Alegato Por Una Cierta Anormalidad (ocr)

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Joy ce McDougall

ALEGATO POR UNA CIERTA ANORMALIDAD

'

PAIDOS Buenos Aires • Barcelona • México

INDICE

Prefacio a la edición inglesa de 1990....................................

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Prefacio.............................................................................. .....

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1. La escena sexual y el espectador anónimo ....................

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2. Escena primaria y argumento perverso......................... Antecedentes de este estudio.......................................... El final de la infancia ... ...................................................

55 58 65

Argumento perverso y escena del sueño ............................ Tema y variaciones...........................................................

69 71

3. El dilema homosexual: estud[o de la homosexualidad femenina ........................ ........... .... ........................ ....... ..... Historia edípica y estructura edípica .................. ........... La imagen del padre ....................... ................................. La imagen de la madre ................. ......................... .......... La envidia del pene y el concepto de falo............. ......... La mujer homosexual y el pene...................................... La relación homosexual................................................... Estructura edípica y defensas del yo..............................

91 97 99 110 121 126 131 137

4. La masturbación y el ideal hermafrodita....................... 145 El pecho materno y la sexualidad................................... 147 El hombre y la masturbación .......................................... 154 Masturbación y psicoanálisis................................. ......... 162 5. Creación y desviación sexual........ .................................. 169

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6. El anti-analizando en análisis......................................... 199

7. La contratransferencia y la comunicación primitiva.... Sobrevivir es fácil. Lo duro es saber vivir. Annabelle Borne ....................... ... ............................ ....................... .... La comunicación primitiva ............................................. El papel de la contratransferencia .. ................. ...............

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8. Narciso en busca de una reflexión.................................. 269 9. El psicosoma y el proceso psicoanalítico....................... El individuo psicosomátíco............................................. Psique y soma en la teoría psicoanalítica ...................... Observaciones y especulaciones..................................... Relaciones sexuales y objetales....................................... Defensa somática y defensa neurótica ........................... El cuerpo como objeto psíquico......................................

301 307 310 335 338 350 356

10. El cuerpo y el lenguaje, y el lenguaje del cuerpo.......... 361 11. El dolor psíquico y el psicosoma .................................... 379 12. Tres cuerpos y tres cabezas ............................................. 405

13. Alegato por una cierta anormalidad.............................. 415

Referencias bibliográficas..................................................... 435

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PREFACIO A LA EDICION INGLESA DE 1990

Me siento sumamente complacida de que este libro se publique por primera vez en Gran Bretaña, gracias a Jos incansables y denodados esfuerzos de Robert Young, de la casa editora Free Association Books, quien luchando contra viento y marea obtuvo los derechos de publicación una década después de que la obra apareciera en inglés en Estados Unidos. La nQticia de esta nueva edici6n me llevó a releer Alegato por cierta anormalidad por primera vez desde que yo misma terminé su traducción del francés al inglés. Rara vez un autor lee de nuevo una de sus obras publicadas, quizá porque, según dicen que dijo Picasso, "la única obra que cuenta es la que todavía no se ha hecho"; pero esta reticencia puede deberse también a una negativa a redescubrir y reconsiderar lo que se escribió, por temor a encontrarlo deficiente, banal o carente de las cualidades que uno quisiera adjudicar a sus propias ideas. Esto es particularmente válido en el campo de la investigación psicoanalítica, donde los conceptos son permanentemente cuestionados y ampliados,

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en un intento de abarcar con ellos fenómenos clínicos que ya no parecen corroborar los conceptos clásicos. Al releer, pues, Alegato por cíerta anormalidad, comprobé con agrado que mi actitud hacia mi labor y hacia mis pacientes apenas si ha cambiado a lo largo de los años, pero también quedé sorprendida al reparar en las hipótesis teóricas que siguieron germinando en mi mente y me impulsaron a nuevas observaciones y elaboraciones. Mientras repasaba el liuro como lo haría un crítico a quien se le hubiera encargado una reseña, pude recoger una impresión general acerca de la motivación subyacente que me llevó a abordar al mismo tiempo tantas y tan controvertibles cuestiones teóricas complejas. En el "Prefacio" de la primera edición ya mencioné los sentimientos de incomodidad y malestar que me insta~ ron a redactar estas notas: la sensación de no comprender lo que estaba pasando (o lo que no estaba pasando) en la situación analítica. A veces esto derivaba de la intrincada relación transferencial-contra transferencia! con cierto tipo de pacientes, que daba origen a estados de malestar emocional y de cuestionamiento intelectual. Con frecuencia esto promovía en mí el deseo de escribir con la esperanza de lograr así una mejor comprensión de la realidad psíquica de mis pacientes, con sus poderosos, aunque paradójicos, dramas interiores, así como el de tantear las barreras creadas por mi propio mundo interno. No se me escapaba mi inquietud por el hecho de estar aprisionada dentro de conceptos teóricos venerables, que tal vez fueran el impedimento para tratar de hallar solución a problemas clínicos complejos. Estos conceptos abarcaban toda una gama, desde el permanente examen de las pulsiones instintivas y sus destinos, hasta el desafío a dicotomías tales como las de lo edípico y lo preedípico, o las que oponían el conflicto mental a la deficiencia psíquica, o las teorías de las rela-

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ciones objetales a las perspectivas interpersonales. Tampoco creía en la validez de considerar a la perversión simplemente como el negativo de la neurosis, ni en la concepción según la cual neurosis y psicosis pertenecen a dos mundos totalmente separados. Quería, con cautela, abrir nuevos territorios, proponer otras hipótesis y enfoques clínicos diferentes. Lo que se enuncia con menos claridad, tanto en el "Prefacio" de la primera edición como en el resto del libro, es la actitud polémica que está en la base de estos cuestionamientos, la marcha de protesta teórica contra gran parte de lo que me habían enseñado a considerar sacrosanto tanto en la teoría como en la práctica del psicoanálisis. ¿Quién se atrevería. a discrepar despreocupa~ damente con Freud? Pese a los veinte años transcurridos desde mis primeros pasos vacilantes en el campo profesional, yo seguía pensando que criticar a Freud equivalía a un delito de lesa majestad. ¿Y cómo podía pretender desafiar a los teóricos posteriores a él que tanto habían contribuido a mi creciente comprensión de las complejidades de la psique humana y a mis propias observaciones clínicas? Sin embargo, había diversos aspectos de las teorías de Klein, Lacan, Hartmann, Winnicott, Bion y Kohut que no me satisfacían. Desde mi temprana adolescencia, las influencias familiares m e habían vuelto algo irreverente, y esto sin duda promovía aún más mi reacción alérgica ante cualquier huella de religiosidad presente en las diversas escuelas de pensamiento psicoanalítico. Esta mirada retrospectiva me llevó a advertir, entonces, que muchos de los temas tra tados en el libro (así como en los seminarios que sirvieron de base a varios capítulos) tenían como propósito criticar la idealización de la teoría y poner de relieve cuán peligroso era invalidar las ideas personales sobre el trabajo propio, adhi-

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riendo con excesiva tozudez a ciertas consignas metapsi-

cológicas y clínicas. Me daba cuenta de que el terrorismo teórico, si bien puede ser a veces tranquilizador para los candidatos en formación, ejercía una influencia inhibidora en los jóvenes analistas que sólo contaban para orientarse con unos pocos años de experiencia, y les impediría hallar en el futuro explicaciones creativas para los fenómenos clínicos novedosos que, aunque no invalidaran los conceptos vigentes, tampoco encontraban respuesta en éstos. Yo admitía mi deuda fundamental con la meta psicología freudiana (sin la cual, aún hoy lo sostengo, es imposible "pensar psicoanalíticamente"), pero objetaba, con cierta timidez, su teoría de las aberraciones sexuales , su enfoque normativo de las relaciones amorosas adultas, su concepción más bien endeble de la sublimación y sus restrictivos puntos de vista acerca de la sexualidad femenina. En una vena similar, no me animaba del todo a criticar el enfoque solipsista de Klein sobr e las primeras relaciones objetales, y lo que yo llamaba, irreverentemente, su modelo "digestivo" de la astructura psíquica. Al mismo tiempo, no me satisfacía la visión "desencarnada" de Lacan sobre la humanidad, puesta de manifiesto en su modelo lingüístico del inconsciente. Apreciaba la insistencia de Lacan en el papel estructurante del padre, tanto en la fantasía como en lo que él define como estructura simbólica, pero me molestaba su aparente desdén de la temprana díada madre-hijo, así como su oclusión del nexo entre el cuerpo y la mente y su descuido del afecto. Klein, por su lado, parecía haber prestado poca atención al papel del padre y su significación en el inconsciente de la madre, con respecto a su efecto en la estructura psíq uica temprana. Si bien yo admiraba la forma en que Winnicott había invertido la posición kleiniana tomando en cuenta las 10

primeras transacciones entre la madre y el bebé, y su reconocimiento de que algunas madres no eran "suficientemente buenas" en lo que atañe a responder a las necesidades del lactante, me desconcertaba su escaso énfasis en el papel fundamental que tiene la relación entre el padre y la madre para la organización psíquica del niño pequeño. Las investigaciones de Bion me resultaron enormemente estimulantes, pero perturbadoras por su intelectualidad, que por momentos oscurecía, a mi juicio, la naturaleza de la relación analítica. El interés de Kohut por el "sí-mismo", según él lo concebía, y por la importancia de la patología narcisista, me irritaban en no menor medida, a raíz de su aparente sentimentalismo y de que echaba por la borda conceptos básicos, como los de la teoría de la libido o el papel de la sexualidad infantil, sin ofrecer a cambio, desde mi punto de vista, sustitutos satisfactorios. Me fue muy esclarecedor el nuevo territorio abierto por Kernberg con su exploración de la patología fronteriza y narcisista, y valoré la necesidad por él expresada de poner orden en el caos del funcionamiento psíquico, pero su exhaustiva categorización de los estados clínicos me pareció limitante; con él, como con muchos otros investigadores creativos, tuve la impresión de que a veces se perdía de vista al analizando -un ser como nosotros, que lucha por hallar soluciones a las dificultades que le plantea el hecho de ser humano-. Pero a pesar de todo, jamás se me habría ocurrido enfrentarme abiertamente a estos pensadores, ya que tenía aguda conciencia de mis propias limitaciones. Lo que hice -ahora lo advierto- fue tratar de que mis ideas y mis ejemplos clínicos se enfrentaran con ellos por mí. En verdad, mis sentimientos más intensos hacia los pensadores analíticos mencionados en esta lista (que de ningún modo es exhaustiva) se vinculan con el entu-

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-siasmo del descubrimiento, pues todos ellos me inspiraron ulteriores reflexiones. Mi insatisfacción por sus inevitables limitaciones no anula en absoluto la deuda que tengo para con ellos. Lo opuesto a la admiración, como ocurre con el amor, no es la crítica o el rechazo, sino la indiferencia. Yo estaba y sigo estando lejos de permanecer indiferente ante estos pensadores constructivos, y en cambio les estoy sumamente agradecida por haberme obligado a pensar, por más que, después de muchas búsquedas, he rechazado algunos de sus hallazgos a la par que incorporaba otros a mi metapsicología privada. Me llevó algunos años darme cuenta de que mis críticas principales se dirigían a los seguidores ciegos, complacientes, de los fundadores de las escuelas psicoanalíticas, los discípulos devotos que parecen olvidar que una teoría, por definición, es sólo una serie de postulados que no fueron probados jamás. (Si fuese de otro modo, nuestras teorías sobre el funcionamiento psíquico serían leyes, no teorías, y por ende sólo con enorme dificultad podrían ser impugnadas.) Esta actitud reverencial hacia la teoría y los teóricos psicoanalíticos, si bien puede fomentar el esfuerzo por corroborar los conceptos teóricos existentes, es una amenaza constante contra la capacidad de observación clínica y el cuestionamiento teórico creador si sus adherentes caen en la trampa de convertirse a la fe de los líderes carismáticos y de sus teorías. Esta actitud mía polémica, que no fui capaz de asumir plenamente en mis primeros intentos de objetar conceptos venerables, inevitablemente me lleva a preguntarme por las metas y finalidades que inconscientemente afectan mis propias investigaciones clínicas y teóricas. ¿En qué se funda, por ejemplo, mi tendencia a las actitudes iconoclastas, presente desde mi niñez, y a otorgar en consecuencia un alto valor, en mí vida profesio12

-nal, a un enfoque ecuménico del pensamiento psicoanalítico? Dejando de lado el origen de estas tendencias, el hecho de que recibiera mi formación analítica en un idioma que no era mi lengua natal, y que debí esforzarme por dominar, tuvo un efecto considerable al inculcarme que, como decía Pascal, las palabras sirven para encubrir nuestros pensamientos en vez de servir para comunicarlos. Hay teorías altisonantes que, cuando se las examina con cuidado, se parecen en ocasiones a la hazaña de partir un coco: tras la enérgica división, uno descubre apenas una cantidad muy pequeña de líquido ahí dentro, de un sabor casi imperceptible. En diversas oportunidades se me acusó, por ejemplo, de atreverme a utilizar conceptos teóricos kleinianos o lacanianos siendo que yo no me identificaba en modo alguno como analista kleiniana o lacaniana, ni en la teoría ni en la práctica. Con igual sorpresa noté que otros me criticaban por ser una clínica y teórica "ecléctica". En rigor. me considero, como profesional, una freudiana clásica, y si bien mis hipótesis pueden poner en tela de juicio algunos de los conceptos más venerados por Freud, entiendo que son una extensión de sus puntos de vísta básicos, teóricos y clínicos. Pero me siento impulsada a agregar ... jque la misma afirmación harían los kleinianos, lacanianos, hartmannianos, winnicottíanos y kohutianos, así corno los adherentes a casi todas las demás escuelas de pensamiento psicoanalítico1 En la medida en que todos nos zambullimos en el misterioso funcionamiento de la psique humana y estamos decididos a buscar la verdad en este campo escurridizo, pertenecemos a la misma familia. El cambio psíquico se produce en todas las variantes de tratamiento psicoanalítico, por más que lo practiquen profesionales con conceptos teóricos y enfoques técnicos sumamente divergentes entre sí. El hecho de que cada escuela proponga una

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teoría distinta para explicar los cambios producidos en

el curso del tratamiento sugiere que las transformaciones en la organización psíquica y las curas sintomáticas resultantes ¡no se deben a nuestras teorías sobre dichos fenómenos! Quizá la explicación del cambio psíquico se nos escape por siempre. A los lectores que ya están familiarizados con los libros posteriores a Alegato por cierta anormalidad tal vez les interese conocer los antecedentes, en materia de experiencia y reflexión, que son el fundamento de mis obras posteriores. Esto es particularmente notorio en mi intento por demostrar, con referencia a las teorías de raíz clásica sobre la perversión, que las desviaciones sexuales no pueden entenderse mera mente como el negativo de las construcciones neuróticas (inquisición que prosiguió en Theatres of the Mind), así como en mi actitud de sondeo frente a las teorías establecidas que dan cuenta de los fenómenos psicosomáticos (retomada en Theatres of the Body). En ciertos aspectos el presente libro y Theatres of the Mind se complementan, por cuanto este ljbro ilustra con más detalle una teoría clínica general que me resultó útil para abordar a los analizandos cuya estructura psíquica presenta un desafío particular en el encuentro psicoanalítico. Agosto de 1989

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PREFACIO

Para un psicoanalista, publicar un libro "de psicoan álísis" significa también publicarse, revelar un fragmento de sí mismo. Este libro expone el trayecto de una reflexión de muchos años, resultado de una experiencia compartida con mis pacientes. Pues un psicoanálisis no debe asimilarse a una situación en la que una persona "analiza" a otra. Más bien es el análisis de una revelación entre dos personas: el analista vivirá a su modo, con su propia fuerza y su propia debilidad, lo que sus analizantes experimentan, se identificará por turno con cada uno de ellos y con los seres que han marcado su s vidas, y lo hará a través de un conocimiento de sí mismo, siempre parcial. A veces, la intimidad de esta experiencia es mayori más intensa que la que el analista ha conocido en la relación con sus parientes .. . ¿Qué me impulsó a escribir los diversos textos que componen este libro? La necesidad de escribir n o se me impone en los momentos en los que siento mayor placer por ser analista sino más bien en aquellos en los que 15

debo superar obstáculos para recuperar ese placer. La

relación íntima en la que se encuentran dos individuos para comprender mejor la problemática de uno de ellos desencadena una experiencia innovadora en la cual algo puede ser puesto en palabras por primera vez en la historia del sujeto, y por primera vez también ser pensado y experimentado. Pero las complejidades de la relación son tales que en cada análisis surgen "tiempos muertos" en los que este proceso se detiene. Y a veces se traba totalmente, colocando tanto al analista como al analizante en una situación de incomodidad. Así, cada vez que me encontraba en dificultades, que ya no comprendfa nada o no lograba comunicar lo que había comprendido o, lo que es más perturbador aún, cuando tenía la impresión de haber comprendido, de haber compartido mi comprensión y, a pesar de nuestros esfuerzos combinados, el proceso analítico no se desencadenaba con los caxnbios profundos que es capaz de inducir, entonces me ponía a escribir. Al principio realicé este trabajo de reíle· xión pensando en los jóvenes analistas que se estaban formando. El primer tema de mis seminarios fue la re)a. ción de transferencia y contratransferencia, tema que permitía llevar siempre más lejos la pregunta por aqueJlo que pone al analista en dificultades en su práctica y lo que corre el riesgo de escapar al proceso analítico; cuestionamiento siempre retomado de las limitaciones del analista, del analizante y, por último, del mismo método psicoanalítico. El analista queda fácilmente preso en su propia formación. Su saber específico, adquirido por los afectos de la transferencia y fuertemente marcado por ellos, corre el riesgo no sólo de propagar cierto terrorismo teórico -lo cual obstaculiza la libertad de pensar y de cuestionar- sino también de entorpecer su práctica. Todo lo que al analista le ha faltado explorar en su psicoanálisis personal se encuentra en el ori·

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gen de su ceguera y su sordera frente a sus futuros pacientes. De modo que si quiere acompañar a sus analizantes tan lejos como sea posible, debe examinar conti:nuamente sus afectos contratransferenciales. Este interés primero ha dejado sus huellas en casi todos los capítulos de este libro. Pero el estudio de la relación analítica no es lo único que abre el camino a la exploración de lo que hace fracasar el trabajo del analista. Desde muy temprano, mi atención fue atraída por un cambio sutil surgido en la naturaleza de la demanda de análisis y por el hecho, constatado igualmente por un gran número de mis colegas, de que el "buen neurótico clásico" (si es que su existencia en estado puro es algo más que un simple artificio de la teoría psicoanalítica) empezaba a escasear. Hoy en día nos encontramos más bien con pacientes que padecen problemas de carácter, que se expresan la mayoría de las veces por medio de conductas sintomáticas que he calificado como "actossíntoma". Los actos-síntoma, haciendo las veces de lo reprimido, ocupan el lugar de la elaboración psíquica tal como se la observa detrás de los síntomas neuróticos. Un cambio semejante, debido en parte al interés creciente por la experiencia analítica, tiene el efecto de llevar al análisis a pacientes que en los primeros tiempos del psicoanálisis no hubieran sido considerados como "indicaciones". Pero también en nuestros días las curas analíticas duran varios años, lo que da a los "neuróticos" el tiempo suficiente para descubrir su dimensión "psicótica", la que se esconde en los rasgos del carácter, en las manifestaciones psicosomáticas, en la inhibición de las aspiraciones creadoras. Paralelamente, he podido constatar que el "buen neurótico", con su "yo fuerte", resulta con frecuencia totalmente inacces ible al proceso analítico, mientras otros, de estructura laxa, narcisista, proyectiva, los de "yo débil", convertían su análisis en una

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aventura fructífera y fascinante para sí mismos y para

su analista. Estos pacíentes, a los que no puedo clasificar pues su sintomatología es muy diversificada -llamémosles los "casos dificiles"-, me han llevado a comprender, por el encarnizamiento mismo de su resistencia al análisis, al cual sin embargo se aferran con violencia, que su coraza caracterológica tenfa la función de proteger sus vidas, y no sólo su sexualidad, como sucede con la sintomatología neurótica. Es verdad que todo síntoma es un intento de autocuración, pero, en esos analizantes difíciles, los síntomas sirven como escudo contra la indiferenciación, la pérdida de identidad, la implosión fragmentadora del otro. Para salvaguardar el derecho a existir, solo o con otro, sin temor de perderse, de hundirse en la depresión o disolverse en la angustia, se crea un edificio psíqu1co construido por la magia infantil, megalomaníaca e impoten te: medios de niño para hacer frente a una vida de adulto. Esta forma de vivir puede aparecer a los ojos de los demás como una existencia loca o incoherente, y e1 sujeto como inexplicablemente actuando o ausente en exceso; pero quien habita este edificio, por más que su estructura oprimente torne la existencia casi insoportable, no renunciará a él alegremente (salvo que haya decidido quitarse la vida). Pues al menos, al abrigo de este edificio, le es posible sobrevivir.

Este libro se abre allí donde comienza mi cuestionamiento de la creatividad psíquica, con una pregunta por la perversión sexual. La solidez de la construcción constituida por la perversión ha opacado su significación interna. Sin embargo, es un terreno muy familiar pa ra el psicoanálisis. ¿No consagró ya Freud en 1905, en los Tres ensayos, un capítulo magistral a las "aberraciones sexuales"? No hago más que redescubrir todo lo que de

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allí se deriva: la angustia de castración; los acontecimientos traumáticos de la infancia que, en el análisis, apuntalan el sentido del fantasma amenazante; la pregenitalidad y la tolerancia de sus expresiones eróticas que los neuróticos niegan; el retorno del ataque superyoico rechazado por el sujeto, volviendo del exterior con fuerza persecutoria. Mis pacientes me ayudaban a reconstruir sus vidas de niño, a escuchar en sus propias palabras las claves que daban sentido a su invención erótica, a su elección de objeto, a sus estrechos objetivos. Pero sus sufrimientos continuaban, y su desviación también. Por más que encontrase en la famosa fórmula "la neurosis es el negativo de la perversión" que es enriquecedora -fórmula que la experiencia clínica siempre confirma- me parecía insuficiente para comprender lo que hay de inquebrantable y compulsivo en la organización perversa. La hipótesis económica de la "energía libidinal", hipótesis que tan bien ilumina el síntoma neurótico con sus satisfacciones secretas, no explica del mismo modo los caminos complejos de l a desviación sexual, que constituye la economía de una construcción neurótica. Dicho de otra forma, esta desviación (= una vía distinta) no es un simple desvío en el camino del placer. Una dimensión evocadora de la desesperación, una necesidad vital se entremezclan en la práctica perversa, adelantándose al deseo; o más bien, es un deseo diferente el que se expresa y, muy frecuentemente, puede prescindir tanto de la resolución orgástica como de la relación amorosa. Allí la amenaza que pesa sobre la sexualidad es más antigua: concierne al derecho a una existencia separada y a un pensamiento independiente. Se trata de la angustia originaria, del peligro de desaparecer en el otro y de desear esta desaparición, esta muerte psíquica ante la cual el ser infantil y frágil inventará lo que sea para escapar. Así nacen tanto las

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creaciones de la sexualidad perversa como la perversi-

dad cruel que intenta· por medios eróticos controlar el peligro que representa el otro. Algunos, presos en la trampa de su deseo de vivir y su imposibilidad de hacerlo sin violencia, encuentran en la no-sexualidad un guión y una escena para la acción susceptibles de contener esta violencia, también con una expresión erótica que les permite una vida sexual, aunque muy intrincada, y un contacto con sus semejantes, aunque muy parcial. Así se evita a la vez el peligro de perder todo derecho al deseo y el peligro de perderse en la relación con el otro. Por el contrario, en este encuentro, queda recuperada la imagen de sí, con una identidad propia y sin que nadie muera. Pues el encarnizamiento por destruir al objeto amenazador apunta al mismo tiempo a los objetos originarios más amados. Este drama da la medida de la hazaña del niño que crea estas invenciones, creaciones imaginarias que, en el segundo tiempo del deseo, se convertirán en perversiones sexuales. Así, este libro comienza con la historia de M. B., o más bíen con un trozo de su historia analítica que sólo intenta ilustrar una hipótesis. Todo lo que era exclusivo de B. no figura en estas páginas; sólo lo que tenía en común con otros que, como él, sufrieron una misma angustia y semejante desesperación. Este dolor insostenible, más allá de la "angustia de castración" qi1e subyace a la sintornatología del neurótico (y que tampoco falta en estos pacientes), atañe a la muerte psíquica en la que el yo del discurso corre el riesgo de perder sus señales narcisistas identificatorias. Erigir una muralla contra este derrumbamiento, muro cuyas primeras piedras han sido colocadas en el transcurso de la primera infancia, con todo lo que implica de tambaleante e inquebrantable a la vez, es dar al comportamiento eró-

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tico, piedra angular de este arcaico edificio, una dimensión pavorosa e ineluctable. En un capítulo más teórico (cap. 2) he intentado precisar esta problemática y definir el funcionamiento psíquico que permite mantener este frágil equilibrio. Esta primera pregunta por la perversión abre otros interrogantes. Muchas perversiones sexuales son en el fondo sistemas insólitos de masturbación, lo que me condujo a una reflexión sobre la masturbación como fenó· meno universal en el ser humano, y sobre su rol como expresión privilegiada de la bisexualidad psíquica y la omnipotencia erótica de todo ser. Entre los dioses y las lombrices, Hermafrodita ocupa un lugar imaginario (cap. 4). En "Creación y desviación sexual" (cap. 5) abordo el problema de lo que liga la sublimación y la perversión y de lo que las distingue, pregunta que para rnf está lejos de haber recibido una respuesta definitiva. Partiendo de la noción de una sexualidad "adictiva" -de la sexualidad como droga-, he llegado a preguntarme si muchas relaciones sexuales, que por su forma no pueden considerarse desviaciones, no jugaban un papel semejante en la economía psíquica del yo. De allí la idea de señalar en la regresión p sicosomá tica una forma de sexualidad y de relación "adictiva". En efecto, he dedicado mi interés a aquellos que, si bien mostraban una problemática de fondo idéntica a la que se descubre en el interior de la desviación sexual, no han podido encontrar est e ensayo de autocuración , o bien, h abiéndolo encontrado, no han podido retenerlo. La sesión ana lítica r elatada e n "Cuerpo y discurso" (cap. 10) aporta un ejemplo de la pérdida de las soluciones económicas

de este tipo. Estas observaciones h an desemboca do en los proble~ mas de la economía narcisista y su s permutaciones

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eventuales en quienes luchan para salvaguardar su

identidad como sujeto. Querer sondear la profundidad de las angustias psicóticas de despedazamiento, de pérdida de identidad, es un trabajo de espeleólogo psíquico~ trabajo en una angustia compartida para seguir una senda que se abre sobre un vacío tan aterrador que todo camino parece bueno para escapar de él~ fuga hacia los otros, tragados como una droga; fuga ante los otros en una autarquía narcisista; y, cuando el intento de anidar en el otro, de enroscarse sobre sí mismo, conduce siem~ pre a un abismo cuya profundidad no puede medir el espíritu, precipitación en actos automutilantes o toxicomanfacos, con la fuga última hacia el suicidio en el horizonte. No nos asombramos entonces al observar, en aquellos cuya demanda de análisis está sust entada por semejante sufrimiento, una resistencia feroz contra el protocolo de la cura psicoanalítica con su invitación a decirlo todo, a experimentarlo todo, sin recurrir a la actuación. No me refiero aquí a esas curas llamadas de "psicoterapia psicoanalítica", en las que el analista se muestra reservado de entrada respecto de la capacidad del demandante para utilizar la relación analítica, para poder contener y elaborar las emociones intensas suscit adas en ella, para soportar comunicaciones que no son sino interpretaciones. A decir verdad, emprender semejante aventura supone una buena dosis de salud mental. Pues sucede que muchos pacientes se comprometen en un análisis a causa de síntomas' neuróticos pero la parte psicótica prevalece en ellos por encima de la dimensión neurótica de la personalidad. La d efensa contra las angustias psicóticas amenaza interponerse constantemente entre el analista y el analizante, desencadenando pasajes a la acción que difícilmente pueden traducirse en palabras; o peor aún, análisis en apariencia tranqui-

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los o tormentosos pero vacíos, en los que las sesiones se suceden y se asemejan sin producir ningún cambio en el interior de la relación analítica. Ineluctablemente, descubrí que estos pacientes movilizan en el analista sus propios temores y defensas psicóticas; en efecto, cuando el trabajo se estanca, es el analista quien corre el riesgo de perder sus señales identificatorias, es decir, de perder su identidad de analista. Subrepticiamente descubre que ya no "funciona". Trayecto del análisis en el que es necesario inventar algo para no verse atrapado en una relación de fuerza s interminable; y aquí comienza el cuestionamiento de sí mismo, y el núcleo de nuevas hipótesis de trabajo: una nueva forma de intervenir, un gesto en lugar de una interpretación, otra manera de escuchar y, en todos los casos, una reflexión profundizada sobre sí mismo, sobre el otro y sobre la pareja que forman. Este aspecto de la aventura psicoanalítica, del lado del analista, se expresa particularmente en los capítulos: "El anti-analizando en el análisis" (cap. 6) y "La contratransferencia y la comunicación primitiva" (cap. 7). Pero el autoanálisis sólo nos da explicaciones parciales. ¿Por qué logré devolver a la vida a Annabelle Borne, personaje central de la "Comunicación primitiva" y por qué fracasé tan lamentablemente en hacer otro tanto por Mme. O. de "El anti-analizando"? ¡Habrá que creer que la contratransferencia siempre obstruye la visión! No es sorprendente descubrir que la relación analítica que establecen estos analizantes encuentra su correspondencia en las relaciones incoherentes que mantienen con su entorno. Pero se supone que el analista descubrirá en esta incoherencia un sentido, y así es. En segundo plano, siempre se descubren las relaciones incoherentes de la primera infancia, relaciones alternativamente gratificadoras y frustrantes, consteladas con

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experiencias de abandono, de perversión, de enferme-

dad, de muerte, que han contribuido a hundir al niño en duelos imposibles y a poner en peligro su vida psíquica. El pequeño sujeto, preso en las redes de fondo del inconsciente parental o de una realidad traumática, padece la ira y la mortificación narcisistas, las que, permaneciendo enquistadas hasta la edad adulta logran ajustarle solapadamente las cuentas, a pesar de la defensa masiva contra los impulsos destructores. Si se evita una "solución" psicótica, los mecanismos primitivos se infiltrarán de todas maneras en cualquier relación. Estos sujetos terminan finalm ente perdiendo la esperanza de poder vivir una relación de amor que no sea destruida por el odio. ¿Destrucción de sí, destrucción del otro? En este mundo de relación fusiona!, es exactamente Jo mismo. Mientras tanto, la repetición incansable confinna al sujeto la certeza de que, en cada nuevo encuentro será rechazado, deniwado, abandonado, traicionado. Entra entonces en un círculo que comienza con Ja idealización del objeto que aportaría supuestamente la satisfacción total, seguida del furor y de fantasmas asesinos cuando sobreviene el desfallecimiento del otro. En su obstinación por establecer una relación indisoluble y eterna, crea un lazo fusiona! imaginario, imagen especular que, inevitablemente, se revelará como inadecuada para la espera imposible. La alondra*, presa en la trampa de su propio deseo, descubre entonces una fuerza sobrepoderosa para apartarse del otro -superficie reflectante- y romper el espejo. Y en ese preciso momento es su propia imagen la que vuela en pedazos. El sujeto, ahogado por la angustia, se retrotrae ante Ja "' Juego de palabras con ulouette (alondra) y miroir (espejo): umiroir a alouettes" significa espejuelo, trozo curvo de madera con espejitos incrustados que se usa para atraer a las alondras y cazarlas. [T.)

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vida, se aparta del prójimo y se autorrecrimina, diri· giéndose amargos reproches. Frente a semejante desastre, algunos no se aventuran más en el universo de los otros, no se exponen nunca más a la dependencia servil, al temor constante de perder, no sólo el objeto deseado sino también el objeto-reflejo, garantía de la existencia y seguridad de que la vida vale la pena de ser vívida. En "Narciso en busca de una fuente" (cap. 8) he intentado hacer sensibles, por medio de algunos fragmentos de análisis, los dos desenlaces de este conflicto psíquico vital, aparentemente opuestos. Si una de las soluciones apunta al dominio tan absoluto como sea posible de· sí mismo, la otra persigue el control absoluto del objeto, y cada una intenta a su modo evitar la amenaza de la muerte psíquica. Mis reflexiones sobre la libido narcisista con su pre· caria economía me han enfrentado a sus expresiones más arcaicas que son también, curiosamente, sus expresiones más banales: las "creaciones" psicosomáticas, manifestaciones del espíritu humano que, luchando ciegamente por la vida, toman como aparato de pensamiento este ordenador implacable que es el soma, y de ese modo se ubican del lado de la muerte. Esta falla en la psique, que la escinde del soma, no es la falta significable que suscita el deseo y la creatividad y que induce los síntomas neuróticos y psicóticos, las perversiones y los actos-síntomas, todos ellos testimonio de la creativi· dad psíquica. Cuando el que encuentra la respuesta a los conflictos psíquicos es el soma solo, su creación es por definición y literalmente, inenarrable. Aquí el analista está a la escucha de lo inefable, de una nada indecible, metáfora de la muerte. Los capítulos de este libro que tratan del psicósoma en psicoanálisis (caps. 9 al 12) adelantan nociones sumamente hipotéticas. Novalis dice en alguna parte: "Las hipótesis son redes de pescar;

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quien no las arroje nada recogerá". Yo he tendido, por tanto, algunas redes .. . a la espera de que otros me ayuden a recogerlas y a evaluar lo que contienen. Esta región limite de lo analizable me ha llevado a una apreciación de la vitalidad psíquica en todas sus formas. ¿Crear o morir? ¿Es ésta la elección final? Entre las prohibiciones y lo imposible que estructuran la mente humana, el derecho de paso se adquiere arduamente, y el precio que se paga es más diversificado de lo que se piensa. Entre la promesa de la infancia y las realizaciones de una vida de adulto, hay más que los escollos de la neurosis, la psicosis y los actos·síntoma. El niño inces· tuoso y el niño de pecho megalómano que exigen sus derechos en tales creaciones tal vez han evitado otro destino, el del niño que supo adecuarse demasiado pronto y demasiado bien al mundo de los mayores, con riesgo de perderse en una sobreadaptación a la realidad exterior, en una "normalidad patológica" tan dolorosa con sus apagados colores como los caminos de la locura. Si el niño agazapado en el fondo del hombre es la causa de su sufrimiento psíquico, también es la fuente del arte y de la poesía de la existencia, la promesa siempre presente de una nueva mirada, develamiento de lo insólito en lo cotidiano, protección contra las caídas y locura secreta contra el espectro de la "normalidad normalizante" de una vida exclusivamente "adulta". Es necesario saber comunicarse con este niño mágico narcisista, so pena de asfixiarlo. Asistir a la expansión de este intercambio es una experiencia conmovedora, ser testigo de su fracaso, una tragedia. Es éste el sentimiento que quisiera transmitir en el capítulo que cierra este libro y que le da su título: "Alegato por cierta anormalidad''.

Cada hombre en su complejidad psíquica es una obra 26

maestra, cada análisis es una odisea. Mis analizantes no dejan de asombrarme, de enseñarme, de emocionarme. Este libro está dedicado a todos aquellos que me han permitido acompañarlos en su viaje.

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l. LA ESCENA SEXUAL Y EL ESPECTADOR ANONIMO

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-¿La vida? Es un juego cuyas reglas conozco bien. Que gane o que pierda, no me importa en absoluto. Digamos más bien que la vida me divierte. Si alguien escuchara estas palabras se sorprendería de la voz grave y entrecortada del hombre que las pronuncia, de la rigidez de su cuerpo y sobre todo de la expresión de su rostro, que no refleja en absoluto la diversión que, según sus palabras, Ia vida le ofrece. ¿Qué significa semejante negación de la importancia de la vida, e incluso del sujeto mismo? Un desafío, ciertamente. ¿Pero dirigido a quién y por qué motivo? Esta frase, lanzada como una profesión de fe de la cual se siente orgulloso, muestra, sin saberlo el paciente, su intento desesperado por dar un sentido a la vida, y más exactamente a su vida. Podría traducirse de esta manera: "Es necesario que mi vida sea vivida como un juego para que pueda vivirla". Por otra parte, él añade: -Tomar mi vida en serio sería correr un riesgo insensato. Y sin saber por qué. Si su vida no es más que un juego, se convierte en un 29

peligro, en transgresión cuyo castigo será la castracíón,

la afánisis, la muerte. Al elegir el juego como modus vivendi, M. B. ha optado finalmente por la vida, que en adelante vivirá sólo bajo una forma lúdica. Y esto, con respecto a cualquier faceta de su vida: trabajos profesionales, amistades o vida sexual. Y de la misma forma, por la variante del juego, él se autoriza la experiencia de un análisis. "¿Juego bien el juego del psicoanálisis?", preguntará durante los primeros minutos de su primera sesión. Gracias a esta cobertura lúdica, pudo, desde el comienzo del aná1isis, revelar la sombra de una verdad opuesta a aquella que mostraba durante sus primeras entrevistas. -Mi vida es una degradación continua. Mi trabajo intelectual está siempre retrasado y sólo lo termino en caso de urgencia; frente a mi público tengo la impresión constante de hacer trampa ... y un miedo que no me deja, miedo de ser desenmascarado un día y condenado ... A propósito, tengo que hablarle de mis pequeñas obsesiones sexuales. En las sesiones siguientes, el paciente utilizaba este último tema como un juego, dejando escapar de vez en cuando fr agmentos de frases en relación con su vida sexual y preguntando si yo había "comprendido", sí o no. En realidad, lo que él llamaba su juego sexual, consistía en pegar a su amiga con un látigo en una puesta en escena ritual y detallada. De esta manera podía esperar el goce. -Y ahora le muestro mi degradación sexual. Es algo que sobrepasa mi comprensión ... pero no piense que yo querría abstenerme. Son mis juegos favoritos. A decir verdad, en esta sesión, se podría haber sospechado que a pesar de su protesta contra la degradación, no quería en absoluto modificar su vida erótica. 30

Utilizaba esta última, en su mismo discurso, si no para negar, para controlar el miedo de ser "desenmascarado y condenado" por un delito no conocido. En lo que concierne a su trabajo expresaba, por el contrario, el deseo de cambiar. Pero al tratar de remarcar su impresión de nulidad en ese campo, mostraba la fuerte interdependencia entre sus inhibiciones profesionales y su sexualidad. Cuando hablaba de sus dificultades para tomar su trabajo en serio, su lenguaje se impregnaba, a menudo, de una imaginería evocadora de fantasmas inquietantes asociados al acto sexual genital. -Soy incapaz de lanzarme, de penetrar en mi tra· bajo. Como si no me atreviera a ir hasta el final . Jamás toco el fondo. Para zambullirme, tengo que hacerlo con los ojos cerrados ... ¡pero de todas maneras lo logro! Tengo cantidad de pequeños trucos para tener éxito. Pri· mero me pongo en una situación en donde no puedo retroceder. Estoy obligado, entonces, a ir hasta el final. .. El hecho de que los otros me miren, me obliga a produ· cir. ¡Delante del público produzco siempre! ''Los pequeños trucos para tener éxito" en su vida social encontraban su simétrico en la puesta en escena fetichista (látigo, vestimenta ritual), pero, en ese ámbito, "los otros que miraban" no eran fácilmente identificables. La mirada del otro, presentada generalmente como la mirada de un público anónimo, se convirtió casi en un personaje en el discurso de M. B. Gracias a éste, transformaba sus tareas profesionales en realizaciones brillantes, siempre producto del último minuto, con lo que ganaba un "momento de goce", trabajo que no impedía el sentimiento irreal de planear "sobre toda su producción". Un sentimiento de fracaso y de depresión ganaba terreno sobre la impresión más bien triunfante de jugar la vida, mientras que los otros, "la gente bien", se tomaban en serio.

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-Esta impresión de irrealidad forma parte dt!l

juego. A veces me pregunto si no es un juego de niños el mío. Debo confesar que siempre hice creer a los demás que, por tomarse la vida tan en serio, eran ellos los niños y era yo quien podía decirles la verdad. ¿Pero de qué verdad se trataba? El paciente estaba lejos de poder precisarlo, sino para decir que, en lo que se refiere a jugar, él jugaba realmente y con pleno conocimiento de causa, que él no era inocente. ¿Y de qué juego se trataba? Eso tampoco era evidente. M. B. habría estado de acuerdo con la idea de Claparede de que "el juego es una persecución libre de metas ficticias" y habría agregado enseguida que esta definición del juego caracterizaba perfectamente su concepción de la vida. ¿No había presentado, acaso, todas sus metas bajo un tiempo ficticio? ¿Podría permitirse alguna vez obrar «realmente"? Pero s u juego·de-lavida comprendía también una dimensión de prestidigitación que implicaba la mirada del otro. Los otros, al contrario de él, debían creerle, tenían que dejarse engañar como el niño engañado por el adulto. De esta manera proyectaba en los otros su propia confusíón, gracias a la cual, el adulto jugaba y el niño, mistificado y serio, miraba. Protegido por su identidad de prestidigitador, siempre se ha visto como alguien "orí~ ginal" que podía permitirse extravíos y no hacer caso de las obligaciones sociales, reservadas a los otros (a los niños serios, juiciosos). Ahora bien, a través de su discurso analítico comenzó a considerarse bajo una mirada nueva. -Por primera vez me ueo como alguien inmutable, rfgido. Controlo todo lo que hago. ¿Acaso alguna vez (en mi vida) me entregué a un solo gesto espontáneo? ... .e incluso, veo claramente que me ínmouilizo frente a todo intento por mi parte de salirme de esto. Hace un año no 32

lo hubiera creído. Pero, ¿quiero salirme de esto o no? ., soy yo ?.... ¿Quien Después de un corto silencio, retomó el tema habitual: no había hecho nada en toda la semana ... durante meses ... desde hacía años. Después de cada logro, se lamentaba aún más de su fracaso y de su degradación. Durante 1a misma sesión, al esbozo de la idea de "salirse de eso" continuaban las protestas por su fracaso. Me limité a decirle que quería tranquilizarme; aportaba las pruebas de su 1nocencía. No "penetraba". De hecho, tanto en su trabajo como en sus juegos sexuales, aplazaba indefinidamente el desenlace, el goce. E incluso en esto, se desligaba de toda responsabilidad afirmando

que actuaba bajo coacción. El paciente comenzaba a vislumbrar que el juego, ese juego desarmante que era su vida, tenía reglas de las cuales él era esclavo, cosa que nunca había percibido antes. Toda su relación "con el público", su deseo de brillar, de presentarse mistificándose, mostraban la existencia de un fantasma potente e inmutable, cuyo sentido él no reconocía. La puesta en escena (rígida también) de sus fantasmas eróticos, al menos en cuanto a su reflejo consciente, fue precisándose, poco a poco, durante el curso de las sesiones. Sus fantasmas se referían siempre a dos personajes femeninos, por ejemplo el de una mujer que pega a una niña en sus nalgas desnudas . "¿Y el público?", le pregunté yo un día, r efiriéndome a todo lo que él había dicho sobre la importancia del público. Sorprendido por esta pregunta, contestó: "¿Pero cómo sabe u sted que el público juega un papel importante?". Mi intervención inaugura un período angustiante en el discurso del paciente. Como fantasma de la mirada, ese público no tarda en instal arse en la relación analítica bajo la forma de resistencia. -¿Quién es usted que me mira y a la que yo no veo?

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-¿A quién le hablo?... Ahora estoy obligado a tomarla en serio y tengo horror de eso. ¿Sabe ?, ¡todo esto no me divierte más! -¿Y qué pasa si el psicoanálisis no le divierte más, si no es más un juego? Las palabras vacío y abismo, -responde- me vienen a la mente. No veo nada más. Es el enloquecimiento. El, que se cuidaba de toda expresión de angustia, se apresura a agregar; -Aunque, fíjese bien, yo tengo una gran capacidad para soportar el enloquecimiento. - ¿Se podría decir que usted hace un juego del enloquecimiento mismo? Después de un largo silencio, respondió: -Yo hago sólo eso ... con mi acuerdo ... hasta el momento en que yo no puedo retroceder. .. Soy como alguien que juega con la muerte. Se quedó en silencio, y le hice notar que se había callado evocando la idea de la muerte. -Mire usted, ya no pensaba más en mi trabajo, sino en mis juegos sexuales. El látigo es una fuente de angustia, pero es también el medio de suprimirla. Si bien el látigo despierta en mi paciente la angustia ligada a la amenaza de castración, es también el elemento del juego que sirve para controlar esta angustia. Aquí, la castración, toma la imagen de un sexo femenino, representado como "el abismo" -a la vez amenaza narcisista y alusión al padre: doble amenaza, entonces, para el pequeño que juega a la sexualidad. La continuación de estas asociaciones era instructiva a este propósito. "¿Hay alguna relación entre el enloquecimiento y el asco?", preguntó. "Pienso en el asco que tengo del interior de la mujer." B. trata de protegerse contra la angustia del "abismo", inclinándose a una defensa anal. 34

--No tocar el sexo de la mujer. Tampoco verlo. Sin embargo, al esconder ese sexo asqueroso, me gustamostrarlo. -¿A quién? -Con una risa seca respondió: -Sin duda a mi "público anónimo" ... Me siento inquieto al decirle esto. El enloquecimiento, por así decir, está allí.

-¿Por qué? -{Prosigue rápidamente) ¡Pero esto marcha bien, de todas maneras, porque la angustia aumenta mi goce! Lo cual le hace percibir que la angustia, el enloquecímiento, forman parte integrante del juego, sexual u otro, y que esta angustia está ligada al espectador anónimo. Resumiendo, se trate de sus trabajos, de su relación amorosa, de su necesidad de fascinar y dominar a la gente, o de sus juegos masturbatorios delante del espejo, la puesta en escena se ofrece siempre a la misma mirada. En las semanas siguientes, fue posible delimitar con más precisión el papel del "espectador anónimo" a través de la relación transferencial. Un día me explicó detenidamente que ya no le era posible hablar de sus fantasmas y de sus prácticas sexuales sin una respuesta de mi parte. Ya que se tortura para contarlos, necesita estar seguro de que esto vale la pena. Así, escuchar el relato de su actuación sexual debía ser mi deseo, y lo escuchado, un placer para mí. Se me ofrecía el papel del voyeurista. Esta interpretación le pareció "exacta e inquietante" y agregó: "Es realmente cierto, puesto que m e dije: y bueno, si quiere escuchar todo esto, se va a decepcionar. Le ocultaré lo que me gusta". Entonces, necesidad de engañar. Es necesario que el otro mire, pero también es necesario abusar de su mirada. Es lo que muestra la puesta en escena del fantasma. El argumento trataba, tal vez con algunas variaciones, de un

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castigo, siendo la víctima, además, inocente (él "penetra", es sólo un juego). El inocente-culpable será azotado públicamente frente a "una multitud". Esta multitud se redujo a un "desconocido" en el discurso analítico. El desconocido, que lo ve castigarse, se confunde en un primer momento respecto del significado de lo que ve, porque lo que se presenta como un castigo es la condición misma del goce sexual. Además, incluido sin saberlo como participante de la escena del goce, el espectador resulta, a raíz de este hecho, doblemente engañado.· Pero no se nos escapa que el paciente abusa en primer lugar de sí mismo. Su insistencia en convencerse de que "el otro quiere ser azotado" (en el juego compartido o en las historias fantaseadas) muestra la importancia que se le da al goce del compañero, goce que se requiere para validar su actuación y sus medios. Sólo el otro puede validar el fantasma, según el cual aquí se trata del secreto mismo del goce sexual (el juego debe hacerse verdad), y reconocer los poderes efectivos del látigo, sexo ficticio-fetiche. El segundo engaño consiste en considerar al otro como fuente exclusiva de validación, cuando ésta reside en uno mismo y sólo se sitúa en el otro por proyección. M. B. logró comprender que azotando a su amiga no hacía más que identificarse con el deseo de "ser azotada" que él le imputaba. Esta toma de conciencia le permitió revelarme que a veces se azotaba a sí mismo. Más tarde llegó a hablar del placer de "ser penetrado por el dolor", descubriendo así un fastasma homosexual, hasta ese momento reprimido. En un cierto nivel imaginario, las marcas del látigo testimoniaban una castración, castración lúdica, e incluso burlada, puesto que por ella se llegaba al placer, al mismo tiempo que el dolor era representado como algo penetrante, penetración a su vez fantaseada como la posesión del falo paterno deseado por la madre. "Ahora comprendo

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-decía- que me disfrace de mujer para convertirme en hombre. Quiero adquirir un pene especial. Pero, ¿qué quiere decir? ¿Soy homosexual, entonces?" Aquí también se equivocaba, porque en su actuación sexual, si bien manifiestamente no había vagina, tampoco había pene. Había ciertamente una significación homosexual, como había una significación heterosexual, pero sobre todo, lo que estaba camuflado (realmente por el disfraz de la puesta en escena, y psíquicamente por la renegación) era la diferencia entre los sexos y su significación. La re~ lación sexual se reducía a un juego de nalgas azotadas, con lo que ilustraba bien el papel de la denegación subrayado por Freud en sus escritos sobre el fetichismo. De esta manera, al disfrazar los órganos sexuales y su función, B. denegaba que el uno tenía por destino completar al otro. La necesidad de ocultar la identidad originaria de los participantes presentes en el juego y los fantasmas asociados, parecía aún más importante. El fantasma que pone en escena dos personajes femeninos bajo la mirada de un desconocido, indica bien una transposición particular de la constelación edípica. Ha llegado el momento de -centrar nuestro interés en los padres de M. B., o en la manera como él quería presentarlos. A decir verdad, dejaba salir con cuentagotas los detalles de su pasado. Así, durante dos años, dejó que yo ignorara si su padre estaba muerto o vivo, si tenía hermanos y hermanas. Al escucharlo parecía hijo único, hijo que no parecía tener tampoco una historia. Poco a poco, sin embargo, emergió el retrato de sumadre, o más exactamente el retrato de la pareja que él, pequeño, formaba con ella. -Con mis pantalones cortos color pastel, aunque ya estuviera fuera de edad, era para ella el pequeño Príncipe Azul. De alguna manera era contra mi padre ... mi

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madre y yo hacíamos causa común contra él... Ella me repetía a menudo que yo era un verdadero machito ... Era muy ambiciosa para conmigo. Su mayor deseo era que yo me pareciera un día a su padre. Era un escritor, y ella lo admiraba sin límites ... grande, fuerte; todo lo opuesto a mi padre. Usted me hizo notar que mi padre estaba ausente en todo lo que yo decía de mi familia. Pero es la realidad. ¡El no contaba! Evidentemente estaba siempre allí, como una ausencia permanente ... Tampoco veo a mi abuelo, me acuerdo de él sólo por los relatos de mi madre ... Había una historia a propósito de él que ella me contaba con frecuencia. Un día mi abuelo la persiguió con un látigo y ella se escapó al baño del jardín ... Yo me veo en el jardín del abuelo soñando despierto. Me pasaba las horas así. Más tarde supe que B., niño de nueve años, soñaba ya, en el jardín del abuelo, con los mismos fantasmas eróticos, salvo por algunos detalles, que treinta años más tarde sostenían su placer sexual. Algunos objetos de la puesta en escena ritual, una camisa de un color determinado, un zapato de cierta forma , no eran otros que los que llevaba su madre en el momento de la escena del látigo; años más tarde quedarán como un medío potente para excitar su deseo. ¿Pero cuál es ese deseo? Desde ese momento del que el recuerdo-pantalla es testigo, el látigo estaba impregnado de la significación de ese hecho, a la vez violento y excitante, que el pequeño imaginaba entre madre ·y abuelo. ¿Y a qué podría remitir ese látigo sino al deseo de la madre del pene paterno, pene valorizado, idealizado, exclusivo, único modelo posible? La frase tan a menudo escuchada, "eres un verdadero machito", no representaba en absoluto para el hijo una comparación con su propio padre; esta imagen, por el contrario supuestamente desvalorizada a los ojos de Ja madre, no evocaba sino una imagen 38

marcada de castración, de un signo negativo, de una ausencia. No era seguramente allí en donde podía buscar el falo, sino más bien del lado de la madre. Había que pasar por ella para encontrar el eventual acceso. De esta manera, B. había operado una separación a nivel de sus identificaciones viriles. En su manera de vivir, toda realización de su creatividad (mientras que algunas de sus actividades sociales eran un intento de imitar al abuelo idealizado) era posible sólo si se identificaba con un padre castrado y desvalorizado, enmascarando su depresión con la ficción del juego. Por otro lado , en su vida erótica, se identificaba con un padre ideal, el abuelo fálico, provisto de látigo, y en un nivel más profundamente reprimido, como lo hemos visto, se identificaba con su madre, la única que tenía derecho al falo paterno. La puesta en escena fetichista servía de máscara para evitar la decepción y el sentimiento de vacío. En una atmósfera mezclada de delícia y angustia, B. se imaginaba penetrado por el látigo, repre sentación del pene del abuelo; para acceder a él, se disfrazaba de la única mujer que podía pretenderlo. Este juego erótico, conviene recordarlo, estaba a. su vez negado en la puesta en escena, de tal manera que su propio deseo sólo era asumído a través de su amiga. Identificándose así, con el placer de esta madre-sustituta que recibe el látígo, llegaba a gozar. Por medio de este rodeo recuperaba el falo narcisístico del que se sentía desprovisto. El fantasma que consiste en absorber mágicamente un pene muy valorizado no tiene, en sí mismo, nada de insólito en el estadio anal. El acceso a la potencia fálica en esta fase está representado en el imaginario de los niños de ambos sexos como una incorporación anal del pene del padre. (La clínica nos ofrece repetidos ejemplos y los juegos de niños lo ilustran explícitamente.) Pero la

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actitud del niño frente a su deseo (del falo) y frente a su fantasma (de la incorporación del pene paterno) se organiza en función de su relación con los dos progenitores. El deseo será vivido corno algo permitido, en cuyo caso podrá integrarse al yo y abrir el camino hacia una sexualidad adulta o, por el contrario, será vivido como algo prohibido y peligroso que implica el riesgo de castración por parte del padre, de la madre o del mismo niño. En cuanto a mi paciente, el deseo sólo estaba permitido bajo la forma de juego, juego que más tarde se convirtió en la respuesta al enigma de la sexualidad. Esta "solución" es la que estructuraría el conjunto de su vida psíquica. Más tarde, el paciente llegó a recordar el sentimiento doloroso de ser diferente de Jos demás niños. Se volvió a ver entre un grupo de niños de nueve años, de su edad: en medio de un mundo infantil de gritos alegres y juegos compartidos, él, completamente aturdido, buscaba desesperadamente a su madre. - Yo la quería sólo a ella ... nínguna otra cosa contaba para mí... Esos chicos, yo no los comprendía. ¡Ni quería comprenderlos! "Comprenderlos" hubiera significado identificarse con sus metas, y al mismo tiempo renunciar al lugar de Príncipe Azul que ocupaba junto a su madre, esta reina madre de su país interior, donde no había sitio para ningún rey. Treinta años después de este incidente, "hacer como los otros" equivaldrá siempre a castrarse; "ser aceptado por los otros" querrá decir perderse. Pasaríamos así al lado de los hermanos, y de los padres. Correr un riesgo semejante sería perder toda esperanza de poseer el secreto fálico de su madre, de conseguir algún día aquello con lo cual podría colmarla. La imagen de un padre ideal, inefable y todopoderoso se perdería también; pérdida de un misterio, de un dios, de lo sagrado.

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Más grave aún, B. corría el riesgo de ver su identidad subjetiva hundida en la nada, puesto que mantenía dicha identidad a través de los ojos de su madre. Por intermedio de ella, tenía que adquirir los atributos viriles. El deseo de amar a su padre, de identificarse con él, de introyectar una imagen paterna fálica propia, estaba prohibido por la madre y debía quedar como algo inconsciente. De esta manera, B. jamás podrá renunciar a su madre, única garantía de su integridad narcisística y de su identidad sexual. La orientación del análisis hacia la inserción del padre en su historia le provocaba de inmediato angustia; sistemáticamente buscaba refugio en las imágenes tiernas y nostálgicas del paraíso materno, y siempre se encontraba en el mismo atolladero. "A veces, cuando era chico, se me hacía un nudo en la garganta, y cuando no podía soportar más, iba al encuentro de mi madre para llorar en su hombro. Un solo gesto suyo, y todo pasaba. Esas lágrimas eran una delicia. Pero llegó un momento, hacia los nueve años, en que .ya no era posible pedir eso. ¡Entonces estuve obligado a tragarme ese nudo! ... Más tarde, erigí un sistema donde podía bastarme íntegramente a mí mismo que se convirtió en mi ideal. Todo mi sistema estaba ya en práctica desde los nueve años. Por qué nueve años, no lo sé. .. ¡Pero ahora quiero sarlirme de esto, usted entiende!. .. Toda mi vida esperé un milagro, algo que transformara en real lo irreal de mi existencia, algo que diera un sentido a mi dolor ... Estoy perdido en un universo del que no conozco las reglas del juego." Al dejar caer por un momento su máscara lúdica , revela, sin saberlo, su s ituación edípica distorsionada que da solamente un sentido parcial a su propia imagen, a sus deseos y al papel que desempeñan los otros. Buscando salir del juego, prosigue: "Haría falta una catástrofe que me sacara de mis fracasos, de mis enga-

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ños, un acontecimiento que me colocara entre la espada y la pared. Habíamos visto una vez que había en mí un rechazo a correr riesgos, a someterme a pruebas. Es verdad. Yo hago un rodeo ... y me encuentro del otro lado sin haber pasado el examen". -¿Lo que le obliga a continuar haciendo trampa y a estar al acecho para no ser descubierto? -Exactamente. ¡Estoy harto' Quiero acabar con mi imagen de usurpador, con ese fanlasma de mí mismo. Si sólo pudiera hacer lo que realmente tengo ganas de hacer, y sentir que los otros existen realmente ... pero no, yo soy aquel que pasa por debajo. Busco siempre un pasaje secreto. Sólo una catástrofe podría destruir mi montaje. (Después de un largo silencio continúa) No sé por qué pienso en la guerra. -He aquí una catástrofe que le solucionó bastantes cosas. - Sí. Durante la ausencia de mi padre sentí que me convertía en un hombre. Como un pez en el agua. Pero espero sin cesar la catástrofe verdadera. ¡Estoy frustrado de mi catástrofe! No sé por qué, pero esto me parece profundamente cierto .. . Es como si nunca hubiera firmado un tratado con mi enemigo. ¡Por temor a ser humillado! Y es como si me hubiera ído a escondidas. -Su tratado, ¿lo ratificó usted mismo? -Sí, ¡es falso! Como todos mis diplomas y mis logros. Tudo es falso. Y ahora espero que usted provoque la catástrofe, que diga algo que me trastorne completamente ... La "catástrofe" tan esperada exige el renunciamiento, tanto a la omnipotencia del deseo como al objeto incestuoso en beneficio del padre y, finalmente, la sumisión a las cláusulas del "tratado humillante" como única salida posible. Ahora bien, M. B. había arreglado de otro

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modo el camino de salida del Edipo. Convirtiendo a su padre en alguien "inexistente" -gracias a la competencia materna- podía conservar la ilusión de ser el único ~bjeto de amor de la madre. Los "falsos diplomas" le otorgaban privilegios, ciertamente, pero le costaban caros. En efecto, a pesar de su depresión que iba en aumento, no podía renunciar sin pena a sus falsos diplomas, ni evocar sin angustia la catástrofe. Buscaba una respuesta en la mirada de los otros; -Soy capaz de ser una estrella, siempre y cuando tenga al público delante de mí. La estrella existe sólo a través de los ojos del otro. Hago trampa como se debe,

actúo mi papel. Pero en otros momentos todo esto le parecía vacío, y entonces armaba largas historias eróticas: -Mi amiga escribió a su madre que yo le he pegado y que me niego a admitir que lo sepa todo el mundo. Ella sabe que los vecinos están al tanto y dice que le da lo mismo ... Usted tiene razón, ¡el "público" es indispensable! Detrás de la mirada cómplice del compañero o de las confidencias compartidas entre dos mujeres o en el juego masturbatorio frente al espejo, inevitablemente se encontraba el fantasma de la otra mirada. "Ese X que lo mira todo es el punto culminante de mí angustia y de mi placer." En la sesión que siguió a esta reflexión, trajo un sueño: -Yo estaba en la casa de mi infancia, y usted estaba conmigo en la cama. Usted decía: "Esas aureolas en la sábana son culpa mía. Se pueden ver". Y agregaba con una voz solemne esta frase: "Nosotros dos nos inquieta· mos". Era al mismo tiempo excitante y aterrador. Entre las diferentes interpretaciones posibles, era evidente que el analista remplazaba aquí a la madre en tanto que objeto del d eseo sexual; que "la falta" era

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para remitir aparentemente a esta imagen materna, y que se recurría a un tercer personaje frente al cual los otros dos se inquietaban. Esta referencia al padre es angtistiante porque este último puede castrar al hijo incestuoso, pero, al mismo tiempo, es excitante, porque el padre es engañado con la complicidad madre-hijo. Espontá peamente, al pensar en la casa representada en el sueño, recuerda a su madre confiándole sus disputas con el padre. Aquel día no veía la relación entre el sueño y esta asociación de ideas. Al evocar, sin nombrarlo, aquel "frente al cual uno se inquieta", dejaba vacante el lugar de este otro destinado a notar las manchas en la sábana para saber así que había sido engañado. Y su desprecio se trasladó a todos los padres, a la masa anónima. He aquí que una vez más jugaba con sus falsos diplomas: -Acabo de pensar que estoy superadaptado a los otros. Yo nunca farfullo ... porque lo que hacen los otros nQ tiene ningún sentido para mí. O soy yo, quizás, el que le quita todo el sentido. De todas maneras tengo horror de las cosas colectivas. Las evito desde que tenía seis años. Siempre me hizo falta un máximo de independencia con respecto a los otros. Beber, comer, masturbarme, fanta sear, eso es mi mundo real, mi mundo y sólo mío. Es el mundo imaginario, incestuoso, del niño y de la madre, en el que el Otro queda excluido. La referencia paterna, referencia a la que B. ha "quitado el sentido" es proyectada, aquí en los otros (la "gente bien", los castrados). En adelante, su mundo aparece corno dividido en dos: de un lado, en donde están los otros, todo es engaño para él. Allí hay que controlar todo, y no farfullar nunca; del otro lado, es el mundo "real", íntimo y sensual (beber, comer, masturbarse). Allí está solo. Puse en palabras el bosquejo que él me daba, desde hacía algunas sesiones, de los respectivos cuadros, de esos dos mundos: 44

-uno desafectado, desinvestido, controlado y mantenido a distancia, y el otro, reino del deseo sexual donde él es el único soberano. -Es cierto, pero estoy harto. No quiero más. Tengo miedo de farfullar en el "mundo de los otros". Si pudiera hacerlo, aventurarme entre ellos, ser uno de ellos ... En todas partes estoy solo. Incluso con mi a.miga. Ella no sabe lo que pasa realmente. Además me avergüenza decirlo, pero nunca le concedí el poder de hacerme sufrir. Esta última frase era paradigma de su relación con los otros, incluida la posición que trataba de mantener en la relación analítica . Ahora revelaba que su amiga, sustituto de la madre seductora y complaciente pero controlable, era también de temer; detrás de la imagen de la madre complaciente aparece la imagen de la que puede hacer sufrir, de 1a que engaña haciendo creer en la realidad de las ilusiones infantiles. Durante el transcurso del tercer año de su análisis, M. B. se encontraba cada vez más amenazado por modificaciones en su manera de trabajar y en su vida sexual. -No me gusta decírselo, pero desde hace algún tiempo trabajo mejor. Me sentí libre de hacer lo que quería y también de que eso me diera placer. Parece necio, pero nunca en mi vida he sentido esto. Para que yo hiciera algo, tenía que estar desprovisto de valor, como un juego. Admitir que yo pueda tener ganas de crear, y que esto tenga valor, me da vértigo ... Estoy resentidQ con usted por esto. Ese éxito [se trataba de un éxito literarioj se lo debo a usted de alguna manera y eso me molesta. Cualquier éxito en ese nivel implicaba un doble peligro. En el nivel de la fantasía "triunfar con el placer" equivalía inconscientemente a una erección, y provocaba inmediatamente la angustia de castración. En el registro de la relación, suscitaba el miedo de tener necesidad

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de1 otro, de no "bastarse a sí mismo", de e star finalmente expuesto a los deseos y juicios de los otros. Por esta razón, después de cada confesión de triunfo recurría a la misma defensa y podía pasar una sesión entera agobiándose por "no hacer nada", por ser un desperdicio, un condenado del destino. Al hacerle notar que parecía querer "probar su inocencia" otra vez, respondió: -Ah, sí. No quise decírselo, pero desde hace algún tiempo hago el amor de otra manera, normalmente y con placer. Vivir "de verdad", hacer un trabajo serio, hacer el amor con placer, todo eso era sin embargo peligroso todavía, y podía conducirlo a una interdependencia aún temida. Paralelamente, su discurso analítico hacía más vivaces los recuerdos vagos de su infancia. El padre había sido más importante de lo que él pensaba, y la imagen tierna y complaciente de la madre se impregnaba de hostilidad. Antes de citar un último fragmento clínico quis iera resumir ciertos elementos que conciernen a la constelación edípica, tal corno comenzaban a aparecer a través de su historia. El conflicto edípico y la amenaza de castración no habían encontrado más que una solución preventiva. Ese rodeo del Edipo se mantenía gracias a dos procesos defensivos mayores: la denegación y el disfraz de 'juego''. Esas dos formas de defensa se referían esencialmente a la amenaza de castración, e intentaban recrear un simulacro de la pareja. En las imagos parentales, el padre está marcado por un signo negativo en beneficio de una imago materna ambigua que condensa los atributos de los dos sexos, mientras que el miedo y el odio que puede suscitar tal imagen quedan reprimidos gra· cías a la idealización. En este Edipo "interpenet rado", la

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madre se convierte en la que seduce y prohíbe a la vez. Atrae todo hacia ella y se erige en obstáculo para la satisfacción del deseo. Es contradictoria para el niño. Pero también es la garantía de una ilusión. El niño termina por creer que podría evitar el destino inscrito en la problemática edípica. Encerrado en un callejón cuya salida exigiría la identificación con el padre, se considera como el elegido de la madre, y este hecho le hace pensar que puede eludir el drama humano. Obtiene el diploma sin pasar el examen, pero lo obtiene -y es aquí en donde comienza su amarga verdad- con la condición de no utilizarlo jamás. Ese diploma falso, arrancado a un padre negado, es sin embargo la única referencia que le permite salir de la psicosis. Convertido en rey de cartón con un cetro ficticio para proteger su identidad, de ahora en adelante debe hacer creer a los otros que lo falso es lo verdadero. Sólo puede hacer trampas al mundo ~al público, al compañero sexual-, de la misma manera como en su fantasía engañó a su padre. En adelante, el miedo de ser desenmascarado y castigado por este engaño será su perpetua preocupación. Debe controlar todo. A la angustia de perder esta frágil identidad, se suma el miedo a perder el control, no sólo de él :mismo sino también del Otro frente a1 cual se mantiene la identidad engañosa, y también el miedo a perder el control de los otros, de ese mundo de donde siempre puede surgir la imagen de aquel que cuestionaría el fundamento de su situación de rey elegido. De esta manera, la instancia paterna, con todo lo que suscita de angustiante, es proyectada fuera del campo del sujeto y mantenida a distancia. Sin embargo, el control de sí mismo y del objeto no basta para contener la angustia de castración tan viva en pacientes como éstos. Otras defensas ayudan a sostener el delicado equilibrio de esta solución inadecuada

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-del Edipo, especialmente una regresión en cuanto a lat. miras de la vida pulsionaL Dominio, control, humillación y desconfianza juegan un papel predominante. De hecho, la analidad marca con un sello imborrable la estructura "perversa". La escena primaria, denegada en cuanto a su significación genital, toma el aspecto de una lucha narcisista-anal. El orgasmo, convertido en e1 equivalente de una pérdida de control, debe ser, si no evitado, postergado infinitamente, para ser vivido por procuracíón, a través del goce del compañero. Vemos aquí una manera particular de controlar }a angustia de castración. Así, en vez de afirmar su identidad sexual a través de sus actos, el sujeto logra a lo sumo sítuarse en el espacio y en el tiempo, convencerse de no haber destruido su objeto ni de haber sido destruido por él. Esa realización de fuerza, de tipo anal, que el sujeto vive en su juego sexual y en su relación con el mundo sirve para protegerlo de las angustias depresivas y persecutorias, confiriendo a su actuación un carácter compulsivo y ritual. Este trozo de análisis revela otro aspecto de la organización anal: la importancia del secreto en la actuación perversa. La angustia ligada a lo visible -el pene o su ausencia- se reduce considerablemente por desplazamiento hacia lo invisible. El objeto anal, que escapa a la vista, al mismo tiempo permite al sujeto preservar la ficción de poseer un pene secreto y de mantener un lazo oculto, erótico, con la madre. Como todo secreto, puede ser a veces revelado, a veces ocultado en los juegos sexuales, y de esta manera se convierte en la creación de un "culto", en el soporte de un "saber" esotérico, inope-

rante e infalible. Pero el juego de dos no es suficiente para validar el falo anal y su significación. Algún testigo debe dar un sentido al amor secreto entre madre e hijo. Este testigo

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-· será el padre, humillado y engañado como lo fue antes el niño, frente a la escena primaria. Este padre-voyeurista es, sin embargo, objeto de una doble corriente pulsional en la puesta en escena imaginaria. El es también la solución m ágica de la identificación homosexual, etapa frus trada en la evolución del suj eto. Así, si bien Ja primera ima gen del pa dre r efleja a un ser castrado, la segunda es la imagen de un padre i dealizado, dotado de un pene incastrable, capaz de colmar a la madre. Pero a ese padre se lo mantiene siempre fuera de alcance. El juego, la magia y la prestidigitación serán los únicos medios para identificarse con él. Esta división del objeto paterno muestra el fracaso decisivo de toda tentativa de identificación con el padre. No obstante, este fracaso sólo se produce en presencia de un terreno favorable, lo que nos remite inevitablemente a la relación materna precoz y a la existencia de una infraestructura depresiva que a su vez debe ser compensada con una actuación febril. Pero el acceso a este material primario únicamente es posible después que el sujeto haya podido incluir en su discurso otra verdad que la que han labrado la negación y la renegación. En este preciso punto retomaré el análisis de M. B. para citar un pasaje breve que ha abierto el camino a la actualización de fanta sías y sentimientos profundamente enter r ados. Aquel día m e h ablab a de un sent imient o de rabia contra su m adr e . -Siempre su padr e. Es ella la que quería parecer se a él. Siempre me dijo que quiso ser un niño. Supuestam en te, yo er a ese n iño . La m uer te d e mi abu elo h a debido ma rcarme, y sin embargo no la recu erdo. Esper e, debía tener seis años. Cuan do mi abuelo m urió, mi hermano ya caminaba . (Luego de un breve silencio, continuó.) No com prendo este odio que s iento por mi madre. Ella sólo quería mi bien. Después de todo, si me quería

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para ella sola es porque me amaba. Y el hecho de que no

me haya dejado acercarme a mí padre, no basta para explicar mi odio. Yo repetí: Cuando mi abuelo murió, mi hermano ya

caminaba. -No comprendo. -¿Usted me dice que su madre lo adoraba, que lo quería para ella sola? -¡Seguro! Y digo que no es razón suficiente para odiarla. -La razón puede ser que, en realidad, deseaba algo más que a usted. Cuando su padre tan amado murió, su bebé ocupaba ya su lugar. ¿Qué representaba este her· manito, fruto de una unión supuestamente inexistente entre su madre y su padre? ¿Qué pasa con la nulidad de su padre? Además es la primera vez que me habla de un hermano. -Pero ... ¡yo soy el mayor de cinco hermanosl -¿Entonces, ella lo engañó más de una vez? Las edades fatídicas de los seis, de los nueve años de amargas decepciones marcadas por la llegada de herma· nos menores, ponían fecha al montaje "del sistema", pero la renegación hacía que esos nacimientos no fueran significativos. El látigo, falo ficticio, pene ideal del abuelo que el paciente quiso imaginar como el objeto pri· vilegiado del deseo materno, servía también para encu· brir el papel que jugaban el padre y su pene en la vida de la madre y en el nacimiento de los hermanos. Sea lo que fuere el deseo de su madre, finalmente se descubría la verdad de su propio deseo de niño: que su madre viviera sólo para él. En las sesiones siguientes, otros recuerdos de la infancia se infiltraban en su discurso. Ante todo, el cua· dro de la maternidad surgió con el candor de una imagen de Epinal. B., niño de seis años, mira fijamente, en

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el primer plano, al bebé en la falda de su madre. Ella lo tiene "allí, donde no hay que mirar", delante de su sexo, y lo único que se ve del hermanito son las nalgas desnudas. Pegado a ella, disimula el "abismo"_ La evocación de esta imagen, en donde se confunden las nalgas desnudas del hermano con los pechos de la madre, dirige el discurso de B. hacia el universo de la madre y hacia las antiguas tinieblas del deseo. En este nivel arcaico, las nalgas azotadas no sólo tenían por función imitar Ja fantasía de castración sino también disfrazar su deseo de venganza contra los pechos maternos infieles. Al sentimiento de haber sido engañado, humillado, estafado por sus objetos más amados, a la salida del complejo de Edipo, se sumaba la tortura de una angustia más profunda, la de haber arrancado los pechos a la madre y haber destruido la fuente misma de vida. Pacientes como éstos lucharán toda su vida contra este fantasma para no tener que conocerlo. El sujeto, como lo hemos mostrado en este pasaje clínico, dirá que sólo por jugar lleva a cabo su relación amorosa y sus proyectos personales, que de esta manera serán únicamente realizaciones mágicas del deseo, y se convencerá de que la vida no es más que un juego, un juego en el cual, bastándose a sí mismo, se lo puede controlar. Aparenta liberarse del objeto en toda situación, negando todo deseo y toda necesidad del otro, actuando como si el pecho materno le perteneciera siempre. Basta con quitarle a la vida su aspecto serio, para estar fuera del alcance de la decepción, de la depresión y de la culpabilidad. Al juego de la renegación y del control de la angustia de castra· ción, propia de la etapa fálica, se suma una renegación masiva de la impresión de vacío y de muerte interior, y el juego se orienta hacia el control de la castración materna, de la angustia de muerte. En esta descripción se habrá reconocido, aproximada-

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mente, lo que Melanie Klein ha llamado defensa maníaca. Vemos aquí, en efecto, una de las principales defensas que caracterizan de manera notoria a la organización de la cual nos ocupamos. De la renegación masiva, propia de esta defensa, el sujeto obtiene un beneficio doble:

• A nivel edípico clásíco, se hace creer que lo que más lo aterra, la castración, es el hecho más excitante que pueda haber. • A nivel narcístico primario, evita enfrentar una culpabilidad insostenible, que podría llegar a cuestionar hasta la catexia de su vida. Cuando la defensa lúdico-erótica se quiebra, cuando el juego se transforma en una realidad dolorosa y depresiva, el sujeto pedirá la ayuda del psicoanálisis, no para desembarazarse de su actividad sexual sino para adquirir el derecho de no jugar más a vivir con el fin de sobrevivir.

Me limitaré, apoyándome en este ejemplo clínico, a poner de relieve ciertos aspectos de la constelación edípica en la perversión, especialmente las fantasías fundamentales que este Edipo particular origina, y los medios económicos, a través de los cuales se mantienen los puntos de referencia de la identidad subjetiva.

• La fantasía que apunta a la castración fálica de la imagen paterna esconde otra, destinada a la destrucción de la madre nutricia o de sus cualidades fálicas, y al aniquilamiento de la existencia de los hermanos menores, signo de la complementariedad de los padres y de la fertilidad de la madre . Si bien la primera fantasía suscita angustias ligadas a la amenaza de castración para el sujeto, la segunda moviliza angustias ligadas a la muerte, la depresión y la desintegración psíquica. 52

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• Los dos deseos con sus angustias propias son sobrellevados de manera compulsiva, gracias a una actividad sexual que toma la forma de un juego, y gracias a i una relación con el otro, el objeto sexual, que será regida 1 por las mismas defensas: renegación y negación, escisión, proyección y regresión anal, defensa maníaca. El "juego", igual que para los niños, tiene como ' función controlar los acontecimientos traumáticos del pasado y permitir, de esta manera, que se haga lo que está "prohibido de verdad". En la perversión, el sujeto juega a través del placer del otro, tanto a ser el único que goza del pene paterno, como a ser el único que goza del pecho materno. El juego permite así una recuperación lúdica de los objetos perdidos y, al mismo tiempo, el castigo por estos deseos. • En el caso presentado aquí, los objetos deseadosodiados originales (pene paterno, pecho-y-vientre maternos) están disfrazados por el desplazamiento hacia el látigo y las nalgas, desde donde pueden ser controlados, castrados y luego devueltos a la vida. Atacar y controlar estos objetos sexuales a través de sus representaciones parciales es una manera de probar que viven siempre, y que el hijo se encuentra a salvo de su venganza y de su propia culpabilidad. • Si bien la puesta en escena perversa constituye un desafío (al padre, al mundo), también es un intento de recuperar al padre negado, en tanto que objeto interno perdido. Engañar y humillar al padre es, a pesar de todo, una manera de hacerlo existir, y de dar un sentido a su existencia. La finalidad de la actividad erótica perversa, bajo cualquier aspecto que se presente, es siempre captar la mirada del espectador anónimo. Gracias a la sombra de este tercero, el sujeto puede conservar la integTidad de su identidad psíquica y conjurar el peligro perpetuo de depresión y de angustia persecuto-

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ria, donde el sentimiento de la identidad subjetiva corre el riesgo de caer en el vacío, la nada de la madre todopoderosa e ilimitada: la psicosis. Este es el destino que le espera al sujeto si se evade de la parálisis que traba todas sus relaciones objetales y sus realizaciones sublimadas, si su vida sexual deja de ser una danza sobre la cuerda, un juego de equilibrio angustiante. Porque el espectador sólo cede su lugar al espectro de la muerte.

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2. ESCENA PRIMARIA Y ARGUMENTO PERVERSO

Antes de examinar el significado inconsciente de la perversión sexual y la eventual existencia de elementos específicos de tal organización, quisiera delimitar este concepto clínico con respecto a las estructuras, tanto neurótica como psicótica. Esto es difícil, porque un acto "'perverso" en la vida sexual no permite deducir necesariamente una organización estable. Se encuentran aberraciones sexuales en pacientes con estructuras psíquicas diferentes, y el mismo acto sexual puede encerrar funciones y significaciones diversas. La naturaleza de los fantasmas que acompañan a las relaciones sexuales o a la masturbación, no puede informarnos demasiado sobre la perversión porque no existen fastasmas específicamente "perversos". Lo propio del neurótico es más bien una riqueza de fantaseo erótico en todos los niveles. Además, el individuo cuya vida sexual se centra alrededor de una perversión manifiesta y organizada, a menudo da pruebas de una vida fantasiosa pertícularmente pobre; su estructura superyoica le permite imaginar relaciones sexuales sólo con una perspectiva limi-

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tada (Sachs, 1923). E incluso, su economía libidinal está constituida de tal manera, que comúnmente se siente empujado a "actuar" una gran parte de lo que imagina. Finalmente el desviado sexual tiene poca libertad de expresión erótica, ya sea en actos o en fantasías. No podemos tampoco designar como dotados de una organización perversa a estos pacientes que -a menudo, de estructura histérica- se han lanzado a aventuras homosexuales sin futuro, ni tampoco a los obsesivos que nos relatan efímeros hechos perversos de su vida, tales como experiencias fetichistas o eróticas anales. Estas experiencias tienen una significación y una función cualitativamente diferentes de las que revisten en el desviado sexual. En este último, la expresión erótica ritualizada constituye un rasgo esencial de su estabilidad psíquica, y una gran parte de su existencia se desarrolla alrededor de ella. De igual modo, se puede distinguir el desviado sexual de pacientes psicóticos. Estos últimos buscan a veces relaciones perversas como un intento de escapar a una angustia psicótica (angustia de fragmentación, delirios), encontrando así los límites de su cuerpo y de su sentimiento de identidad a través de un contacto erótico. Estos factores se pueden encontrar también en el perverso, pero no constituyen los elementos más importantes.

Finalmente, no es tan simple apreciar lo que es perverso y lo que no lo es. Y, suponiendo que lo lográramos, es más fácil definir lo que entendemos por perversión que lo que entendemos por "perverso". Desde muy temprano, a Freud le llamó la atención el hecho de que todos podríamos ser considerados como perversos; bajo una capa neurótico-normal todos conservamos los restos de un niño perverso-polimorfo. Las actividades que habitualmente consideramos como perversas -voyeu56

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rismo, fetichismo, exhibicionismo, interés por una variedad de zonas erógenas- podrían formar parte de la experiencia de una relación amorosa normal. Partiendo de este punto de vista, uno de los factores que podrían caracterizar al perverso es que no puede elegir; su sexualidad es fundamentalmente compulsiva. No elige ser perverso ni tampoco la forma de su perversión -como el obsesivo no elige sus obsesiones, ni el histérico sus cefaleas o sus fobias-. El elemento compulsivo en la sexualidad aberrante infunde su marca a la relación de objeto, y el objeto sexual pasa a desempeñar un papel circunscrito y severamente controlado, incluso anónimo. El otro miembro de la pareja, aunque muy a menudo es reducido a un objeto parcial, está considerablemente investido y cumple una función mágica. Pero se podría decír lo mismo de una relación amorosa genital en la que la ilusión nunca falta. 1 Dicho de otra manera, así como el psicótico busca en el contacto erótico un refuerzo contra la angustia y un soporte para su yo, el heterosexual neurótico-normal busca, él también, en sus relaciones sexuales un refuerzo narcisista y un reaseguro destina· dos a protegerlo de los golpes que le asesta la vida. En todo individuo que hace el amor, existe la fantasía omnipotente de reparación de sí mis mo y del otro . Sin embargo, en la mayoría de los casos, este factor no es el único; el interés y el amor que sentimos por el otro, fuera de la relación sexual, tienen también una gran importancia. De esta manera, 1a relación sexual, en la economía libidinal del sujeto "normal", desempeña un papel dinámico diferente del de las personalidades perversas o psicóticas. No hablaré aquí de lo que comúnmente se llama l. L
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"carácter perverso" ni de acting-out, como la toxicomanía o 1a delincuencia, que finalmente muestran una economía parecida a la que se revela en las anomalías sexuales; vemos en ellas diferentes intentos de resolver los mismos conflictos inconscientes fundamentales. Estas otras categorías clínicas, comúnmente llamadas "perversiones sociales", etc., se distinguen de las perversiones sexuales por el hecho de que no exigen una erotización consciente de las defensas; el fin perseguido no es el placer sexual. En este trabajo espero poder extraer ciertos elementos propios de la estructura psíquica que encontramos de una manera relativamente constante en todos los desviados sexuales. Fijaré particularmente mi atención en la relación del sujeto y de su acto con la escena primaria (este concepto comprende para mí, el conjunto de los fantasmas inconscientes que conciernen a la relación sexual, y Ja mitología personal de cada uno en lo que concierne a h>s imagos parentales).

ANTECEDENTES DE ESTE ESTUDIO

Comencé a interes arme en la significación inconscíen te de las desviaciones sexuales a raíz de una de esas coincidencias que se descubren en la práctica analítica de cada uno: me encontré con tres pacientes homosexuales en análisis al mismo tiempo. Antes que esos análisis, muy prolongados, hubieran llegado a término, había comenzado dos más. Todas estas pacientes sufrían intensos períodos de depresión en los momentos de fracaso en sus relaciones amorosas o en su trabajo. (Todas ejercía n una profesión liberal o una actividad artística, y ninguna obtenía resultados satisfactorios. A veces, éste era el motivo consciente que les hacía buscar una ayuda

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en el análisis. Ninguna vino a verme a causa de su homosexualidad.) En estos cuadros clínicos, caracterizados por una mezcla de manifestaciones neuróticas y psicóticas, terminé por comprender que las relaciones sexuales de estas analizantes eran a menudo una comedia delirante en la que la pareja desempeñaba el papel mágico de un muro de protección contra la amenaza de depresión o de una pérdida de identidad, y también contra ataques imaginarios de los hombres. La relación misma, muy ambivalente, también estaba amenazada constantemente desde el interior. Además de estas similitudes en cuanto a la estructura del yo y en cuanto a los mecanismos de defensa utilizados para mantener un equilibrio precario, estas pacientes presentaban otro gran parecido en la manera como describían a sus padres, al menos durante los primeros años de su análisis. El cuadro presentado mostraba un padre que no cumplía con su función paterna, y una madre que cumplía demasiado con la suya. Sorprendida por este curioso reparto de buenas y malas cualidades, según una línea de demarcación sexual, traté de despejar los lazos existentes entre el fantasma edípico y la elección de un objeto homosexual concernientes al papel de la homosexualidad en el mantenimiento del equilibrio psíquico y de la identi.da.d del yo (McDougall, 1964, 1970). Podríamos resumir de la siguiente manera la economía psíquica de la homosexualidad femenina: es un intento por salvaguardar el equilibrio narcisista frente a una necesidad constante de escapar a la relación peligrosa y simbiótica, reclamada por la imago materna, y al mismo tiempo mantener una identificación inconsciente con el padre, elemento esencial en esta estructura frágil. Cualquiera que sea el precio, esta identificación

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ayuda al homosexual a protegerse contra la depresión o contra estados psicóticos de disociación, y contribuye de esta manera a mantener la cohesión de su yo. Comencé a interesarme en el hecho de que los pacientes homosexuales hombres presentaban en su mayoría los mismos elementos estructurales que las mujeres homosexuales, particularmente en lo que con· cierne a su mundo de imagos y a la escisión afectiva de los objetos según una línea sexual. Pero mientras la mujer intenta encontrar lo esencial de su propia feminidad en su pareja idealizada, el homosexual hombre busca un pene idealizado en otro hombre. Los aspectos destructores y peligrosos del padre del mismo sexo se proyectan, en cada caso, en el sexo opuesto. L-0s homosexuales de ambos sexos buscan inconscientemente una protección contra la madre primaria "oral" o "anal" de las fases pregenitales, y tanto unos como otros intentan desesperadamente mantener una cierta "barrera fálica" -por intermedio de la identificación (en el caso de la niña) o de la elección del objeto (en el caso del niño)creando así un objeto idealizado, interno o externo, que sirve de instancia paterna y hace las veces del falo simbólico, aunque el padre real sea considerado como un ser sin valor, ausente, incluso muerto. Posteriormente encontré esta misma organización edípica desequilibrada, y la estructura inconsciente que le corresponde, en pacientes fetichistas y masoquistas, y en los aportes clínicos de algunos de mis colegas a propósito de casos semejantes. Continué interesándome por el destino de la imago paterna y por el papel simbólico del falo en la estructuración de tales personalidades, lo que me ha permitido estudiar más en detalle los ataques sádicos imaginados contra los padres, particularmente contra la madre idealizada, que se revelaban, tal como el contenido latente de un sueño, a través del acto

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,.... sexual de estos analizantes. En el capítulo anter!or hemos resumido este aspecto a través del estudio clínico de M. B. quien, desde su adolescencia, llevaba vestidos rituales y se azotaba las nalgas para alcanzar el orgasmo; cuando fue adulto, pidió a su compañera sexual que llevara los vestidos simbólicos y que aceptara ser azotada. Como es frecuente en las anomalías sexua· les, la naturaleza del lazo erótico era más importante que el papel que desempeñaba cada uno de los compañeros sexuales en esta ocasión. La vida profesional de este analizante estaba sometida a las mismas complicaciones que su vida sexual: no podía desarrollarse sin angustia y sin un mínimo necesario de puesta en escena. (Los conflictos y las interdicciones que marcan la vida sexual de estos sujetos provocan casi siempre dificultades análogas en su trabajo -a menudo un trabajo intelectual y creador- que en consecuencia corre el riesgo de sufrir inhibiciones graves.) Análisis como éstos muestran claramente cómo una sexualidad aberrante puede servir de defensa "maníaca" contra las angustias depresivas o persecutorias. Los rasgos esenciales que se extraen del fragmento del análisis de M. B. pueden encontrarse en todas las desviaciones sexuales y permiten diferenciarlas de las organizaciones neuróticas y psicóticas. No quiero decir con esto que las múltiples formas que puede adoptar la solución sexual perversa no tengan significación propia en sí mismas, ni afinidades particulares unas con otras. Excepto su interés teórico, estas diferencias y similitudes son importantes para la comprensión analítica de semejantes pacientes: por ejemplo, la relación entre el fetichismo y el travestismo, o el estrecho vínculo entre el fetichismo y los objetivos sadomasoquistas, e igualmente la relación del voyeurismo con el exhibicionismo. También es significativa la distinción entre todas estas

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expresiones sexuales y la homosexualidad. Es evidente que el homosexual tiene, entre otros, problemas específicos con la imagen narcisista de su cuerpo y que está forzado a reparar esta imagen por intermedio de una pareja del mismo sexo, como una imagen en espejo, mientras que el perverso no homosexual muestra a menudo numerosas defensas contra sus deseos homosexuales, defensas tan numerosas como las del neurótico . He tenido un ejemplo con un paciente fetichista que pagaba a prostitutas para hacerse azotar y golpear sus órganos genitales. En el transcurso de una sesión me dijo haber encontrado otro cliente del mismo prostíbulo que pensaba que los dos se parecían mucho, puesto que él también pagaba para ser azotado, pero por muchachos. Mi paciente, muy angustiado, exclamó: " ... ¡pero este hombre está loco! Nosotros no tenemos absolutamente nada en común. ¡El es un homosexual!". Esta observación esclarece también el hecho de que toda perversión está construida sobre ílusiones esenciales e intocables, y nos muestra que la "verdad" de cada microcosmos sexual está fundada en la negación y la renegación. Lo que me interesa para el presente trabajo, más allá de las diversas manifestaciones de la sexualidad desviada, es la estructura inconsciente que la sostiene, más que su forma. Partiendo de la constelación edípica y de las imagos parentales, hemos visto que la madre ocupa un lugar idealizado, mientras que el padre desempeña un papel curiosamente borroso en el mundo objeta} interno. Se le atribuye a la madre complicidad y seducción, mientras que se representaba al padre como no apto para servir de modelo de identificación. De esta manera encontramos una escisión patológica (false splitting del que habla Meltzer, 1967). Pero esta separación no opera a nivel de la imago materna; lo "bueno" se encuentra del lado de la madre, ideal fálico inatacable, y

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-lo "malo" se encuentra del lado del padre, objeto renegado, denigrado. Detrás de esta explosión de los retratos de familia se encuentra otra madre, mortalmente peligrosa para su hijo, y el odio y la agresión vinculados a esta imagen están orientados hacia otros objetos. La imagen del padre denigrado, igualmente fragmentada, esconde un padre idealizado (papel atribuido frecuentemente al padre de la madre, a un sacerdote, incluso a Dios mismo); con mayor frecuencia aún encontramos el fantasma de un falo ideal con el que el sujeto no puede identificarse, pero que juega un papel estructurante importante a pesar de su carácter escindido (Kurt y Patterson, 1968). Estas "falsas" fragmentaciones se expresan bajo diferentes formas en el acto sexual desviado, en donde se encuentra invariablemente un intento por ganar, conservar o controlar el falo paterno idealizado. Sólo de una manera defensiva éste es atribuido a la madre, incorporado a su función fálica primordial en tanto primer objeto de deseo y detentadora de vida. Esta persecución eterna del padre, defensa contra la madre todopoderosa, contribuye a dar a la sexualidad perversa su carácter compulsivo. Igualmente proporciona a la estructura psíquica una defensa contra la psicosis, al mismo tiempo que da testimonio de su fragilidad intrín~ seca. Aquello que falta en el mundo interno es buscado en un objeto o una situación exteriores, puesto que un fracaso de la simbolización ha dejado un vacío en la estructuración edípica. Este fracaso concierne a la fon~ ción del pene paterno y a la significación de la escena primaria. La desaparición de ciertos lazos asociativos tiende a debilitar, al menos en este ámbito circunscrito, la relación del sujeto con la realidad y desemboca, de esta manera, en un des enlace "psicótico" del conflicto edípico y de la angustia de castración; esta "solución" está a su vez erotizada, y aporta, al mismo tiempo, una

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respuesta a los problemas de la descarga instintiva. (Más tarde volveremos a tratar el tema de la escena primaria y su importancia particular en la estructura psíquica que nos interesa aquí.) Fuera del interés de su organización edípica, la perversión ofrece un campo de estudio rico y fértil en cuanto al nacimiento del deseo humano y los diferentes objetos, alrededor de los cuales se cristaliza. Además ofrece un vasto campo de investigación para quien quiera abordar el problema de la identidad humana. Es evidente que el perverso sufre de trastornos de identidad sexual; podríamos preguntarnos también qué papel juega la sexualidad aberrante en la economía identificadora del yo. Lichtenstein (1961) propone, en un buen artículo, la hipótesis según la cual una de las principales funciones de la heterosexualidad "no procreadora" es el mantenimiento del sentimiento de identidad. Diré que esto también es cierto para el desviado sexual. Su búsqueda continua de una confirmación de su ser, destinada a contener la angustia que se apodera de él cuando la pérdida de sus puntos de referencia identificatorios lo amenaza, puede incluso llevarlo a objetivos libidinales y agresivos en el transcurso de su ritual sexual. De esta manera, en medio de un complicado sistema de negación, de renegación, de desplazamiento, pretenderá a menudo que nació homosexual, travestí, masoquista , etc.; es decir, que la forma que toma su sexualidad es una parte integrante de su identidad. Corydon (1920), de André Gide, constituye un ejemplo notable. El desviado cree también a menudo que posee el secreto del deseo sexual. (Más tarde volveremos sobre el origen inconsciente de eBte secreto.) Al sentirse fuerte por la particularidad de su propia identidad sexual, desdeña frecuentemente los sexos "simples", la gente que hace el amor a la antigua, de la manera como lo hacía el padre

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r menospreciado y denigrado. Así pues, paradójicamente, el heterosexual simple es considerado como castrado, víctima de la presión paterna y social, y representante de una imagen paterna castrada. Como decía un paciente perverso, el hijo ha descubierto "un plato más condimentado". (Este paciente, cuyos problemas se reflejaban tanto en su alcoholismo como en su metáfora, pagaba a prostitutas para que orinaran sobre él.) Tenía la impresión de que los otros le envidiaban su receta. Este sentimiento de estar "en la onda", de ser el elegido, sólo él, entre los vulgares mortales para recibir el secreto de los dioses, muestra la ilusión del niño incestuoso que imagina ser la pupila de los ojos de su madre, en detrimento del padre al que le toca el lugar del niño en tanto elemento excluido, castrado. Pero el niño incestuoso sólo puede conservar la ilusión de ser el único objeto de deseo de su madre, si hace de su sexualidad nada más que un juego.

EL FINAL DE LA INFANCIA

Algunos perversos son más conscientes que otros de la depresión que existe detrás de este juego frenético, y son más aptos para recordar el momento inevitable de desilusión en el que el castillo de naipes de la promesa incestuosa se derrumbó. Con el fin de llenar el vacío brutal, abierto de esta manera en el sentimiento de identidad, el juego sexual se convierte en un intento desesperado por apartar el desencadenamiento de la rabia y los impulsos homicidas o suicidas. La perversión sexual admite y exhibe la parte sobreexcitada, libidínal de su objetivo, pero corre un velo de silencio sobre los aspectos más angustiantes. Las desviaciones sexuales son frecuentemente representadas como una diversión

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en tecnicolor; el mundo "alegre" 2 del homosexual se expone en más de un bar, pero el color y la "alegría" disfrazan apenas su contrapartida depresiva y con frecuencia persecutoria. Hemos emitido aquí la idea de que estsis actuaciones sexuales complejas están edificadas sobre las ruinas de una ilusión derrumbada, pero queda una pregunta: el hecho de que la perversión sexual sea una respuesta a los deseos incestuosos y la rabia ahogada que acompaña su insatisfacción no es una explicación, puesto que estas decepciones constituyen un traumatismo universal y forman parte integrante de la condición humana. ¿Por qué estos niños están marcados especialmente por el signo de la desilusión? Durante el análisis estos pacientes nos revelan la manera como, poco a poco, han tejido la trama de su identidad, sobre todo en cuanto a sus aspectos sexuales y genitales, captando los mensajes mudos de los deseos y conflictos inconscientes de los padres; son particularmente conscientes del lugar que ocupan ante los ojos de su madre. Sobre este tema, la complicidad de la madre y su influencia en la creación de un modelo sexual y superyoico aberrante, se han escrito muchos artículos

analíticos (Bak, 1956; Gillespie, 1956a y b; Stoller; 1968; Sperling, 1955; Segal, 1956). Quisiera considerar aquí la parte complementaria de esta vivencia: el papel del niño en la creación de una nueva sexualidad y la reinvención de la escena primaria. Aunque sea una reacción ante los problemas parentales, de todas maneras es la invención del niño y no la de su madre. Esta creación, tejida con trozos de la magia infantil (los elementos de la sexualidad infantil), está hecha a la medida del deseo infantil (deseo de ser el único objeto

2. En inglés gay significa "alegre" y también "homosexual". [T.)

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que pueda colmar a 1a madre). Sin embargo, en la creación misma de su solución erótica, el niño quiebra sus lazos maternos y triunfa sobre la madre internalizada. En el transcurso del análisis, estos pacientes recuerdan muy claramente el descubrimiento de su drama erótico privado. Generalmente lo hacen remontar a1 período de latencia o alrededor de la pubertad, y lo presentan como una "revelación" de su verdad sexual. Los factores precipitantes que, en muchos casos, tienen la fuerza de recuerdos-pantalla, son con frecuencia acontecimientos familiares tales como el nacimiento de un hermano, una ruptura en las relaciones parentales o un nuevo matrimonio. Dos de mis pacientes homosexuales han "descubierto" su vocación sexual después del nacimiento de un hermano, cuando tenían diez y once años. Sucede lo mismo en el caso de homosexualidad femenina relatado por Freud (1920). Mi paciente fetichista, al igual que otro que presentaba rituales sadomasoquistas complicados, hacían coincidir 1os diferentes elementos de sus sistemas sexuales con la época del nacimiento de hermanos o hermanas, prueba irrefutable de la infidelidad de la madre. Siempre hay un recuerdo imborrable para dar cuenta del derrumbamiento de la ilusión incestuosa. Con respecto a la sexualidad del niño, hay a menudo una actitud francamente despreciativa por parte de la madre seductora que, sin embargo, niega toda conciencia sexual a su hijo. La madre de Portnoy's Complaint es un ejemplo bien clásico: "¿Qué? ¿Para esa cosita?", le dice a Portnoy que quiere un slip con suspensor. Como dice Portnoy a su analista: "Quizá lo haya di cho una sola vez, ¡pero fue suficiente para toda la vida!". 3 3. 'traducción libre de la autora basada en la edición inglesa de la novela: Portnoy's Complaint, de Phílip Roth. [T.)

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Uno de mis pacientes de vida sexual masoquista y homosexual, me ha contado una experiencia del mismo tipo. "Tenía once años y me metía desnudo en la cama, al lado de mi madre, corno lo había hecho muchas veces. Aquella vez ella me rechazó brutalmente diciéndome: '¡Qué estás haciendo, cochinito!' A raíz de este incidente, mi padre me llevó aparte y me explicó cómo nacían los bebés. Fue demasiado. Estallé en sollozos." Es asombroso que estos niños hayan podido creer durante tanto tiempo que eran "el pequeño compañero de mamá", e imaginar incluso que un día tendrían relaciones sexuales con ella. El furor y la a ngustia nacidos de su desilusión son rememorados muy lentamente en el transcurso del análisis; y es sólo un principio. Estos traumas recobrados no son más que un eslabón de una larga cadena. El niño, ligado de esta manera a su madre, ha alcanzado un punto de no-regreso. A través· de diversas invenciones eróticas, h ace un esfuerzo desesperado para liberarse, pero la "solución" está predeterminada Sus ilusiones sexuales permanecen intactas, solamente han encontrado nuevos disfraces. Numerosos en]aces de ideas, relacionados con la verdad sexual, han sido deformados o destruidos en la relación preedípica, quizás incluso en la relación del niño con el pecho de la madre, relación sexual arcaica. De hecho, no nos sorprende descubrir que en el fantasma inconsciente del desviado sexual, el "castrador" es invariablemente la madre. La seductora que despierta el deseo es, al mismo tiempo, el obstáculo para su realización. Para el niño, ella es la imagen misma de la perversidad. ¿Qué quiere ella? El hijo de una madre "idealizada" ha podido creer que él ta mbién era un niño "ideal", el centro de su universo, hasta el momento de la revelación fatal de que él no posee la respuesta al deseo de su madre. En el derrumbamiento tardío de su ilusión, ya no sabe quién 68

es para ella ni qué le dará satisfacción. En alguna parte debe existir un falo ideal, capaz de colmar a la madre. El padre, raramente reconocido por la madre como objeto de deseo sexual, seguramente no lo tiene, así pues, el niño no siente ganas de volverse hacia él ni de identificarse con él. Este factor, reforzado por el deseo, a veces consciente, de la madre, concuerda demasiado bien con el deseo del niño de creer en el mito de un padre castrado o no existente. Advirtamos que un padre realmente ausente, incluso muerto, no impide al niño crearse una imagen fálica interna valedera, si la relación materna lo permite. Por otra parte, los padres de estos niños parecen contribuir a su propia exclusión o se muestran incapaces de modificar estos aspectos de su personalidad que alejan de ellos a sus hijos. Así pues, los celos edípicos y el complejo de castración, punto de partida de una reorganización del conjunto de la personalidad, se convierten en una experiencia más desorganizadora que estructuradora. Los niños que aquí nos interesan no han encontrado la forma de terminar con el conflicto edípico; han inventado una manera original de dar vuelta el problema. Observemos de cerca su argumento sexual.

ARGUMENTO PERVERSO Y ESCENA DEL SUEÑO

¿Cuál es la significación inconsciente de un acto sexual en el que el sufrimiento y la angustia no están nunca ausentes, y a lo sumo se encuentran ferozmente negados? ¿Qué papel desempeña el objeto sexual en esta asociación que, muy a menudo, no incluye la dimensión del amor? Y los elementos que utiliza el desviado sexual para escribir su extraño argumento, ¿dónde los encuentra? Como lo hacía notar Gillespie (1956a) en un artículo

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sobre la teoría de la perversión, clínica y a la vez teóricamente es imposible sostener (como lo han hecho pensar, tal vez, los primeros escritos de Freud sobre este tema) que la perversión organizada es simplemente una persistencia, en la edad adulta, de la pulsiones del ello que han escapado a la represión. Me parece que la escena representada por el perverso es más bien comparable a un sueño: un sentido manifiesto, un sentido latente. En un artículo sobre el fetichismo, S. Stewart 4 escribe: "Jacob se viste con la ropa de su mujer, como lo hacía antes con la de su madre ... luego se entrega a numerosas y complicadas experiencias para atarse ... introduce diversos objetos en su ano .. . luego se ata otra vez e introduce su pene y sus testículos en una pequeña bolsa ... tira fuerte de los cordones, hasta que el dolor aparece ... Luego se lava con agua tan caliente que se hace daño. A medida que la presión aumenta, el control se hace más difícil y Jacob comienza un movimiento de piernas que termina en orgasmo". Estas escenas, como en un sueño, se parecen a una obra de teatro en la que faltan los indicios esenciales para la comprensión del complot. Se trata de contenidos manifiestos que províe~ nen del proceso primario, con sus condensaciones, sus desplazamientos y sus ecuaci ones simbólicas. Y, cosa extraña, el autor mismo ha perdido la clave de su puesta en escena; al igual que el que sueña, realiza una elaboración secundaria para explicar el atractivo que tienen para él los objetos y las situaciones insólitas que son las condiciones esenciales de su acto sexual. Uno de mis pacientes había escrito numerosas versiones de una historia en la que una mujer vieja azotaba públicamente a su hija (notemos que éste es, práctica4. S. Stewart, "Quelques aspects théoriques du fétichisme" en La Sexualité Perverse (obra colectíva), París, Payot, 1972.

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mente, un argumento fetichista típico). Una vez, tratando de justificar su mito personal sobre el secreto sexual, se interrumpió para decirme: "A propósito, ¿le hablé de mi pasión por la ciencia-ficción?". La elaboración secundaria, puede intervenir también para justificar una desviación del objetivo; otro analizante me ha dado un buen ejemplo. Describía con lujo de detalles su necesidad de pagar a prostitutas para que le pisotearan sus órganos genitales con zapatos de tacón alto, mientras él miraba la escena en un espejo. Interrumpió su descripción para decir: "No piense que soy masoquista, sabe, eso a mí me da placer". Notemos que los dos pacientes reconocían la naturaleza original de su comportamiento sexual; al no ser psicóticos, sentían la necesidad de justificarla. Otro paciente, por el contrario, desdeñando esta necesidad, imponía al mundo su realidad interna. Este último pasó, efectivamente, por un episodio psicótico en el transcurso de su análisis. Durante la primera entrevista me dijo: "Naturalmente, yo soy homosexual. Como usted lo sabe, seguramente, todos los hombres son homosexuales, pero la mayoría no tiene el coraje de admitirlo". Volveré más tarde a hablar de 1a fase psicótica de este paciente; ésta fue provocada por una interpretación concerniente a un elemento esencial de la organización perversa: el contacto con un objeto que ocupaba el lugar del significante fálico, objeto que tenía en jaque a la confusión psicótica.

TEMA Y VARIACIONES

Así pues, el perverso trata de convencerse y de convencer a los demás que él posee el secreto del deseo sexual: lo despliega en el espectáculo de su creación eró-

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tica. ¿Cuál es, en realidad, ese secreto? ¿Qué es lo que quiere probar o realizar, más allá y fuera de la descarga sexual, ese coito insólito? El secreto, en su aspecto inconsciente, es muy simple: no hay diferencia entre los sexos. Para la conciencia del sujeto hay diferencias de sexos, pero éstas no tienen una función simbólica y no son ni la causa ni la condición del deseo sexual. Esta renegación implica una renegación del pene faltante de la madre, y va hasta la renegación de la escena primaria. Sin embargo, queda la angustia de castración. La escena primaria original, cuyo autor es el niño destinado a convertirse en perverso, merece atención. Gracias a una infinidad de desplazamientos simbólicos y a la ruptura de eslabones asociativos importantes, el deseo sexual es alimentado con objetos nuevos, objetivos nuevos y zonas nuevas. El decorado, los intérpretes y los objetos varían, pero el tema es inmutable: es el tema de la castración y apunta al control de la angustia que le es propia. Que se trate del sadomasoquísta, centrado sobre su dolor, apuntando incluso a sus órganos genitales o a los de su pareja; que se trate del fetichista, que reduce el juego de la castración a un juego de nalgas azotadas o a constricciones corporales (las huellas de la sevicia simbolizan la castración y se borran fácilmente); que se trate del travestí, que hace desaparecer sus órganos genitales deslizándose en la ropa de su madre con el fin de apropiarse de su identidad; o aun del homosexual con su búsqueda eterna del pene que absorbe de modo mágico --0ral o analmente-, reparando así la fantasía de su propia castración y al mismo tiempo castrando - y - reparando a la pareja gracias al control del goce del otro ... ; en cada caso la intriga es la misma: la castración no hace sufrir, no es irreparable, y más aún, es la condición misma del placer. Cuando, a pesar de todo, la angustia aparece, es erotízada e incluida como nueva 72

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condición de excitación. No podemos dejar de comparar a estos pacientes con niños que "juegan" a la sexualidad. Pero es un juego desesperado; la angustia inmensa de castración debe ser controlada gracias al comportamiento sexual: siendo el equilibrio narcisista relativamente frágil, cualquier golpe, cualquier contrariedad o decepción que aporte la vida cotidiana puede suscitar una tensión que reclame una solución inmediata por medio del acto sexual mágico. Además, la escena primaria inventada debe ser validada -hace falta siempre un espectador, función desempeñada con frecuencia por el mismo sujeto que observa en el espejo el desarrollo de la escena. Aquí hay una importante inversión de papeles; el niño, antes víctima de la angustia de castración, ahora es su agente, el que inflige la castración; ha encontrado un remedio a su angustia, como en el "juego del carretel" 1 controlando el drama de la separación. Antes, sometido a la excitación, en tanto espectador ímpotente, excluido de las relaciones parentales o víctima de una estimulación inhabitual que no podía encarar, es ahora el que controla y el que produce la excitación, la suya propia o la de su pareja. Así pues, el interés dominante de muchos perversos es el de manipular a su antojo la respuesta sexual del otro. Este elemento más o menos importante según el caso, hace sufrir al objeto lo que en otro tiempo se ha soportado pasivamente, encuentra su equivalente en las relaciones de ciertos psicóticos con el otro, tal como lo ha mostrado Hanna Segal (1956). El paciente del que ella habla se las ingeniaba sutilmente para que su madre experimentara los sentimientos "de un niño que siente excitación sexual, avidez, frustración, rabia y culpabilidad". Además de estas inversiones fundamentales de las primeras experiencias traumatizantes, existe una renegación (a veces calcada de la realidad externa pero a menudo a pesar de

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ella) de las relaciones genitales entre los padres. De esta manera el pene del padre no juega ningún papel en la vida sexual de la madre; ella goza cuando es azotada, encadenada, cuando orinan sobre ella o cuando se exhibe, defeca u orina sobre el padre, le pega, etc. Al menos es lo que nos quieren hacer creer. A las múltiples

variaciones sobre el tema de la castración hay que agregar un contrapunto: que los órganos genitales de los padres no están destinados a completarse y que su deseo mutuo es inexistente. Tal es la ficción que hay que reafirmar sin cesar. Con estos esfuerzos por no saber nada de la relación sexual real, con el fin de poder mantener una escena primaria ficticia introyectada, el perverso entabla un combate sin salida con la realidad. Desde este ángulo, su actuación erótica es una especie de acting out perpetuo, de forma compulsiva. Porque el sujeto se ha creado una mitología de Ja cual ya no reconoce la verdadera significación, un texto al que le han borrado pasajes importantes. Como lo veremos, estos pasajes que faltan no están reprimidos, porque en ese caso habrían originado síntomas neuróticos; están abolidos al haber, el sujeto, destruido el sentido. Es por esto que muchos pacientes perversos se quejan de no comprender la sexualidad humana. Un paciente voyeurista me decía que cuando escuchaba a otros hombres hablar de sus aventuras amorosas tenía la impresión de ser "un marciano". Un paciente fetichista evocaba su asombro cuando sus amigos de la adolescencia hablaban de sexo, de chicas o contaban historias picantes. Afrontaba esta situación de desigualdad como afrontaba todas las experiencias embarazosas, controlándola al manipularla con precaución: se convirtió en el especialista en historias escabrosas de su liceo, y )as inventó en mayor número y más horribles que los otros. Su placer personal de controlar la excitación sexual de sus camaradas era tan

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intenso como su orgullo de "no sentir nada". En tanto que hombre "marciano" creía con dificultad en los objetivos sexuales de los otros hombres, a tal punto llegaba su renegación de la verdad, con todo lo que esto implicaba de alienante para su propio deseo y para sus propias identificaciones sexuales. El mismo paciente me dijo un día: "Tengo la impresión de haber sido maldito en mi infancia. Jamás he elegido mi sexualidad, me ha caído como un maleficio". Sin embargo, durante la misma sesión agregó: "Pero no imagine que quiero cambiar. Como usted sabe muy bien, ésas son mis actividades preferidas". Aquí reside el dilema del perverso. Renunciar a su forma de sexualidad, con sus rituales, su angustia y sus condiciones draconianas, equivaldría a la castración, y pondría en peligro la cohesión de su yo y de su sentimiento de identidad. Hace poco tiempo una mujer homosexual me decía: " ... por lo menos, cuando estoy con 'ella', sé que existo. Sin ella es la nada ... pasaba lo mismo con mi madre cuando yo era pequeña. Sólo existía a través de ella". Es evidente que detrás de las angustias del período fálico y de las heridas narcisistas de la escena primaria se encuentran miedos fragmentadores que conciernen a la separación y a la identidad del sujeto. En todos estos pacientes, el padre, aunque generalmente presente, aparece como una ausencia. Esta falta en el mundo de las representaciones internas es, en sí misma, profundamente amenazadora para el sentimiento de identidad. Solamente el acto sexual mágico permite la ilusión de encontrar el falo paterno, aunque bajo formas idealizadas y disfrazadas; de esta manera cumple una función esencial al establecer una identidad propia, y aporta cierta protección contra la dependencia agobiante de la imagen materna y contra el deseo, igualmente peligroso, de fusionarse con ella. Pero, ¿cómo funciona este sis-

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tema sexual mágico? ¿Cómo hacen estos sujetos para destruir su conocimiento sobre la verdad sexual, para negar la verdad concerniente a su propio lugar en la constelación edípica y para reemplazarlos por un acto nuevo e ilusorio? Los mecanismos primarios en juego son normales en los niños, pero marcan al aduJto con el sello de la psicosis. Sin embargo, el perverso no es un psicótico; puesto que lo que ha sido negado o renegado no lo recupera bajo una forma delirante, sino que lo recobra, en cierta manera, gracias a la ilusión contenida en el acto (respecto de la cual no es totalmente inocente). Aquí se descubre un fracaso de la aptitud para simbolizar las realidades sexuales y para crear un mundo interno fantasioso con el fin de enfrentar la verdad intolerable; así pues, la ilusión debe ser actuada sin fin para evitar la recuperación mediante la desilusión. Examinemos la concepción freudiana sobre el desarrollo de los conocimientos sexuales en el niño y la serie de fantasías que lo expresan (Freud, 1923, 1924a, 1925, 1927, 1940). Primeramente el niño cree que hay un sólo órgano sexual, el pene. En una fase posterior, no puede dejar de percibir que las mujeres no lo tienen. Llegado a este punto reniega la percepción inaceptable: "Hay un pene allí, lo he visto". Como Freud lo hace notar, esta afirmación es en sí misma la prueba de que el niño percibe la diferencia de sexos. Más tarde, el sentido de rea~ lidad que se desarrolla en el niño ya no le permitirá sostener que no hay diferencia perceptible entre los sexos, y es en este momento cuando comienza una adaptación psíquica a esta realidad sexual indeseable. El niño comienza a elaborar una serie de fantastas para dar cuenta de esta realidad: " ... ella no tiene pene ahora, pero más adelante le va a crecer uno; ... las otras mujeres no tienen pene, pero mamá sí tiene uno; ... o tiene

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uno pero papá se lo quitó; ... o lo tiene escondido adentro; ... etc.". Ya no es más la renegación de una percepción sensorial sino algo infinitamente más elaborado y más evolucionado, una renegación, ciertamente, pero de otro orden. Encontramos aquí la distinción descrita por Alma Freud en El yo y los mecanismos de defensa (1936), entre la renegación en palabras y en actos, y la renegación en fantasías. Seguidamente, Freud indica una cuarta fase en la que se constata en los niños una anulación neurótica del órgano sexual inaceptable por intermedio de una formación reaccional (punto de partida de fobias, inhibiciones, etc.); los órganos genitales femeninos se hacen "sucios" o "peligrosos", o bien la feminidad en sí misma es menospreciada. En todo caso, el sexo abierto de la madre es reconocido, y contrainvestido; no es más un objeto de fascinación sino un lugar inquietante que bloquea momentáneamente el pasaje al deseo. Si las fantasías ansíógenas y las formaciones defensivas que los acompañan son reprimidas simplemente -solución neurótico-normal de la mayoría-, el niño da la impresión de resolver la problemática edípica; entra, como se dice, en el periodo latente, pero la puerta queda abierta a formaciones neuróticas posteriores. Ciertamente, en el mejor de los mundos posibles, el niño aceptará, por fin, que lo que él desea que sea verdad no lo será nunca., que el secreto del deseo sex.ual reside en el pene faltante de la madre, que únicamente el pene del padre podrá completar el sexo de la madre y que él quedará para siempre borrado de su primer deseo sexual, así como de sus deseos narcisistas ínsatisfechos. Para afrontar la verdad de esta manera , al niño le hacen falta dos padres ''bastante buenos" (los padres good-enough descritos por Winnicott), y nosotros tenemos razones suficientes para pensar que el futuro perverso no los ha encontrado. Aunque sea su manera de contornear el

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Edipo, a menudo parece que tratara, al mismo tiempo, de resolver los problemas de sus padres por medio de su respuesta aberrante al peligro edípico. La "solución" perversa de los problemas edípicos no es tal; es, sin embargo, una salida eficaz para los conflictos "preedípicos" difíciles (Glover, 1933). La solución a través de la anomalía sexual se encuentra, en el modelo freudiano de la evolución sexual del niño, entre el estadio dos (renegación de la percepción) y el estadio tres (renegación por la fantasía). La fase dos (allí hay un pene; yo lo vi) es una adaptación mágica, y desde el punto de vista de la economía psíquica, sólo se puede terminar con ella creando una nueva "realidad" para llenar el vacío dejado por la renegación, manipulando un poco el mundo exterior (Freud, 1924b). En la fase tres (no hay pene, pero ... ), el niño no reduce a cero las informaciones recogidas por sus percepciones de Ja realidad externa, él toma nota de ellas y crea de una manera autoplástica los medios fantasiosos para enfrentar este conocimiento doloroso. Desde el punto de vista dinámico, la diferencia entre la solución perversa y la solución erótica se encuentra aquí mismo. Sin embargo, los factores que predisponen al niño a responder a la verdad sexual con la renegacíón mágica más que por medio de una elaboración fantasiosa, operan mucho antes de esta fase del desarrollo, ¿Qué es, precisamente, la renegación? Este término (en inglés, disavowal) escogido por la Standard Edition para traducir el Verleugnung de Freud (Freud, 1923, pág. 143n) expresa, a mi parecer de una manera más adecuada, el repudio vigoroso de la realidad "a través de la palabra y de la acción''; implica, igualmente, un "reco~ nocimiento" seguido de la destrucción del sentido por el corte de la cadena asociativa, y sugiere mejor, a mi entender, la violencia que encierra este desafío de la rea-

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lidad que la modificación a través de la fantasía (para lo cual propongo guardar el término "déni"). La renegación forma parte de lo que Bion (1962, 1963) ha designado eon el término de Minus-K phenomena (en inglés K= knowledge: conocimiento). A propósito del concepto "Minus-K", Bion (1962) escribe: "Antes de que una experiencia afectiva pueda ser utilizada como modelo, sus datos sensoriales deben ser transformados en elementos 'alfa', que serán acumulados y devueltos disponibles para la abstracción. En el 'Minus-K', el sentido es retirado, dejando la representación al desnudo" (págs. 7475). En el caso particular que nos interesa, es decir cuando el modelo concerniente a la verdad sobre la diferencia de sexos y las relaciones sexuales es deformado, "la representación desnuda" es no solamente el sexo vacío de la madre sino también la significación que se debería haber atribuido a este descubrimiento. Por cierto, el niño termina por reconocer la diferencia perceptiva y por saber que su madre no tiene pene, pero su representación psíquica no lo lleva mucho más lejos; permanece como no significativa. La percepción del sexo femenino no es solamente capaz de estimular las fantasías descritas por Freud, a saber que la castración puede sobrevenir en un niño pequeño, o que ya ha sobrevenido en una niña pequeña. Esta percepción despierta inevitablemente el conocimiento intuitivo según el cual el pene faltante marca el lugar en donde un pene real viene a cumplir su función fálica real; esta intuición abre el camino al conocimiento aprendido concerniente a la relación sexual. Así pues, el sexo abierto de la madre proporciona la prueba de la función del pene paterno. Pero el niño no qiere saber nada de esto. Prefiere, incluso, alucinar un pene, destruyendo así su reconocimiento de la diferencia, antes que aceptar la idea de que

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los órganos genitales de sus padres son diferentes y complementarios, antes que aceptar que él queda excluido para siempre del círculo cerrado, y que, si su deseo persistiera, tendría que enfrentar la amenaza de castración. El concepto de castración puede ser considerado, en este contexto, como el equivalente de la realidad, y en consecuencia su aceptación conduce al niño a ]as diversas fantasías que hemos citado como el estadio tres del modelo freudiano. Todos son medios para enfrentar el miedo a la castración y el tabú del incesto. El niño que encuentra una salida desviada desdeña estas realidades ineluctables y la verdad que se desprende de ellas, pero paga el precio elevado de una parte de su yo dañada y de un abandono, en un sector limitado, de la realidad externa. "No es cierto, declara el niño, mi padre no tiene ninguna importancia, ni para mi madre ni para mí. No tengo nada que temer de él; además mi madre me ama sólo a mí." De esta manera, el pene del padre pierde su valor simbólico virtual, y fragrn en tos esenciales del conocimiento humano quedan borrados. Esta impresión de hueco-en-el-conocimiento y sus consecuencias se ilustran en este sueño de un paciente fetichista sadomasoquista: "Yo estaba extendido al lado de una mujer desnuda y me ordenaron que mirara sus piernas descubiertas que ella mantenía bien abiertas. Las miré durante un momento, pero no pude encontrar lo que tenía que responder. Me parecía que era un problema de lógica. Finalmente dije que jamás encontraría la respuesta exacta porque nunca había sido bueno en matemáticas". Entre sus asociaciones, el paciente recordó sus fiirts de adolescente y la primera vez que besó a una muchacha. Al darse cuenta de su falta total de emoción se había sentido turbado; había tenido conciencia de expe80

rimentar solamente cierto asco en vez de deseo sexual. Recordamos a Osear Wilde comparando a las mujeres con un "cordero frío" frente a la atracción ejercida por una alternativa de objeto homosexual. En su artículo sobre la "Escisión del yo ... '', Freud (1940) dice esencialmente que, confrontado con el vacío donde se tendría que haber encontrado el pene de la madre, el niño puede crear, para completarlo, ya sea un fetiche, ya sea una fobia. Un poco de ambos podría constituir el punto nodal de una tercera organización psíquica participante de mecanismos neuróticos y psicóticos a la vez. Podríamos decir que el yo "separa" sus fuerzas defensivas en su esfuerzo por enfrentar tanto la realidad del deseo sexual, como la futilidad de sus reivindicaciones narcisistas. En primer lugar, el niño niega aquello que no quiere saber. Según la importancia de su capacidad para internalizar y simbolizar la ausencia (de la madre, de su sexo), el niño evolucionará ya hacia una organización neurótico-normal, ya hacia una organización psicótica (renegación no sólo de la significación de la diferencia sexual, sino también de la realidad de la separación, de la diferencia, simplemente, entre él y los otros), ya hacia una organización semipsicótica, semineurótica, solución desviada que no se manifiesta forzosamente a través de una perversión sexual, aunque esto sea frecuente. Numerosos casos de toxicomanía, de delincuencia, de actings graves de síntomas del carácter presentan mecanismos psíquicos similares (McDougall, 1970; Sperling, 1968). El fetichismo es el prototipo de todas las form aciones perversas porque muestra ejemplarmente la m a nera como el vacío dejado por la renegación y la negación de la verdad es colmado posteriormente. En cierto sentido, es un acto de gran lucidez. Enfrentándose en primer lugar con el hecho de que posee una identidad propia,

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-por lo tanto una identidad sexual con sus implicaciones edípicas, el futuro perverso no encuentra, como sí lo hace el neurótico, ningún velo suficientemente espeso como para cubrir el dolor y los contornos de la verdad insoportable. Sólo puede tapar el problema y encontrar nuevas respuestas al deseo. Durante el análisis de estos pacientes tenemos la impresión de que han estado expuestos, prematuramente, a una estimulación sexual, luego han sido rechazados y alimentados de conocimientos ilusorios. Esto nos hace pensar en el artículo de Hell· man (1954) sobre las madres de niños que sufren de inhibición intelectual porque no tienen derecho a saber lo que las madres no toleran que sepan. En el niño destinado a una solución perversa del deseo sexual, el inconsciente de la madre desempeña un papel esencial. Estamos tentados a pensar que la madre del futuro perverso rechaza, ella misma, la verdad y denigra la función fálica del padre. Es posible que además haga sentir al niño que él o ella es un sustituto fálico. En la historia de estos pacientes descubrimos, con frecuencia, que al niño se le ha dado como ejemplo otro modelo de virilidad (el abuelo materno, un tío, Dios) ofrecido, tal vez, por la madre como único objeto fálico valedero. Sin embargo, esto explica muy parcialmente el complicado sistema psíquico del futuro perverso y sólo aporta una ayuda limitada al análisis de la perversión sexual. Algunos de los factores observados por Bion (1967) en relación con la formación de la psicosis y del pensamiento esquizofrénico me parecen aplicables a estos niños que inventan una solución perversa para evitar su dolor psíquico. Relaciones de objeto muy precozmente estn1cturadas, así como "el odio a la realidad'', son clíni· camente evidentes en la mayoría de los casos. La angustia de castración de la fase fálica y los celos edípicos son factores que se encuentran más en la superficie de la

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perversión que en su origen, como salida a los problemas planteados por la realidad de las relaciones humanas. La angustia sobreviene, en primer lugar, en ausencia de un objeto. Tras el traumatismo causado por la ausencia de pene de la madre, se perfila la sombra entera de la madre faltante; las diferentes maner as como el niño se ha sentido ayudado u obstaculizado para compensar esta pérdida vital constituyen los fundamentos de la forma como afrontará los conflictos de la fase edípica clásica. La angustia de separación es prototípica de la angustia de castración y la presencia-y-ausencia de la madre son los factores alrededor de los cuales se construirá la primera estructuración edípica. Rosenfeld (comunicación personal) emitió la idea de que el lactante podría haber establecido ya una relación "perversa" con el pezón. En un sentido metafórico bastante amplio, yo estarla de acuerdo con él. El traumatismo de la castración primitiva, que se expresa bajo forma de miedo a la desintegración corporal y miedo de la pérdida de identidad, deja invariablemente sus huellas en las perversiones sexuales, pero no les es específico. Cuando las primeras introyecciones han sido traumatizantes y no resueltas por la relación materna, existen todavía muchas salidas posibles que van desde la psicosis y la enfermedad psicosomática 5 hasta la toxicomanía y otras formas de actuar sintomático. Los factores movilizantes decisivos que determinan el estatuto de una desviación sexual posterior, sobrevienen en la fase edípica; la infraestructura de este resultado se organiza desde la relación con el pecho. En el plano clínico, la incidencia de las enfermedades psicosomáticas se revela inhabitualmente elevada 5. Véanse al respecto los capítulos 8 a 11 que tratan específicamente sobre esta eventual evolución.

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en los pacientes que presentan una perversión estructurada; Sperling (1968) ha estudiado en sus analizantes la alternancia de períodos de actividad sexual perversa con incidentes psicosomáticos. Esto deja pensar que ha habido ''faltas" precoces a nivel de la elaboración fantasmática y de la simbolización: zonas de "Minus-K", de conocimiento-menos, en donde el afecto y el embrión de un pensamiento tendrían que haber tenido lugar, sólo han podido expresarse, directamente, a través del cuerpo. También es el punto donde la formación per~ versa cede el lugar a formaciones psicóticas y donde la renegación se convierte en la abolición (Verwerfung) de la realidad perceptiva postulada por Freud (1911) en tanto que mecanismo psicótico fundamental en El Hombre de Jos Lobos y en el caso Schreber. Tratando de comprender la homosexualidad de Schreber con respecto a Flechsig y a Dios, Freud escribió: "No era exacto decir que la percepción que estaba suprimida en el interior era proyectada hacia el exterior, la verdad es más bien ... que lo que ha sido abolido en el interior vuelve al exterior". Este mecanismo fundamental de diferenciación que facilita o condena el acceso a la verdad sobre el mundo perceptible y la realidad humana, ha sido estudiado particularmente por Bion (1962) en el concepto de "Minus-K" y en Francia por Lacan (1956, 1959) quien ha escogido el término de "forclusión " para designar este mecanismo. El psicótico debe recuperar, bajo una forma delirante, el conocimiento proyectado cuyos eslabon es significantes han sido destruidos . El perverso, en cambio 1 propone una solución mucho m ás evolucionada puesto que, si bien recupera igualmente del exterior lo que ha perdido en el interior, lo h ace por medio de una ilusión que él controla y delimita. El no es delirante. El "MinusK" referente a la diferencia sexual y a la escena prima-

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ria en la estructuración perversa puede reducir la "máquina de influir" de la sexualidad psicótica a un látigo, a un puñado de cabellos, al pene de otro hombre; estas minúsculas "máquinas de influir" (Tausk , 1919) tal vez son una psicosis en miniatura, pero sirven para proteger la integridad psíquica del sujeto, al mismo tiempo que protegen el objeto (Gillespie, 1956a). Volvamos al concepto de renegación. La destrucción de eslabones asociativos que ésta implica es un acto psíquico de gran violencia y que aumenta probablemente en los momentos de furor intenso que no encuentran salida en una descarga física. He aquí un ejemplo, aportado por un colega y sacado de la vida cotidiana: un niño de dos años y medio ha escuchado hablar mucho del bebé que iba a llegar a la familia. Un día, bruscamente, comienza a golpear el vientre de su madre, embarazada de nueve meses, gritando: "jNo es verdad que mamá esté llena como una botella!". Esto no es una simple negación; es un rechazo, una renegación de su propia percepción, o al menos, un esfuerzo desesperado por destruir la espantosa realidad, que hay algo entre él y su madre, en el interior mismo de su madre, allí donde tan a menudo él quisiera encontrarse. Sabe que hay un niño rival; sabe también que esto está en relación con el pene de papá; y, en un momento como éste quisiera destruir a la vez al bebé y al pene. Pero protege a su padre y a su madre de sus ataques fantasiosos, los cuales son remplazados por la renegacíón de la realidad, es decir que ataca a una función de su yo. La reacción de este niño está perfectamente de acuerdo con su edad. Lo que cuenta es lo que hará más tarde (y la manera como se le ayudará a confrontar la verdad). ¿Qué hilo encontrará para remendar el agujero dejado por su renegación? Numerosos caminos le están aún abiertos. De la misma manera que aquel niño, el p erverso

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protege sus objetos de su odio destructor destruyendo en su lugar una parte de sus conocimientos perceptivos e intuitivos. Y este tema debe figur::i.r también en la escena primaria que se ha inventado. El objeto (pareja, pene del otro, fetiche, etc.) no debe ser destruido. Según su fantasía buscará, ya sea reparar el objeto (vertiente depresiva), ya sea protegerse él mismo de la destrucción (miedo paranoide), convirtiéndose, en el plano erótico, en el amo del otro. En un pasaje de la biografía de Marcel Proust, George Painter (1965) hace muestra de una buena comprensión del aspecto más violento de la homosexualidad de Proust. Describe a Proust, en el burdel de Albert, regalando, primeramente, los muebles de sus padres muertos, y luego sus retratos con el fin de que sus jóvenes amigos homosexuales pudieran insultar a estos seres tan estimados. Frente al retrato favorito de Proust que representaba a la princesa Hélene de Chirnay, éstos debían gritar: "jPero, ¿quién es esa iorra?J". Seguidamente, Painter describe la necesidad que tenía Proust de mirar ratas mientras se las torturaba, y su búsqueda de jóvenes para hacerlo, todo esto, formando parte de un ritual orgiástico. Según Painter, en Proust, "el hecho de buscar la crueldad en los jóvenes procedía sólo parcialmente de su necesidad consciente y enformiza de alcanzar la belleza imaginaria de la fuerza y de la amoralidad. También realizaba actos simbólicos de venganza por una injusticia sufrida en su lejana infancia ... A la edad de veintidós meses, momento del nacimiento de Robert, ya no le fue posible poseer, sin compartir, el amor maternal. No tenía nada que reprochar a Robert, y desde los primeros años Marcel habfa perdonado, casi completamente, a su hermano; pero había en él una parte demoníaca de su ser que jamás había perdonado a su madre ... Su agresividad infantil, como un absceso 86

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que aún no ha reventado, estalló, y entonces se derramó a través de cuarenta y cuatro años ... " (pág. 267). De esta manera, Proust, como más de un homosexual, se desquitaba de sus padres desleales, que, contrariamente a lo que le habían hecho creer, y sobre todo contrariamente a lo que él quería creer, tenían relaciones sexuales. Las ratas torturadas son, una vez más, la imagen onírica del pene paterno y del tema eterno que quiere que la castración no sea amenazadora. Ni él ni los objetos amados-odiados son realmente destruidos, en tanto que 1a escena primaria imaginaria pueda continuar funcionando. El fetiche, término derivado del portugués feitizo (hechizo) y del latín facticius, como todo objeto fálico imaginario, ocupa el lugar de un objeto interno que ha sido gravemente dañado y que entonces debe ser resucitado eternamente para ser, una vez más, reparado o controlado en la escena sexual perversa. Castrar, humillar y renegar al padre, o a su representación parcial, es la prueba, al menos, de que su existencia tiene un sentido. En cada acto perverso (tal como lo hemos definido) existe, entonces, una escena primaria condensada. Pero es necesario aún que el sujeto posea la aptitud para utilizar simbólicamente estos objetos externos para llenar el vacío interior, allí donde ha habido fracaso simbólico, forclusión, conocimiento-menos. Segal (1956) dice que 1a capacidad del niño para simbolizar "puede utilizarse para enfrentar conflictos tempranos no resueltos". El perverso trata de resolver varios problemas procedentes de diferentes estratos de la vida psíquica, gracias a los aspectos mágicos y a las ecuaciones simbólicas de su actuación erótica. Si no logra utilizar lo que podríamos llamar el simbolismo lúdico, tal vez llegue a un desenlace psicótico. Por ejemplo, el travesti que desea fundirse en la identidad de su madre va, lúdicamente, a

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deslizarse en su piel llevando ropa femenina; así pondrá en escena la fantasía según la cual atrae hacia él al padre fálico, realizando de esta manera, imaginariamente, su deseo doble. Al contrario, el hombre (cuyo caso ha figurado en la primera plana de los diarios) que mató a una niña para ponerse en su piel con fines eróticos, muestra un funcionamiento psicótico y no perverso. Podemos decir lo mismo de los transexuales que experimentan la castración física con el fin de cambiar la realidad externa y confirman una identidad sexual delusoria. Enfrentado a la falta de un falo internalizado (diferente del de la madre arcaica omnipotente), el niño debe encontrar un objeto significante paternal en el mundo exterior para evitar deshacerse en el universo oral sin límites en donde el sí-mismo y el objeto forman como una unidad. Esto es, sin duda, lo que quiere decir Khan (1969) cuando escribe: "Uno de los resultados obtenidos por 'el objeto collage interno' (collated interna! object) en la realidad psíquica del perverso es que este objeto le da la posibilidad de establecer en su realidad interna una pantalla paradójica que lo protege de la invasión total de su persona por la omnipresencia intrusiva del inconsciente de Ja madre en su vivencia infantil" (pág. 564). Luego sugiere, siguiendo a Winnicott, que la encarnación de la fantasía sexual en un personaje real puede proteger al sujeto del suicidio. Usando la metáfora de Khan, "el objeto-collage", para designar los aspectos dispares de las imagos parentales, yo diría que, cuando en este "collage" ciertos trozos-del-padre esenciales se des· pegan, es la puerta abierta al suicidio o a la disociación psicótica. Igualmente, la vuelta brutal a la conciencia de aquel que ha sido petrificado en el interior o expulsado por fuerza puede provocar una dislocación peligrosa del psiquismo. Quisiera relatar, al respecto, el incidente ocu-

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rrido en el análisis de un paciente homosexual. Su comportamiento sexual habitual consistía en "enganchar" a un cierto número de compañeros hombres para practicar la felatio, siempre con la idea de que un día encontraría a "alguien a quien amaría realmente". En una de sus sesiones contó que su búsqueda de la noche anterior le había deparado una experiencia terrorífica. Había acompañado hasta su casa a un hombre mucho mayor que él, cosa inhabitual, y con gran sorpresa se había dado cuenta de que le interesaba más el hombre que su pene. Sintió pánico y buscó una excusa para irse. Aunque él había estado siempre convencido de que estaba enamorado de sus compañeros ocasionales, se enloqueció al descubrir que éstos existían únicamente en tanto penes a poseer y sólo a duras penas en tanto personas. Siguiendo las asociaciones sobre el hombre mayor, relacionándolas con su transferencia paterna, en ese momento en pleno desarrollo en la situación analítica, pude mostrarle que había sido indispensable para él evitar interesarse en sus compañeros a fin de continuar ignorando que el único pene que él buscaba era el de su padre. Deseaba recibir alimento y fuerza del pene paterno, evitando al mismo tiempo que su padre sufriera la castración y la devoración que esto implicaba. Después de esta sesión, el paciente interrumpió bruscamente todas sus aventuras homosexuales y comenzó a tener relaciones con una mujer mayor que él, pero "descubrió" que cada vez que comían juntos "se inflaba de una manera monstruosa". Exhibía sus hinchazones imaginarias a todos sus amigos, y también a mí. Al mismo tiempo se quejaba de que su dormitorio estaba lleno de espectros. Escuchaba sus voces burlonas. Hay muchas interpretaciones posibles en cuanto a este incidente: en primer lugar, el hecho de que hubiera renunciado a su renegación, que concernía tanto al

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padre como a la verdad sobre sus relaciones con la madre, trajo aparejado un desbordamiento intolerable de afectos penosos; además, parece que hubiera reintroyectado, bruscamente, toda una serie de imágenes escindidas del pene del padre que hasta el momento había manipulado, en el transcurso de sus activida des horno* sexuales, a través de juegos sexuales simbólicos y que ahora se transformaban en espectros; finalmente, al renunciar a la ilusión de poder recuperar un falo ideal, ¡se confundió totalmente con el personaje de la madre, tragándola! Dejaré de lado las fantasías de embarazo que se desarrollaron más tarde y que desaparecieron cuando el paciente decidió volver una vez más a los penes reales. Espero que este ejemplo sea un buen epítome para el terna de este capitulo: la escena primaria reinventada, forma privilegiada de la defensa maniaca, es preferible a la locura.

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3. EL DILEMA HOMOSEXUAL: ESTUDIO DE LA HOMOSEXUALIDAD FEMENINA

En este capítulo confío en mostrar que la homosexualidad femenina es una tentativa de resolver el conflicto vinculado con dos polaridades de la identidad psíquica: la identidad propia de cada individuo y su identidad sexual. En las mujeres que se vuelven homosexuales, los múltiples deseos y conflictos que cada niña enfrenta en relación con su padre se tramitaron renunciando a él como objeto de amor y deseo e identificándose, en lugar de eso, con él. El resultado es que, una vez más, la madre se convierte en el único objeto merecedor de amor. La hija adquiere entonces una identidad sexual algo ficticia, aunque su identificación inconsciente con el padre la ayuda a alcanzar un sentimiento más intenso de identidad subjetiva. Recurre a esta última para poner cierta distancia respecto de la imago maternal en sus aspectos más peligrosos y prohibitivos. En lo tocante a los aspectos idealizados de la imagen materna, éstos buscan satisfacerse en una relación sustitutiva con una pareja homosexual. Esta enunciación, harto simplificada, de la "solución homosexual" a la

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desazón edípica, así como al conflicto preedípico y la integridad narcisista, plantea muchos interrogantes. Espero poder dar respuesta parcial a algunos de ellos. ¿Qué razones podrían impulsar a una niña pequeña a renunciar al amor de su padre, y por qué medios llega a identificarse con él en vez de amarlo? ¿Por qué siente tan peligrosa a su madre? ¿Qué factores obstaculizan su identificación con la madre genital capaz de mantener relaciones sexuales con un hombre? ¿Qué hay detrás de su frenética idealización de la mujer, y qué es lo que tiene para ofrecer a sus parejas femeninas idealizadas? Más allá de estas cuestiones, que se relacionan básicamente con el mundo de los objetos internos y con la estrutura edípica, hay otras vinculadas a la sexualidad femenina en general. ¿Qué papel cumplen la "envidia del pene" y la "angustia de castración" en la homosexualidad? ¿Y qué sucede con la propia imagen corporal? ¿Cómo es posible mantener la ilusión de ser realmente la pareja sexual de otra mujer? Si disponemos de algunas respuestas provisionales a estas preguntas, estaremos mejor equipados para comenzar a indagar la relación homosexual, con todo lo que representa en el plano inconsciente. Pero primero echemos una mirada al más antiguo de los trabajos psicoanalíticos sobre este terna, publicado hace más de cuarenta años. "Ninguna prohibición ni vigilancia le impiden apro· vechar ]as raras ocasiones que se le ofrecen de hallarse en compañía de la amada, de espiar todos sus hábitos, de aguardarla horas y horas a la puerta de su casa o en la parada del tranvía, de enviarle flores , etc. Es evidente que este interés único ha devorado en la muchacha a todos los otros." Así describe Fre ud (1920, pág. 147) la pasión de una joven paciente homosexual por una mujer diez años mayor que ella. Al reconstruir la génesis de su homosexualidad, revela que de niña, luego de haber

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alcanzado un "apego edípico normal" por su padre, renunció a todo a~or hacia él en un período en que inconscientemente deseaba tener un hijo suyo, período que coincidió con un embarazo de la madre. Fue entonces la madre -esa rival suya, inconscientemente odiada, que le disputaba el amor del padre- la que dio a luz el hijo que la muchacha anhelaba. El efecto traumático de este suceso parece haber provocado en la joven un amargo rechazo de todos los hombres, en tanto

que ella "se trocaba en un hombre y tomaba a la madre en vez del padre como objeto de su amor" (pág. 158). A partir de entonces persiguió con devoción a varias mujeres algo mayores que ella. En el momento en que fue a la consulta con Freud est aba enamorada de una dama de dudosa moralidad, aunque de familia aristocrática, relación que era particularmente reprobada por el padre. No obstante, la joven se las ingenió para que éste la viera en compañía de su amada. El padre le dirigió en esa ocasión una mirada de odio que ella interpretó así: "Te está prohibido amar a esta mujer"; pero en su inconsciente el mensaje callado fue: ''Y tampoco me tendrás a mí". Después de ese intercambio de furiosas miradas entre padre e hija, su amiga se encolerizó al saber que el padre les vedaba todo trato, y le ordenó que la dejase en el acto y nunca m á s le dirigiera la palabra. Para la joven, era como si tanto el hombre como la mujer le negasen el derecho a la posesión sexual de una mujer; pero según muestra Freud en su artículo, inconscientemente esta prohibición significaba para ella que no tenía derecho a ocupa r el lugar de la madre y a desear al padre para sí. Ante el rechazo pat erno y materno, hace un último gesto simbólico para poseer y castigar a la vez a los dos objetos de s u deseo: se arroja a las vías del tren con intención de suicidarse . De esta manera trágica eleva su voz de protesta contra el doble abandono que

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sufrió, manifestando su sentimiento de total desamparo y su creencia de que ya no le quedaba para qué vivir. A partir de este fragmento de análisis, Freud penetra los deseos sexuales secretos de esta joven hacia su padre y su propósito simbólico, mediante el intento de suicidio, de obligarlo a darle un hijo. Se trata de un drama edípico. Las conclusiones de Freud podrían hacernos suponer que basta la mortificación narcisista para explicar ese salto suicida de la muchacha. Sin embargo, la furia y el dolor edípicos ante el hecho de que a uno le esté vedado por siempre satisfacer los deseos incestuosos infantiles es un trauma sexual universal. ¿Por qué esa joven, y muchas otras como ella, ha sido tan marcada por la índole traumática de la sexualidad y de la desilusión edípica? ¿Por qué recurre a una solución tan desesperada? Si bien su suicidio es precipitado por la desazón edípica, asistimos al mismo tiempo a un drama preedípico que Freud no explora. El artículo al que hicimos referencia es unos diez años anterior al sorprendente descubrimiento por Freud de los conflictos preedípicos de la niña en su afán de lograr la identificación sexual (Freud, 1931, 1933). Mucho antes de llegar a la fase edípica, debe adaptarse a una relación de amor y odio con su madre, y lograr la identificación con ella como ser individual y separado, a la vez que identificarse en el plano sexual. Es evidente que sus probabilidades de alcanzar la independencia psíquica sin una cuota indebida de culpa y depresión dependerán en gran medida de la disposición que muestre la madre a permitir que su hija se independice de ella, y a ayudarla en su identificación sexual. A su vez, esto exige que la madre reconozca en la hija a una rival con metas y deseos femeninos, y acepte el amor de ella hacia el padre. A todas luces, esto abarca también la actitud del padre hacia la pequeña, y depende del grado

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en que él quiera darle su fuerza y su amor, ayudándola así a desasirse de la madre. Si los padres padecen conflictos inconscientes que interfieren con ias tentativas de la hija de adaptarse a sus deseos narcisistas y eróticos, así como con su necesidad de hacer frente a las realidades sexuales y aceptar su propia identidad sexual, se corre el riesgo de que reciba mensajes confusos. Estos pondrán en peligro su creciente sentimiento de iden~ tidad, su capacidad para la prueba de realidad, y afectarán la estructuración de sus impulsos libidinales y agresivos. Por otra parte, es sohre la base de esta organización edípíca temprana pe~turbada que ella deberá enfrentar, y a la postre elaborar, los conflictos de la crisis edípica clásica. Quizá se justifique sostener que para producir un vástago homosexual se precisan dos padres con problemas. Freud enuncia claramente en su artículo que el intento de suicidio de su joven paciente fue una actuación inconsciente de su unión fálica con el padre; pero a esta reconstrucción simbólica debemos añadirle que también estaba poniendo en acto la disolución de su relación infantil con la madre. En definitiva, la muchacha es una mujer que hace valer su derecho a la sexualidad y a la maternidad, y que ya no necesita de otra mujer para completar su feminidad. Le había asignado a su amiga el papel de madre idealizada; bella y rodeada de amantes, era a los ojos de la vehemente joven el retrato perfecto de la feminidad, poseedora de los múltiples dones que ella creía que le habían sido negados, y que en su niñez pensó que estaban reservados exclusivamente a la madre. Su deseo consciente de ser objeto del deseo erótico de la otra mujer y de tomar posesión sexual de ella no sólo enmascara su anhelo de "ser un hombre", como dice Freud, sino también su deseo agresivo de obtener el tesoro escondido de la mujer: el dere-

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cho al hombre, a su pene y al hijo que él le brindará. Cuando su requisitoria homosexual se ve frustrada, procura castigar tanto al hombre como a la mujer, pues demanda algo de cada uno de ellos. En su intento de suicidio trata de dar satisfacción definitiva y secreta a esos deseos, y a la vez, según puntualiza Freud, procura ser castigada por ellos. Una solución diversa a su conflicto habría sido el establecimiento de relaciones homosexuales francas, y de hecho el artículo de Freud nos hace suponer que así sucedió con esta paciente. En tal caso, su actividad homosexual tuvo el mismo significado inconsciente que su tentativa de suicidio, a saber, la satisfacción simbólica de deseos amorosos y destructivos originalmente dirigidos a los progenitores. No quiero decir que la solución homosexual de los problemas edípicos y narcisistas sea equivalente al suicidio; por el contrario, ese desenlace puede servir para evitar caer en estados de depresión o despersonalización, y en tal sentido actuar como un baluarte contra el suicidio o la muerte psíquica. Varias mujeres homosexuales a quienes analicé presentaban notables similitudes en su estructura yoica y en sus antecedentes edípicos. Particularmente evidente era su violencia, así como la complicada lucha defensiva que libraban contra ésta, en especial cuando estaba dirigida contra su pareja sexual. No era menos llamativa la fragilidad de su sentimiento de identidad, que se manifestaba en períodos de despersonalización, estados cor· porales anómalos, etc., especialmente si sentían que pesaba sobre la relación con su pareja una amenaza externa o interna. Una de estas pacientes, por ejemplo, al enterarse de improviso de que su amante iba a ausentarse por tres días, exclamó: "¡Cuando leí su carta, sentí que la habitación daba vueltas a mi alrededor! No podía recapacitar ni darme cuenta de dónde estaba, y para

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-recobrar mis sentidos tuve que golpearme la cabeza contra la pared". En una ocasión parecida se quemó las manos con cigarrillos encendidos a fin de poner término a la penosa sensación de pérdida de los límites de su yo corporal (Federn, 1952). Otra de mis pacientes se cortó las manos con un cuchillo filoso y quemó trozos de su piel al ser abandonada por su amante de entonces. Estas pacientes no sólo expresaban su dependencia casi simbiótica de sus respectivas parejas sino, además, el terror y la furia violenta que suscitaba la experiencia de la separación y la pérdida. Todas ellas manifestaban reacciones igualmente intensas hacia los hombres ... aunque suponían que éstos iban a descargar sobre ellas algún ataque violento. Una de mis analizantes guardaba en su bolsillo un estilete, otra escondía en la cartera un gran cuchillo de cocina; ambas decían que era para protegerse de los ataques de los taxistas o de los transeúntes. Además de episodios aislados de confusión y despersonalización, todas ellas sufrían períodos de intensa depresión vinculada al fracaso de su relación amorosa o de su actividad creativa o profesional. Con frecuencia, el motivo consciente de que acudieran al tratamiento era algún fracaso laboral. En mi trabajo con estas pacientes llegué a comprender que a menudo sus relaciones sexuales y amorosas er a n usadas por ellas como una pantalla maníaca contra los sentimientos depresivos y los temores persecutorios, una protección mágica contra ataques fantaseados o la amenaza de pérdida de la identidad.

HISTORIA EDIPICA Y ESTRUCTURA EDIPICA

Establezco una distinción entre, por un lado, la historia familiar personal que surge de los recuerdos

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infantiles, las valoraciones conscientes y lo que podríamos llamar las imagos parentales y, por otro lado, las estructuras simbólicas inconscientes a que han dado lugar las vivencias infantiles y el mundo interno de fantasía del individuo. Estas estructuras afectan no sólo al yo, a su sistema defensivo y a los objetos de amor y odio internalizados, sino también a las relaciones con los objetos externos. Si damos al concepto de "estructura" el significado que le atribuyó Lévi-Strauss (1949), podemos aceptar que la estructura edípíca es nuclear como base inconsciente de la personalidad. No sólo determina la identidad del yo en sus aspectos narcisistas y sexuales, sino que además pone su sello en las metas instintivas y a la postre estructura las relaciones inter e intrapersonales. La profunda significación simbólica del complejo de Edipo no puede redu· cirse a la historia d el niño con sus progenitores, aunque únicamente rea rmando esta "his toria" podemos llegar a comprender la estructura simbólica del yo y de sus objetos sexuales. En los hombres y mujeres homosexuales, hallamos una novela familiar de un género específico, que debemos analizar con cuidado sí queremos entender la estructura de personalidad resultante y el papel de los objetos homosexuales en la economía psíquica. Por lo tanto, además de la concordancia en lo que se refiere a los factores de la estructura yoica y los mecanismos de defensa empleados para mantenerla en su equilibrio precario, hay una notable similitud en la forma como estos pacientes presentan a sus prÓgenitores. Todas mis pacientes homosexuales podrían haber pertenecido a la misma fanúlia, hasta tal punto se asemejaban las descripciones que hacían de sus padres. Mis propias observaciones clínicas en este sentido han sido ampliamente corroboradas por los hallazgos de otros autores analíti-

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-cos que se ocuparon del tema, en particular Deutsch (1932, 1944-1945), Socarides (1968) y Rosen (1964). Las descripciones que haremos a continuación pro~iguen investigaciones anteriores acerca de Ja significación inconsciente de las relaciones objetales en la homosexualidad femenina (McDougall, 1970). Si he entresacado fragmentos bastante extensos de este artículo anterior es porque tengo muy poco que añadir sobre este particular aspecto de la homosexualidad.

LA IMAGEN DEL PADRE

Como veremos, el padre no es ni idealizado ni deseado por estas pacientes. Cuando no permanece totalmente ausente del discurso analítico, es despreciado, detestado o denigrado de algún otro modo. La preocupación intensa por los ruidos que produce, su brutalidad, insensibilidad, falta de refinamiento, etc., contribuyen a dar al cuadro una tonalidad anal-sádica. Por lo demás, se impugnan sus atributos fálico-genitales, ya que a menudo se lo presenta como ineficaz e impotente; la hija no siente que su padre sea fuerte ni amante, ni considera su carácter esencialmente viril. En el mundo psíquico interno de la hija, el padre otrora fálico ha sufrido una regresión y se ha vuelto anal-sádico. Olivia, una atractiva joven de algo más de veinte años, que durante los primeros años de su análisis vivió con una mujer mayor que ella con quien decía estar "casada", vino un 'día a la sesión afectada por un malestar físico y esgrimiendo una carta de su padre. "¡Tendré que volver a Florencia en las vacaciones, y estar con mi familia! -exclamó-. Esto me enferma. No pude dormir en toda la noche. Pensé que iba a vomitar . .. no soporto los ruidos horribles que hace mi padre con la garganta y

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cuando tose. Los hace únicamente para volverme loca. No tolero mirarlo. Retuerce el rostro y hace muecas con pequeños movimientos musculares. Es asqueroso." En las sesiones anteriores había recordado que de niña él solía pincharla con la barba, y que tenía una voz estridente y aterradora. De hecho, todos los recuerdos a él vinculados retrataban su presencia como una intromisión violenta. Pasaron unos dos años de análisis antes que surgieran recuerdos más cariñosos y tiernos. Por lo que Olivia podía saber a esta altura de su tratamiento, siempre lo había odiado y creía que él también la odiaba. Siguió diciendo: "Tengo tanto miedo de sufrir un 'ataque' cuando regrese a Florencia ... y mi padre me odia más que nunca cuando estoy enferma y no puedo salir de casa". Se referia a una fobia al vómito lo bastante severa como para anular la mayor parte de su vida social, y que era uno de los motivos principales por los cuales había acudido al análisis. Olivia continuó "vomitando" su furia y malestar contra el padre: "Estoy segura de que él es el causante de mis ataques. Trata de que yo me enferme. Probablemente usted no me crea, pero sé que él quisiera matarme." En ciertos periodos, Olivia había llegado a imaginar que el padre se complotaba con sus empleados para liquidarla. En su tercer año de análisis corrigió esta creencia: "Mi padre no es consciente de ello -declaró--, pero inconscientemente le gustaria matarme". A la sazón ya no se sentía compelida a salir armada de un cuchillo para prevenir los ataques de los hombres. Karen, una actriz talentosa, acudió al análisis a raíz de graves ataques de angustia que la paralizaban frente al público. A medida que avanzaba el tratamiento pudo dar un contenido fantaseado a sus ataques fóbicos: era como si de pronto pudiera llegar a defecar o a vomitar sobre el escenario. "Cuando pienso en mi padre, lo oigo

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aclararse la garganta llena de gargajos, sonarse la nariz, todos esos ruidos horribles que parecía desparramar por la mesa cuando comíamos y nos rodeaban (a ella y a sus hermanas). Yo solía pensar que si él me dirigía la palabra yo me iba a desmayar, como si estuviese por escupirme. ¡Cerdo inmundo, tenía ganas de arrancarle las tripas! Me hacía vomitar." En otra oportunidad dijo: "De chica siempre tenía miedo de perder el control de mí misma. Me desmayaba con frecuencia. Todas las mañanas, antes de ir a la escuela, me ponía a rezar: 'Por favor, Dios mío, no permitas que vomite hoy'", En otras ocasiones recordó una fantasía aterradora que persistió durante casi veinte años, en la que su padre se deslizaba por detrás de ella con el propósito de cortarle la cabeza. "Pienso que tiene que haberme amenazado con que me la iba a cortar cuando yo era chica. Cada vez que él estaba detrás de mí, yo pegaba un salto. Siempre me mantenía a una distancia que me pusiera a salvo; nunca me sentabajunto a él en el auto." Eva relata: "No puedo describir la mirada terrible de mi padre. Aunque yo no haya hecho nada, siempre tengo miedo de que me grite ... ¡y es tan grosero en la mesa! El corazón me empieza a palpitar como si fuese a matarme. Cuando él está, yo quedo paralizada por el terror y no puedo ni ~omer ni hablar". Sophie, una ginecóloga que convive con una colega, pinta básicamente el mismo retrato del padre denigrado, sólo que con algunos toques diferentes: "Como hombre de negocios ha tenido éxito y ha hecho fortuna, pero básicamente no es más que un campesino ... de ideales atrasados, sin ninguna sensibilidad. En la casa nadie puede mover un dedo sin su conformidad. Puede entregarse a violentos berrinches, como un chico. Odia a las mujeres; cuenta orgulloso que una vez le dio una bofetada en público a su hermana porque estaba

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saliendo con un muchacho. A un padre así, nadie puede mirarlo a la cara". Por estos ejemplos, que podrían multiplicarse, vemos que 1a imago paterna es fuerte y peligrosa. La proximidad física con el padre da origen a sentimientos de temor o de asco. La hija relata una situación infantil en la que mantiene a distancia a su padre. Le sigue una lucha librada en su fantasía contra la invasión de sus tics, sus escupitajos, su voz airada y otras intromisiones semejantes. El carácter anal de las descripciones es patente, así como la idea de un ataque sádico. La misma concentración en el padre, en sus gestos y ademanes, ruidos, palabras y actitudes, da cierto indicio de la incómoda excitación adosada a su imagen. Se tiene la impresión de que uno está ante una niña pequeña que siente terror de ser atacada o penetrada por el padre. El énfasis en su suciedad, sus ruidos y su poco refinamiento, así como la intensidad con que se lo repudia como persona, nos sugiere que la hija ha recurrido a la regresión y la represión para tramitar cualquier interés fálico-sexual que pudiera haberse suscitado. Además, hay pruebas de que se ha visto obligada a erigir defensas psíquicas para hacer frente a los problemas inconscientes del padre con respecto a la feminidad. Estas suposiciones se ven corroboradas por la observación de que en las primeras etapas del análisis apenas si se hace referencia a la sexualidad genital del padre o aun a su actividad masculina en el mundo externo. La relación sexual con la madre es borrada por completo, y se desdeñan o subestiman sus logros profesionales. El valor defensivo de esta imagen impotente es claro: si el padre está castrado, no hay nada que temer, no se le puede desear como objeto amoroso. Aún no ha sido investigada la razón de este introyecto denigrado y destruido, ni la forma en que se lo priva de todo atributo

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fálico-genital. En este punto es importante alcanzar <'ierta comprensión de la identificación inconsciente con el padre que han construido estas pacientes. Al principio de su análisis, Olivia siempre venía vestida con vaqueros sucios y pulóveres grandes y gruesos, quejándose de las mujeres de su entorno que criticaban su aspecto y se negaban a aceptarla como ella era. "Soy una zaparrastrosa, parezco un chico mugriento. Estoy convencida de que tampoco usted se interesa por mí; ¡hasta supongo que no tiene ganas de seguir analizándome!" Me preguntó si venían a tratarse conmigo muchas mujeres bien vestidas, y luego se echó a llorar, diciendo que ella era "sucia, torpe y asquerosa", al mismo tiempo que aseguraba que le era imposible ser de otro modo. "Me sentiría ridícula si me vistiera como una mujer. Además, no las soporto cuando se ponen a chismorrear sobre la moda y el maquillaje. Toda mí vida mi madre me obligó a vestirme bien para asistir a las fiestas. Yo siempre me ponía furiosa y me enfermaba." Olivia se aplicaba a sí misma los epítetos con que había castigado a su padre. En gran medida perdido para ella como objeto -salvo por el odio apasionado que !e tenía-, se identificaba con él bajo la forma de una imagen regresiva, poseedora de características anales desagradables y peligrosas. Durante un tiempo usó en la muñeca una gruesa pulsera de cuero, persuadida de que le daba "un aspecto de fuerza y de crueldad"; pero ignoraba hasta qué punto se había identificado, ya que proyectaba gran parte de esta fuerza y crueldad peligrosas en el mundo de los hombres en general. Salía protegida por su cuchillo contra los ataques sádicos; no se le pasaba por la cabeza que era ella la que llevaba el cuchillo, y por tanto la que podría ser considerada peligrosa. Anticipándonos a nuestro examen del papel de la madre en esta curiosa trama edípica, digamos que sen-

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tía que la identificación parcial con la imago paterna era prohibida por su madre , y criticada y despreciada por otras mujeres. En la sesión a que hacemos referencia -y de hecho lo mismo había venido ocurriendo en los dos últimos años de trabajo analítico-, Olivia expresó su temor de que también la analista la echase por aquellos rasgos en que inconscientemente se había identificado con la fuerza de su padre. Estos elementos representaban, a todas luces, una parte vital de su identidad, que debía luchar por preservar. Si bien su identificación narcisista con un padre concebido en términos analsádicos era para ella muy conflictiva, tenía importancia cardinal para la imagen que se forjaba de sí misma y constituía una dimensión importante de sus vínculos homosexuales. Karen, con su inimitable estilo personal, presentó un autorretrato idéntico: "No soy más que un pedazo de mierda, y así es como todos me tratan, exactamente. Pero mi amiga, Paula, me ve de una manera muy distinta, por eso me di cuenta de que realmente me amaba. Le gusta mí locura y no me trata como una mierda". Y a continuación añadió, de un modo defensivo, sin duda preguntándose si la analista podría amarla y aceptarla tal como era: "Hace semanas que no me baño y me importa un rábano. Huelo como un zorrino, y no me disgusta. ¿Usted me huele?". A más de aferrarse narcisistamente a sus productos y olores corporales, Karen se vestía de manera acorde con esas ideas. Cuando se la obligaba a ponerse ropa "femenina" se sentía angustiada e incómoda. Las intenciones sádicas atribuidas a su padre eran asimismo elementos importantes en la vida de fantasía de Karen. A menudo se imaginaba a sí misma asesinando hombres. "Me gustaría matar a algún hombre -decía-, un hombre cualquiera, atravesarle el vientre con un cuchillo." Solía soñar que cortaba 104

r a un hombre en pedazos, y esos días tenía miedo de saiir

a la calle a menos que estuviera acompañada por su amante, ya que temía que los hombres se complotasen para asesinarla. Es interesante señalar que Sophie, quien afirmaba que su padre odiaba a las mujeres, me comentó en su primera entrevista que ella era misógina -aunque sus relaciones amorosas eran exclusivamente homosexuales-. También Sophie se sentía "castrada" (era la palabra que ella misma utilizaba) si tenía que usar un vestido en lugar de sus elegantes trajes varoniles. Sophie tenía más conciencia que el resto de mis pacientes homosexuales del odio subyacente en ella y de su ambivalencia general respecto de sus amores homosexuales, por más que su identificación con un padre anal-sá dico era por entero inconsciente. Me ocuparé ahora de otro aspecto es encial de la imagen del padre, de gran importancia para comprender la estructura edípica simbólica y su part icular fragilidad. A su vez, este aspecto tiene trascend entales consecuencias para la estructura del yo y el m a ntenimiento de la identidad yoica. Por detrás de la imagen "castrada", de la involucracíón libídinal r egresiva con un padre anal-sádico excitante per o aterrador, está la imagen del padre que ha fallado en su rol parental específico, dejándola a su pequeña pres a de una imagen materna controladora, devoradora y omnipot ente. Se siente que la madre -a la que, como veremos, suele representársela como la esencia de la feminidad, y en modo alguno como una personalidad masculina fálicaha destruido secretamente el valor del padre en tanto figura de autoridad, y contribuyó a que la niña negara sus atributos fálico-genitales. La escena primaria, en caso de ser admitida, es concebida en términos sádicos y habitualmente vinculada a relatos de la madre acerca

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de la brutalidad sexual que es previsible esperar de los hombres. Un tema permanente es la aparente complicidad de la madre en la casi total destrucción de la imagen masculina del padre. Una madre se coligaba con sus hijos para robarle al padre pequeñas sumas de dinero; otra ayudaba a su hija a ocultar que estaba sacando bajas calificaciones en la escuela. Una de mis pacientes me dijo que la madre no le permitía a su marido acercarse mucho a ella cuando era niña, argumentando que la perturbaba porque era una niña "nerviosa y delicada". La madre de Karen solía comentarle con frecuencia la posibilidad de un divorcio, tras la cual estaba la idea de que en tal caso ella y la niña estarían mejor solas; otra madre desacreditaba permanentemente a la familia del padre y sus antecedentes. Estas hijas, si bien por un lado encontraban cierto deleite en suponer que ellas eran para su madre más importantes que el marido, por otro lado se resentían amargamente de la exclusión del padre y lo acusaban de no haber desempeñado un papel paterno que las ayudase a independizarse de su madre. El peligro que entrañaba esta destrucción de la imagen paterna sólo salía a luz lentamente en el análisis, aunque era detectable en ciertos síntomas de angustia desde el principio. Karen relató así uno de sus sueños: "Un niño pequeño corre delante de un automóvil. La mujer que conduce lo atropella, le pasa por encima y lo deja paralizado. Mi padre está ahí parado y dice que no sabe adónde acudir en busca de ayuda. Yo grito: 'Pero tú eres médico, ¿no? Podrían colgarte por haberte negado a ayudar a alguien que está en peligro mortal'. Luego tomo a la criatura y la llevo yo misma a una médica. Ella le echa éter, pero yo sigo llamando a mi yadre para que venga a ayudarme".

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Las asociaciones de Karen llevaron a furiosas imprecaciones contra el padre y a algunos pormenores que permitieron discernir que el chico herido era una representación de ella, y la médica, de la analista. Reconstruyamos el significado latente del sueño en lo que importa para el presente examen. El accidente del niño simboliza la castración en un sentido general. Está paralizado, como la propia Karen se siente la mayor parte del tiempo. "Mi madre es terrible para conducir un automóvil -dijo-. ¡Nunca mira por dónde va!" Pero es por otro lado una mujer (la madre-analista) quien supuestamente reparará el grave daño sufrido por el chico, ante el cual el padre se muestra indiferente. Las relaciones homosexuales la "repararán" y pondrán fin a su sentimiento de parálisis, suminístrándole el tan ansiado completamiento de sí misma. No obstante, los peligros que acechan en la solución homosexual, al revivirlos en la situacíón analítica, se ponen de relieve en las asociaciones de Karen ante el "tratamiento" escogido por la médica. "El éter -afirma- lo calma a uno volviéndolo insensible, de modo que ya no siente ningún dolor o, de lo contrario, lo mata." La madre-analista, como la pareja homosexual, puede calmar al bebé dañado volviéndolo a la fantaseada beatitud de la fusión madre-lactante, pero este derrotero puede llevar también a la muerte del bebé. El padre rechazante abandona a su hija dejándola en manos de la madre seductora y dominante, quien a cambio sólo ofrece una muerte psíquica. Lo que otrora fue una exigencia fálico-libidinal ha experimentado ahora una regresión y se convirtió en un grito de socorro; pero el padre no escucha el llamado. Un sueño de Olivia muestra un cuadro inconsciente similar del padre. En el sueño ella ve cómo una gata da a luz gatitos que nacen con los ojos abiertos, lo cual significa que van a morir. Hace intentos desesperados por

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... salvarlos; primero los pone en un caJon que resulta demasiado pequeño para ellos, y se ahogan. Luego los saca fuera y los deja, junto con la gata, sobre la nieve, donde también tienen dificultades para sobrevivir. El padre de ella está allí con la gata, y ella le pide ayuda; él replica que está demasiado ocupado, que tiene una reunión de negocios. Ella se vuelve hacia los gatitos y los encuentra a todos muertos. Al relatar el sueño Olivia se echa a llorar, diciendo que era como la vida real por cuanto al padre no le preocuparía que ella muriese. Los gatitos destinados a morir porque tenían los ojos abiertos eran una referencia, en el pensar del proceso primario, a un antiguo recuerdo de la escena primordial. En una oportunidad Olivia había visto a sus padres haciendo el amor mientras creían que ella estaba dormida, y al contar este recuerdo encubridor dijo que la madre era "la gata que recibía la crema". A la sazón ella tenía tres años; en esta historia onírica puede detectarse su deseo de que los bebés de la madre muriesen, pero lo que en definitiva murió en la mente de la niña fue la esperanza de poder identificarse algún día con la madre-gata y tener acceso a una imagen paterna genital, y el derecho a dar a luz gatitos propios. Todas las asociaciones de Olivia sobre este sueño conducían a su sentimiento de estar "destruida" por dentro. En esta época venía padeciendo una amenorrea desde varios meses atrás. Si bien más tarde pudimos comprender que este síntoma significaba también su deseo de tener un hijo, en su fantasía de ese momento ella estaba vacía y terminada como mujer; los gatitos muertos la representaban a ella y a sus niños no nacidos y condenados a la extinción. En el sueño, se vuelve hacia el padre para que la salve de esa situación en que está en juego su feminidad. El no hace nada, y el resultado final es la muerte.

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Por detrás del deseo consciente de eliminar o denigrar al padre, todas mis pacientes homosexuales manifiestan heridas narcisistas ligadas a la imagen del padre indiferente. Fortalecidas por la convicción de que la madre vedaba toda r elación amorosa entre la hija y el padre, estas mujeres tendían a suponer que cualquier deseo que tuviesen por el padre, por su amor o por su pene, era peligroso, ya que no podía entrañar sino la pérdida del amor de la madre y provocar la castración del padre. Así, el disgusto de la hija frente al padre, reconocido conscientemente, era vivenciado como un regalo que ella le hacía a la madre. A su vez, daba origen a fantasías de un padre vengativo y persecutorio, y subsiguientemente a un temor frente a los hombres en general. ¿Qué luz arrojan estos breves ejemplos clínicos sobre la relación de una homosexual con su padre? Casi no hay huellas de las soluciones neuróticas normales frente a los deseos edípicos. El padre se ha perdido como objeto de amor, e igualmente como representante de la seguridad y la fuerza, lo cual estorba el camino hacia las relaciones genitales futuras. Por otra parte, el yo de la niña pequeña, en sus intentos de tramitar sus deseos primitivos libidinales y agresivos, ha sufrido profundas modificaciones. Ha incorporado a su estructura el objeto paterno descartado, para ya no renunciar jamás a él. Ningún otro hombre tomará el lugar del padre en el universo psíquico de la niña homosexual. La renuncia al padre como objeto de investidura libidinal no guarda correspondencia con el abandono del objeto edípico tal como lo encontramos en las mujeres heterosexuales; en consecuencia, tampoco lleva a la formación de síntomas tendientes a tramitar los deseos edípicos frustrados y la angustia de castración, como los hallamos en la mayoría de las estructuras neuróticas. Hay en lugar de ello una

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identificación con el padre, la cual si bien puede decirse que impide una ulterior desintegración del yo, tiene en sí misma consecuencias invalidantes para el yo de la niña, dado que se trata de una identificación con una imagen mutilada, dotada de atributos desagradables y peligrosos. La ambivalencia inherente a cualquier proceso de identificación está aquí realzada en un grado inconmensurable; el yo corre el riesgo de sufrir ataques implacables del superyó a causa de tales identificaciones, que pese a todo forman parte esencial de la identidad de la niña. Los reproches depresivos que con tanta frecuencia se hace una homosexual llevan la marca de los reproches clásicos de los melancólicos (Freud, 1917). Constituyen un ataque contra el padre internalizado; sin embargo, este objeto de la identificación, importante desde el punto de vista narcisista y celosamente guardado, es un baluarte contra la disolución psicótica. El Slilperyó pregenital da por resultado una fragilidad yoica y el empobrecimiento o parálisis de gran parte del funcionamiento del yo. Aún nos queda por resolver este interrogante: ¿por qué Ja nifia, en su tentativa de internalizar algo tan importante para su yo y para su desarrollo instintivo c-0mo la representación fálica del padre, sólo puede hacerlo a expensas de una pérdida de objeto, del deterioro del yo y de un sufrimiento considerable? Una mejor comprensión de su realidad psíquica interna nos exige pasar a investigar ahora la relación con la imago materna.

LA IMAGEN DE LA MADRE

Ya hemos mencionado la complicidad con la madre; no obstante, existe escasa identificación de la hija con

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ella. Invariablemente la describe en términos idealizados: es hermosa, inteligente, encantadora. Está dotada de todas las cualidades de las que la hija carece. Lo llamativo de esta desigual situación es que se la da por sentada. No hay envidia consciente hacia la madre. Por otra parte, aparece como única saJvaguardia contra los peligros de 1a vida, que proceden del padre y del mundo externo. Al mismo tiempo, a menudo la hija siente que la madre está en peligro; no es raro que tema su muerte jnmin.~nt.e._En_ü1_füntasí~. es víctima de accidentes o de enfermedades fatales o presa de supuestos atacantes. Más cerca de la fuente, corre el peligro de ser abandonada por el padre o excesivamente dominada por éste. Se supone que, ya sea en el plano sexual o en otros, él le impone demandas injustas. La identificación con esta imago presenta dos dificultades principales. Cualquier aspiración a una identificación narcisista está condenada al fracaso a raíz de su excesiva idealización, que por su parte es mantenida para reprimir un trasfondo de deseos hostiles y destructivos dirigidos contra la madre internalizada. Esta debe permanecer como un ideal inalcanzable al precio de una permanente sangría narcisista en la imagen que la hija tiene de sí misma, actitud reforzada por la índole destructiva de las fantasías sobre la escena primordial. No hay trazas siquiera de la idea de que los padres podrían complementarse sexualmente o de que la relación con el padre benefic1a en algún aspecto a Ja madre. Con frecuencia la r elación sexual de los padres es por entero denegada en el plano consciente. El análisis revela que, por detrás de esta renegación de la realidad sexual, hay imágenes sádicas aterradoras sobre dichas relaciones sexuales o sobre el pene del padre. Por lo tanto, la hija no tiene ningún deseo de identificarse con la madre en su rol genital. El deseo fantaseado de todas estas pacientes

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podría sintetizarse así: anhelan la total eliminación del padre y la creación de una relación exclusiva y perdurable con la madre. Encarnan esta fantasía en sus vínculos con parejas del mismo sexo, que se convierten así en madres sustitutivas, frecuentemente alternando los roles (una de ellas es a veces la madre, a veces la hija). A menudo las elaboraciones de este deseo se reiteran al comienzo de la situación transferencial. Sus elementos agresivos son por lo común fuertemente reprimidos. Volveré a presentar ejemplos de mi experiencia analítica. 01ivia describía a su madre diciendo que era "talentosa y bella; era una figura pública a la que todos adoraban ... Yo siempre quería estar cerca de ella, como los demás. Cada vez que salíamos, me acosaba la idea de que un coche podía atropellarla ... Es una mujer pura e inocente, incapaz de imaginar que alguien pueda tener malos pensamientos ... el único problema es que no puede entender qué significa estar enfermo; ella no lo estuvo nunca ... Lo cierto es que nunca estaba presente cuando yo la necesitaba. Me pregunto si mis dolores de estómago no habrán sido una manera de estar cerca de ella". Eva declaró: "Yo la quería muchísimo ... ¡y era tan linda! Se sometió a un montón de tratamientos de belleza y todavía se la ve joven para su edad. Cuando yo era chica, acostumbraba ahorrar todas las monedas que juntaba para comprarle flores". {Más tarde le robó dinero al padre para regalarles flores a las compañeras de colegio de las que estaba enamorada.) "Cuando ella cuidaba a mi hermanita menor, yo casi me enfermaba de ganas de estar con ella. A veces hasta trataba de enfermarme yo misma para quedarme en casa junto a ella." Luego agregó: "Pero de alguna manera se me hacía difícil acercármele. No es que fuera mezquina, sino que en lugar de dar su amor daba objetos".

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Antes de explorar las múltiples capas de la imago materna, recapitulemos brevemente las imágenes parentales tal como se ponen de relieve en las primeras etapas del análisis. El padre es el depositario de todo lo malo, sucio o peligroso, en tanto que la madre es pura, hermosa y limpia. Sobre todo, ella se mantiene como un objeto no confiictivo. Es la fuente de toda seguridad ... una seguridad que más tarde se buscará en otras mujeres, transformadas en objetos del deseo sexual. La hija supone que posee atributos femeninos muy valiosos, aunque éstos no evocan en ella celos conscientes. Más tarde confiará en tener acceso a algunos de ellos enamorándose de otra mujer. La nota amarga de esta melodía madre-hija es la impresión de que la madre está inmersa narcisistamente en sí misma y le falta comprensión. Pero en su tentativa de mantener intacta la imagen idealizada, la hija no se resiente por estos rasgos. Más aún, se considera una criatura indigna de ser amada y sin mérito alguno, que decepcionó a su madre. A medida que proseguía el análisis, todas mis pacientes ponían de manifiesto y examinaban diferentes aspectos de la imagen materna, dos de los cuales pare~ cían particularmente importantes: el primero se vinculaba con sus sentimientos ambivalentes hacia la madre, en tanto que el segundo daba algún indicio sobre la ambivalencia de la madre misma. Ya hemos aludido al primero: la preocupación continua por la salud y seguridad de la madre. Era habitual que se sucedieran las imágenes obsesivas de que caía víctima de alguna enfermedad fatal o de que se la encontraría muerta o cortada en pedazos. Esto se expresaba en la necesidad compulsiva de mis pacientes de llamarla por teléfono cuando se separaban de ella o de regresar junto a ella en mitad de las vacaciones. A menudo, temores idénticos eran transferidos globalmente a las parejas femenin as. La necesi-

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dad de estar muy próximas a la madre, de controlar Jo mejor posible sus movimientos y de fatigarla con sP solicitud velaba apenas el contenido agresivo subyacente. El énfasis recaía en lo indispensable que era la madre para Ja hija. Sólo mucho después estas pacientes pudieron descubrir que sentían que ésta era una exigencia de la madre, y que independizarse de elJa habría sido considerado desleal y riesgoso. Las fantasías según las cuales la madre, o Ja pareja sexual, podrfo ser víctima de una catástrofe fatal eran consideradas conscientemente por las pacientes como una amenaza total a su seguridad personal y a su mundo de objetos, pero a medida que transcurría e] tiempo no podían dejar de percatarse de que eran medios mágicos tendientes a impedir que los impulsos peligrosos que anidaban en ellas mismas destruyesen el objeto materno. El segundo tema que aparecía con ineluctable regularidad era el de una madre rígidamente controladora, que esgrimía un poder omnipotente sobre eI cuerpo de su hija y estaba metículosamente preocupada por el orden, la salud y la limpieza. Los sentimientos ocultos a que daba origen esta particular relación con la madre encuentran expresión típica en un comentario de Karen: "Mi madre odiaba todo lo vinculado con mi cuerpo. Solía oler mis ropas todo el tiempo para comprobar si estaban sucias. Cuando yo defecaba, era como si fuese materia envenenada. Durante años creí que ella no defecaba nunca . ¡Todavía hoy me resulta difícil pensar que lo hace!". Los ejemplos sobre esto forman legión. Una de mis pacientes tenía prohibido mencionar siquiera sus necesidades excretorias; desde muy chiquita le enseñaron que para llamar la atención sobre ellas tenía que toser discretamente; siempre se sintió sucia y avergonzada de sus funciones corporales. Otra madre llamaba "una dolencia en la espalda" a la constipación y le prohi-

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-bió a su hija que mirara las heces. Estos aspectos de la madre "anal" que rechazaba todo lo que puede ligarse con el concepto de "erotismo anal" surtían un efecto marcadamente inhibitorio sobre la integración de los componentes anales de la libido, según hemos visto. Ya se ha señalado el desplazamiento de estos componentes a la imagen fálica del padre. Los aspectos controladores y rechazantes de lo físico que formaban parte de la imago corporal accedían lentamente a la conciencia despertando considerable resistencia, ya que se los sentía como un ataque contra la madre internalizada e implicaban el riesgo de ser separada de una relación casi simbiótica dentro del mundo de objetos internos (Mahler y Gosliner, 1955). Era sumamente penoso para estas pacientes sacar a la luz el sentimiento de que sus cuerpos, y todo su sí-mismo físico, habían sido seriamente rechazados por la madre, por más que todas ellas estaban al tanto desde el principio de su propio y violento rechazo físico de su cuerpo. "Mi cuerpo me repugnat sobre todo mis pechos. Todo lo blando que tengo es asqueroso. Siempre procuré tener manos fuertes. Mis manos se parecen a las de mi padre, ellas me ayudan a cubrir todo lo húmedo y malo que hay en mi cuerpo. Todavía me angustia terriblemente todo lo relacionado con la orina y la mierda ... no puedo aceptar estas funciones corpcrales; de alguna manera las siento asquerosamente femeninas." Así se expresaba Sophie respecto de su despreciado sí-mismo corporal. Cuando era más joven, solía tajearse la piel con una navaja para "purificarse", pero desde sus primeras experiencias homosexuales ya no tuvo necesidad de recurrir a este comportamiento compulsivo. La otra cara del rechazo y el odio maternos por el símismo físico de mis pacientes hallaba expresión en todas ellas a través de sus fantasías de amar el cuerpo

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de otra mujer. Se solazaban con las caricias de su pareja, sus minuciosas exploraciones, su ternura, y con todo ese a mor que inconscientemente demandaban para su cuerpo, al que creían feo y deforme, débil o enfermo. Una de ellas describió en estos términos la "'recuperación" de su cuerpo gracias a su pareja femenina: "Hasta que conocí a Sarah yo no tenía cuerpo, sólo cabeza. Siempre me destaqué en la escuela, para complacer a mamá. Pero salir a la calle era una pesadilla; me sentía torpe, ínestabfe y monstruosa; sin embargo, no tenía noticia de las diferentes partes de mi cuerpo. Sarah les dio vida a mis manos, a mis pies, a mi piel. Pero todavía no lo soporto mucho. No me gusta que me toque los pechos. Adoro sus genitales , pero no dejo que toque los míos". Un intenso conflicto corporal semejante a éste fue manifestado por otra paciente que proyectaba también en su pareja las fantasías peligrosas adheridas a su propio cuerpo y a sus genitales. Declaraba que carecía por completo de sensaciones clitorídeas o vaginales; más aún, hasta tenía confusión en cuanto a la localizaci6n de su vagina. La imaginaba constriñendo o cortando como un cuchillo. La asaltaba una fantasía recurrente en la que ella daba a luz a un niño fragmentado en pedazos; más tarde se volvió evidente que atribuía a su vagina funciones de devoración oral y de constricción anal. En su primera experiencia homosexual, a los 18 años, la excitó que su amiga le exigiese estimulación clitorídea y la hizo feliz administrarle esas caricias, pero cuando un día la amiga le pidió que pusiera sus dedos dentro de su vagina, se replegó horrorizada: "Estaba segura de que mis dedos quedarían atrapados dentro de ella y sería preciso llamar a un cirujano para separarnos. Quedé aterrada. No pude satisfacer su pedido". Este temor a "quedar atrapada" se conectaba con un aspecto incons116

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ciente de su relación con la madre, cuya vagina podría exigirle que ella quedase perpetuamente adherida, como un órgano fálico, a punto tal que sólo el bisturí del cirujano sería capaz de separarlas. Esta reflexión cobró mayor pertinencia y significado simbólico por el hecho de que el padre de esta paciente era un renombrado cirujano. Sólo un padre eficaz podría protegerla del deseo materno de convertirla en un falo permanente. Estos fragmentos de distintas sesiones arrojan alguna luz sobre el vínculo tenaz, aunque aterrador, de estas mujeres con los aspectos negativos de sus madres internalizadas. Todas ellas se consideraban inconscientemente como una parte o función indispensable de la madre (Leichtenstein, 1961). Este sentimiento de ser el falo de la madre constituía un aspecto reconfortante desde el punto de vista narcisista, pero iba inevitablemente acompañado por la idea de que eran objetos fecales despreciados por la madre, si bien controlados por ésta de manera omnipotente. La hija llegaba a pensar invariablemente que su existencia tenía por finalidad realzar el yo materno; uno se siente tentado de suponer que estas pacientes actuaban como objetos contrafóbicos respecto de las angustias profundas de la madre (Winnicott, 1948, 1960). Otros dos comentarios ilustran vívidamente el complejo y primitivo vínculo con la madre y el peligro que implicaba el deseo de disolverlo, por más que su perduración resultase aterradora e invalidante: "Los sentimientos que yo tengo hacia usted (la analista, en un momento de intensa transferencia maternal) son inaguantables. Nunca amé ni odié tanto a nadie en mi vida. Sí la amo, usted me destruirá; si la odio, me echará para siempre". Amor significa devoración. Durante largos períodos fue importante para esta paciente creer que yo la odiaba; la hacía sentirse más segura y le permitía

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soportar mejor su intenso odio sádico hacia mí. "Si usted me ama estoy perdida, porque entonces me destruirá y me arrojará como si fuera mierda, o de lo contrario me ligará a usted para siempre como hizo mi madre." Otra paciente expresó las mismas ideas en la siguiente fantasía: "Mi madre y yo estamos fundidas una con la otra. En un extremo estamos pegadas por la boca, en el otro por la vagina. Formamos un círculo rodeado por frias bandas de acero; si se rompe, quedaremos destrozadas". Esta fantasía, que se prolongó a lo largo de varias sesiones, sufrió luego una transformación: "Rompí ese círculo la primera vez que amé a otra mujer; pero había sólo una vagina ... ¡y la tenía mi madre! Con sus dedos de hielo ella cerró la m ía para siempre". La misma paciente sentía a menudo que si algo andaba bien en su vida (era artista) o sí tenía éxito o recibía satisfacciones en su trabajo, lo más probable era que su madre sufriera una grave enfermedad y muriese. Un terror idéntico en la relación simbiótica ha sido vívidamente expresado por Mary Barnes en Two Accounts of a Journey through Madness (Barnes y Berke, 1971) donde puso bien al desnudo la fuerza de un vínculo de esta índole con la imagen materna internalízada. Escribe allí: "Para mi madre era difícil ser amada, y ella nada entendía de motivaciones inconscientes ... Una vez le dije: 'Mamá, tengo la impresión de haber causado la enfermedad de Peter y todas tus dolencias!' ... Si me sentía feliz o disfrutaba conmigo misma, instintivamente me preguntaba: ¿Estará mamá enferma? ... Lo único seguro es estar muerta, o en un estado falso o escondida, encerrada en algún lado, loca Mary". Las pacientes a las que me estoy refiriendo eligieron otras soluciones (luego las examinaremos con más detalle) que Mary Barnes; para ellas, lo que tenía que "estar

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muerto, escondido, encerrado en algún lado" era la heterosexualidad y el mundo de los hombres, en tanto que la madre era permanentemente reparada y reconfortada. El temor a la separación y la independencia llevó a ¡nuchas de ellas a una imposibilidad de trabaji:i. · o de crear. Si tenían éxito en los empeños de esta índole, invariablemente era al precio de una gran angustia y de fantasías en las cuales la madre se enfermaba o moría. Tal vez no fuese casual que las madres de dos de mis pacientes de hecho se enfermasen de gravedad en momentos en que sus hijas habían comenzado a forjarse una carrera exitosa; otra sufrió unas hemorragias inexplicables cuando su hija se casó. Esta última paciente, en su etapa de rebeldía, soñó que la madre había perdido las piernas y ella estaba condenada a caminar debajo de la madre, ocupando el lugar vacante. ¿Cómo puede una pierna separarse de su cuerpo? ¿Y a qué clase de independencia puede aspirar? Además, ¿cómo puede funcionar la madre~cuerpo si sus piernas resuelven abandonarla? Estos son los dilemas que enfrenta la paciente homosexual cuando comienza a anhelar desprender sus lazos con la madre internalizada: o bien se convertirá apenas en un miembro amputado, o bien la madre se vengará o morirá. En la mayoría de los casos, estos sentimientos desesperados son transferidos a la pareja sexual. Sophie dijo: "Desde que mi amiga vino a vivir conmigo tengo la certeza de que existo. Yo era así de niña: sólo existía para los ojos de mi madre; sin ella, nunca estaba segura de quién era yo realmente". Para sintetizar las características salientes de la imago materna, podemos decir que la madre, a la que se siente destructora de la imagen fálica del padre, actúa como una barrera que prohíbe el acercamiento entre el padre y la hija. Por detrás de esta imagen está la madre-

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con-la-enema, que se apodera del cuerpo de la criatura y de su contenido. Por lo común, esto desemboca en un muy precoz control de las funciones corporales, lo cual, en vez de liberar a la niña pequeña, la vuelve aún más dependiente de su madre. Por último, está la fantasía de que la hija es parte de la esencia misma de la madre, y viceversa - fantasía simbiótica en que cada una de ellas mantiene con vida a la otra-. Nunca puede haber dos mujeres; separarse de la madre (o de sus sustitutas posteriores) equivale a perder la propia identidad (Leichtenstein, 1961). Aparte de la elección homosexual de objeto, otro desenlace de esta constelación familiar particularmente sesgada es una serie de rasgos de carácter interconectados que afectaban a la mayoría de mis pacientes, y que también encontré en los escritos clínicos de otros analistas. En ausencia de meticulosas formaciones reactivas compensatorias, estas pacientes tienden a manifestar incapacidad para organizar su vida, aun en los menores aspectos. Algunas parecían vivir permanentemente en medio del desorden y la confusión, hasta extremos punitorios. La imposibilidad de encontrar un trabajo constructivo, o incluso en algunos casos de ordenar sus papeles, hacer una valija o tomar una decisión, ejemplificaba el temor a toda actividad yoica independiente, juzgada peligrosa. El sentimiento de ser incompleto, incapaz, indefinible, vulnerable, es el resultado inevitable de la relación simbiótica inconsciente. La falta de integración de los componentes anales de la libido de un modo útil para el yo debilita aún más la estructura de la personalidad. Nada puede lograrse, o si se lo logra, no se lo retiene. Uno tiene la impresión de que estas pacientes se veían obligadas a demostrar que no les era posible conseguir nada sin la ayuda constante de la madre o de su sustituto. La madre que fomenta un precoz control

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-corporal y yoico en su pequeña hija, con el anhelo de que realice lo que ella no realizó, la priva del derecho de que sus realizaciones tengan por objeto su propio placer.

LA ENVIDIA DEL PENE Y EL CONCEPTO DE FALO

Antes de resumir la constelación edípica y el tipo específico de estructura inconsciente a que da origen, debemos examinar el papel de la envidia del pene en la homosexualidad, en comparación con el que tiene en el caso de las mujeres heterosexuales. Quisiera repasar los elementos de este concepto en la teoría freudiana y la distinción teórica entre "pene" y "falo", ya que es impor· tante para comprender la estructura simbólica que contribuye a la desviación sexual. Freud consideraba la envidia del pene como un elemento fundamental en la organización de la sexualidad femenina; entendía que ella es el resultado del descubri· miento de las diferencias entre los sexos, como consecuencia del cual la niña pequeña se siente despojada (Freud, 1925). Este sentimiento de despojo, que parte de la ignorancia de la existencia de la vagina, conduce al complejo de castración de la mujer (Freud, 1908). En la fase edípica, se presume que la envidia del pene dará lugar a dos transformaciones del deseo básico de tener un pene propio: por un lado, el deseo de incorporar un pene dentro del cuerpo (por lo general bajo la forma del deseo de tener un hijo), y por otro, el de recibir placer del pene del hombre en la relación sexual (Freud, 1920, 1933). La imposibilidad de lograr estas transformaciones puede desembocar en síntomas neuróticos y proble. mas de carácter. Esos mismos deseos pueden tener asi~ mismo expresión sublimatoria. El término "falo" tiene una significación simbólica. A

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medida que avanzaban sus investigaciones, Freud se fue interesando cada vez más por lo que él llamó la "fase fálica" del desarrollo libidinal en los niños de ambos sexos. El término "pene" quedó reservado al órgano masculino en su realidad anatómica, en tanto que "falo" vino a referirse a todo lo que el pene podría simbolizar en la realidad psíquica: potencia, poder, abundancia, fecundidad, etc. Puede atribuirse significación fálica, pues, a cualquier objeto parcial, como el pecho, las heces, la orina, un hijo o un adulto usado como tal. En escritos analíticos recientes {Grenberger, 1971), se considera al falo el símbolo de la integridad narcisista, o el signifi· cante fundamental del deseo (Lacan, 1966) para cualquiera de los dos sexos. La mayoría de los analistas coincidirían hoy en que el concepto de envidia del pene, con sus matices fálicos simbólicos, es aplicable a ambos sexos; si Ja niña pequeña envidia el órgano sexual de su hermano, también el varoncito envidia el gran pene paterno. Pero por encima de esta envidia, el interés se centra en la significación simbólica del pene: la importancia de la organización fálica en el desarrollo libidin al del niz1o y la niña, y su efecto estructurante en la situación edípica (Kurth y Patterson, 1968). Esta fase del desarrollo marca un punto de viraje en la vida psíquica, con consecuencias perdurables para la adquisición de la identidad sexual y la estructuración inconsciente del deseo sexual. El falo, como representante psíquico del deseo y del completamiento narcisista, desempeña el mismo papel para ambos sexos, aunque la actitud ante el pene anatómico sea necesariamente distinta. El hecho de que el pene sea un órgano sexual visible, y de que en nuestra sociedad falocéntrica el hombre es considerado un privilegiado respecto de la mujer, plantea a las mujeres problemas concretos que deben superar; y es poco probable que éstos se resuelvan 122

simplemente teniendo un hijo, como sostenía Freud. En verdad, por más que la mujer vea en su hijo el equivalente de un pene, o incluso de su falo -o sea, el objeto de su deseo y el medio de alcanzar el completamiento sexual y narcisista-, poco habrá resuelto de sus problemas básicos, sexuales y de relaciones objetales, y difícilmente evitará crearle otros más graves aún a su hijo. A fin de comprender los conflictos específicos de la niña en lo tocante a los deseos fálicos, debemos añadir que tienen su prototipo en la temprana relación madrehijo. El primer objeto fálico, en el sentido simbólico, el objeto más temprano de completamiento narcisista y de deseo libidinal, es el pecho. La connotación particular de la "madre fálica" como madre omnipotente en la situación de lactancia -objeto no sólo de las necesidades del bebé sino también objeto primordial del deseo eróticofue señalada en primer lugar por Brunswick (1940): "El término 'madre fálica' .. . designa preferentemente a la madre todopoderosa, la que es capaz de cualquier cosa y posee todos los atributos valiosos" (pág. 304). Por lo tanto, al ocupamos de la envidia fálica y su desarrollo específico en la niña, podemos rastrear su origen en el deseo de poseer para sí el pecho-madre, objeto de deseo, de placer y de necesidad; por ende, la envidia del pene puede remontarse a la envidia oral-sádica del pecho, y, a través de sus diversas representaciones anales, hasta su investidura en el pene. Desde este punto de vista, la envidia del pene, bajo la forma de desear tener un pene y envidiar a quienes lo poseen, es sólo una manifestación dentro de un continuo de objetos posibles del deseo en sus múltiples formas pregenitales, genitales y sublimadas. Cualquiera de los dos sexos, en su tentativa de dar solución a los anhelos sexuales y narcisistas infantiles, puede arribar a la errónea conclusión de que el secreto de toda consumación es poseer un pene,

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aunque por las razones enunciadas es más probable que ésta sea la fantasía de la niña. Tanto los hallazgos clínicos como la observación de niños confirman la importancia de la envidia del pene en la mujer, pero rara vez se han explorado sus numerosas raíces. No es explicable por el simple deseo megalomaníaco de poseer todo lo que uno no tiene. Se ha hecho referencia a que ella encubre tempranos anhelos orales. A estas dimensiones debemos añadir todos los pensamientos de la niña ligados al pene paterno. El padre habitualmente viene a representar la autoridad, el orden y el mundo externo, y su pene simboliza estos atributos en el inconsciente. Pero más allá de eso, también se lo considera el objeto de la reafirmación narcisista de la madre que debe ser deseado como tal, el objeto del deseo materno y un símbolo de poder y protección. Es evidente que, a los ojos de la niña pequeña, este símbolo fálico tan fuertemente investido llegará inevitablemenie a representar el principal objeto necesario para garantizar el amor y el interés sexual de la madre, así como una importante posesión con la que puede obtenerse el respeto del mundo en general. Como consecuencia de esto, se piensa que los varones detentan una posición sumamente favorecida. La envidia fálica de la niña tiene aun otra dimensión. En ambos sexos, el deseo de ser el objeto exc1usivo del amor y deseo maternos se acopla a un temor frente a la imagen materna pregenítal, la de la madre exigente y controladora de la fase anal-sádica del desarrollo y la no menos temible madre devoradora de la fantasía oral. La niña tiende a suponer que la posesión de un pene la protegerá de caer bajo la subyugación y sometimiento a estos aspectos omnipotentes de la imago materna; el varón no sólo tendría más que ofrecerle, sino que además no corre el riesgo de convertirse en rival de la madre.

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-Es comprensible, entonces, que un número abrumador de mujeres encuentren dificultades en resolver el problema de la envidia del pene, tanto más cuanto que al llegar a la maternidad suelen transmitir a sus hijas sus soluciones neuróticas -ya que la mujer debe ser considerada en gran medida responsable de las "soluciones" a los problemas planteados por la envidia del pene y la angustia de castración, desde el momento en que ella desempeña un papel crucial en la idealización del pene y el desprecio de la feminidad. "Estamos en lo cierto al suponer que esta antigua desigualdad exige la complicidad de la mujer, pese a su

aparente protesta, evidenciada en la envidia del pene. Los hombres y mujeres tienen que haber experimentado conflictos afectivos expecíficos y complementarios para establecer un modus vivendi capaz de prolongarse a lo largo de muchas civilizaciones. ( .. .) Al término de la

etapa anal, la niña tiene que ser capaz de alcanzar en su fantasía masturbatoria una identificación s1mu1tánea con ambos progenitores en lo tocante a su funcionamiento genital. Pero hay dos obstáculos: en primer lugar, uno originado en el período anal, a saber, que la autonomía en la satisfacción masturbatoria implica for· zosamente una expulsión sádica de la Madre y de sus prerrogativas; en segundo lugar, el obstáculo edípico, según el cual la recreación de la escena primordial, por identificación con ambos padres, implica asimismo suplantar a la Madre exigente, celosa y castrada, y al Padre envidiado, despreciado y a la vez sobrevalorado. La única manera de salir de este callejón sin salida de la identificación es establecer un ideal fálico inaccesible. (. .. ) Cuando las mujeres que abrigan estas imagos tienen que abordar su vida matrimonial, súbitamente se encuentran enfrentadas a sus deseos genitales latentes, por más que su vida afectiva es todavía inmadura, ya

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que al seguir dominadas por los problemas de la etapa anal, no alcanzan una identificación heterosexual. Las efímeras esperanzas edípicas pronto darán lugar así a una repetición, esta vez con el marido, de la relación anal con la Madre, relación confirmada luego por la envidia del pene. La ventaja de esta situación consiste en que se evita un ataque frontal a la imago materna, así como la profunda angustia que provoca la idea de desprenderse del dominio y superioridad de la madre" (Torok, 1964, págs. 167-168).

LA MUJER HOMOSEXUAL Y EL PENE

En lo anterior hemos delineado sutilmente los fundamentos de una solución neurótica a los problemas de la diferencia sexual, las frustraciones provocadas por la situación edípica y los ideales de la sociedad actual. ¿Qué decir de la mujer homosexual y su solución particular? Para empezar, su deseo del pene propio, con todo lo que éste representa, no es del todo inconsciente, como sucede con la mujer de orientación heterosexual. Con frecuencia, el deseo del pene de las homosexuales es consciente, intenso y desligado del hombre. Muchas de ellas relatan sueños en los que tienen un pene, y suelen inventar juegos sexuales con un pene artificial. Una de mis pacientes se rehusaba a salir de la casa durante su adolescencia, si primero no ataba un pene artificial a sus genitales. La aterraba la posibilidad de ser descubierta, pero no la aterraba menos dejar la casa sin él. Un colega me comentó acerca de una paciente semejante, que se fajaba los pechos y se colocaba un pene falso para enfrentar al mundo; tomaba hormonas que, según ella esperaba, le darían las características sexua126

les secundarias propias del hombre, y estaba estudiando la posibilidad de hacerse extirpar los pechos. "Hace dos años ya que llevo los pechos fajados ... todo el mundo piensa que soy un hombre -decía-. Me afeito día por medio. Cuando cortejo a alguna chica, la satisfago sexualmente pero siempre permanezco vestida. No soporto que me toquen." El deseo de tener un pene anatómico alcanza a veces proporciones alucinatorias. Algunas de mis pacientes describían su impresión de poseer en efecto un genital masculino. Una se refería a este "pene" como su "órgano fantasma", y establecía un parangón con las ilusiones de los pacientes amputados que sigue n "sintiendo" el miembro faltante. También esta mujer había pensado en hacerse extirpar los pechos, tampoco ella toleraba que sus parejas la tocasen. Como sucede con muchas de estas mujeres, obtenía placer sexual del que le producía a su pareja. El deseo del pene es extremadamente complejo en las mujeres homosexuales; no sólo se repara con él una castración fantaseada sino que además se persigue el propósito de mantener dormido todo deseo sexual feme· nino. La paciente que usaba en su adolescencia un pene artificial comenzó a explorar, en un momento de su análisis, la culpa abrumadora que esta conducta le generaba. De pronto volvió a tener ganas de ponerse un pene; ya no le pareció un crimen horrendo. "Anoch e hice un pene con diversos materiales -me contó-. Me lo probé y lo acaricié, y esto me hizo ruborizarme y excitarme. De repente tuve el extraño impulso de met érmelo dentro del cuerpo; esto casi me produce un terror mor· tal." La s sensa ciones vaginales y la sens ación del deseo la llenaban de angustia, y le vino la idea de que si cedía a t ales sentimientos se volvería loca, estallaría o moriría . Esa noche soñó que moría la madre. De hecho, lo

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que estaba por morir era la parte cruel y prohibidora de la imago internalizada, en la medida en que la hija cobraba vida sexual propia. Luego descubrimos que su pene de juguete había servido también para bloquear toda sensación clitorídea y vaginal, reforzando el bloqueo del deseo genital. Como hemos visto, el sentimiento profundo de la prohibición y de la amenaza materna no es el único motivo de que se desee tener un pene. El pene del padre ha sido despojado de su función fálica simbólica y de su significación. En tanto y en cuanto el pene es ·un peneunido-a-un-hombre, constituye una imagen peligrosa, dotada de atributos violentos y destructivos. Como al mismo tiempo la escena primordial es concebida en tér· minos anal-sádicos, se piensa que los hombres tienen deseos sádicos o humillantes respecto de las mujeres. No existe la imagen de un "pene bueno": el pene no es imaginado jamás como dador de placer, sanador o como la posesión que reafirma el narcisismo cuando le es ofrecida a la mujer en una relación h eterosexual. Además, estas pacientes renegaban del pene del padre; gran parte de su actividad sexual era una protesta destinada a demostrar que la madre nunca había deseado al padre o a su pene, y que en rigor el pene era totalmente innecesario para llevar a cabo e] acto sexual con una mujer. Por detrás de ]as imágenes del "pene malo", el análisis revela que hay otras fantasías, igualmente temibles, sobre el pecho, en las que éste se siente como un objeto envenenado y persecutorio. La equiparación de pecho y pene en el inconsciente está ligada inevitablemente a temores oral-sádico$ de tipo paranoide o esquizoide, y, por supuesto, no se limita a la organización homosexual. La tragedia del desarrollo psicosexual de la niña homosexual deriva del hecho de que el pene ha sido separado del padre, y el objeto parcial ha ocupado el sitio del

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objeto total. Se introduce corno tal, para impedir una ulterior regresión a la fase traumática prefálica, en la que se siente que la madre contiene el falo -no sólo el pene paterno sino el poder de vida y muerte sobre su hija-. Según las posibles variantes de la constelación familiar inconsciente, varían también, para diversas mujeres homosexuales, la imagen del pene y su significado fálico simbólico. Podríamos decir que existen dos polos principales, en uno de los cuales rige suprema la angustia depresiva y en el otro la angustia persecutoria. En el primer caso, el principal objetivo de estas mujeres es reparar a la pareja, lo que puede incluir cierto grado de autorreparación: la escisión de la imagen propia es reparada narcisistamente mediante un objeto sexual que se parece a ellas. En el otro extremo, el temor al objeto homosexual lleva, a raíz de la proyección paranoide, a una avasalla~ dora necesidad de dominar al objeto eróticamente, y el orgasmo de la pareja tiene a la vez el significado de posesión y de castración. Con frecuencia estas mujeres no buscan el placer orgásmico para ellas, y si su terror a la pérdida total de su sí-mismo es muy intenso, asumirán una identidad masculina delirante, que en ciertos casos las lleva a someterse a operaciones para "transexualizar" su cuerpo. La mujer dominada por esta angustia profunda suele declarar que no es homosexual. La imagen que tienen de su identidad inconsciente tiende a robustecer su idea de que en realidad son hombres aprisionados en una forma femenina. En la práctica, evitan todo placer orgásmico en tanto procuran inducirlo en la pareja. El deseo de algunas mujeres homosexuales se centra exclusivamente en que la pareja alcance el clímax; la búsqueda directa de su propio placer erótico pone en peligro su sentimiento profundo de poseer una identidad masculina. A su vez, este sentimiento es

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indispensable para disipar la angustia, de dimensiones psícóticas, concerniente a la imagen corporal y a la identidad; se percibe que ambas son amenazadas por la madre internalizada y están expuestas al peligro de la fusión con ésta. Esto me conduce a examinar el papel decisivo de la angustia de castración en las mujeres homosexuales. Tal vez ya sea evidente, por los fragmentos clínicos citados, que la fantasía de ser castrada es más profunda, más generalizada y perturbadora que en el caso de las mujeres que han desarrollado síntomas o rasgos de carácter neuróticos para hacer frente, en diversos planos, a la angustia de castración. Resulta claro que la angustia de castración no se limita a la angustia fálica, proveniente de la fase en que la diferencia sexual se toma significativa; tampoco se limita a la "castración narcisista" resultante de las crisis edípícas, cuando la niña pequeña descubre que quedará para siempre fuera del vínculo sexual de sus padres y que sus anhelos incestuosos jamás se verán consumados. La angustia que sienten estas pacientes se relaciona no sólo con su sexualidad sino con su. sentimiento de identidad subjetiva como seres separados. Esto bien podría denominarse "castración primaria", y sería el prototipo de la angustia de castración posterior. Si queda sin resolver, o sea, si la niña no logra aceptar la alteridad y compensar en forma adecuada su reconocimiento, corre el peligro de pérdida de los límites del yo, de afánísis y de muerte psíquica. En este sentido general, la castración equivale en rigor a aceptar la realidad, y debe ser simbolizada, de igual manera que la angustia de castración fálica tiene que ser elaborada psíquicamente para el establecimiento de la realidad sexual y de la realidad de género. Las relaciones homosexuales eluden el multifacético problema de la angustia de castración fálica clásica

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mediante el simple expediente de excluir a uno de los sexos; pero la actividad homosexual y sus relaciones concomitantes también ayudan al yo a tramitar la angustia abrumadora vinculada a la separación y el temor a la desintegración. Sin embargo, el modo de vida homosexual no es adecuado para hacer frente a todos estos problemas. Queda un gran resto de angustia, y así es que en las pacientes homosexuales nos encontramos con numerosos síntomas neuróticos mal estructurados -formaciones fóbicas concernientes a la angustia oral (son comunes la anorexia, la bulimia, las adicciones y las fobias al vómito), síntomas fóbico-obsesivos vinculados a las funciones anal y urinaria; rituales corporales masoquistas y temores persecutorios-. Ta mbién son frecuentes la angustia hipocondríaca y las somatízaciones (Sperling, 1955). Todos estos síntomas proceden de la temprana relación madre-hijo, en una época en que ya estaba preparada la escena para muchos actos-síntomas, incluida la resolución homosexual de la tensión edípica en un período posterior. Esta última solución es más probable que se dé cuando el padre tiene problemas homosexuales no resueltos y sentimientos de envidia y odio hacia las mujeres.

LA RELACION HOMOSEXUAL

En su amplio estudío, The Overt Homosexual (1968), Socarides escribe: "La mayoría de las mujeres manífiestamente homosexuales reconocen en el tratamiento que la relación que mantienen con su objeto de amor es una relación de madre-hija. (. .. ) La mujer homosexual huye del hombre; el origen de esta huida es su sentimiento infantil de culpa hacia la madre, el temor de fundirse con ésta y de ser rechazada y decepcionada por el padre

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si se atreviese a acudir a él en busca de amor y de apoyo. Si esperaba que el padre satisficiese sus deseos sexuales infantiles, también hay presente un peligro masoquista. O tal vez sienta que el padre la eludirá, en cuyo caso corre el peligro de sufrir una herida narcisista. El resultado fina] es que se vuelve otra vez, con más ardor que antes, hacia el objeto de amor primero: la madre. Pero no puede volverse hacia la madre real a raíz de su temor de fusionarse con ella y de ser absorbida" (págs. 174175). Mi propia experiencia clínica confirma las extensas investigaciones de este autor, pero quisiera añadir a su resumen un breve examen de los cambios dinámicos que sobrevienen en la economía psíquica como consecuencia del establecimiento de relaciones homosexuales manifiestas. La mayoría de mis pacientes tenían conciencia de su intenso sentimiento de haber triunfado sobre la madre y de su deseo de que ésta sufriera abandono y castigo. Por lo común, recubrían este deseo con una tenue capa de preocupación por los sentimientos de la madre y con el temor de que ella se vengase de algún modo. "Me las ingenié deliberadamente para que mi ma dre se enterase de mi amorío con Susan. Se puso furiosa, desde luego ... y yo gozaba en secreto, como si quisiera castigarla por algo. Cuando supo que estaba en análisis con una mujer, ¡casi se muere!", señalaba agudamente una de mis pacientes. Hay también en todo esto un cierto triunfo sobre el padre, dado que la solución homosexual implica renegar del rol fálico del padre y de su existencia genital, y demostrar que una mujer no necesita del hombre ni del pene para su completamiento sexual. La homosexual triunfa en definitiva sobre la escena primordial y la realidad sexual. Otra fuente de gratificación radica en el hecho de que la nueva relación es abiertamente erótica. La pareja 132

acoge con beneplácito la masturbación y el deseo sexual, que siempre se sintieron prohibidos por la madre, y en consecuencia disminuyen los sentimientos de culpa. Se eclipsan asimismo, en el vínculo con la madre sustitutiva, muchos antiguos conflictos entre madre e hija. En general, la madre real siempre se había quejado de lo poco femenina que era su hija, quien se negaba a usar lindos vestidos, no se interesaba por los varones ni por las fiestas, se conducía de un modo irresponsable, inu~ sual, desordenado y clandestino. Ahora, son precisamente estos mismos rasgos de carácter los aceptados, y aun muy valorados, por la pareja homosexual. Esta aceptación tiene una vasta significación inconsciente, pues oculto bajo la superficie de la niña inconformista, cruel, anal-erótica, está el padre internalizado, y por ende un temor angustiante a perder la identificación con él, que garantiza la identidad del yo. La madre jamás aceptó esto, en tanto que el padre, a raíz de sus propios conflictos con la feminidad, con frecuencia fortaleció este desenlace. Una de mis pacientes me relató un intenso momento con su amante que sintetiza la dimensión "reparadora" de la relación amorosa homosexual. Vivía con una mujer mayor que ella, de la que era en extremo dependiente. Si bien tenía amplias pruebas de la devoción de su amiga hacia ella, siempre temía que un día, por causa de un acceso de vómitos, su amiga la echase. Padecía, en efecto, una grave fobia a los vómitos. Una tarde se sintió con un genuino malestar digestivo y supo que estaba a punto de vomitar; la llamó entonces a la amiga para que hiciese algo que lo impidiera. En respuesta a su solici~ tud, la amiga extendió los brazos y le dijo que vomitase en sus manos. Así lo hizo, mientras exclamaba: "¡Ahora nunca más me amarás!". Pero su amante depositó un beso sobre la comida regurgitada, como signo de su total 133

l aceptación. Este intercambio inusual tuvo un significado profundo y un efecto no menor sobre la joven. En los m eses que siguieron, pudo analizar la significación inconsciente de su fobia y comprender que el gesto de su amiga implicaba la aceptación y el perdón de todas sus fantasías eróticas prohibidas sobre el pene del padre, así como de s us deseos sádicos reprimidos. La imagen de su cuerpo, hasta entonces vivenciado como un objeto fecal descartable, cambió, y se trocó en un objeto valioso. Ya hemos subrayado la múltiple importancia y los multifacéticos aspectos estructurantes de l a fantasía anal-erótica y anal-sádica; la paciente a que hicimos referencia presenta un ejemplo cristalino de una fantasía que es común a la mayoría de las homosexuales, a saber, la de que s er mujer equivale a ser un montón de heces . 'Se imaginaba a sí misma muy agresiva, poco atractiva, destructiva y 'maloliente'. 'Despedía olores' y estaba llena de cosas desagradables. Tenía profundos sentimientos de culpa por su agresividad contra el padre y la madre. 'Si pongo en evidencia mi maldad, todos me abandonarán .. .' En los sueños volvía esa agresividad contra sí misma, la cual la hacía sentirse m al, como si fuese 'un montón de heces desparramadas' " (Socarides, 1968, pág. 184). Estos sentimientos destructivos profundos, junto con la autoimagen dañada, son parcialmente curados por la relación homosexual, donde cada una puede desempeñar para la otra la "función de sostén" propia de la "madre s uficientemente buena" de que nos hablan los escritos de Winnicott (1960). "Ella es menos cruel conmigo que yo misma", me confesó un día Sophie refiriéndose a su amante. A menudo estas mujeres son incapaces de ser "buenas madres" pata sí mismas, y sólo son capaces de conceder su amor a otra mujer. Así pues, algo de que carece su mundo de objetos internos es buscado

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en la pareja: merced a la identificación con ésta, se recuperan las satisfacciones instintivas y las partes perdidas del sí-mismo. Como hemos visto, los deseos agresivos que procuran contención en el acto y en la relación de objeto homosexuales se remontan, más allá de las frustraciones fálicogenitales de la situación edípica, más allá también de la fase anal de la integración, hasta los objetos sexuales arcaicos, de una época muy anterior a la diferenciación consciente de los sexos (Klein, 1932, 1950). Si el deseo secreto de la niña homosexual es, en el plano fálico-genital, obtener los emblemas sexuales del otro sexo - el falo simbólico inalcanzable, con el que atraer el deseo de la madre-, los deseos subyacentes son los del bebé, todo eso que el sí-mismo infantil sigue demandando inconscientemente. Esto podría resumirse como el deseo de lograr para sí el pecho-madre y quedar para siempre en posesión de él. No sólo se reniega de la diferencia entre los sexos sino también de la diferencia entre una persona y otra, entre su cuerpo y otro, entr e el bebé y el pecho. Estas son las satisfacciones y gratificaciones que se esperan del vínculo erótico homosexual; pero como éste se edifica sobre el voraz amor oral de las primeras relaciones, incluye la meta de poseer al objeto hast a su destrucción. La fantasía subyacente, no sólo de h aber castrado al objeto sino de haberlo perdido o destruido, genera intensos sentimientos depresivos. Hasta ahora hemos examinado los aspectos positivos de la relación homosexual; es evidente, empero, que ést a resuelve pocos conflictos básicos y contiene los gérmenes de su propia destrucción. El análisis invariablemente revela los aspectos anales (voraces, destructivos, controladores, manipulatorios) del vínculo . Está pre sente la necesidad de idealizar a la pareja, al acto sexual y a la relación en su conjunto para proteger al objeto amoroso

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de los ataques fantaseados que se quisieran descargar sobre él. La homosexual necesita creer que su vínculo con su pareja es reparador y curativo para ésta. Si bien es cierto que la preocupación por el objeto mitiga la voraz destructividad oral, este contenido inconsciente contribuye al carácter efímero de muchos amoríos homosexuales. "Me doy cuenta cada vez más de que es una locura que me preocupe tanto por ella. Admito que si la traje a vivir conmigo fue porque mi última amiga me dejó tan repentinamente ... y yo no puedo vivir sola. Ella (la amiga actual) tampoco puede; pero mientras que yo me preocupo muchísimo por ella -por sus fracasos, por su insomnio-, ¡eHa ni siquiera sabe cómo soy yo realmente! Mis problemas profesionales la aburren terriblemente. Estoy segura de que si yo dejase de repente de traer dinero a la casa, me abandonaría y se iría de inmediato con otra." Este comentario de una de mis pacientes es semejante a otros que he escuchado, en distintas versiones, de otras homosexuales. Estas intelecciones son muy penosas para las mujeres en cuestión, y de hecho sólo se las devela en el análisis cuando la paciente descubre, para su sorpresa, que la h istoria se repite. No sólo lo percibe respecto de sus sucesivas amantes, sino que además se percata de que hay un fragmento de historia infantil que se escenifica de nuevo: ella es otra vez la niña pequeña que hace cosas con el fin exclusivo de la reafirmación narcisista y la seguridad emocional de la madre. Así, la tendencia a reducir a su pareja a un objeto parcial, a convertirla en su víctima y controlar cada uno de sus movimientos tiene una intensidad sólo equiparable a la del temor a convertirse ella misma en el objeto parcial, magnéticamente fijado a su amiga. Estas pacientes procuran desempeñar para su pareja un papel esencial e irremplazable, y a veces terminan haciendo muchas cosas 136

-para ella en detrimento de sus propios intereses o de su trabajo. Aquí se cierra el círculo de la relación infantil con la madre; el yo sigue persiguiendo sus metas instintivas y manteniendo su frágil identidad en la forma como quedó fijada en la infancia.

ESTRUCTURA EDIPICA Y DEFENSAS DEL YO

La organización edípica, como modelo inconsciente, nuclear y estructural, de la personalidad, puede servirnos como punto de partida para nuestro resumen de los hallazgos mencionados en este capítulo. Según hemos visto, la niña homosexual ha experimentado una regresión ante la situación edípica y reestructurado sus deseos sexuales en función de la relación diádica con la madre; el pene del padre ya no simboliza para ella el falo, ella misma encarna el objeto fálico. Mediante su identificación inconsciente con el padre e invistiendo todo su cuerpo con la significación del pene, puede satisfacer sexualmente a una mujer en 's u fantasía. La regresión instintiva, al pasar de lo fálico-genital a lo anal-erótico y lo anal-sádico en sus expresiones, deja su huella en la relación de objeto y tiñe los rasgos del carácter. Los deseos oral-eróticos y oral-sádicos son mantenidos bajo control , a raíz de su naturaleza aterradora , en gran parte por la propia relación homosexual y por el acto sexual mismo. Para tramitar estos impulsos primitivos reprimidos, suelen surgir como síntomas secundarios frecuentes las adicciones y compulsiones, como la cleptomanía (McDougall, 1970; Schmideberg, 1956). El conflicto edípico no se resuelve. Respecto del objeto heterosexual , la mortificación narcisista lleva a un total y consciente repliegue en relación con el padre. En lo que atañe a los deseos edípicos homosexuales, la mujer 137

homosexual no logra integrarlos a la estructura de su personalidad, ya que su resolución normal llevaría a la identificación con la madre genítal. En lugar de ello, reniega de la escena primordial y luego la reinventa con exclusión del hombre y del pene. Siguiendo a Bion (1970) podríamos decir que las niñas refutan el mito edípico y crean en su lugar un mito privado. La solución homosexual a los deseos del ello y a los problemas que plantean las relaciones objetales tiene su contrapartida en la estructura yoica. Desde el punto de vista de las categorías clínicas, tenemos ante nosotros una organización inconsciente que no es ni la neurótica clásica ni la psicótica. Operan mecanismos de defensa neuróticos, pero no están lo bastante organizados como para proteger la identidad sexual; además, existen varias defensas psicóticas que han colaborado en la solución homosexual y en el mantenimiento de sus ilusiones básicas. De hecho, nos hallamos ante la escisión de la protección defensiva del yo descrita por Freud (1940) lo cual parecería servir de punto nodal para la concepción de una "tercera estructura". Aunque una estructura edípica y yoica .idéntica a ésta se encuentra en el sustrato de todas las desviaciones sexuales (Rosen, 1964), parece incorrecto denominarla "perversa", ya que no se limita a las perversiones sexuales. La escisión defensiva y el acting-out continuo para compensar lo que falta en el mundo psíquico interno también aparecen en muchas graves neurosis de carácter, en pacientes con adicciones y síntomas antisociales, así como en los pacientes psicosomáticos (Sperling, 1968). Lo específico de las mujeres homosexuales es la introyección patológica de la figura paterna y la erotización de las defensas erigidas contra las angustias depresivas y persecutorias resultantes de estas estructuras deformadas. La dinámica de la escisión desempeña un papel

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particularmente importante en la organización del yo. No sólo hay una escisión en los mecanismos de defensa sino también en el mundo de los objetos internos (Gillespie, 1956a, 1956b). La imagen de la mujer queda dividida en una totalmente idealizada y una totalmente castrada -tan idealizada que se la considera inaccesible, y tan castrada que esas mujeres deben disfrazar su feminidad con todos los medios psíquicos a su alcance-. En la medida en que pueda mantenerse este proceso de escisión - y para ello se requiere una constante proyección y la renegación de la realidad-, el yo puede proteger su identidad. Una ulterior ampliación de las tendencias a la escisión se aprecia en la redistribución de los fragmentos escindidos. Si bien se ha evi~ ta.do caer en el fracaso de la división anterior de lo bueno y lo malo (que, en caso de no subsanarse, tiene un desenlace psicótico), hay empero una escisión espe· cífica que sigue líneas sexuales: un sexo "bueno" y un sexo "malo". Esto se asemeja a la "falsa escisión" descrita por Meltzer (1967). Las "partes malas'~ del sí· mismo, junto con 1os malos sentimientos adscritos a la madre internalizada, son proyectados sobre el padre y luego sobre los hombres en general, y pueden dar origen a una a ctitud paranoide r especto de los hombres. E sto, sin embargo, asegura lo "bueno", que es aplica do a las fantasías de la reparación del sí-mismo y de la pareja, y la esperanza de r ecobrar l as partes perdidas del sí-mismo. No obstante , si el objeto femenino, que inconscientemente contiene tanto odio y tantas partes "malas" del sí-mismo infantil, se aproxima demasiado peligrosamente a ser un depositario consciente del odio, el temor a la pareja puede triunfar sobre las defensas erotizadas, y se corre el peligro (fuera de la situación analítica) de episodios psicóticos de tipo paranoide. En este punto la per sona amada y la odiada se mezclan , y

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queda amenazado todo deseo, no sólo el sexual: el deseo de vivir. Mary Barnes (1971) relató su sentimiento de que le estaba vedado todo movimiento instintivo propio: "Lo 'correcto' había sido siempre lo que otro quería de rnf. (. .. )Mi deseo, al no estar separado, debía vehiculizarse a través de alguna otra persona. Como si fuera una beba diminuta, yo sólo podía ser satisfecha si 'Mamá' calibraba mis necesidades. En su útero estaba el alimento de fa sangre que venía efe effa a mí. Mf proófema era que mi Madre real nunca quiso que yo tuviera eso, alimento. Nunca tuvo leche en los pechos. No podía, me odiaba. Pero me decía que me amaba, y que quería que yo comiese. (. .. ) Para satisfacer a mi Madre yo tenía que morirme de hambre". Mary Barnes no encontró ningún descanso protector, como la creación de una relación homosexual, que le permitiera vivir su deseo sexual, al "hundirse" en las profundidades de su torturada relación con sus objetos internos. El duro superyó pregenitalizado del homosexual se ve cuadruplicado en la disolución psicótica. Si puede decirse que el neurótico lucha por su sexualidad y el psicótico por su vida misma, el homosexual (y toda persona "de tercera estructura") ha hallado un paradero que se encuentra a mitad de camino entre esas dos metas, donde se evita la muerte psíquica y sólo se reniega del sí-mismo sexual. La identificación inconsciente de la niña homosexual con su padre le otorga una identidad separada y le permite ejecutar el papel reparador bajo la apariencia de pareja sexual de otra mujer, con lo cual subsana todos los ataques fantaseados contenidos en su intensa demanda de posesión del sí-mismo sexual y autónomo de su pareja. Por supuesto, ésta no es una auténtica reparación, y queda inc1uida dentro de todo lo que abarca la defensa maníaca, tal como la definieron

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Klein, Heimann, Isaacs y Riviere (1952) y también Winnicott (1935). Constituye, sin embargo, una poderosa estructura protectora dentro del yo. Ya se ha hecho referencia a las fantasías del pecho materno como objeto malo y venenoso, y al modo como el acto homosexual puede mantener a raya los temores de ser destruido (a raíz de los propios deseos de incorporación). Pero en la medida en que estos deseos dominan el cuadro y se avecinan a la conciencia, nos aproximamos más a una estructura psicótica que a una desviación sexual. Los mismos temores básicos pueden elaborarse merced a otras formas de conducta compulsiva, como el alcoholismo, la bulimia, etc. Dado que el padre encarna simbólicamente agudos temores paranoides y que el contacto con él da origen a una angustia persecutoría, esta escisión psíquica permite a la niña homosexual preservar su yo de la disolución; pero si tales temores retornan a la imagen materna, hay muy pocas probabilidades de alcanzar una solución homosexual satisfactoria. Se ve obligada asimismo a mantener su identidad yoica en otro frente: debe guardar distancia de los hombres, ya que cualquier contacto afectivo con éstos le haría perder su pene ínternalizado, la fantasía sobre la cual se edifica su identidad . Así pues, este dilema la arrastra compulsiva y constantemente a una interminable repetición en sus relaciones eróticas. Más allá del peligro masoquista de la entrega de sí misma, se ve amenazada por el surgimiento potencial de sus violentos sentimientos ambivalentes hacia su pareja. Las relaciones homosexuales oscilan permanentemente entre dos polos: el temor a la pérdida del otro, que da por resultado una pérdida catastrófica de la autoestima -eonducente a sentimientos de pérdida de la identidad o a impulsos suicidas- y la activación de sentimientos agresivos y crueles hacia la pareja -que da origen a

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r una angustia intolerable-. Como consecuencia de la idealización escesiva de la pareja, las relaciones homosexuales contienen, en mayor medida que las heterosexuales, una dimensión oculta de envidia. Así, pese a sus aspectos reparadores, son inevitablemente precarias. Una identidad sexual que reniega de la realidad sexual y enmascara sentimientos ínternos de muerte sólo puede mantenerse a un alto precio. El homosexual paga caro su frágil identidad, sobrecargada como está de frustrada significación libidinal, sádica y narcisista. Pero la alternativa es la muerte del yo. ¿Qué puede dar el psicoanálisis a la mujer homosexual? El analista, no importa cuáles sean sus deseos personales, sólo puede aplicarse a hacer avanzar lo más posible a su paciente por el camino del autodescubrimiento, que puede llevarlo o no a que renuncie a su vida homosexual. El objetivo importante es traer a su conciencia los diversos aspectos de su drama interior que hasta entonces se le habían escapado, junto con los roles conflictivos desempeñados por los padres internalizados y los intensos sentimientos de amor y odio concomitantes. La paciente estará entonces en condiciones de repasar cuál fue, según pudo entenderlo, su lugar y su papel dentro de la constelación familiar. Sólo de este modo llegará a reconocer sus conflictos y empeños contradictorios, y la intrincada red de defensas construida desde la infancia para hacer frente a la confusión y al dolor psíquico. Entre otros factores, la cosecha analítica brinda una transformación de la imagen corporal. Si la homosexual se imaginaba contrahecha, desorganizada, s ucia o enferma, a hora podrá tener una apreciación más cabal de su sí-mismo físico. Aminorarán sus antiguas angustias hipocondríacas, y a menudo desaparecerán por entero. Más sólidamente "corporizada", la paciente ob-

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tendrá una evaluación diferente de sí misma y de sus capacidades profesionales y sociales. En muchas, sobreviene un cambio no menos importante en los sentimientos ligados a su identidad sexual. Pese a que estas pacientes rara vez acuden al análisis para volverse heterosexuales, muchas de ellas renuncian de hecho a sus afanes homosexuales y se convierten en esposas y madres. Otras, por el contrario, no se ven impulsadas al campo heterosexual; a despecho de sus deficiencias, la solución homosexual ofrece una cierta seguridad. Sin embargo, la convicción de haber elegido y asumido conscientemente la propia homosexualidad es en sí misma un factor positivo en comparación con el sentimiento previo de compulsión. De esta manera , estas pacientes suelen ser capaces de crear relaciones más estables y menos ambivalentes con su pareja, y se encuentran mejor equipadas para hacer frente al conflicto homosexual.

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4. LA MASTURBACION Y EL IDEAL HERMAFRODITA

Hijo de Afrodita y de Hermes, provisto de los atributos de sus dos padres fabulosos, Hermafrodita, efebo perfecto, se vio un día transformado en un ser bisexual por el amor de una ninfa enamorada de su belleza. Pero si bien Hermafrodita ha maldecido su cruel destino, los otros, simples humanos monosexuados, se apegan, por el contrario, a la fantasía de la bisexualidad. La ilusión bisexual es tan vieja como la historia y la cultura del hombre. Aunque pensemos en la significación de los dioses orientales o en el mito de Platón sobre el origen de los sexos, o más cerca de nosotros, en el intento de Ja ciencia ficción de Freud, empeñado en dar a la mujer un pene minúsculo (allí, donde ella creía poseer un órgano bien suyo), debemos reconocer, forzosamente, que estamos en presencia de una de las Urphantasien del hombre. Ser hombre y mujer a la vez, estar provisto de la magia blanca y negra de cada uno, ser, desde ese momento, el objeto de deseo de los dos, ser de uno mismo, padre y madre, engendrarse incluso a sí mismo, ¡quién, en su corazón infantil, no lo querría!

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La verdad prehistórica imputada a estas fantasías originarias nos sorprende menos que su descubrimiento universal en las huellas del inconsciente, y que su fun· ción nostálgica y reparadora con las heridas ineluctables que la realidad inflige al narcisismo humano. El hecho de que Ja naturaleza produzca tan raramente hermafro· ditas auténticos entre los seres humanos, y que, incluso los animales dotados de esta manera sean más bien especies menores, como los caracoles o las lombrices, no debilita en nada la fuerza del mito o la fascinación del hombre monosexual, herido en su deseo narcisista y megalomaníaco al descubrir que está condenado a ser, de por yjda, sólo una-mitad del tándem sexual Si la noción de bisexualidad posee un sentido para el psicoanálisis, su valor no se ha de descubrir en la biología, ni en el patrimonio filogenético como lo proponía Freud. La bisexualidad es una fantasía, un ideal, un sueño, una pesadilla, incluso, pero en cada caso un producto de la imaginación del niño inces tuoso frente a la escena primaria, del niño en búsqueda de una defensa mágica de su omnipotencia anterior a la caída. Desde un derto punto de vista, el recurso a un ideal bisexual es un retroceso frente a la angustia de castración; la angustia ligada a los deseos prohibidos, tanto homosexuales como heterosexuales. Retroceso, igualmente, frente al temor a la castración narcisista, movilizado por sentimientos de exclusión, de impotencia de sin·valor. Pero este recurso tiene también sus precursores , como los deseos edipjcos y Ja angustia de castración. ¿O qué es esta prescripción que ordena, antes de su surgimiento, las fantasías bisexuales del hombre? Para comprender mejor la noción de bísexualídad -en tanto estado ideal, en tanto deseo prohibido y angustíante- debemos vol· ver hasta el límite de la vida psíquica, hasta el descubrimiento, no de la identidad sexual, sino de la identidad

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subjetiva, la calidad de alteridad. Quisiera indicar aquí que el ideal hermafrodita encuentra sus raíces en el ideal fusiona} que une al niño al pecho materno. La búsqueda de un estado ideal en donde la falta no exista testimonia que el pecho está ya "perdido", es decir, está ya percibido como la esencia de un Otro. Así pues, la ilusión bisexual en todas sus manifestaciones está construida sobre el muro de la diferencia de sexos, pero encuentra sus bases en la relación primordial, en e1 deseo siempre actual de anular todo pensamiento de separación con el Otro, un deseo perpetuo cuya meta es negar esta alteridad imposible y poner fin a todo deseo.

EL PECHO MATERNO Y LA SEXUALIDAD

Siguiendo el camino hacia atrás que conduce de la identidad sexual a la identidad subjetiva, llegamos a ese momento mítico en donde se origina el nacimiento del sujeto psíquico y con él el primer esbozo de un objeto y la primera sombra de un deseo. Para el lactante, su madre y él, primitivamente, forman sólo uno. No sólo sobrevive gracias a ella sino que también existe psíquicamente a través de ella. Sin ser aún un objeto para él, ella es ya mucho más, su Umwelt, madre-universo, del cual él forma parte. Esta identidad primaria, en la que el niño es una pequeña parcela de un gran todo, funda la primera identidad del ser (Leichtenstein, 1961, Winnicott, 1960). El niño es ese todo, mágico por la fuerza de la madre. Pero en realidad se trata de una relación de dependencia absoluta, dentro de la cual el niño es únicamente aquello que representa para su madre. Todo lo que está en potencia en él no puede desarrollarse ni organizarse sin ella. Su movilidad, sus impulsos afectivos, su inteligencia, su sexualidad son, en primer lugar,

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favorecidos -u obstaculizados- por ella. Además de cuidados físicos y alimentarios, cada madre suscitará en su hijo, según sus deseos, demandas que sólo ella tendrá el placer de satisfacer (Leichtenstein, 1961). De esta manera, el niño se convierte, desde el comienzo de su vida, e incluso antes, en objeto privilegiado para la satisfacción de deseos, conscientes e inconscientes, de la madre. En este primer compromiso sensual de dos, cada uno es, o debería ser, un instrumento de gratificación para el otro. Esta marca 1íbidinal en cada identidad subjetiva deja su sello en la evolución y estructura psicosexual y narcisista. Desde ese momento, una parte de la identidad de todo sujeto es y será siempre lo que representa para otro. En cuanto al sentimiento de identidad sexual, diversas investigaciones han demostrado que la madre tiene, desde el comienzo, actitudes diferentes con respecto al niño según su sexo (Staller, 1968), lo que marca, muy precozmente, el sentimiento de identidad psícosexual del niño, hasta el extremo de inducir intervenciones transexuales en la vida adulta (Montgrain, 1975) si los problemas inconscientes de la madre no le permiten aceptar el sexo biológico de su hijo. Sin embargo, el descubrimiento de la diferencia de sexos y el reconocimiento de que la identidad sexual propia sólo puede definirse en relación con la del otro sexo implican un renunciamiento de los deseos narcisistas y la pérdida de una ilusión, ya prefigurados por la pérdida del pecho. ¿Qué significa esta pérdida? En primer lugar precisemos que el término "pecho" está empleado aquí no como objeto parcial o corporal, sino como concepto, tal como Melanie Klein lo ha concebido de la madre en su totalidad: su piel, su voz, su olor y ciertamente la madre como fuente de gratificación e identida d, soporte, finalmente, de toda la gama de afectos de odio y de amor que experimenta el lactante. La

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pérdida del pecho, entonces, como parte de sí mismo no significa de ningún modo el destete ni el pasaje a los alimentos sólidos, sino el descubrimiento, lento y progresivo, por parte del niño de que el pecho no le pertenece, de que no sólo no es él, sino que representa la esencia misma del Otro; y lo que es más, este Otro puede dar1o o negarlo. En adelante, el niño buscará a esta madrepecho, no sólo para satisfacer sus necesidades, sino también para volver a encontrar y revivir esta relación maravillosa que comparte con ella. Colmado por el yo de la madre, en esta época el yo del lactante es fuerte. Pero una ruptura prolongada en la relación de ambos, o una carencia por parte de la madre en cuanto a su función protectora en este estadio precoz, origina angustias específicas. No se trata todavía de la angustia de castración, propia de la fase fálica, ni de su prototipo que es la angustia de desintegración, sino más bien de una angustia que podemos calificar de amenaza de aniquilamien· to. El niño no pierde simplemente su Objeto, sino su identidad entera, y esta muerte psíquica incluso en ciertos casos puede acarrear la muerte real (Kreisler, Fain y Soulé, 197 4). La pérdida del Objeto no puede ser colmada, y la diferenciación del mismo sólo se adquiere a través de un acto psíquico creativo: la introyección del objeto perdido en el sí-mismo, es decir su creación en tanto objeto "interno". Si no puede enfrentar esta "castración" primaria, es decir, recreando psíquicamente el objeto faltante, la pérdida, inevitable en la prehistoria de todo sujeto, sólo puede ser colmada por la delusión o la muerte. Puesto que esta pérdida es la condición primordial de la identidad psíquica, es evidente que toda tendencia del sujeto a volver hacia la no diferenciación primitiva está acompañada de un riesgo grave para su salud (estados psicóticos) o para su vida (toxicomanías, suicidio, enfer-

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r . - - - - - - - - - - - - - - -- - - '

medades psicosomáticas). Sin embargo, el retorno al estado de indiferenciación es un deseo perenne en todos, y en los adultos que no están muy perturbados psíquicamente encuentra cierta investidura narcisista en el sueño, y libidinal en las relaciones sexuales. El dominio de las experiencias de separación-individuación da lugar a estructuras psíquicas y a placeres cada vez más elaborados, pero el renunciamiento implícito en este proceso de introyección y de identificación crea una nostalgia de retorno al mundo fusiona}, al abrigo de toda frustración_ Desde el comienzo de este proceso de separacíónindividuación (Mahler, 1970), que representa la pérdida del pecho-madre, la vida pulsional del niño también tendrá un doble objetivo: una parte de su libido intentará anular -y esto, durante toda su vida- esta separación y buscará una unión total corporal, lo menos simbólica posible con el Objeto (Stone, 1961), mientras que la otra corriente pulsionaJ apuntará al mantenimiento, a todo precio, de la independencia del objeto, sin la cual su identidad corre el riesgo de desaparecer en la madreuniverso. Sobre esta base se construirá la estructura edípica primaria. La problemática de la alteridad se infiltra progresivamente en las dificultades planteadas por la identidad psicosexual, no solamente en la escena edípica sino también desde el punto de vista de la integridad narcisista. Por segunda vez, el hombre debe des· cubrir que lo que busca, lo que él desea, es la esencia misma del Otro, e inevitablemente dará a su deseo sexual la intensidad, el dolor y la paradoja de la escena primera. Para tener un sexo y un sentimiento de identidad sexual, ptirnero hay que tener un cuerpo y una existen· cía individual. Sin esto, la sexualidad corre el riesgo de

verse utilizada únicamente para reparar las fallas en el sentimiento de identidad (véanse caps. 2 y 3). Recorde150

mas que este sentimiento de identidad subjetiva está sujeto a ataques múltiples, que van desde el aniquilamiento (castración "primaria") y angustia de desintegración (castración "pregenital"), hasta la angustia de castración fálico-edípica. Mi intención no es la de examinar los obstáculos de este proceso creador de identificación con el objeto perdido y su repercusión en la sexualidad adulta. Me limitaré a señalar que esta primera introyección del pechouniverso le permite que sea escindido en objeto "malo" y en objeto "bueno". Esta separación primordial y esencial garantiza la capacidad psíquica del lactante de mantenerse en relación creadora con el Otro. Si esta separación faltat el pequeño sujeto sufre graves trastornos en su integridad psíquica y en su relación con el mundo exterior. Esta misma falla va a imponer, entonces, la fase fálica a la evolución del niño, de allí la imposibilidad de identificarse con el otro sexo sin miedo hasta alcanzar, finalmente, su propia identidad y su rol sexual. En su lugar, el niño corre el riesgo de realizar una falsa escisión (Meltzer, 1967) a nivel de la diferencia de sexos, de manera que el "mal" se encuentre de un lado de la demarcación sexual y el "ideal" del otro, mostrando una falta de integración de deseos bisexuales que apuntan a los dos padres. Esto es evidente en la homosexualidad, en la cual se revela un rechazo fóbico del sexo opuesto y la "solución" homosexual no es el resultado directo de la ilusión hermafrodita. Narciso no es hermafrodita. "¡A mí no me gustan las mujeres! ¡Ni los hermafroditas! Me hacen falta seres que se parezcan a mí...", suspira el Maldoror de Lautréamont. El obstáculo más poderoso para la integración de la bisexualidad psíquica es la avidez oral. Esta avidez por la madre-pecho es la materia prima del amor. Pero las dificultades son muchas. 'Turnemos el ejemplo de la céle-

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bre envidia del pene en la niña. El deseo común en la niña de poseer un pene personal y de quitárselo al que lo posee se transformará en ganas de gozar con el pene del hombre en la relación sexual. Si, por el contrario, el pecho-objeto nunca ha sido internalizado como representación básica y soporte de las primeras pulsiones libidinales, ha fracasado corno significante del deseo materno, es decir, ser el pecho para su hijo. El pene puede suscitar envidia destructiva que impida toda posibilidad de una relación o toda aprehensión de un deseo. La proyección de tal avidez oral hace del pene, o del hombre entero, un objeto persecutorio, y de ella misma un objeto igualmente peligroso para el otro. De la misma manera, el deseo oral del niño de tener los atributos de la madre, de quitarle lo que hace falta para atraer el deseo del padre, también debe recorrer un camino para que este fin envidíoso se transforme en deseo de dar su pene a la mujer, con lo que esto implica, al mismo tiempo, de identificación con su placer de recibirlo. Dejo de lado el problema de la envidia del pene en el hombre y del deseo de la mujer de poseer el secreto sexual de la madre. Estos deseos y su integración forman el otro polo de la identidad sexual y normalmente encuentran su investidura en la identificación secundaria con el padre del mismo sexo. Insistimos, particularmente, en la capacidad de identificarse con el otro sexo corno elemento fundamental en la movilización del deseo sexual. Esto implica la posibilidad de depender de otro sin miedo. La parte dependiente de la personalidad es la que reconoce los límites y las limitaciones de su propio ser, así como la existencia y los límites del otro, y acepta que la satisfacción de toda necesidad, finalmente de todo deseo, se relacione con la incapacidad fundamental del ser humano de bastarse a sí mismo. Reconocer la necesidad del objeto (el objeto genital incluido) es la condición 152

de la vida, y todo intento de negar esta dependencia se orienta en el sentido de la muerte. Al drama de la alteridad le sucede el drama de la diferencia de sexos y de la interdicción de deseos incestuosos. Estos desgarros producidos por la irrupción de la realidad en la omnipotencia narcisista del niño deben ser compensados de una manera o de otra. Para lograrlo, el niño encuentra hilos diferentes con los que tejerá su identidad, que inevitablemente tendrá doble aspecto: todo lo que en él se parece al otro, y todo lo que en él es diferente del otro. La falta de uno u otro polo pondrá en peligro el sentimiento de identidad, ya se trate de identidad subjetiva o de identidad sexual. Dicho de otra manera, todo reconocimiento de una identidad es, primitivamente, reconocimiento de una diferencia. Y volvemos así a nuestro punto de partida, al ideal hermafrodita, ideal fundado sobre otro ideal, fusiona!, que une al niño al pecho-madre, etapa esencial hacia una identidad verídica. En los dos ideales se encuentran los mismos procesos fundadores: renegación de la diferencia en el intento de mantener un estado ideal ilusorio y resguardarse de las angustias de desintegración, e integración con el objeto perdido e introyección de él, actos creadores con los cuales el sujeto se convierte en sujeto y objeto a la vez, con el fin de atravesar el espacio que lo separa del otro, sin temor de destruír ni de ser destruído. Sí esta creación de un mundo interior de identificaciones e intrayecciones muchas veces perdida y muchas veces recreada falta, todo deseo sexual y todo deseo de realización y logro narcisista corren el riesgo de despo~ seer al otro, arrastrando al sujeto hacía un mundo precario en donde hay sólo un cuerpo para dos, sólo un sexo para dos. Si, como lo propongo, el deseo "bisexual", la esperanza de ser jj} otro sexo manteniendo la sexualidad pro-

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pía~

es un deseo inconsciente y universal, podríamos esperar encontrar en el adulto signos de su existencia que no son pato]ógicos. Puesto que el ser humano es, en su constitución, fundamentalmente "bisexual", el doble aspecto de ]a identidad lleva a una identificación con el padre del mismo sexo, tomando al otro por objeto. La relación genital no puede resolver, ella sola, este anhelo profundo del ser. Yo veo dos realizaciones casi universales: una es el proceso creador que permite al hombre engendrarse mágicamente, por unión de lo que se puede concebir de los elementos masculinos y femeninos de cada uno, creaciones que pueden ir de lo patógeno a lo sublime (por ejemplo, de la creación de una perversión o de un delirio, a la realización de una obra de arte). La otra, la que realiza por excelencia la ilusión bisexual en la vida erótica, es la masturbación. De ella, en tanto acto creador cuyo objetivo sirve a los deseos narcisistas de naturaleza bisexual, hablaré a continuación.

EL HOMBRE Y LA MASTURBACION

La masturbación, normal en el niño, es, igualmente, una manifestación común en el adulto, aunque se hable raramente de ella en las discusiones y escritos analíticos. Intentaré explorar el papel de la realización narcisista y de la ilusión bisexual en el proceso masturbatorio. Subrayo la idea de un "proceso" para indicar que la masturbación representa un acto y una fantasía, y que los dos pueden separarse y encontrar destinos diferentes en la psique. En cuanto a la ilusión bisexual, aunque la fantasía contradiga toda posibilidad de un argumento con personajes de ambos sexos, o aun sin personajes ni siquiera fantasía, existe un hecho irrecusable: el acto masturbatorio recrea en un juego erótico 154

una relación de dos, en donde la mano (o su sustituto) cumple la función, en lo real, del sexo del Otro. La fantasía, al contrario, puede reprimir a este Otro, puede limitarse a personas del mismo sexo, a órganos y orificios distintos de los órganos genitales, a objetos parciales , como los productos del cuerpo, o extenderse a los animales o a un mundo de objetos inanimados o misteriosos. En la fantasía autoerótica, como en la vida onírica, todo es posible; de hecho, en los dos casos, fantasía y sueño, se trata de una creación que debe satisfacer múltiples exigencias. A través de represiones, de condensaciones y de desplazamientos, las fantasías logran combinar en un todo una historia imaginaria que satisface la presión del deseo instintivo, las interdicciones de objetos intemalizados y las demandas de la realidad exterior. Desde este punto de vista, ciertas fantasías masturbatorias son verdaderas obras de arte, aunque de orientación totalmente narcisista, como el sueño; y se revelan igualmente ricas para el análisis. (Digamos, incluso, que su ausencia en el discurso analítico es más bien inquietante.) Pero siempre se trata de un texto amputado, cuya significación en ningún caso puede ser comprendida en su totalidad, según un único contenido manifiesto. Seria interesante estudiar el fenómeno de la masturbación como una realización de un deseo bisexual , y del deseo inconsciente como elemento inscrito, sí-mismo somático y en la psique, desde el comienzo de la vida psíquica. En los Tres ensayos (1905), Freud ha sefialado tres periodos de masturbación, de los cuales el primero era observable en los lactantes. Presentía ya su lazo con las otras actividades autoeróticas, así como su relación con la autoímagen narcisista y con las imagos parentales. Las investigaciones de Spitz y de sus colaboradores han mostrado los lazos profundos entre la masturbación

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y las relaciones objetales precoces 1. En su artículo sobre

autoerotismo, Spitz (1942, 1962) propone conclusiones empíricas y algunas hipótesis sobre tres manifestaciones de autoerotismo durante el primer año de vida. Las actividades en cuestión son: rocking (balanceos ritmicos del cuerpo), fecal games (juegos fecales) y genital play (manipulación genital). Las investigaciones estaban centradas sobre tres grupos: niños que gozaban de una buena relación madre-lactante, un segundo grupo que experimentaba esta relación de una manera inestable, a veces buena, a veces deficiente, y un tercer grupo que evolucionaba en ausencia total de relación afectiva, recibiendo cuidados constantes y apropiados de gente competente. Los niños del grupo 1 (buena relación) realizaban todos actividades autoeróticas y mostraban manipulaciones genitales espontáneas y constantes. En el grupo 2 (relación inestable con la madre), la mitad mostraba una ausencia total de actividades autoeróticas y en la otra mitad se observaban, sobre todo, balanceos del cuerpo y juegos fecales. En el grupo 3 (cuidados exce· lentes, pero ausencia total de relaciones afectivas) se revelaba una ausencia total de actividad autoerótica en todos los niños estudiados. (Esta última observación va en contra de la tesis sostenida por Freud, según la cual los cuidados inducen al niño a la actividad autoerótíca. La relación afectiva y la actitud inconsciente del adulto que cuida del cuerpo y del sí-mismo del niño es mucho más importante en la investidura libidinal que el niño r ealiza de su propio cuerpo y zonas erógenas.) Spitz con· cluye que las actividades eróticas son una función de las relaciones objetales del primer año de vida; cuando estas relaciones no se establecen, no hay actividad autol. Véanse los capítulos 10, 11 y 12, que tratan sobre fenómenos psicosomáticos y la falta de investidura de los límites del cuerpo.

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erótica; cuando el contacto con el objeto es ínestable, el juego genital será sustituido. Cuando la relación con la madre es "normal" se desarrolla un autoerotismo genital. Otros investigadores han confirmado estos trabajos con niños en edad preescolar (Miller, 1969). .En un estudio realizado con niños blancos, en Nueva York, cuya situación socioeconómica los privaba de cuidados maternales se constata una carencia notable de juegos masturbatorios. Frente a situaciones de frustración o de angustia, allí en donde otros niños recurrirán a actividades autoeróticas para tranquilizarse, los nilíos en cuestión actúan atacando o acariciando objetos o personas de su alrededor, como si no tuvieran capacidad de encontrar un equilibrio psíquico a través de su propio cuerpo. Las observaciones en los kibutz, donde los niños están separados de sus padres desde la edad de seis meses, a veces ocho o nueve, han demostrado igualmente una carencia de actividad manual genital y más tarde, una prolongación de las actividades autoeróticas pregenitales -chupeteos, juegos fecales con incontinen~ cia urinaria y fecal, hasta los seis o siete años. Las for~ mas de masturbación están también alteradas: hay predominancia de la masturbación anal, y el interés por las materias fecales está más marcado que el interés por los órganos genitales. Una relación materna "suficientemente buena" parece ser la condición esencial para que el cuerpo y el aparato genital sean catectizados libidinalmente. Otras observaciones sugieren, también, que los lactantes que muestran carencia de autoerotismo genital tienen una mayor tendencia a rascarse, a golpearse la cabeza contra el piso o contra los barrotes de la cuna, o a morderse, lo que hace pensar que se trata de autoagresiones contenidas diferentemente en la masturbación genital precoz.

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Podríamos preguntarnos si la relación materna que permite el desarrollo espontáneo del juego genital (genital play) es igualmente aquella en la que la madre es e.apaz de recibir y contener los ataques agresivos de su hijo con paciencia y comprensión. Winnicott (197lb) subraya la importancia, para el objeto materno, de poder "sobrevivir" a los ataques fantasiosos del lactante. El descubrimiento, infantil, de la supervivencia del objeto le permite usar el pecho-madre de manera creativa. La masturbación tiene, pues, sus rafees en los primeros meses de vida; su forma y sus fantasías serán marcadas fuertemente por el modo de relación con el pecho; además, las pulsiones agresivas son integradas en la actividad autoerótica si la relación materna lo permite, y esto protege al niño de su actividad autodestructiva. Así como el deseo de unirse físicamente con la madre toma fonna en el espíritu del lactante antes que éste haya adquirido la representación del pecho, en lo que concierne al deseo de unión sexual sucede lo mismo. La función de la mano también merece un instante de reflexión en este descubrimiento precoz del niño, y su eventual vínculo con la vida fantasiosa. Es la mano la destinada a tapar la primera brecha en la integridad narcisista, creada por la falta del pecho. Es la mano la que acaricia el genital, aún antes de que el niño haya podido representarse la diferencia de sexos y, más tarde, la mano reemplazará el sexo del otro en una relación sexual imaginaria. Esta última adquisición implica, por supuesto, la escena primaria y su introyección posterior. Desde este punto de vista, la masturbación del niño en la fase fálica tiene algo en común con el juego del carretel. En este juego hay una invención, por parte del niño, que lo ayuda a controlar la ausencia de la madre. En 1ugar de ser la víctima de la separación, es su agente. Pero para que este movimiento hacia la liberación del

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objeto pueda inscribirse en la estructura psíquica, es necesario que el niño sea capaz de fantasear el objeto; esto es ya una señal del renunciamiento al objeto en tanto parte de uno mismo, señal también de que el objeto interno ha podido resistir a la destrucción, a pesar de la destrucción implícita del objeto exterior. El lactante que se chupa el dedo o se acaricia los órganos genitales está creando, ya, en su mundo interno, la primera y vaga imagen de una "madre buena", y de esta manera está desarrollando la capacidad para cumplir una función materna para sí mismo, lo que le garantiza una cierta independencia del objeto externo, una independencia psíquica destínada a acrecentarse sin cesar si su impulso no es obstaculizado por el mundo exterior. De igual modo, el niño que algunos años más tarde se masturba con fantasías centradas en los padres y su relación sexual, de la cual se sabe excluido, ha introyectado una imagen de la escena primaria en la que él puede ser padre y madre a la vez. El "éxito" de estos juegos y fantasías masturbatorios depende, igualmente, del significado que le dé a esta escena introyectada. ¿Ima· gina padres que se aman en un coito gratificante para ambos? ¿O es una relación sin amor, sin órganos genita· les, incluso sádica y pregenital? ¿O aún más, imagina padres en unión amante y narcisista de las que es excluido y para siempre condenado a ser un espectador infantil? (Tal vez la terapia de los sexólogos americanfls inspirados en Masters y Johnson realiza para sus pacientes un sueño erótico común de la infancia. Mamá y papá están allí, pero en una edición nueva: en vez de prohibirle que haga como ellos, estos padres genitales lo ayudan, lo inician incluso en los secretos de la sexuali· dad de los adultos.) Pero, detrás del niño incestuoso de la fase edípica, se esconde el niño ávido de la fase oral, y el niño avaro de

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la fase anal. Todas las fantasías de este orden tienden también a integrarse en la escena primaria íntroyectada por el niño. De esta forma las zonas y funciones del cuerpo reciben una significación profundamente bisexual. Las zonas y las funciones que siguen el modelo del continente-contenido, particularmente son aptas para enriquecerse con significado inconsciente bisexual. De muchas maneras, el pequeño masturbador niega, mediante su acto fantasioso, su evidente exclusión de la escena primaria y la herida narcisista que ello le provoca. Al mismo tiempo, controla mágicamente a los padres, sustituyéndolos. Finalmente el argumento masturbatorio trata de contener o resolver todos los conflictos en juego. De este modo el ideal hermafrodita engloba a su precursor, el pecho-universo ilusorio, la negación de la diferencia de sexos y también la renegación de la primera separación del pecho-madre. La masturbación del hombre, finalmente, tiene tanto que ver con su integridad narcisista como con su sexualidad. ¿Qué realiza el niño en su actividad erótica? En su deseo inconsciente de estar unido al objeto de la manera menos abstracta, m ás corporal posible, le falta todo objeto transicional. En cuanto a lo que hay de necesidad en las gratificaciones autoer ótícas , ya se trate de la succión del dedo o de juegos genitales, es evidente que la ilusión sólo aporta una satisfacción transitori a. El acto sólo puede ser satisfactorio en la medida en que está ligado a una fantasía de unión con el obj eto. El niño que se chupa el dedo quiere ser alimentado, es cierto, pero sobre todo quiere redescubrir el placer de ser uno con el pecho-madre. En cuanto a la masturbación, es también la fantasía que le da su peso psíquico. Gracias a las "castraciones" sucesivas aportadas por la realidad, es decir, gracias a la imposibilidad de satisfacer en lo real sus 160

deseos de fusión y sus deseos sexuales, el niño triunfa sobre sus padres y el mund
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verá obhgado a inventar otros objetos para remplazar la mano como primer sustituto y luego como sustitutos genitales. La mano, que remplaza al pecho antes de remplazar al sexo del otro, es soporte de todas las ilusiones que sirven para reparar la omnipotencia perdida. Entre el ser ideal completo, sin falta, de la ilusión de fusión, y el vacío absoluto del mal, de la muerte, se encuentra el espacio de la imaginación y la mano, magia en lo real, y paralelamente, creación de una nueva realidad psíquica en lo imaginario. Creaciones como éstas pueden llamarse sueño o pesadilla, pueden transformarse en síntomas neuróticos, psicóticos o psicosomátícos, en desviación sexual u obra de arte, pero todas son testimonio de tentativas de autocuración de conflictos psíquicos inevitables para el niño.

MASTURBACION Y PSICOANALISIS

A pesar del interés precoz por la masturbación en la historia del psicoanálisis, la mayoría de los trabajos sobre este tema conciernen únicamente al autoerotisrno infantil. Y sin embargo, la masturbación es un tema familiar en el discurso de los adultos en análisis, aunque raramente espontáneo. Esta masturbación adopta, evidentemente, formas clínicas muy variadas que pueden ir desde puestas en escena fetichistas-sadomasoquistas hasta la masturbación común y esporádica de personas que tienen, además, relaciones heterosexuales satisfactorias. La masturbación puede ser vivida, igualmente, como síntoma neurótico del cual el paciente desea deshacerse, síntoma compulsivo que remplaza o precede a las relaciones sexuales. En la economía libidinal la masturbación compulsiva es similar a la observada en las perversiones sexuales, y dinámicamente tiene escasa

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relación con la esporádica de quienes viven situaciones de privación o de daño narcisista. En el otro extremo de la clínica se encuentran l os ~malizantes para los que la masturbación es algo desconocido, aun corno recuerdo de infancia, es decir, los sujetos para los cuales la lucha contra la masturbación infantil ha sido tan encarnizada que ha sufrido profun· das transformaciones. El niño, en el período de lactancia, lleva adelante una doble batalla: contra el acto y también contra las fantasías que lo acompañan. Si logra suprimir brutalmente el acto, encontrará sustitutos (eventuales síntomas obsesivos) que podrán encastrarse en conflictos sádicos y sádico-anales. Si es la fantas ía que está reprimida en el inconsciente, se expresará en síntomas histéricos, obstaculizando así ciertas funciones del yo que, inconscientemente, se erotizan (inhibiciones intelectuales y otras ... ). Desde este punto de vista, la masturbación y la formación de síntomas tienen algo en común, puesto que ambas son el resultado de un largo proceso, en un intento de encontrar soluciones a deman~ das conflictivas. Una diferencia fundamental, sin embargo: el síntoma es sentido como extraño al yo, mientras que la masturbación permanece siempre sintónica con el yo consciente, y confirma el sentimiento de identidad. Aunque el individuo puede sentirse culpable por su masturbación, sin embargo supone que es un deseo consciente y un acto deliberado. La aventura analítica permite el hallazgo de las raíces infantiles de la invención autoerótica original y, así, la posibilidad de reconstruir las teorías sobre la sexualidad infantil, cuyos fragmentos esenciales se han perdido (Miller, 1969). En todo caso, tanto para el a nalista como para el analizante, hacen falta meses, tal vez añ()s de paciencia antes que este trabajo de espeleología psíquica sea posible.

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Paso ahora a los adultos que se masturban -esporádica o frecuentemente- y que por otro lado mantienen relaciones heterosexuales satisfactorias. De estos últimos jamás se habla en los coloquios ni en los escritos analíticos, y sin embargo son muy numerosos. Sobre todo los adultos que tienen relaciones heterosexuales más o menos estables son los que hablan con mayor dificultad de su masturbación, como si hubiera allí una profunda antinomia. Y por cierto que ambas actividades sexuales, autoer6tica y heterosexual, sirven a dos objetivos diferentes. Sea lo que sea, 1as asociaciones concernientes a la masturbación, que surgen en el discurso analítico, están casi siempre acompañadas de un afecto desagradable o penoso. A lo sumo, el analizante encuentra fragmentos que puede contar sin demasiada emoción; otros detalles -sobre la técnica de Ja masturbación o su puesta en escena fantaseada- sufren un eclipse o una disminución de su importancia. A veces hay que esperar años para que estos fragmentos indecibles sean accesibles al análisis. Ciertos ana1izantes, el caso es común, confiesan haber evitado, durante largos períodos, masturbarse en el momento en que hubieran querido hacerlo, ¡para no tener que hablar en análisis! Esta dificultad que tiene la casi totalidad de los pacientes para abordar libremente todo aquello que concierne a la masturbación merece nuestra atención, y más aún cuando esta reticencia se hace sentir en personas que manejan con facilidad teorías psicoanalíticas e interpretaciones sobre la sexualidad: los analistas en análisis, los psiquiatras, los educadores, los psicólogos. Ahora bien, parece que la masturbación no es una expresión semejante a otras manifestaciones sexuales. ¿Por qué se asocia tal reprobación a la inclinación del ser humano a hacerse el amor a sí mismo, a refugiarse, aunque sólo sea en raras ocasiones, en la autarquía erótica? 164

Se me responderá que esto es evidente: el acto masturbatorio, prohibido en tanto manifestación pública desde la más tierna infancia, se practica en secreto; los fantasmas que lo acompañan son estereotipados, infantiles, impregnados de pregenitalidad, aureolados de ilusiones narcisistas. A esto podríamos agregar que las fantasías revelan, igualmente, deseos pasivos y activos, inaceptables para el resto de la personalidad, que estas fantasías están ligadas, originalmente a deseos incestuosos, homosexuales y heterosexuales. Pero, además, ¿acaso no pregona el masturbador, también, su liberación de la presión de la monosexualidad y de su de· pendencia del otro con respecto a todas las expresiones del deseo sexual? El niño que se libera de la decadencia que es la diferencia de sexos y de la interdicción impuesta por la diferencia de generaciones, revela otro deseo, el de liberarse del tan deseado pecho-madre-universo, y así recrea para él solo, el círculo cerrado, mágico y narcisista en el que nadie puede entrar. Así pues, al cortejo de las fantasías aptas para mantener la culpabilidad exacerbada del hombre por su masturbación, se suma la demanda del analista de decir todo lo que pase por su mente. Revelar al otro su creación, simplemente porque aquél se llama analista, es correr el riesgo de un desgarramiento irreparable. Aquí se inscriben todas las amenazas de retribución con las que la imaginación del hombre ha dotado a los temores de su progenitura: pérdida de la sustancia, de la inteligencia, de la salud, del amor de Dios ... Este éxito secreto que ha sabido escapar a todas estas maldiciones, también lo va a perder finalmente. Se puede encontrar, si no en su psicoanálisis personal, al menos en sus escritos, la raíz histórica que explique la reticencia de los analistas a hablar más abiertamente de la masturbación. Freud mismo ha tenido una 165

actitud ambigua con respecto a este tema. Durante el célebre Coloquio de 1911-1912 sobre la masturbación, queriendo profundizar en el tema, parecía sostener que la masturbación era, en sí misma, una manifestación patológica, tal como en 1893 se había propuesto la tesis que pretendía que la masturbación era la causa primordial de aquella misteriosa enfermedad del siglo pasado: la neurastenia. Cinco años más tarde, siempre fascinado y perturbado por los daños de la masturbación, escribía a su amigo Fliess (22 de diciembre de 1897): "(. .. )Me ha parecido que la masturbación es la 'adicción primaria', y que las otras adicciones, al alcohol, a la morfina, al tabaco, etc., entran en la vida del individuo solamente como sustituto y remplazo de la masturbación. (. .. ) Uno se pregunta, evidentemente, si tal toxicomanía es curable, y si el análisis y la terapia no deben detenerse aquí Y. contentarse con transformar una histeria en neurastenia". 2 Finalmente, a los pesados obstáculos con los que carga todo discurso sobre la masturbación, sumemos la presión sociocultural ejercida contra ella, aun si actualmente esta presión es más implícita que antes. El Larousse del siglo XIX, tomo X, nos enseña que: "(. .. )son sobre todo los niños de dos sexos los que se entregan a este vicio que, golpeando de esta manera a la sociedad en los elementos que más tarde deben concurrir a su perpetuidad con la generación, tiene una influencia fatal, para el individuo y, al mismo tiempo, para la especie. (. .. )¿Cuántos niños han muerto a consecuencia de la masturbación? (. .. ) Predispone a muchas enfermedades (. .. )sobre todo (al) desarrollo de la tisis con consunción y 2. En un trabajo en curso, espero demostrar que estas adicciones no remplazan la masturbación, sino a la Madre de la primera infancia, y son testigos de una patología en la evolución de los fenómenos y objetos transicionales.

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aparición de trastornos variados del sistema nervioso. Las funciones digestivas se alteran rápidamente en los individuos que abusan de los placeres venéreos . (. .. ) El W,;;t!>~lt,rbador no tarda en sentir que sus fuerzas disminuyen, en perder los colores de la salud, en adelgazar, y, si es joven aún, su organismo sufre, fatalmente, una detención del desarrollo. ( ... ) Los ojos se vuelven hundidos y ojerosos, la piel y las mucosas se decoloran. Los enfermos se vuelven perezosos; se ahogan apenas caminan y con facilidad les sobrevienen síncopes. Sus fuerzas muscula.res disminuyen cada vez más, se Jos ve caminar titubeantes, encorvados, ya, a pesar de que hace poco han salido de la adolescencia. (. .. ) Más un cadáver que un ser viviente(. .. ) estar por debajo de la bestia, espectácttlo del que no se puede concebir el horror(. .. ) (de un desgraciado que) había pertenecido, en otro tiempo, a la especie humana". La cohorte de fantasías referidas a la castración y movilizadas por las costumbres de represión sexual del siglo XIX todavía se encuentra en el inconsciente del hombre. Esta pieza elocuente de la época victoriana demuestra gráficamente el destino que espera a quienes aspiran a reparar, a través de la masturbación, las heridas narcisistas cuyo blanco es la especie humana, a quienes finalmente se atreven a mantener la ilusión de ser hermafroditas, privilegio de los dioses y de las lombrices.

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5. CREACION Y DESVIACION SEXUAL

Con el fin de profundizar mis ideas sobre esta similitud-y-diferencia, he partido de los conceptos de sublimación y de perversión, tal como Freud los expone en los Tres ensayos de teoría sexual. De esta manera, he llegado a pensar que, desde un cierto punto de vista, la definición de estos dos términos era idéntica. La sublimación y la perversión tienen en común lo siguiente: ambas describen una actividad en la que las pulsiones sexuales se encuentran apartadas de su objetivo original, o apuntan a un objeto que no es más el objeto de origen. Por otra parte, ambas conciernen más especialmente a las pulsiones llamadas "parciales", pulsiones tanto libidinales como agresivas. Sin duda, la concepción generalmente utilizada para diferenciar la invención de una perversión de la creación artística es sufióentemente conocida como para que haya necesidad de detenerse; me refiero al hecho de que una actividad llamada "sublimada" se describe como "desexualizada" en cuanto a su finalidad y se supone que apunta a objetos socialmente valorizados. Evidentemente no hay nada de

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-esto en lo que concierne a la desviación sexual, la cual no está ni desexualizada, ni socialmente valorizada. Al contrario, para el profano al menos, el término "perverso" tiene, en sí mismo, algo de peyorativo. Esperemos que no suceda lo mismo con los que se llaman psicoanalistas, porque el analista tiene razones para saber que todo hombre es un "niño perverso polimorfo" en potencia y que cada uno de nosotros, también en potencia, oculta inmensos recursos creadores. Pero la mayor parte ignora su "núcleo perverso" así como ignora su potencialidad creadora. El primero se ocuJta bajo los rasgos del carácter y la segunda está confinada a los sueños; ambos se encuentran en esta otra escena que es el inconsciente. Por otra parte, es fácil descubrir el vínculo primitivo entre las manifestaciones creadoras y las expresiones perversas; entre, por ejemplo, el voyeurista y el pintor, el exhibicionista y el actor, el fetichista y el filósofo, el sadomasoquista y el cirujano ... Sin embargo, la gente sensata diría que las diferencias son más importantes que aquel supuesto vínculo primitivo. Pero el destino del psicoanálisis es alejarse del buen sentido para formular las preguntas prohibidas y para buscar otro sentido, por detrás del sentido comúnmente admitido. Con el mismo derecho nos está permitido preguntarnos qué pulsiones parciales, qué perversión sexual sublimada a tiempo, se esconden en el ejercicio del psicoanálisis, puesto que el psicoanalista no escapa mejor que otro a este cuestionamiento sobre el fundamento de su elección y de sus actos. (Saber para ver, comprender en vez de prender, reparar para preL•enir la culpabilidad, son ejes posibles alrededor de los cuales se construye, entre otros, el deseo de ser analista.) Antes de dejar el camino trillado del vínculo inconsciente entre las desviaciones de la sexualidad y las creaciones intelectuales y artísticas, una pregunta prelimi170

nar se impone: ¿qué entendemos por perversión? ¿Este término se define en relación con una sexualidad lJamada "normal"? Pero, ¿y esto qué significa? ¿Existe una sexualidad "normal"? Aquí hay material para otro capítulo, i por lo cual no me detendré a profundizar ahora esta cuestión, salvo para observar que Freud ha llamado nuestra atención, hace setenta años, sobre el hecho de que la frontera entre la "normalidad" y la "perversión" era muy permeable, y que muchas actividades, habitualmente calificadas como "perversas" -voyeurismo, fetichismo, exhibicionismo, interés por una variedad infinita de zonas convertidas secundariamente en "erógenas"- podrían desempeñar todas un papel en la realización de una relación amorosa heterosexual. Por razones inherentes a su éstructura, la perversión corre riesgo, sin embargo, de ser la sexualidad sin amor. Además de esta carencia frecuente en la relación con el otro, lo que caracteriza, mejor tal vez, al desviado sexual no es lo que él hace sino la constatació'n de que no puede obrar de otra manera. El perverso no elige ser perverso, como no elige tampoco la forma de su perversión. Su elección inconsciente es un intento de autocura de la angustia que suscita en él el modelo de la relación sexual proporcionado por los primeros objetos, modelo que es no sólo restrictivo sino incoherente. Así pues, su hallazgo erótico es esencial para su equilibrio psíquico. Pero esta expresión es muy limit ada, y si se Ja obstaculiza, el sujeto puede encontrarse amenazado para mantener en equilibrio su economía identificatoria. El aspecto compulsivo, acaparador de la conducta perversa, lo muestra bastante bien. Tomemos el ejemplo del homosexual y su búsqueda ferviente de parejas; ser homosexual es una manera de vivir, casi un L

Véase al respecto el capítulo 13 de este libro.

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oficio (y éste es uno de los aspectos invocados generalmente corno doloroso entre los que piden un psicoanálisis). En las otras desviaciones sexuales -las puestas en escena fetichistas, sadomasoquistas, travestistasencontrarnos el mismo aspecto exigente, ineluctable del actuar, y a menudo desde la infancia. En análisis, estos pacientes y estas pacientes describen una actividad erótica que los ocupa al máximo, capaz de llenar horas todos los días, a tal punto que, muy a menudo, el motivo consciente de la demanda de análisis es el problema de trabajo. Las horas de preparación ritual, los argumentos consignados en papel o largamente desarrollados en las reflexiones, los proyectos complicados del voyeurista, del exhibicionista, del homosexual que "liga" hasta altas horas de la noche, toda esta actividad no deja tiempo, y a veces ni siquiera el deseo de vivir fuera de este reíno erótico en donde el sujeto es rey. Fuera de esta escena repetida sin cansancio, el mundo de los otros es vivido, a menudo, como insípido, inútil, incluso incomprensible para el sujeto, si su descatectización libidinal va muy lejos. Notemos al respecto que este tipo de preocupacíón intensa y exclusiva marca también al intelectual y al artista creador; pero en lo que concierne al producto de su creatividad, el público es una dimensión esencial, mientras que el "público" del desviado sexual (tan poderoso en su fantasía como el público real lo es para el artista) está reducido al mínimo y, muy a menudo, al espejo. Aunque su performance tenga como meta la recuperación narcisista, tanto el artista como el perverso se enfrentan con objetos internos que cada uno trata de alcanzar a través de su creación. Pero es evidente que el goce del artista en este asunto de seducción que mantiene con el público no es un goce orgásmico, mientras que el sujeto perverso siempre tiene, como meta última, 172

el goce sexual -el suyo o, también frecuentemente, el goce de su pareja. Por otra parte, esta última meta prima muy a menudo sobre su propio goce, lo cual muestra, a su vez, al perverso como a un artista. El artista trata también de alcanzar a su pareja, el público, para hacerle sentir algo, para invadirlo con su visión personal, comunicarle su ilusión de la realidad, así como el perverso trata de imponer el goce sexual según su creación personal. Pero el acto creativo desempeña un papel diferente en la economía libidinal del sujeto con respecto al acto perverso. En la transformación de la expresión sexual que funda la obra creadora, el artista es libre, no sólo con respecto al desenlace orgásmico sino también con respecto a la forma y al contenido de su creación. El tema de base puede ser el mismo -una obra auténtica siempre llevará la marca de su creador (un Picasso se reconoce desde el otro extremo de la galería)-. La creación, aunque lleve el sello de la personalidad de su creador, está libre del elemento de compulsión que marca las producciones pervertidas, y los temas creados, pero jamás serán idénticos a los que los precedieron. El perverso trata de recrear una puesta en escena idéntica a la de siempre; la sexualidad desviada es una sexualidad operatoria en el sentido en que los psicosomatistas dan a este concepto. Es una creación hecha de una vez, poco modificable en cuanto a su contenido fantasioso o a su forma de expresión. Debo aclarar un posible malentendido. Si bien aparento oponer creación y perversión, esto no excluye su coexistencia en un mismo sujeto. Sucede a menudo que un analizante revela una sexualidad aberrante y que, por otra parte, da muestras de una creatividad auténtica. Ejemplos célebres abundan en nuestra historia cultural. Pero lo contrario no es necesariamente verdad: el hecho de ser homosexual, voyeurista, fetichista, no con-

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fiere en sí mismo ningún don creador. Al revés , sería más verdadero decir que se puede ser artista creador a pesar de la existencia de desviaciones sexuales organizadas, porque los conflictos inconscientes que habrán llevado al sujeto a una solución aberrante del deseo sexual engloban, a menudo, mucho más que su vida erótica; estos conflictos pueden obstaculizar todas sus relaciones con el otro e, igualmente, su actividad sublimatoria. De todas maneras, que el desviado sexual sea o no creador, su actuación erótica da muestras de una vida fantasiosa singularmente pobre. La fuerza estática que mantiene en su sitio este campo limitado tiene su paralelo, tam· bién, en la rigidez y la continuidad de los síntomas neuróticos, de los cuales Freud ha señalado su base común con las perversiones y las neurosis. Pero la célebre frase freudiana según la cual la neurosis es "el negativo de 1a perversión" se ha revelado inadecuada, con el transcurso de los años, para comprender la estructura inconsciente que sostiene la sexualidad perversa. Los Tres ensayos fueron escritos en 1905 y Freud no retomó jamás este trabajo magistral, salvo para añadir algunas notas, mientras que su teoría, sobre todo la de la estructura del yo, evolucionó a pasos agigantados durante los treinta años que llevaría la terminación de su obra. Así pues, en los términos del modelo llamado "estructural" de la mente, la estructura superyoica del des viado sexual sólo le permite imaginar relaciones sexuales en una perspectiva muy limitada. Al igual que en la neurosis, se trata de una manifestación superficial, que brinda poco insight en la vasta estructura subyacente. La heterosexualidad aparece como peligrosa y prohibida, y en consecuencia contracatectizada. La homosexualidad nos da el ejemplo más claro: la investidura fóbica por el sexo opuesto que muestran los homosexuales de ambos sexos está reforzada, tanto por las 174

interdicciones masivas pronunciadas por los padres, como por la angustia de castración que, en todo caso, nunca falta. El estudio de adolescentes, hombres y mujeres, homosexuales muestra que todo lo que desanima a la heterosexualidad, tiene por efecto alentar la homosexualidad. Presiones semejantes, provenientes de problemas inconscientes de los padres, se ven en funcionamiento, igualmente, en otros desviados sexuales. Cuántos pacientes travestís, por ejemplo, recuerdan la mirada materna cómpíice que finge no ver, en el dormitorio del hijo, la ropa interior robada. De esta manera, el niño destinado a una solución desviada del Edipo a menudo se encuentra en búsqueda de una solución a los problemas sexuales y narcisistas de los padres; su identida d psíquica está hecha, en su mayor parte, a la medida de sus especificaciones íncon!"!cientes. Podemos decir al respecto que la perversión e~ .rn triunfo sobre el instinto sexual. La "solución perversa" del l!;dipo es tanto la respuesta a los problemas de la identidad y de la alteridad, como una escapatoria a la angustia de castración y un lugar de depósito privilegiado para las pulsiones pregenitales. Las perversiones demuestran que su creador usa su capacidad sexual para enfrentar peligros narcisistas. El dilema homosexual provee insight en los factores dinámicos y económicos para mantener la estructura sexual perversa. A través del estudio de la homosexualidad femenina (McDougall, 1964, 1970) y siguiendo los casos de varones homosexuales, he llegado a extraer, primeramente, ciertos elementos importantes concernientes al papel inconsciente de la relación sexual en la economía psíquica, y a apreciar la estructura edípica de tales analizantes. La importancia del acto homosexual para el

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mantenimiento del sentimiento de identidad y de autoestima sólo tiene su equivalente en Ja profunda ambivalencia y en la violencia que, al mismo tiempo, marcan esta relación. Estos factores existen en muchas relaciones heterosexuales, pero las heridas narcisistas que conducen a la búsqueda de un objeto homosexual son tales que la exigencia inconsciente, dirigida a la pareja para que las repare, da un aspecto más compulsivo y destructivo al intercambio homosexual. Los "retratos de familia" esbozados por estos pacientes son, como lo hemos visto en los capítulos precedentes, extrañamente parecidos: es la imago materna la que domina en todos los planos, imagen muy idealizada; el odio que se le tiene está proyectado en el padre. Este último es presentado como brutal, gastado, frío, de origen inferior al de la madre, incluso muerto, y en consecuencia borrado de su lugar en el mundo objeta) interno. Así Ja imagen paterna ocupa muy poco espacio psíquico en el mundo interno, por lo menos desde el punto de vista positivo. Esta representación fracasa en el cumplimiento del rol simbólico normal del padre en la estructura edípica. El. fantasma de la escena primaria proporcionado por esta pareja (madre intocable e idealizada, padre menospreciado y ausente), y la estructura edípica derivada, están evidentemente un poco deformados. Además, estas imágenes están a su vez brutal e írrealmente escindidas. El padre denigrado esconde siempre a otro, portador de un falo ideal (papel atribuido, con frecuencia, al padre de la madre, o aun a Dios, personaje fálico, fuera de serie). La imagen materna, tan vene rada, esconde su cariz nefasto: es la imago primitiva, destructora, la madre de la fase anal que vacía, controla, aplas ta a su hijo, y a la madre oral, la que asfixia, aspira y devora su producto. El homosexual, hombre o mujer, inconscientemente, busca una protección contra ella eri-

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giendo una "barrera fálica": en la niña, esto se realiza por intermedio de una identificación con el falo idealizado; en el caso del niño la búsqueda del falo ideal, a través de su elección de objeto. Ambos crean, pues, un objeto externo, narcisista, que ocupa el lugar de la imago lesionada paterna, tratando de colmar, de esta manera, una falta simbólica fundamental en su mundo psíquico interno. El ideal del yo, igualmente proyectado hacia el exterior, es causa de una hemorragia psíquica continua de la autoimagen que también debe ser curada con el acto sexual mágico. Ya h emos estudi ado, en los capítulos 1 y 2, en l os analiza ntes no homosexuales, el intento de dar sentido al modelo sexual lacunar que ha sido proporcionado, y a la organización edípica distorsionada, con los trastornos de la economía libidinal y narcisista. Se incluyó un estudio de la perversión fetichista para ilustrar el hecho de que el acto sexual invariablemente incluye el deseo de ganar, conservar o controlar la representación externa del falo idealizado e inconscientemente aterrador. El objeto fetichista se crea mediante escisión, proyección y mecanismos de desplazamiento para reparar el fracaso simbólico y detener la imagen fantasiosa inconsciente amenazadora. Como hemos podido ver, la violencia disfrazada de los analizantes homosexuales se ha mostrado de manera más clara aún en el juego erótico de los desviados no homosexuales. Se trata siempre de una puesta en acto de una castración lúdica que, ella también, debe rellenar la brecha en el mundo psíquico interior del sujeto, allí donde el complejo de castración no ha sabido jamás significarse a través del falo. Estos juegos sexuales no son, pues, juegos amorosos, y apuntan tanto al control de la angustia como a la realización de un deseo. La construcción fetichista, en todos sus aspectos, parece ser paradigmática de todas las organizaciones perversas.

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De estos rasgos que creí poder extraer del estudio de casos de homosexualidad y de fetichismo, diría hoy que se encuentran en todas las desviaciones sexuales organizadas y que permiten diferenciarlas de las organizaciones neuróticas y psicóticas. No quiero afirmar con esto que dichas entidades son impermeables; sería más correcto decir que una personalidad determinada puede contener partes neuróticas y psicóticas, tanto como aspectos perversos o sublimados, etc. El yo se defiende de diferentes maneras contra los peligros que lo amenazan. La organización perversa, justamente, está marcada por una mezcla de defensas psicóticas y neuróticas; la escisión, señalada por Freud, es el escudo defensivo del yo, especialmente en ciertos desviados sexuales. Sin embargo, no quisiera dar la impresión de que la forma que toma la expresión erótica perversa no tiene significación propia; esto sería doblemente falso puesto que, al contrario, esta significación es extremadamente importante en el análisis de estos pacientes. Hay una diferencia notoria, por ejemplo, entre la estructura psíquica del homosexual y la que sostiene a otras organizaciones perversas; y diferencias evidentes en cuanto a la significación de la perversión en la mujer o en el hombre. Lo que me interesa por el momento es extraer rasgos específicos de la estructura perversa del Edipo, su función dinámica y económica, y los problemas que se plantean al respecto. La estructura edípica de estos sujetos es sorprendente por s u homogeneidad misma: es la pareja mística del pequeño Jesús-madre idealizada, asexuada y padre inasible, aéreo como el Espíritu Santo. Detrás de estos retratos ostensiblemente pintados encontramos una imago materna vivida por el hijo como mortalmente peligrosa, mientras la del padre está investida c)n un falo ideal pero, relacionado con la muerte. Esta imago

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fálica, en lugar de ser un objeto interno, y por consiguiente, un símbolo esencial para comprender y estructurar tanto la realidad inter-humana y sexual como el lugar y la identidad narcisística y sexuada del sujeto, por el contrario, es buscada compulsiva y ansiosamente en el exterior. Esta persecución sin descanso muestra la gravedad del fracaso simbólico y los daiios que ocasiona en la estructura de la identidad subjetiva. La actuación sexual se convierte, entonces, en búsqueda perpetua de una confirmación de sí mismo, destinada a contener el pánico que se desata frente a toda amenaza de pérdida o dolor narcisista. Porque este fracaso simbólico se produce sobre una base fisurada, muy anterior a la crisis edípica y de la diferencia sexual; este fracaso primitivo concierne a la falta primordial de la madre, allí en donde se funda la alteridad, allí en donde se origina la capacidad de "simbolizar" esta falta y de crear las primeras ilusiones para llenar el espacio psíquico dejado por la ausencia del Otro. Es lo que Winnicott (1951, 197la) llama la actividad creadora primaria, la materia prima con la que se fabrican la ilusión y la realidad psíquicas. Refiriéndose al nacimiento del objeto transicional, Winnicott señala que su interés no reside simplemente en que ocupa el lugar de un objeto (madre, pecho ) puesto que no es este objeto real, corporal, sino un objeto-cosa del cual el niño sólo ha creado la significación. Para que el niño logre esta creación, le hace falta una madre que tolere sustitutos de ella misma. El niño que no ha sido ayudado para colmar con su propia actividad psíquica la falta de Ja madre, encontrará doblemente difíciles de afrontar los renunciamientos de la crisis edípica y la creación de defensas psíquicas para paliarla. Al igual que el objeto transicional, los objetos perversos están cargados de magia simbólica, y el problema

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puede presentarse con respecto a su eventual similitud. Tomemos el ejemplo del fetiche: el objeto transicional es una etapa normal en la evolución del niño, mientras que el objeto fetiche da cuenta de un fracaso en la capacidad de simbolizar la verdad sexual y en los renunciamientos a la omnipotencia que ello exige. El fetiche (como el objeto transicional) es representativo de un objeto real, y él también tiene su interés en el hecho de que es un objeto-cosa, o sea, una creación del sujeto, de la misma manera que el niño crea a su primera "posesión not-me". (La pareja, en la puesta en escena perversa, también puede servir de objeto-cosa.) Sin embargo, el objeto transicional no es en absoluto un objeto perverso y no tiene prácticamente ninguna posibilidad de convertirse en fetiche. Los dos objetos pertenecen a dos estadios distintos de la evolución del niño. Lo que puede acercarlos es su construcción simbólica y su relaci ón con Ja imagen materna. Es probable que el tipo de madre que impide a su bebé encontrar y crear su objeto transicional es el mismo que prepara un terreno propicio para un desenlace perverso del Edipo. Al negarse a renunciar al objeto incestuoso, el niño deja pasar la alternativa de la identificación secundaria con el objeto del mismo sexo y se condena, pues, a una recuperacíón narcísista de su identidad sexual lesionada. Quisiera citar, en este contexto, un pasaje de un artículo de J. Chasseguet (1971): ".. .el sector privilegiado de la creación permite al sujeto una recuperación narcisista sin intervención externa. En efecto, estos pacientes, enfermos por falta de aportes narcisistas externos en su primera infancia, logran, por intermedio del acto creador, colmar sus déficit narcisistas de manera autónoma . En este sentido, la creación es una autocreación y el acto creador saca su impulso profundo del deseo de paliar, por sus propios medios, las faltas dejadas o pro180

vacadas por otro" (págs. 102-3; la bastardilla me pertenece). La idea principal de estas líneas concuerda, de una manera bastante estricta, con mi concepci ón de la significación de la sexualidad desviada en tanto acto de creación, y con la de su arraigo en la relación materna precoz. No propondré desarrollar más extensamente los aspectos narcisistas de la estructuración psíquica del desviado sexual, ya que éstos no están reservados únicamente a la perversión, sino que se descubren en todas las manifestaciones de la economía psíquica expresadas en síntomas actuados (por ejemplo, adicciones, actos de delincuencia, caracteropatías repetitivas). Mi tema, aquí, se limita a estudiar la dimensión creadora de la sexualidad perversa y su modo de funcionamiento. Si bien el sistema sexual del perverso proporciona a su estructura psíquica una defensa sólida contra las infiltraciones de angustia psicóticas, hay en él una fragilidad intrínsecamente inscrita, puesto que el sistema sólo ha podido construirse gracias a la desaparición de ciertos lazos asociativos entre las representaciones psíquicas y la realidad externa. Así pues, la relación del sujeto con la realidad tiende a debilitarse, al menos en este ámbito circunscrito. Para colmar el vacío dejado por la elisión del falo en tanto que respuesta a la angustia de castración, el sujeto se ve obligado a descubrir otros puntos de referencia y símbolos, a inven tar nuevos conocimientos, a recurrir a la ilusión. Espero haber mostrado en qué consiste el saber ilusorio del perverso, aquello que funda la creencia y el secreto de quien erige en sabiduría esotérica su solución sexual, o cree poseer el "verdadero" secreto del deseo sexual. ''¡La normalidad -dice el perverso- es el Eros castrado!", y no está totalmente equivocado. Porque la perversión es un triunfo sobre el Edipo, así como sobre la sexualidad genital que, por definición, dependen

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siempre de un otro. La perversión es el "sistema D" de la sexualidad, la verdadera esencia de la independencia. Sólo áSÍ el perverso puede conservar la ilusión de ser el "verdadero" objeto de deseo de su madre, con el derecho de castrar al padre e inventar un modelo sexual idiosincrásico. En análisis, la depresión que está detrás de esta actividad e rótica se revela rápidamente y da a esta sexualidad un matiz de "defensa maníaca", en el sentido kleiniano del concepto. En la reconstrucción de su historia, muchos de estos analizantes, reencuentran el recuerdo de desilusión fatal respecto de lo que representa para s u madre. El encuentra en su juego sexual la manera de reparar la ilusión desgarrada , encuentra con qu é colmar el vacío brutal producido de esta forma en su sentimiento de identidad. ("Si no soy el objeto privilegiado de mi madre, ¿quién soy, entonces?") En adelante, el juego debe disfrazar tanto la verdad sexu al como la rabia y los impulsos homicídas suscitados por su descubrimiento. Sin embargo, la decepción edípica forma parte de la condición humana. El enigma de la elección perversa permanece intacto. En el análisis estos pacientes nos revelan la manera como han construido sus puntos de referencia identificatorios para paliar el derrumbamiento de la ilusión incestuosa; a veces es e] nacimiento de un hermano menor o, con mucha frecuencia, es la actitud de desprecio de los padres hacía la sexualidad de su hijo. Se trata, a menudo, de madres y padres inconscientemente seductores , que se pasean desnudos del ante de sus hijos, que niegan el derecho a los adolescentes de encerrarse solos en e] cuarto de baño, etc. Con la aparente renegación de las pulsiones sexuales de sus hijos, estos padres favorecen las organizaciones sexuales perversas de sus hijos. La novelis ta Violette Leduc, en su novela autobiográ182

fica Thérese et lsabelle (1966) da un ejemplo clásico del despertar a la relación homosexual. Hija ilegítima, fiel s~r'!\dora de su madre, se entera brutalmente de que ésta va a casarse y que, en consecuencia, ella será enviada a un pensionado. Allí será seducida por Isabel: "Está casada. Estamos divididas. Se acabó el tiempo en que escarbaba la tíerra para ella, en que me deslizaba entre los alambres de púas ... Ya no seré su hombre de jornada, ya no seré el trabajador que le traerá dinero ... lo ha tirado todo. La Señorita se casaba. Ha liquidado todo. Tiene lo que le hace falta. Es una mujer casada ... un hombre nos separó. El suyo. Nos hubiéramos bastado a nosotras. Yo tenía calor en su cama. Ella me llamaba su pequeño pícaro. Me decía: acurrúcate contra mi brazo ... pero el Señor está entre nosotros. Ella quiere una hija y un marido. Tengo una madre exigente, yo ... pero ella tiene a alguien. Yo encontré a Isabel, tengo a alguien. Yo soy de Isabel, no pertenezco más a mi madre" (pág. 20-22). De esta manera, el niño fijado a su madre realiza un esfuerzo desesperado por librarse de ella a través de nuevas invenciones eróticas. Estos argumentos sexuales, predeterminados en su esencia, a menudo comienzan a elaborarse en el período de latencia. Negación, renegación, desplazamíento, vienen en su ayuda cuando el niño no puede mantener más 1a ficción de ser el objeto fálico de su madre; pero ya no puede descubrir los verdaderos objetos de su deseo. Como e1 padre ha sido reconocido raramente como objeto de deseo por la madre, el niño no siente deseos de volcarse hacia él, ni de identificarse con él. La exclusión del padre. reforzada por las actitudes conscientes e inconscientes de ambos progenitores, concuerda demasiado bien con el deseo del niño de creer en el mi to de un padre borrado, castrado, y de una madre colmada únicamente por su hijo. La crisis edípica

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exige entonces soluciones desviadas. La madre cómplice, el padre desfalleciente, y sus influencias conjugadas en la creación de un modelo sexual y superyoico distorsionado, son bien conocidos, mientras que la elaboración psíquica, de la cual es testigo la invención neosexual del niño, ha llamado menos la atención. Esto plantea también la existencia de muchos factores desconocidos, uno de los cuales es comprender el problema del mantenimiento de este mito sexual a pesar de su cualidad ilusoria, pero sin ceder a explicaciones sexuales psicóticas. En muchos aspectos, la escena representada y los mecanismos psíquicos en acción son comparables con la creación de un sueño. Un paciente paga a una prostituta para que se ponga cierto tipo de zapatos con tacón alto; calzada de esta manera, la mujer debe pisotear el sexo del paciente diciendo palabras humillantes~ el paciente observa la escena en un espejo, hasta llegar al orgasmo. Otro se viste con ropa que oculta su sexo pero que deja sus nalgas al descubierto; se azota, entonces, y únicamente la vista de las marcas del látigo que espía ansiosamente en un espejo le proporciona un goce que él califica de extraordinario. Otro, aún más, lame la materia fecal y el ano de su pareja para alcanzar el goce sexual, etc. Todas estas escenas ocultan un argumento complicado; como un sueño, se parecen a una obra de teatro en la que faltan algunos lazos esenciales para su comprensión. Se trata, sin embargo, de un contenido manifiesto que hace uso del proceso primario: condensaciones, desplazamientos, equivalentes simbólicos. Y el actor principal mismo ha perdido, invariablemente, la clave de su mitología sexual. El trata, absolutamente, de convencerse y de convencer a los demás de que posee el secreto del deseo sexual, y es lo que monta en espectáculo en su creación erótica. Pero el contenido latente se le escapa. ¿Qué quiere probar o realizar esta puesta en escena de 184

un deseo provisto de objetos insólitos, de objetivos nuevos, de zonas nuevas, que aparecen ante el profano como poco aptas para suscitar o satisfacer un deseo sexual? Esta nueva escena primaria, de la que el perverso es autor, merece toda nuestra atención. Aunque los intérpretes, el decorado, los objetos demuestran tantas variaciones como la imaginación del hombre sea capaz de concebir, el tema es inmutable. Como ya lo señalé, es el de la castración reducida a un juego excitante que apunta a controlar la angustia inherente. Ya hemos evocado (capítulo 2) algunos argumentos clásicos: el del sadomasoquista, que busca el dolor y a menudo apunta a sus órganos genitales o a los de su pareja para llevar a cabo la castración lúdica; el fetichista, que reduce la castración imaginada a un juego de nalgas azotadas, de ataduras dolorosas, en donde las huellas de los malos tratos simbolizan la castración y al mismo tiempo se borran fácilmente; o el drama del travestí que hace desaparecer su sexo poniéndose la ropa de su madre con el fin de apropiarse de su identidad; o aun del homosexual, con su búsqueda incesante de penes que juega a incorporar -anal, oralmente-, reparando de esta manera su fantasía de autocastración, castrando, y reparando al mismo tiempo al compañero. Pero también hay otras "castraciones" que no pertenecen a la fase fálico-edípica, angustias de castración que forman parte de la experiencia afectiva del lactante y que deben, igualmente, ser puestas en escena y controladas por el acto mágico erótico. En esta época precoz, lo que está en juego no es el sexo sino el cuerpo entero, incluso la vída misma. En un artículo, Michel de M'Uzan (1972) describe la puesta en escena de un paciente: "Asfixiándose entre el somier y el colchón, asistía a las relaciones sexuales que su mujer tenía,

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encima de él, con el partenaire , el cual acababa por abofetearlo, hacerle besar manos y pies y le ordenaba que absorbiera sus excrementos". En el argumento escrito y puesto en acción por este paciente, se trata, aparentemente, de un juego de control de traumatismos pregenitales, tal como los puede vivir en su relación materna un niño, en donde Ja respiración, la piel, los excrementos, el cuerpo entero están en juego. Si tratamos de poner en palabras este acto dramático, nos puede hacer pensar que el hombre, habiendo sufrido el castigo del padre, puede ahora participar del coito parental a través de sensaciones cinestésicas y auditivas, oculto en e) mismo vientre materno. A pesar de las diferencias de nivel de regresión en la figuración de la "castración lúdica", vemos que la intriga es siempre Ja misma: la castración no hace sufrir; mejor aún, es la condición misma del goce sexual sin peligro. De esta manera, el sujeto pone fin a su inmensa angustia, gracias a la puesta en escena de su ilusión, como el niüo de) juego del carretel controla el traumatismo de la separación. A través de la negación masiva de la angustia de castración y de la escena primaria, el sujeto logra convencerse también de que los órganos genitales de los padres no están destinados a completarse el uno al otro. El niño ha trocado el mito de Edipo con su estructura universal por una mitología sexual privada. Su vida se limitará, en adelante, a este nuevo modelo. En el mantenimiento de su escena primaria ficticia el perverso está comprometido, sin embargo, en un combate con la verdad. Saber que "uno más uno hacen dos" no es en sí mismo una gran adquisición intelectual, pero aquel (que no 1o sepa) tendrá dificultades donde quiera que vaya; en lo sucesivo se verá forzado a calcular según reglas personales. Los cálculos falsos del perverso no siempre se limitan a las relaciones sexuales; a veces

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pueden reglamentar todas sus relaciones objetales, lo que confina con la psicosis. ¿Cómo comprender esta neosexualidad? ¿Cómo con'\'t2ttir E?µ muerto a un padre vivo? ¿Cómo negar 1a escena primaria, haciendo poco caso de la amenaza de castración? ¿A través de qué mecanismos psíquicos se puede lograr esto, y dónde se encuentran los probables puntos de fijación? Para situar mejor la "solución perversa" con respecto a la "solución neurótica" de la angustia de castración y de la problemática edípica, retomo una vez más la concepción freudiana de la evolución de los fantasmas del niño en su intento por adaptarse a las realidades inaceptables de la diferencia de sexos y de la alteridad objeta}: l. Primeramente, el niño cree que sólo hay un órga-

no sexual: el pene. Es la teoría simplificada del sexo único. 2. Tarde o temprano el niño percibirá que las mujeres no tienen pene, y entonces destruye la representación de sus propias percepciones: "Hay un pene allí; yo lo vi". Es la renegación, forma drástica de "negar a través de la palabra y del acto". 3. Con la evolución del yo del niño, la realidad externa toma un aspecto inexorable que obstaculiza esta solución cómoda; el niño se pone a imaginar acontecimientos para enfrentar el problema. Es la renegación a traués de la fantasía ("papá castró a mamá", "tiene el pene escondido dentro de ella", etc). Esto representa un progreso psíquico considerable de su elaboración psíquica. 4. E l descubrimiento y la aceptación progresiva de la realidad sexual con sus interdicciones obligan a los niños de ambos sexos a contracatectizar el inquietante

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sexo materno. El sexo femenino se inviste como asqueroso, peligroso, horrible o sin interés y en feminidad es menospreciada. De una u otra manera el sexo materno deja de ser un objeto fascinante. El niño parece haber "resuelto" la crisis edípica. A menudo ha logrado simplemente reprimir en bloque sus fantasías, y la puerta queda abierta a neurosis posteriores. 5. Es el período llamado de latencia, marcado por la regresión líbidinal y la adhesión a grupos en donde los niños buscan, en su semejante, un apoyo homosexual contra el mundo de los adultos. Este apoyo falta, especialmente, en los niños destinados a una solución desviada u homosexual del conflicto edípico. En este período, estos niños se convierten ya en niños solitarios, "diferentes de los otros". 6. En el mejor de los casos hay "superación" del Edipo (aunque esto corre el riesgo de formar parte de una mitología psicoanalítica). El niño que llega a este estadio acepta que lo que él desea no se realizará jamás; admite que el secreto del deseo sexual se encuentra en el pene faltante de la madre, y que únicamente el pene del padre podrá colmar el sexo de la madre; acepta, finalmente, quedar para siempre enajenado de su primer deseo y de sus deseos narcisistas. Es la identificación secundaria. Pero el niño que no logra la reorganización profunda de su identidad sexual a partir de esta "resolución" de la crisis edípica se verá obligado a inventar una pauta sexual desviada, como contornear el Edipo con sus verdades inaceptables. Está bloqueado entre el estadio 2 y el 3 del esquema freudiano. Habiendo destruido la significación de sus propias percepciones, se ve obligado a crear una neorrealidad para llenar el vacío dejado por su renegación. Aquí se encuentra, precisamente, la diferencia entre el acondicionamiento neurótico y la ilusión 188

-perversa. Formaciones reactivas, contracatectizaciones fóbicas y otras defensas neuróticas, fruto de las elaboraciones fantasiosas, se encuentran igualmente en la estructura defensiva de los sujetos perversos, pero están sobreañadidas a la renegación fundamental. La Verleugnung de Freud, si se la observa atentamente, incluye dos tipos de defensa: el primero, la renegación de la realidad a través de la palabra y del acto; el segundo, la renegación de la realidad a través de la fantasía. Pienso, como ya lo señalé en el cap. 1, que es más adecuado reservar el término de "renegación" (disavowal) para la "'renegación a través del acto y de la palabra", y guardar el término "desmentida" (denial) para la defensa a través de las fantasías, y así se mantiene la distinción señalada por Anna Freud (1936). El niño que frente al sexo femenino declara que ha visto un pene, ha encontrado una defensa mucho más radical que el que admite que no hay pene pero agrega que crecerá más tarde. Este último niño está de acuerdo con pensar acerca de la situación afectiva perturbada. Esta capacidad para contener y elaborar afectos dolorosos e ideas atemorizantes testimonia una transformación psíquica interior de importancia fundamental para el desarrollo psicosexual del niño y para su futura identidad sexual. Incluso si debe conservar sus fantasías como punto nodal de una eventual neurosis, protege, sin embargo, tanto su relación con la realidad como una cierta independencia con respecto a ella. El sentido de la "realidad"' puede ser concebido como girando alrededor del sexo de la madre y la existencia de la vagina (Lewin, 1948). Esa nada que sorprende al niño y que lo angustia, lo hace con doble intención, puesto que lo reenvía, no solamente a la diferencia de sexos sino sobre todo a su significancia. Al descubrir que su madre no tiene pene, el niño ha tropezado con el secreto sexual de sus

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padres. Más a11á de las fantasías de castración -amenace ésta a los niños o haya sucedido ya a las niñas-, el descubrimiento revela al niño el lugar donde un pene real viene a cumplir su función fálica real. Su conocimiento sexual, hasta el momento corporal e intuitivo, ahora está confirmado. El sexo abierto de la madre es la prueba ineludible de la función del pene paterno. A la interdicción de los deseos incestuosos se suma la mortificación narcisista, al saber que está excluido de la relación sexual de los padres. Pero los niños que nos interesan aquí no quieren saber nada de esto. Prefieren negar la diferencia, alucinar un pene, poner en el lugar de la madre un objeto inanimado como origen del deseo, o de muchas otras maneras, crear un orden nuevo sexual. De este modo, el niño escapa al tabú del incesto, a la angustia de castración y a la mortificación narcisista. Es una victoria en todos los planos, pero que le cuesta caro, porque el sujeto cede una parte de su identidad psíquica en este trueque. El pene del padre pierde su valor simbólico y estructurante para la personalidad, al mismo tiempo que ciertos fragmentos del conocimiento de la realidad se borran. En comparación, el trabajo de elaboración interna y de intrincada defensa que da origen a las creaciones neuróticas es menos perjudicial para la integridad del sujeto. Como ya dijimos, sin embargo, las dos formas de tratamiento psíquico pueden muy bien coexistir en el mismo individuo. Dos sueños de dos analizantes nos revelan dos maneras de afrontar la angustia de la castración y el dolor narcisista. Uno tiene una sexualidad fetichista complicada, mientras que el otro tiene problemas sexuales predominantemente neuróticos. El mismo día contaron un sueño, movilizado, en cuanto a sus residuos diurnos, por un incidente vinculado a la transferencia: el día anterior, los dos analizantes vieron en mi casa una

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puerta abierta, puerta que habitualmente está cerrada, a través de la cual se veían plomeros trabajando en mi sistema de calefacción. "Soñé (habla el paciente fetichista) que estaba acostado al lado de una mujer y que me ordenaban que mirara sus piernas. Yo miré un momento pero no puede encontrar lo que, supuestamente, tenía que responder. Me parecía que era un problema de lógica. Finalmente dije que jamás encontraría la respuesta porque nunca había sido bueno en matemáticas." Una de las asociaciones con este sueño fue que el paciente había visto la puerta abierta de mi casa y que no podía comprender qué hacían aquellos obreros allí dentro. De esto, pasó a recordar sus largas horas de ensoñaciones eróticas durante su niñez solitaria. El otro sueño, vinculado igualmente por el soñador a la puerta abierta, era el siguiente: "Trataba de penetrar a una mujer pero algo me lo impedía y me puse fláccido; de repente me encontré en su casa. Me dicen que no puedo penetrar en cierto corredor porque son los sectores profesionales de su marido y eso me está prohibido. Entonces, mágicamente me encuentro en su jardín. Allí hay animales raros y un hombre me explica que son bestias mitad gato, mitad serpiente. Se levantan, se cruzan, vuelan por todas partes. El hombre me pregunta si tengo miedo de que las bestias me rocen. Yo le digo que no, pero que quisiera comprender cómo hacen para volar así". Dejo a mis lectores tener sus propias asociaciones libres acerca de las múltiples significaciones conten]das en el sueño. Es evidente que nos encontramos frente a un florecimiento de fantasías en busca de su expresión. Los· objetos simbólicos y los eslabones asociativos rela~ donados con lo que pasa entre los padres, el p ene del padre y el interior de la madre. El sueño del primer paciente, al contrario, revela un corte neto, una destrucM

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ción del sentido y un empobrecimiento fantasioso que exige un juego frenético de recuperación; y este sueño reenvía al sujeto a los juegos solitarios de su niñez. Allí donde la fantasía de renegación y elaboración hubiera podido ayudar a contener la angustia impensable provocada por todo lo visto y oído, era inventado un sistema nuevo. El niño destinado a encontrar una respuesta artificial, fetichista, al deseo sexual, ha logrado solamente, renegar lo real para defenderse del dolor psíquico. Tuvo el coraje, por cierto, de remplazarlo por una nueva creación lógica y neosexual pero se trata de un coraje "loco", corno el desafío monumental del psicótico que, más ocupado en proteger su vida que su sexualidad, se atreve a inventar, no su identidad sexual, sino una identidad entera, que ignora los puntos de referencia identificatorios de lo social. Nos encontramos aquí en una encrucijada de formaciones perversas y psicóticas donde la renegación se convierte en la abolición de la representación psíquica, o por lo menos en la destrucción del significante que debería estar relacionado con la percepción y la palabra. Lo que revela rechazo fuera del yo de lo que es intolerable y amenazador para el sujeto. Es el Verwerfung postulado por Freud como mecanismo fundamental de la estructura psíquica psicótica. Tratando de comprender el funcionamiento psíquico de Schreber, Freud ha postulado que lo que había sido "suprimido" en el interior retorna desde el exterior de forma delusoria. Este fenómeno se encuentra profundizado con Bion {1967, 1970) en el concepto de K-Minus y con Lacan (1966) en el concepto de forclusion. Est os mecanismos que cierran el a cceso a la verdad, permiten en las organizaciones psicóticas una recuperación bajo una forma de alucinación o delirio. Lo importante para nuestro tema es lo siguiente: el perverso también rechaza un fragmento 192

de la realidad, dejando representaciones "desnudas" (Bíon), es decir, cuya función significante ha sido destruida. El también recupera del exterior algo de lo que )\~ :rechazado, pero es una recuperación mucho más delimitada que la del psicótico. El perverso crea una ilusión para dar un sentido al enigma del deseo. Por supuesto, con frecuencia tiene la impresión de que su solución de la problemática sexual le ha sido impuesta por el espacio exterior, como el psicótico, para quien la delusión está afectada por la calidad de lo real, pero la locura de la perversión está limitada a ciertos sectores de la realidad humana. La cualidad delusoria de la teoría sexual del psicótico está reducida a un objeto parcial o a un objeto-cosa. Estas "máquinas de influir" en miniatura, que permiten el deseo y su control riguroso, tal vez son una "psicosis focalizada", pero garantizan al sujeto la continuidad del deseo sexual y la integridad de su identidad personal. De igual importancia es que estos mismos objetos parciales o inanimados constituyen un dique para los deseos destructivos del sujeto hacia los objetos de su deseo. Ninguno es castrado, ninguno es matado. He hablado mucho del deseo y poco de la violencia y de la agresividad que contienen las desviaciones sexuales. Este aspecto exige una investigación muy vasta que sobrepasa mi tema actual, aunque la capacidad de frenar y de contener la violencia y el odio mediante su erotización delimita las organizaciones perversas de los psicóticos (McDougall, 1980). Esquemáticamente, podríamos decir que la agresividad puede tomar dos vías para can alizarse en un acto sexual: puede encontrarse allí, la ilusión de reparar al otro, a la pareja, por los ataques castradores fantaseados. Esto sigue la variante depresiva. También está la variante persecutoria, en donde la finalidad es el control y el dominio del objeto,

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para protegerse contra el ataque. El orgasmo del otro equivale a su castración, y de esta manera, el sujeto escapa al peligro de convertirse en objeto y víctima, manipulado, "influido" por el deseo sexual. Es evidente que estas dos fantasías fundamentales están incluidas en los actos creativos: en la relación entre el artista y su público está el deseo de dominar al Otro para combatir su miedo, y de reparar al Otro para escapar al sentimiento de culpa. Hemos dicho que la actuación del perverso sexual puede comprenderse como un sueño, y esto nos conduce, después de un gran rodeo, a su aspecto creador, innovador. Notemos que el aspecto no sexual es el que contiene los elementos de un acto de creatividad -es decir, toda la actividad que llena el espacio entre el deseo del sujeto y el desenlace que le da fin. Muchos desviados sexuales planean y rumian su proyecto y su argumento durante horas, o incluso días, sin pasar al acto. Clínicamente, esto se observa con facilidad en pacientes exhibicionistas y fetichistas. Ya mencionamos a los homosexuales que buscan, durante toda una noche, una pareja mítica "perfecta". El desenlace, el fin de la "hazaña" del perverso, a menudo lo decepcionan, lo asquean, incluso lo deprimen. E s el fin de la ilusión. El juego desesperado terminó, y hay que volver a empezar al día siguiente. Esto es verdad, en cierta manera, para todos los seres que hacen el amor. La ilusión sale siempre ganando y el goce acarrea, inevitablemente, el sentimiento de que algo mágico se termina bana lmente. Pero para el desviado sexual se trata de una pérdida narcisista más profunda. Un paciente lo expresó de manera simple describiendo sus horas de caza nocturna de parejas homosexuales: "Lo que me interesa es su eyaculación, ése es mi placer. A veces, cuando vuelvo a mi casa, me masturbo, pero, en lo posible, lo evito, porque después pierdo mi

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deseo. No hay nada más, y yo tampoco, no soy nada. Apenas existo". Vuelvo, finalmente, a la pregunta planteada en primer término: la producción del argumento perverso es un acto creador, pero ¿en qué escapa a la transformación en creación artística? ¿Qué le falta a este acto compulsivo para que sea liberado de su tigidez, desprendido de su desenlace orgasmático, para ser catectizado diferentemente en la economía psíquica del sujeto? ¿Qué es lo que diferencia su acto del que termina en obra artística o intelectual? El creador tiene todo aquello que se le presenta imantado de interés -al punto de parecer ingenuo a las personas menos creadoras. Si observa todo lo que lo rodea con una mirada nueva, si escucha de un oído crítico, es que cualquier objeto -aunque sea el más banal- sometido a su observación se vuelve fecundo porque está vinculado a un número infinito de otras impresiones, percepciones, representaciones y reflexiones, en un ir y venir bastante libre entre proceso primario y proceso secundario. Se atreve a cuestionar las ideas preconcebidas, a poner en contacto las ideas disparatadas, a crear lo que no existía. La creación erótica de la puesta en escena desviada también es de este orden, sigue, igualmente, las leyes del proceso primario, luego se expresa en un acto secundarizado y exterior al sujeto. Como la fiebre que alimenta la actividad creadora, esta sexualidad aberrante es producida bajo presión, y su producción aporta al sujeto una satisfacción narcisista, como la que aporta el acto de crear al artista. Al respecto, podríamos señalar que el placer encontrado en el acto de creación es más intenso que el de contemplar el objeto creado; la producción prima sobre el producto. (A Picasso se le atribuye la idea de que sólo la obra no terminada es la que cuenta.) La analogía con la desviación sexual es evidente. Y

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encuentra su igual en el niño en la fase anal. Durante esta época el niño siente un placer espontáneo en el acto de dar a luz sus primeras creaciones visibles: su materia fecal y su orina. Los productos mismos sólo le interesan en la medida en que su madre les da importancia; es ella el "público" esencial que da a estos objetos parciales su función significante de objetos de intercambio. Pero son necesarias muchas transformaciones antes de que esta producción se convierta en proceso creador. Un primer riesgo, el placer de la producción, puede convertirse en prohibida por estar impregnada de elementos anales, sádicos y sexuales genitales y de fantasías amorosas de índole incestuosa. El amor infantil combinado con impulsos destructivos es una mezcla difícil de asumir. Si Ja mayoría de los seres humanos no son ni creadores ni perversos, en parte es porque esos impulsos están fuertemente contracatectizados; la mayoría de la gente no está preparada para asumir las transgresiones inherentes a la producción de ningún tipo, ni a la angustia que acompaña a esa producción. El perverso, como el artista y el intelectual, tiene el coraje de transgredir al crear lo que no existe y está preparado para enfrentar la intensa ansiedad qUe su actividad le provoca. Pero su objetivo y su relación con los objetos de su intercambio son diferentes. ¿Cuál es el destino de esta creación? Hemos dicho que la producción prima sobre el producto. Sin embargo, para la personalidad creadora, más allá del placer de la producción, hay un segundo momento de placer narcisístico, es el momento de la entrega de su producto al público (sin lo cual, no se trataría de una vocación artística). La espera ansiosa de la reacción del público está ligada a la espera de una confirmación que le asegure que su producción (vivida en el inconsciente como una actividad erótica y agresiva) y su producto (en el inconsciente, la revelación

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de un objeto parcial, anal o fálico) son aceptables, váli~ dos, deseados y, además, fuente de goce para el público. El compromiso afectivo que el artista mantiene con su p\Í..blico -su publicación, podría decirse- marca una de las más significativas diferencias con respecto al acto perverso. La fantasía de un "público", como trato de demostrarlo en El espectador anónimo (capítulo 1), también es esencial para la puesta en escena perversa y para su poder excitante, pero se trata de un amor secreto, anal, entre madre e hijo, acompañado de un intento por recuperar, en el desafío mismo, la tercera dimensión de "espectador" que da al sujeto su identidad sexual, mientras que la dimensión de la "publicaciónº verdadera busca la confirmación narcisista del valor sexual y subjetivo en la mirada de los otros. Si el camino seguido, labrado por el desviado sexual, ha sido desviado de los caminos de los demás, es para que el desviado jamás encuentre en su ruta a este Otro que podría imponer una interdicción a su deseo. Porque pierde, a causa de este desvío, la confirmación de su lugar de sujeto, está obligado, en adelante, a buscar la prueba de su existencia, de su identidad subjetiva, independientemente, en un acto teatral. El perverso tiene aún más necesidad que el artista de una confirmación narcisista, de una validación de su creación, porque, contrariamente al artista, frente a su actividad creadora, está más movido por la angustia que por el deseo. Esto no quiere decir que la transgresión implícita en la creación de cualquier obra de arte o descubrimiento científico no movilice angustia; pero el artista, por su creación misma, se expone al juicio del Otro, mientras que el perverso lo elude. La creación sexual perversa, en tanto que acto de creatividad precoz, ha triunfado casi demasiado; colada hirviente de la megalomanía infantil, se solidifica en su molde y servirá, en adelante, como respuesta

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mágica a toda herida narcisista, a todo deseo naciente; gesto de desafío, de desesperación, petrificado para siempre. Para concluir, digamos que el innovador neosexual, al igual que el artista, es un maestro de la ilusión , pero con esta diferencia capital: el arte es la ilusión d€ la rea· lidad, que el artista crea para él mismo y para los otros, con la esperanza de comunicar, de hacer sentir -y finalmente de imponer- su ilusión a los otros y de que éstos la acepten. La puesta en escena del perverso, con su actuación propia, es una ilusión que se impone a él mismo, y el sujeto pasa su vida intentando imponerla a los otros, quienes deberán aceptar esta ilusión como una realidad.

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6. EL ANTI-ANALIZANDO EN ANALISIS

En este capítulo quiero dibujar el retrato de cierto tipo de analizante que espero ponga de rpanifiesto algunos rasgos reconocibles, y que incluso aclare tal vez un "retrato de familia" clínico: un paciente bien intencionado, lleno de buena voluntad, que rápidamente se pone cómodo en la situación analítica -contrapuesta al proceso analítico- pues acepta bien el protocolo analítico en sus aspectos formales. Este paciente viene regularmente, llega puntual, llena los silencios de la sesión con un relato claro y continuo, nos paga el último día del mes. Y eso es todo. Al cabo de algunas semanas de escucharlo comprobamos que no pasa nada ni en su discurso, ni entre él y nosotros. No se expresa ninguna emoción transferencial; los recuerdos de infancia, que no faltan, permanecen sin embargo estereotipados, divorciados del presente, desprovistos de afecto. Por otra parte, este analizante claramente prefiere hablar de los acontecimientos diarios. Poco tierno en sus relaciones nos diría con mucho gusto:" ¿El amor? No es más que una palabra de cinco letras". Raramente busca dentro de sí los facto-

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res que pudieran contribuir a generar conflictos con otros, y sin embargo, está lejos de sentirse satisfecho con su vida. Y a pesar de su asiduidad - y de la nuestra- el proceso analítico no se desencadena. Se habría notado en esta descripción que ese paciente no se parece a los "inanalizables" clásicos: los que no soportan la frustración impuesta por el protocolo analítico con su austeridad habitual, y que huyen ante el primer despertar de las emociones transferenciales; los que pasan a los actings, a veces desastrosos para ellos mismos o para su entorno; o también los que pierden el contacto con la realidad, los que huyen en fantasías psicóticas. Al contrario, todos esos pacientes están perturbados por el impacto de la relación analítica, aun cuando algunos de ellos sean considerados inanalizables, o por lo menos, como una contraindicación para un análisis clásico. Los analizandos cuyo retrato clínico intentaré definir aquí aceptan perfectamente bien, por lo tanto, la situación analítica, nunca parecen notar lo que esa situación implica de frustrante, jamás se separan de la realidad, ni un centímetro, y no pasan al acto ni en el interior de la sesión, ni en el exterior (a menos que uno quiera sostener que toda su vida no es más que un vasto acting). Por último, tampoco muestran esa forma privilegiada de pasaje al acto que es la somatización. El hecho de que este conflicto emocional quede inexpresado es de gran interés, pues estos pacientes revelan muchas características de funcionamiento mental de los llamados pacientes "psicosomáticos", y en particular el fenómeno que de M'Uzan y Marty (1963) han denominado "pensamiento operatorio". Siento deseos de llamar a los sujetos de mi estudio "analizandos-robot", puesto que dan la impresión de moverse en el mundo como autómatas, y de expresarse

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en un lenguaje compuesto de clichés. Un lenguaje robot. Sin embargo, el término robot sugiere una pasividad que en esos pacientes demuestra ser engañadora. Los he llamado entonces "anti-analízandos", siguiendo el modelo ofrecido por el concepto de antimateria, es decir, de algo que sólo revela su existencia en el efecto negativo: una fuerza masiva que impide la función de vínculo. Estos pacientes no permiten que se formen los vínculos que hacen que un tratamiento psicoanalítico se torne una experiencia "mutativa", término que tomo de Strachey (1934). En cierta forma hacen del "anti-análisis" una actividad que no se ve, o más bien que es observable por su ausencia, y que representa una fuerza estática, negativa, de anti-vínculo, al mismo tiempo que mantiene en su sitio todo lo que está escindido, forcluido o expulsado de su realidad psíquica interna. Un paciente tal no habla de manera extraña o incomprensible; habla de las cosas y de las personas, pero raramente de la relación entre personas o cosas. Cuando escuchamos su discurso analítico, no oímos claramente otro sentido más allá de lo que nos manifiesta; no detectamos fácilmente quiénes somos para el analizando en los diferentes momentos de la sesión, y tampoco observamos esa interpenetración de los procesos primarios y secundarios del pensamiento, ese cruce de imaginería onírica, de pensamiento fantasioso y consciente que tan menudo abre el camino hacía una comprensión intuitiva del discurso. La escena inconsciente no se revela jamás. Finalmente llegamos a descubrir qu e faltan todos los vínculos que dan cohesión al discurso analítico, y a sea el vínculo de sentido, el vínculo entre el pasado y el presente, los lazos afectivos con el prójimo, o en la relación analítica con el analista. Esa tendencia primordial del hombre hacía el vínculo objeta!, impulso que da a la transferencia analítica su dimens)ón ciega y

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pulsional, está ausente en este analizando. ¿Qué· fenómenos estamos observando entonces? Konrad Lorenz, ese científico observador fuera de serie, ha notado que muy a menud'o la observación más importante y más difícil de detectar es el objeto que falta o la acción que no tiene lugar. En el psicoanálisis, que es también una ciencia de observación, es igualmente difícil captar y observar lo que no está o lo que ocurre. Debemos a los psicoanalistas franceses Marty y de M'Uzan (1963) una serie de observaciones de este tipo, y que me complazco en comparar con las de Lorenz, que llevan al descubrimiento de una dimensión perdida en las comunicaciones verbales de pacientes con enfermedad psicosomática, registradas en una entrevista. El lenguaje que expresa el anti-analizando no falla en el aspecto gramatical, pero, tal como el afecto que manifiesta, es chato y sin matices; la metáfora le es desconocida. La totalidad da la impresión de pobreza de imaginación y de dificultad para comprender al prójimo, a lo que se agrega una falta de afecto. Este doble bloqueo - al nivel del pensamiento y al nivel de la afectividad- nos ofrece pocas perspectivas analíticas que observar, pero dado que el analista es también un buen observador de sí mismo, ¡nos queda la contratransferencia que de ningún modo está ausente! Esencialmente por el atajo de mi contratransferencia (en lo que ésta tiene de consciente) llegué a advertir el cuadro clínico que describo, y arribado a ciertas deducciones teóricas con respecto a la estructura psíquica y al funcion amiento de estos pacientes. Ante todo estos enfermos, aunque interesantes y distintos de los normales-neuróticos, no nos producen mucho placer en nuestra función de analistas. Además nos culpabilizan, pues resulta difícil calificar de inana-

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lizable a alguien que viene con buena voluntad, incluso con tenacidad, a sus sesiones de análisis, y que se ~~\\vª' desde hace unos cuantos años, en seguir de manera ejemplar la regla fundamental. ¿Acaso su sín toma es el estar en análisis? Pero antes de abrumar a nuestro paciente estableciendo su invalidez, su incapacidad de aprovechar del único bien que tenemos para ofrecerle, sólo difícilmente podemos evitar un primer cuestionamiento de nosotros mismos y de la calidad de nuestro trabajo de analistas. A menos que estemos totalmente blindados contra la autocrítica, un poco como el analizando en cuestión, pasamos ante todo a través de diálogos interiores. íCuántas veces habré dicho, en un seminario sobre la transferencia, que todo lo que el analizando nos dice nos concierne, que nada es gratuito, que nada podría escapar a la transferencia! Y sin embargo ... aquél, ante mí, está ofreciéndome, después de cinco años -no puedo decir de análisis-, digamos de presencia, un discurso que no difiere en nada de lo que ha podido decirme en nuestra primera semana de trabajo en común. Otras preguntas me persiguen: ¿se trata de una resistencia a comprenderlo de mi parte? ¿Habría debido hacerle interpretaciones kleinianas extremas?, ¿o violentarlo según el estilo reichiano?, ¿golpear con fuerza contra esa armadura de cemento? No obstante ¡si habré elaborado hipótesis e intentado interpretaciones! El señalar las carencias y proponer fantasías lleva i nevitablemente a ese tipo de paciente a la conclusión de que el analista tiene un problema. "Pero si le digo lo que se me ocurre. ¿De qué quiere usted que hable?" ¿Habrá que perderle el res· peto entonces al austero protocolo analítico? ¿Analizarlo en una terapia cara a cara, invitarlo a tomar un trago? Cualquier cosa con tal de sacudirlo violentamente. Si mi paciente no fantasea, yo, por mi parte, me siento inva·

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dida por pensamientos incongruentes; pero con mis impulsos de cambiar de lugar, de pasar al acto, es evidente que me convertiría a mi vez en un "anti-analista". Pues este protocolo estructurado que protege a mi paciente de mi violencia, también me mantiene en mi rol de analista. Sin embargo, ¡si bien no cedo a un deseo de hacerle mal, tampoco tengo que dormirme! Confieso que he escrito estas poc¡1s líneas en su casi totalidad durante una sesión del señor X, paciente que representa ante mis ojos al analizando-robot típico, y a un análisis que considero un fracaso espectacular. Y ninguno de los dos estamos satisfechos de esta unión infructuosa. X, cuarenta y cuatro años, arquitecto, casado, dos hijos, ha salido de un medio que estima al psicoanálisis, y de una familia donde hay otros que se analizan. Ya este detalle es típico de mis anti-analizandos. En una época venía cuatro veces por semana. Después de dos años de estancamiento he ido reduciendo paulatinamente sus sesiones hasta llegar solamente al número de dos. X no es tonto. Me dice que su análisis no hace progresos. Por otra parte, "se" le ha dicho que hay que contar con cuatro años para hacer el análisis -y ya estamos en el quinto año--. El se pregunta entonces si yo no he "fracasado'' con su caso. Aprovecho la ocasión para decirle que yo me planteo la misma cuestión. ¿Tal vez haya que pensar sobre la ventaja de cambiar de analista? Pero X, no quiere hablar de ello. Negando todo sentimi ento de rechazo de mi parte, m e pide que le devuelva una de las dos sesiones suprimidas. El se prepara para un segundo contrato de cuatro años como si no sufriera de estancamiento. Por mi parte, no era ni podía ser optimista acerca de continuar el análisis. Este sufrimiento contratransferencial debería serme útil, debería proporcionar la base de las futuras interpreta~ ciones. Aunque mis reacciones afectivas me brindaban

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un valioso insight del funcionamiento psíquico de pacientes como el señor X, ello no produce en ellos ningún cambio significativo. Podría tomar cualquier sesión del señor X para dar el tono de sus asociaciones. El día que escribí esas líneas él se quejaba, como solía hacerlo, de sus hijos y de su exigencia incomprensible de querer estar siempre a su lado; él los quiere, pero a pesar de todo ... Habla también, largamente, de su proyecto de construir una especie de armario en su casa de campo, y se lamenta amargamente, como en todas las sesiones, del escaso interés que muestra su mujer por todos sus proyectos. Al cabo de veinte minutos, al igual que su mujer, me desintereso de su armario, pero con la diferencia de que yo me siento culpable. De todas maneras, y lo sé de antemano, para el señor X un armario nunca será otra cosa que un armario. Por supuesto, puedo sugerirle que me hable de él para ver si me muestro más interesada en sus proyectos que su propia mujer. Me dirá: "Ah, ¿usted lo cree?", y me dará detalladamente ]as medidas del susodicho armario. Negándome a dejar caer la máscara de la neutralidad benévola, signo de mi función analítica, lo cual por otro lado me hubiera llevado a decir: "¡Ah, cómo me aburren usted y su armario!", efectúo una retirada narcisista. Inmersa en mis propios pensamientos y fantasías, súbitamente advierto que he dejado de escucharlo. ¿Qué ocurre en el señor X para que se aferre de tal manera a este no-análisis que hacemos juntos? ¿Y por qué no ocurre nada entre él y yo que pueda convertir esta sociedad trabajosa en una experiencia analítica constructiva? Antes de abordar estas cuestiones, tengo que interrogarme sobre las razones que me han conducido a aceptar al señor X en análisis. Pacientes no me faltaban. Debió esperar siete u ocho meses para comenzar su aná-

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-lisis conmigo. Es cierto que me lo había derivado un colega muy experimentado que conocía a la familia, y que suponía que el señor X seria "un buen caso analítico". De todas maneras, yo no estaba obligada a tomarlo. Lo único que ocurrió fue que se presentó ante mí de una manera tal que en el primer momento me sentí plenamente de acuerdo con mi colega -¡era un caso excelente!-. Como todos los pacientes que se le parecen, era inteligente, de un medio sociocultural que valorizaba el mundo de las ideas psicoanalíticas, y de una familia de la que más de un miembro ya había hecho un análisis. La señora X, después de algunos años de análisis, había planteado además la cuestión del divorcio, eventualidad que el señor X no deseaba de ninguna manera. Más tarde me dirá que no lo desea "porque no es algo coherente con pautas morales". La gente "normal no se divorcia". Que la señora X pudiera desearlo o que pudiera depender de su mujer, estos aspectos de la cuestión no ocupaban ningún sitio en sus reflexiones. Pero en las primeras entrevistas él exponía una explicación más prometedora de la demanda de su mujer: me había contado que sufría una insatisfacción profunda en todas sus relaciones, y sobre todo en sus relaciones con su mujer. Añadía que, seguramente, había algo en él que ignoraba para que su mujer quisiera abandonarlo. Tal es lo que él había comprendido como una explicación "psicoanalítica" que gentilmente había querido ofrecerme. Además, X -<:orno los otrostenía síntomas neuróticos: fobias, inhibiciones profesionales, problemas sexuales pasajeros. Más tarde descubrí que esos síntomas no le interesaban de ninguna manera. El señor X me hablaba también de su pasa do, de su hermano muerto, de su padre débil y mujeriego, de su madre severa y creyente -imagos prometedoras de un "buen neurótico'', en suma, de un buen analizando-en206

potencia, en busca de un saber sobre sí mismo, y que ya catectizab a al psicoanálisis como el camino apto para revelar ese saber ante sí mismo. ¿Qué más podía yo ~~_{.l,~:rar? Al señor X jamás en su vida lo habían aplazado ~m µn examen, ¡y tampoco lo habían aplazado en su primera entrevista con el analista! Siento la tentación de decir que me ganó, lo que es cierto, pero ello no implica que él obrase de mala fe. Contaba todo lo que creía que debía decir para justificar su demanda de análisis. En el fondo de su corazón consideraba a su mujer responsable de todo lo que no andaba bien entre ellos, y después de su mujer, al mundo de manera general. Era ése un artículo de fe, una creencia que en ningún caso podía cuestionarse ni modificarse; era una parte integrante de su personalidad y de la conservación de su identidad de sujeto. Todos esos pacientes tienen un sistema de creencias que es la explicación clave de sus desdichas. Si la mujer y los hijos del señor X eran la causa de todo, la señora O, física, casada, dos hijos, acusaba únicamente a su condición de mujer. He aquí el extracto de una sesión con esta paciente: "Usted me dice que yo no hablo nunca de mi infancia. Bueno, veamos, he nacido en L., y mi primo también, el que tenía dos años menos que yo. Hemos vivido allí hasta la muerte de mi madre. Mi padre prefería a mi primo: era normal. Mi madre trataba de ser justa conmigo pero en el fondo estaba decepcionada por tener una hija. ¡Pero ya le he contado todo eso!". "Sí. Pero nunca me ha dicho cuán penosa era esa situación para usted." "¡De ninguna manera! ¡Fueron los años más felices de mi vida!" "No debe haber sido fácil aceptar que sus padres preferían al niño. ¿Se ha preguntado por qué?" "Naturalmente, hubiera preferido ser un muchacho, ¿pero quién no quisiera serlo?" Después de examinar esta cuestión con ella desde todos los ángulos

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y dándole todas ]as vueltas, aquel día intenté tímida-

mente estimular una nueva fantasía. Le dije que había hombres que envidiaban a las mujeres, por ejemplo, por su capacidad de dar a luz o por su poder de atraer sexualmente al padre. "¡Esos están chiflados!", dijo la señora O. Una vez más la implicación era que si me esforzaba por hallar un sentido a su inmenso dolor y furor por ser mujer, entonces yo tenía un problema, puesto que resultaba obvio. En cierto sentido ella tenía razón en considerar que era mi problema con respecto a ella, pues yo la había tomado en análisis (pude reconocerlo a posteriori) porque ella había sollozado durante la primera entrevista cuando habló de su "carencia de feminidad". Lo que ocurría era que yo no había captado su convencimiento de que yo debía ver la situación mujer de la misma manera que ella, por ser mujer, y mis interpretaciones, que buscaban un más allá de su posición, la exasperaban. Si yo no hubiera tenido el coraje de señalarlo (aun después del análisis, seguiría ella siendo una mujer) era porque yo creía verdaderamente que ella quería comprender su dolor y hallarle una solución. Sus síntomas neuróticos (en particular una fobia ante el hecho de que la tocaran, que hacía sufrir mucho a su marido y a sus hijos, y su frigidez total) no le interesaban. Las cosas eran "así", y se acabó. Su proyecto terapéutico, que ella me reveló tardíamente, era "pagarse mil horas de análisis" (cifra proporcionada por un amigo analista). He aquí sucintamente los datos clínicos de este tipo de analizando: -Efectúa una demanda de análisis en apariencia. Con su personalidad-robot, está como "programado" de antemano, incluso antes de ir a su primera entrevista con el analista. -Una vez instalado en la situación analítica (cuyas

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condiciones acepta sin ambages), comienza un relato detallado, inteligible, pero cuyo lenguaje sorprende por su pobreza, y su contenido por su carencia de afectividad. A pesar de un buen nivel intelectual, la trivialidad de sus opiniones y la impregnación de ideas recibidas en sus conclusiones hacen pensar en el retraso mental, y sus relaciones objetales en el retraso afectivo. Cuando existen realmente pérdidas o abandono, se recuerdan sin emoción, como injusticias inevitables. No ha.y vivencias de esos hechos en la transferencia ni interés en explorarlos. -Sus problemas neuróticos, así como los de los demás, no despiertan en él ninguna curiosidad. -Aparte de algunos exiguos recuerdos estereotipados, el analizando permanece muy aferrado al presente . Como los periodistas, parece vivir para los hechos de crónica de cada día. Si su pasado no está exento de eventos traumáticos y su vida cotidiana tampoco, parece no obstante que los ha desvirtualizado, haciéndolos aparecer triviales. -Los vínculos afectivos con los otros significativos son chatos, sin calor, excepto la queja, pues suele montar en cólera contra los que lo rodean o contra la condición humana en general. A pesar de ello, mantiene relaciones objetales estables y no quiere separarse del objeto de su rencor. -En la transferencia hay una sensación de vacío de afecto. Las emociones transferenciales raramente son expresadas y la agresividad tan libremente dirigida contra los allegados no es vivida, o muy poco, en el análisis. El analista tiene la impresión de ser para el analizando una condición más que un objeto. Con mucho gusto calificaré esta relación corno "transferencia operatoria". No tiene ningún parecido con lo que Bouvet (1967) ha llamado "resistencia a la transferencia", característica de

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-las estructuras obsesivas. Este anti-analizando no nos mantiene a distancia; simplemente niega que haya una distancia o que el analista pueda tener una realidad psíquica propia. De todas maneras, esta transferencia particular es una copia exacta del tipo de relación que el analizando mantiene con todo su mun do, no solamente su entorno y sus amigos sino también su mundo objetal interior. El desarrollo del análisis de estos pacientes demuestra que no sufren de represioneR masivas (las cuales habrían podido hallar caminos de expresión en los síntomas, los sueños, las sublimaciones, o bien en la transferencia). Están fuera de contacto con ellos mismos. Su vida fantasmática, sumamente primitiva, no halla ninguna expresión organizada; pero sus pocas irrupciones en la vida onírica durante el análisis demuestran su existencia ahogada. Hay como un corte, un abismo, que separa a estos sujetos de sus objetos íntimos y de su vida pulsionaL Dan la impresión de repetir incansablemente una situación antigua, en la cual el niño de otrora ha debido crear un vacío entre él y el Otro, negando la realidad de aquél y borrando así los afectos insoportables. La distancia entre el sujeto y el objeto está reducida a cero, sin recuperación del objeto catectizado tanto en sus aspectos amados como odiados. Tal sujeto no se pierde en el Otro, confundiéndose con él como haría un psicótico. Sería más exacto decir que el Otro se torna un objeto perdido en el interior de él . Son niños que nunca han jugado al yo-yo. Al nega r la realida d psíquica del prójimo le prestan la propia. Por e sa misma r azón se hallan desprovistos de la capacidad de identificarse con los otros, puesto que el Otro es vivido como una copia exacta del sujeto mismo. Por eso las interpretaciones e intervenciones del analista sólo tienen un sentido marginal. Cuando súbitamente se dan cuenta de la diferen-

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cia entre ellos y los demás, ya sea una oposición de creencias, de opiniones o una simple diferencia de gustos, están dispuestos a responder con hostilidad excesiva. Pero la mayoría de las veces la alteridad no los amenaza. La alteridad es renegada. En el análisis se produce el mismo fenómeno. Tales pacientes no son particularmente sensibles al hecho de que el analista no esté en su campo visual y proyectan poco afecto en el espacio que los separa del analista puesto que lisa y llanamente niegan su realidad subjetiva. Este tipo de pacientes apenas si ve la utilidad de cuestionar y de analizar sus posiciones, sus metas, sus relaciones objetales, incluso sus problemas. Si el analista persiste en querer analizar los diferentes aspectos de su discurso o de su relación transferencial o extratransferencial, poco importa -es decir, si e] analista se sitúa como Otro- el analizando, cuando no llega a convencerse de que es el analista el que sufre, corre el riesgo de sentirse perseguido por él. ¿Por qué medios se mantiene esta organización psíquica? La renegación de la alteridad psíquica, que crea ese abismo entre el sujeto y sus objetos, es un rechazo radical que por ende debe perturbar profundamente las identificaciones precoces del sujeto así como sus relaciones objetales. Sin embargo, la descalificación o renegación de la realidad es un mecanismo fundamental de la vida psíquica desde Ja infancia y en cuanto tal está, o ha estado, presente y activo en todo ser humano. Lo que importa es la manera como es colmado el vacío psíquico dejado por la renegación. Sus peripecias son más fáciles de seguír al nivel de la fase fálica y la renegación de la diferencia entre los sexos que en el nivel más global de la diferen cía entre un ser humano y otro. En capítulos anteriores señalé las variaciones sucesivas que pudieran resultar de la renegacíón de la escena primaria y del

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intento de enfrentar los temores subsumidos en el concepto del complejo de castración, como neurosis, perversiones y sublimaciones. Pero para el caso cuyo cuadro clínico intento trazar aquí, se trata de una renegación mucho más global y cubre lo que Freud ha denominado "repudio desde el yo" (forc1usi6n) (Verwerfung). Estamos en el registro de la angustia de castración en su forma arquetípica -la angustia de separación, desintegración, de muertemás acá de la problemática de la identidad sexual. Con estos enfermos nos vemos remitidos al alba de la vida psicótica y al borde de la identidad subjetiva del ser. Los analizandos-robot no han llenado el vacío dejado por la ausencia de los demás por medio de fantasías destinadas a ser reprimidas ulteriormente (núcleo de las neurosis futuras ) ni por la creación de un sistema delusional para compensar el "repudio" violento (tal como Freud lo ha descrito en el caso Schreber). En este sistema defensivo no predominan ni la represión ni la identificación proyectiva. En su lugar, estos pacientes han creado una especie de muro reforzado para enmascarar la separación primaria sobre la que se funda la subjetividad, una estructura opaca que no permite una libre circulación entre el interior y el exterior; en otros términos, viven por medio de una serie de reglas de conducta, de un sistema inmutable en cuanto al exterior, y separado de referencias objetales en cuanto al interior. Esto se a proxima a lo que Winni cott llamó el falso sel{, en el que se hace un intento para mantener vivo un sel{ sensible que no se atreve a moverse, mientras que la cápsula exterior se mantiene para adaptarse a todo lo que siente demandante. Estos pacientes mantienen su existencia en el mundo de los otros siguiendo un conjunto de reglas estrictas en un sistema inmutable. Son como esas personas de las que se dice que conocen los reglamentos e

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ignoran la ley. El sistema superyó-ideal del yo, bastante particular en estos sujetos, se emparenta con lo que .{\braham ha llamado "moralidad esfinteriana"; ellos determinan sus propias leyes y solamente el temor de las sanciones limita su actividad. Tengo presente en la memoria un ejemplo. La señora O, de 1a que h e hablado hace un momento, crefa que todos los hombres despreciaban a las mujeres y que todos los automovilistas despreciaban a los peatones. Un día llegó a su sesión triunfante, por haber matado dos pájaros de un tiro: algunos minutos antes se disponía a cruzar una callejuela tranquila cuando un hombre en un auto sport pasó delante de ella. Furiosa, blandió su paraguas, falo vengador y temible, de tal manera que consiguió rayar todo un costado del pequeño coche rojo. El hombre se detuvo y "como loco, habló de llamar a un agente de policía". La señora O, súbitamente atemorizada, huyó a toda velocidad, de todos modos encantada de que por una vez se hubiera hecho justicia. Nada puede cuestionarse en ese carnet peculiar de los reglamentos interiores de tales analizandos, pues más allá de toda cuestión posible está la nada y la pérdida de la identidad del yo. Esta posición caracterial representa no solamente un ahogo afectivo que niegH la existencia del Otro con su realidad psíquica propia sino que indica también una verdadera perturbación al nivel del pensamiento, tal como Bion (1963, 1970) lo conceptualiza en la noción de elementos alfa. A esos sujetos les faltan elementos para pensar más profundamente en sus insatisfacciones y sus dificultades. No pueden pensar la problemática de la alteridad psíquica. De este modo tampoco saben que sufren psíquicamente, y por consiguiente no pueden hablar de ello. Para que resulte más clara esta carencia de dolor psíquico evocaré una imagen por analogía.

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Existe una enfermedad física, poco frecuente, en la cual el sujeto sufre por su incapacidad de sufrir. Es decir que le falta cualquier sensación, incluso las sensaciones físicas del dolor. Evidentemente, esta carencia es muy grave para el que la sufre. Todo aquel que sea incapaz de sentir el dolor físico tiene pocas oportunidades de sobrevivir, a menos que aprenda ciertas reglas básicas para remplazar esta señal de alarma biológica normal. Si tal sujeto ve que sangra su brazo, debe aprender a tomar rápidamente las medidas necesarias. Si pone su mano en el fuego o la traspasa con un cuchillo, debe recordar que eso no se hace y actuar consecuentemente. De otro modo, correría el riesgo de quemarse de manera atroz o de sangrar hasta la muerte sin darse cuenta. Para conservarse con vida debe actuar como un autómata. Nuestros analizandos-robot se han creado un aislamiento psíquico de este tipo. El proceso analítico tiene pocas oportunidades de gravitar sobre esta cubierta protectora impermeable, pues el sujeto "sabe" que su vida psíquica estará en peligro si cambia uno solo de los reglamentos por medio de los cuales está regida su vida objetal y afectiva, al igual que su filosofía de vida. Igual que las víctimas de la carencia de sensación, estos individuos aparentan gozar de excelente salud. Castigados por sufrimientos mentales cuyo dolor no sienten, corren el riesgo de que sus hemorragias psíquicas pasen inadvertidas. Este sistema psíquico da al yo una fuerza de robot programado, infalible, para conservar la vida psíquica, pero al precio de una inevitable muerte interior. El Otro es desacreditado como si la muerte emanara de él. Estamos en pugna entonces, en la aventura analítica, con una fuerza de anti-vida, fuerza que trata de reducir a cero cada movimiento susceptible de despertar la vida pulsional, de llevar al individuo hacia el Otro, fuerza que lleva como nombre instinto de muerte .

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Tal vez sea tiempo de preguntarnos en qué difieren estos analizandos, parecidos a los pacientes psícosomátlcos, descritos por Marty, de M'Uzan y David (1963). En su libro, L'investigation psychosomatique los autores destacan los puntos siguientes: la singularidad de la relación de objeto; la pobreza del diálogo; la ausencia de síntomas neuróticos; las manifestaciones mímicas, gesticulaciones, sensoriomotrices y álgicas que aparecen en lugar de los síntomas, una notable falta de agresión, una forma de inercia que amenaza en todo momento la prosecución de la investigación. Investigaciones posteriores de Fain y David (1963) señalan la escasa vida de fantasía y onírica de estos pacientes psicosomáticos. En nuestro analizando detectamos la mísma forma de relación objetal así como la pobreza de lenguaje, la ausencia de respuesta afectiva y la falta de actividad fantasiosa consciente. Tras haber leído esos textos, añadiré la carencia de fantasías inconscientes (reprimidas) que priva al sujeto de un capital psíquico colocado en lugar seguro, y del cual dispondría para inversiones ulteriores destinadas a mitigar las catástrofes ocasionales de la vida. En cuanto a los analizandos-robot, se distinguen en dos puntos importantes de los pacientes psicosomáticos: ante todo no presentan enfermedades psicosomáticas;i no demuestran la típica inercia de la situación de entrevista observada en la investigación psicosomática; tampoco demuestran falta conspicua de agresión, por el contrario, la demuestran de una manera inadecuada. En cuanto a la "somatización" del conflicto psíquico se imponen varias observaciones. Cuando hablé de estos l. Después de haber escrito este capít ulo, he observado que muchos de estos pacientes sufren de modo intermitente de diversas afecciones alérgicas, facilitadas posiblemente por factores similares en la estructura psíquica.

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-pacientes con un colega experimentado en psicosomática, me respondió que se trataba de casos típicos y clásicos de enfermos psicosomáticos. Yo protesté: mis pacientes no tenían manifestaciones somáticas. "¡Espera un poco -respondió mi colega- y las tendrán!" Sin embargo, si bien no me resisto a creer que tales analizandos corren ese riesgo, quiero subrayar que no están definidos por ello. Para utilizar una analogía un poco esquemática, imaginemos que yo trate de definir qué es un perro, y que me respondan que es un a nimal que tiene pulgas; puedo objetar que mi perro no las tiene. Si me replican que ya las tendrá, debemos reconocer que siguen sin explicarme qué es un perro. ¿Qué es un "paciente psicosomático"? Si aquel arquitecto cuarentón a los sesenta y cinco años tendrá un infarto de miocardio, ¿seguirá tratándose de un enfermo psicosomático? ¿Al fin de cuentas, no nos moriremos todos de una enfermedad psicosomática? Ta mbién podemos preguntarnos si los "normales" -la gente que jamás pensaría en emprender un análisis- están más expuestos a los riesgos psicosomáticos que el neurótico. La inercia que despliegan en las entrevistas iniciales los pacientes psicosomáticos no se descubre en los antianalizandos en su contacto inicial con el analista. Al contrario, se encarnizan en defender su causa y en ser aceptados como pacientes. La inercia se hace sentir tardíamente en el curso del proceso analítico que es bien discernible en la falta de respuesta a las interpretaciones tentativas o cuando se invita al paciente a imaginar situaciones que pueden tener relación con sus conflictos. Frente a la nada en que caen las interpretaciones de cualquier orden, he solido ofrecer fantasías personales o crear escenas imaginadas según los datos anamnésicos proporcionados por el paciente. Habitualmente tales 216

intentos son rechazados por absurdos o fantasiosos. De otro modo, tienen como efecto el desencadenamiento de una breve floración de imágenes en el analizando, pero s.v,:;:; esfuerzos son los de un despertador descompuesto: si lo sacudimos, va a hacer "tic tac" durante un minuto, pero volverá a detenerse inmediatamente; sólo la ilusión hace creer que se ha arreglado. En cuanto al factor de inercia, es el analista quien se agota para tornarse finalmente inerte. Su insistencia y su determinación en interpretar, identificar, interrogar, innovar y finalmente en esforzarse para poner en circulación un movimiento analítico finalmente llegarán (y con motivo) a ser sentidos por el analizando como una persecución. Son momentos potencialmente fecundos, pero los insights ganados tienden inmediatamente primero a borrarse y más tarde a negarse. El analista, que durante un breve instante ha logrado ser percibido como Otro, como poseedor de una realidad psíquica propia y de un espacio psíquico diferente, es reabsorbido en el mundo psíquico del paciente. A manera de ejemplo he aquí una última secuencia del análisis de la señora O Un día en que ella lloraba y se irritaba contra las injusticias reservadas a las mujeres, yo le había dicho que ella sentía el hecho de ser mujer como una amenaza indecible y que sufría por esa razón. "¡No, de ninguna manera! ¡No estoy de acuerdo! No es mi problema personal, es el de todas las mujeres", me replicó. Pero esa misma noche soñó que estaba mirando sobre un escenario a una jovencita sólidamente sostenida por dos mujeres "colosales". Estas gigantas intentaban introducir por la fuerza en Ja garganta de la joven un enorme huevo, sanguinolento y resbaladizo; este objeto repulsivo era al mismo tiempo una toalla higiénica manchada de sangre. La señora O observó a un interlocutor indeterminado e invisible que la joven

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iba a tener su regla. Entre todas las interpretaciones que tal sueño puede sugerir, en primer plano vemos una castración materna figurada por las poderosas mujeres colosales que atacan a la joven para h acerla sangrar correctamente. Esta es una castración de tipo oral sádico y arcaico, una situación de "alimentación forzada". Al mismo tiempo, el acceso a la sexualidad femenina adulta se descubre como una incorporación anal brutal y repulsiva. Finalmente, el interlocutor desconocido a quien la señora O relata ese horror, es el analista, a quien ella trata de convencer acerca de la situación miserable de las mujeres. Me limité a decir a mi paciente que mediante la puesta en escena del sueño ilustró la forma penosa como ella hubo podido sentir el hecho de convertirse en una mujer. "¡De ninguna manera! ¡Nunca me hará traga.r eso!", me dijo. Le hice

entonces la única interpretación que podía estar a su alcance: que esas mujeres eran yo, que quería rellenarla con mis interpretaciones, hacerle "tragar", reíntroyectar todo lo que ella hubiera preferido no saber nunca. Esta proposición fue examinada durante un momento, pero Ja señora O la halló impensable. Todo eso era el fruto de mi imaginación, me lo hacía comprender claramente. Aun cuando fueran capaces de "pensar más profundamente" su problemática y sus penurias, la estructura psíquica defensiva de estos analizandos querría ocultar sus afectos destruidos, sus deseos perdidos, su vida interior desfigurada. Se terminó para siempre. Han extraído el núcleo palpitante de su conflicto con los otros, no queda más que la corteza, impenetrable al dolor. En adelante su mundo objetal se compondrá de personas que cumplirán funciones bien definidas, y a falta de ellas, todo objeto será remplazable. ¿Qué ocmTe con el analista que asiste a este proceso paralizante ante el cual él se halla reducido a la impo218

tencia? Sufre, por supuesto, pero a menudo me he preguntado por qué esos análisis son vividos tan dolorosamente por el analista. El hecho de que un analizando tal, a causa de su estructura, se resista a que hagamos con él un trabajo creador, no es una razón suficiente. Hemos visto cosas peores, y además tenemos Ja costumbre de proteger a nuestros anaHzandos contra nuestra ambición terapéutica. Nuestro desconcierto va más allá de la cuestión del fracaso y de la herida narcisista. Es cierto que nuestras interpretaciones, lejos de volver a lanzar el discurso, caen en un abismo sin fondo, cosa que nos amenaza en nuestra identidad de analistas. Pero también así se trata de un problema familiar planteado por otros analizandos que se resisten salvajemente contra el trabajo analítico. En este tipo de paciente, a todo ello se añade una razón que me parece más específica. Nuestros intentos de identificar las diferentes dimensiones de su enigma oscuro son vivamente rechazados, por supuesto, pero precisamente allí surge un aspecto contratransferencial de la relación que supera el sentimiento de decepción y de impotencia. El analista no puede evítar identificarse con el yo (moi) de sus analizandos ni con sus objetos internos. Y tampoco puede evitar sufrir de manera introyectiva lo que ha sido sufrido por el otro. Los objetos de observación del analista, difíciles de detectar, pueden captarse sólo a través de la contratransferencia. Detrás del discurso, y a menudo negados por la palabra, se ocultan la angustia, el miedo, el amor, el odío. Estas emociones no tienen forro a ni color, y nos es forzoso captar su esencia introyectivamente, a través del contenido manifiesto que nos dan nuestros enfermos. Ante el analizando-robot, insensible a su propio dolor, el analista no puede evitar decirle que sangra, que sus miembros se están partiendo, y que se está dejando morir por una causa desconocida. Esta

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lucha con Ja muerte emprendida con armas desiguales da a la vivencia contratransferencial una dimensión insoportable y contra la cual el analista trata de protegerse. No basta con decir de tal paciente, encogiéndonos ligeramente de hombros, que es problema suyo; lo queramos o no, es también nuestro problema. Queda intentar comprender, con Jo que nos es propio -nuestro afecto contratransferencial de dolor y angustia-, qué ocurre en esos pacientes. Cualquiera haya sido su historia personal, hacen pensar mucho en los niños estudiados por Spitz y por Bowlby, que en realidad han perdido precozmente contacto con un objeto parental, o que han sufrido experiencias de abandono, muerte u hospitalízadones. Según las investigaciones muy conocidas de Bowlby y de su equipo, esos niños, después de un período de protesta y de cólera, se vuelven depresivos, se encierran en sí mismos durante un período variable, y finalmente salen habiendo olvidado aparentemente el objeto amado esencial que ha estado ausente. En adelante, en los casos más graves, el niño catectiza excJusivamente los objetos inanimados, y por consiguiente únicamente las personas que le dan cosas van a contar para él. Desgraciadamente, Bowlby, que describe tan bien el comportamiento objetivo de estos niños para nuestros propósitos no se ocupa de los procesos intrapsíquicos implicados en la maduración de la relación objeta!. Su modelo "de apego", fruto de una observación minuciosa, deja que desear en el plano de la economía libidinal. El niño pequeño, por su propia inmadurez, no puede elaborar un duelo ; su necesidad imperiosa del objeto no le permite introyectar y recuperar un objeto que se esquiva sin cesar, o que está perdido definitivamente. En su lugar creará negaciones masivas, desplazamientos y distorsiones en el proceso identificatorio, una descalificación del mundo de los vivos, con todo el 220

peligro que ello implica de un vuelco contra sí mismo de la agresividad, y finalmente, de una trayectoria suicida, mortífera. A este ahogo de los vínculos vitales con el exterior se añaden el riesgo de un empobrecimiento ohjetal interior, y por consiguiente, un desinterés por la vida fantasiosa. Los anti~analizandos se parecen a esos niños de duelo; como ellos, parecen haber momíficado sus objetos internos (sean objetos buenos o malos). Las experiencias que puede aportar "el exterior" no hallan un lugar simbólico interno, y quedan así desprovistas de carga afectiva. Aquí llegó a la tercera área de divergencia con los pacientes típicamente psicosomáticos·. la ausenc1a de agresividad. Al respecto, los anti-analizandos se asemejan más a los niños dolidos en la primera fase de su ciclo de separación. En los analizandos-robot queda, a pesar de todo, una parte de hostilidad que han logrado proyectar sobre los demás. El encono que expresan constantemente nos demuestra que, en eso por lo menos, el Otro ha podido ser representado como un contenedor valioso, aunque sólo fuera un cubo de basura. Esto puede hacer pensar en la función de "pechos-toilette" descrita por Meltzer (1967 ); pero debemos subrayar que en los enfer· mos de quienes estamos hablando parecen incapaces de establecer un intercambio "nutricional"; su apego profundo y, en cierto sentido, positivo con sus objetos odiados es inconsciente. Su cólera manifestada conscientemente mantiene un vínculo afectivo con su objeto, y es quizás una de las razones por la cual estos pacientes se esfuerzan por mantener una relación de enojo crónica con el mundo que los rodea. Sus quejas y su agresividad contra el prójimo a menudo son consideradas equivocadamente un sufrimiento psíquico. En su lugar, esta forma de relación sería percibida mejor como un a

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barrera contra la autodestrucción, como una valla que protege de un vacío aterrador donde la identidad del sujeto corre el peligro de hundirse, de producir la muerte psíquica. La actividad constante de estos analizandos puede comprenderse como una forma de defensa maníaca, aunque poco estructurada, es decir, como una defensa contra una depresión nunca elaborada, y de la cual el sujeto ignora su existencia. El corte que se ha instalado precozmente entre él y el Otro significativo destruye no solamente la catexia libidinal sino al mismo tiempo todo deseo de explorar, de comprender, de saber. Es la muerte de la curiosidad. El niño saqueado ya no quiere captar ni comprender; ni ver ni saber. Nunca más empleará su pensamiento para buscar lo que ocurre en el interior de sí mismo ni lo que ocurre en el mundo oculto de los otros. El "continente negro" de Ja mujer no le interesa. La pasión espistemofílica del niño pequeño por "meterse adentro" y tomar posesión de lo que ocurre en el interior de su madre, o de lo que ocurre entre padre y madre, se ha perdido, está excluida, abolida. El libro maravilloso de las fantasías y de los pensamientos que constituyen Jos vínculos entre el ser y el Otro se ha cerrado firmemente. En su lugar están las reglas de conducta, y en relación operatoria con el mundo exterior. Notemos, al pasar, que estos cortes violentos cuyos estragos comprobamos en esos analizandos, coinciden con lo que Bion (1963) ha descrito como "castración del Yo" o "castración del sentido" -el fenómeno de "minusK", de la representación despojada, de un pensamiento con el cual no podemos pensar más allá. Esta noción coincide con el concepto de "forclusión" elaborado por Lacan (1966) y también con el concepto descrito por Freud como "un repudio fuera de la c:i encia", es decir fuera de toda posibilidad de ser simbolizado que, al con222

trario de la represión, trata los hechos psíquicos cuestionados como si no existieran, y los deja. Pero el anti-analizando no es un psicótico. La rene~Íón de su separatividad psíquica no está compensada con delusiones; estos pacientes permanecen excesivamente apegados a la realidad externa pero a condición de que los vínculos afectivos con otros se mantengan seccionados y rigurosamente controlada la interpenetración de ideas. Con ello el paciente tiene la esperanza de protegerse de una herida intolerable, pero al precio de cortar todo lazo que pueda introducirlo en los circuitos del deseo y la órbita de deseos, temores y rechazos de otros. No nos sorprende que en la situación analítica la transferencia está destinada a morir al nacer. Pero permanece la ira, la irritación y la continua búsqueda de enemigos ficticios que serán culpados por traición y abandono de los objetos primeros. A su turno, el analista se convierte en ese enemigo del que hay que cuidarse. ¿Tenemos derecho a intentar desmenuzar e interpretar este encono tan precioso? Es una pregunta que dejo sin respuesta. De todas maneras, el analizando-robot gana el partido; estos daltónicos del afecto, por su misma frialdad, llegan a apagar el fuego del otro. En el análisis terminan por quitar de nosotros, como de ellos mismos, la curiosidad, el deseo de saber más. Es triste comprobar que nos vuelven, como ellos mismos, indiferentes incluso a su dolor psíquico. Por otra parte, el antianalizando no pide más que conservar a cualquier precio su vínculo con el objeto de odio, pues este objeto perseguidor, parte proyectada de sí mismo, es un receptáculo para algo vivo, y un lugar vital de su identidad. ¿Y acaso no nos pide, en cuanto al resto -su dolor inconfesable por estar descalificado- , que conservemos nuestro sufrimiento para nosotros mismos? ¿Finalmente es ése el triunfo de su proyecto analítico?

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Sin embargo, esta respuesta no puede satisfacernos. A pesar de todo, estos analizandos se aferran a su aventura analítica, insisten en querer mostrar al analista cuán ineficaz es. A título hipotético, sugeriré que estos pacientes se aferran a la esperanza de que en algún lugar de su interior existe un universo escondido, una mente inconsciente, otra manera de pensar y sentir acerca de ellos y de los otros. Aun cuando el paciente no lo crea sabe que su analista lo cree, y se aferra a esa mínima fuente de esperanza.

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7. LA CONTRATRANSFERENCIA Y LA COMUNICACION PRIMITIVA

Ciertos pacientes narran o reconstruyen en análisis acontecimientos traumáticos de su infancia. La cuestión planteada es la siguiente: ¿puede el analista tratar este tipo de material de modo diferente a otras asociaciones que produce el paciente? ¿Y si es así, cuáles son esas diferencias? Esta cuestión se complica singularmente cuando nos hace falta distinguir entre el efecto de una catástrofe real y los efectos indelebles de esos traumas universales, inherentes al psiquismo humano, que son el drama de la alteridad, de la sexualidad, y de la ineluctable mortalidad del hombre. Un hecho no podría juzgarse traumático más que en la medida en que hubiera tornado más difícil que de costumbre el enfrentamiento y la reso1ución de esas "catástrofes" que estructuran la realidad psíquica de cada uno. Para definir mejor mi tema, el cual se centra en el trauma psíquico precoz, es oportuno hablar ante todo de los hechos traumáticos sobrevenidos • en la vida \le] niño, después de la adquisición del lenguaje. En un primer tiempo estos hechos fuera de serie

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se presentan en el discurso analítico como un relato contra el cual chocamos y no como un pensamiento que podría elaborarse psíquicamente. Por ejemplo, ese paciente cuya madre se ha matado en un accidente automovilístico, manejando su propio coche, cuando el niño tenía seis años. El padre, aunque cálido y muy presente, era descrito como alcohólico e irresponsable. En el discurso del paciente, la muerte brutal de la madre figuraba en primer lugar como la explicación global y suficiente de todas sus perturbaciones neuróticas. Desde el comienzo, el hecho desempeñaba una función de coartada. En un segundo tiempo, las asociaciones del paciente hicieron transparentar la fantasía de que el accidente era en realidad un suicidio. En lo imaginario del niño que estaba de duelo, las debilidades paternas habrían impulsado a su madre a cometer tal acto desesperado. Pero, poco a poco, el proceso analítico llevó penosamente a la conciencia una fantasía muy diferente: había sido él, el niño, el responsable de esa muerte trágica. Había querido tomar el lugar de su madre para disfrutar él solo del amor cálido del padre. En función de un pensamiento mágico había causado la muerte de su madre. Fuera cual fuese la verdad de su muerte, la única realidad con la que el psicoanálisis tenía que tratar era la siguiente: una realidad psíquica, una fantasía infantil fundada sobre un deseo homosexual reprimido, ligado igualmente a un anhelo reprimido de matricidio, anhelo cuya culpa gravaba pesadamente la economía libidinal y la vivencia psíquica del hijo. Lo real, al convertirse en aliado del mundo imaginario del niño, había tornado difícil la resolución de los deseos edípicos homosexuales y heterosexuales, y de la crisis edípica del jovencito. A través del trabajo psicoanalítico fue posible interpretar el hecho trágico como si se hubiera tratado de una proyección, surgida de la

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omnipotencia de los deseos infantiles. A partir de ese momento se pudo retomar un trabajo de duelo y de identificación, trabados hasta entonces por las fanta sías reprimidas del muchacho. En lugar de un sentimiento de mentira, de muerte interior, de temor frente a todo deseo fantasioso, el paciente pudo crear un mundo interno habitado por hechos y objetos vivientes, soporte que con el tiempo fue adecuado para llevarlo al mundo de los otros. Aunque sea importante no confundir hecho real con fantasías, hay que reconocer al mismo tiempo que el psicoanálisis no puede hacer nada para modificar los efectos de los hechos catastróficos si no se vivencian como fantasías omnipotentes; sólo entonces el analizando puede poseer esos hechos como una parte integrante de su capital psíquico, tesoro que ningún otro más que él puede administrar. En otras palabras, nadie es responsable de los rudos golpes que el mundo y los primeros objetos externos le han hecho sufrir al niño pero cada uno es el único responsable de sus objetos y de su mundo



internos. Desde este punto de vista el hecho traumático tal como lo hemos definido puede asimilarse a los recuerdos-pantalla, y no difiere de ese "real" del entorno a partir del cual todo niño ha sido ayudado o entorpecido en su intento por acomodarse a las realidades humanas. Si los síntomas neuróticos se construyen a partir de la palabra y de las actitudes parentales y de la interpretación que el niño hace de las comunicaciones silenciosas y verbales de sus padres, también pueden construirse a partir de su interpretación y de su elaboración psíquíca de un hecho traumatizante. A la larga, el modo de tratar el analista los hechos traumáticos, no difiere del que aplica en los conflictos neuróticos intrapsíquicos. Desde el punto de vista de la

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contratransferencia, sólo advierte el peligro de confunsión complaciente hacia el paciente, mientras tiene lugar el hecho trágico. ¿Ocurre lo mismo en las experiencias traumáticas que se presentan antes de adquirir el pensamiento verbal y la comunicación por medio de signos? Debemos subrayar además que sólo pueden tratarse de "comunicaciones" en la medida en que esos signos son oídos por Otro. Por eso la primera realidad para todo niño es precisamente el inconsciente de su madre. Pero las huellas de esta primera relación no están depositadas en el preconsciente como los elementos que forman parte de la cadena simbólica verbal. Como jamás han ocupado un lugar en la cadena simbólica, estos elementos preverbales no pueden hallar una expresión en la fantasía reprimida y por consiguiente se hallan en la imposibilidad de retornar y de obtener una realización parcial en el síntoma neurótico. Los fenómenos traumáticos del infans (cuyo significado es "no habla") tienen que ver con la represión primaria. Frente al dolor psíquico, el lactante halla su equilibrio narcisista, si la relación materna lo permite, mediante defensas arcaicas del orden de la introyeccíón-proyección, de rechazo, de alucinaciones y de la escisión. Debe observarse que en esa época el sufrimiento psíquico no se distingue del sufrimiento físico, hecho evidente en las comunicaciones psicóticas y en las manifestaciones psicosomáticas. Si el niño hablante interpreta lo que le dice su madre, el lactante, conectado directamente al inconsciente materno, en cierta medida hace una traducción simultánea de los mensajes conscientes e inconscientes de sus padres. La capacidad de captar el afecto de otro precede a la adquisición del lenguaje y el niño no puede sino reaccionar ante la vivencia afectiva de su madre, mientras que la capacidad de la madre de captar las emociones de su hijo y de responder a Jas mismas, depende de su deseo 228

-de dar un sentido a sus gritos y a sus gestos. Fuera de lo que representa para su madre, el niño no tiene una existencia psíquica: fuente de vida para su hijo, la madre es también su aparato para pensar (Bion, 1970). Lo que estamos diciendo propone explicitar el rol de evento traumatizante que puede jugar la relación madre-hijo en esta fase precoz de la vida y que se puede manifestar en una crisis en la relación psicoanalítica. La carga de esto puede recaer en el analista que se verá en la posición de la madre, obligado a descodificar o significar los mensajes desarticulados infantiles del paciente. Si bien es cierto que este vínculo entre analista y analizando está siempre presente al que podemos llamar transferencia fundamental, debemos añadir que no hay ningún motivo para privilegiar su análisis mientras el discurso del paciente se proponga comunicar sus afectos y sus pensamientos con todos los mensajes inconscientes que esta comunicación oculta a la escucha analítica. Pues bien, en ciertos analizandos la palabra es utilizada de una manera no asimilable a la que le es propia en el discurso asociativo. Al mismo tiempo suele ocurrir que tales discursos provoquen cierto estado afectivo en el analista sin que el discurso implique en sí un material apto para movilizar ese afecto. La cuestión es saber cómo comprender y usar el afecto contratransferencial. Espero poder demostrar que eso suele depender del hecho de que el paciente utiliza su lenguaje como un acto; sin que él lo sepa, y sin que tampoco nosotros lo sepamos, a través de su palabra y no gracias a ella y a su sentido latente; está revelándonos los efectos de una experiencia catastrófica, sufrida en su vivencia relacional precoz en un momento en que él era incapaz de contener y de elaborar psíquicamente lo que experimentaba. Tal vivencia puede dejar huellas simbólicas, por supuesto, pero estas huellas a menudo no son más que

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sígnos inscritos en el soma, o sólo dejan adivinar su presencia al que puede captarlas en las incoherencias y los blancos que provocan en el registro del pensamiento. De este modo, en la relación analítica se vive en negativo un drama hasta ese momento indecible. Se descubre que todo vínculo con una emoción, con una situación o representación que amenaza con hacer revivir la situación catastrófica original, inmediatamente es roto, evacuado de la psique, de tal manera que el sujeto sufre una verdadera perturbación en el 'proceso del pensamiento o bien puede funcionar como un robot. El sujeto no sabrá dejar el espacio necesario para captar estos pensamientos inconscientes; una vez rechazado fuera de sí s u esbozo de afecto o de representación, muy a menudo pasa sin transición a comportamientos actuados que enmascaran el vacío dejado por el rechazo, y que, sin duda, cumplen también una función de descarga de tensión, que podríamos llamar "acción-sintonía". En este sentido será un acto sintomático y, por ende, una "anticomunicación". Este material perdido detrás de "acciones síntomas" alcanzan expresión simbólica, por ejemplo, en los sueños, pero no estimulan las asociaciones o los afectos. He aquí un sueño de un paciente a quien la realidad interna le mostraba que habían sido destruidos ciertos fragmentos de la misma, o que jamás habían encontrado un sitio en el registro simbólico: "Me encontraba en mi ciudad natal. En realidad es muy pequeña, pero en mi sueño era inmensa. No había nadie. Las casas vacías. Calles desiertas. Incluso los árboles estaban muertos .. . Me desperté sobresaltado. Creo que había otras cosas, pero las he olvidado, ¡a causa de mi mujer! Nos pusimos a discutir violentamente por una tontería cualquiera inmediatamente después". Ninguna asociación siguió a este sueño. El hecho de

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haberlo contado era suficiente para hacerle perder la importancia que hubiera podido tener para el paciente (sueño que al mismo tiempo produjo en el analista una sensación de extrañeza y de tristeza). La angustia del analizando se esfumaba para no dejar más que un vago recuerdo. En cambio, la discusión con su mujer, terna frecuente en él, lo seguía llenando de cólera ... sorprenden te contraste con la desolación desplegada en el sueño. Ya habíamos podido comprobar que el paciente se sentía "vivo" cuando mantenía relaciones teñidas de hostilidad con los que lo rodeaban. Puede ocurrir que este analizando revele la existencia de un vínculo entre el afecto depresivo figurado en el sueño y esa forma de relación con el prójimo, lo que desde el punto de vista económico remitirá a una negación de su depresión. Que el paciente en cuestión haya sufrido situaciones traumáticas en su primera infancia no deja ninguna duda para él ni para mí, pero esa vivencia psíquica tampoco deja ningún recuerdo. Lo que hay que descubrir no se encuentra en ninguna parte en el sujeto pensante. La "catástrofe" interna que atacó su capacidad de pensar y de elaborar sus afectos sólo puede adivinarse a través de sus actos, actos que aún no son traducibles en pensamientos ni en comunicación. Para ciertos pacientes es la palabra misma la que en el interior de la situación de análisis se convierte en ese acto, un discurso que no trata de comunicar algo al analista sino de hacerle sentir algo, "algo" que aún no tiene nombre, y del cual él mismo no es consciente. Es el analizando que dirá: "'¿Por qué no dice usted nada? ¿Cómo puedo saber que sigue habiendo alguien? ¡Da lo mismo hablar a una pared!", etc. Es evidente que cualquier paciente puede entregarse a reflexiones de este tipo, pero el neurótico da por sentado que se trata de una dímensión infantil de sí mismo que estalla contra

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-las frustraciones de la situación, mientras que un aspecto más maduro cuestiona es.a relación y trata de comprender su significado para su historia personal y olvidada. Ahora bien, los pacientes de quienes hablo no pueden tomar suficiente distancia para observar este fenómeno, y son incapaces de examinar la significancia subyacente de su transferencia. Se sienten constantemente enojados o deprimidos con el análisis y desesperados por un sentimiento de estancamiento. Esa intimación al analista para que éste interprete en un contexto donde en apariencia no hay material interpretable es un signo que nos dice que el analizando está en pugna con un pensamiento que se esquiva y que deja sitio a tal malestar que él se aferra del analista para retardar el surgimiento de las emociones desbordantes, para detener la cadena asociativa, para poner un candado al proceso analítico. En un segundo tiempo descubrimos que en esos momentos el paciente es presa de tales sentimientos de angustia o de furor que ya no puede pensar dentro de ese contexto. En su desesperación ya no está seguro de estar acompañado por otro, por un ser vivo que lo escucha y que lo sigue en su difícil aventura analítica. En este tipo de relación el analista suele tener la impresión de estar solicitado sin tregua, y al mismo tiempo advierte que ya no funciona adecuadamente como un analista. En realidad está a la escucha de una comunicacíón primitiva, en el sentido en que se podría decir que un niño que profiere alaridos está comunicando algo a alguien. Partiendo de estas premisas surgen dos proposiciones:

-En los pacientes que ofrecen este tipo de comunicación es lícito inferir la existencia de una secuela de 232

trauma psíquico que exigirá un manejo particular del tratamiento. -Este "discurso-pantalla", impregnado de mensajes no elaborados verbalmente, debe ser captado en primer lugar sólo a través del nacimiento del afecto contratransferencial. Para ilustrar mejor lo que estamos tratando, voy a recurrir a un ejemplo clínico. Este fragmento analítico que ya tiene quince años, no es de los más elocuentes para demostrar lo que quiero poner en evidencia, pero es el único sobre el cual he tomado notas en el momento mismo, y en un punto en que yo ya no comprendía el sentido del discurso de mi paciente. Luego, me ha ocurrido a menudo oír el mensaje oculto de tales comunicaciones, y así pude establecer un mejor contacto con la dimensión arcaica de la estructura del paciente, y gracias a ello pude aprender del analizando lo que señalo a continuación. Annabelle Borne tenía cuarenta y cuatro años y once años de análisis cuando me fue derivada por un colega. Al cabo de su última entrevista con él, la señora Borne le había pedido la dirección de una analista mujer. Me enteré de que ya había hecho tres análisis; el primero se había terminado después de tres años por iniciativa de la paciente: su analista estaba encinta, y este hecho le resultaba insoportable. Retomó el análisis con un hombre durante cinco años, experiencia que ella considera provechosa: hasta ese entonces había vivido en una dolorosa soledad, pero luego pudo tener relaciones sexuales por primera vez y casarse a los cuarenta años con un hombre que ella estima mucho y con el cual comparte intereses intelectuales. Aunque no era frígida, las relaciones sexuales no le interesaban. En parte por esta

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razón, pero también a causa de una sensación de vivir al margen en relación con los demás, ella se dirigió a otro analista varón, el cual, al cabo de tres años de análisis, le habría dicho que era "inanalizable". Por razones difíciles de dilucidar, Annabelle pidió a este analista que me confirmara por escrito su diagnóstico, cosa que él hizo. A pesar del veredicto del tercer analista, ella deseó continuar con el análisis. Durante 11uestra segunda entrevista me explicó los motivos iniciales para buscar el análisis. No se sentía "verdaderamente" viva y encontraba que la gente era incomprensible. A los nueve años, había sido violada por un hermano, seis años mayor que ella. Durante muchos años consideró que este hecho era la explicación suficiente para su dificultad de vivir. Hoy sabe que no es nada de eso, y que los problemas se sitúan en el interior de ella misma. Me confió que tenía pocas esperanzas de encontrar un analista que le conviniera; no le había gustado el doctor X que me la había derivado, y yo tampoco le gustaba. De todas maneras me pidió que retomara su análisis a pesar de su desconfianza hacia mí. En cambio, a mí me había caído simpática, su historia me intrigaba y su franqueza más bien me había gustado. Algunos meses más tarde, comenzábamos nuestro trabajo juntas, análisis que iba a extenderse durante cuatro años. El primer año fue fácil para ella y para mí. Para ella porque nada de mí le gustaba: mi silencio la exasperaba y aún más mis interpretaciones; mi consultorio, mis muebles, mi forma de vestir, mis flores provocaban sus constantes críticas. En cuanto a su entorno, ella lo acusó de manera general de falta de tacto, de solicitud, de generosidad. En la guardería que frecuentaba su hijito, no halló la cooperación que esperaba. Juntas buscamos en vano las razones de esta repetición interminable tanto en la relación analítica como en toda otra parte. 234

Ciertas interpretaciones que un día parecían abrir un camino prometedor, al día siguiente se revelaban estériles o provocaban burlas en mi paciente desencantada. Yo era juzgada ora indiferente a su dificultad de vivir, ora incompetente para ayudarla y para comprenderla. Un día le señalé que ella me vivía como una madre decepcionante que no podía o que no quería ayudar a su hija a comprender la vida, ella replicó que yo me parecía exactamente al "mono de felpa" de Harlowe, referencia a las célebres experiencias de este investigador con los chimpancés criados por una madre ficticia. (Estos monos se destacaban por incapacidad para relacionarse con otros monos y por sus expresiones extemporáneas de furor.) Además, mi paciente me acusó de un optimismo ridículo en mis esfuerzos persistentes para comprender su doloroso problema. Yo también comenzaba a creer que en cuanto analista no valía más que un mono de felpa, dada la utilización reducida que ella parecía poder hacer de mí. Algunos días más tarde me convencí de ello. Ese día ella encontró otra metáfora para expresar su descontento y su irritación hacia mí. Había leído los experimentos de Konrad Lorenz: que los patitos que pierden precozmente a su madre siguen simplemente a un zapato viejo, y demuestran a ese sustituto grotesco la misma devoción y afecto que hubieran sentido por una verdadera madre. Le dije que ella esperaba de mí que me convirtiera para ella en una madre verdadera , y me contestó: "Yo nunca he esperado nada de nadie. Pero usted es peor que nada. No solamente no mejoro, sino que todos mis problemas continúan e incluso algunos empeoran. Además, esto cuesta dinero, por lo que toda la familia sufre las consecuencias. Sin u sted, podríamos irnos de vacaciones al sol. Vengo regularmente por desagradable que esté el tiempo y por imposible que sea estacionar el coche en este barrio ... Estoy harta de los

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analistas ... Harta de usted, de su consultorio, de sus cabellos rubios, ¡de sus flores! A usted yo le importo un bledo ... Ni siquiera tiene el coraje de decirme que este análisis no sirve estrictamente para nada". Y así sucesivamente hasta el final de la sesión. AJ salir, echó una mirada fastidiosa a un jarrón lleno de flores, y arrojó una última frase furibunda: "¡Los que aman las flores deberían ser floristas, no psicoanalistas!". Hasta aquí la actitud negativa de Annabelle Borne, sin dejar de fatigarme, también me había llevado a interrogarme sobre la eficacia de la técnica analítica clásica para una paciente desprovista de insight y de voluntad para analizarse. No obstante, se sentía muy mal. Yo estaba preparada para seguir con la esperanza de descubrir el verdadero objeto de su enorme rabia y frustración. La sesión había sido no muy diferente de las de los días precedentes, pero esta vez su discurso me deprimió. Su estado se agravaba, su cooperación analítica, nunca fuerte, se había reducido a la nada; ella gastaba tiempo y dinero para obtener pocos resultados y lo que es más, me acusaba de no tener coraje para decírselo ... Cuanto más pensaba en ello, más me parecía que ella tenía razón en querer interrumpir el tratamiento. Para librarme de un sentimiento de molestia hacia ella, tomé notas sobre la sesión e hice un resumen de nuestro año de tra bajo con la esperanza de ver con más claridad en su mundo inasible. Sus padres, tal como ella los presentaba, eran personas típicas de clase media, un padre fuerte y admirado, una madre artista, imagen vaga y narcisista . Por supuesto, estaba la cuestión de su hermano, ese hermano seis años mayor que ella, que la había violado cuando ella tenía nueve años; nunca se había a trevido a decírselo a su madre que adoraba a ese hijo varón, ni a su padre, porque ella se sentía culpable del hecho. Sus

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largos años de análisis le habían enseñado que ella había vivido la violación como un incesto con el padre, cuya realización por poder ella deseaba, a pesar del efecto traumático. Ciertamente, en los análisis anteiiores se había hablado mucho de su envidia del pene como causa primera de su rencor y de su dificultad de vivir. También se quejaba amargamente de la marcada preferencia que su madre demostraba por el hermano, y de la vida fácil que ella le atribuía comparada con su "difícil existencia". Pero en su ano de análisis conmigo, no me había proporcionado un material apto para que explotaran otras interpretaciones de este tipo: todo parecía centrado sobre la impresión de que ella jamás podría ser igual a su madre, talentosa, amada por el padre, poseedora de atributos secretos. Un recuerdo-pantalla retornaba cada tanto, un recuerdo que ella había hallado en la época de su primer análisis: niñita de cuatro o cinco años, Annabelle "veía" los senos de su madre, plenos, con "una savia verde" que desbordaba del pezón. Este fantasma-recuerdo la llenaba de angustia. Mi intento por vincular la savia verde, ¿savia de la vida? ¿verdor de la muerte?, con mi palabra decepcionante y con todo lo que ella esperaba o temía de mí y del análisis, no nos había llevado a ninguna parte. Mi búsqueda de un sentido latente en su discurso manifiesto era sentida por Annabelle como un intento por negar las injusticias que ella había sufrido durante toda su infancia y aquellas que seguía sufriendo en su vida cotidiana. Mis intervenciones habían fracasado en el intento de movilizar el interjuego de los procesos primarios y secundarios que son la marca de un análisis que funciona. En cuanto a la transferencia, todos los intentos de hallar algún significado en ella eran despachados de prisa. Yo no dudaba de que ella me vivenciaba como una madre mala, casi muerta, y que, junto con el mundo

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exterior que la trataba tan mal, ocupábamos el lugar de su hermano envidiado, nutrido con la savia verde del amor materno, del que se sentía privada. Pero un año de trabajo me había demostrado que Annabella no quería nada y se aferraba a su ira y a probar que no se podía hacer nada. Después de haber recorrido las cuestiones abrumadoras que ese análisis provocaba en mí, al día siguiente, no sin cierta culpa, decidí hablarle de una eventual terminación de su análisis. Después de todo, pensaba, no soy el primer analista que la ha encontrado "inanalizable". Muy puntual, como siempre, ella se echó sobre el diván con una expresión en el rostro desacostumbrada, casi alegre, y comenzó a hablar de inmediato: "No recuerdo nada de lo que le he di cho ayer. Lo único que sé es que fue una buena sesión. Hice un montón de cosas después." Me oí responderle: "¿No se acuerda nada de nuestra sesión de ayer?" -¡Absolutamente nada! -¿Qué es lo que le hace creer que fue "una buena sesión"? -Y bien, bajé la escalera canturreando. No es algo que me ocurre con frecuencia. Aún persistía en mí el sentimiento de infelicidad y de búsqueda ansiosa después de esa misma sesión. Entonces le pregunté si recordaba la canción que había canturreado. "Espere ... sí... era 'Aupres de ma blonde qu'il fait bon, fait bon ... dormir'." Su referencia irritante a mis cabellos rubios, la sombra de un deseo libidinal respecto de mí, el hecho de que se había sentído tan bien después de la sesión mientras que yo conservaba un sentimiento penoso, todo se reu-

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nía en mi mente, y me decidí a decirle que yo guardaba un recuerdo muy claro de nuestra sesión de la víspera, en la cual ella había expresado cólera, descontento e irritación. ¿Tal vez esperaba que yo me sintiera triste en su lugar para poder irse contenta? Se sorprendió y me respondió: "Y bien, creo que es cierto. Pero no sé por qué. Lo único que sé es que a menudo me he dicho que me gustaría verla llorar". Entonces le formulé esta pregunta: "¿Sería su llanto el que yo debiera verter?" Durante el resto de la sesión Annabelle examinó esta fantasía con una atención insólita en contraste con su actitud habitual de provocación o decepción . Me di cuenta de que muy raramente Annabelle expresaba sentimientos depresivos, y por primera vez descubrí que su discurso de descontento, a pesar de su contenido, estaba esencialmente desprovisto de afecto. Quizá su aparente ira ocultaba una tristeza inexplicable. La noche siguiente, ella tuvo un sueño: "En una especie de carretilla me llevan a un puesto de policía. Un gran cartel anuncia que la 'Sra. Luna es buscada por asesinato'. Me empujan por un largo corredor, vasto como un hospital. Estoy, pequeña, en una cama grande con barrotes. Mientras voy, arrojo furiosamente trozos de algodón hidrófilo al suelo". Annabelle asocia a "la Sra. Luna" con la analista que se supone "aclara 1 que es tenebroso", y luego aclara que el nombre del sueño es un anagrama del nombre de su madre. En cuanto a los trozos de algodón, recuerda que cuando niña la gente decía que ella no lloraba nunca cuando su madre, que se ausentaba frecuentemente, dejaba a la niñita largas horas sola con pelotas de algodón hidrófilo que ella chupaba frenéticamente hasta el regreso de su madre. "¿Dónde estaba ella? ¡Yo no tenía madre!"

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Por primera vez en este análisis, Annabelle, "niñita

que nunca lloraba", estalló en sollozos: habría de llorar durante todos los meses siguientes.

SOBREVIVIR ES FACIL. W DURO ES SABER VIVIR. ANNABELLE BORNE

Dejo de lado los eslabones de asociaciones, las imágenes y las fantasías olvidadas que nos han permitido descubrir en Annabelle Borne a una niña abandonada y víctima de catástrofes en pugna con una madre omnipotente aunque ausente; madre-seno de algodón hidrófilo y a la cual ningún otro objeto transícional parece haber venido a relevar. La íntroyección de una madre amante y llen a de atenciones y la identificación con ella se habían detenido en este punto, privando a mi paciente de la posibilidad de atender a sus necesidades, de ser una madre para ella misma. Como en la situación analítica, ella tenía exigencias mágicas y megalomaníacas con respecto a los demás, a los que trataba como monos de trapo. En Jos momentos de tensión no podía contener ni elaborar psíquicamente su angustia. Descubrir en el análisis los momentos en que Annabelle, lactante ávida y furiosa, ocupaba toda la escena de su vida interior, y poner a esta niña en aprietos en comunicación con la Annabelle Borne adulta, nos tuvo ocupadas durante tres años. Si bien esas dos sesiones me abrieron un camino que iba a permitirme comprender la manera de pensar, y sobre todo de evitar pensar, de esta analizanda, y captar los matices de su relación interna con ella misma (así como de su relación con el mundo), con ella no ocurría lo mismo. Annabelle me dirá más tarde que los dos años que siguieron a esta fase del análisis la habían expuesto

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a un sufrimiento cuya existencia ella ni siquiera sospechaba. Sin embargo, esta elaboración de su dolor psíquico iba a conducirla a un cambio profundo que ella calificará como su "renacimiento". Agreguemos que el sufrimiento de esos af1os fue compartido y que me obligó a un trabajo de vigilancia constante debido a su tendencia a pulverizar sus pensamientos o sentimientos de los que era consciente. Y de ningún modo yo estaba al abrigo de 'sentimientos exasperados hacia ella, sobre todo cuando trataba sistemáticamente de denigrar y de destruir el sentido de toda intervención que hubiera podido modificar, aunque sólo fuera un poco, su vivencia pétrea de aislamiento y de dolor. Al analizar mi propia perplejidad llegué a descubrir que Annabelle se sentía humillada por cada descubrimiento y por cada encrucijada de su aventura analítica. En compensación, yo ya no estaba perdida con ella en ese difícil viaje. Mi silencio casi constante durante nuestro primer año de trabajo, sin que yo me diera cuenta había reproducido la imago materna ausente, a la vez evanescente y perseguidora. Por esa razón, AnnabeUe no me trataba como persona real sino que me acordaba el status de un lactante voraz; no podía concebir que yo tuviera pensamientos o deseos independientes q1:e ella no pudiera controlar, ni aceptar que estuviera ocupada con otras personas o cosas, situación que creía que la dañaba. Esta exploración dolorosa de su lucha nos permitió analizar su uso constante de la identificación proyectiva y el efecto inhibidor que elJo tenía sobre su existencia dolorosa. En lugar de evacuar inmediatamente cada afecto o pensamiento penoso que podía surgir en las sesiones, ahora podía contenerlos para elaborarlos y convertirlos en discurso. Durante tres años (re)construimos paciente y penosamente el mundo psíquico desértico del bebé Annabelle. El analista-zapato viejo del que uno no sabe cómo deshacerse, el analista

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mono-de-trapo de pechos de algodón del cual uno no

puede nutrirse, se ha convertido en un objeto de transferencia, blanco de todos los anhelos infantiles arcaicos. Cada objeto de mi sala de espera y de mi consultorio, el más mínimo signo de mi existencía que indicara la presencia de otra gente, sobre todo de otros pacientes, cada cambio de mueble o vestido, mis floreros, todo provocaba su furor que no solamente era doloroso sino imposible contener reflejar. Ambas necesitamos mucho tiempo para sondear el pozo de odio y desesperación que se ocultaba detrás de sus provocaciones de antaño. "Usted no puede imaginar hasta qué punto la envidio, hasta qué punto quisiera desgarrarla, hacerla sufrir." A pesar del hecho de que mi existencia, en cuanto ser separado con sus propias necesidades y deseos, era para eJla un suplicio y una herida narcisista; ahora yo formaba parte de su proceso analítico; yo era un simple receptáculo para todo lo que a ella le resultaba muy pesado contener, para todos los objetos claudicantes cuya máscara yo debía llevar. Llegamos a comprender que ella se sentía constantemente perseguida por mí, como por todos los demás. Pero ni ella ni yo lo habíamos advertido, su desesperación, que formaba parte de ella, se había tornado indolora. El material conflictivo más importante en esta etapa de su análisis podría definirse apelando al concepto klei~ niano de envidia. En lugar de quedar atrapada en los celos y en el conflicto con el anhelo de triunfar sobre los rivales por el amor de sus progenitores, buscaba la destrucción total del objeto perteneciente al Otro. A la luz de esta comprensión, su relación sexual traumática con su hermano tornó una significación nueva: ella poseía el objeto adorado de la madre para destruirlo. Para lograrlo, había hallado una solución no psicótica, sino erótica. Annabelle llegó a revelar fantasías masturbato242

rias en las que ella imaginaba a su hermano inmovilizado mientras ella se entregaba a "torturas" variadas en el pene de él, controlando así el goce que ella le suponía en esa escena. El objeto-hermano estaba protegido de su odio pues ese goce era buscado compulsivamente mediante ataques infligidos contra su propio cuerpo. El juego erótico servía igualmente para propósitos contradictorios: manifestar y renegar al mismo tiempo su deseo incestuoso, y de esta manera dominaba la experiencia traumática. Ella era ahora el autor y el director de escena del juego, el agente y no la víctima de esa violación sentida como una castración. Las renegaciones contenidas en su fantasía erótica iban de la invalidación de la escena primitiva madre-hijo, de la que ella estaba excluida, a una renegación de su propia identidad femenina. Una parte escindida de su ser jamás había asumido su sexo. Cuando sus pares hablaban de la regla, se burlaba de ellas. "Yo sabía que eso jamás me ocurriría, que yo no era como ellas. Cuando perdí sangre durante mi primera regla, creí que se debía a la masturbación. Oculté el hecho durante dos meses." En cuanto a este nexo de fantasía sexual y del juego de la tortura del pene de su hermano, es evidente que no se trataba de la envidia del pene tal y como lo entiende el concepto freudiano, sino de una actitud ávida y destructiva cuyas raíces debían buscarse en la. diferencia de los sexos sino en la prehistoria de la niña Annabelle: la savia verde de los pechos maternos inaccesibles revelaba aquí su papel. El "juego" expuesto de la castración del hermano, que se tornaba yo-sintónico gracias a la erotización,1 ocultaba otra fantasía: la de controlar y destruir el pecho materno, para tomar posesión de su mágica savia verde. Hermano y padre, simbólicamente l. Véase el capítulo 2.

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representados como los complementos fálicos de la madre omnipotente, eran fantaseados regresivamente como el contenido de sus pechos. Sin sexo, sin savia, sin saber acerca de las cosas de la vida, Annabelle vivía una depresión no elaborada, probremente compensada por una forma de relación y de comunicación con los otros que era un actuar constante más bien que un intercambio, contacto más que comunicación, pero nunca un vínculo vivo. En su esfuerzo por comunicarme :m dificultad de vivir, ella podía hablarme de la "dureza" de la vida. Esta palabra retornaba sin cesar. "He aquí lo que ahora sé: jamás, ni un solo instante me he sentido bien, ni un solo insta nte me he sentido cómoda en presencia de los demás. ¡Es duro, duro! Comer, caminar, ir al baño, hacer el amor, es duro. ¿Por qué no sé el secreto? ¡Dígame!" El analista-pecho , imago omnipotente idealizada-analizanda, había sobrevivido como objeto interno durante tres años a pesar de los golpes de la niña dolorida, por cierto que finalmente yo era ahora una persona separada y una analista, de modo que me podía "usar" para comprender diferentes aspectos de su guerra intersistémica interior (Winnicott, 1971b). Pero rechazaba toda aproximación al ser idealizado, duro, omnipotente que suponía que contenía el secreto de la vida y de su vida. Tuve que recurrir a la paciencia mientras esperaba hallar la posibilidad de interpretar esta idealización. Intervine eventualmente en parte por mi desesperación por no poder ir más allá de esta pregunta. "¿Por qué es usted tan dura? Usted se burla de mí esperando de este modo que todo lo descubra sola." Le dije que yo no poseía ese secreto tan esperado, y añadí que también era cierto que desde hacía un tiempo me sentía desalentada; que manifiestamente ella hacía lo mejor que podía para comunicarme su insatisfacción actual; sin duda era

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una falla de mi parte el no poder interpretarla. "Sé que está tratando de comunicar este sentimiento duro y terrible -dije- le he fracasado al no captar su mensaje. Sé que ambas estamos atravesando un momento dificil y siento que la he dejado decaer." Esta interpretación produjo una reacción inesperada y explos iva de alegría. Que el analista pudiera fallar en su supuesta ta rea de ser omnisciente jamás había pasado por el espíritu de Annabelle durante quince años de análisis: este descubrimiento inauguró la última fase de su análisis conmigo. ¡La exploración de sus mecanismos proyectivos idealizados le permitió la elaboración del duelo que significaba para ella la necesidad de renunciar a su propia demanda de ser omnipotente a fin de ser liberada de toda frustración frente a la "dura" realidad exterior o interior! Annabelle finalmente pudo comenzar a ocuparse de la niña desesperada y escarnecida que llevaba en sí; comenzó a comprender que dest ruirlo todo no era la única salida para su voracidad, para su furor envidioso. De igual manera también podría producir ... soluciones que ella sola podría encontrar. Así, por primera vez, pudo ocuparse de su cuerpo, de su salud, de su apariencia, de su vida amorosa, de su trabajo profesional, todo lo que hasta ese momento había dejado a la deriva_ En una de nuestras últimas sesiones me confió que en l a primavera había sembrado semillas de flores sin consultárselo a nadie por temor a que no brotaran. Ante su gran asombro, todas habían florecido. Algunos años más tarde, Annabelle m e envió un libro muy hermoso que t r ataba de su campo artístico y del cual era autora. En su dedicatoria atribuyó al psicoanálisis el descubrimiento en esencia de la creatividad: que vivir es crear.

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LA COMUNICACION PRIMITIVA

Le he dado el nombre de comunicación primitiva a esta clase de discurso analítico para recalcar sus aspectos positivos, pues en general advertimos más sus aspectos negativos. Los pacientes que nos cuentan muchas cosas para no decirnos nada, ni revelarnos nada de lo que se halla detrás de su comunicación, o que hablan para mantener al analista a distancia, por supuesto mantienen una fuerte resistencia a la relación psicoanalítica y reúnen fuerzas poderosas contra el proceso de análisis. Deben estar conscientes de que esta forma de comunicarse con el analista (y también con todo su entorno) es defensiva, y de alguna manera elude lo que quieren en verdad decir. No obstante, de acuerdo con la reacción del analista las palabras del paciente contienen algún tipo de comunicación. Esta comunicación latente no es verdaderamente simbólica, y no puede compararse con los pensamientos reprimidos que se esconden detrás de asociaciones neurótico-normales en el análisis. Por el contrario, aquí encontramos palabras que se utilizan, en lugar de la acción, como armas, como camuflaje, como un desesperado grito de ayuda, un grito de rabia o de cualquier otra emoción intensa de la que el paciente apenas es consciente. Estos estados emocionales pueden no tener conexión con lo que el paciente relata. Este tipo de material analítico genera una cantidad de cuestionamientos. Podríamos cuestionar la función de esta "comunicación" y compararla con las asociaciones libres del monólogo psicoanalítico que producen los pacientes neuróticos en respuesta a nuestra invitación para hacerlo. También podemos preguntarnos por qué algunos pacientes son más aptos para utilizar canales verbales de esta manera y lo que se infiere de este "síntoma" lenguaje respecto de una historia infantil traumá-

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tica y sus efectos sobre la estructura y las defensas del yo. Pero mi principal interés es explorar la manera como el analista recibe esta clase de comunicación analítica y eómo puede utilizarla mejor en el proceso del análisis. Este proceso depende en gran medida de la comunicación, y del especial modo de comunicación que llamamos asociación libre, que nos permite explorar la interpenetración de los procesos primario y secundario del pensamiento. La "regla básica" reside en la expresión verbal de sentimientos y pensamientos, y se espera que en la medida en que el paciente pueda permitirse expresar libremente ideas, fantasías y estados emocionales que normalmente no se permitiría, esta interpenetración del conocimiento consciente e inconsciente de sí mismo pondrá en movimiento el proceso analítico. La invitación a "decirlo todo", junto con su contraparte implícita "y no hacer nada'', no sólo abre el camino al afecto transferencia] sino también facilita que el analizando oiga sus propias palabras, y conozca sus pensamientos y sentimientos de una manera nueva para él. Sin embargo, esta expectativa es cuestionable en personas que utilizan el lenguaje de modo que altera su función esencial, y en particular en la situación analítica con su dependencia íntima del lenguaje y la comunicación. ¿Cuál es el real objetivo de lo que denomino comunicación primitiva y de qué maneras difiere de las otras comunicaciones verbales? ¿Cuál es el papel que desempeña en la economía psíquica? ¿Con cuál sistema de relaciones objetales interno se vincula? Aunque la eficacia de las palabras en la comunicación de los pensamientos y las emociones es considerablemente más limitada que lo que admitimos, sin embargo el principal objetivo del intercambio verbal entre adultos es el deseo de comunicar información a quienes elegimos como interlocutores. Pero éste no es su

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·---único objetivo. Comunicar, del latín communicare (hacer común), revela su significado etimológico y afectivo subyacente. Todas las personas, en determinadas situaciones y algunas casi siempre, utilizan la comunicación verbal literalmente como forma de mantener contacto, de estar relacionada o aun de formar parte de otra persona. Este eslabón vital con el Otro puede contrarrestar la importancia de la función simbólica que consiste en el deseo de informar a alguien de algo. Desde este punto de vista, la comunicacíón verbal puede considerarse una aproximación al llanto, al llamado, al grito, al rezongo, antes que contar algo. Este tipo de comunicación sería un medio no sólo de permanecer en contacto íntimo sino también una manera de transmitir y descargar la emoción de una manera directa, en el intento de afectar al Otro y de despertar sus reacciones. La situación analítica, desde que prescinde de las convenciones habituales de] inter:ambio verbal, es particularmente apta para revelar los rasgos no comunes en la verbalización que pueden pasar inadvertidos en la conversación cotidiana (Rosen, 1967). La austeridad del protocolo analítico tiende a resaltar esas diferencias. Hemos visto que la palabra de Annabelle Borne había perdido en parte su objetivo comunicativo en el discurso analítico. Ya no se trataba de asociaciones libres excepto en un sentido limitativo. El hecho de haber podido revelar a la paciente cierta incongruencia entre el contenido de su discurso y el afecto experimentado permitió a esta forma de verbalización tornarse significativa y descubrir una forma de relación que tenía como complemento fantasmábco el deseo de hacer sentir al otro una vivencia afectiva que ella misma no podía ni contener ni elaborar. Al mismo tiempo podemos comprender que ella habla a menudo con la intención de despertar sentimientos en el analista, sin conocer su 248

-importancia, o que representan para ella ese sentimiento. Su necesidad de inducir estados de sentimiento en los otros estaba relacionada con situaciones traumáticas tempranas en las que no había sido capaz de enfrentar la emoción intensa ni cómo comunicar su n ecesidad de ayuda; en lugar de contener y comunicar su dolor emocional y utilizarlo para poder pensar mejor, ella borró todo conocimiento de su existencia o significado. Así la experiencia afectiva y los hechos pasados fueron simplemente excluidos de la conciencia como si nunca hubieran existido. Por primera vez, muchos de estos estados emocionales pudieron alcanzar su repre· sentación psíquica. Las comunicaciones como las de Annabelle Borne difieren de manera esencial de las que encontramos en el proceso de asociación neurótico común, aun cuando su intención sea despertar senti· mientos en el analista. En este último caso, el intento de permitir dejar vagar libremente la fantasía y el pensamiento revela, detrás de la comunicación manifiesta, un tema latente que "escucha" el analista. La persona que no se conoce a sí misma comunica otra historia, se revela como un actor en otro escenario, cuyo guión, alguna vez consciente, lo ha olvidado. Estos guiones secretos y estas escenas disimuladas están presentes en pacientes que usan el lenguaje para penetrar al que escucha y provocar su reacción, pero desde el punto de vista del trabajo psicoanalítico vician el objetivo de dejar desnudo E:ste significado latente que subyace y dificultan ]a captura de ideas y recuerdos reprimidos. Mientras tanto el analista está dispuesto a sentirse aturdido e invadido por afectos que obstaculizan el funcionamiento analítico, a menos que les preste atención. Los sentimientos depresivos y frustrantes que hacía nacer en mi Annabelle Borne no tenían relación alguna con las ideas reprimidas de su material analítico. El

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principal objetivo de sus palabras podría describirse como un intento de descargar, mediante el real acto de hablar, la tensión dolorosa y reprimida. El objetivo secreto que era capaz de advertir consistía en compartir un dolor que no podía expresarse por medio del lenguaje y acerca del cual no podía pensar. Su exigencia era ser oída antes que escuchada, una necesidad de comunicación antes que comunicar. En los meses siguientes pudimos señalar los momentos en los cuales esta comunicación se volvía imperiosa. Enfrentada a la más leve intuición de un pensamiento o sentimiento doloroso, Annabelle inmediatamente se las arreglaba para pulverizar su representación psíquica. En consecuencia, carecía de una verdadera conciencia acerca de la existencia de la idea o del afecto en cuestión. Pero los restos de esta eliminación psíquica tenían e] efecto de alterar su percepción de los otros y, en consecuencia, su modo de sentir acerca de ellos y de comunicarse con e1los. Lo mismo ocurría en la transferencia analítica. De ningún modo esto quiere decir que los temas elegidos por Annabelle Borne para rellenar el silencio de sus sesiones no comunicaran ninguna verdad en sí. Era evidente que detrás de las imágenes e ideas persecutorias, la problemática de la envidia estaba en primer plano, pero era ininterpretable mientras los afectos generados en la depresión, el abandono y la privación, y sus inevitables sentimientos de odio, permanecieran bloqueados para acceder a la expresión psíquica y a la reflexión verbal. Su discurso "desafectado", llevado al límite, no tenía interés para ella; no advertía que tuviera un afecto potencia] sobre su analista, sus amigos, su familia o Jos demás. Su beneficio inconsciente era procurar la protección de sus objetos internos contra su destrucción debida a su ira envidiosa y su mortifica· ción narcisista. Y por esa misma razón, permitía el man250

tenimiento en su vida cotidiana de un contacto con los objetos externos a pesar de la insatisfacción experimentada. El precio pagado, además de su dificultad de vivir, era la parálisis de su capacidad de pensar su problemática y, por consiguiente, de colmar sus necesidades, de realizar e incluso de poseer deseos. Al comienzo de nuestro trabajo analítico ella no advertía la existencia de deseos personales excepto el deseo de estar "cómoda", ni de lo que exigía y esperaba de los otros. Este modo de vivenciar generó la cuestión del espacio que ocupaban los objetos externos en su vida psíquica. Implícitamente el Otro es exhortado a capturar el llamado inexpresable y a enfrentarlo. En cierto sentido es una demanda de ser comprendido sin pasar por los canales verbales normales, de ser comprendido por los meros signos. lnfans, el infante que aún no puede hablar, debe tener esas necesidades de ser escuchado, desde que no posee otros significados de la comunicación. Cuando llega a ser capaz de preguntar, no es una pregunta de necesidad vital, pero hasta entonces depende totalmente de la interpretación que hace su madre de sus gritos y gestos. Por cuanto el infante no puede concebir al Otro que responde a su llanto, se puede decir que se "comunica" en esta manera primitiva. En este punto ha alcanzado ya cierta etapa de crecimiento psíquico con respecto al objeto; ya no siente que el Otro es una parte alucinada de sí mismo (igual a la forma psicótica de relación objetal) sino que cree que el Otro es omnipotente, en cuyo caso la respuesta del objeto a los signos emitidos se interpreta como positiva porque el objeto quiere que el infante sea gratificado o, en el caso de una respuesta negativa, como un rechazo porque quieTe que el infante sufra. Es decir, este tipo de relación está bajo la influencia del proceso primario del pensamiento: si ocurren cosas buenas o malas, en cual-

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quiera de ambos casos se creen derivadas del deseo omnipotente del Otro todopoderoso. El Otro comprende automáticamente y responde a su deseo (este tipo de pensamiento prevalece en lo que podemos llamar caracteropatía narcisista). Respecto de esta idealización proyectada del mundo exterior estamos algunas veces inclinados, como Bion lo señala (1970), a descuidar el hecho de que, a pesar de la satisfacción que brinda eventualmente la comunicación simbólica al adulto, estar obligado a hablar para ser comprendido y satisfacer los deseos es una permanente herida narcisista en el inconsciente de todos. Para cíertas personas, la fusión y la comunión, más bien que la separación y la comunicación, son los únicos medios auténticos de relacionarse con otras personas. (Una paciente que consideraba la separación como una calamidad, solía decir que si ella tuviera que decirle a su esposo lo que deseaba o necesitaba, el consentimiento del marido a sus deseos no tendría significación alguna. Era sin duda una prueba de que él no la amaba.) La comunión fusiona], forma arcaica de amar que es el derecho del lactante, aun algunos adultos la esperan. Cualquier amenaza de separación o señal de diferencia subjetiva, como por ejemplo exhortar a verbalizar los deseos, puede ser objeto de castigo y rechazo. Nos vemos aquí ante el lado "infantil" del adulto, quien nunca llega a entender el papel de la comunicación verbal como medio simbólico de dar a conocer los deseos. Sin duda éstos fueron bebés que no han sido "escuchados" ni "interpretados" con sensibili dad por quienes los criaron. Mi experiencia clínica con pacientes que viven ajenos a este drama inarticulado me lleva a creer que su infancia fue marcada por relaciones incoherentes con los objetos prímarios, y en un contexto en donde las frustraciones inevitables del desarrollo y crecimiento humanos no fue252

ron atemperadas con la suficiente gratificación como para hacerlas aceptables. La recompensa suprema de la identidad subjetiva y de la individuación no se adquiere con placer, sino que continúa vivenciada como rechazo e insulto. El hecho de que los deseos pueden comunicarse y obtener respuesta casi no lo pueden creer. Este era el caso de Annabelle. Otro factor: la demanda de ser comprendido sin palabras implica también el terror de enfrentar la desilusión o el rechazo. Lo que se siente no sólo como una herida narcisista sino como un dolor intol erable que no puede ser contenido ni elaborado psíquicamente, y que puede destruir. Entonces, los factores inevitables que estructuran la realidad humana -alteridad, diferencia sexual, la imposibilidad de la realización mágica de los deseos, la inevitabilidad de la muerte- no se vuelven significantes. La alteridad con su recompensa de identidad personal y privacidad; la diferencia sexual con su recompensa del deseo sexual; el reencuentro de la realización mágica en la creatividad; la aceptación de la muerte misma como un final inevitable que otorga significación a la vida, todo puede faltar en estos pacientes. La vida entonces corre el riesgo de "carecer de sentido" y de ser "dura". Otras personas tienden a ser vistas como vehículos para externalizar el drama interior y doloroso de vivir. Es en efecto la creación de un sistema de supervivencia. Por lo menos el contacto con otros está asegurado y algo se comunica. Muchas personas con este modo de relatar se sienten obligadas a manipular a los otros, aunque de modo inconsciente, para atraer las catástrofes que anticipan. Así las r elaciones a menudo se dirigen a proveer la inevitabi1idad de las conclusiones preconcebidas a su respecto. Este es otro m odo de "comunicar" el malestar y de combatir el sentimiento de completa impotencia frente a fuerzas abrumadoras. Hay

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varias maneras de teorizar este tipo de relación con los demás y e] diálogo que es su soporte en la relación analítica: en términos de angustia persecutoria y de identificación proyectiva (Klein, Grinberg); de la necesidad del sujeto de utilizar a los otros como continentes (Bion); de ]a necesidad urgente de recuperar ciertas partes perdidas de su "sí-mismo-objeto" (Kohut); de la tendencia a negar la existencia independiente de los otros como defensa contra las formas patológicas de la relación objeta] (Kernberg); el concepto de "falso (Winnicott); el uso de los otros como "objetos transicionales" (Modell). Fuera de toda comunicación con ellos mismos, estos analizandos también pueden ser proclives a la angustia, la depresión, la frustración y la irritación que no pueden reconocer en los otros. La lucha contra las fantasías y los afectos arcaicos coincide con una lucha contra la realidad exterior y el dolor de los otros. Como lactantes que _se tornaron autónomos antes de tiempo, deben dominarlo todo para hacer frente al peligro del adentro como del afuera. Sin saberlo, funcionan con un modelo de la relación humana donde la separación con el Otro debe ser rechazada encarnizadamente desde que la ausencia y la diferencia no pueden compensarse con un mundo objetal interno bien estructurado; así el propio sentimiento de identidad es inestable. Tampoco es fácil comprender lo que otros tratan de comunicar, y las suposiciones acerca de los motivos humanos corren el riesgo de ser incorrectas. La separación se rechaza como un postulado, y en su lugar encontramos la externalización constante del conflicto en el intento de mantener cada cosa en su lugar, y así poseer el control ilusorio sobre las reacciones de las personas. Estos son los "bebés sabios" que describió Ferenczi, quienes deben controlar todo con los medios infantiles de que disponen. Por supuesto,

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debemos admitir que dentro de nosotros dormita un lactante exigente, confinado al mundo omnipotente de los sueños. Los pacientes neuróticos descubren en ellos a este niño megalomaníaco con verdadero asombro; otros , como Annabelle, descubren a lo largo de su vida que han estado luchando para restablecer los derechos de ese infante exigente y, la mayoría de ellos, su derecho a ser escuchado y su necesidad de tener comunicación significativa con los otros. Aunque el yo adulto no advierte su existencia, el niño enojado y desesperado grita para conseguir respirar. Sólo así halla alguna esperanza de que este infante interior desarticulado pueda acceder a una forma más elaborada de autoexpresión. El analista que recibe estas comunicaciones en el análisis se encuentra escuchando un discurso sin sentido si lo ve como una transmisión neurótico-normal de ideas y afectos en el flujo de la asociación libre. Buscará en vano ideas reprimidas que pujan por acceder a la conciencia, y se verá forzado a advertir que está observando un segmento de la personalidad dominado por mecanismos primitivos de defensa: renegación, escisión, forclusión y todo lo que sirve para excluir hechos psíquicos de la cadena simbólica, en especial todo lo que es proclive a producir dolor psíquico. Podríamos preguntarnos hasta qué punto es posible atravesar las barreras de la represión primaria y explorar las capas básicas de la estructura de la personalidad. ¿Podemos esperar "oír" lo que nunca se formuló como parte de ideas preconscíentes, lo que nunca fue codificado como pensamiento, y que no fue preservado en una forma accesible para recordar y para la elaboración simbólica? Aquí es donde se cuestionan los límites del proceso analítico. Sin embargo, sugeriría que las áreas de experiencia fueron rechazadas del mundo psíquico para ser proyectadas en el mundo exterior; estos fragmentos de viven-

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cia se expresan en la conducta o se actúan de forma de intercambios primitivos. En ciertas situaciones privilegiadas podemos "oír" por lo menos señales de malestar. Entonces comprendemos que estos signos indican un dolor profundo que no puede ser reconocido por completo por el individuo en tanto persona que lo sufre. Esta se siente bloqueada, obstruida, incapacitada y furiosa con el mundo. Este es el mensaje básico.

EL PAPEL DE LA CONTRATRANSFERENCIA

¿Cuál es el peso de este mensaje en el análisis? En primer lugar el oído analítico puede alertarse por el uso particular de las palabras. En el caso de Annabelle Borne había una notable discordancia entre el contenido y el afecto; encontramos un sentimiento de cólera y descontento que escondía una depresión inexpresable; en otros pacientes con dramas similares, escuchamos un monólogo interminable que repetía hechos diarios sin eco más allá de las meras palabras, tanto para el paciente corno para el analista; otros empleaban palabras confusas, es decir, que faltaban los vínculos asociativos ordinarios que se encuentran en la conversación cotidiana y en la comunicación analítica. Rosen habla de perturbaciones sutiles en la codificación de los procesos del pensamiento que emergen en la situación analítica, y del hecho de que el analista algunas veces debe volverse consciente del contenido latente en los medios antes que en las palabras - sistemas de señales como gestos, postura, expresión facial, entonación, pictogramas, etc. , a menudo en armonía con estos mensajes subliminales para codificar y verbalizar lo que hemos comprendido. Modell (1973) sugiere que la captura del afecto puede muy bien preceder a la adquisición del len256

guaje. Según mi experiencia con bebés (que a menudo reaccionan de manera asombrosa a los estados afectivos de quienes los cuidan) y también según mis conclusiones ~e. ¡~ observación analítica, diré que la transmisión del afecto incuestionablemente tiene lugar antes que la comunicación simbólica. La observación de Modell de que un discurso analítico carente de afecto es una señal de que el proceso analítico se ha detenido, me parece pertinente para la investigación analítica de la naturaleza de la comunicación. Otra observación respecto de la "comunicación primitiva" es que falta la verdadera "asociación libre" (con todas las limitaciones y sistemas infiltrados que normalmente la acompañan). No existe Einfall (que significa, literalmente, la aparición repentina de un pensamiento, una fantasía o una imagen que surge de una fuente irreconocible). Esta interpenetración de los procesos primario y secundario, distintiva de un proceso psicoanalítico que funciona, no tiene lugar, y se tiende a dar un aspecto carente de características al monólogo analítico. Aunque parece una comunicación "vacía", a menudo producirá un sentimiento de "plenitud" en el analista, un sentimiento frustrante al que debe prestar atención. Frente al deseo del analizando de estar "vinculado" con el analista a través de su verbalización, puede prestar poca atención al hecho de que el analista responde emocionalmente al contenido, en especial si es depresivo, agresivo o angustiante, y por ende poco se cuestiona la suposición de que el analista esté igualmente contento de víncularse a través de su corriente verba\ -aun cuando hubiera, por ejemplo, un monólogo vituperalivo que tomara por blanco al analista o un discurso confuso que no advirtiera la dificultad de captar su significado. En sus esfuerzos por mantenerse sumergido en la mente del analista, estos pacientes demandan ayuda y al

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mismo tiempo la rechazan. Puede decirse que el paciente se encuentra bajo el poder de una condensación -no de pensamiento sino de objetivo-. Busca obtener amor y atención que le aseguren que es escuchado y ayudado, que existe, y a) mismo tiempo debe castigar al Otro por todas las cosas malas que ha debido tolerar. Puede considerarse la función materna como la demanda del pecho idealizado, tal como el lactante experiencia que puede expresarse. Si estos pacientes no hablan acerca de lo que realmente les interesa -su búsqueda contradictoria, su dolor de vivir, su dificultad en sentirse comprendido o realmente vivo- es porque no lo saben. Sin darse cuenta del impacto que producen sus palabras, tampoco advierten que ocupan un espacio psíquico en la mente de los otros. Los otros están vivos, existen y, por lo tanto, no necesitan nada, mientras que el sujeto de este malestar grita su derecho a estar también vivo, pues supone que el mundo se lo debe. Para muchos pacientes el descubrimiento de este problema puede ser una experiencia inaugural de la situación analítica. El analizando, por vez primera, puede realizar una distinción consciente entre sí mismo y Otro, y reconocer que ambos existen, cada uno con su realidad psíquica individual y separada. Las personas que carecen de una nítida representación de su propio espacio psíquico y de su propia identidad tienden, por otra parte, a relacionarse con los demás de forma que evitan también su realidad psíquica; es decir, que tienden a percibir sólo lo que concuerda con su preconcepto del Otro y del mundo en general, y a eliminar las percepciones y observaciones que no coinciden con su idea de la existencia. Este modo de relacionarse tiene un marcado efecto sobre la relación transferencial. Gran parte de la fuerza de la transferencia proviene del interjuego que se esta258

blece entre el analista como una figura de imaginación y proyección, y el analista como ser real. Como objeto imaginario, se vuelve el blanco eventual de todos los objetos originales internos catectizados, mientras que sus cualidades de persona real permanecen desconocidas para el analizando. Los pacientes que actúan en el marco relacional descrito mantienen una mínima distancia entre el analista imaginario y el real, de modo que las proyecciones transferenciales raramente se perciben corno tales . Ningún miembro de la relación psicoanalítica está dotado de una clara identidad. Este tipo de relación analíti ca puede inclu irse en el concepto de transferencia narcisista idealizada corno la que descr ibe Kohut, o como un intento de negación fusiona] de separación, o también como un intento de establecer una forma patológica de relaciones objetales arcaicas, según Kernberg. Estos pacientes tenderán a utilizar un modelo de relaciones humanas basado en los postulados que pertenecen al proceso de pensamiento primario, es decir, todo lo bueno y lo malo que le suceda al sujeto será debido al deseo de otra persona y por cierto a su buena o mala voluntad. No hay duda sobre los hechos importantes de su vida en cuanto a su propia participación. En el análisis, si el paciente se siente mal, puede muy bien pensar que el analista es indiferente porque en lo profundo de su ser él desea que su analiz ando sufra. Cuando estos analizandos advierten sus propios deseos proyectados, agresivos y destructivos, están más que dispuestos a sofocar esos sentimientos y arrojar fuera de su concien cia esas ideas asociadas. Así, a menudo no saben cuándo están enojados, temerosos o son desdichados. Como y a lo he dicho, no trata mos con mecanismos de represión o aislamiento, sino de repudio del mun do psíquico, de escisión y de identificación proyectiva. En consecuencia, la angustia principal que enfrentamos está

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más relacionada con el sí-mismo y con el mantenimiento de la identidad que con la sexualidad y la realización del deseo; la angustia "psicótica", movilizada por el temor a la desintegración y a la indiferenciación, es mayor que la angustia "neurótica" relacionada con lo que está incluido en el concepto clásico del complejo de castra ción. Si este último corre el riesgo de producir inhibición o síntomas sexuales o laborales, la ansiedad psicótica perturba la norma de relación con los otros. Habrá una tendencia a utilizar a los otros como pares del propio símismo, como objetos transicionales destinados a desempeñar un papel protector o como filtros de impulsos hostiles. En la relación analítica esto tiende a crear el tipo de transferencia fundamental a la que Stone (1961) se refiere en su clásico trabajo sobre la situación psicoanalítica: el afecto transferencia! más relacionado con la Alteridad y el temor (o deseo) de fusión que con las típicas transferencias de la estructura neurótica. El tipo sintomático del discurso analítico que sobreviene puede ser la manifestación de diversas enfermedades psíquicas . En cierto sentido, los "signos" que se advierten como no formulados pero como verdadera comunicación pueden considerarse como los elementos mínimos del pensamiento y la expresión psicóticos; sin embargo, no hay contaminación del pensamiento ni encontramos un uso surrealista de las palabras, tan evidentes en la verbalización psicótica. Annabelle Borne no inventó una gramática personal; no tenía confusión entre el signficante y la cosa significada. Pero padecía de una fragilidad similar en la idea de sí misma y en la relación con los otros, en donde los límites eran indefinidos y sugerían una carencia de estructuración tempra na de una autoimagen esta bl e y, en consecuencia, una visión borrosa de los otros. Este tipo de relación puede dar origen a una forma personal de esperanto cuyo obje-

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tivo de comunicación puede tener matices psicóticos. El uso personal del lenguaje que puede pasar inadvertido como el de la vida cotidiana desde que respeta la sintaxis y la referencia simbólica, sin embargo busca, a la manera de las comunicaciones psicóticas, restaurar la unidad primaria madre-hijo, para ser comprendida mediante una vía de comunicación, y a pesar de ella. Esta diferencia puede consistir en que los pacientes como Annabelle Borne no emplean palabras según el funcionamiento de proceso primario, sino que su manera de relacionarse con los otros sigue este modelo de total dependencia de la voluntad omnipotente del Otro. El lenguaje se usa para servir a esta forma de relación. Quizá de esta manera se prevenga la desorganización psicótica, pues estos pacientes no están separados de la realidad externa; no sueñan con situaciones, causas y percepciones que existen sólo en su mundo interior. Por el contrario, utilizan otros, de acuerdo con lo que encuentran, aptos para quitarle o darle al sujeto algo que se ofrece y algo que se pide. No obstante, el paciente puede decirse que está "creando" el significado que el otro tiene para él sin advertir la realidad del Otro, mientras al mismo tiempo se somete a ese Otro y al sufrimiento resultante. Agregaría que estas relaciones no son raras en el mundo, pero que son pocas las personas que buscan ayuda analítica. Cuando encontramos este tipo de comunicación y relación producido en el encuadre analítico, es que hay señales de sufrimiento psíquico, quizá generado durante el período cuando el pequeño trata de usar a su madre como parte subsidiaria de sí, y se enfrenta a necesidades y conflictos vitales con el "lenguaje" que dispone. Debemos decir que una parte del paciente está "fuera de sí mismo", tanto en el análisis como en la vida cotidiana, y por lo tanto trata a los otros, o al analista, como segrnen-

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tos errabundos de sí, que naturalmente intenta controlar. Es evidente que ello engendrará fen ómenos de contratr ansferencia diferentes de los que surgen con el analizando neurótico-normal. Para este último, equipado con las formas neuróticas de defensa para luchar contra el dolor y el conflicto psíquicos, el analista deviene una figura protectora para sus propios objetos internos, pues su conflicto mental detiene gran parte de sus luchas intrapsíquicas. Este paciente introyecta una representación del analista que se convierte así en objeto del yo del analizando, a unque de diferente constitución con respecto a los habitantes de su universo interior. El analista es, por así decirlo, un inmigrante con visa tempora1·ia que atrae sobre sí deseos prohibidos, representaciones idealizadas, amenazas, temor, cólera, etc., pertenecientes a los objetos originales. La singular posición del analista en el mundo psíquico proporciona la relación transferencia} con fuerza considerable, y cuando se la enfatiza, permite al paciente medir y explorar la distancia que separa a la persona imaginaria del analista del ser real con identidad individual. En este espacio entre las visiones del analista es donde se lleva a cabo el trabajo más fructífero de interpretación y reconstrucción. La interferencia contratransferencial cuando se presenta, surge principalmente de los problemas personales no resueltos del analista -y es común para un "buen analizando neurótico" poder advertirla, ver con claridad que no es materia de sus propias proyecciones, ¡y señalarla! Pero en el caso en donde la distinción entre la proyección transferencia! y la observación de la realidad es indefinida, puede ser diferente el modo como el analista recibe la expresión transferencia! del paciente. Escondido en la forma de "seudocomunicación" que busca 262

menos informar (literalmente: dar forma) al analista de sus pensamientos y sentimientos que librarse del conflicto intrapsíquico doloroso y despertar la reacción del analista, pensamos cómo éste puede capturar e interpretar mejor este "lenguaje". Al comienzo no la "escucha" ni advierte su impacto emocional. Es dificil detectar lo que falta, en especial desde que su rechazo deja una huella inconsciente, y aún no se ha inventado una neorrealidad como en los pacientes psicóticos. Gradualmente se moviliza el afecto y se acumula por cierto en el analista; mientras el analizando aplasta o distorsiona su experiencia afectiva, el analista se vuelve literalmente "afectado". Las asociaciones del paciente tienen un efecto penetrante o impregnante que falta en la transferencia neurótica habitual y en el monólogo analítico. Lo que está forcluido del mundo de la representación psíquica no puede ser "escuchado" como comunica ción latente. La infiltración emocional conti ene las semillas de futura s interpretaciones, pero para formularla el analista d ebe primero comprender por qué el discurso de s u paciente lo afecta de esa ma nera. Concuerdo con Giova cchini (1977) cuando señala, con respecto a los pacientes con delusiones, que considerarlos no analizables basándose en un yo insuficiente autoobservado es una remoción demasiado voluble de un problema complejo. Con estos pacientes el analista puede sentir en primera instancia que está al borde de no funcionar adecuadamente como analista con este analizando particular. Aunque la analogía no puede ir muy lejos, el analista en esos momentos está en la situación de la madre que trata de entender por qué su bebé llora de una manera colérica o molesta. En esta etapa es evidente que el bebé puede carecer de identidad más allá de lo que él representa para su madre, y es ella quien debe interpretar sus signos y darles significado, es decir, convertirlos en

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comunicación. En la terminología de Bion debe cumplir el papel de "aparato pensante" de su niño hasta que éste sea capaz de pensar por sí mismo. Por supuesto, el analista tiene objetivos más modestos que los implicados en volverse el aparato pensante de su paciente. No es su función enseñar al analizando cómo debe percibir el mundo y cómo reaccionar a él. A lo sumo, espera conducir a su paciente a descubrir quién es él y para quiénes. Pero para lograrlo debe prepararse para descodificar los sonidos de malestar que yacen detrás de la ira o de las asociaciones confusas. Uno está tenta do de concluir que estos analizandos tuvieron madres incapaces de "escucha r" a su niño o de darles significado a sus comunicaciones primitivas. Quizá la propia madre reaccione con resentimiento y rechazo ante las demandas no formuladas de su bebé, como si ella las viviera como un ataque personal o reflejaran una falla narcisista de su parte; en estos casos fallará en su papel de "intérprete" que debe enseñar a su bebé a expresar sus necesidades, descubrir sus deseos y finalmente ser capaz de pensar por sí solo. Pero esto también requiere una madre que garantice al hijo el derecho a tener pensamientos independientes, aun cuando se vuelvan contra ella. Tenemos aquí otra semilla de perturbaciones de la comunicación. Cualquiera que sea la razón, el analista que hereda este rompecabezas psíquico se sentirá "manipulado" por el analizando en el intento que hace para protegerse del dolor psíquico, y evitará, de ahí en más, volverse el juguete del deseo del otro. Al escribir el guión permanece fuera de la escena de modo que casi nada cambia, excepto su capacida d de elegir actores que desempeñen los papeles. Los pensamientos y los sentimientos traumáticos son controlados mediante la inmediata evacuación de la propia psique del sujeto hacia el mundo exte-

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rior, en un intento de realización mágica y de reparación narcisista. El analista debe prepararse a capturar la dificultad del paciente para pensar acerca de sí mismo debido al bloqueo que experimenta en su pensamiento, y eventualmente recobrar las representaciones expulsadas y los afectos sofocados. Estos deben verterse en fantasías arcaicas, capaces de ser expresadas verbalmente, y los sentimientos asociados, contenidos y explorados en la relación analítica. La duración de esta relación funciona como garantía de que esos afectos poderosos puedan ser experienciados sin riesgo y expresados sin daño para el analista o para el paciente. Creo que esto es lo que Winnicott quiere significar cuando dice que "la confiabilidad del analista es el factor más importante (o más importante que las interpretaciones) porque el paciente no la experimenta en el cuidado materno de su infancia, y si el paciente necesita utilizar esa confiabilidad necesitará encontrarla por primera vez en la conducta del analista" (Winnicott, 1960, pág. 38). Es probable que lo que fue sometido a una represión primaria no pueda comunicarse excepto a través de "signos" como los que he descrito, y que estos signos se registrarán a través de los sentimientos contratransferenciales. El funcionamiento inadecuado del analista en estos momentos se manifestará de muchas maneras sutiles. Además de sentirse manipulado, se verá reaccionando a las sesiones con aburrimiento o irritación, o se sorprenderá dando interpretaciones agresivas, permaneciendo en silencio, perdido en pensamientos sin relación con las asociaciones del paciente. A pesar de todas estas trampas bien conocidas del afecto contratransferencial, me veo obligada a suponer que estos "signos" en el analista son más que la singular reflexión de su propio estado emocional interior o que sus reacciones

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inconscientes al monólogo del paciente, y que no estamos frente a una comunicación primitiva reprimida ni descodificable. Si en esos momentos el analista persiste en buscar el contenido reprimido, en dar interpretaciones como si fuera material neurótico, en responder agresivamente o quedarse en silencio, entonces estará acting out. Está obstruyendo el proceso analítico con su resistencia contratransferencial. Como los otros seres humanos, en tanto analistas tenemos dificultad en oír o percibir lo que no encaja en nuestros códigos preestablecidos. Nuestra propia transferencia no resuelta desempeña un papel, pues el acopio de conocimiento analítico ya se ha llevado a cabo y está profundamente impregnado con el afecto transferencia!; entonces tiende a construir una resistencia propia y hace dificil "oír" lo que nos transmiten. Tendemos a resentirnos con el paciente que no progresa de acuerdo con nuestras expectativas o que reacciona a nuestros esfuerzos como si fueran ataques hostiles. Estos problemas, agregados a nuestra debilidad personal, hacen delicada nuestra tarea. El análisis de Annabelle Borne llegó a un irnpase por mi propia incapacidad de captar el significado de mis expectativas contratransferenciales sin examinarlas, hasta el momento cuando le dije que no buscara comunicar sus ideas y emociones para hacerme sentir triste e indefensa. Cuando pudo retroceder y recuperar sus propias lágrimas, pudimos escuchar juntas a la niñita paralizada, desdichada, atrapada dentro de ella. Desde ese momento permitimos a esta niña crecer y expresarse por primera vez. La manera como escuchamos normalmente a nuestros analizandos, una atención libremente flotante similar a la que se les pide, puede describirse como teorización libre flotante, y es notable que con los pacientes que estamos considerando sea difícil utilizar nuestras diver-

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-sas "teorías flotantes" acerca del paciente y la naturaleza de su vínculo analítico con nosotros. Estas hipótesis flotantes toman su tiempo para organizarse, debido en ![Art~ a la forma particular del analizando para comuni0arse y en parte a los papeles difíciles que implícitamente necesita que asumamos en su lugar. La actitud de "silencio expectante" (que el neurótico espera y que abre un espacio psíquico en donde los deseos enterrados puedan salir alguna vez a la luz) ofrece poco excepto la desolación y la muerte a pacientes como Annabelle. La necesidad de sentir que existe para los ojos de la gente, de sentirse verdaderamente vivos, domina todos los otros deseos e invade casi totalmente el territorio del deseo. Los límites inseguros entre uno y otro hace que el análisis de la relación entre ambos miembros sea azaroso, y difícil el duelo de los objetos perdidos. Es imposible hacer duelo por la pérdida de un objeto que nunca se ha poseído, o por aquellos cuya existencia nunca fue realmente reconocida como parte diferenciada de uno mismo o como parte integral del mundo interior. En esta arena movediza, las interpretaciones de la "transferencia" no son constructivas, y corren el riesgo de perpetuar malos entendidos y distorsiones de las primeras comuni· caciones entre madre e hijo. El silencio, o la llamada "interpretación analítica buena", en lugar de crear un espacio vital potencial para los sentimientos y los pensamientos futuros o estimular futura s asociaciones y recuerdos, mediante los cuales puede formarse un a nueva vía de vivencias vitales, corre el riesgo de abrir paso, en e1 silencio del inconsciente primario, a la muerte psíquíca, a la nad&. Sin embargo todo lo sofocado por la fuerza de la represión primaria permanece potencialmente activo y por cierto real, pues es inevitable arrojarlo al mundo exterior. Todo lo que se ha silenciado deviene un men·

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saje-en-acción, y este lenguaje acción-comunicación se instala en la situación analítica para expresarse a través de signos y códigos secretos. Es entonces posible para el analista ayudar a sus pacientes a detener la hemorragia psíquica asignada en el continuo acting out y la directa descarga de la tensión, el dolor y la confusión. Es posible hacer expresable los síntomas-acción a través del lenguaje y facilitar al paciente la comprensión de su aventura analítica. En el próximo capítulo examinaremos el papel que desempeña la economía narcisista en estas estructuras de la personalidad.

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8. NARCISO EN BUSCA DE UNA REFLEXION

Al inclinarse sobre una fuente para saciar su sed, Narciso vio por primera vez su rostro, tan hermoso, según la leyenda, que se enamoró de él. En adelante ya no se separará de ese reflejo fascinante y así se dejará morir dejando una flor detrás de sí y una ninfa del eco. ¿No es lícito imaginar que Narciso no se atreve a dejar de contemplar esa imagen tan subyugante -¿y es necesario suponerlo?- tan esperada, por temor a perder no solamente su ilusión amorosa sino también la confirmación de su propia existencia? ¿Y se trata verdaderamente de amor? La fascinación que el ser humano siente con tanta facilidad por sí mismo añade al estado amoroso una dimensión alienante, como Freud lo ha demostrado (1914) de estar enamorado por proyección de su propio yo "ideal" sobre el Otro. No obstante, queda más de una cuestión por formular acerca del campo aparentemente patológico sobre el cual Freud parece fundar la relación amorosa. Puede ocurrir incluso que Narciso esté provisto de una estructura psíquica fragmentada y frágíl -fragilidad que

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marcaría ineluctablemente su destino amoroso-. En un libro notable sobre el estar enamorado, David (1971) se dedicó a profundizar los conceptos psicoanalíticos de la relación amorosa. "No hay objetivo propiamente amoroso -escribe- sin el reconocimiento de una irremediable insuficiencia narcisista, más exactamente de una ineluctable exigencia del Otro en cuanto Otro que es la esencia de la Alteridad. Es en tanto diferente que el objeto esencial y dinámicamente sexual. La semejanza reside en la comunidad de la carencia y en la reciprocidad del deseo de colmarla." (La bastardilla es del autor.) ¿Qué es lo que le falta a Narciso, enamorado de su propia imagen? "Crédulo niño, para qué esos vanos esfuerzos ... el objeto de tu deseo no existe", dijo Ovidio (Metamorfosis, JU). ¿Pero está tan seguro de que los esfuerzos de Narciso por apresar ese reflejo fugitivo y transparente son totalmente vanos, sin objetivo alguno? ¿Que no haya un objeto en su búsqueda? Es posible que su cierre sobre sí mismo rodee un espacio impregnado de decepción y desesperación; que la autosatísfacción aparente que emana de Narciso sea la ilusión del observador. ¿No es posible suponer que ese niño-flor frágil, que acecha a su propia imagen, busque en el estanque un objeto perdido que no es él mismo sino el reconocimiento de sí en los ojos del Otro? Ese reconocimiento de sí como ser separado y único lo busca ávidamente en las pupilas maternas, reflejo destinado a enviarle no solamente su imagen especular sino también todo lo que él representa para su madre (Winnicott, 1971b). Así se reconocerá como sujeto con un sitio y un valor propio, a través de los ojos del Otro que lo mira y que le habla. Ahora bien, puede ocurrir que la mirada materna esté velada, vuelta hacia un dolor que excluye al hijo, entonces es una mirada que no refleja nada, como un

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espejo sin azogue; o también que la madre busque en su hijo su propio reflejo, y una confirmación de su propia identidad. i Si esta imagen de sí, que podemos llamar narcisista, captada por el niño desde el umbral de su vida psíquica es frágil y huidiza, dará lugar a un sentimiento igualmente frágil y huidizo de la integridad narcisista y de la autoestima. Sea corno fuere la relación primordial y sus fragilidades eventuales de una parte y de otra, la creación de una representación de sí mismo nos remite a la necesidad ineludible para el joven ser humano de avenirse a ese trauma de la realidad que es la alteridad, y que exige que lo que está afuera se traslade adentro, en alguna parte de la psique. Quisiéramos proponer que solamente la ilusión de una identidad personal podrá curar eventualmente esa herida. Este sentimiento de identidad, por ilusorio que sea, es no obstante un dato esencial de la vida psíquica, de donde surge una segunda proposición: la conservación de esta identidad puede ser considerada como una necesidad psíquica pri· mordial -tal como la pulsión de autoconservación en relación con la vida biológica- que se impone al sujeto pa.·'l luchar contra la muerte psíquica. La representación identificatoria reposa sobre una fusión tan inasible como indisoluble entre la catectización libidinal de sí mismo y la catectización objeta], entre la economía narcisista y la economía libidinal, movimiento mutuo renovado sin cesar. Es evidente que esta oscilación perpetua, sístole y diástole de la vida psíquica, destinada a asegurar la continuidad del sentimiento de identidad, puede acus ar l. Tal habría sido el destino de Narciso, espejo de su madre, Liríope, ninfa de las fuentes, lugar donde Narciso no puede hacer otra cosa sino descubrir su muerte como una entidad separada.

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perturbaciones, y que éstas pueden ser graves y llegar hasta provocar la muerte. Narciso desempeña un papel más importante que el de Edipo, en cuanto a la dilucidación de las perturbaciones más profundas de la psique humana. La supervivencia psíquica ocupa un espacio más fundamental en el inconsciente que el conflicto edípico, hasta el punto que para algunos el sufrimiento ocasionado por los derechos y deseos sexuales puede aparecer como un lujo. Por supuesto, la lucha para mantener la integridad narcisista de sí mismo así como el sentimiento de autoestima se impone a todos, y los problemas en este campo pueden ser menos graves, menos irreductibles al análisis que los síntomas neuróticos clásicos. Para otros, en cambio, el mantenimiento de la homeostasis narcisista exige innumerables defensas o de relaciones protectoras que desempeñan un papel vital. Como si Narciso, frente al riesgo de perder de vista su reflejo sobre la superficie del agua, prefiriera dejarse morir, incluso arrojarse al estanque sin fondo hacia una fusión mortal, antes que enfrentar el vacío de sí mismo; vacío no solamente en cuanto a su identidad sexual sino en cuanto otro diferente del Otro. La identidad subjetiva, así como la identidad sexual, sólo se hace a la luz a través del Otro y al mismo tiempo que él. Simbolizada por el nombre y el género, esa identidad no puede mantenerse interiormente más que a través de un movimiento pendular en el espacio psíquico entre el sí mi smo y la imagen de los objetos del yo, estructura que determinará a su vez la relación sfmismo-mundo. El que busca salvaguardar su homeóstasis narcisista mediante un arreglo de la relación con el prójimo puede o bien alejarse del mundo de los otros, por sentir que amenazan un equilibrio frágil, o bien aferrarse a los otros, demostrando una sed de objeto(s) que sólo se sacia en presencia de aquel a quien le toca la fun272

ción de reflejar la imagen ausente. La relación sexual suele ser llamada a desempeñar este papel. En los dos casos se trata a menudo de supervivencia psíquica. La naturaleza del llamado al analista y la complejidad del afecto contratransferencial se hacen sentir desde el comienzo de su encuentro con el futuro analizando.

La primera entrevista. Sabine trata de explicar lo que busca. "No puedo continuar más así. ¿Cómo decirlo? Es como si nada valiera la pena. ¿Comprende?" Me lanza una mirada fugitiva corno para significar que tiene pocas esperanzas de ser comprendida. "Corno si no pudiera vivir más. No me siento plenamente real. Necesito soledad. Entre los otros jamás estoy verdaderamente allí. La gente me vacía. En este momento la cosa es muy grave. A veces pienso en el suicidio. Me dije que mataría a mis hijos primero y luego me mataría." Este proyecto de muerte es enunciado sin un afecto perceptible. "Cuando conocí a X, creía haber hallado al compañero ideal. El tenía tantos intereses y tantos amigos que yo podía estar tranquila. Pero se volvió muy dependiente de mí. Es insoportable. Nunca me deja sola. Yo me pregunto ... ¿Para qué?" Una larga pausa. "¿El psicoanálisis puede hacer algo por mí?" Amigos y colegas, ¿qué responder? Es inútil que me repliquen que uno no sabe nada de ella. Algunas entrevistas suplementarias y tampoco sabremos mucho más. Ella no podría formular de otro modo su demanda. ¿Es una depresiva? No realmente. Es evidente que ella expresa un afecto depresivo, sin tristeza, y clínicamente hablando, no se trata de un estado depresivo. Se ocupa de su trabajo, se encuentra con amigos, vive con el hombre que ha elegido y se preocupa por sus dos hijos varones. Pero está enredada en su dilema como un pájaro atrapado en una red. 273

Le hace falta "pasar largas horas sola para sentirse

enteran. Tal vez sea una escena urdida. ¿Es una histérica? ¿Una escena para mostrar qué? Todo lo característico del histérico falta en ella. Podríamos decir que es un caso de anorexia nerviosa con respecto a la vida, pero sería extender demasiado la significación de la histeria. Incluso su fantasía de suicidio carece totalmente de drama y de erotización. ¿Acaso es una de esas histéricas imprecisas, donde todo está inhibido, contenido? ¿Qué ocurre con su goce del cuerpo , con su vida sexual? Ella come , evacua, duerme. No mucho, hay que decirlo, y con poco placer. Tampoco es frígida, pero llevadas las cosas a un extremo, todo ocurre como si estuviera desprovista de deseo. ¿Tal vez todo lo libidinal ocurre al nivel del pensamiento? ¿Qué hace cuando está sola? Dice que le gusta pensar, que prefiere a los autores y no a la gente. Es una intelectual. ¿Una borderline? Dice que no se siente "real"'. ¿Relegada? ¿Esquizoide? Esta descripción no me satisface. Su soledad no se cierra sobre un vacío psicótico. Su mundo interior más bien es rico y variado. Es una aguda observadora de la vida que se abre' ante ella. Conversaciones, paisajes, teatro, arte, todo le interesa: Pero se dedica a mirar más que a participar, tras 1o cual se refugia en su madriguera para contemplar su "colección" privada. La presencia de los demás le impide gozar de la misma. Solamen te entre los demá s no se siente rea1. Su r ela ción con los otros pa rece pragmática, operacional; tal vez su vida fantasiosa y sus afectos están bloqueados. ¿Tiene síntomas psicosomáticos? Hasta este momento, ninguno. No es una alexitímica.

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No tiene un pensamiento "operatorio"; su relación con los demás no carece de afecto. Más bien vive a esos otros como invasores, y permanece alejada de ellos para "recobrarse y renovarse" según sus palabras. Llegará a decir que no tiene ninguna necesidad de los demás para vivir bien. Por cierto que no cree enteramente en esta ilusión; de otro modo no estaría donde está, ¡en casa de un analista\ A pesar de ello, cree que se basta a sí misma. ¡Es una narcisista[ No es una neurosis, ¡es la enfermedad del sí-mismo! ¿Pero qué quiere decir esto? ¿No somos todos narcisistas con un sí-mismo que mantener? Siento la tentación de responder con un chiste atribuido a Winnicott: "Neurótico o narcisista? Esta distinción no concierne a los pacientes. Sólo hay analistas neuróticos o narcisistas". Palabras polémicas por cierto, pero que inducen a la r eflexión. Mis propios analizandos pueden entrar sin dificultad en estas categorías. La mayoría tiene una mezcla de características histéricas, obsesivas y fóbicas; viven momentos de perversión y delincuencia; algunos atraviesan por episodios psicóticos; todos "somatizan" llegado el caso, ¡y todos luchan por conservar en buenas condiciones su imagen narcisista! ¿Cuál es entonces el síntoma del sí-mismo? ¿Pero no es aca so una tarea del ser humano mantener su sentimiento de identidad y autoestima? Por cierto que es má s difícil en ciertos momentos y para algunos más que para otros. Pero términos como sí-mismo catectizado "narcisistamente" y objetos invertidos "narcisísticamente" n o son suficientes para llegar a comprender la enorme complejidad de la libido narcísista y su interrelación con el objeto libídinal ni el sentido de los esfuerzos de los pacientes como Sah.ne para proteger su "sí-mismo" psíquico. Gracias, queridos colegas, por haberme prestado vuestras voces para entender mis propias perplejidades,

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lo cual me permite cuestionar el valor neurístico de esta nueva categoría de analizandos víctimas de un "desorden narcisista de la personalidad" y cuyo intérprete más prominente es Heinz Kohut (1971). Por valiosas y ricas que sean sus observaciones clínicas, sus conceptos nos dejan pensando. ¿Hay entonces dos libidos? ¿Una para el sí-mismo y otra para el objeto? Aunque Freud continuamente intentaba mantener la distinción entre libido del yo y libido de objeto, esta distinción muchas veces se esfumó en sus escritos. El nunca encaró más que una sola fuente de energía libidinal. Los comenta rios de Laplanche y Pontalis en su Diccionario de psicoanálisis (1971) sobre este punto coinciden con nuestra reflexión. Demuestran que en todos los escritos de Freud los términos que se refieren a la libido objetal o del yo no se refieren al origen distinto de la energía libidinal sino a su localización diferencial: Freud indica claramente dos formas de catectización y no dos fuentes libidinales. Las investigaciones de Kohut me dan la impresión de un corte entre la estructuración del "sí-mismo" y sus bases pulsionales. Por el contrario, mi propia experiencia clínica señala la enorme importancia del conflicto pulsional arcaico y fusiona} con los objetos primarios como fuente poderosa de perturbaciones en la estructura de la autoimagen narcisista. Algunas de nuestras dificultades conceptuales surgen del hecho de que muchos cuadros clínicos están subsumidos en la categoría de "desorden narcisista". Sin duda, un número cada vez mayor de analizandos da más importancia al sufrimiento originado por su desequilibrio narcisista que al sufrimiento neurótico de las relaciones objetales. Este orden fenomenológico nos conduce a desear que estos pacientes puedan lograr conformar una entidad clínica coherente. Ahora bien, si recorremos

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,....------------··· .... --- •.

la bibliografía cada vez más vasta sobre este tema, veremos que se trata de una serie de organizaciones psíquicas diversas, de una sintomatología rica y variada, que -p.roduce una confusión inevitable en cuanto a su conceptualización. Tal vez esta confusión refleje también una confusión teórica en torno del concepto freudiano de narcisismo. Este concepto, según Freud (1914), sufre sin duda por esas metáforas extraídas de las teorías biológicas y fisiológicas de su época. Más específicamente, surge la idea de una fuente de energía capaz de catectízar al yo y también a un objeto en el mundo externo. Esta energía es capaz de pasar de uno al otro como si se tratara de una circulación de los valores, de tal manera que si una catectización disminuye, la otra forzosamente deberá aumentar. Ahora bien, esta noción, aparentemente lógica, se revela menos satisfactoria desde el punto de vista de la observación clínica. Freud, por ejemplo, descubre en el estado amoroso una pérdida de la libido narcisista en provecho del objeto amado. Es igualmente fácil comprobar que para muchos individuos una relación amorosa es un logro narcisista; del mismo modo puede comprobarse que una pérdida de este valor suele desencadenar la pérdida del amor objeta!. El caso de Sandra, de quien voy a hablar más adelante, ilustrará esta problemática. En otros sujetos la pérdida del amor objetal puede resultar en una disminución tan drástica de la libido narcisista que precipita crisis depresivas o psicosomáticas graves (véase el cap. 9). Mi propósito no es explorar más profundamente la complejidad de la homeóstasis narcisista en su relación con el objeto libidinal: son objetos internos o externos o el yo mismo tomado como objeto. Espero solamente poder transmitir, a través de algunas viñetas clínicas, una visión más clara de estas complejidades.

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Volvamos por un momento a Sabine. En cuanto a la anamnesis: de pequeña ha sufrido desapariciones súbitas y duelos y la muerte de sus padres. Pero contrariamente a la mayoría de los niños en duelo, ha conservado vivos los recuerdos de la apariencia, de las palabras, de las flaquezas y de los actos de sus padres, recuerdos que llegan hasta la erlnd de quince meses. Los relatos de su propia famílía confirman lo que yo misma pude deducir de la forma, tanto como del contenido, de su discurso analítico, o sea que Sabine ha adquirido muy precozmente una autonomía con respecto a sus padres y a su entorno en general. Al recordar ciertas hazañas cuando tenía dos años y medio, ella comentó: "Mis padres no se dieron cuenta de nada, tan ocupados estaban con sus propios problemas. Ya me sentía totalmente diferente de ellos, y no dependía mucho de ellos". Renegación, por cierto, pero al mismo tiempo reconocimiento de sus tempranos esfuerzos para negar sus necesidades básicas. Sabine tenía dos hermanitos, y me atrevo a suponer que la temprana independencia de Sabine estaba construida parcialmente para contener los sentimientos intensos de mortificación narcisista y de angustia intolerable tal como se las suele observar en los niños cuya madre es psicótica y "no confiable". En Sabine la realidad vino a confirmar su ilusión de autonomía. Sus padres desaparecieron antes de que ella cumpliera cinco años, y sólo tuvo la certeza de su muerte algunos años más tarde. Aunque le habían contado que estaban "de viaje", ella sabía que era una mentira, pero se cuidaba de decirlo "por temor a hacer sufrir a sus parientes cercanos y a los hermanos menores". Así ella se creía responsable de estos últimos, pero en s u novela familiar -otra renegación importante para su narcisismo- todos habían salido de la misma madre, mientras que ella sola era hija del padre. Esta

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"11istoria la había contado a muchas compañeras y amigos como innegable verdad. Lo que nos interesa aquí no son los elementos históricos que han podido contribuir a la estructuración del sistema de supervivencia psíquica de Sabine sino la manera como ese sistema funcionaba, y en particular el problema de la representación de sí mismo, y de los otros. Este sistema puede describirse como una serie casi inquebrantable de defensas narcisistas, barreras protectoras que descubro en muchos pacientes que han sufrido también duelos precoces. Con frecuencia se trata de organizaciones de carácter marcadas por estados depresivos o angustiosos poco elaborados o con un fuerte potencial psicosomático. Este sistema, que puede describirse como la ilusión de bastarse a sí mismo, de ser invulnerable, también puede incluir los ideales del yo más variados, que van desde metas de tipo erístico a metas de tendencia criminal. ''Yo creo mis propias leyes -precisa Sabine- felizmente la mayoría de las veces estoy de acuerdo con la sociedad." Entre sus múltiples luchas con las exigencias de la realidad externa, la reflexión siguiente es ejemplar: "En suma, no estoy descontenta de ser mujer, pero jamás aceptaré no poder elegir", desafio frente a la realidad que puede resultar en la elección de un objeto homosexual o en una solución delusoria. Otro escudo defensivo ha sido resguardarse de deseos sexuales: "Jamás estaré sometida a mis deseos sexuales. Frente a un hombre que se declara enamorado de mí, y suele ocurrirme, huyo como de la peste. Sólo encuentro una relajación sexual con hombres que no se interesan particularmente en eso. Cada vez que he hecho el amor sin premeditación he sentido placer. Pero jamás será el fundamento de mi relación con un hombre. Estar apresada por un deseo sexual es horroroso. Cuando era joven y

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cuando las otras adolescentes hablaban de las relaciones sexuales, me preguntaba cómo iba a salir de una experiencia tal. Imaginaba que ya no sabría quién era, y que después de eso prácticamente no existiría más . Después de mi primera experiencia sexual me dije: '¡Uf! ¡Qué suerte, sigo estando aquí!'." Estas fantasías angustiosas tienen poco en común con la típica culpa edípica; está más cerca de una amenaza de índole primitiva en la que el temor a la desintegración es proyectado sobre el sentimiento de sí-mismo, por el cual el castigo temido no es la pérdida de la sexualidad sino de la identidad subjetiva. Aquí el sexo y el deseo, lejos de confirmar la identidad, amenazan con la disolución de la autoimagen. La mano de Otro hace temblar el espejo de Narciso; este otro puede existir a condición de que se limite, en el campo del deseo, al r ol de Eco. Ahora bien , la relación sexual no es la única que amenaza a la autoimagen y al equilibrio narcisista de esta joven paciente. "Me siento mal con la gente .. . me es difícil dominar una situación de encuentro. Me cuesta absorber lo que la gente me cuenta. Me siento abrumada por todo lo que las rodea, las percepciones de las bocas, de los gestos, de los colores ... su proximidad ... es un suplicio." Ella retuerce s us manos, habla dificultosamente con una vocecíta estrangulada. "Sin embargo, me gustaría tanto comprenderlos. Hago un esfuerzo extraordinario que me agota. Su proximidad torna ese intento imposible." Yo le había preguntado: "¿Como si usted sintiera que fuera invadida por los otros?". "Justamente! Un temor de convertirme en otra persona. Cuando los escucho y me pongo en su lugar ... porque ... es necesario que dé la impresión de que los estoy escuchando bien y que demuestre que los he comprendido. Si la gente tan sólo me escribiera, yo comprendería inmediatamente. En

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-su presencia tengo una óptica totalmente parcelada. Incluso por teléfono tengo dificultades ... me haría falta una grabación ... " Todo ocurre como si Sabine no se sintiera protegida contra la invasión psíquica, como si su "piel psíquica" acusara grandes desgarramientos por donde los otros pudieran penetrarla y tomar posesión de ella. Al mismo tiempo siente la necesidad de ese mundo amenazante. "Me agoto durante horas así. Incluso cuando pequeña, siempre recibí las confidencias de los otros. La idea de su sufrimiento si no los ayudo me resulta insoportable, incluso cuando lo que me dicen no me interesa para nada." Dicho en otros términos, Sabine proyecta en el otro la imagen de un niüito que jamás ha sido escuchado ni comprendido. Se encarniza en satisfacer cualquier demanda y por otro lado es incapaz de soportar el dolor de identificarse con una frustración supuesta (fantaseada). Al mismo tiempo no puede, no quiere recibir nada a cambio y se agota en un esfuerzo por responder a una parte de ella misma -el yo ideal- la niña megalomaníaca por quien no siente piedad. Su ego está construido como contrapartida de esa necesidad y da origen a la compulsión de ser un espejo del otro, siempre dispuesta a reflejar la imagen añorada, madre tierra que debe alimentar a sus hijos imaginarios. "'En cuanto a mí, tengo la menor cantidad posible de necesidades; ni siquiera sé cuándo tengo apetito; tengo pocos objetos que cuenten para mí... -Por otra parte, no quiero parecerme a los otros ... hay que dar cosas, palabras, tiempo, atención ... " -¿Y no recibir nada? -"¿Pero qué es lo que me pueden dar? Por lo demás, las personas llevan anteojos de colores diferentes, enton~ ces es imposible ver las mismas cosas." Más tarde

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Sabine puede revelar la importancia de los "otros"; se apoya intensamente en el "mundo del otro" para extraer los tesoros de recuerdos que recupera para su dominio privado. El siguiente fragmento de su discurso es rico en significado: "En el momento nunca sé lo que siento cuando veo una obra de teatro, cuando mantengo una conversación, ante un paisaje .. . sólo después encuentro precioso y para mí todo eso. Es necesario que yo extraiga algo para mí, si no las cosas se ponen muy malas". En esos momentos se siente dolorosamente apartada del mundo. Pero su modo de recuperar contacto merece nuestra atención. "Pues bien, después, en ese paisaje luminoso, ese intercambio con otro .. '. lo revivo, pero yo ya no estoy; es mío." Del contenido que corre el riesgo de ser "vaciado" peligrosamente, ella se torna continente: la hemorragia narcisista entonces es detenida. Sólo lograremos aclarar la problemática de pacientes como Sabíne si apelamos a lo que puede aparecer como un sistema de supervivencia totalmente opuesto. Para Sabine, el único modo de mantener su sentimiento de identidad y su homeóstasis narcisista era huir hacia la soledad para "encontrarse"; debía aferrarse a sí misma y cerrar la puerta al mundo para no desaparecer en los demás. Otras personas, en cambio, deben aferrarse al mundo para crear la ilusión de integrarse a los otros con la esperanza de lograr una economía y una imagen narcisista más estable. Estas personas catectízan la soledad con fantasías de muerte y evitan toda actividad autónoma que amenazaría con separarlas del Otro, espejo destinado a confirmar en el sujeto su sentimiento de identidad y de valor. El objeto de tal demanda es a menudo, pero no siempre, un objeto sexual. En este caso la pérdida de sí mismo en el Otro no es temido; por el contrario, la ilusión de fusión es buscada ávidamente como el niñito que bebe con sus ojos la mirada y la voz 282

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de su madre. Una vez más los conflictos edípicos y la problemática del deseo no están en primer plano, o a lo sumo se expresan en un registro arcaico que se esconde iras la genitalidad, para confirmar la integridad narcisista. Antes de la llegada de Sandra a París, recibí algunas cartas de un colega, amigo de su familia, que me hablaba de los numerosos problemas psicológicos. Contaba diecinueve años; nacida en una familia de la alta burguesía, había sido tratada por pediatr as y psiquiatras de niños desde su primera infancia por perturb aciones "psicosomáticas". Leí que, siendo lactante, no podía dormir más que en brazos de su madre; luego se había tornado gravemente anoréxica. Hasta los cuat r o años, había sido alimentada casi exclusivamente con biberón; durante años no comió carne. Se mostró igualmente inapetente con respecto a la escolaridad. Nunca lee nada por placer. Incluso hoy, dice mi colega, "más que comerlo, juega con su alimento; es muy lenta en todo; mordisquea sus manos, incluso cuando toca la guitarra. No puede dormir sola; se cree fea e incapaz de atraer a los muchachos; tiene pocas amigas". Las querellas violentas entre la hija y la madre hicieron pensar a los médicos y amigos que una separación entre ambas le haría bien a toda la familia; de allí surgió la decisión de enviar a Sandra a París por un tiempo indefinido. Iba a alojarse en una pequeña pensión privada para mucha· chas de "buena familia". Es la propia Sandra la que me llama por teléfono para fijar la primera cita. Veo a una joven alta, delgada, muy bonita, que pasa rozando las paredes para - según ella me explica- que no le vean sus piernas fl a cas . "Todos saben que lo único que cuenta en una muchacha son las piernas -soy horrible, esquelética, asexuada-." Sandra revela una imagen corporal que en su imagina-

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cíón tiene ribetes psicóticos. Se quejó de su madre que la hostigaba para que se peinara, se maquillara, se vistiera mejor, fuera menos "nerviosa", etcétera, durante más de una hora. Con una voz exacerbada y a la defensiva, me preguntó entonces qué iba a querer yo de ella; había venido únicamente para complacer a su madre y a los médicos. "Lo que quieren su madre y los médicos me interesa menos que lo que usted busca, por usted misma." Asombrada me dice: "¿Yo?", como quien dijera: "¿Quién es yo?". Le digo que si no busca nada, le concierne sólo a ella. Después de un corto silencio, Sandra me dice: "Nunca pensé que era algo para mí. Sería preferible que volviera otra vez". En nuestra segunda entrevista me informó que desde hacía algunas semanas tenía un amante; se sentía orgullosa de anunciar esta noticia a su madre, quien le había ordenado inmediatamente que tomara anticonceptivos. "Es hermoso, diferente de mi familia, Jo único es que me hace esperar mucho en cada cita. Esas esperas me resultan insoportables." En realidad fue en ese momento que formuló una auténtica demanda de análisis. "Este problema con A me supera -tengo tanto miedo de que me abandone-; todas las noches tengo pesadillas." El "estado amoroso" y el amor de transferencia tales como Freud los describe en todo lo que pueden ocultar de más ilusorio, de más proyectivo en cuanto a la idealización ciega -¡ese amor ya estaba en su sitio, firmemente aferrado al amigo A! Fue necesario un año de análisis, cuatro veces por semana, antes que Sandra pudiera decirme, pudiera incluso admitir ante sí misma, que su amante, desocupado, al borde de Ja delincuencia, la veía para hacer el amor y para pedirle dinero, únicamente, y lo que es más, Sandra tenía que esperarlo durante horas en los cafés o en la casa de él. Ella tampoco mencionaba su frigidez en 284

las relaciones sexuales. Su discurso se centraba en su alegría inmensa, en su pasión amorosa y en su dolor extremo cuando él "se retrasaba". Varias amigas la pusieron en guardia contra ese mal muchacho; ella las creía envidiosas. Sólo en sus brazos estaba al abrigo de sus sentimientos torturantes sobre sí misma. ¿Cómo describir el clima de ese .difícil análisis? Incapaz de articular el alcance de su desesperación cuando A faltaba a un compromiso con ella, se balanceaba al borde del diván (tal como lo hacía, cuando pequeña, en medio de la noche) profiriendo gemidos; adelgazaba de manera alarmante; hablaba sin cesar e incoherentemente de su s piernas delgadas; soñaba que era un animal sin piernas, que la atacaba una serpiente, que se había perdido en un bosque, que era perseguida y devorada por fieras .. . pesadillas que no contenían temas de castración, de ab andono, de terror sádico en su contenido manifiesto. Con el correr de los meses, ella misma vinculó sus sueños a su devastadora relación con A, y a su relación con su madre. Ella analizaba prácticamente sola un material "clásico" referente a las fantasías de castración femenina y de celos edípicos, con asombro y placer ante tales descubrimientos. Pero eso no cambió nada en su problemática dolorosa. Al cabo de un año, encontró el coraje de abandonar a su muchacho delincuente por otro, B, un obrero que se ganaba honestamente la vida y con el cual vivió durante dieciocho meses. A través de la explicación de las fantasías de su vagina como boca devoradora, su anestesia sexual desapareció; pero siempre permanecía al borde de una desesperación suicida convencida de que B quería abandonarla. "Cuando B sale yo ya no vivo. Ha aceptado trabajar menos pa ra estar más tiempo conmigo; pero no basta. Ahora tengo un sexo pero es como si lo quisiera en mi vientre --0 tal vez yo quiero estar en el suyo-. Cuando estoy sola no puedo soportar mirarme en

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el espejo. Veo mi cuerpo y mis piernas flacas. ¿Cómo puede B amarme? ¡Bes mi espejo, y no es lo suficientemente grande!" Sólo durante el reinado del amante C, Sandra pudo admitir el problema del alcoholismo de B y el hecho de que había tenido pocos intercambios con él fuera de su pasión sexual. De C decía: "Es como una droga que necesito todo el tiempo. Cada vez que parte por algunos días, es intolerable. Ya no pierdo peso como antes, y es milagroso; pero ante la más mínima diferencia entre lo que espero de él y lo que hace, toda mí imagen se derrumba. Y no me atrevo a decírselo, siempre el mismo miedo: que me vaya a dejar por otra". En otros términos, Sandra exigía una respuesta perfecta a sus anhelos, los cuales eran sentidos como necesidades. Si éstas no se satisfacían, sólo podía esperar la muerte. Tal exigencia es la del bebé; exactamente como un lactante, Sandra pretendía un dominio mágico de su objeto, ilusión destinada a aumentar su propia estima, pero cada decepción, en cambio, aumentaba su mortificación narcisista y la amenaza de muerte psíquica. "Sólo vivo para él, hago todo lo que quiere así escucha todas mis necesidades. ¿Por qué deja que me deprima? ¿Cómo es que no comprende que cuando estoy deprimida o resfriada ... etc., necesito que él esté conmigo?" Sandra comenzó a ver con más claridad Ja naturaleza de sus relaciones amorosas, pero muy lenta y dolorosamente. "El otro día mi amiga criticaba a D; me sentí tan angustiada que no pude dormir durante varias horas. jMe hubiera gustado abofetearla!" Si su espejo se vela, su propia imagen se esfuma; el espejo acusa un defecto y su imagen entera se hace añicos. Seis años separan la sesión siguiente de nuestra primera entrevista. Sandra finalmente puede vivir - y dormir- sola, sin angustia, en un estudio propio. Siempre

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bonita, se ha tornado bella; ya no anda rozando las paredes; ha hecho estudios universitarios. Pero sus profundas exigencias narcisistas lo mismo que sus problemas todavía requieren análisis. Su amigo actual es "menos hermoso que los otros, y me da lo mismo: es más inteligente; tenemos muchas cosas en común. Comien zo a pensar que me gustaría tener un día una familia mía. Pero yo misma sigo siendo muy niña. X tiene muchos problemas en este momento. Hace tres días que no viene a mi casa, entonces tuve una pesadilla. Un monstruo me perseguía para despedazarme. La noche antes había visto la película Tiburón ...". La primera cosa que agarró el monstruo fue su pierna. "X me corta las piernas cuando no me llama por teléfono. Es un tiburón y estoy furiosa con él... Siempre me molesta soportar una decepción .. . verdaderamente soy infantil. .. el otro día en el cine miré a una chica que tomaba un helado. Me dije que yo lo necesitaba más que ella; ¡temblaba de ira y de deseos de tomar su helado!" Le recuerdo que el otro día ella estaba "hambrienta" de la mirada de su amante: reflejo y alimento a la vez. "Es cierto, y no lo dejo tranquilo. ¿Seré demasiado voraz? Cuando era adolescente, vomitaba mientras esperaba a mi novio. Mis amantes, siempre quise comérmelos, como helados. Es un dolor atroz tener tanta hambre." Después de un breve silencio: "Pero el tiburón, ¡soy yo!".

En verdad ésta fue la primera vez que Sandra había advertido que detrás de su búsqueda constante de un reflejo eco había dado a sus relaciones sexuales una dimensión primitiva, ese amor voraz del muy pequeño que se arroja sobre el pecho materno para saciar su sed, para hallar en los ojos de su madre 1a confirmación de su propia existencia. Al final de esta sesión, Sandra dice: "Realmente no conprendo por qué soy así. Jamás

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nadie me buscó con esa avidez; jamás conocí a nadie tan exigente como yo, ¡pero sí a mamá! Ella quería hijos perfectos; en cierto sentido se alimentaba de nosotros. Sus dientes de tiburón están en nosotros".2 A partir de entonces mi joven paciente pudo reconocer que era con Sandra - tiburón contra quien tenía que luchar. En gran parte para protegerse contra esa dependencia objeta!, contra ese amor devorador desplegado por Sandra, Sabina, se ha tornado anoréxica en sus contactos con el mundo. De estas notas clínicas he debido separar toda referencia al Edipo, tanto en sus aspectos homosexuales como heterosexuales, así como al material anal, con el objeto de concentrarme en los aspectos puramente narcisistas. Finalmente, en estos fragmentos clínicos he dejado de lado la "franja neurótica", no muy gruesa por cierto, pero de todos modos importante: en Sabine una fobia obsesiva de tocar-ser tocada que demuestra muy bien su vínculo con su defensa narcisista; en Sandra, su preocupación histérica por sus objetos especulares que encubrían implicaciones homosexuales importantes. Estas dos organizaciones narcisistas que parecen estar desde un punto de vista fenomenológico, conciernen sin embargo a la proposición básica que deseo analizar. 3 2. Esta dimensión de la estructura libidinal merece un estudio especial por su posición privilegiada con respecto a los primeros intercambios que el niño comprende, de ahí la importancia de consolidar el sentimiento de identidad personal y la representación del símismo en relación con el mundo exterior, y su implicacíón en el concepto de Winnicott de los fenómenos transicionales. 3. En efecto, no es dificil encontrar en nuestra práctica analítica pacientes que presentan una mezcla de relaciones y defensas narcisistas, pero ambas fonnas se estudian con más facilidad en los casos extremos.

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Otro punto fusiona el "sexo" con el "sí-mismo": si para Sandra el objeto narcisista era también un objeto sexual, no siempre éste es el caso. En Sabine su aislamiento narcisista protector no era una solución autoerótica, pero en otro individuo con una estructura defensiva similar hubiera podido serlo. El objeto-espejo, como en Sandra, pues, no es siempre un objeto de amor; puede ser igualmente un objeto de odio y el hecho de aferrarse a él revela ser igualmente compulsivo, hasta ta1 punto que ya no se puede dudar de que se trata perfectamente de un objeto narcisista, apto para dar al sujeto la impresión de que está "vivo", de que es "real". El capítulo anterior, centrado en el papel de la contratransferencía con pacientes de este tipo, se apoyaba en el caso de una paciente que constantemente trataba de crear un drama pasional con sus allegados, drama que ella no podía contener interiormente, pero que también, por su reconstitución sobre la escena del mundo, producía lranquilidad en cuanto a su propia existencia y a la del otro. Pues bien, los dramas inconscientemente provocados así sólo lo son al precio de una inmensa pérdida en el plano narcisista; de ahí surge la impresión de vacío, de confusión acerca del papel del prójimo, de dificultad de vivir. Para ciertas personas todo el entorno sin distinción sostiene potencialmente el espejo narcisista. "Un taxista de mal humor, una vendedora insolente, un colega descortés es capaz de destruir todo mi día; pienso en ello durante horas'', se quejaba un paciente cuya autoimagen sufría oscilaciones extremas. Su propia estimación estaba a merced de cualquier peatón que amenazara con devolverle la imagen insoportable del que no es amado. Buscaba en el exterior un aporte para reparar el daño narcisista, pero una vez que lo hallaba, lo perdía al instante, y sólo la externalización continua de su odio hacia

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sí mismo, seguida por días de ira y mortificación,

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detener los sentimientos depresivos intensos. Para otros que,_como Sabine, se aferran a su propio ser y a su soledad cuidadosamente preservada para apuntalar el frágil sentimiento de identidad, puede tomar la forma de un sentimiento del sí-mismo de recuperación autoerótica. Un hombre que vino a análisis a causa de angustia aguda y despersonalización, que lo asaltaban cuando hallaba dificultades en su trabajo o cuando pasaba unos minutos entre una multitud, cuenta a su analista: "He sufrido una ruda jornada; ninguno de mis trámites me ha salido bien. La multitud a mi alrededor me invadía; la gente no estaba contra mí pero yo ya no sentía mis contornos. .. Estaba ahogado allí adentro como en mis negocios ... era necesario que me protegieran inmediatamente, me era necesario algo alrededor de mí que me aislara y me impidiera diluirme". El paciente entonces se metió en un taxi; sólo tenía una urgencia; llegar a su casa para masturbarse. "Me apelotoné, desnudo sobre mi cama. Cuando eyaculé, fue como si hubiera salido de la bruma. Volví a encontrarme a mí mismo." Más tarde pudo decir, si bien con muchas reticencias, que a veces también tragó su esperma después de un drama tal de "recuperación" de sí mismo. Detrás de las fantasías de ser hombre y mujer y a la vez en su onanismo, fantasías proporcionadas por el propio paciente, descubrimos también la fantasía primitiva de alimentarse a sí mismo, como rodeado por los brazos maternos, para sentirse íntegro narcisísticamente. Aunque todo acto de masturbación implique fantasías inconscientes que apuntan a una ilusión narcisista y hermafrodita, como hemos propuesto en el capítulo 4, vemos aquí una versión tardía del niño mericista que prematuramente ha debido crear defensas para luchar contra los peligros 290

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irrepresentables de la primera relación (veáse el capítulo 11). No tengo la intención de explorar aquí todos los caminos que surcan este campo de investigación. Me limitaré a subrayar dos de ellos antes de tomar en consideración, para terminar, algunos aspectos específicos del análisis cuando enfrenta la economía narcisista de la estructura psíquica. Una primera perspectiva teórica concierne a la naturaleza del funcionamiento psíquico de los pacientes, una inestable representación de ellos mismos en el seno de una economía narcisista frágil, perspectiva que sólo puede ser observada en el interior de la situación psicoanalítica. Manifiestamente hay cierta incapacidad de tornar significativa, incluso de representar psíquicamente una situación de ausencia o de carencia. Es la imagen del sí-mismo la que se esfuma, o bien es la imagen del Otro. Esta carencia al nivel de la representación mental 4 puede llegar muy lejos pasando inadvertida durante un tiempo considerable del tratamiento analítico. Una paciente que se aferraba con intensidad a sus amigos de ambos sexos para sentirse viva y amada, después de una intervención de mi parte sobre el modo como ella hablaba de los otros y de su incapacidad para soportar la soledad, me dijo: "La gente y los objetos que me recuerdan la vida están colocados alrededor de mí ¡y no en mí1 Fuera de su presencia real es como si la gente no existiera. Es un dolor inexplicable ... pero sola, estoy rodeada de un vacío ... A veces me encuentro con mis amigos de una manera abstracta: camino en el departa4. También puede ser expresado en t érminos de objetos internos, que son atacados o destruidos; como una falta básica en el proceso de introyeccíón e indentificación; como una ausencia simbólica en la estructura de los significadores, etcétera.

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mento y repito el nombre de ellos; eso sirve de rostro y me reconforta". Ahora bien, el nombre sin el apoyo de un objeto interno viviente pierde su vitalidad y su función psíquica, lo que deja un sentimiento de muerte, de estar expulsado de la comunicación con el mundo. El mismo dilema manifestaba otro paciente en el contexto de la relación transferencia!. Expresaba una cólera violenta durante los fines de semana. "Es necesario que usted esté constantemente a mi lado, de otra forma no lograré nunca superar mi angustia, dejar de tomar somníferos, pensar incluso de hablar de ello aquí." Todo ocurría como si fuera de mi presencia él no conservara ya ninguna imagen de mí ni de nuestra rela· ción. "Pero no se puede imaginar a alguien que no esté realmente allí", me replicó. "Lo que u sted me dice no tiene ningún sentido. ¿Cómo podría llevar dentro de mí la idea de usted? Usted no está allí, así que es inútil pensar en ello." El vacío interior recuerda el trabajo de Winnicott sobre la creación de un "espacio" potencial, y sobre la capacidad o incapacidad del pequeño para permanecer solo en presencia de la madre, es decir, utilizar una representación interior de ella para jugar sin necesitarla. Es posible que los pacientes que describo aquí nunca adquirieron verdaderamente la "capacidad de estar solos" en este sentido. Esto conduce a considerar el concepto de objetos y fenómenos transicionales. Conjeturo que, como niños, estos pacientes nunca crearon un objeto transicional capaz de realizar su función y de permitir la ínternalización gradual del objeto para que su ausencia pueda ser tolerada sin un sentimiento de pérdida catastrófica. Se puede decir que los amantes de Sandra tuvieron el papel de objetos transicionales en su economía psíquica, y el de "manta segura" que representa a la madre y al mismo tiempo es el descubrí292

-miento y la creación del propio niño. Cuando se utiliza a una persona en el lugar de objeto transicional, se la percibe de manera proyectiva y tiene poca relación con la realidad. Los objetos amorosos de Sandra, por lo menos en los primeros años del análisis, fueron su "creación'', su "manta segura" que le permitió soñar y dormir con placidez. Sahire, por otro lado, sólo podía pensar con claridad y dormir bien cuando estaba sola; en cierto sentido, ella misma era su propio objeto transícíonal. La imagen más condensada de esta solución particu]ar a] trauma temprano es la proporcionada por el paciente que se amaba a sí mismo, y que luego se alimentaba a sí mismo con sus propias secreciones. Vemos aquí un corto circuito de los fenómenos transicíonales, una fantasía pecho-pene en la que el paciente intentaba ser Ja madre nutriente y el lactante en un acto autoerótico, pero carecía del capital psíquico necesario para permitirle sobrevivir sin riesgo en el mundo de las relaciones humanas. Este vacío al nivel del desarrollo ontogénico hace pensar en las investigaciones sobre la psicosomática, y en particular en el estudio de Fain (1971) sobre el comienzo de la vida psíquica y su relación con las enfermedades psícosomáticas, como el mericismo y el insomnio grave, todo parece indicar que allí donde debería hallarse el esbozo de un objeto psíquico no hay más que un blanco. Sabine, mericista mental, alimentándose de su propio contenido psíquico, en su dificultad de escuchar lo que decían los otros, se parece a estos trágicos niños. Cuando escuchaba a los otros o disfrutaba una nueva experiencia la invadía una confusión de impresiones perceptuales de formas, sonidos y colores como si ella no hubiera interna· liza do la función materna como pantalla que protegía a su bebé de la invasión, insoportable de estímulos internos o externos. Lo mismo ocurría con Sandra, pequeña insomne, que sólo dormía acunada en los brazos de su

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madre. Pues bien, estos pacientes no han manifestado enfermedades psicosomátícas. Aunque no estén necesariamente al amparo de tales afecciones, me pregunto si la creación de las defensas narcisistas no sirve también para proteger el soma. ¿Tal vez Sandra haya salido de su relación con una madre "calmante" 5 gracias a su anorexia? Esta defensa. aunque primitiva, ya está inE'·,rJ.tablemente impregnada de fantasías de un mal objeto, objeto invasor contra el cual el niño se protege rechazando el alimento, tomado como equivalente simbólico de la madre invasora. La barrera anoréxica está ausente en algunos pacientes (en especial aquellos con historia de úlcera gástrica) que reconstruyen en el análisis una relación maternal de este tipo. Llevado al límite, podríamos preguntarnos si el futuro enfermo de úlcera alguna vez ha podido ser anoréxico, al faltar la defensa narcisista. La aventura psicoanalítica con pacientes cuyos sufrimientos y conflictos están centrados principalmente en la frágil catectización de sí mismos va a dar necesariamente una dimensión específica a la relación transferencia!. Se trata de una transferencia "fundamental" s, de una vivienda arcaica, señalada por Stone (1961) por momentos fusional. En el consultorio no hay dos personas sino una sola: el analista es vivido como una extensión narcisista del analizando, o a la inversa, el analizando se considera ¡una extensión del analista! En el primer caso toda amenaza de separación estará excluida de la conciencia. Fuera de la sesión, el analista desaparece totalmente del mundo psíquico del otro. Su inexis5. El tema de la "madre calmante" lo trataré en el próximo capítulo. 6. Es cierto que todos los análisis tienden a pasa r por etapas de fusión y confusión narcisista, pero la transferencia no está totalmente dominada por la anulación de la relación psicoanalítica por parte de uno de sus miembros.

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tencia es paralela a la convicción de que el analista no reconoce en mayor medida la existencia separada de su analizando. Una paciente que faltaba muy a menudo a sus sesiones nunca pensó en mencionar tal hecho: en el fondo creía que yo no me daba cuenta de ello. Sólo durante el cuarto año de análisis me telefoneó para avisarme que no iba a venir. "Comienzo a creer que existo para los otros; entonces usted también comienza a exis· tir para mí." La separación de mí equivale a mi muerte , para Sabíne. Antes de las vacaciones de verano del primer año de análisis, ella se las arregló para partir dos días antes. "Puesto que vamos a suspender, ya me siento ausente." Como el niño del carretel, ella se transformó entonces en el agente del corte y no en la víctima. Luego, convencida de que yo estaba muerta, ella elaboró un proyecto que le permitiría continuar su análisis sola. Algo traumatizada por hallarme viva, se mantenía totalmente muda durante la sesión de retorno, mucho menos cómoda en mi presencia real que conmigo muerta. La ineluctable evidencia de que éramos dos personas separadas reabrió la apertura y la remitió una vez más a su dependencia, vivida como una herida dolorosa, como una amenaza a su integridad narcisista. En el caso en que el paciente se vive c6mo un segmento del analista, toda separación está teñida d e temor a la pérdida y a la muerte. Sandra, aferrada a la imagen del analista como a sus objetos-espejo, temía constantemente mi desaparición, sentida de antemano como un abandono injusto e insoportable. Nos es forzoso reconocer que las dos problemáticas se unen en una misma fantasía fundamental: en una relación entre dos personas, una de ellas deberá forzosamente morir. La transferencia con tales pacientes frágiles provoca

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ta mbién en el analista reacciones contratransferenciales que pueden ser diferentes de lo que siente con analizandos que tienen un sí-mismo sólido. Ante todo está la paradoja de que los pacientes que acabo de designar como "frágiles" han creado sin embargo estructuras defensivas particularmente inquebrantables. E sta autoconservación psíquica -técnica de supervivencia- es como la creación de un baluarte contra un peligro de muerte. Tal vez este peligro, que se arraiga en un mundo presimbólico, corresponda a lo que Bion describe como el espanto-sin-nombre; el bebé cuya madre es incapaz de contener su angustia de muerte, en lugar de una respuesta -eventualmente un sentido a lo que él experimenta- va a introyectar un objeto hostil a su deseo de vivir. Es evidente que las barreras erigidas contra tal terror no están hechas para ceder fácilmente. Más aún, esas defensas merecen nuest ro respeto por el papel capital que desempefian en mantener la estructura de la personalidad y su economía psíquica. Sin embargo, no corren demasiado riesgo de desmoronarse ni de precipitar al paciente en un estado psicótico. La experiencia analítica más bien se revela infructuosa para alejar al paciente de los peligros del universo sexual arcaico y del terror a la muerte psíquica que subyacen a estos estados narcisistas. Algunos pacientes dejan el análisis con la impresión de muerte interior y la convicción de que le falta un dato para comprender el secreto de vivir. Lo que lo amenaza entonces, más que cualquier otra cosa, es su propio envejecimiento, con su posibilidad de devastar las reservas narcisistas del hombre. El análisis de estos pacientes que intentan reparar y mantener solos su ilusión de identidad no es nada fácil. ¿Cómo hacer oír una palabra a N arcíso que no oye más que con sus ojos? El analista que se compromete en ello

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debe estar preparado a abandonar su comodidad de espera benévola y su satisfacción de descubrir, de ofrecer, a través de su escucha flotante, palabras clave, \nterpretaciones aptas para que el sujeto se ponga en diálogo consigo mismo, para hacerle oír el cuerpo y su deseo. Ahora bien, si Narciso debe luchar contra s u noexistencia, ¿cómo puede estar a la escucha de su propio inconsciente? En resumen, el analista, reducido al papel de Eco, no serviría para mucho. Para salir de esa situación, se ve obligado a inventar otro modo de intervención; ¡no solamente debe callarse cuando siente deseos de decir una palabra, sino que también deberá hablar cuando tenga deseos de callarse! Y forzosamente va a cometer errores, errores que le serán perdonados menos fácilmente que con el paciente que expresa un discurso en el seno de una transferencia de "neurótico-normal". El analista debe endosar la no-existencia temida por el paciente, sin dejar de reconocer la necesidad del otro de mantener en su sitio sólidas defensas contra la intrusión del analista, y que ocultaba lo contrario, una demanda de que el analista se convierta en él y viva por él. Además, para ciertos pacientes, el hecho de tener que hablar para comunicar su malestar como una afrenta narcisista es sentido como una obligación. Mientras el paciente no se sienta atrincherado detrás de su propia identidad y valor, el analista será llamado a cumplir la función que Winnicott describe como "sostén (holding) de la situación en tiempo y espacio". A nivel de la función analítica, significa sostener y contener los elementos psíquicos que el paciente despliega hasta que es capaz de vivenciarlos en la transferencia. Si para algunos de estos pacientes el analista es temido como un objeto destructivo y mortífero, para otros es considerado como el que detenta la fuente de la

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vida -fuente de la que el sujeto se halla privado y que le corresponde por derecho-. Este "secreto" a menudo se refiere a la incapacidad de la persona para conceptualizar sus propios lugar y valor con respecto a sus progenitores. Los que buscan alimentarse del analista para aprender a vivir, al igual que los que lo rehúyen como una intrusión mortífera, nos inducen sutilmente a actings. Con los unos, nos complacemos demasiado fácilmente en el papel del silencio, y sin embargo, por momentos debemos desempeñar ese papel; con los otros, podemos demasiado fácilmente responder a ciertas preguntas sobre todo cuando la angustia es fuerte, pero al mismo tiempo hay momentos en que debemos responder. Hay otra trampa de la contratransferencia que debemos señalar, y ésta tiene que ver con nuestro Narciso. A veces, mientras escucho a algunos de mis analizandos, vuelve a mi memoria un recuerdo lejano de Patrick, un niñito de siete años. Era el tercero de una familia de cinco hijos, y fue llevado a la psicoterapia porque hurtaba juguetes, dinero, y golosinas a los otros miembros de la familia. La madre me contó la última travesura de Patrick: él solo había devorado la torta del domingo destinada a toda la familia. Pregunté entonces a Patrick qué pensaba él de todo eso. Me respondió: "Usted comprende, la comida es más importante para mí que para los otros". Se trataba de una certeza. ¿Tal vez fuera lo que Kohut entiende con el término "sí-mismo grandioso"? Cuando nuestros pacientes adultos dejan asomar, pero sin que ellos mismos se den cuenta, a este mismo pequeño Narciso voraz, exigente, que habla dentro de ellos; cuando exigen que se los proteja, repare, colme, no solamente por los daños reales e imaginarios del pasado sino también por los problemas que les impone la realidad externa, cotidiana, suelo decirme: 298

"¿Pero quién no lo querría? ¿Por qué aquél cree ... que alimentarse es más importante para él que para los otros?". Todo intento de analizar este tipo de material, si pasa por un examen cuidadoso de nuestras actitudes transferenciales con respecto al dolor narcisista de nuestros pacientes; o, por el contrario, nuestras intervenciones corren el riesgo de ser hostiles, carentes de comprensión o moralizadoras. Pues existen apetitos psíquicos que matan el espíritu humano. ¡Como siempre, el analizando tiene razón! El hecho de comprender bien el funciona.miento psíquico de tales pacientes, de entender la lógica de su búsqueda, de identificarse con su sufrimiento, no quiere decir que podremos hacer que ese discurso y ese entendimiento se tomen aptos para el proceso analítico. Cada vez que encuentro ante mí a un analizando portador de este problema, sé que corro el riesgo de chocar contra una fortaleza inexpugnable. En cambio, si alguna vez el paciente nos permite entrar en su fortaleza, si nos tiene suficiente confianza como para que revelemos en él las fuerzas de la vida y de muerte selladas conjuntamente de manera precaria, si finalmente podemos reconocer la violencia de esas mismas fuerzas en nosotros, entonces hay grandes posibilidades para que ambos salgamos enriquecidos de esa aventura analítica realizada en común: el paciente, con una nueva dimensión de sí mismo y el analista, con el descubrimiento de que los que esperan mucho de él son a menudo quienes má s le enseñan.

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9. EL PSICOSOMA Y EL PROCESO PSICOANALITICO

Las dificultades para ser humanos nos obligan a crear una infinidad de estructuras psíquicas destinadas a cicatrizar heridas o a permitirnos hacer frente al dolor físico y psíquico que inevitablemente padeceremos. Debemos comenzar a hacerlo poco después de nacer, y si podemos hacerlo es gracias a que poseemos, como síngu· lar herencia filogenética, la capacidad para la simbolización. La mayor parte de los dolores anímicos que nos afligen nos sobrevienen en el camino que nos lleva a la adquisición de una individualidad y una identidad personal, luego de h aber adquirido nuestra identidad sexual. Freud fue el primero en destacar la índole esencialmente traumática de la sexualidad humana, y Klein y sus discípulos echaron luz sobre los primeros traumas inherentes al proceso de separación de la imagen de sí mismo respecto de la del Otro primordial, a fin de convertirse en persona. Desde muy temprano, tenemos que hallar respuesta a los reclamos antagónicos de h~ vida instintiva y las exigencias de la realidad que dichos procesos generan, y durante todo el resto de nuestra vida

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aplicaremos gran parte de nuestra energía psíquica a la preservación de las soluciones que hemos hallado, algunas de las cuales hacen de la vida una aventura creadora, en tanto que otras perduran a expensas no sólo de nuestro bienestar psíquico sino también, a la larga, somático. Antropólogos como Lévi-Strauss han postulado que en toda estructura social existen normas sexuales, por cuanto son el requisito mínimo que distingue a un grupo social humano de un rebaño como el que podamos encontrar entre las bestias. Dentro de Ja teoría psicoanalítica, se logró inteligir las complejidades de la integración social y sexual merced a los conceptos del complejo de Edipo y de la angustia de castración, así como de las estructuras simbólicas a las que ellos refieren. Estas estructuras, bastante sutiles, están íntimamente ligadas al lenguaje y no podrían existir sin él; más allá se halla la zona oscura de lo infraverbal y lo pregenital, menos cargado semánticamente {lo cual llevó a Freud a denominar "prehistórica" a esta parte de la evolución psíquica del individuo). En esta fase temprana, parecería que psique y soma coinciden, no obstante lo cual toda una amplía y laboriosa cartografia de estos territorios mentales (los principales cartógrafos, después de Klein, fueron Winnicott y Bion) tiende a mostrarnos que la psique emana del soma casi desde el nacimiento mismo. Alcanzar el nivel psicosomático primitivo de existencia es casi como tratar de recrear la experiencia de la conciencia original, del modo como lo intentan los místicos. Toda indagación en la patología psicosomática ha de habérselas con las incógnitas propias de esta fase precoz del funcionamiento psíquico. El material que se incor· pora a la fusión primordial de la madre y el lactante se compone de olores, sonidos, sensaciones táctiles y visuales que son en sí mismas factores desespacializadores.

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Esto, sin duda, favorece la puesta en marcha de uno de los mecanismos psíquicos más tempranos, que suele incluirse dentro del concepto de identificacíón proyect~va. Estos mecanismos nos dominan hasta el momento en que el lenguaje espacializa y limita la estructura de la psique, delimitando así un mundo interno y uno externo, al mismo tiempo que el bebé comienza a habitar su soma: se corporiza. El pequeño Edipo sólo en fecha relativamente tardía se aviene a los problemas causados por la diferencia entre los sexos, la mortificación narcisis ta provocada por la escena primaria y el abandono de sus deseos inces tuosos eróticos y agresivos. Aquí nos interesa el más pequeño aún Narciso, quien debe superar la pérdida definitiva del pecho-madre mágico y las ineluctables demandas de crear objetos psíquicos que la compensen. Su capacidad de generar las e structuras simbólicas necesarias para este logro esta rá circunscrita en gra n medida por los límites que le fij an los temores y deseos inconscientes de sus padres. Ese momento mítico en el que se renuncia a 1a identidad fusiona} con la madre exige que ésta se halle preparada para aceptar la pérdida de dicha unión mágica, pérdida que puede considerarse la castración primordial en la vida del individuo. Muchos progenitores, por obra de su intensa identificación narcisista con sus hijos, suelen sustraerlos al inevitable enfrentamiento con la realidad, más allá de lo que demanda su inmadurez. Las angustias a que da lugar esta separación primordial suelen ser llamadas angustias de aniquilación o de desintegración, y puede concebírselas como el prototipo de la angustia de castración propiamente dicha. Una vez más, se trata de una amenaza general. La frustración, la angustia y el conflicto aún no han sido simbólicamente unidos a los órganos sexuales.

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La dificultad inherente que aborda el bebé en su tarea de convertirse en un individuo es de una naturaleza más global y más "psicosomática" que los problemas vinculados a las realidades sexuales. La imposibilidad de discriminarse de! ambiente que "no forma parte de mí", y crear así un sentimiento de identidad personal. provoca resultados más catastróficos que una imposibilidad similar relativa a la adquisición de la identidad sexual y de los derechos que ésta conlleva; no obstante, esta falla catastrófica no tiene que dar por resultado, necesariamente, una psicosis alarmante; puede pasar inadvertida mientras sus insidiosos efectos continúan su obra silenciosa, como el instinto de muerte freudiano. Cuando esto acontece, cuerpo y mente han perdido, de algún modo, los nexos que los conectan. En esas primeras tentativas de hacer frente al dolor físico, la frustración y la ausencia psíquica, tenernos el primer "salto misterioso" del cuerpo a la mente, del cual sabemos muy poco. El psicoanálisis ha acopiado mucho más conocimientos acerca del salto, mucho más misterioso aún, en la dirección opuesta: el que lleva de la mente al cuerpo, subyacente en la conversión histérica y en las diversas inhibiciones del funcionamiento corporal. Mucho antes de disponer de tales complicadas creaciones psíquicas, el bebé tiene que haber sido inducido a vivir junto a su madre, pues aquí radica el movimiento inicial que motiva los primeros atisbos de vida anímica. Sabemos que la estructuración de la psique es un proceso creativo destinado a otorgar a cada individuo su 1dentidad singular. Proporciona un bastión contra la pérdida psíquica en circunstancias traumáticas y, a la larga, la creatividad psíquica del ser humano bien puede constituir un elemento esencial de protección contra su destrucción biológica. Esto me lleva al primer punto mencionado en este

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capítulo: la importancia de la capacidad innata del hombre para la simbolización y la creación psíquica, y en particular la heterogeneidad de estas creaciones. En su intento de preservar cierto grado de equilibrio psíquico en todas las circunstancias, un ser humano es capaz de generar una neurosis, una psicosis, una estructura de carácter patológica, una perversión sexual, una obra de arte, un sueno o una enfermedad psicosomática. Pese a nuestra humana tendencia a mantener relativamente estable nuestra economía psíquica, garant izando así una estructura de personalidad más o menos permanente, en distintos períodos de nuestra vida propendemos a producir alguna de tales creaciones, o varias. Aunque los resultados de estas producciones psíquicas no tienen todos el mismo valor psicológico ni, por cierto, el mismo valor social, algo poseen en común: son el fruto de la mente de un ser humano y su forma está regida por el modo como la psique de éste ha sido estructurada. Todas tienen un significado propio en relación con el deseo de dicho ser humano de vivir y de arreglárselas lo mejor posible con lo que le tocó en suerte en la vida. Desde este punto de vista, es evidente que las creaciones psicosomáticas son las más misteriosas, puesto que son las menos apropiadas para el deseo general de vivir. Si su función psicológica es notoria por su ausencia, su significado biológico también se nos escapa. En muchos aspectos, son la antítesis de las manifestaciones neuróticas o psicóticas. Más aún, suele ocurrir que la enfermedad psicosomática (por oposición a la psicológica) se declare cuando éstas ya no funcionan. Mis reflexiones sobre este fenómeno se han visto muy enriquecidas por las amplias investigaciones acerca de la enfennedad psicosomática llevadas a cabo por mis colegas de la Socieda d Psicoanalítica de París; me refiero en particular a las obras de Marty, Fain, David y M'Uzan. Mi inter és

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personal por los síntomas psicosomáticos y su relación con 1os procesos simbólicos proviene de otra fuente, que confío en aclarar más adelante. Lo segundo que quiero señalar es que la incoercible fecundidad psíquica del ser humano, sea del orden que fuere, es coexistente con la vida misma. Si admitimos que puede sobrevenir una muerte psíquica, es posible que se corra peligro de muerte biológica cuando desfallece o se interrumpe la creación psíquica. De todos modos, los procesos psíquicos que crean y mantienen la salud psíquica, así como los responsables de mantener la enfermedad psíquica, es tán del lado de la vida. Si por algún motivo no logramos cr ear alguna forma de manejo mental para hacer frente al dolor psíquico, quizá se instauren procesos psicosomáticos. Lo cual me conduce a mi última proposición. El proceso psicoanalítico es en sí mismo creativo, por cuanto restablece nexos interrumpidos y forja otros nuevos. Al igual que nuestras creaciones psíquicas, dichos nexos son de naturaleza heterogénea: lazos entre el pasado y el presente, lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente, el afecto y la representación, el pensamiento y la acción, los procesos primario y secundario, el cuerpo y la mente. Quisiera sugerir que los procesos psicoanalíticos son la antítesis de los procesos psicosomáticos. Las transformaciones psicosomáticas plantean problemas particulares en el curso de un análisis, y quizás exijan adoptar un enfoque distinto del que requiere la comprensión de las partes neuróticas de la personalidad. No quiero decir que haya "técnicas" especiales para las distintas manifestaciones psíquicas del hombre, sino simplemente que una nueva comprensión de los procesos que actúan pueden modificar la m anera como escuchamos a nuestros pacientes. En su notable obra sobre el color y la pintura, ltten (1961) dice respecto de los artis-

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tas algo que podría aplicarse igualmente a los aspectos creativos de la labor del analista: "Las doctrinas y teorías son más oportunas para los momentos de mayor debilidad; en los momentos de fortaleza, los problemas se resuelven intuitivamente, como por sí solos". Lo mismo pasa en el análisis. Itten continúa diciendo: "Si tú, sin saber, puedes crear obras maestras del color, entonces el no-saber es tu camino; pero si no puedes crear obras maestras a partir de tu no-saber, tendrás que recurrir al saber". En el resto del presente capítulo, nos ocuparemos del material teórico y clínico que puede servir de base para elucidar los puntos señalados. Tengo la esperanza de contribuir así a nuestro conocimiento de los mensajes silenciosos del cuerpo y de estimular la reflexión sobre nuestra comprensión intuitiva del psicosoma, de modo tal que podamos llegar a saber mejor aquello que hemos hecho sin saber.

EL INDIVIDUO PSICOSOMATICO

La investigación sobre el significado y tratamiento de la enfermedad psicosomática se halla en un cruce de caminos entre varias disciplinas científicas. Si bien daré un panorama a vuelo de pájaro del psicosoma y del uso del término "psicosomático", sólo puedo describir lo que veo a través del microscopio psicoanalítico. Este es un instrumento sumamente específico, que se aplica al funcionamiento psíquico y simbólíco y no a las transformaciones somáticas; además, no fue concebido originalmente para estos últimos objetos de estudio. Por otra parte, desde el punto de vista de una investigación no puede dejar de advertirse que la muestra de casos psicoanalíticos ya ha sido sometida a una selección. En pri307

mer lugar, porque la gente que padece trastornos de origen psicosomático busca a un médico más que a un analista -a menos, por supuesto, que suponga tener además problemas psicológicos-. Sin embargo, a veces ciertos pacientes que no se percatan de sus síntomas psicológicos acuden al analista por problemas gástricos, por ejemplo, o por una cardiopatía, dado que el médico clínico les sugirió la consulta psiquiátrica o psicoanalítica. En estos casos, los analistas están muy divididos entre sí en cuanto si pueden ser útiles ante tal requerimiento. Algunos considerarán que un análisis cabal es el mejor tratamiento disponible, sí va acompañado de la atención médica apropiada; otros abogarán por una forma distinta de psicoterapia analítica; y habrá quienes entiendan que este proyecto está cargado de peligros y que si los síntomas psicosomáticos no van acompañados por manifestaciones neuróticas, el análisis está contraindicado. Lo cierto es que rara vez el analista puede optar. No sólo se halla permanentemente ante conductas psícosomáticas de tipo general en todos sus analizandos sino que además descubre que, le guste o no, gran número de éstos padecen de auténticos trastornos psicosomáticos, que pueden abarcar desde una afección alérgica en la piel, pasando por un asma bronquial o estados hipertérmicos o hipertensión, hasta una úlcera péptica o una colitis ulcerosa. Esta frecuencia no obedece en modo alguno a que entre los pacientes psicoanalíticos haya una preponderancia de patología psicosomática. La s manifestaciones psicosomáticas afectan también a los analistas, y en rigor puede considerá r selas un fenómeno corriente en la población en general. Si incluimos el aspecto psicosomátíco de la propensión a las enfermedades infecciosas y los problemas psíquicos de las personas con propensión a los accidentes, tendremos que admitir

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que no sólo la mayoría de nuestros pacientes, sino también nuestros amigos y colegas, padecen en algún momento dolencias psicosomáticas. En mi propia práctica analítica, si bien nunca vino a verme ningún paciente específicamente por sus trastornos psicosomáticos, he tenido a lo largo de los años doce pacientes que, en algún momento de su vida adulta, contrajeron una tuberculosis pulmonar en circunstancias que no dejaban duda en cuanto a la relevancia de los factores psicológicos. Tuve también muchos pacientes con afecciones gástricas de variada gravedad, incluidos dos con graves antecedentes de úlceras pépticas. El asma bronquial era el destino de muchos otros, y no faltó la serie habitual de los que padecían, en forma crónica o intermitente, urticaria, fiebre del heno, eczema, etc. Los problemas psicológicos que planteaban los síntomas somáticos de estos individuos me dieron mucho que pensar, sobre todo cuando me pareció haber descubierto ciertos rasgos comunes. El analista no puede dejar de sentir que el individuo psicosomático constituye un desafío a su comprensión de los elementos psicológicos determinantes de los síntomas fisiológicos. Amén de la ubicuidad de los trastornos psicosomáticos, quisiera añadir que suelen resistirse a la cura, ya sea que se los aborde desde el lado fisiológico o psicoló· gico, pero que hay por cierto pacientes psicosomáticos graves que mejoran, y con frecuencia ello es resultado de un tratamiento psicoanalítico cuando todo lo demás fracasó . Agreguemos de p aso la observación clínica corriente de que después de varios años de análisis, y a medida que avanza el trabajo analítico, disminuye drás· ticarnente la propensión de los pacientes a contraer resfríos, gripe, jaquecas, d.olores de estómago, etc. Ahora bien; saber por qué ocurre esto, y si es realmente nues· tro tratamiento el que los ha curado ... es otra cuestión.

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PSIQUE Y SOMA EN LA TEORIA PSICOANALITICA

Los usos y abusos del cuerpo por parte de la mente son tan amplios y variados, que no vendrá mal definir qué entendemos por el término "psicosomático" y delinear, en especial, la diferencia entre los trastornos psicosomáticos y las manifestaciones histéricas u otras de tipo somático. Recordemos que Freud se refirió a dos clases de somatización: la histeria de conversión y las neurosis actuales. En cierto sentido, éstas eran la antítesis de la primera. Mientras que en la conversión histérica asistimos al "salto misterioso" de la mente al cuerpo, el concepto de neurosis actual implica un salto en la dirección opuesta, de lo somático a la esfera psíquica. En ambos casos, se atraviesa una barrera invisible. Los problemas planteados por este tránsito no han perdido mucho de su misterio hasta la fecha . Si bien como entidad nosográfica la designación de "neurosis actuales" es poco utilizada en nuestros días, es oportuno para nuestra indagación puntualizar, como lo hacen Laplanche y Pontalis (1973), que según la concepción de Freud los síntomas "actuales" (de la neurastenia y la neurosis de angustia) eran principalmente somáticos. Siendo de orden fisiológico, Freud entendía que estaban desprovistos de significado simbólico y, por ende, no se hallaban verdaderamente encuadrados dentro de los alcances de la terapia psicoanalítica. Su creencia de que las neurosis actuales eran producidas como reacción frente a una tensión cotidiana real, y en particular frente al bloqueo de la satisfacción libidinal, está estrechamente relacionada con ciertas concepciones modernas de la reacción psicosomática -aunque hoy se pondría igual acento, al hablar de "presiones psíquicas", en el bloqueo de los impulsos agresivos y en todo lo que podría subsumirse bajo el rótulo de "tensión ambien-

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tal"-. Freud consideraba que tanto 1a histeria de conversión como las neurosis actuales terúan origen sexual, pero en tanto que estas últimas se vinculaban a problemas sexuales presentes, la primera provenía de conflictos sexuales de la niñez temprana y los síntomas físicos retenían en ella su significado simbólico, o sea, sustituían a la satisfacción instintiva y eran, en esencia, una solución simbólica ante un conflicto inconsciente, y no una reacción frente a la frustración. Es evidente que los síntomas "somáticos" de la histeria de conversión son simbólicos, por cuanto se refieren a un cuerpo fantaseado, en el sentido literal de la palabra, un cuerpo .que funciona tal como podría imaginarlo el niño o como podría inventarlo el pensamiento propio del proceso primano. Luego de proponer su modelo tópico o topográfico, Freud pasó a considerar que la conversión histérica y la identificación histérica eran asimismo defensas del yo, sumándose así a la conocida nómina de los síntomas histéricos aquellos que emplean el cuerpo para traducir inhibiciones de los impulsos del ello como consecuencia de la fuerza represora del yo y el superyó. Llegó a verse así en ciertas inhibiciones del funcionamiento corporal, como la constipación, la impotencia, la frigidez, la esterilidad psicógena, la anorexia, el insomnio, etc., cuadros íntimamente ligados a los síntomas clásicos de la histeria de conversión. En todos estos casos, el síntoma cuenta una historia que, una vez descodificada, revela que el héroe es la víctima culposa de deseos prohibidos que se toparon con reveses en su camino de satisfacción. Puede decirse que sus síntomas son resultado de los efectos combinados de la vida de la fantasía inconsciente y de la estructura de las defensas yoicas. Estos síntomas, de indudable origen psicógeno, no forman parte de lo que se designa con la palabra "psico-

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somático". Cabría afirmar que en la histeria, el cuerpo y sus funciones se entregan a la mente para que ésta los use a su antojo, mientras que en la enfermedad psicosomática el cuerpo "piensa" por su cuenta. El drama expresado es más arcaico y sus elementos fueron almacenados de otro modo. Los síntomas son signos, no símbolos, y se atienen a leyes somáticas y no a leyes psíquicas. A diferencia de las dramatizaciones histéricas, el pensamiento del soma se lleva a la práctica con una precisión mortal -a veces literalmente-. El personaje recurrente de los cuentos de ciencia-ficción, ese robot mecanizado que se hace cargo de todo sín una pizca de emoción o de identificación con los deseos y conflictos de los seres humanos, es una imagen prístina de la forma tomo opera el síntoma psicosomático. El soma ya no se interesa por traducir los deseos de la psique, como en la enfermedad neurótica. Si procurásemos definir el ámbito que abarca en la terminología actual el término "psicosomático", diríamos que se lo reserva para los trastornos orgánicos donde la disfunción fisiológica es demostrable. Aunque parecen no tener significado simbólico alguno, se presentan ligados, sin embargo, a la estructura de personalidad del paciente, las circunstancias de su vida, su historia, etc.; vale decir, en conexión con situaciones de estrés procedentes ya sea del interior del individuo o de su medio inmediato. Sin embargo, el paciente psicosomático rara vez percibe tales conexiones y a menudo no es consciente de estar sometido a un estado de tensión particular. Si bien esta definición es sumante vaga, nos sirve para distinguir estos trastornos de las manifestaciones histéricas en las que no hay ni lesión fisiológica ni infección, como también de las enfermedades orgánicas en las que no aparecen vínculos con la estructura de personalidad o con la tensión ambiental.

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A esta altura, tenemos que volver al hecho de que lo mental y lo físico están indisolublemente ligados, pero son en esencia diferentes. El psicosoma funciona como una entidad. Poca duda cabe de que todo hecho psíquico tiene efectos en el cuerpo fisiológico, así como todo hecho somático repercute en la mente, aunque estos efectos y repercusiones no sean registrados de forma consciente. Las investigaciones realizadas en el campo de las relaciones industriales han producido datos estadístícos que muestran convincentemente que las personas son más propensas a enfermarse, a necesitar operaciones quirúrgicas o a tener accidentes cuando se sienten deprimidas o angustiadas, que cuando son optimistas o se sienten satisfechas en su vida. No es necesario ser psicoanalista para darse cuenta de que existe una relación de contígüidad entre lo psicológico y lo biológico en la historia de cualquier individuo. Esta clase de saber intuitivo se halla al alcance de la esposa del portero o de nuestras abuelas; comentarios típicos del encargado del edificio donde vivo acerca de las peripecias que pasaban los vecinos eran: "¡Con todos los problemas que ese hombre tenía en su familia, no es de extrañarse que tuviera ese accidente con el auto!'', o bien: "Es lógico que ella se pescase la 'gripe de Hong Kong' después de haber sufrido ese accidente". Recordemos la postura de Freud respecto del psicosoma. Fundó la teoría psicoanalítica de la psique sobre firmes cimientos biológicos y destacó siempre la tendencia del organismo a operar como una unidad, pero prefirió ocuparse exclusivamente de los aspectos psicológicos del psicosoma, y mostró una clara renuencia a cruzar la frontera entre lo psíquico y lo fisiológico, incluso en casos en que admitía que la enfermedad orgánica tenía un origen psicosomático. Al mismo tiempo, lo preocupó permanentemente la relación entre el cuerpo y la mente,

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y el hecho de que los procesos psíquicos emanasen de

procesos orgánicos. Atestiguan esta preocupación su teoría de los instintos y del desarrollo libidinal, así corno la importancia que acordó a las zonas erógenas. Con la expansión del saber psicoanalítico y Ja acumulación de experiencia y de investigaciones clínicas, era inevitable que los analistas llegasen a interesar~w por Jos síntomas psicosomáticos de sus pacientes y tratasen de descifrar su significado. Era inevitable, asimismo, que al principio pretendieran reconstruir las formaciones subyacentes de la fantasía que los síntomas podrían estar simbolizando, de acuerdo con la conocida pauta de las histerias; pero no les fue fácil. Freud había comprobado ya que tales síntomas, a diferencia de los histéricos, no respondían a la hipnosis. A medida que transcurrió el tiempo, otros analistas descubrieron que con los pacientes psicosomáticos que presentaban pocos síntomas neuróticos el proceso analítico no revelaba en absoluto con claridad las estructuras edípicas y preedípicas, con su contingente de fantasía, simbolismo sexual y pautas vinculadas a las relaciones objetales, como sucedía como fruto de la labor analítica con los pacientes que padecían neurosis histéricas u obsesivas o perversiones sexuales. Más aún: muchos pacientes cuya reacción ante la angustia era casi exclusivamente psicosomática se mostraban refractarios a la terapia analítica. Otros se zambullían entusiasmados en la aventura analítica, analizaban muchos de sus síntomas neuróticos y terminaban el análisis con sus trastornos psicosomáticos intactos. En otros, en fin, los síntomas se modificaban o incluso desaparecían por completo. Las razones teóricas aducidas para explicar los efectos del psicoaná1isis en los síntomas psicosomáticos no contaban con una aprobación muy coincidente de los analístas. Hoy estamos lejos ya del período épico de Dunbar,

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Margolin, J>Jexander y otros pioneros. Al releer sus inspirados textos, siento que se ha perdido esa magia de la gran esperanza depositada a la sazón en el futuro de la medicina psicosomática y en el papel que le cabría en ella al psicoanálisis. Sea como fuere, se encontraron numerosas correlaciones entre determinados conflictos emocionales y ciertos rasgos específicos de personalidad, por un lado, y algunas dolencias psicosomáticas, por el otro. Los psiquiatras las estudiaron aplicando técnicas tanto fisiológicas como psicológicas. A la vez, los analistas, utilizando sólo su capacidad terapéutica y las intuiciones que les ofrecía el psicoanálisis clásico, procuraron reconstruir las fantasías inconscientes que presumiblemente estaban en la base de los síntomas somáticos. Tal vez el mejor ejemplo sean las espectaculares hipótesis contenidas en los trabajos publicados por Garma (1950). Refiriéndose a los pacientes afectados de úlcera péptica, Garma sostuvo que la úlcera era una "mordedura" vengativa que el paciente se veía compelido a aplicarse a sí mismo como castigo por sus deseos infantiles de morder el pecho de su madre. Así, llevado por su culpa inconsciente, el futuro ulceroso elegía alimentos que lo dañaban y se agenciaba una mordedura introyectada en su estómago y en su psique simultáneamente. Además, según Garma, las úlceras tenían en definitiva diversos significados simbólicos vinculados al complejo de castración. En este punto, quisiera decir que, personalmente, no veo objeción alguna a que se correlacione la tensión ambiental con las funciones gástricas, ni me ofenden las construcciones de la fantasía del tipo de las creadas por Garma; no obstante, pienso que no nos esclarecen mucho acerca de las causas. El hecho de que las situaciones de estrés causen en ciertos individuos un hiperfuncionamiento gástrico no nos dice por qué sucede eso

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ni por qué la mayoría de las demás personas no resultan afectadas de igual manera. El hecho de que un ulceroso mejore en el curso del análisis, si bien puede atribuirse sin duda a la habilidad terapéutica del analista y a Jos efectos del tratamiento, no nos indica en absoluto que fantasías reprimidas como las que hemos mencionado sean la causa de la úlcera. Nos enfrentamos aquí con un error metodológico de cierta magnitud, que merece nuestra reflexión. En primer término, con respecto a las producciones espontáneas de la fantasía durante el análísis, debe señalarse que cualquier suceso somá tico t enderá a adherirse a ideas concernientes a diversos aspectos del complejo de castración, así como a fantasías sobre la temprana relación madre-hijo. Para ilustrarlo, quisiera mencionar dos ejemplos de angustia corporal que nada tienen que ver con causas psicosomáticas. El primero es el de un paciente varón cuya madre es negra y el padre, blanco; el segundo, de una mujer que padecía las consecuencias de una poliomielitis que había contraído en su infancia. Ambos pacientes vivían sus respectivos problemas físicos (piel negra y miembro paralítico) como si fuesen un signo visible de la castración, en sentido tanto sexual como narcisista. Ambos adherían además, a las realidades somáticas, fantasías vinculadas a una madre peligrosa y persecutoria, responsable de sus padecimientos físicos. Estas construcciones de la fantasía les eran útiles pero sería absurdo sostener que la angustia de castración y sus tempranas angustias persecutorias eran la causa de la piel negra o de las secuelas de la polio. Podríamos cometer un error metodológico similar si suponemos que la úlcera péptíca es cau sada por la fantasía de una madre devoradora-perseguidora, o que el bacilo de una tuberculosis es un objeto parcial introyectado que tiene malas intenciones. El objeto internali-

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zado, ya sea total o parcial, benévolo o malévolo, es por entero imaginario. Aunque cumple un importante papel simbólico, no ocupa espacio físico ni deja huellas maten~les tras de sí, por más que nuestro uso metafórico del lenguaje tal vez nos lleve a creer que lo hace. El acontecimiento, invasión o explosión somáticos t enderá inevitablemente a atraer hacia sí la fantasía de un objeto malévolo como consecuencia del proceso analltico, estimulando modalidades del pensamiento primario y secundario y creando así nuevas formas de sentir y vivenciar, que quizás ofrezcan al analizando otros caminos para abordar la tensión psíquica. Confío en demostrar que esto tiene particular importancia para los individuos que, frente al conflicto instintivo o ambiental, tienen predominantemente reacciones psicosomáticas. A esta altura es preciso señalar otro error metodológico. Dado que las interacciones entre psique y soma son intrincadas e ineluctables, fácilmente podemos perder de vista su diferencia fundamental. U na metáfora cartesiana, del tipo de "el cuerpo es blanco y la mente es negra", podría transmitir la idea de que las manifestaciones psicosomáticas constituyen una serie infinita de grises, pero este modelo gráfico simplista pasaría por alto la diferencia fundamental entre las funciones psíquicas y somáticas. Sería preferible comparar el psicosoma con una sustancia que fuera el producto de la fusión de otras dos, como el agua marina. Pese a su unidad, el agua de mar puede transformarse, por un lado, en un montón de granos de sal, y por el otro, en una nube de agua vaporosa. Supongamos que los elementos somáticos son la sal, y la dimensión psíquica, la nube acuosa. Esto nos permitiría concebir ambos componentes como constituidos por una sustancia distinta y sujetos a diferentes leyes. El hecho de que se combinen en el agua marina no debe hacernos olvidar sus disimilitudes.

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Si llevarnos esta analogía un poco más lejos, deberíamos subrayar asimismo que ninguna de las dos sustancias por sí sola constituye un trozo de océano viviente. De ahí que coincidamos con quienes entienden que el enfoque puramente somático del problema significa reducir el mar a una pila de sal, despojándolo de su fluido psíquico; y también comprendemos que los somatistas y los experimentadores psicobiológicos, enfrentados a las construcciones arcaicas de la fantasía y a las hipótesis a que da lugar un enfoque psicológico menos rígido, se sienten llamados a empuñar las armas contra ese mar de suposiciones, nube acuosa sin materia sólida. En verdad, ni unos ni otros nos dicen mucho acerca de lo que acontece en el tormentoso océano -imagen ésta que evoca mucho mejor los dramas psicosomáticos del ser humano. Sea como fuere, la confusión teórica sobreviene cuando olvidamos que los procesos somáticos y los psíquicos son regidos por diferentes leyes de funcionamiento. No podemos aplicar las leyes que estructuran las funciones psicológicas a las que gobiernan el funcionamiento fisiológico. Entre ambos órdenes hay una relación no causal sino analógica. Las brillantes observaciones y reflexiones de Konrad Lorenz han aclarado esto, llevándolo a decir que el movimiento que va del soma a la psique permanecerá por siempre en el misterio. Desde nuestro puesto psicoanalítico de observación, nos percatamos permanentemente de esa intrincada e ineluctable interdependencia de psique y soma, pero a la vez nos enfrentamos con su indeleble diferencia. Tal vez se me diga, en esta coyuntura, que esto es hilar demasiado fino en Jo teórico, que si los pacientes pueden modificar sus síntomas psícosomáticos como consecuencia de la terapia psicoanalítica, poco importa qué es la causa de qué, o qué es o no es auténticamente

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----simbólico. No puedo dejar de discrepar de este enfoque. Nuestras teorías afectan nuestra práctica no sólo en cuanto al modo como escuchamos y comprendemos las comunicaciones de los pacientes, sino también en cuanto a la forma y oportunidad como intervenimos e interpretamos. El hecho de que los pacientes psicosomát icos muestren a menudo poca fantasía espontánea, vinculada a sus aflicciones somáticas o a cualquier otro aspecto de su vida, es una nota importante para el oído sintonizado del analista. Este puede tener conciencia de que está escuchando, por así decir, un canto en el que hay palabras pero la melodía está ausente. En lo personal, creo que debe ayudarse a tales analizandos a que tomen ellos mismos conciencia de esta falt a y analicen las razones subyacentes. Suele objetarse a veces que la enfermedad somática no pertenece al dominio del psicoanálisis; quizás esto se deba a que los analistas se sienten perdidos sin sus símbolos. Podríamos decir que si bien las transformaciones psicosomáticas participan del carácter de los signos (al igual que los símbolos), no son símbolos, en el sentido en que pueden serlo los síntomas neuróticos; más bien se asemejan a objetos psicóticos, caracterizados también por la falla en la simbolización. Esto se expresa claramente en un ejemplo citado por Freud en relación con el "Hombre de los Lobos", quien llamaba "vaginas" a las pequeñas depresiones de su piel; como señala Freud, esto no es un uso simbólico y en modo alguno puede entendérselo como una representación histérica. Los signos pueden representar al cuerpo o portar mensajes de él, pero no lo simbolizan. El cuerpo sólo se torna simbólico cuando, ocupando el lugar de algo reprimido, entra en relaciones de significado con otras r epresentaciones psíquicas. Si el analista se topa con la elusiva dimensión psíquica de las enfermedades psicosomáticas, se corre el 319

riesgo de que perciba en ese soma inexplicable de su paciente una afrenta narcisista a su capacidad interpretativa (Marty y Fain, 1965). Hay, pues, una dimensión contratransferencial que puede llevar a muchos analistas a desinteresarse del psicosoma de su paciente cuando éste se comporta de modo tal que queda fuera de la esfera de influencia de aquél, o al menos parece intratable mediante los métodos que tanto éxito tienen con las partes neuróticas de la personalidad. Como analistas, siempre nos interesará primordialmente el cuerpo del ser humano como representación mental sostenida a través de la red del lenguaje; pero bien podemos interrogarnos acerca del medio misterioso por el cual la psique es capaz de abrir una brecha en la coraza inmunológica del cuerpo, e interesarnos por la elusiva finalidad biológica de trastornos como el asma bronquial o el hiperfuncionamiento gástrico, cuando éstos se dan dentro de la situación analítica. Poseemos una estructura teórica con la que es dable abarcar estos interrogantes. Atraídos por la simbolización y la significación psíquica, nos hallamos muy bien ubicados para observar en qué punto se quiebra el funcionamiento simbólico o, tal vez, por qué motivo nunca operó como corresponde. Los que investigan analíticamente los estados psicóticos saben muy bien hasta qué punto la mente sufre un daño inconmensurable cuando lleva una existencia aparte de la realidad del cuerpo que la contiene. Los nexos destruidos (no reprimidos, como en el caso de las formaciones neuróticas) entre la realidad psíquica y la corpórea tal vez deban recobrarse merced a construcciones delirantes, como lo mostró Freud en el caso Schreber (1911). Pero hay otras opciones, am én de las utilizadas en las creaciones psicóticas. El yo, en vez de apartarse de la realidad externa, puede crear otra variedad de escisión en la cual no se alucina el cuerpo ínstin-

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ti''º pero se niega su existencia mediante el empobrecimiento psíquico. En lugar de apelar a algún manejo del afecto perturbador o del saber o las fantasías no vistos de buen grado, el yo destruirá por entero las representaciones o sentimientos en cuestión, de manera que éstos no son registrados. El resultado puede ser una hiperadaptación a la realidad exterior, un ajuste mecánico, como el de un robot, a las presiones internas y externas, que sortea el mundo de lo imaginario. Esta "seudonormalidad" es de hecho un rasgo de carácter muy difundido y puede constituir una señal de peligro que indique la aparición eventual de síntomas psicosomáticos. Las creaciones del yo psicótico pueden servir con frecuencia para proteger al cuerpo de la destrucción y la muerte. Sperling (1955) observó clínicamente la alternancia de epísodios psicóticos y psicosomáticos; yo agregaría que también la pérdida de otras pautas psíquicas arraigadas, como una perversión sexual organizada o una estructura de carácter dominante, sumada a la exposición de hechos lo bastante traumáticos como para superar el buen funcionamiento de las defensas neuróticas, puede exponer al individuo al ataque psicosornátíco. Dos breves ejemplos pueden aclarar esta idea. Una paciente con defensas caracterológicas rígidas e intransigentes había inventado una serie de tácticas para hacer frente a su angustia sexual. Por empezar, afirmaba que el sexo no tenía ningún interés para ella y que le complacía ser frígida. Pero como no deseaba que esta falta suya de interés sexual perjudicase al marido, había establecido un sistema según el cual la pareja fijaba de antemano los días y horas en que iba a mantener relaciones sexuales. A veces ella lograba que su marido se olvidase de estos encuentros, o los postergaba todo lo posible. El sistema funcionó bastante satisfacto-

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riamente, desde su punto de vista, hasta que en una oportunidad el marido le envió desde el exterior un telegrama anunciándole su imprevisto regreso de una gira de negocios que le había llevado dos meses, en el que incluía alguna referencia a su "encuentro sexual". Mi paciente no se percató de haber tenido ninguna reacción emocional ní soñó nada esa noche, pero a la mañana siguiente tenía el cuerpo totalmente cubierto de una urticaria, por primera vez en su vida. La súbita noticia había surtido en ella el efecto de un trauma al desbordar y volver inoperantes sus defensas habituales, sin que otras pudiesen ocupar su lugar. Otro paciente me jnformó que durante la guerra una bomba explotó junto a él matando a sus compañeros, en tanto que él quedó desvanecido e inconsciente. Al recuperarse, comprobó que no había sufrido ninguna herida, pero su piel estaba cubierta de grandes manchas de psoriasis, afección que hasta entonces le era desconocida. No podemos afirmar que la explosión de la bomba "causó" la psoriasis; lo que sucedió fue que sobrepasó sus defensas psíquicas normales frente al peligro, dejándolo a merced de la "explosión" somática. Sin duda, cada individuo tiene un umbral más allá del cual sus defensas no están en condiciones de hacer frente a lo que sobreviene, momento en el cual es el cuerpo el que carga con el fardo. Esto me lleva al modelo teórico de los psicosomatistas de París, que comprende una teoría económica de la transformación psicosomática y el concepto de estructura psicosomática de la personalidad (por oposición a la estructura neurótica, psicótica o perversa). La teoría económica está íntimamente ligada a la primitiva teoría de las neurosis actuales, donde el énfasis recaía en la descarga instintiva que elude la elaboración psíquica, a raíz de una representación deficiente y de una

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-disminución en la respuesta afectiva; en suma, un empobrecimiento de la capacidad de simbolizar las demandas instintivas y su conflicto con la realidad, así como de elaborar fantasías. Al sortear ]a psique, la energía instintiva afecta directamente al soma, con resultados catastróficos. Este particular enfoque teórico de las formaciones psicosomáticas se opone por completo a la teoría de la formación histérica, resultado de las elaboraciones reprimidas de la fantasía, en tanto que aquéllas son resultado, precisamente, de la falta de dicha actividad psíquica. La imposibilidad de representar simbólicamente los conflictos instintivos lleva a una modalidad específica de funcionamiento psíquico, que a su vez puede determinar una "estructura psicosomática de carácter", corno apuntan Marty, M'Uzan y David (1963). En cada caso, los autores han delineado ciertas características observadas en pacientes psicosornáticos graves, luego de varios años de investigación (véase el capítulo 6): l. Relaciones objetales inusuales, que carecen, sobre todo, de afecto libidinal. Esto se manifiesta también en las entrevistas, donde estos pacientes muestran poco interés en la investigación y prácticamente ninguno en el invest1gador, comparados con otros. 2 . El uso de un lenguaje empobrecido, según se advierte en particular en lo que los autores denominan pensamiento operativo. Aluden a pensamient os extremadamente pragmáticos, como los de las siguientes respuestas: "¿Qué clase de mujer es su madre?". Respuesta: "Bueno, ella es alta y rubia". "¿Cuál fue su reacción cuando se enteró de la muerte de su novio?" "Bueno, pensé que tenía que recobrarme". "¿Se sintió perturbado cuando atropelló a esa mujer con el bebé en brazos?" "No, tenía un seguro que ~e cubría los accidentes contra

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terceros." En estos tres casos, se le interrogó a cada paciente acerca de circunstancias que parecían estrechamente ligadas a la aparición de su grave enfermedad psicosomática. Al escuchar la grabación de tales entrevistas, llama la atención la falta de todo afecto y la impresión de un desapego inusual. Estas respuestas tienen resonancias psicóticas, pese a lo cual en los restantes aspectos de la vida de estos pacientes no hay nada que se asemeje a un funcio!lamiento yoico psicótico ni a ninguna forma de trastorno psicótico del pensamiento. Más aún, el "pensamiento operativo" puede ser muy intelectual y abstracto. M'Uzan ha puntualizado que su rasgo sobresaliente es el desapego "respecto de cualquier representación verdaderamente viva de un objeto interno". 3. La ausencia notoria de síntomas neuróticos y de adaptaciones neuróticas del carácter. 4. Aparecen gestos faciales, movimientos y ademanes corporales, manifestaciones sensoriomotrices y dolor físico allí donde cabría suponer la aparición de manifestaciones neuróticas. 5. Las entrevistas previas se caracterizan por una inercia que amenaza con poner fin al diálogo, a menos c¡ue el investigador se empeñe resueltamente en estimular la aparición de material asociativo vinculado a las relaciones del paciente, su experiencia vital y su enfermedad. Hechos dolorosos o dramáticos de la propia vida se narran con muy pocos matices emocionales, o se omiten si no se solicita expresamente que sean referidos. Un trabajo de Fain y David (1963) destaca la importancia del sueño y la fantasía inconsciente en el mantenimiento del equilibrio psíquico. Los autores repasan la obra de Despert, Lewin y French, y la vinculan a sus propias investigaciones, enunciando entre sus conclusio324

-nes que el paciente psicosomático tiene dañada su capacidad para crear fantasías a fin de hacer frente a las angustias infantiles y del presente. Se trazan comparaciones con pacientes psicóticos, quienes en circunstancias similares a las que precipitan la enfermedad psicosornática sufren episodios alucínatorios. A diferencia del psicótico, el paciente psicosomático permanece estrechamente ligado a los hechos y cosas de la realidad externa. Su yo puede revelar un empobrecimiento, pero no hay distorsión de la realidad. Sin embargo, en ambos casos surgen problemas patológicos proporcionales a la incapacidad del individuo para recurrir a la regresión o a los sueños. Esta comparación recuerda los hallazgos clínicos de Sperling (1955), quien había señalado la alternancia de estados psicóticos y enfermedades psicosomáticas en un mismo individuo, aunque sus conclusiones teóricas fueron muy distintas. Pasaré ahora al importante aporte de Fain (1971) sobre los inicios de la vida de la fantasía y su papel en la predisposición a la enfermedad psicosomática. Debemos incluir en él los descubrimientos de una investigación anterior (Fain y Kreisler, 1970) sobre bebés que padecieron serios trastornos psicosomáticos en sus primeros meses de vida. Uno de los grupos estaba compuesto por bebés que sólo podían dormirse si eran continuamente acunados en brazos de su madre, pues de lo contrarjo sufrían un insomnio casi total. Los estudios de Fain indican que estas madres habían fracasado en su función de proveer una coraza protectora contra los estímulos excitantes, precisamente por cumplir en demasía con dicha función. En vez de permitir el desarrollo de una forma primitiva de actividad psíquica afín al soñar, que habilita al bebé a dormirse pacíficamente luego de comer, estos niños requerían que la madre fuese el guardián permanente de su sueño. El autor vincula este

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colapso de la capacidad de recrear simbólicamente un buen estado del ser interno con la imposibilidad conexa de desarrollar una actividad autoerótica. Las organizaciones de Fain lo llevan a concluir que estos bebés no tienen una "madre satisfaciente" (mere satisfaisante) sino una "madre calmante" (mere calmante). A raíz de su propia problemática, esta última no permite a su bebé crear una identificación primaria que lo haga dormir a un que no esté en contacto continuo con ella. Los casos de asma infantil muestran una relación igualmente perturbada entre la madre y el bebé. Se hicieron observaciones análogas sobre madres de niños alérgicos. Estas madres parecen permitir únicamente las satisfacciones obtenidas en contacto directo con ellas, bloqueando en sus hijos toda actividad autoerótica así corno la capacidad para el desarrollo psíquico. "Hemos postulado -escribe Fain- que estas madres desean inconscientemente llevar de vuelta a sus hijos al estado fetal de bienaventuranza dentro de su cuerpo".1 En otras palabras, encontramos aquí una exageración patológica de una actitud instintiva normal en la madre, a saber, la de crear para su recién nacido un mundo protector semeja nte al del últero, hasta que sea capaz de basta rse a sí mismo; sólo que, llevada por sus necesidades inconscientes, no crea en estos casos las condiciones para que el niño asuma dich a función. Si el interés libidinal de la madre en los rest antes aspectos de su vida, particularmente de su vida a morosa, no la lleva a desinvestir sufi cie ntemente al bebé (por ejemplo, deseando que se quede pacíficamente dormido y la libere así para que ella pueda ocupa rse de las demás cosas), puede ejercer en demasía su papel protector, ma nteniendo al bebé atado a s u presencia corporal. l.

Los fragmentos cita dos fueron t oma dos de Fa in (1971); la

traducción al inglés me pertenece.

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Fain describe tres tipos de pautas del dormir de los bebés vinculadas al funcionamiento psíquico temprano: en el primer caso, el bebé hace mientras duerme pequeños movimientos de succión; en el segundo, duerme con el pulgar firmemente implantado en la boca; en el tercero, succiona de manera frenética y no se duerme. Tenemos aquí tres modalidades de autoerotismo que presentan diferencias cualitativas en cuanto al equilibrio entre la motricidad y la capacidad de representación psíquica. A su vez, esto implica una diferencia en la distribución de la libido narcisista y la parte de la libido que queda adherida al objeto. El primer tipo de bebés refuerza su capacidad para seguir durmiendo mediante alguna descarga alucinatoria de la excitación; el segundo requiere un objeto real durante un período mucho más prolongado; los bebés de la tercera categorías inician un ciclo peligroso de descargas interminables. De su observación de las madres, los autores llegan a la conclusión de que "la investidura continua del bebé por parte de la madre impide el desarrollo del autoerotismo primario y esto conduce, automáticamente, a una situación sumamente peligrosa: la actividad libidínal queda excluida de la cadena simbólica. (. .. ) Este tipo de falla materna se ve acompañada frecuentemente por una falla correspondiente en el papel del padre como figura de autoridad" (pág. 323). Esta referencia a las actitudes parentales indica que ya están sentadas las bases para las modalidades eventuales de reaccionar ante la crisis edípica. En el extremo opuesto de la escala de trastornos psicosomáticos infantiles se encuentra la extraña enfermedad conocida como mericismo, en la que el bebé regurgita y vuelve a tragar de contínuo su con~enid o estomacal hasta que se produce su deshidratación y agotamiento. En este caso el bebé ha creado prematura-

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mente un objeto autoerótico que le permite prescindir de su madre. Las observaciones realizadas con las madres de estos niños revelan que, entre otras restricciones poco habituales, les prohíben severamente toda actividad autoerótica normal. "Reaccionan ante la succión del pulgar por parte del niño como si fuese una verdadera masturbación edípica, que debe suprimirse a toda costa." En significativo contraste con los bebés insomnes, los mericistas duermen bien. El autor señala que, para dormir, el bebé debe desarrollar la capacidad para una adecuada actividad autoerótica así como para mantener en forma autónoma su protección contra los estímulos internos y externos. Estos niños logran desinvestir su sensorio, pero hay pese a ello una seria brecha simbólica, por cuanto la ausencia de la madre no es compensada psíquicamente de ninguna manera, sino por completo desmentida: el bebé crea precozment e su propia barrera para prDtegerse de su ausencia, y esa barrera continúa aislándolo de ella aunque esté presente. La madre es la testigo impotente de la actividad autoerótica del bebé. "El objeto externo es 'percibido' ante todo en la parte del cuerpo formada por la zona boca-esófagoestómago. [En estos niños] hay una separación total entre el mundo instintivo y la región somática en donde se hacen sentir los impulsos orales, por un lado, y por el otro el sensorio que capta los estímulos del mundo externo." Vemos, pues, que en esta temprana etapa puede crearse una suerte de grieta primaria entre los impulsos del ello y sus eventuales representaciones tomadas del mundo externo. Las metas instintivas y la actividad autoerótica corren entonces el riesgo de volverse literalmente autónomas, separadas de cualquier representación mental de un objeto. Estos pueden ser los cimientos de una subsiguiente y peligrosa separación entre la psique y el soma en la vida adulta. Creo que es

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afín a esta línea de investigación la teoría de los "elementos beta" no digeridos, de Bion. Desde un punto de vista histórico*genético, la inves* tigación de Fain sugiere que existen dos tendencias predominantes en las relaciones madre-bebé capaces de generar una predisposición a la patología psicosomática. La primera es la prohibición inusualmente severa de todo intento del bebé por crear sucedáneos autoeróticos de la relación materna, con lo cual queda viciado el punto nodal para la creación de representaciones del objeto interno y los incipientes elementos de la vida de la fantasía. La segunda tendencia es la antítesis de la anterior: la madre se ofrece a sí misma continuamente como único objeto de satisfacción y de viabilidad psí* qmca. La obra de Spitz (1962) sobre las relaciones madrebebé y su importancia en el desarrollo o falta de desarrollo del autoerotismo coincide, en muchos aspectos, con las observaciones de Fain en su investigación. Podría decirse que todo se reduce a dejar al bebé demasiado o demasiado poco espacio psíquico para ser mentalmente creativo por cuenta propia. Mi experiencia clínica, deri* vada sobre todo de la labor analítica con adultos, muestra que los pacientes con reacciones predominantemente psicosomáticas ante las situaciones de angustia revelan imagos parentales en las que aparecen ambas tendencias. Una paciente tuberculosa que presentaba muchos otros síntomas psicosomáticos describía a su madre así: "Era tan exigente, estaba tan apegada a mí, que yo tenía que permanecer constantemente a su lado. No podía acercarme a nadie más . Ella lo impedía total* mente. Al mismo tiempo, no había en su actitud hacia mí ni rastros de cariño, como si lo único que quisiese fuera controlar por completo mi ser físico. Desde el punto de vista emocional, no reconocía mi existencia.

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(. .. )Ahora sé que mis brotes de eccema reaparecen cada vez que me siento abandonada por mi novio. ¡Y también cuando usted se va de vacaciones! Cada vez que me siento manipulada y controlada, me vuelven estos trastornos que me invalidan. Sentirme abandonada y controlada son, en ambos casos, maneras de volver a traer a mi madre." No creo que sea erróneo describir la obra de Fain diciendo que las madres a las que se dirigieron las observaciones de su investigación cumplían una función adictiva. El bebé llegaba a necesitarlas como un adicto necesita su droga, o sea, con una dependencia total del objeto externo, para. enfrentar situaciones que deberían poder manejarse merced a medios de autorregulación psicológica. 2 En mi labor clínica me he encontrado con imagos similares en pacientes que presentaban comportamientos de acting out, más que adicciones y síntomas psicosomáticos, principalmente en las perversiones y las estructuras de carácter signadas por las reacciones de descarga. Ya sea por estar demasiado próxima al bebé o demasiado lejana, la madre no desempeña la función de protegerlo contra el torrente de estímulos a que está expuesto, y no puede dotar de sentido a sus comunicaciones no verbales. Se corre entonces el grave riesgo de que se deteriore la capacidad del niño para conferir rudimentos de sentido a lo que vívencia y para representarse psíquicamente los impulsos de su ello y sus objetos subsigllientes. A la larga, también se confundirá la diferencia entre representación y símbolo. Estamos pues ante el sustrato de un amplio espectro de trastornos clínicos en que el indivíduo es impulsado a la "'acción" en vez de ser llevado a la actividad y a la contención psíquicas. 2. Cabe suponer que también para la madre el bebé cumplía en estos casos la función de un objeto adictivo, un objeto necesitado más que deseado.

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La ausencia y la diferencia, las dos experiencias de la realidad en torno de las cuales se construye la identidad, deben tornarse significativas e imbuirse de significado y valor 1ibidinales si se pretende que el individuo cree un modelo psíquico viable de su existencia y de su lugar dentro del orden de las relaciones humanas. Sobre la base de este temprano modelo de la Otredad se edificará el modelo edípico, un esquema para dotar de sentido a las relaciones sexuales y sociales y para simbolizarlas. Aquí cobra significación el rol del padre, ya transmitido en importante medida a través de la economía psíquica de la madre. Este factor puede ser luego decisivo para determinar qué "soluciones" psicológicas predominarán en la vida adulta. Si puede afirmarse que las personalidades psicosomáticas son "antineuróticas" debido a su incapacidad de crear defensas neuróticas, desde otra perspectiva también puede decirse que son "antipsicóticas", por cuanto están "hiperadaptadas" a la realidad y a las dificultades propias del vivir. Si bien las diferencias yoicas son notables desde un punto de vista fenomenológico, ambos estados parecerían derivar de una quiebra del funcionamiento simbólico, y es previsible que en algún punto se presenten similitudes. Ya hemos señalado dos : una cierta cualidad de las relaciones objetales y las tendencias a ahogar o anular la afectividad. La obra de Ekstein con niños psicóticos permite comprender mejor ciertos rasgos que recuerdan aspectos de los pacientes psicosomáticos. Tomemos, por ejemplo, su estudio de la preocupación que muestran los niños psicóticos por los monstruos, conectada con su imposibilidad de ~ontener y elaborar su excitación interna. Yaha1orn (1967) sintetiza esta investigación así: "La presión de lo que [el niño psicótico] desea pero teme cede ante su impulso interior. Procura aferrarse a algo concreto, acce-

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l sible a sus sentidos inmediatos, para escapar de ser avasallado por una invasión de materia arcaica. Convoca entonces a alguna criatura, a un introyecto delirante, corno una suerte de superyó sustitutivo" (pág. 375; la bastardilla es mía). Este mecanismo está muy ligado a la tendencia de la personalidad psicosomática a aferrarse a los aspectos concretos y fácticos del vivir y perseguirlos tenazmente. Dice YahaJom: "A fin de liberar un impulso con alivio, tiene que haber la representación de un 'objeto' que absorba esa liberación. Puede llamársela el elemento de seguridad. El elemento de seguridad originario es la 'madre saciadora', y la seguridad explica la búsqueda incesante de un 'eco materno"' (pág. 375). La "madre saciadora" recuerda notablemente a la "madre adictiva" de los bebés que padecen enfermedades psicosomáticas. Confío en demostrar m ás tarde de qué forma se pone de manifiesto clínicamente un tipo similar de relación de objeto en los analizandos "psicosomáticos". En ambos casos (madre saciadora y madre adictiva), el niño corre el riesgo de no tener una auténtica relación de objeto. La pequeña paciente que describe Yahalom en su artículo revelaba la típica distorsión del verdadero funcionamiento simbólico en su uso de las palabras y su falta de afecto. Este autor señala también que las defensas psicóticas a veces bloquean la conciencia de la sensación, o incluso deniegan l9_s _elementos del yo observante que son más afectados por la amenaza de pérdida; todo lo cual se aproxima en grado notable al concepto de "pensamiento operativo", rasgo distintivo de las comunicaciones del paciente psicosomático. La búsqueda desesperada de hechos y cosas externos y la tendencia a trata r a las personas como si fuesen cosas, en una tentativa de "aferrar cierto fragmento del vivenciar" (Rochlin, citado por Yahalom), recuerda la 332

descripción que hace M'Uzan de la forma desesperada como los pacientes psicosomáticos clásicos se aferran a )o que denomina "la facticidad de la existencia". Este intento de adherirse a hechos, cosas y personas desconectados entre sí se hace sentir en el discurso analítico de ciertos pacientes, y a menudo el analista se siente perdido y no atina a comprender por qué el paciente le narra los hechos de su vida diaria sin traza alguna de afecto o interés por la significación que puedan tener para él. Esto recuerda asimismo los rituales a que apelan los pervertidos sexuales cuando se sienten amenazados. El acto ritual contribuye a superar la angustia de castración, que es indebidamente intensa a raíz de que nunca se volvió verdaderamente simbólica de las realidades sexuales, y por ende es empleada para disipar mediante medios externos la amenaza a la integridad narcisista. Es interesante señalar que cuando Yahalom quiere ilustrar este punto referido a los rasgos psicóticos, toma como ejemplo un paciente homosexual que aseguraba "haberse enamorado de su pareja por el maravilloso olor de su cabello". Me parece que aquí nos encontramos ante la falta de estructuras simbólicas que confieran significado a las representaciones y sus afectos conexos, de modo tal que las sensaciones y experiencias provenientes del exterior y el interior no pueden ser prontamente integradas a un sistema psíquico elaborado. A falta de un modelo psíquico sólido de la propia existencia como individuo en relación con otros, sobrevendrá por supuesto el sentimiento de la peligrosa ínsuficíencía de la "seguridad" interna. Si el modelo no contiene ... todo lo experimentado, el individuo vivirá su existencia como un fenómeno avasallador, preñado del peligro de quedar sumergido en él y de perder la identidad. En tal caso, h ay que buscar la "seguridad" en el mundo externo. Nor-

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malmente, la adquisición del lenguaje y de otras capacidades simbólicas permite al niño desarrollar una red creciente de representaciones internas y liberarse así de su dependencia desvalida respecto del ambiente y de sus objetos importantes. De este modo, está en condiciones de hacer frente a la frustración y la excitación a través de la mediación simbólica. Al tratar de abordar la estructura que está en el sus· trato de todos los "trastornos de la acción", incluidos los "actos" psicosomáticos, nos hallamos en el terreno de los fenómenos transicionales y asistimos a la tentativa de hacer que ciertos objetos sustitutivos del mundo externo cumplan el cometido de los simbólicos, que están ausentes o han sido dañados en el mundo psíquico interno. Esta tentativa está condenada al fracaso. La víctima de esta clase de falta incurrirá en interminables repeticio· nes y apegos adictivos a los objetos del mundo exterior. Volviendo, entonces, a las notables diferencias entre las creaciones psicosomáticas y psicóticas, podríamos decir que en tanto que el niño psicótico se aferra a un "mons· truo" delirante para paliar la falta del objeto interno brutalmente proyectado al exterior, el niño psicosomático ha aquietado precozmente a sus "monstruos": los ha perdido . Quisiera sugerir que existen elementos fantaseados arcaicos enterrados en algún lugar profundo de lo inconsciente, pero al no poder articularse lingüísticamente, carecen de acceso al pensamiento preconsciente o consciente. Almacenados en un nivel presimbólico, no encuentran expresión ni siquiera en los sueños. {Yo diría que todos contenemos estos monstruos que nacieron muertos.) Con un sustrato psíquico en el que a los "monstruos" no se les permitió crecer ni fueron proyecta· dos a modo alucinatorio sino simplemente rechazados a través de la ausencia de alimento psíquico, lo faltante es algo mucho más sutil. 334

Tal vez podríamos invocar aquí un concepto coD'.Ií<1!11 ii!lllJ de alucinación negativa, cuyos perfiles fueron expl·Cllr• dos de diversa manera por Bion (1962), Green (19731 J Fain (1971). Esta modalidad de funcionamiento psíquíOilll provocaría una detención del desarrollo del yo marcad.amente distinta de la que hallamos en la psicosis: la escisión, e1 cisma son trazados de otro modo. En los estados psicóticos el yo es avasallado por el mundo imaginario cuando se desliza fuera de sus huellas, y a partir de entonces ya no puede cumplir su función inicial de inhibir la realización alucinatoria (Freud, 1915a). El yo del psicosornático ha sofocado los elementos arcaicos de la fantasía en sus inicios y queda entonces escindido de sus raíces instintivas, dejando pocos elementos en pie para la creación de delirios psicóticos. Estos pueden, de hecho, ver la luz bajo el impacto del proceso psicoanalítico. Mi experiencia clínica con analizandos que padecían trastornos psicosomáticos serios me enseñó que en algunos casos debían recrear sus monstruos psicóticos y convivir un tiempo con ellos en forma proyectada, hasta poder contenerlos e integrarlos. Esta clase de crecimiento psíquico permite a los pacientes sentirse vivos de otro modo, aunque les provoque cierto padecimiento anímico. Lo que cobra vida no es sólo dolor neurótico sino también muchas creaciones perversas y "locas". Cierto es que hay creaciones del espíritu más sublimes que las perversiones y las psicosis, pero en definitiva es mejor estar loco que estar muerto.

OBSERVACIONES Y ESPECULACIONES

Cuando intento esbozar una "personalidad psicosomática" únicamente sobre la base de mi propia experiencia clínica, con frecuencia me detiene abruptamente el

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l hecho de que los analizandos "psicosomáticos" despliegan la más amplia variedad de estructuras de personalidad. Pero lo cierto es que vienen al análisis a raíz de sus síntomas neuróticos y sus rasgos de carácter, lo cual quizá los diferencia de aquellos pacientes que no reconocen ningún padecimiento psicológico y sólo acuden en busca de ayuda para remediar sus síntomas físicos -la estructura caracterológica de estos últimos ha sido bien definida por los investigadores de este campo en diver· sos países-. Sin embargo, esta aparente desemejanza puede ser equívoca. A medida que avanza el análisis de pacientes que presentan muchas reacciones psicosomátícas, uno se encuentra con que algunos de ellos han creado intensas reacciones defensivas contra la angustia, y en cambio otros se han entregado a ésta. Tomemos, por ejemplo, la pauta de hiperactividad observada por muchos psicosomatistas en sus enfermos. Si bien a menudo verifico la presencia de este rasgo de carácter en pacientes cuyos síntomas son predominantemente somáticos ante situaciones de conflicto, en circunstancias similarei;; he encontrado un número no menor de pacientes que se sienten deprimidos y apáticos, y se quejan de su dificultad para seguir adelante. Los hiperactivos tal vez empleen defensas maníacas contra su incipiente depresión y la tendencia a la inercia. Respecto de la estructura de carácter y las manifestaciones psicosomáticas específicas, he llegado a pensar, nuevamente, que mis primeras impresiones clínicas fueron erróneas. Bastará un ejemplo. Durante largo tiempo tuve amplia evidencia clínica de que los pacientes míos que adolecían de afecciones alérgicas cutáneas tenían una extremada sensibilidad al medio y tendían a protegerse, física y psíquicamente, de ser rasguñados o lastimados. Por el contrario, parecía que mis pacíentes con problemas del tracto respiratorio

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(en su mayoría tuberculosos o asmáticos) trabajaban hasta el agotamiento y, respecto de su salud física, no sólo eran audaces sino hasta temerarios. A medida que pasaba el tiempo, me encontré con pacientes tuberculosos tan sensibles como bebés respecto de su ser físico, y con pacientes que padecían de eccema y cuyos ideales corporales eran audaces. Más tarde me topé con analizandos que padecían ambos tipos de perturbación somática. Si bien las futuras investigaciones permitirán, sin duda, comprender mejor los factores estructurales ligados a la elección de la expresión psícosomática, por el momento el enfoque más promisorio parece ser la exploración de un posible "mecanismo psicosomático", forma específica de funcionamiento que predispondría al individuo a creaciones psicosomáticas, en lugar de psíquicas, ante situaciones de conflicto o de estrés. Por consiguiente, al referirme en esta sección a los pacientes "psicosomáticos", aunque no pueda trazar los límites de dicho concepto, estaré aludiendo a los analizandos que tienden a reaccionar ya sea con enfermedades psicosomáticas o con una mayor propensión a las infecciones y los accidentes físicos cuando enfrentan sucesos traumáticos y situaciones conflictivas derivados del pasado o el presente (incluida la situación analítica). Si bien es teóricamente importante diferenciar una verdadera enfermedad psicosomática, corno una colitis ulcerosa no específica, de la contracción de un mal como la tuberculosis, en este punto me interesa sobre todo lo que podría importar para una "disposición psicosomática" y los signos que podrían revelar su existencia, más allá de la propia enfermedad somática. Quiero dar ahora algunos ejemplos clínicos de pautas sexuales y relacionales comunes a la mayoría de los pacientes psicosomáticos. Se advertirá que no se re-

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fieren únicamente a personas que han declarado tener manifestaciones psicosomáticas. Sin embargo, pueden poseer un cierto valor de pronóstico y tornarnos conscientes de la amenaza de eventuales transformaciones somáticas bajo el impacto del proceso analítico. A r aíz de su carácter asimbólico, estas manifestaciones permanecen en un completo silencio hasta su concreción somática, y por ende es preciso pre~tar oídos a algo que no está ahí presente, a una bn'·~ha psíquica en la que podría aparecer una creaci6a somática en vez de una psicológica. Reitero que todos los analizandos de que me ocuparé recurrían a un cierto número de mecanismos neuróticos (de lo contrario no estarían en análisis), y en la mayoría de los casos no daban mucha importancia a su historia psicosomática o ni siquiera la mencionaban.

RELACIONES SEXUALES Y OBJETALES

Cuando los pacientes psicosomáticos hablan de sus relaciones amorosas y sexuales, uno vuelve a encontrarse escuchando una dimensión faltante. Esto se halla en marcado contraste con la forma como los pacientes neuróticos presentan sus relaciones amorosas de tipo neurótico. Por supuesto, estos últimos acuden en busca de ayuda fundamentalmente por sus problemas sexuales, o por los síntomas que constituyen una transacción inconsciente y una "solución" a su conflicto. La gente con

reacciones psicosomáticas ante el conflicto, si bien puede traer problemas correspondientes al ámbito edípicogenital, más a menudo acude al análisis por sus sentí~ mientas de desesperanza ante todas sus relaciones personales, o por su afecto depresivo en general. Esta vaga caracterización clínica se superpone, a todas luces, con las llamadas neurosis de carácter, aunque por lo común

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no incluye los mismos destinos ni los mismos fracasos que suelen desplegar los "problemas caracterológicos". Con frecuencia, tampoco presentan problemas sexuales manifiestos. El análisis revela que estos pacientes (hombres y mujeres) se refieren a sus parejas sexuales y las tratan como si fuesen madres que los alimentan y de las que dependen de forma desesperada. Por más que a veces no se dan cuenta de su apego emocional a tales personas, se aferran con avidez a ellas y suelen caer enfermos fisicamente cuando amenazan con abandonarlos. No obstante, con igual frecuencia las personalidades psicosomáticas ponen en evidencia lo que parecería ser una pauta inversa: sus objetos amorosos son en alto grado intercambiables, y su exigencia cardinal con respecto a ellos es que simplemente estén presentes. Es "alguien" a quien se adjudica el rol de "seguro contra todo riesgo" y cumple, por lo tanto, la función de un objeto transícional. Ambos tipos de relación de objeto se conectan con relaciones tempranas traumáticas entre la madre y el bebé, y es notorio que estas clases de dependencia recuerdan a las madres "adictivas" de los bebés psicosomáticos estudiados por Fain y a las madres "saciadoras" de los niños psicóticos de Ekstein. Atrajo mi atención, en primer lugar, esta clase de apego sexual en analizandos que habían padecido tuberculosis pulmonar. Con una sola excepción, todos habían caído enfermos en momentos en que se separaron de su pareja o fueron abandonados por ésta; y, consciente o inconscientemente, dicha pareja representaba a la madre adictiva de la temprana infancia. Ninguno de ellos estaba advertido del grado de su pesar o desconsuelo, con frecuencia porque ni siquiera sospechaban el papel ambivalente del Otro ni el hecho de que ellos habían sufrido un despojo, y por lo tanto no eran capaces de elaborar la pérdida. Parecía como si en vez de

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abrir su corazón al dolor, hubieran abierto sus pulmones a la invasión de los bacilos de la tuberculosis. Me he topado con dos casos de colitis ulcerosa en los que existía una incapacidad similar para elaborar sentimientos de rechazo o reelaborar un proceso de duelo. Un caso expuesto por Loriod (1969), de un paciente con múltiples transformaciones somáticas, pone notablemente de relieve esta renuencia a la experiencia o a entregarse al dolor anímico. EJ análisis de este aferramiento desesperado al Otro (o a los Otros no diferenciados) permite comprender que se trata menos de una dependencia sexual que de una protección contra el sentimiento de la pérdida de identidad y la amenaza de una aniquilacián total. Una paciente cuya dependencia de su amante era tal que cualquier amenaza o rompimiento de la relación significaba para el1a una descarga inm ediata en síntomas somáticos de diversa especie lloraba en tales ocasiones, pero luego agregaba, invariablemente, que "no sabía por qué lloraba". Después de cuatro años de análisis, descubrió que nunca se sentía del todo "real" en una relación. El ineludible apremio a establecer con la analista un lazo igualmente dependiente la compelía a permanentes acting outs, en vez de enfrentarse con su deseo y el pánico que éste le provocaba. "Me resulta fastidioso tener que decírselo, pero en realidad yo nunca estoy del todo allí", me confesó una vez cuando le mostré esas actuaciones suyas como reacción ante la situación analítica. "Sigo hablando como si nada pasase -agregó-, pero siempre estoy en otra parte. Y así fue toda mi vida: como si no viviera en mi propio cuerpo. Ahora, esto me empieza a aterrar; sin embargo, todo el mundo me considera tan normal... Yo sólo me siento real, sólo siento que existo cuando hago el amor. Es como si mi cuerpo se reuniese en torno de mi vagina." 340

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En otras oportunidades relató que fumar surtía sobre ella igual efecto: "Reúne mi cuerpo y mente, de modo tal que por un breve instante una tiene la sensación de que verdaderamente existe". Las relaciones sexuales cumplían para ella la función de una droga; fuera de esos momentos, tenía un profundo temor de sus sentimientos depresivos y la tendencia a caer en una inercia total. "Me gustaría quedarme todo el día tirada en la cama con una botella al lado, como Mary Barnes, sin pensar, hasta que simplemente dejase de ser." Esta paciente, inteligente y en apariencia bien adaptada, no tenía tampoco problemas sexuales; más aún, consideraba sumamente satisfactorias sus experiencias en este terreno. Como muchos otros individuos con esta modalidad particular de funcionamiento psíquico, esa apariencia exterior de "normalidad" era engañosa. Análogamente, sus relaciones sexuales debían cargar con un pesado fardo. Na die puede ser auténticame nte dueño de su integridad narcisista. ni de su sexualida d si no es dueño, simbólicamente, de su cuerpo. Si la relación sexual es l a única confirmación de l a identidad del individuo, o éste percibe que es la sola protección que se le ofrece contra los peligros ignorados de la existencia, la investirá de una gran intensidad compulsiva. Circunstancias inusuales llevaron, en el caso de la paciente a que aludo, a un rompimiento con su amante. Al perder a su pareja, lo perdió todo: su sexualidad, su autoimagen narcisista, su capacidad de donnir y de metabolizar la comida (varios de mis pacientes somatizadores sufrían una pérdida espectacular de peso en momentos en que se veía amenazada su relación con los objetos "adictivos" o en que se producía una separación efectiva). Esta paciente corría el peligro de perder su cuerpo, en todo el sentido de la palabra. El cuidado por su salud física se redujo a cero, y teniendo en cuenta su historia, advirtió

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que se estaba exponiendo una vez más a serios problemas de salud. Lo que debía ser una convicción interna (sobre su integridad narcisista y su identidad individual) tenía que ser constantemente corroborado, en su caso, desde el exterior. Dos importantes descubrimientos modificaron el curso de su análisis y toda su modalidad de existencia psíquica, alterando a la vez su sensibilidad somática. Uno de ellos se vinculó con su primera experiencia masturbatoria, a los 38 años. Bajo el impacto de este tardío descubrimiento, un día exclamó que, por primera vez en su vida, sentía que su cuerpo le pertenecía y tenía límites. Cambió su actitud ante su ser propio corporal; no sólo comenzó a prestar mayor atención a su bienestar físico, sino a su aspecto; lucía más bonita y más vivaz en su relación con las demás personas, que también empezaron a existir para ella, por derecho propio. En ciertas ocasiones se tornó más exigente, en otras sentía que tenía permiso para rechazar tareas o demandas que no le gustaban. Era como si por primera vez en su vida hubiera tomado conciencia de sus sentimientos y vínculos con respecto a la gente. Al mismo tiempo, descubrió sus sentimientos transferenciales; e:A vez de actuar para sofrenar una marea creciente de pánico ante cualquier posible emoción en la situación analítica, pudo contener y explorar esos sentimientos incipientes; en particular, la intensa emoción que le producían las experiencias de separación en la relación analítica y su enorme furia cuando yo no comprendía de inmediato Jo que procuraba comunicarme, pero sin poder hacerlo todavía verbalmente. Demandaba una presencia y comprensión permanentes que no tuvieran que pasar por los canales del lenguaje. Actuaba y sentía como un bebé incomprendido. En sus sueños y asociaciones aparecieron por esta época fantasías horno-

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-sexuales, que en definitiva contribuyeron a fortalecer su identidad sexual, al mismo tiempo que mermaban notablemente sus síntomas psicosomáticos. Relaté con algún detalle este fragmento de análisis porque es, en muchos sentidos, ejemplificador del ahogo afectivo que tan a menudo mantiene a raya una furia violenta o demandas omnipotentes, y también de los vínculos perdidos entre el sel{ fisico y el deseo sexual. La falta de reacción afectiva da un matiz pragmático y apático a las relaciones de objeto, y la brecha entre el cuerpo y sus impulsos instintivos tiene efectos perniciosos en el sentimiento de identidad. Por otra parte, en los pacien·

tes psicosomáticos suele presentarse una historia anómala en materia de masturbación, al m enos si me atengo a mi experiencia clínica. Con frecuencia, se la descubre en un momento tardío de la vida (entre los veinte y los cuarenta años), o bien se la practicó en la niñez y la adolescencia pero en formas poco normales, evitando todo contacto entre la mano y los genitales, y en muchos casos desprovista de todo contenido fantaseado. Habitualmente se renunció, sin compensaciones de ningún tipo, a los intentos anómalos de satisfacer los deseos sexuales, en caso de haberlos, con lo cual no se desarrollaron en prácticas perversas organizadas ni fueron reprimidos para convertirse en la materia prima de síntomas neuróticos ni proyectados y recuperados de forma delirante. En lugar de ello, lo que hay es una destrucción del afecto y una pérdida de la representación simbólica de los deseos sexuales. Este estado de cosas es lamentable, ya que las relaciones sexuales corren el riesgo de volverse pragmáticas y compulsivas, y la experiencia padece a raíz de su empobrecimiento imaginativo. ¡Parece indudable que la zona más intensamente erógena del ser humano esté localizada en su mente! En la vida sexual de estos

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pacientes hay, pues, una dimensión "operativa". En el curso del análisis, las fantasías que puedan construirse para corresponder a los estados afectivos de que el paciente toma conciencia (y esto puede llevar varios años) suelen ser extremadamente arcaicas y perturbadoras, Jo cual, a su vez, precipita nuevas fugas hacia el actíng out, de modo tal de no dar ninguna cabida a la fantasía o a la eventualidad de "contener" un deseo sexual. Un paciente expresó este dilema en los siguientes términos: "No soporto ser acariciado o tocado por una chica si no voy a hacer el amor con ella de inmediato". Al preguntársele qué podría ocurrir en caso de que no fuese capaz de concretar enseguida ese proyecto, no supo cómo explicar de qué manera crecía en él el pánico: "Porque nunca me imaginé haciendo el amor con alguien. Siempre me digo que debo planear las cosas de manera de tener todas las noches alguna chica con quien dormir, ya que simplemente me es imposible estar solo. Nunca en mi uida experimenté un deseo sexual". Más adelante, este paciente permitió que florecieran en su imaginación fantasías sexuales, aunque durante mucho tiempo pensó que tenía que actuarlas, por más que ello le hiciera correr ciertos albures sociales. Otro paciente, en una fase similar del análisis, sintetizó su sentir así: "Pero si llego a tomar conciencia de un deseo mío, entonces tengo que hacer cualquier cosa para satisfacerlo; de lo contrarío, ¿para qué serviría imaginarse cosas?". El temor de soportar la frustración de un deseo sólo es equiparable al temor de volverse loco. Un tercer paciente psicosomático, quien también intentaba comprender su temor al fantaseo, expresó: "Pero usted no comprende ... Si yo me permitiese pensar, no importa qué, terminaría como Don Quijote, con una cacerola como casco, embistiendo contra los autobuses".

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Estos tres pacientes pudieron "resexualizar" su cuerpo y su mente, por así decir, y vivir relaciones sexuales significativas. Los tres se aterraban ante la perspectiva de dar a su imaginación cierta libertad, no menos que ante la idea de que sus pensamientos e impulsos se tomarían incontrolables. Aquí ingresamos en el dominio de la retención, que tiene claros orígenes

en la fase anal, así como en el de la incapacidad para conferir un significado libidinal a la capacidad para retener, al principio, las propias heces y todo lo que ellas simbolizan, luego los propios pensamientos, impulsos y objetos internos. Otro tema importante eran las fantasías de ser envenenado o de correr el riesgo de explotar si se contenían los impulsos a la descarga, pero con esto abandonamos el ámbito de lo psicosomático y entramos en un terfitorio neurótico familiar. Esto me lleva a un hecho clínico que entraña cierta confusión teórica. Es mi convicción de que los síntomas psicosomáticos, que en principio surgen a raíz de la falta de representación simbólica y de expresión afectiva, a menudo son susceptibles de un proceso de "histerización" o de "obsesívización" cuando se alienta al analizando a inventar situaciones que acompañen sus síntomas somáticos. La resistencia es considerable, pero de vez en cuando se obtienen resultados gratificantes, cuando una manifestación somática que hasta entonces casi no había atraído la atención se vuelve poco a pocc significativa. Las fantasías suelen ser perturbadoras para el paciente por su carácter arcaico o su contenido sadomasoquista. Un paciente ulceroso, poco dado a la ensoñación diurna (particularmente en lo tocante a sus relaciones sexuales), produjo la fantasía de íngerir la materia fecal de su pareja, acompañada por una masiva excitación erótica, que gradualmente se convirtió en una idea com-

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pulsiva. Sus experimentos en la creación de fantasías en torno de sus fluctuantes estados emocionales y sensaciones corporales prosiguieron, y comenzó a idear ensueños cada vez que le volvían esas sensaciones dolorosas que, como él sabía bien, eran premonitorias de una recurrencia de su patología gástrica. Por lo común, dichas fantasías se vinculaban a la incorporación: beber esperma, comer trozos de piel, morder pezones y glandes, etc. No sólo desaparecieron, por primera vez en muchos años, sus síntomas gástricos sino que hubo un avance notable desde el punto de vista del análisis. Sus síntomas y el aparato digestivo en general se tornaron objeto de interés psíquico para él, arrojando luz sobre muchos aspectos de su vida y de su estructura caracterológica. Estos progresos se lograron a pesar de una considerable resistencia, ya que temía que tales fantasías lo volvieran loco y lo impulsaran a actuar lo imaginado. Poco a poco edificó una actitud fóbíca frente a tales ideas, que adquirieron todas las características de ideas obsesivas, y luego intentó reprimirlas. Sin embargo, con algún estímulo de mi parte, le permitió evolucionar y entrar en conexión con otras ideas, en particular el aumento de su deseo sexual auténtico y sus primeras relaciones amorosas verdaderamente libidinales. Un proceso semejante, pero que siguió un rumbo mucho más "histérico", fue el de otro paciente con patología gástrica que padecía además numeros as afecciones alérgicas en la piel. Este paciente se lamentaba amargamente del carácter aterrador de las fantasías que lo invadían cuando sufría una frustración sexual, y le reprochaba al análisis haber alentado la existencia de tales fantasías: "Me imagino que hay unos hombres que atan mis testículos con alambre y luego me arrojan a la fuerza al fondo de un profundo abismo, una y otra vez, hasta que los testículos se me desgarran. Pero lo más

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terrible es la tremenda excitación sexual que esto me produce. ¡Estoy seguro de que voy a volverme loco, y la culpa es suya!" Esta ensoñación simboliza una escena primaria arcaica con matices edípicos: el joven es forzado por los hombres a entrar en la mujer "abismal" y su castigo es la castración, aunque, como vemos, el ensueño parte de una absorción de todo el cuerpo en la excitante experiencia. Sea como fuere, poco a poco se vincula la angustia a los órganos sexuales. En el caso de este paciente, toda su "creación" imaginativa constituía un cambio notable, teniendo en cuenta su modalidad anterior, estéril, de funcionamiento psíquico, despojada de imaginación consciente y con escasos signos de una vida inconsciente de la fantasía. Hasta entonces, el signo principal de conflicto psíquico había radicado en sus explosiones somáticas, que lo aproximaban peligrosamente a las puertas de la muerte. Lo que quiero destacar, sin embargo, es que este individuo no podía dejar de conectar sus fantasmagorías de reciente cuño con sus frecuentes episodios de eccema en torno de los testículos. Si bien el eccema continuó (y se intensificó antes de las vacaciones de la analista), la conjunción eccema·fantasía le permitió al paciente una notable investidura libidinal de toda su zona genital, lo cual influyó tanto en su experiencia erótica como en la índole de sus relaciones amorosas. Estos pacientes parecen ajustarse a la categoría de los bebés observados por Spitz (1962), quienes a raíz de una temprana falla materna no se entregan jamás a lo que él denomina "juego genital normal", vale decir, la manipulación espontánea y lúdica de sus genitales en bebés que tienen una relación armoniosa y estable con la madre. También nos recuerdan a los bebés de los estudios de Fain, cuyo temprano contacto con la madre les había impedido desarrollar medios autoeróticos para

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abordar la tensión psíquica, perjudicando así en alto grado la evolución subsiguiente de la vida de la fantasía. Esta imposibilidad de tornar significativa la ausencia podría asimismo expresarse como la imposibilidad de internalizar "el pecho". Bion (1962) ha señalado que, antes de ser capaz de simbolización, el pecho debe poder ser representado en el estado de "no-pecho"; de otro modo, es puramente bueno o malo y no puede convertirse en el nexo de un ulterior pensamiento o una elaboración afectiva, con lo cual fracasa en su función simbólica. En los estados psicóticos, lo ''bueno" y lo "malo" se proyectan fuera como objetos idealizados y persecutorios; esto no sucede en las estructuras psicosomáticas, donde las diferentes representaciones del "pecho" son lisa y llanamente excluidas de la cadena simbólica y desinvestidas sin ninguna compensación. Así, los impulsos instintivos, ya sean libidinales o agresivos, corren el riesgo de no alcanzar representación. Los tempranos elementos fragmentados de la "fantasía", que supuestamente acompañarían a dichos impulsos, no se almacenan de un modo que les permita evolucionar hasta convertirse en el material de las construcciones fantaseadas neuróticas. En consecuencia, puede haber poco filtraje o lígazón psíquicos a través de los nexos fantaseados y los símbolos semánticos, y en cambio darse una tendencia a una descarga somática inadecuada. De acuerdo con la terminología de Winnicott (197la), se incluirían en esta categoría las personas que sienten constantemente la "intrusión" del medio y, al mismo tiempo, son incapaces de "usar un objeto" en forma creativa. El concepto de Winnicott sobre el uso de un objeto y sobre los individuos que no logran establecer esta relación con los objetos externos se aplica asimismo a los que recurren primordialmente a soluciones psicosomáticas ante la tensión y la angustia. Describiendo un fracaso semejante

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en el uso de un objeto interno o externo, Rosenfeld (1971) lo enunciaba diciendo que la parte sana de la personalidad es capaz de depender de otro sin temor. Todos estos diferentes enfoques teóricos abordan una misma zona complicada de la experiencia humana y se encuentran con enigmas similares en cuanto al funcionamiento psíquico. En cada uno de estos casos hay un derrumbe de las relaciones objetales a raíz del intento de hacer que el objeto externo se conduzca como un objeto simbólico, para así reparar una brecha psíquica. En tal caso, se buscará luego adictivamente ese objeto o situación. Básicamente todas las adicciones, desde el alcoholismo y la bulimia a la ingestión de píldoras para dormir o estimularse, son intentos de hacerle cumplir a un agente externo el cometido propio de una dimensión simbólica faltante. Este tipo de funcionamiento psíquico recuerda el papel del fetiche en la esfera sexual, pero en modo alguno se identifica con éste, ya que el fetiche logra reducir la angustia primitiva global respecto de la angustia de castración fálica; esta última es luego combatida mediante un manejo externo, en vez de hacerlo por medios internos. Rara vez el paciente psicosomático llega a esta "genitalización" de la angustia; él mantiene a raya los terrores que corresponden a la "castración primaria". No es ·de sorprender que encontremos en nuestro analizandos psicosomáticos constelaciones edípicas similares a las que hallamos en las perversiones sexuales, donde está muy menoscabado el rol del padre así como la importancia de su pene en cuanto objeto fálico simbólico en el mundo psíquico. El símbolo fálico sigue inserto en la madre, por lo que la angustia de castración corre el riesgo de involucrar a todo el cuerpo y el sel(, en vez de limitarse a la esfera sexual, las relaciones sexua~ les y la identidad. La lucha que libran estos pacientes es por sentirse vivos e íntegros.

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El grado en que las fantasías larvales (elementos beta), excluidas de la expresión simbólica en el preconsciente, hallen por primera vez expresión verbal y contrapartida afectiva, puede determinar la posibilidad de disminuir el riesgo de descarga somática, que de otro modo sortea el lenguaje y, con ello, la capacidad de elaborar la fantasía. Es posible que la fantasía constructiva (o sea, protectora) para abordar la ausencia y la diferencia sólo pueda ser "almacenada" como tesoro psíquico en la medida en que está contenida en las palabras y en los primeros elementos del "pensar", en el sentido de las investigaciones de Bion. Los "ataques a Ja conexión" que este autor atribuye a los estados psicóticos (Bion, 1959) se restringen, en el caso de las personalidades psicosomáticas, a un ataque contra la vida de Ja fantasía y la capacidad de r epresentar el afecto. En lugar de distorsiones yoicas nos encontramos con un yo peligrosamente autónomo. La ausencia de mecanismos neuróticos, perversos y psicóticos es una señal de alerta para el soma. Estos mismos factores también plantea n problemas en casos graves con respecto a la conveniencia del tratamiento psicoanalítico. Hay que sopesar los riesgos tanto en el sentido somático como psicológico.

DEFENSA SOMATICA Y DEFENSA NEUROTICA

La imposibilidad de crear síntomas neuróticos protectores quizá se aclare mejor con un ejemplo clínico. Tres pacientes (dos mujeres, un hombre) acudieron al análisis a raíz de su sensación de fracaso en su vida personal. Los tres habían padecido asma bronquial grave desde la infancia; se consideraba que la causa de los ataques era n diversos tipos de alergia: a los gatos, al polvo doméstico, al polen de las plantas. A medida que avan350

zaba el análisis de estos pacientes se tornaba evidente que sus ataques de asma seguían ciertas "leyes geográfi· cas": dos de ellos tenían ataques de creciente severidad al aproximarse al pueblo o a la zona suburbana donde vivía la madre; la tercera los sufría con intensidad proporcional a la distancia que la separaba del hogar paterno. Es difícil evitar la comparación de esta relación de distancia con el control neurótico del espacio geográfico en los pacientes fóbicos, pero la diferencia es considerable.J A fin de crear un objeto o situación fóbicos, la mente debe realizar muchísimo trabajo de intrincada índole simbólica. Ya sea que esto se ponga de manifiesto en las fobias conectadas con una angustia sexual, como la agorafobia, o en situaciones fóbicas más primitivas concernientes a conflictos pregenitales tempranos, como en las fobias a la comida o a la suciedad, o en las preocupaciones hipocondríacas, lo cierto es que la carga afectiva ligada a la situación fóbica accede a la conciencia del paciente: éste ha podido inventar un desplazamiento simbólico del objeto o situación peligrosos, a los que puede hacer frente evitándolos. En el caso de los pacientes que aquí describo, en cambio, no existía dicho desplazamiento ni conciencia alguna de la rabia, aflicción y angustia que más tarde vinieron a adherirse a la imagen materna. Todos se percataban de su intensa dependencia respecto de la madre y habían hecho supremos esfuerzos por abandonar el hogar paterno, pero no habían renunciado al objeto originario. Si bien lograron una separación física, carecían en lo fundamental de cualquier identificación con una "madre cariñosa". Todos ellos cargaban sobre sus hombros un ideal del yo exce3. Pankow (1969) ofrece una interesante elucidación del vínculo del asma con la imagen corporal psicótica y neurótica.

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sivo, imposible de alcanzar: los tres cumplían sus obligaciones profesionales con celo indeclinable, y cualquiera fuese el golpe que la vida les infligiese, no se amilanaban, como si les estuviera vedado sentir dolor emocional o cicatrizar de algún modo sus heridas psíquicas. Llevó muchos años de análisis conseguir que las lágrimas no derramadas acudieran a la superficie, junto con el deseo de ser reconfortado y cuidado. Sus relaciones amorosas sexuales, que pennanentemente terminaban en una decepción, mostraban rasgos en cierto sentido opuestos, por cuanto estos analizandos tendían a adoptar una conducta "de madre" con sus respectivas parejas, al punto de castrarlas. Esto era válido tanto para el hombre como para las dos mujeres. Llegué a sentir que establecían con su pareja una relación asfixiante (con poca consideración por los deseos del otro) como la que conocieron en su infancia, en tanto que inconscientemente deseaban recibir a cambio de su amor regalos mágicos, como un bebé. En rigor, su comportamiento era errátil: querían desesperadamente estar cerca de alguien, pero no soportaban el contacto estrecho durante mucho tiempo. Cualquier nota discordante en la armonía de la relación podía dar lugar a una ruptura inmediata. Al igual que en otros pacientes somatizadores, todos ellos tenían una historia familiar común de masturbación infantil: ninguna había conocido la masturbación manual. Uno había creado rituales adolescentes en los que las heces desempeñaban un importante papel; una de las mujeres inventó una serie de aparatos para introducírselos en el ano o en la vagina, en tanto que la otra había aprendido a bgrar la excitación erótica reteniendo la orina y presionándose la vejiga, y en su adolescencia llegaba al orgasmo por esta vía. A la señorita L. le interesó mucho averíguar, durante

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e} análisis, el hecho ostensible de que Ja proximidad de su madre coincidiera con la gravedad de sus ataques de asma. Poco a poco comenzó a recapitular su dependencia ü1fantil de la madre, la única persona capaz de calmar sus espasmos de sollozos y más tarde sus ataques asmáticos. Al padre se lo mantenía rigurosamente aislado sin permitir su ingreso al cuarto de la niña, porque, según se decía, su presencia empeoraba el asma de ésta. También a otras influencias externas se las mantenía a raya. La señorita L. no había podido correr, jugar o ir a la escuela corno todos los niños. Aunque no desarrolló muchos medios psíquicos internos como para hacer frente a la enorme cantidad de situaciones que podrían provocarle angustia, de todos modos abandonó el hogar cuando tenía algo más de veinte años, tras un violento altercado con su madre sobre si le asistía o no el derecho a tener un novio. Aparte de declaraciones corno "mi pobre madre está un poco chiflada", la señorita L. no expresaba respecto de aquélla ningún sentimiento intenso. En presencia de la madre, más que sentimientos lo que le acudían eran sensaciones, y era consciente de ellas; alentada a que las pusiera en palabras, pudo finalmente decir: "No soporto tocarla ... como si todo su cuerpo estuviese cubierto de mugre, casi como si pudiera envenenarme". Estas "sensaciones" fueron lentamente evolucionando hasta con~ vertirse en emociones de fuerte contenido afectivo. La señorita L. descubrió que toda vez que se enojaba con su madre eludía cualquier contacto físico con ella. A medida que fue decreciendo la gravedad de sus ataques, sus sueños se tornaron más frecuentes y coloridos. 4 En algunos la madre se ahogaba, a menudo asfi~ 4. ,Una relación inversa entre el soñar y las manifestaciones psicosomáticas ha sido señalada por otros analistas; por ejemplo, Berne (1949, págs. 280-97) y Sami-Alí (1969).

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xiada por representaciones simbólicas de las heces y la orina de la hija. Fue posible reconstruir fantasías infantiles en las que, en momentos de furia indecible, quería atacar a la madre con los productos de su cuerpo; otras veces estaba presente la idea de querer que la madre padeciese y se ahogase como ella durante sus ataques de asma. Por diversos caminos llegamos al convencimiento de que nunca había discriminado realmente su cuerpo del cuerpo de su madre. Se volvió c]nrn que su particular procedimiento masturbatorio por retención de orina y contracción de las nalgas representaba asimismo un modo de contener dentro de ella, en unión fusiona}, a la madre idealizada. Esto nos trae a la mente los bebés rumiantes de Fain, que en una etapa precoz crearon un sucedáneo autoerótico de la madre mediante la retención de su contenido estomacal. Como en el caso de la señorita L., aquí se trata de una compensación somática y no de una identificación psíquica o verdadera representación del objeto interno. Parecería como si el objeto materno no hubiese sobrevivido a los ataques que se le dirigieron. A medida que la señorita L. comenzó a experimentar la misma furia en la situación analítica, sobre todo en los momentos de separación, descubrimos que temía que tales sentimientos destruyesen a todas las personas que le importaban. Si los demás no explotaban, estallaría ella. A la sazón, desarrolló por primera vez una serie de temores hipocondríacos sobre su cuerpo -al que nunca había querido ni cuidado demasiado--. También tuvo un interludio homosexual que la llevó al descubrimiento de su cuerpo sexual y el de su pareja. El pene se convirtió por primera vez en un objeto de deseo importante para ella, con significado fálico, y sus relaciones sexuales del pasado comenzaron a parecerle carentes de sentido, ya que h asta entonces todos los hombres o mujeres de su 354

vida habían sido diversas versiones de su madre "adictiva". Quisiera destacar que lo que provocaba los ataques de asma de la señorita L. no eran las fantasías de ahogar a la madre en su orina o de ma tarla con su materia fecal, sino su incapacidad de tolerar y elaborar tales fantasías en una relación entre dos. Podría proponerse que los ataques de asma llevaban a la práctica la fantasía de un introyecto perseguidor, pero esto deja muchos interrogantes sin respuesta: ¿por qué razón un objeto fóbico de esa índole no lograba despertar una elaborada fantasía, dando origen a una fobia o incluso una delusión? ¿En qué punto dejaba de operar o de desarrollarse la defensa psíquica y su lugar era ocupado por la disfunción somática? Las representaciones y emociones que podrían haber acompañado sus tensionantes experiencias infantiles no habían sido proyectadas ni reprimidas, sino totalmente desestimadas y rechazadas del yo como sí nunca hubiesen existido. Cierto es que podría considerarse que las fantasías en cuestión tienen un carácter universal, pero para asimilarlas y tornarlas significativas se requiere una adecuada relación madre-bebé. A todas luces, la señorita L. no había sido capaz de "usar" los objetos parentales para que la ayudaran a dar ante el mundo respuestas vivaces y a reaccionar ante sus demandas instintivas no menos vivaces: los había despojado de su vivacidad vol viéndolos inertes, y sólo su cuerpo "recordaba". He resumido el análisis de la señorita L. porque siguió una trayectoria que, según he comprobado, es típica en otros pacientes con reacciones somáticas muy distintas ante el conflicto interno. Lo que pretendo decir es que existe una importante diferencia entre los trastornos que son una reacción frente a ideas inconscientes o preconscientes, y los que surgen en ausencia de dicha

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fantasía. La relación diádica entre la madre y el hijo no avanzó, en ciertos ámbitos, hasta el mundo triádico, ni tampoco quedó atrapada en la maraña de la interminable identificación proyectiva. En lugar de ello, hubo un movimiento retrógrado desde una relación entre dos cuerpos a una relación unicorporal, que quizá podríamos denominar regresión psicosomática. Para finalizar, quisiera resumir en qué consiste este "mundo unicorporal", la forma como los enfermos psicosomáticos tienden a considerar su sel{ o ser propio corporal (en comparación con pacientes de otra estructura de personalidad) y el efecto que surte sobre el ideal del yo este tipo primitivo y singular de independencia.

EL CUERPO COMO OBJETO PSIQUICO

Hay una marcada diferencia entre los pacientes psicosomáticos y los que se refieren a sus cuerpos en términos neuróticos. Ya se trate del discurso extravagante e imaginativo del histérico (quien al par que nos habla de sus síntomas atrae nuestra atención hacia alguna otra cosa, hacia un elemento sexualizado que fue desplazado), o de los elaborados temores y fantasías de los pacientes que padecen lo que podría denominarse "hipocondría de castración" (miedo al cáncer, la tuberculosis, la sífilis, temores todos ellos que asumen las características de ideas compulsivas y a menudo están ligados a una estructura obsesiva), estamos principalmente ante fantasías reprimidas vinculadas al drama edípico y a deseos sexuales infantiles que sufrieron una regresión a puntos de fijación pregenitales. La diferencia no es menos marcada si atendemos al "lenguaje de órgano" del psicótico (Freud, 1915a), que sigue los procesos mentales primarios usados para crear 356

los pensamientos oníricos. Los ejemplos que da Freud -"la muchacha de ojos torcidos" y el "Hombre de los Lobos", quien "elaboraba su complejo de castración en su piel"- ponen de relieve, como lo destaca el propio Freud, que el pensamiento esquizofrénico es asimismo muy diferente de la simbolización neurótica. En esta última, las investiduras permanecen intactas, en tanto que en las psicosis e\ intento de recobrar los propios objetos perdidos da por resultado que el paciente "deba contentarse con palabras en lugar de cosas". Si ahora pasamos al paciente psicosomático, debemos notar ante todo que sus procesos orgánicos patológicos (que nada tienen de imaginario ni de alucinatorio) sólo hallarán representación psíquica a partir del momento en que causen un dolor físico~ de lo contrario, permanecen en un obligado silencio. Una vez que los síntomas rompen ese silencio, no por ello reciben mucha atención en el discurso analítico: o se los omite o se h ace referencia a ellos de un modo tal que par ece que se les asignase escasa importancia psicológica. Esto suele ir acompañado de una actitud de franca negligencia ante el propio bienestar físico, como si el cuerpo fuese un objeto desinvestido pese a su evidente disfunción y al dolor que padece. "Tengo estos dolores desde hace casi dos a ñ os - me decía un paciente-. No sé qué me los provocó, pero me la s ingenié para caminar de una manera que me los hacía tolerables. Eso siguió así hasta que se perforó la úlcera." Estas palabras recuerdan la desinvestidura del cuerpo en ciertos pacientes que se entregan a episodios psicóticos de automutilación si n sentir dolor alguno, merced a sus masivos mecanismos de escisión. También nos viene a la mente la capacidad de soportar el dolor físico cuando está muy erotizado, como en ciertas perversiones sexuales. Si bien las metas son muy distintas, hay un común denominador en los

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l mecanismos psíquicos operantes, que tiene sus raíces en el temprano funcionamiento psíquico del bebé y halla expresión en las creaciones psicóticas, perversas y psicosomáticas. Junto a esta "rudeza" fisiológica de muchos pacientes psicosomáticos hay un rasgo de carácter al que ya se ha aludi.do como manifestación frecuente en estas personalidades: la negativa a ceder al dolor psíquico, la angustia o la depresión. Esto da la impresión de un control emocional sobrehumano y está ligado, creo yo, a un ideal del yo patológico que niega toda necesidad y dependencia. "Siempre me las tuve que arreglar solo, y siempre lo haré", es una frase típica. "Nadie me ayudó jamás a ser yo mismo." "Tuve que aprender a volar antes de que me salieran plumas; ahora sólo tengo que seguir adelante. Pase lo que pase, no voy a detenerme ni mirar atrás." "Yo nunca tuve eso que llaman un 'objeto transicional'. Mi madre no me lo hubiera permitido. Aprendí muy pronto que no podía confiar en nadie más que en mí misma." Estos tres pacientes, todos los cuales padecen acusados problemas psicosomáticos, bien podrían ser encarnaciones adultas de los bebés mericistas que debieron "arreglárselas solos'', sin contar con el capital psíquico indispensable para ello. Este espléndido aislamiento hace que estos individuos den la impresión de ser intocables e invencibles, y contribuye a la modalidad operacional de relaciones objetales y a crear esa barrera inconmovible del "pensamiento operativo" observado por los psicosomatistas de París. Muestran escasa investidura libidinal en sus objetos externos y parecen drásticamente aisladas de sus objetos internos. En muchos casos, cabría sostener que son borrosamente conscientes de una necesidad tan total y tan abyecta que reconocerla sería destruir la modalidad relacional sobre la cual se edificó su identidad yoica. Permitir que se 358

revele la desilusión, la ira, la desesperación o una incapacidad o fracaso cualquiera equivaldría a sufrir una insoportable herida narcisista. Este rasgo de carácter está resumido en unos versos de una canción popular moderna de Simon y Garfunkel: No toco a nadie y nadie me toca.

Soy una roca. Soy una isla. Y una roca no siente dolor Y una isla no llora jamás. El bebé incapaz de internalizar el pecho, de crear dentro de sí una imagen de su madre para enfrentar su dolor es una isla solitaria. Ante eso, una salida consiste en convertirse en roca. Así es como muchos pacientes psicosomáticos siguen en su inconmovible cuerda floja, haciendo caso omiso de los signos de su cuerpo y de las señales de aflicción de su mente. Esta invencibilidad invade la situación analítica; el sentimiento de ahogo, la ruptura de las cadenas asociativas, el ataque a los intentos del analista por establecer lazos simbólicos, pueden hacer que éste llegue a pensar que el paciente no es analizable. Tal vez no lo sea. El estallido emocional es a menudo vivenciado como una intrusión "loca" en la mente, y las palabras pueden cobrar la hiperinvestidura de los objetos psicóticos si quedan imbuidas de la fantasía. En gran parte, el éxito o fracaso del análisis de las dimensiones psicosomáticas de la personalidad depende del grado en que la transferencia soporte la revivencía de impulsos instintivos arcaicos, con la consecuente perturbación del yo. Quizá los límites del proceso analítico sean, en estos casos, los límites del analista. Uno no

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siempre "sobrevive" como objeto interno para sus pacientes, en cuyo caso se reitera una vez más el fracaso madre-bebé y se mantienen firmes las defensas psicosom~iticas. Otra alternativa es que el proceso analítico produzca un cambio avasallador, aunque para elJo deba hacerle sentir un gran dolor a la roca y hacer llorar por muchos años a la isla.

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10. EL CUERPO Y EL LENGUAJE,

Y EL LENGUAJE DEL CUERPO

Leer una viñeta clínica psicoanalítica es como examinar un pequeño trozo de tela sin conocer la prenda de la cual ha sido arrancado. Aquí deseo pasar revista simplemente a ciertos hilos con los que se teje un trozo particular de tejido analítico: hacer una biopsia, si se prefiere. Si transcribo en su totalidad una sesión, es con el solo propósito de ilustrar algunos de los temas planteados en el capítulo precedente. Este fragmento nada dice acerca del curso seguido por el análisis (de hecho, gran parte de éste tuvo poco que ver con episodios somáticos) y sólo da un atisbo de la estructura psíquica y la personalidad del paciente. No muestra ni su sentido del humor, ni su amor por la música, ni su trato afectuoso hacia quienes lo rodeaban, u otros aspectos creativos de su vida. A la sazón, este paciente estaba batallando con los sectores aletargados de su ser más íntimo. Uno podría sentirse tentado de calificarlo como pervertido, psicótico fronterizo, individuo afectado por una neurosis de carácter o fóbico grave; al igual que la mayoría de las personas, en ciertos momentos podía ser cualquiera de

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estas cosas, pero ninguno de dichos rótulos le cuadraba verdaderamente. Su valentía y determinación de vivir una nueva experiencia psíquica le permitieron crearse una realidad interna distinta e incluso encontrar en sí mismo rastros de antiguas creaciones psíquicas que habían sido destruidas largo tiempo atrás. En la época de esta sesión, mi analizando había podido al fin comenzar a imaginar cosas sin que ello le causara gran angustia, y a captar sus pensamientos y sentimientos en el momento en que le acudían a la conciencia. Se permitía dejarse invadir por la súbita erupción de ideas o de percepciones y sensaciones extrañas, que antes habría desechado vigorosamente. Se advertirá que en ese empeño yo colaboraba con mis permanentes intervenciones. Cuando nuestros pacientes ya no pueden construir fantasías o sueños, nosotros debemos soñar por ellos, hasta tanto encuentren el coraje suficiente como para retomar contacto con su realidad psíquica y su creatividad. Como ocurre con muchos de mis pacientes sornatizadores, este analizando sentía el mismo temor ante su vida de la fantasía que otros sienten ante la locura; ni siquiera se atrevía a soñar. En caso de que comenzara a formarse un sueño, o a recordarlo, rara vez era simbólico, y como sucede con frecuencia, en él aparecían abundantes y abigarrados ejemplos de daño corporal, sangre y otros fluidos corporales, objetos parciales y órganos. Las fantasías diurnas manifestadas por el paciente en la sesión que aquí se transcribe pueden parecer violentas, groseras o extravagantes, como si los elementos que las componen hubiesen aguardado muchos años en estado larval hasta que la experiencia del análisis le brindó al paciente la libertad suficiente (aunada a su valerosa determinación) como para salir a la superficie y hallar expresión, quizá por primera vez, en palabras. 362

Paul Z., de 39 años, subdirector de la filial de una importante empresa internacional, trabajador infatigable, acudió al análisis a raíz de sentimientos depresivos y angustias poco definidas. Pensaba que la gente no simpatizaba con él; tenía violentas peleas con su esposa; en su trabajo se le había negado un ascenso del cual se consideraba merecedor. Durante quince años había padecido una úlcera péptica grave, pero no mencionó este hecho en nuestra primera entrevista. En el análisis relató ciertos episodios relevantes del período previo al descubrimiento de la úlcera: "Había venido a París a estudiar; era la primera vez que estaba fuera de mi casa; poco después , comenzaron los dolores. A veces eran atroces, pero jamás se me ocurrió visitar a un médico. Aprendí a caminar de un modo tal que el dolor se volvía menos intenso. Siguió así durante tres años ... hasta que se me perforó la úlcera". En la época de la sesión transcrita, Paul estaba en su quinto año de análisis. En los dos últimos años la patología gástrica había desaparecido, salvo algunas raras excepciones que deseo comentar. Como los motivos que llevan a un analista a tomar notas afectan, invariablemente, su manera de escuchar (y aun de intervenir), primero describiré las circunstancias que me movieron a registrar tan minuciosamente esta sesión. Por entonces yo daba unos seminarios quincenales para jóvenes analistas y estudiantes sobre el proceso psicoanalítico, donde estábamos examinando las distintas formas de angustia de separación que se presentan en la situación analítica. La experiencia me enseñó que el anuncio de sus vacaciones por parte del analista suele caer como una bola de plomo, y el rastro que esto deja varía según las pautas del funcionamiento psíquico de cada paciente. De ahí que resolviera tomar notas en varias sesiones con dis-

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tintos pacientes en el mes que antecedió a mis vacaciones de verano. El señor X, por ejemplo, me acusó de ser una irresponsable. ¿Por qué interrumpía el tratamiento tantas semanas? Sin duda que me iría a algún paraís
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En esta ocasión, tomó cuidadosa nota de que nuestra labor cesaría el 11 de julio, pero ello no impidió que en la penúltima sesión antes de las vacaciones me anunciase que, muy contra su agrado, iba a tener que faltar el día 25 de julio. Las anotaciones que ahora transcribiré corresponden al día siguiente, o sea, a la última sesión previa a las vacaciones.

P.Z.: ¿No habrá sesión el día 25? ¡Bien, bien! ¿Así que la señora resolvió tomarse vacaciones? Qué más da, no me importa en lo más mínimo. [Pausa.] Por sí le interesa, estoy pensando en mi pene. Grande, tostado por el sol, muy atractivo, se lo aseguro. (Aquí, Paul retoma un tema que había aparecido varias veces desde que yo le anuncié mis vacaciones: elaboradas fantasías de fellatio en las que participábamos ambos y supuestamente nos producían un placer sublime. Las fantasías eran estrictamente no genitales, limitadas a objetos parciales: boca-pene.) J.M.: ¿Cree usted que existe alguna conexión entre nuestra próxima separación y estas fantasías eróticas que nos mantienen unidos ... y que quizás estén negando la separación? PZ.: ¡Totalmente absurdo] ¿Así que se va de vacaciones? ¡Fantástico! Yo estaría chiflado si hiciera barullo por tan poca cosa. [Pausa.] Mi pene no es tan bonito como presumo ... un poco maltrecho y oscuro ... cuando está erecto parece un pico. (Paul no puede tolerar la idea -¿o el afecto?- de que la interrupción puede provocarle alguna perturbación. Al brindarme una imagen halagüeña de su pene, piensa que ha cambiado de tema. Mi intervención, al sugerirle que los dos temas pueden estar vinculados entre sí, es recibida por él como una herida narcisista ... lo cual quizás explique por qué modifica la imagen. De

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todos modos , la escena cambia sutilmente y se troca en una escena sádica, y las asociaciones subsiguientes muestran bien a las claras la contrapartida de su fantasía erótica.) PZ.: Me veo acometiendo contra su boca con mi sexo y dejándole en sus pechos una aterradora mancha marrón. [Pausa.J Mis brazos vuelven a sacudirse como si les hubiesen aplicado un choque eléctrico. Es molesto. (La fantasía de agresión bucal está relacionada también, sin duda, con mis palabras, que Paul siente como un ataque contra su narcisismo fálico. Importa advertir que en lugar de sentimientos, Paul describe sensaciones físicas que parecerían ser el residuo de un afecto ahogado, o que por algún motivo no logró representación psíquica. Como es habitual que él produzca estas "comunicaciones", trato de instarlo a encontrar un equivalente verbal de esa sensación somática.) J .M .: ¿Se le ocurre algo que podría corresponder a esa sensación de choques eléctricos en los brazos? PZ.: Usted podría desgarrar mi pene hasta hacerlo pedazos en su boca. ¡Dios mío!, ¿qué es lo que digo? (Le llevó algún tiempo a Paul, y a mí misma, percatarse de que jamás se permitía imaginar nada libremente; cuando se permite que surja una fantasía espontánea, su índole violenta lo conmueve como un choque eléctrico; pero a esta altura ya está convencido de que ésa es la única manera de tomar contacto más estrecho con su inconsciente y, por lo tanto, pese a la angustia que a veces le provocan tales fantasías, sigue adelante con ellas cuando aparecen. Como podemos ver, tiene gran dificultad para contener y reelaborar cualquier sentimiento de ambivalencia, ya sea sobre sí mismo o sobre objetos parciales o totales. En este caso, su pene queda "escindido" en dos imágenes opuestas, junto con la que tiene del analista. De una fantasía erótica en la

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que su órgano sexual despierta la fascinación y el deseo, pasa a otra en que su pene es feo y peligroso, y en la que la analista se torna violenta y castradora. Su deseo de atacar es proyectado de inmediato en la analista, aunque el único signo de su existencia es la sensación de los choques eléctricos en los brazos. De ser el atacante pasa a ser la víctima que debe protegerse. En esta fase del análisis de Paul, la angustia de castración sólo puede expresarse en términos pregenitales primitivos: penepecho y boca-vagina, mutuamente gratificantes y mutuamente destructivos, en tanto que su "sexo oscuro" y la "aterradora mancha marrón" prenuncian fantasías de ataque fecal. Estos objetos parciales no son "buenos" ni "malos" sino idealizados y perseguidores: el pene hermoso y reparador se transforma en objeto destructor; la boca erótica, incorporadora, se transforma en un órgano castrador. En resumen, todo aquello a que nos remite el concepto del "amor sádico-oral" y la angustia edípica arcaica. Paul reacciona al conflicto psíquico primitivo no con la represión [Verdrangungl, sino con la forclusión [Verwergung), lo cual produce reacciones en cadena, proyecciones desilusorias, o somatizadas.) P.Z.: Me duele el estómago. No quise decírselo porque me parece pueril, pero tengo dolores atroces desde hace dos semanas. E incluso tengo eccema entre los dedos, pero esto se debe a la frustración sexual. En estos momento Nadine me rechaza. (Paul propone aquí la tesis freudiana de la neurosis actual para explicar ¡su eccema! Por mi cuenta trato de vincular estas manifestaciones somáticas con un contenido fantasmático -trato de neurotizarlas en cierta medida- para combatir el ahogo afectivo que empobrece el discurso y bloquea el proceso analítico.) J.M.: N adine y yo, las dos lo rechazamos: ella se niega a usted y yo lo abandono por las vacaciones y le

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despedazo el pene con los dientes. En lugar de reaccio-

nar con agresión, usted se muestra enformo e inofensivo.

P.Z. : ¡Pero si yo no siento ninguna agresividad contra usted! Por otra parte, adoro a las mujeres! J .M. : Tal vez se trata de dos partes diferentes de su ser. Es posible que una adore a las mujeres y la otra las terna. P.Z. : Lo que usted me está diciendo me perturba. Siento que algo se estrecha en mi estómago. J.M.: ¿Puede pensar en "algo" en el lugar del estrechamiento del estómago? P.Z.: Pienso en Nadine. Cuando me quiere hacer el amor me la imagino sobre un pico calentado al rojo blanco. Se retuerce como un gusano. [Pausa.] Es un placer para mí. (El efecto de estas palabras captan mi interés ; trato de poner en orden esas imágenes erótico-sádicas ... el pene-pico, la boca castradora, el vientre atacado ... pero no hallo ninguna interpretación satisfactoria.) P.Z. : Su silencio me pesa. [Pausa.] Pienso en mi temor a las multitudes. ¡Le aseguro que el 14 de julio no voy a salir! Siempre espero que la multitud se torne amenazadora. (Es la identificación proyectiva. La multitud se transforma ahora en el depósito de lo que a él le sobra. Provista de su propio sadismo, esta multitud, la mujer castradora, se volverá contra él. De este modo Paul intenta dominar mágicamente su violencia: simplemente tiene que evitar la multitud. Pues bien, esta defensa es poco eficaz, como lo demuestran las asociaciones que siguen.) P.Z.: El otro día había un grupo de gente reunida abajo de su casa . Me produjo una sensación extraña. No me sentía bien y me dije: "Tiene que ocurrírseme una 368

idea para poder cruzar la calle". Y jpaf! Pensé en mi pene, bien limpio, fuerte, en erección. Como la afirmación de algo. (El afecto angustiante se convierte una vez más en un esbozo de somatización. Contra la "mujer-multitud" él se protege con su falo erecto como un pico, intento de superar por medios psíquicos la sensación inquietante, lo que recuerda su erotización de la transferencia, un movimiento psíquico que recuerda a la hallada en las desviaciones sexuales.) P.Z.: Eso no tuvo éxito. Pensé inmediatamente que mi miembro era horrible, amarronado. Lo vi cubierto de pústulas y yo ya no estaba protegido. Y ya no podía pensar. [Pausa.] Es necesario que lo diga .. . hasta me da miedo decirlo ... mi cabeza, la sentía hendirse en dos. Horrible sensación. Me dieron ganas de vomitar. (Superado por su conflicto inarticulable, Paul debió sufrir un breve momento de despersonalización. La imagen de la "cabeza partida en dos" es un pensamiento producido por el proceso primario, puesta en escena onírica de su ambivalencia, de su sadomasoquisrno, de su confusión momentánea entre sujeto y objeto. Su sitio de predilección somática, el área gástrica, le proporcionó una representación fallida, el deseo de liberarse de su conflicto se presenta como ganas de vomitar. Como buen analizando, él mismo trata de expresar en palabras lo que escapa a la representación simbólica.) P.Z.: Me dije que tenía ganas de vomitar porque yo mismo me encontraba repugnante. Pronuncié la palabra Frankensteín. Ya está. Soy Frankenstein, que ataca cuerpos humanos ... y los devora ... No es la primera vez que tengo esta idea ... Me llena de horror ... ¡Vomito! (Frankenstein es el que vive comiendo a los otros y despedazándolos para construir otros. Mis asociaciones se atropellan. En la fantasía de fellatio, cubierta por la

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imagen del pene despedazado, sin duda logró erotizar esa angustia arcaica de haber comido sus objetos, o sus representaciones parciales. Su amor sádico-oral, proyectado como puro odio sobre la multitud, fue reintroyectado brutalmente. En un relámpago el niño voraz se vio corno el castrador oral que ama a sus objetos al precio de su destrucción. Pienso al mismo tiempo en una sesión reciente durante Ja cual él se declaraba "nervioso y atacado" porque mi estómago hacía ruido. [He podido comprobar que el discurso de mis analizandos "gástricos" solía provocarme borborigmos.J Paul inmediatamente vinculó este hecho al recuerdo de una comida que efectuó en compañía de su amante. La visión de un "resto de sardinas despedazadas, flotando en aceite", lo perturbó tanto que por un instante se sintió despersonalizado. Mi interpretación -que ahora se hallaba "atacado" por el ruido de mi vientre, imaginado, como las sardinas, en trozos despedazados, comido desde adentro-- fue rechazada como absurda. Hoy él me ofrece el complemento de mi interpretación-fantasía: es precisamente él [Frankenstein-Drácula] quien sería responsable del interior comido, despedazado, de la mujer. Descubrirse tan "repugnante", tan poco comestible, desencadena inevitablemente un sentimiento depresivo, sentimiento que Paul debió elaborar mal.) P.Z.: Me es dificil hacerle sentir el efecto de esa palabra en mí. [murmura "Frankenstein lo dijo"] y las películas ... y la fascinación ... me sentí perdido, horrible. (Su discurso pronto se tornó rápido y deshilvanado. No noté nada durante algunos minutos. Hoy pienso que sería tentador imaginar fantasías canibalistas como causa de su patología gástrica; ahora bien, el curso de su análisis revela que su incapacidad de crear tales fantasías y la falta de estructuras psíquicas aptas para contener su sadismo oral favorecían la descarga somática 370

directa. De este modo, esas úlceras no tenían ningún sentido simbólico. Al igual que en el lactante, el híperfuncionamiento gástrico era el equivalente tanto del amor como del odio.) Ahora estoy completamente perdido, me pregunto ... si su cabeza no está embarullada como la mía con estos pensamientos. J.M.. : ¿Acaso está tratando de liberarse de los sentimientos "perdidos" poniendo en mi cabeza sus pensamientos embarullados? P.Z.: ¡Ja! ¡Es mucho más cierto de lo que usted imagina! Toda la semana me dije: "Ya están volviendo los dolores de estómago. Puede ser grave. Y encima, el eccema. Es evidente que no estoy bien. Y es culpa de usted". Me prometí que usted se iría de vacaciones torturada por la culpa de haber conducido tan mal este análisis. (Se desarrolla en toda su totalidad el tema de mis vacaciones arruinadas por el remordimiento. Me consuelo pensando que es la primera vez que Paul reacciona con algo de afecto al encarar la separación por las vacaciones. No sufrirá Paul sino yo, pues llevo conmigo algo de él; su angustia y su dolor.) J.M.: Usted me permite irme de vacaciones a condición de que lo lleve en mis pensamientos; soy yo la que debe partir "hendida", perseguida en mi vientre, por todo el mal que le he hecho. Así usted se queda bien liberado de lo que le tortura en su interior. P.Z.: ¡Desgraciada! Oh, perdóneme. Se me escapó esa palabra. [Pausa.] ¿No está enojada, espero? [Pausa.] Diga algo. Tengo miedo. J .M.: ¿De los pensamientos que matan? ¿De la s palabras peligrosas? . (Referencia a una sesión anterior.) P.Z.: Ssí... hace un momento no quise decirlo ... una novela policial que me gustó mucho. El criminal era un

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estrangulador, pero sólo estrangulaba a las mujeres. Me dan ganas ... ¡si solamente yo estuviera loco! Es algo muy especial la estrangulación, casi una caricia. [Pausa.J ¿Le doy miedo? (Estamos lejos de su "pero yo adoro a las mujeres" y aprovecho la ocasión para mostrarle la ambivalencia de sus sentimientos y la angustia que hay en ellos ... Le pregunto si la idea excitante de estrangular a las mujeres no es una manera de tener un contacto erótico teniendo a la mujer peligrosa bajo control. Esta intervención lo lleva a hablar de los recuerdos de adolescencia ligados a las fantasías de coito sádico.) P.Z.: ¡Qué curioso! Cuando tenía nueve años solía divertirme estrangulando mi pene. Me provocaba verdaderamente mucho dolor, y al mismo tiempo un placer loco. (De este modo me vengo a enterar por primera vez que Paul intentó superar Ja angustia de castración mediante la creación de una desviación sexual: su pene sería "estrangulado" debido a sus deseos sexuales prohibidos. Su temor era fuente de excitación y placer (cap. 2). La fantasía ocultada debía insertarse en la serie de imágenes arcaicas, de la mujer castradora ... boca devoradora ... vagina estranguladora ... y la escena primaria como relación de estrangulación.) P.Z.: Francamente no la siento muy benévola hoy. J.M. : ¿Sexo de "desgraciada" que lo amenaza? P.Z.: ¡Eh, quién sabe! [Todo su cuerpo, crispado desde hacía cierto tiempo, se distiende ostensiblemente, a la vez que esta interpretación libera nuevas asociaciones.] Esto me hace pensar en las arañas. Me horrorizan esos ínsectos. El otro día había una en mi escritorio, cerca de1 cielo raso. Me sentí paralizado. Mi secretaria me hablaba y yo no comprendía nada. (Yo me pregunto si esta última observación también

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va dirigida a mí, mientras Paul evoca otras arañas que parecen haber salpicado su vida entera. Reflexiono sobre las imágenes conflictivas de la mujer que él parece dispuesto a entregarme sin por ello asumirlas. La mujer-araña, devoradora y estranguladora, se dibujó claramente detrás de la imagen de la mujer "adorada" y deseada. De esta forma Paul debe domar a su compañera, o bien por la seducción, o bien por el ataque, tal como lo ha manifestado en los movimientos transferenciales de esta sesión. Es un combate donde la instancia paterna falta ostensiblemente. Vuelvo a su discurso en el momento en que Paul narra que , cuando muchachito, adoraba jugar con las arañas igual que con otros insectos. Esa época coincidió sin duda con la época cuando se divertía estrangulando su pene. Bruscamente Paul toma conciencia de su actitud contradictoria con las arañas -otrora sus compañeras de juego, actualmente fuente de angustia fóbica.) P.Z.: ¿Cómo he llegado a hablar de arañas? J.M.: ¿La araña-mujer que no es "benévola" con usted? P.Z.: ¡Ay!. .. Veo mi sexo reducido a polvo, realmente pulverizado por usted. (Un movimiento contratransferencial, del que de ningún modo tuve conciencia en el momento, me hizo esquivar la identificación con el pene pulverizado. Haciendo abstracción del papel de la escisión, me parecía que mi paciente no soportaba la relación dual sin protección. paterna ... él debe poder hallar en alguna parte, en la mujer, al padre faltante. Recordé un s ueño en el que Paul tendió la mano para apresar un rayo de luz, y éste se transformó en serpiente negra dentro de su mano. Sus asociaciones lo llevaron a recordar una historia narrada por un amigo: un hombre en un país extranjero pasó por encima de un trozo de leña, y este "trozo de

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leña" se erigió de golpe en serpiente negra. Escena primaria que irrumpe como un choque. El sexo-"desgraciada" contiene un falo que muerde. Así, en respuesta a su fantasía de sexo reducido a polvo, le digo que todo ocurría como si yo escondiera un miembro demoledor, que amenazaba a su sexo. De este modo abandoné de un salto las imágenes del sexo femenino dotado de cualidades canibalísticas y anales, para colocar en su lugar una metáfora femenino-fálica que él dP ningún modo quería oír.) PZ. : ¡Pero no comprendo! ;Realmente no comprendo! ¿Un pene dentro de usted? ¿Cómo es eso? Puedo imaginarla fácilmente con un pene, pero no es eso lo que me espanta. Un pene ... es algo que penetra. Pero yo tengo miedo de ser estrangulado. En esto estoy totalmente de acuerdo con usted, ¡pero el pene no! (Comprobé una vez más que un paciente inteligente suele ser capaz de hacer las veces de "espejo reflector" para su analista. En realidad, lo que causaba miedo a Paul era precisamente esta falta de representación simbólica fálica. El pene paterno no tenía ninguna función significante en su rol simbólico estructurante. Al no necesitar la imago materna ni del pene del padre ni de un pene personal, el hijo sólo podía entablar una lucha desesperada donde lo que estaba en juego no era el sexo sino la vida.1 Me resultó evidente que esta interpretación intempestiva había venido en respuesta a mi propia angustia en esta relación bidimensional, y que cosl. Fue necesario esperar dos años más para poder analizar la angustia de castración edípica y los problemas conexos de fa ntasías de homosexualidad de Paul. Estas eran responsables de su incapacidad para aceptar sentimientos de rivalidad y de resolver sus muchos problemas laborales. Pero entonces yo no era más ima mujer estrangulada sino un rival masculino con mayor éxito que él, y que por cierto lo desalojaría del análisis si él comenzara a tener éxitos profesionales.

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tara lo que costara yo ansiaba introducir la instancia paterna. De este modo sustituí la madre-fálica-omnipotente, devoradora de jóvenes Frankensteins, por la madre-con-el-pene. [Por supuesto, 1o que vinculaba estas dos imágenes es tan importante como lo que las diferencia en la economía libidinal.] Mi deseo de introducir en este circuito cerrado, en ese momento dado, una representación, aunque sólo fuera parcial, del objeto-padre, respondía sin duda a la fantasía de protegerme contra el híjo canibalista. ¡Paul me había propuesto una fobia y yo le he devuelto un fetiche! Sus asociaciones comienzan a girar en círculos en un intento por adaptarse a mi intervención. Le digo entonces que considero que mi interpretación es errónea y él recomienza su propio dis-

curso, libre de la interferencia contratransferencial.) P.Z.: Una vez puse una araña y un cortapicos juntos en una tela de araña. Combatieron hasta la muerte. Fue atroz . Me gustaba ver a las arañas estrangular a las moscas con sus hilos. Son agresivas y venenosas, usted sabe. (Paul evocaba otras luchas entomológicas de las que había sido director teatral -avispas, abejas, hormigas, gusanos-, tantas escenas primitivas a escala de insecto, donde el aplastamiento, la estrangulación y la picadura mortal desempeñaban su papel inexorable, soporte dominable de la angustia del muchachi to. Es interesante subrayar que Paul posee hoy conocimientos eruditos sobre esos desdichados compañeros de infancia. Como si él también interpretara la lucha de los insectos en r elación con la escena primaria, Paul retomó espontáneamente el tema de sus relaciones sexuales.) P.Z.: Cuando tengo ganas de hacer el amor y Nadine me rechaza, me sale urticaria en mis genitales. J .M.: ¿Cómo si usted hiciera urticaria en lugar del amor?

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PZ. : Sí, justamente, ¡como una masturbación! J.M.: ¿En qué le hace pensar la urticaria? P.Z.: Mmm ... en hormigas, en gusanos que bullen por todas partes ... ¡ay! con sólo hablar de ello siento que me pica. Cuando Nadine no quiere, es así. Me pica por todas partes, incluso en los lugares en que no tengo urticaria. Mis cabellos se ponen grasosos, se me pegan a la cabeza y me siento sucio. Me veo obligado a ducharme. (Esta serie de asociaciones donde su palabra, por así decirlo, está pegada a su píel, toma un matiz histérico, como si la relación amorosa fuera un asunto de piel. Su piel se muestra excitada y rabiosa cuando Nadine se niega a hacer el amor, y la imagen corporal se fecaliza.) J .M.: ¿Qué quieren decir estas sensaciones? ¿Qué es este lenguaje de piel? PZ.: Pienso en mi madre. Ella tenía una enfermedad de la piel. .. pústulas ... como mi pene ... me picaba todo al verla .. . (Mientras dice esto, Paul se retuerce las manos y se las rasca como si estuvieran cubiertas de hormigas.) (Reflexioné acerca de lo que Paul me había contado de su madre, seductora y frustrante al mismo tiempo. Lo había amamantado hasta los cuatro años; tenía muchos recuerdos latentes de juegos eróticos con ella, aunque no le agradaba que la tocaran. Ahora parecía que había olvidado la fanta sía regre siva de s u piel [¿deseo de separación?] y de ser castigado por ello [¿pústula; fantasía de castración?]. Cualquiera que fuera la respuesta, era verdad que la frialdad de Nadine , unida a mis inminentes vacaciones, había contribuido a reactivar sus interdicciones sexuales arcaicas respecto de su madre.) J.M.: ¿Se está poniendo en la piel de su madre? PZ.: ¡Y bueno, pero no adelanto mucho con conver· tirme en mi madre! ¡Es horrible[ El deseo sexual por

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ella, bah, roe da lo mismo. Siempre he hallado a mi madre sexualmente atractiva. Pero lo que roe carcome es la idea de estar en su piel. Es algo que me da escalofd~,

(Tenemos un indicio de su deseo primitivo de ser uno con su madre en respuesta a sus impulsos genitales o a la amenaza de separación [N adine, la analista], entonces catectiza el objeto libidinal original, el cuerpo materno y su genital, con fantasías castradoras orales y anales tóxicas, como defensas primitivas. Pero las confusiones de sí-mismo-objeto, debidas a la naturaleza de la relación con su madre y su estructura edípica, pueden dar lugar sólo a desplazamientos, condensaciones, proyecciones y contraproyecciones en seres interminables, el cuerpo materno, sus contenidos, su piel, el pene-cuello estrangulado, la mujer multitud, la araña. El drama arcaico de Paul parecería haber encontrado -y perdido- una multitud de expresiones psíquicas y "soluciones" temporales a lo largo de su infancia. Sólo algunas retornan a su mente; otras desaparecieron sin compensación en forma de construcciones psíquicas nuevas; por ejemplo, el teatro de insectos, mitad erotizado, mitad sublimado, dio lugar a perversión sexual, conversión histérica, fóbica, sublimación auténtica y enfermedad psicosoroática.) J.M.: Entonces, es la hora. P.Z.: Bueno. Simplemente querría decir que hay algo que no anda bien en mi relación coh las mujeres. Nadine, usted, mi madre. ¡Tengo para divertirme en la s vacaciones! Así podríamos postular que la verdadera enfermedad de Paul no era su úlcera gástrica, sino esa escisión profunda entre psique y soma, entre su yo pensante y su vida emocional, sobre lo que estaba construida su

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estructura psíquica. El cuerpo (soma) había sido utilizado, por así decir, para enfrentar solo los peligros psicológicos que no podía representar psíquicamente. Hay razón para esperar que el abismo entre el cuerpo real y el sí-mismo somático imaginario se ha estrechado, y que el cuerpo "delusorio" con su funcionamiento somático perturbado gradualmente se convirtió en simbólico.

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11. EL DOLOR PSIQUICO Y EL PSICOSOMA

El dolor es un puente que asegura el vínculo entre soma y psíque, y como tal presenta un interés particular para todos los que se ocupan del sufrimiento humano. Ya sea de expresión física o mental, es el dolor el que incita al paciente a pedir ayuda, mientras que por el lado del terapeuta constituye un desafío complejo. Su inefabilidad torna difícil una transmisión, apenas aproximada, de lo que sufre el enfermo, y una vez transmitida, bien que mal, coloca al terapeuta ante la necesidad de probar su saber teórico y su habilidad práctica. . Desde nuestro puesto de analistas, es el dolor psí· quico, el mal-estar, lo que constituye una dimensión fundamental de nuestro campo de acción y de exploración cotidianas. El dolor físico, si no se traduce en discurso simbólico, no nos concierne. Por lo menos ésa es nuestra pretensión, tal vez incluso nuestro anhelo. Ahora bien, ocurre que la frontera entre dolor físico y dolor psíquico es muy sutil y tan confusa como los vínculos entre cuerpo erógeno y cuerpo biológico. Así el discurso del

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dolor oculta siempre una paradoja y una contradicción inherente. El histérico, abrumado por violentos dolores de cabeza ante la angustia de un encuentro sexual, ¿sufre de dolor físico o de dolor psíquico? ¿Es coherente decir que un dolor moral desencadena un dolor físico? De todas maneras es una observación corriente que el vínculo entre los dos campos de sufrimiento es tal, que el dolor que surge en uno de ellos siempre provoca un efecto en el otro, por lo menos en la medida en que el psicosoma funciona como un todo. Ahora bien, puede ocurrir que los caminos que permiten esta intercomunicación estén bloqueados. O también que el sujeto, sin dejar de tener acceso a su representación, confunda la experiencia afectiva penosa y la sensación corporal dolorosa , incluso que las sustituya una por otra con fines defensivos. Es difícil decir en qué momento un analizando coloca en primer plano un sufrimiento físico para enmascarar un estado de dolor mental. Pensamos en esos pacientes que hablan de su fatiga en lugar de reconocer un afecto depresivo con todo el haz de ideas que surge del mismo, y su contrario, igualmente trivial, esos pacientes que ignoran los signos de la enfermedad física y que se esfuerzan por hallar mil razones "psicológicas". Hay factores narcisistas tanto en una como en otra de esas actitudes, pero el problema es más complejo que eso. Evidentemente, cuando un individuo goza de buena salud mental y física, ningún dolor lo invade. Pero la ausencia de sufrimiento también puede ser engañadora. Algunas personas pueden negar todo conocimiento de dolor mental y aun ser insensibles al dolor físico. En ellos toda representación del sufrimiento es negada, para luego ser reprimida, incluso destruida. Y el dolor no existe más. Esa salida remite a disfunciones psíqui-

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cas y somáticas importantes, cuya existencia el sujeto desconoce por carecer de una apertura hacia su repre· sentante psíquico. Desde esta perspectiva podemos llegar a sostener que el dolor es básicamente un fenómeno psicológico. Si bien desde hace un siglo no es muy familiar y ha sido bien estudiada la exclusión de la conciencia de los fantasmas y de los eslabones de ideas, en cam· bio, nos movemos en campos poco trabajados en lo referente al ahogo del afecto y a la alteración de los mensajes de1 soma. Y esto a pesar de que estas cuestiones se hayan formulado como un problema desde el nacimiento del psicoanálisis, y a pesar ta mbién de que el trabajo analítico de todos los días resulta profundamente afectado por ellas. Ahora bien, estos fenómenos tienen la potencialidad de pax:alizar la evolución del tratamiento analítico. Por supuesto, podríamos creer que el intento de aclarar esos fenómenos oscuros como los estados de dolor es como tratar de resolver los enigmas fun~ damentales de la vida, y que el psicosoma está más allá de nuestro espectro analítico en cuanto a disfunción somática se refiere. Como observador de los fenómenos puramente psicológicos, ¿qué le es dado ver sobre lo que se refiere al cuerpo, al funcionamiento somático, a la afección? Excepto las representaciones psíquicas traducibles en palabras, nada. No podemos seguir explorando los signos del soma en el discurso psicoanalítico sin plantear el status del cuerpo en cuanto objeto para la psique. Evidentemente, sin cuerpo no hay psique. Y nadie pondrá en duda, por lo menos en la perspectiva del psicoanálisis, de que los procesos psíquicos se originan y evolucionan a partir de los procesos biológicos. Pues bien, la paradoja reside en esto: el cuerpo, fue.ra de su capacidad de hacerse representar ps{quicamente, no tiene existencia para el yo. De este modo, el analista se ocupa del "sí-mismo somático"

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de sus analizandos sólo en la medida en que éste exija una representación mental. Y cuando hay representación, hará falta aún que sea comunicable y que el otro desee transmitirla. Además, la brecha entre este sí-mismo somático tal como la psique se lo representa, y su encarnación en lo real, puede ser sorprendentemente grande. Todo analista ha podido observar situaciones en las que el paciente se cree en perfecta salud pero que al mismo tiempo niega signos evidentes de lo contrario, hasta caer gravemente enfermo. Entonces la enfermedad, aunque real, no tenía existencia psíquica para él. Igualmente trivial es el paciente que "se cree" gravemente dañado fisicamente, mientras goza de perfecta salud. La única "verdad" psíquica es la que experimenta el sujeto. El cual no puede comunicar más que ésa. Toda otra apreciación de su soma corre el riesgo de s er rechazada por él como absurda . En resumidas cuentas, el cuerpo del que se habla, del que se es consciente, con el que vivimos, no es nada más que un sistema de hechos. Esto se advierte incluso al nivel de la imagen especular. Si un paciente invadido por angustias psicóticas, para atenuarlas crea la delusión de que le falta la mitad de su cuerpo, será en vano explicarle que no se trata de eso pues hay otros que ven de manera distinta las dos mitades de que está compuesto su cuerpo. El paciente es el que "sabe" la verdad, la verdad reconocida por su yo, e inmediatamente sospechará que el otro miente o que tiene malas intenciones a su respecto. Invitarlo a que se mire en el espejo no cambiará en nada la situación, pues concluirá rápidamente que la imagen reflejada no es la suya. En efecto, la incapacidad para reconocer la propia imagen no sólo la tienen quienes padecen de delusiones. Un analizando, que vivía en una soledad buscada a pro-

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pósito, para salvaguardar su universo narcisista esencial para su bienestar, no se miraba nunca a1 espejo y jamás sentía la necesidad de hacerlo. Cuando por casualldad hallaba su imagen en un espejo, no se reconocía; le era necesario un tiempo antes de llegar a la conclusión de que la imagen era precisamente la suya porque se trataba de un espejo. Continuamente se sorprendía de que los otros lo reconocieran con seguridad. "¿Mi imagen? Pero yo no soy así, ¿Para qué la quiero?", me dijo. Otro paciente, más perturbado, durante un episodio psicótico descubrió que "su cuefI>o era otro" y que de este modo podría "dialogar consigo mismo por primera vez y saber qué pensaba". En cierto sentido, estos dos pacientes tenían razón. Intentaron comunicarme una vivencia precisa referente a su si-mismo somático que todos hemos conocido en la infancia. Para el infans, cuya psique aún no está formada por la palabra, el cuerpo es un objeto del mundo externo tanto como su psique puede ser consciente de él. Y pasarán años antes de que pueda adquirir como verdad la ilusión de "habitar" su cuerpo, antes de que pueda decirse "Yo me siento bien, fuerte, triste, enfermo ... ". El sentimiento de identidad se apoya en la convicción de que uno vive en el interior del envoltorio de piel, y la certeza de que el cuerpo y el sí-mismo son indisociables. Pues bien, esta adquisición falta en muchos adultos, y la disociación entre psique y soma es más frecuente en quienes están gobernados por el pensamiento psicótico. El analista descubre en sus analizandos , a veces con asombro, que ciertos estados somáticos, que ciertas partes del cuerpo, de las zonas erógenas o de los órganos de los sentidos, no tienen ninguna representación mental. La Gestalt del sí-mismo somático depende del sistema de representación psíquica del yo. Las representaciones que han sido reprimidas son

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relativamente accesibles tanto para el analista como para el analizando en el transcurso analítico, pero las que han sido arrojadas fuera-de-la-psiquis no pueden aparecer en Ja trama del discurso más que por falta de advertencia, o bien a través de una impresión en el analista de que hay algo que falta. La imagen psicosomática desempeña un papel tan fundamental en la constitución de la identidad del yo, que la manera como un individuo experiencia su cuerpo nos dice mucho sobre la estructura de su relación con los demás. En las relaciones neuróticas son las fantasías reprimidas del cuerpo erógeno las que crean los síntomas, y por consiguiente, la alteración en la relación con el prójimo. Es el cuerpo "neurótico". Pero cuando ese mismo cuerpo no significa más lo que distingue al ser del otro, y el interior del exterior, cuando el sujeto ya no cree firmemente que habita su cuerpo, las relaciones con los otros amenazan con tornarse confusas, incluso aterrorizadoras. La confusión también puede tomar la forma de un enredo de una parte del cuerpo con otra, o del íntrincamíento de las zonas en la representación del propio cuerpo. Este es el cuerpo "psicótico". Esta vivencia corporal se parece mucho a lo que está reprimido en la fantasía neurótica, y forma parte del material de la vida onírica de todos. En otros el cuerpo no está ni neurótica ni psicóticamente construido, sino aparentemente descatectizado; sus mensajes somáticos y afectivos no son recibidos como portadores de pulsiones prohibidas, ni temidos como signos de una potencia extraterritorial. En función de exigencias distintas que quedan por precisar, las representaciones mentales del soma son renegadas, traw tadas como inexistentes; o bien, sin son registradas, se consideran desprovistas de importancia y carentes de significación. La relación con el prójimo corre el riesgo 384

de caer en la misma "desafección" aparente. Este tipo de diálogo de sordos entre el soma y la psique caracteriza al cuerpo "psicosomático". Todos poseemos estos tres "cuerpos", con su potencia~ lidad sintomatológica. Estas diferentes organizaciones del psicosoma y lo que subyace a su funcionamiento serán captados mejor a través de las observaciones de los analizandos en quienes hay una clara predominancia de una de las tres formas de relación. Lo analizaré con mayor detalle en el próximo capítulo. Para comprender mejor la función psíquica del cuerpo "psicosomático" me parece que la cuestión de la representación del dolor, somática y afectiva, es nodal. Pero, entre las observaciones de las disfunciones psicosomáticas en psicoanálisis y su comprensión, hay como un abismo que cruzar, pues se trata de una carencia que hay que representar. ¿Qué es la ausencia de un fenómeno dado para observar? En el plano del dolor físico es relativamente fácil observar que la psique posee la capacidad de rechazar todo conocimiento de un dolor cuya sede es el cuerpo: los automutiladores en su encarnizamiento contra su cuerpo son totalmente insensibles al dolor que se infligen en el momento de su frenesí; los catatónicos, y ciertos místicos, no sienten ningún sufrimiento en circunstancias que para otros serían causa de un dolor físico innegable. Igualmente conocido es el hecho de que el sufrimiento físico puede ser erotizado, a tal punto que, lejos de experimentar dolor, en su lugar el sujeto siente goce sexual. Un último ejemplo nos lo proporcionan ciertos pacientes somatizadores que permanecen insensibles a las señales del cuerpo fatigado, dolorido, hasta que se enferman gravemente. He podido comprobar que tal es el caso de muchas víctimas de la tuberculosis pulmonar. El caso de Paul Z. evocado en el capítulo 10 también entra en este orden.

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De este modo, a través de la compleja mediación de los mecanismos de escisión, de proyección y de repudio psíquico, el espíritu humano es capaz de esquivar, de negar o incluso de destruir totalmente toda huella de la percepción del dolor físico, revelando así Ja dislocación de la unidad psicosomática. Se impone la cuestión de un vínculo eventual entre factores psicóticos, experiencias místicas, perversiones sexuales y afecciones psicosomáticas, y por otra parte, de manera igualmente imperativa, la cuestión de su arraigo en todo ser, donde sus manifestaciones pueden aparecer de manera transitoria. Sean cuales fueren las respuestas eventuales que el psicoanálisis podría aportar a esos enigmas, me parece importante subrayar que todas son manifestaciones de un intento de autocuración para resolver conflictos intolerables en el sistema de "hechos" psíquicos que constituyen para cada individuo su sí-mismo psícosomático. Debe observarse también que el término "psicosomático", en el lenguaje y en el pensamiento psicoanalíticos, remite siempre a la patología del psicosoma, como si el concepto de unidad psicosomática no patológica nos faltara. Si el misterio del dolor y de la enfermedad psicosomáticos son dificiles de conceptualizar, la captación de lo que constituye la salud y el placer psicosomáticos parecería más esquiva -ya sea goce del cuerpo en buena salud, goce sexual, goce de la vida. Es importante observar que todos son hechos esencialmente psicosomáticos. La capacidad de la psique de ignorar el dolor físico también se extiende a la negación del dolor mental. Esta similitud, sin embargo, depara más confusión que luz, por las diferencias extremas entre lo psíquico y lo físico. Es cierto sin embargo que para el lactante el dolor físico no se distingue del otro, del afectivo. Sin la capacidad de representación simbólica, el bebé no puede pensar su 386

cuerpo ni sus sensaciones, ni reconocer sus propios estados afectivos dolorosos. No puede hacer otra cosa que reaccionar a estas diferentes formas de dolor de manera lli~~tual. La noción de una matriz común de lo psíquico y d~ lo somático a veces arrastra cierta incoherencia teórica. ¿No sería más factible postular que desde el comienzo de la vida hay una "psique" cuya tarea será registrar las presentaciones del soma de manera pictográfica? Según un estudio de Castoriadis-Aulagnier (1975) podemos afirmar la existencia de un proceso primordial (distinto de los procesos primarios y secundarios) que persiste a lo largo de la vida en el funcionamiento rnental.1 Si así no fuera, el lactante no reaccionaría ni a las necesidades corporales, ni a la movilización pulsional, y en realidad estaría en peligro de muerte biológica. En cambio, el acceso a la simbolización no es obvio; la posibilidad eventual de poner en el código del lenguaje las experiencias afectivas y corporales depende al comienzo únicamente del vínculo íntimo entre madre e hijo. Desde el principio es la madre la que debe interpretar los gritos y los gestos de su bebé. (En el capítulo 7 "La contratransferencia y la comunicación primitiva", hemos estudiado los signos de una falla en esta relación primordial entre madre e hijo.) A través de su palabra, la madre va a dar al hijo nombres para las diferentes zonas de su cuerpo, y al mismo tiempo le transmitirá el espacio fantasmático que van a ocupar las zonas erógenas en particular, y la naturaleza de la relación "zona-objeto complementario" que fundamente el esquema de base del psicosoma. l. Debo a Castoriadis-Aulagnier su modelo claro de la relación mente-cuerpo y de la actividad de representación mental, así como el concepto me ntal de p roceso primordial al que h a ré alusión a menudo.

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Igualmente fundamental para la organización psicosomática del niño es el papel de la madre en la denominación de sus estados afectivos . Unicamente en el interior de la relación madre-infans el niño puede adquirir un cuerpo, tornarse consciente de esos signos, y apto para poder elaborar simbólicamente, a través del pensamiento verbal y de la vida imaginaria, los acontecimientos físicos y emocionales que le son propios. Aquí se construye el fundamento de la estructura psíquica eventual, la posibilidad que tendrá el adulto de conocer y reconocer su realidad psíquica propia, y finalmente la posibilidad de comunicarla a los demás. La lenta adquisición de la unidad psicosornática intacta exige entonces que la imagen del cuerpo y de las zonas erógenas, con su carga afectiva, sea accesible al proceso simbólico. Es evidente que una falta en la transmisión de los afectos será potencialmente peligrosa. La inercia afectiva muy a menudo es estudiada en cuanto manifestación de ciertos estados psicóticos (hipotimia y síndromes esquizofrénicos). Pues bien, puede aparecer de manera sutil en otras constelaciones psíquicas. Hemos visto ya en el retrato del "anti-analizando" (capítulo 6) lo que eso puede dar en la clínica psicoanalítica, y la resistencia salvaje que provoca. Aquí querría subrayar su importancia desde el punto de vista psicosomático y poner el acento sobre la amenaza que implica para la unidad del psicosoma. El afecto, a diferencia de la representación ideacional, es un concepto límite entre cuerpo y psique, y jamás puede ser encarado como un fenómeno puramente psíquico. Este puente vital, antes de la adquisición de la palabra, ofrece el primer jalón de un status simbólico para el sí-mismo somático. Estos mismos elementos también proporcionan la habitación imaginaria futura del yo, y especialmente del "yo" del niño verbal. La comprensión de la patología psicosomática conducirá 388

inevitablemente al particular interés en registrar los estados afectivos, y la manera como los capta la madre. El reconocimiento de la experiencia afectiva del infante, primero por la madre del lactante, y luego por el propio niño, va a desempeñar un papel primordial en la construcción y el mantenimiento de la integridad psicosomática así como en la comprensión de su patología. Debe observarse que el lenguaje que dice los sentimientos muestra a cada instante su arraigo profundo en el soma. Cada metáfora lleva la huella corporal de manera indeleble. El ser humano, con tal de que sea capaz de comunicar simbólicamente su vivencia afectiva, fá cilmente se siente "aplastado" por los acontecímientos, "desgarrado" por la pena, "sofocado" por la rabia; sufre "opresiones del corazón", emociones "candentes" y "punzantes" por la traición, etc. Otras metáforas con un poder no menos evocador expresan corrientemente los afectos de alegría y de placer. Ahora bien, esta interpenetración de cuerpo y psique por el camino del afecto plantea problemas, sobre todo cuando se encuentra obstruido, y cuando se trata del dolor. A pesar de la complejidad de su colocación metapsicológica, puede afirmarse que su función biológica es accesible. La transmisión de la reacción afectiva sería aportar a la psique informaciones preciosas acerca del cuerpo y de sus necesidades más urgentes, así como advertirlo de una situación de estrés psicológico o de privaciones futuras. Si a caso este vínculo privilegiado se debilitara, o se cortara, las consecuencias podrían ser graves. Los trabajos de Engel (1962, 1967) proporcionan un valioso insight sobre este aspecto de la disfunción psicosomática. Sentimientos de malestar, de desesperación, de angustia , de culpa, de rabia ... pueden permanecer fuera de la psique, y por consiguiente será n inutilizables para alertar al sujeto, para permitirle pensar, y finalmente actuar. Tanto la integridad psíquica

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como la biológica se hallan amenazadas por la pérdida de la representación psíquica del dolor. "Dolor: en los confines y en la confluencia del cuerpo y de la psique, de la muerte y de la vida", escribe J. B. Pontalis en su hermoso texto sobre el dolor (1977).2 Luego rehace el camino de investigación de Freud en su intento repetido por distinguir y definir los mecanismos que están en acción en la experiencia del dolor psíquico y fisico; y las peripecias de su pensamiento que se refieren sucesivamente a la distinción y a la indistinción posibles entre la penosa experiencia de angustia y el dolor de duelo. No retomo aquí todos estos matices del dolor psíquico pues la destrucción del afecto por la psique juega en los dos registros afectivos, en el de la angustia así como en el que está ligado a las emociones depresivas.

Cuando el ensordecimiento psíquico a los dolores morales es casi constante, no sorprende comprobar que la ruptura de este vínculo entre cuerpo y psique ofrece un terreno propicio a las manifestaciones psicosomáticas. En lugar de las adaptaciones psíquicas, el cuerpo, dejado a la deriva, debe reaccionar solo, y tal vez según un "saber" biológico poco adaptado a las circunstancias. Dos conceptos mayores surgidos de la investigación psicoanalítica sobre las afecciones psicosomáticas exponen dos importantes concept os sobre el aplastamiento del afecto: el concepto del pensamiento operatorio elaborado por analistas de la Escuela de París (Marty et al. 1 1963) y el concepto de alexitimia de los investigadores norteamericanos Nemiah y Sifneos (1970a, 1973) . El pensamiento operatorio se refiere a un modo pragmático de pensamiento sobre hechos y personas e implica una 2.

J.B. Pontalis, Entre le réue et la dbuieur, París, Gallimard,

1977, pág. 266.

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forma de relación objeta} con pobreza de catectizaciones libidinales, y una ausencia de reacción afectiva ante las pérdidas u otros acontecimientos traumatizantes. Estas observaciones fueron hechas sobre todo en la situación de las entrevistas preliminares en los centros adonde los pacientes son enviados por su sintomatología somática. Conservo el recuerdo muy marcado de la primera vez que pude asistir a una entrevista semejante, clásica en su género, la de una joven que había ido a consultar a un especialista en psicosomática después de una eclosión brutal de su colitis ulcerosa. Al principio, la paciente negaba toda posibilidad de un factor psicológico que hubiera podido vincularse con su enfermedad. Sólo gracias a la insistencia del examinador ella relató los días que habían precedido al comienzo de su enfermedad. Con una voz neutra describió una brutal historia de abandono durante un embarazo, y en condiciones particularmente penosas y angustiantes. Todo ocurría como si la joven paciente no debiera revelar ninguna huella de emoción, ni tener el aspecto de dar demasiada importancia a un acontecimiento catastrófico sobre el cual ella no tenía ningún dominio. Sostenía una renegación constante de todo afecto desbordante. En ese momento me parecía que la paciente, por razones desconocidas, era incapaz de comprometerse en un proceso de duelo por su amante ni por su bebé. En cambio, había enfermado físicamente, un poco a semejanza de un lactante en una situación de abandono castastrófico del objeto materno, por la inmadurez de su capacidad de pensar en ello y de reaccionar. Pero no esperamos que un adulto que se halle súbitamente en una situación de rechazo o de abandono responda con diarreas. Y sin ninguna otra manifestación psíquica, tal como la emoción. Por el contrario, es concebible que el bebé haya necesitado una figura materna que pensara por él; es lo que

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Bion describe como la capacidad de la madre de "reserve", de "contener" los afectos de su lactante y de responder a ellos de manera adecuada. Eso forma parte de lo que he denominado comunicación primitiva. He intentado mostrar cómo en una paciente sin síntomas psicosomáticos las perturbaciones en esta fase precoz dejaban huellas profundas sobre la capacidad del adulto de pensar y reflexionar sobre el dolor emocional. Digamos al pasar que los adultos que operan este tipo de ahogo afectivo, en los momentos en que esperamos de ellos una reacción emotiva intensa, suelen dar la impresión de que son sujetos impávidos, inquebrantables y que están a la altura de todo lo que pudiera ocurrirles, como en una especie de sobreadaptación al mundo exterior. Ahora bien, como podemos comprobarlo, es probable que esta "fuerza" frente a acontecimientos estresantes demuestre una fragilidad en la estructura de la personalidad. Por otra parte, cuando esta falta de reacción es muy marcada, puede dar la impresión de un alejamiento ezquizoíde o de un cinismo psicopático, que ya no hacen pensar en una adaptación adecuada: por ejemplo ese paciente, de personalidad "psicosomática" que, al volante de su coche, atropelló a una mujer y a un niño, hiriendo a ambos. El analista lo invitó a que expresara sus sentimientos sobre el accidente, y el paciente respondió: "Después de todo no tengo por qué preocuparme, tengo un seguro contra todo riesgo". Es difícil prever si estos pacientes estarán algún día menos "asegurados" contra el dolor psicológico de reconocer que pueden encontrar en su interior el deseo de matar a una madre y a su niño . Otra paciente sufrió un ataque casi fatal de colitis ulcerosa después de un accidente automovilístico en el cual sus padres y su prometido perdieron la vida; su

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único comentario afectivo fue "sé que tuve que recobrar la calma". Nos preguntamos si pudo enfrentar la verdad psicológica detrás de su brutal comentario: que el terrible accidente había hecho temblar su mundo interior y que ella misma había estado en peligro de estallar en pedazos. El concepto de alexitimia, como su nombre lo sugiere, nos remite a la incapacídad específica del sujeto de nombrar sus estados afectivos o de reconocer la existencia de su afectividad. De igual modo que con el pensamiento operativo, estas observaciones han sido hechas durante entrevistas y no tanto a través de la experiencia psicoterapéutica. Así Sifneos atribuye esta carencia aparente a una dificultad de simbolización lingüística. En otros artículos (Sifneos, 1974; Nemiah y Sifneos, 1970b) sugieren la noción de un defecto fisiológico irreversible. Aunque una carencia a nivel simbólico, en situaciones de conflicto p~icológico, provocará cierta incapacidad de pensar sobre sí mismo y sobre la relación sí-mismomundo, la razón de ser de tal funcionamiento psíquico sigue siendo una cuestión abierta, y eventualmente nos conduce a las vicisitudes de la representación psíquica así como a las transformaciones del afecto escindido de la representación mental. Dado que se trata específicamente de la representación del cuerpo y de la captación de los representantes pulsionales afectivos, nos es lícito suponer que los fenómenos de la patología psicosomática están relacionados con los procesos psicobiológicos de naturaleza primitiva y preverbal, que no han logrado transformarse en procesos auténticamente simbólicos, capaces de realizarse en representaciones psíquicas. Se impone la cuestión de saber qué factores pueden movilizar el mantenimiento aparte de la mentalización, de las informaciones tan indispensables para el bienestar psicosomático. Observemos una vez más que la somatiza-

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ción a causa de las sobrecargas afectivas y de los acontecimientos traumáticos está al alcance de todos, aun cuando no se trate, de ninguna manera, de la única forma de disposición de los mismos. ¿Puede bastarnos la idea de una carencia, simbólica, libidinal o fisiológica para explicar este fenómeno universal? Esta noción no hace más que definir en negativo una organización llena de misterios, para cuya dilucidación aún nos faltan respuestas. La "carencia" está de nuestro ·1ado. De igual manera, el retrato de una "personalidad psicosomática", sin dejar de ser detectable clínicamente, nos ilumina poco en el plano teórico. En alguna parte de la historia psicológica del sujeto, este "vacío" aparente debe contener una significación positiva. Los dos conceptos que hemos tratado contribuyeron notablemente a allanar el camino desde el punto de vista psicoanalítico. Otros analistas también se inclinaron sobre el misterioso "salto" psicosomático. En el capítulo 9 hemos visto que un tercer enfoque trataba de dar un sentido simbólico a los síntomas psicosomáticos, según el esquema de la neurosis. Aun cuando el "sentido" hallado no explique nada en lo referente a las causas , me parece que la hipótesis de una forma de "histeria arcaica" psicobiológica no ha de ser excluida, tanto más por cuanto frecuentemente los síntomas psicosomá ticos tienden a tomar un sentido 11eurótico histérico. Tras lo cual, el análisis de la estructura edípica producirá un equilibrio del psicosorna; pero la economía narcisista, sutilmente arraigada en la imagen del símismo, y expresada no menos sutilmente en la naturaleza de las relaciones objetales, continúa amenazando el equilibrio psicosomático si surge un conflicto en las relaciones objetales o en la catexia narcisista del sfmismo. Otra contribución proviene de las observaciones rea-

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lizadas con pacientes psicóticos. Pankow (1969), que ha estudiado la naturaleza de la imagen corporal y su valor diagnóstico y dinámico para distinguir los estados histéricos de los psicóticos, observa que muchos tienden a enfermarse físicamente cuando comienzan a curar sus disociaciones: "Parece que (el psicótico) no está en su pellejo, 'no siente sus límites'; ninguna imagen corporal interiorizada le permite sentirse como unidad frente al mundo ... ¿En qué momento sabremos que tal enfermo 'ha entrado en su pellejo'?", pregunta la doctora Pankow. Ciertos fenómenos pueden servirnos como referencias: por ejemplo, cuando el enfermo presenta una enfermedad somática (fiebre, molestias digestivas, asma, dermatosis) después de una fase de delusión o de disociación. El enfermo 'habita su cuerpo' precisamente por medio del sufrimiento psicosomático", concluye Pankow. Tales fenómenos suelen observarse en la situación psicoanalítica en pacientes mucho menos graves en la medida en que el acceso al sentido de las palabras y el uso del lenguaje no están perturbados; en cambio, su relación con el prójimo acusa una dimensión "psicótica", puesto que el otro representa inconscientemente una parte del sujeto mismo, que le asegura su identidad subjetiva. Toda perturbación en la relación, aunque en algunos pueda desencadenar manifestaciones psicosomáticas graves, en otros provoca como un despertar de sí mismo y de sus propios· límites psíquicos y físicos, como describe Pankow. Notamos aquí que estas manifestaciones narcisistas pueden originar episodios psicóticos en los pacientes predispuestos. Un paciente que, después de largos años de análisis, se preparaba a independizarse más de su entorno, a no seguir utilizando a los otros como una droga, como reparación de su imagen narcisista, me dijo que habí a

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"adquirido la capacidad de enfermarse, de resfriarse, de que le doliera la espalda, de tener fiebre". Esta "adquisición" le daba la impresión de "existir", de tener límites, de poder "cuidarse, amarse a sí mismo". Desde este punto de vista podemos adelantar que el reconocimiento del cuerpo enfermo es en sí mis mo un proceso. Es evidente que toda patología somática reconocida por el sujeto implica que su "yo" reconoce al propio cuerpo como suyo; el psicosoma ha vuelto a funcionar como una unidad. La enfermedad psicosomática puede desempeñar aquí el papel de un hecho traumatizante tal como podría desempeñarlo cualquier accidente corporal que permitiera al sujeto catectizar diferentemente su cuerpo, sus límites, su funcionamiento biológico, pero que entrara en ese momento en el marco de los "beneficios secundarios". Este fenómeno no podría alegar un argumento teleológico so pretexto de que el paciente se deja enfermar para "volverse a encontrar" o para atraer hacia él la atención de los demás. Su enfermedad somática podría adquirir este significado, pero sólo como postefecto, no como factor causal. Para volver a la mencionada "personalidad psicosomática", mi experiencia analítica me hace sospechar que ese alejamiento aparente en la relación deslibinizada, "operatoria", y que esa pobreza de expresión en la captación de la vivencia afectiva y en su comunicación tienen una meta positiva: la creación temprana de una barrera psíquica. Esta organización puede representar una defensa masiva y arcaica contra el dolor mental en todas sus formas, en la relación consigo mismo, con las exigen~ cias pulsionales y en la relación con los demás. Las raíces de esta defensa pueden vincularse al modo como toda interacción con otra persona es catectizada en la fantasía inconsciente del sujeto. Defensa peligrosa, ciertamente, en la medida en que amenaza con borrar Ja

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distinción entre lo interno y lo externo, entre dolor de afecto y dolor corporal. En particular, un fantasma amenazador del otro provoca un estrechamiento del lugar p~íquico, lo cual se torna necesario para impedir una id~~tificación introyectiua de tendencia implosiva y desintegradora. Me ha parecido que en estos individuos en quienes predomina este tipo de disposición en la relación consigo mismos y con el mundo se ha creado un espacio "estéril", aparentemente desprovisto de afecto y de catectizaciones libidinales, para proteger la identidad del yo. El paciente puede protegerse no sólo del t emor a la frustración potencial inherente a toda relación objeta!, sino también contra la fantasía inconsciente de no poder contener ni elaborar los afectos desbordantes movilizados por el contacto con los demás. Estos temores se revelan eventualmente como relacionados con una fantasía de ser impotente para resistir la absorción de los problemas de otros, su dolor psíquico, y aun sus trastornos físicos. La fantasía de permeabilidad, de interpenetración del uno por el otro sin ninguna posibilidad de dominio sobre esta confusión de identidades, lleva el riesgo de destrucción mortal y mutua. El caso de Sabine (capítulo 8) es un ejemplo. A esa paciente el análisis le permitió la completa desaparición de importantes síntomas psicosomáticos incapacitantes cuya existencia ella sólo reveló tardíamente. El elemento de un espacio "vacío" o "esterilizado" que intento desglosar aquí -ya sea la vivencia "alexitímica" o la relación "operatoria"- es detectable con mayor facilidad en analizandos que no son "psicosomáticos típicos", es decir, pacientes que poseen una serie de defensas psíquicas -síntomas- caracteriales o neuróticos que coexisten con somatizaciones esporádicas o recurrentes tales como reacciones alérgicas aisladas, trastor-

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nos digestivos o cardíacos pasajeros, debilidad inmunológica durante períodos de estrés, etc. Con los pacientes para quienes la red defensiva se ha reducido a una verdadera coraza, se necesitarán años para que se tornen visibles y verbalizables las representaciones y afectos sofocados que componen este espacio "esterilizado". Un escritor que vino a análisis por serveras inhibiciones en su profesión y, además, por angustias vinculadas con impulsos homosexuales inaceptables, sufría también de alergias cutáneas atípicas. Paralelamente, en su relación con los demás, su "piel" psíquica, así como su piel somática, revelaba ser frágil, fácilmente "desollable", con matices persecutorios. Su sensibilidad en esos dos campos se expresaba de dos maneras diferentes, como reacción contra el mundo externo: si por casualidad era testigo de un accidente en el cual un desconocido se apretaba el dedo o se levantaba la piel, etc., el analizando mísrno sufría inmediatamente dolores en sus propios miembros y ardores cutáneos. Estamos aquí en presencia de una reacción psicobíológica primitiva, una especie de "histeria arcaica" con confusión en cuanto a los límites entre los cuerpos. Esto nos remite a un estrato de "sexualidad arcaica", cuya tendencia sería unirse globalmente al Otro. Como en la histeria de conversión, este movimiento pulsional es contrarrestado, y del deseo original no resulta visible más que el síntoma. Ahora bien, la diferencia entre esta "histeria psicosomática'' y la histeria neurótica es de todos modos considerable. En el concepto freudiano, el síntoma neurótico es un sustituto de la actividad sexual del paciente (Freud, 1905a); así, la tos nerviosa de Dora expresaba inconscientemente la fantasía del coito oral que, según suponía Dora, era la relación erótica de su padre con Frau K. Podríamos deducir igualmente que en la segunda fase de ese análisis que iba a revelar el apego homosexual de 398

la propia Dora por Frau K., esa misma "tos" adquirió otro significado -ahora es una identificación con el padre, en la medida que se une de ese modo a él, en cuanto sujeto con acceso al objeto común del deseo-. Tanto el Edipo heterosexual como el Edipo homosexual se expresan en el síntoma. En el caso del analizando "desollado" la problemática es mucho más global y el síntoma demuestra menos la lucha contra la angustia de castración y las prohibiciones edípicas, que el temor de los deseos fusionales, y una lucha contra la indiferenciación con respecto al otro. E n ca mbio, el mismo paciente d emostraba una estructura defensiva más compleja en situaciones relacionales en donde existía el peligro de ser "desollado" o "quemado" en su contacto con los otros. Era incapaz de escuchar historias tristes, sobre todo vinculadas a conductas masoquistas de amigos o desconocidos. Tales relatos lo sumergían en cóleras excesivas, pero que excluían de manera eficaz toda posibilidad de identificación peligrosa con el otro. La fragilidad del paciente en esas situaciones de fusión-confusión lo llevaba a evitar ser testigo del dolor ya sea físico o psíquico del otro. Porque el dolor del Otro se convertía inmediatamente en el dolor de él. Este analizando no había instituido tal espacio desafectado o estéril entre él y el mundo como los "somatizantes" típicos, lo cual sin duda lo protegía con~ tra desorganizaciones psicosomáticas severas, pero exhibiéndolo siempre sin cesar a un sufrimiento neurótico, y a problemas caracteriales de estilo paranoide. Su temor de convertirse en el Otro revelaba su contraparte inconsciente, el temor de querer absorber y ser absorbido en la relación con el Otro, de desear vivir en simbiosis , o en unión total. Tales fantasías provocaban en él un horror intenso contra el cual mantenía permanentemente una lucha sorda.

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Este tipo de conflicto psíquico es frecuente en la práctica analítica, y puede dar lugar a innumerables "solucíones" con consecuencias perturbadoras: problemas sexuales de diferentes órdenes -pérdida del deseo por temor a la desintegración o a la desaparición definitiva de todos los límites. O por el contrario, una sexualidad "adictiva" tendiente a confirmar al sujeto en sus límites corporales y psíquicos, especie de sexualidad "operatoria" si se quiere, donde el partenaire corre el riesgo de ser ignorado en cuanto sujeto separado, con un espacio y un deseo propio. Este elemento entra en las relaciones perversas, pero también se encuentra en las relaciones heterosexuales (capítulos 1 y 2). La búsqueda de la fusión temida-y-deseada también se revela claramente en las otras adicciones. La droga, el tabaco, el alcohol, la bulimia, la dependencia de los medicamentos, todos son ejemplos corrientes de un objeto tomado como sustituto materno de este orden, y que demuestran un proceso patológico transicional. De todas maneras, la economía psíquica de la personalidad adictiva supera el objetivo que me propongo aquí. En el analizando "desollado" citado más arriba hemos podido observar in statu nascendi lo que en otros sujetos podría ser un factor que contribuye a la creación precoz de una coraza caracterial protectora, organizadón defensiva que hoy se llama "psicosomática", o también "esquizoide" o "narcisista". Las víctimas de esta creación, que es la construcción de un espacio vaciado, pueden llegar a ser sordas a su propio sufrimiento así como al de los demás. El "vacío" es el único signo visible de su sufrimiento. Podríamos observar igualmente el parentesco entre este terreno favorecedor -esta área desafectada que se instala entre el sujeto y sus objetos internos o entre el sujeto y el mundo- y ciertos estados psicóticos. Rosenfe1d (1965) describe este tipo de construcción en térmi400

nos de identificación proyectiva y sugiere que a veces es posible detectar hasta sus orígenes el mecanismo de proyección en el análisis de pacientes esquizofrénicos en la medida que tales pacientes, en el momento en que se acercan a un objeto de odio o a un objeto de amor, pueden llegar a confundirse con el objeto de su pasión. Sin embargo, a pesar de esa similitud hay una diferencia evidente. La organización psicótica representa en sí misma una defensa global contra la amenaza captada, inexplicable, "insensata". El trabajo psíquico del sujeto da un "sentido" diferente a ese sufrimiento, a través de formaciones delusionales para explicar el sufrimiento; tal como lo dice Freud (1911) en el caso Schreber, es un intento de cura, un intento de recrear una nueva visión del mundo "en el cual sería posible vivir otra vez". Pero tal intento de autocuración traba el funcionamiento del yo, y el lenguaje corre entonces el riesgo de perder su función semántica y simbólica poniéndose al servicio del proceso primario de pensamiento. Este desenlace es evitado en la organización descrita más arriba; en lugar de la neorrealidad creada por el pensamiento psicótico para llenar el vacío, está esa "nada que se ofrece al proceso primordial, poniendo en cortocircuito a los procesos primario y secundario. Y un terreno favorable a la eclosión psicosomática se prepara. ¿Qué ocurre entonces en esos sector es de la vida psíquica donde no h ay ninguna defensa, ni psicótica ni n eurótica? ¿Qué viene en socorro para reparar la pérdida narcisista y la vida pulsional perturbada? A falta de síntoma s neuróticos y psicóticos o de conductas sintomáticas para llenar los espacios vacíos, es el cuerpo el que reacciona. ¿Pero según qué lógica? ¿Y con qué fines defensivos? No me guío aquí más que por mis observaciones sobre la vida psíquica de mis analizandos, aquellos con

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desorganización psicosomática o con súbitas manifestaciones psicosomáticas que poseen estructuras neuróticas, narcisistas o borderline bien construidas. En estos casos es interesante conocer los momentos en los cuales estos problemas aparecen. La respuesta que aporta el soma a situaciones de dolor psíquico inminente y estrés parece incoherente y, de todas maneras, ineficaz para resolver el problema. Pero a fuerza de establecer vínculos temporales, y de estudiar desde muy cerca la relación objetal, se desprendía un "sentido", sentido que no tenía ninguna relación con la significación que contienen los síntomas neuróticos y psicóticos. Me esforzaré por explicitar ese "sentido" dejando ahora de lado lo que favorece económicamente una respuesta psicosomática o que impide la creación de síntomas psíquicos de autocuración. Retomemos al paciente "desollado". Era evidente que su piel reaccionaba como habría debido hacerlo si verdaderamente hubiese sido el blanco de una agresión física (lo cual nos recuerda las respuestas del soma que pueden inducirse en experiencias de hipnosis; si el cuerpo "cree" que ha sido quemado, es perfectamente lógico que se desencadenen reacciones fisiológicas aptas para proteger la "llaga". La percepción del otro se funde con la representación psíquica del sujeto mismo; el afecto, registrado en estado de especularización originaria, exige una respuesta somática rápida, tal como podría responder un lactante en estado de desamparo. En otras circunstancias, cuyo impacto para su psiquismo no medía, ese mismo paciente producía reacciones cutáneas alérgicas. Las situaciones movilizadoras pedían oscilar entre una simple sobrecarga de trabaje y una reacción desplazada de duelo, o una angustia (imperceptible a comienzos de análisis) vinculada a situaciones propicias para movilizar fantasías eróticas prohibidas.

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Mi hipótesis en estos casos es que ante el pródromo de amenaza psicológica para el yo infantil, la psiquis se niega a reconocer el sufrimiento, mientras que el soma se prepara para combatir contra un peligro biológico. En pacientes que son blancos de una explosión psicow somática masiva, la "respuesta" errada del soma es descifrada con mayor dificultad. En víctimas de perturbaw ciones de la respiración, he podido comprobar que reaccionaban somáticamente en situaciones relacionadas donde, en lugar de ser plenamente conscientes de los afectos y de las fantasías provocadas por el "frío" del abandono, o por el "calor asfixiante" de una relación amorosa no desead.a, desarrollaban rinitis, fiebre "del heno", ataques de asma o eccema. Sin una guía psíquica segura, fatalmente el soma se equivoca. Tomemos el caso de la joven paciente citada más arriba que sufría de colitis ulcerosa. Después del abanw dono brutal de su prometido en el momento de su embarazo, en vez de contener y elaborar las reacciones emocionales de esta tragedia, todo su cuerpo respondía como si en su sistema se hubieran introducido sustancias tóxicas susceptibles de provocar la muerte. Mientras que un trabajo analítico en torno de tales significaciones construidas de manera hipotética implica modificaciones sensibles, esas reconstrucciones no podrian ofrecernos explicaciones suficientes, si bien, por lo menos yo lo creo, se trata de un elemento necesario para la comprensión de tales fenómenos. De esta manera el cuerpo y la función somática reaccionan según los caminos autónomos que les son propios; va a intentar "expulsar" o "retener", e incluso hacer las dos cosas a la vez (como en los estados asmáticos y en las disfunciones del colon). Supera mi campo de investigación, soy plenamente consciente de ello, dilucidar las innumerables cuestiones dejadas aquí sin res-

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puesta, y que se refieren a la diferencia entre síntomas psicosomáticos diferentes, como por ejemplo, todo lo que distingue los síntomas atribuidos a los sistemas que se comunican con el mundo externo -la piel, la respiración, la eliminación, el sistema alimentario-, de los otros, internos -síntomas cardiovasculares e inmunológicos-. De todos modos me parece cierto que en todas esas afecciones estamos en presencia de procesos biológicos arcaicos cuyo objetivo es adaptar, o conservar las fuerzas de vida. ¡Extraña ironía del psicosornal Creo que los sectores "operatorios" del pensamiento, de la conducta y de la personalidad, y los espacios "esterilizados" que se han creado para producir estos medios pragmáticos de ser, constituyen barreras para contener un peligro irrepresentable e indecible; intento de autocuración primitiva. Cuando la misma vida instintiva es sentida como peligrosa para el sujeto porque es inaceptable para el Otro, la psique hace un esfuerzo colosal para conservar sus fuerzas vitales. Como el niño autista que por miedo a la muerte se niega a vivir. El clivaje entre psique y soma favorece entonces la desorganización psicosomática. En una situación de dolor y de conflicto negado por la psique, es el cuerpo, esta computadora implacable, el que puede llegar a responder por aquélla. Si esta historia sin palabras nos fuera contada, resultaría que el soma reacciona con inteligencia pero siguiendo su lógica propia: responde a las amenazas psíquicas como si se tratara de amenazas biológicas. Aunque las enfermedades psicosornáticas amenazan con precipitar al sujeto prematuramente en la muerte, el objetivo fundamental de esa defensa anacrónica, sigue siendo la sobrevida.

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12. TRES CUERPOS Y TRES CABEZAS

De todos 1os discursos que expresan ideas sobre e1 cuerpo y el sexo, el más extraño y el más angustioso es el conformado por el pensamiento psicótico. Christine, joven de dieciocho años, es enviada a mí por sus padres debido a la dificultad que halla en proseguir sus estudios. La propia Christine, al cabo de dos entrevistas, me explicaba que sufría una "solidificación de la cabeza" así como un temor de volverse tuerta. Respondiendo a mis preguntas, me confió un secreto: sus trastornos de cabeza se debían a la influencia de los gatos. Los gatos la "magnetizaban" después de largas horas de estudio, y sobre todo cuando salía a la calle. Incluso en su caraa la perseguían los gatos "magnetizadores", pero ella había hallado un remedio contra su poder. Dormía con una pequeña cruz de madera apretada entre las piernas. Discurso familiar, aunque en una versión nueva. Volví a hallar la "máquina de influir" con su poder sobre el cuerpo y las pulsiones, máquina construida con el rico material del proceso primario, sueño en libertad, que Christine me ofreció como una realidad.

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Buscando su conflicto en torno de su realidad pulsionaI, le pregunté si no estaba intentando también hablarme de su "gatita", explicándome inmediatamente: "¡Por supuesto; es evidente para todos!" Y allí mismo comenzó a describirme su lucha contra la masturbación y la influencia mágica de la cruz para protegerla durante la noche de la desintegración del cuerpo. El temor de sus asociaciones desordenadas revelaban hasta qué punto sus pulsiones sexuales eran sentidas como amenazadoras, no solamente para su cuerpo entero sino para su sentimiento de identidad psíquica. En su delusión ella no tenía más que un cuerpo simbólico; en lugar del sexo, palabras. El cuerpo no cumplía su función simbólica primaria de "continente", lo que le hubiera permitido distinguir entre el interior y el exterior, entre sueño y fantasía, entre ella misma y los demás. Deberé añadir que la fantasía delusoria de los gatos desapareció muy pronto y que Christine pudo volver a salir a la calle. Pero su pensamiento seguía siendo profundamente psicótico. Un sistema intrincado de escisiones le permitía captar fácilmente los vínculos entre sus creencias delirantes y su pulsión sexual, pero sin que se modificase la manera de vivir la relación con su cuerpo y con los cuerpos de los demás. Las escisiones no desaparecieron, y su yo continuó dominado por el pensamiento de proceso primario. Muy distinta es la relación "yo-cuerpo" en la estructura neurótica. La parte psicótica de la personalidad, que se alza frente a lo imposible, está confinada al mundo de los sueños o busca transformaciones sublimatorias. El conflicto neurótico deja el campo de lo imposible para luchar en cambio con lo que es posible aunque prohibido. Por el hecho mismo de que se trata de dicho e interdicto, encuentra mil maneras de expresarse a través de las fantasías y los pensamientos reprimidos,

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materia bruta con la cual la psique forjará el drama que se llama síntoma. Ahora bien, el neurótico ha adquirido el derecho de vivir su cuerpo, su psicosoma, como unidad. Para lograrlo, se ve obligado a renunciar a la ilusión de omnipotencia de sus pensamientos y deseos, pero también debe pagar el precio de renunciar a su órgano sexual como instrumento de placer. El desem· peño sexual se vuelve costoso, y en muchos casos puede buscar su realización en síntomas o castigos neuróticos a través del sufrimiento neurótico. Aunque sus síntomas superen su entendimiento, el neurótico raramente se equivoca en cuanto al hecho de que es él el autor de su invención sintomática y de que la solución debe buscarlr:. dentro de sí mismo (no puede permitirse culpar a los gatos, los rayos cósmicos, o al conserje). A diferencia del psicótico, y aun del perverso, 1 el cual vive su cuerpo como el juguete del destino y su invención como un don de la naturaleza. Mientras la persona normal-neurótica dispone de la representación psíquica de su cuerpo como un contenedor de las "vidas" de su ego, el psicótico no posee esta ilusión reaseguradora. El uso psicótico de la representación del cuerpo muestra hasta qué punto el cuerpo es vivido como vulnerable y permeable, controlable desde el exterior, confundible con el cuerpo de los demás. Las zonas y funciones de su cuerpo se hallan sorprendemente "desparramadas" en su mente y el propio espacio corporal constantemente desgarrado y parcelado por el surgimiento de los afectos. La reconstrucción deiusoria se requiere para dar significado a las relaciones con los otros. Este era el caso de Christine. l. La invención del perverso funciona psíquicamente como una delusión psicótica respecto del cuerpo, pero su dimensión psicótica está confinada al área relativamente estrecha del acto sexual debido a la erotización de los conflictos en juego.

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Debemos observar que la materia prima con que se fabrican }as delusiones, y el modo de funcionamiento psíquíco que las rige, hallan su contraparte en los fantasmas reprimidos, en los síntomas neuróticos y en la vída onírica. Cualquier delirio podrá ser recibido como "sensato" con tal que sea introducido por la frase: "Yo soñaba que .. .". El "yo" del psicótico, así como el del soñador, al no estar encarnado, se dispensa con facilidad de los inconvenientes de la alteridad, df~ la diferencia entre sexos o de la inevitabilidad de la muerte; en todas estas circunstancias, el cuerpo está trascendido en su realidad. En cuanto a la experiencia emocional, vemos que en los estados psicóticos los afectos son intensos e incontrolables, mientras que en las organizaciones psicosomáticas el afecto está aplastado, dando origen a1 interrogante de si ese aplastamiento emocional puede en ciertos casos favorecer la producción de fenómenos psicosomáticos. Los siguientes casos ilustran una "cabeza" neurótica, y otra psicótica, diferentes de la "cabeza" psicótica de Chrístine. Hace algunos años un hombre de veintiséis años, John, vino a verme a causa de angustias intolerables experimentadas cada vez que tenía una cita con una chica que lo atraía sexualmente. Fulminantes dolores de cabeza solían impedirle acudir a la cita. Tales síntomas aumentaban su violencia desde que sus padres se habían instalado en París, a pesar de que no vivían con su hijo. "Debo estar loco si hago tanto escándalo por la s chicas", confesó el muchacho durante nuestra primera entrevista. Aunque no poseyera ninguna cultura psicoanalítica -hecho raro y precioso- este joven daba de inmediato una interpretación "analítica" de sus dolores de cabeza : un drama cuyo sentido había perdido , que debía volver a hallar en sí mismo, y que además se refería a su vida sexual.

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Durante las primeras semanas de tratamiento mi paciente esbozó retratos parentales. "Mi madre más bien es joven y seductora. Se comporta conmigo como una amante. ¡Dios mío, ojalá tuviera una madre con cabellos grises y con una pañoleta negra sobre los hom· bros!" El padre: "Un buen tipo, gordo, colérico, que lo controlaba todo, pero sin embargo generoso". Un par de bofetadas solía ser su respuesta a las tonterías infanti· les. Un día el paciente me trajo el sueño siguiente: "Estaba en la habitación de mi madre, como si fuera a dormirme en su cama, o alguna idiotez semejante, y oigo los pasos de mi padre en la escalera. De pronto me encuentro abajo y soy yo el que sube. Mi padre desciende con ese aspecto terrible que siempre tenia cuando yo era niño. Levanta el brazo para golpearme, pero a cada paso su mano se vuelve más grande ... enorme ... nunca vi un brazo semejante. Va a golpearme la cabeza. Estoy seguro de que va a matarme. Me desperté sobresaltado, con un dolor de cabeza increíble". Añadió: "¡Qué tonto que es el psicoanálisis, contar tonterías de este tipo! ¡Y con todo eso mis dolores de cabeza empeoran!". Este sueño que para el psicoanalista tiene cierta transparencia, incluso en su forma manifiesta, no tenía ninguna para mi analizando. Necesitó más de un año para poner en escena -y en sentido- todos los caracteres que estaban en acción, con todas las complejidades de relación que iba descubriendo entre él y ellos: la madre a la vez seductora y rechazante; el padre, castrador, pero también figura fálica idealizada -"la manopene-brazo·enorme"- que impresionó tanto al muchachito de antaño. Este sueño es bastante ejemplar para demostrar la utilización que la psique hace de la repre· sentación del cuerpo y de sus posibilidades de simbolización. La cabeza, que en el lenguaje inconsciente del

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paciente ocupa el lugar del pene, está amenazada en función del apego incestuoso e infantil del hijo por la madre, apego muy reprimido en él, pero que su yo tenía que expresar. El yo infantil le imponía que toda mujer era su madre y que por esa razón le estaba prohibida. Su síntoma, como nos muestra la puesta en escena del sueño, realizaba a través del lenguaje simbólico del cuerpo una castración a manos del padre. Al cabo de dos años, desaparecidos completamente los dolores de cabeza, había iniciado una relación sexual que lo llenaba de satisfacción. El muchacho huyó del análisis. Agreguemos que también huyó conservando intactos todos los aspectos del Edipo homosexual que comenzaban apenas a dibujarse en sus sueños y sus asociaciones, y que se revelaban en la realidad exterior, donde una fijación con el padre-jefe idealizado le impedía en la actualidad dejar a su patrón, en detrimento de su vida profesional. No todos los dolores de cabeza son pasibles de una transcripción histérica. Recuerdo a una paciente víctima de jaquecas, ex tuberculosa, que también sufría de asma y taquicardias angustiosas en el momento de despertar. Frisando los cuarenta años, Victoria vino a Francia para ocupar un puesto importante en una organización internacional. Su trabajo, cumplido con desenvoltura y eficacia, la llevaba a ocuparse de la gente desfavorecida por la vida. Todos reconocían su gran entrega no solamente a sus tareas sino también a sus amigos. Además, tenía una vida amorosa caótica, de la que estaba profundamente insatisfecha. Sus amantes -también ellos desfavorecidos- siempre provocaban en Victoria el deseo de salvarlos. Alegre, enérgica, divertida en todo y con todos, esta mujer no obstante había venido a análisis por un estado depresivo mal 410

definido. Temía no poder seguir dominándose para mantener su brillante imagen. Victoria soñaba poco y no tenía ensoñaciones diurnas. Ante la ausencia total de sueños y de las taquicardias del despertar, un día le pedí que imaginara una escena, una escena cualquiera, que pudiera acompañar esa experiencia somática. "¿Decír cualquier cosa? ¡Yo no! No estoy tan chiflada como para permitirme eso". Sin embargo, en la sesión siguiente: "Y bien, tengo un sueño para usted. Bueno. Soñaba que mi despertador sonaba. Veía que iba a llegar tarde a la oficina y salté de la cama. Hice correr el agua para el baño. Me puse el vestido que había preparado la noche antes. ¡Y zas! ¡Mi despertador se pone a sonar en serio! Me desperté con un horrible dolor de cabeza". ¿Dónde estaba el sueño? Seguramente había uno, pero enterrado a mil leguas de distancia de donde se hallaba mi paciente, hundido en una angustia arcaica de la que había que esperar aún las palabras que lo comunicaran. Algunas semanas más tarde Victoria me trajo su primer sueño verdadero: "Me llamaron para que fuera a ver el cadáver de una mujer. En realidad se trataba de la señora X, la esposa de mi jefe, pero en el sueño tenía el mismo nombre que yo. Esta muerta comenzaba a caminar lentamente hacia mí. Yo gritaba: 'Pero ustedes ven que ella está aún llena de angustia'. Los otros me respondían que eso no tenía ninguna importancia, que la iban a enterrar de todas maneras. Ella temblaba como si me suplicara que la ayudase. Saltó hacia mí y me rodeó el cuello con sus manos glaciales. No podía moverme, tan grande era el frío que sentía. Trataba de gritar pero ningún sonido salía de mi garganta. Me desperté con dolor de cabeza y dolor de garganta, pero no tenía taquicardia".

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En realidad ya no se produjeron esas taquicardias durante los cinco años del análisis de Victoria. El asma también desapareció después de dieciocho meses, pero las jaquecas eran más tenaces. La madre de esta paciente tenía una salud fisica y psíquica frágil que hizo que la infancia de su hija fuera traumática. Victoria hizo todo lo que pudo para ayudar a su madre, y desde muy joven se ocupó de tareas que pocos niños serían capaces de asumir. Pero a través de este fragmento de análisis vemos a qué precio logró esa fuerza de carácter; su necesidad de dejar a un lado la fantasía y la emoción, y la compulsión de estar constantemente activa la había logrado a expensas de su vida interior y de su imposibilidad de aceptar depender de los demás sin angustia. El contraste entre los dos pacientes con migrañas es asombroso desde varios puntos de vista. Tomaré el ejemplo de los sueños. Por un lado, tenemos el drama del analizando estructurado hístéricamente, que implicaba objetos edípicos y los sí-mismos del niño y del adulto, pero construido sobre un tema creado por e! yo infantil para proteger su sexualidad. La paciente psicosomática, por otro lado, trata de proteger su vida psíquica de la disolución. Ella busca en la constante actividad huir de la angustia psicótica concerniente a objetos arcaicos, y al peligro de la fusión fatal. Todo lo había enfrentado con renegación y negación para dar espacio psíquico al afecto doloroso, hasta que la experiencia analítica le proporcionó el espacio suficiente en donde esas angustias primitivas pudieron salir a la superficie como sueños y fantasías. Christine, con sus sueños despierta, John con sus sueños dormido, Victoria que no podía soñar, nos brindan tres modelos de funcionamiento psicótico. Espero que estos resúmenes clínicos abreviados 412

hayan dado a mis lectores una oportunidad para ver los vínculos complejos que existen entre el funcionamiento mental y la representación del sí~mismo somático, y las diferentes expresiones sintomáticas que estas pautas pueden originar.

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13. ALEGATO POR UNA CIERTA ANORMALIDAD

Una vez me invitaron a participar en un coloquio psicoanalítico que tenía como tema ''Los aspectos patológicos y patógenos de la normalidad". Ciertamente un tema provocativo, pero también un cuestionamiento importante, aunque sólo fuera por el hecho de que los participantes nos vimos estimulados para evaluar el concepto de normalidad. ¿Qué significa "normalidad" desde un punto de vista psicoanalítico? Y suponiendo que se dejara definir, ¿posee formas diversas, existe una "buena" normalidad y una "mala"? No bien había comenzado a reflexionar sobre el problema, advertí que más allá del intento de definir la normalidad "anormal" estaba muy lejos de poder conceptualizar la estructura de la normalidad "normal". En el medio de estos interrogantes una duda oscurecía mi mente, un tema delicado de formular. Desde hace algunos años frecuento sobre todo a analistas (y por supuesto, a analizandos). ¿Podré saber entonces qué es un ser "normai"? Mis colegas nunca me parecieron personas eminentemente "normales"; y, por supuesto, yo misma me siento bien entre

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ellos. ¿Quiénes somos, quién soy, para juzgar qué es normal o anormal? Cuanto más pensaba, más evidente me parecía que la "normalidad" no es, no podría ser, un concepto analítico, sino inequívocamente antianalítico. Para un analista hablar de la normalidad es tratar de describir la faz oscura de la Luna. Ciertamente, podemos imaginarla, enviar un cohete, tomar fotos, incluso formular teorías acerca de cómo tendrta que ser. ¿Pero adónde nos lleva todo eso? No es nuestro país, y apenas nuestro planeta. Las neurosis con su núcleo psicótico secreto, las psicosis con su densa franja neurótica; ésa es nuestra familia, nuestro terreno, el lugar donde todos hablamos la misma lengua, con una pequeña diferencia de dialectos. Pero aparte de ello, ¿existe verdaderamente una "estructura nonnal de la personalidad"? Y si existe, ¿por qué tenemos que abandonar el área analítica , tan cómodamente anormal, para lanzarnos sobre las huellas de los normales? ¿Tal vez para explicarles hasta qué punto están enfermos? Pero sigue habiendo un problema: el que se denomina normal -cuya normalidad para nosotros podrá ser patología o incluso patógena- no quiere saber de nosotros. Peor aún, desconfía de nosotros. Un poco a la manera del viejo campesino a quien un día le regalé un atado de espárragos de mi huerta, pues era él el que me había arado la tierra, y que lo rechazó decididamente. "¿No le gustan los espárragos?", le pregunté. "No sabría decirle. Nunca los probé. ¡La gente de por aquí no come eso!" Y bien, tal vez seamos un artículo de lujo como los espárragos; huy que tener gusto para ello. Uno de los objetivos de la vida es pos eer algo que otros necesitan o deseen; entonces, ¿por qué preocuparnos por estos "normales" que no quieren saber nada con el análisis? Nuestro narcisismo (¿normal?, ¿patológico?) ve que aquellos que nada quie416

ren de nosotros, nos resultan poco interesantes. Pero olvidemos nuestros prejuicios y tengamos por objetivo a la Luna. Es lícito que un analista establezca una oposición e11tre "normal" y "neurótico"', lo que no impide que otro diga que es normal ser neurótico. "Estamos frente a las dos significaciones principales del concepto de normalidad. Decir que la neurosis es un fenómeno normal nos remite a una noción de cantidad: a la norma estadística. Si por lo contrario establecemos una oposición entre "normal" y "neurótico", se trata de una noción de cuali· dad. En este caso utilizamos la idea "normalmente aceptable" de una norma social, para lo cual proponemos el término norma normativa (opuesta a la norma estadística) con el objeto de mantener la distinción entre atributos de cantídad y calidad. La norma normativa designa algo "hacia lo cual se tiende", donde por consi· guiente se halla incluida la idea de un ideal. He aquí una normalidad estadística y una normalidad normativa, además de nuestra normalidad patológica. Lo cuantificable, la norma estadística, posee un indiscutible interés sociológico, pero su interés psicoana~ lítico es relativamente menor. Lo que puede interesar al analista es precisamente la normalidad en su aspecto normativo (por supuesto, con todo lo que eso también implica vaguedad de límites y de elementos superyoicos). A partir de allf hay una multitud de cuestiones que el analista siente la tentación de fonnularse. He aquí algunas: -¿Hay analistas "normales"? -¿Existe una sexualidad "normal"? -¿Existen "normas analíticas"?

Abandonemos entonces la terra firma de lo cuantificable, con sus curvas estadísticas, decorada como siem-

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.., pre en trompe l'ceil, y tornemos a la arena movediza de lo normativo para explorar sus contornos. ¿Qué es un ser normal? Mi diccionario (Webster) me informa que "normal" quiere decir: conforme a la regla, regular, promedio, ordinario. ¿Nos permitirá esto detectar "regulares" patógenos y "ordinarios"-patológicos? Las personas "regulares" llenan las calles; a un gran número de gente le interesa ser "conforme a la regla": los "niños juiciosos" también están con nosotros; mucha gente desea aparentar conforme, por lo menos ante los otros. ¿Pero a quién le interesa ser "ordinario" o "promedio"? Esta pequeña excursión por la erudición léxica pone a la luz la ambivalencia que se atribuye a la noción de normalidad: aprobación y condena a la vez. Si nos repugna ser "ordinarios", no por ello deseamos ser anormales. Esta ambigüedad implícita en el calificativo nos indica ya que se trata de dos sectores diferentes de nuestro ser, uno de los cuales quiere ser conforme a las reglas mientras que el otro busca escapar de ellas. Ahora bien, más allá de esta inherente ambivalencia lo normativo es un valor subjetivo. La idea que un sujeto se hace de su propia "normalídad" sólo puede entenderse en relación con una serie de referencias: ¿normal en relación con qué? ¿Ante los ojos de quién? Que nos juzguemos nosotros mismos, o que juzguemos a los otros, como normales o anormales, forzosamente será en relación con una norma preexistente. El primer esbozo de todas las normas posibles está proporcionado, evidentemente, por la familia. Para el niño pequeño (y no cambia mucho para los adultos), lo "normal" es lo heimlich, lo reconocible, lo que se acepta en casa. Das Unheimliche, esa inquietante extrañeza de que hablaba Freud, es lo "anormal", lo que surge en nosotros, y en su surgimiento mismo se recorta extrañamente sobre el trasfondo de lo familiar, de lo que es aceptado por la familia. Das

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Unheimliche, dice Freud, representa una categoría especial de lo que es reconocible, normal, familiar. La aparente oposición no es tal. El ansia de escapar a la conformidad es el deseo de transgredir las leyes familiares; en cambio, querer "ser normal" es en primer lugar un intento destinado a ganar el amor de los padres respetando sus reglas y aceptando sus ideales. Por consiguiente, un objetivo narcisista destinado a ser catectizado en un ideal del yo que modulará los objetivos pulsionales. De este modo los niños hacen esfuerzos considerables por comportarse "normalmente". Recuerdo de pronto a un niño en el zoológico con su padre. El niño hacía todo lo que no había que hacer, se inclinaba sobre el foso de los osos, tiraba piedritas a las focas, atropellaba a los que pasaban ... Y el padre, exasperado, exclamó: "¡Cuántas veces habrá que decírtelo[ ¡Compórtate como un ser humano!". El niño miró a su padre con un aire infinitamente triste: "Papá, ¿qué hay que hacer para ser un ser humano?". ¿Cómo entrar en el orden de la norma? Conocemos la respuesta: para todo niño la norma es la identificación con los deseos de sus padres. Esta norma familiar será pues "patógena" o "normativa" en función de su coincidencia o de su alejamiento de las normas de la sociedad a la que pertenece. Para la teoría psicoanalítica esta norma se definirá en función del concepto "estructura edípica", estructura normalizadora, en la medida que preexiste al niño y regula las relacíones intra e interpersonales. Resolver la problemática edípica ¿es la "buena" normalidad? Pero todos encuentran una "solución" a la inaceptable situación edípica. Ya sea una solución neurótica, psicótica, perversa, incluso psicosomática, no es fácil distribuirlas según una escala normativa. Algunos trabajos psicoanalíticos presentan en sus escritos a un personaje que se llama "el carácter genital", el que se ama tanto como a 419

su prójimo. Y es comparado con un hermanito, menos estimado, que es llamado "carácter pregenital". He aquí ahora, en posición inversa, el que está afligido por la normalidad, el que sufre del síntoma de normalidad. ¿Cuáles son sus manifestaciones? Se puede suponer que se trata de sujetos que tienen el aspecto de ser "conformes a la regla", de estar "en la norma" y que no demuestran ningún síntoma psíquico, excepto que sufren de síntomas psicosomáticos o de patología leve del carácter. A primera vista nada de Umheimlich se descubre en ellos. El síntoma-normalidad invisible al ojo desnudo se oculta detrás de la pantalla asintomática. Ya he intentado (en el capítulo 6) trazar un retrato estructural de cierto tipo de pacientes de esta categoría, a quienes he llamado "analizandos-robot". Estos pacientes están marcados por un sistema de ideas preconcebidas que confiere a su estructura una fuerza de robot programado, la cual les permite conservar intacto su equilibrio psíquico. Atraídos por el análisis, esos sujetos se declaran neuróticos auténticos, y no se equivocan, pero sus síntomas no les interesan de ninguna manera. En la situación analítica es el analista el que sufre; negado en cuanto Otro, como si de él emanara la muerte o la castración que amenazan al analizando. Pero no quiero hablar de ellos aquí. Hay otros, que se proclaman normales y que también vienen en busca de un análisis, con frecuencia para agradar a otros. La señora N (por Normal) se sienta ante mí; bien hundida en el sillón, delgada, elegante, la cabeza alta, me mira tranquilamente. Se me ocurre que se siente más cómoda que yo. Tengo ganas de decirle: "¿Qué es lo que no anda?" como para establecer un equilibrio de poder, pero ella toma la iniciativa. Sra. N -Sin duda se preguntará usted por qué he 420

venido a verla. Y bien, mi médico me aconseJo que hiciera un psicoanálisis. Desde hace cierto tiempo mi matrimonio pasa por dificultades y eso me cansa. Los dos tenemos cuarenta y cinco años y hemos tenido tres hijas. Yo quiero a mi marido y a mis hijas; ahora bien, desde hace cierto tiempo, mi marido me hace la vida imposible. Está de mal humor ... grita por un sí o por un no ... bebe un poco demasiado ... finalmente, he descubierto que tiene una amante. Es insoportable, sobre todo porque no hay ninguna razón. (La señora N se detiene como si me hubiera dado todos los elementos básicos de la situación.) J.M. -¿Usted quiere decir que no es para nada responsable de este desacuerdo con su marido? Sra. N -He reflexionado mucho al respecto, pero no sé qué otra cosa hubiera podido hacer. Pero lo amo; eso no constituye un problema para mí. J. M. -¿Usted piensa que es él más bien quien tiene problemas? Sra. N -Y, ¡sí, más bien! J. M. -Y sin embargo es usted la que ha venido a pedirme un análisis. ¿Piensa que usted también tiene algunos problemas? Sra. N -.¿Yo? No, realmente no. ¿Qué pienso yo de mí misma? Yo siempre me he sentido muy bien. Los intentos de explorar la posibilidad de que los cambios de su marido pudieran hacerla sentir menos segura, no condujo a ninguna parte. Durante mis dos únicas entrevistas con la señora N esta frase retornaba sin cesar: "Me siento muy bien". Efectivamente, la señora N me parecía muy cómoda en su piel. Si había un problema, para ella estaba fuera de su piel. ¿Qué pedía la señora N? ¿Que lo que pasaba fuera de ella fuera tan ordenado, tan cómodo como ella misma, adentro?

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¿Qué otra cosa puedo decir sobre ella? Proviene de una familia de la alta burguesía -familia creyente sin más, afectuosa sin exceso, patriota sin ser chauvinista, simpatizante con la izquierda intelectual sin dejarse envolver por ella-, y la señora N se estima digna de su ascendencia. Como las otras mujeres de su familia, es una buena ama de casa, vigila bien a las criadas, a los niños y al marido. Le es fiel y no es frígida. Practica esquí en invierno, va al mar en verano y está ocupada en muchas actividades cívicas y sociales. Durante nuestro segundo encuentro llegó hasta decir que ella misma no sabía demasiado qué podría hacer el psicoanálisis por ella. Yo compartía más bien su opinión, pero no dejaba de preguntarme, lo confieso, si a veces uno puede sentirse demasiado bien. ¿Pero qué quiere decir esto? ¿Demasiado bien para el análisis? ¿Para el analista? De acuerdo con lo que dice, la señora N es una mujer "normal", normal ante sus propios ojos como ante los de su familia, sus vecinos, sus amigos. ¿Qué más puede pedirse? El psicoanalista, en cambio, pide más. En cuanto analistas, no podemos evitar sentir la impresión de falta en los supuestos "normales". Nuestra única esperanza -¿es justificable?- sería obrar de manera que el normal sufriera por su normalidad. Mientras la señora N se muestra incapaz de cuestionarse, en cualquier dimensión de su ser, incapaz de preguntarse lo que realmente piensa de su vida conyugal, de enfrentar lo que puede sentir su marido por ella, de sospechar la legitimidad de su impresión de plenitud y bienestar, de preguntarse finalmente si en todo eso no hay un lado ilusorio, incluso de una falta de imaginación de su parte, mi opinión es que ella permanecerá inanalizable. Pero después de todo, ¿es normal cuestionarse? 422

¿Dudar de nuestras eleccíones objetales, de nuestras reglas de conducta, de nuestras creencias religiosas y políticas, de nuestros gustos estéticos? Seguro que no. C,o.w.o tampoco poner en duda nuestra propia identidad. 'if-¿Quién soy?", pregunta para locos y filósofos. Ser testigo de nuestra propia división, buscar un sentido en el sinsentido de los síntomas, dudar de todo lo que uno es; a través de todo esto demostrarnos ser candidatos a un psicoanálisis, precisamente en virtud de estas cuestiones "anormales". Ahora bien, los que se autodenominan normales, los que no plantean tales preguntas, los que no ponen en duda ni su sentido común ni su ser, también ellos hoy en día vienen a analizarse. Y el colmo es que nosotros, los analistas, los consideramos como grandes enfermos. ¡Enfermos por quienes el psicoanálisis no puede hacer nada! ¿Enfermos de qué? ¿"De estar" demasiado bien? ¿De sufrir menos que nosotros? Pero si el psicoanalista considera con cierta desconfianza a estos demasiado-bien-adaptados-a-la-vida, tampoco consideran al psicoanalista como uno de ellos. ¿Qué aspecto tiene el psicoanalista ante los ojos de los mortales "normales"? Sin duda somos recuperables por la estadística, pero no por ello entramos en la norma normativa de los demás. A este respecto, me gustaría narrar la historia verídica --que ya se remonta a hace quince años- de una jovencita de 14 años que se creía, como muchos adolescentes, en situación de juzgar a los adultos. En el liceo se hablaba de psicoanálisis, incluso se hacían disertaciones sobre el tema. En esa época el oficio de sus padres -analistas- súbitamente cobraba valor ante sus ojos. Preguntó si podía conocer como si fuera adulta, a algunos amigos analistas de los que a menudo había oído hablar. La madre le propuso que asistiera a un almuerzo en el campo, un domingo, al que ella pensaba invitar a un grupo de analistas, de varia-

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das tendencias. Los amigos llegaron, comieron bien, bebieron bien, hablaron mucho -de la sexualidad, de la perversión, de sus colegas, de la sociedad psicoanalítica- y se fueron bastante tarde. Por la noche los padres preguntaron a su hija sus impresiones. "Y bien", respondió la niña, "sus amigos son tontos", Le pidieron que fuera más precisa. "¿Pero no escuchan?", dijo ella. "¿Han notado que no tienen más que dos temas de conversación? ¡Los analistas sólo hablan del pene o del Instituto de Psicoanálisis! ¿Les parece normal eso?" Y bien, pensándolo me veo obligada a admitir que, normales o no, los analistas en libertad no hablan como los demás. Por otra parte, se trate "del pene" o del Instituto, podemos preguntarnos si al fin de cuentas no es lo mismo. Y, cosa mucho más inquietante, compruebo que con el correr de los años los analistas experimentados hablan cada vez menos del pene y cada vez más del Instituto. ¿Es una evolución "normal"? Sea como fuere, no está demostrado que el analista pertenezca a la categoría "normal". Incluso los analistas norteamericanos, con su gusto por la adaptación y su capacidad de adaptación de conformidad, de tomar decisiones, han hecho sonar la alarma ya hace bastante tiempo contra los "normales" que desean ser analistas. Los que parecen estar "demasiado bien adaptados a la vida" no serían buenos analistas . Los sujetos que no se reconocen ningún síntoma, que ignoran el sufrimiento psíquico, que jamás han sido rozados de cerca o de lejos por la tortura de la duda o por el temor al Otro, no están capacitados para entender la enfermedad psíquica de los otros. ¿Y qué ocurre con la sexualidad? ¿Existe una sexualidad "normal"? He aquí una pregunta aparentemente "psicoanalítica". Pues bien, Freud subrayó claramente desde 1905 que la barrera entre una sexualidad llamada 424

normal y una sexualidad desviada era más bien frágil. Después de haber caracterizado a la neurosis como el polo "positivo" y a la perversión el "negativo" en función de una misma problemática sexual, añadía: " ... en los casos más favorables, gracias a ciertas restricciones efectivas y otras modificaciones, puede producirse lo que podemos llamar una vida sexual normal" {Freud, 1905b, pág. 172). Es evidente que Freud considera la vida sexual como regida por el azar, y una vida sexual exitosa, como un lujo. En cambio, hallaba trivial lo que él llamaba la credulidad del amor y la sobrestimación de las perfecciones del objeto sexual. A este respecto, Freud establece una distinción entre Ja vida erótica de la anti· güedad y la de nuestra época, o más bien, de la suya, pues las costumbres sexuales cambiaron considerablemente ... Los griegos, dice Freud, glorificaban la pulsión sexual en detrimento del objeto, mientras que el hombre moderno idealiza el objeto sexual al mismo tiempo que menosprecia la pulsión. Por supuesto, podríamos poner en duda la "glorificación" antigua dado el porcentaje de fantasía y de nostalgia que contiene; pero entonces también podríamos cuestionar la sobrestimación del objeto sexual en la hora actual. Las comedias musicales modernas, los sex-shops, las películas pornográficas, todos idealizan la pulsión en cuanto tal, y en todas sus formas de expresión erótica, mientras que el objeto no se individualiza y más bien es intercambiable. Paralelamente, en la práctica psicoana lítica comprobamos cambios que se mueven en el mismo sentido. Hace algunos años encontrábamos sobre el diván del analista un buen número de pacientes que sufrían diversas formas de impotencia sexual o de frigidez, en un contexto en que el objeto sexual habitualmente era amado y sobrestimado. "La amo y sin embargo no puedo hacer el amor con ella." Hoy hay más analizandos que

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dicen: "Hago el amor con ella pero no la amo". Cito dos fragmentos de discurso analítico que expresan de manera condensada estas dos posiciones frente al objeto sexual. Gabriel, treinta y ocho años, sufre desde siempre una tenaz impotencia sexual. "Ayer por la noche intenté una vez más hacer el amor con ella. ¡Resultado nulot Y pensar que hace tres años que la amo . Le dije a mi amiga: 'Lo ves, yo tengo ganas de hacer el amor, pero él (señalando su pene) no quiere'." Pierre-Alain viene desde hace dos años, dos veces por semana, para psicoterapia. No estoy segura de que sea capaz de aceptar las condiciones rígidas de un análisis. Es un joven bien a la moda, con largos cabellos, que sostiene en la nuca con una hebilla. Habla del "ácido", de la "yerba", de Vasarely ... los cuales, junto con las "chicas", constituyen los elementos inamovibles que llenan los espacios vacíos de su existencia. Veintisiete años, procedente de un medio intelectual, vino a análisis a causa de inhibiciones en su trabajo, de sus relaciones insatisfactorias y de su sentimiento de soledad. Tiene cuatro o cinco amiguitas con las cuales mantiene relaciones sexuales. Pero se queja de que es incapaz de amarlas, salvo, a veces, a través de los paraísos químicos a los que es aficionado. Parece que en ellos descubre signos de su vida inconsciente y la impresión de estar enamorado. Un día me contó: "Ayer tuve relaciones con Pascale por la tarde, y por la noche invité a Francine a mi cama. También hice el amor, pero únicamente porque tuve una erección . Ella no me inspira mucho, no más que Pascale por otra parte. Sin embargo no soy homosexual. Una vez intenté con un tipo. ¡Bah! Era tonto. Pensándolo bien, prefiero a las chicas". Así como Gabriel pone el acento sobre la impotencia de la pulsión y sobre su actividad sexual, Pierre-Alain lo

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pone por el lado del objeto y detecta su síntoma en sus relaciones objetales. Sus problemas, en cierto sentido complementario, están resumidos en sus observaciones. Gabriel: "¡Yo tengo ganas, pero él no!" Pierre-Alan: "¡El tiene ganas pero yo no!". Uno se queja de la carencia ejecutiva y el otro, de la carencia afectiva. Cualquiera diría que Gabriel tiene un problema sexual, mientras que la vida sexual de Pierre-Alain, que no acusa el menor desfallecimiento funcional, sería considerada por algunos como libre de síntomas. Gabriel, por ejemplo, sueña con una actividad sexual como la de Pierre-Alain. Estadísticamente, las preocupaciones sexuales de Pierre-Alain, teniendo en cuenta su edad y su medio, están dentro de la norma. Ahora bien, es probable que la mayoría de los analistas digan que bajo una apariencia "normal" este paciente oculta síntomas aún más complejos que los de Gabriel. Dirán que una relación objetal donde el erotismo está vinculado al amor es más bien normal. ¿Se tratará de un prejuicio contratransferencial? La norma, sexual o no, tiene una dimensión sociotemporal. Una reciente protesta de homosexuales contra la discriminación de que son objeto les parece escandalosamente anormal a ciertas personas. En cambio, muchos jóvenes consideran que el "Frente de liberación gay" es absolutamente normal. ¿Por qué, se dicen, vamos a aceptar ser perseguidos, únicamente porque no practicamos la "sexualidad de papá"? Pero después de todo, ¿son éstos problemas psícoanalíticos? Creo que no. El analista nunca tiene como función decidir lo que el analizando debe hacer con su vida, con sus hijos o con su sexo. Si Gabriel, impotente, y Pierre-Alain, incapaz de amar, son dos "casos" de psicoanálisis, no es a causa de su comportamiento sexual, sino porque se autocuestio· nan. Si hay juicio, el juicio atañe a la analizabilidad del

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que hace la demanda de análisis. Los dos pacientes evocados aquí poseen estructuras psíquicas bastante diferentes. Las fantasías reprimidas de Gabriel, con su contenido angustiante y temor de castración fálica, hallan su expresión simbólica en el cuerpo, dominando así el peligro fantaseado. En cuando a Pierre-Alain, su angustia de castración es más global, "primaria". Se parece a un lactante que ha perdido el pecho, y que lo busca desesperadamente a través de la droga, de su prójimo y de su aparato genital. Tiene "sed" de los demás, y su pene funciona a este ~fecto. Movido por la fantasía de castración que le es particular, se lanza a través del espacio que lo separa del Otro, como una trapecista que se preocupa poco por la identidad de ese otro que le tiende las manos, con tal de que esté ahí. Mis observaciones y r eflexiones sobre los cambios de las costumbres sexuales me conducen a concluir que (aparte de la cuestión de las diferencias básicas de estructura psíquica entre los individuos) las normas sexuales cambian continuamente, pero que la angustia de castración permanece. Simplemente ha hallado nuevos disfraces. ¿En qué consiste la normalidad de la llamada gente normal? ¿Una persona normal es alguien que necesita un análisis o alguien que no lo necesita? E stán los que sugieren, no sin razón, que hay que tener u na excelente salud psíquica para poder hacer un psicoanálisis clásico. La gente que "necesita" psicoanalizarse no es necesariamente a nalizable. Aunque la experiencia del psicoanálisis teóricamente beneficiaría más a los "neuróticos normales", esto se predica por el deseo del paciente de experimentarlo, porque cree que acoge problemas para los que encontrará respuestas psicológicas . Finalmente, si es estadísticamente normal ser neurótico, es aún más normal ignorarlo. Vuelvo ahora a la cuestión planteada

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hace un momento: ¿es normal cuestionarse, volver a pensar las ideas recibidas, examinar con atención el orden establecido, ya sea el que reina en el interior de uno mismo, el de la família o el del grupo social al cual pertenecemos? La mayoría de las personas no se plantean tales cuestiones. La óptica del analista, así como la del analizando, no entra en las normas. Evolucionamos, nosotros y nuestros enfennos, en una atmósfera rarificada. ¿Por qué el analista habría de preocuparse de los que se dicen normales, sobre todo sí su demanda emana de la idea de que "es normal hacerse analizar"? El objetivo de tal análisis sólo podría ser poner en evidencia un dolor psíquico ignorado hasta ese momento, hacer que el otro se torne apto para sufrir. ¿Ansiamos propagar la peste por el mundo entero? La normalidad, erigida en ideal, es ciertamente un síntoma. ¿Pero cuál es el pronóstico?, ¿es curable? No nos dejamos curar tan fácilmente nuestros rasgos de carácter. Hay creencias a las cuales nos aferramos más que a nuestra propia vida. ¿Y si "la normalidad" fuera una quimera? El estado de autoestima puede facilitar a una persona mantener su equilibrio psíquico; también puede hacerla inaccesible al análisis. Además, de todos los rasgos de carácter narcisista que el hombre pueda construirse, la reputación de ser "normal" sea probable~ mente ¡el que aporta más beneficios secundarios! Si la creencia de los otros en su normalidad es patológica, no nos da e) derecho de querer abrirles los ojos a todo precio en cuanto a las máscaras y las mentiras del espíritu. El análisis se propone como objetivo hacernos descubrir todo lo que hemos pasado la vida ignorando, hacernos afrontar todo lo que hay de penoso, de más escandaloso en el fondo de nuestro ser, no solamente los deseos eróticos prohibidos, sino también nuest ra avidez por todo lo que no poseemos, nuestra avaricia insospechada, nues-

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tro narcisismo infantil, nuestra agresividad asesina.

¿Por qué se busca poseer este conocimiento? ¿Quién trata de cuestionar todo lo que sabe y todo lo que es? Que el analista se guarde para sí este tesoro cuestionable, dirán los que viven cómodamente a distancia de su inconsciente. En resumidas cuentas, ¿un análisis nos ayuda a vivir con la gente "normal"? Somos marginales y nos ocupamos de otros marginales. Si ya no fuera así, si el psicoanálisis un día cesa de estar al margen de las normas aceptadas, pues bien, no seguirá cumpliendo su función . Si la convicción de "ser normal" es una defensa caracterial que traba la libertad de pensar, ¿por qué las personas están afectadas por esa convicción en tan gran número? ¿Cuáles son los signos, cuál es la causa de esa aflicción? Tratemos de delimitar mejor la cuestión desprendiendo los signos contrarios. Comparo fácilmente la personalidad llamada normal tanto desde el punto de vista estadístico como del normativo con la personalidad creativa. La mayoría de las personas no son de ningún modo creativas, en el sentido común del término. Pero en una perspectiva más amplia, debemos reconocer que el ser humano siempre crea algo en el espacio que lo separa del otro, o del cumplimiento de su deseo. Estas diversas "creaciones" requieren mucha energía, pasión e innovación como las socíalmente reconocidas. Pueden tomar la forma de una neurosis, una perversión, una psicosis o bien una obra de arte o una producción intelectual. Las diferencias clínicas importantes que distinguen estas diversas creaciones superan nuestro tema, pues se trata de la "anormalidad" específica del campo del psicoanálisis. Mi interés está centrado ahora en los sujetos que aparentemente nada crean, ya sea sublime o patológico. Sino que en realidad han creado la coraza

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protectora que llamamos anormalidad. Ese individuo respeta las ideas recibidas así como respeta las reglas de la sociedad, y no las transgrede nunca, ni siquiera en su imaginación. La fragancia nostágica de la madeleine de Marcel Proust no despierta nada en él, y no perderá el tiempo en busca del tiempo perdido. Pero a pesar de todo ha perdido algo precioso. Al construir su sólido muro de normalidad, la riqueza de la fantasía parece estar ausente; o quizá más cerca de la verdad de que ese muro restrictivo mantiene al sujeto fuera de contacto consigo mismo y con la vida imaginativa. Los niños, que lo cuestionan todo, que imaginan lo inimaginable antes de ser "normalizados", en contraste con la mayoría de los adultos son sabios, auténticos ere· adores y formulan preguntas creativas. Reaparece en mí un recuerdo lejano: mi hijo, de tres años, me mira servir el té. "¡Eh, mamá! ¿por qué el té se queda en pie en la taza cuando lo vuelcas desde la tetera?" Yo veía, como si fuera la primera vez, la columna de té que, efectivamente, se quedaba "de pie" entre la tetera y la taza. Por añadidura me sentí incapaz de formular una explica· ción. ¿Por qué en la mayoría de nosotros, adultos, ese ojo infantil renuncia a su búsqueda apasionada? ¿En qué momento caen los tabiques, y qué es lo que determina el alcance de su opacidad o de su transparencia? La mirada asombrada del niño pequeño, fija en la columna de té, ya se ha separado del cuerpo materno y de sus misterios. Ya comienza a comprender que su mundo halla inconvenientes cuando él dirige su mirada y sus preguntas a las columnas de agua que salen del cuerpo, y aún más, a la columna fálica del padre, a la que le falta a la madre, y a su conjunción impensable. Las interdicciones no aciertan en el espíritu del hombre. Si no logra desviar su mirada y crear nuevos vínculos simbólicos, corre el riesgo de bajar para siempre los ojos ávi-

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dos de la infancia. Todos tenemos sectores cerrados donde la luz de la pregunta y de la duda no penetra, donde los vínculos de ideas y percepciones ya no se establecerán. ¿Quién, en la edad adulta, sigue siendo capaz de cuestionar lo evidente? ¿De dibujar con la ingenuidad sofisticada del niño? ¿De ver en lo cotidiano lo fantástico que los otros ya no ven? ¿Un Einstein tal vez, un Picasso, un Freud? Sólo algunos artistas, músicos, escritores y científicos escapan a la ducha fría de la normalización que el mundo vierte sobre ellos: ¿Cada niño debe transitar ese camino, tomar su lugar en el orden de todas las cosas, al precio de la pérdida de ese tiempo mágico en el que pensamientos, fantasías y sentimientos eran al fin posibles, representables? Conservar la esperanza de cuestionarlo todo, de trastocarlo todo, de cumplirlo todo, es un desafío a las leyes que regulan las relaciones humanas. Es aquí donde todo arte, todo pensamiento innovador, toda creación, constituyen una transgresión. De todos nosotros, ¿quién está siquiera a la altura de la creatividad de sus propios sueños? Algunos genios y algunos locos tal vez. Y están aun aquellos que no saben más soñar. Si el psicótico borra la distinción entre lo interno y lo externo, entre el deseo y su cumplimiento, las más enfermas de estas personas normales bloquean la ínterpenetración de esos dos mundos; el fluido de la vida psíquica no circula más. Lo insólito, lo inquietante ya no tendrán acceso al pensamiento consciente. Al igual que das Unheimliche -que Freud hace derivar de su contrario, lo familiar- la normalidad, siguiendo la misma trayectoria, se acerca cada vez más a lo opuesto, a lo que es "anormal", en la medida en que esta cualidad del yo, este sentido común que sabe distinguir lo exterior del interior y el deseo de su realización, se aleja del mundo 432

de lo imaginario para orientarse únicamente hacia la realidad externa, fáctica y desafectada, hasta crear una dislocación de la función simbólica, y abrirse así la puerta peligrosa a la explosión de lo imaginario en el cuerpo mismo. Es evidente que el niño, que aún no conoce las "normas" de la vida, si espera un día ocupar su sitio en la sociedad de adultos, deberá sufrir poco a poco el efecto normalizador del entorno, con sus ideales y sus interdicciones. Pero un dominio demasiado grande del yo social, hiperrazonable y sobreadaptado, no es mucho más deseable que una predominancia de las fuerzas pulsionales desencadenadas. Es difícil de precisar el punto en que la "norma" se convierte en la argolla del espíritu y en el cementerio de la imaginación. No cabe duda de que se origina en la relación primordial del niño con el pecho materno, allí donde también se origina el primer acto creador del sujeto: su capacidad de alucinar ese universo materno y recrearlo dentro de sí para ayudarlo a soportar la realidad intolerable de su ausencia y alteridad. ¿Es posible que algunos, tal vez muchos, renuncien demasiado pronto a su omnipotencia mágica de su megalomanía infantil, se deshagan demasiado rápido de sus objetos transicionales, resuelvan demasiado bien su problemática edípica incestuosa? A la dificultad de "ser", siempre es posible responder con una sobreadaptación al mundo real. Todo amenaza entonces con pasar en circuito cerrado. La fuerza creadora, desordenada, se quiebra contra esa coraza que pone en peligro la vida misma. Raspamos un poco esa corteza que rodea a los "que-están-demasiado-bien-ensu-piel", ¿y qué hallamos? ¿Una psicosis en potencia? No cabe duda de que la "normalidad", erigida en ideal, es una psicosis bien compensada. Hay muchas pruebas que apoyan la hipótesis de que los accidentes psicóticos y

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psicosomáticos están disimulados en una "normalidad" no censurable, y que el mantenimiento de esta defensa caracterial es azarosa para la salud ante el estrés repentino. No diré, sin embargo, que el psicoanálisis no puede aportar nada a los "supernormales". El trabajo analítico es un proceso creador y esos sujetM llevan en ellos mismos todos los elementos para n ear su analista y su aventura psicoanalítica, como cualquier otro. Cuando se internan en un psicoanálisis, si nada se crea, tal vez sea porque nosotros no hemos sabido oír su llamado. Digamos también, en beneficio de este ser "normal", que él es el pilar de la sociedad, y que sin él la estructura social estaría en peligro. Jamás derribará al Reino, y morirá de igual manera por la República. Su epitafio: "Nació hombre y murió plomero". ¡Pero ojo! ¿Por quién doblan las campanas? ¿Por ellos, por mí, por ti? Nosotros también corremos el riesgo de morir "psicoanalistas". Esta suerte nos acecha a todos . El psicoanalista que se creyera "normal" y se atribuyera el derecho de preconizar "normas" a sus analizandos, amenazaría con ser muy tóxico para ellos. Ahora bien, según Freud (1910), ningún analista conducirá a sus analizandos más lejos que quien ha desarrollado por sí mismo la capacidad de cuestionarse.

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