Curso Basico Ministros Extraordinarios De La Comunion.docx

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CURSO BASICO MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNION PBRO. JUN MANUEL PEREZ ROMERO Ministros Extraordinarios de la Comunión. Este curso básico para Ministros Extraordinarios de la Comunión, requiere haber tomado un Curso de Eclesiología y un Curso de Liturgia. Así lo indica el documento de APARECIDA No. 226, donde insiste en la formación bíblicodoctrinal del discípulo misionero de Jesucristo. CURSO ACTUALIZADO DE FORMACIÓN Pbro. Juan Manuel Perez Romero Diócesis de Queretaro Derechos Reservados 1997 Juan Manuel Perez Romero ISBN 970-92039-0-8 Hecho en México 2ª Edición 2010 – 1ª Reimpresión Distribuido por: Ramon Santoyo Arreguín Tel. 01 (442) 217-9711 [email protected]

PRESENTACIÓN 1. “En la santísima Eucaristía reside todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, el mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo que por su carne vivificada por el Espíritu Santo y vivificadora, da vida a los hombres, quienes en esta forma son invitados e impulsados a ofrecerse a sí mismos y a ofrecer sus labores y todas las cosas del mundo juntamente con Cristo” (Vat. II, SC, 55). 2. La santa madre Iglesia, consciente de tan grande riqueza, quiere que esta fuerza vivificadora esté a disposición y como a la mano de todos sus hijos; por eso, en su sabiduría y celo apostólico, ha provisto instrumentos aptos para que esta fuerza vivificadora llegue también a quienes en su condición de enfermedad, ancianidad, distancia o cualquiera otra, pudiera impedirles un acceso fácil a tan gran don. Estos son los Ministros Extraordinarios de la sagrada comunión.

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3. Estos Ministros Extraordinarios son los instrumentos que colaboran con los Párrocos, Vicarios parroquiales, y Diáconos de esta noble y hermosa tarea. Es evidente que requieren una preparación adecuada tanto en el conocimiento de la doctrina y la espiritualidad eucarística como las normas litúrgicas que rigen la administración de este gran Sacramento, a fin de que lleven a cabo esta tarea con provecho espiritual propio y de los comulgantes. 4. Por esta razón son muy oportunas las enseñanzas del magisterio y las directrices pastorales que recoge este Curso Básico de Formación de Ministros Extraordinarios de la Comunión, que el Pbro. Juan Manuel Perez Romero ha preparado con competencia y esmero, y que se inscribe dento del esfuerzo evangelizadora de la Diócesis mediante el Plan Diocesano de Pastoral. Todo esto debe ser completado y aclarado con las recientes normas de la instrucción “Redemptionis Sacramentum” (num. 154-160) del 25 de marzo del 2004. 5. Ojala que sean muchos los que aprovechen este valioso instrumento para un mejor servicio a sus hermanos, una colaboración más estrecha con sus Pastores y para su propia santificación. Santiago de Querétaro, Qro. Julio 13 del 2004. Mario de Gasperin Gasperin Obispo de Queretaro Al Excmo. Sr. Obispo Alfonso Toríz Cobián, que en paz descanse, quien propició el inicio de los ministerios laicales en nuestra diócesis. Al Excmo. Sr. Dn. Mario de Gasperín Gasperín VIII Obispo de la diócesis de Querétaro, Qro., quien, con solicitud, los ha promovido e impulsado por medio de nuestro Plan Diocesano de Pastoral En memoria del P. Alfonso Navarro C., M.Sp.S., quien, a través de Sistema Integral de la Nueva Evangelización, dio su aporte para que innumerables presbíteros hagamos fructificar nuestro sacerdocio promoviendo los ministerios laicales en nuestras comunidades. A todos los laicos comprometidos de mi diócesis de quieren he aprendido la entrega al Señor Jesús y el servicio de su cuerpo místico que es la Iglesia.

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ÍNDICE Presentación del Sr. Obispo 0. Introducción a los Ministerios Laicales 1. Los Ministros Extraordinarios de la Comunión (MEC) 2. Christifideles Laici – Capítulo II Ecclesia in America 3. Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el Sagrado Ministerio de los Sacerdotes 4. El Sacramento de la Eucaristía 5. Instrucción: Redemptionis Sacramentum 6. Motu Proprio: Ministeria Quaedam 7. La Instrucción Inmensae Caritatis 8. La Sagrada Comunión bajo las dos especies 9. Instrucción Memoriale Domini 10. La Sagrada Comunión fuera de la Misa 11. El cuidado del Sagrario y de su llave 12. Exposición del Santísimo Sacramento 13. Para dar la Sagrada Comunión a los enfermos 14. Conclusión

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INTRODUCCION A LOS MINISTERIOS CONFIADOS A LOS LAICOS (MINISTERIOS LAICALES) OBJETIVO O INSTRUCCION SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA COLABORACION DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO DE LOS SACERDOTES San Juan Pablo II 15/08/97 1.- Diferencia y relación entre el sacerdocio común y el ministerial.

sacerdocio

Durante muchos siglos el término ministro se aplicó únicamente a los obispos, presbíteros y diáconos. Actualmente se aplica también a algunos laicos, para entender correctamente su significado necesitamos empezar recordando la diferencia y relación entre el sacerdocio común y el ministerial. 1.1

EL SACERDOCIO COMUN (BAUTISMAL)

 Como el pueblo de Dios del Nuevo Testamento es un pueblo que participa del único e indivisible sacerdocio de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote,  Todos los bautizados son consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio santo.  Común es la dignidad de todos los bautizados.  Común es la gracia de la filiación (ser hijos en el Hijo)  Común es la llamada a la perfección (a ser santo) LG No. 32  Hay una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. LG 32 1.2. El Sacerdocio Ministerial (ordenado)  Lo tienen aquellos fieles que, por el sacramento del orden tienen -en el cuerpo, el Cristo, que es la Iglesia- la condición y oficio de CRISTOCABEZA. Ellos son los obispos, presbíteros y diáconos.  Actúan en persona de CRISTO-CABEZA. Expresión que en latín se dice: “In persona Christi Capitis”  Difiere ESENCIALMENTE del sacerdocio común (bautismal) y no solo en grado.  Confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. 4

 Está al servicio del sacerdocio común (bautismal) de los fieles EN ORDEN AL DESARROLLO DE LA GRACIA BAUTISMAL, DE TODOS LOS CRISTIANOS. 1.3. Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los obispos y presbíteros de aquel común de los fieles Y DELINEAN EN CONSECUENCIA LOS CONFINES DE LA COLABORACION DE ESTOS EN EL SAGRADO MINISTERIO, se pueden sintetizar así: a) El sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y está dotado de una potestad sacro, la cual consiste en la facultad y responsabilidad de obrar en persona de Cristo-Cabeza y Pastor. (Pastores dabo vobis No. 17) b) Esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles.(PDV 17) 1.4 Condiciones para que los fieles laicos suplan a los ministros ordenados en algunas de sus funciones. Los ministros ordenados tienen una función –en latín “munus”- que para entenderla la dividimos en tres: 1.- El oficio de enseñar, de donde nace la pastoral profética. 2.- El oficio de santificar, de donde nace la pastoral litúrgica. 3.- El oficio de pastorear, de donde nace el guiar a la comunidad y la pastoral social. Pero, nos dice la instrucción antes citada: 1.- Sólo en algunas funciones 2.- Y en cierta medida 3.- Pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados. 4.- Si son llamados a dicha colaboración. 5.- Por la legítima Autoridad 6.- Y en los debidos modos. El ejercicio de estas tareas no hacen del fiel laico un pastor, en realidad no es la tarea lo que constituye un ministro, sino la ordenación sacerdotal. • La función que se ejerce EN CALIDAD DE SUPLENTE • Adquiere su legitimación, inmediata y formalmente. 5

• De la delegación por los pastores • Su concreto ejercicio es dirigido por la autoridad eclesiástica (Christifideles laici No. 23) 1.5. En algunos casos se ha permitido la extensión del término MINISTERIO a las funciones propias de los fieles laicos por el hecho de que también estos, en medida, son participantes del único sacerdocio de Cristo. Sin embargo LOS OFICIOS que se les confieren a los laicos son: 1.- Confiados temporalmente 2.- Exclusivamente fruto de una delegación de la Iglesia. Se permite aplicar con cierta medida, el término de MINISTRO, a los fieles no ordenados. 1.- Sólo en constante referencia al único y fontal ministerio de Cristo. 2.- Sin que éste sea percibido y vivido como una indebida aspiración al ministerio ordenado. 3.-Sin que sea una progresiva erosión de lo específico del sacerdocio ordenado. Conclusión: Con ésta amplia introducción hemos percibido el porqué se permite hablar de MINISTROS extraordinarios de la comunión y también los límites de este término aplicado a los laicos, de tal manera que evitemos abusos, excesos y laicos falsamente clericalizados, en desmedro de su función secular en transformación del mundo y de sus estructuras. LOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNION (MEC) OBJETIVO 1 0.- INTRODUCCION En el pontifical y ritual romano de los obispos se utiliza la palabra “institución” de los ministros extraordinarios de la comunión. Por esa razón hablamos de “instituidos”; si bien otros prefieren hablar de “enviados” o “reconocidos”; hasta el momento se busca la terminología más exacta. El servicio de ministro extraordinario de la comunión (MEC) está ampliamente promovido en las 6

diócesis de México, y se han instituido MEC tanto varones como mujeres. Es obligación de los pastores ser solícitos en brindarles una sólida formación básica antes de su institución e iniciación en el servicio de MEC, así como una actualizada formación permanente. Basándonos en la praxis pastoral y en los documentos eclesiales ofrecemos este curso de formación básica para MEC. Así mismo hacemos notar que la mente de la Iglesia es que los MEC varones que sean aptos e idóneos accedan al ACOLITADO, ya que todo Acólito instituido es ministro extraordinario de la comunión. Evidentemente, no todos los MEC varones serán llamados a ser acólitos instituidos, y otros no serán aptos, pero es la línea. Además, el ministerio de MEC, debe seguir concediéndose a mujeres, sin embargo, el ministerio del ACOLITADO lo debemos tener en cuenta en la formación básica de los candidatos a MEC y en la formación permanente en los que ya ejercen este ministerio. 1.- CRITERIOS DE IDONEIDAD PARA CANDIDATOS A MEC 1.1. Que el candidato(a) esté ubicado en el cambio epocal que vive el mundo causado por la globalización y cómo afecta la vida de la Iglesia. Estamos en una época llamada de la globalización y sus característica son: la comunicación mundial en forma instantánea, la velocidad con que se producen los cambios, la generación de nuevos paradigmas, el continuo aceleramiento de estos procesos. Cada vez, se descubren nuevas interrelaciones entre lo económico y lo político, entre lo científico y lo psicológico, entre lo ético y lo cultural; surgen además nuevas formas de colaboración internacional entre personas y comunidades (globalización desde abajo), ya sea como apoyos solidarios en proyectos o como protestas y propuestas coordinadas ante situaciones de injusticia. Entendemos por GLOBALIZACION un fenómeno reciente y acelerado, de cambios radicales, caracterizado principalmente por una integración más estrecha entre los países y los pueblos del mundo, que ha trastocado la economía y el trabajo, el comercio y las finanzas internacionales, las comunicaciones y las culturas del orbe. Este fenómeno tiene como causas : -entre otras- los avances de la tecnología y en especial de la informática, de la telemática, de la red de enlaces mundiales (satelitales e internet), del mercado libre, de decisiones 7

políticas y de los centros de poder. La globalización es parte de un auténtico cambio de época. La globalización se manifiesta en todas las dimensiones de nuestra existencia en:  una mayor producción y riqueza mundial, aunque cada día peor distribuida.  una mayor interdependencia e intercambios entre las naciones del mundo, aunque de manera asimétrica.  un mayor conocimiento y dominio de la naturaleza, aunque privilegiando a pequeñas élites hegemónicas, y en la mayoría de los casos degradando los ecosistemas.  Una mayor, mejor y más rápida comunicación intercontinental, la conquista del espacio y del átomo, aunque sin beneficio real para grandes mayorías, que no tienen acceso a la red informática en el tiempo real (desconectados)  la lucha contra las enfermedades y los desastres naturales, aunque todavía con una falta enorme de equidad hacia los pueblos vulnerables.  los avances y a veces los retrocesos, de la cultura y el arte, pero con desigual distribución de beneficios y deterioros culturales.  una mayor insistencia en los derechos humanos universales, aunque todavía en ésta nueva época no se ve con claridad una adecuada base de valores y principios éticos.  Unos cambios en los patrones de higiene y nutrición. 1.2. CAMBIO DE EPOCA La globalización está produciendo un cambio de época, pues no es lo mismo una época de cambio, como lo hemos tenido en siglos pasados, en donde hay cambios, avances, progresos, pero en lo sustancial todo permanece igual. Es como un río que se desborda pero no cambia de cauce. Un cambio de época es como un río que cambia de cauce abandonando el que ya tenía y haciendo uno nuevo. Este cambio de época es tan radical y profundo que únicamente se puede comparar al cambio que sufrió la humanidad cuando pasó de la época nómada a la época sedentaria. Al dejar de ser nómada y hacerse sedentario nació la agricultura, la arquitectura, se formaron los pueblos y ciudades, etc., Nació una nueva concepción global de relación entre las personas y el mundo que los rodeaba. 8

Por lo tanto, lo propio de un cambio de época es:  un cambio global del concepto de la persona  Y de sus relaciones con los demás, con el mundo y con Dios  Justamente esta red de relaciones es lo que llamamos cultura, por lo tanto la cultura está cambiando. 1.3. CAMBIO CULTURAL La globalización produce un cambio de época y el cambio de época conlleva un cambio de cultura. Asistimos a un cambio de cultura. Se habla de la cultura adveniente, porque aun no está definida, sino que se está formando con todos los elementos de la globalización. CRISIS DE TODOS LOS VALORES. Al cambiar de cultura cambian los valores. Actualmente, asistimos a una crisis de todos los valores, pues los valores que regían y normaban la época anterior, y que se consideraban intocables, ya no son aceptados por la mayoría, y sólo los aceptan unos pocos. Ej. Dentro de los valores religiosos: El precepto de ir a misa los domingos, que era aceptado casi por la totalidad de todos los mexicanos hace tres décadas, según una encuesta realizada a dos mil personas, el año 2004, en la zona del centro de México, indica que únicamente el 10%, de la población, y en su mayoría adultos, acepta como valor ésta práctica religiosa. Los datos están en el aire y caerán a favor o en contra de Dios dependiendo de nuestro testimonio y apostolado. José Kentenich

El 70% de encuestados ya no acepta preceptos eclesiásticos que normen su conciencia; afirma que va a misa cuando le nace, o cuando siente necesidad, o bien cuando participa en alguna ceremonia como una boda o XV años. Por lo tanto, el nuevo paradigma es la libertad, pero no como la capacidad de decidirse por el bien, sino la capacidad de hacer lo que yo quiero, lo que pienso que es bueno para mí. El nuevo valor es una libertad subjetiva sin relación a los valores objetivos. En conclusión: estamos en transición a un nuevo modelo cultural, es decir hacia una nueva cultura con nuevos valores. 1.4. Debemos ofrecer a la nueva cultura los valores permanentes. 9

Sin embargo, hay valores que son válidos para cada época, como el respeto a la vida, el matrimonio, la vida en familia, las virtudes, la religión, etc., Para nosotros, católicos son permanentes y deben lograr ocupar un lugar dentro de los valores de la nueva cultura adveniente. Analicemos la situación de México. En México más del 60%, de la población tiene menos de 25 años y está en transición cultural y en crisis de valores y sufre el bombardeo del mundo globalizado. Todavía la fe se transmite, no por evangelización, sino por cultura. Pertenece a la cultura llevar a los niños a bautizar, que hagan la primera comunión, que celebren sus XV años las jovencitas, etc. Al estar cambiando rápidamente la cultura, la fe ya no se transmite el 60% de la nueva población mexicana que vive inmersa en cambio epocal. Por otra parte, la mayor parte de las parroquias de México siguen atendiendo a la gente como si no hubiera cambio de cultura. Por lo tanto predican a un auditorio que ya es de otra época. Solamente se ven dos posibilidades: 1.- Es que la Iglesia no se adecue al cambio de época y entonces en 25 años, en 2028 los católicos habrán disminuido al 50% de la actualidad, y en 2038 serán solo el 40% de la actualidad. 2.- Es que la Iglesia en México emprenda la transmisión de la fe por medio de una Nueva Evangelización. Iniciando por el anuncio del Kerigma, (muchas parroquias ya empezaron pero son la minoría) adaptándose a las exigencias de la nueva cultura, pero sin perder los valores que tiene que transmitirle. Para esto es indispensable que los laicos jueguen un papel, lo que exige que les ofrezcamos una excelente formación laical. En Europa no llegaron a tiempo y la iglesia está en una crisis de desaliento y con muy poca esperanza. En América estamos a tiempo de reaccionar y seguir trabajando. 1.5. La espiritualidad para este cambio de época y para la cultura adveniente, ya deseamos implementar en todos los MEC 10

La Espiritualidad de Alianza El Dios que hizo una alianza con el pueblo de Israel y que selló, por la Sangre de Jesucristo, la nueva y eterna alianza, en ningún cambio de época ha abandonado a su pueblo, él es fiel a su alianza, pero su pueblo tiene que responderle con fidelidad. Para profundizar esta oportunidad podemos profundizar la Alianza en la Biblia. La Espiritualidad de la Encarnación. El Padre eterno no condenó al mundo que estaba corrompido, sino que envió a su Verbo a encarnarse en una época histórica concreta para transformarlo desde dentro. La Iglesia continúa la encarnación del Verbo y tiene la misión de encarnarse en la cultura adveniente y no sólo condenarla. (NMI 3) 2.- Condiciones dentro de la vida de la comunidad parroquial La parroquia debe estar integrada al Plan Diocesano de Pastoral, e implementar su plan diocesano parroquial con la formación íntegra y permanente de sus agentes laicos, entre ellos los MEC, que son integrantes del equipo de liturgia. -

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Que exista ya un equipo litúrgico en la parroquia. Que el candidato sea presentado y promovido por el párroco. Conocido y aceptado por la comunidad. Una persona de vida cristiana que viva su proceso de conversión en algún grupo, movimiento o pequeña comunidad. Que lleve bien su estado de vida (casado, soltero o viudo) Edad mínima 20 años y suficiente madurez física, mental y emocional. Que disponga de tiempo y sea generoso en ofrecerlo al servicio de la iglesia: ayudar al presbítero o diácono a distribuir la Comunión en la Misa, llevarla a los enfermos y exponer al Santísimo Sacramento. Muestre disponibilidad para su formación permanente (continuar asistiendo a reuniones y cursos permanentemente). En los casados, que su cónyuge esté de acuerdo. En los casados, en lo posible, formación conjunta de la pareja. Que su decisión sea libre, sin coacciones de ninguna especie. Que no reciban dinero de las personas que atienden. Cuando tengan que trasladarse a otros ranchos o comunidades, el señor cura proveerá el pasaje. Que tengan una economía familiar sana, sin deudas escandalosas.

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Se sugiere que la institución, envío o reconocimiento sea parroquial en torno a la fiesta patronal, pues sería pedagógico para la comunidad parroquial y para los mismos ministros. 3.- Renovación anual del permiso No se debe dar indefinidamente el permiso para ser MEC, es necesaria la evaluación de su proceso personal y comunitario y del ejercicio de éste ministerio laical. El lapso de un año parece prudente. El permiso lo dará por escrito el Señor Obispo o quien él determine. 4.- Criterios para renovar anualmente su permiso de MEC  Evaluación con el párroco y con la comunidad de su vida cristiana y su trabajo como MEC  Que el párroco lo proponga nuevamente y continúe su formación  Que la comunidad confirme su aceptación (Consejo Parroquial, su rancho, su colonia, su movimiento)  Haber asistido mínimo a un curso de formación durante el año.  Asistir al retiro anual de Espiritualidad de la Diócesis, (los casados con su pareja en la medida de lo posible)  Publicar la lista en su parroquia de los MEC que renuevan su permiso y por cuánto tiempo  La Secretaría del Obispado actualizará la credencial con fotografía indicando el tiempo de permiso para ejercitar el ministerio.  Su territorio de acción en la parroquia, lo delimitará el párroco. No habrá MEC que anden por otras parroquias u otros territorios que no le sean asignados.  Habrá una clara disciplina en la visita de los hospitales. 5.- La experiencia nos muestra que es conveniente que los ministros conserven su vestidura laical al momento de distribuir la Sagrada Comunión durante la misa, pues son ministros laicos y no clérigos. Si se cree prudente pueden tener algún signo externo como una cruz, su misma credencial, etc. 6.- Evidentemente, cada Diócesis, basándose en los documentos de la iglesia y de su propia realidad pastoral, formulará su disciplina propia en la formación y en el ejercicio del ministerio del MEC. Un punto clave de ésta disciplina debe ser la formación espiritual y el proceso permanente de conversión de los MEC que se realiza perteneciendo a una pequeña comunidad o a un movimiento, donde encuentren medios de crecimiento espiritual, viviendo su inserción en la comunidad eclesial. 12

Capítulo 2. Christifideles Laici - Ecclesia in America http://es.catholic.net/op/articulos/1749/christifideles-laici.html 2. CHRISTI FIDELES LAICI OBJETIVO 2 Exhortación apostólica post-Sinodal de su S.S. Juan Pablo II sobre la vocación y misión de los laicos en el mundo. 30 de diciembre de 1988. Los candidatos a MEC podrán explicar el contenido de: 1. El misterio de la Iglesia-Comunión. 2. El lugar que ocupa la eclesiología de la Iglesia-Comunión en los documentos del Concilio Vaticano II. 3. La comunión orgánica de la Iglesia con su diversidad y complementariedad. 4. Los ministros y los carismas son dones del Espíritu a la Iglesia. 5. Los ministerios que se derivan del sacramento del Orden. 6. Los ministerios laicales tienen su fundamento sacramental en el Bautismo, la Confirmación y el Matrimonio. 7. Los carismas 8. El ejercicio de los ministerios en la diócesis y bajo el obispo. 9. El ejercicio de los ministerios en la parroquia y bajo el párroco. ECLESIA IN AMERICA Exhortación apostólica postsinodal Juan Pablo II, México 1999 44. Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia. 45. La dignidad de la mujer. Introducción Los ministerios laicales en general y los ministerios propios del equipo litúrgico, entre los cuales destacan el de lector, acólito y ministro extraordinario de la Comunión, no se pueden entender como servicios aislados a título personal, sino únicamente como servicios dentro de una comunidad cristiana y en bien de una comunidad. La Iglesia es una comunidad, una común-unión, es una comunión. Desgraciadamente, pocos laicos han sido introducidos a la comprensión de esta rica realidad de que la Iglesia es una COMUNIÓN. Es por esto, que dentro de este manual para la formación de MEC, ponemos este capítulo de la carta magna para los laicos “Christifideles Laici”, que todos deberían haber leído ya. 13

Abramos, pues, nuestra mente y corazón para aumentar nuestra vivencia de la Iglesia COMUNIÓN, y para enriquecer nuestros conocimientos con los conceptos de la eclesiología de COMUNIÓN. Hacemos notar que Comunión en griego se dice KOINONIA. 18 El número 18, nos introduce en el misterio de la Iglesia-Comunión, en el significado de este concepto y en cómo la Trinidad es modelo, fuente y meta de la Comunión de los cristianos con Jesús y dentro de la Iglesia misma. El misterio de la IGLESIA-COMUNIÓN Oigamos de nuevo las palabras de Jesús: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador… Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Jn 15,1-4 Con estas sencillas palabras nos es revelada la misteriosa comunión que vincula en unidad el Señor con los discípulos, a Cristo con los bautizados; una comunión viva y vivificante, por la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos unidos de la vid. La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo amoroso del Espíritu. Jesús continúa: “Yo soy la vid: vosotros los sacramentos” Jn 15,5. La comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participación de la vida íntima de amor del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Por ella Jesús pide: “Que todos sean uno. Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. Jn 17,21 Esta comunión es el mismo misterio de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio Vaticano II, con la célebre expresión de san Cipriano: “La Iglesia universal se presenta como “un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”“. Al inicio de la celebración eucarística, cuando el sacerdote nos acoge con el saludo del apóstol Pablo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”, 2Cor 13,13, se nos recuerda habitualmente este misterio de la Iglesia-Comunión. 14

Después de haber delineado la “figura” de los fieles laicos en el marco de la dignidad que les es propia, debemos reflexionar ahora sobre su misión y responsabilidad en la Iglesia y en el mundo. Sin embargo, sólo podremos comprenderlas adecuadamente si nos situamos en el contexto vivo de la Iglesia-Comunión 19 El número 19 nos presenta cómo la Eclesiología de la Comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio Vaticano II que se terminó hace más de 30 años, en 1965. Nos explica el sentido de la compleja palabra “COMUNIÓN”, y nos señala las imágenes bíblicas a través de las cuales la Sagrada Escritura nos muestra que la Iglesia es la comunión de los cristianos en Cristo y entre sí. El Concilio y la eclesiología de comunión. Es ésta la idea central que, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a proponer de sí misma. Nos lo ha recordado el Sínodo extraordinario de 1985, celebrado a los veinte años del evento conciliar: La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio. La KOINONIA-COMUNIÓN, fundada en la Sagrada Escritura, ha sido muy apreciada en la Iglesia antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestros días. Por esto el Concilio Vaticano II ha realizado un gran esfuerzo para que la Iglesia en cuanto comunión fuese comprendida con mayor claridad y concretamente traducida en la vida práctica. ¿Qué significa la compleja palabra “comunión o Koinonia”? 1. Es la comunión con Dios por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. 2. Se realiza por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos. 3. El Bautismo es la puerta y fundamento de la comunión en la Iglesia 4. La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir, edifica la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La Iglesia es una comunión, esto significa: 1. Que la Iglesia es la comunión de los Santos, es decir: 2. una doble participación vital • la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo • y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles de este y del otro mundo. 15

En resumen: Unión a Cristo y en Cristo; unión entre los cristianos en la Iglesia. Imágenes bíblicas de la Iglesia-Comunión en el Vaticano II La Iglesia Koinonia es como una grey o rebaño de Dios. La Iglesia Koinonia es como una vid o una viña. La Iglesia Koinonia es como una educación espiritual. La Iglesia Koinonia es como una ciudad santa. Son de especial importancia dos imágenes de san Pablo: La Iglesia de Koinonia es el Cuerpo de Cristo. La Iglesia de Koinonia es el Pueblo de Dios. Ya en sus primeras líneas, la constitución Lumen gentium comprendía maravillosamente esta doctrina diciendo: “La Iglesia es en Cristo como un Sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La realidad de la IGLESIA-COMUNIÓN es entonces parte integrante, más aún representa el contenido central del “misterio” o sea del designio divino de salvación de la humanidad. Por esto, la comunión eclesial no puede ser captada adecuadamente cuando se la entiende como una simple realidad sociológica y psicológica. La Iglesia-Comunión, es el pueblo “nuevo”, el pueblo “mesiánico”, el pueblo que “tiene a Cristo por Cabeza (…) como condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios (…) por ley el nuevo precepto de amar como el mismo Cristo nos ha amado (…) por fin el Reino de Dios (…) (y es) constituido por Cristo en comunión de vida, de caridad y de verdad”. Los vínculos que unen a los miembros del nuevo Pueblo entre sí –y antes aún, con Cristo– no son aquellos de la “carne” y de la “sangre”, sino que aquellos del espíritu; más precisamente, aquellos del Espíritu Santo, que reciben todos los bautizados. cf. Jl 3, 1 En efecto, aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única en indivisa Trinidad, aquel Espíritu que “en la plenitud de los tiempo”, Ga 4,4, unió, indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia. 20 En este número 20, encontramos afirmaciones básicas que nos permitirán posteriormente entender los ministerios, oficios y funciones dentro de la Iglesia. Se afirma que la comunión es orgánica, es decir, como un organismo 16

en donde hay diversidad y complementariedad en los miembros. Que cada miembro ofrece a todo el cuerpo su aportación y que el Espíritu Santo es el principio dinámico de la variedad y de la unidad. Una comunión orgánica: diversidad y complementariedad. La comunión eclesial se configura, más precisamente, como una comunión “orgánica”, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación. …Caemos en cuenta, que con esta visión de que nuestros grupos y movimientos son miembros de una comunión orgánica, y que son diversos y complementarios, desterramos rivalidades, competencias internas y sectarismos, pues somos miembros de un único cuerpo de Cristo donde nos necesitamos mutuamente. El apóstol Pablo insiste particularmente en la comunión orgánica del Cuerpo místico de Cristo. Podemos escuchar de nuevo sus ricas enseñanzas en la síntesis trazada por el Concilio. Podemos escuchar de nuevo sus ricas enseñanzas en la síntesis trazada por el Espíritu, constituye místicamente como cuerpo suyo a sus hermanos, llamados de entre todas las gentes. En ese cuerpo, la vida de Cristo se derrama en los creyentes (…). Como todos los miembros del cuerpo humano, aunque numerosos, forman un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo. Cf 1 Co 12,12 También es la edificación del cuerpo de Cristo vige la diversidad de miembros y funciones. Uno es el Espíritu que, para la utilidad de la Iglesia, distribuye sus múltiples dones con magnificencia proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los servicios. Cf. 1 Co 12, 1-11 Entre estos dones ocupa el primer puesto la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu somete incluso los carismáticos. cf 1 Co 14 Y es también el mismo Espíritu que, con su fuerza y mediante la íntima conexión de los miembros, produce y estimula caridad entre todos los fieles. Y por tanto, si a un miembro lo honoran, de ellos se gozan con él todos los demás miembros”. Cf. 1 Co 12, 26 …Aquí comprendemos que, aunque todos tenemos carismas diversos y complementarios, existe una jerarquía entre ello. Pues el servicio de ser cabeza y de coordinar los carismas le corresponde a los Obispos, que tienen 17

la gracia de ser sucesores de los Apóstoles, y a los párrocos y presbíteros en general a sus colaboradores. Es siempre el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Leemos nuevamente en la constitución Lumen gentium: “Para que nos renovásemos continuamente en Él (Cristo), cf. Ef 4,23, nos ha dado su Espíritu, el cual, único e idéntico en la cabeza y en los miembros, da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, de manera que los santos Padres pudieron paragonar su función con la que ejerce el principio vital, es decir el alma, en el cuerpo humano”. En otro texto, particularmente denso y valioso para captar la “organicidad” propia de la comunión eclesial, también en su aspecto de crecimiento incesante hacia la comunión perfecta, el Concilio escribe: “El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazón de los fieles como en un templo, cf 1 Co 3,16; 6,19, y en ellos ora y da testimonio de la adopción filial cf Ga 4,6; Rm 8,15-16.26. Él guía la Iglesia hacia la completa verdad, cf. Jn 16,13, la unifica en la comunión y en el servicio, la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos cf. Ef 4. 11-12; 1 Co 122,4; Ga 5,22. Hace rejuvenecer la Iglesia con la fuerza del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la perfecta unión con su Esposo. Porque el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡”Ven”!”. cf. Ap 22,17 La comunión eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espíritu Santo, que los fieles laicos están llamados a acoger con gratitud y, al mismo tiempo, a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y misión de la Iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas. El fiel laico “no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto con los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas, le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio(…). De esta manera, los carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión. Son riquezas que se complementan entre sí a favor de todos, bajo la guía prudente de los Pastores”. 18

Los Ministerios y los Carismas, dones del Espíritu de la Iglesia 21 Ahora se nos presentan los ministerios, oficios y funciones como dones del Espíritu Santo para la edificación del cuerpo de Cristo. El Concilio Vaticano II presenta los ministerios y los carismas como dones del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. La Iglesia, en efecto es dirigida y guiada por el Espíritu, que generosamente distribuye diversos dones jerárquicos y carismáticos entre todos los bautizados, llamándolos a ser –cada uno a su modo– activos y corresponsables. Consideramos ahora los ministerios y los carismas con directa referencia a los fieles laicos y a su participación en la vida de la Iglesia-Comunión. Los ministerios, oficios y funciones Los ministerios presentes y operantes en la Iglesia, si bien con modalidades diversas, son todos una participación en el ministerio de Jesucristo, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, cf. Jn 10,1, el siervo humilde y totalmente sacrificado por la salvación de todos. cf Mc 10,45 Pablo es completamente claro al hablar de la constitución ministerial de las Iglesias apostólicas. En la Primera Carta a los Corintios escribe: “A algunos Dios los ha puesto en la Iglesia, en primer lugar como apóstoles, en segundo lugar como profetas, en tercer lugar como maestros (…)” 1Co 12, 28. En la carta a los Efesios leemos: “A cada uno de nosotros nos ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo (…). Es él quien, por una parte ha dado a los apóstoles, por otra, a los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros, para hacer idóneos los hermanos para la realización del ministerio, con el fin de edificar el cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, según la medida que corresponde a la plena madurez de Cristo” Ef 4,7. 11-13; cf Rm, 12,4-8. Como resulta de estos y de otros textos del Nuevo Testamento, son múltiples y diversos los ministerios, como también los dones y las tareas eclesiales. Después de leer este breve número, concluimos varias afirmaciones importantes: Todos los bautizados reciben del Espíritu Santo diversos dones y carismas.

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Algunos reciben dones jerárquicos para gobernar la Iglesia, es decir, los que reciben el sacramento del Orden. Todos y cada uno de los bautizados, con los dones carismáticos que han recibido deben ser activos y corresponsables desde el lugar que ocupan. Por lo tanto, todos los bautizados están equipados para el apostolado en diversos ministerios o campos ministeriales. La Iglesia, donde son responsables estos laicos, tiene una constitución ministerial al igual que las Iglesias apostólicas. Es decir, es normal que existan ministerios laicales diversos dentro de la Iglesia. 22 Por medio de la ordenación sacerdotal, los ministros personifican a Cristo cabeza del cuerpo. En latín se dice; in persona Christi capitis. Como la cabeza tiene distinta función que los demás miembro del cuerpo, así los ministros ordenados tienen ministerios que derivan de su ordenación y que son diversos de los ministerios laicales que derivan de su bautismo y sacerdocio bautismal. Los ministerios que derivan del Orden En la Iglesia encontramos, en primer lugar los ministerios ordenados; es decir los ministerios que derivan del sacramento del Orden. En efecto, el Señor Jesús escogió y constituyó los Apóstoles –germen del Pueblo de la nueva Alianza y origen de la sagrada Jerarquía– con el mandato de convertir en discípulos a todas las naciones, cf. Mt 28,19, de formar y de regir el pueblo sacerdotal. La misión de los Apóstoles, que el Señor Jesús continúa confiando a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio, llamado significativamente “diakonia” en la Sagrada Escritura; esto es, servicio, ministerio. Los ministros –en la ininterrumpida sucesión apostólica– reciben de Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del Orden; reciben así la autoridad y el poder sacro para servir a la Iglesia “in persona Christi Capitis” (personificando a Cristo-Cabeza), y para congregarla en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de los Sacramentos. Los ministerios ordenados –antes que para las personas que los reciben– son una gracia para la Iglesia entera. Expresan y llevan a cabo una participación en el sacerdocio de Jesucristo que es distinta, no sólo por grado sino por esencia, de la participación otorgada con el Bautismo y con la Confirmación a todos los fieles. Por otra parte, el sacerdocio ministerial, como ha recordado el Concilio Vaticano II, esta esencialmente finalizado al sacerdocio real de todos los fieles y a éste ordenado. 20

Por esto, para asegurar y acrecentar la comunión en la Iglesia, y concretamente en el ámbito de los distintos y complementarios ministerios, los pastores deben reconocer que su ministerio está radicalmente ordenado al servicio de todo el Pueblo de Dios, cf. Hb 5,1; y los fieles laicos han de reconocer, a su vez, que el sacerdocio ministerial es enteramente necesario para su vida y para su participación en la misión de la Iglesia. 23 Este es un número muy largo. Es una explicación para los laicos de lo afirmado ya por el Concilio Vaticano II; en virtud de su condición bautismal participan en el oficio profético, sacerdotal y regio de Cristo. Es más, pide a los pastores que reconozcan el fundamento sacramental de los ministerios laicales. Aclarando que los ministerios laicales no hacen del laico un pastor. Ministerios, oficios y funciones de los laicos La misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos. En efecto, éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia medida. Los pastores, por tanto, han de reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos además en el Matrimonio. Después, cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exija, los pastores – según las normas establecidas por el derecho universal– pueden confiar a los fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio ministerio de pastores, no exigen, sin embargo el carácter del Orden. El Código de Derecho Canónico escribe: “Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho”. Sin embargo, el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor. En realidad, no es la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental. Sólo el sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado una peculiar participación en el oficio de Cristo-Cabeza y Pastor y en su sacerdocio eterno. La tarea realizada en calidad de suplente tiene su legitimación –formal e inmediatamente– en el encargo oficial hecho por los pastores, y depende, en su concreto ejercicio, de la dirección de la autoridad eclesiástica. 21

La reciente Asamblea sinodal ha trazado un amplio y significativo panorama de la situación eclesial acerca de los ministerios, los oficios y las funciones de los bautizados. Los Padres han apreciado vivamente la aportación apostólica de los fieles laicos, hombre y mujeres, a favor de la evangelización, de la santificación y de la animación cristiana de las realidades temporales, como también su generosa disponibilidad a la suplencia en situaciones de emergencia y necesidad crónica. Como consecuencia de la renovación litúrgica promovida por el Concilio, los mismos fieles han tomado una más viva conciencia de las tareas que les corresponden en la asamblea litúrgica y en su preparación, y se han manifestado ampliamente dispuestos a desempeñarlas. En efecto, la celebración litúrgica es una acción sacra no sólo del clero, sino de toda la asamblea. Por tanto, es natural que las tareas no propias de los ministros ordenados sean desempeñadas por los fieles laicos. Después, ha sido espontáneo el paso de una efectiva implicación de los fieles laicos en la acción litúrgica a aquélla en el anuncio de la Palabra de Dios y en la cura pastoral. En la misma Asamblea sinodal no han faltado, sin embargo, junto a los positivos, otros juicios críticos sobre el uso indiscriminado del término “ministerio”, la confusión y tal vez la igualación entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, la escasa observancia de cierta leyes y normas eclesiásticas, la interpretación arbitraria del concepto de “suplencia”, la tendencia a la “clericalización” de los fieles laicos y el riesgo de crear de hecho una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada en el sacramento del Orden. Precisamente para superar estos peligros, los Padres sinodales han insistido en la necesidad de que se expresen con claridad –sirviéndose también de una terminología más precisa– tanto de la unidad de misión de la Iglesia, en la que participan todos los bautizados como la sustancial diversidad del ministerio de los pastores, que tiene su raíz en el sacramento del Orden, respecto de los otros ministerios, oficios y funciones eclesiales, que tienen su raíz en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Es necesario pues, en primer lugar, que los pastores, al reconocer y al conferir a los fieles laicos los varios ministerios, oficios y funciones, pongan el máximo cuidado en instruirles acerca de la raíz bautismal de estas tareas. Es necesario también que los pastores estén vigilantes para que se evite un fácil y abusivo recurso a presuntas “situaciones de emergencia” o de “necesaria suplencia”, allí donde no se dan objetivamente o donde se es posible remediarlo con una programación pastoral más racional. 22

Está ante nuestros ojos un párrafo vital en la identidad laical de los bautizados que dan un servicio en algún campo ministerial de las tareas de la Iglesia. Sea que den un servicio en el área profética, litúrgica o social deben hacerlo sin menoscabo de su identidad laical y de los compromisos seculares que esta conlleva Pueden existir laicos que aspiren a dar servicios intraeclesiales huyendo de los que les son propios en el campo secular, sea por temor, sea por ignorancia. Pongamos suma atención a los que nos enseña este párrafo del número 23 de Christifideles Laici que a su vez es una cita de Evangeli nuntiandi 70. Los diversos ministerios, oficios y funciones que los fieles laicos pueden desempeñar legítimamente en la liturgia, en la transmisión de la fe y en las estructuras pastorales de la Iglesia, deberán ser ejercitados en conformidad con su específica vocación laical, distinta de aquella de los sagrados ministros. En este sentido, la exhortación Evangelli nuntiandi, que tanta y tan beneficiosa parte ha tenido en el estimular la diversificada colaboración de los fieles laicos en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia, recuerda que “el campo propio de su actividad evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento. Cuantos más laicos haya compenetrados con el espíritu evangélico, responsables de estas realidades y explícitamente comprometidos en ellas, competentes en su promoción y conscientes de tener que desarrollar toda su capacidad cristiana, a menudo ocultada y sofocada, tanto más se encontraran estas realidades al servicio del Reino de Dios –y por tanto de la salvación en Jesucristo–, sin perder ni sacrificar nada de su coeficiente humano, sino manifestando una dimensión trascendente a menudo desconocida”. Concluimos que bajo riesgo de un desequilibrio en su vida e identidad cristiana laical, todo laico debe trabajar primeramente en el campo propio de su actividad evangelizadora que es el mundo de la política, de la realidad social, etc., y simultáneamente, dar su servicio intraeclesial en alguna área de las tareas de la Iglesia.

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En este número 24 de los carismas es muy amplio en comparación con el número 12 de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, en donde se aluden sin llegar a desarrollar una enseñanza completa. Hoy día, todos estamos descubriendo la dimensión carismática de nuestra Iglesia y nuestro propio carisma que el Espíritu Santo nos ha dado por ser bautizado y confirmados, como ya lo afirmó el número 21 de este mismo documento. Quisiéramos ahora presentar la diferencia entre los 7 dones del Espíritu Santo y los carismas que otorga el Espíritu Santo y que son innumerables. LOS 7 DONES 1. Son el de sabiduría, consejo, entendimiento, ciencia, fortaleza, piedad, temor de Dios. 2. Aparecen en Isaías 11, 1-2 3. Los recibimos en germen en el bautismo junto con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, y con la gracia santificante. 4. El tenerlos es signo de santidad y progreso en la vida cristiana 5. Solo se tienen en estado de gracia. 6. Para desarrollarse presuponen el ejercicio de las virtudes cardinales que a su vez se desarrollan por medio de la ascética. LOS CARISMAS 1. Son innumerables, existen diversas listas en la Biblia. Los hay extraordinarios, como el de curación, milagros y, simples y sencillos como el de enseñar 2. Aparecen en 1Cor 12,4-10; 1Cor 12,28; Ef 4,11: Rom 12,6-8; 1Pe 4,10. 3. Los recibimos germinales en la Confirmación 4. El tenerlos, aún los extraordinarios, no son signos de santidad, sino son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial, es decir, habilitan a un ministerio 5. Se pueden ejercer aún sin el estado de gracia como la afirma MT 7,22-23 6. Se desarrollan insertándose en las capacidades naturales del cristiano. Según el principio de santo Tomás: la gracia supone la naturaleza y se cultiva a través de la formación cristiana laical y el ejercicio del apostolado. En conclusión los 7 dones habitan el “ser” cristiano y los carismas lo habilitan para el “hacer” cristiano. Ambos son necesarios para una equilibrada vida cristiana: ser santo para ser buen apóstol. Aspiremos a descubrir y ejercer los carismas que hay en nosotros para dar los servicios en y para la Iglesia, cultivando simultáneamente nuestra vida de oración y las virtudes cardinales que posibiliten el crecimiento de los dones del Espíritu Santo. 24

Los carismas El Espíritu Santo no sólo confía diversos misterios a la Iglesia-Comunión, sino que también la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas. Estos pueden asumir las más diversas formas, sea en cuanto expresiones de la absoluta libertad del Espíritu que los dona, sea como respuesta a las múltiples exigencias de la historia de la Iglesia. La descripción y la clasificación que los textos neotestamentarios hacen de estos dones, es una muestra de su gran variedad: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para la utilidad común. Porque a uno le es dada por el Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro el don de profecía, a otro el don de discernir los espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, finalmente, el don de interpretarlas”. 1Cor 12,7-10; cf 1Cor 12,4-6- 28-31; Rom 12,6-8; 1Pe 4,1011 Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son siempre gracias de Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Incluso en nuestros días, no falta el florecimiento de diversos carismas entre los fieles laicos, hombres y mujeres. Los carismas se conceden a la persona concreta; pero pueden ser participados también por otros y, de modo, se continúan en el tiempo como viva y preciosa herencia, que genera una particular afinidad espiritual entre las personas. Refiriéndose precisamente al apostolado de los laicos, el Concilio Vaticano II escribe; Para el ejercicio de este apostolado el Espíritu santo, que obra la santificación del Pueblo de Dios por medio del ministerio y de los sacramentos, otorga también a los fieles dones particulares, cf. 1Cor 12,7, “distribuyendo a cada uno según quien quiere”, cf. 1 Cor 12,11, para que “poniendo cada uno la gracia recibida al servicio de los demás”, contribuyan también ellos “como buenos dispensadores de la multiforme gracia recibida de Dios, 1Pe 4,10, a la edificación de todo el cuerpo en la caridad”. cf. Ef 4,16 Los dones del Espíritu Santo exigen –según la lógica de la originaria donación de la que proceden– que cuantos los han recibido, los ejerzan para el crecimiento de toda la Iglesia, como lo recuerda el Concilio. Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero 25

Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu. En este sentido siempre es necesario el discernimiento de los carismas en realidad, como han dicho los Padres sinodales “la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, no siempre es fácil de reconocer y e acoger. Sabemos que Dios actúa en todos los fieles cristianos y somos conscientes de los beneficios que provienen de los carismas tanto para los individuos como para toda la comunidad cristiana. Sin embargo, somos también conscientes de la potencia del pecado y de sus esfuerzos tendientes a turbar y confundir la vida de los fieles y de la comunidad. Por tanto, ningún carisma dispensa de la relación y sumisión a los Pastores de la Iglesia. El concilio dice claramente: “El juicio sobre su autenticidad (de los carismas) y sobre su ordenado ejercicio pertenece a aquellos que presiden en la Iglesia, a quienes especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y retener lo que es bueno” cf. 1 Ts 5,12.19-21, con el fin de que todos los carismas cooperen en su diversidad y complementariedad, al bien común Muchos cristianos, sacerdotes o laicos, nos preguntamos cómo hacer fructificar un carisma, sea en nosotros mismos o en los demás miembros de la comunidad eclesial. Hay también sacerdotes que batallan para encontrar laicos comprometidos, es decir, batallan para encontrar laicos que hayan desarrollado sus carismas y quieran hacerlos fructificar en los ministerios. Es por eso que marcamos los siguientes pasos, basados en la experiencia pastoral para cultivar los carismas que todos y cada uno tenemos. 1. Es en el sacramento de la Confirmación donde el Espíritu Santo nos da a todos y cada uno carismas para el crecimiento de la Iglesia. Por lo tanto, todos tenemos carismas cumpliéndose así lo que nos dice el libro de los Hechos: “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; el vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos…” Hch 1,8. Por lo tanto, los carismas son normales dentro de la Iglesia y no son privativos de ningún movimiento. 2. Existe, sin embargo, una diversidad enorme de carismas, y por lo tanto, un diversidad enorme de ministerios o servicio. “A cada uno de nosotros, sin embargo, le ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo” Ef 4,7. Hay por lo tanto, pluralidad, diversidad y complementariedad en los carismas y en los servicios de ellos se originan en el Cuerpo de Cristo. 3. Lumen Gentium 12 nos dice: “el juicio de su autenticidad y de su ejercicio en lo razonable, pertenece a quien tienen la autoridad en la 26

Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno” 1Tes 5,12.19-21. Aquí se marca el trabajo de los párrocos y de todo sacerdote en general. Está invitado a descubrir los carismas en los miembros de su comunidad, ubicar a cada uno en su propio carisma y así ubicarlo en su propio servicio o ministerio, es decir, vigilar y coordinar su ejercicio razonable para el crecimiento de la comunidad cristiana. Si esto se hace, tendrá muchos agentes de pastoral en su parroquia. 4. Para detectar mis propios carismas o los carismas de los demás debemos detectar primero nuestras CUALIDADES NATURALES con las que hemos nacido y que hemos cultivado nuestra vida humana. Son en estas cualidades naturales en donde el Espíritu Santo hace enraizar los carismas. Santo Tomás lo explica diciendo una ley de la vida cristiana: LA GRACIA NO DESTRUYE LA NATURALEZA, SINO QUE LA PRESUPONE, ELEVA Y PERFECCIONA. Se requiere, pues, el conocimiento sano de sí mismo y de los donde naturales recibidos de Dios, que deben ser cultivados. En la misma línea de mis cualidades naturales están los carismas que el Espíritu Santo me da y en esa misma línea el servicio o ministerio que debo ejercer en el cuerpo místico de Cristo. Por lo tanto, un líder en nuestra Iglesia, sea ordenado o laico, está invitado a descubrir o cultivas las cualidades naturales de los miembros de su comunidad, es decir a convertirse en agente de pastoral. 5. Por último, no basta descubrir un carisma, sino requiere cultivo y educación. El gran san Pablo fue primero discípulo y compañero de Bernabé; primero tuvo que aprender. Es trabajo normal de los sacerdotes, el que eduquemos y formemos los carismas de nuestros laicos, es papel nuestro, ser maestros de nuestras comunidades. La participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia 25 Este número 25 nos muestra el campo eclesial donde los laicos deben realizar su servicio: las diócesis, bajo la dirección de un obispo. Es en las diócesis donde existe y se manifiesta la Iglesia universal, y el otro campo donde deben realizar su apostolado es la parroquia, que es una célula de la diócesis y de la que se hablará extensamente en el próximo número. Dicho de otra manera todo servicio que un laico quiera prestar no pude ser a su arbitrario ni por su cuenta sino únicamente como miembro de una diócesis y de una parroquia en comunión y sometimiento a su obispo y a su párroco.

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Los fieles laicos participan en la vida de la Iglesia no sólo llevando a cabo sus funciones y ejercitando carismas, sino también de otros muchos modos. Tal participación encuentra su primera y necesaria expresión en la vida y misión de la Iglesias particulares, de la diócesis, en las que “verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica”. Iglesias particulares e Iglesia universal Para poder participar adecuadamente en la vida eclesial es del todo urgente que los fieles laicos posean una visión clara y precisa de la Iglesia particular en su relación originaria con la Iglesia universal. La Iglesia particular no nace a partir de una especie de fragmentación de la Iglesia universal, ni la Iglesia universal se constituye con la simple agregación de las Iglesias particulares; sino que hay un vínculo vivo, esencial y constante que las une entre sí, en cuanto que la Iglesia universal existe y se manifiesta en las Iglesias particulares. Por esto dice el Concilio que las Iglesias particulares están “formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a partir de las cuales existe una sola y única Iglesia católica”. El mismo Concilio anima a los fieles laicos para que vivan activamente su pertenencia a la Iglesia particular, asumiendo al mismo tiempo una amplitud de miras cada vez más “católica”. “Cultiven constantemente –leemos en el Decreto sobre el apostolado de los laicos– el sentido de la diócesis, de la cual es la parroquia como una célula, siempre dispuestos, cuando sean invitados por su Pastor, a unir sus propias fuerzas a las iniciativas diocesanas. Es más, para responder a las necesidades de la ciudad y de las zonas rurales, no deben limitar su cooperación a los confines de la parroquia o de la diócesis, sino que han de procurar ampliarla al ámbito interparroquial, interdiocesano, nacional o internacional; tanto más cuando los crecientes desplazamientos demográficos, el desarrollo de las mutuas relaciones y la facilidad de las comunicaciones no consienten ya a ningún sector de la sociedad permanecer cerrado en sí mismo. Tengan así presente las necesidades del pueblo de Dios esparcido por toda la tierra”. En este sentido, el reciente Sínodo ha solicitado que se favorezca la creación de los Consejos Pastorales diocesanos, a los que se pueda recurrir según las ocasiones. Ellos don la principal forma de colaboración y el diálogo, como también de discernimiento, a nivel diocesano. La participación de los fieles laicos en estos Consejos podrá ampliar el recurso a la consultación, y hará que el principio de colaboración –que en determinados casos es también de decisión– sea aplicado de un modo más fuerte y extenso.

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Está prevista en el Código del Derecho Canónico la participación de los fieles laicos en los Sínodos diocesanos y en los Concilios particulares, provinciales o plenarios. Esta participación podrá contribuir a la comunión y misión eclesial de la Iglesia particular, tanto en su ámbito propio, como en relación con las demás iglesias particulares de la provincia o de la Conferencia Episcopal. Las Conferencias Episcopales quedan invitadas a estudiar el modo más oportuno de desarrollar, a nivel nacional o regional, la consultación y colaboración de los fieles laicos, hombres y mujeres. Así, los problemas comunes podrán ser bien sopesados y se manifestará mejor la comunidad eclesial de todos. Si bien, un laico nunca debe perder su horizonte de ser miembro de la Iglesia universal y de una diócesis en particular ni de su dependencia del Papa y del propio obispo; es un su parroquia donde la mayoría de los laicos ejercen de hecho su compromiso apostólico concreto bajo la autoridad de su párroco según los lineamientos del Plan Diocesano de Pastoral. Los números 26 y 27 abren el horizonte a la comprensión de la comunidad parroquial y sus posibilidades de compromiso apostólico, invitando a los laicos que se habitúen a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes. La parroquia La comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible e inmediata de la parroquia. Ella es la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas. Es necesario que todos volvamos a descubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el “misterio” mismo de la Iglesia presente y operante en ella. Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios o casi perdida en medio de populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”, es “una casa de familia, fraterna y acogedora”, es la “comunidad de los fieles”. En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros 29

ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco –que representa al Obispo diocesano– es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular. Ciertamente es inmensa la tarea que ha de realizar la Iglesia en nuestros días; y para llevarla a cabo no basta la parroquia sola. Por esto, el Código de Derecho Canónico prevé formas de colaboración entre parroquias en el ámbito del territorio y recomienda al Obispo el cuidado pastoral ordinaria. En efecto, son necesarios muchos lugares y formas de presencia y de acción, para poder llevar la palabra y la gracia del Evangelio a las múltiples y variadas condiciones de vida de los hombres de hoy. Igualmente, otras muchas funciones de irradiación religiosa y de apostolado de ambiente en el campo cultural, social, educativo, profesional, etc., no pueden tener como centro o punto de partida la parroquia. Y sin embargo, también en nuestros días la parroquia está conociendo una época nueva y prometedora. Como decía Pablo VI, al inicio de su pontificado, dirigiéndose al Clero romano; “Creemos simplemente que la antigua y venerada estructura de la Parroquia tiene una misión indispensable y de gran actualidad; a ella corresponde crear la primera comunidad del pueblo cristiano; iniciar y congregar al pueblo en la normal expresión de la vida litúrgica; conservar y reavivar la fe en la gente de hoy; suministrarle la doctrina salvadora de Cristo; practica en el sentimiento y en las obras de caridad sencilla de las obras buenas y fraternas”. Por su parte, los Padres sinodales han considerado atentamente la situación actual de muchas parroquias, solicitando una decidida renovación de las mismas: “Muchas parroquias, sea en regiones urbanas, sea en tierras de misión, no pueden funcionar con la plenitud efectiva debido a la falta de medios materiales o de ministros ordenados, o también a causa de la excesiva extensión geográfica y por la condición especial de algunos cristianos (como, por ejemplo, los exiliados y los emigrantes). Para que todas estas parroquias sean verdaderamente comunidades cristianas, las autoridades locales deben favorecer: a)la adaptación de las estructuras parroquiales con la amplia flexibilidad que concede el Derecho Canónico, sobre todo promoviendo la participación de los laicos en las responsabilidades pastorales; b)las pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas, donde los fieles pueden comunicar mutuamente la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco servicio y en el amor; estas comunidades son verdaderas expresiones de la comunión eclesial y centros de evangelización, en comunión con sus Pastores”. Para la renovación de las parroquias y para asegurar mejor su eficacia operativa, también se deben favorecer formas institucionales de cooperación entre las diversas parroquias de un mismo territorio. 27 El compromiso apostólico en la parroquia. 30

Ahora es necesario considerar más de cerca la comunión y la participación de los fieles laicos en la vida de la parroquia. En este sentido, se debe llamar la atención de todos los fieles laicos, hombres y mujeres, sobre una expresión muy cierta, significativa y estimulante del Concilio: “Dentro de las comunidades de la Iglesia –leemos en el Decreto sobre el apostolado de los laicos– su acción es tan necesaria, que sin ella, el mismo apostolado de los Pastores no podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena eficacia”. Esta afirmación radical se debe entender, evidentemente, a la luz de la “eclesiología de comunión”; siendo distintos y complementarios, los ministerios y os carismas son necesarios para el crecimiento de la Iglesia, cada uno según su propia modalidad. Los fieles laicos deben estar cada vez más convencidos del particular significado que asume el compromiso apostólico en su parroquia. Es de nuevo el Concilio quien lo pone de relieve autorizadamente: “La parroquia ofrece un ejemplo luminoso de apostolado comunitario, fundiendo en la unidad todas las diferencias humanas que allí se dan e insertándolas en la universalidad de la Iglesia. Los laicos han de habituarse a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes, a exponer a la comunidad eclesial sus problemas y los del mundo y las cuestiones que se refieren a la salvación de los hombres, para que sean examinados y resueltos con la colaboración de todos; a dar, según sus propias posibilidades, su personal contribución en las iniciativas apostólicas y misioneras de su propia familia eclesiástica”. La indicación conciliar respecto al examen y solución de los problemas pastorales “con la colaboración de todos”, debe encontrar un desarrollo adecuado y estructurado en la valorización más convencida, amplia y decidida de los Consejos pastorales parroquiales, en los que han insistido, con justa razón, los Padres sinodales. En las circunstancias actuales, los fieles laicos pueden y deben prestar una gran ayuda al crecimiento de una auténtica comunión eclesial en sus respectivas parroquias, y en el dar nueva vida al afán misionero dirigido hacia los no creyentes y hacia los mismos creyentes que han abandonado o limitado la práctica de la vida cristiana. Si la parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, ella vive y obra entonces profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas. A menudo el contexto social, sobre todo en ciertos países y ambientes, está sacudido violentamente por fuerzas de disgregación y deshumanización. El hombre se encuentra perdido y desorientado; pero en su corazón permanece siempre el deseo de 31

poder experimentar y cultivar unas relaciones más fraternas y humanas. La respuesta de ese deseo puede encontrarse en la parroquia, cuando ésta, con la participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria vocación y misión: ser en el mundo el “lugar” de la comunión de los creyentes y, a la vez, “signo e instrumento” de la común vocación a la comunión; en una palabra ser la casa abierta a todos y al servicio de todos, o, como preferiría llamarla el Papa Juan XX!!!, ser la fuente de la aldea, a la que todos acuden para calmar su sed. Conclusión Capítulo II de Christifideles Laici es vital para entender la ministerialidad en nuestra Iglesia, y nos motiva a seguir estudiando, a sacerdotes y laicos, este documento que es llamado la Carta Magna del Laicado. ECLESIA IN AMERICA Exhortación apostólica postsinodal Juan Pablo II, México 1999 De este importante documento únicamente estudiaremos los dos números que se relacionan con los MEC, invitando a los estudiantes a comprar y leer detenidamente este documento del Papa. 44. Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia “La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo de Dios congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, subraya que son comunes a la dignidad de todos los bautizados la imitación y el seguimiento de Cristo, la comunión mutua y el mandato misional”. Es necesario, por tanto, que los fieles sean conscientes de su dignidad de bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente “el testimonio y la acción evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo de Dios con espiritualidad de comunión conducen a sus hermanos al encuentro con Jesucristo vivo. La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia”. Los ámbitos en lo que se realiza la vocación de los fieles son dos: El primero, y más propio de su condición laical, es el de las realidades temporales, que están llamados a ordenar según la voluntad de Dios. En efecto, “con su peculiar modo de obrar, el Evangelio es llevado dentro de las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente consagran el mismo mundo a Dios”. Gracias a los fieles laicos, “la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de 32

carismas y ministerios que posee el laicado. La secularizad es la nota característica y propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social, laboral, cultural y política, a cuya evangelización es llamado. En un continente en el que aparecen la emulación y la propensión a agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio. América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien común. En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de la propia santificación. Para ello es necesario que sean formados tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en nociones fundamentales de la teología del laicado. El conocimiento profundo de los principios éticos y de los valores morales cristianos les permitirá hacerse promotores en su ambiente, proclamándolos también ante la llamada “neutralidad del Estado”. Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a trabajar, y que puede llamarse “intraeclesial”. Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de aportar sus talentos y carismas a la “construcción de la comunidad eclesial como delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores de grupo, etc. “. Los padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca a algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio constituí hace ya algún tiempo, una Comisión especial y sobre el que los organismos de la Santa Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas directivas. Se han de fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien preparados, hombres y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo, una posible confusión con los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los fieles del sacerdocio ministerial. 33

A este respecto, los padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean bien “distintas de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado” y que los candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que estas tareas laicales “no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido formación exigida, según criterios determinados: una cierta permanencia, una real disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar cuenta a su propio pastor”. De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el ámbito de las realidades temporales. 45. Dignidad de la mujer (Muchos de los MEC son mujeres, por eso nos conviene conocer lo que dicen nuestros obispos sobre la mujer) Merece una especial atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones he querido expresar mi aprecio por la aportación específica de la mujer al progreso de la humanidad y reconocer sus legítimas aspiraciones a participar plenamente en la vida eclesial, cultural, social y económica. Sin esta aportación se perderían algunas riquezas que sólo el “genio de la mujer” puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No reconocerlo sería una injusticia histórica especialmente en América, si se tiene en cuenta la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente, como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, “su papel fue decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado de la salud”. En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es también el rostro de muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de un “aspecto femenino de la pobreza”. La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, común a todas las personas. Ella “denuncia la discriminación, el abuso sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios”. En particular, deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de las mujeres, sobre todo de las más pobres y marginadas, que practicada a menudo de manera engañosa, sin saberlo las interesadas; esto en mucho más grave cuando se hace para conseguir ayudas económicas a nivel internacional. La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su 34

preocupación por la mujer y a defenderlas “de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres”. Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable en la vida y misión de la Iglesia, como también se ha de reconocer la necesidad de la sabiduría y cooperación de las mujeres en las tareas directivas de la sociedad americana. Capítulo 3.

3. INSTRUCCIONES SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA COLABORACIÓN DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO DE LOS SACERDOTES OBJETIVO 3 INSTRUCCIONES SOBRE ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA COLABORACIÓN DE LOS FIELES LAICOS EN EL SAGRADO MINISTERIO DE LOS SACERDOTE Introducción dada en el Vaticano 1997 Estudiaremos únicamente los párrafos de esta instrucción relacionados con los ministros extraordinarios de la comunión, sugiriendo leer los restantes. PREMISA 1. Del misterio de la Iglesia nace la llamada dirigida a todos los miembros del Cuerpo místico para que participen activamente en la misión y edificación del Pueblo de Dios en una comunión orgánica, según los diversos ministerios y carismas. En las Asambleas generales ordinarias del Sínodo de los Obispos, se ha reafirmado la identidad, en la común dignidad y diversidad de funciones propias, de los fieles laicos, de los sagrados ministros y de los consagrados, y se ha estimulado a todos los fieles a edificar la Iglesia colaborando en comunión para la salvación del mundo. Es necesario tener presente la urgencia y la importancia de la acción apostólica de los fieles laicos en el presente y en el futuro de la evangelización 2. El Sínodo de los Obispos de 1987 ha constatado “como el Espíritu ha continuado a rejuvenecer la Iglesia suscitando nuevas energía de santidad y 35

de participación en tantos fieles laicos. Esto es testimoniado, entre otras cosas,  por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes religiosos y fieles laicos;  por la participación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la catequesis;  por los múltiples servicios y tareas confiadas a los fieles laicos y por ellos asumidas;  por el fresco florecer de grupos, asociaciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso laical;  por la participación más amplia y significativa de las mujeres en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad”. 3. En particular los Pastores son invitados “a reconocer y promover los ministerios, los oficios y las funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y además, para muchos de ellos, en el Matrimonio” Hoy el prioritario compromiso de la nueva evangelización, que implica a todo el Pueblo de Dios, exige junto al “especial protagonismo” del sacerdote, la total recuperación de la conciencia de la índole secular de la misión del laico. Esta empresa abre de par en par a los fieles laicos horizontes inmensos – algunos de ellos todavía por explorar– de compromiso secular:  en el mundo de la cultura  el arte, del espectáculo  de la búsqueda científica, del trabajo,  de los medios de comunicación,  de la política,  de la economía, etc., y les pide de genialidad de crear siempre modalidades más eficaces para que estos ambientes encuentren a Jesucristo en la plenitud de su significado. 4. Dentro de esta vasta área de trabajo existe un campo más especial, aquel que se relaciona con el sagrado ministerio de los clérigos, en el ejercicio del cual pueden ser llamados a colaborar los fieles laicos, hombre y mujeres, y, naturalmente, también los miembros no ordenados de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de la Vida Apostólica. A tal ámbito particular se refiere el Concilio Ecuménico Vaticano II, allí en donde enseña: “La jerarquía encomienda a los seglares ciertas funciones que están más estrechamente unidas a los deberes de los pastores, como, por ejemplo. 36

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cristiana, litúrgicos almas”.

Precisamente porque se trata de tareas íntimamente relacionadas con los deberes de los pastores –que para ser tales deben ser marcados con el Sacramento del Orden– se exige, de parte de todos aquellos que en cualquier modo están implicados, una particular atención para que se salvaguarden bien, sea la naturaleza y la misión del sagrado ministerio, sea la vocación y la índole secular de los fieles laicos. Colaborar

no

significa,

en

efecto,

sustituir.

5. Debemos constatar, con viva satisfacción, que en muchas Iglesias particulares la colaboración de los fieles no ordenados en el ministerio pastoral del clero se desarrolla de una manera bastante positiva, con abundantes frutos de bien, en el respeto los límites fijados por la naturaleza de los sacramentos y por la diversidad de carismas y funciones eclesiales, con solución generosas e inteligentes para hacer frente a las situaciones de falta o escasez de sagrados ministros. Tales fieles son llamados y delegados para asumir precisas tareas, tan importantes cuanto delicadas, sostenidos por la gracia del Señor, acompañados por los sagrados ministros y bien acogidos por las comunidades en favor de las cuales prestan el propio servicio. Los sagrados pastores agradecen profundamente la generosidad con la cual numerosos consagrados y fieles laicos se ofrecen para este específico servicio, desarrollado con un fiel sensus Ecclesiae (sentido eclesial) y edificante dedicación. Particular gratitud y estímulo va a cuantos asumen estas tareas en situaciones de persecución de la comunidad cristiana, en los ambientes de misión, sean ellos territoriales o culturales, allí en donde la Iglesia aún está escasamente radicada, y la presencia del sacerdote es sólo esporádica.

PRINCIPIOS

TEOLÓGICOS

1. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha deseado que su único e indivisible sacerdocio fuese participado a su Iglesia. Esta es el pueblo de la nueva alianza, en la cual, por la “regeneración y la acción del Espíritu Santo, los bautizados son consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio santo, para ofrecer, mediante todas las actividades del cristiano, sacrificios 37

espirituales y hacer conocer los prodigios de Aquel que de las tinieblas le llamó a su admirable luz” cfr. 1 Pe 2,4-10. “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Ef 4,5  Común es la dignidad de los miembros que deriva de su regeneración en Cristo, común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección”.  Vigente entre todos una “auténtica igualdad en cuanto a la dignidad ya la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo”, algunos son constituidos, por voluntad de Cristo, “doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás”.  Sea el sacerdocio común de los fieles, sea el sacerdocio ministerial o jerárquico, “aunque diferentes esencialmente y no sólo de grado, se ordenan, sin embargo en uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo”. Entre ellos se tiene una eficaz unidad porque el Espíritu Santo unifica a la Iglesia en la comunión y en el servicio, y la provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos.  La diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial no se encuentra, por tanto, en el sacerdocio ministerial no se encuentra, por tanto, en el sacerdocio de Cristo, el cual permanece siempre único e indivisible, ni tampoco en la santidad a la cual todos los fieles son llamados: “En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de santidad respecto al sacerdocio común de los fueles; pero por medio de él, los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio común que les ha sido conferido”.  En la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, está vigente la diversidad de miembros y de funciones, pero uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la necesidad de servicios. cfr. 1 Cor 12,1-11 La diversidad está en relación con el modo de participación al sacerdocio de Cristo y es esencial en el sentido que “mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal –vida de fe, de esperanza y caridad, vida según el Espíritu– el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos”. En consecuencia, el sacerdocio ministerial “difiere del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles”. Con este fin se exhorta el sacerdote “a creer en la conciencia de la profunda comunión que lo vincula al Pueblo de Dios” para “suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y 38

cordial valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia”. Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y de los presbíteros de aquel común de los fieles, y delinean en consecuencia los confines de colaboración de estos en el sagrado ministerio, se pueden sintetizar así: a) el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y está dotado de una potestad sacra, la cual consiste en la facultad y responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor. b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles. Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en cuanto tal ministerios continúa la misión recibida de los Apóstoles de parte de Cristo, es punto esencial de la doctrina eclesiológica católica. El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los Apóstoles para la edificación de la Iglesia: “está totalmente al servicio de la Iglesia misma”. “A la naturaleza sacramental del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado el carácter de servicio. Los ministerios en efecto, en cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la misión y autoridad, son verdaderamente “esclavos de Cristo” cfr. Rm 11, a imagen de El que, libremente ha tomado por nosotros “la forma de siervo” Flp 2,7. Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos”. 2. Unidad y diversidad en las funciones ministeriales Las funciones del ministerio ordenado, tomadas en su conjunto, constituyen, en razón de su único fundamento, una indivisible unidad. Una y única, en efecto como en Cristo, es la raíz de acción salvífica, significada y realizada por el ministro en el desarrollo de las funciones de enseñar, santificar y gobernar a los fieles. He aquí el triple munus de Cristo y del ministerio ordenado traducido al castellano: 1. Munus docendi = función de enseñar al pueblo de Dios 2. Munus sanctificandi = función de santificar al pueblo de Dios 3. Munus regendi = función de pastorear al pueblo de Dios 39

Esta unidad cualifica esencialmente el ejercicio de las funciones del sagrado ministerio, que son siempre ejercicio, bajo diversas prospectivas, de la función de Cristo, Cabeza de la Iglesia. Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministerio ordenado del munus docendi, sanctificandi et regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral, las diferentes funciones de los sagrados ministros, formando una indivisible unidad, no se pueden entender separadamente las unas de las otras, al contrario, se deben considerar en su mutua correspondencia y complementariedad. Sólo en algunas de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima Autoridad y en los debidos modos. “En efecto, El mismo conforta constantemente su cuerpo, que es la Iglesia, con los dones de los ministerios, por los cuales, con la virtud derivada de Él, nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación”. “El ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor: en realidad no es la tarea la que constituye a un ministro, si no la ordenación sacramental. Solo el Sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado de los Obispos y los presbíteros una peculiar participación al oficio de Cristo Cabeza y Pastor y a su sacerdocio eterno. La función que ejerce el laico en calidad de suplente, adquiere su legitimación, inmediatamente y formalmente, de la delegación oficial dada por los pastores, y en su concreta actuación es dirigido por la autoridad eclesiástica”. Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prácticas tendientes a suplir a las carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles que tergiversa la índole y el significado específico, favoreciendo, entre otras cosas, la disminución de los candidatos al sacerdocio y oscureciendo la especificidad del seminario como lugar típico para formación del ministro ordenado. 3. Insustituibilidad del ministerio ordenado Una comunidad de fieles para ser llamada Iglesia y para serlo verdaderamente, no puede derivar su guía en criterios organizativos de naturaleza asociativa o política. Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía, porque es El fundamentalmente quien ha concedido a la misma Iglesia el 40

ministerio apostólico, por lo que ninguna comunidad tiene el poder de darlo a sí misma, o de establecerlo por medio de una delegación. El ejercicio del munus (función) de magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canónica o jurídica determinación de parte de la autoridad jerárquica. El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la comunidad como Iglesia: “no se debe pensar en el sacerdocio ordenado (…) como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera concebirse como constituida ya sin este sacerdocio”. En efecto, si en la comunidad llega a faltar el sacerdote, ella se encuentra privada de la presencia y de la función sacramental de Cristo, Cabeza y Pastor, esencial para la vida misma de la comunidad eclesial. El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible. Se llega a la conclusión inmediatamente de la necesidad de una pastoral vocacional que sea diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los necesarios ministros como también a la necesidad de reservar una cuidadosa formación a cuantos, en los seminarios, se preparan para recibir el presbiterado. Otra solución para enfrentar los problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría precaria. “el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana”. 4. La colaboración de fieles no ordenados en el ministerio pastoral En los documentos conciliares, entre otros varios aspectos de la participación de fieles no marcados por el carácter del Orden a la misión de la Iglesia, se considera su directa colaboración en las tareas específicas de los pastores. En efecto, “cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exige, los pastores pueden confiar a los fieles no ordenado, según las normas establecidas por el derecho universal, algunas tareas que están relacionadas con su propio ministerio de pastores pero que no exigen el carácter del Orden. Tal colaboración ha sido sucesivamente regulada por la legislación postconciliar y, en modo particular por el nuevo Código de Derecho Canónico. Este, después de haberse referido a las obligaciones y los derechos de todos los fieles, en el título sucesivo, dedicado a las obligaciones y derechos de los fieles laicos, trata no solo de aquello que específicamente les compete, teniendo presente su condición secular, sino también de tareas o funciones que en realidad no son exclusivamente de ellos. De estas, algunas corresponderían a cualquier fiel sea o no ordenado, otras, al contrario se 41

colocan en la línea de directo servicio en el sagrado ministerio de los fieles ordenados. Respecto a estas últimas tareas o funciones, los fieles no ordenados no son detentores de un derecho a ejercerlas, pero son “hábiles para ser llamados por los sagrados pastores en aquellos oficios eclesiásticos y en aquellas tareas que están en grado de ejercitar según las prescripciones del derecho”, o también “donde no haya ministros (…) pueden suplirles en algunas de sus funciones (…) según las prescripciones del derecho”. Al fin que una tal colaboración se puede inserir armónicamente en la pastoral ministerial, es necesario que, para evitar desviaciones pastorales y abusos disciplinares, los principios doctrinales sean claros y que, de consecuencia, con coherente determinación, se promueva en toda la Iglesia una atenta y leal aplicación de las disposiciones vigentes, no alargando, abusivamente, los límites de excepcionalidad a aquellos casos que no pueden ser juzgados como “excepcionales”.

DISPOSICIONES

PRÁCTICAS

Artículo 1. Necesidad de una terminología apropiada El Santo Padre en el Discurso dirigido a los participantes en el Simposio sobre “Colaboración de los fieles laicos en el ministerio presbiteral”, ha subrayado la necesidad de aclarar y distinguir las varias acepciones que el término “ministerio” ha asumido en el lenguaje teológico y canónico. 1. “Desde hace un cierto tiempo se ha introducido el uso de llamar ministerio no solo los officia (oficios) y los munera (funciones) ejercidos por los Pastores en virtud del sacramento del Orden, sino también aquellos ejercidos por los fieles no ordenados, en virtud del sacerdocio bautismal. La cuestión del lenguaje se hace más compleja y delicada cuando se reconoce a todos los fieles la posibilidad de ejercitar –en calidad de suplentes, por delegación oficial conferida por los Pastores– algunas funciones más propias de los clérigos, las cuales, sin embargo, no exigen el carácter del Orden. Es necesario reconocer que el lenguaje se hace incierto, confuso y por lo tanto, no útil para expresar la doctrina de la fe, todas las veces que, en cualquier manera, se ofusca la diferencia “de esencia y no sólo de grado” que media entre el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ordenado”. 2. “Aquello que ha permitido, en algunos casos, la extensión del termino ministerio a los munera (funciones) propios de los fieles laicos es el hecho de que también estos, en su medida, son participación al único sacerdocio de Cristo. Los Officia (funcionales) a ellos confiados temporalmente, son, más bien, exclusivamente fruto de una delegación de la Iglesia. Sólo la constante 42

referencia al único y frontal “ministerio de Cristo” (…) permite, en cierta medida, aplicar también a los fieles no ordenados, sin ambigüedad, el término ministerio: sin que éste sea percibido y vivido como una indebida aspiración al ministerio ordenado, o como progresiva erosión de su especificidad. En este sentido original, el término ministerio (servitium) manifiesta solo la obra con la cual los miembro de la Iglesia prolongan, a su interior y para el mundo, la misión y el ministerio de Cristo. Cuando, al contrario, el termino es diferenciado en relación y en comparación entre los distintos munera (funciones) e oficia (oficios), entonces es necesario advertir con claridad que sólo en fuerza de la sagrada ordenación éste obtiene aquella plenitud y correspondencia de significado que la tradición siempre le ha atribuido”. 3. El fiel no ordenado puede asumir la denominación general de “ministro extraordinario”, sólo si y cuando es llamado por la Autoridad competente a cumplir, únicamente en función de suplencia, los encargos, a los que se refiere el can. 230, &3, además de los cann. 943 y 1112. Naturalmente puede ser utilizado el término concreto con que canónicamente se determina la función confiada, por ejemplo, catequista, acólito, lector, etc. La delegación temporal en las acciones litúrgicas, a las que se refiere el can 230, &2, no confiere alguna denominación especial al fiel no ordenado. No es lícito por tanto, que los fieles no ordenados asuman, por ejemplo, la denominación de “pastor”, de “capellán”, de “coordinador”, “moderador” o de títulos semejantes que podrían confundir su función con aquella del Pastor, que es únicamente el Obispo y el presbítero. Artículo 2. El ministerio de la palabra 1. El contenido del tal ministerio consiste “en la predicación pastoral, la catequesis, y en puesto privilegiado la homilía”. El ejercicio original de las relativas funciones es propio del Obispo diocesano, como moderador, en su Iglesia, de todo el ministerio de la palabra, y es también propio de los presbíteros, sus cooperadores. Este ministerio corresponde también a los diáconos, en comunión con el obispo y su presbiterio. 2. los fieles no ordenados participan según su propia índole, a la función poética de Cristo, son constituidos sus testigos y proveídos del sentido de la fe y de la gracia de la palabra. Todos son llamados a convertirse, cada vez más, en heraldos eficaces “de lo que se espera” cfr. Heb 11,1. Hoy, la obra de la catequesis, en particular, mucho depende de su compromiso y de su 43

generosidad

al

servicio

de

la

Iglesia.

Por tanto, los fieles y particularmente los miembros de los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica pueden ser llamados a colaborar, en los modos legítimos, en el ejercicio del ministerio de la palabra. 3. Para que la colaboración de que se habla en el &2 sea eficaz, es necesario retomar algunas condiciones relativas a las modalidades de tal colaboración. El C.I.C., can.766, establece las condiciones por las cuales la competente Autoridad puede admitir a los fieles no ordenados a predicar in ecclesia vel oratorio. La misma expresión utilizada, admitti possunt, resalta, como en ningún caso, se trata de un derecho propio como aquel específico de los Obispos o de una facultad como aquella de los presbíteros o de los diáconos. Las condiciones a las que se deben someter tal admisión –”si en determinadas circunstancias se necesita de ello”, “si en casos particulares lo aconseja la utilidad”– evidencia de la excepcionalidad del hecho. El van, 766, además, precisa que se debe siempre orar iuxta Episcoporum conferentiae praescripta. En esta última cláusula el canon citado establece la fuente primaria para discernir rectamente en relación a la necesidad o utilidad, en los casos concretos, ya que en las mencionadas prescripciones de la Conferencia Episcopal, que necesitan de la “recognitio” de la Sede Apostólica, se deben señalar los oportunos criterios que puedan ayudar al Obispo diocesano en el tomar las apropiadas decisiones pastorales, que le son propias por naturaleza misma del oficio episcopal. 4. En circunstancias de escasez de ministros sagrados en determinadas zonas, pueden presentarse casos en lo que se manifiesten permanentemente situaciones objetivas de necesidad o de utilidad, tales de sugerir la admisión de fieles no ordenados a la predicación. La predicación en las iglesias y oratorios, de parte de los fieles no ordenados, puede ser concedida en suplencia de los ministros sagrados o por especiales razones de utilidad en los casos particulares previstos por la legislación universal de la Iglesia o de las Conferencias Episcopales, y por tanto no se puede convertir en un hecho ordinario, ni puede ser entendida como auténtica promoción del laicado. 5. Sobre todo en la preparación a los sacramentos, los catequistas se preocupen de orientar los intereses de los catequizándose a la función y a la figura del sacerdote como solo dispensador de los misterios divinos a los que se están preparando. Artículo

3.

La

homilía 44

1. La homilía, forma eminente de predicación “qua per anni liturgici cursum ex textu sacro fidei mysteria et normae vitae christianae exponuntur”, es parte de la misma liturgia. Por tanto, la homilía, durante la celebración de la Eucaristía, se debe reservar al ministro sagrado, sacerdote o diácono. Se excluyen los fieles no ordenados, aunque desarrollen la función llamada “asistentes pastorales” o catequistas, en cualquier tipo de comunidad o agrupación. No se trata, en efecto, de una eventual mayor capacidad expositiva o preparación teológica, sino de una función reservada a aquel diocesano que es consagrado con el Sacramento del Orden, por lo que ni siquiera el Obispo diocesano puede dispensar de la norma del canon, dado que no se trata de una ley meramente disciplinar, sino de una ley que toca las funciones de enseñanza y santificación estrechamente unidas entre sí. No se puede admitir, por tanto, la praxis, en ocasiones asumida, por la cual se confía la predicación homilética a seminaristas estudiantes de teología, aún no ordenados. La homilía no puede, en efecto, considerarse como una práctica para el futuro ministerio. Se debe considerar abrogada por el can. 767, &1 cualquier norma anterior que haya podido admitir fieles no ordenados a pronunciar la homilía durante la celebración de la Santa Misa. 2. Es lícita la propuesta de una breve monición para favorecer la mayor inteligencia de la liturgia que se celebra y también cualquier eventual testimonio siempre según las normas litúrgicas y en ocasión de las liturgias eucarísticas celebradas en particulares jornadas (jornada del seminario, del enfermo, etc.), si se consideran objetivamente convenientes, como ilustrativas de la homilía regularmente pronunciada por el sacerdote celebrante. Estas explicaciones y testimonios no deben asumir características tales de llegar a confundirse con la homilía. 3. La posibilidad de “diálogo” en la homilía, puede ser alguna vez, prudentemente usada por el ministro celebrante como medio expositivo con el cual no se delega a los otros el deber de la predicación. 4. La homilía fuera de la Santa Misa puede ser pronunciada por fieles no ordenados según lo establecido por el derecho o las normas litúrgicas y observando las cláusulas allí contenidas. 5. La homilía no puede ser confiada, en ningún caso, a sacerdotes o diáconos que han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso, han abandonado 45

el

ejercicio

del

sagrado

ministerio.

Recomendamos estudiar el Artículo 4 que tratan de El párroco y la parroquia y el Artículo 5. Los organismos de colaboración en la Iglesia particular que no se relacionan directamente con nuestro tema de los MEC. Artículo 6. Las celebraciones litúrgicas 1. Las acciones litúrgicas deben manifestar con claridad la unidad ordenada del Pueblo de Dios en su condición de comunión orgánica y por tanto la íntima conexión que media entre la acción litúrgica y la manifestación de la naturaleza orgánicamente estructurada de la Iglesia. Esto se da cuando todos los participantes desarrollan con fe y devoción la función propia de cada uno. 2. Para que también en este campo, sea salvaguardada la identidad eclesial de cada uno, se deben abandonar los abusos de distinto tipo que son contrarios a cuanto prevee el canon 907, según el cual en la celebración eucarística, a los diáconos y a los fieles no ordenados, no les es consentido pronunciar oraciones y cualquier parte reservada al sacerdote celebrante – sobre todo la oración eucarística con la doxología conclusiva– o asumir acciones o gestos que son propios del mismo celebrante. Es también grave abuso el que un fiel no ordenado ejercite, de hecho, una casi “presidencia” de la Eucaristía dejando al sacerdote solo el mínimo para garantizar validez. En la misma línea resulta evidente la ilicitud de usar, en las ceremonias litúrgicas, de parte de quien no ha sido ordenado, ornamentos reservados a los sacerdotes o los diáconos (estola, casulla, dalmática). Se debe tratar cuidadosamente de evitar hasta la misma apariencia de confusión que puede surgir de comportamientos litúrgicamente anómalos. Como los ministros ordenados son llamados a la obligación de vestir a todos los sagrados ornamentos, así los fieles no ordenados no pueden asumir cuanto no es propio de ellos. Para evitar confusiones entre la liturgia sacramental presidida por un clérigo o un diácono con otros actos animados o guiados por fieles no ordenados, es necesario que para estos últimos se adopten formulaciones claramente diferentes. Artículo 7. Las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero 1. En algunos lugares, las celebraciones dominicales son guiadas, por la falta de presbíteros o diáconos, por fieles no ordenados. Este servicio, válido 46

cuanto delicado, es desarrollado según el espíritu y las normas específicas emanadas en mérito por la competente autoridad eclesiástica. Para animar las mencionadas celebraciones el fiel no ordenado deberá tener un especial mandato del Obispo, el cual pondrá atención en dar las oportunas indicaciones acerca de la duración, lugar, las condiciones y el presbítero responsable. 2. Tales celebraciones, cuyos textos deben ser los aprobados por la competente Autoridad eclesiástica, se configuran siempre como soluciones temporales. Está prohibido inserir en su estructura elementos propios de la liturgia sacrificial, sobre todo la “plegaria eucarística”, aunque si en forma narrativa, para no engendrar errores en la mente de los fieles. A tal fin deber ser siempre recordado a quienes toman parte en ellas que tales celebraciones no sustituyen al Sacrificio eucarístico y que el precepto festivo se cumple solamente participando a la S. Misa. En tales casos, allí donde las distancias o las condiciones físicas lo permitan, los fieles deben ser estimulados y ayudados todo lo posible para cumplir con el precepto. Artículo 8. El ministro extraordinario de la Comunión Los fieles ordenados, ya desde hace tiempo, colaboran en diversos ambientes de la pastoral con los sagrados ministros a fin que “el don inefable de la Eucaristía sea siempre más profundamente conocido y se participe a su eficacia salvífica con siempre mayor intensidad”. Se trata de un servicio litúrgico que, responde a objetivas necesidades de los fieles, destinado, sobre todo, a los enfermos y a las asambleas litúrgicas en las cuales son particularmente numerosos los fieles que desean recibir la sagrada Comunión. 1. La disciplina canónica sobre el ministro extraordinario de la sagrada Comunión debe ser, sin embargo, rectamente aplicada para no generar confusión. La misma establece que el ministro ordinario de la sagrada Comunión es el Obispo, el presbítero y el diácono, mientras son ministros extraordinarios sea el acólito instituido, sea el fiel a ello delegado a norma del can. 230, &3. Un fiel no ordenado, si lo sugieren motivos de verdadera necesidad, puede ser delegado por el Obispo diocesano, en calidad de ministro extraordinario, para distribuir la sagrada Comunión también fuera de la celebración eucarística, ad actum vel ad tempus (“ad actum” significa permiso para dar la comunión en una sola ocasión, “ad tempus” significa por un tiempo determinado) o en modo estable, utilizando para esto la apropiada forma litúrgica de bendición. En casos excepcionales e imprevistos la autorización puede ser concedida ad actum por el sacerdote que preside la celebración eucarística. 47

2. Para que el ministro extraordinario, durante la celebración eucarística, pueda distribuirla, es necesario o que no se encuentren presentes ministros ordinarios o que, estos, aunque sagrada Comunión presentes, se encuentren verdaderamente impedidos. Pueden desarrollar este mismo encargo también, cuando a causa de la numerosa participación de fieles que desean recibir la sagrada Comunión, la celebración eucarística se prolongará excesivamente por insuficiencia de ministros ordinarios. Tal encargo es de suplencia y extraordinario y debe ser ejercitado a norma de todo miembro de la Iglesia, sin confusión de papeles, de funciones o de condiciones teológicas y canónicas”. Si, de una parte, la escasez numérica de sacerdotes es especialmente advertida en algunas zonas, en otras se verifica un prometente florecer de vocaciones que deja entrever positivas perspectivas para el futuro. Las soluciones propuestas para la escasez de ministros ordenados, por tanto, no pueden ser que transitorias y contemporáneas a derecho. A tal fin es oportuno que el Obispo diocesano emane normas particulares que, en estrecha armonía con la legislación universal de la Iglesia, regulen el ejercicio de tal encargo. Se debe promover, entre otras cosas, a que el fiel delegado a tal encargo sea debidamente instruido sobre la doctrina eucarística, sobre la índole de su servicio, sobre las rúbricas que se deben observar para la debida reverencia a tan augusto Sacramento y sobre la disciplina acerca de la admisión para la Comunión. Para no provocar confusiones han de ser evitadas y suprimidas algunas prácticas que se han venido creando desde hace algún tiempo en algunas Iglesias particulares, como por ejemplo: la comunión de los ministros extraordinarios como si fueran concelebrantes; asociar, a la renovación de las promesas de los sacerdotes en la S. Misa crismal del Jueves Santo, otras categorías de fieles que renuevan los votos religiosos o reciben el mandato de ministros extraordinarios de la Comunión el uso habitual de los ministros extraordinarios en las SS. Misas, extendiendo arbitrariamente el concepto de “numerosa participación”. Artículo 9. El apostolado para los enfermos 1. En este campo, los fieles no ordenados pueden aportar una preciosa colaboración. Son innumerables los testimonios de obras y de gestos de caridad que personas no ordenadas, bien individualmente o en formas de apostolado comunitario, tienen hacia los enfermos. Ello constituye una presencia cristiana de primera línea en el mundo del dolor y de la enfermedad. Allí donde los fieles no ordenados acompañan a los enfermos en los 48

momentos más graves es para ellos deber principal suscitar el deseo de los Sacramentos de la Penitencia y de la sagrada Unción, favoreciendo las disposiciones y ayudándoles a preparar una buena confesión sacramental e individual, como también a recibir la santa Unción. En el hacer uso de los sacramentales, los fieles no ordenados pondrán especial cuidado para que sus actos no induzcan a percibir en ellos aquellos sacramentos cuya administración es propia y exclusiva del Obispo y del Presbítero. En ningún caso, pueden hacer la Unción aquellos que no son sacerdotes, ni con óleo bendecido para la Unción de los Enfermos, ni con óleo no bendecido. 2. Para la administración de este sacramento, la legislación canónica acoge la doctrina teológicamente cierta y la práctica multisecular de la Iglesia, según la cual el único ministro válido es el sacerdote. Dicha normativa es plenamente coherente con el misterio teológico significado y realizado por medio del ejercicio del servicio sacerdotal. Debe afirmarse que la exclusiva reserva del ministerio de la Unción al sacerdote está en relación de dependencia con el sacramento del perdón de los pecados y la digna recepción de la Eucaristía. Ningún otro puede ser considerado ministro ordinario o extraordinario del sacramento, y cualquier acción en este sentido constituye simulación del sacramento. Recomendamos estudiar el Artículo 10 que trata de La asistencia a los Matrimonios, Artículo 11 Ministros del Bautismo, el Artículo 12 sobre La animación de la celebración de las exequias eclesiásticas. Artículo 13. Necesaria selección y adecuada formación Es deber de la Autoridad competente, cuando se diera la objetiva necesidad de una “suplencia”, en los casos anteriormente detallados, de procurar que la persona sea de sana doctrina y ejemplar conducta de vida. No pueden, por tanto, ser admitidos al ejercicio de estas tareas aquellos católicos que no llevan una vida digna, no gozan de buena fama, o se encuentran en situaciones familiares no coherentes con la enseñanza moral de la Iglesia. Además, la persona debe poseer la formación debida para el adecuado cumplimiento de las funciones que se le confían. A norma del derecho particular perfeccionen sus conocimientos frecuentando, por cuanto sea posible, cursos de formación que la Autoridad competente organizará en el ámbito de la Iglesia particular, en ambientes diferentes de los seminarios, que son reservados sólo a candidatos al sacerdocio, teniendo gran cuidado que la doctrina enseñada sea absolutamente conforme al magisterio eclesial y que el clima sea verdaderamente espiritual. 49

Conclusión La Santa Sede confía el presente documento al celo pastoral de los Obispos diocesanos de las varias Iglesias particulares y a los otros Ordinarios, en la confianza que su aplicación produzca frutos abundantes para el crecimiento, en la comunión, entre los sagrados ministros y los fieles no ordenados. En efecto, como ha recordado el Santo Padre, es necesario reconocer, defender, promover, discernir y coordinar con sabiduría y determinación el don peculiar una prioridad pastoral específica para la promoción de las vocaciones al sacramento del Orden. A tal propósito recuerda el Santo Padre que “en algunas situaciones locales se han creado soluciones generosas e inteligentes. La misma normatividad del Código de Derecho Canónico ha ofrecido posibilidades nuevas que, sin embargo, van aplicadas rectamente para no caer en el equívoco de considerar ordinarias y normales soluciones normativas que han sido previstas para situaciones extraordinarias de falta o de escasez de ministros sagrados”. Este documento pretende trazar precisas directivas para asegurar la eficaz colaboración de los fieles no ordenados en tales contingencias y en el respeto a la integridad del ministerio pastoral de los clérigos. “No es necesario defender privilegios clericales, sino la necesidad de ser obedientes a la voluntad de Cristo, respetando y haciendo comprender que estas precisaciones y distinciones nacen de la forma constitutiva que Él ha indeleblemente impreso a su Iglesia”. Su recta aplicación, en el cuadro de la vital communio jerárquica, ayudará a los mismos fieles laicos, invitados a desarrollar todas las ricas potencialidades de su identidad y a una “disponibilidad siempre más grande para vivirla en el cumplimiento de la propia misión… La Virgen María Madre de la Iglesia, a cuya intercesión confiamos este documento, nos ayude a todos a comprender sus intenciones y a hacer toda clase de esfuerzo para su fiel aplicación a fin de una más amplia fecundidad apostólica. Quedan revocadas las leyes particulares y las costumbres vigentes que sean contrarias a estas normas, como asimismo eventuales facultades concedidas ad experimentum por la Santa Sede o por cualquier otra autoridad a ella subordinada. El Sumo Pontífice, en fecha del 13 de Agosto 1997, ha aprobado de forma específica el presente decreto general ordenado de su promulgación. 50

Del Vaticano, 15 Agosto 1997. Solemnidad de la Asunción de la B.V. María.

María,

Mujer

Eucarística

Si queremos descubrir en toda su riqueza La relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento Porque tiene una relación profunda con él.

ENCÍCLICA 17 Juan Pablo II

ECLLESIA DE

DE ABRIL,

EUCHARISTIA 2003

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