El Placer Sexual El Orgasmo En La Mujer Y En El Hombre

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EL PLACER SEXUAL El orgasmo en la mujer y en el hombre

BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD Dirigida por el Dr. Agripino Matesanz

Agripino Matesanz Nogales

EL PLACER SEXUAL El orgasmo en la mujer y en el hombre

BIBLIOTECA NUEVA

grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, s. a. de c. v.

siglo xxi editores, s. a.

CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS,

GUATEMALA, 4824,

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ALMAGRO, 38,

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28010, MADRID, ESPAÑA

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© Agripino Matesanz Nogales, 2013 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2013 Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es [email protected] ISBN: 978-84-9940-830-9 Edición en formato digital: 2013 Conversión a formato digital: Fotocomposición Márvel S. L. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS ................................................................

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PRÓLOGO .............................................................................

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INTRODUCCIÓN .....................................................................

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1. EL MONO DESNUDO ...........................................................

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1.1. 1.2. 1.3. 1.4. 1.5. 1.6.

Cuerpo humano diseñado para el erotismo ............ Coito cara a cara .................................................... El Homo habilis y la vida sexual .............................. Sexo consciente ...................................................... El placer orgásmico ¿es exclusivo del Homo sapiens? . El hombre toma conciencia de su papel en la procreación ..................................................................

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2. DEL PLACER PROHIBIDO Y SANCIONADO AL PLACER EXALTADO .

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2.1. El sistema patriarcal inicia la represión del placer ... 2.2. Reacción del pueblo chino a la represión sexual ..... 2.2.1. Los Manuales de sexo .................................. 2.2.2. Prostíbulos y cortesanas .............................. 2.3. Estoicismo y Cristianismo ...................................... 2.3.1. La Grecia y Roma paganas ........................... 2.3.2. La doctrina estoica ...................................... 2.3.3. El cristianismo ............................................ 2.4. La censura laica en Occidente ................................ 2.4.1. Absolutismo de los regímenes autoritarios ..

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— 9 —

49

2.4.2. Racionalismo ............................................... 2.4.3. Capitalismo ................................................. 2.5. La represión sexual en el siglo XIX .......................... 2.5.1. La sexualización del niño ............................ 2.5.2. La histerización de la mujer ........................ 2.5.3. La psiquiatrización del placer «perverso» ....

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3. EL ORGASMO EN EL HOMBRE Y EN LA MUJER .........................

95

3.1. El fallido modelo de la respuesta sexual basado en cuatro fases ........................................................... 3.2. Naturaleza y fisiología del orgasmo ...................... 3.2.1. Eyaculación y orgasmo en el hombre ......... 3.3. La vivencia del orgasmo ....................................... 3.4. El orgasmo masculino .......................................... 3.5. El orgasmo femenino ........................................... 3.6. Orgasmo múltiple ................................................ 3.7. El orgasmo pleno ................................................. 3.8. Vivencia de sensaciones y orgasmo ....................... 3.8.1. Vivencia del orgasmo masculino ................ 3.8.2. Vivencia del orgasmo femenino ................. 3.9. Mitos sobre el orgasmo ......................................... 3.9.1. El sexo único ............................................. 3.9.2. El orgasmo femenino es necesario para la concepción ................................................ 3.9.3. La relación sexual es incompleta sin el orgasmo ........................................................ 3.9.4. El orgasmo clitorídeo y el orgasmo vaginal . 3.9.5. La mujer puede llegar siempre al orgasmo en el coito ...................................................... 3.9.6. El orgasmo simultáneo en la pareja ............ 3.10. Naturaleza del estímulo sexual ............................

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4. LA EYACULACIÓN, EL PLACER Y EL ORGASMO ........................

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4.1. La eyaculación y sus bloqueos ................................ 4.1.1. Pensamientos, sentimientos y temores ........ 4.1.1.1. ¿Qué piensa? .................................. 4.1.1.2. ¿Qué siente? .................................. 4.1.1.3. ¿Qué teme? ....................................

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4.1.2. Origen del problema según el paciente ........ 144 4.1.3. Actitud del hombre ante la mujer y ante la relación sexual ............................................... 145 4.1.4. La falta de erección como consecuencia de la imposibilidad de eyacular ............................ 147 4.2. La ausencia de orgasmo en el hombre y en la mujer . 148 4.2.1. Muestras de nuestro estudio ........................ 150 4.2.1.1. Grupo de hombres ......................... 151 4.2.1.2. Grupo de mujeres .......................... 156 4.2.2. Pensamientos durante el coito ..................... 159 4.2.2.1. Lo que piensan las mujeres ............ 160 4.2.2.2. Lo que piensan los hombres ........... 161 4.2.3. Sentimientos durante el coito ...................... 162 4.2.3.1. Sentimientos de las mujeres ........... 162 4.2.3.2. Sentimientos de los hombres .......... 165 4.2.4. Subordinación femenina a los gustos, necesidades y deseos del hombre ........................... 167 4.3. Causas que impiden la vivencia del orgasmo .......... 172 4.3.1. Origen del problema según el paciente ........ 174 4.3.1.1. ¿A qué cree la mujer que se debe su problema? ...................................... 175 4.3.1.2. ¿A qué cree el hombre que se debe su problema? ................................. 176 4.3.2. Lo que revelan los datos ............................... 176 4.3.2.1. La educación .................................. 178 4.3.2.2. Carencia afectiva ............................ 184 4.3.2.3. Actitud negativa de la madre .......... 185 4.3.2.4. El pretexto del comportamiento de la pareja............................................... 187 4.3.2.5. Problemas en la relación de pareja ... 190 4.3.2.6. Otros problemas sexuales ............... 191 4.3.2.7. Coito doloroso ............................... 193 4.3.2.8. Miedos y temores ........................... 195 4.3.2.8.1. Los temores en el hombre. 196 4.3.2.8.2. Los temores en la mujer . 197 4.3.2.8.3. Temor al fracaso ............. 201 4.3.2.8.4. Temor al compromiso .... 202 4.3.2.8.5. Temor a la pérdida del control ................................. 203

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5. LA BÚSQUEDA DEL PLACER .................................................

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5.1. Eliminar obstáculos ................................................ 5.1.1. Relajación y concentración mental .............. 5.1.2. Falsas creencias, prejuicios y mitos sexuales . 5.1.3. Información ................................................ 5.1.4. Reducción de la ansiedad y de otros sentimientos ...................................................... 5.1.4.1. La regresión inducida ..................... 5.1.4.2. Prohibición terapéutica del coito .... 5.1.5. Conocimiento del cuerpo y de los genitales 5.1.5.1. Autoexploración: unos minutos de intimidad femenina ........................ 5.1.5.2. Otros obstáculos y comunicación en la cama ........................................ 5.2. Sensibilización del cuerpo ...................................... 5.2.1. Sensibilización sensorial .............................. 5.2.2. Sensibilización genital ................................. 5.2.3. Baño de inmersión ...................................... 5.2.4. Uso del vibrador y otros accesorios ............. 5.2.5. Las fases del orgasmo .................................. 5.2.6. Descripción del orgasmo ............................. 5.2.7. Material audiovisual .................................... 5.2.8. El mundo de las fantasías ............................

209 211 213 226

233 234 235 236 237 239 241 244 245 248

APÉNDICE A. Inventario para hombres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito .....................

251

227 228 229 231 233

APÉNDICE B. Inventario para mujeres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito ..................... 253 BIBLIOGRAFÍA .....................................................................

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A Gloria, por los muchos años de placer compartido.

Agradecimientos Es para mí una suerte y una gran satisfacción el haber encontrado a tantas personas dispuestas a leer y corregir el borrador del presente libro. Mi agradecimiento en primer lugar a don Antonio Roche Navarro, Presidente de Editorial Biblioteca Nueva, por su continuo apoyo y estímulo para seguir adelante con el proyecto de la presente colección Biblioteca de la Sexualidad. A la psicóloga Gloria Arancibia debo especial reconocimiento por su compromiso y entrega para que nuevos volúmenes enriquezcan la colección, así como por las observaciones para mejorar el contenido del presente volumen. De un modo especial deseo también reconocer el interés mostrado por mi hermano José Luis Matesanz por mejorar la formulación con enriquecedoras y sutiles anotaciones en cada uno de los capítulos. Mi agradecimiento también a la psicóloga Carmen Molinero por sus valiosas observaciones y comentarios. A mi amigo Carlos Ferrándiz agradezco sus aportaciones y su revisión del libro. A mi hijo Daniel he de agradecer el acierto de sus correcciones para mejorar la pre— 15 —

sentación y el estilo con una sagacidad que superan en mucho las expectativas que se pueden tener de un joven universitario. El intercambio de e-mails con Manuel Domínguez Rodrigo, profesor titular del Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, y su libro El origen de la atracción sexual humana me han servido de orientación y apoyo en puntos clave del Capítulo 1. Mi agradecimiento se extiende a su generosa disposición para escribir el prólogo del libro. Por último, mi agradecimiento a todas aquellas personas que, al confiarme en la consulta sus secretos y su visión de la vida sexual, más me han aportado; su testimonio íntimo y sincero es lo que realmente da fuerza y autenticidad a las páginas de este libro.

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PRÓLOGO

Los enfoques constructivistas del estudio de la sexualidad humana, fundamentalmente de raigambre europea, ponderaban que nuestra sexualidad era un «constructo» social; lo que juzgamos sexualmente atractivo es inducido a través de la cultura en la que nacemos. Este enfoque «cultural» era incapaz de explicar por qué determinados rasgos sexualmente estimulantes, como los genitales, los pechos y nalgas femeninos y las anatomías fibrosas masculinas, parecían expresarse de manera universal en todas las culturas del planeta. Con la irrupción de la sociobiología en el estudio del sexo, fundamentalmente cultivada en la biología y la psicología evolutiva estadounidense, se planteó una visión radicalmente opuesta: nuestra sexualidad está determinada genéticamente. Todo lo que consideramos sexualmente estimulante tiene una trayectoria evolutiva que ha dejado su impronta en los genes de nuestra especie. Ambos enfoques conviven en la actualidad de manera desigual y casi sin puentes de comunicación. El primero sirve de apoyo a lo que conocemos como el «feminismo de la igualdad» en el que se justifica que hombres y mujeres deben ser socialmente iguales puesto que no existen más diferencias biológicas entre ambos que las estrictamente vincu— 19 —

ladas a la reproducción. La sexualidad, como medio de relación reproductora entre ambos sexos, al ser transmitida culturalmente, no puede usarse como elemento diferenciador. El segundo enfoque, el sociobiológico, ha dado lugar al denominado «feminismo de la diferencia», en el que se admite que la biología de hombres y mujeres es diferente y, por lo tanto, que su rol en la sexualidad obedece a causas innatas distintas. La admisión de semejante diferencia se justifica dentro de un concepto de asociación solidaria entre hombres y mujeres, en el que la diferencia surge de la cooperación y complementariedad de ambos sexos, por lo tanto, no puede emplearse como justificador de desigualdades sociales. La expresión de estas dos visiones de la sexualidad tan radicalmente opuestas encuentra acomodo en la manera en que se filtran en la sociedad. Por ejemplo, un artículo sobre el efecto del síndrome premenstrual publicado en Cosmopolitan será diferente para la versión americana que para la europea, para recoger dichas sensibilidades opuestas. ¿Es la sexualidad una manifestación conductual percibida de manera diferente por hombres y mujeres o no? ¿Implican dichas diferencias y semejanzas roles sexuales diferentes o idénticos entre hombres y mujeres? Es indudable que la espina dorsal de nuestra sexualidad tiene un componente genético dictaminado por más de dos millones de años de evolución del género humano. Los primeros seres humanos parecen haber inventado una auténtica revolución sexual que parece haber sido la responsable de la atracción sexual humana moderna, creando lo que conocemos como atracción epigámica (o por rasgos físicos externos; por la forma del cuerpo) en contraste con la atracción química-feromonal del resto de primates. Esta última justifica que la mayor parte de la actividad sexual en los primates no humanos se restrinja a los períodos de celo y que la forma corporal de machos y hembras sea similar. La atracción epigámica humana explica por qué los cuerpos de hombres y mujeres tienen formas diferentes y por qué nuestra sexualidad es permanente y no está sujeta a ningún criterio de temporalidad. — 20 —

Sin embargo, un hecho que escapa a la atención de muchos sociobiólogos reduccionistas es que la atracción epigámica en nuestra especie no es el resultado de la expresión exclusiva de los genes, sino que está profundamente imbricada con un desarrollo neurofisiológico que implica una dimensión psicológica compleja. Nuestra apetencia sexual en un momento dado no la dictaminan los genes, sino que frecuentemente la guía un estado de ánimo. Los puentes entre lo fisiológico y lo psicológico están tendidos. La sexualidad, por consiguiente, tiene un origen genético que se combina maravillosamente con una diversidad de expresiones culturales, moldeadas psicológicamente; muchas de ellas de igual o mayor influencia que la fisiología en la manera en que nuestra conducta sexual termina expresándose. El libro que el doctor Matesanz nos presenta combina con elegancia y precisión la sensibilidad de ambos enfoques, insertando dentro de la trayectoria evolutiva de la sexualidad humana su dimensión psicológica y otorgando a ésta la importancia que otros enfoques reduccionistas no habían considerado de manera adecuada. Este énfasis pone de relieve un factor fundamental de nuestra sexualidad y único de nuestra especie: el erotismo. Definido por el doctor Matesanz como «una energía creadora», el erotismo es el factor que más enriquece (y justifica) nuestra sexualidad. Es la mejor expresión de la misma. El erotismo está moldeado por la vivencia consciente del placer sexual. La psique en este campo se convierte en reina. Es la plasmación de la combinación entre biología y cultura. A buen seguro que los pechos y nalgas femeninos son un símbolo de atracción sexual universal. Sin embargo, sobre dicha base universal surgen «variaciones sobre un mismo tema» (o sobre otros) como son la expresión de determinados rasgos considerados como eróticos de manera exclusiva por unas culturas y no por otras. Los dientes negros en determinadas culturas melanésicas o los cuellos largos en ciertas etnias del sudeste asiático son un ejemplo de elementos eróticos inducidos de manera cultural. Otros rasgos eróticos, actualmente de incierta procedencia — 21 —

(neurofisiológica o estrictamente cultural o una combinación de ambas), se expresan con mayor asiduidad en unas culturas que en otras, por lo que puede hablarse de dimensiones psicológicas de dichos rasgos diferentes en función del individuo. Por ejemplo, aunque el erotismo del pie femenino es un fenómeno muy extendido (no documentado universalmente) en varias culturas del planeta, en ningún sitio ha adquirido la dimensión que en la cultura china histórica. Esto es sólo un botón de muestra para hablarnos de la complejidad psicológica de nuestra sexualidad. Este libro que el lector tiene entre manos se introduce en dicha complejidad para hacerla inteligible al lego. Desde una informada revisión evolutiva de nuestra trayectoria sexual, se detalla la represión sexual introducida por las sociedades patriarcales y se aterriza en las claves que regulan su expresión en nuestra sociedad moderna. La expresión del orgasmo en el hombre y la mujer se contextualiza en la problemática creada por nuestra sociedad de consumo, que ha convertido el sexo en un objeto capitalizable y consumible más. Por los diversos problemas y frustraciones que la pérdida de libertad sexual conlleva, y por la manera en que el erotismo inhibido desvaloriza los logros de miles de años de evolución sexual humana, el doctor Matesanz nos recuerda la necesidad de volver a un disfrute epicúreo del sexo; siendo conscientes del mismo y conocedores de sus fundamentos. La relación entre eyaculación, placer y orgasmo es propiamente definida, y los problemas causados por una sexualidad mal entendida o psicológicamente modificada conducen a que en las sociedades industrializadas, donde la sexualidad se ha desnaturalizado más, las frustraciones sean una de las más comunes expresiones de nuestra sexualidad. El tratamiento de varios de estos problemas, como el de la falta de orgasmo, la frigidez o la eyaculación precoz, es posible. Este libro ofrece al lector una magistral descripción de los fundamentos de los tratamientos disponibles y, lo que es más importante, una guía de cómo adquirir una dimensión más completa del sexo que garantice su goce pleno. Tomando esta obra como guía ilustra— 22 —

da en la búsqueda del placer, con una reivindicación del erotismo y su sinónimo, la fantasía, el lector puede alcanzar a entender la compleja dimensión de la sexualidad humana y, de paso, aprender todavía más a disfrutar de la misma. En dicho proceso, el lector cobrará conciencia de la unicidad de nuestra sexualidad. Este universo ha tardado más de 15.000.000.000 de años en producir una sexualidad consciente y tan placentera. Es nuestra responsabilidad en el carácter efímero de nuestra existencia no desaprovechar dicho regalo. MANUEL DOMÍNGUEZ-RODRIGO Profesor titular del Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

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Introducción Los humanos comen carne, y el ciervo come hierba, los ciempiés devoran culebras y los grajos y lechuzas comen ratones. De todos ellos, ¿cuál es el que tiene mejor paladar? CHUANG TSE

¿Ha pasado por su mente alguna vez la idea de que el primer encuentro consciente del ser humano con su sexualidad fue a través del placer?, ¿que antes de pensar en la finalidad reproductiva del sexo no había en su mente otro propósito que disfrutar, fuera del disfrute solitario o con un compañero/a? Al principio de su vida consciente conoció el placer, sólo el placer. Milenios después vinieron las normas, las leyes, la moral, la condena, lo permitido y lo prohibido, la reproducción, la pareja, la monogamia, el matrimonio, etc. Pocas obras nos transmiten la excelencia del placer como El jardín perfumado del jeque Nefzawi, manual árabe del siglo XIV sobre el arte de amar, donde leemos: «Todo el amor, toda la sensualidad, todo el deseo es la búsqueda del goce. — 25 —

Sólo deseamos las cosas por el goce que nos producen. [...] Todo el universo estalla de goce. El placer es la fuente de todo lo que existe.» La filosofía tradicional, presa del dualismo platónico, rechaza de plano esta concepción del placer. No obstante, el placer es vida y no habrá impedimento alguno capaz de frenarlo. Es tal la trascendencia del placer sexual que en él radica el fundamento de dos estilos de vivir y de pensar: uno, idealista refinado, como el de Platón, Descartes, Kant, Heidegger y los seguidores de éstos y otro liderado por los —con frecuencia ignorados— Demócrito, Aristipo de Cirene, Diógenes de Sinope, Epicuro, Lucrecio y sus discípulos. Dos mentalidades, dos estilos de vida totalmente diferentes han conformado las sociedades occidentales desde la Antigüedad: por un lado, el idealismo platónico, el estoicismo y el cristianismo, con su exaltación del mundo de las ideas, de odio al mundo terrenal, su celebración del alma inmortal, su desprecio de la vida, de lo sensible, de lo real, con su aversión a las pulsiones y deseos carnales, su descrédito del cuerpo, del placer y de los sentidos. Por otro lado —con una actitud totalmente opuesta—, el hedonismo y el epicureísmo, partidarios del placer como bien supremo, del halago de los sentidos, de la vida pacífica y regalada, de los placeres de la vida. Tenemos ante nosotros una tradición milenaria de diversas culturas en la que la sexualidad reproductiva ha enturbiado el auténtico sentido del sexo divertido. Cada una de las antiguas culturas ha interpretado la finalidad reproductiva según el concepto de nación inculcado por su tradición. La sexualidad tenía para los egipcios la finalidad de cumplir con el sagrado deber de dar a los padres los honores de los muertos para facilitar su paso a la otra vida. De ese deseo de inmortalidad dan testimonio la momificación y la construcción de las pirámides. Los chinos buscaban en la relación sexual verse libres de las enfermedades, prolongar la vida y alcanzar la inmortalidad. Los griegos engendraban y criaban hijos con la ilusión de que fueran dignos herederos de sus — 26 —

padres. Para los romanos los hijos tenían como principal cometido la defensa del Estado. El ideal cristiano propone a los padres criar hijos para el cielo, menoscabando la vida en este mundo. Los hombres y las mujeres de nuestra cultura occidental, del llamado mundo civilizado, estamos más orientados al rendimiento que a la búsqueda del placer. Nos preocupa demasiado la consecución de objetivos, el éxito profesional o material. Empleamos la mayor parte de nuestra energía en conseguir un puesto de relevancia social, económica, intelectual o académica, en adquirir propiedades que nos sobrevivirán y que, en muchas ocasiones, no lograremos conseguir. Estos objetivos, lamentablemente, están a veces incluso por encima del perjuicio moral, la ruina económica o la pérdida de vidas de nuestros semejantes. Muchas veces están también fuera de nuestro alcance. El gozo y disfrute del cuerpo, por el contrario, está siempre en nuestras manos. Si el humano se moviera únicamente por el principio del placer, sin la ciega afición por la magnificencia, cambiarían muchas cosas no sólo en su vida sino en la de sus semejantes y en el mundo entero. Aparte de tener una vida más plena, relajada y satisfactoria, haría más feliz, más grata y más alegre la vida de las personas que quiere y con las que convive. La relación sexual sería más rica, satisfactoria y duradera. Este libro trata del placer sexual como tema principal, pero ¿de qué placer estamos hablando? ¿Qué es el placer sexual? Si al hablar del deseo sexual resulta difícil formular una definición operativa, es decir, una cuantificación objetiva, no es más fácil cuando nos referimos al placer sexual. Se habla del placer de la vida, de la comida, de la bebida, de viajar, de la lectura, de la música. Todo nos puede proporcionar placer o displacer, dependiendo muchas veces de nuestra propia actitud. La realidad nos brinda múltiples placeres que sólo esperan de nosotros una actitud receptiva. Los sentidos son los órganos del placer sensorial y ello nos hace pensar que si los incorporamos a nuestra vida eró— 27 —

tica nuestra vivencia del erotismo se verá ampliamente enriquecida. Si añadimos los recuerdos, la fantasía y la imaginación como fuentes de placer erótico, las posibilidades de disfrutar se multiplican sin límite. Aunque el placer sexual se considera a veces como un lujo, algo a lo que podríamos renunciar en la vida, sin embargo, no es un capricho del que pueda prescindir fácilmente el hombre o la mujer sin que su armonía interior no sufra algún quebranto. En lugar de un lujo superfluo, es una necesidad de todo ser humano. La sexualidad es la alegría por excelencia, nos recuerda el Talmud. El objetivo principal del presente libro es mejorar la vida sexual de todo aquel que se lo proponga. Exponemos en el capítulo primero la trayectoria evolutiva de los humanos hasta llegar a disfrutar de una vivencia consciente de la sexualidad, al ser los humanos —al parecer— los únicos seres que han llegado a gozar del erotismo. Ofrecemos asimismo una breve reflexión sobre las muchas posibilidades del humano para disfrutar del sexo, debido precisamente a su desnudez. En el Capítulo 2 nos ocupamos de cómo el humano ha superado siempre las barreras con las que los diferentes sistemas de represión han intentado frenar la libre vivencia del erotismo a través de los siglos. Nos centramos en algunos de los momentos históricos más relevantes y en las ideologías que más se han opuesto a la libertad sexual. El Capítulo 3 expone la naturaleza y vivencia de la eyaculación masculina y del orgasmo en ambos sexos, como suma expresión del placer sexual. Dejando de lado aspectos teóricos y definiciones, nos ocupamos fundamentalmente del modo en que el hombre y la mujer viven estas experiencias, presentando abundantes testimonios de ambos. En el Capítulo 4 exponemos la actitud, los pensamientos y los sentimientos de las personas que no tienen eyaculación o no llegan al orgasmo. Analizamos también las principales causas que impiden el disfrute de una relación sexual al hombre y a la mujer con estos trastornos sexuales. También — 28 —

aquí ofrecemos testimonios de personas para la aclaración de la raíz de sus problemas. Después de más de treinta años dedicados al trato directo con personas que acuden a nuestra consulta con el deseo de mejorar su vida sexual, disponemos de gran información en este sentido que hacen la lectura más atractiva y fundamentada. Con el objeto de conseguir un mayor disfrute de la relación sexual, el último capítulo presenta las técnicas más apropiadas en terapia sexual. Fundamentalmente se presentan dos estrategias: la primera va dirigida a la eliminación de los principales obstáculos que impiden la consecución de la eyaculación o la vivencia del orgasmo pleno. Con la segunda estrategia se intenta una mayor sensibilización del cuerpo con objeto de conseguir la plena vivencia del orgasmo. Deseamos que el lector llegue a confiar en la trascendencia de una vida sexualmente gozosa, en la fuerza del erotismo como la más potente energía de nuestra especie, convencidos de que si llegamos a conseguirlo sería el inicio de una convivencia más digna y respetuosa entre todos los habitantes del planeta.

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CAPÍTULO 1 El mono desnudo Arrastraba el gusano su fina piel entre la hojarasca, cuando, en ese mismo momento, vio saltar cerca de él a una liebre y pensó: «¡quién pudiera correr como esa liebre y verse libre del fango de la tierra donde mi cuerpo se desliza pesaroso!». En su carrera, la sobresaltada liebre vio cómo una ardilla huía trepando por los árboles y pensó: «¡quién pudiera trepar por los árboles como esa ardilla, no me alcanzaría el maldito lobo para comerme!». Los ojos de la ardilla divisaron en lo alto un pájaro volando entre las nubes y se dijo: «¡quién tuviera alas para planear en las alturas como ese pájaro y contemplar la inmensidad del paisaje, sería maravilloso». El pájaro a su vez, al volar sobre una playa nudista, recordó un pensamiento que había ocupado su mente muchas veces: «¡quién fuera uno de esos hombres o mujeres de ahí abajo, con todo su cuerpo desnudo, libre de plumas!... Pueden sentir en su piel el roce del aire, la suavidad ante el contacto con el agua del mar, el calor del sol o las caricias de la compañera/o!».

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1.1. CUERPO HUMANO DISEÑADO PARA EL EROTISMO ¿Somos conscientes los humanos del don de nuestra piel, de nuestra desnudez única entre la mayor parte de las especies animales? Ciertamente ninguna especie de mamíferos se encuentra tan desprotegida ante las inclemencias climáticas, pero tampoco otros seres pueden gozar como la especie humana del privilegio de una fuente de sensaciones tan variada y rica. No olvidemos que la piel es la zona erógena más extensa del cuerpo humano, la más rica en sensaciones, la primera en la carrera de los sentidos. Si cerramos los ojos en el aislamiento corpóreo más absoluto, puede ser que la única sensación externa que tengamos sea la de la piel: no vemos, ni oímos, ni olemos, ni gustamos, pero siempre están presentes de algún modo las sensaciones de la piel, aunque sólo sea a través de las pulsaciones de la sangre que circula sin cesar. Lo primero que el niño siente antes de nacer es —en palabras de Desmond Morris— un líquido cálido, un abrazo total de la madre, el balanceo de un cuerpo en movimiento y el latido de un corazón que palpita. Desgraciadamente los humanos estamos tan pendientes de nuestro trabajo, de nuestro móvil, coche, televisión y de tantos otros «regalos» del consumismo, que apenas llegamos a percibir una mínima parte de las múltiples sensaciones que en cada momento fluyen por nuestra piel, por nuestros sentidos. Inmersos en la rutina diaria, en el horario de trabajo o en las tareas de la casa, no escuchamos, no prestamos atención a nuestros sentidos o conscientemente los ignoramos para evitar que nos distraigan de tantas ocupaciones como nos esperan cada día, o que nosotros mismos nos imponemos, sin advertir que tanta ocupación no es sino una huída. Una huida... ¿de quién?, ¿de qué? ¿De nuestro yo sintiente? Sí, sin ser totalmente conscientes de ello, obviamos de este modo una de las experiencias que más pueden enriquecernos. — 32 —

Pongamos un ejemplo de la vida diaria: durante el baño, ¿disfruta del chorro de agua caliente que corre por su cuerpo? ¿Percibe la consistencia de sus músculos? ¿Siente el olor o el aroma del gel que utiliza? ¿Se recrea en la suavidad de su piel? Podemos continuar con otros muchos ejemplos: Antes de salir de casa por la mañana, ¿disfruta —aunque sea unos segundos— al contemplar el rostro de su hijo/a durmiendo en la cuna? Al darle un beso ¿siente su piel suave, su sonrisa, la placidez de su rostro, el olor y el calor de su cuerpo? Al despedirse de su compañera/o para ir al trabajo ¿contempla su rostro?, ¿lo mira a los ojos?, ¿disfruta del abrazo antes de salir de casa? Al besarla/o ¿siente el calor de sus labios? Si vive junto al mar o en el campo, ¿disfruta del paisaje y de las múltiples maravillas que diariamente le ofrece la naturaleza: sol, nubes, plantas, aves, olas del mar, aire, etc.? Así podríamos seguir con todas y cada una de las situaciones y experiencias del día, desde que sale de casa hasta que vuelve por la noche. Piense en cuántos momentos, cuántas oportunidades de sentir, gozar, disfrutar de personas, situaciones y cosas tiene a lo largo del día y cuán pocas llega a percibir conscientemente. El zoólogo inglés Desmond Morris bautiza al Homo sapiens sapiens, digamos al hombre moderno, con el elocuente nombre de «mono desnudo», si bien tal expresión no se ajusta a la realidad, pues la desnudez del hombre no corresponde a su pasado como primate o mono, sino a un desarrollo particular del género humano. Sus antecesores pasaron en el transcurso de varios millones de años por sucesivos estadios o fases evolutivas hasta adquirir el desarrollo del humano actual. Durante miles de años nuestros ancestros pasaron largos períodos de tiempo —siguiendo el símil de Morris— como mono del bosque, mono cazador, mono terrícola, mono sedentario; posteriormente llegó el mono guerrero, el mono navegante, el mono cultural y, ya en nuestros días, el mono espacial. Aparte de los cambios morfológicos por los que fueron pasando las diferentes especies de primates, de modo más vi— 33 —

sible desde la aparición de los homínidos hace unos cuatro millones de años, especialmente a partir de los Australopitecos, se fueron despojando gradualmente del pelo que recubría el cuerpo hasta adquirir el estado de desnudez casi total del hombre moderno. En éste, según el profesor de biología evolucionista de la universidad de Múnich, Josef H. Reichholf, la desnudez es la característica que responde a la necesidad de enfriar el cuerpo de un modo eficaz, así como la condición necesaria para nuestra capacidad de realizar esfuerzos físicos. Desde la aparición en la tierra de los antropoides o del orangután, gorila y chimpancé —las especies de primates que continúan con vida, más cercanas al humano— y de los primeros homínidos, el humano fue adquiriendo rasgos que lo diferencian de los demás mamíferos. Con el paso de millones de años fue abandonando el pelaje hasta llegar al estado en que se encuentra actualmente. Es el único mamífero terrestre cuya piel no está cubierta de pelo, si exceptuamos partes muy reducidas del cuerpo. Esto nos indica que el campo sensorial, el placer erótico y sexual han sido potenciados en nuestra especie a un nivel muy superior al de cualquier mamífero y al de los demás homínidos. La desnudez de su piel ha sido una pieza clave en la aparición del erotismo. Más aún, según el citado profesor Josef H. Reichholf, desempeñó un papel preponderante en la comprensión de la aparición de la raza humana. La desaparición de pelo proporciona un espacio totalmente abierto al contacto de los cuerpos, y con ello, mayores posibilidades al estímulo sexual, a través del tacto y demás sentidos. El humano no sólo tiene las manos más ágiles y sensibles que otros primates, sino que ciertas partes de su cuerpo, como los labios, la lengua, los lóbulos de las orejas, los pezones, los pechos y los órganos genitales, están abundantemente dotados de terminaciones nerviosas y han desarrollado una sensibilidad muy alta al estímulo táctil, enriqueciendo sin precedentes la capacidad erótica del ser humano. Los humanos tenemos incluso partes del cuerpo, como los lóbulos de las orejas, los labios, la nariz carnosa y protu— 34 —

berante —y sobre todo el clítoris en la mujer— que, según el parecer de algunos científicos, como el profesor Manuel Domínguez-Rodrigo, se han desarrollado exclusivamente para la producción de zonas erógenas y la consecución del placer. Debería ser motivo de profunda reflexión el hecho de que, a pesar de las numerosas posibilidades como tiene el humano de disfrutar de tantas y tan variadas sensaciones, no haya sacado más ventajas en su interacción sexual, y no haya superado el afán copulativo de sus parientes más cercanos, como el chimpancé o el bonobo. Poco se ha esforzado el hombre por enriquecer el campo de sus sensaciones y las delicias del erotismo, cuando en muchos casos en la relación sexual no supera, por ejemplo, el ritmo del gallo que, como es sabido, apenas emplea unos segundos en copular. No estamos de acuerdo con los sociobiólogos para los que la rapidez coital de hombre y mujer no es más que una de las consecuencias del proceso adaptativo del macho y de las ventajas biológicas que tal rapidez aporta. Y aunque este proceso adaptativo pudiera explicar el comportamiento de especies cuyo desarrollo no llegó —por su escaso desarrollo cerebral— al nivel de inteligencia del humano, han pasado casi dos millones de años desde que el género Homo llegó a tal desarrollo y muchos miles de años desde que el Homo sapiens sapiens, nuestra especie, consiguió el nivel intelectual y de socialización que le diferencia de otras especies. Sin duda se pueden alegar —a parte de los razonamientos sociobiológicos— razones de índole muy diversa (atmosféricas, medioambientales, cambios climáticos, etc.), para explicar las sucesivas transformaciones anatómicas de las diversas especies; pero no sería razonable desechar como causa —al menos secundaria o coadyuvante— la energía creadora del erotismo, con su inmenso potencial; esa fuerza impulsora de cualquier actividad humana para bien y para mal, que habría facilitado y acelerado la transformación de nuestra especie. Ante la creencia de algunos investigadores de que la sexualidad la inventó nuestra especie en el transcurso de su — 35 —

evolución, el profesor Manuel Domínguez Rodrigo y otros investigadores sugieren una nueva idea y argumentan que el proceso fue precisamente el opuesto, es decir, que la revolución sexual de los primeros Homo fue la que los convirtió en humanos. Semejante postura sostiene el conocido profesor Jared Diamond, según el cual, «el sexo recreativo y la menopausia fueron tan importantes para el desarrollo del fuego, el lenguaje, el arte y la escritura como lo fueron la posición erguida y nuestros cerebros grandes». Podríamos preguntarnos si nuestros ancestros se inclinaron siempre por el comportamiento de cópula compulsiva que caracteriza la unión sexual de muchos hombres de nuestros días. Indudablemente en la primera «etapa» en la que se fue alejando de sus hermanos hominoideos (gibones, orangutanes, gorilas y chimpancés) el macho no se diferenciaría mucho de éstos en su acercamiento sexual a la hembra. Pero desde aquellos lejanos tiempos hasta la aparición de los primeros homínidos pasaron unos siete millones de años, y cuatro millones más hasta la aparición del hombre moderno (Homo sapiens sapiens) (Cuadro 1.1). En este tiempo sin duda ha cambiado el humano mucho más sus hábitos copulativos en provecho de sí mismo y de su compañera/o. Nos encontramos ante una ingente laguna de datos, en la que cabe cualquier tipo de hipótesis para cualquier orientación antropológica y filosófica. Mi interés por conocer el momento en el que el humano tomó conciencia de la función sexual, de la trascendencia que un acto realizado rutinariamente —o impulsado por exigencias hormonales— tenía como generador de nuevos seres, me ha llevado a analizar el momento en el que, sin duda mucho antes, el género Homo fue consciente de su sexualidad, del placer que sentía al copular, antes o después de haber vivido conscientemente el placer sexual en soledad. Fue sin duda un paso importante en la evolución de nuestra especie y tal paso depende del desarrollo del cerebro para que sean posibles determinados procesos mentales. — 36 —

CUADRO 1.1.—Evolución de los homínidos Hominoideos: Antropomorfos: gibones, orangutanes, gorilas, chimpancés (hace 23 millones de años): Homínidos: • Ardipithecus ramidus: Vivió hace 4,5 millones de años. Primer homínido conocido • Australopithecus anamensis: Vivió hace 4,1 millones de años: Bípedos • Australopithecus afarensis: Vivió hace 4-2,9 millones de años: Postura erguida, coito cara a cara. Lucy • Australopithecus africanus: Vivió hace 3-2,5 millones de años • Homo habilis: Vivió hace 2,3-1,5 millones de años. Última especie que no saldría de África • Homo erectus: Vivió hace unos 1,5 millones de años. Sexo consciente • Homo antecessor: H. Heidelbergensis: Homo sapiens neanderthalensis: apareció hace unos 780.000 años • Homo rodhesiensis: Homo sapiens sapiens: apareció hace 200.000-150.000 años

Cuando hablamos de sexualidad, generalmente pensamos en la sexualidad del humano de nuestro tiempo o, a lo sumo, en la sexualidad de los mamíferos o de los Antropomorfos (gibones, orangutanes, gorilas y chimpancés), no obstante la sexualidad se remonta a tiempos muy lejanos y está presente en una extensa lista de antepasados humanos y no humanos, incluso antes del primer primate hace muchos millones de años. No olvidemos que los anfibios, peces y otros vertebrados se reproducen también de modo sexuado. Se calcula que nuestra especie, el Homo sapiens sapiens, apareció en África occidental hace 200.000-150.000 años, dejando de pertenecer a sus antepasados de especies diferentes. Menos conocidos son aún los pasos intermedios en la senda evolutiva que se dieron en el transcurso de cuatro millones de años desde la aparición de los homínidos hasta el — 37 —

hombre moderno. Desconocemos asimismo los complejos procesos neurofisiológicos y mentales que se fueron sucediendo desde el momento en el que este avanzado Homo se dirigió conscientemente a su compañera/o sabiendo el placer que le esperaba. Seguramente, como afirman los paleoantropólogos de los cambios experimentados en las especies, no fue un salto abrupto, sino un proceso lento, muy lento, de miles de años. Pero ¿cuál fue su reacción, admiración o perplejidad al descubrir, vivir conscientemente las delicias del sexo? ¿Quién puede asegurar que no se alarmó y hasta quedó atemorizado ante tal descubrimiento? ¿Vivió conscientemente una sensación semejante ya en solitario? ¿Cómo llegó a asimilar que su mano o sus dedos al frotar sus órganos sexuales o el pene en el interior de la vagina proporcionaran un placer tan sorprendente? Se dan cambios fisiológicos, sensitivos y sensuales en el cuerpo que despiertan la complicidad entre ambos sexos en el simple acto de cohabitar. Si añadimos los cambios morfológicos, físicos, visibles e incomprensibles que percibió el varón en su pene y la mujer en su vagina, aún más, si nos paramos a pensar en el momento en el que llegó a establecer una relación entre el acto de cohabitar y el de generar un nuevo ser... la perplejidad, el asombro y el desconcierto pudieron ser mucho mayores. Sólo una mente emparentada con el mundo de la magia y del misterio pudo sobrellevar tal impacto. Al estudiar la evolución humana, los arqueólogos y los paleoantropólogos estudian los vestigios, fósiles, restos y demás objetos, como hachas, flechas, lanzas, etc., que pueden datar de millones de años. Recogen huesos humanos, los miden y colocan cuidadosamente para formar el esqueleto, miden la cavidad craneal, tipo de dentición, fisuras o muescas en huesos, restos de hogueras, tumbas, etc. De todo ello deducen la época, habilidades, ocupación, alimentación, desarrollo mental y social de los seres que habitaron el lugar de los hallazgos. — 38 —

Cuando se trata, no obstante, de la capacidad sensorial, los afectos y la vida sexual, nos encontramos sin vestigio material alguno directo como prueba del nivel evolutivo. Ningún rastro o huella exterior al propio cuerpo nos conduce a un determinado momento en la evolución de los primates que nos permita deducir la relación afectiva, emocional y sexual de nuestros antepasados lejanos. Así pues, la intuición o la especulación de cada uno se encarga de desvelar el mundo sensorial de nuestros antepasados, los primeros homínidos, si bien con la ayuda de testimonios que prueben el desarrollo corporal a través de milenios. Difícilmente se puede establecer una línea divisoria, un punto de inflexión en la evolución que nos asegure cuándo nuestros antepasados salieron de la situación en que se encuentran los chimpancés actuales y comenzaron a vivir una sexualidad consciente, cuándo el erotismo, fuente de energía y de deliciosas sensaciones, fue percibido como tal en el sexo solitario o en el coito. Nuestros antepasados homínidos de hace cuatro millones de años, experimentaron durante miles de años sensaciones placenteras al copular sin que pasara por su cerebro la más mínima noción respecto a la excelencia del maravilloso don que poseían. Vivieron el sexo con la inconsciencia y placidez que proporciona todo don de la naturaleza y con la plenitud de quien lo disfruta en paz, calma y ausencia de tensiones internas o perturbaciones externas. ¿Puede imaginarse el lector/a la vida de aquellos seres en plena selva o en la sabana del África occidental, donde el único enemigo era el depredador; el único ruido, el proporcionado por el movimiento de las ramas, la corriente de los ríos o el gruñido, el canto, etc., de las diferentes especies animales; la única preocupación, la búsqueda del sustento diario? Esta búsqueda se dirigió con los primeros homínidos —los Ardipithecus ramidus— a plantas, raíces y frutos. Pasarían al menos dos millones de años hasta que, con el Homo habilis y su capacidad creativa, fuera la caza el sustento principal. Nos imaginamos quizá al macho o a la hembra Australopiteco/a yendo a la improvisada «casa» cargado/a de ali— 39 —

mentos para todo el grupo familiar. Por aquellos tiempos no se había llegado aún a la división sexual de tareas, por lo que tanto machos como hembras se procuraban el alimento. Durante millones de años nuestros antepasados vivieron el sexo con la misma naturalidad con que comían un fruto recién cortado de la planta. Para ellos el único reloj era el sol y el mayor sobresalto, el provocado por un rayo, un trueno o un depedrador, un fiero animal hambriento. ¿Qué podría inquietar la vida de aquellos seres que, sin saberlo y después de millones de años, terminarían en el espacio y serían capaces de alcanzar la luna? ¿Qué o quién podía condicionar el disfrute del sexo? Sin la plena conciencia del placer, pero también sin prohibiciones, sin el sentido de lo bueno o lo malo en el disfrute carnal, sin temores, sin celos, sin prisas, sin resentimientos, sin el sentido de posesión ni la ansiedad de ejecución, sin la gran cantidad de temores que atormentan al hombre y a la mujer actuales en el tema del sexo. En un mundo así la hembra y el macho vivieron el sexo en total igualdad; debió de ser una delicia nunca más vivida en el transcurso de milenios. En la evolución de la sexualidad el humano pasó por muchas etapas desde sus antepasados los homínidos. Nos interesa sobre todo mencionar cuatro de estas etapas o momentos, según creemos, cruciales: el coito cara a cara, el placer sexual consciente, el sexo reproductor y la conciencia del hombre de su papel en la procreación. 1.2. COITO CARA A CARA Según los científicos, hace entre tres y cuatro millones de años, al adaptar la postura erguida, el Australopithecus afarensis, que según parece engendró a la conocida Lucy —considerada también «la niña más vieja del mundo» y cuyo esqueleto fue hallado en Etiopía—, comenzó ya a practicar el coito cara a cara. No vivían aún estos homínidos el placer sexual con plena conciencia, pero con esa postura aumentaron — 40 —

sin duda las sensaciones ante el contacto y calor del cuerpo, ante la sensación de apretar y ser apretado/a con los brazos, frente a la expresión de los ojos y los gestos de la cara que tenían ante sí. El coito cara a cara hizo patente en el rostro de los amantes la expresión de satisfacción en el momento de mayor placer —sintieran o no el orgasmo en ese período—. Sin duda ambos sexos llegaron a percibir, aunque no «comprendiesen», que en ese momento les unía algo más que los cuerpos, las sensaciones realmente singulares, un «placer» diferente al experimentado cuando disfrutaban juntos de objetos exteriores como el alimento, el fuego o el agua. Las sensaciones vividas eran diferentes: estaban juntos, tocaban mutuamente sus genitales, se unían de modo impulsivo para terminar una experiencia quizá con los incipientes niveles de concienciación con los que nuestro antepasado, el Homo, viviría dos millones de años más tarde la experiencia sexual. Aunque el sexo, ya en la etapa de vivencia plenamente consciente, siempre ha tenido y tiene para los humanos connotaciones mágicas que escapan a la lógica y a cualquier control, durante millones de años la actividad sexual fue una actividad sin relación alguna con la capacidad procreadora y sin cualquier trascendencia en la vida social, una actividad no diferente a cualquier otra como rascarse, comer una fruta, etc., al modo de los antropoides actuales. Los primeros homínidos, hasta adoptar la postura erguida y practicar el coito cara a cara, apenas mantenían contacto corporal fuera de la unión de los cuerpos a la hora de disfrutar del sexo. Probablemente, al copular cara a cara y experimentar el calor del cuerpo ajeno y la suavidad de la piel mejoraron los comportamientos sociales y de acercamiento entre los individuos. El coito cara a cara hizo sin duda más patente la necesidad de proximidad, la natural inclinación al contacto, a pasar largos ratos abrazados sin otro objeto que disfrutar del calor del cuerpo, del contacto de la piel suave. Los conocidos experimentos en los años 60 de Harlow de la Universidad de Wisconsin en los EE UU nos dan pie a pensar en este cam— 41 —

bio en la vida social, muestran la necesidad de contacto confortable del mono, que prefiere pasa más tiempo junto a la madre sustituta de peluche que junto a la madre sustituta de alambre. Prefiere agarrarse a objetos suaves y peludos, permanecer en su regazo antes que entretenerse con otra actividad alejado de la madre. 1.3. EL HOMO HABILIS Y LA VIDA SEXUAL Desde que los homínidos adquirieron la postura erguida y practicaron el sexo cara a cara, hasta que el género Homo comenzó a vivir conscientemente el placer sexual pasaron, según los expertos, unos dos millones de años. En este tiempo se dieron sin duda cambios en el comportamiento y en las costumbres que supondrían nuevos avances, no sólo en la alimentación, en el hábitat y en la interacción entre grupos, sino también en un mayor acercamiento corporal, en la competencia quizá entre los sexos y en nuevos hábitos sexuales. Sobre todo el Homo habilis, de morfología muy semejante a la del Australopiteco, experimentó cambios en su hábitat y en su modo de vivir que, lógicamente, abrieron nuevos caminos en su vida social y produjeron cambios en la relación entre los sexos. El Homo habilis fue la última especie de nuestros antepasados que no se aventuraría a salir de África. Era habitante del bosque y recorrió pasajes mucho más abiertos que sus predecesores, como sabanas con árboles y matorrales. Se alimentaba de carne y grasas animales como parte importante de su dieta. Comenzó a tallar la piedra y parece haber dejado pruebas de actividad consciente en relación con el uso de herramientas, de ahí su nombre de hombre habilidoso. La elaboración de herramientas de piedra supone un proceso que incluye la concepción del instrumento, la localización de la materia prima, su traslado y posterior transformación en artefactos; lo cual exige, según Manuel Domínguez-Rodrigo, «una respuesta y un grado de habilidad no observable a nivel etológico». Georges Bataille llega a ver en el trabajo el fundamento — 42 —

del conocimiento y de la razón humana. Según este autor, «la fabricación de útiles de trabajo o de armas fue el punto de partida de los primeros razonamientos que humanizaron el animal que éramos [...] Es evidente que el trabajo hizo de él el ser humano, el animal racional que somos». Todo ello nos hace pensar que, aun sin tener un cerebro suficientemente desarrollado como para alcanzar la inteligencia del humano actual, se dio sin duda un aumento de la vida social, mayor trato en sus paseos al aire libre. Al no verse encerrados en el bosque, aumentarían los momentos de colaboración en tareas sociales así como el contacto accidental que terminaría en coito. El acercamiento de los cuerpos en momentos de baja temperatura o al dormir aumentaría las ocasiones de intimidad, vivencia del cuerpo e intercambio de contactos previos a la vivencia sexual. Debemos imaginarnos al hombre habilidoso en una convivencia tranquila, sin grandes altercados en el seno de los grupos. No existían guerras entre iguales y la fabricación de armas estaba destinada sólo a la caza y la pesca. Vivió sin duda miles de años de gran tranquilidad, con tiempo a su disposición para el asueto en el que los juegos llevarían al contacto corporal y a la relación íntima. 1.4. SEXO CONSCIENTE Según la opinión de los expertos, la autoconciencia en el humano surgió de modo gradual a medida que se incrementaba la complejidad estructural del sistema nervioso. Si bien no se puede precisar el momento de su aparición, la emergencia de la autoconciencia puede considerarse, por su singularidad, como el mayor salto producido en la historia, no sólo de los primates, sino de la vida: el humano pasó a un nivel de vida sustancialmente diferente al vivido hasta entonces. Parece ser que con la aparición de la especie Homo erectus del Paleolítico Inferior, hace unos dos millones de años (Cuadro 1.1.), el humano comenzó a ser consciente del pla— 43 —

cer sexual. Según Manuel Martín-Loeches, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, es altamente probable que estos predecesores del Homo sapiens moderno tuvieran conciencia del yo, el yo consciente que siente y actúa de modo diferente a los demás. El humano comenzaría por lo tanto también a tener conciencia del propio placer sexual. Con este nuevo avance, autores como Georges Bataille datan el momento en el que la actividad sexual dejó de ser un acto instintivo en el humano para convertirse en erotismo, es decir, una vivencia consciente, un placer que se podía provocar, experimentar y compartir a voluntad. Y este sí que fue un cambio importante, un paso de gigante en la evolución sexual de la especie humana. Un aumento importante de volumen encefálico, capaz de la reflexión y con plena conciencia de sí mismo, dio origen al primer pensador del género Homo. El Homo erectus, muy diferente a los homínidos anteriores, creaba herramientas muy elaboradas para aquel entonces y se alimentaba de vegetales y de la carne de los animales que cazaba. Con este avance el sexo reproductor por instinto pasó a ser sexo por pura diversión. La relación personal, el acto sexual y tantas sensaciones provocadas y vividas conscientemente, todo ello quedará para siempre oculto a nuestro conocimiento, perdido para siempre en la selva africana, al no llegar hasta nuestros días testimonio oral ni de ningún otro tipo que lo desvele. No obstante, el Homo erectus, nuestro antepasado salido de África occidental hace casi dos millones de años, poseía la clave para provocar sus uniones sexuales a voluntad por pura apetencia, de acercarse a su compañero/a cuando quería, quizá con una sonrisa en los labios, para unirse sin ningún otro compromiso ni explicación. En una palabra, fue consciente de que podía proporcionarse voluntariamente placer. En expresión de Georges Bataille dio el paso «a la búsqueda calculada de arrebatos voluptuosos». No obstante, aún quedaban muchas dudas sobre lo que sucedía en su cuerpo, conjeturas en relación con el poder de — 44 —

sus genitales, el pene en erección, la procedencia y la finalidad del semen, de la sangre que fluye de la vagina, etc. Seguiría aún cerca de dos millones de años sin establecer relación alguna entre el acto que le proporcionaba tanto placer y el origen de las nuevas criaturas que, por entonces, sólo pertenecían al mundo de la mujer. No debe extrañarnos tanta incertidumbre, pues muchos de los procesos sexuales siguen siendo un misterio para el hombre y la mujer de nuestros días. Con el sexo consciente el humano experimenta cambios en su vida sexual: sexo a voluntad, aumento de su frecuencia al ser consciente de que puede provocarlo cuando desee, técnicas de cortejo diferentes, complicidad, celos, etc. Estos cambios han perdurado generación tras generación durante miles de años hasta nuestros días y han sido motivo de discusiones en las parejas. La aparición del lenguaje, al menos en su estadio inicial, el denominado protolenguaje o lenguaje primitivo, en esta fase evolutiva del humano, confiere ya al Homo erectus (Martín-Loeches) la expresión más rica de sentimientos. La manifestación erótica del placer permite al ser humano primitivo expresar oralmente sus sensaciones, sus sentimientos, sus deseos, sus apetencias más íntimas y, asimismo, percibir semejantes manifestaciones en su compañero/a. 1.5. EL PLACER ORGÁSMICO ¿ES EXCLUSIVO DEL HOMO SAPIENS? Los arqueólogos y paleontólogos discrepan sobre la posibilidad de que los primates diferentes al humano cuando copulan y eyaculan gocen del mismo modo como disfruta éste. Es decir, se plantean si viven un orgasmo parecido al del hombre y la mujer. Ciertamente las hembras y machos de algunas especies primates no humanos muestran en la cópula —debido a veces a los ciclos del período de celo— la misma respuesta fi— 45 —

siológica que los seres humanos: contracciones fuertes y rápidas de la musculatura genital y uterina, engrosamiento y espasmos vaginales, contracciones rectales, tumefacciones en los genitales de los machos, erección del clítoris en las hembras, tensión de diversos músculos del cuerpo, aumento del ritmo cardíaco, etc. Blackledge, en su libro Historia de la vagina, habla del rostro orgásmico de algunas especies animales durante su actividad sexual. Estos comportamientos son semejantes en algunas especies de primates superiores; no obstante, no podemos decir que la cópula de los primates no humanos vaya acompañada de la sensación del orgasmo en cuanto explosión del placer con una breve obnubilación de la conciencia, o estado alterado de la conciencia, que acompaña a la experiencia humana del orgasmo. El comportamiento de los primates no humanos muestra a veces durante la cópula una actitud de aparente indiferencia (siguen comiendo, miran a su alrededor, se rascan la piel, juguetean con otros, etc.), lo que no se conjuga con un arrebato sexual provocado por las sensaciones orgásmicas que caracterizan la sexualidad humana. Los primates [no humanos] no pueden llegar a este arrebato de sensualidad [el orgasmo], por no tener un cerebro desarrollado lo suficiente como para que la experiencia psicológica alcance la primacía sobre el proceso fisiológico (Miguel Domínguez-Rodrigo).

La diferencia fundamental está en que la vivencia del orgasmo precisa un desarrollo encefálico superior al de nuestros parientes evolutivos (gibones, orangutanes, gorilas y chimpancés), por lo que su placer sexual es distinto al de los humanos. En estos primates —al igual que en muchos otros mamíferos— dicho placer responde más al acto de apaciguar reacciones biológicas que implican una alteración genital producida por la química hormonal de las feromonas, que a la búsqueda intencionada de goce que precisa un cerebro más desarrollado como el del hombre y la mujer. — 46 —

¿Cómo dejó la hembra humana de atraer al macho por esa química hormonal? Parece ser que sustituyendo este sistema de atracción por otro específico de las hembras de nuestros días: el desarrollo de rasgos físicos como focos de atracción del hombre; la llamada atracción epigámica o el sexo epigámico. El término científico de «sexo epigámico» se refiere a la atracción física permanente propia del hombre moderno. Somos epigámicos, es decir, físicamente deseables para el sexo opuesto. Nos atraemos incitados por los rasgos físicos del otro sexo, lo cual supone una gran diferencia morfológica entre el hombre y la mujer, diferencia impulsada —según los paleoantropólogos— por la mujer, que la hace promotora de una sexualidad permanente. A la «ovulación oculta» se une la especial sensibilidad de ciertos órganos al estímulo táctil, como los pezones, los pechos y otras zonas erógenas. «La denominada “ovulación oculta” de nuestras hembras —opina el profesor Manuel Domínguez-Rodrigo— provocó la aparición de lo que se denomina “sexo infértil” o, lo que es igual, sexo orientado al placer más que a la reproducción.» Los primates no humanos no pueden vivir el orgasmo como los humanos por no disponer de un desarrollo encefálico capaz de enlazar la experiencia psicológica con el proceso fisiológico. Las primeras evidencias de un cerebro organizado como el nuestro se dan con los primeros Homo, es decir, con la aparición del género Homo, hace aproximadamente 1.700.000 años, según se cree, con el Homo erectus. En la actualidad, por falta de evidencia física de la anatomía del Homo habilis, no se puede asegurar que dicho proceso hubiera comenzado con éste. Según Manuel DomínguezRodrigo: «Con las hembras de Homo erectus se puede pensar que la sensualidad hizo aparición en la evolución humana.» ¿Quiere esto decir que los primates diferentes al humano no sienten placer en el ejercicio de su sexualidad? Los científicos mantienen que, ciertamente, sienten placer, pero se trata de una sensación no comparable con la que experimen— 47 —

ta el humano en el orgasmo. La vivencia orgásmica implica una estrecha conexión entre el cuerpo y la mente; no es, pues, un simple fenómeno genital, sino más bien un fenómeno psicológico más complejo. Podemos entrar en confusión si no diferenciamos eyaculación y orgasmo. En realidad son dos reacciones fisiológicas, por lo que puede darse una sin la otra, como expondremos más ampliamente en el Capítulo 3. La eyaculación no lleva consigo necesariamente la sensación del orgasmo, ni siquiera en la especie humana, como nos muestran frecuentes testimonios en la consulta sexológica. Los primates no humanos eyaculan efectivamente y disfrutan en el acto copulatorio, pero este goce no equivale al orgasmo tal y como lo vive la especie humana. El placer vivido durante el orgasmo está tan ligado a la subjetividad de cada ser humano que no podemos transmitirlo a otras personas. Sucede como con la mayor parte de las sensaciones experimentadas por los diferentes sentidos. Sentimos calor, pero ¿cómo definimos el calor? Al intentarlo caemos en paráfrasis o tautologías para explicar lo que llamamos una sensación de calor. Lo mismo podemos decir de las sensaciones percibidas por otros sentidos. Identificamos el olor a jazmín, pero ¿podemos transmitirlo a alguien que nunca ha percibido tal olor? Algo semejante sucede al intentar describir el placer sexual. Toda definición en este ámbito se limita a describir cualidades o accidentes referidos a cualidades externas, modalidades o propiedades; pero nos quedaremos siempre en los accidentes, sin poder avanzar mucho más. Las personas que no han reflexionado sobre este tema o no están acostumbradas a hablar con su pareja u otra persona sobre sus vivencias sexuales, identifican a veces placer sexual, eyaculación, orgasmo o erotismo. No obstante, como hemos indicado en páginas anteriores, no son conceptos idénticos ni excluyentes, aunque podamos admitir que el placer sexual es un concepto mucho más extenso que la eyaculación o el orgasmo; se refiere a una vivencia mucho más — 48 —

amplia, comprende una realidad mucho más compleja y global, como veremos más adelante. Para comprender los múltiples matices y la riqueza de la vivencia con la que el ser humano ha identificado el placer sexual a lo largo de la historia, más que acudir a la literatura de la cultura cristiana o a los sexólogos de los dos últimos siglos de las sociedades occidentales, necesitamos hacer un largo recorrido a través de varios milenios, analizando el origen y las manifestaciones del placer humano comparado con el de otros primates. Necesitamos asimismo adentrarnos en el profundo sentido de la prostitución sagrada, en el arte y secretos de las geishas en Japón; acudir a los libros de alcoba de la antigua China y Japón, a la literatura hindú, árabe e indoamericana. Se precisa también un análisis ausente de prejuicios de los escritos de autores más cercanos en el tiempo a nosotros, como Leopold von Sacher-Masoch o el Marqués de Sade. Una lectura sincera y crítica de El Cantar de los Cantares desterraría la condena al deseo sexual, al placer sexual, y la ligereza con la que la doctrina de la Iglesia ha tratado el sexo. En el último capítulo de este libro encontrará el lector/a el modo de avanzar en la vivencia del propio cuerpo, ampliar el campo de las sensaciones eróticas y aprovecharse mejor de las posibilidades que nos ofrece la potencialidad sensorial del «mono desnudo». 1.6. EL HOMBRE TOMA CONCIENCIA DE SU PAPEL EN LA PROCREACIÓN

Como vimos en un apartado anterior, en un momento de su evolución el humano dio el paso a la conciencia erótica, a su capacidad de producir voluntariamente placer. En esta fase evolutiva en la que vivió el sexo por pura diversión, sin ninguna otra finalidad ni otro compromiso, permaneció más de un millón de años, hasta tomar conciencia del papel del hombre en la procreación. El humano de ambos sexos vivía — 49 —

el coito por puro placer y sin pareja fija, sin otra limitación que la observada en la práctica sexual del chimpancé común y del bonobo de nuestros días, este último de una actividad sexual muy variada y frecuente. Tendrían que pasar muchos miles de años más hasta que el varón fuera consciente de su participación en la concepción de un nuevo ser, algunos humanos no son aún conscientes de ello. Durante miles de años la capacidad de crear nuevas vidas sería un atributo exclusivo de la mujer; el hombre no tenía nada que ver con este don maravilloso, propio sólo de seres superiores, y ni se le pasaba por la mente que él pudiera intervenir como parte necesaria en la reproducción de nuevos seres. William Robertson comenta que los habitantes de la tribu euduna de Australia nunca habían relacionado sexualidad y descendencia hasta la llegada del hombre blanco (Mora, 2006). Conocemos tribus que no encuentran aún una relación entre el acto sexual y el papel del hombre en la procreación, y, si la encuentran, no se trata de una relación directa entre el esperma masculino y el origen del nuevo ser. El antropólogo polaco Bronislaw Malinowski comprobó que aún en el siglo pasado los habitantes de las islas Trobriand en la costa de Nueva Guinea atribuían la aparición de todo nuevo ser vivo en la comunidad a los esfuerzos combinados del espíritu del mundo y del organismo femenino, sin dejar sitio a ninguna suerte de paternidad física. Pensaban que los espíritus llevan al niño durante la noche, lo depositan sobre la cabeza de la mujer; «la sangre de su cuerpo fluye hacia la cabeza, y la corriente de esta sangre arrastra poco a poco al niño hasta el vientre. La sangre contribuye a la formación del cuerpo del niño y lo nutre, razón por lo cual cesan las reglas de la mujer cuando queda embarazada». Para los trobriandeses la cópula era necesaria para el nacimiento del niño, al ser necesaria la dilatación de la vagina por donde habría de salir el niño; éste era el único sentido que tenía la acción del hombre en cuanto al nacimiento de un nuevo ser en esta sociedad primitiva. — 50 —

La fertilidad siempre estuvo envuelta en un misterio para el hombre primitivo que se manifestó en multitud de mitos. En un principio estos mitos versaban más sobre la gravidez de la mujer, sobre la procreación y el nacimiento de un nuevo ser, que sobre su relación con el acto de copular en sí. Muchas estatuillas de mujeres grávidas de hace miles de años son un claro testimonio de ello. ¿Cómo se explica que el humano tardara tanto en relacionar el acto sexual y la participación del hombre en la procreación? Alguna luz nos proporciona el comentario de José Antonio Marina: «algo tan enigmático como la aparición de un niño no podía proceder de un acto tan natural como el coito». La experiencia diaria no dejaba duda sobre la participación de la mujer. Era evidente para todos que la criatura salía del vientre de la mujer, pero ¿de dónde procedía el nuevo ser? ¿Cómo llegaba al cuerpo femenino? ¿Qué tenía que ver el hombre con tal fenómeno, con la llegada de una nueva vida? Con el tiempo los antepasados nuestros observaron que el vientre de las hembras de todos los mamíferos iba creciendo paulatinamente antes de parir. El proceso sería más o menos lento, pero se repetía sin grandes variaciones, si bien no dejaba de ser un gran enigma para todos, incluida la mujer: había un gran misterio en todo ello. Nadie se explicaba cómo había llegado allí la criatura. Sólo una fuerza natural (el sol, un rayo, el viento) o un ser poderoso, mágico, desconocido, podía ser el origen de tal maravilla. Antes de ser consciente el hombre de la paternidad, ve a la mujer con una capacidad superior, con poderes suprahumanos, con la capacidad de generar vida, reproducirse a sí misma y a otros seres humanos, algo que él no posee. Quizá radique en esta vivencia ese miedo ancestral del hombre a la mujer y a su sexualidad, semejante al miedo a las fuerzas incontrolables de la naturaleza. Durante miles de años la participación del hombre en la aparición del nuevo ser no pasó por la mente de nadie. En realidad, la noción de paternidad no existió en gran parte de — 51 —

la prehistoria. ¿Qué pudo influir en que se prolongara tal estado de cosas? Varios hechos podían desviar de su mente la idea de que la unión de ambos sexos sería la causa o el origen del nuevo ser. Por una parte, observaban a las aves que, aunque copulaban con frecuencia, a las hembras no se les hinchaba el vientre ni parían hijos. Por otra parte, tanto en los humanos como en otros mamíferos, el número de cópulas, aunque fueran muy frecuentes, no se correspondía con el número de embarazos ni de hijos. Había mujeres con gran actividad sexual que nunca traían descendencia, pues suponemos que la infertilidad de ciertas mujeres u hombres existía ya por aquellos tiempos. Finalmente, el largo intervalo de tiempo entre la unión sexual, o la concepción, y el nacimiento del nuevo ser dificultaba cualquier conexión directa entre ambos; el cálculo resultaba difícil. No obstante, después de muchos años de convivencia de los humanos con plena conciencia y capacidad de raciocinio, otras observaciones les fueron acercando a la solución del enigma, a la importancia del acto sexual y a la necesidad de la participación del varón en la concepción del niño. Por ejemplo, la hembra que no tenía relaciones sexuales no quedaba embarazada; además, cuando en el establo o en la casa sólo había hembras o machos tampoco se daban embarazos. Se precisaba la convivencia de ambos sexos para que se produjera la preñez. Poco a poco llegaron a la conclusión de que, además de la hembra, se necesitaba la participación o la presencia del macho e, incluso, la unión sexual entre ambos. Cuando el hombre fue consciente del poder de sus genitales al asignarles una causalidad creativa a través de la procreación, se sintió semejante a la mujer, con el mismo poder creativo y se erigió, a sí mismo, dios. A partir de ese momento los dioses masculinos fueron sustituyendo a la diosa madre, el dios varón desterró a la diosa madre. Proliferaron las figuras masculinas que sustituyen a las estatuillas de mujeres. El varón dio a sus genitales un carácter sagrado y divino, comenzó a venerarlos. Surgió el culto al falo del que nos han dejado testimonio todas las culturas y que persiste en nues— 52 —

tros días disfrazado de múltiples mitos sobre el miembro viril y la masculinidad. Si nos preguntamos en qué época o período llegó el humano a tal conclusión, no podemos determinarlo con exactitud ni mucho menos. En el arte paleolítico no observamos representación alguna del acto sexual ni de la pareja procreadora. Parece que la concepción de un dios masculino creador y controlador —tal como es imaginado aún por la humanidad actual— coincide en el tiempo con la conciencia masculina de su participación en la procreación, y que ambos acontecimientos se sitúan en la Edad del Bronce, hace unos cinco o seis milenios. De esta época datan las primeras figuras itifálicas de las que tenemos conocimiento, si descartamos las representaciones y pinturas del arte rupestre, como la del pozo de Lascaux de hace unos 17.000 años, a las que se han dado interpretaciones diferentes. Generalmente se relacionan a los numerosos monumentos, estatuas, figuras e imágenes itifálicas con la fertilización vegetal y fecundación animal. Tales representaciones del miembro masculino en erección y de grandes proporciones se han hallado en los cinco continentes desde hace varios milenios, como la estatua del dios egipcio Min del período predinástico, localizada en su templo de Coptos hacia el año 3.000 a.C., o el dios de terracota de la cultura vinca en la Europa central, hacia la segunda mitad del quinto milenio a.C. Estas figuras se interpretan como dioses de la vegetación o de la fecundidad, lo que implica esa capacidad en el varón. A falta de otras pruebas más directas que nos alumbren sobre este hecho, la mitología, reflejo de una sabiduría transcultural, aporta algún testimonio adicional. Los mitos y leyendas muestran el pensar de sus autores en el tema que nos ocupa. La mitología griega no nos aclara mucho, ya que su origen sólo se remonta al siglo VIII a.C., época en la que Homero escribe los poemas épicos la Ilíada y la Odisea, y Hesíodo la Teogonía, principales fuentes de la mitología griega. El profesor Federico Lara Peinado nos transmi— 53 —

te un mito sumerio escrito hace unos 4.000 años que puede ser de mayor ayuda en este particular. Enki, dios del agua, y Ninhursag, diosa de la tierra y de la fertilidad, conciben a su hija Ninmu: «Enki vertió su semen en el seno de Ninhursag, ella recibió el semen en su seno, el semen de Enki. [...] Habiendo hecho sus nueve meses, los meses de la “maternidad”, Ninhursag, la madre del país, dio a luz a Ninmu.» No cabe duda de que, al menos en esa época, el hombre era consciente de su papel en la reproducción. Hace unos cinco milenios, el dios egipcio Atum, en un intento de ejercer esa capacidad de generar, según los Textos de las Pirámides, «tomó su pene con la mano y eyaculó a través del mismo para crear a sus hijos gemelos Shu y Tefnut». Estos textos se remontan, según Joann Fletcher, al tercer milenio antes de nuestra era. Un varón solitario llegaría, mediante la masturbación, a la fecundidad. Otro mito egipcio, un milenio posterior, describe cómo el dios artesano Jnum modela, a partir de simple arcilla, al hombre, al que, entre otros órganos vitales, provee de órganos sexuales para que procreara. Para Scilla Elworthy, la primera prueba de la toma de conciencia del papel del hombre en la procreación aparece en una piedra gris, esculpida hace unos 8.000 años y descubierta en un templo neolítico dedicado a la diosa en Catal Huyuk. Una parte de este relieve muestra los cuerpos de dos amantes íntimamente abrazados; en la otra parte se ve a una mujer con un bebé en brazos. En opinión de la historiadora, el hecho supuso que los hombres comenzaran a tener un destacado interés por su descendencia y se preguntaran qué niños eran sus hijos y cuáles no. ¿Coincide el origen del patriarcado con la conciencia de paternidad, como opinan varios autores? El patriarcado no se inició de un día para otro, ni de un siglo para otro. Su formación fue cuestión de milenios, entre el año 3.100 y 900 antes de nuestra era. A partir del III milenio a.C. los dioses varones suplantan a la diosa en un proceso que dura hasta el año 900 a.C. Los — 54 —

dioses varones se van apropiando de las prerrogativas y atribuciones de la diosa; una de las principales y más características fue la capacidad de generar y crear. En este período de tiempo se dieron cambios de gran trascendencia sobre todo en la vida de la mujer: a) el reinado de la Diosa Madre o la Gran Diosa, destronada por el dios masculino, llega a su fin; b) se restringe la sexualidad de la mujer tal como se vivía en la época matrilineal cuando se desconocía aún la paternidad del varón; c) se impone la familia monógama y la herencia patrilineal, origen de la subordinación femenina; d) la mujer pierde su función económica, así como su autonomía y libertad sexual; e) el hombre asume papeles asignados hasta entonces a la mujer: la administración de la casa, e incluso se constituye en el dios creador. Estos cambios económicos, sociopolíticos, en la vida familiar y sexual marcarán durante milenios a la mujer, que aún en el siglo XXI sigue siendo objeto de polémica, desigualdad legal y maltrato físico. REFLEXIÓN FINAL Puede parecerle al lector que este capítulo contiene reflexiones sin base científica. Esta impresión se debe más bien a que los eruditos, al interpretar objetivamente las sociedades protohistóricas y prehistóricas de nuestros antepasados, suelen pasar por alto algo que, sin duda, vivió todo humano: su relación afectiva y sexual, y, a partir de un estado evolutivo determinado, la sexualidad consciente o el erotismo. Los antropólogos/as y arqueólogos/as muestran la destreza del Homo habilis, capaz de modelar objetos de piedra con determinadas características. Consideran indicios de arte, siquiera rudimentarios, el gusto del Homo erectus (hace uno o dos millones de años) por la simetría de las flechas de mano bifaces que tallaban, quizá para atraer a las hembras, o los grabados en ocre de la cueva de Blombos de hace unos 77.000 años (Martín-Loeches, 2008). — 55 —

No obstante, sobre el proceso sexual, que sin duda vivieron nuestros antepasados durante millones de años, pocas veces se pronuncian los científicos ni nos transmiten su punto de vista por aventurado que sea. Puede existir en esta actitud un anhelo de permanecer fieles a los criterios de toda interpretación científica. También puede existir un cierto pudor no justificado que les frena a expresarse sobre la vida sexual de nuestros ancestros, sobre su interés en el sexo y en las manifestaciones afectivas, sobre su realidad sexual. Nos resulta un tanto sorprendente la interpretación que suele darse a la gran cantidad de representaciones —figuras humanas u objetos— fálicas, de estatuillas femeninas con atractivos pechos, caderas pronunciadas o exhibición ostentosa de los genitales femeninos. Incluso escenas de claro intercambio sexual entre ambos sexos o entre el humano y el animal del Neolítico y anteriores, no se ven como una manifiesta expresión de placer sexual, sino que son interpretadas reiteradamente como simples ritos de fertilidad, exaltación a la fecundidad o culto primitivo a la fertilidad, pero cuya auténtica fuerza reside —según nuestra humilde opinión— en su evocación erótica. Encontramos, asimismo, semejante interpretación moralista de las danzas rituales, conscientes incluso como somos de que el canto y el baile en nuestra sociedad tienen connotaciones altamente eróticas y sexuales. Parece como si algo tan natural como el sexo, el erotismo y la vida afectiva fuera ajeno a la humanidad o careciera de importancia para el hombre primitivo. Da la impresión de que nuestros antepasados estaban sujetos a idénticos tabúes e inhibiciones del humano de nuestros días, que vivían como auténticos anacoretas, cuando, en realidad, es posible que el humano no haya vivido una vida sexual más natural, libre y frecuente como hace millones de años. En este capítulo nos aventuramos a expresar ciertas consideraciones que la comunidad científica no siempre com— 56 —

partiría. Es nuestro deseo desmitificar la imagen que nos han transmitido de nuestros ancestros sobre su sexualidad y su erotismo. Deseamos una imagen más cercana, más real y más «humana» no sólo de los primeros representantes del género Homo, sino también de otros antepasados anteriores a éstos.

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CAPÍTULO 2 Del placer prohibido y sancionado al placer exaltado Placer: «¿Existe un medio mejor de ayudarse mutuamente que compartiendo los cuerpos que fueron creados para ser compartidos?» MARQUÉS DE SADE

El ser humano, desde que alcanzó el estado de autoconciencia no sólo ha disfrutado del sexo como una de las fuentes más generosas de placer, sino que ha elevado las sensaciones eróticas a la categoría de placer por excelencia, superior —para muchos humanos— a cualquier otra sensación o deleite, a cualquier otro bien y a cualquier instinto, incluso al instinto de supervivencia. No todos los placeres están al alcance de cualquiera ni son de igual modo asequibles para todos; a veces su disfrute depende de factores externos fuera del alcance del individuo. Disfrutar de un buen manjar o de una comida exquisita su— 59 —

pone gastos; ni siquiera, pues, los alimentos son asequibles para todos. Lo mismo podemos decir de poseer un coche de lujo, disfrutar de unas vacaciones o hacer un viaje de placer durante quince días en un crucero. El placer erótico, por el contrario, está al alcance tanto del adinerado como del indigente, del alto ejecutivo como del más humilde de los empleados, de la mujer como del hombre, del inteligente como del carente de altas dotes intelectuales. La exaltación del erotismo ha distinguido al humano moderno frente a las demás especies desde que fue vivencia consciente, como hemos señalado en el capítulo anterior. La excelencia del placer sexual desconoce los límites de la geografía o del tiempo. La complacencia en todo aquello que supone deleite del cuerpo y del espíritu ha alimentado la imaginación y la creatividad de los humanos. A ella se deben grandes obras de arte en todos los géneros, tanto en la escultura, en la arquitectura, en la pintura como en la literatura. El disfrute humano ha estado presente en muchos artistas que han exaltado la nobleza y dignidad del sexo por encima de otros valores y otros bienes materiales. La función creadora del placer sexual es altamente valorada en muchas civilizaciones de la Antigüedad, siendo la unión sexual para la escritora y psicoterapeuta pakistaní Shahrukh Husain, la «expresión suprema de la creatividad humana». Si bien todos los pueblos y culturas han exaltado el natural y legítimo placer sexual, en ocasiones se ha considerado como un lujo, como algo innecesario o superfluo, cuando no peligroso, perjudicial o innoble. Peor aún, quien ha deseado satisfacer este disfrute a veces ha tenido que enfrentarse a la censura y hasta a la condena de fuerzas represoras en todas las épocas de la historia. Como escribe la psicóloga Stella Resnick, «a lo largo de toda la historia de la cultura occidental, la sociedad en general ha fomentado una visión del mundo basada en el sufrimiento, y no en el placer». Hemos llegado al extremo de que el rechazo del placer, particularmente del placer sexual, se considere un requisito básico de la vida civilizada. — 60 —

La exaltación del placer y su condena se han sucedido periódicamente a lo largo de toda la historia: a toda época de gran permisividad y de disfrute sexual entusiasta, o simplemente de júbilo y relajación de las costumbres, sucedió otra de represión, prohibición y condena. Los emperadores, gobernantes, papas, monjes, filósofos o simples ciudadanos fueron los autores principales de dicha represión y condena. El humano ha luchado en todas las épocas y continentes, entre el disfrute del sexo natural, libre, y la renuncia forzosa al mismo, con la firmeza y tenacidad que otorga la energía del erotismo. Todo régimen político de orientación autoritaria y moralizante ha limitado las libertades de los ciudadanos y, en especial, las relacionadas con el disfrute sexual. Los más poderosos tienden a someter a sus vasallos mediante la prohibición del placer. ¿Temerán en su interior que, si bien con soldados y armas pueden enfrentarse a cualquier enemigo visible, nada pueden hacer contra la invisible fuerza del erotismo? Ya nos advertía Wilhelm Reich hace medio siglo que «la represión sexual sirve para mantener más fácilmente a los seres humanos en un estado de sometimiento». 2.1. EL SISTEMA PATRIARCAL INICIA LA REPRESIÓN DEL PLACER

La primera gran represión del placer —de la que tengamos constancia— en la historia de la humanidad recayó sobre la mujer. Sucedió esto hace unos 5.000 años, al verse ésta sometida por el sistema patriarcal, que impuso una nueva estructura familiar, un nuevo sistema de fuerzas y dominio, con nuevos roles para el hombre y la mujer. La mujer no sólo perdió su hegemonía en la sociedad y muchos de los derechos adquiridos, sino que, con el tiempo, se le negó la libertad de decidir sobre su cuerpo y hasta el derecho de disfrutar libremente del placer sexual. Con el hundimiento del matriarcado desapareció la permisividad sexual de la mujer ca— 61 —

racterística de este sistema; se le privó —entre otras cosas— del disfrute de la sexualidad, del placer o goce erótico y de la libertad sexual. En nuestra cultura occidental del siglo XXI, pasado más de medio siglo desde el inicio de la liberación sexual y después de haber eliminado, al menos en parte, las grandes diferencias de género de siglos pasados, resulta difícil imaginar que durante más de veinte mil años la mujer era quien dirigía no sólo la vida familiar sino también la relación sexual, y que gozaba de una libertad sexual como después no ha vuelto a conocer. La auténtica vida sexual de la mujer en aquellos remotos tiempos ha estado encubierta durante siglos hasta que en los últimos decenios se ha impuesto una actitud crítica a las interpretaciones conservadoras de algunos historiadores y hombres de ciencia —varones casi en su totalidad— hasta mediados del siglo pasado. La investigación de diversas disciplinas —fundamentalmente la arqueología, el arte, la mitología y el estudio de sociedades primitivas— nos indica que la mujer de aquellos lejanos tiempos gozaba de una total libertad sexual: sexo independiente, sin vínculo a una pareja estable; sexo libre, es decir, cuando surgía el impulso y se daba la oportunidad, sin la imposición del varón; sexo por el puro placer, sin buscar la procreación. Todo esto, gracias a que los humanos del Paleolítico no vinculaban aún la reproducción a la unión sexual. Desde el momento en que el varón fue consciente de su poder de fecundar, comenzaron a cambiar las cosas: el varón procuró asegurarse su paternidad, pues ello suponía no tener que alimentar a hijos de otros varones. Para asegurarse la fidelidad de la esposa el varón puso en marcha una serie de medidas, algunas de las cuales han perdurado hasta nuestros días: el contrato matrimonial, la penalización del adulterio, la prostitución sagrada o comercial. En las formas de matrimonio más antiguas, incluso cuando se estableció la relación monógama, no había una resi— 62 —

dencia común; la esposa continuaba en la casa paterna y el hombre residía en la misma casa como invitado ocasional o permanente. En estas condiciones, la mujer gozaba de autonomía y podía divorciarse sin dificultad. Con la implantación del patriarcado, la institución del matrimonio dejaba en manos del varón prácticamente el dominio absoluto sobre la esposa y se aseguraba la paternidad de los hijos venideros; más restringida quedó en realidad la libertad de la mujer y su disfrute sexual. Durante los milenios que duró el matriarcado, la mujer había vivido en un régimen de igualdad sexual con el hombre: era sexualmente libre y con las mismas prerrogativas que éste, incluso en los antiguos tiempos de la Gran Diosa, la mujer gozaba de mayor autonomía, iniciativa sexual y libertad de elección que el hombre. Al establecerse el patriarcado (al final del Neolítico, unos 3.000 a.C.), el hombre no veía con buenos ojos que la mujer gozara de las mismas libertades que él ni la falta de control de los movimientos de ésta cuando él, por motivos de trabajo en la incipiente sociedad agrícola, no estuviera en casa, que no era aún «su» casa ni siquiera la casa de ambos, sino más bien la casa de los padres de la mujer. De esta manera se introdujo el matrimonio de carácter claramente patrilineal: la familia del novio pagaba un precio por la novia que pasaba a vivir en la casa del esposo. En la nueva situación la mujer pasó a depender totalmente del varón en lo económico y en la toma de decisiones, incluido en el divorcio, sobre el que la mujer no tendría derecho durante milenios. Se llegó así al matrimonio por compra y por contrato escrito. Las mujeres con el tiempo llegaron de este modo a formar una parte importante de la economía de la familia: participaban en la producción de bienes económicos, eran las reproductoras y cuidadoras de los hijos y desarrollaban las tareas domésticas. Incluso los servicios sexuales venían a formar parte de un contrato comercial, y en las clases bajas el matrimonio se transformaba en una esclavitud doméstica. El — 63 —

Código de Hammurabi1 contiene un gran número de leyes muy restrictivas para la mujer tanto en la regulación del matrimonio como en la vida sexual. En la sociedad patriarcal, la mujer sólo pasaba a ser miembro de pleno derecho con el matrimonio. A partir de ese momento la mujer será pura obediencia, elegida por el varón y sin intervención de su voluntad, estará durante milenios sometida a la voluntad ajena. No sólo se disminuía su capacidad de decidir en la familia, sino que se le privaba de la libertad de elegir pareja sexual; perderá el derecho de buscar su placer sexual y quedará a la disposición permanente y subordinación al placer sexual masculino. Esta relación matrimonial tuvo vigor no sólo en la antigua Mesopotamia, sino en todas las sociedades primitivas con régimen patriarcal de los cinco continentes. Con mayor o menor rigor y con variantes muy diversas persiste aún en algunas sociedades actuales. Otro sistema de control de la libertad sexual de la mujer por parte del hombre ya en tiempos muy remotos, una vez establecido el patriarcado, fue la prostitución sagrada y la comercial tanto voluntaria como forzada por el varón. Desde muy antiguo se conocen burdeles privados y estatales. La prostitución sagrada era un rito —se la denomina también prostitución ritual— por el que las niñas o adolescentes, al llegar a cierta edad, se dejaban desflorar «voluntariamente» por extranjeros en los templos, a cambio de una moneda de plata. De voluntaria tenía poco esta práctica, pues las jóvenes debían someterse por ley si querían después optar al matrimonio. Esta práctica fue ejercida por las sacerdotisas de los templos en honor a diosas como Inanna en Sumer, Ishtar en Babilonia, Cibeles en Frigia y otras diosas de Oriente, quienes ostentaban la distinción de «diosas vírgenes» porque no per—————— 1. Este código es un conjunto de leyes recibidas por Hammurabi, rey de Babilonia, de su dios. Está datado entre los años 1792 y 1750 a.C., y se considera el primer código conocido de la Historia.

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tenecían a varón alguno. La prostitución ritual fue conocida por todas las culturas de los cinco continentes. Según Frank Donovan, «una inscripción en Lydia testifica que se prolongó hasta el siglo II de la era cristiana». Shahrukh Husain relata que restos de dicha práctica perduran en la India moderna. La prostitución sagrada ha sido interpretada de forma muy diversa por los autores. Para algunos constituía un acto sagrado, un noble acto de entrega generosa en nombre de la divinidad, como sacrificio o servicio a la Diosa Madre, como una participación de lo sagrado. Si en algún sentido puede considerarse como un acto generoso o servicio sagrado sería a favor de los sacerdotes encargados de mantener el templo y de cuyas limosnas vivían. Se considera un rito de iniciación, pero ésta suele favorecer al iniciado, y a quien beneficiaba era, sin duda, mayormente al varón que aliviaba sus deseos, por más que se presente como un acto con la función general propia de los sacrificios evocatorios o se desee resaltar el contexto de sacralidad, dado que para el hombre era una técnica para obtener un contacto experimental con la divinidad. Para otros autores, el rito que nos ocupa tiene un sentido diferente, tanto en la era prehistórica como posteriormente. Durante milenios tuvo consecuencias vejatorias para la mujer: el rito de la prostitución sagrada representaba —por muy «en honor a la diosa» y bajo el beneplácito de los dioses que se celebrara— una ocasión para el disfrute masculino, tanto de los extranjeros que, como condición, debían depositar su moneda, como de los sacerdotes dedicados al mantenimiento del templo y que pretendían sustituir, en tal servicio, a la divinidad. En realidad lo que, a nuestro entender, ponen de manifiesto estos intérpretes es su ceguera ante lo que significaba la estrategia del poder público, que sostenía la dominación patriarcal. Si bien en Sumer a las rameras sagradas se las designaba «las puras e inmaculadas», lo que posteriormente ha podido dar lugar a dudosas interpretaciones, existían dioses y diosas cuyo culto comprendía la promiscuidad y la prostitución. — 65 —

Como afirma Rufus C. Camphausen, en su Diccionario de la sexualidad sagrada, frecuentemente resulta difícil fijar los límites entre la prostitución sagrada, la seglar —remunerada— y la nupcial. A mediados del II milenio a.C., no obstante, la prostitución comercial era ya una práctica habitual y aceptada por las hijas de las familias más necesitadas. En los milenios que siguieron a la implantación del patriarcado, la historia de la humanidad ha sido testigo de cómo la fuerza del erotismo, que surge de modo natural en la vida de las personas, se ha ido sistemáticamente acallando en la mujer. Para asegurarse de la fidelidad de la esposa y tenerla cercada en el estrecho ámbito de la alcoba, el varón ha puesto en marcha una serie de medidas, algunas de las cuales siguen vigentes en nuestros días: contrato matrimonial, penalización del adulterio, restricciones religiosas —muchas veces más severas para la mujer que para el varón—, ablación del clítoris, costura de labios mayores, cinturón de castidad, aislamiento del mundo exterior mediante el burka, etc. 2.2. REACCIÓN DEL PUEBLO CHINO A LA REPRESIÓN SEXUAL

La historia del pueblo chino es el prototipo de otros muchos países de Oriente y Occidente en cuanto a la lucha que ha librado el erotismo por no sucumbir a las fuerzas represoras que continuamente intentaron someterlo a normas y preceptos morales. Durante miles de años se sucedieron en China dinastías de emperadores en períodos de tiempo de varios siglos. Cada dinastía o pueblo invasor solía implantar al principio una política y una moral rígidas. Por ello, el pueblo chino vivió etapas de fuerte represión, generalmente bajo la influencia confuciana, y otras de gran libertad sexual, como muestra el sinólogo holandés Robert Hans van Gulik en su libro La vida sexual en la antigua China. — 66 —

Antes de la aparición de Confucio (hacia 551-479 a.C.) hubo en China mayor libertad sexual que en épocas posteriores: la separación de sexos no se aplicaba tan estrictamente, la poligamia era una práctica habitual, las mujeres casadas de la nobleza gozaban de mayor libertad que las solteras, los jóvenes de ambos sexos disfrutaban de festejos primaverales donde bailaban juntos y cantaban canciones a menudo de franco carácter erótico. Durante estos festejos, cada joven elegía y cortejaba a una muchacha y cohabitaba con ella. Confucio fue un hombre de mucha influencia en su tiempo. Además de pensador y filósofo, fue un gran predicador. Dedicó parte de su vida a asesorar a los príncipes, que eran quienes realmente dirigían la nación. Su veneración por las costumbres tradicionales le hizo pensar que el único remedio para su país era llevar a la gente los principios y preceptos de los sabios de la Antigüedad, convirtiéndose en un restaurador de la moralidad antigua. Sus enseñanzas fueron una fuerte crítica a la época en la que vivió, combatió la vida fácil de sus contemporáneos, exaltando virtudes como la bondad, la honradez, el decoro, la decencia y la lealtad a su señor. El conjunto de las enseñanzas de Confucio y de sus discípulos o seguidores es de orientación básicamente patriarcal y ha sido la religión de la burocracia china. Los confucianos abogaron por la completa separación de los sexos. Para ellos, la mujer ideal era aquella que concentraba todos sus esfuerzos en las tareas del hogar; reprobaban su participación en los asuntos fuera del mismo y, especialmente, en los asuntos públicos, que consideraban como raíz de todo mal. Para Confucio las mujeres eran «gente de rango inferior» y les asignó una posición inferior a la del hombre La influencia de este filósofo sobre las reformas administrativas y sociales, para que el emperador o príncipe pudiera organizar el Estado con eficacia, le proporcionaron muchos admiradores. Menos éxito tuvo su misión de predicador. Su campaña moral, demasiado estricta, fue un fracaso en su — 67 —

tiempo, en parte por la fuerza que fue adquiriendo otra corriente de pensamiento llamado taoísmo. El renacimiento del confucianismo o neoconfucianismo, a partir de los siglos XI y XII, generó una interpretación doctrinal aún más estricta: estimuló una forma de gobierno estrictamente autoritaria, agudizó la censura y la represión sexual, insistiendo en la inferioridad de la mujer y en la estricta separación por sexos; prohibió toda manifestación afectiva fuera de la intimidad del lecho conyugal. La censura se extendió al pensamiento, al arte y al control de ciertas libertades. También entre los siglos XIII y XVII el pueblo chino vivió épocas de fuerte represión sexual; primero tras la ocupación mongola, más tarde con el resurgir del neoconfucianismo y, en la segunda parte del siglo XVII, con la conquista de China por parte de los manchúes. La vida sexual quedó reducida a la intimidad y se volvió a las más estrictas reglas confucianas. El puritanismo chino volvió a aparecer como muestran los tratados morales de la época, las «Tablas de méritos y deméritos» y las listas de pecados sexuales en las que se puntúa la gravedad de ciertos comportamientos. Se recomendó la destrucción de todos los libros de los antiguos filósofos no confucianos, así como todos los textos budistas y taoístas; se convirtió en tabú todo lo relacionado con el contacto entre ambos sexos y con la segregación de las mujeres; se difundió la costumbre de vendar los pies, llegando en el siglo XVII a la mayor opresión vivida en China. Las estrictas enseñanzas confucianas, si bien ejercieron gran influencia en los asuntos de Estado, apenas se tuvieron en cuenta en la vida cotidiana de la corte y de la gente común, que vivió una sexualidad libre al margen de dichas enseñanzas. Comprobamos en China el triunfo del erotismo ante cualquier presión exterior que intentase doblegarlo, como muestran la difusión de la literatura erótica, de la pornográfica y de la prostitución, temas en los que, una vez más, la mujer no gozó de tanta libertad y no tuvo tantas oportunidades como el hombre. — 68 —

2.2.1. Los Manuales de sexo Los Manuales sobre las relaciones sexuales eran bien conocidos en la sociedad china antigua. Estos manuales, a los que también se conoce como el Arte de la Alcoba, datan de los tiempos de la primera dinastía Han —cuyo inicio se remonta al año 221 a.C.— y se usaban profusamente por entonces. Eran guías para el jefe de familia, manuales serios, carentes de toda frivolidad. Ilustrados con pinturas, muestran las diferentes posiciones del coito. A veces formaban parte del ajuar de la novia y quedaban al lado de la cama para consultarlos mientras hacían el amor; también se utilizaban para estimular a las mujeres más cohibidas. El planteamiento fundamental de los Manuales era básicamente taoísta. Enseñaban al hombre cómo vivir por muchos años felizmente manteniendo relaciones sexuales, en las que veían el mejor modo de prolongar la vida y alcanzar la inmortalidad. Los confucianos aprobaban dichos manuales, pero poniendo ciertas restricciones; por ejemplo, que sólo se practicaran dentro de la alcoba y que tuvieran como principal objetivo la procreación. A pesar de la censura confuciana, además de los Manuales de sexo existían en los siglos VII-X rollos con ilustraciones o pinturas eróticas sin texto alguno. Abundaba la literatura erótica (relatos, novelas e historias de amor) que trataba el tema sexual de un modo ingenioso y divertido; pero también circulaban descripciones crudas del amor carnal y novelas pornográficas escritas en un lenguaje erótico callejero. Después de los cien años de ocupación mongola, con los más estrictos principios confucianos, desde el siglo XIV al XVI los Manuales de sexo regulaban la vida sexual. Incluso se escribieron otros nuevos manuales, algunos de ellos sobre las disciplinas sexuales taoístas. En algunos ambientes circulaba — 69 —

libremente la novela pornográfica y los álbumes de grabados eróticos en color con desnudos en todas las posiciones, así como parejas desnudas. 2.2.2. Prostíbulos y cortesanas La vida sexual entre los chinos encontró siempre fácil salida fuera de casa, bien con las concubinas, las cortesanas o prostitutas pagadas. Cortesanas y prostitutas estuvieron presentes en todas las épocas sobre todo en las capas sociales más favorecidas económicamente: príncipes, altos funcionarios y comerciantes. En vida de Confucio existían ya jóvenes bailarinas y profesionales de la música que actuaban en los banquetes oficiales y en los festines; éstas tenían relaciones sexuales libremente entre los asistentes. No eran propiamente prostitutas sino más bien precursoras de las prostitutas oficiales de épocas posteriores y ocuparon un lugar importante en la vida social china. También eran conocidos los prostíbulos públicos para los comerciantes que no podían tener su propio grupo de bailarinas o para los hombres de clase media. La dinastía Tang —siglos VII a X d.C.— fue uno de los períodos más gloriosos de la historia china, debido al gran auge económico y comercial. Se respiraba un ambiente sofisticado con una población heterogénea y ávida de placeres. Las tabernas y prostíbulos proliferaron al margen de los valores morales más que en épocas anteriores. Estos establecimientos eran frecuentados tanto por prostitutas analfabetas como por cortesanas educadas, expertas en música y danza, y con buenos conocimientos del lenguaje literario. En este ambiente se desarrolló el placer y la vida mundana. Las cortesanas se convirtieron en una institución social, un elemento indispensable de la vida social, si bien la relación sexual jugaba un papel secundario. La ciudad de Nankín —hasta el año 1421 la capital china— y otras a su alrededor, eran la residencia de la aristocra— 70 —

cia latifundista y de muchos comerciantes adinerados. En esta región, de animada vida nocturna, se hicieron famosos los «botes pintados», verdaderos «prostíbulos flotantes» de lujo, donde las jóvenes prostitutas y cortesanas transcurrían la mayor parte del tiempo. Como en todos los países, a pesar de los preceptos confucianos, existieron siempre prostíbulos en China, bien estos «botes flotantes» en las vías fluviales del sur de China, lujosamente decorados para la clase acomodada, bien los prostíbulos menos elegantes para la clase baja en las afueras de las ciudades. Tanto la diversidad de material erótico y pornográfico como la abundancia de prostíbulos muestra cómo, a pesar de la censura confuciana o de los pueblos invasores —manchú y mongol—, el erotismo estuvo siempre muy presente en la vida del pueblo chino. La represión no logró acallar el interés de los chinos por el sexo a lo largo de su historia. Un interés, por otra parte, sin el morbo que, con frecuencia, despierta en nuestros días la oferta de sexo en revistas, videos o internet. Las relaciones sexuales nunca se asociaban a la idea de culpa moral o pecado. 2.3. ESTOICISMO Y CRISTIANISMO 2.3.1. La Grecia y Roma paganas La admiración de la belleza, el disfrute del cuerpo y del placer sexual eran valores de primer orden en la antigua Grecia, por lo que, sólo si nos adentrarnos en el mundo del erotismo y del sexo, llegaremos a comprender bien el pensamiento y la vida de este pueblo. Para los griegos, erotismo, placer sensual, amor y belleza se entrelazan como para ningún otro pueblo, y así lo han transmitido sus filósofos, su literatura o sus obras de arte escultórico y ornamental. Las conquistas de los romanos sobre los griegos y otros pueblos de Oriente (Persia, Arabia, China) les acercó al mun— 71 —

do de la sensualidad, del culto al cuerpo y del sexo que alternaron con las armas y los placeres culinarios. El romano varón de la época imperial tenía ya muy pocas limitaciones en el ejercicio de su sexualidad y supo sacar el máximo beneficio de todas las variantes del erotismo, como testifican las obras de poetas, dramaturgos y filósofos, así como diversos testimonios, entre ellos los graffiti o inscripciones de las ciudades Pompeya y Herculano, sus frescos eróticos, monumentos y objetos decorativos. Con las riquezas acumuladas en los saqueos de los pueblos vencidos, vino el despilfarro en la época imperial. Absorbidos por los triunfos bélicos y por la prosperidad, los gobernantes romanos descuidaron su principal tarea para con el pueblo: gobernar. Se relajaron las costumbres de los nuevos ricos y de las emancipadas matronas patricias. Encontraron su pasatiempo en el circo, los baños, el mar y los balnearios, cuando no había invitación de algún famoso a la promiscuidad en los banquetes. Si los festines y fiestas eran privilegio de los patricios —la nobleza—, el pueblo sabía también disfrutar de placeres menos onerosos, pero no menos gratificantes. La tarea de la matrona romana se limitó durante siglos a cumplir como esposa sumisa y madre abnegada, aceptando incluso la relación del esposo con las esclavas, los esclavos, las prostitutas o el joven imberbe. Debía no sólo ser honesta, sino parecerlo, hasta que el colectivo femenino se declaró en huelga decidiendo no tener más hijos hasta que los magistrados revocaran la Ley Oppia en el año 195 a.C. Esta ley limitaba la libertad de la mujer. Entre otras cosas le prohibía desde el uso de ciertos vestidos hasta alejarse en coche de la ciudad en que vivía. La vida de los romanos honró el proverbio: «Baño, vino y amor acaban con uno, pero son la verdadera vida.» Nadie mejor que los habitantes de Etruria, los etruscos, que dominaron este arte y se hicieron famosos entre sus vecinos los romanos por su moral relajada, entera libertad sexual de hombres y mujeres, y entrega apasionada a los placeres del cuerpo. Sus jóvenes esclavas atendían a los hombres desnu— 72 —

das, y las lujosas termas etruscas serían, según el poeta Marcial, envidiadas por los sibaritas de la Roma imperial. Estos baños superaban en variedad de servicios a los más atrevidos salones de masaje de nuestras ciudades. Llegó, pues, el libertinaje a los palacios romanos y comenzó la adoración a la diosa del amor, Venus, emulando la devoción de los griegos hacia su diosa Afrodita, pero sin la mesura de éstos. La veneración a múltiples dioses paganos se tradujo en la exaltación del dios Baco, del disfrute de sus dones —el buen comer y beber—, así como de otros dioses del divertimento y de la molicie. Antes de que el cristianismo emprendiera su lucha contra la Roma pagana tras la conversión del emperador romano, Constantino I el Grande (274-337), la capital del Imperio asistió a una pugna interna entre algunos de sus emperadores (Calígula, Nerón, Caracalla y Heliogábalo) y el poder senatorial, más asentado en la tradición. Los historiadores cristianos han intentado atribuir la caída del Imperio romano al desenfreno sexual de los paganos, a la vida licenciosa de la sociedad romana y al libertinaje de sus gobernantes. Una interpretación histórica más ajustada a la realidad señala que dicha caída fue la consecuencia de la corrupción y apatía política, de la ambición de poder y de las pretensiones de los dirigentes de convertirse en únicos gobernantes de todo el territorio, lo que dio lugar a luchas internas durante muchos años. Las guerras civiles y la desidia de los gobernantes provocaron una grave crisis moral, la juventud quedó sin referentes que estimularan a la lucha, desmotivados para el cumplimiento de sus deberes ciudadanos, conceptos altamente valorados por los romanos. El pueblo en general perdió el orgullo del guerrero así como el estímulo por el dominio de sí mismo. Se inclinó más bien a disfrutar de una ociosidad desconocida para él hasta entonces, se entregó a la vida fácil, a la comodidad y al disfrute diario, a los espectáculos y a los placeres del cuerpo. «El que se enfada porque su mujer tiene amantes, es que no sabe vivir», diría Ovidio. — 73 —

2.3.2. La doctrina estoica Antes de que el cristianismo comenzara a proclamar su evangelio, aparecieron en Roma diversos movimientos religiosos y filosóficos, con una moral o doctrina no unificada ni impuesta. Cada grupo proponía estilos de vida diferentes que uno era libre de seguir o no seguir. Muchos de ellos postulaban austeridad y dominio de sí mismo, los pitagóricos no coincidían con los estoicos ni éstos con los epicúreos. Los cínicos enseñaban a evitar los placeres. Entre estas escuelas filosóficas destaca un grupo de pensadores y filósofos estoicos, fundamentalmente Catón de Útica, Marco Tulio Cicerón, Lucio Anneo Séneca y Epicteto. Todos ellos escribieron poco antes de nuestra era o en el primer siglo de la misma, y su doctrina ejerció gran influencia en la sociedad romana de aquella época. La enseñanza de los filósofos estoicos de los siglos I y II d.C. vino a corregir los desmanes de algunos sectores de la Roma imperial; supuso una censura abierta a la libertad sexual y a la laxitud de costumbres de los ciudadanos de la época. Los estoicos inculcaban la templanza como medio para dominarse ante cualquier circunstancia, defendían la excelencia de la continencia, la superioridad de la virginidad, el uso del matrimonio sólo con finalidad procreadora, por lo que condenaban las relaciones sexuales fuera del matrimonio y el aborto. Insistían en la necesidad de un dominio total sobre el cuerpo, hasta condenar el placer y, más concretamente, el placer físico. Según el filósofo cordobés Séneca, el placer, opuesto a la virtud, nos hace flojos, nos esclaviza, por lo que es el origen de todos los males. En estos y en otros preceptos, la moral estoica y la cristiana son formalmente muy semejantes, si bien hay otros rasgos que diferencian a ambas doctrinas. La sociedad pagana romana del siglo II no sentía la vergüenza del cuerpo que, posteriormente, caracterizaría a los cristianos para quienes el placer era algo inmerecido, superfluo y rechazable. — 74 —

2.3.3. El cristianismo El cristianismo estableció, frente a la ética estoica, la dimensionalidad temporal: la trascendencia de las acciones, que supera los límites de la vida terrenal, la vida en este mundo. Cualquier acción u omisión condenada por la doctrina cristiana tendrá consecuencia después de la muerte. Se anuncian, se prometen premios o castigos para la otra vida, lo que obliga al humano a un esfuerzo permanente para ser fiel a la doctrina y merecer la salvación. El hombre no es propiamente un ciudadano de este mundo, sino que debe ocuparse de los asuntos del más allá y entregarse a la tarea de su salvación. Esto supone la total entrega a una moral estricta e inapelable. Frente a la amenazadora moral cristiana, la estoica era una moral positiva, una moral de hombres libres, servía para promover el dominio de sí mismo y para asumir su excelencia. Consecuentemente, la sexualidad pagana se expresaba con alegría, no con resignación ni como algo impuesto por una autoridad exterior y, menos aún, por mandato divino. Por el contrario, el cristianismo inculca a sus fieles la noción de pecado, de culpabilidad y de represión de los sentidos. Siempre bajo la incierta promesa de una felicidad en la vida eterna, les ofrece una sexualidad controlada, reprimida, austera y dirigida a la procreación. Todo ello, muchas veces, bajo la amenaza del castigo. A la vez que desterró del creyente la búsqueda del placer o de la sensualidad, sembró en lo profundo de la conciencia humana la zozobra y la angustia, el continuo temor a las consecuencias de sus acciones y el desprecio del cuerpo, sede de la concupiscencia, la lujuria y la perdición. ¡Para merecer la vida eterna nos exigen que vivamos como si ya estuviésemos muertos!: prohibidos los placeres, prohibidos los deseos, las pulsiones, el cuerpo (Michel Onfray).

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No sólo se le negó el disfrute de los sentidos, sino que se le inculcaron virtudes inhumanas y denigrantes para todo ser inteligente: la abnegación, el desprecio, la búsqueda de la humillación y el júbilo ante ésta, el dolor, la disciplina sangrante, la mortificación del cuerpo, el desprecio de la carne. El hombre no ha de tratar a su cuerpo como a un amigo, sino como a un enemigo, incluso como algo despreciable. Éste y otros credos inclinan a Nietzsche a decir en El Anticristo que «el cristianismo ha sido hasta hoy la mayor desgracia de la humanidad». Y añade el mismo autor: «Como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra, la santidad no hubiera hasta ahora hecho a la vida un mal infinitamente mayor que cualquier vicio u otra cosa terrible...» El cristianismo tuvo el mérito o, mejor, la habilidad de ofrecer a las enseñanzas de los filósofos estoicos una amplia audiencia, ya que las enseñanzas de éstos sólo llegaban a una élite y el cristianismo supo llegar progresivamente a los más humildes. El cristianismo, una religión creacionista, puesto que considera la relación heterosexual como una reproducción del acto creador hasta el punto de no aceptar la unión sexual sino con la finalidad de la fecundación, no asumió la idea de la sacralidad del acto procreador que enriquece la vida, como es el caso en otras religiones también creacionistas. Para éstas el universo surge a partir del acto creativo de un ser superior, y en ellas la sacralización de la sexualidad eleva el acto sexual a una categoría superior, cuasi divina; algunas de ellas nos hablan de la «unión cósmica», del «misticismo cósmico», en el que el acto sexual entre hombre y mujer representa la unión del Sol y de la Tierra con sus respectivos símbolos, masculinos y femeninos, que comprenden. El cristianismo, por el contrario, ha empañado, con una concepción negativa, todo lo relacionado con el placer de los sentidos. Ha condenado la sexualidad; Julius Evola, en su libro Metafísica del sexo, habla incluso de «un verdadero odio teológico del sexo». Ha hecho del sexo una concesión para aquellos que —en palabras de san Pablo— no tienen la fuer— 76 —

za de espíritu de mantenerse castos. Este punto de vista ha sido adoptado por el cristianismo postevangélico hasta nuestros días, con leves modificaciones en el denominado aggiornamento del Concilio Vaticano II (1962-1965). Lo más grave es que ha identificado la vida sexual en general con el pecado. Las leves modificaciones de este Concilio en el tema sexual han sido desvirtuadas con los últimos papados. La estricta moral cristiana en lo tocante al sexo fue, desde los primeros siglos, impulsada por los Padres de la Iglesia, diseñadores de las normas que el pueblo debía seguir. Fundamentalmente san Pablo y san Agustín tuvieron en este sentido influencia capital por ser los que más abiertamente condenaron cualquier desorden del apetito sexual: todo lo relacionado con el sexo y el placer está sujeto a cánones muy rígidos. Posteriormente esta doctrina se ha ido matizando en concilios, encíclicas y cartas pastorales. Dentro de esta moral el hombre es un ser miserable, avergonzado de su cuerpo, completamente esclavizado a una oligarquía de célibes convertidos en inspectores de alcoba. Hay anécdotas que elevan a lo ridículo el sentido negativo de todo lo relacionado con el sexo para la Iglesia: «Según el concilio de Macón (siglo VI), para evitar los contactos impuros, ningún cadáver masculino debía ser enterrado al lado de un cadáver femenino antes de que se hubiera descompuesto.» El papa Gregorio Magno proclamaría en el siglo VI que el placer nunca está exento de pecado. Los Doctores de la Iglesia eran quienes decidían no sólo en lo tocante a las acciones y las omisiones, sino incluso en la intencionalidad de éstas. Santo Tomás nos dejó como consigna el dicho: «Incluso el sexo en el matrimonio es siempre pecado». La teología católica siempre defendió que el hombre es libre; de lo contrario, anota el filósofo francés Michel Onfray, ¿cómo podría justificar el castigo? Así pues, para mantener a sus fieles vigilantes y despiertos ante las embestidas del placer sexual inventaría las llamas del Infierno y el castigo eterno para quienes murieran sin haber saldado sus cuentas y, de — 77 —

ese modo, redimido sus pecados, recordando que el sexo ha sido clasificado como el mayor de los pecados. Llama la atención, como comentan Francisco Vázquez y Andrés Moreno en su libro Sexo y razón, que si en un principio la Iglesia condenaba la masturbación masculina por tratarse de un acto contra la naturaleza al desperdiciar un líquido —el semen— creado por Dios y cuya finalidad es la procreación, desde mediados del siglo XVI se condena esta práctica en cuanto fuente de placer, el goce que genera la práctica sexual e, incluso, el deleite en las cosas espirituales. Es la condena del placer por el placer. El olvido y el desprecio que la religión y la filosofía occidental sienten por el cuerpo constituye una herejía fundamental de nuestra cultura (George Leonard).

Mediante promesas de felicidad eterna, la Iglesia sostiene que el sexo, el placer y el disfrute de la carne conducen a la condenación eterna; con el agravante de que en el tema del sexo no hay «parvedad de materia», es decir, todo es pecado grave o mortal, merecedor de las llamas del Infierno (¡para toda la eternidad!). No como en otros temas, por ejemplo, el hurto, donde robar un higo es una travesura, pero destrozar una higuera entera puede ser grave y tiene su castigo o penitencia. Pegar un puñetazo al prójimo no es lo mismo que matarlo de una cuchillada. En materia de sexo la cosa es diferente: una mirada complaciente y consentida a una mujer, un deseo o pensamiento deshonesto son ya merecedores de castigo eterno si el pecador no pasa antes arrepentido por el confesionario. Sabemos dónde ha conducido esta moral sexual y la persecución de los transgresores en siglos pasados, sin necesidad de recordar las hogueras de la Inquisición. Los dogmas y principios fundamentales de la moral católica en lo tocante al sexo no han cambiado sustancialmente en el siglo XXI, aconsejando la abnegación, el sacrificio y el rechazo al placer. No deberían ignorar los predicadores de tal doctrina las consecuencias perniciosas de una moral rígida y — 78 —

del puritanismo sexual, como vemos a diario en la consulta sexológica. La doctrina sexual católica ha quedado estancada en su tradición de milenios, obstruyendo los intentos de renovación que los teólogos más avanzados han osado iniciar. Una de tantas pruebas la tenemos en la condena de la Iglesia Católica a través se su máximo organismo para la defensa de la fe, la Congregación para la Doctrina de la Fe, de los teólogos católicos que disienten de estos dogmas. De los 12 condenados desde 1975, cinco lo son por contenidos que contradicen la doctrina sexual católica, sea por ideas sobre el celibato, el pecado original, la Inmaculada Concepción de María, la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad, la masturbación o la fecundación artificial (El País, martes 13 de marzo de 2007). La última de las 12 condenas, y la primera hecha por el papa actual Benedicto XVI, fue al teólogo brasileño Jon Sobrino, uno de los padres de la Teología de la Liberación. El Dios judeocristiano desplazó —o intentó desplazar— el culto al pene de los escenarios levantados en todos los continentes donde el sexo era algo venerado, divertido y respetable para niños y adultos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, ricos o pobres, religiosos o aconfesionales. En ese escenario, expoliado de uno de los dones divinos más apreciados —el disfrute de la vida y del sexo—, implantó la cruz, el dolor, la penitencia y el pecado. El catolicismo continúa con sus normas restrictivas para la vida de alcoba. En las últimas décadas no hay año en el que las autoridades eclesiásticas no expresen su desacuerdo con prácticas sexuales totalmente legítimas y aceptadas incluso por gran parte de los cristianos, en temas tales como: aborto, homosexualidad, anticonceptivos, etc. Quizá el error fundamental del cristianismo en este tema haya sido identificar eros y sexualidad reproductiva. Por esta idealización de la sexualidad ha combatido durante siglos y sigue combatiendo. Pero ni el cristianismo, ni la reforma de Lutero, de Calvino y de tantos otros reformadores, ni el puritanismo del siglo — 79 —

han logrado acallar la voz del placer sexual. A pesar de todas las amenazas y condenas, a pesar de ser sistemáticamente combatida por una fuerza contraria, negativa, por la misma muerte, la fuerza del erotismo ha surgido siempre de modo natural en el interior de las personas, y seguirá surgiendo de las cenizas de cualquier intento de aniquilación como el más admirable Ave Fénix que surge de sus propias cenizas. XIX

2.4. LA CENSURA LAICA EN OCCIDENTE El Renacimiento, con su mirada puesta en la Antigüedad, se dejó seducir por una concepción puramente mundana de la vida: honró la belleza del cuerpo desnudo y supo entregarse al goce de los sentidos. Entregarse al placer no era un vicio, sino más bien el modo más natural de aceptar los dones que ofrecía la naturaleza. Recrearse en la estética y en la belleza corporal era un culto que honraba a toda persona, una veneración. La contemplación y hasta el contacto del pecho femenino descubierto se consideró parte del culto a la belleza. Tocar los senos de una bella mujer en público fue, según Eduard Fuchs, un primer y permanente homenaje, presente en esta época en todas las clases, sin que necesariamente se diera relación íntima alguna entre las personas en cuestión; las damas no se veían ofendidas, sino manifiestamente lisonjeadas. Los poderosos príncipes que iban de visita a una ciudad mandaban ser recibidos a sus puertas por bellas mujeres en total desnudez. Después de esta época gloriosa para los sentidos y los placeres de la vida sensual, que en algunos países de Europa se extendió hasta el siglo XVII, sucedió otra ola de puritanismo y represión hasta adquirir su punto álgido en el siglo XIX, llegando en algunos pueblos a superar en rigidez los cánones de la Iglesia. Varios factores contribuyeron a este olvido del cuerpo y de sus encantos, intentando frenar cualquier atisbo de — 80 —

disfrute, cualquier respiro de los sentidos como se había vivido en épocas anteriores. El absolutismo, el racionalismo y el capitalismo han dibujado el escenario cultural y sociopolítico durante los siglos XVII, XVIII y XIX, siendo los protagonistas de los cambios en las sociedades occidentales en estos siglos. Fueron los impulsores de una moral estrecha, que dieron origen a las leyes más reaccionarias en temas como el aborto, el control de la natalidad, los derechos de grupos marginados (gays) o la sexualidad dentro y fuera del matrimonio. La masturbación fue, como veremos más adelante, la manifestación erótica más fuertemente atacada y reprobada en los tres siglos mencionados. 2.4.1. Absolutismo de los regímenes autoritarios Lo propio del poder —y especialmente de un poder como el que funciona en nuestra sociedad— es ser represivo y reprimir con particular atención las energías inútiles, la intensidad de los placeres y las conductas irregulares. MICHEL FOUCAULT

Los regímenes totalitarios han seguido siempre el principio de fomentar normas rígidas y de controlar la libertad que suele conducir a la laxitud de las costumbres. En los apartados precedentes hemos visto plasmada esta fuerza represora desde épocas prehistóricas con la implantación del sistema patriarcal y posteriormente en la China antigua, así como en regímenes posteriores hasta los más cercanos a nosotros, como el nacismo y todas las dictaduras, sean de derechas o de izquierdas. El mundo burgués, así como el aristócrata de cualquier signo, nunca ha tolerado en sus súbditos las licencias que se permite a sí mismo. Más benévolos se han mostrado res— 81 —

pecto a los delitos e injusticias cometidos por sus ministros, gobernadores o jefes más cercanos, conocedores estos de los abusos en los que con frecuencia incurren sus superiores. El subordinado se ve obligado al silencio rabioso ante la mordaza del poderoso. Nos encontramos ante un sistema condenado ya en el siglo XIX por filósofos como Condillac y Fournier por ser un «sistema que sólo reprime las pasiones de los pequeños y nunca las de los grandes», afirmaba el último. Cuando el poder encuentra a la Iglesia como aliada, la lucha del ciudadano resulta inútil; a éste le queda como única salida la resignación y la esperanza de mejores tiempos o del más allá. En la época galante, época del absolutismo principesco, la voluptuosidad se convirtió en un fin absoluto en sí mismo. La actividad sensual pasó a ser un mero juego, un coqueteo. La auténtica función de los senos, nos comenta Eduard Fuchs, era hacer de ellos un preciado juguete en manos del marido. Se esperaba de la maternidad que aumentase el atractivo erótico de los pechos, que no serán ya, según este autor, manantiales de vida sino copas del placer. Hay una diferencia esencial con el Renacimiento; aunque el hombre aparece vestido como en éste, es un mero atavío decorativo del cuerpo. El Renacimiento ponía a la vista el pecho de la mujer desnudo, pero suelto, libre. En el período absolutista aparece el pecho descubierto, con ostentosa abertura en la parte delantera del vestido. Con el corpiño y el corsé los pechos se ofrecían a todas las miradas como los de una mujer excitada sexualmente; pecho disimulado, encubierto, pero a la vez resaltado, ostentoso. La ostentación, no obstante, es con frecuencia un inconfundible signo de inhibición patente en algunas damas de nuestros días. El cuerpo suelto, libre, sin vestimenta ajustada o ceñida del Renacimiento respira autenticidad; el cuerpo encorsetado, rígido y el peinado bien ajustado impiden el respirar de los sentidos, la expansión del erotismo. — 82 —

2.4.2. Racionalismo La tradición racionalista tiende a negar nuestra exigencia como seres sexuales y emocionales. VÍCTOR J. SEIDLER

El racionalismo excluye o deja en segundo plano las emociones y los sentimientos en cuanto signo de debilidad ante el imperio de la razón. Rechaza las emociones y toda necesidad como signo de debilidad. Sólo la razón debe guiar nuestras vidas y nuestros deseos. Las sensaciones y la entrega al placer constituyen la parte más baja y animal de la persona. La razón se contrapone a nuestra naturaleza animal y en ella se asientan las raíces de la ley moral. La naturaleza se concibe como una amenaza a las leyes de la razón que no han de guiarse por las emociones, los sentimientos o los deseos. El sentir, las sensaciones y el disfrute del cuerpo encuentran en todo este pensar el mayor de los obstáculos. El racionalismo kantiano se opuso a la tradición empirista de los británicos John Locke, George Berkeley y David Hume, en la que la experiencia personal es la base no sólo de la vida, sino también del conocimiento. A los empiristas británicos se adelantó en un siglo el sensualista y empírico francés Michel de Montaigne, para quien el conocimiento se realiza mediante los sentidos. Nietzsche se enfrentó al racionalismo de Kant precisamente porque la razón desnuda aniquila el sentir de la vida. Llega el conflicto entre el sentir y la razón, de modo que al hombre le resulta difícil reconocer que «no sabe» qué siente, porque una parte muy importante de su masculinidad —asentada en la razón— consiste en dar por hecho que siempre ha de tener la respuesta correcta. El racionalismo siempre necesita razones que justifiquen los sentimientos. Muy lejos de este razonamiento, para Berkeley nada puede existir sin ser percibido. El empirista inglés se pregunta: — 83 —

¿de qué sirve afirmar que existe la mesa si no la percibo? Podemos preguntarnos con este filósofo: ¿de qué sirve afirmar que existen tu cara, tus brazos, tu cuerpo si no los percibo? 2.4.3. Capitalismo La historia nos recuerda la trayectoria de muchas mujeres que en su condición de cortesanas alcanzaron gran poder junto a hombres asentados en el trono como emperadores, reyes, ministros o papas. Es un hecho que se ha repetido desde el antiguo Egipto, la China imperial o la Roma clásica hasta el siglo XX. Ciertamente es grande la influencia que muchas mujeres han ejercido sobre el poder y los poderosos en todas las épocas de la historia. No obstante, esto resulta anecdótico comparado con la influencia que los hombres con poder han ejercido y ejercen, con la fuerza de las leyes y de las armas, sobre la sexualidad de los ciudadanos y ciudadanas que ellos gobiernan. Este poder está no sólo en el gobernante, sino tanto más en el capital, compañero inseparable de aquél. Hablar de capitalismo nos conduce ineludiblemente a la idea de fuerzas reaccionarias, movimiento conservador e idealización de valores por encima de las leyes de la naturaleza. Capitalismo y burguesía son dos aspectos de una misma realidad dirigida al sometimiento del humano, a la represión de su libertad, así como de cualquier ideal con el que pueda soñar éste. En el capitalismo burgués del siglo XIX la hipocresía caracteriza la represión ejercida en esta época. La mera apariencia marca cada uno de los componentes sociales: el matrimonio, el adulterio, la prostitución o la fiesta de sociedad; se ha de parecer moral en cualquier circunstancia. Mientas se defiende la moral sexual y la fidelidad matrimonial abundan los matrimonios por dinero, los «matrimonios de apellido», la amante con la que no se dejará ver mucho en público o la prostituta. Mientras se condena la prostitución, la produc— 84 —

ción de pornografía subterránea en Inglaterra, afirma H. Montgomery Hyde en su Historia de la pornografía, nunca fue más floreciente que cuando la ley fue más rigurosamente aplicada, en la segunda mitad del reinado de Victoria. Si pensamos en la era victoriana, nos encontramos una clase burguesa capitalista en la segunda mitad del siglo XIX; una burguesía puritana que no sólo atenaza la libertad sexual de los británicos, sino que salpica a la mayor parte de los países europeos, y de la que no nos libramos hasta bien entrado el siglo XX. En una sociedad en la que mostrar las piernas es algo que pertenece al repertorio de las prostitutas, según afirma Eduard Fuchs, no existe forma de libertinaje ni vicio sexual que no se hayan perpetrado en la época burguesa capitalista. El suministro de «vírgenes garantizadas» se convierte en Inglaterra en un auténtico comercio al por mayor. El rapto, sobre todo de mujeres casadas, está a la orden del día. El amor libre, la prostitución velada, los baños al aire libre, las revistas, los cabarés, etc., aparecen como fenómenos frecuentes en esta época. El capitalismo, al igual que cualquier otro sistema cuyo principal objetivo es la rentabilidad económica, convierte al hombre en un medio de producción, a semejanza de la maquina y de otros útiles o herramientas de trabajo, orientados únicamente al acopio de beneficios. El capitalismo ha estado siempre escudado por los sectores más conservadores, arcaicos e involucionistas de la sociedad. Juntos han defendido sus normas morales y se han enfrentado a cualquier principio, actitud o persona que pudiera suponer un peligro a sus creencias y beneficios. Ante la incapacidad de una defensa racional, su arma ha sido la censura autoritaria, revestida de legalidad. Sociedades que se dicen tan libres como la de EE UU han desarrollado mecanismos en la administración y el poder judicial que juegan el papel de una verdadera represión, ataque y condena a quien consideran que altera la moral de sus ciudadanos. — 85 —

2.5. LA REPRESIÓN SEXUAL EN EL SIGLO XIX El filósofo francés Michel Foucault señala cuatro factores como los responsables de la represión sexual en el siglo XIX: la sexualización del niño, la histerización de la mujer, la psiquiatrización del placer perverso y la regulación de las poblaciones. Estos factores, si bien no significan prohibición, suponen una fuerte censura a la sexualidad de la época. 2.5.1. La sexualización del niño Por una parte, la pedagogización del sexo del niño se manifiesta sobre todo en una guerra contra la masturbación que duraría cerca de dos siglos en la mayor parte de los países occidentales. Los médicos y educadores se preocuparon en exceso del niño onanista en los siglos XVIII y XIX; en la católica España esta infundada preocupación continuaría durante buena parte del siglo XX. La pedagogía sexual estaba en el siglo XX dirigida fundamentalmente por psiquiatras y endocrinos para combatir el exceso de masturbación en el niño, pues la relacionaban con enfermedades mentales y perversiones. Según Rodríguez Lafora, médico español de los años 30, la prolongación o el abuso del hábito masturbatorio más allá de la etapa de la madurez sexual, podía conducir nada menos que a la neurosis, la psicosis y el suicidio, la impotencia y la frigidez. La endocrinología, con el doctor Gregorio Marañón a la cabeza, influenció asimismo en la pedagogía sexual del siglo XX en nuestro país al sostener que las instancias orgánicas y hereditarias son la explicación de los fenómenos psicosexuales. Como origen de esta condena del sexo se apunta a un cambio experimentado ya en el siglo XVIII: el sentido teológico-moral que, en siglos anteriores, había fundamentado la condena de lo que se consideraba los «desmanes de la carne», y entre ellos la masturbación. No obstante, el argumen— 86 —

to moral pierde fuerza en la sociedad posreformista, sensibilizada por un pensamiento más comprometido con la salud colectiva y con la higiene pública, hasta el punto de que ciertos libros sobre la masturbación encontraron mayor resistencia en el colectivo médico que en la censura eclesiástica. La masturbación se convierte, pues, en un problema no sólo de disciplina e higiene privada, sino también en un asunto de salud pública. Punto de partida de este nuevo enfoque fue la publicación de varias obras sobre la masturbación en las primeras décadas del siglo XVIII, más en concreto desde la aparición hacia 1712 de Onania, de John Marten. La censura sexual se centró de modo tan pertinaz, impregnando a toda la sociedad, que silenció las voces de los opositores. A Onania siguieron otras obras tanto o más alarmistas, como el libro Onanism del tristemente famoso médico suizo Samuel Auguste Tissot, una de cuyas primeras versiones al castellano data del año 1807. Estas obras, en las que se advertía con gran énfasis y alarmismo sobre los peligros físicos y psíquicos de la masturbación, adquirieron numerosas ediciones en varios países de Europa, por lo que se registró un aumento del interés en torno al erotismo y sobre todo a los efectos nefastos de la masturbación que en épocas anteriores. Comenzó así, en palabras de Francisco Vázquez y Andrés Moreno, la «cruzada masturbatoria» que en España persistiría durante gran parte del siglo XX. Uno de los dogmas de la medicina en los siglos XVIII y XIX fue suponer que la precocidad del sexo provoca luego esterilidad, impotencia, frigidez, incapacidad de experimentar placer, anestesia de los sentidos (Michel Foucault).

La palabra masturbación era en la sociedad del siglo XVIII una palabra tabú, una palabra demasiado escandalosa que pronto encontró numerosos eufemismos, como «vicio secreto», «pecado secreto», «pecado de Onán», «perverso amor a sí mismo», «autopolución», «acto de autoabuso» o «polu— 87 —

ción manual». Aún en nuestros días algunos autores evitan la palabra masturbación y prefieren hablar de «autoerotismo», «sexo solitario» o «automanipulación». Sobre todo a partir de la obra Onanism de Tissot, se insiste en las catastróficas consecuencias de la masturbación para la salud, que da origen a un proceso patológico y adquiere categoría de verdadera enfermedad física y mental o de comportamiento asocial. Para su solución se inventan múltiples remedios: desde curiosos artefactos para despertar al interesado en caso de tener una erección durante el sueño, hasta camisas de fuerza, duchas perineales, gimnasia, ejercicio físico, electroterapia e, incluso, remedios químicos como nitrato de plata y bromuro de alcanfor, sin olvidar la pedagogía del miedo con la que se atormenta a los contumaces infractores. Para los autores Francisco Vázquez y Andrés Moreno los manuales de higiene de estos siglos retratan al masturbador como un ser de rasgos físicos, psíquicos y mentales que más semeja al débil mental —terminando en la demencia e incluso en la muerte— o al ser irracional que al humano. Hoy sabemos que todos estos males, enfermedades y disfunciones sexuales atribuidos a la masturbación carecen de cualquier fundamento científico; más bien pueden explicarse por la ignorancia sobre el tema de algunos médicos y escritores, así como por la insistencia con que los maestros espirituales y predicadores intentaban disuadir de una práctica reprobada por la doctrina católica. 2.5.2. La histerización de la mujer El cuerpo de la mujer fue analizado como cuerpo irregularmente saturado de sexualidad. El sexo en la mujer ha tenido en los últimos siglos un matiz negativo, que raya, incluso, en lo anormal: «mujer nerviosa», «mujer histérica», «mujer ninfómana» son términos con connotaciones peyorativas que estigmatizan la sexualidad femenina. — 88 —

Los médicos renacentistas estudiaban los órganos genitales de la mujer en cuanto correspondientes a los del hombre. El historiador Thomas W. Laqueur habla del sexo único o del unisexo, para significar la ausencia del sexo femenino en la mente de los estudiosos de dicha época. Los anatomistas representaban el cuerpo masculino y el femenino bajo un único modelo, el masculino. La mujer era como un hombre invertido: el útero era el escroto invertido, los ovarios eran los testículos, la vulva era el prepucio y la vagina, el pene, visión que perduró desde la Antigüedad clásica hasta el siglo XVI. El modelo del sexo único, apoyado en el pensamiento aristotélico, fue seguido por médicos del prestigio de Avicena (año 129-199), Galeno (980-1037) —para quien los genitales de la mujer son imperfectos por permanecer ocultos, como los ojos del topo— o Vesalio (1514-1564), reconocido anatomista y fisiólogo belga del Renacimiento que fue nombrado médico de la corte de Carlos I y de su hijo Felipe II. Durante siglos el placer sexual o el orgasmo en la mujer se consideró como algo necesario para la concepción del nuevo ser. Por esta razón se permitían, pero no se aceptaban como algo inherente a la sexualidad femenina. De este modo, no sólo se perpetuaba el modelo antiguo de sexo único (como en el hombre eyaculación y placer van unidos, y son necesarios para la concepción, así debía ser en la mujer), sino que, al mismo tiempo, se mantenía el modelo de mujer virtuosa, desapasionada, y se silenciaba el derecho de la mujer al placer, a la relación sexual satisfactoria e independiente del acto reproductivo. Lo más llamativo de esta visión totalmente sesgada de los anatomistas en lo referente al sexo único o al orgasmo ligado necesariamente a la concepción es que no correspondía a los conocimientos médicos de la época, sino más bien a razones culturales. Se hizo caso omiso de datos empíricos porque no encajaban en el paradigma científico o metafísico de los autores. Incluso a finales del siglo XVIII, los derechos de la mujer al placer sexual no eran valorados y más bien fueron mi— 89 —

nimizados o enmascarados como consecuencia de una visión misógina o patriarcal. Nos puede parecer extremadamente insólito el que, como nos revela la investigación, con anterioridad al siglo XX nadie se hubiera preguntado sobre el placer de las mujeres durante la relación heterosexual. Desde mediados del siglo XVIII los higienistas habían combatido la masturbación o el vicio solitario; pero no se perseguía lo mismo en el varón y en la mujer. Si la masturbación era considerada en el hombre como derroche del principio vital que provoca debilitamiento e incluso la muerte así como la degeneración de la especie, en la mujer constituía en los siglos XVIII y XIX nada menos que una enfermedad mental, una forma de locura designada con el nombre de ninfomanía. Esta «patología» era más frecuente en lugares en los que la mujer (teóricamente) no mantenía contacto alguno con los hombres, como instituciones de reclusión, internados, claustros religiosos o manicomios. Se pensaba que el sexo solitario era una consecuencia de la edad —fundamentalmente de la pubertad— o que se debía a carencia de relaciones, como en el caso de viudas jóvenes o mujeres insatisfechas por su temperamento ardiente. Ciertas circunstancias favorecían también estos comportamientos, como los días previos a la menstruación, la ociosidad, los estímulos artificiales de la imaginación en las grandes ciudades, el lecho mullido, etc. Se creía comúnmente que toda mujer se encuentra por naturaleza predispuesta a adquirir esta enfermedad mental, el onanismo. Como remedios para combatir la masturbación femenina, considerada un exceso sexual en la mujer, se apoya el matrimonio de libre consentimiento frente al no deseado o impuesto por los padres, así como técnicas disciplinarias y la pedagogía del miedo ante los castigos eternos. A mediados del siglo XIX algunos médicos practicaban en Occidente la clitoridectomía o extirpación del clítoris para impedir la masturbación; si bien la mayoría de los autores recomendaba el casamiento como remedio de esta «enfermedad». — 90 —

2.5.3. La psiquiatrización del placer «perverso» Con la psiquiatrización de las perversiones, el sexo fue relegado a funciones biológicas que constituirían la única finalidad de la actividad sexual. Se hace análisis clínico de todas las formas de anomalías, se busca una tecnología correctiva de dichas anomalías y surge un afán clasificador de las perversiones, como nos transmite el médico forense Richard von KrafftEbing en su obra principal Psychopathia sexualis, publicada en 1886, en la que el autor muestra un origen biológico hereditario de las entonces consideradas patologías sexuales y que algunas de ellas son variantes de la orientación sexual. La psiquiatría de orientación organicista —que atribuye las enfermedades fundamentalmente a lesiones orgánicas— otorga la primacía a la explicación neurológica de los procesos mentales. La sexualidad fuera de los cánones de la época, es decir, cuando no responde a la finalidad reproductiva, es considerada una deficiencia en el desarrollo evolutivo del individuo. El joven masturbador será, pues, un neurasténico, producto de una herencia debilitada. Al exponer sus casos de psicopatías sexuales, Krafft-Ebing se cuida mucho de aclarar si los sujetos proceden o no de familias con antecedentes hereditarios en cuanto a la salud física o mental, o si ellos mismos padecen alguna deficiencia de este tipo. La masturbación se transforma en aberración y perversión desde comienzos de siglo, la conceptualización y taxonomía de la misma en cuanto perversión se iniciará a partir de mediados del siglo XIX. Conduce al egoísmo, a la vida solitaria, al comportamiento asocial, al suicidio; se habla, incluso, de la locura masturbatoria. En España el colectivo médico muestra a finales del siglo XVIII una actitud hacia la masturbación más conservadora que la autoridad eclesiástica. Ya en la época del franquismo, reconocidos psiquiatras apoyan el estudio y tratamiento de la enfermedad mental a través de explicaciones puramente organicistas y de terapias predominantemente biológicas. — 91 —

Aparte del colectivo médico y religioso, otros agentes sociales han conducido directa o indirectamente a una censura de todo lo relacionado con el placer sexual: historiadores, investigadores, directores de museos, editores de libros, censores de películas incluso para el público adulto. Esta censura se extiende a obras de arte, decoración, estatuas, etc., por parte de organismos oficiales nacionales e internacionales, ministerios, ayuntamientos, parlamentos o aduanas. El historiador Eslava Galán nos refiere en su libro Amor y sexo en la antigua Grecia cómo investigadores alemanes del siglo XIX, por no sacar a luz pública lo que podía ser un escándalo para aquella sociedad, silenciaron los descubrimientos; casi durante un siglo se silenció la bisexualidad de la sociedad griega antigua. Durante años se consideró la relación del hombre maduro con un muchacho, no como una característica de la sociedad griega, sino como una práctica del pueblo dorio que conquistó las tierras griegas once siglos antes de nuestra era. Esta costumbre amorosa pasaría de Creta al resto de Grecia y, para los griegos, el amor entre hombres siguió llamándose durante siglos «amor dorio». Sin acudir a la historia de siglos pasados, encontramos continuas limitaciones de la libertad sexual, abuso de poder administrativo o legal con especial incidencia en la vida sexual de las personas, aplicación abusiva de principios morales personales en la actividad laboral de profesionales. ¿Cómo se puede entender que a mediados del siglo XX una figura tan considerada y reconocida en el campo científico como era el filósofo y matemático británico Bertrand Russell, futuro Premio Nobel de Literatura en el año 1950, nombrado profesor de Filosofía en la Universidad de Nueva York en 1940 por la Junta de dicha Universidad, fuera destituido de tal puesto en los años 40 por un juez, el ultraconservador McGeehan, impulsado por sus prejuicios y con acusaciones falsas, incluso calumnias e insultos personales? Como relata con detalle Paul Edwards, en todo ello jugaron un papel importante la prensa católica, así como altos cargos eclesiásticos y políticos influyentes de un Estado democrático y de— 92 —

clarado laico como es el de EE UU. Según el juez neoyorquino McGeehan que condenó a Bertrand Russell, éste «no estaba capacitado para enseñar en ninguna de las escuelas de esta tierra». Por sus avanzadas ideas sobre sexualidad, lo acusó de tener un carácter inmoral y ser partidario de la inmoralidad sexual. El gran psicoanalista Wilhelm Reich (1897-1957), considerado uno de los pensadores más revolucionarios del siglo XX, llega en 1939 a EE UU acompañado de su tercera esposa y huyendo de la Alemania nazi. En EE UU es objeto de constantes ataques por parte de la Asociación Médica Americana y de la Asociación Psiquiátrica Americana por considerarlo demasiado marxista. La metodología terapéutica de Reich es considerada poco ortodoxa por la Administración norteamericana, que llega a acusarle de fraude por vender el acumulador de energía orgánica sin patente. En 1954 es procesado y se ordena la destrucción de todo el material del instituto que fundó. Por no obedecer la sentencia, es procesado por segunda vez. Al negarse a comparecer, es condenado a dos años de prisión. Los agentes de la FDA (Comisión de Drogas y Alimentos) destruyen los archivos de su investigación y queman los libros del instituto. El 12 de marzo de 1957 ingresa en prisión, donde permanecerá hasta su muerte provocada por un paro cardíaco ocho meses más tarde. Sería prolijo enumerar los ejemplos de ocultación de datos, prohibición de ediciones, tachaduras en libros en las bibliotecas públicas, controles de aduanas, obras retiradas en los museos, etc., por su contenido. Se conoce, por ejemplo, el hecho de que algunos museos han mantenido en sus sótanos, ocultos a la mirada de los visitantes, vasijas griegas con imágenes inequívocas de pederastia u otras obras con escenas de contenido claramente sexual. Hay otra censura más grave, la censura del silencio forzoso, ejercida sobre pensadores, filósofos, teólogos, científicos e investigadores de diferentes ramas de la ciencia, a quienes se les calla, ignora o destituye de sus cargos o cátedras. La condena a aquellos que no comparten sus ideas o creen— 93 —

cias con la minoría represora, que se encubre bajo el poder, viéndose obligados en ocasiones a huir al extranjero para ejercer su profesión. CONCLUSIÓN Deseo, no obstante, terminar este capítulo con una reflexión de esperanza y optimismo. Hemos visto, a modo de ejemplo, algunas de las innumerables trabas que se han interpuesto al placer sexual a lo largo de los siglos, pero todo ha sido en vano. Han pasado unos cinco milenios desde la primera represión patriarcal a la sexualidad femenina y la mujer —por lo menos en Occidente— se ha ido liberando de la mayor parte de los mecanismos coercitivos del sexo, si bien después de una lucha ardua y continua. Paralelamente, la sociedad en general no sólo se ha liberado en las últimas décadas de muchos tabúes sexuales, de muchas normas y prohibiciones, sino que cada día es más consciente de que el placer sexual, lejos de constituir un disfrute vergonzoso, es un derecho de todo ser humano e intenta ejercerlo libremente. En consecuencia valora y ama su cuerpo, su sexualidad y su placer como el atributo humano más natural, digno y saludable.

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CAPÍTULO 3 El orgasmo en el hombre y en la mujer 3.1. EL FALLIDO MODELO DE LA RESPUESTA SEXUAL BASADO EN CUATRO FASES

El modelo religioso de sexualidad dominó la ideología del sexo en Occidente durante siglos. Dicho modelo se basaba en criterios moralistas, es decir, decretaba lo que era bueno o malo en todo lo relacionado con el sexo, con la finalidad sexual y con el placer. El modelo médico de la sexualidad, basado en la morfología, anatomía y fisiología genital, se implantó en sexología en el siglo XIX viniendo a sustituir al antiguo religioso, si bien no con idéntica rapidez y firmeza en todos los países. En este modelo médico, encontró fácil aceptación y arraigo la teoría del ciclo de las cuatro fases de la respuesta sexual humana (excitación, meseta, orgasmo y resolución o vuelta al reposo), presentada en los años 60 por Masters y Johnson y reproducida fielmente aún en nuestros días en la — 95 —

mayor parte de los manuales de sexología. Éstos describen una y otra vez la anatomía y fisiología de los órganos genitales masculinos y femeninos con múltiples gráficos y detalles en cada caso. Exponen los cambios que experimentan dichos órganos en las sucesivas fases de la respuesta sexual, con una visión un tanto limitada de lo que es la sexualidad humana, visión que, como dice la psiquiatra Leonor Tiefer, «da a entender que sólo pueden concebir la sexualidad quienes saben mucho acerca de tejidos y de órganos». El modelo de Masters y Johnson parece tan lógico, tan perfecto y aparentemente tan fundamentado empíricamente que al lector ni siquiera le viene la duda sobre la base científica de tal exposición. No se plantea tampoco otro modo de concebir la respuesta sexual ni, por supuesto, en qué consiste una estimulación sexual «eficaz», criterio capital introducido por estos autores para determinar la naturaleza de cada una de las fases del ciclo de la respuesta sexual humana. Más aún, aunque la crítica a tal modelo apareció ya en la misma década o poco después de su divulgación por autores que presentaron serias objeciones al mismo (Brecher y Bracher, 1966; Robinson, 1976), la mayor parte de los manuales y textos de sexología siguen reproduciendo fielmente el modelo de cuatro fases, a veces acompañados de los mismos gráficos de los años 60. Resulta al menos sospechoso que Masters, Jonson y Kolodny en su extensa obra divulgativa de 1996, con más de 900 referencias bibliográficas, no hagan alusión ni una sola vez a las diversas publicaciones de Tiefer y otras críticas y críticos al ciclo de la respuesta sexual anteriores a esta fecha, y, por otra parte, sigan presentando su modelo como el único válido. Rosemary Basson y otros autores han presentado modelos más apropiados a la naturaleza de la respuesta sexual femenina, modelos más circulares que lineales de deseo, excitación y orgasmo, ya que para la mujer no hay un ciclo único de respuesta sexual. El modelo de las cuatro fases de la respuesta sexual ha servido también de base en la clasificación de trastornos se— 96 —

xuales en el hombre y en la mujer por el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la Asociación Psiquiátrica Americana). Este Manual en sus varias ediciones, de no mencionar las disfunciones sexuales en 1952 pasó a introducirlas en la edición de 1968 como síntomas de trastornos psicosomáticos, y en 1980 como subcategorías de alteraciones psicosexuales, dando origen a una clasificación que —a nuestro entender— la mayor parte de los profesionales dedicados a la clínica daría por irrelevante. Parece incuestionable una primera objeción a este modelo: no existe un modelo universal e invariable de la respuesta sexual, válido para todas las personas ni tampoco para ambos sexos, aunque puede existir una gran similitud entre éstos. Las variaciones del esquema general se deben tanto a circunstancias externas a la persona (incomodidad del lugar, falta de intimidad, ruidos, temperatura, etc.), como a factores internos (estado de ánimo, grado de confianza con la compañera/o, receptividad sensorial, cansancio, problemas psicológicos o sexuales, etc.). La experiencia terapéutica confirma a diario que la respuesta sexual depende más de los impulsos cerebrales activadores de la reacción fisiológica —y, en consecuencia, de factores psicológicos que condicionan tal reacción— que de los genitales o del estímulo físico. Por ello, cualquier persona debe entender que la excitación sexual es un fenómeno emocional que implica a todo el cuerpo, no sólo a la erección del pene ni a los cambios de la vagina y del clítoris. El ciclo de la respuesta sexual en los términos en los que lo plantean Masters y Johnson y el DSM como característico o como norma de la sexualidad humana —que ha de considerarse más un axioma que una conclusión con soporte empírico— tiene como consecuencia considerar las desviaciones de dicho ciclo como el rasgo esencial de la anormalidad, de una anormalidad afincada en el funcionamiento fisiológico parcial, no global, del conjunto del cuerpo. Quedan, además, fuera de consideración en dicho modelo otros datos personales, como la actitud o valoración del individuo ante — 97 —

el supuesto «trastorno», datos psicosociales, características de la pareja, etc. A parte de la nula consideración de la perspectiva de género, el DSM mantiene esa obsesiva concentración en lo genital y en el coito heterosexual, según el modelo de sexo dirigido exclusivamente a la procreación. De este modo, priva a la sexualidad de su contexto psicosocial y deja fuera de escena una parte fundamental de la sexualidad humana femenina y masculina. Como comenta Tiefer, en dicho modelo «no hay nada acerca de emoción o de comunicación, de una experiencia del conjunto del cuerpo, de riesgo y tabú, de compromiso, atracción, conocimiento sexual, seguridad, respeto, sentimientos acerca de los cuerpos, ciclos mamarios, embarazo, anticoncepción o envejecimiento». Esta autora nos ofrece una detallada crítica histórica, científica, clínica y feminista al modelo del ciclo de la respuesta sexual humana de Masters y Johnson. La autora reclama menos atención a un intento de igualar la sexualidad masculina y femenina, menos atención a la sexualidad genital y más atención a otros aspectos fundamentales de la sexualidad humana. En su obra Masters y otros (1996) subsanan algunas de estas carencias, pero mantienen inalterado su modelo de ciclo sexual de los años 60. De acuerdo con otros sexólogos, en la presente exposición evitaremos una descripción de las mencionadas fases de la respuesta sexual humana y ahorraremos al lector la presentación de gráficos o figuras de los cambios fisiológicos de dichas fases, aspectos que el interesado podrá consultar en múltiples tratados de sexualidad. 3.2. NATURALEZA Y FISIOLOGÍA DEL ORGASMO Casi todas las personas, llegada la pubertad, han experimentado alguna vez el orgasmo; sobre todo los hombres lo han vivido muchas veces en esta fase de la vida si su impulso natural no ha sido objeto de la represión por una educa— 98 —

ción religiosa rígida o a un ambiente familiar puritano y represor. Digo «sobre todo los hombres», porque en las mujeres de nuestra sociedad, al igual que en casi todas las sociedades occidentales bajo la influencia patriarcal, otros condicionantes han bloqueado o silenciado la vivencia del placer sexual y les han marcado en todo lo relacionado con la licitud del placer y del orgasmo mucho más que a los hombres. A pesar de ser el orgasmo una reacción natural de las más placenteras para la mayor parte de los humanos, tenemos un escaso conocimiento de cómo viven el orgasmo no sólo personas desconocidas, sino también aquellas con las que compartimos la vida y los momentos más íntimos. Este desconocimiento se debe no sólo a los múltiples tabúes que dificultan el acceso a la intimidad del compañero o compañera, sino también a que, como escriben Evans y Parra, «el orgasmo en sí es una experiencia no solamente inolvidable sino imposible de recordar en su exacta dimensión». En cierto sentido, podemos comparar el estado mental de la persona que vive el orgasmo con el de personas bajo los efectos de la droga, en el sentido de que sus vivencias quedan desdibujadas, sin poder calibrar justamente ni el contenido ni la duración ni las emociones, fantasías del momento, sensaciones, etc. Esta pérdida del juicio de la realidad suele darse en trastornos como, por ejemplo, la esquizofrenia, y obedece, según el psicólogo Wilhelm Reich, «a la falsa interpretación del paciente de las sensaciones que surgen de su propio cuerpo». La percepción queda en estas situaciones distorsionada ante la explosión de sensaciones que puede llegar a una breve obnubilación o pérdida momentánea de la conciencia. Esto hace, según quienes han investigado el proceso del orgasmo, como el profesor Manuel Domínguez-Rodrigo que el tiempo parezca detenerse, exalta las emociones y altera la percepción [...] Cuando se intenta grabar un orgasmo en el laboratorio, se descubre el inmenso desafío que representa y, a pesar de la sofisticación progresiva de la tecnología, cuan-

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to más se profundiza en el orgasmo, más ingente parece el fracaso en averiguar qué es lo que realmente sucede.

Al investigar la respuesta orgásmica en el coito o por excitación voluntaria mediante masturbación, utilizando medidas fisiológicas y equipos de medida sofisticados y grupos de voluntarios, según refiere Domínguez-Rodrigo, Bohlen encontró poca correlación entre la percepción subjetiva del orgasmo y la respuesta fisiológica, según los aparatos de registro, llegando a la conclusión de que «no se puede afirmar que un orgasmo es igual a una reacción muscular en forma de contracciones, ya que éstas pueden aparecer antes de que la persona perciba el orgasmo e incluso terminar cuando éste se encuentra en su punto más elevado o, más aún, antes de que finalice». Wagner observó, además, que la duración subjetiva de la vivencia de los orgasmos y las reacciones fisiológicas que detectaban los aparatos no coincidían. La investigación con medidas fisiológicas muestra asimismo que mujeres y hombres con genitales amputados pueden tener orgasmos, lo que nos confirma que la clave de esta vivencia sexual no se encuentra en el área genital, sino en el cerebro. La afirmación de que la sensación placentera del orgasmo es una experiencia básicamente química no aclara mucho en qué consiste la vivencia del orgasmo. En el capítulo siguiente tendremos oportunidad de comprobar, mediante el testimonio de personas que acuden a nuestra consulta, cómo viven realmente el hombre y la mujer el orgasmo. En el presente capítulo nos vamos a ocupar de lo que entendemos por orgasmo en cuanto una de las fases o momentos de la excitación sexual. 3.2.1. Eyaculación y orgasmo en el hombre Con frecuencia el hombre confunde eyaculación y orgasmo muy probablemente porque ambos procesos suelen darse simultáneamente. Por lo general, cuando el hombre eyacula siente una fuerte y agradable sensación que identifica — 100 —

con el orgasmo; esto no sucede siempre, pues el hombre puede eyacular sin sentir el orgasmo o después de sentirlo muy débilmente, y no sólo, como suele suceder, en hombres con lesiones en la médula espinal que no experimentan la sensación orgásmica (Komisaruk y otros). También se da el hecho contrario, es decir, vivir un fuerte orgasmo sin eyacular. Todo ello tiene su explicación fisiológica ya que eyaculación y orgasmo son provocados por vías reflejas diferentes, es decir, por dos procesos fisiológicos diferentes. El hecho de que, por lo general, el hombre siente a la vez eyaculación y orgasmo, le lleva a interpretar el abundante flujo vaginal y las contracciones vaginales de su compañera durante la excitación sexual como prueba de que ha llegado al orgasmo. Otra falsa creencia frecuente en el hombre se refiere a la relación de causa-efecto que establece entre excitación, erección, apetencia y eyaculación/orgasmo, como hemos expuesto en otras publicaciones. Existe una gran confusión en su mente al tratarse de comportamientos para los que, por ser reacciones involuntarias, no localiza exactamente la parte del cuerpo en que se producen, no llega a vivirlos conscientemente, o, incluso, los confunde con ciertas fantasías y creencias falsas asentadas en su mente. Al estudiar la respuesta sexual desde un punto de vista fisiológico, los sexólogos suelen distinguir las siguientes fases o componentes en la respuesta sexual: (deseo), excitación, meseta, orgasmo [eyaculación] y resolución, que otros prefieren llamar «vuelta al reposo». Sólo en las últimas décadas se ha incluido el deseo sexual como parte del proceso de la respuesta sexual; no obstante, ésta puede darse, y muchas veces se da, sin previa vivencia del deseo, al menos de modo consciente, por ejemplo, durante el sueño o como consecuencia de una estimulación inesperada. Si bien se analiza a veces el placer sexual como parte del orgasmo, aquél es mucho más que la vivencia del clímax; es el elemento común a todas las fases de la respuesta sexual enumeradas y, generalmente, está presente en todos y cada — 101 —

uno de los momentos de la vivencia sexual. Hay personas que, como consecuencia de algún trastorno sexual, pueden realizar el coito o eyacular sin experimentar sensación alguna de placer, no obstante, el deseo o el orgasmo llevan siempre implícita la sensación placentera. Al reducir la vivencia sexual al orgasmo simplificamos un tema tan complejo como es el del placer sexual que, como vamos a ver, cada persona lo vive de modo muy diferente. Cada persona valora y aprecia muy distintamente la vivencia sexual, sea ésta mediante sensaciones puramente táctiles o mediante el orgasmo. Esto resulta más patente cuando observamos las carencias que en este campo arrastran muchos hombres y mujeres. Sería extremadamente complicado analizar la intensidad o la variedad de sensibilidad de una persona en relación a todos los sentidos. No es nuestra intención ni creemos que sea de capital importancia para nuestro propósito. Nos limitaremos, pues, al ámbito de las sensaciones eróticas táctiles y orgásmicas, ya de por sí un tema complejo. Un análisis más completo de la experiencia sexual debería incluir como elementos necesarios, tanto en la mujer como en el hombre, además del orgasmo, la satisfacción final, aunque no se hayan desarrollado medidas fisiológicas de esta vivencia. Nos referimos a las sensaciones que acompañan a la fase de vuelta al reposo: sensación de laxitud, de placidez y de plenitud que se experimenta al terminar toda relación no frustrada por alguna de las múltiples circunstancias que pueden impedir finalizarla satisfactoriamente. Evidentemente hablamos aquí de sensaciones diferentes a la vivencia genital o al orgasmo, que suele durar escasos segundos; las sensaciones a las que nos referimos pueden durar mucho más y extenderse a experiencias intensas terminada la reacción fisiológica del orgasmo, como veremos en los testimonios de hombres y mujeres que presentamos más adelante. Por adelantar un ejemplo, recordamos las palabras de una mujer de 27 años: «Después, queda una suave y dul— 102 —

ce sensación somnolienta, relajada, que recorre lentamente todo el cuerpo como un velo, como la seda.» Estamos muy lejos de poder determinar, definir y medir la vivencia completa del orgasmo, y más aún de las múltiples sensaciones que lo siguen y a las que nos referimos. Por ello en este estudio, dedicado al placer sexual, nos limitaremos a las vivencias que acompañan al orgasmo. 3.3. LA VIVENCIA DEL ORGASMO Nadie cuestiona que la vivencia del orgasmo es la sensación más placentera y deseada por el ser humano siempre que su sexualidad no haya sufrido una fuerte represión. A pesar de ello y de que en los últimos años disponemos de amplia bibliografía e información a través de algún programa de televisión bien orientado, es notable el desconocimiento que en general muestran tanto el hombre como la mujer sobre esta materia. Dicho desconocimiento sexual va encubierto en el lenguaje de la calle y en el escrito, que se expresa, a veces con ignorancia vergonzosa, en expresiones como «mujer multiorgásmica», «orgasmo simultáneo», «orgasmo clitorídeo», «orgasmo vaginal». Los investigadores del área de la Psicología y de la Neurología nos recuerdan que «el orgasmo implica para su consecución una estrecha conexión entre el cuerpo y la mente, es decir, no es un mero fenómeno genital, sino un fenómeno psicológico más complejo» (Domínguez-Rodrigo, 2004). Al darse generalmente eyaculación y orgasmo al mismo tiempo en el hombre, éste suele confundir ambos términos, que, con frecuencia, utiliza indistintamente. Debemos distinguir entre la reacción fisiológica que conduce a la expulsión del semen (eyaculación) y las sensaciones que se experimentan en esta fase de la respuesta sexual (orgasmo). No hay que confundir eyaculación con orgasmo. Los primates eyaculan, y probablemente gozan de sus cópulas, pero no gozan de manera orgásmica tal como se entiende en la especie humana (Miguel Domínguez-Rodrigo).

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Eyaculación y orgasmo son provocados por vías reflejas diferentes y se dan de forma independiente, aunque por lo general ambos coinciden en el tiempo, y en la práctica no lo diferencien la mayor parte de las personas. La eyaculación es la expulsión fisiológica de fluido seminal, mientras que el orgasmo es una percepción provocada vía refleja o por una reacción refleja del sistema nervioso que responde a reacciones básicamente químicas; se habla también de clímax o punto más alto del placer sexual. En la práctica clínica las disfunciones más frecuentes de la eyaculación en el hombre son: la eyaculación precoz, la eyaculación retardada, la eyaculación retrógrada y la ausencia de eyaculación. Las disfunciones más frecuentes relacionadas directamente con el orgasmo son: ausencia de orgasmo (aun habiendo eyaculación), dificultad para conseguir el orgasmo, orgasmo débilmente sentido y orgasmo relámpago. De la imposibilidad de eyacular y de los trastornos del orgasmo hablaremos en el capítulo siguiente. La fase del orgasmo suele darse cuando una estimulación adecuada para cada individuo continúa durante cierto tiempo; esta fase suele durar muy pocos segundos, mucho menos que las fases anteriores. La estimulación puede ser física o mental a través de fantasías, lecturas, imágenes, recuerdos, etc. 3.4. EL ORGASMO MASCULINO Los estudios fisiológicos del orgasmo en el hombre suelen distinguir dos momentos: el primero se caracteriza por contracciones rítmicas de diversos músculos, fundamentalmente de las vesículas seminales, la próstata y los conductos deferentes; los testículos se elevan hacia la base del pene. Es el momento en el que el fluido seminal es impulsado desde los testículos, la próstata y los conductos seminales a la uretra. Así comienza el proceso interno de la eyaculación; el hombre tiene la sensación de una eyaculación inminente, si bien aún podría controlarla. — 104 —

El segundo momento se caracteriza por contracciones de la uretra y del pene que suelen tener como consecuencia la expulsión del semen o eyaculación, generalmente acompañada de las sensaciones del orgasmo. El ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el ritmo respiratorio aumentan al máximo. La eyaculación no siempre se produce, ya que el hombre puede llegar a controlarla de tal forma que sienta las sensaciones del orgasmo sin que sobrevenga la eyaculación, y no sólo por aquellos hombres que practican el «sexo tántrico» cuyo objetivo es preservar la energía sexual y mantener la erección. 3.5. EL ORGASMO FEMENINO El orgasmo en la mujer se caracteriza por contracciones simultáneas de los músculos vaginales, de los músculos pélvicos inferiores, del útero y del ano (Komisaruk y otros, 2008). El número de contracciones suele variar entre 3 o 4 y 15 o 20. El orgasmo femenino ayuda a la fecundación, ya que las contracciones vaginales facilitan que los espermatozoides se acerquen al óvulo. Si bien generalmente se sostiene que, desde el punto de vista fisiológico, no hay diferencias notables entre ambos sexos, para estos autores los orgasmos femeninos están generados por los órganos y sistemas neurales propios de las mujeres, que son mucho más que un simple subgrupo o efecto secundario del orgasmo masculino. De todos modos, la vivencia del orgasmo difiere notablemente en ambos sexos en cuanto al modo de conseguirlo, a la percepción subjetiva, la duración y la facilidad de repetirlo en un corto espacio de tiempo. Komisaruk y colaboradores afirman que «en las mujeres, estimular el recto además del clítoris, la vagina y el cerviz (el cuello del útero) puede aumentar la calidad —la complejidad, la intensidad y, en consecuencia, el placer— del orgasmo». Como veremos en el capítulo siguiente, por lo general existe más variación en la consecución del orgasmo en la — 105 —

mujer que en el hombre en cuanto a la fase de preparación (juego erótico), tipo de estímulos demandados, etc. 3.6. ORGASMO MÚLTIPLE Se comenta con frecuencia que la mujer aventaja al hombre en la facilidad de experimentar varios orgasmos seguidos, hasta un número francamente sorprendente y en poco tiempo, en ocasiones en pocos segundos. Los orgasmos múltiples son un hecho constatado con medidas objetivas en hombres y en mujeres, si bien parecen ser más frecuentes en éstas. Aunque no hay una definición clara de orgasmo múltiple, se considera que se trata de orgasmos consecutivos en corto espacio de tiempo, y presuponen una estimulación continua, sin interrupción. Algunos hombres y mujeres experimentan estos orgasmos de manera espontánea, otros aprenden mediante alguna técnica para retrasar la eyaculación. Parece que, según el estudio de Marian E. Dunn y Jan E. Trost de la Universidad de Nueva York, el orgasmo múltiple no se ajusta a un modelo común en todos los hombres que lo tienen, ni en cuanto a la edad de inicio, ni en el modo de aparecer (puede ser espontáneo o voluntario, de modo rápido o lento, con eyaculación o no en todos los orgasmos), si bien en todos los casos permanece la erección completa entre los orgasmos. Heiman y LoPiccolo dan como posible explicación del orgasmo múltiple que la estimulación que lleva a la excitación y al orgasmo hace aumentar el flujo sanguíneo a los genitales, con la consiguiente formación de pequeños capilares y la más rápida aparición de sensaciones placenteras. Otra posible explicación sería que la vía nerviosa que conduce al reflejo causante del orgasmo se va reforzando con sucesivos intentos, facilitándose de este modo la repetición del reflejo. La capacidad multiorgásmica no está asociada necesariamente a la eyaculación y es algo que todo hombre y mujer — 106 —

puede alcanzar con la práctica de una técnica adecuada. Hay métodos tántricos y otras técnicas que facilitan la vivencia del orgasmo múltiple. 3.7. EL ORGASMO PLENO El psicoanalista Welhelm Reich (1955) y Alexander Lowen (2000), creador de la bioenergética (conjunto de técnicas terapéuticas basadas en los descubrimientos del primero), distinguen el orgasmo parcial o clímax del orgasmo completo o pleno. La diferencia entre ambos reside en la ausencia o presencia de los movimientos pélvicos involuntarios y convulsiones corporales que lo provocan. En el orgasmo parcial, según estos autores, la sensación corporal se limita al área genital o se extiende ligeramente dentro de la pelvis y de las piernas, pero el contacto y la fricción por sí solos, como cuando se lleva al pene manual u oralmente hasta el clímax, puede producir la eyaculación, no el orgasmo pleno. El orgasmo propiamente dicho u orgasmo pleno supone, según estos autores, una respuesta orgásmica completa que involucra a todo el cuerpo. 3.8. VIVENCIA DE SENSACIONES Y ORGASMO La vivencia del orgasmo es tan subjetiva y varía tanto en las diferentes personas que difícilmente podremos definir lo que es un orgasmo pleno, y es más difícil aún que una definición, cualquiera que sea, satisfaga a todos. Esta dificultad radica en la naturaleza misma del orgasmo, sujeto a tanta variedad como personas lo experimentan. La definición del mismo, si ha de cumplir con las características de toda definición, debe ser breve, clara y aplicable a todos los sujetos. Encontramos en los autores múltiples definiciones del orgasmo que ni vamos a repetir aquí ni a elegir la que nos pueda parecer más acertada ni añadir una más a la lista de las — 107 —

ya existentes; ello no ayudaría mucho a nuestro propósito, pues las definiciones, en este caso, pertenecen al ámbito de la experiencia personal, y las que nos ofrecen los manuales a veces no superan el rango de simples descripciones de vivencias de cada autor en concreto. Consideramos, pues, de mayor interés para nuestro objetivo acudir a la fuente de información más genuina y real que conocemos para comprender la noción del orgasmo. A nuestro modo de entender, esto se consigue acudiendo a los testimonios de hombres y mujeres sobre sus experiencias, cómo viven ellos y ellas el orgasmo, así como las causas que influyen en la ausencia o en la escasa vivencia del mismo, como veremos en el capítulo siguiente. 3.8.1. Vivencia del orgasmo masculino Existen testimonios de hombres, altamente reveladores, que muestran cómo viven el orgasmo. A continuación presentamos algunos de estos testimonios que serán el mejor indicador de la variedad, intensidad y calidad del orgasmo masculino. Un hombre de 68 años expone de la siguiente manera sus vivencias eróticas: Las sensaciones que experimento en el orgasmo varían considerablemente de la persona con la que comparto el sexo, del grado de erotismo que despierta en mí, de mi actitud de entrega hacia mi compañera, así como del placer que percibo en ésta y de su entrega amorosa hacia mí. Otros factores añaden fuerza o intensidad a las sensaciones percibidas, como los besos, la suavidad de la piel, la temperatura, los movimientos, la expresividad de la mujer, la excitación de ésta, etc. Intento que la penetración sea lenta, así percibo mejor las múltiples sensaciones de contacto no sólo del pene, sino de todo el cuerpo: calor, suavidad, lubricación, etc. Las sensaciones van aumentando con los movimientos y roce; cuando llega el mo-

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mento de la eyaculación siento como un chorro de líquido caliente a través del pené acompañado de sensaciones imposibles de describir que se extienden por todo el cuerpo a modo de leves sacudidas o descargas. El intenso placer de estos instantes no lo puedo describir. Después de unos segundos queda el cuerpo en calma total, los brazos y piernas más pesados, con una sensación de gran alivio y relax de todo el cuerpo.

3.8.2. Vivencia del orgasmo femenino Resulta ya un tópico recordar que la mujer, por lo general, vive el orgasmo de modo más global, prolongado y variado que el hombre, implicando no sólo los genitales, sino otras partes del organismo, sin limitarlo por tanto a la zona pélvica, como es el caso de muchos hombres. Gráficamente lo expresa el jeque Nefzawi en El jardín perfumado, una de las obras islámicas clásicas más importantes del arte de amar escrita en el siglo XIV: «El órgano del hombre está entre su ombligo y sus rodillas, y el de la mujer entre su cabeza y las puntas de los dedos de los pies.» La mujer describe el orgasmo de mil formas diferentes; a veces habla de una sensación agradable en todo el cuerpo, un bombeo de gran cantidad de sangre, una tensión muy fuerte en el clítoris, fuegos artificiales, una lluvia de estrellas, etc. (Cuadro 3.1). El comienzo del orgasmo es vivido por la mujer asimismo de modo muy diverso, como vemos en el Cuadro 3.2. Alguna comienza a vivirlo en la espalda, otras en la cabeza, en todo el cuerpo, como un cosquilleo placentero en el clítoris o entre las piernas, en la pelvis, en la vagina, en los genitales en general, o en todo el cuerpo. Veamos a continuación cómo describen algunas mujeres su orgasmo: Mi orgasmo comienza con un suave y agradable hormigueo en la parte final de la espalda y se irradia por mi vien-

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CUADRO 3.1.—La mujer vive el orgasmo como • Una sensación que le recorre todo el cuerpo. • Un bombeo de gran cantidad de sangre por todo el cuerpo. • Una tensión muy fuerte en el clítoris, como si se hinchara para estallar. • Mucho calor en la vagina que también se mueve como todo mi cuerpo. • Un pinchazo muy agradable en todo el cuerpo. • Fuegos artificiales. • Sensación de que la vagina y todo me tira hacia fuera, como si quisiera despegarse de mi cuerpo. • Una bomba que viene y se va sin saber por dónde, no me entero de lo que ha pasado, el orgasmo me sorprende. • Una tensión en la cabeza y si acaricio mis genitales es como si me estallara, mientras mis genitales se empiezan a calentar, siento como si ellos solos se empezaran a mover pidiéndome que los acaricie más y más, entonces mi clítoris se pone duro.

CUADRO 3.2.—Cómo y dónde comienza el orgasmo en la mujer • • • • • • • • •

A veces en la espalda. Con tensión en la cabeza. Con un temblor en todo el cuerpo. Con sensaciones placenteras como un cosquilleo placentero en el clítoris. Con un cosquilleo muy agradable entre las piernas. Con contracciones placenteras de subir y bajar la pelvis. Con latidos en los genitales. Con una sensibilidad especial en todo el cuerpo y con un hormigueo muy tenue concentrado en los genitales y en la zona del vientre. El estómago se contrae, y cada vez es más húmeda y cálida la sensación que noto en la vagina. tre bajando por las piernas. Progresivamente se desvanece el resto de mi cuerpo: mis sentidos parecen percibir única-

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mente las oleadas de agradables corrientes «eléctricas» que se van concentrando en toda la zona genital. Las oleadas se convierten en ondas concéntricas de placer cuya intensidad va aumentando. Se desvanece la percepción de la zona genital porque toda la intensidad «eléctrica» parece concentrarse en mi clítoris. Entonces se produce una fuerte sensación de placer tenso, contraído, nervioso, que me hace estremecer, jadear, apremiante, parece que no lo vas a soportar más... hasta que libera la tensión acumulada en forma de una «violenta» explosión de placer, placer que se expande en forma de haces de corriente que se irradian por todo mi cuerpo y desearías que nunca terminaran... Después, queda una suave y dulce sensación somnolienta, relajada, que recorre lentamente todo el cuerpo como un velo, como la seda (37 años). Cuando llega «el momento» gimo y me agarro fuertemente a lo que puedo, normalmente la ropa de la cama. Es algo fantástico porque siento como si en ese instante mis genitales bombeasen una gran cantidad de sangre por todo el cuerpo, y éste llegase lo mismo al cuero cabelludo como al dedo meñique del pie (33 años). Suelo excitarme leyendo revistas, viendo películas porno y con mi propia imaginación. Cuando empiezo a excitarme siento una tensión en la cabeza y si no me acaricio mis genitales es como si me estallara: mientras mis genitales se empiezan a calentar siento como si ellos solos se empezaran a mover pidiéndome que los acaricie más y más; entonces mi clítoris se pone duro, empiezo a tocármelo rítmicamente y despacio con la respiración acompasada hasta que pierdo el ritmo, mi cuerpo se contornea, me vibran las piernas no puedo aguantar más y me llega el orgasmo (21 años). Una vez que estoy bastante excitada al ser acariciada con la mano o mediante rozamiento con el pene de mi compañero, noto cada vez mayor placer en la zona del clítoris hasta que llega un momento en el que siento unas ligeras contracciones en la zona del clítoris. Esta sensación me dura aproximadamente 3 o 4 segundos, nunca sobrepasa los 5 o 6 segundos. Estas contracciones son como un cosquilleo que me produce gran placer. Una vez terminadas estas sensaciones que me producen exudación, rojez

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en la piel, etc., me siento como decaída física y psíquicamente pues considero que la sensación de placer es corta. Después de esto normalmente puedo volver a sentir la misma situación anterior 2 ó 3 veces más (22 años). Todo empieza tranquilo y de momento no siento gran cosa. Cuando empiezo a excitarme a veces me gusta que me toquen los pechos, que me muerdan el cuello, que me aprieten los brazos y entonces la excitación va creciendo, siento que me tiembla todo el cuerpo y cada vez deseo que llegue cuanto antes el orgasmo, cuando llega me muerdo los labios, aprieto las manos, es como un pinchazo muy agradable en todo el cuerpo y cuando acaba me sigo retorciendo porque todavía sigo sintiendo placer (26 años).

Con frecuencia la mujer relata sensaciones en el estómago o vientre, sensaciones agradables, de contracción, como latidos, etc. Una mujer de 26 años muestra fuertes deseos de que le toquen los pechos, que le muerdan el cuello, que le aprieten los brazos. Hay mujeres que se excitan más, llegando incluso al orgasmo, simplemente con fantasías, viendo películas porno o eróticas, o en sueños, y no lo viven o no se excitan en el coito o mediante estimulación de genitales, como vemos en los siguientes testimonios: Suelo excitarme leyendo revistas, viendo películas porno y con mi propia imaginación. No me hago caricias, simplemente las imagino. Sólo centro mi atención en los genitales (21 años). Sólo en sueños he vivido algún orgasmo, pero por el recto y con dolor (28 años). Yo me despierto aproximadamente una vez al mes con las contracciones y con las sensaciones y placer de un orgasmo. Sensación muy agradable, lo vivo casi dormida. Me despierto, lo tengo y me vuelvo a dormir (34 años). Si me toco o con fantasías no me excito. Me excito con películas eróticas y a veces con lecturas. Hubo una época en la que estuve obsesionada con lecturas eróticas. Dentro de la vagina siento muy poco (50 años).

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A veces experimenta la mujer una especie de disgregación, desunión o desplazamiento de algunas partes del cuerpo en el momento del orgasmo o poco después, como si alguna parte o miembro cobrara vida propia, sintiera y actuara independientemente de otras partes o incluso del cuerpo en su conjunto. Veamos algunos ejemplos: Las piernas y en general el cuerpo tienden a moverse como si tuvieran vida independiente de las órdenes del cerebro, buscando la mayor respuesta placentera (29 años). Una vez ya vestida y acostada me siento muy bien; incluso sigo sintiendo algo en el órgano sexual muy placentero; pero como si estuviera aparte de todo el cuerpo (29 años). Siento que me excito cada vez más. Me da la sensación de que la vagina y todo me tira hacia fuera como si se quisiera despegar de mi cuerpo y eso me produce muchísimo placer. Siento mucho calor en la vagina que también se mueve como todo mi cuerpo (27 años). Mientras mis genitales se empiezan a calentar siento como si ellos solos se empezaran a mover pidiéndome que los acaricie más y más (21 años).

No hemos encontrado en la bibliografía referencias a estas vivencias de la mujer, ni nos atrevemos a especular sobre posibles hipótesis explicativas de este significativo hecho, pues carecemos de datos.

3.9. MITOS SOBRE EL ORGASMO En otras publicaciones nos hemos referido a los mitos sobre la erección, el deseo sexual y la eyaculación precoz. Aquí vamos a presentar algunas de las falsas creencias sobre el placer sexual y el orgasmo que podrán aclarar algunos conceptos sobre la sexualidad masculina y femenina. — 113 —

3.9.1 El sexo único Comprenderíamos mejor las falsas creencias sobre la sexualidad, en general, y sobre el orgasmo, en particular, si conociéramos mejor la evolución del saber médico acerca del cuerpo humano a lo largo de los siglos y la creencia en el modelo de sexo único que se mantuvo entre los médicos hasta pasado el Renacimiento. Desde la Antigüedad clásica se ha considerado el cuerpo masculino como patrón del cuerpo humano. El cuerpo de la mujer era visto como una copia imperfecta del cuerpo del hombre; se describían los órganos sexuales femeninos por su semejanza con los genitales del hombre. Como hemos visto en el Capítulo 1, sólo había un sexo, el masculino, razón por la que se habla de sexo único. Esta visión continuó hasta mediados del siglo XVIII y ha sido el fundamento de los criterios que determinan la legitimidad y la moralidad del placer sobre todo en la mujer. Como observa Thomas W. Laqueur (1994): Los anatomistas podían haber visto los cuerpos de forma distinta —por ejemplo, podían haber considerado la vagina como algo diferente del pene— pero no lo hicieron por razones esencialmente culturales. De igual modo, se hizo caso omiso de datos empíricos —las pruebas de la concepción sin orgasmo, por ejemplo— porque no encajaban en su paradigma científico o metafísico.

La idea conservadora de la época —representada por la ciencia médica y la Iglesia— de que podía aceptarse el placer sexual en la mujer como condición biológica impuesta por la naturaleza para poder procrear llevaba implícita la aceptación del orgasmo femenino como una concesión, no como algo a lo que pudiera aspirar libremente una mujer. — 114 —

3.9.2. El orgasmo femenino es necesario para la concepción Como consecuencia del modelo de sexo único, dado que en el hombre van unidos placer y eyaculación, necesaria ésta para la concepción, así debía ser en el caso de la mujer. La vivencia del orgasmo femenino sería condición indispensable para poder concebir. Por lo tanto, «se permitían» y se recomendaban múltiples medios para generar y mantener el calor en la mujer, lo que le facilitaría el orgasmo: la charla picante, juegos amorosos por parte del marido, caricias, abrazos, excitación, besos lascivos, palabras, frases excitantes y hasta hacerle cosquillas. Con ello no sólo se continuaba en el modelo antiguo de sexo único, sino que, al mismo tiempo, se mantenía el modelo de mujer desapasionada y se silenciaba, e incluso se ocultaba, el derecho de la mujer al placer, a la relación sexual satisfactoria e independiente de la concepción. Cuando la ciencia médica dio paso a un nuevo modelo de dimorfismo sexual a finales del siglo XVIII, según el cual no es necesario el orgasmo en la mujer para la concepción, éste pasó a ser algo que las mujeres podían tener o no tener, y la moral católica —ya sin las trabas de la ciencia— se inclinó por indicar a la mujer que es más perfecto el acto sexual sin placer, práctica que continuó aconsejando durante décadas. Debieron pasar muchos años hasta considerar que el orgasmo femenino no tiene otra función que la de dar placer, realidad que no se opone al hecho de que las contracciones vaginales que suelen acompañar al orgasmo femenino faciliten la subida del esperma al útero y, por ende, también la concepción. La creencia de que el orgasmo en la mujer es necesario para la concepción se encuentra hoy día más en algunos hombres que en la mujer, pues ésta, en general, sabe por experiencia que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Quizá muchas mujeres de la época de nuestras madres hu— 115 —

bieran visto en ello una ventaja de su maternidad, pues cuántas madres están cargadas de hijos y no han sentido en su vida un orgasmo. Al lector le puede resultar extraño, pero un paciente, al preguntarle si su compañera llegaba al orgasmo, contestó: «pues claro, si hemos tenido cinco hijos». 3.9.3. La relación sexual es incompleta sin el orgasmo Muchas personas creían hasta no hace mucho que, para tener una relación sexual satisfactoria, era imprescindible llegar al orgasmo. No es necesario llegar al extremo de subestimar los beneficios psíquicos y físicos que aporta la experiencia orgásmica, el error puede estar en presentarse como elemento único o esencial de toda relación el alcanzar el orgasmo. Con frecuencia el buscar éste de modo obsesivo, como una meta, tiene como consecuencia precisamente lo contrario, genera tal ansiedad que impide conseguir lo que con tanto ahínco se persigue, el orgasmo. Esta búsqueda persistente y a toda costa impide incluso disfrutar de otras muchas sensaciones en la relación sexual. Desde luego, más nefasto es para la relación de pareja —y ante todo para la sexualidad de la mujer— no interesarse por si el compañero/a llega o no al orgasmo, si ha llegado alguna vez, cómo vive la relación sin llegar al clímax final, cuáles son las zonas erógenas de cada uno, etc. 3.9.4. El orgasmo clitorídeo y el orgasmo vaginal Otra idea muy extendida hasta hace pocos años y que aún hoy día expresan algunas personas se refiere a los dos tipos de orgasmo en la mujer, relacionados con la personalidad de ésta o su desarrollo y madurez. Sigmund Freud los propuso por primera vez en su modelo de sexualidad feme— 116 —

nina: el orgasmo clitorídeo y el orgasmo vaginal. Durante décadas se mantuvo esta falsa creencia, que ha preocupado a muchas mujeres incapaces de diferenciar si su orgasmo era de un tipo u otro y tener que resignarse o angustiarse ante la idea de una inmadurez sexual. La mujer que sólo conseguía orgasmo mediante la estimulación directa del clítoris era considerada inmadura, una mujer cuyo desarrollo no había superado la sexualidad infantil, un signo de inmadurez o de grave inadaptación psicológica. Tal creencia defendida por Freud y por muchos de sus seguidores psicoanalistas duró varias décadas, en contra del saber anatómico y fisiológico de su tiempo, según Thomas Laqueur, profesor de la Universidad de California, Berkeley. Aunque actualmente apenas se menciona la distinción de los dos tipos de orgasmo fuera de algunos círculos de psicoanalistas fieles a la doctrina del maestro, queda aún algún vestigio en escritores poco documentados y en las mujeres que en su día recibieron este mensaje sobre los diferentes tipos de orgasmos femeninos y siguen temiendo la falta de desarrollo de su personalidad. Basándose en investigaciones recientes, Komisaruk y colaboradores piensan que la cualidad sensorial del orgasmo difiere en función de la parte del sistema sexual que se estimula. El orgasmo inducido por la estimulación vaginal afectaría a todo el cuerpo y el provocado por la estimulación del clítoris se limitaría más a la región clitoriana. Es muy probable, según estos autores, que las diferencias en la cualidad sensorial de estimular el clítoris, la vagina o el cérvix se deban a los diferentes nervios que reciben la actividad sensorial de cada una de estas regiones. Por otra parte, «varios estudios presentan pruebas de que la estimulación directa de la vagina o del cérvix en ausencia de una estimulación directa del clítoris puede generar orgasmos en las mujeres». Por ello concluyen que «los orgasmos femeninos están generados por los órganos y sistemas neurales propios de las mujeres y son mucho más que un simple subproducto o efecto secundario del orgasmo masculino». — 117 —

3.9.5. La mujer puede llegar siempre al orgasmo en el coito Para algunos hombres, si la mujer se lo propone puede llegar al orgasmo en la relación sexual, y si no lo consigue cuando hacen el amor, el hombre piensa con frecuencia que es por falta de interés de ella. Esta creencia del hombre surge porque él suele tener el orgasmo con excesiva rapidez y sin mayores esfuerzos por su parte, y no entiende por qué ha de ser diferente en la mujer. Según datos empíricos, incluso las mujeres que llegan al orgasmo con facilidad, no lo consiguen en el coito. Esto les sucede el 70 por 100 ó el 80 por 100 de las veces al grupo de mujeres orgásmicas, según datos de Heiman y LoPiccolo. A parte de la mayor o menor habilidad o experiencia de la pareja, hay otros muchos factores por los que la mujer no siempre consigue llegar al orgasmo. No siempre está en disposición física o psíquica; suelen influir más que en el hombre el cansancio físico, las preocupaciones, la monotonía de la relación y otros varios factores que comentamos en el capítulo siguiente. 3.9.6. El orgasmo simultáneo en la pareja Algunas parejas consideran el orgasmo simultáneo como el mejor signo de una sintonía sexual perfecta y se esfuerzan por llegar en el mismo momento a vivir el clímax. Quizá responda esta actitud a la antigua creencia anclada en el inconsciente y predicada durante siglos de que la condición ideal para la concepción era el orgasmo mutuo simultáneo. El orgasmo simultáneo lo consiguen con más frecuencia unas parejas que otras. Es asimismo una experiencia sexual deseable siempre que no genere tensiones y angustia por obtenerlo a cualquier precio. No obstante, no es signo de una vida sexual más rica en las parejas que lo experimentan que en las que no lo viven. Muchas parejas nunca han gozado de — 118 —

un orgasmo simultáneo, sin embargo, disfrutan plenamente de su relación y viven una sexualidad rica y variada. Como observan J. R. Heiman y J. LoPiccolo, vivir el orgasmo en momentos distintos, tiene también sus alicientes, como poder apreciar el orgasmo ajeno, sentir cómo aumenta la excitación, percibir las manifestaciones de placer del otro/a y sentirse cerca, física y emocionalmente, en el momento del orgasmo. Hemos expresado en capítulos anteriores, y dada su importancia lo repetiremos en los siguientes, que la sexualidad compartida ofrece innumerables situaciones y momentos en los que ambos pueden mejorarla atendiendo a los deseos propios y a los del compañero/a. La plenitud sexual es una labor de cada día, del esfuerzo de ambas partes y de los pequeños detalles, de entender que el orgasmo o vivencia del mismo es responsabilidad de cada uno. Hasta hace poco tiempo se mantenía la idea errónea de que el hombre era quien le proporcionaba no sólo el placer a la mujer sino también el orgasmo. Imaginemos por un momento la situación y nos daremos cuenta de lo patético que puede llegar a ser tanto para el hombre como para la mujer: la mujer resignada y pasiva «a la espera» de que él la toque, estimule como «debe ser» y se produzca entonces la explosión mágica. Él, por su parte, pendiente de dónde y cómo tocar para producir el efecto esperado. Aún hoy, con toda la información al alcance de cualquiera, muchos hombres siguen pensando que para ser un buen amante deben hacer gozar a su compañera. Si ésta no llega al orgasmo se sienten responsables de ello. A su vez muchas mujeres no asumen aún que el orgasmo es una respuesta sexual que depende de ellas y que comparten con su pareja. 3.10. NATURALEZA DEL ESTÍMULO SEXUAL Podemos mostrarnos indulgentes con cualquier tipo de fantasía que origine o aumente el placer sexual, lo que sin duda es una actitud muy positiva, pero no lo somos tanto con otros estímulos socialmente menos aceptados. En otras — 119 —

palabras, con frecuencia enjuiciamos de diferente modo el placer dentro o fuera del matrimonio, el derivado de una caricia heterosexual u homosexual, el sexo sádico, masoquista, a través de un objeto, de un animal o de un cadáver. Los manuales de sexología, sean de orientación médica o psicológica, suelen informar ampliamente acerca de la anatomía y fisiología de los órganos sexuales; describen, como hemos comentado más arriba, los diferentes momentos o fases de la respuesta sexual femenina y masculina con todo tipo de detalles, pero no suelen extenderse en el tema del estímulo sexual o lo tratan únicamente en relación con el coito o con comportamientos dirigidos expresamente a la reproducción. Limitan el estímulo sexual a los órganos genitales, el pene o la vagina; a lo más se incluyen contactos, besos y caricias, casi siempre limitados a la relación de coito. En toda experiencia sexual concurren varios elementos, fundamentalmente, el sujeto (con los procesos mentales y emocionales que lo acompañan), el estímulo (en el que deberíamos incluir la situación social y sociológica) y la respuesta obtenida. Cuando se habla del estímulo, éste suele limitarse a las circunstancias que lo acompañan, a la rectitud del acto o su valoración moral: en la relación heterosexual si el estímulo es una caricia, un beso, una penetración pene-vagina, dichos estímulos son aceptados como adecuados. Otros comportamientos rompen los esquemas de una norma establecida, no se sabe muy bien por quién, y sobrepasan la permisividad o son considerados como inadecuados: caricia, sí, pero ¿dónde?, ¿con qué? Penetración, sí, pero ¿cuándo?, ¿por dónde?, ¿a quién?, ¿en qué lugar?, ¿con finalidad reproductora o por simple placer? Un beso, sí, pero ¿en qué parte del cuerpo?, ¿entre personas del mismo o de diferente sexo? Un pellizco o un mordisquito cariñoso, sí, pero ¿un golpe más fuerte, un latigazo, un arañazo sangrante, una patada? Aquí comienzan ya las divergencias: hay personas que aceptan y tienen por válido cualquier comportamiento o estímulo, otras personas establecen límites de per— 120 —

misividad, desechando ciertas prácticas por considerarlas inaceptables, inmorales e, incluso, aberrantes o bestiales. De este modo se establecen normas por las que un placer es o no lícito. No obstante, para determinar la naturaleza del placer sexual o de un estímulo creemos que se ha de prescindir de conceptos como licitud, moralidad, buen o mal gusto. Hay personas que aceptan cualquier comportamiento, cualquier estímulo sexual físico en la relación con el compañero/a, pero rechazan abiertamente otros estímulos físicos o mentales (ciertos recuerdos, fantasías, representaciones o pensamientos), sobre todo fuera de la relación comprometida, por considerarlos contrarios a la fidelidad que se han prometido; se puede llegar a ver en ello una ofensa o traición a la otra parte. Los filósofos, teólogos y sexólogos han intentado establecer criterios para determinar qué comportamientos sexuales son lícitos o ilícitos, normales o anormales, permitidos o prohibidos, naturales o antinaturales. Algunos de estos intelectuales condenan el masoquismo por considerarlo antinatural e inhumano, pero ¿podemos imaginar masoquismo mayor y más inhumano que renunciar voluntariamente al placer de los sentidos? ¿Qué criterio admitiremos para aceptar un estímulo o un comportamiento sexual? Cuando tomamos como criterio la normalidad en una sociedad tendremos como principal inconveniente los vaivenes a los que están sujetas las costumbres o normas en diferentes épocas o lugares. En el siglo XIX, y buena parte del XX, ciertas actividades sexuales eran consideradas perversiones y eran condenadas por no responder a la norma del momento, por ejemplo, el sexo genital heterosexual; décadas después las mismas acciones dejaron de calificarse de perversiones. La homosexualidad en la Grecia clásica, por ejemplo, era el comportamiento normal entre varones de cierto rango social. Cuando la homosexualidad dejó de ser un comportamiento aceptado por aquella sociedad, dejó de ser un comportamiento normal a los ojos de los griegos, ya no se consideró como normal. — 121 —

El bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, dependen de decisiones humanas, contractuales, relativas e históricas (Michel Onfray).

Algo semejante podemos decir de la masturbación, de tantas otras actividades sexuales y métodos anticonceptivos, condenados durante décadas por no contemplar la finalidad reproductiva, principal criterio durante siglos para determinar la licitud o ilicitud de los comportamientos sexuales. La interpretación de lo que es «normal» está siempre sujeta, pues, a la subjetividad del individuo, a la moda, a los cambios sociales y a la moral. Al parecer uno de los primeros investigadores de la sexualidad, Alfred Kinsey, mantenía que nada de lo que es biológicamente posible es nocivo en sí mismo. Esta idea constituye para Jeffrey Weeks «la principal contribución de Kinsey a una valoración radical del sexo». Con excesiva presteza se acude a la soberanía de la naturaleza o de la ley natural para determinar si un acto sexual es o no lícito. La Iglesia católica suele apoyarse en este principio para calificar y condenar muchos comportamientos sexuales. Sobre ello se han escrito cientos de volúmenes. El gran filósofo Emmanuel Kant consideraba la masturbación un acto antinatural por no ir dirigida a la procreación. Al decir que nada de lo que es biológicamente posible es nocivo en sí mismo, estamos apelando a lo más profundo de la ley natural. Otro gran pensador, Jean-Jaques Rousseau, compartía muchas de las opiniones sobre los perjuicios de la masturbación de Tuissot; en su obra cumbre, Emilio, previene contra el hábito de la masturbación, «el más desastroso en el que un joven puede quedar atrapado», según este autor. Richard von Krafft-Ebing utilizó a finales del siglo XIX el término masoquismo por primera vez. Desde su origen el término se asocia a lo patológico, a la enfermedad. Según este autor, el goce obtenido causando dolor o el placer que produce el sufrimiento son patológicos. Para la doctora Anita Phillips: — 122 —

el masoquismo es el fundamento de la sexualidad, no una aberración del individuo: lo que buscamos en el masoquismo es una especie de dolor arrobador, un desgarro, una sensación física desbordante [...] El masoquismo oficialmente carece de popularidad; o mejor dicho, pocos de nosotros estamos dispuestos a reconocer que nos gusta. Para defenderlo hay que empezar señalando que no se trata de algo propio de unos cuantos sujetos pervertidos, sino que a todos nos incumbe en distintos grados. Esto conlleva además una crítica al concepto mismo de normalidad.

A veces los accidentes —no la sustancia, lo esencial— son los que determinan si un acto entra dentro o fuera de lo aceptable y lo «lícito»; siendo para algunos los accidentes los elementos decisivos a la hora de justificar o condenar una actividad sexual. Dentro de ciertos límites, el moralista tradicional acepta la actividad sexual, pero cuando se sobrepasan esos límites, puede hablar ya de anomalía, patología, perversión, desviación, trastorno sexual, degeneración. Se condena incluso una actividad sexual cuando los límites están pactados entre los interesados, regla primera para aceptar o no la actividad sadomasoquista, por ejemplo. ¡Con qué ridícula facilidad se convierte el humano en juez y hasta en verdugo de sus semejantes! No es tarea de la ley hacer respetar la moralidad (John Stuart Mill).

Comprendemos los límites autoestablecidos por los grupos que siguen una sexualidad ortodoxa, pero por lo general resultan menos comprensibles las limitaciones impuestas o propuestas entre los mismos grupos que conforman la diversidad erótica. ¿Cuál es el nivel de solidaridad y aceptación de unos con otros, digamos entre gays, lesbianas, pedófilos o masoquistas? Las llamadas perversiones pueden considerarse, dice Jeffrey Weeks, como la rebeldía ante la hegemonía de la sexualidad procreadora, y el sadomasoquismo es la quintaesencia del sexo no reproductivo. — 123 —

¿Hasta dónde llega la perversidad de la sociedad convencional que, por una parte, critica y condena la liberación sexual o el sexo libre y, por otra, llena el mercado de utensilios, pornografía, videos, películas porno, aparatos, drogas, perfumes, vestimenta de cuero, saunas, locales de orgía? ¿Y hasta dónde la misma sociedad promueve o mantiene dichos productos no sólo al comercializarlos, sino también al permanecer ante la pantalla de televisión encendida? Cuando dos personas consienten libremente en actividades sadomasoquistas, incluso actividades extremas, siempre que no esté en peligro la vida de alguno o el daño a terceros, ¿qué hay en ello de perversión, inmoralidad o vejación? Trata de encontrar placer en todo lo que asusta a tu corazón (Marqués de Sade).

Algunas de las reivindicaciones de la actividad sadomasoquista, como su valor terapéutico y catártico, el mostrar la naturaleza ritual y lúdica del sexo, ¿tienen algo de reprobables o amorales si los participantes se entregan de modo voluntario a tales actividades? La tipificación del masoquismo como enfermedad y como degeneración morbosa del psiquiatra von KrafftEbing, o la visión negativa de Freud y muchos psicoanalistas al considerarlo de amenaza y peligro para el organismo, ha dejado profundas huellas en la sociedad que impiden concebir esta actividad sexual por su valor catártico o, como dirá Anita Phillips, como «una vía para el placer intenso y la renovación». Lo que, según Weeks, constituye el verdadero escándalo del sadomasoquismo en nuestra sociedad no es ni su percepción única de la naturaleza del poder sexual, ni sus supuestos efectos íntimamente terapéuticos, sino «el intento más radical, en el campo de la política sexual, de promover simEl dolor y el placer no son siempre opuestos irreconciliables, o si lo son constituyen a veces formas opuestas de lo mismo, de un estímulo acuciante (Anita Phillips).

— 124 —

plemente el placer como objetivo fundamental del sexo no reproductivo». Mario Perniola nos brinda otra visión del masoquismo, al afirmar que el móvil del sadomasoquista es más el temor del dolor que el placer del dolor. Para la doctora Anita Phillips, el placer y el dolor son variantes del mismo tema, la sensibilidad: En muchos escritos sobre el masoquismo se alude a su naturaleza paradójica, a su unión de categorías aparentemente irreconciliables entre sí, como el placer y el dolor. Pero si ambas sensaciones se pueden fusionar, bien podemos sospechar también que su oposición no es tan obvia como se dice. Cabe, por ejemplo, que ambas sean variantes del mismo tema, el de la sensibilidad. [...] La sensación de excitación acuciante, sea cual sea, también es dolorosa, produce fluidos que pueden acabar en lágrimas, exige un desahogo inmediato.

Con frecuencia tendemos a interpretar el comportamiento sexual humano, sus causas, naturaleza, moralidad y consecuencias basando nuestras consideraciones en el argumento de autoridad, incluso en deducciones lógicas o racionales de filósofos famosos. Pocas veces buscamos lo que la ciencia ha demostrado. Acudimos al argumento de autoridad cuando nos apoyamos en el criterio de un personaje célebre o del autor de un libro, estén o no comprobadas sus conclusiones. Los escritos de muchos autores han conseguido amplia difusión y han influido perniciosamente al no basar sus reflexiones en hechos comprobados. Incluso la ciencia tiene que ir modificando sus conclusiones a medida que aparecen resultados de nuevas investigaciones. Pocos libros han envenado tanto la opinión de las personas durante décadas en varios países de Europa y han cargado de angustia la conciencia de tantos adolescentes como las publicaciones ya mencionadas sobre la masturbación del médico Tissot a principios del siglo XVIII o el libro sobre psicopatías sexuales de Richard von Krafft-Ebing. Éste, pionero de la sexología y de la medicina forense de su tiempo, anali— 125 —

zaba con verdadero tesón los casos que estudiaba por si procedían de una familia con antecedentes hereditarios, es decir, con enfermedad personal grave. De este modo pretendía decidir la raíz patológica de los comportamientos estudiados por él, calificándolos de enfermedades. Ciertamente hablamos de una publicación de las últimas décadas del siglo XIX, Psichopathia sexualis, pero esta obra sigue en las librerías del siglo XXI con su título original en latín, aunque ciertamente ya no tiene la desastrosa influencia que tuvo durante décadas. Tanto el hombre como la mujer experimentamos a veces sensaciones de placer mediante prácticas o comportamientos aparentemente opuestos por naturaleza al estímulo generador de placer, como sucede en el masoquismo o el sadismo. Los golpes, los azotes y otros actos más humillantes generan normalmente dolor; ¿cómo puede una persona «normal» disfrutar con tales prácticas? Éstas —piensan muchos— sólo se conciben en personas anormales, enfermas o degeneradas. Para algunos autores, como Anita Phillips, todos somos masoquistas en algún momento y en algún grado. En cierto sentido, el dolor y el placer van de la mano, sin llegar a extremos como en el caso del místico/a que disfruta del cilicio, de la penitencia, de las heridas, de las llagas. Pensemos, por ejemplo, en las personas que aceptan el sufrimiento o la humillación como virtudes; las prácticas de punciones, cisuras, piercings; y ¿qué decir de quien está fuertemente enamorado de alguien que no le presta atención alguna? Vemos en la consulta personas psíquicamente sanas en las que el placer, en circunstancias especiales, va ligado a una vivencia en los límites de cierto masoquismo. Seguro que más de un lector/a podría añadir deseos, fantasías o experiencias semejantes, e incluso más singulares que los de los siguientes casos. Miguel Ángel, de 35 años, casado, tiene dificultad de obtener orgasmo en coito desde su primera relación; tiene erección normal, pero sin sentir placer, sin que haya conexión entre su mente y sus genitales. No consigue meter a la mujer —la actual u otras— en sus fantasías que es lo que le provo— 126 —

ca el orgasmo. No obstante, goza y siente el orgasmo con fantasías en las que su mujer está con otros hombres y se acuesta con ellos. Con fantasías como en una película, como si estuviera viendo a otras personas interactuando (su pareja con otra persona con una relación fuerte, bestial, mujeres con pene o consoladores, travestís). En estas fantasías Miguel Ángel se ve como un espectador más. Si es su pareja quien está haciendo algo con otro (como que le esté engañando), eso le excita. Una de las cosas que más le excitan es la idea de que le engaña. Escenas con ese sentido y a base de esto forman su fantasía. Una mujer con consolador o un travestí le excita. Pedro Luis, de 32 años, casado, antes vivía el orgasmo en todo el cuerpo, desde hace unos años ha ido perdiendo gradualmente esta sensibilidad en el momento del orgasmo. No obstante, piensa que con una mujer «más déspota» gozaría más. Arturo, de 32 años, soltero, no se excita en una relación con caricias y besos. Sólo le excitan fantasías o películas de mujeres luchando, peleando una encima de otra, o películas en las que la mujer domina al hombre. Otros pacientes sólo disfrutan y llegan al orgasmo cuando la mujer lo domina, pensando que la mujer le está violando y que ella, al mismo tiempo, está disfrutando. Una mujer de 44 años siente la necesidad de que su pareja le apriete fuertemente los pezones con los dedos o los dientes para facilitar la llegada del orgasmo. El compañero se sorprende ante la insistencia de que le apriete más y más fuerte, hasta el extremo de temer hacerle sangrar. Ciertamente, por muy extraños que parezcan estos gustos no pueden compararse con los insólitos y procaces modos de excitarse de los cuatro libertinos (el financiero Durcet, el presidente de Curvas, el duque Blangis y el obispo), que nos relata la señora Duclos, o de los clientes del burdel regentado por Madame Guérin o Madame Fournier, según describe el Marqués de Sade en Las 120 jornadas de Sodoma. Una vez más se cumple en este tema el dicho de que todo ex— 127 —

tremo pierde veracidad. El sociólogo canadiense Ricardo Hill refiriéndose a estos personajes lo expresa de modo más tajante cuando afirma que todos los grandes libertinos de Sade, que viven para el placer, no son grandes sino porque han aniquilado en ellos toda capacidad de placer. Ni lo que hayamos podido leer o escuchar sobre el placer sexual ni las experiencias personales del mismo agotan la gama indefinida de matices de una vivencia tan íntima y tan versátil. Lo que para unos es normal, estético, delicioso o noble, para otros puede parecer anormal, antiestético, desagradable, abyecto o repugnante. Ningún ser humano puede determinar los límites ni la naturaleza del placer sexual de los demás. ¿Por qué hemos de calificar de anormales las sensaciones experimentadas por una persona al ser pisoteada, escupida, golpeada o humillada? ¿Podemos asegurar que no puede resultar placentero o lícito el chupar un zapato, un calcetín sucio o un pie sudado? Por no hablar de los objetos y experiencias que alimentan la diversión y la indolencia de los cuatro libertinos de Sade en Las 120 jornadas de Sodoma Una vez más, ¿dónde está el límite de lo aceptable y lo no aceptable? ¿Por qué razón, se pregunta Sache-Masoch, no puede resultar delicioso en un banquete beber en los zapatos de las mujeres? CONCLUSIONES Las diversas modalidades de la vivencia del orgasmo tanto en el hombre como en la mujer muestran que no hay un orgasmo «tipo» que nos pueda servir de norma o modelo para todos los hombres o mujeres, como parece deducirse de las clásicas cuatro fases de la respuesta sexual. Como en otras áreas de la sexualidad, con frecuencia desconocemos la vivencia del orgasmo masculino y femenino, debido a las falsas creencias, prejuicios y mitos sexuales que, durante siglos, han sembrado la confusión e impedido vivir el sexo con mayor libertad y naturalidad. — 128 —

En cuanto a la naturaleza del estímulo sexual, aún le queda a nuestra sociedad un largo camino que recorrer hasta vivir el sexo libre de tabúes. En este recorrido puede sernos de gran ayuda reflexionar sobre las palabras del controvertido Marqués de Sade: «Cuando proscribimos todos los actos sexuales que no tienen por finalidad procrear estamos nosotros mismos violando la ley natural.»

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CAPÍTULO 4 La eyaculación, el placer y el orgasmo La descripción de las fases de la respuesta sexual y los cambios fisiológicos durante aquélla, temas exhaustivamente estudiados por diversos autores durante las últimas décadas, pierden relevancia si los comparamos con la trascendencia para nosotros, los humanos, del placer sexual y de la vivencia del orgasmo. A fin de cuentas, la principal razón de ser de todo contacto o acercamiento sexual es, para la gran mayoría de las personas, el disfrute, el placer erótico en sí mismo, en toda su potencialidad, variedad de expresión y manifestaciones. En la consulta sexológica encontramos, no obstante, hombres y mujeres que, por circunstancias o causas que veremos más adelante, no han disfrutado plenamente del sexo, nunca han vivido un orgasmo, sólo lo han experimentado en ocasiones muy específicas o sólo con determinados compañeros/as. Los psicólogos hablan en estos casos de personas que sufren trastornos del orgasmo. De todos es conocida la poco acertada expresión «mujer frígida», con la que, duran— 131 —

te muchos años, se ha designado tanto a la mujer poco entusiasta en la cama, con poca apetencia sexual, como a la que nunca llega al orgasmo; en este último caso es más apropiado hablar de mujer con anorgasmia. Nuestra sociedad comprende y justifica todas estas carencias sexuales en la mujer. En el hombre, por el contrario, ve menos normal que no pueda eyacular o sentir el orgasmo. Es una de las consecuencias de una secular tradición que no acepta de buen grado las debilidades sexuales en el hombre y, no obstante, incluso considera que forman parte de la naturaleza femenina. Si nos acercamos a la realidad, encontramos no sólo mujeres que no disfrutan del orgasmo, sino también hombres que disfrutan muy poco de la experiencia sexual, otros, si bien en menor número, no pueden eyacular o no consiguen disfrutar del orgasmo en absoluto. 4.1. LA EYACULACIÓN Y SUS BLOQUEOS No es ninguna novedad que muchos hombres padecen de lo que se denomina eyaculación precoz, eyaculación precipitada, eyaculación rápida o, como un paciente describía su problema con cierto humor, eyaculación «inoportuna», por aparecer en el momento más inesperado e inoportuno. No nos ocuparemos aquí de este problema puesto que hemos tratado el tema en otra publicación (Matesanz, 2000). Analizaremos precisamente la reacción contraria a la eyaculación precoz, es decir, la imposibilidad o dificultad de eyacular, que inquieta a muchos hombres, y que, sin ser tan frecuente como aquélla, encontramos también en la consulta sexológica. La eyaculación retrógrada no es propiamente una imposibilidad de eyacular, sino que en estos casos el semen, antes de llegar al pene, se desvía por un conducto diferente a la uretra, terminando en la vejiga. Por esta razón no incluimos en nuestro estudio casos con dicha disfunción. — 132 —

La imposibilidad de eyacular es, sin duda, una disfunción eyaculatoria, pero el hombre evita en lo posible hablar, incluso con sus amigos, de este problema más que de la eyaculación precoz, pues con frecuencia asocia la imposibilidad de eyacular no sólo con una merma de virilidad sino incluso con una deficiencia sexual física. Un paciente lo comparaba con una tubería atascada; otro temía tener los testículos vacíos. Por el contrario, la eyaculación precoz es para algunos un signo de rebosante vigor, de una desbordante sexualidad que no llegan a controlar, o la atribuyen a que sienten fuerte atracción por las mujeres. Lo cierto es que ambas disfunciones suponen un handicap en la relación sexual, por más que, quien no llega a eyacular pueda dar tiempo a su pareja para disfrutar múltiples orgasmos. Terminada la relación el hombre se encuentra frustrado al considerar que el acto queda incompleto y que tanto él como su pareja desearían un final diferente. Hemos estudiado 63 casos de hombres con imposibilidad o dificultad de eyacular, de edad comprendida entre 19 y 60 años. Excluimos de nuestro análisis ocho varones mayores de 60 años, ya que, según consta en nuestros datos, la imposibilidad de eyacular a esta edad está más relacionada con la incapacidad eréctil que en personas más jóvenes. Es sabido también que, aunque la capacidad eyaculatoria no termina definitivamente con la edad, la disminución de la eyaculación y el mayor esfuerzo para conseguirla forman parte de la sexualidad normal de las personas de avanzada edad que, no obstante, pueden gozar del sexo sin la necesidad de eyacular en cada relación. Algunos hombres viven estos cambios en su sexualidad inherentes a la edad como un grave trastorno y, al preocuparse en exceso del problema (ansiedad de ejecución), aumentan la dificultad de eyacular. Según los datos socioculturales de los casos estudiados (Tabla 4.1), dos de cada tres hombres (el 65,1 por 100) son solteros y algo más de la mitad (52,4 por 100) tienen entre veinte y treinta años. Casi la mitad (48,3 por 100) tienen dificultad en relacionarse con mujeres y, en semejante proporción (46,03 por 100), han tenido una educación sexual rígi— 133 —

TABLA 4.1.—Datos socioculturales de la muestra de hombres con imposibilidad de eyacular (N = 63) Edad media: 32,13 Edad por grupos

Rango: 19-60 Casos

Porcentaje

-20 21-30 31-40 41-50 51-60

3 33 16 4 5

4,8 52,4 27,0 6,3 9,5

Total

63

100,0

Estado civil

Soltero Casado Separado Total

Educación religosa

Rígida No rígida N.C. Total

Casos

Porcentaje

41 19 3

65,1 30,1 4,8

63

100,0

Casos

Porcentaje

29 21 13

46,03 33,33 20,64

63

100,0

TABLA 4.1 (cont.)—Datos socioculturales de la muestra de hombres con imposibilidad de eyacular (N = 63) Sentimiento de culpabilidad en masturbación

SÍ NO N.C. Total

Imposibilidad de eyacular

Casos

Porcentaje

26 19 18

41,3 30,2 28,5

63

100,0

Casos

Porcentaje

Sólo en coito En coito y en masturbación No han realizado coito

41 16

65,1 25,4

6

9,5

Total

63

100,0

Dificultad para relacionarse con mujeres

SÍ NO N.C. Total

Casos

Porcentaje

30 27 6

47,6 42,9 9,5

63

100,0

TABLA 4.1 (cont.)—Datos socioculturales de la muestra de hombres con imposibilidad de eyacular (N = 63) Problemas de erección

SÍ NO N.C. Total

Poluciones nocturnas

SÍ NO N.C. Total

Casos

Porcentaje

28 34 1

44,4 54,4 1,6

63

100,0

Casos

Porcentaje

12 38 13

19,1 60,3 20,6

63

100,0

da por parte de su familia o del colegio, que, entre otros síntomas, se refleja en haber vivido la masturbación con sentimiento de culpabilidad. Si nos aventuramos a trazar el perfil del hombre que acude a consulta con la imposibilidad de eyacular, diríamos que se trata de un joven soltero de unos treinta años con cierta dificultad para relacionarse con mujeres, que, en muchos casos, ha recibido una educación sexual rígida y ha vivido la masturbación con sentimiento de culpa. 4.1.1. Pensamientos, sentimientos y temores El atribuir la causa del problema a alguna de las características socioculturales que acabamos de enumerar es no sólo arriesgado, sino también científicamente inaceptable. Para determinar dicha causa se precisa un estudio más com— 136 —

pleto, por lo que hemos de analizar el historial de cada uno antes de aventurarnos a emitir cualquier hipótesis. Dentro de este análisis consideramos sumamente elocuentes las respuestas a preguntas como: ¿Qué piensa el hombre que nunca ha conseguido eyacular al realizar el coito? ¿Qué teme? ¿Qué siente? Al explicar a nuestros pacientes el reflejo de la eyaculación, y comentar la imposibilidad o dificultad de eyacular que tienen algunos hombres, los que padecen el síntoma contrario, es decir, la eyaculación precoz, se lamentan de no tener ellos esa imposibilidad de eyacular, sin caer en la cuenta de que este problema puede atormentar tanto o más a quienes lo padecen que el eyacular precozmente. La preocupación por no poder eyacular afecta lógicamente más a los hombres que ansían tener hijos y su pareja no consigue quedar embarazada. Los sentimientos, temores y desconcierto con que se vive este problema muestran una vida interior a veces muy precaria o inestable, una gran insatisfacción no sólo sexual, sino también personal, o una relación de pareja llena de obstáculos y desencuentros. 4.1.1.1. «¿Qué piensa?» Lo que piensa el hombre antes y durante una relación sexual, incluso mucho antes de iniciarla, pero sobre todo en el mismo momento del coito, influye sin duda en la reacción fisiológica tanto de la erección como de la eyaculación. En concreto, cuando uno piensa que quizá no va a poder eyacular es ya motivo suficiente para que se dé el bloqueo de la respuesta sexual. De este fenómeno es consciente un paciente de 29 años a quien le es imposible eyacular ni en coito ni por masturbación de su pareja: «los problemas de erección —comenta— y de falta de deseo me vienen porque me como el coco al ver que no eyaculo». Otro, de 32 años, con el mismo problema, afirma: «Incluso cuando tengo una experiencia positiva pienso ¿la próxima vez saldrá bien?» Éstos y — 137 —

otros pensamientos, generalmente relacionados con la ansiedad de ejecución, condicionan el proceso sexual, por lo que no es extraño que en experiencias posteriores se repita el mismo problema. Vemos en el Cuadro 4.1 la variedad de CUADRO 4.1.—Pensamientos del hombre con imposibilidad de eyacular • Cuando veo a una chica pienso que puede fracasar la relación, porque no eyaculo (41 años). • En una relación siempre estoy con la obsesión de si podré eyacular (33 años). • En el coito pienso si le gustará a mi compañera cómo lo hago, si en ese momento le apetecerá (44 años). • Cuando estoy con mi pareja no puedo dejar de pensar en si lo haré bien; no sé por qué, pero me viene a la cabeza, y cuando he penetrado pienso «ya estamos, ya no voy a eyacular» (44 años). • Cuando estoy con una prostituta y no me viene la eyaculación, pienso que ya se termina el tiempo y no podré eyacular (36 años). • Las mujeres me excitan mucho, pero inmediatamente freno mi deseo, pienso: «tú no puedes hacerlo, tú no sirves para nada (47 años). • Pienso que la eyaculación en sueños, en la masturbación o en el coito es una pérdida, no puedo permitirme ese lujo (25 años). • Cuando voy con una prostituta a veces pienso que voy a gastar el dinero para nada. Como he tenido varios fracasos, pienso ¿podré correrme...? ¿podré correrme...? (43 años). • He llegado a pensar que si sólo eyaculo en sueños, quizá no sea esperma sino otra sustancia. Y sigo con esta duda (25 años). • Haciendo el amor pienso mucho en mí mismo, no me centro en lo que estoy haciendo, no me dejo llevar (30 años). • Siempre voy con la duda de si voy a eyacular o no (26 años). • Como no eyaculo en el coito pienso que quizá tengo impotencia (25 años). • En el coito me pongo muy nervioso, empiezo a pensar que no voy a satisfacer a mi pareja (60 años).

— 138 —

pensamientos que invaden la mente del hombre con imposibilidad de eyacular. La fuerza devastadora de tales pensamientos es tan patente que el mismo paciente siente sus negativas consecuencias no sólo en relación con la erección, la eyaculación o la apetencia sexual, sino también en otros temas relacionados con la autoestima, la autovaloración, la relación con las mujeres y la seguridad personal. Los pensamientos del hombre suelen referirse a las consecuencias que se derivan del problema tanto para él como para su compañera. La preocupación de que ésta pueda disfrutar genera también en el hombre un estado anímico poco favorable para eyacular y para terminar el coito satisfactoriamente para ambos. La reflexión más frecuente en estas situaciones es: «yo no valgo para nada», «quizá tenga impotencia», «no voy a satisfacer a mi pareja». Para algunos es, según sus mismas palabras, una continua obsesión de la que no pueden librarse y que les impide acercarse a cualquier mujer o iniciar una relación de pareja. Se ven anormales, raros, inútiles para el sexo, incapaces de ser queridos por ninguna mujer. Éstos y otros procesos mentales sacuden sin cesar la mente del hombre con imposibilidad de eyacular. Bajo la influencia de tales pensamientos persiste el problema, al ser éstos el principal causante del malestar y de los sentimientos negativos que impiden en adelante el reflejo eyaculatorio. De aquí surge la segunda pregunta: ¿qué sienten estos hombres antes, durante y en el momento de tener una relación sexual? 4.1.1.2. «¿Qué siente?» Al hombre que controla la eyaculación y disfruta plenamente de la sexualidad puede resultarle extremadamente difícil imaginarse siquiera cómo vive la relación sexual quien no consigue eyacular ni disfrutar del sexo. No se trata sólo —y ya es bastante— de no disfrutar del orgasmo. En la ma— 139 —

yor parte de los casos el hombre con este problema no disfruta antes ni durante ni después del acto sexual, y al finalizar éste le invaden sentimientos que llegan a veces a la desesperación. Con frecuencia termina su experiencia «con mal estado de ánimo», «abatido», «hecho polvo», «desesperado», «traumatizado» (Cuadro 4.2). Aunque haya vivido con anterioridad experiencias sexuales muy frustrantes, antes de iniciar el coito de nuevo; el CUADRO 4.2.—Qué siente el hombre que no puede eyacular • En el coito no eyaculo, en la masturbación sí, pero sin placer. La erección tampoco es placentera (23 años). • No me apetece la relación sexual porque fracaso la mayoría de las veces (58 años). • Cuando no me corro me siento mal, abatido, hecho polvo; deseo a toda costa que mi mujer quede embarazada (32 años). • En el coito no disfruto, no siento nada (41 años). • Nunca he tenido un orgasmo con una mujer aunque he estado con muchas y con cada una varias veces (32 años). • En el coito no disfruto tanto como en la masturbación. En realidad, no siento nada en la vagina de una mujer (36 años). • No siento mucho placer en la introducción, ni con movimientos después de la introducción (33 años). • No gozo en la masturbación, sólo en sueños. Mi pareja me masturba pero no llego a eyacular por lo que siento una decepción total (26 años). • Vivo el coito primero con esperanza y expectación; después con decepción, casi asqueándome o rechazándolo al ver que no eyaculo y que la relación no me ha satisfecho. Esperaba más en todo (26 años). • Después del coito me siento decepcionado, deprimido (26 años). • No siento la eyaculación; sólo siento un calor en el pene (24 años). • El coito me produce angustia; estoy traumatizado, obsesionado con el problema (23 años).

— 140 —

hombre puede ir con cierta esperanza y expectación de que la cosa irá bien y podrá eyacular; no obstante, estos sentimientos pronto se transforman en amarga decepción. Cuando lleva ya un tiempo en el coito y comprueba que no logra eyacular, la actitud expectante de un principio se convierte en una sensación más fuerte de fracaso. Incluso aunque, como comenta un paciente de 25 años, al principio sienta cierto placer cuando su pareja le toca el pene con la mano, después, durante la penetración, desaparece toda sensación placentera. Otro, de 37 años comenta: «Sucede que me encuentro bien, que me apetece tener relaciones con mi compañera y, de repente, no siento nada.» La falta de eyaculación conlleva en algunos hombres no sólo ausencia total de placer erótico, hay quien no experimenta sensación placentera de ningún tipo en el coito. Puede darse, incluso con erección persistente, una total carencia de placer durante los juegos previos al coito, durante la penetración y durante todo el acto sexual, hasta el punto de no sentir nada en absoluto con los movimientos mientras el pene está dentro de la vagina. Un paciente de 32 años vivía este momento «como si mi pene estuviera en el aire». Muchos de estos hombres se consuelan pensando que por lo menos su pareja lo habrá pasado estupendamente. Otros, como vimos en el apartado anterior, no pueden arrojar de su mente el pensamiento de que, debido a su problema, no lograrán nunca satisfacer a su pareja, atribuyéndose la responsabilidad de que ésta disfrute o no en el coito, como si fueran los principales responsables de la satisfacción sexual de la mujer. Esta actitud va acompañada a veces de fuertes sentimientos de culpabilidad al no haber estado, piensan, a la altura que de ellos se esperaba. En la relación homosexual, cuando no es plenamente asumida, el hombre experimenta también a veces imposibilidad de eyacular como consecuencia de un fuerte sentimiento de culpa. Un cierto grado de culpabilidad puede ser la causa también del problema en hombres que experimentan esta disfunción sólo en las relaciones fuera de su compañera habitual. — 141 —

La ausencia de eyaculación hace que el coito sea para muchos hombres incluso menos satisfactorio que la masturbación si en ésta logran eyacular. Y los hombres que sólo eyaculan después de muchos esfuerzos y fatigas sienten, por lo general, poca satisfacción o ninguna cuando al final lo consiguen. Hay pacientes que nunca han eyaculado en el coito ni en la masturbación y sólo han disfrutado del orgasmo durante el sueño a través de poluciones nocturnas. Un paciente de 38 años nos comenta que sólo eyacula por las noches, dormido, ante el estímulo de sueños eróticos. Este paciente tuvo tanto en casa como en el colegio una educación sexual rígida. 4.1.1.3. «¿Qué teme?» Indudablemente cuando el hombre es consciente de que no llegará a eyacular en la relación de coito, le invade una serie de temores de los que difícilmente podrá librarse, en parte porque se apoyan en falsas concepciones de la sexualidad o de lo que la mujer espera de él, y en parte también por sus propios complejos e inseguridades. Estos temores constituyen un bloqueo de la respuesta sexual, actuando de tal modo que no sólo le impide disfrutar del sexo en el coito y de la vivencia del orgasmo, sino que tampoco experimenta sensación alguna placentera. El Cuadro 4.3 presenta algunos de los miedos y temores del hombre con imposibilidad de eyacular. Vemos ratificados los temores expresados en los testimonios de este cuadro con los resultados de una prueba de «papel y lápiz» que presenta 20 situaciones en la relación de coito (Apéndice A) y en la que el sujeto ha de indicar el miedo que siente en cada una de dichas situaciones. Aplicada esta prueba al grupo de 63 hombres con dificultad o imposibilidad de eyacular descritos más arriba (§ 4.1) arroja los resultados que muestra el Cuadro 4.4. El temor al compromiso llega a influir de tal manera que algunos hombres comienzan a notar la falta de eyaculación — 142 —

CUADRO 4.3.—Qué teme el hombre que no puede eyacular • No satisfacer a mi pareja, hacerle daño si a ella no le apetece y yo tengo relaciones (44 años). • Me entra pánico, angustia, inseguridad, falta de autoestima. Miedo a ser homosexual y que pueda ser la causa del bloqueo sexual y por tanto del problema (23 años). • Hacer el ridículo, a contagiar una enfermedad si tengo un hijo. Temo engendrar un hijo que salga tarado mentalmente si yo tuviera una enfermedad de tipo sifilítico (25 años). • Que mi amiga me acaricie o toque el pene por si no tengo erección (19 años). • Tener más hijos (39 años). • Fallar (24 años). • No eyacular si hago el amor con mi amiga o con otra chica (19 años). • No eyacular (19 años). • Que no dure la erección o no sea tan fuerte (28 años). • Empezar con las caricias y luego no terminar (25 años). • Empezar con caricias y luego no terminar, y que si no terminamos sea por el miedo que tengo (39 años).

CUADRO 4.4.—Los diez elementos con puntuación media más altas de un cuestionario de 20 ítems (Apéndice A) sobre los miedos en el coito en hombres con imposibilidad de eyacular • • • • • • • • • •

Temor a no tener eyaculación ........................................ Temor a fracasar sexualmente ........................................ Temor a no hacer gozar a mi pareja ............................... Temor a no hacerlo bien ................................................ Temor a que dure poco la erección ................................ Temor a no tener erección suficiente ............................. Temor a hacer el ridículo ............................................... Temor al rechazo de mi pareja ....................................... Temor a los reproches de mi pareja ............................... Temor a hacer daño a mi pareja .....................................

— 143 —

4,02 3,35 3,16 3,07 2,76 2,67 2,62 2,22 2,20 1,95

cuando, sin estar muy convencidos o rechazar directamente la idea de tener hijos, prescinden de cualquier método anticonceptivo para que la mujer —que sí desea tener hijos— quede embarazada. Hay hombres que, en semejante situación, reaccionan con disfunción eréctil, otros se sorprenden de que, de repente, no consigan eyacular. 4.1.2. Origen del problema según el paciente Si la determinación de la causa de la falta de eyaculación es una tarea compleja para el terapeuta, que con frecuencia no lo consigue en el primer contacto o consulta, más difícil resulta para el paciente. En la mayor parte de los casos éste no encuentra explicación alguna o recurre a diversas hipótesis que poco o nada tienen que ver con la realidad. Con el fin de esclarecer este punto hemos analizado los 63 casos de hombres con imposibilidad o dificultad de eyacular, cuyos datos socioculturales ofrecimos en la Tabla 4.1. A la pregunta: ¿a qué cree que se debe su problema? El 20,63 por 100 de estos hombres contesta que lo desconocen; se encuentran sin respuesta incluso después de sufrir el problema durante varios años (Tabla 4.2). El 53,97 por 100 atribuye su problema a algo psíquico o mental, sin especificar más o atribuyéndolo a ansiedad, esTABLA 4.2.—Causas de la falta de eyaculación, según el paciente (N = 63) Causas

No sabe Psicológica Física Masturbación Otras causas Total

Casos

Porcentaje

13 34 8 3 5

20,63 53,97 12,70 4,76 7,94

63

100,0

— 144 —

trés, nerviosismo o falta de concentración. La mayor parte de estos pacientes no confía en una solución médica del problema. Cuando se les explica cómo ha de ser el proceso a seguir, un alto porcentaje sigue el tratamiento psicológico indicado. Ocho pacientes, es decir, el 12,70 por 100 atribuyen su problema a algo físico u orgánico, sea un golpe o accidente, el efecto de medicamentos que toman o alguna operación; para uno de estos pacientes la causa está en que tiene poco semen, para otro en que está seco. La masturbación es también considerada por tres pacientes (4,76 por 100) la causa de su mal, sea por la frecuencia con la que la han practicado, sea porque al practicarla evitaron durante mucho tiempo obtener placer debido a prejuicios morales. Dos hombres relacionan su problema con los genitales de su pareja, uno porque teme que ésta tenga algo en la vagina que le impide llegar al orgasmo, otro por pensar que en el coito no se estimula tanto como en la masturbación. Otros pacientes piensan que su imposibilidad de eyacular se debe a problemas como: falta de deseo, desinterés por el sexo, su complejo de pene pequeño o alguna otra causa. 4.1.3. Actitud del hombre ante la mujer y ante la relación sexual Lo comentado en párrafos anteriores nos augura cuál será la reacción del hombre con imposibilidad de eyacular al iniciar los primeros contactos con una mujer y sobre todo cuando, después de pensarlo mucho, decide ir a la cama. Para muchos de estos hombres el modo más frecuente de afrontar el problema es no afrontarlo, es decir, huir, evitar cualquier compromiso, situación o relación íntima que pueda poner al descubierto su problema. Llegan a rechazar abiertamente cualquier contacto, cualquier relación sexual e incluso citas con mujeres que se supone no significan compromiso alguno (Cuadro 4.5). Hasta qué punto influye — 145 —

CUADRO 4.5.—Actitud ante la mujer y ante una relación sexual del hombre con imposibilidad de eyacular • En la relación sexual estoy en tensión; pienso que no debo empezar o continuar porque no voy a eyacular (29 años). • Inconscientemente huyo de la relación porque va a ser un fracaso al no correrme. Es como si me estuviera examinando (58 años). • Rehuyo la relación de coito por miedo a hacer el ridículo (24 años). • Ante una mujer me pongo nervioso, me cuesta quedar con una mujer. Desde que no eyaculo evito mirar a las chicas (41 años). • Me gustaría ver a mi pareja con otros chicos; el mirar me excita mucho más que el acto sexual en sí (33 años). • Me preocupa más hacer feliz a mi mujer, me esfuerzo porque tenga muchos orgasmos, y cuando yo quiero tenerlo, estoy cansado o me falta la fuerza, me esfuerzo en eyacular por todos los medios, jadeo, me canso hasta que llega un momento en el que tengo que desistir (57 años). • Tanto mi amiga como yo deseamos el coito, pero por temor al fracaso lo evitamos (26 años). • No me atrevo a iniciar comportamientos de acercamiento por temor a no eyacular (19 años). • Ha llegado un punto en el que rechazo las relaciones sexuales (24 años).

la imposibilidad de eyacular lo muestran las palabras de un hombre de 41 años que evitaba incluso mirar a las chicas. Los que, a pesar del problema, se aventuran a tener nuevas relaciones de coito, van con tensión, nerviosos como si se enfrentaran a un examen, se muestran pasivos en la relación y procuran terminar lo antes posible una vez que la mujer ha obtenido su orgasmo.

— 146 —

4.1.4. La falta de erección como consecuencia de la imposibilidad de eyacular Como vimos en el capítulo anterior, no es imprescindible que el hombre tenga erección para poder eyacular; no obstante lo más frecuente es que la eyaculación sea consecuencia de una fuerte excitación y erección del pene. Si la imposibilidad de eyacular fuera precedida o se debiera siempre a una disfunción eréctil, no debería extrañarnos tal imposibilidad eyaculatoria. Sucede con frecuencia, no obstante, que no es ésta la causa, sino más bien lo contrario, la falta de erección es una consecuencia del problema eyaculatorio. Esto lo tienen claro algunos hombres, como uno de 29 años que comenta: «El problema de erección y la falta de deseo me viene porque me como el coco al no poder eyacular.» Vemos en el Cuadro 4.6 cómo en algunos hombres el problema de erección surgió después y como consecuencia de advertir su imposibilidad de eyacular. CUADRO 4.6.—La falta de erección como consecuencia de la imposibilidad de eyacular • Comenzó a disminuir la erección al poco de casarme, cuando vi que no podía eyacular. Ahora si a los cuatro o cinco minutos no hay eyaculación empiezo a preocuparme, me desanimo y comienza a bajar la erección (33 años). • Tengo una erección normal al principio y penetración también normal. A los cinco minutos, como no obtengo resultados, es decir, no eyaculo, va bajando la erección (26 años). • Mi problema actual es que no puedo eyacular; baja la erección porque no eyaculo (64 años). • Por lo menos el 70 por 100 de las veces la erección baja después de penetrar y no poder eyacular. El problema de erección y falta de deseo me viene porque me como el coco al no poder eyacular (29 años).

— 147 —

Los temores provocados por la disfunción eréctil son también a veces la causa fundamental del bloqueo de la eyaculación. En estos casos le invade al hombre el temor a no conseguir erección, a no poder mantenerla (Cuadro 4.4) o a la reacción de la mujer, sobre todo cuando se trata de la primera relación con ésta. Otros hombres no llegan a eyacular sólo en relaciones extramatrimoniales o con una nueva compañera diferente a la habitual, como suele ser el caso de hombres viudos, separados o divorciados al iniciar una nueva relación sexual. En esta nueva situación, el acto sexual está cargado de tensión y nerviosismo; el hombre desconoce el modo de reaccionar y de actuar de la nueva compañera y se centra más en su reacción, en el placer de ésta y en el deseo de que salga bien. 4.2. LA AUSENCIA DE ORGASMO EN EL HOMBRE Y EN LA MUJER

Podría pensarse que todo hombre o mujer vive las sensaciones eróticas y el orgasmo como algo natural, sin esfuerzo ni dificultad alguna. No obstante, según apreciamos en la consulta sexológica, la realidad es muy diferente. Como adelantamos al principio de este capítulo, hay personas que nunca han vivido un orgasmo, han perdido la facultad de sentirlo después de algún tiempo o no lo viven con tanta intensidad o facilidad como en años o épocas anteriores. Los estudios sobre la sexualidad humana revelan que, en nuestra sociedad, hay más mujeres que hombres con problemas en la vivencia del orgasmo, lo que no sorprenderá a nadie que conozca la feroz represión de la sexualidad femenina en general y, más en concreto, de la sexualidad no orientada a la reproducción y del placer sexual en sociedades que llevan milenios de régimen patriarcal. No se trata de que la mujer esté estigmatizada por factores biológicos que la dejen en desventaja con respecto al hombre en el tema que tratamos. Los genes y las hormonas — 148 —

tienen poco que decir en esto; la fisiología de la mujer no está diseñada de modo que le impida el disfrute y el placer sexual intenso ni mucho menos. Las causas de la disfunción orgásmica son, como veremos en el apartado 4.3, fundamentalmente culturales y, en parte, diferentes en ambos sexos. Las manifestaciones del placer sexual están condicionadas en ambos sexos por elementos que nada tienen que ver con la biología o la naturaleza; responden más bien a condicionantes psicosociales y políticas que han marcado al ser humano y lo han limitado, impidiendo la natural y libre expresión de todo deleite sexual. Sin profundizar mucho en el tema, vimos en el Capítulo 2 el papel que ha jugado la censura en las diferentes culturas y épocas. La investigación sexológica de la anorgasmia se ha centrado fundamentalmente en la mujer. Desde las publicaciones de Masters y Jonson en los años 60, algunos autores (Kaplan, 1978; Kelly y otros, 1990; Labrador, 1994) hablan de anorgasmia referida sólo a la mujer. Incluso alguno de estos autores definen la anorgasmia como un trastorno únicamente femenino. Kelly y otros, por ejemplo, afirman: «la anorgasmia es un trastorno en el que una mujer no consigue el orgasmo en alguna o en todas las condiciones de la estimulación sexual». Otros estudios tratan la disfunción sexual orgásmica en hombres únicamente en cuanto trastorno de la eyaculación (eyaculación retardada, incapacidad de eyacular o eyaculación retrógrada), ver Komisaruk y otros, 2008. La mayor parte de las personas piensa que después de la eyaculación el hombre siente de modo inmediato y necesariamente las sensaciones eróticas que terminan en el orgasmo. Muchos hombres, al exponer su problema en la consulta sexológica, llegan incluso a confundir ambos procesos y hablan indistintamente de eyaculación u orgasmo. Estos hombres confiesan no tener eyaculación cuando lo que realmente les sucede es que no sienten el orgasmo, aun cuando eyaculan con normalidad. Otros se quejan de que no tienen orgasmo, cuando en realidad se refieren a que no eyaculan. — 149 —

Durante siglos se ha considerado la reproducción como la única y fundamental finalidad de la unión sexual entre hombre y mujer. Sin remontarnos a los tiempos en los que los apóstoles iluminados indicaban a la mujer no gozar en el acto sexual, el placer se ha considerado durante mucho tiempo irrelevante para ésta, sobre todo desde que se descubrió que no era necesario el orgasmo femenino para la reproducción. En este olvido del placer sexual en la mujer han prevalecido otras consideraciones, como el resaltar el papel primordial de la mujer en la familia y en la crianza de los hijos. Como consecuencia de estas creencias y enseñanzas de la jerarquía eclesiástica, la maternidad se ha considerado —y se considera incluso en la actualidad por muchas personas— como parte de un instinto, el instinto maternal y pierde importancia el disfrute sexual de la mujer. A la consulta sexológica acuden mujeres y hombres con diversos trastornos del orgasmo, sea su ausencia total, sea su vivencia pobre y limitada, sea el experimentarlo únicamente en ocasiones muy específicas o sólo con determinados compañeros/as. Sabemos que la respuesta sexual no termina siempre —ni tiene por qué terminar necesariamente— en un orgasmo. Por lo tanto, la considerada «respuesta sexual normal», según la hipótesis de las cuatro fases de la respuesta sexual, no se sostiene ni debería mantenerse por más tiempo. El no llegar al orgasmo en la relación sexual desconcierta a muchos hombres bien por ignorancia, bien por considerarlo como una deficiencia de su virilidad. La mujer ve más normal que el hombre la ausencia del orgasmo en sus relaciones sexuales, pues sabe por experiencia que le es más difícil llegar al orgasmo que a su pareja masculina. 4.2.1. Muestras de nuestro estudio Presentamos a continuación un estudio de 40 hombres y 202 mujeres que acudieron a nuestra consulta con diversos trastornos del orgasmo. No podemos calificar a estas perso— 150 —

nas de enfermas ni de anormales, porque no lo son; simplemente unas no han llegado nunca al orgasmo y otras no lo viven con intensidad, les cuesta mucho o han dejado de sentirlo. La Tabla 4.3 contiene los datos socioculturales de ambos grupos. Como hicimos al analizar los trastornos de la eyaculación y por razones semejantes (§ 4.1), también omitimos en este análisis los sujetos de edad superior a 60 años. 4.2.1.1. «Grupo de hombres» La edad de los hombres varía entre 21 y 60 años; su edad media es 35,70 años. El 75 por 100 tiene entre veintiuno y cuarenta años. La mayor parte de estos hombres son casados (50 por 100) o solteros (42,5 por 100), dos son separados y uno viudo. Los estudios sobre el tema que nos ocupa suelen encasillar a todos los hombres con problemas de orgasmo en la categoría de anorgásmicos, cuando la realidad muestra variaciones muy marcadas de esta disfunción, que el terapeuta ha de tener en cuenta al planificar el tratamiento. La muestra de hombres analizada por nosotros presenta cuatro modalidades diferentes de anorgasmia: anorgasmia coital (57,5 por 100), orgasmo disminuido o débil (30 por 100), orgasmo difícil (7,5 por 100). Es decir, si bien llegan al orgasmo, lo viven débilmente o experimentan dificultades en conseguirlo. Anorgasmia total (tanto en el coito como en la masturbación) lo experimenta el 5 por 100 (Tabla 4.4). La anorgasmia coital de los hombres de nuestro estudio es primaria en un 45,8 por 100 y secundaria en un 54,2 por 100. De los 40 hombres de nuestro estudio, el 51,2 por 100 declara que su problema principal está relacionado con la vivencia del orgasmo, aunque padece también otros trastornos sexuales; el otro 49,8 por 100 tiene un trastorno sexual diferente al orgasmo, como problema principal y, como secundario, algún problema en la vivencia del orgasmo. El 42,3 por 100 de los hombres con trastornos de orgasmo tiene como — 151 —

TABLA 4.3.—Datos socioculturales de las muestras con anorgasmia (202 mujeres y 40 hombres). Comparación según sexo Edad media de mujeres: 30,82; Edad media de hombres: 35,70;

Rango: 19-59 Rango: 21-60

Edad por grupos

Mujeres

Hombres

19-20 21-30 31-40 41-50 51-60

4,7 50,0 32,7 9,3 3,3

— 37,5 37,5 12,5 12,5

Total

100,0

100,0

Estado civil

Mujeres

Hombres

Soltera/o Casada/o o vive en pareja Separada/o Divorciada/o Viuda/o

51,5 35,5 10,7 0,9 1,4

42,5 50,0 5,0 — 2,5

Total

100,0

100,0

Mujeres

Hombres

3,3 64,5 8,6 10,2 9,9 3,3

2,5 45,4 18,2 15,2 14,5 4,2

100,0

100,0

Educación sexual

Ninguna Rígida, estricta Indiferente Permisiva, comprensiva No se habla, tabú N.C. Total

TABLA 4.3 (cont.)—Datos socioculturales de las muestras con anorgasmia (202 mujeres y 40 hombres). Comparación según sexo Sentimiento de culpabilidad en masturbación

SÍ NO No se masturbó N.C. Total

Mujeres

Hombres

29,5 36,9 33,6 —

18,5 48,5 14,8 18,2

100,0

100,0

TABLA 4.4.—Tipo de anorgasmia en los hombres de nuestro estudio (N = 40) Trastornos del orgasmo

1. 2. 3. 4.

Casos

Orgasmo con dificultad Orgasmo disminuido/débil Anorgasmia coital Anorgasmia total (en coito y en masturbación) Total

Porcentaje

3 12 23

7,5 30,0 57,5

2

5,0

40

100,0

problema secundario la eyaculación precoz, el 26,6 por 100 padece de disfunción eréctil, y el 8,2 por 100 inapetencia (Tabla 4.5). Más adelante compararemos estos datos con los de las mujeres con el mismo problema de anorgasmia. Estos datos nos alejan de la idea de que la anorgasmia es un cuadro clínico puro. Tampoco es un síntoma libre de influencias psicosociales; como constatamos en muchos casos, es el resultado de la educación, del estado de angustia o ansiedad, de temores e inseguridad, derivados a su vez, en algunos casos, de otras disfunciones sexuales, como la disfunción eréctil, trastornos de la eyaculación, inapetencia, etc. En — 153 —

otros casos, la nula o escasa vivencia del orgasmo tiene como consecuencia diversos trastornos psicológicos o problemas en la relación con la mujer. Además de los datos y porcentajes referidos, un análisis de cada caso nos ayudará a la comprensión del problema que nos ocupa. Los dos hombres con anorgasmia total primaria, uno de treinta años y el otro de 35, no han experimentado en su vida el orgasmo ni en el coito ni en la masturbación. El último, casado y con un hijo, al preguntarle cómo vive la eyaculación, comenta: «siento que sale y ya está; como escupir, como expulsar un fluido de tu cuerpo, pero nada más». De los 23 hombres con anorgasmia coital, 12 son solteros, 9 casados y 2 separados. Algunos tienen el problema con todas las mujeres, otros sólo con algunas. Estos hombres suelen eyacular sin dificultad, y la falta de orgasmo va acompañada en varios casos con pérdida de la sensibilidad en todo el cuerpo o en el pene. Un hombre soltero de 38 años comenta que tiene insensibilidad en el pene desde que inició relaciones de coito con una mujer, su actual pareja desde hace seis meses. «Después de penetrar no lo siento, es como si no sintiera el pene como parte de mi cuerpo. No siento nada tampoco cuando mi pareja me estimula el pene con la mano o con la boca.» El Cuadro 4.7 contiene algunos testimonios de hombres con falta de orgasmo en el coito. Esta modalidad de la vivencia del orgasmo y de las sensaciones eróticas muestra que no hay una anorgasmia «tipo» que nos pueda servir de norma o modelo para todos los hombres, como parece deducirse de las clásicas clasificaciones de las disfunciones sexuales. En el 25 por 100 de los pacientes con anorgasmia la vivencia del orgasmo es débil, ha disminuido en los últimos tiempos (meses o años) o sólo lo consigue con dificultad, como muestran los testimonios del Cuadro 4.8. De los nueve hombres cuya anorgasmia en el coito es primaria, siete son solteros y dos casados. Los datos de los — 154 —

CUADRO 4.7.—Testimonios de hombres con anorgasmia en el coito • Tengo una total insensibilidad en el pene desde hace seis meses que inicié el coito con mi pareja. Después de penetrar es como si no sintiera el pene como parte de mi cuerpo. Esto aunque mi pareja me estimule el pene con la mano o con la boca. Si me masturba y me aprieta fuerte y a buen ritmo el pene, tengo erección y eyaculo, pero sin gran placer (38 años). • Mis relaciones son insatisfactorias porque el 70 por 100 de las veces no siento nada, eyaculo pero no siento, y el 30 por 100 de las veces tengo una sensación dolorosa de ardor (28 años). • Cuando más siento el orgasmo pienso que es aún insuficiente. En una escala de 0 a 10 siento de 0 a 2. En la masturbación igual o algo menos desde los veintitantos años. En coito nunca he sentido orgasmo fuerte. Esta falta de sensación es desde el principio, aunque después ha ido aumentando el problema hasta la falta total (40 años). • Nunca he vivido una relación perfecta de coito con orgasmo con mi esposa (26 años). • La primera vez que hice el amor, hace 2 meses, tenía que centrarme para eyacular. Ahora, sólo lo consiguió la mitad de las veces. Cuando me esfuerzo, la consigo, pero después de mucho esfuerzo, y cuando por fin eyaculo, no siento casi nada (21 años). • No llego al orgasmo aunque eyacule. Desde los dieciocho años he ido empeorando gradualmente. Sólo he tenido relaciones con profesionales, en los últimos cuatro años, una vez al año (44 años). • No encuentro el placer físico que creo debe existir. No siento prácticamente nada. Antes encontraba más placer en la masturbación que en el coito. No me masturbo desde hace dos años. Reacciono igual con todas las mujeres (52 años). • No llego a sentir el orgasmo en el coito con mi esposa desde hace dos años, con mi amiga sí. La falta de vivencia de sensaciones placenteras ha sido gradual (50 años). • No siento placer en el coito con mi amiga, con mi esposa sí. A veces gozo más en la masturbación (57 años). • Tengo dificultad de llegar al orgasmo en el coito, sólo llego por masturbación (30 años).

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CUADRO 4.7(cont.).—Testimonios de hombres con anorgasmia en el coito • No he tenido nunca un orgasmo con una mujer; me corro, pero no disfruto, no lo siento intensamente (55 años). • No tengo un orgasmo pleno desde hace tres años por lo menos. Desde hace dos años no siento nada (38 años). • Nunca he sentido una satisfacción plena; el problema es más grave desde hace dos años; desde hace dos o tres meses el problema es mayor. Controlo perfectamente la eyaculación, pero al terminar no siento placer. Siento algo más en la masturbación que en el coito (37 años). • No siento el orgasmo en el coito desde hace seis o siete años (37 años). • Tengo falta de sensaciones, de sensibilidad, desde hace cuatro años que comencé a tener relaciones heterosexuales; también tengo falta de orgasmo. En la masturbación llego al orgasmo, pero me cuesta mucho (23 años). • Mi problema es que no llego al orgasmo en el coito desde hace tres meses, aunque me corro (22 años). • Tengo falta de orgasmo en la eyaculación las últimas cinco veces. Además no sé cuándo va a venir la eyaculación (25 años). • No siento el orgasmo, absolutamente nada desde hace un año (35 años).

historiales nos inducen a pensar que la anorgasmia primaria en el hombre es la causa principal por la que evita relacionarse con mujeres o entregarse a una relación comprometida. 4.2.1.2. «Grupo de mujeres» El grupo de mujeres con anorgasmia tiene una edad media cinco años menor que la de los hombres (Tabla 4.3). La edad de las mujeres oscila entre 21 y 59 años, con una media de 30,82 años. El 82,7 por 100 tiene entre 21 y 40 años. Hay más solteras (51,5 por 100) que casadas — 156 —

CUADRO 4.8.—Testimonios de pacientes con una vivencia del orgasmo débil o que ha disminuido en los últimos tiempos • Desde hace tres años el orgasmo es menos fuerte y prolongado, es muy cortito; a veces no siento placer o muy poco. Al terminar el coito, el glande se vuelve muy sensible y siento molestias ante contactos (60 años). • Con mi amiga no vivo el orgasmo con intensidad desde hace cinco meses, aunque eyaculo. No he vivido el orgasmo con intensidad más de tres veces en mi vida, aunque tengo eyaculación, no la vivo (41 años). • Antes vivía el orgasmo en todo el cuerpo, desde hace unos años he ido perdiendo gradualmente esta sensibilidad en el coito. Desde hace tres años siento el orgasmo sólo en el glande, que es donde se concentra más el placer (23 años). • Con el tiempo voy perdiendo la sensación de orgasmo en el coito. Sigo viviendo el orgasmo cuando me masturbo yo o me masturba mi mujer (31 años). • Vivo el orgasmo en el coito menos intensamente desde hace cuatro meses (38 años). • Tengo una falta de vivencia fuerte del orgasmo en las relaciones heterosexuales desde hace diez años, también en la masturbación desde hace cuatro años (27 años). • Últimamente disfruto menos en la eyaculación por temor a que no goce mi esposa (37 años). • Desde hace dos años vivo menos el orgasmo (35 años). • Tengo falta de vivencia sexual en el coito. No gozo tanto como antes. En la masturbación gozo más (31 años). • Desde hace dos años la eyaculación no es tan placentera (48 años). • A veces casi no siento el orgasmo (32 años).

(35,5 por 100), lo contrario que los hombres, 42,5 y 50,0 por 100 respectivamente. Al igual que observamos en los hombres, podemos diferenciar en las mujeres diversas modalidades de anorgasmia (Tabla 4.6): anorgasmia total primaria (tanto en coito como — 157 —

TABLA 4.5.—Problema secundario en mujeres y en hombres con problema de anorgasmia Mujeres

Hombres

32,2 por 100 Inapetencia o falta de deseo 17,0 por 100 Simulan orgasmo

42,3 por 100 Eyaculación precoz 26,6 por 100 Disfunción eréctil 8,2 por 100 Inapetencia 3,8 por 100 Otros

14,4 por 100 Educación rígida 10,9 por 100 Tienen dispareunia primaria 9,9 por 100 Problema sexual en la pareja 7,4 por 100 Han padecido abuso sexual o han tenido experiencias sexuales negativas

TABLA 4.6.—Tipo de anorgasmia en las mujeres de nuestro estudio (N = 202) Modalidades de anorgasmia

Casos

Anorgasmia total primaria Anorgasmia total secundaria Anorgasmia coital primaria Anorgasmia coital secundaria Total

Porcentaje

94 11 85 12

46,6 5,4 42,1 5,9

202

100,0

en cualquier otro tipo de estimulación propia o ajena), anorgasmia total secundaria, anorgasmia en coito primaria, anorgasmia en coito secundaria. No incluimos en nuestro estudio a las mujeres que sólo manifiestan dificultad para conseguir el orgasmo, sea primaria o secundaria, en el coito o por otro tipo de estimulación. El 46,6 por 100 de estas mujeres padece anorgasmia total primaria, y el 42,1 por 100 anorgasmia coital primaria; por lo — 158 —

tanto, una gran mayoría (88,7 por 100) presentan una anorgasmia primaria, es decir, la han padecido siempre. De las 202 mujeres con anorgasmia sólo 17 no presentan otro problema secundario, sexual o psicológico; es decir, que el 91,6 por 100, además de anorgasmia tiene otro problema sexual. Destaca por su frecuencia la inapetencia sexual que acusa el 32,2 por 100; esta falta de deseo es primario en el 11,4 por 100, secundario en el 20,8 por 100. El 17 por 100 simula orgasmo en la relación de coito; el 14,4 por 100 ha tenido una educación rígida; el 11 por 100 padece dispareunia (dolor en el coito) primaria; el 9,9 por 100 tiene un compañero con algún problema o disfunción sexual; el 7,4 por 100 ha padecido abuso sexual o ha tenido experiencias sexuales negativas. Con menor frecuencia afirman tener problemas de pareja, insensibilidad o dificultad de excitación, rechazo a la sexualidad o a sus genitales y complejos corporales. Si comparamos el problema secundario de hombres y mujeres de nuestro estudio, observamos grandes diferencias entre ambos sexos (Tabla 4.5). Mientras que las mujeres con problema de anorgasmia tienen también inapetencia o falta de deseo sexual con más frecuencia que los hombres, éstos suelen padecer eyaculación precoz o disfunción eréctil. Es también notable el hecho de que las mujeres con anorgasmia simulan, a veces durante años, que llegan al orgasmo en la relación sexual de coito. No es menos notable el hecho de que muchas mujeres que jamás han disfrutado del orgasmo hayan sido objeto de abuso sexual, hayan tenido experiencias negativas relacionadas con el sexo en la niñez, o vivieran de modo traumático sus primeras experiencias de coito, como veremos más adelante en el apartado 4.2.4. 4.2.2. Pensamientos durante el coito Cuando el hombre o la mujer inician una relación sexual, circulan con frecuencia por su mente pensamientos que no salen al exterior, pensamientos que, con frecuencia, — 159 —

no expresa en ese momento ninguno de los dos. Sería interesante disponer de un escáner o de una resonancia magnética que pudiera mostrarnos lo que sucede realmente en el cerebro humano en esos momentos. Nos llevaríamos muchas sorpresas. A falta de dicha tecnología, acudiremos a los testimonios de personas que sufren algún trastorno en la vivencia del orgasmo, tema central de este libro. 4.2.2.1. «Lo que piensan las mujeres» El deseo de llegar al orgasmo está presente en la mayor parte de las mujeres que no lo han conseguido aún, formulado de múltiples formas: «no voy a sentir», «tengo que llegar», «¡a ver si lo consigo hoy!», «no sé si hoy llegaré». Estas ideas giran —a veces de modo obsesivo— en la cabeza de la mujer que no ha conseguido disfrutar plenamente en la relación sexual. Uno de los pensamientos más frecuentes que pasan por la mente de estas mujeres refleja su actitud pesimista, su tendencia —y quizá predisposición— a un final negativo de la relación en lo que se refiere a su satisfacción sexual. En sus pensamientos con frecuencia están presentes expresiones que denotan un funesto fatalismo como: «no voy a llegar», «no voy a sentir», «es inútil que lo intente», «yo no valgo», predisposición que no augura un final satisfactorio por su parte a la relación sexual. Así una mujer de 27 años sugiere la convicción de que su mente está ya como programada a no sentir el orgasmo: «Yo voy ya con la cosa de que no voy a llegar.» Otro pensamiento, quizá más nefasto aún que los anteriores para la consecución de lo que debería ser uno de los objetivos prioritarios de toda mujer —su autonomía emocional y sexual—, queda reflejado en la concepción que muchas mujeres tienen de la sexualidad femenina, de su propia sexualidad, subordinada a la del hombre, condicionada por el placer del compañero, como si el acto sexual fuera una exclusiva del disfrute del hombre, incluso como si el hecho de — 160 —

llegar al orgasmo fuera algo que debe a su compañero y para disfrute de éste. Una mujer de 34 años expone así su actitud —ciertamente extrema y que muy pocas mujeres compartirán en nuestros días— ante el sexo: «En mis relaciones creo que lo mejor, lo más perfecto es lograr que el marido tenga el orgasmo cuanto antes, porque me parece que el acto sexual está hecho casi exclusivamente para que el hombre disfrute.» Éste fue el modo de pensar de muchas mujeres hace dos o tres décadas, fruto de las enseñanzas de la Iglesia católica imperantes en épocas pasadas. Por su importancia para la sexualidad femenina y, de modo especial, para la mujer con anorgasmia, volveremos más adelante (§ 4.2.4) sobre esta actitud de la mujer, es decir, su dependencia de la sexualidad del hombre. 4.2.2.2. «Lo que piensan los hombres» Muchos hombres condicionan la consecución del orgasmo a su capacidad erectiva, sobre todo cuando se da cierta dificultad en conseguir o mantener la erección. Están más pendientes de la rápida erección y del mantenimiento de la misma que de la vivencia de las sensaciones. La dificultad que experimentan en la erección les lleva a pensar que no van a gozar porque no podrán mantener la erección, incluso cuando ésta surge con normalidad. Están tan preocupados de su erección que no pueden retirar de su mente este pensamiento con el consecuente estado de ansiedad, principal causante muchas veces del bloqueo del orgasmo. Un hombre de 50 años comentaba que estaba tan pendiente de la erección que no sentía ni el contacto de los genitales. Otro hombre de 27 años, que se define a sí mismo como tímido, individualista, introvertido, con gran dificultad de expresar sus sentimientos, prefiriendo cuando los tiene vivirlos él interiormente, nos dice que analiza mucho las cosas. En diversas situaciones ha intentado ahondar en su mente, — 161 —

sobre todo durante el proceso de la respuesta sexual. Al eyacular y al tener erección siente una expansión del glande menor a lo que debería sentir y nota como si no llegara a ser pleno, como si hubiera algo entrevelado. Se le pone un velo por delante que le impide tener una sensación como tenía antes. Es como si tuviera un resorte que no acaba de funcionar. Es también característico de los hombres con algún problema en la erección o en la eyaculación disfrutar plenamente en la masturbación, pero no en el coito. En la mayor parte de estos casos, el hombre se encuentra en un estado emocional muy distinto por el nivel de ansiedad. En la masturbación no se preocupa ni está pendiente de si tendrá o no erección, de si se correrá rápidamente o no, de si podrá o no eyacular. Su mente se dirige únicamente a las sensaciones que está viviendo, por lo que el orgasmo surge de modo espontáneo. 4.2.3. Sentimientos durante el coito 4.2.3.1. «Sentimientos de las mujeres» Nos preguntamos cuáles son los sentimientos de la mujer que desconoce el placer sexual, a veces incluso después de muchos años de relaciones sexuales. ¿Cómo le afecta el que su compañero a escasos centímetros de su cuerpo celebre el acto sexual con envidiada y —para ella— exagerada euforia? Piensa a veces que es injusto, pero es la cruda e injusta realidad vivida por muchas mujeres durante siglos, esas mismas mujeres que son la garantía de que la humanidad siga existiendo, sin ellas el hombre se vería privado de una de las satisfacciones más grandes que conoce. Encontramos en la mujer con anorgasmia sentimientos muy diversos que agrupamos en las siguientes categorías: a) vergüenza; b) mal humor, insatisfacción, frustración y desilusión; c) tensión, nerviosismo, ansiedad, y d) asco, odio y lágrimas. — 162 —

El sentimiento de vergüenza le viene entre otras cosas por sentirse incapaz de llegar al orgasmo, porque no le gusta su cuerpo o por acarrear diversos complejos. Esta insatisfacción con el propio cuerpo le produce a veces también tensiones que le impiden estar «totalmente libre» y dejarse llevar por la situación. El mal humor le viene a veces porque no se resigna a renunciar a lo que otras mujeres o su propio compañero viven con tanto entusiasmo y pasión, porque ve injusto que su compañero disfrute tanto y ella termine la relación casi como la empezó. Una mujer de 38 años se siente muy insatisfecha y frustrada cada vez que hace el amor, es —dice— como si se cortara, y termina siempre discutiendo con su compañero. Otra se siente frustrada de no poder compartir el orgasmo. También pueden sentir una gran desilusión y soledad. Una mujer de 27 años, casada desde hace ocho, comenta: Siento necesidad de vivir plenamente, vivir a tope, experimentar el orgasmo en el coito. Me siento sola, vacía al hacer el amor, no puedo sentir. No puedo decir a mi marido que le quiero, no puedo decírselo, para ello necesito sentir ese orgasmo. En todo lo demás estamos bien. ¿Pediré yo demasiado? Quisiera estar sola, irme sola, menos mal que él no me deja, menos mal.

La mujer que no consigue vivir el orgasmo siente con frecuencia tensión, nerviosismo y ansiedad. Estas reacciones no las experimenta sólo durante o al final del coito, sino ya al inició del mismo, ante el mero contacto del compañero. Una mujer de 30 años, casada hace seis años, se lamenta: «Cuando me toca mi marido, me pongo en tensión. Siento como un nudo, algo, una cosa muy tensa detrás del cuerpo.» La ansiedad o las tensiones pueden sobrevenir también porque la mujer, además de no sentir placer, no se siente muy a gusto con su cuerpo. Otra mujer de 36 años, casada hace siete años, comenta: Durante el primer año de casados disfrutaba, pero cuando llegaba la penetración me sentía paralizada, sin deseos de

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seguir y ya desde entonces comencé a fingir. Ahora tenemos relaciones sexuales dos o tres veces por semana. Yo lo paso fatal. No me agrada nada, ni puedo gozar. Incluso las caricias me molestan porque van dirigidas al coito. A veces he sentido ganas de tener relaciones pero cuando comenzamos, como no siento nada, se me quitan las ganas. Lo vivo con cierta ansiedad por el deseo de sentir algo, me pongo nerviosa por esperar algo más.

La insatisfacción sexual, la ausencia de placer puede afectar tanto a la mujer como para que sienta auténtico asco hacia su compañero, además de inapetencia sexual. Dos mujeres expresan este sentimiento después de quedar embarazadas; una de ellas, de 42 años, comenta que, desde el primer día que tuvieron relaciones después del embarazo, cogió un asco terrible a su marido; no le podía ver durante tres o cuatro meses, sobre todo su ropa le olía mal. Otra mujer de 37 años, que hasta quedar embarazada sentía el orgasmo con caricias y roce de los órganos genitales, después del embarazo «cogió asco y manía a su marido, pero sólo durante los dos embarazos». Esta mujer nos comenta que una hermana suya quedo embarazada de soltera a los 21 años; sus padres la riñeron y querían echarla de casa. La falta de placer en las relaciones sexuales puede ir aún más lejos y despertar odio y rechazo al sexo y a cualquiera de sus manifestaciones, como es el caso de una chica de 19 años, que después de mantener relaciones durante año y medio sin sentir placer alguno empezó a «odiar al sexo; hay momentos en los que no aguanto las caricias ni cualquier roce; no las deseo, las odio, incluso rechazo toda manifestación, como los saludos con besos». ¿Cómo se puede llegar a este extremo? Quizá nos lo pueda aclarar el comentario que sigue a las afirmaciones anteriores: «En el colegio todo era pecado.» El descontrol y la desesperación de la mujer, que termina la relación sexual sin sentir en su cuerpo el placer sexual, llega a veces a mostrarse en una fuerte sensación de rabia que termina en llanto desconsolado ante tal impotencia. «Después del acto sexual me siento fatal; lloro, siento que he per— 164 —

dido toda una vida», se lamenta una mujer de 50 años, después de 27 años de matrimonio. Otra mujer soltera, de 27 años, apenas puede pronunciar una breve frase con lágrimas en los ojos y manos temblorosas: «Muchas veces termino llorando. Me encuentro muy mal.» Algunas mujeres que lean estas líneas se sentirán identificadas con los sentimientos que acabamos de exponer. Me pregunto cómo se sentirán los hombres que las lean. ¿Se preguntarán si su compañera se ha sentido alguna vez en una situación semejante? Especialmente los hombres que, por su ignorancia, inexperiencia, desinterés o poca consideración —por no hablar de egoísmo—, han pasado sus años de convivencia ignorando la suerte de su compañera en la cama, ¿llegará alguno a plantearse si su compañera, por su debilidad, inseguridad o temor a perderlo, se ha visto obligada a fingir que siente placer y a simular el orgasmo? O quizá por la obsesión de hacer gozar a su compañera del modo y en el momento en el que él piensa que debe hacerlo, ha contagiado esta obsesión a su pareja, según palabras de una preocupada mujer de 27 años: Me obsesiono en que me tengo que correr como él quiere. Yo ya voy con la cosa de que no voy a llegar. Hace tres fines de semana lo veía muy agobiado; en la cama él me decía «córrete, córrete, córrete». Mi primera reacción fue de rabia, creo que no conoce nuestra sexualidad. Yo no voy a mentir, yo quiero disfrutar como él. Yo creo que el problema lo tiene él, lo tiene obsesionado, dice: «si no consigo correrte...». Mi reacción ahora es de rechazo. Para mí el problema está «en la obsesión que tiene por que me corra».

4.2.3.2. «Sentimientos de los hombres» La dificultad o imposibilidad de sentir el orgasmo en la relación sexual que tiene el hombre difiere en gran medida de la experimentada por la mujer, dependiendo sobre todo de la actitud de cada sexo ante la sexualidad, así como de — 165 —

la responsabilidad que cada cual se atribuye a sí mismo en la consecución del placer del otro en una relación heterosexual. Si bien hay hombres que no han sentido nunca el orgasmo ni en el coito ni en la masturbación, la mayor parte de los que no sienten orgasmo en el coito, lo viven con toda normalidad en la masturbación o disfrutan más en ésta. Cuando se trata de personas con dificultad de mantener la erección o con eyaculación precoz, estos problemas no son la única o principal causa de la dificultad de vivir el orgasmo. En tales casos juega un papel importante la preocupación por el problema, sea de erección o de eyaculación. Uno de estos hombres comenta: «con el tiempo voy perdiendo la sensación del orgasmo en el coito por el miedo a no cumplir». Este hombre teme no cumplir con su compañera por la duda de si tendría erección suficiente. Otro hombre, que con su mujer no tiene problema en la vivencia del orgasmo, con una amiga de muchos años no lo consigue por vivir la relación en tensión y con mala conciencia al pensar que no cumple con sus obligaciones para con la familia y tener que buscar tiempo para estar con la amiga. El hecho de no sentir placer alguno puede ser también la causa principal de perder la erección. Un paciente que no tenía problema de erección comentaba: «Después de penetrar no lo siento, como si no sintiera el pene como parte de mi cuerpo. Al no sentirlo, baja la erección o eyaculo rápidamente.» El mayor o menor compromiso que siente el hombre en la relación influye con frecuencia en la anorgasmia. Es más frecuente que el hombre encuentre dificultades en la vivencia del orgasmo en la relación comprometida, por desear que la mujer también disfrute y se mantenga la relación. Con chicas, cuya relación no le importa, disfruta sin dificultad. Como nos comentaba un hombre de 22 años: «con otras chicas, con las que no tengo que demostrar nada, me da igual y disfruto; pero con mi novia es diferente». Algo semejante sucede cuando el hombre intuye que no va a ser posible el coito por diversas razones (por la situa— 166 —

ción, porque uno de los dos está cansado, porque la mujer tiene la regla, etc.). En estos casos el hombre vive mejor la relación y disfruta más que cuando espera que van a llegar al coito. Aunque es menos frecuente, encontramos también hombres que sólo han sentido orgasmo fuerte en sueños. Otros que se excitan más o que únicamente llegan al orgasmo cuando les estimulan los pezones, las orejas u otra parte del cuerpo no genital, o que son más bien las fantasías lo que les excita verdaderamente, más que los estímulos físicos. Vemos cómo la vivencia del orgasmo depende, tanto en el hombre como en la mujer, de factores muy difíciles de predecir, de circunstancias muy diversas en cada persona, por lo que cualquier generalización está expuesta a errores en la evaluación y en el tratamiento de la anorgasmia. 4.2.4. Subordinación femenina a los gustos, necesidades y deseos del hombre Acabamos de ver en apartados anteriores lo que muchas mujeres con anorgasmia piensan, sienten y temen en la relación heterosexual. Podemos sacar de todo ello varias conclusiones; entre ellas, una muy importante: incluso muchas mujeres de nuestra sociedad y de nuestros días orientan su sexualidad al placer, deseos, necesidades y expectativas del hombre, y no a lo que ellas desean, sienten y esperan del sexo. Apreciamos esta actitud de subordinación de la mujer al hombre en múltiples situaciones y momentos de la actividad sexual, como sucede —y es especialmente patente— en el motivo que las mueve a simular el orgasmo o fingir disfrutar en la relación sexual, a tomar la iniciativa en dicha relación, a tratar su problema con un especialista, al momento y manera de tener relaciones sexuales, le apetezca o no a ella, viendo incluso la relación sexual como una obligación (Cuadro 4.9). — 167 —

CUADRO 4.9.—Testimonios de mujeres con anorgasmia que aceptan la relación sexual por su compañero más que por ellas mismas • Siempre he simulado que llego al orgasmo con todos los compañeros, por temor al rechazo por su parte (23 años). • No llego al orgasmo, pero simulo que llego por él, porque se quede bien (30 años). • Más que por mí, tengo relaciones por mi chico, él precisa más mi placer que yo misma (46 años). • Nunca he llegado al orgasmo en el coito. Hace un año rompí con mi pareja anterior y ahora estoy con otro chico que es quien me ha empujado a venir. Él se siente mal como hombre y yo tengo miedo de no hacerlo disfrutar, me tiene obsesionada. Yo no hubiera venido a la consulta sino es por él (30 años). • A mí no me apetecía tener relaciones, porque él no me quería. Las tenía porque le apetecía a él. Nos separamos porque no nos queríamos (23 años). • Me gustaría que él diera más importancia a las caricias después del coito. Como no resulta bien, yo tengo la sensación de que no le satisfago, que no soy la mujer adecuada, que se siente mal, que no es lo que quiso y que yo no le estoy sabiendo dar lo que él necesita. En la relación sexual yo estoy pendiente, porque pienso que no voy a llegar al límite que él espera (33 años). • Nunca he dicho a mis parejas que no llego al orgasmo por temor a que la relación se deteriorara, porque él puede pensar que si no siento es por él. Pienso que si cree que yo llego al orgasmo, se siente más libre, se siente mejor (26 años). • Nuestra relación sexual es mala porque a mí no me gusta el chico; tengo relaciones con él por amistad y por él (21 años). • Vengo a la consulta más por mi compañero, por la importancia que él da a que yo goce. No hubiera tratado el problema si sólo fuera por mí. Pienso que es suficiente el que él lo pase bien (35 años). • Yo me acostaba con mi marido porque lo veía como una obligación (50 años). • La iniciativa la tomamos los dos, pero cuando la tomo yo, muchas veces lo hago por él (27 años).

El empeño por conseguir el orgasmo queda claramente plasmado en expresiones como: «a ver si llego esta vez», «a ver cómo va a salir», «tengo que llegar», «¿llegaré hoy o no llegaré?». Estas expresiones parecen a veces ir dictadas por el ansia de no quedar mal ante el compañero, y no tanto por intentar la plena satisfacción de ellas mismas. Algunas mujeres, ante la dificultad que les supone la consecución del orgasmo, terminan simulándolo: «como me cuesta, me canso y finjo», dice una mujer de 48 años. Es tal la consideración de la mujer hacia su compañero que si decide consultar con un especialista el problema de falta de orgasmo, algunas lo hacen por su compañero, para que él lo pase bien, porque no se sienta mal como hombre, y afirman que no hubieran tratado el problema si sólo fuera por ellas. Si bien pasaron los tiempos en los que muchas mujeres se acostaban con sus maridos por obligación, no es raro en nuestros días que la mujer ceda a las exigencias de su compañero aunque ella no disfrute ni le apetezca; alguna piensa que es su deber como mujer. En esta subordinación a los deseos del hombre, con mucha frecuencia están presentes en la mente femenina —y sin ser totalmente consciente de ello— los deseos y las expectativas del hombre, sin dejarse llevar por lo que ella siente y desea en ese momento. Llega incluso a autoengañarse pensando que ella disfruta con lo que a su compañero le gusta, que le apetece como él lo hace, que no necesita otra cosa, que ambos disfrutan así, etc. La actitud de la mujer roza a veces un servilismo casi inconcebible, como es el caso relativamente frecuente de simular el orgasmo por temor al rechazo del hombre o para que éste se quede bien. No piensa que su falta de orgasmo con frecuencia se debe a la actitud y falta de consideración de su compañero, sin que, no obstante, estemos de acuerdo con las desafortunadas palabras de aquel ilustre médico español, según las cuales «no hay mujer frígida, sino hombre inexperto». Una mujer de 26 años nos comentaba que ella nun— 169 —

ca había dicho a sus compañeros que no llegaba al orgasmo «por temor a que la relación se deteriorara, pues él puede pensar que si no siento es por él. Pienso que si el hombre cree que llego al orgasmo, se siente más libre, se siente mejor». La mujer sigue a veces la misma pauta de sumisión a los deseos del hombre al tomar o no tomar la iniciativa en la cama, al renunciar a sus deseos y preferencias sexuales, al silenciar sus carencias afectivas, etc. Una mujer de 25 años comenta: «La iniciativa la toma siempre él, porque si la tomo yo y no es el momento para él, no le gusta. Yo nunca me niego; me da vergüenza por temor a que me rechace, a que no le apetezca a él en ese momento.» Y otra mujer de 44 años: «la iniciativa parte siempre de mi marido; yo no quiero molestarlo, no sé de qué animo está, yo lo respeto». Finalmente, otra de 27 años: «En la relación estoy pendiente de si estoy húmeda o no, de cómo va a salir hoy, si le va a satisfacer a él, etc.» Algunas mujeres renuncian también a la preparación al coito o a caricias y otras vivencias después del coito por esta misma errónea creencia femenina de acatar las necesidades y expectativas del hombre, incluso conscientes de que ello va en contra de sus deseos. Ana, de 33 años nos comenta: «A mí me gustaría que él diera más importancia a las caricias después del coito, como no resulta bien, tengo la sensación de que no le satisfago, que no soy la mujer adecuada, que él se siente mal, que no es lo que quiere y que yo no le sé dar lo que él necesita.» Muchas mujeres, en lugar de vivir el sexo como algo propio, algo que merecen, al hacer el amor tienen su mirada puesta en su compañero, porque piensan que «él precisa más mi placer que yo misma», y en la relación sexual pueden estar tensas e impacientes, como comenta una mujer, «porque pienso que no voy a llegar al límite que él espera». Esa norma de condicionar su placer al del compañero es como una imposición a la que se somete la mujer: me tengo que correr cómo y cuando él quiere. Suena casi patético, pero así lo viven algunas mujeres y es a veces el motivo por — 170 —

el que fingen, simulando llegar el orgasmo. «Me excito hasta un punto y luego finjo. He fingido muchas veces, también con mi pareja actual, no quiero frustrarle, generarle más problemas», comenta una mujer soltera de 37 años. Y otra: Mis pensamientos se dirigen normalmente a lo que él está haciendo. Espero no tardar, no quiero que me note tardía, me viene la ansiedad por ser rápida y no por disfrutar. No quiero que se canse. [...] El orgasmo es lo que se espera de mí, el no conseguirlo es un fracaso. Yo misma me freno.

En nuestro estudio hemos observado algo más brutal y vejatorio que lo anterior: las mujeres con anorgasmia han sido con frecuencia objeto de violación, abuso sexual, experiencias negativas en la infancia o en las primeras relaciones heterosexuales. Estas vivencias han tenido graves consecuencias en la vida sexual de muchas mujeres, llegando a constituir, en algunos casos, un serio obstáculo en las relaciones con el hombre y en la vivencia sexual. La Tabla 4.7 muestra la frecuencia con la que se dan en nuestro grupo de 202 mujeres con anorgasmia cada una de las experiencias que acabamos de enumerar. También en algunos casos de abuso sexual la mujer, más que víctima, se siente culpable. Si es pequeña, no lo TABLA 4.7.—Incidencia de distintas experiencias en un grupo de 202 mujeres con anorgasmia Violación Intento de violación Abuso sexual Intento de abuso sexual Exhibicionismo Experiencias negativas en infancia/niñez Total

8 8 25 3 4 9 57

— 171 —

dice en casa por temor a que la regañen, o después de mayor puede experimentar sentimientos de culpabilidad incluso en los primeros besos con un chico. Nos comenta Elvira, de 34 años, que de niña —como no dormía bien— había oído a sus padres hacer el amor por la noche: «me sentía culpable al descubrir aquello y al oír decir a mi madre: “Qué está ahí Elvira, que no se entere [...] como que se ocultaban de lo que hacían, era como que participaba yo de una cosa mala”». Al hablar de los miedos en el coito que experimenta la mujer con anorgasmia (§ 4.3.2.8.2; Cuadro 4.11 y Cuadro 4.12) veremos que también en estos miedos manifiesta la mujer esa dependencia del hombre y de su placer, de tal modo que dichos miedos están condicionando la actividad sexual y los estados emocionales de la mujer en la relación sexual. 4.3. CAUSAS QUE IMPIDEN LA VIVENCIA DEL ORGASMO Para muchas personas, a todo estímulo corresponde una respuesta inmediata, una excitación sexual, y cuando ésta no se da creen que algo anormal sucede en su cuerpo, que físicamente están tocadas. Según estas personas, si no se da esa respuesta inmediata, sus genitales no funcionan por algo que desconocen y que con frecuencia atribuyen a una causa física u orgánica. Las zonas erógenas no son puntos mágicos del cuerpo, que reaccionan mecánicamente y del mismo modo en todas las personas ante cualquier estímulo. Si bien todo el cuerpo es una zona erógena en potencia, la justa activación de dichas zonas depende de factores individuales, de las experiencias vividas y del aprendizaje alcanzado a lo largo de la vida; en una palabra, del desarrollo positivo de la sexualidad de cada persona. Al compañero/a compete descubrir las zonas erógenas de su pareja mediante el principio de erroracierto, pero no depende de él, necesariamente, la respuesta genital. — 172 —

La falta de orgasmo en el acto sexual no siempre es algo consciente; más bien es una reacción involuntaria derivada de un reflejo que, lógicamente, no depende de la propia voluntad, sino de diferentes bloqueos que actúan sobre el sistema nervioso. Aunque el orgasmo no es propiamente un reflejo, incorpora componentes reflejos. Dichos bloqueos pueden deberse a muy diversos factores por los que el hombre y la mujer se sienten incapaces de llegar al orgasmo o de vivirlo con intensidad. Incluso la excesiva preocupación por obtenerlo tiene a veces como consecuencia la total imposibilidad de conseguirlo. La falta de interés en la relación, cuando se acepta hacer el amor más por exigencias de la pareja que por deseo propio, puede tener asimismo consecuencias semejantes. En algunas mujeres, el temor a dejarse llevar por las sensaciones y a perder la conciencia en el momento del orgasmo constituye una barrera insalvable para vivirlo, o las deja al borde del «gran salto», según expresión de una mujer. Sea cual fuere la causa, la relación sexual sin llegar a la vivencia del orgasmo supone cierta insatisfacción y también una gran frustración tanto para el hombre como para la mujer. Aunque, como veremos más adelante (Tabla 4.8), el 4,7 por 100 de las mujeres y el 14,3 por 100 de los hombres con trastornos en el orgasmo atribuyen su problema a algo físico u orgánico, una persona físicamente sana, sin trastornos en el aparato genital ni alteración del sistema nervioso, debería vivir el orgasmo sin problema. ¿A qué se debe, pues, el que un número considerable, más de mujeres que de hombres, no haya experimentado nunca un orgasmo, tenga gran dificultad en conseguirlo o incluso encuentre dificultades en disfrutar de cualquier sensación erótica? No hay una respuesta única ni evidente a esta pregunta y el terapeuta deberá estudiar cada caso antes de sacar conclusiones precipitadas o erróneas. Cuando analizamos detenidamente la vida y el pasado de las personas que no disfrutan plenamente del orgasmo, encontramos múltiples causas o — 173 —

circunstancia que han podido influir en cada una. No hay, pues, una causa única de este problema, sino múltiples y muy diversas. Si bien se ha comprobado la influencia de antipsicóticos y de algunos antidepresivos (Komisaruk y otros) en las personas que hemos tratado, no hemos encontrado enfermedad orgánica a la que se pudiera atribuir directamente el origen de la falta de orgasmo. Es cierto que los problemas físicos suelen ser un factor agravante de diversos trastornos sexuales; pero incluso cuando existe una causa orgánica, siempre intervienen factores psicológicos de estrés o de tensión que interfieren en la respuesta sexual, como acertadamente afirma el psiquiatra francés François-Xavier Poudat. A continuación exponemos los principales factores que impiden o dificultan la vivencia del orgasmo en el hombre y en la mujer. Nos apoyamos en datos clínicos de personas que experimentan o han experimentado esta disfunción sexual. No nos basamos, pues, en conjeturas o hipótesis partiendo de una argumentación a priori o lógica, sino que partimos de la realidad vivida por muchas personas, lo que sin duda otorga a nuestro análisis una apreciable validez clínica de los datos y conclusiones que presentamos. 4.3.1. Origen del problema según el paciente Consideramos que todo profesional, antes de iniciar el tratamiento de cualquier disfunción sexual, debe orientar debidamente al paciente sobre el origen de su problema, ya que, en la mayor parte de los casos, ni el hombre ni la mujer suelen tener una idea acertada sobre este tema, lo que suele ocasionar mucha confusión, inseguridad y duda acerca de su solución. En la disfunción anorgásmica, ambos sexos suelen mostrar gran desconocimiento de la causa del problema, como veremos a continuación. Sus dudas son con frecuencia una parte importante del problema que desean resolver. — 174 —

4.3.1.1. «¿A qué cree la mujer que se debe su problema?» Preguntamos a las 202 mujeres, grupo de mujeres con anorgasmia que estudiamos en este capítulo, a qué creen que se debe su problema, y el grupo más numeroso (el 44,4 por 100) afirma que no sabe cuál puede ser el origen (Tabla 4.8). El 4,7 por 100 piensa en una causa orgánica o física, su modo de ser, una operación, medicamentos que toman, etc. El 19,0 por 100 cree que su problema se debe a algo psíquico sin especificar o, precisando más, a falta de concentración, a un bloqueo de la mente, a no dejarse llevar, a nerviosismo, temores, baja autoestima, obsesión por llegar, etc. El 8,6 por 100 alega factores de tipo cultural; y, finalmente, el 23,3 que indica otras causas: temor al embarazo, tres lo atribuyen a la masturbación que creen que practicaron desde muy pequeñas en exceso. Varias opinan que su problema se debe a problemas de relación con su pareja (conflictos, entendimiento, escasa comunicación, poca atención o despreocupación de la pareja y hasta malos tratos). También alegan varias mujeres problemas sexuales del compañero, fundamentalmente, eyaculación precoz, inexperiencia o falta de dedicación y de paciencia como causa de su problema. Especial atención nos merecen las mujeres que atribuyen su falta de orgasmo a la falta de información, a la educación rígida y a factores culturales. Algunas llegan incluso a relaTABLA 4.8.—Causa de la anorgasmia, según el/la paciente (mujeres, N = 202; hombres N = 40) Causas

1. 2. 3. 4. 5.

Orgánica Psicológica Educación, cultura Otra causa No sabe

Mujeres

Hombres

4,7 19,0 8,6 23,3 44,4

14,3 19,1 9,5 19,1 38,0

— 175 —

cionar su actual imposibilidad de llegar al orgasmo con experiencias vividas en su infancia. Lo grave del caso es que, a pesar de ser conscientes del origen de su problema, algunas de estas mujeres llegan a la edad de 40 años o más sin haber buscado antes una solución. Analizando los casos de 74 mujeres que afirman no saber a qué se debe su problema, comprobamos, no sin extrañeza, que el 24,3 por 100 de estas mujeres habían consultado ya anteriormente su problema a un profesional, médico/a o psicólogo/a. Estos datos nos revelan la escasa información que en muchos casos reciben los pacientes cuando acuden a una consulta. 4.3.1.2. «¿A qué cree el hombre que se debe su problema?» Al preguntar a los hombres con anorgasmia sobre el origen del problema, el 38,0 por 100 contesta que no sabe (Tabla 4.8); el 19,1 por 100 cree que se debe a alguna causa psicológica (nerviosismo, obsesión, barrera psicológica, etc.); un 14,3 por 100 lo atribuye a causas físicas, algo orgánico (medicamentos, poco semen); un 9,5 por 100 piensa que se debe a una deficiente o rígida educación; un 19 por 100 lo atribuye a otras causas, como a haber intentado durante años no tener eyaculación y sí, a no sentir placer, a que su pareja tiene algo en la vagina que le impide llegar al orgasmo o que impide la fricción del pene, etc. 4.3.2. Lo que revelan los datos La tarea del terapeuta tiene como objetivo primordial, al principio de la intervención, planificar el modo de proceder que mejor ayude a cada paciente a solucionar el problema. Dicha planificación no la hace a priori, ni aplica la misma terapéutica a todas las personas, sino que presenta a cada pa— 176 —

ciente el tratamiento más adecuado, según una serie de circunstancias, después de analizar previa y cuidadosamente cada caso, como veremos más adelante en el Capítulo 5. Antes de iniciar cualquier intervención, el profesional deberá conocer el origen del problema, las carencias afectivas, sexuales y de cualquier otro tipo, así como los recursos psicológicos de que dispone el paciente. Como veremos en los párrafos siguientes, cada persona que consulta un problema de anorgasmia ha pasado períodos incluso de muchos años, de su infancia y/o pubertad con vivencias o experiencias negativas que han perfilado su evolución y han marcado su personalidad, dejando secuelas no sólo en su vida sexual sino, en ocasiones, en su vida afectiva, emocional y hasta en sus habilidades sociales. El psicólogo/a deberá conocer al detalle todas estas experiencias, todas las circunstancias del pasado que pudieron afectar al buen desarrollo emocional de la persona. Muchas personas no son conscientes de la importancia de un diagnóstico detallado antes de cualquier intervención terapéutica seria y esperan una solución inmediata: un consejo, una orientación que les ayude a solucionar su problema rápidamente. Alguno llegó a decir después de una exposición somera de su problema sexual: «ya sé que no es tan fácil, ni espero la pastilla milagrosa, pero la medicina ha avanzado tanto que algo tiene que haber para solucionar de momento mi problema y coger confianza». Los humanos tendemos con frecuencia a buscar tanto la causa como la solución a nuestros problemas en el exterior, fuera de nosotros. Como hemos visto en el apartado anterior, donde exponemos los procesos mentales de muchas personas con problemas de anorgasmia, un número considerable muestra gran desconocimiento de lo que les sucede y de la solución. A continuación exponemos las principales causas por las que nuestros pacientes tienen imposibilidad de vivir el orgasmo o serias dificultades para conseguirlo. — 177 —

4.3.2.1. «La educación» Al hablar de educación como una de las causas de la dificultad de sentir placer, incluido el orgasmo, no nos referimos tanto a la falta de información sexual durante la infancia o posteriores años escolares. Nos referimos más bien a cualquier influencia o adoctrinamiento sobre la evolución natural del niño o niña ante el sexo en la familia, en la escuela o instituto, en la catequesis cristiana o en la calle. Esta influencia puede referirse tanto a la total falta de información como al exceso de normas rígidas, una educación coercitiva y cargada de preceptos y normas sobre el sexo. El desconocimiento del adulto del funcionamiento genital y de la sexualidad propia o del compañero/a puede conducir a diversa disfunciones sexuales. En anteriores publicaciones hemos visto cómo influye en la eyaculación precoz, en el deseo sexual o en la disfunción eréctil. También origina a veces problemas en la vivencia del orgasmo tanto en la mujer como en el hombre. La ignorancia en este campo provoca con frecuencia inseguridad ante la relación sexual así como una actitud pasiva, dejando a la pareja la iniciativa en cada momento, actitud que no suele satisfacer a ninguno de los dos y se traduce en múltiples problemas en la relación sexual o de pareja. En el hombre, el problema suele ser mayor, ya que con demasiada frecuencia, él mismo se considera responsable tanto del buen funcionamiento genital como del éxito de la relación sexual y del disfrute de su pareja. Consecuentemente establece metas que no dependen de él, y el resultado se traduce con harta frecuencia en una relación sexual pobre y carente de espontaneidad. Inicia la relación nervioso, tenso, acelerado, por lo que no es raro que la termine decepcionado, muchas veces sin llegar a percibir ni el orgasmo ni las caricias u otras sensaciones que hacen del acto sexual en los humanos algo más que una cópula reproductiva. El desconocimiento de la sexualidad femenina induce al hombre a centrar su atención exclusivamente en el buen — 178 —

funcionamiento de su pene. La mayor parte de los problemas en la relación sexual los atribuye a su miembro, sea su escasa erección, sean las características del mismo: tamaño, volumen, resistencia, etc. Descuida de este modo lo que para la mujer, al menos inicialmente, suele ser más importante: la comunicación, el acercamiento físico, caricias, contactos, besos, en lugar de centrarse en la penetración. Alberto, de 26 años, se lamenta de que a Pilar, su mujer, le viene desgana al empezar el coito o en el transcurso del mismo; lo vive como rechazo y le desmoraliza. La versión de Pilar, que en dos años de relaciones no ha llegado nunca al orgasmo ni en el coito ni por estimulación manual, es que tienen poco juego amoroso; «a Alberto le falta imaginación y fantasía; no sabe manejar el cuerpo, no conoce los puntos eróticos; en la cama está muy tenso, nervioso, no se atreve a hacer nada. Yo he intentado hablar sobre el problema y él no dice nada, sólo que no siente, que no puede eyacular». Al principio de una consulta sexológica pocas mujeres relacionan su problema de anorgasmia con la escasa información recibida (Arancibia, 2002). En nuestro estudio con 202 mujeres con anorgasmia sólo 5 achacan su problema a la falta de formación. Se extrañan incluso cuando se les pregunta sobre sus conocimientos acerca de la sexualidad femenina o sobre sus genitales. Posteriormente, a lo largo de las entrevistas, cuando sienten más confianza, confirmamos que muchas mujeres desconocen no sólo el funcionamiento de los genitales masculinos, sino también de los suyos propios, las partes de éstos, dónde se encuentra el clítoris y su importancia en la respuesta sexual femenina. Muchas han oído hablar del punto G, pero desconocen su localización y mucho más el modo de estimularlo. La masturbación tiene gran importancia en el buen desarrollo de la sexualidad en ambos sexos. La vivencia del orgasmo a través de esta práctica suele ser el primer paso para el disfrute sexual en otras situaciones, sea por estimulación manual del compañero o compañera, sea durante el coito. — 179 —

La masturbación constituye, en este sentido, un buen aprendizaje en la vida sexual. Pues bien, al preguntar a la mujer sobre esta práctica, un porcentaje elevado de mujeres afirma que nunca se ha masturbado y la razón más frecuente alegada es: «no se me ha ocurrido», o «no sé cómo hacerlo». Los hombres lo tenemos más fácil y sólo un porcentaje insignificante no ha practicado la masturbación en su adolescencia y juventud. Gran parte del desconocimiento, como de la no realización de la práctica masturbatoria, se explica no sólo por la falta de información sino por la prohibición directa y condena explícita de la práctica y de cualquier contacto, incluso ante molestias o picores, en los primeros años de la infancia y niñez. En una sociedad sin normas o leyes coercitivas en lo referente al sexo, guiada únicamente por la ley natural, sería menos urgente o necesaria una sana orientación sexual que en una sociedad como la nuestra, plagada de falsas creencias, mensajes adversos, prejuicios en este tema. Esta falta de orientación sexual por parte de los padres la muestran muchas personas adultas de ambos sexos al comentar que «el sexo era tabú» en casa, «del sexo no se hablaba», etc. Si la falta de información en lo referente al sexo tiene los efectos que acabamos de mencionar, consideramos más perniciosos aún y de peores consecuencias los múltiples mensajes negativos, las normas rígidas impuestas, la coerción y prohibiciones —so pena de graves castigos en la otra vida y peligros para la salud física—, sea por los padres, sea por ciertas instituciones educativas o el clero, siempre alerta para el exacto cumplimiento de preceptos inventados por la Iglesia católica. Una educación rígida por las enseñanzas religiosas recibidas o por una disciplina austera y puritana, fundamentalmente durante los años de la niñez y pubertad, suele generar desconcierto, dudas y apreciaciones erróneas en relación con la sexualidad de las personas adultas. Tal orientación o disciplina ahogan mentalmente al niño e impiden la evolución — 180 —

natural de éste por los prejuicios e ideas negativas que generan en su mente, al vivir el sexo como algo sucio, malo, repulsivo, incluso como algo que debe no sólo ignorar sino rechazar de su vida por considerarlo perjudicial para la salud física y mental. Esto afecta a ambos sexos, pero indudablemente las mujeres han sido las más perjudicadas, porque la represión ha sido más fuerte con ellas y porque han recibido mensajes desde la familia, la Iglesia y la sociedad mucho más prohibitivos que los hombres. Incluso se ha presentado la práctica y el disfrute sexual como impropio de la mujer, más aún de la mujer equilibrada y responsable de su misión en la familia, para qué decir de la auténtica cristiana. Por este camino se llega a tal retorcimiento mental que culmina en la negación de todo placer. Luisa tiene 27 años, nunca ha sentido el orgasmo y en sus relaciones sexuales siempre ha fingido sentirlo. Hasta los 11 años vivió en una aldea, con sus padres, pero mantuvo más contacto con la abuela, muy religiosa. Se le inculcó el sacrificio y la mortificación, que fuera muy humilde y pura. Luisa comenta: creo que los primeros impulsos sexuales siempre fueron negativos, no recuerdo haber tenido nunca uno positivo. Mi abuela decía que el placer sexual sólo era para los hombres, que los hombres eran como lobos y no había que fijarse en ellos para nada, pues eran el enemigo número uno. Sólo les interesa —decía mi abuela— tener relaciones sexuales con una mujer que fuera virgen, que la mujer no se enteraba de nada. Fuera del matrimonio todo era pecado. De los once a los catorce años fui a un colegio de monjas, donde todo era pecado, hasta contemplar el propio cuerpo o mirarme al espejo. Yo les creí todo a mi abuela y a las monjas.

En el siglo XXI puede parecernos inconcebible el relato de otra paciente a quien el padre no dejó a los diez y once años estudiar porque tenía que ir a una escuela mixta. No le podía — 181 —

ver hablar en la calle con un chico aunque fuera vecino. No le dejaba pintarse. La doble moral de este padre le permitía, no obstante, ir con otras mujeres hasta alcanzar la edad de 70 años. Los lugares de fuerte raigambre religiosa y los colegios de monjas, a los que acudían muchas adolescentes en los años 80 y 90, prevenían en contra de cualquier contacto o relación con los chicos. Debían tener mucho cuidado, pues eran muy malos y llevaban siempre al pecado. Las consignas que escuchaban las adolescentes y jóvenes de aquellas décadas eran: — — — — —

Tener mucho cuidado con los hombres. Los hombres sólo quieren aprovecharse de la mujer. No salir sola con el novio. No hacer el amor antes de casarse. No llegar a casa embarazada.

Mercedes, de 23 años, después de año y medio de casada sufre de anorgasmia. Nos cuenta que sus padres la amenazaban continuamente con que no entraría en casa si quedaba embarazada. A su padre no le gustaba que saliera con el novio; le prohibió hablar con él. El padre y la madre la tenían muy vigilada. Si el padre se enteraba que había estado con el novio la reñía y le pegaba. Casi nunca podían salir solos ella y su novio. Tenía que salir acompañada de su hermana o prima. A su novio no podía darle un beso. Por eso no pudo estar nunca tranquila de novia en sus relaciones: temía quedar embarazada y que se enteraran sus padres. Tenían relaciones en el coche o en el campo, pero siempre con tensión y con temor a que los vieran. Cuando la adolescente ha oído continuamente que el sexo es malo, que los hombres buscan sólo el sexo, el placer y aprovecharse de las mujeres, que el sexo conduce al pecado y que la mujer no ha de ceder a las provocaciones o engaños del hombre, la conclusión que saca es que el sexo, el placer sexual y el disfrute con el hombre es algo pernicioso e — 182 —

inmoral, indigno de una mujer honrada y buena. En esta situación se comprenden las palabras de Inés de 32 años: «siempre he dado de lado a la sexualidad. Para mí tener un orgasmo era como una bajeza ante el hombre e intentaba reprimirlo y ahora que deseo tenerlos no me salen y el fracaso me produce inapetencia, desánimo y frustración». En el hombre, del que se espera que ha de tomar la iniciativa en cualquier relación con el otro sexo, la educación que impide o pone dificultades en el trato con mujeres no favorece la espontaneidad de la comunicación. Con el tiempo la inseguridad y la timidez se convierten en el principal obstáculo ante la mujer, por lo que iniciar una relación sexual le resulta a veces imposible; puede tener amigas, muchas amigas, pero sin relación íntima de ningún tipo. El concepto mismo de sexualidad con la única finalidad reproductora es defendido y enseñado en la actualidad por la Iglesia católica, aunque la mayor parte de sus fieles no se atengan en la práctica a las restricciones que se derivan de esta doctrina; por ejemplo, en lo referente a las relaciones prematrimoniales, los anticonceptivos, el aborto, la relación adúltera, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, etc. Algunas personas con trastornos en la eyaculación o en el orgasmo han comenzado ya en la pubertad, o incluso antes, a evitar la masturbación o a vivirla con sentimiento de culpabilidad por considerarla no sólo inmoral, sino incluso dañina para la salud. Y ha sido éste el inicio de todos sus problemas relacionados con el sexo cuando llegan a la edad adulta. Luis Felipe, de 37 años, recibió una estricta educación moral y vivió como pecado todo lo relacionado con el sexo; ahora no puede aceptar moralmente la relación sexual con su esposa con preservativo u otros anticonceptivos, y ha vivido la masturbación con fuerte sentimiento de culpabilidad. Se casó hace catorce años a la edad de veintitrés con su actual esposa, de la misma edad; ambos fueron vírgenes al matrimonio. Tienen tres hijos y no siente orgasmo desde hace sie— 183 —

te años. Hace cinco años intentó durante dos años no sentir en la relación sexual con su esposa para no llegar al orgasmo; la razón era el no aceptar moralmente la relación sexual con preservativo ni con ningún otro anticonceptivo. Antes, hace siete años, intentó no tener eyaculación y si la tenía, no gozar. Desde entonces no tiene orgasmo, y ahora ya ni siquiera cuando lo intenta. Luis Felipe comenta: «hasta hace un mes había evitado eyacular fuera de la vagina y, si me sorprendía la eyaculación, evitaba disfrutar por razones morales». Cree que su problema se debe a haberse esforzado durante un tiempo por no sentir placer. 4.3.2.2. «Carencia afectiva» No es necesario que la educación de los primeros años esté marcada por la enseñanza religiosa rígida ni por sentimientos de culpabilidad ante el sexo para que una persona adulta experimente la imposibilidad o la dificultad de sentir placer sexual. La falta del cariño de los padres o la carencia de manifestaciones afectivas, de contacto, caricias, besos, etc., conducen al vacío emocional, a la imposibilidad de compartir lo que no se ha vivido y, por lo tanto, no se tiene. No se percibieron entonces, y ahora no se saben transmitir sentimientos, sensaciones, como nos revela un hombre de 28 años que en su infancia no sintió el afecto de sus padres: «ahora soy una persona fría; me pongo una barrera psicológica. Tiendo a esconder los sentimientos». Relacionada, al menos en parte, como causa de esta dificultad de manifestar sentimientos y sensaciones, encontramos en ciertas personas la imagen negativa del cuerpo, complejos corporales, etc. Esta visión distorsionada del cuerpo daña la autoestioma y la aceptación tanto del propio cuerpo como de vivencias y sensaciones placenteras, necesarias para que se inicie el proceso de un orgasmo plenamente satisfactorio. Algunas mujeres y hombres, conscientes de esta carencia afectiva en la infancia, llegan a relacionar su anorgasmia con — 184 —

la falta de cariño y de caricias por parte de sus padres durante la infancia. Maria Teresa, de 39 años, achaca su problema a la falta de afectividad de su padre, del que dice que es: «dictador, nada cariñoso, egoísta y poco humano. Como marido, un dictador, avasallando continuamente a mi madre. Como padre también un dictador, siempre ponía castigos y daba disgustos. Nunca me he entendido con él. No le tenía confianza». Otra mujer de 31 años echa en falta el cariño de su madre, de la que dice era autoritaria, dominante y no cariñosa con ella de pequeña. Se refugiaba en su padre, pero murió cuando ella tenía 10 años. Se lamenta de que la madre no le enseñara cosas y fuera tan rígida con ella. También hemos encontrado mujeres con anorgasmia que relacionan su problema directamente no sólo con la falta de cariño de la madre o del padre, sino incluso con la ausencia de manifestación afectiva entre los padres. 4.3.2.3. «Actitud negativa de la madre» A veces las madres, por diversas razones, pero con frecuencia por los propios miedos, inmadurez y una frustrada vida en pareja, lanzan a sus hijos mensajes negativos acerca del matrimonio y de los nietos. De este modo, sin ser conscientes de ello, intentan mantener a su hijo/a en la casa materna de modo indefinido. Con sus quejas y enfermedades verdaderas o ficticias impiden que el hijo/a abandone la casa de los padres libremente y sin sentimiento de culpabilidad. El matrimonio del hijo supone en ocasiones para la madre la pérdida de éste o del apoyo que no ha encontrado en su marido. Difícilmente pueden imaginar estas madres las consecuencias de su actitud en la evolución sexual de sus hijos e hijas que, con frecuencia, encuentran serias dificultades en la relación heterosexual, dificultades que pueden plasmarse en diversos trastornos sexuales: disfunción eréctil, inapetencia o problemas en la eyaculación o el orgasmo. Éste es el caso — 185 —

de Francisco que confiesa tener una gran dificultad de vivir el orgasmo desde la primera vez que tuvo una relación heterosexual hace dos años. El 95 por 100 de las veces no lo consigue en el coito, si bien en la masturbación disfruta plenamente y sin problema; obtiene la erección sin dificultad, pero tampoco disfruta, no siente placer, «no hay —dice— conexión entre mi mente y mis genitales». La historia de este paciente ha pasado por momentos que pueden explicar todas estas carencias. Criado en una familia con dos hermanos —él y su hermana dos años menor, soltera—, la madre les dio siempre un mensaje negativo respecto al matrimonio y a los hijos. Los padres se separaron cuando Francisco tenía veinte años, después de comunicar el padre que se había arruinado. Francisco tiene ahora 35 años, está casado y aún no tiene hijos, si bien su pareja los desea ardientemente. Expone su situación del modo siguiente: Mi problema es que tengo gran dificultad en llegar al orgasmo, sólo lo consigo el 5 por 100 de las veces en el coito con mi esposa. No tengo problema de erección y en la masturbación siento el orgasmo plenamente. Vivo el coito más como algo que debo hacer para tener hijos [lo que siempre ha rechazado su madre] que por placer. Mis relaciones actuales son forzadas y van dirigidas a tener hijos, porque mi pareja quiere tenerlos. Alivio mi impulso sexual mediante la masturbación; más aún, me considero un masturbador nato. Desde los 13 años me masturbaba a diario, y puedo hacerlo varias veces al día. Para mí la masturbación es lo más fácil y placentero; para ello me ayudo de pornografía (revistas, películas, etc.). El orgasmo en el coito mediante fantasías no me es tan fácil. No consigo introducir a la mujer —la actual u otras— en mis fantasías que son las que me provocan el orgasmo en la masturbación.

No queremos atribuir todos los problemas sexuales de Francisco directamente a la actitud de su madre, adversa a que su hijo se relacionara con mujeres y tuviera hijos. Lo — 186 —

cierto es que se ha establecido una barrera entre la mente de Francisco y su cuerpo que le impide disfrutar del sexo con su mujer, teniendo que acudir a la masturbación como única fuente de placer. A falta de una relación sexual satisfactoria con su mujer, se refugia en situaciones irreales, o al menos ajenas a lo que es una relación heterosexual, para avivar sus fantasías, hasta tal punto que el cine es el único medio en el que se concentra totalmente. «Hay un componente en el cine —comenta Francisco— que me hace reaccionar de modo especial, lo vivo mucho: lloro, río, paso miedo; lo que no vivo en la realidad.» No es extraño este modo de reaccionar en una persona que, en la realidad, se bloquea sentimentalmente con todas las mujeres, no se entrega, por ejemplo, ante un beso, ya que ha pasado su infancia junto a una madre fría: «A mi madre —añade— le cuesta dar un abrazo, un beso.» Con frecuencia es la compañera del paciente quien advierte al terapeuta la actitud de la madre o de la familia, que limita la independencia de su pareja o intenta poner defectos a todas las chicas con las que sale. El hombre, en muchos casos, no es consciente de tal influencia, piensa que la relación con su pareja es normal o que carece de importancia la relación con su madre y, aunque acepta su continua preocupación por atender a su madre, le cuesta o le resulta imposible poner fin a las demandas de ella. 4.3.2.4. «El pretexto del comportamiento de la pareja» Para quienes no hemos alcanzado la plena quietud interna ni acallado nuestros deseos mediante el control de la mente, como hacen el chino Lao Tse y otros filósofos, el mundo exterior condiciona nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos. Por lo mismo, la actitud y el comportamiento de otras personas influyen irremediablemente en nuestro estado de ánimo y en nuestro modo de reaccionar dentro y fuera de la cama. — 187 —

Cierto es que sólo nosotros tenemos la llave de nuestras emociones y de nuestras reacciones, pero con frecuencia apuntamos a los demás para justificar nuestro mal genio, nuestra agresividad o nuestra inapetencia sexual. En realidad son nuestros complejos, nuestras carencias, nuestra baja autoestima, nuestras inseguridades o torpezas los que nos conducen al fracaso. Así confundimos los papeles y atribuimos a la fogosidad de la pareja, por ejemplo, el origen de nuestra pasividad sexual o la falta de placer sexual, cuando, en el fondo, pesan más de lo que creemos nuestros temores, el bloqueo interno y la inseguridad. Un paciente atribuye su total falta de placer en la relación sexual a la pasividad e inapetencia de su compañera, cuando, en realidad, el origen del problema está en su eyaculación precoz, que es la única causa de que su pareja ni se entere cuando tienen relaciones sexuales. Nos refugiamos a veces en una pantalla para ocultar la verdadera causa de las propias carencias; pantalla que identificamos con actitudes, comportamientos o deseos de la pareja, en realidad meros artificios de nuestra mente y de nuestras creencias. No es otra cosa «el respeto» a la mujer que alegan algunos hombres para disfrazar u ocultar sus temores sexuales y sus bloqueos ante un acercamiento sexual que creen deberían iniciar ellos. Se trata de un respeto mal entendido, debido a una concepción idealizada de la mujer. Así, cuando el terapeuta pregunta al paciente cuáles son sus experiencias sexuales, éste comenta a veces que ha salido con varias chicas, pero que la relación no ha pasado de besos, dado que él siempre ha respetado a las mujeres o porque no ha querido hacerles daño psicológicamente. En otras ocasiones, para justificar la falta de estimulación manual a la mujer en una relación sexual cuando ésta no llega al orgasmo en el coito, el hombre alega que eso no le gusta a su pareja, que lo rechaza, que sólo le gusta lo natural, es decir, el coito. Cuando la mujer expresa su punto de vista, vemos que el verdadero problema se encuentra más en la ignorancia o la reticencia a tales estimulaciones por parte del hombre que en la oposición o rechazo de la mujer. — 188 —

Algunas mujeres por temor a defraudar a su compañero, a que pueda sentirse frustrado por no conseguir que ella disfrute o también por temor a mostrar sus propias carencias, llegan a simular sensaciones de placer, de excitación u orgasmos durante años. Comienzan a veces como un juego sin importancia para ellas y a medida que pasa el tiempo les resulta cada vez más difícil revelar el problema a su compañero. En todos estos casos sólo cabe la solución de asumir el problema como propio y tomar la decisión de resolverlo. Mientras uno piense que la culpa o la responsabilidad es del otro/a y que es el otro/a quien debe cambiar, nos hallamos muy lejos de encontrar la solución. En la mujer es más frecuente que la actitud de su compañero influya en la consecución del orgasmo. Por lo general, al menos en nuestra cultura occidental y en nuestros días, la mujer necesita más tiempo, atención y mutua colaboración para conseguir el clímax final. Si la mujer nota en su compañero despreocupación, rapidez, exclusiva atención a los genitales, deseo de terminar pronto, difícilmente encontrará un ambiente propicio para concentrarse en sus sensaciones, algo fundamental para vivir con placer el acto sexual. María Isabel, de 29 años, está casada desde hace 8 años, tiene anorgasmia coital primaria. Cree que no llega al orgasmo porque tiene resentimiento, porque su marido la ha tenido abandonada, no le ha preguntado nada, no se ha preocupado por si es feliz. Nunca se ha preocupado de ella, a veces le hace daño, no es nada expresivo en lo sexual. La tranquilidad, el estado de relajación y la concentración en las sensaciones son condiciones importantes para la vivencia plena de la relación sexual. Cuando no se dan tales requisitos resulta muy difícil conseguir la satisfacción plena y terminar con el orgasmo. Ésta es la razón por la que muchas mujeres no consiguen llegar al orgasmo en el coito cuando su compañero, con frecuencia por ignorancia o por tener eyaculación precoz, se precipita en la relación sexual, no atiende a las necesidades de la mujer o lo hace de modo — 189 —

rápido y mecánico. Una de estas mujeres describía en pocas palabras el comportamiento de su compañero en el coito: «Es muy rápido, comienza y no para hasta terminar.» Así resulta imposible que la mujer termine con éxito la relación, menos aún cuando muchos eyaculadores precoces, por temor a correrse pronto, invierten escasos minutos al inicio, sin posibilidad de una adecuada preparación para la mujer. 4.3.2.5. «Problemas en la relación de pareja» La falta de motivación en el sexo y la escasa vivencia de sensaciones eróticas o la total ausencia del orgasmo son a veces consecuencia de una mala relación de pareja. No siempre es consciente la persona del proceso psicológico que subyace en estas situaciones ni de que tal proceso pueda originar dificultades en la vivencia del orgasmo. Hay parejas que, sin llegar a serios problemas en su relación, notan con los años un distanciamiento que afecta a la relación sexual, al entusiasmo erótico y, en ocasiones, también a la insensibilidad o incapacidad de llegar al orgasmo. Este distanciamiento no obedece —en la mayor parte de los casos— a una única causa sino a varias, encontrándose implicadas ambas partes: mala comunicación, falta de un proyecto común, diferentes aficiones y aspiraciones en la vida, incompatibilidad de caracteres que se va agudizando con los años de convivencia, despreocupación por las tareas de la casa, falta de apoyo en los momentos difíciles, dedicación excesiva al trabajo, escasa vida afectiva, etc. Pedro Luis y Ana, de 32 y 35 años respectivamente, casados hace ocho años, con un hijo de cinco y otro en camino, vienen a la consulta porque Pedro Luis ha perdido la sensibilidad en el momento del orgasmo. Antes vivía el orgasmo en todo el cuerpo, desde hace unos años ha ido perdiendo gradualmente esta sensibilidad y desde hace dos años siente el orgasmo —según dice— sólo en el glande. Como sucede — 190 —

en muchos casos, su relación se ha ido deteriorando por causas muy diversas y cada cual presenta la situación actual de modo diferente. Pedro Luis alega que últimamente les afecta el estar más alejados en el sexo, él ha comenzado a estudiar Derecho y Ana tiene que estar más con el niño. Él desearía que Ana fuera más activa sexualmente, que le gustara el sexo por el sexo, que el sexo fuera lo primero en la vida, no la casa y el niño. Últimamente no le atrae tanto como antes por su comportamiento sexual, pues las relaciones sexuales han de ser sólo en la cama y por la noche, con la luz apagada, además echa en falta más variedad y flexibilidad en la relación. La situación es para Ana muy diferente: además de estar embarazada, trabaja fuera de casa, se ocupa de labores domésticas y del hijo. Le gustaría que Pedro Luis fuera más cariñoso en general. Durante los cuatro o cinco primeros años vivió la relación sexual, primero, con vaginismo, después, con dispareunia. La comunicación entre ambos es buena según él, no obstante, cuando se enfadan por algo relacionado con el sexo y han discutido, se distancian y no tienen relaciones durante uno o dos meses. Pedro Luis cree que con mujeres que actuaran de otro modo le iría mejor y desearía tener relaciones con ellas, pero su timidez se lo impide. No obstante, no piensa cambiar de pareja, cree que su esposa es la mejor para él. 4.3.2.6. «Otros problemas sexuales» Muchas personas con problemas en la consecución del orgasmo presentan, como vemos en la Tabla 4.9, otras disfunciones sexuales, tanto el hombre (fundamentalmente eyaculación precoz y disfunción eréctil) como la mujer (inapetencia y dispareunia). Si bien no hemos de considerar las disfunciones mencionadas como causa directa de los problemas en la vivencia del orgasmo, no obstante, estos datos nos ayudan a comprender mejor el cuadro clínico de las personas con anorgasmia. — 191 —

TABLA 4.9.—Principales problemas sexuales de las personas con anorgasmia Mujeres (N = 202)

Porcentaje

Inapetencia sexual Dispaurenia

30,86 11,83

Hombres (N = 40)

Porcentaje

Eyaculación precoz Disfunción eréctil Inapetencia

42,3 26,6 8,2

La eyaculación precoz hace en muchas ocasiones, como hemos señalado en apartados anteriores, que el hombre se precipite, no atienda debidamente a su compañera y que su mayor preocupación se centre en no correrse y conseguir la penetración. En las mujeres con anorgasmia se trata en un alto porcentaje de una inapetencia sexual secundaria, que aparece con frecuencia al no sentir el orgasmo ante repetidas relaciones y vivir la relación con gran frustración. Estos problemas preocupan de tal forma a las personas y absorben su atención de tal manera que muchas veces la mente queda bloqueada y el cuerpo como rígido y sin reacción posible para poder vivir plenamente las sensaciones eróticas y el proceso que conduce a la vivencia del orgasmo. Un paciente que no disfrutaba en el coito nos decía que, incluso si después de la relación de coito, se masturbaba pensando en la persona con quien había tenido la relación sexual, gozaba más que en el coito. Se explica, pues, que en estas condiciones algunas personas no sólo no lleguen al orgasmo, sino que no perciban sensación positiva alguna en la relación sexual o que en la masturbación disfruten más que en el coito. Por idéntica razón, el hombre o la mujer reaccionan mejor y disfrutan más cuan— 192 —

do no están presionados por lo que se denomina «la ansiedad de rendimiento» o la excesiva exigencia de éxito. Comprobamos esto cuando no es posible la realización de coito o la persona no prevé tal situación, así como en relaciones fuera de la pareja habitual, en las que el compañero/a no le importa como pareja ni le une afecto alguno. En este último caso, un paciente nos comentaba: «Con otras chicas, como me da igual y no les tengo que demostrar nada, no he tenido problema en llegar al orgasmo; pero con mi novia es diferente.» Por esta misma razón muchos hombres no tienen el problema que comentamos en las relaciones con profesionales o prostitutas, al no importarles la reacción de éstas. Se añade a esto que tanto la mujer como el hombre con anorgasmia, ante el temor al fracaso, están más preocupados de que goce su pareja que del propio placer; sobre todo cuando existe complicidad y buen entendimiento entre ambos. 4.3.2.7. «Coito doloroso» Un problema frecuente de las personas que acuden a consulta con anorgasmia es la sensación de dolor en las relaciones sexuales. Síntoma que aparece más en las mujeres que en los hombres, pero que también se observa a veces en éstos. Difícilmente puede una persona tener una relación placentera, y menos aún vivir un orgasmo pleno mientras sienta, no digamos ya malestar, sino incluso dolor físico durante el coito. No tratamos aquí el problema del vaginismo ni de la dispareunia, por dos razones fundamentales: por una parte, éstos son temas complejos cuya exposición sobrepasa los límites de este capítulo y, por otra, existe bibliografía donde se tratan ampliamente estos temas, con ejercicios y técnicas para superar ambos problemas (Arancibia, 2002). Nos referimos aquí a los casos en los que la exploración urológica o ginecológica ha descartado afección física alguna como origen del dolor o malestar durante la rela— 193 —

ción sexual, por lo que se deberá buscar una causa no médica del problema. El bloqueo del orgasmo, cuando una persona siente un dolor intenso mientras hace el amor, se considera una reacción totalmente normal y comprensible. Sin llegar a tal extremo, un leve dolor al eyacular, una sensación dolorosa de ardor, el malestar físico en la relación de coito o en los juegos preparativos, así como picazones, escozores o irritaciones, aumentan la tensión y el nerviosismo. A veces incluso los miedos impiden la atención debida al cuerpo y a sus sensaciones, y sin esa concentración difícilmente pueden percibirse las sensaciones eróticas. Con frecuencia se dan en la interacción sexual sensaciones placenteras, pero la persona no llega a percibirlas debido a la alteración emocional y a un estado mental desfavorable. El dolor en el clítoris que experimentan algunas mujeres durante la estimulación es un caso aparte; puede deberse a múltiples causas. Cuando se observa en el clítoris una llaga o una inflamación reciente, dicho dolor puede deberse a una inflamación vaginal o a una afección genital. Si lleva mucho tiempo irritado el clítoris, la causa del dolor pueden ser adherencias o acumulaciones granulosas. También se pueden dar hongos y otras infecciones vaginales. En todos estos casos la mujer deberá consultar a su ginecólogo/a. Ahora bien, si el dolor o molestia se produce después de una estimulación prolongada, puede deberse a falta de lubricación o a la aspereza de las manos del compañero. En estos casos la solución puede ser la utilización de aceite, saliva o una crema para facilitar la estimulación e impedir que se roce la débil piel que recubre el clítoris. Cuando la mujer siente una sensación intensa antes del orgasmo, tal reacción suele desaparecer una vez alcanzado el orgasmo. Estos dolores o molestias no deben confundirse con la excesiva sensibilidad del clítoris después del clímax, de forma que no soporte la estimulación. En este caso, la mujer o su compañero debe suspender tal estimulación directa y aplicar caricias y contactos sobre toda la vulva. — 194 —

En la mujer se observan a veces otros factores como origen de molestias o de dolor: la insuficiente estimulación por parte de la pareja o de ella misma o la anticipación del dolor cuando inicia la relación con la idea de que la penetración causará daño. También puede deberse a experiencias dolorosas anteriores que refuerzan la reacción dolorosa en ocasiones sucesivas, al estrés, a la ansiedad que reducen la lubricación o a la insistente demanda de relaciones por parte del compañero cuando no le apetece a la mujer o no está preparada. En estas situaciones se genera, como reacción fisiológica natural de defensa, una tensión como autoprotección. A muchos pacientes de ambos sexos les cuesta creer que las molestias, erupciones o dolores durante el acto sexual no tengan ningún componente físico. La mejor prueba que podemos ofrecerles es que, después de un tratamiento psicológico —a veces incluso después de pocas sesiones—, desaparecen todos estos síntomas dolorosos, si bien, para que desaparezca todo vestigio de dolor y para llegar a disfrutar plenamente del acto sexual, generalmente, se precisa un tratamiento más completo, como detallamos en el capítulo siguiente. 4.3.2.8. «Miedos y temores» Los temores y miedos están casi siempre presentes en las personas con disfunciones sexuales, y son las principales barreras para conseguir una satisfactoria relación sexual, tanto en el hombre como en la mujer. Si los temores son el peor enemigo de la respuesta sexual, podemos aplicar este principio con toda propiedad al tema que nos ocupa en este capítulo: la vivencia sexual plena y satisfactoria. Los miedos y temores generan múltiples sentimientos y reacciones fisiológicas responsables del mal funcionamiento sexual: nerviosismo, tensión, ansiedad, angustia, inseguridad, así como falta de confianza, de concentración y de autoestima, etc. — 195 —

Encontramos alguna o varias de estas reacciones y sentimientos en la mayor parte de nuestros pacientes, por lo que el psicólogo/a ha de analizar con esmero y precisión los temores de cada persona que acude a la consulta. Con frecuencia el tema surge en los primeros minutos de charla. En otras ocasiones es preciso un estudio más detallado y profundo. La mayor parte de los estudios sexológicos advierte que el sentimiento más frecuente, tanto en el hombre como en la mujer con una disfunción sexual, es el miedo y la angustia que les acompaña por muy diversas razones. Este sentimiento puede manifestarse no sólo en la cama, sino también en otros momentos de la vida, sea en el ambiente familiar, profesional, laboral, social, etc. En tal situación la falta de disfrute no es muchas veces lo más importante para la persona. Lo que más le agobia e inquieta es el estado psicológico de inseguridad, confusión y apatía en que se encuentra debido a los múltiples temores a que se enfrenta ante una relación sexual. Las mujeres se ven afectadas por razones diferentes a las de los hombres, como veremos a continuación. 4.3.2.8.1. Los temores en el hombre Los temores del hombre con anorgasmia, manifestados en sus comentarios y en el cuestionario de 20 elementos descrito en el § 4.1. (Cuadro 4.10), difieren en parte de los temores de la mujer, como veremos más adelante. En primer lugar, en los estudios sobre temores, cuando se comparan ambos sexos, las mujeres suelen tener puntuaciones superiores a las de los hombres. En nuestro estudio, al comparar dichas puntuaciones en mujeres y hombres con anorgasmia, obtenidas en un cuestionario de 20 elementos (Apéndice A y Apéndice B), hemos observado una tendencia inversa, es decir, que los hombres superan a las mujeres en dichas puntuaciones. — 196 —

CUADRO 4.10.—Los 12 elementos con puntuación media más alta en un cuestionario de 20 ítems (Apéndice A) sobre los miedos en el coito en hombres con anorgasmia • • • • • • • • • • • •

A no hacer gozar a mi pareja .................................... A fracasar sexualmente .............................................. A no hacerlo bien ...................................................... A que dure poco la erección ...................................... A eyacular muy pronto .............................................. A que quede embarazada la mujer ............................. A hacer el ridículo ..................................................... A no tener erección suficiente ................................... A hacer daño a mi pareja ........................................... A los reproches de mi pareja ...................................... Al rechazo de mi pareja ............................................. A no tener eyaculación ..............................................

3,05 3,03 3,00 2,83 2,78 2,47 2,43 2,35 2,24 2,16 2,14 2,05

En segundo lugar, si la mujer con anorgasmia teme la repercusión de su falta de orgasmo en la satisfacción masculina, el hombre teme no mostrarse sexualmente competente. Su mayor preocupación es su rendimiento sexual, la actitud o reacciones de la compañera quedan en segundo término.

4.3.2.8.2. Los temores en la mujer Si analizamos los principales temores que experimenta la mujer con anorgasmia en el momento del coito, vemos que la mayor parte están relacionados con el compañero y la satisfacción sexual de éste en el coito. Una mujer, de 34 años y diez años de casada, teme que si cambia y consigue llegar al orgasmo no sea lo suficiente para su marido. Otra mujer, de 20 años, tiene miedo a que su compañero se sienta culpable al verla deprimida por no llegar al orgasmo, a que se sienta culpable y defraudado de sí mismo y también de ella. — 197 —

Después de aplicar la prueba de 20 elementos mencionada más arriba a 150 mujeres con anorgasmia, entre los 12 elementos con puntuación más alta figuran 7 que relacionan sus temores con la pareja (Cuadro 4.11). Entre estos elementos vemos que dichas mujeres, a pesar de ser ellas quienes sufren la disfunción indicada, en una relación sexual temen «no hacer gozar a mi pareja», «no excitar sexualmente a mi pareja», «el rechazo de mi pareja», «no gustar físicamente a mi pareja» o «los reproches de mi pareja». Vemos en estas expresiones una vez más la subordinación de la mujer a la sexualidad masculina, como vimos en el Apartado 4.2.4. Esta misma tendencia se observa en los miedos en el coito que experimenta la mujer con anorgasmia recogidos en las entrevistas (Cuadro 4.12). Esta actitud de la mujer constituye uno de los mayores obstáculos para vivir libremente su sexualidad. Hay dos cuestiones que preocupan fundamentalmente a la mujer con anorgasmia al hacer el amor. Ambas generan muchos temores en el coito y constituyen el principal obstácuCUADRO 4.11.—Los 12 elementos con puntuación media más alta en un cuestionario de 20 ítems (Apéndice B) sobre los miedos en el coito en mujeres con anorgasmia • • • • • • • • • • • •

A fracasar sexualmente .................................................. A no hacer gozar a mi pareja ......................................... A no actuar con normalidad .......................................... A no excitar sexualmente a mi pareja ............................ A no saber qué debería hacer ......................................... A hacer el ridículo ......................................................... Al rechazo de mi pareja ................................................. A quedar embarazada .................................................... A no gustar físicamente a mi pareja ............................... A que me haga daño con el pene ................................... A los reproches de mi pareja .......................................... A que me vea desnuda ...................................................

— 198 —

3,47 2,84 2,71 2,29 2,12 2,11 2,10 1,97 1,95 1,84 1,83 1,73

CUADRO 4.12.—Temores más frecuentes en el coito de la mujer con anorgasmia • A que no sea el momento para él; si me rechazara sería terrible para mí. • A que él no quede satisfecho. • Incluso a que si llego a cambiar no sea lo suficiente para él. • A entregarme del todo, a dar todo y luego perder a la persona. • A que él se sienta culpable si me ve deprimida por no llegar al orgasmo. • Incluso cuando voy con el temor si va a salir bien o no, no sólo me refiero a que yo quede satisfecha, sino también él. • A excitarme delante de mi compañero y que él se dé cuenta. • A fallar al hombre si no llego al orgasmo. • A tener más hijos o quedar embarazada. • A sentirme fracasada como mujer y como persona. • Al dolor. • A no disfrutar y fracasar en la relación. • A ser lesbiana. • A los genitales masculinos y el dolor. • A tener más hijos.

lo para dejar vía libre a su cuerpo y a sus sensaciones, y poder de este modo disfrutar libremente de la sexualidad: una se refiere a la dependencia de las reacciones, deseos y preferencias del compañero en el coito; la otra se refiere al temor al embarazo. Dependencia del placer del compañero El deseo de que su pareja goce en la relación sexual para el hombre es como un reto, algo cuya consecución piensa que depende en gran medida de él y, más en concreto, del buen funcionamiento de sus genitales, algo que debe conseguir si ha de ser un buen amante. Para la mujer el que el hombre goce y disfrute en la relación sexual es más una obli— 199 —

gación personal, una exigencia que ella se impone, generada por los roles de género, más que el deseo del mutuo placer y, sin comparación, más que la satisfacción propia. Cuando la mujer no consigue el orgasmo, el hombre lo vive como un fracaso de su virilidad, de su habilidad en la cama. Cuando es el hombre el que no lo consigue, la mujer lo vive con el pesar y el temor de no haber cumplido con su papel, con el papel asignado a la buena esposa o compañera, enfocado a la plena satisfacción del hombre. De ahí que, en muchos casos, el hombre viva la anorgasmia de la mujer como fracaso propio y la mujer más con remordimiento o culpabilidad de no cumplir con su obligación o deber. Miedo al embarazo El miedo al embarazo lo sienten en su mayoría mujeres solteras, si bien pueden tenerlo mujeres casadas o con una relación comprometida, incluso después de vivir más de 10 años en pareja. En el caso de mujeres solteras este miedo está ocasionado fundamentalmente por las consecuencias sociales del embarazo (reacción de padres y de personas conocidas), por no sentirse preparadas para la tarea de madre o por la posible repercusión en su futuro laboral, estudios, etc. No están aún muy lejos temporalmente las amenazas de algunos padres dirigidas a sus hijas adolescentes o jóvenes, como: «ya sabes, si quedas embarazada, puedes coger la maleta e irte de casa», por lo que no es de extrañar ese temor al embarazo. El temor al embarazo se convierte a veces en pánico, incluso cuando se toman las medidas para que resulte muy difícil la concepción. Una mujer soltera de 32 años comentaba: «Hago el amor y estoy todo el mes con temor al embarazo, aunque sea en días no aptos para quedar embarazada.» En mujeres entre treinta y cuarenta años el temor al embarazo está más bien relacionado con los problemas económicos y con su futuro laboral, o con los problemas que un nuevo hijo supondrían en una familia ya con dos o más hijos. — 200 —

4.3.2.8.3. Temor al fracaso El temor al fracaso es el de mayor trascendencia y el que vive con más intensidad la mayor parte de las personas con trastornos sexuales, sean hombres o mujeres. Comprobamos también este temor en personas de ambos sexos con anorgasmia, conscientes ellas mismas de la indudable influencia de dicho sentimiento. El término «fracasar» tiene, no obstante, matices diferentes en el hombre y en la mujer; matices con raíces puramente culturales, pero que determinan la naturaleza del temor en ambos sexos. «Fracasar» para el hombre equivale a no estar a la altura, a no «dar la talla», relacionado en muchos casos con el llamado coitocentrismo (el dar excesiva importancia a la erección, al tamaño del pene y al coito en sí), en lugar de atender a otros comportamientos y actitudes en la relación sexual. El hombre cree que debe responsabilizarse del placer de la mujer, piensa que ha de saber «producirle» el orgasmo (lo cual es un gran error), por lo que está más pendiente de que ésta llegue al clímax que de las propias sensaciones. Si la pareja no llega al orgasmo muchas veces el hombre se atribuye a sí mismo la causa y lo vive como un fracaso personal. Para el hombre fracasar en una relación sexual significa también ser inferior a otros hombres y no digamos a la mujer; se resiente su masculinidad, cree que no merece el aprecio de la mujer, al no cumplir con las expectativas que, según él, tiene ella; no saberle dar lo que —según él— desea en ese momento. Todo esto le lleva a pensar que no merece la pena iniciar una relación sexual y, en ocasiones, ni siquiera intentar el diálogo con una mujer si, como se teme, después no va a reaccionar bien en la cama. ¿Qué significa «fracasar» para la mujer? En la mujer destacan más otros aspectos, como el temor al rechazo de su pareja, el no satisfacer a su pareja —principal temor en una lista de 20—, no excitar sexualmente al hombre, no saber actuar como éste espera de ella, no ser suficientemente sexy o — 201 —

erótica, ser inferior a otras mujeres que considera más hábiles en la cama (Cuadro 4.11). En una relación sexual teme no saber qué debería hacer, no actuar con normalidad. Fracasar significa también perder al hombre, que éste la abandone por su inexperiencia y falta de pericia. Como vemos, la mayor preocupación de la mujer en el coito va dirigida a satisfacer las necesidades sexuales del hombre, más que a disfrutar ella. Como el hombre, la mujer siente también gran temor a fracasar en la cama, pero para ella el fracaso está más en no saber satisfacer a su compañero. En el hombre pesa más su propia incapacidad, el no ser suficiente hombre en la cama. Hemos analizado con más detalle en el § 4.2.4 esta actitud de la mujer que confirma en muchos aspectos la psicología y sexualidad femenina en nuestros días. 4.3.2.8.4. Temor al compromiso Las graves consecuencias de una relación sexual que termina con eyaculación dentro de la vagina en sujetos que no desean tener hijos se intentan subsanar de diversas maneras: unos evitan la relación de coito, otros evitan el embarazo poniendo los medios adecuados, otros controlan la eyaculación dentro de la vagina, lo que en ocasiones conlleva la ausencia de orgasmo. El temor a enamorarse equivale en algunas personas a verse vulnerable, temor a implicarse emocionalmente con una nueva pareja. Para otras personas pesa más lo que conlleva consigo el compromiso: limitación de libertad, cambio de hábitos, abandono de la pandilla de amigos, no salir de copas como antes, etc. En personas con temor a enamorarse, a implicarse emocionalmente con una nueva pareja, encontramos otra versión del temor al compromiso que suele originar diversos trastornos sexuales, entre ellos, en ocasiones, la incapacidad de llegar al orgasmo. Este temor al compromiso da origen a veces en el hombre al recelo porque la compañera se impli— 202 —

que demasiado en la relación y resulte más difícil terminar con ésta, y motiva a algunos hombres a evitar cualquier trato con mujeres e, incluso, a su rechazo. El temor al compromiso, que supone una relación estable o la venida de hijos no deseados, es, en ocasiones, la principal causa de la ausencia de orgasmo. Félix es uno de estos casos; tiene 35 años y se casó hace dos. No ha llegado nunca al orgasmo en el coito, si bien hace veinte años que comenzó a tener relaciones de coito. En la masturbación no tiene tal problema de orgasmo, por el contrario, le resulta muy placentera. Ahora incluso no nota la sensación de placer que tenía antes en la erección. Tiene erección pero sin sentir placer, sin que haya conexión —dice— entre su mente y sus genitales. Desde su primera relación tenía claro que no deseaba tener hijos. Su mujer, por el contrario, sí los desea. El tema de los hijos no ha ocasionado discusiones entre ellos, pero está clara la diferencia de posturas de ambos. Últimamente Félix dice que le gustaría tener hijos, pero porque su mujer quiere tenerlos. Es consciente de que su problema se debe a un bloqueo que tiene en la mente: actualmente el coito va dirigido o forzado a tener hijos, como obligación, más que por placer. 4.3.2.8.5. Temor a la pérdida del control A los temores enumerados podemos añadir otros directamente relacionados con la intensa vivencia del orgasmo, como temor a perder el control (comprobado en varios experimentos con mujeres, ver Bridges y otros, 1985), temor a perder la conciencia, temor a abandonarse y dejarse llevar por las sensaciones, que es el mejor modo de conseguir el placer y el orgasmo, temor a parecer fea y apagar el deseo sexual de su pareja, temor a consecuencias negativas, como el temor a que la obtención del orgasmo vaya acompañada de algo indeseable, temor a alguna repercusión negativa. Una mujer evitaba tener orgasmo por el temor a desear tener sexo — 203 —

con demasiada frecuencia si llegaba a sentir orgasmos, y podría parecer demasiado lasciva y enojar o incomodar a su pareja. Otra mujer manifiesta el temor a depender demasiado del sexo y de su pareja si consigue vivir intensamente la sexualidad con orgasmo, temor a fusionarse en él, volverse totalmente dependiente de él. CONCLUSIONES Antes de iniciar el tratamiento de las disfunciones de la eyaculación y del orgasmo, el profesional ha de estudiar cada caso en particular: origen del problema, causas, tipo de anorgasmia, situaciones en que se da el problema, historia personal, información sexual, vida sexual anterior, estado emocional, habilidades sociales, actitud ante el sexo (pensamientos, sentimientos y temores), temores en la relación sexual, bloqueos psicológicos y sexuales, comunicación con la pareja si la tiene, presencia de otros problemas sexuales si los hay, etc. Este estudio requiere varias sesiones de trabajo para poder especificar las características personales y circunstancias en que se da el problema. En un altísimo porcentaje de casos no son precisos análisis o pruebas médicas, ya que, en personas sin trastornos del sistema nervioso central, la falta de eyaculación o de orgasmo no suelen tener una causa orgánica ni deficiencia física que no se puedan determinar en la entrevista. La anorgasmia en el hombre o en la mujer no son un trastorno o síntoma que se manifiesta de idéntica forma o bajo un formato general en todas las personas. Hemos visto las diferentes variantes o variedades tanto del trastorno de la eyaculación (imposibilidad o dificultad, primariedad o secundariedad, con una o con más personas, sólo en el coito o en el coito y en la masturbación) como de la anorgasmia (primaria o secundaria, imposibilidad o dificultad, total o parcial). — 204 —

En el grupo de hombres que estudiamos encontramos cuatro modalidades fundamentales de anorgasmia: anorgasmia coital, orgasmo disminuido o débil, orgasmo difícil y anorgasmia total (tanto en el coito como en la masturbación). En el grupo de mujeres (en el que no incluimos aquellas que sólo manifiestan dificultad de conseguir el orgasmo) encontramos las siguientes modalidades: anorgasmia total (tanto en coito como en cualquier otro tipo de estimulación propia o ajena) primaria, anorgasmia total secundaria, anorgasmia en coito primaria, anorgasmia en coito secundaria. Aparte de estas modalidades, la anorgasmia tiene en ambos sexos características propias, lo que demuestra que no hay una anorgasmia «tipo», un cuadro clínico puro, que nos pueda servir de norma o modelo para todos los hombres o mujeres, como parece deducirse de las clásicas clasificaciones de las disfunciones sexuales. La anorgasmia no es un síntoma libre de influencias psicosociales. Como constatamos en muchos casos, es el resultado de la educación, del estado de angustia o ansiedad, temores e inseguridad, derivados a su vez, en algunos casos, de otras disfunciones sexuales, como la disfunción eréctil, trastornos de la eyaculación, inapetencia, etc. En otros casos, la nula o escasa vivencia del orgasmo tiene como consecuencia diversos trastornos psicológicos o problemas en la relación con la mujer.

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CAPÍTULO 5 La búsqueda del placer ¿Considera usted que el placer es algo que se consigue después de grandes esfuerzos y mucho tiempo de lucha? No, el placer está en cada instante de su vida, como el puro respirar y sentir. La realización de una misma/o está en el placer. Si no logramos disfrutar, reír, estar abiertos a los sentidos, abandonarnos a las sensaciones, a la ola del placer, no lograremos realizarnos en lo más profundo de nosotras/os mismas/os. Acabamos de ver en el Capítulo 4 los principales factores que impiden o dificultan la eyaculación o la vivencia del orgasmo. ¿Qué podremos decir a las personas con alguno de estos trastornos sexuales? No debe extrañarnos que en el Renacimiento la clase médica, a pesar de los conocimientos anatómicos de la época, siguiera aferrada al modelo de sexo único de la Antigüedad, ya que en el siglo XXI continuamos con el mismo, viejo y caduco, modelo biomédico, al menos en lo relacionado con las disfunciones sexuales. Cuando la evidencia lleva al facultati— 207 —

vo a la imposibilidad de aducir causa orgánica alguna de estos trastornos, concluye que el problema puede deberse a algo psicológico, pero incluso entonces la solución más frecuente es la pastilla, los calmantes u otros productos farmacológicos. En ocasiones se libra del paciente derivándolo al psiquiatra, con lo que el paciente muchas veces continúa sometido al mismo modelo de tratamiento médico. La experiencia diaria con pacientes nos confirma que, en la mayoría de los casos, una pastilla o cualquier otro medicamento no puede ser la solución real y definitiva a los problemas sexuales. Tampoco nos podemos conformar con una terapia dirigida a la simple eliminación de los síntomas, como diversos autores ya han señalado desde hace décadas (LoPiccolo y LoPiccolo, 1978; Hawton, 1985; Tiefer, 1996). Las personas que nunca han experimentado un orgasmo suelen estar convencidas de que nunca lo conseguirán o, una vez vivido su primer orgasmo, les viene la duda de si ha sido pura casualidad y si su problema está realmente solucionado. Para su tranquilidad recuerde lo que sucede a quien desea aprender a nadar: cuando consigue flotar en el agua y avanzar los primeros metros ha conseguido algo que no se le olvida, y la próxima vez que se lance al agua fácilmente flotará e irá perfeccionando su técnica de nadar. Podemos aplicar esta comparación a quien aprende a andar en bici o se propone sentir el orgasmo: una vez conseguido podrá aplicar esa capacidad adquirida en el futuro, a no ser que sobrevenga algún acontecimiento especial que bloquee dicho proceso. En el tratamiento que presentamos a continuación ofrecemos dos tipos de estrategias: la primera tiene por objeto eliminar o remover los obstáculos que impiden la eyaculación en el hombre o la vivencia del orgasmo en ambos sexos. La segunda va dirigida más directamente a fomentar y facilitar los procesos de la eyaculación y/o del orgasmo. Aplicamos cada una de las técnicas que exponemos según las características, la gravedad y las necesidades de cada caso. En esta tarea tenemos también en consideración la re— 208 —

ceptividad de cada persona, según las experiencias negativas vividas, la predisposición del/la paciente y demás datos recogidos en las primeras visitas. El orden en que presentamos estas técnicas, a lo largo del presente capítulo, no es necesariamente el que seguimos en la práctica, ya que cada caso tiene su orden y ritmo propios. 5.1. ELIMINAR OBSTÁCULOS ¿Qué obstáculos eliminará usted con la primera de estas estrategias? Hablamos de los obstáculos físicos y ante todo mentales a la respuesta sexual, sea la eyaculación o el orgasmo, como son: el nerviosismo, la tensión muscular, el desconocimiento del propio cuerpo, de los genitales, de los procesos de la eyaculación y del orgasmo, la falta de concentración, las falsas ideas o prejuicios sobre el sexo, los sentimientos de culpabilidad, los temores y ansiedad, o los problemas de comunicación. Esto es lo primero que ha de conseguir cualquier persona antes de aprender otras técnicas más específicas. El modo de conseguirlo lo veremos en los apartados siguientes. En el Cuadro 5.1 puede ver algunas sugerencias que le ayudarán a que los ejercicios y técnicas de esta primera parte del tratamiento sean realmente efectivos. Una advertencia previa a las mujeres sobre la pertenencia: La mujer ha de estar convencida en primer lugar de que su cuerpo le pertenece a ella, así como su placer y sus orgasmos, a nadie más. Deberá recordar lo comentado en el § 4.2.4 sobre la actitud de algunas mujeres que orientan su sexualidad al placer, deseos, necesidades y expectativas del hombre. Si se esfuerzan por conseguir el orgasmo lo hacen más por complacer o satisfacer a su compañero que por el disfrute propio. Ésta es la primera barrera que ha de vencer, sabiendo que su cuerpo es propiedad sólo suya; podrá compartirlo si lo desea, pero teniendo siempre presente que nadie le puede producir un orgasmo. Ella es la dueña de su — 209 —

CUADRO 5.1.—Sugerencias para la eficacia del tratamiento • Piense que esta primera parte del tratamiento es fundamental. Las sesiones que reciba en la consulta tendrán poca utilidad sin la práctica diaria y regular de los ejercicios indicados para casa. Mentalícese, pues, de que si desea seguir seriamente un tratamiento no puede descuidar las tareas que se le indican, por muy elementales que le puedan parecer. • Procure buscar un lugar y tiempo adecuados para hacer los ejercicios. Si los deja para última hora, al final del día, puede tener sueño, estar cansada/o física o mentalmente, y en esas condiciones no puede hacerlos bien y, por lo tanto, no serán tan eficaces. • Se recomienda no hacerlos inmediatamente después de una comida pesada, pues ni el cuerpo ni la mente estarán en la debida disposición. • Desde el inicio del tratamiento debe buscar un tiempo para usted; el día tiene 24 horas y no es mucho reservarse media hora al menos para algo tan importante como es solucionar su problema y mejorar su calidad de vida. • Considere los ejercicios como algo que proporciona grandes beneficios a su salud física y mental, en lugar de una obligación tediosa; de este modo serán mucho más eficaces y fáciles de realizar. • A veces quizá los realiza sólo por obligación, pero incluso en tal caso experimentará sensaciones muy agradables y le serán útiles. • Si algún día, por la causa que fuere (olvido, viajes, enfermedad, etc.), no puede hacer los ejercicios, no se desanime. Vuelva de nuevo a la práctica regular de los mismos. La constancia es fundamental en esta terapia. Muchos pacientes llevan sus ejercicios cuando viajan y buscan tiempo para hacerlos en el hotel.

cuerpo, de sus sensaciones, de su placer y de sus orgasmos. Con este convencimiento, le resultará más fácil tomar decisiones en la relación sexual, exponer sus deseos, poner en práctica comportamientos sexuales que le apetecen y decidir — 210 —

cuándo está dispuesta y cuándo no a tener una relación sexual. En una palabra, se sentirá más libre y más capaz de disfrutar plenamente. 5.1.1. Relajación y concentración mental La tensión muscular y la falta de concentración son los mayores enemigos de la vivencia sexual, por lo que su eliminación ha de ser el primer objetivo de la intervención terapéutica. El nerviosismo y la tensión muscular que experimenta están provocados por temores, angustias, ansiedad, rechazo al sexo, sentimientos de culpabilidad, pero no es necesario que desaparezcan todos estos estados emocionales para sentirse algo más tranquila/o, su cuerpo adquiera cierta calma y esté preparada/o para avanzar en la vivencia de las sensaciones, primera condición para poder alcanzar el orgasmo. Deberá lo antes posible conseguir ese estado de tranquilidad física y equilibrio de la mente practicando diariamente las técnicas de relajación y de concentración que el terapeuta le proporciona a lo largo del tratamiento. No basta con pensar o saber que debe relajarse y concentrarse ni con desearlo ardientemente. Es preciso realizar ejercicios apropiados para conseguirlo, si bien no presentamos aquí dichos ejercicios, pues todo profesional con experiencia en la labor clínica los conoce perfectamente y forman parte de su programa de intervención terapéutica. Cuando, después de varias semanas de práctica, haya avanzado en la relajación y concentración de su mente, puede añadir a sus sesiones de relajación dos ejercicios más. El primero consiste en contraer el esfínter del ano y a continuación relajarlo lentamente, concentrado en las sensaciones de distensión de esa zona. El control de la distensión lenta de dicho esfínter puede resultarle difícil al principio. No debe extrañarse, es lo que le sucede a la mayor parte de las personas. Repítalo varias veces hasta que consiga dominar ante — 211 —

todo la vivencia de la distensión lenta y sin esfuerzo. Puede llevarle varias semanas de práctica diaria. El segundo ejercicio se refiere a la contracción del pene o de la vagina y después a su distensión lenta. Suelo presentar el siguiente ejemplo para mejor comprender de qué se trata: Imagínese que se encuentra en el campo y en ese momento siente necesidad de orinar. Mientras está orinando advierte que se acerca un grupo de personas: en tal situación lo que solemos hacer es interrumpir la micción, es decir, dejar de orinar, lo que, en la práctica, equivale a tensionar los músculos del pene o de la vagina. Cuando el supuesto grupo de personas se ha alejado, podemos continuar orinando, para lo cual relajamos los músculos tensados anteriormente. Como comprobará, se tarda más en describir este ejercicio que en realizarlo, una vez comprende de qué se trata. Las primeras veces que intente realizar este ejercicio puede resultarle difícil sobre todo la distensión lenta de los músculos del pene o de la vagina. En estos casos haga lo siguiente: cada vez que vaya a orinar, una vez iniciada la micción, la suspende durante dos o tres segundos, contrayendo los músculos correspondientes; después repite la misma práctica cuatro o cinco veces. Este ejercicio le ayudará en pocos días a controlar la distensión de los músculos del pene o de la vagina. Los dos últimos ejercicios —contracción del esfínter del ano y de los músculos del pene o vagina— son de capital importancia para la solución de los problemas que tratamos aquí. Deberá realizarlos del siguiente modo: La 1.ª semana: 15 veces mañana, tarde y noche. » 2.ª » el doble (30 veces) mañana, tarde y noche. » 3.ª » el triple (45 veces) mañana, tarde y noche. Veamos ahora la utilidad e importancia de los dos ejercicios que acabamos de describir. En primer lugar la contracción y distensión de los músculos indicados mejora la circulación de la sangre en el peri— 212 —

neo y en los órganos genitales, algo fundamental para el buen funcionamiento sexual, y, más en concreto, de la eyaculación y de la vivencia del orgasmo. En segundo lugar, aprenderá a percibir más intensamente las sensaciones internas que se dan en el proceso de excitación. En consecuencia, aprenderá a vivir y diferenciar las señales previas a la eyaculación y al orgasmo. Por último, mientras fijamos la atención en las sensaciones del pene o de la vagina evitamos que aparezcan en nuestra mente pensamientos negativos, uno de los mayores obstáculos para el proceso de excitación sexual, y de lo que nos ocuparemos en el apartado siguiente. Vemos, pues, en estos ejercicios el comienzo de lo que será el objetivo principal de los ejercicios y técnicas del apartado 5.2, es decir, la sensibilización del cuerpo y el aprendizaje de vivencias eróticas dirigidas a facilitar los procesos de eyaculación y/o del orgasmo. 5.1.2. Falsas creencias, prejuicios y mitos sexuales Para avanzar en el propósito que nos hemos fijado, deberá desmontar las falsas creencias y prejuicios sobre el sexo, consecuencia de una mala educación y de los tabúes transmitidos de generación en generación, que en ocasiones son la principal causa de la imposibilidad de eyacular o de obtener el orgasmo. Consideramos que uno de los métodos más eficaces para eliminar esas falsas creencia o pensamientos irracionales consiste en la aplicación de las técnicas de terapia cognitiva, que generalmente requieren la ayuda de un/a terapeuta especializado/a en este tema. El modelo cognitivo fue introducido en terapia en la década de 1950 por el psicólogo Albert Ellis. Dicho modelo terapéutico se desarrolló en la segunda mitad del siglo XX y actualmente es ampliamente aplicado en todo el mundo. Encontramos ya en el siglo I d.C. una frase del filósofo estoico — 213 —

Epicteto que plasma con bastante precisión el principio en que se basa esta terapia: «No son los hechos los que nos perturban, sino lo que pensamos acerca de los hechos.» Las perturbaciones o trastornos emocionales, como ansiedad, temor, celos, incapacidad sexual, temores sexuales, sentimiento de culpabilidad, de angustia, etc., tienen su origen, según la teoría cognitiva, en ideas, creencias o pensamientos distorsionados que insistentemente acuden a la mente de las personas. Aunque estos pensamientos le pueden parecer a usted válidos, aprenderá en el transcurso del tratamiento que, además de ser irreales o simplemente erróneos, son la única causa de casi todo su malestar y sufrimiento. En consecuencia, para reducir o eliminar tales estados emocionales así como las consecuencias negativas de éstos, primero ha de identificar las ideas o pensamientos negativos y después cambiarlos por otros racionales, lógicos, como veremos a continuación. De este modo, postula la teoría cognitiva, al ir modificando los pensamientos irracionales, causantes de los trastornos emocionales, van desapareciendo sus consecuencias, es decir, las sensaciones negativas, y usted dejará de sentirse inhibida/o, culpable, angustiada/o, sexualmente incapaz, ansiosa/o, temerosa/o, desgraciada/o, poco atractiva/o, etc. Resulta imposible presentar aquí esta terapia en toda su amplitud, pero trataremos de exponer brevemente las directrices de la misma, aplicadas a los temas que nos ocupan. En el fondo se trata de que usted aprenda a convertir sus pensamientos distorsionados, sus creencias negativas o irracionales en objetivos racionales. De este modo irán disminuyendo gradualmente las emociones negativas que sentía al principio y que eran el principal obstáculo para vivir la sexualidad en toda su plenitud. Siguiendo en gran medida la exposición que presentan Greenberger y Padesky de la terapia cognitiva, damos a continuación algunas indicaciones generales del proceso, aplicándolo en nuestro caso a las disfunciones sexuales que tratamos aquí: — 214 —

1. En primer lugar deberá analizar y clasificar las emociones negativas que padece con más frecuencia y que le afectan más, por ejemplo: «temor o angustia a no llegar al orgasmo en el coito», «ansiedad cuando se acerca la hora de ir a la cama», «nerviosismo cuando mi compañero/a me toca o cuando me estimula los genitales», «culpabilidad al no reaccionar como desea o espera mi compañero/a». 2. Cuando sienta una de esas emociones negativas, debe analizar qué pensamiento o pensamientos vienen a su mente en ese mismo momento y escribirlo inmediatamente en un papel. No deberá hacerlo antes de que se haya dado la situación, pues se expone a registrar lo que su imaginación o fantasía le dicta sobre pensamientos que pudo tener en otras ocasiones. Tampoco deberá dejarlo para más tarde pues, en este caso, en lugar del pensamiento exacto, es posible que se le olvide o registre recuerdos más o menos precisos de otras ocasiones. Para facilitar esta tarea puede hacerse preguntas como: «¿Qué estaba pasando por mi cabeza justo antes de empezar a sentirme de esta forma?» Los pensamientos que afloran con frecuencia en estas situaciones suelen ser: «no voy a satisfacer a mi pareja», «no voy a llegar al orgasmo», «yo no valgo», «si no voy a conseguirlo es mejor no comenzar», etc. Los pensamientos automáticos —así se llama también a los pensamientos negativos e irracionales— que están más conectados a nuestras emociones se llaman pensamientos «de alta tensión». Éstos son los pensamientos que llevan la carga emocional, por lo tanto, son los que deberá identificar, examinar y modificar para sentirse mejor. 3. Los pensamientos que ha anotado no responden a la realidad, son interpretaciones suyas, creencias, pensamientos injustificados, irracionales, de los que se origina precisamente el desconcierto en que se encuentra, el estado emocional de malestar. Comprobará esto si se para a analizarlos haciéndose preguntas como: «¿en qué baso yo esta afirmación?», «¿qué apoya este pensamiento?», «¿qué certeza tengo de que sea así?». Una vez que haya constatado y analizado la irracionalidad de estos pensamientos, y se haya con— 215 —

vencido de su falta de solidez, verá casi automáticamente reducido su estado de ansiedad, angustia o nerviosismo en un porcentaje apreciable. ¡Ya ha dado un paso hacia delante! 4. Deberá anotar los pensamientos irracionales sistemáticamente cada vez que tenga algún sufrimiento, cada vez que sienta ansiedad o cualquier otra emoción negativa. Pero no termina ahí su labor, sino que al pensamiento que ha analizado ha de confrontar otro pensamiento esta vez racional, que venga a anular el pensamiento irracional y a desbancarlo de su mente. Se sentirá mejor. Para mayor claridad de lo expuesto, el Cuadro 5.2 ofrece una serie de pensamientos irracionales frecuentes en personas con problemas que tratamos aquí, así como los correspondientes pensamientos racionales. 5. Le será de gran ayuda llevar un control de sus pensamientos negativos para sustituirlos después por otros positivos, utilizando para ello el registro de pensamientos, llamado también «registro de tres columnas» (Cuadro 5.3). Las tres columnas del registro de pensamientos distinguen situaciones, sentimientos y pensamientos que usted tiene en esa situación. En la primera columna anotará con precisión la situación y las circunstancias en que se produjo, es decir, lugar, ocasión, hora, con qué persona, etc. Deberá, por lo tanto, precisar el lugar y tiempo exacto; no vale escribir, por ejemplo, «ayer en la calle». En la segunda columna expondrá la emoción o emociones experimentadas en cada situación, que podrá describir con una sola palabra. Cada emoción que tenga en esa situación que está registrando debería listarla y estimarla en una escala de 0 a 100. Si describe sus emociones en una frase entera, lo que escriba será más un pensamiento que una emoción. Si es así, escriba la sentencia en la columna de «pensamientos» e intente encontrar una sola palabra que describa su emoción en la segunda columna. En la tercera columna o columna de pensamientos automáticos deberá identificar lo que pase por su cabeza en la si— 216 —

CUADRO 5.2.—Pensamientos distorsionados más frecuentes en la mujer y en el hombre antes o durante el acto sexual que interfieren en el problema de eyaculación o del orgasmo con sus correspondientes pensamientos racionales Pensamientos distorsionados

• No voy a intentar una relación, seguro que no eyacularé.

Pensamientos racionales

• En alguna situación he eyaculado, así que ¿por qué no intentarlo ahora? • No va a salir bien, no voy • A menudo disfruto mucho, y a a llegar al orgasmo. veces he estado a punto de llegar. • No voy a iniciar una relación, • El que no llegue al orgasmo no porque si no llego al orgasmo, quiere decir que sea un fracaso; será un fracaso total. muchas veces hemos disfrutado mucho aun sin llegar al orgasmo. • Como no eyaculo, no disfruto • Aunque hasta ahora no he de la relación sexual. eyaculado en el coito, es muy probable que lo consiga; de todos modos disfruto en el coito. • No quiero empezar yo, porque • El hecho de no llegar yo al si no llego al orgasmo mi orgasmo no es razón suficiente compañera/o quedará frustrada/o. para que él/ella se frustre; a veces lo pasamos bien los dos. • En la masturbación disfruto • Mi terapeuta me ha explicado más que haciendo el amor con que la masturbación es un mi compañero/a. comportamiento sexual distinto al coito y, por lo tanto, las sensaciones pueden ser más o menos intensas. • Ya ni me apetece tener relaciones, • No siempre se ha enfadado; porque mi compañero/a cuando hablamos y estamos siempre se enfada si al fin no bien los dos, disfrutamos. llego al orgasmo. • No me apetece tener relaciones • Hace unas semanas estuve con sexuales, porque los hombres/ un chico/una chica y él/ella las mujeres creen que soy como lo pasó bien. una niña/un niño y no disfruto del sexo. • Mi compañero/a no disfruta • Muchas veces hemos disfrutado en las relaciones, por eso no los dos en nuestras relaciones merece la pena intentarlo. sexuales.

CUADRO 5.3.—Registro de pensamientos. Ejemplo para una anorgasmia femenina Situación

• • • •

¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?

Emociones

• ¿Qué sentía? • Estime cada emoción (0-100).

Pensamientos automáticos

• ¿Qué estaba pasando por mi mente justo antes de empezar a sentirme de esta forma? • Rodee el pensamiento de alta tensión.

Miércoles, 22:45 • En la cama, mi • Tensa 90 por 100. • No siento nada ni voy compañero comienza • Angustiada 95 a sentir nada. a besarme en la boca por 100. • Si continúa tendremos y a acariciarme los • Preocupada 97 que realizar el coito. pechos y los genitales. por 100. • No voy a llegar al orgasmo y se sentirá mal. • Otra vez voy a fracasar. • No valgo como mujer y menos como esposa/ compañera sexual.

tuación que está describiendo. Sólo debe registrar aquellos pensamientos que en realidad estén presentes en esa situación y en ese momento. Podrá expresar dichos pensamientos tanto verbal como visualmente. Si tiene imágenes o recuerdos, descríbalos en palabras. Como si estuviera desarrollando una nueva habilidad, necesitará rellenar muchos de estos registros de pensamientos antes de conseguir resultados consistentes. 6. ¿Dónde está la evidencia y la falta de evidencia? Descubrir la evidencia o falta de evidencia es una de los puntos más importantes del registro de pensamientos porque le ayuda a buscar la información que contradice sus conclusiones y de este modo encontrar alternativas a sus pensamientos de — 218 —

alta tensión. Las evidencias en contra de sus creencias no son completamente verdad y pueden ser difíciles de descubrir cuando usted experimenta un intenso estado de ánimo. Sin embargo, buscar la evidencia a favor y en contra de sus conclusiones es el secreto para reducir la intensidad del estado de ánimo de malestar. En el fondo se trata, pues, de registrar los pensamientos automáticos con la evidencia/s que apoya/n el pensamiento de alta tensión y la evidencia/s que no lo apoya/n, como puede ver en el ejemplo del Cuadro 5.4, que responde al ejemplo presentado en el Cuadro 5.3. CUADRO 5.4.—Registro de pensamientos automáticos con la/s evidencia/s que apoya/n el pensamiento de alta tensión. Ejemplo para una anorgasmia femenina Situación

Emociones

Pensamientos automáticos (imágenes)

Evidencia que Evidencia que apoya el no apoya el pensamiento pensamiento de alta tensión de alta tensión

• En la • Tensa 90 • No siento • Nunca he • A veces he cama, mi por 100 nada ni sentido lo disfrutado compañero • Angustiada voy a sentir que es un en mi comienza a 95 por 100 nada. orgasmo. relación. besarme en • Preocupada • Si no siento • Siempre • A veces a la boca y a 97 por 100 el orgasmo, terminamos mi pareja acariciarme él se sentirá discutiendo. no le los pechos y mal. importa los genitales. que yo no llegue al orgasmo. • Seguro que • Esto es • No siempre lo que él insoportable terminamos quiere es y sólo en coito. terminar en podré coito. solucionarlo con la separación.

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En el Cuadro 5.5 verá algunas preguntas que le serán útiles para encontrar la evidencia que contradice sus pensamientos de alta tensión. Le ayudará a realizar esta tarea rodear con un círculo el pensamiento de alta tensión (columna 3) que quiera poner a prueba. En las columnas 4 y 5 del registro de pensamientos, escriba la información que apoya y que contradice, respectivamente, al pensamiento de alta tensión que ha marcado con el círculo. Intente hacer una lista en la columna 4 sólo de las evidencias basadas en los hechos que apoyan el pensamiento de CUADRO 5.5.—Preguntas que le ayudarán a encontrar la evidencia que contradice sus pensamientos de alta tensión • ¿He tenido alguna experiencia que muestre que este pensamiento no es siempre cierto? • Si mi mejor amigo/a o alguien que yo quiero tuviera este pensamiento, ¿qué le diría? • Si mi mejor amigo/a o alguien que me quiere supiera lo que yo estaba pensando, ¿qué me diría?, ¿qué evidencia me recalcaría para sugerir que mis pensamientos no son 100 por 100 verdad? • Cuando no estoy sintiendo de esta forma, ¿pienso en este tipo de situación de forma diferente? ¿Cómo? • Cuando me he sentido de esta forma en el pasado, ¿qué pensaba que me podía hacer sentir mejor? • ¿He tenido esta clase de situaciones antes? ¿Qué ocurrió? ¿Hay alguna diferencia entre esta situación y la previa? ¿Qué he aprendido de las experiencias previas que pueda ayudarme ahora? • ¿Estoy evitando alguna pequeña cosa que contradiga mis pensamientos? • ¿Hay alguna cualidad en mí o en la situación que estoy ignorando? • ¿Estoy llegando a algunas conclusiones en las columnas 3 y 4 que no están justificadas por la evidencia? • ¿Estoy culpándome a mí misma/o por algo de lo cual yo no tengo control?

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alta tensión, sin hacer interpretaciones del hecho o de la lectura del pensamiento. Por ejemplo: «Pedro me miraba fijamente» es un ejemplo de una evidencia basada en los hechos. La afirmación: «Pedro me miraba fijamente y pensaba que estoy loca» no estaría basada en los hechos, a no ser que Pedro le hubiera dicho en voz alta: «Pienso que tú estás loca.» Si Pedro la había mirado fijamente sin decir nada, su observación de que usted sabía lo que él estaba pensando es una lectura del pensamiento. Una vez haya completado la columna 4, hágase las preguntas del cuadro anterior (Cuadro 5.5) para buscar las evidencias que no apoyan su pensamiento de alta tensión. Escriba cada indicio de las evidencias que descubra en la columna 5. Completar las dos columnas de las evidencias del registro de pensamientos le permitirá evaluar sus pensamientos de alta tensión a la luz de diferentes perspectivas. Cuanto más practique la búsqueda de las evidencias a favor y en contra de los pensamientos de alta tensión, más rápidamente desarrollará el tipo de pensamiento flexible que está unido a sentirse mejor. Por ello, como indicamos al hablar del registro de las tres columnas, para llegar a evitar todos sus pensamientos de alta tensión necesitará rellenar muchos de los registros en busca de la falta de evidencia. Para superar las emociones negativas le será muy útil elaborar una serie de «frases de autoayuda», es decir, frases que refuerzan los aspectos positivos, su capacidad de superarse y los recursos de los que dispone. Deberá repetir con frecuencia estas frases de las que a continuación ponemos algunos ejemplos para los temas que tratamos en este capítulo: — Estoy segura/o de que puedo conseguirlo. — Si la mayor parte de los hombres eyacula, yo también lo conseguiré. — Muchas mujeres y hombres llegan al orgasmo, yo también puedo llegar. — Cuando acaricio mis genitales me siento a gusto y voy descubriendo más sensaciones. — 221 —

— Si a veces eyaculo en sueños, llegaré a eyacular voluntariamente. — Cada vez siento más mi cuerpo, con el tiempo llegaré a sentir plenamente el orgasmo. — Cuando aprenda a vivir intensamente las sensaciones lo conseguiré. 7. Pensamientos alternativos o equilibrados. Al registro de pensamientos automáticos del Cuadro 5.4 puede añadir una sexta columna que resumirá la evidencia registrada en las columnas 4 y 5. Tiene dos posibilidades (Cuadro 5.6): a) Si la evidencia no apoya su pensamiento automático, elija una alternativa de la situación que sea consistente con la evidencia. b) Si la evidencia apoya sólo parcialmente dicho pensamiento, escriba un pensamiento equilibrado que resuma las evidencias que apoyan o contradicen su pensamiento inicial. Escriba a continuación su creencia en el pensamiento alternativo o equilibrado en porcentajes en una escala de 0-100. De este modo habrá formado la columna 6 del Cuadro 5.6. El pensamiento alternativo o equilibrado a menudo es más positivo que el pensamiento automático inicial, pero no es simplemente la sustitución de un pensamiento negativo por otro pensamiento positivo. Es importante diferenciar el pensamiento alternativo o equilibrado del pensamiento simplemente positivo. Éste tiende a ignorar la información negativa y puede ser tan dañino como el pensamiento negativo. El pensamiento alternativo o equilibrado tiene en cuenta tanto la información negativa como la positiva. Es un intento de comprender el significado de toda la información disponible. Con la información adicional o ampliando su punto de vista, su interpretación de un evento puede cambiar. Las siguientes preguntas le ayudarán a llegar a un pensamiento alternativo o equilibrado: — 222 —

• Estima cada • Rodea el emoción pensamiento (0-100 de alta por 100) tensión

Emoción

• En la cama, • Tensa 90 • No siento mi compañero por 100 nada. comienza a • Angustiada besarme en la 95 por 100 boca y a • Preocupada acariciarme los 97 por 100 pechos.

Situación

Pensamientos automáticos

• Nunca he sentido lo que es un orgasmo.

Evidencia que apoya el pensamiento de alta tensión

• A veces he disfrutado en mi relación.

Evidencia que no apoya el pensamiento de alta tensión

Estima ahora las emociones

• Aunque no siento el orgasmo, siento las caricias de mi pareja. (70 por 100)

• Tensa 70 por 100 • Angustiada 85 por 100 • Preocupada 65 por 100

• Estima cuánto • Vuelve a crees en cada estimar las pensamiento emociones alternativo listadas en la o equilibrado columna 2 (0-100 además de por 100) cualquier otra nueva emoción (0-100 por 100)

Pensamientos alternativos o equilibrados

CUADRO 5.6.—Registro de pensamientos alternativos o equilibrados

• No siempre terminamos en coito.

• Seguro que • Esto es lo que quiere insoportable es terminar y sólo podré en coito. solucionarlo con la separación.

Evidencia que no apoya el pensamiento de alta tensión

• A veces a mi pareja no le importa que no llegue al orgasmo.

Evidencia que apoya el pensamiento de alta tensión

• Siempre terminamos discutiendo.

• Estima cada • Rodea el emoción pensamiento (0-100 de alta por 100) tensión

Emoción

• En la cama • Tensa 90 • Si no siento mi compañero por 100 el orgasmo comienza a • Angustiada él se sentirá besarme en la 95 por 100 mal. boca y a • Preocupada acariciarme los 97 por 100 pechos.

Situación

Pensamientos automáticos

Estima ahora las emociones

• Estoy • aprendiendo a centrarme • en mis propias sensaciones, • no en las suyas. (60 por 100) • Llegaremos al coito sólo si los dos queremos. (70 por 100)

Tensa 70 por 100 Angustiada 85 por 100 Preocupada 65 por 100

• Estima cuánto • Vuelve a crees en cada estimar las pensamiento emociones alternativo listadas en la o equilibrado columna 2 (0-100 además de por 100) cualquier otra nueva emoción (0-100 por 100)

Pensamientos alternativos o equilibrados

CUADRO 5.6. (cont.)—Registro de pensamientos alternativos o equilibrados

— Basándose en la evidencia que ha evaluado en las columnas 4 y 5 de su registro de pensamientos, ¿hay una forma alternativa de pensar en la situación o de comprender esta situación? — Escriba una frase que resuma todas las evidencias que apoyan el pensamiento de alta tensión (columna 4) y todas las evidencias que no apoyan el pensamiento de alta tensión (columna 5). Crea un pensamiento equilibrado que tenga en cuenta toda la información recogida (columna 6). La columna 7 del registro de pensamientos le incita a volver a estimar las emociones que ha identificado en la columna 2. Si ha construido un pensamiento alternativo o equilibrado que sea creíble, probablemente se dará cuenta de que la intensidad de sus sentimientos incómodos ha disminuido. El objetivo del registro de pensamientos no es eliminar las emociones. El registro de pensamientos está diseñado para ayudar a obtener una perspectiva más amplia de una situación en la que sus reacciones emocionales sean respuestas equilibradas a las circunstancias totales de su vida. El principio básico de la terapia cognitiva es sencillo, no obstante el ponerlo en práctica resulta bastante más laborioso. Supone semanas de aprendizaje, ejercicios y reflexión sobre los procesos mentales en situaciones muy concretas hasta dominar el modo de reestructurar su mente y de anticiparse a procesos mentales negativos con otros positivos y racionales, según los criterios y técnicas que acabamos de exponer brevemente. Los pensamientos distorsionados más frecuentes en personas con disfunción de la eyaculación o del orgasmo están relacionados con las características y problemas de estas personas estudiadas en el Capítulo 4. En el Cuadro 5.2 hemos visto algunos ejemplos de los pensamientos de alta tensión en personas con dichas disfunciones, así como ejemplos de — 225 —

los correspondientes pensamientos racionales tal como el paciente debería aprender a formular. Todos estos pensamientos distorsionados reflejan actitudes de las personas acerca de sí mismas y de su compañero/a, de su conciencia de culpa, de la impotencia ante su problema y pueden corregirse mediante la aplicación de las múltiples técnicas de la terapia cognitiva. Cuando se reducen dichos pensamientos de alta tensión, la persona comienza a percibir la situación de manera más realista. Su actitud ante dicha situación cambia así como los estados emocionales que la atormentan. En definitiva conseguirá desactivar los bloqueos que inhibían su respuesta sexual y dar vía libre a nuevas experiencias y vivencias sexuales como son la eyaculación y el orgasmo.

5.1.3. Información Muchas personas hablan o escriben con demasiada facilidad y convencimiento sobre cualquier tema relacionado con la sexualidad, incluso sobre temas de los que sólo tienen una idea vaga o equivocada, como de gays, de orgasmo femenino, de deseo sexual. A lo largo de los capítulos precedentes hemos comprobado los escasos conocimientos de muchas personas sobre la función sexual, las zonas genitales, el sexo no genital, la causa de ciertas disfunciones sexuales, el modo de estimular o la interacción sexual con la compañera/o. A veces se da asimismo cierta incapacidad de comunicar a la pareja la información precisa sobre lo que más le excita, el modo de estimulación, tipo de caricias, las prácticas más excitantes, etc., porque no se atreve, le da vergüenza hablar de sexo o expresar sus deseos. Uno de los primeros pasos que usted ha de dar es informarse de la mano de un especialista y no dejarse confundir ni influenciar por amigos o conocidos, muchas veces con — 226 —

buenas intenciones, pero poco conocimiento del tema. Incluso ciertos debates en televisión más que informar y orientar acertadamente lo que hacen es confundir más a los telespectadores. Algo semejante podemos decir de algunos libros que, bajo títulos prometedores y sugestivos, se limitan a ofrecer imágenes sobre posturas, máximas de Perogrullo o consejos de escasa utilidad. Como en todas las disciplinas y ramas del saber también existen en sexología buenos libros escritos por autores especializados. Déjese aconsejar por alguien entendido en la materia o acuda a un profesional reconocido.

5.1.4. Reducción de la ansiedad y de otros sentimientos Lo que generalmente más afecta y más hace sufrir a las personas con problemas sexuales son los estados emocionales que aquéllos generan. Entre dichos sentimientos destacan la ansiedad, la inseguridad, el sentimiento de culpa y el sentirse inferior a otras personas no sólo en la sexualidad, sino también en otros aspectos de la vida, en habilidades sociables, en áreas profesionales e incluso en las relaciones interpersonales. La terapia cognitiva, de la que hablamos en un apartado anterior, es uno de los medios más eficaces para hacer frente a los sentimientos que comentamos. En ciertos casos, sobre todo cuando el problema tiene sus orígenes en experiencias negativas, traumáticas de la infancia o de la niñez, puede ser más apropiada la aplicación de técnicas como la desensibilización sistemática o la regresión inducida, técnicas para cuya aplicación se precisa la intervención de un terapeuta y suelen aplicarse también para combatir trastornos no sexuales, razón por la que son bien conocidas y aplicadas por los terapeutas.

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5.1.4.1. «La regresión inducida» La regresión inducida es una técnica aplicada con diferente nombre y en diferentes formatos por diversos modelos terapéuticos. En ella el terapeuta exhorta a la persona, en estado de completa calma y relajación, primero a representarse lo más exacto posible el lugar o escenario en que tuvieron lugar las experiencias traumáticas de la infancia. Después deberá retroceder mentalmente al pasado, a la edad y situación en que vivió tales experiencias evocando detalladamente lo vivido entonces y enfrentándose a las diversas situaciones y comportamientos vividos. Punto clave de esta técnica es revivir y verbalizar los sentimientos adversos que en el momento le sugieren las personas causantes de su ansiedad, culpabilidad, sentimiento de inferioridad, etc. Es una provocación intencionada con el fin de que usted descargue los sentimientos y demás reacciones reprimidas —generalmente de contenido agresivo o de rabia y que aún no ha podido manifestar a dichas personas—. Con el tiempo esos sentimientos se han transformado en autopunitivos, adversos para usted, dando origen a sentimientos de culpa, de inferioridad, de ansiedad, etc. La experiencia terapéutica muestra que el conocimiento, aceptación y expresión de los sentimientos contenidos o reprimidos durante años y la imputación de los mismos a los sujetos que los provocaron en el pasado constituye un ejercicio de profunda liberación interior que deshace los cimientos de autoinculpación y otros sentimientos que, hasta entonces, acongojaban al paciente interiormente, afectando a lo más profundo de su personalidad. Por esta razón incluimos aquí esta práctica, si bien sin profundizar en su exposición para lo que es preciso la presentación en una situación real. La aplicación de la regresión inducida supone en el paciente un análisis retrospectivo de situaciones vividas en el pasado, muchas veces olvidadas y cuya vivencia en la situación terapéutica supone gran esfuer— 228 —

zo y desgarro interior para lo que no todas las personas están preparadas o no llegan a soportar. Con esta técnica se consigue la liberación de fuerzas que actúan como resistencia interior, como obstáculo al despliegue interior de ocultas energías que al emerger a la conciencia y ser liberadas, permiten a la persona la auténtica vivencia de sensaciones eróticas que conducen a la eyaculación o al orgasmo. 5.1.4.2. «Prohibición terapéutica del coito» La persona con un problema sexual —y por tanto, quien tiene dificultad de eyacular o de vivir el orgasmo— debe evitar la relación de coito y de cualquier comportamiento dirigido a obtener la eyaculación o el orgasmo. Esta norma o prohibición deberá observarla usted desde el inicio del tratamiento y hasta que el terapeuta se lo indique. Su objeto es reducir y, si es posible, eliminar la ansiedad generalmente generada por la actitud expectante que suele vivir ante la relación sexual debido a la posibilidad de un nuevo fracaso. Esta recomendación ha de seguirla con todo rigor tanto si usted tiene pareja estable o comprometida como si no la tiene. El problema no se resuelve mejor teniendo relaciones sexuales de coito, como si al repetir una y otra vez la relación llegara un momento en el que al fin se puede eyacular o sentir el orgasmo antes. El resultado suele ser precisamente lo contrario. El buen ritmo del tratamiento exige evitar todo comportamiento o situación ansiógena en la relación sexual debido a experiencias frustrantes anteriores. Sólo evitando dicha situación, al no estar permitida la penetración, podrá profundizar en la vivencia de otras muchas sensaciones en lugar de centrarse en la excitación sexual o en la penetración. Si bien al iniciar el tratamiento usted ha de evitar toda relación sexual de coito, no están prohibidas otras manifestaciones de afecto y satisfacción sexual, como contactos, besos — 229 —

o masajes. Por el contrario, tales comportamientos son aconsejables siempre que ambos lo deseen, no incumplan la norma mencionada y se despreocupen de la eyaculación o del orgasmo. El hombre suele concebir cualquier relación íntima con una mujer como un reto personal, como una situación en la que no debe fallar. Asume la responsabilidad de que todo salga bien, de hacer gozar a su compañera, para lo que considera necesaria una reacción genital seguida de penetración, eyaculación y orgasmo por parte de ambos. Por todo ello, no le resulta fácil al hombre la recomendación de abstenerse del coito hasta que el terapeuta se lo indique, y tiende a minimizar su importancia o sencillamente a ignorarla. Si incumple dicha norma, le resultará imposible aplicar la mente a las sensaciones eróticas de las distintas partes del cuerpo, vivir intensamente cada contacto, gesto, caricia o sensación. Todo esto es mucho más importante que los esfuerzos físicos y mentales por conseguir la eyaculación o el orgasmo. Si bien la mujer puede sentir semejante urgencia por llegar al orgasmo, recibe generalmente la prohibición del coito muchas veces incluso con alivio, ya que la penetración no suele ser tan apremiante para ella como para el hombre y está más abierta a otro tipo de estimulaciones. Esta práctica tiene como principal objetivo evitar que el paciente siga teniendo experiencias negativas que le conducen a la sensación de fracaso, debido a las expectativas, ante cada encuentro, de conseguir la erección y terminar con la penetración. La presentación de esta norma puede ser una buena oportunidad para reafirmar en el hombre lo tantas veces repetido: que la sexualidad es algo más que la actividad genital, no debe limitarse al coito, a la habitación o a la cama, sino que se han de extender a cualquier actividad erótica y en cualquier parte y momento en que nos encontremos con el compañero/a. El tiempo que ha de durar la prohibición que comentamos depende de cada caso en particular y de factores como: — 230 —

la pérdida de tensiones, la sensibilidad de ambos, la mayor percepción de las sensaciones eróticas, etc. La prohibición de no realizar el coito al principio del tratamiento es, para algunas parejas, un excelente aprendizaje y una buena oportunidad —como queda dicho— para vivir en adelante una sexualidad no limitada a los genitales o al coito. Ayuda también a conocer mejor los deseos, ritmo sexual y otras reacciones del compañero o compañera. Sin duda alguna proporciona la oportunidad a ambos de mejorar la comunicación, de expresarse con mayor libertad, entusiasmo y espontaneidad en la relación sexual. 5.1.5. Conocimiento del cuerpo y de los genitales Nuestro cuerpo nos acompaña desde que nacemos; es testigo de nuestras alegrías y tristezas, de nuestros momentos de dichas y desventuras. Es parte de nosotros/as, y con frecuencia desconocemos no sólo su química, anatomía y fisiología, sino aquellas partes del mismo que más placer nos dan en la vida y cuya enfermedad más nos aterra. Como todo, tiene su explicación. Durante siglos nos han demonizado el cuerpo, la carne, y el placer que de él proviene, de su contacto, incluso de su contemplación. Se ha pretendido que seamos enemigos de nuestro propio cuerpo, viendo en él más el lastre de nuestra existencia que el compañero amigo e imprescindible, fuente de alegrías y gozos sin igual. Anímese a conocerlo mejor para poder disfrutar con él y de él. Antes de poder sentir y diferenciar las múltiples sensaciones de su cuerpo necesita un conocimiento perfecto de éste y de cada una de las partes de los genitales. En este punto la mujer se encuentra en desventaja respecto al hombre, porque parte de sus genitales no están a la vista como los del hombre. Es una de las razones por las que, por lo general, la mujer desconoce y tiene menos contacto — 231 —

desde niña con sus genitales que el hombre. Esto influye negativamente en el desarrollo no sólo de sensaciones placenteras sino incluso de su vida sexual de adulta (Arancibia, 2002). En consecuencia, una de las primeras y más importantes tareas de la mujer con problemas de anorgasmia, vaginismo o falta de deseo es precisamente la visualización, exploración y conocimiento de sus genitales. Pronunciamos sin vergüenza el nombre de los instrumentos que provocan la muerte, y nos ruborizamos al nombrar los que dan la vida (Jacques-Antoine Dulaure).

El desarrollo natural de la vida sexual en ambos sexos supone familiarizarse con el nombre de los genitales propios y los de la pareja. Pronunciarlos con toda naturalidad e incluso hacer bromas y utilizar términos inventados por usted puede resultar divertido. Al menos no debería avergonzarnos la utilización de términos tan naturales como coño, polla o culo. Las cortesanas de Aretino dan razones bien convincentes de por qué no debemos sentir vergüenza de nombrar lo que la naturaleza no tiene vergüenza en hacer. Diálogo entre la Comadre y la Nodriza (Aretino, siglo XVI): COMADRE.—Cien veces me he preguntado yo por qué debemos sentir vergüenza de nombrar lo que la naturaleza no tiene vergüenza en hacer. NODRIZA.—Yo me lo he preguntado también; y aún más, se me antoja que sería más decente el enseñar el co, la po y el cu, que las manos, la boca y los pies. COMADRE.—¿Por qué? NODRIZA.—Porque el co, la po y el cu no profieren blasfemias, no muerden, no escupen a la cara de las gentes, como hacen las bocas; no dan zancadillas, como hacen los pies; no prestan juramentos falsos, no apalean, no roban, no asesinan a nadie, como hacen las manos.

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5.1.5.1. «Autoexploración: unos minutos de intimidad femenina» La mujer puede aplicar la autoexploración mediante el tacto, tanto para el reconocimiento de su zona genital como para la sensibilización del cuerpo en general, como veremos más adelante. Para el mejor conocimiento de sus genitales la mujer ha de visualizar, contemplar y diferenciar las distintas partes de éstos, ayudándose de un espejo. Elija un lugar y momento adecuados en los que nada ni nadie pueda perturbar su intimidad. Comience relajando su cuerpo durante unos minutos centrando su atención en la zona genital, alejando de su mente cualquier otro pensamiento. Adopte la postura más cómoda para acercar el espejo a sus genitales y contemple la vulva en su conjunto. A continuación separe los labios mayores con sus dedos para ver y tocar los labios menores, el clítoris y el interior de la cavidad vaginal. Piense que todo es natural y alégrese de conocer mejor su cuerpo. Sin prisa alguna contemple detenidamente cada una de las partes, ayudándose del tacto, para diferenciar mejor la textura de las mismas. Olvídese del reloj y trate de aceptar como parte de su cuerpo y de su persona lo que está observando, incorpórelo al esquema general de su cuerpo. No se preocupe si en algún momento se siente incómoda o rara, pues es totalmente normal experimentar estos sentimientos la primera vez que se observa de este modo. 5.1.5.2. «Otros obstáculos y comunicación en la cama» En el Capítulo 4 analizamos diversos obstáculos y causas desencadenantes de la dificultad de eyacular y de la anorgasmia, como son: otras disfunciones sexuales en el hombre o en la mujer, los problemas de pareja, la incomunicación y otros bloqueos psicológicos. Al no ser nuestra intención escribir un manual general de terapia sexual, no podemos ocuparnos aquí de cada — 233 —

uno de estos obstáculos que, sin duda, pueden afectar seriamente a la solución de las disfunciones tratadas en este libro. Tan sólo comentaremos brevemente la importancia de comunicar a la pareja la información adecuada sobre lo que más le excita, modo de estimulación, tipo de caricias, prácticas más excitantes, etc. En la pareja ninguno debería sentir vergüenza al hablar de sexo o al expresar sus deseos, preferencias o sensaciones. 5.2. SENSIBILIZACIÓN DEL CUERPO Para conseguir lo que usted realmente desea, la eyaculación o el orgasmo, después de eliminar los obstáculos, el objetivo principal de una segunda fase debe ser: avanzar en el reconocimiento y en la vivencia de sensaciones. Puede tener erección, lubricación, coito, incluso eyaculación y orgasmo sin una vivencia intensa de sensaciones o del placer que conlleva el orgasmo plenamente vivido, como hemos recordado varias veces en capítulos anteriores; pero no puede darse auténtico sexo, erotismo gozoso, sexualidad intensamente vivida y compartida sin la vivencia de sensaciones. Podemos comprender mejor la importancia de la vivencia de las sensaciones si consideramos que todo comportamiento sexual se puede reducir a sensaciones. Dicho de otro modo, el elemento fundamental de cualquier acto sexual humano es la sensación percibida conscientemente: un beso, una caricia, un contacto, una estimulación, la masturbación, la penetración, la excitación, la lubricación, etc. Todos estos comportamientos si no van acompañados de vivencia sensorial, sin la percepción de las sensaciones, son simples contactos, actos fisiológicos, en su mayor parte reflejos sin el verdadero contenido erótico, sin la vivencia erótica que es lo que diferencia la sexualidad humana de la de otros primates. La mayor o menor vivencia del orgasmo está ligada a la sensibilidad del individuo, a su capacidad de vivir sensaciones, capacidad que no se hereda, sino que está sujeta a las le— 234 —

yes del aprendizaje, al contacto diario, al sentir el cuerpo propio y el ajeno. Cada persona adquiere o no en su desarrollo este don, según las circunstancias o el entorno en el que transcurrieron sus primeros años. Es fundamental la presencia o ausencia de una relación afectiva entre las personas con las que pasó los primeros años de su vida. A continuación presentamos una serie de ejercicios y técnicas que le ayudarán a avanzar en el conocimiento sensorial de su cuerpo, en una mayor apertura al mundo de las sensaciones eróticas. Ninguna de estas técnicas, tomadas individualmente, le llevará necesariamente a solucionar todos sus problemas. Deberá tener esto bien en cuenta para que no le invada la frustración si comprueba que realiza regularmente los ejercicios y de momento no consigue el propósito deseado. No obstante, si los practica diariamente, llegará sin duda a sentir lo que desea. 5.2.1. Sensibilización sensorial Tanto el hombre como la mujer han de sensibilizar su cuerpo, avivar las sensaciones mediante un acercamiento progresivo del uno al otro. Dirigir su atención a las sensaciones de cada centímetro del cuerpo propio y del compañero o compañera, en cada contacto, en cada caricia, en cada beso. Ayuda el observar las muchas sensaciones que somos capaces de percibir cuando centramos la atención en el cuerpo, sin otra pretensión que profundizar en el sentir, sin esperar cómo han de reaccionar los genitales. La sensibilización corporal pretende la intensificación de la vivencia de todo tipo de sensaciones: calor, frío, contacto, tensión, distensión, relajación, pesadez, etc. Para sensibilizar sus cuerpos, el hombre y la mujer desnudos, sin estrés, cansancio o tensión, en situación de total tranquilidad se entregan al intercambio de sensaciones de todos los sentidos (tacto, olfato, vista, oído, gusto) con objeto de activar los procesos sensoriales muchas veces desconocidos por ambos, aunque lleven muchos años de convivencia. Los dos han de practicar este intercambio mutuo durante el — 235 —

tiempo que estimen oportuno y no resulte excesivo para ninguno de los dos. Este ejercicio no tiene aquí ninguna connotación sexual específica, aunque para la mayor parte de las personas las caricias y el contacto físico son el principal impulsor de sensaciones eróticas. Pero hemos de pensar más en una complacencia sin límites donde participan no sólo los sentidos corporales, sino también el mundo de las fantasías, los sueños, la contemplación, la risa, el llanto. Para profundizar en el arte de la autosensibilización recomendamos el libro Psicoerotismo femenino y masculino de Fina Sanz. La técnica de la sensibilización le ayudará a vencer la ansiedad cuando está con su pareja y tiene la mente dirigida a la respuesta sexual inmediata más que a la vivencia de las sensaciones. Para ello deberá aplicarse a las sensaciones no genitales y aumentar la vivencia erótica del cuerpo en su conjunto, avanzando de las zonas periféricas del cuerpo —no genitales— a las de mayor expresión sexual física genital. Si bien la teoría está clara, los medios audiovisuales son en este particular de gran ayuda. El/la terapeuta sexual suele disponer de este material, filmaciones, etc., para facilitar la comprensión del mensaje que se intenta transmitir, a la vez que sirven en ocasiones para vencer en muchas personas inhibiciones y tabúes que han arrastrado durante toda la vida. Con la repetición de este ejercicio, usted irá cambiando de actitud en la relación sexual al orientarla a zonas erógenas no genitales. Ello lleva consigo un modo distinto de actuar en casa cuando está con su pareja: ampliará el campo de vivencias en relación con los cinco sentidos y comenzará a apreciar sensaciones que nunca había percibido antes. 5.2.2. Sensibilización genital En el apartado 5.1.5 hablamos del conocimiento del cuerpo y, en particular, de los genitales. No obstante, el conocimiento que ha de adquirir el hombre de las distintas partes de sus genitales, y sobre todo la mujer de los suyos por — 236 —

estar fuera del alcance de su vista, no puede quedarse ahí si desea culminar con plenitud la vivencia del orgasmo. Ambos deberán completar y ampliar este conocimiento con la experimentación del contacto de cada una de las partes de sus genitales y de las sensaciones placenteras ante dicho contacto. Para ello, a continuación han de fomentar nuevas sensaciones, descubrir zonas erógenas y vivir más intensamente cada centímetro de la superficie de su cuerpo. No olvide que, como recordamos en páginas anteriores, todo su cuerpo es una zona erógena en potencia, y está en sus manos descubrir y enriquecer dicho potencial. Si mediante la visualización y exploración de sus genitales logró tener un conocimiento más preciso de los mismos, ahora se trata de diferenciar e incrementar la vivencia de las sensaciones corpóreas y, más en concreto, de sus genitales, algo imposible de conseguir con la simple vista y la exploración corporal. Aquí el sentido del tacto ha de ser su aliado preferido mientras representa mentalmente sus genitales. Además del tacto podrá incorporar otros sentidos, así como su imaginación y fantasías. En una posición cómoda acariciará con la yema de dedos y estimulará con la mano sus genitales; intentará descubrir cualquier sensación placentera por pequeña que ésta sea. El tiempo carece de importancia en estos momentos y muy probablemente deberá repetir este ejercicio una y otra vez hasta que las sensaciones sean más intensas, llegue o no a la eyaculación y/o al orgasmo. 5.2.3. Baño de inmersión Muchas personas no confían en su propio cuerpo, con frecuencia porque lo desconocen y nunca han caído en la cuenta de que es la principal fuente de sensaciones placenteras. Esto suele llevarles a no aceptar su cuerpo o alguna parte del mismo. La mujer sufre por el volumen de sus caderas, de sus pechos o de su cintura. Al hombre le afecta ante todo — 237 —

el tamaño de su pene. Quizá sea usted una de estas personas, en tal caso le propongo un ejercicio para conseguir mayor aceptación de su cuerpo a través del contacto y acercamiento al mismo hasta llegar a hacer de éste su mejor amigo. Busque un momento en el que sin prisa pueda entregarse a vivir las sensaciones de su cuerpo dentro y fuera del agua. Coloque el gel o una crema hidratante a mano, cerca de la bañera y, si puede, ponga música relajante. Llene la bañera de agua a una temperatura ideal, según su gusto. Una vez preparada la bañera, vaya introduciendo lentamente, primero un pie, luego otro, descienda lentamente hasta cubrir su cuerpo hasta el cuello. Centre su atención en todo momento en las sensaciones que va percibiendo a medida que el agua caliente cubre cada parte de su cuerpo. A algunos hombres les cuesta iniciar este ejercicio porque lo encuentran algo femenino, pero no lo es, y los resultados suelen ser muy positivos también para él. Manténgase fuera de sus genitales por el momento y explore otros puntos eróticos de su cuerpo: pezones, pecho, estómago, piernas y brazos. Todas estas partes pueden ser sensibles a las caricias y a otros estímulos sexuales. Después de mantener el cuerpo dentro del agua durante algún tiempo, saque lentamente la mano percibiendo las sensaciones ante la temperatura exterior. Haga lo mismo con la otra mano y el brazo, con los pies y las piernas; todo muy lentamente. A continuación acaricie suavemente bajo el agua todo su cuerpo con los ojos cerrados para mayor concentración: brazos, pecho, abdomen, muslos y piernas. Viva en todo momento las sensaciones: la suavidad de la piel, la firmeza de los músculos del pecho, brazos y piernas; el contacto de su rostro, su pelo y su cuello. Explore también las sensaciones al acariciar la parte interior de los muslos y al estimular sus genitales; si es hombre, el escroto, los testículos y el pene; si es mujer, el vello pubiano, los labios mayores, menores y el clítoris. Hágase un automasaje en todo el cuerpo con el gel o la crema. Intente relajar cada parte de su cuerpo y del mismo — 238 —

en su conjunto. Dedique tiempo a sí mismo, sin preocuparse de otra cosa que de percibir las sensaciones que experimenta en el agua: calor, suspensión, diferencia de temperatura en diferentes parte del cuerpo, corrientes de agua, sensación de frío al sacar del agua parcialmente alguna parte del cuerpo, sensaciones al tocarse o acariciarse, etc. Al final salga lentamente del agua. Vivirá en su cuerpo sensaciones que quizá no había sentido nunca anteriormente. 5.2.4. Uso del vibrador y otros accesorios Continuando con nuestro propósito de avanzar en la vivencia de sensaciones que han de conducir a la eyaculación o a la vivencia del orgasmo, tanto el hombre como la mujer deberán aumentar la vivencia de sus sensaciones eróticas en las diferentes zonas de sus genitales. Para ello podrán utilizar cualquier medio a su alcance. El uso del vibrador es, en muchos casos, muy útil no sólo para relajar los músculos, explorar y conocer mejor el propio cuerpo, sino también para llegar a partes de los genitales —sobre todo en el caso de la mujer— inaccesibles a la mano o a los dedos. En el caso de la mujer, está más extendido el empleo del vibrador para facilitar la vivencia del orgasmo. Casi todos hemos oído, leído o presenciado en programas de televisión que un vibrador puede ser muy útil para la estimulación de la mujer y que muchas llegan por primera vez al orgasmo mediante la ayuda de este aparato. En el caso del hombre, el uso del vibrador tiene también aplicación para facilitar la eyaculación y el orgasmo, pues, aplicado al glande o al pene, el vibrador despierta sensaciones difíciles de experimentar de otro modo. Algunas personas temen que si consiguen llegar al orgasmo mediante el vibrador, en cierto modo se acostumbren y dependan de este aparatito y después no puedan reaccionar de otro modo o les resulte muy difícil. No obstante, si siguen — 239 —

las indicaciones que presentamos en este capítulo, podrán conseguir tal grado de excitación que, posteriormente, no necesiten el vibrador, aunque lógicamente siempre pueden acudir a este instrumento como otro modo de estimulación. Existen multitud de modelos de vibradores. Vibradores con accesorios especiales para aplicarlo al glande, al clítoris u otras partes del cuerpo. Cada cual hará bien en elegir aquel que más le agrade. Se recomienda comenzar con uno sencillo, sin muchas funciones, no muy pesado y que funcione a pilas mejor que eléctrico. En cualquier caso nunca debería utilizarlo cerca del agua para evitar incidentes desagradables. Una vez elegido el modelo, no tiene en sus manos un aparato mágico que obra milagros. Deberá saber utilizarlo, en el momento propicio, preparando previamente el ambiente externo, con mente sosegada y sin precipitarse ni tener el reloj delante esperando ansiosamente que produzca el clímax tan deseado. Ante todo, pues, sin prisa, en una postura cómoda y con el vibrador en la mano comenzará pasándolo suavemente por los brazos, las manos, el cuello, la cara. Vaya descendiendo por los pechos, el estómago, el vello pubiano y los genitales. Aquí lo aplica a cada una de las partes externas atenta/o a las diferentes sensaciones en cada parte (labios mayores, menores, testículos, pene). A continuación el hombre lo acercará al glande, la mujer al clítoris con especial cuidado de evitar sensaciones excesivamente intensas ante las vibraciones. Vaya controlando la presión, los movimientos y la posición del aparato. Mantenga ante todo la serenidad, sin buscar la excitación ni estar pendiente del orgasmo; su único propósito ha de ser mantenerse relajada/o y vivir las sensaciones. Las primeras sesiones deberán durar unos quince minutos; posteriormente puede alargarlas hasta media hora o más. Evite no obstante sensaciones de desagrado o de hastío. Lo normal es que pasen varias semanas sin que consiga su propósito, no obstante continúe con las sesiones y anote en un folio los adelantos por insignificantes que le parezcan. — 240 —

Cada nueva sensación es un progreso, es parte del camino a recorrer; ello le debe animar y reafirmar en su convicción de que conseguirá lo que se propone: eyacular y/o vivir el orgasmo. Una vez conseguido su propósito mediante la utilización del vibrador y de vivirlo varias veces, le resultará ya más fácil alcanzarlo mediante la autoestimulación, otras formas de estimulación y, posteriormente, en el coito, si así lo desea. Normalmente éste es el orden en que se desarrolla el proceso antes de obtener la eyaculación o el orgasmo en el coito. No olvide que además de la utilización del vibrador, pueden ayudarle la incorporación gradual de la estimulación manual simultánea, el acudir a fantasías, imágenes, lecturas eróticas, visualización de situaciones o de personas conocidas excitantes, etc. 5.2.5. Las fases del orgasmo Una vez consiga las primeras eyaculaciones u orgasmos, independientemente del medio utilizado, es importante que pueda repetirlos en adelante sin dificultad. El tratamiento pretende además que usted viva la relación sexual con mayor intensidad, tenga un mayor dominio del proceso de estimulación sexual y no experimente en adelante dificultad alguna para vivir la eyaculación o el orgasmo. Conseguirá esto con mayor facilidad mediante el ejercicio que indicamos a continuación. Dicho ejercicio consiste en vivir de un modo relajado y tranquilo las distintas partes de la excitación sexual mediante la autoestimulación. El proceso de excitación en el hombre y en la mujer comprende tres partes o fases fundamentales, que esperamos usted pueda vivir intensamente mediante este ejercicio. La primera de estas partes se refiere a las sensaciones erótico-placenteras que se experimentan generalmente ante el contacto o estimulación sexual. Estas sensaciones son dife— 241 —

rentes, por ejemplo, a las de calor, frío o presión que puede experimentar también en sus genitales, según tenga la mano caliente, fría o ejerza una fuerte presión con la misma. En un principio, por lo tanto, en toda excitación sexual se pueden experimentar leves sensaciones erótico-placenteras. Si continúa la estimulación, las sensaciones agradables del principio se van haciendo cada vez más intensas, hasta que llega un momento —generalmente pasados unos minutos— en el que la eyaculación o el orgasmo son inminentes (sensaciones preeyaculatorias). Si continúa la estimulación después de sentir estas sensaciones preeyaculatorias no se puede impedir el proceso de la eyaculación o del orgasmo. Ésta sería la segunda parte de la excitación sexual a la que nos referíamos anteriormente. Finalmente, la tercera fase se da generalmente al eyacular o al sentir el orgasmo. Decimos «generalmente al eyacular» porque tanto el hombre como la mujer pueden experimentar el orgasmo sin eyacular. No debe considerar las tres fases a modo de escalones bien diferenciados, sino más bien como una curva ascendente en la que las diferentes sensaciones se van sucediendo lenta y progresivamente, sobre todo al principio sin una diferenciación clara. Algunas personas confunden este ejercicio con la práctica de la masturbación, por lo que en nuestras indicaciones evitamos esta palabra en todo momento para no generar confusiones. Por otra parte es conveniente advertir que, aunque no se trata de una simple masturbación, al hacer este ejercicio deberán ayudarse mediante la estimulación manual. Precisamos este detalle, porque algún paciente, al comentar la práctica de este ejercicio en casa, dice que no lo ha podido realizar porque sólo con la imaginación, sin ayuda de una estimulación física, no consigue excitarse o terminar el ejercicio. Recordemos que la masturbación no sólo no es perjudicial, sino que es buena y saludable. No causa daños físicos, psicológicos o sexuales. Por el contrario proporciona alivio a la tensión sexual y es un magnífico método para el conoci— 242 —

miento de la propia sexualidad y para compartirla cuando se tiene un compañero o compañera. Quien ha vivido primero en la intimidad de la masturbación las sensaciones que acompañan a la erección, la eyaculación y el orgasmo posee ya el conocimiento de los procesos de la respuesta sexual; está más preparado/a para provocar dichas sensaciones y vivirlas con naturalidad en una relación con otra persona, sin la sorpresa, sobresalto o turbación por el desconocimiento de tal experiencia al principio. La vivencia de las fases de la excitación sexual ayuda a quien lo practica —a parte de ser más consciente de las sensaciones y facilitar la eyaculación o el orgasmo— a controlar y rechazar pensamientos obsesivos o molestos que tantas veces enturbian la mente de las personas en estas situaciones y son uno de los mayores obstáculos para disfrutar plenamente del sexo. El ejercicio que acabamos de presentar deberá realizarlo sola/o, es decir, mediante la autoestimulación. Si intenta vivirlo en una relación de coito o mediante la estimulación de otra persona, no podrá centrarse plenamente en las sensaciones de su cuerpo y, en consecuencia, tampoco podrá vivirlas con tanta intensidad, dado que normalmente en tales situaciones se suele estar pendiente también de la pareja. Como indicamos al principio, es conveniente practicar este ejercicio estando totalmente tranquila/o, relajada/o y sin presión alguna de tiempo. Si intenta terminar rápidamente pensando sólo en conseguir el orgasmo, no se dará tiempo para observar el proceso descrito. Hágalo, pues, después de los ejercicios de relajación y si es posible cómodamente tumbada/o en la cama, ya que si lo hace de un modo apresurado y de pie en el cuarto de baño, la postura, la tensión muscular o la rapidez le impedirán vivirlo adecuadamente. Tenga en cuenta también que no es necesario llegar siempre a la última fase del ejercicio, es decir, la fase de la eyaculación o del orgasmo, si para ello tiene que esforzarse. Lo que sí es imprescindible es que lo realice al menos una o dos ve— 243 —

ces por semana y siga practicándolo una vez conseguida la eyaculación y/o el orgasmo, según el caso. Intente realizarlo incluso diariamente a ser posible. No obstante, si algún día le resulta difícil o tarda en conseguir la erección o no avanza en la excitación, en la consecución de la eyaculación o del orgasmo, es preferible no seguir, no esforzarse, dejándolo para otra ocasión. Las personas que se han masturbado sin problema creen que se trata de un ejercicio fácil, pero no lo es para todos; algunos han de practicarlo muchas veces hasta que consiguen realizarlo bien. Sin grandes esfuerzos y con la repetición del ejercicio advertirá un mayor conocimiento de los procesos de la respuesta sexual, disfrutará mucho más, diferenciará mejor las diferentes fases de la misma y conseguirá mayor control de la eyaculación y/o de la vivencia del orgasmo. Para conseguir la eyaculación o el orgasmo durante el coito, el hombre ha de centrarse durante este acto en las sensaciones del pene: al contacto con los labios mayores, durante la penetración; y, después de penetrar, en las paredes de vagina, el calor, la suavidad, flujo, los movimientos del pene, etc. La mujer se centrará en las sensaciones ante el contacto del pene, y durante la penetración en los movimientos, en el roce del pene en el clítoris y en las paredes de la vagina, de manera que viva la sensación de «vagina ocupada» (Arancibia, 2002). 5.2.6. Descripción del orgasmo Ante la imposibilidad que tienen algunas personas de eyacular o de vivir el orgasmo, otro recurso consiste precisamente en que analice las sensaciones del proceso de excitación hasta el punto en que pueda vivir ésta si no llega a la eyaculación o al orgasmo, y lo describa al final en un folio para entregarlo en la consulta siguiente al terapeuta, si sigue un tratamiento. La finalidad de este ejercicio es que la perso— 244 —

na se haga más consciente de dichas sensaciones, vaya reconociendo la variedad de las mismas y, de este modo, las refuerce cada vez que lo lleva a cabo. Las personas con dificultad de eyacular o de llegar al orgasmo, o que sienten éste débilmente, aprecian mediante el presente ejercicio que, en realidad, sienten más de lo que pensaban. Por otra parte, aprenden a vivir las sensaciones más conscientemente y con mayor intensidad. Viven asimismo con más naturalidad el contacto con su cuerpo y con sus genitales. De este modo van descubriendo más su cuerpo, lo aceptan mejor y se identifican más con el mismo. Le animo, pues, a coger papel y boli, y describir con todo detalle las sensaciones que vive en el orgasmo cuando tiene una relación sexual o se masturba. No se trata de «describir» lo que es un orgasmo, las reacciones fisiológicas, sino más bien las sensaciones, el proceso que le lleva al mismo. Para ayudarle a reconocer tales sensaciones, pregúntese: ¿Qué sucede con mi respiración? ¿Los latidos de mi corazón son más rápidos? ¿La temperatura del cuerpo aumenta? ¿Qué sensaciones eróticas experimento durante el orgasmo? ¿Cómo lo vivo? 5.2.7. Material audiovisual La información que recibimos por el sentido de la vista deja más huella en nuestro cerebro y nos transmite un mensaje mucho más claro, rico e impactante que el de cualquier otro sentido. La exposición verbal por muy prolija que sea en detalles, queda muy lejos de lo que aportan las imágenes visuales; éstas entran por los ojos directamente con su inmediatez, colorido y movimiento. Por ello el material audiovisual es un medio imprescindible en la sesión terapéutica, y puede serlo también en sus ejercicios en casa. Para el propósito del presente capítulo, en nuestra consulta utilizamos proyección de diapositivas, películas y vídeos para exponer las diferentes partes de los genitales, el proceso — 245 —

de la respuesta sexual, las causas más comunes de la falta de eyaculación o de orgasmo, la masturbación masculina y femenina, el modo de sensibilizar zonas no genitales de la pareja, las posturas en el coito, etc. La proyección de diapositivas tiene en algunos casos la ventaja de que podemos elaborar un programa específico que se adapte mejor al problema y a la persona que lo tiene, con sus características personales, modos de reaccionar, dificultades, etc. Pongamos un ejemplo del modo de utilizar este material. Estando el paciente relajado y cómodamente echado en un sillón, le presentamos una serie de diapositivas de parejas en situaciones muy variadas. Estas diapositivas representan diversos comportamientos eróticos, desde el inicio de un contacto no genital hasta la realización del coito en varias posturas. Él o ella contempla tranquilo/a y sin prisas cada una de las diapositivas y centra su atención en las sensaciones que la persona de la imagen proyectada puede sentir en ese momento, evitando cualquier otro pensamiento. Se le indica que se fije en los detalles: contactos, caricias, sonidos, besos, expresiones, etc., todo aquello que represente o pueda sugerir la vivencia de sensaciones. Después de proyectar cada diapositiva un minuto, se invita al sujeto a que cierre los ojos y represente las sensaciones que puede percibir en dicha situación. Por ejemplo, la primera diapositiva presenta a una pareja en bañador, ambos tumbados en la playa, mirándose al rostro y sin otro contacto que la proximidad de los cuerpos y un brazo del hombre sobre la espalda de la compañera. Retirada la diapositiva, se le sugiere que, con los ojos cerrados, se imagine lo más vivamente posible, que se encuentra en una situación semejante y que represente todas las sensaciones no sexuales que puede percibir en tal situación: el contacto con la arena, la brisa del mar, el ruido de las olas, el calor de la arena y de los rayos del sol, el contacto del cuerpo y del brazo del compañero, el canto de las gaviotas, etc. La aplicación de esta técnica es múltiple para los objetivos que nos proponemos aquí: ampliar el ámbito de las sen— 246 —

saciones al mundo de lo sexual. Se facilita la concentración en el cuerpo y en las sensaciones, al centrarse totalmente en la situación. Los sentidos de la vista, el oído, el tacto quedan cautivos por las sensaciones del momento, sin permitir que los temores perturben las vivencias que se están teniendo, desligando de estas vivencias todo comportamiento dirigido a la penetración u otro comportamiento genital. Mientras ocupa la mente en la situación de cada diapositiva y en la vivencia de las sensaciones de cada momento evita pensamientos negativos que suelen ocupar su mente en situaciones semejantes. Esta sencilla técnica tiene sus ventajas sobre la proyección de vídeo o de películas: se puede controlar la duración de la proyección, después de la proyección de cada diapositiva la persona dispone de tiempo para elaborar la situación, imaginarse en el mismo momento las sensaciones, analizar los pensamientos, etc. Todo esto resulta más difícil durante la proyección de un filme o vídeo. En sesiones posteriores, aconsejamos la repetición de estas proyecciones de parejas, junto con observaciones del terapeuta acerca de la actitud de éstas y de la variedad de sensaciones que pueden estar viviendo en el momento, sin que medie estimulación genital por parte de ninguno, con objeto de que el/la paciente vaya representando y viviendo las sensaciones. Por lo general, éste/ésta comienza a sentirse mejor, más relajado/a, sin las molestias del primer día, y comienza a vivir con su pareja en casa sensaciones que no había experimentado antes. Con vistas a obtener material para la terapia cognitiva, rogamos también al paciente que indique los pensamientos que le vienen en cada una de las situaciones presentadas en las diapositivas. Si son positivos, podrá mantenerlos y se los reforzamos. En caso de ser negativos, deberá sustituirlos por positivos. También puede practicar esta técnica en casa. A falta de películas o de videos apropiados, usted puede proporcionarse imágenes de revistas o libros, procurando siempre selec— 247 —

cionar lo que realmente le pueda ser útil. Si las utiliza según las indicaciones que acabamos de exponer, le serán de gran utilidad. No nos detenemos en la aplicación de vídeos o películas, por ser estas técnicas más conocidas y utilizadas en terapia. Sólo a modo de ejemplo recordamos las palabras de un paciente (de 58 años, casado hace 33 años) después de la proyección de un video sobre la sensibilización corporal, es decir, la presentación de sensaciones corporales mediante caricias prescindiendo de la zona genital: «Es un aspecto nuevo de la sexualidad que nunca he tenido; nunca se me ha pasado por la imaginación tener estas sensaciones sin llegar luego al coito.» 5.2.8. El mundo de las fantasías La sexualidad tiene tanto que ver con las palabras, las imágenes, los rituales y las fantasías como con el cuerpo. JEFFREY WEEKS

¿Qué importancia tienen las fantasías en la vida sexual? A veces los problemas de eyaculación o de orgasmo se originan por un debilitamiento de los estímulos sexuales debido a la continua repetición de los mismos estímulos, a la monotonía en la relación o a los años de relación con la misma pareja. En estos casos, así como cuando aún no se ha podido eyacular o vivir el orgasmo, acudir a fantasías puede ofrecer nuevos o más eficaces estímulos y hacer surgir o reavivar las ascuas del erotismo. Incluso mediante el simple fantasear se puede llegar al orgasmo, como varios estudios (Whipple y otros, 1992; Komisaruk y Whipple, 2005) han mostrado con mujeres. Son múltiples las fantasías que pueden facilitar la respuesta sexual: fantasías sobre lo que más nos atraía de nuestra pareja al principio, sobre relaciones sexuales anteriores al compañero/a actual, sobre partes eróticas y de los genitales de otra persona o de su tamaño exagerado; creación de historias — 248 —

eróticas, utilización de fantasías homosexuales o lésbicas; vivencia de aventuras en lugares extraños o prohibidos; escenas de seducir o de ser seducido/a; intercambio de parejas; hacer el amor en un lugar público, al aire libre, en un ambiente grotesco, con un actor o actriz de televisión o de cine atractivo/a; verse forzado/a a participar en una relación, en un trío, etc. Hay fantasías que versan sobre actos de algún modo prohibidos, extravagantes o inconfesables, otras que albergan sentimientos reprimidos. Las fantasías son un modo de reafirmar nuestra independencia, y cuanto más rígida y rutinaria sea la relación sexual que mantenemos, generalmente más necesarias son estas fantasías. Hay fantasías cuyo objetivo es la satisfacción que no se encuentra en la realidad; otras facilitan la vivencia de un placer más intenso que la misma realidad. Un hombre de 39 años sentía el mayor placer al pensar que una mujer lo absorbía o dominaba con artes marciales. Pensaba que sentía placer al sentirse dominado y absorbido por la mujer. Este paciente ha intentado sentir más placer diciendo a su pareja que le «apriete y roce con las piernas». En realidad, para este hombre, el estímulo verdadero son las fantasías originadas con tales pensamientos, pues cuando experimenta los comportamientos que desea, no siente el placer que siente cuando los piensa. Si usted teme acudir a fantasías en su relación sexual por pensar que, en adelante, va a depender totalmente de ellas y no podrá reaccionar sexualmente más que acudiendo a éstas, es vano su temor, pues una cosa no descarta la otra. Las fantasías casi siempre acentúan la excitación sexual y ayudan en casos de rutina. Georgina Burgos enumera en el libro Mente y deseo en la mujer siete importantes cualidades de las fantasías: 1. en la fantasía usted es libre; 2. todo ocurre como usted quiere; 3. combaten la rutina; 4. liberan tensiones de todo tipo; 5. puede explorar horizontes desconocidos en un entorno seguro; 6. le conceden vivir lo que jamás realizará; y 7. sintonizan su frecuencia sexual con la de su pareja. Algunas personas se sienten culpables de tener fantasías con personas diferentes a su pareja o con una persona prohi— 249 —

bida, el padre, el hijo, el marido de una amiga u otra mujer, fantasías de la infancia, de la adolescencia o de un novio o novia anterior. Piense que aquello que resulta excitante en la fantasía no indica, de ninguna manera, que lo sea en la vida real. Por otra parte, las fantasías no son delito alguno, fantasear con algo no es lo mismo que hacerlo. Las fantasías son seguras porque son privadas y permanecen sólo en nuestra mente. Las fantasías sexuales, por extravagantes que parezcan, no indican anormalidad o perversión. Una mujer de 25 años comentaba: llego pronto al orgasmo, pero imaginándome cosas horribles: hombres excitados, hombres muy gordos excitados con otras mujeres u hombres, el hecho de ser gordos significa que son patosos y les cuesta moverse, creo que es lo único que me puede excitar, así como las mujeres embarazadas.

Se trata de una mujer totalmente normal y sana. Por el contrario muchas personas con trastornos sexuales o psíquicos, apenas pueden fantasear aunque lo intenten. Usted no debería reprimir fantasía alguna mientras le sirva para intensificar el placer, más bien debe aceptarlas y entregarse a ellas libremente y sin coerción moral. Satisfacen nuestros deseos de variedad, novedad y excitación. Recuerde que entregarse a cualquier fantasía sexual no significa, necesariamente, que quiera llevarla a cabo en la vida real. Una manera interesante de estimular las fantasías y consiguientemente aumentar su placer sexual consiste en escribir un relato erótico. Escríbalo para usted, en su intimidad, y exprese lo que no se atreve a decir en voz alta. Imagínese la escena o historia más excitante y plásmela en el papel sin pudor. Dé rienda suelta a su imaginación o a sus fantasías más íntimas.

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APÉNDICE A Inventario para hombres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito Al realizar el coito o al imaginarme la situación de coito, siento temor: Nada Poco Bastante

A que quede embarazada la mujer A hacer daño a mi pareja A hacerme daño en el pene A coger una enfermedad o infección A que nos descubran

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Mucho Muchísimo

Inventario para hombres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito (continuación) Nada Poco Bastante

A los reproches de mi pareja Al rechazo de mi pareja A no hacer gozar a mi pareja A no hacerlo bien A fracasar sexualmente A hacer el ridículo Al coito en sí A los genitales de la mujer A no tener erección suficiente A que dure poco la erección A no tener eyaculación A eyacular muy pronto A que me vea desnudo Al contacto con los genitales A no poder penetrar

Mucho Muchísimo

APÉNDICE B Inventario para mujeres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito Al realizar el coito o al imaginarme la situación de coito, siento temor: Nada Poco Bastante

A quedar embarazada A que me haga daño con el pene A que me estropee algo por dentro A coger una enfermedad o infección

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Mucho Muchísimo

Inventario para mujeres sobre temores experimentados en el momento de realizar el coito (continuación) Nada Poco Bastante

A que nos vean o descubran A los reproches de mi pareja Al rechazo de mi pareja A no hacer gozar a mi pareja A no actuar con normalidad A fracasar sexualmente A hacer el ridículo A no saber qué debería hacer A que mi pareja me vea muy excitada A no excitar sexualmente a mi pareja Al coito en sí A los genitales masculinos A que me vea desnuda Al contacto con los genitales A hacer algo prohibido A no gustar físicamente a mi pareja Otros temores

Mucho Muchísimo

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COLECCIÓN BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD

TÍTULOS PUBLICADOS 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

La eyaculación precoz, Agripino Matesanz Amor y sexo en internet, Beatriz Búrdalo Sexo y afecto en personas con discapacidad, Félix López Placer y sexo en la mujer, Gloria Arancibia El deseo sexual en el hombre, Agripino Matesanz La educación sexual, Félix López Mamá, ¡estoy embarazada!, José Luis García Fernández Sexo en la pareja, Miguel Ángel Cueto Mitos sexuales de la masculinidad, Agripino Matesanz Mente y deseo en la mujer. Guía práctica para la felicidad sexual de las mujeres, Georgina Burgos 11. El placer sexual. El orgasmo en la mujer y en el hombre, Agripino Matesanz 12. Amores y desamores. Procesos de vinculación y desvinculación sexuales y afectivos, Féliz López Sánchez

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