Asociacion Centro De Estudios Y Cooperacion Para American Latina Guaraguao

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Asociacion Centro de Estudios y Cooperacion para American Latina

Esclavitud y escritura transgresora: La "Autobiografía" de Juan Francisco Manzano Author(s): Mar Gallego Source: Guaraguao, Año 16, No. 39 (Verano 2012), pp. 49-64 Published by: Asociacion Centro de Estudios y Cooperacion para American Latina Stable URL: https://www.jstor.org/stable/23266387 Accessed: 18-11-2018 23:38 UTC JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at https://about.jstor.org/terms

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Esclavitud y escritura transgresora: La Autobiografía de Juan Francisco Manzano Mar Gallego Universidad de Huelva

xaminar la Autobiografía de un esclavo poeta escrita por Juan Francisco

J_/Manzano más de dos siglos y medio después de su escritura nos permi te, en primer lugar, volver a reflexionar sobre uno de los hechos históricos

que marcó de manera indeleble la historia de la humanidad, sin duda, y especialmente la historia del Caribe como universo multicultural y diverso.

La obra nos presenta un retrato inolvidable de lo que significó la esclavi tud en la isla de Cuba, a través de una detallada descripción de una de las formas más crueles de esclavitud realizada por un esclavo que se llamaba a sí mismo «esclavo poeta» en un momento, la década de 1830, en que le es taba terminantemente prohibido no sólo publicar, sino también incluso la mera oportunidad de poder leer y escribir. Por tanto, escritura transgresora

en todos los sentidos: porque violaba los códigos esclavistas de la época, pero también porque nos devuelve una mirada inquisitiva y profunda de uno de los seres humanos que sufrieron el yugo de la esclavitud en su pro pia piel. Dotado de una sensibilidad y educación completamente inusua les entonces para la mayoría de personas que habitaban Cuba -blancas o negras-, Manzano consiguió reflejar en su autobiografía los efectos devas tadores que la institución de la esclavitud tuvo no sólo entre la población esclava, sino también entre la élite esclavista, convirtiéndose en uno de los alegatos antiesclavistas más impresionantes y conmovedores del siglo xix. Para empezar a analizarlo, es interesante situar a la obra de Manzano en el contexto de los estudios más recientes sobre un Caribe multicultural y mul

tidimensional. Como afirma Édouard Glissant: «El mar Caribe... es un mar

que difracta y que suscita la emoción de la diversidad» (2002: 17). Por tanto, la diversidad se nos antoja como el verdadero eje transversal y vertebrador que atraviesa el Caribe y que constituye su misma configuración. En la mis

ma línea, Antonio Benítez Rojo en el clásico La isla que se repite califica al

GUARAGUAO • año 16, n°. 39, 2012 - págs. 49-64

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Caribe como «la unión de lo diverso» (1996: 2), que él mismo define como «un meta-archipiélago... que no tiene límites ni centro» (4). Puesto que no existe un centro sino muchos, el Caribe se transforma en el escenario ideal para explorar las inmensas posibilidades de la heterogeneidad estructural y

cultural, que permea, pues, todas y cada una de las manifestaciones de la realidad caribeña. En cuanto a la primera, se entiende por heterogeneidad estructural el modo de constitución de la sociedad caribeña caracterizado por «una combinación y contraposición de patrones estructurales cuyos orígenes y naturaleza eran muy diversos entre sí» (Aníbal Quijano citado en Sobrevilla

2001: 25). La heterogeneidad cultural y el proceso de «transculturación»1 que Raúl Bueno propone como complementarios marcan las dinámicas culturales en el Caribe, como David Sobrevilla especifica: «los conceptos de transculturación y de heterogeneidad no se oponen sino que se comple mentan bien, en que el más amplio es el de la heterogeneidad, y en que el concepto de transculturación designa un tipo de dinámica dentro de la hete rogeneidad» (2001: 30). Por tanto, estos procesos van a estar continuamente presentes en todos los ámbitos y aspectos al tratar la cultura caribeña. Dentro de dicha heterogeneidad, la esclavitud supone uno de los momen tos históricos fundamentales para su posterior desarrollo. Glissant nos recuerda

que «El Caribe fue el primer lugar donde desembarcaron esclavos, esclavos africanos» (2002: 15). Dichos esclavos y esclavas eran en su mayor parte reex pedidos hacia otras islas caribeñas, Norteamérica o Europa dentro del conoci do «triángulo esclavista». El inicio del comercio esclavista en Cuba se remonta al siglo xv, pues la isla fue uno de los primeros destinos de esclavos y esclavas

(Gómez 2005: 63). De hecho, ya en 1560 la población africana en la isla so brepasaba a la europea en número, aunque dicha población no procedía sólo de la esclavitud, sino que también existían africanos libres que tomaron parte en las incursiones militares en el Nuevo Mundo (Gómez 2005: 63). Fernando Ortiz nos suministra los datos que demuestran que la población negra excedía también a la blanca durante la primera mitad del siglo diecinueve (1975: 38), debido fundamentalmente al auge del comercio del azúcar que incrementaría la trata a gran escala en Cuba. Empezaron a construirse los llamados «ingenios

de azúcar» respondiendo a la mayor demanda, lo que Dale Tomich vino a denominar la «segunda esclavitud», cuando ya empezaban a sentirse los efectos

del movimiento abolicionista en muchos países. De hecho, en Cuba la élite pro-española apoyaría el sistema esclavista de manera generalizada, como el cónsul general británico en la Habana escribiría al primer ministro en 1860:

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Cualquier español estando convencido de la idea de que la prosperidad de Cuba depende de la continuación del comercio esclavista, la presión del go bierno de Madrid, así como aquí, es tal que temen que el desorden pudiera desatarse si no permitieran que continuase, y no se atreven a realizar ningún esfuerzo para su supresión. («The Last Slave Ships» 3-4)2

Es por ello que la abolición de la esclavitud demoraría en Cuba hasta 1886, después del periodo conocido como patronato.3 En total, Juan Pérez de la Riva estima que la población esclava que fue vendida en Cuba en el siglo xdc

podría ascender a 1.110.000 personas (1995: 100), aunque tenemos alguna estimación más exacta que cifraría en 1860 un número de 370.000, de los que

218.000 eran hombres y 152.000 mujeres. La mayoría trabajaba en alguno de los 1.365 ingenios de azúcar que había en la isla en ese momento y que producían casi el 30% de la producción anual mundial («The Last Slave Ships» 6, 4). Las frases populares del periodo son bastante indicativas: «Sin azúcar no hay país», y «sin esclavos no hay azúcar» (Pérez de la Riva 1995: 110).

Esto desembocaría en una sociedad completamente estratificada de acuerdo con el color de la piel en tres grandes estamentos: la élite blanca, las gentes de color y en el fondo de la pirámide social, la población esclava.

En las otras dos capas sociales existirían de nuevo subdivisiones marcadas por la cuestión racial: la élite blanca se dividía en peninsulares (proceden tes de España) y criollos/as en Cuba. Las gentes libres de color también se distinguían por el color de la piel, en pardos/as (de ascendencia mulata) o morenos/as de piel negra.4 En el último estamento, los esclavos y esclavas poseían ascendencia africana en su inmensa mayoría, pero también forma ron parte de este grupo los conocidos como «culíes» de ascendencia china que fueron traídos a Cuba en la mitad del siglo xix. Sin embargo, incluso este grupo social era considerado superior a los afrocubanos/as en cuanto conseguían su libertad y eran inmediatamente integrados en la categoría blanca («Cuban Racial Formations» 2), mientras que eso no sucedía nunca con las personas de ascendencia africana. Como resultado de esa estrati ficación social, se generaban muchas otras diferencias y discriminaciones, por ejemplo en el ámbito cultural que nos ocupa. En 1887 sólo el 11%

de afrocubanos/as de todas las edades podía leer y escribir (frente al 33% de blancos/as) («End of Slavery in Cuba» 1). Esto era así, como ya hemos comentado, precisamente por la prohibición expresa a la población esclava de leer y escribir, pues se consideraba algo peligroso y poco apropiado a la

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condición de esclavitud, como luego veremos ejemplificado en el caso de

Manzano.

Lo que conocemos de Manzano es fundamentalmente por su autobio grafía, de la que sólo se conserva la primera parte hasta su fuga hacia la libertad.5 Y el resto de su biografía nos llega a través de su relación con Del Monte, hasta el punto que dicha relación termina llevándolo a la cárcel por

su supuesta implicación en la llamada «Conspiración de la escalera», aunque fue finalmente absuelto. Además de eso, conocemos algunas de sus obras por referencias, puesto que tampoco se han conservado. Es el caso de sus prime

ras dos obras poéticas, Cantos a Lesbia. (1821) y Flores Pasajeras (1830), que fueron publicadas «bajo garantía», es decir, con licencia de sus amos. Mejor

suerte corrieron algunos de sus poemas que, junto con la primera parte de su autobiografía, viajaron con Richard Madden a Inglaterra y fueron publi cados en la edición de 1840. Y también se conserva su obra de teatro Zafira

publicada en 1842, después de su libertad. Añadiendo al catálogo de curio sidades sobre la publicación de las obras de Manzano, la Autobiografía no se

publica en español hasta casi un siglo después,6 aunque desde entonces no ha dejado de despertar interés entre la crítica especializada. Un claro ejemplo

de esto se puede comprobar en las varias reediciones en el siglo veintiuno sólo en España: Episteme (Valencia) en 2000 o Iberoamericana (Madrid) en 2007 a cargo de William Luis. Centrándonos, ya en el texto en sí, uno de los principales méritos de esta obra es precisamente no sólo ser la primera autobiografía antiesclavista

publicada en Cuba antes de la abolición, sino además mostrar lo que la historiografía moderna considera «la historia de la gente sin historia», que,

según Ángel Luis Fernández Guerra en 1970, inauguraba «una fase más coral, más orquestada, de los estudios históricos» (166). La descripción de la esclavitud que nos detalla Manzano es literatura testimonial, pero va mucho más allá en su intento por retratar las penalidades de Manzano como modelo de la esclavitud urbana y de la estratificación social cubana de la primera mitad del siglo xix. Como nos recuerda William Andrews, las

narraciones de esclavitud tenían el objetivo abolicionista como motivación

fundamental, ya que «los blancos del siglo diecinueve leían narraciones de esclavitud más para obtener una mirada de primera mano a la institución de la esclavitud que para conocer al esclavo individual» (1988: 5). Por ello, estas narraciones terminaron convirtiéndose en obras polifónicas en las que la plasmación de las vicisitudes de una vida simbolizaba la de millones

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de seres humanos sin voz, «el contradiscurso de los oprimidos» como di rían González Echevarría o Terdiman (citados en Jiménez 1995: 47). Sin embargo, este axioma universal de las narraciones de esclavitud se complica en el caso de Manzano, porque precisamente el autor mantiene a lo largo de la obra el interés en su persona, real y narradora. Desde mi punto de vista, uno de los atractivos de la obra de Manzano radica preci samente en esa descripción paulatina de la búsqueda de voz e identidad propias en un Bildungsroman (Molloy 1989: 414), paralela a su desarrollo como poeta y escritor que termina asimilando su obra a un Kunstroman. Pero lo que está claro en todo momento es la verdadera motivación que subyace a la obra: lo que él mismo llama «el principio natural [que] tiene

todo hombre esclavo a su rescate» en una carta a Del Monte en diciembre

de 1834 (1975: 34). Manzano es consciente que debe responder a la soli citud de Del Monte que le insta a mostrar la cara más dura de la «peculiar» institución de la esclavitud en su necesidad por conseguir la libertad. Tanto es así que Mercedes Rivas sugiere: «después de leer la Autobiografía se tiene

la viva impresión de haber sido escrita para un lector específico, al que desea complacer» (1995: 11). Y por ello, se atreve a desafiar la prohibición esclavista y aprende a escribir, acometiendo la tarea de su autobiografía a pesar de la censura y el miedo imperantes. A la vez, consigue desvelar algunas de las contradicciones ideológicas que marcan la sociedad de su tiempo, que explican por qué Manzano escribe y cómo escribe. Este hecho se refleja fielmente en la Autobiografía cuando Manzano deci de emprender su instrucción imitando a su querido amo y éste le ordena que

lo deje inmediatamente. Así lo relata el esclavo poeta: «Me impuso dejase aquel entretenimiento como nada correspondiente a mi clase y que buscase que coser» (91). Por fortuna, Manzano desafió dicha prohibición y aprendió

de tal forma que imita a su amo en todo llegando a una «cierta identidad entre su letra y la mía» (90). También este caso es paradigmático de muchas

otras narraciones de esclavitud en las que el punto de inflexión central se encuentra en las argucias tramadas por el esclavo o esclava para conseguir leer y escribir.7 Pero Manzano no sólo aprende a leer y escribir, llega a convertirse

en uno de los hombres más educados y cultos de su época y, por ello, accede a los círculos intelectuales del momento todavía siendo esclavo. Goza de una atención insólita al ser invitado en 1836 a la tertulia de Domingo del Monte,

conocido reformista cubano, en Matanzas, en la que leyó su famoso soneto

«[Mis] Treinta Años» (publicado un año después):

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Cuando miro el espacio que he corrido Desde la cuna hasta el presente día Tiemblo y saludo a la fortuna mía

Más de terror que de atención movido.

Sorpréndeme la lucha que he podido Sostener contra suerte tan impía, Si tal llamarse puede la porfía De mi infelice ser al mal nacido.

Treinta años ha que en gemidor estado Triste infortunio por doquier me asalta;

Más nada es para mí la cruda guerra

Que en vano suspirar he soportado,

Si la comparo, ¡oh Dios!, con lo que falta. (25, sic)

Este soneto resume la «cruda guerra» a la que se enfrenta el autor en la es clavitud, que le provoca tanto dolor y frustración, pero también es la viva

imagen del cuestionamiento de la propia esclavitud porque, gracias a éste y otros poemas, Del Monte le proporcionaría la ansiada libertad al llevar a cabo una colecta con tal fin ese año o al año siguiente.8 Sin embargo, es ese contacto con Del Monte el que probablemente alu de de forma más fehaciente a las contradicciones ideológicas del periodo histórico que le tocó vivir. Del Monte y su círculo reformista se mostraban

partidarios de una reforma paulatina de la esclavitud hasta la abolición, movidos por intereses humanistas, pero también por intereses económicos

y políticos por sus aspiraciones independentistas, como detalla William Luis (1995: 50).9 Éste es el retrato que el propio Del Monte nos ofrece sobre el estado inmoral que producía la esclavitud: El hombre que nace y se cría esclavo, sea del color y raza que fuere, tiene, por

precisa condición de su estado, que ser ruin, estúpido, inmoral; y es tan de su

esencia el tener estos defectos, como es del sol el alumbrar, y de los cuerpos

sólidos buscar su centro de gravedad cuando son lanzados en el espacio. Para honra de la humana naturaleza, por cierto, hay razas, como la etiópica, en que

se encuentran algunas generosas excepciones de esta regla, pero no llegan a va riarla, porque sería trastornar el orden admirable que la Providencia ha puesto

en el gobierno del mundo, (citado en Schulman 1975: 38)

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Es cierto que Del Monte también aplica su tesis del envilecimiento a los dueños de esclavos y esclavas («No menos padece el alma del amo en el ejercicio de su potestad dominica absoluta», citado en Schulman 1975: 38). Como dice Luis Yero Pérez, «ninguno de los escritores [entre los que se encuentra Del Monte] ... pudo escapar de los prejuicios raciales. Ellos respondían a los designios de la época» (1974: 73). De hecho, Del Monte y el resto de abolicionistas querían blanquear Cuba (Pérez de la Riva 1976: 111), como diría el propio Del Monte, «limpiar a Cuba de la raza africana» (citado en Yero Pérez 1974: 72). Por ello, no es posible menospreciar la influencia decisiva que la ideología reformista de Del Monte tendrá sobre el modo en que Manzano se presenta como una «débil criatura» (35), pero de superior educación e intelecto y, por tanto, una «generosa excepción a la regla», una honrosa excepción que merece la libertad. Por ello, el punto más problemático de la obra radica precisamente en una noción de identidad que está dividida y fragmentada, el yo que cons truye el autor depende de factores externos: su individualidad es reempla zada por su condición de esclavo y su historia está siempre relacionada con

la vida de «otros», de sus amos o de su mentor. Manzano nos presenta una identidad construida sobre los pilares ideológicos de la esclavitud, como serían la superioridad de la raza blanca y la diferenciación con respecto a

los otros esclavos y esclavas. En cuanto a su discutida adhesión a la supe rioridad de la raza blanca, Manzano se convierte en el prototipo del esclavo

que ha internalizado el código racista dominante y como tal afirma: «Sé que nunca, por más que me esfuerce con la verdad en los labios, ocuparé el lugar de un hombre perfecto o de bien» (82), confirmando hasta cierto punto la tesis delmontiana del envilecimiento o estado inmoral del esclavo.

A pesar de ello, Manzano está repitiendo también la estrategia de muchísi mas otras narraciones de esclavitud, en las que se apela a la humilde condi ción del esclavo para lograr el fin abolicionista. Es sólo lógico que el esclavo

maltratado se adapte a la ideología dominante, ya que es consciente de que ese es su salvoconducto para obtener la tan ansiada libertad. En términos identitarios, Manzano se sentía realmente dividido por ser

esclavo en un mundo dominado por una ideología que negaba su propia existencia. Así, él mismo declara en la carta a Del Monte que acompaña la primera parte de su autobiografía: «Acuérdese su merced cuando lea, que yo soy esclavo y que el esclavo es un ser muerto ante su señor, y no pierda

en su aprecio lo que he ganado» (36). La «muerte social» de la esclavitud,

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como la llama Orlando Patterson, supone, por una parte, el ostracismo social al que se ve sometida la población esclava, y por otra, una condena de su propia humanidad. Baste recordar que en el siglo xix las teorías ra ciales pseudocientíficas utilizadas para justificar la esclavitud insistían en la inferioridad de la raza negra por degeneración frente al enaltecimiento de

la raza blanca como paradigma de perfección.10 La influencia de dichas teorías racistas no consistió únicamente en in ternalizar el prejuicio racista, sino además en imponer la llamada jerarquía

racial dentro de la población esclava que diferencia diversos grupos y que privilegia la piel más clara. Así lo explica Verena Martínez Alier: Entre la gente de color existía con carácter muy general la aspiración a blan quear a sus descendientes en lo posible y a alejarse de la esclavitud lo más posible. Al pensar así, en vez de adquirir conciencia de su propio valor hicieron suya, por el contrario, la ideología discriminatoria que les fue impuesta por los

blancos y a la que prestaron su consentimiento activo. (1971: 48-49)

Por tanto, el caso de Manzano es bastante representativo de esa aspiración por

blanquearse, pues fue educado desde pequeño para que no se mezcle con los demás. En el caso de su madrina, él mismo explica: «ella... cuidaba de que no me rozase con los otros negritos» (63). Pero realmente Manzano lo atribuye a su padre: «Mi padre era algo altivo y nunca permitió no sólo co rrillos en su casa sino que ninguno de sus hijos jugasen con los negritos de la hacienda» (106). En esta cita se muestra de forma evidente la separación de facto que existía en gran parte de plantaciones entre quienes trabajaban

en el campo y quienes servían en la gran casa. En muchos casos, dicha división seguía otra también evidente: en el campo la mayoría poseía una piel más oscura, mientras que en la casa se favorecía la presencia de mula tos y mulatas de piel clara principalmente.11 Y así termina considerándose

Manzano: un «mulato, entre negros» (106).12 El maltrato al que le sometió su dueña durante gran parte de su vida influyó de manera decisiva en su adaptación a la ideología dominante. Gran parte de dicho abuso tenía que ver con el modo sistemático en que se le recordaba su condición de esclavo, y que éste resentía profundamente. Como ilustración, aparecen multitud de ejemplos en la obra, como en el caso de la herencia de su madre, que Manzano le reclama a su dueña, a lo que ella responde: «Tú no puedes disponer de nada sin mi consen

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timiento» (100), pues se declara «heredera forzosa de sus esclavos» (98). Otro momento igualmente revelador sucede cuando su ama lo amenaza de muerte sin ninguna contemplación: «Te he de matar antes de que cumplas la edad» (80), o cuando el castigo que se le impone a Manzano consiste en que nadie hablase con él porque «decía versos y les contaba cuentos de en cantamientos» (68) a los otros niños de la casa. El carácter completamente aleatorio de este tipo de abusos tiene como principales objetivos, por un lado, ejercer un férreo dominio sobre el esclavo y, por otro, recluirlo en un

aislamiento social que lo pone todavía más a la merced de su dueña a base de recordarle cuál es su posición social, es decir, su falta de posición social y su completa dependencia de la benevolencia de su ama. A la vista de todo el horror del maltrato físico al que fue sometido, quizás

parezca menos importante este maltrato psicológico, pero la combinación de ambos tipos termina resultando casi letal para nuestro escritor. Manzano resume así su vida desde los trece o catorce años: «una consecución de peni tencia, encierro, azotes y aflicciones» (82). Se ha criticado mucho la excesiva minuciosidad y morbosidad con la que Manzano describe sus castigos físicos

que, en realidad, constituye prácticamente el foco narrativo de la autobio grafía. Él mismo es consciente de ello cuando dice que «la verdadera historia

de mi vida no comienza sino a partir de 1809» (63), que es precisamente cuando empieza el abuso físico y psicológico por parte de su ama. Pero de nuevo este foco narrativo lo podemos atribuir a una estrategia discursiva característica de las narraciones de esclavitud que, frente a la estereotipada imagen del «esclavo contento», muestra la terrible realidad de un quebranto

físico casi diario. Más aún, Manzano insiste en varias ocasiones en el texto

en que, a pesar de la profusión de detalles de los castigos que recibía, sólo está contando lo esencial: «Saltando por encima de varias épocas, dejo atrás una multitud de lances dolorosos. Me ceñiré únicamente a los más esencia les como fuente o manantial de otras mil tristes vicisitudes» (80). En este sentido, Manzano también está siguiendo las convenciones establecidas de muchas otras narraciones de esclavitud, en las que los silencios son tan fun damentales para la narración como lo que se cuenta.

Se ha escrito mucho sobre esta cuestión de los silencios de la auto

biografía, de los que somos conscientes en la lectura: Manzano al menos se refiere a ello en cinco ocasiones (60, 63, 73, 80 y 82). R. R. Madden, quien se encargó de la primera edición del texto, comentaba al respecto: «el

sentido del escritor a veces [está] velado a propósito en el original» (1840:

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ii), estrategia que Luis Jiménez denomina «la retórica del silencio» en la

obra (1995: 40). Evidentemente, muchos eran los motivos que podían llevar a Manzano a ocultar o velar datos. El primero y principal tiene que ver con la arriesgada empresa que estaba acometiendo al denunciar el trato

cruel y vejatorio al que era sometido, que podía conducirlo a una muerte segura. Así Schulman lo describe: «Su condición de esclavo, y sus temo res, con toda seguridad, lo llevaron a caer en exageraciones, y de seguro lo obligaron a esconder circunstancias que podrían vulnerar su persona o la vida de sus familiares» (1975: 21). Pero quizás la pregunta sería si esos silencios cuentan incluso más. La mayoría de narraciones de esclavitud siguen parámetros similares por su intención abolicionista, es decir, están dirigidas a un publico eminentemente blanco al que no se puede ofender con ciertas cuestiones de índole más comprometida, temas tabú sobre todo en lo que se refiere al terreno sexual. De hecho, ésta es una de las hipótesis

que se puede barajar para explicar la desaparición de la segunda parte de la autobiografía. ¿Quizás Manzano destapaba ésta y otras cuestiones que perturbaban demasiado el espíritu reformista del círculo delmontiano o de

sus dueños, sobre todo de su dueña, la Marquesa de Prado Ameno? El sadismo de la marquesa a veces raya en algo más en esa relación amor odio que mantuvieron y que el propio esclavo admite en su obra: «La amaba a pesar de la dureza con que me trataba... Yo nunca podré olvidar que le debo

muchos buenos ratos y una muy distinguida educación» (101). En el texto se rastrean numerosos episodios en los que queda claro que su ama sentía ese mismo tipo de ambivalencia, incluso en la fase final de su relación mientras se

repetían los muchos castigos: «Es de admirarse que mi señora no pudiese estar sin mí 10 días seguidos. Así era que mis prisiones jamás pasaban de 11 o 12 días» (101). En todo momento, la marquesa le dispensa un trato preferente y lo mantiene a su lado, incluso dándole de comer de su propio plato (63). Así Manzano dice: «yo era el falderillo de mi señora» (82). Con frecuencia, Manza no se queja de que no se le trataba como al resto pues los castigos eran mucho mayores y continuados: «al amanecer ejercían éste o aquél sobre mí una de sus

funciones, y no como si se tratara de un muchacho» (71). En realidad, Manza no se refiere a los motivos que conducen a estos castigos como «muchachadas» (70), y en general, los episodios que relata se basan en malentendidos (como

el de la peseta de cuyo robo se le acusa, 72-5) o cuestiones sin importancia (como cuando arranca una hoja de geranio y es duramente azotado por ello, 82-4). Estos episodios se suelen entender como el resultado del envilecimiento

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Mar Gallego • Esclavitud y escritura transgresora... 59

al que conduce la esclavitud, como ya hemos comentado antes, pero también podría conjeturarse una relación bastante más tempestuosa entre Manzano y la

marquesa, aunque sólo se puede hablar de conjeturas sin contar con la segunda parte de su autobiografía.

Sea como fuere, sí es cierto que la historia de Manzano es indicativa de la multitud de contradicciones que formaban parte esencial de la propia ideolo gía esclavista y que, en muchas ocasiones, el autor consigue presentarnos los intersticios por los que la escritura se torna transgresora y cuestiona, quizás a

pesar del propio autor, la misma ideología que lo sustenta. La denuncia explí cita del cruel trato que recibe, pero también la implícita que se rastrea en los silencios y vacíos, manifiestan firmemente la dificultad del autor por armo nizar los dualismos y tensiones presentes en la narración. Es la «retórica del silencio» de Jiménez que domina en esta narración. Tiene que rendir cuentas a las exigencias de Del Monte para lograr la ansiada libertad, pero también a

un público blanco al que debe persuadir, con su escritura, de que su condi ción de esclavo es inmerecida, intentando a la vez no traspasar los límites del decoro y de la ideología de superioridad blanca. Tiene que demostrar, en el fondo, que, a pesar de ser mulato y esclavo, él realmente no lo es, o no se lo merece. Tiene que negarse a sí mismo, perderse a sí mismo para encontrarse. Esto puede sonar incongruente, pero a la luz de la internalización del prejui cio racista que Manzano demuestra, es la única salida posible para lograr la integración social que desea.

Pero su identidad no está sólo dividida por barreras raciales impuestas por la sociedad esclavista de su época: Manzano es esclavo y mulato, pero también esclavo y poeta. Como había comentado al inicio, la autobiogra fía es además un ejemplo de Kunstroman en el sentido quizás más literal del término, al detallarnos la evolución de Manzano de la oralidad a la

escritura, comenzando por sus inicios, cuando recitaba décimas hasta la composición de sus poemas y del propio texto: Me pillaron una vez algunos papelitos de décimas y el señor Don Coronado fue el primero que pronosticó que yo sería poeta, aunque se opusiera todo el mundo. Supo cómo aprendí a escribir y con qué fin, y aseguraba que con otro

tanto han empezado los más. (91)

Esta premonición de su papel como escritor es reveladora, pues no mantiene la actitud humilde que el autor debe exhibir convencionalmente con respec

to a este tema en narraciones de esclavitud, con la comparación introduce

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un elemento de cierta vanidad intelectual que suele caracterizar el posicio namiento de Manzano. De nuevo, se siente dividido por dos lealtades: por un lado, la convención al uso establece que debe mostrarse débil para que su público lector no lo condene a priori por violar el código esclavista; pero por otro, necesita proclamar su superior intelecto para que pueda ser «rescatado» de la esclavitud como la honrosa excepción que es. Mientras tanto, sigue avanzando en su preparación intelectual, ayudado por una extraordinaria memoria que alaba desde el principio de la narración con continuas referencias, que varios críticos llaman el «arte de la memoria»

(Jiménez 1995b: 50). De hecho, fue un niño prodigio que a los 12 años ya componía décimas de memoria. También Manzano nos comunica su amor por la escritura a través de una lectura profusa: «Tenía yo desde bien chico la costumbre de leer cuanto era leíble en mi idioma» (102), pero también la fascinación por la letra impresa, especialmente por la poesía: «Siempre andaba

recogiendo pedacitos de papel impreso y si estaba en verso hasta no apren derlo de memoria no rezaba» (102). La autobiografía es fiel testimonio de su esfuerzo continuado por mejorar que le llevaba a imitar a otros poetas, sobre todo a Juan Bautista Arriaza, al que menciona al menos dos veces en la narra ción,13 y a atreverse a vender sus poemas, a los que describe como sigue: «En

esta época escribí muchos cuadernos de décimas de pie forzado que vendía. Arriaza, a quien tenía de memoria, era mi guía» (103). Sin embargo, el mismo autor se revela como su crítico más severo al calificar dichos poemas de «frías

imitaciones» puesto que «la poesía... requiere un objeto a quien dedicarse» como el amor, aunque se confiesa demasiado inocente para amar (103). Pero lo más interesante de este momento en la obra es que casi inconscientemente conecta su escritura de manera sistemática con su libertad, creyéndose ya libre

(103). Sorprende sobremanera comprobar que esa conexión que Manzano establece entre su escritura y la libertad sea realizada mientras todavía sigue bajo el dominio de su ama quien, sin embargo, le da el permiso para publicar los poemas en cuestión. Evidentemente, esto se relaciona con la importancia de la escritura para literalmente escribirlo (e inscribirlo) en la sociedad. Así Michael Zeuske dice refiriéndose a la carta de libertad que se les concedía a los esclavos y esclavas a través de la escritura «La escritura... prácticamente los inscribió en el reino de la libertad» (2003: 130).

Pero además de la escritura, Manzano posee muchas otras habilidades creativas que hacen de él un artista bastante polifacético y demandado: la costura, la pastelería, y un largo etcétera. Entre ellas, Manzano destaca el

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dibujo y la pintura desde el inicio. Como en el caso de la escritura, nos relata cómo aprovecha lo que les sobra a los amos y va aprendiendo por imitación hasta que consigue dominar la técnica de tal modo que el profe sor de dibujo proclama que «yo sería un gran retratista y que sería un gran

honor para él que algún día retratase yo a todos mis amos» (67). En este caso, no sería su ama sino su padre quien, al ver un dibujo de una bruja ayudando al diablo, «me prohibió tomar los pinceles mientras él viviese» (70), prohibición que tampoco acató, pues años después ayuda a decorar un escaparate al pintor de Matanzas, el señor Aparicio. Este termina pi diéndolo para trabajar como peón, lo que le da la oportunidad a Manza no para volver a afirmarse: «Por la variedad de formas se conocía que era diestro en este arte» (96), de nuevo demostrando que valoraba sus talentos más de lo que debía admitir. De hecho, gracias a ese trabajo Manzano es remunerado con una cantidad importante por primera vez en su vida. Por tanto, considero que lo más difícil para Manzano en su autobiogra fía es explicar esa identidad dividida -esclavo y mulato, esclavo y poeta que lo persigue constantemente, porque está siempre expresada o moldea da por otros u otras. Ya en la parte final de la narración asistimos a lo que se puede considerar su transformación final, que relata la lucha interna que mantiene para tomar la decisión de fugarse, puesto que era considerado un

crimen por la ideología esclavista. Manzano utiliza el abuso al que es so metido para justificar la razón por la que ya no era un esclavo fiel como de

bería haber sido y confiesa: «Me convertí de manso cordero en la criatura

más despreciable» (99). Comprensiblemente, le cuesta un enorme esfuerzo persuadir a su público —y quizás a sí mismo- de que la fuga es la única opción posible. No es sino gracias a la intervención de un criado libre de la casa y del mayoral que lo interpelan, de nuevo otros, cuando finalmente es capaz de decidirse a actuar. El criado es bastante claro en su argumentación

que parece reflejar los propios pensamientos de Manzano: «un mulatico fino, con tantas habilidades como tú al momento hallará quien lo compre» (105). Don Saturnino, el mayoral, le había advertido ya de lo precaria de su situación la última vez que fue enviado a su castigo y le espeta: «Pon los

medios para no volver más porque te llevan los demonios» (101), pero tie ne que mostrarle el camino para que Manzano finalmente se decida. Esto da cuenta de sus dificultades para que su identidad se construya de manera

satisfactoria porque no hay realmente ni reflexión personal ni monólogo interior (Bottiglieri 1995: 68).

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En la misma línea, se pueden interpretar sus intentos continuos porque su

voz domine en el transcurso de su narración. El texto se debate, pues, entre estos dos polos: la búsqueda y el dominio de voz narrativa frente a la necesaria

presencia de las voces de «otros» para corroborar la autenticidad del texto. De hecho, la propia historia de la publicación de su obra da cuenta de su falta de control: la escribe por solicitud expresa de Del Monte, no puede publicarla sin ayuda de su patrón blanco, y pierde el control después de su escritura, puesto

que es editada, traducida y manipulada dependiendo de los gustos del editor de turno, de forma que no es publicada en su totalidad hasta 1937.14 Por úl timo, se puede concluir que la Autobiografía de Manzano termina siendo un fiel testimonio de la dificultad que Manzano encuentra para integrarse en su sociedad: no consigue encontrar un sentido de identidad integrador ni como esclavo ni como poeta, e incluso, me atrevería a decir, ni siquiera después de su

puesta en libertad. Como escribe certeramente Nicola Bottiglieri: «el conflic to entre los dos mundos permanecerá durante su vida como una herida que

no puede cicatrizar» (1995: 68). En cierto modo, Manzano siempre depende de la ideología dominante de su época, que comprende no sólo la ideología esclavista sino la más incisiva y profunda marca del racismo imperante en la

sociedad cubana del siglo xdc representada por Del Monte en su cara más amable. Esta ideología opresora le impone su lugar en el mundo a pesar de su escritura transgresora, o quizás precisamente por ella, negando la posibilidad de una vía alternativa de heterogeneidad cultural que Manzano podría haber representado, o quizás empezado a vislumbrar. Notas

1. El concepto fue acuñado por Fernando Ortiz en su libro Contrapunteo cubano del tabaco

y azúcar en 1940 para describir el contacto cultural entre grupos diferentes en los que se adaptan los rasgos de otra cultura como propios. Hoy en día se aplica a una gran variedad de intercambios y negociaciones culturales. 2. Todas las traducciones han sido realizadas por la autora de su original en inglés.

3. Mientras que en Chile, los países de América Central y México sería en 1823; 1833 en

Canadá, 1852 en Colombia y Ecuador, 1853 en Argentina y Uruguay... siendo Brasil la última nación en abolir legalmente la esclavitud, en 1888. 4. Una aproximación clásica a los orígenes y el impacto de la esclavitud en la transformación

de la sociedad cubana puede encontrarse en Slave Society in Cuba During the Nineteenth Century de Franklin Knight (1970) y en Slavery and the Transformation of Society in Cuba,

1511-1760 (1988), del mismo autor. 5. El misterio que rodea la desaparición de la segunda parte demuestra una vez más la ines tabilidad de la situación de Manzano en ese momento (Schulman 1975: 47).

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6. ha Autobiografía de Manzano apareció por primera vez en 1849, en inglés (Nota del Editor).

7. El ejemplo clásico es el de Frederick Douglass, quien dice refiriéndose a la escritura: «Desde

aquel momento, entendí el paso de la esclavitud a la libertad» (1987: 275).

8. Iván Schulman explica en la introducción a su edición del libro de Manzano la dificul tad de señalar la fecha exacta (1975: 25), aunque sí se sabe que la cantidad pagada por su libertad ascendió a 850 pesos. 9. Una elaboración más desarrollada de las razones para apoyar esta reforma se encuentra en «El tema de la esclavitud en la narrativa cubana», de Luis Yeto Pérez, especialmente en las páginas 70 a 73.

10. Para una explicación más detallada sobre las teorías pseudocientíficas, ver Racism de George M. Fredrickson (2002), especialmente el capitulo segundo. 11. Quienes en muchos casos eran producto de los escarceos sexuales del dueño de la plan tación con sus propias esclavas.

12. Sin embargo, estas barreras raciales impuestas por la ideología dominante no se sos tienen al final de la narración, cuando Manzano escapa y sabe que todos observaban y le daban su bendición (108).

13. Poeta neoclásico español por excelencia, Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770 1837) fue el poeta oficial de la corte de Fernando VII. Tradujo el Arte poético de Boileau, además de escribir poesías patrióticas muy populares. Su poesía influyó enormemente en el

corte neoclásico de la producción de Manzano. 14. Fue publicada por primera vez en Inglaterra, pero la versión que se publica ya había sido revisada con anterioridad y traducida al inglés por Richard Madden. La primera versión en espa

ñol no se publica hasta casi un siglo después. Para una descripción detallada de esta historia, ver

«From Serf to Self: The Autobiography of Juan Francisco Manzano» de Sylvia Molloy (1989).

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