Bibliotecas Y Clase Social En L - Diez Borque, Jose Maria

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Bibliotecas y clase social en la españa de Carlos V (1516-1556)

Bibliotecas y clase social en la españa de Carlos V (1516-1556) •

José María Díez Borque (dir.) Isabel Díez Ménguez (ed.)

EDICIONES TREA

El libro Bibliotecas y clase social en la España de Carlos V (1516-1556) está adscrito al proyecto de investigación «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro (II)» (Ref. FFI2012-35894, 2013-2015)

BIBLIOTECONOMÍA Y ADMINISTRACIÓN CULTURAL - 294 © del texto: los autores de cada capítulo, 2016 © de esta edición: Ediciones Trea, S. L. María González la Pondala, 98, nave d 33393 Somonte-Cenero. Gijón (Asturias) Tel.: 985 303 801. Fax: 985 303 712 <www.trea.es> Dirección editorial: Álvaro Díaz Huici Producción: José Antonio Martín Corrección: Sonia López Baena Cubiertas: Impreso Estudio

Depósito legal: AS 00187-2016 *4#/ EJHJUBM

*4#/: 978-84-9704-947-4 FOQBQFM

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por gra-bación u otros métodos, sin el permiso previo por escrito de Ediciones Trea, S. L. La Editorial, a los efectos previstos en el artícu lo 32.1 párrafo segundo del vigente trlpi, se opone expresamente a que cualquiera de las páginas de esta obra o partes de ella sean utilizadas para la realización de resúmenes de prensa. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transfor-mación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (<www.conlicencia.com>; 917 021 970 / 932 720 447).

Índice

Presentación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . María Soledad Arredondo Sirodey

11

2. Bibliotecas del clero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Álvaro Bustos Táuler

39

3. Bibliotecas de trabajadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Anne Cayuela

59

4. Bibliotecas de la nobleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . José María Díez Borque

75

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores. . . . . . . . Isabel Cristina Díez Ménguez

91

6. Bibliotecas de cargos públicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111 Arantxa Domingo Malvadi

Presentación

Este es el último libro del Proyecto i+d que dirijo: «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro (ii)» (Ref. FFI2012-35894, 2013-2015). Aparte de algunos congresos, cursos y conferencias, antes apareció Bibliotecas y librerías en la España de Carlos V (Barcelona: Calambur, 2015). En el i+d anterior, dedicado al siglo xvii, se publicaron Literatura (novela, poesía, teatro) en las bibliotecas particulares del Siglo de Oro español (Madrid: Iberoamericana, 2010) y Literatura, bibliotecas y derechos de autor en el Siglo de Oro (1600-1700) (Madrid: Iberoamericana, 2012). En total, se han tenido en cuenta más de 628 inventarios impresos, según las fuentes que se citan, cuya referencia se pondrá en la red próximamente. El que ahora se publica no es un libro unitario, sino colectivo de los miembros del grupo de investigación, con todo lo que ello supone. Hay unos componentes comunes de coincidencia (consideraciones sobre la clase social, problemas de las fuentes, número de libros de las bibliotecas, contenidos de las bibliotecas). Pero, a partir de aquí, se acordó un margen de libertad, según la concepción e intereses de cada uno de los colaboradores. Aunque no sean propiamente bibliotecas, se incorpora el estudio de los fondos de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores. De los 185 inventarios estudiados de la época del emperador Carlos V, se tienen en cuenta aquí 110. En ocasiones, se describen individualmente las bibliotecas con consideraciones biográficas sobre sus poseedores y detalles sobre los libros presentes. En unos casos se especifica más sobre el número de libros, porcentajes, clasificaciones, títulos, características del inventario, categorías de libros, etc. Algún estudio es más breve y sucinto, como el de Díez Borque, porque remite a otro en prensa donde se tratan las diversas cuestiones más extensamente. No se me oculta la limitación del número de inventarios y la heterogeneidad, pero esto es lo que hay. El lector interesado podrá extraer sus propias conclusiones de la

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

comparación de las bibliotecas de distintas «clases sociales». Anuncio que la investigación no está cerrada; continuará, con la idea de nuevas aportaciones. José María Díez Borque Universidad Complutense de Madrid Investigador principal de «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro (ii)»

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Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales María Soledad Arredondo Sirodey Universidad Complutense de Madrid

1. CONSIDERACIONES GENERALES

En el libro Bibliotecas y librerías en la España de Carlos V, José M.ª Díez Borque anunciaba una investigación en curso sobre las bibliotecas de distintas clases sociales en los años 1516-1556. Partimos para ello de 178 inventarios publicados por distintas fuentes y pretendemos analizar la cuantía y el contenido de esas bibliotecas, con el fin de aportar datos sobre la lectura, la posesión, el uso y el valor de los libros, conceptos bien distintos dependiendo de la clase social de sus poseedores. En nuestro caso, analizar las bibliotecas de los profesionales liberales e intelectuales implica, ante todo, precisiones de número (cuántos inventarios de profesionales), de la identidad de los integrantes de esa «clase social», del tamaño de sus bibliotecas y de las diferencias que se perciben entre las mismas.

2. NÚMERO DE INVENTARIOS

De los 178 se analizan 17, que corresponden a la categoría de profesionales liberales, lo que nos permite agrupar a abogados, boticarios, médicos e intelectuales en general, pese a las diferencias en la cuantía de libros: desde los que tienen menos de 10, hasta la biblioteca insólita de Bernardino de Ribera, jurista de Valladolid, de 423. El tamaño general de las 17 bibliotecas indica la capacidad económica de los dueños y su vocación lectora, pero también la valoración del objeto libro, ya que, en varios casos, los listados de estos vienen acompañados de una tasación de los mismos. En cuanto a quiénes entran en esta categoría de «profesionales liberales e intelectuales», hemos tenido en cuenta 17 inventarios que ya aparecen en la relación de profesionales liberales publicada por Díez Borque (2015: 73-76), y que comprende,

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

según la numeración de nuestra propia «Relación de inventarios» (Tabla 1): 1) abogado-literato, 2) notario, 3) licenciado, 4) boticario, 5) licenciado, 6) boticario, 7) boticario, 8) erasmista, 9) la madre de Garcilaso de la Vega, 10) doctor (jurista), 11) el escritor F. de Rojas, 12) abogado, 13) jurista, 14) estudiante, 15) médico, 16) el humanista Arias Montano y 17) un médico y comerciante. Agrupando por profesiones y según el orden cronológico que ocupan en los 178 inventarios, hay un total de siete abogados, incluyendo en esta profesión a los que aparecen en nuestras fuentes como notarios, juristas, licenciados y un «doctor» en derecho. Sin embargo, sus bibliotecas solo coinciden en algunos de sus libros más técnicos. Respecto a los médicos, son dos, pero con gran diferencia entre el médico y comerciante de Indias andaluz, del que no sabemos ni el número ni el título de sus libros profesionales, y el prestigioso médico toledano Gonzalo Díaz, que poseía 125 libros. Los boticarios son tres, siendo quizá el grupo más uniforme, que coincide en un número modesto, pero constante, de libros: entre 10 y 21. Además de estos grupos profesionales, hay tres individualidades que incluimos entre los intelectuales, y cuyos inventarios de bibliotecas se han publicado con las etiquetas de «erasmista», «escritor», «estudiante» y «humanista». Y, junto a ellos, incluimos la única biblioteca de una mujer que aparece en nuestros 17 inventarios —se trata de describir y analizar los libros que D.ª Sancha de Guzmán, la madre del poeta Garcilaso de la Vega, dejó a sus herederos—, porque hemos eliminado esa «categoría» o etiqueta entre las de nuestros profesionales, al considerar que son bienes del escritor. En cambio, quedan fuera de este estudio las bibliotecas de libreros e impresores (considerados como un bloque profesional aparte, y bien nutrido), así como la biblioteca de Hernando Colón, porque no es una biblioteca representativa. Respecto a este corpus, las fuentes de las que partimos muestran tres casos dudosos porque se menciona como «licenciado» y «bachiller» a tres clérigos: uno el «licenciado» y cura Juan Rodríguez de Villena (1552); otro el «bachiller» y cura Juan de Almaraz (1554). El tercer caso es verdaderamente excepcional porque se trata de la biblioteca de Benito Arias Montano, que murió en 1598, siendo párroco del convento de Santiago de la Espada (Sevilla), pero cuya condición clerical queda superada por la de biblista y humanista; es decir, lo más próximo a lo que hoy entendemos por un intelectual renacentista, además de un verdadero bibliófilo, a juzgar por la riqueza de su colección de manuscritos e impresos, y por la detallada descripción de los mismos que nos muestra uno de sus catálogos. Pero, además, esas fuentes parten de intereses y proyectos científicos muy diferentes;1 hay estudios que encuadran al profesional en su clase social y en su zona geográfica, mientras que otros se limitan a reproducir las escrituras de los inventarios, 1

Para los problemas que plantean las fuentes de información, véase Díez Borque (2015: 56).

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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sin deshacer los errores iniciales de los escribanos o amanuenses, que son muchos. Entre dichas fuentes destaca el erudito estudio de Marcel Bataillon (1975: i, 329347), que precede a la publicación de la Memoria librorum del estudiante Diego de Morlanes, que debía de haber heredado la librería familiar. Se trata de un importante testimonio cultural porque dicha biblioteca (de 121 volúmenes) está compuesta no solo de libros profesionales o técnicos de derecho, sino de títulos literarios y religiosos muy significativos, cuya problemática e identificación llevó a cabo Bataillon, insistiendo en la singularidad de este estudiante. Asimismo, son muy sugerentes los estudios que se ocupan de los libros del escritor Fernando de Rojas,2 y los documentos editados y analizados por don Antonio Rodríguez Moñino (1929), que nos presentan cuatro enfoques diferentes y complementarios de los libros que poseía el gran humanista Arias Montano: tres de ellos fueron recogidos en forma de catálogo por él mismo en distintas fechas y lugares: «Los libros que tengo […]» (Alcalá de Henares, 1548), «Memoria de los libros que tengo, la cual se hizo el 14 de marzo de 1553» (¿Sevilla?), «Memoria de los libros de Flandes y sus precios» (Amberes, 1569) y, por fin, «los libros que Arias Montano dejó a la librería de san Lorenzo y se trajeron de Sevilla» (1599). La «reconstrucción» de esta biblioteca nos ilustra sobre la biografía del poseedor y sus gustos bibliófilos, especialmente los dos primeros catálogos, que son comparables por las fechas con otros de nuestros inventarios, aunque poco tenga que ver la cultura de Arias Montano con la de un notario de Urgel que solo posee siete libros. Interesa sobre todo, además del número y los títulos, la disposición de esos dos primeros catálogos, realizada por el propio humanista, con dos criterios: en 1548, por temas, y en 1553, por cajones. Tanto los libros comprados y enviados desde Flandes como los que donó a la Biblioteca del Monasterio del Escorial responden a épocas más tardías de su vida y a otros intereses: los primeros, posiblemente a peticiones o encargos de compra, y los segundos, al deseo de depositar en la Laurentina los libros menos usuales («hebraicos, caldeos, griegos y latinos») y más valiosos, como comunicó en carta dirigida a Felipe II.3

3. TAMAÑO DE LAS BIBLIOTECAS

En cuanto al tamaño de las bibliotecas que analizamos, son muy diferentes porque las hay:

2 3

Véase Valle (1929) y Infantes (1998). Para este legado, véase Gonzalo (2006).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

— De cero a 10 libros: la del notario Joan Graells (siete libros) y la del médico y comerciante de Indias Juan de Sanlúcar, de la que ni siquiera se detalla el número de ejemplares en el inventario. — De 10 a 20 libros: la del boticario Joan Granell (10 libros), la del boticario Pere Rosell (18 libros) y la del erasmista Diego Méndez (12 libros). — De 20 a 50 libros: la del abogado Gonzalo García de Santa María (25 libros), la del boticario Pedro Solórzano (21 libros), la del licenciado Francisco Dávila (28 libros) y la de D.ª Sancha de Guzmán, madre de Garcilaso de la Vega (21 libros). — De 50 a 100 libros: la del licenciado Alonso Jornete (85 libros), la del doctor (en derecho) Juan Bueno (71 libros), la del escritor Fernando de Rojas (97 libros) y la del abogado Gonzalo Gamarra (74 libros). — De 100 libros en adelante: la del jurista Bernardino de Ribera (423 libros), la del estudiante Diego de Morlanes (121 libros), la del médico Gonzalo Díaz (125 libros) y la del humanista Benito Arias Montano (128 libros en 1548 y 101 en 1553).

4. CLASIFICACIÓN DE LOS LIBROS

Para la clasificación de los libros de estas 17 bibliotecas distinguiremos: libros técnicos o profesionales; libros de devoción o religiosos; libros de prosa doctrinal y filosófica; libros de historia o histórico-políticos; y libros de literatura —los más escasos en la mayor parte de estos inventarios—, a los que hemos sumado en ocasiones los de gramática, diccionarios y retóricas. Hay que tener en cuenta la dificultad en la clasificación genérica, especialmente en los libros de literatura, que hoy dividiríamos en poesía, prosa de ficción y teatro, pero cuya distinción en la primera mitad del siglo xvi se complica: bien por la terminología de la época, que llama «tratado» a El asno de oro, por ejemplo; bien por el descuido de los escribanos, que probablemente escribían rápido y al dictado, como indica Infantes (1998: 37); o bien por la designación «familiar» de los mismos poseedores —Arias Montano cita una «Celestina, la primera»— y de los propios «profesionales», como los abogados y juristas, que llaman «el Especulador» o «los Especuladores» a las obras de Guillermo Durando, autor de un Speculum judiciale (Bolonia, 1474) (Cantera, 1989), pero que pueden referirse a otros Speculum…, como propone Bataillon (1975: 207): Speculum doctrinale, Speculum historiale, Speculum morale, todos de Vincentius Bellovacensis. Respecto a las lenguas, en general es abrumadora la presencia de libros en latín, frente a los escritos en castellano o en otras lenguas. A veces aparecen en bloques dis-

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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tintos en los inventarios (por ejemplo, libros en toscano), pero suelen ir mezclados y citados sin un criterio previo, o con un criterio de tamaño y de localización en la librería o en las cajas donde se sitúan al realizar el inventario. En cuanto a los grandes autores grecolatinos presentes en estas 17 bibliotecas, destacan: Aristóteles, Platón, Valerio Máximo, Flavio Josefo, Séneca, Virgilio, Cicerón, Plinio, Plutarco. También es notable la presencia de autores contemporáneos que escribían en latín: humanistas como Erasmo, Vives, Budé (citado muchas veces Budeo o Budeus) o Lorenzo Valla.

5. DIFERENCIAS Y CONCOMITANCIAS

Al enfrentarnos con los 17 inventarios, la primera dificultad es aunar y homogeneizar al grupo de «profesionales liberales e intelectuales» porque son personas cuyos testamentos o inventarios se han publicado por fuentes diversas: desde especialistas en historias locales (aragonesas, catalanas, castellanas, sevillanas) hasta estudios médicos, científicos o jurídicos de procedencias también distintas, lo que se refleja, por ejemplo, en la existencia de libros en catalán en los estudios focalizados en Barcelona. Sin embargo, y por todo ello, los testamentos y sus inventarios de libros proporcionan datos, si no homogéneos, sí muy variados y algunos curiosos, como veremos en el caso del abogado Gonzalo García de Santa María. Desde el punto de vista social, debían de existir diferencias de capacidad económica entre las distintas profesiones, y así se aprecia en la desigualdad de bienes de los inventarios y concretamente en el número de libros, así como en el detalle de los mismos: por ejemplo, hay un abogado-literato que tiene 25 libros y un boticario de Sevilla que tiene 21, pero cuyos títulos ni siquiera se especifican en el inventario. También se acusan diferencias numéricas entre manuscritos, libros de mano y libros «d’emprenta» (Pedraza, 2013). Por supuesto, los datos también varían según los inventarios sean post mortem o partan de un testamento detallado, por ejemplo, si es el caso de poseedores amantes de los libros, como Gonzalo García de Santa María o Fernando de Rojas. En general, predomina el descuido, o la ignorancia, en las transcripciones de los inventarios que realizan los amanuenses o escribanos; estos se detienen, en cambio, en detalles del libro como objeto: si está gastado, viejo o desencuadernado. Sin embargo, pese a las peculiaridades de los inventarios de nuestros profesionales, hay ciertas coincidencias formales en la categoría profesional más numerosa, la de «abogados»: se trata de la vulgarización de algunos autores o comentaristas de libros jurídicos (los Baldos, Bártolos, etc.), o de la simplificación de títulos: unas partidas, dos digestos, unas premáticas, sin precisión o identificación. Como ya se ha señalado

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

a propósito de los libros de leyes, muchas de las transcripciones pueden obedecer a la forma de designarlos en las cubiertas por los propios profesionales-lectores (estudiantes o juristas), que es lo que posteriormente transcribirían los escribanos. Estos mismos nos arrojan su propia información respecto a las lenguas de los libros: aunque la mayoría están en latín, en otros casos especifican que son «en romance» o, en una sola ocasión, en el inventario del licenciado Alonso Jornete se cita «un librico pequeño en lengua aragonesa» (Pérez, 2012: 36).

6. LA CLASE SOCIAL Y LAS BIBLIOTECAS EN EL SIGLO XVI

Una investigación sobre el canon literario en la primera mitad del siglo xvi, partiendo de los inventarios de las bibliotecas que ya han sido publicados, puede afinarse y arrojar más información si se distribuye con arreglo a las distintas «clases sociales». Es evidente la diferencia de cuantía (por ir al dato más mostrenco) entre los libros que poseen los nobles, el clero, los mercaderes o los cargos del ejército. Sin embargo, como ya señaló Díez Borque (2015: 61), para los profesionales liberales, a pesar de tratarse de una sociedad estamental, puede existir relación entre la clase social y los datos de las distintas bibliotecas, aunque solo sea por un interés meramente profesional. En primer lugar porque, a diferencia de los trabajadores rurales, por buscar un ejemplo extremo, los abogados, médicos y boticarios de nuestros 17 inventarios forman parte de grupos alfabetizados que necesitan el objeto libro para su profesión y modo de vida. Otra cosa es que, a esos libros técnicos imprescindibles (para la formación previa y para la consulta posterior), añadieran libros de ocio y placenteros (de historia, de literatura…) o libros de devoción; y otra cosa es que esos libros fueran de su gusto, de su propiedad o, en muchos casos, heredados de un familiar de la misma profesión. Eso indicaría que lo que hallamos en los anaqueles no siempre procede de una lectura real y que algunas ausencias muy notables —como las literarias— podían compensarse por lecturas que no han dejado huella. Con respecto al resto de las bibliotecas analizadas, que no proceden de esas tres profesiones liberales, y teniendo en cuenta que no consideramos a las «mujeres» como una profesión, aunque sí como categoría diferencial,4 ¿cómo agrupar bajo la etiqueta de «intelectual» a cuatro de nuestros poseedores: «erasmista», «escritor», «estudiante» y «humanista»? Si ya se ha puesto de manifiesto la dificultad de perfilar exactamente los círculos intelectuales del siglo xvi,5 e incluso la clasificación 4 Y, efectivamente en una biblioteca tan pequeña (21 libros) como la de la madre de Garcilaso, hay una alta proporción de libros de Horas, por ejemplo, que no aparece en ninguna otra. Véase Cátedra y Rojo (2004). 5 Ya se refirió a ello Bustamante (2002).

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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de «humanista» y sus etapas ha sido objeto de puntualizaciones y matices,6 un nexo casi obvio es, sin duda, no solo la capacidad lectora de estos intelectuales, sino también su amor por los libros, e, incluso, una preparación previa común entre el «estudiante» de leyes y el «bachiller» Fernando de Rojas. Y eso que en la biblioteca de libros en romance de este último predomina su faceta de escritor, y aquella, a su vez, la puede compartir con el abogado-literato-cronista Gonzalo García de Santa María (Serrano y Sanz, 1914: 460) y, más aún, con el «humanista» Arias Montano, que escribió poesía en su juventud (Alcina, 2006). Todo ello indica ciertas afinidades entre estos intelectuales que poseían libros y que amaban la lectura, aunque fueran muchas las diferencias entre sus títulos. Respecto a títulos y número, la posesión de libros puede estar condicionada por los lugares de residencia de profesionales e intelectuales, como parece indicar la diferencia entre una ciudad tan rica y activa como Sevilla, o como Valladolid en la época, lo que ya ha dado lugar a estudios al respecto;7 y como se puede comprobar en algunos de nuestros poseedores y grandes viajeros, como Arias Montano, alguno de cuyos catálogos informan de los ejemplares adquiridos en Amberes. Sobre los libros que hallamos en los inventarios de profesionales e intelectuales, y cuáles faltan, hay algunas ausencias que parecen caprichosas. Por poner algunos ejemplos bien diferentes citamos, entre los libros de historia, el del cronista Juan Ginés de Sepúlveda, titulado De rebus gestis Caroli Quinti imperatoris, escrito entre 1536-1537, que por diversas razones no se publicó hasta el siglo xviii (Cuart Moner, 2001); y podrían citarse otros muchos entre los libros de medicina, pese a la importancia de los estudios médicos españoles en el Renacimiento (como los de Andrés Laguna o Francisco Vallés, ambos de publicación posterior a 1556, nuestra fecha tope). Según los estudiosos hay libros notables, que no he visto citados o que no he logrado identificar entre las dos únicas bibliotecas de médicos que analizamos, cuya información, bien es cierto, se reduce prácticamente solo a una: la de Gonzalo Díaz. No obstante, Josep Lluis Barona (1993: 48) se refiere también al escaso interés suscitado por el Libro de Anatomía del hombre (Valladolid, 1551), de Bernardino Montaña de Monserrate, que no aparece en la biblioteca de nuestro médico toledano: este hace testamento en 1550, y su inventario recoge, sin embargo, «un tratado de anatomía en reales y medio» [sic] imposible de identificar. Precisamente, en cuanto a las bibliotecas de los médicos, Fernández Luzón (2005: 197) afirma que eran muy superiores en número a las de los cirujanos y que, además, superaban la «típica biblioteca profesional», que no excedía de 50 o 60 ejemplares. Esto debía de estar acorde con el ingente número de publicaciones médicas de 6 7

Véase Martínez (2001). Véase Pastor (1993) y Rojo (1985).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

la época (López et al., 1981-1986), lo que hace especialmente lamentable que solo podamos contar con dos inventarios de médicos publicados durante el reinado del emperador. Sin embargo, por los datos que poseemos y por estudios recientes, parece que son los abogados los grupos profesionales que más libros atesoran. Y así, por ejemplo, existen 1.300 impresos jurídicos del siglo xvi conservados en la biblioteca de la Universidad de Sevilla ( Jiménez y Sánchez, 1990), lo que corrobora, primero, la actividad impresora sevillana y, segundo, la previsible demanda de ese producto tan especializado. Pero este grupo profesional también manejaba otros libros más generalistas, como las enciclopedias, las polianteas, las oficinas (y hallamos citada la de Ravisio Textor en la biblioteca del jurista Bernardino de Ribera).8 En esas bibliotecas de los abogados hay, pues, lo que hoy llamaríamos libros instrumentales. Respecto a las bibliotecas de los abogados, es posible que hubieran heredado libros de antepasados de igual profesión, como debió de ocurrir en el siglo xvii, porque encontramos, por ejemplo, en la biblioteca de un jurista catalán, muchos títulos que ya estaban en la primera mitad del siglo xvi (Espino, 2013). En estas bibliotecas de los profesionales del derecho, que utilizaban una «muchedumbre» de libros (Bataillon, 1975: 205, nota 4), se repiten muchos títulos que parecen obligados en su profesión: los Baldos, los digestos, la Instituta… También los consilia, es decir, las recopilaciones de consejos, sentencias y resoluciones de destacados tratadistas: Giasone de Maino, Joannes Franciscus de Sancto Nazario de Ripa, Giovanni A. Rubeo, Signorolo de Homodeis, Giovanni d’Amicis, Giovanni Bolognetti, Domenico da San Gimignano, Pier Filippo Corneo, Alessandro Tartagna d’Imola, Barthelemy de Chasseneux, Lorenzo Calcaneo, Paolo di Castro. Y también las decretales, o cartas de los papas, especialmente las Clementinas, colecciones de derecho canónico que incluyen textos de Clemente V. Entre los canonistas presentes en estas bibliotecas nos encontramos con las glosas y comentarios de Niccolo Tedeschi, Baldo degli Ubaldi de Perusia, Giovanni d’Andrea, Guido de Baisio, Domenico da San Gimignano, Filippo Decio, G. A. di Santo Georgio, y Ph. Francus, todos ellos representados en ediciones anteriores a 1555. Y los comentaristas del derecho civil que más figuran en los listados son: Bártolo de Sassoferrato, Giasone de Maino, Bartolomeo Socini, Johannes Franciscus de Sancto Nazario de Ripa, Bartolomeo Saliceto, Paolo di Castro, N. Vigelius, Johann Oldendorp, Martín Antonio del Río, Bartolomeo Cipolla, Dino da Mugello, J. Cagnoli y A. Tartagna d’Imola. En líneas generales, los inventarios de estas bibliotecas profesionales suelen vulgarizar los nombres de los autores y comentaristas más consultados. Así ocurre, por 8

Bermúdez (2009) ha analizado «Los manuales jurídicos en la España moderna».

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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ejemplo, con Giasone De Maino, un autor muy repetido con las siguientes tres obras: Comentaria in digestum… (Lyon, 1540), In Codicem et Digestum comentaria, In titulum de actionibus commentaria (Lyon, 1546), Consilia (¿Venecia, 1583?). En los inventarios lo llaman Jasón. En otras ocasiones, los inventarios omiten el nombre propio o el apellido y citan por la procedencia. Así, por ejemplo, Baldo Degli Ubaldi De Perusia (Opera, Lyon, 1545, 11 vols.) o Alessandro Tartagna d’Imola (Consilia, Bolonia, 1480 y Lyon, 1534, 4 vols.) o Paolo di Castro (In Pandectarum Iustinianeique Codicis, Titulos commentaria, Consilia et allegationes, Lyon, 1546). Por último, por señalar otra de las peculiaridades de estas bibliotecas jurídicas, que son las que más ocasiones de comparación ofrecen entre sus fondos, los libros de derecho son de difícil identificación o clasificación, porque, en algunos casos, sus títulos se contaminan o se mezclan con obras de teología moral, como, por ejemplo, el tratado de Angelo Clavasio, Summa angelica de casibus conscientiae (Núremberg, 1492).

7. EL CONTENIDO DE LAS BIBLIOTECAS

A continuación, pasamos a describir y analizar cada una de las bibliotecas, por el orden que ocupan en nuestra «Relación» de 17 inventarios de profesionales liberales. En todos los casos señalamos el número de libros, los clasificamos y, cuando es posible, proponemos títulos y ediciones, prestando especial atención a los libros en romance y de literatura. 7.1. Gonzalo García de Santa María tiene 25 libros (identificados). Este abogado y gran lector, que detalla los distintos valores de sus libros, según sean manuscritos o impresos, y según se vendan ahora o antes de la imprenta, es consciente del valor de su biblioteca y demuestra, además, el mucho afecto que siente por ella. No precisa el número de libros, solo cita algunos; dice que otros están duplicados, pero, en cambio, los clasifica y distingue entre libros de «derecho, leyes y cánones», «arte oratoria, filosofía moral, teología e historia» y «muchos de poesía», añadiendo después los libros de gramática, aritmética, geometría, etc. También señala que tiene libros en griego, latín y romance, y que hay «libros peregrinos», de mucho valor si se venden bien. Esta es la distribución de los libros: cinco de derecho civil —dos Bártulos, deformación castellana del nombre de Bartolo de Saxoferrato, el jurista italiano—; un libro religioso: Biblia; un Diógenes Laercio: De Vitis Philosophorum; seis obras de Cicerón: Epístolas, De oratore, Rhetorica ad Herennium, Orationes, Tópica, Partitiones; un libro de historia: Pompeo Trogo; y tres de literatura: Eneida (Aeneidos de Virgilio)

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y dos Juvenales (sin título). Más los que tiene duplicados: tres Eneida, dos Epístolas de Cicerón, dos Lorenzo Valla, sin especificar qué título de este humanista italiano, y dos ejemplares de las Epístolas de san Jerónimo. 7.2. El notario Joan Graells, tiene solo siete libros. Cuatro libros técnicos: una suma de artes notariales (Summa domini Rolandini), Aurea practica (o Praxis aurea), del jurista Joannis Petri de Ferrarys, otro Practica Cancellarie apostólica (Practica Cancellariae Apostolicae), Instituta (un compendio de derecho civil); uno titulado Auctores, sin identificar; y dos literarios: un Cicerón y un Terencio. 7.3. El licenciado Alonso Jornete tiene 85. De ellos, 36 son libros jurídicos (un 42 %), entre leyes antiguas, como las Partidas y el Digesto, o de derecho canónico y sus comentaristas, o el dato curioso de que posea unas Ordenanzas de los alarifes, que bien pudo necesitar para un caso concreto; 21 libros religiosos identificados: un confesionario, otros de Santos Padres de la Iglesia —como Orígenes o san Jerónimo, del que no dice título—, uno de espiritualidad: Lucero de la vida cristiana (1493) o de humanistas y comentaristas de filosofía y de la Biblia, como Lorenzo Valla; varios libros de gramática llamados «vocabularios» (uno es el Diccionario de Ambrosio Calepino, otro el vocabulario de Nebrija, que será el Vocabulario español-latino, publicado en 1492, y del mismo autor tiene también un Arte, que será el Arte Retórica); un libro de historia: Marco Antonio Sabélico; y, de literatura, solo un Petrarca, sin precisar título, y otro del poeta y jurista Pedro de Rávena: el Alphabetum Aureum, de difícil clasificación, igual que las Antiquitatum variarum, una compilación de historias sacras. También aparece un «libro del Enchiridion», que puede ser el Enchiridion militis christiani (1503) de Erasmo, que debió de leer en latín, porque la traducción española es de 1526, posterior al inventario. 7.4. El boticario Pedro Solórzano tiene 21 libros, pero solo sabemos que son en latín y romance, y que son o libros técnicos y profesionales («de medecinas») o de «estorias», probablemente de ficción. 7.5. El licenciado Francisco Dávila tiene 28 libros, de los cuales se han identificado 21 de derecho, dos de historia: una Historia romana en latín y un Fasciculus temporum omnes antiquorum chronicas, y uno religioso: Biblia. No posee nada de literatura. 7.6. El boticario Joan Granell tiene 10 libros. A pesar de su tamaño reducido, es notable la variedad de su biblioteca porque, si bien siete libros son propios de su profesión (medicina, recetas o farmacopea), hay tres de literatura y de mucho interés literario por estar en lengua catalana: un manuscrito de Bernat Metge, Lo Somni

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(1399); otro que es la traducción catalana del Liber Almansorius del Al- Razis (sería en traducción de G. de Cremona); y un libro mariano titulado Miracles de la Verge María, que puede ser la traducción catalana de los Miracles de Gautier de Coincy. 7.7. El boticario Pere Rosell tiene 18 libros, casi todos técnicos, menos uno de literatura, que es la traducción catalana de Las Metamorfosis de Ovidio: «lo Ovidi», es decir, Taula dels quinze libres d’ transformaciones (traducción Francesc Alegre, Barcelona: Pere Miquel, 1494), un valioso incunable, incompleto (Mérida, 2012). Posee también uno de los libros traducidos por el maestro Gerardo de Cremona, sin decir título, que puede ser de Avicena; y tres libros religiosos: un Flos sanctorum, uno de angeología de Francesc Eiximenis, Llibre del Angels, manuscrito, y otro sin identificar. 7.8. El erasmista Diego Méndez tiene 12 libros. Al servicio de Cristóbal Colón durante su cuarto viaje y posteriormente de su nieto Luis, tercer almirante de la mar océana, este buen lector lega en su testamento obras que son las propias de un hombre culto, que vivió entre Valladolid —donde redacta el testamento—, Sevilla y Santo Domingo, a donde desea enviar su biblioteca. Esta ha sido analizada con detalle por Almoina (1945), y demuestra la importante presencia de Erasmo en España estudiada por Bataillon. Efectivamente, casi la mitad de sus libros son de Erasmo: Arte de bien morir (sería la Praeparatio ad mortem, 1534, o Libro del aparejo que se debe hacer para bien morir, la traducción de 1536), un sermón en romance (Sermón del niño Jesús, 1516), Lingua Erasmi (1525) y los Coloquios (hay traducciones españolas de 1528 y 1529). Los demás son libros de devoción, uno: Libro de las contemplaciones de la pasión de nuestro redentor; de filosofía, uno: la Filosofía moral de Aristóteles; de literatura, dos: un libro de viajes, el Libro de la tierra santa, de Bernardo de Breidenbach, del que hubo traducción castellana desde 1515, y La venganza de Agamenón, traducción al castellano de la tragedia griega de Sófocles Electra, realizada por Hernán Pérez de Oliva, de la que pudo poseer una de estas dos ediciones: la de Salamanca (1528) o la de Burgos (1531). Además, posee un libro de historia: De bello judaico, de Flavio Josefo, probablemente en la traducción castellana de Alonso de Palencia (Sevilla, 1492), según identificó Almoina. 7.9. El siguiente inventario pertenece a la única mujer cuyos libros analizamos, D.ª Sancha de Guzmán, la madre de Garcilaso de la Vega; y lo hacemos porque aparece incluido, con el n.º 8, entre los documentos inéditos del autor,9 que murió en Niza en 1536, antes que su madre. Esta deja a sus tres hijos (los de Garcilaso están represen9 Rafael de Uhagón reunió unos Documentos referentes al poeta Garcilaso de la Vega, que se publicaron como «Documentos inéditos referentes al poeta Garcilaso de la Vega, reunidos por el Marqués de Laurencín», 1915, 113-153, documento n.º 8.

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tados por su madre y tutora, D.ª Elena de Zúñiga) una serie de bienes, de los cuales nos interesan solo sus libros: estos son 21, todos en castellano, van acompañados de su valoración y todos son de materia religiosa, como cabría esperar en una dama toledana. Entre ellos, destacan los siguientes: unas Horas pequeñas de mano, de devociones; otro libro de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, con cubiertas de cuero negro y de mano; la historia de san Francisco y santa Clara, encuadernada en pergamino; otros libros pequeños de mano: el uno Espejo de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el otro De la Pasión, de mano, y unas Horas de Nuestra Señora, de mano; unas Horas de Nuestra Señora escritas en pergamino, de mano; un libro de san León, escrito de mano, en pergamino; un libro espiritual: Lucero de la Vida Cristiana (1501), que fue posteriormente prohibido por la Inquisición; un libro de los 10 mandamientos; y un Tesoro de pobres, del que no he encontrado edición en la fecha del inventario. Sin embargo, según el documento n.º 6 de los citados «documentos inéditos», la partición y división de los bienes del propio autor no incluye libros. Estos se hallan en un inventario que su viuda, D.ª Elena, dejó abierto, según publica Krzysztof Sliwa (2006), y en donde los libros se mezclan con vestimenta, ajuar doméstico, joyas, etc. Esta reciente aportación al «nuevo» Garcilaso, como lo denomina José Manuel Lucía Mejías en el prólogo al estudio de Sliwa, solo nos informa, desgraciadamente, del número (38 libros), tamaño y color de los mismos: nueve libros pequeños, seis libros pequeños, siete libros pequeños, 15 libros pequeños, un libro grande de pergamino. 7.10. El doctor Juan Bueno, jurista de Valladolid, tenía 71 libros en una rica biblioteca. La mayor parte de ellos son de derecho (un 15 %) y de identificación difícil porque están transcritos de forma incompleta o errónea, castellanizados nombres y títulos. Por ejemplo, un libro llamado «[…] la novela de Juan de Andrés», en tres cuerpos, debe de ser del canonista italiano Giovanni Andrea y puede tratarse de un comento o lectura sobre las Decretales de Gregorio IX; así aparece citado también en una escritura de donación de 1476, junto a otros libros de derecho (Gómez, 1999).10 Se trata de una biblioteca jurídica muy amplia, con Baldos, Bártolos, Juan y Alessandro D’Imola, Angelo de Arecio, el jurista italiano Antonio de Butrio (comentarista de las Decretales de Gregorio IX), el cardenal florentino Zabarela (transcrito solo como «El Cardenal»), Repertorio y Repeticiones de Guillermo Durando, abad de Mende (llamado «El Especulador»); o de Giovanni Bartachino, Bartolomé Sucino y Albericus de Rosatis, este último autor de comentarios sobre el Digesto (1509), del que se recoge un ¿Diccionario? Hay también comentarios o glosas a las Partidas, como la de Alfonso Díez de Montalvo (¿Venecia?, 1501), unas ¿Anotaciones? (las 10 El libro se menciona así en la estrofa 1152d del Libro de Buen amor: «novellae» o glosas de las Decretales de Gregorio IX.

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¿Enmendaciones?) del helenista y humanista Guillermo Budeo; muchas obras sobre herencias y transmisiones, y sobre temática religiosa, como el Tratado de herética pravedad, del doctor Gonzalo Villadiego. Pero hay, además, tres libros de historia: la Crónica del rey don Pedro y la Crónica del rey don Enrique, y las Antiquitate y De bello judaico, de Flavio Josefo; y cinco de filosofía: de Séneca, Los Morales (o tratados o diálogos) y Epístolas a Lucilio, citadas en castellano; de Aristóteles, Generación de los animales y ¿Partes de la natura?; las obras de Platón en la traducción al latín de Marsilio Ficino; y de santo Tomás sobre la Física y la Metafísica de Aristóteles. Suele considerarse a Teofrasto como filósofo, y aparecen en este inventario sus obras sobre botánica, citadas como Historia y causas de las plantas. Por fin, hallamos dos libros «literarios»: El asno de oro, de Lucio Apuleyo (transcrito en el inventario como «tratado»), y «ciertos libros» de Andrés Alciato, que podrían ser los Emblemas (ed. 1531), pero también podrían ser libros jurídicos. Aparece además alguna obra inclasificable, salvo que la consideremos «histórico-política», sobre los tratados de matrimonio del rey y de la reina de Inglaterra (probablemente de Enrique VIII con Catalina de Aragón en 1509). 7.11. El escritor Fernando de Rojas tenía 97 libros. Evidentemente, se trata de un bachiller en leyes atípico, como se deduce de la riqueza y variedad de su biblioteca, especialmente por lo que respecta al número de libros en romance. El bachiller y escritor muestra su doble interés, o su doble dedicación, porque en el testamento deja los libros de leyes a su hijo y heredero («[…] mando que den y entreguen al licenciado Francisco de Rojas todos los libros de derechos e leyes que yo tengo» [Valle, 1929: 369]) y los «de romance» a su esposa. Respecto a los de leyes son 48, casi el 50 %, aunque en la lista de obras figuran por error cinco textos que son, o bien literarios, como «un Petrarca en latín» o una «Margarita poética», o bien históricos, como Fa[s]ciculus temporum, de Werner Rolevinck; o imposibles de clasificar en una sola categoría, como el filosófico-médico De secretis mulier[um], atribuido a Alberto Magno, o uno de Cicerón: «unas Oraciones de Tulio, con la esfera, glosado». Salvo estas obras que «se cuelan» en el listado de libros de leyes (quizá por su colocación en los anaqueles), la biblioteca de libros de derecho contiene títulos y autores habituales en otros inventarios de su profesión (digestos, decretales, Clementinas…), como ya hemos citado, a los que se suman algunos más concretos y recientes: «las leyes del reyno», las «premáticas del reyno», «las leyes de Toro», «las leyes de la Mesta», «las Cortes de Toledo del año de veynte y cinco […]». En cuanto al resto, los libros «de romance» o «traídos y viejos y algunos rotos», como dice el inventario de los bienes de De Rojas, según transcripción de Valle Lersundi (1929), Infantes (1998; 2007; 2012) ha estudiado minuciosamente títulos,

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autores y ediciones, analizando la forma de transcribir los libros (más por títulos que por autores) y el tamaño (más en folio), y avanzando que los libros viejos (sinónimo de más «usados») podían indicar una fecha de compra antigua (como un Flos sanctorum de 1483, el más antiguo de todos los libros de esta biblioteca), aunque en otras bibliotecas profesionales ya vemos que se alude también al deterioro de algunos ejemplares. Los libros «de romance» son 49 en total, más que los libros profesionales, con mayoría de prosa sobre verso, y podemos clasificarlos como: libros religiosos o de devoción, cinco; libros de historia, 11, aunque alguno sea crónica novelada: el «Guarino Mesquino» o Coronica del noble caballero Guarino Mesquino…, de Andrea da Barberino (Sevilla, Cromberger, 1512, en traducción de Alonso Hernández); prosa doctrinal y filosófica, seis: «Cayda de príncipes» (De casibus), Tratado de miseria de cortesanos, Visión delectable, Epístolas de Séneca, las «ilustres mujeres» (De claris mulieribus), «el libro de Boecio» (De consolatione philosophiae); y 26 libros abiertamente literarios (aunque Infantes considere toda esta parte de la biblioteca como literaria o de ocio). Son seis de poesía (Las Trescientas de Juan de Mena, La Iliada de Homero, Las Setecientas de Hernán Pérez, el Cancionero general, los Triunfos de Petrarca, las «Docientas del castillo de la fama»; 10 de prosa de ficción, concretamente seis libros de caballerías (dos de Amadís, uno de Esplandián, la Segunda parte de don Clarián, el libro de Palmerín, el libro de Primaleón, el libro de Platir); una novela sentimental, La cárcel de amor; tres obras de narrativa caballeresca breve: el Libro del Cid, el Libro de la Poncella y la «Ystoria de Enrique» (según Valle, Historia de Enrique fi de Oliva…, 1498, 1501, 1533 y más ediciones [Infantes, 1998: 46]); dos libros de teatro: la Propalladia y el Anfitrión de Plauto; tres libros de viajes: El libro de viaje de la Tierra Santa, el «Ytinerario» (Novum itinerario de Ludovico de Varthema, Sevilla, Cromberger, 1520 y 1523) y «Joan de Mandavilla» (Libro de las maravillas del mundo de Juan de Mandeville). Hay también dos libros de autores clásicos, Ovidio y Esopo: las Fábulas de Esopo y las «fábulas» de Ovidio en romance, que serían Las Metamorfosis o Metamorfoseos, del que Valle Lersundi cita una ed. s. l. s. a, titulada Libro del metamorfoseos y fábulas… Incluimos en este apartado «literario» un libro de paremiología, los Proverbios de D. Íñigo de Mendoza, y un libro de juegos o de ocio (el Libro de Ajedrez, que probablemente se refiere a la Repetición de amores e arte de axedrez de Luis de Lucena, según propusieron Valle e Infantes (Infantes, 1998: 32). Por último, hay además un ejemplar de La Celestina, que está en la parte final del inventario (n.º 40) con el título «el libro de Calisto». Este único libro de la obra de Rojas ha sido objeto de numerosas especulaciones por parte de los estudiosos de La Celestina: unas, relativas al escaso aprecio del autor por su obra de juventud; otras, sobre sus diferentes ediciones, ya que el título parece aproximarse al Libro de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina (Sevilla, Cromberger, hacia 1518-1520)

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(Infantes, 1998: 34-35). A todo ello, podía sumarse el lugar que ocupa este libro en el inventario, entre las «fábulas» de Ovidio y el Libro del Cid, habida cuenta de que algunos libros aparecen en el listado del inventario por orden casi genérico, en varias ocasiones: por ejemplo, así ocurre con los libros de historia (De bello judaico, Coronica del noble caballero Guarino Mesquino… y tres crónicas…) y con los de caballerías, recogidos todos en un bloque, entre los números 25 y 33. En suma, esta parte de la biblioteca del bachiller y escritor Fernando de Rojas es extraordinaria comparada con las bibliotecas de otros profesionales e intelectuales de su tiempo. 7.12. El licenciado Gonzalo de Gamarra tenía 74 libros. La biblioteca de este abogado de Valladolid es casi exclusivamente profesional, con los libros de leyes ya habituales (Baldos, Bártolos, Paulos de Castro, Bartuchinos, consilia, repeticiones, decretales, etc.). Sin embargo, el inventario de sus libros es especialmente descuidado por la incompleta y errónea transcripción de nombres propios y de títulos, lo que hace más difícil la identificación de ciertas obras. Entre los libros de leyes, hemos logrado identificar algunos: «Suma grofedi» o Summa super titulis decretalium (1509) de Gofredo da Trani; «Silna nunçiales» o Silva nupciales de Ioannes Nevizanus; y «Villalón de cambios» o Provechoso tratado de cambios y contrataciones (1541) de Cristóbal de Villalón. Además, aparece un libro de carácter científico: «Reportorio de tiempos», que puede ser Cronographia y repertorio de tiempos de Francisco Vicente de Tornamira, aunque solo he hallado una edición de 1584; dos de materia religiosa: «Villadiego heretica probitate» o Tractatus haereticam pravitatem (1494) de Alfonso de Villadiego; también una Biblia; y otro que puede ser «literario», a pesar de que su designación en el inventario —«Juanes de selva un libro»— haga la identificación dudosa. En efecto, existe un Joannes de Silva y Toledo, que es autor de Historia del príncipe don Policisne de Boecia, uno de los últimos libros de caballerías anteriores al Quijote, impreso en Valladolid en 1602, pero el inventario puede referirse al título siguiente: Don Silves de la Selva de Pedro de Luján, impreso en 1546. Ambos son libros de caballerías castellanos, pero no he hallado ediciones anteriores que fueran compatibles con el hallazgo en la biblioteca de nuestro abogado, que falleció en 1544. Por último, hay «un libro viejo de romance», sin más datos. 7.13. El jurista Bernardino de Ribera tiene una biblioteca amplísima: 423 libros. La mayoría, más de un 80 %, son libros de leyes, pero hay también de religión, historia y política, didáctico-filosóficos y de literatura: — Religiosos o de devoción: 28 libros, tres de homilías, una Biblia, Concordancias de la Biblia, varios libros sobre santo Tomás (una Vida, una Summa

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Sancti Tome, «hopera sancti tome en tres cuerpos»), Tractatus de penitenciis, De scriptoribus ecclesiasticis, varios sobre las epístolas de san Pablo, un «liber super Job», «Antidotum contra haereses», etc. — De historia: ocho libros, aunque algunos no se citen más que por el autor. Es el caso de Estrabón (n.º 238), en un apartado que agrupa también «Topografía Rome» (n.º 239) (la ¿Antiquae Rome Topographia?, 1534) y Ferdinandus Rhoensis (n.º 240) (In Politica Aristotelis, 1500); y otros solo por el título: una historia romana de mano, una historia eclesiástica, De obtentione regni Navarra con otros, «historia contra judeos», la Corónica del rey don Juan, la Corónica del rey Luis de Francia en francés y la Corónica de España, que sería la revisada por Florián de Ocampo (1541). — Obras didáctico-filosóficas: son ocho —y muy distintas— porque, junto a obras de Platón, Séneca o Aristóteles (que aparecen muy próximas en el listado) y el De vitis philosophorum de Diógenes Laercio (el libro x se publicó en 1546), se hallan los Dialogus de Guillermo de Ockham; obras modernas, como la Agonía de la muerte de Alejo de Venegas (Toledo, 1537 y 1543) y los Problemas de Villalobos (1543) de Francisco López de Villalobos, así como otros textos de tipo didáctico y científico, que incluimos en este apartado: Speculum principiis de Petrus Beluga, De natura rerum de Beda el Venerable, dos libros de medicina, un libro de geografía en italiano con figuras, y un Geografía Tolomei. — De literatura: hay 18 libros, unos son de autores latinos (tres Terencios, un Virgilio, un Hesiodo, las Tusculanas de Cicerón, las Epístolas de Plinio el joven, las Obras de Luciano con otros); otros de humanistas, como Guillaume Budé o Budeus —del que puede tener las Epístolas (1552) o el De Asse et partibus libri quinque (París, 1515)—, Andrea Alciato, «Opera» (que puede ser Opera omnia, Basilea, 1546), Philipp de Melanchton, Gramatica griega (1518) y Erasmo, del que hay dos Copia verborum ac rerum y dos libros en castellano: una Comedia del samaritano y la Silva de varia lección de Pero Mexía (Sevilla, 1540). Pueden incluirse en este apartado obras, si no literarias, afines e instrumentales: un diccionario («Vocabulario de lengua latina, francesa y alemana con otros tratados»), un Calepino y una Poliantea: la Officina «Rextoris» (Officina Ravisii Textoris, de la que hay una edición en Venecia, 1536). En el inventario, hay varias entradas dudosas, sin precisar más que «un libro de pergamino de mano», dos libros de mano, por dos veces «un libro de mano» y, al final (n.º 423), «dos libros de pergamino viejos de letra gótica que no se sabe qué son». 7.14. El estudiante Diego de Morlanes tiene 121 libros, que le remite su hermano Agustín desde Zaragoza. Se trata de una valiosa biblioteca, que era propiedad de una

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familia zaragozana acomodada.11 Así se deduce de las propiedades (la «cequia») y datos monetarios («trezientos ducados»), citados en la carta de envío. Esta carta, con informaciones familiares y recomendaciones de buena conducta (sobre la excelencia en los estudios y el que sea «de los buenos», el pupilaje de Mestre Tomás Fernando o el ahorro, etc.) se remite por recueros, acompañando ropa y ajuar doméstico, además de los libros: estos van en varios cestos («un cesto grande» y tres más) y un arca. Llama la atención una cierta agrupación temática, porque los 22 primeros libros de los tres cestos son solo libros jurídicos, mientras que en el cesto pequeño — que contiene desde el n.º 23 al n.º 51— los hay de diferentes materias, como también en el arca grande (n.º 52 al n.º 121): — Libros de leyes: son los más numerosos, 45 libros —que representan el 37 %—, entre los que encontramos los habituales Pauli Castri, Lectura Baldi, Speculadores, Lectura Jasonis, Ioannes de Ymola…, y algunos indicativos del origen aragonés del propietario: los Fueros de Aragón (n.º 4) y las Constituciones sinodales de Zaragoza (1500). — Devoción y religiosos: son 39, lo que indica una proporción muy alta, el 32 %, y relativamente variada, porque junto a libros frecuentes, como una Biblia (n.º 29) y un Salterio (n.º 120), hay una Summa confessorum y un Arte para bien confessar, además de algunos «clásicos» de la nueva espiritualidad (Bataillon, 1975: 345): «De imitatione Christi» (Tractatus de imitatione Christi), «Exercitatorio espiritual» (Exercitatorio de la vida espiritual) de fray Francisco García de Cisneros y el Arte para servir a Dios de Alonso de Madrid; y tres más que, andando el tiempo, llamarían la atención de los inquisidores (Bataillon, 1975: 218): el Retrahimiento del alma, las Contemplationes idiotae de Raymond Jordan, de la que hay traducción española en 1550, y la Via spiritus. — Historia y política: siete libros, tres de los cuales aparecen en el listado consecutivamente (n.º 49-51), como si estuvieran ordenados por géneros, y son: Genalogia rerum aragonum, Cronica historial Antoninii y Coronica de Spaña. Se hallan también De Mirabilibus Rome, Los claros varones de España de Hernando del Pulgar y los Dichos y fechos del rey don Alonso. — Prosa didáctica y filosófica: tres libros —Mensa philosophica (n.º 66), Margarita philosophica (n.º 28) y «Moteus» Gribaldus (n.º 75), De método ac ratione studendi libri (1544)— más uno de difícil identificación, que aparece en el inventario con el n.º 72, «Sabanarola», y puede ser, según hipótesis de Bataillon (1975: 211), Giovanni Michele Savonarola de Ferrara, Regimiento de Sanidad (1541), o alguna obra del famoso fraile dominico Girolamo Savonarola de Ferrara. 11

Véase el estudio de Bataillon (1975), que logró identificar muchas de las obras.

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— Literatura: 18 o 19 libros, según contemos o no a Sannazaro, transcrito como «Salazarius» (n.º 84), sin mencionar título, pero con publicaciones en latín e italiano en las fechas de este inventario. Con arreglo a nuestros actuales criterios, serían estrictamente literarios solo seis: las Opera de Petrarca (n.º 31), La Celestina (n.º 55), el «Libro de los romances viejos» (n.º 71) (¿Cancionero de Romances [1548]?), «Esopi fabula» (n.º 80), que puede ser Aesopi Phrygis fabulae… (1538), «Libro de Xadrez» (n.º 86), que será la Repetición de amores y arte de ajedrez de Luis de Lucena, el Viaje de la tierra santa (n.º 106) de Bernardo de Breidenbach (Zaragoza, 1498 en edición del aragonés Martín Martínez de Ampiés) y el «Cancionero en coplas» (¿Cancionero de romances?, Amberes, 1550). Sin embargo, son también muy significativos algunos títulos «instrumentales» imprescindibles para la cultura literaria de la época: tres obras de Cicerón: Orationes, Rhetoricorum ad Herennium, Epistolae; las Etimologías de san Isidoro; los Emblemas de Alciato (hay traducción española en 1549, fecha próxima al inventario); y algunos autores, como Quintiliano, citado simplemente Quintilianus, del que poseería nuestro estudiante la Institutio oratoria, que llegó a 56 ediciones entre 1520 y 1550 (Mack, 2011: 22); o como el famoso latinista francés Budeo (Guillaume Budé), del que no figura curiosamente en el inventario su obra jurídica y filológica, sino su tratado De Asse (Venecia, 1522), sobre monedas, pesos y medidas romanas, detalle que nos indica una curiosidad intelectual muy «renacentista» en el dueño de esta biblioteca. Caso singular entre nuestros inventarios, y por eso no lo hemos previsto en la clasificación general, es la presencia en este de dos libros de música (n.º 108 y n.º 109), Libro de guitarra y Mudarra de música, y uno de canto, «libros de canto» (n.º 82), o de canciones, Chansons à quatre parties (1544-1545), como propone Bataillon (1975: 212). Existen muchos títulos dudosos no identificados; por ejemplo, entre los libros religiosos: Despertador de pecadores dormidos, que aparece entre los libros impresos en Medina del Campo, y la «Vita Cartaxana» (n.º 119), que según Bataillon puede ser el Retablo de la vida de Cristo, de Juan de Padilla, hipótesis a la que añadimos que puede tratarse de la traducción por Alonso de Cartagena del De Vita Beata de Séneca, que se imprimió con cuatro obras más, apareciendo siempre en primer lugar (hay ediciones en 1530 y 1548). También, entre los de historia, la Ystoria de Moruiedro, es decir, de Moruedre, Murviedro o Sagunto, que figura en las crónicas del reino de Valencia como una de las ciudades «agermanadas», libro del que no hemos logrado identificar ninguna edición. 7.15. Gonzalo Díaz, médico, tiene 125 libros, la mayoría (un 90 %) de tema médico, por lo que representa muy bien una librería profesional y también una característica

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de los médicos del siglo xvi, en cuanto a su preferencia por los libros de su especialidad en latín, «con solo cinco o seis obras en lengua castellana» (Gómez-Menor, 1982: 9-18). Además de los autores previsibles en su profesión (Hipócrates, Galeno, Arnaldo Vilanova, Avicena, etc.), hemos identificado las siguientes obras: un Cornelio Celso (seis reales), De re medica (primera impresión 1478); un Dioscorides, que será De materia medica, pero, como la famosa traducción al castellano de Andrés Laguna es de 1555, este libro debe de ser la traducción al latín de Antonio de Nebrija (1518); un «Pratica Savonerola», que será Johannes Michael Savonarola, Practica medicinae (1497); un Plinio, De natural historia, de la que hubo una edición complutense en 1569. También hay varios libros de Aristóteles: Mirabilia, Historia animalium (Venecia, 1552); un «Aristotiles De animalibus y Teofrastri», que serán, respectivamente, el Libri de animalibus y el Libri de plantis (Basilea, 1534); Problemas (Problemata physica, Colonia, 1582); y «Aristotiles sobre los libros de físicos», que está repetido en el inventario, pero tasado con distinto valor (4 reales y 6 reales), no sabemos si por descuido o por tratarse de ediciones distintas. Además, en esta biblioteca, no solo hay libros de medicina, sino de otras ciencias: un Tolomeo, que sería la Geografía, además de un mapamundi; tres libros de filosofía: un «libro de philosophia» sin especificar, uno del pensador y filósofo Boecio, autor de Consolatio philosophiae, y la Summa de filosophia, que sería Summa de philosophia natural de Alonso de Fuentes (1547); y hay tres libros religiosos: una Biblia «de las buenas», tasada en doce reales, el Flosculo sacramentorum (Burgos, 1526) de Pedro Fernández de Villegas, para instrucción de sacerdotes, y Luz para conocimiento de los gentiles (ms. de 1466) de Alonso de Oropesa, autor que influyó en el confesor de la reina católica, fray Hernando de Talavera, respecto a la problemática de los conversos. Hay también un Vocabulario de lengua griega y un solo libro de literatura: se trata de un Terencio, autor muy presente en todo el siglo xvi (aunque es más conocido como filósofo) porque hay muchas ediciones de sus obras con comento y porque sus comedias se leían en las universidades como modelo de sintaxis. No sabemos de qué obra se trata porque la traducción completa de su teatro (Zaragoza, 1577) es posterior a la fecha de este inventario. En esta biblioteca hay libros repetidos, pero tasados con distinto valor, como hemos indicado: «un libro de pergamino», sin autor ni título, valorado en un ducado, y muchos libros sin identificar, como un Juanes Piculi Mirandulano, que será Giovanni Pico della Mirandola, pensador y humanista italiano, del que no se dice título. 7.16. El humanista Benito Arias Montano tenía 128 libros en 1548, 101 libros en 1553, 119 en 1569 (según carta fechada en Amberes, donde residió desde 1568 a 1575) y 41 libros en 1598 (según inventario post mortem para la donación a la bi-

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blioteca de San Lorenzo de El Escorial). En total, suman 389 libros, que aparecen en documentos sucesivos y que indican diferentes estadios de la biografía —y biblioteca— del gran humanista y viajero (Sevilla, Alcalá de Henares, Salamanca, Amberes, Roma…). Su biblioteca es extraordinaria (y no solo en cuanto al número), si la comparamos con el resto de las bibliotecas de nuestros 17 inventarios, y ha sido objeto de diferentes estudios,12 por lo que nos limitaremos a señalar, a título indicativo, el número de ejemplares listados en 1548 y 1553. Estas son las fechas que corresponden a los años del reinado del emperador Carlos V, habida cuenta de que Benito Arias Montano (1527-1598) colaboró y se carteó con su hijo, Felipe II, al que donó parte de sus fondos con el fin de que suplieran las carencias de la biblioteca de San Lorenzo de El Escorial. Entre los dos catálogos elaborados por el propio humanista en 1548 y 1553, tenemos un total de 229 libros, pero es difícil comprobar si se repiten títulos en el último listado, mucho más descuidado y escueto que el primero, y carecemos de datos sobre la diferencia numérica de libros en cinco años. ¿Libros perdidos, prestados, no transportados en los viajes? En 1548, durante su estancia en Alcalá de Henares, Arias Montano, organiza el catálogo según siete apartados que recogemos por su interés, aunque no obedecen exactamente a materias, géneros y lenguas, porque a veces se encabalgan los tres criterios siguientes: — Libros de Sagrada Escritura y teología: 20, entre los que hallamos varios ejemplares de la Biblia, obras de san Jerónimo, san Crisóstomo, san Basilio, además de exégesis y comentos de humanistas como Erasmo, Vives, Marco Antonio Flaminio, etc. — Libros de lógica y física: 8, entre los que hallamos obras de Savonarola, dos de François Titelman (Compendio de lógica y Compendio de filosofía, de Aristóteles), Obras de Aristóteles en tres cuerpos, las obras del humanista Rodolfo Agrícola (De inventione dialectica, 1515). — Libros de matemáticas: 23, y se hallan en este epígrafe, entre otros, la Geografía de Tolomeo, la Cosmografía de Apiano, el Almanak perpetuo, «Vitrubio de Arquitectura», probablemente13 Medidas del romano Vitrubio (Toledo, 1546). — Libros de humanidad e historiadores: 21 libros de los grandes historiadores romanos, citados por sus títulos (los menos, por ejemplo, Las Morales de Plutarco), por sus ediciones (Opera), editores (Frobenio, Aldo Manucio), tamaños (de ahí, que Arias Montano precise «pequeños» o «pequeñitos») o 12 13

Véase Rodríguez (1929) y Gonzalo (2006). Remitimos para la mayoría de las identificaciones a Rodríguez (1929: 13).

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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nombre: Cicerón, Plinio, Plutarco, Tito Livio, Dionisio de Alicarnaso, Polibio, Cornelio Tácito, Quinto Curcio, Flavio Josefo, Julio César (Comentarios de César), Valerio Máximo, Justino, Salustio…, y, junto a ellos, los humanistas italianos: Pedro Mártir, Lucio Marineo y Virgilio Polidoro. — Libros de latinidad y poetas: 36, en una interesante mezcla de poetas, eruditos y humanistas. Entre los primeros, 10 poetas latinos (sin distinguir subgéneros y sin mención de título): Virgilio pequeñito, Lucano pequeñito, Ovidio, Lucrecio, Horacio, Plauto pequeño, Terencio pequeño, Marcial pequeño, Juvenal y Persio pequeño, y dos más con el título de poeta añadido: «Estacio, poeta» y «Claudiano, poeta, pequeño». Entre los otros, Budeo, Calepino, Bembo, Vives (De concordia et discordia, De subventione pauperum, Exercitatio linguae latinae, citada familiarmente como «Exercitatio de Luis Vives con otras obritas suyas») y otros citados por título y autor, por ejemplo: «un Vocabulario de Antonio grande», uno de los dos diccionarios (1492 o 1494). — Libros en romance: ocho, con tres libros de historia: la Primera parte de la historia general de las Indias (1552) de López de Gómara; «Vida de los césares», que sería la de Suetonio, Vida de los doce césares (Roma 1470, o la edición de Erasmo, Basilea, 1518, porque la primera traducción española, de Jaime Bartolomé Tarragona [1596], es posterior a este catálogo); y Primera parte de la historia de España de Juan de Mariana (Toledo 1592); tres obras de prosa didáctica: «manera de escribir cartas», que pueden ser los De conscribendis epistolis, de Erasmo o de Vives, o quizá las Epístolas familiares (1539) de fray Antonio de Guevara; y un Arte de navegar (¿el Arte de marear? de Guevara, 1539); un libro religioso: el tratado El deseoso (1515); y un solo libro «literario»: «Celestina la primera». ¿Se refiere a la primera edición de Burgos, 1499 o está distinguiendo entre la Segunda Celestina de Feliciano de Silva, de 1534? — Libros en toscano: 12, uno religioso, Nuevo Testamento; otros de ficción: Orlando furioso de Ludovico Ariosto y Orlando enamorado de Mateo Boyardo, las novelas del Boccaccio (El Decamerón), un Reynaldo innamorato (¿Espejo de caballerías?); uno de teatro: las Comedias de Pietro Aretino; uno de historia: Historia florentina (¿la de Poggio Bracciolini o la de Francesco Guicciardini?); un tratado amoroso: Los Asolanos de Pietro Bembo y, del mismo autor, las Lettere, así como «un tratadito de las letras», que no hemos identificado, pero que demuestra de nuevo el interés de Montano por el arte epistolar. En el catálogo de libros de 1553 («Memoria de los libros que tengo, la cual se hizo en 14 de marzo de 1553») figuran 101 libros, distribuidos en los siguientes epígrafes, según el manuscrito editado por D. Antonio Rodríguez Moñino: el bloque más numeroso se halla en cuatro cajones, aparentemente sin distinción de temas, ni

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

lenguas ni géneros; a ellos hay que añadir «libros que no quedan en los cajones» (solo dos libros) y, a continuación, «libros en romance» (son 15) y «libros que llevo a Salamanca» (nueve libros). Con este último dato, puede aventurarse que el listado se realizó con motivo de algún traslado a Salamanca, donde residía en el año 1561. En los cuatro primeros cajones predominan libros religiosos (varias Biblias, obras de san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Agustín y san Bernardo…); de filosofía (dos libros de Aristóteles: Opera y Lógica); de ciencia (dos de Tolomeo, Cosmografía de Apiani —que ya estaba en el primer catálogo— y una «Fábrica de reloxes» (citado en 1548 como Fabrica de reloxes de Munstero…, que debe de ser la Horologiographia, según Rodríguez (1929: 12), y que puede relacionarse con las obras de Juanelo Turriano); de erudición y retórica (la «Rhetorica» de Alfonso García Matamoros o De ratione dicendi libri duo [1548], que ya aparecía en el primer catálogo); de historia (la «Coronica de Sabelico» o Crónica General de Marco Antonio Sabelico, 1550), además de diferentes obras de Erasmo y de Vives. Entre los 15 libros de romance, destacan algunos que ya aparecían en el catálogo de 1548: dos de historia, «los Césares» (Vida de los doce césares) y la «Coronica de las Indias» (Primera parte de la historia general de las Indias), a los que se suma el Enchiridion de los tiempos, de fray Alonso Venero (Salamanca, 1545); y de prosa didáctica y miscelánea, la Silva de Pero Mexía, y ahora, también de Mexía, los Coloquios (Sevilla, 1547), las Diferencias de los libros que hay en el universo de Alejo de Venegas y una obra de Francisco López de Villalobos, «Villalobos», sin especificar. Cabe destacar que, entre los libros de Arias Montano de 1553, no aparece ninguno de literatura, mientras que el ilustre humanista incluía en 1548 La Celestina, las Comedias de Pietro Aretino, El Decamerón de Boccaccio y los dos Orlandos: de Ariosto y de Boyardo. 7.17. Por último, del médico Juan de San Lúcar, que es además comerciante con Indias, no sabemos cuántos libros tenía porque su inventario, que solo tiene dos entradas, se refiere a «los libros de medeçina del dicho doctor», sin especificar más, y a su valor; este sí indica un número abundante de libros, ya que se cifra en «cuarenta ducados, que son quince mil maravedís». También aparece una obra de devoción, sin valoración económica: «unas Horas de pergamino con sus manitas de plata».

8. CONCLUSIONES

En cuanto a cifras, no existe uniformidad que permita afirmar cuál de las profesiones posee más libros. Entre las bibliotecas más reducidas, están la del notario de Urgell Joan Graells, con siete libros, y la del boticario Joan Granell, con 10 libros, mientras que hay cuatro bibliotecas con más de 50, todas de abogados: la del licen-

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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ciado Alonso Jornete (85 libros), la del doctor (en derecho) Juan Bueno (71 libros), la del escritor Fernando de Rojas (97 libros) y la del abogado Gonzalo Gamarra (74 libros). En cuanto a los temas, prácticamente todas nuestras bibliotecas (15) tienen libros religiosos (desde la Biblia a libros de la nueva espiritualidad), destacando la particularidad de D.ª Sancha de Guzmán, la madre de Garcilaso de la Vega, que tiene tres libros de Horas entre sus 21 libros religiosos. Libros de historia y política se hallan en nueve bibliotecas. Libros didáctico-filosóficos en ocho bibliotecas. Y libros de literatura en 13, con una representación muy dispar, ya que hay dos bibliotecas que no tienen nada de literatura, cinco bibliotecas con uno o dos libros y tres con muchos títulos. Entre estas últimas, por ejemplo, la de Arias Montano (según el catálogo de 1548), que tiene 10 poetas latinos, más una Celestina, más tres de obras de ficción caballeresca en toscano y un libro de teatro: las Comedias de Pietro Aretino. O también los 26 libros de Fernando de Rojas, todos en romance, o los 18 del jurista Bernardino de Ribera y los 18-19 del estudiante Morlanes. En estas dos últimas bibliotecas, llama la atención la presencia de lo que llamo libros «instrumentales» para un intelectual: los diccionarios, las gramáticas, las retóricas, las polianteas o los manuales de escritura. Estos libros, que aparecen en pequeño número en los 17 inventarios, se hallan también en la biblioteca de Arias Montano, que recoge obras de Nebrija, Vives y Calepino, y algunos manuales o artes específicas (el «tratadito de las letras»), que indican el interés pedagógico y la curiosidad intelectual renacentista, así como la necesidad práctica de poseer libros «técnicos» para la escritura.14 El resto de lo que hallamos en los 17 inventarios son libros profesionales en un número muy variable, desde las modestas cifras de los boticarios al 90 % de libros médicos de Gonzalo Díaz, o el 80 % de libros de leyes del jurista Bernardino de Ribera. No me parece que haya bibliotecas profesionales «típicas», al menos por lo que se deduce de nuestra muestra (17 inventarios) y de nuestro periodo: 1516-1556; incluso, el corpus más uniforme, que son las bibliotecas de los siete abogados, oscila entre los 25, 85 y los ¡423! libros de Bernardino de Ribera. Como conclusión, podemos afirmar, en primer lugar, la disparidad en cuanto al número de libros que contienen estas 17 bibliotecas. En segundo lugar, la riqueza extraordinaria de títulos y formatos que desfilan ante nosotros, desde los libros de Horas, los manuscritos y los incunables, como cabría esperar de ese extraordinario momento de ebullición cultural que es la primera mitad del siglo xvi. Y, por último, como aspecto más negativo de nuestro estudio, la escasa presencia de los libros de 14 Como podían serlo otros: los manuales para escribir cartas y los de escribientes. Véase, a este respecto, Egido (1995).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

literatura (en latín, italiano o castellano) en las librerías y los anaqueles que los contienen, o en los cajones que los transportan cuando viajan sus dueños. Salvo casos que ya hemos apuntado, y exceptuando las bibliotecas de Fernando de Rojas y de Arias Montano, podríamos preguntarnos si los abogados, médicos o boticarios no leían poesía, novela o teatro, o si lo hacían solo en latín, si no apreciaban los libros y por eso no se mencionan en todos los testamentos o no se recogen sus títulos, y si prestaban o perdían sus libros, y por eso no figuran, o figuran poco, en los inventarios, junto a propiedades y enseres domésticos. Por último, y para reconciliarnos con nuestro actual concepto de la biblioteca de un profesional liberal (que posee libros utilitarios, pero también didáctico-filosóficos y de devoción, y que dedica su ocio a la literatura), nada mejor que estas palabras de Gonzalo García de Santa María,15 abogado, historiador y literato, que solo tenía 25 libros, de los que estaba tan orgulloso que los encomienda a su esposa para que lleguen a su nieto, sin que los malbarate su hijo y heredero: […] lexo a mi mujer todo lo que se fallara dentro de mi studdio, assi de libros que estén en las tablas […], como en el suelo y dentro de caxas y caxones […] y assi griegos como latinos, y assi de romance como de latin […] que creo valen hoy, aun con la Emprenta, mas de cinco mil sueldos, y valían mas de mil florines de oro antes de la Emprenta […] los cuales todos quiero que los tenga la dicha mi mujer […] y conserve para mi nieto Hipólito […] y no quiero que los presten a persona del mundo […] y no quiero que en aquellos, aunque haya alguno de romance, tenga que ver Gonçalo, mi hijo, porque según la poca devotion que tiene a letras ni a letrados […] en tres meses no ternia uno […]. Y no se maraville alguno que tanta diligencia pongo en mis libros, porque según mi affection, mas valen que todo el resto de mi mueble. tabla 1. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

1

1519

Abogado, literato

2

1522

Gonzalo García de Santa María Joan Graells

3

1522

Alonso Jornete

Licenciado

15

Notario

N.º de Referencia Fuente Libros Zaragoza  ¿25? Serrano y Sanz, M.: «Testamento Hernández de Gonzalo García de Santa María. González Año de 1519», Boletín de la Real (1998: n.º 11) Academia Española, i, 1914, 470-478. Urgell 7 Pujol, P.: «Inventari de Joan Lasperas Graells, notari de la ciutat d’Urgell», (1980: 543) Butlletí de la Biblioteca de Catalunya, v, 1918-1919, 218. Sevilla 85 Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 34-37. Lugar

Transcribimos respetando las grafías, según el testamento publicado por Serrano y Sanz (1914).

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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Año

Poseedor

Clase social

Lugar

4

1522

Pedro Solórzano

Boticario

Sevilla

N.º de Libros 21

5

1523

Francisco Dávila

Licenciado

Sevilla

28

6

1525

Joan Granell

Boticario

Barcelona

10

7

1530 Pere Rosell

Boticario

Barcelona

18

8

1536

Erasmista 

Vivió entre Valladolid y Sevilla

12

9

1538 D.ª Sancha Madre de de Guzmán Garcilaso de la Vega

Toledo

21

Diego Méndez

10 1540 Juan Bueno

Doctor

Valladolid

71

11 1541

Escritor

Talavera (Toledo)

97

Fernando de Rojas

Referencia

Fuente

Pérez García, R. M.:   «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 34. Pérez García, R. M.:   «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 37-38. Madurell Marimón, J. M.: Lasperas Documentos para la historia de la (1980: 544) imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros impresores, 1955, 669-672. Madurell Marimón, J. M.: Lasperas Documentos para la historia de la (1980: 544) imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros impresores, 1955, 705-707. Almoina, J.: «La biblioteca Lasperas erasmista de Diego Méndez», en (1980: 544) Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo (Ciudad Trujillo), xxxv, 1945, 44-50. Uhagón, F. R. de: Documentos Hernández referentes al poeta Garcilaso de la González Vega, Madrid: Fortanet, 1915, (1998: n.º apéndice, 113-153; 21); Lasperas Documentos inéditos referentes al (1980: 544) poeta Garcilaso de la Vega, reunidos por el Marqués de Laurencín, Madrid: Fortanet, 1915, n.º extraordinario del Boletin de la Real Academia de la Historia, marzo, 1915. Rojo Vega, A.: Bibliotecas   privadas 1540-1546 [en línea]. . [Consulta: 04/2016]. Hernández Infantes, V.: «Fernando de Rojas: González el lector desvelado (en su caligrafía). De nuevo sobre el “Inventario” de sus (1998: n.º 26) libros», Celestinesca, 31, 2007, 103118; Labandeira, A.: «En torno a Fernando de Rojas y su biblioteca», en Homenaje a Luis Morales Oliver, Madrid: fue, 1986, 189-220.

[36]

Año 12 1544

13 1548

14 1550

15 1552

16 1552

17 1553

18 1553

19 1554

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Poseedor

Clase social

N.º de Libros Valladolid 74 Lugar

Referencia

Fuente

Rojo Vega, A.: Bibliotecas   privadas 1540-1546 [en línea], . [Consulta: 04/2016]. Bernardino Jurista Valladolid 423 Rojo Vega, A. [en línea]:   de Ribera . [Consulta: 04/2016]. Diego de Estudiante Zaragoza 121 Bataillon, M.: «La librería Hernández Morlanes del estudiante Mordanes», en González Homenaje a don Agustín Millares (1998: n.º Carlo, Las Palmas/ Madrid: Caja 46); Lasperas Insular, 1975, i, 329-347. (1980: 546) Gonzalo Médico ¿Toledo? 125 Gómez-Menor Fuentes, J. C.:   Díaz «La biblioteca médica del Doctor Gonzalo Díaz (c. 1491-1552)», Anales Toledanos, 15, 1982, 9-18. Juan «Licenciado», Caballero García, A.: «La Rodríguez pero en biblioteca del licenciado Juan de Villena realidad Rodríguez de Villena, un inventario clérigo de libros de 1552», en Las diferentes historias de letrados y analfabetos, Alcalá: 1994, 161-168. Benito Humanista Alcalá de 128 Rodríguez Moñino, A.: Hernández Arias Henares- (inv. de La biblioteca de Benito Arias Rodríguez Montano Castaño 1548) Montano, Badajoz: Diputación, (1998: n.º 42) del y 101 1929; Gonzalo SánchezRobledo (inv. de Molero, J. L.: «La biblioteca de (Sevilla) 1553) Arias Montano en El Escorial», en Benito Arias Montano y los humanistas de su tiempo, J. M. Maestre Maestre (coord.), Mérida: Editora Regional de Extremadura, vol. 1, 2006, 91-110. Juan de San Médico y Sevilla 2 Pérez García, R. M.:   Lúcar comerciante «Consumo lector y bibliotecas con Indias privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 50. Bachiller, pero Zamora 100 Bécares Botas, V.: «Bibliotecas   Juan de en realidad particulares zamoranas del siglo Almaraz clérigo xvi», en Tipografía y diseño editorial en Zamora. De Centenera al siglo xxi, Valladolid: Junta de Castilla y León, 2004, 74-75. Gonzalo Gamarra

Abogado

1. Bibliotecas de profesiones liberales e intelectuales

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2

Bibliotecas del clero

1

Álvaro Bustos Táuler Universidad Complutense de Madrid

1. ASPECTOS INTRODUCTORIOS

En este capítulo se aborda el estudio de 23 inventarios de bibliotecas pertenecientes a clérigos y ministros de la Iglesia que testaron o hicieron lista de sus libros dentro de los años del reinado de Carlos V (1516-1556). Se trata de un grupo social más heterogéneo de lo que pudiera pensarse, pues hay ministros ordenados de linaje y alcurnia, pero no faltan clérigos y sacerdotes alejados de las cortes, catedrales y grandes monasterios, algo que tendrá influencia en la composición de cada biblioteca, como veremos. Antes de la normalización derivada de Trento, en las bibliotecas de los presbíteros se advierte la herencia de la reforma eclesiástica promovida por los Reyes Católicos y Cisneros, pero también, y en función de los intereses y preferencias intelectuales de cada presbítero, otras tendencias que pueden resultar de utilidad para los estudios de historia de las mentalidades y de recepción del libro antiguo: encontramos la huella del erasmismo en algunos inventarios sevillanos, pero la norma es más bien la abundancia de obras teológicas y devocionales, así como la absoluta preponderancia de tratados y obras latinas, de temática religiosa y de escaso interés por las letras humanas y romances. De hecho, y frente a lo que sucede en el Madrid del siglo xvii,2 durante el reinado de Carlos V no se ha normalizado aún la industria impresora ni se han reformado 1 Este trabajo se enmarca en los proyectos de investigación i+d: «La literatura hispánica medieval en sus fuentes primarias: beta (Bibliografía Española de Textos Antiguos)», vinculado con PhiloBiblon (Ref. FFI2012-35522, 2013-2015) y «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro (ii)» (Ref. FFI2012-35894, 2013-2015). Se relaciona también con los objetivos de dos grupos de investigación de la ucm: «Sociedad y literatura hispánicas entre la Edad Media y el Renacimiento» (Ref. 941032), dirigido por Ángel Gómez Moreno y «Glesoc: Literatura española de los Siglos de Oro: creación, producción y recepción» (Ref. 930455), que dirige José María Díez Borque. 2 Véase, al respecto, Díez Borque (2012).

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por completo los patrones de divulgación del libro heredados del siglo xv y de la tradición manuscrita. Esto, como es obvio, limita un tanto el alcance de este trabajo, aunque no anula sus conclusiones: al cabo, se va a hablar de libros cuya presencia está probada documentalmente entre las pertenencias de este conjunto de sacerdotes; trataré de extraer unas conclusiones que permitan precisamente valorarlos como grupo social. Mis prospecciones, por otra parte, se limitan a aquellos clérigos cuyos libros hayan sido listados y publicados por filólogos e historiadores contemporáneos; quedan aún muchos inventarios de clérigos en archivos y repositorios varios, que contribuirán a trazar un panorama aún más abarcador. Con todo, creo que los resultados de este trabajo pueden ser extrapolables o servir de pauta para posteriores acarreos de materiales y visiones de conjunto.3 Aunque soy consciente de que se trata de una clasificación sujeta a ciertas matizaciones, propongo establecer tres grupos que, a menudo, presentan un buen número de puntos en común y permiten dibujar un panorama en el que ubicar los diferentes tipos de lectores y poseedores de libros dentro del ámbito eclesiástico. Se observará que dejo fuera entidades colectivas como conventos, monasterios, universidades, que alterarían la visión de conjunto; me interesan las bibliotecas privadas de uso particular, aspecto este aún más claro en el estamento clerical que en el de la nobleza u otros grupos, puesto que muchos de los libros de estos inventarios son claramente de consulta frecuente y no abundan fenómenos como la bibliofilia o la conformación por herencias. Creo que esta división tripartita, como veremos, permite proponer tentativamente los siguientes tipos de biblioteca privada clerical: 1. Alto clero. En este primer grupo ubico a los prelados, obispos, cardenales, propietarios de patrimonios y rentas de cierta relevancia, algo que se corresponde, en general, con el tamaño de sus bibliotecas personales. 2. Canónigos y beneficiados. Comprende a aquellos clérigos que han obtenido algún tipo de beneficio, canonjía o prebenda por la cual se hayan vinculados a la catedral o a la universidad, en dependencia próxima del obispo. 3. Presbíteros y curas. Me refiero a los que se dedican a la cura de almas, a menudo sin llegar a formar parte de los círculos de poder eclesiástico: suelen alojarse en casas o entornos cercanos a las iglesias, urbanos o populares.

3 Como es norma en este volumen, he trabajado únicamente con inventarios ya descritos y publicados por la investigación reciente. Dejo fuera, por tanto, aquellos que permanezcan aún en los documentos y expedientes que continúan en anaqueles de archivos y bibliotecas históricos, a la espera de edición contemporánea. Únicamente escapa a este principio el inventario del licenciado Alonso de Zapata que me ha enviado amablemente Anastasio Rojo: ya lo había dado a conocer a través de su indispensable página web.

2. Bibliotecas del clero

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De los 23 inventarios de la época de Carlos V que he analizado, 13 se corresponden con sacerdotes que desarrollaron su labor de cura pastoral en Sevilla y que testaron en la ciudad del Guadalquivir, la más poblada y relevante del medio siglo antes de la capitalidad madrileña. Esto se debe al buen hacer de Pérez García (2012) y Álvarez Márquez (2014; 2015), que los han editado ejemplarmente y cuyas conclusiones y enfoques resultan muy pertinentes. Con todo, la presencia de inventarios de otras ciudades españolas relevantes (Barcelona, Toledo, León, Teruel, La Rioja, Valencia, Guadalajara) sirve para trazar un panorama más abarcador. De este modo, quizá podamos establecer algunas pautas que nos sirvan para fijar rasgos característicos del estamento clerical (religiosidad, formación, lecturas, intereses intelectuales) antes de la renovación tridentina.

2. INVENTARIOS Y BIBLIOTECAS CLERICALES: CUESTIONES GENERALES

Los 23 inventarios de libros ofrecen datos variados sobre el tamaño de las bibliotecas que, en general, son más grandes que las bibliotecas de los profesionales liberales y los cargos: siete de las bibliotecas de eclesiásticos ofrecen tan solo entre cero y 10 títulos, otras seis cubren la franja de 11 a 40 libros y las 10 restantes sobrepasan los 40 títulos, no siempre detallados en los inventarios. Por encima de 100 títulos, he podido constatar cuatro bibliotecas clericales, de un tamaño realmente notable, inusual para la primera mitad del siglo xvi. Es significativo que las tres bibliotecas de los miembros del alto clero que considero sobrepasen el centenar de ejemplares: indudablemente esto refleja una conformación por herencias, como sucede en el caso de Gaspar Juan Sánchez Muñoz (116), heredero del papa Luna, pero también es indicativo de unos intereses bibliófilos y de una proyección intelectual conocida en el caso del cardenal Tavera (117) y del obispo Díaz de Luco (515), dueño de una de las grandes bibliotecas de la primera mitad del siglo xv. No deja de ser representativo el tamaño de las bibliotecas de tres canónigos o beneficiados pertenecientes al segundo grupo de clérigos que he propuesto, aquellos que poseen un cargo o beneficio vinculado al obispo o la catedral; el tamaño de sus bibliotecas muestra intereses a menudo derivados de ese servicio clerical según los oficios: así, en el caso de Joan Bonllaví (204 títulos), la amplitud de su biblioteca se explica por su condición de docente de filosofía en el Estudio de Valencia y, en concreto, por su condición de profesor de lulismo, pues un tercio de sus títulos son obras filosóficas y teológicas directamente relacionadas con la materia que impartía. La biblioteca del licenciado Rodríguez de Villena, clérigo de Guadalajara, resulta variada y rica: asciende a 212 ejemplares, entre los cuales, como dice su inventario, hay un amplio conjunto de «libros de diversas materias y lenguas y sçiençias», «libros de

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romance» y «otros ocho libros veterísimos» (Caballero, 1994: 166-168); con todo, prima ampliamente en ese repertorio las materias filosóficas, teológicas y canónicas. Por su parte, los 208 libros que se listan a la muerte de Luis de la Puerta, arcediano sevillano de Reina y canónigo de la catedral hispalense, se explican por su personal interés bibliófilo, sorprendente y poco común, como ha mostrado Álvarez (2014: 149-159) en su análisis.4 Deben tomarse con cautela los datos de estos inventarios;5 es este un aviso que el estudioso de este tipo de documentos conoce bien pues son muchos los fondos archivísticos pendientes de estudio y faltan datos de clérigos de lugares relevantes como las ciudades universitarias de Salamanca o Alcalá, o grandes sedes como Toledo, Santiago, Burgos o Valencia. Del mismo modo, conviene no extraer conclusiones equívocas de las cifras citadas: por el hecho de que contemos con 10 bibliotecas con más de 40 ejemplares (frente a 13 con menos), no me parece legítimo concluir que las bibliotecas del estamento clerical eran siempre así de voluminosas en la mitad aproximada de los casos; más bien, esto es indicativo de que la erudición moderna suele detenerse en la edición de los inventarios más extensos debido a su indudable interés para la reconstrucción del canon lector y literario, y de la historia de las mentalidades. Sin embargo, sí cabe concluir tentativamente que la biblioteca de un clérigo del reinado de Carlos V tiende a ser más grande, por razón de su oficio pastoral o docente, que la de otros estamentos como los de profesionales liberales o los cargos. Igualmente, cabe concluir que los libros de los inventarios de clérigos tienen más relación directa con su oficio clerical que en el caso de los libros de nobles, quienes a menudo transmiten un patrimonio previo muy variado y resulta dudoso que, efectivamente, leyeran lo que se enumera entre sus libros: los clérigos sí que leen y usan los libros que tienen y lo hacen de un modo más constante y consciente que los nobles. Ofrezco, a continuación, una primera tabla resumen de los inventarios estudiados y del total de los libros que albergaban: Tabla 1. Resumen de inventarios estudiados 1. Alto clero Gaspar Juan Sánchez Muñoz, heredero del papa Luna

116 títulos

Juan Pardo de Tavera, cardenal, arzobispo de Toledo

117 títulos

Juan Bernal Díaz de Luco, obispo de Calahorra

515 títulos

4 Álvarez maneja 145 inventarios, casi todos del tercio final del siglo xvi. Más de la mitad son de canónigos de la catedral (67) y la mayor parte no desglosa títulos. Del período que nos interesa (1516-1556), identifica a 48 clérigos (143-144). 5 Véase, al respecto, Infantes (2006); Pedraza (2015); y el volumen de conjunto coordinado por Díez Borque (2015).

2. Bibliotecas del clero

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2. Canónigos y beneficiados Joan Comte, beneficiado Joan Bonllaví, profesor de filosofía Antoni Fonoll, canónigo

30 títulos 204 títulos 68 títulos

Diego Rodríguez Lucero, canónigo

189 títulos

Luis de la Puerta, arcediano de Reina

218 títulos

Fray Francisco Manos Alvas, comendador

3 títulos

Juan de Jullia, clérigo, veinte de la santa Iglesia

8 títulos

Diego de Sevilla, canónigo

2 títulos

Gonzalo de la Fuente, canónigo

13 títulos

Lucas Pérez de Capillas, canónigo

190 títulos

Juan Rodríguez de Villena, licenciado

212 títulos

3. Presbíteros y curas Ramos Coter, sacerdote

6 títulos

Pedro Martínez, presbítero

3 títulos

Pedro de Medina, presbítero

29 títulos

Gil de Fuentes, clérigo

47 títulos

Alonso Zapata, clérigo

38 títulos

Diego Martín, clérigo presbítero

10 títulos

Sebastián Ponce, clérigo

48 títulos

Juan Gómez, clérigo

32 títulos

Fray Diego Jiménez, dominico

16 títulos

Aunque alguno de los inventarios, como veremos, es modélico en el detalle con que se desglosa cada libro y su materialidad, es frecuente el caso de inventarios que tan solo citan la cantidad de volúmenes sin detallar las piezas en concreto. Es lo que sucede, por ejemplo, en el del canónigo Rodríguez Lucero, sevillano, que falleció en 1538. Se hace referencia nada menos que a 189 volúmenes, pero no se realiza lista; por todo inventario tenemos una alusión genérica: son, se dice, «libros de derecho civil y canónico y de sagrada escriptura y de humanidad y romance» (Pérez, 2012:

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41). Igualmente, habría resultado muy revelador conocer el detalle de los 117 volúmenes que reposaban en los anaqueles del cardenal Tavera, primado de España y, sin embargo, topamos con una lacónica alusión que nos deja con ganas de mucho más: «nueve docenas y ocho libros de volúmenes de libros entre grandes y pequeños». Se completa esta referencia con una alusión a «unas Horas de pergamino iluminadas y doradas», sin duda el libro de Horas personal con el que oraba el cardenal (Castrán, 1993). Como se ve, en los casos de mayor lujo o relevancia, se especifica la materialidad del códice o volumen, pero no es infrecuente la alusión genérica al monto total. El editor moderno del inventario de bienes organiza el testamento de Tavera en cuatro categorías: ropas y mobiliario; obras de arte, objetos exóticos y libros; objetos de oro y plata; y ropas y objetos litúrgicos. Pero el testamento no cita títulos de libros, algo que contrasta con el «incipiente afán coleccionista» que se detectaba en esos otros objetos que legó (ib.: 371). La indefinición sobre los inventarios tiene mucho que ver con la minusvaloración del libro mismo, pero también con el modo como se realizaban, de manera apresurada y urgente. Con todo, encontramos notables excepciones, que muestran la emergencia de ciertos presbíteros con empeño bibliófilo y verdaderos deseos de transmitir su legado de libros a la posteridad. Es lo que se deduce del testamento de Luis de la Puerta, el citado arcediano de Reina de la catedral sevillana, que se cuidó muy mucho de la preservación de sus 218 títulos: Yten mando todos mis libros, asý de Teología como de Cánones y Leyes e Filosofía e de qualquier otra facultad que sea, al Monasterio de Santo Domingo de la Orden de los Predicadores que nuevamente se a edeficado en la dicha çibdad de Baeça, para questén perpetuamente en la Librería del dicho monesterio e non puedan ser dados nin prestados a otro convento nin a religioso alguno nin a otra persona, nin puedan ser enagenados en manera alguna […] (Álvarez, 2014: 94).

De la Puerta no era dominico, pero la fundación del monasterio en Baeza debió de brindarle la ocasión de asegurar el depósito y pervivencia de sus libros con unas cláusulas tan explícitas como la citada; posiblemente, creyó que estarían más seguros en el monasterio que en la catedral sevillana, de la que era canónigo.6 El otro aspecto que resulta revelador del testamento del arcediano es la voluntad organizadora de su legado (cánones, leyes, filosofía), que facilitó la tarea a los tres testamentarios, un privilegio que no tuvo la inmensa mayoría de clérigos que estudio. De hecho, sus tres albaceas (Diego Vázquez, canónigo; el bachiller Juan Román, fiscal de la Inquisición; y Juan Moreno, cura de Santa María la Blanca) organizaron y numeraron el fondo 6 No le faltaba cierta razón, aunque la dispersión de su fondo terminó produciéndose debido a la invasión napoleónica y la desamortización posterior, como precisa Álvarez (2014: 108).

2. Bibliotecas del clero

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librario con una precisión nada frecuente, pero muy acertada para el conjunto de los libros del arcediano: «Libri Iuris Ciuiles» (n.º 1-55);7 «Libros de Theología» (n.º 56-118); «Derecho Canónico» (n.º 119-203); y «Libri Artium y Ethicas» (n.º 204218). En realidad, no hacían sino hacer valer las sugestivas y muy precisas mandas del testador: […] e que sean llevados a el dicho monasterio a costa de mis bienes, e que los resçiban por ynventario en Seuilla, e con el mismo ynventario sean allá entregados en el dicho monesterio y puestos en la dicha librería por memoria en dos tablas, en la vna los de Teolugía e Artes y en la otra los de Cánones e Leyes e otras facultades, desynando cada bolumen por sí e qué tratados ay en él e se guarde el ynventario de todo en el archivo del dicho monesterio para que no se pierdan e se dé cuenta por ynventario al Provinçial que por tiempo visytare la dicha casa, e para los poner en bancas ligados con su cadenas (Álvarez, 2014: 94).

Desde luego, no es frecuente esta acusada preocupación por la pervivencia del legado ni una ordenación tan detallada a cargo de los albaceas o escribanos. Retengamos el proceso de revisión y control del inventario de libros: se inventarían en Sevilla, se revisa ese documento en Baeza para comprobar que se corresponde con el fondo librario, se dicta una propuesta de organización en la biblioteca de destino, se precisa un aspecto material fundamental para su conservación («los poner en bancas ligados con sus cadenas», como era frecuente) y se pide la custodia y revisión del «ynventario de todo en el archivo» del monasterio de Baeza, con indicación de que sea el provincial visitador quien sancione la fiabilidad de todo el proceso (Álvarez, 2014: 94). La detallada documentación nos permite reconstruir el proceso de inventario de libros y su conservación, pero parece necesario matizar que tan solo en algunos prelados y significativos bibliófilos, como era de la Puerta, sería posible tal esmero. Un clérigo presbítero como Diego Martín, también sevillano, que dejó diez libros a su muerte en 1548, merece una mera línea en el inventario de sus libros: «diez libros chicos y grandes» (Pérez, 2012: 46). Una segunda biblioteca clerical que presenta una esmerada clasificación es la del clérigo Gaspar Sánchez Muñoz, que testó en Teruel en 1530. Sucede que su citada biblioteca, más que notable, es deudora de la que Benedicto XIII, el papa Luna, tuvo en Peñíscola: heredó algunos de esos volúmenes porque su padre Pero Sánchez, es decir, Clemente VIII, fue el sucesor de Benedicto XIII (Hernández, 1998: 392). Con todo, revela un claro interés por custodiar y proteger el fondo librario (116 títulos), en el cual encontramos un variado elenco de materias y géneros literarios. A propósito de la clasificación, es sugerente el hecho de que fuera él mismo quien redactara indicaciones precisas sobre el modo adecuado de organizar la biblioteca. Su pro7

Indico entre paréntesis la numeración que facilita la editora moderna de este inventario (Álvarez, 2014).

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puesta alude a un primer criterio de tipo literario, que comentaremos más adelante, pero prosigue con cuatro categorías que se refieren a las cuatro lenguas en las que están escritos los libros: «Libros de coróniquas y de ystorias; Libros de romance castellano o aragonés, Libros en catalán o valenciano o mallorquín; [Libros en latín;] Libros en tosquano o ytaliano» (ib.: 392). Dado el origen patrimonial de la biblioteca, resulta esperable la variedad de lenguas que permiten la clasificación. Conviene retener ese interés de algunos eclesiásticos por ordenar y clasificar sus libros, prueba clara de un cierto gusto bibliófilo y de un afán conservador que no se percibe tanto en otras clases sociales. Muchos inventarios ofrecen información variada, que no llega al detalle de reseñar libros; sin embargo, nos permiten una idea del tamaño de la biblioteca y ofrecen información relevante sobre la materialidad de algunos ejemplares, la frecuencia de su uso, la condición manuscrita e impresa, el tamaño, etc. Es el caso de Sebastián Ponce, canónigo y maestrescuela, de quien, de nuevo, se nos hace un elenco más bien escueto, aunque representativo por las precisiones de tipo material: — vn misal grande romano. — vn misal pequeño romano con guarniçión de carmesí. — veynte cuerpos de libros. — ciertas escrituras y bulas en vna caxa sin cobritura. — dies cuerpos de libros. — quinze libros pequeños de marca menor. (Pérez, 2012: 47)

Esta parquedad, como es obvio, se advierte en inventarios de otras áreas, como los de dos clérigos barceloneses: de Ramos Coter, cura fallecido en 1521, se hace una referencia que incide más bien en el aspecto material de los seis libros, típicamente sacerdotales, que tenía: «unes hores, altre breviari scrit de ploma, altre breviari vell scrit de ploma en pergami, tres libres de studians» (Pujol, 1918: 218); por otro lado, Joan Comte, que era maestro de filosofía, deja un cierto número de libros de su especialidad (30 en total). De su inventario me interesa, de una parte, una sugestiva referencia, de nuevo, a la materialidad de sus libros de rezos: «Item un Diornal de stampa molt usat», prueba clara de uso clerical (Madurell y Rubió, 1955: 596). Otro aspecto resulta atractivo por mostrarnos un procedimiento de conservación que debió de ser frecuente; el citado diurnal fue lo único que se encontró en la casa del difunto, el resto de sus libros se los dio a su hermano antes de morir, porque sus 30 títulos se hallaron «en casa del sènyer, en Pere Comte, sastre, jermà del dit defunct» (ib.: 596). Joan Comte dejó sus libros a su hermano sastre para asegurar su listado y pervivencia; se quedó consigo para bien morir únicamente con el citado Diurnal.

2. Bibliotecas del clero

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3. COMPOSICIÓN DE LAS BIBLIOTECAS CLERICALES: LIBROS Y LECTURAS

Los inventarios estudiados contienen una gran variedad de libros. Con cautela, cabe presentar una serie de tendencias que deben considerarse muy generales, pues cada caso es singular y nunca representativo por completo del conjunto de clérigos poseedores y lectores. Es escasa la incidencia de las lecturas de entretenimiento (y, menos, en romance), pero es frecuente la presencia de libros de teología, derecho y filosofía, como se deduce de las observaciones previas, así como algunos de contenido historiográfico o, incluso, político. No suelen faltar, además de la Biblia o de los diferentes productos editoriales derivados de ella, volúmenes de rezo y de tipo litúrgico, en especial los breviarios, misales y diurnales: no son propiamente libros de Horas, sino libros de oración establecida y reglada, cuya presencia en los inventarios clericales resultaba esperable, especialmente después de la reforma de los Reyes Católicos, que promovieron con intensidad la formación clerical y el rezo habitual por parte de los ministros consagrados. En este sentido, son frecuentes los confesonarios, oracionales y guías de pecadores. Es interesante anotar la presencia de algunos libros auxiliares, herramientas instrumentales en latín y castellano, en especial los diccionarios y vocabularios (Nebrija, Palencia, Santaella), lo que posiblemente remite a la actividad sermonaria de los clérigos. Para la preparación de sus alocuciones y homilías no faltan abundantes ejemplos de repertorios de narraciones hagiográficas, comentarios patrísticos y suma de ejemplos, que se complementan con obras de gramática, retórica o repertorios de epístolas. Por último, cabe reseñar la presencia de algunos libros de viaje (de ordinario, a Tierra Santa) y de ciertos libros de materias medicinales. Las bibliotecas de grandes prelados y de algunos canónigos de evidentes intereses lectores e intelectuales son amplias y ofrecen una gran variedad de contenidos teológicos, filosóficos y jurídicos; de ellas, puede decirse que suelen incluir todos los materiales descritos en el párrafo anterior y con una pluralidad de obras y autores, a menudo con gran presencia de referentes clásicos y medievales latinos. La escueta indicación del inventario del cardenal Tavera apunta a esa composición, aunque sin discriminar los títulos que tanto nos interesarían: los suyos son «libros de derecho civil y canónico y de sagrada escriptura y de humanidad y romance» (Pérez, 2012: 41). En cambio, la biblioteca de Juan Bernal Díaz de Luco, obispo de Calahorra (muerto en 1556) es extensa y detallada, y da cuenta de unos intereses lectores y bibliófilos muy notables, como prueba el hecho de que buscara la pervivencia de sus 515 libros a través de su legado al archivo catedralicio.8 Ciertamente, no funcionan en su caso 8 T. Marín estudió y editó el inventario con bastante precisión y acierto, y pudo documentar la pervivencia en el siglo xx de un buen número de volúmenes. Véase Marín (1952).

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(en general, no funcionan en la primera mitad del siglo xvi) los criterios restrictivos sobre la presencia de literatura de entretenimiento, pues si atendemos a poesía, prosa de ficción y teatro del siglo xvi es poco lo que encontraremos; sin embargo, no podemos decir que su biblioteca resultara ajena a lo literario en sentido amplio porque percibimos en ella, junto a piezas propiamente quinientistas, una poderosa huella de crónicas, tratados y autores de tradición medieval (Marín, 1954: 52). Topamos con un amplio repertorio de obras y autores muy variados, como corresponde a un intelectual prestigioso, miembro del Consejo de Indias. Junto a un buen número de obras, que podemos reunir bajo las etiquetas de aristotelismo, patrística y constituciones y corpus de derecho, Díaz de Luca tenía, entre otros volúmenes, el Manual de confesores de Azpilicueta, el Flos santorum de Baltanás y el de Pedro de la Vega, los seis tomos de la Políglota o piezas morales y devotas sugestivas como las Revelaciones de santa Brígida, los Sermones de san Vicente Ferrer o la Reprobación de hechicerías de Ciruelo. No faltaba Erasmo, con dos de sus obras más representativas: el Enchiridion y los Apothegmata. Resulta sugestiva la presencia de diez crónicas castellanas romances, obras historiográficas alfonsíes y de López de Ayala, así como de los cronistas de los Reyes Católicos: el relato de la historia castellana y latina de la tradición medieval estaba muy presente en su biblioteca, prueba de su interés humanista por la conservación y narración del pasado reciente. No faltan piezas más técnicas como el Dioscórides, un Tolomeo o algunas obras de cuño humanista como los tratados del Tostado, las Décadas y el Lexicon de Nebrija, o la glosa a los Proverbios del Marqués a cargo de Hernán Núñez. Las obras jurídicas de Palacios Rubios o la Disputa sobre la conquista de las Indias son libros que deben vincularse con su condición de miembro del Consejo de Indias y con las polémicas de indiis que hubo de abordar. La biblioteca de Gaspar Juan Sánchez Muñoz, heredero del papa Luna, presenta claras afinidades con la del obispo Díaz de Luco, al menos en lo relativo a las materias y géneros. Hernández González, estudiosa del inventario, propone siete categorías para ordenar los 116 libros que fueron inventariados (Hernández, 1998: 391-392); se trata de etiquetas muy pertinentes para el estudio de las grandes bibliotecas quinientistas (cabría aplicarlas, por ejemplo, al inventario anterior, pero también a los de grandes colecciones colectivas como universidades, monasterios, etc.): clásicos, historia, poesía, prosa doctrinal y científica, prosa de ficción, religión y teología, y, por último, los tratados militares y regimientos de príncipes. Se trata de siete ámbitos del saber muy significativos, cuyo estudio ofrece más y mejores resultados que el de los géneros literarios propiamente tardíos, ya canonizados en el siglo xvii castellano (poesía, prosa de ficción y teatro). La herencia medieval, como es obvio, resulta muy significativa en los libros de Sánchez Muñoz: poseía nada menos que 20 crónicas medievales de hondos valores

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literarios como el Pseudo Turpin o la Crónica de López de Ayala, así como obras enciclopédicas de los siglos xiii o xiv como el Tresor de Latini o la Suma de collaciones de Juan de Gales. Recordemos que el propio Sánchez Muñoz ordenó su biblioteca en función de la lengua (castellano, catalán, latín, italiano), salvo por un subtipo que situó al comienzo de las mandas de su testamento: «Libros de coróniquas y de ystorias». Más cerca de su tiempo, dentro de la centuria previa a su muerte, topamos con obras de relevancia historiográfica e incluso política, pues no suele faltar el discurso propagandista y moral; me refiero a libros como el Valerio de las historias escolásticas de Rodríguez de Almela, Los trabajos de Hércules de Villena, la Caída de príncipes de Boccaccio, o los Tratados de Alfonso Ortiz, secretario y propagandista de los Reyes Católicos. Por lo demás, el repertorio de obras propiamente teológicas, de cuño bíblico, hagiográfico, patrístico o de espiritualidad incluye a autores alejados en el tiempo como san Bernardo o san Gregorio, pero también moralistas y tratadistas más cercanos como Eiximenis, Bernat Oliver, Albertano de Brescia o el Cartujano (con su omnipresente Vita Christi) e, incluso, muy cercanos como Andrés de Li o el Lucero de Jiménez de Préjano, escritores de la corte de los Reyes Católicos. En suma, Sánchez Muñoz contaba con una biblioteca que, por su conformación patrimonial, reúne una interesante colección de obras y autores tardomedievales y de la temprana modernidad. Entre los clérigos y ministros vinculados a las sedes catedralicias por beneficios y prebendas, cabe también una cierta variedad de obras, con dos matices: por un lado, sus libros tienden a especializarse en su ámbito de responsabilidad eclesial (derecho canónico, teología, liturgia) y, por otro, no presentan la amplitud de horizontes ni el componente bibliófilo y patrimonial que se deduce de los inventarios anteriores. Con todo, no falta una notable cantidad de obras de clásicos (Cicerón, Virgilio, Ovidio, los historiadores) y una clarísima prevalencia de obras latinas. Así, por ejemplo, Joan Bonllaví, profesor de lulismo en el estudio valenciano, poseía, entre sus 204 títulos y como resulta esperable de su encargo docente, un buen número de obras teológicas y filosóficas de Ramón Lull (Madurell y Rubió, 1955: 672-677). En este sentido, tampoco debe extrañar la presencia de obras teológicas de orientación escolástica, nominalista y escotista en el inventario de Antoni Fonoll, beneficiado de la catedral de Barcelona y profesor de gramática (ib.: 710). Su condición de humanista se revela igualmente en la presencia de auctores clásicos (con cinco títulos de Cicerón) y de obras humanísticas como las Epistolas de Eneas Silvio, los Opuscula de Beroaldi o el Nuevo Testamento de Erasmo. El canónigo sevillano de la Puerta, de quien ya hemos hablado, tenía en su biblioteca un gran número de obras de filosofía y teología, pero apenas una sola obra en romance, aunque resulta muy significativa: se trata de La historia del Çid Ruy Díaz,

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sin duda la crónica popular divulgada por los Cromberger en múltiples y exitosas ediciones. Pero todo lo restante de su amplísimo patrimonio librario, como sabemos por la celosa clasificación de su biblioteca, pertenece a los ámbitos teológicos y canónicos propios de un clérigo con vínculo próximo al alto clero hispalense; contaba con algunas obras clásicas de referencia en el pensamiento moral: la Metafísica y la Moral de Aristóteles, una Filosofía moral de Séneca, una Natural historia de Plinio, así como obras de autores clásicos como Estrabón, Columela, Valerio Máximo, etc. Otro buen ejemplo de biblioteca especializada, pero con gustos y preferencias propias, es el conjunto de libros que dejó al testar en 1548 el canónigo leonés Lucas Pérez de las Capillas: su prioridad son los decretales, partidas y libros de derecho in utroque, que son mayoría entre sus 190 títulos, algo lógico en un especialista del derecho (Campos, 2002); sin embargo, revela un sugestivo interés por los libros de música, algo no extraño en un canónigo: poseía un «libro de música de byola», «un cançionero de canto» y «otro cancionero». Pero contamos con otros intereses no menos sugestivos: la obra de Erasmo (poseía una Institución del Príncipe Cristiano, un Elogio de la locura y la Paráfrasis), algunas crónicas castellanas (Chronicon Mundi, crónicas alfonsíes), las frecuentísimas Epístolas familiares de Guevara u obras de clásicos como Cicerón, Séneca, Salustio, Suetonio o Julio César. ¿Qué libros tenían los sacerdotes y presbíteros, aquellos que no cuentan con un cargo eclesiástico vinculado a la sede? Aquí se da una variedad de opciones, pero creo que en todos los inventarios, aunque cuenten con un volumen global menor, se pueden identificar intereses teológicos y literarios propios, lo que hace de sus listas de libros un interesante instrumento para acercarnos a la mentalidad quinientista. Por ejemplo, algunos de estos presbíteros han sido estudiados desde la óptica del vínculo con círculos de erasmistas, alumbrados y luteranos, aspecto que se percibe en sus bibliotecas. Así, el clérigo Gil de Fuentes, que contaba con 47 libros a su muerte en 1543, perteneció al círculo de luteranos de Sevilla, junto con Alonso de Escobar y Ponce de la Fuente (Hernández, 1998: 404-405). Algo de ello cabría deducir por la abundante presencia de Erasmo (Querela pacis, Paraphrases, Epistolas, Modus orandi Deum y Enquiridion), de teología y patrística, todo ello siempre en latín. Tenía un significativo Vocabularium hebreum, así como la Biblia Políglota. Es similar el caso de fray Diego Jiménez, dominico, estudiado por Bataillon (1950: 541): fue el autor de un Enchiridion o Manual de doctrina cristiana (Lisboa, 1552) y resultó investigado en el proceso de Carranza. Entre los libros de fray Diego, además de un grupo de obras de entretenimiento, se encuentran dos obras de Erasmo (los Adagios y las Anotaciones en español), el Antididagma de Gropper y unos Loci comunes, quizá la obra de Melanchton. No suelen faltar los misales, diurnales y breviarios, libros que, sin duda, constaban en los anaqueles aunque no se llegaran a inventariar. Del canónigo Diego de Sevi-

2. Bibliotecas del clero

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lla, por ejemplo, se dice justamente en su inventario que poseía «un breviario y un diurnal» (Pérez, 2012: 47), sin aducir ningún otro dato, fuente o título. Algo similar sucede con los tres ítems del presbítero Pedro Martínez que falleció en 1528; es fácil deducir sus labores sacerdotales de ellos: «un breviario de pargamino de letra de molde», «un libro que se dize Micael Severino de molde» (La Consolación…, de Boecio) y «un sacramental en romance» (ib.: 40). Entre los 13 títulos del canónigo Gonzalo de la Fuente, se dice en su documento de bienes que dejó algunos libros de cuentas, varios sin detallar y un diurnal, que vuelve a aparecer en el inventario de Juan de Jullia (fallecido en Sevilla en 1544) (ib.: 45); este tenía también un sacramental, un breviario y un vocabulario: no debe extrañarnos este último ítem, que observamos en multitud de bibliotecas clericales y que, sin duda, se relaciona con la preparación de la oratoria sagrada. Puede sorprender un tanto el caso de los tres únicos libros que poseía Francisco Manos Alvas: tenía «un diurnal y un breviario viejo desquadernados», pero también, en castellano, un sorprendente libro de caballerías, el Palmerín de Oliva (ib.: 45). El clérigo leonés Alonso Zapata muestra, entre sus 38 libros totales, una curiosa preferencia por una materia concreta, que se repite en su escueto inventario con cierta frecuencia: «otro libro de pergamino de astrología», «otro libro de astrología de pergamino», «otro libro de astrología»; vinculado quizá a algún oficio eclesiástico inquisitorial o de vigilancia, no deja de llamar la atención el hecho de que, entre sus códices manuscritos, los de materia astrológica sean de pergamino y no de papel. Quizá entre algunos de sus otros ítems sin especificar hubiera más de condición semejante; como es frecuente, no llegamos a saberlo: «otro libro de latín», «otro libro de mano viejo», «otros librillos viejos…». Con todo, encontramos otros materiales en su biblioteca, eso sí, sin dar cabida en ningún caso al libro de entretenimiento en romance: tenía un Tolomeo, una Gesta romanorum, un De bello iudaico y varios tomos de gramática y lógica. Dos clérigos sevillanos, Pedro de Medina (muerto en 1539) y Juan Gómez (muerto en 1548), estudiados por Pérez García (2012: 42-43 y 47-48, respectivamente), revelan inventarios que podemos considerar icónicos de una biblioteca crecientemente más elaborada; se trata de una organización y diseño que se advierte en presbíteros de ciertas inquietudes intelectuales, que van más allá de la cura de almas y administración de sacramentos: se dan en ellas algunos patrones comunes entre sí y comunes a las preferencias que estamos viendo. Medina deja 29 libros, entre los que no faltan vocabularios, breviarios, evangelios, textos de Padres y tratados morales, así como el omnipresente Cartujano; topamos con dos volúmenes de compendios legales (leyes de Valladolid y de Madrid), un vocabulario del nebrisense y, de nuevo, un libro de medicina (en su caso el Compendio de la salud humana), materia no extraña a los ministros ordenados. Pero no faltan obras de autores recientes, algunos a punto

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

de pasar a ser revisados y recogidos (tenía volúmenes de Erasmo y Cazalla). Un Relox de príncipes de Guevara es su único volumen en romance. Por su parte, los 32 libros que Juan Gómez lega en 1548 componen otra biblioteca de un sacerdote lector, pero sin grandes oficios ministeriales ni intereses bibliófilos: la suya es una biblioteca funcional, apropiada para su labor de cura de almas y con algún leve interés por materias en romance (hay dos obras en vulgar: las Epístolas familiares de Guevara y una Información de la Tierra Santa). Pero poseía también el Enchiridion de Erasmo y, sobre todo, lo que podemos considerar representativo de la biblioteca latina de un clérigo: Padres de la Iglesia (el Crisóstomo, san Bernardo, santo Tomás, los Moralia), biblias, breviarios, varios volúmenes de decretos y manuales de confesión y predicación. Dentro de este último ámbito, debemos incluir un libro auxiliar, la Cornucopia de Ravisio Textor, verdadera enciclopedia de fuentes y motivos, que debía de ser útil para los clérigos.

4. LIBROS DE LITERATURA: ENTRETENIMIENTO Y ROMANCE

El balance de libros propiamente de entretenimiento y romance, es decir obras que hoy denominamos literarias, es escaso si aplicamos tal etiqueta en su conjunto al estamento clerical y la utilizamos restrictivamente (esto es, ciñéndonos a los géneros de poesía, prosa de ficción, teatro). No deja de ser por esto un criterio útil, pues nos permite confirmar que debemos aplicar otro concepto de lo literario al estudiar la primera mitad del siglo xvi, más tardomedieval y, por tanto, acorde a lo que se percibe en la época: libros de viajes, crónicas y relatos historiográficos, ciertos textos de prosa doctrinal y moral, o relatos hagiográficos (verdaderas novelas en muchos casos) sí que se encuentran en los inventarios de los ministros ordenados y, por eso, he ido haciendo relación de ellos en el apartado anterior. En cambio, esa división tripartita sí que resulta operativa para el siglo xvii, como se comprobó en otra ocasión:9 para entonces, el sistema literario del Siglo de Oro ya estaba organizado conforme a criterios que hoy diríamos relativamente modernos y, sobre todo, en grandes ciudades como Madrid o Sevilla ya hay un mercado literario y una industria editorial que se muestran conocedoras y promovedoras de ese mismo sistema. Con todo, encontramos algunas obras literarias en los inventarios de miembros del clero, siempre en proporción muy minoritaria al conjunto de libros alojados en la biblioteca correspondiente y, a menudo, en las colecciones más amplias. En este sentido, una consideración primera que resulta pertinente es subrayar el notable número de obras clásicas, de tradición griega y romana, más abundantes que las obras 9

Véase Díez Borque (dir.) (2012).

2. Bibliotecas del clero

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literarias en romance. No puede extrañarnos esa observación puesto que cuadra con el perfil intelectual y escolar de los clérigos, en particular, de aquellos con verdadera inquietud erudita o bibliófila. De los 212 libros del clérigo alcarreño Rodríguez de Villena, por ejemplo, figuran dos poetas clásicos como Ovidio (Ars amandi) y Marcial (Caballero, 1994: 168); en la sección de «Libros de romançe» del inventario, figuran unas «treçientas de Juan de mena», obra de amplia representación en los inventarios del siglo xvi y del xvii, y a la que no le va mal el calificativo de clásico. Pero son tres solitarias pervivencias de poesía en un inventario de 212 ítems. Entre los 20 títulos de autores griegos y romanos que poseía el turolense Gaspar Sánchez, se cuentan las obras poéticas de Virgilio, Ovidio y Juvenal (no faltan otros auctores como Cicerón, Tito Livio, Salustio, Séneca o Suetonio) (Hernández, 1998: 391-392). Esta inmensa biblioteca, que ya explicamos en clave medieval, ofrece otros 12 libros significativos: cinco obras de poesía (Proverbios y Cancionero de Santillana, Commedia de Dante, Trionfi y Sonetos de Petrarca) y siete que podemos considerar prosa de ficción (Crónica del Cid; Fiametta, Novellas y Corbaccio de Boccaccio; Filostrato, Paris y Viana y la Visión deleitable de Fernando de la Torre, de tradición sentimental). Lo cierto es que se trata de una presencia notable de lo literario para un total de 116 títulos. El Laberinto de la Fortuna y la Descripción de Tierra Santa también aparecen en el inventario de Rodríguez de Villena, donde no faltaba la obra poética latina de Ovidio y Marcial. Por el medio siglo, encontramos inventarios en los que de modo marcado se ha ampliado la proporción de obras literarias, sin que lleguen a ser una cifra muy notable. Un caso excepcional lo supone el dominico y humanista fray Diego Jiménez que, en 1550, dejó 16 volúmenes (Bataillon, 1950: 541); de ellos, seis deben verse como obras de entretenimiento o literarias: el Orlando furioso, Boccaccio, Petrarca, El cortesano, la Silva de varia lección y la Cristiada de Girolamo Vida. No resulta extraño que topemos con ocho obras literarias en la extensísima biblioteca del obispo Díaz de Luco (515 títulos) (Marín, 1952: 263). Las rimas espirituales de Victoria Colonna en toscano, unas Rimas de Dante, Sonetos de Petrarca, el Román de la Rosa, los Proverbios del Marqués y dos sugestivas novelas sentimentales, el Grimalte y el Arnalte. En cuanto a los géneros mejor representados en estas lecturas de entretenimiento, era esperable que no aparecieran referencias a libros de teatro, ni siquiera de autores clásicos. No he encontrado ni una sola Cárcel de amor, La Celestina, Amadís, Encina, Cancionero general o Propalladia: las obras literarias que hoy consideramos canónicas no se encontrarán en los inventarios de las bibliotecas clericales de la primera mitad del siglo xvi (otra cosa es que sí las conocieran) que, en cambio, irán dando cabida a obras auxiliares e instrumentales (diccionarios, sumarios de medicina, libros de viajes, abundantes crónicas y tratados, etc.). En el campo de la presencia de obras poéticas, son mayoría los poetas clásicos de la tradición romana como Virgilio, Ovidio

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

y Marcial, y no faltan los castellanos ya canonizados por la difusión impresa: la obra poética de Santillana y de Mena para los castellanos (no Manrique) y los grandes humanistas toscanos: Dante, Petrarca y Boccaccio. En la tabla adjunta «Relación de inventarios», ordeno cronológicamente los 23 inventarios que he estudiado. tabla 2. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

Lugar

N.º de libros

Referencia

Fuente

1

1519

Joan Comte

Beneficiado

Barcelona

30

Madurell Marimón, J. M.ª y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 596-601.

Lasperas (1980: 543)

2

1521

Ramos Coter

Sacerdote

Barcelona

6

Pujol, P.: «Inventari dels bens del beneficiat Mossén Ramón Coter», Butlletí de la Biblioteca de Catalunya, v, 1918-1919, 218.

Lasperas (1980: 543)

3

1523

Joan Bonllaví

Profesor de filosofía

Valencia

204

Guilleumas, R.: «La biblioteca de Joan Bonllaví, membre de l’Escola lullista de Valencia al segle xvi», Revista Valenciana de Filología, iv, i 1954, 23-73.

Lasperas (1980: 544); Chevalier (1997: 32)

4

1528

Pedro Martínez

Presbítero

Sevilla

3

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 39.

5

1530

Gaspar Juan Sánchez Muñoz

Heredero del papa Luna

Teruel

116

Monfrin, J.: «La bibliothèque Sanchez Muñoz et les inventaires de la bibliothèque pontificale à Peñíscola», Studi di bibliografia e di storia in onori di Tammaro di Marinis, Verona: Biblioteca Apostolica Vaticana, 1964, iii, 229-269.

Dadson (1998: 517); Hernández (1998: n.º 16)

6

1530

Antoni Fonoll

Canónigo

Barcelona

68

Madurell Marimón, J. M.ª y Rubió, J.: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 710-717.

Lasperas (1980: 544)

2. Bibliotecas del clero

[55]

Año

Poseedor

Clase social

Lugar

N.º de libros

7

1538

Diego Rodríguez Lucero

Canónigo

Sevilla

189

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 41.

8

1539

Pedro de Medina

Presbítero

Sevilla

29

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 42-43.

9

1543

Gil de Fuentes

Clérigo

Sevilla

47

Wagner, K.: «Los maestros Gil de Fuentes y Alonso de Escobar y el círculo de luteranos de Sevilla», Hispania Sacra, 27, 1975, 239-247.

10 1543

Francisco Manos Alvas

Comendador

Sevilla

3

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 42-43.

11 1544

Juan de Jullia

Clérigo, veinte de la Santa Iglesia

Sevilla

8

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 45.

12 1545 Juan Pardo Cardenal, de Tavera arzobispo de Toledo

Toledo

117

Castán Lanaspa, J.: «A propósito del testamento del Cardenal Tavera», Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 59, 1993, 365-378.

13 1545

Luis de la Puerta

Arcediano de Reina

Sevilla

218

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2013, 149-159.

14 1547

Alonso Zapata

Clérigo

León

38

Rojo Vega, A.: Historia de la lectura: Bibliotecas particulares, (Valladolid, 1547) [en línea], ii. . [Consulta: 04/2016].

15 1548

Diego Martín

Clérigo presbítero

Sevilla

10

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 46.

16 1548

Sebastián Ponce

Clérigo

Sevilla

48

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 46.

Referencia

Fuente

Hernández (1998: n.º 32)

Dadson (1998: 518)

[56]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Año

Poseedor

Clase social

Lugar

N.º de libros

17 1548

Diego de Sevilla

Canónigo

Sevilla

2

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 47.

18 1548

Juan Gómez

Clérigo

Sevilla

32

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 47-48.

19 1548 Gonzalo de la Fuente

Canónigo

Sevilla

13

Pérez García, R. M: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 49.

20 1548 Lucas Pérez de Capillas

Canónigo

Sevilla

190

Campos Sánchez-Bordona, M.ª D.: «La biblioteca de un profesional del Derecho en el siglo xvi: el canónigo leonés Lucas Pérez de Capilla», en La documentación para la investigación: homenaje a José Antonio Martín Fuertes, León: Universidad, 2002, vol. 2, 69-106.

21 1550 Fray Diego Jiménez

Dominico

Toledo

16

Bataillon, M.: «Inventaire de la bibliothèque de fray Diego Jiménez», en Erasme et l’Espagne, París: 1937, 581, nota 3.

22 1552

Juan Rodríguez de Villena

Licenciado

Guadalajara

212

Caballero García, A.: «La biblioteca del licenciado Juan Rodríguez de Villena, un inventario de libros de 1552», en Las diferentes historias de letrados y analfabetos, Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá, 1994, 161-168.

23 1556 Juan Bernal Díaz de Luco

Obispo de Calahorra

La Rioja

515

Marín Martínez, T.: «La biblioteca del obispo Juan Bernal Díaz de Luco (1495-1556)», Hispania Sacra, 5, 1952, 263326; «La biblioteca del obispo Juan Bernal Díaz de Luco: Lista de autores y obras», Hispania Sacra, 7, 1954, 47-84.

Referencia

Fuente

Lasperas (1980: 545)

Chevalier (1997: 32-33); Hernández (1998: n.º 52); Lasperas (1980: 546)

2. Bibliotecas del clero

[57]

BIBLIOGRAFÍA

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2014. — «Las lecturas de entretenimiento del clero sevillano en el siglo xvi», en J. M.ª Díez Borque (dir.), A. Bustos y E. di Pinto (eds.), Bibliotecas y librerías en la España de Carlos v, Barcelona: Calambur, 2015, 101-121. Bataillon, M.: Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo xvi, MéxicoMadrid/ Buenos Aires: fce, 1950. Caballero, A.: «La biblioteca del Licenciado Juan Rodríguez de Villena: un inventario de libros de 1552», en Las diferentes Historias de letrados y analfabetos, Alcalá: Universidad de Alcalá, 1994, 161-168. Campos Sánchez-Bordona, M.ª D.: «La biblioteca de un profesional del Derecho en el siglo xvi: el canónigo leonés Lucas Pérez de Capillas», en La documentación para la investigación: homenaje a José Antonio Martín Fuertes, León: Universidad de León, 2002, vol. 2, 69-106. Castán Lanaspa, J.: «A propósito del testamento del Cardenal Tavera», Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, 59, 1993, 365-378. Chevalier, M.: «“Lecturas y lectores…” veinte años después», Bulletin Hispanique, 99, 1, 1997, 31-36. Dadson, T.: Libros, lectores y lecturas. Estudios sobre bibliotecas particulares españolas del Siglo de Oro, Madrid: Arco/ Libros, 1998. Díez Borque, J. M.ª (dir.): Literatura, bibliotecas y derechos de autor en el Siglo de Oro (1600‐1700) (Bustos, A. [eds.]), Madrid: Iberoamericana/ Fráncfort: Vervuert, 2012. — (dir.): Bibliotecas y librerías en la España de Carlos v (Bustos, A. y E. di Pinto [eds.]), Barcelona: Calambur, 2015. Hernández González, M.ª I.: «Suma de inventarios de bibliotecas del siglo xvi (15011560)», en P. M. Cátedra y M.ª Luisa López-Vidriero (dirs.), El libro antiguo español. Coleccionismo y bibliotecas (siglos xv-xviii), Salamanca: Universidad de Salamanca, 1998, 375-446. Infantes, V.: «La memoria de la biblioteca: el inventario», en Del libro áureo, Madrid: Calambur, 2006, 163-172. Laspéras, J. -M.: «Chronique du livre espagnol. Inventaires de bibliothèques et documents de librairie dans le m onde hispanique aux XV, XVIème et XVII ème siècles», Revue française d’histoire du livre, 28, 1980, 535-557. Madurell Marimón, J. M.ª, y J. Rubió (eds.), Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, 1955, 596-601. Marín, T.: «La biblioteca del obispo Juan Bernal Díaz de Luco (1495-1556)», Hispania Sacra, 5, 1952, 263-326. — «La biblioteca del obispo Juan Bernal Díaz de Luco: Lista de autores y obras», Hispania Sacra, 7, 1954, 47-84. Pedraza García, M. J.: «El análisis de los inventarios para el estudio del lector y de la lectura. Bibliotecas privadas y lectura en tiempos de Carlos I», en J. M.ª Díez Borque (dir.), A. Bustos, E. di Pinto (eds.), Bibliotecas y librerías en la España de Carlos V, Barcelona: Calambur, 2015, 9-30.

[58]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Pérez García, Rafael, «Consumo, lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 29-52. Pujol, Pere: «Inventari dels bens del beneficiat Mossén Ramón Coter», Butlletí de la Biblioteca de Catalunya, 5, 1918-1919, 218. Rojo Vega, A.: «Bibliotecas privadas» [en línea]. . [Consulta: 04/2016].

3

Bibliotecas de trabajadores Anne Cayuela Université Grenoble Alpes

Las fuentes utilizadas para este trabajo sobre las bibliotecas de trabajadores en la España de Carlos V son limitadas (apenas 13 inventarios), y la misma noción de trabajador puede parecer anacrónica. Partiendo de estas premisas, no tengo la pretensión de aportar datos definitivos sobre el tema, sino ofrecer una contribución que cobrará sentido cuando se comparen los resultados obtenidos con los que conciernen a otras clases sociales. Para anticipar las eventuales críticas que podría suscitar este artículo, nos escudaremos detrás de una declaración del eminente historiador Carlo Ginzburg según la cual «même une documentation restreinte, dispersée et fuyante peut être mise à profit» (Ginzburg, 2001: 12). Dado el reducidísimo número de inventarios, las conclusiones que sacamos a partir de casos aislados podrán parecer, a veces, abusivas. Esperemos que futuras investigaciones confirmen nuestras hipótesis. Espero que las páginas siguientes entren en resonancia con los demás artículos del volumen y permitan dibujar una historia cultural del libro y de la lectura de quienes formaban parte de las masas laboriosas, de las clases subalternas,1 y no de las dominantes, que a lo largo de la historia han suscitado mayor interés por estar generalmente relacionadas con el poder intelectual y el saber. Nuestra intención estriba en demostrar la circulación de los libros en diferentes clases y abolir la fácil dicotomía entre cultura sabia y cultura popular.

1. CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LOS TRABAJADORES EN EL SIGLO DE ORO

Como lo subraya acertadamente Christine Aguilar (2004: 225), «dada la variedad de los modos de organización del mundo del trabajo y la atomización creciente 1

Clases «subalternas» según la expresión de Gramsci, véase E. J. Hobsbawm (1960).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

de gremios y corporaciones, considerar como una categoría única y homogénea al “trabajador” áureo resulta por lo menos algo aproximativo». Siguiendo la recomendación de la historiadora gala y el esclarecedor y definitivo artículo de Jean Vilar (2004), es necesario acercarse al pensamiento coetáneo y no dejarse influenciar por nuestra visión contemporánea del trabajador. También cabe recordar la terminología que designaba a las cuatro categorías que constituían el grupo de los trabajadores: los mercaderes, los oficiales mecánicos, los campesinos y los ganaderos.2 Ni qué decir tiene que, dentro de estos grupos, se pueden observar grandes diferencias. Como bien apunta Jean Vilar (2004: 197) en el artículo arriba mencionado, conviene distinguir al trabajador que apenas gana «en qué comer y no transmite bienes que registren escribanos o notarios en sus protocolos» de los mercaderes acaudalados que dejan constancia en los inventarios post-mortem de importantes bienes, entre los cuales los libros constituyen una parte del patrimonio. Dentro de la profesión de mercader, la más representada en nuestros inventarios de trabajadores, Christine Aguilar (2004: 220-221) explica que: […] cabía distinguir un estrato preeminente y noble —una aristocracia— de los estratos inferiores en nobleza y en honor. Dentro del oficio de mercader cabe distinguir, los mercaderes banqueros, de los mercaderes de tienda, y de los mercaderes ambulantes. Los comentaristas modernos adoptan pues el esquema que distingue la calidad inferior del mercader de tienda, de los revendedores y especuladores, del caballero cristiano, preconizado por Erasmo en su Enchiridion prestigio y honorabilidad de los tratantes en grueso.

El segundo punto sobre el que quisiéramos insistir es la desestimación social y moral que afectaba a quienes ejercían actividades manuales o mercantiles: «Sabido es que quienes desempeñaban actividades manuales, oficios serviles o mercantiles, quedaban adscritos al estado llano, al estrato plebeyo y no privilegiado del estado social, según la división estamental y funcional imperante», condición «que llevaba aparejada alguna descalificación moral y social» (ib.: 218). Basta recordar que «la exclusión de los artesanos y los oficiales de los más altos reconocimientos de honorabilidad llegó a estar reglamentada a través de normas restrictivas de acceso a distintos cuerpos» (ib.: 219). Pero hay que precaverse de esquematizaciones. También se puede matizar esta visión señalando con Figueroa y Melgar (1979: 421) que «[l]a única diferencia de España con respecto al resto de Europa en esto de los prejuicios nobiliarios contra el trabajo manual y el comercio es que si bien en España ya había en el siglo xv y más aún después una clase que podría calificarse de burguesía, la burguesía española jamás se sintió como tal burguesía, suspirando 2 Martín González de Cellorigo, Cristóbal Pérez de Herrera y Gaspar de Pons distinguen al menos cuatro categorías funcionales: «mercaderes, oficiales mecánicos, campesinos y ganaderos» (Aguilar, 2004: 225, n.º 49).

3. Bibliotecas de trabajadores

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siempre por incorporarse a la aristocracia, cuyos hábitos mentales, suntuarios y sociales imitaba». En el periodo que nos ocupa se alzan voces, entre las cuales la de Vanegas del Busto (2001: 265), para criticar el hecho de tener por deshonra los oficios mecánicos: «El segundo vicio es que en sola España se tiene por deshonra el oficio mecánico […]». Y es, precisamente, en ese tiempo histórico de la primera mitad del siglo xvi, durante el reinado de Carlos V, cuando se produjeron dos importantes alzamientos en los que los trabajadores, o miembros de la incipiente burguesía, tuvieron un protagonismo absoluto: quiero hablar de las Comunidades de Castilla y de las Germanías de Valencia.3 Este estudio de las bibliotecas de trabajadores tiene como objetivo mostrar la circulación manifiesta entre la cultura de las clases subalternas y la de las clases dominantes, los intercambios circulares e influencias recíprocas, particularmente intensos en la primera mitad del siglo xvi, visible en la posesión de libros. ¿Existe convergencia o divergencia entre los libros de clases trabajadoras y las de la nobleza? ¿No constituye el libro un instrumento de prestigio, un medio de acceso a cierto modo de vida, en el que también puede caber la ociosidad, condición sine qua non de la lectura? ¿No ofrecía la posesión de libros, por lo menos simbólicamente, la posibilidad de compartir un espacio cultural prestigioso y gratificante, propio de las élites cultas?4 Una muy rápida contextualización parece necesaria. Nuestros inventarios abarcan un periodo de 20 años (1533-1553), o sea, que se sitúan en la primera mitad del siglo xvi. Coincide cronológicamente con la época en la que se desarrolla la educación primaria y en la que las universidades conocen un patente ímpetu. La consecuencia directa de este auge de la cultura y del saber es la posibilidad cada vez mayor para los miembros de las clases subalternas de acceder a cargos antes inasequibles. Podemos citar el ejemplo del cardenal Silíceo, perfecta ilustración de que un hombre del más humilde origen, de una familia de labradores pobres a finales del siglo xv, pudiera acceder a la cúspide de la jerarquía eclesiástica castellana (Quero, 2014). También cabe citar el ejemplo de Lorenzo Palmireno (1571: fol. 25), catedrático de retórica y de griego, hijo de herrero, quien se complace en recordar, en El estudioso de aldea, que trabajo y estudio caben en un saco, y que el mundo del libro y las actividades laboriosas no son incompatibles: Si por ventura la casa pequeña de tu padre te da congoja, acuérdate, que mal de muchos conforte es; y que salen más doctos en las pequeñas chozas, que no en las muy anchas 3 «Hubo en las Germanías solo plebeyos y gente baja que estos no fueron ni son de consideración alguna ni se puede aplicar la culpa sino a ellos» (Viciana, 1972: 52). Véase también Pérez (1978) y García (1975). 4 «El modelo de referencia para muchas de las élites urbanas de mercaderes y tratantes enriquecidos no parecía ser, por lo tanto, un hipotético ideal de vida “mercantil” o “burgués”, ni siquiera un modelo de medianía social, sino el modelo nobiliario, aristocrático, no siendo en ello distintas estas élites de las élites europeas» (Aguilar, 2004: 231).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

salas de palacio. Yo me quejaba cuando era muchacho, que no podía estudiar con sosiego, hallándome entre el estruendo de los martillos de mi padre, y el torno que hilaba la moza […]. Testigo soy de vista, que un estudioso con una mano servía a su padre meneando los fuelles, y con otra devoraba los Colloquios de Vives, y muchas veces le decían: calla en hora mala, que me rompes la cabeza, pero nunca dejó su empresa.

Para demostrar el acceso de las clases trabajadoras al saber y, por consiguiente, al poder, Palmireno alude a continuación a un ejemplo de la Antigüedad: «Bien sabemos el filósofo Cleanthes haber alcanzado su doctrina, con proveer de noche agua a las escuelas, y estudiar de día […]» (1571, fol. 25). Pero es de la historia reciente de donde saca el catedrático el ejemplo más eficaz de su demostración. Alude, en efecto, al origen humilde del preceptor de Carlos V (1505-1515): Pero ninguno tanto te moverá, como el papa Adriano sexto, que siendo hijo de tejedor pobre, se esforzó tanto, que mereció que sin procurarlo él, fuese nombrado obispo, y después cardenal, gobernador de toda España, y al fin papa (Palmireno, 1571: fol. 26).

En el espacio de la ficción y ya en época más tardía, Cervantes (1992: 43) pone en boca de Tomás Rodaja, hijo de labrador pobre, este sugestivo diálogo entre dos caballeros estudiantes: —Pues ¿dé qué suerte los piensas honrar? —preguntó el otro caballero. —Con mis estudios —respondió el muchacho— siendo famosos por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.

Esta valoración de los estudios como potente medio de ascenso social corre pareja con una dignificación del trabajo: El aprecio del trabajo humano, su dignificación y hasta su encendido elogio, constituyen episodios luminosos de la reconciliación espiritual entre el hombre y el mundo en el otoño de la Edad Media (Pérez García, 1996: 137).

2. LAS BIBLIOTECAS DE LOS TRABAJADORES

Una pequeña aclaración previa. La palabra biblioteca que aparece en nuestro título merece cierta matización. A pesar de que el patrimonio bibliográfico de la mayoría de nuestros poseedores apenas alcanza cinco libros, utilizaremos indistintamente la palabra biblioteca para designar las obras poseídas, aunque se limiten a un solo libro. A modo de introducción de nuestro estudio de las bibliotecas de los trabajadores, recordaremos aquí las pertinentes observaciones de José Manuel Prieto Bernabé (2000: 57) en La seducción de papel:

3. Bibliotecas de trabajadores

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Por tanto, aunque poseer libros en la España del Siglo de Oro muestra una imagen en la que la partida entre letrados e iletrados, ricos y pobres, es naturalmente desigual (sobre todo en lo que hace referencia a las formas de tener los libros, a la calidad del material y a la variedad y cantidad de los volúmenes poseídos), sin embargo, en lo que respecta al resto del conjunto social y a la fluidez de la circulación de los textos, se descubre una pluralidad en las apropiaciones de las mismas obras, o de los mismos títulos y autores. […] El resultado general de la situación hay que verlo desde un plano mucho más heterogéneo que el diseñado por la estructura estamental. No cabe duda que el libro siempre fue un instrumento de libertad individual con tendencia a escapar de las limitaciones sociales y jerárquicas. Ahora bien, no cabe duda que conociendo en qué segmento social surge la lectura, también podemos decir que poseer una biblioteca en la España en los siglos xvi y xvii era una señal de jerarquía cultural. Juntos a esos (el clero, la nobleza y los grupos profesionales que manejan el libro por razón funcionales o instrumentales), no faltaron mercaderes y artesanos que de la misma manera encuentran motivos suficientes (intelectuales, personales y de necesidad profesional) para reunir buenas colecciones.

En el caso de nuestros inventarios, vemos que la mayoría son bibliotecas de muy reducida extensión, como lo señala la siguiente tabla: Tabla 1. Tamaño de las bibliotecas Libros no identificables

Menos de seis libros

De 10 a 20 libros

30 libros

Rodrigo de Valladolid, hombre de negocios

Alonso Álvarez de Carmona, mercader

Diego de Villatoro, «humilde» Barbero

Rafael Rey, mercader catalán

Hernando de Ludueña, cordonero

Francisco Bieri, banquero y regidor de Valladolid

Juan de Herrera, sastre Alonso Hernández de Ribera, mercader Antonio Moreno, mercader Fernando Téllez, mercader Antonio Rodríguez, mercader de especiería Alonso Moreno, platero Sebastián de Baeza, mercader

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

De los 13 inventarios que constituyen nuestro corpus, dos arrojan escasos datos. En efecto, nada nos permite identificar las obras poseídas por Rodrigo de Valladolid, hombre de negocios en Sevilla: «Primeramente un libro grande de marca grande con sus coberturas de cuero colorado», «Un libro pequeño encubertado con pergamino». Tampoco nos permite saber qué libros tenía Rafael Rey, mercader catalán de Sevilla, la escueta mención de «tres libros para leer», que quizá los distinguiera de los libros «para rezar».5 Podemos adelantar que la idea general que se desprende de un primer acercamiento a estas bibliotecas confirma una de las observaciones de José Manuel Prieto Bernabé (2000: 60) sobre el tamaño de esas bibliotecas: Por su parte, un trazado muy general de las características de la lectura de las capas denominadas «populares» de la sociedad del siglo de oro, nos presentan unas colecciones que, salvando excepciones de rigor, podríamos calificar de pequeña «cotidianeidad», sencillas en cuanto a variedad y tamaño. La realidad se cimienta en el alto porcentaje de pequeñas bibliotecas, a veces de un solo libro, cuyo estado de conservación presenta un alto grado de deterioro, entre otras cosas, debido a la pobre encuadernación y, por lo general, inapropiada ubicación.

No resulta baladí recordar que la escasa presencia del libro entre las clases trabajadoras no es una característica propia de esta clase social. Rafael Ródenas Vilar (1990: 33) señala un «panorama cultural desmedrado el segoviano, en suma. Hábitos de lectura en la élite escasos, cuando menos entre burgueses; libros religiosos, si acaso, y no muchos. La biblioteca de Juan de Cuéllar, es bien escuálida: dos Flos santorum; eso es todo. Simón Ruiz, el rico mercader de Medina del Campo (Lapeyre, 1955: 78), lee, en cambio algo más; en su biblioteca tiene doce libros, casi todos religiosos, desde luego: libros piadosos, evangelios, libros de Horas, fray Luis de Granada, León Hebrero (sic)». ¿Podemos concluir de esta fuerte proporción de pequeñas bibliotecas una forzosa incompatibilidad entre el trabajo y la actividad lectora, como parece sugerirlo Ródenas Vilar? En efecto, según él, el desinterés por la cultura y los libros de los mercaderes segovianos es debido a su «pasión por el negocio, ceguera para todo lo que no sea dinero» que atribuye a su «herencia judaica» (ib.: 33). Más allá del

5 En las fuentes primarias de los inventarios de libros de Isabel la Católica «se distingue entre “libros para leer” y “libros para rezar”. Esta división es observada de manera sistemática». Elisa Ruiz (2004: 113) explica en la nota 75 que: «De hecho, a la derecha de cada asiento la pieza es denominada “libro” cuando es una obra para leer. En caso contrario, se especifica si es breviario, diurnal, libro de Horas, misal o psalterio, es decir, se indica que es un libro de rezo».

3. Bibliotecas de trabajadores

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prejuicio estereotipado,6 nos parece sugestiva la asociación que se puede establecer entre el origen judío de los mercaderes y la marcada presencia de obras de religión en sus bibliotecas, que quizá podríamos interpretar como un modo de garantizar, o por lo menos de ostentar, una total irreprochabilidad en materia de fe… Dime lo que lees y te diré quién eres… Pero nada nos permite afirmar que los mercaderes de nuestros inventarios eran forzosamente conversos, ya que no hemos realizado las investigaciones biográficas indispensables para averiguarlo. Lo que sí parece innegable es la preocupación de esos hombres por la religión y la presencia manifiesta de obras de devoción en sus bibliotecas. Podemos vislumbrar cierta manifestación del movimiento espiritual denominado Deuotio moderna entre los poseedores de libros, como veremos a continuación.

2.1. Libros de devoción

Antonio Moreno, mercader sevillano, posee «Dos libros de rezar7 y un libro de los Evangelios viejo»;8 Hernando de Luduena, cordonero, «dos libros uno de los avanjillos [sic]»; Juan de Herrera, sastre, «dos o tres pares de Horas viejas y las unas con unas manecillas de plata»; Alonso Hernández de Ribera, mercader de Sevilla, «[u] n libro de molde de Vitas patrun [sic];9 Otro libro de las Epistolas y evangelios; Otro libro de Flos santorun [sic]»; y Sebastián de Baeza, mercader, posee «[u]n libro de molde que se dize Luzero de la vida christiana viejo». Cabe recordar que este libro fue impreso en Salamanca en 1493 y fue dedicado a los Reyes Católicos por su autor Pedro Jiménez de Préjamo, discípulo del Tostado, catedrático de Salamanca, primer magistral de Toledo, obispo de Badajoz y de Coria. La obra conoció un gran éxito editorial.10 Sabemos que el libro se encontraba en la 6 Para una cabal comprensión de su origen histórico, recomendamos la lectura del libro de Jacques Attali (2005). 7 En el margen izquierdo del folio, junto a este asiento, se lee: «reza ella en ellos». 8 Epístolas y evangelios con sus sermones y doctrinas, Sevilla: Jacobo Cromberger, 1506, folio. A esta edición siguen las que se hicieron a partir de la revisión de esta traducción realizada por el franciscano Ambrosio Montesino: Epístolas y evangelios por todo el año, Toledo: 1512; Zaragoza: Jorge Coci, 1515; Zaragoza: Jorge Coci, 1525, folio; y Sevilla: Juan Valera de Salamanca, 1526. 9 Vitas patrum, es a saber de la vida de los santos padres religiosos que fueron en Egipto, Thebas y Mesopotamia, Salamanca: 1498, folio. Tuvo muchas ediciones: Zaragoza: 1511; Valencia: 1519; Sevilla: 1520; Valencia: 1529; Logroño: 1529; y tres ediciones sevillanas: Sevilla: Juan Cromberger, 1538, folio; Sevilla: herederos de Juan Cromberger, 1544, folio; Sevilla: Jacome Cromberger, 1549, folio. 10 Zaragoza: Pablo Hurus, 1494; Barcelona: 1496; Burgos: Fadrique de Basilea, 1495; Sevilla: Meinardo Ungunt y Estanislao Polono, 1496; Salamanca: 1497; Salamanca: 1499; Salamanca: Juan de Porras, 1501; Sevilla: Juan Valera de Salamanca, 1515; Toledo: Juan de Villaquirán, 1516-1518; Sevilla: Jacobo Cromberger, 1524; Sevilla: Cromberger, 1528; Sevilla: Jacobo Cromberger, 1543. Tan exitosa obra no se

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

biblioteca de Isabel la Católica en los primeros años del siglo xvi (Memorias…,1821: tomo vi, 479). Contrasta el suntuoso ropaje del ejemplar de la reina con la vetustez del «libro […] viejo» del mercader Sebastián de Baeza: «otro libro escripto de molde en pergamino en romance e illuminado, que tiene en la primera plana un escudo de las armas reales, ques lucero de la vida cristiana, con una funda de villudo billotado carmesí con cuatro borlas y botones y caireles de oro hilado e seda azul sin cerraduras; e tiene clavados cuatro escudos de plata dorada donde se ponen las cerraduras» (ib.: 479). Por otra parte, la afición de la reina Isabel por los libros de Horas ha sido bien documentada por Elisa Ruiz (2002), quien ha reunido datos referentes a 27 ejemplares de molde o manuscritos. Un coleccionismo similar al de la reina manifiesta el banquero de Valladolid, Francisco Bieri, según reza el inventario hecho en 1547. En el inventario de este banquero y regidor de Valladolid, el número de obras religiosas es notable: colecciona los libros de Horas, manuscritos e impresos, en lengua vulgar o en latín, antiguos o recientes («Siete oras de mano iluminadas; unas oras de mano de pargamino luminadas que tiene diez o doze ymagines; otras oras chiquiticas de molde en latin nuevas; otras oras de doña bernalda de unas que traen de francia labrada la guarnicion de oro tirado; otros tres o quatro pares de oras de reçar viejas; oras de la pasión»). Emilia Colomar Amat (1998-1999) señala que «[d]urante la primera mitad del siglo xvi los libros de Horas abundan en las bibliotecas particulares y su presencia es habitual en los inventarios de ciudadanos ilustres e incluso no pocas veces es el único libro que se menciona».11 Aparece en el inventario una Biblia «en ocho libritos guarnecidos como oras de reçar»; Flores santorum («un libro grande flor santorum viejo»; «otro libro de flor santorum pequeño muy viejo»); «un libro de los ebangelios muy viejo», confesionarios; «un libro muy viejo de la ystoria de santa catalina de sena»; «otro libro de la pasion pequeño viejo»; «otro libro viejo en que abla de los diez mandamientos». También cabe notar la presencia de Juan Luis Vives, con un ejemplar de la Instrucción de la mujer christiana (Alcalá, 1529); y un ejemplar de El carro de las donas, obra gracias a la que, como reza el prólogo, «cualquier cristiano que leyere en ellos sentirá gran provecho e consolación para su ánima y cuerpo». El traductor de esta obra indica en el cuarto libro que «es doctrina universal para todo fiel cristiano y cristiana, y este conviene a todo estado, hombres y mujeres, niños y niñas, mancebos y doncellas, casados y ancianos y viudas» (Libro i, cap. 4 (4r-4v). Se trata de la traducción del Llibre de les dones del gerundense fray Francesc Eiximenis, publicada como si se tratara de una obra libró de la censura inquisitorial, ya que aparece en el índice de libros prohibidos de 1583. Véase Memorias… (1821: 479) y también Iberian Books (2010: 427). 11 La autora del artículo remite al estudio de Peña (1997) y a Griffin (1991: 188).

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anónima, en Valladolid en 1542,12 dedicada a la reina de Portugal, doña Catalina de Austria. Es de sobras conocida la influencia que tuvo la obra en el entorno de Isabel la Católica13 y de Carlos V. La obra que tanto impacto había ejercido en la espiritualidad peninsular en el siglo xv, en las más altas cumbres de la realeza, difunde su mensaje de devotio moderna en la España del Quinientos, gracias a un traductor que pertenece a las élites eclesiásticas, y al círculo del papa Adriano VI, como lo explica en el prólogo a la reina de Portugal: Estando el santo Padre el papa Adriano VI en Tarragona aderezándose el armada para la ida de Roma, un secretario suyo que se llamaba Cisterel, natural de allí, le presentó este libro, y como su Santidad era amigo de letras le alabó mucho y dijo que era maravillosa doctrina y que era necesaria cosa que en todos los reinos de cristianos tuviesen este libro, y como yo viese que le alababa varón tan docto y tan santo, aficionéme a ponello en lengua castellana (El carro…, 1542).

La posesión del libro de Antonio de Guevara Relox de príncipes por Sebastián de Mesa, mercader sevillano, ilustra perfectamente el proceso de imitación y de apropiación por parte de las clases trabajadoras de enseñanzas dirigidas a la realeza. En el «Argumento», el autor explica cómo «[[e]ste relox de príncipes se divide en tres libros: en el primero se trata que el príncipe sea buen christiano; en el segundo, cómo el príncipe se ha de aver con su mujer e hijos; en el tercero, como ha de gobernar su persona y república». Otro mercader sevillano, Álvarez de Carmona, posee «[u]n libro de los evangelios e las epistolas enquadernado en tablas de papel leonado y otro libro de Norte de todos los estados». La obra de Francisco de Osuna, Norte de los estados, publicada en Sevilla por Bartolomé Pérez en 1531, merece algunos comentarios. No se trata, en absoluto, de un libro para rezar, sino de un manual práctico de la vida cristiana. No anuncia consejos relativos a las diferentes clases de la sociedad, sino que examina la condición del cristiano antes, durante y después del casamiento. También evoca algunos principios de alfabetización y de educación. Se recomienda la lectura de las Fábulas de Esopo, «las fábulas graciosas de Ysopete, desque sepa la doctrina xptiana» (fol. 6v), y que, una vez instruido, el cristiano elija un oficio: «Desque sepa bien esto has lo de traer por toda la ciudad para ver qué oficio le agrada más: o si quiere proceder por la ciencia, notifícale todas las maneras de ciencia y vea la que más le agrada» (fol. 1). Si relacionamos este inventario con la problemática que nos ocupa, resulta sugestivo señalar que Osuna defiende como ideal de vida el rendimiento profesional en un 12 13

El carro de las donas, Valladolid: Juan de Villaquirán, 1542. Beatriz Galindo, «la latina», educó a las cuatro hijas de los Reyes Católicos. Véase Clausell (1995-1996).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

oficio. Esta obra forma parte de una corriente reformadora a la que pertenecen las obras de Erasmo y Villalón, en las que se expresa un «concepto positivo de trabajo […] condición para el ejercicio de las propias cualidades, la libertad y la dignidad humanas, opuesto al parasitismo nobiliario» (Vian, 2004: 330). Hemos visto que la religiosidad propia del humanismo ha calado hondo en la sociedad española del Quinientos. Es visible a través de la presencia de todos esos manuales de devoción y de religión, tan numerosos en todos los inventarios. A esta revolución espiritual e intelectual contribuyó el humanista y teólogo neerlandés Erasmo de Rotterdam. 2.1.1. Erasmo y los trabajadores

Considera Jean Baruzi (1934: 516) que «la traduction castillane de l’Enchiridion d’Erasme par l’Arcediano del Alcor» en 1525-1526 «est l’un des plus grands faits de la spiritualité espagnole au xvie siècle. Peut-être est-ce même le plus grand fait de l’histoire religieuse de l’Espagne moderne à ses débuts». La mención del Enquiridion14 en el inventario de Diego de Villatorio, barbero, que también tiene la obra Pater noster de Erasmo,15 confirma un comentario del Arcediano de Alcor en una carta a Erasmo: «En la corte del Emperador, en las ciudades, en las iglesias, en los conventos, aún en las posadas y caminos, todo el mundo tiene el Enchidirion de Erasmo en español. Hasta entonces lo leía en latín una minoría de latinistas, y aun estos no lo entendían por completo. Ahora lo leen en español por personas de toda especie, y los que nunca antes habían oído hablar de Erasmo, han sabido ahora de la existencia por este simple libro» (Peña, 1997: 415). Este libro destinado en palabras de Erasmo a «establecer unas breves normas de vida para que llegues a ser un cristiano de nobles sentimientos» también invitaba al lector a conocerse a sí mismo, a confiar en la razón y en el saber, mediante la lectura de filósofos y poetas, y de los libros sagrados. Gracias a este Manual del Caballero cristiano o puñal que se tiene en la mano «des milliers d’espagnols trouvaient maintenant une réponse à leurs plus profondes inquiétudes» (Bataillon, 1998: 220).

14 Otro Enquiridion se encuentra entre los libros de Bieri Banquero «otro librico pequeño que llaman ynquiridion de los tiempos». Se trata de Enchiridion de los tiempos, compuesto por el padre fray Alonso Venero de la orden de sancto Domingo de los predicadores, agora nuevamente por el mismo auctor, añadido y emendado (Amberes: Martín Nucio, 1551), especie de repertorio histórico que da a conocer tanto el pasado como acontecimientos de la actualidad. 15 Traducción de Bernardo Pérez de Chinchón, La oración del Señor que llamas Pater noster partido en siete partes (León: Juan de León, 1528). También puede ser la edición siguiente: Declaraciones del Pater noster dividida en siete peticiones… Sigue el sermón de la grandeza y muchedumbre de las misericordias de Dios (Logroño: Miguel de Eguía, 1528).

3. Bibliotecas de trabajadores

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2.2. Los libros profesionales

Esta selección de inventarios permite interrogarnos sobre la presencia de libros profesionales en inventarios de trabajadores, o sea, de obras útiles para el ejercicio de sus actividades. Algunas obras están directamente (o indirectamente) relacionadas con la profesión del poseedor. Veamos ahora qué libros en relación con su profesión manejan los mercaderes. En el inventario del banquero Francisco Bieri se menciona «otro librico chiquito de permutacione beneficiorum». Una posible identificación podría ser el libro de Frederico Petrucius, Tractatus super permutatione beneficiorum (Nápoles, Nicolás de Lyra, ¿1474-1477?), obra del jurista y profesor de derecho canónico Federico Petrucci, obra de derecho comercial, que ofrecía consejos fiscales e informaciones relativas a los productos reservados a los miembros del clero. En el inventario de los bienes de Sebastián de Baeza, mercader, redactado en santo domingo, Sevilla, 1553 (Leg. 4038) aparece «[u]n libro de molde viejo de aresmética e jeometria» y también «un libro de aresmética de molde pequeño enquadernado en pergamino». Como declara Carlos Alberto González Sánchez, «la aritmética es propiedad de mercaderes» (González, 2001: 185). De la profesión de banquero pasamos a la de barbero. Sabido es que la profesión de barbero no se limitaba a cortar barbar, sino que también tenía pretensiones medicales: las actuaciones quirúrgicas del barbero consistían en hacer sangrías, trepanaciones, extraer muelas, etc. El barbero Diego de Villatoro tiene entre sus 12 volúmenes algunos libros de medicina «un Guido, que se vende en un real». Esta mención remite al médico personal de Felipe IV, el Hermoso, Guido de Lanfranchi (o Lanfranc), autor de Chirurgia Parva y Chirurgia magna (Albi Romero, 1988). El inventario de bienes también menciona otros dos libros de medicina, cuyos títulos no se especifican, y el famoso tratado de higiene y guía práctica de la salud, del médico Alonso Chirino: «otro libro que se llama Mayor Danio» que designa Menor daño de medicina, en el que se recomienda «escusar los cirujanos en cuanto pudiere».

2.3. La «literatura» en bibliotecas de trabajadores

No debe extrañarnos la presencia de las Fábulas de Esopo entre los libros del cordonero de Valladolid Hernando de Ludueña en 1543 («otro de maruruelo Ysopete»), ya que desde finales del siglo xv tuvieron amplísima difusión en traducciones al castellano. Como lo indica Keith Whinnom (1980: 194):

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

The most frequently translated and reprinted work was Aesop’s Fables, done initially from the Latin version of Lorenzo Valla. There were in all five different translations, which went through a total of at least forty editions. Given that it was a small book, and given Beardsley’s rigorous criteria of reliability, it seems probable that Aesop surpassed Marco Aurelio and rivalled Celestina.

Sabemos gracias a las investigaciones de María Jesús Lacarra (2009: 301) que se difundieron a través de cuatro incunables castellanos: 1. Ysopete ystoriado, Zaragoza: Pablo Hurus y Juan Planck, 1482;16 2. Esopete ystoriado, Toulouse: Juan Parix y Esteban Clebat, 1488; 3. Esta es la vida de Ysopet con sus fábulas historiadas, Zaragoza: Juan Hurus, 1489; y 4. Libro del Ysopo famoso fablador, historiado en romançe, Burgos: Fadrique Alemán de Basilea, 1496. La lectura del Isopete, recomendada por Francisco de Osuna en el Norte de los estados, como hemos visto anteriormente, debía de constituir una fuente de entretenimiento para nuestro trabajador. Cabe señalar también la mención del poeta medieval Juan de Mena, con la edición de sus obras, en el inventario del banquero Francisco Bieri. En el inventario de Alonso Moreno, platero, «natural de Logroño, que murió en Sanlúcar de Barrameda hace unos 20 días» aparece un libro único: «Un libro de molde que se intitula el Petrarca». Intuimos que se trata de Francisco Petrarca con los seys Triunfos de Toscano sacados en castellano… por Antonio de Obregón, en Logroño, por Arnao Guillén de Brocar, 1512. Se confirma la presencia de los dos poetas humanistas Dante y Petrarca en el inventario de Diego de Villatoro, barbero: «Rematose un libro de Francisco Petrarca, en mi el escribano, en dos reales y medio» y «rematose otro libro que se dice el Dante en mí el dicho escrivano, en dos reales y medio» (Archivo…, lib. 1417, fol. 739).17 Podría tratarse de La traducción del Dante de lengua toscana en verso castellano, por el reverendo don Pedro Fernández de Villegas…, en Burgos, por Fadrique Alemán, 1515. Como dice Francisco Rico (2014: 152): «Erasmo estaba en Petrarca». La presencia de estos tres autores, que constituyen los principales ideólogos del sueño del humanismo, no puede ser mera casualidad. Sus obras respondían a muchas de las inquietudes vitales de los españoles en la España imperial de Carlos V, y la mera presencia de un volumen de sus obras en las bibliotecas de los trabajadores no deja de significar que el sueño se había hecho realidad. 16 Esta edición se reproduce con ligeros cambios (Valencia: Juan Jofre, 1520; Sevilla: Jacobo Cromberger, 1526; Sevilla: 1533; Toledo: Juan de Ayala, 1540; Amberes: Juan Steelsio, 1541). No indicamos las ediciones posteriores al inventario del cordonero. 17 Además de las obras que indicamos, en este inventario hay otras dos partidas de libros: «Rematose un libro de coplas en Juan Mesia en ocho mrs.» y «Rematose un libro de coplas en mi el dicho escriuano en treynta mrs».

3. Bibliotecas de trabajadores

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Tabla 2. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

Lugar

Libros

Referencia

Fuente

1

1533

Alonso Álvarez de Carmona

Mercader

Sevilla

6

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 40.

Pérez García (2012: 40)

2

1538 Rodrigo de Valladolid

Hombre de negocios

Sevilla

2

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 42.

Pérez García (2012: 42)

3

1542

Diego de Villatoro

Barbero

Toledo

12

Gómez-Menor, J.: «Notas sobre la Hernández difusión de la cultura renacentista en (1998: n.º 29, Toledo», Boletín de la Real Academia 403) de la Historia, clxxiii, 1976, 115.

4

1543

Hernando de Ludueña

Cordonero

Valladolid

2

Rojo (2013c)

5

1544

Juan de Herrera

Sastre

Valladolid

2

Rojo (2013a)

6

1546

Antonio Moreno

Mercader de vinos

Sevilla

4

7

1547

Francisco Bieri

Banquero y regidor

Valladolid

30

8

1548

Alonso Hernández de Ribera

Mercader

Sevilla

3

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 46.

Pérez García (2012: 46)

9

1553

Antonio Rodríguez

Mercader de especiería

Sevilla

4

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 50.

Pérez García (2012: 50)

Mercader

Cataluña

3

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 50.

Pérez García (2012: 50)

10 1553 Rafael Rey

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 45.

Pérez García (2012: 45) Rojo (2013b)

11 1553

Alonso Moreno

Platero

Logroño (†Sanlúcar de Barrameda)

1

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 51.

Pérez García (2012: 51)

12 1553

Sebastián de Baeza

Mercader

Sevilla

4

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 51.

Pérez García (2012: 51)

13 1553

Fernándo Téllez

Mercader

Sevilla

2

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 50.

Pérez García (2012: 50)

[72]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

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4

Bibliotecas de la nobleza

1

José María Díez Borque Universidad Complutense de Madrid

1. INTRODUCCIÓN

Hace tiempo que me ocupa y preocupa la distancia entre lo que la memoria literaria ha retenido y la realidad del siglo. La historia literaria se ha construido, en buena medida, sin atender a la recepción, es decir, para quién escribía Garcilaso, Juan de la Cruz, Enzina, Naharro, Montemayor, Montalvo, etc. He dedicado ya varios estudios al tema y de ello se ocupa el grupo i+d que dirijo, considerando cientos de inventarios de bibliotecas particulares de los siglos xvi y xvii, como diré. Me voy a ocupar ahora, en particular, de las bibliotecas de la nobleza en la época del emperador Carlos V (1517-1557) a partir de varios inventarios. Este estudio se enmarca en los trabajos del grupo i+d «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro», que dirijo, formado por María Soledad Arredondo Sirodey, Álvaro Bustos Táuler, Anne Cayuela, Elena di Pinto, Isabel Cristina Díez Ménguez y Fermín de los Reyes. De los trabajos del grupo, han resultado los libros: Literatura (novela, poesía, teatro) en bibliotecas particulares del Siglo de Oro español (1600-1650) (2010) y Literatura, bibliotecas y derechos de autor en el Siglo de Oro (1600-1700) (2012), en los que se analizan 148 inventarios del período, aparte de varios congresos y diversos artículos. En la fase actual del trabajo, se ha elaborado ya una relación de 480 inventarios (1500-1600), que tomo en consideración aquí, para proceder después, el grupo, al estudio de los mismos desde distintas perspectivas.

1 Utilizo aquí, a veces literalmente, estudios míos anteriores, donde aparecen las oportunas referencias y bibliografía: Díez Borque (prensa); Díez Borque (2015); Díez Borque (2012); Díez Borque (2010). Ya se explicó en la «Presentación» la razón de la mayor brevedad de este estudio.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

De los 480 inventarios de todo el siglo xvi, he seleccionado aquí 185, correspondientes a la época de Carlos V (1517-1557), 1-178 en la «Relación de inventarios»2 con la intención, primero, de una visión general y, después, estudiar, según explico más adelante, lo que hay en las bibliotecas de varios nobles. Como se verá, son varias las perspectivas: número de bibliotecas y número de libros; lugares; poseedores; obras en bibliotecas de la nobleza, con diversos planteamientos. Se trata de inventarios impresos, a partir de las fuentes que se citan en cada caso en la «Relación de inventarios» (Tabla 2), con varios problemas, como se dirá después.

2. LA NOBLEZA

Se toman en consideración bibliotecas de varios nobles, como las de los marqueses de Priego, Zahara, Tarifa, Vélez, Astorga; de los condes de Feria, Ribadavia, Mélito, Oropesa, Altamira; de los duques de Feria, Calabria; de la monarquía, rey, reina, infantes y de otros varios nobles. No hace al caso entrar aquí en consideraciones particulares sobre cada una de las casas nobiliarias cuyas bibliotecas se tienen en cuenta, pero sí pueden ser pertinentes unas mínimas consideraciones generales sobre la nobleza en el período estudiado. Lo primero que hay que destacar es la jerarquización dentro de la nobleza, con importantes diferencias económicas, de poder e influencia, aunque en conjunto se distancian, en gran medida, de la población fuera de los ámbitos nobiliarios. La escala era: duques (con grandeza de España); marqueses (unos, grandes de España; otros, no); condes (unos pocos, grandes de España); vizcondes; barones; señores y con el variopinto mundo de los hidalgos. Benassar (1983: 173) insiste en esta jerarquización y Marcos Martín (2011: 284) señala la gran distancia entre el pequeño hidalgo rural y el grande de España, con una gradación «por encima de los hidalgos […] la nobleza media de los caballeros y de los señores de vasallos», y, en la cúspide, los grandes de España. Las diferencias son tan acusadas que «se podría afirmar que en estos bajos estratos de las clases privilegiadas se da también una cierta forma de marginación» (Díaz, 1987: 144), aunque no puede olvidarse que «todas aquellas categorías de nobleza» gozan de gran prestigio social y privilegios apreciados (Pérez, 1982: 183), de distinto tipo (fiscales, penales, etc.), pero con marcadas diferencias económicas (Martínez, 1998: 122; Molas, 1988: 165), como veremos. 2 Véase la «Relación de inventarios» en Díez Borque (2015: 66-72) y, próximamente, en la página web del Grupo i+d que dirijo.

4. Bibliotecas de la nobleza

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Varios historiadores (Molas; Díaz Medina; Marcos Fernández; Álvarez y otros varios) insisten en lo reducido en número de la alta nobleza, los grandes de España. Como señala Molas (1988: 167), «la alta nobleza quedó escalafonada con la creación en 1520 de los grandes de España […]. En tiempos de Carlos V había 25 grandes»; Díaz Medina (1987: 145) señala que Carlos V establece 25 grandes y 35 títulos; y Soria estudia con detalle todo esto.3 Pero irá en aumento a lo largo del siglo y en el siguiente, sin embargo, irá perdiendo influencia y poder de todo tipo y preeminencia económica. Salta a la vista la potencia económica de la alta nobleza: «Las fortunas de la aristocracia eran fabulosas. Se ha calculado que la proporción entre la renta anual de un albañil de Valladolid y la del conde de Benavente era de 1 a 2000» (Molas, 1988: 169), con el dato muy significativo y revelador de que «una docena de aristócratas disponía de ingresos superiores a los 100.000 ducados anuales» (ib.: 169). Pero la situación económica de la alta nobleza se iba degradando por el lujo desmedido, la ostentación, los excesos de todo tipo, con un progresivo desfase entre ingresos y gastos (Díaz, 1987: 144; Bennassar, 1985: 360 y ss.; Marcos, 2011: 288). Aunque, como escribe Molas (ib.: 170), «la relación de la aristocracia con la corona era ambivalente», y de que Carlos V señalara a su hijo Felipe los peligros de que los grandes intervinieran en el gobierno (Díaz, 1987: 144), durante el reinado de los Austrias mayores, los grandes intervienen en política (consejeros, virreyes…) (Bennassar, 1985: 362-363), con una importante presencia y actividad, que se irá perdiendo (ib.: 359 y ss.; Fernández, 1974: 145-148). Las diversiones de la nobleza incluían la caza, los libros, el deporte, etc. (Bennassar, 1985: 367), pero, en lo que aquí interesa, hay que destacar el mecenazgo de escritores y artistas (Fernández, 1974: 194), aunque, según Bennassar (1985: 366), «el gusto por las letras y las artes estaba, sin embargo, marcado por el diletantismo y se acomodaba apenas a la especialización».

3. PROBLEMAS DE LAS FUENTES DE INFORMACIÓN

Los problemas y dificultades que plantean las fuentes de información utilizadas son numerosos, con una gran variedad de tipos de inventarios y ausencias por varias razones, lo que relativiza su valor informativo y, en particular, la cuantificación de libros presentes en una biblioteca. Por otra parte, las diferencias de cita y clasificación de los libros son importantes. Evidentemente, los autores de los inventarios no eran 3 Sobre diversos aspectos de la nobleza (jerarquía, orígenes, ascenso social, etc.) es fundamental el estudio de Soria (2007), y, para otros aspectos, Menéndez (2015).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

cuidadosos bibliotecarios ni expertos en diversas ciencias. Esto supone que, junto a referencias bibliográficas bastante completas, encontramos otras genéricas del tipo «varios libros», «libro pequeño», «caja de libros», «libro viejo», cita solo de autor o de una palabra del título, indicaciones genéricas por temas, etc. Me he ocupado de esto con detalle en Díez Borque (2010: 17-23), adonde remito de una vez, con cita de estudios pertinentes de Dadson (1998), Lorenzo y Ferrero, Infantes, Pedraza, Bennassar, Chevalier (1976), Bouza, etc. Remito también al estudio de De los Reyes (2012: 53 y ss.). Hay, por otra parte, varios trabajos en curso del grupo de investigación mencionado. No me parece oportuno ir aquí más allá en esta importante cuestión.

4. BIBLIOTECAS EN LA ÉPOCA DEL EMPERADOR CARLOS V

De todo el siglo xvi (época de Carlos V y Felipe II) tenemos en el grupo de investigación más de 387 inventarios impresos de bibliotecas, a partir de las fuentes que se citan en «Relación de inventarios» (Díez Borque, 2015: 66-72), con todos los problemas a los que se hace referencia en el apartado anterior. De ellos, se toman en consideración aquí los referentes a la época de Carlos V y, en futuros estudios, se abordarán los de la época de Felipe II.4

4.1. Número de bibliotecas y número de libros

De los más de 480 inventarios del siglo xvi, se tienen en cuenta aquí 185 referidos a la época de Carlos V (1-178 en la «Relación de inventarios»).5 Prescindo de los que no tienen fecha exacta y tengo en cuenta algún aislado caso de duplicidad, cuando hay variación en la fuente y otros motivos, como explico después. Es fundamental saber el número de libros que había en las bibliotecas.6 Soy consciente de que son muchos los problemas para cuantificar con exactitud. Por diversas razones, tomo aquí en consideración 163 bibliotecas. Prescindiendo de las bibliotecas sin datos, tenemos que, en 76 bibliotecas (46,62 %), el número de libros está entre uno y 10, abundando las que tienen entre uno y dos. En 20 bibliotecas, entre 11 y 30 (12,26 %), y en 11, entre 31 y 50 (6,74 %). Es decir, el número de libros entre uno y 50 supone el 65,62 %. De entrada, esto muestra, creo, la pobreza de estas bibliotecas, pues para encontrar cantidades elevadas hay que acu4 5 6

Véase n.º 1. Véase n.º anterior. Los datos completos en Díez Borque (2015: 56 y ss).

4. Bibliotecas de la nobleza

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dir a la biblioteca del bibliófilo Hernando Colón, con más de 5.600 libros, o a la del rey, con más de 1.600 libros, que recuerdan para el siglo xvii los casos de Gondomar o Felipe IV. Si comparamos con el siglo xvii (1600-1650), tenemos que: […] el número de bibliotecas con menos de 100 libros (36) son 61,01 % del total (cuento 59 pues de seis no tenemos inventario completo); de 100 a 200 (9): 15,25 % del total, y más de 200 (14): 23,72 % del total. Creo que estos datos se comentan por sí solos, pero quiero apuntar, respecto a la relación entre clase social y volumen e importancia de la biblioteca, que las bibliotecas que tienen hasta 100 libros pertenecen a las distintas clases sociales que veíamos más arriba. Pero a partir de aquí encontramos a los distintos estamentos (nobleza, cargos, curas, profesiones liberales), pero no a las clases trabajadoras, excepto en la biblioteca del guantero Moreno (38), con 399 libros y en la del mercader Arnolfo (64) con 153 libros, que sorprenden, habida cuenta de la tónica general que hemos visto (Díez Borque, 2010: 28-30).

No puede decirse que sean bibliotecas con un elevado número de libros, excepto las excepciones consideradas. Aunque reducidos en número, son datos importantes para la historia de las bibliotecas en los Siglos de Oro y de las de la nobleza en particular, que es lo que aquí me ocupa.

4.2. Lugares

Los inventarios considerados abarcan toda España, aunque, por razón de las fuentes utilizadas, dominen los referidos a dos núcleos muy significativos: Sevilla y Valladolid. No obstante, hay varios testimonios de Zaragoza, Valencia, Toledo, Salamanca, Vélez Blanco, Lima y alguno de Peñíscola, Teruel, León, Zamora, Logroño, Burgos, etc., como podrá comprobar el lector interesado, acudiendo a las fuentes que se citan en la «Relación de inventarios» (Tabla 2).

4.3. Poseedores

Me parece fundamental saber quiénes tenían libros en la época de Carlos V, una vez que vimos más arriba el número de ellos. No se me oculta que sería pertinente hacer un análisis por clase social, en la distancia que va en una sociedad estamental, como la del siglo xvi, entre condes, duques, marqueses y zapateros, barberos, sastres, pasando por curas, cardenales, cargos públicos, militares, etc. No es posible hacerlo aquí, pero variadas informaciones hay en este libro, aunque habría importantes sor-

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

presas, y basta con afirmar que en los inventarios estudiados hay una diversa presencia de los distintos estamentos en la época del emperador Carlos V. Prescindiendo de 42 bibliotecas (entre las que hay varias de mujeres), de las que, a día de hoy, en el grupo de investigación, no tenemos datos sobre la clase social de sus poseedores, el hecho cierto es que nobles —incluyendo rey, reina e infantes—, clero, en sus distintos niveles, cargos públicos, profesiones liberales, militares y trabajadores están presentes en proporción semejante, excepto en el caso de los militares.7 Entre 20 y 30 inventarios, en cada caso, pertenecen a la nobleza (condes, duques, marqueses, infantes, rey, reina), a cargos públicos (jurados, alcaldes, oidores, inquisidores, tesoreros, magistrados), a profesiones liberales (médicos, abogados, notarios, editores…), a clases trabajadoras (mercaderes, zapateros, barberos, sastres, calceteros, plateros…) y, en menor proporción, a militares. Una muestra relevante de la variedad social en la época del emperador Carlos V, que enmarca la nobleza de la que aquí me ocupo específicamente.

5. BIBLIOTECAS DE LA NOBLEZA

Como dije, tomo en consideración 29 inventarios de los 185 de la época de Carlos V, pertenecientes al rey, reina y nobleza. Prescindo para la «Relación de inventarios» del número 78 por pertenecer al rey y el elevado número de libros (1.660), que no lo hace significativo para el conjunto, así como del número 19, perteneciente a la reina Juana. Tampoco cuento los números 8, 10 y 24 por falta de datos suficientes, y el 20 y 24, no publicados cuando se comenzó este estudio. En cambio, sí son pertinentes para el número de libros, excepto el 8 y el 10, en los que no aparece el dato. No tomo en consideración himnos, salmos, oraciones, adagios, refranes, proverbios y epigramas. Y, como quedó dicho, no son pocos los problemas de identificación de obras. Las tomo en consideración cuando se indica «obras», aunque no se dé título.

5.1. Constitución de las bibliotecas. Número de libros

Lo primero que nos interesa conocer es el número de libros que hay en las bibliotecas para valorar el peso de la cultura escrita, en momentos en los que la oralidad tiene un papel importante y para tener idea de la importancia real de estas bibliotecas. Veamos las proporciones: 7

Véase n.º 1. Desde este momento, las bibliotecas estarán representadas por el número correspondiente en la «Relación de inventarios» del final de este artículo. 8

4. Bibliotecas de la nobleza

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Tomando en consideración, por las razones apuntadas, 27 bibliotecas, tenemos que, en 10 bibliotecas, el número de libros está entre uno y 50 (37,03 %); en cuatro bibliotecas, entre 51 y 100 (14,81 %); en cinco bibliotecas, entre 101 y 200 (18,51 %); y en cuatro bibliotecas, entre 201 y 300 (14,81 %). Cantidades elevadas encontramos en cuatro bibliotecas (14,81 %). Tabla 1. Cantidades de libros

Bibliotecas

Cantidades de libros

1-50

51-100

101-200

201-300

Cantidades elevadas

2 . . . . . . 46

12 . . . . . . 75

4 . . . . . 119

1 . . . . . 268

26 . . . . . 795

5 . . . . . . 12

14 . . . . . . 66

18 . . . . . 170

6 . . . . . 264

29 . . . . . 949

11 . . . . . . 2

16 . . . . . . 67

19 . . 117/93

9 . . . . . 223

3 . . . . . 631

13 . . . . . . 35

28 . . . . . . 85

20 . . . . . 149

17 . . . . . 285

15 . . . . . . 49 21 . . . . . . 26

24 . . . . . 193

7 . . . . 1660 Bibliotecas privadas

22 . . . . . . 17 23 . . . . . . 1 25 . . . . . . 21 27 . . . . . . 24

La mayoría de las bibliotecas (37,03 %) tienen entre uno y 50 libros, y las que tienen en total hasta 100 libros son el 51,84 %, es decir, la mitad más o menos. Cantidades superiores a los 200 libros encontramos en cuatro bibliotecas (14,81 %) y solo en otras cuatro bibliotecas encontramos proporciones superiores a los 600 libros, con el caso extremo de los 1.660 libros de la biblioteca del rey, que me recuerda los más de 2.000 libros de la biblioteca de Felipe IV. Creo que es útil comparar, tomando en consideración todas las bibliotecas estudiadas de la época del emperador Carlos V y las del siglo xvii (1600-1650), como hice más arriba.

5.2. Contenido de las bibliotecas

Es ya momento de preguntarse por lo que había en las bibliotecas de la nobleza consideradas, renunciando a los datos porcentuales, muy difíciles de hacer aquí, pero

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

no a señalar unas tendencias marcadas que dan idea clara de los contenidos de estas bibliotecas. Prescindiendo ahora —lo veremos después— de la literatura (novela, poesía y teatro), destacan, claramente, los libros de historia y los de religión, aunque hay otros bloques temáticos que también tienen una presencia importante, como diré más adelante. Dentro de los libros de historia destacan, claramente, los referidos a la historia de España, de diversas épocas y reyes, con abundantes ejemplares en cada biblioteca (1; 3; 4; 6; 9; 12; 14; 17; 18…), pero también de historia del mundo (1; 3; 4; 14; 16; 18; 26; 28…). En cuanto a los historiadores, aunque aparecen ocasionalmente algunos autores como Herodoto (1; 6), Jenofonte (1), Tucídides (3) y algún otro, destaca, a distancia, Tito Livio, que encontramos en más de 11 bibliotecas (1; 3; 6; 9; 12; 14; 17; 18; 21; 26; 28…). Me parece muy significativa esta presencia del gran historiador latino, pero aparecen también Salustio (1; 2; 3 ; 6; 14; 17; 18; 26…), César (3; 4; 9; 14; 16; 18; 26…), Valerio Máximo (1; 2; 3; 4; 6; 9; 18; 26; 28…), etc. Este peso de la cultura latina es coherente con lo que ocurre en literatura, como se verá, donde los primeros puestos, a distancia, los ocupan obras latinas, aunque en general traducidas. Además de la historia, encontramos una variada tipología de libros «profanos», con una presencia significativa. Destacan los libros de geografía y viajes, con un lugar privilegiado para Tolomeo (1; 2; 3; 4; 6; 9; 26…); pero también los libros prácticos de diverso tipo, con una presencia relevante de los de medicina, con autores destacados como Avicena, Hipócrates, Galeno (1; 2; 3; 4; 12…). En esta línea, los libros de derecho, con repetición de las Siete Partidas alfonsíes (1; 3; 5; 6 ; 9; 12; 14; 15; 16; 26…). También, en cierto sentido, pueden considerarse libros prácticos las retóricas, gramáticas, vocabularios, diccionarios, sin que falten autores como Quintiliano, Nebrija y otros (1; 3; 5; 6; 9; 15; 17; 18; 28…). Aparecen libros de filosofía, con variedad de autores, pero con un lugar relevante para Aristóteles, Platón, Séneca, Boecio, santo Tomás (1; 3; 4; 5; 6; 9; 12; 14; 16; 17; 18; 26; 28). En bibliotecas de nobles no podían faltar libros sobre la propia nobleza de diverso tipo y alcance (1; 3; 4; 6; 9; 12; 14; 16). Quisiera destacar la presencia de algunos autores a partir de lo visto hasta aquí como Cicerón, en más de 12 bibliotecas (1; 3; 4; 6; 14; 15; 16; 17; 18; 21; 26; 28) y Plinio (1; 3; 6…). Muy significativo me parece el caso de Erasmo por su papel dentro del humanismo europeo y por el cambio de la tolerancia a la persecución, que nos ilustra sobre la historia cultural del período. Lo encontramos en más de ocho bibliotecas (3; 12; 15; 17; 18; 21; 22; 28…).

4. Bibliotecas de la nobleza

[83]

El libro religioso tiene una abundantísima presencia en las bibliotecas estudiadas, como corresponde al peso en la época, en todos los órdenes, de la religión católica. Es un mar océano de géneros y autores, lo que me obliga a centrarme en lo más destacado, pero señalando, ya que ocupa un lugar privilegiado, aunque no pueda cuantificar y señalar proporciones, como ya dije. Para que se tenga idea de la rica variedad de posibilidades, sin apurarlas, recogeré, sintomáticamente, las más destacadas, indicando, ya que aparecen en varias bibliotecas, dejando para después los casos más relevantes: morales, oracionales, teologías, sermonarios, rosarios, salterios, salmos, tratados de confesión, evangelios, papas, santorales y Flos Sanctorum, Padres de la Iglesia, vida e imitación de Cristo, etc. También aparecen san Benito, san Bernardo, san Juan Crisóstomo, san Buenaventura, san Pablo, el Cartujano, etc. Por su valor particular, quiero destacar, por las habituales prácticas devocionales, la abundancia de libros de Horas, que, como es sabido, iban desde los más humildes a los de bellas miniaturas, muy costosos y privativos. Libros de Horas hay en más de 12 bibliotecas (1; 2; 5; 9; 11; 14; 16; 17; 18; 19; 23; 25…). También destaca la esperable presencia de la Biblia (1; 2; 3; 6; 9; 12; 14; 16; 17; 18; 21; 22; 26; 28…) y de escritores santos, fundamentales en la cultura de la religión católica, como san Agustín (1; 3; 4; 6; 9; 12; 16; 17; 26; 28…); san Gregorio (1; 6; 9; 12; 14; 16; 17; 18; 26…); san Gerónimo (1; 3; 4; 6; 9; 12; 16; 17; 26; 28…), sin apurar la nómina, como dije. Por fin, hay que preguntarse ¿qué ocurre con la literatura (novela, poesía, teatro)? Me he ocupado de ello con detalle en otro lugar, a donde remito para todo esto.9 Solo retendré aquí la muy escasa presencia de la literatura, frente a todo lo que hemos visto. El número de libros literarios está en torno al 12,54 %, abundando las que tienen hasta el 20 % de literatura, que son el 63,62 %. En cuanto a los autores y obras, salta a la vista el peso de la literatura clásica latina. Ovidio, primer lugar (11 bibliotecas); Séneca, tercer lugar (ocho bibliotecas); Lucano y Virgilio, cuarto lugar (seis bibliotecas); Terencio, Horacio, Marcial, Apuleyo, Quintiliano (cinco bibliotecas), y todavía encontramos a otros autores latinos hasta el octavo lugar. También destaca el peso de la literatura italiana: Dante y Petrarca, en primer lugar (11 bibliotecas) y aún aparecen Boccaccio, Pontano, Aretino, en séptimo lugar (tres bibliotecas). Frente a ello, es muy reducida la presencia de la literatura española. Si exceptuamos al poeta del siglo xv Juan de Mena, que aparece en nueve bibliotecas, no hay una presencia significativa de autores españoles hasta el sexto lugar: Amadís 9

Véase Díez Borque (prensa).

[84]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

(cuatro bibliotecas); el séptimo (tres bibliotecas): Celestina, Cancionero, Padilla, Gran conquista de ultramar, Demanda del Santo Grial; y el octavo (dos bibliotecas): varios libros de caballerías, Santillana, Enzina, Cárcel de amor, cancioneros, Guevara, etc. Es importante constatar que coincide, en buena medida, con variaciones, claro, con lo que ocurre en las bibliotecas de profesiones liberales en la época del emperador Carlos V y en el siglo xvii, con un lugar preeminente para la literatura clásica latina y la italiana (Díez Borque, prensa; 2010; 2012; 2015). Esta tendencia, aunque el número de inventarios sea limitado, me parece importante para reconstruir la «realidad literaria» de la época. No se me oculta que el haber dado número y proporciones en todo lo que antecede habría asentado sobre terrenos firmes lo que aquí se ha apuntado, pero baste con lo que hay (remito al estudio mío en prensa citado), que creo suficiente para marcar unas orientaciones. Por otra parte, está el problema de las lecturas, pero es terreno resbaladizo en el que aquí no entro. Habrá que continuar la investigación.

5.3. Relación de inventarios de la nobleza

En un artículo anterior (Díez Borque, 2010: 97-98), me refiero a los diversos problemas que plantea la relación de inventarios. Retendré que no cuento salmos, letanías, cánones litúrgicos, libros de música, aforismos, ni cuando de un autor solo se mencionan «obras». Hay que tener presente lo dicho en aquel texto en otras páginas (ib.: 19-23). En particular, cuando un título son varios volúmenes, se cuenta como uno y, cuando en un mismo volumen aparecen obras de varios poetas, se computan individualmente. Pero, además, a la hora de indicar el número de libros en cada biblioteca (excepto en alguna ocasión en la que no ha sido posible) hay que tener muy presente todo lo que se dice en el mencionado capítulo dos, especialmente en lo que se refiere a repeticiones, inclusión, en algún caso, de varios libros bajo una misma entrada, indeterminaciones, etc. Quizá la denominación de registro hubiera sido más adecuada que la de libro, pero he preferido esta última, a pesar de los problemas y de que plantee dificultades en el grado de exactitud. En los inventarios de bibliotecas de la nobleza se da la referencia completa con número de libros, de acuerdo con las fuentes utilizadas. No he tenido en cuenta la biblioteca del propio Carlos V (Delisle, 1907).

4. Bibliotecas de la nobleza

[85]

Tabla 2. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

Referencia

Fuente

1

1518

Pedro Fernández de Córdoba

Noble, I marqués de Priego

Córdoba (La Rambla)

268

Quintanilla Raso, M.ª C.: «La biblioteca del marqués de Priego (1518)», separata de En la España Medieval: Estudios dedicados al profesor D. Julio González González, Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1980, 347-383; Ladero Quesada, M. A. y M.ª C. Quintanilla Raso: «Bibliotecas de la alta nobleza castellana en el siglo xv», en Livre et lecture en Espagne et en France sous l’Ancien Régime. Colloque de la Casa de Velázquez, París: adpf, 1981, 53-56.

Dadson (1998: 517); Hernández (1998: n.º 10)

2

1520 Miquel Benet Jeroní Luques

Caballero

Barcelona

46

Madurell Marimón, J. M.ª y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 613-619.

Lasperas (1986: 543)

3

1523

Rodrigo de Mendoza

Noble, marqués de Cenete y conde de Valencia del Cid

641

Sánchez Cantón, F. J.: La biblioteca del Marqués de Cenete, iniciada por el Cardenal Mendoza (1470-1523), Madrid: csic, 1942.

Lasperas (1986: 544); Chevalier (1976: 32); Hernández (1998: n.º 13)

4

1526

II duque de Alburquerque

Noble

Ruiz, E. y M.ª del P. Canceller Cerviño: «La biblioteca del II Duque de Alburquerque (14671526)», Anuario de Estudios Medievales, 2, 2002, xxxii, 361-400.

Simón Palmer (1998)

5

1528 Luis Ponce de León

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 39.

Pérez García (2012: 39)

6

1528

Valencia Rodríguez, J. M.: «La biblioteca de Lorenzo Suárez de Figueroa, III Conde de Feria», en Congreso conmemorativo del VI Centenario del señorío de Feria (13941994), Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1996, 286-303.

Dialnet (https:// dialnet. unirioja.es/)

Lorenzo Suárez de Figueroa

Marqués de Zahara

Noble, III conde de Feria

Lugar

Sevilla

N.º de Libros

12

[86]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Clase social

Lugar

N.º de Libros

Rey de Aragón

Monarquía

Nápoles

1.660

1530

Condes de Benavente

Noble

1532

Fadrique Enríquez de Ribera

Noble, I marqués de Tarifa

10 1533

Infanta Margarita de Austria

Noble, archiduquesa, gobernadora de Países Bajos

11 1533

Guillén de Casaus

Noble

12 1534

Enrique Enríquez

Noble, duque de Ribadavia

13 1535

Gonzalo Martel

Nobleza

Sevilla

35

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2013, 463-464.

14 1536

Diego Hurtado de Mendoza

Noble, I conde de Mélito

Toledo

66

Dadson, T. J.: «El mundo cultural de un Mendoza del Renacimiento: La biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, I conde de Mélito (1536)», Boletín de la Real Academia Española, 1983, lxxiii, 383-432; Dadson, T. J.: Libros, lectores y lecturas, Madrid: Arco/ Libros, 1998, 325-334.

Año

Poseedor

7

1529

8

9

Sevilla

223

Referencia

Fuente

Marinis, Tammaro de: La biblioteca capoletana dei rei d’Aragona, Milán: Ubrico Hoepli, 1952.

Lasperas (1986: 544)

Beceiro Pita, J.: «Los libros que pertenecieron a los condes de Benavente entre 1434 y 1530», Hispania, 1983, xliii, 237-280.

Prieto (2004: 526)

Álvarez Márquez, M.ª C.: «La Dadson biblioteca de don Fadrique Enríquez (1998: 518); de Ribera, I marqués de Tarifa Hernández (1532)», Historia, Instituciones, (1998: n.º 18) Documentos, 13, 1986, 1-41. Sánchez Cantón, F. J.: «Inventario de los cuadros, libros y muebles de la Infanta archiduquesa Margarita de Austria, Gobernadora de los Países Bajos», Boletín de la Sociedad Española de excursiones: arte, arqueología, historia, Madrid: 1914, xxii, 29-58.

Sevilla

2

Lasperas (1986: 544)

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (15221555)», Erebea, 2, 2012, 40. Gallego Domínguez, O.: «Biblioteca del Conde de Ribadavia don Enrique Enríquez», en Homenaxe a Daría Vilariño, Santiago: Universidade de Santiago de Compostela, Servicio de Publicaciones, 1993, 355-386.

Dialnet (https:// dialnet. unirioja.es/)

Dadson (1998: 518); Hernández (1998: n.º 20)

4. Bibliotecas de la nobleza

Clase social

Lugar

N.º de Libros

Referencia

Fuente

Francesc Ferré

Noble

Barcelona

49

Madurell Marimón, J. M.ª y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 758-761.

Lasperas (1986: 545)

Francisco Álvarez de Toledo

Noble, II conde de Oropesa

Toledo

67

Beceiro Pita, I. y A. Franco Silva: «Cultura nobiliar y bibliotecas. Cinco ejemplos de las postrimerías del siglo xiv a mediados del siglo xvi», Historia, Instituciones, Documentos, 12, 1985, 304-308 y 336-342.

Hernández (1998: n.º 31)

Pastor Zapata, J. L.: «La biblioteca de don Juan de Borja, tercer duque de Gandía (+1543)», Archivum Historicum Societatis Iesu, 1992, lxi, 275-308.

Dadson (1998: 518)

170

Redondo, A.: «La bibliothèque de don Francisco de Borja, Guzmán y Sotomayor, troisième duc de Béjar (¿1500?-1544)», Mélanges de la Casa de Velázquez, 1967, iii, 147-196.

Hernández (1998: n.º 33); Prieto (2004: 554); Lasperas (1986: 545); Chevalier (1976: 32)

117 (1) 93 (2)

Ferrandis Torres, J.: «Inventarios reales ( Juan II a Juana la Loca)», en Datos documentales para la historia del arte español, Madrid: csic, 1943, v, doc. ix, 171375; Ferrandis, J.: «Inventarios reales», en Datos documentales para la historia del arte español, Madrid: csic, 1943, iii, 220-235.

Hernández (1998: n.º 34); Lasperas (1986: 545)

149

Cátedra, P. y M.ª I. Hernández González: Bibliotecas nobiliarias del siglo xvi: las colecciones de Pedro Fajardo Chacón, marqués de los Vélez, y Alonso Osorio, marqués de Astorga, Madrid: Patrimonio Nacional (en preparación).

Hernández (1998: n.º 39)

Berger, P.: «Las bibliotecas nobiliarias de la parroquia de San Andrés de Valencia (1477-1557)», Bulletin Hispanique, 97, 1995, 375-383.

Dadson (1998: 518)

Año

Poseedor

15 1538

16 1543

17 1543 Juan de Borja

Noble, III duque de Gandía

18 1544

Gonzalo de Zúñiga Guzmán y Sotomayor

Noble, III duque de Béjar

19 1545

Juana de Castilla

Reina

20 1546 Pedro Fajardo Chacón

21 1546

[87]

Francesc Cerezo

Belalcázar (Córdoba)

Noble, I marqués de los Vélez

Vélez el Blanco (Almería)

Noble

Valencia

[88]

Año

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Poseedor

Clase social

Lugar

N.º de Libros

Referencia

Fuente

22 1546

Lluis de Ferrera

Noble

Barcelona

17

Madurell Marimón, J. M.ª y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 855-877.

Lasperas (1986: 545)

23 1547

Pedro de Duero

Caballero de Santiago

Valladolid

1

Rojo Vega, Anastasio: «Historia de la lectura. Bibliotecas particulares (Valladolid, 1547)», ii, [en línea] . [Consulta: 08/04/2015].

24 1547

Alonso Osorio

Noble, marqués de Astorga

Vélez Blanco (Almería)

193

Cátedra, P. y M.ª I. Hernández González: Bibliotecas nobiliarias del siglo xvi: las colecciones de Pedro Fajardo Chacón, marqués de los Vélez, y Alonso Osorio, marqués de Astorga, Madrid: Patrimonio Nacional (en preparación).

Hernández (1998: n.º 39)

25 1549

Ana de Toledo Osorio

Noble, condesa de Altamira

Galicia

21

Calderón, C.: «Mujeres, ideología y cotidianeidad en la Galicia de mediados del siglo xvi. Un estudio del testamento e inventario de bienes de la condesa de Altamira, doña Ana de Toledo», Hispania, 53, 1993, 677-730.

Hernández (1998: n.º 44)

26 1550

Fernando de Aragón

Noble, duque de Calabria

Valencia

795

«Inventario de los libros del Duque de Calabria (1550)», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 4, 1874, 7-10, 21-25, 3841, 54-56, 67-69, 83-86, 99-101, 114-117 y 123-136.

Hernández (1998: n.º 45); Chevalier (1976: 32); Lasperas (1986: 545)

27 1552

Pedro de Toledo

Noble, marqués de Villafranca

24

Andrés, G. de: «Los códices griegos de don Pedro de Toledo, Marqués de Villafranca», Archivos Leoneses, 48-49, 1970, 243-247.

Lasperas (1986: 546)

28 1554

Juan Gutiérrez Tello

Caballero de Santiago

85

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2013, 353-355.

29 1554

Mencía de Mendoza

Noble

Sevilla

García Pérez, N.: «Emoción y memoria en la biblioteca de Mencía de Mendoza», Goya, 313-314, 2006, 227-236.

4. Bibliotecas de la nobleza

[89]

BIBLIOGRAFÍA

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[90]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

de autor en el Siglo de Oro (1600-1700), Madrid: Iberoamericana/ Fráncfort: Vervuert, 2012, 53-75. Rojo Vega, Anastasio: «Historia de la lectura. Bibliotecas particulares (Valladolid, 1547)», ii, [en línea] . [Consulta: 08/04/2015]. Simon Palmer, M. C.: Bibliografía de la literatura española desde 1980 [en línea], Granada: Biblioteca de la Universidad de Granada, . [Consulta: 25/04/2016]. Soria, E.: La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Madrid: Pons, 2007.

5

Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores Isabel Cristina Díez Ménguez Universidad Complutense de Madrid

1. PROFESIONES LIBERALES EN CONTACTO CON LA PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DEL LIBRO

La fabricación y circulación del libro desde la aparición de la imprenta se encuentran estrechamente vinculadas con el papel que desempeñaron libreros, mercaderes, encuadernadores e impresores, considerados como los profesionales del mundo del libro. El libro impreso, como difusor de las nuevas ideas humanísticas, vendrá a ser la gran aportación del Renacimiento. La labor del impresor editor constituyó el centro del desarrollo de la producción tipográfica del siglo xvi. El impresor tenía encomendadas las tareas de composición, impresión y edición de un libro dentro de su propio taller, bajo la supervisión de un editor que al principio fue el mismo propietario del taller tipográfico o quien lo regentaba, pero también podía asumir esta función el propio autor o el librero (Pedraza, 2015; Moll, 1996). Además de impresores, autores y libreros, podía ocupar el papel de editor mercaderes y otras personalidades relacionadas con el mundo del libro (normalmente personas letradas como médicos, arzobispos, etc.) (Álvarez, 2007). El editor era quien decidía qué obra se iba a publicar, solicitaba el privilegio de impresión y asumía los costes o gastos necesarios para llevar a cabo la impresión en lo que se refería al papel, tintas, trabajo de los cajistas y tiradores, etc. Cuando el editor era el propio autor de la obra, era también quien llevaba a cabo las correcciones del ejemplar impreso. El gremio de impresores y libreros tendió a establecer sus talleres tipográficos y librerías en lugares estratégicos, en donde podía existir una mayor demanda de libros. Juan de Junta, primer miembro de una gran familia florentina de libreros, mercaderes e impresores, desarrolló sus actividades en Burgos (1527-1558) y en Salamanca (1532-1552), en la cual también se instaló el italiano Andrea de Portonaris. La dinastía de los Cromberger, de origen alemán, se asentó en Sevilla. Jacobo Cromberger

[92]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

(1503-1528) fue el iniciador de esta familia de impresores, quien extendió además su producción a Portugal. Su hijo Juan (¿?-1540), continuador de la labor de su padre, fundó la primera imprenta de América. Tanto en Salamanca como en Burgos y Sevilla, existió una importante demanda de libros por parte de las órdenes religiosas circundantes, además Salamanca fue la ciudad por excelencia prototipo de una rica vida intelectual en torno a la universidad. A lo largo de la primera mitad del siglo xvi, en no pocas ocasiones, los mismos impresores ejercieron de libreros, ya que junto al taller tipográfico se encontraba aneja la tienda de librería. Alejandro de Cánova, en nombre de Juan de Junta, ejerció como impresor-editor y librero, «teniendo casa y tienda de ynpresion de vender e comprar libros yn la dicha ciudad de Salamanca» (Pettas, 1995: 31), además de mercader. Los mercaderes y libreros fueron las personas que comerciaron con libros en general. Los mercaderes, además, podían dedicarse a la venta de cualquier mercaduría a pequeña o gran escala: lanas, sedas, paños, etc. En la época, se reconoce la figura del logrero, llamados por el vulgo cambiadores, quienes llevaban las mercancías de los mercaderes a los mercados con no pocos engaños.1 Los libreros se aplicaban a la venta de libros, manuscritos e impresos, así como de todo tipo de material de escritorio necesario —libros en blanco, papel, pergamino, vitela, tintas, plumas, etc.— y también a la labor artesanal de la encuadernación y el reparto de libros. La mayor parte de los libros dispuestos a la venta, como se puede observar en el inventario de Juan de Junta, se presentaban sin encuadernación. Había una sección de libros que sí lo estaban, pero el precio era más alto.2 El gremio artesanal de los encuadernadores realizó la labor de encuadernar o dar una configuración material a los ejemplares salidos de las prensas, siguiendo las peticiones de impresores, libreros o particulares (Agulló y Cobos, 1999). El oficio de librero, como el de impresor, mercader o encuadernador, normalmente siguió una tradición familiar, en la cual se aprendía el oficio, aunque también podía hacerse en casa de un maestro librero. Desempeñaron su trabajo adscritos a una pequeña, mediana o gran librería. Tanto libreros como mercaderes se agrupaban formando corporaciones gremiales con su propia legislación (Reyes, 2000). Los impresores-libreros debían solicitar permiso para vender por su cuenta los libros salidos de sus prensas. Sin embargo, esto ocasionó pleitos y diferencias con el gremio de los 1 «[P]orque muchos mercaderes tractan: o comiençan a tractar con mas delo que tienen y pueden con esperanza de ser socorridos destos logreros pensando que ganaran mas con la mercaderia que toman fiada que perderan en lo que les lleuaran en el logro: y como tambien los mas mercaderes esten estragados en lo del vender al fiao mas que al contado, carganles los que venden por junto la mercaderia, y como el mercader ya cargado: y lleva la mercaderia ya tan cara, por fuerça ha de vender cara porque ha de ganar enella para pagar lo que tomo a logro, y para pagar al mercader y para comer y para mas: y asi la ha de relanzar» (Saravia de la Calle, 1547: fol. lxi). 2 Según Pettas (1995: 9), de los 15.827 volúmenes, solo 613 se presentan encuadernados.

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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libreros, quienes tuvieron que defender en ocasiones el origen y función de su oficio ante los impresores. Ambos intentaron salvaguardar sus negocios por los ingresos monetarios que alcanzaban con la publicación y comercialización de sus productos editoriales (Paredes, 1989; Ruiz Astiz, 2015: 325-340). Por otro lado, el mercader de libros se encargaba de distribuir los ejemplares salidos del taller tipográfico, proveyendo a libreros y feriantes. En la famosa feria bianual (mayo y octubre) de Medina del Campo y en la de Lyon es donde se llevaban a cabo las transacciones de mayor envergadura por parte de mercaderes y libreros de dentro y de fuera de las fronteras. Lyon, Amberes, Venecia y París también fueron importantes centros de abastecimiento. Según Marta de la Mano (1998: 93 y ss.), las ediciones que se importaban eran muy caras, ya que normalmente se veían gravadas por las comisiones de los intermediarios o por los pagos aplazados. La librería salmantina de Junta y Cánova abasteció a un público esencialmente universitario, con una importante colección de obras de carácter jurídico importadas de Lyon y Venecia. A comienzos de 1530, la creación de la Compañía de Libreros de Salamanca favoreció la adquisición de libros impresos en Francia. Gaspar Treschel, desde Lyon, los enviaba a España —desde el puerto de Nantes hasta Bilbao— y allí se depositaban en las tiendas que la compañía tenía en Medina del Campo y en Salamanca. Posteriormente, la tienda salmantina distribuía el material entre los miembros de la compañía asentados en la ciudad, que los adquirían al mismo precio con el que se habían obtenido fuera (Mano, 1998: 108-249). También Jacobo Cromberger, como impresor, editor, librero y mercader de libros, se abrió al mercado exterior —en América y Portugal— con la venta de obras impresas en Sevilla. En América, envió como su representante a Diego de Mendieta y estableció un taller en México, en 1539, a cargo de su oficial Juan Pablos. El 20 de octubre de 1525 formalizó una compañía con el impresor Miguel de Ursúa para enviarse mutuamente durante cinco años los libros que imprimieran para su venta en Sevilla y Alcalá de Henares. También estableció contratos de este tipo en Toledo, Salamanca y Lisboa. Otro ejemplo fue la familia de origen italiano de los Portonaris, que se asentaron como libreros e impresores en Lyon (Domingo y Vicente Portonaris, padre y tío de Andrea) y, desde allí, enviaron varios miembros de la familia a España, Medina del Campo y Salamanca, en donde se instaló Andrea, con el fin de dar una mayor expansión a su mercado editorial.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

2. INVENTARIOS DE IMPRESORES, LIBREROS Y MERCADERES EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVI

2.1. Consideraciones generales

La relación de inventarios de las bibliotecas particulares, publicados por José María Díez Borque (2015: 66-76) recientemente, recoge siete profesionales liberales dedicados a las tareas de impresión, librería, mercadería de libros y encuadernación. Destacan los almacenes de libros de los impresores Juan de Junta, en Salamanca, de Jacobo Cromberger (1528) y de su hijo Juan Cromberger (1540),3 en Sevilla, transcritos y estudiados por Clive Griffin, y de Juan de Ayala, que desarrolló sus actividades en Toledo (1530-1556). A estos, se unen los inventarios de los libreros barceloneses Miquel Cabrit, de 1538, y Joan Bages, del 27 de febrero de 1527, con la relación de los libros que se vendieron en Barcelona entre 1524 y 1527. Por último, contamos con el inventario del librero especializado en la venta de libros escolares y cartillas Juan de Herrera, de 1555, el cual también se dedicó a la encuadernación como se desprende de los aparejos que se citan en el inventario post mortem. Para el estudio de otros inventarios salmantinos, se puede consultar el capítulo de Vicente Bécares (2015: 33-53) «Bibliotecas privadas salmantinas en la época del Emperador». Los inventarios de los almacenes de libros y librerías que se estudian en este trabajo no tienen el origen y formación que el de las bibliotecas particulares. Son el resultado de la labor editora y comercial de impresores, editores, libreros y mercaderes preocupados, más que en el aspecto bibliófilo, en la particularidad o condición comercial de distribución y venta del libro, lo cual explica también, en parte, su carácter heterogéneo. Los inventarios, por tanto, son un reflejo claro de la demanda de un determinado tipo de libro por parte de la sociedad y un exponente claro del humanismo y de las ideas renacentistas que tuvieron tanta repercusión en Europa. Las bibliotecas particulares pudieron satisfacer sus necesidades gracias a estos almacenes de libros.

2.2. Número de libros y proporciones

Los inventarios más numerosos se corresponden con los almacenes de libros de Juan de Junta, en Salamanca, de Jacobo y Juan Cromberger, en Sevilla, y Juan de Ayala, en 3 Tanto en el inventario de Jacobo como en el de Juan Cromberger, he omitido los títulos repetidos, así como los pliegos de imágenes y balas de papel. Véase, al respecto, la Tabla i y ii que Griffin (1998: 268-269) incluye en el estudio preliminar. El inventario de Jacobo Cromberger, realizado por Clive Griffin, supuso una cuidadosa revisión del de Gestoso (1924: 36-56), con nuevas incorporaciones procedentes de los bienes que pasaron a Lázaro Nuremberg, marido de Catalina Cromberger, hija de Jacobo.

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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Toledo. La siguiente tabla nos muestra el número total de libros en cada inventario, así como las proporciones de las materias que se han analizado. El apartado «Otras áreas de conocimiento» se refiere a otras materias distintas de la literatura y teología, incluida dentro de los libros de religión, como son la filosofía, medicina, derecho, etc., además de otras obras de carácter utilitario o miscelánea. Tabla 1. Clasificación por materias de los inventarios Dueño / año del inventario

N.º de títulos

Religión

Literatura

Clásicos

Otras áreas de conocimiento 30,3 %

Joan Bages (1527)

79

41,8 %

8,9 %

19,0 %

Jacobo Cromberger (1528)

145

64,1 %

25,5 %

2,8 %

7,6 %

Miquel Cabrit (1538)

88

44,3 %

12,5 %

20,5 %

22,7 %

Juan Cromberger (1540)

301

50,5 %

22,9 %

8,0 %

18,6 %

Juan de Herrera (1555)

23

30,4 %

26,1 %

17,4 %

26,1 %

Juan de Ayala (1556)

231

38,5 %

25,1 %

4,8 %

31,6 %

Juan de Junta (1556)

1.579

44,0 %

5,1 %

8,6 %

42,3 %

2.3. Tipos de libros 2.3.1. Libros de temática religiosa

En primer lugar, destacamos el peso que los libros de materia religiosa tuvieron a lo largo de la primera mitad del siglo xvi en los inventarios de impresores, libreros y mercaderes de libros. Todos ellos presentan un porcentaje bastante elevado, superior al de otras categorías. Dentro de los libros de temática religiosa, destaca el número de títulos de libros devotos y de liturgia, por un lado, junto con los de materia teológica, por otro. a) Libros espirituales, litúrgicos y de devoción Todos los inventarios corroboran la presencia masiva de un tipo de literatura religiosa frente al resto de las materias, con una especial presencia de la de los libros de liturgia y devoción. Sobresalen los libros de Horas en romance. En el inventario de Jacobo Cromberger son un 20 % (19 títulos), de los que llegamos a encontrar nume-

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

rosos ejemplares, más de 2.700. También en el de Juan Cromberger se citan 8.000. Llama la atención no solo el número de los libros de Horas sino, además, la variedad de formatos, encuadernación, calidad, distintas lenguas y tipos —para la orden de los Carmelitas, de los Predicadores, de Estella, de Francia, de León, etc.—. Otros libros de rezo bien cuantiosos fueron los rosarios y pliegos de rosarios. Despunta Rosarios de Nuestra Señora en romance, con 3.000 ejemplares citados en el almacén de Jacobo Cromberger. Los textos devotos de corta extensión, sin lugar a dudas, fueron bien apreciados por el pueblo, pues de pliegos de oraciones se llegaron a tirar al menos los 21.000 ejemplares que se citan en el inventario de Jacobo Cromberger, y de pliegos de nóminas,4 8.000. A estos se unen numerosos misales, salterios, breviarios, devocionarios, diurnales, evangelios, homiliarios, sacramentales, etc. Junto a los libros de devoción a la Virgen Nuestra Señora, cabe señalar los de cristología, especialmente en el inventario de Juan de Ayala, en Toledo: Cristología: la pasión de Cristo, del clérigo español Juan de Quirós; Loores del dignissimo Lvgar de calvario: en que se relata todo lo que nuestro redemptor Jesus hizo y dixo en el, conforme al texto del sacro euangelio, perteneciente a su pasion, muerte, sepultura y resurrección, de fray Antonio de Aranda, publicado en Alcalá de Henares en 1551; Cruz de Cristo, Triunfos de la Cruz, Historia de la Cruz y Descendimiento de la signo de la cruz, del que se citan 800 ejemplares en el inventario, no identificados; y una numerosa serie de pliegos de Pasiones y Resurrecciones. Las vidas de santos también fueron del gusto lector del momento, como el popular Flos sanctorum, Vitas patruum, San Amaro, Vida de la Magdalena, Vida de San Vicente de Ferrer, Vida de Santa Ana, Libro de la conversión de la Magdalena, en que se ponen los tres estados que tuvo de pecadora, y de penitente y de gracia, de Pedro Malon de Echaide, etc. Por último, entre todas las obras de espiritualidad, tratados de moral y práctica religiosa, destacan como preferidos por el pueblo y que encontramos citadas en la mayor parte de los inventarios: Retablo de la vida de Cristo, de Juan de Padilla; Perla preciosa que asegura y repara la vida cristiana; Flor de virtudes; Flos sanctorum; Meditaciones, de san Agustín; Contemptus mundi, de Tomas de Kempis; el popular Vita Christi cartujano, de Ludolfo de Sajonia; y Scala celi, del que se citan en el inventario de Jacobo Cromberger 1.589 ejemplares.5 b) Libros de materia teológica destinados a un público lector eclesiástico y culto Se puede destacar de manera especial el caso del inventario de la librería de Joan Bages, en Barcelona. Junto a los libros de teología para formación de los religiosos 4

Bolsitas cerradas con escrituras y nombres de santos. Véase Griffin (1993: 216, n.º 157). Véase para el estudio del influjo y trascendencia de las obras devotas y espirituales salidas de las prensas de los Cromberger, Griffin (1991: 186-191). 5

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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—Sermones, de Joan Nider; Sermones Dormi Sequre de tempore et de sanctis, de Joannes de Verdena; Sermones fúnebres; Sermones, del papa León; Alphabetum sacerdotum, etc.—, se encuentran los de estudio —Questiones super libros sententiarum Petri Lombardi, de Petrus Alliaco; Confesional, de fray Joan Nider; Suma Angélica (1509), del beato franciscano Ángel Carleto de Clavasio; Opus teologorum; Fasciculus temporum (1481), de Erhard Ratdolt; Opera Hugonis de Santo Vitore; Ugo super Bibia complito; Rosalario teologorum; Meditaciones, de san Agustín; Epístolas, de san Jerónimo, etc.—. Se trata de obras de importación, a las que hay que sumar las de carácter litúrgico —biblias, misales, Lectura San Juan, confesionales, etc.—. En menor medida, se encuentran otras de rezo y devoción. El almacén más surtido en títulos de materia teológica impresos en lengua latina es el de Juan de Junta, muchos de ellos importados. Los tratados de teología, demandados por la universidad salmantina y las órdenes religiosas de la ciudad, da lugar a una abundante cantidad de libros de sermones, comentarios a los salmos y evangelios, contemplaciones, doctrinales, comentarios de los salmos, meditaciones, etc. que encontramos en sus existencias. 2.3.2. Otras materias

El inventario más completo en lo que se refiere a otras áreas de conocimiento es el de Juan de Junta, en Salamanca. Las materias impartidas en los estudios universitarios con sus diversas facultades (leyes, cánones, medicina, artes) ocupan un tercio de la librería (39,8 %, 628 títulos). En este porcentaje no se han tenido en cuenta las obras de teología, ya incluidas en el apartado anterior. Hubo una gran preocupación por parte de Juan de Junta de satisfacer las necesidades de estudiantes y académicos de los estudios salmantinos, pues según Lorenzo Ruiz Fidalgo (1994: 29), «las ediciones de autores vivos y que tengan relación directa con la universidad alcanzan un 42 % del total» de la producción impresa en el taller tipográfico de Juan de Junta. Ocupan un lugar relevante las obras de personajes vinculados a la universidad, como el representante de la Escuela de Salamanca Diego de Covarrubias y Leyva, el teólogo y jurista de la Escuela Alfonso de Castro (ofm), el bachiller en leyes Pedro Núñez de Avendaño, el matemático Juan Pérez de Moya, el médico Andrés de Laguna —que había sido alumno de la Escuela—, el judeoconverso profesor de hebreo de la Escuela Alonso de Zamora, entre otros. Además, la Universidad de Salamanca se nutrió de numerosas obras importadas de las más diversas materias en lengua latina, muchas de ellas de uso obligado para los estudiantes, gracias a las estrechas relaciones que mantuvieron los Junta en España con las casas veneciana y lionesa. Llegan prácticamente al centenar los libros de carácter jurídico en el almacén de libros de Juan de Junta. Sobresalen las leyes, ordenanzas, pragmáticas, cuader-

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

nos de leyes y alcabalas y prácticas legales: Practica nova iuris o Practica nova causarum criminalium. A las obras jurídicas, le siguen en número los estudios filológicos (95 títulos), entre los que sobresalen las gramáticas, diccionarios, vocabularios y estudios de las lenguas. De Antonio de Nebrija se recogen 13 títulos: De institutio gramatica, Vocabularius Nebrissensis, etc. A estos, les siguen los estudios de historia (70 títulos), entre los que destacan las crónicas, geografía (13 títulos) y filosofía (34 títulos), área en la que destacan las numerosas obras que se citan de Aristóteles, quien a su vez fue objeto de numerosos estudios, y el popular Consolación de la filosofía, del filósofo romano Boecio. Dentro de los estudios de carácter científico (79 títulos), los libros de medicina ocupan el lugar más destacado (59 títulos). Destacan las obras de los cirujanos y maestros en medicina Guido Guidi y de Guy de Chauliac (o Guido de Caulhiaco), Ars chirurgica; del médico conquense del siglo xv Alonso Chirino, Tratado llamado menor daño de medicina; y del famoso médico de la antigüedad Claudio Galeno, del cual se citan ocho de sus obras, entre las que se encuentra la reconocida Ars medicinalis. Otra obra bien conocida fue el popular Tesoro de los pobres. Otras materias son las matemáticas (seis títulos), la astrología (cuatro títulos), la farmacia (tres títulos), la física (dos títulos), la veterinaria (un título), la cosmografía (un título), etc. El inventario de Juan de Ayala contiene un 31,6 % de libros de otras materias (73 títulos). De derecho (14 títulos), cabe citar Summa: quae Aurea armilia inscribitur, continens breuiter, et strictim quaecunque in iure canonico, & apud theologos circa animarum curam diffuse dispersimque tractantur, de Bartholomaei Fumi Vilaurensis; de lengua (13 títulos), vocabularios y la extendida Gramática de Nebrija y de Estella; de historia (nueve títulos); de medicina (seis títulos), entre los que cabe destacar Sevillana medicina, de Juan de Aviñón, médico español del siglo xv, y Tesoro de pobres; de filosofía (cuatro títulos), el popular Consolación de la filosofía, del filósofo romano Boecio; y de música (un título). El resto de los libros, 26 títulos, son obras normalmente de carácter utilitario: cocina, agricultura, cartillas, etc. En el inventario de Joan Bages encontramos 24 títulos de otras materias. Es un inventario en el que predomina la materia religiosa (33 títulos) y los clásicos (15 títulos). El resto de los libros son de literatura (siete títulos), de medicina (cinco títulos) —entre los que cabe señalar Luminare maius: cinthius vt totum radiis illuminati orbem…, de Giovanni Giacomo Manlio; Phisonomia, de Michaelis Scoti; Obra, de Arnaldo de Vilanova, probablemente el médico más importante del mundo latino medieval, entre otros—, de filosofía (siete títulos) —entre los que destaca Tractatus terminorum moralium perquam necessarius, de Gilbert Crab, publicado en 1516—, de historia (seis títulos), de derecho (tres títulos), y una gramática impresa por Aldo Manucio, entre otras obras, como Belli, de Nicolás Picinio, y un cantoral de música romana.

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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En el inventario de Miquel Cabrit únicamente encontramos un 22,7 % (20 títulos) referentes a otras áreas de conocimiento, como los libros de materia jurídica —Vocabularium utriusque juris y Jure canonico—, lengua, historia y una serie de obras de carácter utilitario como el Libro de buenos amonestaments, conocido popularmente como el Franselm, de finales del siglo xiv, de Anselm Turmeda, el cual tuvo mucha difusión en las tierras de habla catalana y fue usado durante siglos enteros como un manual para aprender a leer. Junto a este, se menciona en el inventario los reconocidos catones y beceroles, cuadernos para el aprendizaje de la lectura. También el desaparecido Libre de l’ase, de Turmeda, cuenta con un buen número de ejemplares en el inventario. El almacén de libros de Jacobo Cromberger apenas cuenta con libros de otras áreas de conocimiento (ocho títulos). Lo que mayor relevancia puede tener son las obras del humanista Erasmo de Rotterdam, a quien se aludirá más adelante. El inventario de Juan Cromberger posee 49 títulos de otras materias, entre los que destacan los libros de historia, derecho y medicina; no son muy numerosos respecto a los 152 títulos de materia religiosa y los 69 de literatura. De los libros de historia, cabe señalar La crónica de España abreviada, de Valera; la Crónica troyana, de Colonne; Una década de césares, de Antonio de Guevara; y los escasos libros que tratan de las Indias, unos tres. En medicina, se podría destacar el popular Libro de medicina llamado tesoro de los pobres. Por último, señalar el elevado número de cartillas y catones —el popular libro escolar Disticha, de Dionisio Catón— para el aprendizaje de la lectura en las escuelas, en los inventarios de impresores y libreros de la primera mitad del siglo xvi. En este sentido, cabe destacar, junto a los ya mencionados beceroles en el inventario de Miquel Cabrit, el almacén de cartillas existentes en la librería de Juan de Herrera, especializado en la venta de este tipo de libros (Infantes de Miguel, 2009: 25-30; Gonzalo, 2004: 25-50). Jacobo Cromberger deja ver entre las existencias del almacén más de 10.000 ejemplares. También habría servido para el aprendizaje de la lectura la famosa Historia de los siete sabios de Roma, impreso por Juan Cromberger, obrita anónima de cuentos orientales. En el inventario de Juan de Ayala se llegan a mencionar 2.000 ejemplares de cartillas, entre las que se menciona la titulada Doctrina Cristiana que se canta: Oidnos vos, por amor de Dios, de san Juan de Ávila. Otros libros incluidos en otras materias son misceláneas, obras de carácter utilitario, como los libros de entretenimiento, juegos, caza o Libro de cocina, citado en la mayor parte de los inventarios. Por último, las obras de Erasmo de Rotterdam se encuentran citadas prácticamente en todos los inventarios. Llama la atención que, en el almacén de libros de Juan de Ayala, no se vea mencionada ninguna obra de Erasmo, por lo que cabe pensar

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

que se habían agotado. En el erudito almacén de libros de Juan de Junta, encontramos recogidas, sin embargo, 36 títulos; en el de Juan Cromberger, siete; en el de Jacobo Cromberger, tres; en el de Joan Bages, se citan dos; y en el de Miquel Cabrit, cuatro. Destacan La oración del Señor que llamamos Pater noster, Enquiridion o manual del caballero christiano, Nuevo Testamento o Preparación y aparejo para bien morir. A su vez Erasmo fue objeto de numerosas obras. Otros humanistas de la época que encontramos apuntados en los inventarios son el helenista Juan Ecolampadio, amigo de Erasmo, y del humanista francés del siglo xvi Étienne Dolet, ambos citados en la librería de Miquel Cabrit. 2.3.3. Clásicos latinos

Las obras de los clásicos grecolatinos, que tanta repercusión tuvieron en el canon literario de la literatura de la primera mitad del siglo xvi, están presentes en mayor o menor medida en todos los inventarios. En el inventario de Juan de Junta encontramos registrados alrededor de 66 títulos de la antigüedad grecolatina con materias distintas a la literatura, a los que se suman 70 títulos más de literatura grecolatina. A su vez, estos autores fueron objeto de comentarios (29 títulos). El autor más citado es Ovidio —Las Metamorfosis, Epístolas, Pónticas, Ars amatoria, Heroidas y Obras—, en los inventarios de Joan Bages, Miquel Cabrit, los Cromberger, Juan de Junta y Juan de Ayala. En segundo lugar, las comedias de Terencio y las Fábulas de Esopo se encuentran en todos los inventarios, menos en el de Juan de Herrera. Horacio, Catulo, Marcial —Epigramas—, Juvenal, Virgilio, Apuleyo —El asno de oro—, Plauto —Comedias—, Lucano —Farsalia— y Jenofonte (solo en un inventario) son otras figuras que están citadas en algunos inventarios únicamente. Entre los clásicos latinos en materias distintas a la literatura, encontramos en el inventario de Juan Cromberger las obras de autores como Cicerón —Retórica, Epístolas familiares—, Valerio Máximo, Séneca —Proverbios, Epístola, Cinco libros—, Salustio —Obra—, Julio César —Comentarios—, Tito Livio —Las catorce décadas—, etc.

2.4. Libros de literatura española

Podemos decir que la prosa de ficción es el género más abundante en los libros de literatura española que encontramos en los inventarios, después los de poesía y, por último, los de teatro. Por otro lado, los inventarios de los Cromberger, en Sevilla, y de Juan de Ayala, en Toledo, son el reflejo de la predilección que el público lector de la primera mitad del siglo xvi tuvo preferentemente por la literatura de entretenimiento en lengua vernácula.

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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Es conveniente tener en cuenta que, dentro del epígrafe de prosa de ficción española, cito todos los libros de caballería existentes en los inventarios sin discriminar los extranjeros, dado que la mayoría son anónimos y por la complejidad de discernir la procedencia en muchos de ellos. La siguiente tabla ofrece una relación de la prosa de ficción, poesía y teatro de literatura española incluida en los inventarios. Tabla 2. Relación de la prosa de ficción, poesía y teatro de literatura española en los inventarios

Inventarios

Total de libros de literatura

Total libros de literatura española

Total libros de prosa de ficción

Total libros de poesía

Total libros de teatro

1 Juan de Junta

81 títulos

50 títulos

32 títulos

13 títulos

5 títulos

2 Juan de Ayala

58 títulos

45 títulos

24 títulos

15 títulos

6 títulos

3 Juan Cromberger

69 títulos

45 títulos

32 títulos

10 títulos

3 títulos

4 Jacobo Cromberger

37 títulos

36 títulos

21 títulos

7 títulos

8 títulos

5 Miquel Cabrit

11 títulos

5 títulos

3 títulos

2 títulos

0 títulos

6 Joan Bages

7 títulos

2 títulos

2 títulos

0 títulos

0 títulos

7 Juan de Herrera

6 títulos

3 títulos

2 títulos

0 títulos

0 títulos

2.4.1. Prosa de ficción

La prosa de ficción está representada mayoritariamente por el género caballeresco, de corte medieval y, normalmente, de corta extensión. La brevedad de estas obritas oscila, por lo general, entre los 30 y 40 folios —10 y 12 pliegos—, aunque puede llegar a los 80 folios. La más breve, titulada Historia del virtuoso caballero don Túngaro, contiene únicamente 12 folios y en el inventario de Jacobo Cromberger se llegan a citar 886 ejemplares. Todos los inventarios poseen un porcentaje similar de títulos de este tipo de obras, por lo que explica la gran difusión de esta clase de literatura a lo largo de toda la primera mitad del siglo xvi. En el inventario de Juan de Junta, en Salamanca, de 1556, encontramos 26 títulos, al igual que en el de Juan Cromberger, en Sevilla, de 1540. En el de Juan de Ayala, en Toledo, de 1556, encontramos citados 20 títulos, y en el de Jacobo Cromberger, en Sevilla, en 1528, 17 títulos, nueve menos que en el de su hijo Juan, lo que se puede explicar debido a la creciente demanda de

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

estos libros en el segundo cuarto del siglo xvi, al menos en Sevilla. En el inventario de las librerías de Miquel Cabrit, en Barcelona, y de Juan de Herrera, en Salamanca, de menos tamaño, solo dos. Junto al éxito del Amadís de Gaula y Espejo de caballerías en los almacenes crombergianos, en la mayor parte de los inventarios —Juan de Junta, Jacobo y Juan Cromberger y Juan de Ayala— encontramos que los libros de caballería más citados son La Crónica del Cid, Crónica del noble caballero el conde Fernán González con la muerte de los siete infantes de Lara, La espantosa y admirable vida de Roberto el Diablo, Historia de Enrique, hijo de Oliva, Historia de la doncella Teodor, La historia de los nobles caballeros Oliveros de Castilla y Artús de Algarve, Libro del Conde Partinuplés e Historia de la reina Sevilla. Muchos de ellos fueron ediciones salidas de las prensas de los Cromberger, de los Junta en Burgos, de Juan de Ayala en Toledo y de Pedro de Castro en Medina del Campo. La novela sentimental, de trama sencilla y corta extensión también fue del gusto popular. Cabe destacar La Historia de los dos enamorados Flores y Blancaflor, que gozó de gran éxito ya en el tiempo en el que fue escrita, mediados del siglo xii, y en el siglo siguiente; el Libro de los honestos amores de Peregrino y Ginebra, de Francisco José Martínez Morán, traducción castellana de la novela italiana Il Peregrino, del autor parmesano Giacomo Caviceo, fechada en 1508; y, sobre todo, Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro, la cual tuvo un enorme éxito, pues se hicieron, durante los siglos xv y xvi, 20 reimpresiones en España y traducciones a las principales lenguas europeas. De libros de viaje, se citan en los inventarios los populares Libro del famoso Marco Polo y Los Misterios de Jerusalén. La Celestina, de Fernando de Rojas, de género polémico, se encuentra en el almacén de Juan de Ayala, en Toledo; Juan y Jacobo Cromberger, en Sevilla; y Juan de Junta, en Salamanca. De todos los talleres de estos impresores salió al menos una edición. El éxito de La Celestina (Cayuela, 2015: 90-91) dio lugar a constantes réplicas e imitaciones en su época, como la Comedia Thebaida y la Tercera parte de la tragicomedia de Celestina, de Gaspar Gómez de Toledo, que se encuentran en las existencias del almacén de Juan de Junta, pero la más exitosa fue la de Feliciano de Silva de 1534, titulada Segunda Comedia de la Celestina, también citada en el inventario de Juan de Junta, así como la reconocida Comedia llamada Selvagia, de Alonso de Villegas Selvago. De tono medieval es la Historia de los siete sabios de Roma, obrita popular de cuentos orientales de la cual ya se había hecho la primera traducción al castellano en la época incunable. Del género literario-científico son las obras de la literatura catalana Provervios y Árbol de la ciencia de Ramón Llull, recogidas del inventario del librero Joan Bages. Por último, destacar dentro del género de prosa didáctica El Corbacho,

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

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del Arcipreste de Talavera, del cual se conocieron varias ediciones ya en la época (Sevilla, 1512; Toledo, 1518; Logroño, 1529; etc.), y que encontramos citado en el almacén de libros de Juan de Junta, en Salamanca. 2.4.2. Poesía

En poesía, destacan el gran número de ejemplares de pliegos y suertes de coplas, romances, canciones y villancicos pertenecientes a la literatura de cordel que tuvieron tanta difusión y fueron tan del gusto de las gentes. Así, los encontramos citados en los inventarios de Juan de Junta, de Jacobo y Juan Cromberger y Juan de Ayala. Cabe mencionar también en estos inventarios los populares Cancionero general, de Hernando del Castillo, y los Cancioneros, de Jorge de Montemayor y Pedro Manuel Urrea, así como el Cancionero de diversas obras, de fray Ambrosio Montesino, impreso en Toledo por Juan de Ayala. De las Coplas de Mingo Revulgo, atribuidas a Íñigo López de Mendoza o a Hernando de Pulgar, que se hallan presentes en la mayor parte de los inventarios, se hicieron ediciones en Sevilla en 1510 y en 1545 en casa de Juan de León; en Medina del Campo, en 1542, por Pedro de Castro; en Burgos, en 1553, por Juan de Junta; etc. Lo mismo podemos comentar de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, las cuales gozaron de gran éxito en la época, con numerosas ediciones y traducciones a todas las lenguas cultas, y de Las obras de Boscan y algunas de Garcilaso de la Vega, mencionadas en la mayor parte de los inventarios. De Juan de Mena, se menciona en el inventario de Jacobo Cromberger Las CCC y, en el de Juan de Junta, La Coronación del marqués de Santillana y toda la obra del poeta glosada por Fernán Núñez, de la cual se hizo una edición en Toledo, por Fernando de Santa Catalina en 1547, y otra en Amberes, por Martín Nuncui en 1552. 2.4.3. Teatro

Las obras de teatro más significativas incluidas en los inventarios de Jacobo y Juan Cromberger y Juan de Ayala son la Égloga de tres pastores, de Juan del Encina, y la Comedia Aquilana, Propalladia y La soldadesca, de Bartolomé de Torres Naharro. La Comedia Aquilana gozó de tanta popularidad que se llegó a imprimir de forma desglosada de la Propalladia. En el inventario de Juan de Junta se recogen, además, la Comedia de Petreo y Tibalda llamada disputa y remedio de amor en la qual se tratan subtiles sentencias por quatro pastores, de Pedro Álvarez de Ayllón, la Comedia llamada Florinea que tracta de los amores del buen duque Floriano, con la linda y muy casta y generosa Belisea, de Juan Rodríguez Florián, y la Comedia llamada Thebayda, de Alonso de Proaza.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

A estas, se unen una serie de autos y farsas anónimos en pliegos de cordel, tales como el Auto del hijo pródigo, el Auto de San [Juan] Bautista, la Farsa de Calisto, la Farsa de los gitanos, la Farsa del mundo, la Farsa llamada del sordo, etc.

2.5. Libros de literatura italiana, francesa y alemana

La literatura renacentista tuvo su difusión por toda Europa. Los grandes impresoreseditores, como Juan de Junta, los Cromberger y Juan de Ayala, se hicieron con las obras, muchas de ellas salidas de sus prensas, de los autores más representativos de la literatura italiana renacentista. Del Libro llamado del cortesano, de Baltasar de Castiglione, del año 1528, traducido al castellano por Boscán en 1534 como El Cortesano, se hicieron varias ediciones en España por Juan de Ayala, en Toledo (1539), y por los Cromberger, en Sevilla (1549), entre otros. No faltan en el inventario de Juan de Junta y de Juan y Jacobo Cromberger las figuras de Petrarca —Triunfos—, Dante, Boccaccio —Trece cuestiones de amor, Las mujeres ilustres, Elegía de Madonna Fiammetta, Libro llamado caída de príncipes y El Decamerón—, Pietro Bembo —Epístolas—, del humanista Eneas Silvio Piccolomini —Historia de dos amantes Eurialo Franco y Lucrecia Senesa—, Giovanni Battista Gelli —La Circe—, Ludovico Ariosto —Orlando furioso—, El Itinerario del venerable varón Micer Luis Patricio romano, destacado libro de viajes del boloñés Ludovico de Varthema, y el del mercader y viajero veneciano Marco Polo. En el inventario del librero barcelonés Joan Barges se recogen tres obras de Francesco Petrarca, entre las que se citan de nuevo Triunfos y Sonetos; El Decamerón, de Boccaccio; y la Obra del humanista y pensador italiano Giovanni Pico della Mirandola. En el de Miquel Cabrit encontramos el poema épico caballeresco Orlando furioso, de Ariosto; la Fiammetta, de Boccaccio; un ejemplar de Sannazaro; las Epístolas, de Bembo; y la loa Partenice Mariana, de Battista Mantovano, del siglo xvi. Por último, en las existencias del almacén de Juan de Ayala se encuentran citados la Arcadia, de Jacopo Sannazaro (Toledo: Juan de Ayala, 1549), Caída de príncipes y Trece Cuestiones, de Giovanni Boccaccio, traducida al castellano por Diego López de Ayala en el siglo xvi e impresas en Toledo en 1546 y 1549, y el Cortesano, de Castigione. Para terminar, en el inventario de Juan de Junta se cita, en lo que se refiere a la literatura alemana, Grobianus et Grobiana: sive, de morum simplicitate, libri tres, poema en latín en verso elegíaco del alemán Friedrich Dedekind, y La nave de los necios o de los locos, obra satírica y moralista publicada en Basilea en 1494, escrita por el teólogo, jurista y humanista conservador de origen alsaciano y cultura alemana Sebastian Brant. De la literatura francesa, se hace referencia a la compilación de poesías de Jean Tixier, Epitheta… ab authore suo recognita ac in nouam formam redacta (París: Apud E. Chauldiere, 1524).

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

[105]

3. CONCLUSIONES

En primer lugar, destacan, en los inventarios de libros de la primera mitad del siglo xvi, las obras de temática religiosa. Parece ser que el público lector demandaba un tipo de libro de devoción popular cuyo uso estaba bastante extendido. Es fácil encontrar prácticamente en la mayor parte de las bibliotecas particulares de cualquier clase social de la época libros de Horas, breviarios, diurnales, pliegos de oraciones, pliegos de rosarios, etc., pues se llegaron, en ocasiones, a vender masivamente. Los libros litúrgicos necesarios para el desempeño del oficio eclesiástico, como misales, procesionales, evangelios, homiliarios, sacramentales, etc., así como otros libros populares del momento, tales como los tratados de moral y práctica religiosa, las vidas de santos, etc., fueron también usuales. En todos los inventarios encontramos un porcentaje importante de este tipo de libros, a los que se unen los tratados de teología, demandados por las principales órdenes religiosas de la época y por la Universidad de Salamanca. En este sentido, el inventario más surtido en obras de teología es el almacén de libros de Juan de Junta. Este inventario despunta, además, en ediciones de obras de otras materias como derecho, filosofía, medicina, aritmética, retórica, gramática, etc., tan demandadas por la universidad y por un público lector culto (abogados, médicos, letrados, académicos, etc.). Según Anastasio Rojo Vega (2011: 85), Medina del Campo y Salamanca fueron los dos principales centros del libro en la España del Siglo de Oro. Medina del Campo, por estar en contacto con los productos de las imprentas europeas y Salamanca, por ser el mayor centro de consumo de toda la Corona española, especialmente de libros religiosos y de estudio, en los que la literatura extranjera y los clásicos grecolatinos tuvieron una importante representación, como demuestra el inventario de Juan de Junta. Los impresores y libreros se interesaron por la producción de un tipo de libro solicitado por la mayoría de las clases sociales. Para ello, establecieron sus talleres y librerías en lugares estratégicos en donde la demanda era mayor o no había demasiados talleres que hiciesen la competencia. Los Cromberger fueron una familia de impresores que, según Griffin (1991: 185 y ss.), dominaron el mundo de la imprenta en la primera mitad del siglo xvi, por lo que tanto su producción como los libros que comercialmente adquirieron, llegaron a ser un buen exponente de las inclinaciones del lector medio de Sevilla e, incluso, de una zona más amplia, pues por aquel entonces fue el centro editorial más destacado de Castilla. En el inventario de los Cromberger, como en el de Juan de Ayala y Juan de Junta, se detecta una predilección, además de por las obras devotas y espirituales, por la literatura en lengua vernácula y por un tipo de obras de carácter utilitario. La literatura en lengua vernácula y de corta extensión, dirigida principalmente a un público interesado por la lectura de libros amenos y entretenidos, tuvo un éxito

[106]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

generalizado. Los hábitos lectores de la época se inclinaron, en primer lugar, por los libros de caballerías, de corte medieval, así como por la novela sentimental. La poesía de cordel —pliegos de coplas, romances, canciones y villancicos— fue también muy apreciada. Gozaron de gran popularidad, además, obras como las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, las obras del Marqués de Santillana, Juan de Mena y La Celestina, de Fernando de Rojas. Por la presencia de Ramón Llull y otros autores de la literatura catalana en la librería barcelonesa de Joan Bages, se deduce la inclinación de ciertos lectores por la literatura autóctona. El principal difusor del pensamiento humanístico del Renacimiento fue la imprenta, junto a las academias y universidades. Las obras Erasmo de Rotterdam, Petrarca, Boccaccio, Dante, Bembo, Ariosto, Pico della Mirandola, entre otros, circularon y se propagaron con éxito por Europa gracias a la actividad y mecenazgo de editores, mercaderes y libreros. Juan de Junta, especialmente, mantuvo contactos con la casa veneciana y lionesa, lo cual le permitió adquirir los libros que podían estar más acordes con el pensamiento e ideas imperantes o demandados. En el inventario de Juan de Junta llama la atención, en este sentido, la presencia de 36 títulos del humanista Erasmo de Rotterdam. En España, son los humanistas Juan Luis Vives, Antonio de Nebrija y Antonio de Guevara los que tienen una mayor representación en las librerías y almacenes de libros que hemos comentado. La imprenta, además, ayudó a rescatar numerosas obras de los clásicos grecolatinos, concebidas como modelos a seguir o imitar en el Renacimiento. Los almacenes de libros de impresores y libreros de la primera mitad del siglo xvi contaron con ediciones de autores como Ovidio, Virgilio, Horacio, Terencio, Séneca o Lucano, en un porcentaje significativo. El inventario de Juan de Junta es representativo en este sentido, pues incluye 70 títulos de literatura, además de cerca de 66 de otras materias distintas. Por otro lado, los mismos humanistas se dedicaron al estudio de estas obras de la antigüedad clásica. ¿Demuestran las bibliotecas particulares las existencias de estos almacenes de libros? Las órdenes religiosas se vieron en la necesidad de adquirir un tipo de libro necesario para el desempeño de sus obligaciones. De igual manera, los profesores y estudiantes relacionados con los estudios salmantinos se vieron obligados a hacerse con un determinado material librario al cursar o impartir unas materias. Los libros de devoción debieron de tener un uso generalizado y bastante extendido, pero ¿qué clases sociales se acercaron a la lectura de la literatura de entretenimiento española y extranjera? ¿Y a las obras de los clásicos y humanistas? La respuesta, quizás, la podemos encontrar en el estudio particular que, de las mismas, se ha llevado a cabo en este libro.

5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

[107]

Tabla 3. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

Lugar

Libros

Referencia

Fuente

1

1527

Joan Bages

Librero

Barcelona

79

Madurell Marimón, J. M.ª, y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 685-689.

Lasperas (1980: 544)

2

1528

Jacobo Cromberger

Impresor

Sevilla

145

Griffin, C.: «Un curioso inventario de libros de 1528», en El libro antiguo español: actas del primer Coloquio International, Salamanca: Ediciones de la Universidad/ Madrid: Biblioteca Nacional, Sociedad Española de Historia del Libro, 1993, 189-223.

Dadson (1998: 517); Lasperas (1980: 544)

3

1538

Miquel Cabrit

Librero

Barcelona

88

Madurell Marimón, J. M.ª, y J. Rubió: Documentos para la historia de la imprenta y librería en Barcelona (1474-1553), Barcelona: Gremio de Editores, de Libreros y de Maestros Impresores, 1955, 787-794.

Lasperas (1980: 544545)

4

1540

Juan Cromberger

Impresor

Sevilla

301

Griffin, C.: «Inventario del almacén de libros del impresor Juan Cromberger: Sevilla 1540», en P. M. Cátedra y M.ª L. López-Vidriero (dirs.), El Libro antiguo español, iv, Coleccionismo y Bibliotecas (siglos xv-xviii), Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca/ Madrid: Patrimonio Nacional, Sociedad Española de Historia del Libro, 1998, 256-376.

Lasperas (1980: 545)

5

1555

Juan de Herrera

Librero escolar

Salamanca

23

6

1556

Juan de Junta

Impresor

Salamanca

1.579

Pettas, W.: A Sixteenth-Century Spanish Bookstore: The inventory of Juan de Junta, Filadelfia: American Philosophical Society, 1995, 37-177.

Dadson (1998: 518)

7

1556

Juan de Ayala

Impresor

Toledo

231

Blanco Sánchez, A.: «Inventario de Juan de Ayala, gran impresor toledano (1556)», Boletín de la Real Academia Española, 67, cuaderno 241, 1987, 207-250.

Dadson (1998: 218)

Bécares Botas, V.: Librerías Bécares salmantinas del siglo xvi, Segovia: Caja (2015: 75-76) Segovia/ Burgos: Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2007, 75-76.

[108]

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

BIBLIOGRAFÍA

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5. Inventarios de impresores, libreros, mercaderes y encuadernadores

[109]

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6

Bibliotecas de cargos públicos Arantxa Domingo Malvadi Real Biblioteca/ Universidad Complutense de Madrid

1. CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA CLASE SOCIAL

Las bibliotecas privadas que se analizan en este trabajo pertenecen a miembros de un grupo social amplio y variado, que desempeñan diferentes cargos en las instituciones y corporaciones civiles, religiosas y militares de la Corona de España en el siglo xvi. En esta época era normal que una misma persona desempeñara varios cargos, que solían heredarse e incluso venderse,1 por lo que, aunque para su desempeño fuera preciso tener cierta formación o profesionalización, también podía ocurrir que bastara con formar parte de una élite social e influyente de la ciudad. De todos modos, a la hora de organizar la información, he tenido en cuenta el cargo que define al posesor en el inventario más que su currículum profesional. Para mayor claridad, he clasificado a los propietarios de las bibliotecas objeto de análisis de acuerdo con los distintos oficios o cargos desempeñados. Esta diferenciación por actividades es importante porque, además de darnos idea de la posición social y económica de cada personaje y grupo, puede determinar la composición de sus bibliotecas. Uno de los objetivos del presente estudio será comprobar en qué medida estas bibliotecas reflejan esta posición y responden al ejercicio de su cargo. He realizado los siguientes grupos.

1

Sobre la venalidad de los cargos públicos véase Jiménez (2012).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

1.1. Representación del orden y la justicia

Estarían en este grupo los regidores, alguaciles, alguaciles de los veinte de a caballo,2 jurados,3 alcaldes mayores,4 corregidores, comendadores, etc. En este grupo, se incluyen las bibliotecas de Pedro de Vique o Viguer, como se le menciona en algunos documentos, Juan de la Fuente, Antonio de Morales y Diego de Temiño, todos ellos jurados de Sevilla. También se incluyen en este grupo las de Juan de Farias, alguacil de los veinte de a caballo, y la del alcalde mayor Fernando de Rojas, las de los comendadores Diego de Barbosa y Alonso Navarro, la del magistrado de la Audiencia de Lima Juan Lisón de Tejada y la del oidor de la Audiencia de Valladolid Juan Romero.

1.2. Cargos de carácter recaudatorio o contable

Comprende contadores, receptores, tesoreros, etc. En este grupo, se incluyen las bibliotecas del contador Alonso Ruiz de Quirós, del contador de la Casa de Contratación Diego de Zárate, la del factor Juan de Aranda y la del tesorero de Lima Alonso de Riquelme.

1.3. Cargos de corte que desempeñaron funciones de tipo administrativo

Incluye los secretarios y los escribanos públicos o de corte, etc.5 En este grupo, he incluido la biblioteca del escribano público de Sevilla Luis Díaz de Toledo, la del escribano público de Lima Toribio Galíndez de la Riba, la del secretario Diego Valdés, la de Francisca de Zera, mujer de escribano, y la del ayo Antonio de Rojas. 2 Los alguaciles de los veinte de a caballo eran nombrados por el alguacil mayor y representaban a cada colación o parroquia. 3 Los jurados eran elegidos por cada colación y tenían competencias muy parecidas a los veinticuatro. Entre ellos se elegía al alcaide de los reales alcázares y al alcalde de la hermandad, que venía a ser como un policía rural. Tenían muchos privilegios y prerrogativas, como se desprende del Libro de los jurados de Sevilla, 1517 (Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 692). En principio, los que ocupaban este cargo tenían que ser escribanos o letrados. 4 Los alcaldes mayores se encargaban de la administración de justicia en los pleitos civiles junto con los alcaldes ordinarios y los jueces de grado. Para todos estos oficios en la Sevilla del siglo xvi, véase Morales (1989: 211-229). 5 Los escribanos tenían que estar en posesión de un título que se despachaba en nombre del rey y le habilitaba para optar a una plaza de escribano, bien en la Casa Real (escribano de Corte), bien en una ciudad o pueblo (escribano público), cosa que no ocurría con los secretarios. Ambos se encargaban de redactar la correspondencia, extender las actas, dar fe de los acuerdos y custodiar los documentos de una oficina, asamblea o corporación. Véase Hidalgo (1994).

6. Bibliotecas de cargos públicos

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1.4. Militares

Incluye capitanes, continos de hombres de armas y maestres de nao, etc. En estas bibliotecas, sitúo las del capitán Álvaro de Luna, el capitán Gonzalo Marino de Ribera y el maestre Cristóbal Núñez. Para el estudio de estas bibliotecas partimos de los inventarios post mortem mandados hacer por los herederos y beneficiarios del propietario. Lógicamente, aunque estos documentos por sí solos no permiten sacar conclusiones sobre las lecturas de estos cargos públicos, sí nos aproximan a la realidad lectora de la época. De los 22 inventarios analizados, todos ellos fechados en la primera mitad del siglo xvi, 15 corresponden a cargos vinculados con la ciudad de Sevilla o con casa en Sevilla, ciudad con una administración municipal y de justicia particular. Se conservan en su mayoría en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla (ahps) y han sido editados y estudiados por Pérez García (2012) y Álvarez Márquez (2014). También se incluyen en el estudio dos inventarios con bibliotecas del área castellano-leonesa, que se localizan en el Archivo Histórico Provincial de Valladolid (ahpv), y han sido estudiados por Rojo (Rojo Vega, en <www.anastasiorojovega.com>). Otras tres bibliotecas pertenecieron a algunos de los cargos administrativos y de justicia de la Audiencia de Lima durante los años de la revuelta de Pizarro. Sus inventarios se conservan en diferentes archivos de Sevilla, puerto y puerta de América, y fueron dados a conocer por Hampe (1996: 162-168). Las dos últimas bibliotecas que quedan por mencionar pertenecieron: una, al contador del conde de Luna en León, que dio a conocer Campos Sánchez-Bordona (1992: Apéndice documental n.º 12, 118-119), y la otra, a Antonio de Rojas, camarero de Felipe II y ayo del infante Carlos, estudiada por Cátedra (1983). Muchas de estas bibliotecas aparecen también incluidas en la suma de bibliotecas de Hernández (1998). Entre estos, figuran los inventarios post mortem de dos mujeres, cuyos consortes ocuparon diferentes cargos en la administración o la justicia. En ambos casos, se trata de bibliotecas pequeñas, con libros de devoción, lo que hace pensar que estamos más ante sus propias bibliotecas que ante las de sus maridos.6

2. ASPECTOS GENERALES SOBRE SUS BIBLIOTECAS

El análisis de esta veintena de bibliotecas nos permite comprobar que, en ningún caso, estamos ante grandes colecciones: tres bibliotecas tienen entre dos y cinco libros; seis tienen entre seis y 12 ejemplares; siete tienen entre 15 y 40 ejemplares; y 6

Estos casos ejemplifican lo contrario a lo que expone Álvarez (2004).

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

solo cinco bibliotecas superan los 40 ejemplares. Las bibliotecas más pequeñas aparecen en el grupo de los militares; en los tres grupos restantes, hay al menos una biblioteca con más de 40 libros. La más grande es la de Vique, que tenía 165 libros; le sigue la de A. de Rojas, con 64 libros; el alcalde mayor F. de Rojas tenía una biblioteca bastante importante, formada por 59 libros; Lisón de Tejada pudo haber tenido en su biblioteca alrededor de 50 libros; y el factor Aranda no llegó a los 40. La biblioteca más pequeña es la de Romero, que tenía un libro de Horas. De todos modos, los datos que se desprenden de los inventarios han de tomarse con relativa cautela, ya que no siempre representan la realidad. En el caso de Díaz de Toledo, la presencia solo de dos misales no implica necesariamente ausencia de libros en su casa. En los casos del comendador Navarro y del oidor Romero, sus inventarios recogen los libros que tenían en Sevilla. Faltarían los datos de los libros de sus casas de Granada y Valladolid, respectivamente, para poder sacar conclusiones sobre sus bibliotecas y sus lecturas. Tampoco los inventarios de libros de las dos viudas, Catalina Caldera y Francisca de Zera, permiten sacar conclusiones sobre las bibliotecas de sus maridos. En lo que se refiere a la información bibliográfica que ofrecen los inventarios analizados, incluyen descripciones poco detalladas. En algunos casos, solo se indica el número de libros del fallecido, de manera que resulta imposible llevar a cabo identificaciones de contenido. Mayor imprecisión se da con los manuscritos, por la ausencia de portada, lo que dificulta su identificación. Los inventarios analizados incluyen tanto impresos como manuscritos, aunque se advierte un claro predominio del impreso sobre el manuscrito. El manuscrito aparece, por lo general, indicado en los inventarios por una cuestión de valoración económica, ya que tiene más valor que el impreso. Solo en un caso, en el inventario de Zera, la especificación se da en el caso contrario, es decir, para indicar que se trata de un impreso, lo que nos indica que el ítem que le precede contiene obras manuscritas: «Cuatro pares de horas viejas, tres o cuatro libros pequeños de molde». Los libros de liturgia o devoción, libros de Horas y de rezos, en general, suelen ser manuscritos, aunque este extremo no se indica o se indica por defecto. Tampoco se da mucha información sobre la materialidad de los libros manuscritos, es decir, si son libros en pergamino o en papel. Por lo general, cuando se hace alguna indicación es para señalar que se trata de libros en pergamino, característica que ya en el siglo xvi supone una rareza frente al libro en papel y que, por tanto, convenía destacar en un inventario de bienes. Por lo general, la mayoría de los libros en pergamino son libros de rezo o devoción que, además, están iluminados: «unas Horas de pergamino iluminadas con unas manos de plata» (inv. A. de Rojas).

6. Bibliotecas de cargos públicos

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En cuanto al libro impreso, aunque no se ofrece información sobre lugar, taller o fecha de producción, se puede decir que, al menos en los inventarios sevillanos, una gran parte procede de talleres sevillanos. Resulta más habitual encontrar indicaciones sobre la encuadernación, aunque suelen ser muy someras. Cuando la descripción es detallada, la encuadernación constituye una pieza de valor por sí misma: «un libro de rezar con cerradura de plata» (inv. Vique); «ítem otro de Alcántara guarnecido de terciopelo verde» (inv. A. de Rojas). También son usuales las referencias al tamaño, pero estas son tan vagas que no contribuyen a una mejor identificación. Solo en algún caso aislado, el tamaño del libro aparece indicado con mayor precisión: «otro libro de Aristótiles e un libro de leyes del reino, en marca menor» (inv. Vique); «cuatro pares de oras viejas, tres o cuatro libros pequeños de molde» (inv. Zera). La identificación de la lengua en la que están escritos los libros es otro de los aspectos que merece un comentario. Por lo general, los inventarios marcan la lengua en la que están escritos los libros cuando la mayoría de los ítems descritos están en otra lengua (por ejemplo, cuando la mayoría es castellano, marca latín, y viceversa). Esto se ve con claridad en el inventario de Aranda: «otro libro en latín Declaración de los salmos», «otro que se llama Ovidio en latín». Sin duda uno de los inventarios más precisos en la indicación de la lengua es el de A. de Rojas, donde abundan libros en latín, castellano, portugués, italiano y francés.

3. COMPOSICIÓN DE SUS BIBLIOTECAS

Aunque resulta complejo sacar conclusiones generales sobre estos inventarios por su heterogeneidad, se puede decir que, en general, contienen libros que versan sobre derecho, religión, historia, obras de carácter técnico y entretenimiento, disciplinas que aparecen en distintas proporciones en cada una de las bibliotecas. Esta variedad de contenidos encajaría con el debate existente entre los propios juristas sobre la necesidad de dominar no solo el derecho, sino ser además perito en las buenas letras,7 lo que estaría en línea con la tradición de la oratoria judicial clásica. En este sentido, resulta interesante la afirmación que, en el siglo xvii, hará Guevara en su Discurso legal (s.l., s.n., s.a., preámbulo), donde declara que, entre las cualidades que ha de poseer un perfecto abogado, está, en primer lugar, «la ciencia y pericia en ambos derechos, porque siendo los sagrados cánones y las leyes imperiales la materia en la que ha de ejecutar la abogacía absurdo será ignorarlas […] y aún más versado le quiso Quinti7 Navas (1996: 216-217) ofrece las opiniones que varios abogados del Siglo de Oro español tenían sobre este aspecto.

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liano pues le requiere erudito en la lección de todas las buenas letras […]. Por eso no hay gala que más vistosamente le adorne ni joya más preciosa para el abogado que la erudición y las letras […] y con la variedad de noticias de diversas ciencias halle fácil entrada en cualquier materia instruyendo el ánimo de los jueces ya con fundamentos de las Sagradas Escrituras ya con las sentencias graves de los filósofos». Más claro es, tal vez, su contemporáneo Bermúdez de Pedraza que, en su Arte legal (1633: 40), insiste en la necesidad de que el estudioso de derecho lea continuamente y que, cuando se canse, dirija su interés a la historia divina y humana, a los poetas latinos, italianos y a castellanos como Garcilaso y Ercilla; de otros libros de entretenimiento, recomienda cuatro «que por vulgares no han de ser tenidos en poco»: La Celestina, el Lazarillo, la primera parte de la Diana y la Floresta española porque son «argumento del ingenio, agudeza, gracia y donaire de la lengua». De acuerdo con esto, no ha de parecer extraño encontrar libros de todo tipo en estas bibliotecas. La colección que mejor refleja estas ideas es la de Pedro de Vique, vecino y jurado de Sevilla. Era hijo de Gonzalo de Vique y de Beatriz González de Segura, vecinos de la ciudad bética. Se casó en segundas nupcias con Elvira Bolandía, con la que tuvo a su hijo Gonzalo, a quien envió a estudiar a Salamanca donde al parecer también él se había doctorado en derecho. Falleció en marzo de 1522 y dejó como herederos a sus hijos Martín y Beatriz, y a su nieto Pedro. El inventario post mortem fue realizado el 12 de marzo de 1522 (Álvarez, 2014: 346-349).8 Su biblioteca estaba conformada por 165 volúmenes, en los que hay un claro predominio del libro de derecho, con gran número de obras de comentaristas clásicos italianos del derecho civil e hispano. Es decir, hay un predominio claro del libro como herramienta de trabajo (Pedraza, 2015: 29). Pedro de Vique tenía, asimismo, entre sus libros diversas lecturas piadosas9 y una selección de obras de entretenimiento, entre las que destacan dos de Boccaccio: El Decameron, en la edición sevillana de Ungut y Polono de 1496; y sus «illustres mujeres», probablemente una traducción al castellano que imprimió en Zaragoza Hurus en 1494.10 Figuran también dos libros de La Celestina, uno de ellos tal vez de la edición sevillana que hizo Polono en 1501,11 y El asno de oro, de Apuleyo, novela que se imprimió en castellano en torno a 1513 en Sevilla sin que esté claro todavía el nombre de su traductor (Griffin, 1998: 320, n.º 313). Entre estos libros de entretenimiento e instrucción, poseyó también un Ysopete, como se conocían las Fábulas 8 El testamento se encuentra en Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla (bcc), Fondo Gestoso, Leg. xxxi, fols. 425-473. 9 Para la prevalencia de libros de tema religioso en las bibliotecas del siglo xvi véase Rojo (1998) y Pérez (2005), en especial las páginas dedicadas a la recepción del libro espiritual (245-370). 10 Sobre la recepción de Boccaccio en España véase Federici (2014). 11 Cromberger hizo una edición en 1535. Véase Griffin (1998: 300, n.º 153).

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de Esopo en nuestro país, donde tuvieron cierto éxito con tempranas ediciones en Zaragoza, en 1482 y en 1489; en Burgos, en 1496; y de Cromberger, en 1510 y 1521. Otras colecciones en las que las obras de derecho tienen una presencia notable son las de Fernando de Rojas y de Lisón de Tejada. De este Rojas sabemos que estaba casado con Leonor Morales, probablemente hija del mencionado jurado Antonio de Morales y que era alcalde mayor de Sevilla, con lo que es muy probable que fuera letrado. Solo conservamos su inventario post mortem, realizado en Sevilla el 12 noviembre 1523, que incluye la nada despreciable cantidad de 59 libros de leyes, cuya identificación, sin embargo, resulta imposible por la vaguedad con la que aparecen consignados (Pérez, 2012: 38-39, n.º 6).12 Algo más de información tenemos de la biblioteca de Juan Lisón de Tejada, un magistrado que llegó a ser oidor de la Audiencia de Lima. Había nacido en la ciudad de Logroño y, antes de partir hacia las Indias, había sido alcalde de los hijosdalgo en la Chancillería de Valladolid. Había contraído matrimonio con doña Catalina de Vergara, cuyos padres eran oriundos de Villaflores (Salamanca) y era hermana de Francisco Gómez de Vergara, escribano de Cámara del Consejo Real y persona muy influyente en la corte. El 1 de marzo de 1543, por Real Provisión, fue nombrado oidor de la Audiencia de Lima, uno de los primeros en ocupar ese cargo en aquella Audiencia. Cuando llegó a Sevilla con su mujer Catalina de Vergara antes de zarpar a su nuevo destino, el oidor se aposentó en la casa del comerciante Juan de Galvarro, quien informó haber «vido embarcar por bienes del dicho doctor Tejada muchas cajas de ropa e joyas e aderezos de casa e libros» (Angeli, 2011: 62-66). Cuando llegó a Lima se alojó en casa del rico comerciante Cristóbal de Burgos, vecino de la ciudad. En 1545, Lisón, que había mostrado cierta complicidad con la revuelta de Pizarro, fue designado por este procurador para informar al emperador Carlos V sobre los sucesos del Perú y justificar su conducta. Falleció en alta mar cuando cruzaba el canal de las Bahamas. Su cuerpo fue arrojado al mar y sus pertenencias, entre las que habría al menos 15 libros, de los que desconocemos su contenido, desaparecieron. A estos libros que llevaba consigo, había que añadir los que antes de emprender viaje vendió a Diego Vázquez de Cepeda, oidor como él de la Audiencia de Lima,13 y otros 22 volúmenes que dejó en la biblioteca de su casa en Lima, donde había quedado su mujer Catalina de Vergara, que luego aparecen en poder del ya mencionado Cristóbal de Burgos y de los que mandó hacer memoria Gasca, que fue enviado como presidente de la Audiencia de Lima en 1546 para acabar con la rebelión de Pizarro en Perú. En 12

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 2244. Diego Vázquez de Cepeda había sido oidor en Canarias antes de ser nombrado oidor de Lima. Véase Angeli (2011: 55-62). 13

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esta memoria, que se conserva en un manuscrito de la Real Biblioteca,14 figuran los títulos de estos 22 volúmenes que versan sobre el derecho civil y canónico, probablemente impresos. En cambio, no contiene ni una sola obra de devoción o de entretenimiento. En caso de haberlas tenido, las vendió o desaparecieron con él a su muerte. El resto de las bibliotecas analizadas dentro de este grupo incluyen mayor variedad de temas, siendo habitual encontrar en ellas, en muy diferentes proporciones, algún libro de derecho, alguno de historia, tratados de tipo técnico y obras de entretenimiento y de devoción. Es el caso de la biblioteca del jurado Juan de la Fuente. Procedía de una familia de comerciantes de seda toledanos que poco a poco fueron acaparando cargos y oficios: el abuelo de Juan, Diego González Jarada, fue alcalde de Toledo; Rui Pérez de la Fuente, su hermano, fue jurado de Toledo. Sus contactos les permitieron entrar al servicio de algunos aristócratas y ascender en el entramado social de la época: el padre de Juan llegó a ser criado y contador del marqués de Moya y, en 1506, aparece como criado del tesorero Alonso de Morales. La familia tuvo buenas relaciones con el conde de Tendilla.15 Posteriormente, Juan de la Fuente fue nombrado contino de la casa de sus altezas, probablemente contino servidor de palacio.16 El inventario que recoge sus libros fue hecho conjuntamente con su mujer Mari Álvarez, y fue redactado en Sevilla en 1543 (Pérez, 2012: 43-44, n.º 25).17 Todos sus libros y sus bienes aparecen tasados. En él, figuran apenas 17 libros de diferentes materias, entre las que están presentes tanto el derecho como la historia, la música y la devoción, todas ellas necesarias en la formación integral de una persona de su posición. Tenía dos obras de derecho canónico: el «tratado de Juan Gerson», probablemente el Tractatus sacerdotalis de ecclesiasticis sacramentis, impreso en Zaragoza por Jorge Coci en 1514; y un Reportorium de pravitate haereticorum, sobre las herejías, del que había una temprana edición valenciana hecha por Albert y Palmart en 1494. Además, tenía cinco obras típicas de legislación práctica, que fueron las que más caras se tasaron como las Ordenanzas Reales, probablemente las de Sevilla de 1492, que también tenía Pedro de Vique; y unas Pragmáticas del reino, que había impreso en Sevilla Juan Varela de Salamanca en 1520, valoradas en un ducado. Tenía, asimismo, cuatro libros de historia, el Chronicon mundi, de Lucas de Tuy; el De bello judaico, de Flavio Josefo; una Corónica del rey don Juan; y una «Corónica del rey don Enrique y otra de la primera parte del rey y de la reina», tal vez de Enríquez del Castillo. Además, figuran en su inventario dos obras próximas a la erudición o la 14

Esta memoria se conserva en el manuscrito de la Real Biblioteca ii/1960 (12). Para la actividad comercial de esta familia véase Alonso (2005). En esta época, las fuentes hablan de dos tipos de continos, el hombre de armas y el servidor de palacio. Para las diferencias entre ambos véase Montero (2001 y 1999). 17 El testamento se encuentra en ahps, Leg. 64. 15 16

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educación, la Consolación de la filosofía, de Boecio, en castellano, un texto muy leído durante la Edad Media, probablemente en la traducción que había hecho Antonio Ginebreda y que había impreso en Sevilla Juan Varela de Salamanca en 1511; y el Regimiento de Príncipes, de Egidio de Roma, del que también había edición sevillana realizada por Ungut y Polono en 1494. Frente a esto, Juan de la Fuente solo poseía en su biblioteca dos obras de devoción, lo que como veremos constituye casi una excepción: la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, conocido como el cartujano, en la traducción de fray Ambrosio Montesinos, impresa por Cromberger en Sevilla en 1530; y «un libro de rezar». Una biblioteca donde las obras de carácter jurídico están escasamente representadas, mientras que es más que notable la presencia de obras de devoción y de entretenimiento es la del jurado Antonio de Morales. Era vecino de la colación de San Isidro y vivía en unas casas lindantes con las del jurado Pedro de Vique. Resulta difícil saber si estaba relacionado con el tesorero de la reina, Alonso de Morales, hijo a su vez del tesorero Juan de Morales. Al parecer, Antonio se casó tres veces: en primeras nupcias con Constanza de Cabrera, después con Inés Martínez, viuda de Pedro Ortiz, y, por último, con Inés Martínez de Alcaraz. Hizo testamento ante el escribano público Antonio Ruiz de Porras. Falleció el 28 de febrero de 1530 y en marzo de ese mismo año se hizo un inventario de sus bienes (Álvarez, 2014: 349-351).18 Morales era propietario de 57 libros, entre los que había escasamente tres obras de legislación hispana: unas Ordenanzas de Sevilla; un libro «que se dize Montalvo», probablemente sus glosas a las Siete Partidas que ya hemos mencionado o a las Ordenanzas Reales de Castilla, comentadas por Alfonso Díaz de Montalvo; y unas Constituciones del arzobispado promulgadas por el arzobispo Diego de Deza, que habían sido impresas por Jacobo Cromberger probablemente en 1512 o 1528 (Griffin, 1998: 342, n.º 468). En cambio, poseía aproximadamente 16 obras de carácter religioso, teológico y devocional. En su inventario, se recogen hasta siete libros de Horas, cuatro de ellos en latín, además de un Leccionario también en latín; la Vita Christi, de Ludolfo de Sajonia; unas «Vitas patrum», que probablemente haya que identificar con una de las muchas ediciones en latín de las Vitae Patrum de san Jerónimo que se hicieron en el extranjero; «Un librete de Doctrina cristiana por guarnecer», que quizás se pueda identificar con el Doctrina Cristiana, de san Agustín, impreso varias veces en Sevilla por Cromberger, primero en 1510 y después en 1524. También aparecen en el inventario las dos obras más importantes del clérigo toledano Gómez García: el Lamedor espiritual i algunos versos devotos, que Cromberger imprimió en 1516, y su obra fundamental, Carro de las dos Vidas, activa y contemplativa, impreso también en 18

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 1530, fols. 261r-274v.

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Sevilla, por Johannes Pegnitzer, en 1500; citar, finalmente, el Espejo de la conciencia, interesante para conocer las fuentes de los alumbrados, obra del franciscano sevillano Juan Bautista Viñones, que aparece también en el inventario de Pedro de Vique. Junto a estos 16 libros de religión o moral cristiana poseía nueve libros de literatura, alguno de los cuales está también en la biblioteca de Pedro de Vique: El asno de oro, de Apuleyo, obra impresa en Sevilla ca. 1513 (Griffin, 1998: 320, n.º 313); Las Trescientas, de Mena; Los Proverbios, de Íñigo López de Mendoza; el Cançionero llamado dechado de galanes, probablemente en la edición de Medina de 1524 de la que no hay ni rastro (Griffin, 1998: 337, n.º 436); La Celestina; dos libros de caballerías: la Crónica del noble caballero Guarino Mezquino, en la cual trata de las hazañas y aventuras que le acontecieron por todas las partes del mundo, de Andrea da Barberino, que tradujo al castellano Alonso Hernández Alemán e imprimió en Sevilla Cromberger en 1512, y la Corónica del muy esforzado y esclarecido Cavallero Çifar, que también había impreso Cromberger ese mismo año; y una obra de Petrarca, probablemente sus Triunfos, en la traducción de Antonio de Obregón, que circulaba en la impresión realizada por Brocar en Logroño en 1512. Figuran, asimismo, obras de historia como la Crónica del rey don Pedro, del mismo Pero López de Ayala, y La muy lamentable conquista y cruenta batalla de Rodas, traducción que el clérigo sevillano Cristóbal de Arcos había hecho al castellano del De bello Rhodio, del italiano Jácome Fontano, en el que se narraban los hechos recientes de la derrota contra el turco (la obra se imprimió en Sevilla en el taller de Juan Varela de Salamanca en 1526). Sorprende también la presencia de un grupo de obras de carácter técnico, como el Vocabularium ecclesiasticum, de Rodrigo Fernández de Santaella, (Sevilla: Pegnitzer, 1499; y Cromberger, 1511 [Griffin, 1998: 337, n.º 434]); el De lingua latina libri sex, de Lorenzo Valla; y el Repertorium de los tiempos, del zaragozano Andres Li, una obra muy popular que incluía un calendario, además del zodiaco, el santoral, diversos consejos sobre agricultura, etc., que se editó varias veces en el siglo xv. La biblioteca de Juan de Farias refleja su interés por las lecturas de devoción de las nuevas corrientes de espiritualidad religiosa, que consideraba tan útil como el conocimiento del derecho para un justo desempeño de su labor como alguacil de los veinte de a caballo. Sabemos que estuvo casado con Catalina Arias y fueron vecinos de la colación de San Martín. Hizo testamento el 26 de junio de 1556 y dejó como heredera a su madre Leonor de León. En el inventario post mortem mandado hacer por su mujer el 11 de agosto de 1556 figuran escasamente 16 títulos, principalmente de obras de espiritualidad religiosa y entretenimiento (Álvarez, 2014: 356):19 varias obras de Erasmo, las de Constantino Ponce de la Fuente y otras obras de espiritua19

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 91.

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lidad, como el anónimo Despertador de el alma, que había sido impreso en Sevilla en 1544 probablemente por Gaspar Zapata, impresor que, como Moll (1999) puso de manifiesto, fue condenado por la Inquisición en 1562. Es posible que a Farias le interesara la historia, pero esta materia está representada únicamente por la obra de Antonio Beccadelli Dichos y hechos del rey don Alonso, traducido por Juan de Molina (Valencia: Juan Jofre, 1527). Algo más de interés demuestra por la prosa de ficción, con obras tan eruditas como El Momo, de León Battista Alberti, un diálogo influenciado por Luciano de Samosata, en el que se cuentan de manera satírica las andanzas de ese diosecillo por la tierra. Fue traducido al castellano por Agustín de Almazán e impreso en Alcalá de Henares por Juan de Mey en 1553. También figura en su colección un volumen con Las obras, de Jorge de Montemayor (Amberes: Stelsius, 1554), que incluye su Diana, y la novela de Alonso Núñez de Reinoso, Los amores de Clareo y Florisea, impresa por primera vez en Venecia en 1552, en realidad una traducción de la novela de amor griega Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio. Sorprende la ausencia en su inventario de obras de derecho, ya que el único ejemplar que figura en él, las Ordenanzas de Sevilla, perteneció a Diego Farias, su primo, escribano en la Alhóndiga (Álvarez, 2014: 31). Lo mismo se puede decir de la biblioteca de Diego de Temiño, más propia de un cristiano influido por la nueva corriente de espiritualidad que de un hombre instruido en derecho. Apenas tenemos más información sobre su persona que la que ofrece el inventario post mortem de sus bienes fechado el 23 de julio de 1538 (Pérez, 2012: 41-42, n.º 20).20 En él, figuraban casi una treintena de libros en romance y de espiritualidad: unas «Horas en romance»; el Sacramental, de Sánchez de Vercial; de Erasmo, la Querella de la Paz y la Lengua, obra que bajo un título de carácter técnico esconde un tratado moral que fue traducido al castellano por Bernardo Pérez de Chinchón e impreso en Sevilla por Cromberger en 1533 (Canónica, 2015). Figuran también el Contemptus mundi, de Kempis, del que circulaba una traducción anónima que imprimió Cromberger en 1536;21 y la obra del erasmista Juan de Cazalla, Lumbre del alma, impresa en Valladolid por Nicolás Tierry en 1528, que será prohibida posteriormente. Casi en la misma proporción, poseía obras de entretenimiento: un «Ysopo»; las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique; los Proverbios, de Íñigo López de Mendoza; Las Trescientas, de Mena; los Bocados de oro; los Triunfos, de Petrarca, que Cromberger imprimió en 1527 o antes (Griffin, 1998: 336, n.º 433) y que también figura en la biblioteca de Zárate; y un «libro en italiano» cuyo título desconocemos. Poseía, asimismo, varios tratados técnicos: el Arte de Nebrija, un libro de albeitería, otro de canto; un libro de historia, el «libro de las guerras civiles de 20

El testamento se encuentra en ahps, Protocolos notariales, Leg. 9151. Se conocen dos ejemplares de esta edición de 1536 aunque Griffin (1998: 293, n.º 114) dice que la primera es la de 1538. 21

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Roma», de Julio César, impreso en Toledo por Hagenbach en 1498 y por Miguel de Eguía en Alcalá de Henares en 1529 (Martín, 1991 377-378, n.º 212). Junto a estos libros de devoción, entretenimiento o historia figuran solo dos obras de derecho, un «[d]ecreto en romance» y «la Recopilación de las Ordenanzas de Sevilla», que aparece en casi todas las bibliotecas de los cargos de justicia. Poco más aportan las bibliotecas del comendador Diego Barbosa, que conocemos por el inventario de su mujer María Caldera. Este inventario fechado en 1528 (Pérez, 2012: 39, n.º 10)22 tan solo incluye «siete libros grandes e medianos viejos de latín e de mano». La reducida proporción de esta biblioteca no encajaría con la elevada posición social de su marido, fallecido en 1525 (Fernández, 1837: vol. iv, xxxiv), que fue veinticuatro de Sevilla23 y alcalde de los alcázares y atarazanas de la ciudad de Sevilla, y casó a su hija Beatriz con Magallanes. Por tanto, no parece descabellado pensar que estos «siete libros viejos de latín e de mano», probablemente de devoción, fueran de la propia María Caldera y que los libros del comendador quedaran como parte del patrimonio familiar. Tampoco es significativa la colección de libros del comendador Alonso Navarro que falleció en 1543 en Granada, donde al parecer residía. El inventario de los bienes de su casa de Sevilla, realizado el 9 de diciembre de 1543, incluye solo media docena de libros de devoción, historia y erudición, además de varios libros de cuentas y escrituras y «un envoltorio de cartas mensajeras» (Pérez, 2012: 44, n.º 29),24 lo que nos hace suponer que el grueso de su biblioteca estaba en su casa de Granada. Lo mismo se puede decir del inventario del oidor de Valladolid Juan Romero, que recoge los bienes que se hallaban en su casa de Sevilla en 1538 y que solo incluye «unas Horas de Nuestra Señora de mano iluminadas con las tablas de plata bien labradas» (Pérez, 2012: 40, n.º 17).25 Igualmente heterogéneas son las bibliotecas de cargos de tipo recaudatorio. Entre estas, destaca la de Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación de Sevilla, quien, al igual que Diego Barbosa, había acogido en su casa a Magallanes durante su estancia en Sevilla (Fernández, 1837: vol. iv, xxxiv-xxxv). Aranda estaba casado con Ana Pérez, hija del mercader Juan Pérez Cisbón, y dejó al morir dos hijas de corta edad. Del inventario post mortem, fechado el 9 de junio de 1536 (Álvarez, 2012: 352),26 lo más destacable es la presencia notable de obras en latín, tanto de autores clásicos (Terencio, Ovidio, Persio y Cicerón) como de autores contemporáneos (los Colloquia, de Erasmo), lo que indicaría que su dueño debía estar adornado de cierta erudición. 22 23 24 25 26

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 9780. El veinticuatro era un cargo propio de algunas ciudades andaluzas y era equivalente a un regidor. El testamento se encuentra en ahps, Leg. 65. El testamento se encuentra en ahps, Leg. 4001. El testamento se encuentra en ahps, Leg. 52, fols. 881r-894v.

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Parece claro que la literatura didáctica y moral tiene una presencia amplia en su colección, donde figuran además dos Exemplarios, uno en latín y otro en castellano; probablemente, uno de ellos se deba identificar con la versión de Juan de Capua del Calila e Dimna que Hurus había impreso en Zaragoza ya en 1493 y el otro con el Ejemplario que imprimió Cromberger en Sevilla en 1534 (Griffin, 1998: 301, n.º 162). Este hombre poseyó también un ejemplar de la Divina comedia, de Dante. La falta de precisión sobre la lengua en el inventario nos hace pensar que lo tuviera en castellano, en la traducción que había hecho Pedro Fernández de Villegas y que había impreso Fadrique de Basilea en Burgos en 1515. Sorprende, por sus reducidas dimensiones, la biblioteca de Diego de Zárate, de quien se esperaría, de acuerdo con su estatus económico y social, una biblioteca mejor provista. Nombrado contador de la Casa de Contratación de Sevilla en 1535, era comendador de la Orden de Santiago desde 1543. Estuvo casado con María de Recalde, con la que tuvo un hijo, Francisco de Zárate. Diego de Zárate falleció en 1555 y su biblioteca, registrada en el inventario post mortem del 9 de septiembre del mismo año, incluye únicamente seis títulos (Pérez, 2012: 51, n.º 70),27 entre los cuales figura la Regla de los caballeros de la orden de Santiago a la que pertenecía; los Triunfos, de Petrarca; las Grandezas de España, de Pedro de Medina; y tres obras de devoción: la Vita Christi, del Cartujano, «un Inchiridion pequeño», probablemente el de Erasmo, y «unas Horas en romance». Algo mayor era la colección de libros que recoge el inventario de Alonso de Riquelme (Hampe, 1996: 162-163).28 Este andaluz había participado con Pizarro en la expedición y fundación de Lima, ciudad de la que posteriormente fue nombrado regidor perpetuo y tesorero (1537). Falleció en Lima en 1548. El 18 de septiembre, Gasca ordenó que se llevara a cabo la almoneda pública de sus bienes, ya que había sospechas de malversación de caudales durante su ejercicio. Según se desprende de su inventario post mortem, poseía una pequeña biblioteca de 15 títulos, entre los que predominaban los libros de historia, como el Epítome que hizo Justino de las obras de Pompeyo Trogo, que se editó por primera vez en latín en 1470 y en castellano en Alcalá de Henares en 1540 (Martín, 1991: 467-468, n.º 306), que difícilmente habría podido conseguir en Lima; la Crónica general de España (¿Florián Docampo, Zamora, 1544?) y el De rebus hispaniae memorabilibus, de Lucio Marineo Sículo (Alcalá de Henares: Miguel de Eguía, 1530) (Martín, 1991: 392, n.º 229), que fueron subastados y adquiridos por el conquistador y regidor Francisco de Ampuero. También tenía obras de Erasmo, como su tratado Lingua, que aparece también en las bibliotecas de Farias y Temiño; la Suma de Doctrina, de Constantino 27

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 5913. Una biografía más extensa del personaje en Hampe (1986). Su inventario en Archivo General de Indias, Sevilla (agis), Justicia, Leg. 425, n.º 4, fol. 94-110. 28

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Ponce; las Epístolas, de san Jerónimo; una Colección de epístolas y evangelios, probablemente las de fray Ambrosio Montesinos publicada en Toledo en 1512; y un «libro en romance de filosofía», que tal vez se pueda identificar con la Consolación de la filosofía, de Boecio, que tenía también Juan de la Fuente. Su única lectura de entretenimiento son los Proverbios, de López de Mendoza. Una biblioteca en la que están presentes libros de distintas disciplinas, especialmente de historia, de devoción y de erudición, es la de Alonso Ruiz de Quirós. Fue contador y curador ad litem, es decir, representante legal durante su minoría de edad del conde Claudio Fernández de Quiñones, conde de Luna. Ruiz de Quirós jugó, además, junto con el doctor Gaspar Navarrete, un papel importante en la educación del hijo del conde, Claudio Fernández de Quiñones, IV conde de Luna, embajador de Felipe II en el Concilio de Trento (1563).29 Su testamento fue otorgado en León ante el notario Pedro de Argüelles el 11 de julio de 1542.30 Significativo es el número de obras de historia, probablemente debido a su papel de educador. Entre estas, figuraba un Libro de las guerras sobre el estado de Milán, que se puede tal vez identificar con la obra de Galeazzo Flavio Capella, Historia de las cosas que han pasado en Italia, impreso en Valencia por Juan Navarro en 1536 (Griffin, 1998: 343, n.º 479); la Historia sobre la conquista y derrota de Rodas, del italiano Jacome Fontano, que hemos visto presente en la biblioteca del jurado Antonio de Morales; poseía también dos libros de viajes para la introducción en la geografía: el Viaje de Jerusalem, de Bernardo de Breidenbach, probablemente en la edición zaragozana de 1498, y el Sumario de las maravillas del mundo, más conocido como el Libro de Marco Polo, que había sido traducido por Rodrigo Fernández de Santaella e impreso en Sevilla por Cromberger y Polono en 1503 (Valentinetti, 1994: 226). Figuran también Las epístolas, de Guevara; el Esfuerço vélico, que Palacios Rubios había compuesto para instrucción de su primogénito, impreso en Salamanca en 1524; el Tratado de los rieptos e desafíos, sobre armas y caballeros de Diego de Valera, impreso en Valencia por Orta en 1515; y un libro de albeitería, probablemente la obra de Manuel Díez, que también estaba en la biblioteca de Temiño, dos obras que todo caballero debía conocer. El resto de las obras, un total de 11, son de espiritualidad cristiana, entre las que, de nuevo, destacan las obras de Erasmo. Solo dos obras de entretenimiento figuran en su inventario: La Celestina, que aparece en otras dos bibliotecas privadas, las de Vique y Morales, con mucho las más grandes de este grupo social; y La Coronación…, de Mena, del que estos dos sevillanos tenían Las Trescientas. 29 Tuvo una magnífica biblioteca que sería interesante comparar con la de su mentor. Ha sido estudiada por Casado (1983). 30 El testamento se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de León (ahpl), Protocolos de Pedro de Argüelles, Leg. 1, fols. 447r-461v.

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Sin duda, la biblioteca que, por sus contenidos, mejor refleja las ideas del humanismo cristiano de la época es la de Antonio de Rojas que Cátedra (1983) define como la del perfecto caballero cristiano. Hijo de Pedro de Velasco y de Ana Rojas Manrique, sexta señora de Requena, nació ca. 1507-1510. Fue nombrado paje del príncipe Felipe y en 1535 su camarero, encargándose de su aseo personal y de la selección de libros para su formación. En 1554, fue nombrado ayo del infante Carlos, lo que determina el contenido de su biblioteca (Gonzalo, 1997: 193-194 y ss.). El inventario incluye 64 títulos de obras de espiritualidad, de aprendizaje inicial del latín y obras de historia antigua en castellano. Además de Tito Livio y Suetonio, tenía varias obras de Plutarco en italiano, francés y castellano: las Vidas en italiano (probablemente La prima parte delle vite di Plutarco; La seconda parte delle vite [Venecia: Zoppino, 1525]), su tratado filosófico moral sobre la tranquilidad del alma en francés (Le livre de Plutarque de la tranquillité et repos de l’esprit [París: Jean Colin, 1538]) y sus Moralia, en la traducción castellana de Diego Gracián de Alderete. Tenía también varias obras de historia contemporánea y de espiritualidad. Apenas figuran dos obras de literatura: «el Arcipreste de Talavera», que hay que identificar con El Corbacho, también conocido como Libro del Arcipreste de Talavera o Vicios y virtudes de las mujeres y reprobación del loco amor, publicada en Sevilla por Ungut y Polono en 1498 y «otro libro de Bocaçio ytaliano», cuyo título se nos oculta, pero que bien podría tratarse del Corbaccio que inspiró al arcipreste de Talavera o el De las mujeres illustres, de la que se hizo una edición en romance impresa en Zaragoza por Hurus en 1494 y que también tenía Vique. Frente a esta biblioteca de marcado carácter formativo y espiritual, está la de Diego Valdés (Wagner, 1979), que trabajaba como secretario del inquisidor Gasco hasta la fecha de su muerte en 1556.31 Su pequeña colección de 23 libros, que incluye tanto obras de historia, como tratados de tipo técnico de navegación y viajes, lecturas que junto a las obras de entretenimiento le abrían nuevos horizontes: «dos libros de escrebir cartas»; «un libro del arte de marear de mano»; «un libro de esfera», probablemente de Sacrobosco; y el Repertorio de los tiempos, del cosmógrafo sevillano Jerónimo Chaves; la Ystoria de la guerra hecha contra la ciudad de África, de Pedro de Salazar (Nápoles: Mattia Cáncer, 1552); el Felicísimo viaje del príncipe Felipe, de Calvete de Estrella; el «Libro de Tierra Santa», identificable con el relato de su Viaje a Tierra Santa que hizo fray Antonio de Aranda (Sevilla: Cromberger, 1539 [Griffin, 1998: 301, n.º 163]); una Corónica de España abreviada, de Diego de Valera; la Historia general de las Indias, de Fernández de Oviedo (Sevilla: Cromberger, 1535 [ib.: 300, n.º 152]); el De bello 31 El testamento se encuentra en Archivo de Protocolos de Sevilla (aps), Diego Ramos, oficio V, libro 2º de 1556, fol. 200 y ss. Maillard Álvarez, 2013 cita además ahps, Leg. 3392, fol. 200.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

judaico, de Flavio Josefo en castellano, que también tenía Fuente. Tenía también varias obras de entretenimiento, como el poema épico de Ariosto Orlando furioso, «Un Boscán y algunas de Garcilaso», unos «romances viejos» y El caballero determinado, de Olivier de la Marche, que había traducido Hernando de Acuña y que Stelsio había impreso en Amberes en 1552. Curiosamente, de un total de 23 títulos, 11 aparecen incluidos en el inventario post mortem del inquisidor Gasco (Wagner, 1979, n.º 23, 65, 165, 227, 233, 234, 236, 256, 261, 271, 277). Entre estas coincidencias, figuran no las obras de devoción, sino las obras de entretenimiento y las de tipo técnico; en definitiva, lo más valioso y raro, lo que podría indicar que los gustos del servidor los compartía el amo o viceversa. De menor interés resulta la biblioteca que poseyó el santanderino Toribio Galíndez de la Riba, que llegó a ser escribano público en Lima, y se levantó contra el gobierno de la Corona, con la desgracia de ser juzgado y sentenciado a muerte en 1554 (Herrera, 1720: 224). Entre sus bienes confiscados figura una reducida colección bibliográfica integrada por siete obras de espiritualidad y devoción, propias de un simpatizante del humanismo cristiano impulsado por Erasmo que, sin duda, llevó de Sevilla cuando se trasladó al Perú (Hampe, 1996: 166-167).32 El inventario de la biblioteca del escribano Luis Díaz de Toledo, fallecido en Sevilla en 1543, resulta decepcionante ya que solo recoge dos libros misales (Pérez, 2012: 44, n.º 27).33 Sin embargo, la interpretación de estos datos puede ser diferente cuando ahondamos un poco en sus orígenes y su biografía. Luis Díaz de Toledo, fue el primogénito de Fernán Díaz de Toledo, relator34 y secretario de Juan II35 y de Aldonza González, con la que tuvo además a Juana Díaz de Toledo. En su testamento, el relator nombraba a Luis heredero de todos sus oficios, de numerosas propiedades en Alcalá de Henares y Toledo y de sus rentas, sobre todo de la escribanía de las rentas de Sevilla, donde se trasladará y donde llegará a ocupar los cargos de oidor, referendario relator, secretario y notario mayor.36 Ordenaba que su selecta biblioteca fuera repartida entre Luis y Pedro de Toledo, hijo ilegítimo que el relator había tenido con Juana de Ovalle. El detallado reparto de sus libros entre sus hijos indica la importancia que el fallecido concedía a su biblioteca y la preocupación que tenía por su destino (Sanz, 2014: 390-399). A Pedro, a quien había destinado para la carrera eclesiástica y había mandado a estudiar derecho canónico a Salamanca, le dejaba los libros de teología y alguno de 32

El testamento se encuentra en agi, Justicia, Leg. 471, fol. 1043. El testamento se encuentra en ahps, Leg. 17500. El relator es un oficio de gran importancia en la práctica judicial, aunque inferior en rango al de juez, al que se accede por oposición. Véase Navas (1996: 153-155). 35 El estudio y edición de su testamento en Sanz Fuentes (2014). 36 Véase Archivo General de Simancas (ags), Cancillería, Registro del Sello de la Corte, Leg. 147504, fol. 384. 33 34

6. Bibliotecas de cargos públicos

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derecho canónico especialmente curioso. El resto de los libros eran para los dos. Aunque no facilita los títulos, queda claro que se trataba del resto de la biblioteca, que incluía libros de derecho civil y canónico, obras de carácter técnico y probablemente también obras de entretenimiento si lo hubiere. Además, establecía que si en un futuro sus nietos y su sobrino Pedro Díaz de Toledo quisieran estudiar, hicieran uso de estos mismos libros. Resulta evidente el interés del relator para que su biblioteca permaneciera como un bien familiar, que tanto los descendientes del heredero principal como los demás nietos y sobrinos pudieran utilizar si decidían cursar estudios. A la vista de estos datos, hay que suponer que el inventario que dejó a su muerte Luis Díaz de Toledo no consignó por razones que se nos escapan estos libros de la familia. Poco o nada nos dice el inventario post mortem realizado el 6 de julio de 1547 de Francisca de Zera o Acera, que figura como «mujer de escribano y maestra de niñas» (Rojo, <www.anastasiorojo.com>).37 En él, se incluyen apenas «cuatro pares de Horas viejas, tres o cuatro libros pequeños de molde». Esto hace pensar que estamos ante una biblioteca poco representativa de un escribano, ya que aunque resulta difícil adivinar los títulos y contenidos de estos libros pequeños de molde, parecen tratarse más bien de cartillas para enseñar a leer a sus alumnas (Cátedra y Rojo, 2004: 224). Por su parte, las bibliotecas de los tres militares mencionados destacan por sus reducidas dimensiones: tres eran los libros que figuran en el inventario de Álvaro de Luna, capitán de los cien continos hijosdalgo de las guardias de Castilla y IV señor de Fuentidueña, quien heredó el cargo de su padre Álvaro de Luna, militar que destacó por su participación en la guerra de Granada y que falleció en 1519 (Montero, 2001: 126-127). Estaba casado con Catalina de Valory, dama de Germana de Foix, aunque al parecer no tuvieron descendencia, lo que explicaría que fueran sus sobrinos —los hijos de su hermana María y de su marido García Fernández Manrique, III conde de Osorno— quienes comparecieron ante la justicia vallisoletana el 5 de septiembre de 1544 para solicitar el inventario de sus bienes (Rojo, <www.anastasiorojo.com>), entre los que figuraban la Crónica, de Ocampo, impresa un año antes de su fallecimiento en Zamora;38 la Regla de la orden de Santiago, a la que pertenecía; y un tratado de medicina, las Pruebas, de Francisco López de Villalobos. La segunda biblioteca, con «una carta de marear con sus compases y un arte de marear», perteneció al maestre de nao Cristóbal Núñez, del que no se tiene más información que la que acredita la fecha de su muerte en Sevilla en 1538 (Pérez, 2012: 49, n.º 16).39 37

El testamento se encuentra en ahpv, Protocolos, Leg. 232, fol. 429. 38 No se sabe exactamente la fecha de su muerte, pero se conserva una carta de testamento otorgada por él en Ávila, el 4 de agosto de 1531, en nombre de su esposa en rah, Colección Salazar, M-37, fols. 271v-272 v. 39 El testamento se encuentra en ahps, Leg. 11518.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Algo mayor que las de sus colegas era la biblioteca de Gonzalo Marino de Ribera, compuesta de «nueve libros», pero cuyo contenido resulta imposible de desentrañar.40 De origen sevillano y fallecido en 1522, había sido capitán bajo las órdenes del duque de Medina Sidonia e hijo de Per Afán de Ribera, figura notable de la política sevillana.

4. ¿BIBLIOTECAS PROFESIONALES, DE DEVOCIÓN O DE ENTRETENIMIENTO?

Como conclusión de estas líneas, se puede decir que, de las 22 bibliotecas analizadas, solo una mínima parte presenta un alto porcentaje de obras de derecho y legislación. Entre estas, hay que situar las bibliotecas de Vique, F. de Rojas, Lisón de Tejada, Fuente y, en menor número, Morales; es probable que se pueda incluir aquí la de Díaz de Toledo, más por lo que nos dice el testamento de su padre que por lo que nos dice el suyo propio. El número de obras de espiritualidad es elevado, especialmente en las bibliotecas de ámbito sevillano, a lo que contribuyó sin duda el que la ciudad fue durante este tiempo hervidero de eclesiásticos y foco de erasmistas y alumbrados. Entre estas, están las bibliotecas de Morales, Farias, Temiño, Galíndez de la Riba; la espiritualidad está también muy presente en la biblioteca de A. de Rojas. Erasmo está representado en todas ellas y, con él, las obras de Ponce de León. La historia está presente también en gran parte de las colecciones, pero sobre todo en las de Riquelme, A. de Rojas y Ruiz de Quirós. La literatura de entretenimiento está escasamente representada en todas estas bibliotecas, mayoritariamente en castellano. También figuran algunas obras de los italianos Boccaccio, Petrarca o Dante, y de franceses como Olivier de la Marche, pero por lo general traducidas al castellano. El único inventario que incluye autores clásicos latinos de bellas letras en latín (Ovidio, Persio, Terencio), dos libros de Séneca en castellano y una obra de Dante es la del factor Juan de Aranda, pero esto es claramente una excepción. La Consolación de la filosofía, de Boecio, en su traducción castellana, estaría presente en dos bibliotecas, en la de Fuente y la de Riquelme. La lectura que más se repite son los Proverbios, de Íñigo López de Mendoza, que aparecen en cinco bibliotecas, la de los jurados Vique, Morales, Temiño, Aranda y Riquelme, quienes sin duda muestran interés en este tipo de lecturas. Sigue en popularidad La Celestina, de Rojas, que aparece en las bibliotecas sevillanas de Vique, Morales y en la de Ruiz de Quirós. Vique tiene también dos obras de Boccaccio en romance, El Decameron y Las mujeres ilustres; además de tener El asno de oro, de Apuleyo, que también tenía Morales; un Ysopete, que también tenía Temiño; y la Crónica 40

El testamento se encuentra en ahps, Leg. 22. Véase también Pérez (2012: 34, n.º 2).

6. Bibliotecas de cargos públicos

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Troiana, de Guido de Colonna, en castellano. Mientras, Morales y Temiño tenían además de los Proverbios y La Celestina, las obras de Petrarca. Las Trescientas y el Cancionero llamado Dechado de Galanes están en la biblioteca de Morales, que poseyó además dos libros de caballerías: el Caballero Zifar y la Coronica del noble caballero Guarino Mezquino… Salvo estas escasas coincidencias, la mayor parte de las obras de entretenimiento están en una única biblioteca. En cuanto a los géneros mejor representados en estas lecturas de entretenimiento, se puede decir que la prosa de ficción está más presente que la poesía, mientras que el teatro, representado por la única edición de Terencio en latín que tenía Aranda, se presenta como escasa representación para una ciudad que muestra en este periodo una gran actividad teatral (Martínez, 1993: 221-227). Las tablas que siguen son un resumen de las obras literarias presentes en los inventarios analizados. Tabla 1. Resumen de prosa de ficción castellana 1. Prosa de ficción castellana

Biblioteca

1.1. Fernando de Rojas, La Celestina

Vique, Morales, Ruiz de Quirós, Temiño

1.2. Alonso Núñez de Reinoso, Los amores de Clareo y Florisea

Farias

1.3. Alfonso Martínez de Toledo, El Corbacho

A. de Rojas

1.4. Anónimo, Caballero Zifar

Morales

1.5. Montemayor, La Diana

Farias

Tabla 2. Resumen de prosa de ficción no castellana 2. Prosa de ficción no castellana 2.1. Anónimo, Exemplario

Biblioteca* Aranda

2.2. Anónimo, Calila e Dimna

Aranda

2.3. Leon Battista Alberti, El Momo

Farias

2.4. A. da Barberino, Coronica del noble caballero Guarino Mezquino…

Morales

2.5. Boccaccio, El Decameron

Vique

2.6. Boccaccio, Corbaccio

[A. de Rojas]

2.7. Boccaccio, Las mujeres ilustre

Vique, [A. de Rojas]

2.8. O. de la Marche, El Caballero determinado Valdés 2.9. Erasmo, Colloquia *

Ruiz de Quirós, Aranda

Entre corchetes aquellas bibliotecas en las que aparece el nombre del autor y se conjetura la obra.

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Tabla 3. Resumen de clásicos grecolatinos 3. Clásicos grecolatinos

*

Biblioteca*

3.1. Apuleyo, El asno de oro

Vique, Morales

3.2. Boecio, Consolación de la filosofía

Fuente, [Riquelme]

3.3. Esopo, Fábulas

Vique, Temiño

3.4. Ovidio, Las Metamorfosis

Aranda

3.5. Ovidio, Heroidas

Aranda

3.6. Persio

Aranda

3.7. Séneca

Aranda

3.8. Terencio (teatro)

Aranda

Entre corchetes aquellas bibliotecas en las que aparece el nombre del autor y se conjetura la obra.

Tabla 4. Resumen de poesía 4. Poesía 4.1. López de Mendoza, Proverbios

Biblioteca Vique, Morales, Temiño, Aranda, Riquelme

4.2. Petrarca, Triunfos

Morales, Zárate, Temiño

4.3. Dante, Divina comedia

Aranda

4.4. Garcilaso

Valdés

4.5. Boscán

Valdés

4.6. Ariosto, Orlando furioso

Valdés

4.7. Mena, Las Trescientas

Morales

4.8. Mena, La Coronación…

Ruiz de Quirós

4.9. Dechado de Galanes

Morales

4.10. Romances viejos

Galíndez de la Riba, Valdés

4.11. Montemayor, Obras

Farias

4.12. Cancionero

Fuente

4.13. Guido delle Colonne, Chronica troiana

Vique

6. Bibliotecas de cargos públicos

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Tabla 5. Relación de inventarios Año

Poseedor

Clase social

Lugar

Libros

Referencia

Fuente

1

1522

Gonzalo Marino de Ribera

Capitán

Sevilla

9

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012: 134.

Pérez (2012: 34)

2

1522

Pedro Vique

Jurado

Sevilla

165

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2014, 346-349.

Álvarez (2014: 346-349)

3

1523

Fernando de Rojas

Alcalde mayor

Sevilla

59

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 38-39.

Pérez (2012: 38-39)

4

1528

María Caldera

Mujer de comendador

Sevilla

7

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 39.

Pérez (2012: 39)

5

1530 Antonio de Morales

Jurado

Sevilla

57

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2014, 394-351.

Álvarez (2014: 349-351)

6

1536

Juan de Aranda

Factor

Sevilla

38

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2014, 352.

Álvarez (2014: 352)

7

1538

Cristóbal Núñez

Maestre de nao

Sevilla

2

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 40.

Pérez (2012: 40)

8

1538

Diego de Temiño

Jurado

Sevilla

29

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 41-42.

Pérez (2012: 41-42)

9

1538

Juan Romero

Oidor

Sevilla

1

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 40.

Pérez (2012: 40)

10 1542

Alonso Ruiz de Quirós

Contador

León

24

Campos Sánchez-Bordona, M.ª D.: El arte del Renacimiento en León, León: Universidad, 1992, 46-48 y apéndice n.º 12.

Campos (1992: 118-119)

11 1543

Juan de la Fuente

Jurado

Sevilla

17

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 43-44.

Pérez (2012: 45)

12 1543

Luis Díaz de Toledo

Secretario

Sevilla

2

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 44.

Pérez (2012: 44)

[132]

Año

BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

Poseedor

Clase social

Lugar

Libros

Referencia

Fuente

13 1543

Alonso Navarro

Comendador

Sevilla

7

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 44.

Pérez (2012: 44)

14 1544

Álvaro de Luna

Capitán

Valladolid

3

Rojo Vega, A.: «Bibliotecas privadas 1540-1546», Anastasio Rojo Vega [en línea].

Rojo (http:// anastasiorojovega. com)

15 1547

Francisca de Zera

Mujer de escribano

Valladolid

12

Rojo Vega, A.: «Bibliotecas privadas 1540-1546», Anastasio Rojo Vega [en línea]. .

Rojo (http:// anastasiorojovega. com)

16 1548

Alonso de Riquelme

Tesorero

Lima

15

Hernández González, M. I..: «Suma de inventarios de bibliotecas del siglo xvi (1501-1560)», en P. M. Cátedra y M.ª L. López-Vidriero (dirs.), El libro antiguo español. Coleccionismo y bibliotecas (siglos xvxviii), Salamanca: Universidad de Salamanca, 1998, 375-446.

Hernández (1998: 40)

Oidor

Lima

50

Hampe Martínez, T.: Bibliotecas privadas en el mundo colonial e ideas en el virreinato del Perú (siglos xvixvii), Madrid: Iberoamericana, 1996, 164-165.

Hernández (1998: 43)

17 1549 Juan Lisón de Tejada

18 1554

Toribio Galíndez de la Riba

Escribano

Lima

8

Hampe-Martínez, T.: «Un erasmista perulero: Toribio Galíndez de la Riba», Cuadernos Hispanoamericanos, 431 1986, 85-93.

Hernández (1998: 49)

19 1555

Diego de Zárate

Contador

Sevilla

6

Pérez García, R. M.: «Consumo lector y bibliotecas privadas en Sevilla (1522-1555)», Erebea, 2, 2012, 51.

Pérez (2012: 51)

20 1556

Juan de Farias

Alguacil de los veinte

Sevilla

16

Álvarez Márquez, M.ª C.: Bibliotecas privadas de Sevilla en los inicios de la Edad Moderna, Zaragoza: Pórtico, 2014, 356.

Álvarez (2014: 356)

21 1556

Diego Valdés

Secretario de inquisidor

Sevilla

22

Wagner, K.: «Lecturas y otras aficiones del inquisidor Andrés Gasco (+1566)», Boletín de la Real Academia de la Historia, clxxvi, 1979, 156-157.

Wagner (1979: 156)

Paje y ayo

Valladolid

64

Cátedra, Pedro M.: «La biblioteca del caballero cristiano don Antonio de Rojas, ayo del príncipe don Carlos (1556)», Modern Language Notes, 98, 1983, 226-249.

Hernández (1998: 51)

22 1556 Antonio de Rojas

6. Bibliotecas de cargos públicos

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BIBLIOGRAFÍA

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BIBLIOTECAS Y CLASE SOCIAL EN LA ESPAÑA DE CARLOS V (1516-1556)

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