332662204-de-la-cabeza-al-corazon.pdf

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Micheline Lacasse

De la cabeza al corazón

El camino más largo del mundo

Título del original francés:

De ma tete á mon coeur. Le plus longiw chemin du monde © 1992 by Les Éditions de TH om m e M ontreal (Canadá) Traducción:

Ricardo Sanchis Cueto © 1995 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 M aliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 E-m ail: salterrae@ salterrae.es h ttp ://www.salterrae .es C on las debidas licencias

Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1144-0 D ep. Legal: B I-888-99 Fotocom posi ción: Didot, S.A. - B ilbao Im presión y encuadernación: Grafo, S.A. - B ilbao

A todos aquellos y aquellas que desean am ansar su corazón.

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Indice

In tro d u c c ió n .............................................. *.............. 1. M i «puzzle» p e rso n a l en el «puzzle» u n i v e r s a l ............................. . — ... L a línea de los seres ................................................. El paisaje del universo .............................................. M i paisaje personal ....................................................... L a línea de mi vida ....................................................

19 23 26 31 37

2. L a c a rro z a p a r a m i v iaje ...................................... El com ienzo del viaje ............................................... M i sensualidad ........................................................... M i sexualidad .......... M i genitalidad ........................ M i cuerpo está enferm o .......................................... M i recuperación ................................r........................

45 48 49 63 68 75 77

3. E l m o to r d e m is em ociones ................................. M is em ociones tienen sus razones, que mi razón ignora .............................................. M is rupturas de equilibrio *...................................... M i frigidez em otiva ....................................................

82

4. «Y o» soy m i m e n te .................................................. Ideas que hay que reajustar .................................... L a lucha en el sistem a defensivo .......................... E l aprendizaje de la lectura de mi vivencia interior ........................................... M anejar la expresión de m is emociones .............. — 9 —

11

83 99 102 105 107 118 126 179

5. «Yo» soy m i c o ra zó n .............................................. He sido y sigo siendo am ado .................................. M e am o a m í m ism o en proporción al am or que he recibido y aceptado ................. Amo a los dem ás en proporción al am or que m e tengo a m í m ism o ................... Entro conscientem ente en contacto con la Fuente espiritual del am or ....................... C o n clusión ..................................................................

192 194 198 203 205 215

B ib lio g ra fía ................................................................. 218 A p ro p o s ito d e

la a u to ra ....................................... 220

— 10 —

Introducción

Yo soy una persona: a prim era vista, parece obvio; sin em bargo, ser una persona no es nada sencillo. Tengo la cabeza llena de preguntas sobre m í m ismo y, con fre­ cuencia, no encuentro respuestas claras. ¿Se oculta mi persona detrás de un a m áscara? De hecho, la palabra «per­ sona», de origen greco-latino, significa «máscara». Los griegos y los rom anos representaban sus grandes tragedias en inm ensos teatros al aire libre. Los actores estaban a bastante distancia de los espectadores, por lo que tuvieron que inventar un m edio de am plificar los rasgos y las voces de los personajes. D e ese m odo se creó la p e rsona, la m áscara capaz de llevar lejos el sonido de la voz de los actores, a la vez que agrandaba el rostro. En cierto m odo, la m áscara se identificaba con la persona, y ello da mucho que pensar, pues pocas personas permiten que se vea su verdadera identidad; m uchos presentan sólo una apariencia artificial y sin consistencia: una m áscara. ¿Será que no han encontrado el cam ino de su corazón? Sin em bargo, está en vías de producirse un cam bio. Hay una palabra, que hasta hace poco estaba reservada a la ciencia-ficción y que ahora figura cada vez más en nues­ tro vocabulario, para designar a la verdadera persona. Es la palabra «m ulante». El m uíante es un ser que presenta características nuevas respecto a las que tenían sus ascen­ dientes. Sus nuevos rasgos van en el sentido de una evo­ lución de su consciencia. Se produce una transform ación — 11 —

profunda de valores. Prescindiendo de las apariencias e x ­ ternas, m uchos se concentran en su realización interior y se liberan de lo m aterial para entregarse a lo espiritual. Son personas que arrojan su m áscara, que dejan a un lado el parecer y se dedican a buscar el ser. Son m utantes. ¿Por qué la m ayoría de las personas vive toda su existencia con una m áscara, m ientras que sólo una pequeña m inoría em prende este cam ino, que, según se dice, es el m enos frecuentado? ¿Por qué son tan pocos los m utantes? ¿Soy y o un m uíante? E l responsable de esa discordancia es el nivel de cons­ ciencia de los individuos. Lo que a algunos les falta es despertar, la ilum inación. La persona no ha llegado al punto en que la intensidad de su ser haga saltar la chispa que abre a la luz interior. Las tinieblas conllevan la insignificancia de los actos y de las palabras e incluso, a veces, gestos absurdos. R ecientem ente, la televisión presentó un hecho tur­ bador. E n una ensenada de la costa oeste norteam ericana, dos nutrias m arinas em pezaron a frecuentar el muelle y a fam iliarizarse con los vecinos y con los veraneantes, y se estableció un pacto am istoso: algunas de sus acrobacias eran recom pensadas con un pez. E ra m agnífico: el circo al alcance de la m ano. D espués sobrevino el dram a. L a confianza en los hu­ m anos de una de las nutrias fue traicionada. U na m añana la encontraron agonizando en el m uelle, y se intentó sal­ varla en vano. N adie com prendió el hecho, y muchos lo sintieron. Pero todavía quedaba la otra nutria, a la que aun m im aron m ás. E so fue su perdición. A lguien le tendió una tram pa. M etió un explosivo en un pez, y la nutria explotó al tragárselo. P o r supuesto, se buscó al culpable para ha­ cerle pagar una m ulta de veinte mil dólares. ¿D ónde radica de verdad el dram a? E n el inconsciente de un individuo intensam ente desgraciado. En su zona de — 12 —

tinieblas, que, con el furor de la desesperación, le impulsa a intentar liberarse de su atroz sufrim iento. ¿Cuál fue la vivencia de ese individuo? Poco a poco, fue viendo que cada vez había más gente interesada por las nutrias m arinas. V eía que se les concedía importancia, reconocim iento y atención. A la larga, tal espectáculo le resultó intolerable. Y a no podía soportarlo. Ni él mismo era capaz de com prender p or qué reaccionaba de modo tan distinto al de los dem ás, ni tam poco se lo planteaba. Un día, su sensación de dolor se le hizo insoportable y se m aterializó en una violencia asesina contra las nutrias. Pero, si no buscaba en su propio interior el porqué de ese ansia de venganza, por m uchas nutrias que matara para apaciguar su sufrim iento, éste no desaparecería. Si hubiera sido capaz, por sí m ism o o con ayuda de alguien, de leer su vivencia interior y desenm ascarar su inconsciente, ésta sería la respuesta que podría estar inscrita en él a partir de su historia personal: Bajo una m áscara de inocencia, arrastraba una pesada carga, com puesta de un sentim iento de abandono y de rechazo, acom pañado de una fuerte agresividad negativa. Este individuo, durante su infancia, no había sido un niño adm irado, reconocido y acogido como él necesitaba. Nadie jugaba al circo con él. N unca disfrutó ni de la centésima parte de la atención e im portancia que veía se prestaba gratuitam ente a las nutrias. Esta carencia le dolía y le hacía detestar con toda su alm a a las personas que tenían el deber expreso de dar respuesta a su necesidad esencial de ser reconocido. Su m ente ignoraba todas estas cosas, pero sus entrañas lo sentían y se rebelaban. Cuando veía el espectáculo de las nutrias convertidas en vedettes, se despertaba en él una envidia visceral y, sim ultáneam ente, una cólera no menos visceral; algo sobre lo cual su m ente no tenía control, porque su consciencia no había despertado. E l inconscien­ te, com o un tirano, le im pulsaba a destruir lo que le parecía — 13 —

ser la causa de sus em ociones dolorosas. Si hubiera apren­ dido a conocerse a sí m ism o, habría sido capaz de resolver este conflicto, que le hería constantem ente a él y también a los inocentes que le rodeaban. Incluso ignoraba la exis­ tencia de ese inconsciente y, lo que es m ás, los m edios para descifrarlo a partir de los m ensajes que le enviaba en diversas situaciones críticas. Si se hubiera producido el despertar de su consciencia, aquel individuo habría captado claram ente que estaba ali­ mentando en sí m ism o una rabia asesina contra sus padres, representados en este caso po r los adm iradores de las nu­ trias m arinas. Su padre y su m adre no habían hecho por él lo que todas aquellas personas hacían por aquellos ani­ males. Pero él no podía m atarlos a todos ellos, sim bóli­ camente sus padres. L o único que le quedaba era m atar — sintiéndolo m ucho, sin duda— a las nutrias, que repre­ sentaban la infancia am able, atendida y adm irada que él tenía derecho a haber conocido, pero cuya carencia había abierto una honda herida en su corazón. Le habría gustado estar en el lugar de las nutrias para recuperar lo que había perdido para siem pre. P ero, com o era im posible, no le quedaba m ás rem edio que destruir aquel espectáculo que reavivaba continuam ente su dolor. Si este individuo hubiera intentado m irar en su interior para leer el libro de su vida, habría logrado esa tom a de conciencia. C onsiguientem ente, habría podido em prender el proceso de resolución de su trem endo conflicto. Las nutrias seguirían vivas, y él, junto con los dem ás, habría podido participar en aquel circo im provisado en el que la ingenuidad, la espontaneidad y la confianza m utua sem ­ braban sonrisas y alegría. En su libro C ’est p o u r ton bien, la psicoanalista Alice M iller hace u n a interpretación sim ilar del trágico destino de Hitler: «L a infancia de A dolfo H itler nos perm ite es­ tudiar la génesis de un odio cuyas consecuencias fueron millones de víctim as. [...] E n los prim eros años de la vida — 14 —

aún es posible llegar a olvidar las peores crueldades e idealizar al ofensor. Pero todo el desarrollo posterior pone de m anifiesto que la historia de la persecución de la primera infancia quedó grabada en alguna parte, y entonces se m uestra ante los espectadores, a los que se les presenta con increíble precisión, pero precedida de otro signo: el niño torturado se convierte, en la nueva versión, en el torturador»1. Un poco m ás adelante, afirma también: «Es­ toy absolutam ente persuadida de que detrás de todo crimen se oculta una tragedia personal»12. Pero no todo está perdido. Si el individuo que m asacró a las nutrias hubiera intentado hacer una introspección para com prender lo que experim entaba, podría haberse hecho consciente de lo que he expuesto, y entonces habría podido m odificar su com portam iento. Toda la situación tendría una perspectiva diferente. ¿Y yo? ¿Cuándo llegará la hora de em prender un verdadero proceso de conocim iento de m í mismo? Segu­ ramente es verdad que yo no soy autor de crímenes es­ pectaculares. Sin em bargo, ¿no es igualmente cierto que, sin quererlo y sintiéndolo m ucho, a veces soy el torturador de alguna víctim a inocente, em pezando por m í m ism o y por las personas a las que m ás quiero? ¿Y no es cierto, tam bién, que tolero m al las im perfecciones de los demás? Durante toda una época de mi vida he pensado que, si mis hijos fueran menos exigentes e indiferentes, nuestra casa no sería escenario de tantas y tan interminables dis­ cusiones; que si mi jefe fuera m enos brusco, yo haría mucho m ejor m i trabajo; que si mi pareja no fuera tan puntillosa y tan desgradabe, yo sería mucho m enos des­ confiado; que si mi amigo fuera m ás cordial y com pren­ sivo, yo m e sentiría querido/a; que si la tem peratura fuera 1, M iller , Al ice, C ’est p o u r ton bien, A ubier M ontaigne, París 1984,

PP 171-172.

2. íb id . , p. 206.

— 15

más ag rad ab le..., si la vida no fuera tan cara... y, sobre todo, si el gobierno asum iera sus responsabilidades..., se­ guro que yo podría ser feliz. H e estado esperando que cam biara el universo entero, ¡nada menos! Todo sería tan fácil para m í... ¡M enuda g a n g a...! Pero corro el peligro de m orir m ucho antes de que se produzcan todos esos m aravillosos cam bios, y m e condeno a vivir desgraciado soñando que podría ser yo m ism o y sentirm e m uy a gusto si no existieran algunas personas y si el m undo no estuviera tan patas arriba. Suena para m í la hora de em prender una búsqueda interior cuando caigo en la cuenta y acepto que hay muchas posibilidades de que la directora de m i colegio siga siendo obtusa y autoritaria; de que m i pareja siga estando a la defensiva quizá durante años; de que m i suegra no sea ni discreta ni dem asiado indulgente; de que seguirá habiendo dom ingueros y señoras estiradas y niños m uy inquietos. Sí: cuando com prenda que existe una gran m iseria hum ana y que el único m edio posible de aliviarla realm ente consiste en transform arm e yo a m í m ism o, ya que, en lo que a m i concierne, soy una célula de esta gran fam ilia hum ana que está tan enferm a, y , m ientras la fam ilia esté enferm a, tam ­ bién yo lo estaré. Si acepto clarificar la porción de tinieblas que m e habita, seré capaz de sanear el m undo, podré hacer m ás lum inosa la m ateria y , sobre todo, y a pesar de la dureza de la vida y de sus vicisitudes, podré experim entar la paz y la arm onía conm igo m ism o y con los dem ás. L a hora de aprender a conocerm e a m í m ism o y a orientar bien m i vida suena cuando se despierta en lo m ás hondo de m í m ism o el deseo de recuperar m i rostro ori­ ginal, la cara sencilla y herm osa que yo tenía antes de fabricarm e esta m áscara que, a tan alto precio y con tantas fatigas, intento llevar. Suena esa hora cuando dejo de creer en los Reyes M agos y aprendo p or fin, después de m uchas decepciones, — 16 —

a creer en las fuerzas de la vida, que m e llaman a colaborar conscientem ente con ellas. ¡Ojalá esa hora m e perm ita recorrer el camino que va D e la cabeza al corazónl En la India, para sim bolizar a un ser humano en bús­ queda de sí m ism o, se utiliza la imagen del carruaje, con sus caballos, su cochero y su pasajero. En ella se plasm a el viaje de la vida. Por un cam ino, en algún lugar del m undo, en un m om ento concreto, transita un pasajero sen­ tado en un carruaje tirado por caballos. El cochero, en el pescante y con las riendas en la m ano, controla el destino del viaje. E se conjunto m e retrata: yo soy a la vez el carruaje, los caballos, el cochero y el pasajero. Ésas son las cuatro piezas clave de m i «puzzle» personal. ¿Qué sería de una de ellas sin las demás? ¿Qué pasaría si cada una de ellas no ocupara su propio lugar o no desem peñara su propio com etido? ¿Cuáles son esos cuatro aspectos que constituyen la esencia de mi persona? ¿En qué m undo y por qué cam ino voy viajando? A hí reside el suspense de la aventura que se m e ofrece en las páginas de este libro. En él, como en m i libro anterior, Tengo una cita conm igo, encontrarás unas LVI (Lecturas de la Vivencia /nterior), es decir, unas preguntas que te pondrán en la pista de tus propias respuestas personales. Este sencillo procedim iento perm ite señalizar el cam ino para que la bús­ queda sea coherente. Se trata de salir de la vaguedad y la im precisión y de posibilitar la apropiación inteligente de las realidades que constituyen el núcleo de la vida. Algo que no se aprende en el colegio y que, sin embargo, es esencial para alcanzar la felicidad.

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1

Mi «puzzle» personal en el «puzzle» universal

Los «puzzles» llenan con su m agia m uchas horas vacías. Apasionados y al acecho de cualquier indicio de form a o de color, buscam os la im agen que tiene que surgir de ese m ontón de piezas. Y o com paro con frecuencia mi vida con un «puzzle»: m i avance progresivo para encontrar sentido a quien yo soy se parece a esa tarea laboriosa y agradable. ¿Qué im agen aparecerá cuando term ine de armarlo, si fi­ nalm ente lo consigo? Y adem ás, como la imagen no figura en la tapa, tiene m ayor encanto y dificultad. Pero hay más: m i «puzzle» está en movimiento. A cada instante, en una u otra de sus piezas, algo se m ueve, cam bia, se desplaza... L a im agen de m i realidad está viva, en plena y continua m utación. Evidentem ente, es todo un «puzzle»... M ás aún, m i «puzzle» personal, ya suficientemente com plicado, está inscrito en un gran mosaico: ¡el fresco del universo!, el gran «puzzle» del m undo en que vivo. Ahora sí que el juego se vuelve de verdad apasionante: al partir a la conquista de m í m ism o, am biciono conquistar el m undo en que m e sitúo. El ser hum ano se hace una im agen del mundo, en el que se desenvuelve en función de su percepción del uni­ verso. Durante siglos, a pesar de los innegables descubri19 —

m ientos y avances producidos en la investigación, esa im a­ gen quedó petrificada en una concepción fixista de la vida. A pesar de todos los cam bios que se producían ante sus ojos, los seres hum anos seguían aferrados a creencias inm ovilistas: parecía que las cosas tenían que ocurrir siempre del m ism o m odo y ser perm anentes, y, sobre todo, que la percepción que de ellas se tenía era definitiva. Un día, un seísm o resquebrajó este herm oso cuadro congelado, y los fragm entos se pusieron a m overse, a des­ plazarse, a organizarse de otro m odo. La transform ación del cuadro puso enseguida de m anifiesto que la realidad no perm anece tal com o la inteligencia hum ana la percibe. C opém ico elaboró una nueva teoría de los m ovim ientos de los planetas. Desde siem pre se había creído que la tierra era una plataform a que tenía en sus cuatro extrem os unas enorm es colum nas, y que el cielo se desplegaba com o un inmenso toldo sujeto a esas colum nas. E sta im agen ilustraba un aspecto fundam ental de la concepción del mundo: una im a­ gen fija, bien definida, en la que se encuadraba el m undo. E sta representación procedía de la B iblia y, con el tiem po, adquirió fuerza de dogm a. ¡Cuántos dogm as en la historia y qué impermeables a los desafíos de la v id a ...! E n realidad, Copém ico sólo consiguió hacer que las colum nas del tem plo se estrem e­ cieran. Fue G alileo, un italiano del siglo x v i, quien hizo estallar la bom ba en el interior del pensam iento fixista de sus contem poráneos. Había habido algunos descubrim ien­ tos — com o, por ejem plo, la im prenta— que habían cam ­ biado m ucho la vida de la gente, pero no lo suficiente com o para desestructurar las m entes. L a im prenta era un hecho que cam biaba la vida, pero, en cierto m odo, no se oponía al pensam iento dom inante. L a m ente seguía que­ riendo que la tierra fuera com o antes: una plataform a sujeta p o r unos enorm es colum nas. Galileo era un rebelde, un aguafiestas. Veía unos fe­ nóm enos que los dem ás ni sospechaban. A fuerza de es­ — 20 —

crutar más allá de sus narices, acabó por inventar el te­ lescopio, y entonces vio cosas todavía m ás serias; cosas que nadie se había atrevido a m irar de frente. Sí, todo se m ovía, incluso las cuatro colum nas que sostenían la bóveda celeste... Por supuesto que nadie había verificado la exis­ tencia de esas fam osas colum nas — nadie había ido nunca suficientem ente lejos como para verlas— , pero parecía evidente que estaban allí... Galileo se puso a hacer declaraciones heréticas: la tierra es redonda; gira sobre sí m isma y alrededor del sol. ¡Era la revolución! Por aquellos tiem pos, y desde hacía varios siglos, la Iglesia católica, om nipresente y om nipotente, había esta­ blecido la Inquisición: un tribunal eclesiástico encargado de luchar contra la herejía. Unos jueces, que eran miembros del clero, investigaban para descubrir la m ás mínima des­ viación de la doctrina oficial, que todo lo encerraba en su cofre sagrado. El culpable era arrestado, y se intentaba hacerle entrar en razón con un argum ento irrebatible: ¡cree o m uere! Galileo se encontró frente a estos ardientes de­ fensores de la verdad establecida. No tenía más remedio que abjurar si quería escapar a la sentencia de muerte. El sabio, con la cabeza rebosante de ideas, con planetas y estrellas brillando en sus ojos y con el corazón latiéndole com o un péndulo, no tenía ninguna gana de perecer por la espada ni de arder en la hoguera. D eclaró muy solem­ nem ente que sus extravagantes ideas eran imaginaciones suyas y que se adhería sin reservas al credo de la Iglesia: sí, la tierra era plana y estaba sujeta por las dichosas cuatro colum nas, una en cada esquina; y la tierra no era redonda y no giraba... U na vez suspendida la sentencia, Galileo recobró la libertad. Al franquear el um bral de la sala del tribunal, de espaldas a sus detractores, no pudo contenerse y m urmuró: E p u r si m uove («Y, sin em bargo, se mueve»). Galileo no era un subversivo ni un contestatario; no era un disidente ni un agresor. Sencillam ente, veía otra — 21 —

cosa. Al declarar que la tierra era redonda y giraba, ¿estaba él redondeándola o haciéndola girar sobre su propio eje? Galileo no cam biaba nada; sencillam ente, encendía luces. ¿D ónde estaba el problem a? L a bom ba arrojada por Galileo hizo estallar las es­ tructuras m entales. Lo que cam bia es la percepción de la realidad; de u n a realidad que está en m ovim iento perpetuo. ¡Eso es la vida! El gran fresco del universo rebosa vida. La vida estalla en un brote de transform aciones continuas, al ritm o de una inm ensa inteligencia y de una sabiduría m aravillosa. Yo soy una pieza de ese «puzzle» vivo y estoy en continuo cam bio. Tam bién m i «puzzle» está form ado por m uchas piezas diferentes y m óviles, al ritm o, tam bién ellas, de una inm ensa inteligencia y de una sabiduría m aravillosa. C ada vez que descubro un fragm ento, la realidad no cam bia por ello. M i estructura m ental se ve llam ada a ensancharse para hacer sitio a la nueva realidad que per­ cibo. Sin em bargo, esa realidad nueva se m odifica porque está viva. N o debo fijarla en mi m ente, porque de ese m odo detendría su crecim iento. Para vivir al ritm o cam biante de la vida necesito una gran solidez interior. En el vasto universo, se m e invita a tom ar el cam ino de la transform ación. M i m ente ofrece resistencia cuando se aferra a ideas, principios y regla­ m entos inm utables. Es su m odo de crearse alguna segu­ ridad. En el fondo, le da m iedo soltar la presa, abandonarse a la vida y confiar en ella. ¡Son tantas la piezas! Y com o, adem ás, están en m ovim iento, ¿adonde voy a ir a parar?, ¿qué va a pasar? A sí que m e aferró a puntos seguros y tranquilizadores. D e este modo tengo un «puzzle» con todas sus piezas bien enlazadas, para que nada se m ueva y yo posea el control absoluto. Sin em bargo, desde la revolución de Copém ico y de G alileo, la concepción del m undo va de sacudida en sa­ cudida, com o el m ism o m undo. Y yo, ¿dónde estoy? — 22 —

LV I Yo frente a los cambios * M e detengo p a ra h ace r inventario de los cam bios que constato actu alm en te en el m undo ex terio r a m í. P or ejem plo, los d eb ates sobre el ab o rto , sobre la eutanasia, sobre la interru p ció n de determ inados tratam ientos m é­ dicos; el estallid o d e los nacionalism os en determ inados pueblos conq u istad o s. E num ero cam bios que acontecen en el m undo y q u e a m í m e in terp elan . * M e perm ito sen tir m i vivencia ante todo ese m ovi­ m iento de tran sfo rm ació n . ¿Q ué ocurre en m í? . * ¿L o acepto m al? ¿P o r qué? * ¿L o acepto co n dificultades? ¿P o r qué? * ¿L o acepto b ien ? ¿P o r qué? * D escribo de q u é m odo intento adaptarm e, situar m i pieza de «puzzle» en el gran «puzzle» en evolución.

Lo que sucede es que los cam bios suelen ser un poco desorganizados y a veces violentos, por lo que despiertan mis m iedos y am enazan m is seguridades. Por otra parte, m e invitan a abrirm e, a hacerm e m ás dúctil, a crecer. Mi reacción ante el cam bio se convierte en un signo de mi adaptación a mi vida. El m undo es grande y está lleno de secretos: ¿cómo v isu alizar concretam ente su panorám ica? Y, adem ás, ¿quién puede pretender tener de él una percepción precisa y com pleta? ¿Se im pone, por tanto, im pedir la exploración de determ inadas intuiciones que nos empujan hacia lugares desconocidos? La lin ea de los seres Dejem os que la im agen del universo em erja lentamente de entre las brumas de los viejos conocim ientos y de los ji­ rones de las hipótesis. Progresivam ente, va tomando form a a partir de un prim er gráfico que ilustra su tram a de fondo. Este gráfico, lo m ism o que otras realidades importantes que conocem os, se divide en dos semiesferas: una inma­ terial o espiritual, y otra m aterial o física. Todo comienza — 23 —

La línea de los seres

El h e m isfe rio m a te ria l

E l hem isferio in m a te ria l

El punto culm inante que reúne lo más com plejo de lo material y lo más com plejo de lo inmaterial

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en el punto A , cumbre de la parte inmaterial. Este punto A, o alfa (nom bre de la prim era letra del alfabeto griego), es muy difícil de nom brar y m ás aún de definir. Es como los hum anos intentamos concebirlo, s e r : éste es exacta­ mente su nom bre. Las civilizaciones antiguas lo denom i­ naban justam ente s e r supremo. El s e r es la realidad es­ piritual m ás sim ple, sin ninguna división posible. Su unidad interior es perfecta. E sta realidad es al m ismo tiem ­ po la m ás pura potencia espiritual de Vida, que es Fuente, Conocim iento, Am or. Com o es inmaterial y existe fuera de todo cuerpo físico, hace brotar fuera de ella m isma, mediante una especie de chispa fulgurante, los seres m a­ teriales. N ace el m undo m aterial, cuya realidad m ás pe­ queña y m ás sim ple está representada en el punto B. Es un punto físico, indivisible, ya que no está form ado por partes. D el m ism o modo que un trozo de hierro sólo con­ tiene hierro; ningún otro elem ento entra en su constitución. A partir de este prim er punto, van haciendo su aparición otros puntos, y el hem isferio m aterial se expande y se desarrolla m ediante realidades físicas cada vez m ás com ­ plejas. L a conjunción de los dos hem isferios se encuentra en el punto C , que es el punto culm inante: divide y reúne lo más com plejo del m undo m aterial y lo m ás com plejo del mundo espiritual. Es la zona de m ás extensa am plitud en ambos registros. En el centro m ism o de ésta línea que constituye el círculo de los seres, existe un ser; existe una categoría de seres que cabalga sobre dos mundos tan opues­ tos com o diferentes. Ese ser está ya en la cum bre de la com plejidad física y en el extrem o de la com plejidad in­ material. Y la plenitud de su com plejidad es que aúna en sí esas dos com plejidades. A ese ser complejo se le de­ nom ina «ser hum ano». L a línea de los seres atraviesa al ser hum ano com o si atravesara un espacio-bisagra para sumergirse después en el m undo espiritual, en el que en­ tidades cada vez m ás simples se acercan al punto A , com o al punto de retom o que todo lo resum e. Es el punto om ega — 25 —

(nombre de la últim a letra del alfabeto griego). Alfa y Omega son el com ienzo y el fin, que no están separados ni son distintos en el m undo inmaterial. E sta presentación, que puede parecer un poco abs­ tracta, ofrece el m isterioso boceto para una m ínim a com ­ prensión del m undo en que vivim os. Un segundo gráfico revestirá de m ayor concreción este telón de fondo. El paisaje del universo Para ver cóm o se perfila el paisaje del universo, el círculo de la línea de los seres se abre y se extiende sobre una recta que va del punto B al punto A. N o olvido que, a pesar de las apariencias, es el punto A el que engendra al B. En el punto C, un eje vertical corta la línea de los seres y marca la división de los dos hem isferios, al m ism o tiempo que la am plitud de la com plejidad del punto C . Finalm ente, el punto A , ese punto inm aterial que es el m ás sim ple, es la puerta al infinito espiritual. Tenemos a la vista un es­ quema con dos ejes. ¡Cuántos tesoros encierra este m agro soporte...! E n lo que respecta al hem isferio físico, oigo hablar de la posible existencia de m illares de galaxias si­ tuadas m ucho m ás allá de nuestra atm ósfera. Algo extraor­ dinario; grandes sabios viven esa «paciencia del firm a­ mento» y se ocupan de sus m aravillas. M i m irada tiene un punto de vista m ás hum ilde, pero no m enos asom brado ante tal panoram a. C ontem plo, tanto en el espacio como en la tierra, realidades extraordinarias. Los antiguos hablaban m uy poéticam ente del sol, la luna y las estrellas com o de grandes lum inarias que pre­ sidían el día o ilum inaban la noche. ¿Y qué decir, tam bién, de esas nubes, enorm es coladores que, de repente, inventan ríos que ruedan en form a de gotas sobre m i cabeza? Liega el arco iris, y la naturaleza se hace m ágicam ente rica en finas perlas que reflejan los tiernos y suaves colores que el m ensajero de la paz distribuye graciosam ente. ¿N o es nuestra tierra, la tierra en que vivim os, como un teatro en — 26 —

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continua representación? Con sus cóm plices, los demás elementos (el aire, el agua, el fuego...)» pone en escena a tantos y tantos personajes en sus decorados de invierno o verano, de otoño o prim avera. M uy activos, a pesar de su aparente tranquilidad, los m inerales distan m ucho de ser meros com parsas; hasta se llega a decir de ellos que valen su peso en oro. Los sun­ tuosos vegetales, en su verdor y colorido, son fieles a sus raíces y jam ás se separan de ellas. Crecen llenos de orgullo allí donde se les siem bra, y vibran en silencio en este m undo, al que ofrecen su espléndida belleza. E ntra en el escenario una especie que parece la en­ cargada de dar el espectáculo: la tropa de los anim ales. Se m ueven, se divierten, vuelan, n a d an ... Llevan un vestuario variadísim o, hecho de plum as, pelos, pieles, conchas, etc. ¡Y de m áscaras! Parece que estam os en un baile. ¿Y qué decir del repertorio que ofrecen todos esos personajes? Unos cantan, otros goijean, otros gruñen, los hay que hasta aúllan... Para su concierto, no tienen quien rivalice con ellos en toda clase de variaciones. N o obstante, entre todas esas criaturas hay un extraño. Parece m overse por todo el es­ cenario y tom arse su papel m uy en serio; aunque a veces ríe, tam bién llora. Es verdaderam ente original, pues ca­ m ina erguido y parece decir cosas previam ente pensadas. Adem ás, está equipado con un arsenal increíble. Para m o­ verse, llegó a inventar la rueda; pero eso no le bastó. Así que creó la bicicleta, y luego el autom óvil. N ecesitó gran­ des transportadores y se fabricó un enorm e bazar de ellos. Este anim al parece inteligente, y a veces incluso hace cru­ zadas en favor de todo tipo de buenas causas. En el fondo, parece que tiene corazón. A veces, por la noche, pega su nariz a las estrellas; podría decirse que sueña con la feli­ cidad y la eternidad. C iertam ente, se trata de un animal bien extraño. E n el elenco del espectáculo se le llam a «ser hum ano». ¡Qué gran actor! — 28 —

En el escenario del universo, éste es, desde luego, el ser más com plicado. Lo que no le facilita las cosas es que el mundo en que evoluciona está en continua transfor­ mación. C om o es inteligente, intenta conocer, com pren­ der, ser parte integrante de la H istoria. Hay que ser un gran artista para aprenderse el papel y poder representarlo cuando la decoración está en constante cambio y hay que im provisar las réplicas. Pero eso no es todo. Hay, adem ás, otra vertiente: la del éter, esa antigua palabra que los poetas y soñadores usan para hablar del ám bito en que se encuentra «el otro m undo», al que norm alm ente se llama «cielo» o «hem isferio espiritual». E l ser hum ano aparece com o el ser espiritual más com plejo, ya que necesita un soporte material para vivir esa dim ensión de sí m ismo. L a parte espiritual de su per­ sona es tam bién m últiple, constituida por muchas em ocio­ nes que no son ni visibles ni palpables, como tam poco lo es el pensam iento, ni sus m uchas ideas ni sus grandes aspiraciones a la felicidad y al am or. E l interior inm aterial del ser hum ano participa de otras realidades, las de lo invisible. ¿Y qué hay en ese m undo invisible? ¿Quién puede dar una respuesta? Sin em bargo, hay momentos en la vida en que algo en nuestro propio interior se siente llam ado a ir más allá. Algo que hace presentir el estado del ser espiritual. Tam bién se trata de luces, intuiciones que vienen súbitam ente, sin que uno sepa de dónde ni cóm o, e instruyen a la persona en la intim idad de su corazón y le indican el cam ino a seguir en circunstancias bien precisas. ¿Q ué es lo que de verdad ocurre en esta otra vertiente? Es tentador afirmar: lo que se ignora no existe. Pero ¿está lim itada la realidad por la capacidad de comprensión del ser hum ano? Porque se ignorara que la tierra giraba, no por ello dejaba de girar. La realidad existe fuera de mí; no soy yo quien le da o le quita su existencia. Lo que es, es. L a cuestión es, más bien: ¿hasta dónde puede llegar el ser hum ano en la percepción de una realidad que existe 29 —

con independencia de él? El m undo espiritual existe, y el hom bre ya participa de él. A dem ás, hay en el ser hum ano un m ovim iento que le hace, al hilo del tiem po, al hilo de los años, soltar la presa del pasado para encam inarse hacia el futuro, para ir m ás lejos, m ás allá. Vive una transfor­ m ación que le lleva a irse desprendiendo lentam ente de lo m aterial para avanzar hacia una espiritualización cada vez m ayor, que tiene su culm inación en la Fuente, en la Vida, en el punto espiritual m ás sim ple. E n el vasto espacio espiritual invisible que m e separa del punto A , m ultitud de seres espirituales evolucionan y crecen. H ay una especie de equilibrio entre los dos he­ m isferios, am bos densam ente poblados. ¿Q uiénes son los seres espirituales que habitan el éter? C ada vez hay más personas que tienen experiencia de la presencia de estos vivientes invisibles. Sobre este tem a hay un libro muy interesante: L e s m orís nous parlent (Los m uertos nos ha­ blan) . Su autor, Frangois B ruñe, es categórico: «Nuestra época está ciertam ente en vísperas de un cam bio sin pre­ cedentes en la historia de su evolución espiritual, a poco que se decida, p or fin, a abrir los ojos a este descubrim iento fundam ental: la eternidad existe, y los que viven en el más allá se com unican con nosotros. [...] L a m uerte no es más que un tránsito. N uestra vida continúa, sin interrupción alguna, hasta él fin de los tiem pos. Al m ás allá, llevam os con nosotros toda nuestra personalidad, nuestros recuer­ dos, nuestro m odo de se r... Nuestros contem poráneos en la eternidad nos hablan tam bién de la om nipresencia de una fuerza que está en él origen de todas las cosas y que es el térm ino de nuestra evolución. E sa fuerza se llam a Dios. Y ellos tienen la experiencia de ese D ios com o A m or personal»1.

1. B r u ñ e , Frangois, L es m orts nous parlent, Éd. du Félin, París 1988, pp. 10, 12.

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Ahora m e sitúo ante este paisaje del universo. Por el m omento, no participo. Sim plem ente, miro, veo e im a­ gino. LVI Yo frente ai paisaje del universo * C ierro los ojos y co n tem p lo en m í el paisaje del u n i­ verso. R éspiró pro fu n d am en te y dejo que esas im ágenes vayan p asan d o suavem ente. M e perm ito percibir los d i­ versos sentim ientos que m e v an habitando. * L uego, nom b ro esos sen tim ien to s e intento d escrib ir­ los expresand o lo q u e sucede en m í Cuándo lós ex p eri­ m ento. ^ '

¿Cuál es mi vivencia ante esta realidad? Y , si m e resulta difícil saborearla e im plicarm e en ella por com pleto, ¿por qué será? H e aquí la respuesta que da Krishnamurti a esta cuestión: «Para com prender m ejor esa cosa extraordinariamente compleja que denom inam os la vida, que comprende el tiempo y que está tam bién m ás allá de él, necesitáis tener un espíritu m uy joven, lleno de frescura e inocencia. Un espíritu que arrastra consigo el m iedo día tras día, m es tras mes, es un espíritu m ecanizado, y bien sabéis que las máquinas no pueden resolver los problem as humanos. No podéis tener un espíritu lleno de frescura e inocencia si estáis obsesionados por el m iedo; si, desde vuestra niñez hasta el día de vuestra m uerte, os acostumbráis a tem er. Por eso, una buena educación, una educación auténtica, debe elim inar el m iedo»2. M i p aisaje p e rso n a l El gran espectáculo del m undo com enzó hace mucho tiem ­ po, y probablem ente continuará todavía mucho después de que yo haga m i saludo al concluir m i número. Pero, por

2. é d ., 199 1.

K r is h n a m u r t i , Jiddu, R éponses sur Véducation, Christian de Bartillat

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ENTORNO

h u m a n o y físico

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el m om ento, estoy en escena y represento mi papel, vivo mi papel. M i paisaje personal no es una excepción a la regla. Es com plejo; y yo también soy complejo. Percibirme globalm ente en mi com plejidad m e perm ite captar m ejor lo que está en juego en mi existencia y las piezas m aestras que constituyen mi realidad personal. M ediante mi cuerpo, toda una parte de m í está su­ m ergida en el m undo material. En las páginas anteriores he vislumbrado el panoram a de ese m undo que constituye m i entorno hum ano y físico. Ese entorno esta ahí como copioso sustento de m i vida hum ana. No obstante, como pertenece al m undo m aterial, adolece de ciertas im perfec­ ciones, e incluso conlleva algunas traiciones. El alimento que m e ofrece es m uchas veces excelente, pero en ocasio­ nes es m alo e incluso venenoso. Pero, bueno o m alo, ahí está el sustento. Siempre hay cinco menús: imágenes, so­ nidos, sabores, olores y contactos. El mundo entero se resum e para m í en esas form as, que penetran en m í a través de cinco canales, perfectam ente adaptados a cada una de ellas. Las im ágenes se dirigen a m is ojos; los sonidos, a mis oídos; los olores, a mi nariz; los sabores, a mi boca; y los contactos, a toda la superficie de mi piel. Soy una antena receptora con cinco canales. Pero tam bién soy una antena em isora y transmito, a m i vez, alim ento a m i entorno hum ano y físico. Los platos que le sum inistro son tam bién de una calidad que va de lo bueno a lo m alo, pasando por toda una gama interm edia. E l prim er plato lo sirvo con las cuerdas vocales. Es lo prim ero que utilizo al aterrizar en este planeta. Grito para anunciar que he llegado. Prim ero em ito sonidos y, más adelante, palabras. A l llegar, m e m uevo mucho; mis arti­ culaciones y m úsculos hacen ejercicio. Estoy en m ovi­ m iento, y mis gestos son muy expresivos: algo que seguirá ocurriendo el resto de mi vida. Con mi piel, tengo otro m anjar que presentar: el de los m últiples contactos con todo cuanto está al alcance de m i m ano o incluso más lejos. Tam bién em ito m ensajes con m is ojos; m i mirada se hace — 33 —

elocuente y se dirige al m undo con discursos alegres o som bríos, con acentos suaves o recrim inatorios. M i cuerpo es una envoltura m ediática. Es el «medio» de com unicación p o r excelencia: capta los m ensajes ex­ teriores del m undo m aterial para transm itírselos a mi in­ terior espiritual, que, a su vez, responde y elabora co­ m u n ic a d o s . L a v id a se c o n v ie r te e n u n in c e s a n te intercam bio recíproco entre mi entorno y yo. Cierto nüm ero de m ensajes, en u n sentido o en otro, se transm iten fun­ dam entalm ente para m antener mi cuerpo con vida. Si la envoltura m ediática desapareciera — y es algo que puede suceder— , term inaría la com unicación en el plano hu­ mano. Se trata, p or tanto, de una envoltura muy especial que vive, crece y envejece, que puede gozar de buena salud o estar enferm a. Los m ensajes vitales sirven para salvar la envoltura y m antenerla en buen estado. Los demás m en­ sajes franquean el um bral de lo m aterial y están destinados a alim entar la interioridad inm aterial, de una inm aterialidad que en sus com ienzos es tosca, pero que paulatinam ente se v a afinando p a ra desarrollar m i centro espiritual m ás íntim o y m ás profundo. Los m ensajes em itidos al principio son m uy m aterialistas y van espiritualizándose a m edida que, con el transcurso del tiem po, voy adquiriendo m a­ durez. E sa estación em isora-receptora que yo soy, gracias a mi cuerpo, es m uy vulnerable en sus prim eros años de vida. C apta y em ite todo sin discrim inación. D espués, poco a poco, se va estableciendo un sistem a de filtración y defensa que pone una pantalla a la com unicación, y ésta se hace m ás o m enos abierta o cerrada y, consiguiente­ m ente, m ás o m enos exacta o m ás o m enos falsa. Todo este sistem a de com unicación se basa en una com pleja red de m uchos otros sistemas que le sirven de soporte. Consta de una estructura, un andamiaje: el sistema vertebral, constituido po r el esqueleto, los m úsculos y su sistem a de ensam blaje m óvil. Otro sistem a es la fábrica — 34

que m antiene la vida, con sus múltiples funciones: respi­ ratoria, circulatoria, digestiva, evacuatoria, reproductiva y linfática. Es una fábrica enorm em ente activa, que jam ás se puede perm itir el lujo de tomarse unas vacaciones, por­ que ello provocaría una catástrofe. Algunos postes de dis­ tribución de energía desem peñan una función fundamental: son las siete glándulas endocrinas. M antak Chia, en su libro Énergie vítale e t autoguérison, dice de ellas: «Si querem os hablar de centros energéticos en el len­ guaje de la anatom ía m oderna, hemos de fijam os en las glándulas endocrinas. Las correlaciones que se han hecho serán acertadas o no, pero traducen del m ejor modo posible las hipótesis que actualm ente se pueden hacer»3. Las glándulas endocrinas tienen un papel fundamental en el equilibrio del cuerpo y del espíritu. Segregan hor­ m onas que son como «m ensajes químicos [...] que tienen un efecto sobre cada célula de nuestro cuerpo. Las secre­ ciones de las glándulas endocrinas se vierte directamente en el torrente sanguíneo y, desde él, van a los diferentes órganos, a los que estim ulan o ralentizan, y sobre los cuales, en todo caso, ejercen su influjo»4. Las siete glándulas endocrinas son misteriosos fabri­ cantes de energía. E m plean la sangre para m andar a su destino las m aravillosas sustancias quím icas que segregan y que son excepcionales fuentes de energía para los órganos a los que están destinadas. El soporte m ás sutil de mi extraordinario sistema de com unicación es el sistem a nervioso. Es la frontera entre dos m undos. Es m aterial y, a la vez, capaz de captar y de em itir lo inm aterial. E n él se alberga en los seres humanos una especie de m isterio; m isterio que llevo en mí.

3. C h ía , M antak, É nergie vítale et autoguérison, Éd. Dangles, SaintJean-de-Braye 1984, p. 205. 4. Ibidem .

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M i cerebro, mi cerebelo y m is nervios constituyen la central electrónica m ás sofisticada que pueda existir... de conocim iento del ser hum ano. N o es éste el lugar para describir este fantástico ordenador ni su m odo de funcio­ nam iento, sino el de contem plar esa m aravilla que me supera y m e da acceso a dim ensiones em ocionales, inte­ lectuales... y a otras m ás netam ente espirituales. Franqueo ahora la frontera de un m undo distinto: el de lo im palpable e invisible. Estoy en un m undo y vivo tam bién en el otro: en el de las em ociones y los afectos, en el que experim ento vivencias tan pronto positivas com o negativas. Esas vivencias son expresión de mi experiencia interior, más o m enos concienzada por m i parte intelectual, m ental, por mi cabeza. Esas vivencias están tam bién en un contacto m ayor o m enor con mi esencia, con mi corazón profundo, lugar en el que habitan m is m ayores esperanzas de felicidad, de libertad y de amor. M ediante el corazón profundo estoy vinculado directam ente a la fuente espiri­ tual. En mi corazón profundo es donde reside mi vida. Este corazón está siem pre abierto para que mi vida se alim ente sin cesar en la Fuente. El contacto de mi fuente con la Fuente es continuo, aunque rara vez sea consciente. H asta mi fuente íntim a llega un flujo incesante de alimento espiritual. El canal está m ás o m enos abierto, pero la cir­ culación es constante. D e ahí m e vienen las intuiciones, que son mis m ensajeros del m undo espiritual y me guían e instruyen desde el interior. M is intuiciones, si son au­ ténticas, son m i alim ento espiritual. G racias a e lla s, se van desarrollando poco a poco en m í los valores espirituales: libertad, justicia, verdad, paz y am or. Al hilo de mi crecim iento espiritual, estos valores se convierten en m i razón de vivir. M e invitan a poner mis talentos y cualidades, en una palabra, todo mi potencial, al servicio del arraigo de esos valores en la existencia de los seres hum anos. A sí, el alim ento que sale de m í hacia mi entorno físico y hum ano va gradualm ente espirituali­ — 36

zando la m ateria y liberándola de su peso y de sus aspectos más sombríos y nefastos. Por tanto, yo estoy en el centro de un gran movimiento de transform ación que m e lleva a servirm e de la materia para lograr que crezcan en m í los valores espirituales. Mi proceso de espiritualización m e purifica, al mismo tiempo que afecta a mi entorno, que puede disfrutar sus beneficios. L V I M i paisaje personal * Interiorizo y v isu alizo m i paisaje personal. * M e concedo el tiem p o necesario p ara sentir toda su variedad y co m p lejid ad . * S iento en m í la d iv isió n de los dos m undos, f S iento en m í la u n id ad de los dos m undos, . P erm anezco en silen cio varios m inutos, sintiendo lo que ocurre en m í. — F inalm ente ¿ p o n g o p o r escrito lo que está presente en m í y quiero ex p lo rar, p ara ap ren d er más sobre m í m ism o y sobre m i v id a de ser h u m anó.

L a lín e a de m í v ida ¡Mi vida es toda una historia! Sigue una trayectoria que no siem pre es evidente. Claudel solía decir: «Dios escribe derecho con renglones torcidos». M i vida va adonde debe ir, sean cuales sean las desviaciones del camino. No se trata en absoluto de fatalidad. La línea de mi vida me conduce a un universo de plenitud espiritual, porque así está hecha mi naturaleza. Por supuesto, no es algo sencillo, y para muchas pre­ guntas no tengo respuesta. N uestro propósito no es entrar en debates que tienen siglos de existencia, como por ejem­ plo: ¿en qué m omento de la evolución de un feto se puede decir que ya existe un ser humano?; o ¿es verdadera la reencarnación? Lo que aquí nos interesa es elaborar una perspectiva sobre la dirección y el sentido de la propia vida. Soy un ser hum ano, a caballo entre dos m undos, que — 37 —

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utiliza uno para descubrir el otro. La percepción del pro­ ceso y de sus m odalidades difiere según las culturas y las épocas. Lo esencial es que yo vivo, y mi vida existe más allá de m í m ism o. Observo el gráfico de la línea de mi vida. Ahora estoy situado entre m i nacim iento y m i m uerte. Mi nacimiento es el m om ento del milagro. D ifícilm ente podré calibrar todo su alcance. Sean cuales fueren las condiciones en que nací, mi nacim iento m e lanzó a la gran aventura de la vida. Prescindiendo de sus circunstancias, ¿qué me sucedió? Tuve la experiencia del paso de un m undo a otro. Frédérik Leboyer, ese m ago del nacim iento, habla de él con estas espléndidas palabras: «Sí, ese nacim iento, esa ola que se separa de la ola, nace del m ar sin abandonarlo, no lo toquéis con vuestras zafias manos. N ada entendéis de m isterios. De ahí llega el niño, dejadle hacer: él sabe. Dejadle, vedle, una ola le im pulsa hacia la orilla, otra lo recoge y lo em puja un poco más arriba. O tra m ás, y ahí lo tenéis, salido de las olas. La tierra lo lleva. Está libre del oleaje y pletórico del ser. N o alteréis nada. Esperad. Es el prim er alba. Dejad a esta aurora toda su grandeza, su m ajestad. Esperad, esperad, dejad al nacim iento toda su lentitud, su solem nidad. El niño se despierta — 39

por prim era vez. N ada turbéis ahora que está dejando el reino de los sueños. M irad, todavía uno de sus pies corre y se rezaga en el jardín del sueño, y el otro acaba de chocar con el borde de la cam a. H a saltado al tiem po, ha dejado la eternidad. ¡El niño se ha puesto a respirar!»5. b V I Mi nacimieiito

Mi nacimiento es un hecho histórico. Ño hay necesidad de archivos que lq confírmen. ,{ 1 ' * ¿He lamentado alguna vez habér nacido? ¿Por qué? * ¿He cambiado de actitud? iBñ caso afirmativo, ¿qué es lo que se liá transformado e m M í * ¿Estoy contento hoy de haber sido traído al mundo? * ¿Tiene mi nacimiento sentido para mí? ¿Cuál? D esde m i nacim iento hasta hoy, he vivido muchas transiciones. Soy una persona en crecim iento, lo que su­ pone que he de atravesar las etapas propias del desarrollo del ser hum ano: abandoné m i prim era infancia para entrar en el colegio; dejé m i cuerpo im púber para adquirir un físico m aduro; atravesé la crisis de la adolescencia; y des­ pués el trabajo m e ha introducido en el m undo de los adultos. E ntre tanto, viví m i prim er am or, y probablem ente sufrí alguna m uerte cercana. H ay experiencias por las que pasa todo el m undo, cada cual a su m odo. Pero hay otras que sólo yo he conocido, porque han m arcado m omentos

5 . L e b o y e r , Frédérik, P our une naissance sans violence, Éd. du Seuil, París 1980, pp. 76-77.

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decisivos de mi propia historia: una enferm edad, un gran éxito, un encuentro im portante, una m uerte, un viaje... L VI Mis transiciones * ¿Cuáles son los momentos que han marcado mi vida y yo identifico como transiciones? Describo con claridad esos acontecimientos. * En cada uno de esos momentos, ¿qué cambios se han producido en mí? *' ¿Encuentro hoy sentido a esos cambios? Si es así, ¿a cuáles? ¿Llevan a algún sitio todos estos cambios? Com o he dicho anteriorm ente, lo que descubro es un «puzzle» de múltiples dim ensiones, y la m ovilidad que conlleva el tiem ­ po hace que sea de m áxim a com plejidad. La línea de mi vida está m arcada por el m ovim iento de mi transform ación personal cotidiana y, además, por los acontecimientos im ­ portantes. Todos esos cam bios, que m e invitan a una es­ piritualización cada vez m ayor, son elementos que m e van preparando para franquear un últim o tránsito en cuanto ser humano. «He nacido para m orir», decía una anciana de 87 años afectada por un cáncer generalizado. Estrenó un vestido, que pronto llevaría en su ataúd, y quiso celebrar su últim a Navidad con todos sus hijos, nietos y bisnietos. Quería una fiesta. «N ada de regalos — había advertido— , sólo una buena com ida y canciones. Sí, que todos juntos cantem os los villancicos de Navidad. Es m i fiesta — decía— , m i fiesta con todos los míos antes de partir». Se unía a los cánticos, sonreía, llam aba a uno tras otro a su lado para decirle alguna cosa. Después se puso a hablar. «Tal vez sea porque vivo m uy aislada en mi habitación; pero, cuando m e encuentro con gente, quiero contar cosas; son cosas en las que antes nunca había pensado y que ahora son im ­ portantes para m í. A veces lam ento no haber hecho algo que pude hacer y no hice, porque en aquel momento no sabía, no era consciente. H ace un año que estoy grave­ — 41 —

m ente enferm a y que pienso en la m uerte. Pero no puedo deciros qué es. N o lo sé. N adie lo sabe. Sin em bargo, algo vislum bro. E n m i nacim iento, desde m i prim er día, ya com encé a perder, porque desde entonces em pecé a en­ cam inarm e hacia la m uerte. Hoy estoy m ucho m ás cerca de m i m uerte que de m i nacim iento, y me pregunto el porqué del nacim iento y el porqué de la muerte al final del trayecto. T ienen que tener un sentido, porque, de lo con­ trario, las cosas no serían así. N o, no vendríamos al m undo para m orir sin razón alguna. H oy estoy segura de que hay una razón, un sentido. Sé que el nacim iento y la m uerte llevan a algo, que tienen sentido; si no, las cosas no se desarrollarían del m odo que lo hacen. Hay algo, y eso m e llena de esperanza». Es evidente que aquella m ujer no poseía las palabras adecuadas para definir su vivencia de una m anera elabo­ rada. Pero palpaba con certeza una realidad que le perm itía sentir la m uerte no com o un final, sino como un tránsito. E lisabeth K übler-R oss describe con m ucha naturali­ dad y sencillez ese paso: «En el m om ento de la m uerte, todos vivim os la separación del verdadero yo inm ortal de su casa corporal, es decir, de su cuerpo físico. A este yo inm ortal se le denom ina tam bién alm a o entidad. O , si nos expresam os sim bólicam ente, com o lo hacemos al hablar con los niños, podríam os com parar a ese yo que se libera del cuerpo terrestre con una m ariposa que deja su capullo»6. Por su parte, Saint-Exupéry hace decir al Principito: «Tendría el aspecto de estar m uerto, pero no sería v erd ad ... [...] Y a sab es...: está dem asiado lejos. No puedo llevar este cuerpo hasta allí. Pésa dem asiado. [...] Pero será com o deshacerse de una cáscara vieja. Y las cáscaras viejas no son algo triste ...» 7. 6. K übler -R o s s , E lisabeth, L a m ort est un nouveau soleil, Éd. du R ocher, M onaco 1988, pp. 94-95. 7. S aint -E x u p é r y , A n toin e, L e p etit prince, G allim ard, París 1946, p. 89.

Dejo una casa tem poral por otra mucho más hermosa, ya que «no es triste» abandonar el cuerpo como una vieja cáscara para poder entrar en el estado del ser espiritual. DVÍ M i muerte^ la m uerte V... * Describo lo que ahora experimento ante la eventua­ lidad de mi propia muerte. * ¿Cómo reacciono ante la eventualidad de la muerte de las personas que están cerca de mí? * ¿Presiento que la muerte tiene un sentido? ¿Cuál es su sentido para mí? L a muerte form a parte de mi vida. Lo lógico sería que, cuanto más m e adentrase en mi proceso de abandonar las realidades m ateriales, m ás se fuese abriendo m i cons­ ciencia al sentido de la m uerte, porque vivo con mayor intensidad valores espirituales como la libertad, la verdad, la paz y el amor. Ese proceso se consolida auténticamente cuando consigo integrar mi realidad hum ana total con su parte m aterial y su parte inm aterial. Mi parte material es mi plataform a, mi tram polín, y tengo que estar alerta para com prenderla y respetarla. Separarme de ella no significa en m odo alguno despreciarla; se trata de utilizarla para lo que es: una encam ación cuya esencia vital m e permite crecer en la tierra. Acabo de henchir m i vista y de alim entar mi corazón con el paisaje terrestre que voy atravesando. Acabo de despertar mi aspiración a conocer lo ignoto del más allá. M e he situado en una perspectiva global del universo que habito, y me m aravilla el que, en este sistem a extraordi­ nario, el ser hum ano que soy se encuentre en el centro de todo. Soy yo quien da sentido a todo. Todas las realidades del universo existen para mí. ¿Para qué iban a existir flores, pájaros, ríos y arroyos, si yo no estuviera ahí para darles una existencia nueva m ediante m i tom a de conciencia, el asombro que experim ento ante ellos y el uso que de ellos hago? Y o, como individuo, estoy en el centro de una vasta creación. Todo sucede en m í... Todo sucede en cada uno — 43 —

de nosotros, lo m ism o que todo sucede en el todo.., y en mí. M e siento un ser situado de form a m aravillosa en el centro de una inm ensa realidad que nunca acabo de des­ cubrir por entero. P or desgracia, casi toda mi vida la vivo «ciego». Necesito encontrar esa m irada llena de frescura y pu­ reza para, sencillam ente, ver. V er, no ya en la inocencia e ingenuidad de la infancia, sino en la sensatez y sabiduría de la m adurez. T al vez algo de esto es lo que Péguy daba a entender cuando decía: «Los niños m ás encantadores que he conocido tenían ochenta a ñ o s...» .

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La carroza para mi viaje

L a carroza es ahora una antigualla, pero, hasta hace no dem asiado tiem po, era el vehículo de lujo de los grandes de este m undo. Y para m í, en lo m ás hondo de mi corazón, sigue siendo la carroza m aravillosa, regalo de las hadas. V eo el m agnífico carruaje, todo reluciente, que lleva a la bella Cenicienta al baile. A llí encuentra a su príncipe y, con él, el am or y la felicidad. La carroza de los cuentos es un buen símbolo de m i cuerpo, vehículo de m i vida en su recorrido por la tierra. Cuando llegue al término del viaje, la dejaré usada y agotada. Habré llegado a la puerta del palacio real. Todavía m e faltará acceder a la sala del trono. M i cuerpo ya no m e será necesario; con él dejaré el m undo m aterial, que a partir de ese m om ento, me re­ sultará totalem nte inútil. Pero ahora mi carroza es de lo m ás valioso que tengo. Y , sin em bargo, existen tantas im ágenes del cuerpo que me pregunto cuál es la correcta. ¿Tengo que quererlo?, ¿tengo que odiarlo?, ¿tengo que cuidarlo?, ¿tengo que ex­ p lotarlo?... Unos dicen que es objeto de pecado, otros de publicidad, otros de re to s... La pareja protagonista de Las m ujeres sabias, de M oliere, tiene una opinión muy con­ tradictoria sobre el valor y el papel del cuerpo en la vida. Philam inte, la esposa sabia, dice: «¡El cuerpo, este gui­ ñapo!»; a lo que su m arido contesta: «Guiñapo, si os place; pero quiero mucho a m i guiñapo». — 45 —

Detrás de las discusiones conyugales de esa pareja legendaria, se oculta toda la am bigüedad de la relación con el cuerpo. D el puritanism o al naturism o, la educación ha cargado sobre las espaldas del cuerpo toda clase de tabúes. A hora tengo que reconstruir m i imagen corporal. N o una im agen para aparentar, sino una imagen para ser, en y por mi cuerpo, una persona integral. D urante un «taller» titulado: M i cuerpo me habla de mí, una m ujer, entonces soltera, dio un profundo testi­ m onio. C om partió una experiencia que había m arcado el com ienzo de una im portante reapropiación de su cuerpo. H acía varias sem anas que participaba en un sem inario de crecim iento. L a persona que lo dirigía había sugerido a los participantes que durm ieran desnudos por la noche para dejar que su cuerpo respirase m ejor y para m anifestar de ese m odo la pureza del cuerpo, que no necesita ocultarse, sino ser respetado. Algunos participantes no tuvieron pro­ blem a alguno, porque sentían que era algo totalm ente na­ tural y estaban acostum brados a hacerlo. Pero para otros la situación fue m uy distinta. L a persona que nos presentó su vivencia nunca se había perm itido desnudarse, ni si­ quiera en la intim idad, excepto para lavarse. N o obstante, decía que era una persona abierta, pero en su interior en ­ contraba m il pretextos para evitar aquella experiencia. Estaba preocupada. Se había sum ergido en un proceso de búsquedá personal y estaba decidida a desm ontar las barreras que le im pedían ser ella m ism a. A través de esa determ inación, era la vida m ism a la que la incitaba de continuo a ir m ás allá. Pero la pequeña experiencia de dorm ir desnuda seguía siendo su problem a latente. «U na noche — contaba— m e don n í com o siem pre. A m edia no­ che, cuando el reloj daba la hora, m e desperté bruscam ente y sin razón alguna, y de inm ediato m e vino a la m ente una pregunta: ‘¿P or qué no m e atrevo a quitarm e la ropa y a dorm ir desnuda en m i cam a?’. Esperé. En mi interior se em pezó a desarrollar un diálogo. ¿Tendría yo m iedo a m i cuerpo? ¿Por qué iba a ser m alo? Si todo es bueno en él, —

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¿por qué lo oculto hasta en la m ayor intimidad? Ahora no tengo razón alguna para desconfiar de él. Debo atreverme a confiar en él, a hacerle sentir que es bueno y que no le tengo m iedo. M i m ente, im pulsada por la fuerza de la vida, cedió, y mi vieja estructura mental se derrumbó. Pude acceder a una experiencia nueva. M e levanté, me despojé de la ropa y volví a acostarm e. Respiré lentamente y me m antuve m uy atenta a m i cuerpo. Em pezó a producirse algo extraño. M e sentí introducida en una especie de ritual Heno de dulzura, respeto y amor. Psicológicam ente me sentía com o m odelando mi cuerpo, acogiéndolo y ponién­ dolo en el m undo. E sto duró varias horas. Lentamente, besaba las palm as de m is m anos, y luego mis manos aca­ riciaban m is cabellos suavem ente, llam ándolos a la vida y expresándoles m i am or. Besaba otra vez mis m anos, y esta vez acariciaban mis ojos, m ientras yo sentía un inmenso asombro por toda la riqueza que atesoraban. Cada beso en mis m anos iba a hacer nacer y acoger una nueva parte de m i cuerpo. M is m anos, cálidas de am or, se dirigieron con ternura a m is senos, a los que tam bién acariciaron. M i fem inidad brotaba de m i cuerpo com o una parte de su identidad herm osa y viva. Por todas partes, mis manos despertaban la vida. N ada quedó olvidado: mi clítorís y mi vagina recibieron el beso de mis m anos y, simultánea­ m ente, su derecho a vivir y a ser felices en el respeto. Cuanto m ás avanzaba m i experiencia, m ás m aravillada me encontraba ante la belleza y la riqueza de mi cuerpo. Cuan­ to más m e acogía, m ás sentía que me iba conviniendo en la m ujer que era, pero a la que tenía m iedo. M e iba inun­ dando una inm ensa sensación de gozo. Sentía una especie de presencia de vida que m e perm itía m odelar todo mi cuerpo, colocarlo conscientem ente en el m undo y acogerlo. La experiencia fue tan intensa que durante los días que siguieron estuve ensim ism ada, en contemplación ante este ser m aravilloso. M e habitaba una profunda alegría, y a partir de entonces m i vida cambió. Entré en un profundo proceso de liberación de m i vida en m i cuerpo. Fue como 47 —

la autorización para encam arm e y vivir mi vida real, es decir, una vida hum ana. M i cuerpo ha em pezado a ocupar su sitio y a representar m ejor su propio papel. Aquello fue un auténtico nacim iento consciente. Sentía los contenidos de m i cuerpo y los aceptaba. A cogerm e de ese m odo me ha perm itido después atreverm e a em prender el largo ca­ m ino que m e perm itiría abrir de p ar en par mis puertas a la vida, liberar m i cuerpo de sus ataduras y llegar a ser yo m ism a en y por m i cuerpo». E l com ienzo d el v iaje ¿H ay algo m ejor que un niño que despierta a la vida? Una bolita de carne dispuesta a recibir con confianza el alimento que le envuelve p or todas partes. El inmenso m undo se convierte para él en un útero asom broso, en un ilimitado cam po de descubrim ientos, de m aravillas y de tram pas. Todo su cuerpecito se abre y despliega al máximo sus antenas. Q uiere vivir y ser feliz. El joven explorador se lanza a la vida. E m pieza a m order con su boquita, tal es el ham bre y la sed que tiene de crecer. L a curiosidad anim a sus ojos, que buscan ver un espectáculo conocido sólo en sueños y tan seductor que quiere conocer a los actores y los lugares de su existencia. C ada tintineo, cada ruido, atrae su atención hacia algo nuevo que le fascina. Después, ese olor de piel, de leche, de ropa lim pia; todo ello inspira seguridad. Ese cuerpo de su m adre, suave, cálido y vi­ brante, estrechando el suyo, es una caricia tan voluptuosa que siente que la v ida es herm osa y buena, y que el viaje que inicia puede ser m aravilloso. El bebé que se despierta así conoce la sensualidad en toda su apertura y en su m áxim a pureza. L a sensualidad es la riqueza m ás prim itiva y m ás preciosa del cuerpo. G racias a ella se desarrolla el gusto por la vida. Rom ain R olland lo expresa m agníficam ente a propósito de JeanChristophe: «Todo es sólo un sueño. [...] Y en medio de ese caos, la luz de unos ojos am igos que le sonríen; la ola — 48

de alegría que, desde el cuerpo m aterno, desde el seno hinchado de leche, rom pe sobre su carne; la fuerza que siente en sí m ismo y que se acum ula enorm e e inconsciente; el océano ardiente que ruge en la estrecha prisión de ese cuerpecito de niño. [...] Quien sepa leer en él verá mundos enterrados en la som bra, nebulosas que se organizan, un universo en form ación»1. N unca valoraré lo suficiente hasta qué punto mis sen­ tidos son los únicos canales que pueden nutrir mi vida corporal, ni tam poco hasta qué punto el mundo interior de mi sensibilidad, de m i m ente y de mi ser depende del alim ento que me aporta el cuerpo a través de los sentidos. M i sensualidad

¿Y la sensualidad? Es un regalo que me hace placenteros los esfuerzos que debo realizar para aprender a vivir. Mis cinco sentidos, únicas herram ientas de todos mis apren­ dizajes, son fuente de placer y de satisfacción. Mi cuerpo, gracias a la sensualidad, puede sentirse feliz de vivir la existencia dura y difícil propia del ser hum ano. V oy a detenerm e un poco más para saborear el es­ pectáculo del placer de un niño pequeño, que es la expre­ sión sencilla y natural de la sensualidad m ás auténtica. El bebé que m am a saborea golosam ente, com o en una especie de éxtasis físico, la cálida leche que satisface su hambre y que, sim ultáneam ente, le hace disfrutar la intimidad física del cuerpo de su m adre. Si se le retira antes de que esté satisfecho, se siente frustrado y se enfada. Su boquita m a­ nifiesta, con sus m ovim ientos de succión, que todavía ne­ cesita seguir m am ando y que eso le pone contento. Si, en lugar de lim itarm e a contem plarle, atraigo su atención, haciéndole gestos que le dem uestran interés, su

1. R o l l a n d , Rom ain, Jean-C hrístophe, Albín M ichel, París 1956, p. 11.

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m irada se ilum ina y sonríe. A veces deja escapar grititos de alegría. Es el placer sensual de la com unicación. ¿Y qué decir de las suaves cosquillas que le hacen reír a car­ cajadas? C uando una m ano le acaricia suavem ente la ca­ beza, o un dedo le roza cariñosam ente la m ejilla, el be­ bé se relaja. Su placer es apacible; es una satisfacción su­ til. T am bién le proporciona placer oír una voz conocida que le canta una nana o que charlotea con él. Se esta­ blece entonces una alegre com unicación, cuyo contenido — ininteligible— está, sin em bargo, lleno de sentido y refleja un profundo contento. ^ L a sensualidad es esa herm osa capacidad que tienen los sentidos de experim entar placer m ientras cum plen con su rudo oficio de agentes receptores del universo y tienen la delicada responsabilidad de alim entar las em ociones, el pensam iento y el corazón. ¡Qué injusto es acusar a la sensualidad de perversa, de m anchar la belleza, de con­ tam inar el bien y de deform ar la verdad! L V I M i sensualidad L;

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* ¿Qué reacción me produce la palabra «sensualidad»? * ¿Me siento una persona sensual? En casó afirmativo, ¿qué es lo qué experimento ? En caso negativo, ¿qué íne .: hace dar esta respuesta? -• ^■ . . Sin em bargo, siento cierto m alestar. M is sentidos, en su apertura ingenua e inocente, lo captan todo sin discri­ m inación. Pero, por desgracia, el m undo no ofrece sólo bellas im ágenes. L as palabras que en él se pronuncian son a veces groseras e hirientes. Ciertos olores son acres y tóxicos. Lo que llevo a m i boca como alim ento y bebida, a veces está corrom pido. M i piel topa con objetos enga­ ñosos y agresivos. M is sentidos sufren, porque los m en­ sajes que reciben están perturbados p or una u otra razón y, p o r eso, alim entan m al mi vida o no la nutren en ab­ soluto. Incluso puede suceder que lo que se me transm ita me hiera profundam ente o llegue a m atarm e. «El adulto que sufre puede m itigar su m al si sabe de dónde procede; — 50 —

lo delim ita, m ediante su reflexión, a una parte de su cuerpo que puede ser curada, extirpada si es preciso; fija los con­ tornos del mal y los segrega de sí. El niño carece de este falso recurso, y, por tanto, su primer encuentro con el dolor es m ás trágico y auténtico. Como le sucede con su propio ser, tam bién le parece que el dolor carece de límites; lo siente instalado en su seno, asentado en su corazón, convertido en dueño y señor de su carne. Y así es: ¡sólo saldrá de él después de haberlo corroído!»2. C om o se ve, el problem a no reside en la sensualidad en sí m ism a, sino en la dualidad que existe entre grandeza y m iseria. Dado que la sensualidad puede desviarse, el problem a consiste en saber qué es lo que puede llevar a mis sentidos a contentarse y satisfacerse vibrando con unas realidades que, en lugar de hacerm e vivir, m e destruyen. Entonces m i sensualidad enferm a, y la causa es mi sufri­ miento . Sufro porque mis sentidos han sido invadidos por una grave contam inación cuando estaban confiados, abiertos y, sobre todo, sin defensa ni protección. M is sentidos han sufrido golpes, y esos golpes han llegado hasta mi sensi­ bilidad creando em ociones dolorosas de pena, temor y cólera. A su vez, esas em ociones agobian mi mente con pensam ientos negativos, con ideas de venganza y de m uer­ te. M i ser, aplastado por el peso de ese sufrimiento, se ahoga, se sofoca y ya no puede crecer y desarrollarse; se queda com o en letargo. Estoy en la no-vida, que, en su dolor, em ite mensajes en form a de necesidades malsanas. Mis sentidos tratan de buscar alimento y experimentan placer por cosas que hacen que mi interior se ponga aún peor. M i sensualidad se desconcierta y obtiene placer ayu­ dando a m is sentidos en su búsqueda de un alim ento com­ pensatorio que, en lugar de revitalizarm e, me intoxica. De

2. I b i d p. 10. — 51 —

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ahí proviene que experim ente placer bebiendo alcohol y saboreando, degustando y prolongando la satisfacción con una, dos, tres bo tellas... Por un lado, ahogo mi sufri­ miento; por otro, contraigo una cirrosis hepática y deterioro mi vida personal y social. La sensualidad que lleva a alguno de mis sentidos a encontrar placer en una actividad que me destruye, sea en m i cuerpo, sea en mi interior espiritual, es una sensualidad que se ha puesto enferm a.

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LVI ¿Está enferma mi sensualidad? * ¿Se deleitan mis ojos con escenas de violencia o de horror, con espectáculos que atentan contra la dignidad de la persona en su cuerpo, etc,? * ¿Me gusta atiborrarme de alcohol, café, droga o cual­ quier otro alimento que luego me perjudica? * ¿Disfruto escuchando palabras malévolas o destruc--

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* ¿ Se deleita mi olfato con el humo del tabaco o de otros productos contaminantes o tóxicos? * Por último, ¿experimenta jpíacei* mi cuerpo al sentirse manoseado de manera briítal^ grosera 0 irrespétüpsa? En silencio, me acojo en esos placeres que tienen ¡ - sabor a suicidio y reflexiono sobre él hecho de que mis sentidos han debido de ser víctimas de graves agresiones para llegar a adular de ese modo a la muerte en détri. inentó dé lá vi da. :' ' ; ■■r"

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El placer, el único, el grande, es el placer de vivir y de ser uno m ism o. Para saborearlo, tengo que abrir las puertas y ventanas de m i casa a lo que de verdad puede responder a mis m ás hondos deseos de felicidad. D irigir m i vida es optar por ofrecer a m is ojos im á­ genes de buena calidad; optar por m irar a las personas que sonríen; optar por contem plar escenas de fraternidad, de solidaridad; abrirm e al espectáculo del am or tierno y ge­ neroso; buscar aquellos lugares que em anan orden, armonía y tranquilidad; tratar de alim entar los ojos de luz, de ver­ dad, de sim plicidad... Poco a p o c o , mi m irada, asombrada ante la belleza, la bondad y la dulzura de determ inadas

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realidades visibles, em pezará a percibir ios valores invi­ sibles que esas imágenes transmiten. t Al m ism o tiem po que realizo esta tarea, emprendo tam bién una operación de lim pieza. En el curso de mi existencia, mis ojos han visto imágenes hirientes; han visto pequeñas y grandes guerras; han visto rostros demudados por el dolor y la enferm edad; han sido golpeados por el desorden de la pobreza y la m iseria; han sido heridos por m iradas llenas de odio y de prejuicios, por espectáculos que ponían en escena la degradación, la injusticia, la en­ vidia y la locura. Todas esas imágenes tristes violan mi m irada, obstruyen el paso de la luz y disminuyen la agudeza de m i vista para percibir la realidad. Para descubrir la verdad de las cosas, he de despojarm e de los velos que falsean mi visión y desnaturalizan los mensajes que mis ojos transm iten a mi ser interior. Debo arrojar al exterior lo que m is ojos han visto y les ha herido, del mismo modo que se extirpan las cataratas que, con el tiem po, acaban dejándole a uno ciego. ÉVI El sufrim iento de m is .ojos'. • . \jf-.': ■ Dibujo esos rbstros horribles que han herido mi vista. ; Esas escenas dé cólera^ de injusticia y de pobreza qué: marcaron mi mirada bn mi más tierna infancia. Á1 ir dibujando esas imágenes «negativas», me permito sentir de niiévó el miédb qué experimenté y ía tristeza qué irte causaron. En cada dibujó, rae autorizó á sentir mi cólera hacia ésos ágrésorés que han metido en jríis ojos las irnágenes de lá desgracia. Me defiendo de ellos desga­ rrando el papel qüe las representa. M is oídos son los auriculares del m undo, pues captan su respiración y sus estrem ecim ientos. Ahora tengo que educar mis oídos para que oigan las vibraciones de la vida; necesitan escuchar el silencio para captar el aliento vital. El silencio... sí, eso es lo que les es más necesario. Pero tam bién precisan palabras de acogida, de comprensión y de reconocim iento, pronunciadas con un tono cálido, suave — 53 —

y educado. M is oídos necesitan escuchar la vida en sus m anifestaciones m ás sencillas y auténticas: el trino de un pájaro, el m urm ullo de un arroyo que acuna los guijarros de la orilla, la m úsica del viento en los árboles, la lluvia que canta con su ritm o cadencioso... M is oídos necesitan el estím ulo de palabras nobles, de cadencias que me des­ pierten a la grandeza, la belleza y el valor; necesitan es­ cuchar la voz de los héroes de la vida cotidiana; necesitan sim plem ente captar «la m elodía de la felicidad», ya pro­ venga de M ozart o del alborozo de unos niños que juegan con un perro. Por el contrario, m is oídos han vibrado dolorosam ente con ruidos de voces destem pladas y duras, con tonos au­ toritarios y represivos. Se han crispado bajo avalanchas de gritos terroríficos, de palabras impregnadas de odio y des­ precio. M is oídos han sufrido en ocasiones la tortura de interm inables lam entaciones. Todo ello les ha impedido el reposo y la paz del silencio. Todas estas heridas auditivas han falseado mi capa­ cidad de o ír la vida en su realidad. M is ondas, distorsio­ nadas por tantos parásitos, han perdido su alta fidelidad. M is oídos están taponados, sufren una grave sordera. Un cerum en espeso y com pacto se ha apostado a su entrada como un centinela. D e la vida sólo escucho un chirrido vulgar que interfiere todas m is com unicaciones. L V Í M is parásitos auditivos

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* Hago una li$ta de las palabras y expresiones que gol­ pearan mis oídos infantiles. Palabras qüe iban dirigidas a mí o a otros y qué yo sentía planear como avéá de mal ^ agüero sobre la atmósfera de mi infancia. * Reconstruyo aquellas situaciones, describiendo los ruidos, los gritos, los alaridos que retumbaron en mis oídos como si fueran los bombardeos violentos de úna guerra. : r V:: ;.; * A continuación, escribo tres párrafos: en uno expreso mi pena por haber oído todo eso; en otro, mi temor; y en el tercero, mi cólera. .— 54 —

* Para concluir, también yo me pongo a gritar en voz alta: «jCallaos, me estáis rompiendo los tímpanos! ¡No quiero oíros más!». El aire, al pasar, hace vibrar mi nariz. El aliento de vida m e penetra cargado de oxígeno, y también de m úl­ tiples arom as. M i olfato, al tiem po que respira la vida, necesita olores henchidos de recuerdos buenos y bellos. Oler, ante todo, la tierra; esa tierra húm eda después de la lluvia. O ler las flores de los frutales cuando se abren en prim avera, ia hierba recién cortada, el aroma del verano en las praderas. Oler la brisa salina que viene del mar. O lfatear el heno seco recogido en la alegre cosecha. M eter la nariz en un m ontón de hojas muertas. Sentir el aroma del abeto, sím bolo de generosidad y de fiesta; sentir el olor del fuego en la chim enea, el del pan que se cuece en el hom o. Sí, oler, oler la ropa que se ha secado al viento y al sol, llena de frescura y del auténtico perfum e de la naturaleza. Percibir, sobre todo, el olor de los seres que­ ridos; un olor indefinible que identifica al otro. Todos estos aromas regeneran mi olfato y me hacen percibir la vida. Pero mi nariz está obstruida por olores sofocantes. M i olfato puede estar alterado por los vapores de cloroform o, si he pasado p or anestesias que me aterro­ rizaron. M e repugna el olor a alcohol, si lo vinculo a los horrores de un am biente seriam ente perturbado por la be­ bida. El hum o del cigarrillo puede atentar contra mi in­ tegridad personal. Determ inados tufos de m ohos, de grasas y de ropas nauseabundas pueden afectar a la calidad de mi olfato cuando están ligados a algunas experiencias dolorosas de mi prim era infancia. EVl Los olores qué me perturban v í ¿Conservo el recuerdo de olores que me disgustan? Situó esos olores en su contexto y describo los efectos que han tenido sobre mí, así como sus consecuencias en relación cón mi capacidad respiratoria y con mi apertura a la vida. . . . —

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¡Qué gusto da m order una m anzana sana y jugosa! Mi educación en una alim entación sana me hace saborear los alim entos que dan energía a m i cuerpo, sobre todo las frutas y las legum bres frescas. Com o directam ente la vida y la paladeo con todo su sabor natural. Tam bién los buenos platos cocinados, que saben a am or, aunque alguna vez contradigan las reglas de la dietética. Son platos deliciosos y m e encantan, porque saben a los mejores m om entos de mi vida fam iliar y a la am istad com partida. Sin em bargo, a veces m e queda mal sabor de boca: el de aquella sopa indefinida que me obligaban a tragar hasta la últim a cucharada; el de aquellas comidas sin sabor que tuve que prepararm e siendo m uy niño, porque nadie se ocupaba de hacérm elas... M al sabor de alim entos li­ geram ente p asad o s, que no se podían tirar, y de otros que yo com ía de m ala gana porque era cuaresm a. Gusto en­ gañoso de aquel helado que ponía un bálsam o refrescante en mi soledad de niño. Sabor am argo de las m edicinas en las largas enferm edades. M i gusto ha sido herido, y mi cuerpo intoxicado por todo lo que he engullido y no he podido asim ilar ni elim inar. L VIE1 alimento que me envenena ; Hago la historia de lo que ha pasado por m i boca y me ha dejado un gusto de amargura y sufrimiento. Puedo decidirme a realizar una acción simbólica y sana eli­ giendo el día en que comenzaré a hacer una cura a base de zumos fréseos. . • L a historia de los contactos que vivo aúna todos los instantes. Son los sutiles contactos con el aire, frío, cálido o húm edo; es el roce de mi m ano sobre mi m esa de trabajo; la hum edad de la arcilla que m oldeo; la suavidad de los vestidos que tocan m i piel; la arena caliente que acaricia mis pies desnudos en la playa, o el agua del m ar lím pida que me envuelve con su fluidez. M i cuerpo se baña en una atm ósfera de continuos contactos en los que busca confort y bienestar. M i tacto necesita despertarse a todo lo que es — 56 —

bueno, suave, apacible y tranquilizador. A través del tacto, mi cuerpo capta paz, ternura y amor. El tacto es el prim er lenguaje que com prendo, pues es el prim ero que m e acoge en la vida. Tam bién será el últim o que me acom pañe, cuando una m ano cálida y am orosa sostenga la m ía al realizar mi tránsito hacia la muerte física. El tacto es el sentido de la realidad. Cuanto más palpable es la realidad, m ás segura y tranquilizadora resulta. En mi nacimiento, cuanto más pueda tocar a m i m adre y estrecharme contra ella, cuanto m ás m e abrace y m e acaricie ella, tanto m ejor experim entaré yo la sensación de pertenencia, tanto más sentiré la solidez del vínculo y la realidad del tronco del que broto. La calidad del contacto que experimento con los seres y con las cosas hace que m e sienta en arm onía con mi entorno y seguro en mi territorio. Mi forma de apoyar los pies en el suelo dice m ucho acerca de mi arraigo en la vida. D el m ism o modo que m i form a de estrechar una mano revela mi capacidad de relación. Cuanto más capaz sea de contactos sanos y conscientes en toda la su­ perficie de mi cuerpo, m ejor ocuparé mi puesto en el m un­ do y m ejor m e desenvolveré en el espacio. Estoy en la cum bre de m i apertura y de mi fragilidad. También puedo sufrir en toda la superficie de mi cuer­ po: quemaduras y todo tipo de heridas. Puedo sufrir rudezas y violencias; puedo sufrir atentados contra mi pudor; puedo entrar en contacto con elementos viscosos y repugnantes, punzantes y afilados, y ello en todas las partes de mi cuerpo. LVI Los contactos dolorosos * A ló largo de mi vida he tenido abundantes contactos dolorosos. : — ¿De qué clase han sido? — ¿En qué partes de mi cuerpo? — ¿Qué secuelas me han dejado? * También he vivido carencias de contactos qué han creado en mi interior una especié de vacío. ¿De qué forma siento esas carencias en mi cuerpo? — 57 —

El proceso que he em prendido me revela el estado de mi estación receptora, que depende del estado de cada uno de sus cinco canales de recepción. M i estación receptora tiene una calidad adquirida gracias a todos mis otros sen­ tidos. M i estación recibe los m ensajes para los que está sintonizada. Si no está abierta a determ inadas dim ensiones de la vida, nunca podrá captar los m ensajes que le llegan de esas dim ensiones. Si está abierta a realidades negativas y dolorosas, se nutrirá de ellas. Todo el m undo m aterial que entra en m í pasa por mis sentidos. Y ese m undo penetra hasta m i intim idad. En prim er lugar, en m i sensibilidad, en form a de emociones positivas o negativas; po r tanto, en form a de felicidad o de sufrim iento. E sas em ociones influyen en mi pensa­ m iento, y éste afecta directam ente al centro de m i vida. M i interior — vida, pensam iento y em oción— es tributario del alim ento que recibo a través de m is sentidos. En mi m undo interior bulle toda esa quím ica que se va com bi­ nando entre m is em ociones, mi pensam iento y mi vida. Ahí se juega toda la intensidad de m i dram a personal de ser hum ano que lucha po r llegar a ser él m ism o, zarandeado entre las fuerzas de la vida y el sufrim iento. En mi interior se escribe m i historia, la que yo entrego til m undo, segundo tras segundo, día tras día, a través de las ondas de m i estación em isora. N o soy consciente de que mi vida está continuam ente al desnudo. Sin em bargo, cada rasgo de mi rostro, cada m irada, cada inflexión de mi voz, el aspecto de m i cuerpo, el m enor gesto que hago u om ito, el silencio que m antengo, la enferm edad que llevo dentro quizá sin saberlo...: todo ello revela lo que en cada instante sucede en m í. Es verdad que son m uy pocos los receptores capaces de captar y descodificar todos esos com plejos m ensajes. Pero no. es m enos verdadero que, aun sin saberlo, los vivo y los transm ito. M i m undo interior está bien o m al alim entado por lo que m e envían m is sentidos. Está lleno de em ociones tur­ badoras, de pensam ientos m ás o m enos claros, de aspi­ — 58 —

raciones a ser* más inconscientes que conscientes. Este m undo interior está nutrido constantem ente por la Fuente espiritual, pero sus deficiencias para asim ilar los mensajes de ese más allá benévolo hacen que sólo a duras penas llegue a presentir los m ensajes que el mundo espiritual le comunica. En síntesis, mi m undo interior es bastante confuso. Los m ensajes que intento em itir reflejan perfectamente su estado. No obstante, dispongo de unos canales emisores m agníficos. Si estuvieran abiertos con toda libertad y si todos ellos se conjugaran, el espectáculo sería deslum ­ brante, y la com unicación impresionante. M iradas dulces o som brías, ademanes hipócritas o nobles, m uecas y m ím ica.. todo ello es un telón de fondo suficientem ente animado. Pero, si esa representación muda se convierte de repente en sonora, voy de sorpresa en sorpresa: del tono indiferente a la exclamación; del tono interrogativo al im perativo y al indignado. Después, de­ term inadas cuerdas sensibles se ponen a vibrar, cargadas de pena, tem or y cólera. Finalm ente, vuelven el humor, la alegría, el placer y la serenidad. Sí, hablo en todos los tonos, con una intensidad fuerte o débil, con una voz grave o aguda. Y todavía no he visto nada del espectáculo si no añado el m ovim iento de mis m iem bros, de todo mi cuerpo. La m arioneta se pone a hacer flexiones, extensiones, rotacio­ nes, inclinaciones, y todo ello en todas las direcciones. El espectáculo continúa: un nuevo actor entra en es­ cena, y los dos personajes, m oviéndose y hablándose, se rozan. Se tocan, se alejan, vuelven a acercarse, se enlazan, juntan sus ro stros... Yo soy esa persona, cuyo cuerpo es capaz de emitir con m ayor o m enor exactitud, con m ayor o menor inten­ sidad, con m ás o menos libertad. ¿En qué estado se en­ cuentra m i red de expresión? Mi m irada, mi voz con sus — 59 —

palabras y sonidos, mi m ovim iento, mi tacto ... ¿En qué estado se encuentra mi aparato transm isor? DVI Mi m irada ¿Soy consciente de que mis ojos hablan? ¿Qué expresan? ¿Bondad, dulzura, comprensión? ¿Juicio, reprobación, amenaza? ¿Alegría, tristeza? ¿Qué dicen mis ojos? ¿Soy capaz de percibir ío que transmiten a las personas y a las eos as sobre las que se posan? ¿ Cómo es mi mirada? ¿Directa, intensa, huidiza, turbada? ■ Global mente, ¿qué puedo sentir de lo que expresa mi mirada? ¡Son tantas las realidades que yo querría expresar con mi m irad a...! E n el fondo de m í m ism o, siento que de­ searía, m ediante mi m irada, envolver en ternura a las personas que quiero, rodear con un halo de luz a los pequeños y débiles. D esearía que p or la claridad de mi m irada se m anifestara la verdad. Tam bién m e gustaría que se le diera crédito cuando busca un legítim o reconocim iento; del m is­ mo m odo que espero no se abata el ridículo sobre mis pupilas dilatadas por el m iedo o p or cualquier tipo de éxtasis. ¡Cóm o deseo que se com prenda m i m irada...! ¡Cómo deseo que aporte v id a...! Pero sólo puede entregar lo que tengo en el fondo de m i ser. ¿Qué hay en lo más profundo de m í m ism o que pueda reflejar mi m irada? ¿Y m i sonido? ¿Q ué calidad tiene? ¿M ala, m edia, buena, alta fidelidad? M is vibraciones sonoras, verbales o no verbales, em i­ ten mi m ensaje. L V IM iv o z • '• : ‘ * ¿Soy capaz de abrir la boca? ¿En qué situaciones el sonido de mi voz sale claro, firme, seguro? ¿Eri cuáles me quedo mudo, incapaz de emitir uña palabra ó un sonido? . • .... . . •.. ; y / • . • • • * Por otra parte, ¿es el tono de mi voz fuerte, tajárite, : brusco, autoritario. .? ' -i — 60

* Cuando me pongo a hablar, ¿qué sensación me pro­ duce la reacción de mis oyentes? * Cuando hablo, ¿suelo hacerlo para reivindicar, para defenderme, para censurar? ¿Para felicitar, animar, in­ formar? ¿Sobre qué temas me gusta más hablar? ¿Lo hago de manera superficial o profunda? * Intento hacer un breve análisis de mi comunicación sonora, tanto verbal como no verbal, sacando a la luz tanto mis puntos fuertes como los débiles. M i voz es un m agnífico instrum ento de expresión. No obstante, ¡cuántas palabras no han logrado franquear el um bral de m i boca y se han quedado aprisionadas en mi garganta...! ¡Cuántas palabras m e gustaría recuperar, pero se han perdido para siem pre...! D e la abundancia del corazón habla la boca, como dice el Evangelio. ¿Soy yo el único que sé lo que hay en mi corazón? Y , si me callo, ¿procede mi silencio de las profundidades de mi sabiduría o de m i m iseria? Pero no sólo habla mi voz, sino tam bién mi cuerpo entero. Dice m uchas cosas, y con frecuencia sin que yo lo sepa. Se acabó la confusión de Babel: mi cuerpo conoce un lenguaje no equívoco y de traducción simultánea. ¡Se acabaron los problem as de palabras, de acentos, de estilo! «Si un extranjero, un hombre que no habla mi idiom a, se traga por descuido un líquido ardiente, enseguida le oigo pronunciar un discurso de lo m ás elocuente: una brusca sacudida recorre su cuerpo, mientras es­ cupe con violencia; sus m anos se agitan frenéticam ente; sus ojos giran, llenos de lágrim as, y gesticula mucho. Y a provenga de China, de Afganistán o de Turquía, países cuya lengua ignoro, le entiendo perfectamente: ese hom bre está diciendo o, m ejor, está gritando: ‘¡Me estoy quemando! ¡Qué dolor!’»3. 3. L ebo y er , Frédérik, op. cit., p. 16.

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Este hom bre habla muy alto. Pero mi cuerpo tiene tam bién otros lenguajes más sutiles, m ás m atizados, llenos de un contenido enigm ático, pero que nunca miente. A través de todas las posturas sofisticadas que puede asum ir, mi cuerpo siem pre expresa algo de m í m ism o, aunque sea a mi pesar. N o obstante, tam bién puedo decidir yo hablar con m i cuerpo; puedo elegir el m ensaje que deseo que transmita; puedo abrir conscientem ente mi cuerpo a su enorm e potencial de movilidad. Mis m úsculos y m is articulaciones tam bién participan en la expresión, por encim a de las palabras, de lo que siento y de lo que vivo. M i cuerpo tiene mucho que decir, tanto de mi corazón profundo com o de mis sufrimientos más secretos. ¿Es capaz de dejar que se transm ita el m en­ saje, tanto por el gesto como por el tacto, que con fre­ cuencia van a la par? ■LyT;Mt-.cuérpp enm ovim iento El lenguaje de mi cuerpo es elocuente, sobre todo la - expresión de m i rostro. '.¿y y ..\;y . • ' V./.' s . * Cuando sonrío, ¿es mi sonrisa natural o forzada?

* ¿Tengo un aire expresivo o taciturno? * ¿Emana de mi rostro dulzura o dureza? * ¿Es seguro o vacilante mi modo de andar? ■; ■ * ¿Se abren mis brazos fácilmente, en un ¿esto amplio, o tienden a estar pegados, á m í cuerpo? • ;; * En la expresión de mis emociones y sentimientos, ¿está mi cuerpo cómodo, libré y ágil, o rígido y aga-v . notado? . ;-'y. ’;•••//• :' . ; . ; -y-.-. . Partiendo dé este pequeño cuestionario, expreso giobalmentc cómo siento mi capacidad de expresión me­ diante el movimiento y, sobre todo, qué mensaje trans­ mito mediante mis actitudes y gestos corporales. LrVI M i módo de tocar * Toco con todo mi cuerpo. * ¿Me gusta tocar para explorar a las personas y las cosas?

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* ¿Tiendo a tocar demasiado a las personas, o lio lo suficiente? 62 —

* ¿Qué expresa mi modo de tocar: posesión, inseguri­ dad, confianza, afecto, apoyo, solidaridad...? * Intento describir lo que caracteriza mi modo de tocar y lo que comunica como mensaje mío. M i sex u alid ad L a sexualidad es ei aspecto totalm ente singular de un sen­ tido que acum ula la doble función de receptor y de emisor. M i piel recibe contactos y los transm ite. Pero es muy pilla; no tiene la m ism a sensibilidad en toda la superficie de mi cuerpo. A dem ás, tiene puntos cálidos y funciones parti­ culares m uy localizadas. El sentido receptor-em isor del tacto es el único que abarca un aspecto fundamental de mi identidad, es decir, una característica esencial de mi per­ sona. Todo el m undo tiene ojos, nariz, b o ca... Pero la m itad de la hum anidad tiene barba en el mentón, y la otra m itad no; y esta otra m itad de la hum anidad tiene un pecho generoso, con sus senos bellam ente redondeados, mientras que la otra m itad carece de gracia especial en esa parte de su anatom ía. Y los detalles se van haciendo cada vez más específicos en cada categoría hum ana, a m edida que nos vam os acercando al centro de la vida. Lo que da dinam ism o a la vida, lo que la constituye, es la interrelación entre dos polos, a la vez contrarios y com plem entarios. La vida es, en esta concreta imagen, una fuerte corriente eléctrica que, desgraciadam ente, no puede producir ningún efecto si no hay intercam bio entre el polo positivo y el negativo, y viceversa. L a corriente circula y produce un efecto energético gracias a ese intercambio entre ambos polos. L a hum anidad está constituida, a través de cada individuo, por otras tantas centrales energéticas. C ada una de esas centrales posee un circuito cerrado y otro abierto. C ada persona, hom bre o m ujer, contiene en sí ambos polos, el m asculino y el fem enino, o el positivo y el ne­ gativo, sin que ninguno de los dos sea discrim inado por — 63 —

el otro. A sí, el cerebro está dividido en dos hem isferios, uno fem enino y otro m asculino. El cerebro — con sus dos polos, positivo y negativo— es la sede de la central eléc­ trica. Para vivir, cada ser hum ano entra en el circuito creado por esos dos polos, que establecen un intercam bio energético que ilum ina. Cuando la corriente deja de pasar de un polo al otro, la persona, en cuanto ser hum ano, se extingue. Y o poseo ese circuito cerrado. Tengo en m í lo m as­ culino y lo fem enino, que se com plem entan m utuam ente y me perm iten ser un hum ano total. Pero la hum anidad, como grupo, ha de vivir dentro del sistem a vital que existe sobre la tierra. Por eso, cada individuo posee en su central energética un circuito abierto, adem ás del circuito cerrado que le hace vivir. Ese circuito abierto no tiene m ás que un polo: o el m asculino o el fem enino. L a hum anidad conoce esa m aravilla que es la complem entariedad energética a través de la polaridad de los sexos: está enriquecida por un gran polo energético fe­ m enino, form ado p or el conjunto de las m ujeres, y por un gran polo energético m asculino, form ado por el conjunto de los varones. Si seguim os con la imagen del intercam bio energético en la corriente eléctrica, cada sexo — por medio de sus caracteres sexuales prim arios, que son sus órganos genitales— es com o una clavija destinada a establecer la corriente. A sí, el varón, gracias a sus órganos genitales (próstata, escroto, testículos y pene), posee un circuito energético abierto, que constituye la clavija m asculina de la hum anidad. Por su parte, la m ujer, gracias a su circuito energético abierto, form ado p or sus ovarios, su útero, y su vulva, que aloja-el clítoris y la vagina, posee la clavija fem enina de la hum anidad. L a realidad sexual es una realidad esencial de la iden­ tidad. G racias a ella, la m ujer y el varón, al com plem en­ tarse, pueden edificar la sociedad hum ana m ediante la crea­ ción artística, la producción intelectual y la im aginación — 64 —

creadora en todos los sectores de la vida; y también m e­ diante la expresión afectiva a través de la actividad genital. Con frecuencia se confunde la sexualidad con la ge­ n ialid ad , pero, de hecho, se trata de dos realidades dife­ rentes. La prim era es un rasgo característico de la identidad de una persona, del que form an parte los órganos genitales. La genitalidad es una form a específica de expresión de la sexualidad, ligada a las relaciones afectivas y amorosas. No todas las personas, por diversas razones y en deter­ minados m om entos de su existencia, pueden poner en ac­ ción su sexualidad a través de su genitalidad. Sin em bargo, si quieren representar plenam ente su papel, todas deben intentar que su sexualidad alcance la madurez. La sexualidad es una fuerza vital natural. Com o toda potencialidad del cuerpo y de la persona, está destinada a crecer hasta el m áxim o de sus posibilidades. Ser yo es desarrollar todas las características esenciales de m i iden­ tidad. Esto quiere decir que he de sentirm e m ujer si mi cuerpo está sexuado como fem enino, y sentirme varón si mi cuerpo está sexuado como m asculino. Aquí se plantea la cuestión de la hom osexualidad. Algunas personas están sexuadas físicam ente de tal m anera que no se sienten identificadas con esa realidad corporal. Según A rthur Janov, la hom osexualidad «no es un pro­ blem a sexual. Es un modo de ser que im plica una fisiología diferente y que en un individuo se m anifiesta por su modo de pensar, de andar, de hab lar... y por su aspecto»4. De hecho, es com o si la m anera de ser de la persona no co­ rrespondiera al sexo que tiene. Com o su manera de ser es diferente de la identidad de su sexo, sus opciones sexuales se harán, preferentem ente, de acuerdo con su m anera de ser y rio de cuaerdo con la identidad sexual de su cuerpo.

4. Ja n o v , Arthur, Prisonniers de la souffrance, Robert Laffont, París 1980, p. 227.

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Esta realidad singular de la hom osexualidad parece difícil de clarificar, aun cuando se la descargue de cualquier juicio de valor. Sobre ella hay dos puntos de vista contra­ puestos: el de la genética y el de la psicoterapia. La primera atribuye las causas de la hom osexualidad a un elemento genético, que en algunos individuos es diferente, y también a una particularidad del desarrollo de la hipófisis, glándula situada en el centro del cerebro. Se trata de hipótesis in­ teresantes, pero de las que, en opinión de sus mismos autores, no se pueden deducir todavía conclusiones se­ guras. Es verdad que un cierto núm ero de autopsias de cadáveres de hom osexuales han m ostrado que su hipófisis era m ás pequeña de lo normal; pero lo que no es posible evaluar es si la hipófisis de esas personas era equivalente a la de los dem ás niños en el m om ento de su nacim iento. Por ejem plo, ¿no podría haberse alterado su desarrollo por algún problem a afectivo? Por otra parte, la psicoterapia ha constatado que los hom osexuales han sufrido un rechazo por parte del progenitor de su m ism o sexo. Un rechazo de este orden, vivido a una edad m uy precoz, constituye en sí m ism o una lesión que afecta a la identidad de la persona. ¿Podría ese rechazo afectivo m odificar por sí solo el modo de ser de una persona, hasta el punto de im pedir su coin­ cidencia con su identidad fisiológica? Lo importante para toda persona, sea cual sea su orientación sexual, es buscar y descubrir el rostro de su esencia original; y esa búsqueda no pasa por cam inos idénticos para todo el mundo. La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿está el camino de la hom osexualidad sem brado de m ás obstáculos y sufri­ m ientos que los otros cam inos? P ara esta pregunta no hay respuesta. L o que cuenta es la voluntad y el valor que cada cual debe tener para seguir su propio cam ino y desem bocar en el sentido profundo de su propia existencia: llegar a ser él m ism o en su ser m ás auténtico. E l desarrollo de la sexualidad está vinculado a la evo­ lución de la identidad de la persona, de la que es un aspecto esencial. Este desarrollo tiene lugar a dos niveles, físico — 66

y psicológico, que están entrelazados. El crecimiento físico consiste en la aparición progresiva, en el momento de la pubertad, de las características sexuales secundarias y en la m aduración del aparato genital, que se hace apto para ejercer la función reproductora. A lo largo de este crecim iento, el niño vive psico­ lógicam ente una pertenencia m ayor a un sexo que al otro. La aceptación de su sexo, que se m anifiesta en su orgullo, es señal de que la integración sexual se está realizando de acuerdo con la identidad de su persona. El ambiente de­ sem peña un papel preponderante en la facilidad y satis­ facción con que el niño puede vivir ante su identidad se­ xual. Si el sexo al que pertenece se valora, se respeta y no se le hace rivalizar con el otro sexo, el niño crece con la sensación de que sim plem ente es diferente, y al mismo tiem po descubre la com plem entariedad de lo masculino y lo fem enino. E ste.es el nivel en que se agudiza su curio­ sidad, pues quiere conocer y com prender el porqué de la diferencia y el cóm o de la complem entariedad. Con toda razón, quiere explorar y experim entar. El papel de los adultos en ese estadio es determ inante en el desarrollo arm onioso de la sexualidad. El silencio es terrible para el niño. Se siente hum illado cuando no se le habla de algo que sucede en él y que le preocupa, incluso desde la edad de tres años, cuando se da cuenta, al entrar en contacto con otros niños, de la diferencia de su anatomía. Sobre todo la niña, que intenta orinar de pie, como los niños, y se siente perturbada por la ausencia de pene, que ella vive com o una carencia. La culpabilización, la censura, el m ie­ do y, sobre todo, el desprecio del sexo engendran una distorsión en lo que el niño siente que es y que se está desarrollando en su cuerpo y en sí m ism o mediante su cuerpo. U na m irada reprobadora, desconfiada, malévola o incluso perversa a su cuerpo y, consiguientemente, a lo que él m ismo es, le hace difícil la aceptación normal y feliz tanto de su sexo como de su persona. Las experiencias de agresiones verbales o físicas relacionadas con su se­ — 67 —

xualidad le afectan profundam ente en su integridad, porque afectan a un aspecto esencial de su identidad. El crecim iento de la sexualidad, tanto en el plano físico com o en el psicológico, produce la sensación de estar habitados por una fuerza natural muy poderosa, que debe expresarse de una form a u otra; pues, si no lo hiciera, la propia identidad correría el peligro de desvanecerse. E VÍ Mi sexualidad

Mi sexualidad es un aspecto esencial de mi identidad * ¿Cómo he vivido las transformaciones corporales vin­ culadas a mi crecimiento Sexual? ■ * ¿Tuve ayuda? ¿De quien? ¿Cómo? ;^ * ¿He experimentado miedo, angustia, vergüenza? ¿Pór que? v ' -;V:v ^ \ ;' * En la actualidad, ¿tengo la sensación de estar a gusto con mi identidad femenina q masculina? ¿Cuáles Sóh lo

M i g e n ita lid a d

Como acabam os de ver, m i sexualidad me identifica. N e­ garla equivale a renegar de m í m ism o. Me sexualidad me identifica hasta el punto de que el nombre que llevo es m asculino o fem enino. Se trata de una realidad global que abarca el conjunto de mi persona. E sa realidad global posee aspectos particulares, entre los que se encuentra la acti­ vidad de los órganos genitales. Ponerlos o no en ejercicio no me priva de mi identidad sexual. Sin em bargo, ejer­ citarlos pone de m anifiesto una form a muy específica de mi expresión sexual, vinculada a la afectividad. Así, la genitalidad es la expresión afectiva de mi sexualidad, aun­ que no es m ás que una form a de expresión entre otras. Mi registro de expresión afectiva es m uy amplio; pero no es menos cierto que la expresión genital constituye un aspecto — 68 —

muy particular, al que es injusto considerar como algo ambiguo. Para unos «se trata de un pecado tolerado en unas circunstancias muy concretas». Para otros viene a ser la clave de toda la afectividad. Entre la censura más severa y la licencia m ás completa, mi genitalidad intenta hacerse un sitio, bien que m al — por no decir mal que bien— , pues sufre m uchísim o por la incom prensión y la ignorancia y tam bién — hay que decirlo claram ente— por dolorosos desajustes. Mi genitalidad va asum iendo poco a poco su lugar en mi im agen corporal y, sobre todo, en la relación que vivo con mi cuerpo. En este nivel, toda la fase del despertar de mi genitalidad es determ inante, porque lleva a una relación positiva hecha de confianza, de respeto y de sano placer, o a una relación negativa m arcada por el tem or, la cul­ pabilidad y el m alestar. El despertar genital se realiza en el m omento en que empiezo a experim entar sensaciones de placer en m is órganos genitales. Es un descubrimiento que m arca un cam bio im portante en la percepción de m i cuerpo y en las relaciones que con él establezco. \E V r E l; d e s p e rta r dé m i g e n ita lid ad . y-_

Mi genitalidad és el aspecto dé mi sexualidad que hace ja>a^^idádídéímis íói^ánbs * ¿A cuáridó se reñióhta mi primera sensación córisciénte dé caráctér genital? '■. -'' ¡ •. - / r * Describo, edil •la mayor precisión posible, las circimstancias de ese acontecimiento furidámental para mí. ^ En ja actualidad, ¿qué impresión me deja el recuerdo de. aquellá experiencia? , * Si no tengo recuerdos de aquella experiencia, ¿qué explicación doy dé ese olvido?

:

El despertar de m i genitalidad m e lleva a una expe­ riencia de placer que me es propia. Gracias a mi genita­ lidad, experim ento que tengo la posibilidad de proporcio­ narme placer al m argen del control de los demás. Un placer para m í, cuando y como yo quiera. A un cuando me falte — 69 —

casi todo, siem pre m e queda «eso». Y eso es, precisa­ m ente, un m odo privilegiado de relajarm e, de liberarm e de mi estrés. P ara m uchos niños, a los que la vida no sonríe, la m asturbación se convierte en una especie de rito m ágico que exorciza m om entáneam ente los sufrim ientos provocados por la soledad, el rechazo o la incom prensión. Al m ismo tiem po, se convierte en el m odo de restablecer cierto equilibrio energético. La excitación genital y el pla­ cer que le acom paña descongestionan el circuito energé­ tico. El niño, o el adulto, descarga así un superávit de energía que, al no haber encontrado una vía de expresión a través de otras form as de actividad creativa, se libera a través de esa válvula de seguridad. Válvula de seguridad significa tam bién bloqueo y sufrim iento. Cuando se prac­ tica la genitalidad com o válvula de seguridad, ya sea m e­ diante la m asturbación o m ediante el contacto genital con otra persona, lo prim ero que se está m anifestando es que se está sufriendo, aunque tam bién haya placer. Arthur Janov en su obra P risonniers de la souffrance, lo expresa m uy bien, quedando claro que habla de la sexualidad en su aspecto genital: «En el hipotálam o, el sufrim iento se reorienta hacia pulsiones sexuales. Ese proceso se m antiene inconsciente. A un cuando la persona no caiga en la cuenta de ello, lo que libera ese acto sexual es, ante todo, una tensión. Esa liberación es agradable, com o lo es toda li­ beración real de nuestras tensiones; produce placer, y ese placer se confunde m uchas veces con la auténtica sexua­ lidad. M uchos individuos activos sexualm ente piensan que aprecian mucho el ‘sexo’, sin caer jam ás en la cuenta de que lo que viven no es una experiencia sexual. M ientras tengan una im portante cantidad de sufrim iento que exija ser liberado, es poco probable que esos individuos lleguen a conocer un verdadero éxtasis sexual y a disfrutar de una experiencia puram ente sexual- Para quienes descargan sus sufrim ientos m ediante el acto sexual, éste no es más que la transform ación del sufrim iento en descargas sexuales: 70 —

cuanto m ayor sea su sufrim iento, más fuerte será su pulsión ‘sexual’»5. Para m uchos, la genitalidad es más un exutorio de tensiones que la expresión auténtica de la afectividad. Sin em bargo, a través de su evolución y de su búsqueda, la persona explora las diversas sensaciones que puede sentir, el placer que experim enta al m ismo tiem po que los m a­ lestares, las dificultades y tos bloqueos. La genitalidad es un lugar de gran confrontación con uno mismo. Mi evo­ lución en ese nivel conlleva una historia de la que es con­ veniente tom ar conciencia. LVI Las etapas de mi genitalidad D esde que se despertó m i genitalidad, ¿cuáles han sido las etapas de m i vida sexual-genital (acontecim ientos que han dejado huella en m í)? D escribo m is experiencias. * ¿C uáles m e d ejan satisfecho? ¿P o r q u é? y * ¿C uáles m e d ejan in satisfech o ? ¿P o r qué?

Mi genitalidad es tam bién el banco de pruebas de lo que yo denom ino m is experiencias amorosas. He vivi­ do cierto núm ero de e llas, m ás o m enos felices o desdicha­ das, que m e perm itieron llegar a un intercam bio genital con otra persona. E n ese proceso evolutivo de mi genitali­ dad, viví el m omento crucial de mi prim era relación ge­ nital com pleta. ¿Q ué representa para m í esa primera expe­ riencia? f V lP r im d á experienciasexual-genital completa * ¿ Q ué recuerdos g u ard o de esa p rim era experiencia? * ¿M e dejó satisfech o ? ¿P o r qué? U " * ¿M e dejó in satisfech o ? ¿P or qué? Si no he vivido e s á experiencia, * ¿Q ué rae d eja satisfech o del h ech o de n o haberla ex ­ perim entado? * ¿Q ué m e d eja in satisfech o ? ¿P o r qué?

5.

Ibid.,

p. 268.

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A fronto m i propia historia, mi búsqueda de am or y de la form a de expresar ese am or. Vivo un profundo deseo de am ar y ser amado; ése es el sentido de toda mi exis­ tencia. E sa aspiración anhela convertirse en realidad en grado m áxim o, y ese deseo es tan intenso que creo poder «hacer» el am or. «Hacer» el am or, es lograr crear entre el otro y yo un vínculo capaz de establecer una com unicación afectiva profunda. A veces confundo la realidad, o la m is­ ma existencia del am or, con lo que constituye una form a, entre otras, de expresarlo. H acer el am or es crear entre dos personas una com plicidad hecha de ternura, de com ­ prensión, de gustos y opiniones com partidos, de ayuda m utua, de com plem entariedad de talen to s..., para poder construir algo juntos. C uando voy tejiendo de ese modo la realidad de m i am or, puedo sentir el deseo de m anifes­ tarla m ediante una form a de expresión que la confirm e. Esa expresión, muy bella, puede ser la relación genital. Sin em bargo, esa form a expresiva no crea el am or entre el otro y yo, sino que sim plem ente expresa el am or que ya existe entre am bos. E n la genitalidad, lo im portante no es tanto la cantidad — la potencia, las técnicas— cuanto la calidad. L a calidad de la adm iración m utua, del respeto, de la ternura; la ca­ lidad del intercam bio, del com pañerism o, de la com unión; la calidad del deseo de que el otro sea él m ism o y feliz, la calidad de la experiencia de ser felices juntos. Tengo por delante m ucho que hacer para lograr que mi actividad genital sea m ás que un placer físico o que el mero deseo de Henar una carencia afectiva. Tengo que recorrer un largo cam ino para alcanzar una expresión ge­ nital auténtica y profundá. Son pocos los que lo logran, y ello explica, p o r otra parte, que sean muchos los que pue­ den tener num erosas experiencias genitales sin amor. Y explica tam bién el hecho de que tantas personas crean que van a encontrar el am or en el ejercicio de su genitalidad y, sin em bargo, se encuentren decepcionadas y vacías, esperando a aquel o aquella que, por fin, sepa darles lo que necesitan. Son m uchos los que ignoran que lo que — 72—

buscan no existe. ¡Ése es el dram a de la búsqueda del amor! ¡Ése es el dram a que la genitalidad es incapaz de resolver! Sufro por necesidades que provienen de carencias su­ fridas en mi infancia. Al hacerm e adulto, querría llenar el vacío dejado por esas carencias. Entonces es cuando la genitalidad aparece como una buena solución, hasta el día en que descubro que, en vez de llenar ese vacío, mi ne­ cesidad se hace cada vez m ás viva y acuciante, y que experimento lo contrario de lo que creía. Yo pensaba que iba a ser más feliz, y m e siento m ás desgraciado. Creía estar saciando m i necesidad, y la he exacerbado. M i des­ ilusión es tan grande como mi frustración. El m edio que utilizo para solucionar el sufrim iento que me ocasiona mi carencia «pone en juego un doble sistema: el sistema real, con sus frustraciones y sus necesidades, y el sistema irreal, que intenta satisfacer de m anera sim bólica esas necesidades generalm ente inconscientes. D e esa form a, mi yo irreal tiene aparentem ente relaciones sexuales (genitales) adultas, mientras que es el niño que en m í habita quien está bus­ cando ser am ado»6. A sí plantea A rthur Janov el problem a en su libro Le cri prim al. En efecto, si no me he despren­ dido de las faltas de respuesta a mis legítim as necesidades de niño, mis com pañeros afectivos se convierten incons­ cientemente en im ágenes de mis padres. Por tanto, inte­ ractúo en mi presente con personas que no son realm ente las que yo deseo, ya que m is com pañeros afectivos no son mis padres, pero les pido que m e den el am or que m e faltó en mi infancia. Entonces m e encuentro con malas personas, con deseos «desfasados»... N o es nada extraño que, en tal situación, mis relaciones afectivas y amorosas sean difí­ ciles, y que m i expresión genital no sea gratificante e incluso se vea afectada por desviaciones dolorosas para m í y para mi entorno.

6. J a n o v , A rthur, L e cri prim al, Flam m arion, París 1975, p. 364.

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L V I M r vida sexuál-genital hoy

* D escribo to d o lo m ás d estacad o , y a sea debido a m i propia d ecisió n o p o rq u e ten g a q u é so p o rtarlo . * ¿Q ué m e d e ja satisfech o ? ¿P o r qu é? * ¿Q ué m e d eja in satisfech o ? ¿ P o r qu é? * ¿Q ué p u ed o d ecirm e de m i v id a sexual-genital actual?

Parece que el baróm etro de mi m adurez afectiva es precisam ente m i genitalidad. Las dificultades que encuen­ tro en ese nivel (frustraciones, im pulsos fuertes e incon­ trolados, frigidez, im potencia, atracciones espontáneas ha­ cia d esco n o cid os...) m e dan la m edida del impacto del sufrim iento reprim ido de mi infancia. En algún lugar de m i persona, un niño pequeño anda buscando ternura, dul­ zura, caricias, cariño y presencia. Pero el niño pequeño que habita en m í vive esta búsqueda en un cuerpo de adulto, cuyos órganos genitales están bien desarrollados y activos. Las necesidades que experim ento se transm utan en nece­ sidades genitales, debido a la m adurez física de mi cuerpo que reacciona en ese nivel, Pero, en realidad, lo que estoy viviendo son m is necesidades de niño, que intento deses­ peradam ente com pensar m ediante el ejercicio de mi ge­ nitalidad. Si yo pudiera vivir una actividad genital de calidad, sería expresión de una realidad ya existente, de un vínculo am oroso con otra persona. Ese vínculo supondría un re­ conocim iento en profundidad de la identidad positiva del otro; m ás aún, lo constituiría el com partir y el ayudarse y estim arse m utuam ente. Por otra parte, expresaría la co­ m unión de gustos e ideas, así com o el respeto por las diferencias. Todo ello m e llevaría a querer celebrar con el otro nuestra relación p or m edio de una expresión privile­ giada, en la que el «nosotros» im plicaría la vivencia de una eom plem entariedad íntim a y física total. Entonces, la relación genital es la resultante de una experiencia afectiva de tal calidad que su m anifestación física adquiere el sen­ tido de una celebración, de una fiesta. — 74 —

M i genitalidad es una función natural importante y bella, tan fundamental com o com er, dorm ir o respirar. Pero tam bién es muy distinta, porque comer, dorm ir y respirar son actividades necesarias*' vitales, m ientras que mi ge­ nitalidad no es de ese m ism o orden. Puedo llegar a ser una persona plena sin tener acti­ vidades genitales. Lo im portante es que mi sexualidad esté bien integrada, como m ujer o como varón, y que yo me sienta persona com pleta, tenga o no tenga actividades ge­ nitales. La energía genital puede transform arse en energía creadora o en am or gratuito cuando el compañero afectivo está enferm o, sufre o está ausente. ¡Hay tantos modos de decir a alguien «te q uiero»...! Una vez canalizada, la ener­ gía genital es una fuerza vital natural que se expresa ne­ cesariam ente. Es creadora de vida, de am or, de arte, de ciencia, de transform ación social... Es una energía poli­ valente; es la energía m ism a de la vida; es la energía que crea la realidad más bella que existe: un niño; y también es la energía que inventa un m undo mejor. ¡Qué gran reto, el de rehabilitar mi genitalidad! Esta energía tan m agnífica y poderosa tiene su sitio en la carroza en que atravieso la historia de mi existencia humana. M i c u e r p o e sta e n fe r m o

Antes de la m edianoche, m om ento en que se transforma en calabaza, como la de Cenicienta, mi carroza pasa por las m ás variadas etapas, porque, al igual que el pasajero que transporta, está viva. M i vehículo tiene reacciones y necesidades particulares; siente el placer y el dolor. Es una estación receptora-em isora m uy sofisticada, cuyos soportes son complicados y com plejos, porque tam bién ellos están vivos y se transform an al ritm o de una infinidad de reac­ ciones físicas, quím icas, em otivas, intelectuales y espiri­ tuales. — 75 —

Las puertas y ventanas de mi vehículo son m agníficas por su perfección, agudeza y refinam iento. Pero esa m ism a riqueza de m i carroza constituye su fragilidad. Sí, es pre­ ciosa y frágil, y hay que m anejarla con cuidado. M is sen­ tidos receptores, lo m ism o que m is canales em isores, están perfectamente equipados para afrontar el estrés norm al de un estím ulo de intensidad m edia. Pero cuando el estrés y su carga sobrepasan un determ inado um bral, la m aquinaria se estropea, y una parte de lo que le sirve de apoyo se avería tam bién. El D epartam ento de Salud y Seguridad en el Trabajo procura que se tom en precauciones en los sitios en que hay un exceso de ruido. En esos am bientes, mis oídos sufren un estrés que supera su capacidad receptora normal. M i audición «cae enferm a», y m e quedo sordo. Si el ruido que m e agrede vehicula además un contenido emotivo extrem adam ente peligroso, quedo som etido a un estrés y a una sobrecarga que afectan a todo mi organism o, que puede sufrir alteraciones importantes: las denom inadas «enferm edades». Si estalla una violenta disputa en mi fam ilia, los gritos y los alaridos afectan a m i tím pano y lo hieren. O , peor aún, m is padres, transform ados de pronto en anim ales sal­ vajes, se pegan, se destrozan; y yo, un niño aterrado y débil, intento inútilm ente separar a esas fieras antes de precipitarm e a la calle pidiendo socorro. En tal situación, vivo un enorm e estrés acom pañado de angustia. El doctor Hans Selye expone científicam ente las consecuencias de ello para la salud, no sólo de las ratas, sino tam bién de las personas7. O igo gritos estridentes, vivo una situación terrorífica. M is sentidos, junto con todo mi organism o, se ven afectados. M i estóm ago desarrolla una ú lcera... Mi vehículo queda lastrado para el viaje. Estoy enferm o. ¡Mi cuerpo soy y o ! E sta capa exterior de mi vida es m ás que

7 . S e l y e , H ans, Stress sans détresse, Les Éditions La Presse, M ontréal 1974.

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una mera envoltura: es tam bién, en buena parte, el propio contenido de m i vida. Por supuesto, mi cuerpo está enferm o a causa de las agresiones exteriores muy intensas, pero, sobre todo, por los trastornos interiores que esas agresiones provocan. Mi cuerpo es incapaz de expresarlas adecuadamente para con­ seguir digerirlas. Si mis centros em isores pudiesen cana­ lizar esas experiencias y liberarlas m ediante una expresión ajustada a sus necesidades, yo no sería víctima de su re­ presión. Lo que queda bloqueado en m i interior sin haberse resuelto, no hay duda de que se m anifiesta, pero lo hace atacando un órgano y destruyéndolo. Consiguientemente, mi cuerpo se deform a, tanto en su apariencia visible com o en su interior. Tengo aspecto cansado, el cuerpo obeso o muy enflaquecido... ¿Y qué decir del interior: la vesícula m edio petrificada, los pulm ones calcinados...? En sum a, la «casa de los horrores».

f d | n p a < ^ ^ * T o m ó m i b is tó ria l m édico ; P a ^

de jo s síntom as

diversas eriferíh ^ ad ^ ;físicaS ;'¿v ;V % ' '• * •N om bró; co n la m ayor elari p o sib le , las tom as á é conciencia qué; ha^^ esos ráyos X qué han captado ■mi ex p erién cia global de ser h u m ano. '

M i r e c u p e r a c ió n

Las mejores joyas robóticas de la ciencia de la com uni­ cación no tienen nada que las haga comparables a la au­ téntica m aravilla que es mi cuerpo. Cada cual lo identifica a su modo: una máquina, una envoltura viva, un aliado, un instrum ento, una dinamo, un — 77 —

espejo de mi m undo interior, un caparazón, un sistem a de alarm a, un m edio de expresión, un com pañero para toda la vida, mi puerta de acceso a los dem ás... ¿Cuál es la esencia de mi cuerpo? Evidentem ente, me im presionan algunos de sus aspectos que realm ente existen; pero ¿qué es lo específico de mi persona, sino el lugar que ocupa y la función que desem peña? M i cuerpo está situado en el espacio y en el tiem po. Está sum ergido en el he­ m isferio m aterial y llega hasta la frontera del hemisferio espiritual. Ése es su lugar ¿Y su función? M i cuerpo es un m ediador. A través de él entran en m í las realidades m ateriales; por m edio de las fibras más sutiles de su sistem a nervioso pueden transm itirse al universo m aterial mis rea­ lidades más espirituales. LVI Mi recuperación M e llega el m o m en to de to m ar co n cien cia en pro fu n ­ didad de lo q u e es m i cuerpo y de ap ro p iárm elo com o un m edio in d isp en sab le p ara m i v iaje p o r la tierra. * ¿Q ué m ed io s m e han ayudado o m e ayudan a v iv ir una reg en e ra ció n d e todo m i cu erp o ? ó * ¿Q ué cam b io s p u e d o co n statar en cu án to a mi cap a­ cidad p ara c ap tar el alim ento de la v id á a través de todos m is sentido s? ¿Y en cuanto a m i cap acid ad ¡de expresar m is vivencias p o r m is canales em iso res y , sobre to d o , de sentirm e en y co n m i cuerpo?

M i cuerpo pretende ser feliz. Su pretensión es la m is­ m a que tiene todo m i ser, que desea un vehículo capaz de llevarle hasta el térm ino de una vida hum ana plena y, sobre todo, enriquecida p or haber aprendido el arte de vivir. Com o ilustración de esta estupenda aventura, un cineasta am ericano produjo la m aravillosa película H aro Id y M an­ d e . L a historia es ésta: H arold, un joven de dieciocho años, tiene com portam ientos que, como m ínim o, hay que cali­ ficar de extraños. Es verdad que sus ojos habían recibido im ágenes más bien artificiales: una m adre de rostro cui­ dadosam ente m aquillado y de cuerpo m odelado por las — 78 —

creaciones de los grandes modistos; una casa decorada con el gusto m ás lujoso y frío. Tam bién habían visto suntuosas y grandes recepciones, y a un padre acaudalado y altamente considerado. Harold había oído, en todos los tonos, las m áxim as que concuerdan con los buenos modales y la etiqueta. «Harold, no pongas los codos en la mesa». «Ha­ rold, saluda a la señora». «Harold, no te olvides de cuidar tu traje nuevo». «H arold, no interrumpas cuando hablan los inv itad o s» ... Por supuesto, a Harold le alimentaron con biberones de leche enriquecida para bebés y con los ricos y finos alim entos del «chef». Sin duda, Harold había per­ cibido por su olfato los perfum es afrodisíacos de su madre y el hum o de los lujosos habanos de su padre. Su piel es la que parece haber quedado en el olvido, a juzgar por la continuación de la historia. H arold tiene ahora dieciocho años y ya posee un ve­ hículo para desplazar su fúnebre existencia: se trata de un furgón de funeraria que ha recuperado de un cementerio de autom óviles. H arold frecuenta los sitios que le gustan: las iglesias cuando se celebran funerales y, desde luego, los cem enterios. A l cabo de algún tiem po, se fija en otra persona que m anifiesta los mismos gustos que él. Se la encuentra con regularidad en los funerales y en los cem enterios. Con el correr del tiem po, em piezan a conocerse. ¡Es Maude! Pero M aude está llena de vida: guiña los ojos, cam ina marchosa, su atuendo es de lo m ás vistoso, huele a té de bosque y lleva una flor en el pelo. V a siempre con su paraguas debajo del brazo, y no le preocupa el mal tiempo. ¿Q ué misteriosas razones la atraen a esos lugares m ortuorios? ¡Maude tiene ochenta añ o s! Y H arold y M aude inician un conm ovedor idilio. Por contraste, en casa de su m adre Harold lanza los mensajes más estrafalarios, que encuentran respuestas no menos es­ trafalarias. H arold sim ula que se ahoga en la piscina familiar, y su m adre pasa a su lado alzando los hom bros, como di79 _

ciendo: «¡O tra de sus h istorias...!» En otra ocasión, se cuelga en la escalera principal de la casa y, cuando su madre lo ve, le dice: «La cena es a las seis». ¡Pobre Harold! Inventa sin parar escenas horripilantes para atraer la atención de su m adre. Pero H arold no tiene ^ madre; es un niño pequeño que la está buscando. M aude se convierte en su m adre. Lo lleva a su casa, una vieja «roulotte» llena de flores y estacionada junto al agua. Le hace conocer el perfum e de las flores, beber tés exóticos, palpar la corteza de los árboles y toda clase de cosas. C anta con él y le hace tocar el piano. Finalm ente, le introduce en la danza y en el ritm o, a la luz de encan­ tadoras lam parillas de colores. Harold está en un paraíso terrenal en el que m am á Eva-M aude le abre a los esplen­ dores de la creación. H arold y M aude tienen tam bién sus aventuras. Un día, en el centro de la ciudad, a M aude le indigna que planten árboles que sólo pueden respirar anhídrido car­ bónico y polvo. Llega con una pala y, tras extraer el árbol con la ayuda de H arold, lo carga en una cam ioneta aparcada y arranca a toda velocidad para ir a plantarlo en el bosque. Es una aventura llena de hum or y, sobre todo, de incidentes con la policía. M aude, acom pañada por su caballero, con­ sigue salvar el árbol a pesar de todo y de todos. Finalm ente, un día M aude inicia a H arold en el con­ tacto con su cuerpo y en la experiencia de la ternura, de la dulzura y del olor de la piel. H arold está enam orado y pide a M aude que se case con él. H ay un sabroso episodio con el cura del pueblo, que siente náuseas ante la idea de que H arold pueda sentir deseo por el cuerpo m archito de la anciana, y en ello se percibe la frustración de sus secretos deseos. M aude se engalana. Prepara una com ida de fiesta, que ella sabe que va a ser la últim a. Su vida en la tierra se acaba. H a bebido una pócim a que, en pocas horas, — 80 —

levantará para ella el velo del más allá. Pero antes quiere decir adiós a H arold y legarle su am or a la vida. Juntos celebran la fiesta. D e pronto, Maude se siente mal. H arold llora. ¡A urgencias, al hospital! Es el fin. Maude se ha ido. Desde el borde de un precipicio se ve caer un coche fúnebre al vacío. ¿H a sido incapaz H arold de encender el fuego de su vida en la llam a de la anciana M aude que acaba de extinguirse? E l coche fúnebre desaparece en el abismo. E n lo alto de la colina, H arold, bufanda al viento, rasguea la vieja guitarra de M aude. Canta un him no a la vida. ¡Harold acaba de nacer!

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El motor de mis emociones

¡Mi carroza es m agnífica! Sus cinco ventanas se abren am pliam ente sobre un amplio panoram a que es a la vez m ajestuoso y atorm entado. Sus cuatro ruedas, con sus ejes bien engrasados, están dispuestas para la vibración que las conducirá a la conquista de tierras desconocidas, tanto acogedoras com o hostiles. M i vehículo está preparado para el viaje y m e espera a la puerta. Un fogoso caballo, recién salido del sueño del naci­ m iento, anim a de inm ediato m i carroza, que se pone en m ovim iento. M is em ociones, que son el lenguaje de mis necesidades, están llenas de energía y m e lanzan a la aven­ tura de la vida. Inm ediatam ente com ienza un m isterioso intercam bio entre el m undo y yo. Al com ienzo del viaje, mi em otividad está llena de instinto natural, com o el de todos los anim ales. M i em o­ tividad am a la vida y tem e la m uerte; busca el placer y huye del dolor. E n tiem pos de paz, es un laborioso artista, y defiende ferozm ente su territorio cuando llega la guerra. V oy tom ando conciencia de que m is em ociones son la expresión viva de m is necesidades vitales; son el m otor de mi com portam iento: m e im pulsan, m e arrastran; m e zarandean, m e acunan; m e hacen avanzar y m e hacen re­ troceder. M is em ociones me estim ulan para reclam ar y recibir del m undo que m e rodea el alim ento que m e hace — 82 —

vivir y crecer; ponen de m anifiesto mi felicidad o mi su­ frimiento; traducen sin equívocos mi arm onía o mi dese­ quilibrio; están directam ente vinculadas con los gestos que hago, con las palabras que digo, con las decisiones que adopto. Y tam bién están directam ente vinculadas con los gestos que no hago, con las palabras que no digo y con las decisiones que no adopto. El m otor de m is em ociones dirige mi vida. ¿Es un m otor entusiasta, atascado o arm onioso? ¿Qué ocurre en ti, m aravillosa fuerza de tan sensibles registros? M is em ociones tienen sus razones, que mi razón ignora Un program a dram ático de la televisión de Quebec, V enfa n t sur le lac, ha puesto de m anifiesto la fuerza motriz de las em ociones, que son capaces de determ inar la con­ ducta de una persona aun a su pesar, pues son muchas las veces en que la persona actúa sin com prender su propio com portam iento. U n hom bre de negocios de treinta y siete años, Alexandre, gracias a su com petencia, a su experiencia y a sus éxitos financieros, llega a la vicepresidencia de una com­ pañía de la que es accionista. Su vida profesional va de­ recha al triunfo... Pero, de la noche a la m añana, todo se tam balea. El m undo interior de sus em ociones se trastorna cuando se entera de que su esposa le es infiel. Su mente ya no puede controlar su emotividad repentinam ente per­ turbada, y se suceden gestos, palabras y decisiones que carecen de sentido, a m enos que su sentido esté precisa­ mente en esas m ism as em ociones que acaban de ser reac­ tivadas. Alexandre decide dejar la residencia familiar. No pue­ de soportar ver a su esposa. Sin em bargo, cada vez que la visita, le pregunta incesantem ente por qué ha obrado así y si le sigue queriendo. Ella le responde que sí, pero él — 83 —

no la cree y sigue atosigándola con sus preguntas. Ella contesta que nunca ha dejado de quererle, que ha tenido una aventura para conocer y com prender algo más de sí misma. N o hay explicación que sirva para calm ar la an­ gustia de aquel hom bre atorm entado por tan intensos celos. Olvida im portantes citas de trabajo; com ete errores al vo­ lante; se convierte en un obseso: la im agen de su mujer haciendo el am or con otro le viene continuam ente a la mente. A dem ás, se angustia por su hijo: le da m iedo que se haga daño jugando al hockey, y le prohíbe tajantem ente practicar ese deporte. Después dice al chico que piensa ir de viaje a Colorado y que quiere llevárselo con él. Zarandeada por tantas em ociones fuertes, la vida de Alexandre se vuelve incoherente. En m edio de ese caos interior, otra im agen se presenta continuam ente en su m en­ te: un niño de unos cinco años cam ina solo por la superficie helada de un lago. En esa superficie vasta, blanca y so­ litaria, el niño le da la espalda. Esta im agen obsesiva le lleva a su m adre, a la que quiere y detesta al m ism o tiem po, para preguntarle si la casa de su infancia, a la orilla del lago L ong, sigue existiendo. E lla le dice que no, que la casa se quem ó poco después de que su m arido m uriera en un accidente. El hom bre, presa de em ociones confusas pero im perativas, decide ir a los lugares de su niñez, llevando consigo a su hijo. A llí constata con sorpresa que la casa en que vivió sus prim eros años sigue existiendo, y que incluso acaba de ser renovada de arriba abajo. Inm edia­ tam ente, decide com prarla, dejar su em pleo y vender sus acciones en la em presa. N adie, ni siquiera él m ism o, com ­ prende lo que le está pasando. Sus em ociones le dom inan y le conducen hacia algo que busca como un ciego que se dirige a u n a luz que no ve. Siente que esas em ociones tienen una respuesta que su m ente ignora. Por el m om en­ to, se abandona desesperadam ente a ellas, con la espe­ ranza de encontrar la clave de un secreto olvidado hace mucho tiem po. '— -84



Ahora le anim a un único deseo: devolver a la casa de su niñez el aspecto que entonces tenía. De las brum as de su inconsciente surge otra nueva imagen: el m ism o niño que vio alejarse por el lago aparece ahora en lo alto de una escalera, con la cabeza entre dos barrotes de la ba­ randilla, contem plando estupefacto una escena que se de­ sarrolla m ás abajo. Su ansiedad le lleva a trabajar febrilmente en la res­ tauración de la casa. Entretanto, vende la residencia en que vivían su m ujer y su hijo en la ciudad y quiere que se vengan los dos a vivir con él en la casa de la orilla del lago. Su vida está com pletam ente trastocada, y él no con­ sigue com prender lo que le esta pasando. Se pregunta por el sentido de los gestos, palabras e iniciativas que en pocas semanas han perturbado su existencia y la de los suyos. Siente crecer la em oción que le oprim e y le fuerza a actuar. Es la angustia de no ser amado p or su mujer, la angustia de perderla, la angustia de sentirse abandonado, de estar solo, la angustia de morir. Pero una angustia de estas dim ensiones no puede sur­ gir del m ero hecho de que su m ujer haya tenido una aven­ tura am orosa con otro. Se trata de una angustia demasiado visceral, dem asiado prim itiva. Parece provenir de un pro­ fundo abism o que, en ocasiones, produce extrañas im á­ genes: un niño de espaldas que se aleja solo por un lago; una carita estupefacta enm arcada por dos barrotes de la barandilla de una escalera; la furgoneta roja de un señor con cam isa a cuadros; un tem a musical; un m aletín de médico junto al piano; y la m ujer a la que ama, haciendo el amor con un desconocido... A lexandre siente que se está acercando a un recuerdo doloroso, anclado en los repliegues de su inconsciente. Lo que em ana de ese recuerdo es la angustia de la muerte. ¿Qué pasó en la casa de la orilla del lago? De los abismos del pasado em ergen algunas form as con un m isterioso po— 85 —

der de fascinación. Jirones de recuerdos surgen de ese fondo tan lejano de su infancia, pero siempre con la an­ gustia presente, desgarradora y tiránica. El carpintero que A lexandre contrata para restaurar la casa es un viejo vecino del lugar. El telón se va alzando poco a poco sobre nuestra historia. Sí, aquel carpintero conoció perfectam ente a su padre, que murió debiéndole todavía trescientos dólares; sabía que viajaba mucho por razones de trabajo y que bebía para olvidar algún pesar. Tam bién había conocido a un tal doctor Robin que, según se decía, se había ahogado en el lago, pero cuyo cuerpo nunca se recuperó. El lago es m uy profundo. Pero también se decía que el doctor Robin no se había ahogado, sino que se había escapado para evadirse de los inspectores fiscales. A lexandre se plantea cada vez m ás preguntas: ¿por qué le ha dicho su m adre que la casa se había quem ado, cuando no era así?; ¿por qué su m adre no se volvió a casar tras la muerte de su padre?; ¿por qué está siempre enferm a y bebida?; ¿por qué le h a repetido siempre que él era su única razón de v iv ir? ... Todas estas preguntas se agolpan en su cabeza. V uelve a casa de su m adre. A llí, hojeando un álbum de fotos, se encuentra con dos recortes de pe­ riódico: dos hom bres, dos m uertos. El accidente de su padre y la m uerte del doctor R obin. U na luz fulgurante brota del agujero de su m emoria: en el sofá del salón, su m adre, joven, hace el am or con el doctor Robin. Su m adre le sorprende con el álbum en las m anos. Alexandre la acorrala con sus preguntas, y ella, sollozando, le cuenta su relación con el doctor R obin. Tam bién le habla de las borracheras de su m arido y de cóm o, después de una de sus m uchas riñas, él se m ató accidentalmente al volante de su furgoneta. D espués vino la m isteriosa desaparición del doctor Robin. U na extraña sensación de angustia em barga a A le­ xandre, pero es distinta. No la siente en su actual corazón — 86 —

de adulto, sino en el corazón de aquel niño que se aleja solo por el lago helado una m añana de invierno. — M am á — dice— , ¿adonde iba yo solo por el lago? — Una m añ an a— le responde ella— , al despertarme, vi que no estabas en tu cam a, a mi lado. Bajé al prim er piso y te llamé. No m e contestó nadie. Me vestí y me precipité afuera. Te llam é a voces. Te vi a lo lejos, como un niño solitario que cam ina hacia un destino misterioso. Corrí, te llamé. Tú no respondiste, seguiste caminando, no te volviste. Al final, sin aliento, te alcancé y te estreché contra mí. «¿A dónde vas Alejandro?», te pregunté. La respuesta fue fría com o una espada: «Quiero morirme». Volvimos a casa. R ecogí lo im prescindible, y nos m ar­ cham os para no volver. Por eso te dije que la casa había sido destruida por el fuego y que nada de aquel pasado existía ya. En aquel m om ento, el espectro de la angustia salió del corazón de Alejandro. U na herida de su infancia em ­ pezaba a cicatrizarse. N o es que los acontecimientos pa­ sados hubieran desaparecido, pero sí habían encajado de­ bidam ente en la historia de A lexandre, que aceptó el dolor al que estaban unidos. Sin em bargo, antes de que su su­ frim iento se resolviera en su interior, tuvo que vivir in­ tensam ente su angustia. Ésta se le presentó, al principio, en form a de celos. Evidentem ente, era grande la tentación de acusar a su m ujer de la turbación em otiva que le em ­ bargaba y hacerla responsable de las extrañas cosas que él hacía, de las palabras que pronunciaba y de las decisiones que adoptaba. En situaciones de este tipo, el otro es siempre el chivo expiatorio por excelencia. «Si ya no funciono, es p o r tu culpa». Pero es la angustia la que mueve a A lexan­ dre, hasta el punto de que su m ente ya no tiene poder sobre el desarrollo de su viaje por la vida, porque el m otor de sus emociones se ha em balado y lo arrastra todo consigo. Ciertam ente, hay un acontecim iento desencadenante, pero no es el responsable de lo que sucede en el interior de la — 87 —

persona. L a reacción proviene de su interior, no del ex­ terior. A lexandre tiene en sí m ism o un vacío del que ignora hasta su m ism a existencia. R ecorre el cam ino de su vida tras haber colocado sobre ese vacío una especie de plata­ forma que resiste algunos accidentes del cam ino. Pero llega un día en que su m ujer, con su acción, retira la plataform a que él se había fabricado para protegerse de ese vacío. Y la plataform a no era m ás que una ilusión, una apariencia de seguridad que se m antenía en su sitio gracias a la fi­ delidad de la m ujer, a su atención, su entrega y su afecto. Cuando su esposa cam bia m om entáneam ente su compor­ tam iento, por razones absolutam ente personales, le quita la ilusión de su aparente seguridad afectiva. Alexandre afronta entonces su vacío interior, lleno de angustia. Y esa angustia es precisam ente la que, a continuación, toma las riendas y arrastra consigo al viajero perdido. Sólo ella será la responsable de los gestos, las palabras y las decisiones de A lexandre. U e n fa n t sur le lac no hace m ás que ilustrar, muy sintéticam ente, un proceso que suele durar varios años en la vida real de un individuo. Lo im portante es comprender que la violenta em oción que se apodera de una persona y la im pulsa a actuar tiene una dinám ica interna muy co­ herente. A l com ienzo del cam ino, no es evidente la lógica que existe en la em oción. L o que yo puedo constatar es, más bien, el desorden, el sinsentido. Lo que vivo es la pérdida de equilibrio en el presente, porque han desapa­ recido m is puntos de referencia. Lo que daría sentido a los com portam ientos engendrados por mi angustia está ence­ rrado en m i inconsciente. Sólo poco a poco, y a través de un largo y lento proceso, puede ir em ergiendo de ese lugar oscuro en que lo había encerrado; encierro que me ha perm itido sobrevivir a la experiencia dolorosa que me afec­ tó m uy pronto en lo m ás profundo de mi ser. La herida me ha alcanzado en el centro de m í m ismo y m e ha hecho desear la m uerte. — 88 —

Antes de ir m ás adelante en la comprensión de este fenómeno, es conveniente que me pregunte por mi pre­ sente. Conviene que tome conciencia del lugar que ocupan mis em ociones en mis com portam ientos. Pero antes: ¿conozco el vocabulario de las emociones? ¿He aprendido a identificarlas y a darles nom bre, como identifico las flores y los pájaros? Son muy variadas y llenas de m atices. En un prim er m om ento, me detengo para tom ar con­ ciencia de ciertas form as que puede adoptar el t e m o r y del vocabulario que me perm ite nombrarlas: * temor a morir * temor a la sexualidad * temor al infiemo * temor a perder * temor al rechazo * temor a no tener éxito * temor al abandono * temor a equivocarme * temor a no ser capaz * temor a ser dejado de lado * temor a la soledad * temor a retrasarme * temor a no ser amado * temor a los espacios pequeños * temor a desagradar * temor al ridículo * temor a las alturas * temor a las multitudes * temor a ser juzgado * temor a ser castigado * temor a asfixiarme * temor a recibir reproches * temor a quedarme atrapado * temor a carecer * temor a sentirme aprisionado de lo necesario * temor a lo desconocido * Temor a caerme * temor a vivir * temor a estar enfermo * temor a ser agredido El tem or puede adoptar tam bién otros nombres: * envidia * angustia * ansiedad * desconfianza * culpabilidad * aprensión * debilidad * inquietud * inseguridad * impotencia * celos * incapacidad * egoísmo * parálisis Todos estos tem ores, con las formas y m atices que suponen, pueden im pulsarm e a actuar o impedírmelo. To— 89 —

dos tienen algo de irracional. M e im pulsan a actuar cuando m i m ente no quiere hacerlo, y m e impiden actuar cuando mi m ente sí lo desea. Es la dualidad que llevo conmigo entre el «quiero» y el «no puedo» y entre el «no quiero» y el «sin em bargo, lo hago». Vivo constantem ente la am ­ bigüedad del «yo sé» y «yo siento». M i m ente y mis em o­ ciones no están unificadas. El tem or no es el único m otivo de que mis com por­ tam ientos deriven hacia el exceso o el defecto. Está tam ­ bién la c ó l e r a en todas sus form as: * * * * * * * * * * * * * *

agresividad odio rab ia desprecio venganza rebelión v io len cia cerrazón enojo testarudez silencio indiferencia deseo de castig ar deseo de d estru ir

* * * * * * * * * * * * *

d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo d eseo fís ic a

de m atar de ap lastar de h u m illar de so m eter de insultar de ah o g ar de arañar de m order de go lp ear de reto rcer d e g ritar de piso tear de h acer sufrir o m o ralm ente

Hay tam bién un registro de em ociones que se refieren a la * * * * * * *

pena:

d olor tristeza aflicción abatim iento consternación m elancolía pesadum bre

* * * * * *

dep resió n n o stalg ia co n g o ja d eso lació n an g u stia d esesp eran za

Este pequeño repertorio puede ayudarm e a identificar y nom brar las vivencias em ocionales que subyacen a al­ gunos de m is com portam ientos. — 90 —

LV1 Mis emociones me impulsan * En m i h isto ria recien te ¿so y co n scien te de haber — h ech o g esto s, — dicho p alabras, — adoptad o decisiones, bajo el im pulso d e em ociones fu ertem en te dolorosas n a ­ cidas del sufrim ien to de la carencia? ¿C uáles h an sido esos g esto s, esas p alab ras, esas decisiones? * Intento sentir y n o m b rar las em o cio n es dolorosas qué m e han llevado a ello. * ¿M e h an im p u lsad o esas em ociones y a en otras o ca­ siones a actu ar de fo rm a irracio n al? ¿E n cuáles? H ago el relato.

En un prim er m om ento, tom o conciencia de que los gestos que hago, las palabras que digo y las decisiones que adopto son una tentativa desesperada de resolver en mi presente el sufrim iento que me tortura. De ese m odo, m e dedicaré a m ultiplicar gestos de afecto y palabras de ternura intentando apaciguar mi tem or al abandono y provocar el retom o. M e las ingenio para hacer regalos y proporcionar servicios de todo tipo. A veces llego, incluso, a im poner mis servicios. M e deshago en felicitaciones y dando ánim os. Intento com prar la paz y el am or que calm arían mis angustias, mis penas y mis cóleras. Por otra parte, tanto en mis palabras y gestos como en mis decisiones, puedo exigir la exclusividad cuando se trata de una relación que considero im portante para mí; puedo rei­ vindicar que m e hagan sitio, que me apoyen, que me ayu­ den en mis asuntos; puedo solicitar continuamente la apro­ bación de los dem ás para conseguir confiar en mis propias decisiones; puedo acosar al otro para asegurarme de su amor; puedo reprocharle que no adivine lo que me gustaría o m e ayudaría; puedo exigir que el otro m e dé sin tener que pedírselo y o ... Todas esas tentativas son desesperantes, pues lo único que hacen es reavivar el sufrim iento de mi carencia, sin calm ar nunca de m odo duradero la em oción dolorosa que — 91 —

me arrastra a desplegar tantos esfuerzos para recoger tan poco. Al ser incapaz de dar solución a esas em ociones, m e rindo. A partir de ese m om ento, no percibo salida alguna a mi sufrim iento y m e cierro. ■JLVI Mis emociones me bloquean

v

* E n m i h isto ria re cien te, ¿tengo co n cien cia dé haber: — rep rim id o g e s t o s .v ' ‘■- Jl'■ — callado p a la b ra s , .. • - ^ '• ■ V' ■— dejado dé to m a r d ecisio n es, .v‘ -.y •. bloqueado p o r fu erte s em ociones d o lo ro sas nacidas del ■ sufrim iento d e la caren cia? ■' v ív S ' H . * ¿C uáles ¡son eso s g e sto s y esas p alab ras que h ab ría debido ex p resar? ¿C u ales son las d ecisio n es que h ab ría : d e b id o adoptar*? J s 'j:v * Intento sen tir y n o m b ra r las ¿m o cio n eá dolofosa bloquear! dé ese modov m^ có m p o rtám ién ¿M é han

beeíméáinbi^e^aslémóéiónes^ebip^ D e ilusión en desilusión, de esperanza en desespe­ ranza, voy, poco a poco, tom ando conciencia de que mis em ociones provocadas p o r el sufrim iento de la carencia no engendran un com portam iento positivo y constructivo para m í en mi actual situación. A l contrario, m i com porta­ m iento, im pulsado p or la com pulsión o por la cerrazón, sólo puede crearm e nuevos problem as. E ntonces, ¿dónde se encuentran el sentido y la co­ herencia de esas em ociones engendradas por el sufrimiento de mi carencia? Si esa coherencia no se encuentra en mi p resen te,. ¿no estará en m i pasado? E l cuadro adjunto, titulado D os tipos de em ociones, puede ayudarm e a com ­ prender la dinám ica interna de mis em ociones. E n el punto de partida, yo soy un bebé rico en m úl­ tiples capacidades. T odo ese potencial en espera de cre­ cimiento se encuentra en todos los niveles de mi persona; y, por tanto, en m i cuerpo, esa m agnífica carroza que he procurado descubrir m ejor en el capítulo anterior. Gozo — 92 —

NIÑO Lleno de capacidades en espera de crecer • en su CUERPO • en su CORAZON • en su MENTE • en su VIDA

REALIDAD departida

NECESIDADES • de ser reconocido • de ser amado • de vivir seguro • de ser niño • de ser guiado y enseñado • de ser él mismo

1

ALIMENTO necesario para el crecimiento

2“ Registro • dolor • frustración • inseguridad

1er Registro • placer, gozo • bienestar • confianza

EMOCIONES expresión de las necesidades

MALSANAS • indiferencia • incomprensión • irritación • negación • rechazo • violencia • respuesta inadecuada

• solidez • firmeza • negativas necesarias • compasión

SANAS • atención • comprensión • respeto • respuesta adecuada

ACTITUDES de las personas IMPORTANTES para el niño

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3er Registro SUFRIMIENTO debido a la carencia en forma de • pena • miedo • cólera reprimidos en el inconsciente y que tienen su origen en una infancia desdichada

tu Q 2 -O on C3 23 • se extingue

gestos, palabras, decisiones * armoniosos * ajustados * apropiados ai momento PRESENTE POSITIVO 1“ Registro de emoción

COMPORTAMIENTOS bajo el influjo de las EMOCIONES

T Registro iNEGATIVO DOLOR unida a una carencia vivida !2oRegistro de emoción y sentida por el niño, a la vez que asumida por las personas importantes para

FELICIDAD • placer • alegría • bienestar • confianza

1” Registro

EMOCIONES expresión de la situación de bienestar o malestar del potencial

O ' co oá e

• se atrofia

• vegeta

• alcanza la plenitud

' • se desarrolla

• crece

POTENCIAL en devenir

DOS TIPOS DEEMOCIONES

gestos, palabras, decisiones * exagerados * inapropiados * desajustados bien sea por compulsión o por cerrazón comportamientos repetitivos * que duran * que se refieren al PASADO o al FUTURO engendrados por el 3e^Registro

Q

también de una afectividad que tiene el im pulso de un potente caballo, fogoso y, a la vez, lleno de sutilezas. En lo que respecta a mi m ente, equivalente al cochero del vehículo, está dotada de extraordinarias capacidades de inteligencia, de libertad creadora y de num erosas fuerzas para llevar a la práctica m is opciones. Todas esas riquezas se concentran en mi sem illa de vida para arraigar en ella e ir forjando poco a poco la persona única que yo soy. Mi realidad inicial es un m aravilloso conjunto de prom esas. Pero esta realidad, por m uy extraordinaria que parezca, es dram ática. E stoy en un estado de im potencia y de vulne­ rabilidad absolutas. Soy un ser en devenir. M i fruto no madurará hasta m ucho m ás tarde; entretanto, necesito re­ cibir para crecer. Tengo legítim o derecho al alim ento necesario para mi crecim iento. Para describir esos alim entos vitales, André Rocháis ha descom puesto la conocida necesidad de ser amado en seis elem entos esenciales para el desarrollo. Cuando recibo estas provisiones, me siento querido y crezco1. Ese alim ento tan vital está constituido, en prim er lu­ gar, por el reconocim iento y la aceptación de quien yo soy. E ntran tam bién en su com posición la ternura, el afec­ to, la com prensión de m is vivencias de persona que co­ m ienza su existencia. Incluye elem entos esenciales de se­ guridad que m e perm itan crecer en un am biente de entera confianza, tanto respecto a mi desarrollo físico com o a mi equilibrio afectivo. Pues no debo olvidar que soy «un niñoM im osa/Chim pancé»12. A ese niñito sensible y afectivo no se le puede cargar de responsabilidades que no correspon­ den a las capacidades de su edad. Pero tam poco debe ser

1. R o c h á is , A ndré, A spirations et besoins et /’éducation de nos enfants, Notas de observaciones, O rganism o p r h , 1987. 2. L a c a s s e , M icheline, Tengo una cita conmigo, Sal T errae, Santander 1994, pp. 53ss.

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subestimado en absoluto. Por lo demás, estoy sum ido en la ignorancia. Tengo que aprenderlo todo, y para que ese aprendizaje tenga éxito debe ser guiado por unos maestros cuya sabiduría m e abra cam ino en la vida y que me trans­ m itan sus conocim ientos. Por últim o, yo soy «único en el m undo» y necesito que se m e trate como tal para acceder a lo que constituye mi originalidad personal y, por tanto, mi identidad, caracterizada por mis diferencias. Esto es lo que tengo derecho a esperar de mis padres, cuyo deber es conducirm e hasta el umbral de mi vida de adulto. Este contrato natural les liga a mí durante muchos años, pero de un m odo especial durante los años críticos de mi tierna infancia, en los que todas las experiencias positivas o negativas me m arcan con una profunda im ­ pronta. Decim os con m ucha frecuencia — quizá sin pensar realmente en la trascendencia de nuestras palabras— que la vida de una persona se decide antes de los seis años. ¡Qué verdad tan trágica para el niño que soy...! Por eso, a pesar de lo inerm e que estoy, poseo un lenguaje de lo más expresivo para conseguir lo que necesito. Es el len­ guaje de mis emociones. M ediante ellas, expreso lo que siento como necesario para desarrollarm e y crecer. Mi expresión em ocional posee naturalm ente dos registros, dado que soy un ser constituido por una dualidad funda­ mental: estoy destinado a la felicidad, pero mi cam ino está sembrado de sufrim iento. M usset expresa admirablemente este estado hum ano cuando, en N u it d ’octobre, dice: «El hom bre es un aprendiz, y el sufrim iento es su maestro». Desde mis prim eros balbuceos aspiro a la felicidad y co­ m ienzo a aprender su precio. Mi lenguaje emocional conoce instintivamente tanto los acentos del gozo como los del dolor. Mis emociones normales vibran al compás de mi felicidad y de mi sufri­ miento; me traducen lo que ocurre en mí y com unican a los demás el estado de mi bienestar o de mi malestar. Mis em ociones hablan de m anera elocuente. Son pla­ cer, alegría, satisfacción, confianza...; también son frus— 95 —

trac ion, im paciencia, dolor, odio, tem or... ¿A quién están dirigidas? ¿H acia quién se orientan para m anifestar mi alegría o mi angustia? Todas las fibras de mi cuerpo y de mis afectos se orientan hacia quienes me han llam ado a nacer. Ellos son m i m anantial, y de ellos espero, con la avidez de la es­ peranza o de la desesperación, el alim ento bienhechor que m e haga crecer. Las dem ás personas no son importantes para mí. N o soy carne y sangre suya. A los que interpelo con todas las fuerzas de mis em ociones es a aquellos de quienes he salido: m is padres. H acia ellos m e lleva mi instinto. Tengo dos progenitores y no puedo prescindir de ellos. Y ya en este m om ento aparece una form a de angustia: ¿reaccionarán bien o m al? En realidad, m is padres experim entan la m isma dua­ lidad que yo, y sus com portam ientos evolucionan según dos registros. ¿A lternarán del uno al otro? ¿Se acantonarán en uno m ás que en el otro? Si así sucede, ¿cuál será el dom inante? Mis padres pueden establecer conmigo una relación positiva cuando se inclinan sobre m is em ociones con aten­ ción y cercanía. Si las captan, podrán intentar com pren­ derlas, no a partir de ellos m ism os, sino a partir de m í, porque quien siente esas em ociones soy yo, y yo soy quien intenta transm itir algo a mis padres m ediante ellas. Su respeto por m í consistirá en aceptar lo que les digo y en no hacerm e decir lo que ellos quieren oír. Por últim o, una vez que hayan visto, com prendido y aceptado, falta todavía que su respuesta sea adecuada. ¿D arán con el alim ento que m e convenga? M i relación con m is padres puede sufrir graves des­ garros. Sus actitudes negativas ante mis emociones m e hieren profundam ente. Si se m uestran ausentes, indiferen­ tes o irritados, y a veces incluso frustrados, ¿cóm o van a poder captar lo que intento decirles? Al no ver, no com ­ prenden. Su incom prensión de m is vivencias les lleva ine­ — 96

xorablemente a no respetar mi necesidad, que es negada, rechazada o, cuando m enos, mal interpretada. ¿Cómo po­ drán, entonces, proporcionarm e una respuesta satisfacto­ ria? Me veo obligado a aceptar un alim ento menos sano, en ocasiones incluso envenenado. ¡Y las consecuencia son vitales! O crezco, me desa­ rrollo y llego a mi plenitud, o vegeto, me atrofio y me extingo, como si mi vida entrara en hibernación. Eviden­ tem ente, hay matices: nada es com pletam ente blanco o com pletam ente negro. Pero una escisión m ás o menos profunda comienza a aparecer en mi personalidad. Y a desde el principio, soy un ser enfrentado a su dualidad interna y a la del mundo exterior. Sin em bargo, esta dualidad, que es normal, puede convertirse en el lugar de una fragm entación malsana de m i persona. La gravedad de la escisión que se produce en m í se hace visible en el nivel de mis emociones. En lugar de vibrar y expresarm e en dos registros de em ociones, vibro y me expreso en tres registros. El tercero es, claro está, el resultado malsano del fraccionamiento que vivo... Cuando mi potencial crece y se desarrolla norm al­ m ente, experimento una dicha que se m anifiesta en em o­ ciones como el placer, la alegría, el bienestar y la con­ fianza. Tam bién en ese estado puedo sufrir dolor y pena, pues sigo siendo un ser sometido a la dualidad. Pero ese dolor y esa pena están vinculados a situaciones concretas, a momentos bien definidos, y los siento ligados a mi si­ tuación actual, de form a que sólo duran el tiempo que su causa está presente. Y vibran con una intensidad propor­ cional a esa causa, es decir, ni dem asiado ni demasiado poco. Dicho de otro modo: mis em ociones, tanto las po­ sitivas como las negativas, expresan una vivencia adaptada a la realidad del m omento. Pero también puede suceder que m is emociones ya no traduzcan una vivencia adaptada a la realidad del mo— 97 —

mentó. Y hace su aparición un tercer registro, lo que es inevitable, porque es im posible que todas mis necesidades infantiles fueran enteram ente satisfechas. Ese registro es el del sufrim iento de la carencia. Voy creciendo con vacíos, con huecos. La falta del alim ento adecuado es la causa de las carencias y la que engendra, por ello m ism o, un su­ frimiento m alsano. E se sufrim iento form a en m í un absceso de pena, de tem or y de cólera que se aglutinan en mi inconsciente; es un absceso perm anente que proviene de las em ociones reprim idas causadas por las heridas de mi infancia. M i registro em ocional m alsano es proporcional a la im portancia de ese absceso. Al m ismo tiem po, es el in­ dicador de la gravedad de la escisión que se ha producido en mi personalidad desde mi prim era infancia. No' es fácil aceptar este hecho. Pero Alice M iller, en su libro L a connaissance Ínter dite, lo presenta como una verdad indudable: «L a Iglesia necesitó trescientos años para adm itir las pruebas aportadas por Galileo y reconocer que estaba equivocada. A hora ya no se trata de teorías astronóm icas, sino de las consecuencias prácticas de un descubrim iento que podría salvar a la hum anidad de la autodestrucción, porque de ahora en adelante queda pro­ bado que todo com portam iento destructivo tiene sus raíces en los traum atism os reprim idos de la infancia»3. Sí, mis em ociones m e im pulsan a actuar. Las em o­ ciones del prim er y del segundo registro m e inducen a decisiones, gestos y palabras arm oniosos, adaptados a la situación del m om ento presente, ya sea positiva o negativa. Sin em bargo, m is em ociones del tercer registro me con­ ducen a com portam ientos destructivos, porque son exa­ gerados, inadaptados y desajustados, ya sea por com pul­ sión o por cerrazón. Esos gestos que hago o dejo de hacer

3. M il l e r , A lice, L a connaissance interdite, A ubier, Paris 1990, p. 171.

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a causa de mis emociones m alsanas me obligan a reproducir continuam ente situaciones negativas. Las emociones sub­ yacentes duran mucho m ás que el acontecimiento que las ha desencadenado y hacen continua referencia al pasado. De ese m odo, mis gestos se « fijan », se «aferran» a rea­ lidades pasadas. No se adaptan a mi presente, debido a esas em ociones que m e em pujan continuamente hacia atrás y que, al m ismo tiem po, m e proyectan hacia un futuro angustioso que no existe. Por tanto, vivo dos tipos de emociones: las sanas, que pertenecen al prim er y al segundo registro, y las enferm as, que corresponden al tercer registro. Estas últimas son las responsables de dos im portantes estados de malestar: mis rupturas de equilibrio y mi frigidez emotiva. M is r u p tu r a s d e e q u ilib r io

Es posible que, como le sucedió a Alexandre, yo pase en mi vida por una especie de catástrofe en el plano em ocio­ nal. Puedo em peñarm e, con todo tipo de subterfugios, en poner la tapadera a la m arm ita en ebullición. Alguna vez da resultado. Pero puede suceder también que mis em o­ ciones se desencadenen hasta tal punto que me vea arras­ trado por su poderosa corriente. Caigo, a mi pesar, en los rápidos de un río desconocido que, a su vez, me precipita en las cavidades oscuras de una caverna llena de corredores abruptos y de laberintos que m e parecen sin salida. Quedo sum ergido en el rem olino negro y tumultuoso de las em o­ ciones engendradas por el sufrim iento de mi carencia. Un em otivo testim onio de una experiencia de este tipo es el que se relata en un librito magníficamente escrito: U hibiscus était en fle u r . N o es un relato ficticio, sino la experiencia auténtica de un ser humano precipitado en las entrañas de su más brutal, prim itivo y visceral sufrimiento. «N egarse, rebelarse, impregnarse de miedo, ir del desprecio al triunfo, de la culpabilidad a la cólera, selec­ — 99 -

cionar los recuerdos y después adornar el pasado como quien rehace una página escrita, verse habitado por con­ tradicciones que hacen sim ultáneam ente tem er y desear partir con el otro, descubrir la propia infancia bajo las heridas de la edad m ad u ra... son otros tantos com ponentes de una experiencia muy viva, cuyo valor para el creci­ m iento no se puede m inim izar»4. N ada hacía presagiar una tan grave ruptura del equi­ librio. A los 55 años, Goulet-Y elle había alcanzado una m adurez envidiable, al menos aparentem ente. T enía a sus espaldas una carrera profesional m uy fructífera y disfrutaba de una relación conyugal m agnífica. Sin em bargo, un acon­ tecim iento iba a trastocarlo todo, hasta las estructuras más profundas de su personalidad. V iateur, su esposo, fue víctim a de un paro cardíaco. Ignorante de la tragedia, ella iba a reunirse con él en su casa de cam po. E n vez de encontrar al esposo cariñoso y sonriente, encontró un cuerpo inerte tendido en el suelo. El terrible golpe dejó al descubierto una falla profunda, y Fem ande se precipitó en el abism o. A llí, en el fondo, descubrió «su infancia bajo las heridas de la edad m adura». Com o ella m ism a dice en térm inos m uy elocuentes: «Me resulta m uy difícil hablar de esa dolorosa época. Es com o si en alguna parte de m í se ocultara un ser frágil cuyo recuerdo sólo pudiera ser tem ible. L a verdad es que no sé en qué se ha convertido la niña de mis cóleras reprim idas, de mis aprendizajes difíciles, de m is sim biosis mal re­ sueltas; la niña angustiada que intenté desesperadam ente ahogar en lo m ás profundo de m í m ism a, por m iedo a que llegara a fijar sus ojos en él espejo de mis sesenta años»5. Sí, le fue difícil reconocer y aceptar que sus reacciones actuales eran producto de una herida de su infancia. Fer4 . G o u l e t -Y e l l e , Fem ande, L 'h ib iscu s était en fleu r, Éd. La Liberté, Sainte-Foy (Canadá) 1990, p. 9. 5, Ib id ., pp. 61-62.

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nande tardó en entender que estaba reviviendo, a través de la pérdida de su m arido, el duelo no asum ido por la muerte de su padre cuando ella sólo tenía dos años. Le resultó difícil volver a sentir las em ociones de carencia del pasado, pasando por su dolorosa experiencia del presente. Al final de esta dura prueba, em erge una persona transform ada, despojada de lo que verdaderamente no era ella misma. U na persona que descubre por primera vez los rasgos luminosos de su auténtico rostro. L a m ayoría de las personas no pasan por este camino radical, que han de em prender las personas cuyas em ocio­ nes llegan al paroxism o. Pero es el cam ino de todos los que viven una im portante ruptura de su equilibrio, de todos los que sufren depresión nerviosa o un derrumbe total. En m uchos casos, desgraciadam ente, el proceso se malogra a m edio cam ino, por carecer de m edios adecuados y de guías com petentes. Q uienes no han podido atravesar el sombrío túnel y desem bocar en la luz se sienten m uy frágiles ante las fluctuaciones de sus em ociones dolorosas no resueltas. H an perdido gran parte de su sistem a defensivo y no han podido descubrir en su propio interior un terreno sólido en el que su identidad personal pudiera echar raíces. LVI Mis rupturas de equilibrio * ¿H e v iv id o , o esto y v iviendo, un estado de grave ru p ­ tura de equilib rio ? ' * ¿Q ue acontecim ien to o qué situ ació n h a desencade­ nado brutalm en te ese violento pro cesó em ocional? * E n m i p resen té , ¿qué capto d e lo q u e me sucedió o m e está suced ien d o ? : : * ¿T engo la im p resió n de h ab er salido o de poder salir ■■de -'6110? ■1 • \ :i:■i • * ¿ Q ué señales ten g o para p o d er d ecirlo? * Si todavía no h e salido, ¿tengo elem entos nuevos que podrían darm e un ray o de esperanza?

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Mi frigidez em otiva El m otor de mis em ociones puede quedar en un estado completamente opuesto al de una fuerza desbocada que parece haber perdido totalm ente la cabeza. Quizás es un m otor tan atascado que parece de m adera, mármol o hielo. ¿Estoy viviendo la frigidez em otiva? Es un estado no de­ masiado doloroso, pero que se parece extrañam ente a la muerte. Si me congratulo de no tener em ociones, de poseer un perfecto control sobre m í m ism o, m e estoy alegrando de ser una persona apagada que ya no sabe vibrar, que ya no sabe ni reír ni llorar de corazón. ¡Qué pena! El viaje de mi existencia será m uy anodino y, sobre todo, no me llevará muy lejos en «lo auténtico» de la vida. Es verdad que m i fuerza em ocional, bien controlada, puede llevarm e m uy lejos en el conocim iento y en la ciencia de toda clase. Puede guiarm e sin pestañear por los difíciles senderos de los negocios y de la política. Puede llevarme a atravesar impávido por injusticias, fracasos y pesares. Indudablem ente, seré una persona con tem ple de acero y que «llegará muy lejos en la vida». Sólo se me plantea un problema: con esa coraza, ¿me será posible llegar muy lejos en «mi propia vida»? M i vida, la auténtica, es la que está anim ada por m i corazón. E lla es la que me permite descubrir «lo auténtico»: la com pasión, la indulgencia, y el gusto por la m ás sim ple felicidad, la de ser, sencilla y verdaderam ente, yo m ism o; la pasión por com partir esa felicidad con todos los qu é m e rodean, desem barazado del aparato del poder, del dinero, del prestigio y del éxito. Mis em ociones son las únicas que pueden ponerm e en contacto con lo auténtico, ya que ellas son los únicos ca­ nales por los que circula mi vida. Si están bloqueados, como m ucho seré un extraordinario robot, sofisticado, com petente y experto. Pero en alguna parte de mí anidará, sin duda, la nostalgia de ser un ser hum ano. 102

LVI Mi frigidez emotiva * ¿T en g o m iedo de m is em ociones cu ando se m anifies■ t a n

? - .

* M e concentro en m i sentim iento y describo los com ­ pon en tes que tien e ese te m o r q u e m e hace desconfiar de m is em ociones y q u e , com o co n secuencia, p araliza toda mi vida. * ¿S oy consciente de q u e, si pu d iera co g er la m ano que m e tienden m is em o cio n es, podría realizar descubri­ m ientos asom brosos so b re m í? * ¿M e gusta em b arcarm e en esa gran aventura, dejar q u e circule p o r las v en as de m i vida la sangre caliente de m is em ociones? Si m i respuesta es afirm ativa, ¿por qué? Y si es neg ativ a, ¿ p o r qué?

M is em ociones pueden darm e miedo. A veces me abandono a ellas, otras veces las reprim o y las encierro en el calabozo. M e experim ento am bivalente ante mis em o­ ciones. ¿D ebo optar por la inseguridad de la confianza? ¿Debo inclinarm e ante la seguridad de la desconfianza? U na cosa es cierta: si m e gusta la vida y vivir mi propia vida, debo aceptar fam iliarizarm e con mis em ocio­ nes, que, afortunadam ente, en muchas ocasiones están lle­ nas de alegría, placer y esperanza. G rosse-téte au pays du m onde des émotions vivió una experiencia desconcertante. «N unca había pensado que su ser encerrara tantos tesoros. A m edida que los iba sacando, se sentía cada vez un poco m ás seguro, un poco más vivo. Estar vivo: ¡qué extraña sensación...! Sentir los seres, las cosas, su propio cuerpo... V er nacer en él las emociones, verlas desarrollarse, expresarse; verlas después desaparecer para dejar espacio a otras. ¡Qué m ovim iento tan fascinante y tan extraño! A veces sentía tristeza, tem or o cólera cuan­ do escuchaba con atención su m undo interior. Le daban m iedo, pero se fue fam iliarizando con esas em ociones, las fue dom inando y expresando. Ellas hacían aparecer lo m e­ — 103 —

jo r de su vida, com o la alegría y el am or, que ahora sentía más profundam ente. ¿H abía estado siem pre ahí esa vida que ahora fluía en él? Parecía que sí; pero la había tenido encarcelada. D urante todos esos años, había reaccionado ante las cosas, ante los seres y ante los acontecim ientos; pero todos los im pulsos de su vida se habían quedado grabados en alguna parte de su interior»6. La fuerza m otriz de m is em ociones es m uy descon­ certante. M i viaje está am enazado por accidentes peligro­ sos y crueles: entre la m arm ita hirviente de las rupturas de equilibrio y la frigidez de alguien muy cerebral, ¿dónde y cómo encontraré la arm onía? ¡Ahí está mi m ente para tom ar las riendas! Su tarea es la que corresponde al m ás alto cargo de la m ayor em presa del mundo: ser el D irector General de la buena andadura de mi viaje terreno. Su m isión consiste en llevar al pasajero hasta la estación térm ino donde se enlaza para el «gran viaje», y ha de actuar de m odo que todo suceda de la m anera m ás natural posible.

6. R o y , M ichel, «G rosse-téte au pays du m onde des ém otions», Liaison (marzo, 1981), U niversidad de Sherbrooke.

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4

«Yo» soy mi mente

¡Qué noble tarea la de m i m ente! Tiene una misión difícil, pero no im posible. En un prim er m om ento, aparece como el aspecto personal que m arca mi diferencia; lo cual es algo de la m ayor im portancia, como gravem ente afirman los entendidos. Pascal expresa la realidad hum ana con una frase m ás literaria: «El hom bre es un junco pensante». Im agen poética, donde las haya, para traducir dos mundos opuestos que cohabitan. Si puedo im aginarm e un junco tem bloroso m etido en la m ism a aventura que E l pensador de R odin, el contraste será sorprendente. Pues ésa es la realidad: yo soy una persona que reúne dos contrarios; por tanto, la dualidad es inevitable, aunque conciliable, puesto que yo existo; pero, sobre todo, es fascinante. Si vuelvo a la im agen de mi realidad personal, me asombro ante mi m isterio. M i cuerpo m e enraíza profun­ damente en la tierra; sin em bargo, en él hay diferentes niveles que captan vibraciones cada vez m ás sutiles. Ya mis em ociones, por m uy prim arias que sean, tiene una especie de fluidez que escapa a la pura m ateria. M i pen­ samiento conoce el fenóm eno opuesto: es espiritual, supera la m ateria, pero no es espiritualidad pura, pues sigue es­ tando som etido a ella. Por últim o, mi corazón, mi esencia, cuya m echa se im pregna en el más puro aceite espiritual, es como una llam ita vacilante que brilla en un entorno por lo menos extraño y, con m ucha frecuencia, hostil. — 105 —

Mi inteligencia, mi «yo-m ente», posee el conoci­ miento. Y, porque conoce, puede captar el sentido de las cosas y hacerlas evolucionar en la dirección correcta. Inteligencia, pensam iento, cabeza, mente: éstos son los térm inos que usam os para designar al «dueño» cons­ ciente que dirige nuestras vidas. N o es el único patrón a bordo, ya que está al servicio de m i esencia profunda: mi «yo-corazón». Es amo y es criado. M i corazón, que pro­ viene de un m undo lejano, m uy diferente, y va hacia otro distinto, se abandona a él durante gran parte del trayecto. Ese corazón está en la tierra com o un extranjero. Tiene que pasar por ella para alcanzar la plenitud, pero su adap­ tación es penosa y lenta; tiene una enorm e necesidad de alguien que dirija su viaje. Y m i m ente tiene la delicada y fundam ental función de ser el guía que conduzca mi corazón en gestación hacia una vida distinta. Es el guía y sostiene las riendas, dom eñando una fuerza salvaje e im previsible que es preciso dom esticar. Al principio, m i m ente es ignorante y carece de ex­ periencia. L a situación es extraña, y el principio curioso: m i mente tiene que instruirse y aprender su oficio en la escuela de los «dueños». Es una escuela que aún no brilla ni por la calidad ni por la com petencia dé sus pedagogos. Cuando fracasa, es el «sálvese quien pueda». Y aún hay algo peor. E l pasaje está ya en cam ino hace tiem po, llevado por «dueños» exteriores a m í, llenos, sin duda, de buena voluntad, pero tam bién m uy torpes... La culpa la tiene, desde luego, la escuela, que no está a punto. Pero saberlo no sirve de nada. ¿Quien lo sufre? Evidentem ente, m i em otividad. ¿Y quien paga las con­ secuencias? M i cuerpo. ¿Q uién hace un viaje duro y malo? M i corazón. ¿Q uién se siente m al e incom petente? M i mente. M i cochero, m al preparado, ejerce sus funciones sobre un caballo renqueante y asustadizo. Si cojea y le duele la — 106 —

pata, el caballo de m is emociones se para en seco, y ya nada progresa. Cuando son sus entrañas las que se retuer­ cen, se espanta. M i pobre m ente no puede elegir lo más urgente. Com o es necesario que la cosa marche — eso es, al m enos, lo que dicen en la escuela de los «dueños»— , el «yo-mente» debe controlar, oprim ir y someter. A causa del dolor, mi emotividad se desboca, entonces tom o las riendas con puño de acero y le hago entrar en razón. ¡Es preciso que aprenda a obedecer! Es uno de los principios de la «buena edu­ cación». Si, después de haber pasado po r la escuela de los «dueños», logro conservar un poco de sensibilidad, no puedo por m enos de darm e cuenta de que la cosa no m ar­ cha. Preocupado, me detengo y me pongo a reflexionar. El penoso estado de mi em otividad m e conmueve. ¿No tendré que repensar algunas cosas, cam biar algunas acti­ tudes, tom ar nuevas opciones? Si estoy m editando, es que hay un rayo de esperanza. Seguram ente acabo de tom ar una decisión im portante. En prim er lugar, poner en cues­ tión las erróneas creencias del «dueño». ¿No tendrá la cabeza repleta de falsas ideas? Por ahí debo em pezar si quiero que algo cam bie. Ideas que hay que reajustar En mi m ente, m is ideas no se corresponden verdaderamente con mi realidad. Entre la im agen que yo m e formo de m í mismo y lo que de verdad soy, hay un gran desfase. Es evidente que m e resulta prácticam ente imposible percibir­ me con entera exactitud y de m odo completo, pues mi m irada no es lo bastante penetrante. N o obstante, a m edida que mi consciencia va evolucionando, mi percepción de m í mismo se va haciendo más aguda y realista. Poco a poco voy em ergiendo de una globalidad informe y cap­ tando, cada vez con m ayor agudeza, el retrato vivo de mi yo actual. El gráfico adjunto puede servirm e de espejo para — 107

YO H O Y

Región sana

Región enferm a — 108 —

visualizar los elem entos que podría captar de mí m ism o si fuera capaz de m irarm e a la cara. Lo prim ero que m e llam aría la atención sería el círculo central. Es un círculo lum inoso, totalm ente positivo; com ­ prenderlo im plicó una transform ación radical de la com ­ prensión del ser hum ano. Cari Rogers lo expresa del si­ guiente modo: «U no de los conceptos m ás revolucionarios que han surgido de nuestra experiencia clínica es el re­ conocim iento creciente de que el centro, la base m ás pro­ funda de la naturaleza hum ana, las capas más internas de su personalidad, el fondo de su naturaleza ‘anim al’, es naturalm ente positivo, fundam entalm ente socializado, está orientado hacia la superación, es racional y realista»1. ¡Qué novedad para aquella época, en que se consideraba al ser hum ano un m iserable pecador hasta en las más m inúsculas fibras de su p e rso n a ...! El núcleo del ser humano es po­ sitivo; en él reside la llam ita de una gran pureza espiritual. A su calor echan raíces todos mis talentos, todas m is cua­ lidades, todos m is deseos de felicidad auténtica y de am or verdadero. Esas realidades se constituyen en m í de una m anera única, pero, al m ismo tiem po, son privilegio de todos. Si yo pudiera verm e realm ente, esto es lo prim ero que m e atraería y lo que me seduciría totalmente. A continuación, m e im presionaría la división de mi personalidad en dos regiones, una sana y otra enferm a. ¿En qué proporción se reparten estas dos zonas el territorio de mi cuerpo, de m i em otividad y de mi mente? Y o soy el único que puede hacer con acierto esa evaluación, par­ tiendo de m is com portam ientos en m i vida actual; yo soy el único que puede encontrar su génesis, partiendo de mi historia exclusiva- Por tanto, tengo que tom ar conciencia de este estado de cosas.

1. R o g ers , C ari R . , L e développem ent de la personne, D unod, M ontrouge 1968, p. 74.

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Por un lado, m i corazón positivo se abre hacia el exterior a través de m i cuerpo sano, eficaz y herm oso en ciertos aspectos. E se m ism o corazón se expresa con acentos adecuados y arm oniosos a través de em ociones positivas o negativas. M i corazón es enteram ente bueno, pero es humano y puede sufrir. Su sufrim iento real, es decir, el que no es exagerado ni está reprim ido, tiene necesaria­ mente tonalidades dolorosas en m i sensibilidad y, por re­ sonancia, en mi cuerpo. Finalm ente, mi corazón está guia­ do por la parte consciente, realista y flexible de mi m ente. Ese espacio no contam inado de m i mente com prende con claridad, elige juiciosam ente y m oviliza mi cuerpo y mi emotividad para llevar a cabo lo que es bueno para el corazón de mi vida. Por otro lado, m i corazón positivo está cerrado sobre sí m ismo. Está aprisionado por la conspiración de m i cuer­ po, de m i em otividad y de m i m ente, en la zona infectada por la enferm edad. Algunos canales de m i cuerpo se en­ cuentran atascados por tensiones y m alestares. M is em o­ ciones están perturbadas por sufrim ientos reprim idos. M i mente se refugia fuera de la realidad m ediante un sólido sistema defensivo. Si m e siguiera percibiendo en mi realidad actual, m e haría consciente de que estoy rodeado de lim itaciones por todas partes. Esas lim itaciones no tienen nada de negativo; no son m ás que los contornos de m i personalidad. A lgunos de esos contornos son fijos, cuando se trata de lim itaciones marcadas por la naturaleza; otros son m óviles, com o las lim itaciones propias del crecim iento. Las lim itaciones m e hablan de la finitud de m i condición hum ana. Son nor­ males. Lo que he de hacer es verlas en su realidad, que cambia a cada instante, y aceptarlas en el punto al que han llegado. Sin em bargo, m e veo m al. U na vez m ás, la culpa la tiene la escuela de los «dueños». Cuando yo era muy joven, me veían los dem ás. Yo no podía verm e a m í m ism o; era 110 —

dem asiado difícil para mi edad. A sí que yo me veía a través de la m irada que los demás posaban sobre mí. Lam enta­ blem ente, esa m irada estaba falseada. M is padres y los otros educadores reflejaban, sobre todo, el fastidio que les producían mis necesidades, que les resultaban molestas. Em pecé a sentirm e de m ás y poco interesante. Pusieron en evidencia m is torpezas y mis equivocaciones, por las que me hicieron reproches e incluso me castigaron seve­ ram ente. A veces, hasta se m e som etió a violencias físicas y morales de m uy diversas clases. Sin duda, yo debía de ser el peor de los m alhechores, para m erecer tales castigos. O , quizá, sim plem ente se les olvidó verm e, lo cual m e llevó a creer que yo no era nada. Asim ism o, mis padres m e compararon con los demás de m anera negativa, lo que contribuyó a que yo me foijara una idea falsa de m í m ismo. Los demás eran m ás inteligentes, más amables, m ás ra­ zonables, m enos alborotadores, m enos inquietos, m enos pegajosos...; en definitiva, todos eran mejores que yo. N o cabía la m enor d uda de que yo era de lo peor de la especie hum ana. Para colm o, mis padres exigían de mí resultados que no correspondían a mi edad y para los que yo no estaba preparado. U no de ellos era pedirm e que hiciera en su lugar lo que ellos no eran capaces o no tenían tiempo de * hacer. Yo me sentía com pletam ente desbordado, pequeño e ignorante, m ientras que ellos m e m anifestaban tal «con­ fianza»... o, m ejor, tales «exigencias», que me veía com o un inútil, incapaz de responder a sus expectativas. A través de esa imagen de m í m ismo que ellos m e reenviaban, m e vi tan im presentable que perdí toda autoestima; se me que­ dó «cara de cuaresm a». Se habla de «cara de cuaresm a» para referirse a un rostrq triste y apagado, a un rostro negativo que sufre una ceguera parcial. H a perdido la capacidad de ver el centro positivo de su yo y la expresión buena y bella de ese centro a través de los talentos y aptitudes de m i cuerpo, de los acentos vibrantes de mis em ociones y de las cualidades de mi pensam iento. A dem ás, ese rostro dirige una m irada 111 —

taladradora a todas m is carencias y lim itaciones. En el fondo, sólo ve lo negativo. C on sem ejante visión de m í mismo, estoy lejos de la realidad. En mi m ente, estoy cometiendo una grave equivocación sobre mi persona: yo no soy com o m e veo. M i inteligencia, todavía dem asiado joven para rectificar su visión de las cosas, tiene que optar entre la sum isión a esta im agen negativa de m í o la rebelión de lo positivo hum illado. Esa rebelión, si llega a produ­ cirse, m e proyecta por los aires en la imagen de la buena apariencia. Puede suceder que, sin yo quererlo, haya escogido perm anecer en la zona oscura. Para ello, m i m ente desa­ rrolla la m anía de desvalorizarm e. Entonces, m e m antengo bien hundido, aplastado por unas actitudes que no m e dejan ninguna oportunidad de autoestim a y de sentirm e alguien. La imagen se confirm a a sí m isma: no valgo para nada y no conseguiré nada que m erezca la pena. N adie podrá querer a un individuo tan triste y despreciable. Sufro de una hum ildad espuria que m e hace perder todo sentido de mi propio valor personal. Este m odo de verm e conlleva algunos privilegios. M e dispensa de hacer esfuerzos, de ser responsable. M e au­ toriza todo tipo de estupideces y errores, ya que, de todos modos, no valgo para nada. «M eter la pata» es lo norm al en mí, y a nadie puede asom brarle. -L V I M i «cara d e

cuaresma» ::

* R elato cóm o las actitu d es de los d em ás, cu an d o yo era n iñ o , m e han p ro p o rcio n ad o u n a im agen n eg ativ a de ■m í m ism o ' * T o m o co n cien cia d e m is m anías dé desvalorizarm e: expresiones fav o ritas y com portam ientos neg ativ o s. * E n la actu alid ad , ¿ten g o la hum ildad n ecesaria p ara acep tar m i iden tid ad p o sitiv a? * In ten to verm e de m an era realista y hago u n a lista de m is cu alid ad es, talen to s y capacidades. * T ras este so n d eo , m e concentro e intento v erm e y acogerm e en la to talid ad de lo que actualm ente soy.

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Tam bién es posible que yo optara, sin ser consciente de ello, por reaccionar contra esa im agen som bría poniendo de m anifiesto lo m ejor que hay en mí. M i positivo se engríe a tope. Yo soy la persona que lo sabe todo, que lo puede todo, que tiene éxito. Busco los desafíos, las hazañas di­ fíciles. M i objetivo es dem ostrar a todo el m undo, e in­ conscientem ente a m is padres, que no soy lo que ellos piensan. Soy alguien y lo dem uestro. Por lo dem ás, mis padres pueden haberm e im pulsado a ello, estim ulando de un m odo exagerado m is capacidades y valorando el parecer en detrim ento del ser. M e veo propulsado por encim a de m í m ism o. Mi m irada no ve ni m is lim itaciones ni m is carencias. Sólo ve lo positivo y, sobre todo, mis éxitos, que me procuran el reconocim iento de los dem ás. Para m antener m i buena apariencia, tengo que adquirir el hábito de justificarm e, ya que no m e está perm itido error alguno. Lo m ínim o para m í es la perfección en todo. Si m e equivoco, siem pre hay una buena excusa exterior a m í para dem ostrar que, en últim a instancia, la culpa no fue m ía. L a buena apariencia posee innegables ventajas. Por mi propio honor, realizo esfuerzos increíbles, desarrollo al m áxim o aquellas cualidades gracias a las cuales consigo éxitos profesionales, financieros, sociales, etc. Tengo la ilusión de ser im portante. Estoy lleno de m í m ismo. H e desarrollado la gran virtud de la am bición, que, sin em bargo, resulta perniciosa, porque echa a perder a quien la posee. C on ella, estoy siem pre haciendo equili­ brios en la cuerda floja, en tensión, agotado y en continuo riesgo de precipitarm e al vacío. Interiorm ente, carezco de solidez, porque no tengo raíces. M i seguridad sólo es apa­ rente: está edificada sobre mis éxitos, no sobre mí. Cuando m e llega un fracaso, desciendo a los infiernos, en los que me encuentro frente a mi «cara de cuaresm ad, que estaba secretam ente agazapada en el fondo de m í m ismo y que — 114 —

em erge de nuevo a la superficie. H abía reaccionado ante ella elevándom e por encim a de m í m ism o, pero mi te­ m eridad me hace retom ar maltrecho al punto de partida. Si el accidente no es m uy grave, reboto y vuelvo a colo­ carm e la m áscara de la buena apariencia, disfrazando to­ davía m ejor sus deficiencias. Sin em bargo, sigo teniendo el peligro real de sufrir, un día u otro, una depresión ner­ viosa, un derrum be total o un absoluto fracaso. La visión que tengo de m í m ism o es falsa y parcial. Y esa m ala percepción de m í m ism o es la que m e engaña. Una vez m ás, m e equivoco con respecto a mi persona. M i mente — mi conductor— , para poder dirigir mi viaje, tiene que ver con lucidez lo que realmente soy. Si padezco el síndrom e de la «cara de cuaresm a», mi mente debe aceptar su m ala visión de m í m ism o. Ha dejado de lado lo esencial de m í m ism o, todo aquello que constituye el núcleo de m i identidad. Tiene que integrar una visión com pleta de mi persona. M i mente tiene que transformar la im agen negativa que se ha foijado de m í en una imagen realista: la de una persona fundam entalm ente positiva, que tiene sus lim itaciones y que también sufre carencias, tanto en su cuerpo y en su em otividad como en su mente. A pesar de todo, mi parte enferm a no m enoscaba para nada todo cuanto de bueno y herm oso hay en m í. Por el contrario, si m i m ente ha disfrazado mi imagen con la m áscara de la buena apariencia, no consigue creer que se está equivocando; no le resulta fácil bajarse de su pedestal e integrar en su visión las carencias y las lim i­ taciones de mi personalidad. Perder la ilusión de la perfección y abandonar el sueño de ser el m ejor en todo requiere mucha hum ildad. Mi «yom ente» tiene que soltar su presa si quiere situarse en la realidad de quien soy: una persona llena de talentos y capacidades, pero, al m ism o tiempo, un ser humano li­ m itado y, desgraciadam ente, herido en su cuerpo, en su em otividad y en su m ente. Abandono las «muletas» de la 115 —

buena apariencia para situarm e en mi dim ensión verdadera. Abandono m i orgullo, pero m e siento m ucho m ejor y más tranquilo. El dram a de la buena apariencia consiste en que le es difícil descender en oblicuo a la im agen realista actual. Con frecuencia baja en vertical; com o consecuencia de un fracaso im portante, recae en la «cara de cuaresm a» y tiene que rem ontar en oblicuo hacia la im agen realista. El pro­ ceso es doloroso para el ego. L V I M i buena apariencia

* R elato có m o m e las he arreg lad o p ara lleg ar a fabri­ carm e m i b u en a ap arien cia. * T o m o co n cien cia d e los m edios que u tiliz o p ara ju s ­ tificarm e o p a ra ex cu sarm e cu an d o m e equivoco^ * A ctualm ente* ¿ ten g o su ficien te h u m ild ad p ara v er y acep tar m is litn itacio n e s y m is caren cias? ' ■: ■ > ' : : * Intento d irig irm e Una m irad a m ás realista y describo m is lim itacio n es e in cap acid ad es , así co m o lo s síntóm as de m is caren cias. • " . f ■: . 'yv.'.-.--' ^?.yy * D espués de este so n d eo , m é co n cen tro e in ten tó verm e en la tótálidád de lo q u é sóy actu alm en te.

P o r tanto, m i m ente debe abandonar esas imágenes irreales de m í, com o las de la B uena apariencia o la «Cara de cuaresm a». E ntonces, sus ideas se ajustarán a la realidad global de lo qué ahora soy. A partir de ella, tendrá acceso a sus verdaderas funciones, que consisten en trabajar en mi crecim iento y en m i curación. M i inteligencia, que ha adquirido lucidez, m anteniendo un buen contacto con mi realidad actual, puede entrever el cam ino a tom ar para avanzar hacia mi auténtico futuro. Éste futuro consiste en la am pliación de la región sana en todos los niveles de mi persona. E ntonces, m i centro positivo podrá expandirse y expresarse de m anera cada vez m ás adecuada m ediante mi cuerpo y m i sensibilidad, con la ayuda de m i m ente, que ahora es m ás inteligente y acepta mi realidad cam biante. El crecim iento de m i identidad personal positiva va acom— 116

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LAS FUNCIONES DEMI MENTE

pañado del despertar de m i ser espiritual. Poco a poco, mi vida va entrando en una trayectoria nueva que me lleva hacia los valores espirituales, al m ism o tiem po que m e va despojando gradualm ente de m i excesivo apego a los va­ lores m ateriales. Sim ultáneam ente, pero a un nivel distinto, va reali­ zándose la curación de la región enferm a. M i cuerpo se hace m ás ligero. Envejezco, pero sanam ente. M i sensi­ bilidad se serena y tiene m enos cam bios de hum or; va abandonando paulatinam ente la com pulsión que la hacía desvariar y la inhibición paralizante que la dejaba sin vida. M i m ente, por su parte, va adquiriendo cada vez m ayor sabiduría. Se desem baraza de las falsas ideas y se va li­ berando gradualm ente de su sistem a defensivo, que ya le es inútil. Y a no extrae la fuerza de su encastillam iento en sus defensas, sino de su abandono a la intuición del Pa­ sajero, que, con el tiem po, va saliendo de su anterior le­ targo y com ienza a hablar del fondo de mi ser, del ver­ dadero sentido de m i vida, de m i felicidad, cuya fuente se encuentra en m í m ism o, de mi libertad interior, de la gratuidad, de una luz que brota m ás allá de la m ateria... M i «yo-m ente» tiene ahora una visión m ás clara del itinerario del viaje. E stá preparado para la prim era etapa, que consiste en levantar las barreras que m e impiden avan­ zar resueltam ente hacia m i futuro yo. L a lucha en el sistem a defensivo Para protegerm e y defenderm e, m i m ente ha tenido que crear todo un arsenal. Tódos esos dispositivos artificiales m e han perm itido sobrevivir. G racias a ellos, he podido escapar por poco a la catástrofe fatal, aunque, con el tiem ­ po, m e he ido con virtiendo en prisionero de esas fortifi­ caciones. Pero ahora he adquirido nuevas fuerzas; he cre­ cido. A hora ya no puedo contentarm e con sobrevivir; quiero vivir. M is fortificaciones m e asfixian, porque, para im pedirm e sufrir, bloquean m is em ociones dolorosas y, al — 118 —

retenerlas, tam bién detienen mi vida, ya que el camino de la m isma pasa por m is emociones. Inhibir la expresión de mis emociones es inhibir mi m isma vida. Los tres m ecanism os más típicos de mi sistema de defensa psíquica son: * la negación; * el reproche; * la racionalización. El objetivo de estos m ecanism os es desactivar las em ociones dolorosas, privándoles de todo sentido, pues una em oción que no tiene sentido no puede hacerme sufrir. He aquí algunas expresiones tendenciosas que, lejos de ser simples palabras, determinan un estado que impide a mi m ente ver la realidad dolorosa y afrontarla. La negación — «A m í nada m e hiere». — «Mis padres respondieron plenam ente a todas mis necesidades infantiles». — «No soy difícil, me adapto a todo». — «No necesito recibir regalos». — «Puedo arreglárm elas sólo». — «Perdono, pero no olvido». — «Yo no he hecho sufrir a mis hijos»... En cada una de esas expresiones, afirmo una idea falsa y, por tanto, niego una realidad que en sí misma es dolorosa. La idea falsa m e impide ver y aceptar algo que realm ente me hace sufrir. Si yo viera y aceptara esa rea­ lidad, sentiría la penosa emoción vinculada a esa verdad. Al acoger la verdad, que en este caso es dolorosa, siento necesariam ente pena, tem or o cólera. Es lo que se produce en las situaciones enum eradas más arriba, a partir del m o­ m ento en que dejo de negar la realidad. — Si veo que determ inadas cosas m e hieren, y lo acepto, siento pena y m e encuentro m al. — 119 —

— Si veo que m is padres fallaron seriam ente con­ migo, y acepto que así fue, experim ento cólera y pena y me siento culpable por sentir resentim iento hacia ellos. — Si veo el hecho de que soy una persona difícil, que no m e adapto a todo, y acepto esa realidad, entonces siento tem or e inseguridad y experim ento ansiedad. ' — Si me hago consciente de que necesito muestras de afecto, y acepto esa realidad, vivo el dolor de no re­ cibirlas cuando me faltan* — Si constato que tengo necesidad de ayuda, y acepto esa necesidad, siento la angustia de m i incapacidad o de mi soledad. — Si me doy cuenta de que no perdono, y asumo el hecho, entonces me siento culpable, m ala persona, y tengo miedo a ser juzgado o castigado. — Si pienso que pude hacer sufrir a m is hijos, incluso a pesar m ío, y me atrevo a adm itirlo, siento pena, tem or a su rechazo o a su cólera, y m e siento culpable. N egando la realidad — que, por otra parte, es evi­ dente, ya que tanto m i cuerpo com o m i com portam iento me traicionan— , intento, m ediante un fenóm eno de dis­ torsión intelectual, convertir lo blanco en negro, y lo negro en blanco. P ara m i desgracia, ese juego logra su objetivo en mi mente, pero los hechos no cam bian: lo negro sigue siendo negro, y lo blanco, blanco. Sin em bargo, p or m edio de esa distorsión, he conseguido aislarm e de m is emociones dolorosas. Pero tam bién he conseguido situarm e fuera de la realidad. E se juego m alabar m e incapacita para vivir sanam ente. Estoy en otra parte; soy incapaz de estar pre­ sente en el presente tal y com o es. LVI Lá negación * ¿M e recon o zco e n eso s m ecan ism o s d e n eg ació n ? S i m i respuesta es afirm ativ a, ¿q u é re a lid a d e s son las que in ten to negar?

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* Si tu v iera el coraje de m irar cara a cara esas realidades, ¿qué em ociones ten d rían derech o a salir de su calabozo? * A ceptarlas sería tam bién volver a sentirlas. ¿Estoy d ispuesto a ello?

E l reproche — «La gente es m ezquina y obtusa. Lo único que pretende es hacerm e daño». — «Todo el m undo es egoísta. No puedo contar con nadie». — «La sociedad no tiene piedad y me trata injusta­ m ente». — «Nadie me com prende. Son incapaces de escu­ char». — «¡Qué ingratos son todos!». — «Es un envidioso, es una envidiosa; m e impide vivir m i vida». — «Si m e hubieran anim ado y apoyado, podría ha­ berlo superado; pero son todos unos vagos incom­ petentes». Es evidente que los dem ás a veces tienen fallos, y no pequeños. Pero reprochárselos m e coloca en una situación muy desfavorable. Pongo toda m i atención en la falta del otro. Estoy fuera de mí; soy incapaz de concentrarme para entender lo que sucede en m í. De este m odo, evito ver y sentir mi em oción. — Si dejo de reprochar a los dem ás su ruindad y cerrazón, aunque sean ciertas, descubro que me siento am enazado, que tengo m iedo, que soy una persona poco segura de sí m ism a y que tem e enorm emente a los demás. — Si dejo de reprochar al mundo su egoísm o, entro en contacto con mi soledad. Siento la tristeza del abandono y me invade la pena del rechazo. — Si dejo de reprochar a la sociedad su injusticia, empiezo a percibir mí im potencia para defenderme y mi incapacidad para afrontar el peligro que eso representa para mí. — 121 —

— Si dejo de reprochar a los demás que ni me com ­ prenden ni m e escuchan, m e siento débil y vulnerable, como un niño que experim enta el dolor de verse abando­ nado a sí m ism o, sin recursos. — Si dejo de reprochar al otro su ingratitud para con­ m igo, m e siento m alquerido, sufro, siento cólera por no ser importante p ara él. — Si dejo de reprochar al otro que me impide vivir, m e asom bro al darm e cuenta de que soy yo quien carece de fortaleza para ser libre, quien acepta ser su cautivo por tem or a perderlo. — Si dejo de reprochar el abandono y la incom pe­ tencia ajenas, me enfrento a m i inseguridad personal. Caigo en la cuenta de que no soy lo bastante fuerte como para ser responsable de m í m ism o y tom ar confiandam ente mi vida en mis propias m anos. M e siento perdido y superado por los acontecim ientos. El reproche es precisam ente el m ecanism o de defensa del ser hum ano, que ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio. Sólo hay un m edio para desm ontar ese mecanismo: fijar la m irada en m í m ism o, en lugar de di­ rigirla hacia los dem ás. Y, sobre todo, que esa m irada no sea crítica, sino indulgente, y que penetre hasta lo m ás hondo de m i interior para ver y com prender m i sufrim iento a través de las em ociones que estoy experim entando. L V I É l re p ro c h e

.

V

..



* ¿T engo te n d e n c ia a h ace r rep ro ch es a los d em ás? : * ¿Q uiénes son m is ch iv o s ex p iato rio s? '¿¿S.-iiycy —'-•las auto rid ad es; ios jó v e n e s; . rJ-V; 'r • --■. 1' ;' t . •': -;/ las m u jeres; .• -—- lo s h o m b res; : ^ ^ los p o l í t i c o s ; • ... . ... ' — r la so cied ad ; • — algún g ru p o concreto; — u n a p e rso n a d eterm in ad a (esp o só , esp o sa, co m ­ pañero, am ig ó , alg u ien de m i e n to rn o ...).

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* ¿D e qué los acuso? — ¿de ser in ju sto s, ap ro v ech ad o s, ignorantes, tra i­ cioneros, v íb o ras, im p lacab les, e tc ., etc.? * Al h ace r rep ro ch es de ese m o d o a los dem ás, ¿q u é pretendo e v itar v e r en m í m ism o y d e qué em ociones m e estoy defen d ien d o ?

La racionalización He aquí algunas de las frases falaces que se emplean en este procedimiento: — «Lo hice lo m ejor posible; no he podido com eter ningún error». — «A m í m e hicieron andar m uy derecho; es natural que yo actúe del m ismo m odo». — «Mis padres hicieron por m í todo lo que estuvo en sus m anos, no me hicieron ningún daño». — «Dios lo ha querido así, no puedo hacer más que aceptarlo». — «Es mi tem peram ento; no puedo hacer nada en absoluto; yo soy así». — «Todo el m undo tiene sus necesidades, lo natural es que yo tam bién las tenga». — «Eso no tiene ninguna im portancia, los niños no sienten nada ni recuerdan nada». E n cada una de esas frases, por m edio de la racio­ nalización, transform o la realidad para hacerla aceptable y conform e a la razón. Es una hazaña intelectual de la argum entación, que despoja a la realidad de la em oción que produciría si se atuviera a la verdad. — Si reconozco que hacer las cosas lo m ejor que pueda no me va a im pedir com eter errores, tengo que enfrentarm e a los errores que efectivam ente he com etido, aunque haya sido involuntariam ente. Entonces siento cul­ pabilidad, angustia y tal vez m iedo a que me rechacen y m e juzguen. — Si reconozco que la educación que he recibido ha sido dura y severa, tengo que enfrentarm e al hecho de que, — 123 —

al reproducirla, tam bién yo actúo con dureza y severidad. Entonces m e pueden invadir sentimientos de pena y de culpabilidad, así com o angustia y tem or a ser rechazado y juzgado. — Si reconozco que no por el hecho de que mis padres hicieran lo que podían recibí yo lo que necesitaba, tengo que afrontar que carecí de m uchas cosas, y experim entaré pena, tem or y cólera ante esas carencias. — Si reconozco que D ios no releva a las personas de la responsabilidad de sus actos, puedo experim entar m ucha cólera y agresividad ante quien, por negligencia, me ha herido. — Si reconozco que la personalidad depende en gran parte de la educación y que puede m odificarse, m e veo en la obligación de hacer algo p o r m ejorarm e. Tam bién tengo que cargar con las consecuencias negativas de m is facetas malas, lo que puede ocasionarm e pena, angustia y cul­ pabilidad. — Si reconozco que las necesidades que experim enta todo el m undo son a veces exageradas, tengo que enfren­ tarme a algunas de m is necesidades que tam bién son ex­ cesivas. Y entonces pueden invadirm e el m iedo al juicio, la pena y la cólera. — Si reconozco que un niño es una persona que siente intensam ente y no olvida nada, he de enfrentarm e a la seriedad y gravedad de m is com portam ientos para con ella. Al ser consciente del m al que he podido hacer o que hago, pueden brotar en m í m uchas emociones: culpabilidad, m ie­ do al rechazo, al juicio, pena, vergüenza, etc. Sólo el am or a la verdad y su búsqueda pueden ayu­ darme a afrontar la realidad tal como es, sin deform arla con unos razonam ientos que, por muy lógicos que sean, no dejan de ser básicam ente falsos. La racionalización es la form a elegante de la m entira. Y no deja de ser una de las m entiras m ás dañinas, pues se oculta a m i m irada bajo la form a de verdad que yo le ofrezco con una retorcida m aniobra de mi inteligencia. 124 —

LVI La racionalización * A n o to las frases, si las h ay , q u e correspondan a m is p ro p ias racionalizaciones. * ¿C aig o en la cu en ta de q u e ese m ecanism o d e defensa p erten ece a la fam ilia de la m entira? E xplico cóm o lo constato. * E l tem o r h ace m entir: tem o r a ser castigado, a ser en ju iciad o , a ser acu sad o , a recib ir re p ro c h e s... ¿D e q u ién y de qué tengo m iedo? * E l am o r la v erd ad y su búsqueda están entre las ap­ titu d es m ás n o bles de m i inteligencia. F orm ulo breve­ m ente m i deseó p ro fu n d o de b u scar y d escu b rir la verdad sobre m í m ism o.

T am bién utilizo otros m ecanism os de defensa, entre los que se encuentran la desconfianza y la proyección. Este último m ecanism o lo he descrito en el «síntoma del espejo» en mi libro Tengo una cita conmigo2. En cuanto a la des­ confianza, hay que decir que se trata de un mecanismo sutil, cuya base es la duda. Dudo constantem ente de la buena fe de los dem ás. En mi m ente, les despojo de toda capacidad positiva. D e ese m odo, m e autorizo a encerrarme en una burbuja de silencio y frialdad. Me pongo al abrigo de una eventual am enaza de negativa, de rechazo, de re­ proche, de enjuiciam iento e incluso de conflicto abierto. Este m ecanism o m e aísla de los dem ás, al m ismo tiempo que engendra una profunda duda sobre m í m ism o, sobre mis propias capacidades y sobre mi poder de decisión. Desconfío de m í m ism o tanto como de los demás; por consiguiente, pongo cortapisas a mis comportamientos. Como no actúo nada o casi nada, quedo protegido de la equivocación y evito convertirm e en blanco de los «mal­ vados», dado que es así com o percibo a los demás. La negación, el reproche, la racionalización, la pro­ yección y la desconfianza son cinco tumores m alignos en

2. L a c a s se , M ic h e lin e ,

op. cit. , p.

21.

125 —

la mente de mi conductor. Los cinco conspiran contra él para m antenerle en la ilusión irreal y, de ese m odo, des­ pojarle de todo poder sobre la realidad. H an construido una fortaleza para encerrar en ella m i dolor. Toda una desgracia, porque m i dolor sigue existiendo, y yo me veo reducido a una vida en la que no puedo reír, saltar y cantar libremente. M i m ente, cuando se haga consciente del problem a, intentará, a pesar de todo, lo im posible. Porque se trata de una cuestión de vida o m uerte. E l aprendizaje de la lectura de m i vivencia interior Yo no tengo poder alguno ni sobre las condiciones cli­ máticas del viaje ni sobre el estado de los cam inos. Mi esperanza reside en la calidad de mi caballo, en el estado de mi carroza y en la com petencia de m i cochero. Al hacerm e adulto, la responsabilidad de mi viaje me corresponde a mí. E l cochero tiene que concentrar sus esfuerzos en el pasajero; su m irada debe dirigirse hacia el interior para lograr conducir mi vida y hacerm e posible llevarla a buen puerto. El conductor es mi «yo-m ente». Si mis ojos se quedan fijos en el exterior — personas, situa­ ciones o acontecim ientos— , en espera de que cam bie, mi causa está perdida. C ierto es que debo ser lúcido sobre lo que acontece a m i alrededor, precisam ente para hacerme capaz de afrontarlo y extraer de ello lo m ás conveniente para mi desarrollo y m i curación. Pero donde tengo que invertir es en mí m ism o, y debo hacerlo dotándom e de una herram ienta indispensable: el aprendizaje de la lectura de mi vivencia interior. Y a en 1955, Eugéne G endlin com enzó a preparar el terreno para el m étodo de la lectura de la vivencia interior, con la denom inación de E xper iencing3. En 1967, Cari Ro3. G e n d l in , Eugéne, Une théorie du changem ent de la personnalité, Les Éditions C IM , 1975.

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gers ofreció una descripción del método, en siete niveles, en su libro Therapeutic Relationship and its I m p a c f. Al comienzo de la década de los setenta, Gendlin, partiendo de la teoría de E xperiencing, puso las bases de un método práctico de acceso a la interioridad, al que denominó Focusing45. Posteriorm ente, m últiples experiencias tera­ péuticas han ido creando, a partir de esas bases, formas originales de aplicación. O tros, tomando como base sus observaciones clínicas, han ido llegando a descubrimientos sim ilares, com o es el caso, en Francia, de André Rocháis, fundador de la Organización «Personnalité et Relations H um aines», que en 1979 ponía a punto un instrumento denom inado «el análisis p r h » 6. G endlin, Rogers, Rocháis y algunos otros especialistas afirman unánimemente que la clave del progreso personal se encuentra en el apren­ dizaje de un m étodo que haga capaz a la persona de des­ cifrar lo que sucede en su propio interior. El m étodo que voy a presentar se inspira, en lo fun­ dam ental, en el análisis p r h , si bien prescinde de algunos elementos un tanto sutiles y complejos para los profanos. Por ello, en el marco de esta obra, tanto las etapas que propongo com o su contenido se apartan significativamente del instrum ento inicial elaborado por André Rocháis. M i m ente y mi percepción sensorial son dos realidades que distingo espontáneam ente m ediante dos expresiones: «Yo sé», «Yo siento». La prim era es prerrogativa del con­ ductor; la segunda, del m otor em otivo. Y o soy inteligente, y mi inteligencia me proporciona un poder. Me permite conocer, com prender, juzgar y, en consecuencia, elegir lo más conveniente para actuar. M i m ente posee el saber, el

4. R o g e r s , C ari, The Therapeutic Relationship a n d its Impact, University o f W inconsin Press, M adison 1967. 5. G e n d l in , Eugéne, F ocusing: au centre de soir Le Jour, Montréal 1984. 6 . R o c h á is , A ndré, L ’analyse prh , N otes d ‘observation, Organísme p r h , 1984.

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conocim iento. Se expresa por m edio de ideas, pensam ien­ tos, razonam ientos, deducciones lógicas... Todo este her­ moso m undo intelectual es frío, m ecánico, sin intensidad en sí m ism o, sin arm onía; es un m undo descam ado y muy parecido a un ordenador... Sin em bargo, ese m undo cons­ tituye mi nobleza, pues, precisam ente porque sabe, tiene la capacidad de conducir mi vida. Pero mi conocim iento se queda en la abstracción, y su objeto es una especie de sinsentido cuando no está anim ado por la llam a palpitante y vibrante de una em otividad llena de m atices que, m e­ diante su «yo siento», insufla vida a las consideraciones teóricas carentes de color y de calor. La habilidad del conductor consiste en descubrir toda la vida que bulle en las entrañas de la vivencia em ocional. El conductor tiene las riendas, pero el dueño del m ovi­ miento interior es la em otividad. Lo sensorial reacciona al «yo-mente» com o el «yo-m ente» a lo sensorial, y todo ello repercute sobre el cuerpo y sobre el «yo-corazón». L a habilidad del conductor consiste en fam iliarizarse con el m otor em otivo para que sus dos fuerzas, una vez aliadas, se conjuguen, y para que el cuerpo y su m isterioso corazón lleguen felices al térm ino del viaje. Las entrañas de la percepción sensorial de m is em o­ ciones se estrem ecen con las m ás variadas sensaciones, de las más fuertes a las m ás leves, de las más lum inosas a las más som brías, de las m ás graves a las m ás agudas, pasando por todas las tonalidades interm edias. M is em o­ ciones se han elaborado en m í con independencia de mi m ente. Su historia com ienza con m is prim eras experiencias vitales en el seno de m i m adre, cuando aún mi m ente no podía ser consciente de ellas. E sa historia escapa incluso a mi conocim iento, aunque haya pasado mucho tiem po desde que la experiencia quedara alm acenada en las en­ trañas de m is em ociones. Estas tienen toda una existencia propia, intensa, preñada como el vientre de una m ujer encinta. A l m ism o tiem po, poseen las respuestas a las razones secretas que im pulsan a mi em otividad a desbo­ — 128

carse o a encolerizarse ante la m irada inquieta e impotente del conductor. Sin saberlo, mis em ociones poseen el co­ nocimiento inconsciente del m isterio de mi vida. M i m ente puede encontrar la respuesta a mi «vidam isterio», con tal de que la busque allí donde está y co­ nozca la clave para abrir su puerta. P au ta para la lectu ra D E L A S E M O C IO N E S N E G A T I V A S E X A G E R A D A S P r im e r t ie m p o

M e centro en la em oción por la que pasa la «corriente». M i mente está orientada hacia el exterior o hacia las ideas sobre m í m ism o, y el andam iaje del sistema defensivo que ella ha construido puede engañarle. Para guiar bien mi vida, mi m ente tiene que aprender a dejarse instruir por lo que sienten m is em ociones. D ar prueba de humildad es aceptar que sea precisam ente lo que siente mi inconsciente — a veces im pulsivo, a veces reticente— lo que tenga la respuesta al m isterio de m i vida. Resulta curioso, en efecto, que sea lo sensitivo y anim al lo que posee ese privilegio y conserva la huella de mi experiencia. Esta parte de m í tiene una m em oria distinta de la del conocimiento; es la m em oria de lo sensorial, la m isma que hace que «el gato escaldado del agua fría huya». Es una memoria de alta fidelidad, pero privada de conocim iento, como la de las plantas y los anim ales; es la m em oria del «niño-Mimosa/ Chimpancé». Esta m em oria ha codificado la explicación de mis com portam ientos actuales. M i m ente no tiene más opción que volverse hacia ella para interrogarla y descifrar su oscuro lenguaje, cuya coherencia interna es precisa, lógica y profundam ente realista. La lógica intelectual no puede gloriarse de poseer esas mismas cualidades, sobre todo en lo que se refiere a la com plejidad humana. E n concreto, m i m ente tiene que habituarse a m antener un ojo orientado siem pre hacia el interior, y el otro abierto 129 —

hacia el panoram a exterior. Este escenario exterior produce unos efectos sobre m í que siento en las entrañas de lo sensorial y que, por supuesto, resuenan en m i cuerpo. El ojo orientado hacia el interior debe captar el paisaje em o­ tivo que acaba de ilum inarse, y adquirir relieve por el influjo de un conm utador que lleva la corriente a un lugar muy preciso de m i sensibilidad. E l acontecim iento que se produce en el exterior no hace m ás que establecer la com unicación. Su única función es la de ser desencadenante; por eso mi m ente no debe detenerse dem asiado en él; sim plem ente, debe aprender a servirse del acontecim iento para discernir la em oción que acaba de ilum inarse. Lo im portante es que m i m ente se centre en la em oción que el desencadenante h a puesto en marcha; si se lim itase al acontecim iento y se pusiera a analizarlo, caería en una tram pa, com etería un grave error. He de utilizar el desencadenante para entrar en Contacto con m i em oción; pero lo prioritario es esta últim a. S e g u n d o t ie m p o

Mi «yo-m ente» nom bra la em oción despertada. M i m ente tiene que aprender a nom brar, claram ente y con precisión, m i em oción, por la que circula una co­ rriente de vida. H e aquí algunos ejem plos concretos de estos dos prim eros tiem pos del aprendizaje de la lectura de m i vivencia interior. El desencadenante pone de relieve una emoción concreta

El «YO-mente» nombra la emoción despertada

Las intervenciones de Violette me irritan... Plantea cuestiones que me parecen superficiales y que me da la impresión de que frenan el curso de la conversación, el intercambio en profundidad que se estaba produciendo.

Me siento encolerizado contra ella.

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El desencadenante pone de relieve una emoción concreta

El «YO-mente» nombra la emoción despertada

Miro a los demás, y sus vidas me parecen plenas... Tienen éxito y tienen amigos.

Me siento triste.

Carmen habla una y mil veces de su necesidad de tener cerca un hombre. No deja de insistir en lo importante que le parece.

M e indigna oír a una mujer expresar su necesidad de una presencia masculina.

Mi mujer habla de ir a pasar unos días de vacaciones a un lugar de veraneo con una compañera de trabajo.

Me siento celoso.

El profesor nos propone un trabajo en equipo. Tenemos que formar grupos de cinco personas.

Temo que me marginen.

Cuando llegué, estaba allí mi jefa. Yo pensaba que estaría contenta por todo el trabajo que había realizado, y recibí una reprimenda... Estuvo 15 minutos diciéndome que había revuelto todas sus cosas y había ocupado todo el espacio...

M e encolericé por verme tratada tan injustamente .

En aquel «taller» comprendí y acepté que tenía de mí mismo una imagen negativa y desvalorizadora.

Siento que me voy reconciliando un poco más con mi cuerpo.

Termino un ejercicio de expresión creativa mediante la danza.

M e siento bien.

Presento a mis compañeros de trabajo el nuevo producto que acabo de poner a punto.

Me siento satisfecho.

— 131 —

El desencadenante pone de relieve una emoción concreta Hoy he sido capaz de escuchar las reclamaciones de mis alumnos sin sentirme atacado.

El «YO-mente» nombra la emoción despenada Me siento más seguro de mí mismo.

Un p rim er p elig ro No personalizar de m anera auténtica lo que siento, o ex­ presarlo en form a de idea, no de em oción. ELIMINAR COMBATIR . RECHAZAR

DESARROLLAR BUSCAR CULTIVAR

TODO EL MUNDO se siente valorado en una situación como ésa.

YO me siento valorado en una situación como ésa.

ESO me crispa los nervios.

YO me siento con los nervios de punta.

ESO es el infierno.

YO me siento en un infiemo.

ESOS ACONTECIMIENTOS me molestan.

YO me siento molesto por esos acontecimientos.

CLAUDINE despierta mi agresividad.

YO me siento agresivo cuando Claudine...

UNO se siente feliz de tener éxito.

YO me siento feliz de tener éxito.

Eso lo ENCUENTRO horroroso.

YO me SIENTO HORRORIZADO.

Me DIGO QUE eso es triste.

YO EXPERIMENTO tristeza. — 132 —

ELIMINAR COMBATIR RECHAZAR CONSIDERO QUE ese proyecto es apasionante. PIENSO QUE siento afecto por Clara.

DESARROLLAR BUSCAR CULTIVAR YO me SIENTO ENTUSIASMADO ante ese proyecto. YO TENGO LA IMPRESIÓN DE SENTIR afecto por Clara.

Un segundo peligro Hablar de mis emociones contando hechos, en lugar de sentir mi emoción en el momento presente.

Lectura de la vivencia interior de Claude HABLO DE MIS CUENTO MI SIENTO VIVENCIA EMOCIONES MI EMOCIÓN en imperfecto en pasado en presente Yo tenía mucha prisa por comenzar mi curso, era mi actividad, mi tarea importante del otoño, mi reencuentro conmigo mismo. Yo estaba muy nervioso con la idea de un puesto de trabajo en un hospital. Luego vino la decepción: no obtuve el puesto esperado. Al escribir esto, de algún modo siento que me hace daño. Yo estaba verdaderamente decepcionado por no tener empleo. — 133 —

HABLO DE MIS EMOCIONES en imperfecto

Mi esperanza era encontrar de nuevo buenos amigos en el curso. Eso esperaba, y allí estaban.

Al volver a casa, estaba sobreexcitado. Era incapaz de dormir, tenía el vientre revuelto, palpitaciones y descontrol corporal (temblores, hiperventilación, embotamiento).

CUENTO MI VIVENCIA en pasado Había trabajado duro para arreglar la habitación de los gemelos. Desde la primavera, mi esposa estaba soportando unas presiones tremendas en su trabajo, y yo sufrí intensamente las consecuencias.

La tarde del viernes, decidimos trabajar en equipos de cuatro. Yo representé al grupo para dar ejemplo.

Con un gran esfuerzo de voluntad y de concentración, logré calmarme y dormir unas horas. Después me fui a clase para decirle al profesor que abandonaba.

— 134

SIENTO Mi EMOCIÓN en presente

A n á lisis d e l texto

La persona que escribió este texto no ha hecho una lectura de su vivencia interior. Sin em bargo, se le había abierto una puerta para hacerlo cuando percibió en el presente: «Siento que me hace daño». Sólo la emoción experimen­ tada en el presente puede conducirm e a m i interior. Habría sido necesario que la persona, en ese m om ento, se hubiera detenido y hubiera nom brado con claridad la emoción que vivía en aquel instante: «m e hace daño», y que se hubiera perm itido entrar en contacto con ese dolor, en lugar de seguir «hablando de» y «contando». Su m ente podría haber interrogado a su emoción pre­ guntándole: «Cuando algo te duele, ¿qué ocurre en ti?». Pero el «yo-mente» no tuvo ese reflejo. En lugar de cen­ trarse en ese m om ento, se protegió de él quedándose en el pasado; un pasado reciente de la edad adulta. No obs­ tante, escribir un texto com o ése supone un alivio. La persona saca algún provecho, pero no adelanta en el co­ nocimiento de sí m ism a, ya que la em oción «siento que me hace daño» no ha revelado su secreto. Sólo el contacto con esa em oción habría podido proporcionar a esa persona informaciones nuevas sobre su vivencia interior. H ablar de mis em ociones y contar las circunstancias de mi vivencia no me enseñan nada nuevo sobre m í mismo. Todo lo m ás, me perm iten desahogarm e, lo que no es desdeñable Lo que Claude, de quien estamos hablando, no con­ siguió hacer solo, pudo hacerlo con la ayuda de su profesor. Veamos la continuación, y así pasam os a la tercera etapa del aprendizaje de la lectura de la vivencia interior.

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T e r c e r t ie m p o

Describo la em oción tal y com o la siento en el presente. C laude dice a su profesor que deja el curso porque su «cuerpo no aguanta». El profesor, m aestro experim en­ tado, le responde con esta pregunta: «¿Por qué tu cuerpo te niega una alegría, un placer, ya que m e dices que el curso te gusta?» DESCRIBIR LAS LAS INTERVENCIONES DE MI CABEZA EMOCIONES EXPERIMENTA­ DAS EN EL interrogantes tomas de reflexiones PRESENTE conciencia ¿Por qué me niego ese placer? Me niego ese placer porque me siento culpable; culpable de estar bien. Me siento culpable de estar entre personas que me permiten ser yo mismo, exactamente yo. Realmente, me siento culpable de sentirme bien. Por tanto, boicoteo mi bienestar sintiéndome mal. En consecuencia, me impido participar en el curso.

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DESCRIBIR LAS LAS INTERVENCIONES DE MI CABEZA EMOCIONES EXPERIMENTAreflexiones DASENEL interrogantes tomas de PRESENTE conciencia Me he ocultado la verdad durante tres días para poder funcionar, porque no quería afrontarlo y también porque no podía hablar con nadie. Vuelvo ahora al núcleo del problema. Me siento vulnerable. Me siento culpable de ser yo mismo y de desear mostrar y poner a producir mis talentos. Un deseo desproporcionado. Me gusta que se me reconozca. Por ello me reto a mí mismo. Mis amigos me dicen: «¿Por qué no das el 70% en lugar del 200%?». Quiero ser excelente. Es mi única posibilidad de serlo.

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DESCRIBIR LAS LAS INTERVENCIONES DE MI CABEZA EMOCIONES EXPERIMENTA­ DAS EN EL interrogantes tomas de reflexiones PRESENTE conciencia En mi casa, siento que no soy nadie. (Me echo a llorar). Al querer rendir tanto en mis estudios, me extenúo y destrozo mi salud. Caigo en la cuenta de que lo que subyace a todo es mi necesidad de ser tenido en cuenta y reconocido. Sé que tengo talento, pero lo manejo mal, porque mi necesidad es demasiado grande.

Análisis d el texto En el tercer tiem po de la lectura de su vivencia interior, Claude, siguiendo el hilo de la em oción sentida en el pre­ sente de su vida, llega a una tom a de conciencia importante: «Mi necesidad de ser tenido en cuenta y reconocido es dem asiado grande». 138 —

Esto constituye para la m ente una nueva información para com prender su com portam iento emotivo y para reac­ cionar de m odo inteligente. A partir de esa toma de con­ ciencia, «mi necesidad de ser tenido en cuenta y reconocido es dem asiado grande», el «yo-m ente» de Claude puede interrogarse para tratar de averiguar si y a en otras ocasiones ha experim entado ese m ism o tipo de síntomas, rem ontán­ dose incluso hasta su infancia. D e este m odo, puede sacar a la superficie recuerdos de experiencias análogas. Eso es el cuarto tiem po. C u a r t o t ie m p o

Hablo de m is em ociones infantiles, recordando los hechos. Lectura de la vivencia interior de Claude ( continuación ) HABLO DE MIS EMOCIONES PASADAS

CUENTO LOS HECHOS Unos días antes de ir al colegio.

Tenía dolor de vientre, dormía mal y estaba excitado. Lo mismo respecto a los campamentos de «scouts». Me desvelaba, excitado por los buenos momentos que había vivido. Análisis del texto Claude no ha ido más lejos en la exploración en profun­ didad de su em oción actual. Sin em bargo, podría haber pasado a una quinta etapa si hubiera retomado el hilo de su em oción presente allí donde la había abandonado, un hilo que se encuentra en la expresión «en mi casa, siento que no soy nadie». A dem ás, en ese punto fue cuando se echó a llorar al escribir su vivencia. Si C laude hubiera proseguido su lectura interior... 139 —

DESCRIBO LA EMOCIÓN EXPERIMENTADA EN EL PRESENTE EN MI CORAZÓN DE NIÑO

LAS INTERVENCIONES DE MI MENTE interrogantes

tomas de conciencia

En mi casa, siento que no soy nadie. ¿No es así como me sentía de niño en mi casa? Me veo en mi casa, cuando era niño. Siento que no soy nadie ante mi padre. Me siento sobreprotegido, sus miedos me impiden actuar. Su forma de protegerme me impide cualquier placer o alegría de vivir.

No me siento querido por mí mismo. Me siento obligado a ser la imagen que mi padre quiere que sea.

Cuando era niño, no tuve derecho a divertirme, a gozar. Tuve que ser razonable.

Así se protege él de sus temores. Sufro. No me siento ni tenido en cuenta ni reconocido en lo que yo soy y por lo que yo soy. Mi excesiva necesidad de ser tenido en cuenta y reconocido proviene de ahí. Lo veo con claridad al escribir estas cosas.

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Q u in t o t ie m p o

M e perm ito hoy volver a sentir esa em oción en el p resen te de m i co razó n de n iñ o . A nálisis del texto En este punto de la lectura de su vivencia interior, Claude habrá tom ado conciencia de cuál es la causa de esa excesiva necesidad de ser reconocido, que experim enta ahora en su vida de adulto y que se rem onta a su infancia. Esta ne­ cesidad exagerada desequilibra su comportam iento y, como consecuencia, su cuerpo tiene que soportar fuertes reacciones físicas, vinculadas a las emociones dolorosas de su sufrim iento infantil reprim ido en su inconsciente. Gracias a esta lectura de su vivencia interior, Claude podría haber progresado m ucho en su autoconocim iento e iniciado la integración de algunas de sus em ociones reprim idas. En este proceso del aprendizaje de la lectura de la vivencia interior, es fundam ental el tercer tiem po, porque perm ite a la em oción situarse en el presente, y ello hará que tom e contacto, en el quinto tiem po, con el el presente de m i corazón de niño. H e aquí dos breves lecturas de vivencias interiores que ilustran bien el tercer tiempo: des­ cribo mi emoción sentida en el presente sin pretender or­ denar m i pensam iento. D espués retom arem os este texto en un cuadro para poner de relieve la tram a de la emoción y, paralelam ente, las intervenciones del pensam iento. Lectura de la vivencia interior de Jocelyn «Siento en m í un sabor a muerte. M is actitudes y mi conducta tam bién producen m uerte, destruyen las cosas. Im pido que mis relaciones vayan adelante. Siento mi in­ capacidad de vivir. Siento com o un m uro que me impide hacer gestos positivos, gestos vivificantes, gestos que pro­ porcionen alguna form a de placer. Ese m uro es el placer que m e impido. Un placer que me estaba prohibido. El — 141 —

placer tiene poco espacio en mi vida. Todo en ella es serio. No hago nada para divertirme, para reír, jugar, gozar por go­ zar. .. M e siento aburrido, con un buen cerebro que trabaja bien, pero con un cuerpo poco vivo, que no conoce el placer. »De todos m odos, siento un cam bio. Tengo ganas de em prender algunas actividades recreativas. Incluso sexualm ente, siento que experim ento más placer. H asta sien­ to que lo estoy buscando. T odavía surge la im agen del control. M e da m iedo perder el control de la situación. »A1 releer m i vida, com prendo nuevas realidades acer­ ca de mí: * las vinculaciones entre las actitudes de m uerte y la negatividad que engendran. * la incapacidad de experim entar placer debido a una pro­ hibición que se levanta com o un m uro de contención». EMOCIÓN EXPERIMENTADA EN EL PRESENTE

LAS INTERVENCIONES DE MI MENTE reflexiones tomas de conciencia

Siento en mí un sabor a muerte. Mis actitudes y mi conducta también «producen» muerte, destruyen las cosas. Impido que mis relaciones vayan adelante. Siento mi incapacidad de vivir. Siento como un muro que me impide hacer gestos positivos, gestos vivificantes, gestos que proporcionen alguna forma de placer. Ese muro es el placer que me impido. 142 —

EMOCIÓN EXPERIMENTADA EN EL PRESENTE

LAS INTERVENCIONES DE MI MENTE tomas de conciencia reflexiones Un placer que me estaba prohibido. El placer tiene poco espacio en mi vida. Todo en ella es serio. No hago nada para divertirme, para reír, jugar, gozar por gozar...

Me siento aburrido, con un buen cerebro que trabaja bien, pero con un cuerpo poco vivo en el que no habita el placer. De todos modos, siento un cambio. Tengo ganas de emprender algunas actividades recreativas. Incluso sexualmente, siento que experimento más placer. Hasta siento que lo estoy buscando. Todavía surge la imagen del control.

Me da miedo perder el control de la situación. Al releer mi vida, comprendo nuevas realidades acerca de mí: * las vinculaciones entre las actitudes de muerte y la negatividad que engendran. * la incapacidad de experimentar placer, debido a una prohibición que se levanta como un muro de contención — 143 —

A n á lisis d e l tex to

Este com ienzo de lectura de la vivencia interior, que se detiene en el tercer tiem po, ha perm itido a Jocelyn hacer im portantes tom as de conciencia que abren puertas con­ ducentes a un cam bio m ás significativo. En el curso de la lectura de la em oción experim entada en el presente, su mente ha hecho una reflexión que le habría podido servir para pasar al cuarto tiem po: la vinculación con recuerdos del pasado. La frase «un placer que m e estaba prohibido» conduce a una lectura m ás profunda. Pero el «yo-m ente» no ha tenido reflejos para aprovechar la ocasión de su­ m ergirse en el pasado con el fin de explorar m ás a fondo la em oción de partida: «Siento en m í un sabor a m uerte». U n segundo texto perm itirá profundizar este proceso de lectura y aprendizaje de cóm o poner de relieve el hilo conductor que es la em oción m ism a. L ectura de la vivencia interior de Caroline «M e siento sepultada viva. Tengo la boca seca y un nudo en el estóm ago. M e siento realm ente aterrorizada y paralizada p o r el m iedo. N o sé cóm o salir de m i letargo. Palpo el fondo de m i soledad. M e siento aislada de los que me rodean e incapaz de com unicarm e con mi m arido. Para ambos es horrible. Por suerte, están los chicos. Son el ancla de m i barco, lo que m e ata a este m undo. M e doy cuenta de que, si tengo que continuar representando esta com edia, voy a enferm ar. Siento que todo se desplom a en mí. M e siento m uy sola. N o tengo energía alguna, ninguna fuerza. N o sé qué m e pasa. ¿Q ué va a ser de m í? M e siento agotada de m entirm e a m í m ism a y a los dem ás. C reo que es preciso que haga algo, pero ¿qué? V oy a hablar de ello en m i próxim a sesión de terapia...»

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LAS INTERVENCIONES DE MI MENTE describo la EMOCIÓN EXPE­ reflexiones tomas de RIMENTADA EN interrogantes conciencia EL PRESENTE Me siento sepultada viva. Tengo la boca seca y un nudo en eí estómago. Me siento realmente aterrorizada y paralizada por el miedo. No sé cómo salir de mi letargo. Palpo el fondo de mi soledad. Me siento aislada de los que me rodean e incapaz de comunicarme con mi marido. Para ambos es horrible. Por suerte, están los chicos. Son el ancla de mi barco, lo que me ata a este mundo. Me doy cuenta de que, si tengo que continuar representando esta comedia, voy a enfermar. Siento que todo se desplo­ ma en mí. Me siento muy sola. — 145 —

DESCRIBO LA LAS INTERVENCIONES DE MI MENTE EMOCIÓN EXPE­ tomas de RIMENTADA EN interrogantes reflexiones EL PRESENTE conciencia No tengo energía alguna, ninguna fuerza. No sé qué me pasa. ¿Qué va a ser de mí? Me siento agotada de mentirme a mí misma y a los demás. Creo que es preciso que haga algo. Pero ¿qué? Voy a hablar de ello en mi próxima sesión de terapia. Análisis del texto A C aroline, incapaz de ir m ás lejos p or sí sola, le resulta im prescindible la ayuda de una tercera persona si quiere continuar la lectura de su vivencia interior. Entonces des­ cubrirá inform aciones necesarias para su progreso y podrá adoptar decisiones útiles que le perm itan resolver sus pro­ blem as. Es im portante observar que la tercera etapa tiene un im pacto m uy positivo en m i presente. M e perm ite acom eter cambios profundos, aun cuando no haya abordado todavía las causas inconscientes de m is problem as. M ediante la lectura de m i vivencia interior, influyo en ellos. Com ­ prendo m ejor lo que está sucediendo en m í. Puedo des­ dram atizar los hechos y adoptar decisiones m ás adecuadas. — 146 —

Tam bién adquiero m ayor control sobre mis actitudes y sobre determ inadas situaciones, que puedo modificar. Ade­ más, tengo en mi m ano el hilo de la em oción, que algún día puede llevarm e más lejos en la exploración de mi do­ loroso pasado infantil. Si logro descifrar mi em oción en el presente, nom ­ brando, a ser posible, los síntomas corporales que la acom ­ pañan, doy un paso enorm e en m i propia integración per­ sonal. Se trata de empezar; lo dem ás vendrá a su tiempo y por sus pasos. P or eso es preciso que ponga mucho empeño en describir las tres prim eras etapas de la lectura de mi vivencia interior. Cuando una persona, un aconte­ cimiento o una situación desencadena en m í una vivencia em ocional, debo: * describir brevem ente el desencadenante que des­ pierta esa em oción en m í. N o quedarm e aferrado al m ism o, sino centrarm e en la emoción positiva o negativa por la que pasa la corriente; * nom brar claram ente la em oción que se ha des­ pertado; * describir la em oción tal y com o la siento en el pre­ sente, a ser posible con los síntom as corporales que la acompañan. M i m ente tiene que esforzarse en vigilar el peligro de hablar de m is em ociones en im perfecto, y de contar hechos en indefinido Am bas cosas alivian, es verdad, pero no me hacen avanzar realm ente en el conocim iento de m í mismo ni en la dirección de mi propia vida. Adem ás, al final de la tercera etapa es necesario anotar con claridad los des­ cubrimientos sobre m í m ismo que m e perm iten hacer esa lectura de lo que siento. LV I A prendizaje de la lectu ra de m i vivencia interior En la m edida de lo posible, a través de los aconteci­ m ientos desencadenantes de m i vida cotidiana, debo acostum brarm e a la lectura de mi vivencia interior. 147 —

P r im e r tie m p o

Detecto el acontecimiento que actúa como desencade­ nante y lo describo muy brevemente, volviendo ense­ guida mi atención a mi interior para tomar conciencia de lo que siento. S e g u n d o t ie m p o

Entre las múltiples emociones que ha podido activar el desencadenante, aíslo la que me parece más importante y la nombro claramente, teniendo cuidado de persona­ lizar bien mi emoción con un «YO», seguido de una expresión de contenido emocional, como «siento», «ex­ perimento», «vivo» o «percibo». ; ‘

T e r c e r t ie m p o

...

-

o - 'X-

Describo esa emoción tal como la experimento ahora en mi presente. Puedo ayudarme con pregiiíitás como: * Cuándo experimento esta emoción, ¿qué ocumé en ihí? * ¿Experimento smtomás corporales? .¿Cuál¿s?feí:^ * ¿De qué está com puesta esta enm cióú?

■* ¿A qué se parece esta vivencia? Puedo comenzar mi respuesta por: «es como si yo sintiera.. » Después de este ejercicio, durantes vpy rédaetáhdd mi textóí.s t ó l c t í d t e r i n H miento, resumo en una frase ó dos lo que descubro sófere mí en el presente a continuación de esta íectuirá de i ^ " vivencia interior. •^ ^ ... -V"":-’ ^ D e sc rib ir u n a e m o c ió n es e x p lo ra r su c o n ten id o . U n a e m o c ió n e s u n a re a lid a d c o m p le ja fo rm a d a p o r m ú ltip les e le m e n to s. D e sc rib irla e s ilu m in a r lo s d ife re n te s asp ecto s q u e la c o n stitu y e n . E s e l m is m o tip o d e e x p lo ra c ió n q u e re a liz a m o s e n e l m u n d o d e las c o sa s m a te ria le s. C u an d o h a b lo d e u n b o s q u e , p u e d o d e sc rib irlo : e ste b o sq u e e stá fo rm a d o p o r d o s g ra n d e s fa m ilia s d e á rb o le s: d e h o ja y c o n ife ra s. S i q u ie ro s e g u ir a d e la n te , m e p re g u n to p o r los d iv e rso s tip o s d e á rb o le s c o n h o ja s q u e lo c o m p o n en : h a ­ — 148 —

y as, álam os, robles, fresnos... Cada uno de ellos tiene diversos elem entos, como son: raíces, tronco, ramas y hojas. Si me pongo a exam inar las coniferas, puedo des­ cubrir m uchas variedades: pinos, cedros, abetos. Y existen diversas clases de abetos... Cuando hablo de un bosque determ inado, m e refiero globalm ente a todas esas reali­ dades. Si quiero conocer realm ente ese bosque, tengo que descubrir sus elem entos, desde los más complejos hasta los m ás sim ples. Es el m edio de saber de verdad de qué está com puesto ese bosque concreto. U na em oción es un bosque. Para conocerla y com ­ prenderla es necesario captar sus elem entos, yendo de los más com plejos a los más sim ples. De esa form a, exploro mi vivencia interior y tom o conciencia de lo que sucede en m í. P or ejemplo: «tengo m iedo» es una em oción global llena de elem entos em ocionales sim ples. ¡Sí, tengo miedo! Pero ¿de qué? Tem o sentirm e juzgado, no responder a las expectativas de los demás y , en consecuencia, recibir re­ proches, ser castigado o incluso ser rechazado. M i miedo tiene una sensación subyacente que he de sacar de la os­ curidad para descubrir su contenido concreto. Al ser más consciente de ella, tengo acceso a mi capacidad de resol­ verla e integrarla, en lugar de reprim irla, controlarla o incluso negarla. L o im portante en este proceso es, ante todo, captar la realidad global de lo que siento y nom brarla claram ente, lo que m e perm itirá tom ar el hilo que me conducirá hasta los secretos ocultos en m i inconsciente. Algunas de m is em ociones son coherentes con mi situación actual. Tanto si son positivas como si son ne­ gativas, vibran en arm onía con la realidad de mi situación de hoy, suenan «verdaderas» en mi presente; en cam bio, hay otras que suenan «a falso», como sucede con muchas em ociones negativas. Son el eco de una vivencia más pro­ funda y lejana. A hí ¿s donde m i mente debe preguntarse — 149 —

cuál es su verdadero origen en mi pasado. T odas las em o­ ciones e x a g e ra d a s e n relació n con la situación a c tu a l que las d e se n c a d e n a tie n en su n ú cleo en m i h isto ria in fan til d o lo ro sa . P or un efecto de resonancia, ese núcleo hace que sus ondas em ocionales negativas repercutan en mi vivencia presente cada vez que un desencadenante apro­ piado hace que la corriente llegue hasta él, y de ese modo lo activa durante m ás o m enos tiem po y con m ayor o m enor intensidad. Cuando se trata de una em oción negativa exagerada en relación al desencadenante actual, la"lectura de mi vi­ vencia interior debe pasar al cuarto tiem po, que es un tiem po bisagra entre el presente y el pasado. C u a r t o t ie m p o

Este cuarto tiem po es fundam ental para resolver la causa profunda de m i sufrim iento. En él se establece el contacto entre el presente y el pasado. A continuación se presentan dos ejem plos que m uestran el m om ento en que tiene lugar esa conexión. Lectura de la vivencia interior de Louis «Estoy furioso con V iolette. Preferiría que se callase, porque echa a perder la conversación. Soy todo agresividad y cólera. »Siento que he experim entado m uchas veces esta sen­ sación de cólera y la he reprim ido. L a he sentido muchas veces contra m i m adre, que es m uy prosaica. M e siento crispado cuando tom o parte en una conversación intere­ sante que puede aportarm e m ucho, y alguien interfiere, com o hacía m i m adre. Siento que se m e impide aprender cosas que considero im portantes para m í y que me gustan. En el fondo, m i m adre no escucha y no comprende lo que es importante para m í. Siento que m e crispo y me pongo en tensión interior y corporal para no m anifestar m i agre­ sividad y m i có le ra...» . — 150 —

Lectura de la vivencia interior de Suzanne «Esta tarde estoy ‘frita’- Más aún, estoy ‘rabiosa’ porque me organizan mi vida. Rabiosa por no tener ni un m inuto para mí; ni un m inuto para sentarm e en paz; ni un sitio ni un instante para estar sola, tranquila. Tengo la sensación de que estoy exclusivam ente al servicio de los dem ás. M e gustaría poder no hacer nada, escuchar el si­ lencio, respirar aire puro, hacer el v acío ... »Desde hace m eses, m e siento com o una esclava de los demás. Es como si estuvieran devorando mi existencia, mis energías y mi tiem po. M e sien to explotada9 ‘a l se r­ vicio d e ’, com o d u ra n te to d a m i infancia: obligada a se rv ir a to d o el m u n d o. M e parece que es toda mi infancia la que m e hace revivir aquellos tiem pos en los que sólo contaba el trabajo y el rendim iento. U na infancia en la que siempre estaba deseando m orirm e para poder descansar». A nálisis de los textos Estos dos ejemplos m uestran m uy bien cóm o el centro vivo de la em oción presente está situado en el pasado de la persona. L a emoción actual se pone en relación con su verdadera causa, que está situada en la infancia dolorosa de la persona. U na vez establecida la vinculación, es po­ sible explorar la em oción en el clim a original en que nació y cristalizó. Entonces es posible pasar al quinto tiempo de la lectura de la vivencia interior, que es la exploración de la em oción en el p re se n te d e m i corazón de niño. Q u in t o t ie m p o

Voy a presentar un texto de lectura de la vivencia interior que describe una em oción sentida en el presente del co­ razón de niño. La prim era parte del texto presenta el m o­ mento del paso del presente al pasado. L a persona cuenta en él brevem ente un recuerdo de su infancia, antes de entrar en la em oción tal y com o la sentía en aquel momento. 151 —

L e c tu r a d e la v iv e n c ia in te r io r d e S té p h a n ie

«Q uerría vivir sólo con m ujeres, entre mujeres que no necesiten un hom bre que les aporte un plus, un objetivo para su vida. »Esto m e rem ite a mi infancia, cuando mi padre se m archaba a trabajar durante todo el otoño. M e habría gus­ tado que hubiéram os estado bien sin él. Habría querido que no hubiéram os tenido tantas dificultades; que mi m adre hubiera estado de buen hum or, contenta por tenem os a nosotros, sus hijos. M e habría gustado sentir que éram os importantes para ella, que podíam os hacerla feliz. Lo que m e entristecía no era la ausencia de mi padre, sino la pena de mi m adre; sentir que nosotros, sus hijos, sólo le im ­ portábam os cuando estaba m i padre. Él lo era todo para ella, era su am or. M e dolía ver a mi m adre preocupada únicamente p o r m i padre. E ra com o si nosotros, sus diez hijos, hubiéram os llegado a su vida por puro áccidente. Estábam os allí para conservar a mi padre. Ella no nos ha querido. Y o no m e siento deseada p or mi madre. Estoy de más. La fastidio. Percibo a mi m adre com o dependiente del am or de su m arido. Está aferrada a él. Está obligada a tener hijos para conservarlo. Siento rabia ante esa m ujer que se aferra de ese m odo a un hom bre. Y aún estoy más rabiosa por sentirm e com o m i madre: aferrada a m i m arido, dependiente de su am or. »Preferiría no parecerm e a m i madre; no tener ne­ cesidad de nadie, y m ucho m enos de un hombre; vivir libre y autónom a y sentirm e a gusto aun cuando no esté mi marido. »A1 escribir esto, descubro que, aunque sufra en mi sensibilidad — sufrim iento que proviene de mi infancia— , tengo en la actualidad un gran deseo m uy positivo: querer ser autónom a. T om o conciencia de hasta qué punto esta .llam ada vital es intensa en m í y de cuántas ganas tengo de poner todos los m edios para acceder a m i verdadera libertad personal». — 152 —

L V I Comprensión del contenido presentado

* En este texto, caigo en la cuenta de las emociones que experimenta Stéphanie en el presente de su corazón de niña. Reconstruyo un párrafo únicam ente con sus em o­ ciones y, a través de éste procedim iento, descubro la sensación del sufrim iento de niña de Stéphanie. * Con mis propias palabras, formulo las novedades que ?Stéphanie ha descubierto sobre sí m ism a al redactar la lectura de su vivencia interior.

En el texto que viene a continuación, Christine explora y com prende su vivencia presente a partir de la causa real que se rem onta a su pasado infantil. H abla de sus em o­ ciones de la niñez, cuenta hechos de su pasado, pero no experim enta de verdad la emoción en el presente de su corazón de niña. L a em oción que vive es, sobre todo, la emoción del adulto ante una carencia experimentada en su infancia. Es un ejem plo que m uestra con claridad que, como Christine, yo puedo hablar de mi infancia sin por ello sentir la em oción del niño que fui. En el proceso de la lectura de m i vivencia interior, puedo estar más próximo o m ás alejado del núcleo de mi herida. Cuanto más alejado esté, más «hablo de». Cuanto más cerca esté, más «ex­ perim ento la em oción», com o si ahora volviera a encontrar al niño de tres, siete o diez años que fui y que sigo siendo en el nivel de determ inadas em ociones de mi infancia que todavía no he conseguido integrar. Lectura de la vivencia interior de Christine «M e siento atenazada por el m iedo, por la inseguri­ dad. En el m omento actual, mi m irada sólo se posa en mi m arido. El tem or, el pánico que él m e hace vivir, impide que sienta cualquier otra cosa. Él m e absorbe totalmente. Sólo le veo a él. Estoy obsesionada, com o una enferm a que observa y espía cuánto él hace. Despierta en mí toda la pena y todo el tem or que he enterrado casi desde que nací. Ante él, m e siento com o un bebé que chilla de terror — 153

en cuanto deja de ver a su m adre. En eí m omento en que no sé lo .que hace ni dónde está, siento pánico. »Lo que m e ayuda a vivir, mal que bien, en esta etapa de mi vida es saber, com prender lo que estoy viviendo. Es cierto que tengo po r m arido a un hombre con el que nunca sé a qué atenerm e; pero, en el fondo de m í m ism a, sé muy bien que la inseguridad que actualm ente él despierta en m í supera la realidad presente. Sé y siento en alguna zona m uy interior que soy capaz de vivir esta inseguridad, que tengo la suficiente solidez com o para sobrevivir sin mi m arido a mi lado. Siento que, en el fondo de m í m ism a, hay una playa segura y grande, y que tengo una gran capacidad de am or gratuito. »Pero, aquí y ahora, a pesar de ese convencim iento, me siento superada, zarandeada p or la borrasca. C om ­ prendo — m ás bien siento— que es ante todo con m i m adre con quien tengo unos problem as que poner en orden. Cuan­ do no sé dónde está m i m arido y le busco, tam bién estoy buscando a m i m adre. Es com o si ahora la necesidad de tener una m adre que m e quiera, m e tranquilice y me cuide, quisiera verla satisfecha por m i m arido. Y lo único que él hace es despertar esas carencias — de tranquilidad y de protección— . Y o siem pre m e he negado a adm itir esas carencias ante m i m adre. Podría decirse que me he sentido de más desde m i nacim iento. Sí, eso es: yo no fui para mi madre el hijo varón que ella esperaba. Podría decirse que desde ese m om ento m e cerré a ella; decidí no necesitarla. Ella no m e quería, y a m í no m e im portaba... N o, no es verdad. H oy, en m i vida, m e siento llena de todas las necesidades que un niño siente respecto a su m adre y, adem ás, m e siento llena de pena por no haber sido querida. M i m arido es un p o c o ... m i m adre. A través de él se despiertan m is necesidades de niña. Yo querría que m e .protegiera, pero él m e rehuye; querría que fuera sincero, pero él m e oculta la verdad constantem ente. M e siento llena de necesidades que él — soy bien consciente de ello— — 154 —

no puede satisfacer del todo. Com o cuando un chiquitín busca a su m adre, siento que él ocupa por entero el campo de mi visión. »A pesar de todo, aunque vivo muy mal mi afecti­ vidad, estoy esperanzada. Sí, siento la esperanza de que un día toda esta pena finalice, lo m ism o que el pánico por haber vivido separada de mi m adre. Tengo la esperanza de que un día mi presente quede liberado de mi carencia pasada y de que la transferencia que ahora hago hacia mi m arido desaparezca, y yo pueda saborear por fin el ver­ dadero amor y, sobre todo, la alegría y la confianza». LV I Yo á través del espejó

Utilizando la lectura de la vivencia interior de Christine como un espejo de mi propia experiencia, retomo los pasajes aplicables a mi vivencia. Intento establecer un vínculo entré m i presente y mi pasado. * ¿Experim entó en mis relaciones afectivas actuales ex­ pectativas y necesidades de niño? ¿Cuáles? * ¿Gomo describiría, las causas que provienen de mi niñez?; ^ . ■-V .‘V / •'.-.O. o‘; vf'■■■■V.V* ¿Experim enta mi corazón de niño emociones ligadas a algún suiPrimientó bloqueado en el desde hace muchos años? . V . / ' V ; \ .. . * Intentó dejar que m i coráizón de niño describa esas emoeioiiés expenm entádas en el presenté de mi historia pasada. ^^ v ’r ' ’ : ■

Otra lectura de una vivencia interior me ayudará a avanzar más en la tarea de descifrar lo que sucede en m í. Com o en el caso de Christine, G erm ain comprende su presente a partir de su experiencia pasada, pero sin sentir todavía de verdad la emoción en el presente de su corazón de niño. Sin em bargo, esta etapa de la exploración sigue siendo muy im portante para establecer correctamente la conexión entre su vivencia actual y sus dificultades, así como la huella que ha dejado en él su experiencia pasada. — 155

Lectura de la vivencia interior de Germ ain «No m e gusta nada sentir lo que experim ento en mis relaciones con m is padres, mis herm anos y m is herm anas. Sencillam ente, no estoy ‘en relación con ellos*. Me siento separado de ellos. N o form o parte del clan. M e parece que vivo rodeado de gente, invadido por toda esa panda, pero cerrado a ellos. N o m e siento ligado a mi fam ilia. Ya desde niño m e cerré a ella. Podría decirse que me encerré en una urna de cristal: no quise saber nada de mi fam ilia, y evité que mi fam nilia m e conociera. La imagen que tengo de mí, cuando era niño, es la de un puercoespín. M e defiendo para que no se m e acerquen. »A hora m i pasado infantil m e invade com pletam ente. Aunque respecto a algunos de m is herm anos y herm anas ya no m e siento en aquella especie de torre de m arfil, la soledad y la ausencia de transparencia en que viví afloran a la superficie. »En m i vida actual m e gusta tener relaciones autén­ ticas, profundas, sentirm e abierto y transparente con las personas que quiero, en particular con m i m ujer y mis hijos. C uanto m ás aum enta en m í este deseo de autenti­ cidad, con tanta m ayor fuerza rem onta a la superficie la pena p o r no haber conocido esas relaciones en mi niñez. »M e apena haber vivido una infancia sin vinculacio­ nes, m arginado de la ternura, de la escucha profunda, de la v erd ad ...; m e apena haberm e sentido ‘nada’ para mi padre y mi m adre; m e apena haber tenido que protegerm e de mi sufrim iento levantando un m uro entre m is herm anos y herm anas y yo; m e apena sentir que la im agen que tienen de m í está m uy lejos del hom bre que ahora soy; m e apena sentirm e incapaz de restablecer con m is padres aquella com unicación que, para protegerm e, corté desde mi más tierna infancia. M e parece que todavía hago intentos para sentirme en relación, abierto a mi padre y a mi madre. Después de este período de fiestas en que he podido verlos — 156 —

m ás, aún estaba m ás apenado por sentirlos inaccesibles. Da la im presión de que no com parten los mismos valores que yo. Después de nuestras discusiones, ya no me atrae nada oír hablar de la fam ilia. M e gustaría revelar ante ellos mis verdaderos sentim ientos, m ostrarm e tal como soy. Pero sigo siendo incapaz de hacerlo, y sigo sufriendo por ello. No m e atrae nada vivir relaciones superficiales, in­ tercam bios carentes de sentido. »La em oción que me invade al escribir estas palabras es la im potencia para establecer un vínculo con m is padres. Yo querría un vínculo hecho de escucha profunda, de trans­ parencia y de benevolencia; un vínculo en el que cada uno de nosotros estuviera dispuesto a invertir tiempo y corazón. Siento im potencia y tristeza». L y i Y o en otro espejo

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f r i í ^ ^ n u s m Ó : ; e o t t i p - V ^ Análisis del texto El último texto citado podría hacer creer que Germ ain ha hecho una descripción de su em oción de pena en el presente de su corazón de niño. Pero no ha sido así. Retom em os una parte de ese texto: — »M e apena haber vivido una infancia sin vincu­ laciones, m arginado de la ternura, de la escucha profunda, de la verdad...». 157 —

— «M e apena haberm e sentido ‘nada’ para mi padre y mi madre»* — «M e apena haber tenido que protegerm e de mi sufrim iento levantando un m uro entre mis herm anos y her­ manas y yo»* — «M e apena sentir que la imagen que tienen de m í está m uy lejos del hom bre que ahora soy». — «M e apena sentirm e incapaz de restablecer con mis padres aquella com unicación...». G erm ain explora m uy bien el contenido de su pena actual, que recae sim ultáneam ente sobre su pasado y sobre su presente. Esta em oción la siente en el adulto. Los tres primeros elem entos descritos se refieren al pasado; pero es el adulto el que experim enta la pena hoy. Los dos últimos elem entos se refieren al presente. Por consiguiente, su pena es la tristeza del adulto. Si G erm ain hubiera sentido su pena en el presente de su corazón de niño, probablem ente la habría descrito de este m odo: — »M e apena ser un niño sin vinculaciones, m argi­ nado de la tern u ra...» . — «M e apena sentirm e ‘nada’ para m i padre y mi m adre». — «M e apena verm e obligado á protegerm e de mi sufrim iento...». C uando la persona está verdaderam ente en contacto con su em oción infantil, está m ás cerca del núcleo doloroso de su pena. E ntonces, es probable que se sienta muy em o­ cionada. Incluso puede que, al redactar esta parte de su análisis interior, sienta correr sus lágrim as de niño que vuelve a sentir el aislam iento de una insoportable soledad. L o im portante ahora es captar el itinerario global de este proceso de exploración, de lo que ocurre en mis en­ trañas em ocionales cuando se trata de una em oción ne­ gativa enraizada en m i corazón de niño herido. H asta aquí, hem os estudiado cinco tiem pos con la ayuda de ejemplos — 158 —

concretos. A hora llego a la fase que me hace entrar real­ mente en la resolución efectiva de mi sufrimiento: la ex­ presión de la em oción reprim ida durante mi infancia. Tam bién en esta etapa la expresión de la em oción se hará a m ayor o m enor distancia del núcleo de mi sufri­ miento. C uanto m ás lejos esté del núcleo al expresar lo que siento ante mi em oción, ante la imagen impresa en mí de las personas im plicadas, tanto m enos vibrante seré al expresarla. Cuanto m ás cerca esté de la experiencia ori­ ginal, tanto m ás intensam ente participarán mi cuerpo y mi sensibilidad en la expresión de mi em oción, y tanto más necesario será que m i mente afloje las riendas para dejar que la em oción se exprese lo m ás profundam ente po­ sible, a fin de poder extirparla de m í de raíz. Es eviden­ te que este proceso es lento. Q uerer forzarlo me desestruc­ turaría brutalm ente e incluso me im pediría resolver mi su­ frimiento. El sexto tiem po de la lectura de mi vivencia interior es el m om ento en que m e dirijo directam ente a la persona que m e produjo la herida en mi niñez. Me es difícil diri­ girme a ella en el presente de mi corazón de niño. Por ello, habrá un período en el que sólo podré afrontarla en el pasado. E l niño que subsiste en m í es todavía demasiado frágil para afrontarla en el presente del momento en que se produjo el acontecim iento traum ático. El m ero hecho de dirigirm e a la persona im plicada es ya un gran paso. Evidentem ente, no se trata de oponerm e a la persona física, sino a la im agen que tengo de esa persona en m i interior. M e dirijo a la persona que está presente en mí a través del influjo que aún sigue ejerciendo sobre mí. En cierto m odo, esa persona está en m í, y hacia ella dirijo la expresión de la emoción reprim ida desde m i niñez.

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S e x t o t ie m p o

Expresión de la vivencia de Carm en «M am á, yo te aborrezco. Yo, Carm en, a lo largo de toda m i vida de niña, nunca m e sentí verdaderam ente que­ rida por ti. E ra una preciosa niñita rubia que cantaba y brillaba com o un rayo de sol. Pero tú eras un nubarrón que ocultaba el sol y arrojaba una espesa niebla sobre sus her­ mosos rayos. T ú m e quitabas toda la alegría que la vida me proporcionaba. D enigrabas todo lo que me gustaba: las personas que eran im portantes para m í, las visitas a casa de tía M artine, m is dibujos... Entonces se apoderaba de m í la tristeza, y el rayito de sol sentía que, sin saber por qué, le dolía el corazón. Has sido una m adre dura, altiva, orgullosa, independiente y fría, que ha fabricado una niñasoldado preparada para afrontar la guerra, preparada para construir un im perio superficial. Pero, por otro lado, has fabricado una niñita frágil, m uy sensible, que busca am or, que se siente perdida para siempre. Y esta pena me hace daño, porque hoy m i vida está llena de desesperación por tu cu lp a...» . Poco a p oco, el niño irá saliendo de su baluarte, y su emoción se liberará com o habría debido hacerlo en el m o­ mento en que se producía este sufrim iento. Veam os otro ejem plo elocuente de la expresión del dolor infantil. A unque se la percibe a distancia del núcleo, ya que se expone en pasado, esta expresión entra en la integración de la em oción no resuelta hasta este m om ento. Expresión de la vivencia de Roseline «V o y a decirte, de una vez po r todas, lo que tengo en m i corazón. H ace ya m ucho tiem po que me callo, que tengo m iedo de hablar, que no me atrevo. M iedo a que la palabra reem place al silencio, que dura ya tantos años y que sólo te pertenece a ti en la fam ilia. Nosotros no tenemos — 160

más que una palabra: la tuya; sólo un lenguaje: el tuyo. ¡Fuera de tu palabra, no hay salvación! Y, sin embargo, ¡qué vacía estaba tu palabra! Vacía de sentimiento, de vivencia, de tolerancia, de a m o r... Pero llena de prejuicios, de críticas, de norm as, de rigidez... Yo tenía miedo de afrontarte; tenía m iedo de enfrentarm e contigo; tenía miedo de que m e pegaras. H oy m e digo a mí m isma que los golpes me habrían hecho m enos daño que el silencio. Pero elegí el silencio que m e protegía. El silencio era mejor que despertar a la fiera y enfrentarm e con ella; esa fiera cuyos ojos están llenos de hosquedad, de rechazo; unos ojos que son m ás elocuentes que los golpes. Esa m irada que logra que m e desfonde incluso antes de hablar. »Hacías que m e sintiera pequeña, tan pequeña que ya no me atrevía a hacer nada; ya no podía ser alguien. Hiciera lo que hiciera, la partida estaba perdida de antemano. No había igualdad de oportunidades, y yo no sentía ni apertura ni posibilidad alguna. Tú no eras el hom bre que fingías ser en público. Ese horrible lenguaje m e resultaba inso­ portable. El hom bre de las brom as, de las reuniones, que hablaba mucho después de haber bebido, como para apa­ rentar, no era real; no era m ás que una pose. ¡Qué ‘correcto’ te encontraba la familia! ¡Cuántas cosas sin decir! Era preciso no hablar, no rom per el silencio; pues en ese caso tú habrías sido el roto, el hecho añicos. Todo estaba en relación. Yo había com prendido que el equilibrio sólo era posible con mi silencio y mi autocontrol, »H oy sé cuántas cosas no se dijeron. Todavía hoy tengo la impresión de ser la única que lo veía todo claro. Cuando digo que al final de tu vida probablem ente estabas alcoholizado, nadie m e cree. Nadie me escucha. Parece que les hace dem asiado daño apearte de tu pedestal. Ni siquiera ahora habla nadie de estas cosas. ¿Cuántas cosas no se han dicho com o realm ente eran? Tú eras rígido y autoritario, y yo tenía m iedo, tem blaba. Intento acordarme de algún momento en que viera en tu m irada algo que no fuera desprecio; intento encontrar m om entos en que viera — 161 —

ternura, apertura. Pero tú eras incapaz de am bas cosas. Tu m irada m e dejaba helada, y nunca ha tenido esa expresión más sentido para m í que aplicándola a esas m iradas. ¡Cuán­ tas veces quería tenerte al m argen de lo que me pasaba, por m iedo a tu juicio y a las represalias! M e decía a m í misma: ‘Cuanto m enos ruido haga y m enos hable, tanto menos sabrá él de m í y m enos se encarnizará conm igo9. Me acostum bré tranquilam ente a ocultarm e, a no m ani­ festarm e, a avergonzarm e de mis sentim ientos, a negar lo que yo era, lo que q uería... Me fabriqué una imagen: la intelectual, la que estudia, la que se esconde detrás de sus libros. E ra un buen cam uflaje. Se me aceptaba y toleraba, pero nunca se me estim ulaba o felicitaba. Siem pre temía com eter una falta que te hiciera reparar en m í. »A esta rabia le cuesta venir a mi corazón. Es difícil sentir la cólera que m e invade. Aún la sigo ahogando como si no pudiera enfrentarm e con ella. E xpresar m i cólera es despertar a la fiera. Es verdad que te he odiado, que te pido cuentas por haberm e im pedido ser, vivir, alcanzar mi plenitud. Pero hasta eso he aprendido a hacerlo en silencio. Y ahora oriento m i cólera hacia los que m e rodean, hacia las personas que quiero». L V I JLa expresión de la s em ociones reprim idas de m i , infanéiá -Vv.v‘;.'. ^ Xv:íY^ ¿ ;>>;;YYY:■ , . - > ,;v■Y * Érñpleó é l tiém po n e c e s a ria

rne im pregnen

YlqsSehiimieíntós ifexJaésaq^ * ¿Hay algo en ésos sentim ientos que se aproxim e a mi propia expériencia infantil? * ¿Q ué m e im pide ahora redactar una carta a alguien de m i pasado en la qué yo tainbién «le diga de Una vez por todas lo qué tengo en m i corazón» respecto a las viven­ cias dolorosas que, p o r su culpa, experim enté en mi ■ infancia? . • Y. - ■• * M e atrevo a redactar esa carta. Evidentem ente, nunca la enviaré a su destinatario. La escribo para liberarm e, no para acusar; Está carta m e va a beneficiar a mí. H ará salir de m í lo que envenena mi existencia. A dem ás, es

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inútil hacer que el veneno retom e a la persona en cues­ tión; no arreglaría absolutam ente nada en m i vida actual; es historia pasada. Lo im portante es que yo me desprenda de ella para que deje de corroerm e aún hoy, y para que yo deje de herir, por su causa, a las personas que quiero.

Para concluir este largo proceso de aprendizaje de la lectura de m i vivencia interior y de su expresión cuando se trata de una em oción desproporcionada, negativa, he aquí un texto que supone una síntesis, ya que retom a los seis tiempos propuestos, poniendo el acento en el últim o, pues en él se resuelve e integra m i sufrimiento de niño. Lectura y expresión de la vivencia de Carlos Primer tiempo «Mi reacción es muy fuerte cuando ella se abalanza cie­ gamente a conseguir algo para m í, cuando que lo que a mí m e gustaría sería hacerlo yo por m í mismo». Segundo tiem po «Yo me siento despojado». Tercer tiempo «Es como si yo estuviera intentando m antener la iniciativa en mi vida. Cuando se les revelan a los demás mis ideas y proyectos, es como si yo perdiera el dom inio y la iniciativa sobre ellos; es com o si se apoderaran de mis asuntos, de m í m ism o. Los destrozan y me destrozan a mí con sus críticas, sus enjuiciam ientos y sus evaluacio­ nes sumarias. »Es com o si m e despojaran del dinamismo vital que anida en el núcleo m ismo de mi proyecto. »Es com o si tem iera que hiriesen, o incluso m atasen, una parte vital de m í m ism o, de m i vida, por m edio del ridículo, del ostracism o y de las críticas de las que podrían hacerme objeto. — 163 —

»E n el fo n d o , m e siento vulnerable a la opinión de ios dem ás. ¡D ependo m ucho de su aprobación o desa­ probación!». Cuarto tiempo «En el fon d o, tod avía sigo m arcado a fuego por la apro­ bación o desap rob ación de m is p a d res... H e quedado m arcado por sus advertencias, sus juicios y sus críticas, que han influido en la m archa y el curso de m i vida y en mis opciones profesionales, por ejem plo. Recuerdo cóm o la opinión negativa de m i padre sobre la profesión que yo había elegido m e im pidió escoger lo que m e interesaba, y me sentí anonadado». Quinto tiempo «Me siento tan anulado, tan dependiente de los prejuicios de mis p a d re s... E sa dependencia m e obliga a darles gusto, a hacer lo que a ellos les parezca bien, lo que a ellos les proporcione una valoración social. »Me siento encolerizado. Siento tanto resentim iento contra ellos por no respetar m i auténtica vida cuando estoy buscando un cam in o ... Sus prejuicios y su satisfacción personal se oponen a m is proyectos». Sexto tiempo «Siento rencor contra vosotros, papá y m am á, por no res­ petarme, por no confiar en m is cualidades y en mis ca­ pacidades. Os odio p or serviros de m í para vuestra satis­ facción personal y vuestro reconocim iento social. M e c ... en vosotros p o r todo el m al que m e hacéis al intentar som eterme a vuestros planes estrechos y m ezquinos. Estoy terriblem ente encolerizado contra vosotros y os exijo un inmediato cam bio de actitud. Q uiero que se respeten mi cam ino y m i ritm o; quiero ir progresando a mi m odo; quiero tom ar iniciativas y contar con un crédito personal y total. — 164

»Necesito vuestro apoyo con respeto a lo que yo soy en el fondo de m í m ism o; necesito que m e dejéis el tiempo y el espacio necesarios para ir franqueando las etapas difíciles que conducen a la clarificación de mis fines y objetivos. »Necesito y quiero ser yo m ismo; necesito vuestro estím ulo y vuestra adm iración, no vuestras recomendacio­ nes, críticas, juicios, consejos y aprobaciones orientados hacia vosotros m ism os y hacia vuestra necesidad de re­ conocim iento y de control para som eterm e y mantenerme bajo vuestro dom inio. »Necesito que se m e trate com o a una persona inte­ ligente, válida, responsable, la única capaz de encontrar, saber y elegir lo que es bueno, adecuado y creativo para ella m isma. Nadie puede dictarm e ni imponerme lo que no m e conviene. Y m enos tú, m am á, y tú, papá. No tenéis ningún derecho sobre m í, aunque seáis mis padres bioló­ gicos. No tenéis ningún derecho a exigirm e o querer nada para m í, a no ser desear y querer mi felicidad, como la vida que ha sido depositada en m í busca su camino e intenta expresarse. »Rechazo sistem ática y totalm ente toda ingerencia en el curso de mi vida. ¡Y m ás aún cuando pueda ir contra ella! Os niego el derecho a criticarm e, y m ás aún a oponeros a lo que yo considero legítim o y adecuado para mi vida, sea en el aspecto que sea. Os niego el derecho a inmiscuiros en la m ás m ínim a parcela m ía que pretendáis utilizar para deslizaros e influir en el curso de m i vida según vuestras expectativas y puntos de vista. »Os expulso de mi cam po v ital... Os repudio y os echo de mis tierras, que únicam ente yo quiero ocupar y cultivar. Quiero utilizarlas para lo m ejor, tanto para m í com o para los dem ás, según yo lo sienta. A partir de ahora, vuestro influjo m onopolizador queda al m argen, porque yo quiero ser el único que controle mi vida, con mis riesgos y peligros, y tam bién el único que se beneficie de ella. — 165 —

Me siento lo bastante inteligente como para encontrar y saber lo que es y será conveniente para mí. No os perte­ nezco. El único dueño de mi vida soy yo». Análisis del texto Este texto ilustra m uy bien todas las etapas de una lectura com pleta de la vivencia interior cuando se trata de una emoción negativa cuyas raíces están en heridas de la in­ fancia. Com o dijim os anteriorm ente, Charles puede ex­ perim entar su em oción a una cierta distancia del núcleo central de su herida. E n ese caso, en el sexto tiempo se dirige a sus padres en el presente de su corazón de niño, pero con palabras de adulto y situándose frente a sus padres fundam entalm ente en la época de su adolescencia. Todo eso es bueno y m arca etapas en el proceso de ir reencon­ trando poco a poco la em oción original del niño. Como dice J. Konrad Stettbache, em inente psicoterapeuta suizo, un «acontecim iento en que todo está em brollado, fuerte­ mente recargado de em ociones y que se capta por prim era vez con palabras y conceptos, tendrá que ir siendo desen­ rollado com o un ovillo de lana y descom puesto en sus distintos elem entos, y todo ello deberá ser nom brado, dis­ cernido y clasificado. E l paciente, reinstalado en la escena prim igenia, debe ahora poder reaccionar. Es preciso ahora recuperar, consagrando m ucho tiem po a ello, lo que su­ cedió en el niño ya capaz de consciencia»7. Por eso, Charles sólo puede ir «recuperando» paulatinam ente, y esta vez de modo consciente, la em oción que reprim ió cuando se pro­ dujeron aquellos hechos traum áticos de su infancia. Para recorrer el cam ino que lleva de m i cabeza a mi corazón, es preciso que eduque a mi «yo-m ente» para que emplee sus poderes con inteligencia y com petencia. Mi mente posee la capacidad de poner en m archa m ecanism os

7. S t e t t b a c h e r , J. K onrad, Pourquoi la souffrance, A ubier, París 1991, p. 91.

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naturales de curación de la parte de mis emociones herida. Cuanto m ás arm oniosas sean mis emociones, menos en­ fermo estará mi cuerpo; cuanto m ás feliz sea mi sensibi­ lidad, m ayores serán las posibilidades de buena salud de mi cuerpo. M i m ente posee tam bién la capacidad de des­ pertar m i corazón a la vida y de hacerle crecer con medios adecuados. E sta capacidad de pasar de un «yo-mente» al «yo-corazón», mi m ente la ejerce sobre todo cuando, a través de la lectura de mi vivencia interior, tom a conciencia de mi estado m alsano o tam bién de m i vida en crecimiento. A partir de ese m om ento, mi m ente puede actuar con in­ teligencia, m anteniéndose en contacto con mi realidad ac­ tual. El proceso que mi m ente debe realizar para saber leer y entender mi vivencia interior se apoya en mis emociones, tanto negativas como positivas. Hem os dedicado un amplio espacio al aprendizaje de la com prensión de mis malestares partiendo de m is sentim ientos negativos. Es un aspecto fundam ental, pues me perm ite resolver mis sufrimientos integrando m is experiencias dolorosas, y que vayan dis­ minuyendo los obstáculos. N o obstante, el desarrollo de mi vida sigue siendo el aspecto esencial. ¿Cuido un huerto para entretenerm e arrancando las males hierbas o para que en él crezcan frutas, legum bres y flores? Por supuesto que extirpo las m alas raíces, pero m i objetivo es la cosecha de los vegetales que sirven para mi alimentación y mi bie­ nestar. Del m ism o m odo, es esencial que mi mente se dedique a desarrollar la consciencia de todo lo bello y bueno que hay en m í, con el fin de cultivar mi vida y lograr que alcance el m ayor esplendor posible. ¡Así que ahí tengo a m i m ente em peñada en proseguir sus estudios! Tam bién debe aprender a leer las emociones positivas de mi percepción interna. A través de ellas, mi vida se m a­ nifiesta espontáneam ente; y tam bién a través de ellas, mi corazón transm ite sus m ensajes a mi cabeza.

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P au ta para la lectu ra D E L A S E M O C IO N E S P O S IT IV A S

El m étodo de lectura de m i percepción sensorial positiva es muy sim ilar al utilizado para desarraigar mi sufrim iento, pero su objetivo es totalm ente opuesto. Se trata de aprender a enraizarm e en m i propia identidad. ¡Siempre es cuestión de raíces! Y esas raíces necesariam ente se sitúan en el pasado. Las raíces negativas han de ser extraídas por entero para extirparlas. Las positivas se fortalecen situándose en el presente. M is raíces positivas están en el centro de m í mismo; son el soporte de mi identidad. Las realizaciones que me perm iten llevar a cabo ahora, gracias a sus tallos en cre­ cim iento, brotan de las em ociones positivas. Éstas se con­ vierten en el hilo conductor gracias al cual m e es posible llegar hasta las raíces de m i ser para nutrirlas y propor­ cionarles fuerzas. Algunas veces es m uy conveniente re­ m ontar el curso de la historia positiva de mi experiencia infantil. Puedo asim ilar hoy un alim ento excelente, que recibí en aquellos tiem pos, pero que entonces no pude integrar. R eencontrarlo m e perm ite recuperarlo y sacar par­ tido de él; algo que entonces no supe hacer, debido a los bloqueos creados por las em ociones reprim idas de mi su­ frim iento infantil. M i identidad profunda es esencialm ente positiva. Como y a hem os dicho, está com puesta por todo el poten­ cial de vida que existe en mí: cualidades, aptitudes, talentos y dones personales. G racias a esas variadas capacidades, que se expresan en el plano corporal, em otivo o m ental, llevo a cabo «obras».,. O bras buenas y herm osas. Hago gestos, pronuncio palabras, realizo actos que estim ulan mi vida y la de los dem ás. Son actividades que hacen Vibrar la parte sana de mi sensibilidad. Em iten ondas m uy po­ sitivas, m ás o m enos intensas, y la tom a de conciencia de las m ism as resulta muy tonificante para mi vida actual. —

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La lectura de mi vivencia positiva puede llevarse a cabo en dos niveles. El prim ero se queda únicamente en el presente; el segundo explora la experiencia positiva de mi infancia. Am bos son un potente incentivo para m i cre­ cim iento y me posibilitan un m ayor arraigo en mi identi­ dad. D entro de esas dos grandes rutas, se me ofrecen varias posibilidades. E l espejo Algunas de las realidades que m e rodean reflejan m is cua­ lidades y talentos y despiertan en m í una emoción positiva: siento aum entar cada vez m ás el deseo de ser y de vivir mis aspectos positivos, que pone de relieve el espejo. Es una lástim a que esta em oción positiva sea tan pocas veces consciente. Por ese m otivo, no tiene el feliz efecto sobre mi crecim iento que debería tener. Lectura de la vivencia interior de Anne Prim er tiem po «He dado un paseo. He contem plado una m ontaña, una roca, los árboles y la nieve. Entonces me he dicho: ‘Si tuviera un pincel, pintaría lo que v e o ’. Aunque no tengo un pincel, siento que es para m í un símbolo». Segundo tiem po «Me siento com o un pincel». Tercer tiempo «Como un pincel que necesita estar en movimiento y crear, yo soy una persona creativa a la que le gusta realizar cosas. »Com o a un pincel, m e gusta realizar esfuerzos para adornar. »Com o a un pincel, me gusta hacer trazos, dibujar. »Com o a un pincel, a m í m e gusta ser usado, pero no para cualquier cosa. — 169

»Com o un pincel, acepto que me guíen. »Com o un pincel, aceptó volver a empezar. »Los pelos del pincel son suaves, como yo. »Los pelos del pincel pueden adaptarse a la situación, lo m ism o que yo. »Coincidencia: hace un año, hice un curso de pintura. Después de haber ensayado con óleo, acrílico, tem ple y pastel, escogí la acuarela. »M e gusta la acuarela. En ella m e encuentro conm igo misma. » ¡La acuarela es simple! Es la pintura al agua; pero es una técnica que exige m uchos ejercicios y m uchos en­ sayos, com o mi vida. »La vida m e parece sem ejante a un cuadro. A veces resulta sin brillo; pero, al día siguiente, un pequeño retoque puede cam biarlo todo. »En el cuadro de la vida, yo soy una persona que tiene el don de poner el toque que cam bia lo insulso en lum inoso». ;;É y iv £ i:e s £ ^ * En cualquiera, de mis artividades; un- paseó por él camjpo, un encpeiritro con alguien, un prograrna dé té^ levisión. . , me dejp atraer por alguna realidad qué m e ? ; hablá de m í de üri m odo piositívpv :-V v* N om bro ese objeto al qué creo parecerme.

■ •

* Pescnbo cómo refléja esa realidad 16 qiie yo soy, lp niejór de mí m is^ ^.'-v'/-'l •’ : * Por últim o, enunció en una frase la toma de conciencia más im portante que he hecho de m í mismo m ediante ése espejo. •'./ ''' ^ ; :'. .

La imagen Mi im aginación crea en mi m ente una representación de lo que sería adecuado para m í. E sa imagen que yo invento es realista cuando se corresponde con lo que yo soy en — 170 —

profundidad. Com o dice André Rocháis, esa imagen tiene que pasar por el test de la felicidad, que comporta cuatro condiciones: * que me sienta a gusto en esa situación; * que tenga éxito en la empresa; * que sienta que m e realizo; * que saboree la alegría de ser yo m ism o. Lectura de la vivencia interior de Jacinthe v «Sueño con tener una gran casa en el campo. Será una casa llena de luz, porque tendrá ventanales por todas partes, hasta en el tejado. Recibirá con frecuencia la visita del sol y estará llena de plantas y gatos. La casa estará bien caldeada, y dará gusto estar en ella. M e alegrará que mis amigos vengan para hablar conm igo de las cosas im ­ portantes de la vida. »En ella m e veo libre, ocupándom e de mí m isma. Cuando tenga ganas de estar sola, podré hacerlo sin herir a nadie, pues delante de la propiedad habrá una barrera que indique a la gente que no estoy disponible. En otros m om entos, u n m ando electrónico m e perm itirá abrir la barrera para indicar a los demás que sí estoy disponible y dispuesta a acogerlos y escucharlos. »He aquí cóm o me veo en los distintos elementos de mi imagen:. »La casa: es m i gusto por el orden, la decoración y la belleza a m i alrededor. »Las plantas y los gatos: son mi sensibilidad y mi apertura a la vida. »Mi relación con los demás: es mi acogida, mi hu­ m anidad, mi aprecio por el diálogo en profundidad y mi disponibilidad. »La barrera: es mi respeto por m í misma y por los dem ás, mi delicadeza y mi presencia». — 171

* E scrib o u n artícu lo p ara un p erió d ico ahuñciando qué

™ q u é y o p o d ría llev ar a cáb o co n facilidad; > ;f^y-.

La experiencia Cuando era m uy niño, me esforzaba por descubrir, por increm entar m is conocim ientos y mi experiencia. Mi vida es u n a gran experiencia en la que aprendo a ser yo mismo por m edio de la consciencia de m is capacidades y de su utilización en la vida cotidiana. C uando dedico tiem po a detenerm e, m e enriquezco, porque m e apropio de mi ex­ periencia. Lectura de la vivencia positiva dé Valere «Termino, ahora un ‘taller’ de expresión creativa m e­ diante la danza. M e siento contento, sí, m uy contento por saber escuchar a m i cuerpo y m ostrarm e dócil ante su necesidad de expresarse. »Estoy contento de haber ocupado mi lugar en el grupo. Yo era consciente de que, sim bólicam ente, me afir­ m aba ante m is padres, sin tem or a ser ridiculizado y sin cortarm e. Estoy contento de haberm e atrevido a confiar en mi potencial creativo. Realm ente, he inventado m ovi­ m ientos, figuras y ritm os. Tam bién estoy contento por haber aprendido a conocer m ejor a los dem ás a través de su expresión corporal en la danza. 172

»A1 acabar esta experiencia, descubro, y es algo im ­ portante, que la expresión no necesita técnica. Sólo exige la escucha de uno m ism o, favorecida por un ambiente propicio». Análisis del texto En este texto, muy sencillo pero muy interesante, Valere resalta unas realidades que para él son fundam entales. Sus diversas tom as de conciencia, a través de lo positivo que siente, le arraigan en sí m ism o y le estim ulan a proseguir su cam ino. L a lectura de mi experiencia positiva me conduce a veces hasta m i infancia. Entonces vivo los seis tiempos de la lectura de la vivencia interior, llegando hasta las raíces de mi sentim iento actual. El proceso es el mismo para los cinco prim eros tiem pos. Cam bia en la sexta etapa, en la que, en lugar de consistir en la expresión en el pasado de mi em oción dolorosa frente a alguien de mi infancia, es un tiem po de integración del potencial cuya lectura acabo de hacer. Esta integración puede realizarse: * o saboreando durante bastantes m inutos la alegría de esa experiencia positiva; * o adoptando la firm e decisión de seguir adelante en ese aspecto muy concreto de mi persona; * o realizando allí m ism o una expresión creativa de m i vida, un m om ento en que comunico a alguien una realidad que m e asom bra, o haciendo algo que refleje mi satisfacción de ser lo que soy, como un dibujo o un poema. Ejecuto algunos pasos de baile; escucho una m üsica que m e hace vibrar profundam ente y que m e invita a crecer; paseo por el cam po sintiendo mi belleza interior y su ar­ m onía con el universo... Lo im portante es que, consciente y profundam ente, m e apropie de ese aspecto de mi identidad. En este sexto tiempo es cuando el alim ento vital desciende hasta mis raíces y m e hace crecer en confianza y seguridad. Entonces — 173

es cuando llego a ser de verdad yo m ism o y cuando toma form a mi rostro original y único. En esos instantes, ricos de vida, es cuando m i «Yo-corazón» se despierta y crece, abriéndom e poco a poco a un m ás allá. Precisam ente en ese estado, que se vive en el sexto tiem po, es cuando se produce la experiencia espiritual. El capítulo siguiente me perm itirá adentrarm e m ás en ese cam ino interior que me conduce al centro de m í m ism o, al núcleo de mi centro positivo que abriga la llam ita de eternidad. Antes, conviene que m e fam iliarice con el cam ino a seguir, por medio de un ejem plo. Lectura de la vivencia positiva de M élanie P rim er tiempo «Acaban de llam arm e p o r teléfono. La persona se identifica por su nom bre y m e pregunta si me acuerdo de ella. Claro que sí; la recuerdo, y le recuerdo algunos hechos que apo­ yan m i afirm ación. E lla, feliz de que la reconozca, se asom bra y m e dice: ‘¡Qué buena m em oria tienes!’. Le contesto; ‘Sí, gracias, es una cualidad que aprecio en m í’». Segundo tiempo «Siento una gran alegría por mi buena m em oria». Tercer tiempo «Percibo que m i m em oria es m agnífica, sobre todo en el aspecto relacional. G racias a ella soy capaz de reconocer fácilm ente a las personas y recordarles algunos hechos que les conciernen y que pueden conm overles. D e ese m odo, se sienten im portantes, reconocidos por el interés que mi m em oria m e perm ite m ostrarles. En esos momentos me siento feliz. Percibo que mi m em oria crea bienestar. »Tam bién saboreo el placer de mi m em oria cuando enseño con facilidad y com odidad. M i m em oria, tan viva, me proporciona al instante inform aciones que adquirí hace — 174 —

años. A veces me sorprendo a m í misma cuando descubro en un rincón de mi m em oria lo que justam ente necesito para com pletar una explicación. Siento que mi memoria está llena de recuerdos útiles para el arte de la pedagogía — que consiste en adaptar, de forma clara e interesante, conocim ientos que a veces son abstractos y difíciles— . Mi m em oria es de una fidelidad asombrosa. En ciertos mo­ m entos, me siento invadida p or una gran satisfacción: la de poder echar mano de un tesoro vivo y siempre presente, sin tener que prestarle atención. ¡Es magnífico! »Disfruto especialm ente los beneficios de mi memoria cuando m e pongo a escribir: no necesito fichas para hacer un trabajo. M i m em oria com pila admirablemente los datos. Los ordena según los tem as. Tengo la sensación de que está provista de un clasificador. Cuando trabajo en un tema determ inado, toda una zona de mi m em oria se ilum ina y pone en la pantalla todo tipo de informaciones: hechos vividos, ejem plos escuchados, textos literarios, conoci­ mientos adquiridos... Lo m ás interesante es que, cuando tengo necesidad de una cita, recuerdo el título exacto del libro en el que está el texto que quiero. Siempre recuerdo, m ás o m enos, la parte del libro en que está y, con fre­ cuencia, hasta la zona de la página en que se encuentra precisam ente esa frase. »Por eso prescindo de las fichas. No m e serían útiles. M e sirvo a la carta, gracias a mi m em oria, lo que me interesa». Cuarto tiempo «M i m em oria m e proporciona m ucha alegría, en particular cuando canto las canciones de mi infancia. Entonces siento toda aquella atm ósfera de fiesta en que crecí y que favo­ reció el desarrollo de m i m em oria. Yo m em orizaba en­ seguida las palabras de las estrofas; sentía que pertenecía a aquella alegre fam ilia que se reunía varias veces al año con ocasión de las fiestas. Las tardes se prolongaban entre —^ 175

cantos, historias contadas y juegos de cartas* M i memoria se desarrollaba m agníficam ente m ediante aquellos ejerci­ cios agradables y estim ulantes para la niña que yo era* Lo retenía todo para participar y para sentirm e de verdad den­ tro de la fiesta y disfrutar de su alegría». Quinto tiem po «M e siento orgullosa de mi padre, que, sem anas antes de Navidad, ensaya canciones nuevas. Las canta en el baño. Yo le escuchaba y m e sentía contenta. A nticipaba el día en que, entusiasm ada por sus éxitos, oiría a la fam ilia aplaudirle ruidosam ente y reclam ar; 4¡Otra m ás, É douard!’ M i corazón infantil se siente feliz con ese padre que in­ terpreta todo tipo de canciones, que su auditorio aprecia unánim em ente. Tam bién m e siento orgullosa de ese padre cuya habilidad para narrar todo tipo de anécdotas de su niñez m e encanta. Su entusiasm o para lograr que las re­ vivam os m e incita a recordarlas. »M e siento orgullosa de ese padre autodidacta que lee m ucho, que lee la enciclopedia y libros de historia. Le gusta la historia; conoce a los grandes personajes y sus hazañas. M uchas veces m e perm ití no leer de los temas que le interesaban a m i padre; su m em oria ofrecía relatos tan fieles y tan vivos de todo ello, que escucharle a él me instruía m ás que la lectura que yo pudiera hacer. Y , por cierto, él siem pre añadía su granito de sal, lleno de hum or y buen sentido. »¿Y qué decir de la m em oria de mi m adre? M ás dis­ creta, tam bién cantaba. Con ella m em oricé el repertorio religioso y el patriótico, un ejercicio muy fructífero para mi joven m em oria. M i m adre tenía sus preferencias; los villancicos de N avidad iban en prim er lugar; seguidam ente, los cantos del m es de María; y después venían los dem ás, sin distinciones especiales... M i m adre tenía una m em oria excelente. U na de sus tareas m ás sacrosantas era hacer que yo repitiera m is lecciones. C uando salía para el colegio, — 176 —

mis lecciones estaban grabadas con tanta precisión en mi m em oria como en mis libros. Yo estaba orgullosa y no tenía ningún m iedo a la eventualidad de tener que enfren­ tarm e con un bom bardeo de preguntas orales o escritas. Siento a la m adre de mi niñez recordándolo todo, en es­ pecial las fechas de cumpleaños de muchísimas personas. La siento viva, acordándose de cualquier acontecimiento importante; la siento como una m ujer acogedora y sociable. Su m em oria es uno de sus mejores dones. No es necesario decir que ju eg a bien a las cartas: su memoria no le falla nunca, y eso es ya una excelente baza. Siento la m em oria de mi madre llena de recuerdos fam iliares. Cuando alguien le pregunta de dónde saca todo eso, ella contesta con un tonillo de com plicidad: ‘Lo tengo todo en mi cabeza’. »Siento m ucha alegría por la m em oria de mi padre y de m i madre. Siento que su m em oria ha contribuido m ucho a desarrollar la m ía». Sexto tiempo «M e siento radiante, invadida por una especie de silencio gozoso, debido a mi m em oria, pero tam bién a la herencia recibida de m is padres. En este m om ento, experimento una enorm e alegría y m e perm ito saborearla en lo más profundo de mi corazón. »Ahora m e corresponde a m í saborear la alegría de este aspecto positivo que experim ento en la actualidad y cuyo curso puedo rem ontar hasta mi infancia». ■LYI A hondar hasta la raíz dé lo positivo

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Inspirándom e en el ejem p lo citad o , hago la lectura de un aspecto p o sitiv o rtiío, p artiendo de un acontecim iento que m e p o n g a en cpritácto cón .éí de fo rm a consciente. P r im e r t ie m p o El desencaden an te positivo.

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S e g u n d o tie m p o / N om bro m i em o ció n po sitiv a y; su cualidad

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T e rc e r tie m p o Entro en esa em o ció n p o sitiv a, d e fo rm a que voy d es­ cribiendo los facto res dé esa cu alid ad q u e hacen q u e m i em oción sea c ad a vez m ás viva y co m p leja. :: C u a r t o t ie m p o



Paso de m i p resén te a m i p a s a d o , en él que esa cu alid ad em pezó a d esarro llarse. Q u in to tie m p o Siento de n u ev o las em o cio n es p o sitiv as de mi infancia vinculadas co n m i ex p erien cia d e aq u ellas personas im ­ portantes p ara m í q u e co n trib u y ero n a estim u lar ésa c u a ­ lidad. S e x t o tie m p o ■



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Integro esa v iv e n cia p o sitiv a d el m o d o que m e resulte m ás conven ien te.

En toda la exploración de esta vivencia positiva, mi m ente está m uy activa. E lla es la que decide em prender ese proceso, la que acepta dejarse guiar por mi em oción, la que realiza el esfuerzo de estar atenta y de profundizar su búsqueda. E lla es la que protagoniza las tom as de con­ ciencia y la que realiza la integración de lo que descubre. Por tanto, mi m ente preside el sosiego de m is em ociones, la salud de m i cuerpo y el despertar de m i corazón. Para concluir esta parte, dedicada al aprendizaje de la lectura de m i vivencia interior, m e dejo sim ultáneam ente estim ular e interpelar por el siguiente testim onio: Testimonio de R aphaél «Siento un gran im pulso vital que em erge de mi cuer­ po y cuyo origen está en el centro de m is células. Siento que retom a mi energía vital. Esta m añana m e siento tran­ quilo; me siento conm ovido por los com entarios que oí

ayer a propósito de M artin L uther King. Ello me hace sentir mi percepción del progreso hum ano y de su evolución. Me detengo en mi propio proceso. »M e siento muy inm erso en mi cam ino, que no ha hecho m ás que iniciarse. Tengo la sensación de que por fin em piezo a conocer mis cualidades, las percibo vivas y vibrantes en mí. Siento que crecen, que se desarrollan, que se expresan... Una especie de vigor apacible me im ­ pulsa y m e arrastra hacia donde quiere; una especie de llam ada va surgiendo suavem ente desde mi interior. »Es com o una aspiración a descubrir mi corazón, la esencia de m i ser. Siento que necesito consagrar todos los días un tiem po a la m editación, en mi cuerpo y por medio de mi cuerpo; y hacerlo en el silencio de los momentos de soledad. U na soledad en consciencia consciente, en cons­ ciencia profunda, vinculada al universo, ai cosmos y al Ser espiritual que lo une todo en sí». D ebo ser yo quien responda personalm ente a la lla­ m ada de m i vida y quien siga la consigna imprescindible en todo auténtico proceso de profundización: leer con la m ayor frecuencia posible mi vivencia interior, positiva y negativa. É sa es la tarea que corresponde a mi «yo-mente», si quiere ser un verdadero cochero, consciente de su fun­ ción de conductor del pasajero más extraordinario y com ­ plejo que puede existir. M anejar la expresión de m is em ociones M i «yo-m ente» tiene mi vida en sus m anos. Tiene el m an­ dato de guiar mi vida, y realiza esta tarea cuando escucha los anhelos de mi corazón. Después orienta mi emotividad para que esos anhelos se conviertan en realidad, teniendo en cuenta sim ultáneam ente mi capacidad emocional y el estado de m i cuerpo. N o siem pre son necesarias sus in­ tervenciones, pero su vigilancia sí tiene que ser continua. 179 —

La parte sana de mi em otividad capta naturalm ente los m ensajes de mi corazón. El «yo-mente» m ira y observa. Es hum ilde ante la constatación de que la intuición de la vida es m ayor que él. En los momentos buenos puede confiar plenam ente en la espontaneidad de las em ociones, que se expresan con naturalidad y sinceridad, m ovidas por los im pulsos adecuados. Sin em bargo, en m uchas ocasio­ nes , el «yo-m ente» actúa com o intermediario entre el «yocorazón» y las em ociones, pues es el único que puede tener una consciencia clara del conjunto de la situación; es el único que tiene la capacidad de elegir, de decidir con inteligencia y de m ovilizar las energías hacia la acción adecuada y eficaz, en beneficio de la vida del corazón. El problem a surge cuando el sector enferm o de mis emociones entra en actividad. Entonces mi percepción deja de ser espontánea, transform ándose en im pulsiva o depre­ siva. L a lectura de la vivencia interior de mi sensibilidad que hace mi m ente, le perm ite com prender y encontrar los medios a largo plazo para curar la em oción enferm a. No obstante, en situación de crisis, es preciso actuar inm e­ diatamente, Su función no es el control o la represión, sino el m anejo, que es algo m uy distinto. M anejar la expresión de m is em ociones es procurar adaptarlas a la situación, sin por ello negarlas, aplastarlas o racionalizarlas, y sin dejarlas m overse a bandazos, arro­ llándolo todo en su loca carrera. No es nada sencillo. Lo que debo entender perfectam ente — ya lo hemos repetido m uchas veces— es que tengo en m í puntos sen­ sibles y dolorosos. U n acontecim iento que m e impacte fuera de esos puntos no suscitará una reacción exagerada. Ese acontecim iento, aunque sea negativo, sencillam ente no afecta a ninguno de mis puntos sensibles. Por el con­ trario, un acontecim iento, incluso muy banal, que pon­ ga su dedo justam ente en el centro del problem a, me afec­ tará profundam ente, dará exactam ente en la diana de mi vulnerabilidad. La diferencia está en m í, no en lo exte­ rior a m í. — 180 —

M i expresión em ocional es com o un río represado. Por un lado, el dique, sobresaturado por las emociones reprim idas de m is sufrim ientos infantiles, me amenaza con una inundación en cualquier m om ento. Por otro lado, sale un hilillo de agua que apenas basta para mi supervivencia. M anejar la expresión de mis em ociones significa liberar de su dique m i río em ocional y hacer que el caudal sea armonioso. Se trata de un proceso que hay que hacer por etapas y que lleva su tiem po. C ruzar un río en el que se alternan vados y rápidos es una em presa que exige pa­ ciencia y perseverancia. M i expresión es inadecuada, a m i pesar A veces la presa cede, y el furioso torbellino se lanza sobre el lechó seco de la parte baja de mi río. Mi m ente no consigue m antener en su sitio lo em balsado, y mis em o­ ciones salpican por todas partes con vehemencia. En m í se ha desencadenado algo m uy intenso sobre lo que no tengo poder, al m enos por el m om ento. El «yo-mente» contem pla im potente cómo fluye la avalancha. Después de este cataclism o em ocional, puedo culpabilizarm e o acusarm e de falta de control, lo que no me sirve de nada. Lo que necesito es hum ildad para reconocer los daños y, sobre todo, para aceptar que lo que surgió de aquel m odo, a través de mis em ociones desatadas, es un profundo sufrim iento. V uelta la calm a, es importante que haga una lectura de mi vivencia interior para entender lo que ha ocurrido. En ese caso, m anejar la expresión de mi em oción consiste en intentar com prenderla. En mi reacción, es posible que haya herido a los que m e rodean. M i com portam iento ha podido despertar en ellos sus puntos m ás sensibles o sus antiguos sufrimientos. Entonces puedo sentir la tentación de redimirme m ultipli­ cando mis atenciones para que olviden m i comportamiento, haciéndoles re g a lo s..., o tam bién haciendo como si nada hubiera pasado. Esas form as de com portarse frente a los — 181

demás son m alas y am biguas y no producen el efecto de­ seado. La persona que ha sufrido mi reacción permanece bajo su efecto negativo; no le he ofrecido la señal que esperaba: mi com prom iso de resolver mi problem a interno. Queda, por tanto, a la expectativa de una próxim a vez. A sí que lo que mi m ente tiene que hacer es acudir a la escuela de la hum ildad para aprender a m anejar la expre­ sión de m is em ociones. La persona a la que he herido espera oírm e decir que he actuado mal con ella y que le ruego me perdone. Es posible que tenga que decir: «Lo que te dije es verdad, pero te lo dije de form a irrespetuosa». Tam bién es posible que lo que tenga que decir sea: «Cier­ tam ente, yo no tenía razón para hacerte eso; perdona, estoy arrepentido y apenado». E sta actitud hum ilde y honrada no va a elim inar la realidad de mi expresión emocional exagerada, pero atenuará m uchos de sus efectos. Adem ás, será muy positiva para mi crecim iento y para el del otro. Lo que hay que censurar no es tanto el error cuanto la incapacidad de reconocerlo ante la persona que lo ha su­ frido. LY I M i em oción es explosiva N o co n sig o m an ejar m i e m o c ió n , que ex p lo ta a m i pesar. ■E n este caso: A - i - / . • f ¿Q ué actitud tengo p a ra co n m ig o m ism o? La, describo. ¿T engo q u e cam b iarla en algo? ¿E n q u é? ¿C óm o h a­ cerlo? : ^y " ', ; -y ; ; - /• ::' ‘ * ¿Q ué actitud , q u é co m p o rtam ien to ten g o p ara con la y persona víctim a d e m i desb o rd am ien to em ocional? L a describo: ¿T engo q u e cam b iarla en alg o ? ¿E n qué? ¿C óm o h acerlo ? '

M i expresión está reprim ida detrás del dique M e reprim o, me callo, m e m uerdo los labios, me encierro en una burbuja de silencio y m e encuentro metido en un cauce seco, por el que nada fluye. Q ueda cortado el con­ tacto, y m i sistema defensivo funciona a pleno rendimiento para m antener las com puertas bien cerradas. Paso revista 182 —

a todo m i arsenal; negación, racionalización, reproche, proyección y desconfianza. Mi m ente está en estado de máxima alerta. M i «yo-m ente» bloquea, a cualquier precio, mi emoción. Consigo m antener el control. M anejar la expresión de mi em oción es todo lo con­ trario de reprim irla. Reprim irla significa privarme de toda posibilidad de restablecer el curso norm al de mi corriente emocional. Lo m ás difícil para mi m ente, sobre todo si está muy «cerebralizada», es reconocer sencillamente la existencia de mi em oción, que puede quedar m uy disi­ m ulada por huidas, las cuales, inevitablem ente, engendran malestares y enferm edades físicas. Cuando el m otor em o­ cional está averiado, el cuerpo pide ayuda. Mi cuerpo es el que soporta la represión de mis emociones. Y éstas le desequilibran p o r completo. M i m ente tarda en com prender que mi cuerpo habla en nom bre de mi sensibilidad, que ha perdido la voz. M anejar la expresión de mi em oción es concederle el derecho a existir, es dejar de torturar a mi cuerpo intentando impedirle que sienta. Para ello necesito levantar las de­ fensas. M i m ente tiene que atreverse a desafiar con valor las prohibiciones y confesar: «Sí estoy encolerizado. Sí, tengo m iedo. Sí, m e siento triste. Sí, soy una persona viva y no una estatua de m árm ol». M anejar la expresión de mis emociones consiste tam bién en aceptar el riesgo de perder el control. Esto no resulta fácil cuando, durante años, el objetivo de m i vida ha sido construir defensas; pero es posible. Entonces mi m ente irá aprendiendo, poco a poco, a fam iliarizarse con el m enor estrem ecim iento de mi sen­ sibilidad. R esulta triste pensar que, por lo general, mi m ente no va a decidirse a poner m anos a la obra hasta que no le sobrevenga un fallo físico im portante. Pero una mente que esté prevenida puede evitar lo peor y ponerse siste­ m áticam ente a la escucha de la percepción sensorial. Y ella misma se sorprenderá, y con ella los que la rodean. Por tanto, em prendo la conquista de un país perdido, el de mis em ociones. — 183 —

M uchos m e dirán que m e estoy creándom e problemas. ¿Y si lo que estoy buscando es precisam ente la solución de m is problem as? Es evidente que los problem as ya exis­ ten. Saltan a la vista, pero yo no quiero verlos. Resolver mis problem as es abrirm e a mis emociones. En el m omento en que caigo en la cuenta de la más pequeña emoción, debo tom arla en serio y tratarla con dulzura. Al principio tiende a ocultarse. Cuando se hace presente, lo importante es hacerla sitio. M i em oción necesita espacio para desple­ garse en mi interior. Im pongo silencio a todo lo demás y dejo que m i em oción adquiera volum en, que se intensifi­ que. Entonces tom a aliento, se anima. Antes de que huya, la nom bro. La próxim a vez, cuando se reanim e, me será posible reconocerla m ejor, y tal vez podré em pezar a ha­ cerle preguntas para que m e hable de sí m ism a. No la debo tratar con brusquedad, sino am istosam ente. X V I M i ¿m oción e s # reprim ida ■M is eniociónes! su cu m b a

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Y*. Sobre todo, ¿estoy ^ iaiceptar perder nii ima­ gen? ¿C^iié significa éso para mí? ■Y.-.;-. A prendo a expresar bien m i emoción Tanto cuando m i em oción se m anifiesta de m ala m anera como cuando queda prisionera en m í, no la expreso de una form a adecuada. Pero es así com o un sector im portante de mi percepción em ocional se ha estructurado desde los pri­ meros años de mi vida. «Los niños reprim en m uchas de sus em ociones para adaptarse a su vida fam iliar. Em piezan conteniendo la ex­ presión de su tem or, de su cólera, de su tristeza y de su — 184 —

alegría, porque creen que sus padres no pueden asum ir esas em ociones. En consecuencia, se hacen sumisos o re­ beldes; pero ninguna de esas dos actitudes representa la expresión auténtica de su em oción. La rebeldía suele ocul­ tar la necesidad de ayuda; la sum isión es muchas veces la negación de la cólera y del tem or»8. A sí se expresa Alexander Low en, uno de los padres de la bioenergética. Por tanto, mi desequilibrio actual es antiguo. Tengo que ir a su origen, es decir, a la expresión de la em oción experim entada en el presente de mi corazón de niño. En este punto tengo que ser muy lúcido: no se trata de un enfrentam iento con m is padres o con aquellas per­ sonas que en mi niñez fueron importantes para mí. Esto no m e llevará a ninguna parte. N o puedo resolver en mi hoy de adulto m i sufrim iento de niño. Como dice Stettbacher: «D irigir reproches a los padres y educadores com ­ porta peligros. N o lo hagáis m ás que a puerta cerrada. Los enfrentam ientos incontrolados carecen de los objetivos constructivos de la terapia y con frecuencia tienen con­ secuencias lam entables. Si, con todo, no podéis, im pedir que se desencadene una querella, tenéis que responsabi­ lizaros de ella y ateneros a unos daños que podrían haberse evitado»9. Este toque de atención es fundam ental y me reconduce a la necesidad del aprendizaje de la expresión arm oniosa de mi em oción. U na em oción que, a mi pesar, resurge mal en mi presente; ya sea que afecte a mis padres o a otras personas, es necesariam ente injusta. Por supuesto, es po­ sible que, en un prim er m om ento, m i emoción sea incon­ trolable. En ese caso, reacciono com o dijimos anterior­ mente: en cuanto vuelva la calm a, me dirijo a la persona

8. L o w en , A lexander, Pratique d e la bio-énergie, Tchou, París 1978, p. 129. 9. S tettbach er , J. Konrad, op. c it., p. 94.

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que fue blanco de m is iras, le confieso con claridad la equivocación que he com etido y le expreso mi pesar. Por lo dem ás, ésa es la form a de evitar herir a mi hijo de la m isma m anera que m e hirieron a mí. Esos gestos m e ayudan, no a controlar mi emoción, sino a m anejarla m ejor. Con ellos se fortalece mi fuerza interior y m e hago capaz de crear una distancia entre el m omento en que mi em oción se desencadena y el momento en que la expreso. E ntre am bos m om entos, un instante de lucidez m e perm ite, o bien dar m archa atrás, si siento que mi expresión será inevitablem ente exagerada, o bien des­ dram atizar la situación teniendo en cuenta sólo los hechos reales, con el fin de intervenir de un modo acertado. Con todo, nunca debo, en m odo alguno, negar la importancia y la intensidad de la em oción que estoy experim entando, cuyas raíces se encuentran en mi pasado. Lo antes posible, intento enlazarla con su auténtica causa, haciendo en ca­ liente la lectura de mi vivencia interior. Si logro alcanzar el sexto tiem po, entonces llegaré a la expresión de mi em oción en el presente de mi corazón de niño. Esta ex­ presión no se lim ita en absoluto a las palabras que escribo y dirijo a m is padres o a cualquier otra persona de mi infancia que m e haya herido. Tiene que ir hasta el fondo de mi em oción, lo cual im plica una participación total de mi cuerpo. Lá em oción ha quedado im presa en mi cuerpo, y es éste el que, en últim a instancia, tiene que elim inarla. H e alm acenado cólera; la tengo en m is m úsculos, en mis m andíbulas, en m is ojos, en mi garganta... Para mi mente, m anejar esa cólera consiste en autorizarla a que salga de m í con toda la violen cia que sea precisa para que yo quede lim pio de ella. Pero ¡atención! Mi mente autoriza la explosión de esa cólera, con el fin de desactivar la bom ba que hay en mí. Incluso va a anim arla a hacerlo, pero teniendo m ucho cuidado al escoger tanto el lugar com o el m om ento y los m ed ios. — 186 —

Así, por ejem plo, puedo irme solo al campo y tirar con furia piedras al agua, m ientras grito mi rabia contra mis padres; puedo, encerrándom e solo en mi habitación, em prenderla a golpes con la alm ohada, «ahogarla», «es­ trangularla», sintiendo que es a mi madre o a mi padre a quien «mato» por el daño que ella o él me hicieron. Sin em bargo, es difícil exteriorizar completamente solo la có­ lera, la pena o el tem or que m e invaden. En algún m omento tendré absoluta necesidad de la presencia de alguien que me ayude en ese despliegue em ocional. Las em ociones reprim idas de mi sufrim iento infantil me hacen m ucho daño. Volver a sentirlas es tan liberador como doloroso. La presencia de una persona com prensiva, cordial y com petente m e resulta indispensable en los m om entos m ás difíciles de esa integración del sufrim iento de mi niñez. Cuando entro en esta etapa de la expresión de la emoción sentida en el presente de mi corazón de niño, es preciso que solicite la ayuda de un terapeuta que haya recorrido él m ism o ese cam ino hacia su corazón de niño. A través de la relación de confianza que estableceré con él, encontraré la seguridad y la fuerza necesarias para vol­ ver a sentir y vivir las em ociones que mis padres eran incapaces de asum ir, pero que este terapeuta sí es capaz de hacerlo. G racias a esa relación bienhechora en el pre­ sente, destruiré los efectos nefastos de las relaciones ne­ gativas de mi infancia. Si soy de los que padecen frigidez emotiva, tiendo a reprim ir mis em ociones, y su m anifestación queda retenida detrás del dique. U n poco antes, he aprendido a tom ar conciencia de mis em ociones, nom brarlas e intentar fa­ m iliarizarme con ellas. Para conseguirlo y, sobre todo, para lim piar m i sensibilidad de las emociones reprim idas de mi infancia, tengo que hacer m uchos ejercicios. En ese caso, m anejar la expresión de m is emociones consiste en someterme a un program a de entrenam iento constante para recuperar el tono em ocional. Tengo que hacer bastantes esfuerzos si quiero recuperar la fluidez de mi caudal em o­ — 187 —

cional. E l prim er elem ento es mi respiración. Com o afirma Lowen: «Los adultos tienden a presentar esquem as de res­ piración perturbada, debido a tensiones m usculares cró­ nicas que deform an su respiración y la restringen. Esas tensiones son el resultado de conflictos em ocionales que se elaboraron durante su crecim iento»101. R eaprender a res­ pirar es el com ienzo del proceso. El prim er ejercicio con­ siste en representarm e el m ovim iento respiratorio en form a de ola. C onscientem ente, inspiro enviando el aire a la parte más baja de m is pulm ones, hasta que mi abdom en se hin­ che. Por su parte, mi tórax se ensancha, y después mi garganta y m i boca. Las grandes cavidades de mi cuerpo se abren para aspirar el aire. La ola llega a su cresta. Cuando espiro, la ola refluye, y libero tensiones. Cuanto más m e abandone al ritm o de la ola, con tanta m ayor libertad circulará en m í la vida y tanto m ejor recuperaré la capacidad de sentir de form a natural m is em ociones. ¡V ibrar de alegría o de pena: eso es la vida! ¿N o son las cuerdas del violín las que producen su m elodía? ¿No es tam bién el aire, el aliento, el que transporta la melodía? Por eso, adem ás de respirar, tengo que reaprender a em itir sonidos. C om o tam bién dice Lowen: «Escuchaos. Si sus­ piráis, que ese suspiro sea audible. Los problem as de m u­ chas personas han ido creciendo porque se les conm inó severam ente a m antenerse tranquilos cuando eran niños. Esa negación dé su derecho a utilizar su voz puede haberles conducido a prohibirse cualquier palabra que les im plicara personalm ente»11. M i aprendizaje de volver a sentir pasa por la liberación de mi voz. M e concedo el derecho, no sólo de respirar, sino tam bién de hacerm e oír. M e en­ cuentro en un lugar discreto, com o, por ejem plo, mi coche cuando voy solo y con las ventanillas cerradas, y hago ejercicios de gritar. M e atrevo a dejar que salgan de mí

10. L o w e n , A le x a n d e r, 11. Ibid., p . 3 9 .

op. c i t

p. 35.

188 —

esos gritos retenidos desde hace tantísim o tiempo. Grito, sencillam ente. Eso m e distiende y, sobre todo, m e perm ite afirm arm e voceando «sí» o «no», según sienta que algo es bueno o m alo para mi vida. De esa forma me entreno, tantas veces com o me sea posible, a ser sonoro. Tengo el m ejor concierto que se puede ofrecer, el de mi propia existencia. \Q ué lástim a si mi instrumento se queda m u d o ...! Puede que estos ejercicios m e parezcan ridículos. Pue­ do decirm e que son inútiles. En el fondo, lo que sucede es que me da m iedo liberar mi vida y encararme con la realidad de m is em ociones reprim idas. Tem o afrontar unas prohibiciones que me han m oldeado y que me dan la se­ guridad de estar bien educado, de ser razonable y, sobre todo, de tener un buen control de m í mismo. Sin em bargo, estos ejercicios son prim ordiales. Adem ás de exigir de mí hum ildad, requieren que tenga mucho coraje. Gracias a ellos, com ienzo a rom per las rejas de mi prisión. Son ejercicios sencillos y poco costosos. ¿Por qué m atar lo hum ano por respetos hum anos? M anejo mis emociones de fo rm a adecuada E l fluir de mi río se arm oniza. E n la superficie de su m ansa corriente, unas veces aparecen olas que se mecen y ju ­ guetean, que se interiorizan al sol de mi vida; otras, se increm entan en función de la intensidad de la tem pestad. Estoy ajustado a m i presente. Quizás aún pueda ocurrir que m e sienta agitado in­ teriormente m ás de lo que pueden justificar los elem entos tem pestuosos. Sin em bargo, soy capaz de adaptar mi ex­ presión a la realidad. D e m om ento, la dejo de lado y me m antengo a la expectativa. D espués, en cuanto m e es po­ sible, identifico la em oción responsable de esa agitación exagerada, que ya he logrado m anejar, pero que ahora debo resolver. Leo m i vivencia interior y, al hacerlo, llego a la expresión de esa excesiva acum ulación de emoción en la 189 —

realidad de mi pasado doloroso de niño. Voy progresiva­ mente lim piando ese pasado, y sus consecuencias negativas sobre mi em otividad van dism inuyendo. Tam bién puede presentarse la situación inversa. Mis aguas se quedan estancadas, cuando tendrían que correr. La expresión de m is em ociones vacila ante el reproche de mi entorno o de mi im agen. En ese caso, m anejar mi emoción consiste en anim arla a salir de su cárcel, en li­ berarla y, sobre todo, en levantar las prohibiciones y eli­ m inar el m iedo al ridículo. Tam bién en aceptar afrontar los juicios de un entorno que sufre la carencia de la más genuina fibra hum ana; en aceptar quitarm e la m áscara y dejar que se vea mi rostro verdadero, que unas veces es lum inoso, y otras som brío. Y o soy el que llora y tam bién el que ríe al ritm o del gran m ovim iento cósm ico del día y de la noche. Soy sol o soy nube; soy prim avera, otoño, verano o invierno. L a tierra entera está vibrando de em o­ ción. ¿Por qué no ha de sucederm e lo m ismo a m í, hijo del universo? ;»LV I Y o m anejo arm ontosam ente mis em ociones 7

* ¿Consigo ajustahne a la situaói<5ñ¿ aun cuando mi agi­ tación intérior superé la realidad áctpájí? : ^

ganas de^Téptirtiidas?;' ;

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¿Que me ayuda a ?abandónárme á mis emóciones positivas o negativas? :: v :■■ / ] < ■ - : ' / í y m is te m o res, em o cio n es no riñ álés?

siento aí d ejar v iv ir a m is; • . ’ ;7 . - ••••,•".•' Y:"-- .

M i m ente está ahí para com prender y acom pañar in­ teligentem ente el gran m ovim iento de mi vida. Al prin­ cipio, las percepciones de m i «yo» estuvieron m ás o m e­ — 190 —

nos falseadas por una pedagogía represiva que me inoculó falsas creencias sobre m í m ism o y sobre la misma vida. El m omento crucial es el de reconocer la parte de error que hace desviarse de la com prensión de la realidad y em prender cam inos engañosos. ¿Será capaz de aceptar la hora de la verdad; la hora de verm e com o soy y no como la imagen de lo que querría ser o, incluso, la imagen de lo que no soy; la hora de ver en mi realidad actual tanto la parte sana com o la enferm a; la hora de decidirme a avanzar hacia el núcleo de mí m ism o, donde se alberga mi identidad? Para hacerlo, mi m ente tiene que aliarse con la percepción de m is em ociones y, consiguientem ente, con mi cuerpo. M ente, em otividad y cuerpo están ahí para hacer posible que m i «yo-corazón» ocupe su puesto en el centro de mi vida para que yo realice felizmente mi viaje sobre la tierra.

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5

«Yo» soy mi corazón

Las som bras de la noche se disipan. El sol, al despertar y desperezarse, lanza unos rayos que alum bran un alba to­ davía difusa. U na silueta va em ergiendo poco a poco de la brum a. E n la lejanía, aún a m ucha distancia, avanza un caballo tirando de una carroza. Parece que se siente in­ seguro al pisar una tierra hasta ahora desconocida. La ca­ rroza cruje y se tam balea con los baches del cam ino. En el pescante, el cochero dorm ita. El pasajero, «yo», el pe­ queño pasajero, parece que aún no ha nacido. V ida, ¡mi vida! ¿Estás ya aquí? «Yo» aún no estoy. H a llegado el día. ¡Es «m i día»! C uerpo, em otividad, m ente A caban de ponerse en m archa. ¿Y cuál es su cam ino? E l que conduce a mi vida, el que conduce hasta m i «Yo». «Y o», ¡ése es el centro de mi viaje! Con mi em oti­ vidad, mi cuerpo y mi m ente, voy descubriendo mi vida. El cam ino que a ella me lleva no está fuera, sino dentro de m í. Con tiem po bueno o m alo, en etapas cortas o largas, mi yo interior ocupa el lugar central. Llegar a ser yo mismo — 192

es convertirm e en am or. Eso es lo que soy; ésa es la esencia últim a de mi identidad. Y esa esencia determinante de mi ser es la que me pone en contacto directo con « l a v i d a » , en contacto directo con « e l a m o r » . ¡Ojalá que mi «yo-mente» haga que me convierta en mi «yo-corazón», con la ayuda y la complicidad de la fuerza m otriz de mi em otividad y del vehículo de mi cuerpo! M i «yo-corazón» se va configurando muy lentamente. Transcurren m uchos años antes de que pueda prescindir de los pañales de la inconsciencia. Lo que le hace aban­ donarlos es la sensación consciente de un aspecto de mi identidad. U n brote de mi árbol acaba de abrirse a la pri­ m avera de m i ser interior. Es el com ienzo de la percepción de quién soy. M i identidad se abre cam ino, impulsada instintivam ente p o r la herm osa y poderosa fuerza de la naturaleza. Sin em bargo, tiene una enorm e necesidad de ayuda. Eso es lo que le corresponde hacer a mi m ente. Pero al principio m i m ente no puede ejercer su poder, y mi vida queda confiada a cocheros externos: mis padres y educadores. Ellos son los que guían y acompañan mi cre­ cim iento, los que ven m is cualidades, talentos y aptitudes; ellos son los que deberían descubrir, antes que yo, quién soy, y estim ularm e para que llegue a serlo. Bajo su tutela, cada brote se siente llam ado a desarrollarse impercepti­ blem ente. Sus cuidados atentos, llenos de cariño, com ­ prensión y respeto, son para m í la revelación del amor. Ese am or que sienten por m í hace que los brotes, uno por uno, se vayan abriendo, y mi identidad vaya tom ando form a. Poco a poco, mi mente se va apropiando cons­ cientem ente de cada uno de los aspectos de mi identidad, a m edida que se van haciendo visibles. Va apareciendo progresivam ente quién soy yo. M i m ente se hace cons­ ciente de m i «yo»: el «yo-mente» se hace consciente del «yo-corazón». Y por ese m ismo am or, mi centro positivo com ienza a irradiar. Yo me amo del m ismo modo que he sido amado hasta el presente. A m o a los demás como me — 193

amo a m í m ism o. Cuanto m ás me amo, tanto más amo a los dem ás, tanto m ás vive en m í el Am or. Cuanto más A m or vive en m í, tanto m ás me baño en la Fuente espiritual. El ser hum ano puede percibir esa Fuente espiritual directam ente en su fuero interno. Sin embargo, la espiri­ tualidad, en concreto, se vincula a las grandes corrientes religiosas, que se esfuerzan por conocerla, incluso por interpretarla y circunscribirla. Es un fenóm eno norm al, ya que el ser hum ano intenta, en su m isma finitud, com pren­ der unas realidades que existen m ás allá de él m ism o. Com o muy sensatam ente decía Job: «Era yo quien nublaba tus designios con palabras sin sentido. Hablé de grandezas que no entendía, de m aravillas que superan mi com prensión» (Jb 42,3). En el contexto de este libro, m antenem os la perspectiva cristiana acerca del m undo espiritual. Esta perspectiva introduce en la dim ensión espiritual realidades como la fe, la gracia, la salvación en Jesucristo y Dios. Esta opción no im plica intención alguna de proselitism o ni de discrim inación. Sencillam ente, refleja una opción personal de la autora de este libro, que puede ser com ­ partida o no por el lector. H e sido y sigo siendo a m a d o A veces m e asalta la tentación de creer que ni he sido ni soy am ado. Es cierto que con m ucha frecuencia, incluso dem asiada, no he sido am ado com o debería haberlo sido. No he sido am ado por m í m ism o; no he recibido lo que me correspondía por derecho. H oy siento el dolor de esas numerosas carencias de am or, pero tam bién, m ás allá del duelo am asado de pena, tem or y cólera, redescubro el am or con que he sido amado. Es un am or que no ha faltado a sus prom esas, que no .me ha engañado. Ese A m or es el que existe antes de cual­ quier am or hum ano; antes de que mi madre y mi padre me desearan con am or, si es que fueron capaces de ello, la — 194 —

fuente del A m or m e desea y m e llam a a la vida, lo cual es ya un inestim able regalo de am or. Entre los m iles de m illones de posibles seres hum anos que nunca han existido ni existirán, yo he sido escogido para existir. Soy el fruto de un A m or puro, íntegro, res­ ponsable. Ese am or enciende en m í la llama de la vida y me da todas las capacidades posibles para un ser hum ano, que en mí adquieren un tono original, único, distinto del que tiene en los dem ás. Esas aptitudes van acompañadas de una increíble fuerza vital. Su perfección es extraordi­ naria, y su capacidad de reconstrucción maravillosa. En sí m ism a, la vida es un m ilagro del A m or, y, en mi concep­ ción, yo soy ese m ilagro del Am or. Un poeta dijo: «El ser hum ano es un dios caído que añora el cielo». N o, el hom bre no es un dios caído; el ser hum ano es una chispa de Dios que viene a explorar un m undo de m ateria, de fínitud, de dolor, para acceder, no ya a una chispa de D ios, sino a su m isma plenitud. Se trata de un rodeo m isterioso, es verdad, pero m uy pro­ vechoso para el aprendizaje del am or. Dios es am or, y para retom ar a Dios el corazón hum ano pasa por la escuela terrena del am or. Cuando supera esta gran prueba, su co­ razón está preparado para abrirse a las dimensiones infi­ nitas. La escuela terrena del am or es tan dura y severa como llena de ternura y esperanza. Ese injerto divino que yo soy se im planta en una célula fam iliar, en la que soy amado com o puedo ser amado. Mi madre y mi padre, m is herm anos y herm anas, m is parien­ te s ..., me am an lo m ejor que pueden. También m e am an, a su m odo, los educadores con los que me cruzo en mi camino; y lo m ism o mis com pañeros, mis am igos, mi cónyuge, m is h ijo s...: todos m e quieren en la m edida que pueden. Sólo una parte de ese am or puede nutrirme; esa m ínim a parte que escapa de las garras de la posesión, de las envidias, del eg o ísm o ..., me nutre intensamente. Esa parcela de am or gratuito es de esencia divina, y su fuerza vital es m ucho m ayor de lo que puedo imaginar. Eviden­ 195 —

tem ente, todas esas briznas de am or gratuito no han bastado para evitarm e el inm enso dolor de la carencia que ciertos días m e atorm enta en lo m ás hondo de mis entrañas. Ade­ m ás, ese dolor m e ha im pedido asim ilar la parte de am or que se m e ha ofrecido. Pero, a pesar de todo, ese am or mal asim ilado m e ha perm itido sobrevivir y ser yo m ismo. Ese am or que he recibido posee un poder retroactivo: hoy soy capaz de integrar ese am or y aprovechar plenam ente el alim ento que m e ofrecieron en el pasado. Tal vez un día, m i m adre, que no era una experta en costura, m e hizo, a pesar de todo, un vestidito para mi m uñeca sólo p o r com placerm e. M i padre, a pesar de sus muchas ocupaciones, m e acom pañó a mi entrenam iento de hockey. Tam bién m i padre m e puso un día en la m ano el dinero necesario para que m e com prara la bicicleta de mis sueñosr M i abuela m e acunó, entonando con su voz cascada viejas canciones. Un m aestro m e felicitó por mi cuaderno de caligrafía; otro m e anim ó a hacer un ejercicio que me resultaba m uy difícil. ¡Cuántas horas he pasado con mi herm ano arm ando las piezas del m ecano...! Él me daba consejos acertados e incluso m e ayudaba cuando yo no me las arreglaba dem asiado bien. ¡Ojalá despierte mis recuerdos dorm idos para reen­ contrar el m aná del am or que alim entó mi corazón en su crecimiento! • LVI M i cosecha de am or * R ecojo el m an á de aih o r gratu ito q u e h ^ t a e hoy se m e h a p ro ^ q rc ió n á d p . ■. " ;V: . * V oy nom b ran d o suceSivariiente a cad a p erso n a qiié se ha cru zad o en m i cam in o h asta h o y y que h a sido im ­ portante p a ra m í. ". ;■ .-K " / *• R esp ecto a cad a u n a d e esas p erso n as, voy recu p e­ rando con am o r m is recu erd o s de sus gesto s, p alab ras y actitudes q u e m e h iciero n sentirm e im p o rtan te, valioso y am ado. ; . . V. . x-xxO -x .. . . / • ; : * E scribo esos recu erd o s a m edida que llegan a m í . '

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Después de una experiencia de este tipa, puedo des­ cubrir hoy el rostro de alguien a quien quizá nunca llegué a conocer verdaderam ente. Un rostro que, en algún lugar, m e miró con am or, pero que yo no fui capaz de dejarlo entrar en m í para que me nutriera. Testimonio de Gabriel «Siento dentro de m í a la persona viva de mi m ad re..., como si habitara en lo más profundo de mi ser, distinta de m í y, sin em bargo, una conmigo. La siento como una m adre nueva, im pregnada del pasado, pero libre de su m arca. L a siento abierta, positiva, feliz, libre y evolucio­ nando en una atm ósfera de dulzura, confianza, plenitud, serenidad... Es com o si el aspecto sano, maternal, sabio y confiado de m am á hubiera crecido dentro de mí. Su presencia en m i corazón ha aum entado. »Ahora descubro una posibilidad de enlazar con su función nutricia. Siento que hay en ella algo que me acepta tal como soy; siento en m í a esta nueva madre que me anim a a ser lo que yo quiero. Es com o si los errores, las carencias y las necesidades de otro tiempo se hubieran apaciguado. Siento que he aceptado el dolor y que ya he dejado de m endigar y lloriquear detrás de ella. Ya no siento el aguijón de la carencia en la carne de mi sensibilidad. A ceptar la pérdida ha permitido que cicatrizara la herida. »La sensación es verdaderam ente nueva, distinta por completo. Siento en m í una especie de cohabitación y de m utua confianza con ella. N o hay demandas ni expecta­ tivas, ni por su parte ni por la m ía, sino sólo una coexis­ tencia viva de paz com partida. E sta nueva relación me parece sólida. E stá m ás allá de lo cotidiano, tantas veces teñido de inquietud y ansiedad. Veo la realidad, pero mi reacción no es la misma. Ahora llego hasta su fuente, más allá de su herida; una fuente que transpira a través de ella y la baña en el claroscuro de una luz suave y cálida. — 197 —

Descubro a m i auténtica m adre, la que de verdad exis­ te en el fondo de sí m ism a, pero que ella no me había mostrado. »Hoy la siento en m í como una presencia cercana y apacible que confía en m í, que me da valor para la vida. Saboreo su am or tal com o mi madre habría querido dárm elo si hubiera sido capaz». E l corazón positivo de mis padres y de todos los que me rodean existe. Es posible que no sepa expresarse, pero está vivo. Para m í es reconfortante descubrirlo más allá de los com portam ientos negativos. Accedo a la posibilidad de recuperar un alim ento que me estaba destinado, pero que no supo encontrar su cam ino para llegar a mí. Hoy soy yo mismo quien recorre el cam ino para libar en él el polen de am or que m e está esperando desde hace quizá veinte, treinta ó cincuenta años. M e am o a m í m ism o en proporción al am or que he recib id o y aceptado Puede parecer sorprendente que el «yo», cuyo núcleo es amor, esté llam ado, ante todo, a am arse a sí m ismo. Esto es algo parece haberse desnaturalizado hasta tal punto que el profeta Jesús tuvo que rehabilitar este am or personal diciendo: ám ate.a ti m ism o antes de pretender amar a los demás. Parece que am arse a sí mismo es algo muy difícil. Sin em bargo, si yo pudiera acum ular todo el am or que se me ha dado, mi belleza personal me deslum braría. ¡He recibido tanto, com enzando por mi propio centro positivo y siguiendo por la generosidad de la vida y de la natura­ leza...! Puedo hacer un pequeño inventario de todas las cualidades que poseo: todas ellas tienen sus más y sus m enos, según la m anera concreta en que se dan en m í, pero ahí están ... M e ofrezco a m í m ism o el atractivo es­ pectáculo de ese potencial ilim itado que poseo en el fondo — 198 —

de mí. El potencial, latente o actualizado, de la persona extraordinaria que yo soy. En prim er lugar, poseo múltiples cualidades: * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *

interioridad bondad hum ildad dulzura ternura acogida com prensión escucha am abilidad calor humano delicadeza sencillez respeto paciencia afecto generosidad entrega profundidad honradez valor audacia liderazgo puntualidad

* curiosidad * inteligencia * observación * m em oria * creatividad * im aginación * sentido de la organización * sentido de responsabilidad * tenacidad * perseverancia * claridad * apertura * hum or * jovialidad * perspicacia * buen juicio * buen sentido * discreción * sentido de la belleza * sentido de la armonía * sentido de la estética * sentido del trabajo * pedagogía

* * * * * * * * * * * * * * * * *

adaptación flexibilidad agilidad equilibrio fuerza vitalidad coordinación ritmo destreza habilidad elegancia rapidez precisión aplicación expresión voz tacto oído sensibilidad gusto espontaneidad vivacidad originalidad

Por larga que pueda parecer, esta lista no refleja del todo la realidad de mi tesoro. Todas estas cualidades, y m uchas m ás, están repletas de vida, de alegría y de es­ peranza. Hierven de intensidad y densidad. Algunas se agrupan para constituir m is talentos. Así, yo tengo talento para: * * * * *

la la la la la

escritura m ecánica carpintería costura inform ática

* * * * *

la fotografía la decoración la expresión oral la com unicación las relaciones hum anas

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* * * * * * * * * * * * * *

el canto el dibujo la p in tu ra la d an za la natación el esquí el hockey el teatro la literatura la historia el com ercio los negocios las ventas la b otánica

* * * * * * * * * * * * *

la la el la la la la el el la la la la

an im ación en señ an za cu id ad o de la casa p o lítica m ú sica psico lo g ía m ed icin a m asaje cu id ad o corporal co n strucción arquitectura contabilidad ed ucación

M is posibilidades son tantas que, por m uchos años que viva, nuncxa podré descubrir y explotar todas las ri­ quezas que hay en m í. Algunos de m is talentos son tan «naturales» que resultan ser auténticos dones. T ener un don es poseer la capacidad de sobresalir en algún aspecto con facilidad y naturalidad. U n don es una faceta esencial de m i identidad, ya que me caracteriza en m i propia individualidad. Cuanto m ás se unifique y ar­ m onice m i personalidad a partir de un don, tanto m ayores serán mi arraigo, m i confianza y m i seguridad en m í m is­ m o, y tanto m ás seré yo m ism o, único y diferente.

F ijo m i m irad a in terio r en el ñ ú cleó q u é se se h alla en e! centró!m ism U de m í. * N om bro espóntáñeame^nté todas las cualidades" que siento vivas en é¡sé centro. "V-v •• _• "V • * M e d escu b ro talentos p ara detérm in ad as activ id a d es.; Id en tifico eso s taléñ tó s, que se m e p resen tan b ajo la i^orina déí « i ^ g u ^ - : ^ n i é . yá;:iV»^^ * ¿H e d ad o co n algún aspecto en el que so b resalg a na-^ tu ralm en te y sin esfu erzo ? E n caso afirm ativ o , nom bro ese don y d escrib o Ib q u e o cu rre en m í cuando lo vivó.

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Am arm e a m í m ism o es apropiarm e de mi ser a través de mis cualidades, talentos y dones. Amarme a m í m ismo es asom brarm e ante mi propia belleza, m agnífico regalo de la vida. Am arm e a m í mismo es contem plar a través de mi propio ser la m agnificencia del amor. L Y t Ün baño en la fuente

^ En silencio^ mé reciojó en mi centro y contemplo én él detenidamente la belleza de mis cualidades, de mis ■ talentos y de mis dones. 7;.'.7 : \ -7 •. ^ Después de esta inmersión én mi propia fuente interior, deséríbo corrió:•me siento. -7

Am arm e a m í m ism o es activar todas mis capacidades para afirm arm e por medio de m is cualidades, talentos y dones. En contra de lo que podría pensarse,, el valorar mi propia belleza personal es la form a más hermosa de hu­ m ildad. M e pongo al servicio de los tesoros que la vida ha depositado en m í para descubrirlos, explorarlos y desarrollarlos de m odo que puedan enriquecer al m undo con sus frutos. El orgullo consistiría en creer que yo soy su autor o su dueño, pues cpn ello sólo demostraría que m i espíritu es m uy débil. Sin pm bargo, lo que tengo es la gran dicha de cooperar conscibnte e inteligentemente con el Am or m ismo.

Amarm e a m í m ismo es, en definitiva, respetarme y hacerm e respetar en mis cualidades, talentos y dones. Pero 201 —

respetarm e y hacerm e respetar no tiene nada que ver con ningún tipo de conform ism o, sino con la exigencia de ser valorado por m i originalidad. Lo que me hace tan valioso es que soy un ser único en el m undo, como la rosa del «Principito». Privarm e de la libertad de ser yo m ismo es matar la obra exclusiva que yo soy; y de esta contingencia sólo puede preservarm e el respeto a m í m ism o. Pero hay otra desgracia que tam bién me acecha y que supondría la muerte de quien yo soy: la exageración de esas mismas cualidades, talentos y dones. Respetarm e es aceptar y hacer que se respeten mis lim itaciones. Según un célebre aforism o, «nadie está obligado a lo imposible». L o cual, curiosam ente, parece dar a entender que quizá algunas personas son capaces de hacer lo im­ posible aunque no estén obligadas a ello. Pero lo im posible, si realm ente lo es, es im posible sin más. L aa dificultad radica, para m í, en discernir entre lo posible y lo imposible. Yo soy un ser hum ano poseedor de una riqueza insospe­ chada; lo cual no m e autoriza a dilapidarla. Respetarm e y hacerme respetar significa evitar las tram pas de la bravata, del desafío y de la prepotencia, incluso en sus form as más «santas» y «generosas»,a veces bajo el disfraz del amor perfecto. E l perfeccionism o es un terrible enem igo del respeto a m í m ism o. ' LVI El respetó a m í mismo ;-.-U

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* ¿T en g o tan to m ied o a ser eg o ísta que llego incluso a sacrificarm e in ú tilm en te? ... ;;• * ¿P ad ezco tal sen tim ien to d e culpabilidad que reniego de m í m ism o y m e d ejó ex p lo tar? * ¿T en g o tan to m ied o á j a soledad que p ag o co n mi p ro p ia v id a la p resen cia de los dem ás? '• * D esp u és de haberm e todas estas p reg u n ta s, h ag o una pausa. R esp iro p ro fu n d am en te a m i ritm o. S uav em en te, entro e n co n tactó co n m ig o m ism o , con m i lib ertad in­ terior . F ren te a m í m ism o , m e pregunto: ¿qué es hoy lo q u e es j u s to , v erd ad ero y b u en o p ara m í y m e h ace crecer sin a te n ta r co n tra el n ú cleo positivo de los d em ás? ; :

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Am o a los dem ás en proporción aK am or que m e ten go a m í m ism o Sí, me amo lo suficiente com o para crecer, y mi creci­ miento hace brotar espontáneam ente mi amor hacia los demás. Poco a poco, voy aprendiendo a descubrir y vivir lo que encierra la expresión «yo am o». En un comentario, André Rocháis se pregunta:-«¿Q ué es amar?». Para él, el am or auténtico o gratuito supone cuatro actitudes del co­ razón que tienen que estar presentes al mismo tiempo para que el am or sea verdadero: * Prestar atención al corazón del otro. * Perm itirse vivir el asom bro por todo cuanto de her­ moso se descubre en él. * Expresarle ese amor asom brado. * R espetar su libertad1. A m ar de verdad requiere, sin duda alguna, estar atento a los demás. ¿C óm o amar sin conocer? Conocer a los demás es descubrir su núcleo positivo, lo cual me exige detenerm e y em plear tiempo en contem plar. A veces, la corteza externa es áspera y hasta poco atractiva. Puedo quedarm e en sus apariencias, que son los síntomas de los sufrimientos que han padecido. M i m irada puede contem ­ plar con com pasión esa máscara. Para ver de verdad a la persona, para que se produzca el encuentro, es preciso que yo atraviese ese envoltorio superficial. Por tanto, el am or comienza en el silencio de la observación, en el que, todo ojos y oídos, escruto y ausculto el corazón del otro, es decir, lo que él es en lo m ejor de sí mismo. LVI M e detengo para «ver» a los demás f A unque yo sea uno, estoy hab itad o p o r m uchos otros. D ejó que sus ro stro s desfilen lentam ente ante mi m irada interior. M e d eten g o largo tiem p o ante cada uno p ara reconocer sus cualidades. ,

1. R o c h á is , André, Q u’est-ce qu'aimer?. Notes d ’observation, Organisme prh , 1982.

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* N om bro esas cu alid ad es poír escrito : D e este m o d o , mi en cu en tro co n la h erin o su ra de c ^ a p erso n a es m ás ; intensó, p u és m é tom ó tien íp o p ará c o n o cérla de v erd ad .

La segunda actitud del corazón que am a de verdad es el asom bro. Después de haber visto y captado la belleza del otro, lanzo una exclam ación admirativa; me quedo deslum brado p o r el encanto de esa belleza y la contem plo. No se trata de nada pasional, sino de algo sum am ente sereno y sencillo. E n m i intim idad nace una corriente cálida hacia el otro. El am or gratuito se nutre del asom bro y se encuentra en esa corriente cálida sentida en lo m ás hondo del corazón y que de una form a real, aunque invisible, me vincula con el centro positivo del otro. LY I Me áso ; qüüi^érite lás h a b ité enrmíi

• -v.

El conocim iento lleva a la contem plación, y ésta pide expresarse. L a tercera actitud del corazón consiste en el deseo de expresar al otro su belleza. Es un m ovim iento interior que m e im pulsa a revelarle al otro la belleza que posee. Esa expresión se orienta totalm ente hacia el otro y su crecim iento, su realización personal y el arraigo de su identidad. Yo le estim ulo, le anim o a llegar a ser él m ism o, sin pretender sacar provecho alguno de ello. L V I EiKpjréso.-.mi a m o r g r a tu ito ^

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■'^ ¿Soy capaz de félicitafle £or sus é^ito$? * ¿S ó y cap a z de f o m e n ^ los m é d io S ^ ^

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* ¿Soy capáz. de expresarle ternura y calor sin más objeto ; ■.qUO;éí sil :rf;.L^ ^ ’AviA >; ■ * C o n c íé ta m e n te , en rni y id á p résen t¿, ¿qüé gestos p o ­ dría realizar p ara ex p resar a esas personas concretas m i am o r g ratu ito ? L as nbrrtbró, y d e s c rib o :claram en te los gestos co n creto s que q u iero réaliziáf: V — 204

Queda una cuarta actitud: el respeto a la libertad del otro, que es el aspecto que pone el sello de la autenticidad a las otras tres, porque éstas podrían ser una manera de apropiarme del otro. Sin el respeto por su libertad, el am or no es ese am or que procede de verdad del fondo del co­ razón. Este am or sólo desea la felicidad del otro. Es la form a en que mi «yo», mi corazón auténtico, aspira a am ar a los demás para que crezcan y sean felices. EVI La libertad dél otro es sagrada ¿Se ca ra c te n z á m i am o r a ios dem ás p o r el respeto a su ■libertad? ■ * ¿S oy capaz d é c ap tar las v erdaderas necesidades de las personas a las q u e quiero? ¿T en g o ejem plos co n cre­ tos? .¿ G u i^ e s ? :'..;^ /^ '• ■•••',.■ * ¿C onfío en sus cap acid ad es? ¿C ó m o se m anifiesta esa c o n f i^ z a ? . :: ^^ ty.-/j ^ j/.v v'VV^" '"v * ¿ A ceptó q u é ten g an qpinionés y g u sto s difere^ de los m ips y q u é ado p ten sus propias décisió n és? E num eró ■;hechos cp n ciéto s^ ir /v/^ - .V ‘ * ¿Recoñózcó su$ inéápacidadés sin eülpabilizarlos?

¿ Q u ^ é s ^ n fl^ ; h írm t^ realmente, sin desearlas?

ílí^ démás^q^ ' : ' Vv;;v \ / '

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E ntro conscientem ente en contacto con la Fuente espiritu al del am or M ucho antes que y o , m ucho más allá de m í, m ana la Fuente espiritual del am or. U na fuente abundante, cuya esencia m ism a es el A m or. Con una fecundidad prodigiosa, en­ gendra todos los seres. En ella es donde se hunden mis orígenes, fuera del tiem po. Desde toda la eternidad, esa Fuente me desea. Para ella, todo está presente. Por su am or, un día entré yo en el tiempo. He llegado a este universo m aterial para tom ar forma y llevar a plenitud mi existencia hum ana. En este inmenso útero colectivo, me preparo para mi auténtico nacimiento. M i corazón se pre­ para para estallar de am or en el Am or. — 205 —

M i «yo-corazón» m e guía en este camino de Amor. La Fuente espiritual m e va invadiendo cada vez m ás. C uan­ to más en contacto está mi «yo» interior con la Fuente, tanto más influye en mi andadura y comunica sus intui­ ciones profundas a mi m ente, que se hace consciente de ellas y las tiene en cuenta. E ntonces, mi mente se deja conducir por su guía interior. N o es ella la que controla el viaje, sino mi «yo-corazón», que capta el verdadero sentido de mi vida y recibe de ella la dirección a seguir. M i m ente se abandona al A m or, que me lláma a rea­ lizarme y a ser feliz. Coincido con la línea de mi vida, que necesita m uchos años para que yo llegue a ser quien soy. Cuanto m ás se deja deslizar mi «yo-mente» en mi «yo-corazón», tanto m ás m e arm onizo y unifico en el am or y más favorables m e resultan los acontecim ientos de mi vida. Mi núcleo em ite vibraciones tan intensas que me impulsan a hacer lo m ás conveniente para mi vida. E n­ tonces com prendo que los acontecim ientos, gracias a la Fuente de am or que quiere mi plenitud y mi felicidad, responden a m is aspiraciones a ser «Yo». Esos aconteci­ m ientos, esas situaciones y esas personas que se cruzan en mi cam ino no son fruto del azar, sino resultado de la coincidencia entre m i deseo profundo de ser yo m ism o y los m edios que pueden hacerm e posible serlo. Cuanto más m e adentro en m i «Y o», tanto m ás visible y consciente se hace esa coincidencia; cuanto m ejor intuyo lo que es justo, verdadero y bueno para m í, tanto m ás tiendo hacia ello con todas m is fuerzas y entro m ejor en armonía con la Vida y con el A m or. Pero nada se produce por arte de m agia. Para lograrlo, tengo que colaborar inteligentem ente en la tarea y dedicarle tiem po, esfuerzo, discernim iento y, sobre todo, m ucho am or gratuito. Me convierto en profeta para m í m ism o y, a veces, para algunos otros; un profeta que les sirve de guía hacia su propia interioridad. La calidad del profeta depende de su receptividad a la Fuente espiritual del amor. De esa Fuente recibe las — 206 —

intuiciones, las ilum inaciones y los m ensajes para la rea­ lización de su vida. Pero mi realización no consiste en colm ar mis carencias afectivas, sino en lograr la plena expansión de mi potencial. Como las carencias provenien­ tes de mi niñez no quedan colm adas, los deseos de hacerlo no son deseos que em anen de mi centro de amor. Puedo forzar determinadas situaciones y acontecimientos e inclu­ so a ciertas personas concretas, pero lo que se produce en esas circunstancias no m e hace feliz, pues no está en coin­ cidencia con mi eje vital, sino al m argen de él, y no puede aportarm e lo que espero. Sobre todo, m e causa mucho sufrim iento, que podría evitar si yo estuviera en armonía con mi centro, interior. No obstante, ese sufrim iento tiene un gran valor pe­ dagógico, y puedo servirm e de él para aprender el camino hacia el guía interior que habita en lo más hondo de mí. Cuando mi deseo está verdaderam ente centrado en el eje de mi vida, se hace realidad. Un día, Lionel contaba cóm o sentía que debería ser el lugar en que tendría que vivir para que se hiciera realidad lo que él sentía como esencial para él en aquella etapa concreta de su vida. M a­ nejaba muchos criterios de selección: entorno ambiental, situación, dim ensiones, distribución... Lionel se puso en contacto con un agente inm obiliario y le expuso con pre­ cisión lo que andaba buscando. El agente exclamó: «¡Nun­ ca encontrará usted todas esas cosas en una sola propie­ dad! ». Pero, en el fondo de sí m ism o, Lionel no tenía ninguna duda en absoluto. La sem ana siguiente pasó ca­ sualm ente por una calle que estaba fuera de su itinerario habitual y vio una casa en venta. Después de examinar cuidadosam ente los detalles de su entorno, decidió pedir una cita para verla por dentro. Con algunos arreglos m e­ nores, la casa respondía, punto por punto, a los deseos que él sentía en su centro vital. H abía que realizar una serie de gestiones, pero todo se resolvió, y Lionel tomó posesión de aquella casa com o de un regalo del cielo. Sí, la Fuente espiritual del Am or hace regalos cuando e conveniente. — 207

Lo m ism o le ocurrió a Racheí. H abía vivido m uchos años sin com pañero alguno, y sentía en lo más profundo de su ser que había llegado a una etapa importante en su realización. Percibía que había llegado el m omento de de­ sear la presencia de una persona que la com plem entara para realizar lo que ella presentía com o esencial. En un viaje a París, acudió a N otre-D am e a participar en una celebración. Lo im portante para ella no fue la celebración en sí m ism a, sino la experiencia interior que tuvo. Poco a poco, se fue sintiendo llena de esperanza y de una especie de osadía. E n su fuero interno expresó a la Virgen la necesidad que experim entaba de encontrarse con una per­ sona que pudiera hacer realidad con ella la intuición que tenía en su interior. Rachel sentía con claridad que «el otro» no form aba parte de su entorno ordinario, que era un desconocido, que prácticam ente tendría que caer del cielo. Al volver a su casa, casi sin haber podido posar las m aletas, sonó el teléfono. Al otro extrem o del hilo, un desconocido le expuso su propia búsqueda personal. Tras una breve conversación, le pareció que aquel hom bre del teléfono era precisam ente el que podría realizar con ella su proyecto vital. Fue un proceso com plejo, que necesitó m ucha com ­ prensión, paciencia y confianza por am bas partes. Un pro­ ceso que obligó a am bos a crecer en autonom ía, respeto y arraigo en su propia identidad. D espués de cinco años de búsqueda y de progreso auténtico, aquellas dos personas sintieron que había llegado el m om ento de unirse sin vuelta atrás. Era el sello de una alianza. A m bos eran conscientes de que el sentido profundo de su paso adelante residía en su certeza interior. Rachel y Sim ón se com prom etieron en estos térm inos. Prim ero Rachel: «M i vida es un valioso entram ado de experiencias. D esde hace cincuenta años, la he tejido con diversos m a­ teriales: mis estudios, mis com prom isos profesionales y sociales, m is viajes, m i búsqueda personal a través de mi propio cam ino y del de otras m uchas personas... El bagaje — 208 —

recogido a lo largo del cam ino me ha enseñado que la vida es una aventura llena de obstáculos, sí, pero también de m agníficos descubrim ientos. »Sin em bargo, había un hilo especial que faltaba en mi tejido. Un día, hace cinco años, hablaba de ello con la Virgen en N otre-D am e de París. Le dije que sentía la necesidad de un hilo m uy delicado y de rara belleza; que ese hilo, aunque no fuera la tram a principal, era muy im ­ portante para el valor de la pieza; que era una especie de com plem ento necesario para lo esencial. Pero la cuestión era: ¿dónde podría encontrarlo? A mi alrededor no veía hilo alguno de ese tipo. Entonces tuve la impresión de que me vendría del cielo, com o el hilo de un ángel: fino, discreto y luminoso. Un hilo cuya textura sería la verdad, la libertad y la alta calidad espiritual. N uestra Señora de París no tardó en tener en cuenta mi petición, marcada por la hum ildad y la sensatez. »Ese hilo tan preciado, que debería arm onizar feliz­ m ente con mi propia obra, hizo su prim era aparición por teléfono. Luego se fue m anifestando con m ayor densidad, y descubrí con alegría que cuadraba tan perfectam ente con mi tejido que opté por casarm e con él. A hora, yo, Rachel, te elijo a ti, Sim ón, por esposo, y prom eto tejer contigo la vestidura de nuestras vidas en la ternura y el amor. Estaré contigo y a tu lado en la alegría y en la tristeza, hasta que se cum pla nuestra existencia común en la tierra, es decir, hasta que nuestras vestiduras estén preparadas para parti­ cipar en la fiesta de las Bodas eternas». Sim ón acogió con alegría esta declaración de quien le escogía por esposo. Por su parte, con la originalidad que le caracterizaba, proclam ó su decisión de vivir aquella unión que lubricaba en ese día: «Te am o, Rachel. Im pulsado por el aliento de Aquel que inspira m i vida, yo, Sim ón, elijo hoy, libre y cons­ cientem ente, ser tu com pañero, Rachel, a plena luz, por el cam ino del A m o r... Cam ino de aprendizaje continuo de la gratuidad, en la libertad y el respeto de quien tú eres y de quien yo soy, durante todo el tiem po que Dios quiera. 209 —

LVI Mi encuentro con Dios * ¿H e tenido y a la ex p erien cia de sentirm e co m o arras­ trado al in terio r d e m í m ism o? * ¿M e he sentido co m o si estuviera fu era d el tiem po? * ¿H e saboread o u n a esp ecie de paz que m e h a dado la sensación de e sta r en v u elto po r una p resen cia llena de A m or? * ¿H e tenido u n a e sp ecie de ilum inaciones interiores que m e han hecho e n te n d e r ciertas cosas de u n a form a m uy especial? * Si he vivido alg u n a o v arias de esas ex p erien cias, las describo e inten to n o m b rar los cam b io s q u e ellas han producido en m i vida. * L as h ay a viv id o o n o , m e co n cen tro un in stan te y dejo que m i m ente, al ritm o de m i resp iració n , se deslice h asta m i co raz ó n , y q u e la oració n del co razó n tom e cuerpo en m í.

El núcleo de mi persona es un him no al am or que existe en m í de m anera única. Asume la form a, el rostro concreto de m i identidad. T odas mis cualidades, todos mis talentos, existen para expresar el amor. M i canto de amor no es un canto forzado: brota de la fuente; late a mi ritmo; no me hace perder el alien to ... Es «mi» canto. Tam bién le caracteriza su ductilidad, pues es m óvil y se va modi­ ficando al m ism o ritm o que evoluciona mi vida y adap­ tándose m aravillosam ente a cada situación. Es poderoso, pero no rígido ni cerrado. «Yo» soy mi corazón; soy un ser de A m or único, original, que doy a mi vida todo su sentido. M i canto de am or arm oniza con el de todo el universo, con el del m ism o Dios. Con Él, en Él y por Él, yo soy amor.

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C onclusión

Érase una v e z ... ¡No!, es hoy cuando hay una persona llena de deseos de recorrer el cam ino que le llevará de su cabeza a su corazón. Sí, una persona, no su máscara. Una persona que vibra de curiosidad por descubrir su auténtico rostro. La tarea com enzó hace ya mucho tiem po, pero el «puzzle» es ahora más apasionante que nunca. El paisaje resulta m enos enigm ático. L a brum a velaba la foto, pero em pieza a disiparse un poco. Es como si estuviera ama­ neciendo; otra m añana, com o todas las mañanas. Pero cada día el sol se va elevando un poco más, tranquilam ente, en el cielo de la consciencia y va iluminando un panorama que se aclara con la com prensión de una realidad que se recrea sin cesar, a m edida que se va expandiendo. Estam os en el hoy de una persona, y esa persona soy yo. M i obra va progresando; mi «puzzle» es apasionante. Me gusta descubrir las piezas, encajarlas, ver aparecer el sentido de m i vida a través de m i paisaje personal, que se perfila dentro del paisaje universal. M i búsqueda aún está lejos de haber finalizado, y, sin em bargo, me parece que ya em piezo a vislum brar la luz. Sí, contem plo com o se acerca un m agnífico carruaje por el cam ino de mi propia historia. El caballo que tira de él no es ni blanco ni negro: es de colores ricos y variados; colores llenos de m atices, rebosantes de vida, que unas veces ríen y otras lloran. T ienen todos los tonos tornaso­ lados y cam biantes, que se adaptan al ritm o de mi expe­ 215

riencia gozosa o sufriente. Estoy hecho para la felicidad, pero conozco el sufrim iento. A m bos se entrem ezclan, y m i caballo avanza al im pulso de m is em ociones, aguijo­ neado por unas e ilum inado p or otras. A pesar de la edad, de la intem perie y de todos los im previstos del viaje, m i carroza se va haciendo cada vez m ás herm osa. M i cuerpo ostenta el honor de ser el vehículo que m e perm ite atravesar esta vida terrena. ¡Qué expe­ riencia! V a absorbiendo el m undo m aterial y, al final del trayecto, desem boca en el m undo espiritual. En ello hay algo paradójico. M i cuerpo es una realidad cuya com ple­ jidad m e asom bra. M e gusta que le vaya bien en esta gran expedición. A su m anera, él es el actor principal, pues sin él ni siquiera habría viaje, y entonces, ¡adiós caballo, co­ chero y pasajero! ¡Mi co ch ero !... Es el que fue a la escuela, precisa­ m ente para guiar la expedición de m i vida hum ana. H oy tiene los ojos bien abiertos. ¡Com prende tantas c o sas...! Sabe leer m ejor el m apa del recorrido, pero todavía se le escapa el sentido de m uchas señales. Las falsas creencias, sobre todo, le entorpecen el buen desem peño de su oficio; creencias que están m uy ancladas en el fondo de su m ente y que le hostigan y le im piden abrirse plenam ente a nuevas ideas, que no son necesariam ente ideas locas... Las ideas nuevas, las auténticas, son las que le susurra la vocecita interior del «Y o-corazón», el pasajero... M i «Y o-corazón», el pasajero, es lo esencial. En el fondo, en él está en ju eg o toda la historia. Él es quien lleva el tesoro; él es el heredero de la herm osa y gran prom esa de vida que, al pasar por su persona, se hace única; él es el original, y no habrá ninguna copia. Y se dice que es la im agen de D ios. ¡Qué destino y qué m isterio...! No he term inado de aprender a encontrar el cam ino que va de m i cabeza a mi corazón. Sin em bargo, en el fondo de m í m ism o m e siento com prom etido consciente­ m ente en esta herm osa y grandiosa aventura. Deseo llegar — 216

al final de mi historia hum ana rico en experiencias, por supuesto, pero, sobre todo, con la riqueza de haber adqui­ rido el arte de vivir. Por ello m e perm ito soñar que, en el m om ento de p artir para el «gran viaje», quizá sentiré la alegría de dejar en la tierra algunas sem illas de paz y de felicidad.

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B ib lio g ra fía

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A p r o p ó s ito d e la au tora

M icheline L acasse nació en Sherbrooke el 16 de m arzo de 1941. Y no deja de ser curioso el hecho de que, justam ente veinte años antes, el 16 de m arzo de 1921, hubiera nacido en M oulins dans les D eux-Sévres, Francia, un hom bre que iba a m arcar profundam ente su existencia. Pues Lacasse es heredera de un doble legado: el de su fam ilia y su entorno y el de la psicopedagogía d el crecim iento propuesta por André R ocháis. L a autora creció en un m edio fam iliar am ante de la vida. Su padre, un hum anista sum am ente abierto a todo lo nuevo, poseía u n a especie de sabiduría natural. E n cuanto a su m adre, una curiosa m ezcla de fuerza y fragilidad a la vez, profesaba u n a firm e adhesión a los valores cristianos de su tiem po. L a form ación clásica que la autora adquirió en el colegio del Sagrado Corazón de Sherbrooke de 1953 a 1961, le proporcionó una cultura básica que le perm itió entrar en contacto con los grandes m aestros que han cons­ truido la historia y elaborado el pensam iento. Las redac­ ciones y los análisis literarios la prepararon para la inves­ tigación sobre el ser hum ano y sus com portam ientos. La filosofía la inició en la reflexión m ás m etafísica sobre la realidad hum ana. El ser hum ano y su m isterio la sedujeron, al m ismo tiem po que se sintió atraída por el proceso de educación de dicho ser, que la apasionaba. A continuación, se interesó por la pedagogía y com enzó los estudios para — 220 —

licenciarse en letras. Paralelam ente, poseedora de una seria form ación exegética, disfrutaba de la riqueza de los textos bíblicos y se iniciaba en el fenóm eno espiritual desde la perspectiva cristiana. En 1967 se encontró por prim era vez con Andró R o­ cháis, y sintió de inm ediato que era un hombre que vivía y ponía en palabras lo que ella presentía intuitivamente y por lo que sentía una especial pasión: la consciencia hu­ m ana y su crecim iento. Ése fue el principio de un largo proceso con Andró Rocháis y la organización que él había fundado, PR H (Personalidad y Relaciones Humanas). Has­ ta 1982, Andró R ocháis iba regularm ente a Québec para im partir cursos de form ación en los que participaba la autora. Por otra parte, M icheline Lacasse residió en Francia entre 1974 y 1976 y realizó otras dos estancias más breves en 1985 y 1986. A finales de 1988, se retiró de PRH para elaborar una síntesis de sus propias investigaciones y cons­ truir sus propias herram ientas de trabajo. Anteriormente había vivido una experiencia hum ana m uy especial: una estancia de cinco años en B rasil, de 1969 a 1974. En el curso de estos años, M icheline Lacasse ha to­ m ado contacto con diversos enfoques distintos del PR H , como la gestalt, la psicosíntesis, la terapia prim al, la bioe­ nergética y el rebirth, cuyos principios ha asimilado, in­ tegrado y refundido con su propia experiencia. No obs­ ta n te , lo v e rd a d e ra m e n te d e te rm in a n te ha sid o su compromiso personal con su propio cam ino de crecimiento y curación. H a experim entado el dolor y la angustia que le hacen a uno nacer a sí m ism o y ha conocido la alegría de ir accediendo poco a poco a la plenitud personal. Hoy, después de su propia búsqueda y de la obser­ vación de cientos de pacientes, a los que ha acompañado en su terapia desde hace quince años, h a elaborado una síntesis que se inserta en la corriente m ás amplia de la psicoterapia contem poránea. Su trabajo consiste en la vul­ garización y la difusión, con el fin de hacer accesible a m uchos un proceso de crecim iento y de curación que en­ tronca con un m ovim iento global de la psicoterapia actual. — 221 —

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