Contra Satanas - Emmanuel Milingo

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Emmanuel Milingo

CONTRA SATANÁS

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T E S T I M O N I O

ediciones paulinas

Prefacio

Título italiano: Contra Sotana Luigi Reverdito Editóle - Italii Traducción de Justiniano Beltrán © EDICIONES PAULINAS 1990 Calle 170 No. 23-31 Apdo. Aéreo 100383 Fax 6711278

i-Y Xonseñor Emmanuel Milingo, arzobispo de Lusaka, residente en Roma desde hace algunos años, es sin duda un personaje famoso. La razón de su popularidad se debe al hecho de que monseñor Milingo es un poderoso exorcista y un excelente curador espiritual. Son miles las personas que afirman haber recibido de sus intervenciones beneficios físicos y espirituales; cuando celebra los actos de curación, acuden muchedumbres de fieles. En su país de origen, Zambia, su popularidad es vastísima, segunda después de Kaunda, presidente del Estado. En Italia son pocas las personas que no hayan oído hablar de él, que no lo hayan visto en los periódicos o en la televisión. Pero las curaciones, y sobre todo los exorcismos que tienen por objeto a Satanás, son temas que escaldan. Cuando alguno los toca, levanta un avispero de polémicas. Desencadena el interés morboso de las masas y la hostilidad desdeñosa y furiosa de muchos intelectuales, incluso de fe religiosa. Y, por esto, monseñor Milingo es también un personaje muy criticado. Sus enemigos laicos lo definen como hechicero, embustero, visionario; sus enemigos eclesiásticos dicen que es un fautor de supersticiones, un fanático peligroso, y, desde hace varios años, está en el ojo de un ardiente ciclón. La prensa lo ataca cuando celebra sus "ceremonias de curación", que atraen muchedumbres oceánicas; las auto-

ridades eclesiásticas, preocupadas por la gente que acude y las críticas de los periódicos, frenan su misión. En 1983, monseñor Milingo recibió la primera llamada de atención oficial por parte de las autoridades eclesiásticas, cuando todavía se encontraba en Lusaka. Su fama en África había llegado al ápice. Un año antes, un funcionario del Estado de Zambia, Ludwig Sondashi, entonces ministro de los asuntos sociales, había declarado oficialmente haber sido curado por monseñor Milingo. La declaración suscitó el entusiasmo de la gente, pero también las envidias. Alguien hizo llegar un dossier a la Santa Sede, y monseñor Milingo fue llamado a Roma. El alejamiento de África fue muy doloroso para el joven arzobispo, que se sentía acusado injustamente. Pero obedeció, demostrando una humildad, una sumisión a los superiores, una fe en las autoridades eclesiásticas que despiertan admiración. No pronunció nunca un juicio contra quien lo había acusado. No se lamentó de la suerte que le había tocado. Sufrió en silencio, orando. En Roma, después de una larga espera, fue procesado y absuelto. Se encontró con el mismo pontífice, Juan Pablo II, quien se dio cuenta de la perfecta ortodoxia de este obispo y de su conducta ejemplar. Así monseñor Milingo, aunque teniendo que permanecer en Roma como "delegado especial" del Pontificio consejo para la pastoral de las migraciones y del turismo, obtuvo el permiso de continuar su actividad de "curador especial" y de "exorcista". En pocos años su fama se difundió en todo el país y su bondad ha conquistado decenas de miles de personas. Pero una vez más la creciente popularidad ha suscitado envidias y preocupaciones, y una vez más Milingo fue invitado a suspender sus encuentros públicos con los fieles. Quien lo conoce bien, sabe que es una persona que merece estimación: límpido en la acción, trasparente en sus ideas, es un eclesiástico de profunda y auténtica fe. Su experiencia humana es rica y amplia. Nació en 1930 en un pueblo pobre de Zambia. Pertenece al pueblo Ngumi, del cual los zulú son la rama más antigua. A los 12 años todavía era analfabeto. Luego empezó a estudiar con los Misioneros Blancos y en poco tiempo llegó a ser el mejor de la escuela. Entró en el seminario y fue ordenado sacerdote en 1958. Once años después, cuando sólo tenía 39 años, fue consagrado

obispo por Pablo VI, quien le confió la arquidiócesis de Lusaka, capital de Zambia. Su actividad lo ha llevado a viajar por el mundo y a conocer los problemas y las aspiraciones de muchos pueblos. Su preparación intelectual también merece mucho respeto. Después de los estudios filosóficos y teológicos en el seminario de Lusaka, Emmanuel Milingo fue a Europa a completar su formación. Se graduó en filosofía, teología y ciencias sociales en Roma y en la Universidad de Dublín, en Irlanda. Adelantó cursos de perfeccionamiento en locución y, cuando regresó a su patria, se convirtió en una de las voces radiofónicas más populares de toda África. También ha escrito bastantes libros, traducidos en varias lenguas. Él admite candidamente que tiene dotes particulares, que ha hecho experiencias especiales, que se siente llamado a desarrollar una misión especial en la Iglesia. No oculta sus experiencias, que considera verdaderos dones de Dios. Me cuenta: "Empecé a hacer de exorcista, después de haber vivido una experiencia particular que me hizo comprender cuan grande, concreta y peligrosa es la presencia de Satanás entre los hombres. Desde entonces he recorrido el mundo profundizando siempre más el significado y la importancia de mi misión. He sido exorcista en América, en varias naciones europeas, en África. En todas partes he encontrado casos aterradores. La lucha de Satanás contra los hijos de Dios no da tregua. Desafortunadamente, con frecuencia el hombre no se da cuenta de esto, convirtiéndose así en una víctima indefensa de su enemigo". Monseñor Milingo se expresa hablando con convicción y sencillez desarmantes. Su sonrisa candida y serena manifiesta un ánimo noble. Dice: "La experiencia que me llevó a cambiar radicalmente mi vida remonta al tiempo de mi consagración como obispo. Empecé a interrogarme sobre mis nuevas responsabilidades religiosas. Yo era sacerdote, más aún obispo, es decir, tenía la plenitud del sacerdocio con la misión específica de guiar a los otros sacerdotes y a los fieles hacia la verdad, y mis convicciones tenían que ser precisas y concretas. "Meditando y haciendo profundos exámenes de conciencia, me di cuenta que me faltaba algo. Mi fe en el evangelio era total, pero parecía "acolchonada", adormecida. Me parecía ser el administrador de una "cosa muerta", mientras sabía que Cristo es la

"fuente de la vida". Sentía que, para estar a la altura de mi misión, tenía que encontrar la "realidad" concreta del evangelio. "Me decía: si Cristo afirmaba ser el alfa y la omega, el principio y el fin, y si decía que, cuando dos discípulos suyos oran juntos, él está en medio de ellos, esto significa que la realidad a la que dio comienzo hace dos mil años debe continuar siempre, hasta el fin del mundo. Por eso, nosotros cristianos del siglo XX, debemos comportarnos como lo hacía él. El evangelio no debe ser un "documento histórico", sino un "código de acción práctica". Si lo vivimos con este espíritu, deberían realizarse, inevitablemente, todos esos milagros, prodigios y fenómenos espirituales que sucedían en ese tiempo. "Seguí leyendo y meditando con asiduidad los libros del Nuevo Testamento con esta óptica, tratando de aplicarlos a la vida práctica. Descubrí nuevos aspectos de la verdad cristiana, sus más profundos significados y también la realidad de los espíritus del mal. "Siempre había creído en el demonio. Estudiando teología, había profundizado también en el conocimiento de los enemigos de Cristo, en particular los espíritus malignos. Pero había hecho todo esto sólo teóricamente, mientras el Nuevo Testamento habla de ellos de manera concretísima". Monseñor Milingo toma un libro grande en donde están reunidos todos los libros de la Biblia y, con seguridad, conocimiento y competencia, encuentra y lee cada uno de los pasajes que se refieren a la existencia de los demonios y a su acción sobre el mundo. Cita los evangelistas, san Pablo, san Pedro, los Hechos de bs Apóstoles. Luego continúa: "A un cierto punto, tuve como una iluminación que me hizo comprender profundamente la importancia de estas verdades. Inmediatamente empecé a obrar en la vida práctica, tratando de resolver los problemas de cada día con la oración como había enseñado Jesús y obtuve inmediatamente resultados estrepitosos, en lo referente a las enfermedades, y a las posesiones diabólicas". Desde entonces monseñor Milingo ha seguido comportándose según este nuevo espíritu de fe viva, suscitando en todas partes un grandísimo interés. Quien se le acerca y habla con él, aunque sea una sola vez, difícilmente lo puede olvidar. Incluso sus enemigos quedan encantados por su candor y bondad.

En este libro, Milingo narra su historia y resume su pensamiento filosófico y teológico. Dice cómo ve el mundo y los acontecimientos de los hombres. Describe sus desconcertantes experiencias con los muertos, los poseídos y los endemoniados. Revela detalles clamorosos sobre la "Iglesia de Satanás" y sobre su organización difundida en el mundo. Habla de todo esto con discreción, con prudencia, pero con franqueza, porque lo que narra es fruto de una profunda convicción y de una larga experiencia. Se puede no estar de acuerdo con cuanto él afirma, pero no se pueden negar los hechos que el arzobispo de Lusaka ha vivido en su propia persona. Por esto, el libro tiene un gran valor de testimonio y merece la más viva atención. Renzo Allegri

Capítulo primero

PREDICAR A CRISTO "No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y este crucificado. Y me presenté ante vosotros débil... Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder" ICo 2,2-4

Se necesitaron cuarenta y cinco años

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ómo desearía haber nacido en una familia real! Creo que, si hubiera crecido como un muchacho sofisticado de una familia real, se habrían podido evitar mis pequeñas innatas reacciones que me traumatizan. ¡Cuántas veces he sentido haber obrado con una cierta agresividad respecto de mi prójimo... pero nadie elige al propio padre ni a la propia madre! Mis padres vivían mejor que yo, en el sentido de que vivían en su tiempo, según las costumbres y las usanzas de su tiempo, mientras que yo, tratando de imitarlos, tengo que desdoblarme, porque tengo también una dignidad sacerdotal con la que a veces me es difícil competir. Mi madre, Dios bendiga su alma, fue la mejor madre que se pueda imaginar. Les dejo a ustedes decir lo mismo de la suya. Era una mujer diligente, severa con nosotros. Con frecuencia me castigaba por mi insolencia y mis caprichos de niño. Recuerdo que detestaba verme escupir por todas partes. Siempre decía: "¡Vete! ¡Sigues escupiendo como si tuvieses una rana podrida en la boca!". Entonces me alejaba, pero seguía a su alrededor, porque la quería mucho. Claro está que ella me quería mucho más que yo a ella... ¡me conocía aun antes de nacer! Y tenía un motivo más para quererme tanto: de niño me parecía mucho a ella; creo que le disgustaba que no hubiera nacido mujer.

Ahora me parece comprender que tenía razón porque, también yo como ella, hubiera sido una madre maravillosa. Mi padre era la disciplina en persona. Con mi padre no tenía mucha familiaridad, aunque nunca llegó a pegarme cuando me merecía un castigo. Con el correr de los años tuve que darme cuenta de que había motivos precisos para ello. Ante todo, era tan frágil que, si hubiera nacido algunos años más tarde, seguramente me habrían puesto en incubadora. Sin embargo, y dadas sus condiciones, mis padres lograron mantenerme en vida, pero durante toda la juventud seguí siendo muy débil. Creo que mi padre me consideraba demasiado débil, pero a él le bastaba que yo viviera. Otra probable razón podría ser ésta: como era el predilecto de mi madre, si se me hubiese castigado con frecuencia, hubiera podido convertirme fácilmente en causa de desacuerdos. Yo siempre reservé a mi madre todo mi afecto, aunque esto no esté de acuerdo con la costumbre de mi tradición tribal. Los tiempos cambiaron. Con la muerte de mi madre, cuando yo tenía diecisiete años, toda la responsabilidad de los siete hijos pasó a mi padre. Así él dejó de ser "el hombre de la disciplina", obligado a convertirse en padre y madre al mismo tiempo, y nosotros descubrimos en él ternura y atenciones que habían sido propios de nuestra madre. Recuerdo que me decía, durante mis años de seminario: "Todos los días ofrezco una decena de mi Rosario para que puedas llegar a ser sacerdote". De mis padres, sólo mi papá tuvo la alegría de verme sacerdote y de estar presente en mi consagración como arzobispo de Lusaka. Entonces recordamos a mi madre de manera muy especial, todavía muy presente en nuestra vida. ¡Que su alma descanse en paz! Nací el 13 de junio de 1930 en el pueblo de Mukwa, diócesis de Chipata (Zambia oriental), de Yakobe Milingo Chilumbu y de Tomaide Lumbiwe Miti. De 1949 a 195 8 estudié filosofía, teología y derecho canónico en el seminario de Kachabere. Situado en el confín entre Zambia y Malawi, el seminario de Kachabere servía a las diócesis de Zambia y Malawi. Fui nombrado arzobispo de Lusaka en junio de 1969 y consa-

grado el primero de agosto del mismo año por su santidad, el papa Pablo VI, durante su visita a Kampala. He empleado cuarenta y cinco años para despejar mi mente de conceptos errados sobre Dios, conceptos errados de oración, conceptos errados de cristianismo. No quiero enumerarlos todos —sería deprimente— y por ellos no culpo a nadie sino a mí mismo, pues desde la edad de los doce años me había preparado para llegar a ser un eclesiástico y así había tenido la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, permítanme hacer alusión solamente a un par de errores inherentes a mi modo de creer. El primer error se refería a mi actitud hacia la oración, que yo consideraba una imposición de la religión sobre los que aceptaban ser "esclavos de Dios". Yo creía que, rezando, se renovase a Dios nuestro compromiso de fidelidad y sometimiento, y estaba convencido de que, durante toda la vida, habría tenido que inclinarme continuamente delante de él y decirle: "No puedo hacer otra cosa, si esto es lo que me pides". Se necesitaron cuarenta y cinco año para comprender qué significa ser cristiano. Descubrirlo fue para mí motivo de grande alegría. Pero, ¿cuánto tiempo necesitaré para serlo realmente? Siento miedo al pensarlo. En todo caso, ésta es la finalidad que me he propuesto para el resto de la vida.

La primera misión

J—/a primera misión que el Señor me ha confiado es la lucha contra Satanás y sus aliados. Los demonios viven entre nosotros, oculta e inteligentemente. Son como gatos salvajes que despedazan los pollos y que el campesino no logra atrapar. Pone las trampas, pero en vano. Por fortuna, cuando el bosque está en llamas y el gato selvático no sabe a dónde huir, el campesino puede sorprenderlo. Me he encontrado, casualmente, tan a menudo en el espíritu de Judas Iscariote —mejor, en un espíritu que afirmaba hablar en su nombre— que un día tuve la curiosidad de querer descubrir su identidad. Entonces me dijo: "Ese Jesús perdió la batalla. ¡Nosotros lo matamos! Lo herimos mortalmente. Él no tenía ningún poder sobre nosotros". Naturalmente, decir que Jesús no tuvo ningún poder contra el ejército de Judas Iscariote es una mentira. Quien ríe de último, ríe mejor, y Jesús se rió de sus enemigos después de su resurrección. Ellos tuvieron que huir a esconderse. "¿Por qué —preguntémonos— Cristo nos recuerda tan a menudo que debemos ser audaces, valientes, que no debemos dudar? Porque él sabía que nuestro más grande obstáculo para servirlo como deberíamos, es el miedo: miedo de la oposición que conlleva la fidelidad a Jesús, miedo de la indiferencia por parte de las personas que amamos o, como dice Cristo, de los enemigos que se encuentran en nuestra misma casa; pero, sobre todo, miedo de

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quien conocemos hasta demasiado bien, de quien nos ha traicionado a menudo: es decir, de nosotros mismo" (Fr. J. Hardon 'Holiness in the Church'). Alguien tenía razón de decirme: "Yo objeto sobre el uso continuo que usted hace de la palabra poder". Esto sucedía en Ann Arbor, Michigan, en 1976. Ahora bien, no es fácil definir algo espiritual. Mientras los científicos llaman "radiaciones" de las energías desconocidas, yo llamo "poder" a la fuerza vital que irradia de Cristo en su Iglesia. No quiero definirla "gracia", porque comparo la gracia con un suave susurro que se derrama dulcemente, silenciosamente en el alma —presencia divina que, derramándose en ella, la transforma en templo del Espíritu Santo, extraordinaria permanencia del Dios vivo en la vida más humilde tocada por una luz inefable. También se es llevados a considerar la gracia como algo particularmente bello e incontaminado que hay que tratar con un cuidado especial, el mismo que se requeriría para transportar un huevo en un canasto grande; pero lo que yo defino "poder" es, para mí, virilidad, riesgo, audacia: una espada de doble filo, un derecho a la vida. Durante siete años les he declarado guerra a los espíritus malignos. ¡Ha sido una guerra dura! Ellos han usado todos los medios para perjudicarme, pero mi espíritu, que no se duerme nunca, continuamente estaba alerta para protegerme. Si los espíritus malignos lograran mandarme en "trance", se darían cuenta de ello y se reirían de mí, atormentarían mi cuerpo y, abusando de mi fantasía, me recordarían una cantidad de imágenes. Poco a poco insinuarían en mí el espíritu del miedo; y es lo que no logran hacer. Cuando mi cuerpo descansa, sigo estando "espiritualmente consciente" (para usar un término de Prajapita Brahma Kumaris). He aquí por qué, si durante la noche vienen los espíritus malignos a atacarme, yo me levanto y los saco corriendo con una bendición o una señal de la cruz. Después sigo durmiendo. El hecho es que nunca estoy solo (ni siquiera ahora cuando hablo), sino en continua compañía de muchos espíritus custodios, cuyo rango desconozco. Les estoy profundamente agradecido, porque en muchas ocasiones me han protegido de los espíritus malignos y de venganza. Viajando hacia países lejanos, han sido mis amigos predilectos: 16

me han levantado de depresiones y desánimos y les han declarado guerra a los espíritus malignos más duramente de lo que yo hubiera podido hacerlo, siendo como soy un débil ser humano. Cada vez que los invoco, se ponen a mi lado. Estas reflexiones forman parte del tercer opúsculo de una serie sobre la investigación relativa al mundo de los espíritus —el "mundo intermedio"— que considero ser el lugar de encuentro de los otros dos mundos: los cielos y la tierra. Por "lugar de encuentro" aquí no se debe entender la unión de los cielos con la tierra, todavía separados entre sí, sino más bien un ambiente —precisamente el "mundo intermedio"— en el que ambos poderes son operantes, el único que puede recibir los seres del mundo de arriba y de abajo. El "mundo intermedio" es en donde los seres del cielo sienten la atmósfera de la tierra, y los de la tierra la atmósfera del cielo. Para usar una expresión común y corriente, podríamos definirlo un "mundo de realidades recíprocas". Lázaro y el rico Epulón pudieron sentir su recíproca atmósfera, pero no pasar el uno a la parte del otro (cfr Le 16,26). Ustedes pueden definirlo como el lugar en donde se realizará el juicio final de Dios sobre mi destino y el de ustedes.

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El descubrimiento del don de curación

suceso común. Después de haber orado por la mujer, mi cuerpo se congeló hasta el punto de quedar entumecido; esto porque estaba haciendo la experiencia de la oración profunda, sea en el cuerpo, sea en la mente. Me preguntaba cómo podría desvincularme de semejante fuerza, pero poco a poco, con el poder que me venía del Señor, retomé conocimiento y el dominio de mí mismo. Demos gracias al Señor porque la mujer ha estado bien hasta hoy (aunque tenga problemas, son de naturaleza diversa). Come normalmente, no oye más las voces y ya no le tiene miedo a su hijo. Puedo recordar muchísimas cosas que me sucedieron en ese mes de mayo de 1973. Sabía que Dios me estaba guiando hacia la curación de la enfermedad de la que son víctimas muchos de mis hermanos y hermanas zambeses, el "mashawe"*, que no se puede curar en el hospital. Durante todo el mes me pregunté cómo se podría ayudar a esos enfermos, luego el 3 de julio participé en una reunión de la Acción católica en la catedral de Roma (Lusaka), incierto de si hablar de eso en la asamblea. Al final el Señor me dio la valentía de anunciar: "¡Hermanos, hermanas! Durante mucho tiempo hemos sufrido por causa del mashawe y se nos ha obligado a recurrir a los médicos dejando a un lado a la Iglesia. Esta enfermedad puede ser curada en nuestra Iglesia católica. Ahora bien, si alguno de ustedes sufre de mashawe, venga adelante y trataremos de ayudarlo". Fue así como empecé a curar.

\*J na mujer sufría desde hacía cinco meses. A veces pasaba enteras semanas sin poder comer algo. Únicamente podía beber agua o bebidas sin alcohol; le tenía miedo a su niño, porque creía que no era un ser humano y continuamente oía voces. La mujer había sido tratada en una clínica siquiátrica sin ningún resultado. El 12 de abril de 1973 vino a mi oficina y me expuso su caso. Algunos días después volvió y, una vez más, me contó toda su historia. Entonces la llevé a mi residencia para escucharla y celebrar la misa. A pesar de ello, la mujer seguía oyendo las voces y temiendo a su niño (en ese tiempo todavía yo no sabía cómo se comporta Satanás cuando está en posesión de una persona). Cuando estaba pensando en el modo de ayudarla, improvisamente una idea se iluminó en mi mente: "Mírala intensamente a los ojos tres veces y pídele que haga lo mismo, luego ordénale que duerma. Habíale a su alma, después de haberle hecho la señal de la cruz". Seguí escrupulosamente las instrucciones recibidas y la mujer quedó dormida por el poder del Señor: se calmó, se relajó; así pude ponerme en contacto con su alma. Recé lo más largamente posible, luego la desperté... pero ninguno de los dos sabía decir qué había sucedido. Yo puedo narrar solamente lo que me había sucedido, en el

* Definido el "fenómeno africano", el mashawe causa alienación mental e improvisas manifestaciones de comportamiento animal (E. Milingo 'The World ¡n Between').

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El 8 de julio me encontraba en Kabwe y estaba curando a los enfermos al final de la misa. Usaba la mano derecha para trasmitir lo que la gente llama comúnmente "radiaciones de curación". Las personas, enfermas de mashawe, se pusieron a gritar y a llorar mientras rezábamos por ellas. Una mujer, llevada hasta la iglesia en una bicicleta, regresó a casa a pie después de la oración de curación. Mientras tanto yo empezaba a creer que el Señor Jesús aprobaba lo que yo estaba haciendo, aunque sin lograr entender de dónde me venía esta fuerza particular. El 24 de julio me encontraba nuevamente en Kabwe, en donde

se habían reunido muchísimos enfermos para la función de curación. Eran tan numerosos, que imponer las manos a cada uno hubiera sido una empresa imposible. Entonces el Señor me señaló otro método: me puse delante de los enfermos y les ordené relajarse y cerrar los ojos. Con gran sorpresa mía todos se durmieron, excepto una mujer que se durmió después que le toqué la mano. "Malodza a kwa Mulungu": "¡Es un misterio de Dios!". No encuentro nada mejor que esta traducción aproximativa del dicho popular para describir lo que me estaba sucediendo. Precisamente es el caso de decir "lo que me estaba sucediendo", porque yo mismo estaba a oscuras de la transformación que sucedía en mi cuerpo. Recuerdo que un día —era abril de 1974—, mientras me encontraba en Kitwe, en casa de mi hermana, dedicado a contarle los más recientes acontecimientos de mi vida, ella exclamó: "Mira al hijo de mi madre... ¡¿Es posible que nadie logre entender qué tiene?!". Era tan difícil explicarlo a los demás. Por eso, en ciertos días podía parecer un loco que hablaba ininterrumpidamente sin ser comprendido y sin aclarar nada. No puedo decir haber tenido una fe semejante a la de ellos, porque diría una mentira. No acepté inmediatamente los problemas cuando se me presentaron, por la sencilla razón de que todavía no me había dado cuenta del don que Dios me estaba haciendo (y que yo no le había pedido). Me maravillaba que Dios me diera un don semejante, gracias a su poder y bondad respecto de mí. También estaba sorprendido porque parecía que algunas personas ya habían comprendido y explicado a Roma lo que me estaba sucediendo. Y de Roma me llegó una carta de reproche en la que se me ordenaba interrumpir. Fueron días difíciles. Durante varios meses me comporté como un prófugo, con tal de no desobedecer las órdenes recibidas. Me escapaba de casa cuando veía los enfermos y el jueves había tomado la costumbre de regresar a casa a las diez de la noche. Aunque los había evitado durante muchos meses, los enfermos seguían viniendo.

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Y el Señor me dijo

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k_/olamente desde 1973 fui apartado de los sentimientos profundamente religiosos de mis hermanos africanos. Antes estaba acostumbrado a sentir hablar muchísimo de las bellas cosas que hacía como sacerdote y a recibir un montón de elogios por mis homilías. Pero hoy, cuando estoy tan cerca de la vida privada de miles y miles de cristianos, me doy cuenta de que mis hermanos tienen mucho que enseñarme a mí y que muchos de ellos están en contacto directo con lo sobrenatural. A su tiempo algunas personas habían venido, por iniciativa propia, a aconsejarme sobre asuntos importantísimos que, en el momento en que me hablaban, podían parecer puramente casuales. Una vez salido del período al que se referían, llegué a comprender que sus palabras habían sido proféticas. Aceptar sus consejos requería humildad de parte mía, pues yo estaba convencido de que, por una parte, la filosofía que había estudiado me abría las puertas a todo lo que era intelectual y, por otra parte, la teología me introducía a lo sobrenatural. Hoy sé que en la vida hay muchas cosas más que cuentan, prescindiendo de la filosofía y de la teología. También estoy convencido de que en muchas religiones tradicionales se encuentran elementos idóneos para conducir el hombre a Dios, satisfaciendo al mismo tiempo la razón. 21

Con la misma profusión con que ha creado diferentes colores para tantas variedades de flores, Dios ha distribuido sus dones a razas y naciones diversas; por tanto es equivocado pensar que una raza tenga una cultura superior a la de otra. La historia ha demostrado que, cuando el cristianismo era llevado de nación en nación, indirectamente se manifestaba un complejo de superioridad espiritual, por medio del cual se aniquilaba la cultura del pueblo evangelizado. Las sensaciones son realidades comparables, en el ser humano, a un barómetro, que puede señalar cuándo la temperatura está al mínimo, mientras afuera tal vez resplandece el sol y el cielo es terso. Según el tiempo que hay, o que se prevé en breve, el barómetro nos ayuda a tomar decisiones; por eso es responsabilidad nuestra si decidimos movernos en sentido contrario a sus indicaciones. Estos instrumentos de alta precisión se usan también en los hospitales. En efecto, el termómetro puede indicar inmediatamente si el paciente tiene fiebre, dando así al médico una información preciosa sobre el estado general de sus condiciones físicas. Las sensaciones son para el hombre como las antenas para la radio y la televisión (las antenas reciben material para uso de los medios de comunicación con los que se organizan los programas para el público; a su vez el público elige los programas que prefiere). Así no sería justo echar la culpa a las sensaciones que están en nosotros porque, sin ellas, se nos escaparía la vida. Nosotros estamos vivos porque "sentimos" y porque los demás "sienten" que vivimos. Muchas veces se resume nuestra personalidad, no con una frase hecha o un juicio standarizado, sino más bien a través de la valoración de sus diversos aspectos que los demás "ven" y "sienten".

ambiente tribal, se me había ya recomendado no evidenciar demasiado los valores de mi tribu. Ahora, cuando estoy lejos de África, se me da una gran lección, esto es, que todos los hombres pertenecen a Dios y son hermanos. Me doy cuenta de estar tratando el instinto a la buena... En todo caso hay que decir que, cuando se obra según los instintos —sobre todo según el instinto de pertenencia— se puede desarrollar la tendencia a practicar el exclusivismo. A nivel político es fácil resaltar lo que el tribalismo ha causado y sigue causando en el continente africano. "No hay griego, ni romano, ni gentil... Todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús" (Col 3,11). Palabras que no significan nada, ni siquiera en las comunidades religiosas. Las comunidades religiosas africanas están infestadas por esta debilidad y el diablo vive en cada una de ellas, precisamente porque el tribalismo le abre las puertas. La vida religiosa, en cambio, debe ir contra corriente. El tribalismo es lo que san Pablo define "indulgencia hacia sí mismos". Dice él: "No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará; el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna" (Ga 6,7-8). Las consecuencias son muy claras. En donde el tribalismo siembra semillas del exclusivismo, la comunidad tiene miembros que se lamentan siempre. En ella prevalece la injusticia; el favoritismo es historia de todos los días; la estrechez mental de los superiores limita la visión de la congregación que, poco a poco, se convierte en una "santidad tribal" y no ya en la expresión de la Iglesia universal que debe testimoniar la presencia de Dios en su pueblo. La congregación ya no es el símbolo de una vida que tiende hacia Dios, tal como deberían vivirla sus miembros que se han congregado a la Iglesia.

Se puede abusar de un instinto, especialmente del instinto de pertenencia. Yo tengo dos instintos muy fuertes en mí: me siento muy africano y me siento muy Ngumi. Si no fuera guiado por Dios, y no me esforzara por adherir a sus planes en mi vida, terminaría siendo muy africano y muy Ngumi. ¡Cómo ha sido sabio el Señor que me ha ayudado a desarrollar otra cosa: a ser "todo para todos"! Por el simple hecho de haber sido alejado de mi casa y de mi

Leemos en el libro de Jonás: "La palabra del Señor fue dirigida a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y anúnciales que su maldad ha llegado hasta mí. Jonás se puso en marcha, para huir a Tarsis, lejos del Señor". (Jon 1,1-3). Comparándome con Jonás, yo creo haber aceptado la invitación del Señor, pero no todo lo que se refería a su ejecución. A mí el

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Señor me había dicho: "¡Ve a predicar el evangelio!". El poder de su voz no me dejaba dudas, pero tampoco la valentía de preguntarle cómo había que predicar este evangelio. Volví a entrar dentro de mí mismo, simplemente, esperando otra aclaración. Desde ese momento —octubre de 1973— el Señor me habló por medio de signos. Por fortuna no me dijo que predicara el evangelio a una comunidad particular, pero también éste es el motivo por el cual me metí imprudentemente en las dificultades. Además, al profeta Jonás se le había sugerido qué debería anunciar; a mí solamente se me había dado una orden —predicar el evangelio—.

El profeta es atormentado

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J—i\ profeta es atormentado cuando obedece a Dios y le colabora en la trasmisión de su mensaje, intranquiliza al pecador y lo aparta de su falsa tranquilidad, poniendo en peligro su propia vida. En efecto, muchos profetas la perdieron. Realmente, el profeta es un signo de contradicción, como nos lo revela la historia de Jesús, el gran profeta: "Su padre y su madre estaban admirados de I9 que se decía de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —y a ti misma una espada te atravesará el alma— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Le 2,33-35). En 1976, mientras me encontraba en la comunidad carismática ecuménica "Palabra de Dios" de Ann Arbor, Michigan, Dios me habló por medio del profeta de la comunidad. El mensaje anunciaba: "Tendrás que sufrir todavía, pero saldrás adelante". Conociendo las pruebas que me habían tocado desde abril de 1973, el hermano quedó muy adolorido y sufrió mucho cuando el Señor le pidió que me informara que yo tendría que seguir sufriendo. En todo caso, él cumplió puntualmente la orden recibida. Por parte mía medité el mensaje sin lograr adivinar qué clase de sufrimientos tendría que esperar. Sólo me quedaba el consuelo 24

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de haber sido preavisado por el Señor, y ésta era la prueba de que él me amaba y de que estaría conmigo. El cumplimiento de la profecía es lo que me ha llevado a redactar estas líneas. A pesar de haber tratado de eludirlas de muchas maneras, los sufrimientos llegaron (pero no fui tragado por el pez...) y la oración de Jonás seguramente es también mi oración: "Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez. Dijo: Desde mi angustia clamé al Señor y él me respondió; desde el seno del Seol grité, y tú oíste mi voz" (Jon 2,2-3). El Señor me acompañó durante todas mis travesías, aunque de vez en cuando yo no haya tenido en cuenta su presencia y haya ido en busca de consuelos humanos. Pero ahora comprendo la diferencia que hay entre el ser uno instrumento del Señor al servicio de la comunidad y el compartir su vida, es decir, la santidad. Me queda mucho por caminar antes de que estas dos cosas se vuelvan una sola cosa dentro de mí. Leemos en la Sagrada Escritura: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7,21-23). Cuando las personas, a las que se refiere Jesús en este contexto, profetizaban, su profecía se cumplía. Los que expulsaban los demonios, los expulsaban efectivamente. Los dones —el de la profecía y el de expulsar los demonios— son concedidos en beneficio de la comunidad por medio de cualquier hombre y su presencia en una persona no implica necesariamente la presencia de la vida divina. Steve Clark, uno de los primeros miembros de la Renovación carismática de los Estados Unidos, comenta así este pasaje: "El no dice que éstos no profetizaban o no expulsaban los demonios o no hacían milagros en su nombre, dice más bien que todo esto no hace de un hombre un auténtico discípulo suyo. Lo que hace a un hombre un auténtico discípulo de Cristo es el cumplimiento de la voluntad del Padre, es decir, la santidad" (S. B. Clark 'Spiritual Gifts'). A menudo me ha sucedido preguntarle a Dios si él es consciente de mis sufrimientos y hasta qué punto llevo adelante su 26

obra; además, si las personas se dan cuenta de los sacrificios que tengo que hacer para servirlas. Lo que siempre queda cierto, para mí, es que los caminos del Señor no son nuestros caminos. Aunque nunca le he dicho abiertamente que rechazaba su voluntad, sin embargo muchas veces tuve la tentación de abandonar el uso de los dones que me había dado y el servicio a la comunidad, pareciéndome que éste era el camino justo para regresar a casa a gozar de mi libertad. Después, el 22 de septiembre de 1973, alguien vino a mí y me dijo: "Tengo un mensaje para darte. Desapruebo tu proyecto de abandonar el ministerio de la curación, sólo porque te lo ordenan. Puesto que está dentro de ti, aunque renuncies a él te será difícil enterrarlo". ¡Y era cierto! Dos veces estuve a punto de renunciar al arzobispado de Lusaka, debido al inesperado trato de mis superiores (el mensaje se refería precisamente a estas tentaciones). Yo no había preferido la muerte a la vida (como lo había hecho Jonás), pero me había dejado llevar por el dolor profundo de ser alejado de los servicios eclesiásticos públicos. Aunque dotado de dones espirituales, seguía siendo humano, como el profeta Jonás... Haber sido puesto en entredicho, fue el sufrimiento más atroz. Yo creo que esto haya causado ansiedad aun a los que fueron instrumentos en la ejecución de la condena oficial de mi ministerio de curación. Al mismo tiempo creo, y sé, que se trató de una prueba para todos, porque Dios prueba a los que ama de los modos más dolorosos e inexplicables. A veces parece que el Señor quiera hundirme en una oscuridad espantosa que me impide valorar globalmente sus planes en mi vida, por lo cual no me queda sino caminar por el sendero que él me ha trazado, consciente de tenerlo siempre a mi lado. Además, señalándome ulteriores sufrimientos a lo largo del camino, parece que él no me quiere mostrar el final. Dios es el más grande curador de los hombres y, si yo soy su instrumento en esta obra suya, no me corresponde decidir cómo tenga que usarme. Tal vez el Señor me está usando, como si fuera un bisturí, con el fin de hacer un corte doloroso en una parte de su cuerpo, la Iglesia, para la salud y el bienestar de todos sus miembros. Me aterro ante la idea, pero estoy completamente en sus manos. *

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El 7 de agosto de 1974 tuve una reunión con los expertos: una experiencia terrible... Fui acusado de usar el hipnotismo como técnica de curación y se citó la advertencia de Pablo según la cual los dones buenos y válidos no se deben usar siempre ni indiscriminadamente (cf ICo 14). Algunos afirmaron que estrechar las manos a una mujer, como yo lo hacía habitualmente, podía ser mal interpretado. Mis propios expertos fueron de pareceres opuestos y esto comprometió la toma de posición del pro-Nuncio respecto de mí. Se me negó la posibilidad de defenderme y se estableció que los dones que yo tenía eran naturales y nada más. La carta, que me llegó del Vaticano, declaraba abiertamente que lo que yo hacía no convenía a una persona en la posición de jefe de la arquidiócesis de Lusaka. Me aislaron completamente y me tacharon de desobediente. Un día un sacerdote me confió amablemente un secreto temor suyo: "¡Esté atento, eminencia... No me gustaría verlo alejado de la arquidiócesis!". Cuando era niño no me imaginé que se me harían tantas heridas. En el momento de mi ordenación sacerdotal no sabía qué me reservaría el futuro. Lamento tener que admitir que, si lo hubiera sabido, me habría aterrado la idea de abrazar el sacerdocio. Si sólo hubiera imaginado que me convertiría en el receptáculo de ciertos poderes, es probable que me habría aplicado escasamente a los estudios, quedando en espera de recibir aquellos. Por la misma razón —y también para que no me apegue nunca a un solo método de curación— el Señor, mi Dios, ni siquiera en el momento actual me muestra la amplitud y la profundidad de sus dones y varía continuamente su modo de curar a los enfermos. Con humildad y alegría repito: "¡Señor, yo soy simplemente un canal por medio del cual tus dones de curación se derraman sobre mis hermanos enfermos!".

no lejano, las palabras de Jesús —"Quien permanece en mí da mucho fruto" (op. cit.)— sean realidad en mi vida. Mi sensación de falta de realismo en la transmisión del mensaje evangélico se basaba en la ineficacia de la predicación, de la oración, de la moralidad cristiana... Cuando recibí el mensaje divino —¡Ve a predicar el evangelio!— entonces comprendí estar en lo justo por haber reparado la grave laguna. Finalidad de la enseñanza tradicional era la de preparar a los hombres a la admisión al paraíso por medio de la purificación de su vida y el abandono del pecado. Parecía que cada uno tenía que obtener el paraíso con sus propios medios. Una vez allí, sus esfuerzos serían coronados con una medalla al mérito; pero, mientras vivieran sobre la tierra, no pregustaban nada de las realidades futuras. En el paraíso encontrarían la explicación de todo. Así Dios sería un juez, y no un Padre. Su juicio consistiría en distinguir, entre los pecados cometidos por los hombres, los mortales de los veniales. ¡Esta pobre religión no me satisfizo nunca ni como sacerdote, ni como cristiano! De aquí mi rebelión que sigue aún hoy. Pero hoy puedo afirmar con certeza que he encontrado lo que buscaba, es decir, el evangelio como "palabra viva", como "palabra de Jesús". Por medio del evangelio Jesús nos transmite la fe en su palabra, luego viene a vivir entre nosotros. Jesús está en nosotros, si creemos en su palabra.

Corrían voces según las cuales un grupo de mis sacerdotes ya me habían elegido un sucesor. Mi humilde oración es la de que yo nunca llegue al punto de merecerme un rechazo completo por parte de Jesús, mi salvador. Entonces yo sería completamente inútil, porque él dice: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). Yo veo la luz en estas palabras suyas y no quiero ser derrotado por mis debilidades. No elijo ninguno de estos instrumentos perjudiciales y espero que un día, 28

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Qué es la libertad

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muchos que, poco a poco, se vuelven pecadores habituales encegueciendo su conciencia hasta hacerlos insensibles al mordisco interior —el remordimiento—. En el infierno, el diablo se dirige contra los pecadores y los llama "estúpidos" por haber escuchado sus mentiras y haberse convertido en sus víctimas. Pero, a este punto, ya no hay posibilidad de un regreso. La puerta del arrepentimiento está cerrada y ni siquiera se desea la misericordia de Dios. El nombre de Dios es una pildora amarga para engullir y Jesús el redentor aquel que ya no podrá salvar al pecador. Este vivirá eternamente en el infierno llenándolo con sus gritos desesperados, impotente ante las torturas. Desearía morir, pero ya no puede morir nunca. Aunque le ofrecieran la posibilidad de salvarse, el ofrecimiento le parecería ridículo, detestaría oír hablar de él. Él mismo es pecado, y sólo pecado. Hablando como sacerdotes y ministros de la religión, todos nosotros podemos afirmar que ya estamos preparados para afrontar los poderes de las tinieblas, en virtud de nuestra ordenación. No se trata sólo de creer que tenemos estos poderes, los tenemos de hecho.

A o vivía mi vida buscando la libertad. ¡Qué error! Ante todo, hubiera debido preguntarme "¿Qué es la libertad?". Después: "¿Libertad de qué?". Así hubiera descubierto mi verdadera identidad y las razones por las cuales vine a este mundo: yo soy hijo de Dios, hecho a su imagen. Proponiéndome alcanzar los fines por los cuales Dios me creó, encontraré, al final, la verdadera libertad. Ser libre quiere decir atenerme a los mandamientos de Dios, por medio de los cuales podré poseerlo. Dios, que me creó para sí, "vivirá —entonces—en mí y yo en él" (cf Jn 15,5). Desde este punto en adelante ya no tendré que temer nada, porque tendré lo que me basta para vivir en plenitud mi vida. El pecado me arrastra hacia una meta que está fuera de mi destino, hacia una muerte eterna, haciéndome desviar hacia un objetivo que me cierra la posesión de la eternidad, hacia un lugar carente de amor, de misericordia, de alegría, de todo lo que tiene en sí un poquito de bondad. Allá nunca más escucharé hablar de lo que había conocido como libertad y seré torturado cruelmente. ¡Extraño que el diablo haga parte del buen samaritano! Él es conocido como mentiroso —mentiroso de naturaleza y de nombre. ¿Quién no lo sabe? (cf Jn 8,44)—. Él miente todos los días a

El 15 de junio de 1980, el decano de la zona organizó, al lado de las celebraciones por mis cincuenta años, la administración de la confirmación. En el momento de la homilía, poco antes de invocar al Espíritu Santo, hice el siguiente anuncio: "¡Hermanos, hermanas! Yo creo en la realidad del Espíritu Santo como persona viva; por eso, cuando lo invoque, él no tardará en venir. Me permito pedir, a los que están de pie, que se arrodillen o se sienten. Podrá haber conmoción a la venida del Espíritu Santo y, para evitar desórdenes, quiero que todos estén sentados". Los que tomaron mis palabras a la letra se sentaron, y nosotros comenzamos el rito de la confirmación. Después de la enunciación de las dos oraciones oficiales, yo seguí impartiendo la unción a los confirmandos. Mientras tanto la conmoción empezó a abrirse camino entre los presentes y algunas personas cayeron, otras se pusieron a gritar y otras a temblar. Quien sabía cómo comportarse en semejantes circunstancias se dedicó a socorrer a los hermanos necesitados y a orar junto con ellos. Al final del rito anuncié de nuevo: "Les ruego que no den

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asistencia a las personas a las que ha tocado el Espíritu Santo. Que ellas se queden donde están. En el momento de la consagración pediremos al Señor Jesucristo que las cure a todas". En efecto, en el momento de la consagración, elevando la hostia santa y el cáliz le pedí al Señor Jesús curar a mis hermanos, por su amor compasivo; pero, en el mismo instante, muchos cayeron nuevamente hacia atrás entre gritos y llantos. Un hombre, que se encontraba cerca del altar, confesó en alta voz: "¡Yo creo, Señor, que tú estás presente en la eucaristía! ¡Señor, yo creo!".

En muchos casos la falta de curación —la espiritual, de las raíces del mal— determina la enfermedad física, porque alma y cuerpo son, por naturaleza, hermanos, dos en uno solo (no es fácil separarlos, porque son los gemelos más idénticos del mundo). Muchas veces la curación física ha llevado a muchas personas a las alturas de la perfección, abriéndoles el canal de la comunicación directa con Dios. Curar significa, pues, querer seguir un programa de evangelización.

Un periódico declaraba: "Cuando el arzobispo Milingo invoca el Espíritu Santo, los espíritus malignos vienen a disturbar a las personas. Yo me pregunto cómo se puede creer en su ministerio de curación". Unos días después, el mismo periódico publicaba otro artículo en respuesta al primero: "El problema —escribía— es que muchos de ustedes no creen en lo que hace el arzobispo Milingo. Simplemente él tiene una fe firme en Dios y lo que se dice se cumple". Un día un sacerdote vino a decirme: "Usted escribe sobre el ministerio de la curación como si todos nosotros tuviéramos que creer en sus palabras con la misma seriedad con que creemos en las palabras de la Biblia". Ciertamente que mi intención no era esa. Por lo demás, toda la gente que anhela que yo no crea en lo que experimento, ¿no trata, acaso, de convencerme a que reniegue a los hechos reales de mi vida? Finalidad de todas las críticas que se me han hecho era la de obligarme a mentirme a mí mismo. A pesar de esto, yo confieso creer en el ministerio de la curación incorporado en el mensaje salvador de Jesucristo. Jesús es definido "la liberación", "el salvador", "el esperado", y todos estos apelativos nos ayudan a comprender la misión redentora del Hijo de Dios. Cristo vive entre nosotros para darnos libertad, liberación, alivio a todos nuestros males, físicos y espirituales. El ministerio de la curación no es una contradicción a la invitación a llevar nuestra cruz, día por día. La lucha cotidiana contra el mal que está en nosotros, la práctica del mandamiento del amor hacia Dios y el prójimo, la integridad de vida y la honestidad: todas estas cosas nos colocan ya en condición de "llevar" la cruz. 32

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San Pablo

iJ an Pablo escribe basado en su experiencia. Enseña con las palabras y con la vida. Es mi ambición. No me propongo confesar a Jesucristo para mi gloria personal, sino por la gratitud que una criatura debe a su maestro. Construyendo la habitación para él en el corazón de los hombres, yo dejo que mis palabras y actos se realicen con base en una libre elección suya. No tengo ningún derecho de propiedad sobre la gracia divina, aunque pueda ayudar a mis hermanos a crear en sí mismos las condiciones idóneas para recibirla. Me atrevo, pues, a decir con san Pablo: "Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones... nos mostramos amables con vosotros, como una madre que cuida con cariño a sus hijos" (1 Ts 2,4-7). No recuerdo quién fue el que me aconsejó que escribiera una carta a Roma, al Papa (Pablo VI), sin pasar a través del pro-Nuncio u otro mediador. La escribí el 7 de julio de 1974 y poco después recibí la respuesta del Papa, quien me decía que en ese momento tenía las dos versiones del acontecimiento. Poco después fui donde mis superiores y ellos me aconsejaron abandonar todo, poco a poco, con el fin de evitar desórdenes entre la gente. Mientras la humildad, tal vez, requería de mi parte, la acepta34

ción de todo como llegado de las manos de Dios, no era tampoco bueno mezclar a Dios en toda clase de males. Si algunas autoridades se han negado totalmente a considerar que lo que yo hago brota del corazón de Dios, yo no puedo ponerme de su parte sólo porque representan la autoridad. Algunos teólogos no toleran que se nombre a Satanás como uno de los responsables del caos actual en el mundo, yo no puedo aceptar su rechazo por el hecho de que lo que ellos dicen es teológico y aprobado por la Iglesia. Hay una gran diferencia entre una persona que ve las cosas en la percepción del mundo que está por encima de nosotros y otra que las ve únicamente a través de sus conocimientos académico-teológicos. Me atrevo a admitir que, aun teniendo muchas cosas en común con las personas que viven en esta tierra, yo me comunico con el "mundo intermedio" y con el "mundo final" en donde está Dios, nuestro creador y Padre. Me alegro haber completado mi preparación en las ciencias sagradas, pero tengo que confesar humildemente que yo me comunico con el "mundo intermedio". Y, cuando esto sucede, mis disposiciones humanas ya no son las mismas. Siguen siendo mías la voluntad y la mente, mientras el cuerpo, que no está sujeto a emociones físicas, pierde peso. Para poder obrar en esta atmósfera, el cuerpo debe inmediatamente ajustarse a la calma, al relajamiento y a una flexibilidad inexplicables, controlado por un poder que lo dirige en cualquier parte en donde Dios lo quiere. A veces, este poder ha obedecido a las órdenes de mi voluntad, otras veces ha salido de mí, obrando fuera de mis expectativas. Por ejemplo, hablando a una persona poseída, muchas veces ha salido a combatir a los espíritus malignos, mucho antes de que yo hubiese dado órdenes. No sé cómo pueda suceder esto... Los teólogos, que no han estudiado las estrategias que los demonios y los espíritus malignos usan para torturar y destruir a los seres humanos, no tienen el derecho de dictarnos a nosotros lo que debemos decir sobre el diablo y los espíritus malignos. Adrede, ellos los han dejado a un lado con el pretexto de que no hay que atemorizar a la gente. El resultado es que muchísimas personas, debido a su ignorancia sobre el diablo, han quedado sometidas a él. Inconscientemente se han convertido en sus representantes. 35

A muchos teólogos les puedo hablar de hechos —y no de teorías— sobre el demonio y sobre las estrategias que él usa para engañar a los seres humanos, que es el verdadero objetivo en su obra de destrucción del mundo. Pongo de relieve la posición de los teólogos, porque de distintos modos han inducido, en error, sutilmente, a la Iglesia con su teología sistemática y científica. La teología con la que me comparo —la que me sirve de guía—es la Sagrada Escritura, a más de la sabiduría que gobierna los tres mundos: la tierra, el "mundo intermedio", los cielos. Un gran número de personas no cree en las cosas que se escriben, si no van acompañadas por una rica bibliografía. Por el contrario, yo he leído episodios de hechicería con la certeza de que la gran mayoría de los escritores no han encontrado nunca un hechicero o una hechicera. Ellos citaban una infinidad de ensayos de estudiosos que, a su vez, realmente nunca habían tenido nada que ver con un hechicero o una hechicera. Tratar con el diablo puede ser lo mismo. ¡Cuántas veces he visto santos religiosos casi muertos de terror por haber sido testigos de las torturas que el diablo le hacía a una persona poseída! ¡Pero cuántos libros no hemos leído sobre este preciso argumento! Muchos otros escritores, que en el pasado trataron del culto ancestral, nunca habían participado en una conversación entre un clan africano y sus "difuntos-vivos"; por lo cual, a todos los que me preguntan: "¿Quién lo autoriza a escribir con certeza sobre hechiceros, hechiceras y espíritus?", les contesto: "Expertuspotest credere"'. Habiendo pasado a través de la experiencia, tengo el atrevimiento de escribir con determinación y autoridad. Yo he hablado con hechiceros y hechiceras y he tenido que habérmelas con los muertos: he ido más allá de la teoría. También Dios me ha concedido el privilegio de conocer estas cosas para demostrar a su pueblo que Jesús es el salvador fiel de los vivos y de los difuntos. En efecto, por un fin bueno y consentido, Jesús pudo hablar a Lázaro muerto y encontrarse con Moisés y Elias sobre el monte Tabor(cfJn 11; Mt 17,1-3). ¡Sigamos adelante y enfrentémonos con el dragón! El Señor le ha quitado los dientes, las garras, el veneno. El dragón nos observa con rabia cuando pasamos libres delante de él, 1. El que es experto puede creer.

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porque sabe que es impotente respecto de nosotros. Su gigantesca estatura lo hace inmediatamente reconocible, pero será aniquilado (y es consciente de esto) por el poder de Dios en nosotros. ¡Cede, dragón, cede! ¡Jesús es el Señor y el vencedor! Sepa el lector que este libro describe el momento más crucial de la lucha que he emprendido. Me encuentro en "agua salada", como se dice, afortunadamente en la imposibilidad de ahogarme, porque el agua salada, por su naturaleza, no me lo permitiría. Esto porque me he esforzado por demostrar que Dios es el Padre de los hombres, que Dios se hace accesible a toda persona que se acerque a él —la fuente de todo bien—, que Dios escucha las oraciones de todos los que se dirigen a él con espontaneidad. Dios no considera inadecuada ninguna de nuestras peticiones. ¡Inexpresable es el amor del Padre por sus criaturas! Dios aniquiló a su propio Hijo —Jesucristo— con el fin de recuperar para sí a toda la humanidad. Quien llegue a convencerse de estas verdades, experimentará "literalmente" lo que he dicho. "Espíritus interferentes". ¡Qué clase de definición para personas civilizadas, que consideran que Satanás es una fantasía! Se dice que, después de la resurrección de Cristo, Satanás fue encerrado en una habitación llena de humo (en donde se encontraría todavía completamente desorientado). Nombrar a Satanás y a los espíritus malignos fastidia los oídos de muchos, que juzgan este lenguaje sumamente primitivo. Raro, porque con toda probabilidad estas mismas personas están controladas por el diablo —incluso como sus representantes— y, sin embargo, fingen no tener nada con él. El diablo siempre ha sido un mentiroso desde cuando se rebeló contra Dios (cf Jn 8,44) y todos sus acólitos emplean la misma arma, que es la de vivir de manera contraria de lo que piensan. Un día, caminando por las calles de París, vi un teatro en donde se proyectaba una película sobre Satanás. ¿Quién no conoce la "Iglesia de Satanás" difundida en Europa y en América? La silla del diablo, que estaba una vez en Babilonia, se ha trasladado de país en país... En el mes de noviembre de 1979 participé en el exorcismo del 37

continente americano por la esclavitud de Satanás, al que se le había consagrado poco antes de la independencia. Realizar una sesión de exorcismo es mucho más difícil que describirla en el papel. Una cosa deberían saber los lectores: tenemos que luchar contra fuerzas que van más allá de nuestros cálculos... Permítanme no añadir más. En palabras pobres, quiero decirles a los amigos americanos y europeos que van a África, que abandonen su lenguaje autoritario, como si se dirigieran a quien no sabe nada de lo que sucede en su país. O ellos están completamente a oscuras de los acontecimientos de su propia casa, o hay que perdonarlos por su invencible complejo de superioridad. ¡Pero qué tristeza escuchar a alguien que habla por ignorancia de su propio país! ¡En realidad es algo muy doloroso!

Capítulo segundo

QUÉ TIPO DE LIBERACIÓN "Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" Jn 8,36

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El ambiente africano

fama de doctores, sin crecer en la persona de Jesucristo. Hoy los oímos predicar que Satanás —principio del mal— no existe y hablar del temor de Dios en modo tal de hacernos creer que no hay motivos para que exista. Dios, siendo no solamente justo, sino también bueno y misericordioso, no podía castigar a todos; como consecuencia, el infierno no existe. Y las verdades afirmadas por Jesús sobre el infierno, sobre el pecado y sobre Satanás —el príncipe de los mentirosos— se consideran argumentos puramente históricos, en relación con la situación de mal que existía antes de la resurrección de Cristo. Así fue eliminado el temor de Dios.

J a l l o s siguen profesándose cristianos aun cuando pecan, según un malentendido cristianismo que coloca a Cristo fuera del cristiano. Las palabras de Jesús: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5) tienen un significado real a más de simbólico. La imagen es la del árbol, pero la referencia a la unidad de la vida representada por el —compuesta por el tronco, las ramas, las raíces— hay que tomarla a la letra. Del tronco, al que corresponde la búsqueda del alimento por medio de las raíces, sale la linfa, que permite a las ramas producir nuevos vastagos y flores. También las palabras de Jesús: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5), hay que entenderlas en sentido literal. Jesús no exageraba, sino que enunciaba un dato de hecho: un cristiano no lo es realmente, si no está sólidamente unido a "su" persona. La razón por la cual el cristianismo ha perdido su vitalidad y su influencia en los problemas del mundo, se debe al hecho de haber tratado de dar de sí mismo la mejor imagen. La teología parece haberse convertido en una empresa internacional de publicidad espiritual y la mayoría de sus operadores no gastarían un centavo para restaurar la dignidad de Jesús en la evangelización secular. Ellos han llegado a ser doctores en teología en vez de convertirse en santos y se han complacido con su

En el cumplimiento de sus deberes para con la humanidad, la Iglesia del mañana tendrá que contar, no tanto sobre el número de sus miembros, cuanto sobre su fuerza interior y calidad. La adulación vigente en la Iglesia, respecto de los que ocupan puestos de prestigio en el gobierno y en los negocios, tiene que desaparecer. A estas personas importantes muchas veces no se les dice la verdad, porque se les tiene miedo. En muchos casos son las más pobres espiritualmente: incluso están a oscuras de un programa parroquial, puesto que los sacerdotes van a ellas par hablar de negocios, esforzándose por demostrar que los sacerdotes también tienen conocimientos prácticos. Estas personas están tan "arriba" que no se pueden bajar al nivel tierra-tierra de la parroquia ni tomar parte en el desarrollo de un programa, que no tenga en cuenta su posición social. Infortunadamente, algunos sacerdotes han contribuido a la ignorancia general de los cristianos que pertenecen a las clases sociales elevadas, enseñándoles solo lo que ellos quieren escuchar. Sucede, pues, que los llamados "pobretones" —hombres y mujeres de la calle, pero que son miembros activos en la parroquia— conocen mejor a Dios que la mayoría de los hombres y mujeres que tienen títulos académicos. Los cristianos de las clases altas se preocupan por sobresalir en los ambientes seculares y no por madurar como cristianos. Conservan lo que aprendieron en la escuela, y tal vez lo que escuchan el domingo al predicador a quien raramente preguntan; pero, tan pronto salen de la iglesia, únicamente piensan en sus actividades y en su propia posición social.

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Quieren ser considerados cristianos, pero en realidad no lo son. No sufren por su fe y no se preocupan por saber más de ella, no sacrifican el propio tiempo por las necesidades de la Iglesia y no creen en la nobleza del compromiso de servir a Cristo en sus "miembros"; y los sacerdotes que van a visitarlos no les reprochan sus públicas faltas. Yo hasta me pregunto si estas personas comparten la propia vida moral y espiritual con los sacerdotes... En todo caso estén seguros de que Jesucristo es un juez ecuánime. No quedará satisfecho con el diploma que obtengan de un sacerdote adulador. Ambos serán sometidos a su juicio imparcial. Los que se presentaron a nosotros para hablarnos de Dios se retiraron en una decadencia espiritual. Su moralidad perdió la integridad del evangelio. El Dios del Occidente ya no es un "misterio", porque ellos lo elaboraron por medio de la teología y lo expusieron a los transeúntes; lo pusieron en condiciones de pensar como ellos piensan, por eso ya no existe el temor de Dios. Alguien dijo: "Su Dios es tan pequeño que se lo echaron al bolsillo". Si el Occidente no retrocede, aceptando a Dios como el ser supremo —su Señor y maestro— no vencerá al África por medio de su teología actual. Si la teología tiene que basarse en probabilidades, pronto quedará despojada de sus absolutos y de sus valores divinos, que no pueden ser modificados porque gobiernan la creación. Por una pane, muchos misioneros describen todo lo africano como superstición o deformación síquica; por otra, representan la verdadera y propia "unilateral racionalidad" tan tenazmente rechazada por el difunto pontífice Pablo VI. No hay que maravillarse si yo siento que mi vocación es la de llegar a ser misionero de los misioneros. Puede ser cierto que yo haya tenido prisa de tomar las palabras de Pablo VI a la letra, ¿y por qué no? No sería una exageración, puesto que él me nombró arzobispo de Lusaka en 1969. Entonces pronunció palabras sobre África que después de muchos años todavía resuenan en mis oídos: "Ál respecto nos parece oportuno detenernos en algunos conceptos generales característicos de las antiguas culturas africanas, porque su valor religioso y moral nos parece merecedor de atenta consideración. 42

Fundamento constante y general de la tradición africana es la visión espiritual de la vida. No se trata simplemente de la concepción llamada "animística" en el sentido que se le da a este término en la historia de las religiones al final del siglo pasado. Se trata, en cambio, de una concepción más profunda, más vasta y universa!, según la cual todos los seres y la misma naturaleza visible se consideran unidos al mundo de lo invisible y del espíritu. En particular, no se concibe nunca al hombre como materia, limitado a la vida terrena, sino que se reconoce en él la presencia y la eficacia de otro elemento espiritual, por lo cual la vida humana siempre se pone en relación con la vida del más allá" (Africae Terrarum, 1967 - Mensaje de Pablo VI a la Jerarquía católica y a todos los pueblos de África). Para la Iglesia católica occidental ciertamente sería más sencillo aceptar que Santa Teresa del Niño Jesús, de Lisieux, sea invocada como espíritu protector contra los espíritus malignos. Santa Teresa del Niño Jesús (a quien yo amo) no sólo es un espíritu protector aprobado, sino una santa canonizada. Ingrid Sherman dice cómo la invocaba: "Hay un extraño magnetismo en esas islas (las Filipinas) que causa una mayor actividad de elementos síquicos malvados. Muchas veces fui atacada por fuerzas negras y una noche fui arrastrada en la habitación por un ser invisible. Una vez fui visitada por algo parecido a un monstruo de unas trescientas libras, que, saltando por la sala, llegó a mi cuarto y dio vueltas sobre mi cama jadeando pesadamente. En este último incidente, gritando, invoqué la ayuda de Santa Teresa. Entonces tuve la visión de su estatua y escuché una voz que me aseguraba que todo volvería a la normalidad. Como cristiana, conozco a Santa Teresa y acudo a ella, ¿pero cuántos de mis hermanos africanos la consideran como su espíritu protector?". Ingrid Sherman, que muchas veces era atacada por espíritus malignos, añade: "Mi gracia salvadora residía en la confianza, que me había construido con el correr de los años, en las fuerzas divinas, mientras seguía el camino de la fe. Cultiva la conciencia de que Dios existe y que te sostienen tus guías espirituales; entonces en oración es suficiente que invoques a Dios para recibir toda la ayuda que necesitas". Los africanos han vivido con sus guías espirituales durante un número incalculable de años. 43

tual en una comunidad pagana, en donde Dios obra a través de la comunidad, tal como es, llevándola al punto justo. En efecto, el cristiano constituye la promoción de los aspectos más importantes de la vida humana, el descubrimiento de la identidad del hombre y del destino al que es llamado. El evangelio es un conjunto de mensajes —y no de normas— que Dios ha transmitido al hombre. En el ambiente en donde vive, el hombre los aplica a las propias actividades, cribándolos continuamente para sacar de ellos lo que es pertinente a la vida de cada día, en el camino temporal hacia su destino último de muerte y resurrección. Dios nos creó en razas diversas e insertó sus valores divinos en nuestros diversos modos de vivir. Aunque en el transcurso de su existencia sobre la tierra el hombre haya perdido el sentido de la orientación hacia su Padre y creador (y la fuerza para perseguir esta finalidad haya sido distorsionada en él y debilitada por los celos del maligno), sin embargo nunca ha dejado de ser "imagen de Dios" y de constatar la íntima certeza; he aquí por qué ha hallado gracia delante de Dios aun después de haber abandonado el recto sendero durante miles de años.

Nosotros seguimos reprochando a los colonialistas y los definimos como "Hombres de corazón de piedra", al igual que reprochamos a las grandes empresas financieras y comerciales por el modo egoísta de tratar la economía mundial. Todos los males, causados a la humanidad poi* estas instituciones, se deben a individuos que se esconden detrás de ellas, formulando leyes en perjuicio de la sociedad. Protegidos por ciertas máscaras, se sienten seguros, porque no son responsables de lo establecido por la ley. ¡He aquí cómo se separan de los sejes humanos, sus hermanos! Nosotros, desde afuera, reprochamos la organización, pero, como dijo alguien, la organización no tiene conciencia. "El hombre es creado por Dios como individuo; el ente es una institución creada por el hombre. Como el hombre, el ente tiene un cuerpo, tiene brazos y piernas; no sólo cuatro, sino miles de miembros. Tiene una mente y una finalidad. Tiene ojos, oídos y una especie de cerebro: piensa, programa, recuerda y puede crecer hasta llegar a ser enorme y vigoroso. Pero no tiene conciencia" ("Whatever became of sin"). Es doloroso hablar del "colonialismo" cristiano, porque por parte de los predicadores del evangelio no se concibe un "colonialismo cristiano". En cambio, está inserto dentro de la cultura de ciertas personas que valoran hasta tal punto su modo de vivir, que no pueden contemporáneamente tomar en consideración los valores culturales de los demás. Enceguecidas por los beneficios de sus propias culturas, creen que ninguna otra raza en el mundo puede vivir mejor que ellas. Se trata siempre de una actitud equivocada, aunque sea natural. Es mi opinión personal que toda nación, que abraza el cristianismo sin empaparlo con sus propios valores culturales, no tiene una espiritualidad de base. Con esto no voy a excluir los medios extraordinarios que Dios usa normalmente cuando quiere hacer algo inmediato. Él transforma un Pablo en un apóstol de fe excepcional y convierte una Magdalena, que termina amando lo que antes detestaba totalmente. Son innumerables los milagros de este género en la vida de los santos, pero aquí me refiero al proceso normal de elevación espiri-

Los que han acuñado las subdivisiones de "primero" "segundo" y "tercer" mundo, se han puesto en la cabeza una corona de gloria, que nosotros no aceptamos.

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"De igual manera, también nosotros, cuando éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos del mundo. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,3-5). Los desórdenes en una comunidad son causados por los individuos moral y espiritualmente confundidos; por tanto, en una nación en donde la moralidad está en declive, la evolución interior de los pueblos oscila sobre los valores mínimos y en ella prevalece la barbarie, consecuencia del pecado. Como esto está sucediendo en todo el mundo, yo digo que, en relación a la evolución interior del.hombre, ninguna nación ha evolucionado.

Con base en conceptos equivocados de "desarrollo" y "progreso", se han hecho artífices del destino de otros hombres, tomándose el derecho de juzgarlos, como si hubieran sido delegados por Dios para imprimir una forma a la vida de los demás. Tal distinción borra la igualdad entre los seres humanos agrupados en las naciones dispersas en el globo terrestre. Según estos falsarios, el "tercer" mundo sería el último en recibir las bendiciones divinas y, por lo tanto, obligado a aceptar la ayuda del "primer" mundo y su compasión. Además, en el propio ámbito social, éstos logran atraer las grandes simpatías de los jóvenes haciéndose colocar por ellos sobre un pedestal, al que deberían levantar a los infelices del "tercer" mundo. Creen que el propio "nivel de civilización" (así lo definen) constituye la meta de la existencia humana, pero se trata de una convicción equivocada. A la palabra "evolución" se le ha dado un relieve particular en cuanto al hombre, en cualquier parte en donde se encuentre y a cualquier comunidad que pertenezca, no vive todavía plenamente su vida. Él está rígido en sus comportamientos, atemorizado por sus semejantes cuando, por propia iniciativa, quisiera alcanzar un objetivo en la vida, absorbido por las ideas vigentes en la comunidad, que declara que "no hay nada nuevo bajo el sol"; en fin, se encuentra desvalorizado respecto de sus capacidades u obligado a dejarse guiar por los demás. En una palabra, es privado de dignidad y libertad. Lo que definimos "civilización" es un cuadrito adornado del mundo, muy lejano de la realidad del hombre, que ha sido vaciado moral y espiritualmente por él. Salta una pregunta: "¿El hombre se ha evolucionado interiormente?". La respuesta es: "Demasiado poco".

recuperados, quizá después de varios años, los legítimos propietarios tienen el derecho de reclamarlos. Nosotros africanos creemos que se nos debe restituir lo que nos pertenece. Si la existencia del hombre sobre la tierra es, en cierto modo, un castigo temporal impuesto por Dios, no veo cómo el hombre pueda pagar a Dios sus deudas —debidas por el pecado— sino por medio de la purificación del pecado mismo. Y por purificación debemos entender la lucha personal, continua, que tenemos que librar contra nuestras innatas tendencias al egoísmo, la soberbia, la injusticia y la deshonestidad.

Somos conscientes del hecho de que Europa y América no lograrán recompensar a África por todo lo que le han quitado. Ambas deberían darse cuenta de que para nosotros africanos ha llegado el momento de pedir la restitución. Decir que la ayuda económica a África, por parte de estos países, es un deber, no es sino una observación casual. El desarrollo moderno en nuestro continente se realizará a medida que se pague la deuda económica que Europa y América han contraído con él. Cuando un ladrón ha huido con los bienes ajenos y éstos son 46

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La liberación

A i l . f r i c a , al igual que Europa y América, necesitan una liberación. En cada individuo el requisito fundamental para lograr la verdadera liberación, es la libertad interior del pecado. Mientras los miembros de una determinada sociedad no sean conscientes del hecho de que Dios controla cualquier acontecimiento humano, el caos brotará de sus mentes y de sus corazones, y en esa sociedad no reinarán ni la paz ni el amor. Para mí la "liberación" es ante todo una necesidad humana, interior e individual. El hombre debe sentirse libre en sí mismo, antes de empezar a luchar por su liberación externamente. Cada uno de nosotros tiene su tarea particular por desarrollar para transformar la sociedad en la cual vive, llevándola a la sencillez. Así veremos la bondad de Dios empapar toda acción, en toda persona. Para ello ponemos nuestra confianza ante todo en cada uno de los individuos, luego en las familias —a su vez reunidas en pueblos y ciudades— y finalmente en el Estado y en la Iglesia, las entidades supremas a quienes corresponde la responsabilidad de remediar las necesidades de la comunidad. 48

La liberación de una raza, de una nación o de una tribu, depende del grado de perfección de cada uno de sus miembros. No podemos hablar de liberación —base de una sociedad perfecta— si antes no hemos garantizado al hombre la liberación de los obstáculos interiores que él encuentra en su camino hacia la verdadera libertad, el amor y la paz. Jesús era una persona interiormente libre, aunque externamente durante su pasión fue lanzado de aquí para allá hasta el momento de la cruz. Los soldados, los escribas, los fariseos y todos los que gritaban "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!", no lograron privar a Jesús de su libertad interior, que le venía del ser libre y justo respecto de su Padre celestial. "A quien no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co5,21). No veo cómo pueda toda la humanidad conseguir su propia liberación, si cada una de las personas no se libera del pecado en su interior. Quiero añadir que la limitación de la libertad humana, o la privación de la misma, no siempre se debe a fuerzas externas, sino a veces a los mismos individuos. No es fácil hablar de "liberación" ante cualquier asamblea, sin tenerse que confrontar con una infinidad de personas convencidas de saber lo que significa "liberación". En una palabra, la "liberación" es un proceso por medio del cual una persona supera los obstáculos que la limitan en el ejercicio de sus derechos humanos, sin que ello quiera decir que siempre es necesario una intervención externa. Más aún, la persona que necesita una liberación podría ser, ella misma, la responsable de la complicada situación en que se encuentra. Nuestra dificultad consiste en esto: creemos que "pobreza" quiere decir "falta de posesión", desapego de los bienes materiales y fuga de ellos. Pobreza, en cambio, significa sobre todo confianza en la divina providencia, que lo tiene todo y que no permitirá nunca que caiga un solo cabello de nuestra cabeza, sin que ella lo haya decidido. Dios es un Padre amoroso. Dios da la vida y la sostiene. Al 49

Cuando los musulmanes deciden una estrategia para la evangelización del Islam, no lo hacen aisladamente, sino que ponen todos ios recursos en común. En el Sudán meridional, por ejemplo, se han dedicado a emplear su dinero para comprar televisores y distribuirlos a las familias de los no creyentes, realizando así el proyecto de llevar el Islam a todas las familias. Ya no se trata sólo de un proyecto, sino de una realidad. Los musulmanes pueden no ser un solo corazón y una sola

mente en toda circunstancia, pero en todo caso hoy están de acuerdo en el uso de los medios de comunicación social para la difusión de su religión. Tal vez los cristianos no se dan cuenta de lo que significa guerra y exterminio sin piedad para los que se niegan a hacerse musulmanesVolvamos a la finalidad inicial de la evangelización, que hemos mezclado a tantas filosofías hasta el punto de haberle quitado su original e intrínseca fuerza espiritual. Nosotros, ministros de la religión, canales de la evangelización, somos portadores de los gérmenes de la enfermedad espiritual que aflige al mundo. No se maravillen si, inmediatamente después de haber puesto pie en ciertas comunidades religiosas, palpan la frialdad de las relaciones entre los varios miembros. Hoy casi forma parte del estilo de vida religiosa ser celosos los unos de los otros, calumniarse mutuamente, formar grupos internos de división, que generan incomprensión y desunión. Estoy seguro que el Señor no está presente en tales comunidades, con consecuencias desastrosas, porque -—a merced de la mentira— se han convertido en viveros de satanás y de sus demonios. Alimentándose mutuamente de rencores, prejuicios, faltas de perdón, afirmaciones del propio "yo", los miembros de la comunidad quedan privados de los elementos indispensables para la vida de la consagración. Un día marido y mujer vinieron a hablarme de su hijo, luego me expusieron otros problemas personales, entre los cuales un problema de conciencia: a menudo sucedía que no se atrevían a acercarse a la santa comunión, porque el sacerdote celebraba la misa muy aprisa y mecánicamente. Me decían: "Cuando llega el momento de la comunión, quedamos sorprendidos de cómo se pueda llegar a él con tanta rapidez". Para ciertos sacerdotes la misa es un acto que hay que hacer todos los días —y ni siquiera el más importante— hasta el punto que no lo consideran uno de los principales deberes en beneficio de la comunidad, sino un acto inserto en la tradición de la Iglesia; y, a falta de participantes, ni siquiera la celebran, porque —afirman— "la misa es un ágape, un rito comunitario".

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respecto decía Pablo VI: "La pobreza de Cristo es esencialmente una liberación, una invitación a una vida nueva más elevada, en donde los bienes del Espíritu —y no ya los terrenos— tienen la supremacía" (Audiencia general, 12 de octubre de 1968). "Evolución" debería ser sinónimo de la transformación interior que lleva poco a poco al hombre a la conciencia de sí mismo, de su dignidad, de sus derechos. El hombre tiene que liberarse de toda forma de opresión que los demás hombres le imponen; de la abyección moral que tiene raíces en la ignorancia y en la pobreza, cuando son fruto de egoísmo; de la enfermedad y de la miseria debidas a la falta de alimento y a las precarias condiciones de vida. El comunismo se alimenta con la débil fe de los cristianos y con los males de la sociedad. Hace de sus miembros activistas de partido y embajadores del marxismo. El comunismo les transmite a los nuevos reclutas, junto con las enseñanzas, la confianza en sí mismos, el entusiasmo y el celo y, con pequeñas manifestaciones de gentileza y afecto, conquista el corazón de millones de individuos para su doctrina. El comunismo echó raíces en la Europa cristiana, porque, en ella, la práctica de la fe ha perdido vigor. En efecto, las masas se preocupan mucho más por ¡os problemas concretos relativos a la vida de cada día y a la seguridad material para el futuro. Douglas Hyde dice que la actual generación en Europa, gústenos o no, se preocupa sobre todo por las cosas materiales; que los hombres de hoy, en la gran mayoría, están distantes de las generaciones que amaban a Dios, que únicamente son conscientes de la existencia de los problemas espirituales y se confunden cuando se los discute. Se trata de un lenguaje que simplemente ellos no conocen.

¿Pero cómo se puede razonar así? Entonces, ¿por qué nosotros sacerdotes tenemos que meditar el breviario —una oración de la Iglesia— aunque estemos solos? ¡La misa tiene un valor universal! Jesús murió sobre la cruz —solo— y los efectos de su muerte son una vida nueva para nosotros y las gracias que la sostienen. De la misma manera, cuando el sacrificio de Cristo se renueva durante la celebración de la misa, los efectos son los mismos y dirigidos a todos los hombres.

El camino cristiano del amor hacia el prójimo tiene como punto de partida el amor a Dios. Y nosotros no podremos conocer las inmensas riquezas del amor de Cristo, si no estamos en comunión con Dios por medio de la oración.

Hoy parece que la vida religiosa se obtiene a tan poco precio, que ya no suscita, por muchos aspectos, gran admiración. Se presenta como un huerto rodeado por un bellísimo cercado, dentro del cual se han secado las plantas (y se le sigue llamando huerto, aunque sin ver sus frutos). ¡Pero la vida religiosa no se obtendrá nunca a poco precio! Es una vocación y un privilegio para los que son llamados a ella. Si, aun hoy, no logramos mínimamente imitar a Cristo, esto se debe únicamente a nuestra debilidad humana. La Sagrada Escritura posee todas las verdades: testimonia quién es Jesucristo y lo que él vino a realizar en la tierra, pero nosotros no tomamos en serio la vida cristiana en relación con ella. Todavía somos "paganos bautizados", porque no hemos perdido nada de nuestra íntima naturaleza y porque no cumplimos en plenitud de vida nuestros deberes de cristianos; por tanto, todavía no somos transformados. Algunos creen que, por una parte, la dramática situación que atraviesa actualmente el mundo y, por otra, la indiferencia, la ineptitud de tantos cristianos ante sus propios errores, exijan una acción enérgica y un cierto espíritu revolucionario, con el fin de modificar las estructuras inadecuadas de nuestra sociedad. ¿Pero por qué cada uno de nosotros no hace, mientras tanto, lo mejor que pueda para resolver los problemas de los que están material y moralmente necesitados, en vez de exclamar "¡Oh Señor! ¡Oh Señor!"? En vez de pasar delante de un pobre, un enfermo, un miserable meditando tal vez el breviario, nosotros tenemos la obligación de comportarnos como hizo el buen samaritano. Insisto en decir que, si queremos efectivamente empeñarnos en una "acción cristiana", nos debemos mover no sólo por sentimientos humanos de compasión y de participación en los sufrimientos ajenos, sino por la unión personal e íntima con Dios. 52

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Renovarse en el espíritu u X Aoy tenemos que pedirle al Espíritu Santo que guíe a su Iglesia, porque son demasiado numerosas las discordias humanas dentro de ella. La acción del Espíritu Santo deberá guiar la restauración de lo que ha decaído en la iglesia. Esto significa que, si no sabemos lo que Cristo dice hoy al mundo, tenemos que apresurarnos a conocer al Espíritu Santo, quien nos dirá lo que oye de él. Jesús sigue profetizando en la comunidad cristiana; sin embargo, muchos no lo escuchan porque, no habitando en ellos el Espíritu Santo, les falta la disposición a la escucha. Entonces no debemos darle importancia solamente a nuestra adhesión externa a las estructuras de la Iglesia. Para una genuina imitación de Cristo se requiere mucho más. Cristo confío su Iglesia a la autoridad del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, por medio de sus múltiples dones, la dirige como lo quiso Jesucristo. Al respecto dice san Agustín: "¿Que" son las leyes de Dios escritas en nuestros corazones, sino los dones del mismo Espíritu Santo, cuya presencia en nuestros corazones derrama la caridad, que es la plenitud de la ley?" (de los "Sermones").

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Capítulo tercero

LA COMUNICACIÓN CON DIOS Y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley? El le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento" (Mt 22,35-38).

La comunicación con Dios

1-Ja religión no es solamente el conocimiento teórico de un buen comportamiento, sino también contacto y comunión con el ser supremo. Claro está que en algunas religiones los creyentes pueden no tener una relación directa con el ser supremo, sin embargo, por lo que podemos saber de las religiones del mundo, el objeto de su culto sigue siendo el mismo: el ser supremo.

Existen en nosotros cuerdas que nos atraen a Dios: en algunos son muy débiles; en otros casi inexistentes, tratándose generalmente de personas que viven situaciones dominadas por el materialismo, cuyos valores son la alegría y la felicidad terrenas, la popularidad, el prestigio —cosas todas que no las satisfacen plenamente y que, sin una referencia precisa al ser supremo, se alcanzan solamente por medio del egoísmo, la exaltación de sí mismos, la injusticia y a costa de los sufrimientos ajenos. Si, a pesar de esto, algunas personas pueden, en cierto modo, considerarse todavía religiosas, se tratará siempre de una religión ritualista y ceremonial: de hecho, no se sienten íntimamente comprometidas en lo que creen (si no cambian interiormente, siguen siendo paganas y no religiosas). Es, pues, importante que se les enseñe a conocer a Dios y a comunicarse con él. Nuestra relación con el Padre celestial tendrá que obtenernos no sólo consuelos espirituales, sino también la auténtica comunión con Dios, puesto que él es nuestro Padre. Dios siempre está a disposición de sus hijos para establecer una relación íntima con ellos, pero somos nosotros los que no correspondemos a sus deseos. Cuando esto sucede, se nos recuerda que somos "ciudadanos del otro mundo" y que en él —nuestro creador y Padre— seremos un día plenamente nosotros mismos.

Al crear al hombre, Dios no quería que fuera autosuficiente, sino que permaneciera junto a él y que compartiera con él amor, paz y alegría para siempre. Pero sabemos cómo el mal se introdujo en nuestra existencia: Adán y Eva fueron la causa; rompieron así nuestra comunión natural con Dios, a quien ahora debemos buscar.

Para nosotros, que somos religiosos, la satisfacción plena consiste en lograr un nivel en el que nos podamos comunicar habitualmente con nuestro sumo Padre. Sin embargo, si ya aquí sobre la tierra lográramos establecer una relación de comunión permanente con Dios, no deberíamos desear dejar este mundo para unirnos definitivamente a él, porque esto significaría huir de la responsabilidad de compartir con los hermanos nuestras experiencias sobrenaturales. En el momento justo el Padre celestial nos liberará de las incumbencias de la vida terrena y nos cubrirá con vestidos espirituales, que no podrán ser manchados por la herida de la desviación. Yo no creo que se pueda hacer un cambio en el mundo actual, salvándolo de su inmersión total en la autodestrucción, sino alimentando mentes y corazones con los valores espirituales. No sirve acumular conocimientos sobre estos valores; se nece-

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Yo siento que la misión —la nuestra y la de todos los que viven en comunión con el Padre celestial— es la de hacer conocer al mundo que él está constantemente presente en él. Dios nunca se ausenta del mundo. Hay que predicar desde los tejados y en todo lugar que Dios es el Padre de los hombres, el viviente, el creador, el rey del universo, el maestro de su vida y el Señor de sus corazones. Solamente la visión de Dios puede salvar al mundo de la autodestrucción, que se está materializando por medio del ateísmo y la inmoralidad.

sita, más bien, trabajar para llevar a los hombres a aceptar la supremacía de los bienes espirituales sobre los materiales. Cuando los "ciudadanos de este mundo" tomen conciencia de tales realidades y empiecen a ponerse en comunión con su Padre celestial, podrán darle el justo valor a sus necesidades. En mi tradición africana Dios es el Padre, porque es la fuente de la vida y la hace crecer. Dios es el Padre, porque mantiene en vida todo lo creado. Dios es el Padre, porque se hace accesible a sus hijos, los protege, les infunde seguridades. Nosotros decimos: "Si se tiene un padre, se tiene una dirección en la vida". No hay duda: Dios es quien se merece el nombre de "Padre", aunque en muchas tradiciones africanas todos los atributos de una madre están reservados también a Dios. Dios, pues, es hombre y mujer, padre y madre al mismo tiempo. Es quien determina la existencia; y, puesto que el concepto de fertilidad se le atribuye a la mujer, entonces Dios —que da origen a toda la creación, incluso a los seres humanos— es una madre. Por eso en las oraciones tradicionales una mujer se expresa libremente como mujer y sabe que será comprendida sin necesidad de explicaciones; también un hombre tiene el derecho de orar como hombre. Yo nunca sentí, por parte de mi madre, atribuirle un género a Dios. Cuando dicen que sus oraciones no son escuchadas, sobre todo respecto del "Padrenuestro", es porque en ellas hay probablemente algo equivocado. Dios se complace únicamente en dar. Toda la belleza de la creación nos viene de él y nosotros, apreciándola, reconocemos su bondad. Como un pintor manifiesta su talento traduciéndolo en imágenes, así también Dios se manifiesta en parte a través de las infinitas y maravillosas criaturas que trae a la vida. Observen cómo Jesús se identifica claramente con Dios Padre contestando a su discípulo Felipe: "¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os 58

digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras" (Jn 14,9-11). Jesús es el Señor. Jesús es el Hijo de Dios. Nosotros debemos creer lo que él dice, porque es también lo que dice su Padre. Desearía que ustedes, siguiendo el testimonio de Jesús, se convencieran de que la unidad —como la tienen que entender todos los que han aceptado la buena noticia— tiene su modelo en la unión de Jesús con su Padre. Nosotros —seres humanos creados a imagen de Dios— debemos posesionarnos de una heredad espiritual: la de llegar a ser una sola cosa con Dios y con cualquiera otra persona, precisamente como Jesús es "uno" con su Padre. ¡Esta misma unidad es la que él se propone realizar con nosotros y verla realizada entre nosotros! Cristo está tan unido a su Padre, que nos dijo que no podemos pasar por encima de él para llegar al Padre: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto" (Jn 14,6-7). Sin embargo, Jesús no afirma que es el Padre porque, al declarar que cumple la voluntad del Padre, admite ser una persona distinta de él. ¿Pero entonces qué quería decir con "Mi Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,30)? El quería decir que en todo lo que ambos hacen —aun singularmente como personas de la Trinidad— nunca hay oposición, ni contradicción: existen perfecto orden y perfecto acuerdo. Nadie ha conocido nunca el lenguaje de Dios porque, para comunicarse con el hombre, Dios siempre se ha servido de medios conocidos por el hombre. Nadie ha sabido nunca cómo Dios distribuye el conocimiento, porque él elige tanto a un estúpido cuanto a un genio para hacerlo su portavoz. No hay ninguna raza humana que haya logrado conquistar completamente su corazón por una particular preferencia, ni siquiera la estirpe de Israel que lo tuvo todo para sí. Fíjense lo que dice Israel a Dios: "Me has echado en lo profundo de la fosa, en las tinieblas, en los abismos; sobre mí pesa tu furor, con todas tus olas me hundes" (Sal 88,7-8). 59

Todos nosotros pertenecemos a Dios; con razón, pues, él nos considera suyos. Ahora bien, mi pregunta es ésta: "¿Acaso Dios está obligado a hablar a los hombres por medio de una mente sutil?". Absolutamente no. Lo que Dios exige de su mensajero o portavoz son lafidelidady la obediencia. Él mismo afina su mente preparándola a transmitir su mensaje. Dios no está obligado a servirse de un genio —de un gigante en inteligencia— pues él usa la mente humana como mejor cree, hasta en el sueño cuando se la supone inactiva. ¡Cuántas descripciones de sueños se encuentran en la Sagrada Escritura! Por medio de ellos Dios ha hablado a los hombres trasmitiendo mensajes que han influido en sus vidas y en la nuestra. Dios ordenó a Ananías por medio de sueños que bautizara a Saulo. Ananías protestó, pero Dios fue irremovible y lo obligó a obedecer. Por medio de sueños, José fue tranquilizado sobre la maternidad de María, y también se le ordenó ir a Egipto para huir de la crueldad de Herodes, que tramaba suprimir la tierna vida del niño Jesús. A los magos, que en su sencillez le habían prometido al rey regresar para informarlo sobre el nacimiento del niño, se les ordenó, siempre con la ayuda de un sueño, que no se pusieran nunca en contacto con él. Aun hoy Dios habla a muchos hombres y mujeres, por medio de sueños, y nosotros —llamados hombres de razón— con desprecio los llamamos estúpidos y los consideramos anormales. La voz sigue haciéndose sentir. Es la voz de Jesucristo, por medio del cual ha sido todo hecho (cf Jn 1,3), la voz de quien ha llegado a ser el Señor del universo. ¡Solamente por medio de Jesucristo el hombre podrá salvarse! (cf Hch 4,12). Si él nos eligió precisamente a nosotros, no fue precisamente para engañarnos. Nosotros podríamos creer que nuestro progreso espiritual sólo es posible por su iniciativa; pero, porque él nos creó como personas, respeta nuestra dignidad y no cambia su actitud para con nosotros, seres humanos, seres nobles, con una dignidad que ninguna otra criatura sobre la tierra tiene. Por falta de experiencias espirituales personales, somos lleva60

dos a creer que Jesús está en los libros que hablan de él y esperamos encontrarlo, página tras página, quizás en el capítulo que sigue. Estamos convencidos de que Jesús organiza un juego con nosotros —el de ir a esconderse, por ejemplo— en el que él se demostrará el más inteligente. Nosotros estaremos siempre de la parte de los que buscan, y Jesús de la parte de los que se esconden. Finalmente, cansados de buscarlo, retrocedemos exclamando: "¡Nunca encontré a Jesús en mi vida!". Pero si queremos ser auténticos discípulos de Cristo, tenemos que aceptar, desde el comienzo, las dificultades que Cristo encontró en su vida terrena. Ésta es la invitación que nos dirige: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Le 9,23). La vida sobre la tierra se ha convertido en una vida de sufrimiento obviamente debido al rechazo, por parte nuestra, del orden en el que Dios nos ha creado. Queremos programar nuestro camino por nosotros mismos y, no conociendo sus dificultades, nos convertimos en víctimas de los engaños de los demonios. Hoy recogemos los frutos de nuestra ambición y, para poder regresar a Dios, se nos pide mucho. Jesús tuvo que presentarse a los hombres como el mesías esperado, a pesar de su dificultad para reconocerlo. En efecto, sus corazones estaban llenos de amargura y de egoísmo, de crueles mentiras y de arrogancia. Jesús tuvo que hacer milagros al nacer: los ángeles cantaron para él y los pastores, de tan humildes orígenes, tuvieron la misión de proclamar de primeros su gloria. Cuando se propagó la noticia de que Jesús era el mesías, Herodes declaró: "¡Debe morir!", no pudiendo tolerar que el pueblo tributase a otros sufidelidady, por medio de los magos, quiso tenderle una emboscada. Afortunadamente los magos no regresaron al rey para indicarle el lugar en donde había nacido el Hijo de Dios, y Herodes, desilusionado, hizo matar a muchos niños esperando que en la matanza cayera también Jesús (de quien ya desde entonces se contemplaba el sacrificio que haría por nosotros sobre la cruz). 61

¡Cómo somos de vacíos cuando no tenemos amor! Tal vez nos damos importancia, pero sin amor genuino sólo obtenemos aplausos que resuenan vacíos delante de Dios. Podríamos compararnos con las muñecas expuestas en las vitrinas —objetos sin vida— incapaces de hacer suyas las modas. Bien arregladas, a veces se nos parecen, dejando una vivísima impresión en los transeúntes que las admiran, pero que no pueden comunicarse con ellas, ni siquiera para conocer su precio. Las muñecas no tienen vida, y así somos nosotros delante de Dios si no tenemos amor. Yo no estoy de acuerdo con quien trata de demostrar que el amor es importante por el hecho de ser eterno. El amor es la única virtud imperecedera porque Dios, que es su fuente, vive y vivirá siempre. La fe pasará y también la esperanza, pero el amor durará. La importancia del amor está determinada por la fuente de la cual brota, por los objetivos hacia los cuales está orientado y no por el hecho de ser eterno. En este contexto se debería definir a Dios —el SER—, es decir, el viviente. Haciendo una atenta consideración, todo existe para el cumplimiento de la felicidad, del amor, de la alegría. Leemos en el libro de la Sabiduría: "No os busquéis la muerte con los extravíos de vuestra vida, no os atraigáis la ruina con las obras de vuestras manos; que no fue Dios quien hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del hades sobre la tierra, porque la justicia es inmortal" (Sb 1,12-15).

Nosotros conocemos muchísimas personas y no a todas las consideramos amigas. Es obvio que la amistad no se compra; crece lentamente con el conocimiento, la comprensión y, por último, con la mutua aceptación. La amistad quiere que se conceda a otro ser humano interferir en nuestra vida, hasta el punto de convertirse en un "alter ego"; he aquí por qué comparte con nosotros algunos derechos entre los cuales tener acceso a nuestros bienes. La coronación de la amistad es la coronación de mentes y de corazones, la alegría de la presencia recíproca. En términos más religiosos podríamos decir que los amigos se contemplan: se sientan uno junto al otro, a veces sin lograr encontrar palabras para expresar su afecto. Es lo que llamamos "intimidad".

La virtud que definimos "amor" es la esencia del ser divino. Dios vive y vivirá por siempre, por eso el amor también es eterno —según la Escritura—, virtud inmortal en la que Dios se identifica. El apóstol del amor —san Juan— afirma: "Dios es amor; quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (Un 4,16). No se dice que conocer a Jesús quiera decir necesariamente "amarlo". 62

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Amor reflejo

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J—i\ amor duradero es amor reflejo: el de dos personas que, intercambiándose mensajes de amor sobre un principio de dar y recibir, se funden la una en la otra con la mente y con el corazón. Se ha dicho que es "pasar de las dimensiones sub-personales e interpersonales de la existencia a las super-personales", a las razones del misterio, de la trascendencia, del destino. Por medio del amor reflejo se remonta a la fuente del amor. En otras palabras, buscando satisfacción por la urgencia de amar, se parte de los efectos para llegar a la causa. ¿Quién duda del amor de Marta por Jesús? Marta le había ofrecido lo mejor que tenía —el alimento, entre otras cosas—para expresarle todo su afecto, pero Jesús demostró apreciar más el amor de María, cuando le dijo: "Ha escogido la mejor parte que no le será quitada" (Le 10,42). Se podría comparar a María con una persona que, fatigada por haber caminado demasiado tiempo bajo el sol abrasador, se encuentra de repente ante un mar abierto y calmado, y se lanza a él para limpiarse y encontrar frescura. Para que el Señor esté siempre presente en nosotros y nos haga habitaciones permanentes de la santísima Trinidad, se requiere que renunciemos a lo que nos interesa mucho —a veces a los * afectos sencillos de nuestra vida—. 64

Permítanme hablarles, una vez más, basado en mi experiencia. Cuando estoy en comunión estática con Dios, el uso de mis facultades y de mis sentidos físicos está totalmente en sus manos. Se trata de una oración que abraza todo mi ser y yo dejo que el "motor" de mis facultades y de mis sentidos sea Dios. Soy consciente de lo que me sucede —y a veces hasta le hago preguntas—, pero dejo que sea él quien desempeñe el papel principal en la acción. Cuando me sumerjo en este tipo de oración, penetra en mí un poder que me relaja, me hace sentir cómodo, parece querer susurrarme: "Deja que el cuerpo funcione según nuestras directivas". Por este relajamiento, las facultades espirituales tienen ventaja sobre el control de los sentidos físicos: el cuerpo pierde peso y la voz no logra alcanzar un cierto tono aunque en oraciones dichas en alta voz, por ejemplo cuando se reza "en lenguas" (lenguaje a veces incomprensible para quien lo habla, usado por quien verdaderamente está abierto a la acción del Espíritu Santo). En estas condiciones es imposible sentirse enojados o ansiosos, porque las reacciones físicas están totalmente bajo control. Dios habla por medio de signos, imágenes, susurros, inspiraciones. Toda la oración está tan impregnada de significado, es tan eficaz, que no se pierde ni una sola palabra. Hay personas que permanecen horas y horas en este estado, aunque deberían pedir la gracia de colaborar con el Espíritu Santo para volver sobre la tierra sin dificultad. Que la oración represente la mejor condición de vida, está absolutamente fuera de duda; sin embargo, mientras estemos en la tierra, no podemos vivir dos vidas completas. Además, habría que evitar la vanidad de hablar difusamente de nuestra experiencia volviendo a la normalidad y, poco a poco, llegar a ejercer un control sobre nosotros mismos incluso en este bien espiritual. ¿Por qué razones una persona se siente llevada hacia un tipo de oración como ésta? Aunque señalando una pista, no quisiera dar la impresión de que se puedan fijar reglas. Cada uno tiene sus motivos personales... en todo caso, y sin correr riesgos, sólo diré que quien tiene 65

experiencia de oración y no logra obtener plena satisfacción sino por medio de "su" oración, llega a un nivel en el que se abandona en la mano de Dios. Entonces se dirá a sí mismo: "Quiero orar... orar más... así me pondré en las manos de Dios". (Les ruego entender la palabra "manos" en sentido espiritual. Mejor aún, se trata de un descanso espiritual en el "pecho" de Dios). Deseamos que Jesús se haga presente entre nosotros. Queremos que su persona "viva y verdadera" se manifieste una vez más con poder y signos, como en las primeras comunidades cristianas (cf Hch 2,43). Cuando seamos poseídos por Cristo, ya no viviremos en el miedo; por el contrario, lucharemos contra el mal y lo venceremos. Esta tierra debe ser conquistada para Cristo, por los discípulos de Cristo. Pero llegar a la comunión con Dios no es una cosa sencilla. Aunque derramando sobre nosotros los bienes indispensables para la vida, el creador no nos obliga a descubrirlo en nuestro interior. Para reconquistar lo que se perdió con Adán y Eva, se necesita hacer esfuerzos personales. "Reconquistar" no significa aquí solamente "adquirir de nuevo" (los bienes perdidos), sino mucho más: significa purificarse, volver a ser inocentes y puros como lo éramos en Adán y Eva antes del pecado. La adquisición de este estado originario supone para nosotros una transformación en nuevas criaturas (claro está, viviendo sobre esta tierra) por medio de lo que Prajapita Brahma Kumaris llama "el abandono en Dios". He aquí cómo lo explica: "El medio más eficaz para erradicar los vicios y las tendencias demoníacas es el de estar dedicados o abandonados con todo nuestro corazón a él, que es el alma suprema. Sin ninguna duda —es decir, sin pensar demasiado en lo que soy en el presente— debería considerar que, desde este momento, nada es mío. Lo que "yo" y "mío" representaban en un tiempo, están ahora en sus manos. Ahora tengo que sentir con certeza que cuerpo, mente —todo— son suyos y que yo tengo que usar todo según sus directivas" (P. Brahma Kumaris "Moral Valúes, Attitudes and Moods"). Quiero hacer alusión brevemente al "mundo intermedio". Como ya dije en otro lugar, yo considero el "mundo intermedio" 66

como el lugar de encuentro de los otros dos mundos: el cielo y la tierra; y, puesto que tengo una actitud mental abierta, sé que no es fácil que todos entiendan. Distintas estructuras mentales, distintos ambientes y culturas —pero, sobre todo, experiencias religiosas diferentes— influyen muchísimo en nuestro modo de comunicarnos con Dios. El "mundo intermedio" es muy real y muy poderoso. Puede favorecer o impedir nuestra comunicación con Dios. Sin embargo, Dios ha estado —y está— continuamente presente en la sociedad humana tocando muchas almas que, en distintos países, han desarrollado y desarrollan las variadas tareas confiadas por él. Dios las ha sensibilizado por medio de sueños, visiones, apariciones o, más sencillamente, por medio de una voz audible en una habitación o en otro lugar adecuado. Gran parte de estos mensajeros caen en éxtasis. Yo nunca he oído decir que una persona haya hablado a Dios desde la tierra en la plena posesión de sus facultades humanas. Para encontrar al "divino" es necesario ser elevados a la atmósfera divina, que está mucho más arriba de la terrena (paralelamente a la superioridad del alma sobre el cuerpo). Dios usa el alma y sus facultades espirituales para lograr los propios fines por medio de la instrumentación del hombre. Algunos de estos mensajeros continuamente están en oración, otros desarrollan sus actividades normales, comportándose en todo caso de manera siempre distinta, cada vez que están en contacto con Dios. En ambos casos —cuando deseamos ardientemente profundizarnos en la oración, y cuando Dios está en comunión con nosotros para darnos un mensaje particular— obramos por fuera de nuestra conciencia física y, por algunos instantes, compartimos lo sobrenatural: nos volvemos "divinos". Espiritualmente somos conscientes y vigilantes, porque nuestra alma vive la comunión plena con su creador: "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 67

Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados" (Rm 8,14-17). Después de haber cumplido todo nuestro deber —como hijos de Dios— estamos obligados a hacer todo lo posible, para que el conocimiento de esta oración se extienda a la gran mayoría de las personas. Finalidad de la vida religiosa es la de compartir los frutos de nuestra contemplación con las personas con las cuales convivimos y a las cuales somos enviados. Desear tener comunión con Dios por un breve tiempo —sin aspirar a permanecer continuamente en su presencia— puede ser una simple gratificación humana. La comunión con Dios tiene sus raíces en el alma, de donde él irradia poco a poco su luz en una relación estable e íntima en la cual nosotros, a un cierto punto, nos esforzamos por identificarnos con él. Si sobre la tierra alcanzamos ya esta meta, seremos bendicidos con los frutos que siguen a la divinización: justicia, integridad, pureza, amor, alegría, paz, hermandad, unidad, armonía y libertad de los hijos de Dios. Sin embargo, no podremos ser contados entre los sabios, los santos, los místicos, si solamente nuestra curiosidad es la que nos impulsa hacia la "ciencia" de la santidad. Dios es luz y quien desea estar en comunión con Dios debe antes desembarazarse de todas aquellas cosas que enumeró nuestro maestro Jesús: "Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre" (Mt 7,20-23). ¡Si lográramos sólo tomar a la letra las palabras de Cristo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"! (Jn 14,6). En cambio, todavía no hemos comprendido bien que la transformación en auténticos discípulos de Cristo quiere decir pérdida de nuestra identidad humana. Jesucristo era en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (cf Hb 4,15). Sus facultades eran las de un ser humano íntegro, maduro, creado a imagen de Dios. ¡Precisamente porque 68

en él no había pecado, su vida terrena estaba ya integrada a la del otro mundo! Por eso decimos que, mientras estaba en la tierra, Jesús estaba en comunión con su Padre, como si el cielo estuviera siempre abierto delante de él. También a san Esteban —todavía bajo los despojos mortales— se le abrieron los cielos hasta el punto de permitirle contemplar las criaturas celestiales (cf Hch 7,55-56). Y lo que le sucedió a san Esteban debería podernos suceder también a nosotros, si fuésemos poseídos por Jesucristo y por el Espíritu Santo. Según la enseñanza histórica de la Iglesia católica se supone que sólo pocas personas son poseídas por Cristo. Y como son muy pocas, por lo general son veneradas por sus semejantes sobre la tierra. Se trata de un fenómeno que, con base en las afirmaciones, sucede en tres o cuatro lugares distintos en el curso de un siglo. Pero, en realidad, Jesucristo quiere poseer a todo cristiano, porque por medio de los evangelios nos invita a ser "santos, como Dios es santo" (cf 1P 1,16). El primado espiritual inherente a la función sacerdotal —que lleva a los fieles a creer en una santidad espontánea de los sacerdotes, de las religiosas y de los monjes— ha inhibido también el poder de Jesucristo y ha formado subdivisiones en la Iglesia católica. Históricamente ha sucedido que cristianos sencillos, satisfechos con lo que los sacerdotes les transmitían desde el pulpito, no siguieron más adelante y aceptaron no poder ser más santos que las religiosas, los monjes —menos aún que los sacerdotes— presumiendo que sólo estos últimos, que llevan a Jesús sobre el altar, y las religiosas y los fieles que lo reciben todos los días, son poseídos por Cristo... pero no siempre es así. . ,,, Quiero decir que la fe de un sacerdote es compartida en la misa, según el modo como la celebra. Insisto en precisar que la misa tiene un valor comunitario universal, aun sin la participación de los fieles. El sacerdote tiene una audiencia privada con Jesús (y muchas otras personas con él); he aquí por qué él debería desear ardientemente el momento en el cual poder verter su propio corazón en el de su maestro. De vez en 69

cuando el sacerdote sería reprochado, pero también recibiría consuelos y ánimos. Dejar de celebrar la misa porque se está solos —con el pretexto de que la misa es, por su naturaleza, comunitaria— es absolutamente una aberración teológica. "Él, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb 10,12-14). Éste es el mismo sacrificio que el sacerdote renueva en la misa, y los efectos son los mismos: "eterna perfección para los que son santificados". Si es bastante humilde, el sacerdote debe darse cuenta, sin sombra de duda, de ser realmente eficaz a través de la misa (aunque en otras actividades le suceda lo contrario). En efecto, durante la celebración de la eucaristía, él es elevado por Jesús por encima de las propias desilusiones, ansiedades y depresiones. Sus fracasos no deberían ya constituir motivo de desesperación, y la conversación con Jesús podría resolver muchos problemas que tal vez él considera personales. El sacerdote terminaría considerando la celebración de la misa como una audiencia privada con Jesús, puesto que en realidad Jesús se hace vivo para los que creen en su presencia en ella. Hay hombres cultos y maduros, que afirman que el "certificado de ciudadanía celestial" del hombre es falso, y hay otros, sencillos e iletrados, para los que este certificado no les dice nada, porque saben a qué reino pertenecen. El águila ve el sol y no hay necesidad de que la astronomía pruebe su existencia. El topo, en cambio, no cree que exista la luz, aunque se afirme lo contrario y se trate de demostrárselo. Cualquiera que tenga buen oído gustará la música, pero inclusive Kubelich tocaría el violín en vano para un sordo. No es que la música no sea buena, es que el oído no puede escucharla ni gozar de ella. No es que no exista el sol, es que el topo no se preocupa de si el sol existe o no. Lo mismo dígase respecto de la oración, sobre todo para el "Padrenuestro". La oración tiene su valor intrínseco. Los que no son conscien70

tes de ello, no le pueden sacar provecho. Bastaría que cada uno tuviera la justa disposición, y su enorme importancia sería reconocida en el mundo entero. Les ruego, no les den importancia a los "espíritus interferentes", que se presentan a ustedes como "buenos samaritanos". Yo quisiera poderlos encontrar y garantizarles que ser rechazados por el hombre no significa de ninguna manera ser rechazados por Dios (a menos que nos merezcamos las acusaciones que se nos hacen). Por lo que sé, si no hay culpa personal, no debemos excluir de nuestra vida dichos sufrimientos, aun cuando, viniéndonos de los amigos más íntimos, nos son insoportables. No hago una declaración superflua diciendo que Jesús es todo para mí y que yo considero el cristianismo como algo que se define e integra en Jesucristo. Él afirma: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Jesucristo no vino para hacer de nosotros solamente especialistas en cristianismo, sino para hacernos semejantes a él. El cristianismo es Cristo y tal debe ser para toda persona que sustancialmente debe convertirse en un auténtico cristiano, digno del nombre que lleva. Él es la vid, pero nosotros no estamos convencidos de ser sus sarmientos: no esperamos ver realizada una unión física con él, experimentar el fluir de su vida. Aunque Jesús haya dicho: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn 15,5), sabemos que podemos hacer algo por medio de los sacramentos, que son signos concretos. Nos atreveríamos a decir: "¿Hasta qué punto Jesús está involucrado en nuestras funciones sacerdotales?". "Creer" significa tomar a Jesús a la letra y tener confianza de que él cumple lo suyo. Entonces lentamente él inyectaría en nosotros su fuerza y, junto con él, bailaríamos la danza de los ángeles. Las condiciones que se nos ponen son la integridad de vida y la confianza en Jesús que, invitándonos a la danza, quiere trasmitirnos alegría, felicidad, amor y paz; por eso, nos volvemos flexibles aun cuando él nos saque de los puestos que ocupamos para enseñarnos un nuevo paso de danza. Hagámonos disponibles a él con estas palabras: "Estoy en tus 71

manos, oh Señor, como la greda en manos del alfarero. Modélame como tú quieras. Yo sé que quieres transformarme en una obra maestra tuya de rara belleza". Y Jesús nos contestará: "Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no íes hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Me 16,17-18). Confiemos en el Señor y no lo perdamos de vista en todo lo que hacemos. Nuestro lazo de unión con él es la oración, a la que sigue la intimidad. Lo que nosotros llamamos fe es la réplica de la vida divina en nosotros. Hemos intercambiado nuestros derechos con Dios y podemos estar seguros de que, cuando decimos: "¡Suceda esto en el nombre de Dios!", esto sucederá, porque él no nos defrauda. Si Dios está permanentemente presente en nosotros, nosotros nos movemos en él y somos poseídos por él. Podríamos poder decir con san Juan que vivimos en él. "Pero quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él" (Un 2,5-6).

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La oración

«o \<Jer como Jesús" significa sentarnos a los pies de Jesús para escucharlo y aprender a valorar nuestras acciones junto con él. Jesús nos corrige con infinita dulzura: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Le 23,43). ¡Cómo sería la maravilla del buen ladrón agonizante... un ladrón que acompaña a Jesús al paraíso! ¿Quién de nosotros se esperaría una cosa semejante? Pero nos relacionamos con Jesús "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Mientras san Pablo afirma que si no creemos en la realidad de la resurrección de Cristo "vana es nuestra fe" (cf 1 Co 15,14), yo digo que, si no creemos en la realidad de la persona de Cristo —y ni siquiera en la posibilidad de establecer relaciones humanas con él— nuestro deseo de ser transformados en su imagen es una utopía. Jesús vive con nosotros no solamente en la eucaristía, sino como una persona involucrada de hecho en nuestros esfuerzos, en nuestras actividades y aspiraciones. Debemos aprender de Jesús a dirigirnos a él así: "Mi Señor Jesús, maestro mío Jesús, hermano mío Jesús, Jesús, mi fiel amigo, Jesús, mi Señor y salvador" <;< 71

(Y dicha familiaridad no excluye obviamente nuestro amor y nuestro respeto). También debemos tener un temor reverencial respecto de Jesús, porque "todo viene a la luz por medio de él". Él es el "VERBO de Dios". Dios habló y todo fue creado. La palabra "hablada" por Dios es Jesús (cf Jn 1,1-4); por consiguiente, al profundizar nuestra intimidad con Jesús, no deberíamos olvidar nunca que él es nuestro Dios y nuestro salvador. ¿Por qué no invitar a Jesús a cualquier parte a donde vayamos? Ciertos cristianos no invitan a Jesús a sus fiestas como si, para poder participar de ellas, tuvieran que dejar a un lado su cristianismo. ¡Qué lástima! En tal caso no pueden llamar a Jesús su amigo. Otros le piden que se quede en un lugar decoroso, mientras van a hacer actos indecorosos. Pero si Jesús se ha vuelto "ustedes' —y ustedes se han vuelto "Jesús"—, ¿cómo pueden llegar al punto de avergonzarse de ustedes mismos? Si se respetan, no cometen ciertas cosas, porque sufrirían por vergüenza lo mismo que Jesús. Yo he descubierto que Jesús es aquel que inmediatamente me llama a su presencia cada vez que siento el deber de dar lo mejor de mí, por lo que mis consultas con él llenan toda mi jornada. En no pocas ocasiones había tratado a Jesús con una cierta presunción de mí mismo; pero, inmediatamente después de haberme dado cuenta de que no hubiera debido tratar así a mi maestro, volvía en mí para un rápido examen, y luego le susurraba: "Jesús, qué tenemos que hacer?... ¿Continuar?..." y, si recibía una alusión de parte suya, yo continuaba. Lo he dicho muchas veces: Tenemos que llegar hasta decir a Jesús "Jesús, hagamos esto... o esto...". ¡Así es como se hace uno íntimo de Jesús, así es como se goza con su confidencia! Hemos hecho alusión a la palabra "puente" en relación con la oración. Puesto que nuestra separación del Padre celestial es solamente temporal, la oración es el único medio apto para mantenernos en constante comunicación con él. Por su parte, Dios no pone obstáculos, porque él siempre nos tiene presentes. De la misma manera como una mamá es consciente de su niño cuando lo duerme en sus brazos, así también Dios es consciente de nuestra existencia. Y así como la mamá está 74

atenta en espera de un movimiento del niño al despertarse, así también Dios espera que nos movamos hacia él para manifestarle nuestras necesidades. Siguiendo el consejo de Pablo "Cualquier cosa que hagáis, hacedla en el nombre del Señor" (cf Col 3,17), deberíamos considerar cualquier actividad —no empapada por la oración— como tiempo perdido. Pero si también es cierto que deberíamos orar siempre, entonces todas nuestras acciones tendrían un divino equilibrio, porque continuamente impregnadas por el influir de lo divino. Así no escucharíamos más ciertas distinciones como profano, secular, humano, divino, pues las acciones del individuo, que ora siempre, serían siempre y sólo divinas (Dios, Padre del universo, siendo la fuente de la que brotan y su fuerza motriz). Nosotros salimos de las manos de Dios y somos responsables al respecto de todo lo que hacemos. Dios es el origen de nuestra vida y, al mismo tiempo, nuestro último destino. Cuando, hace algunos años, desarrollaba el servicio pastoral estaba empeñado en actividades sociales que, por sí solas, hubieran sido suficientes para satisfacer mi "yo". Sin embargo, tengo que confesar que muchas veces no podía dormir hasta que no hubiera dicho mis oraciones. La realización de mis proyectos —dirigidos a servir al hombre, mi compañero— nunca me satisfizo hasta el punto de llevarme a considerar que el servicio pastoral sustituyese efectivamente la oración personal. Siempre he sentido la necesidad de ir a la biblioteca para una consulta —es decir, de ir a Jesucristo mismo, el Hijo perfecto de Dios— con elfinde comunicarme, junto con él, con nuestro Padre celestial. Aunque esté convencido de estar correctamente en la presencia de Dios, en cualquier parte en donde me encuentre, no por ello dejo de sentir la importancia de reservar un tiempo exclusivo a mi amado. Gozo estando solo con mi salvador... con él que es camino, luz, verdad. Para compartir junto con ustedes mi experiencia personal, les diré que, en muchas ocasiones, Dios respondió anticipadamente a mis oraciones: es decir, mientras en mi mente había algo todavía en estado embrional, Dios venía en mi ayuda respondiéndome con una idea, aun antes de haber formulado la oración en palabras. ¡Qué Padre maravilloso tenemos en Dios! 75

La identidad entre amor y oración no es gemela. Amor y oración son idénticos sólo bajo ciertos aspectos. La oración es amor que se comunica, amor en dinamismo, amor que viene y que va. Nosotros le damos la gloria a Dios, lo alabamos, lo amamos porque él es un gran Dios; y, cuando lo hemos ofendido, sentimos el tormento de nuestra ingratitud. En la medida en que lo amemos, sentimos un dolor profundo por nuestros pecados expresándolo bajo forma de oración. Como ya lo he dicho, nosotros "nadamos" en las oraciones de los demás sin saberlo. A veces somos conscientes de las oraciones de los amigos, pero no de las de muchísimas otras personas que nos serán siempre desconocidas. Cuando le rezamos a Dios por nuestros hermanos, le manifestamos el amor, los sentimientos, las preocupaciones que tenemos respecto de ellos. En otras palabras, imploramos las bendiciones divinas sobre ellos. San Pablo nos exhorta vivamente a orar los unos por los otros, sobre todo a reunimos todos juntos. En la oración comunitaria obtenemos, en beneficio personal nuestro, la paz, la armonía, la unidad, el amor. San Pedro Crisólogo dice: "Oración, misericordia y ayuno; estas tres son una sola cosa: se dan la vida mutuamente. En efecto, alma de la oración es el ayuno; vida del ayuno es la misericordia. Ninguno las separe: son indivisibles. Quien tiene una sola de ellas, no tiene ninguna. El que ora, que ayune; quien ayune, tenga misericordia" (Homilías para la vida cotidiana, XXIII). Por la naturaleza de la palabra, la oración es un conjunto de muchas cosas. La oración es una "composición" espiritual. Aunque tengamos una única intención, el modo, el momento en que se dice, y la persona a la que se la dirige: todo esto hace de una oración una verdadera y auténtica "composición espiritual". Que se quiera pedir perdón a Dios por haberlo ofendido o que se quiera darle gracias, en ambos casos es imposible orar de manera que no se sienta uno inadecuado a la situación: ante todo, porque, cuando Dios desea manifestar su amabilidad respecto del hombre, él es amable hasta el extremo, y el hombre ya no es dueño de los medios a su disposición para decirle "¡gracias!". Puedo añadir que, cuando una persona no logra encontrar plena satisfacción al expresar una oración de alabanza, acción de 76

gracias, petición, perdón u otra cosa, pasa más allá de las fronteras del abandono completo de Dios. Sí, dice oraciones, pero éstas no son sino una repetición continua de algunas palabras... "¡Gracias, Padre, gracias! ¡Te amo, Padre! ¡Cuan grande eres! Eres un Dios grande... ¡Cuan grande eres, Padre!". Así ella entra poco a poco en la contemplación... Su alma está sumergida en la oración, mientras los sentidos físicos quedan neutralizados. Ya no es consciente del lugar en donde se encuentra, no siente la presencia de quien le está a su alrededor, pues ahora está totalmente absorta por los efectos de su comunión con lo sobrenatural. De lo alto viene el verdadero significado de "¡Gracias, Padre! ¡Te amo, Padre! ¡Cuan grande eres!". Nos damos cuenta de que el Padre celestial está en el otro punto de la oración, en respuesta al alma que quisiera decir más, pero no puede. Este encuentro del alma del hijo con el Padre desemboca en el éxtasis, de tal modo que, aun en la repetición continua de palabras siempre iguales, desde el otro lado —del Padre celestial— recibimos inspiraciones y palabras de ánimo: "Estoy contigo... Sí, he recibido tus agradecimientos... Enseña a los demás a alabarme...". Dios habla a la persona, mientras la persona sigue repitiendo;, entonces, de tanto en tanto, puede suceder que ella alce poco a poco la voz, tal vez con el intento de abrazar a Dios, extendiendo las manos hacia lo alto —hacia el cielo— o extendiéndolas como para recibir algo de él. Ya el cuerpo ha llegado a un estado de inmovilidad, pero el alma recibe más de lo que se expresa continuamente con la boca. Éste es un tipo de oración en la que se sumerge espontáneamente un alma ardiente: un alma que no logra decir más y se pierde en Dios. Otra puede seguir orando para obtener una cierta satisfacción. En ambos casos, el alma descansa en Dios y la persona, aunque inconsciente de encontrarse en un determinado lugar, no puede responder físicamente a la situación, porque está sumergida en la contemplación de Dios Padre (como se puede notar externamente). Yo quisiera introducir un número mayor de palos y de piedras para la construcción de los puentes que llamamos "oraciones". 77

Uno de estos palos es Jesucristo —"palo" muy importante entre el hombre y Dios—. Jesús dice de sí mismo: "En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido son ladrones y salteadores; pero las ovejas no los escucharon" (Jn 10,7-8). Por tanto, para poder llegar al Padre, necesariamente tenemos que pasar a través de Jesús, que es la puerta. Jesús no se hacía publicidad por medio de símbolos de vida citados, porque tenía que vérselas con gente testaruda, los fariseos, que no lo aceptaron nunca como el mesías, esto es, como "puerta" al Padre. Incluso los apóstoles no conocían bien a Jesús. En efecto, Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el "camino"?" (Jn 14,5). (Jesús había hablado a los apóstoles de su regreso al Padre, al final de la misión que había venido a cumplir sobre la tierra). Entonces le contestó a Tomás: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Jesús no sólo es el "puente" entre el hombre y Dios, sino también quien comparte la naturaleza de su Padre. He aquí por qué su papel —de "portador de oraciones" al Padre— es muy importante: porque él sabe cómo acercarse mejor al Padre en beneficio nuestro. Alguien define la oración un "puente" entre el hombre y Dios. Yo, en cambio, la defino como una "composición" espiritual, porque creo en la importancia de las vitaminas en la comida, en un conjunto de elementos diversos. La oración nos brinda las sustancias que necesitamos: las vitaminas espirituales con las que nos robustecemos; en todo caso nos corresponde a nosotros reconocer nuestra dependencia de Dios. En su calidad de Padre, Dios no se demostrará nunca indiferente a nuestras peticiones, a las alabanzas o, en verdad, a cualquier oración que le dirijamos. Él no puede desilusionar a sus hijos. Dios escuchará siempre nuestras súplicas y nos concederá lo que le pidamos.

Por el hecho de repetir varias oraciones, en gran parte de memoria, creen que por eso necesariamente tienen que obtener muchos dones; pero, haciendo así, no respetan a Dios y no se concentran en las oraciones que dicen, porque su única finalidad es la de "obtener". Y, cuando esto sucede, no sienten ninguna gratitud, más aún llegan a decir que Dios, como creador, tiene el "deber" de cuidar a sus criaturas. Si, en cambio, no son escuchadas sus oraciones debido, precisamente, a la actitud errada de los orantes, éstos últimos terminan reprochando a Dios, porque —dicen— no escucha sus súplicas. Normalmente nosotros tampoco ofrecemos dones a la primera persona que nos pasa cerca, pues queremos que el don sea expresión concreta de un sentimiento, una garantía de aceptación recíproca. Un don es algo muy importante en nuestras relaciones humanas y a menudo va acompañado con palabras que expresan gratitud o aprecio por algunos favores recibidos. Pedir dones a Dios por medio de la oración, descuidando valorar nuestra relación con él, es pura y simple presunción. Significa que esperamos de Dios lo que no se nos debe, que él debería pensar como pensamos nosotros. Pero Dios, siendo nuestro Padre, quiere vernos satisfechos y, cuando nos da un regalo, desea también participar de la alegría que sentimos al recibirlo: exige que se establezca una relación íntima entre él y nosotros.

Algunas personas creen que no es necesario hacer mucho por Dios cuando oran y, al dirigirse a él, sólo esperan "recibir".

La oración debe perder el sentido de la obligatoriedad para llegar a ser parte de nosotros. Debemos desear con frecuencia permanecer solos con Dios, no sólo para orar, sino también para gozar de su presencia. En efecto, la oración tiene como finalidad unirnos al Padre celestial, del que nos han separado el pecado y nuestra naturaleza humana, revistiéndonos con una nube de carne semejante a la nube que cubría el tabernáculo y ocultaba a Israel el rostro de Yavé. A pesar de su estado de maldad, de tanto en tanto, el alma logra acercarse a Dios dejando tras de sí sus despojos mortales —mejor, el cuerpo es elevado a una atmósfera en donde no puede obrar normalmente. Otra tarea de la oración es la de formar profundamente en

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nuestro interior la habitación del Padre celestial, de esas profundidades derramaremos lo "divino" sobre los hermanos. No aceptamos que la oración pase solamente a través de los labios, como el agua que corre a lo largo de un canal sin dejar huellas de sí... Dice san Bernardo: "Si ustedes son sabios, harán de ustedes mismos un pozo, no un canal, porque lo que tiene un canal, lo derrama inmediatamente después, mientras que un pozo retiene el agua hasta que no se haya llenado. De esta manera comunica por medio de su sobreabundancia, sin sufrir perjuicio, sabiendo bien que quien haya escogido para sí la parte peor, está condenado" (del "Cantar de los cantares"). Propongámonos, pues, crear pozos en el corazón, en la mente, en la memoria —en todo nuestro ser— para que de ellos brote el pozo del amor, o sea, esos actos profundos de caridad divina, fruto de nuestra experiencia de comunión con Dios al que nos lleva la oración entendida como "modus vivendi". Yo me preocupaba por tener que decir las oraciones aun cuando tenía una disposición contraria. El resultado fue que, durante muchos años, las recé "ex opere operato", es decir, como una fórmula dada o un deber profesional por cumplir, cuyos efectos se manifestarían automáticamente, y no "operantis", esto es, con mi efectiva participación. Así obtenía muy poco. Necesité años para darme cuenta de que las oraciones van dirigidas a alguien que vive, no satisfecho de escuchar una voz que dice oraciones, sino interesado más bien por la persona que emite la voz y que debería introducir en ella su alma.

"Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Le 23,24), y durante la última cena por los apóstoles y sus sucesores (cf Le 22). Toda la existencia terrena de Jesús fue la realización de la espera de la humanidad por la venida del mesías. He aquí por qué, orando, nuestra responsabilidad debe nacer de un profundo sentido de participación en la misión de Cristo por la salvación del mundo. He aquí por qué la finalidad de nuestra vida de oración debe ser la comunión permanente con nuestro salvador y el de todo el género humano. La obligación relativa a nuestra misión apostólica tiene por fundamento esta? palabras de Jesús: "Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, éste da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 5,4-5). A mi pregunta: "¿A quién diriges tus oraciones?" él contestó: "Se sabe que debemos decir el Padrenuestro". "¿Pero tú crees realmente en quien llamamos "Padre"? ¿Y quién es?", repliqué. A este punto comenzó a fallar su vivacidad. "Dios" y "Padre" son términos genéricos... Puede ser cierto que el que pronunció por primera vez el "Padrenuestro" considerase a Dios como tal —esto es, que el "Padre" le era realmente padre— pero, para mi interlocutor, él era un padre según la tradición (que se podría comparar con la de los antepasados, por ejemplo). El ha hecho del "Padrenuestro" una oración personal, tal como debería salir de la mente y del corazón de quien la dice. El "Padrenuestro" debe decirse no tanto por cuenta de otra persona, sino por nosotros con la intención de compartir sus frutos con todos los que incluimos entre los beneficiarios. El "Padrenuestro" debe ser "su" oración. Las necesidades de orden general que Jesús presenta a su Padre en esta súplica, deben transformarse ahora en las necesidades de la persona que las presenta a su Padre celestial.

No se cumple la obligación de orar con la recitación de las oraciones exigidas. Para nosotros, orar no significa cumplir una tarea establecida por una regla, sino cumplir un deber connatural con nuestra vocación: la de ser transformados en imagen de Cristo, cuya vida fue toda una oración. Jesús siempre estaba en comunión con su Padre celestial, para poder desarrollar su misión sobre la tierra. En las ocasiones más importantes oraba incluso en alta voz —como en la resurrección de Lázaro (cf Jn 11), como en la súplica al Padre desde la cruz:

Entonces dije que, en este caso, un "dios" puede ser cualquier cosa a la que me siento ligado, que me impide abandonarme completamente en las manos del "verdadero" Dios. Si no logro

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desatar un lazo que impide mi comunión con Dios, significa que este lazo ha tomado efectivamente el puesto de Dios. Así Dios también se ve obligado a cerrar su corazón a todos los que son egoístas, que no se preocupan de los demás, que no saben qué significa "amar". "Sus oraciones no son escuchadas" porque, en realidad, no rezan. Si, incluso, el "Padrenuestro" —la oración compuesta por el Hijo de Dios, equilibrada en todas sus partes— se había demostrado ineficaz, eso se debía al hecho de que la decía porque le habían enseñado a creer que era la mejor oración y porque él mismo pensaba que sus efectos se manifestarían automáticamente. No se había dado cuenta de que era necesario hacer viva la oración personal mediante la conciencia de la efectiva presencia del Padre en escucha; y de que lo que pedía se le concedería —inmediatamente—, si realmente estaba convencido.

Para poder cultivar el amor como bondad se nos pide un compromiso personal respecto de Jesús —quien no había pecado— a más de una purificación hecha por medio de la penitencia y la mortificación. Mientras permitamos a ciertos pecados permanecer ocultos en nosotros, consentiremos caminar hacia Dios lentamente. Un automóvil se mueve a sacudones, si las bujías están dañadas; así un pecado habitual oculto compromete nuestra dinámica espiritual para con Dios: nos entregamos de mala gana a él, con dedicación incompleta. Y, así como el motor no puede producir una fuerza de tracción plena debido al contacto defectuoso de las bujías, así también el pecado oculto debilitará nuestra relación con Dios y con el prójimo. El amor nos une a ambos. El pecado hace lo contrario: nos separa, nos aparta de Dios y de los hermanos.

Yo quisiera que ustedes se hicieran la misma pregunta de Toth: "Nosotros repetimos esta oración —el "Padrenuestro"— todos los días; pero, fuera de las palabras, ¿nuestro pensamiento es vivo? ¿Reflexionamos siempre sobre lo que decimos? ¿Realmente nos damos cuenta del tesoro espiritual que tenemos en el "Padrenuestro?". No era suficiente reconocer en Jesús a quien había compuesto el "Padrenuestro"; lo importante era saber por qué había sido llevado hasta el punto de concebir una oración por nosotros. Jesús nos amaba y no quería que renunciáramos a expresar nuestras peticiones, por la incapacidad de presentarlas al Padre celestial. Jesús desea que nosotros, conscientes de los esfuerzos hechos por él para permitirnos obtener lo que deseamos del Padre, lo aceptemos como un amigo, un hermano, un mediador. Según Mary MacCulloch el cristianismo consiste en compartir nuestra vida con Jesús en una amistad exclusiva, indescriptible en términos humanos. Dice: "Éste no es un refinamiento de la enseñanza evangélica o de una práctica de devoción para los que ya son santos. Es el cristianismo. Otras religiones dan a los fieles códigos morales y normas sobre el modo de vivir una buena vida, pero sólo el cristianismo puede dar a los fieles la vida, porque Cristo es "camino, verdad y vida" y él mismo viene a vivir en los que lo aman" (M. MacCulloch "This vast activity").

Me atrevería a decir que las oraciones preestablecidas no son las que forman al santo, sino el hábito de la oración. En ella deberíamos movernos y, madurando en Cristo, ser tan conscientes de su presencia en nosotros, que la oración se convierta en una relación permanente entre Cristo y nosotros. Tal vez los teólogos no han acuñado un término preciso para expresar esta "relación permanente". En realidad, se trata de una unión íntima con Cristo, de una relación ininterrumpida entre Cristo y el alma poseída por él. Para mí, ésta es la auténtica oración santificadora... Y, cuando esto se verifica, todas las otras oraciones entran a formar parte de esa intimidad y unión como elementos que la refuerzan. Habiendo nosotros aceptado a Cristo, ya no las diremos porque lo disponen así las "constituciones", sino que se convertirán en medios directos hacia un fin. Subdividiéndose en oraciones de alabanza, de agradecimiento, de petición, de arrepentimiento y semejantes, ellas presentarán a Cristo mis numerosas necesidades. Al decirlas, mis disposiciones personales se conformarán a mis necesidades y yo llegaré a un punto en el que ya no consideraré la oración como un instrumento de castigo —si omitida, pecado— o de recompensa —si dicha a tiempo, virtud—, sino como el medio indispensable para realizar, en mi progresivo abandono en Cristo, la íntima unión con él, hecha de amor, de conocimiento y de apoyo.

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¡Cuan hermoso es de vez en cuando encerrarse en el propio cuarto y orar solos! ¡Cuánta paz gozamos junto al Padre celestial! La intimidad no es sino la experiencia del "otro" en nuestro ser. Sentimos que Dios está en nosotros... y nosotros nos sentimos en Dios. Se ha dicho que la oración es casi una anticipación sensible del cielo, un pequeño trozo de paraíso... nunca nos deja privados de dulzura. Es miel que penetra en el alma y endulza todo. Los sufrimientos se deshacen como nieve al sol, después de una oración bien hecha.

La bienaventurada Virgen María

v esús rezaba frecuentemente. Para sus oraciones personales, buscaba retiro y soledad. Su bautismo, la transfiguración, el comienzo de su pasión tuvieron lugar durante la oración (cf Le 3,21; 5,16; 6,12; 9,18-21). En el Evangelio de Juan está resumida toda la "oración sacerdotal" de Jesús (cf Jn 17); así nos podemos dar cuenta de cómo el diálogo personal de Jesús con el Padre continuó hasta el momento de su muerte. En esta atmósfera es en la que deben vivir el cristiano, el religioso, el sacerdote en todo tiempo. No hay atenuantes ni justificaciones: la vida de Jesús en cada uno de nosotros se desarrolla según el contacto personal que establezcamos con él, según la oración que le dirijamos "de tú a tú". ¡Cuántas veces hemos leído en los evangelios que Jesús se apartaba a orar en soledad, a veces apartándose de las muchedumbres, y a veces prorrumpía en una oración en alta voz cuando se dirigía a su Padre celestial! La soledad es una prueba de la confianza que Dios pone en el hombre. Dios le confía sus tesoros espirituales, para que él sirva a los hermanos. Así Dios demuestra que se puede confiar en el hombre y que su soledad forzada no es sino la garantía de una total confianza y dependencia del creador. 84

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Estamos acostumbrados a leer sobre la soledad de los profetas, que llevaban sobre sí todo el peso del mensaje que debían transmitir a los hombres. La soledad derivaba de su incapacidad para trasmitir el mensaje. Dios no venía para consultar al profeta, sino para darle órdenes, para decirle que trasmitiera mensajes precisos. Algunos profetas se consideraban incluidos en las profecías, porque pertenecían a la nación a la que se dirigían. Su reacción era natural y humana, por lo que se atrevían a hacerle preguntas a DiosCcf Ab i,2-4). Muchos profetas no aceptaban inmediatamente su vocación y trataban de rehuirla (cf Jr 1,6 - Jon 1,1-16). Algunos reaccionaron hasta el punto de maldecir el día de su nacimiento (cf Jr 20,14-15). Pero Dios, siendo Dios, rechazaba el "rio" del profeta: si necesitaba ciertas disposiciones, él mismo supliría lo que faltaba. Los defectos humanos hacían de Dios el arquitecto y el autor del mensajero y del mensaje. Con razón, pues, los mensajes proféticos se conocen comúnmente bajo el nombre de "palabras inspiradas por Dios". Las confesiones de Jeremías nos revelan que lo que el profeta dice no viene de él: "Pues cada vez que hablo es para clamar: ¡Atropello!, y para gritar: ¡Expolio! La palabra de Yavé ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su nombre. Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía" (Jr 20,8-9).

mundo: "Viste un manto empapado en sangre y su nombre es: palabra de Dios. Los ejércitos del cielo, vestidos de lino blanco y puro, lo seguían sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a los paganos; él los regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera del Dios todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su mano y en su muslo: rey de reyes y Señor de señores" (Ap 19,13-16). Lamento haberlos llevado demasiado lejos... pero mi propósito era el de demostrarles que, si María queda circunscrita en los ambientes religiosos, de ninguna manera esto hace justicia al papel desempeñado por ella en la historia del bienestar humano. María es definida "la mujer" no sólo para los hebreos o para los católicos, sino para la humanidad entera. Por medio de Isaías hemos aprendido lo que dijo Dios respecto de Abrahán y de Sara: "Mirad a Abrahán vuestro padre y a Sara que os ha dado a luz" (Is 51,1-2). Palabras de amonestación para todo el género humano, para que nunca olvide que Dios le fue fiel respecto de la promesa que le hizo por medio de Abrahán (pero, en el pasaje de Isaías, Dios nos enseña que debemos ser agradecidos a él como también a Abrahán).

María se destaca sola "entre todas las mujeres" —-la promesa había sido hecha a ella— y es bendita porque, como Abrahán, creyó. Se le anunció que engendraría un hijo, un futuro rey "cuyo reino no tendrá fin" (cf Le 1,32-33), porque él heredará el género humano y gobernará sobre él eternamente. Él será rey, aun aquí sobre la tierra, y su dominio se extenderá hasta los confines del

Me entristezco por el hecho de que María es conocida solamente por un círculo restringido de cristianos. Su papel, en la historia del bienestar humano, viene desde la caída de Adán y Eva (cf Gn 3). Por parte de la humanidad, la esperanza de una redención era como la semiila sembrada en la tierra en espera de la lluvia. En la mujer y en su descendencia se basaba la promesa del Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu estirpe y su estirpe" (Gn 3, í 5). Con estas palabras es con ias que Dios ha protegido a ia mujer. Nunca más caería víctima del diablo convirtiéndose en instrumento de su obra de destrucción del mundo. Cuando Dios le propuso a María la misión de madre del redentor, María aceptó gustosa la propuesta y cooperó hasta el límite de sus fuerzas, profundamente desilusionada por la ingratitud manifestada por los hombres respecto del hijo, y con él soportó el ridículo, el rechazo, las humillaciones y la flagelación. A los pies de la cruz María sentía apagarse, instante por instante, la respiración de Jesús exangüe y, mientras se daba cuenta de que ya no escucharía más su voz, sorpresivamente la

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En los círculos espirituales de hoy, y en algunos grupos de oración, la fe es comparable a la mercancía muy pedida. No sería pesimista decir que si algunos, en búsqueda de la fe por sus motivos personales, la encontrasen en venta, darían todo lo que tienen con tal de obtenerla. Afortunadamente la fe está en las manos de alguien que elige a quién darla.

palabra "mujer" acentuó su unicidad entre todas las mujeres. "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn 19,26). María es una obra maestra que no debe permanecer anclada en el pasado, ni constituir un llamamiento para las generaciones presentes para que, mirando hacia atrás, admiren a la Virgen por lo que fue. María, hoy, representa lo que siempre ha representado desde los comienzos de su llamada. Estando dispuesta a convertirse en madre del salvador (cf Le 1,38), se convirtió de hecho en la madre de Jesús y de todos los que Jesús tiene todavía que salvar. María es una "madre" para todos los hombres que, por medio de su fe en Jesús, se convierten en hermanos de Cristo, por tanto en hijos de Dios. Durante sus apariciones María no anuncia milagros y no se presenta como una distribuidora de gracias. Si hace milagros, es porque está cerca de Dios. El poder de intercesión de María deriva de estar íntimamente unida a Jesús y profundamente comprometida en la misión de salvación de Cristo. He aquí por qué María es madre de Dios y madre del redentor. Esta es la fuente de su poder de intercesión. Las apariciones de María les interesan a no pocas personas. En efecto, ellas derraman bendiciones sobre todos nosotros, bajo formas de gracias divinas y de prosperidad. María ha traído paz a las familias, salud a los enfermos, conversión a los pecadores y ha suscitado un comportamiento completamente nuevo hacia la vida en muchísimas personas, en todo el mundo. En los lugares en donde se ha aparecido María, sentimos exclamar a menudo: "¡Cómo me gustaría quedarme aquí para siempre... o por lo menos detenerme por más tiempo... Se está tan bien en este lugar... Ahora sí que me siento yo mismo!". Por todo esto considero que María no debe ser considerada solamente como objeto de piedad por parte de los devotos, sino también reconocida como aquella que ha contribuido y contribuye al bienestar de la humanidad en el transcurso de su historia.

María es una mensajera celestial que nos dice continuamente palabras de salvación. ¿Cómo no tener en cuenta sus mensajes de Lourdes, de Fátima y de muchísimos otros lugares? ¿Cuántas encíclicas no se han basado en los mensajes de María? Leemos en los documentos del Concilio Vaticano II: "Por su amor materno (María) cuida de los hermanos de su hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz" (LG 62). Ella es la mujer del Apocalipsis, seguida y perseguida por el dragón, que huye al desierto mientras espera al hijo, misteriosamente salvada con vergüenza de su perseguidor. Éste, como consecuencia, le declara guerra a ella y a sus hijos sobre la tierra, los creyentes en Jesús. Leemos: "Entonces despechada la serpiente contra la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús" (Ap 12,17). Ella es la mujer cuyo hijo se llama Emmanuel —Dios con nosotros—: "Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: he aquí que la Virgen ha concebido y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14). Para explicar el poder de intercesión de María me serviré de un ejemplo práctico. Normalmente una persona hambrienta es ciega respecto de su benefactor: no importa que el alimento le sea ofrecido por un rey, por una princesa o por una persona cualquiera. Lo que importa es saciar el hambre, y quien le brinda esta ocasión aparece generoso a sus ojos. Mucho menos el hambriento se preocupará por saber cómo se comporta el benefactor en la vida, porque lo que le interesa es el hecho concreto. De igual modo, muchos devotos de María son enceguecidos por sus necesidades y no se esfuerzan por comprender en qué se funda su poder de intercesión. Brevemente, podríamos decir que los "verdaderos" devotos de María son bastante menos numerosos de lo que parece, \ que muchos de ellos conocen a la Virgen sólo como una distribuidora de las gracias divinas, una "comerciante celestial".

Uno de los medios de los que se sirve María para liberar a sus hijos de las mordidas del dragón, lo constituyen los consejos que da por medio de los mensajes divinos.

El pueblo de Dios que poseerá la "nueva" tierra no debería olvidar nunca que la historia de la humanidad se apoya en estos tres pilares. Dios dice a Abrahán: "Prestadme oído, seguidores de lo justo,

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los que buscáis al Señor. Reparad en la peña de donde fuisteis tallados, y en la cavidad de pozo en donde fuistes excavados. Reparad en Abrahán vuestro padre, y en Sara, que os dio a luz; pues uno solo era cuando lo llamé, pero lo bendije y lo multipliqué" (Is 51,1-2). María, la mujer: en el saludo de Isabel a la prima María hay una revelación profunda más allá de las palabras "Bendita entre todas las mujeres...", que merecen a María el apelativo exclusivo de "mujer". Isabel concluye su maravillosa bienvenida así: "Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte de! Señor" (Le 1,45). Jesús: Abrahán corrobora su fe aceptando ofrecer su único hijo como garantía al "antiguo" pacto estipulado con Dios. Con el "nuevo" pacto Dios reconfirma su voluntad de reconducir al hombre a la dignidad y a la belleza originarias: "Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes" (Is 53,12).

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Los espíritus de los antepasados

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ros en este mundo. Ellos sabían comunicarse con el mundo sobrenatural, mucho antes de la llegada del cristianismo. Hay que aceptar a África como un continente que tiene su identidad espiritual. En efecto, tiene peculiares valores espirituales que la teología occidental no debe subvalorar o cambiar por valores religiosos inconsistentes. Los pueblos de África se comunican con el más allá: un mundo hecho no sólo de sueños, sino de mensajes que ellos reciben / o por medio de los espíritus ancestrales, o por medio de cualquier otro espíritu bueno. Los africanos no dudan de la existencia de Dios. ' No solamente hay una relación de fe entre nosotros y los ángeles. En las funciones de curación nos confiamos a ellos y contamos con el poder de sus oraciones por las siguientes razones: — ellos han conservado su belleza original delante de Dios y de los hombres; — vivieron según la voluntad de Dios desde cuando fueron creados; — saben cómo hablar a Dios, y por tanto nos ayudan a alabarlo de la mejor manera posible; — son nuestros amigos y nos desean todo bien. 91

La venida de los ángeles tiene sus signos particulares. A mime parece que ellos disturban inmediatamente a los espíritus malignos entre los presentes. Sin embargo, puesto que trabajamos en grupo, reservamos el poder de combatir estos últimos para un momento particular en el proceso de la curación. La invocación de los santos es una experiencia consoladora: los sentimos dotados de una inteligencia tal, que casi no se necesitaría explicarles los problemas de los enfermos. Los santos saben qué entendemos por epilepsia, leucemia, asma, emicráneas persistentes, etc., porque muchos de ellos sufrieron por las mismas enfermedades. Recordamos a los santos predilectos: a María, nuestra madre; a san José, a san Andrés Bobola, a los santos Pedro y Pablo, a san Juan Vianney (el cura de Ars), a santa Teresa de Lisieux, a san Emmanuel y a Patricia, religiosa africana de Kenia. A esta lista hay que añadir la comunidad de los santos, a los que nos encomendamos porque también saben presentar nuestras peticiones al Señor con las palabras más adecuadas. Nuestras oraciones son, pues, eficaces: ¡no estamos solos! En la vida de cada día el hombre está en contacto con lo sobrenatural —el otro mundo— en donde, aunque no pudiendo llegar con el cuerpo, se comunica con su creador y con los otros espíritus. Estos seres sobrenaturales, incluidos los difuntos, ejercen una grande influencia sobre él y le enseñan muchas cosas por medio de sueños o de trances. En muchos casos no se puede explicar la experiencia del hombre porque él vive, precisamente, con base en los consejos de los seres sobrenaturales: es todo lo que podemos decir. Si "superstición" significa estar a las órdenes del mundo desconocido, entonces mucha gente es "supersticiosa". Yo digo que esto no es de ningún modo equivocado, porque el ser humano está compuesto de espíritu y de materia. Con frecuencia, en este mundo de la materia no se escucha al espíritu y se ignora su existencia. He aquí por qué muchas personas son atacadas poco a poco por la enfermedad, cuyo origen desconocen.

Generalmente los espíritus ancestrales son considerados como intermediarios. En verdad, Dios es supremo en todo y se lo diferencia netamente de ellos. Puede ser que, conociendo a Dios, los africanos sintiesen un temor reverencial cuando se trataba de invocarlo. Puede ser también que, en relación con la fe de la tribu, para nombrar a Dios se necesitase una razón muy válida. La sacralidad unida a un nombre y el creer que, una vez nombrada, la persona se haga presente, puede haber llevado a excluir el nombre de Dios de gran parte de los rituales en el culto tradicional africano. Es raro poder comunicarse directamente con Dios... he aquí por qué nuestra gente ha mantenido abierto el canal espiritual de la comunicación con el creador, por medio de los antepasados. Entre los africanos el apego al culto de los antepasados es una combinación del respeto debido a los difuntos, ahora cerca del ser supremo, y del poder, adquirido por ellos con la muerte, sobre las cosas terrenas. Los difuntos controlan muchos elementos de la vida humana. Yo recuerdo una oración Lenje que decía: "Ustedes, nuestros antepasados, que fueron tan buenos y amables cuando estaban con nosotros, ayúdennos a obtener la lluvia. Háblenle a quien está en lo alto de los cielos —al gran espíritu— para que nos mande la lluvia".

En la mayoría de las oraciones, propias del culto tradicional, es importante la invocación a los espíritus de los antepasados.

Nosotros pertenecemos a una gran comunidad: a la del pasado, del presente y del futuro, y estamos firmemente convencidos de que MWARI —aquel que es grande— habita en los cielos. Sin embargo, sentimos que no podemos acercarnos a él debido a nuestras costumbres que, muy a menudo, nos prohiben dirigirnos directamente al padre-terreno para tratar una cuestión seria, obligándonos así a recurrir a intermediarios como nuestra madre, los hermanos, los tíos, otras personas. Dicho comportamiento refleja un justo respeto filial a la seriedad del problema. Además, estamos convencidos de que nuestros padres tienen una sabiduría que no podemos analizar, la sabiduría de quien nació primero y ha alcanzado la madurez; por eso, consultándolos, creemos que debemos escucharlos sin contradecirlos nunca. Además, sentimos que con la muerte ellos entran a formar parte de la gran familia de los difuntos —más cercanos a "aquel

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que es el grande" y vive en lo alto (Nyadenga) de los c i e l o s obteniendo el privilegio de compartir una parte de su sabiduría. Por medio de nuestros padres difuntos nos será, por tanto, fácil llegar hasta él, "el grande", porque podremos usar nuestra lengua, expresarnos con nuestros sentimientos humanos. Se cree que cualquier difunto, hombre o mujer, tiene más poder que cualquier persona viviente, no con base en un razonamiento complicado, sino porque el espíritu del difunto puede moverse en cualquier parte, ya que no está controlado por el cuerpo. En el concepto de "etéreo" se expresan las cualidades de "agilidad" y de "subtilitas" (es decir, la capacidad de trasladarse de un lugar a otro y de penetrar las sustancias materiales), a más de la realidad de ia omnipotencia divina. Al morir, nuestros antepasados regresaron junto a Dios y comparten con él incluso el poder de moverse con facilidad de un lugar a otro; de aquí la creencia de que, por ejemplo, una madre muerta vigile a su niño y se preocupe para que esté bien custodiado. Si, por el contrario, es maltratado, ella vendría a llevárselo con la muerte (posibilidad debida al hecho de que se ha vuelto espíritu). La finalidad del cristianismo es la de hacernos abrir los ojos sobre la generosidad de Dios para con nosotros y la de darnos la fuerza para combatir los males y las adversidades que nos han hecho tan difícil perseguir el bien que Dios nos ha revelado y determinado por la redención realizada por Cristo en favor nuestro. Durante miles de años, en nuestro íntimo, ha existido el impulso hacia lo alto, hacia las cosas sublimes (y de tanto en tanto hemos tenido también una vaga visión de nuestro Padre celestial). Sin embargo, las fuerzas del mal han seguido susurrándonos: "No existe un ser al que le debas lealtad. Tú eres tú mismo", aunque sin lograr apagar en nosotros la otra voz que constantemente nos llama a la fuente de la vida, a Dios nuestro creador. Después de la caída de Adán y Eva, en el tiempo transcurrido sobre la tierra, el hombre siempre ha buscado a Dios. En muchas tribus africanas se ha comprendido la naturaleza de Dios como espíritu; he aquí por qué se les han atribuido poderes etéreos a los antepasados. 94

Al igual que muchos otros, necesitados de expresar la propia devoción a un ídolo físico, los africanos han tenido sus efigies, pero en todo caso los efectos del culto tenían que notarse en la vida individual y comunitaria. Por ejemplo, se puede decir que una calamidad en el pueblo, bajo forma de epidemia, sea causada por los espíritus irritados de los antepasados (que la gente no ve, pero que cree en su existencia). La comunidad ofrece oraciones especiales y sacrificios para la reconciliación y la calamidad se aleja: los espíritus invisibles han escuchado las oraciones. El paso sucesivo será el ofrecimiento de acción de gracias. Cuando los rayos X no logran detectar la enfermedad, el paciente va a su consultor espiritual africano, llamado Sing'anga Este, hombre o mujer, dirá al paciente que son los espíritus malignos los que lo atormentan, o más sencillamente, que se trata de una enfermedad que hay que curar. En este último caso el Sing'anga podría también revelar (como sucede muchas veces) si se debió a los espíritus de los antepasados, por ejemplo insatisfechos por ciertas situaciones familiares, de clan o tribales. Los espíritus ancestrales, que son considerados los defensores de la familia, no aceptan la presencia del mal en ella y, con el fin de prevenir una calamidad incumbente, causan la enfermedad en alguno de sus miembros manifestando, por medio de ellos, sus propios deseos. Las personas, que son "usadas" de este modo, se llaman "médium". Si se debe a un espíritu familiar, la enfermedad es sólo un medio para solicitar una atención especial por parte de los miembros vivos: los espíritus ancestrales podrían así desear que se les ponga una atención particular a sus tumbas. A veces se hacen presentes con el fin de arreglar ciertos pleitos familiares y señalar al responsable en una determinada situación (a un hermano, que descuida a sus hermanas, le podría decir, por ejemplo, que les compre vestidos, alimento, o protegerlas según las necesidades, en el caso de que estén casadas). Generalmente, se trata de espíritus de familiares difuntos —tíos, tías, abuelos— que recomiendan a menudo que al niño que va a nacer se le ponga su nombre; se hará por medio de una ceremonia apropiada que les gusta mucho a los ancianos difuntos. Hasta la actitud de la familia para con el recién nacido debería reflejar el respeto y la reverencia que deben tributarse al antepasado difunto, cuyo nombre lleva el niño. 95

Una vez recibidos los mensajes y ejecutadas las relativas órdenes, la misteriosa enfermedad abandona al médium, que queda curado. Nuestra gente ha observado que la religión cristiana, mientras condena las creencias tradicionales como "supersticiosas", no las ha sustituido de ningún modo con algo igualmente importante y válido. Por muchos aspectos el cristianismo, al que hemos adherido, deja mucho qué desear: promete el paraíso, pero raramente nos da de él una pregustación aquí en la tierra. La teología, que interpreta la revelación del mensaje cristiano, presenta a Jesucristo de modo demasiado abstracto, poniéndolo a gran distancia de los cristianos, hasta el punto de llegar a decir que los milagros fueron necesarios para fundar la Iglesia, mientras que, en la práctica, los cristianos resuelven los problemas de su vida basados en las creencias tradicionales. Nosotros creemos en la existencia de los espíritus y hablamos a los espíritus de los difuntos, les ofrecemos sacrificios de reconciliación y obtenemos respuestas. Nuestra gente les baila a los espíritus de los difuntos y obedece sus órdenes en lo relativo a la comida (lo que deberían o no deberían comer); por medio de los sueños obtiene explicaciones sobre las medicinas y "ve" muchas cosas que pertenecen al otro mundo. Y todas estas prácticas son observadas escrupulosamente por los que se han convertido al cristianismo. La comunicación entre los espíritus y los seres vivos es constante. Un teólogo, que se niegue a creer en esto, debería demostrar que quien habla es otro y también debería poder identificarlo.

Los africanos, en su gran mayoría, están en contacto con el "otro mundo". Puesto que la teología occidental la define "superstición", ellos han puesto su espiritualidad en las Iglesias africanas independientes en donde gozan de la dignidad de profetas, curanderos, sacerdotes, sacerdotisas. ¿Pero hasta cuándo el cristianismo estará observando a sus miembros que se alejan para unirse a las Iglesias indígenas porque las Iglesias cristianas han puesto toda su confianza en la teología occidental? Es mi opinión personal que en el ambiente africano hay una sola esperanza: el renacimiento de un cristiano basado en principios sanos y estables, penetrada por la presencia sensible de Dios, por la fuerza arrastradora y el poder de Cristo. Predicar a Dios, como si se lo tuviera que experimentar solamente después de la vida terrena, denota fracaso completo por parte del cristianismo. Predicar un Cristo, que sólo triunfa como juez al final del mundo, es negar tanto su suprema autoridad, cuanto su primado en la Iglesia fundada por él e inmensamente amada. Las divinidades africanas eran dioses vivos. Eran sí seres espirituales, pero hablaban directamente a los hombres y favorecían la comunicación entre estos últimos y los difuntos (por medio de las almas de los difuntos). Es lo que definimos "culto ancestral", que todavía requiere una aclaración teológica. ¡Qué alegría cuando descubrimos que Jesús tiene poderes etéreos! Incluso su grandeza terrena va más allá de nuestra comprensión humana. Jesús estaba constantemente en contacto con su Padre celestial y por esto, después de morir, resucitó de entre los muertos. El hecho de que Jesús haya resucitado, lo coloca muy por encima de nuestros antepasados, cuyos cuerpos yacen por ahora en las tumbas.

La teología occidental no pone en evidencia la misteriosa transformación que sufre un curador africano —sacerdote, sacerdotisa, profeta, profetisa y semejantes—. Nuestra gente cae en trance o es puesta en la condición de trance por los espíritus: por un momento las personas involucradas pierden el uso de los sentidos físicos para poder comunicarse con las almas que viven en el mundo del más allá. ¿Entonces es difícil entender lo que le sucedió a san Esteban cuando fue lapidado? Absolutamente no. "Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijando los ojos al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a su derecha" (Hch 7,55).

El "mundo de los espíritus" es de los que, de vez en cuando, se conceden un poco de "no racionalidad". Jesús a veces obraba por encima del dominio de la razón y de las secuencias lógicas propias de las estructuras mentales del hombre. Por ejemplo, usó sus poderes espirituales cuando dijo a los discípulos: "id al pueblo que está enfrente y, entrando en él,

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encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ¿Por qué lo desatáis, diréis esto: porque el Señor lo necesita" (Le 19,30-31). En el sentido de usar el poder divino, Jesús se sirvió de él también cuando dijo a los soldados, que habían ido a arrestarlo: "¿A quién buscáis? Ellos dijeron: A Jesús el Nazareno... Retrocedieron y cayeron por tierra" (Jn 18,4-6). Además, se les escapó a los judíos cuando los judíos quisieron lapidarlo (cf Jn 8,59), demostrando así a sus enemigos que no era un débil y que, en casos semejantes, sus acciones estaban fuera de lo ordinario. Los teólogos hubieran debido estudiar este poder de Jesús para poder comprender la "no-racionalidad" del mundo espiritual.

Yo he leído muchos libros escritos por los que obran en el ministerio de la liberación, porque elegidos por Dios, y todos afirman lo mismo: es decir, que no debemos confundirnos en el discernimiento entre los espíritus ancestrales y los espíritus malignos. Atribuir a Jesús el apelativo de "antepasado" no quiere decir que únicamente le estemos dando un título de honor. En efecto, Jesús se inserta perfectamente en la concepción africana de "antepasado" (es mucho más, se sabe, pero en él nosotros africanos podríamos encontrar lo que esperaríamos de nuestros predecesores). Se trata de un título nobilísimo, porque consideramos a Jesús un "anciano" en la comunidad, un intercesor entre Dios (Mwari, el Dios sumo) y la comunidad, dotado de poderes etéreos que le permiten estar en comunión con el "mundo celestial" y la tierra —ciudadano de ambos mundos—. ¡Esta es la disponibilidad de Jesús! Mientras nuestra gente no vea el papel de Cristo inserto en la jerarquía del "mundo de los espíritus" —es decir, el mundo de nuestros antepasados— será difícil erradicarla de sus creencias. Jesús merece que se le confíe totalmente la humanidad. Él es en realidad el antepasado de la familia humana, el primogénito entre todos (cf Col 1,15-18; Ap 1,5).

Desde el momento de su resurrección, Jesús es una persona viva en su totalidad. Escuchemos la versión del gran acontecimiento según Juan: "Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor" (Jn 20,19-20). Noten los efectos etéreos: las puertas estaban cerradas, pero, a pesar de ello, "Jesús llegó y se puso en medio de ellos". Después de haber estado un poco de tiempo con los apóstoles, se fue y sólo regresó para confirmar su resurrección al incrédulo Tomás: "Ocho días después, estaban otra vez los discípulos dentro y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, se presentó Jesús en medio y dijo: La paz con vosotros. Luego dice a Tomás: Acerca tu dedo y aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20,26-27). El medio que usamos para saber a qué categoría pertenece un espíritu, es el poder penetrante de Jesucristo, que disturba a los espíritus malignos y los obliga a confesar quiénes son (cf Me 1,23 ss; Me 5,6 ss). Este poder de Cristo obra de la misma manera respecto de cualquier agente del diablo, que se sirve de medios humanos para engañar a las personas.

¿Son realmente los difuntos los que vienen a hablar con los vivos? Para mí está fuera de discusión, porque yo he tenido que ver con muchos de ellos. Permítanme citar sólo un ejemplo. Un día una mujer vino a mi oficina pidiéndome que fuera con ella al hospital, en donde se encontraba una hermana suya en gravísimas condiciones; cuando llegamos, ya había muerto. Entrando en la pieza, me acerqué al cuerpo exánime de la mujer, y, tomándole la mano, pude descubrir la causa del deceso. Desafortunadamente los gritos de las personas que me rodeaban eran tales, que sólo logré pronunciar una palabra perceptible, en oración. Al darme cuenta que no podía hacer nada más, le di la absolución... ¡acababa de expirar! Llegó el día de los funerales. Durante la celebración de la misa —precisamente en el momento de la consagración— sentí que una fuerza inesperada me empujaba hacia el cadáver; me coloqué

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así ante el féretro y seguí rezando intensamente por el alma de la difunta. Después de los funerales una de las hermanas, agotada por el dolor, fue llevada a mi casa. Junto con ella fui a mi capilla privada y me di cuenta, algunos instantes después, que estaba conversando con la difunta: "Gracias por haber llegado a tiempo a mi cabecera y por haberme dado la absolución. Estaba a punto de ser condenada; pero, desde la celebración de la misa en mi sufragio, estoy feliz con Dios". Me excusé por no haber podido hacer más. Ella precisó: "Estaba establecido que tenía que morir... Usted sabe qué había sucedido..." y me expuso la causa del deceso. Hablaba por medio de su hermana porque la amaba de manera particular y porque sabía que habría sufrido más que cualquier otro familiar por su partida. Aun hoy, cuando queremos recibir mensajes, es la hermana la que hace de médium. En otra ocasión, mientras luchaba contra el diablo y su secta en una mujer, el diablo me confesó: "Había dos de los tuyos con nosotros, Malama y Mwape. Ahora ya se han ido". Decía que se habían ido, pero nosotros sabíamos que era una mentira. En efecto, Malama y Mwape sólo se habían puesto a nuestro lado para combatir al diablo junto con nosotros (y si era cierto que la mujer había sufrido durante muchos años, también es cierto que ellos eran los que la habían protegido de todo el mal que le hubiera sucedido). En este caso se trataba de espíritus protectores, que son muy gentiles, razonables y obedientes a nuestras órdenes.

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Capítulo cuarto

UNA RAMA DE NARANJA SOBRE LA PLANTA DEL LIMÓN "Portante, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" 2Co5,17

Las crisis espirituales

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puede hacer, porque nos ha creado a su imagen y nosotros le pertenecemos—. Muchedumbres y muchedumbres de hombres todavía no han comenzado a declararse la guerra, inconscientes de ser enemigos de sí mismos. Reprochan al mundo, a las personas a su alrededor cuando, en realidad, son ciegos ante las propias debilidades— como antorchas que, difundiendo luz hacia lo externo, no son iluminadas interiormente. Un hombre, sin luz interior para conocerse, es miserable. El fin, que él trata de alcanzar por fuera de sí mismo, debe ser puesto en relación con la exigencia de conocimiento que mora en su interior. Un hombre es hecho a imagen de Dios, e imagen de Dios es su alma. Ante todo debe descubrirse a sí mismo y, teniendo los medios para ello, cultivar, desarrollar esta capacidad. Hoy en día se puede crecer como vegetales, únicamente atraídos por la luz que cae sobre el jardín sembrado. El vacío del hombre moderno se manifiesta por el modo como él valora lo que posee en riquezas, reputación, popularidad entre los amigos y en sociedad, en culto de su personalidad. Él se comporta como si no les debiera nada a los demás —excepto a sí mismo— por todas estas cosas, considerándolas fruto de su mente y obra de sus manos; así se convierte en fin a sí mismo —precisamente como un vegetal— controlado por sus instintos y por los estímulos externos. El Santo Padre afirma que el mundo ha perdido el sentido del pecado, queriendo decir con esto que ya no respetamos al Espíritu Santo que habita en nosotros, y ya no sabemos qué es el remordimiento.

A ara poder recibir los dones de Dios, se requiere necesariamente una preparación. Nosotros somos como vasos expuestos a los vientos y los vientos transportan el polvo. Como seres humanos, no somos inmunes a ningún tipo de polvo moral. En el mundo actual muchísimas personas creen que Dios es la causa tanto del bien como del mal; y esto es falso. Dios se dio la más grande pena, nunca imaginada por el hombre, de elegir quién se dejaría aniquilar voluntariamente por los pecados de la humanidad para vencer el "pecado" o la malicia que, asumiendo las más variadas formas, la disturba y la perjudica. Dios venció al diablo cuando David venció al símbolo del pecado —el orgullo de satanás encarnado en Goliat (cf 1S 17,32 ss). Lo mismo que David, que se presentó humildemente como una persona que nunca había vestido un uniforme militar y que elegía avanzar en el nombre y con el poder del Señor, este hombre humilde —Jesús— afrontó a satanás, lo venció y lo redujo a la vergüenza. El sacrificio, realizado por Jesús por nuestra liberación de todo tipo de esclavitud, es una prueba del amor del Padre por la humanidad. Dios no se hubiera preocupado tanto, si él mismo hubiera sido el autor del mal. Dios nos engañaría —lo cual no

Siempre habrá guerra entre el bien y el mal. Cualquier religiosa, que quiera evitar la lucha, no es discípula de Jesús. Miremos a Jesús: joven, conoció a los maestros de la tradición hebrea que no toleraban su genuina enseñanza, por medio de la cual no raramente sostenía que era el Hijo de Dios y el Mesías enviado por él. Cuántas veces amenazaron matarlo... pero Jesús no faltó a sus principios, a pesar de las amenazas. Se había entregado a la verdad y esperaba el momento en el que daría su vida por nosotros.

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¿No es acaso extraño que hoy las religiosas sean los seres humanos que gozan de mayores seguridades? Viendo desde fuera su estilo de vida, no logramos descubrir en él el espíritu de sacrificio. Es muy raro que hablen de la pasión de Cristo, mientras, muy a menudo, acusan a los superiores de prejuicios e incomprensiones, y no aceptan fácilmente una humillación o una corrección merecida. En una palabra, rechazan el sufrimiento y no desisten hasta que no hayan demostrado que tenían la razón o hasta vengar directamente cualquier trato considerado injusto. Además, se hacen amigos, a los que les dicen que han sufrido injusticias, simpatizan con ellos y, todos juntos, fundan la "asociación en defensa de los derechos de las hermanas". La justicia debe prevalecer en una comunidad, es cierto, pero sepan las religiosas que al mismo tiempo están obligadas a sufrir y a ser incomprendidas mientras vivan en esta tierra (si quieren seguir las huellas de Jesús y ser sus íntimas discípulas). Una crisis espiritual es una iniciación espiritual. Ella introduce un alma a una esfera más elevada de vida en el espíritu. No existe un lugar para aprender a llegar a ser semejantes a Dios, sino en Dios mismo. Cualquiera que se ponga a su escuela para llegar a ser semejante a él, pierde la ambición de ser un "dios", aunque ese privilegio le sea ofrecido directamente por él. Quien vaya a aprender de Dios, terminará siéndole agradecido por el solo hecho de existir, después de haber sido sacado del abismo sin fin de la nada y creado a su imagen. Es lo que le basta y no necesitaría de nada más. Muriendo a ti mismo, vivirás como viven los santos, consciente de tus relaciones personales con Dios. A propósito de los santos, T. O'Kane dice: "Los santos son los auténticos éxitos en la vida" ("El mundo en el que vivimos"). Mientras estamos sobre la tierra, debemos mirar siempre más hacia lo alto. El mundo nos reclama sus derechos, ofreciéndonos en cambio toda clase de placeres que no nos llevan a Dios. Día tras día nos volvemos víctimas de una u otra tentación; así empeoramos nuestra condición humana cayendo poco a poco en el pecado. De esto se ríe con increíble desprecio el demonio, que hace pesada nuestra conciencia haciendo más dolorosos sus remordimientos y congratulándose finalmente consigo mismo por haber logrado hacernos caer en sus trampas.

Cuando estamos desesperados, el diablo nos deja solos como hace el cazador que abandona al animal que acaba de morir, para seguir cazando. Luego lo reunirá con todo lo que ha cazado y gozará de él hasta la saciedad. Todo el que se reduzca a un estado de desesperación, a lo largo del camino hacia la santidad, es presa del diablo, un juguete en sus manos. Sus víctimas son los feroces asesinos, los ladrones organizados, las prostitutas, los profesionales de la mentira, y muchos otros. Todo hombre tiene una inclinación natural hacia estos pecados, por decir poco. Cuando hablamos de "morir" a nosotros mismos, nos referimos precisamente a la superación de estas tendencias negativas, que hay que sustituir con el amor por el prójimo, el respeto por la vida, la pureza del corazón, la honestidad para con nosotros mismos y los demás, la satisfacción por lo que tenemos.

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La alegría de haber sido salvados comienza como deseo y termina en decisión de ahondar a través de todos los obstáculos para llegar a descansarnos en los brazos de quien nos ha salvado con su muerte y resurrección. Mientras seas una ladrona, odiarás la luz de Dios, porque la luz ilumina tus pecados; pero, cuando seas honesta con Dios, gozarás vivir en su luz protectora. ¡No le permitas al demonio que te saque del huerto de Dios! El demonio abusará de ti y tendrás el mismo fin de la mercancía expuesta en el mercado a disposición de los transeúntes. Habiendo perdido a tu maestro, por causa del pecado, te convertiste en una prófuga, en una persona que no tiene una mansión y que no pertenece a nadie. El pecado no tiene nada que darte, sino la destrucción.

La transformación personal

i-Jos principios no son los que los van a cambiar automáticamente, sino el esfuerzo que deberán hacer para conformar su voluntad y todo su ser a sus dictámenes. He aquí por qué yo hago una distinción entre la conciencia de ser llamados "cristianos", y el ser efectivamente tales. Sin querer fijar reglas, les diré que yo vivo luchando para llegar a ser semejante a Cristo. Estoy decidido a alcanzar esta meta —es decir, a querer ser un cristiano—. Son muchos los dioses que ocupan un lugar de primer orden en nuestros corazones, en nuestras mentes y en nuestros hogares, hasta el punto de hacerlos obrar intensamente dentro de nosotros estableciendo quién es el más importante y aceptando finalmente al verdadero Dios como uno de tantos. A mi parecer, demasiadas personas dejan que el verdadero Dios toque a su puerta permitiéndole entrar solamente en el momento de la muerte (cuando él será la única persona a la que se dirigirán). "Mis oraciones no son escuchadas", dicen. "¿Y cómo podrían ser escuchadas, cuando los dioses que están dentro de ti luchan entre sí?". Egoísmo y egocentrismo pueden encontrarse aun en el ayuno, si lo hacemos con el fin de llamar la atención sobre nosotros. He 106

aquí por qué un ayuno espiritual es mucho más importante que la simple privación de alimento y de bebida. El ayuno espiritual supone la renuncia, hecha por amor a Dios, a algo que nos gusta muchísimo. Lo que importa es el motivo por el cual renunciamos. El ayuno espiritual debe brotar de las profundidades de nuestro ser —de la misma alma— para la gloria de quien nos trasmitió la vida. Colaboramos con él, incluso por medio del ayuno, con el fin de evitar la condenación eterna. No debemos considerar el arrepentimiento como una acción determinada por un pecado real o como un acto de contrición que hay que hacer después de haber transgredido los mandamientos divinos. Por arrepentimiento hay que entender la determinación cristiana de no volver nunca atrás a una vida de pecado. Oren por las pequeñas crisis durante el período de su formación y por una gran crisis en sus mejores años, para que puedan hacerle frente a un choc y aceptarlo como algo normal en el camino hacia un estado más avanzado de su madurez espiritual. Considérenlo como un favor y denle gracias a Dios. El soportar es ya sufrimiento. Es la valentía de "cargar" con el sufrimiento permaneciendo nosotros mismos, a pesar de todo. Es sufrir como si no se sufriera. Es evitar luchar para aligerar el momento de la liberación. Soportar es a veces sinónimo de un largo y penoso sufrimiento. Si aspiras a ser una hija del redentor, debes saber que tendrás que someterte a muchas pruebas en la vida, sin reaccionar. Si solamente tienes paciencia —y no el soportar— no lograrás nada, porque soportando es como llegarás a ser semejante a Cristo. Si en realidad aspiras a ser una "madre de multitudes", prepárate a cargar los pesos de las multitudes. En efecto, soportar supone la fuerza de "portar" sobre sí los problemas de los demás, sin sucumbir. No crean que les deseo el sufrimiento. Quiero decir, en cambio, que el compromiso de llegar a ser santos es un compromiso muy pesado. Lo es para un simple cristiano, mucho más lo será para una religiosa que aspire a las alturas. Ahora saben a qué género de vida están llamadas... En cuanto al tiempo que se necesitará para llegar a la madurez, no se lo puedo decir. Trabajen para esto durante el resto de su vida. 107

Sabemos perfectamente bien que somos llamados a una vida particular, porque fuimos nosotros quienes la escogimos. Una vez que hicimos nuestra opción, Dios respeta nuestra libertad. Por eso, deberíamos nosotros ser lo suficientemente honestos para respetar a Dios, receptáculo de nuestros dones y de nuestras promesas. Para ello necesitamos fidelidad y firmeza. Los demás (hemos resuelto servir a Dios sirviéndoles a ellos) no conocen los términos del contrato que hemos hecho con él, cuya ruptura, determinada por un acto de nuestra voluntad, significaría pecado. Ahora bien, el pecado raramente muestra un marco externo, excepto ciertos crímenes en los que el odio desemboca en lucha física, la avidez en latrocinio, los celos en la destrucción de los bienes ajenos y así en adelante. Muchos pecados son internos y no se hacen visibles ni siquiera por medio de sus efectos externos. Aquí es en donde se requiere el riesgo de vivir una vida decorosa —si se la ve externamente—, cuando en lo íntimo se rebela uno contra Dios. Dios es Espíritu y nosotros debemos imitarlo en el espíritu, interiormente. Nuestra vida debe modelarse según lo que esté radicado en las profundidades de nuestra alma y los compromisos que hayamos resuelto respetar. Perdónenme si una vez más les propongo las palabras de su santidad Pablo VI, quien afirma que hoy, más que nunca, la vida religiosa hay que vivirla en su genuina integridad y en sus excepcionales exigencias, en su profundidad alimentada de oraciones regulares y de una vida interior vigilante. La vida religiosa, según Pablo VI, no puede ser sino santa y comprometida en una batalla moral que ahora es más ardua por el actual laxismo. Tratemos de no tener miedo de descubrir nuestros defectos y, una vez que los hayamos descubierto, pidámosle al Señor que nos dé los medios y las gracias para remplazados por una vida virtuosa. Ser religiosos quiere decir, precisamente, esto. En otras palabras, quiere decir llegar a ser perfectos, dejando a un lado todo lo que se opone al amor de Dios y del prójimo; ser buenos, sensibles, atentos, devotos, tolerantes y gentiles, compasivos y dispuestos al perdón. No nos permitamos ser demasiado dóciles para con nosotros 108

mismos: un modo, éste, para afirmar que no somos una sola cosa con nuestras malas acciones. Si muchas veces sucede que, desde el exterior, nos llegan presiones y tentaciones, debemos ser capaces de decirles: "No las conozco. Ustedes son de otro reino. Yo pertenezco al reino de Jesús, mi salvador". Repito que la vida religiosa se mueve contra corriente. Los santos se forman por medio de los riesgos y son tenidos por estúpidos, por decir lo menos. Los santos son personas ordinarias, que hacen cosas extraordinarias. Precisamente porque van contra corriente, son considerados estúpidos. "¿Pero para qué —se preguntan muchos— esforzarse por querer hacer lo contrario de lo que decide la mayoría?". No es que una religiosa quiera hacer a toda costa lo contrario, es que obstaculiza el pecado, bajo cuyo yugo se encuentra la mayoría (ésta sigue la corriente del momento descendiendo a lo largo de la pendiente). Una religiosa es un consuelo para Dios, porque ella combate el pecado en su persona oponiéndose a las propias inclinaciones naturales y a las tendencias negativas. ¡Cuan drástico es san Pablo cuando nos exhorta a no conservar dentro de nosotros ningún tipo de sentimiento que pueda llevarnos al pecado! ¡Qué perfección exige a sus cristianos! San Pablo se dirigía a cristianos ordinarios considerados capaces de hacer cosas extraordinarias, llamados a la perfección, a ser santos. Incluso la paz —que Jesús promete a sus discípulos— hay que entenderla en el contexto del sufrimiento. Sufrir se identifica con nuestra vocación de cristianos. Generalmente los sufrimientos no se anuncian con bombos y platillos; no llevan rótulos para indicar de dónde vienen, ni son menos penosos por el hecho de ser causados a veces por nuestros mejores amigos. Como representantes del amor, debemos aceptar los sufrimientos —cualesquiera que sean y de donde vengan—. Nuestra naturaleza tiene muchos puntos débiles a través de los cuales se insinúa el pecado. Todos vamos en busca de riquezas y de honores. Todos deseamos la fama. A través de estos pecados mayores cometemos muchos otros menores. Efectivamente necesitábamos una redención. Al asumir la 109

naturaleza humana, Jesús no descuidó ningún medio para realizarla y nos dejó la misión de llevarla adelante entre nuestros hermanos. El nos dio todo lo que tenía; de nosotros dependería hacer prosperar esta vida nuestra. Y nos enseñó el amor por el prójimo, un amor universal por todos los hombres, que supera el vínculo de la sangre. Pero hoy nosotros vivimos entre la degradación, la infelicidad, el ateísmo, las riquezas que coexisten, codo a codo, con la pobreza: todos males que pueden y deben ser rectificados, pero en el temor de Dios —que pide justicia— y en el amor al prójimo. Fue lo que nos enseñó Jesús, el redentor. Por medio de un sistema científico de injerto, podemos transformar un limón en un naranjo. Se hace cortando ramas de un limón y remplazarías con las de un naranjo, a las que solamente les permitiremos crecer. Si sobre las nuevas ramas todavía brotan botones del limón, los cortaremos, siguiendo interviniendo sobre ellos hasta que no queden huellas. Y, si el fruto obtenido así tiene un sabor dulce (no amargo, no agrio), entonces sabremos si nuestro trabajo salió bien. Cuando hayamos llegado a ser como Cristo —es decir, verdaderos cristianos— la obra realizada en nosotros por medio del Espíritu Santo, será totalmente semejante al injerto de una rama de naranja sobre un árbol de limón: se habrán abandonado nuestras viejas costumbres, tendremos modales gentiles, seremos "mansos de corazón" y llenos de amor hacia nuestros hermanos. En una palabra, seremos dulces como Jesús. Todo lo que refleje acidez y aspereza pertenecerá a los "antiguos" modales.

Una dolorosa transformación

i. i uestra fuerza está en el sufrimiento de Jesucristo. Nosotros nos encontramos en la orilla del océano de la vida (Cristo se encuentra en la parte opuesta con su Padre y los santos y, de vez en cuando, nos distribuye los consuelos del cielo), comparables a las embarcaciones revestidas externamente con un lodo maloliente que apesta todo lo que se encuentra en su interior. Sabemos que existe un cielo, pero nos hemos vuelto tan pesados, que no podemos levantarnos y ponernos en su camino. En realidad se nos pueden aplicar, casi a la letra, las palabras de la Sagrada Escritura: "Pues nuestra alma está hundida en el polvo, pegado a la tierra nuestro vientre" (Sal 44,26). Nosotros pertenecemos a la tierra —víctimas de nuestra ceguera natural— y no podemos volvernos sobrenaturales si no aceptamos la dolorosa transformación del estado natural al estado sobrenatural. Miles —por no decir millones— de personas, invitadas a pasar por el "puente" de la transformación, han opuesto un rechazo eligiendo permanecer terrenas y haciendo de sus estómagos "sus dioses". No deberíamos ir a aumentar la fila de la gente "natural". Jesús nos invita hoy a seguir a los que desean pasar el "puente" de la transformación.

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Recuerda tu bautismo, tu conversión: el cambio de tu corazón y de tu mente cuando confiaste tu vida al Señor. ¡Prueba a imaginar cómo se alegró Jesús, junto con los ángeles y los santos! Tú, individualmente, le procuraste una grande alegría. No creas que Jesús murió por una humanidad abstracta... Él murió por ti, como individuo. El fundador del cristianismo, JESÚS, no se dispensó él mismo de la mortificación del cuerpo, a pesar de ser el Hijo de Dios. En preparación a su misión pública —de llevar la Buena Noticia de salvación a los hombres— fue al desierto en donde ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, con el fin de demostrar a sus discípulos que "el hombre no vive de sólo pan". Leamos: "Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el diablo durante cuarenta días. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le respondió: No sólo de pan vive el nombre (Le 4,1-4). Así demostró Jesús que el hombre vive "de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Le 4,1 -4); y el diablo, que creyó fuese ese el momento más propicio para pedirle una demostración de su poder y de su filiación divina, no se había dado cuenta de que Jesús se alimentaba precisamente de la "palabra": lo más importante. Jesús ejercía total control sobre su cuerpo; por eso el mal no podía alcanzar su alma por medio de la tentación corporal. El diablo lo tentó también respecto de la riqueza y de la gloria terrenales; pero Jesús, rechazando una vez más todo, lo echó atrás. Y nos dejó esta enseñanza: "No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,19-21). Si sienten que pertenecen a Dios, poco a poco se darán cuenta de que el vestido que llevan puesto y el alimento que comen no tienen mucha importancia. Ser "pobres de espíritu" quiere decir ofrecerse a Dios, ponerse a su disposición, desapegarse completamente del propio "yo".

des dirán que sí... Entonces he aquí otra pregunta. ¿Por qué donó el vino en Cana, multiplicó los panes y los peces para quitar el hambre a miles de personas y, de muchas maneras, benefició a las muchedumbres? (cf Jn 2; Jn 6). La respuesta es que, despojándonos de los bienes terrenales con el voto de pobreza y poniendo en Dios nuestra fe, hacemos que el Padre celestial sea más generoso con nosotros y nos conceda libre acceso al depósito de "sus" bienes, tanto para nuestras necesidades como para las de nuestros hermanos. Esto explica por qué, en cualquier momento de necesidad, Jesús podía invocar al Padre en beneficio nuestro. En lo relativo a su vida privada, en cambio, se le oyó decir: "Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza" (Le 9,58). Durante su vida los santos pudieron darse cuenta de que Dios no se deja ganar en generosidad. Restituir todo a Dios quiere decir darle todo lo que él nos da para nuestra vida, mientras sabemos que podemos obtener el "céntuplo" en cambio. Cuanto más generosos seamos en la observancia del voto de pobreza, tanto más pródigo será el Padre celestial en dar sus dones a nuestra comunidad. "Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida hasta rebasar, pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá a vosotros" (Le 6,38). El desapego de nuestros bienes —de la riqueza, de otros bienes materiales— será proporcionado a nuestro abandono en los brazos de la divina providencia. ¡Dios no nos desilusionará nunca! Dice Thomas Merton: "La caridad no es sinónimo de desperdicio. Las acciones caritativas no se evaporan en el aire, sino que se acumulan en alguna parte en ventaja del hombre generoso. Ya aquí sobre la tierra él está contento de haber hecho algo por alguno. Así se establece un nuevo punto de encuentro entre el benefactor y el beneficiario. Éste recordará siempre que hay personas que se identifican con las necesidades de los demás" ("No man is an island").

Al mirar a Jesús, uno se pregunta por qué escogió la pobreza. ¿Pero nos hemos preguntado si Jesús era realmente pobre? Uste112

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i. i os corresponde la tarea de descubrir cuál es el mejor modo para ser hijos de Dios: es decir, tales que podamos llamarlo "Padre". El camino es el de la purificación, de la integridad de vida y de la comunión con él. Al respecto dice san Pablo: "Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios... pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad" (1 Ts 4,3-7). La castidad no se mide con base en una acumulación de conquistas intelectuales, porque no es propiedad de la inteligencia. La castidad consiste en una rebelión a las leyes naturales, en ponerle un stop al continuo llamamiento del cuerpo que quisiera vernos esclavos —es decir, arrastrados hacia lo bajo— para frenar el impulso espiritual que está dentro de nosotros. La castidad reside en el alma, llena de gracia divina, y corre por las venas que llevan al corazón emociones y afectos humanos, para que el corazón se inflame del amor de Dios. El valor de la castidad se apoya en este principio: si se ha comprendido el sacrificio que Dios ha hecho para reconducir a la humanidad a su nobleza y dignidad originarias, si se ha meditado

profundamente en su generosidad y penetrado el misterio de su amor por nosotros, no se puede menos de vivir para él. Entonces nos daremos cuenta de que lo único que podemos hacer es entregarnos exclusivamente a Dios con una consagración total que consiste en el completo abandono del alma y del cuerpo, como entidades indivisibles, nunca poseídas antes por otro ser humano. En esto consiste la consagración de una virgen y de una persona entregada a la castidad integral. Honestidad significa trasparencia delante de Dios: deberíamos ser exteriormente lo que somos interiormente. ¿Pero cuántos estarían dispuestos a adherirse totalmente a este principio? Normalmente, después de habernos colocado una máscara religiosa, esperamos ser considerados perfectos y, con base en esta presunción general, hacemos nuestro el privilegio de ser considerados buenos, gentiles, amables, compasivos, mientras inclinamos la cabeza en señal de aprobación ante los que afirman que somos así. Cuanto más lo afirman, más íntimamente quedamos satisfechos. Sabemos que no nos merecemos las alabanzas, pero no sentimos ningún remordimiento al escucharlas. Incluso llegamos a convencernos de que lo que los demás dicen corresponde a la verdad. Todo esto significa vivir sobre falsos pretextos —es hipocresía, mentira—. La escrupulosidad empobrece al ser humano, porque es consecuencia de la ansiedad, que se ha convertido en enfermedad del alma. Una persona escrupulosa no acepta la propia debilidad, no tiene confianza en sí misma (aunque haya confesado sus pecados, no está en paz). Una persona escrupulosa es incapaz de emprender una acción positiva para contrarrestar la propia debilidad y odia el pecado sólo porque ve en Dios al que tiene el poder de mandar al infierno a los pecadores. La oración de una persona escrupulosa es, pues, unilateral. Tenemos el deber de hacer actual, es decir viva, nuestra fe. La fe no se nos da como algo para depositar en nuestras almas (o para que exista separada de nosotros), sino para hacer revivir en nosotros las acciones de Jesús. Todos indistintamente, como cristianos, tenemos la obliga-

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La perfección es bondad

ción de traducir en la realidad los principios y las directivas que Jesús nos dejó para hacernos de guía en este mundo. Nos lo confirma el Card. Suenens en su libro "El Nuevo Pentecostés": "Todo miembro de la Iglesia está llamado a testimoniar su fe, dentro y fuera de la Iglesia, y a realizar las potencialidades que se le han conferido en el bautismo". La perfección es bondad. La bondad, fruto de conquista. Cuando todos seamos realmente buenos, entonces reinarán en el mundo la paz, la armonía y el amor. Para poseer la bondad sobrenatural cada uno de nosotros debe realizar la íntima unión con Dios. Una vez unidos a él, compartiremos su vida y nos volveremos perfectos, santos. La santidad es el resultado final del esfuerzo que el hombre debe hacer para adherir al mensaje de Cristo. Aceptando sufrir hasta la muerte en cruz, Cristo nos reconquistó nuestra naturaleza original, para que pudiéramos llegar a ser semejantes a él. La santidad hay que vivirla. El que la vive se convierte en una bendición para la sociedad y para la comunidad a la que pertenece.

Capítulo quinto

NUESTRA BATALLA NO ES CONTRA CRIATURAS DE CARNE "Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" Ef6,12

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Expertos potest credere

IVXientras me dispongo a tratar este argumento por escrito, me encuentro en las condiciones de una persona a la que se le haya ordenado caminar descalza por un sendero lleno de pedazos de vidrio sin cortarse. Mi temor no consiste tanto en la incapacidad de superar la prueba, sino en no poder menos de cortarme y dejar que algún pedazo de vidrio penetre en la sangre. Por tanto, los motivos que me llevan a ser prudente son muchos; pero, tal vez, precisamente los que quieren ponerme a prueba están convencidos que no lo lograré... ¡sería pedirme lo imposible! Hace algunos años un grupo de sacerdotes, a los que les decía que podía hablar a los espíritus de los difuntos y a los espíritus malignos, por poco no pronunciaron la palabra "¡anatema sit!" y no me excomulgaron sólo porque yo era su ordinario, responsable de una arquidiócesis. Mantuve la calma y luego redacté cuatro opúsculos sobre mis experiencias con el "mundo de los espíritus"; pero nunca he podido encontrarme con un misionero occidental que haya aceptado lo que escribía entonces sobre el llamado "mundo intermedio". A partir de ese momento, he escrito, por tanto, muy poco sobre estas experiencias mías, porque caritativamente no quiero poner 118

en confusión las convicciones religiosas y los esquemas mentales de mis cohermanos. Sin embargo, si negara los hechos por complacerlos, mentiría. No tengo, por tanto, la posibilidad de compartir con ellos estas realidades, difícilmente trasplantables en mentes que rechazan categóricamente tomar en consideración los medios necesarios para acercarse al "mundo de los espíritus", que sobresalen en otras culturas. Déjenme que vuelva a tratar de la comunicación con el "mundo de los espíritus", para que no crean que mis contactos con él suceden del mismo modo como los de los médium. No. Yo puedo ponerme en contacto con los muertos por mí mismo o por medio de una persona que está atormentada por los espíritus malignos o de venganza. A veces estos últimos provienen de familiares difuntos y, si se trata de espíritus de venganza, es claro que las cosas en el más allá no van bien. Quiere decir que los difuntos están pagando por sus vidas no buenas sobre la tierra, vagando sobre ella mientras unen sus manos con las del maligno, satanás. Si yo llego a descubrir quiénes son estos espíritus, me preparo para expulsarlos. He descubierto, además, que muchos espíritus malignos toman nombres nobles de hombres famosos: jefes, reyes, presidentes y otros. Quieren ser honrados de este modo y, cuando poseen a las personas, las invaden con sus normas de vida. Lesfijanreglas, como: "No ir a la iglesia a rezar. No comer cerdo, pescado, pollo... No usar cazuelas en donde se haya cocinado algún alimento que no sea el tuyo. De ahora en adelante tú estás casado con nosotros. Eres nuestro. No aceptes más a tu novio (a tu novia). Sigue nuestro ritual. Ejecuta la danza de los leones, de las serpientes, de los espíritus...". Tales personas viven con dificultades que las apartan de la normalidad y continuamente están enfermas, porque en ellas viven seres de otro mundo. Precisamente porque dichos entes son parásitos en los seres humanos, es por lo que yo uso el poder de Dios para hablarles y sacarlos. Comparto esta autoridad —la de expulsar los espíritus malignos y de venganza— con Jesucristo, el mesías. Aterrorizado, he oído a veces hablar en broma de satanás y de 119

sus demonios y afirmar que algunas personas se ofrecen a él para tener éxito en la vida. Cuando yo hablo con los demonios y con su jefe satanás, ellos me dicen: "Nosotros no tenemos otra finalidad que la de destruir la vida del hombre" y en realidad me asustan ciertas personas que hablan de él con tanta ligereza y arrogancia. Los diablos no tienen ningún lado positivo y no desean el bien de nadie. Odian a los seres humanos, porque el ser humano todavía tiene la libertad de decidirse por Dios, o por satanás y sus diablos. Estos últimos, en cambio, hace mucho tiempo perdieron el derecho de elección y la posibilidad de estar bien. Ellos sólo tienen odio por Dios y por todos los hombres que, amándolo, cumplen su voluntad. Satanás y sus demonios reconocen que son malvados. Un día me dijeron: "Tú nos expulsas de todas partes, pero seguiremos persiguiendo nuestra finalidad, que es la de impedir que los seres humanos alaben a Dios. Aunque sabemos que muchos le obedecen, seguiremos obstaculizándolos para que desistan de seguir sus mandamientos". Los diablos son mentirosos. Si las personas supieran sólo cómo combatirlos, se curarían fácilmente de sus enfermedades o, incluso, no llegarían a ser sus víctimas.

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La Iglesia de los espíritus

-Lé a "Iglesia de los espíritus" —o llamada de otro modo "Iglesia de satanás"— es obra del diablo y de sus representantes. El diablo concede a sus seguidores poderes extraordinarios, conocidos solamente por pocas personas de la masa (que tal vez han podido asistir a una demostración de los mismos). No se puede explicar la naturaleza de estos poderes sino atribuyéndolos a alguien que, aunque siendo maligno, está por encima de los seres humanos. Muchos pacientes son atraídos por los métodos de diagnóstico de las enfermedades, en muchas circunstancias ciertos, porque los espíritus son seres inteligentes y lo revelan, ciertamente conscientes de lo que sucede en el organismo humano. Evidentemente, el diablo no cura una enfermedad, si precisamente él mismo fue quien la causó. Es cierto que una persona puede sufrir por causa de los espíritus. En cambio, es difícil creer que los Sing'anga (curandero tradicional zambés) actuales —atiaídos por el dinero y llevados por el engaño— puedan curarla. Muchas veces los espíritus, artífices de las enfermedades, usan a los curanderos como sus representantes; odian ilimitadamente a los seres humanos y no los dejarán en paz hasta el fin del mundo. En efecto, el ser humano es blanco de sus batallas, su único competidor por el reino de Dios, porque a él Dios le dio la posibilidad de hacer una libre elección. 121

La "Iglesia de los espíritus" está constituida por un grupo de individuos que han recibido poder espiritual del diablo, cuyo fin indiscutido es el de declarar guerra al pueblo santo de Dios. En gran parte viven aislados, hablan realmente a los espíritus y les dan órdenes a los enfermos en su nombre. Llevan una vida rara, debido a esta vocación particular. Actualmente en Zambia se sirven de la Biblia, y hasta de algunas oraciones usadas en las Iglesias oficiales, con el fin de adaptarse a los clientes. ¿Quiénes son los miembros de la "Iglesia de los espíritus"? Generalmente los pacientes aparentemente curados —o convencidos de haber sido curados— quedan retenidos en su círculo por temor de enfermarse de nuevo, en el caso de tener que volver a sus respectivas Iglesias cristianas. "Puesto que tu Iglesia no te ayudó en la necesidad, te pedimos que te quedes con nosotros". "¡Morirás, si vuelves a tu Iglesia de antes". "Tu enfermedad se debe al espíritu al que le rezas, es decir, a Dios. Ahora bien, para que puedas curarte completamente, tenemos que sustituir "tu" espíritu con el nuestro". Éste es el método usado para anexar nuevos discípulos. De entre ellos emerge el grupo de los que se convertirán a su vez en curanderos, obligados a seguir un curso para el que se requiere un precio mucho más elevado que el que se requiere para ser curados. En Zambia visten una túnica blanca con cruz azul (y gorro bianco), y para las ceremonias la túnica es de color negro. Ambas se usan según las indicaciones de los espíritus. Cuando los pacientes, que están bajo el control de los espíritus, se reúnen para ser curados, también entran en trance y obran según las órdenes recibidas: si, por ejemplo, se les dice que bailen, bailan hasta el límite de la resistencia. Esa es la condición de seres humanos humillados, envilecidos, que hasta comen carne cruda y hacen toda clase de movimientos extraños del cuerpo, inconscientes de estar desnudos. Esto sucede sobre todo en las ciudades en donde muchas personas, sin saber lo que sucede, toman estas exhibiciones como teatro callejero al que cada uno puede asistir sin pagar. Tener que tratar con estos pacientes es como tener que tratar 122

con quien ha hecho un juramento en una de las innumerables sectas religiosas ocultas. Para los curanderos cristianos éstos representan una tarea difícil, que exige paciencia y dedicación incondicional. No todos los curanderos son miembros de la "Iglesia de los espíritus". La "Iglesia de los espíritus" es diabólica y no admite en sus filas a los que han recibido del Señor poderes particulares, u otros que afirman: "Mis antepasados me encargaron que curara" (todavía hay que investigar sobre estos curanderos, para descubrir si en realidad son enviados por Dios). Por su modo de curar a los pacientes provenientes de las diversas Iglesias cristianas, se ha descubierto que la "Iglesia de los espíritus" obra en oposición a la Iglesia de Cristo, ordenando a los pacientes que no regresen nunca más a las respectivas Iglesias cristianas, bajo pena de muerte. Quien frecuente la "Iglesia de los espíritus", para poder curarse, debe "purgarse" del espíritu que ha recibido en otras Iglesias, mientras se le informa que el "nuevo" espíritu habitará dentro de él (de ella) poseyéndolo. El paciente, así transformado, será sometido a las órdenes de los espíritus. Al final este hombre (o mujer) podrá casarse con los espíritus mismos obteniendo todas las satisfacciones sexuales como en un matrimonio. Pero a él (ella) se le impedirán las emociones normales entre hombre y mujer. Si se trata de personas casadas, las relaciones conyugales se irán debilitando poco a poco y, a un cierto punto, no existirán ya ni esposa ni esposo en la familia. Los espíritus harán todo lo posible para paralizar el cuerpo del hombre y controlar la menstruación de la mujer. Además, bloquearán las glándulas sexuales de ambos, neutralizándolas en el ámbito de su vida afectiva. En nuestra región llamamos "Ngozi" a los espíritus apegados a la tierra o espíritus de hechiceros y hechiceras —gente que muere sin "las entrañas de misericordia"— para usar una expresión que se encuentra en la Sagrada Escritura. Son los pecadores de corazón endurecido que le piden a Dios que les cierre su paraíso. Habiendo obtenido todo lo que deseaban 123

sobre esta tierra, y gozando de su superioridad sobre muchas personas sencillas, no soportan ver felices a sus propios descendientes y parientes; he aquí por qué siguen vengándose causando enfermedades y mortandad en sus familias. Un día estábamos liberando a una niña de unos diez años. Pronto descubrimos que estaba poseída por una familiar muerta veintiocho años antes (de la que llevaba el nombre, según la costumbre familiar). Las fuerzas del Señor atormentaban continuamente el espíritu de la difunta cuando rezábamos por la niña, hasta que un día cedió el espíritu y confesó: "Yo soy... Esta niña lleva mi nombre. Desgraciadamente me encuentro en un lugar de oscuridad y ella también tendrá que sufrir conmigo mientras lleve mi nombre". Inmediatamente le pedimos al espíritu de la tía que dejara a la sobrina afirmando que, desde ese momento, le habíamos dado otro nombre y, desconcertados por haber sabido que se encontraba en un lugar de oscuridad, le preguntamos: "¿Podemos ayudarte con nuestras oraciones?". Nos respondió: "¡No. No hay necesidad de sus oraciones!". Personalmente todavía estoy impresionado por ese "no" tan categórico. Ya me he referido al hecho de que una persona, que esté completamente poseída por los espíritus, no se comporta en la familia como un ser humano normal. Muchos hombres han permanecido célibes, muchas mujeres nubiles —y numerosas parejas ya no viven como marido y mujer— tan pronto como uno de los dos es elegido por los espíritus como su cónyuge. Además, muchísimos noviazgos se interrumpen repentinamente sin una razón precisa: a un cierto punto, uno de los dos se da cuenta de estar viviendo al lado de un espíritu misterioso. Una vez litigué con un espíritu, que llamaba "boy friend" al marido de una mujer que había venido a mí en el cuarto mes de embarazo (los espíritus luchaban para causarle un aborto). A mi pregunta: "¿Quiénes son ustedes?", hicieron alusión a los padres del Antiguo Testamento, sirviéndose precisamente de otra clase de mentira. A mi siguiente pregunta: "¿Por qué atormentan a esta mujer durante su embarazo?", me contestaron: "Responsable del embarazo es su "muchacho" y no nosotros. Ella está casada con nosotros y por eso debe desembarazarse de su niño que no es nuestro".

Los diablos, que han causado así tantas formas de sufrimiento a los seres humanos, fueron inteligentes al formar un grupo de especialistas llamados "curanderos espirituales", que diagnostican la enfermedad cuando caen en trance. Muy a menudo dicen la verdad, pero su finalidad es la de ganarse la confianza de los pacientes prescribiendo medicinas que no sirven para nada, excepto para desarrollar una dependencia de las mismas. Queridos lectores, no duden de lo que les digo. Crean con

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Entonces repliqué: "Están equivocados. Esta mujer tiene un marido, un ser humano su compañero. No está casada con ustedes. Vayan a casarse con los espíritus, sus semejantes". Lo que me interesaba eran sus respuestas —toscamente distorsionadas— a mis preguntas. Tan pronto las conocí, no tuve tiempo que perder y empecé a obrar. Después de haber invocado a Dios, expulsé a los espíritus en nombre de Jesús. Ellos declaran la guerra a Dios, a sus amigos, a todos los que lo aman. Es una guerra física que divide al hombre entre el bien y el mal, en las decisiones de la vida. Lo halagan con promesas vagas, y después se burlan de él. Le causan la enfermedad física y espiritual fingiendo curarlo, pero en realidad será solo temporalmente, porque quien sufre de un mal misterioso impuesto por los espíritus, nunca será curado por los espíritus que, a más de todo, harán difícil diagnosticar la enfermedad por medio de los instrumentos médicos ordinarios. Además, un número incalculable de estos pacientes particulares sufre de alergia a los tratamientos médicos a base de pildoras, pastillas, jarabes, inyecciones y otros. Los seres del mundo subterráneo están patológicamente infectados, aunque miles y miles de seres humanos han sido inducidos por ellos a convertirse en "curanderos". En todo caso, estas personas no podrán curarse porque, aunque estén llamadas a hacerlo, siguen completamente bajo el control del maligno. Ser poseídos por un espíritu maligno es lo mismo que ser afectados por un tumor canceroso (en un paciente ataca el hígado, en otro se difunde en la sangre, pero claro está que la enfermedad es la misma, aunque sean distintos los órganos comprometidos).

seguridad a san Pablo cuando afirma: "Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6,12).

Los representantes del diablo

VJer representantes (o agentes) del diablo quiere decir gozar de una posición indiscutida. En una sociedad, como la de hoy —llena de odio, chismes, rivalidades económicas y celos— el diablo puede convertirse para algunos en un gran protector. Al mismo tiempo se esconde en todas las calamidades que atacan a la sociedad. Por ejemplo, quien está poseído por el diablo combatirá con uñas y dientes a los hechiceros y hechiceras (superfluo resaltar que el diablo hace tanto mal a la sociedad cuanto los hechiceros y hechiceras). La razón por la cual estos últimos son así desenmascarados, es que no hay lugar para dos reinos en los poseídos o porque, tal vez, el poder de hechiceros y hechiceras es sólo una parte del poder mismo del demonio; así el demonio asume una actitud de superioridad respecto de ellos. Una persona poseída —en estado de trance— puede señalar a un hechicero o hechicera y a sus víctimas y también puede revelar, a quien la escucha, los lugares recónditos en donde ellos tienen sus medicinas. Por medio de la experiencia he descubierto que no hay unión en los que pertenecen al reino del diablo. Todos son como lobos hambrientos... conscientes, cuando ven un reno, que éste representa alimento; por tanto, lo rodean y, después de haberlo capturado, cada uno devora las carnes que logra agarrar, sin pensar en los otros. 126

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Los diablos saben también que los seres humanos son los únicos que tienen libre elección y no les darán tregua hasta no haberlos atraído hacia ellos. En esta operación no hay orden, ni unión. El diablo no tiene el sentido de la obediencia, aunque de vez en cuando alguno venga a decirnos: "¡satanás nos mandó aquí!".

que nacen del "yo subconsciente" y podrían ligarse a experiencias ocultas sucedidas durante la infancia! Y pretenden afirmar que nadie puede hablar tan bien una lengua, así como así, sin haberla estudiado antes (pero lo que digo es realidad, y conozco muchos otros casos). No puede decirse que toda persona poseída haya hecho pacto con el diablo. Sin embargo, quien firma con la propia sangre ofrece al diablo una garantía y ciertamente es culpable. Quien se le somete, se vuelve su esclavo. Después de haber estipulado un pacto con él, a muchas personas les llegan más desgracias de las que tenían antes. El diablo es muy perverso y destructivo y es equivocado creer que él pueda tratar a alguien con un poco de sensibilidad, de compasión, con un poquito de generosidad. No es propio de su naturaleza obrar con un mínimo de bondad. Saliendo de numerosos poseídos, los demonios han confesado, por ejemplo: "¡Sí, a ésta la hicimos padecer! ¡Tiene la fortuna de que tú estés aquí! Le habríamos hecho cosas peores, si no hubieras venido a liberarla. Mira lo que le íbamos a hacer...". A este punto me hacían la demostración de lo que iban a hacerle a la víctima. Decían que la atacarían mientras caminaba por la calle y una vez, sólo para demostrarme cuan fuertes eran, pusieron una persona realmente fuera de combate, como muerta. Después me confesaron que les había sido entregada por la señora X (representante de los demonios en la ciudad de Lusaka); pero, puesto que habían sido vencidos por la autoridad de Jesucristo, regresarían a esta última para matarla. Les contesté ordenándoles que regresaran al infierno —el lugar de su castigo— y que permanecieran allí, porque yo estaba convencido de que su agente tendría la posibilidad de salvarse mientras tuviera vida.

A menudo he hablado de representantes (o agentes) del diablo, es decir, de "manager" fieles del demonio, los cuales, obrando para sus fines últimos, son dejados relativamente libres de llevar adelante su obra. Se trata de un importantísimo rango en el mundo de los espíritus. Los diablos son espíritus y pueden obrar en el mundo físico sólo por medio de alguno o de algo físico. Los representantes tienen sus propios discípulos. En Zambia éstos son bautizados en el río en nombre de satanás y luego obligados a abandonar las antiguas costumbres para vestir las nuevas, antes de regresar a sus casas. Después, durante la tarde, los neófitos son puestos a la prueba mediante la danza. Por el modo como danzan, se reconoce el espíritu que los ha poseído: puede ser el espíritu de un león, de un jefe o de uno desconocido. Los espíritus hablan lenguas diferentes según lo que sean: un león rugirá, un mico gritará, una serpiente silbará. Sung'uni hablará la lengua Nsenga-Luzi perfectamente, un Chewa hablará Bemba y así en adelante. (Sung'uni es la serpiente jefe de los diablos entre los Nsenga-Luzi). Hablar más lenguas no quiere decir "hablar en lenguas", aunque es cierto que el demonio "habla en lenguas". Como ejemplo recuerdo una persona poseída, que habla cinco idiomas tan bien que quien la escucha no logra entender cuál es su lengua materna. Recientemente me sorprendió una mujer poseída por cinco espíritus: uno portugués, uno canadiense, uno Bemba, uno Nsenga-Luzi, más el espíritu de una serpiente. La mujer pasaba del portugués al inglés, del inglés al Bemba, del Bemba al Ñsenga con tanta facilidad y perfección que por poco me hace olvidar que yo tenía que expulsar a los espíritus. ¡Estaba asombrado! Y se trataba de una mujer sencilla en la normalidad de la vida cotidiana... ¡Lástima que ciertas personas no crean en estas cosas y digan

Al hablar de representantes (o agentes) del diablo, queremos decir, pues, que éstos están sometidos al diablo, como seres humanos. La naturaleza humana está sometida a Dios, pero puede llegar a convencerse de lo contrario. Además, se le puede preparar el camino al diablo creyendo en la bondad de la humanidad, conscientes al mismo tiempo, de estar sometidos a alguien.

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El diablo tratará con todos los medios de dominar una persona según sus caprichos, asegurándole que todo saldrá bien. Él ha convencido a muchas personas a convertirse en "curanderos", causándoles al mismo tiempo numerosas enfermedades. El diablo no cura, sino que engaña a los seres humanos usando los que yo llamo "sedantes espirituales": es decir, algo que ofrezca un momentáneo alivio a la parte enferma, mientras causa dolor en otra parte del cuerpo (ejemplo: la víctima cree que ha sido curada de los vértigos y poco después comienza a sufrir jaquecas). Mientras tanto el representante gana buen dinero y, puesto que tiene una capacidad no común para diagnosticar, goza de una posición que infunde temor e inspira reverencia. Si la enfermedad ha sido causada por los hombres, él lo dirá al paciente en términos precisos, a veces especificando incluso cuándo comenzó. Así muchos creen que los representantes del diablo son seres divinos, porque participan de ese conocimiento —oculto a la mayoría— que Dios tiene de nosotros. ¿Cómo se llega a ser representantes del diablo? No me es fácil hacer alusión a los varios motivos personales, por tanto me limitaré a describir las personas que corresponden a esta precisa definición, dejando aparte las que parece hayan recibido un mandato por parte de los espíritus de su clan para ser ministros de las propias familias. Tampoco hablaré de los que se inscriben en el club del diablo, sino más bien de los que comparten con ostentación "sus" poderes con otros. Para compartir los poderes del diablo, determinados individuos tienen que liberarse de lo que el maestro del ceremonial indica como un espíritu incompatible con "su" espíritu. Se reza sobre el paciente, se le pide que se aisle, se le dan sustancias excitantes que debe tomar poco a poco —"antes de que las moscas empiecen a moverse (es decir, antes del amanecer) y después que hechiceros y hechiceras se hayan ido a dormir". (Los tiempos son importantes. En efecto, se cree que hechiceros y hechiceras, yendo a hechizar a la gente, pueden neutralizar el efecto de las medicinas). Normalmente el representante del diablo es una persona solitaria; se alimenta con comidas muy precisas escogidas por los 130

espíritus; usa recipientes que ningún otro podrá usar y usa vestidos particulares, signo de un servicio. Desde cuando se convierte en agente del diablo, a él (o a ella) no se !e permite vivir a veces con el respectivo cónyuge, habiéndose desde entonces casado con los espíritus —precisamente como muchos idealmente, en el sacerdocio y en la vida religiosa, renuncian al matrimonio natural en beneficio del reino, se casan con Cristo—. ¡Reconducir al rebaño a un representante del diablo es una empresa casi imposible, y mucho más a una persona que se haya casado con los espíritus! Mi cuerpo tiembla de espanto con sólo pensarlo... Este género de vida no es una "consagración" como la entendemos nosotros, sino más bien una unión con el diablo, que va más allá de la posesión común. Es una condivisión del propio ser con él. El diablo en persona sella el vínculo matrimonial y a este agente (o a la agente) le dará cualquier cosa concediéndole ostentar cualquier género de signos y de prodigios. El día del consentimiento, al neófito que se haya adaptado a las condiciones indispensables se le dice que permanezca en espera, durante la noche, de un mensaje del diablo. Durante la noche es cuando aparece el diablo bajo distintos aspectos. Puede llegar provisto de una vara para indicar que dicha persona será maestro o predicador. A la misma persona también le podrá dar el poder de elegir textos bíblicos adecuados para la predicación (como lo hizo el diablo cuando tentó a Jesús en el desierto) y darle vestidos blancos y raíces —los símbolos del curandero muy conocidos al instructor. Al día siguiente, el neófito tendrá que explicar al instructor qué sucedió durante la noche y entonces se le indicará a él (a ella) su específica vocación y su papel como agente del diablo. No es necesario que crean en la hechicería. La hechicería es más que la magia, que a menudo se toma como un espectáculo o un pasatiempo. La hechicería es algo oculto, pero real. Por esto ustedes deben darse cuenta de cómo, por lo general, los africanos —y no sólo los africanos— viviendo en su propio mundo, pueden influir en otros seres humanos y hasta perjudicarlos. 131

En donde los hechiceros y hechiceras ejercen su poder, allí también la Iglesia podría ser eficaz usando el poder de Cristo. Cuando Jesús dijo que los que predicaran el evangelio no serían envenenados y, aunque lo fueran, el veneno no les causaría ningún mal (cf Me 16,18), quería decir que el poder del diablo no está por encima del poder divino, y este poder lo dejó en herencia a sus seguidores y fieles. Si los hechiceros y hechiceras pueden perjudicar a distancia a las personas, esto significa que los seguidores de Cristo pueden ayudar a las personas a distancia, como lo hizo Jesús cuando curó al siervo del centurión (cf Le 7,1-10). Es un mundo de los espíritus y, cuando se les pregunta a los espíritus dónde viven, usando las mismas palabras de san Pedro, contestan que "ronda buscando a quién devorar" (1P 5,8). Con la mirada no dirigida hacia Dios, sino hacia abajo, declaran guerra a los "hijos de los hombres". Ellos dicen abiertamente que viven en el aire, a veces localizados en los valles, en las montañas y en las aguas. En efecto, san Pablo habla de satanás como del "el príncipe del imperio del aire" (Ef 2,1-2). A menudo aluden también al hecho de ser quemados, de ser muy numerosos, de odiar a los seres humanos y querer su perdición. Los espíritus malignos "errantes" son esencialmente destructores. En general se trata de demonios, de espíritus de los ángeles malos, pero también de los espíritus de los antepasados enfadados o en busca de venganza, que tenían tendencias no buenas en el momento de dejar la tierra (y que siguen vengándose de los vivos causando enfermedades y hasta la muerte). Estos espíritus errantes causan desgracia, incomprensiones y muchas otras calamidades en las familias, porque ven en los vivos su fracaso y hacen todo lo posible para hacerlos precipitar en el mal. No raramente los espíritus han controlado a muchos cristianos excepcionales impidiéndoles orar, porque no quieren que se crea en la bondad de Dios; y han inducido a otros a convertirse en curanderos: es decir, a ser poseídos por ellos mismos. Una vez aceptado el ofrecimiento, los espíritus prometen a estas personas que les trasmitirán el conocimiento de las medicinas. De hecho,esas personas "sueñan" las medicinas o las raíces específicas para curar determinada enfermedad. 132

Aunque una persona haya sido débil (antes de convertirse en curandero o curandera), estén seguros que será obedecida por sus clientes, porque está en contacto con los difuntos. En todo caso, yo creo que algunos de estos curanderos están ciertamente bajo la influencia de satanás: pueden curar una enfermedad, pero frecuentemente no logran expulsar los espíritus malignos. En realidad, éstos no hacen sino aumentar el número de las víctimas de la posesión. Por otra parte, el "curandero espiritual" sigue siendo un misterio. El desarrolla su trabajo bajo el control constante de los espíritus. El modo como predice el futuro y revela los hechos acaecidos en la vida del paciente, le asegura a este último haber llegado al lugar justo para la curación, le prescribe las medicinas necesarias: en todo esto hace de él un "grande" hombre. El método usado es excelente y es el de infundir temores en la mente del paciente: si el curandero es capaz de revelarle las circunstancias de su vida, significa que el paciente está bajo su control y que, si el curandero le dice "tú morirás", morirá realmente. El "curandero espiritual" no puede narrar los hechos relativos a la vida de una persona sino cuando está en la condición de trance: entonces es el espíritu maligno el que habla por medio de él y que lo usa, pues ha aceptado ser su agente para engañar a los seres humanos. El "curandero espiritual" —que puede ser cualquier persona elegida por el espíritu independientemente del grado de instrucción— a más de infundir temores, goza de grandísimo respeto. En nuestro lenguaje eclesiástico el ritual del culto a los espíritus no debería definirse "danza", sino más bien "ritual litúrgico de los espíritus". En efecto, el que danza, como sucede en este contexto, no se divierte, porque cumple una orden inderogable. Cuando los espíritus ordenan que la víctima tiene que levantarse y danzar, el hombre (la mujer), aunque esté mal, tiene la obligación de cumplir la orden, pues se trata de una llamada al culto que se les debe. Los espíritus son soberbios: sienten gusto al dominar a los 133

seres humanos, les gusta hacerse admirar, así que los atraen prometiéndoles que, con la danza, se curarán. En realidad, las víctimas siguen sufriendo. Hay danzas a los espíritus aprobadas por la comunidad: éstas son las danzas tribales que se distinguen de la danza espiritista de la que hablo. Las danzas a los espíritus de los antepasados tienen un ritual establecido en gran parte, mientras que quien danza en trance sigue el ritmo impuesto por los espíritus. Permítanme que les explique: mientras danzan, las personas rebotan desde la tierra hasta el cielo raso y de nuevo hasta el suelo, quedando ilesas. Con cuchillas especiales se hacen cortes en varias partes del cuerpo sin que salga sangre de las heridas (de las que, en todo caso, no quedan huellas al final de la danza). Según los relatos de los testigos oculares, estas personas engullen fuego, destrozan un pollo crudo y lo devoran, beben la sangre de un becerro moribundo y comen carne cruda de cabra. Semejantes cosas no pueden hacerse sino durante la danza de los espíritus. Sin embargo, la víctima puede devorar carne cruda incluso cuando los espíritus la vuelven a colocar en la condición de trance o cuando se le recuerda la autoridad que tienen sobre ella. La danza de los espíritus es artística, pero no se enseña. La mujer, que en una provincia de Zambia danzaba la danza de los Kasai, no era de Zaire; y la otra, que cantaba estupendos himnos religiosos, era una malawiana: nunca había estado en Rusia y su voz era la de un hombre. También es difícil creer que la que hablaba amarico (una lengua etíope) fuese una zambesa, pero poseía los espíritus provenientes de Italia y de Etiopía, los cuales llevan consigo sus costumbres y sus danzas características. Imposible describir con cuánta habilidad se mueve el cuerpo en casos semejantes, porque quien danza es un ser humano, pero quien dirige la danza es un espíritu. ¿Basado en qué principios el hombre de hoy rehusa creer en Jesucristo? Si el incrédulo sigue haciendo del creyente en Cristo un hazmerreír, no sería falta de caridad aplicarle las mismas palabras de Jesús: "Eres un mentiroso, porque el diablo es tu padre" (cf Jn 8,44). 134

Estas personas no soportan que se las llame "diablos", aunque, en realidad, son sus representantes; y les falta fe, no por ignorancia de las Escrituras, sino más bien por haber elegido libremente convertirse en auténticos discípulos del diablo, cuyo culto promueven.

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La hechicería

J--/ebido al misterio que envuelve cualquier práctica de hechicería, el llamado "mundo civilizado" niega desde afuera su existencia. Por muchos lados se trata solamente de un pretexto. Los que hacen de la lógica su metro para juzgar lo que es justo y lo que no lo es, tienden a acantonar la realidad de la hechicería como algo que ofuscaría el lincamiento de sus razonamientos. Ellos rechazan todo lo que parezca llevar a conclusiones apresuradas o que se base en un razonamiento más rápido que el de ellos. Queriendo respetar la razón, evitan cualquier discusión que no tenga un punto de partida, una premisa, una parte intermedia. Para estos "hombres maduros" pertenecientes a los ambientes intelectuales, el ser humano es más mente que espíritu y la hechicería no existe.

Los que fueron inspirados a escribir de teología en cierta época creyeron poder dar una respuesta a todos los interrogantes relativos a la salvación de la humanidad, desde los comienzos hasta el día del juicio universal, pero ninguna mente humana puede concebir los planes que Dios tiene sobre toda la humanidad. Es cierto que un profeta vive en el propio tiempo y prevé el futuro, pero su profecía no incluye los detalles relativos al ambiente en el que se realizará. El profeta predice las circunstancias futuras, tal como se le presentan y como las ve suceder en su visión; es, pues, limitado en sus pronunciamientos. Algunos filósofos y teólogos del pasado manifestaron la tendencia a no ver más allá de las áreas pertinentes a su lógica y teología. El resultado es que nosotros, que hemos sido sus discípulos fieles, hemos vivido compartiendo la misma estrechez mental. Habiendo ellos monopolizado filosofía y teología, también nosotros hemos asumido una posición análoga en la sociedad, sin considerar otros valores existentes fuera de este ámbito. A pesar de las dudas que filósofos y teólogos expresan sobre la falta de lógica en los hechos relativos a la hechicería, y el rótulo de "magia negra" que por consiguiente se le aplica a la hechicería por los teólogos, nosotros queremos afirmar que la hechicería existe. La hechicería es el poder de perjudicar a los seres humanos, poder que tienen personas que parecen inocentes y que permanecen desconocidas fuera de su círculo. Un hechicero, una hechicera viven en una comunidad y se comportan normalmente en toda actividad. Ambos están vinculados por juramento a no revelar a nadie, sino en su estrecho ámbito, lo que poseen o hacen. La hechicería es la religión del mal. Consta de una introducción (o presentación), de un noviciado (o iniciación) y de una aceptación final. Este mundo está dividido en sectores particulares, en los que pueden obrar exclusivamente algunos círculos o asociaciones de hechiceros y hechiceras. Las personas que, como ustedes, llevan una vida normal definen el campo de acción de la hechicería "mundo subterráneo".

Es lamentable constatar que, incluso en la Iglesia, haya habido personas semejantes, que han monopolizado los dones de Dios (o por lo menos eso creen). En realidad, por su naturaleza, Dios no puede ser monopolizado por nadie. De la misma manera como no puede añadir una pulgada a su estatura u ordenar a Dios que aumente una pulgada a la estatura de su vecino, el hombre no puede impedir a Dios que les haga bien a las personas elegidas por él.

En el sentido estricto de la palabra, un hechicero (una hechicera) es una persona que tiene el poder —y es un poder grande—

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de usar lo que comúnmente se llama "magia negra". En otras palabras, ambos son discípulosfielesdel diablo, del cual comparten sus poderes destructores, que es su verdadera naturaleza. Son nada menos que el "diablo encarnado". La moralidad no existe para los hechiceros y hechiceras, porque se comportan de tal manera que van siempre contra todo lo que viene de Dios y que es de naturaleza religiosa. Habiéndole pedido a Dios que les cierre su paraíso y convencidos de que "su" reino está aquí sobre la tierra, gozan ejerciendo —ilimitadamente— un extraordinario poder sobre los otros hombres. Matan a su misma descendencia, cometen incestos, torturan a los otros seres humanos hasta el último grado. Hechiceros y hechiceras van contra todo lo que es sancionado por usos y pactos sociales, que tácitamente es aceptado por la tradición, sólo para demostrar que están por encima de cualquier orden existente sobre la tierra y para manifestarle a Dios que pueden vivir aunque rebelándose a él. Hechiceros y hechiceras raramente se someten a una oración de curación que las transformaría en personas capaces de temer a Dios y de respetar sus leyes; ésta es la razón por la cual en su constitución, generalmente heredada, optan por el poder del diablo. Por el contrario, el diablo vive en las personas —poseídas por él— como un parásito, tanto que estas últimas, en su gran mayoría, están constantemente en busca de exorcistas. Sienten dentro de sí algo o alguno del que deben desembarazarse. Sobre todo poseen todavía un elemento de libre arbitrio y son penosamente conscientes de su estado.

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Un espectáculo horrible

U ^ e realizan las cosas predichas por los diablos? Sí, se realizan. Pueden narrar lo que sucede o sucederá en una comunidad y amenazar que harán determinadas cosas contra quien los está expulsando. Yo permanezco en calma y les digo que la vida está en las manos de Dios y que, por consiguiente, su presunta víctima vivirá. Un día, mientras estaba luchando contra ellos en una mujer poseída, me dijeron: "¿Quién eres tú? ¿No sabes que tenemos el poder de levantarte del suelo?". Yo di por seguro que no lo lograrían, luego les pregunté: "¿Quiénes son ustedes?". La respuesta fue: "Yo soy el diablo. ¡Esta es mía y no me iré de ella!". Y descaradamente volteó hacia mí a la paciente contorciéndole la cara hasta hacerla volver cóncava: los ojos empujados hacia atrás, la frente y la boca como si tuvieran que ser dobladas juntas y unidas... ¡Un espectáculo horrible! Conmigo estaban en el cuarto un hombre y una mujer a los que les habían pedido que me ayudaran con el rezo del Rosario —cosa importantísima en momentos tan cruciales en la vida de los poseídos—.La potencia de la voz del diablo y el tono de su rechazo: "¡Ésta es mía y no me iré de ella!" los llenó de pánico. Uno de ellos no tenía la camándula y, cuando la otra encontró la suya, ambos la rompieron en el intento afanoso de encontrar un lugarcito en donde rezar. 139

¡Ver al diablo bajo el aspecto humano es un espectáculo horrible! En esa ocasión fui ayudado por las oraciones de las dos personas caritativas, mientras expulsaba la "fea criatura". Ahora la mujer es una belleza en sus aspectos normales. A veces el diablo hace declaraciones, pero no deberíamos basar nuestras acciones sobre sus fortuitas profecías, que le darían a él la posibilidad de convertirse en nuestro habitual informador y consejero. Él profetiza siempre en ventaja suya. Algunos exorcistas cristianos se han considerado enriquecidos por los conocimientos obtenidos a través del diablo durante el exorcismo, olvidando incluso que estaban obligados a cumplir su deber: el de expulsarlo de la persona poseída. Hay que mantenerse calmados al escuchar sus profecías. Algunas después resultan auténticas mentiras; pero, cuando alguna vez el diablo se jacta de hacer el mal, lo puede hacer realmente; entonces nosotros no debemos permitirle usar a los posesos como él quisiera. Los posesos se echan por el suelo, se arrancan los cabellos, se arrastran sobre el pavimento, encorvan el estómago como si fueran serpientes. Un día el diablo me mostró cómo "ellos" podían desviar un exorcismo infligiendo en el mismo instante un ataque de epilepsia al poseso. Lo hicieron tan inesperadamente, que no tuve el tiempo de prevenirlo; en todo caso hice volver a la víctima a la normalidad. El diablo, los hechiceros y hechiceras tienen una idéntica filosofía. "Nosotros somos por naturaleza destructivos" declararon. "Nuestra finalidad no es la de hacer el bien a los seres humanos". Sobre este punto los diablos, los hechiceros y las hechiceras son muy claros. Además, afirman: "Nosotros odiamos a todos los que aman a Dios y queremos atraer hacia nosotros el mayor número de personas". Y más todavía: "Si sólo supieras cuántos daños causamos a los hombres, entenderías también el por qué de tantos sufrimientos de ellos. Nosotros curamos a los mismos a quienes hemos atacado y lo hacemos no porque los amemos, sino únicamente por nuestro prestigio personal". 140

Nosotros diríamos que, si es difícil para un hombre rico entrar en el cielo (puesto que no le es permitido pasar por el sutilísimo ojo de una aguja), es igualmente difícil a un hechicero y una hechicera pedir perdón a Dios por todo el mal que han cometido. Los espíritus malignos, que los siguen en todo lo que hacen, les impedirán aceptar la gracia de Dios con el fin de convertirse. Muchas personas distinguidas han hecho préstamos al diablo que les prometía multiplicarlos de tres a diez veces (lo que constituiría de por sí un milagro económico de primer orden), consignando a sus representantes el dinero que poseían y obteniendo en cambio la promesa de recibir diez veces más. Después, para algunas de ellas, el día de la recolección no llegó nunca; otras vieron sólo un comienzo que les dio esperanza, pero que no continuó. Cuando vienen a hablarme de su vida, ciertas personas ni siquiera lejanamente logran imaginar que el diablo las pueda dejar en paz. Me confían: "Hemos ido demasiado lejos. Hemos conversado con los muertos; nos hemos sentado sobre sus tumbas y hemos visto seres humanos bajo forma de espíritus blancos... ¿Está realmente convencido de que Dios pueda voltear la medalla y considerarnos de nuevo sus hijos predilectos?". Yo les aseguro que Dios los acogerá y que les ofreceremos una protección divina particular. Es cierto que habían ido demasiado lejos... La ambición de volverse ricos no es reprochable en sí, pero hay que aspirar a ello con medios lícitos. ¡Si uno se sirve de la ayuda que viene de los infiernos, las consecuencias serán realmente tremendas! Los corazones de piedra de ciertas autoridades africanas no encuentran oposiciones en la vida pública y entre los amigos. Al encontrarse, se acogen el uno al otro con la alegría de los hechiceros, cuyo ritual incluye el mal como condición indispensable para el ejercicio de su profesión. Me es difícil comprender la actitud hacia la vida de estos asesinos secretos... En todo caso, estén seguros de que, en el momento justo, Dios tendrá todo delante de sí y los obligará a pagar, hasta la última gota de sufrimiento, por el mal causado a los demás hombres. ' 141

¿Somos vigilados a distancia? En cualquier situación en que nos encontremos, Dios está a nuestro lado. Lo que necesitamos es algo más que una simple fe abstracta: ¡es fe viva! Durante mucho tiempo satanás se reservó el honor de ser considerado inteligente, obrando de tal modo que muchos de nosotros lo hayamos considerado tan inteligente que no podemos reconocer las varias tácticas que usa en su obra de destrucción entre el pueblo de Dios. Actualmente miles de personas, que han tenido que habérselas con él y con sus representantes, han puesto por escrito sus experiencias. Es difícil establecer quién es el que vigila y quién el vigilado... No subvaloramos el poder de satanás, pero es muy inferior al poder de Jesús, nuestro salvador y Señor. De aquí la advertencia del Concilio Vaticano II: "De hecho, la historia universal se viene a reducir a una dura contienda contra los poderes de las tinieblas: batalla que, empezada desde el principio del mundo, se prolongará hasta el último día, según un aviso del Señor. El hombre, por consiguiente, inmerso en esta batalla, tiene que combatir continuamente para seguir el bien, y no puede obtener la concorde unidad dentro de sí mismo sin gran trabajo" ("Gaudium et Spes" sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, n37). Tengo que ser claro con mis hermanos zambeses y decirles que, si tienen miedo a los hechiceros y hechiceras, deberían temerles más a los espíritus, que son mucho más fuertes. Los espíritus son demonios que obran junto con los que se han perdido, arrancando hombres y mujeres de las manos de Dios (que los reclama suyos, porque dio su vida por ellos). La meta, deseada por los espíritus, son los seres humanos. De varias maneras les prometen muchas cosas e inducen a la desesperación a los que las rechazan; o los convencen de que Dios hubiera debido venir en su ayuda para liberarlos de tal o cual enfermedad desconocida. Poco a poco la presencia de Dios se va desvaneciendo de la mente de los enfermos, muchos de los cuales han caído víctimas de este engaño. Los espíritus también pueden matar, pero de manera distinta de los hechiceros y hechiceras, prohibiendo al paciente alimentarse con cerdo, carne, pez u otros alimentos. 142

Poco a poco éste perderá el apetito y, cada vez que satisfaga su deseo de alimento, vomitará y se enfermará de nuevo. Los espíritus pueden aparecer en varias formas —durante los sueños nocturnos o cuando el paciente está en trance—. Viviendo según las órdenes de los espíritus, éste finalmente morirá. Al demonio no le importa nada: usa sus poderes sin preliminares, tan pronto se presenta en la escena. Hechiceros y hechiceras mandan antes un sortilegio, después obran, pues "se les facilita convertir a las personas en juguetes" como se usa decir entre nosotros. Los motivos de ambos son malvados. Generalmente las personas saben cuando los espíritus malignos las ponen en trance; pero, si están completamente bajo su control, ya no recuerdan lo que dicen o hacen. Se puede distinguir con facilidad los sortilegios que vienen de las dos fuentes: del diablo, por una parte; de los hechiceros y hechiceras, por otra (pero se necesitaría mucho tiempo para aclararlo y no serviría para nuestra finalidad). Es fácil pronunciar la palabra "trance", difícil explicar su contenido. El yoga pone en la condición de trance algunas personas y los cultos de Haré Krishna, del culto Gurú Maharaj, de Brother Julius, de Sun Myung Moon, de "La Misión de la Luz Divina", de la "Divina Unificación" —y de muchos otros—, tienen la pretensión de hacer lo mismo, convencidos de haberlas puesto en contacto con lo sobrenatural. ¿De qué clase de trance se trata? Lo que hemos dicho de la Iglesia de los espíritus es lo que podríamos decir de cada uno de estos cultos: son el producto de una sociedad espiritualmente vacía, que adora los bienes materiales y el progreso intelectual. A través de esta experiencia los jóvenes son elevados a un mundo "suyo" que ellos llaman "libertad", mientras pierden al mismo tiempo el sentido del pudor, de la benevolencia, de la amistad y sustituyen al verdadero Dios con un "dios humano". Se ignora la autoridad de los padres de familia, porque "ellos no saben, todavía no han llegado allá". Sucede también en Zambia: muchedumbres de jóvenes — hombres y mujeres de distintas denominaciones religiosas— son acompañados en microbuses a los lugares de culto en donde se practica el trance, experiencia que no es común en sus Iglesias. 143

En la práctica de los cultos a los que me he referido antes —incluso frecuente aun en los países occidentales— sucede que los clientes son puestos en una condición permanente de "pérdida de sí", de lavado del cerebro. La fe universal del mundo cristiano en la Biblia hace de muchos de estos clientes fáciles víctimas de los fundadores y de los administradores del culto, quienes se sirven de pasajes bíblicos atractivos para sus fines. Es cierto que la negación del yo es una de las condiciones para alcanzar las cimas del mundo espiritual... y entonces se usa también este medio; pero en ese caso el fin es el de debilitar tanto el cuerpo como las condiciones de las facultades espirituales. Al final los clientes ya no son ellos mismos, sino autómatas. Caminando por las calles pidiendo limosna y vendiendo objetos para reunir fondos, parecen valientes y capaces de afrontar las muchedumbres, y al mismo tiempo insultan a todos como hijos del diablo, y se definen ellos mismos como "hijos de Dios". ¡Cómo no maravillarse ante la paciencia de Dios, que no interviene cuando los hombres abusan de su nombre para semejante mentira pública! Se dice que estas víctimas hacen la experiencia de lo sobrenatural, pero lo que experimentan no viene de Dios. Ya privados de voluntad propia, se convierten en computers, a través de los cuales un rótulo de lo que ha sido registrado por la memoria se hace correr gradualmente, día por día. Resulta, por ejemplo, que los adeptos de "Los niños de Dios" son arengados, reducidos al hambre, al agotamiento y, finalmente, al estado típico del lavado de cerebro; son instigados a odiar a sus padres y a obedecer ciegamente a los líderes del culto. Son reducidos a este estado por medio del abuso del poder de poner en trance a las personas. ¿Qué es el trance? Es una condición en la que los sentidos corporales quedan inertes y los comandos de la voluntad ya no son hechos por el organismo. A veces también la memoria, que es un sentido interno, deja de registrar lo que sucede. Por medio del yoga alguna persona ha entrado poco a poco en trance hasta perder la propia sensibilidad, llegando a decir: "¡Ni siquiera las olas del mar, durante la alta marea, han logrado despertarme!". 144

Normalmente nosotros no ejercemos un control sobre nuestras acciones. Día tras día nos movemos como autómatas anulando nuestra individualidad en una multitud, siguiendo a jefes que hablan en sus plazas y a quienes la mayoría sigue sin saber por qué. ¡Pero todos hemos sido creados como individuos y todos por un fin! Un día tendremos que dar cuenta de todas las acciones realizadas por nosotros individualmente, sea en el bien sea en el mal.

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¿Para encontrar allí sólo esqueletos? ¿Por qué no decidirte a hacer de la vida religiosa tu propia historia? ¡Tú... eres la artífice de la historia! Cada paso tuyo en la vida va en ventaja o en desventaja de tu congregación.

La sonrisa del pecador

xJ a fealdad de una persona está determinada por el pecado. ¡No hay belleza en el rostro del pecador! La sonrisa forzada, que por un momento le anula las arrugas de la cara, es una máscara que cubre su verdadera imagen. La sonrisa le es penosa al mismo pecador y es una forma de comportamiento social adquirido con la práctica, una máscara que asume el color de quien la lleva. Muchísimas personas pasan la vida divirtiéndose y mostrándose mutuamente sus rostros aparentemente felices. ¡Hija, trata de entender a dónde vas! ¡No rehuyas tus pensamientos! Si estás agitada y eres incapaz de concentrarte, esto significa que tu alma está inquieta... y entonces debes saber que el pescador echa sus redes cuando el pez se esconde en las profundidades del mar... El pez no va en busca de alimento en aguas agitadas, y Dios tampoco encuentra un angulito tranquilo en un alma inquieta. No fueron pocas las ocasiones en ias que Jesús deseó la paz a los apóstoles: "La paz esté con vosotros" era el saludo que les dirigía habitualmente, al encontrarlos, especialmente después de su resurrección. La paz, el control de sí y no la ansiedad. Nosotros nos inquietamos, porque permitimos que nos posean dos amos. Hija, ¿por qué destapar las tumbas en donde no hay vida? 146

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En el reino del exorcismo

l~Ja Iglesia cristiana recibió de Jesucristo el poder de combatir al maligno y a sus representantes: Cristo tiene ese poder permanentemente, sus discípulos por delegación. Jesús era un elemento de perturbación en cualquier comunidad en donde hubiera posesos. Los diablos reaccionaban y, a veces, confesaban su divinidad: "¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret?... el santo de Dios" (Le 4,34). Jesús disturbó incluso a Herodes: "Llegó a enterarse el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas" (Me 6,14). Cuando Jesús se transfiguró en el Monte Tabor los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan estaban "fuera de sí": cayeron en trance (llamado éxtasis) experimentando dentro de sí una extraordinaria alegría al contacto con lo sobrenatural (Me 17,6). Sin lugar a dudas la resurrección de Cristo es la victoria sobre la muerte, sobre el pecado, sobre satanás. En los evangelios no hay un hecho tan evidente como la resurrección. Jesús mismo la había anunciado mucho tiempo antes de ser crucificado. En el Monte Tabor, Jesús les ordenó a Pedro, Santiago y Juan que no revelaran a nadie la experiencia vivida, "hasta que el 148

Hijo del Hombre no haya resucitado de entre los muertos" (cf Mt 17,9). Jesús se atrevió incluso a anunciar a sus enemigos: "Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré" (Jn 2,19). A los discípulos, que en el camino de Emaús llorando su muerte iban desconsolados, Jesús les recordó, antes de manifestárseles, que el mesías tenía que sufrir "para entrar en su gloria" (cf Le 24,26). ¿Por qué no salimos demostrando abiertamente que queremos combatir a satanás y a quien lo representa? No ha habido nunca una época —después de la bajada de Cristo sobre la tierra o su ascensión al cielo— en la que satanás no haya existido. Jesús vino precisamente para combatirlo y para reconquistarnos, arrancándonos de él. Finalidad de todos los beneficios obtenidos por Jesús en favor nuestro, era la de garantizarnos que él había vencido a la muerte, al pecado y a satanás. Al mismo tiempo Jesús nos dio todos los medios para hacer lo mismo, con tal que imitásemos su vida y la reprodujésemos en nosotros. Jesús quiere que también nosotros, por cuenta propia, logremos vencer el pecado, la muerte y a satanás, y nos garantiza la victoria con estas palabras que él les dijo a los apóstoles: "Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mino podéis hacer nada" (Jn 15,3-5). Si hemos vivido fielmente en la viña del Señor Jesús, no deberíamos tener miedo del enemigo, menos aun de nombrarlo. Satanás existía aun cuando Jesús vivía sobre la tierra. Leamos: "Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: "¡Ah! ¿Qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret?... Jesús entonces lo conminó diciendo: Cállate y sal de él. Y el demonio, arrojándolo en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: ¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen" (Le 4,33-36). ¿Qué entiendo decir entonces por "espíritus interferentes"? Quiero decir que la palabra en cuestión es "interferencia" y que el 149

ejemplo más manifiesto de la interferencia del diablo es el que se encuentra en la "parábola de la cizaña". El campesino siembra el trigo... y Jesús hace resaltar la sorpresa de los siervos cuando se dan cuenta que con él crece también la cizaña sembrada por la noche por el "enemigo"; informan al amo y éste les dice: "Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero" (Mt 13,24-30).

espíritus señalan la enfermedad que sufre una persona y desconocen lo que no es de su responsabilidad. A la pregunta: "¿Por qué engañan a los seres humanos asegurando poderlos curar, cuando ustedes mismos son los que los hacen enfermar?", generalmente contestan: "Si ellos siguen nuestras instrucciones, algunas enfermedades son curadas". "Pero, ¿por qué causan las enfermedades, si después las curan?". "¡Porque así ustedes se dan cuenta de que somos inteligentes!".

El diablo, como sucede en esta parábola, siempre interferirá en los medios de salvación a disposición de una multitud ilimitada de personas. Hoy mucha gente es tan "civilizada" que no siente ningún remordimiento por el pecado cometido y considera la oración como algo infantil. "¿Por qué dirigirse a una persona desconocida?" dicen. Y, si son católicos, se rebelan contra el Rosario. Incluso algunos sacerdotes lo consideran una ilógica repetición de palabras y prefieren sustituirlo con una breve meditación sobre un texto de la Sagrada Escritura. Pero si seguimos negando la causa de un mal —como el diablo— ¿cómo podremos explicar la decadencia moral en el mundo? ¿Por qué habría de lamentarse por lo que está dentro de la normalidad? Algunos de nosotros, que realmente tenemos que habérnoslas con los espíritus malignos, conocemos su agudeza para disturbar el orden inserto en nuestra existencia cotidiana. "Entre tú y nosotros habrá guerra. Habrás notado que nosotros usamos también lo que tú usas". "Nosotros también invocamos a Dios. Nosotros también rezamos". "Los que usan la Biblia creen que nos pueden expulsar, pero no lo logran". "Nosotros conocemos más enfermedades de las que conoces tú". Los espíritus no niegan que son perversos y confiesan: "Sí, nosotros decimos mentiras, somos inteligentes, atormentamos a los seres humanos. Son muchos los que creen en Dios, pero no dejaremos de atraer hacia nosotros a los que más podamos". Preguntados, a veces, que señalen qué enfermedades causan en determinada persona, responden: "Aquí... y aquí... y aquf'. Los

La "Iglesia de los espíritus", como hemos visto, es un medio para obligar a las personas a no frecuentar más su Iglesia y para persuadirlas a desembarazarse de la fe que tienen en el poder de Jesucristo. La responsabilidad de todo esto hay que atribuirla en parte a las Iglesias cristianas, que se han ocupado de especulaciones teológicas y de dogmas y que, en el mundo actual, no invocan nunca a Cristo como una "persona" que vive en medio de su pueblo. Para muchos cristianos Jesús es aquel que los espera en las puertas del paraíso para coronarlos después de una buena muerte. Hoy Jesús no es visto o sentido de manera experimental y este Jesús, distante de la vida de los cristianos, es la causa de la manifestación de los poderes del diablo y de sus representantes. Numerosísimos cristianos no se han preguntado todavía si en realidad han aceptado a Jesús como persona que está con ellos en cualquier parte en donde se encuentren, y que puede ser invocada en cualquier momento del día y en cualquier circunstancia de la vida.

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¡Cuántas veces hemos exclamado con convicción: "Aquí está el dedo de Dios! Yo no sabría decir qué fue lo que determinó un cambio semejante en este hombre (en esta mujer) después de las pocas palabras pronunciadas en el confesionario". Miles de almas han encontrado el camino del regreso a Dios en los breves momentos en los que confesaban sus pecados a un sacerdote. Aunque la fórmula usada en el sacramento de la confesión no expulse inmediatamente al demonio, la alusión a la liberación de los pecados, es una auténtica práctica de exorcismo. En la antigua fórmula se encontraban dos elementos importantísimos de exorcismo. El primero: "Dominus Noster Jesús 151

Christus te absolvat" (Nuestro Señor Jesucristo te libere) tenía, en realidad, un significado muy profundo: "Nuestro Señor Jesús te desenlace (o te desligue)", con tal que el penitente esté íntimamente consciente de ello. El segundo elemento hacía al sacerdote consciente de su papel de ministro de Cristo. El se apoyaba en la autoridad de Cristo y terminaba liberando al penitente en nombre de la Santísima Trinidad: "Et ego autoritate sua te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amén". Los que formulaban esta oración —de liberación de los pecados— comprendían que la batalla contra los poderes de las tinieblas hay que vencerla junto con Cristo, y no por sí solos. En el sacramento del bautismo muchos sacerdotes han experimentado en numerosos adultos bautizandos la inmediata reacción debida a la presencia del maligno y de su secta. Muchas veces, a algunos catecúmenos les sucedió que temblaban y caían por tierra al recibir el bautismo. Hasta las personas comunes consideran estos signos como auténticas liberaciones de espíritus malignos. Según el ritual usado en el pasado, el sacerdote repetía la fórmula de exorcismo más de tres veces, dirigiéndose contra el diablo con palabras muy precisas. Además, reconfirmaba el exorcismo por medio de la confesión pública de los bautizandos de querer seguir a Jesucristo: "Rechazo a satanás, a todas sus obras y pompas" y por medio de la declaración de fe en la Santísima Trinidad, en la Iglesia católica y en la comunión de los santos. En estos dos sacramentos —bautismo y penitencia— el sacerdote tiene el poder de liberar a las personas de los espíritus malignos, en virtud de su ordenación.

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Diplomáticos espirituales

X Aoy en día el miedo al "enemigo" se considera de por sí superstición y esto ha hecho que algunos sacerdotes se hayan convertido en "diplomáticos espirituales" aceptando, en cierto modo, coexistir con el "enemigo" —el diablo—. Ellos aseguran que el diablo no existe y, si se afirma lo contrario, dicen a los posesos que en realidad no existe. Entonces, según la lógica, la verdad sería ésta: "Creo en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, pero no en la existencia de satanás" (que hizo tan difícil la vida de Jesús cuando estaba sobre la tierra). Comprobando la fuerza del mal, manifestada en las acciones perversas de una multitud de personas, no podemos menos de creer en la existencia de una fuente que efectivamente engendra el mal: es decir, el diablo. Jesús dijo a sus ministros: "Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo" (Jn 15,18-19). Los diplomáticos religiosos no quieren ser odiados por el mundo; he aquí por qué evitan lo que lo disturbe negando al mismo tiempo los plenos poderes que Jesús les dio para vencerlo. 153

El mundo, del que hablamos, es el "enemigo" de Cristo. En este contexto "ser del mundo" significa pertenecer a un grupo de personas "llenas de malicia y de soberbia" (cf Rm 1,28 ss) —a los representantes del diablo—, por tanto, al mismo diablo. Además, Jesús afirma: "Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían ningún pecado; pero no tienen excusa por su pecado" (Jn 15,22). Con esto quiero decir que los enemigos de Cristo son reales y no imaginarios y que el sacerdote debe empeñarse en combatir el mal existente en el mundo, el cual impide a los seguidores de Cristo crecer en la madurez espiritual.

¡En la Iglesia cuenta Jesús! Jesús es el "Alfa y la Omega, el principio y el fin" (Ap 21,6). Jesús es el "camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). El es el hombre para nuestro tiempo, el hombre para nuestra cultura. ¡Jesús es el piloto de la Iglesia! Jesús tiene muchos modelos de aviones, aptos en toda época para el servicio a las comunidades en todas las partes del mundo. Si los ministros de la religión se aplican a sí mismos la definición de "alter Christus", no deberían dudar de invocar a Jesús en cualquier momento en el desarrollo de su ministerio. Hoy, permítaseme decirlo, muchos ministros aprietan botones eclesiásticos, y aprietan los equivocados, porque están todavía usando el poder de Jesús naciente: usan el poder del niño Jesús. ¡Naturalmente él era un niño extraordinario... visitado por los "grandes" de Oriente, asistido por los ángeles en el momento de su nacimiento y digno de nuestra más grande admiración... pero era un niño! Y entonces déjenme decir de qué Jesús hablo: "Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente lo rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra^ oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer" (Hch 9,3-6). Aquí ya no se trata del niño Jesús, sino de una persona adulta, responsable, a la cabeza de su Iglesia, preocupada por lo que se le hace y con el poder de tratar a sus enemigos del modo adecuado. Jesús, que transformó a Saulo, perseguidor de su Iglesia, en un grande evangelizador, puede obrar cambios importantes también hoy. Lo que nosotros debemos hacer hoy es apretar el botón justo, y he aquí que Jesús está listo a poner la dirección justa.

"Yo soy un simple instrumento de Cristo". "Los pecados de presunción son abominables a los ojos del Señor". "No puedo invocar a Jesús cuando sé que me estoy sirviendo de él para mis intereses personales". "En el mundo de hoy debemos saber con certeza cuál es el espíritu que nos impulsa a obrar. Se requiere espíritu de discernimiento". Se trata de principios muy válidos que, en verdad, justifican aparentemente la renuncia, por parte de los ministros que los han expresado, a usar el poder de Jesucristo en su ministerio; en todo caso yo no creo que reflejen siempre la verdad. Escuchando a estos sacerdotes, se da uno cuenta de que la causa de su falta para obrar en el nombre de Jesús está en relación con algunas motivaciones personales. En efecto, ellos desarrollan su ministerio según un esquema fijo que conocen muy bien, como si hubieran hecho un curso de pilotaje y aprendido a estar en posición ante los cuadros de comando del aéreo, listos a apretar el botón preciso en el momento justo. Para poder pilotear un Boeing 747 o un D.C. 10, aparatos de alto grado de especialización técnica, se requiere una preparación adecuada; en cambio, en lo referente a la Iglesia, que vive en un tiempo determinado y que tiene que ver con personas cuyos comportamientos respecto de la vida absuelven las necesidades del ambiente, las ideas comunes y corrientes, los elementos mudables de la cultura y las aspiraciones de la comunidad, no es importante seguir un curso para poder apretar los botones, como sucede para el avión.

Observando cualquier maniobra en el ministerio de la liberación, no quisiera formar parte de lo que yo defino "una demostración de poder". ¿Podemos maravillarnos si a menudo ciertos ministros solamente han molestado a los espíritus malignos en vez de expulsarlos? En este caso la advertencia que hace Maquiavelo en "El Príncipe" —"Un enemigo ofendido y mantenido en vida otro día es un doble enemigo"— debería hacerse propia. Los espíritus malignos, que solamente han sido disturbados, suponen haber vencido al adversario y pueden usar las mismas

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tácticas para llevar al siguiente ministro a la ira o a una pura y simple exhibición de poder. ¿Entonces para qué dejarse llevar por la ira con los posesos? ¿Para qué enfadarse con el diablo? Me ha desilusionado mucho, en la película "El exorcista", ver cómo los dos sacerdotes perdieron la batalla. Yo entendía todos los particulares de la película (como si hubiera sido protagonista) y anticipaba las reacciones del diablo que vigilaba a distancia. La vida del joven sacerdote era muy distinta de lo que uno espera de un exorcista. Era un sacerdote moderno, y a mí me parece que era religioso sólo en el ejercicio de sus funciones. Cuando se dio cuenta de la muerte del anciano sacerdote, se enfureció y empezó a pegarle a la muchacha poseída. A este punto el diablo entró en él, lo echó por la ventana y murió. Claro está que la muchacha fue liberada, pero uno se pregunta por qué el diablo la dejó y si lo hizo de manera definitiva. Si sí, ¿con base en qué autoridad lo haría? No había ninguna garantía para su seguridad... En efecto, retomando conocimiento, la muchacha se sintió indefensa, porque los que hubieran debido acogerla en su nueva vida, habían muerto ambos al liberarla. Así la historia resulta muy incompleta. Quiero subrayar esto: como sacerdote, el joven exorcista creía en lo que hacía, puesto que se atenía al Credo apostólico y a todas sus normas, pero no creo que creyese en la eficacia de las palabras de Jesús: "¡Sal de él!", por medio de los cuales Jesús ordenaba al diablo que dejara a los posesos. Ahora, permítanme poner un ejemplo. Un carpintero necesita conocimientos básicos para su oficio —el de los instrumentos y su uso, el del empleo de las distintas clases de madera según \z variedad de los artículos. Además, se exige de él que estos conocimientos suyos no estén desligados de una cierta habilidad creativa, que se revelará en la belleza de los muebles que produce (observando una silla, una mesa o un cajón los clientes podrían saber si el carpintero conoce bien su oficio). De un cristiano, sobre todo si es ministro de la Iglesia, deberíamos esperar un resultado análogo: es decir, que su vida refleje una fe viva. En los ministerios de la liberación y de la curación en general es indispensable permanecer en contacto vivo y directo con Dios. Los posesos, como también los espíritus malignos, 156

deben sentir la poderosa presencia de Jesús, mientras usamos su autoridad en estos ministerios. Olvidémonos ser "diplomáticos espirituales". Aunque usemos cortesías con él, satanás no nos dará un centavo por esto, y se burlará por nuestra falta de confianza en los méritos de la redención y en el poder de Jesucristo. Estamos comprometidos, en un auténtico tiro al blanco, con las fuerzas de las tinieblas y continuamente atraemos personas a nuestro lado, arrancándolas de su poder. Nos han asegurado la victoria, pero tenemos que saber cómo comportarnos para obtenerla. Hay quien llega a creer que satanás sufra de epilepsia cuando trata de tocar a los sacerdotes y a las religiosas, pero lo cierto es lo contrario. Satanás está atentísimo cuando tiene que afrontar un sacerdote o una monja y ejecutar sus estrategias respecto de ellos. Más aún, vendrá personalmente a solicitar el ataque en vez de mandar un espíritu menor. No se trata de un simple chiste... lo sabemos sobre todo los sacerdotes y las religiosas. Satanás ha eliminado, poco a poco, a miles y miles de ellos, apoyándose en la perfección de sus razonamientos, sin que ellos hayan sentido algún remordimiento de conciencia por lo que habían cometido. Liberar de satanás a un sacerdote o a una monja no es una empresa fácil, requiere humildad. Sólo la gracia de Dios y su presencia en una persona aterrorizan a satanás. ¡A través de las insondables profundidades de la oración es como satanás quedará confundido!

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Satanás es el padre de la mentira

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J—/l diablo sabe cómo asustar a los seres humanos y, si él llega a alguien que no cree en Dios, éste se maravillará tan sólo de oír voces y constatar que las cosas dichas son sumamente inteligentes; sin embargo, no viendo a nadie y no creyendo en Dios, quedará perplejo y asombrado. Satanás manifiesta sus poderes gradualmente, por medio de sueños o fenómenos extraños. Muy a menudo, en el sueño, le revela a la persona varias clases de medicinas y la engaña diciéndole que "curar" es un servicio merecedor que hay que hacerle al prójimo. Así muchos son atraídos por la idea de llegar a ser "curanderos". Y cuando llegan a serlo, los demonios se posesionan de ellos. El diablo cura sólo temporalmente; si a veces lo hace de manera definitiva, es para aumentar la confianza en el curandero, ya incorporado en sus filas. El 3 de octubre de 1973 tuve una conversación con tres demonios ancianos, que estaban en compañía de otros dos espíritus de hombres malvados. Me dijeron: "Sabemos que eres un jefe. Conocemos todo de ti y te informamos que habrá guerra entre tú y nosotros. ¿Sabes que también nosotros usamos el signo de la cruz cuando curamos a las personas? ¡Por tanto, puedes estar seguro que te combatiremos!". Contesté a satanás que mis poderes no tienen ningún funda158

mentó, sino en el Señor Jesucristo, y me maravillé al saber que también los demonios curan a los seres humanos con la señal de la cruz. Para tratar de atemorizarme, siguieron diciendo: "Te vamos a hacer algo extravagante. ¡Esta paciente tuya morirá!". La cosa extravagante fue que bloquearon mi automóvil; pero, como me di cuenta a tiempo de lo que estaba sucediendo, pude salir sin inconvenientes del vehículo y dejarlo a ia orilla de la carretera durante toda la noche. No me lo robaron. Satanás ya no sabía qué hacerme, puesto que yo estaba protegido por Jesucristo, mi rey y Señor. Durante los tres días siguientes mi paciente se enfermó gravemente, tanto que el marido me dijo: "A pesar de lo que me había asegurado, usted no ha podido curarla. Hoy mi esposa está peor que antes". Le respondí: "No dudes, tu esposa se curará". El hecho es que satanás quería asustarme, pero le aseguré que la mujer, entonces seriamente enferma, no moriría. ¡Y, alabanzas al Señor, ella no murió y vive todavía hoy! Satanás engaña y asusta a los seres humanos de muchísimos modos. Las revelaciones provenientes de los espíritus malignos son desconcertantes. He aquí por qué expulsar a los demonios no es fácil a una persona impreparada, que se asustaría si llegase a ser reconocida por ellos. Si, además, fuese controlada por los demonios, éstos obviamente tratarían de hacer resaltar su falsedad. Dirían, por ejemplo: "¿Qué quieres hacer... sacarnos? ¿Tú que estás tan sometido a nosotros?". Ellos conocen exactamente la extensión de su reino y lo que dicen puede ser cierto —pero también puede no serlo—, pero al que lo escucha le será muy difícil no creerle. Es sabio tomar precauciones serias para expulsar los demonios. Me sucedió escuchar que un sacerdote, de intachable reputación, habiéndose arriesgado a hacerlo por sí solo, quedó agotado sin obtener nada. Yo creo que los demonios sabían que él estaba experimentando únicamente sus presuntos poderes sobre los posesos. En Kenia me contaron que otro sacerdote había fracasado en el intento de expulsar los espíritus malignos, mientras los fieles reunidos para orar sobre los posesos sí lo habían logrado. 159

En el ámbito del exorcismo nosotros, los seres humanos, no nos encontramos en el lugar acostumbrado, sino en el mundo de los espíritus y, con el fin de mantenernos firmes para afrontar al enemigo, tenemos que estar equipados de manera apropiada: de aquí la necesidad de la gracia divina. Al ir sobre la luna, un mundo inadecuado para la vida humana, los astronautas necesitan elementos particulares para alimentarse y respirar; igual nos sucede a nosotros: necesitamos una protección especial para poder afrontar al adversario sobre nuestro mismo campo de batalla. Nuestro capitán, Jesucristo, venció a satanás y a su secta sobre la cruz aceptando su último desafío: la muerte. A Cristo se le quitó la vida, pero de la muerte resurgió victoriosamente en esplendor y con un poder muy superior al de satanás. Cuando él caminó una vez más sobre el globo terrestre, sus enemigos ya no pudieron afrontarlo como antes. Abatidos en la lucha, todos cayeron a sus pies, atemorizados, aniquilados, derrotados. Ahora nos corresponde a nosotros caminar por el sendero trazado desenmascarando, junto con Jesús, al maligno y su secta. "Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). Tenemos que confiar en Jesús, porque él está siempre con nosotros. Jesucristo mantiene el poder absoluto sobre la creación —en el cielo como en la tierra (cf Col 1,15-20)— y quiere que toda la humanidad sea liberada de la esclavitud de satanás, una vez por todas. Jesucristo tiene plena autoridad sobre satanás. Convenzámonos que Jesús es el "medio" para vencer la guerra.

regeneración—, fuimos liberados de una desgraciada esclavitud, y lavados de todos nuestros pecados" (Santo Tomás de Aquino —De Summa Teológica— op. 57). ¡Nosotros somos hijos de Dios y personas libres! Nuestra libertad viene del hecho de que el pecado y la muerte ya no tienen la misma amenaza de aniquilamiento de un tiempo (antes que Jesús viniera a salvar al mundo). Antes dominaban a la humanidad, condenada a vivir en su reino, las garras del diablo; ahora ya no existe el miedo del pecado y de la muerte. Podríamos decir con san Bernardo: "¿En dónde podrá nuestra fragilidad encontrar descanso y seguridad, sino en las llagas del salvador? Cuanto más su poder de salvación es grande, tanto más yo estoy protegido. El universo vacila, el cuerpo se sacude bajo su peso, el diablo puede poner todas sus trampas, pero yo no cedo porque me apoyo en una roca sólida. Si he cometido un pecado grave, mi conciencia queda turbada, pero no pierdo ánimo, porque recuerdo las llagas de nuestro Señor que "fue traspasado por nuestras ofensas". A este punto ya no hay nada abandonado a la muerte, que no pueda ser "salvado" por la muerte de Cristo. Mientras yo piense en esta medicina eficaz, las peores enfermedades no me asustarán (Sobre el "Cantar de los Cantares"). La imagen que me hago de la liberación en los sacramentos del bautismo y de la penitencia, es la de una persona que, en el momento de ahogarse, lanza un S.O.S. y colabora con quien acude a socorrerlo.

He aquí lo que escribe al respecto santo Tomás de Aquino: "Deseando hacernos partícipes de su divinidad, el único Hijo de Dios tomó sobre sí nuestra naturaleza de tal modo que, hecho hombre, podría hacer a los hombres semejantes a Dios. Lo que él asumió de la naturaleza humana se convirtió en instrumento en la obra de nuestra salvación. Habiendo ofrecido al Padre su mismo cuerpo sobre el altar de la cruz, víctima por nuestra reconciliación —y derramado su sangre por nuestro rescate y por nuestra

La imagen de la liberación, a más de los sacramentos citados, es también la de una persona bajo las garras del león, que grita pidiendo auxilio. En el caso de que alguien quisiera acudir a ayudarla, éste se vería obligado a tomar las máximas precauciones. No basta tener la valentía de afrontar al león, también hay que estar preparados a morir por aquel que está bajo sus garras, y hay que usar cualquier medio a disposición para no hacerlo enfurecer y para impedirle que aniquile a quien se quiere liberar. He aquí por qué estoy convencido de que muchos sacerdotes han pecado de presunción al afrontar a los espíritus malignos fuera de los sacramentos. No es con una voluntad de hierro con que se expulsa al demonio que ha entrado en una persona para quedarse allí, sino

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con el poder de Cristo que se entrega a los que están empeñados en la batalla para la instalación de su reino. Decir que el diablo es inteligente y poderoso no significa atribuirle méritos. Lo es efectivamente. Tiene poderes no sólo físicos, sino también espirituales. Hoy, él controla a algunos individuos que gozan públicamente de grandísima estimación, enmascarándolos con la confianza de otra gente que, instrumentalizada a su vez por él, ha perjudicado a un número incalculable de personas inocentes. Conozco historias impresionantes sobre la hipocresía de ciertos hombres y mujeres vistos en un santuario y completamente bajo el control del diablo. Me han dicho que en algunas partes de Europa, cuando éstos rezan, se puede discernir por sus gestos en quién creen. En algunas partes, siempre en Europa, se cree que el diablo haya sido condenado a muerte por la resurrección de Cristo, pero el hecho es que el diablo resucitó y vive, por decir lo menos, en muchas de estas personas. El diablo no siempre es conocido con los nombres de Hansan, Ngoza, Roam, Chibwe y Nabaroth. De ninguna manera. A veces se le conoce con los nombres de: pereza, mutismo, epilepsia, indolencia, lujuria, alcoholismo, soberbia y mentira. Quien espera ver una vez más al diablo bajo forma de reptil, tendrá que esperar bastante... por lo menos hasta que no regresen Adán y Eva al Edén. Hoy el diablo se viste con mantos de distintos colores. Es cierto que muchas personas, incluso entre sacerdotes, tienen determinadas ideas sobre las facciones del diablo, sobre los síntomas y las reacciones que puede suscitar en una persona; en realidad, puesto que es inteligente, no obra según esquemas fijos, como por instinto, sino tomando decisiones y adecuando sus planes a cualquier situación y a la persona que le sirve de blanco. En mi lengua africana el diablo, conocido como el diablo-jefe de las aguas, es Sung'uni. Con las mujeres asume el aspecto de un hombre que viene a proponerle matrimonio; a los hombres se les puede aparecer bajo el aspecto de una mujer sin cabeza. Éstos son los diablos de la lujuria. Quiero decir que estos esquemas fijos y creencias sobre el aspecto del diablo, y sus modos de comportarse con las personas, 162

hacen que muchos sacerdotes obren con una cierta presunción. Ellos podrían expulsar un reptil cuando el diablo es el alcoholismo... y el diablo se reirá, porque no ha sido golpeado. A mí me ha sucedido a menudo escuchar a los varios demonios, instalados en una única persona, acusarse mutuamente de haber causado más de una enfermedad en la misma persona. Dicen: "Es Chibwa que está en el pecho". "Nosotros fuimos enviados por Juma del Tanga". "Sung'uni se casó con ella y no quiere que su marido la toque". "No, yo no soy satanás". Entonces le preguntamos: "¿Quién eres?". "Yo soy Mulenga, el jefe". Son muy raros los espíritus que no tienen nombre. Ellos saben que los nombres son más importantes que las palabras en la identificación de una persona y que un nombre "significa" una persona. Muchas veces, pues, toman nombres nobles: de jefes, de hombres y mujeres famosos; o también se identifican con la fuerza: con un animal fuerte como el león, por ejemplo. Además, en la jerarquía de los espíritus malignos, se encuentran los llamados "espíritus menores". Generalmente numerosos, éstos se identifican en cambio con personas de poca importancia o con animales como la hiena, las serpientes, algunos pájaros conocidos. La mentira más grande en la que se cae tratando con los espíritus malignos se descubre cuando ellos se reconocen en famosos familiares difuntos. Los exorcistas jóvenes les creen, si están en sus primeras experiencias, para después descubrir, muchas veces durante la liberación, que los espíritus malignos son unos grandes mentirosos. En un estadio más avanzado estos últimos confiesan que son ángeles malos o personas malvadas, y que han asumido un determinado nombre para que los familiares de las personas poseídas puedan tributarles todo el honor que generalmente se reserva a los venerados difuntos. En el ámbito del exorcismo, nosotros sacerdotes tenemos que confesar a Jesucristo y su poder. Vivimos en la era del Espíritu Santo y éste es el poder que Cristo nos había prometido para que pudiésemos atravesar la selva sin desistir nunca: "Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Le 24,49). 163

Jesús precisa de qué promesa se trata: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).

Nunca apartar la mirada de Jesús

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1 1 osotros deberíamos considerar la cruz como el lugar de nuestro nacimiento y no sólo como un objeto físico. Sobre la colina llamada Gólgota, en donde los vientos soplaban con fuerza desde todos los lados, hemos respirado una gran cantidad de aire, evitando así los peligros de sofocación. Allá arriba, inicialmente, saboreamos la plenitud de la vida. Así fuimos elevados al campo de batalla espiritual... vistiendo un uniforme espiritual a prueba de balas: ¡la presencia de Dios en nosotros! Pero no nos dejemos llevar por la ira contra los posesos o contra el diablo, porque el poder de Dios en nosotros, y la autoridad de Jesucristo, harán todo. Quiero decirles lo que deben hacer cuando empiecen a hablar con el maligno: tengan presente que su objetivo es rescatar la víctima de la posesión, para que vuelva a ser dueña de sí misma. En el ámbito del exorcismo se nos aconseja, por parte de quien es experto en el ministerio de la liberación, proceder a la identificación del enemigo. Al enemigo se le podrá causar una convulsión o un trance, o se podrá torturarlo de varias maneras, pero mientras no sea identificado, él podrá creer que las oraciones no se le dirigen a él. 164

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Es bueno, pues, hacer las siguientes preguntas: ¿Quiénes son ustedes? ¿Cuántos son? ¿Durante cuánto tiempo han estado con él (con ella)? ¿En dónde está su casa en él (en ella)? ¿Qué enfermedad le han causado? No se preocupen por seguir un orden preciso al hacer las preguntas. Yo he visto que es muy importante descubrir inmediatamente de qué espíritus se trata y cuántos son. Las demás preguntas se pueden añadir en cualquier orden. No siempre es fácil obtener respuestas cómo y cuándo se quisiera, y hay que tomarlas "cum grano salis", porque muchas veces no son claras. Después de cierta experiencia, se sabe lo que hay que tomar en serio y lo que hay que acantonar como mentira.

y cure a muchas personas de fobias, sueños y fantasías; que las medallas nos protegen de alucinaciones y calamidades: y todo es cierto. Pero, ¿cómo obran estas cosas? Obran según la profundidad de la confianza que pongamos en ellas. Las supersticiones, incluso, requieren fe en quien las practica. La fe es, pues, importante para todo acto que se refiera a lo sobrenatural; y lo que yo afirmo, respecto de la Iglesia Católica, se puede referir a otras doctrinas religiosas. En efecto, ninguna de ellas nunca ha tenido por fundamento la pura lógica o la ciencia, ni nunca ha prometido a sus adeptos que verían o entenderían lo que sucedería en su ámbito. Hay fórmulas y verdades que los acólitos simplemente tienen que aceptar.

No es suficiente tener autoridad para exorcizar a los posesos, ni tampoco decir una cantidad de oraciones sacadas del ritual. En un mundo de renovación espiritual, como el actual, algunos podrían creer haber sido privilegiados con el don propio del "ministerio de la liberación". Yo acepto que se lo considere un punto de partida, pero que no se crea con esto haber obtenido automáticamente el poder de liberar a alguien de los espíritus malignos. Las disposiciones individuales son muy importantes; pero quien está llamado a obrar en el "ministerio de la liberación" tendrá que pasar a través de una serie de pruebas para su purificación personal, consciente de hacerlo en el nombre de Jesús, quien tiene el derecho de poseer toda la humanidad (mientras ningún hombre tiene el derecho de poseer a un semejante suyo). Jesús fue quien venció a satanás y reconquistó el género humano para la gloria de su Padre. El dice, en efecto: "Os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre toda potencia enemiga, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos" (Le 10,19-20). Los católicos somos los más grandes portadores de superstición. Esto se debe al hecho de que creemos en lo sobrenatural y espiritual. Creemos, por ejemplo, que nos ponemos en contacto con la madre de Dios —la bienaventurada Virgen María— por medio del Rosario; que el uso del agua santa expulse los demonios 166

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Un desafío al diablo

A i l . q u í , una vez más, no debemos cansarnos de usar continuamente la autoridad de Jesús. Si se trata de espíritus mudos, lo que muchas veces significa "sin ganas de hablar", hay que usar precisamente su autoridad. "Les ordeno en el nombre de Jesús que me digan la verdad: ¿quiénes son ustedes? En el nombre de Jesús les ordeno hablar y decirme sus nombres". En ciertos momentos ellos podrían sólo mover la lengua y susurrar pocas palabras, pero hay que insistir para que el diablo hable claramente (como ya dije, usando la autoridad de Jesús, nos debemos sentir dispuestos a representarlo realmente). Las respuestas del maligno y de su secta no son agradables. Si, a este punto y por reacción, quisiéramos expulsar a los espíritus malignos como si los viéramos, entonces es prudente terminar con las preguntas y pasar al exorcismo propiamente dicho. Repito una vez más: "Usen la autoridad de Jesús y permanezcan interiormente confiados y en calma". (Una persona agitada puede pensar con rapidez, pero el valor de lo que dice es discutible, mientras las palabras de quien está acostumbrado a ponderar valen tres veces más). Cuanto más el exorcista levante el tono de la voz, tanto más le será difícil reflexionar sobre lo que está diciendo. Si sólo se trata de dar una lección a los espíritus malignos, entonces el valor de sus palabras dependerá, no tanto del tono, sino del significado. En 168

todo caso, él tiene que ganar en el tiro al blanco, arraigándose en Cristo. Algunos exorcistas usan el ritual de la Iglesia, otros las oraciones aprobadas por el papa León XIII, que el antiguo rito latino proponía parcialmente al final de la misa. En ambos casos, reconozco la importancia del exorcismo dirigido contra el maligno y su secta. No es el caso de darle vueltas al obstáculo... En estos rituales el diablo es llamado con el nombre de SATANÁS. Sin embargo, ningún exorcista dejará de decir las propias oraciones personales y espontáneas, porque son importantes. Cuando hacemos experiencia del dolor, decimos palabras de significado muy profundo... y si el exorcista, cuando llega al punto en el que ha agotado todas las oraciones del ritual, siente que debe añadir oraciones más significativas, siga diciendo lo que el Señor le inspire. Es justo y oportuno hacerlo así. Los exorcistas viven en situaciones y circunstancias muy diversas; al decir las oraciones espontáneas, que al parecer la circunstancia exige, tal vez insatisfechos de las que se encuentran en el ritual, demuestran que han entendido la importancia de una condivisión y de una implicación personales en lo que hacen. Por el contrario, el exorcista debe saber que no hay oraciones especiales para expulsar las distintas categorías de espíritus malignos. Cuando los encuentra en este "tiro al blanco", dicen lo que creen que tienen que decir, independientemente de cualquier pronunciamiento del exorcista en oración. Es importante saber orar de manera espontánea, de tal modo que se esté preparados para cualquier eventualidad. Los cien y más espíritus malignos pueden ser expulsados por el exorcista al final de las oraciones que se encuentran en el ritual, pero para exorcizar una persona poseída por el mismo satanás —Lucifer— el gran dragón (cf Ap 12,9), se requiere mucho más que decir simplemente las oraciones establecidas. Aunque irritándose, satanás puede soportar el nombre de Jesús, y también lo puede repetir varias veces. Él puede sostener una conversación totalmente normal con el exorcista, permaneciendo en la lógica y en la calma, y manifestar su poder torturando físicamente a la víctima que está delante del exorcista. 169

Los que no conocen las tácticas que usa satanás, quedan desorientados por las manifestaciones de su personalidad; y, mientras él se comporta así, el exorcista debería concentrarse en algunas palabras apropiadas para decirle. En circunstancias semejantes he hecho muchas veces referencia a las Escrituras y siempre he encontrado la palabra justa para contestarle.

Un día, mientras nos encontrábamos en la capilla, logramos hablar a los espíritus y, con la autoridad del Señor, les ordenamos contestar las siguientes preguntas: "¿Cuántos son?". "¿Qué nombres tienen?". "¿Por qué no obedecen a las órdenes del Señor?". Contestaron que habían quedado solamente tres: satanás, la abuela y un espíritu anónimo. Satanás nos dijo que la muchacha le había sido entregada en empeño por la madre, la cual —un tiempo afectada por misteriosos malestares— en su infelicidad había jurado darle la hija, si la curaba. Satanás, pues, afirmaba que no nos la podía ceder, puesto que estaba con ellos sólo desde hacía dos años. Añadió que no se comportaba como hubiera debido, porque no seguía sus consejos y porque todavía estaba pensando en hacerse monja; por todo esto ellos seguirían torturándola. Esta revelación se nos hizo también después y no nos quedó otro remedio que mandar llamar a la madre. A este punto, los espíritus declararon: "Haremos todo lo posible para no dejarla venir". En efecto, puesto que estaba bajo su control, la mujer no vino y nosotros usamos la autoridad del Señor para romper esos lazos. (La muchacha ahora está bien, pero yo siento que la madre debe venir a romper el juramento hecho a satanás, para que ambas hijas puedan quedar totalmente curadas).

Se necesitaron más de dos años para liberar de 25 demonios a una jovencita de quince años —una fila demasiado larga para poder hablar aquí de ella—. En el hospital la pusieron con los enfermos graves, porque se creía que sufriese ataques cardíacos. Un día se desmayó y alguien, creyendo que estaba en coma, nos la trajo en vez de llevarla al Hospital Central. En quince horas no logramos comunicarnos con ella: su cuerpo estaba rígido, los ojos cerrados, no recibía alimento. Por medio de ella nos poníamos en contacto con otro mundo... y sólo sabíamos una cosa: si el Señor nos la había mandado a nosotros, y no al Hospital Central, él mismo nos indicaría el modo de liberarla de los espíritus malignos. En ciertos momentos temíamos que muriese improvisamente, porque no lográbamos darnos cuenta de sus condiciones. Llamamos a los familiares y, junto con ellos, nos reunimos en la habitación. A un cierto punto la madre se puso a hablar con los espíritus: la voz, que le contestaba por medio de la muchacha, no podía ser más nítida, mientras notábamos que solamente movía la boca... ¡Una experiencia aterradora! Éramos literalmente testigos de la presencia de un ser extraño al organismo humano. Mientras hablaba, el espíritu había reducido el cuerpo de la muchacha a un bloque de hielo, hasta el punto de que sobre su rostro no se notaban ninguna reacción, ni la mínima huella de flujo sanguíneo. ¡Su cuerpo estaba completamente bajo el control del maligno! En las siguientes ocasiones le expusimos el Santísimo Sacramento, para que el poder de Cristo fuera el que la liberara. Entonces nos dimos cuenta de que nuestros instrumentos ya no podían más, y que estábamos obligados a volver a él, al único que nos había autorizado para liberarla.

Una mujer estaba al borde de la locura. Decía cosas incoherentes e inconvenientes de su vida, por lo demás decente. Cristiana practicante, un domingo no había podido entrar en la iglesia y su párroco me había hablado de ella. La mujer llegó en compañía de su esposo y de una hermana. Causa del malestar era efectivamente el diablo. Se podía deducirlo del hecho de no poder pasar la puerta de la iglesia. Ésta es la conversación que tuve con el diablo: "¿Quién eres tú?". Respuesta: "Yo soy el segundo en poder después de Dios". Aquí me di cuenta de tener que ver con un león. Después de un intercambio de pocas palabras, declaró: "Nosotros destruiremos hoy la casa de esta mujer, cuando regrese". Y yo, para evitar a la mujer malas sorpresas, la hice quedarse en mi casa con su hermana. A la mañana siguiente las acompañé a su casa. Satanás no la había destruido.

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Orgullo y engaño son preeminentes en satanás. Arbitrariamente les prohibe a las personas alimentarse con pescado, cerdo y otros alimentos. En cambio, desde el momento de frecuentar las funciones de curación, las personas descuidan todo esto y pueden comer lo que quieran. Satanás se aplasta la cola cuando ve a Cristo. ¡Lo humilla la gloria que se debería tributar a Cristo! Muchas veces me dice: "¡No invoques continuamente ese nombre! ¡A nosotros no nos gusta!". A lo cual yo respondo: "¡Tú y tus amigos han hecho de todo para profanarlo! Ustedes hicieron matar a Jesús de un modo increíblemente vergonzoso. Creyeron que le había llegado el final y.que nunca más se sentiría hablar de él... ¡Pero cuál no fue su contrariedad cuando Cristo resucitó de entre los muertos con un poder muy superior al de antes! ¡Por tanto, Cristo los derrotó y hoy él es el rey y el maestro de toda la humanidad!". Satanás está de acuerdo en todo, pero no deja por un instante de engañar a los seres humanos. Una señora de Ndola, cuyo nombre todavía desconozco, vino a mí el 8 de febrero de 1975. Me dijo que era profesora y que su primer esposo la había abandonado porque no habían tenido hijos. "Temo que mi actual marido me abandone por la misma razón... ¡Ayúdeme a tener un hijo!", concluyó. No sabiendo cómo los espíritus hacen para impedir una maternidad, ofrecí sus intenciones al Señor en una ferviente oración; pero, a mitad de la súplica, los espíritus comenzaron a rugir. La mujer empezó a arrastrarse por el suelo como un animal y gritando se acercaba a mí. Yo no tenía miedo, porque sabía que estaba protegido por el poder del Señor y rezaba, mientras ella seguía arrastrándose a mi alrededor. Cuando le ordené a satanás dejarla, la mujer cayó sobre el pavimento como muerta. La dejé dormir un poco de tiempo y seguí orando, luego la desperté y ella volvió a Ndola. El 8 de abril volvió nuevamente. Me habló con una familiaridad que me dejó maravillado, entre otras cosas me dijo que desde el mes de marzo su ciclo menstrual había sufrido una interrupción. Me alegré inmediatamente, porque eso quería decir que esperaba un niño. La mujer regresó a los tres meses, precisamente el 6 de julio de 1975. Ya no rnuy joven, sufría de disturbios debido a la mala 172

circulación y yo una vez más le pedí al Señor para que su organismo pudiera funcionar normalmente. El Señor escuchó mis oraciones: el niño nació el 23 de noviembre del mismo año. Algunos meses después me lo llevaron para el bautismo, y durante el rito permaneció tan tranquilo que no se oyó ni un pequeño grito de su boca. ¡Alabado sea el Señor! Nosotros deseamos ardientemente vivir para ver una sociedad restaurada. La veremos y no porque lo queramos nosotros. Nuestras vidas están en las manos de algún otro, pero desde lo profundo del corazón hemos resuelto combatir al diablo en cualquier forma como se presente. Sabemos cómo reconocerlo. Lo envolveremos con la misma facilidad con que se envuelve un tubo de caucho y con un golpe lo volveremos pedazos. En varias ocasiones nos ha cogido en la trampa, pero nunca ha podido cogernos de sorpresa: lo hemos escupido en la cara, cuando menos se lo esperaba. Muchos de los medios que ha usado contra nosotros les han fracasado, porque conocemos sus caminos. Su tuviésemos que morir, lo seguiríamos combatiendo desde lo alto. Volveremos con Uriel, Gabriel, Miguel, Rafael y con todos los santos del cielo. ¡El diablo tiene que ceder! Le volveremos a poner en la cabeza los cuernos y le pondremos la cola entre las piernas, por la vergüenza. ¡Entonces sabrá que nuestro Señor Jesucristo reina!

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Capítulo Sexto

ÉL CURA TUS ENFERMEDADES "Bendice, alma mía, al Señor, desde el fondo de mi ser, su santo nombre... El perdona todas tus culpas, cura todas tus enfermedades;... y tú renuevas como águila tu juventud" Salmo 103

La Eucaristía 1*

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rente, sobre todo si se le pide mirar hacia nuestros corazones atormentados. Jesús está presente de manera especialísima en la eucaristía, en donde renueva cada vez su amor por nosotros. Jesús lleva consigo abundantes dones. Nos corresponde a nosotros hacer nuestras opciones y susurrarle nuestros deseos. Dios debe ser el objeto principal de nuestro amor. Todos los otros amores deben ponerse en relación con el amor primario por Dios. Hemos visto que la ausencia del pecado es el fundamento de la bondad, y no porque en nosotros se determine un vacío, sino porque el pecado es sustituido por el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Además, hemos constatado que no nos es permitido amar tibiamente, puesto que nuestro alejamiento del pecado debe ser total, como también es incondicionado el empeño por cultivar el amor por Dios y por nuestros hermanos. Así es como se llega a ser santos.

V-/aracterística de una función de curación —y lo que lleva a muchas personas a participar—es la presencia de Dios. Aquí los enfermos hacen la experiencia de Dios en todo su ser —en el cuerpo y en el alma—. Como primera cosa, le pedimos que los sumerja en el clima en donde lo puedan encontrar. Dios se complace tanto por las oraciones de alabanza, agradecimiento y adoración que le elevamos, que acepta la invitación. "¡Ven, Señor, y haz que nuestros hermanos y hermanas sientan tu presencia de una manera muy particular!". Después invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El signo evidente de que los enfermos experimentan una presencia que se comunica, es un profundo silencio unido a la calma y a la dulzura que se notan en sus rostros... ¡Es la experiencia de la bondad de Dios en medio de nosotros, de la fraternidad humana que se hace realidad! El egoísmo queda alejado y cada uno colabora perfectamente —y con cualquier medio— cuando se necesita ayudar a una persona muy enferma. Hay una intimidad de amor entre todos y cada uno... ¡He aquí la demostración de que Dios es unidad, Dios es amor, Dios es Padre para cada uno de nosotros! ¿Cómo puede dudarse del poder de curación y de la Eucaris tía, sabiendo que Jesús es la misma eucaristía, la razón de su celebración y de nuestra alegría? Tan deseoso de hacerle bien a la humanidad salvada por él, Jesús no puede pasarle al lado indife-

Ser semejantes a Cristo quiere decir sentir como Jesús, pensar como Jesús, comportarse como Jesús y, finalmente, tener la ambición constante de llegar a ser "reproducciones" de Cristo. Jesús vivía el mensaje que impartía a su gente, mucho más de lo que lo predicase. Incluso durante su evangelización, él se retiraba a lugares desiertos, tan pronto podía alejarse de las multitudes. Jesús se preocupaba por mantenerse en contacto con su Padre del cielo, aunque como mesías estuviera lleno del Espíritu del Señor. Hablando del amor viene a la mente pensar en la parte más dulce de la vida —en el placer, en ciertas satisfacciones, en la "delicia de no hacer nada" simplemente—... Pero el amor se construye sobre sólidos principios, por lo cual es equivocado quererlo definir solamente según sus efectos. Estamos perplejos, porque pensamos normalmente. Ha llegado el momento de darnos cuenta de que el reino de Dios se conquista cori la violencia y que solamente los violentos lo alcanzarán. No pensemos en términos de estandartes por exhibir o de slogans de guerra. En su Corán, los musulmanes citan el "Jihad" —o "guerra santa"—, pero no existe una "guerra santa", porque cualquiera que acabe con la vida de otro hombre por motivos religiosos, ciertamente no está guiado por Dios.

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Dios no creó el mundo para que se lo destruya: "No os busquéis la muerte con los extravíos de vuestra vida, no os atraigáis la ruina con las obras de vuestras manos; que no fue Dios quien hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sb 1,12-13). La violencia, de la que hablo, es ¡a que debe partir de nuestro interior contra todo lo que nos aleje de la meta de nuestra existencia, es decir, de Dios. Una lucha contra nosotros mismos y contra todo lo que nos aparte de Dios. En conclusión: querer definir el amor por sus efectos es normalmente consecuencia de una visión unilateral del amor, que es esperar ser amados. Conozco a Cristo y el poder de su resurrección y quiero compartir sus sufrimientos creando en mí el modelo de su muerte. Ño miro solamente al resucitado triunfante, sino que quisiera seguir a Jesús en los momentos de depresión y desconsuelo. Sé que es difícil para un ser humano comportarse sabiamente en semejantes casos; sin embargo, en virtud de mi inserción en Cristo, abrigo la esperanza de que él me sostendrá en toda la vida, en las alegrías como en los dolores. Por medio del sufrimiento es como podré dar prueba de un justo equilibrio en la valoración de lo que se me concede y de lo que no se me da. Por medio del sufrimiento es como podré verificar mi desapego de las cosas, que de lo contrario me alejarían del amor de Dios. La caridad es fruto de conquista, aunque esté colocada en altísimos niveles. Estamos con las espaldas a la pared en el reino de la caridad: muchas veces la rechazamos o, más a menudo, nos encontramos vacíos delante de Dios. Debido a nuestra conciencia de este vacío espiritual —y también porque hacemos cosas que empiezan y terminan en nosotros—, en su Carta a los Corintios san Pablo nos ofrece la ocasión para examinar los motivos a la base de nuestras actividades para poder comprender en qué medida somos hijos de Dios. En efecto, todos deberíamos realizar por amor a Dios y por su gloria, compartiendo con nuestros hermanos, hechos a su imagen, el amor que nos viene de él. Jesús dice: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el

segundo es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas" (Mt 22,37-40). San Máximo confesor tiene su modo particular de definir la caridad: "La caridad es una buena disposición del alma, según la cual no se antepone ninguna criatura al conocimiento de Dios". Y explica: "Es imposible obtener la posesión duradera de la caridad, si se tiene cualquier apego a las cosas terrenas" (del "Breviario Romano"). El mundo se está alejando de Dios, porque le vuelve las espaldas a su amor. Dice el salmista: "Nuestra alma está hundida en el polvo, pegado a la tierra nuestro vientre. Álzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor" (Sal 44,26-27). También san Pablo, refiriéndose a sus cristianos, escribe que su Dios es su vientre (cf Flp 3,19). Por tanto, si nuestros estómagos están hundidos en la tierra, si hemos resuelto mirar hacia abajo, no podremos al mismo tiempo dirigir la mirada hacia Dios, nuestra suprema recompensa y nuestra última meta. Es como si un águila, que por su naturaleza puede volar muy lejos de la tierra, se tragara un pollo entero... sus alas, entonces, no podrían mantenerse en el aire. Demasiado pesada, se vería obligada a saltar de árbol en árbol. Existe otra posible aberración sobre el uso de la fe. Los que la consideran un don carismático —como lo es en efecto— ven su utilidad en el hecho de que muchas personas pueden ser ayudadas por medio de ella. Sin duda esto es cierto. Sin embargo, por definición, "fe" no es sólo el hacer milagros o el curar enfermos, "fe" es también "estar" en los que son curados. Se puede poseer la fe —y además el don de los milagros—, pero si Dios, dador de los dones, tiene que habérselas con alguien que rechaza el milagro, él no puede hacerlo. Entonces, ¿qué sucede cuando se considera la fe en una visión tan restringida? Nos sentimos humillados, mientras la realidad es distinta. En efecto, Dios, rechazando el milagro en circunstancias semejantes, salva tanto al ambicioso operador, cuanto a la persona que pone su confianza en un "mago" (la definición es apropiada, porque éste quisiera hacer milagros para su gloria personal, descuidando la fe que salvaría su alma, como lo hizo precisamente Simón el Mago: Hch 8,9ss).

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La misión apostólica

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Si no fuera así, la Iglesia no podría usar la palabra "ministerio" y hacer de ella su materia (en efecto, la curación de este tipo existía aun antes de nacer la Iglesia y ella no ha hecho sino adecuarse creando, entre otras cosas, servicios médicos, hospitales —en las misiones—, por ejemplo). En cambio, lo que queremos considerar aquí, como "curación", es un concepto amplio que comprende un conjunto de realidades, cuya realización —o cuyos efectos— van más allá de las expectativas del curador (excepción hecha para Jesús, rey de los curadores). La curación es sustancialmente un hecho sobrenatural, una continuación de la obra de liberación, de salvación y protección hecha por Jesús. Entonces, ¿qué es la "curación"? En nuestro contexto "curar" significa quitar de la vida de una persona, como un parásito indeseado, un desorden que obstaculiza la realización de su plenitud humana. Como quiera que se considere la "curación", el resultado esperado es la liberación de la persona de cualquier cosa que obraba en ella como una piedra de tropiezo en su camino hacia la plenitud (y esto hay que entenderlo en sentido físico y espiritual).

J—i\ poder de curación del evangelio consiste en liberar a una persona de esclavitudes de cualquier naturaleza: físicas, mentales, espirituales. Inclusive en los casos declarados incurables por los médicos, muchas personas pueden ser fácilmente curadas cuando, por medio del poder espiritual, se mira al punto justo. Dios, que creó al hombre, sabe que a veces la ciencia médica no da en el blanco. Al recurrir a él, reconocemos que Dios es el autor del cuerpo humano y que nuestra vida está en sus manos: por tanto, le pedimos que elimine el desorden que hay en ella debido a la enfermedad. Le pedimos a Dios, que es orden y belleza, que restaure el orden y la belleza en la persona enferma. Conociendo hasta la más pequeña parte de nuestro organismo, Jesús dirige las oraciones al punto en donde está localizada la enfermedad y le ordena que se vaya. Cuando hablamos de un mal incurable, que ha sido curado, queremos decir que, sea en el cuerpo, sea en el alma de la persona enferma, Dios ha restaurado la armonía. Queriendo definir la "curación", no deberíamos circunscribirla a la curación de un disturbio físico y solamente a esto. La "curación" abarca aspectos del sufrimiento que se refieren también a la vida espiritual y moral del enfermo y de la persona que ora por él.

Hay enfermos incapaces de indicar con exactitud la naturaleza de su enfermedad. No es fácil, por ejemplo, explicar el origen de un tumor en la cabeza, en el estómago o en la superficie del cuerpo. Generalmente se descubre este mal cuando ya está en un estado avanzado; por tanto, el comienzo, las causas de la enfermedad nos son desconocidos. Normalmente se dirá: "Tengo una inflamación aquí, desde hace algunos meses, que me duele terriblemente". Lo que nosotros nacemos entonces, mientras denominamos las enfermedades, es pedir al Espíritu Santo —al Espíritu de discernimiento— que nos las indique. Después de hecha la oración, muchas personas sienten todavía los dolores característicos de su enfermedad en los distintos puntos en donde está radicada. Hemos llegado a la fase penosa de la curación... los epilépticos sufren convulsiones; los tumores se vuelven sumamente dolorosos y atormentan a los enfermos, muchos de los cuales gritan por el agudo sufrimiento. Los que tienen llagas incurables, sienten que

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les queman. Los posesos gritan, se agitan, hablan lenguas extrañas contorsionándose y arrastrándose por el suelo. Las personas sujetas a fobias, a ansiedades y temores simplemente lloran: las lágrimas bajan sin control por sus mejillas. ¡Un espectáculo lastimoso... pero también un signo de esperanza! El Espíritu Santo, que ha hecho evidentes las enfermedades iluminándonoslas, nos pide orar por los enfermos, víctimas de varias ciases de tormentos. Nosotros le damos gracias al Señor por haber enviado sobre nosotros el Espíritu de discernimiento y pasamos a la fase siguiente de la función de curación. ¡Éste es el momento de la venida de Nuestro Señor Jesucristo! Cuando decimos: "Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo ", he aquí que reconocemos los poderes y la autoridad de Jesucristo sobre satanás, el pecado y la muerte. ¡Es un momento importante! Es el momento de la curación... y nosotros presentamos a Jesucristo como quien se está moviendo entre los enfermos para curarlos de cualquier enfermedad. Cuando Jesús está en medio de ellos, los espíritus malignos reaccionan, una vez más, salvajemente, obligando por ejemplo a los pacientes a arrastrarse por el suelo, a gritar y a llorar a veces desesperadamente. Pero, poco a poco, éstos readquieren el control sobre sí mismos —algunos retoman conciencia antes de terminada la oración —. De vez en cuando oramos individualmente por las enfermedades, tal como nos lo piden los mismos enfermos; para algunas muy difíciles de señalar, solamente decimos: "Señor, Jesús, tú sabes cómo están hechos nuestros hermanos y nuestras hermanas en sus más íntimas partes de su ser. Tú conoces las condiciones en que se encuentran debido a la enfermedad. Te pedimos, haz que todo vuelva a funcionar perfectamente y que cada uno pueda retomar su puesto en la sociedad y gozar de la salud que necesita, como una obra que sale de tus manos perfectas. ¡Cúralos de todas sus enfermedades, que tú conoces y ves!". Siguen la aspersión con agua bendita y la imposición de las manos. La invocación al Espíritu Santo completa la obra de curación que llevará a nuestros hermanos y a nuestras hermanas a una vida nueva, tanto espiritual comofísica.Al Espíritu Santo le pedimos que aumente nuestra fe, la esperanza y la caridad; después, levantando la cruz, pedimos a Nuestro Señor —el 182

crucificado— que selle su obra con la preciosa sangre que él derramó por nosotros: "¡Haz que todos sean signados con tu preciosa sangre. Te lo pedimos!". Terminamos con una invocación a la Santísima Trinidad, a los ángeles y a los santos. Finalmente, pedimos al Señor que proteja a los enfermos y que haga descender sobre ellos sus especiales bendiciones. "El intercesor en la fe" trasiega su alma orando por el enfermo, sin estar seguro de que se haya logrado el objetivo. En todo caso, las respuesta es Jesús. Jesús es la "palabra" por medio de la cual fueron creados tanto el médico como el sacerdote y el enfermo. El médico, que entrega el enfermo incurable a Jesús, encontrará en él inmediatamente un compañero y un amigo. "El intercesor en la fe", que tema que sus oraciones puedan ir hacia abajo, y no hacia arriba, debería recordar que Jesús es el intercesor ante el Padre por todo el género humano, y repita con san Pablo: "Pero él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en laflaqueza.Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por esto me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2Co 12,9-10). ¡Nosotros curamos con el poder de Cristo! A veces Jesús nos considera como aprendices, enseñándonos a no apropiarnos del "don" de curación como si fuera fruto de nuestra mente. ¡No depende precisamente de nosotros determinar la curación! Debemos ser conscientes de que el "don" nos es concedido por un favor especial y para que se preste un servicio a nuestros hermanos necesitados. "Curar", en este contexto, significa curar al hombre en su totalidad. A veces se oía a Jesús que, después de haber sanado de un mal físico, decía: "Hombre, tus pecados te son perdonados" (Le 5,20). A veces la piedra de tropiezo para la curación física puede ser el apego a algún vicio. El no conceder perdón, por ejemplo —o el rechazar aceptarlo— ha impedido muchas curacionesfísicas,por lo cual, durante las funciones de curación, se ha vuelto ya práctica corriente preparar a los enfermos a la reconciliación con Dios y con los hermanos. 183

Sabemos que la curación interior es el punto de partida para la curación del hombre en su totalidad, y que el pecado es un impedimento para su realización. Las consecuencias del pecado van más allá de las heridas espirituales y tocan la vida física de un ser humano. Leemos: "Sin sentido por los caminos del pecado, miserables a causa de sus culpas, toda comida su alma aborrecía, tocaban ya a las puertas de la muerte. Y hacia el Señor gritaron en su apuro, y él los salvó de sus angustias; envió su palabra para sanarlos y arrancar sus vidas de la fosa" (Sal 107,17-20). ¡Cuántas personas privilegiadas perdieron sus dones después de algún tiempo! ¡Cuántas otras después ni siquiera creyeron en lo que habían heVno! El espíritu de interferencia era el que los había privado del don divino inicial. Sin la oración, la persona dotada se reseca espiritualmente: aumenta la confianza en sí misma, en la eficacia de sus métodos, y no en Jesús. Pierde el temor de Dios, obra por costumbre y, al final, se vuelve como un exhibicionista, casi un mago o un "especialista espiritual", una persona que, habiendo confiado en sus propios esfuerzos, termina encerrándose en sí misma. Cuando los enfermos vienen a pedirnos oraciones de curación, no deberían tener dudas, prejuicios expresos, por ejemplo, así: "Estoy enfermo desde hace mucho tiempo. Hoy estoy aquí sólo para ver si, por casualidad, puedo ser curado". Esto significa disminuir a Jesús. Algunos, llenos de orgullo, llegan únicamente para una verificación personal; otros piden una curación para poder de nuevo cometer esos pecados que precisamente les impidió la enfermedad. Esas personas abusan gravemente del don de curación ofrecido por Jesús y son, por decir lo menos, ingratas.

en la tierra como en el cielo— en cualquier parte en donde haya vida. Cuando estamos enfermos, somos llevados a creer que Dios nos ha descuidado, cuando en realidad él sigue teniendo cuidado de nosotros dándonos amigos llenos de amor y de atenciones, que comparten con nosotros nuestros sufrimientos; dándonos el alimento, el agua y muchas otras cosas. ¡De miles de maneras nos hace sentir su presencia! Por todo esto, durante la función de curación, conviene olvidar la enfermedad que padecemos y alabar a Dios por todas las bendiciones que él derrama sobre nuestra vida con tanta generosidad: "Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el saco y me has ceñido de alegría; mi corazón por eso te salmodiará sin tregua; Señor, Dios mío, te alabaré por siempre" (Sal 30,1213). En algunos casos no se realizó la curación sólo porque alguien estaba convencido de que Dios lo había tratado injustamente. En otros casos el peticionario odiaba a Jesús —fuente de todo bien—, por lo que su oración estaba concebida así: "Tú me creaste y creaste la desgracia para perseguirme". Esas personas, ante todo, deberían pedir perdón a Dios, para que, perdonadas, a su vez puedan perdonar a Dios. No se puede pedir un favor a alguien, si no se está en buenas relaciones con él.

Por ésta y muchas otras razones, es deber nuestro comenzar la función de curación con una oración de alabanza, confesando públicamente que Dios es el Padre por definición, que él es la fuente de la vida —no sólo de la humana, sino de todo ser viviente

Mientras aprecio la presencia de la comunidad en el ministerio de la curación —y sobre todo en el de la liberación— a veces me es difícil aceptarla debido a las malas disposiciones de algunos de sus miembros. Según el dicho "Las buenas intenciones enlosan el camino del infierno", muchas personas, entre las que se ponen a disposición para colaborar en estos ministerios, se presentan espiritualmente confusas y deberían limitarse a asistir. Su escasa participación y su mediocre contribución están determinados por una debilidad interior: no están radicadas por fe en Jesucristo y a veces ni siquiera están en comunión con Dios. Si quieren ayudar a alguien en el nombre del Señor y creen que sus oraciones pueden ser escuchadas, las oraciones deberán ser genuinas y reverentes. Hago resaltar la palabra "reverentes" pues, en semejantes momentos, estamos en coloquio con Dios, esperando de él una sonrisa y un "sí" generoso a nuestras peticiones.

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Cualquiera que sea nuestro estado de salud o la enfermedad que suframos —que fácilmente podría degenerar en enfermedad mortal— al llegar a una función de curación, ante todo debemos dar gracias a Dios por estar todavía vivos.

El enfermo, deseoso de curarse, debería tratar de comprender que quien cura es Jesús, Jesús sabe cómo somos hechos, pues él tiene un cuerpo semejante al nuestro, y conoce nuestras enfermedades porque curó a muchísimas personas cuando estaba sobre la tierra. Debemos ser conscientes de que nuestras súplicas no van dirigidas a alguien que no sabe nada de lo que precisamente le estamos pidiendo.

Lo que sigue demuestra que quien cura es Jesucristo. Desde cuando recibí el don de las curaciones, nunca he pensado en raíces u otras cosas. Sin embargo, siempre he creído que cualquier cosa que hubiese usado —en vez de una medicinahabría obtenido el mismo efecto, si bendecida con el fin de manifestar e¡ poder del Señor; y que, suministrada a los enfermos, habría curado en cada uno de ellos el mal particular que padecían. De igual modo, una medicina específica para el dolor de cabeza se le puede dar a quien sufre dolor de estómago, y éste sanará igualmente. Esto significa que, con el poder de nuestro Señor, cualquier cosa —precisamente cualquier cosa— puede servir como medicina cuando va acompañada de la oración. En efecto, todo está en sus manos; siendo Dios, él puede transformar en medicina cualquier cosa, como y cuando le plazca a él. ¡Alabanza a ti, Cristo Jesús! Nosotros verdaderamente pertenecemos a Cristo y Cristo puede curar cualquier enfermedad, con tal que nosotros nos dirijamos a él lo más humanamente posible, reconociéndolo nuestro maestro —el que dio su vida por nosotros—. Aceptemos el hecho de que Cristo está con nosotros, que él escucha cualquier cosa que le digamos (y seamos fieles en el seguimiento de su mensaje, de tal modo que no le demos ocasión a satanás para culparnos). Nosotros le pertenecemos realmente a Cristo. Cuando guiemos a nuestros hermanos en la oración, recordemos que es Cristo quien sana y no nosotros. Lo único que podemos hacer es colaborar con él. No lo afirmamos por humildad, sino porque aceptamos los hechos en su realidad. ¡No hay enfermedad que Jesús no pueda curar! Lo hemos visto dar la completa curación a personas que sufrían desde hacía cinco, once, quince años y más. ¡He aquí por qué sería ilógico tener miedo de pedirle curar a todos los que sufren! Los enfermos no deben ser engañados por satanás y compañeros, cuya verdadera finalidad es la de apartar a los seres humanos de la oración a Dios e incitarlos a acumular dinero. La oración es indispensable a todos los que trabajan en el "ministerio de la curación". Se trata de un proceso que llega a su culminación en el momento en el que se dicen oraciones particulares por los enfermos. Entrar en una pieza y orar por quien sufre, sin invocar la

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Yo no creo que nuestras invocaciones puedan ser definidas reverentes, si realmente no somos abiertos con el Señor y le pedimos como si estuviéramos desafiándolo. Así se dirigía el diablo a Jesús: "Si tú eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan". "Si tú eres el Hijo de Dios, échate abajo" (Mt 4,3-6). Pero, ¿por qué razón? ¿Qué habría ganado Jesús demostrando a satanás que verdaderamente era Hijo de Dios? Del mismo modo, Jesús no tiene necesidad de demostrarnos que él es el Hijo de Dios. Al presentar a Dios nuestras oraciones, deberíamos darnos cuenta de que estamos ante su majestad, el creador y Padre de la humanidad. "Al Señor tu Dios pertenecen los cielos de los cielos, la tierra y cuanto ella contiene" (Dt 10,14). Por consiguiente, nos corresponde la obligación de prepararnos como hacían los israelitas cuando iban al Monte Sinaí delante de Dios, el creador y Padre. Dios es Dios y no hay definición mejor. "¿Qué le daré al Señor por todo lo que me ha dado? Levantaré el cáliz de la salvación" (Sal 116,12-13). Cuando estamos empeñados en el ministerio de la curación, a menudo nos encontramos con casos imposibles, humanamente hablando. Si son imposibles, tenemos que darnos cuenta de que ni nosotros ni nuestros amigos, como seres humanos, nada podemos hacer. El confesarlo no es humildad —por la cual esperaríamos ser llamados virtuosos—, sino simplemente honradez para con nosotros mismos. He aquí por qué no entramos detalladamente en el diagnóstico de la enfermedad. Nos basta conocer su nombre, la naturaleza y saber desde cuándo sufre nuestro amigo. No colocamos delante del paciente el cuadro de sus progresos y no hacemos previsiones exactas sobre el momento en que será curado completamente: a nosotros nos es suficiente darnos cuenta de sus sufrimientos para implorar junto con él (con ella) al "doctor de los doctores" —Jesús—, el curador.

presencia de Dios, es escasa demostración de fe. Sería como abrir una llave y beber agua con las manos sucias: no se respetaría el agua, ni el estómago de quien la recibe. No es que los ministros sean siempre impuros... es que nos encontramos en campo ajeno y conviene caminar junto con Cristo. ¡Estamos usando el poder y la autoridad de Cristo! Por esto yo desearía ver al sacerdote, que administra la curación, prepararse todo el tiempo necesario para una verdadera y auténtica oferta de oraciones por los enfermos.

Y éstos serán los signos

V»/ na tarde —estábamos en el 1974— visité a un ex-compañero de seminario, el cual, abandonados los estudios eclesiásticos, se había casado y era padre de nueve hijos. Durante la conversación marido y mujer me hablaron de Grace —su niña de nueve años, que cursaba el quinto elemental— como de alguien ya en punto de muerte. Grace Chirwa, sufría de leucemia y había sido devuelta del grande hospital experimental anexo a la universidad, porque la ciencia médica se había declarado impotente ante la enfermedad. Entonces los padres se habían dirigido a médicos privados, pero también ellos habían concluido que se trataba de un caso sin esperanza. Grace, en su piecita, había llegado al punto de no poder pasar nada, y vomitaba continuamente. Cuando entré en su habitación, la encontré en un estado lamentable —los labios y las manos diáfanos— y yo, que nunca había orado por un caso semejante y me presentaba ante Dios con toda mi ignorancia y falta de experiencia, le tomé la mano pidiéndole al Señor que le mandara la sangre. Orando, seguía apretándole la palma para reconocer su flujo en las venas. Poco a poco la sangre se hizo visible; entonces oré para que sus células enfermas se revitalizaran. Al final de la oración, le hice llevar a Grace una taza de té: quería ver cómo iba a reaccionar. Grace bebió el té sin vomitarlo, por lo cual me despedí de mis amigos con la tenuísima esperanza de que su niña se curaría. Yo también era de los que van contra 188

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viento, carentes de hasta la mínima indicación de lo que hubiera podido suceder durante la noche. Me decía para mis adentros: "Si es por tu voluntad, nos ponemos a tu servicio". Parecía casi un forzar a Dios a cambiar de idea, pero también me veía espontáneo preguntarme: "¿Quién soy yo para interferir en los planes de Dios? ¡ Yo no soy Dios! Fue él quien creó a Grace... ¡Por tanto, yo haré lo que pueda y Dios hará el resto!". Me quedé, por así decir, a mitad de camino en espera de cualquier cambio, dispuesto a aceptarlo. Regresé donde Grace la noche siguiente. Con grande sorpresa mía me dijeron que no había vomitado y que hasta había podido comer algo: no mucho, claro está, porque su intestino se había atrofiado tanto que no podía absorber el alimento (se necesitaba tiempo para que pudiera funcionar como antes...). Ahora había que cuidarla como a una niña chiquita, hasta que lograra comer normalmente. Les pedí a los padres que le dieran té con miel durante toda esa semana y ellos siguieron escrupulosamente mis instrucciones. La sangre siguió funcionando bien en Grace: se podía notarlo claramente en sus labios y en las palmas de las manos. En poco tiempo readquirió las fuerzas y pudo volver a estudiar, curada. En 1978 Grace terminó sus estudios de bachillerato. Grace Chirwa quedó curada de su leucemia. ¡Gracias sean dadas a Dios! ¡A él nuestra alabanza!

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Teníamos que administrar la unción de los enfermos

«loan es sobrina del arzobispo Tshibangu de Kinshasa, rector de la universidad homónima. En Belba, su eminencia el arzobispo Kabanga me había pedido que lo acompañara al hospital a administrar a Joan la unción de los enfermos; y, aunque se tratase de un caso sin esperanza y los médicos esperasen que la muchacha expirase de un momento a otro, yo sentía dentro de mí una grande esperanza al entrar en el hospital. Los médicos nos admitieron sin dificultad. Lo único que podían todavía aprobar, respecto de Joan, era acompañarla en la muerte, tarea confiada a la Iglesia. Encontramos a Joan en estado de coma y con los tubos del oxígeno: hubiera podido exhalar el último respiro de un momento a otro, mientras una parte de su cuerpo ya se estaba enfriando. El arzobispo Kabanga le administró el sacramento de los enfermos, bajo condición de que en ella hubiera todavía un mínimo de respiración. El cuerpo de Joan parcialmente estaba caliente por lo menos; por tanto, según las normas para la administración de la unción de los enfermos, el sacramento era válido. Luego nos reunimos alrededor de su cabecera y yo empecé a orar así: "¡Oh Dios, tú que creaste a Joan y conoces realmente su enfermedad, te pedimos que la conserves en vida. Con confianza y esperanza en el nombre de Jesús, te pedimos que cures a Joan!". Siguieron otras oraciones, breves como ésta. Yo sentía en mí una fuerza que me impulsaba a colocar las manos sobre Joan, y las 191

manos se levantaban y se abajaban como para recuperar los movimientos de su cuerpo. A un cierto punto, siempre orando, le tomé la mano derecha como queriendo saludarla (nosotros diríamos para "estrecharle la mano"). Mientras tenía sus manos en las mías, comenzaron a reaparecer poco a poco los movimientos vitales en Joan: poco después empezó a mover la cabeza a ambos lados. Muy animados, todos seguimos orando, luego le impusimos las manos. Al final de las oraciones estábamos seguros de que Joan había salido del coma, aunque todavía era incapaz de hablar. Para ella bendije el agua santa —el agua de la curación—para que todo lo que era inmóvil en su organismo pudiera nuevamente revitalizarse. Se la dimos: la bebió con gran sorpresa nuestra (la que quedó se la darían sus padres al día siguiente) y sus condiciones mejoraron más allá de cualquier cálculo y expectativa humanos. Al día siguiente regresé a Lusaka (como de costumbre tenía prisa de regresar a casa) y no pude volver a ver a Joan. Poco después, habiéndola examinado, el médico descubrió que todas las partes de su organismo funcionaban normalmente. Ahora la muchacha ya podía hablar. Los familiares narraron a los médicos que el día anterior nosotros habíamos orado por ella y que todo eso era resultado de la oración. Los médicos estaban despavoridos: no podían creer que las condiciones de una moribunda pudiesen transformarse tan rápidamente en vitalidad y salud. Admitieron que la solución de este caso no había que atribuirlo a sus esfuerzos, sino a Dios que está en los cielos y, en esta luz, aceptaron el caso de Joan sin someterla a más análisis ni exámenes. Después papá y mamá le contaron a la hija lo que había sucedido en la noche durante la cual ella había entrado en coma y cómo ellos habían ido a casa del arzobispo Kabanga para informarlo de su fin inminente. Le dijeron que había vuelto a la vida por el poder de Dios. En abril de 1977 todos juntos afrontaron un largo viaje en automóvil de Lubumbashi a Lusaka para visitarme. Al volverlos a ver, no pude decir quién era Joan, porque la recordaba moribunda y no tenía la mínima idea de cómo era su aspecto físico cuando estaba viva (ahora tenía diecinueve años). Tuvieron que señalármela, así pude hablar con ella y examinar las cicatrices en donde los médicos le habían colocado los tubos del oxígeno en el extremo intento de mantenerla en vida. ¡Cuál no fue mi alegría al volver a verla! ¡Tenía todas las razones para agradecer a Dios por su curación!

Después Joan fue a Bruselas, estudió en la Universidad de Lovaina en donde se especializó en relaciones internacionales. ¡Alabemos y agradezcamos al Señor!

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Los ídolos expulsados

T *l aulani le estaba confiando al amigo la historia de su familia y la complicada situación en la que se encontraba. "He venido precisamente a hablar de tu vida —exclamó el amigo—. Hoy quiero presentarte un grupo de personas distintas de las que frecuentas habitualmente". Jaulani se llenó de curiosidad: "¿Cuáles?". "Ven, te alegrarás al conocerlas", le contestó el otro. Cuando los dos llegaron al lugar, había unas seiscientas personas reunidas en oración, que imploraban de Dios la curación de toda clase de vicios, esos vicios que habían ocupado el lugar del verdadero Dios en sus vidas. El amigo dijo: "Escúchame, nosotros estamos sumergidos en una atmósfera de oración. Pídele a Dios perdonarte por todo el mal que has cometido contra él, contra tu esposa y tus hijos, y por haber dado mal ejemplo a muchas otras personas. Te habías vuelto un dios para ti mismo, esclavo de la cerveza, del cigarrillo y del lenguaje obsceno. Recuerda que la misericordia de Dios siempre está disponible. Ahora recemos". Así los dos entraron en la oración. A un cierto punto una sombra oscurapasó sobre el rostro de Jaulani: parecía que viera su vida en un agujero. Aterrado por el miedo, empezó a sollozar y a temblar como si alguien, más fuerte que él, lo estuviera amenazando. Y cayó como una piedra que rueda de la cima de una colina hasta el fondo. Tuvieron que sujetarlo. Jaulani lloraba a lágrima 194

viva y gritaba: "¡No, no! ¡Es mi amigo! ¡No, no, no te quiero! ¡Lárgate, diablo! ¡Lárgate, mentiroso!". De su boca salían frases truncas y palabras que no tenían sentido. Las personas que lo sostenían oraban juntos con él y lentamente lo hicieron volver a la normalidad. Así se descubrió que Jaulani se obsesionaba con todo lo que hacía y que el único medio a su disposición para superar el obstáculo era el de vivir en una condición que lo hiciese olvidar: es decir, esconderse en los dioses llamados cerveza y cigarrillo. De esa manera hacía callar sus remordimientos. Con la ayuda de la oración, los ídolos fueron expulsados y su lugar fue tomado por el verdadero Dios.

Jesús, porque los pones a disposición de la comunidad, por medio de los individuos.

Gustad y ved

Lucas 9,1-2: "Convocando a los doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el reino de Dios y a curar". ¡Oh Jesús, que se pueda anunciar la venida de tu reino curando a los enfermos y expulsando a los demonios! Tú eres el rey y el Señor de todas las criaturas. Los mismos demonios están sometidos a tu autoridad, aunque se resistan. Lo que los molesta es sobre todo el saber que te están sometidos, contra su voluntad. Oh Jesús, ilumina a tus discípulos y concédeles la gracia de: "curar a los enfermos, resucitar los muertos, sanar los leprosos": signos, éstos, de la presencia de tu reino sobre la tierra.

IVlateo 9,35: "Y Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia". Oh Jesús, ¿por qué nos has hecho tan difícil aceptar los dones que dejaste en heredad a tu Iglesia, después de haber leído durante dos mil años lo que hacías sobre la tierra? ¡Por favor, haz que podamos volver a traerte entre nosotros, predicando el evangelio, expulsando los demonios y curando a los enfermos! ¡Vuelve, vuelve una vez más, Jesús! Si hemos sido incapaces de seguirte, vuelve a llamarnos, por favor, con autoridad. Nosotros somos tuyos y volveremos a ti. Mateo, 10,7-9: "Id proclamando que el reino de los cielos está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. No toméis oro, ni plata, ni cobre". ¡Oh Jesús, cuánto nos has amado! No sólo compartiste tu cuerpo y tu sargre con nosotros, sino que también nos dejaste en herencia los espléndidos dones del Espíritu Santo: el poder de curar a los enfermos, de expulsar los demonios, de resucitar los muertos, sanara los leprosos. Ninguno de nosotros, seres humanos, puede poseer por derecho tales dones. Te damos gracias, 1QK

¡Oh Jesús, cuan noble eres! Tú no podías permanecer indiferente ante el espectáculo de la miseria humana. Te conmovías tan a menudo ante el dolor, el envilecimiento, la desesperación, la humillación de los hombres... No tolerabas la vista de un ser humano deforme, desfigurado por el sufrimiento o que se arrastraba en trance bajo el poder del demonio. Tu noble corazón rcmodeló al hombre deforme, para que él pudiera retomar su puesto en la sociedad como una espléndida criatura. ¡Oh Jesús, tú eres la misma bondad! Comparte con nosotros, te lo suplicamos, la docilidad de tu corazón respecto del hombre. "Gustad y ved cuan bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que se refugia en él". (Salmo 34,9).

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Capítulo séptimo

LA VIDA EN LOS PRÓXIMOS CINCUENTA AÑOS "Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones" Jl 3,1

La restauración universal i T W-JI.

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mado, una vez más, en una "sustancia totalmente nueva", no manchada por la culpa. Las palabras de Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,33) aluden a la que, en los Hechos de los Apóstoles, se llama "restauración universal", que será determinada por la venida de Jesús, el Cristo. El hombre culpable, volviendo arrepentido a Dios, será nuevamente el amo de la tierra, y la tierra se revestirá de novedad y frescura. Dice Pedro al pueblo. "A fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas" (Hch 3,20-21). Mientras el hombre, en la angustia del pecado, errabundo buscaba los medios para mantenerse en vida, Jesús, al venir sobre la tierra, le reveló el secreto para resolver el enigma de su difícil existencia. ¡Volviendo a Dios es como el hombre podrá, una vez más, poseer la tierra! Pedro, dirigiéndose al pueblo, continúa: "Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres al decir a Abrahán: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra" (Hch 3,25). Hablar del Espíritu Santo es algo que trastorna mi mente. En palabras sencillas: me vuelvo emotivo. No es que deje de razonar... más bien trato de exponer mi punto de vista lo más rápidamente posible, yendo más allá de los principios de la lógica, y llegando muchas veces a conclusiones apresuradas (por ejemplo, este breve prólogo ya ha controlado, a nivel emotivo, mi entusiasmo por el Espíritu Santo). Permítanme que comience con lo que yo llamo la "confesión" de san Pablo sobre el Espíritu Santo —Carta a los Romanos cap. 8,16—: "El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios". Ésta es una verdad fundamental en nuestra relación con Dios, confirmada por el Espíritu Santo.

x l . 1 hombre le dijo: "Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás" (Gn 3,17-19). Dios no quería vengarse de Adán y Eva, sino solamente enseñarles cómo le duele el pecado. La experiencia del mal y del sufrimiento, que se les impuso a ambos, serviría para recordarles el engaño del pecado y sus consecuencias. Esto vale también hoy. Así como nuestros padres, cuando éramos niños, nos alejaban furiosos del fogón por miedo de que tocáramos las brasas, así también Dios privó temporalmente a Adán y a Eva del privilegio de la alegría del Edén, para que no fueran tentados por el árbol de la vida. Cuando satanás creía tener la humanidad en la mano, cuando estaba convencido de que el hombre no llegaría nunca más a la luz sin la mancha del pecado original, Dios —por medio de la creación de María y por medio de Jesús "hombre-Dios"— humilló a satanás en estas dos personas nobles y divinas. Por amor nuestro fueron incontaminadas del pecado. El hombre debía ser plas-

El amor de Jesús por nosotros no falla, después de su ascensión al cielo. No contento con estarnos cerca en la eucaristía, Jesús quería que nosotros creciéramos en él, conscientes de tener que

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realizar la íntima unión con el Espíritu Santo a través de nuestras actividades cotidianas. El Espíritu de Jesús se siente por medio de la presencia del Espíritu Santo en la comunidad. Así sus palabras "estoy siempre con vosotros" (Mt 28,20) se convierten en una realidad. En el "ministerio de la liberación" debemos ser conscientes de nuestra instrumentalidad. Cualquier granito de orgullo, en nuestro comportamiento con los posesos o en nuestras palabras, debilita en nosotros el poder —que es también deber— de liberar a los hermanos de los espíritus malignos. Para evitar todos los obstáculos humanos en esta misión particular por cumplir, debemos convertirnos en habitación permanente de la Santísima Trinidad. Todo el que haya realmente recibido la liberación de Cristo, comparte con él los efectos de su victoria sobre el pecado y sobre satanás: vive sin temor ni al uno ni al otro. Ha cambiado su actitud de vida. Ahora controla desde adentro el ambiente que lo rodea, y ya no está sujeto a las atracciones del mundo, que lo habían tenido a merced de ellas durante tanto tiempo. Así Jesús se podrá comunicar fácilmente con él. El fin último de nuestra comunión con el Padre celestial debería ser el de llenar el mundo en que vivimos con su Santo Espíritu. El hombre —a quien se le ha concedido el máximo privilegio, porque es rey de la creación sobre este planeta— debería desear siempre recibir de su Padre las últimas noticias e informarlo de lo que hace. ¿Por qué el cardenal Ne wman pone en evidencia la importancia de descubrir el Espíritu Santo en nosotros (asegurándonos, entre otras cosas, que podemos hacerlo por medio de una oración no casual, sino regular y continua)? ¿Qué hace el Espíritu Santo por nosotros, después que lo hemos descubierto en nuestro interior? El Espíritu Santo es un puente ulterior en nuestra vida, que nos permite llegar a Dios Padre y superar todos los obstáculos a lo largo del camino hacia él. Respuesta sencilla, pero que oculta un significado más profundo: nosotros estamos "literalmente" rodeados de las gracias divinas... Bastaría que las reconociéramos y las apreciáramos, sirviéndonos de todos los medios a nuestra disposición para utilizarlas bien.

dará otro paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero vosotros lo conocéis, porque mora en vosotros y en vosotros está" (Jn 14,15-17). Cuando, después de habernos arrepentido, hemos obtenido una vida nueva, tenemos el derecho de recibir un don especial de Dios, aquel "don" que es la "persona" del Espíritu Santo. Podríamos ir más allá y considerar toda la obra de la redención como algo que se apreciaría más si Jesús la hubiera llevado a término: es decir, si él nos hubiera purificado definitivamente del pecado y nos hubiera encerrado en el paraíso por toda la eternidad. Pero no fue así. Al concedernos el don, Jesús quiere que sea usado en plenitud para el bien de la comunidad y que dentro de nosotros todo se despierte a su presencia y coopere, con sus exigencias, al alcance del fin propuesto. Si, yendo a la selva, llevásemos el fusil a las espaldas para defendernos de los leones, pero no supiésemos usarlo, seguiríamos teniendo miedo. Ante todo deberíamos aprender a mirar el punto por atacar para matar al león, pero sobre todo deberíamos tener la valentía de afrontarlo cuando está enfurecido. De igual modo tenemos la obligación de usar los dones que Dios nos da para los fines establecióos por él y sólo en la medida en que cooperamos con las exigencias que conllevan. El hombre —que afronta al león con el fusil— es efectivamente el que mata al león, y nosotros lo consideramos valiente. Por un motivo muy preciso Dios da ciertos dones a determinadas personas y espera que sean usados para "dar fruto" (cf Jn 15,7) y no enterrados. "Nosotros" debemos usarlos correctamente, pues estamos llamados a dar cuenta de ellos; si los usamos mal, hasta podríamos ser castigados. Contestemos, pues, a la llamada que se nos dirige para seguir sirviendo a Cristo en el pueblo redimido por él. En efecto, todos estos dones completan la obra de salvación realizada por él en beneficio de la humanidad.

He aquí lo que nos dice Jesús respecto del Espíritu Santo: "Si me amáis guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os

Jesucristo siempre está presente en su Iglesia, que fundó y amó con todo su ser hasta la muerte. Después de su ascensión al cielo, eligió al Espíritu Santo corno su consolador y dio todo lo que tenía y que era para dejarse consumar en la eucaristía. Cristo quiere, no sólo poseer los miembros de su Iglesia, sino también "convertirse en ellos" estando con ellos y en ellos para siempre. Sin embargo, él

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sentía que, si no hubiese encontrado los medios aptos para hacer viva su muerte y su resurrección, se habría hablado de ellas únicamente como de hechos históricos. Le encargó, pues, al Espíritu Santo mantener despierta en los cristianos la fe en él, hacer siempre nueva y vigorosa su presencia en la Iglesia local, y lograr que sus obras las vieran —y se las aplicaran— a aquellos que "escucharan su voz" (Cf Jn 10,16) mediante la realización continua de la redención humana. El Espíritu Santo continúa, confirma y testimonia la obra de Jesús en la comunidad cristiana y en el mundo. Actualmente nuestra gente es un terreno listo para un crecimiento y una madurez espirituales extraordinarios hacia la santidad. Si ahora Jesucristo es el mediador entre nosotros y Dios en los cielos, el Espíritu Santo es el mediador entre nosotros y Dios, mientras vivimos sobre la tierra. El Espíritu Santo es el espíritu de Cristo, encargado por Dios para permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos. La Iglesia será débil en el mundo si no saca su energía espiritual de la muerte de Cristo, y del Espíritu Santo la fuerza necesaria para su servicio. Cristo venció la muerte y a satanás suplantándolos con el poder del Espíritu Santo. Don dado también a los hombres, el Espíritu Santo reina entre nosotros por medio del AMOR y continúa la obra de Jesucristo en una era de victoria que se manifiesta en el AMOR.

llevará armonía y comprensión. Porque, como lo he dicho, ésta es la era del Espíritu Santo, se sigue que el Espíritu Santo mismo será la unidad de medida para lo que se hará en el futuro en la Iglesia. Santo Tomás de Aquino tiene razón de llamar al Espíritu Santo la "ley". El dice que, encendiendo en nuestros corazones la caridad, que es la plenitud de la ley, el Espíritu Santo demuestra a sí mismo ser la "nueva ley", el "nuevo pacto". Por el Espíritu Santo —como de un tronco del cual surgirá el amor que sumergirá al género humano— se manifestarán en formas diversas las líneas directrices para el camino del pueblo santo de Dios. Estos serán los dones del Espíritu Santo que se derramarán sobre la humanidad para resolver las múltiples dificultades puestas en su camino hacia la madurez cristiana: en una palabra, para abrir los corazones de los hombres a gozar de la bondad divina.

Nosotros vivimos en la era del Espíritu Santo. Poco antes de subir al cielo, Cristo reveló que el Espíritu Santo vendría para iluminarnos ulteriormente sobre verdades que, hasta ese momento, no se comprendían. En realidad, el Espíritu Santo guía a su Iglesia y le da directivas por medio de las continuas inspiraciones que no deja de enviar a sus distintos miembros. En los próximos cincuenta años la vida de la Iglesia asumirá una forma que no se puede predecir en este momento: no tanto basada en normas y sanciones, será más bien llena de amor y de poder. La presencia de Dios se advertirá en la gente mucho más de lo que ha sido hasta ahora. Muchos serán los que hablarán de Dios, como si Dios les estuviese físicamente presente. Los que sean receptivos y dóciles empezarán ya a gozar del privilegio de ser sus hijos. Cualquier escena del maligno, que normalmente atemoriza a los seres humanos, será suprimida y vencida. La ley del amor les 204

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Imposible ser lo que somos Q \*Ji consideráramos seriamente la presencia del Espíritu Santo en nosotros, como cristianos, no seríamos los que somos. Si hoy no nos reconocen como tales —¡es un hecho!— es porque entre nosotros no reina el amor. Se trata de una realidad evidente. En otras palabras, el verdadero amor es fruto del Espíritu Santo, el espíritu de amor. Nosotros siempre estamos con Dios y nadamos en las oraciones de los demás; por consiguiente la eficacia de la oración, en nuestra vida, depende del benéfico influjo de todas las oraciones que ofrecen por nosotros nuestros hermanos esparcidos por todo el mundo. Es lo que yo defino "la oración de los miembros de la asamblea", queriendo decir con esto que —como miembros del único cuerpo de Cristo— estamos estrechamente unidos entre nosotros. Nos apoyamos los unos a los otros. Confiamos los unos en los otros. Perdonar significa desatar al enemigo de esos lazos de odio y de venganza que lo tenían prisionero en nuestro corazón y en nuestra mente. Perdonar es decidir ir contra la corriente de la propia afirmación personal y aceptar perder, en cierta medida, nuestra identidad para compartir una nueva con el enemigo. "Perdónalos porque no saben lo que hacen" significa esto: "Que yo sea tratado como un estúpido, un débil, un pecador indefenso —al 206

igual que ellos—, para que ellos sean semejantes a mí cuando comprendan quién soy y por qué he aceptado sufrir por ellos. Así puedo sacarlos de la infelicidad". Para salvar a una persona que se está ahogando hay que echarse al agua y correr el mismoriesgo.En efecto, en la medida del peligro que incumbe sobre ella, en esa misma medida se arriesga el amigo que pretende salvarla: en un instante él abandona todas sus seguridades para entregarse totalmente a quien está por perder la vida. Cuando nosotros perdonamos a alguien, aceptamos que el ofensor nos juzgue a su modo. Sin embargo, demostramos ser distintos de lo que piensa, cuando valientemente le decimos: "Acepto lo que tú dices. Debes saber que te perdono porque te amo". Gracias a esta iniciativa nuestra, él es de nuevo libre y, de ofensor que era, se convierte en un hermano, en una hermana, en un amigo —un ser humano digno de respeto—. Escuchemos a Jesús que dice: ¿Por qué me llamáis Señor, Señor, si no hacéis lo que os digo?" (Le 6,46). Y el apóstol Santiago les dirá que los diablos también creen en Dios (St 2,19)... pero, odiándolo y temblando; además que "la fe sin las obras es muerta" (St 2,26). Paciencia, bondad, sinceridad, confianza, esperanza, tolerancia, continua disponibilidad para el perdón: caminar en estas virtudes es como caminar sobre un tapete suave, se siente calor agradable. El amor, derramándose de nuestro corazón que ama, es el calor que nos comunica alegría a nosotros y a los demás Hablo del amor en su forma más pura —la más inmaculada posible— tal como sale de Dios, identificable, por tanto, con Dios. En su Carta a los Romanos —cap. 8,26-27— san Pablo nos facilita enormemente la comprensión de la oración en relación con lo que hace el Espíritu Santo por nosotros. El Espíritu Santo nos levanta de nuestra humana debilidad y, conociendo la mente del Padre, pone nuestras oraciones en el contexto apropiado. El Espíritu Santo ora con nosotros y por nosotros: "De igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones 207

conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios". Sí, nosotros somos en verdad privilegiados, porque vivimos en la era del Espíritu Santo. ¡Veremos el poder del Señor! La larga espera de la victoria sobre el pecado, la muerte y satanás ya no está lejos! "La Iglesia del Nuevo Testamento, la Iglesia de los santos es la creación del Espíritu Santo, formada por él de la nada. Esta nueva creación no existía cuando Jesús estaba sobre la tierra. Tenía que venir el Espíritu Santo para que la nación de los elegidos de Dios pudiera nacer. Sin duda es cierto que el reino de Dios fue revelado en la presencia y en la obra de Jesús cuando él vivía en esta tierra, pero la Iglesia del Nuevo Testamento no nació sino cuando vino el Espíritu Santo. Entonces ella reconoció a Jesús como su Señor y redentor obedeciendo sus órdenes, amándolo, sirviéndolo y adorándolo" (Basilea Schlink "Guiada por el Espíritu").

dicho: Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros" (Jn 16,12-15). Ellos le darán más importancia al hecho de ser cristianos que a la propia posición social. Sus mutuas relaciones estarán marcadas por la sencillez, la cordialidad y la compasión. Experimentarán la alegría de compartir con los demás las maravillas que Dios manifestará en medio de ellos. Ésta será la Iglesia de los próximos cincuenta años... Si no se ha ofendido a Dios o al prójimo, no hay razón para estar tristes. Una sonrisa es una virtud silenciosa: hace sentir cómodas a las personas, cuando se encuentran. Si no creen que la sonrisa sea una conquista, prueben a ver por cuánto tiempo son capaces de sonreír... Algunos descubrirán que tienen los labios cerrados desde la mañana hasta la noche (menos cuando comen).

No pocos teólogos y hombres de Iglesia han llegado al punto de creer que Dios haya dejado de hablar a su pueblo, desde cuando envió a su Hijo, Jesucristo, sobre la tierra. Al respecto dice san Pablo: "De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su esencia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas" (Hb 1,1-3). Jesús nos asegura que, con la venida del Espíritu Santo, todavía habrá profecía, medio del cual se servirá para guiar a su Iglesia. Siempre hay necesidad de señales respecto de las cosas futuras, sea en vista de una preparación, sea para ciertas precauciones que hay que tomar. He aquí lo que leemos en san Juan: "Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he 208

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El triunfo del Cristianismo

J actarse del triunfo de Cristo sobre la muerte no es una cuestión de vanidad. Nosotros ahora, mejor que los protagonistas del Antiguo Testamento, podemos entender que esta vida es provisional —una vida breve— y que Jesucristo vivió, murió y resucitó de entre los muertos. Antes de desaparecer físicamente de la tierra, Jesús estaba entre nosotros con su cuerpo triunfante, que ya no podía estar sometido a la muerte. El triunfo de Cristo es el triunfo del cristianismo. Dios quiere vernos hermosos, alegres, felices. Cuando, enfermos, vamos a él, le pedimos que restablezca nuestro ser como sólo él lo sabe —y quiere— hacer, porque Dios es nuestro Padre amoroso. En nosotros, seres humanos, Dios se ve a sí mismo y odia todo lo que nos deforma. Dios nos sana, porque nos ama y porque desea que las obras de sus manos vuelvan a su belleza y a su plenitud originales. Ellos están sumergidos en la caridad y en la castidad, como debe ser, y nosotros esperamos que emerjan de este océano de amor y de pureza con un aspecto nuevo para que sean reconocidos hijos de Dios, pertenecientes totalmente a él. Cada vez que tomen en mano este libro pídanle a María, su madre, que les ayude a leer entre líneas. Aunque me esforcé por ser lo más claro posible, muchas expresiones habrán resultado 210

incompletas por falta del dominio de la lengua usada y del recurso a las estructuras de pensamiento de mi lengua madre. Oración de curación y de purificación: ¡Observa, Dios omnipotente, cómo son de bellas tus hijas, cómo son de maravillosas cuando sonríen! ¡Tú, Señor, las has atraído a ti para mantener intacta su belleza... Pero si siguen sometidas al maligno, y sumergidas en el fango del pecado, ya no podrán sonreír... Preserva tú su belleza y su sonrisa teniéndolas alejadas del pecado, que deforma y deteriora sus rostros! ¡Envía a tu Hijo Jesucristo... Envía a tu Hijo Jesucristo... Envía a tu Hijo Jesucristo! Haz que venga... Haz que venga... Haz que venga a curarlas de los pecados de la vanidad y de la soberbia, de los pecados de la carne y de la envidia, de los pecados del odio, de la hipocresía, de la mentira. Haz que venga a curarlas de los pecados cometidos en secreto, de los pecados que te han ofendido en su dignidad humana y en la de su prójimo. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo... en el nombre de nuestro Señor Jesucristo... En el nombre de nuestro Señor Jesucristo nosotros atamos a satanás y su secta y los mandamos al infierno. Nosotros les ordenamos dejar libre a toda hermana nuestra aquí presente, que ellos habían sometido a sus expedientes maléficos. A ti, satanás, y a todos ustedes, espíritus malignos, en el nombre de Jesucristo les ordenamos abandonar los templos de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo. Así sea. ¡En el nombre de Jesús. Amén!

oí i

índice

Prefacio

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Capítulo primero: PREDICAR A CRISTO Se necesitaron cuarenta y cinco años La primera misión El descubrimiento del don de curación Y el Señor me dijo El profeta es atormentado Qué es la libertad San Pablo

11 12 15 18 21 25 30 34

Capítulo segundo: QUE TIPO DE LIBERACIÓN El ambiente africano La liberación Renovarse en el espíritu

39 40 48 54

Capítulo tercero: LA COMUNICACIÓN CON DIOS La comunicación con Dios Amor reflejo La oración La bienaventurada Virgen María Los espíritus de los antepasados

55 56 64 73 85 91

Capítulo cuarto: UNA RAMA DE NARANJA SOBRE LA PLANTA DEL LIMÓN Las crisis espirituales La transformación personal

101 102 106

Una dolorosa transformación La perfección es bondad

111 114

Capítulo quinto: NUESTRA BATALLA NO ES CONTRA CRIATURAS DE CARNE Expertus potest credere La Iglesia de los espíritus Los representantes del diablo La hechicería Un espectáculo horrible La sonrisa del pecador En el reino del exorcismo Diplomáticos espirituales Satanás es el padre de la mentira Nunca apartar la mirada de Jesús Un desafío al diablo

117 118 121 127 ¡36 139 146 148 15 3 158 165 168

Capítulo sexto: ÉL CURA TUS ENFERMEDADES La Eucaristía La misión apostólica Y éstos serán los signos Teníamos que administrar la unción de los enfermos Los ídolos expulsados Gustad y ved

175 176 180 189 191 194 196

Capítulo séptimo: LA VIDA EN LOS PRÓXIMOS CINCUENTA AÑOS La restauración universal Imposible ser lo que somos El triunfo del Cristianismo

199 200 206 210

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