ¿Por qué? Alma, sobre la linde... Callad, callad... Por qué madre... Quién dijo que... No es siquiera... Del otro lado... Canción Canción Suicida en Agosto Y se rosa... Primavera de soplos Me dijiste Pasó a través de la noche...

751 752 755 757 759 762 769 773 775 777 779 781 800 801 802 805 807 809 814

(5) (6) (9) (11) (13) (16) (23) (27) (29) (31) (33) (35) (54) (55) (56) (59) (61) (63) (68)

Canta la calandria... Grillo en Marzo La muchachita... Un río... Siesta Ah, miras tú también... Ah, miras al presente... Preguntas a la melancolía Sabéis, amigos... Sal, alma... El jacarandá... Oh, allá mirarías... Me has sorprendido... Preguntas al cielo No, no la temas... Un tiempo de celeste... Qué verano... Amiga

Luego de las poesías se encuentran las notas de la edición

816 818 820 823 825 826 838 846 850 852 858 859 861 863 870 872 874 876

(70) (72) (74) (77) (79) (80) (92) (100) (104) (106) (112) (113) (115) (117) (124) (126) (128) (130)

La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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El río...

El rio, y esas lilas que en él quedan... quedan... No se morirán esas lilas, no? Y ese olvido que es, acaso, el de unas hierbecillas que no se ven... Pero qué rosas se secan, repentinamente, sobre las lilas, en el hilo de las diecisiete, entre la enajenación del jardín y la ligereza de las islas, allá, para sugerir hasta los iris de lo imperceptible que huye? Oh aparición de Octubre abismándose en un aire que quisiese de lilas, sólo de lilas, para no ver el minuto de que no saben, probablemente, por ahí unas briznas...

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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El jacarandá

Ah, él me pregunta, me pregunta... y quiere como adelantar, tímidamente, una suerte de manecillas hacia un secreto mío, o nuestro, que él desearía, al parecer, poner de pie y unirlo al suyo...

Por qué si no ese misterio de "helechos" abriendo siempre su brisa contra el cristal, ay, o tendiéndola en el vacío, en seguida, ya más íntimamente,

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pero apenas, oh, muy a p e n a s en el vacío de una melancolía sin visillos?

—Si —me objetaríais— el jacarandá se fuese arriba, más arriba, es cierto, de los pisos, en busca de su cielo entre los paraísos, y éstos, naturalmente, le asignaran a su respiración, el lado de tu ventana: qué mucho que sus "plumas" den en los vidrios, así, y ensayen aún tu aire?

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—Eso es una "verdad" —os susurraría—, mas me permitiríais insistir en lo que invita hasta a mi sueño? : el jacarandá, de ese modo, al nivel de otra transparencia que aspiraría a tocar,

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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tiende hacia ella, tal un ciego, unos escalofríos de ramillas, para despertarla, acaso en su raíz: el mismo anhelo, pues, sobre los azares del espacio, de respirar el azul y los rocíos de la "celistia", desde la memoria de los grillos?

Y qué haría, entonces, —os pediría me lo dijeseis—

30 qué haría esa nada

o esa ausencia que no sabe de sí, y para la cual, él, alista continuamente sus palpillos y una como fe...: qué haría esa nada al lado de él, que así, de hojas, sube y sube, curvándola, la fuente de la identidad en el surtidor de la música...

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y vuelve verde, para danzar, todo de alas en la luz, al "hijo de la noche" que es nuestro hermano, igualmente, de sombra, entre las napas del ser, con su mismo sentimiento hacia las flautas?

Y qué haría la tristeza, o qué? luego, llevando en su olvido, hasta cuándo? unos dedillos de jacarandá que lo llamarían a la melodía o a las perlas de ese silencio que baja, melodiosamente también, de las pestañas sin tiempo...?

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

Qué haría, sobre todo, ella, aparte —habrá de mirar, ay, pronto, de otra palidez— o qué haría en los hilos ya, de las hierbas y los hálitos?

O es que lo imposible de las voces —oiríais, desde aquí, el crecimiento de las margaritas?— se buscarían sufriendo, sufriendo todavía, en la fuga de la soledad, hasta la chispa y la enajenación, allá, para unos pétalos, sobre las líneas de los abismos?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Estas "tipas" Sí, yo también adoro las sombras, oh Junichiro Ianisaki...

Las sombras... esa detención de los secretos de la penumbra, no? en una ceniza de pedrerías que quemara, no? el baile de unos geniecillos... ese abatimiento de párpados o esa profundidad de aleros o esas serpentinas que vacilan hacia estanquecillos de misterios...

Yo también adoro las sombras contra el "hada" de Dufy, ay, que han llevado hasta agredir a la noche misma

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que quería sólo girar bajo las medidas que le abrían, arriba, los suspensos de las islas...

Y asimismo las adoro porque no dejan de devolvernos, aéreamente, al mar, cuando lo solemos perder tras las banderillas del día...

Las adoro, cierto, pero estas "jerarquías" de Abril que en la media tarde fluyen, fluyen de las "tipas" y permanecen a la vez

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me vuelven, en una mirada que sería la de las diecisiete mismas, otro celeste para ellas...

Juan L. Ortiz

Obra Completa

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Oh, si quedara, madurando, dónde? lo que ya no seríamos, un descendimiento de "espíritus" y se pudiera dar, como un presentimiento, a quienes lo hubiesen menester desde el "río que no inmuniza", aquí..., o desde esas manos que llamean en lo invisible, aquí... si se les pudiera dar, siquiera, mas naturalmente, tal el infinito que respirarán, siquiera, unos minutos de esta mies, o de esta eternidad, mejor, que no termina, no, de asumir, la cabellera de las "tipas"...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Las "viborinas"

Las "viborinas", bajo la lluvia, tiritan y se doblan sobre su propia gasa... 0 es que, bajo el destino, en un juego de nieve puerilmente doblan un a modo de melodía que no puede, ay, huir? En el rocío que sube,

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ellas más blancas que el día... Y la luna dejó "viborinas" en la penumbra? Y el suspiro de las sombras dejó novias en esta "orilla"? Y lo desconocido que no llega a respirar dejó desvanecimientos en la hierba, de cera? hasta volver, él mismo, ya en sí, por ellos, con las alas de la una, para revelar a las gramillas su brisa de "aquí"

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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mientras enciende, febrilmente, la del cielo, que ha de deshojar con un azul de escalofrío después... antes de ser, ay, otra vez, la herida de la nube sobre la hoja que la divide de qué cinc?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Oh, el mar de los gemidos, el mar...

Oh, el mar de los gemidos, el mar... que aparece siempre, sin fin, aún "debajo" de las mismas doncellas del minuto...

Pero quién dijo, quién, que es "de rosa", fatalmente, el regreso a las raíces, del río del aire?

No son aquéllas, acaso, como Ofelias que se niegan, últimamente, al "descenso", con su imposible de florecillas en la palidez de Noviembre?

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Hombres míos, oh, si las manos de este mundo terminaran por unirse para alzar, naturalmente, las agonías que nos "tocan"... y si, entonces, en un respiro de la piedad, hacia arriba, la piel, por poco, a los pies, al empezar, ella, a desplegarse humildemente en la rosa de las dimensiones, o en la cruz de las dimensiones, si queréis... de todas las dimensiones: si, entonces, se hubiese de asistir a aquellas niñas que asimismo se hunden,

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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—recuerdos, ya, de pétalos, o solamente una mirada que desvanece el oeste y flota hasta su lágrima?

Asistirlas de alguna manera, cuando el "hilo", a pesar de todo, no consiente, y se diría pide

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no se sabe qué varilla para enhebrarse, todavía, al sentimiento del éter...

Asistirlas... lejos, por un suspiro, de la ribera de los grillos, ay, bajo el flujo del anochecer de crecida o de éste de las quenas que accedería, recién, al "tiempo", aunque negándolo a medida de los ahondamientos, tal vez, por duraciones de eternidad...

Asistir a aquéllas sin nadie, también,

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sin nadie: sílfldes de las nubecillas? quizás... o sílfides de ese amarillo de más allá? tal vez... pero en el destino, nada más, de otra de las corrientes de la profundidad única... en el destino, pues, de las olas del "aquí" deshaciéndose, quizás, contra el silencio de los ángeles...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Sin nadie, aquéllas, bajo los "devas"... sin nadie: tal vez... sin nadie... en su "mar" y sobre este mar...

O en qué vacío, ah, en cuál si esta pared de la lástima que no concluye de alisarse mas no concluye de subir, y se resuelve, repentinamente, en una ceguedad de avenida

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al asalto del crepúsculo... si esta agua, así, del "juicio", debe de exceder esos "espíritus", y la nada, consecuentemente, de unos cabellos de soledad, o de unos cabellos de trans-jardín... huyendo, ahora, huyendo, huyendo, quizás, en la huida de su frío,

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entre las uñas que desgarrarán, aún, el suyo... y menos que esa transparencia que siquiera encuentra su sonrisa por allí... menos, tal vez, en seguida... menos que ésa, entre las presiones de las súplicas...? En qué vacío, luego, en cuál?

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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¿Por qué?

—Por qué la sombra del tiempo, por qué, en una como mirada, fuera ya, de él, y de que nacen unas briznas sobre unos lucerillos de gnomos?

La sombra? La sombra de la "danza", solamente, o la de un tejido desgarrándose?

El espectro de la rueda de la necesidad

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que no deja nada, nada, fuera de sus dientes?...

Las cosas y las otras vidas de la cadena, podrán excederse, alguna vez, —por qué gracia o por qué espíritu que las vacíe de sí?— podrán excederse hasta llegar a ser, también, el cauce de esa eternidad que recién ha de liberarlas, asimismo?

Pero hasta cuándo, hasta cuándo, la soledad de los "momentos", al parecer sin ángel y sin ánimos...

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En el aura del sauce

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hasta cuándo, sangrando, oscuramente, en las puntas de su aire?

—Y qué dices de las manitas que a nuestro lado piden y se quedan más acá de la "contemplación",

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tendiéndose para asir lo que les tira el "minuto" en una cascarilla que no llegará a tocar fondo, no?

Qué dices tú de estas raicillas que nacen de otro vacío en la desesperación de negarlo, y permanecen, del revés, en la orilla del celeste de Dios, y no conocen otro vértigo que el de ese vacío?

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Qué dices de los seres que debían ser todos uno con su juego y se les aparta hacia una "duración" sólo de visceras a lo largo de los jardines?

Qué dices de los que debían aquí, ahora, aquí, en un siempre de aquí, unir, justamente, el tiempo y la eternidad?

Y por qué, pues, al segregarlos, se termina, especularmente, en unos reflejos que no se juntarán ya que una luna los fija...? reflejos

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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de lo que sería unos amantes que se beben en su ola fuera del cauce: la pareja que vive y muere, también, en una chispa que abre los imanes de Octubre... o si lo prefieres: la sed y los racimos que se funden más allá del estío en unos labios que no saben...?

O el héroe y la enredadera bajo el confín, aún, y en el zodíaco, de las guías, deshojándose ya...?

O en lo cotidiano, diría la sonrisa que pasara por una lluvia y se devuelve filialmente al sonido de que se desplegó el mar...?

0 la hojilla que amanece sin amanecer...?

0 el acuerdo que se descubre, desde casi la nada, en el secreto que no tiene edad...?

0 todavía el quehacer que increíblemente se liga, enjugándose, con el de las abejas del éter...?

O nuestras cinco puertecillas sin sus cenizas, una vez, o sin las acumulaciones de la rutina, dando, naturalmente,

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tras el rayo del deshielo, sobre la azucena sin contradicción...

O —para resumir, si quieres— esos vínculos con alguien o con algo, de repente, o sobre los hilos que tal vez viniera adelgazando la fuente de nuestra noche... esos vínculos ante el deslizamiento de una vida que no es ésta, no...?

Pero por qué el desdén para lo que se obstina y obstina hasta el perfume en la subida desde las oscuridades y los lazos del mantillo?

O el desvío hacia la prueba que no llega para que luego llegue la flor?

Y no es lo que pasa lo que justamente tiene alas para la melodía o para ese silencio de unas gamas de por ahí, que nos llena de campanillas el rocío de nuestra penumbra dividiéndose hacia él, infinitamente hacia él, bajo un "deshora" de lianas?

Y lo que huye, no es, acaso, lo que buscas o lo que te seduce desde la nieve de la onda?

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Juan L Ortiz

Y esa nube que cae, no es la que pone de pie a lo desconocido ahilándolo de su sueño?

Y ésa que viaja, no es tu vida en chinelas a bordo de los segundos de un celeste que fluye de sí pero que está encima de o no es el desasimiento, ella, de lo que, a escondidas, iba echando las llaves contra lo que continuamente viene a ti desde el frío y te llama... o contra la visita de tus propias lejanías en esos relámpagos que precisamente te muestran a ti mismo en el azul de tu condición?

Mas no habría en tu anhelo algo como la timidez ante el desgarramiento de la seda para los relevos de la intemperie o el cumplimiento, aún mismo, de su turno de muselinas, o de esa "aura", mejor, que sólo ha de titilar sobre el hechizo, buscándose? O la ironía de una fe que retrocede ante los mismos avatares de su "regreso" o de su "iniciación"?

O una especie de "estremecimiento" delante de los "monstruos" que, además,

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no persisten más que los iris... y que habría que atravesar en todo caso con esa hoja que no se ve en la esgrima del "Centro"?

O la debilidad, todavía, sobre los bordes de los precipicios a que llevaran los tapices?

—Pero la melancolía del "río" es una llaga que no puede acceder a cabrilleos de lirios

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porque es el surtidor de otras capas que las de unos sentimientos, en fin de cuenta, de "familia"...

Y quién dice que el amor que trascendiera, naturalmente, la dulzura que no quiere saber del invierno, hacia lo invisible que se deshace en una sombra de gritos bajo la misma "ceguedad" que abre continuamente al lado, es cierto, unas pupilas de nepeas...: quién dice que el amor

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no sería también la asunción de la raíz o las raíces?

Aunque... ahí, ahí están esas garritas que no pueden sino "asumir" lo que les despiden las verjas, y que no podrían avenirse, no, a una "nada" de condenación.

Verdad es que desde el mundo de "arriba" se fuerza a la "pálida", a partir del seno mismo de la que iría a contradecirla, pero que madura unos huesillos, sólo,

Obra Completa

Juan L. Ortiz

'sin camisa", ciertamente,

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ella, y a la margen...

Oh, se la fuerza desde lo alto de las togas y de eso que las mide: la profundidad de las "cajas"...

Oh, no la conllevan todos, todos, según la ninfa que serían para la mariposa del límite-

No todos, no. Ni es de luna, indefectiblemente, por el camino de los escalofríos y de los ladridos para cortar, maeterlinkianamente, un hilo...

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—Mas, si pudiésemos responder hasta a las hijas de la vibración no lo haríamos luego de "salvarnos"?

Por qué no comenzar, de cualquier manera, la "salud", humildemente, con todos?

No está el sentido, ahora, en el "nosotros" de aquí, hasta el ajuste, exactamente, de los pasos sobre el alambre que los ha de conducir del otro lado de la "fatalidad", donde el destino, recién, recién, lo mismo que el atardecer, respiraría con unas flautas...?

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Alma, sobre la linde...

Alma, sobre la linde de ese aparecido de amarillo

10 agónicamente, de las islas?...: don de amor, por qué no? ella, don de amor que se revela, es cierto, luego de cernirse por un imposible de hojillas y un imposible de nomeolvides, pero que no puede menos de estirarse y estirarse, arriba, en una iluminación de hilas que querrían curar la lividez, aún, de la frente del anochecer con una demora de rosa solamente, ay, solamente, todavía, para la veladura del fin...

Es que Junio, en este momento, por ahí, sube, sube de los juncos,

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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y afila hasta el hielo las pestañas de la soledad contra las "ánimas" de la crecida, todas las "ánimas" que ni al unirse, paradojalmente, y ser la propia desesperación

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del aire yéndose por sus heridas, no han de tener otros ecos que ésos de sus letanías en una invocación como a sí mismas, se dirá, en la misma espiral que anhelaría tocar, ay, el sentimiento de Sirio... ello en la línea de ese juego que ha de repetir en la mirada del miedo o en la pupila, si quieres, del destino de esas lástimas,

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los guiños de la eternidad, o las raicillas que hundirán los años-luz, en la quimera, también, de la piedad de un abismo, cuando los narcisos del origen, tal vez, con sus vigilias de milenios, y mares de silencio entre sí, desaparecieran, en qué antes? bajo los remolinos de las tinieblas, en las avenidas del éter... o volviesen a su llamamiento del principio por los países de Alicia hacia el amor de una nube...

Pero qué podrías hacer desde aquí, o desde tras de los visillos... qué podrías hacer, siquiera, por esos prójimos de silencio que en este momento han de atar a su "cubil" para una vela sin vela

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entre una vela de estertores y de chasquidos por ceñirles, serpentinamente, las pajas? Qué podrías hacer, di?

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Podrías, acaso, desenredar ese silencio a los fines de la voz que enfrentará a las "diademas del sur", sí, del mismo "sur"? —Mas mi privación del presente no me induce, no, a olvidar la privación que "fantasmea", me permitiríais, que "fantasmea" las lamentaciones, o que "fantasmea", mejor, lo que el pajonal ha de decir al aguzar una b r i s a Pero quién declararía, quién, que los mismos suspiros

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que atraviesan unas muselinas y se niegan, en realidad, de alguna manera, los suspiros al unirse y presionar, aunque misteriosamente, sobre las ligaduras del atardecer o la mudez de los anegadizos no pudieran ayudarles, así, a liberar su metal, para cuando, a su vez, deban ellas inundar las constelaciones de las vías o del propio frío, con el coro de las cuentas? — Sí, pero mientras, cuántos, cuántos, sin alcanzar una ramilla sobre la espuma y los nudos... los nudos... — Quién sabe... las callosidades hoy día se habitúan, ligerísimamente, a calzar las siete leguas... — Y hacia ellos, después, la invasión de lo que ahora sólo ha de dar contra su llanto en el rebote del llanto?

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Si continuasen, desde luego, cerrando la "familia"

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a las "compañías" del viaje que deben de esperar, a cada diluvio, desde lo espectral o lo invisible, y bajo las lunas, aún, lo que en el Arca ha de venir alguna vez, no?: las cepas de ese linaje que irá salvando de su noche a las sensitivas del agua, en el camino de la mirada que no temblará, no, en la relación, ni en la participación, fuera de los niveles y de la tristeza, tal vez... o en el camino del reencuentro, a través del azul, con el presente, quizás, de las criaturas de las profundidades... y en esa caña, consecuentemente, sin divisiones, del sufí, el hálito, nuevamente, uno, uno, con la melodía...

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Callad, callad...

Callad flautas... aun eso que os suspende, increíblemente, casi de la eternidad, por un hilo... y todavía el hálito con que os decís y decís al oído de las gramíneas...

Callad flautas... o cortad, mejor, ese cabello de serafín y ese espíritu sobre los tallos... y cortad, aún, esa "vía" que le destiláis, desde una misma marea de perla, al niño del alma cuando su propia vida, repentinamente, sin límites,

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lo azula hasta sumergirlo...

Callad flautas... callad... por un instante, siquiera: el silencio sin velos... el silencio que ha de llevar, quizás, algunos "ñandutíes" de las deidades que se desvisten sobre el tiempo... y algo de la palidez que se devela, aquí, de los macizos y de las hojas, todavía... El silencio... no el rumor... no... ni el zumbido ni menos el latido...

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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Qué hebrillas, pues, que transparecen hasta lo invisible y que se traman en un río en que debe de oírse la lanzadera a sí misma? Fue así el anochecer en que una vez pasó ella, de azucena, sobre un río?

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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Por qué, madre...

—Por qué, madre, por qué, el jacarandá que tiene poco menos que a sus pies las dudas de las islas sobre su celeste... por qué se atreve a jugar... por qué, dime, sin moverse un mínimo a jugar continuamente a algo que no sé con ese tinte que fuera, según dijiste, el del sentimiento de las niñas

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cuando salían a las margaritas?

Y por qué se atreve, todavía, aunque muriéndolo, a complicar al río y, por momentos, hasta al cielo de encima de él, con eso mismo?... Eso que hace "canas" —oh, quién las contaría?— dejase de exprimirse de las moreras del sueño?

— Ah, hijo, a tu vez, naturalmente, lo complicas con visos que no le atañen, no, no... Qué tiene que ver, él, por Dios,

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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con los teñidos que van respondiendo a las generaciones de los suspiros que humean... o a cosillas, indudablemente, con más peso que el malva de las ojeras?

Pero no dejo de oír el sonido de lo que fue una vez

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agravándose, frágilmente, por la profundidad de un bosque... No ves, por otra parte, que las notas no pueden unirse y aletean sobre el vacío, por más que se deslicen y por más que palidezcan hasta una luz que es casi la dicha?

Mas el jacarandá, ciertamente, al igual de las ninfas, quiso abrir a la melodía...

La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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Quién dijo que...

Quién dijo que el lila es de duelo?

El jacarandá, acaso, no se parece a una jovencita sobre la orilla de sus venas? Una jovencita, verdad? que se eterniza y se eterniza, aunque transpareciendo muy fluidamente unos secretos de rosa en unos secretos de azules hasta la intimidad, apenas, de un misterio que no llega a posarse,

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y que, a pesar de ella, fugitivamente, la viste...

Quién dijo que debía sus minutos a un hilo que no se conocía, en un equilibrio que es y que no es, a la vez, y que se teme algo, así, por la visita de algo que, repentinamente, es la misma, la misma de un ángel?

Quién dijo eso? No es él una delicadísima, oh delicadísima, fiebre de criatura sobre el río que asimila ya su hálito, y sobre el de las islas perdiéndose

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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que por poco también lo asimilan con esa especie de nimbo de ella?

O no es él el delicadísimo frenesí de una elegida que no esperase y buscase por sí misma el reflejo, aún, de la brisa que debe iluminarla desde un momento de su cielo o desde un momento del cielo del día...?

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En el aura del sauce

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No es siquiera...

No es siquiera, ni finales de Julio, no, pero unas criaturas que suben ya, en los filamentos de sí, danzan y danzan, inclinándose, como fuera de ellas, y en su perfume, diríase, o en su ilusión de cuando niñas, de qué brisa?

Oh, las visitas sin nadie,

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sin nadie? que, humildemente, se equilibran sobre el filo del deshora y ganan con una sonrisa, al frío, y en unas líneas que se esconden, todavía, de la luz que las pide, desde la azucena, es cierto, de su sueño o de su pesadilla, entre las algas, aún...

Qué piedad, cuál, las redimiría del tiempo, o las sumiría mejor, en él, hacia la cortesía en filigrana de unos tallos poco menos que sin sombra en que reaparecerían, frente a un desconocido a la deriva, él, a la deriva, de su sombra?

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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Y harían, entonces, de él, al fin, otros cabellos sin doble, casi, o en lo invisible, casi, abriéndose asimismo bajo los dedos de alguien que habría requerido, así, hasta de ése que se deja a su noche, el ahilamiento para las "series" que figuraría, a la vez, ése, curvándolas y tejiéndolas en el cielo, ya, de la flor, o en las medidas, aún, de la espiga que llega a espigar, ya, numerosamente, el mismo, el mismo día?

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Del otro lado...

Del otro lado... mas de cuál de tu silencio, todavía amarillamente me miras... y allende el espectro, aún, tal como solías hacerlo aquí atravesando, además, merced a ese tu invisible de topacios que trasminarían, hasta los aparecidos de la pena en el afuera, consecuentemente, del frío... atravesando la neblina que habría concluido por cernir

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el nunca mismo...: me miras y me dices con ese soplo tuyo que no llegaba a oírse ni cuando, continuándome, lo tejías: me dices: seca, amigo, tu vigilia... sécala... y desciéndele esas hojillas que a veces le aislan la caída al más abajo del río, aunque para emerger el alma, es cierto, nuevamente, al celeste extraviado en el vidrio por el azoramiento y la humedad de unas pupilas al asomarse al minuto... Seca, amiguito, entonces, tu vigilia pues nosotros pasamos no sé cómo, y en seguida del horror que viste

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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bajo eso de la vecina, más si cabe, prohibido a las mancillas de los tachadores de límites

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ya que sacramentaba no tan sólo la purificación de la familia, toda, del "hilo" sino de la "infamia" aun de lo visible y hasta de lo invisible que "tocaría", en tal caso, a los bramines con sólo una ramita que, sobre la tapia, les rindiera unas púrpuras de Tirio, o con un tallo que, colindando, les humillase unos racimos de oro de Ophir, o con la celebración, todavía,

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que al atardecer, episcopalmente, les ungiera en amatistas sus alardes de gasolina... pues, pasamos —repito— en seguida del horror que moriste más que viste bajo eso que no, no lo 'lavara", no, ni desfondando su lejía sobre las tinieblas del ángel...: pasamos a una existencia que, de aquí, naturalmente extrañase a lo que se llama vida, pero en la cual, hojas y hojas en la orilla, acaso, del plenilunio del Nilo, dan en fosforecer un rastreo de sombrillas o de quita-serenos, diría, en una memoria de las que acá nos acogían bajo el maleficio que lloraba el propio "Ojo de Ra" hacia los fines del estío...: me acogían con el "Negrito",

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En el aura del sauce

éste que, de debajo de unas ruedas y sin concluir

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su lacrado el "sino" que dicen, justo, ayer, me fuera restituido con el hipo, todavía, de la resina...: ése que, ¿lo recordarías? jugaba a dispararme enlazamientos de sombras en cariños de manguitos cuando el jardincillo a que con ustedes salíamos,

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iba dejando sin sostén y en un modo de ánimas, tras sí, unas estelas de jazmín... ése, cuyo afelpado, al momento, peinaba lampos que no habían aún aparecido y azulaba en chispas la ultra-noche, si me permites, que debía a los dos requerirnos con una soledad de efluvios viniendo, quizás, de los desprendimientos que a los cielos del principio, al deshojarlos, les impusieran

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unos cataclismos...

Y ni qué decir: aquellas hojas de Isis, tal vez, que tapizan y pierden, lunarmente, las riberas de la divinidad que miraría por nuestras niñas: ni qué decir a un infinito de éstas que "entristecen" para siempre, sí, bien que por un humor de la pila, la "gracia" de una heroína de Lamartine...:

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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de éstas, las del círculo del Cesto y su final de remolinos con el despido contra las puntas del día de unas risas cuyo "espíritu" no podría extinguir ni el apocalipsis de los seiscientos caballos desatando, simultáneamente, la huida y por su parte en el "giro" también del "juicio" bajo el otro de los clarines

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que, desde las perchas de por ahí desgarran, ya, la palidez y dan un anticipo del "último" por venir, para los "primeros" en galones por la hazaña de escanciar, y hasta el crujido, las venas, más que las viñas de los Josafat de esta orilla... y en una medida aun de galón por cada sed, tras los cuarteles que, ahora, más estrelladamente, la signan sobre sable, está dicho...:

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de estas "heroínas", sigo, bebedoras pues de whisky y no de la leche del cielo...: de éstas que, habiendo contraído sobre su apelativo unas jinetas, todavía, resultan "obligadas", así, no sólo a "dégainer" sino, además, a iniciar a sus chiquillos en la valentía de aplastar a unos recién nacidos... y a la vista de otra madre, al

fin,

aunque, por nacimiento, ésta, en una piel que no debe, de consiguiente, al frío ni al exterminio de nadie

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La orilla que se abisma

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en el linaje en que los siglos, atigrándolos, terminaran por tupirle sus estambres en nubecillas... de otra madre, pues, decidida, oh, desde el "asco" de su condición y de su trance, a no huir sobre sus seis agonías... Y eso que hubiera podido hacerlo, tirándome en rayos, hasta inscribirles en cera

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un entrelazamiento de líneas en despidos y corridas y vahídos de estrellas y redecillas... y la fluorescencia, además, de una suerte de Erinia con azufres a la mira, y desenvainándoles, aún, lunitas, para jugarles, a un tiempo, la iluminación del "caído" en la inminencia, por añadidura, del "virus": ése que, entre otros beneficios, permite, ahora, apagar con una bala, y contra el sueño, todavía,

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de una puerta de por ahí al fondo de un patiecillo, los ojos que confían a los ojos del bípedo, a partir del cubil, su segundo de eternidad... y que nunca le han cerrado la velada a lo largo de lo desconocido... ni la tierra, aún, sobre lo desconocido al llegar a latir, postumamente, casi, aunque en lo audible la apelación a la sima, mientras aflora ésta, desde unos restos en disputa con la ceniza,

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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esas llamas en que deben de seguir el "aura" todavía...

Hubiera podido, yo, entonces, huir a favor de ese pánico de cera que se resolvería, albinamente, en lo íntimo y esforzaría, luego, el mecanismo de ése (perdón, ése, otra vez) que me viniese en quimera de nieve a deshelar en el "jamás" la sombra que yo había

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tan luego elegido para mis dádivas a la luz, sin sospechar, claro, que el secreto, ése, aparentemente, de los grillos era la proyección sobre el baldosín, de nada menos que la inviolabilidad dada a un ministro de la "purísima"...

Hubiera podido huir, sí, hubiera podido... y más cuando el terror les hubiese a una desprendido los palos y el rifle... Huir

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y ganar en un vuelo la paz de la cocina y la alegría de los reencuentros y de los mimos seguidos de la sorpresa, es cierto, por el otro "vacío" que me demorase tras la comida aunque sin asimilarlo, desde luego, al "olvido" de la "coronelilla" desembragando hacia los céspedes o en dirección a las "mesitas" según las devociones del "chic", ante el llanto de los chicos consignado, maternalmente, al "servicio" de los paños que no "servirían" bajo los derrames, al grito, de la radio en paroxismo como para desleír

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En el aura del sauce

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el barrio, y no dejar en su integridad, a la vez, ni un tímpano en el mismo con los descuellos en filo-

Hubiera podido, insisto, huir... huir... aunque hubiese sido únicamente para corresponder a la aflicción que intercedía ya sólo por mí ante, por consiguiente, la "des-graciaílla" que el camino le cerraba en dueña...

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aflicción que le allegaba, calando aún la algarabía, la voz aquella de la salida del baldío... la que, primero, en ese diciembre de las diez, descendiera sobre mis gritos entre un enredijo de guías en penumbra, al que ocelaba, intermitentemente, el oro de una brisa de paraísos, pero que mojaba todavía... todavía... mi azoramiento de desvalida...:

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la voz que hube, ahora, de adivinar como cortándose a la orilla de un precipicio: adivinarla a través del zumbido —¿en qué laberinto?— con que la deflagración, supersónicamente, me reverberaba no sabía qué tañir pero que resultase a pasaje... y el que dije...

Mas yo que te rogaba, y hace rato, enjugar el desvelo, yo, por lo visto, no hago, ay, sino abrirle un Estige

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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que, contrariamente al otro, y a lo largo de la luz, sólo ha de permitirle mirar por las heridas... Y es que, mi amiguito, ese estupor que nos aplican, ese estupor de vivir, es el abismamiento, otra vez, del iris en unas pupilas que no pueden fijar ni nictálopemente, ni al segregar las estrellitas que vio tu mujer, casi

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en simultaneidad con las suyas o por en medio de los hilos que extremarían, gotéandolo, su equilibrio... que no pueden fijar el sentido de esa heráldica que, al parecer, finca en ilustrar el "azur" de la especie y el armiño de un habido de bienes en mal, por otra parte, de raíces, en abonos de peonerías

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y en limos patrióticamente, luego, de quintos...: en ilustrarlos con el suero, sin un respingo, del "ínfimo", y en las piezas, en piezas de la "villanía", y ello en "cruzadas", si en villa, hasta el país... de las segregaciones... o del fondito...

Y es que, mi amiguito, las pupilas se me vierten, oscuramente, aquí, al ver, como lo hice, luego, de allá, y ay, por encima de la rueca con que ya daba en reducir, guturalmente, el olvido

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de los cabellos del éter, y hecha toda un ovillo con mis cachorritos... al ver, te decía, una figura de humo que sin duda pretendía regresar a sus papelillos pero flotaba, curvándose, curvándose, muy arriba de las cifras de los follajes de nieve... o desgarrando algo como filamentos de cirros,

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en desespero de lluvia...

Y es que, mi amiguito, me toca, seguidamente, reasistir a una cena de sombras en un tris de ingerir, en verdad, su mutismo, el que, de adentro, y por instantes, los conmina con hundirlos en un torbellino de silencio de sal que les secara los ojos, y por más de unos minutos si retornasen de su desvío... Y es que, mi amiguito, se me vuelca, aún más, la vista al rever, después, la asfixia

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o poco menos, de ella, ya en el lecho, y con dificultad para emitirla... de ella mirando por arriba del pecho en hipos... mirando y anegándose al asomarse, otra vez, a las dos simas que antípodamente, o casi, le escurrían la inminencia, sin revocación, de una manera de sub-escalofrío desde debajo de unos cirios de aljibe...

Y es que, consiguientemente, mi amigo, es aún mi recaída en la inquietud por la madrecita a merced del remolino de otras lágrimas que, al parecer, no terminan de mojarle lo inaprensible de unas preguntas con nubes de las turbaciones del principio, tal vez,

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Juan L. Ortiz

Obra Completa 41

de la ramificación de eso que nominan "el espíritu"... (Las madres, mi amiguito, son una, una sola, sin abajo y sin arriba de Kalíes y de Marías y sin visible ni invisible, y a los pies, todas, de los patíbulos... Yo, por mi parte, en una circunstancia, yo me vi —por cierto que ni a los tobillos de Werfel— yo me vi en los ojillos de una ratonzuela, y te aseguro que apenas si llegué a castañetear y todavía como para mí, los siglos y siglos y siglos de las respuestas de centellas arrolladas en mis muelles...)

Y es que he de remirar, mi amiguito, y en seguida, a él, en una desesperación que le dobla la de sólo ver y sólo oír, contra sus costillas, a la congoja ahogándose en el flujo, ahora, de las silabas que aspira el vórtice de lo imposible del cariño... Y es que: es él que reincide, mi amiguito, ante mí pero pidiendo a una pildora el trocito de nada que le quedaría aún por morir antes de los píos, en su miedo de la pesadilla en acecho de unas ágatas que apelan y que apelan pasando por las fibras del llanto, las cuentas de un rosario, por otro lado, sin cuento, entre las Niobes sin cuento... y de la pesadilla, también, de eso que le maniatara hasta lo íntimo

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La orilla que se abisma

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de la participación, y así le sellara la fuente que, por las pestañas, la habrían siquiera dicho en suspensiones de cernidillo...

Y es que asimismo me penetran, aún, los llamados aquellos al bajar, él, al sitio,

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no tan ligero que no pudiera yo, en repliegue de liebrecilla, acogerme al mimetismo del cañaveral en barcino, a cuyo crepúsculo fuera, momentos antes despedida, apretándome el espanto, todavía, las tenazas, ésas, que cortaran, y por más de un ratito la amanecida de ronroneos, recién, de familia... y alzándome, puesta del revés, a su vista,

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para leer mi destinólos llamados... y al punto, la inquietud por lo que hacía a mis víveres, al azar de unos envoltorcillos... y el empeño, luego, por regularizarlos, una vez que simpáticamente, o algo así, se conviniera una especie de citas en que ellos, entonces, investían el sigilo de la solicitud que velaba y que llegaba, aún, a variar los contenidos y hasta nevarme en latitas el sueño, justamente, de mi bulimia, ése, que el seno en aridez de mi escondite, aunque en "maternidad" de briznas no hubiera podido, desde luego, escurrirme...: y las maniobras por ir acercándose a través de la con ida del "almuerzo" a la siesta,

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Obra Completa

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y al amor, casi, de un perezoso con ojos por arriba de la lectura, en mentira hacia las primicias de jade, con ruborizaciones, del granado, al henchir éste la niña de dulzuras, aún, en celdillas...

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en mentira, pues, yo, en verdad, sentía los rabillos sobre mi avance en línea bajo el hipnotismo de algo que, ni con la embotadura de la "solapa" no habría dispensándome de hacer crujir lo que era, hialinamente, su misma túnica...: maniobras, entonces, que no sólo me iban atrayendo al clima de esa "inmovilidad" y de esa vela, aún, que amanecía

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y anochecía en una esquina del fondo de la casa en unos copos que, así, me nataban, también, los dos suspiros de la entre-luz: no sólo eso, sino que en complicidad con el escalofrío que empezaba a titilar, vespertinamente, y despojaba de improviso, hasta mi abrigo, (y tiznaba, ya, desnudeces de bracillos sobre unos espectros de madréporas, tal como su calentura, consecuentemente, los en la subida a su frente de Abril...) hizo que accediera, muy pronto, a dormir en uno de los nidos de las 'legos", a pesar del sobresalto de una nieve de huríes entre las estrellas, desde allí

fija

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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aunque sobre el rameado, por otra parte, casi en lo invisible del "acá" de su "paraíso"...

Ah, y me eriza, todavía la sorpresa, luego, de un ánima inclinándose en la madrugada sobre otro cajoncito

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con una brazada de lanillas, toda hipos: tres cachorros en depósito, expedidos a la piedad que sabían... y eran, claro está, unas perritas o tres rollos de alba mas con la maldición que fuera mía y trascendiendo aún a mamilas... Ah, y me sigue extrañando, en verdad, que a los tres días de intuir que ellas monopolizaban, explicablemente, los mimos,

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y que jugaban a reducir a poco menos que calcetas a los regulares del "asilo", sobre las uñas y los bufidos...: me sigue extrañando que fuera yo como arrollada, muy encima de los intervalos del principio por ese alud de patitas y dientecillos, hasta resultar, sobre las estribaciones, de su hervor, aun a su caída al valle, ya, si lo había... hasta resultar un estaqueo de pelaje, sólo, a cargo de tres líneas de furor que por su parte no cedían ni una pizca de sí... (Y de este modo fue cómo, ¿lo recuerdas?, después de la partida en seguridad de las "junglistas" que no la dieran, precisamente, a nada de lo que apareciese al ras de sus colmillos en pruebas de "desgarrismo"...: cómo perdí del todo los remanentes de hurañez, y cómo me sentí

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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en el centro, si cabe, de una providencia, con aquéllos que venían y venían a ella, y los establecidos, dijérase, ya, en ella, pero todos, todos, en seguida

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o libremente, a un calorcillo de amor que no llegaba nunca a cerrarles la salida a su intemperie de esfinges o a sus deslizamientos, por entre las mallas de la duración, a la "celistia" y aun tras las escamas de Mana, en crecida, hacia la melodía en éxtasis, más lejos, si me permites, de las Miras, o mejor, de unas "Miras"...: de ese amor que pareciese haber venido de Lumbini antes que de Asís

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con sus extremos de oídos para las ulceraciones a que, como con alas, o poco menos, ocurría cuando, justo, otra vida ensortijábase en ellas, y les sanguinoleaba, pálidamente, es cierto, unos plañidos que tocarían, sólo, a las sílfides... amor que, entonces, se dividía por el destino de tales rizos de voracidad que, aunque con dedos, consiguientemente, en barbillas, él debía, él, el amor... decidir) Y, ah, mi amiguito, últimamente, si se admite este corte en la unidad del siempre que asumí gracias a la respuesta que, de chiripa halló en tu sentimiento el azar, por otra parte, de mi aparición en el allí entonces, de un sonambulismo que se te abriría consecuentemente, en brevedades de amaranto, más que de piedritas, y uno con su desconocido al buscarte, todas las veces, en los ojos, el minuto de ser en ti...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

últimamente, pues,

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entrecierro de nuevo, de nuevo, las siestillas en esta casa, ya, de los Junios y de los Julios... o esos duermevelas, antes bien, que ronroneaba en un hueco del cobijo de tus pies, y así, daba en ahondar la manta, doblemente, una dicha que en verdad ni medio-dormía bajo el presentimiento de que en nuestro alrededor y en aquello que excedía las dimensiones que destinan al "sur", a ese "sur", tanto peor, con espinas

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a coronar lo invisible y a horadar, a la vez, el tiempo, cuando éste, imposiblemente, aún mira... bajo ese presentimiento, prosigo, de que por ahí el "sur" amorataba, ya, no sabía qué hálitos, y qué llamados, ya, de ramas antes de quebrar, del otro lado, su quejido contra el vacío... mas dicha que, con todo, por momentos, te inquiría asimismo reasumiendo sus ámbares en un par de lagunas en trance de morir...

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te inquiría por la estrella para la raíz aunque la adivinara a merced de 1a marea que nos iba acaso dirigir detrás del espejo...: recaído tú, quizás, en la presión de las profundidades cuya alma te habría mirado por mis pupilas en ese santiamén que precediese a sus preguntas madurando el "espacillo", ay, de una chispa...

Pero, pero... lo que en medio de todo, nuevamente, acá, me duele es el sonido a lágrimas de la vocecita

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Juan L Ortiz

Obra Completa

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de tu costillaEra el seno de la noche el que no pudo, quizás, sino irrumpir articulando así lo que hubiera estelado, líquidamente, la vigilia... y entonces fuera un medio-decir de llanto por los puros derramados bajo el ara de la misa para la "pureza" al día...? (Aunque por otra parte, las mayorías de la "misericordia", tú lo sabes, se deciden a abatir la pared de los gemidos por la que treparan siglos

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de un canibalismo, en realidad, más que de un fratricidio, que a ellas les volvía las apelaciones como del vacío, mas con salpicaduras de complicidad, todas, al fin... y se deciden, aún, a prevenir el flujo de esas inmolaciones que aguzan las crestillas prontas a explayar para sus Baals o su transformación, por el confín, a la cadena, de las vidas, mares y mares de vidas... y se deciden, por consiguiente, a alzar, ellas, la actitud que abatían desde el principio

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las actitudes que se alzan sobre millones y millones de muertes por minuto, y son, todavía, ungidas...) Pero estaba ella llagada por lo que viera en aquella oscuridad mojándome, ¿cómo? en un rocío que le fijaba, acaso, un adiós de cerillas a lo que ella me había también tendido y de lo que de ella, asimismo yo requeríle...

Y con todo esto, es la inmersión en lo que adviene y no en lo que es, en el anhelo de una alquimia de donde emergerían, entonces, las figurillas de lo único

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En el aura del sauce

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y el estremecimiento en los vínculos que nos ligan a aquello que tiembla más allá de lo que nos aisla aún por las desgarraduras del sueño: eso es lo que quisiera recordarte antes de irme a lo que no es la piel, no, sólo, en unos haces de rayos, sino, además, el reasumir la mariposa del ámbar, que aquí nadie, nadie, ni siquiera, me parece, adivina ni menos, por Dios! podrían adivinar las "graciocillas" de herejías, así horizontalicen

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más, si es concebible, más todavía, la molicie que corresponde al "valor" de "cordoncillos", en contante y en prerrogativas, aunque de "papel" por la faz, diz, con el dorado al revés en el revés de los fondillos bajo el "azul" del peligro... Y aquello, aparte de que llegando aún las úlceras a ver, tras de los límites, en el desvanecimiento de jalde, sobre los rejos que lo negarían,

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la melancolía, en continuidad, del 'Ying", no podrán hacerse cargo del dolor que hoy tiende su agonía despidiéndola de sus giros hacia lo que presiente en planeamientos sobre los contrapuntos por fundirse en las tensiones y distensiones que van de la misma ausencia hasta el ángel... y en unidad con la sangre que linda y extralinda por las heridas aún del éter o de eso que no es, solamente, del aquí que han establecido. Pero la verdad, después de todo, es que he tentado mirarme en lo que habrías esperado de mí

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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y desde ese sufrimiento que te abre noche a noche el olvido, en una sangría que no promete cortarse oyendo, a tu lado, el siempre de unos ojos deshaciéndose sobre la orilla de su impotencia frente al infinito en crecida sobre otros que palidecen... Mas es verdad, también, que los dos estamos, al final, en un lío

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de serpentinillas que no han podido menos de torcerse con lo que nos torcía en el juego por cubrirnos o cubrirte del "miércoles" de "botas" por calzar, ahora, la ceniza para no dar "cuartel", dicen, a los que ya comienzan a rehusar, también, por otro lado, la cuaresma que de arriba se les inflige y la enajenación, por ende, de la corambre, a aquéllas, y aun del mismo "polvo" que pisan...

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Y así los papelitos con que hemos pretendido encortinar la velada aparecerían, a pesar de nosotros, enredándonos, sarcàsticamente, unas sonrisas por entre los picos de la del fin, que se lastiman contra algo que tendría más que del vidrio, del cinc, en el amanecer, advierte, del "embotamiento" a cernir lo "inane" del gris...

Sin embargo, sin embargo, ya en la madeja de las "simbologías" pero tirando de unos hilos en espiral o en círculos, si se quiere, sobre sí, he de, a la vez, decirte

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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que no han de demorar tampoco, en el aquí de aquí los ramos del Domingo en las Pascuas, también, del "ínfimo", ya que no puede sino tenerlas tanto dejar de ser, igualmente, de semillas, para el ser "justo" de la vendimia... Por lo demás, ya sabes, no hay separación que se defina

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entre muertos y vivos en una como corrida de temperaturas en dilatación o superposición, diría, de climas, en pasajes que aún no se perciben... y todo en un continuo de conciencia en que el amor va retirando hilas, o trasparentándolas, más bien, porque nunca, quizás, han de dejar de herirse los tejidos en la punta de las olitas del espacio-tiempo en huida...

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Y de ahí esos ojos que miran, y miran, miran, cierto, desde las campanillas... y bajan, si cabe, hasta lo imposible del cariño que los retuvo una vez y hasta se angustian con la angustia que no puede dormir ante otros ojos que, todavía, se les unen en una como ruina de misterios en pendientes de gotitas... y aunque son los del desafío, en cierta manera, a la creación, dardearían, dardearían con los azufres del "maldito" a la "maldición" misma hasta lograr que ésta devuelva la sangre que pilló, con "correderas", y todo, de "suris", y menos íntimamente, con espasmos de timbas "liquidando", ahí no más, sobre el tapiz, bajo una urgencia de tiza...

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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Canción

En un país extraño, niña, te sentí palpitar.

Oh, el pájaro de tu corazón, niña, en el país extraño.

Dolor el mío, niña, de no poder unir las manos sobre esas alas para que fueran dulces,

10

las del país e x t r a ñ o -

Dolor, niña, de verte regresar a la piedra con no sabías qué aire en ti, con no sabías qué estío más allá de los sueños...

Qué hiciste, niña, luego, con esa voz perdida?

Qué hiciste de tu alma lejos de aquellas nubes?

En un país extraño, niña, te sentí palpitar...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Canción

El verano, nina mía, en los dulces cabellos.

El verano en el vestido, niña, de llama.

(El Domingo, es verdad, no era esa tarde para ellos)

Ah, pero de lo hondo de ti, los ojos flotando hacia aquel cielo

con un rocío encendido.

Ay, niña, con un rocío encendido.

Y el canto, el canto íntimo, niña, llorando hacia la brisa...

10

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Juan L Ortiz

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Suicida en Agosto

Despertó, ya, en su "nada"...

Pero qué "nada" la suya, que dejaba, ahora, de dar el tallo del ser y de subir, al mismo tiempo, por él, como por el vano de una caña?

Más acá, él, pues, de ese "aire" que, musicalmente, se resuelve sobre la cima del vacío con el soplo que lo niega desde la intimidad de un "demonio" y de un "ángel" a la vez?

Y era, ya, sólo, fluido, él en el lugar de una angustia, por otro lado, de hielo,

10

al creer rehusarse a su mismísimo hálito?

Y no le pudo tocar, entonces, no, no pudo, la mirada de las nueve, en un agua, ya, de florecillas de lino para toda melancolía...?

Oh, si le hubiera sido dado, aún sonambúlicamente, y por un momento, descender hasta las hierbas...

Y las heridas del río, tejiéndose, sobre sí mismas, una brisa de chispas, a manera de hilas?

Y las palabras del pescador, con más nácares, tal vez, que los que aligeraba con su lámina...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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y eso que aún emergía del escalofrío?

Y esos pajarillos de no se sabe dónde, y sin rama, todavía pero que quiebran su soledad y cruzan, al hacerlo, la trama misma de un silencio de alelíes que bajan?

Y el chico que llega, de arena, y en las tiras de la noche, y debe subir el día

30

para beberse, acaso, solamente su coriza, de vuelta de "los jardines"... mas sonríe, aunque, es cierto, igual que desde una pajilla que pisan... sonríe, con todo, él, con todo, sí, sí, a las vindicaciones del aire?

Y las espaldas que no terminan de sobrellevar, por ahí, la ciudad esa, que las despide, oportunamente, a sus orillas, pero que no pueden menos de alzarse, ahora, hacia aquélla del fin de las divisiones de vidrio: aquélla del encuentro, y de la estrella de cada uno, mas en las enredaderas que abrirían todos, todos...?

Pero era el suyo, únicamente, el país del perder pie en la ilusión de una nieve que sólo permanecería... o el que ha perdido, si se quiere, el fundamento de esas líneas que lo equilibraban bajo las lluvias,

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

y debe entonces flotar, indefinidamente, flotar,

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una maldición de Junio? No es, asimismo, el país del frío, de un frío que no quiere saber, ya, del fastidio del azul, y ha leído todo el iris...? O el país al que se le ha secado, de la noche a la mañana, el amor, el amor que le sangraba en "el otro"... o la fuente que, por otra parte, no cesaba de hilarle, estelarmente, la vigilia que lo trascendía, y que le daba, aún, gracias, precisamente, a los desflecamientos de las ráfagas, ese sonido que cubre, al fin, todo el viento?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Y se rosa...

Y se rosa, doradamente, todo, todo el aire... Y el aire pierde la orilla...

Un hálito, pues, de durazneros y de "primaveras", el mundo?

Pasó el hambre, pasó... pasó el frío, pasó para esas "almas" que obsedían las puertas y los baldíos?

Pasó? Qué nodriza de las islas, celestemente, se da en la palidez del río?

La mirarán, acaso, desde su colina de ceniza, unos niños? Mirarán esa dulzura que persiste en nevar allá?

Y los ojitos que, por las espinas, gritan y gritan a la leche, la mirarán asimismo?

Y de los puntillos que no han "subido", aún, a ella: qué? Qué, por el miedo de las briznas o de las vías

10

Obra Completa

Juan L. Ortiz

que les cierran, repentinamente, más, si cabe, la noche de abajo, qué? Qué, decid, en el minuto en que todo, y todos, buscan una a manera de seno o algo de la galaxia del origen, tal vez... o simplemente un eco a ese silbido que unas enredaderas de pesadilla se aprestan a ahogar?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Primavera de soplos (Para Hugo Gola)

...De ella, pues, de ella, la respiración... de ella bajo la medianoche que palidecía, no? en un rubor de velos...?

Azahares, pues de aquí... estos azahares, sólo, en los cabellos de la muchachita?

...Y corría, ella, de pronto, corría para escapar aún a ese perfume que, muy cercanamente, la ceñía de novia... cuando hubiera querido permanecer,

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todavía, en soledad con el misterio que la languideciera en la otra luna sobre un atardecer de élitros?

Oh, amigo, nos dijimos, verdad? que ese alentar ya no latía, no, el frío del vuelo... y —en silencio, tal vez— que la respiración seguía, al parecer, las medidas de ese pudor al aire que huía de improviso y se detenía de improviso, también, en un anhelo, aún, de agua... y que la niña, a fuer, naturalmente, de niña, confiaba, acaso, demasiado,

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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en esa cabellera que le florecía, ahora, de ella misma, pero que la desvestía al ondular, así, como desde el pistilo... y ello fuera de esa locura de seda que la seguía, por minutos, la seguía, ya, a ella, la seguía... en una estela de mantilla... mientras la turbación, aquélla, bajaba y bajaba ojos de niebla, y no concluía de confundir y de extenuar unos sentimientos de rosa...

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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Me dijiste:

—Escucha, es un latido, solamente un latido, o qué? de la ranita, no?

En el pulso de las hierbezuelas o de la lunilla, él?...

o dónde, o dónde, si la circulación del silencio, melodiosamente, nos anega, sí, también a nosotros... y no tenemos, de pronto, orillas...: qué, de los juguetes y las furias de la criatura al asimilarse a la

fisión

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y al presente, casi, de los armónicos de este mar?

En qué escala, pues, el oído para la campanilla de ese sentimiento que se olvida a menudo de sí en una suerte de eternidad que duda?

Ah, pero esa eternidad, sin explicárnoslo, la hiere, mas de la herida sangra, un sí no es, de dulzura que titila, anónimamente, o que apenas se deja adivinar, sobre los tejidos de Octubre...

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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pero ella dice o llega a punzar, mejor, para el que debe venir, unos minutos de plata... sin interesarse, naturalmente, en la adhesión de las "sílfides" ni en la consagración de los "devas", ya que continúa, además, con los gnomos y las hadas de la una, la respiración del infinito,

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a la vez que la puntúa y la suspende, y a la vez que la renueva y la vuelve, a semejanza de lo que anhela bajo este turno de la brisa en la asunción de los misterios y en su tensión con los tallos...

—Oh, sí, arriesgaría que esa, también, burbujilla del creciente, ha aparecido sólo para la participación, cuando la noche, por encima de esas fibras, pálidamente se vacía más allá de su límite...

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A qué, entonces, el juicio y la sanción de las "superioridades" del éter...? No le devolvía el eco, acaso, las notas de ese destino, que es el suyo, de iluminar por momentos, la marea de la duración, y de iluminar, asimismo, para un desconocido, la cadencia que lo cita y lo habrá de citar, humildemente, a través de toda la luna?

—Y no podría ser, además, el sacrificio de una florecilla que, ahora, tintinea a falta de perfume, sobre la sabanilla sin fin que espuma para las celebraciones, el "navio de Isis"? :

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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una "anímula" de altar que se ofreciera a lo indivisible dividiéndose cristalinamente? ...Y de todos modos, qué lejos, ella, a qué distancia, ella, de los signos en que, como en vidriecitos, no podemos menos de mirarnos al trizar, aún, con los filos, ya, del hálito, la continuidad misma, y responder, lívidamente, a los dioses...

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Y qué imposible, por otra parte, el de una vida que debemos remitir a un laberinto de espejos pero sobre tapices de mataderos, y ésos, desde luego, de la evasión en una dicha de gasolina...

—Aunque de los "aprendices", es verdad, el movimiento salta a la "vía de la leche" (retornaría la "dispersión", paradójicamente entonces, al seno?) y abre una manera de ofrenda, al fosforecer el camino...

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un apuro, acaso, de trepadoras en emulación con las otras, por florecer, también, el vértigo? O el desplegamiento, luego de la concentración, ésta, que hace todavía, todavía nuestra "verdad" o nuestra facilidad, en el deshora de los junios que no terminan de mirarse, curvados sobre el ombligo, o en este Octubre que quisiera sellar, hasta "a la letra", así, "trasnochadamente" los labios de la vigilia en abandono de espaldas, en gracia, sólo, a unas sílabas?

—Mas de sílabas que rocían y rocían, desde aquí, y po • el amor de una ranita, la palpitación que aspira,

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Juan L. Ortiz

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a la vez, desde allá, y por la incubación de unos "brujos", la aventura que, luego, ha de estrellar en su cielo la línea que dispara este ciclo de las guías, por qué no? hacia jazmines de añadidura...

Y no sería, en su nivel, esta cañita que, líquidamente, vocaliza

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las acentuaciones sin fondo, una emisión en que suspira, entre las briznas, el himeneo, ése, el mismo del espacio y el tiempo, aunque en una dimensión que únicamente, únicamente, canta en el pasaje del ser? Canta también, y a su modo, lo terrible de jugar el azar de una chispa sobre los abismos...

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Canta y no confía su tonillo, no, a las afinaciones de los ángeles, ni menos al ajuste de los hilos que alguien trama debajo, no: le llega de su relación con la corriente sin sonido de la raíz de los números, de donde emergiera, y a donde volverá después de haber rozado, mínimamente, las cuentillas del rosario de unas soledades, sin sarta, y sin cuento,

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

que sólo esperan, iguales a todas, desde la oscuridad, una hebra, para darse enteramente, en el bisbiseo que ha de pasarlas y pasarlas por el incienso del aire...

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Juan L. Ortiz

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Pasó a través de la noche...

Pasó a través de la noche... Qué mujer o niña pasó...? Pasó con unos ojos de algas que querían desprenderse de la profundidad para flotar sobre la noche, sobre las vías de la noche?

Y de dónde esos ojos? Venían, ciertamente, de las "veigas" que los vieron mojar sombras de "paxariños", allá,

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y abrirles otras "follas" al rocío, allá, entre pestañas de "herbiñas"?

Pasó a través de la noche y bajó, ay, de la noche...

Sobre las vías del sueño, unas algas...

Dejó, pues, ella, los ojos, los ojos, sobre las vías del sueño?

Y qué hará, ella, por ahí, qué hará, sin esas niñas, propiamente, de verdín, que le daban el agua, y daban agua?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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O vendrá al sueño, vendrá, antes de que se sequen, ellas, sin el agua, ahora, de ella?

Niña o m u j e r niña que atravesó la noche y le abandonó para su viático unas algas de sueño por las que teme, ya, el sueño...

Vendrá, ella, vendrá, antes de que las queme el mismo sueño?

Vendrá?

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Juan L. Ortiz

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Canta la calandria...

Canta la calandria... c a n t a Toda criatura canta, no es cierto? canta para "ser" aún en el "misterio", en el extrañamiento de s í -

Canta la calandria, y de repente parece que halló la deidad del "silencio"...

Excedió el pajarillo, pues, el hálito de las ocho, al no encontrar la respuesta cerca, y perdérsele en el gris las otras frases del minuto?

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Por qué calló entonces? Alguien s u f r e -

Nada asegura que la melodía pasó a "ser", allá, allá, donde las perlas se disolverían, y de donde, a la vez, se desprenderían las perlas...

Pero vuelve... y con qué dulzura vuelve... es la melancolía que vuelve?

Oh amor de diciembre, amor:

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

dale el eco de una rama de ahí, o, si lo prefieres, del confín, para que no "sea" en ese "allá" antes de "ser" su "resonancia", en el intervalo de "aquí", aunque el aire deba sufrir, asimismo, porque nadie, nadie, nadie pueda herirlo así... y quede en una suerte de molicie que se ilumina hasta arder en las cigarras y medir, intermitentemente, con ellas, los espacios, ya, de un arcángel...

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Juan L. Ortiz

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Grillo en Marzo

Oh, solo de Marzo, qué nos quieres decir, así, tan persistentemente, así por encima del nadie que palidece... o desde allí, donde se hacina, apenumbrándose, y parece tener frío, él, a pesar de eso, frío, frío, ya, frío?

Qué?...: acaso que la flauta ha de asumir, crepuscularmente, el aire que, sin aviso, no? enajena a la eternidad el silencio..

o que la propia caña, por otra parte, se debe a la vigilia o al peligro de un hilo por quemarse sobre las huellas mismas de un ángel?

Qué?...: que la hebra de los llamados, desde los milenios, continúa sin recogerse jamás, jamás, frente a los precipicios... y que si, a veces, no se oyen, no dejan, por eso, nunca, nunca, de tocar los oídos que los esperan sobre la noche...?

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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Qué?...: que la gota, siempre, tiene el tiempo consigo para hacer que crezcan raíces sobre el éter, y ramas, ramas, debajo del abismo... y todavía para abrir las alas de la piedra... o que, multiplicándose hasta la avenida, sigue ella conservando, últimamente, la palabra sobre las siete murallas

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o la muralla que amasan y cimentan, y aún, encalan, los huesos de los siglos con cadenas, ay, todavía?

Qué?...: que algo igual a una sonrisa atraviesa los límites y es, quizás, una florecilla que sobrevive, por el anochecer, a su tallo... y sigue flotando, flotando, más allá de la llama y más allá de la ceniza, desde el "centro", tal vez, de la "cinta", y del otro lado del miedo y del terror mismo, porque sería, ahora, una con la serenidad, y la ligereza y la alegría, en la 'linea" que no ondea ya?

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Juan L. Ortiz

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La muchachita...

La muchachita va por el anochecer y es casi el hilo por que respira el anochecer-

Inclinándose como él y encegueciéndose como él...

Qué pena o niebla le esconde, hasta a su adivinación, el caminito ese que debía fluir su destino aunque no palideciese ni contra el cerco y eso que éste llegaba, fantasmalmente, a nevar una aspiración al vacío,

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o los vacíos, mejor, de un sauce?

Ve muy poco pues ella, y ve muy poco esa agonía de bruma que le cuelga de los hombros o de líneas, ya, de aletas la nada que desgarrarían...

Mas de improviso se libera la congoja que ha debido de urgir unas pupilas... y las pupilas dividen y acercan y vuelven, infinitamente, a tejer, pero en fosforescencias de aguapé, los rocíos de la nebulosa,

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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y éstos flotan, a la vez, en idas y venidas, y se inclinan, aún, a detallar en miopía las sendas que refluyen luego de disuadir y disuadir del río...

Y hela a ella con cabellos de algas que de sí ahora geman ésas del exorcismo... y helo a él, por asir de ese cielo a la mano

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en que, por añadidura, derivan... helo por asir unas gotas más de verdín para la diadema de esa Ofelia que frustrase y le devolviese, todavía, el flujo, aún, de allí, y en giros, del enternecimiento que enjambrara, por otra parte, las anímulas de los anegadizos de arriba... y helos, a los dos, después, a la luz de la zarzaparrilla,

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enteramente, al punto, de novia...

Y henos a nosotros preguntándonos si no viene de luciérnagas, también, la poesía, cuando la oscuridad nos va ciñendo, igualmente, el nudo del llanto... y si en la "transmutación", acaso, a nuestra alma no le baja o le revela lo que la asiste desde el éter o de ella misma, y que le redescubre, ojeándole, aún, espectralmente, las proximidades del hechizo en la ronda que emite: que le redescubre

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Juan L. Ortiz

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las huellas de su "compromiso" con el ser que no tiene límites pero que la incluye al definirse a su nivel y espera "aquí", junto a su portillo a que ella de espaldas a las sirenas, ocurra a darle el brazo, en seguida, para asumir esos silencios siempre por cerrar, ay, sobre sí,

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el de debajo la onda... y ello antes del salto, está dicho... hasta que, bajo un sereno de pestañas, empiecen a sentir que como a los cardos, desde la raíz del azul, les sube el amanecer... y hasta que en éste los timbres, contrapuntísticamente, les deslían el del infinito mismo, y les mojen la inmigración, todavía, de unas vidalitas... en el retorno a la voz de los encuentros en la orilla del tiempo, de los hijos del tiempo, que el tiempo, furtivamente, le libra... pero de todos los hijos... y de todo, en fin...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Un río...

Un río... o la iluminación, más bien, del efluvio del "huésped' al lechar, aún, su vía...

Un río... y unas venillas de flauta por las que no deja de morir un tiempo que, sin embargo, no era...

Es en esta vida o en la neblina, aquélla, aquélla, de los niños que no tendrían nombre?

Y por unas once que no cuentan, o de almas,

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en un limbo de rocío, también... y que Junio, todavía, por momentos orilla en un hálito de jazmín?

O es la espera en ese país, entonces, la que, muy lunarmente, espira hacia no se sabe qué lirio de sí o de ese cielo que lo ha perdido, tal vez, en una vela, o por la herida, sin fin, de ese "aire"?

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Juan L. Ortiz

Un r í o O la "visita" que lo exhala, celestemente, diríase, de su paraíso... y un ir de flauta... un irse, mejor, a un nacimiento, al parecer, de él mismo... pero desde qué labios, o desde qué fibras...?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Siesta

Apenas si el silencio se triza por ahí... por ahí... y como para unos espíritus...

Y, con todo, es Noviembre, y ha subido, él, hoy... ha subido quemando, quemando esa su casi palidez, en surtidores que, por su parte, lo apuraban a respirar por las heridas que le abrían, ya, su fin en una fiebre de flautas...

Sería el amor del éter, pues, el que se dividiese, cristalinamente, en una manera de transpiración para poder bajar a las ramas de "aquí", o quizás a su sed misma, aún, en un celeste, por secarse, sin una nube?

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Juan L Ortiz

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Ah, miras tú también...

Ah, miras tú también, querida... miras, querida, de qué manera Marzo, al morir profundamente fija un alma como de cirio que al anochecer, aún, al propio anochecer, niega y nimba a la vez...

Quién tras ese celeste que, espectralmente, le amanece lo abisal, diríase, de los jardines de él mismo: 10

quién para recibir su silencio? Y oyes, acaso, que asimismo pide y pide, pide por estos minutos que ya nunca jamás, nunca, ha de volver a redimir de las simas? O es que ya los destilas en esa estrellita que una de tus pestañas, sensitivamente, p e r l a pero que moja, ay, tu sonrisa cuando ésta quería darle un a modo de raicillas... mas en qué tiempo, en cuál, de la onda...?

Y no te roza, ahora, aquel azoramiento, aquél de limo...

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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que las luces, al ceñirse, ciñen, y ya hasta el cuello, a los aparecidos de entre los taludes, o de esos sobrevivientes de los baldíos de los que ninguno sabe, todavía,

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cómo flotan sobre los junios: aquel imposible, por ejemplo, de faldas, mas sin paño para enjugar a la "colilla" que tropieza en sus tosecitas... y por una sobra de sendero a la que en seguida ha de engullir, con esos residuos, también, del día, al precipitarse, a su vez, sobre los que quedan en el lío: a la que ha de engullir un hueco, aún, de la sombra, por allí, o del apetito de lo invisible en la franquicia más del nadie

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que una taperita ha de abrir... y el que luego habrá de obstruirse, atravesándosele ellos, ellos, todavía, todavía... con espinas de escalofríos tras unos hipos de lengüillas que no llegarían, entonces, a decírselos, sino muy humosamente, paralizándose, de súbito, en ramizas de condenación o de tizne, o apurando, cenicientamente, su nada o su mudez...?

Mas no sientes, también, a las criaturas que gritan a este olvido de que, es cierto, vivimos, y al que, a continuación, por supuesto, los dos, asimismo, habrémonos de remitir, al encenderlo doblemente, y más literalmente, aún, en un miedo, al fin, de bujías,

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Juan L. Ortiz

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y en un escape, al fin, de entre-líneas, pero de adormideras de isla, ellas, y además, palideciendo en una islita a la deriva de un flujo sin luna, o bajo, aún, quizás, lo inconfesable, en la inminencia, así,

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de naturalmente esparcirla...?: no sientes a esas criaturas que, sobre sus crías, se desgarran en el filo, por ahí, de una orilla, ante la crecida de ese desconocido que, no obstante conocían de antes sus huesecillos: de cuando el tiritamiento, allá, de un plasma, y ellos, aún, no armaban en un seno sin defensa contra la neblina, la pesadilla que extremarían... no la sientes, di,

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desde el estremecimiento de que todos, por igual, todos, lo queramos o no, venimos a lo que, al cabo, ha de cubrirnos subiendo de la oscuridad de las fibras o de la oscuridad de una avenida... y esto, desde luego, a pesar de que ese engreimiento que se nutre de los compañeros de planeta o de navio o de cascarilla hacia el este huya hacia el oeste y blinde sus cabinas de tal modo que ni el hielo de las tinieblas lloraría a las ventanillas...?

Pero quiénes, dirás tú, quiénes para asumir el estupor aquel que anudaría hasta el galillo a unas casi ánimas... o en los limbos de un juicio que oscurece más su frío, más todavía... y quiénes para asumir, a la vez,

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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unas llagas de voces que únicamente llagarían, llagarían, únicamente, a los ecos...? Quiénes para acudir a esos ojos ahogándose y sentarlos sobre las rodillas...

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y a esas guturales que regresan y regresan y regresan, las mismas, del cielo? Quiénes para tomarlas, así, o en esa piedad, más bien, que extravía sus especies y su especie entre las agonías que extraviaran las suyas al llamarse entre sí, y aún, por encima de los límites, desde la niebla del último, sin percibir, así, ni siquiera la sospecha de otra respiración por el confín que las que lo cortaban

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al cortárseles, ubicuamente, el ahilo?

Quiénes, quiénes, —seguirás inquiriendo— quiénes? Pero si no vuelves oído has de sentir, igualmente, a los que vienen de puntillas detrás de su luz y de su corazón mismo... a los que vienen de los milenios, si se quiere, o de aquel amanecer que surte el amanecer... y a los que vienen, también, de los países que, con todo, lo reciben, y eucarísticamente, casi, en los pétalos de las "florecillas", aún... y de los 'locos de Dios", aún...: y todos a la cita de los gemidos que no tienen rostro y que podrían ser los de las hierbas que sangraran bajo sus pies... o los de una hojita

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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que desespera ya, ya, de dormir sobre los soplos sin anémonas... o los del aire

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que se esfuerza y se esfuerza, tenazmente, por zurcirlos en la fe de un ángel... pero a los que no pueden, sino volviéndose, llorarles, ahora, su silenciomas sin llegar nunca, oh, nunca, ni aún cuando la noche los tropiece, inoportunamente, al medirse, sin llegar nunca a empujarlos fuera del s u e ñ o -

Vienen de debajo de los ruidos y del revés de las seguridades,

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de los "de él" y de los "para sí"... y llegan de las bienvenidas del amor que no tiene despedidas, y eso que todo debe de herirlos...

Vienen a esas escrituras en que alguien, más inmediatamente, o en su cuerpo, [ o poco menos, les quemara el mensaje...

Vienen a entenderse sobre las maneras de alinear, pero muy flexiblemente, sus reservas, ya, de siglos en las milicias, al fin, de la ligereza de mochilas o de "árbol alguno de Porfirio" en la zapa hacia la semilla de la selva de los linajes, y aún, de la pureza de ese loto y ese lirio de los Budas y de los Cristos...: en las milicias

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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de las consumaciones sin fin, y de las integraciones sin fin en las relaciones que duelen más abajo de la raíz, y en las titilaciones que aparecen y desaparecen

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buscándose, y buscándonos por un cabello, siquiera, que las ligue humildemente a la aspiración del abismo... y en las que, a la vez, unos a otros, nos iremos descubriéndonos el sueño que más o menos, felizmente, todos suspiramos, o mejor, agitamos... aunque, por otro lado, allí, no llegaríamos, no, a tocar fondo en esa gracia de perfección que, comparativamente, y en su línea,

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secase a nuestra medianía...: en las milicias de las sensibilizaciones del alma a sentir igual a un clima por las mismas jerarquías de la fascinación que acomodan, ya, su coreografía a las presiones, por ahí, de un aire de paraíso... sin disputa del espacio, en sí, compartido por las vidas, por la totalidad de las vidas... las milicias de la adhesión y la colaboración en las cosechas del aire y de las rocas, para una alimentación de sílfides, sin el retorno sobre sí ni de siquiera una gotita de un verde de brizna y sin ese tufillo de matarife que no deja de untar hasta los dedos que juntan la ojiva lubricándoles hasta el ángelus...

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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sin que se pueda saber, ciertamente, qué edad del porvenir aquello, al fin, doraría...:

en las milicias pero, desde luego, en las milicias

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del golpecito del agua, y del despliegue de las hilas y el abrigo y del agenciamiento de los víveres, y de la mano de unción sobre la cabecita que rinde hasta el suelo: de los que han menester, en fin, a la vez que la mirada o ese fluido que reencuentra la relación, todos los segregados de entre los pasajeros de un minuto a través de la eternidad...: a los que se persigue, aún, por los rebordes del vahído hasta las cimas casi, del frío,

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para especular, abajo, con lo que justamente a ellos, él, les enguanta el señorío... y del granito... a los que se arroja, por el oro del cereal, hacia las dunas de las riberas del mundo, o del otro mundo, desde los médanos que evoca, despidiéndose, la ceniza de las dríades que armonizaban la economía de todos, allí y las que han de sepultar, compensatoriamente, a las ramas de los sacrilegos de las otras si no recobran a tiempo el sentido... mientras aquéllos trotando, y rozando todavía, unas sequedades en idas ya, de cosmogonía que se pulverizan, y hasta llegan a fluir celestemente negándose, estallan, ahora, en unos cuernos y unas ramas que se hincan, por ahí,

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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hacia la veta de los espejismos, las costillas, en un tris de descubrírseles 210

pero sin ceder, aún, a los tecleos del viento, ni a las recorridas, a fondo, del buitre....: a los que se condena, todavía, a tirar, perpetuamente, de una tempestad, y de la tierra misma, por la delantera, sólo, de unas ruedas de misterio y de unas rejas de misterio, a las que únicamente revela un escocimiento de centellas restallándoles la pena, y de avispas aguijándoles la fatiga...: a los que se arrea, embretándoles el terror, para sumirlos,

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definitivamente sumirlos, en la civilización, ésa, del cadáver, que ha de llegar a las divisas, aún, de las mariposas de los ataúdes...:

a los que, el espanto por tierra, con el mugido en los ojos, blanqueando más, si cabe, al volverse a una nube, luego de girar en torno una apelación, ya, de yeso, se les obliga a sisear, prematuramente, y al apuro, todavía sobre unas brasas de australopitecos de villa, unas delicias de infanticidio...: a los que tienen que proveer a ese coraje y ese hastío que sale a los domingos de un derrocamiento de vuelos y del festín que los deshoja, irisadamente, con el tiro, apurando el atardecer de la aguada en niña...:

y del debate, aún, en los desgarramientos del arponcillo

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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pero que trasmite al sedal los sobresaltos, ya, del triunfo que ha de consagrar el regocijo

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de una palpitación, todavía, por desprender de la luz...: a los que se impone el vertir, sangrientamente, el balido que apenas se ha desatado, para llegar desde la caricia de unos pies hasta las espaldillas que le gorjean la alegoría...:

a los que se reduce, codiciosamente, a cal, por una perspectiva... de generalitas a vestir sus fantasías en sol en una jungla que, por otra parte, le destilara al sol los espíritus.

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a los que se encadena "a lo corto" de sus días, aún, y directamente, a las llamas y al gris... y éstos siendo las sombras que desaparecen en el cénit sólo con sus sombras o cuando su adoración acuesta sobre unos coágulos el destino...:

a los que se abandona como hijitos de las comunicaciones con la luna, a la leche, únicamente, de la luna... o de la nodriza de Júpiter... cuando no se les "papilla" en una bolsa, junto con la bruja en una vergüenza del adoquín... o más creciditos, ya, en carboncillos de una rama, sobre un recuerdo de pira, cuelgan unas mancillas a la "urbanidad" que se ha compuesto por allí...:

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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a los que se sentencia a soñar, desde los suelos o pisos, o lechos, del tiempo, la gravitación del útil, para los buenos días, únicamente, del útil...

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y todo ello, todo ello, tal vez, por los derechos que uno de los lenguajes de la tribu, de pie, también, sobre el puente, le ha concedido a la articulación por ella misma y en un título que, por lo visto, no obliga...

todo por esos derechos sobre éstos sin número que esperan, también, se les devuelva a sí o a la corriente de animación que asciende de la piedra, oh Nerval, y que, probablemente, nos excede hasta modos de existencia que no podemos ni siquiera imaginar desde ésos que a la vida

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le es dable evocar aún sobre lo invisible... porque ya no le atañerían, en el más allá de la duración y del alma, quizás, ellos... aunque los avalarían las virtudes, por sí, de la contemplación del alma...

todo por esos derechos, sobre los que esperan, sin embargo, con los otros que desesperadamente les inflijen su impaciencia de uncidos o de medio apátridas al azar de los días que se cierran o del todo, sobre los restos de su esperanza, ya, por los tembladerales del país... a la intemperie de su país... que esperan tender en común, ante todo, o primeramente, igual al lino que se pone h amanecida, la liberación de las galeras, y las varas, y de los cotos y los circos,

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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y de las dehesas y las pistas...: o de ese azul, inicialmente, a beber, que se debe a cada uno de los hijos de la tierra y del espíritu, en la sed de la condición:

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juntos, desde ya, y no después, no como Ñervo concedía, para la participación de todos desde su lote del principio en el cultivo ese que ha de ir descubriéndoles, arriba, cada vez más de cera, las liliáceas de la unicidad, ganadas, sucesivamente, así, a la savia de los abismos, en esa aventura de invertirle o de subirle en una llama, toda de dedicación, el origen, quizás, del origen...

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Mas ello no sin las respuestas que, de lo hondo, obligarían a las víctimas, como victimarios, a su vez, que, impotentemente, volvían hacia abajo los reflejos que debían remortarles la humillación... y los reflejos de reflejos en que les tocaba, aún, asistirse bajo los estímulos de la orilla...: no sin pagar la deuda por una esclavitud de eternidades que no abrían ni siquiera un cielo... y por las mutilaciones en sí, pero también por eso que unos intercambios, a menudo, bajo el mismo cruce del látigo les habrían ido incorporando, con el arrastre de los siglos, algo de esas alas que, a pesar de todo, nacían y no nacían... esos fantasmas sin redención que se resisten a morir, adentro,

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La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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y que no acuerdan, contingentemente, los pasos con la danza... y esas andaduras de desfile, o casi, que si bien les han dejado, poco menos, que sin remos

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para correr las arenas, no han de impedirles, por cierto, en la manumisión esa que a la par, precisamente, de [ aquéllos que les quebraran el hipogrifo, arrancarán para todos los forzados, sin excluir a espalda ninguna, así se le vea, ya, únicamente, el silenciono han de impedirles que ellos jueguen en el viento, mas para el arca del fin, las quimeras del apocalipsis...

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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Ah, miras al presente...

Ah, miras, ahora, miras la quemazón de las islas-

Llamas de rosa, no? Llamas al fondo del anochecer, aquél, del norte... o un amanecer de estío, allá, antes del sueño, no?...

Y en tu sonrisa, sabes? me ha parecido ver desplegarse la delicia de esa rosa de destiempo que enloquece, fantásticamente, el confín...

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y no sé qué todavía para hacerme a mí partícipe de ella...

Pero si supieras, querida, si supieras, si supieras... "Marchan las islas"... dicen en la ocasión los isleños-

Marchan las islas en la dirección, justamente, de las vidas que huyen del estrépito al asaltar éste a la oscuridad por encima aún del humo y de unas centellas hechas trizas...: que huyen

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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dejando atrás todo, todo, lo que a veces las hacía encontrarse entre s í -

Marchan todas, todas esas vidas a través del pastizal que tiembla con los destellos...: las culebras poniendo, literalmente, en líneas la ondulación de ese miedo junto a las ranitas a la zaga, en verdad, de unos ojillos que no vuelven... y junto a los coatíes que sólo

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huelen, al parecer, el agua... y junto a la musurana en olvido de abrirles el rayo de su pasaje... y junto a las gallinetas que han desenramado, increíblemente, el silencio... y junto al zorrino que sesga, sin trascender ni detenerse y a los carpinchos que no se cuidan más de la codicia de nadie... y a los gatos "onzas"

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en fosforescencias que no inquietan, ya, pues apenas si puntúan unos topacios en efugio sobre el ocelado que aparece y desaparece sólo hacia la brisa... y a las vizcachas, a las vizcachas, sí, que sintieran, desde la hondura, el redoble a la sordina del toque de fuga, y han subido en familia a la vaharada del infierno, y respondido con su bailecito en recta...: y todos ellos, y los otros... los otros, bajo los pajaritos en chispas, hasta de sombras en las palpitaciones del horror, arriba...

50

Obra Completa

Juan L. Ortiz

840

mas aleteando el desfile, o poco menos que desfile, de los fugitivos del país que creyesen les pertenecía...

Porque ese país, querida, has de saberlo, es el haber de un apellido que hojea órdenes, por ahí, y que ha dispuesto eso para ahogar bajo cenizas las "malezas" y las "alimañas", y poder dar a sus "Shorton", a pesar, por cierto, en aquel libro,

60

más ilustración, todavía, con el privilegio de la gramilla...

Has visto tú: un patronímico en cheques tendría así, y desde lejos, derechos sobre un paraíso para disminuirlo en praderías de modo de aumentarse, él, en billetes, y enajenarlo, al fin, en postraciones de arena?

Un patronímico en cheques podría, consecuentemente, y por un hilo, imponer una grisalla de días y días a las primicias de setiembre por abrir, ahora, los límites, y esto, condenando, desde ya a carbonilla, cisco, o palidez, las profundidades en un jardín que proveería a la sed del porvenir y de toda la escala, en canastillas sin escalas, precisamente, de cunas...?

Adiós, pues, a los invisibles, casi, de las seis patitas entre las briznas,

70

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

deflagrando ese su minuto que, sin embargo, aún a los oídos

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de los silencios miniaban los armónicos que unas preguntas requerían-

Adiós a los que estallasen las lenguas del ruido... porque no pudieran saltar sobre los círculos de esa hambrina de la noche que reptaba verticalmente, tras un estampido y uno como grito de liturgia, sobre la nada misma... Adiós a esa hija de almaria que perfumaría, ya, unos tapicillos

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para la hostia de la luna... y a esa silvia de los arroyitos por tiritar, y en lila, por añadidura, esos espíritus del atardecer a los que asimismo da raíz... y a las verbenas, ésas, que festejarían, de tal modo y en tal número, el vino de las nubes que alucinasen el césped y hasta los solcitos de unas malvas y los cielos, o mejor, los ultracielos de unas borrajillas...

y a esa petunia

100

que arrugara, también, su violeta en una campanilla que habría oído, únicamente, el sueño que inflige...

y a esas familias, en fin, de las enredaderas, que solamente conocen los camoatíes de los botines en las intimidades de la dulzura...: esa especie de madreselva, así, cuya piedad con el mal

Juan L. Ortiz

Obra Completa

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del crepúsculo, sólo se descubría al seguir la despedida de la avispa

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de las Ariadnas de los ungüentos...

Ah, pero no creas que omito y aun que no crepito con los implumes de la melodía que cayeran de entre el apareamiento del vuelo en chamusquina, que quería, muy filialmente, redimir a toda la cría...: que cayeran, o esperaran su turno en medio de un aliento de parrilla mas para chisporrotear al minuto con el propio n i d o -

No, no creas que dejaría así nomás sin despedirme

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de las sucesiones de los intertonos de los fonos y de los rubatos que no podrán en su hora adelgazar ni transparecer hasta la flor los sentimientos de la luz, desde los ritmos, que, creadoramente, continúan en la serie de esos instrumentistas de lo irreversible...

Cómo no me despediría?... Ya que después habrá de ser, por cuánto tiempo? una extrañeza del aire en el aire sin mensajeros, entonces, para nada ni nadie... a no ser para la tiza del fin... y aunque la forrajera de elección pincele, ciertamente, con él, de óleo, las islas, luego de esas lluvias que llegan a aniñar el verde, aún, de los ácidos...

130

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

843

y aunque le toque ahondar hasta más allá, si cabe, de las cintas que ciñen la tardecita, los mugidos que, por su parte, se van ennegreciendo a tono con el luto que pace, ya, la penumbra...

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Y éstos son, querida, los azares de esos "bienes" que no admiten, no, "raíces" al fondo de una caja cuyo secreto, de otro lado, es, paradójicamente, no tener fondo ninguno por su apetito de papeles que no detienen ni los signos de su propia condenación y de la condenación de lo que ellos, a su vez, son otros signos, en la necesidad de sentirse por el abismo, ése, que justamente ha de engullirla...

Mientras que allá,

150 allá donde las cañas no tendrán más "un sol de hiél"...

allá, donde, precisamente, las furtividades del guajiro y el apuro y la avidez de las compañías, habían desnudado con los años hasta casi la caliza, la sierra que habría de bajar "Julio"... allá... y por poco en seguida, diéronse, cariñosamente, a restituirle los hábitos de "maestra" que lo fuera también en la oportunidad de volver hacia los hijos las cornucopias que, entonces, desde las faldas y los pliegues, tropicalmente, le fluían bajo la vigilia del Tarquino...

Y mientras que más allá, más allá de los mares donde la palidez contaba siglos

160

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Juan L. Ortiz

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y más siglos de arena habían sido ya los bosques los que fijaran el azul de la estrella, ahí, de millones de brazos que devolviesen al país un continente, casi...

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Y mientras que subiendo, todavía, y tocando, todavía, literalmente, los nidos de la eternidad, sí, los otros hermanos en la fe le ganaran terrazas a la nieve para las nubes, sí, mas las nubes de los ciruelos y las nubes de las guindas y las nubes de los albarillos en los puntillados de Abril...

Qué dices, tú, ahora...? De un lado, no? los caminos que se reabren a las citas de las gracias de la clorofila...

180

y del otro, la atribución que otorga, quién? o quiénes? de un grupito a endosar a todos y al dorso, precisamente, de las letras, si se quiere, de Dios, el imperio de la sílice, o cuando más, el de la lividez en un duelo de belladona... o también: un viento de follajes oponiéndose a los vientos de la desagregación, allá, con las rúbricas del magüel, y del abedul, y del bambú... y llamando las nepeas a recomponer las armonías y hasta incidiendo en ellas

190

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

845

por el movimiento que, desde la profundidad, cabe acordar, sucesivamente, en lo imprevisto...: y de este lado: el frenesí de unas salamandras que juegan a estirar monstruosamente, unas sombras,

200

para encogerlas al punto y dejar sin abonar, en fin de cuentas, las cuentas con las vidas que les arrojaran en abono de unos bonos que debían de crecer a la medida de esas sombras... hasta plegarlas, fugitivamente, en pagarés, y quedar todos al nivel y pender todavía de esa obligación que llaga y llaga los paisajes de la promisión y los climas de la promisión...

210

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Juan L. Ortiz

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Preguntas a la melancolía

Qué tiempo del alma es éste que en la tarde, infinitamente, transparece unas islas?

O es setiembre, sólo, el que sueña sus espejos, abismándolos, aún, al nivel del confín que no termina, a su vez, de ser absorbido por el mismo vacío?

Pero por qué se hunden el verde y el celeste en la niñez... así:

10

por qué?

Por qué no vuelan, ellos, di, melancolía si tienen, ya, plumas...: por qué?

Y de dónde miras, tú, melancolía, si misteriosamente, al fin, no parecen de aquí ni los montes que recuerdan o que ansian o que olvidan y que se sumen al trasluz

20

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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de un espíritu, no? de agua y de aire?

De qué hierbas, entonces, tus ojos de doncella, di, melancolía, se azulan... y se deslíende cuáles?

Por qué ahora, te curvas y subes hasta casi abovedar la despedida, aquélla,

30 que eterniza, ya, un rio y unas orillas...:

por qué? si tu pensamiento, niña, al fin, de savia, sólo habrá de anochecer, y anochecer, una palidez de yemas, más allá de lo que, apenas, si amarillamente, urdiese tu penumbra y tu brisa

40

para la misma trama, acaso, a que por la mañana, te avendrías, al disolver tus hojillas en esa pecera que abrirá pero hacia arriba o de arriba, la sublimación del rocío...?

Por qué, en tal caso, te vas como una Ofelia por la línea de lo alto o en la línea sólo de tu frente, o del desvío, justamente, del halo que ha de apurarte, luego,

50

Obra Completa

Juan L. Ortiz

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el sueño de la clorofila o la diadema hasta después, todavía, de instilarte la primicia de una malaquita...: por qué? O es, por ventura, la unidad contigo misma o con el flujo que te empina y te alisa, lo que te hace combar, así, destacadamente,

60

el minuto...?

Sería, pues, esto, di, melancolía, di...? O no tendrías nombre, ni necesariamente edad, ni esencia, pues serías y no serías en la continuidad de ese "aire" que oscurece y se ilumina de lo íntimo de la vida a la vuelta de nada... o cuanto más, lo creíble y simultáneamente, lo increíble que no deja de vivir y de morir en la fe de una caña que carecería de articulaciones, para asumir por ahí, la respuesta, sin tiempo, a las respiraciones, a la vez, del cielo y de los abismos...?

70

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

O no podrías ser, después de todo, el viso

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80

que en la oscuridad, nuestra prisa al borde del miedo, nomina...: ése de la mariposa de la descomposición y del horror que debe de latir, por lo demás, la fuga de todo el iris, a costa, es cierto, de ellos, y quizás de una ausencia sin secarse, aún, aunque en un devenir que los negaría, extrañamente, o si quieres, que los niega, así... con tu desdén mismo de criatura toda frente, y del otro lado, o por encima, así, de los junquillos?

90

Juan L. Ortiz

Obra Completa

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Sabéis, amigos... (Para Juan José Saer y Hugo Gola)

Sabéis, amigos, que he temido por la florecilla que se mirara a una lunita de lluvia creyendo que sólo recuperaría 'la niña'?

No llegará a jugar, así, recelé, ese olvido que era subiendo únicamente, únicamente, el tiempo de una deidad?

O la inclinara al cariño que le transpareciera del añil, al enjugarlo, todavía,

10

esa gracia que la evocara de abajo de entre la brisa que previamente le hilase al enternecer el mantillo: el cariño, después de todo, del hada del origen, atrayéndola, ahora, de cáliz, a otro abismo?:

la inclinara a ella, a ella, que no podría nunca oírse por el tallo, aún, del minuto en que tañía al dios o al soplo que le daba, es cierto, unas raicillas de noche para miniar, acaso, unos cintilamientos, a la vez,

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

851

sobre esa profundidad que como todo, no concluía de abrir el baldío?

O simplemente sería el junquillo aquel que se devuelve en junquillo, únicamente, en junquillo, del amor del cielo? Y más en él, luego, una figulina entre las figulinas de unas aguas de luces que le sonreirían, de pie, multiplicándole la sonrisa hasta ese fin de llamita de falena?: Una vanidad, entonces, de orilla, en una quimera que llegaría, consecutivamente, a reducirse a un aleteo apenas, ay, de bujía?

30

Juan L. Ortiz

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Sal, alma-

Sal, alma... sal... Sal al viento que pliega, en aparecido, las d i e z -

Sal... Qué, el vahído, otra vez, ante lo que Febrero, de improviso, te abriera al atardecer?

SalSal, sencillamente, al servicio, y apúrate, aún, hacia los gritos que no gritan...

10

Sal por sobre las alitas que, por lo demás, te mojaran unas pestañas, anoche...

Sal a través de ese estupor que, abisalmente, no mira o mira desde unas algas...: de qué sorpresa, entonces, él, que no deriva ni de la deriva del duermevela...?

Sal y lárgate, si puedes, a nadar para cumplirte en la otra, en esta orilla

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

853

al sangrar, así fuese ahiladamente, tu ida por los agujerillos de una caña de escalofríos en el aire que la trasmina pero que le apura, de una vez sobreponiéndolas hacia el cielo, esas agonías

30

que ha de transparentar, luego, en él... o en el aire que, al fin, la explica y que, acaso, la reavive, todavía, cuando él necesite de tallos y tallos para que suban sobre sí mismos los soplos de la celebración... o cuando no llore, él, sino exclusivamente, sus rocíos desde niñas de turno en la gracia de desleír los lucerillos

40

de conformidad con el aura que sigue a la travesía por los Aries y los Sagitarios... o cuando sólo le duelan esas frases que, por superposición, asimismo, le dancen sus divinidades o las golondrinas...

Sal al viento... o sal, si prefieres, a tomar sobre tu hálito la huida de esos ríos con sostenidos y bemoles en lo imposible de los llamamientos casi por encima de su filo y por debajo de su sombra: en un tris aquéllos de quebrarse y éstos en un tris de reasumir, bajo el anochecer, su raíz,

50

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Juan L. Ortiz

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hacia la liga de los silbidos sin ecos que volverían, entonces, a desesperar, espectralmente, ese tejido de dedillos de anímulas o de cieguitos que, por añadidura, jamás terminarían

60

de buscarse por los oídos de alguna madre, cuál? de arriba de las islas... y a los que apenas, si entre eternidades, les teclease el sonambulismo de quién sabe qué deidad o qué hechicera por la luna de la crecida que las cortaderas despluman y que descama, infinitamente, el confín...

O sal, alma mía, sal a traspasarte, muriendo sin morir, aún,

70

de las corrientes que un día dirán el día, ése que, sobremarinamente, ha de invertir para las vidas y las existencias sin límite, los vergeles de los silencios y los fósforos, así, de las profundidades...

O sal, todavía, sal a la penumbra aún sin cejas o con sólo la que el grillo le punzase por ahí: donde 'las ragines" de la intemperie, sin venir, empezarían, sin embargo, a irse... o sal, si cabe, a los milenios que de ti piden y piden tomarse de la mano a fin de jugar, enguirnaldadamente, el minuto en el giro de su liberación o de su levitación en el dios a años-luz

80

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

855

de los miedos y de los fríos, al igual de esa fiebre que no temerá pronto traslucirse y amarillar y rosar en nimbo,

90

y de lo íntimo, no sólo, no, toda la anochecida mas también todas las "vigilias" hasta amanecer el delirio que, por su parte, ha de desconocer el desafío de la última a interrumpir las arterias o el circuito, ése de almas en pena y halos por aquí y con el fluido de rosas como de Siria pero con el rubor, únicamente, de la cruz por lo fungible

100

de la descomposición del tiempo... o tal vez el frenesí de lo inavenido dado en radiar postumamente, o casi, los envíos de ese espíritu de coralinas que ha de iluminar, además, el no de los abismos al propio descendimiento en s í -

Mas sal, alma, a todo el viento, a las "hojas" que lo dicen en todas las líneas... a ésa, por ejemplo, que nuevamente, del "limo" le enciende en maitines todo, todo el "libro"... en la humildad de la condición, de pie, o reponiéndose sobre los pies, desde las plantas esta vez, de la "dulzura" en fermentación, tras siglos y siglos de grilletes y de "manumisiones" dirigidas a tenderle el sino

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Juan L. Ortiz

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de las zafras y las batidas, bajo las "civilizaciones", en sucesión, que irrumpían

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con los "títulos" de la piel...

Sal, también, pues, a ese "pétalo" que hoy, de la cintura del estío, abrasa la "flor", así, y gana, con ésta, los mares del centro y les espuma el motín contra las playas del oro que debían, perpetuamente, pulir, en cuanto engarce de los casinos...: ese "pétalo" que toca, por su parte, las dimensiones todas de hasta aquí, y las sin "medida", aún, y estrella las del porvenir

130

de la piedad al consagrar, de nuevo, su radicación en las harinas de la comunión del principio, lo que ha de permitirle arraigar, si me permites, las ráfagas de las tuberías, no sólo en los misterios a silabear por toda la "familia" sino, además, en lo desconocido que de lo inarticulado les precede y les sigue, esperando por ahí con el resto de la "compañía"...

Sal, pues, sin excluir nada, nada, de la respiración en plenitud del viento, alma mía... Sal a la digitalia que, subidamente, abre la mano, o mejor, la amanecida del viento, alma mía, gracias a esa lámina en que, desde lo oscuro del mantillo, llamea, menos lejos, la hora aquella en que nadie podrá llegar a ser, justamente, un Calibis sin derramar en un fratricidio que enrojecería hasta lo invisible, los "reinos" o el "reino"

140

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

sobre la propia matriz...:

857

150

aquélla en que no habrá gravitación de hielos en sí sino con otra densidad que ésa del azar, con lo específico atribuido al destino, quemando los nudillos que insistieran a su largo cuando empuje el vacío en el mutismo de las estrellas... o ardiendo, desde la pesadilla, aún, al arrasarlos, los ojos que lograsen cerrar, todavía,

160

sobre la sed de las sombras... aunque, por otra parte, ahora mismo, podríamos todos dirigirnos a las galaxias como a hermanitas, y por ver de integrarlo, someterles, precisamente, eso que nos vuelve del revés el olvido y lo vierte sobre la almohada: ello sin sonreír, aún, es cierto, de la fe en las relaciones que ya hubieran azulinado sus "vías" antes de la 'leche"

170

en las chispas de unos torbellinos que habrían vinculado, eléctricamente, así, al sueño, o poco menos, de los signos, los párpados que llorarían...

Sal a la comunicación, entonces, de la veleta con la nube en el camino a devenir, verticalmente, a las flautas, el mismo del amor, el mismo...

Sal, alma mía... Sal...

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Juan L. Ortiz

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El jacarandá

Está por florecer el jacarandá... amigo... Es cierto que está por florecer... lo has acaso sentido?

Pero dónde ese anhelo de morado, dónde, podrías decírmelo?

En realidad se le insinúa en no se sabe qué de las ramillas...

Cómo, si no, esa sobre-presencia, o casi, que aún de lo invisible, obsede, se aseguraría, el centro de la media tarde misma, sobre qué olvido? llamando desde el sueño o poco menos, todavía, cuando un rosa en aparecido, lo cala, indiferentemente, y lo libra, lo libra a su limbo?

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Oh, allá mirarías...

-Oh, allá mirarías con un noviembre de jaracandaes... sí, sí.

-Pero, amigo, si no habrá, del otro lado, domingos de niñas... ni menos en lo ido lilas de prometidas...

- O mirarías con un infinito de islas y otra vez morirías, sin morir en unas como ultra-islas?

—Mas amigo, qué otro infinito, allá, podría repetirme y aun desdecirme en el juego con un confín que no sería confín?

—O entonces con lo que restase de río en el estuario que dicen?

10

Juan L. Ortiz

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—Qué tiempo, amigo,

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qué tiempo, por Dios, para los tiempos en lo que a ellos los ahogara... todavía?

—Ni con un junco, así?

—Dónde los juncos, niño mío, en un inconcebible de orillas?

—Un consentimiento, pues, soñado por el no, el no, sin límites? O un crecimiento, allá, en un modo de existencia y no de vida? O donde nada, por tanto, sería, de la negación misma, una manera de fermentación hacia el sí

30

de unas espumas de jardín... o hacia eso que las ramas y las hojas, postumamente, habrían perdido pero en un ir sin fin... espíritus, entonces, por momentos, de unas azucenas a la deriva...

—Mas, qué allí... qué de los ojos de violeta, y de los ojos de verdín, y de los ojos de los narcisos, y de esos ojos que les transfiguran, en iris de la eternidad, sus minutos, mas desde las arenillas de aquí?

40

La orilla que se abisma

En el aura del sauce

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Me has sorprendido...

Me has sorprendido, diciéndome, amigo, que "mi poesía"

debe de parecerse al río que no terminaré nunca, nunca, de decir...

Oh, si ella se pareciese a aquel casi pensamiento que accede hasta latir en un amanecer, se dijera, de abanico, con el salmón del Ibicuy...: sobre su muerte, así, abriendo al remontarlo, o poco menos, las aletas del día...

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Seguiría mejor eso que mide su silencio, y de que, al fin de cuentas, parejamente, es hija...

Y acaso recién podría comprometer a las nubes que le sueñan su extravío entre dos cielos, también... y atender unas orillas que quisiese, como él, llevar consigo, sobre todo, esa melancolía de espinillos que, igualmente, se le retira para asumirles lo que, como a los otros, hacia el filo de la tarde, ni las sílabas que los han inquirido, aladamente, deslíen...

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Juan L. Ortiz

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Y habría de bautizar, a su semejanza, la sombra que llegase a esa su rima de Jordán, en subida desde la sal en que hubo, lunarmente, de morir, para hacer así, según lo hiciese con él, y en celeste de amanecida...

30

para hacer, otra vez, la vida...

O quizás, por qué no? pudiera mirar con azahares, asimismo, la angustia, cuando, tras las guirnaldas de golondrinas, que él abismase, sólo la mirara, parecidamente, el frío... o envolverla, aún, como en una presencia cuya línea resumiría las líneas... para ver de que advirtiera, en la iluminación, la última o la prima en un centelleo de cíngulo de esa alba que, de adentro, y tal la soledad que, de súbito sería al azar restituida, pero evoca, providencialmente, de sí, el cisne, ella, la angustia del gris, habría investido...

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En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Preguntas al cielo

Qué relación la tuya, oh cielo que extasías un aura de hojillas en nimbo de primaveras de éter con el cual, acaso, un elegido te quisiera redimir del destino de abajo y del destino de arriba... y cuál, di, la de ese tu silencio que trasluce a tus pies unos secretos de ceniza

10

que, se dijera, tú, aún no sabías pero que libras a la piedad, entonces, si cabe, de lo íntimo de las lejanías en unas urnas de islas...: qué relación, pues, la vuestra, con esta recidiva de setiembre, mía, en algo que me une, casi mortalmente, a un imposible de tiempo, que alguien, en una religiosidad de oro, desearía salvar, también, antes de que, de encima de él o del seno de él, empiece como a negarlo en la figura o las figuras de una brisa, una ilusión, al cabo, de siempre vivas? Y qué, aún tu mirada, ésa de nilo en iris

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Obra Completa

Juan L. Ortiz

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de nenúfares que, amarillamente, y del siempre, alguna ninfa de Isis, transfigurándolos, suspendería...:

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qué, con las pupilas que a través de los ojos que las llorasen a mi lado, todavía me miran desde el azoramiento en rocío de la gatita (reíos) al cubrir los desechos, ya, de su cría, y frente al tiro, poco menos que de gracia que, a pedido de la "graciocilla"

40

en celos de jurisdicción, y sin envaine, ay, Lamartine, ultimase en mí, simultáneamente, y hasta cuándo? la amapola, ésa, que asiste a los párpados del cariño... o la mano, si quieres, de hermanita: la que desvía, a lo largo de los azares que nos enajenan la vigilia a lo desconocido... la que desvía de los signos

50

que nos traen del jamás las interrogaciones por hundirse, ya, de las despedidas, y nos devuelven, en seguida, nuestra respuesta, hecha estrellitas, contra el vacío...? Y qué, por último, lo que así te sacraliza un anhelo de verdín...: qué con el latido

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

que no deja de dolerme, no, ni en esa palidez de clorofila

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que, uno contigo, me orifica también el suspiro hacia no sé qué halo en no sé qué equilibrio fuera, se creyese, de la circulación que desde las profundidades me ritma y hasta me responsabiliza, al par que de lo mínimo y aún de lo invisible asiéndose con desesperación a su sueño sobre el fin, precisamente, de su pesadilla...: al par que de ellos,

70

de la sangre sin nombre en la que abren, al abrirla, con el relámpago de por ahí, el asombro de vivir el espanto de morir... y de aquélla de pie, aunque en la maldición asimismo desde la matriz: de aquélla que al saltar, bajo las ráfagas, sus lindes, no puede, tras de las hamadríades de la complicidad que la llamaron y el rescate o los rescates a la vista... no puede aspirar, todavía,

80

la edad, ésa, en el aire que ya dora las agujas y que la amanecerá en junquillos aún, al transfundirla, ahora, justamente, a su camino: la de tu color en el minuto éste de la aureola que, al parecer, lo santifica... y ello, inclinándose hacia las minas de los espíritus en un reflejo de Ophires... alzándose sobre sí y despertando con eso los soles de sus cimas o los rayos de la analogía... y desplegando sus cabellos por el vértigo, y así

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Juan L. Ortiz

Obra Completa

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ondulando la arenilla de los Páctalos del infinito...?

Qué relación, entonces, aún en la contradicción o en el atrás, todavía, de tu espejo... qué con unos hálitos que ni siquiera, quizás, han de agrisarlo, de, acaso, un Narciso que, frente al agua, esta vez, sólo habrá de repetirlos?

Pero sigues y sigues

100

sin responderme, tú, ni por medio de los guiños que gotea, ya, el lucerillo? Eres un jardín en pena al que condenase a sonreír una ausencia que fuera, a la vez, un dios en devenir entre las agonías o naciendo cuando éstas hubieran ya sudado su camino y se negasen a sí? O es ese último de agua-marina

110

perdiéndose en un espectro de celeste el único en que puedes algo decirme... o con el que, mejor, puedes invocar a tu abismo, pues más que responder preguntarías, a tu vez lo que eres tú mismo en el minuto de tu mudez llamando al círculo que en un misterio de resplandor ha de rodearlo y sugerirle su sentido antes de que fosforesca y de que, luego, extinguiéndose en el viento que a todos nos extingue,

120

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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dé en una de campanillas de islas que flotarán, parpadeando, la iluminación de aquel país que casi hemos conocido y desconocido... hasta que el mismo viento, como a nosotros, hacia afuera, también, habrá de despedirte, en la alternación, todos, de ese río que la unidad respira...

130

mas, por nuestra parte, sin dejar —has de presumirlo— nunca de oír los gritos que se prenden a las raíces o claman desde la orilla de lo incomprensible: río del que, si se le interroga, no cabe esperar contestación, semejante a esa vía cuya aventura es sólo vía... Pero tú vas, al cabo, a entrar en ti, aunque a la deriva,

140

con el regreso del antes mas, a la verdad, en lo incomparable de la dicha identificándose a las otras, a la vez, sobre unos linos como de familia... E igual que nosotros el amor requerirías para el secreto de la visita y la restitución, en una luz, de lo uno, a pesar de que esa luz carboniza... Y ha de ser, igualmente, la participación, la que, de algún modo, has de cumplir... y la separación misma la llevará consigo cual si fuese una semilla de ese árbol que ha de abrir simultáneamente, un día,

150

Juan L Ortiz

Obra Completa

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las hojas de su vuelo y las de su caída... Pues que habrás de saber, tú, que, aisladamente, nada existe: que esa lisura de un más allá de yemas no puede sino descubrir escalofríos que, cósmicamente, la exceden... que lo ardido y lo subido no pueden pasar sin el amianto ni la hondura de los limos...

160

que hasta la deidad, sí, tiene una sombra de frío... que el mutismo del ser no puede, tampoco, desembarazarse del rumor a cuyo origen, desde el cubil, tendemos, por nuestra parte, el oído...

—Pero es el caso —me dirás— que tú me has atribuido un circuito que acaso no es más que ese "hado" que asimilan a lo intransferible

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de un peaje debajo de mis giros: que quizás es el de una peripecia que te atañe en cuanto te da casi las líneas de la apertura a que aspiras... Mas yo no tengo nombre, al fin... y aunque todo está en todo y el envés y el revés te rezara para mi rostro si él no fuese, por una eternidad, su propia huida, tú no podrías referir las series de una pasión que, occidentalmente, se ensangrienta aún por firmarlas, desde siglos... referirlas a lo anónimo que deslíe

180

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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las noches y los días, con antelación a ellos, si tú me lo permites... y con antelación, entonces, al paraíso de ustedes, bien que éste, lo sepa, es cierto, por la maldición de esa porfía que me rubrica el más allá, ahora, de mí mismo...

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Tal me dirías... pero el véspero, sólo, lagrimea las primicias de una nevada de mirtos en, acaso, una reserva de Citeres sobre el ruido o los ruidos que, con el sacrilegio de los míos, habrán de espumarles, indiscretamente, asimismo, los arribos...

Juan L Ortiz

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No, no la temas...

No, no la temas, ella te mira de donde tú doblas, constantemente, los días... Y de noche, aún, te visita, y tú quizás ni sospechas que algunas veces por tu hálito ella te respira...: y esa palidez que, de repente, mientras duermes, te marfila, desde, acaso, otro sueño, la huida de tu frente y encera, anticipadamente, en lila los párpados que te sellaría...?

Sí, ella es detrás, siempre detrás de ti

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y es contigo hasta cuando hacia las diez de un azul de setiembre tú vibras con la brizna en ese algo que lejos de pulsarla apenas si verticalmente le mide en otro jade el minuto como un lapidario de éste, miniándole en su línea el centelleo que a su pesar no remite no, el circuito...

Ella es menos que una sombra o ese nadie que te pierde en lo invisible y que te habita: más en ti, en ti que afuera entonces del tejido de la millonésima de segundo que tú mueres al vivirte...

20

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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Pero puedes, con todo, hacerte tú ella misma ardiéndote antes de que se incline sobre tu velilla tal el héroe al alzarla en una sola llama con la suya ganándole al destino el soplo que lo seguía...

y como tú, pues, en el poema en que de súbito, asimismo, quemas ese momento de la oscuridad o de la luz que de todo o de todos asumiste y que con tu sangre, también, les rindes en insignia del silencio a flamearles cuando el asta, por igual, deba fundírseles en lo que abrasa, de improviso, el alrededor de unas islas...

30

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Juan L. Ortiz

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Un tiempo de celeste...

Un tiempo de celeste que, desvaídamente aún, se olvida de sí... y por él pareciera que mira la recidiva en lo que suele ser, debajo de las aguas, una eternidad de morir que, cuanto más, ahilas-

Pero, acaso, no has advertido que por las islas es octubre, octubre, aunque ciertamente, ahora abisma el confín,

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si me lo permitieras, diría, del deshora mismo...?

Y eso que, del imposible casi, de su secreto, se deshace y se deshace, y por el sueño, aún, de una bruma de vidrio...?

-Los pájaros, en efecto, dan en cernirlo por ahí pero no dividen no, la palidez de desmemoria, ésa que enciela, y ubicuamente, todavía, una ausencia como de lino... Y en verdad no sé cuándo, bien que sobre el filo del mediodía, un a modo de "visita" la ilumina

20

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La orilla que se abisma

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de repente y la transparece en el río, casi de seguido, en hado de niña que accede, en consecuencia, a su "aquí" después de vacilar, en el descenso y a la vez en la subida del minuto, bajo la condenación de platino a quemarla como tal o como, si se prefiere, falena, en el hechizo al blanco, ya, del cénit...

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Juan L Ortiz

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Qué verano...

Qué verano fue ése que vaheara de improviso en el entresueño... dímelo oh tú, divinidad de la siesta o "visita' ya sin filo en una como vaporización, se dijese, del momento de una dicha de lampo que, acaso, diera, en reducirnos a ceniza?

Qué verano, oh espíritu... qué verano el que ardiese, extáticamente, al blanco, hasta el minuto que bajo los párpados se nos iba

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en una nada de gris que en seguida aspirara la otra nada, es cierto, con orillas... pero qué medida de nuestra parte, igualmente, para eso que al asirnos al estupor de unas briznas lo precedería?

Qué verano?... dímelo... O fue, acaso, el recuerdo de un rayo en apertura de domingo 20

el que te hizo embotar, o poco menos, la esgrima con la emanación del país: el que nos llora el sueño, filialmente? cuando la recaída en no sabemos qué exilio...? O acaso, por qué no? el anticipo

En el aura del sauce

La orilla que se abisma

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en un apenas de inclinación del otro lado del cénit... el anticipo de lo que más seguidamente, y entonces, sin heridas, radiaría la azucena sin límites a que el tiempo de todos, sobre todos los relojes, habrá al fin de acceder en niño al desplegar y etéreamente consumar la eternidad, ésa, de miles y miles de virgencillas del cielo de liliáceas que aún, en cada uno, velaría y velaría el presente de los baldíos...?

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Juan L. Ortiz

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Amiga...

Atravesando las disputas, o mejor, las disputillas, no oíste que los pájaros cantaban, cantaban por el corazón de la lluvia? Yo los s e n t í Perdón, perdón, por no habértelo, oportunamente, dicho... Oh si también los hubieras oído... Es probable que, entonces, nos hubiéramos hallado en lo que es más que la alegría por ahí, entre fibras de arpas, a una, pero en uno, los dos, con la caída

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o la subida en suspensión de la urdimbre hacia el tejido que tramaban, infinitamente, los otros melodistas del agua, en la línea de flotación, al parecer, de los aires...

Dónde, pues, nuestro olvido contado, líquidamente, en los rosarios de unos geniecillos y respirado encima en todas las familias de las flautas y en los tallos, todavía, de lo desconocido pasándoles y sobreponiéndoles y complicándoles, aún, en una suerte de imposible de hilos?

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Dónde, mi amiga, a un infinito de la siesta, aunque más bien en ella, pues ahora, disminuida de sus láminas, era ella la que daba en cruzar, así, y desleír, así, esos números de los silfos... y en un acuerdo tal de pulsaciones y de hálitos, que haría bailar ya sin pies a Diciembre mismo?

Dónde, mi amiga, a un infinito de la gravedad, sí, que a pesar nuestro, fue, ciertamente, la que hizo que nos desencontráramos un minuto?

Dónde, mi amiga...?

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Juan L Ortiz

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La orilla que se abisma

En el archivo de Veiravé había una carpeta de cartulina verde, cuidadosamente abrochada, con el título: "La orilla que se abisma" escrito a mano con grandes caracteres por el mismo Ortiz. En su interior, mecanografiados en tinta roja, están los once primeros poemas de La orilla que se abisma (todos los poemas anteriores al poema "Del otro lado..."), y en el mismo orden que tendrán en En el aura del sauce, con la excepción del poema "El río", que del séptimo lugar pasará a ocupar el primero. Cuando Ortiz habla, en 1962, en la carta que le escribe a Veiravé, del libro La orilla que se

abisma como de un libro listo "desde hace rato para publicarse" es probable que se refiera a estos once poemas. De haberse publicado así, su volumen hubiera sido semejante al del que entonces era su último libro, De las raíces y del cielo, y semejante, también, al del otro libro listo para ser publicado, el que contenía los trece primeros poemas de El junco y la corriente, los del viaje a China y Rusia. El poema "Del otro lado..." puede fecharse (ver más adelante la nota respectiva) en 1964, o con posterioridad a 1964, y se ubica entonces en el centro de La orilla que se abisma, sepa-

Notas

En el aura del sauce

rando, en cierto modo, los poemas anteriores y posteriores a él. Pero no se puede hablar en La orilla que se abisma (como hablábamos en El junco y la corriente) de partes, de proyectos poéticos que se puedan deslindar con facilidad. Hay una unidad en este libro que no existe en el otro. Unidad que se construye, en cierto modo, por expansiones y rehilaciones, tanto temáticas como formales, de este núcleo inicial de once poemas. La orilla que se abisma es el libro de la inmovilidad contemplativa. En septiembre del año 1959 el poeta se muda, en la ciudad de Paraná, a la casa ubicada sobre las barrancas, mirando hacia elríoy las islas, frente al parque Urquiza. La casa que hizo construir él mismo, descripta en los numerosos reportajes que se le hicieran hacia fines de la década del '60 (años previos y posteriores a la aparición de En el aura del sauce), y en la que vivirá hasta su muerte. En un reportaje realizado por Carmelina de Castellanos en 1964 (que Ortiz conservaba, en una copia mecanografiada de tres páginas, entre sus papeles), se cuenta una anécdota con la que se quiere caracterizar al poeta: ante un constructor preocupado por cálculos y materiales, Ortiz dibuja en el aire un marco: "Quiero aquí, en este lugar, una ventana desde la que se vea el río". El constructor le advierte que hay que ver muchas otras cosas que decidir antes de pensar en esos "detalles", pero Ortiz insiste: "Yo quiero aquí, aquí mismo, una ventana. Lo demás lo piensa usted". Y La orilla que se abisma, escrito casi en su totalidad en esta casa, ante esta ventana o en el jardín de adelante, frente a los árboles del parque Urquiza y al río y las islas que la barranca domina desde la altura, señala su perspectiva y su inmovilidad, diferenciándose claramente del proyecto de El junco y la corriente como "Libro de viaje" y del proyecto de El Gualeguay (que regresa a la geografía natal, discurriendo a lo largo del paisaje y su historia) como poema-río. El Jacarandá Fue publicado en La Gaceta de Tucumán el 6

929

de julio de 1958, con las siguientes variantes: v.9

contra el cristal, ay, contra el cristal

v.35

y su fe...

En la Carpeta Verde no hay variantes con la edición Vigil. Incluso se mantiene, en el v.28, "las 'celistia'" (corregido en La Gaceta), que al parecer se trata de un error: "celistia" siempre se utiliza en singular. En el v.55 registramos una corrección posterior de Ortiz que no figura en la Errata: "las margaritas" en lugar de "la margarita", que estaba marcada en su propio libro. Estas "tipas" En la diagramación de todos los originales, la dedicatoria a Ianisaki formaba parte délos tres primeros versos. Referencia al libro Elogio de la sombra del escritor japonés. Las "viborinas" En una copia mecanografiada, tanto en el título como en los versos, figura capuchinas en lugar de viborinas. Las capuchinas son plantas trepadoras de tallos sarmentosos de 3 a 4 metros de largo con flores en forma de capucha de color rojo anaranjado. Se las llama también "tacos de reina". Viborinas refiere a la misma planta en un término que, menos que un regionalismo o un localismo, se trata, más bien, de un uso personal o familiar. Oh, el mar de los gemidos, el mar... Publicado en La Gaceta de Tucumán el 31 de Mayo de 1959, alineado a la izquierda y con la siguiente variante: v.72/7

y menos que nada, menos, tal vez en seguida... menos que nada

¿Por qué? Variantes en la Carpeta Verde:

Obra Completa

Juan L Ortiz

v.49 v.81

se termina, especularmente, en unos [ reflejos que no se juntaran sobre la azucena sin contradicción... ?

Alma, sobre la linde... Variantes con la Carpeta Verde: falta el v.73 ("los suspiros") y en el v.78 la palabra vía está entre comillas. Callad, callad... En la edición Vigil, en el v.15 figura "que ha llevar", que corregimos considerándolo una errata: "que ha de llevar". Así está en la copia de la Carpeta Verde. Del otro lado... En el reportaje citado al comienzo de estas notas, Carmelina de Castellanos describe la conversación de Ortiz: Sale de un tema para entrar en otro, pero siempre con sentido, siguiendo un pensamiento fundamental. Queremos llevarlo a lo suyo, a su obra. Se nos escapa siempre. Apenas ha empezado a referirse a algo propio, se desvía. Está tendido hacia el hombre y hacia el universo todo, animado e inanimado, con una intensidad de sentimiento vedada para nosotros.

Descripción que concuerda con la de muchos reportajes: o bien Ortiz demuestra una reticencia a hablar de "algo propio", o bien repite, como una fórmula (ver "Notas autobiográficas" en Envíos), una rígida secuencia biográfica. En su conversación, como en sus poemas, maneja siempre la anécdota con pudor, borroneándole sus aristas incesantemente. El poeta desconfía de la comunicabilidad de lo vivido, al mismo tiempo que convierte a esta "incomunicabilidad" en sustancia del poema. En su conversación, como en muchos de sus poemas, y en sus notas autobiográficas busca entonces desasirse de esta carga: ¿Referencias concretas de mi vida? Permítaseme que no les dé ninguna importancia.

De manera que Carmelina de Castellanos se sorprende cuando, en un determinado mo-

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mento, Ortiz cambia de actitud: Ahora último, tuve un tiempo en el que no podía escribir —confiesa, metido, por fin, en algo personal—. Ustedes se van a reír. Pero me mataron una gatita en forma muy cruel. Y la impresión que me hizo quedó adentro, me ahogaba, no me dejaba escribir. Pero ahora, ahora —termina aliviado—, ya sale, ya sale. Va a salir todo ese sufrimiento. Ya está adentro el poema, lo siento. Y no va a ser solamente para mi gatita sino para todos los gatos del mundo y de todos los tiempos.

Esta mención al poema nos permite fecharlo en 1964 o con posterioridad a este año. El poema "Del otro lado...", que es una Lamentación por la muerte de la gatita y la consiguiente búsqueda de una Consolación, es también una Acusación. La anécdota, que es autobiográfica (hemos podido cotejar muchos de sus elementos con el testimonio del hijo de Ortiz), está a medio decir, pero no puede dejar de decirse. Los detalles del horror (visto, o muerto más que visto), se borronean ("eso de la vecina" v.28) en el mismo punto donde, paradójicamente, se precisan, describiendo una situación al mismo tiempo dramática y burda. En un reportaje que le hiciera Francisco Urondo publicado en la revista Panorama, Ortiz dice de este poema: ...y ya me metí otra vez en otro lado, como si mirara la luz del otro lado; es larguísimo este poema y, desde luego, alude también a cosas inmediatas que de ningún modo podía soslayar.

De esta manera se dice el nombre de "la vecina" que, en tanto que Acusación, el poema no puede dejar de decir: v.87/90

de éstas que "entristecen" para [ siempre, sí, bien que por un humor de pila, la "gracia" de una heroína de Lamartine...

(en la alusión a la novela Graziela de Lamartine); pero también se dicen otros atributos suyos, como su condición de mujer de un militar ("habiendo contraído sobre su apelati-

En el aura del sauce

vo/ unas jinetas", v.H3); su manera de vestir pieles que se deben "al frío y al exterminio" de otros (v.121) o de beber whisky (v.111). Características que se repiten en el poema "Preguntas al cielo" (ver notas). Se acusa, entonces, a esta vecina que ha matado la gata y sus gatitos de esa forma tan "cruel" (con un disparo de bala), se la acusa con todas las señales posibles, como para que no haya dudas; y cuando ya no se puede hacer más, en el final del poema (v.581/2) se la maldice. Y no se la terminará de maldecir hasta tanto "devuelva la sangre que pilló". La frase con la que termina el poema es una frase inconclusa, fallida en la suspensión de su sintaxis. Las acusaciones y maldiciones parecen continuar del otro lado de los límites del poema. Como poema narrativo, "Del otro lado..." desarrolla personajes que tienen un origen autobiográfico: la gata (aunque la especie gato nunca es mencionada), el poeta (yo/tú/él), su mujer ("la madrecita", "tu costilla") y la vecina. Y escenarios que se construyen de manera muy tenue, con finos trazos, sobre los escenarios reales. Trazo que incluso se vuelve más fino aún en el escenario principal, el escenario del crimen, "una puerta de por ahí/ al fondo de un patiecillo" (v. 141/2) en la casa de la vecina, que era el lugar donde la gata había decidido tener sus gatitos, a donde ni el poeta ni su mujer pueden acceder ("ante, por consiguiente, la 'desgraciaílla' que el camino le cerraba en dueña"). En este poema, sobre el eje de la mirada del animal (ver nota al texto "Aquella mirada", Los amiguitos): v.2

amarillamente me miras...

se produce un cambio de voz: v. 12

me miras y me dices en ese soplo tuyo [ que no llegaba a oírse ni cuando, continuándome, lo tejías: me dices:

que se podría pensar como la conclusión, en la poesía de Ortiz, de una larga intención dialógica con ese otro mundo expresado en el

Notas

931

poema "Los mundos unidos": v.26/27

Habéis mirado alguna vez con cariño [ atento los ojos de un perro? El perro tiene su mundo, pero atravesamos [ sus límites hasta que la chispa de la [ unidad brota de nuestra mirada y [ de la suya, húmeda.

En estos poemas el animal (Diana, Prestes, Julieta), o la cosa personificada (las colinas, los ríos), el tú interpelado, comparte con su presencia y con su mirada muda, sin voz, desde el otro extremo del diálogo, la voz que lo enuncia. Pero no se trata solamente de darle la voz al animal. El cambio de voz, de un yo a un tú, que se produce en el interior del poema (a partir del v.15: "seca, amigo, tu vigilia..."), es un cambio de actitud lírica. De la Lamentación se pasa a la Consolación, con un cambio en los posicionamientos que estos géneros exigen (se consuela a un tú, se lamenta un yo). Pero de todas maneras, ninguno de estos propósitos, tanto el de lamentarse, el de consolar, como el de acusar, se separan totalmente, al punto que la Consolación, por ejemplo, constantemente está desviándose de su cometido: v.209/12

Mas yo que te rogaba, y hace rato, [ enjugar el desvelo, yo, por lo visto, no hago, ay, sino abrirle un Estige

Ésta es una dificultad que también se pone en evidencia en la confección del mismo poema si se observa, en la copia mecanografiada con que se cuenta, las distintas variantes yo/él-ella en los versos 128,191,195,199, 213, 335. Hay un momento del poema (entre los versos 289y 391), donde se produce un nuevo cambio de persona: aparece un él que en cierto modo coincide con el sujeto autobiográfico: v.289

Y es que he de remirar, mi amiguito, y [en seguida, a él

En este fragmento se narra, hacia el pasado,

Juan L Ortiz

Obra Completa

la historia de la domesticación de la gata. Un lento proceso que comenzó en la casa anterior, la casa de la calle Tucumán (mención al "cañaveral", v.314, que, como anotábamos respecto al poema "A Prestes", estaba al fondo de la casa), donde él, con lentos llamados y acercamientos fue trayendo a la gata hacia sí. Este proceso culmina al cabo del paso por la casa de tres perritas abandonadas: v.392/6

Y de este modo fue cómo, ¿lo [ recuerdas?, después de la partida en seguridad de las "junglistas" [...] cómo perdí del todo los remanentes [ de hurañez

en el mismo momento en que se retoma el tú. La "biografía" de la gata, es decir: su historia humana (la historia de la convivencia de la gata con los humanos que había comenzado en la casa de la calle Tucumán) continúa en la casa frente al Parque Urquiza, "esta casa ya de los Junios y los Julios" (v.432/3), y culmina en "eso". Por otro lado, lo que el poema cuenta es su propio hacerse. Desde una imagen vaga del poeta inmerso en la dificultad de la escritura: v.246/51

[...] una figura de humo que sin duda [ pretendía regresar a sus papelillos pero flotaba, curvándose, curvándose, [ muy arriba de las cifras de los follajes de nieve... o desgarrando algo como filamento de [ cirros, en desespero de lluvia...

El poeta que busca el poema junto con el desvelo: v.298/300

[...] pidiendo a una pildora el trocito de nada que le quedaría [ aún por morir

Poema y desvelo que el poeta, junto con la gata, en la lamentación y en el consuelo del dolor, va haciendo salir:

v.530

932

Mas es verdad, también, que los dos [ estamos, al final, en un lío de serpentinillas que no han podido menos de torcerse [ con lo que nos torcía en el juego por cubrirnos o cubrirte

Poema que, dado lo grotesco de su materia, podría procurar a los otros, en su lectura, no la piedad sino la risa: v.541/3

Y así los papelitos con que hemos [ pretendido encortinar la velada aparecerían, a pesar de nosotros, [ enredándonos, sarcásticamente, [ unas sonrisas

con lo que, como Confesión, debe hacerse y deshacerse una y otra vez. "Del otro lado..." es, sin dudas, uno de los poemas de Ortiz que mayores dificultades presentan a la lectura. Su escritura, en correspondencia con los otros poemas de La orilla que se abisma, se desarrolla a lo largo de una compleja sintaxis y en medio de un contexto de alusiones difíciles de dilucidar, que van desde la mitología egipcia (ojo de Ra, Isis, Nilo) e hindú (Kalí, bramines), hasta la mitología guaranítica (la Solapa), pasando por mitologías centrales como la greco-latina (Estige, Niobe, Erinias) y la judeo-cristiana (apocalipsis, Josafat, miércoles de ceniza, cuaresma). Un serie de términos que, en su elucidación individual, poco agregan al sentido total pero que, en su conjunto, en su carácter múltiple y hasta enigmático, y en sus dilaciones, colaboran con esta opacidad del sentido buscada por el poema. Así como en los márgenes del poema (en "otro lado") está la voz que lo enuncia, y en cambio en su centro hay un tú ahogado, sin voz, un poeta que no puede escribir, de la misma manera en algún lugar impreciso, sepultada (o en procura de su sepultura), está la anécdota. La lectura deberá consubstanciarse con la pena para poder avanzar entre las dificultades de lo literal. Deberá hacer suyo este penar. Y ninguna lectura podrá llegar a agotar

En el aura del sauce

Notas

el s e n t i d o del p o e m a p o r q u e n o h a y l a m e n t o suficiente, n o h a y c o n s u e l o suficiente, n o h a y a c u s a c i ó n suficiente, n o h a y c o n f e s i ó n suficiente. Si c o m p a r a m o s el p o e m a "Del otro lado..." c o n el p o e m a "Gualeguay", s i m i l a r e s a m b o s e n el t o n o a u t o b i o g r á f i c o y e n la extensión ( a m b o s p o e m a s t i e n e n , e x a c t a m e n t e , 586 v e r s o s ) , el p r i m e r o i n c o r p o r a , a las del s e g u n d o (ver las n o t a s ) u n a s e r i e d e dificultades q u e p a s a n t a n t o p o r la sintaxis, la c o m p l e j i d a d y h e t e r o g e n e i d a d alusiva, c o m o p o r los c a m b i o s d e p e r s o n a j e s , d e v o c e s , d e t i e m p o s del relato y d e e s c e n a r i o s . C a m b i o s q u e , a s u vez, s o n i n d i c a d o s p o r r a s g o s m í n i m o s . Así c o m o Ortiz t o m a b a s u s p r e v e n c i o n e s al c o m u n i c a r la a n é c d o t a ( " U s t e d e s s e van a reír") q u e , s a c a d a del lado d e lo familiar, p e r d í a s u c a r á c t e r dramático, d e la m i s m a m a n e r a el p o e m a s e r e t r a e al l e c t o r q u e d e b e v e n c e r l o , a t r a v é s d e varias l e c t u r a s , p a r a p o d e r a c c e d e r , y sólo h a s t a cierta distancia, a e s t a e s f e r a íntima. S e c o n s e r v a u n a copia m e c a n o g r a f i a d a d e 7 páginas que está diagramada con su margen i z q u i e r d o libre, c o m o t o d o s los p o e m a s d e La orilla que se abisma, p e r o e s t a d i a g r a m a c i ó n n o s e m a n t i e n e e n la edición Vigil, d o n d e s e publica c o n los v e r s o s a l i n e a d o s s o b r e la izq u i e r d a . T o d o s los p o e m a s l a r g o s e s t á n alinead o s d e e s t a m a n e r a . E s t o p u e d e s e r , quizá, p a r a facilitar s u c o m p o s i c i ó n tipográfica. La d i a g r a m a c i ó n libre d e los ú l t i m o s v e r s o s d e El Gualeguay (a partir del v.2494) q u i z á s indiq u e n el d e s e o d e t o d o p o e m a e x t e n s o d e despegar, deshacerse de sus márgenes. Variantes: v. 1

Del otro lado... mas de cuál? de tu silencio,

933

corregido en la Errata. v. 128

Y eso que hubiera podido hacerlo, [ tirándose

v. 133

y la fluorescencia, a más, de una suerte [ de Erimnia

e n la edición Vigil: "un más", c o r r e g i d o e n la

Errata: "además". v. 174

que la demorase tras la comida

v. 191

aflicción que le allegaba, calando aún la [ algarabía,

en la edición Vigil: "me", corregido en la Erra-

ta. v. 195

descendiera sobre sus gritos

v. 199

pero que le mojaba

t a c h a d o y c o r r e g i d o a m a n o : "me". v.213

que, contrariamente al otro, y a lo largo [ de la luz, sólo ha de permitirme

v.269

Y es que, consecuentemente, mi amigo, [ es aún mi recaída

v.303/4

de un rosario, por otro lado, sin cuenta entre las Niobes sin cuenta

E n la edición Vigil f i g u r a b a "los N i o b e s " p e r o c o r r e g i m o s el artículo. H a y u n a alusión a Niobe, la d i o s a g r i e g a c u y o s h i j o s f u e r o n asesinad o s p o r Apolo y A r t e m i s , e n u n s e n t i d o g e n é rico ( c o m o las M a r í a s y las Kalíes). v.333

aunque en deleite de briznas

v.335

y las maniobras por ir acercándome a [ través de la corrida

v.460

a lágrima en la vocecita

v.465

y entonces fue un medio-decir

[ todavía v.6

de topacios que trasminarían, así,

v.53

dan en fosforecer un rastreo en apariencia [ de sombrillas

v.66

ése que, lo recordarías?

v.86

ni qué decir: a lo infinito

En la edición Vigil: no podrían extinguir

v . 4 8 9 / 9 1 Y es aun con todo esto, la [ contemporaneidad, si me [ lo admites con lo que no sería v.509

en el desmayo de jalde, sobre los rejos

v.525

sin ceder en su cirugía

Obra Completa

Juan L Ortiz

v.584 v.585/6

con corridas, y todo, de "suris" hacia lo "íntimo" y con espasmo, paralelamente, en los [ dos signos de la timba...

En el v.404 de la edición Vigil aparece "celestia" que corregimos "celistia" como está en la copia (respecto a este neologismo, ver la nota al poema "Rama de sauce" del Protosaucé). Suicida en Agosto El suicida de este poema es la antítesis del "hombre que quería terminar con su cansancio" (v.49) del poema "El arroyo muerto" de El aire conmovido, que desviándose "aquella mañana de verano", fue salvado por la "vida" del arroyo. En el v.85 de este poema hay una falla en una letra (casi una errata, pero que se da tanto en el libro como en la edición Vigil), arroyo/arrojo, donde se instala el gesto suicida. En todas las figuras del suicida (ver, también, el "peoncito suicida" del poema "Las colinas", v.697) se repite la presencia del arroyo en su dualidad amenaza/ayuda. Hay una copia mecanografiada que presenta las siguientes variantes: v. 14 v.60

la mirada de las nueve, en un agua, ya, de [ jazmín celestemente

Primavera de soplos Hay una copia mecanografiada que presenta la siguiente variante: v.8

corría para escapar aún a ese perfume que, [ nevadamente, la ceñía

Me dijiste: Hay una copia mecanografiada que presenta la siguiente variante: v.47

la cadencia que lo cita y lo habrá de citar. [ dulcísimamente,

Pasó a través de la noche... Por única vez Ortiz incorpora palabras de origen galaico portugués: "paxariños", "herbiñas", "veigas" y "follas", cuyas traducciones

934

dan, a su vez, palabras típicas de su propia poesía. D.G. Helder supone una relación con la poesía de Rosalía de Castro (ver, en esta edición, "Juan L Ortiz: un léxico, un sistema, una clave"). Canta la calandria Hay una copia mecanografiada. En el v.2, ser está sin comillas. La muchachita... En la Errata, hay una corrección en el v.2 que, en la edición Vigil, era: "porque el respira el anochecer...". Hay una copia mecanografiada con las siguientes variantes: v.2

del respirar del anochecer...

v.9/12

que nevara, con todo, una vaguedad de [ galaxia en su principio de subida al vacío de un sauce?

v. 1 8 / 9

libérase esa retención de la humedad [ que apurara, ya, unas pupilas...

v.23

y el fosforecer se suspendiese, a la vez, [ en idas

"el fosforecer" está tachado y corregido a mano: "los relampaguillos" v.26/7

las sendas que regresan de la [ fatalidad...

v.29

el desasimiento del "mal"

v.37/8

de la sensibilidad de la noche...

v.40/1

Y henos a nosotros diciéndonos si no es de luciérnagas, también, la [ poesía, cuando cierra sobre el [ alma el crepúsculo y si la melancolía no flota, asimismo, en una eternidad que toca y que le redescubre ojeándole [...]

v.55 ("portoncito" en lugar de "portillo") v.59 [hasta el final] le dé el brazo para asumir, así, de frente, y antes de [ que terminen en la orilla.

Notas

En el aura del sauce

los silencios, ay, de este lado, hasta que, luego de unas lágrimas, [ perciban éstos que les sube, como [ desde la raíz de unos cardos, el azul del amanecer... y mojen sus lindes, consecuentemente, [ las vidalitas de ese azul, en el retorno a la voz del encuentro, al fin, de todos y de todo...

v.261

935

o de la "vía"

E s t a última e s u n a c o r r e c c i ó n d e p r e c i s i ó n c o n c e p t u a l . R e e m p l a z a la Vía Láctea, p o r la constelación d e C a p r i c o r n i o ("la n o d r i z a d e Júpiter"). v.281

le es dable suscitar

v.285/6

aunque, sólo, ellos, para el pensamiento [ del alma

v.290

o de medio-flotantes al azar de los días [ que se cierran

v.308

en esa aventura de invertir/a o de [ subir/a en una llama,

[ sobre sus anegadizos, a [ toda la noche...

v.327

y que no se acuerdan, contingentemente, [ los pasos

En esta copia, el v.2 se ajusta a la corrección de la Errata.

v.329

y esas andaduras de "ciudadanía", o casi,

Hay otra copia, posterior, que sólo presenta la siguiente variante: v.37/8

del enternecimiento que enjambrara,

Un río... En el reverso de una copia mecanografiada del poema "Al Paraná" (El junco y la corriente) hay dos ensayos de comienzo de este poema:

T a n t o e n e s t a copia c o m o e n la e d i c i ó n Vigil, e n el v.314 figura "remortarles". C o n s i d e r a m o s q u e n o s e trata d e u n e r r o r sino d e u n n e o l o g i s m o o r i g i n a d o p o s i b l e m e n t e e n la mezcla d e p a l a b r a s ( r e m o n t a r / r e m a t a r ) .

Ah, miras al presente... 1)

Un río... o el sueño, más bien, de la respiración [ del "huésped" albeando una vía...

2)

Un río... un río... el efluvio, más bien, de la respiración [ del "huésped" lechando una vía...

El título, e n la edición Vigil, c o m o "Ah, m i r a s el presente..." f u e c o r r e g i d o e n la Errata. H a y u n a copia m e c a n o g r a f i a d a q u e llevaba p o r título: "Ah, miras, ahora...", t a c h a d o "ahora" y c o r r e g i d o a m a n o "al p r e s e n t e " . E s t a copia p r e s e n t a la s i g u i e n t e variante: v.40

y a los gatos monteces

Preguntas a la melancolía Ah, miras tú también... Hay una copia mecanografiada que presenta las siguientes variantes: v.140

sobre las maneras de alinear, pero [ muy flexiblemente una reserva, [ ya, de siglos

v. 142

de la ligereza de mochilas o de "árbol" [ alguno "de Porfirio"

v.205

que se pulverizan, y hasta celestemente, [ se deslíen,

H a y u n a copia m e c a n o g r a f i a d a q u e t i e n e aster i s c o s d e s e p a r a c i ó n e n t r e los v e r s o s 28 y 29. Allí, e n la edición Vigil, ni s i q u i e r a h a y d o b l e espacio, q u e n o s o t r o s i n c o r p o r a m o s . Variante: v.74/6

en la íc de una caña que no tiene nudillos para asumir por ahí

E l v.92 t e r m i n a c o n p u n t o s s u s p e n s i v o s ("así...") q u e n o e s t a b a n e n la edición Vigil y que incorporamos.

Obra Completa

Juan L Ortiz

Sabéis, amigos... Hay una copia mecanografiada que presenta la siguiente variante: v.9/14

O la inclinara, sólo, el cariño que al ascender el azul le [ transpareciese de arriba la misma gracia que la evocara de entre la brisa que la hilase al enternecer el mantillo:

Agregamos los dos puntos alfinaldel v. 14, que no estaban en la edición Vigil, y que cambian el sentido de la frase. Sal, alma... Hay una copia incompleta. Sólo se conservan la primera y la última página. Variantes: v.25/6

al sangrar, así fuese ahiladamente, tu

936

copia) y "eso" por "ése", v.32. Variante en la copia: v.4

si no habrá, allá, domingos

Me has sorprendido... En la copia ya mencionada, figura la siguiente variante: v.25

y habría de bautizar, en coincidencia, la [ sombra que llegase a esa su rima

"en coincidencia" está tachado a mano y es reemplazado por "como él". Preguntas al cielo Hay una copia mecanografiada con tinta roja en cinco páginas, que presenta las siguientes variantes: v.16

qué relación, pues, la tuya, con esta [ recidiva

[ desaparición por las heridas

En esta copia figuran los siguientes versos finales:

v.35

de la gatita (ríete)

v.69

precisamente, de la pesadilla...:

v. 160

v.160

no pueden pasarse sin el amianto ni la [ hondura de los limos...

v. 167

Pero es el caso —dirías— que tú me [ has atribuido

los ojos que se volviesen, todavía, bien [ que a su pesar, a él... Sal, alma mía... Sal...

El jacarandá Hay una copia mecanografiada en tres páginas, donde este poema está seguido, en este orden, por los poemas "Oh, allá mirarías" y "Me has sorprendido". Presenta la siguiente variante: v. 1 1 / 3

cuando un rosa en ceniza, indiferente, lo cala?

Oh, allá mirarías... En la edición Vigil no están los guiones que abren los versos 1, 3, 9,12,17, 20,23, 24, 26, 38, agregados en la Errata. Sí están en la copia mecanografiada mencionada anteriormente. Otras correcciones de la Errata: "consentimiento" por "sentimiento", v.26 (así está en la

La corrección en la edición Vigil ("dirás" por "dirías"), logra diferenciar el comienzo de la respuesta del cielo de su cierre, en el v.191 ("Tal me dirías..."), pero también logra, en el cambio de modo verbal (del modo Potencial al Indicativo) una mayor precisión. De todas maneras, este señalamiento del cambio de voz se diferencia del cambio en el poema "Del otro lado...", donde se usa el presente: "me dices". Hay una referencia (v.3i/44) al poema "Del otro lado...", donde se presentan muchos de los elementos de la anécdota de este poema: está la gata y su cría, su forma cruel de morir ("frente al tiro"), el nombre de la vecina ("graciocilla", Lamartine), su condición de tal ("celos de jurisdicción), de mujer de un militar ("sin envaine"/"dégainer"), y lo grotesco de la situación ("reíos").

En el aura del sauce

En el v.88 figura "Opires", tanto en la edición Vigil como en la copia. Dado el contexto lo tomamos como "Ophires" (igual que en el v.39 del poema "Del otro lado...": "oro de Ophir"), tratándose de la región indeterminada de Oriente donde estaban las Minas del rey Salomón. No, no la temas... En el v.8 de la edición Vigil hay una errata: que tu frente y encera, anticipadamente, en lila

Notas

937

y la transparece en seguida en hado de niña que accediera, consecuentemente, a [ su "aquí" después de vacilar, en el descenso y a la vez [ en la subida del minuto, bajo la condenación de platino a quemarla como tal o en falena, si se [ quiere, del hechizo del mediodía?

En el v.28 "hado de niña" y no "nado de niña" como en la edición Vigil. Hay otra copia mecanografiada, que tiene pocas variantes y que es, al parecer, una muy próxima (posiblemente el original o un duplicado de la que se envió a la Editorial Vigil para su composición) donde se lee "nado" pero por borramiento de la parte Un tiempo de celeste... superior de la letra h. Adoptamos esta variante Hay una hoja mecanografiada con tres versioconsiderando que se trata de una errata, pero nes que presentan pocas variantes entre sí, considerando, además, que hado (que vacila pero que se diferencian sensiblemente de la "en el descenso y a la vez en la subida/ del edición Vigil. Tomamos la tercera de ellas: minuto"), se corresponde mejor con el texto del poema y con el sistema de la poesía última Un tiempo de celeste que, desvaídamente, [ aún, se olvida de Ortiz. En esta segunda copia mencionada los versos de s í 1, 7 y 13 comienzan, como el v.17, con un Tristeza... vacío... ? no, no lo digas, guión. Además, esta copia presenta una vasi por las islas riante en el v.15 donde figura "bruína" (hay es Octubre, ahora, Octubre, aunque, es [ cierto, sólo abisma que aclarar la tendencia en Ortiz, en todos sus manuscritos, a acentuar el diptongo de dos el confín, vocales débiles) en lugar de "bruma". si me lo permitieses, diría, Rubén Naranjo, responsable de la Editorial de del deshora mismo... la Biblioteca Vigil de Rosario, como ejemplo Y eso que, al parecer, de lo íntimo, de las dificultades que se tenían en la preparalo deshace y deshace en la adivinación o el ción de la edición de En el aura del sauce, [ otro lado, casi, del sonido recordaba el caso de esta palabra, bruína (no hialinamente? recordaba su ubicación), que llevó a consultas con Ortiz. l a respuesta de Ortiz, recordaba Los pájaros, en efecto, no dejan de cernirlo, Naranjo, fue que se trataba de una palabra pero no dividen antigua, ya en desuso, que él solía usar con un cómo? la palidez, ésa, de ausencia que da en [ encielar, ubicuamente, todavía, significado similar a bruma, pero haciendo referencia a una opacidad menor. La bruína, una desmemoria de l i n o para Ortiz, era una bruma menos compacta, Mas cuándo, cuándo, una manera de algo [ que se creyese de "visita" donde los contornos de los objetos se ven con mayor precisión. Un estadio anterior o postebien que sobre el filo del mediodía, rior a la bruma. Pese a estas observaciones la la ilumina, de repente, en el río...

no revisada por Ortiz. Lamentablemente no hay ningún manuscrito ni copia de este poema. Asumimos como hipótesis una corrección que está en la antología publicada por la Universidad del Litoral: "de tu frente".

Juan L Ortiz

Obra Completa

palabra se cambió por bruma, cambio que mantenemos. Podemos pensar que bruma, ligada a la palabra francesa bruine (que surge de la palabra latina pruína, que es, a su vez, una inflexión de brume), buscaba significar, como la palabra francesa, "una llovizna fina que surge de la condensación de la niebla (bruma)". Si esta hipótesis del origen francés de bruína es correcta, al no estar entrecomillada como suelen estar los galicismo en la poesía de Ortiz, hay una apropiación neologizante de la palabra. Apropiación que buscaría incorporar tanto este estadio visual de mayor transparencia al de la bruma como el sonido acentuado de la vocal i, muy preciado por la poesía de Ortiz (ver, en esta edición, D.G Helder, "Juan L Ortiz: un léxico, un sistema, una clave"), que mantendría a la palabra en eufonía con vidrio. Qué verano... Hay una copia mecanografiada que presenta las siguientes variantes: v.2

en el entresueño... ? dímelo

v.6/7

de nieve que nos redujera a ceniza?

v.26

en un apenas de inclinación del otro [ lado del cénit...

Adoptamos esta variante en lugar de la de la edición Vigil que, para ser correcta, debería ser "una apenas inclinación". El último verso de la edición Vigil ("y velaría el presente de los baldíos...?"), se encuentra,

938

en esta copia, dividido en dos versos. Así está corregido en la Errata, corrección que adoptamos. Amiga... Este poema, que cierra el Libro, cierra a su vez una larga secuencia dialógica con la "amiga", o con "ella", que atraviesa todo En el aura del sauce. Es significativo, en este sentido, que la fecha que abre el Libro, 1924, sea la fecha del casamiento. Ya en el primer poema de El agua y la noche, el primer libro de En el aura del sauce irrumpe la presencia de la "amiga", en la alocución que un guión diferencia del resto del poema: [...] —Aunque tú eres, me hubiera yo quedado un rato más aquí.

en el marco de una disputa cuyos términos son el ensueño contemplativo por un lado y la realidad por el otro. Una disputa que, del primero al último poema, permanece intacta a lo largo del Libro. Quizá esperando, como los oponentes de la disputatio, la voz de un tercero que los reúna y resuelva. Hay una copia mecanografiada que presenta las siguientes variantes: v.5

Perdón, perdón, por no habértelo dicho...

v . 2 0 / 1 que les pasaba y les sobreponían, y les complicaban, aún, jugando, los hilos? v.36

que nos desencontráramos, verdad, en un [ minuto en sólo un minuto?

Centro de Publicaciones, UNL 9 de Julio 3563 - 3000, Santa Fe, Argentina Tel. (042) 559610 Int 208 - Fax (042) 554292

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