Dirigidos Por El Espiritu Santo P Hugo Estrada

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Dirigidos por el Espíritu Santo

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indice 1. El Espíritu Santo en el Evangelio de san. Juan (l)

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2. El Espíritu Santo en el Evangelio de san Juan (ll)

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3.

El Espíritu santo y nuestra conversió

4. Nacer del Agua y del Espíritu Santo

20 29

5. Vida en el Espíritu Santo, según el profeta Ezequiel…41 6. El Espíritu Santo nos adopta como hijos 48 7. El agua del Espíritu Santo

55

8. Llenos del Espíritu Santo

62

9. Amor: fruto del Espíritu Santo

72

10. El Espíritu Santo suscita la alabanza

82

11.

El Espíritu Santo en la interpretación de la Biblia (l)

12.

El Espíritu Santo en la interpretación de la Biblia (II)

1 3. El Espíritu Santo y la Eucaristía 106 14. Plenitud del Espíritu Santo 114 15. No apaguen el fuego del Espíritu Santo ,

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16. Una Iglesia llena de los dones del Espíritu Santo OBRAS RELIGIOSAS DEL MISMO AUTOR

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1 EN EL EVANGELIO EL ESPIRITU SANTO DE SAN JUAN (I) El evangelio de san Juan es el que aporta más datos acerca del Espíritu Santo. Juan lo hace de una manera muy particular: primero, nos va entregando algunos datos acerca del Espíritu Santo para prepararnos a la revelación exhaustiva del Espíritu Santo, que Jesús hace en la última Cena. Por medio de cada una de las revelaciones, que san Juan nos proporciona, vamos comprendiendo, más y más, quien es el Espíritu Santo, cómo actúa en nosotros y cómo debemos prepararnos para recibirlo. El Evangelio de san Juan es muy apropiado para comenzar a tener una idea amplia acerca del Espíritu Santo y de su acción santificadora en cada uno de nosotros. El Cordero de Dios La primera vez que Juan Bautista presentó a Jesús en público no lo mostró como su primo, sino como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). A continuación, afirmó que había visto al Espíritu Santo que se posaba como una paloma sobre la cabeza de Jesús. Era porque Jesús venía a “bautizar con el Espíritu Santo” (Jn 1,32-34).

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En la presentación de Jesús, Juan Bautista afirma dos cosas acerca de Jesús: es el cordero de Dios, que viene a entregarse por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Es-también el que viene para bautizar con el Espíritu Santo. Al final de su Evangelio, Juan va a testificar que vio que del costado de Jesús salía sangre y agua. Es decir, se ha cumplido la misión de Jesús: como Cordero de Dios ha entregado su sangre para el perdón de los pecados, y, ahora, comienza a entregar la “nueva vida en el Espíritu Santo". Nuestro bautismo para nosotros consiste en que por la fe aceptamos el valor de la sangre de Jesús y, al ser limpiados, recibimos la nueva vida en el Espíritu Santo. Comenzamos a ser “Templos del Espíritu Santo” (1Cor 3,16). Antes de la unción, la conversión San Juan describe el caso de dos personas a quienes el Señor quiere llenar de su Espíritu Santo, pero, primero, tiene que provocar en ellas la conversión. El primer personaje es un fariseo muy sabio, especialista en la Escritura. Se llama Nicodemo. Va a visitar a Jesús de noche. Nicodemo está muy seguro de su religión. Le han enseñado que se es bueno cumpliendo al pie de la letra la ley. Jesús, de entrada, le dice: "El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5). Nicodemo se sintió seriamente cuestionado acerca de "su religión". Era un "maestro en Israel", y, ahora, Jesús le estaba diciendo

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en pocas palabras que necesitaba una conversión profunda en su vida espiritual. Nicodemo preguntó qué debía hacer. Jesús le respondió que en él debía suceder lo mismo que había pasado con los que habían sido mordidos por las serpientes en el desierto: para ser sanados, habían tenido que ver hacia una serpiente de bronce, que Dios le había ordenado a Moisés que pusiera en lo alto de un palo. Jesús le hizo saber a Nicodemo que é1, como la serpiente, iba también a ser levantado para que todo el que lo viera con fe se salvara. Que de esa manera Dios mostraba lo mucho que había amado al mundo, hasta llegar al extremo de entregar a su Hijo para que fuera levantado y muriera por la salvación del mundo. Nicodemo, en ese momento, no estaba capacitado para comprender todo lo que Jesús le estaba "revelando". Nicodemo, únicamente, estaba archivando en su mente lo que Jesús le decía. Ante la cruz, Nicodemo comprendió todo lo que Jesús le había anticipado. Captó lo que era el amor de Dios, manifestado en la muerte de Jesús. Se dio cuenta de que tenía que "convertirse". Ahí se llevó a cabo su "nuevo nacimiento". Fue limpiado con la sangre de Cristo y quedó preparado para recibir la nueva vida en el Espíritu Santo, que brotaba del costado de Jesús.

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Nuestra conversión personal, como la de Nicodemo, viene de la cruz de Jesús". Ahí se exhiben la grandeza del amor de Dios y la magnitud de nuestro pecado. Cuando eso sucede, se nos aplica el valor de la sangre de Cristo y se nos concede la nueva vida en el Espíritu Santo. Ése es nuestro nuevo nacimiento del agua y del Espíritu Santo. El otro personaje, que necesita conversión antes de recibir la unción del Espíritu Santo, es la que llamamos la Samaritana. Una mujer que ha querido saciar su sed de felicidad en los charcos del pecado. Tiene un record de adulterios. Jesús se le sienta en el brocal del pozo, a donde va a buscar agua, y le ofrece una agua que le puede quitar la sed para siempre. Le dice Jesús: “El que beba de esta agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna” (Jn 4,14). En el Evangelio de San Juan se compara el Espíritu santo con “Rio de agua viva que brota del interior del que cree en Jesús” (Jn 7,39) Jesús le está ofreciendo el agua de Dios que la puede liberar de su sed insaciable de felicidad. La samaritana, de pronto, le dice a Jesús: “Dame de esa agua". Jesús le objeta que antes debe llamar a su marido. Era una oportunidad que Jesús le daba a aquella mujer pata que hiciera una confesión de sus adulterios. Y así fue. La samaritana, después de haberse quedado en silencio, dijo: “No tengo marido”.

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Equivalía a decir: “Soy una adultera; el hombre con quien estoy viviendo no es mi marido”. Jesús le ayudó a que su confesión fuera completa: le recordó que estaba enterado de que con el que estaba viviendo era su sexto hombre en su vida de pecado. Apenas la mujer hizo con humildad su confesión ante Jesús, comenzó a experimentar el flujo del "agua de vida eterna", que le comenzó a lavar el corazón. Antes, la mujer odiaba a los del pueblo, que la despreciaban por su mala vida. Ahora, la samaritana sentía el impulso irresistible de ir hacia los del pueblo, gritando: " ¡Vengan a ver a este hombre que me ha dicho todo lo que he hecho!" (Jn 4,29).Del odio había pasado al amor. Era el agua del Espíritu Santo que, después de su conversión, le había cambiado el corazón. Ahora, era una mujer dirigida por el Espíritu Santo. El texto evangélico indica que la samaritana dejó olvidado su cántaro en el brocal del pozo. Ya no lo necesitaba para sacar agua del mundo. Había encontrado el agua de vida eterna, que le había quitado la sed. La sed de felicidad, que todos tenemos, no se puede saciar con el agua de los pozos agrietados del mundo. Sólo Jesús puede ofrecer el agua de vida eterna, los ríos de agua viva del Espíritu Santo, que nos traen la paz de Dios y el gozo del Espíritu Santo. Pero antes, como la samaritana, hay que expulsar el pecado, que impide que la blanca paloma del Espíritu haga su nido en nuestro corazón.

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Ríos de agua viva Lo que le sucedió a la mujer samaritana, queda claramente explicado en el capítulo séptimo de san Juan. El día de la fiesta de los Tabernáculos, el sacerdote llevaba un cántaro de oro y derramaba el agua cerca de las gradas del Templo. Lo hacía para recordar el agua que había manado de la roca, cuando se sentían abrasados por la sed en el desierto. En ese momento, Jesús comenzó a gritar. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de que cree en mi brotaran ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). San Juan hace su comentario personal, y afirma que Jesús se refería al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. Aquí está concretado lo que le sucedió a la mujer samaritana. Cuando logró creer en Jesús y confesó sus adulterios, los ríos de agua viva comenzaron a lavarle el corazón. Se convirtió en nueva criatura. En este pasaje evangélico, se exponen, las “condiciones” que Jesús pone para que una persona pueda ser llenada por el Espíritu Santo. En primer lugar, hay que “tener sed”: “Si alguno tiene sed”, dice Jesús. Sed de las cosas de Dios. De la oración, de su palabra, de obras de amor. Por lo general, nosotros tenemos sed de las cosas del mundo: diversiones, dinero, poder, placeres pecaminosos. Por eso, antes de pretender ser llenado por el Espíritu Santo tenemos que ser “desintoxicados” de las cosas

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mundanas, para que se despierte en nosotros la sed de las cosas de Dios. "Venga a mí y beba”, añade Jesús. El que quiera ser llenado por el Espíritu Santo, tiene que buscarlo, tiene que “ir a Jesús”. Buscarlo de todo corazón. Luego tiene que “beberse” la promesa de Jesús. Cuando nos bebemos un vaso de agua, nos apropiamos el agua. Hay que apropiarse la promesa: los “ríos de agua viva”, que Jesús promete. Esto se logra alargando la mano de la fe. "Como dice la Escritura,...brotarán ríos de agua viva", completó Jesús. Un pasaje de la Escritura, que nos habla de esos ríos, es el capítulo 47 de Ezequiel. El profeta expone una visión que tuvo. Vio un chorrito de agua que salía de un costado del templo en ruinas. Se formó una riachuelo que le llegaba al tobillo, luego a la rodilla, a la cintura; luego tuvo que ir nadando porque el riachuelo se había convertido en un torrente impetuoso (Ez 47 ,1-5). Este torrente se introdujo en el Mar Muerto, en cuyas aguas no hay vida, ni vegetación en sus alrededores. Cuando ingresó el agua torrencial, saneó las aguas, y comenzaron a aparecer peces de colores y a brotar árboles frutales en los alrededores (Éz 47,8-12). La acción del Espíritu Santo en la persona, proviene del templo en ruinas, que es Jesús en la cruz, de cuyo costado herido brotó sangre y agua. La sangre, que borra el pecado, y el agua de la nueva vida en el Espíritu

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Santo. La vida en el Espíritu Santo se inicia como un chorrito que se va agrandando hasta convertirse en torrente, que, primero, sanea el alma y, luego, le concede los "dones y frutos" del Espíritu Santo. Por medio de la figura de "ríos de agua viva", Jesús señala la acción del Espíritu Santo como un continuo fluir de la gracia dentro de la persona, que está constantemente en íntima comunión con el Espíritu. Que se deja llevar por el Espíritu por el camino de la voluntad de Dios. Ésa es la "vida abundante", que Jesús promete para los que beban del agua de vida eterna, que él les ofrece a los que creen en é1. En esta primera parte del Evangelio de san Juan, se nos prepara a la gran revelación sobre el Espíritu en la última Cena. En esta primera parte, se muestra a Jesús como el Cordero, que, primero, viene a derramar su sangre para lavar del pecado, para, luego, “bautizar” con el Espíritu. Para que eso suceda es indispensable que la persona, previamente, se llegue a una conversión como la de Nicodemo y la de la mujer Samaritana. Los “ríos de agua viva” que Jesús promete al que cree en él, son el producto de ese proceso espiritual por el que todos debemos pasar, si queremos gozar de la vida abundante, simbolizada por los ríos de agua viva, que brotan del interior del que cree en Jesús. Esos ríos de agua viva hacen brotar en nosotros el fruto del Espíritu: amos, gozo, paz, paciencia. benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, (Gal

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5,22), que indican que la imagen de Jesús va apareciendo en nosotros. Esa es la santidad que produce el Espíritu Santo en la persona.

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2 EL ESPIRITU SANTO EN EL EVANGELIO DE SAN JUAN (II)

Las grandes revelaciones acerca de la personalidad del Espíritu Santo las hizo Jesús en la última Cena. León Dufour afirma que antes Jesús no lo había hecho porque sus apóstoles no estaban preparados para la revelación acerca de su nueva presencia en ellos por medio del Espíritu Santo. Fue en la última Cena cuando Jesús se explayo hablando a cerca de la personalidad y de la obra del Espíritu Santo en cada uno de sus seguidores. Jesús inició diciendo: "Si ustedes me aman obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Consolador, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre en ustedes (Jn 14,15-l6). Una primera indicación: Jesús promete el Espíritu Santo a los que lo aman y se lo demuestran cumpliendo sus mandamientos. El nombre que le da Jesús al Espíritu Santo, en griego, es "parakletos". Una de las traducciones es "paráclito". El nombre de paráclito define perfectamente la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros. En tiempo de Jesús, un paráclito era un abogado, que acudía a auxiliar a una persona en un momento de emergencia, de crisis. El Espíritu Santo es para nosotros un abogado

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en los momentos críticos de nuestra vida, en nuestros trances difíciles. Llega para auxiliarnos, para estar a nuestro lado. El paráclito también era un "especialista" en determinada materia. Cuando alguien quería una información acerca de esa materia, llamaba a un paráclito. El Espíritu Santo es el especialista en las "cosas de Dios". Él nos introduce en la oración, en la Biblia. Sin su acompañamiento, para nosotros es imposible introducirnos en el libro de Dios. Alguien puede ser un genio de la humanidad, pero si no tiene la iluminación del Espíritu Santo no logra oír la voz de Dios en la Biblia. El paráclito era el individuo que era enviado a un batallón de soldados cuando estaban deprimidos, para que les levantara el ánimo. El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda en nuestros momentos de depresión, de angustia, de miedo. Vitalmente unido a nosotros Jesús, al referirse a la presencia del Espíritu Santo, añadió: "Ustedes lo conocen porque él permanece en ustedes y estará en ustedes". (Jn 14,17) Jesús no estaba dentro de los apóstoles: no podía influir más directamente en sus mentes y corazones. El Espíritu Santo, en cambio, estaría dentro de ellos. Vitalmente unido a ellos en todo momento y lugar. Muchas veces, Jesús no estaba con sus discípulos y pasaban por circunstancias muy difíciles. Un día, iban en una barca,

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se vino una tremenda tempestad y fueron invadidos por el pánico. Jesús, caminando sobre las olas del mar, llegó para auxiliarlos. fue su paráclito en ese momento. En otra oportunidad, un grupo de apóstoles no lograron hacer nada con un muchacho epiléptico: el papá del joven les había pedido que rezaran por sanación, y no sucedió nada. Cuando Jesús bajo del monte de la Transfiguración los llegó a sacar de apuros. Nuevamente lo sintieron como su paráclito. La nueva manera en que Jesús estaría en sus discípulos era por medio del Espíritu santo' Estaría en su interior; vitalmente unido a ellos en todo momento y circunstancia. Es la manera cómo el Espíritu Santo está en nosotros. Desde el día de nuestro bautismo fuimos sellados por el Espíritu Santo (Ef 1,13). Dice san pablo: “no saben ustedes que son templos del Espíritu Santo” (1Cor 3,16). Dentro de nosotros mora, permanentemente, el Espíritu Santo. No podemos expulsarlo de nosotros podemos "entristecerlo", (Ef 4,30), podemos ,”apagarlo"(1Tes 5,19 ), pero, de ninguna manera "anularlo" en nosotros' Es un regalo excepcional de la misericordia de Dios. El espíritu Santo está permanentemente en nosotros, convenciéndonos de lo malo, guiándonos, sanándonos, ungiéndonos. ¡Algo maravilloso! Con razón, David clamaba: "¡No me quites tu Santo Espíritu”. (Salmo 51,11), es decir' "que yo no obstaculice la obra de tu Espíritu en mi”.

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Un predicador interno Al referirse Jesús a la presencia interna del Espíritu Santo, aseguró: "Les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu Santo es un predicador interno, que nos sigue “recordando” el Evangelio; nos repite lo mismo que dijo Jesús, pero con una variante: nos ayuda a comprender, cada vez más, el Evangelio de Jesús. De esa manera, nos va llevando a toda la verdad. Jesús es la Verdad. "Yo soy la verdad”, dijo Jesús” (Jn 14,6). La misión del Espíritu Santo es introducirnos más y más, en el misterio de Jesús. Primero, nos lleva a un “encuentro personal” con Jesús. Luego, nos va introduciendo, más profundamente, en el misterio de Jesús. Se nos va toda la vida en ese conocimiento. Hasta que un día lo vemos cara a cara (1Cor 13,12). Por eso Jesús les recalcaba a los discípulos: “Es mejor para ustedes que yo me vaya. Porque si no me voy, el Consolador no vendrá para estar con ustedes; pero si me voy, yo se lo enviare”(Jn 16,7). Jesús estaba “con ellos”, pero, después de Pentecostés estaría “en ellos”. Por eso mejor que se fuera. De esa manera, podría estar para siempre dentro de ellos en todo momento y circunstancia. Muchas de las personas, que acuden a la Iglesia, no conocen “personalmente” a Jesús. Lo conocen solo de “oídas”. Les contaron algo a cerca de Jesús, pero no han tenido su encuentro personal con él. Mientras no se

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lleve a cabo ese encuentro personal con el Señor, propiamente, no son cristianos. Son cristianos, pero solo de nombre. El verdadero cristiano lo es de mente y de corazón. Alguien puede ser un "teólogo eminente"; pero puede ser que no haya tenido su encuentro personal con Jesús. No es nada raro. Muchos escriben libros sobre Jesús, dan conferencias a cerca de Jesús, pero, es posible que nunca hayan tenido su “encuentro personal con Jesús”. Cada día me convenzo más de esto. Lo he constatado. Lo he vivido. Una de nuestras debilidades consiste en creer que solo con nuestro talento, con nuestros estudios bíblicos y teológicos podemos conocer a Jesús. No es posible. A Jesús se le conoce, únicamente, cuando el Espíritu Santo nos abre la mente y el corazón. No solo la mente. También el corazón. El hermano Pedro, no logro llegar al sacerdocio porque no aprobó los exámenes de latín. Pero el hermano Pedro era un “doctor” en las cosas de Dios. Conocía y amaba a Jesús más que sus maestros de seminario. Era la obra del Espíritu Santo en él. Jesús lo dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondite estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los sencillos” (Mt 11,25). No se trata de menospreciar la inteligencia humana. Se trata de que la inteligencia sin la acción del Espíritu Santo, no logra penetrar en “las cosas de Dios”.

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Evangelizador = testigo También Jesús explicó: “Él Espíritu de la verdad, que procede del padre, él será mi testigo. Y ustedes también serán mis testigos, porque han estado conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27). El Espíritu Santo, al recordarnos lo que dijo Jesús, al llevarnos a la verdad, que es Jesús, es el testigo por de excelencia de Jesús. El Espíritu Santo viene para hablarnos de Jesús, para mostrárnoslo. Para que lo conozcamos, lo amemos, le sirvamos y demos a conocer a los demás. Después de los cuarenta días que Jesús resucitado había permanecido manifestándose a los apóstoles y discípulos, ellos ya querían salir a evangelizar. Jesús no se lo permitió. Les dijo: "Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mi…” (Jn 15,26). Nadie puede ser evangelizador eficaz, testigo de Jesús, si antes no ha sido llenado del poder del Espíritu Santo. Una de las deficiencias en nuestra manera de evangelizar ha sido que se ha enviado a muchos evangelizar, pero sin el poder del Espíritu Santo. Han ido únicamente a “dar información” acerca de Jesús; pero no han podido evangelizar eficazmente porque sin el Espíritu Santo no logran ser “testigos” eficaces de Jesús. Solo un testigo puede ser evangelizador. Solo el que ha tenido su encuentro personal con Jesús por medio del Espíritu Santo, ya puede ir a evangelizar, a contar su experiencia personal acerca de Jesús. Eso es

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evangelizar. Un evangelizador sin el poder del Espíritu Santo se convierte en un “periodista”, nada más: va a dar información acerca de Jesús; pero no puede todavía evangelizar, ser testigo de Jesús ante los demás. Limpiar antes de ungir La primera obra del Espíritu Santo en la persona es de purificación. Jesús lo enseño, cuando dijo: "Cuando él venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16,8). El Espíritu le hace ver al mundo su pecado, porque cometió la gran injusticia de matar al Hijo de Dios. Al resucitar Dios a Jesús, el mundo cae en la cuenta de su gran pecado, de su injusticia. Además, en la cruz, quedo condenado el espíritu del mal. Fue juzgado. Creía que había derrotado a Jesús. Al resucitar el Señor, demostró que el demonio había sido vencido. Juzgado. Lo primero que hace el Espíritu santo en nosotros es una obra de purificación. No puede habitar en nosotros, si no hay un corazón puro. El pecado ahuyenta al Espíritu Santo. La obra de purificación la inicia el Espíritu Santo “convenciendo de pecado” al individuo. No es facial. Cuando Adán pecó, Dios fue a buscarlo. Adán, Adán ¿Dónde estás?, le dijo el Señor. Adán alego que estaba bien que nada había sucedido. Dios,

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entonces, le pregunto porque se estaba escondiendo. Trato de “convencerlo de su pecado”. Cuando, al fin, Adán y su esposa, salieron de su escondite, reconocieron su pecado, Dios les echó encima unas pieles, símbolo de su perdón (Gen 3,1020). Lo mismo quiso hacer Dios con Caín. "Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano?", le preguntó el Señor. Caín alegó que él no era el custodio de su hermano. Siguió corriendo con su prisa loca .Con su pecado a cuestas. Dios no pudo convencerlo de su pecado. El Espíritu Santo comienza por provocar en nosotros una lucha entre la luz y las tinieblas. Sólo cuando reconocemos nuestro pecado, y lo confesamos, puede brillar en nosotros la luz del Espíritu Santo. Un lento proceso Decía Jesús en la última Cena: “Tengo mucho más qué decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad él los guiara a toda la verdad… El me glorificara (Jn 16,13-14) El conocimiento de Jesús, la transformación de nuestro corazón implican un proceso lento. Somos de duro corazón para, abrirnos a las cosas del Espíritu. Ezequiel, en una visión, vio como el agua del Espíritu, al principio, sólo le llegaba al tobillo, luego a la rodilla, a la cintura. Finalmente tuvo que ir nadando en impetuoso torrente que se había formado. Los apóstoles no lograban entenderlo que Jesús les decía.

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Cuando les revelo que en Jerusalén lo iban a matar y que iba a resucitar a los tres días, no entendieron y tuvieron miedo de pedirle explicaciones. Se resistían a la realidad (Mc 9,32) Algo admirable es ver al pescador Pedro que, en Pentecostés expone sabiamente el “kerigma”, lo básico acerca de Jesús, con sabiduría y elocuencia. Era el poder del Espíritu Santo que lo había invadido. Por eso las tres mil personas que lo escuchaban se pusieron a llorar, y preguntaban: “¿Qué debemos hacer?” (Hch 2,37) El Espíritu, progresivamente, nos va llenando y nos va introduciendo en el secreto de Dios. Nos va mostrando el rostro de Dios. "El me glorificará" (Jn 16,14), decía Jesús al referirse al Espíritu Santo. La misión del Espíritu Santo es hablarnos laudatoriamente de Jesús. Para que lo conozcamos mejor, lo amemos y lo sirvamos y seamos sus testigos autorizados delante de los demás. Muchos damos testimonio de que después de que recibimos el "Bautismo en el Espíritu Santo", comenzamos a descubrir en la Biblia muchas cosas que nunca habíamos encontrado en esos pasajes, que tantas veces habíamos leído. Era porque, ahora, el agua del Espíritu ya no nos llegaba al tobillo, sino que éramos arrastrados por el torrente impetuoso del Espíritu. La entrega del Espíritu El comentarista bíblico, Alonso Schökel, nos indica que en el Evangelio de san Juan hay que ir descubriendo el

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doble mensaje que el evangelista envía continuamente. Un mensaje es el que se capta literalmente. Otro, el que lleva un sentido espiritual. Eso nos lo muestra en Juan 19,30; dice el texto: "Y cuando tomó el vinagre, dijo Jesús: Queda terminado. Y, reclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (La Biblia, Ediciones Cristiandad, S.1., Madrid 197s). Schökel nos hace ver cómo la expresión, "entregó el espíritu", normalmente, quiere decir que murió. Pero en este texto, también indica que entregó el Espíritu Santo. Por eso Schökel escribe con "mayúscula" Espíritu. Schökel nos remite Juan 7,39, donde san Juan comenta: " Pues aún no había Espíritu porque aún no se había manifestado la gloria de Jesús" (lb). El mismo comentarista nos hace ver que para san Juan la glorificación de Jesús se lleva a cabo en la cruz donde Jesús glorifica al Padre y el .ladre lo glorifica a él' Ahora que Jesús ya ha sido glorificado, ya puede entregar su Espíritu. Por eso inclina la cabeza y entrega el Espíritu. San Juan, además, confirma esta afirmación comentándonos que del costado de Cristo salió sangre y agua. Según san Juan Crisóstomo la sangre de Jesús es lo único que puede borrar el pecado del hombre. El agua del costado de Cristo es la nueva vida en el Espíritu que se concede al que ha sido perdonado. San Juan su primer capítulo, presenta a Jesús como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) "El que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn 1,33)

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Ahora, cuando todo esta consumado, cuando Jesús es glorificado en la cruz, la sangre y agua, que brotan del costado de Jesús, indican que el cordero ya cumplió su misión de llevar el pecado del mundo: por eso, ya puede entregar el agua del Espíritu Santo. Esto viene a confirmarse en el momento que Jesús resucitado se aparece a los temerosos apóstoles, que, con gran complejo de culpa, están encerrados en el Cenáculo. Sin que se abran puertas ni ventanas, Jesús se aparece y les dice: “paz a ustedes”. Dicho esto les mostro las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez: ¡paz a ustedes! Como el padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados; les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar (Jn 20,23). Jesús resucitado acaba de entregar el Espíritu en la cruz. Ahora, lo entrega a sus primeros sacerdotes. Les dio un adelanto de Pentecostés, para prepararlos a la fuerte efusión eclesial del Espíritu santo en la fiesta de Pentecostés. La llenura del Espíritu Santo Jesús dio las indicaciones necesarias para que todo lo que había prometido en la última Cena con respecto al don del Espíritu Santo se hiciera realidad en nosotros. En el mismo Evangelio de san Juan, Jesús indica: "Si alguno tiene sed venga a mí y beba...del interior del que

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cree brotarán ríos de agua viva" (Jn 7,38-39). Para que esa sed de las cosas de Dios se despertara ardientemente, el Señor envió a sus apóstoles y discípulos a Jerusalén para que en un largo retiro espiritual, en compañía de la Virgen María, ”perseveraran unánimes en la oración". Allí, en el Cenáculo, donde les había prometido el don del Espíritu Santo, allí mismo cada uno experimentó la tormenta del Espíritu, que sopló llevándose las hojas secas de su hombre carnal e implantando en cada uno un nuevo hombre espiritual. De ese momento en adelante comenzaron a ser "nuevas criaturas". Quedaron transformados por el poder del Paráclito, que les cambió la mente y el corazón, y que los equipó con el poder de sus dones espirituales para que fueran los grandes testigos de Jesús en el mundo. La gente, al verlos, quedaba estupefacta, al observar cómo aquellos apóstoles, que habían conocido como gente normal y corriente, se manifestaban como grandes predicadores equipados con múltiples dones carismáticos. Eso es lo que se repite en los cenáculos de oración, cuando en comunidad de amor, reunida en el nombre de Jesús, con la compañía de la Virgen María, se siguen derramando las lenguas de fuego del Espíritu y siguen rugiendo las tormentas del Espíritu Santo, que transforman vidas y equipa a los cristiano de dones espirituales para continuar la obra de evangelización de Jesús. Es durante el tiempo de oración perseverante y de la meditación bíblica es que Jesús se hace presente

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por medio de su Espíritu Santo, que repite la vivencia pentecostal, que debe ser algo que continuamente debe renovarse en la Iglesia. Pentecostés no es un caso aislado en la Iglesia. Pentecostés se seguirá repitiendo siempre que haya cenáculos de amor, donde los cristianos perseveran unánimes en la oración en compañía de la Virgen María. Tal vez, nos creemos cristianos porque somos, “adictos” a prácticas religiosas, pero, en el fondo, no amamos a Jesús de corazón, y nuestra fe es “puramente intelectual”. El Espíritu Santo nos convence de que necesitamos un cambio radical, un cambio de corazón para que, de veras, podamos gozar una verdadera comunión con Dios y de los beneficios de su amor, gozo y paz. Es de suma importancia profundizar de qué manera el Espíritu Santo nos va llevando a la conversión. Esto lo podemos apreciar, de manera práctica, al reflexionar en el caso de varios convertidos famosos, que todos conocemos. En el siguiente capítulo, procuraremos explorar cual es el proceso que sigue el Espíritu Santo en la conversión de las personas.

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3 EL ESPIRITU SANTO Y NUESTRA CONVERSION "En pecado me concibió mi madre", así define David la situación de todo ser humano: todos nacemos tocados por el pecado original; de ahí nuestra inclinación hacia el mal, hacia lo prohibido. Esta realidad la expone san Pablo en su Carta a los Romanos, cuando afirma: “En mi interior me gusta la ley de Dios, pero veo en mi algo que se opone a mi capacidad de razonar; es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso” (Rom 7,22-23). Es por eso que todos necesitamos en cambio de manera de pensar y e actuar, un cambio de corazón. Es lo que se llama “conversión”, “nuevo nacimiento”. Jesús prometió: “Cuando el (el Espíritu Santo) venga convencerá al mundo de pecado” (Jn 16:8). Algo indispensable para la verdadera conversión es reconocerse pecador. Cosa que no es fácil, ya que por nuestra naturaleza herida por el pecado, tendemos a no aceptar que somos pecadores, a justificar ante los demás y ante nosotros mismos nuestra manera de actuar. El Espíritu Santo lo primero que hace, es “convencernos” de pecado, de lo que desagrada a Dios en nosotros. El Espíritu Santo nos hace ver que nos creemos cristianos porque somos, tal vez "adictos" a prácticas religiosas, pero que, en el fondo, no amamos a

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Jesús de corazón y que nuestra fe es "puramente intelectual. El Espíritu Santo nos convence de que necesitamos un cambio radical, un cambio de corazón para que, de veras, podamos gozar de una verdadera comunión con Dios, y de los beneficios de su amor, gozo y paz. Es de suma importancia profundizar de qué manera. el Espíritu Santo nos va llevando a la conversión. Esto lo podemos apreciar, de manera práctica, al reflexionar en el caso de varios convertidos famosos, que todos conocemos. Procuremos explorar cuál es el proceso que sigue el Espíritu Santo en conversión de las personas. Nicodemo Nicodemo era un famoso fariseo, especialista en las Escrituras. Según él, era bueno, intachable. La noche que fue a visitar a Jesús, pensó que iba a gozar de lo lindo hablando de alta teología con Jesús, a quien admiraba por sus palabras y sus milagros. Pero Jesús, de entrada, no le siguió el juego. Le dijo: “Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Jn 3,3). Lo que, en concreto, Jesús le estaba señalando era que sí no se convertía en profundidad, no podría pertenecer al reino de Dios. Además, le recalco que con sus solas fuerzas humanas no podía buscar esa conversión, ese “nuevo nacimiento”, de tipo espiritual, que sólo se puede conseguir por medio del Espíritu Santo. "Te aseguro le dijo Jesús - que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios"

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(Jn 3,5). Nicodemo se sintió frustrado. Nunca nadie le había dicho semejantes cosas. También Jesús le indicó a Nicodemo que para su conversión le ayudaría recordar cómo habían sido sanados de las mordeduras de las serpientes venenosas en el desierto los que habían pecado contra Dios. Así como Moisés, por orden del Señor, había levantado una serpiente de bronce en lo alto de un palo para la sanación de los mordidos por las serpientes, así, ahora, él (Jesús) iba a ser levantado en alto para que todo el que lo viera con fe tuviera vida eterna (Jn 3, 14). Jesús, le dio a Nicodemo dos pautas indispensables para la verdadera conversión. Primera: la conversión sólo puede lograrse por medio del Espíritu Santo. Segunda: sólo ante la cruz se puede comprender el inmenso amor de Dios que tanto amó al mundo que entregó al mismo Jesús para que muriera crucificado. Y así es. Sólo ante la cruz logramos comprender la maldad del pecado y el amor de Dios, que tuvo que entregar a Jesús a la cruz, porque sólo con la sangre de Jesús se podía borrar el pecado del mundo (Jn 3,16). Aquella noche no se convirtió Nicodemo; sólo comenzó su proceso de conversión. La conversión definitiva de Nicodemo se verificó cuando estuvo en el Calvario, cuando por medio de la cruz de Jesús comprendió lo que era la maldad del pecado y el amor de Dios por nosotros. Ese día se llevó a cabo en Nicodemo el "nuevo nacimiento", del que le había hablado Jesús. Ante la

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cruz, por obra del Espíritu santo, llegó el cambio de la manera de pensar y de actuar de Nicodemo. En el Calvario, ante la cruz, se verifico la conversión autentica de Nicodemo. Lo mismo sucede con nosotros. No puede haber conversión autentica sin la intervención del Espíritu Santo, sin la comprensión del amor de Dios, demostrado en la cruz de Jesús, y sin un cambio radical de la manera de pensar y de actuar, que la Biblia llama “nuevo nacimiento” por obra del Espíritu Santo. Pablo Pablo le dio suma importancia al proceso de su conversión. Tres veces nos habla de ese acontecimiento en el libro de Hechos de los Apóstoles. Cuando Pablo narra su conversión, descubrimos que lo que le había adelantado Jesús a Nicodemo se verifica plenamente en Pablo, Jesús dijo: “Escudriñen las Escrituras... ellas hablan de mi” (Jn 5,39). Pablo, como especialista en las escrituras, la había escudriñado, pero por ningún lado había encontrado a Jesús como Mesías. Le faltaba la iluminación del Espíritu Santo, que es quien nos ayuda a ingresar en la Biblia con la sabiduría de Dios. Lo primero que el señor proveyó para la conversión de Pablo fue un chorro de luz que le cayó encima mientras iba bien montado en caballo hacia Damasco. Pablo cayó del caballo y quedo totalmente ciego, medio quebrado, totalmente desconcertado. Entonces, pudo escuchar la voz de Jesús resucitado que re hacía ver que, al

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perseguir a los cristiano, era como que lo persiguiera a él mismo. Cuando pablo, como Nicodemo, preguntó, qué debía hacer, el Señor le indico que fuera a Damasco. Allí alguien le indicaría lo que tenía que hacer. Ese chorro de luz que le cayó a Pablo es el símbolo del Espíritu Santo, que cerró los ojos de Pablo, pero que le abrió los oídos para que captara la voz de Jesús resucitado. La misión del Espíritu Santo es mostrar a Jesús. El Señor dijo: "Cuando venga el Espíritu santo, el me dará gloria porque tomará de lo mío y se lo explicará a ustedes" (Jn 1 6,1 4). El hombre, que fue escogido por Dios para evangelizar a Pablo, no era ningún talento teológico, pero estaba "lleno del Espíritu Santo": se llamaba Ananías. Con el poder del Espíritu Santo, sanó, instantáneamente, de s ceguera a Pablo. Luego lo evangelizó: le explicó el kerigma, lo básico acerca de la muerte y resurrección de Jesús. Propiamente lo acercó a la cruz de Jesús para que comprendiera lo que era el amor de Dios, manifestado en Jesús. Pablo recibió el don de la fe para creer en Jesús como su Salvador y Señor. Pablo recibió su bautismo en el Espíritu Santo. Comenzó, entonces, el cambio de manera de pensar y actuar de Pablo. Comenzó su conversión que lo llevó a ser uno de los santos más grandes de la Biblia. Este incidente dramático en la vida de Pablo (caída, golpe, ceguera, desconcierto, frustración) fue el medio

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del que se valió el Espíritu Santo para que Pablo recapacitara en su pecaminosa autosuficiencia de tipo religioso. Este proceso lo hemos experimentado en nuestras vidas. Talvez no con el dramatismo de Pablo, pero si, pasando por las mismas circunstancias: el chorro de luz de la predicación bíblica por medio de la cual el Espíritu Santo provocó en nosotros la fe. Por medio de la Palabra el Espíritu Santo nos convenció de nuestro pecado, de nuestro pseudocristianismo, de nuestra mediocridad espiritual. Muchas de las crisis espirituales o psicológicas de nuestra vida, no fueron sino "operaciones" del Espíritu Santo para hacernos caer de nuestro caballo de autosuficiencia. Sería un error lamentable, creer que para que se dé una conversión haya que pasar, por el dramatismo espiritual y psicológico por el que pasó Pablo. La mayoría de nosotros hemos pasado por esa crisis espiritual, "a plazos” lentamente. Pero todo estaba encaminado. Por el Espíritu Santo para nuestro encuentro personal con Jesús y nuestra conversión. En la conversión de Pablo, y en su nueva vida en el Espíritu Santo, comprendemos lo que Jesús le decía a Nicodemo acerca del “nuevo nacimiento” por obra del Espíritu Santo. Cornelio Cornelio era un militar pagano. A su manera, él rezaba, diariamente, con toda su familia. Es, precisamente, durante la oración familiar que el Espíritu Santo le ordena a Cornelio que llame a Pedro. Al mismo tiempo,

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es mientras Pedro está en oración en la terraza de su casa que el Espíritu Santo le concede una visión y le anticipa que no debe temer ir con los emisarios de Cornelio, que ya están a su puerta, buscándolo para llevarlo a la casa del militar pagano. Pedro se dejó conducir por el Espíritu Santo. No sin preocupación, llegó a la casa del pagano Cornelio. Pedro sabía muy bien que si un judío ingresaba en la casa de un pagano, quedaba "contaminado" y no podía participar en las ceremonias del templo. Pedro un poco nervioso, cavilaba en lo que pensarían los demás apóstoles al respecto. En ese momento, basado en lo que Jesús le había indicado en la visión, optó por comenzar a proclamar el "kerigma": lo básico acerca de Jesús. De pronto, el Espíritu Santo interrumpe el sermón de Pedro y se derrama abundantemente sobre todos los de la casa de Cornelio. Pedro no salía de su asombro por lo que estaba viendo, por eso dijo: "¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?" (Hch 10,47). Más tarde, Pedro les contará a los demás apóstoles que ese día, en la casa de Cornelio, había sucedido lo que ellos habían experimentado en Pentecostés: lenguas, profecías, gozo intenso, bautismo en el Espíritu Santo. Los comentaristas de la Biblia han llamado a este acontecimiento en la casa de Cornelio "El Pentecostés de los paganos". Lo definitivo en la conversión de Cornelio fue la oración familiar. Dice la Carta a los Romanos que por nuestra

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debilidad humana, nosotros ni siquiera sabemos rezar; pero que el Espíritu Santo dentro de nosotros es el que va dirigiendo nuestra oración para que sea según la voluntad de Dios( Rom 8,26). En la casa de Cornelio es el Espíritu el que dirige la oración de aquella familia, para que tengan un encuentro con el gran predicador Pedro. Por medio de la oración, le damos al Espíritu Santo la oportunidad de dirigirnos por el camino de Dios. Por medio de la oración el Espíritu Santo nos orienta a un encuentro personal con Jesús, que nos lleva a un nuevo nacimiento. A cambio de corazón. A la conversión auténtica. Es el Espíritu Santo el que se sirve de personas "llenas del Espíritu Santo” para que lleven la Palabra de Dios, que se convierte en “espada de doble filo” que "deja al descubierto los pensamientos y las intenciones" de los fieles (Hb 4,12). En el caso de Pablo, el Señor se sirvió de Ananías. Á Cornelio, para su conversión, le envió, nada menos, que al jefe de la Iglesia, a Pedro. De ambos predicadores afirma la Biblia que estaban “llenos del Espíritu Santo”. Más tarde, Pablo va a escribir: “yo sembré, pero el Apolo regó, pero el crecimiento lo da Dios” (1Cor 3,16). Nadie puede convertir a otra persona por muy lleno del Espíritu Santo que este pero puede sembrar, regar" la semilla de la palabra, que el Espíritu Santo, a su debido tiempo, hará fructificar.

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EI Etíope En la conversión del cortesano de Etiopía, al que se refiere el capítulo ocho de Hechos, se aprecian mismos elementos, que el Espíritu Santo emplea para llevar a la conversión. El etíope comienza por tener simpatía por tos ritos religiosos de tos judíos: la oración, la lectura de la Escritura. Aquí, el Espíritu Santo comienza su acción: impulsa al etíope a leer el capítulo 53 de Isaías, en donde se presenta al Mesías como, un Cordero que en silencio es llevado al matadero con los pecados de todos. Por demás está decir que el etíope no comprendía nada de todo eso. Es el mismo Espíritu 'Santo que empuja “misteriosamente” al diácono Felipe para que vaya al desierto y para que luego se acerque al carruaje que va pasando frente a él. De Felipe dice el texto bíblico que era un hombre "lleno del Espíritu Santo" y que tenía el don de predicación. Felipe comprende, ahora, el motivo por el que el Espíritu lo llevó tan misteriosamente hasta a aquel etíope (africano). Como bien lo sabía hacer, Felipe evangelizó rápidamente al cortesano de Etiopía. A aquel hombre por medio de la luz del Espíritu Santo en la Escritura, se le abrió el entendimiento: tuvo su encuentro personal con Jesús como su Salvador y Señor. Apenas llegaron a un lugar, en donde había agua, pidió ser hundido en Jesús, ser bautizado. El texto bíblico exhibe al etíope que, con Bozo inusitado, continúa hacia Etiopía, seguramente, como un misionero que el Señor enviaba a aquella región en

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donde nadie había oído hablar de Jesús. En el texto bíblico, el cortesano de Etiopía aparece como un pagano meditabundo, y termina como un cristiano lleno del gozo del Espíritu Santo. Nuevamente, aquí se aprecia cómo el Espíritu Santo dirigió todos los acontecimientos en la vida del etíope para que por medio de la Escritura y la explicación de Felipe, tuviera su encuentro personal con Jesús; para que se convirtiera y recibiera su bautismo en el Espíritu Santo, y para, luego, enviarlo como misionero a Etiopía. También en esta conversión juegan un papel esencial la oración del etíope en el templo de los judíos, la Palabra de Dios, el predicador lleno del Espíritu Santo, la obediencia del etíope al Espíritu, que lo lleva a la oración y a la Palabra, y la obediencia de Felipe, que se deja "manipular" con fe por el Espíritu Santo. Todos estos elementos siguen entrando en juego en los misteriosos caminos del Espíritu para convencernos de pecado, para hablarnos de Jesús, para llevarnos a un encuentro personal con Jesús, para provocar en nosotros la conversión y el bautismo en el Espíritu Santo. Todo está finamente calculado. San Agustín Agustín fue un genio de la humanidad. Famoso profesor universitario. Lleno de sí mismo y de toda clase de vicios. Es él mismo el que lo cuenta en su conocido libro “Las confesiones”. Agustín estaba hundido hasta el cuello en el pozo de los vicios. Su Madre, santa Mónica,

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durante diez años clamó al Señor con lágrimas, pidiendo por la conversión de su hijo. Agustín, talvez por curiosidad, comenzó a acudir a escuchar a su amigo Ambrosio (san Ambrosio ), que se había hecho muy famoso por sus predicaciones ungidas por el Espíritu Santo. La predicación de Ambrosio, comenzó a inquietarlo espiritualmente. Comenzó a ser martillo que lo golpeaba duramente. Un día, desconsolado por su situación espiritual, se, encontraba Agustín en un parque solitario. A lo lejos, escuchó que un niño cantaba: “Toma y lee, toma y lee”. A Agustín le impresionó que un niño hablara de leer, pues, en ese tiempo, apenas los adultos aprendían a leer. Agustín tomó la voz del niño como que fuera la voz de Dios que le quería decir algo. Vio que sobre un banco del parque había un libro abierto. Era la Biblia. Tomó el libro en sus manos: en la página abierta se encontró con un pasaje de la Carta a los Romanos, que decía: “Actuemos, como en pleno día. No andemos en banquetes y borracheras, ni en inmoralidades y vicios, ni en discordias y envidias. Al contrario, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no busquen satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana" ( Rom 13,13-14) . Agustín sintió que era Dios mismo que lo reprendía, que lo retrataba de cuerpo entero en aquella lectura bíblica. Agustín comenzó a llorar impetuosamente. Ese fue el inicio de su conversión. Llegó a ser uno de los grandes santos de la Iglesia.

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Aquí, nuevamente, se detalla cómo el Espíritu Santo comenzó por llevar a Agustín a la predicación de la Palabra, que como "martillo" (Jr 23,29) comenzó a golpearle el corazón de piedra. La oración de su madre y el ambiente de oración de la iglesia de san Ambrosio, seguramente, le dieron amplio espacio al Espíritu Santo para que prosiguiera su obra en el alma de Agustín. El Señor por medio de la inocente voz de un niño le habló a Agustín, lo llevó directamente a su encuentro personal con la Biblia, que se convirtió en " espada de doble filo" que " dejó al descubierto los pensamientos e intenciones" (Hb 4,12) de Agustín. Vino, luego, su encuentro personal con Jesús, su paso del hombre carnal al hombre espiritual, y la vida abundante en el Espíritu Santo, la santidad. En toda conversión siempre están presentes la Palabra de Dios, el individuo lleno del Espíritu Santo, que Dios envía, y la oración. No todas las conversiones son iguales, pero los elementos, que emplea el Espíritu Santo, siempre son los mismos, generalmente. En toda conversión hay un proceso muy claro, que se puede apreciar en todos los convertidos. El Espíritu Santo actúa de alguna manera para que la palabra, la oración lleguen al individuo. Toda conversión es obra sobrenatural. Nadie puede convertirse con sus solas fuerzas humanas. Una vez que el individuo ha reconocido su pecado, se ha arrepentido, comienza a oír la voz de Dios, cada vez más clara. El Espíritu Santo lo lleva, entonces, a su encuentro personal (no sólo

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intelectual) con Jesús. De allí viene la conversión, el cambio de la manera de pensar y de actuar, y la nueva vida en el Espíritu Santo, que se caracteriza por la obediencia a la voz interna de Dios, a la Biblia, a la Iglesia. En todo el sentido de la palabra, toda conversión es un milagro de Dios. Algo que, humanamente, no se puede conseguir. Por eso Jesús le dijo a Nicodemo que su nuevo nacimiento, su conversión, sólo podía ser por el Espíritu Santo,, (Jn 3,5). ¿Me he convertido yo? ¡Qué pregunta tan difícil de contestar para muchos! Una inmensa mayoría, que se llaman cristianos, nunca han tenido el “nuevo nacimiento” del que le habló Jesús a Nicodemo. Es cierto que fueron bautizados de niños y que, por gracia, se les concedió una “regeneración"; pero también es cierto que nunca en su vida se han ,,apropiado,, de esa gracia. Y, por lo mismo, no viven su consagración como hijos de Dios. Creen en Dios, pero “sólo intelectualmente". Propiamente no tienen "experiencia de Dios", ni la buscan con las ansias que el ciervo desea las corrientes de “agua viva” (Sal 42,1). Una persona que no tenga a Jesús como el centro de su vida , no se ha convertido. Y si Jesús es el centro de la vida hay que demostrarlo con hechos concretos, amándolo de corazón, obedeciendo su Evangelio, llevándolo a los demás, como el Señor lo ordena.

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Si una persona no tiene "hambre de oración", "hambre de la Palabra de Dios", deseo de llevar el Evangelio a otros y de servir a los demás, que son las mejores imágenes de Dios, es señal de que no ha habido una conversión auténtica. Si una persona siempre está viviendo en la frontera entre el pecado y la Gracia, es señal de que Jesús todavía no está en el centro de su vida. Además, una persona convertida, debe experimentar " el agua de vida eterna", que Jesús le prometió a la mujer samaritana, si dejaba su vida de pecado y seguía el camino de Dios. La persona convertida debe experimentar la presencia viva de Jesús en su vida por medio del Espíritu Santo, que es paz, gozo, amor. Cuando el joven Isaías experimentó la presencia de Dios por medio de una visión, al mismo tiempo, comenzó a "experimentar" su pecaminosidad; sintió que tenía los labios impuros: no podía ser profeta. Cuándo reconoció su pecado y se dejó purificar por el ángel del Señor, entonces, supo lo que era tener a Dios en su mente y en su coraz6n. Quedó lleno del Espíritu Santo. Cuando nos dejamos purificar por el fuego del Espíritu Santo y tenemos nuestro encuentro personal con Jesús, entonces, comenzamos a experimentar la promesa de Jesús: "los ríos de agua viva" (amor, gozo paz...), que comienzan a brotar dentro de nosotros. Pero eso sólo el comienzo. Ese río sólo nos llega, por el momento al tobillo. Dios no nos quiere con el agua al tobillo. Nos quiere nadando, arrastrados por las borbotantes aguas

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del Espíritu Santo. Esa es la conversión de que Jesús le habló a Nicodemo, y a la que nos va llevando, cuando nos dejamos guiar en todo por el Espíritu Santo.

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4 NACER DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU SANTO

Una de las grandes deficiencias en nuestra iglesia es la multitud de personas que, pacíficamente, se llaman "cristianos", pero que son cristianos sólo de nombre y No de corazón. El motivo profundo es porque nunca en su vida han tenido una "conversión profunda", un encuentro personal con Jesús. Por eso no se nota en ellos la "vida abundante", que debe ser una característica del verdadero cristiano. "¿Y qué debo hacer?", preguntará alguno que se siente aludido como un cristiano sólo de nombre. Esta pregunta, afortunadamente, ya la contestó el mismo Jesús. Una noche se le presentó un hombre muy religioso, especializado en la Escritura, que se llamaba Nicodemo. El intelectual, tal vez, pretendía tener un coloquio teológico con Jesús. El Señor, de entrada, lo llevó a lo esencial; le dijo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios" (Jn 3,3). Además, le especificó: " El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios"( Jn 3,5). Nicodemo con toda su teología no lograba comprender lo que Jesús le decía. Jesús le hizo ver que había una grave deficiencia en su teología. Nicodemo era maestro en Israel e ignoraba algo básico para la salvación.

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En esta escena del Evangelio se capta perfectamente que la fe de Nicodemo era sólo "intelectual". De allí una falla tan grande en su vida espiritual, a pesar de sus abundantes cocimientos teológicos y escriturísticos. Una fe solo intelectual no lleva a la salvación. Esto lo detallo muy bien san Pablo cuando afirmó: "Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, entonces alcanzarás la salvación. Porque cuando se cree con el corazón, actúa la fuerza salvadora de Dios"(Rom 10,9-10). Sólo con la fe intelectual no se puede tener un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu. Se necesitan mente y corazón, aunados, para que actúe la fuerza salvadora de Dios. Nuevo nacimiento. ¿Qué se entiende Por 'nacer del agua y del Espíritu"? En la Biblia hay varias expresiones que vienen a definir lo que es un “nuevo nacimiento” del agua y del Espíritu. Es un "cambio de corazón”, según el profeta Ezequiel (Ez 36,26). Pablo lo llama "nueva criatura" (2Cor 5,17), una nueva persona en Cristo. San Juan presenta el nuevo nacimiento corno un " nacer de Dios (1Jn 1, 13) o como" W& la muerte a la vida" (1jn 3, 14). En Efesios, Pablo habla de la conversión como un "despojarse del hombre viejo” para "revestirse del hombre nuevo" (Ef 4,22-24). También en la carta a Tito se refiere al "levantamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo (Tit 3, 5). Este nuevo nacimiento del Espíritu no es un "esfuerzo" del hombre por cambiar su personalidad. Jesús le

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advirtió a Nicodemo que el nuevo nacimiento sólo podía verificarse "por el agua y el Espíritu"(Jn 3,5). Jesús le puntualizó a Nicodemo que la "carne sólo produce frutos carnales". Sólo el Espíritu Santo puede cambiar nuestro corazón y concedernos un nuevo nacimiento espiritual. El profeta Ezequiel nos informa acerca de la manera en que Dios va obrando en nosotros el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu. Dice el Señor: “Los limpiaré con agua pura y quedarán purificados de todas sus impurezas y de todas sus basuras los purificaré. Y les daré un corazón nuevo infundiré en ustedes un espíritu nuevo quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que los conduzca según mis preceptos y observen y practiquen mis normas" (Ez 36,25-27). En estos versículos de Ezequiel, está muy bien detallado el proceso de cambio de corazón: es obra de Dios, que nos libra de nuestros ídolos, que le quitan el primer lugar en nuestra vida; nos cambia el corazón de piedra, endurecido por el pecado, por un corazón de carne. Y, sobre todo, introduce el Espíritu Santo dentro de nosotros. Aquí está bien descrito el nuevo nacimiento por medio del "agua y del Espíritu". ¿Qué debo hacer? El Señor le pidió a Nicodemo un "cambio radical" en su vida, un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu. El intelectual judío no cayó esa noche a los pies de Jesús pidiendo perdón. Lo único que acertó a decir fue: "¿Cómo puede ser eso?” El Señor le anticipó a

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Nicodemo que como Moisés había " levantado" la serpiente en el desierto, así también él iba a ser "levantado" para que todo el que creyera en él, no se condenara, sino tuviera vida eterna (Jn 3,l4-15). Propiamente, sin que Nicodemo lo comprendiera por el momento, el Señor lo estaba enviando al calvario. Allí Nicodemo iba a entender lo que era el amor de Dios, que había "entregado' a Jesús para que muriera en la cruz por la salvación del mundo. Frente a la cruz, Nicodemo pediría Perdón Por sus pecados, aceptaría el valor de la sangre de Cristo para quedar purificado. De ahí vendría el nuevo nacimiento de Nicodemo. Es frente a la cruz que comprendemos lo que dijo Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16). Frente a la cruz, logramos comprender el inmenso e inexplicable amor de Dios por nosotros, que llegó hasta entregar a Jesús para que fuera inmolado en la cruz por nuestra salvación. Frente a la cruz experimentamos dolor por nuestros pecados, y, como el buen ladrón, pedimos misericordia al Señor- En ese momento, recibimos el perdón y la nueva vida en el Espíritu Santo: el cambio de corazón que nos habilita para descubrir, conscientemente, el don del nuevo nacimiento que, como semilla, se sembró en nuestro corazón el día de nuestro bautismo. También a nosotros el Señor, como a Nicodemo, por medio de la predicación, nos envía al Calvario para que, por fe, nos apropiemos del "nuevo nacimiento del agua y del Espíritu", que, como un don, recibimos, de niños, en el bautismo.

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La segunda conversión El día de nuestro bautismo, se nos regaló la semilla del nuevo nacimiento del agua y del Espíritu, de la regeneración. Cuando después de fuerte predicación bíblica y perseverante oración, en un ambiente de comunidad, llegamos a una conversión más profunda, se hizo en nosotros una realidad "consciente", el regalo del nuevo nacimiento "de lo alto". Es lo que se llama "la segunda conversión". Santa Teresa cuenta que ella tuvo esa segunda conversión hacia los cuarenta años de su vida. Durante muchos años había vivido en un convento, pero su espiritualidad no era de "vida abundante". Llegó, entonces su "segunda conversión", como ella la llama. Este fenómeno espiritual, es al que, en la actualidad, muchos llaman "Bautismo en el Espíritu Santo". No para hablar de un "nuevo sacramento", sino para referirse a la "segunda conversión" en la edad adulta. También se le llama un Pentecostés de tipo personal. El especialista en la teología del Espíritu Santo, Heribert Mühlen, lo llama "renovación del Bautismo y la Confirmación", en la edad adulta. Al principio, se tenía un poco de reparo en darle a este fenómeno espiritual el nombre de "Bautismo en el Espíritu Santo"; a muchos les chocaba. Ahora, ese temor se ha desvanecido, ya que eminentes teólogos católicos, como Heriber Mühlen, Yves Congar, René Laurentín, hablan del Bautismo en el Espíritu Santo sin ningún temor. Y, en realidad, son millones de personas, sacerdotes y laicos, en todo el mundo que dan testimonio de esta vivencia espiritual, de su segunda conversión en

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su edad adulta, de su "nuevo nacimiento de lo alto". De su "Bautismo en el Espíritu Santo". Además, es el mismo Vaticano el que en mensaje a la Renovación Carismática Católica, le anima a difundir en la Iglesia la experiencia del "Bautismo en el Espíritu Santo" (Decreto del Pontificio Consejo para los laicos,14 de septiembre de'1993) Su necesidad Lo grave de este asunto es que el "nuevo nacimiento de lo alto" no es optativo. Es algo indispensable para la conversión auténtica' Jesús le dijo a Nicodemo: "No te asombres de que te haya dicho: Tienen que nacer de nuevo (Jn 3,7). El motivo profundo es que nuestro corazón natural está viciado por nuestra naturaleza caída. Mientras no haya un cambio de corazón, lucharemos en vano por vivir el Evangelio. Fracasaremos, una y otra vez, porque sin el "poder que viene de lo alto", no se puede ser cristiano. No se puede vivir el Evangelio. De allí que para salvarse, dice Jesús, "tenemos que nacer de nuevo". Tiene que darse en nosotros una "conversión profunda". Un pasar de la muerte a la vida; un despojarse del hombre viejo y vestirse del hombre nuevo. Debemos ser "nuevas criaturas" en Cristo. La serpiente cambia de piel, pero sigue siendo venenosa serpiente. La conversión, si no es profunda por obra del Espíritu Santo, no es propiamente conversión. No lleva un cambio de corazón. En el Apocalipsis se expone el caso del "ángel de Laodicea", el pastor principal de esa ciudad, que se gloría de sentirse muy satisfecho de sí

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mismo. En cambio, Jesús resucitado no está nada satisfecho de él; por eso le dice: "No te das cuenta de que eres miserable, desdichado, pobre, ciego, desnudo" (Apoc 3, 17). El dirigente de la Iglesia de Laodicea se daba a sí mismo un "aprobado"; Jesús le dio un "reprobado". Dios ve el corazón. A él no lo podemos engañar. Si no hay nuevo corazón, la persona no puede apreciar el resplandor de verdad de Jesús: está ciego, un velo carnal cubre sus ojos. Si no hay conversión, la persona no logra percibir la voz de Dios que, como al profeta Isaías, "le despierta el oído cada mañana"(ls 50,4), para indicarle el camino de la salvación. Si no hay "nuevo nacimiento" de lo alto, no hay ingreso en el reino de los cielos. ¿Sólo simpatizantes? La noche que Nicodemo fue a visitar a Jesús, se presentó como su fervoroso "simpatizante". Le expuso que estaba fascinado con los "signos" que hacía. Jesús le puntualizó que él no quería "simpatizantes", sino discípulos. Para eso tenía que operarse en él "un nuevo nacimiento", un cambio de corazón, una conversión. En la iglesia hay muchos "simpatizantes" de Jesús. Hablan de Jesús, son muy religiosos; pero Jesús no los tiene en "su lista" de discípulos, porque no se aprecia en ellos un cambio de vida, una "nueva criatura", un "nuevo corazón". Todavía no se han despojado del hombre viejo. Afortunadamente, todos, como Nicodemo, podemos permitirle a Jesús que se meta en nuestra vida por medio del Espíritu Santo y que cambie nuestra manera de pensar y de vivir. Jesús; está dispuesto a conceder un "nuevo nacimiento de lo alto " a todos los Nicodemo de buena voluntad que se

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someten al proceso de conversión que les pide, para que les pueda cambiar el corazón. Para que ya no solo sean sus simpatizantes, sino sus auténticos discípulos. Señales del nuevo nacimiento El Señor le indicó a Nicodemo cuál era el proceso para su "nuevo nacimiento'' Lo mismo hace con nosotros. Para poder ingresar en el reino de los cielos es indispensable un cambio de corazón, un nuevo nacimiento del agua y el Espíritu Santo. Este nuevo nacimiento, no es una idea abstracta: debe manifestarse en la persona de tal manera que la comunidad pueda comprobar ese cambio de corazón en la persona que ha tenido un nuevo nacimiento de lo alto. Jesús, al referirse a la obra del Espíritu Santo, decía que el Santo Espíritu era como el viento: no se sabe de dónde viene ni adónde va; pero se ven sus "efectos” (Jn 3,8). El nuevo nacimiento se debe comprobar por los efectos que produce en la persona por su conversión. Por su cambio de corazón. El mismo san Juan, que es el que habla del nuevo nacimiento del "agua y del Espíritu" en su Evangelio, nos habla de algunas pistas para poder comprobar que ese nuevo nacimiento es una realidad o una ausencia en nuestra vida. En su primera carta, san Juan nos presenta una especie de "test espiritual" para provocar un examen de conciencia acerca del nuevo nacimiento en nuestra vida. En su carta, cuando san Juan habla del nuevo nacimiento emplea varias expresiones para referirse al cambio de corazón: "Nacido de Dios" (1Jn 3,9). "Hemos

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pasado de la muerte a la vida" (1 Jn 3,14). Veamos algunas de estas pautas, que san Juan nos propone como señales de que una persona ha tenido un nuevo nacimiento. 1. "Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado" (1Jn 3,9). La expresión "practicar el pecado", que emplea san Juan, es muy significativa. Todos nosotros sabemos que somos pecadores. El mismo san Juan afirma: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos" (1Jn 1,8). Por nuestra naturaleza caída, todos somos inclinados al mal. Hasta el último instante de nuestra vida, el espíritu del mal procura hacernos caer en la tentación. Pero, "tener tentaciones" no es lo mismo que "practicar el pecado". No porque alguien le dé una patada a una pelota, alguna vez, ya "practica el fútbol". Mientras estemos luchando contra la tentación, mientras busquemos ir por el camino limpio del Evangelio, estamos demostrándole a Dios nuestra fe activa. Él está viendo nuestra lucha: le estamos dando muestras fehacientes de que queremos ser sus "amigos" que cumplimos sus mandamientos. Eso le basta a Dios. Eso nos trae su bendición. Una triste constatación es que para muchos "lo normal" es vivir en pecado, "practicar el pecado". Se puede constatar en muchas eucaristías ocasionales: la iglesia está llena de gente, pero sólo algunos se acercan a comulgar. Lo cierto que una persona que vive en pecado, normalmente, no es cristiana. Tiene el nombre de cristiano, pero no es un cristiano de corazón.

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En el oratorio de san Juan Bosco, había un joven reacio a confesarse y a llevar una vida en Gracia de Dios. Una noche, el santo le puso un papelito sobre la almohada. Cuando el joven llegó vio el papelito en el que Don Bosco había escrito: "¿Qué será de ti si mueres esta noche?". Esta inquietante pregunta impactó al joven. No podía dormir. Se levantó y fue a buscar a Don Bosco para confesarse. El que, normalmente, vive en pecado, "practica el pecado": las puertas del reino de los cielos están cerradas para él. Por el contrario, el que ha tenido un "nuevo nacimiento de lo alto" por obra del Espíritu Santo, vive normalmente en Gracia de Dios. Cuenta en todo momento con su bendición. Ha pasado de muerte a vida. 2. "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios" (1 Jn 5,1). Jesús dijo: "Cuando venga el Espíritu... él me glorificará, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes" Un 16,14)' El Espíritu santo viene a hablarnos de Jesús; nos lleva a un encuentro personal con é1. De allí viene nuestra salvación. El carcelero de Pablo quedó muy impresionado por el comportamiento espiritual del apóstol. Hubo un momento en que le preguntó: "¿Qué debo hacer para salvarme?”, La respuesta de Pablo fue inmediata: "Cree en el Señor Jesucristo y te salvarás tú y tu familia" (Hch 16,31). Creer en Jesús no es algo puramente "intelectual". San Pablo indica cómo hay que creer en Jesús, cuando escribe: "Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó,

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entonces alcanzarás la salvación. Cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios" (Rom 10,9-10). Pedro demostró su fe inquebrantable en Jesús, cuando la gente lo abandonaba, porque les decía que debían comer su cuerpo y beber su sangre. Pedro le dijo: "Señor, ¿a quién iremos?: tú tienes palabras de vida eterna"(Jn 6,68). Creer en Jesús es tener confianza absoluta en su Palabra, en su Evangelio. En la última Cena, Jesús les advirtió a sus apóstoles: "Ustedes serán mis amigos, si cumplen mis mandamientos" (Jn 15,14). Creer es obedecer. Si, de veras, hemos tenido un nuevo nacimiento por obra del Espíritu Santo, creemos de todo corazón en Jesús como enviado de Dios para salvarnos, y obedecemos todo lo que él nos indica en el Evangelio. 3. "Todo el que obra la justicia ha nacido de él" , (1Jn 2,29). Justicia, en la Biblia, indica lo recto, lo limpio, lo que Dios manda. San Pablo afirma que el reino de Dios es: "Justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Donde reina Dios, hay justicia, de ahí provienen la paz y el gozo del Espíritu Santo, que son características del que ha nacido de nuevo. Un distintivo del que busca la justicia consiste en que siempre se esmera en hacer la voluntad de Dios. Muchos santos en todo lo que iban a emprender, primero, se preguntaban si era para la mayor gloria de Dios. Eso es buscar en todo la justicia.

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Dice san Pablo: "Cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir lo que es bueno, lo que le es grato, lo que perfecto” ( Rom 12, 2). Este cambio de "mentalidad” es obra del Espíritu Santo en la persona que ha nacido de nuevo. En todo busca la justicia: lo que es "bueno, grato, perfecto" a los ojos de Dios. El examen diario de conciencia, del que ha tenido nuevo nacimiento, no versa sólo sobre los diez mandamientos, sino también sobre el Sermón de la Montaña, que es la perfección de la ley. 4. "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos” (1 Jn 3, 14). Hacia el final de su vida, Jesús les resumió todo su mensaje a sus apóstoles, cuando les dijo que "toda la ley y los profetas" toda la Escritura - se resumía en amar a Dios y al prójimo. A su vez, san Pablo llegó a decir que podemos tener dones maravillosos del Espíritu Santo, pero que si nos faltaba el amor, no somos nada (1Cor 13). Imposible afirmar que alguien ha tenido" un nuevo nacimiento de lo alto", si carece de lo esencial del seguidor de Jesús: el amor. El mismo san Juan, que dice: "Dios es amor” (1Jn 4,9), afirma también que sólo si amamos a los hermanos podemos tener la evidencia de haber pasado de la muerte a la vida, de haber nacido de nuevo. Si Dios es amor, para poderse llamar seguidor de Jesús, hay que ostentar la esencia de la presencia de Dios: el amor. Si tenemos a

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Dios, necesariamente; debemos tener amor. Dice san Pablo: "El amor de Dios ha sido derramado en nosotros por medio del Espíritu Santo que nos ha sido concedido" ( Rm 5,51). Si de veras el Espíritu Santo ha realizado en nosotros un nuevo nacimiento, todos deben notarlo por el amor de Dios que se trasluce en nuestra manera de obrar. En la última cena Jesús, sorprendió a sus discípulos, cuando les dijo que les iba a dar un "nuevo mandamiento". Les dijo: "Ámense unos a otros como yo los he amado" (Jn 13,34). Lo nuevo de este mandamiento no consiste sólo en "amar”, sino en "amar como Jesús". Jesús, además, por medio de un "gesto profético", quiso que se grabaran bien en la mente en qué consistía el amor .Les lavó los pies a sus discípulos. Eso sólo lo hacían los esclavos. Para Jesús, amor no era una palabra azucarada. Para Jesús amar era entregarse, servir, olvidarse de sí mismo para estar a disposición de los otros. El amor es una característica que no puede faltar en el que ha nacido de nuevo. Sería un contrasentido afirmar que el Espíritu Santo nos ha creado un nuevo corazón, y que ese corazón esté lleno de egoísmo y falta de amor. 5. "Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo" (1Jn 5,4). En el Evangelio de san Juan, "mundo" significa lo que se opone a la Palabra de Dios. No se trata del cosmos, sino de los criterios del mundo, que se oponen a los

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criterios de Jesús. El que ha tenido un nuevo nacimiento, un cambio de corazón, comienza a tener también "la mente de Cristo" (1Cor 2,16), como decía san Pablo. Es un hombre nuevo y ya no busca las cosas del mundo, sino "las cosas de arriba” (Col 3 ,2). Santiago escribió: "Ser amigos del mundo es ser enemigos de Dios" (St 4,4). El que tiene la "mente de Cristo" ya no comulga con la mentalidad del mundo. Le desagradan las cosas del mundo, se aparta de ellas. San Pablo decía: "Por medio de la cruz de Cristo, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Gal 6,14). Para Pablo, desde el momento que él estaba crucificado con Cristo, ya no podía ir hacia el mundo, y el mundo no podía nada contra él. Esa es la actitud del que ha tenido un nuevo nacimiento. Esto hace que el cristiano verdadero sea considerado por algunos como el "patito feo" del cuento: es distinto de todos los demás. El motivo es porque no se deja llevar por la mentalidad del mundo, no baila al son del mundo. En la última cena Jesús pidió por sus apóstoles, y dijo: "No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del maligno" (Jn 17,15). El cristiano no se separa del mundo: la manera de defenderse de los criterios del "mundo" no es huir del mundo, sino ser "sal de la tierra y luz del mundo". El cristiano no ha sido enviado para huir del mundo, sino para transformar el mundo con la luz del Evangelio. Jesús dijo: "Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). El cristiano, que ha tenido un nuevo nacimiento, tiene un nuevo corazón, y, por eso, con el poder del Espíritu Santo también vence al mundo: la mentalidad del mundo, que lo quiere apartar de la "mente de Cristo”.

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6. "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca; el Hijo de Dios lo protege y el maligno no lo toca" (1Jn 5,18). Jesús nos puso sobre aviso acerca de la táctica del espíritu del mal; dijo Jesús que cuando un demonio es expulsado de una persona va a llamar a otros siete espíritus peores que él para dar un nuevo ataque. En la parábola de Jesús, cuando llega el mal espíritu con los otros siete, dan un nuevo asalto y el individuo queda totalmente derrotado (Lc 11, 24-26). ¿Por qué fue derrotado el individuo que se había convertido? Porque no tomó las debidas precauciones. Creyó que la guerra ya estaba finalizada totalmente. Limpió su casa, pero no le puso candados y alarmas. No la amuebló con oración, meditación de la palabra, Sacramentos, obras buenas. Simplemente se sentó tranquilo a gozar de su victoria. Jesús nos advierte que debemos estar siempre vigilantes. A sus apóstoles, en la noche del Huerto de Getsemaní, los previno acerca de las fuerzas del mal que los atacarían. Jesús les advirtió: "Vigilen y oren para no caer en la tentación"(Mt 26,41). Ellos se durmieron, no vigilaron. Llegó la tentación y fueron derrotados: huyeron, perdieron la fe. San Pablo, consciente de que nos movemos en un cosmos poblado de malas presencias, nos invita a llevar siempre "la armadura de Dios,, : el yelmo de la salvación, la coraza de la fe, el cinturón de la Verdad, la espada del Espíritu Santo, la palabra de Dios , y los zapatos del Evangelio de la Paz(Ef 6,12).

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El que ha nacido del agua y del Espíritu, sabe que debe permanecer vigilante con la “armadura de Dios" siempre puesta. Jesús dice: "El varón fuerte y armado que custodia su casa tendrá en paz todas sus cosas" (Lc 11,21). El cristiano de oración constante, de meditación diaria de la Biblia, de Sacramentos, de obras de misericordia sabe que Dios le garantiza que el diablo no lo podrá vencer. El cristiano maduro está convencido de lo que dice el libro de Job: "Milicia es la vida del hombre en la tierra” (Jb 7, 1). Por eso, siempre permanece alerta, como el servidor fiel y prudente, que tiene los lomos ceñidos en actitud de servicio, o como las vírgenes prudentes que renuevan a tiempo el aceite de su lámpara para que esté siempre encendida. Algo Indispensable En los primeros tiempos de la Iglesia, se dio el caso de un hombre llamado Nicolás: había sido seleccionado por la comunidad como un hombre “lleno del Espíritu Santo" para ser nombrado "diácono" en la Iglesia. Más tarde, según aparece en la tradición este mismo Nicolás fundó el grupo de los "nicolaítas", una secta, que san Juan denuncia en Apocalipsis. Es posible que Nicolás ante todos aparentara un cambio de corazón, un nuevo nacimiento; pero el tiempo demostró que su conversión sólo era de apariencia. Fue uno de los primeros "falsos profetas" en la Iglesia. También el libro de Hechos expone el caso de Simón el Mago (Hch 8). Ante la predicación del diácono Felipe, dejó la magia y se convirtió en cristiano, según comunidad. Todos se alegraron. Creían que se había

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convertido de veras, que había tenido un nuevo nacimiento. Lo cierto es que, un día, Pedro, con gran discernimiento, se dio cuenta de la realidad de Simón el Mago porque, el que había sido brujo, le estaba ofreciendo dinero para que le concediera poder realizar signos carismáticos. Pedro sin dudar, le dijo: " Delante de Dios tu corazón no es recto.... veo que está lleno de amargura y que la maldad te tiene preso" (Hch 8, 21 21). La comunidad creía que Simón el Mago había tenido un nuevo nacimiento, un cambio de corazón. Pero sólo era apariencia, nada más. La Tradición cuenta que Simón el Mago volvió a la magia y murió mientras intentaba volar. El nuevo nacimiento, el cambio de corazón, según Jesús, es algo indispensable para ingresar en el reino de Dios. "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede ingresar en el Reino de Dios" (Jn 3,5), decía Jesús. El nuevo nacimiento por obra del Espíritu Santo no es algo optativo. Es algo esencial de un verdadero cristiano. Pero este nuevo nacimiento no es una emoción pasajera, ni pura euforia espiritual: debe traducirse en hechos concretos de la vida espiritual. Según la primera Carta de san Juan, si alguno verdaderamente ha tenido un cambio de corazón, lo demuestra con hechos concretos, si no "practica el pecado", "si cree firmemente en Jesús", "si obra la justicia", "si ama a los hermanos", "si vence al mundo y si se mantiene vigilante junto a Jesús para no pecar y no ser derrotado por el maligno". Solamente, si estas características del nuevo nacimiento se dan en nosotros, podemos estar satisfechos y agradecidos a Dios por el "nuevo nacimiento", por el

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cambio de corazón que nos habilita, por la misericordia de Dios, a pertenecer al reino de Dios.

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5 LA VIDA EN EL ESPÍRITU SANTO SEGUN EZEQUIEL El profeta Ezequiel para hablar de la vida en el Espíritu Santo se sirve de imágenes muy bien logradas que nos ayudan a profundizar en la obra del Espíritu Santo en nosotros. Toda vida en el Espíritu, se inicia la conversión. Pero para que la conversión del individuo se haga realidad, el Señor, por lo general, se sirve de un instrumento humano, de un profeta. El profeta Ezequiel nos comparte, en su capítulo 37, cómo, en una visión, el Señor le pone la mano encima y le comunica su poder antes de enviarlo a la misión que ha reservado para é1. Después de haberlo equipado de poder, el Señor conduce al profeta a enfrentarse con una realidad desoladora: un montón de huesos secos en un desierto. Esos huesos secos representan la aridez espiritual del pueblo de Israel. Y representan también la desolación de una iglesia en que no se evidencia la presencia viva del Espíritu Santo. Lo primero que el Señor le ordena al profeta es "hablar". Le dice: "Háblales en mi nombre a estos huesos, Diles : Huesos secos, escuchen este mensaje del Señor. El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan "(Ez 37,4-5).Lo primero que el Señor le ordena al profeta es predicar. Bien decía san Pablo que la fe viene de la predicación" (Rom 1O,17). La Palabra de Dios es "espada" (Hbr 4, 12) que se

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introduce profundamente en el corazón y “somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón" ( Hb 4,12). La Palabra de Dios también es "Lámpara a los pies y luz en el sendero" (Sal '119). Por eso, en el inicio de toda conversión está la Palabra. La espada del Espíritu Santo, que comienza por hundirse en lo más profundo de nuestro corazón. El profeta por medio de la Palabra, con el poder de Dios, logra que el individuo vea su oscura realidad y sienta la necesidad de acudir a Dios en busca de ayuda. El profeta, en nombre de Dios, les promete a los huesos secos que en nombre de Dios les va a traer "vida". La predicación - el Evangelio - es una buena noticia de liberación, de bendición. Cuando Jesús se presentó por primera vez a predicar, aseguró que llegaba "Ungido por el Espíritu Santo" para llevar un "Evangelio ", una buena noticia de salvación (Lc 4,18). Bajo el impulso de Dios, el profeta Ezequiel comienza a hablarles a los huesos secos. Al punto observa que los huesos secos comienzan a revestirse de carne. Pero todavía no tienen aliento de vida. Esos huesos cubiertos de carne, pero sin vida, simbolizan la vida del cristiano novato, que carece de una vida espiritual abundante, que sólo se logra con la presencia fuerte del Espíritu Santo. El Señor, ahora, le ordena al profeta que diga: "Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales, da vida a estos cuerpos muertos" (Ez 37, 9). A continuación, el profeta relata lo que sucedió: "Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie,

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Eran tantos que formaban un ejército" (Ez 37,10). En hebreo, aliento se dice "Ruah". Se traduce también como Espíritu. Aquí se está exponiendo la obra del Espíritu Santo, del Aliento de vida, en las personas. El Espíritu Santo convierte los huesos secos en un ejército en pie de guerra. En un pueblo resucitado. En nuestra Iglesia hay muchos huesos secos: muchas personas son verdaderos "cadáveres ambulantes ": no tienen una vida espiritual abundante, no son "piedras vivas" en el edificio de la iglesia: su cristianismo consiste únicamente en una misa el día domingo. La única manera de que nuestra Iglesia sea despertada es por medio de la predicación de la Palabra de Dios con poder. De ahí viene la conversión, que abre al individuo para una fuerte presencia del Espíritu Santo en su vida. La imagen de la iglesia como un "ejército,, en pie de guerra es muy apropiada, ya que la evangelización es un enfrentamiento con las fuerzas del mal. Cuando a san Pablo el Señor lo envió a evangelizar, le indicó que lo enviaba a trasladar a las personas de las tinieblas a la luz; a arrancarlas de las manos de Satanás para pasarlas a las manos de Dios (Hch 26,18). En este capítulo 37 del profeta Ezequiel están muy bien delineadas las etapas por las que se debe pasar para llegar a una conversión, que abra el corazón del individuo para que el Espíritu Santo pueda actuar con libertad sin ser "apagado " o "entristecido". Y todo esto se inicia cuando el 5eñor "pone la mano" sobre algún

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profeta y lo envía con poder para que por medio de la predicación bíblica las personas abran sus corazones y se conviertan, para que el Espíritu Santo pueda cumplir su ministerio de transformación espiritual. La conversión En su capítulo 36, el profeta Ezequiel detalla minuciosamente en qué consiste la conversión a la que el individuo llega cuando recibe la predicación con el poder de Dios. Debido a sus pecados, el pueblo de Israel se alejó de Dios; perdió su bendición. El pueblo de Israel se convirtió, entonces, en juguete de sus enemigos. Fue a parar al cautiverio. Después de muchos años de humillación y sufrimiento, Israel reconoció sus pecados y se arrepintió. El Señor, entonces, le indicó cómo lo transformaría totalmente por medio de su Santo Espíritu. El proceso sería el siguiente: "Los lavaré - dice el Señor - con agua pura - los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos; pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil. Pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos " (Ez 36,2527). El proceso de conversión se inicia con un "lavamiento". El Señor comienza por arrancar al pueblo de sus "ídolos". En la Biblia, ídolo es todo lo que quita el primer lugar a Dios en la propia vida. Luego, el Señor procede a arrancar el “corazón de piedra". El corazón de piedra representa la “cerrazón”, del pecador que no

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quiere dejarse conducir por Dios por el sendero de la salvación. Está aferrado a su pecado. A lo que cree que es su felicidad. Después de este "lavamiento”, el Señor le "cambia el corazón " al pecador. Para esta operación espiritual, el Señor emplea el bisturí de la palabra de Dios, que es espada de doble filo que explora las profundidades del alma. Tenía razón David cuando después de haber pecado, le rogaba a Dios, diciendo: "Crea en mí un corazón puro” (Sal 51). En la Biblia, "crear" significa "sacar de la nada”. Eso sólo lo puede hacer Dios. Por eso, la Biblia reserva el verbo "crear" sólo para Dios. Sólo Dios puede “crearnos” un nuevo corazón. Ni el psicólogo, ni el psiquiatra pueden cambiar el corazón de un individuo. Es obra exclusiva de Dios por medio del Espíritu Santo. Después del "cambio de corazón”, el Señor introduce su Espíritu en el individuo, que ya no cumple la ley por "obligación” sino por “amor”. Se pasa de la religión de “legalismo” a la religión por amor. Esta transformación la lleva a cabo el Espíritu Santo dentro del individuo. En su carta a los Romanos, san Pablo explica que el Espíritu Santo es el que nos lleva a obrar, no como esclavos, sino como hijos (Rom 8,14). Jesús, a sus apóstoles, les decía que quería que no se sintieran ante él como “siervos”, sino como "amigos”. Cuando el Espíritu Santo controla la vida de un individuo no existe una religión que esclavice, sino una religión que libera. Una religión de amor que echa fuera el temor.

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Éste es el proceso de conversión que se opera en el individuo, cuando deja que Dios "lo trabaje" por medio del Espíritu Santo. La conversión es la "puerta de entrada" a la vida en el Espíritu. Por eso, cuando Jesús comenzó a predicar, inició diciendo: "El reino de Dios se ha acercado a ustedes; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Dios sólo puede reinar en un individuo, si, previamente, ha dejado sus ídolos y se ha dejado cambiar el corazón de piedra por uno de carne. A Pedro, el día de Pentecostés, le preguntaron qué se debía hacer para gozar de la experiencia espiritual que manifestaban los apóstoles y discípulos, que estaban en el cenáculo. Pedro repitió lo que ya había dicho Jesús: tenían que convertirse; debían pasar por el bautismo de purificación para ser limpiados de sus pecados; a continuación verían cómo el Espíritu Santo se manifestaba en ellos (Hch 2,38). Esta conversión, san Pablo la definió como la lucha del "hombre viejo" contra el "hombre nuevo"' El mismo san Pablo confesó que sentía en lo profundo de su ser esas dos fuerzas antagónicas. San Pablo llegó a exclamar: "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom 7,23). El mismo Pablo se respondió, diciendo: "solamente Dios" (Rom 7,25). Solamente Dios puede cambiar el "corazón de piedra" por uno de carne. Solamente Dios puede introducir dentro de nosotros su Santo Espíritu, que nos transforma totalmente para no vivir una religión de temor, sino de amor. Algo más. El Señor le decía a su pueblo:" Cuando se acuerden de su mala conducta y de sus malas acciones,

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sentirán vergüenza de ustedes mismos por sus pecados y malas acciones" (Ez 36,31). Una característica del que se ha convertido, es su agradecimiento a Dios por haberlo liberado de su Egipto de esclavitud. San Agustín, una vez convertido, decía: "¡Qué tarde te conocí!". El que se ha convertido con autenticidad, ya no añora las cebollas y carnes de Egipto, sino, por el contrario, no termina de dar gracias a Dios por haberlo liberado de todas sus esclavitudes y miedos. Por haberlo llevado a una vida de gozo y de paz. El crecimiento espiritual El profeta Ezequiel va a emplear la imagen del agua sanadora para describir la obra que el Espíritu Santo realiza en las personas. El profeta tuvo una visión; en ella el Señor le reveló la manera cómo el Espíritu va transformando, paulatinamente, el alma de los individuos. En su visión, el profeta vio que del costado derecho del templo brotaba un chorrito de agua. La fuente de donde brotaba el agua era el altar. El personaje, que acompañaba al profeta en la visión, lo invitó a meterse en el riachuelo, que se había formado. El agua le llegaba al profeta al tobillo; luego le subió el agua a la rodilla, a la cintura. Hasta que el profeta tuvo que comenzar a nadar llevado por el gran torrente que se había formado. La vida en el Espíritu se inicia con un "goteo". Es algo lento, progresivo. El agua, al principio, llega al tobillo. Es el inicio de la vida en el Espíritu. Si la persona se

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deja guiar por el Espíritu, hay un momento en que se encuentra nadando en un torrente de agua. altar del templo. Para nosotros, en el Nuevo Testamento, esto es sumamente significativo. La fuente de la vida en el Espíritu es el altar de la cruz. Del costado de Cristo brotan agua y sangre. La sangre de Cristo es lo único que logra anular el pecado del hombre. El agua es la nueva vida en el Espíritu, que Jesús concede cuando muere en la cruz. El biblista Alonso Schökel, en el Evangelio de san Juan, cuando traduce el pasaje de la muerte de Jesús, escribe Espíritu, con mayúscula, cuando se afirma que Jesús "entregó su Espíritu"(Jn 1 9,30). Esta entrega del Espíritu se puede entender como la muerte de Jesús, y también como la entrega de su Espíritu Santo, ahora que Jesús ya ha sido glorificado en la cruz. Para san Juan la glorificación de Jesús se lleva a cabo en la cruz. Es el momento en que él glorifica al Padre, al concluir la obra de la redención. El Padre, a su vez, glorifica a Jesús. Por eso, ya puede entregar su Espíritu Santo. Esto lo había adelantado san Juan, cuando al referirse a los "ríos de agua viva”, que Jesús prometió a los que creyeran en él, apuntó: "Se refería al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. Es que el Espíritu todavía no había venido porque Jesús aún no había sido glorificado "( Jn 7,39). En la cruz, Jesús es glorificado, por eso ya puede entregar su Espíritu' Y es lo que hace inmediatamente cuando se les aparece a los apóstoles; les dice: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Es un adelanto de Pentecostés para los que habían de ser las columnas de su Iglesia.

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Lo primero que Jesús hace, cuando un individuo se convierte y acepta el valor de su sangre redentora, es entregarle su Espíritu Santo. Se inicia así la vida en el Espíritu para el individuo. Son "ríos de agua viva “, que brotan de su interior. Es un torrente de Gracia que lo va arrastrando hacia una comunión más profunda con Dios y con los hermanos. Este cuadro de vida en el Espíritu queda complementado en la visión de Ezequiel, cuando el profeta ve que el río, que mana del altar del Templo, se introduce en el Mar Muerto. Al punto las salobres aguas del estancado Mar Muerto se convierten en agua dulce. La aridez propia de las riberas del Mar Muerto se cambia en una vegetación frondosa con muchos árboles frutales. Lo primero que el Espíritu Santo realiza en una persona es la sanación de su interior: los complejos, los pecados ocultos, el miedo, los temores acumulados a través de toda una vida. El Espíritu, al sanear el interior de una persona con sus aguas de vida, convierte al individuo en un árbol cargado de frutos. Estos frutos nos conectan directamente con la carta a los Gálatas, que expone cuál es el fruto del Espíritu Santo, y nos da la lista de las manifestaciones del Espíritu Santo en la persona que se deja "arrastrar” por la corriente del Espíritu Santo. La carta a los Gálatas especifica que el fruto del Espíritu es "Amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza" (Gal 5, 22). Cuando en una persona se manifiestan estas virtudes es señal de que la persona se ha dejado "transformar por el Espíritu Santo. El fruto del Espíritu es signo de santidad. Es acción de

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Dios y respuesta del hombre. Cuando se da el fruto del Espíritu Santo en una persona, el cristiano ya puede decir como Pablo: “Ya no vivo yo, sino es Cristo el que vive en mi” (Gal 2,20). Para poder afirmar que Cristo vivía en él, antes Pablo tuvo que asegurar que se había dejado "crucificar" con Cristo. Es decir, había quedado inmovilizado: ya no podía volver a las cosas del mundo. EI retrato San Mateo, como buen maestro, en el Sermón de la Montaña recopiló lo que Jesús había dicho en varias oportunidades acerca de lo que debía ser el que quisiera llamarse su discípulo. A veces se ha entendido mal el Sermón de la Montaña, como que tuera una lista de leyes que tiene que cumplir el cristiano. El Sermón de la Montaña, más bien, es el retrato del discípulo que se deja llevar por el Espíritu Santo. Esa es la obra del Espíritu Santo en nosotros: hacer que el Evangelio no sea una teoría, sino una vivencia; que la imagen de Jesús se pueda apreciar en nosotros, y que, como Pablo, podamos decir: "Ya no vivo yo, sino es Cristo el que vive en mi”.

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6 EL ESPIRITU SANTO NOS ADOPTA COMO HIJOS DE DIOS Es común encontrarse con personas que son religiosos de estricta observancia, que cumplen con todo lo mandado por la Biblia y la Iglesia, y que, sin embargo, tienen una religión que no es de amor, sino de temor. Es algo inconsciente. Muy difícil que la persona lo llegue a descubrir y aceptar sin la ayuda del Espíritu Santo. Estas personas cumplen con todo lo mandado en la Biblia porque tienen miedo de infringir alguna ley cuya infracción podría traerles consecuencias negativas. Cuando rezan no experimentan gozo porque viven un frío legalismo, y, por eso, tienen una carencia total de la "vida abundante", que Jesús prometió a sus seguidores. Una religiosa - una monja -, de más de ochenta años, me confesaba que tenía mucho miedo de morir. Le pregunté el motivo. Afirmó que temía presentarse a Dios. Era una religiosa sumamente trabajadora, cumplía fielmente todos sus deberes religiosos, había llevado una vida muy limpia. A pesar de todo, tenía mucho miedo de presentarse a Dios. Su religión era "legalista". Cumplía por temor. Le faltaba el gozo del Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús, por el contrario, al pensar en su muerte, decía que se sentía muy dichosa porque iba a ser juzgada por Aquel a quien tanto amaba. Dos actitudes de dos religiosas "muy buenas" ante Dios. Una le tenía miedo. La otra sentía gozo de poderse presentar ante él.

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¿Cuál es, en este momento, nuestra actitud ante Dios? ¿Lo amamos como hijos o le tenemos miedo como el esclavo le teme a su amo? La Carta a los Romanos (8,15) nos revela cómo el Espíritu Santo nos convierte en "hijos de Dios"' nos libera de todo miedo a Dios y nos lleva a experimentarlo como un Padre bondadoso. El Espíritu nos libera del miedo a Dios e implanta en nosotros el amor de hijos a nuestro Padre del cielo. Guiados Por el Espíritu La Carta a los Romanos comienza por detallarnos cómo somos hechos hijos de Dios, cuando apunta: “Todos los que son guiados por el Espíritu Santo, éstos son HIJOS DE DIOS” (Rom 8,14 ). Hay un dilema en nuestra vida : o somos dirigidos por el espíritu del mal, que nos lleva a ser hombres "carnales"' o somos dirigidos por el Espíritu Santo, que nos transforma en hombres "espirituales"' San Juan especifica algo más: nos indica cómo somos hijos de Dios. Dice Juan: "A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre' les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Jn 1, 12). Según esto la fe en Jesús, el recibirlo en el corazón como Salvador y Señor, es lo que nos constituye en “hijos Dios”. El Evangelio de Jesús es una oferta de salvación para todos; pero esa oferta sólo la puede adquirir el que la toma por medio de la fe en Jesús. Dios Padre nos envía a Jesús para que nos salve. El que alarga la mano con fe para aceptar a Jesús como su Salvador y Señor, ése es el que comienza a ser

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dirigido por el Espíritu Santo, que le enseña a vivir como "hijo de Dios". El que rehúsa aceptar a Jesús, no puede ser dirigido por el Espíritu Santo. No puede ser convertido en hijo de Dios. San Juan afirma que los que no se dejan dirigir por el Espíritu Santo, caen en las manos del espíritu del mal, y se convierten en "hijos del diablo" (1Jn 3,8). Es una expresión muy dura, impresionante; pero hay que recordar que es una revelación de Dios por medio de san Juan. La noche de la última Cena, cuando el Señor les prometió el Espíritu Santo a los apóstoles, como un abogado, les dijo: "Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad" ( Jn 16,13) . El Espíritu Santo sólo nos puede llevar por el camino de la justicia, de la verdad .El camino de lo recto, de lo limpio, de lo que Dios manda .El profeta Isaías expresa cómo él percibía la presencia del Espíritu Santo en su vida ; dice Isaías : "Tu Maestro no se esconderá ya, con tus ojos verás a tu Maestro; cuando te desvíes a derecha o a la izquierda, oirás con tus oídos una palabra a la espalda: "Este es el camino, síganlo" (Is 30,21). El camino de Dios es misterioso; pero es el camino que nos convierte y nos lleva a la Verdad. Cuando nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, lo primero que hace es apartarnos del pecado y llevarnos a la Gracia. Para eso, comienza por conducirnos a tres montes de espiritualidad. Primero, nos lleva al Sinaí para que nos encontremos con la Ley, la Palabra de Dios, que, como espada, se nos hunde hasta lo más

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profundo del alma (Hb 4, 12) . Es por medio de la Palabra que nos llega la fe ( Rom 10,17). La Palabra también es "martillo"(]r 23,29), que logra abrir nuestro corazón a la gracia de Dios. Se da, entonces, en nosotros la "conversión", el cambio de la manera de pensar y actuar. De hombres "carnales" pasamos a ser "hombres espirituales". El Espíritu, después, nos lleva al Calvario para que, como Nicodemo, al ver a Jesús, nos encontremos con el amor de Dios, lloremos nuestros pecados y recibamos el valor de la sangre de Cristo, que nos limpia de todo pecado. Inmediatamente nos conduce el Espíritu Santo al Monte Tabor para que se vaya perfeccionando nuestra manera de hablar con Dios: la oración, y experimentemos su presencia en nuestra vida por medio de los Sacramentos. También nos conduce al desierto para que seamos puestos a prueba, sometidos al examen de la fe para que salgamos de allí purificados y fortalecidos contra el espíritu del mal que, de ninguna manera, quiere renunciar a controlar nuestras vidas. El espíritu del mal, el demonio, nos atacará con rudeza. Pero si somos guiados por el Espíritu Santo, él no permitirá que seamos derrotados. Adoptados como hijos Los antiguos indígenas mayas ofrecían incienso a los espíritus buenos para que les concedieran buenas cosechas. A los espíritus malos también les ofrecían incienso para tenerlos apaciguados, para que no les

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causaran ningún daño. En el fondo, su religión no era de amor, sino de miedo. Por nuestra naturaleza caída tendemos a tenerle miedo a Dios, más que amor. La obra del Espíritu Santo es liberarnos del miedo a Dios. Lo hace por medio de la "adopción". Nos adopta como hijos de Dios. Así lo expone brillantemente san Pablo en su Carta a los Romanos, cuando explica: u Ustedes no han recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: "¡Abba, Padre!" (Rom 8,15). Nuestra inclinación natural al miedo a Dios nos conduce a una religión "legalista". Una religión que ha sido definida: religión de "cumplimiento", es decir, "cumplo y miento". Cumplo todo lo mandado al pie de la letra, pero lo hago por miedo y no por amor. Cumplo porque, en verdad, me apego a la ley; pero miento porque aparento que lo hago por amor, y, en el fondo, es por miedo a Dios que me apego a los mandamientos de Dios. Esta religión legalista es muy común. La obra del Espíritu Santo en nosotros nos lleva a ser liberados del miedo a Dios. Pasamos del miedo al amor. De la religión del temor a la religión del amor. Por medio de la "adopción", el Espíritu Santo nos cambia el corazón. En lugar de una religión de esclavos" -de miedo-, nos lleva a la religión de hijos, - de amor Al hacernos sentir "hijos de Dios", perdonados y amados por Dios Padre, nos animamos a hablar con él. No ya con un lenguaje diplomático, sino con la sencillez y la confianza con las que el hijo se dirige a su papá. El

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Espíritu Santo nos va llevando a experimentar a Dios como un Padre bueno, que quiere siempre lo mejor para nosotros. Que nos envió al mundo, no por casualidad, sino con un proyecto de amor. De allí nace nuestro diálogo de amor con Dios, hasta el punto de que ya no empleamos términos rebuscados para dirigirnos a é1, sino que, simplemente, le decimos: "Abba, Padre", que significa: Papá. El Espíritu Santo va cambiando nuestra manera de pensar de tal manera que, al sentirnos auténticos hijos de Dios, sabemos que todo lo que ocurre está en las manos de Dios, y que esas manos son de un Padre bueno, que nos ama, y busca siempre lo mejor para nosotros. Eso sólo se puede aceptar por la fe que el Espíritu Santo va haciendo crecer en nosotros. Adán y Eva, después de su pecado, sólo pensaron en huir de Dios, en esconderse de é1. Dios los fue a buscar, los ayudó a recuperar su confianza en é1, a no tenerle miedo. Cuando se atrevieron a salir dg su escondite, y aceptaron su pecado, Dios les echó encima unas pieles porque los vio totalmente desnudos. Esas pieles simbolizan el amor paternal de Dios. Adán y Eva recobraron su confianza en Dios. Se volvieron a sentir hijos muy amados. Se les fue el miedo y volvió el amor. Es la obra del Espíritu Santo en nosotros. Del miedo a Dios nos hace pasar al amor por medio de la "adopción". Nos hace sentir verdaderos hijos de Dios. Ya no le tenemos miedo a Dios, como si fuéramos sus esclavos, sino anhelamos estar cerca de él porque nos sentimos sus hijos muy queridos. Cuando salimos de nuestro escondite de miedo, Dios nos reviste de su Espíritu

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Santo, que nos hace sentir hijos de Dios. Se va el miedo y viene el amor. De la religión legalista, pasamos a una religión de amor. El testimonio del Espíritu El Espíritu Santo no sólo nos adopta como “hijos de Dios"; también nos hace sentir, de alguna manera, su presencia eficaz en nosotros. Dice la Carta a los Romanos: “El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 16). El Espíritu Santo, después de habernos preparado, "derrama el amor de Dios" en nosotros. De alguna manera, nos damos cuenta de que el amor de Dios está cayendo sobre nosotros y que sigue fluyendo, como aceite, hacia los demás. Es muy sugestiva la figura que emplea san Pablo para referirse al Espíritu Santo: lo compara con las "arras”. Dice Pablo: "Nos ha dado las arras del Espíritu en nuestro corazón" (2Cor 1,22). Esto nos lleva a imaginar la ceremonia del matrimonio: el novio le entrega las "arras" (unas monedas) a la novia, como adelanto de todo lo que se compromete a darle durante su vida matrimonial. La presencia del Espíritu Santo en nosotros es como las "arras" que Dios nos entrega: un adelanto de todo lo que tiene preparado para nosotros en la eternidad. También el Espíritu Santo nos da testimonio de su presencia en nosotros, haciéndonos sentir "herederos de Dios" y "coherederos de Jesús". Dice san Pablo que el Espíritu, al mismo tiempo que nos da testimonio dé que

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somos hijos de Dios, nos asegura también que somos sus "herederos". Dice Pablo: "Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Rom 8, l7). Ser herederos de Dios significa aspirar a recibir en la eternidad a Dios mismo. San Pablo, después de haber tenido una profunda experiencia de Dios, sólo pudo decir: "Ni ojo vio, ni oído escuchó, ni mente imaginó todo lo que Dios tiene preparado para los que lo aman" (1Cor 2,9). El Espíritu Santo, por la fe, logra que nosotros aceptemos como nuestro todo lo que Dios nos promete. Que nos sintamos desde ahora "herederos" de esas riquezas inigualables que Dios nos promete. Pero no es así no más. Se nos pone una condición: "Si padecemos con él para que juntamente con él seamos glorificados" (Rom 8,17). Así como heredamos la gloria eterna, también heredamos su pasión. Nadie llega al cielo, si no es por el camino de la cruz. El discípulo de Jesús debe aceptar su cruz, los sufrimientos que hay que padecer por ser discípulos del Señor a carta cabal. Todos, como Simón de Cirene, somos invitados a compartir la cruz de Cristo. Bien decía san Pablo: "Completo en mi cuerpo lo que falta a los padecimientos de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24), "Completar", aquí, indica que todo discípulo de Jesús, necesariamente, debe llevar también una cruz. Sin ella no se puede optar a ser "herederos" de la gloria eterna que Dios nos promete.

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Dice Jesús que el día del juicio final dirá a los buenos: "Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" (Mt 25,34). Mientras peregrinamos por este mundo, el Espíritu Santo nos va dando testimonio, por adelantado, de esa herencia gloriosa que Dios tiene para nosotros. Eso nos anima y nos fortalece para avanzar, como Moisés, con la mirada fija en el lnvisible. Al Papa Pío Xll, en una entrevista, le preguntaron que cuál había sido lo más grande en su vida. Comenzó a hacer un recuento de su ordenación sacerdotal, de su elección como Papa. Pero dijo que lo más grande de todo en su vida había sido su bautismo, el día que había sido hecho hijo de Dios. El día del bautismo de Jesús, se abrieron los cielos, se posó sobre su cabeza el Espíritu Santo bajo el símbolo de la paloma, y se escuchó la voz del Padre, que decía: "Éste es mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias" (Mt 3,17).El día de nuestro bautismo, también sobre nosotros se posó el Espíritu Santo y el Padre dijo: "Éste es mi hijo amado". Ha sido el regalo más grande de nuestra vida. Pero este regalo hay que descubrirlo. La inmensa mayoría de los católicos hemos sido bautizados de niños. Cosa maravillosa, pero también muy peligrosa. Porque a muchos se les ha ayudado a crecer en estatura, en cultura, pero no en espíritu. Son gigantes en el campo cultural o comercial, pero son enanitos espirituales. La fabulosa obra del Espíritu Santo es llevarnos a descubrir el gran regalo del

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bautismo: lo que significa ser "hijos de Dios", y atrevernos a tener a Dios como un padre bondadoso. Por no haber descubierto lo que significa ser "hijos de Dios", muchos han enfilado por una religión "legalista", una religión de temor, que no libera, ni trae el gozo del Espíritu Santo. Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, nos va cambiando el corazón, nos va haciendo sentir auténticos hijos de Dios. Nos va llevando a echar en él todas nuestras preocupaciones, como lo hace el hijo con su mamá o su papá. Nos lleva a tal confianza con Dios, que ; hasta nos atrevemos a decirle: "Papá" . Ésa es la fabulosa obra de "adopción" que el Espíritu Santo opera en nosotros. El regalo más grande de nuestra vida.

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EL AGUA DEL ESPIRITU SANTO

Uno de los símbolos más sugestivos y reveladores acerca de la acción del Espíritu Santo es el agua. Jesús comparó el agua con la acción del Espíritu Santo en nuestra vida, cuando dijo: " Si alguno tiene sed, venga a mí y beba... del interior del que cree en mí brotarán ríos de agua viva" ( )n 7,38). San Juan, a! comentar estas palabras, dice que Jesús se refería al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él (Jn 7,37-38). A la mujer samaritana, que todos los días iba a sacar agua del pozo, el Señor le ofreció un agua de vida eterna. Se refería al Espíritu Santo que dentro de nosotros es una fuente de agua de vida eterna, que transforma nuestra vida, que nos convierte en "nuevas criaturas" (1Cor 5, 1 7). En la Biblia hay muchas imágenes que comparan la acción del Espíritu Santo con el agua que da vida. Recordemos algunas de estas sugestivas imágenes. La roca que mana agua Durante su travesía por el desierto, el pueblo de Israel se encontró sin agua y con una sed abrasadora. El Señor le ordenó a Moisés que con su bastón golpeara una roca. Moisés obedeció, y de la roca brotó agua. Todos pudieron saciar su sed (Ex 17 ,5-7).

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Cuando san Pablo comenta esta escena bíblica, afirma: "La roca era Cristo" (1Cor 10,4). Esto nos conecta directamente con el Calvario. En la cruz, Jesús es la roca golpeada de la que brotó sangre y agua. Según san Juan Crisóstomo, la sangre, que representa el sacrificio de Jesús, es lo único que puede borrar el pecado. El agua simboliza la nueva vida en el Espíritu, que se nos concede después de haber sido perdonados. La tarde de la resurrección, cuando el Señor se apareció a los apóstoles, antes de entregarles el Espíritu Santo, les mostró sus manos y su costado. Los invitó, primero, a aceptar su muerte expiatoria para el perdón de sus pecados. Luego, sopló sobre ellos y les entregó el Espíritu Santo, primero, tenemos que ser rociados con la sangre de Cristo, que nos purifica. El comentarista moderno de la Biblia, Alonso Schökel, al comentar el versículo de san Juan que dice: "Y, reclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Jn 20,30), escribe con mayúscula la palabra Espíritu. Schökel dice que en san Juan, con frecuencia, hay que encontrar un "doble sentido" en sus afirmaciones. Uno, normal, y el otro, místico. Cuando san Juan escribe que Jesús "entregó el Espíritu", quiere decir que entregó el Espíritu Santo. En su capítulo séptimo, san Juan afirma que el Espíritu Santo todavía no había "venido" porque Jesús todavía no había sido glorificado (Jn 7,39). El mismo Schökel sostiene que, según san Juan, la glorificación de Jesús se lleva a cabo en la cruz. Jesús con su muerte glorifica al Padre, y el Padre lo glorifica a é1. Al morir en la cruz, Jesús es glorificado y, por eso, ya puede entregar el Espíritu Santo. Lo primero que

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Jesús hace, al aparecerse a los apóstoles, la tarde de la resurrección, es entregarles un "adelanto" de Pentecostés. Después de mostrarles sus manos y costado, sopla sobre ellos y les entrega su Espíritu Santo. Nosotros, primero, somos enviados al Calvario para encontrarnos con Jesús, la roca de salvación, que fue golpeada por nuestros pecados. Al encontrarnos con la evidencia del amor de Jesús, sentimos la necesidad de llorar nuestros pecados y recibir, por la fe, el valor de la sangre de Cristo, que nos convierte en "nuevas criaturas" (1Cor 5,1 7). A continuación, se nos entrega el agua de la nueva vida en el Espíritu Santo, que comienza a limpiarnos, transformándonos con la vida de Dios en nosotros, como una fuente de vida eterna. Háblale a la roca Muchos años después del incidente de la "roca golpeada", los israelitas volvieron a tener sed ardiente en el desierto. El Señor llamó a Moisés, y le dijo: "Con tu hermano Aarón, háblenle a la roca delante de ellos, y ella dará agua" (Nm 20,8).En esa circunstancia, Moisés estaba pasando por una tremenda crisis espiritual. Se encontraba tenso y rabioso por la rebeldía del pueblo; ya no soportaba aquella pesada carga. Fue por eso que Moisés, muy estresado, en lugar de “hablarle" a la roca, como el Señor le había ordenado, la golpeó dos veces con su bastón. De la roca brotó agua, porque el Señor se la había prometido a su pueblo. Pero a Moisés, en ese momento, se le fue la bendición de Dios. Fue un pecado muy grave delante de Dios. Moisés había recibido

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muchos privilegios y dones, no podía fallarle de esa manera al Señor ante la comunidad. Fue por eso que el Señor, al hacerle ver a Moisés la gravedad de su pecado, le dijo que no podría ingresar en la Tierra Prometida. Moisés aceptó con humildad la disciplina de Dios. Se contentó con ver desde el Monte Nebo la Tierra Prometida. El agua del Espíritu Santo no se obtiene por la "violencia", a base de gesticulaciones, gritos, técnicas mentales, aparato externo. Nosotros ya recibimos el Espíritu Santo en nuestro bautismo, porque, por la fe, se nos aplicó el valor de la sangre y agua que brotaron del costado del Señor. Ahora, el mismo Señor no nos manda golpear la roca, sino "hablarle", que significa tener fe y obediencia en lo que él nos ordena. Muy bien afirmó san Pedro que el Espíritu Santo se da a los que obedecen (Hch 5,32).La roca, Cristo, ya fue golpeada en la cruz. Nosotros lo golpeamos. Ahora, sólo se nos pide que le hablemos .Que le tengamos confianza. Que creamos fielmente en su Palabra. Que le obedezcamos. Jesús nos anima a confiar en la misericordia de nuestro Padre celestial. Por eso nos dice: "Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre, que está en el cielo, les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan" (Lc 1 1 ,1 3). Es por medio de la oración de fe que le hablamos a la "roca de Salvación", Jesús, que, nuevamente, nos entrega el agua de vida eterna, el don del Espíritu Santo.

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EI pozo de agua viva Una tercera escena bíblica donde el pueblo, en el desierto, aparece sediento. Dios les promete que les proporcionará agua. En esta ocasión, los dirigentes del pueblo, con sus bastones, comienzan a cavar un pozo, mientras entonan una alabanza a Dios, diciendo: "Sube, pozo, cántenle a él" (Num 21, 1 7). Esta manera de cavar el pozo, mientras entonan un himno de alabanza a Dios, nos hace pensar en lo que significa la gozosa oración comunitaria de alabanza, que provoca el derramamiento del Espíritu Santo en nuestras vidas. Antes de ascender al cielo, el Señor envió a sus discípulos a un retiro espiritual en Jerusalén. Durante nueve días perseveraron en una intensa oración, en compañía de la Madre de Jesús; eran 120 los allí reunidos. El libro de Hechos dice: "Perseveraban unánimes en la oración" (Hch 2,14). Al décimo día, en Pentecostés, se derramó allí el Espíritu Santo. La oración fervorosa en comunidad de amor, provocó el derramamiento del Espíritu Santo. Cuando san Pablo comenta el incidente de la roca, que brotó agua, dice: "[a roca espiritual los seguía" (1Cor 10, 4). El agua que brotaba de la roca era siempre la misma. El agua que brotó del costado de Cristo, la nueva vida en el Espíritu Santo, es una corriente subterránea, que nos sigue a dondequiera que vayamos: está a nuestra disposición. Ahora, nos toca a nosotros cavar el pozo para que brote esa agua de vida eterna. La mejor manera de cavar ese pozo es por medio de la oración comunitaria de alabanza. Cuando se ora con gozo y

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alabanza en comunidad, allí se repite un nuevo Pentecostés; el Señor nos regala una "nueva efusión del Espíritu Santo". La Eucaristía, como su nombre griego lo indica, es una sostenida oración de alabanza. Todo el rito de la Eucaristía (la comunidad, el canto, la oración, la Palabra, la predicación), realizado con amor y con fe, termina provocando una nueva efusión del Espíritu Santo. Es lo que debe suceder normalmente todos los domingos en la Eucaristía. Agua de vida eterna Jesús, sentado en el brocal de un pozo, esperó pacientemente a la mujer samaritana que llegó, a mediodía, a sacar agua. Era una mujer sedienta. Había intentado saciar su sed espiritual en los charcos del mundo: creía que iba a encontrar una respuesta a su vida en los placeres sexuales del adulterio, en la lujuria. Jesús le ofreció calmar su sed con agua de "vida eterna". La ayudó por medio de una provocada confesión de sus adulterios a sacar, primero, el agua sucia de su corazón. Al punto, aquella mujer comenzó a experimentar en su interior una nueva corriente de agua limpia que, del odio la llevó al amor; del pecado a la Gracia. Por eso aquella mujer, antes llena de odio, de lujuria, de insatisfacción, se convirtió en una entusiasta evangelizadora, que fue hacia los del pueblo gritándoles: "¡Vengan a ver a este hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho!" (Jn 4,39). El profeta Ezequiel, de parte de Dios, afirmó que el Espíritu Santo, dentro de nosotros, comienza a limpiarnos con agua de nuestros ídolos, de todo lo que le

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quita el primer lugar a Dios en nuestra vida. Inmediatamente nos va suavizando el corazón. Nuestro corazón de piedra, endurecido por el pecado, lo convierte en un corazón de carne, lleno de amor, de pureza (Ez 36,25-27). La mujer samaritana, para poder tener el agua de vida eterna dentro de su corazón, primero, tuvo que dejarse purificar por Jesús, que la fue llevando a reconocer sus pecados y a confiar en él como en el enviado de Dios. El día de Pentecostés, cuando la gente, gimiendo, le preguntó a Pedro qué debía hacer para gozar del don del Espíritu Santo, Pedro les señaló el camino: tenían que comenzar por convertirse, por reconocer sus pecados. Luego, debían bautizarse en nombre de Jesús, para que esos pecados fueran perdonados. Sólo entonces el Señor les concedería el don del Espíritu Santo (Hch 2,38). La mujer samaritana, cuando experimentó el agua de vida eterna dentro de su corazón, dejó en el brocal del pozo su cántaro de agua sucia, y corrió hacia los del pueblo para compartir con ellos la buena noticia de su nueva vida. Para poder experimentar la corriente de agua viva del Espíritu Santo, es necesario dejar a los pies de Jesús nuestro cántaro de agua sucia de pecado para que él rompa ese cántaro de agua de charco y nos entregue un nuevo cántaro con agua del Espíritu Santo, que nos transforma y nos convierte en nuevas criaturas, como la mujer samaritana. Nadando en el agua del Espíritu

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Muy instructiva la visión que tuvo el profeta Ezequiel. Vio que de un costado del "templo en ruinas" salía un goteo de agua que poco a poco, se fue convirtiendo en un manantial. Al principio, el agua le llegaba al tobillo; después, a la rodilla; luego, a la cintura. Después se vio obligado a nadar en la impetuosa corriente. El torrente impetuoso ingresó en el Mar Muerto, de aguas estancadas, y lo saneó. Al punto, aparecieron peces de varios colores y árboles frutales alrededor. Muy sugestiva la visión del profeta Ezequiel. Nos detalla, simbólicamente, la acción del Espíritu Santo en nosotros. En la visión de Ezequiel, el chorrito de agua comienza a brotar del "templo en ruinas"' Jesús en la cruz es ese "templo en ruinas" del que brota sangre y agua. La sangre nos purifica de todo pecado. El agua es el Espíritu Santo, que Jesús ya puede entregar al ser glorificado. Al principio, el agua nos llega al "tobillo". Comenzamos a andar en el Espíritu; se nos conceden pequeñas experiencias espirituales. Si somos dóciles al Espíritu, el agua nos llega a la "rodilla". El Espíritu Santo nos lleva a hincarnos en una oración profunda y perseverante. De esta manera, el agua nos llega a la "cintura", a los lomos. En la Biblia los "lomos" son símbolo de fortaleza. El Espíritu Santo nos comienza a conceder sus "dones de poder" para el servicio en la comunidad. Inmediatamente, sentimos que somos arrastrados por la corriente del Espíritu, "nadamos en las aguas del Espíritu". Es el momento de la plenitud del Espíritu Santo en nuestra vida. Nuestro Pentecostés personal.

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La corriente del Espíritu continúa acrecentando su caudal, que se introduce en nuestro Mar Muerto de la subconciencia, llena de malos recuerdos y presencias negativas. Sanea lo profundo de nuestro ser. Es, entonces, que comienzan a aparecer los árboles frutales en nuestra vida. El fruto del Espíritu comienza a ser una realidad en nosotros. Dice la Carta a los Gálatas: "El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza" (Gal 5,22). El fruto del Espíritu en nosotros denota santidad: la obra principal del Espíritu Santo en nuestra vida. Lo que Dios quiere hacer aparecer en nuestra vida. La misión principal del Espíritu Santo en nosotros. Hablar, no golpear En el Calvario, Jesús, "Roca de salvación", fue golpeado por nuestros pecados. De su costado abierto brotó un torrente de sangre y agua. "Por sus llagas hemos sido curados", dice el profeta Isaías. Por la sangre de Jesús fuimos curados del pecado, de la maldición. Después de limpiarnos del pecado, Jesús nos ofrece el agua del Espíritu Santo. Por eso nos sigue diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba...del interior del que cree en mí brotarán ríos de agua viva" (Jn 7,38). El Señor no murió sólo para que fuéramos perdonados, sino para que tuviéramos "ríos de agua viva", que son el símbolo de la plenitud del Espíritu Santo en nuestras vidas. Nuestra gran tentación de hombres "carnales" es provocar una "nueva efusión del Espíritu Santo" a base de gesticulaciones, gritos, técnicas mentales. Como Moisés, en su momento de crisis espiritual, queremos

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"golpear la roca". Ya no es necesario. Jesús ya fue golpeado una vez para siempre, y nos ofreció el agua del Espíritu, que brotó de su costado. Ahora, lo que el Señor nos ordena es que le "hablemos" a la roca . Que aprendamos a orar con fe, con plena confianza de hijos. Que obedezcamos su Palabra al pie de la letra. El intento de provocar una nueva efusión del Espíritu Santo, golpeando la roca, con medios puramente humanos, desagrada a Dios, como le desagradó al Señor que Moisés golpeara la roca dos veces, cuando sólo le había ordenado que le hablara. Lo que Dios quiere de nosotros, ahora, no es que golpeemos la roca, sino que aprendamos a hablarle, a obedecerle totalmente. De la oración fervorosa y obediente brota el agua abundante del Espíritu Santo, que nos lleva a ser arrastrados en sus aguas. Que nos enseña a nadar en las aguas abundantes de su plenitud.

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ESPIRITU

Una orden expresa de la Biblia, en la carta a los Efesios, dice: "Llénense del Espíritu Santo"(Ef 5,18). Según los especialistas de la Biblia, el verbo griego empleado en este texto indica la acción de estarse llenado continuamente". Y tiene mucho sentido. Nos tenemos que estar llenando continuamente del Espíritu Santo porque constantemente nos estamos llenando de las cosas del mundo, de lo que desagrada a Dios. Por nuestra debilidad, con frecuencia "entristecemos al Espíritu Santo" (Ef 4,30) y "apagamos el fuego del Espíritu" (1Tes 5,19). De allí la necesidad de ser llenados continuamente del Espíritu Santo para ser santificados y para poder dar un testimonio eficaz de Jesús. El libro de Hechos expone el caso de pablo que tuvo que enfrentarse al famoso mago Elimas (Hch 13,6), que apartaba a la gente de la evangelización. Para esa oportunidad, el texto bíblico afirma que Pablo fue llenado por el Espíritu Santo. Lo mismo se repite con respecto a Pedro, cuando tuvo que enfrentarse al sanedrín, que pretendía impedirle hablar de Jesús. Pedro fue llenado del Espíritu Santo para poder responderles con valentía: "Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29). Constantemente nosotros tenemos enfrentamientos con las fuerzas del mal. Como Pablo y como Pedro, necesitamos la llenura del Espíritu

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Santo para no ser vencidos por esas fuerzas negativas, y para cumplir la misión evangelizadora que Jesús nos dejó. El caso del profeta Eliseo nos puede servir para observar la manera en que el profeta Eliseo fue preparado para ser llenado del Espíritu Santo. El Señor le anticipó al profeta Elías que su tiempo, su misión estaba por concluir. Debía preparar a su sustituto, al profeta Eliseo. Elías llamó a Eliseo, de parte de Dios, para que ocupara su lugar. Eliseo mostró que era una persona muy espiritual; de inmediato dejó todo y comenzó a seguir a Elías a todas partes. Elías llevó al futuro profeta a cuatro lugares importantes. ¿Por qué lo llevó a esos lugares históricos? Ciertamente el profeta Elías tenía en mente un proceso de preparación del profeta Eliseo antes de que fuera ungido como profeta. Monumento de piedra Antes de emprender la batalla contra la inexpugnable ciudad de Jericó, el Señor le indicó a Josué y su ejército que debían tener un tiempo de purificación y oración. Luego, el Señor le dio las indicaciones para la batalla. Antes de emprender la batalla, los sacerdotes con todo el ejército debían llevar el Arca de la Alianza en procesión. Así lo hicieron. Al llegar al río Jordán, cuando los pies de los sacerdotes tocaron las aguas, el río se abrió y les permitió pasar sin mojarse. Para recordar este prodigio, Josué ordenó que se levantara un monumento con 12 piedras, una por cada tribu. De esa manera, allí, en Gilgal, ese monumento les recordaría el amor y el poder de Dios en favor de su pueblo.

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El profeta Elías llevó a Eliseo a Gilgal para que recordara el amor de Dios por su pueblo, y para que también meditara en los prodigios que Dios había hecho para bendecir a su pueblo. Eliseo, al ocupar el puesto del profeta Elías, tenía que estar seguro del amor de Dios que se manifiesta y abre ríos de problemas para que se cumpla el plan de amor que tiene para su pueblo. La Biblia es como un archivo en que han quedado consignadas las muestras de amor de Dios a favor de los que le obedecen. Sus prodigios y milagros para sacar de apuros a su pueblo. Por eso san Pablo afirma: “La fe viene como resultado de oír el mensaje que nos habla de Jesús” (Rom 10,1 7). Por medio de "la espada de la Palabra", Dios abre nuestro corazón para que pueda ser limpiado y pueda ser llenado del Espíritu Santo. En tiempo de Josué, las doce piedras fueron un monumento para recordar las hazañas de Dios en favor de su pueblo. Para nosotros, ahora, la Biblia es el monumento que nos recuerda "la historia de salvación", que es una manifestación del amor y el poder de Dios en favor de sus hijos. De manera especial, el Nuevo Testamento es el monumento que nos recuerda que "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Eliseo, al recordar los prodigios de Dios en favor de su pueblo, se afianzó en su fe y se preparó para ser ungido como profeta. Por medio de la Palabra, nos viene la fe y también se fortalece. La Palabra, esencialmente, nos habla del amor de Dios y de su proyecto de salvación

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para nosotros. La Palabra nos va abriendo el corazón, más y más, por la fe, y nos prepara para llenarnos del Espíritu Santo. La meditación en la Palabra de Dios es un paso previo para que el Espíritu Santo nos llene de Jesús. Como Eliseo, debemos ser llevados a Gilgal, al monumento de amor, que es la Biblia, para recordar el plan de amor que Dios tiene para nosotros. Eso nos prepara para ser ungidos por el Espíritu Santo. La verdadera conversión Después de haberle robado la primogenitura a su hermano Esaú, Jacob tuvo que huir de su casa porque Esaú lo quería matar. En su fuga, angustiado y agotado, cayó sobre una piedra y se quedó dormido. Tuvo un sueño-visión. Vio una escalera que subía de la tierra al cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban con mensajes del Señor. En esta visión, el Señor le aseguró a Jacob que lo cuidaría siempre, que nunca lo abandonaría y Que, un día, lo traería de regreso a ese lugar (Gen 28,15). Al despertar del sueño, Jacob, angustiado, levantó un altar e hizo un "simulacro" de oración en la que le prometía a Dios declararlo su Dios, si le daba comida, vestido y si lo protegía (Gen 28,22). Dios, en el sueño visión, ya le había garantizado todo eso. Pero Jacob tenía cerrado su corazón; su oración no brotaba de un hombre convertido, sino de un hombre asustado y angustiado. Jacob levantó el altar por superstición y por miedo, no por amor y devoción.

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Dios quiso manifestarse a Jacob por medio de un sueño-visión, pero no logró ingresar en su vida; el corazón de Jacob estaba cerrado. Su falsa conversión - la demostró en la pésima oración que hizo. Le puso varias condiciones al Señor para poderlo declarar su Dios. Esta "pseudoración" le sirvió a Jacob para tranquilizar su conciencia; lo cierto es que no buscaba a Dios, sino únicamente trataba de que Dios lo librara de su hermano Esaú, que lo quería matar. Pasaron muchos años de pruebas en que los golpes de la vida fueron transformando a Jacob. Un día, le avisaron que su hermano Esaú se avecinaba con mucha gente. Jacob pensó que había llegado la hora de la venganza de su hermano. Se quedó sólo bajo la noche y comenzó a meditar en todo lo que Dios había hecho por é1. Le había dado una familia y tenía muchas posesiones. Alabó a Dios. Le pidió perdón, le agradeció sus bondades, y terminó exponiéndole la angustiosa situación en que se encontraba. En esta oportunidad, la oración de Jacob brotaba de un hombre que estaba por convertirse, por abrir su corazón a Dios. La Biblia afirma que el “ángel del Señor” -Dios comenzó a luchar con Jacob. Le dio un golpe y lo inmovilizó. En ese momento, Dios lo pudo bendecir y cambiar de nombre. La lucha con Dios, en este pasaje, simboliza la conversión de Jacob. La auténtica conversión consiste en que Dios nos vence. Ya no hacemos nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios. Ahora, Jacob ya pudo recibir la bendición de Dios y un nuevo nombre. Era una "nueva criatura". Un hombre

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nuevo. Aquí comenzó la vida de santidad del Santo Patriarca Jacob. Elías llevó a Eliseo a Betel para que meditara en el caso de Jacob. Mientras no tuvo una auténtica conversión, Dios no pudo manifestársele como quería. No pudo bendecirlo y cambiarle nombre. Eliseo, si quería que Dios le concediera una "doble porción" del Espíritu de Elías, debía dejarse vencer totalmente por Dios. Debía entregarse en sus manos. Hacer en todo su voluntad. Para que su oración fuera agradable ante Dios, debía tener el corazón abierto por medio de una auténtica conversión. Lo he comprobado con mucha frecuencia. Personas que han asistido a un retiro de vida en el Espíritu y no han recibido el Bautismo en el Espíritu, más tarde descubrieron que había algo en sus vidas que impedía que el Espíritu Santo las llenara. Entre los obstáculos encontrados en esas personas para que fueran llenados por el Espíritu Santo, había pecados no confesados, abortos, odios, participación en centros espiritistas o de magia. Cuando las personas se arrepintieron de corazón y confesaron sus culpas, con gran gozo pudieron experimentar el bautismo en el Espíritu, que consiste en una experiencia espiritual muy profunda, cuando la persona se entrega a Dios por medio de una sincera conversión. El Espíritu Santo quiere llenarnos de amor, de gozo, de paz, de poder; pero no puede hacerlo mientras no nos entreguemos a Dios. Mientras no renunciemos a nuestro yo y nos decidamos a hacer su voluntad. Dios, desde un

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principio, quería bendecir a Jacob, por eso le regaló el sueño visión de la escala que llegaba al cielo. Pero Jacob no se había convertido. Por eso no pudo recibir la bendición, que Dios le ofrecía en bandeja de plata. Jacob durante muchos años más siguió siendo un hombre lleno de conflictos espirituales, de violenci a e insatisfacción. Ser vencido por Dios significa entregarse a Dios. Rendirse a su voluntad. Renunciar a que nuestro yo sea el señor de nuestra vida, para declarar a Jesús nuestro único Señor. La oración "de susto y de miedo" de Jacob en Betel, ciertamente, no fue del agrado de Dios. Esa oración no le brotaba del corazón, sino del miedo. Mientras no haya un corazón convertido, no puede haber oración agradable a Dios. Puede haber simulacro de oración, pero no oración que llegue al corazón de Dios. Sin una oración agradable a Dios, no puede haber llenura del Espíritu Santo, ya que el Espíritu Santo es respuesta de Dios a un corazón convertido y sincero. Es san Lucas el evangelista que de manera especialísima señala que es durante la oración que se recibe al Espíritu Santo. Es mientras Jesús ora, después de haber sido bautizado, que recibe la fortísima unción del Espíritu para que inicie su evangelización. Es mientras los apóstoles, los discípulos y la Virgen María "perseveran unánimes en la oración", en el cenáculo, que se derrama el Espíritu Santo en Pentecostés sobre la Iglesia naciente. Es por eso que Jesús les dice a los discípulos que si ellos, que son malos, les dan cosas buenas a sus hijos, cómo el Padre que está en el cielo nos les va a dar el Espíritu Santo a quienes se lo pidan" (Lc 11,13). La

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plenitud del Espíritu Santo se recibe mientras "se persevera" en la oración. Cuando Jacob se convirtió, pudo tener una oración agradable a Dios. Inmediatamente el Señor lo venció, le cambió de nombre y pudo bendecirlo. En Betel, Eliseo tenía que recordar que su oración agradable era la única que le iba a traer la "doble unción del espíritu de Elías", un poder muy grande del Espíritu Santo. Es lo mismo que nosotros debemos aprender: no puede haber oración agradable a Dios, si antes no hay conversión. Y no puede haber llenura del Espíritu Santo, si no existe una oración agradable al Señor. El Espíritu Santo se posa sobre los que, como Jesús, están en una oración de fe profunda. La obediencia Incondicional El profeta Elías llevó a su discípulo a Jericó. Ciertamente quería que Eliseo recordara lo que había sucedido con el gran siervo de Dios, Josué. Para doblegar a la inexpugnable ciudad de Jericó el Señor, en lugar de sugerirle a Josué alguna estrategia militar, únicamente le ordenó que durante varios días llevara en procesión el Arca de la Alianza alrededor de los muros de Jericó. Josué obedeció al pie de la letra todo lo que el Señor le indicó, aunque, militarmente, eso no tenía sentido. Debido a la incondicional obediencia de Josué, cayeron milagrosamente los muros de Jericó. Elías quería que Eliseo, antes de ser ungido como profeta, meditara que los muros de problemas y conflictos sólo

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se derrumban cuando el profeta es obediente con escrupulosidad a las indicaciones del Señor. Antes de prometerles a los apóstoles el Espíritu Santo, el Señor les dijo: " Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Consolador, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes" (Jn 14, 15-17). Antes de otorgarles el don del Espíritu, les previene que deben "obedecer sus mandamientos". También Jesús les advirtió a sus discípulos: "El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que, de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ame y yo también lo amaré y me manifestaré a él" (Jn l4, 2l ). La "manifestación" de Jesús está prometida solamente a los que "cumplen sus mandamientos". Es por eso que Pedro, en su predicación, afirm6: " Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen" (Hch 5,32). Nadie puede pretender pasar a la Universidad, si antes no ha cursado la Secundaria. Nadie puede pretender ser llenado del Espíritu Santo, si, previamente, no ha comenzado por cumplir con los mandamientos del Señor. La plenitud del Espíritu no ha sido prometida a los desobedientes, sino a los que guardan la Palabra del Señor. Una de las características de nuestros grandes santos es su radicalidad en la vivencia del Evangelio. El Evangelista Felipe es un ejemplo de esa obediencia incondicional al Espíritu, que lo empuja al desierto y lo obliga a suspender su predicación en Samaria. Una vez en el desierto, el Espíritu lo vuelve a empujar hacia un

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carruaje. Todo parecía ridículo. Pero Felipe se dejó llevar sin resistencia alguna, Debido a aquella obediencia admirable, el Espíritu Santo lo usó para la conversión de un africano que, seguramente, fue uno de los primeros evangelizadores en el continente africano. Bien dice el libro de la Sabiduría que "el varón obediente cantará victorias". El primer libro de los Reyes recuerda el caso de un profeta de Judá con mucha unción del Espíritu Santo, que tuvo gran éxito en la misión que Dios le encomendó. El Señor le ordenó terminantemente que no comiera ni bebiera en el lugar a donde lo enviaba, y que no regresara por el mismo camino por el que había ido. El profeta tuvo mucho éxito en su misión. Todos quedaron impresionados del poder de Dios que se manifestaba en el profeta de Judá. El anciano profeta del lugar, que había perdido la unción del Espíritu por sus desobediencias, engañó al profeta visitante; le dijo que un ángel se le había aparecido y le había dicho que lo invitara a comer a su casa. El profeta de Judá se dejó convencer por el anciano profeta del lugar; aunque el Señor le había hablado claramente, desobedeció la orden de Dios, y perdió la unción del Espíritu. El Señor le hizo ver que debido a su desobediencia, no sería sepultado junto con sus antepasados. La historia narra que durante el camino, un león lo atacó y lo mató (1 Re 1 1-30). La desobediencia desagrada inmensamente a Dios. El desobediente no puede pretender ser llenado del Espíritu Santo. En cambio, san Pedro asegura que el Señor concede el Espíritu Santo a quienes le obedecen ( Hch 5,32). La mejor manera de prepararse para ser llenados

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del Espíritu Santo, es guardar la Palabra del Señor, sus mandamientos, su Evangelio. Cuando se cumplen los mandamientos del Señor de corazón, se cumple también la promesa de Jesús: el Señor se "manifiesta" al que guarda su Palabra (Jn 14,21). Jesús se manifiesta de manera especialísima por medio de la plenitud del Espíritu Santo. La sepultura del yo La despedida del profeta Elías fue en el Jordán. Además de su discípulo Eliseo, Elías quiso que estuvieran presentes otros cincuenta profetas. Elías con su manto golpeó las aguas del Jordán, que se abrió para dejarlos pasar. Seguramente, Elías deseaba que todos los profetas presentes comprobaran el poder que Dios concedía al profeta que le había sido siempre obediente en todo. Del otro lado del Jordán, Elías fue llevado en un carro de fuego hacia lo alto. La Biblia no proporciona mayores detalles con respecto a esta desaparición del profeta Elías. Lo cierto es que antes de desaparecer, Elías dejó caer su manto. Eliseo, que había estado pendiente de todos los movimientos de su maestro, recogió el manto y se lo puso. En esta forma quedaba constituido como el profeta que iba a sustituir a Elías. De regreso, también el profeta Eliseo golpeó con el manto las aguas del Jordán que se abrieron para dejarlo pasar. Todos los demás profetas se dieron cuenta que el poder que tenía Elías había pasado ahora al profeta Eliseo. Al llegar Eliseo a la ciudad de Jericó, los habitantes, le rogaron a Eliseo que hiciera algo por ellos, pues las aguas de la ciudad estaban envenenadas. Eliseo

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echó sal en las aguas y quedaron purificadas .Todos notaron que el poder que antes tenía Elías, había pasado a Eliseo. El Jordán se abrió para dar paso a Elías para que fuera llevado en un carro de fuego. El Jordán también se abrió para Jesús para que fuera bautizado. Allí el Señor fue llenado del Espíritu Santo para que iniciara su misión evangelizadora. El Jordán para nosotros nos recuerda nuestro propio bautismo. También nosotros fuimos hundidos en agua y recibimos el Espíritu Santo. Fuimos sellados por el Espíritu Santo como propiedad de Dios. El sentido de nuestro bautismo, lo explica muy bien san Pablo en su carta a los Romanos, cuando afirma que en el bautismo fuimos "sepultados” con Cristo para resucitar como hombres nuevos (Rom 6,4-5). Primero, morimos a nuestro yo, a nuestro hombre puramente "carnal", inclinado al pecado; luego, somos llenados del Espíritu Santo, que nos transforma en hijos de Dios, en templos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Antes de ser llenados del Espíritu Santo, tenemos que sepultar nuestro yo egoísta, nuestro hombre viejo, que nos aleja del camino de Jesús. No podemos ser llenados del Espíritu Santo, si estamos llenos de las "obras de la carne", de lo mundano, de lo que "entristece al Espíritu" y "apaga su fuego”. Esto lo expresa muy bien san Pablo cuando dice: “Estoy crucificado juntamente con Cristo: ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí"(Gal 2,20). El Espíritu Santo nos llena de Jesús. No puede realizar esta

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obra de gracia en nosotros, si antes nuestro hombre viejo no ha sido crucificado, es decir, sepultado en Cristo. En nuestra vida sucede lo siguiente: desde niños, Dios, misericordiosamente, nos regala su Espíritu Santo en el Bautismo, No es algo que nosotros hayamos ganado a puro pulso. Es algo gratis. Los teólogos llaman "gracia" a este regalo de Dios. Nuestros místicos hablan de una,”segunda conversión", Que debe darse en nuestra vida. Un momento especial en que nos entregamos más enteramente a Dios. En que, como Pablo, dejamos que nuestro yo sea crucificado con Cristo. En que nos vaciamos de lo malo de nuestro corazón. En ese momento, Dios nos llena de su Espíritu Santo. Es muy frecuente que con esta llenura se den signos carismáticos, como en Pentecostés. Son señales que el Señor nos quiere regalar de la presencia fuerte de su Espíritu en nosotros. El profeta Ezequiel tuvo una visión. Un personaje lo invitaba a meterse en un riachuelo, que comenzaba a brotar de un costado del templo. El agua le llegaba al tobillo. Pero el riachuelo se fue convirtiendo en un gran manantial que le subió a la rodilla, a la cintura, hasta que se vio obligado a nadar. No es lo mismo tener al Espíritu Santo que estar llenos del Espíritu Santo. Podemos tener al Espíritu Santo; pero es posible que él "no nos tenga" a nosotros. Que no le permitamos dirigirnos, controlarnos. Cuando llega la "segunda conversión", cuando hay una entrega más completa a Dios, entonces, el Espíritu Santo puede llenarnos, y el nivel del agua del Espíritu en nosotros ya no nos llega al

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tobillo, sino que nos obliga a nadar un profundo manantial. En eso consiste el ser llenos del Espíritu Santo. Todos se dieron cuenta Cuando el profeta Eliseo quedó lleno de la unción del Espíritu Santo, todos se dieron cuenta: al golpear el Jordán con su manto, el río se abrió para darle paso. Todos vieron cómo, en Jericó, convirtió el agua envenenada en agua pura. Se nota cuando una persona ha sido llenada por el Espíritu Santo. La persona con humildad, no lo anda pregonando, pero los demás lo notan inmediatamente. Una de las primeras bendiciones que se experimentan con la llenura del Espíritu Santo es que la persona cumple los mandamientos del Señor, guarda su Palabra, no, mecánicamente, como los fariseos, sino de corazón, con gozo, con amor. Por medio del profeta Ezequiel, el Señor prometió introducir su Espíritu dentro del nuevo corazón para que se cumplieran con amor sus mandamientos (Ez 36). Otro efecto inmediato de la llenura del Espíritu Santo es que la persona tiene gozo en orar; su oración deja de ser ritualista, fría, para convertirse en oración de gozosa alabanza, en oración de intercesión, en oración de contemplación. La carta a los Romanos explica el motivo del cambio: es el Espíritu Santo dentro de nosotros el que ora según la voluntad de Dios (Rom 8,26). Nuestra oración se convierte en una oración

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brotada de la conversión y, por eso mismo le agrada a Dios. La persona llena del Espíritu Santo, se da cuenta de que el poder de Dios se manifiesta más vivamente en ella. Apenas Eliseo se puso el manto de Elías, comenzó a notar el poder de Dios, que se manifestaba en señales milagrosas. El Espíritu se manifiesta por medio de sus dones, que son poder de Dios para que seamos instrumentos valiosos de Dios para servir en la comunidad con amor y con poder. Sobre todo, la persona se da cuenta de que el Espíritu Santo "ha derramado en ella el amor de Dios" (Rom 5, 5). Al experimentar el amor de Dios, el cristiano siente que ese amor del Padre sigue fluyendo hacia los demás por medio del Espíritu Santo. Es el aceite del amor de Dios que el Espíritu Santo ha derramado en la persona. El profeta Elías tuvo muchos discípulos. Pero no todos fueron como Eliseo, que estuvo íntimamente ligado a su maestro y fue fiel en todo lo que le indicaba. Jesús dijo que si "permanecemos" unidos a él como la rama al árbol, vamos a dar mucho fruto. El gran fruto que brota de nuestro corazón, cuando estamos íntimamente unidos a Jesús, es la plenitud del Espíritu Santo. El que está lleno del Espíritu Santo ya está preparado para presentarse como Jesús, para llevar el Evangelio, para sanar a los enfermos y para expulsar a los espíritus malos. Para ser testigo con poder de Jesús.

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9 EL AMOR FRUTO DEL ESPIRITU SANTO Con frecuencia se escucha a alguien decir que está "lleno del Espíritu Santo" ¿En qué se basa para una afirmación semejante?¿En que grita mucho al orar, en que hace muchos gestos, en que canta con frenesí?. Sólo hay una manera de saber si alguien está lleno del Espíritu Santo: si tiene amor. Porque, como dice la Biblia: "Dios es amor” (1Jn 4,8). Si alguien está lleno de Espíritu Santo, debe manifestarse en sus obras de amor. Una de nuestras tristes realidades es que podemos sobresalir con dones maravillosos del Espíritu Santo pero sin estar llenos del amor de Dios. Pablo nos da cuenta de esta posibilidad, cuando dice: "Aunque yo hablara las lenguas de los ángeles y de los hombres si no tengo amor no soy más que un metal que resuena o un platillo discordante" (1Cor 1 3,1). Puedo llevar a cabo obras que admiren a otros, pero, al mismo tiempo, puedo carecer del amor de Dios. Puedo ser un gran trabajador en las cosas religiosas pero puede ser que, en última instancia, no busquen la mayor gloria de Dios, sino mi promoción personal. Por la televisión nos informamos de algo impactante. Varios de los famosos líderes religiosos, a quienes llamaban "santos siervos de Dios" por sus fabulosas presentaciones en público, resultaron ser unos farsantes. Llevaban una vida desordenada. Fueron descubiertos. De

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ellos se decía que estaban "ungidos" por el Espíritu Santo, y, la realidad mostró que no había tal unción del Espíritu Santo' Jesús ya nos advirtió que el último día muchos se le van a presentar alegando que en su nombre profetizaron e hicieron milagros; Jesús nos anticipa que les va a responder: "No los conozco; apártense de mí obradores de iniquidad" (Mt 7,23). Algo desconcertante: profetizaron, hicieron milagros, pero no era por la unción del Espíritu Santo, como se creía. Esta terrible realidad, que Jesús nos expone, nos lleva a un serio cuestionamiento. Podemos tener dones maravillosos, la gente puede llamarnos personas "ungidísimas" por el Espíritu Santo; pero Jesús puede, tal vez, decirnos: "No los conozco" obradores de iniquidad". Si no hay amor, en nosotros, todos nuestros dones no cuentan ante Dios' La enseñanza de Jesús En la Última Cena, Jesús les resumió a sus discípulos toda su enseñanza, cuando les dijo: "Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros como yo los he amado" (Jn 1 3,34). Todo su Evangelio lo resumió el Señor en un solo mandamiento: Amar como él había amado. Antes, el Señor había presentado un resumen parecido de toda la Biblia, cuando le dijo a un fariseo que "toda la Ley y los Profetas" se resumían en amar a Dios y amar al prójimo (Mt 22,37-40). "La ley y los profetas” era una expresión que para los judíos del tiempo de Jesús quería decir: "Toda la Escritura". Para Jesús, toda la Biblia se resume en amor. El que tiene amor, está viviendo la Biblia.

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¿En qué consiste ese amor del que habla Jesús. El Señor mismo nos da la clave para saberlo. Jesús dijo: " Ámense unos a otros como yo los he amado (Jn l5,12). Jesús se pone como modelo de amor-Analizando cómo amó Jesús, podemos saber cómo debemos amar. Cómo amó Jesús En Jesús apreciamos un amor "de sacrificio. Jesús dijo: "No hay amor más grande que dar la vida por el amigo” (Jn 15,13). Toda la vida de Jesús es una entrega a los demás para salvarlos, para liberarlos de lo que los oprime. Jesús se entrega sobre todo a los pobres" a los marginados, a los que no le pueden corresponder de alguna manera. Jesús termina entregando su vida en la cruz por la salvación del mundo. Toda su vida es un entregarse a los demás. En Jesús se evidencia un amor de perdón. La mujer adúltera, Zaqueo, el buen ladrón pudieron apreciar lo que significaba el amor de Jesús convertido en perdón incondicional. No se sintieron humillados recibir el perdón. Se sintieron amados, comprendidos liberados. Jesús hizo realidad la parábola del hijo pródigo para todos los que se acercaron a él y recibieron el perdón de sus pecados. La compasión es la cumbre del verdadero amor. El que tiene compasión se involucra en el dolor del otra, trata de meterse dentro de su problema y ayudarlo sin que le importen las incomodidades que eso comporta. La viuda de Naín, que iba a enterrar a su único hijo, no le pidió nada a Jesús. Fue el Señor mismo el que tomó la

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iniciativa de resucitarle a su hijo. Jesús no tuvo repugnancia en poner la mano sobre las llagas del inmundo leproso que le pedía sanación. Jesús suspendió su merecido descanso en lugar solitario para atender a la gente que lo buscaba. Dice el Evangelio que Jesús sintió compasión por ellos porque eran como ovejas sin pastor. Es muy impresionante que Jesús en la cruz pide perdón por los que lo están martirizando cruelmente' Es por eso que Jesús con toda calidad moral puede indicar que debemos amar al enemigo, rezar por é1, hacerle el bien, bendecirlo (Mt 5,44). Cuando Jesús habla de amor, no se refiere a algo "abstracto", "sentimental". Para Jesús, amor quiere decir amar a los otros como él los amó. Un amor de sacrificio, de perdón, de compasión. Un amor, no de bonitas palabras, sino de hechos concretos que comportan sacrificio, vaciamiento del egoísmo. Algo que duele, pero que hace mucho bien a los demás. El poder de lo alto Nuestra naturaleza caída siempre nos inclina hacia el egoísmo, a buscarnos a nosotros mismos, en primer lugar, y no a Dios. Si no es por una fuerza superior,fuera de nosotros, que nos transforme, estamos perdidos. No basta el simple espíritu ascético. Sin el poder de la Gracia no hay cambio en nuestra manera de ser: seguiremos siendo siempre los empedernidos egoístas. Llenos de nosotros mismos y no del Espíritu Santo. Por medio del profeta Ezequiel se comienza a vislumbrar cuál es la obra del Espíritu Santo en

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nosotros. Por medio de este profeta, el Señor nos promete producir en nosotros el fruto del amor. Dice el Señor: “Los lavaré con agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos; pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil. Pondré en ustedes “mi Espíritu” y haré que cumplan mis leyes y decretos" (Ez 3'6,25-27). El Señor expone un proceso: primero, la purificación con agua; luego, el desprendimiento de ídolos, para poner un nuevo corazón, y, dentro de ese corazón, introducir su Espíritu. De esta manera, el nuevo corazón se va a caracterizar por cumplir la ley de Dios, no por temor, sino Por amor. En el proceso de purificación, el Señor habla de destruir los ídolos. Nuestro gran ídolo es nuestro yo. Adoramos nuestro yo: es nuestra mayor idolatría. Difícil matar nuestro yo. Pablo afirma: “Estoy crucificando juntamente con Cristo. Ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mi”( Gal 2,20). Ésa es la muerte del yo. Pablo es un hombre lleno del Espíritu Santo porque ya ha sido vaciado de su yo, de su ídolo principal. Pablo era un ególatra de primera. Ahora, se presenta como un "esclavo"(un "dulos", en griego) de Jesús. Ahora vive Cristo en él por medio de su Espíritu Santo. Ahora, sí está lleno del Espíritu Santo. Ya no se ama sólo a sí mismo. Ahora, ama a Dios y a sus hermanos. El Señor habla también de un “cambio de corazón". No se trata de trasplantar el corazón de otra persona. El corazón de otra persona no me sirve porque es malo como el mío. Necesito un "nuevo corazón, no

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contaminado. David comprendió muy bien en qué consistía el cambio de corazón, cuando escribió: " Crea en mí un corazón puro” (Sal 5l ). "Crear", en la Biblia, quiere decir sacar de la nada. Sólo Dios puede crearme un nuevo corazón. Sólo él me puede hacer nueva criatura por medio de un nuevo corazón. Dios logra esta transformación, al introducir en mi corazón su Espíritu Santo. Por medio del Espíritu Santo, me va llenando de su amor. Bien lo explicó san Pablo, cuando escribió: "El amor de Dios ha sido derramado en nosotros por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido concedido" (Rom 5, 5). El Espíritu Santo, al llenarme del amor de Dios, desaloja mi amor a mi yo. Me hace amar a Dios y a los hijos de Dios, mis prójimos. Ya no cumplo la ley por obligación, sino por amor. El Espíritu Santo, al llenarnos del amor de Dios, nos hace pasar del "amor al pecado" al "amor a Dios y a los hijos de Dios". Los discípulos, después de tres años de intensa evangelización con la palabra y el ejemplo de Jesús, lograron abrirse al Espíritu Santo. El día de Pentecostés, se sintieron tan llenos del amor de Dios, que parecían "borrachos". Se mostraban eufóricos, llenos de cánticosB nuevos, de alabanzas gozosas, de gestos y exclamaciones. En ese momento, fueron "sellados" por el Espíritu Santo. Comenzaron a ser "nuevas criaturas". De egoístas y tercos pescadores, que luchaban por los primeros puestos, se convinieron en los servidores incondicionales de sus hermanos. Eran otros Jesús en medio de la Iglesia.

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La experiencia del amor de Dios En su primera carta, san Juan escribió: "Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene" (l Jn 4,16). Juan se refiere al amor, no sólo desde un punto de vista teológico, intelectual, sino a la experiencia del amor de Dios. "Conocer", en sentido bíblico, significa "tener intimidad" con alguien. Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, los discípulos comenzaron a experimentar el amor de Dios como nunca antes lo habían sentido. Ese amor comenzó a derramarse también hacia los hermanos. El mismo colérico san Juan, a quien Jesús con humor llamaba "boanerges", hijo del trueno, se convirtió en el bondadoso pastor, que sólo habla de amor en sus cartas y sermones, y que con cariño llama a sus hermanos "Hijitos" (1Jn 2,1) Los que asistieron al primer retiro espiritual con que se inició la Renovación Carismática Católica, dieron testimonio que, al experimentar una nueva "efusión del Espíritu Santo", sintieron temor de no poder contener el inmenso amor de Dios, que sintieron en ese momento. Fue su Pentecostés personal, que los convirtió en nuevas criaturas. El Espíritu Santo, primero, nos vacía de nuestros ídolos, para llenarnos, luego, del amor de Dios, que transforma toda nuestra manera de ser. Esto no es algo instantáneo. Los apóstoles, antes de Pentecostés, fueron sometidos a tres largos años de evangelización por el mejor maestro del mundo. Recibieron clases de teoría y de práctica. Jesús les pudo decir: "Ámense unos a otros como yo los he amado”. Jesús se puso como modelo. No recibieron únicamente una teología acerca del amor. En la vida de Jesús vieron cómo se debía

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amar. Cuando fueron llenados del Espíritu Santo, en Pentecostés, comenzaron a ser nuevas criaturas, llenas del Espíritu Santo. El fruto del amor había comenzado a manifestarse en ellos. Corazón atrofiado En el Bautismo, se nos regenera el corazón, que, por el pecado original, viene con una deficiencia de origen, que nos inclina al egoísmo, que nos impide amar a Dios con todo el corazón, y abrirnos a las necesidades de los hermanos. La regeneración es un regalo de Dios, que nadie ha ganado a base de méritos. Pero, lo cierto es que, con el tiempo, vamos descuidando las cosas de Dios, y el pecado nos va dominando. Además, por los golpes que la vida nos va propinando, el corazón se nos vuelve a endurecer. Se convierte en un corazón "de piedra". Es la expresión que emplea el profeta Ezequiel. Viene, entonces, la obra de Dios Padre en nosotros. Por medio de la Palabra de Dios se introduce en nuestra intimidad y nos hace detectar lo malo 'Nos causa "ardor", nos va suavizando el corazón, nos va vaciando de lo malo, del egoísmo, y nos va llenando de su amor. Es por medio de la oración, de los Sacramentos, de la meditación de la Biblia, de la caridad que le damos oportunidad al Espíritu Santo para que intensifique su obra de purificación de nuestros ídolos, para que nos sane interiormente, y para que more en nosotros y nos haga experimentar el amor de Dios. Eso es lo que se llama el "cambio de corazón"

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El hijo pródigo de la parábola de Jesús no se atrevía a ingresar en la fiesta que su padre le había preparado para celebrar su regreso. Quería que su padre lo castigara, lo tratara como a uno de sus esclavos. Cuando vio que su padre no lo castigaba, sino que lo abrazaba, se atrevió a participar en el gozo de su padre. Cuando el Señor, por medio del Espíritu Santo, nos cambia el corazón de piedra por uno de carne, el Espíritu Santo dentro de nosotros, nos lleva a llamar a Dios: "Papá" , a no tenerle miedo. De pronto nos damos cuenta de que tenemos ganas de ingresar en la fiesta que el Padre ha preparado para nosotros. Jesús dice: "Si ustedes, que son malos, dan cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden" (Lc 1 1,13). El gran regalo de Dios para nosotros, en la oración, es el Espíritu Santo, por medio del cual nos convierte en nuevas criaturas. De hijos del trueno, cargados de rencores y rebeldías, nos transforma en hijos confiados en el Padre que, a pesar de nuestra triste historia, nos recibe en su casa para que experimentemos su amor por medio del gozo del Espíritu Santo. Nuestra parte El fruto del amor no es obra sólo del Espíritu Santo. Debe contar con nuestra respuesta, Y, aquí, es donde nos preguntamos qué es lo que yo debo hacer para ser llenado del Espíritu Santo y que aparezca en mí el amor, fruto del Espíritu. Tal vez nos puede ilustrar una anécdota. Un anciano bajaba con frecuencia al pueblo y llevaba dos perros. Los ponía a pelear: muchos

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aprovechaban para hacer apuestas. Lo cierto es que el anciano ya sabía qué perro iba a ganar el duelo. Alguien le preguntó su secreto: el anciano le dijo que ganaría el perro al que había alimentado mejor para esa oportunidad. Para permitirle al Espíritu Santo que nos llene con el amor de Dios, hay que fomentar todo lo que propicia la llenura del Espíritu santo. Al mismo tiempo, hay que evitar todo lo que impide la acción santificadora en nosotros. Esto lo expresó magistralmente san Pablo, al aconsejarnos: "Caminen según el Espíritu y no se dejen llevar por los impulsos de la carne" (Cal 5,1 6 -1 7). Jesús, expresamente, nos revela que es por medio de la oración que se nos concede el Espíritu Santo (Lc 11,13). El Espíritu Santo es el regalo mayor de Dios para nosotros. En él está compendiado todo lo que Dios nos quiere dar. La Renovación Carismática, con la experiencia de la "nueva efusión del Espíritu Santo", fue una respuesta a la insistente oración al Espíritu Santo de los primeros que experimentaron esta corriente de Gracia en la Iglesia católica. Ellos durante mucho tiempo perseveraron rogando: "Veni, Sancte, Spiritu" (Ven, Espíritu Santo). Lo mismo sucedió con el Concilio Vaticano ll. Al iniciar, el Papa Juan XXlll pidió un Nuevo Pentecostés. Por medio del Concilio Vaticano ll, Dios concedió un nuevo Pentecostés a la Iglesia. Es por medio de la oración insistente en que se van abriendo las compuertas de nuestro amurallado corazón. Cuando esto, sucede, el Espíritu Santo puede hacer su obra de "derramar el amor de Dios en nosotros" (Rom 5,5).

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Por medio de la Palabra, el Espíritu Santo se nos introduce en las profundidades del corazón y comienza a convencernos de lo que le agrada o desagrada a Dios. Como dice san Juan, en el Apocalipsis, la Palabra dentro de nosotros nos causa "ardor y dulzor" (Apoc 10,10). Primero, nos cuestiona, nos purifica. Luego, nos llena, nos santifica. Jesús, en la última Cena, les decía a los discípulos "Ustedes ya están limpios por la Palabra que yo les he dicho" (Jn|5,3). Por medio de la Palabra, que es viva y eficaz, el Espíritu Santo nos va limpiando de impurezas y nos va llenando del amor de Dios del que brota el fruto del Espíritu, la santidad. Algo definitivo para ser llenados por el Espíritu Santo, lo expone san Pedro, cuando dice: " Dios da el Espíritu Santo a quienes le obedecen" ( Hch 5,32). Fue en la última Cena, cuando Jesús les dijo a sus discípulos: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). La promesa de Jesús es "hacer morada" en el alma del que es fiel cumplidor de la Palabra de Dios. Del que obedece. Cuando nos, esforzamos en vivir con fe la Palabra, nos estamos disponiendo a que el Padre y Jesús moren en nosotros por medio del Espíritu Santo. Al morar la Trinidad en nosotros, nos llena del amor de Dios. Crea en nosotros un nuevo corazón. Del egoísmo refinado pasamos a la caridad. Ya no cumplimos la ley con miedo de esclavos, sino con amor de hijos. Al amar a Dios, automáticamente, amamos a los hijos de Dios. Todo eso es lo que san Pablo nos quiere decir, cuando nos recomienda "andar en el Espíritu y no dejarnos guiar por los impulsos de la carne" (Cal 5, 16-'17). Entre más

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nos apartemos de los impulsos de la carne, más podremos "andar en el Espíritu", y ser llenados del amor de Dios por medio del Espíritu Santo. Algo más. El salir de nosotros mismos para entregarnos a los demás, nos vacía de nuestro egoísmo y nos abre a la acción del Espíritu Santo. La viuda de Sarepta apenas tenía un poquito de harina para ella y su hijo. En fe lo dio al profeta Elías porque lo vio cansado y sudoroso, y porque el profeta se lo pidió en nombre de Dios. A aquella mujercita nunca le faltaron el aceite y la harina. Mientras en la región había carestía, en la casa de la viuda piadosa no falto la harina y el aceite. El servicio al otro, sobre todo al necesitado, implica sacrificio, vaciamiento de nuestro egoísmo. Al vaciarnos, le damos la oportunidad a Dios de llenarnos del Espíritu Santo, de derramar abundantemente sobre nosotros el aceite de su amor, que produce santidad. El servicio sacrificado por el otro, la caridad, es clave para que el Espíritu Santo pueda llenarnos del amor de Dios. Cerrados o abiertos El río Jordán forma dos lagos: el Mar Muerto y el Mar de Galilea. El Mar Muerto no deja correr las aguas, las aprisiona: no tiene desagüe. En este mar, no hay vida: no hay peces, no hay árboles a su alrededor. El Mar Muerto es símbolo del “hombre carnal", egoísta, encerrado en sí mismo: es el centro de su vida. Está "encorvado” sobre sí mismo. Eso le impide amar a Dios y amar a los hermanos. Sus obras son las obras de la "carne,,, del egoísmo refinado. Cuando estamos "encorvados,, hacía

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nosotros mismos, nos cerramos a la acción del Espíritu Santo y no se produce en nosotros el fruto del Espíritu. Aparecen, entonces, en nosotros los frutos de la "carne". La larga y negra lista de acciones pecaminosas que detalla la carta a los Gálatas (Gal 5,19-21). El Mar de Galilea recibe el agua del Jordán y sigue fluyendo hacia varias partes. Es un mar lleno de vida. El mar que tiene más peces en el mundo. A su alrededor siempre hay abundancia de árboles, de vegetación Este mar es símbolo del hombre que por medio de la oración, la meditación de la Biblia, la caridad, se abre más y más, a la acción del Espíritu Santo. Se llena del amor de Dios. Al sentirse amado por Dios, siente la urgencia de amar, de servir a los demás. De ahí brota el fruto del Espíritu, cuya esencia es el Amor. Es de notar que san Pablo no habla de “frutos del Espíritu", sino del "fruto del Espíritu", que se proyecta en ocho manifestaciones. Escribe san Pablo: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza” (Gal 5,22). Para san Pablo, si hay amor en una persona se evidencia en la paz y el gozo que se proyectan en su vida. Si el cristiano tiene amor, lo demuestra por medio de la paciencia hacia los demás; por la benignidad (el impulso de hacer el bien a otros); por la bondad (no se queda sólo en puro sentimiento, sino que se da prisa en ayudar al necesitado). La persona que tiene amor, sobresale por su fe (es fiel a Dios y a los demás); se distingue por su templanza: tiene dominio propio porque aborrece lo que desagrada a Dios. Con mucha razón san Pablo afirma que del amor brotan las demás virtudes que hacen que la

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persona vaya alcanzando la "estatura de Cristo", la santidad. El fruto del amor brota de la persona que le permite al Espíritu Santo controlar su vida. Examen a Pedro En la última Cena, el Señor les resumió a sus discípulos todo lo que había enseñado, en un solo mandamiento. Les dijo: "Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado"(Jn15,12). Toda la Biblia sintetizada en un solo mandamiento. Después de la resurrección, antes de confirmar a Pedro en su cargo de Jefe de la Iglesia, Jesús sólo le hizo una pregunta, tres veces: " ¿Me amas?'(Jn21,15). Consciente de su debilidad, de sus caídas, Pedro tartamudeaba, al contestar. Cuando Pedro estaba seguro de que amaba a Jesús, el Señor le dio el encargo de cuidar sus "ovejas y corderos". La Iglesia. Antes de contar con nosotros para enviarnos a evangelizar, a sanar a los enfermos, a enfrentarnos a los malos espíritus, Jesús, como a Pedro, sólo nos hace una pregunta: "¿Me amas?" Si hay amor en nosotros, vamos a cumplir al pie de la letra su Palabra. Entonces el Padre y Jesús vendrán a poner su morada en nosotros por medio del Espíritu Santo, que derramará en nosotros el amor de Dios. Si amamos a Dios y a los hermanos, ya estamos en disposición de que Jesús nos envíe a cuidar sus ovejas y sus corderos.

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10 EL ESPIRITU SANTO SUSCITA LA ALABANZA

Cuando el salmista David comienza uno sus salmos diciendo: " Abre, Señor, mis labios y mi boca proclamará tu alabanza" (Sal 51, 17), está señalando algo básico con respecto a la oración de alabanza. Nosotros no tenemos una varita mágica para inicia cuando queramos la oración de alabanza Necesitamos que Dios "abra nuestros labios” por medio del Espíritu Santo para poder alabarlo. No basta la voluntad humana. Sólo Dios tiene la "llave" que nos permite alabarlo. Esa llave es el Espíritu Santo. Bien lo afirma san Pablo cuando nos revela que nosotros por nuestra debilidad, no somos capaces de decir ni siquiera: "Jesús es el Señor”, si no es por la acción del Espíritu Santo en nosotros (1Cor 12,3). Cuando David dice, en el salmo 40:"Puso en mi boca un canto nuevo", está reafirmando lo mismo es Dios el que pone en nuestros labios la alabanza por medio del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el encargado de provocar en nosotros la oración de alabanza, que le agrada sobremanera a Dios. El profeta Ezequiel cuenta su experiencia. El Señor le ordenó que les hablara a unos "huesos secos". El pro feta obedeció: los huesos comenzaron a moverse y a revestirse de carne. El Señor le indicó al profeta que le

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faltaba algo: tenía que invocar al "Ruah", al Espíritu, para que "soplara" sobre los huesos secos. Cuando el profeta invocó al Espíritu, los huesos secos se convirtieron en el ejército del pueblo de Dios' (Ez 37 ,1 11). En la Biblia, el "Ruah" es el viento fuerte en movimiento que indica la presencia del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo, el "dador de vida", el que hace que las palabras congeladas en nuestro corazón sean calentadas y se conviertan en jubilosa alabanza. De esta manera se realiza la promesa del Señor: "Yo haré entrar mi Espíritu en ustedes y vivirán" (Ez 37 ,5). Por eso lo primero que debemos hacer, al intentar alabar a Dios, es invocar al Espíritu Santo para que caliente nuestro corazón y brote la oración de alabanza. La fuerza del “Ruah” Pentecostés fue la manifestación arrolladora del Espíritu Santo, que llevó a los apóstoles y discípulos a una expresiva alabanza, tan efusiva y desbordante, que algunos llegaron a creer que los discípulos estaban pasados de copas de vino. La oración de alabanza, que provoca el Espíritu Santo, se ha comparado a una mística embriaguez. En. Pentecostés, Pedro se vio en la obligación de explicar lo que estaba sucediendo. Se cumplía lo que había dicho el profeta Joel, que en los últimos tiempos el Espíritu Santo se derramaría abundantemente por medio de signos carismáticos. ( Hch 2,16-20 ).Según san Agustín, los últimos tiempos se inician con la venida de Jesús nadie sabe la fecha de su término.

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Lo mismo que se dio en el Cenáculo para Pentecostés, se repitió en la casa del centurión Cornelio, cuando ante la predicación ungida de Pedro, toda la familia de Cornelio experimentó la fuente irrupción del Espíritu Santo, que los llevó a alabar gozosamente a Dios (Hch 10). También se repitió en Éfeso, cuando Pablo impuso las manos y oró por los que habían sido evangelizados. Todos experimentaron la fuerza del Espíritu Santo, que los impulsaba a alabar a Dios impetuosamente (Hch 19). San Pablo a los de Éfeso les aconsejaba que se edificaran mutuamente entonando salmos y canticos inspirados. Pero les anticipó que para eso antes debían estar "llenos del Espíritu Santo" ( Ef 5,18-20). Bien sabía Pablo por experiencia que sin la acción del Espíritu Santo la oración de alabanza no puede brotar de nuestros corazones y labios. Ernest Gentile lo explica, cuando escribe en su libro "Adora a Dios”: "El Espíritu descongela las ideas de la gente referentes a Dios, y vivifica la verdad bíblica en sus corazones. Una mujer samaritana le preguntó a Jesús que cual era el lugar indicado para poder alabar a Dios. Jesús le dio una respuesta indiscutible; le dijo: "Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad" (Jn 4,23). Los comentaristas de la Biblia escriben con mayúscula Espíritu, ya que, como señala Raymond Brown, aquí " no se refiere al espíritu del hombre, sino al Espíritu de Dios" Jesús dijo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba... del interior del que crea en mí brotarán ríos de agua viva"

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(Jn 7,37-38). San Juan explica que esos ríos de agua viva significaban al Espíritu Santo. Esos ríos de agua viva denotan la vida abundante, que Jesús prometió a los que creyeran en é1. Esa vida abundante, se manifiesta por medio de la oración de alabanza, que exteriorizan los ríos de agua viva, que el Espíritu Santo hace brotar en los corazones. Escribe Raymond Brown: "El Espíritu eleva a los hombres por encima del suelo y de la carne y los capacita para adorar adecuadamente". El día de la resurrección, Jesús sopló sobre sus apóstoles y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,22 ). El aliento de Jesús se introdu.io en el alma de los Apóstoles y comenzó a invadir sus corazones, que desbordaron en alabanzas jubilosas el día de Pentecostés, cuando quedaron totalmente llenos del Espíritu Santo. Dice Ernest Centile: "El paráclito provoca en el corazón de los adoradores las expresiones más elevadas de adoración y alabanza". Toda oración de alabanza es impulsada y dirigida siempre por el Espíritu Santo. De aquí que antes de intentar alabar a Dios, hay que pedirle al Espíritu Santo que con su llave de amor "abra nuestros labios". En la casa de Isabel La Virgen María, que acababa de ser llenada del Espíritu Santo, fue a visitar a su anciana prima Isabel. La sola presencia de Jesús en el seno de la Virgen María hizo que Isabel quedara también llena del Espíritu Santo. María, al ver las maravillas que Dios obraba, explotó en un bello himno de alabanza, que conocemos con el nombre de Magníficat, que significa: "Mi alma alaba al

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Señor'. Al punto, Isabel también se unió al canto de María. Las dos mujeres formaron un dúo armónico en alabanza al Señor. Seguramente se pusieron a danzar, al estilo judío, como se acostumbraba en momentos jubilosos como el que estaban viviendo. Isabel, llena del Espíritu, le dijo a la Virgen María: "Bienaventurada tú, que has creído todo lo que se te ha dicho" (Lc 2,45). Sin una fe fuerte no puede haber oración de alabanza. Mientras María e Isabel desbordaban en alabanzas a Dios, el esposo de Isabel, Zacarías, permanecía mudo. No podía unirse al dúo de alabanza de las dos mujeres. Zacarías estaba pasando por una crisis espiritual. Por medio de un ángel, el Señor le había anunciado que su estéril esposa iba a tener un hijo. Zacarías no logró creer en la buena noticia que, de parte de Dios, le traía el ángel. Alegó que su esposa era ya muy anciana. Que ya no era posible. Debido a su falta de fe, el ángel le indicó que iba a quedar mudo (Lc 2,20). Un mudo que canta La mudez de Zacarías fue un largo desierto a través del cual el sacerdote se dio cuenta de que su fe era puramente intelectual. No del corazón. Su religión se había convertido en "ritualismo". Le faltaba el gozo del Espíritu Santo. Cuando nació el hijo anunciado, Juan Bautista, Zacarías experimentó el amor de Dios por medio del Espíritu Santo. En ese momento se le soltó la lengua y comenzó a entonar uno de los preciosos himnos de alabanza de la Biblia, que, en latín se llama "Benedictus", "Bendito". Ahora, Zacarías, ya no adoraba

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a Dios sólo con la mente; ahora tomaba parte también su corazón. El Espíritu Santo lo había llevado a cantar una bella alabanza con el corazón henchido de júbilo. Es peligroso, que como Zacarías, seamos escrupulosos en cumplir con todas las normas litúrgicas, pero que lo hagamos sin la unción del Espíritu Santo. San Pablo escribió: " Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, te salvarás. Porque cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios" (Rom 10,9). Una fe puramente "intelectual", nos lleva, como a Zacarías, a una fría religión ritualista. Debemos invocar la presencia fuerte del Espíritu Santo para que nuestra oración no sea ritualista, sino se exprese en jubilosa oración de alabanza. Juan Bautista, en el vientre de su madre, al percibir la presencia de Jesús, comenzó a " dar saltos". Fue su manera de expresar su gozosa alabanza. En ese momento Juan todavía no podía alabar a Dios con palabras. Más tarde, Juan Bautista, cuando ve por primera vez a Jesús, que se acerca, lo va a señalar ante todos, diciendo: " He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). También lo va a presentar como el que viene para “bautizar con el Espíritu Santo y con fuego" (n 1 , 33). De esta manera, Juan Bautista glorificaba a Jesús. En la Ultima Cena, Jesús aseguró que cuando viniera el Espíritu Santo, "lo glorificaría" (n'16,14). El que está lleno del Espíritu Santo glorifica a Jesús. Glorificar es lo mismo que alabar. Toda la vida de Juan Bautista va ser

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una glorificación de Jesús. Cuando apareció Jesús, el Bautista dijo que era necesario que él " disminuyera y que Jesús creciera" (Jn 3,30). De esta manera, el Bautista le estaba ofreciendo a Jesús "un sacrificio de alabanza". La Virgen María, llena del Espíritu Santo, dijo: "Mi alma alaba al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvado” (Lc1,46-47). María alaba a su Salvador, a quien lleva en su seno. Glorifica a Jesús. Isabel, llena del Espíritu Santo, le dice a María: " Bendita tú entre las mujeres y bendito EL FRUTO DE TU VIENTRE' ( Lc 1,42). El Espíritu Santo mueve a Isabel a alabar el "bendito fruto del vientre de María". Isabel es llevada por el Espíritu Santo a glorificar a Jesús. Cuando nuestra religión no tiene el toque del Espíritu Santo, se vuelve fría, ritualista; nos lleva a la mudez espiritual de Zacarías. Cuando, por el contrario, estamos llenos del Espíritu Santo, somos impulsados, más que a la oración de petición, a la alabanza jubilosa, que sale de nuestro corazón. Saúl y David Saúl y David fueron ungidos por el mismo profeta Samuel. Los dos quedaron llenos del Espíritu Santo. Cuando Saúl quedó lleno del Espíritu Santo, comenzó a profetizar, alabar a Dios jubilosamente. Todos se dieron cuenta del cambio operado en Saúl. Con el tiempo Saúl dejó de ser un sencillo pastor y se convirtió en el Rey Saúl. Se comenzó a llenar de envidia, que luego se

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volvió odio, contra David. La gente alababa mucho a David, lo quería inmensamente. Saúl lleno de odio, dejó la puerta abierta a un "mal espíritu" (l Sam l 8, 10), que comenzó a atormentarlo. Lo hizo caer en la depresión. Se volvió un neurótico amargado. Terminó suicidándose (l Sam 31,4). Escribió San Pablo: "No entristezcan al Espíritu Santo" (Ef 4,3O), “No apaguen el Espíritu" (l Tes 5,19). Por medio de estas dos expresiones san Pablo indica que nosotros podemos bloquear la obra del Espíritu Santo hasta llegar a apagar su poder en nosotros. Eso fue lo que sucedió con Saú1. Por el pecado de odio, de hombre lleno del Espíritu Santo, que alababa a Dios, se convirtió en hombre lleno del "espíritu del mal", que lo dominó y lo llevó a la depresión y al suicidio. David también fue ungido por Samuel. Su unción del Espíritu Santo se aprecia con evidencia en los inspirados Salmos que escribió, que sobresalen no sólo por su valor literario, sino, sobre todo, por el aliento de Dios, que se percibe en ellos. David, al caer en adulterio con Betsabé, también "entristeció al Espíritu Santo" y "apagó el fuego del Espíritu". De hombre lleno de gozo y vida, se convirtió en un hombre sombrío, melancólico. El mismo David nos dejó constancia de esa época de su vida, cuando escribió: “Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano así me sentía decaer” (Sal 32,3-4).

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Cuando David se arrepintió y pidió perdón entre lágrimas, le decía al Señor: " No me quites tu Santo Espíritu"… "Devuélveme la alegría de tu salvación" (Sal 51,13-14). David había experimen- tado que por el pecado se había apagado en él el gozo del Espíritu Santo. Como que el Espíritu Santo lo había abandonado. El Espíritu Santo, por la misericordia de Dios, nunca nos es "quitado"; pero su iluminación su fuerza, su poder sí pueden ser bloqueados por nosotros hasta el punto que, como David, lleguemos a tener la sensación de que nos ha sido quitado el Espíritu Santo. El caso de David es consolador porque cuando se reconcilia con Dios, le vuelve el gozo del Espíritu Santo; por eso David en su salmo 32, le dice al Señor "Me inundas de alegría por la liberación'. Dios nuevamente, podía alabar con gozo al Señor. Job y Tobías Job y Tobías son presentados en la Biblia como personas muy ejemplares. Dios se complace en ellos. Los dos pasan por pruebas indecibles; la diferencia consiste en que Job va a caer en la depresión, que lo lleva a cuestionar seriamente la justicia de Dios con respecto a él. Tobías, por el contrario, se mantienen en comunión amorosa por medio de la oración de alabanza, que impide que caiga en el pozo de la depresión. Job, al principio, cuando comienzan sus tribulaciones, no deja de alabar a Dios. A pesar de que su desesperada esposa lo invita a maldecir a Dios, Job dice: " Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡bendito sea el nombre del

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Señor!" (Job 1 ,21). Pero, cuando arrecia la tribulación, cuando un día y otro día las cosas se complican de manera inexplicable, Job comienza a cuestionar la justicia de Dios. La pregunta esencial que Job le hace a Dios es: Si yo soy bueno ¿por qué me suceden a mí todas estas desgracias? Esta situación de "litigio" con Dios lleva a Job a que se llene de amargura, de frustración, de depresión, y a que se vacíe del gozo del Espíritu Santo del que antes gozaba. Para ayudarlo a salir de su crisis espiritual, hacia el final del libro, el Señor se le manifiesta y le pone un test de unas setenta preguntas en las que, en esencia, le preguntaba a Job: "¿Quién eres tú para pedirle cuenta al Creador de los hombres y del inmenso universo?" Ante la avalancha de preguntas, que Dios le dejó ir encima a Job, el desconcertado Job terminó reconociendo que había hablado como un "necio"; hundió su frente en el polvo y pidió perdón. En ese momento le llegó a Job la salud y recobró la paz en su corazón. Recobró el gozo del Espíritu Santo, y, al punto pudo, nuevamente, alabar a Dios. Le dijo: " Antes sólo de oídas te conocía, ahora te conozco como eres" ()b 42,5), Era una proclamación de gozosa experiencia de la cercanía y bondad de Dios con él. La queja, la murmuración nos llenan de desconfianza en el plan de amor que Dios tiene para nosotros. Dice la Biblia: 'Todo resulta para bien de los que aman a Dios" (Rom 8,28). El que protesta, murmura y se pelea con Dios, en el fondo de su corazón, está dudando de que Dios sea un Padre bueno con un proyecto de amor para sus hijos. En el caso de Job, el texto bíblico nos pone al

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tanto de las tretas del diablo para hacer que Job se derrumbe espiritual y físicamente (Jb 2,4-5). En nuestro caso, el espíritu del mal procura llenarnos de murmuración, de inconformidad, de amargura para sembrar en nosotros la "desconfianza" en Dios, y apagarnos el fuego del Espíritu Santo. A Tobías lo que lo salvó fue la oración de alabanza. Mientras Tobías exponía su vida para favorecer a los de su pueblo, le cae en los ojos excremento de un ave, y queda totalmente ciego. Tobías, en vez de cuestionar a Dios por su desgracia, comienza a alabar a Dios, y le dice: "Tú eres justo, Señor, todo lo que haces es justo. Tú procedes con amor y fidelidad" (Tob 3,2). Tobías es un hombre de alabanza continua a Dios. Cuando recobra milagrosamente la vista, exclama: "¡Alabado sea su santo nombre!"; dice el texto bíblico: "Tobías entró en su casa alabando a Dios en voz alta (Tob 11,14-15). Luego añade: " Tobías lleno de alegría y alabando a Dios, salió a recibir a su nuera"…”Tobías proclamaba ante todos que Dios había tenido misericordia de él" (11,16). Al recibir a su nuera Tobías, en primer lugar, dice: "Bendito sea tu Dios que te trajo hasta nosotros". Tobías es un hombre de alabanza a Dios a flor de labios. El capítulo 13 del libro de Tobías consigna lo que podríamos llamar el "Magníficat de Tobías". Un largo y fervoroso himno de acción de gracias en el que Tobías comienza cantando: "!Bendito sea Dios que vive eternamente bendito sea su reinado!". Como la Virgen María también Tobías compone un himno de alabanza a Dios recordando todo lo que Dios ha obrado en su vida.

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Tobías no cae en la depresión, pues, por medio de la alabanza impide que se apague en él el gozo del Espíritu Santo. En el libro de Tobías se le da suma importancia a la oración de alabanza como una vivencia en toda circunstancia. El arcángel Rafael, al despedirse de la familia de Tobías y de su hijo, les dice: " Alaben a Dios y reconozcan ante todos los seres vivos todo el bien que Dios ha hecho, para que todos bendigan y alaben su nombre. Proclamen como es debido las acciones de Dios a todos los hombres y no se cansen de darle gracias" (Tob 12,6). Táctica del espíritu del mal es llenarnos de amargura, murmuración y quejas. De esta manera ahoga en nosotros el gozo del Espíritu Santo y nos aleja de Dios para manipularnos a su antojo. Dice Santiago: “Resistan al diablo y huirá de ustedes"(St 4,7). Una manera efectiva de resistir al diablo es la actitud de alabanza en todo momento y circunstancia. Por medio de la oración de alabanza, que agrada a Dios, nos llega el poder de Dios que aleja las asechanzas del espíritu del mal, pues por medio de la oración de alabanza propiciamos en nosotros la llenura constante del Espíritu Santo. Simeón y Ana ¿Qué fue lo que hizo que Simeón se encontrara con el Niño Jesús en el Templo? ¿Cómo pudo identificarlo entre tantos niños lloriqueantes, que eran llevados por sus madres para ser presentados en el Templo? Expresamente el Evangelio dice que Simeón era un hombre llenó del Espíritu Santo y que fue el Espíritu Santo el que lo impulsó a ir al Templo en el preciso

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momento en que el Mesías ingresaba por primera vez en el Templo (Lc 2,27). Simeón se dirigió directamente hacia la Virgen María; tomó en sus manos al Niño, lo levantó y entonó un himno de alabanza, bendiciendo a Dios porque le había permitido ver al Salvador. A Simeón fue el Espíritu Santo el que lo fue llevando para que de entre todos los niños lloriqueantes del Templo identificara al Mesías. Fue también el Espíritu Santo el que provocó en él un himno de alabanza a Dios por el Salvador enviado. Lo mismo le sucedió a la profetisa Ana. Había dedicado toda su vida al servicio de Dios en el Templo. Estaba también llena del Espíritu Santo. Fue el Espíritu Santo el que también la impulsó acercarse al Niño Jesús e identificarlo, al instante, como el Mesías. Dice el texto bíblico: "(Ana) se puso a dar gloria a Dios y a hablar del Niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén" (Lc 2,38). Más tarde dirá Jesús que el Espíritu Santo llegará para "glorificarlo"(Jn 16,14). Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, como a Simeón y a Ana, el Espíritu nos impulsa hacia Jesús, nos ayuda a encontrarlo personalmente, a tener comunión con él y a hablar de él. Una persona llena del Espíritu Santo será siempre compelida a ir por el camino de Jesús, a hablar con unción de Jesús. Por el contrario, cuando no estamos llenos del Espíritu Santo, hablamos de Jesús pero sin la necesaria unción para llevar a los demás a un encuentro con el Señor. Cuando no estamos llenos del Espíritu Santo, hablamos de Jesús como de un personaje famoso

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de la historia, pero no con el gozo con que hablaron Simeón y Ana acerca del Salvador. Entristecer o alegrar Cuando san Pablo habla de " no apagar el Espíritu", al mismo tiempo indica qué es lo que lo apaga. Dice Pablo: "No menosprecien los dones proféticos. Examínenlo todo y quédense can lo bueno. Apártense de toda tipo de mal" (1Tes 5,19). Para Pablo, el Espíritu es fuego que ilumina y calienta la mente y el corazón. Por el contrario, el "menospreciar los dones proféticos", las inspiraciones de Dios por medio de los hermanos y de la Palabra, el vivir neciamente sin discernir los signos de los tiempos, nos lleva a ir por un camino que no es el de la voluntad de Dios. El no apartarnos conscientemente de lo malo, nos lleva a que el fuego del Espíritu Santo se vaya apagando como las lámparas de las vírgenes necias. Cuando Pablo dice: " No entristezcan al Espíritu Santo de Dios”, al mismo tiempo expone varias cosas que son motivo de este entristecimiento. Pablo habla de la agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, toda clase de maldad. Por otro lado, en el pasaje en el que previene para no apagar el Espíritu, también enuncia varias cosas que encienden el fuego del Espíritu, que alegran al Espíritu. Pablo se refiere a la caridad, al hacer el bien a otros, al estar siempre alegres, y a dar gracias a Dios en todo (1Tes 5,'15-18). Todo esto viene a concordar con lo que indica el salmo 24. Los peregrinos, al llegar al templo, le preguntan al

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sacerdote qué debían hacer para poder "subir al Monte del Señor" .El sacerdote les resumía todo lo que debían hacer, afirmando que para subir al monte del Señor debían tener "las manos limpias y corazón puro". La pureza de mente y corazón favorece la acción del Espíritu Santo. Nos fortaleces para subir al alto monte del Señor, que es la oración de alabanza. Por otro lado, el no tener las manos puras y limpio el corazón impide que podamos alabar a Dios con espontaneidad y gozo. A Isabel, para quedar llena del Espíritu Santo le ayudó, sobre manera, la presencia de Jesús en el seno de la Virgen María: la llevó a una gloriosa oración de alabanza. La Madre del Señor a nuestro lado, nos acerca a su Hijo Jesús. Ella ruega por nosotros para que seamos limpiados de lo que nos impide ser llenados del Espíritu Santo y para que seamos ungidos por el poder del Santo Espíritu. El mayor acercamiento a Jesús y su Madre Santísima nos lleva, como a Isabel, a quedar llenos del Espíritu Santo y a expresarnos por medio de una jubilosa oración de alabanza.

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11 EL ESPIRITU SANTO EN LA INTERPRETACION DE LA BIBLIA (I) Acercarse a la Biblia es intentar aproximarse Dios que, por medio de su Palabra, consignada en la Sagrada Escritura, nos sigue hablando a través de los siglos. El ingreso en la Biblia es algo desde todo punto de vista imposible solamente con nuestra sabiduría humana. Muchos intelectuales se han sentido frustrados al tratar de penetrar en la Biblia porque han querido hacerlo sólo con su inteligencia, a veces, excepcional. Para los que, por la gracia de Dios, hemos podido tener algún acercamiento a la Palabra de Dios esto está muy claro. La aproximación a la sabiduría de Dios sólo se puede obtener debido a la misericordia de Dios, que nos ha querido conceder acceso a sus "misterios;', sólo por medio del Espíritu Santo. Eso lo comprendemos muy bien los que, por gracia, hemos experimentado ya ese regalo de Dios. Pero es algo muy difícil de aceptar para los que no han tenido una conversión profunda y pretenden sólo con su sabiduría humana ingresar en la profundidad de la sabiduría de Dios. Hay que comenzar por admitir que el acceso a la sabiduría de Dios sólo tiene lugar por la bondad de Dios que, por medio del Espíritu Santo, nos ha venido comunicando su plan de amor a través de los siglos. El Dios de la Biblia es un Dios que habla, que por todos los

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medios quiere darse a conocer a sus hijos y que sus hijos lo conozcan. Tanto a los profesionales como a los sencillos campesinos sin mayores estudios. En su primera carta a los Corintios, san Pablo presenta al Espíritu Santo como el "agente" de la revelación de Dios. El Espíritu Santo es el encargado de quitar el velo que impide que veamos los signos de Dios que entendamos su mensaje. San Pablo nos explica como el Espíritu Santo, primero' "escudriña" las profundidades de Dios; luego' las "revela" a los escritores sagrados, a quienes "inspira". para que transmitan fielmente el mensaje que Dios quiere enviarnos. Viene después el proceso de "iluminación" del Espíritu Santo para que nosotros podamos entender la palabra de Dios, que ha sido revelada a los escritores sagrados y ha quedado consignada en la Biblia. Analicemos que san Pablo nos explica acerca del proceso de revelación e inspiración que lleva a cabo el Espíritu Santo. EL Espíritu Santo lo escudriña todo Dice la Primera Carta a los Corintios: "El Espíritu lo escudriña, todo hasta lo más profundo de Dios" (1Cor 2,10). En la antigüedad, el verbo escudriñar, en griego, se encargaba a los encargados de las aduanas que realizaban una investigación minuciosa. Así como nuestro espíritu escudriña lo profundo de nosotros, así también el Espíritu Santo escudriña las profundidades de Dios para, luego, comunicárnoslas. Por medio del Espíritu Santo, Dios nos envía sus mensajes

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En la última cena, Jesús les prometió a sus discípulos que cuando viniera el Espíritu a sus enseñaría todas las cosas y les recordaría todo que él les había dicho" (Jn 14,25). El Espíritu Santo sondea el pensamiento de Dios y nos comunica la sabiduría de Dios. "Cosas que ojo no vio, ni oído escucho, ni mente imaginó" (1Cor 2,9), decía san Pablo. Si no fuera por medio del Espíritu Santo, la Biblia sería "libro cerrado" con siete sellos. Tendríamos que ponernos a llorar como san Juan en el Apocalipsis ante el libro de siete sellos, que permanecería cerrado para nosotros. Pero Jesús viene en nuestro auxilio por medio del Espíritu Santo rompe los siete sellos de la Biblia para que podamos conocer y comprender su mensaje de salvación. El Espíritu Santo revela la sabiduría de Dios Dice la Carta a los Corintios: "Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo escudriña hasta las profundidades de Dios” (1Cor 2,10). "Revelar" significa "quitar el velo. Las cosas de Dios, son "misterios". Imposibles para nosotros llegar a ellos, tratar de comprenderlos. Es Dios mismo el que por medio del Espíritu Santo les quita el velo a algunos de sus misterios y nos lo hace comprender. Misterio, aquí, en la Biblia, significa verdades de Dios, que estaban escondidas, pero que Dios ha querido comunicar a sus hijos, los seres humanos, por medio del Espíritu Santo. Nunca a nosotros se nos hubiera ocurrido, por ejemplo, afirmar que. Jesús nació virginalmente sin concurso de

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varón. A algunos, que no son cristianos, les parece una "aberración" religiosa. Para nosotros, en cambio, no es aberración, sino revelación. Lo creemos firmemente ya que ha sido revelado por Dios en la Biblia. Respetamos el misterio de Dios y lo aceptamos por la fe que tenemos en é1, que no nos puede engañar nunca. Tampoco sabríamos nada acerca del cielo y del infierno, si no fuera porque Dios, por medio del Espíritu Santo, nos lo ha revelado. Nadie de nosotros ha conocido el cielo y el infierno. Pero creemos firmemente en esa doctrina porque Dios por medio del Espíritu Santo nos lo ha revelado y ha quedado consignado en la Santa Biblia. Eso es lo que llamamos revelación del Espíritu Santo. El Espíritu Santo inspira a los escritores bíblicos De un poeta o un músico afirmamos que son "inspirados", cuando sus obras han llegado a tocar alguna tecla profunda de nuestro corazón. En el lenguaje bíblico, "inspirado", no significa lo mismo. Decimos que Dios por medio del Espíritu Santo ha inspirado a los escritores de la Biblia. Los llamamos "hagiógrafos", Que significa: escritores sagrados. Mahoma afirmaba que Dios, por medio del arcángel san Cabriel, le había dictado, en árabe, el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Nosotros, por supuesto no creemos en eso. Para nosotros la inspiración del Espíritu Santo a los escritores de la Biblia no fue un "dictado" , sino una "inspiración”. El Espíritu Santo les "sopló" el

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mensaje de Dios que tenían que transmitir. Ellos tuvieron que industriarse para hacerlo según su personalidad y talentos propios. El profeta Isaías era un gran poeta. Nos transmitió el mensaje de Dios por medio de un lenguaje altamente poético. El profeta Amós era campesino, y se sirvió de su lenguaje campesino para transmitir lo que Dios le había inspirado por medio del Espíritu Santo. Cada uno de los escritores bíblicos conservó su propia identidad y talentos. Por medio de esas cualidades particulares nos transmitieron lo que el Espíritu Santo les había inspirado. Ellos no tenían ningún complejo en afirmar: "Dice el Señor", porque estaban plenamente seguros de que el mensaje, que exponían, no era de ellos, sino del Espíritu Santo. San Pablo, como autor inspirado por Dios, fue muy explícito cuando afirmó: “Toda la Escritura está inspirada por Dios" (2Tim 3,16). Esto no quiere decir que cada palabra que se encuentra en la Biblia haya sido inspirada por Dios. Un caso concreto lo encontramos en el libro de Job. Los amigos de Job intentan darle una explicación de por qué él está sufriendo inmensamente. Según ellos era porque Job tenía algún pecado escondido y Dios lo estaba castigando. En los interminables discursos de los amigos de Job hay muchas cosas que están totalmente equivocadas. El mismo Dios, al final del libro, les dice a los amigos de Job: "Ustedes no han hablado bien de mí" (Jb 42,7). Era como que les dijera: "Ese Dios, que ustedes presentan, no soy Yo".

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El que se acerca a la Biblia, al mismo tiempo que debe tener la ayuda del Espíritu Santo, debe dejarse orientar por el Magisterio de la Iglesia para saber discernir lo que en la Biblia es mensaje auténtico de Dios. El que no se deja ayudar por la Iglesia, se expone a interpretaciones muy subjetivas, que pueden llevarlo al error. Por eso san Pedro, decía: "Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada" (2Ped 1,20).También el mismo san Pedro hacía ver el peligro del subjetivismo, al leer la Biblia, y anotaba que los "ignorantes y débiles" "tuercen" el sentido de la Biblia para su "perdición" (2 Ped 3, 16). El Espíritu Santo es el autor de la Biblia. Se sirvió de escritores inspirados para que con su propia personalidad y sus talentos nos transmitieran el mensaje que él les había inspirado. A eso es lo que le llamamos la inspiración en la Biblia. El Espíritu Santo nos Ilumina para comprender la Biblia En el Apocalipsis, san Juan se nos muestra llorando porque no logra ingresar en el libro santo, que tiene siete sellos' Alguien le señala a Jesús, el cordero de Dios que ha sido inmolado por la salvación del mundo, y le dice que no debe seguir llorando porque Jesús puede romper los siete sellos. Jesús, al punto, comienza a romper, uno por uno, los siete sellos de la Escritura (Apoc 5,4-9). Jesús, en la última cena, les prometió a sus discípulos que les enviaría al Espíritu Santo que los llevaría a toda la verdad" (Jn 1 6,13) y “les recordaría todo lo que les

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había dicho" (Jn 14,20). En eso consiste lo que llamamos la "iluminación" del Espíritu Santo. La Biblia es un libro totalmente sellado para la mente humana. Por medio del Espíritu Santo, Jesús rompe los sellos (lo secreto) de la Escritura para que podamos acceder a la Sabiduría de Dios. Para que podamos comprender el mensaje que nos envía. San Pablo explica este proceso de iluminación, cuando escribe: "Nosotros hablamos de estas cosas, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu" (1Cor 2,l3). Los discípulos de Emaús caminaron varios kilómetros en compañía de Jesús, que les iba explicando las Escrituras, pero ellos todavía no las comprendían del todo. Fue hasta que estaban a la mesa y vieron a Jesús, que "partía el pan”, que “les fueron abiertos los ojos, y lo reconocieron'(Lc 24,31) En ese momento, les llegó la "iluminación" del Espíritu Santo: pudieron darse cuenta de que era Jesús el personaje que a través de varios kilómetros los había venido evangelizando. Ahora, comprendían todo. Esa es la diferencia entre la persona que se acerca a la Biblia sólo con su inteligencia y la que va "iluminada” por el Espíritu Santo. Los discípulos de Emaús tenían frente a ellos a la misma Palabra de Dios hablando pero había un velo en sus ojos que impedía que descubrieran a Jesús resucitado. Mientras no vayamos a la Biblia con la iluminación del Espíritu Santo, hay un velo en nuestros ojos que nos impide descubrir a Jesús que nos habla por medio de la Biblia.

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El Espíritu Santo nos infunde la mente de Cristo San Pablo afirma que los cristianos tenemos "la mente de Cristo"(1 Cor 2,16).Eso sólo se puede llegar a alcanzar por medio de la revelación, inspiración e iluminación que nos vienen por medio del Espíritu Santo , que emplea la Palabra de Dios para la conversión de nuestra mente. Nuestra mente "carnal" nos inclina a pensar y a actuar según los criterios puramente mundanos. Jesús le indicó a Nicodemo que bebía tener un "nuevo nacimiento", una conversión profunda, que sólo podía alcanzar por medio del espíritu Santo (Jn 3,5) . Este nuevo nacimiento lo opera en nosotros el Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios. Comienza por revelarnos la sabiduría de Dios, muy distinta de la del mundo. Nos ilumina para que caiga el velo que cubre nuestros ojos, que nos impide percibir el mensaje de Dios. De esta manera, nuestra mente tiene una conversión: de una mente puramente mundana se transforma en "la mente de Cristo" (1Cor 2,16). Este paso de la mente carnal a la mente de Cristo un punto lento y difícil. Nuestra mente carnal se resiste a ser trasformada. Pero por medio de la Palabra el Espíritu va limpiando nuestra mente y corazón hasta que llega al “nuevo nacimiento", a la conversión, a una nueva manera de pensar y de actuar. Ya no pensamos "carnalmente", sino nuestra manera de enfocar todo es desde un punto de vista bíblico, según las enseñanzas de Jesús.

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No con lágrimas, sino con gozo Mientras en nuestra vida no haya un "nuevo nacimiento" una conversión profunda, vamos a pretender ingresar en la Biblia sólo con nuestra propia sabiduría. Vamos a quedar frustrados. Como san Juan, vamos a llorar desconsolados. Mientras con autosuficiencia y orgullo pretendamos romper nosotros mismos los siete sellos de la Biblia, se va a cumplir lo que dijo Jesús: Dios esconde sus "cosas" a los "sabios y entendidos", y las revela a "los sencillos", a los humildes (Mt 11,25). Dios no nos quiere llorando, como san Juan, por la frustración de no poder ingresar en la Biblia para oír la voz de Dios. Jesús nos ha dejado el Espíritu Santo para que provoque en nosotros la humildad y la necesidad de acudir a él para que nos lleve a toda la verdad y nos recuerde todo lo que Jesús dijo. Dios no nos quiere llorando, sino con el gozo del profeta Ezequiel, que, después de comerse el libro de la Escritura, exclamó: "Me supo tan dulce como la miel" (Ez 3,3).

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12 EL ESPIRITU SANTO EN LA INTERPRETACION DE LA BIBLIA (II) Con frecuencia me encuentro con personas muy cultas, con honoríficos títulos universitarios, que me dicen que no experimentan ningún gozo espiritual al leer la Biblia. El asunto es que pretenden ingresar en la Biblia sólo con su inteligencia, con sus métodos y su autosuficiencia. Por eso, sólo encuentran en la Biblia datos de tipo histórico, psicológico, sociológico, poético, pero no escuchan para nada la voz de Dios, que es lo esencial que uno quiere hallar en la Biblia. Para leer el Quijote o "Cien años de soledad", basta tener alguna iniciación literaria. Pero para ingresar en la Biblia, hay que conocer el "lenguaje de Dios". Un lenguaje espiritual, que no se enseña en las universidades, ya que sólo lo aprendemos por la inspiración del Espíritu Santo. San Pedro lo afirma muy bien en su carta, cuando advierte: " Los profetas nunca hablaron por iniciativa humana; al contrario, eran hombres que hablaban de parte de Dios, dirigidos por el Espíritu Santo" (2P 1,21). Cuando el Espíritu Santo nos ilumina para comprender el lenguaje espiritual de Dios, ya podemos ingresar en la Biblia para oír lo que Dios nos quiere decir.

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Abre mis ojos San Pablo nos explica por qué motivo no podemos ingresar en la Biblia sólo con nuestros propios talentos. Dice san Pablo: "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu, para él son una locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1Cor 2,14). Jesús también nos aclara esta situación, cuando afirma: " El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3, 5). Para poder comprender el "las cosas del reino", las cosas de Dios, es indispensable que la persona haya tenido "un nuevo nacimiento", por obra del Espíritu Santo. Un nuevo nacimiento implica una conversión. Un cambio de corazón. Es la única manera de poder comprender la Palabra de Dios. No importa si la persona es un genio o un sencillo campesino, que apenas sabe leer. La puerta de entrada a la Biblia sólo es por medio del Espíritu Santo. Esto lo comprendí perfectamente cuando me encontré con un médico Que decía que cuando leía el Evangelio de san Juan se ponía a llorar. Yo le pregunté si siempre le había sucedido eso. Me respondió que no; que eso le había comenzado a suceder después que había hecho un retiro espiritual y se había entregado al Señor. Ese médico, muchas veces antes había leído pasajes de la Biblia. Pero, ahora, después de su conversión, ya podía ingresar en la Biblia y lograba escuchar lo que Dios le quería decir desde hacía muchos años. Ahora, ya no era hombre natural (carnal), sino espiritual.

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Es por eso que para ingresar en la Biblia, para oír hablar a Dios, es indispensable suplicarle al Espíritu Santo, que nos cambie de corazón. Que nos convierta en hombres espirituales. Para ingresar en la Biblia es esencial invocar al Espíritu Santo, el autor de la Biblia. San Pedro indica que los profetas nos hablaron "dirigidos por el Espíritu Santo". Fue el Espíritu Santo el que les reveló el mensaje del Señor. Es el Espíritu Santo el que nos va revelando a nosotros lo que Dios nos quiere decir. Es el Espíritu Santo el que nos ilumina el entendimiento para que podamos entender el mensaje que Dios nos envía. Esto lo experimenté personalmente, cuando recibí mi Bautismo en el Espíritu Santo, mi Pentecostés personal. Desde niño, en el seminario, yo había estado cerca de la Biblia. Pero, ahora, al ir a la Biblia le encontraba otro sentido a lo que leía. Oía otras cosas que antes no había escuchado, cuando leía la Escritura. Yo mismo me preguntaba: "¿Qué pasó? Tantas veces he leído este pasaje y nunca había encontrado lo que ahora estoy descubriendo". Era el Espíritu Santo el que me había abierto el entendimiento. Mi hermano, el sacerdote René Estrada (+), me comentaba que después de su Bautismo en el Espíritu Santo, le parecía que de la Biblia le saltaban pasajes que le aclaraban tantas cosas acerca de los dones del Espíritu Santo, del don de lenguas, de los carismas, del don de liberación. Para ingresar en la Biblia, la misma Biblia nos indica cuál es la puerta de entrada, cuando nos presenta al salmista, que dice: "Abre mis ojos para que vea las maravillas de tu ley" (Sal 119,18). El primer paso,

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entonces, que hay que dar para ingresar en la Biblia es invocar al autor de la Biblia, al Espíritu Santo. También nosotros, como el salmista, debemos iniciar nuestra lectura de la Biblia, diciendo: "Abre mis ojos para que vea las maravillas de tu ley" , que es lo mismo que suplicar: "Espíritu Santo, abre mi mente y corazón para que pueda oír hablar a Dios en la Biblia. Reconozco que con mi sola inteligencia no logro ni siquiera llegar a la puerta de la Palabra de Dios"' Quítate las sandalias Inmediatamente, hay que recordar lo que le sucedió a Moisés en el desierto, cuando todavía no era un hombre "espiritual". Vio una zarza que ardía sin consumirse. Comenzó a acercarse a la zarza para ver en qué consistía ese raro fenómeno. Dios lo paró en seco, y le dijo que tenía que quitarse las sandalias porque estaba caminando sobre terreno sagrado (Ex 3,5). Cuando Moisés obedeció y se quitó las sandalias, en ese momento, Dios comenzó a revelarle todo lo que le tenía que decir.

Jesús dijo: " Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos"(Mt 1 1, 25). No se puede ingresar en la Biblia con las sandalias de la autosuficiencia. Hay que descalzarse. Hay que humillarse. Reconocer que sin la iluminación del Espíritu, no hay revelación de Dios' "sabios y entendidos", en la frase de Jesús, no quiere decir inteligentes, sino "autosuficientes". Santo Tomás de Aquino y San Agustín fueron dos genios de la

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humanidad: teólogos y filósofos. Se conservan los famosos comentarios de los varios libros de la Biblia que escribieron. Pero ellos eran humildes. Se habían descalzado; por eso el Espíritu Santo los ungió abundantemente para que pudieran comprender y explicar los más difíciles pasajes de la Sagrada Escritura. El que, antes de pretender ingresar en la Biblia, reconoce su impotencia e invoca el auxilio del Espíritu Santo, es a quien el Señor le va permitir el acceso a su Santa Palabra. El Señor cumple su promesa de revelar sus secretos a las personas humildes, que, delante de é1, se hacen como niños. El Espíritu Santo abre la mente y el corazón de los que, descalzos de orgullo y autosuficiencia, se acercan humildemente a la Palabra de Dios. La Biblia recuerda el caso de Heliodoro, que quiso ingresar en el Templo de Jerusalén montado en su caballo. Dos ángeles lo azotaron y lo hicieron caer de su cabalgadura. Montados en nuestro caballo de autosuficiencia no podemos ingresar en el Templo de la Palabra de Dios. El Señor tenía muchas cosas que revelarle a Moisés en el desierto. Sólo lo pudo hacer, cuando Moisés se quitó las sandalias y avanzó descalzo hacia la zarza que ardía sin consumirse. Cuando nos quitamos las sandalias de soberbia, se abre nuestro oído y comenzamos a escuchar y entender lo que Dios anhela decirnos como Padre.

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A los que le obedecen

Dice la Biblia: “El Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen" (Hch 5,32). El Espíritu Santo revela las cosas de Dios, pero, únicamente, a los que están dispuestos a obedecer lo que Dios revela. El Espíritu Santo no proporciona revelación solamente para “instruir” a la persona. Dios nos habla, sobre todo, para que nos dejemos transformar para que crezcamos espiritualmente. Para que sea cambiado nuestro corazón. En la última cena' el Señor les dijo a los apóstoles: “Si ustedes me aman practicarán mis mandamientos. Y yo le pediré al padre que les envié otro consolador, el Espíritu de la verdad que este siempre con ustedes” (Jn 14,15 17). A los apóstoles antes de prometerles el Espíritu Santo, les advirtió que debían "guardar sus mandamientos"' La persona antes de pretender la iluminación y revelación del Espíritu santo, debe cumplir los mandamientos. Debe obedecer lo que Dios manda. El Espíritu no es concedido sólo para instruir a la persona, sino para que se convierta y sea santificada. Él que no obedece los mandamientos del Señor, no está preparado para recibir la “revelación” del Espíritu Santo. El pecado entristece al Espíritu (Ef 4,30), "apaga el fuego del espíritu” (1 Tes 5,19). Esto lo dice con claridad el libro de Hechos, cuando afirma, categóricamente: “El espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen" (Hch 5, 32).

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La mejor disposición para ser iluminados por el Espíritu Santo es estar dispuestos a obedecer los mandamientos del Señor. Cuando la Virgen María le dijo al Ángel: “Hágase en mi según tu palabra”, inmediatamente quedo invadida por el Espíritu santo”. Jesús dijo: "Bienaventurados más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,28). El Espíritu Santo investiga el corazón: si encuentra sinceridad y disposición de obedecer lo que Dios dice, inmediatamente, revela lo que Dios nos quiere decir. El Espíritu nos ayuda a penetrar en el Santuario de la Biblia. El Espíritu Santo, de manera especial, ilumina también al que cumple el "mandato" de Jesús de llevar el Evangelio a todas las personas' La revelación de Dios por medio del Espíritu Santo, no es únicamente para el goce personal. Jesús a sus apóstoles les dijo que lo que les enseñaba en secreto tenían que gritarlo desde las azoteas (Mt 10, 27). El que recibe la revelación del Espíritu Santo, no puede ser como el niño egoísta que se esconde para comerse él sólo el pastel. "Una orden explícita del Señor es: "Enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes" (Mt 28,20). El que no quiere ser evangelizador, no será introducido por el Espíritu Santo en la Biblia. No recibirá revelación ni iluminación. En cambio, el que, como san Pablo, dice: "¡Ay de mí si no evangelizo!" (1Cor 9,16), recibirá en abundancia la asistencia del Espíritu Santo para que sea iluminado por la Palabra de Dios y para que siga iluminando a los demás. También Jesús dijo a sus

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discípulos que la luz no debe ponerse debajo de la cama, sino en lo alto de la casa para que alumbre a todos y glorifiquen al Padre que está en los cielos ( Lc 8,15). La viuda de Sarepta entregó lo poco que tenía al profeta Elías. El Señor hizo que le abundara el aceite, aunque era tiempo de escasez en todo el pueblo (1Re 17,8-14). El Espíritu Santo es aceite que abunda para los que obedecen al mandato de entregar el "Evangelio" a todas las personas. A los que están dispuestos a ser evangelizadores, el Espíritu Santo les explica las Escrituras para que ellos puedan explicarlas a los demás. Por medio de la Iglesia El Espíritu Santo se sirve de la Iglesia para explicarnos. la Biblia, sobre todo, los pasajes difíciles, que podrían desorientarnos con respecto a la voluntad de Dios. En el libro de Hechos de los Apóstoles, se narra el caso de un pagano etíope, que iba en su carruaje leyendo un texto del profeta Isaías, sin poderlo entender. El pagano tenía buena voluntad para acercarse a la palabra de Dios, pero no tenía la preparación necesaria para comprender el texto de Isaías 53, en que se presenta al Mesías como un cordero que va en silencio al matadero con los pecados todos. Dios, misteriosamente, envió al diácono Felipe para que evangelizara a aquel pagano. Con la facilidad que tenía Felipe para evangelizar, ayudó al etíope a comprender la Escritura. El etíope va terminar Pidiendo el bautismo.

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Por medio de la Iglesia, Dios nos explica la Biblia. Como jefe de la Iglesia, san Pedro se vio en la necesidad de escribir: " Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada" (2 Ped 1,20). La traducción de este versículo, según la Biblia' "Dios habla hoy", dice "Tengan presente que ninguna profecía de la Escritura es algo que uno pueda interpretar, según el propio parecer"'. También el mismo san Pedro, al referirse a la Escritura' afirmó: " Hay puntos difíciles de entender que los ignorantes y los débiles en la fe tuercen como tuercen las demás Escrituras para su propia condenación" (2Ped 3,16). Es cierto que el Espíritu Santo a cada uno de nosotros, nos va introduciendo en la Biblia y nos ayuda a entender lo que Dios nos dice por medio de su Palabra. Pero también es cierto, que, como afirma el mismo san Pedro, hay "pasajes difíciles" en la Biblia, y para entenderlos necesitamos la orientación, no de cualquiera, sino del Magisterio de la Iglesia. La Biblia fue entregada a la Iglesia, que, como Madre y Maestra, debe cuidarla y explicarla, como lo hizo el diácono Felipe con el etíope pagano. La "interpretación privada" de la Biblia ha llevado a muchos a dividirse y subdividirse en millares de sectas y denominaciones, que, con la Biblia en la mano, enseñan doctrinas diferentes. En la Iglesia católica, el Magisterio de la iglesia explica las Escrituras, por medio de personas instruidas e iluminadas, como maestros, por el Espíritu Santo. EI don de "maestros" (1Cor 12,28), es uno de los preciados carismas que el Espíritu Santo ha concedido a la Iglesia para que sea Madre y Maestra para todos los fieles, evitando que se fraccione en sectas con doctrinas diferentes.

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En el primer concilio de la Iglesia, en Jerusalén, en el año 51, había diversidad de pareceres con respecto a la circuncisión, como algo esencial para los cristianos. El Magisterio de la Iglesia estudió el problema. Discutieron, se enfrentaron, pero, sobre todo, oraron con fe. El Espíritu Santo se hizo presente. Se encontró una solución válida para toda la Iglesia. Eso fue lo que hicieron notar los del Magisterio de la Iglesia, que en una "carta pastoral", que enviaron a todos los cristianos, comenzaron diciendo: " Le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, no imponerles ninguna carga aparte de estas cosas necesarias..." ( Hch 15,28). Toda la Iglesia agradeció a Dios que el Magisterio de la Iglesia, iluminado por el Espíritu Santo, hubiera resuelto el problema que aquejaba a toda la cristiandad. El Magisterio de la Iglesia está seguro de que sigue siendo guiado por el Espíritu Santo. Por eso, como los primeros cristianos, se continúa reuniendo en concilio para interpretar los signos de los tiempos, a la luz del Espíritu Santo, que Jesús le prometió. Este es el proceder que continúa vigente en la Iglesia católica. Así se ha logrado que sea una realidad lo que dice la carta a los Efesios: " Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre” ( Ef 4,5). Al cristiano, la Biblia le pide que tenga la "mente de Cristo" (1 Cor 2,14.16) y que "ponga a prueba los espíritus" (1 Jn 4,1). Esto no se puede lograr sólo por medio de la oración. El mismo Espíritu Santo nos lleva a buscar al Magisterio de la Iglesia para que nos enseñe a discernir si nuestra manera de pensar y actuar es conforme a la voluntad de Dios. Si algo viene de Dios o

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del diablo. Solos nosotros, con facilidad, nos podemos engañar; podemos llegar a interpretaciones "privadas" de la Biblia y descarriarnos hacia la perdición, como afirma san Pedro en su carta (2 Ped 3,16). Cuando en la última Cena, el Señor prometió otro Paráclito, otro abogado, les indicó a los apóstoles: "El Espíritu Santo, que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho" (Jn 14,26). También añadió: "Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad." (Jn 16,12). Éste es el magisterio del Espíritu Santo con respecto a la Biblia. Es como una memoria dentro de nosotros, que no sólo nos recuerda lo que dijo Jesús, sino que también nos ayuda a comprender las palabras de Jesús. De esta manera, nos va llevando a toda la verdad. Nos ayuda a crecer en el conocimiento de las cosas de Dios y en lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. He quedado muy complacido con el Comentario Bíblico del Nuevo Testamento, editado por la Universidad de Navarra. Le da mucha importancia al sentido espiritual de la Palabra de Dios; frecuentemente cita los comentarios de los Santos Padres, que estuvieron más cerca de los apóstoles, y del Magisterio de la Iglesia. Se nota en este comentario bíblico, la competencia bíblica y la unción del Espíritu Santo. Esta característica no es común en muchos famosos comentarios bíblicos de también famosos escritores. Se aprecia en ellos su mucha inteligencia, una vasta cultura bíblica, pero

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también se comprueba la poca unción del Espíritu Santo. Uno admira la sapiencia de estos comentaristas, pero, al mismo tiempo, lamenta su poca espiritualidad. En un comentario bíblico, uno anhela que el comentarista nos ayude a oír más clara la voz de Dios. Esto sólo es posible si el escritor está bien documentado y, al mismo tiempo, ungido por el Espíritu Santo. Una vez tuve la oportunidad de plantearle esta inquietud a uno de los dirigentes de La Casa de la Biblia, de Madrid, España. También el lamentó que en Europa muchos teólogos y biblistas se han dejado infectar por el "racionalismo". Le dan mucha importancia a la razón, pero, con mucha frecuencia, se les olvida dejarse guiar por el Espíritu Santo. Pienso que es un virus espiritual que ha atacado a muchos intelectuales, que no ayudan a los demás a oír más clara la voz de Dios en la Biblia.

Cuando san Pedro hacía hincapié en que los profetas de la Biblia fueron dirigidos por el Espíritu Santo, estaba apuntando algo básico para los que nos acercamos a la Biblia. Sólo si nos dejamos guiar por el Magisterio de la Iglesia e imploramos la unción del Espíritu Santo, vamos a oír clara la voz de nuestro Padre, que no ha dejado de hablarnos a través de los siglos por medio de la "carta", Que nos dejó en la Santa Biblia.

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13 EL ESPÍRITU SANTO Y LA EUCARISTÍA El Concilio Vaticano II definió la Eucaristía como la "cumbre" de nuestros actos de culto. La Biblia afirma que nosotros no podemos ni siquiera decir: "Jesús es el Señor” (1 Cor l2,3) , si no es por la acción del Espíritu Santo en nosotros. Si no podemos decir ni siquiera Jesús, si no es por el poder del Espíritu Santo, muy bien se comprende que nos es imposible pretender escalar la cumbre más alta de nuestro culto, la Eucaristía, sin la ayuda de nuestro paráclito, el Espíritu Santo. Necesitamos la luz del Espíritu Santo para que nos ilumine y nos fortalezca en esa ascensión. El Espíritu Santo fue definido por Jesús como un "paráclito" (Jn 14,12), enviado para ser nuestro ayudador en circunstancias difíciles; nuestro especialista en las cosas de Dios, nuestro Consolador. Es por eso que antes de iniciar nuestra Eucaristía debemos decir de corazón: “Ven, Espíritu Santo: sólo con tu ayuda podré llegar al místico Calvario para participar en la Santa Misa". Acto Penitencial Jesús aseguró que cuando viniera el Espíritu Santo nos "convencería de pecado”( Jn 1 6,8). Al iniciar la Misa, se nos invita a purificarnos en la presencia de Dios. No podemos seguir adelante, si hay algo que nos impide subir al monte del Señor. El pecado es cadena que nos ata. Se impone, entonces, la acción del Espíritu Santo.

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Tiene que "convencernos de pecado". No es nada fácil. Siempre tendemos a buscar una excusa para justificar nuestra manera pecaminosa de actuar. o Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano", escribió el profeta Jeremías (Jr 17,9). El Espíritu Santo con su luz se introduce en las tinieblas de nuestro espíritu y nos ayuda a descubrirnos pecadores. Dios no nos puede perdonar, si antes no reconocemos y confesamos nuestros pecados. Cuando el Espíritu Santo logra "convencernos de pecado", se lleva a cabo la conversión de la que habla el profeta Ezequiel: Dios nos lava de nuestros ídolos, nos cambia el corazón de piedra por uno de carne, e introduce su Espíritu Santo en nuestro corazón. Cuando se hace presente el Espíritu Santo, su "viento fuerte" barre nuestra basura espiritual' Su "fuego" nos purifica y nos impulsa a descalzarnos, como a Moisés, para que podamos acercarnos a la "Zarza ardiente", a Dios. Al iniciar la Santa Misa, nos encontramos como el profeta Isaías ante la inmensidad de Dios. Nos sentimos de labios impuros para poder hablar con él. Cuando el Espíritu Santo nos logra "convencer de pecado", Dios por medio del mismo Espíritu Santo, que es fuego purificador, nos purifica los labios como al profeta Isaías. Entonces ya estamos preparados para hablar con Dios. Nuestros oídos se abren para poder escuchar lo que Dios tiene que decirnos. Liturgia de la Palabra

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Cuando Moisés se quitó las sandalias para poder caminar en tierra sagrada, el Señor comenzó a hablarle. La liturgia de la Palabra es el momento en que, de manera especial, Dios nos habla por medio de la Biblia, su Palabra siempre viva. En el Apocalipsis, san Juan aparece llorando porque no logra ingresar en el libro Santo, que es un libro "sellado con siete sellos". Jesús se le manifiesta y comienza a romper uno por uno los sellos del libro Sagrado. En la liturgia de la Palabra, es Jesús el que vuelve a romper los sellos de la Biblia por medio de Espíritu Santo. Jesús prometió: "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los guiará a toda la verdad”. (Jn 14,l3). También dijo: "El Espíritu Santo, el Defensor, que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho" (Jn l4,26). El ministerio del Espíritu Santo es introducirnos en la Biblia y "enseñarnos todas las cosas". Por medio del Espíritu Santo, comprendemos lo que Dios nos quiere decir por medio de su palabra. El Espíritu Santo es como el cartero de Dios, que durante la liturgia de la Palabra va repartiendo el mensaje "personal" que Dios nos envía. El mensaje, que se lee en la asamblea, es igual para todos; pero el Espíritu Santo va repartiendo a cada uno el mensaje "personal" que Dios le envía a cada uno de sus hijos. Jesús ordenó: "Escudriñen las Escrituras… ellas hablan de mi” (Jn 5, 39). Cuando Pablo no se había convertido, escudriñó, meticulosamente, las Escrituras, pero no encontró a Jesús por ningún lado como el Mesías. El hombre "carnal", el que no está guiado por el Espíritu

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Santo, puede ser muy inteligente, pero solo con su talento no logra ingresar en la Biblia. No puede "escuchar" la voz de Dios. Sin el acompañamiento del Espíritu no podemos ingresar espiritualmente en la Biblia, en la liturgia de la Palabra. San Pablo describió la Palabra de Dios como la “Espada del Espíritu Santo" (Ef 6,17). Esa espada, según la Carta a los Hebreos, se nos introduce hasta lo más profundo del alma y "deja al descubierto nuestros pensamientos e intenciones" (Hbr 4,12). Jesús, a los discípulos de Emaús "les abrió el abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras" (Lc 14,45). Los discípulos, entonces, comenzaron a sentir que "les ardía el corazón" (Lc 24,32). Por medio de la asistencia del Espíritu Santo, Jesús nos abre el entendimiento, y también a nosotros nos "arde el corazón". Nos llega la fe. Comenzamos a oír la voz de Dios: su mensaje directo a cada uno de nosotros, Entonces la Biblia se convierte para nosotros en "lámpara a nuestros pies y luz en el sendero'' (Sal 119). En el Apocalipsis, a san Juan se le ordena que se coma el libio santo, que le causa "dulzor" en la boca y "ardor" en el estómago (Apoc 10, 1O). La Palabra de Dios nos cuestiona, nos causa ardor, y también endulza la boca, nos consuela, nos fortalece. Al profeta Ezequiel también Dios le ordenó que se comiera el libro de la Palabra. Al hacerlo, el profeta sintió que la Palabra era dulce como la miel (Ez 3,3). En la liturgia de la Palabra, el Señor nos convida a comernos la Palabra. Por medio del Espíritu, la Palabra nos causa ardor, nos cuestiona, nos purifica para luego endulzarnos el corazón. Antes de

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comer el Cuerpo de Cristo y de beber su Sangre, se nos invita a comernos la Biblia, que, por la acción del Espíritu Santo, nos habla y nos prepara para el banquete de la Eucaristía. El ofertorio Los discípulos de Emaús, al principio, no recibieron muy afectuosamente a Jesús, que se les presentó como un viajero anónimo. Después de haberle confesado a Jesús sus frustraciones, su enojo, comenzaron a escuchar la clase bíblica que Jesús les impartió por el camino. Su corazón comenzó a "arderles" cada vez más, hasta que se entregaron a Jesús. Le ofrecieron hospedaje y lo convidaron a compartir su mesa. Dice el Evangelio: "Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron al partir el pan" (Lc 24,31). Después de nuestro acto penitencial y de la liturgia de la Palabra, el Señor nos invita a entregarle algo de lo nuestro. Algo que debe "dolernos" para que tenga valor. A la viuda pobre del Evangelio le dolió entregar su monedita. Delante de Dios tuvo mucho valor su ofertorio. Las cosas materiales fueron definidas por Jesús como "espinas" que, muchas veces ahogan la Palabra. Cuando nos desprendemos de algo material para la obra del Señor, nuestra alma experimenta una liberación que la prepara para ser dirigida como el Señor quiere. Por lo general, en el ofertorio de la Misa, le entregamos al Señor algo material: vino, agua, pan, frutas, dinero. Pero no le entregamos lo principal, lo que el Señor nos

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pide encarecidamente: nuestro yo. Es el verdadero ofertorio que Jesús nos pide para que nos ofrezcamos junto a él al Padre. Cuando nos decidimos a entregarnos nosotros mismos, entonces, se rompen las ataduras que impiden que el Espíritu Santo pueda controlar nuestra vida y llevarnos a hacer la voluntad de Dios. Cuando es nuestro "yo" el que controla nuestra vida, entonces, "entristecemos al Espíritu Santo” (Ef 4, 30) , " apagamos el fuego del Espíritu" (1Tes 5, 19). Bloqueamos la obra del Espíritu Santo en nosotros. Cuando nos entregamos, como los discípulos de Emaús, el Espíritu Santo no encuentra obstáculos para ayudarnos a descubrir a Jesús resucitado en la Misa, y para que sus Palabras nos lleven a hacer su voluntad. Plegaria eucarística El profeta Isaías, en una visión, vio a los ángeles que entonaban un himno diciendo: "Santo, santo, santo " (ls 6, 3). La gran plegaria Eucarística es la parte central de la Eucaristía. Para entonar esa gran plegaria no estamos solos. Como Isaías, nos unimos al coro de los ángeles y santos. San Juan en su Apocalipsis describe su visión del cielo: vio innumerables personas que alababan continuamente a Dios. El escritor Scott Hann, pastor y teólogo protestante, que se convirtió al catolicismo, durante muchos años había profundizado en el estudio del Apocalipsis. Cuando descubrió la Misa, cayó en la cuenta de que en ella se realizaba lo que se describe en el Apocalipsis: la Iglesia triunfante (ángeles y santos) que se une a la iglesia militante (nosotros) para vivir lo

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que vio san Juan en su visión del cielo. Por eso, Scott Hann título su libro sobre la Misa: “El cielo en la tierra” Es el Espíritu Santo el que nos lleva a una oración de alabanza y adoración. Es el motivo por el que, al iniciar la plegaria eucarística, se comienza pidiéndole su intervención al Espíritu Santo. Dice el texto litúrgico: ,”Con la fuerza del Espíritu Santo das vida y santificas todo y congregas a tu pueblo sin cesar para que ofrezca en tu honor este sacrificio sin mancha”. Es por medio del Espíritu Santo que se forma la comunidad de amor que puede alabar a Dios con fe, con devoción. Parte esencial de la plegaria Eucarística es la Consagración del pan y del Vino. E sacerdote no tiene ninguna fórmula mágica para convertir el pan y el vino En el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es por eso que tiene que invocar al Espíritu Santo para que consagre el pan y el vino, para que se convierta en el Cuerpo y la Sangre del Señor. El sacerdote está seguro que ha recibido la orden de Jesús de “hacer” lo mismo que él hizo en la última Cena (1 Cor 11,24). No es el sacerdote el que consagra el pan y el vino. Es Jesús, por medio del Espíritu Santo. El sacerdote sabe que es un humilde instrumento de Jesús en la Eucaristía. El Padrenuestro es parte integrante de la plegaria eucarística. En esta oración, nos dirigimos a Dios llamándolo padre (Abba), como nos enseñó Jesús. Por la Biblia sabemos que es el Espíritu Santo que nos lleva a llamar a Dios: ”Abba” (Rom 8:15), que, lignifica: “papacito”. Por medio del Espíritu Santo

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experimentamos a Dios como un papá bueno, que nos ama y nos escucha. En el Padrenuestro, Jesús nos enseña que la oración debe llevarnos a "hacer la voluntad de Dios" en todo. Cuando la Virgen María aceptó el proyecto de Dios para ella, dijo: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). En ese momento la Virgen María quedó llena del Espíritu Santo. Cuando hacemos en todo la voluntad de Dios, quitamos todo impedimento, que pueda bloquear la acción del Espíritu Santo, y quedamos llenos del Santo Espíritu que ya puede controlar nuestra vida. En el Padrenuestro también decimos: "Líbranos de todo mal" (Mt 6,13). La Carta a los Efesios nos asegura que estamos rodeados de "malas presencias", poderes maléficos que buscan dominarnos (Ef 6,12). En la misma carta se nos recuerda que la Palabra de Dios es la Espada del Espíritu Santo (Ef 6,19). Por medio de ella nos llega el poder de Dios para derrotar el mal y salir en todo más que vencedores. El Padrenuestro es una oración muy apropiada para ayudarnos a abrirnos al gran regalo de la Santa Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor. La Comunión Todo el rito de la Eucaristía está orientado a la Comunión, el momento de mayor intimidad con Jesús, al recibir su Cuerpo y su Sangre. El Evangelio recuerda el caso de una mujer que sufría de hemorragias; había gastado su dinero en médicos sin ningún resultado. Al fin decidió que se acercaría a Jesús para tocar por lo

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menos su manto. Aquella mujer quedó sanada instantáneamente (Mc 5,27). En la comunión, nosotros no vamos a tocar un pedazo de trapo, el manto de Jesús; vamos a tocar su Cuerpo mismo. Lo importante del caso es que "nos dejemos tocar" por Jesús. Alrededor del Señor había muchos que deseaban ser sanados; pero, en aquella oportunidad, sólo la mujer de las hemorragias quedó sanada. Los demás apretujaron al Señor, pero no se dejaron tocar por Jesús. Es posible que nosotros recibamos el Cuerpo de Cristo, pero es posible también que por falta de fe no seamos tocados por el Señor. Antes de que los discípulos de Emaús descubrieran a Jesús resucitado, cuando les partió el pan, primero, les tuvo que "arder el corazón”, es decir, el Espíritu Santo tuvo que llenarlos de fe. Lo mismo debe sucedernos a nosotros. No hay verdadera comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, si el Espíritu Santo, antes, no nos hace "arder el corazón,, si no nos llena de la fe necesaria para poder ser tocados por Jesús. Sin la intervención del Espíritu Santo no puede haber ni "consagración" ni "comunión". Jesús dijo: "El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre tiene vida eterna" (Jn 6, 54). La "vida eterna”, en el evangelio de san Juan, significa "la vida de Dios”, la vida "en el Espíritu Santo". La vida eterna para nosotros no comienza al morir, sino ahora, cuando nos dejamos tocar por Jesús y somos conducidos por su Espíritu Santo.

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La Virgen María fue llenada del Espíritu Santo; por eso está simbolizada en la Mujer vestida de sol que puede poner su pie sobre la cabeza de la serpiente, imagen del diablo (Apoc 12). La Virgen María pisotea la serpiente, no por su propio poder, sino por el poder que le viene de Jesús, que va en su vientre materno. Nosotros, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús, quedamos llenos del poder del Señor, y, como la Virgen María, podemos aplastar la cabeza de la serpiente, del diablo. No por nuestro propio poder, sino por el poder de Jesús que nos llena del Espíritu Santo. Razón tenía Santo Tomás de Aquino al afirmar que, cuando comulgamos, ”somos leones que soplan fuego". El diablo es presentado por san pedro como "un león rugiente que anda rondando viendo a quien devorar" (1Ped 5,8); pero cuando nosotros comulgamos somos leones que soplamos el fuego del Espíritu Santo, que vence el poder del león rugiente. Cuando los primeros discípulos regresaron de su misión evangelizadora, le dijeron a Jesús: “Hasta los demonios nos obedecen en tu nombre” (Lc .l0,17). El Señor les dijo que no debían extrañarse de eso, pues él les había dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones (Lc 10, 19). Por medio de la Santa Comunión, quedamos llenos de Jesús, de su Espíritu Santo y quedamos habilitados para ponerle el pie a la serpiente antigua, al diablo, que busca apartarnos de Dios. La Virgen María, al engendrar en su seno a Jesús, se convirtió en el Arca de la Nueva Alianza .El Arca de la Alianza, en el Antiguo Testamento, guardaba los símbolos más sagrados del pueblo judío: las Tablas de la

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ley, un poco de Maná y la vara de Aarón. La Virgen María no contuvo, simplemente, un símbolo, sino la misma divinidad: Jesús, que era Dios y hombre. Nosotros, al recibir la Santa Comunión, no recibimos un símbolo de Jesús: recibimos la divinidad, a Jesús mismo. Nos convertimos también en Arca Santa. Llevamos dentro de nosotros no los mandamientos de Dios en unas Tablas, sino los mandamientos grabados en el corazón por el Espíritu Santo. Por medio del profeta Ezequiel, Dios nos reveló que el Espíritu Santo dentro de nuestro corazón, graba los mandamientos de la Ley de Dios para que los cumplamos, no por obligación, sino por amor. También llevamos dentro de nosotros el Maná del Nuevo Testamento: la Santa Comunión. Jesús mismo dijo que era el Pan bajado del cielo (Jn 6, 51). Además, dentro de nosotros, llevamos la vara de Aarón, que fue una señal milagrosa que Dios dio a su pueblo para indicar que su voluntad era que Aarón fuera el jefe de los sacerdotes .La señal de Dios para nosotros, cuando recibimos la santa comunión, son los dones del Espíritu Santo, que se acrecientan y renuevan en nosotros, al recibir a Jesús en la Hostia consagrada. Todo esto no es una bonita teoría, sino una realidad que debemos descubrir y vivir cada vez que comulgamos. Vayan en paz Los discípulos de Emaús descubrieron a Jesús resucitado, cuando el Señor les partió el pan. Inmediatamente Jesús desapareció. En ese momento los discípulos de Emaús sintieron la urgencia de ir a llevar la buena noticia a sus compañeros. Al concluir la misa,

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se nos dice: "Vayan en paz", Se nos envía a compartir con los demás la paz que Dios nos ha regalado. Se nos envía a dar testimonio de que Jesús resucitado "nos ha partido el pan". Después de la resurrección, los discípulos sentían la urgencia de ir a evangelizar. El Señor les advirtió que no se movieran de Jerusalén hasta que no recibieran el poder de lo alto, el poder del Espíritu Santo. En la misa, el Señor, antes de decirnos: "Vayan", como a los discípulos de Emaús, primero, nos parte el Pan, nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre. Luego, cuando ya estamos llenos de su Espíritu, entonces, nos envía a llevar a todas partes su Evangelio. Pero no vamos solos; nos envía con el poder del Espíritu Santo a llevar la Palabra, a sanar enfermos, a expulsar espíritus malos. Todo esto es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros durante la Eucaristía. Por eso al Espíritu Santo lo llamamos "El Dador de vida" y "El Alma de la Iglesia".

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14 LA PLENITUD ESPIRITU SANTO

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La gran diferencia entre un riachuelo y un río caudaloso es que los dos llevan agua, pero sólo el río caudaloso logra mover las grandes máquinas que producen abundante energía. Todos desde nuestro bautismo recibimos el don del Espíritu Santo; pero sólo el que está lleno del Espíritu Santo logra tener un ministerio de éxito, y una vida espiritualmente abundante. Es por eso que san Pablo, inspirado por Dios, da una orden tajante: " Llénense del Espíritu Santo" (Ef 5,18). Según los comentaristas, el verbo griego, que emplea san Pablo, indica que debemos "estarnos llenando continuamente del Espíritu Santo". Esto se comprende cuando pensamos que también continuamente nos estamos "vaciando del Espíritu”, por nuestra debilidad humana, que permite que las cosas mundanas nos vayan invadiendo. A los apóstoles y discípulos, que acompañaron a Jesús en el momento de su ascensión, les dio una orden precisa: "Permanezcan en Jerusalén hasta que sean revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49). El Señor se refería al poder del Espíritu Santo, que sus discípulos iban a recibir el día de Pentecostés. El Señor sabía de sobra que sin el poder del Espíritu Santo sus discípulos

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no podrían ser sus testigos con poder, al llevar el Evangelio a todo el mundo. El ministerio de evangelizar es una lucha contra las potencias del mal. Bien le decía el Señor a Pablo que esa lucha consistía en arrancar a las almas de las manos de Satanás para pasarlas a las manos de Dios ( Hch 26,18). El libro de Hechos resalta el momento en que Pablo debe enfrentarse al brujo Elimas. Dice expresamente el texto bíblico que en ese momento Pablo fue "llenado" del Espíritu Santo. Al instante, el brujo quedó ciego, y todos pudieron comprobar que el poder del Espíritu Santo era mayor que el del brujo (Hch 13,6-11). Cuando san Pablo se dio cuenta de que su discípulo Timoteo se había "entibiado" en su ministerio, le escribió diciendo: "Reaviva el don que recibiste” (2 Tim 1, 6). Es decir: "Vuelve a poner al fuego tu don". Los dones nos han sido dados para servir con poder en la comunidad. Dice san Pablo: "A cada uno es dada la manifestación deB del Espíritu para provecho" (1Cor 12,7). El don aprovecha a la comunidad cuando se ejerce con poder; también aprovecha al que recibe el don, ya que le sirve para su crecimiento espiritual. No poner al servicio de la comunidad nuestros dones con el poder del Espíritu Santo es lo mismo que hizo el negligente sirviente de la parábola de Jesús, que enterró su talento. Su señor lo reprendió duramente. Es posible que estemos en alguna comunidad y que nos hayamos mecanizado, que sirvamos sin gozo, sin el poder del Espíritu. Un evangelizador sin el poder del Espíritu es como un soldado que se enfrenta al enemigo

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con una ametralladora de juguete. Por eso el Señor es muy explícito cuando, por medio de san Pablo, nos ordena: "Llénense del Espíritu Santo" (Ef 5, 18). Cómo ser llenados del Espíritu Nosotros mismos no nos podemos llenar del Espíritu. Es Dios quien nos llena. Pero para eso necesita un corazón limpio. Si queremos ser "llenados del Espíritu", tenemos que comenzar por "vaciarnos" de nuestro yo, que quiere controlar nuestra vida e impide que el Espíritu Santo nos llene. Dice Jesús que Dios se esconde de los "sabios y entendidos", y que da su gracia a los humildes (Mt 11,25). Cuando el día de Pentecostés, le preguntaron a Pedro qué había que hacer para estar llenos del Espíritu Santo, Pedro dijo: "Conviértanse y bautícense cada uno de ustedes en el nombre de nuestro Señor Jesucristo para que sean perdonados sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo" (Hch 2, 38). Lo primero que Pedro les señala a los que querían gozar del don del Espíritu Santo es que deben "vaciarse" de lo malo, del pecado, del yo egoísta, para que puedan recibir el don del Espíritu Santo. Jesús, por su parte, nos da dos pautas esenciales para que podamos ser llenados del Espíritu. Primero, nos dice: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, como di ce la Escritura, del interior del que crea en mí brotarán ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). El Señor expone que hay que creer en él, poner toda la confianza en él. Luego hay que demostrar que esa fe no es solamente intelectual: hay que comenzar a dar pasos de fe, hay que acercarse a Jesús para tomar con la mano de la fe lo que Jesús

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promete. Esa actitud de fe la describe el Señor como el acto de tomar un vaso de agua. El que bebe del agua se apropia del agua. Hay que apropiarse del agua viva que Jesús promete al que pone toda su confianza en él. La llenura del Espíritu Santo en el individuo, la compara el Señor a "ríos de agua viva”, agua de vida eterna, que sólo Dios puede proporcionar. Cuando el discípulo de Jesús pone su confianza en el Señor, comienza a experimentar en su interior los “ríos de agua viva", que simbolizan la “llenura del Espíritu Santo", la "vida abundante”, que recibe el que busca ardientemente "las cosas de Dios”: la oración, la Palabra de Dios, las obras de caridad. También Jesús indica que la llenura del Espíritu Santo es un don que hay que pedir a Dios insistentemente en la oración. para convencernos, Jesús dice: " Ustedes, que son malos, dan cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan,, (Lc 11, 13). La llenura del Espíritu Santo hay que pedirla a Dios, con la certeza de que Dios quiere llenarnos de su Santo Espíritu. El famoso pianista Rubinstein comentaba que si dejaba de ensayar un día al piano, se daba cuenta él mismo. Si dejaba dos días, se enteraba su esposa; si dejaba de ensayar una semana, todo el mundo lo notaba. Nuestra debilidad humana nos lleva a dejarnos invadir, repetidamente, por las cosas que desagradan a Dios. Esto nos va vaciando de la llenura del Espíritu, que habíamos recibido. Nos debilita y nos inhabilita para enfrentarnos

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a situaciones difíciles y pecaminosas. Es por eso que Dios nos ordena que tenemos que estar siempre "llenos del Espíritu Santo". Cuando Satanás nos sorprende sin la “llenura del Espíritu", sabe que tiene poder contra nosotros, sabe que puede derrotarnos. Por eso, es de suma importancia que aprovechemos todas las oportunidades que se nos ofrecen para llenarnos del Espíritu Santo. Ésta debe ser la actitud normal de todo cristiano que quiera ser un instrumento valioso y agradable a Dios para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Evidencias de la llenura del Espíritu Es fácil engañarse con respecto a la llenura del Espíritu Santo. No son los gestos externos, los emocionalismos, los gritos, las actitudes fuera de lo normal los que indican que una persona está llena del Espíritu Santo. En el libro de Hechos se recuerda que para elegir a los primeros siete diáconos de la Iglesia se puso como condición que debían estar "llenos del Espíritu" Santo (Hch 6,3). Entre los elegidos se escogió a un tal Nicolás. La Escritura no da más datos acerca de este individuo; pero Eusebio de Cesárea, en su "Historia de la Iglesia” anota que Nicolás, más tarde, fue el fundador de una secta llamada de los "Nicolaítas", que ofrecía un evangelio vaciado de la espiritualidad de Jesús. Según el comportamiento externo de Nicolás, se creyó que estaba lleno del Espíritu Santo. El tiempo demostró que de lo que estaba lleno era de su orgullo. Este caso es muy común entre personas que parecen muy carismáticas pero, que en el fondo, más que llenas del Espíritu Santo, están llenas de un refinado egocentrismo. Por eso es

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bueno basarse en algunas "evidencias", que establece la Biblia para saber si una persona está llena del Espíritu Santo. Para que una persona pueda estar llena del Espíritu Santo, antes tiene que ser "vaciada" de todo pecado grave. Del egoísmo refinado. En el Éxodo se recuerda que cuando la Nube del Espíritu llenó el tabernáculo, nadie podía ingresar en él. Cuando una persona está llena del Espíritu Santo no puede estar al mismo tiempo llena de pecado y de egoísmo. Señal de que una persona está llena del Espíritu Santo es que está "llena de Jesús". Cuando el Señor prometió el Espíritu Santo, dijo: "El me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber " (Jn 16, 14). La misión del Espíritu Santo es llevarnos a un encuentro más personal con Jesús. Para que lo conozcamos más, lo amemos y lo sirvamos. El Espíritu Santo hace que Jesús no sea para nosotros sólo un personaje famoso de un libro, sino Alguien dentro de nosotros que nos acompaña siempre. Una persona llena del Espíritu Santo, siente la urgencia de hablar de Jesús, de llevar su mensaje a todas partes. Si un cristiano no siente deseo de evangelizar, de dar testimonio de Jesús, es señal clara de que no está lleno del Espíritu Santo. Jesús les dijo a sus apóstoles: “Les he hablado de estas cosas para que mi gozo esté en ustedes y para que su gozo llegue a la plenitud

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" (Jn 15,11). El gozo interno es una característica del que ha sido llenado del Espíritu Santo. El poder del Espíritu ahuyenta las dudas, el miedo, la melancolía. A pablo lo metieron en lo más oscuro de una cárcel, le pusieron un cepo; pero él, a media noche, después de haber sido azotado, sintió el deseo de entonar himnos sagrados. El Espíritu cantaba dentro de él. La falta de gozo, la melancolía, el desaliento indican que una persona no está llena del Espíritu Santo. La evidencia más definitiva de la llenura del Espíritu Santo en una persona es el “fruto del Espíritu”. Dice la Carta a los Gálatas: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza" (Gal 5, 22), Cuando en una persona aparecen estas virtudes, es señal de que está llena del Espíritu Santo, de que la imagen de Jesús se evidencia en ella. Por la televisión se han exhibido predicadores a quienes presentaban como “siervos de Dios”, llenos del Espíritu Santo. Después se descubrió que de lo que estaban llenos era de orgullo, de lascivia y drogas. La única piedra de toque para saber si alguien está lleno del Espíritu Santo es "el fruto del Espíritu,, (Gal 5,22). Cuando uno repasa estas nueve manifestaciones del fruto del Espíritu, ¡qué difícil poder afirmar que uno está lleno del Espíritu Santo! Más bien, uno piensa: "¡Todo lo que me falta para poder estar lleno del Espíritu Santo!" Encerrarse antes de salir

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Al profeta Eliseo se le presentó una viuda en la pobreza más espantosa: se había muerto su marido y sus acreedores querían vender a sus dos hijos para reponer lo que su difunto marido les debía. Eliseo le dijo a la viuda que les pidiera a las vecinas todas las vasijas que pudieran prestarle y que luego se encerrara en su casa para llenar con el poco aceite que tenía todas las vasijas. Así lo hizo la viuda. Llenó muchos recipientes. Después el profeta le dijo que "saliera" a vender el aceite con eso pagaría su deuda. Así sucedió. Antes de que los discípulos iniciaran su obra evangelizadora por el mundo, el Señor los envió a "encerrarse" en Jerusalén durante un largo retiro espiritual. No debían salir a evangelizar hasta que no hubieran recibido el poder de lo alto. Hasta que estuvieran llenos del Espíritu Santo. Jesús sabía que sin la llenura del Espíritu Santo no hubieran podido cumplir con su misión evangelizadora. Lo mismo nos "ordena" a nosotros la Palabra de Dios, cuando dice: “Llénensedel Espíritu Santo" Gf 5, 18), es decir, "continuamente preocúpense por estar llenos del Espíritu Santo". Es porque sin el poder del Espíritu no se puede llevar a cabo un ministerio con éxito. El gran secreto del éxito en todo ministerio es "estar llenos del Espíritu Santo". Cuando nos atrevemos a servir a los demás, sin el poder del Espíritu Santo, nos va a suceder como a los apóstoles que no lograron expulsar un espíritu malo de un joven epiléptico. Por eso le preguntaron al Señor: " ¿Por qué no hemos podido expulsarlo? (Mt 17, I9). Y ésa va a ser la misma pregunta que nosotros nos tendremos que hacer, si no

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vamos llenos del Espíritu Santo a cumplir la misión que el Señor nos ha entregado. En cambio, cuando la plenitud del Espíritu Santo está en nosotros, como los setenta y dos discípulos, vamos a decirle al Señor: "¡Hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!" (Lc 10, 17).

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15 NO SE APAGUE FUEGO DEL ESPÍRITU

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El Espíritu Santo es el gran regalo que Jesús nos entrega para nuestra santificación y para que podamos ser sus testigos con poder en todas partes. El encargo del Espíritu Santo es recordarnos las palabras de Jesús y "llevarnos a toda la Verdad". De esta manera, el Espíritu Santo nos va moldeando según la imagen de Jesús. Pero, Dios respeta nuestra libertad; nunca nos conduce como galeotes, a la fuerza, por temor. Necesita nuestra respuesta. Podemos aceptar la obra que Dios quiere hacer en nosotros por medio de su Espíritu Santo, o podemos resistir la presencia del Santo Espíritu en nosotros e impedir que nos moldee según la imagen de Jesús. La Carta a los Gálatas expone que cuando nos dejamos moldear por el Espíritu Santo, aparece en nosotros el fruto del Espíritu, que es "amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre y templanza" (Gal 5, 22). El fruto del Espíritu en nosotros patentiza nuestra docilidad a la obra del Espíritu Santo en nosotros. En la alegoría de la "Vid y los sarmientos" (Jn 15,5), Jesús nos advierte que si permanecemos unidos a él, vamos a dar mucho fruto: el fruto del Espíritu. Pero, si nos separamos de él, si nos independizamos, vamos a ser como la rama que se separa del árbol y se va secando, paulatinamente, hasta que la echan al basurero. Jesús

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decía: " Sin mí' ustedes no pueden hacer nada" (Jn 15, 5). Sin el poder del Espíritu de Jesús en nosotros, somos como las ramas secas que sólo sirven para el basurero. Por medio de varias expresiones, muy atinadas, la Biblia nos detalla cómo podemos obstaculizar en nosotros la obra del Espíritu Santo. La Biblia emplea varias figuras para expresar de qué manera se puede bloquear la obra del Espíritu Santo en nosotros. La Escritura habla del "pecado contra el Espíritu Santo", del "ultraje al Espíritu Santo", de "mentir y tentar al Espíritu Santo", de "resistir al Espíritu Santo", de "entristecer al Espíritu Santo", de "apagar el fuego del Espíritu Santo". Al analizar cada una de estas expresiones, vamos captando, de una manera más concreta, cómo nosotros podemos bloquear en nuestra vida la acción de Jesús por medio del Espíritu Santo. Cada expresión analizada nos va ilustrando acerca de cómo nos podemos desprender de Jesús y convertirnos en ramas secas que sólo sirven para el basurero. La blasfemia contra el Espíritu Santo Jesús expulsa al demonio de un sordomudo. Dice que lo hace "en virtud del Espíritu de Dios" (Mt 12,24). Los fariseos han cerrado el corazón, No quieren admitir a Jesús como enviado de Dios. Por eso afirman que su poder le viene del diablo (v.28). Jesús replica: "Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a ustedes el reino de Dios" (Mt 12,28). Fue a raíz de este incidente que Jesús dijo: “La blasfemia

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contra el Espíritu no será perdonada" (Mt 12, 31). Éste es el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en atribuir al diablo lo que es de Dios. Un pecado gravísimo. El pecado contra el Espíritu Santo no se perdona, no porque Dios no quiera perdonar, sino porque el pecador empedernido no quiere reconocer la obra del Espíritu Santo, y la rechaza. Porque se cierra al perdón, que Dios le ofrece. Si aceptara su pecado y pidiera perdón, Dios lo perdonaría. El Señor siempre perdona al pecador que se arrepiente. Muchos se me han acercado, exponiendo que temen haber cometido el "pecado contra el Espíritu Santo", que no se perdona .Los tranquilizo. Desde el momento que tienen "temor" de Dios, es señal de que no han cometido el pecado contra el Espíritu Santo, porque de otra forma, no temerían haber ofendido a Dios y no ser perdonados. Nadie debe dejarse llevar por escrúpulos, cuando lee este pasaje, que habla del pecado que "no se perdona". Si "teme a Dios", que no le pase por la mente que Dios no lo va a perdonar. Ultraje al Espíritu Santo Este pecado es parecido a la blasfemia contra el Espíritu Santo. El motivo lo explica la Carta a los Hebreos, cuando dice: " Cuanto más severo castigo piensan que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios. Y profane la sangre de la alianza que le santificó, y ultraje al Espíritu de la Gracia" (Heb 1 0,29).

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Aquí, el ultraje al Espíritu Santo se une al desprecio de Jesús y de su sangre redentora. No puede ser perdonado el que rechaza la sangre de Cristo, la salvación, que Jesús le ofrece. El ministerio del Espíritu Santo es "dar testimonio" de Jesús (Jn 16,14). Si no se recibe ese testimonio y se desprecia a Jesús y su sangre salvadora, el Espíritu Santo es “ultrajado", y el pecador se queda sin el perdón de Dios porque rehúsa recibirlo. La historia narra el caso de Juliano El Apóstata. Se había convertido al cristianismo. Pero, luego se alejó de Dios, y comenzó a perseguir a la iglesia. Al caer derrotado en una batalla, tomó un puñado de su sangre y lo lanzó hacia el cielo diciendo: "¡Venciste, Galileo!". El Espíritu-Santo no logró que su testimonio acerca de Jesús fuera aceptado por Juliano El Apóstata. El Espíritu Santo fue ultrajado. Mentir y tentar al Espíritu Santo La Biblia de América, al referirse al caso de Ananías y Safira, comenta: "Su pecado no consiste en quedarse con el dinero, sino en tratar de engañar al Espíritu Santo". En la primitiva Iglesia, muchos tuvieron una conversión profunda que los llevó a vivir el evangelio con radicalidad. Algunos hasta llegaron a entregar sus riquezas para que no hubiera indigentes en la comunidad. Los esposos Ananías y Safira vendieron una propiedad y entregaron parte del valor a la Iglesia. Pero, pretendieron ser considerados "muy santos", y afirmaron que habían entregado el "valor total" de su propiedad

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para los pobres. Pedro descubrió la mentira y le dijo a Ananías: "¿Por qué has permitido que Satanás llenara tu corazón para mentir al Espíritu Santo?" (Hch 5,3). A Safira, a su vez, Pedro le dice: "¿Por qué se pusieron de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor?" (Hch 5, 9). Las dos expresiones de Pedro se complementan y nos aclaran que "mentir” y "tentar" al Espíritu Santo es pretender "engañar” al Espíritu Santo. Ananías y Safira no tenían ninguna obligación de entregar el valor completo de la venta de su propiedad; el pecado gravísimo consistió en que pretendían ser considerados muy buenos y desprendidos por los demás. Se metieron a "jugar a Santos". Escondieron su pecado. Intentaron hacerle trampa al Espíritu Santo. Aquí está la gravedad del pecado. Según relata el libro de Hechos, los dos esposos cayeron muertos, uno después del otro. Un castigo terrible que sirvió para que los demás cristianos se dieran cuenta de que "en la comunidad no tiene cabida nada que atente contra el Espíritu Santo" (Biblia de América). El profeta Jeremías escribió: " Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano” (Jr 17,9). En nuestra vida, tratamos de "engañar" al Espíritu Santo, cuando llevamos una doble vida. Ante los demás aparentamos ser buenos, mientras sabemos que tenemos muy bien guardados nuestros pecados graves. Dice la Biblia que de Dios nadie se burla (Gal 6,7). Este intento de "engañar al Espíritu Santo", siempre nos trae tremendas consecuencias. Un terrible juicio de Dios, que nos descalabra espiritualmente, que nos abochorna ante todos; es el método violento que Dios emplea para llamarnos a la conversión.

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Por los medios de comunicación, todo el mundo se pudo enterar de famosos líderes religiosos que llevaban una doble vida. Por un lado, aparentaban ser muy santos; por otro lado, llevaban una vida de pecado. Dios los humilló en una forma aparatosa. Dios Padre, nos somete a duro juicio, cuando pretendemos mentir al Espíritu Santo. Es una muestra de la misericordia de Dios que, de esta manera, nos llama a la conversión para salvarnos de la condenación eterna, El diácono Esteban era un hombre lleno del Espíritu Santo. Todos veían milagros que Dios obraba por su medio. Escuchaban su predicación con la unción del Espíritu Santo. Al ver Esteban la cerrazón de los dirigentes del judaísmo, que se negaban a aceptar a Jesús como el Mesías de Dios, les dijo: "Hombres testarudos, tercos y sordos, siempre han resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes" (Hch 7,51). La Biblia de Jerusalén indica que "resistir al Espíritu Santo", en este caso, equivale a no escuchar a "Moisés y los profetas", es decir, no aceptar la Palabra de Dios, que les era enviada con la inspiración del Espíritu Santo. San Pablo, atinadamente, llama "Espada del Espíritu Santo" (Ef 6,15) a la Biblia. El Espíritu Santo emplea la Biblia como espada de doble filo para llegar hasta las profundidades de nuestro corazón y "someter a juicio nuestros pensamientos e intenciones" (Hb 4,12). Cuando hacemos caso omiso de la Palabra de Dios, estamos "resistiendo" al Espíritu Santo. Estamos impidiendo la obra de purificación y santificación que él quiere obrar en nosotros.

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La primera vez que Jesús fue a predicar a la sinagoga de Nazaret, se presentó afirmando que iba "ungido por el Espíritu Santo" para llevarles el Evangelio. Al principio, la gente comenzó a admirarse de su predicación; pero cuando Jesús puso el dedo en la llaga, cuando presentó como modelos de fe a algunos paganos, la asamblea se indignó; lo sacaron a empujones y lo querían matar. Muy impresionante lo que le sucedió a Jesús: el más santo, el más ungido por el Espíritu Santo; no sólo no es bien recibido, sino que se le resiste: lo echan a empellones de la sinagoga. Quieren matarlo. Nuestro corazón llega a cerrarse tanto, que puede venir el mismo Dios a hablarnos y podemos "resistir al poder de su Santo Espíritu. El profeta Jeremías le envió un duro mensaje, de parte de Dios, al Rey Joacim. El rey, furioso, rompió con una navaja las páginas de aquel rollo, luego echó los pedazos al fuego (Jr 36,23). El Señor le dijo a Jeremías que le enviara otro mensaje. Es por medio de la palabra que Dios busca llegar a nosotros por medio del Espíritu Santo. El Apocalipsis habla de Jesús que toca a la puerta y dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye y abre, entraré y cenaré con él” (Apoc 3,20). Oír, aquí, indica escuchar la voz del Espíritu Santo, que, por medio de la Palabra de Dios, quiere romper la roca del corazón. Podemos abrir la puerta de nuestro corazón y recibir la salvación, como Zaqueo, cuando dejó entrar a Jesús en su casa. O podemos cerrar el corazón, como Judas, que no aceptó la

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voz de Jesús, que hizo todo lo posible en la última cena para llevarlo a la conversión. Judas se levantó de la mesa y salió huyendo. Resistió la voz del Espíritu Santo, que lo llamaba a la conversión por medio de la palabra hecha carne. Continuamente Dios nos habla por medio del Espíritu Santo. Quiere llevarnos por el camino de la salvación. Como padre, desea indicarnos lo que nos conviene más, su voluntad. Con frecuencia somos reacios a seguir las inspiraciones del Espíritu Santo. Conscientemente “resistimos” su voz, su inspiración. Es por eso que, muchas veces, vamos por el camino equivocado y sufrimos las duras consecuencias de avanzar por la senda en la que no está la bendición de Dios para nosotros. Entristecer al Espíritu Santo En la carta a los Efesios, pablo invita a despojarse del "hombre viejo" (v.22) y revestirse del "hombre nuevo". En seguida, pablo enumera una serie de pecados que "entristecen” al Espíritu Santo, es decir, que bloquean la obra de santificación en el individuo, y obstaculizan que la imagen de Jesús vaya apareciendo más en el cristiano. Específicamente Pablo habla de la mentira (v.25), de la ira (v26), del robo (v.28), de la conversaciones soeces(29|, del rencor, de las injurias, de la maldad (v. 31). Todo lo que es pecado bloquea la acción del Espíritu Santo. El profeta Jeremías describe el pecado como un muro que se levanta entre Dios y el hombre. Le

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desagrada tanto el pecado a Dios que "voltea su rostro para no ver ni oír al que quiere pedirle algo (Is 59, 2). Eso es lo que quiere expresar san pablo, al hablar de la "tristeza" del Espíritu Santo. Algo más. Cuando incurrimos en lo que desagrada a Dios, lo que "entristece al Espíritu Santo”, esa tristeza del Espíritu se introduce en nosotros. Una de las misiones del Espíritu Santo es “convencemos de pecado", de lo que ofende a Dios en nosotros. Al comunicarnos su tristeza, el Espíritu Santo está poniendo el dedo en la llaga y nos está señalando que en nuestro corazón hay algo que desagrada a Dios. Esa tristeza del Espíritu Santo en nosotros es como la calentura, que indica que hay algo que no funciona bien en nuestro organismo. No es raro en nuestra vida, que, de pronto, se nos vayan el gozo, la paz; nos cuesta rezar, no ansiamos buscar las cosas de Dios como lo hacíamos en otras oportunidades. No tenemos ganas de leer la palabra de Dios. Es la "tristeza del Espíritu Santo”, que nos está señalando que hay algo malo en nuestro corazón, que debe ser eliminado. Puede ser un rencor, conversaciones obscenas, palabras injuriosas, amargura, murmuraciones, mentiras, impurezas. La "tristeza del Espíritu Santo" en nosotros es el método delicado del Santo Espíritu para señalarnos que hay dentro de nosotros algo que desagrada a Dios. De esta manera, el Espíritu Santo cumple su misión de "convencernos de pecado" (Jn 16,8) para que sea expulsado de nosotros todo lo que nos impide la bendición de Dios.

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Por medio del profeta Isaías se nos comunica la manera cómo Dios reacciona cuando se entristece al Espíritu Santo; dice el profeta: "Pero ellos se rebelaron contra él y entristecieron su santo Espíritu. Por eso se convirtió en su enemigo y luchó contra ellos" (Is 63,1O). Esto nos hace recordar lo que le sucedió a Saúl. Cuando el profeta Samuel lo consagró como rey, quedó lleno del Espíritu Santo. Cuando Saúl comenzó a dejarse invadir por la envidia hacia David, por la amargura, cuando fue a visitar a una mujer espiritista, la acción del Espíritu Santo fue bloqueada en él. La Biblia dice escuetamente: "El Espíritu del Señor se había apartado de Saúl, y un espíritu maligno, enviado por el Señor, lo atormentaba" (1Sam 16,14). De amigo de Saúl, el Señor se convirtió en su enemigo, cuando Saúl "entristeció al Espíritu Santo" con su vida pecaminosa. Cuando, por el pecado, se va de nosotros la bendición de Dios, nos llega la "maldición" (Dt 11,26). Al cerrar nuestra puerta al Espíritu Santo, automáticamente, la abrimos al espíritu del mal, que ingresa y nos domina. Llega la maldición. Entristecer al Espíritu Santo es "alegrar al espíritu del mal", a Satanás. En nuestra vida, o somos guiados por el Espíritu Santo, que nos trae bendición, o somos controlados por el espíritu del mal el diablo -, que nos trae maldición. Esto lo experimentó en carne propia David cuando vivió en adulterio con Betsabé. Al arrepentirse, David, como consta en su salmo 51, le pidió al Señor que no volviera a repetirse esa triste experiencia en su vida; con sincero arrepentimiento le suplicó: "No me apartes de tu

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presencia ni me quites tu Santo Espíritu. Hazme sentir de nuevo el gozo de tu salvación" (Sal 51, 11). Ésta debe ser la misma súplica nuestra, cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y rogamos al Espíritu Santo que vuelva a nosotros para llenarnos de su gozo. No apaguen el fuego del Espíritu En Pentecostés, la presencia fuerte del Espíritu Santo se manifestó por medio de "lenguas de fuego" y de un "viento fuerte". El fuego es luz, que trae gozo, avivamiento, fervor. Pero el fuego antes de alegrar, de iluminar, purifica, cauteriza. El Espíritu Santo comienza por convencer de pecado, quema lo malo, la basura espiritual, luego trae gozo, fervor, luz de avivamiento. San Pablo, tajantemente, ordena: " No apaguen el fuego del Espíritu" (1Tes 5, 19). El mandato de san Pablo de no "apagar el fuego del Espíritu", según la Biblia de América, va dirigido a los responsables de las comunidades primitivas "para que no actúen, sin más, de forma represiva contra posibles vivencias carismáticas de la comunidad." Se ve que en Tesalónica había dirigentes que, por temor a exageraciones y falsos mensajes, se mostraban intransigentes. Pablo es partidario de la espontaneidad en la oración comunitaria, por eso ordena que no se "apague el fuego del Espíritu Santo". De manera especial advierte: "No extingan la profecía" (l Tes 5,20). Paulo se refería al "don de profecía", que consiste en sencillos mensajes de consolación y dirección que el Señor envía a la comunidad. No se trata aquí de mensajes proféticos de la

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Biblia. Estos piadosos mensajes, que el Señor regala a la asamblea, traen gozo, alegría, serenidad... Esto se comprende mejor ahora, que el Espíritu ha despertado grupos carismáticos, en los que se ha "redescubierto" el "don de profecía", que era tan común en las comunidades primitivas de la Iglesia. A los de la iglesia de Éfeso, el Señor, en Apocalipsis, los felicita por su lucha por la ortodoxia, pero los reprende porque habían perdido su "amor primero"(Apoc 2, 4). Ya no se notaba en ellos el fuego del Espíritu, que lucía en un principio. Lo que Pablo dice con respecto al don de profecía, habría que preguntarse si no se repite con respecto a otros dones, que se han redescubierto en la Iglesia y que, por temor a exageraciones o desórdenes, propiamente, se prohíben o se menosprecian con rigorismo. Nos referimos de manera especial al don de lenguas, de sanación, de liberación de malos espíritus, de profecía. Todo don del Espíritu Santo es algo bueno. Nunca Dios nos va a regalar algo malo, un fruto envenenado. Expresamente, san Pablo "prohíbe" que se impida hablar en lengua (1Cor 14 ,39). Sin embargo, no es raro encontrar comunidades en las que algún dirigente se arroga el derecho de "prohibir que se hable en lenguas". A estas actitudes de rigorismo antibíblico san Pablo las llama "apagar el Espíritu Santo". Puede ser que una comunidad sea muy ortodoxa, pero "muy apagada” también en lo que respecta al fuego del Espíritu Santo. No es fácil conservar un sano equilibrio, en cuanto a estos dones más llamativos, que se prestan, muchas veces, para la "simulación" y para las exageraciones,

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debido a nuestra debilidad humana y a los desajustes emocionales de algunos miembros de la comunidad. ¿Qué diría san Pablo acerca de la desconfianza de algunos dirigentes - sobre todo eclesiásticos - acerca del don de sanación, del don de liberación de malos espíritus, del don de profecía? Con muy buena voluntad se puede buscar la ortodoxia, pero también se puede "apagar el Espíritu,, con prohibiciones tajantes que se dan por desconocimiento y falta de experiencia con respecto a estos dones, que han sido "resucitados" en la Iglesia, con el nuevo pentecostés que estamos viviendo. San Pablo, como buen pastor, da una norma de oro con respecto a la manera de obrar con respecto a las comunidades carismáticas. Dice Pablo: "Examínenlo todo, y quédense con lo bueno”, (1Tes 5: 21 ). Hay que pedir continuamente al Espíritu Santo el "don de discernimiento,,, que tantas veces falta y lleva a prejuicios que dañan inmensamente la fe de los feligreses. A nivel personal, "apagamos el fuego del Espíritu”, cuando no le damos el lugar de importancia, que merecen la oración personal, la frecuencia a los Sacramentos, la vida en comunidad, la meditación de la Palabra de Dios. El cristiano, que hace consistir su cristianismo sólo en una “misa dominical” va apagando el fuego del Espíritu Santo hasta quedarse en la oscuridad de un frío ritualismo y de una religión sin el fuego del Espíritu' Apagamos el fuego del Espíritu cuando por el activismo materialista o "religioso", no

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logramos captar las inspiraciones del Espíritu Santo, que nos quiere llevar por el camino de Dios. Cuando nos empeñamos en seguir nuestro proyecto personal y no el plan que Dios nos revela por medio del Espíritu Santo. Vivimos en ciudades con superabundancia de luces, de reflectores, de anuncios luminosos. Pero en muchas de nuestras ciudades luminosas hay superabundancia de oscuridad espiritual: no brilla el fuego del Espíritu Santo. La morada del Espíritu Santo Dice la Carta a los Romanos; "El Espíritu de Dios habita en ustedes" (Rom 8,9). La idea aquí, es de un hogar en el que mora el Espíritu Santo. Cuando Jesús les prometió el Espíritu Santo a sus apóstoles, les aseguró que iba a estar "en ellos" (Jn 14,17), es decir, tendría su morada dentro del corazón de ellos. El Espíritu de Jesús dentro de nosotros está para cumplir dos misiones esenciales: santificarnos y equiparnos con su poder para cumplir la misión que Jesús nos encomendó. La santificación, que el Espíritu Santo va obrando en nosotros, consiste en "moldearnos" como Jesús. Dice la Carta a los Romanos: "Porque a los que conoció de antemano los destinó también desde el principio para reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29). El Espíritu Santo es como un escultor que va sacando del duro bloque de nuestro corazón la imagen de Jesús, la imagen de Dios (Gen 2,26), que ha quedado destrozada por el pecado.

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Para santificarnos, el Espíritu Santo nos lleva a encontrarnos con Dios como un Padre bueno (Rom 8,15); nos enseña a hablar como conviene con nuestro Padre (Rom 8,26). Nos da testimonio de Jesús para que lo conozcamos cada día más, lo amemos y lo sirvamos (Jn 16,14). Nos recuerda lo que Jesús dijo (Jn 14,26), para que sus palabras habiten en nosotros, provoquen en nosotros la fe, y vayan transformando nuestra mente y corazón. De esa manera, nos lleva a toda la verdad y nos moldea según la imagen de Jesús. Cuando nos dejamos moldear por el Espíritu Santo, va apareciendo en nosotros el fruto del Espíritu, que se manifiesta en: "amor, gozo, paz paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre y templanza" (Gal 5, 22). En eso consiste la santidad. Además, el Espíritu Santo nos equipa con sus dones, que son poder espiritual, por medio del cual nos ayuda a cumplir el ministerio para el que Jesús nos ha enviado. Mientras no resistamos al Espíritu Santo, mientras no lo "entristezcamos", mientras "no apaguemos su fuego" ni le "resistamos", con nuestros pecados y las cosas mundanas, el Espíritu Santo puede cumplir su misión de santificarnos y llenarnos de su poder para ser testigos eficaces de Jesús. Jesús se comparó a una "vid", y dijo que nosotros somos sus ramas (Jn 15,5). Si permanecemos unidos a él, como la rama al árbol, vamos a dar muchos frutos. El camino para nuestra santificación y para ser testigos con poder, es permanecer íntimamente unidos a Jesús en todo momento. De esta forma el Espíritu Santo nos va

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santificando y llenando de su poder para que nos podamos presentar ante el mundo, como Jesús, y decir: “He sido ungido por el Espíritu Santo, y vengo para traer el Evangelio, para sanar a los enfermos y para combatir los espíritus malos” (Lc 4,18-19)

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16 UNA IGLESIA LLENA DE LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO

El famoso Cardenal Suenens fue el que dijo que Pentecostés es la Iglesia predicando por las calles con el poder del Espíritu Santo. De esta manera, el Cardenal Suenens estaba acentuando que la Iglesia de Jesús es una Iglesia eminentemente evangelizadora y carismática. El libro de Hechos de los Apóstoles expone algunas notas que caracterizan a la Iglesia de Jesús, que ha sido llenada por el Espíritu Santo en Pentecostés. En el libro de Hechos de los Apóstoles, con breves pincelas, san Lucas muestra la Iglesia con un perfil eminentemente carismático. Dice san Lucas: "Todos seguían firmes en lo que los apóstoles enseñaban, y compartían lo que tenían, y oraban, y se reunían para partir el pan. Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales que eran hechos por medio de los apóstoles" (Hch Z,+2-43). Como resultado de todo esto, añade el libro de Hechos: “Alababan a Dios y eran estimados por todos; y cada día el Señor añadía a la Iglesia a los que se iban salvando" (Hch 2,47). Aquí están detalladas las notas esenciales que debe presentar una Iglesia llena del Espíritu Santo. Estas características pueden ser un test para examinar si nuestra Iglesia, en la

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actualidad, ostenta esas notas características de una Iglesia llena del Espíritu Santo. 1. Una Iglesia que se prepara para ser llenada por el Espíritu Después del escándalo de la cruz y del encuentro con Jesús resucitado, los apóstoles empezaron a sentir la urgencia de comenzar la misión que el Señor les había encomendado. Jesús les advirtió que serían testigos en todas partes del mundo, pero que, primero, debían permanecer en Jerusalén hasta que recibieran el poder de lo alto (Hch 1,8). Fue así como, propiamente, los envió a un "retiro espiritual", que duró nueve días. La primera novena de la Iglesia. Este retiro modelo se llevó a cabo en una casa de dos niveles. Allí estaba la Iglesia que, según san Agustín, había nacido del costado abierto de Cristo. La Iglesia estaba constituida por los sacerdotes, que Jesús había ordenado en la última Cena, por los discípulos comprometidos, que habían aceptado ir al retiro espiritual ordenado por Jesús, por la Madre de Jesús, a quien el Señor había dejado como madre espiritual de su Iglesia. Con la frase "Perseveraban unánimes en la oración" (Hch 1,14), describe san Lucas la Iglesia que en largo retiro espiritual se prepara para ser llenada por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Después de esa intensa novena de oración, de meditación en lo que habían visto y oído de Jesús, de lo que decían las Escrituras acerca del Mesías, empezó a manifestarse el "poder de lo alto", de manera muy

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evidente. Comenzó a soplar un "viento recio". En hebreo, al Espíritu se le llama "Ruah", que significa viento. A Nicodemo, Jesús le dijo que el Espíritu Santo es como el viento: no se sabe de dónde viene ni a dónde va; pero se ven los efectos que produce. El Espíritu Santo prometido, comienza a manifestarse como viento recio que barre las hojas secas del hombre viejo, lleno de pecado y defecciones, y atrae la lluvia de bendiciones del hombre nuevo, nacido del agua y del Espíritu. También el poder de lo alto se manifiesta por medio de lenguas de fuego, que caen sobre cada uno de los discípulos. El joyero para purificar el oro lo coloca en el crisol a alta temperatura. El oro se afloja y suelta la escoria. La Iglesia de Jesús fue sometida al fuego de la prueba, al escándalo de la pasión. De allí salió purificada, preparada para ser llenada por el Espíritu Santo. El fuego no sólo quema, también ilumina. En la última Cena, Jesús les había adelantado: "Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad" (Jn 16,12'13). De pronto, los apóstoles comenzaron a recordar y entender muchas de las cosas que Jesús les había dicho. Un ejemplo de esto es Pedro, que con poder y precisión expone ante miles de personas lo básico acerca de Jesús. Tanto fue el poder del Espíritu Santo en Pedro, que los asistentes, llorando y sintiendo punzadas en su corazón, preguntaron: "¿Qué debemos hacer?" (Hch 2,37). Pedro les indicó tres cosas para que pudieran también ellos recibir el Espíritu

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Santo. Tenían que "convertirse", "bautizarse"' y “recibir con fe el Espíritu Santo". La Iglesia llena del Espíritu es una Iglesia que “persevera unánime en la oración” presidida por sus sacerdotes, en comunión con los discípulos – laicos comprometidos - y con la Madre de Jesús. Mientras la Iglesia no se olvide de "perseverar en la oración"' comunitariamente, será una Iglesia en la que, repetidamente, habrá "nuevas efusiones" del Espíritu Santo, que soplará reciamente y seguirá quemando e iluminando con su fuego abrasador' Una Iglesia que no persevere en la oración comunitaria será una Iglesia donde no soplará el viento fuerte del Espíritu y donde no aparecerá por ningún lado las lenguas de fuego de los carismas del Espíritu Santo. 2. Una Iglesia que predica con el poder del Espíritu Apenas la Iglesia de Jesús fue llenada del Espíritu Santo, en Pentecostés, sintió la urgencia de proclamar el Evangelio de Jesús .El libro de Hechos consigna: “Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles”. Los apóstoles comenzaron inmediatamente a exponer. la palabra de Dios, como Jesús les había enseñado. Sabían por experiencia que "la fe viene como resultado de la predicación" (Rom 10,17). La gente no se contentaba con un sermón escuchado esporádicamente. Dice el texto bíblico: "Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles". Era una enseñanza continuada de la Palabra de Dios.

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Es por medio de la predicación bíblica con el poder del Espíritu que las personas preguntan: "¿Qué debemos hacer?" Eso sucedió a todos los que escucharon predicar a Pedro, con el poder del Espíritu, el día de Pentecostés. Es el Espíritu el que, por medio de predicación, convence de pecado, quebranta los corazones e inicia la obra de transformación de la persona. No basta predicar para que la gente se convierta. Los discípulos de Emaús, cuando se encontraron con Jesús, sin darse cuenta, le expusieron lo que los primeros cristianos llamaban, en griego, el "kerigma", lo básico acerca de Jesús. Pero esos discípulos lo hicieron sin el poder del Espíritu, mecánicamente. Esa exposición del kerigma no les sirvió ni a ellos mismos. Se quedaron deprimidos como antes. En cambio, cuando Jesús resucitado comenzó a explicarles la Biblia con el poder del Espíritu, aquellos discípulos comenzaron a sentir que "les ardía el corazón". Era la fe que les venía por la predicación del mensaje con el poder del Espíritu Santo. Una Iglesia sin predicación bíblica con el poder del Espíritu Santo se vuelve una Iglesia ritualista: ceremonias elegantes, todo bien estructurado, pero sin que la gente pregunte llorando: "¿Qué debemos hacer?" Una Iglesia ritualista, no lleva a la conversión. Es una Iglesia "periodista", que sólo proporciona información acerca de Jesús, pero no lleva a un encuentro personal con el Señor, a un nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu.

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Se cuenta de alguien que, un domingo por la mañana, fue a una iglesia y salió diciendo: "¡Qué sermón tan maravilloso!" Por la tarde fue a otra iglesia y salió exclamando: " ¡Qué Cristo tan maravilloso!”. Una Iglesia con el poder del Espíritu Santo lleva a las personas a un encuentro personal con Jesús. A una sincera conversión. 3. Una jerarquía llena del Espíritu Una nota evidente en los jerarcas que dirigen la Iglesia de Pentecostés es su sabiduría, discernimiento y las señales milagrosas. Dice Hechos: "Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios" (Hch 5, 12). Los dirigentes de la Iglesia primitiva no eran personas de grandes estudios. Algunos habían sido pescadores. Sin embargo se aprecia en ellos la sabiduría, el discernimiento y la fortaleza, los milagros, propios de las personas que están llenas del Espíritu Santo. Es impresionante la manera cómo Pedro predica con el poder del Espíritu Santo el día de Pentecostés. La gente queda compungida y llora, preguntando qué debe hacer. Más tarde, Pedro toma la iniciativa de elegir al sustituto de Judas. Es Pedro, el que, llevado milagrosamente por el Espíritu Santo, va a abrir la puerta de la Iglesia para que puedan ingresar también los paganos como el militar Cornelio y sus familiares (Hch 10). Admiramos a Pedro, que con discernimiento excepcional, capta que Simón el Mago, a pesar de las circunstancias externas, no se ha convertido, sino que tiene un "corazón perverso" (Hch 8, 21). Es Pedro también el que con gran sabiduría descubre que Ananías

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y Safira están fingiendo ser santos, y, en cambio, son hipócritas que "le han mentido al Espíritu Santo" (Hch 5). Sobre todo se aprecia el gran don de liderazgo de Pedro en el primer Concilio de la Iglesia, en Jerusalén, cuando se levanta para poner paz en la asamblea, que se había alterado por la diversidad de opiniones con respecto a la circuncisión (Hch 15). Pedro se muestra como un hombre lleno del Espíritu Santo en toda circunstancia. No se deja desviar por los que lo acosan, haciéndole ver que deben atender a las abandonadas viudas de los griegos. Pedro da las instrucciones necesarias para que se organice la obra social en la Iglesia, luego dice tajantemente: " No está bien que nosotros dejemos de anunciar el mensaje de Dios para dedicarnos a la administración. Así que, hermanos, busquen entre ustedes siete hombres de confianza, entendidos y llenos del Espíritu Santo, para que les encarguemos estos trabajos. Nosotros nos dedicaremos a la oración y la predicación" (Hch 6,2-4). Pedro no cayó en la tentación del activismo, que por motivos sociales, descuida lo esencial de los jerarcas de la Iglesia: la predicación y la oración. Sobre todo es admirable el don de sabiduría de pedro cuando es presionado por los dirigentes religiosos del pueblo judío, que le prohíben hablar de Jesús, después de haberlo torturado en la prisión. Pedro les responde con entereza "Juzguen ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en lugar de obedecerlo a él. Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hch 4, 19-20).

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Lo mismo puede observarse en Pablo, el otro gran dirigente de la Iglesia primitiva. pablo, al principio, él mismo planifica a qué lugares van a llevar el Evangelio. Irán a Asia. Expresamente, dice la Biblia que el Espíritu Santo se lo impidió. Lo mismo le sucedió cuando proyectó ir a Bitinia. Pablo, entonces, aprendió que debía dejarse llevar por el Espíritu Santo, que, por medio de un sueño-visión lo envió a Macedonia (Hch 16,10). Cuando por primera vez, Pablo fue a Corinto, él mismo lo confiesa, iba con temor y temblor. Pero, hizo una opción: iba a dejar de lado su “sabiduría humana", para que hubiera “demostración del Espíritu". Así lo expresó pablo en su carta a los Corintios, cuando les escribió: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder" (1Cor 2,4). La gran personalidad de pablo, como hombre lleno del Espíritu Santo, sobresale, de manera especial, en el Concilio de Jerusalén. Por así decirlo, pablo es de la "oposición”. No está de acuerdo con los judaizantes con los que, a toda costa, quieren imponer la "circuncisión” como algo esencial para ser cristianos. Pablo, intelectualmente, era superior a todos los del Concilio. Desde joven había estado a los pies del Rabino Gamaliel, estudiando tas Escrituras. Pablo hubiera podido apabullar a todos con su sabiduría humana, pero prefirió la sabiduría del Espíritu. Supo dialogar, insistir, convencer.

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Todo va a desembocar en la perseverante oración de la asamblea para pedir las luces del Espíritu Santo. Y todos ellos experimentaron lo que Jesús les había prometido, cuando les aseguró que el Espíritu Santo los llevaría a toda la verdad. Con razón los padres del Concilio de Jerusalén, enviaron una carta pastoral a todos los fieles, en que les aseguran: le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles más cargas que estas cosas necesarias...”(Hch 15,28). Pablo, sufrió incomprensión y persecución de parte de muchos de la misma iglesia. Algunos dirigentes llegaron a desconfiar de él. Si pablo no hubiera estado lleno del Espíritu Santo, hubiera podido muy bien fundar su propia “secta”, hubiera podido muy bien dividir la Iglesia. Muchos lo hubieran seguido porque era un líder carismático, que arrastraba masas. Pero Pablo, que había presentado la Iglesia como un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, no dividió, sino lucho porque la Iglesia de Jesús no se fraccionara. La Carta a los Gálatas, en su segundo capítulo exhibe a ese Pablo lleno del Espíritu Santo, que con humildad se presenta a los dirigentes de la Iglesia, a Pedro, a Santiago y a .luan y les da cuenta de su predicación. Pablo queda muy complacido, cuando los dirigentes de la Iglesia aprueban su apostolado y le dan la mano (Cal 2,8-1O). Más tarde vuelve a presentarse. En esta oportunidad, no está Pedro. Santiago y otros dirigentes, le expresan que muchos sospechan de él; dicen que anda propalando que no deben seguirse las tradiciones del pueblo de Israel. Pablo aclara su situación. Los dirigentes le indican que para quitar toda sospecha vaya

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al templo y se una a unos hermanos que van a hacer un voto. Pablo obedece con humildad. Era un hombre lleno del Espíritu Santo: lo demostraba su sabiduría excepcional, su liderazgo carismático, y, al mismo tiempo, su obediencia a los legítimos jerarcas. La gran tentación de nuestra Iglesia ha sido muchas veces, darle más importancia a la títulos universitarios, que a la llenura del Espíritu Santo Muchos, llenos de sabiduría humana, han sido elegidos para puestos clave de la Iglesia. La sabiduría humana es un don de Dios, pero si la persona no está llena del Espíritu Santo, va ser su intelecto el que dirija y no el Espíritu Santo. ¡Qué sabios se mostraron los apóstoles, cuando, al elegir a los primeros diáconos, pusieron como condición que tenían que ser personas "entendidas" y "llenas del Espíritu Santo!'(Hec 6,3). Es inolvidable el gesto del Papa Juan XXlll, que lo primero que pidió al iniciar el Concilio Vaticano ll, fue un "Nuevo Pentecostés" para la Iglesia. El mismo Concilio y los muchos movimientos llenos del Espíritu, que han aparecido en la Iglesia son la respuesta de ese nuevo Pentecostés, que estamos viviendo en nuestra Iglesia. Por eso, es de suma urgencia que, continuamente, estemos pidiendo a Dios que nuestra Iglesia no sea tocada por el racionalismo, y que sus Pastores, eclesiásticos y laicos, sean personas "entendidas" y "llenas del Espíritu Santo". 4. Una Iglesia llena del Espíritu es Eucarística.

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no de los primeros nombres que recibió la Eucaristía fue el de "fracción del pan", en recuerdo que Jesús, antes de instituir el sacrificio del nuevo Testamento, comenzó "partiendo el pan", como señal profética de que su cuerpo iba a ser partido en la cruz. El libro de Hechos apunta: "Se reunían para partir el pan". Apenas la Iglesia quedó llena del Espíritu Santo, comenzó a reunirse para celebrar la Cena del Señor. Para cumplir la orden que el Señor les había dado a los primeros sacerdotes, que ordenó en la Ultima Cena: "Hagan esto en memoria mía" (1 Cor 11 ,24-25). Jesús les había dicho: "Cuando venga el Espíritu Santo, les recordará lo que yo les he dicho”. Ahora, la Iglesia comprendía lo que Jesús les había dicho: "Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre, coman, beban". Todos sentían la necesidad de alimentarse espiritualmente con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Una Iglesia llena del Espíritu Santo es una Iglesia eminentemente eucarística. El libro de Hechos apunta: “Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón .Alababan a Dios y eran estimados por todos" (Hch 2,46-47). Los primeros cristianos, fueron guiados por el Espíritu Santo a celebrar la Eucaristía "todos los días". No de vez en cuando, como que no fuera muy importante. Todos los días sentían la urgencia de congregarse para experimentar a Jesús resucitado por medio de la santa Comunión.

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La Eucaristía, que celebraban, no era una ceremonia estilizada y silenciosa. El libro de Hechos, expresamente; consigna que lo hacían " con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2, 46). La Eucaristía, descrita en Hechos, es eminentemente comunitaria, llena de espontaneidad y gozo. Nadie se creía hijo único de Dios. Todos se sentían hermanos. Se necesitaban mutuamente. Todavía no habían hecho su aparición los "hiperliturgistas" que, con superabundancia de normas llegaron a "ritualizar” la espontánea y jubilosa Cena del Señor de los primeros cristianos. Una Iglesia llena del Espíritu Sano, no es una Iglesia metida en un molde de cemento de frías normas, que matan el sentido de comunidad y la presencia viva y misteriosa del Espíritu Santo. Todo lo contrario: es una Iglesia con el oído atento al soplo del Espíritu, que es imprevisible como el viento; que nos lleva siempre por caminos misteriosos y nuevos: los caminos del Espíritu. Los del pueblo judío tenían abundantes ritos y ceremonias para toda ocasión. El Señor, por medio del profeta Isaías les dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt l5,8). La llenura del Espíritu impide que una iglesia se mecanice y se vuelva ritualista, sin el gozo, la paz, y caridad que da el Espíritu Santo. Nuestra gran tentación siempre va a ser el meternos en la camisa de fuerza de rígidas normas, y privarnos de la guía del Espíritu Santo, que tiene la característica de empujarnos por medio de su viento misterioso, que nos impide caer en el ritualismo que anula el gozo del Espíritu Santo.

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5. Una Iglesia llena de Espíritu se preocupa de los marginados. Dice la carta a los Gálatas: “ El fruto del Espíritu es Amor” (Gal 5,22). Pablo añade: “El amor de Dios ha sido derramado en nosotros por medio del Espíritu Santo, que nos ha concedido,, (Rom 5,5). Una Iglesia del Espíritu Santo es una Iglesia llena de amor, demostrado concretamente. La Iglesia de los primeros cristianos, por medio del Espíritu Santo, lleva a una profunda conversión que se manifiesta en su preocupación por los más pobres. Dice el libro de Hechos: “Compartían sus bienes entre sí, vendían. sus propiedades y todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno” (Hch 4,34-35). Para atender a las desamparadas viudas de los griegos, la Iglesia organizo un grupo de “diáconos” para la proyección social de la comunidad; pero para seleccionar a estos diáconos se puso como condición que debían estar "llenos del Espíritu Santo"(Hch 6, 3). No debían ser simples funcionarios, sino personas llenas del amor de Dios. A Pedro y los apóstoles, con cierta agresividad, se les presentaron algunos acusándolos que descuidaban a las viudas de los griegos. Pedro, inmediatamente, organizó el grupo de los diáconos para las "obras sociales" de la Iglesia, pero puntualizó: "No está bien que nosotros dejemos de anunciar el mensaje de Dios para dedicarnos a la administración". Además, añadió; " Nosotros seguiremos orando y proclamando el mensaje de Dios" (Hch 6,2-4). Pedro con gran discernimiento enfatizó que

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los presbíteros no debían descuidar la oración y la predicación por estar más dedicados a !a administración. Ese encargo quedaría en manos de los diáconos. En la Iglesia, muchas veces, no se ha tenido en cuenta esta indicación de Pedro. Por darle mucha importancia a lo "social", a la administración, de parte de los dirigentes, se ha descuidado la oración y la predicación. Una Iglesia llena del Espíritu Santo, de ninguna manera, se desentiende de los pobres; sabe organizar la obra social, pero sin descuidar lo esencial: la oración y la predicación. Una Iglesia no puede amar a los más necesitados, si no está llena del amor de Dios, que es derramado por medio del Espíritu Santo. Una Iglesia sin la llenura del Espíritu, puede ser una Iglesia altruista, pero no una Iglesia que sirve con el amor de Dios a los más necesitados. 6. El Espíritu Santo lleva a la Iglesia a ser eminentemente evangelizadora Apunta el libro de Hechos: “Cada día el Señor añadía a la Iglesia los que iban siendo salvado” (Hch 2,47). Cada día aumentaba el número de los que llegaban a formar parte de la Iglesia de Jesús, porque era una Iglesia evangelizadora, que daba testimonio de vida con sus gozosas Eucaristías, su vida de amor y su compromiso con los más necesitados de la sociedad. Cuando se desató la primera persecución contra los cristianos, el libro de Hechos consigna: " Los que tuvieron que salir de Jerusalén anunciaban el mensaje de

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salvación por dondequiera que iban" (Hch 8,4). Aquí se trata de los laicos que salieron apresuradamente de Jerusalén. Los apóstoles se quedaron, seguramente, en la clandestinidad, por algún tiempo. Lo determinante, aquí, es comprobar cómo fueron los laicos los que difundieron el Evangelio en todos los lugares a donde fueron dispersados. No eran grandes teólogos; habían aprendido lo básico acerca de Jesús, y eso era lo que con fe del corazón proclamaban con el poder del Espíritu Santo. Una Iglesia llena del Espíritu Santo se vuelve evangelizadora. Jesús les había dicho: " Cuando venga el Espíritu Santo, les hablará de mi” (Jn 16,14). El Espíritu Santo viene para hablar de Jesús, convierte a los fieles en fervorosos evangelizadores. Y cuando se evangeliza y se da testimonio de vida, muchos quieren formar parte de esa Iglesia, que es un signo vivo de la presencia de Jesús resucitado. Por otra parte, una Iglesia, que no está llena del Espíritu Santo, le da más importancia a las ceremonias que a la evangelización. Cuando no abunda la predicación eminentemente bíblica, escasea la auténtica fe. Abundan la religión sentimental, las personas ritualistas, y escasean los auténticos discípulos de Jesús, que son eminentemente evangelizadores y dan testimonio de vida cristiana. La Iglesia llena del Espíritu Santo es una Iglesia evangelizadora, que proclama, constantemente, el Evangelio de Jesús. Tenía razón el Cardenal Suenens, cuando afirmaba que Pentecostés es una Iglesia por las calles predicando con poder.

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7. Una Iglesia eminentemente carismática Una Iglesia llena del Espíritu Santo es una iglesia llena del poder de Dios, que se manifiesta por medio de los carismas del Espíritu Santo. Pedro, al no más quedar lleno del Espíritu Santo, sale a predicar con un poder tan grande que miles de personas comienzan a llorar, y, sintiendo punzadas en su corazón, preguntan: "¿Qué debemos hacer?". También, Pedro va al Templo y sana a un paralítico, que hacía años pedía limosna a la puerta del santuario (Hch 3,7-8). Más tarde se va a informar que Pedro resucita a una mujer llamada Dorcas (Hch 9,4), y que bastaba que la sombra de Pedro tocara a los enfermos para que quedaran sanados (Hch 5,15). El libro de Hechos consigna: "Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales que eran hechos por medio de los apóstoles” (2,43). Con relación a la evangelización llevada a cabo por diácono Felipe, el libro sagrado apunta: “Todos escuchaban con atención lo que decía Felipe, pues las señales milagrosas hechas por él” (Hch 8,6). Cuando Pablo se convierte y queda lleno del Espíritu Santo, comienzan a manifestarse en él los signos milagrosos. Resucita al joven Eutico. Con sólo mirar al brujo Elimas lo deja ciego para que se compruebe que su poder no es de Dios, sino del mal espíritu. En el libro de Hechos se asegura que bastaba que aplicaran los pañuelos de Pablo a los enfermos para que quedaran

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sanados (Hch 5, 15). Pablo liberó de mal espíritu a una joven adivina en Éfeso (Hch 16,18). Cuando san Pablo recibió la misión de evangelizar a los paganos, el Señor le dijo: “Te envío para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios” (Hch 26,17-18). La evangelización es un enfrentamiento contra el poder de las tinieblas, contra Satanás. El libro de Hechos cuenta el caso de los siete hijos de Esceva, que se enfrentaron a un mal espíritu sin estar llenos del Espíritu Santo. El mal espíritu se lanzó sobre ellos y tuvieron que huir medio desnudos (Hch 19,13-16). Una Iglesia sin el poder del Espíritu Santo se encuentra impotente para la tarea de la evangelización. Un papá llevó a su hijo epiléptico a algunos apóstoles para que lo sanaran. Ellos fracasaron. Jesús los reprendió severamente; les dijo: “¿Hasta cuándo voy aguantarlos a ustedes?” (Mt 17 ,17). Les hizo ver que su fracaso se debía a su falta de fe. Una Iglesia que no tiene fe en los carismas del Espíritu Santo, que no les da importancia, es una Iglesia que merece reprensión y que fracasará en la obra de evangelización. Dice san Pablo: "Ambicionen los dones superiores" (1Cor 14). Tal vez, el verbo "ambicionar" suena mal, pero, en el contexto, lo que san Pablo quiere comunicar es que entre más poder del Espíritu se tenga, mejor se puede servir al Señor y a los hermanos. Los primeros cristianos así lo entendían también. Por eso, durante una ruda persecución, un grupo de oración, reunido en una casa, suplicó; " Concede a tus siervos que anuncien tu mensaje sin miedo, y que por tu poder sanen a los

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enfermos y hagan signos y milagros en nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch 4,29-30). Los primeros cristianos habían aprendido de los apóstoles que los "signos y milagros" indicaban la presencia de Dios y servían para predicar con poder, sanar a los enfermos y expulsar malos espíritus. En nuestra Iglesia, con frecuencia, predomina en muchos el "racionalismo". Todo lo quieren explicar científicamente. Le dan más importancia a la sabiduría humana que a la sabiduría de Dios. Por eso muchos sienten alergia por los signos y milagros. San Agustín, en una época de su vida, pasó por esta crisis racionalista. Según él los milagros eran sólo para la Iglesia de los primeros tiempos porque los necesitaba para la expansión del Evangelio. Cuando san Agustín, como obispo, estuvo cerca del pueblo, escribió sus famosas "retractaciones" en las que confiesa su error y expone que en sólo dos años ha visto unos setenta milagros en su iglesia. Pienso que muchos, como san Agustín, también tuvimos que hacer nuestras retractaciones. Pero, lastimosamente, en nuestra Iglesia, son muchos los que todavía desconfían de algunos carismas que se dan en estos tiempos en la Iglesia, sobre todo si se trata de sencillos laicos. Habría que preguntarse si, muchas personas de nuestra Iglesia, que han ido a centros espiritistas, a lugares de adivinación o de brujería, o a otras iglesias no católicas, no lo habrán hecho porque en su Iglesia no encontraron el suficiente poder del Espíritu Santo para sanar

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enfermos, para predicar con poder y expulsar a los espíritus malos. . ***** Una Iglesia que está llena del Espíritu Santo debe demostrarlo como lo hizo la Iglesia que se proyecta en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Algunos comentaristas de la Biblia, piensan que el nombre adecuado para el libro de Hechos de los Apóstoles, hubiera sido "Hechos del Espíritu Santo" porque es la continuación de la presencia carismática de Jesús en la Iglesia por medio del Espíritu Santo. Una Iglesia llena del Espíritu Santo debe ser y manifestarse como la continuación de la Iglesia del libro de Hechos de los Apóstoles. Ésa es la Iglesia que Jesús nos encomendó y la Iglesia que le pidió a Dios el Papa Juan XXlll, al comenzar el Concilio Vaticano ll. Ésa es la Iglesia, que nosotros, por la Gracia de Dios, hemos podido comprobar que el Espíritu Santo ha suscitado para estos difíciles tiempos de nuestra historia.

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OBRAS RELIGIOSAS AUTOR

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DEL MISMO

1.

“Los diez mandamientos”.

2.

“Los siete sacramentos”.

3.

“¿En que creemos los católicos?”.

4.

“Meditaciones bíblicas”.

5.

“Personajes del Antiguo Testamento”.

6.

“Viñetas de Don Bosco”.

7.

“Reflexiones Evangélicas”.

8. “El Espíritu Santo en la Biblia y en nuestra vida”. 9.

“Rezar no es fácil”.

10.

“Nuestra Misa”.

11.

“María nuestra Auxiliadora”.

12.

“Meditaciones para los días de sufrimiento”.

13.

“En Espíritu y en Verdad”.

14.

“El Evangelio en parábolas”.

15.

“¿Cómo le va a su familia?”.

16.

“Conviértanse y crean en el Evangelio”.

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17.

“También hoy Jesús sana”.

18.

“Personajes del Evangelio”.

19.

“Nueva Evangelización”.

20.

“Como acercarse a la Biblia”.

21.

“Lectura fácil del Apocalipsis”.

22.

“Evangelio de San Juan (Meditaciones)”.

23.

“Mensaje espiritual del Génesis”.

24.

“Para Mi. ¿Quién es Jesús?”.

25.

"El Sermón de la Montaña”.

26.

“Mensaje Espiritual del Éxodo”.

27.

“Señor, muéstrame al Padre”.

28.

“En las manos de Nuestro Padre”.

29.

“Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

30.

“Los Dones del Espíritu Santo”.

31.

“Meditemos en los Salmos”.

32. “Dificultades Protestantes””.

con

Nuestros

33.

“Meditemos en los Profetas”.

34.

“Sanación en los Sacramentos”.

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Hermanos

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35.

“La Oración de Alabanza”.

36.

“Dirigidos por el Espíritu Santo”.

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