Goebbels Una Biografia

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GOEBBELS

Ralf Georg Reuth

GOEBBELS

Una biografía

Traducción Beatriz de la Fuente Marina

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Primera edición: octubre de 2009

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Título original: Goebbels. Eine Biographie

© Ralf Georg Reuth, 1990 © PiperVerlag GmbH, Munich, 1990 © De la traducción: Beatriz de la Fuente Marina, 2009 © La Esfera de los Libros, S. L., 2009 Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos 28002 Madrid Tel: 91 296 02 00 • Fax: 91 296 02 06 www. esferalibros. com ISBN: 978-84-9734-878-2 Depósito legal: M. 36.787-2009 Fotocomposición: Versal CD, S. L. Fotomecánica: Unidad Editorial Impresión: Anzos Encuademación: Méndez Impreso en España-Príníed in Spain

índice

Introducción .........................................................................

Capítulo 1 ¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera y se burlara de él? (1897-1917) .................................... 17 Capítulo 2 Caos en mí (1917-1921) .......................................................... 39 Capítulo 3 ¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer (1921-1923) ............... 69 Capítulo 4 ¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios. ¿El Cristo verdadero o sólo San Juan? (1924-1926) ................. 91 Capítulo 5 Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? (1926-1928) ............................................................................. 127

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Capítulo 6 Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo (1928-1930) ............................................................................

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Capítulo 7 Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales (1930-1931) .............................................................................

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Capítulo 8 ¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern y de los Habsburgo? (1931-1933) ........................................... 243 Capítulo 9 Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced (1933) ...................................................................................... 309 Capítulo 10 El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros (1934-1936) .............................................................................

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Capítulo 11 ¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! (1936-1939) ................ 407 Capítulo 12 Él está bajo la protección del Todopoderoso (1939-1941) ........ 481 Capítulo 13 ¿Queréis la guerra total? (1941-1944) ..................................... 553 Capítulo 14 La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber (1944_1945) .............................................................................

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índice

Capítulo 15 Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocialismo ya no vale la pena (1945) ...........................

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Anexo...................................................................................... Notas ...................................................................................... índice onomástico ...............................................................

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Introducción

¿Por qué precisamente un libro sobre Joseph Goebbels? Esta pregunta se me ha planteado repetidas veces durante los últimos años. En ocasiones la respuesta me puso en apuros, pues se trataba ante todo de un impulso propio de ahondar de esta forma en el nacionalsocialismo y su génesis, un fenómeno de difícil comprensión que marcó el siglo de manera decisiva. El motivo más concreto de este libro, aunque no el preponderante, consistió en que la última biografía de Goebbels se escribió hace casi veinte años y el trabajo mejor funda mentado hasta ahora —el de Helmut Heiber—* hace casi treinta, y, en comparación con el material hoy disponible, tuvieron que basarse en un corpus de fuentes más bien modesto. Esta limitación explica probablemente también las divergentes interpretaciones en la bibliografía sobre Goebbels publicada hasta ahora. En este sentido son hitos los ensayos de Rolf Hochhuth 2 y de Joachim Fest.3 Aquí «el creyente que apasiona por apasionado» (Hochhuth), allí «el maquiavelista hasta las últimas consecuencias» (Fest). El trabajo temprano deWerner Stephan hizo de Goebbels el «demonio de una dictadura» 4 y Viktor Reimann lo caracterizó como un propagandista más bien racional. 5 Manvell y Fraenkel veían en el hombre del pie contrahecho al insatisfecho que finalmente encontró una compensación en la fe en el Führer y su ideo logía.6 En su libro ya mencionado, Heiber relativizó esta imagen, al considerar que la verdadera esencia del apasionado agitador y, con todo, hombrecito digno de lástima radicaba en su trastorno puberal nunca superado.

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Pero ¿quién era realmente Joseph Goebbels? Ya en las primeras investigaciones me topé con un obstáculo que al principio parecía infranqueable. No se podía acceder a las obras que se encontraban en el Archivo Federal de Coblenza, es decir, a las fotocopias allí parcialmente archivadas de los documentos de Goebbels depositados en una caja fuerte de Lausana del periodo anterior a 1924. El abogado suizo Francoís Genoud, que no oculta en modo alguno su simpatía por Joseph Goebbels, no sólo contaba con los derechos de explotación de estos escritos y notas de Goebbels, sino que además tenía en su poder estos documentos tempranos. Se necesitó mucho esfuerzo y paciencia antes de que, en una sala de juntas de la editorial Piper de Munich, se abriera por vez primera para un biógrafo el viejo baúl de tela y vieran la luz varios cientos de cartas, numerosos ensayos literarios y demás documentos y, envueltas en papel de seda, unas cuantas fotografías tempranas de Goebbels y sus novias de su etapa estudiantil. Además de estas obras, que informan con detalle sobre la evolución de la personalidad de este hombre, otro pilar sobre el que se apoya este libro lo han constituido los diarios de Goebbels, 7 los cuales, a pesar de que en ellos se manifieste «un fatuo reflejo de sí mismo y una autosugestiva tendencia a la mentira», se deben apreciar mucho por su importancia. De ellos también se ha analizado en primer lugar una pequeña parte desde el punto de vista biográfico. Puesto que se sabía que los diarios correspondientes a los años 1944-1945, junto con algunos otros fragmentos, se encontraban en el Berlín Este, también me esforcé por conseguir esos documentos. Enseguida se establecieron contactos al otro lado del muro que todavía entonces dividía la ciudad, pero el examen de parte de estos diarios debía ir acompañado de contraprestaciones no aceptables, motivo por el cual esta fuente siguió cerrada para mí, con excepción de algunos fragmentos. Entretanto ha quedado demostrado que los diarios de los años 1944-1945 se encontraron durante muchos años en manos del Ministerio de Seguridad del Estado. Hoy ya no existe el servicio secreto de la RDA, que intentaba sacar provecho incluso de docu-

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mentos históricos, ya fuera para desacreditar a los servicios de investigación de la Alemania Federal o para adquirir divisas. Así volvieron los diarios allí descubiertos en el verano de 1990 al Archivo Estatal Central de la RDA en Potsdam,8 y copias de ellos al Instituto de Historia Contemporánea de Munich, donde se trabaja desde hace algunos años en una edición de las fuentes. A última hora, por así decir, pude incorporar su estudio a mi texto ya terminado. La tercera columna de la documentación en que se basa este libro la constituye el amplio material del Archivo Federal de Coblenza, así como el del Berlín Document Center y los documentos —examinados por primera vez sistemáticamente en relación con una biografía de Goebbels— sobre los numerosos procesos judiciales contra Goebbels durante la denominada «época de lucha» en Berlín, que se encuentran en el archivo regional de la capital y en estanterías llenas de polvo en el desván de la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Moabit. Esto se completa con varias colecciones menores de archivos nacionales y extranjeros, entre ellas los escritos políticos de Horst Wessel de la biblioteca de los Jagelones de Cracovia, que informan sobre la actuación del jefe de distrito Goebbels y que hasta ahora se daban por perdidos en Occidente. Junto con los escritos y artículos de periódico del propagandista, además de la revisión de muchas leyendas que se propagan insistentemente en la bibliografía, se ha podido responder de nuevo a la cuestión central de si en el caso de Goebbels se trata del creyente o del maquiavelista, y a la pregunta que ello conlleva sobre la naturaleza de su relación con Hitler y el nacionalsocialismo. También ha sido posible esclarecer la evolución del antisemitismo goebbeliano, que hasta ahora, y a menos que no se tildara asimismo de oportunismo con respecto a Hitler, se explicaba de manera muy insuficiente por el hecho de que las solicitudes del desempleado doctor en filosofía fueron rechazadas por editores de periódicos judíos. Gracias a las fuentes se ha podido modificar, entre otras cuestiones, el papel desempeñado por Goebbels en la revuelta de Stennes, las crisis de Strasser, el golpe de Rohm, en relación con el 20 de julio de 1944, y durante los últimos días en el búnker

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A pesar de todo, tengo presente que, en vista del enorme volumen de la documentación, estas cuestiones y muchas otras sólo han podido ser rozadas. Esto vale en particular para las estructuras organizativas del aparato propagandístico o por ejemplo para las propias operaciones propagandísticas. Tratar esto último de manera exhaustiva no podía ser el objetivo de este libro, toda vez que existen trabajos fundamentales como los de Boelcke,9 Bramsted10 y Balfour.11 También habría rebasado el marco de este trabajo analizar al detalle la plétora de literatura secundaria, ya apenas abarcable. A mí me importaba más bien redactar una crónica que se rigiera principalmente por las fuentes sobre la vida de Joseph Goebbels desde su nacimiento en Rheydt hasta su lúgubre final en un Berlín que se venía abajo y que hoy, cuarenta y cinco años después, está superando por fin las consecuencias políticas de la Segunda Guerra Mundial. Quizás el presente libro, con sus numerosas referencias bibliográficas, pueda animar a alguno que otro a profundizar en alguna cuestión. Antes de que sigan conmigo la trayectoria vital de Joseph Goebbels, me gustaría dar las gracias. Se dirigen al señor doctor Oldenhage y a la señora Loenartz, del Archivo Federal de Coblenza, a los señores doctores Reichardt, Wetzel y Krukowski, así como a la señora Baumgart, del Archivo Regional de Berlín, al señor doctor Lohr y al señor Lamers, del Archivo Municipal de Monchengladblach, así como al señor Kunert, de la oficina local de relaciones públicas. Ellos me ayudaron de una manera tan poco burocrática como el señor Fehlauer, del Berlín Document Center, o la señora Perz, de la Administración Interna de Berlín. Además debo mi agradecimiento al señor profesor doctor Herbst, del Instituto de Historia Contemporánea, que al igual que mi colega varsoviano, el señor Dietrich, y el señor Striefler, de la Freie Universitát de Berlín, me sirvió de ayuda en la adquisición de las fuentes, al señor doctor Blasius y al señor profesor doctor Wollstein, que corrigieron errores de contenido y me apor taron muchos buenos consejos, a la señora doctora Seybold y al señor Schaub, que se encargaron de la revisión lingüística, o de las galeradas, así como al señor Wank y al señor doctor Martin, de la editorial

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Piper, por el buen trabajo en común. Mi especial agradecimiento va dirigido a mi mujer. Sin su paciencia, sin su comprensión y colaboración no se podría haber escrito este libro.

Capítulo 1 ¿POR QUÉ DIOS LE HABÍA HECHO DE TAL FORMA QUE LA GENTE SE RIERA Y SE BURLARA DE ÉL? (1897-1917)

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n el año 1897, cuando nació Joseph Goebbels, el imperio alemán estaba en su esplendor. Desde su formación tras la victoria sobre Francia dos décadas y media antes, había ascendido con una velocidad impresionante hasta convertirse en una gran potencia. Políticamente competía con las grandes potencias coloniales por «un puesto al sol», 1 «política mundial como tarea, potencia mundial como objetivo», decía el lema del ejército y de la economía a este respecto, que portó con entusiasmo parte de la alta y pequeña burguesía, lema que había llevado Alemania a la Entente franco-rusa todavía en conflicto con el imperio británico. En el año del nacimiento de Goebbels, el emperador Guillermo II tuvo en cuenta de manera especial esta aspiración a convertirse en potencia mundial. Encargó al secretario de Estado del departamento de la marina imperial, Tirpitz, la construcción de una gran armada alemana. Esta armada no sólo debía ser expresión de la grandeza imperial, sino también garante de las nuevas fuentes de materias primas y mer cados de consumo de ultramar. Lo cierto es que la Alemania del siglo que terminaba tenía a sus espaldas sobre todo un desarrollo económi co vertiginoso. En el comercio mundial, el joven imperio ya se encon traba en segundo lugar después de Inglaterra; en la producción indus trial total aventajaba ya a la hasta ahora primera potencia económica. Puesto que el dominio sobre la naturaleza aumentaba así como los hori zontes del saber se rebasaban cada día que pasaba, parecía que el creci miento no tenía límites establecidos.

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Y, con todo, este florecimiento rápidamente desplegado tuvo cierta limitación, que se manifestó en las contradicciones del momento. Así, Guillermo II jugaba con las formas y colores del Gran Elector de Brandeburgo y del gran Federico, mientras que hacía tiempo que los intereses organizados se habían hecho con el control de la política; y, a pesar de que la burguesía de la economía, las finanzas y la educación fue la marca característica de la época, sus críticos intelectuales, de Marx a Nietzsche, de Wagner a Freud, ya veían que había llegado el fin de este mundo burgués. Aunque el cambio se anunciaba especialmente en las metrópolis, en todas las partes del imperio el terreno estaba abonado para ello, incluyendo el Bajo Rin, la región de donde procedían los Goebbels. En ese apacible mundo marcado por el catolicismo, con sus viejas tradiciones campesinas y artesanales, ya había puesto pie la modernidad; a partir de las fábricas de tejidos e hilados establecidas desde hacía tiempo en la zona se había desarrollado una industria textil. El trabajo en los centros atraía a la gente de los pueblos, pues ofrecía perspectivas de una vida mejor, esperanzas que luego se desvanecieron para muchos con la rutina diaria, fastidiosamente gris, de un proletariado urbano que cada vez se hacía más numeroso. Uno de los que habían dado la espalda a su pueblo para hacer fortuna en Rheydt, esa pujante pequeña ciudad industrial «cerca de Dusseldorf y no muy lejos de Colonia», fue el abuelo de Joseph Goebbels, Konrad.2 El labrador de Gevelsdorf, cerca de Jülich (todavía se escribía con ó'),3 que se había casado con la hija de un sastre, Gertrud Margarete Rosskamp, de Beckrath, siguió, aun así, siendo durante toda su vida un simple trabajador de una de las numerosas fábricas. Como vastago de gente pobre, su hijo Fritz,4 el padre de Joseph Goebbels, nacido el 14 de abril de 1867, tuvo que contribuir con un sueldo desde joven. Empezó como recadero en la fábrica de mechas de Rheydt W. H. Lennartz. Como también en esta empresa la dirección y la administración requerían cada vez más trabajo, se ofreció una oportunidad de ascenso a los trabajadores diligentes. Fritz Goebbels, del que su hijo Joseph escribió después que se había entregado por entero a su trabajo,5 «por humil-

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de que fuera», la aprovechó. Llegó a ser un pequeño empleado que, en calidad de lo que se llamaba «proletario de cuello alto», realizaba trabajos de oficina, antes de alcanzar el puesto de contable durante la guerra mundial. En los años veinte, el propietario de la empresa Lennartz, que entretanto había pasado a llamarseVereinigte Dochtfabriken GmbH (Fábricas de mechas unidas S.L.), le otorgó incluso poder general, con lo que la familia del gerente se había ganado por fin un puesto en la pequeña burguesía.6 En el año 1892, Fritz Goebbels contrajo matrimonio con Katharina Odenhausen. Ella había nacido en Übach, en la vertiente holandesa del río fronterizo Wurm [Ubach over Worms], y había pasado su juventud en Rheindahlen. Su padre, el herrador Johann Michael Odenhausen, había muerto por una deficiencia cardíaca sin haber cumplido los sesenta. Su viuda, Johanna María Katharina (de soltera Coervers), para sacar también adelante a los más jóvenes de los seis hijos que habían nacido del matrimonio, le llevaba la casa a un «primer párroco» que era pariente lejano y al que llamaban respetuosamente el «señor». Puesto que cada comensal que dejara de sentarse a la mesa en la casa del párroco suponía ante todo un alivio para sus difíciles circunstancias vitales, su hija Katharina había entrado a servir desde muy pronto en casa de un campesino, hasta que se desposó con el obrero Fritz Goebbels. La familia Goebbels vivía muy modestamente en su pequeño piso de la calle Odenkirchener Strasse 186, el actual número 202.7 Después de Konrad, Hans y María, que murió prematuramente, aquí nació el 29 de octubre de 1897 su tercer hijo varón, Joseph Goebbels. Junto con sus hermanos, dos y cuatro años mayores que él, así como con sus dos hermanas nacidas tras el cambio de siglo, Elisabeth (1901) y María (1910), creció en una familia en armonía. El padre, Fritz Goebbels, era un hombre formal de «rectitud prusiana»,8 que quería a sus hijos «tal como él entendía el amor. A su mujer casi la quería todavía más. Por eso siempre sentía la necesidad de atormentarla con pequeñas sutilezas y enredos, como hacen acaso las personas que sienten que aman más de lo que son amadas».9 En igual medida que Joseph y sus hermanos temían

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la «educación espartana»10 de su padre, así apreciaban las bondades de su sencilla madre, que tenía tendencia a la melancolía. A Joseph le unía con ella una relación especialmente estrecha, y ella también tenía mucho afecto a su cuarto hijo. Quizás le quiso precisamente a él con tanta «idolatría» porque casi pierde la vida en su alumbramiento, pensó él después; lo cierto es que le regaló a este hijo el cariño «que le dejó a deber a su marido». La madre, a la cual él después glorificó verdaderamente por su «enigmática sencillez»,11 era su «mejor y más fiel admiradora».12 Ella siguió siendo durante toda su vida su punto de referencia en la casa paterna, que sería para él hasta mediados de los años veinte una especie de refugio. De sus parientes se acordaba Joseph Goebbels con distinta simpatía. Mientras que a la abuela Odenhausen no la llegó a conocer de manera consciente y de su abuelo Konrad Goebbels sólo le quedó grabada en la memoria la gran nariz típica de la familia, de la abuela paterna, «una pequeña y cariñosa mujercita», que vivió hasta bien entrados sus años de juventud, guardaba «muy tiernos y agradables recuerdos».También quiso mucho a la hermana de su madre, la «madrina Christina», por su carácter alegre. En cambio, por irritable, maliciosa y envidiosa tenía a la «tía Elisabeth», la hermana pequeña del padre, que iba «directa por el camino de las solteronas». Se acordaba de manera especial de su tío Heinrich, un viajante «de tejidos», que los visitaba dos veces al año, antes de cada temporada, con los últimos muestrarios. El hecho de que Joseph Goebbels guardara un recuerdo especial justo de él, al que veía en tan raras ocasiones, se debe probablemente a que Heinrich era un hombre sociable y alegre, y que por ese motivo se diferenciaba de los otros Goebbels, quienes parecían más bien caracterizarse por la «melancolía» atribuida a la gente del Bajo Rin, que con frecuencia se relaciona con la monotonía del paisaje y el catolicismo de profunda raigambre. Para la gente sencilla, es decir, también para los Goebbels, este catolicismo era una fe plástica, conforme a la cual el Dios que reina sobre todas las cosas castiga y recompensa en este mundo, y, cuanto más a menudo se le rece el rosario, tanto más benevolente se muestra. Puesto que se temía su ira, había que tenerle el más humilde

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respeto, tanto a él como a sus ministros de negro en esta tierra. La visita diaria a la iglesia, la confesión y la oración común en casa, durante la cual la madre les hacía a los hijos arrodillados la señal de la cruz en la frente con agua bendita, pertenecían a la vida de los Goebbels tanto como el pan de cada día por el que el padre trabajaba en la fábrica de mechas Lennartz. Aproximadamente dos años después del nacimiento de Joseph, los Goebbels volvían a tener un buen motivo para dar gracias al Señor. Fritz Goebbels había ascendido a auxiliar mercantil y ganaba desde entonces 2.100 marcos al año, más una cantidad extraordinaria fija de 250 marcos,13 de modo que la familia se pudo trasladar a una vivienda más confortable en la calle Dahlener Strasse. Cuando con el cambio de siglo vino al mundo el cuarto hijo, Elisabeth, esta casa también se quedó pequeña. El ahorro y el trabajo permitieron a los Goebbels comprar ese mismo año una de las pequeñas casas adosadas típicas de la región, también en la Dahlener Strasse, algo más cerca en dirección al centro de la ciudad. Esta casita «poco vistosa», con el número 140, después el 156, que ha sobrevivido a los agitados tiempos hasta el día de hoy, la consideraba Joseph Goebbels como su casa paterna, pues aquí «despertó» él «a la vida propiamente dicha».14 Esta vida comenzó de manera difícil para Joseph. A corta edad estuvo a punto de morir de una pulmonía «con terribles delirios febriles». Se salvó, pero siguió siendo un «jovencito débil». Poco después del comienzo de siglo Joseph enfermó de osteomielitis, 15 uno de los «acontecimientos determinantes» de su niñez, como él mismo opinaba.16 En la pierna derecha —escribió en sus Erinnerungsblatter [Notas autobiográ-

ficas]—, tras un extenso paseo en familia, se volvió a dejar notar su «vieja dolencia en el pie» con fortísimos dolores. Durante dos años, el médico de cabecera y el masajista se esforzaron por remediar la parálisis de la pierna derecha, que ya parecía estar superada. Sin embargo, entonces tuvieron que comunicar a los desesperados padres que el pie de Joseph sufriría «parálisis de por vida», que no crecería de forma normal y que se convertiría paulatinamente en un pie deforme. Fritz y Katharina Goebbels no se conformaron con eso y acudieron con Joseph incluso

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a profesores de la Universidad de Bonn, lo que bien sabe Dios no era lo más natural del mundo a comienzos de siglo tratándose de un simple empleado. Con todo, incluso a las eminencias sólo les quedaba «encogerse de hombros». Más tarde, cuando ya había cojeado por la vida durante un tiempo con un antiestético aparato ortopédico que debía sostener y mantener recto el pie paralizado, los cirujanos del hospital Maria-Hilf de Mónchengladbach operaron al joven, que ya tenía diez años.17 La intervención no tuvo éxito, de modo que se tuvo que renunciar definitivamente a la esperanza de librar al muchacho del pie contrahecho. La suerte de Joseph Goebbels fue percibida por los devotos padres, y en particular por la madre, como un castigo divino que pesaba sobre la familia, pues en el pensamiento simple y marcadamente católico de la gente se vinculaban a ello oscuras asociaciones. Por este motivo cogía Katharina Goebbels a «su Joselito» de la mano repetidas veces y lo llevaba a la iglesia de Nuestra Señora de Rheydt, donde, arrodillada junto a él, imploraba en voz baja al Señor que le diera fuerzas al niño y alejara el mal de él y de la familia. Por miedo a las habladurías de los vecinos llegó ella a afirmar que la dolencia de Joseph no se debía a una enfermedad, sino a un accidente: no se dio cuenta de que el pie del niño había quedado enganchado en un banco cuando ella lo levantó. 18 Así y todo, al poco tiempo de enfermar, se decía del pequeño Joseph que «había salido distinto a su familia».19 El joven, por su parte, no podía entender la supuesta relación entre su deformidad y las cosas de la fe. Esto, pero sobre todo las hirientes y compasivas miradas de los adultos y las burlas de sus compañeros de juegos, hicieron que el defecto físico le pareciera una anormalidad de su persona, que lo empañaba todo.20 Así, pronto empezó a sentirse inferior, a evitar la calle y a esconderse cada vez más en su pequeña habitación, en el primer piso de la casita situada en la Dáhlener Strasse. Con veintidós años, en una mirada retrospectiva a su juventud, escribió que siempre había pensado que sus camaradas se avergonzaban de él «porque ya no podía correr y saltar como ellos, y entonces en ocasiones le atormentaba su soledad. (...) la idea de que los demás no querían que

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jugara con ellos, de que su aislamiento no se debía sólo a su propia voluntad, eso le hacía sentirse solo.Y no únicamente eso, sino que además le amargaba. Cuando veía que los demás corrían y retozaban y saltaban, entonces murmuraba contra su Dios, que (...) le había hecho eso, entonces odiaba a los demás, porque no eran como él, entonces se reía de su madre, porque aún quería tener consigo a un lisiado así».21 Nada cambió en las dificultades de este muchacho delgado, con apariencia de torpe, con una cabeza desproporcionadamente grande y un pie que se iba atrofiando, cuando en la Pascua de 1904 comenzó a asistir a la escuela primaria, muy cerca de la casa de sus padres. No gustaba a sus compañeros porque era reservado y se aislaba de los demás; a los profesores, porque era testarudo, un «muchacho maduro para su edad», cuya aplicación por otra parte dejaba que desear. Cuando una vez más no había hecho los deberes o cuando simplemente les provocaba, en ocasiones le pegaban. Éste es a buen seguro el motivo por el cual asociaba principalmente malos recuerdos a su etapa de escuela elemental, y sobre todo a los profesores. A uno lo calificó de «vil y sinvergüenza, que nos maltrataba a los niños», a otro de «trolero» que largó «toda clase de tonterías». Sólo le gustaba un profesor que «hablaba con verdadero entusiasmo»,22 pues sabía despertar la imaginación del joven. Cuando tuvo que pasar tres semanas en el hospital como consecuencia de la operación del pie, leía de la mañana a la noche los libros de cuentos que su madrina Christina le había traído «del rico Herbert Beines», uno de sus compañeros de clase. «Mis primeros cuentos (...). Estos libros fueron los primeros que despertaron mi placer por la lectura. A partir de entonces devoraba cualquier letra impresa, incluyendo los periódicos, también la política, sin entender lo más mínimo». 23 Se dedicó con detenimiento a una anticuada edición en dos volúmenes de un diccionario de conversación, el Kleiner Meyer,24 que en su día había adquirido su padre. Pronto comprendió que estaba capacitado para contrarrestar en el terreno del conocimiento su detrimento físico. El sentimiento de su propia inferioridad le llevó a una constante súper compensación. No soportó que nadie «fuera mejor que él en su terreno, pues consideraba a todos los demás lo bastante malos como para

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que quisieran excluirle de su comunidad también intelectualmente.Y esa idea le daba diligencia y energía». Al fin y al cabo, era uno de los mejores de su clase.25 Fritz Goebbels y su mujer, alentados por el deseo de que un día sus hijos tuvieran una vida mejor que la suya, veían con satisfacción que Joseph se aplicara a los estudios. Hicieron todo lo posible por crear las condiciones necesarias para ello. Y no les resultó fácil, pues el ascenso social de la familia acarreaba unos gastos que volvieron a acabar enseguida con la ganancia extraordinaria. Como oficinista, Fritz Goebbels tenía que llevar una impoluta camisa blanca y también diariamente un terso sombrero. Ahora la familia le debía a su posición social el tener un «salón» provisto de sillones de felpa, sofá, aparador, dos cuadros del abuelo y la abuela con marcos dorados y un considerable número de figuritas, aunque el salón sólo se utilizaba en ocasiones muy especiales.26 A pesar de que Fritz Goebbels asentaba cada céntimo gastado en un cuaderno de cuentas azul,27 para repasar al final de mes y ver dónde se podría ahorrar una que otra moneda, los Goebbels tenían que ganar dinero extra trabajando en casa. «Hacíamos mechas torcidas, un trabajo muy laborioso con el que enseguida te empezaban a doler los ojos y la espalda. Mi padre también ayudaba cuando por la tarde volvía de la oficina y había leído el periódico. Por supuesto que este trabajo sólo nos reportaba algunos céntimos. Pero se utilizaba cada céntimo para escalar al siguiente peldaño del ascenso social»;28 los Goebbels padres ponían su principal atención en la buena educación de sus hijos. En el caso de Joseph, el mejor dotado intelectualmente, se daba por supuesto que, al igual que sus dos hermanos Konrad y Hans, asistiría al instituto municipal con bachillerato reformado situado en la Augustastrasse de Rheydt.Antes de que llegara la Pascua de 1908,29 Fritz Goebbels consiguió provocar un cambio en el último certificado de la enseñanza primaria: se redujo el número de faltas debidas a su malformación durante el cuarto y el quinto curso, y todas las notas subieron de «notable» a «sobresaliente». Joseph Goebbels se alegraba de tener la posibilidad de asistir a la escuela superior, sobre todo «porque ahora creía poder triunfar sobre

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sus camaradas, que se reían y burlaban de él». 30 Cuando sus compañeros le insultaban —como él mismo se decía— por su malformación, entonces ellos por su parte tenían también que «aprender a temerle»; él quería aventajar a todos por su rendimiento escolar, y para ello tra bajaba con empeño desde el primer día de clase. Sus compañeros pron to tuvieron que pedirle ayuda. El les dejaba sentir su superioridad y «se alegraba (...) en su interior, pues veía que el camino por el que iba era el correcto».31 Ningún esfuerzo era demasiado para Joseph Goebbels. Destacaba en todo, llegó a ser el mejor, ya fuera en latín, geografía, alemán o mate máticas.32 También en las disciplinas artísticas, educación plástica y música, desarrolló una ambición verdaderamente enfermiza, que se veía intensificada porque su padre se la fomentaba con buenas intenciones. En el año 1909 incluso compraron un piano para este hijo que apren día tan fácilmente. Más de treinta años después Joseph Goebbels le con tó a su ayudante cómo le llamó su padre para revelarle sus intenciones. «Fuimos juntos a verlo. Costaba 300 marcos y por supuesto era de segunda mano y estaba ya bastante desvencijado». Pero al mismo tiempo era «la esencia de la formación y del bienestar, el distintivo de una forma de vida elevada, el símbolo de la burguesía», 33 en cuyo umbral estaban los Goebbels al acabar el primer decenio del siglo. En este piano prac ticaba Joseph Goebbels bajo la estricta vigilancia del padre, siguiendo un ejemplar bastante estropeado de la escuela de música Dammsche Klavierschule. Joseph Goebbels desarrolló unas dotes especiales para el teatro. De niño ya había escrito en casa «tragedias de terror». En las representaciones anuales del colegio impresionaba ahora por su talento interpre tativo. La forma efectista de comunicarse, los gestos y las muecas eran su fuerte. Pero no se lucía sólo en el teatro de aficionados, sino también en la vida diaria; presuntuoso y arrogante, a menudo dejaba de ser él mismo, pues todo estaba calculado para impresionar.34 A veces mentía, contaba embustes, y luego eso le pesaba mucho. Aliviaba su conciencia cuando cogía su devocionario, iba a la iglesia y el sacerdote oía su confesión.35

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Igual de importantes eran para él las clases de religión que impartía el capellán Johannes Mollen, pero siempre le atormentaba la pregunta: «¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera y se burlara de él? ¿Por qué no podía él como los demás amarse a sí mismo y amar la vida? ¿Por qué tenía él que odiar cuando quería y debía amar?». Por eso estaba descontento con su Dios. «A menudo creía que ni siquiera existía».36 Y sin embargo ponía toda su esperanza en él, ya que sólo Dios le permitía tener esperanzas de encontrar también un día reconocimiento y amor. A principios de abril de 1910, el alumno más aventajado de Mollen tomó la primera comunión con el respetado capellán y en compañía de sus compañeros de clase, para los cuales él no era un buen compañero. En el recordatorio que mostraba a María con el niño se citaba el pasaje 3.4. del Cantar de los Cantares: «Encontré al amado de mi alma».37 El estudiante, de trece años de edad, quería dedicar en adelante toda su vida a esta sentencia, con la esperanza de que le hiciera justicia. Soñaba con celebrar un día la sagrada misa como «monseñor» o encabezar en Rheydt la procesión del Corpus con un magnífico traje ceremonial. Los padres apoyaban al joven en su afán de estudiar teología, no sólo por convicción o por razones de prestigio, sino también porque la carrera de teología estaba especialmente indicada, ya que la Iglesia cubría los gastos. Asimismo marcaron al muchacho las opiniones típicas de la época, tales como las que transmitía la clase de historia. «Allí estábamos nosotros sentados y apretábamos los puños y con los ojos centelleantes nos quedábamos colgados de sus labios»,38 escribió Goebbels más tarde en una glorificadora retrospectiva del maestro superior Bartels, en cuyas clases de historia se explicaban las expediciones conquistadoras de Alejandro Magno. Era la historia de las hazañas de grandes hombres que hicieron época, y el macedonio simbolizaba la grandeza que en ese momento la Alemania del emperador se disponía a alcanzar. La decisiva victoria sobre Francia en la guerra de 1870-1871, para la cual el nombre de Sedán se había convertido en un símbolo, representaba el ascenso de la Alemania prusiana. Historiadores como Heinrich vonTreitschke,

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Max Lenz o Erich Marks, del mismo modo que los profesores de historia, veían ahora en la rivalidad con Inglaterra la continuación de ese proceso que poco después llevaría a Alemania a ser una potencia mundial. Justificaban esta postura, tal como correspondía a la época, con las teorías de Darwin, según las cuales la expansión política era la confirmación de la propia vitalidad y al mismo tiempo una misión nacional, que debía servir para extender la propia cultura, a la que se atribuía un valor mayor. Aunque Goebbels creyera que su Señor le había castigado, porque le permitía vivir como lisiado en un mundo que veneraba al prototipo del hombre fuerte, aun así la patria y la fe eran constantes de su pensamiento. A su esperanza en Dios se añadían fantasías que lo alejaban de la realidad. Se las ofrecían los libros a los que dedicaba la mayor parte de su tiempo.39 Con frecuencia se ponía en el papel del héroe que no podía ser en vida. «Entonces no estaba tan resentido por el hecho de no poder andar por ahí jugando como los demás, entonces se alegraba de que también para él, el lisiado, existiera un mundo de placer».40 Empezó a cultivar estas sensaciones, tomó él mismo la pluma y en 1912 escribió su primer poema con motivo del fallecimiento del hijo del empresario Lennartz, que había muerto durante una operación. Joseph Goebbels hizo unos versos al respecto, alentado por la ficción de haber perdido a un «verdadero amigo»: «Aquí estoy yo ante tu féretro, / contemplando tus helados miembros, / tú eras mi amigo, sí, el verdadero / al que en vida cariño yo debí. / Ahora de mi lado has tenido que irte, / dejar la vida que adiós te dice, / dejar el mundo y sus placeres, / dejar la esperanza que fulgura aquí ».41-42 Además de este «típico lamento escolar», como más tarde observó de forma autocrítica, pronto aparecieron poemas de similar afectación que sin embargo respondían plenamente al gusto de la época —como un poema a la primavera—43 en los que expresaba sus emociones. Ahora pensaba a veces que por su actividad de poeta pertenecía al grupo de las personas de excepción, a las que Dios había dotado de un talento especial: «quizás porque Dios le había marcado en el cuerpo».44

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La destreza que poco a poco adquirió en el manejo de la lengua, su interés por la literatura y la lírica se vieron estimulados por su profesor de alemán,Voss. Él consiguió romper el muro de desconfianza quejoseph Goebbels había levantado en torno a sí.Voss también «había tenido que luchar» en su juventud. Quizás por eso —especuló después Goebbels— intentó entenderle. El profesor invitaba al joven impedido a su casa, le recomendaba libros y conversaba con él. «A veces podía parecer que el profesor admiraba a su extraño alumno por su peculiaridad», conjeturaba Goebbels sobre el «primer amigo de su vida», 45 que en su época estudiantil ejerció sobre él «el mayor influjo».46 Voss también prestó su ayuda cuando el padre de Joseph Goebbels ya no pudo costear la matrícula y los otros gastos de la formación de su hijo. Le procuró niños de padres acomodados para que les impartiera clases particulares. «Su profesor había intercedido por él, y de esa forma le recibieron en todas partes con cariño y amabilidad».47 Como correspondía a la marcada necesidad de cariño y reconocimiento que sentía el adolescente, inmediatamente endiosó a la madre —que velaba por él y le mimaba— de uno de los estudiantes que se le habían encomendado. Por primera vez empezó a cuidar su aspecto externo, se hizo algo menos introvertido, a veces incluso desenvuelto. «Y el hecho de que nadie lo supiera, ni siquiera el objeto de su amor, eso le hacía doblemente feliz (...). Cuando yacía despierto en la cama y sus hermanos dormían, entonces él hacía versos, los recitaba en alto y pensaba que ella le oía y le alababa. Ésa era su mayor alegría».48 Con todo, para sus años de juventud siguió siendo determinante el abismo entre la amarga realidad y la existencia ficticia en la que se refugiaba. En ocasiones esto se hacía patente de una manera demasiada brusca, como cuando se dejó olvidados debajo de su pupitre los poemas dedicados a la madre de su alumno y al día siguiente se recitaron delante de toda la clase con alusiones diversas a su malformación.49 De manera no menos catastrófica debió experimentar el joven sus primeros intentos de acercarse al sexo opuesto. El objetivo de sus esfuerzos era precisamente el sueño dorado de su hermano, una tal María LifFers, que también iba al instituto. Cuando él le hizo claras proposiciones y ade-

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más le envió fingidas cartas de amor, el asunto trascendió y se produjo el escándalo. En casa, en donde se habían presentado los padres de la chica, su hermano Hans arremetió contra él con la navaja de afeitar; en el instituto se le negó una beca municipal que Fritz Goebbels había dado por segura. Aunque al padre no le resultó fácil seguir costeando la formación de su hijo, éste, a pesar de su seria falta y a diferencia de sus dos hermanos mayores, debía hacer los tres cursos del instituto reformista en el mismo centro hasta obtener el bachillerato, condición pre via para hacer la carrera de teología. Tras las vacaciones de Semana Santa de 1914,Joseph Goebbels pasó al séptimo curso del instituto. De la «seria pesadilla» que —como escribiría diez años después Hitler en la prisión militar de Landsberg— afectó entonces a la gente «abrasadoramente como un febril calor tropical», 50 no llegó a notar mucho el estudiante adolescente. Pero a buen seguro percibió también las discusiones sobre si llegaría la guerra que había de acabar con las tensiones de la política interior, pues hacía mucho que los nuevos métodos de trabajo mecanizados y las estructuras sociales que se transformaban a la par no encajaban en la ordenación de ese imperio. Contradicciones insalvables y cambios vertiginosos marcaron la época, a la que, según la perspectiva de muchos contemporáneos, venía unido algo demasiado sobrio y racional, «carente de alma» e inspirador de miedo, que parecía pesar sombríamente sobre la época. Por este motivo la mayoría sentía la guerra que se cernía como una solución a todo ello. Cuando el 28 de junio cayeron en Sarajevo los disparos sobre el sucesor al trono austríaco, el archiduque Francisco Fernando, y poco después con las movilizaciones se ponía en marcha un mecanismo imparable y fatal, cuando en las pequeñas ciudades industriales del Bajo Rin, como en todo el resto del imperio, la gente se abandonaba con entu siasmo a la guerra, Joseph Goebbels unía su voz al coro patriótico, que ya veía desfilar a las tropas del emperador por los Campos Elíseos de la capital francesa: esto parecía la realización de lo que él había aprendi do en las clases de historia, de lo que el capellán había predicado desde el pulpito y de lo que la pequeña burguesía, de donde él procedía, había propagado entusiásticamente.

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La vivencia común de aquellos días no dejó de surtir efecto sobre el joven Goebbels, pues a sus diecisésis años la guerra entrañaba para él la esperanza de un futuro mejor. Desde la niñez había deseado «integrarse», y ahora por fin experimentaba la sensación de solidaridad, que proporcionaba protección, cuando a principios de agosto, tras las movilizaciones, se encontraba entre la multitud y vitoreaba a los hermanados por la marcha al compás; en ese momento nadie prestó atención a su malformación.Tenía la misma sensación que durante la misa salvo que no estaba arrodillado en la iglesia, sino de pie al borde la calle, y en lugar del «alabado sea el Señor» entonaba el Alemania, Alemania por encima de todo.

A él le habría gustado estar entre aquellos que, como su hermano mayor Hans, su compañero de clase Fritz Prang o un tal Richard Flisges, al que acababa de conocer, entraron inmediatamente en campaña por la patria, pues —como escribió en una redacción— «el soldado que se marcha a la guerra por su mujer y sus hijos, por su hogar y su casa, por su tierra y su patria, para entregar su tierna y joven vida, presta a la patria el servicio más ilustre y honroso».51 Pero la malformación tantas veces maldecida por él le degradó una vez más a la categoría de marginado, situación en la que nada pudo cambiar «el certificado de aptitud científica para el servicio voluntario anual»52 que se había hecho expedir durante esa misma Pascua. Quizás para no verse confrontado constantemente con este déficit, Joseph Goebbels, que el primer invierno de la guerra había hecho durante algunas semanas una especie de prestación sustitutoria en el banco imperial, se interesaba poco por el transcurso detallado de las operaciones militares. Se conformaba, en su lugar, con una información general sobre si las cosas iban bien o menos bien en los frentes, pues de todos modos no podían ir mal. Puesto que no era sólo el valiente ejército el que conducía a la «victoria definitiva», como escribió en otra redacción escolar,53 veía entonces que su contribución radicaba en militar en la «diligente tropa» de los no menos imprescindibles «no combatientes». Tal como requerían los carteles fijados en muchas partes con las indicaciones de la comandancia general para la población civil, estaba muy atento a los sospe-

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chosos en el frente de la patria, y se mostró especialmente solícito cuando el director de la escuela encargó empaquetar los «donativos de Navidad» de la ciudad de Rheydt para sus hijos en campaña y poner les las direcciones. 54 De esta forma Joseph Goebbels había encontrado una tarea que en esos días le dio sensación de pertenencia, aunque no pudiera estar «en el frente». Ahora también se estaba abriendo más a sus compañeros de clase y se hizo amigo de Hubert Hompesch y de Willy Zilles. Cuando fueron llamados a filas, les escribía con regularidad las novedades de la patria, en particular de la escuela, donde las clases superiores empezaban a vaciarse cada vez más. Ellos a su vez le informaban entusiásticamente a él, «el habitante de la selva virgen (...) en el lejano noroeste», 55 de sus experiencias en el ejército. Mil veces más le gustaba su vida actual que la anterior etapa estudiantil, escribió eJ fusilero —envidiado por Joseph Goeb bels—Willy Zilles,56 que como todos los «grises de campaña»57 soñaba con volver algún día a casa como un héroe con la Cruz de Hierro. La euforia nacional, que había invadido sobre todo a la joven generación, ocultó también la procedencia de Joseph Goebbels, que en tiempos de paz seguramente le habría causado más problemas que ahora en la guerra al hijo casi adulto del «proletario de cuello alto» en el grado superior del instituto, entre los hijos de comerciantes, funcionarios y médicos.Y no sólo eso, sino que también por ese motivo pudo madurar en el joven la visión de una «verdadera comunidad popular», a la que pertenecía, al igual que los ricos, la «gente sencilla», entre la que sin embargo él mismo ya no se contaba por sus sobresalientes resultados escolares. «Nunca —escribió en julio de 1915 a Willy Zilles, que se encontraba a la sazón en un hospital militar de Silesia— podría estar de acuerdo con la exclamación de Horacio odi profanum vulgus (odio al vulgo ignorante)». En lugar de eso, quería dejarse guiar por una sentencia del escritor Wilhelm Raabe, que comprendió al pueblo como ningún otro. Entendía su «presta atención a las callejuelas» 58 como un viraje hacia el pueblo, sin olvidar por ello «nuestra elevada tarea», la «aspiración hacia arriba» que resuena en las palabras de Raabe «alza la vista a las estrellas».59

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Raabe era para él, a diferencia de Gottfried Keller o Theodor Storm, a los que valoraba mucho además de los clásicos, 60 un «brillante modelo»,61 sobre todo porque, en opinión de Goebbels, el poeta había creado en el citado viejo Ulex de la novela La gente del bosque el «prototipo del idealista y soñador alemán».62 Puesto que Goebbels creía reconocerse tanto en el héroe como en su creador, escribió sobre este último y su visión de una comunidad popular alemana que Raabe siempre había mirado hacia arriba en su vida: «Así pudo soportar la postergación durante años sin perder su buen humor ni su ánimo vital, apreciado sólo por pocos amigos, subestimado casi por toda Alemania, pero convencido de su elevado oficio. Así siguió luchando, si no para sus coetáneos, sí para una generación posterior. ¿Somos nosotros esa generación?».63 Puesto que al Joseph Goebbels de la pequeña casa en la Dahlener Strasse la guerra parecía reportarle un mundo mejor o, en cualquier caso, una parte de lo que hasta ahora le había sido negado, terminó por entenderla como expresión de la actuación divina. Esto lo reflejan las ardientes redacciones que escribió en los primeros meses de la guerra durante las clases de alemán conVoss.64 Allí citaba las viejas melodías de las guerras de independencia, la de «Dios, que hizo crecer el hierro», evocaba los mitos de tiempos remotos, cuando los antepasados de los que emprendían el asalto en Langemarck «iban a la batalla con cantos y gritos de júbilo». La muerte anónima en el campo de batalla le parecía a él, que se había quedado en casa, «hermosa y honorable», era glorificada como un acto sagrado, como una víctima en el «altar de la patria», una víctima como había sido en su día Cristo en el Gólgota por mor de la humanidad. Religión y patriotismo parecían fundirse en la concepción del mundo de Joseph Goebbels. Entre sus profesores —a excepción de Voss y de Bartels, que acababa de ser condecorado con la Cruz de Hierro— creía percibir un «escaqueo general», y precisamente el capellán Mollen no compartía el entusiasmo patriótico. Antes de agosto de 1914 ya se había mostrado pesimista y había hecho ver a sus alumnos los horrores de lo que se aproximaba.65 Puesto que siguió hablando en contra del espíritu de la época,

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Joseph Goebbels adoptó con respecto a él una actitud cada vez más escéptica, aunque sin cuestionar por ello su autoridad de un modo general. Sin embargo, el estudiante pronto tuvo que comprobar que las advertencias de Mollen tenían su razón de ser; en el instituto de la Augustastrasse siempre había que lamentar la «muerte heroica» de un «antiguo alumno» por el emperador y por la patria. En vista de las bajas, en casa de los Goebbels no se afrontó el llamamiento a filas de Konrad para el 1 de agosto de 191566 con el entusiasmo sin reservas del año anterior, sino más bien con sentimientos encontrados. Por una parte estaba el orgullo de que ahora él también pudiera ir a la guerra por Alemania con el uniforme del emperador, por otra parte el horror de lo que posiblemente le amenazaba. Una preocupación adicional supuso para la familia en otoño de 1915 una enfermedad de Elisabeth. El Día de los Difuntos la preocupación se convirtió en dolor. La tisis, como se acostumbraba a llamar entonces a la tuberculosis pulmonar, se había cobrado la vida de la muchacha. Joseph y Fritz Goebbels rezaron el padrenuestro67 junto a su cama, y el maestro superiorVoss, que había sido reclutado provisionalmente para el servicio militar en Aquisgrán, escribió a su talentoso pupilo que en esos días no había prácticamente nadie «que no pierda a un ser querido (...), y así tenemos que consolarnos los unos a los otros y mantener la cabeza alta, pues todavía no hemos acabado, y no sabemos lo que aún tendremos que soportar hasta que llegue por fin la gran hora feliz de la paz».68 Al dolor por la muerte de su hermana menor, que también puso en verso, se sumaría a comienzos del verano del año siguiente la tormentosa preocupación por la vida de su hermano Hans, que estaba combatiendo en el escenario bélico occidental y del que no se habían tenido señales de vida desde hacía semanas.69 A ello se añadía la ya de por sí triste vida diaria, agravada siempre por la prolongación de la guerra. En la «escuela», donde sólo quedaban unos pocos en las clases superiores y le faltaban los compañeros con los que hablar, los temas de las redacciones sólo giraban ya en torno a la pregunta: «¿Por qué debemos'

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queremos y vamos a ganar?».Voss, que ya había regresado, volvía a hacer escribir ahora sobre la fuerza de la esperanza, de la cual Joseph Goebbels pensaba que era «la que nos permite soportar esta violenta época llena de sangre y lágrimas», para luego citar la obra de Uhland: «Oh, pobre corazón, olvida el tormento, pronto cambiará todo, todo».70 Aunque los Goebbels de la Dahlener Strasse recibieron la tranquilizadora noticia de que Hans se encontraba sano y salvo en cautiverio francés, a Joseph le había quedado poco de la euforia inicial. Las noticias sobre las victorias alemanas, que sin embargo nunca conducían a la victoria, le habían dejado claro que aún había que recorrer un largo y difícil camino antes de que se produjera el desenlace y se hicieran realidad las expectativas y esperanzas ligadas a él. Las cartas que recibía ahora de sus compañeros en campaña parecían corroborarlo. La retórica demasiado enfática había dado paso a los sobrios relatos de la vida llena de privaciones, que seguía estando marcada por una estricta noción del deber para con la patria, como por ejemplo cuando su compañero de clase, el suboficial Hompesch, le escribió que prefería resistir «hasta el final» antes de que «el enemigo penetre en el territorio interior, antes de poner en peligro a nuestras familias en casa, todos nuestros bienes en la patria».71 Poco a poco los remitentes de las cartas se iban distanciando, pues vivían en mundos demasiado distintos. A ello también había contribuido en buena medida la primera relación amorosa entre Goebbels y una chica de la vecina Rheindahlen,72 que comenzó a partir de Pascua de 1916, al tiempo del «infierno deVerdún». Lene Krage, como se llamaba, si bien no era «inteligente», era muy guapa para sus años.73 Al principio de conocerse en la Gartenstrasse de Rheydt, él era, como más tarde escribió, «la persona más feliz de la tierra», pues apenas podía concebir que él, «el pobre lisiado (...) hubiera besado a la chica más hermosa». Lene, por su parte, admiraba a su «chico del alma» por su inteligencia: «¡Qué pequeña soy yo en comparación contigo (...)! Y es que tú me pareces digno de adoración. Podría llegar a deificarte», escribió ella en una de sus muchas cartas.74 Él, sin embargo, pronto empezó a preguntarse cómo podía amar a una chica a la que consideraba tonta,

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y llegó a la conclusión de que «este amor, por inocente que fuera, tenía un no sé qué de impureza».75 Su «oscuro» deseo, según creía, sólo orientado al instinto, a la sexualidad en resumidas cuentas, lo consideraba reprobable, pues para él era ante todo la tentación del mal. Por eso «luchaba contra el sexo» y acababa creyendo que estaba enfermo porque amenazaba con salir derrotado en esta batalla. Cuando por la noche se ocultó con Lene Krage en el parque imperial de Rheydt y ella se convirtió en una «mujer amante», la había perdido definitivamente, y con ella su buena conciencia. En marzo de 1917, año de hambre, Joseph Goebbels sacó el bachillerato. Su certificado de bachiller, al igual que los certificados anteriores, era digno de ver. «Sobresaliente» en religión, alemán y latín; «notable» en griego, francés, historia, geografía e incluso en física y matemáticas, asignaturas para las que no tenía «talento ninguno», según él mismo manifestó. Con esto quedaba libre del «oral» y, puesto que había escrito la mejor redacción en alemán, tuvo la ocasión de pronunciar el discurso de despedida de su promoción, de estructura perfecta y que aún excedía el espíritu de la época, marcado ya de por sí por un patriotismo exageradamente patético. Lo que el débil Joseph Goebbels expuso aquel 21 de marzo76 en el salón de actos, detrás de la cátedra, ante el claustro de profesores, la dirección del centro y los estudiantes, contenía todas aquellas ideas que caracterizaban la cosmovisión de su generación, que él había interiorizado de manera especial. Con voz emocionada recordó a los oyentes que ellos «son los miembros de esa gran Alemania en la que todo el mundo tiene fijada la vista con miedo y admiración». Entonces apeló a la «misión global» del pueblo «de poetas y pensadores», que ahora tenía que demostrar «que es más que eso, que lleva inherente la legitimación de ser la líder política e intelectual del mundo». Habló marcialmente de Bismarck, el hombre «tan duro como el acero y el hierro», de «nuestro emperador», que ha desenvainado la espada «sin turbarse, contra Dios y el mundo».Todo culminó al final en una exaltación divina: «Y tú Alemania, poderosa patria, tú tierra sagrada de nuestros padres, mantente firme, firme en el peligro y en la muerte. Tú has demostrado tu heroísmo y saldrás asimismo victoriosa

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de la batalla final (...). No tememos por ti. Confiamos en el Dios eterno, que quiere que la justicia sea vencedora, en cuya mano está el futuro. (...) Dios bendiga a la patria».77 Parece ser que tras este discurso el director del colegio le dio unas palmaditas en el hombro y le dijo que por desgracia no había nacido para orador.78 Pero Joseph Goebbels no se había propuesto ser orador, y tampoco quería ya predicar desde el pulpito. Para decepción de sus padres, había desechado desde hacía tiempo su plan de estudiar teología.Ya en 1915Voss le había aconsejado estudiar entre otras cosas alemán, y a modo de complemento aprender neerlandés. Seguramente con vistas a futuras anexiones, Voss pensaba entonces que por este camino su alumno podría hacer las oposiciones tras la guerra «en muy poco tiempo». Aunque Joseph Goebbels había progresado ya mucho en el aprendizaje de la lengua neerlandesa, 79 gracias a que pasó algunas vacaciones cerca de Aquisgrán, donde había crecido su madre, él estaba pensando de manera transitoria en la carrera de medicina, de lo que sin embargo Voss volvió a disuadirle. A instancias de él acabó decidiéndose por filología clásica, germanística e historia. La tan «deseada hora que nos libera» ya había llegado. Pero lo cierto es que no se presentó bajo el aspecto en que la había celebrado Goebbels en su discurso del bachillerato. Ni tenía el mundo ante sus ojos con el «joven y fresco arrebol matutino del primer día de mayo», ni había una razón para mirar «con ojos embriagados toda la hermosura y toda la felicidad de la tierra» y exclamar de júbilo «con toda magnificencia»: «¡Oh mundo, oh mundo hermoso, apenas se te ve entre tantas flores!». Detrás del lema que Goebbels y el resto de bachilleres dieron a la ceremonia «con obstinado optimismo»,80 se escondían sueños rebosantes nacidos de la necesidad, anhelos, después de tres años de guerra llenos de privaciones, también para la población civil. Así y todo, cuando en estos tiempos difíciles Fritz Goebbels se atrevía a pensar en otra cosa para su hijo que no fuera la carrera de teología, eso se debía a que el cabeza de familia había ascendido a contable de la fábrica de mechas Lennartz y ganaba unos cuantos marcos más.

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Con la modesta ayuda del padre y los ahorros de las clases particulares saldría adelante, esperaba Joseph Goebbels, hasta que tras la esperada victoria de Alemania en la guerra mundial se mejoraran también para él las cosas de manera decisiva.

Capítulo 2 CAOS EN MÍ (1917-1921)

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acia nuevos horizontes para la familia partía en abril de 1917 este joven soñador, con un profundo complejo de inferioridad y un impetuoso deseo de reconocimiento y protección. Por una parte le llenaba de orgullo poder estudiar, siendo hijo de un pequeño empleado, con la élite de la juventud alemana; por otra parte, también tenía algo de miedo, pues no sabía cómo le recibirían los compañeros, a él, el lisiado. Por eso probablemente el día de primavera en que dejó la casa paterna y a su novia Lene Krage para inscribirse en la Universidad de Bonn le pareció «áspero y frío».1 Joseph Goebbels se instaló en una modesta habitación amueblada de la Koblenzer Strasse, y, como todo recién llegado, se familiarizó con la capital imperial y su alma máter, en la que, a pesar de los malos tiempos, la vida estudiantil seguía su ritmo tradicional. Predominaban las agrupaciones y asociaciones de estudiantes, que llevaban los colores heráldicos y a quienes, pese a todas las diferencias, unía la profunda veneración por el emperador y el amor a la patria. Y, como es natural, el joven estudiante buscó compañía allí inmediatamente, fascinado por la tan celebrada suntuosidad de las corporaciones de estudiantes. Siguiendo el consejo de su antiguo profesor de religión, el capellán Mollen, poco después de comenzar el semestre se unió a la asociación católica de estudiantes Unitas Sigfridia, donde su procedencia pequeñoburguesa desempeñaba un papel menos importante que en otras corporaciones elitistas.2 En el círculo de miembros de la asociación se puso aho-

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ra el nombre de «Ulex». Según él mismo manifestó, lo había elegido porque le gustaba mucho una novela de Raabe en la que el héroe llevaba este nombre, «un viejo idealista alemán, profundo y soñador, como somos todos los alemanes, a pesar de toda la industria y las corrientes materialistas de la época».3 En la corporación de Bonn, fuertemente diezmada por los llamamientos a filas y los avisos para los voluntarios de guerra, Joseph Goebbels encontró una sustitución de su casa paterna, y en el estudiante de derecho Karl Heinz Kólsch, llamado «Pille», al que cogió de inmediato gran cariño, a un buen camarada. Desde entonces, el «principiante» luchó a su lado incansablemente —quizás también para compensar su ineptitud para la guerra— por la cohesión de la asociación católica. Sabía lucirse de manera especial en los actos de la Unitas Sigfridia, casi siempre organizados por él mismo, que tenían como objetivo contribuir a la edificación patriótica y al fortalecimiento de la fe. Así, poco después de su ingreso, el 24 de junio de 1917, pronunció durante una fiesta de la asociación una conferencia sobre Wilhelm Raabe que resultó muy elogiada.4 En otra ocasión habló sobre arte religioso, y, según el juicio de un conocido profesor de Bonn, ésa fue la mejor ponencia que había escuchado nunca de un estudiante. 5 De manera muy similar se expresó también cuarenta años después el capellán Mollen, que a instancias de su antiguo alumno fue a Bonn para pronunciar ante los «Sigfridos» una conferencia sobre historia eclesiástica. El hecho de que —según Mollen— aún tras largo tiempo guardara un agradable recuerdo de aquella interesante tarde se explica por la alegría tan especial que le había dado su antiguo alumno con su viva participación.6 La «vida unitaria» comportaba, incluso en esos tiempos de guerra, importantes francachelas. Requerían dinero, de manera que Joseph Goebbels pronto tuvo la certeza de que los recursos que había traído —aquellos que había podido ahorrar en casa— no serían suficientes ni siquiera para un semestre, aun conformándose con la vida más moderada y el estómago a menudo vacío. Nada podían cambiar en eso los ingresos extras de las mal pagadas clases particulares que daba a los hijos de funcionarios acomodados de la capital renana. La notificación del

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llamamiento al servicio militar auxiliar 7 le libró finalmente de la lamentable situación de tener que abandonar antes de tiempo la universidad por razones económicas. Con pagarés y cuentas pendientes en el equi paje, en junio de 1917 volvió amargado a la casa de sus padres, en Rheydt. En casa,Joseph Goebbels volvió a refugiarse por de pronto en su mundo de ensueños, que se inventó bajo el título de Los que aman el sol,8 antes de que, en lugar de las ilusiones sobre «amor, vida y felicidad, cosas que forman un conjunto, como el aire y el agua», llegara el sobrio servicio como soldado de oficina en la institución de socorro patrióti ca. Puesto que los superiores no sabían muy bien qué hacer con este hombre cojo y débil, de aspecto tan poco soldadesco, pronto le volvieron a mandar a casa. Allí completó el «relato» que había empezado y escribió un segundo al que dio el título de Soy un escolar errante, un tipo desordenado...9 Esta obra, dedicada a su «querido compañero de fatigas Karl Heinz Kólsch», trataba de la regalada vida estudiantil, del amor y de la muerte. Poco después tildaba ambos trabajos, siendo muy crítico consigo mismo, de «sentimentalismo hinchado» y de ser «apenas sopor tables», después de que le fueran devueltos por el periódico de Colo nia Kólnische Zeitung, adonde los había enviado pidiendo que los publicaran.10 Más importante para Joseph Goebbels debió de ser la previsión para el siguiente semestre de invierno en Bonn. De nuevo fue el cape llán Mollen quien sabía qué había que hacer. Siguiendo su consejo, a principios de septiembre de 1917 presentó una solicitud para una beca de estudios en la venerable asociación católica de Alberto Magno de Colonia. Escribió que su padre ocupaba un cargo de contable y que él no podía pretender hacer uso de los exiguos fondos que le quedaban libres de su salario, dado el encarecimiento de la vida actual. Apelando al patriotismo del destinatario, Goebbels indicó que esos fondos ser vían más que nada para apoyar a sus dos hermanos, de los cuales el mayor estaba en el escenario bélico occidental, mientras que el menor se encontraba en cautiverio francés; él había quedado exento del servicio mili tar debido a una dolencia en el pie. Puesto que quería continuar sus estudios, «dependía completamente de la caridad de mis correligionarios católicos». 11 Se necesitaron todavía algunas cartas y documentos

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del solicitante, así como la declaración por escrito del capellán de que éste procedía de «honrados padres católicos» y merecía la mejor recomendación «por su comportamiento religioso y moral», 12 para que la asociación de Alberto Magno se mostrara caritativa. A principios de octubre, justo a tiempo por tratarse del comienzo del semestre de invierno, se concedió a Joseph Goebbels un préstamo por valor de 180 marcos. Esta suma y los 780 marcos que se le pagarían durante los cinco semestres siguientes nunca se habrían concedido si la asociación de Alberto Magno hubiera adivinado que no sería hasta 1930 cuando, obligado por varios procesos y embargos, el futuro jefe del distrito berlinés reintegraría 400 marcos en un pago a plazos.13 De vuelta en Bonn, en las postrimerías de un otoño en el que la revolución bolchevique permitía confiar en un pronto final de la guerra al menos en el Este, Goebbels volvió a asumir al lado de «Pille» Kólsch el papel de estudiante corporativo. En el informe de la asociación escribió sobre «grandes tabernas idóneas» que «dirigían como presidentes» y que en parte habían tenido una «evolución espléndida».También se hablaba de «amenos viajes a la ancha y hermosa campiña alemana, que la asociación de estudiantes emprende casi todos los sábados y domingos».14 Un momento importante en la vida de los Sigfridos de Bonn era la asistencia al aniversario de la fundación de la Unitas en Frankfurt. El exaltado Goebbels llegó con el uniforme de gala y las simbólicas espadas y se mostró decepcionado cuando sus homólogos de Frankfurt le explicaron que, debido al rigor de los tiempos y en vista del gran número de caídos procedentes de la asociación Unitas, esta vez se iba a renunciar a los viejos ritos estudiantiles habituales otras veces. Parece, sin embargo, que a Goebbels esto no le conmovió mucho; esa misma tarde escribió en el cancionero a un «viejo señor» de Frankfurt: «A quien no le gusta el vino, la mujer y el canto, toda su vida será un mentecato».15 Fiel a este lema, Joseph Goebbels se enamoró de la hermana menor de Kólsch, Agnes, a la que había conocido en una visita a la casa paterna de, su compañero en Werl. El hombre enjuto, de aspecto simpático y voz sonora fue recibido allí cordialmente. El estilo de vida liberal de

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la familia, la amabilidad de la señora de la casa, que se complacía en considerarse su «mamá número dos», 16 pero sobre todo su hija Agnes, le habían encantado. 17 Durante la segunda mitad del semestre de invierno, Goebbels pasó casi más tiempo en Werl que en la Universidad de Bonn.Allí compartía entretanto la habitación con «Pille» Kólsch. Cuando éste se decidió, en la primavera de 1918, a continuar sus estudios en Friburgo, Goebbels siguió a su «ideal» a la lejana, pequeña ciudad universitaria situada al pie de la Selva Negra. No sólo Agnes Kólsch, sino también los Sigfridos lamentaron profundamente la marcha de los dos. En los informes de la Unitas se dice acerca de ambos: «Con una energía incansable llevaron firmemente en sus manos las riendas de la asociación, supieron animar a los miembros para que siguieran implicándose siempre y fomentar una próspera vida social durante el tiempo de su actuación conjunta». La continuación del informe muestra en qué medida Goebbels hizo gala de un risueño carácter estudiantil: «Gracias a su sociabilidad y a su radiante humor han sabido ganarse a muchos nuevos miembros para la asociación (...). En la taberna donde se les despidió, en Rómlinghoven, se pudo ver por el gran número de los allí presentes (...) cuántos corazones habían conquistado de un golpe en los dos semestres (...). En ese mismo lugar se les dio las gracias por todo el tiempo y esfuerzo que habían sacrificado por la causa de la asociación, y se les prometió que su recuerdo siem pre estaría arraigado en nosotros». 18 En mayo de 1918 —en ese mismo momento se paralizaba la última gran ofensiva del ejército imperial que debía traer el desenlace en el Oeste—Joseph Goebbels viajó a Friburgo. «Un viaje maravilloso por todo el sur. Llegada a las seis. Kólsch me da un abrazo.Vivo con él. Calle Breisacher Strasse». 19 Al margen de la carrera, volvió a comprometerse enseguida enérgicamente junto con su compañero en la asociación de la Unitas.20 Sin embargo, su amistad pronto se iba a romper. El de Werl se había hecho amigo de la estudiante de derecho y economía política Anka Stalherm. Durante las clases del arqueólogo Thiersch sobre la vida y obra de Winckelmann, ella le llamó la atención a Goebbels, y cuando Kólsch se la presentó quedó igualmente entusiasmado. Desde ese

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momento todo su interés se dirigía a la joven mujer, que tenía una «boca de auténtico ensueño» y un «pelo rubio tirando a castaño que caía en pesados bucles sobre el maravilloso cuello».21 Poco a poco se fueron conociendo. «Anka y yo siempre nos sonreímos». El pobretón y la hija de la rica familia de Recklinghausen formaron finalmente una pareja. «En mí se ha producido una satisfacción sin medida».22 Entre Kólsch y Goebbels se produjeron como consecuencia «horribles escenas», y la decepcionada Agnes Kólsch se indignó desde su lejanía, porque «por desgracia lo había estimado demasiado, juzgándolo demasiado noble y maduro». Su «que te vaya bien, no ha podido ser»23 le preocupó poco a Goebbels. El amor por Anka Stalherm le hizo olvidar al «pobre diablo», como él mismo se designaba, el final de su amistad con los Kólsch, su eterna escasez de dinero e incluso su pie tullido. Seis años después escribió sobre ese semestre de verano en Friburgo que quizás fue la época más feliz de su vida. Sólo el ataque nocturno de los biplanos franceses sobre la pequeña ciudad universitaria que dormía le volvió a recordar que todavía no había acabado la guerra.24 Eso tampoco preocupaba a los dos enamorados cuando hacia el final del semestre de verano tuvieron que separarse. Anka Stalherm viajó a Recklinghausen, a la casa de sus padres, y también Joseph Goebbels tuvo que levantar su campamento en Friburgo, pues él solo apenas habría podido arreglárselas. Lo que se llevó de allí cuando el 4 de agosto de 1918 partió en dirección a su casa fue la conclusión —a la que había llegado después de dos semestres y también por su relación con la acomodada Anka Stalherm— de que como hijo de la alma máter se encontraba en una elevada capa social, «pero yo era en ella un paria, un proscrito, sólo un extranjero con deportación suspendida, no porque yo rindiera menos que los demás o fuera menos listo, sino sólo porque me faltaba el dinero que al resto les procuraba abundantemente el bolsillo de sus padres».25 La injusticia que veía en ello inspiró a Joseph Goebbels un drama que había concebido y empezado mientras todavía estaba en Friburgo; en casa, en Rheydt, se retiró a su habitación y trabajó en ello como un poseso. En largas cartas diarias informaba al respecto a Anka Stalherm,

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que, según creía, era la que le daba las fuerzas .Ya el 21 de agosto le pudo comunicar que había puesto punto final a su Judas Iscariote, la «tragedia bíblica».26 Ésta le debía «contar a ella todo lo que en este momento atraviesa mi desbordado corazón». 27 En más de 100 páginas, escritas con pequeña e inclinada letra de Sütterlin, 28 Anka Stalherm, a la que él le había mandado el manuscrito inmediatamente, leyó la historia de Judas, el «marginado» y «soñador» que quiere seguir a aquel del que cree que funda un «reino nuevo, casi infinito». Cuando Judas se hace discípulo de Jesús, comprueba para decepción suya que el reino de su Padre no es de este mundo: «Y entonces, en ese momento, soplar a un pueblo oprimido piadosas sentencias al oído, hablar del reino en otros mundos que es gloria sin fin y sin límites, eso marca mi pequeña cabeza y espíritu»,29 hace decir Goebbels a su héroe sobre Cristo. Aquél acaba por traicionar a su maestro, para hacer realidad por sí mismo, en lugar de Jesús, el reino de Dios en este mundo. Tras este hecho queda patente para Judas toda la tragedia de su actuación, que sólo debía haber servi do para conseguir un mundo justo. «Y aun así el cielo es mi testigo de que Judas no se convirtió en traidor por dinero». 30 Finalmente, a Judas sólo le queda redimirse de la culpa mediante el suicidio. Este escrito, surgido bajo el influjo de la lectura de Así habló Zaratustra, de Nietzsche,31 que refleja las dudas de Goebbels no tanto sobre la existencia de Dios, sino sobre la premisa de que la anhelada justicia podía nacer de la fe católica, encontró réplica. Procedía del capellán Mollen, que había tenido conocimiento del trabajo de Goebbels y que por eso le había pedido que fuera a hablar con él. Puesto que Goebbels adivinaba lo que le esperaba, se alentó escribiendo a Anka Stalherm que iba a «cantar las cuarenta» a Mollen. 32 Sin embargo, el encuentro transcurrió de manera muy distinta. Su respeto ante el eclesiástico le obli gó a controlarse extraordinariamente cuando éste aludió a lo «nocivo» de su creación literaria. «Imagínate, la exigencia de la Iglesia llega tan lejos que incluso estoy obligado a destruir mi propio ejemplar en un limitado espacio de tiempo», escribió a Recklinghausen y le indicó a su destinataria que habría roto su Judas en cien pedazos si lo hubiera tenido a mano.33 Así se echó tierra a la esperanza —alimentada por los

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ánimos del antiguo profesor de alemán Voss— de encontrar un editor para su Judas Iscariote, pues no quería «romper bajo ningún concepto con la fe y la religión de mi niñez».34 De que, sin embargo, lo hiciera pronto se iban a encargar acontecimientos que arruinaron la visión del mundo de Joseph Goebbels. No sólo se perdió la guerra de manera completamente inesperada para él, sino que se desvanecieron de repente sus expectativas vinculadas a un resultado victorioso. El 11 de noviembre de 1918, el político de centro Matthias Erzberger, que estaba al frente de la delegación alemana en lugar de un militar del tercer Alto Mando del Ejército, firmó en un vagón de tren en el bosque de Compiégne, a unos cuantos kilómetros al noreste de París, un armisticio que equivalía a una capitulación. El hecho de que en aquel momento todavía se hablara de victoria, de que nunca había caído un tiro en suelo alemán, antes bien, que el ejército alemán había vencido en el Este y había penetrado mucho en el territorio enemigo en el Oeste, hizo que este proceso resultara difícilmente comprensible para muchas personas en Alemania. Y todavía menos explicable era lo que ocurría ahora en el interior del imperio. Nada había quedado de la unidad que al comienzo de la guerra había jurado Guillermo II con la fórmula de que no conocía ya más partidos, sino sólo alemanes. Este emperador abdicó el 11 de noviembre de 1918.Ya durante los días anteriores se habían sublevado los marineros en las costas. En Alemania se habían constituido por todas partes —también en la ciudad natal de Goebbels, Rheydt— consejos de obreros y soldados. El 9 de noviembre, en Berlín, el socialdemócrata Scheidemann había proclamado la república, y poco después el líder de los espartaquistas, Liebknecht, proclamó la «libre república socialista». Joseph Goebbels vivió estos días en Wurtzburgo, ciudad imperial y universitaria situada en Franconia del Meno, donde él y Anka Stalherm continuaron sus estudios desde finales de septiembre y pasaron un «magnífico otoño». En sus Erinnerungsbldtter anotó: «Revolución. Repugnancia. Regreso de las tropas. Anka llora». 35 Al principio él minimizó los acontecimientos, calificándolos como el desenfreno de una «masa ciega y tosca», que algún día volvería a necesitar de seguro «una men-

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te directora».36 En una carta del 13 de noviembre preguntó a Fritz Prang, su viejo compañero de clase de Rheydt: «¿No crees tú también que vuelve la hora en la que de nuevo hay que recurrir al espíritu y a la fuerza en medio de la confusión de la masa vulgar e indiferente? Esperemos esa hora y no dejemos de armarnos para esta lucha con una persistente instrucción intelectual. Es duro tener que vivir estos difíciles momentos de nuestra patria, pero quién sabe si no vamos a sacar provecho de ello. Creo que Alemania ha perdido la guerra, y sin embargo ha sido ganada para nuestra patria. Cuando el vino fermenta, salen a la superficie todos los elementos malos, pero son retirados y sólo queda algo exquisito».37 Joseph Goebbels no podía entender las causas. Los años de la guerra, los años de la solidaridad nacional con la que él había crecido, no le habían permitido ver que las conmociones actuales eran en buena medida el resultado de un proceso que había comenzado ya con la industrialización mucho antes del fin de siglo. Al igual que los jóvenes soldados en las «tormentas de acero», el del «frente de la patria» no había conocido otra cosa que aquella forma de convivencia de un patriotismo exagerado. Tanto más chocante fue para él el desmoronamiento de esta visión engañosa cuanto que realmente había creído en la «verdadera comunidad popular». Joseph Goebbels, que en la Universidad Julius Maximilian de Wurtzburgo asistía a las clases de historia antigua con el nacionalista Julius Kaerst y de germanística con Hubert Roetteken,38 reaccionó a los acontecimientos como la mayor parte de su generación, de acuerdo con un impulso destructivo de su persona, o incluso con mayor violencia; estaba desesperado cuando sus coetáneos sólo sentían malestar. Así pues, tenía que reaccionar con más exageración y radicalismo al «destino alemán», que poco a poco parecía confundirse con el suyo propio. Se trataba principalmente —pensaba en esos días— de aprender y después hacerlo mejor; ésa era la lección de esta guerra. «Si viviera, querría vivir, aprender y renacer con Alemania, si no a nivel político, sí a nivel moral», escribió Goebbels en su búsqueda del sentido de la guerra mundial, cuya hipotética esencia quería hallar.39

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Sin embargo, lo primero que tuvo que reconocer fue que su interpretación de los acontecimientos de noviembre de 1918 había resultado ser a todas luces insuficiente. No aparecieron las fuerzas autorreguladoras por las que había apostado en la carta a Fritz Prang. En su lugar parecía confirmarse el lema de futuro «viva la anarquía», propagado cínicamente en la carta de respuesta de su amigo, que estaba bajo la impresión de la «muerte heroica» de su hermano.40 En efecto, desde el 4 de enero de 1919 luchaban los espartaquistas de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo contra aquellos que se declaraban partidarios de la Asamblea Nacional y, por ende, del parlamentarismo democrático. Un socialdemócrata, Gustav Noske, se puso finalmente en Berlín a la cabeza de un cuerpo franco que, como la mayoría de aquellas asociaciones militares, estaba compuesto por los despojos de la guerra mundial. El levantamiento de los espartaquistas fue reprimido y se dio muerte a sus líderes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Aunque la situación se estabilizaba en la capital, los conflictos de enero en Berlín marcaron el comienzo de los desórdenes revolucionarios en Alemania. En estos tiempos difíciles, los padres de Goebbels estaban preocupados por su hijo, que estudiaba lejos. Motivos para ello daba su estado físico, pues Joseph, que se había quedado en los huesos, se veía afectado por constantes dolores de cabeza y más impedido que de costumbre por un desperfecto en su aparato ortopédico, que al parecer era difícil de reparar. A principios de octubre, el padre, Fritz, había pedido a su hijo que «en adelante le enviara dos veces por semana una nota, aunque fuera corta».41 En noviembre escribía que si la situación enWurtzburgo se hiciera «demasiado peligrosa», «entonces seguramente se cerrará también la universidad, y así te vienes a casa». 42 Pero en diciembre el hijo comunicó a la Dahlener Strasse que ni siquiera pasaría las Navidades en el hogar paterno, aunque el padre le había seguido dando en más de una docena de cartas dinero y consejos bienintencionados para el viaje a casa, no exento de problemas. Fritz Goebbels escribió a Wurtzburgo que ya antes había sido de la opinión de que habría sido preferible una ciudad universitaria cerca de casa.43 No dejaba de exhortar a su hijo a que procurara volver a casa lo más rápidamente posible al ter-

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minar el semestre, «para que se pongan en orden tus cosas, como la máquina, etc., y para que vuelvas a estar bien alimentado. Aparte, si te quedaras más, eso supondría demasiados gastos». 44 El 24 de enero de 1919Joseph Goebbels volvió finalmente a RJieydt, tras haberse dado de baja, como correspondía, en el registro de empa dronamiento de Wurtzburgo dos días antes; había cerrado su cuaderno de clase con un Deo gratias cuatro veces subrayado. En Colonia cruzó con el tren el Rin y entró por tanto en territorio ocupado. «Entra un jovencísimo inglés con un casco de acero, muy amable, ve que llevo un papel en la mano: All right! Para eso todas las molestias de los días anteriores». En la estación donde tuvo que esperar el enlace una noche entera con un «frío de muerte», los numerosos ingleses y franceses le ofre cieron una «imagen confusa y peculiar». 45 En su ciudad natal, las tropas de ocupación apenas le dieron ya una impresión confusa. Los belgas habían impuesto un bloqueo nocturno de salida y ejercían un régimen muy riguroso. Incluso las cartas estaban sujetas a la censura y no se podían escribir con la corriente caligrafía de Sütterlin. «Horrorizado» por tener que soportar esto durante tres meses, escribió a Anka Stalherm a Recklinghausen con cuidadas letras latinas. 46 Unos días después, cuando creía que había que aguantar hasta el hartazgo las iniquidades del régimen de ocupación, pensaba que aquí ya no estaba en casa, «en Alemania ya no estoy en Alemania». 47 La vuelta a casa de Joseph Goebbels estuvo marcada también por la impresión de otro acontecimiento. En el Reich acababan de tener lugar las elecciones para la Asamblea Nacional alemana. En Wurtzburgo había votado de mala gana, pero siguiendo la tradición de sus padres católicos, a la organización regional bávara del partido de centro, el Partido Popular Bávaro (BayerischeVolkspartei). 48 Algunos de sus compañeros de clase que habían vuelto de la guerra, así como su hermano Konrad, habían dado sus votos a los nacionalistas alemanes (Deutschnationale). 49 Joseph también se sentía más cerca de ellos, pero no los había podido votar porque no se habían presentado en Baviera. 50 Si ya sufría porque no todos los alemanes eran tan sensatos y habían votado «correctamente» por el bien de la patria, la idea de que los partidos rivalizaran unos con

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otros en distintas constelaciones, en vista de la miseria general, le era verdaderamente insoportable. Cuando el SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, Partido Socialdemócrata de Alemania), el liberal de izquierda DDP (Deutsche Demokratische Partei, Partido Democrático Alemán) y el Centro formaron el gobierno del Reich, con el socialdemócrata Friedrich Ebert a la cabeza, que le daba «una impresión indigna»,51 se dio cuenta de «qué poco maduro está el pueblo para la república».52 Una prueba de ello la veía Goebbels en las fuerzas centrífugas que ahora, en el momento de la derrota y de las convulsiones internas, parecían amenazar la unidad del Reich. Preguntó a Anka Stalherm si entre ellos se hablaba «mucho de una república renano-westfaliana» y le advirtió que no se dejara engañar; «es todo una comedia de traición a la patria por parte de estos hermanos negros de la fe que no tienen escrúpulos. Hay un viejo proverbio que dice que cuando un barco se hunde, las ratas son las primeras en abandonarlo.Y yo creo que sólo una comunidad ha entendido este bueno y venturoso dicho de una manera tan brillante como nuestro centro conservador (...). Esta gente sería realmente capaz de formar un imperio del sur de Alemania con Austria y proclamar al Papa como primer presidente. No se puede tomar a mal a los católicos que no se lamenten por Prusia, bajo cuyo régimen eran de hecho personas de segunda clase». Le daban ganas de llorar de cólera y rabia, «pero ¡qué se le va a hacer! Somos un pobre pueblo, y quien todavía siente dentro de sí un ápice de amor por su patria alemana, a ése no le queda más remedio que tragar saliva y callar».53 Es significativo que Joseph Goebbels echara también la culpa a esta república de las diferencias sociales.Y tanto más importante le parecía ser este aspecto, cuando él, «el pobre diablo» del monedero siempre vacío, veía la barrera social que se levantaba entre él y Anka Stalherm. Muy difícil le resultaba soportar que la joven, muy cerca de la cual había vivido como subinquilino en Wurtzburgo, le tuviera que mantener a menudo, y que le propusiera a él, enfermo de cuerpo y alma, pagarle un tratamiento que era urgentemente necesario, lo que sin embargo su orgullo no permitió. Especialmente doloroso para él era que la familia

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aconsejara a Anka Stalherm de manera constante no mezclarse mucho con ese pobretón discapacitado. Cuando volvió a casa, a Recklinghausen, su madre la mandó a confesarse para que se liberara de los pecados cometidos con él. Pero ella rezaba por él, «para que Nuestro Señor haga que vuelvas a estar pronto sano y todo sea tan hermoso como tú sue ñas». Aunque Anka le apoyaba, debido a las diferencias sociales se produjo en febrero una seria desavenencia entre ambos, después de la cual él le escribió que le dijera a su madre que ésa había sido su última car ta, «quizás te perdone». 54 Después de reconciliarse, él lamentó ante ella que había sido muy duro tener que incluir su falta de recursos en su esfera de consideraciones, «pero tú sabes que entonces (...) me instaste a dejarte opinar en este asunto y, por tanto, a hacerte sufrir». 55 Aunque aún decía ser conservador, aquellos que pretendían luchar por un mundo más justo no fueron pronto sólo «las masas ciegas y toscas». En Rheydt discutía ahora incluso con los trabajadores organiza dos. «De esta manera se llega al menos a entender los movimientos de la clase obrera». Aun cuando él «nunca jamás» pudiera aprobarlos, tal como escribió comedidamente a la hija de burgueses, estas conversaciones le revelaban «algún que otro problema (...), que valdría realmente la pena examinar de cerca alguna vez». 56 Esto lo había hecho Joseph Goebbels a su manera en esos días de febrero del año 1919. Había terminado un segundo drama, Heinrich Kampfert,57 en el que volvía a reflejar su propio conflicto. Su protagonista es el «héroe silencioso» Heinrich Kampfert. «Trabajar y seguir luchando», dice su lema, pero «la lucha era más dura, pues a la lucha intelectual se sumaba ahora la lucha por el pan de cada día». A la pobreza del resignado Heinrich Kampfert se contrapone una rica familia aristocrática de cuya hija está enamorado el protagonista. Ella se declara partidaria de él y advierte a los suyos: «En la riqueza reside también una tremenda responsabilidad, una responsabilidad hacia las clases que viven en la miseria y pasan hambre.Y si se pasa por alto esta responsabilidad, entonces se conjura a los espíritus que ya no podrán ser frenados: el peligro social». 58 Heinrich Kampfert sufre porque se le ha negado la justicia, pero no es capaz de ganársela a través de la injusticia. Esta «heri-

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da abierta entre el querer y el poder»59 no logra cerrarla. Sigue siendo, como el Raskolnikov de Dostoievski en Crimen y castigo?0 obra de la que se ocupa Heinrich Kámpfert en el tercer y último acto, un prisionero de su ser cristiano en un «mundo corrompido». A Goebbels, la contraposición entre las pretensiones y la realidad dentro del catolicismo le parecía insalvable.61 Ya enWurtzburgo actuó en consecuencia y se salió de la asociación católica Unitas,62 a la que en un primer momento también había pertenecido en esa ciudad. La Nochebuena de 1918, que pasó con Anka Stalherm en la mal calentada habitación de la estudiante en la ciudad franconiana, 63 fue la primera en su vida en que no acudió a la Misa del Gallo. Desde entonces rehusó ir a la iglesia y a confesarse. Su visión de las cosas, hasta hace poco relativamente estable, cedía ahora ante el reconocimiento de no saber ya orientarse en el mundo.64 Apoyo en esta situación le dio su antiguo compañero de colegio Richard Flisges, el hijo de un campesino de los alrededores de Rheydt. Durante largos paseos forjaban planes sobre su futuro y el de la nación. «Un antiguo compañero de clase, Flisges, que hasta ahora había desempeñado el papel de subteniente y que ahora quiere estudiar también germanística de la misma manera que yo (...) es mi acompañante diario».65 Este hombre alto que tenía la Cruz de Hierro y un brazo atravesado por un balazo —una figura heroica para el cojo de baja estatura no apto para la guerra— fascinaba a Goebbels con sus ideas sobre Dios y el mundo. Por eso convenció al nuevo amigo para que empezara la carrera en Friburgo, adonde volvía a seguir a su novia Anka Stalherm para el semestre de verano de 1919. Flisges, que «era infinitamente libre y que estaba por encima (...) de todo lo que hoy se llama "cultura" y en el fondo sólo es artificio contra la naturaleza»,66 le aconsejó ahondar en Marx y Engels. Reflexionaba ahora —anotó— sobre la cuestión social y discutía con Flisges noches enteras sobre Dios,67 que se convirtió para él cada vez más en sinónimo de fraternidad, igualdad y justicia. En su actuación veía él la fuerza contraria a la realidad alemana, percibida como injusta, caracterizada por el desprecio a las personas y por un materialismo sin alma.

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Aquí Goebbels se vio de nuevo inspirado por la obra de Dostoievski y su visión de una Rusia socialista de base místico-religiosa, socialista en el sentido de que la fe en Dios es el gran factor de integración del pueblo, la «personalidad sintética de todo el pueblo», «el cuerpo de Dios». 68 La fuerza para semejantes reflexiones mortificantes se la daba de nuevo Anka Stalherm. Ella era la que alegraba sus sombríos pensamientos, cuando, durante las clases a las que asistían juntos, flirteaba con su «que rido y dulce niñito», que ese verano en Friburgo buscaba evadirse también con exaltados poemas románticos. 69 Su alma de poeta encontró una aprobación cuando la editorial Xenien de Leipzig se mostró dis puesta a publicar una antología bajo el título Nemt, Fruwe, disen Kranz.70 El párrafo 7 del contrato, que le llegó por correo a mediados de junio de 1919, arruinó de golpe la alegría del estudiante. 71 Allí decía que, en concepto de gastos de edición, etc., con la firma de este contrato se debían pagar a la editorial 860 marcos al contado por parte del señor Joseph Goebbels.Aun cuando durante las vacaciones semestrales habló a su antiguo profesor de alemánVoss sobre una próxima edición, 72 rechazó con amargura la ayuda económica de su novia, puesto que de todas maneras ya pagaba bastante por él. 73 En agosto de 1919, en una desvencijada habitación del Münster westfaliano —en la cercana Anholt pasaba las vacaciones Anka Stalherm con unos parientes— escribió Joseph Goebbels, que entonces tenía veinti dós años, su «propia historia con el corazón en la mano». Con Michael Voormanns Jugendjahre74 [Los años de juventud de Michael Voormann] surgió el primer y único retrato de sí mismo escrito con sinceridad críti ca, en el que Goebbels —en el camino hacia la estabilización psíquica— relataba «todo su sufrimiento sin maquillarlo, tal como yo lo veo»: 75 su odio a la gente, su ambición enfermiza, con la que trataba en la escue la de compensar su defecto físico, y cómo se hizo cada vez «más arro gante y despótico» cuando le fue dado el éxito. «Así pues, iba camino de convertirse en un raro despótico, y no en un carácter totalmente estable».76 A Anka Stalherm, a la que le enviaba la obra a Anholt «entrega por entrega», le profetizó su futuro como el de una trágica persona anómala al decir de «Michael»: «Tú serás un hombre, Michael, tal como

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el muchacho que fuiste en tu juventud, solitario y apartado del mundo, y lleno del deseo de aquello que no puedes conseguir y por lo que lucharás en vano hasta el fin de tus días».77 Durante el invierno de 1919-1920,Joseph Goebbels y Anka Stalherm estudiaron en la capital bávara. El Munich de la posguerra era una ciudad efervescente, que borboteaba. En la primavera de 1919, una minoría extremista de izquierdas había proclamado la república senatorial. 78 Las visiones románticas habían dado frutos grotescos, cuando, por ejemplo, en un decreto se declararon abolidos el trabajo, las relaciones de subordinación y el pensamiento jurídico, y se ordenó a los periódicos que imprimieran en sus primeras planas poemas de Holderlin o de Schiller al lado de los últimos decretos revolucionarios. A los idealistas les siguieron duros revolucionarios de profesión. Las tropas fieles al gobierno imperial pusieron fin con sangrientos enfrentamientos al corto periodo de dominio del soviet muniqués. Desde la derecha amenazaban la república legiones de contendientes de la guerra mundial que estaban desarraigados y faltos de perspectivas. Organizados en grupos de lucha y cuerpos francos, tomaban su ideología de los numerosos círculos, asociaciones y organizaciones nacionales-antisemitas, en parte con un tinte ocultista, como por ejemplo la sociedad Thule. Uno de estos grupos era el Partido Alemán de los Trabajadores (Deutsche Arbeiterspartei), fundado durante el denominado levantamiento de los espartaquistas, y que se había puesto como objetivo la reconciliación de nación y socialismo. A él se había unido un fracasado de nombre Adolf Hitler. El 16 de octubre de 1919, unas tres semanas después de que los dos estudiantes hubieran ocupado sus habitaciones —-Joseph Goebbels «muy a las afueras, en Neuhausen, en la calle Romanstrasse» y Anka Stalherm en el centro de Munich— habló por vez primera este Hitler en un acto del Partido Alemán de los Trabajadores y «electrizó» a la gente. Al igual que todas las universidades alemanas, cuyas aulas llenaban ahora los que habían regresado de la guerra mundial, la de Munich ofrecía un trasunto de la situación política. Multiforme, confuso y desestructurado debió parecerles a los coetáneos este brusco cambio a todos los niveles. Cuando en febrero de 1919 el estudiante, subteniente de la

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reserva y conde Antón von Arco-Valley asesinó al presidente de Baviera, el socialdemócrata Kurt Eisner, dando así la señal para la proclamación de la república senatorial, los estudiantes de tendencia nacional lo alabaron como a un héroe, calificándolo de «tiranicida» y «libertador de Baviera». El proceso contra el autor del atentado, que comenzó en enero de 1920, también lo siguió Joseph Goebbels con una enardecida toma de posición a favor de Arco-Valley. Cuando los jueces dictaron la sen tencia de muerte, que después se conmutó por cadena perpetua, 79 el estudiante del Bajo Rin quedó conmovido, pues le parecía que ArcoValley sólo había luchado contra la injusticia. 80 Joseph Goebbels estaba de manera ilegal en Munich, pues el ayun tamiento había decretado una prohibición de residencia para los «estudiantes no bávaros». 81 En pocos días ya se le habían acabado los recursos pecuniarios en ese semestre de invierno de 1919-1920. Para no vivir sólo a expensas de Anka Stalherm, subastó sus trajes y malvendió su barato reloj de pulsera. Cuando durante las fiestas de Navidad la joven se fue a la montaña con amigos adinerados, su orgullo le impidió acompañarla. El día de Nochebuena anduvo vagando sin rumbo fijo por Munich82 y pensando amargado a «qué indigna dependencia, tanto espiritual como material» había llegado con el tiempo con respecto a ella. A ello se añadía que la madre de Anka Stalherm volvía a intrigar contra la relación de su hija. «¿Tiene el resto de la gente derecho a despre ciarme y a tratarme con deshonra e infamia porque te quiero?», 83 se preguntaba, en lucha con su destino. Cuando Joseph Goebbels se atormentaba por su papel de marginado, entonces cavilaba siempre también sobre el «Dios justo». Así se ocupó, entre otros, de Ibsen, cuyos naturalistas dramas sociales ponían de manifiesto la fragilidad de la ordenación del mundo burgués. Leyó las obras de Strindberg, con su religiosidad a veces de tinte mítico y mági co. Estudió las piezas del dramaturgo expresionista Georg Kaiser, que tematizaban la vida dominada por el dinero y la máquina, y se dedicó a los escritos del poeta romántico-ocultista Gustav Meyrink. Le impresionó mucho el drama de Tolstoi Y la luz brilla en las tinieblas, cuyo héroe reniega de la Iglesia oficial —pues no sólo garantizaba la inviolabilidad

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del patrimonio adquirido de manera ilegítima, sino que sancionaba también el servicio militar y la guerra— y sin embargo sigue siendo un preso de este mundo «terrible y corrompido». Esta búsqueda de orientación la resumió más tarde Goebbels en sus notas autobiográficas con un lapidario encabezamiento: «Caos en mí».84 Ya a finales de octubre de 1919 había escrito sobre ello a casa y pedido a su padre: «Dime que no me maldices como al hijo perdido que abandonó a sus padres y se descarrió». Encontró consuelo en Fritz Goebbels, que le respondió: «Cuando tú ahora sigues escribiendo "si pierdo mi fe...", puedo suponer que todavía no la has perdido, y que son sólo dudas las que te atormentan. Entonces te puedo tranquilizar diciéndote que ninguna persona, especialmente en los años de juventud, se ve libre de estas dudas, y que aquellos que sufren más por estas dudas no son ni mucho menos los peores cristianos.También aquí la victoria sólo se alcanza luchando. Por ese motivo, no participar en los sacramentos es un gran error, pues ¿qué adulto sería capaz de afirmar que se acerca siempre a la mesa del Señor con el corazón puro de la niñez, como lo hizo el día de su primera comunión? Ahora te tengo que hacer algunas preguntas, pues si nuestra relación ha de contar con la misma confianza de antes, que nadie desea más que yo, tendría que saber la respuesta a estas cuestiones. 1. ¿Has escrito libros, o tienes la intención de hacerlo, que no se puedan conciliar con la religión católica? 2. ¿Quieres quizá elegir una profesión en la que no encaja ningún católico? Si no es éste el caso, y tus dudas son de otro calibre, sólo te digo una cosa: reza, que yo también rezo, y Nuestro Señor te ayudará a que todo vaya bien».85 Los bienintencionados consejos del padre no libraron a Joseph Goebbels de serias depresiones. Amenazador le parecía el contraste entre su visión de un «mundo justo y bueno», en el que él también tendría un sitio adecuado, y la experiencia tan sombría de la realidad. Como en muchas ocasiones anteriores, se desahogaba escribiendo. Probablemente bajo el influjo de su amigo Richard Flisges, que en ese momento estudiaba en Friburgo y que le escribía con regularidad, surgió entre finales de 1919 y principios de 1920 el «fragmento de un drama» gara-

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bateado en un cuaderno: Lucha de la clase obrera,86 o, como más tarde lo llamó en sus memorias, El trabajo. La pieza es una denuncia contra la injusticia social proyectada en el ambiente de los trabajadores fabriles, cuyo tono se eleva en parte hasta la invectiva. El héroe de Goebbels pregunta: «¿Por qué no odian ustedes a todos aquellos que han destrozado su juventud, que ahora vuelven a destrozar la juventud de la nueva generación, que ya alargan codiciosamente las manos hacia sus hijos (...)?: porque ellos os han robado la capacidad de odiar, de odiar con todo el ardor de un corazón fuerte, de odiar todo lo vil y malo. Pues os han robado la razón, os han convertido en animales que no saben odiar ni amar (...). Pero yo quiero saber odiar (...) y odio a todos los que quieren robarme lo que me pertenece, porque Dios me lo ha dado (...). Oh, yo sé odiar y no quiero olvidarlo. Oh, qué hermoso es saber odiar». El protagonista de Goebbels saca fuerzas de sus sentimientos de odio, de los que espera que los demás también los experimenten. Concluye Goebbels con una vitalista metáfora natural típica de la época: «Lo sé, lo siento.Y entonces azotará sobre vosotros un viento tempestuoso, y entonces se viene abajo todo lo caduco y podrido».87 A finales de enero de 1920, Joseph Goebbels volvió a Rheydt, peleado con Anka Stalherm, enfermo de cuerpo y alma. Esperaba encontrar en el seno de la familia «calma y aclaración». El hecho de que se recuperase poco a poco en casa se debía al ambiente que le era conocido, a los cuidados de su madre y a la buena relación con su hermano Hans, cuyo regreso del cautiverio francés le emocionó profundamente. Acerca de ello escribió a Anka Stalherm, con la que se volvió a reconciliar pronto: «El recibimiento no te lo puedo describir de ninguna manera. Se me saltaron las lágrimas cuando le di la mano. El reencuentro después de cinco años nunca lo olvidaré. La primera vez que la familia se volvía a reunir al completo en torno a la vieja y querida mesa (...). Sólo te quiero decir una cosa. La llamada Grande Nation merece ser exterminada de la faz de la tierra. Lo ha dicho mi hermano». 88 Aún más dijo el airado Hans Goebbels, a saber, que aborrecía la guerra, pero que si se volviera a ir contra Francia, quería tomar parte en ella desde el primer día. Sus declaraciones dieron a Joseph y a la familia un moti-

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vo de preocupación, que pudiera meterse en líos con los soldados de ocupación belgas.89 Sólo parecía distraerle la idea de retomar el bachillerato para seguir estudiando. Joseph Goebbels apoyó a su hermano en ese aspecto contra la oposición del padre y del hermano mayor Konrad, que apremiaban al que había vuelto a casa para que buscara un trabajo «y así poder ganar dinero».90 También Joseph Goebbels, que como siempre durante las vacaciones ganaba con las clases particulares unos cuantos marcos para el siguiente semestre, presentaba solicitudes de trabajo con vistas al final de su carrera, todavía no previsible. Así trató de obtener un puesto de educador en la Prusia Oriental.91 A una carta en la que solicitó un puesto similar en Holanda por sus conocimientos de neerlandés,92 recibió incluso una respuesta provisional a principios de marzo.Ya soñaba con quedarse en Holanda si le gustaba.93 De tales planes le sacaron violentamente a Joseph Goebbels, que también se estaba dedicando en casa a Dostoievski, Tolstoi y la revolución rusa, unas «noticias sensacionales desde Berlín» el 13 de marzo de 1920. La brigada de marina Ehrhardt y otras formaciones de cuerpos francos, cuya disolución había ordenado el gobierno del Reich, habían ocupado el barrio gubernamental y proclamado canciller imperial al pangermanista Kapp. Goebbels comentó los acontecimientos con su novia de la alta burguesía como un «gran éxito» de los «derechistas radicales (...) como (...) no era menos de esperar». Era cuestionable «si un gobierno de derechas es algo bueno para nosotros», especulaba él y planteaba la pregunta retórica —resultante de su desprecio por el «sistema» de Weimar— de qué no está podrido hoy en el Estado de Dinamarca.9495 Cuando fracasó el golpe de Kapp, hecho que acarreó disturbios en el Reich y en las regiones —en la cuenca del Ruhr pronto estaban luchando 50.000 hombres en un ejército rojo alemán contra la república— anotó acerca de los acontecimientos que leía en el periódico al que estaba suscrito, el Kólnische Zeitung: «Revolución roja en la cuenca del Ruhr (...). Me entusiasmo aunque sea desde lejos».96 Seguramente este entusiasmo por la lucha antisistema de los comunistas ateos, de la que esperaba no obstante la anhelada justicia divina, inspi-

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ró a Joseph Goebbels a profundizar otra vez durante aquellas semanas en Rheydt en la lucha de los trabajadores. El resultado fue una «acción en tres actos», de un patetismo convencido, que llevaba por título La siembra.97 De nuevo se habla en ella de un mundo «picado» y «podrido» que barrerá «una clara y triunfante tormenta de primavera» procedente del «ardor del alma», por contraposición a un ordenamiento de sentido materialista. Pues el «mundo es bueno, tiene que ser bueno y, si ahora no lo es, debe volver a serlo. Un nuevo mundo tiene que levan tarse del anterior, radiante y grandioso, y todos, todos serán felices en este mundo». Para esto se necesitaría un «hombre nuevo» —éste tam bién era uno de los patrones ideológicos predominantes entonces— que sepa que «todos nosotros somos eslabones de una cadena (..^.Esla bones igual de grandes e igual de pequeños». Cuando estos trabajado res despierten y se rebelen contra la esclavitud y la opresión, estarán echando la simiente para la «estirpe que va madurando, fuerte y her mosa, del nuevo hombre». Richard Flisges, con el que Joseph Goebbels se vio a menudo durante la Pascua de 1920, quedó entusiasmado al leer La siembra. Quizá porque cada vez podía contar menos con la aprobación de Anka Stalherm, Flisges se convirtió ahora en su «mejor amigo», y cuando la joven mujer, que reaccionó «con indignación» a La siembra, empezó a apartarse de Goebbels, fue de nuevo Flisges quien le ayudó. Si la diferente proce dencia de ambos les había llevado a menudo a pruebas que superaron con euforia, el abismo que existía ahora entre ellos debido a la ideas de inspiración socialista de Goebbels era insalvable. Haciendo caso omiso de los desórdenes revolucionarios que sacudían al Reich,la hija de bur gueses había seguido siendo plenamente burguesa. El mundo del que venía le ofrecía todos los privilegios. Un novio que estaba entusiasmado con la revolución roja y que se alegraba de que la niña bien protegida conociera ahora por fin el terror tenía que resultarle cada vez más distante.98 A mediados de abril, Goebbels le escribi ó una carta que no sólo resultó ser una denuncia de las injusticias sociales, de las cuales él se consideraba víctima, sino que mencionaba también a los supuestos culpa-

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bles y su «interacción internacional»: «Es perverso y desconsolador que un mundo de tantos y tantos cientos de millones de personas esté dominado por una sola casta, en cuya mano está llevar a millones de personas a la vida o la muerte, según su capricho (léase el imperialismo en Francia, el capitalismo en Inglaterra y Norteamérica, quizá también en Alemania, etc.). Esta casta ha extendido sus hilos por toda la tierra, el capitalismo no conoce ninguna nacionalidad (un ejemplo son las espantosas y francamente atroces circunstancias dentro del capitalismo alemán durante la guerra, cuya internacionalidad dio lugar a una situación en la que, durante los enfrentamientos, los prisioneros de guerra alemanes —se pueden aducir pruebas— descargaron en Marsella cañones alemanes con marcas de fábrica de empresas alemanas y que estaban destinados a aniquilar vidas alemanas). Este capitalismo no ha aprendido nada de los nuevos tiempos, ni tampoco quiere aprender, pues pone sus propios intereses por delante de los intereses del resto de millones de personas. ¿Se les puede reprochar a estos millones que luchen por sus intereses y sólo por sus intereses? ¿Se les puede reprochar que aspiren a una unión internacional cuyo objetivo es luchar contra el corrupto capitalismo? ¿Se puede reprobar que una buena parte de la culta juventud combativa arremeta contra que la educación se pueda comprar y no se le conceda a quien tiene las aptitudes para ella? ¿No es absurdo que personas con las dotes intelectuales más brillantes se vean reducidas a la miseria y se malogren porque otros derrochan, despilfarran y malgastan el dinero que a ellas les podría servir de ayuda? (...) Tú dices que la vieja clase acomodada se ha ganado sus propiedades trabajando duramente. Vale que eso sea verdad en muchos casos. Pero ¿sabes tú también cómo vivía el trabajador en la época en que el capitalismo "se ganó" sus propiedades?».99 En el semestre de verano de 1920,Anka Stalherm continuó la carrera en Friburgo y no en Heidelberg, como Joseph Goebbels. Allí éste se volvía a poner manos a la obra con optimismo, fortalecido psíquica y económicamente por las vacaciones en casa. «Mi confianza en el futuro es inquebrantable»,100 le escribió él, quien en sus presuntuosas cartas casi diarias daba detallada información sobre su carrera, que aho-

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ra quería terminar. Se estaba dedicando al Goethe de Gundolf y a su Shakespeare y el espíritu alemán, a Ana Karenina de Tolstoi, así como a El arte de Alberto Durero de WólfUin.101 Estaba leyendo el Wilhelm Meis-

ter, sobre el que su antiguo profesor de alemán Voss había dicho que todo estaba en él. Estaba estudiando los reportajes sobre arte del periódico Frankfurter Zeitung, elaborando un trabajo «muy extenso» para un seminario sobre «La participación de Goethe en las reseñas del Frankfurter Gelehrte Anzeigen» y escribiendo un verso aquí y allá.102 «Se puede hacer poesía muy bien cuando se está en Heidelberg y no se tiene ninguna preocupación».103 Sin embargo, las preocupaciones no se hicieron esperar mucho. Después de que Anka Stalherm le visitara por Pentecostés, sus cartas se volvieron más escasas. Pronto se enteró Goebbels de que un compañero de Friburgo la estaba cortejando, al parecer no sin éxito, y que además la pretendía un abogado de nombre doctor Georg Mumme. Goebbels emprendió la huida hacia delante y le ofreció el compromiso matrimonial. «Si no te sientes con la fuerza suficiente para decir que sí, entonces tenemos que separarnos».104 Pero ella no aceptó. Anotó él: «Días difíciles. Me quedo solo. Pido un último cambio de impresiones».105 Éste se produjo sin que fuera el último. Joseph Goebbels amenazaba con suicidarse. Después de que él le escribiera una dramática carta, «he sufrido bastante y ¿cuánto más tendré que sufrir?»,106 Anka Stalherm se dejó convencer una vez más, seguramente por compasión, y le prometió la fidelidad que sin embargo no mantuvo. El 1 de octubre de 1920 redactó incluso un testamento,107 en el que nombraba a su hermano Hans «administrador de su legado literario», convencido de la significación de sus escritos, tras la desavenencia con Anka Stalherm sólo valorados ya por Flisges. El resto de sus pertenencias —un despertador, un dibujo y unos cuantos libros— se los asignó meticulosamente a su amigo y a los miembros de la familia. También ordenó que se vendiera «su ropa y el resto de posesiones no dispuestas de otro modo» y que con lo que se sacara se pagaran sus deudas. Se debía exigir a Anka Stalherm que quemara sus cartas y todos sus escritos. «Que sea feliz y soporte mi muerte (...). Me despido gustosamen-

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te de esta vida, que para mí no era más que un infierno». Sin embargo, Goebbels no murió, sino que sufrió una crisis nerviosa. Pero lo que había querido conseguir con el anuncio de suicidio, a saber, atraer hacia sí el cuidado especial de los suyos, lo había logrado. Mientras que su madre intentaba consolarle, Goebbels padre prometió a su hijo, eternamente necesitado de dinero, una ayuda hasta el final de sus estudios mayor que la que ya de por sí le costaba bastante reunir. Hans, el hermano menor de Joseph Goebbels, escribió a Anka Stalherm para volver a juntar a ambos; su carta no tuvo respuesta. Durante largos paseos, Richard Flisges escuchaba pacientemente el sufrimiento amoroso de su amigo, que luego dijo acerca de él: «Flisges es el único que me entiende (...) no pregunta nada, hace todo por mí y sabe exactamente lo que pienso y siento».108 Cuando se aproximaba el semestre de invierno de 1920-1921, Richard Flisges acompañó a su lábil amigo durante algunos días a Heidelberg para buscar con él a Anka Stalherm. Puesto que no dieron con ella, Flisges viajó a Munich por encargo de Goebbels, quien le costeó los gastos, para localizarla allí. Pocos días después, a finales de octubre, escribió a Goebbels que la había visto con un «aristócrata de dinero que llevaba un chaqué con muchos botones y broches de oro». 109 Flisges exhortó a su amigo a que fuera enseguida si quería volver a verla y hablar con ella. Goebbels le siguió a Munich. Juntos fueron a la casa de la Amalienstrasse en la que vivía Anka Stalherm. Su amigo, al que había enviado por delante, tuvo que traerle poco tiempo después a él, que estaba esperando, la «funesta noticia» de que la joven mujer se había marchado a Friburgo con «su prometido».Tras una larga tarde en el café Stadt Wien [Ciudad deViena], el desesperado Goebbels emprendió el camino de regreso a Heidelberg. Desde allí le escribió primero una carta conminatoria que después lamentó, luego una «carta de arrepentimiento» que ya no pudo cambiar nada: Anka Stalherm se casó con el abogado Mumme, no con el histriónico pobretón continuamente atormentado por las dudas. Ella le confesó a modo de despedida que estaba «muy triste», «porque siento que tú fuiste el primer y último hombre que me amó como yo quería, y como yo necesito para ser feliz»,110

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y él respondió definitivamente por última vez que no se arrepentía de nada de lo que había dicho, hecho y escrito. «Todo eso lo tuve que hacer porque me obligó una voz dentro de mí».111 Si alguna vez llegaba a ser alguien —escribió después Goebbels— le gustaría volver a encontrarse con Anka Stalherm. Su deseo se haría realidad en el año 1928.Tras el reencuentro con ella en Weimar, el jefe del distrito de Berlín confió a su diario que, al lado de su recuerdo, palidecía el resto de la belleza femenina. A las numerosas señoras con las que trataba en Berlín las calificaba de «juguetes» y la pregunta de por qué sólo jugaba con los sentimientos de otras mujeres se la contestaba a sí mismo con la «venganza de la criatura engañada (por Anka Stalherm)».112 En los tiempos siguientes quedaron aquí y allá durante sus largos recorridos propagandísticos. Se querían «como si sólo hubiera pasado un día entre 1920 y ahora».113 A cada persona se le concede como mucho una vez en la vida un amor que la llena totalmente, 114 escribió él con entusiasmo en su diario después de esos encuentros ardientemente deseados. Con todo, en su interior él ya no seguía siendo adicto a ella, pues aceptaba de buen grado el curso de las cosas, que había cambiado tanto la situación de ambos: la estudiante que entonces estaba llena de optimismo ante la vida se atormentaba en un matrimonio desdichado; él, el pobretón de antes, iba camino hacia arriba. «Así actúa la venganza tardíamente, pero con más crueldad. Pero está bien así. No nos fue posible estar juntos.Yo tenía que ir por el camino de la acción».115 Cuando conoció a Magda Quandt, su futura esposa, cesaron los contactos con Anka Mumme. Sólo unos años después, en otoño de 1933, él volvió a tener noticias suyas. La mujer, entretanto separada y en malas condiciones económicas, se dirigía ahora al poderoso ministro de Propaganda para pedir ayuda; como consecuencia, él le procuró un puesto en la redacción de la revista femenina berlinesa Die Dame [La señora].

Pero en el invierno de 1920 Goebbels no era ni jefe del distrito berlinés ni ministro de Propaganda, sino un pobre estudiante de Hejdelberg que, bajo la impresión de lo que le había sucedido a él, créía ver en el hombre al «canalla» por antonomasia. Goebbels intentaba

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dominar su desesperación dándose a la bebida, como más tarde sostuvo, o refugiándose en los libros. Su situación personal se vio corroborada a nivel general por la lectura de La decadencia de occidente de Spengler.116 En la morfología de la historia del epígono de Nietzsche, Goebbels leyó que todas las culturas están sujetas a unas leyes vitales eternas de nacimiento y desaparición; leyó acerca de la era industrial, materialista y sin alma, la «civilización» que es el principio del fin de toda «cultura».Y, como gran parte de su generación, vio que lo escrito antes de la guerra mundial lo confirmaba el presente alemán. En este libro, Spengler desbarataba precisamente aquella visión del «mundo justo» hacia la que siempre había tendido la esperanza de Goebbels; así pues, en vista de estas regularidades eternas del nacimiento y la desaparición, sólo debía ser creador el elemento más fuerte. Sobre el efecto que le causó esta lectura escribió: «Pesimismo. Desesperación. Ya no creo en nada».117 En las cartas que Goebbels escribía a casa durante aquellos días se leía un sentimiento de desesperanza y falta de sentido, agravado aún más por una enfermedad. Así, el padre le aconsejó a principios de diciembre que no llevara al extremo los estudios, pues no todo se podía conseguir a la fuerza. Sus preocupaciones por lo que respectaba al futuro eran infundadas. «Mirar al futuro con confianza en Dios, eso es lo mejor. Cumpliendo con el propio deber (...) y dejando disponer a Nuestro Señor, así se llega lo más lejos posible».118 Las bienintencionadas líneas del padre y sobre todo su giro de dinero permitieron a Joseph Goebbels pasar la Navidad con los suyos en Rheydt. Eso le hizo recobrar algo de confianza. En primavera de 1921 se lanzó de lleno al trabajo, pues había que terminar la carrera y quitar así a sus padres la carga económica. Aspiraba al título de doctor. Las oposiciones le habrían posibilitado el acceso al servicio público y, por tanto, una subsistencia asegurada incluso en tiempos revueltos, pero no la reputación del título que él perseguía, en cierto modo como compensación a su déficit físico y social. Durante toda su vida —ya como jefe del distrito de Berlín o como ministro del Reich— el sentimiento de su propia inferioridad le haría atribuir una importancia especial al hecho de ser «el doctor». Se

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hacía, tratar siempre de «señor doctor» e incluso escribía como inicia les de su firma «Dr. G.». Ya durante el semestre de invierno de 1919-1920, en Munich, había tenido la intención de doctorarse con una tesis sobre la pantomima bajo la dirección del después famoso historiador de la literatura e investiga dor teatral Artur Kutscher, a cuyas clases asistía también Brecht, entre otros.119 Goebbels fue a su tutoría, pero desechó el proyecto, que al parecer respondía más bien a un capricho nacido durante su asistencia a las representaciones teatrales de Munich. En vista de ello, decidió docto rarse con el historiador de la literatura y biógrafo de Goethe Friedrich Gundolf, que era un judío conocido en su época. El profesor, a cuyo curso de cuatro horas sobre Los fundadores de la escuela romántica había asistido Goebbels en el semestre de verano de 1920, fue alumno de las clases magistrales de Stefan George, sobre el que dijo Gottfried Benn que era «el núcleo en torno al cual giraban Spengler, Curtius,Troeltsch, Frobenius...». A todos ellos, y por supuesto también a Gundolf, les mar có George, quien creía que la época burguesa iba acercándose a su fin y en cuyo lugar debía llegar algo nuevo. Goebbels decía con gran entusiasmo sobre Gundolf que era un «hombre extraordinariamente amable» y «atento». 120 Fue a la tutoría del profesor y le insistió en que quería un tema para la tesis. Puesto que éste, tras rechazar un llamamiento a Berlín, había quedado eximido de impartir seminarios y de hacer exámenes, remitió a Goebbels a su colega, el consejero privado profesor doctor barón Von Waldberg. De éste, alumno del germanista Scherer, recibió el estudiante en el semestre de invierno de 1920-1921 la tarea de trabajar sobre Wilhelm Schütz, un drama turgo poco conocido de la escuela romántica de la primera mitad del siglo XIX. Provisto de una extensa bibliografía, Joseph Goebbels empezó con el trabajo en abril de 1921 en la casa de sus padres en Rheydt, donde se le había acondicionado como estudio su viejo «cuartito». En cuatro meses justos, a lo largo de todo el verano, escribi ó la tesis sobre el converso del romanticismo. 121 En su prefacio, Goebbels citó, a la manera de una profesión de fe, parte del conocido parlamento de Shatov en Los demonios de Dostoievski: «Con todo, la razón y el saber

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han desempeñado siempre en la vida de los pueblos un papel secundario y subordinado, y seguirá siendo así eternamente. Los pueblos son formados e impulsados en su camino por una fuerza de naturaleza muy distinta, por una fuerza imperiosa y apremiante cuyo origen permanece quizá desconocido e inexplicable, pero que existe de todos modos». Esta «fuerza imperiosa y apremiante» la veía actuar Goebbels de una manera especial tanto en el romanticismo como en el momento presente. Así escribió en la introducción: «Tanto aquí como allí una espiritualidad llevada casi hasta lo enfermizo, un ardor y un anhelo —llevados casi hasta la ebullición— por alcanzar algo más elevado y mejor que lo que vivimos y ambicionamos. Una exaltación de los sentimientos, no siempre exenta de un cierto sentimentalismo, una fluctuación desordenada de pensamientos e ideas que a menudo luchan unas contra otras y que sin embargo parecen haber surgido de los mismos elementos; pero en ninguna parte aparece la satisfacción, el equilibrio, la armonía, la calma. En ambos casos, tiempos serios y difíciles en la vida de los pueblos, se puede hablar casi de crisis europeas. Todo el mundo siente el sofoco en el aire, respira con dificultad en esta atmósfera (...)• Tanto aquí como allí se extiende una ilustración superficial que encuentra su finalidad y su objetivo en el ateísmo llano y trivial. Pero contra ello lucha la joven generación de los buscadores de Dios, de los místicos, de los románticos. Hablan de idealismo y amor, veneran a un Dios que es vivido místicamente por el individuo, creen en un mundo bueno». Pero en ninguna parte hay un «genio fuerte que del caos de la época lleve por nuevas ondas a nuevos tiempos».122 En el austríaco que acababa de someterse en Munich al pequeño Partido Alemán de los Trabajadores no veía Goebbels todavía al anhelado «genio fuerte». Lo poco que había podido saber por los entusiásticos relatos de su antiguo compañero de clase Fritz Prang, que estudiaba en Munich, sobre el orador de taberna y sus secuaces no le impresionó al parecer nada en absoluto. Durante aquel verano de 1921, Joseph Goebbels cobró un «profundo cariño»123 por una chica del vecindario, María Kamerbeek, que le mecanografió su trabajo, y cuando en otoño su hermano Konrad se casó con Káthe, una pariente de María,

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entregó una colaboración para el periódico de bodas124 con la que probablemente quería burlarse de los partidarios de Hitler allí presentes. Dibujó a un niño sentado en un orinal y escribió debajo dos líneas: «En cuanto veo una cruz gamada, me entran ganas de hacer caca».125126 Pocos días después de la boda, Joseph Goebbels presentó el trabajo, que había dedicado a sus padres, en el decanato de la Universidad de Heidelberg.Ya antes había recibido de Waldberg algunas ediciones más, pero no quiso incorporar su estudio al texto ya terminado. Goebbels tampoco había sido especialmente meticuloso con la investigación de las fuentes; se le habían escapado importantes reseñas críticas de su autor. Aunque en la interpretación de los escritos de Schütz siguió punto por punto las pautas comunes y, con su escaso aprecio por la Ilustración, concordaba plenamente con la doctrina predominante, el profesor Von Waldberg calificó el tratado de 215 páginas, bien formulado, salpicado de conceptos como «destino», «pueblo», «amor a la patria», «entusiasmo» y «grandeza de espíritu» con un rite superato, como se puede leer en el acta conservada en la Universidad Ruperto Carola de Heidelberg.127 El 16 de noviembre de 1921 recibió Joseph Goebbels, para el 18 del mismo mes, la citación para el «riguroso», el examen oral. «A Heidelberg. (...) Visita a los profesores. Con sombrero de copa. Richard (Flisges) está conmigo. La última noche empollando. Un moca cargado. Y después al examen».128 Aun cuando no transcurrió todo tan favorablemente como había imaginado, Goebbels aprobó los exámenes orales con los profesores Von Waldberg, Oncken, Paum y Neumann. Se le hizo entrega de un título de doctor provisional y fue feliz —como anotó después con orgullo— cuando Waldberg le trató el primero de «señor doctor». Después de enviar un telegrama a sus padres, pasó la noche de copas con Richard Flisges en un mesón de Heidelberg. A la mañana siguiente emprendieron juntos el camino a Bonn, donde estudiaban algunos de sus amigos de Rheydt. Dos días enteros se pasó Goebbels de fiesta con ellos en las tabernas habituales en las que como «principiante» y «presidente de la corporación» había vivido alegres horas de francachela durante sus dos semestres en Bonn. Después prosiguió su

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viaje a Rheydt. El recibimiento allí nunca lo olvidaría: «Todos en la estación. La casa adornada, muchas flores».129 En la familia estaban orgullosos del hijo menor. ¡Qué gran ascenso el que había vivido Goebbels padre a finales de noviembre de 1921! Él mismo había comenzado como pobre peón y subido a procurador a fuerza de trabajo duro y perseverante. Él y su mujer habían guardado cada céntimo para poder ir pagando la modesta casita en la Dahlener Strasse y al mismo tiempo facilitar a los hijos una buena formación. Konrad y Hans habían obtenido un título de enseñanza secundaria. Mientras que María, la menor de los cuatro Goebbels hijos, entró en el instituto, ahora Joseph había terminado con éxito incluso una carrera y había vuelto a casa con el título de doctor. Los padres acogieron con orgullo, satisfacción y alguna que otra oración de gracias el hecho de que sus deseos para el niño enfermizo se hubieran más que realizado. Si la naturaleza no había sido muy benévola con Joseph Goebbels, al menos lo iba a tener mejor por una vez en cuanto a prestigio e ingresos. Los padres no dudaban que ahora se le abrirían al joven «señor doctor» todas las puertas y que pronto tendría fortuna también en la vida profesional. El exitoso fin de la carrera le había permitido también a Joseph Goebbels reprimir algunos sentimientos que le atormentaban. Disfrutó cuando los parientes visitaron en la casa paterna al flamante doctor, cuando los vecinos de la Dahlener Strasse le profesaban respeto añadiendo al saludarle el título a su apellido de manera que se oyera, o cuando en el café Remges, adonde ya acudía como estudiante, contaba algo y se le escuchaba con notable mayor atención que antes. Incluso su profundo dolor por la separación de Anka Stalherm se reprimió gracias a la relación que poco después inició con otra mujer, la maestra de Rheydt Else Janke. En resumen, la sombría visión del mundo de Joseph Goebbels parecía ahora dejar lugar a la esperanza de un futuro más claro.

Capítulo 3 ¡FUERA DUDAS! QUIERO SER FUERTE Y CREER (1921-1923)

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l doctor Joseph Goebbels, que ahora buscaba escapar a la estrechez pequeñoburguesa de la casa paterna, hasta el momento no se había planteado seriamente su futuro profesional. Quería ser escritor o periodista autónomo. El hecho de que con una profesión así apenas podría sustentarse no desempeñaba casi ningún papel en sus consideraciones, pues equivalían más que nada a sus sueños. Incluso de manera pasajera contempló la posibilidad de emigrar a la India con Richard Flisges.Ya en Friburgo se habían dedicado ambos a la filosofía india y fantaseado con una vida bajo el sol meridional. Después de regresar a Rheydt, a Joseph Goebbels le volvió a atrapar la rutina, y el sueño indio pasó. En ello nada cambió la exhortación de Richard Flisges de no perder de vista la India, «pues en ninguna parte puede ser peor que aquí en nuestra patria».1 En efecto, el año 1921 que terminaba ofrecía unas condiciones increíblemente desfavorables para los que querían empezar a trabajar. El desempleo y la escasez como consecuencia de haber perdido la guerra mundial seguían pesando mucho sobre Alemania. Es cierto que las potencias vencedoras acababan de reducir con el Tratado de Londres la cuantía de las reparaciones que habían dictado al Reich en Versalles; con todo, los 132.000 millones de marcos de oro exigidos ahora tampoco permitían esperar un despegue económico. Pese a todo, la suerte que Richard Flisges deseó a su amigo «en cualquier caso» pareció sonreírle a Goebbels a principios del año 1922. Él, que se complacía en hablar —sin tener los pies en el suelo— sobre Dios

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y el mundo, pero principalmente sobre la época actual, recibió una aprobación pública. «Gran sensación», 2 como sostuvo orgullosamente después, provocaron seis artículos suyos que el Westdeutsche Landeszeitung [Periódico regional de la Alemania occidental publicó entre enero y marzo «en libre sucesión». La redacción no compartía en modo alguno las opiniones allí defendidas, pero las consideraba —como se podía leer en la introducción al segundo artículo— «un serio intento de explicar la enigmática cara de esfinge de nuestra oscura época». 3 Una vez más manifestaba Goebbels allí que el culpable de la «confusión política, intelectual y moral de nuestros días» es el materialismo. Bajo el influjo de la lectura de Spengler escribió Goebbels en el artículo titu lado «Del espíritu de nuestro tiempo» que el materialismo era «una consecuencia, quizás incluso una manifestación final de un violento proceso (...) cuyas raíces hay que buscarlas en las décadas posteriores a 1870, en los años de expansión industrial y de "saturación alemana"». A él contraponía Goebbels —por así decirlo, como remedio universal—, siguiendo a Dostoievski, la conciencia de un «alma alemana», la ficción de una fuerza que radica en algún lugar de lo místico y que dirige el destino del pueblo. A ello asociaba él la idea de un «cuerpo orgánico del pueblo», que ya creía haber vivido —así le parecía retrospectivamente— en la cohesión del pueblo alemán al comienzo de la guerra mundial. De sí mismo afir maba que amaba a «mi Alemania desde lo más hondo de mi corazón», 4 y que en una sagrada glorificación de lo político podía concluir: «El amor a la patria es un oficio divino», y «ser alemán significa hoy estar tranquilo y esperar y trabajar retiradamente en uno mismo». 5 En su artículo «Del sentido de nuestro tiempo», 6 Joseph Goebbels se dirigía contra esos «alemanes de bien que piensan que la salvación nos debe llegar de fuera». Les exhortaba a rechazar todo «lo ajeno al propio ser» y a despertar la «propia alma» para una nueva vida. Finalmente alentaba al lector para que, a la vista del «sistema» de Weimar y de las ignominiosas cesiones de territorio y reparaciones impuestas al Reich, no se dejara «engañar» y pensara que «el alma alemana está muerta. Sólo está enferma, es cierto, de gravedad, pues se la ha maltratado, avasallado y pisoteado».

¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer

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Joseph Goebbels no entendió las capitulaciones parciales de Weimar que se impusieron también tras la conclusión de la paz, de manera que el «sistema» le parecía estar cargado de culpa desde un principio. Puesto que no quería conformarse con los pesimistas pronósticos de Spengler,7 se mostraba convencido —tal como escribió en su artículo «De la verdadera germanidad»— 8 de que tampoco esta vez, como siempre en tiempos de apuros, faltaría la reacción del «alma alemana contra lo ajeno a nuestro propio ser». En primavera de 1922 ya creía adivinar dónde se robustecería el «alma alemana». Seguramente no en la corrompida capital del Reich. «No, no, de Berlín no nos puede llegar la salva ción (...). A veces parece como si en el sur quisiera salir un nuevo sol». Por el «nuevo sol» entendía Goebbels las agrupaciones nacionales que se formaban precipitadamente en el crisol de Munich, entre las cuales daba cada vez más que hablar el NSDAP de Hitler. Si hacía sólo unos pocos meses se había burlado de los nacionalsocialistas, ahora empeza ba a percibirlos como la expresión de la rebelde «alma alemana», moti vo por el cual seguía con interés su fortalecimiento. Goebbels pronto tuvo otro motivo más para ser optimista. Gracias a la recomendación de un conocido, que ya le había ayudado en la publicación de sus seis artículos, en otoño consiguió un empleo en prácti cas, por horas, en la sección cultural del Westdeutsche Landeszeitung. Las esperanzas que esto le dio de obtener en el futuro un empleo a tiem po completo se vieron frustradas pocas semanas después por una carta del redactor jefe Müller. Puesto que se tenía que publicar un diario matutino holandés y había que colocar a su redactor, por desgracia se veía obligado a pedirle que interrumpiera su trabajo por horas. 9 A su «función extraordinaria» en el Westdeutsche Landeszeitung,10 en el transcurso de la cual publicó unos cuantos reportajes breves e intras cendentes que firmó como «Dr. G.», siguieron de nuevo días de mor tificante ociosidad. A finales de octubre se vieron interrumpidos por una conferencia en el salón de actos de la Escuela de Comercio e Indus tria de Rheydt. Goebbels habló sobre la literatura alemana contempo ránea.11 Aunque las entradas, que no hacía mucho costaban treinta pfennigs, valían ahora ya treinta marcos12 como consecuencia de la inflación,

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el acto —durante el cual se explayó principalmente sobre Spengler— tuvo buena afluencia de público, de manera que reportó al orador algunos billetes que se sumaron a los ingresos de las clases particulares que daba aquí y allá. Fuera de eso, la conferencia sirvió de ayuda a su maltrecha autoestima. Se acordaba con orgullo de que la tarde había sido todo un éxito y de que su novia Else Janke había estado «feliz». Entretanto, a Goebbels le unía una relación estable con Else Janke, la maestra de primaria que vivía justo al lado de la casa de sus padres en la Dahlener Strasse. Después de que se la presentaran en una fiesta de la Agrupación Comercial Católica, la había cortejado con determinación. Se necesitaron largos paseos e intercambios de opiniones para que la joven mujer, que tenía los pies en el suelo, empezara a sucumbir al «querido señor doctor», que supo ocultar una vez más su fuero interno detrás de elevadas y encantadoras charlas. En Baltrum, una isla del mar del Norte —allí pasó ella sus vacaciones a finales de verano y Joseph Goebbels tuvo la oportunidad de visitarla durante algunos días—, se hicieron finalmente pareja. En las cartas que Else Janke le escribió tras su partida hablaba apasionadamente del «delicioso tiempo que nos brindó Baltrum»,13 y él también estaba encantado. Pero no era el amor que le había unido a Anka Stalherm. Su relación era más bien la de dos camaradas.A Goebbels no se le ocultó que, a pesar de toda la simpatía y admiración por su inteligencia, a ella el pie deforme le hacía dudar si podría ser también el padre adecuado para sus hijos. Probablemente por eso ella puso mucho cuidado en ocultar la relación con él ante los vecinos de Rheydt. 14 En no pocas ocasiones esto dio lugar a discusiones que debieron de doler especialmente a Goebbels, pues le hacían volver a tener muy presente su defecto físico. Los conflictos de este tipo se superaban la mayoría de las veces con patéticas promesas de amor, que en último término nacían de la conclusión de que juntos podían hacer frente mejor a las inclemencias de la vida. Finalmente fue «Elsita», como él la llamaba, la que se puso a buscar un empleo para su prometido. Ella siempre hacía volver a la cruda rutina a Goebbels, quien de repente concebía planes eufóricos sobre su futuro como escritor y luego caía de nuevo en una profunda depre-

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sión. «Tenemos que volvernos un poco más humildes y conseguir no echar enseguida todo por la borda».15 A ese sentido de la realidad hubo que agradecer el que ella finalmente tuviera éxito. Un pariente lejano ofreció a su «prometido» un empleo en una sucursal del Dresdner Bank en Colonia. A Goebbels no le entusiasmaba en absoluto la idea y, cuando la cuestión se concretó en diciembre de 1922, fueron necesarias las apremiantes palabras de Else Janke: «Nos alegraremos de que haya sido así, y creo que lo más correcto sería que aceptes el puesto, si no te resulta demasiado difícil».16 A esto siguió una clarificadora discusión en la casa paterna del reticente. Puesto que Goebbels se veía obligado ante Else Janke y su familia —a cuyas expensas vivía básicamente— a aprovechar cualquier oportunidad que se presentara de ganarse el pan, prometió —tal como aseguró a los suyos de nuevo en Navidad— empezar en el banco, aun cuando todavía hizo algunos débiles y vanos intentos de encontrar antes «un puesto decente». El puesto en el banco equivalía para Goebbels a una traición de sus difusos «ideales», en los que se enfrascaba cada vez más. Él, que creía en recobrar la conciencia del «alma alemana» y que no había dejado pasar ninguna oportunidad de proclamarlo entre sus conocidos de Rheydt con un tono casi mesiánico, tenía que entrar ahora en un «templo del materialismo». Deprimido en vista de estas circunstancias, escribió el frustrado escritor a Else Janke en las Navidades de 1922: «El mundo se ha vuelto loco, e incluso los mejores se disponen ahora a tomar parte en el tumultuoso baile por el becerro de oro.Y lo peor de todo es que no lo reconocen, sino que intentan disfrazarlo e incluso justificarlo, argumentando que los nuevos tiempos exigen otro tipo de personas, que hay que adaptarse a las circunstancias. Sí, éstos entonarán canciones este año con alegría y entusiasmo acerca de Cristo, el dador de paz. Yo no puedo, pues no veo paz alguna, ni en el mundo ni en mí. Fuera hay vacío y monotonía, y en mi interior se han derribado los altares festivos y se han destruido las imágenes de júbilo. La mundanidad comienza a meterse en las casas, donde antes sólo reinaban el espíritu y el amor: lo llaman tener en cuenta los nuevos tiempos. Gran destino, ¿cómo pue-do sostenerme ante ti? Ya no puedo ser tu fiel servidor.Todos te han

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abandonado, los últimos y mejores han abjurado de tus banderas y han salido al mundo. Ahora me toca a mí».17 El 2 de enero de 1923 Goebbels empezó su trabajo en la sucursal del Dresdner Bank. Todas las mañanas a las cinco y media viajaba en tren de Rheydt a Colonia. Por las tardes, alrededor de las ocho, cuando volvía, le iba a buscar Else Janke a la estación. Unos días más tarde encontró en la avenida de Siebengebirgsallee en Klettenberg, en el sur de la ciudad catedralicia, una habitación que podía pagar justo con su «deplorable salario». Por lo demás, el sueldo no llegaba ni siquiera para la comida, así que seguía dependiendo de los paquetes de alimentos y de los giros de dinero que recibía de casa.18 A pesar de tener una carrera y un título de doctor, en la vida profesional seguía siendo el «pobre diablo». En vista de esta amarga desilusión, al parecer sólo pudo aguantar por el consuelo de su prometida, que rogaba a su «cariño», como lo llamaba, que resistiera19 y que «simplemente diera por seguro que vendrían días mejores».20 Muchas tardes ella le visitaba, y los fines de semana los pasaban en el Rheydt natal. La situación se complicó a partir del 11 de enero de 1923, pues los acontecimientos políticos habían provocado que se vinieran abajo las infraestructuras en el Rin y en el Ruhr. Bajo el pretexto de que Alemania no había cumplido con sus obligaciones de reparación, un ejército franco-belga había cruzado ese día el Rin y había ocupado la cuenca del Ruhr. Con el apoyo de todos los partidos alemanes, el gobierno del Reich reaccionó suspendiendo el pago de las reparaciones y dio instrucciones a sus funcionarios de no ejecutar las órdenes de las potencias ocupantes. La población también se declaró en huelga, por lo cual se paralizaron en su mayor parte las minas, las fábricas y los ferrocarriles. Con la resistencia pasiva, los ocupantes debían convencerse de que su política de «fianzas productivas» rendía grandes beneficios. En estas semanas, sentidas por Goebbels como «horribles» y durante las cuales escribió «poemas desesperados», vio una vez más la prueba de la «depravación» de los políticos del «sistema», que se limitaban a meras declamaciones, y del «sistema» en definitiva. Con tanta más atención siguió, sirviéndose de distintos periódicos, el proceso en el sur de Alemania.

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Allí, el agitador local de Baviera, Hitler, había afirmado en instigadores discursos la idea del «liderazgo de un Führer» y se le había llenado la boca al proclamar que quería poner fin inmediatamente a la impotencia alemana. En abril de 1923 se reunieron en Munich las asociaciones patrióticas de toda Baviera para comenzar a actuar al acabar el mes. Sin embargo, el intento de boicotear el mitin de mayo de los izquierdistas en el prado de la Theresienwiese y de derribar al mismo tiempo el gobierno bávaro fracasó estrepitosamente. Los frustrados golpistas se sometieron a las órdenes de la Reichswehr y de la policía, exponiéndose así al ludibrio de la nación entera. En lugar de la esperanza de que, partiendo desde el sur, las cosas cambiaran por fin a mejor en el Reich, Goebbels llegó a la conclusión de que sólo empeoraría todo. Entretanto, los belgas y los franceses se las habían arreglado para instalarse en la cuenca del Ruhr con técnicos, ingenieros y ferroviarios propios, y con un ejército de trabajadores extranjeros. Volvieron a poner en marcha para uso propio las minas y los ferrocarriles. La consecuencia fue que el Reich, en estado de ruina económica, agotó todos sus recursos con las continuas prestaciones para el territorio ocupado, y la inflación siguió aumentando. El desempleo y la pobreza que éste acarreaba adquirieron proporciones alarmantes especialmente en las ciudades. Goebbels escribió a modo de denuncia: «Aquí en Colonia mueren al mes unos cien niños de hambre y tisis» y «ellos se sientan en su mesa teórica y deliberan qué se debe entender por resistencia pasiva y si hay que desocupar la cuenca del Ruhr por etapas». Se indignaba de que la Iglesia católica poseyera en el tesoro catedralicio una lujosa custodia por valor de 12 millones de marcos de oro. Esto equivaldría hoy a 280.000 millones de marcos. «Con ese dinero se podría enviar a 560.000 niños enfermos de hambre durante dos meses al campo y al sanatorio y así recuperarlos para la vida activa».21 Goebbels, cuyo estado físico y nervioso se había vuelto a deteriorar, consideraba también como una injusticia lo que veía diariamente en el banco: los pequeños burgueses perdían sus ahorros con la inflación, en cambio los compromisos de deudas que pesaban sobre el suelo y los bienes reales eran prácticamente anulados y sus propietarios se

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volvían más ricos de lo que ya eran; los especuladores sin escrúpulos acumulaban inmensas fortunas mediante las operaciones de divisas y la barata adquisición de bienes raíces de gente que había entrado en apuros, mientras que fuera del banco vivían en la miseria personas inocentes. «Habláis de inversión de capital, pero detrás de esta bonita palabra se esconde sólo un hambre bestial por ganar más. Digo bestial: es ofensivo para las bestias, pues las bestias sólo comen hasta que están saciadas», comentaba Goebbels acerca del comportamiento financiero de aquellos círculos.22 Al parecer, tampoco era extraño entre sus compañeros aprovechar para negocios cuestionables la vertiginosa caída del marco: si en abril de 1923 el dólar costaba unos 20.000 marcos, a principios de agosto ya se pagaba por él un millón de marcos. Informó a Else Janke acerca de un «fenómeno característico»: las acciones del Dresdner Bank en la bolsa de Colonia habían subido de un millón a dos millones de marcos. A la una habían llegado a la sección de negociación de efectos las cotizaciones previas. Poco después, algunos hombres jóvenes de esta sección le preguntaban a él en la contabilidad del depósito, donde aún no se conocía la nueva cotización, quién de los empleados de la casa todavía poseía acciones del Dresdner Bank y las vendía por 1.200.000 marcos. «Cuando hoy por la tarde le expliqué a uno de los jóvenes canallas que yo consideraba su conducta como un fraude muy indecente y mezquino, sólo tuvo para mí un compasivo encogimiento de hombros. Y ni uno solo de los que escucharon nuestra discusión me dio la razón.Todo el mundo era de la misma opinión: el negocio es el negocio».23 El ya no se sentía parte de este mundo, confesó en junio de 1923 a Else Janke, quien también había empezado a resignarse. Es horrible —le había escrito ella a Colonia ya a finales de abril— «cómo estos tiempos tristes y difíciles pesan constantemente sobre nosotros como una abrumadora carga, cómo te vuelven desgraciado y desesperado».24 Quizás por eso sintió deseo de rendirle cuentas a ella sobre su desperdiciada vida en más de treinta páginas escritas a mano. «Sé que un día las cosas me fueron mejor. Hoy soy un barco encallado en un banco de

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arena (...)• No me dejan tranquilidad para volver a mí mismo. Estar insatisfecho en el trabajo es un terrible suplicio». 25 Generalizando su suerte, preguntaba si los «jóvenes intelectuales» no estaban tan descontentos porque no se les concedía el lugar adecuado. «Los viejos de ayer» tenían la palabra y se aprovechaban de ellos, «que llevamos un nuevo mundo en el pecho y sólo soportamos el viejo con vergüenza y des precio». A su condición psíquica respondía el hecho de que a las fases de profunda depresión siguieran siempre arranques de voluntad fanática. Entonces escribía a Else Janke que no eran los economistas ni los directores de bancos los que conducirían a una nueva época, sino aquellos que habían permanecido «limpios» y no se habían «manchado» las manos «con los tesoros de un mundo sin Dios». Quería ser en un nuevo mun do lo que hoy no podía ser.Y si esta nueva época llegara demasiado tar de para él, bueno, también era grande y bello ser el precursor de una gran época. No era el único que pensaba así. Estaba totalmente de acuerdo con los mejores, con la juventud. «Nosotros seremos el fermento que revoluciona y trae nueva vida. Tendremos derecho a decir la pri mera palabra en los nuevos tiempos. Y esta palabra será: verdad, lucha contra la mentira y el engaño, amor». 26 Ni siquiera diez años tardaría en empezar para él la «gran época». Al hecho de que ésta pudiera empezar contribuyó la situación que se agudizó a principios de verano de 1923 en la Alemania sacudida por la crisis. Mientras que el impotente gabinete de Cuno buscaba salidas de sesperadamente, en el territorio ocupado amenazaba con derrumbarse la resistencia pasiva. La iniciativa pasó ahora cada vez más a los radicales. Hacía mucho que hombres como Leo Schlageter habían formado unidades que cometían atentados contra las tropas de ocupación y sus instalaciones. Éstos solamente conducían a su vez a acciones de repre salia sin ninguna piedad y empeoraban así la suerte de la gente. En medio de la necesidad y de la confusión general, cometían abusos toda clase de granujas .Víctima suya fue Joseph Goebbels en un viaje en coche de Colonia a Rheydt. Dramatizando y esforzándose una vez más por proyectar todo el caos de su tiempo a lo que le había ocurrido a él, anotó

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después: «Ataque por sorpresa. Herido grave. En ambulancia a casa. (...) Madre casi un infarto». 27 Cuando, catorce días después, el «herido grave» se restableció y regresó a Colonia, cayó de nuevo en profundas depresiones. Puesto que para él la ciudad era un asco, el banco un completo sinsentido y sus ingre sos «iguales a cero», aunque los ceros no dejaban de crecer en su nómina, volvió a llamar la atención sobre sus necesidades con amenazas de suicidio. Sin embargo, los ánimos de Else Janke le dieron nueva fuerza. «¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer». 28 Ahora se apercibía de los «frenéticos tiempos» con una «secreta alegría», 29 pues en ellos parecía anunciarse la posibilidad de un nuevo comienzo. «Sí, tiene que llegar el caos para que la situación mejore». 30 En julio de 1923 Goebbels creía no poder aguantar más en el banco. Decidió darse de baja por enfermedad, hizo en vano el «teatro» ante dos médicos y poco después un tercero le dio de baja «por seis sema nas», pues entretanto el impostor había enfermado de verdad. Unos cuantos días después se sentía ya tan bien que, como el año anterior, pudo viajar con Else Janke a Baltrum, su «paraíso». 31 Los apacibles días que allí vivió, de los que esperaba un sosiego interior, tuvieron sin embargo un fin inesperado. Su amigo Richard Flisges, que para enton ces había dejado la carrera y se había puesto a trabajar como simple obrero en una mina en el lago Schliersee de la Alta Baviera, había perdido allí la vida en un accidente minero. A la noticia Goebbels reac cionó con «conmoción. No soy dueño de mí mismo. Solo en el mun do (...). Lo he perdido todo». 32 Para erigir un «monumento literario» a Flisges, el «valiente soldado del trabajo» que tantas veces le había apoyado durante la carrera,Joseph Goebbels decidió escribir una novela: Michael Voormann. El destino de un hombre a través de su diario.33 Lo único que coincide con su escrito redactado cuatro años y medio antes, Los años de juventud de Michael Voormann, es el nombre del héroe. A diferencia del texto completamente autobiográfico de finales del verano de 1919, en el que «MichaelVoormann» es sinónimo de Joseph Goebbels, el protagonista del año 1923 se convierte en una síntesis de Richard Flisges y Goebbels.

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El texto es una prueba de que Joseph Goebbels ya no quería conformarse con su lamentable existencia —y la del «pobre pueblo perdido»— que Dios permitía. Así escribió en el «preludio»: «De misteriosas profundidades suben en eterna transformación fuerzas de una vida joven. La disgregación y la disolución significan en esta época más que eso; no decadencia sino transición (...). En los corazones de los jóvenes arde caliente y abrasadora el ansia de la reconstrucción, de la nueva vida y de la joven forma. Con dolor esperan ese día. En las buhardillas de las grandes ciudades, llenas de hambre, frío y tormento espiritual, van creciendo la esperanza y el símbolo de otro tiempo. Fe, trabajo y anhelo son las virtudes que unen a la nueva juventud en su fáustico impulso creador. Esto último hace que los jóvenes se unan: el espíritu de resurgimiento, el liberarse del materialismo, el avanzar hacia la fe, el amor, la fervorosa entrega».34 La acción, reducida al mínimo en el Michael, sirve después casi exclusivamente para exponer su visión del mundo. Con el género del «diario novelado», Goebbels evitaba tener que presentarla con una lógica de contenido. En su lugar aparece un conglomerado confuso de descripciones de situación y tesis sobre un «nuevo tiempo», enriquecido con fragmentos de la abundante literatura que había hecho suya. Además de la Biblia, ejercieron su influjo el Fausto y el Wilhelm Meister de Goethe, las obras de Nietzsche —especialmente su Zaratustra— y los escritos de Dostoievski. Con el «destino del hombre» en el umbral de un «nuevo tiempo», que conduce a un «nuevo hombre alemán» —caracterizado por su «instinto», su «valor» y su «fe» y, por tanto, el prototipo contrario al intelectual, supuestamente sin alma, consagrado al materialismo—35 el autor «hacía añicos» de forma definitiva su «viejo mundo religioso».36 Michael/Goebbels, que había confiado en vano en la «justicia» del «Dios cristiano», piensa que da igual en qué se crea, que lo único importante es creer. Igual que si se tratara de un fetiche, jura esta creencia indeterminada de la que espera un mundo mejor: «¡Tú mi fe fuerte, ferviente, poderosa. Tú mi compañera de camino, mi orientación, mi amiga y mi Dios!».37 Cuanto más creyera, cuanto más venerara a su fetiche,

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tanta más vitalidad tendría, tanto más fuerte sería —concluía consecuentemente—. No otra cosa significa cuando Michael/Goebbels dice: «Cuanto más grande y más fuerte hago a Dios, más grande y más fuerte soy yo mismo».38 Si la fe de Goebbels en Cristo había vivido de sus actos y los de otros creyentes, su nueva fe no vivía menos de los actos del hombre; mejor dicho, de su sacrificio. Puesto que ahora la fe en sí misma se había convertido en Dios, en motor, ya no se necesitaba la redención de la humanidad por medio del sacrificio de Cristo. El «hombre moderno», que lleva en sí mismo la fe y por ende a Dios, redime a su especie por su propio sacrificio. Michael/Goebbels, el «Cristo-socialista», se sacrifica por amor a la humanidad.39 Goebbels daba así un sentido a la muerte en la mina y al fallecimiento de Richard Flisges, pero también a su propia vida de lisiado desempleado. Aunque el «hombre moderno» de Goebbels se puede redimir a sí mismo, él busca al «redentor» hecho hombre.Ya en su tesis había expresado Goebbels su anhelo de encontrar un «genio fuerte». Ahora hace preguntar a su «Michael» si no hay nadie que conozca el camino hacia un futuro mejor.40 Al igual que Jesucristo, el hijo de su «Dios superado», había servido al Creador como intercesor de su vis spiritualis católica, en el nuevo «mundo de fe» de Joseph Goebbels se necesitaba a su vez un mediador que le diera solidez. Con los componentes de la fe, el anhelo de encarnación de esa fe y finalmente la autoredención a través del sacrificio, Goebbels estaba anticipando las patéticas y hueras palabras pseudorreügiosas del culto nacionalsocialista, con el que después se sugeriría a la gente que hacía saltar las cadenas de la realidad. En 1925 escribió Goebbels: «Hemos aprendido que la política ya no es el arte de lo posible. Según las leyes de la mecánica, lo que queremos es inalcanzable e irrealizable. Lo sabemos. Y sin embargo seguimos actuando después de esta conclusión, porque creemos en el milagro, en lo imposible y en lo inalcanzable. Para nosotros la política es el milagro de lo imposible». 41 Una y otra vez proclamaría la fe en lo imposible. En el año 1933, mucho tiempo después de haber encontrado en el Führer Adolf Hitler la encarnación de su fe,

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podría en efecto predicar el milagro de lo imposible hecho realidad. Incluso diez años más tarde, después de que se anunciara el final con la catástrofe de Stalingrado, glorificada como sacrificio nacional y precio del triunfo futuro, Goebbels lo volvería a invocar. Pero esta vez el mila gro no se produjo. Después de que Joseph Goebbels acabara su Michael Voormann, dedicó también a la memoria de Richard Flisges, su amigo fallecido en el accidente, un artículo en el periódico Rheydter Zeitung.42 En la «salutación de Navidad para Schliersee dirigida a una tumba callada», volvía a celebrar su muerte como un sacrificio simbólico para el anhelado mundo mejor. Olgi Esenwein, la novia de la víctima, a la que Goeb bels le envió a Suiza tanto el artículo de periódico como también más tarde una copia del Michael Voormann, dijo que él había sido la única persona que había comprendido a Richard Flisges en toda su «belleza y magnanimidad», la cual, «tras pasar por toda nuestra cultura, le devolvía a lo sencillo, a lo natural, a lo divino». 43 Cuando en 1929, tras varios retoques, se publicaba en la editorial nacionalsocialista Eher de Munich el Michael con el nuevo título de El destino de un alemán a través de su diario,44 Michael/Goebbels era consecuentemente un «buscador de Dios» sólo al principio. A diferencia del texto primitivo, lo «encuentra» en el propio presente: «Existe uno que sabe el camino.Yo quiero hacerme digno de él». 45 Si en la versión de 1923, que equivale a una huida de la miseria existente en la realidad, la fe de Michael Voormann residía en un anhelo indeterminado de alcanzar un «mundo mejor», ahora se expresaban de manera concreta las fuerzas buenas y sobre todo perniciosas, en cuya colisión debía consumarse el destino de Alemania. El protagonista se convertía en un «trabajador de frente y puño» 46 profundamente arraigado en la germanidad, en resumen, en el prototipo del nuevo hombre nacional socialista. En el resto de personajes se refleja la república deWeimar tal como la veía el autor. Ahí está la novia de Michael, Hertha Holk, que representa la burguesía. Al igual que la Anka Stalherm de Goebbels, Hertha Holk no puede entender a Michael, quien, además de los «ejércitos de negros» en el Rin,47 se queja de la desalmada y corrupta influen-

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cia de los «barrigas gordas», de los judíos como la «úlcera purulenta en el cuerpo de nuestra enferma nacionalidad alemana»48 y, por tanto, les echa la culpa de la penuria alemana. La figura de Iwan Wienurowsky, un revolucionario ruso, estaba marcada en la primera versión de 1923 por la fascinación de Goebbels por la Rusia de Dostoievski. Ahora el autor hace decir al moribundo Michael, anticipando la ampliación hacia el este establecida en el programa de Hitler: «Iwan, infame». 49 Sin que se pudiera tratar de una manipulación posterior, en las dos versiones «Michael» muere además con su simbólico sacrificio justamente el 30 de enero, el día en que, según la perspectiva del autor, años más tarde se haría realidad la «nueva época» con la subida de Hitler al poder. El periodista Heinz Pol, del Weltbühne, escribió en 1931 sobre el Michael que era la «manifestación perfecta» de lo que los camisas pardas llaman «el espíritu alemán y el alma alemana». Afirmaba que había leído el libro varias veces y que sin embargo no había encontrado una sola frase de la que se pudiera decir que tuviera «sentimiento alemán» o estuviera escrita en un «estilo alemán». «Lo que sin embargo encontré —y una prueba de ello es una de cada tres palabras— ha sido esa desvergüenza nada alemana, absolutamente patológica», según el juicio de Pol, «con la que un mugroso literato no deja de desgarrarse el pecho y vociferar "los cuatro novísimos"».50 Pero volvamos al año 1923. A principios de septiembre, Goebbels había regresado de Baltrum conmocionado por la muerte de Richard Flisges. Poco después recibió en Rheydt la carta de despido del Dresdner Bank, hecho que sin embargo ocultó a sus padres. Para dar la impresión de que seguía ejerciendo su empleo, volvió a viajar a Colonia. Pero lo cierto era que ahora él también pertenecía a la legión de los desempleados. Tenía que vivir con un florín toda la semana, pues no recibía subsidio de desempleo. Lo único constructivo que hacía era trabajar en un «drama histórico» que llamó Der Wandereí51 [el caminante o el viajero], pues él mismo viajaba entre los tiempos antiguos y modernos conforme a su autognosis. A Goebbels la situación le parecía tan desesperante que se dedicaba a buscar trabajo con poca energía, aunque le aseguraba a Else Janke que

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hacía todo lo que podía y que repasaba todos los anuncios de los periódicos en busca de empleos adecuados.52 Hans Goebbels, que no había retomado el bachillerato —como en realidad había sido su intención tras volver a casa del cautiverio francés—, sino que ejercía un trabajo fijo en Neuss, ayudó a su hermano facilitándole la dirección de una empresa en la que debía pedir trabajo. Joseph no podía esperar otro tipo de apoyo de su hermano, ya que su puesto le proporcionaba «lo justo para comer y vivir. Qué más se puede pedir en el momento actual, cuando los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Es verdaderamente admirable cómo los cerdos bien nutridos siempre se las arreglan para hacer recaer toda la miseria y todas las preocupaciones, todos los pagos y deudas sobre los más pobres de entre los pobres en Alemania».53 A mediados de septiembre, Fritz Goebbels seguía sin saber que su hijo estaba parado, pero se había enterado de que buscaba trabajo. Con la preocupación de que pudiera poner en peligro su puesto en el banco, le hacía ver que, dada la dificultad de los tiempos, no era tan fácil encontrar un cargo adecuado. Así pues, le aconsejaba que durante algún tiempo lo intentara en un banco de Rheydt donde su hermano Konrad tenía algunas relaciones. «Así al menos tendrías bastante para comer y podrías esperar tranquilamente hasta que encuentres un puesto adecuado para ti», decía una carta del padre,54 que sin embargo no sabía muy bien qué hacer con las aspiraciones profesionales de su hijo y que en todo caso daba preferencia a una ocupación estable, como por ejemplo en un banco. Puesto que ni siquiera la abnegada ayuda de Else Janke podía librar a Joseph Goebbels de pasar hambre, escribió a su padre una carta desesperada confiando en que éste le pidiera que se fuera a casa. Le decía que tenía una enfermedad nerviosa, lo que seguramente le vendría de familia.55 Le salieron bien las cuentas. El preocupado padre rechazó esto último enérgicamente, pero le pidió a su hijo que volviera a la casa paterna pese a su supuesta colocación en el banco, ya que en esa dificil situación no podía esperar otro tipo de ayuda. Después de qué el padre le enviara incluso el dinero para el viaje, Joseph Goebbels aban-

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donó la ciudad catedralicia a principios de octubre de 1923 para encontrar refugio —como tantas otras veces en los últimos años— en el seno de la familia. En casa, colmado de atenciones por parte de su familia, vivió las consecuencias del completo desmoronamiento de la resistencia pasiva en los territorios ocupados. Tras la caída del gabinete de Cuno, el 13 de agosto de 1923 se formó un gobierno de gran coalición con el canciller Gustav Stresemann a la cabeza. Precisamente el líder de un partido nacional de derechas, como era el Partido Popular Alemán (Deutsche Volkspartei, DVP), había capitulado en política exterior al dar por terminada el 26 de septiembre la fracasada política obstruccionista. De los partidos del «sistema», tan aborrecidos por Goebbels, que «cambiaban de camisa según la conveniencia» —así escribió—, ahora ninguno admitía haber estado a favor de la resistencia pasiva. «Todos sabían hace tiempo que saldría mal» —hasta el Kólnische Zeitung, al que él estaba abonado. En este y otros periódicos leía acerca de los conatos revolucionarios de los derechistas e izquierdistas extremos en el Reich, en el cual el gobierno de Stresemann había decretado el estado de excepción en septiembre. Leía que en Sajonia y en Hamburgo crecía rápidamente la influencia de los comunistas, leía acerca de los nacionalsocialistas de Hitler, que daban cada vez más que hablar, pero confiaba poco en ellos dadas las experiencias de la primavera. El «caos» que había anhelado para que las cosas fueran a mejor le parecía ahora omnipresente. «Turbulentos días de beber por desesperación», dijo haber pasado —según escribió con gran patetismo—, pues creía tener que presenciar ahora la caída del proyecto alemán.56 Las noticias sobre los acontecimientos de Munich del 8 y del 9 de noviembre de 1923 le sacaron de su letargo: la «revolución nacional» proclamada por Hitler, ¿introduciría de hecho el deseado cambio, en vista del decreciente poder del gobierno del Reich en Berlín y teniendo como fondo la desesperada precariedad del país, cuya moneda estaba destruida y cuya economía se encontraba profundamente arruinada? Pero, antes de que acabara el 8 de noviembre de 1923, los supuestos

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aliados conservadores de Hitler se habían vuelto a distanciar de él. Creyendo poder quizás forzar todavía el destino, los «traicionados», liderados por Hitler y Ludendorff, el general de la guerra mundial, formaron al día siguiente una manifestación por el centro de Munich en dirección al Ministerio de Guerra. En la Feldherrnhalle [el Pórtico de los Generales], donde las columnas marcharon directamente contra un cordón policial mientras cantaban el Oh, Deutschland hoch in Ehren [Oh, Alemania, de alta gloria], pasó lo que pasó: un único disparo, al que siguió un breve pero violento tiroteo. El balance: 17 muertos, numerosas detenciones, un golpe de Estado fracasado y en la lejana Rheydt un decepcionado pobretón sin trabajo. Hacia finales del año 1923 empezaron a consolidarse las cosas en el Reich. En un principio la joven república había podido defenderse contra los ataques de la derecha y de la izquierda. Cuando el 23 de noviembre Stresemann dimitió tras cien días de cancillería, también se había puesto término a la inflación y saneado la moneda alemana. Con el marco renta (rentenmark) se había creado una estable unidad de compensación del marco. Pronto fue sustituido por el marco del Reich (reichsmark), que se mantuvo estable gracias al flujo de capital extranjero que entraba en Alemania. Esto conllevó un lento despegue de la economía y con ello una reducción del desempleo. Puesto que el descalabro y el nuevo comienzo no tuvieron lugar, por de pronto todo seguía siendo igual para Goebbels. Por ese motivo, los apuros le hicieron intensificar la búsqueda de empleo.Tras haber tratado ya de obtener un cargo en el Vossische Zeitung,57 en enero de 1924 envió, entre otras, una larga carta de solicitud de empleo al BerlinerTageblatt. En este prestigioso periódico liberal aspiraba a un puesto de redactor y cifraba sus expectativas salariales en 250 marcos al mes. 58 En respuesta a otro anuncio de la editorial Mosse, se «tomó la libertad» de ofrecer sus servicios como redactor. Para presentarse como un hombre de formación universal y para dar a su curriculum la necesaria contundencia, envió una relación «retocada» de sus supuestas actividades después de terminar la carrera. De noviembre de 1921 hasta agosto de 1922 había estudiado en Bonn y en Berlín «historia moderna del tea-

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tro y del periodismo». Tras dos meses de meritorio en el Westdeutsche Landeszeitung, de octubre hasta finales de 1923 se dedicó al «estudio privado de la economía política y pública». «Amplias ramas del sistema bancario moderno» afirmaba haber conocido durante sus nueve meses en el Dresdner Bank. Como «ocupación secundaria» había estudiado economía política en la Universidad de Colonia y en ocasiones había sido colaborador de grandes diarios de la Alemania occidental. «Como consecuencia de leves trastornos nerviosos que me causaron el trabajo excesivo y un accidente, me vi obligado a renunciar a mi ocupación en Colonia».59 Con todo, los esfuerzos del que ya estaba «completamente restablecido» no tuvieron éxito. Para que, en vista de todas estas decepciones, pudiera escribir «desde el fondo del alma» su amargura, Else Janke le había regalado en octubre de 1923 un «libro para uso diario», es decir un diario. El 17 del mismo mes empezó a anotar en él todas las noches lo que le atormentaba. A este diario antepuso en verano de 1924 sus llamadas Erinnemngsblátter [notas autobiográficas], en las que resumía su vida hasta ese mes de octubre en estilo telegráfico. Afirmaba que escribía «porque mi pensamiento me resulta una tortura y un placer. Antes, cuando era domingo y avanzaba la tarde, ya no estaba tranquilo. Entonces pesaba sobre mi alma toda la semana con su tormento infantil. La mejor manera de remediarlo era coger mi devocionario e ir a la iglesia. Reflexionaba sobre todo lo bueno y lo malo que me había traído la semana, y luego me dirigía al sacerdote y me confesaba para aliviar mi alma. Ahora, al escribir, tengo la misma sensación. Me parece como si tuviera que ir a confesarme. Quiero liberar mi alma hasta de la última carga».60 En esos casos siempre se justificaba ante sí mismo con la idea de que él no era responsable de su destino. Siempre echaba la culpa al «mundo corrupto». Puesto que se negaba a deponer todo lo que se llaman ideas propias, valor cívico, personalidad, carácter, para él permanecía cerrado el acceso a ese mundo materialista 61 —escribió, refugiándose en la visión de ser un fenómeno excepcional—.Todas esas virtudes que él pretendía tener se las negaba a la mayoría de sus congéneres. Así, decía del prototipo del «burgués provinciano» de Rheydt que le resultaba

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aburrida y molesta cualquier conversación intelectual. «Son vagos hasta para jugar al skaf2 —algunos dicen que incluso para el coito—, no es de extrañar que se pongan gordos, rollizos y sebosos».63 Los odiaba a todos porque se sentía apartado; pese a la carrera y al título de doctor, o precisamente por ello, parecía seguir siendo un marginado que vivía aún a expensas de sus padres y de su prometida. «Esta miseria de vivir a costa ajena. Me rompo la cabeza pensando cómo puedo poner fin a este indigno Estado»,64 escribió en su diario. En otro sitio reconocía que «nada me espera: ninguna alegría, ningún dolor, ningún deber ni ninguna tarea (...). Mísera vida, que se tiene que regir por el maldito dinero».65 Había aprendido a odiar de manera especial el dinero, que le faltaba desde siempre; de él —pensaba— proceden todas las «desgracias del mundo. Es como si las riquezas fueran la encarnación del mal en el principio del mundo. Odio el dinero desde lo más hondo de mi alma».66 Sentimientos igual de hostiles albergaba contra aquellos cuyos negocios monetarios había tenido que contribuir a realizar diariamente durante su época en el banco, contra los judíos, a los que pertenecían también Mosse y Ullstein, quienes —así lo veía él en cualquier caso— le habían negado el sustento.67 Respecto a los judíos no se tenían más prejuicios en la casa paterna de Rheydt que en cualquier otra parte de la pequeña burguesía católica. Se les tenía por particularmente inteligentes y hábiles en el manejo del dinero, lo que sin embargo no cambiaba nada en el hecho de que se veía en ellos a alemanes enteramente normales, entre otras cosas porque habían luchado y caído en la guerra mundial por el emperador y por la patria. Desde que Goebbels padre ascendiera a fuerza de trabajo, su familia mantenía relaciones de amistad con la de un abogado judío.68 Estaban un poco orgullosos de ello, pues realzaba la propia reputación. El bachiller del pie deforme había podido visitar en ocasiones al doctor Josef Joseph —así se llamaba el prestigioso abogado— para departir con él sobre literatura, y durante su época de estudiante había encontrado siempre en el amigo de la literatura a alguien con quien hablar. Ante Anka Stalherm se había quejado en su día sobre la historia de la literatura de Adolf Bartels: «Sabes que tengo bastante aversión

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a este exagerado antisemitismo (...)• No es que pueda decir que los judíos sean mis mejores amigos, pero creo que ni con insultos ni polémicas, y ni siquiera con pogromos, se acaba con ellos, y aunque se pudiera hacer de esta manera, sería muy indigno e inhumano». 69 Entonces Goebbels pensaba que el mejor método contra su supuesta preponderancia era hacer las cosas mejor. Eso es lo que procuró mientras estudiaba con Gundolf, el germanista judío al que admiraba. Después de hacer la tesis doctoral con el «medio judío» Von Waldberg, igualmente apreciado por él, siguió el consejo de su amigo y vecino doctor Joseph de sacar el máximo provecho a su estudio con el profesor judío en Heidelberg y hacerse orador o escritor.70 Su actitud respecto a los judíos sólo empezó a cambiar desde 1922. En esa época, su prometida Else Janke le «confesó» durante una discusión debida a su dolencia en el pie que era hija de madre judía y padre cristiano. En un principio Goebbels se mostró molesto. El «primer encanto» —pensó— había pasado.71 Pero no cambió su actitud hacia ella, aun cuando para él ya existiera un «problema judío». Al parecer, la lectura de La decadencia de Occidente de Spengler le había hecho familiarizarse con esas ideas. Es cierto que durante su conferencia de octubre de 1922 tuvo grandes elogios para Gundolf, pero aun así juzgó las opiniones de Spengler sobre el judaismo como «de eminente importancia». Le parecía que «aquí la cuestión judía se considera desde la raíz. Se debería admitir que este capítulo aporta un esclarecimiento intelectual de la cuestión judía».72 Con todo, fueron sus «experiencias» y «conclusiones» en el banco las que primero llevaron este problema al centro de las preocupaciones de Goebbels.73 El resultado fue que el «problema racial», cuyos componentes anatómicos tenía que dejar siempre de lado el hombre del pie zambo por razones evidentes, empezó a empañar poco a poco su relación con Else Janke. Tras una de las numerosas discusiones ella le escribió: «En realidad, toda la conversación que hace poco venimos manteniendo sobre el problema racial me importunaba claramente. No me podía quitar la idea de la cabeza y veía realmente en este problema casi un obstáculo para nuestra futura convivencia. Estoy firmemente con-

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vencida de que en este aspecto piensas sin duda muy exageradamente...».74 Como se desprende de sus notas autobiográficas, Goebbels estaba leyendo entonces Los fundamentos del siglo xix, de Houston Stewart Chamberlain.75 El británico había «desarrollado» la doctrina racial del francés Gobineau, quien la había expuesto en su tratado sobre La desigualdad de las razas humanas,76 y había llegado a la con-

clusión de que los arios son «el alma de la cultura» y de que sólo hay dos razas puras: la aria y la judía. La primera, que llevaría en sí misma el legado de la Antigüedad —el arte y la filosofía griegas, el derecho romano y el cristianismo— es la elegida como «raza dominante» para superar el espíritu materialista imperante en la época y hacer llegar una nueva era. La condición para ello es la «pureza» de la raza, pues «las nobles razas humanas quedan para siempre sin alma y excluidas del "género que aspira a la luz" por el dogma semítico del materialismo, que en este caso y a diferencia del cristianismo se ha mantenido libre de todas las mezclas arias».77 La ideología de Chamberlain —sobre el que, tras un encuentro en Bayreuth, escribiría después eufóricamente en su diario que era el «precursor», el «pionero», el «padre de nuestro espíritu»—78 no dejó de influir en la percepción del Goebbels de ventiséis años. Goebbels empezó a ver en los judíos la encarnación del materialismo, del mal por antonomasia, del «anticristo»79 y, por tanto, al culpable concreto de las desgracias de este mundo. ¿No procedían del judaismo los protagonistas tanto del comunismo materialista y por ende corrupto como del capitalismo igualmente materialista y su orden democrático? Judíos eran Marx,Trotski, Rosa Luxemburgo, así como el ex ministro de Exteriores del Reich Rathenau y Hugo Preuss, el creador de la constitución de Weimar. A partir de ahí concluyó Goebbels que el «marxismo es una comedia judía que trata de castrar y depravar a los pueblos conscientes de su raza».80 El comunismo y el capitalismo o, como diría Goebbels más tarde, el «marxismo y la bolsa» perseguían en su opinión un único objetivo común: «la completa eliminación de cualquier poder nacional, el traslado de toda economía al poder de uno solo: el

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capital bursátil de Judas»81 —en la guerra mundial y en la época del «sistema» veía los indicios de ello. El camino hacia un mundo mejor —pensaba Goebbels— pasaba primero por la lucha contra la supuesta hegemonía del «judaismo inter nacional». La decadencia de Occidente, que Spengler predijo en el paso de la «cultura» a una etapa final de materialismo desalmado, la «civilización», podía evitarse desde el punto de vista de Goebbels con la «supresión» del judaismo. De nosotros depende, del «nuevo hombre» —había dicho Goebbels— superar el temor a la decadencia profetizado por Spengler.82 Aunque semejantes «convicciones» conferían al conjunto una dimensión gigantesca, al principio aún no se atrevía a expresarlas o a refle xionar siquiera sobre las consecuencias resultantes. Por de pronto se conformaba con invectivas directas contra los judíos, que escribía desde el fondo del alma. En sus diarios tempranos se pueden leer descalificaciones como «puercos», «traidores» y «vampiros». Al comienzo a veces le asaltaban los escrúpulos, cuando por ejemplo añadía que al hombre le es muy difícil salirse de su pellejo, pero que el suyo era ahora «par cialmente antisemita». 83 Sólo cuando se sintió respaldado por gente de idéntica o parecida opinión y había encontrado al Führer que debía seguir, sus escrúpulos cedieron ante «la implacable lógica de lo que debe ser y de lo que estamos dispuestos a hacer porque así debe ser». 84

Capítulo 4 ¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE? MITAD PLEBEYO, MITAD DIOS. ¿EL CRISTO VERDADERO o SÓLO SAN JUAN? (1924-1926)

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esde su vuelta a casa en octubre de 1923, Goebbels vivía retirado en el hogar paterno de la Dahlener Strasse. Evitaba encontrarse con la gente, estaba descontento con su suerte, que equiparaba a la de la nación, y se refugiaba cada vez más en su fe en un «mundo justo», que tenía que llegar al igual que su precursor. En junio había anhelado un «Florian Geyer de nuestro tiempo, que clave el puñal en medio del corazón a la discordia alemana»,1 y también en su Michael había buscado una personalidad que pudiera conocer el camino.2 Ahora —a principios del año 1924— Goebbels empezó a atribuir este papel a un hombre, a una persona real, Adolf Hitler. En este sentido, el momento desencadenante fue al parecer el proceso por alta traición que tuvo lugar en febrero en Munich, durante el cual el fracasado golpista de noviembre, alentado por la disposición sumamente benévola del tribunal, utilizó el banquillo de acusado como tribuna de orador. Defendió el golpe como un acto patriótico que no tenía nada que ver con la «vergonzosa traición» de los revolucionarios de 1918. Así pues, en ese día del proceso Hitler ganó nuevos partidarios, y cuando al final de mes los jueces dictaron su sentencia extremadamente benigna —cinco años de prisión—, en amplios sectores de la opinión pública alemana las simpatías estaban del lado del protagonista, Hitler. Al parecer, Goebbels también se contaba ahora entre sus admiradores. Hitler había dicho exactamente lo que él pensaba —escribió dos años

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después—, pues había expresado algo más «que el propio tormento y la propia lucha. Aludió a la miseria de toda una generación, que busca hombres y misiones con una confusa impaciencia. Lo que dijo es el catecismo de la nueva fe política en medio de la desesperación de un mundo sin dios que se desmorona. No se quedó callado. Un dios le inspiró que dijera lo que estamos sufriendo. Expresó nuestro tormento en palabras consoladoras, formuló frases de confianza en el milagro venidero».3 En cualquier caso, en la primavera de 1924 a Goebbels le había entrado la curiosidad por saber qué se escondía detrás de ese hombre y de su partido. Por ese motivo se juntaba de vez en cuando con su antiguo compañero de clase Fritz Prang. Éste, hijo de un empresario, que se preocupaba un poco por el pobretón desempleado, contribuyó a impulsar la causa del NSDAP en la ilegalidad. La prohibición del partido impuesta en Renania tras el golpe de Hitler había obligado a los nacionalsocialistas a improvisar. Junto con el Partido Nacional Alemán de la Libertad (Deutschvólkische Freiheitspartei,DVFrP), readmitido desde febrero de 1924, y obviando diferencias ideológicas no dirimidas, formaron para las elecciones al Parlamento del 4 de mayo de 1924 la Unión del Partido Nacional Alemán de la Libertad y el NSDAP (Vereinigte Deutschvólkische Freiheitspartei und NSDAP)4 que se presentaba en Renania como Bloque Nacional Social. La base de esta alianza electoral, en la que el Partido Nacional Alemán de la Libertad seguía existiendo como organización propia, fue un programa de compromiso aprobado el 16 de marzo de 1924, que constaba de 59 puntos con una orientación estrictamente antisemita y el llamamiento a la lucha contra el parlamentarismo, el «mammonismo» y el «marxismo». El 8 de abril de 1924, en el barrio de Elberfeld, en Wuppertal, y cinco días más tarde en el de Barmen, con Erich Koch como orador —el empleado ferroviario compañero de lucha de Schlageter—, tuvo lugar una asamblea constituyente del Bloque Nacional Social, que obtuvo en las elecciones un más que considerable éxito con un 6,5 por ciento de media en el Reich. 5 En Rheydt, los nacional-sociales consiguieron un número no desdeñable de 738 votos y pudieron mandar un representante al ayuntamiento, ya que a las elecciones del Parlamento se unían las de los concejales.6

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A partir de entonces, Goebbels también participó de vez en cuando en los debates vespertinos del bloque, como en junio de 1924, cuando acompañó a Prang a un encuentro del DVFrP en el distrito de Elber-feld, en Wuppertal. Anotó, decepcionado, en su diario: «Así que éstos son los líderes del movimiento nacional en el territorio ocupado.Vosotros judíos y señores franceses y belgas no necesitáis tener miedo. Con éstos estáis seguros. Pocas veces he asistido a una asamblea en la que se desvariara tanto».7 Si se abstuvo de hacer críticas durante el acto fue porque Friedrich Wiegershaus, concejal de Elberfeld y líder del partido, publicaba un pequeño periódico de lucha bajo el título de Vólkische Freiheit [Libertad nacional] en el que Goebbels quería colocar algunos artículos. Con la mediación de Prang, Wiegershaus accedió, pues tenía dificultades para llenar el periódico, que salía con irregularidad. Así regresó Goebbels de Elberfeld con el encargo de escribir cinco artículos, pero sin que se le hubieran ofrecido honorarios por ello. Lo que además se llevó ese día de Elberfeld fue la certeza de adonde dirigirse, no hacia los «viejos», que querían mejorar la política concreta en el sentido de la Alemania imperial, sino hacia aquellos que en principio no querían ejercer una política constructiva, sino hacer tabula rasa, es decir, «hacia los jóvenes, que desean realmente el hombre nuevo (...).Debo ir mejor hacia Munich que hacia Berlín».8 Sólo a unos pocos kilómetros de Munich, en la prisión militar de Landsberg, se encontraba el hombre que en adelante iba a arraigarse en su conciencia con mayor fuerza cada vez. Su papel tenía algo de aparición, pues había abandonado la escena política tan pronto como la había pisado. Precisamente porque no lo conocía, porque no se oía nada de él mientras estaba en prisión, porque se hablaba menos de él de lo que se conjeturaba, porque se embellecían muchas cosas, Goebbels empezó a proyectar en aquel Hitler su anhelo de la idea salvadora y del hombre de acción. «Si Hitler estuviera libre...», así lo expresó el 30 de junio de 1924 en su diario, y continuó escribiendo durante algunas líneas más que tenía que conocer pronto a un líder nacional, «para que pueda volver a coger nuevo aliento y nueva seguridad en mí mismo. Así pasa siempre».9

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A un líder nacional —aunque no fuera Hitler— iba a conocer pronto Goebbels. A principios de agosto, Prang le anunció que le llevaría a Weimar para el encuentro de los grupos y partidos nacionales de todo el Reich.Ya a mediados de julio se habían congregado allí los líderes del DVFrP con los de las organizaciones sucesoras del NSDAP, ilegalizado desde el golpe de Hitler, para acordar la unificación definitiva. El plan fracasó, pero se acometería un nuevo intento en el encuentro convocado para el 17 y el 18 de agosto en Weimar. Cuando llegó el día anhelado por Goebbels, Prang le tuvo que comunicar cuando ya estaba listo para viajar en el andén que, contra lo esperado, no había podido conseguir el importe del billete para éste. Mientras que el amigo partió solo en dirección a Weimar, el decepcionado Goebbels se consoló diciéndose que el congreso de un partido era después de todo «algo terrible».10 Pero cuando finalmente sí que llegó el dinero del billete, volvió a cambiar de opinión igual de rápido y siguió entusiasmado a Prang hasta Weimar. Éste sería uno de los acontecimientos que le iban a abrir nuevas perspectivas, pues introdujo al joven Goebbels —que desde hacía tanto tiempo había albergado vanas esperanzas de poder ganarse la vida como escritor libre o periodista independiente— definitivamente en la política y, por ende, en el camino hacia Hitler. Por primera vez en su vida, Goebbels viajó al corazón del Reich, del cual llegaría a ser el poderoso ministro de Propaganda en menos de nueve años. Puesto que había dejado atrás por poco tiempo su pobre y gris existencia, cuando se acercaba a su destino tras horas de viaje en tren se levantó para él un «espléndido día»: «Bebra. Café. Seguimos. Eisenach. El castillo de Wartburg se esconde entre la niebla. Seguimos. Dejamos atrás carreteras y pueblos... el tren entra silbando en un valle cerrado. Brilla una ciudad roja: Weimar», el «lugar de la feliz cultura de un tiempo más hermoso».11 Al instante se apresura por las calles en dirección al Teatro Nacional, donde tenía lugar el congreso, sumamente modesto. A cada paso piensa en Goethe. «Weimar es Goethe», se decía con entusiasmo; cuando por fin llegó, se alegró en el alma al verse entre la «bendita juventud» que luchaba con él.

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En el Teatro Nacional, donde encontró a Prang, se le heló poco después la sangre en las venas, pues vio al «gran hombre» que durante la guerra había regido los destinos de millones de personas: el general Erich Ludendorff. Con su presencia Goebbels se sentía rodeado de historia. Pronto se encontró también en el grupo de «jóvenes idealistas alemanes», con un porte marcial y «cara a cara» con el «gran hombre» de la guerra mundial. «Escucha a todos (.. .).Yo también hablo. Le expongo las circunstancias. Me presta atención y asiente en señal de aprobación. Me da la razón. Me observa fijamente. De arriba abajo. No parece descontento». Así, Goebbels, receptivo al reconocimiento, se dejó entusiasmar de inmediato por el viejo general. Con él dejó de lado «muchas objeciones escépticas» y le dio «el último y firme crédito». Así y todo, Goebbels no vio en él, que tenía casi sesenta años, al «líder nato» de la juventud alemana. Si acaso, sólo podría serlo a ojos de Goebbels el encarcelado en la prisión de Landsberg. EnWeimar Goebbels encontró también a otros hombres del «movimiento», como por ejemplo al diputado parlamentario y fundador del DVFrP Albert von Graefe. De él dijo que era un «nacional de pura cepa», un aristócrata de cuna con una chaqueta diplomática negra. Allí también estaban Gregor Strasser, «el apacible farmacéutico de Baviera. Alto, algo relleno, con una profunda voz de contrabajo de cervecería», uno de los hombres más importantes del NSDAP, así como su cofundador Gottfried Feder, el «estudiante corporativo» que es el «nacional político-financiero». Goebbels conoció además a Julius Streicher, que había creado el periódico demagógico antisemita Der Stürmer [El asaltante]. Él era «el fanático de labios apretados. Un furibundo. Quizás algo patológico. Pero está bien así.También necesitamos a esos (...). Hitler también tiene que sacar algún partido». Finalmente también se encontraban allí los «altos señores» de Renania, Koch y Ernst zu Reventlow, el «conde inteligente y sarcástico, político internacional del movimiento», quien —si se da crédito a los informes de los periódicos— negoció en 1923 con los principales representantes del KPD [siglas germanas del Partido Comunista de Alemania] una coalición de ambos partidos.12

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Junto a los «soldados de la guardia de Hitler», los hombres del territorio ocupado eran el centro de atención en Weimar. «Se nos celebra a los renanos como a héroes. Combatientes de la Marca Occidental», escribió Goebbels, que se veía especialmente realzado por ello. Se sentía como entonces, en el año 1914, pues en este círculo dejaba de ser por fin el marginado huraño. Aquí en Weimar podía distinguirse por sus ideas, a las que Ludendorff se había poco menos que adherido. Se sentía protegido entre la «élite de los íntegros y leales», a la que para él habían ascendido de inmediato los presentes. «Como en una casa grande con muchos niños (...). Eso reconforta mucho y da una gran seguridad y satisfacción. Por así decir, una gran confraternidad. Con el espíritu del pueblo. Combatientes de un mismo frente. Bajo la señal de la esvástica». Así pues, sintió «un escalofrío por la espalda» mientras estaba delante del Teatro Nacional durante la ceremonia de clausura, donde hombres de todas las partes del Reich desfilaban delante de los líderes portando banderas con la esvástica, donde se entonaban las canciones del «movimiento» y se pronunciaban enérgicos discursos de despedida que se interrumpían con «estrepitosos vivas» cuando salía el nombre de Hitler. Después de que nacionales y nacionalsocialistas se unieran —bajo el liderazgo a escala del Reich de Graefe, Ludendorff y Gregor Strasser— en el Movimiento Nacionalsocialista por la Libertad de la Gran Alemania (Nationalsozialistische Freiheitsbewegung Grossdeutschlands, NSFB), sumamente frágil y no exento de controversias ideológicas, Goebbels escribió casi a modo de conclusión de su estancia en Weimar: «La cuestión nacional está relacionada para mí con todas las cuestiones del espíritu y de la religión. Empiezo a pensar a la manera nacional. Ya no tiene nada que ver con la política. Es un modo de ver el mundo». Lleno de fe en una «misión más elevada», en adelante Goebbels se puso por entero al servicio de esa visión del mundo, que describió en sus artículos para el periódico Volkische Freiheit como «resultado del sentimiento social del siglo XX» y «magnífico intento de resolver la cuestión social por la vía nacional».13 El 21 de agosto fundó junto con Prang una delegación local en Gladbach del Movimiento Nacionalsocialista

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por la Libertad de la Gran Alemania, 14 unión que al parecer se hizo efectiva, pese a todos los obstáculos, al menos en el distrito de Renania-Norte. Las primeras reuniones en Rheydt tuvieron lugar en la his tórica cervecería de Batze-Móhn y en el local de Caumann en la Augustastrasse,15 durante las cuales Goebbels y Prang familiarizaban a los pocos asistentes con el ideario nacional y nacionalsocialista. Otros días corrí an de un debate a otro, sin importar si lo organizaban los nacionales, los socialdemócratas o los comunistas. Un primer conflicto con las autoridades de la ocupación belga y un serio interrogatorio 16 tampoco pudieron hacerle desistir de emplear toda su energía en ganar adeptos. «Así, nosotros, los apóstoles del nuevo pensamiento, tenemos que despertar al pueblo. Alemania tiene que salir del sueño». 17 En uno de esos actos fue cuando Goebbels hizo su debut como orador. Según informó Prang a finales de los años cincuenta, Goebbels fue cojeando vacilante hasta el estrado y allí ofreció una imagen extraña, con una chaqueta demasiado grande sobre su delgado cuerpo. Además, el «queridos compatriotas alemanes» con el que se dirigió a los comunistas allí reunidos los sacó de quicio al instante. Al ser tildado de «explotador capitalista» por alguien enfurecido, le invitó sagazmente a subir al estrado para que enseñara el dinero que llevaba consigo. Mientras gri taba a la gente «así veremos quién de nosotros tiene más dinero», sacó sin vacilar su gastado monedero y al agitarlo cayeron unas cuantas monedas de diez pfennigs en la tribuna del orador. Así resolvió Goebbels la situación a su favor y pudo seguir hablando. 1Las siguientes intervenciones también dieron a Goebbels la impresión de ser un orador de talento, con y sin texto escrito. Decía que las ideas le venían «solas». Hablaba de cosas que le preocupaban a él, pero sobre todo de la injusticia social. Puesto que los problemas de sus oyen tes, sus necesidades e inquietudes eran al fin y al cabo las suyas propias, sabía cómo se sentían, lograba expresar sus emociones. Decía «exactamente lo que pensaban» y así conseguía que atendieran a su interpre tación del «mundo materialista sin alma», la «fiesta de locos de los bol cheviques y judíos». En sus intervenciones procuraba que le siguiera hasta la última persona. Sabía explicar a la gente las «irrefutables con-

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secuencias» y movilizar a sus oyentes. Allí donde hablaba —primero sólo en el entorno de Rheydt, pero pronto en toda Renania— convertía las salas y las trastiendas de las tabernas llenas de humo en un auténtico revuelo. Ya en septiembre de 1924 escribió satisfecho en su diario que su fama de orador se extendía «por las filas de los adictos al pensamiento nacionalsocialista en toda Renania».19 El 1 de octubre de 1924 Goebbels obtuvo el puesto de redactor del Vólkische Freiheit,2® que, reeditado por Wiegershaus, se presentaba como periódico de lucha territorial del «Movimiento Libertario Nacionalsocialista por una Gran Alemania nacional-social», tal como figuraba en la cabecera del periódico sabatino. En calidad de redactor, Goebbels viajaba todos los jueves y viernes a Wuppertal-Elberfeld para dirigir las correcciones y la compaginación.21 El resto de los días de la semana escribía artículos, siempre y cuando no estuviera de viaje para «predicar». Aunque estaba completamente sobrecargado de trabajo, ahora volvía a estar relativamente satisfecho después de mucho tiempo, pues había «encontrado un objetivo firme, en el que tengo puesta la vista sin cesar: ¡Libertad para Alemania! (...) Me alegro de que mis fuerzas estén ahora al servicio de una gran misión. Es cierto que nuestro periódico de Elberfeld es todavía de poca monta, pero para eso soy joven y atrevido, para hacer de él algo decente.Yo mismo me tengo que forjar mi fama, pues no hay nadie que a mí, pobre diablo, me lo dé todo hecho».22 Goebbels escribía para el Vólkische Freiheit artículos polémicos con un estilo logrado. Ahí estaba el «Diario político», continuado casi en cada edición, en el que denunciaba críticamente todos los acontecimientos posibles de la política exterior, como por ejemplo el Plan Dawes, con el que los vencedores fijaron de nuevo la cuantía de las reparaciones, o en política interior los supuestos delitos de los «corruptos políticos del sistema». En los «Reflejos de luz»,23 que firmaba como «Ulex», su antiguo nombre de la corporación estudiantil, sacaba breves noticias que iban desde lo irónico a lo ridículo, pasando por lo grotesco, como por ejemplo sobre el canciller del Reich Marx: «Su política fue a menudo cualquier cosa menos buena. Pero siempre fue bienintencionada y sincera. Se ha dejado engañar a menudo por los demás, pero él no ha

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querido nunca engañar a nadie».24 En esta misma sección atacaba sobre todo a prominentes periodistas judíos, como al «granuja judío Jakob Cohn, alias Jackie Coogan», a Siegfried Jacobsohn, el editor del Weltbühne, o a Theodore WolfF del renombrado Berliner Tageblatt, a quien una vez le solicitó trabajo en vano, de lo cual ahora se estaba vengando. Además de las secciones que se repetían con regularidad, entre las que también se contaban los artículos «De mi carpeta del día», el redac tor del Volkische Freiheit, quien en algunos números escribía personalmente dos tercios del pequeño periódico —la mayoría de las veces tenía cuatro o cinco páginas— redactaba también patéticos artículos de fondo como «Catástrofe del liberalismo», 25 «El fiasco de la literatura alemana moderna»,26 «Industria y bolsa»,27 o «Cuestiones culturales nacionales»,28 en los que propagaba una y otra vez las tesis centrales de su ideario. En su tratado sobre el «Problema del líder» 29 pone de relieve los puntos débiles del «sistema» de manera demasiado enfática, pero aun así certera: «El líder democrático es un líder por gracia de las masas. Tiene que favorecer constantemente los bajos instintos de las masas para mantenerse con vida. Trabaja para el día y no para la época. Su obra es para el partido y no para la generación. Se ve obligado de continuo a presentar al pueblo éxitos momentáneos, de lo contrario es barrido por sus insatisfechos votantes (...) así prefiere llevar a la nación a la ruina nacional, de un éxito pasajero a otro. Por otra parte, muy pronto se ve abocado a la más abrumadora dependencia de los poderes del dinero y del negocio. Sí, sólo sube a través de estos poderes, éstos determinan su elección y él se degrada a sí mismo al estatus de mercenario de la bolsa y del capital. Así se ve coartado en su actuación política por ambas partes. Por una parte tiene que ganarse el veleidoso aplauso del pueblo, por otra rendir pleitesía al peligroso poder del dinero». Al político democrático así caracterizado oponía Goebbels el «ideal heroico del Führer». En su opinión, uno de los mayores méritos del movimiento nacional en cuanto al proyecto alemán era que se hubie ra realzado claramente este «ideal heroico del Führer». «No es la masa la que lleva en sí el proyecto de futuro, sino el individuo fuerte, que tie ne el valor y la voluntad de vivir y de sacrificarse. La masa está muer-

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ta, ¿cómo va a alumbrar nueva vida? Pero el hombre fuerte está vivo. Tiene vida e infunde vida.Tiene fuerza para despertar a los muertos. A nosotros nos corresponde creer en esta fuerza y confiar en ella, servir la solícita y desinteresadamente». 30 Aunque Goebbels no mencionaba el nombre de Hitler en este art ículo del Vólkische Freiheit del 20 de septiembre de 1924, no dejaba lugar a dudas de que veía en él la encarnación del «ideal heroico del Führer», pues el redactor de este periódico de lucha colocó debajo de su artí culo unas palabras de Hitler a los jóvenes. Incluso dedicó el Vólkische Freiheit del 8 de noviembre 31 exclusivamente a Hitler, detenido en la prisión militar de Landsberg. Adornaba la primera página del «número de Adolf Hitler», bajo el título de «Al gran tamborilero por el renacimiento nacional», un retrato suyo dibujado junto con la demanda de que fuera devuelto al pueblo alemán. En el «Diario político» de la siguiente edición celebraba a Hitler como al «gran apóstol alemán» que tenía que padecer por sus ideas. Era el destino de todos los grandes hombres ser despreciados y perseguidos por sus creencias, escribió Goebbels, asegurando acto seguido que millones de corazones seguían latiendo con una fe absoluta «en el único». En qué medida el redactor, para disgusto de su editor nacional Wiegershaus, había elegido ya entonces como mediador de su fe a aquel Hitler con el que no se había encon trado nunca y del que no había leído nada, lo ponen de manifiesto sus demás comentarios laudatorios: «Él nos ha vuelto a enseñar la vieja lealtad alemana; vamos a mantenerla hasta la victoria o hasta la caída. Agradezcamos al destino que nos haya dado a este hombre, el timonel en la necesidad, el apóstol de la verdad, el guía hacia la libertad, el adepto, el fanático del amor, el que clama en la lucha, el héroe de la lealtad, el símbolo de la conciencia alemana». 32 Aun cuando el distrito de Renania-Norte exigiera al gobierno bávaro que liberara a Hitler inmediatamente y además telegrafiara al preso que confiaban «en que nuestro Führer (...) volviera a tocar pronto el tambor de la libertad», 33 sin embargo persistían aquí también las diferencias entre los nacionales y los nacionalsocialistas. Los frentes se recrudecieron con el resultado del 7 de diciembre en las segundas eleccio-

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nes al Parlamento del año 1924, en las cuales el número de votos para el Movimiento Nacionalsocialista por la Libertad de la Gran Alemania bajó en más de un millón hasta los 907.000 (en el distrito de RenaniaNorte el movimiento cayó del 6,4 al 1,25 por ciento). Goebbels escri bió en el Volkische Freiheit con toda franqueza de qué lado estaba bajo el título «La necesidad del momento. ¡Unirse!». Echaba la culpa de la «batalla perdida» a los nacionales. «Necesitamos luchadores, no cobardes, no burgueses, no caciques y no mandatarios». No, el movimiento necesita luchadores «que lleven en nosotros el pensamiento nacional socialista puro (...) la adhesión incondicional al socialismo,que es nuestro destino y nuestra histórica misión universal (...) a una nueva fe, a la firme confianza en la victoria definitiva». Exhortaba enérgicamente a sus compatriotas a poner la idea «por encima de todo (...) entonces encontraremos el valor para, en la lucha por esta idea, pasar por enci ma de cosas y personas con la seguridad intuitiva del revolucionario nato».34 El preludio de «Leipzig», que, como había escrito Goebbels en su llamamiento a la «unión», seguiría al de «Jena», comenzó justo el día en que salió el Volkische Freiheit con los comentarios de su redactor sobre las elecciones parlamentarias. Probablemente el mal resultado del movimiento abrió a Hitler la puerta de la prisión militar de Landsberg el 20 de diciembre de 1924, después de menos de nueve meses, aunque esta ba condenado a cinco años de arresto. Caminaba hacia la libertad un hombre que ya mucho antes de su excarcelación había anunciado que haría una «clara criba» entre sus partidarios planteándoles una única pregunta: «¿Quién debe ser el Führer político?». 35 Planteársela al pequeño redactor cojo del Volkische Freiheit estaba de más. Éste celebró exaltadamente a Hitler, al que seguía sin conocer, como «la encarnación de nuestra fe y de nuestra idea. La juventud de Alemania vuelve a tener a su Führer. Esperamos su consigna». 36 La consigna dada por Hitler fue la separación de los nacionales, a los cuales en la primera parte de Mi lucha, que acababa de terminar, designaba como «sonámbulos» a los que se deja decir disparates para reírse de ellos,37 y la nueva fundación del NSDAP, cuya prohibición se levan-

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tó en todo el Reich en febrero de 1925. El 26 de febrero volvió a salir por primera vez el Volkischer Beobachter [Observador nacional]. En el edi-

torial de Hitler «Un nuevo comienzo», en las «directrices para la organización del partido» publicadas al mismo tiempo y en su discurso del día siguiente cuidadosamente escenificado en la cervecería de Munich Bürgerbráukeller, reivindicaba el liderazgo en solitario rechazando todas las condiciones y exhortando a los compañeros del partido a poner fin a la discordia y a hacer política. Puesto que fue ensalzado, y no sólo por Goebbels, logró con una única intervención lo que Ludendorff, Strasser y otros se habían esforzado en vano por conseguir durante su ausencia: la unidad del movimiento. Hitler confió la nueva organización del NSDAP en la Alemania noroccidental exclusivamente a Gregor Strasser, que estaba plenamente comprometido con él. «Si vivo por una idea, seguiré y me declararé partidario de aquel de quien sé que impulsa mi idea suprema de la manera más enérgica y con la mayor probabilidad de éxito». 38 El recio y sobrio descendiente de la alta burguesía bajo-bávara, con sus ideas de un socialismo alemán muy próximas a las de Goebbels —aunque por una motivación bien distinta— se puso así al servicio del nacionalsocialismo y se convirtió en organizador del movimiento de Hitler. A través de él, con quien Goebbels ya había hablado una vez el año anterior durante la conmemoración de Tannenberg en Elberfeld,39 tuvo que pasar el camino de Goebbels hacia Hitler. Por eso, ya antes de que acabara el año 1924, el elocuente orador y propagandista del pie torcido se había dirigido a Karl Kaufmann, persona de confianza de Strasser a la que había conocido en las elecciones parlamentarias de 1924. 40 Al antiguo «combatiente del Ruhr» y del cuerpo franco, quien antes del golpe de noviembre en Munich ya había enviado a Hitler desde Elberfeld pruebas de lealtad,41 Goebbels intentó ofrecerle sus servicios, pues sabía que sus días como redactor del Volkische Freiheit conWiegershaus como editor estaban contados. En efecto, el 20 de enero de 1925 éste le envió su despido de facto. Después de que los amigos de Goebbels hubieran declarado ahora que la separación de los nacionales ya se había llevado a cabo —argumentó Wiegershaus— él podía «dar por hecho

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que usted renuncia por decisión propia a proseguir con la redacción».42 Con la retirada de Goebbels, el Volkische Freiheit también suspendió su publicación. Sólo cuando el 22 de febrero de 1925 se inauguró en Hamm la nueva organización del NSDAP en el norte de Alemania bajo la dirección de Gregor Strasser, se vislumbró una posibilidad de trabajo para Goebbels, que se había afiliado de inmediato al partido.43 En marzo, durante un encuentro de líderes nacionalsocialistas en Harburg, fue nombrado, a propuesta de Kaufmann, secretario general del distrito Renania-Norte,44 cuya dirección se encomendó al escritor germanobáltico Axel Ripke. Según se desprende de los informes de la policía de Wuppertal, que observaba al NSDAP por su orientación anticonstitucional, Goebbels, que se había instalado en una pequeña y barata vivienda de la calle Holzerstrasse de Elberfeld, aparecía ahora en calidad de secretario general «en todos los actos solemnes (...) como orador; además es el encargado de las tardes de conversación establecidas por el líder K. Kaufmann de la delegación local del NSDAP en Elberfeld».45 Ahora se repetían las apariciones de Goebbels, que entretanto había descubierto por medio de la práctica el efecto de la palabra hablada. Entre el 1 de octubre de 1924 y el 1 de octubre de 1925 pronunció 189 discursos incendiarios, sobre todo en Renania y en el resto del noroeste del Reich. Una de sus «grandes» intervenciones tuvo lugar durante la conmemoración de Schlageter en la extensión de Golzheim en Dusseldorf, cuando habló delante de 1.300 asistentes. El militante de la resistencia ejecutado allí en el verano del año anterior por las tropas de ocupación francesas fue glorificado como mártir de la «guerra del Ruhr». Convencido del particular efecto emocional que provocaba entre los oyentes el destino del individuo como «víctima», el secretario general del distrito pronto «descubrió» a Hans Hustert, miembro de un cuerpo franco que cumplía condena en presidio por el atentado con ácido cianhídrico que perpetró contra el alcalde de Kassel, Scheidemann. Este, que había proclamado la república en 1918, se había con vertido en un símbolo de la «época del sistema».

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Los grupos a los que se dirigían los nacionalsocialistas eran, además de los pequeñoburgueses que se estaban empobreciendo, los trabajadores y los desempleados; el principal adversario era por tanto el poderoso Partido Comunista, que al igual que el NSDAP alegaba querer sustituir la república de Weimar por un «justo orden social». Así pues, la agitación del NSDAP y de su orador Goebbels se tenía que dirigir en primer lugar contra el KPD, si es que el partido quería superar sus comienzos sectarios y convertirse en un movimiento de lucha con una adhesión fanática de las masas. Las consecuencias fueron en ocasiones serios encontronazos con los comunistas, como por ejemplo a principios de junio durante una consagración de la bandera en la zona montañosa de Remscheid. Los dos partidos arremetieron uno contra otro como fuera de sí. Se detuvo a 120 comunistas, dos policías resultaron heridos de bala dum-dum y él estuvo «en medio de todo», apuntó Goebbels, que no evitó el peligro porque, si antes no había sido apto para el servicio militar, ahora podía por fin mostrar a los demás que no le faltaba valor.46 En el blanco de la agitación goebbeliana contra el odiado «sistema» se encontraba desde primavera sobre todo la política exterior de Stresemann. Sin ni siquiera haberlo analizado de cerca, introdujo a la fuerza dentro de su corsé ideológico el tratado de Locarno, que se estaba perfilando —con el que el Reich reconocía las fronteras occidentales existentes, siendo desalojada a cambio antes de tiempo una parte del territorio ocupado—, así como las negociaciones sobre el pacto de seguridad con la Unión Soviética. A sus ojos, la exitosa política exterior de Stresemann se convirtió en una «funesta mezcla de engaño, cinismo, infamia y fariseísmo»,47 cuyo verdadero trasfondo era la «conjuración internacional del judaismo», que utilizaba el capitalismo y el marxismo para sus aspiraciones hegemónicas mundiales. Como secretario general del distrito, Goebbels se dedicó en adelante de manera más intensiva a la organización de la propaganda. Con Prang ya había discutido al respecto en calidad de redactor del Volkische Freiheit. Había conseguido ganarse al amigo para tres artículos en serie sobre los principios de un trabajo propagandístico adecuado a los

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tiempos.48 Puesto que se creía que sólo se podía movilizar a las masas por medio de un «aparato de prensa y propaganda metódicamente de sarrollado», estaba claro, como escribía Prang, que el trabajo debía comenzar en las delegaciones locales. Su «misión más distinguida» consiste en «crear también, aparte de la directiva (...) un puesto de propagandista o, para hablar en lenguaje de negocios, de jefe publicitario, que sólo se podría encomendar a un simpatizante resuelto, enérgico y entendido en cuestiones nacionales. Este hombre tiene que dedicar toda su aten ción, dentro del ámbito propagandístico a su cargo, a difundir el perió dico oficial del distrito y a distribuir folletos y material propagandístico».49 Goebbels trabajaba ahora a nivel de distrito según estas directrices. Entre otras cosas, diseñó modelos para la propaganda en octavillas. Entre las secciones del partido encontraron gran difusión —publicados por él— los 15 diseños para carteles u octavillas para anunciar conferencias del

NSDAP.50 Se basaban en «magistrales» patrones de Hitler,51 quien por su parte se había ocupado del significado central del trabajo propagandístico para la política y lo había escrito en su libro recién publicado. En abril aparecieron por primera vez las llamadas «cartas de información» del distrito Renania-Norte redactadas por Goebbels,52 que estaba trabajando febrilmente. Se trataba de circulares con directrices y noticias sobre todo para las distintas secciones. En ellas escribía Goebbels también sobre la cuestión central que había contribuido a la ruptura con los nacionales y que ahora se discutía entre gran polémica en todas las filas del NSDAP del norte de Alemania, a saber, si en el partido debía tener prioridad el nacionalismo o el socialismo. En la secretaría de Elberfeld se había llegado incluso a desavenencias. Mientras que Goebbels y Kaufmann concedían clara prioridad al socialismo, Ripke, el director del distrito de Renania-Norte, defendía al parecer la opinión contraria. A mediados de abril escribió Goebbels en su diario: «Odia (...) mi radicalismo a muerte. Sólo es un burgués camuflado. Con éste no se hace ninguna revolución.Y lo peor de todo: puede apoyarse en Hitler». Pocas líneas más abajo se dice: «Adolf Hitler, no puedo perder la esperanza en ti».53

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Goebbels entendía que Ripke faltaba a la verdad sobre Hitler; Hitler estaba más bien —como poco después anotó— «en la vía de la lucha de clases».54 Por una parte estaban las constantes diferencias con Ripke, quien había calado bien a su secretario general al calificarle como peligroso, porque creía lo que decía; por otra estaban como siempre los apuros económicos. Los pocos marcos que Goebbels recibía de la limitada caja del partido en concepto de reembolso de gastos no le llegaban siquiera para vivir. Por eso se las arreglaba más mal que bien, y tenía que seguir tomando dinero prestado. A finales de abril —como tantas veces a lo largo de su vida— no sabía ya qué hacer. Probablemente tendría que poner punto final a Elberfeld, pues se le estaba acabando el «maldito dinero», escribió con resignación, pero sin perder la ocasión de ensalzar su propio trabajo político con un asomo de megalomanía: el pueblo alemán apenas puede confiar en la salvación, pues contamina, denigra o deja morirse de hambre a «los líderes que el destino le ha brindado».55 Goebbels, que incluso llegó a temer que Ripke quisiera expulsarles del partido a él y a Kaufmann,56 aun así no se dio por vencido, sino que siguió discutiendo con el «burgués radicalizado» sobre la cuestión de qué querían en realidad los nacionalsocialistas. «¿Sólo quebrantar el Tratado deVersalles o, más aún, poner en marcha el socialismo?». Para él la pregunta central era qué pensaba Hitler, pues sin duda partía de que su visión de las cosas debía ser idéntica a la suya. «La segunda semana después de Pentecostés sacaremos algo en claro».57Y es que en esa semana debían reunirse en un congreso enWeimar los jefes de los distritos del norte y del noroeste de Alemania, si bien éste no tuvo lugar realmente hasta el 12 de julio de 1925.58 En la mañana de ese día, en un local de reuniones llamado Erholungssaal (sala de descanso), Goebbels se encontró por primera vez con Hitler.59 En el congreso de jefes de distrito, que sólo es mencionado brevemente en un informe de Hinrich Lohsejefe del distrito de Schleswig-Holstein, el Führer pasó por alto una vez más cuestiones de principios y, en lugar de ello, se celebró a sí mismo como ideología. Gre-

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gor Strasser quedó muy impresionado de su intervención en Weimar y afirmó que sólo Hitler era el verdadero motor del partido. 60 ¡Cuánto debió de entusiasmarse Goebbels en esa primera ocasión! No se ha transmitido su reacción directa, pero sí que después de Weimar creía todavía con más firmeza en su Führer. En todos los aspectos en que Hitler no satisfacía las expectativas de Goebbels, éste lo achacaba categóricamente a la mala influencia de su entorno de Munich. A su juicio, en especial Hermann Esser, un antiguo compañero de lucha de Hitler de la época del DAP [siglas germanas del Partido Alemán de los Trabajadores] era la «perdición» de Hitler.61 De hecho, algunos militantes volvieron la espalda al partido por causa de Esser, pues el desenfrenado antisemita, que había sido el director propagandístico del NSDAP hasta 1923, había demostrado ser cuestionable por su carácter. El Führer, que se esforzaba por presentarse como alguien que estaba por encima de todo, no intervino conscientemente, sino que se ocupó en su lugar de la concepción del segundo volumen de Mi lucha. De esta manera daba pábulo a una idea que se estaba extendiendo en los círculos del partido y que después estuvo en boca de millones de personas, articulada en la frase: «Si lo supiera el Führer. ..». En qué medida esto valía también para el secretario general del distrito Goebbels lo evidencia asimismo su idea de que podría salvarle del influjo de las «personas equivocadas» y ganárselo totalmente para los socialistas del noroeste de Alemania si consiguiera alguna vez estar a solas con él dos horas.62 Goebbels, quien por su radicalidad era llamado «Robespierre» en la secretaría del distrito por sus compañeros de partido,63 cuanto más se acercaba emocionalmente a Hitler, tanto más veía en la actuación del odiado Ripke una falta de lealtad respecto a él, como cuando aquél se unió a algunos jefes de distrito del noroeste de Alemania que a mediados de abril de 1925 habían propuesto «encomendar a las distintas jefaturas de distrito la expedición de los libros de militancia» y no a la oficina central de Munich.64 Aparte de la «extraordinaria sobrecarga» de ésta, fundaron su intento en que la organización del partido en el noroeste de Alemania tenía una avanzada estructura.65 Aunque inmedia-

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tamente Munich comunicó de manera categórica que el «Señor Hitler» daba gran importancia a que la expedición de los libros de afiliación fuera gestionada exclusivamente por la secretaría de Munich,66 Ripke no acató la orden. Puesto que hacía mucho que Goebbels tenía claro que o él o Ripke tendrían que «caer»,67 con la cuestión de los libros de militancia se presentó la deseada ocasión de derribar a su jefe de distrito. Su comportamiento, es decir, enviar a Munich la cuota de ingreso por valor de un marco, la voluntaria contribución extraordinaria para la propaganda y 10 pfennigs de la cuota mensual de socio, de al menos 50 pfennigs, pero sin presentar allí las listas de miembros, le hizo a Goebbels y a Kaufmann relativamente fácil poner a Ripke bajo sospecha de malversación. Enseguida se encontraron aliados, entre ellos Gregor Strasser, que desde siempre se había figurado una cosa semejante. 68 Después de ponerse en marcha la intriga, el jefe de distrito se despidió hasta el cierre de la investigación, que se convocó enseguida, pero que, al exigir mucho tiempo, terminó por estancarse. Goebbels, que ahora dirigía provisionalmente el distrito como interino junto a su amigo Kaufmann, quien entretanto se había convertido «casi» en un sustituto de Richard Flisges,69 pudo declarar con satisfacción: «Ripke está acabado, así que podemos empezar con el nuevo trabajo». 70 Éste lo inició Goebbels notificando a su Führer en Munich el número de miembros de las delegaciones locales del distrito de Renania-Norte y, por tanto, manifestándole su adhesión incondicional.71 El acercamiento de Goebbels a Hitler se vio favorecido en adelante por los planes de Gregor Strasser, quien, en parte para poder oponerse en cierta medida a la «dictadura» de Esser en la dirección del partido, se resolvió a coordinar la organización de todas las fuerzas del NSDAP en la zona noroeste de Alemania. Además, quería crear un «órgano de gestión intelectual para el partido», las Cartas nacionalsocialistas.72 El 20 de agosto de 1925 llegó a Elberfeld para cambiar impresiones con sus partidarios del lugar, Kaufmann y Goebbels.73 Se acordó que Goebbels dirigiera la revista con Strasser como editor. Entre otras cosas porque el puesto de redactor le reportaría un sueldo mensual de 150 mar-

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eos,74 Goebbels anotó con gran satisfacción en su diario que con las Cartas nacionalsocialistas se conseguía ahora un «medio de lucha contra los rancios caciques de Munich», con el que por fin se harían respetar por Hitler.75 En la reunión del 10 de septiembre en Hagen, en la que participaron el jefe de distrito TheodorVahlen (Pomerania), Hinrich Lohse (Schleswig-Holstein), el capitán retirado Franz von PfefFer (Westfalia), Robert Ley (Renania-Sur) y los jefes de los distritos de Hannover, Hannover-Sur, Hesse-Nassau, Luneburgo-Stade, Gran-Hamburgo, GranBerlín, así como la jefatura provisional del distrito de Renania-Norte, el ala de Strasser consiguió imponer sus ideas. Se acordó fundar una «comunidad de trabajo norte-oeste» con sede en Wuppertal-Elberfeld. Goebbels pasaría a ser su secretario general y, como había convenido ya con Strasser, que no asistió a Hagen, asumiría la redacción de las Cartas nacionalsocialistas. Aunque el redactor del informe sobre el congreso de Hagen admitía que la impresión general de los líderes había sido «poco satisfactoria»76 y que, debido a diferentes concepciones programáticas, de ningún modo podían entrar enjuego como bloque contra el nocivo entorno de Hitler en Munich y sus ideas político-reaccionarias, Goebbels se mostró optimista. El representante del distrito de Renania-Norte, que calificó el informe de «demasiado intelectual» y «no necesariamente fiable a primera vista»,77 creía, en efecto, que Hitler estaba en vías de «pasarse del todo a nuestro lado, pues es joven y sabe lo que es sacrificarse»78. Puesto que Goebbels, que el 27 de septiembre de 1925 en un congreso en Dusseldorf fue elegido también secretario general del distrito de Renania-Norte —el cargo de jefe de distrito recayó en Kaufmann—,79 tuvo que replantearse pronto semejantes expectativas por ser exageradas, ya que los muniqueses no desaprovechaban ninguna oportunidad de intrigar ante el «jefe» contra él y Strasser, apostó de lleno por una entrevista esclarecedora. A finales de octubre vio la oportunidad para ella. Para esa fecha estaba planeado un viaje de Hitler al noroeste de Alemania. En el tiempo que le quedaba hasta entonces, Goebbels se concentró en Mi lucha. En muchos pasajes creía reconocer sus

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propias ideas, por ejemplo cuando leyó acerca de «la doctrina judía del marxismo», comprometida exclusivamente con el número y la masa y que negaba la importancia de la «nacionalidad» y de la «raza», robándole así a la humanidad la condición previa de su existencia, 80 o la respuesta de Hitler al «desafio judío-marxista», que consiste en un «gran movimiento popular», en «erupciones volcánicas de pasiones humanas y emociones anímicas excitadas por la cruel diosa de la necesidad».81 Lo que evidentemente Goebbels reprimió en su totalidad al leer el libro de Hitler fueron los juicios controvertidos entre él y el autor. Así, no podía compartir las ideas de «su jefe» sobre una «nueva campaña germana»82 hacia el este, debido a sus simpatías por la literatura rusa y el «alma rusa» que en ella se expresaba, y en la cuestión social, tan decisiva para él, Hitler tampoco representaba precisamente la visión de Goebbels, quien veía en el bolchevismo al heredero del nacionalismo ruso. En su opinión, ningún zar había entendido los instintos nacionales del pueblo ruso como Lenin, que a diferencia de los comunistas alemanes no era ningún marxista internacionalista. «Lenin sacrificó a Marx y dio a cambio la libertad a Rusia. Ahora quieren sacrificar la libertad alemana a Marx».83 Goebbels atribuía esto al «liderazgo judío» en el comunismo alemán. Él, quien una vez se había definido como «comunista alemán»,84 defendía por tanto el bolchevismo, siempre que no tuviera una base internacionalista, para él equivalente a judía, mientras que Hitler —comprometido por entero con el pensamiento burgués— rechazaba el bolchevismo decididamente y veía en el eslavo al «infrahumano». En qué mínimo grado estas divergencias afectaron en aquel otoño de 1925 a la relación de Goebbels con Hitler lo evidencia una vez más el hecho de que, después de acabar de leer el libro con un «impetuoso interés», se preguntó a pesar de todo: «¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios. ¿El Cristo verdadero o sólo San Juan?».85 Cuando el 6 de noviembre Goebbels encontró por segunda vez a Hitler en Brunswick, el programa del partido siguió sin desempeñar ningún papel. Antes bien, Goebbels se rindió por completo a la fascinación del «jefe». «Vamos en coche al encuentro con Hitler (...).Ya se levanta de golpe, ahí está delante de nosotros. Me estrecha la mano,

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como un viejo amigo.Y esos grandes ojos azules, como estrellas. Se alegra de verme. Estoy absolutamente feliz».86 Goebbels sólo se apercibió de su apariencia, de cómo se presentaba, de cómo hablaba, y lo hacía «con gracia, ironía, humor, sarcasmo, con seriedad, con fervor, con pasión». Ahora anotó en su diario: «Este hombre lo tiene todo para ser rey. El tribuno de la plebe nato. El futuro dictador». Apenas catorce días después, en un mitin del NSDAP en Plauen, volvieron a verse los dos hombres. Goebbels observó atentamente que Hitler le volvió a saludar «como a un viejo amigo». Al parecer, este último se había dado cuenta enseguida de que el pequeño hombre cojo no era sólo la cabeza ideológica del ala de Strasser y un brillante propagandista, sino que además ensalzaba al «jefe» como ningún otro, tal como él quería que se le viera: como al enviado de un poder superior. Por eso Hitler halagó y «veló» por Goebbels, y éste lo agradeció inmediatamente con un enfático afecto: «Cómo le quiero». 87 Ahora Goebbels sólo quería ser el amigo de Hitler.88 Unos meses después escribió sobre el encuentro de Plauen que había sentido en «lo más hondo del alma» la «satisfacción» de estar detrás de un hombre que encarnaba en toda su persona la voluntad de libertad. «Hasta entonces era para mí un jefe. Luego se convirtió en un amigo. Un amigo y un maestro al que me siento unido por una idea común hasta las últimas consecuencias».89 Con la imagen del «jefe» como equipaje y su «saludo a Renania» todavía en el oído, Goebbels marchó de Plauen a Hannover, donde el 22 de noviembre de 1925, «con autorización expresa» de Hitler, se fundó oficialmente la «comunidad de trabajo del noroeste».90 Sus miembros se comprometían según el parágrafo 12 del estatuto a «servir con espíritu de compañerismo a la idea del nacionalsocialismo bajo la dirección de su Führer Adolf Hitler».91 De esta manera, el distrito del NSDAP del norte de Alemania se hizo independiente hasta cierto grado, sin que se vieran menoscabadas en lo más mínimo las pretensiones de mando de Hitler. En la controvertida cuestión del futuro curso político, los jefes de distrito y funcionarios del partido reunidos en Hannover acordaron concluir un programa de inmediato. Gregor Strasser había elaborado

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ya un amplio borrador sobre las «cuestiones fundamentales del nacionalsocialismo», que debía ser remitido a los jefes de distrito tras la reunión de Hannover. Además, se encargó a Kaufmann y a Goebbels, quien consideraba «deficiente» el borrador de Strasser,92 la presentación para mediados de diciembre de un detallado borrador del programa. A partir del conjunto de borradores y posicionamientos se debería aprobar un proyecto programático asumido por todos en el congreso convocado para el 24 de enero de 1926 otra vez en Hannover. A principios de enero, Goebbels terminó el documento, en el que había trabajado durante noches enteras en la secretaría de Elberfeld, situada en la Holzer-Strasse. No se nos ha transmitido. De todos modos, su contenido se puede reconstruir a partir del Pequeño ABC del nacionalsocialista elaborado por él más de dos meses antes. 93 Según éste, el objetivo de la política del NSDAP debía consistir en luchar por los derechos de «libertad y pan» del «sector oprimido de los compatriotas alemanes». «Para llegar a ser una nación, hay que dar a su sector oprimido independencia política, libertad y propiedad». Por eso exigía una reforma agraria para la reestructuración y limitación de la propiedad privada, mientras que en el sector industrial, de «capital productivo», perseguía la nacionalización de importantes empresas. El principal enemigo de la «libertad alemana nacionalsocialista» lo veía en el «capitalismo bursátil». «El capital bursátil no es un capital productivo, sino parasitariamente especulativo.94 Ya no está vinculado a la tierra, sino que carece de suelo y es internacional; no trabaja de manera productiva, sino que se ha abierto paso en el desarrollo normal de la producción para sacar intereses de ella. Se compone de valores muebles, es decir, de dinero en metálico; sus principales titulares son los grandes capitalistas judíos, que tienen el afán de hacer que los pueblos productivos trabajen para ellos, y de llenar sus propios bolsillos con el rendimiento del trabajo». El «capital bursátil» junto con su «reclamo», el sistema parlamentario-democrático, trabaja mano a mano con los líderes del marxismo, pues éstos proceden de la misma raza judía. Ambos son los principales enemigos de la libertad alemana. Contra ellos, los nacionalsocialistas quieren«hacer la guerra a muerte». Goebbels escribió en su diario que

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debido al programa tendría probablemente que librar una «dura lucha» con la «comunidad de trabajo». «Pero no podrán rebatirme nada serio. Ya he examinado todas las objeciones».95 Esto lo consideraba indispensable, sobre todo porque entretanto algunos jefes de distrito ya habían criticado duramente el borrador que se había distribuido de Gregor Strasser,96 quien pensaba de modo parecido en muchas cuestiones centrales. Goebbels sabía que, aparte de su confuso pensamiento socialista, sería particularmente complicado imponer entre los jefes de distrito sus ideas en materia de política exterior. Goebbels, que en diciembre había empezado a leer la «profética visión» de Arthur Moeller van den Bruck, El Tercer Reich,97 rechazaba una orientación occidental de la futura Alemania nacionalsocialista. Ya siendo un joven estudiante creía haber descubierto a través de la recepción de los dramaturgos rusos que la idiosincrasia del pueblo ruso estaba emparentada con la del alemán; también en ella se reflejaban las cuestiones fundamentales de la existencia humana. Como redactor del Volkische Freiheit había escrito en 1924 que en Rusia entonces se estaba llevando a cabo la misma lucha «de gran depuración nacional» que en Alemania. Estaba convencido de que Rusia «un día amanecerá con el espíritu de su más grande pensador, con el espíritu de Dostoievski». En este sentido, Goebbels se imaginaba una Rusia «liberada del internacionalismo judío», que luchando conseguiría el «estado nacional socialista» como «eterna negativa al materialismo». Rusia recorrería con Alemania este camino y sería el modelo de Alemania, porque «es el aliado que la naturaleza nos ha dado contra la diabólica tentación y corrupción de Occidente», había polemizado en las Cartas nacionalsocialistas.98 Cuando el 24 de enero de 1926 se reunieron en Hannover los jefes de los distritos del norte de Alemania para discutir el futuro programa del partido, el secretario general de la «comunidad de trabajo» recibió duras críticas, como se esperaba, a causa de sus ideas en política exterior. Uno de los portavoces de los ataques que Goebbels sintió como «desmedidos» fue Feder, venido desde Munich, al que Goebbels llamó despreciativamente «vasallo de los réditos» y «cactus de la revalorización»."Tras un interminable debate, finalmente Goebbels «disparo con

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toda furia —como escribió en su diario no sin exagerar—: Rusia, Alemania, capital occidental, bolchevismo... hablo media hora, una entera. Todos escuchan sin parpadear. Y luego una aprobación impetuosa. Hemos vencido (...). Se acabó: Strasser me estrecha la mano. Feder pequeño y feo».100 Sin embargo, el congreso no transcurrió de manera tan triunfal, pues lo que se aprobó unánimemente en Hannover se declaró material para una proyectada revisión del programa de 25 puntos elaborado por Feder. Junto con la decisión de crear a partir del 1 de marzo de 1926 un periódico —El Nacional Socialista— para la zona norte de la «comunidad de trabajo», siendo Gregor Strasser el redactor jefe, en una editorial de lucha fundada expresamente para este fin, también se aprobó en Hannover una resolución sobre la cuestión, controvertidamente discutida, de la indemnización a los príncipes. Los socialdemócratas y los comunistas habían presentado en el Parlamento la propuesta de realizar un plebiscito sobre la cuestión de si se debía llevar a cabo una expropiación de los bienes inmuebles del rey y los príncipes de manera que su propiedad pasara a la república. Esta moción no sólo preocupó a la opinión pública de izquierdas, sino también a las clases medias, que veían con indignación cómo los príncipes recibían indemnizaciones mientras que el gobierno del Reich se negaba a compensar al gran número de pequeños rentistas que habían ayudado a financiar los empréstitos de guerra. En la resolución de Hannover se rechazó, como era de esperar, una indemnización, tal como la que defendían sobre todo los muniqueses. No obstante, se evitó agravar el conflicto innecesariamente, expresando en la resolución que no querían adelantarse a la decisión de la central del partido.101 Asimismo se declaraba que la cuestión de la indemnización a los príncipes «no es una cuestión que afecte al partido como tal en sus intereses fundamentales». Así pues, Hannover no fue ningún «desafío» a Hitler, tal como hizo circular tras la Segunda Guerra Mundial el hermano de Gregor Strasser, Otto; tampoco es cierto que Goebbels, durante el debate sobre la indemnización a los príncipes defendida por Munich y rechazada estrictamente por él, «se pusiera en pie de un salto» y exigiera con «cortan-

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te desdén» la exclusión del partido del «señor Hitler», 102 según afirmó después Otto Strasser. Al contrario: por Navidades Hitler le había enviado a Goebbels un ejemplar de su libro encuadernado en piel, que éste calificó como el «regalo de Navidad más bonito», máxime cuando venía con una dedicatoria del autor que valoraba la «ejemplar lucha» de Goebbels. A principios de febrero Hitler le había escrito personalmente, lo que supuso una «gran alegría»103 para Goebbels, tan receptivo a cualquier elogio y que ahora coleccionaba «encantado» fotografías «de él»104 como antes estampitas de Cristo y María. Tanta admiración, tanto entusiasmo le unía a «su Hitler» que dio por hecho que se ganarían a éste definitivamente para el socialismo, tal como él lo entendía, cuando Hitler por su parte le invitó a Bamberg a un con greso de dirigentes «para tomar posición con respecto a una serie de importantes cuestiones que de momento están en el aire». 105 El optimismo de Goebbels se vio reforzado con los comentarios de Gregor Strasser, que el 10 de febrero le informó acerca de un compañero del partido que se había puesto más de su lado. 106 Así anotó Goebbels en su diario: «En Bamberg seremos la bella esquiva y atraeremos a Hitler a nuestro terreno. En todas las ciudades observo con gran satisfacción que nuestro espíritu marcha, es decir, el socialista. Ya nadie cree en Munich. Elberfeld se convertirá en la meca del socialismo alemán». 107 Cuando el 13 de febrero de 1926 Goebbels se reunió en Bamberg con Strasser para trazar el «plan de operaciones» antes de que comenzara el congreso,108 ambos estaban todavía «de buen humor», pues no sospechaban que Hitler iba a ser su adversario. A través de Feder esta ba informado acerca de los congresos de la «comunidad de trabajo» en Hannover; 109 la resolución allí aprobada sobre la indemnización a los príncipes estorbaba sus esfuerzos con respecto a la burguesía y la eco nomía. Con la misma antipatía debió de ver Hitler la continua discusión sobre un futuro programa del partido, ya que esto le comprome tería y cercenaría su omnipotencia como Führer del movimiento. Con el objeto de crear las condiciones necesarias para corregir el rumbo introducido por la «comunidad de trabajo» en el NSDAP, Hitler había convocado la reunión con muy poca antelación y además se había

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reservado el exacto orden del día. La primera medida tuvo como consecuencia que faltaran algunos de los más renombrados jefes de distrito de la «comunidad de trabajo», como el programático Ludolf Haase, futuro jefe del distrito de Hannover-Sur y Gotinga, o el capitán Franz von Pfeffer, líder de las SA y jefe del distrito del Ruhr, de manera que los jefes de los distritos del sur de Alemania, reforzados por diputados del Reich y del land, constituían la mayoría entre los aproximadamente sesenta asistentes. De este modo, aunque la «comunidad de trabajo» de los jefes de los distritos del norte estaba bien representada, los portavoces de la oposición a la indemnización a los príncipes y de la revisión del programa se reducían esencialmente a Gregor Strasser y a Goebbels. El congreso de dirigentes de Bamberg se inauguró el 14 de febrero con las «declaraciones normativas» de Hitler «sobre la posición que toma el nacionalsocialismo respecto a las cuestiones actuales más importantes».110 Habló con gran énfasis durante varias horas. Una vez que terminó por fin, agotado, y tras haber desestimado casi todo lo que movía a Goebbels y a sus amigos, éste estaba «como fulminado. ¿Qué Hitler es éste? ¿Un reaccionario? Increíblemente torpe e inseguro. La cuestión rusa: completamente desacertada. Italia e Inglaterra aliados naturales. ¡Horrible! Nuestra misión es la aniquilación del bolchevismo. ¡El bolchevismo es una trama judía! Tenemos que heredar Rusia. ¡180 millones de personas! La indemnización a los príncipes. El derecho es el derecho, también para los príncipes. La cuestión de la propiedad privada, ¡no menearla! (sic). ¡Espantoso!».111 Como fulminado por la intervención de Hitler debía de estar también Gregor Strasser, que ahora tomó la palabra. Habló «atropelladamente, temblando, con poca habilidad», constantemente interrumpido por los gritos de los partidarios de Hitler del sur de Alemania. Ahora todos esperaban al elocuente pequeño doctor, que se había hecho anunciar en Bamberg como el «adalid de la idea nacionalsocialista en Renania».112 Pero éste no habló, para estupefacción de Strasser y del resto de alemanes del norte, con lo que la táctica del Führer de desligar a Goebbels de la falange de Strasser registró un primer éxito importante justo en el momento adecuado. Es más,

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con el mutismo de Goebbels fracasó el intento de la «comunidad de trabajo» de determinar el curso futuro del NSDAP y de hacer de Elberfeld una «meca del socialismo», y tropezó en el principio del Führer, en la omnipotencia y adhesión incondicional que reivindicaba Hitler. Si Goebbels no había hablado en Bamberg, había sido porque su fe en Hitler y su misión histórica era más fuerte que su ideología socialista. ¿No había escrito él en el Michael que no importaba tanto en qué se creía, como creer? Puesto que su fe era la clave para sobrevivir en un mundo corrompido por el «hombre canalla» y dado que Hitler se había convertido en la encarnación de esa fe, podía apartarse de sus convicciones políticas, pero no de su Führer. A él seguía Goebbels, aun cuando realzara patéticamente lo que acababa de vivir como una «de las mayores decepciones de su vida», hasta tal punto que durante su viaje nocturno en tren hacia Elberfeld incluso le pareció que «ya no creía del todo» en Hitler.113 Sin embargo, antes de que despuntara el día, tras una «noche espantosa», Goebbels volvió a ver en Hitler a la víctima de su entorno de Munich. Hitler no debería «dejarse atar las manos por los sinvergüenzas de abajo», anotó en su diario en un protector autoengaño. Lo que siguió escribiendo era la consecuencia de eso: decidió proponer a Gregor Strasser y a Kaufmann presentarse juntos ante Hitler «para hablar muy seriamente con él», 114 sin que luego lo concretara, pues temía una nueva decepción. Así pues, por de pronto todo siguió como antes: Goebbels estaba de parte de Strasser, quien en secreto reconoció su derrota y no atentó contra la ilimitada autoridad de Hitler por tratarse del Führer. La primera colaboración del bajo-bávaro en las Cartas nacionalsocialistas tras el congreso de Bamberg se asemejó a un panegírico, en el que celebraba a «nuestro Führer Adolf Hitler» como el «sembrador del socialismo nacional», quien había «llevado por todo el suelo alemán el poder de su idea a través del poder de su discurso y de la grandeza de su personalidad».115 Goebbels pensaba que «el jefe» era de hecho «un gran tipo». 116 Con todo, la disputa entre la «comunidad de trabajo» y los muniqueses por el favor de Hitler no se había aquietado. Cuando el 21 de febrero de 1926 se volvieron a reunir los del norte en Hannover «para un asun-

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to importantísimo», el resultado de sus deliberaciones rezó: «Fortalecernos. Conceder a los muniqueses la victoria pírrica. Trabajar, fortalecernos, después luchar por el socialismo».117 Pocos días después de Bamberg, Goebbels y Strasser reemprendieron la lucha ya perdida. El adversario debía ser, además del redactor jefe del Vdlkischer Beobachter, el balto-germano Alfred Rosenberg, y sobre todo el especialista en el programa del partido, Feder. Strasser le había hecho saber a éste que, debido a sus declaraciones acerca de su borrador del programa —el de Strasser— tenía que dar por terminada la «relación de confianza».118 Al mismo tiempo, la secretaría de Elberfeld bajo la dirección del «doctor» escribió que en la siguiente asamblea general del partido a principios de marzo en Essen habría que renunciar a la ponencia de Feder «sobre los fundamentos programáticos del movimiento nacionalsocialista», a no ser que Feder «se conformara con media hora de intervención al final del congreso». Feder entendió esta notificación tal como estaba pensada, «como una rotunda provocación». Envió un telegrama a Hitler y recibió de éste la orden «de ir a Essen bajo cualquier circunstancia»,119 ya que tenía perfectamente en mente la controversia de Feder, el guardián del programa del partido designado por Hitler, con los líderes de la comunidad de trabajo; y es que él mismo quedaba fuera de las divergencias programáticas. Por lo demás, Hitler aprovechaba cualquier ocasión para ganarse del todo a Goebbels también en las cuestiones de contenido. Para el 8 de abril le invitó a Munich120 a él, a Kaufmann y a Von Pfeffer, quienes dirigían en igualdad de condiciones el gran distrito del Ruhr creado en el congreso de Essen a partir de los distritos de Renania-Norte y Westfalia. La puesta en escena comenzó ya en la estación central. Al bajar del tren, los hombres fueron recogidos por el cromado MercedesCompresor de Hitler. Durante el viaje por la metrópolis del Isar, les saltaron a la vista «enormes carteles» en las columnas publicitarias que anunciaban la intervención del «doctor Goebbels» en la cervecería Bürgerbráu.A la mañana siguiente los visitó Hitler. «Está ahí en un cuarto de hora. Alto, sano, lleno de vida. Me gusta», anotó Goebbels en su diario. A la tarde siguiente, tras horas llenas de melancólicos recuerdos de

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Anka Stalherm, el pequeño hombre entró cojeando y con el corazón palpitante en la bodega llena de humo de la Bürgerbráu. «Y entonces hablo dos horas y media. Lo doy todo. Hay alboroto y ruido. Al final Hitler me da un abrazo. Se me saltan las lágrimas. Siento algo parecido a la felicidad». Cuando Hitler, tras una comida a solas con él, abordó el conflicto en el partido y expuso una «mezcolanza de acusaciones», en las que Kaufmann se llevaba una «reprimenda» y Goebbels también «sale malparado», este último seguía viendo en Hitler «al buen tipo». Cuando se hubieron acabado las filípicas del «maestro», éste explicó durante varias horas su ideario programático. Habló de Rusia, que quiere «devorarnos», de Inglaterra y de Italia como los aliados naturales de Alemania, y también de la cuestión social, tan importante para Goebbels, respecto a la cual hizo concesiones a su invitado, aunque sin decirlo verdaderamente en serio. Habló en favor de «una mezcla de colectivismo e individualismo»: «Producción, puesto que es fructífera, individual. Los consorcios, los trust, la producción manufacturada, el transporte, etc., socializados». Goebbels encontró de inmediato las declaraciones de Hitler como «brillantes» y «convincentes», pues de todos modos hacía tiempo que estaba seguro de querer rendirse ante «el más grande, el genio político». En los días siguientes, Goebbels se volvió a encontrar varias veces con Hitler. Cenaron con la querida del Führer, Geli Raubal, la hija de su hermanastra y asistenta, y hablaron de nuevo sobre la cuestión de la futura orientación de Alemania en materia de política exterior. Aunque Goebbels creía que Hitler no había comprendido todavía el «problema de Rusia» en toda su dimensión, una vez más consideró su argumentación como «irrefutable».121 Finalmente viajaron ambos con el Mercedes a Stuttgart para hablar allí. Hitler lo elogió, lo abrazó; al parecer le había cogido cariño «como a ninguno», suponía Goebbels. Incluso tuvo ocasión de celebrar el treinta y siete cumpleaños del «jefe» con él, que se deleitaba recordando la marcha en la Feldherrnhalle.122 Junto con este hombre quería Goebbels entablar la «última lucha gigantesca» contra el «marxismo y la bolsa», una «lucha que nos traerá

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la victoria o el hundimiento».123 El propagandista, que en el año 1926 viajó de acá para allá por el Reich para anunciar a la gente su mensaje —dictado por el odio— acerca de un futuro mejor en un Tercer Reich, ahora se consideraba comprometido de manera decisiva con la planificación y ejecución de esta lucha, como miembro del «Estado Mayor», tal como escribió en un artículo del mismo nombre que «levantó una gran polvareda», según él creía, y que redactó todavía completamente bajo la impresión de lo que acababa de vivir con Hitler. En él se decía: «Está cerrado el círculo en torno a su persona, ve en usted al portador de la idea que nos vincula al final inefable a través del pensamiento y de la forma. La legión del futuro que está dispuesta a recorrer hasta el fin el terrible camino a través de la desesperación y el tormento».Y seguía: «Entonces puede que llegue un día en que todo se hunda. Pero nosotros no nos hundimos. Entonces puede que llegue un momento en el que el populacho se enfurezca contra usted y grite y vocifere "¡crucifícalo!"; entonces nosotros permanecemos inquebrantables y exclamamos y cantamos \hosanna!. Entonces está a su alrededor la falange de los últimos, que no se desesperan ni siquiera ante la muerte. La plana mayor de los hombres de carácter, de los de hierro, que ya no quieren vivir si Alemania muere».124 La bien calculada atención de Hitler hacia Goebbels despertó la envidia y el recelo entre sus enemigos en el entorno inmediato del «jefe». Aún a principios de mayo de 1926, Feder quería enfurecer a Hitler con un artículo de Goebbels «verdaderamente inaudito, contrario a la política defendida hasta ahora por nuestro órgano central», que había aparecido antes de Bamberg en las «Cartas nacionalsocialistas». «Un agitador comunista no puede hablar» de otra forma,125 opinaba Feder acerca de las ideas en materia de política exterior del secretario general de la «comunidad de trabajo». Era cierto que en vista de tales palabras se podía «hablar (...) más fácilmente ante una asamblea con una fuerte representación comunista», pero entonces ya no era nacionalsocialista. Feder intentaba arruinar la fama de Goebbels como orador propagandístico.126 También en la secretaría de Elberfeld hubo desavenencias, no tanto porque se vieran con malos ojos las muestras de favor del «jefe» hacia

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el pequeño doctor, sino porque éste intentaba cada vez menos influir en Hitler con el espíritu de la ideología socialista. A principios de mayo recibió Goebbels, quien seguía hablando de que Elberfeld vencería, una «desvergonzada carta» de Kaufmann, quien le reprochaba que permi tiera la falta de la necesaria tenacidad.127 Sin embargo, la «materia incendiaria» entre ellos pudo eludirse con una conversación esclarecedora. 128 Cuando a mediados de junio Hitler visitó el gran distrito del Ruhr 129 y al mes siguiente acudieron al congreso del partido en Weimar, 130 Goebbels evitó en los encuentros las cuestiones programáticas, hecho que agravó aún más las tensiones. Ahora le reprochaba no sólo Kaufmann, sino también Strasser, que se hubiera rendido ante Munich y Hitler. Este hecho, ampliamente divulgado, circuló entre los nacionalsocialistas del norte de Alemania como el «Damasco de Joseph Goebbels». 131 Este se defendió con escritos personales a Strasser y a Kaufmann, así como más tarde con una réplica abierta en las «Cartas nacionalsocialistas», de las cuales era redactor.Allí reprochaba a sus compañeros de par tido que se enredaran en teorías y no supieran lo que querían en rea lidad. «No imaginéis lo que excede con mucho el horizonte de lo realmente alcanzable. No prometáis lo que no podéis cumplir. No creáis en un paraíso del futuro, sino "sólo" en una misión por la que merece la pena vivir. Convertios en realistas de la revolución para que un día podáis ser realistas de la política». Afirmaba haberse rendido al «Führer (...) no con premura lisonjera», sino «con aquel viejo orgullo de los hombres ante los tronos reales».132 Los cálculos de Hitler dieron resultado. Al ala de Strasser se le había quitado su cabeza ideológica. El intento de proporcionar al NSDAP un programa que superara los lugares comunes de los «25 puntos» de Feder, entretanto declarados por Hitler como «inviolables», había fracasado, dándose así el paso más importante hacia el principio del Führer. Mientras que Gregor Strasser seguía creyendo que el «jefe» estaba aun así comprometido con la idea no formulada de una nueva Alemania socialmente justa, y sólo años más tarde se dio cuenta de que había estado sujeto a la mera arbitrariedad, Goebbels era su fanático servidor. Lo que tarde o temprano se desenmascaró para Strasser y para otros millones de perso-

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ñas siguió siendo sagrado para él hasta el final, pues Hitler era a su juicio «un instrumento de esa voluntad divina que configura la historia». Lo lejos que llegó la imaginación de Goebbels en el verano de 1926 lo demuestran numerosas anotaciones de su diario, en las que no sólo glorificaba a Hitler como al nuevo Mesías, sino que lo ponía en relación con milagros y fenómenos de la naturaleza. Así apuntó a finales de julio de 1926, durante una estancia en el monte de Obersalzberg a lo largo de la cual hizo varias excursiones con su Führer, que Hitler era un genio. «Me deja impresionado. Así es: cariñoso, bueno, compasivo como un niño. Astuto, listo y hábil como un gato. Estrepitosamente grande y gigante como un león. Un buen tipo, un hombre. Habla del Estado. Por la tarde, de la conquista del Estado y del sentido de la revolución política. Ideas que yo ya había tenido, pero que aún no había expresado. Después de cenar estamos todavía un buen rato sentados en el jardín del Marineheim [la Casa de la Marina], y él predica el nuevo Estado y cómo lo vamos a ganar luchando. Suena a profecía. Arriba, en el cielo, una nube blanca adopta la forma de la esvástica. En el cielo hay una luz rutilante que no puede ser una estrella. ¿Una señal del destino? Nos vamos tarde a casa. En lontananza brilla Salzburgo. Siento algo parecido a la felicidad. Esta vida merece la pena ser vivida. "Mi cabeza no rodará por tierra hasta que mi misión esté cumplida". Éstas fueron sus últimas palabras. Así es él. Sí, así es».133 No cabe duda de que Goebbels se veía también a sí mismo como instrumento de la «voluntad divina», por lo cual debía doblegarse ante Hitler, una vez más en contra de sus propias ideas.Y es que desde junio de 1926 se pensaba en voz alta desde la dirección del partido en Munich si destinar a Goebbels como jefe de distrito a Berlín. El hombre de Strasser, el jefe de distrito doctor Ernst Schlange, había renunciado a su cargo, pues la dirección del partido y la jefatura de las SA estaban enfrentadas sin remedio. A Goebbels, que durante los últimos meses había pronunciado algunos discursos en Berlín y que había visitado también una vez el Reichstag, no le entusiasmó la idea en un principio. «Todos quieren que vaya a Berlín como salvador. Doy gracias por el peñascal»,134 anotó; ya que él prefería mucho más ir a Munich, junto a «su jefe».

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Goebbels debía reorganizar en Berlín el partido enfrentado, que ni siquiera contaba con 500 afiliados, y fomentar así la causa del movimiento nacionalsocialista. Hitler sabía que la fuerza del partido dependía de las capacidades de sus «figuras» regionales «del partido y de las SA». Si veía en Goebbels al hombre adecuado y, en contra de lo que acostumbraba, no designó a alguien del lugar,135 fue porque lo consideraba un activista muy elocuente y un intelectual incansable que le seguiría incondicionalmente. Semejante jefe de partido, que además encajaba bien en el «rojo Berlín» debido a sus ideas socialistas y que al mismo tiempo, como adversario de los Strasser, debía limitar su influencia allí, era justamente el hombre apropiado para allanarle el camino hacia la capital del Reich y, por ende, al poder. Durante el congreso del partido en Weimar, el 3 y el 4 de julio de 1926, confrontado de nuevo con la idea, Goebbels se preguntó por primera vez en serio si debía ir a Berlín,136 entre otras cosas porque el ambiente no dejaba de empeorar en la secretaría de Elberfeld.Tres semanas después de que a finales de agosto de 1926 se le exigiera formalmente por parte de la dirección del partido «asumir el distrito de Berlín provisionalmente por un plazo de cuatro meses»,137 se informó personalmente in situ sobre su posible nueva función. Muy a la manera del jefe «recibió» a Schlange, el jefe del distrito retirado, y a su delegado Erich Schmiedicke. «Ambos quieren que venga. ¿Debo o no?». Una vez que se hizo de noche en la capital del Reich y fue paseando por las calles con algunos compañeros del partido, se quedó horrorizado. «Berlín de noche. Un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo?».138 El día siguiente le sosegó. Con una encantadora compañía femenina salió hacia Potsdam. En el palacio de Sanssouci fue «de emoción en emoción», escribió en su diario. Cuando se paró delante del sepulcro de Federico II en la Garnisonskirche (Iglesia del Cuartel), para él fue éste uno de los «grandes momentos» de su vida, pues una vez más creía sentir el «aliento de la historia». Al parecer, la cuestión de si debía ir a Berlín como jefe de distrito quedó decidida para él cuando supo por el chófer de Hitler, Emil Maurice, lo importante que consideraba el Führer su misión en Berlín. El

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9 y 10 de octubre Goebbels estuvo otra vez con el NSDAP de la capi tal del Reich, que celebraba en Potsdam su primer día de los habitan tes de la Marca de Brandeburgo (Márkertag), durante el cual habló ante los militantes del partido reunidos en la pista para dirigibles de Ber lín.139 Sin embargo, no dio a conocer allí su decisión ya tomada, pues le gustaba hacerse de rogar. Aún el 16 de octubre le escribió Schmiedicke que él, Goebbels, debía haber sentido, sobre todo durante el día de la independencia de la Marca en Potsdam, «en qué medida todos los compañeros berlineses del partido desean que usted sea el jefe en Ber lín». Este deseo —seguía el jefe del distrito en funciones— se basaba en la firme creencia de que él era el único capaz de fortalecer la orga nización como tal en Berlín y de impulsar el movimiento.140 Antes de que Goebbels diera la espalda a Elberfeld, del que su traición a la causa del socialismo se consideraba probada, arregló sus asuntos privados. Entre ellos estaba su relación con Else Janke. Cuanto más se había consagrado al nacionalsocialismo, tanto más la había desatendido, a ella que era hija de madre judía y padre cristiano, pues con su pie deforme ya ofrecía a sus rivales bastante posibilidad de ataque. Desde el principio no había dejado participar en su trabajo político a la joven mujer, que siempre le animaba a continuar y que había forjado planes de un futuro común a su lado. 141 Una vez que se trasladó definitivamente a Elberfeld —allí adquirió un perro de nombre Benno, al que, según dijo, le cogió «cada vez más cariño» a medida que conoció mejor a las personas—,142 al principio siguió visitándola a menudo. Más tarde, cuando él empezó a viajar en tren de mitin en mitin, se veían cada vez menos. Entonces discutían a veces sobre la «cuestión racial», 10 que terminaba en serias humillaciones para la mujer. Pero también pasaban horas llenas de armonía, tras las cuales Goebbels pensaba, como en junio de 1925, que le gustaría mucho como esposa, si no fuera «de media sangre».143 En otoño vio que se aproximaba ineludiblemente la separación, la cual embelleció con palabras rimbombantes —«¡Se me desgarra el corazón!»—144 como si se tratara de un sacrificio personal que tenía que hacer en aras de su vocación. Cuando finalmente ella le escribió una

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«desesperada carta de despedida», él volvió a cambiar de actitud. Sin embargo, cuanto más se granjeó el favor de Hitler a lo largo del año siguiente, tanto más arrogante se volvió con respecto a ella. Por «pequeñas y sentimentales» tenía ahora las preocupaciones de la mujer, que ya sólo le servía de «agradable pequeña relajación». 145 En junio ella quiso poner fin al indigno juego. Le escribió de nuevo una carta de despedida, que él comentó en su diario: «Ya ni siquiera podemos ser camaradas. Nos separa un mundo». 146 Con todo, la carta de Else Janke todavía no significó el fin de la relación con la maestra de Rheydt. Sólo cuando Goebbels se decidió a ir a Berlín, le dio pasaporte de manera definitiva. En su diario señaló lapidariamente al respecto que había dicho adiós a la vida de los demás «en nombre de Dios». Sus sentimientos los dedicó de inmediato a aquella encantadora acompañante berlinesa a la que había vuelto a encontrar en la capital del Reich a mediados de octubre, cuando una vez más antes de su cambio definitivo estuvo con sus futuros compañeros de partido, quienes celebraban entusiásticamente que el «terrible interregno» y el «tremendo caos en el distrito» pronto serían cosa del pasado.147 El 28 de octubre, tras semanas durante las cuales Goebbels volvi ó a estar de gira propagandística, Hitler, con quien creía poder conquistar un mundo si le dejaran, 148 le nombró oficialmente jefe del distrito de Gran-Berlín.149 Ahora ya no percibía la ciudad como «desierto de asfalto» o «ciénaga de una cultura moribunda», sino como «metrópolis» y «central».150 Firmemente resuelto a luchar y a vencer por sus creencias, es decir, por el nacionalsocialismo y por su encarnación, Hitler, Goeb bels abandonó finalmente Elberfeld el 7 de noviembre de 1926, en dirección a la capital del Reich.

Capítulo 5 BERLÍN. .. UN LODAZAL DE VICIOS. ¿Y AHÍ ME TENGO QUE METER YO? (1926-1928)

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uando el 7 de noviembre de 1926 Goebbels, el nuevo jefe de distrito,1 se bajó del tren en la estación Anhalter Bahnhof de Berlín, llegaba a la capital de un país que empezaba a reponerse de las consecuencias de la guerra mundial. La política exterior de Stresemann volvía a asegurar al Reich poco a poco un sitio en el juego de poderes; gracias al Plan Dawes hacía ahora dos años que entraba en el país sobre todo capital americano, que ayudó a que se restableciera la economía nacional.Todo esto se dejaba sentir en la capital. El estancamiento había cedido el paso a una sed de actividad incesante y fecunda. Novedades, récords y escándalos —hoy elevados por la prensa a la categoría de noticias sensacionales y mañana vueltos a olvidar— se sucedían rápidamente. En un folleto publicitario se ensalzaba a la ciudad como la más rápida del mundo, como la «Nueva York de Europa». «Se cruza la Potsdamer Platz, el Spittelmarkt, la Alexanderplatz, la calle de la estación Stettiner Bahnhof, Wedding y esa clase de lugares. Ahí se observa el gigantesco movimiento (...). El corazón del Reich, este Berlín, palpita vida. Cuatro millones de personas en marcha, un quinceavo de la población alemana con el paso acelerado».2 Por muy dinámico que fuera este Berlín, por mucho que deslumhrara su atractivo brillo, las diferencias sociales eran tremendamente manifiestas pese al auge económico. En ninguna parte del país chocaban con más dureza la ostentosa riqueza y la amarga pobreza. Políticamente esto se articulaba en una izquierda fuerte. El año anterior, en las

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elecciones municipales, los comunistas habían conseguido 43 escaños, logrando así más que duplicar el número de mandatos en relación con las elecciones del año 1921. Con 74 escaños, los socialdemócratas eran el partido más fuerte en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz. Junto con los comunistas habrían dispuesto de la mayoría absoluta. Sin embargo, la cooperación estaba descartada por las distintas posiciones que ya en 1919 habían dividido al movimiento obrero: los comunistas luchaban por la dictadura del proletariado, mientras que los socialdemócratas eran partidarios del parlamentarismo y de la república. Por eso, de grado o por fuerza, al igual que en el Parlamento de Prusia, los socialdemócratas colaboraban en la concejalía de Berlín con una parte del grupo burgués, el Partido Democrático Alemán (Deutsche Demokratische Partei, DDP), el Centro y el Partido Popular Alemán (Deutsche Volkspartei, DVP). En el Parlamento del «rojo Berlín», en el que la derecha tenía a su representante más fuerte en el Partido Popular Nacional Alemán (Deutschnationale Volkspartei, DNVP),los nacionalsocialistas no estaban representados y de cualquier manera el partido, fundado nuevamente el 17 de febrero de 1925 en la capital del Reich, vivía con la estrechez de un insignificante grupúsculo del movimiento nacional. Sólo contaba con unos pocos cientos de afiliados y simpatizantes, cuya base residía sobre todo en Spandau.A diferencia de los demás distritos obreros de Berlín, aquí se había dejado ver ya en el año 1921 un fuerte potencial nacional, que había dado lugar a una sorpresa en las elecciones a la asamblea de concejales y a las asambleas de distrito. La Federación Social Alemana (Deutsch-Sozialer-Bund, DSB) —tenía la cruz gamada como emblema— se convirtió en su día, con el 11,9 por ciento de los votos, en el cuarto partido de Spandau. Esto se volvió a lograr en las elecciones al Reichstag de mayo de 1924: ahora, con el 8,8 por ciento de los votos, igualado con el DVP. Sólo el SPD, el DNVP y el KPD eran más fuertes. Sin embargo, en los años siguientes, también en Spandau se había reducido la proporción de votos del DSB hasta la insignificancia.3 En otoño de 1926 las cosas no estaban mejor para la organización del NSDAP. Habían surgido tensiones por la formación de los grupos

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berlineses más activos de la Frontbann (aquellas unidades militares fundadas durante el tiempo en que estuvieron prohibidos el NSDAP y las SA) y de los miembros de las secciones nacionales de las SA, dirigidas por Kurt Daluege. Un activismo proletario de ideología difusa por parte de las SA, que se dirigía sobre todo contra el KPD y su aparato mili tar, había entrado aquí de manera creciente en conflicto con la agrupación en torno a los hermanos Strasser, que apostaba por una tarea de convicción. También cuando su adalid Schlange fue cesado en junio de 1926 y el partido berlinés pasó a ser dirigido por su suplente Schmiedicke —asimismo un hombre de Strasser— la disensión continuó creciendo. En la reunión de dirigentes del 25 de agosto de 1925 se abo fetearon Otto Strasser y Heinz Oskar Hauenstein, el ex dirigente del grupo «Schlageter» de la Frontbann y antiguo jefe de la organización Heinz, al que Daluege y sus SA presentaron como futuro jefe de dis trito.4 En adelante, las asambleas del partido se convirtieron en «la palestra de dos direcciones casi igual de fuertes (...).Este desgarro interior no dejó de ejercer influjo sobre los afiliados del partido y la opinión pública. El impacto del partido se redujo a cero». 5 La organización política amenazaba con desmoronarse. Aunque los Strasser no lograran en Berlín poner fin a las desavenencias del partido, la capital del Reich era sin embargo, junto a Essen, central de la región del Rin-Ruhr, el punto de partida de su influjo dentro del NSDAP. En Berlín estaba la sede de la «editorial de lucha» de Gregor Strasser, recientemente nombrado por Hitler jefe de orga nización del Reich, y de su hermano Otto, en la que también participaban Schlange yVahlen, el antiguo jefe del distrito de Pomerania. Pese a que la tirada de todas las impresiones no superaba el número de 8.000 y la editorial trabajaba en «números rojos», 6 el semanario que aquí se imprimía, El Nacional Socialista (Der Nationale Sozialist), que aparecía con siete membretes distintos, entre ellos el de Periódico obrero de Berlín? transmitía a los afiliados del partido la orientación más bien socialista de los Strasser y no las ideas de Hitler. Los Strasser miraban con escepticismo al nuevo jefe del distrito Berlín-Brandeburgo, que se acababa de formar reuniendo los distritos de

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Gran-Berlín y Potsdam.8 En él veían entretanto a un traidor de la causa del socialismo, que ahora por orden de Hitler iba a trabajar en su esfera de actuación berlinesa. Si no expresaban en voz alta sus resentimientos hacia el intruso y en lugar de ello intentaban ponerse de acuerdo con él, era porque el 5 de noviembre de 19269 el «jefe» había investido a Goebbels de poderes extraordinarios que hacían de él un factor a tomar muy en serio en su cálculo. El jefe de distrito, que estaba directamente subordinado a Hitler, podía, entre otras cosas, «depurar» el partido berlinés sin tener que convocar la comisión de investigación y arbitraje de Munich, tal como se contemplaba en los estatutos. En consecuencia actuó Otto Strasser, ya al recibir en la estación al recién llegado y procurarle alojamiento a un «precio de favor»10 en Am Karlsbad número 5, cerca del canal Landwehrkanal y del puente Potsdamer Brücke. En la espaciosa vivienda de Hans Steiger, redactor del Berliner Lokalanzeiger y amigo de Strasser, cuya mujer alojaba a huéspedes selectos, Goebbels disfrutó de numerosos privilegios. Así, la dueña hizo instalar a petición suya un espejo de la altura de un hombre en la amplia habitación, delante del cual Goebbels podía ensayar los gestos y la mímica de sus intervenciones como orador. Además se le permitía utilizar el salón y otras habitaciones.11 Donde ciento cincuenta años antes Goebbels habría encontrado al poeta EichendorfF, que vivió en la casa con jardín del inmueble vecino, coincidió ahora con un «círculo de amigos del partido inteligentes y de confianza» que se alojaban en casa de Steiger y que facilitaron al forastero los primeros pasos en Berlín, pero que al mismo tiempo posibilitaron a los hermanos Strasser estar continuamente bien informados al respecto.12 También fue Otto Strasser el que presentó a Goebbels cuando éste hizo su debut en la casa de la asociación de veteranos, situada en la Chausséestrasse, el 9 de noviembre de 1926, con motivo de la conmemoración de los caídos del golpe de Munich. Aquél recordó una significativa «escaramuza» en esta intervención: Goebbels llegó con retraso y en un «taxi pronunciadamente grande y bonito». Él, Strasser, encontró impertinente que les hiciera esperar y se molestó por el «aparatoso coche»: todos sus adeptos eran «pobres diablos» y se iban a escandali-

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zar. Goebbels se sonrió con aire de superioridad: «En eso está usted muy equivocado, Strasser (...). No debo coger un taxi.Al contrario. Si pudiera viajar en dos coches, vendría en dos. La gente debe ver que la casa puede aparentar». Examinando con atención al auditorio, se dirigió finalmente a la tribuna del orador atravesando la sala. 13 Lo que Otto Strasser pasa por alto en sus memorias es el éxito que Goebbels cosechó en ese momento con su actuación: y es que la casa de la asociación de veteranos debió de parecer un atolladero cuando el «Doctor», como enseguida lo llamaron respetuosamente los afiliados del partido, terminó su discurso de varias horas con la voz ronca. Además de los llamamientos que allí hizo a la unidad del partido, aquel 9 de noviembre Goebbels ya había tomado disposiciones concretas. En su primera circular a los jefes de sección y de las delegaciones locales, prohibió sin vacilaciones cualquier debate ulterior sobre la lucha entre el ala de Daluege/Hauenstein y la de Strasser /Schmiedicke, amenazando a los que no se atuvieran a ello con la expulsión del partido.14 Al mismo tiempo, para disgusto de los Strasser, no sólo dejó intacta la posición de Daluege como líder berlinés de las SA, sino que incluso lo nombró representante suyo. Puesto que Goebbels hacía buen uso de su derecho a «depurar», consiguió poner punto final al pasado y empezar de nuevo, sobre lo cual hubo acuerdo poco después en una primera asamblea general de los afiliados.15 Un paso «adelante» dio Goebbels el día de penitencia 16 de 1926, al fundar en elViktoria-Garten, una sala de Wilmersdorf, la Liga Nacionalsocialista por la Libertad (Nationalsozialistischer Freiheitsbund). 17 Con ello retomó un viejo plan.Ya en Elberfeld, con la creación de un cuadro rigurosamente organizado, una «unida comunidad de sacrificio», había querido dotar al partido local de una base financiera y de personal segura, aunque modesta.18 En Berlín pertenecían ahora al círculo entre 200 y 400 compañeros del partido, que se declaraban dispuestos a proporcionar con «sacrificadas contribuciones mensuales» en total 1.500 marcos, con los que el distrito debía quedar en condiciones de costear las primeras medidas para la lucha por la capital del Reich.19

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Se trataba no tanto de un «trabajo de convicción», como prefería el círculo de Strasser, sino de un activismo sin reparos. Para Goebbels, que había analizado la Psicología de las masas de Le Bon,20 eso equivalía a la propaganda, que él consideraba «completamente lábil», ya que tenía que adaptarse a las distintas circunstancias. 21 En el caso de Berlín significaba tener en cuenta su particular estructura social y política, su agitado ritmo vanguardista. «Berlín necesita la sensación como el pez el agua», comprendió Goebbels rápidamente. «Esta ciudad vive de eso, y toda propaganda política que no lo haya reconocido no logrará su objeti vo».22 Se trataba, por tanto, de llamar la atención, costase lo que costase.Y quien quisiera llamar la atención, tenía que hacerlo a ojos de todos, en la calle. En la edad de las masas, ésta era, a su juicio, «la característica de la política moderna. Quien pueda conquistar la calle, ése puede con quistar también a las masas; y quien conquista a las masas, conquista con ello el Estado», opinó retrospectivamente. 23 Para preparar para esto a los miembros de la «comunidad de sacrificio» hacía falta sobre todo un aleccionamiento oratorio, pues «ninguna otra cosa ha conformado al fascismo y al bolchevismo más que el gran orador, el gran creador de la palabra. No hay ninguna diferencia entre el orador y el político», escribió Goebbels, quien ya el 16 de noviembre fundó una escuela de oratoria.24 Estas ideas también las demostró en la práctica. Para dar prueba de la presencia del partido nacionalsocialista de Berlín, inmediatamente después de su llegada fijó para el 14 de noviembre, domingo, una marcha propagandística a través de Neukólln. El Spandauer Volksblatt informó al respecto.25 Bajo el titular «La esvástica contra la estrella soviética», se decía sin exagerar que la marcha en el rojo Neukólln había despertado una «poderosa atención» y que pronto habían acudido numerosas personas de todas partes, principalmente comunistas. Se dijeron provocadoras palabras y pronto se pasó a actos de violencia, en cuyo transcurso «se utilizaron proyectiles, palos e incluso pistolas». 26 La paliza que sus compañeros de partido habían recibido por parte de los comunistas dejó claro a Goebbels que aún no había llegado el

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momento para semejantes marchas propagandísticas. Primero había que tratar más bien de aleccionar ideológicamente al grupito de partidarios y consolidar así la cohesión en las propias filas. Luego Goebbels califi có «la idea» como requisito de toda propaganda. Pero no era necesario exponer esa idea científicamente en un libro grueso, sino que más bien debía constar sólo de un «tema muy breve y comprensible popular mente (...). Nunca encontrarán millones de personas que dejen su vida por un libro. Nunca encontrarán millones de personas que dejen su vida por un programa económico. Pero un día millones de personas estarán dispuestas a caer por un Evangelio». 27 Así pues, durante las primeras semanas de Goebbels en Berlín, no pasó ningún día en que no hablara en las reuniones a sus correligionarios y les machacara la fe en este «Evangelio» apelando a sus emociones. En una «fiesta de Navidad alemana», a la que la sección local de Spandau, el «bastión más firme del movimiento»28 en la «lucha por Berlín», había invitado en los salones de actos Seitz «a todos los hombres y mujeres de ideología alemana», Goebbels demostró su saber hacer una vez más. Proclamó a su «comunidad» que había una fe que iba a mover montañas, y que esta fe crearía un nuevo Reich en el que viviría el verdadero cristianismo. Según informó el Spandauer Havelzeitung, de orientación popular-nacional, los allí presentes contestaron a las palabras del jefe de distrito con «atronadores vivas». 29 La fascinación que emanaba de Goebbels, a la que muchos «no podían sustraerse», la describió el hijo de un párroco berlinés, de dieci nueve años, que acababa de afiliarse a las SA: Horst Wessel. 30 El año anterior había terminado el bachillerato en el Luisenstádtisches Gymnasium, y después se había matriculado en la Universidad de Friedrich Wilhelm para la carrera de derecho, pero pronto la abandonó. 31 «Tenían una idea —decía Wessel— que antes había pertenecido a Bismarck y a la Wiking-Bund [Federación Vikinga], es decir, algo que en reali dad faltaba por completo a las organizaciones militares». Esta idea, la fe en un mundo justo en forma de un socialismo nacional «con el acento en el socialismo», fascinaba en una época en que los ideales y valores se creían perdidos y hacía que el hijo del párroco, para quien el par-

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tido había sido un «despertar político», levantara los ojos hacia el «predicador» berlinés de esta idea. «El talento para la oratoria y la organi zación de que este hombre hizo gala es único. No había nada para lo que no demostrara estar a la altura. Los afiliados del partido estaban ape gados a él con mucho cariño. Las SA se habrían dejado cortar en pedazos por él. Goebbels era como el propio Hitler. Goebbels era ante todo nuestro Goebbels».32 Sus fanáticas e incesantes actividades trajeron consigo en poquísimo tiempo un cambio de ambiente en el partido berlinés, sobre el que Wessel escribió: «Al ver la abnegación de los afiliados del partido, se cobraba, en medio de la desesperación de esos días (...) nuevo ánimo y nueva fe en el futuro». 33 Cada acto fortalecía la cohesión dentro del partido y le conseguía algunos «nuevos», ya fuera en el congreso del distrito el 9 de enero o en la asamblea de la «Liga por la libertad» dos días más tarde. Aquella tarde estuvo marcada por la impresión directa de la muerte de Houston Stewart Chamberlain. «En un acertado discurso en memoria suya, el compañero doctor Goebbels expuso la vida y sobre todo la trayectoria intelectual de este hombre (...). La tarde terminó con la solemne promesa de ser un día los consumadores prácticos de sus doctrinas». 34 A comienzos del año 1927 Goebbels iba a poder trasladar la secretaría, llamada «fumadero de opio», de las sucias bóvedas de un sótano en el edificio trasero de la Potsdamer Strasse 109 35 al primer piso del edificio delantero de la Lützowstrasse 44, donde se habían alquilado cuatro habitaciones «con dos conexiones a la red telefónica». 36 Pronto se hizo realidad también la fundación de una orquesta del distrito formada por entre 40 y 50 personas, así como la adquisición de un «vehículo de guardia», con el que en manifestaciones propagandísticas y pendencias se podía transportar de manera rápida y barata una tropa de intervención móvil al correspondiente escenario. «Y así se sucederá tarea tras tarea» —escribió en sus informes Reinhold Muchow, el jefe de organización de la sección de Neukólln, que estaba fascinado por el nuevo jefe de dis trito— «hasta que la "Liga por la libertad"—según el compañero doc tor Goebbels— tenga que desempeñar su última tarea, cuando llegue la orden de desalojar y ocupar el edificio del Reichstag». 37

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Ese camino lo tenían que allanar sobre todo las SA, el equivalente de la comunista Liga Roja de Combatientes en el Frente (Roter Frontkámpfer-Bund),la organización terrorista y de lucha callejera del KPD. Los camisas pardas no estaban a la altura de la misma, por lo que Goebbels tramitaba su reestructuración. Los grupos de las SA, hasta ahora formados según el modelo de los distritos administrativos, cambiaron su nombre por el de departamentos, y se reunieron bajo tres estandartes, el del centro urbano, el de los barrios periféricos y el de Brandeburgo. Los efectivos del estandarte I comprendían en ese momento 280 personas, los de los 20 departamentos tenían según ello una media de 14 personas.38 A Goebbels le había resultado difícil —escribió retrospectivamente— hacer «soldados políticos» disciplinados de una caterva de pendencieros, desempleados en su mayoría, que daban la bienvenida a cualquier disputa, aun entre ellos mismos. De hecho, en los años siguientes, el conflicto entre la dirección del partido y los soldados de las SA se convertiría en uno de los problemas centrales del jefe de distrito. A comienzos del año 1927 Goebbels se dio cuenta de que, a pesar de todas las actividades, la capital del Reich no tomaba nota de su partido ni de su nuevo jefe de distrito. La prensa importante no había dado cuenta siquiera de las brutales reyertas que habían tenido lugar con los comunistas durante y después de un mitin en los salones de actos Seitz de Spandau a finales de enero. Para indignación suya, tampoco se mencionaron en los periódicos berlineses los disturbios que se produjeron durante el «día de la libertad nacionalsocialista» en Cottbus,39 en la Marca de Brandeburgo, y durante la marcha en Pasewalk, donde unos años antes Hitler había acabado en el hospital militar cegado por la guerra química. Ahora bien, la policía se había «movilizado» contra ellos después de que «dejaran medio muertos a seis policías en Cottbus» y «mataran a tiros a uno e hirieran a varios en Pasewalk», escribió el miembro de las SA Wessel, quien entretanto, al igual que su modelo Goebbels, también estaba dispuesto a caminar sobre cadáveres por un mundo mejor.40 Impaciente e insatisfecho con los resultados obtenidos hasta entonces por su propaganda, Goebbels se decidió a celebrar un primer gran

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mitin en la «boca del lobo», en el «rojo Wedding». El acto estaba concebido desde un principio como una provocación que debía acarrear la gran batalla con los comunistas y finalmente la anhelada notoriedad. El lugar que Goebbels eligió fueron los salones Pharus, en un patio interior de la Müllerstrasse, donde tradicionalmente se reunían para sus actos los comunistas y donde dos años más tarde se celebraría el duodécimo congreso del partido KPD, siendo su presidente Ernst Thalmann. Si hasta ese momento los carteles del NSDAP, baratos y de pequeño formato, prácticamente habían pasado desapercibidos por su poca vistosidad en las columnas anunciadoras junto a la publicidad cinema tográfica y comercial, ahora enormes carteles de color rojo sangre comunicaban la próxima reunión en los salones Pharus. 41 No fue Goebbels su inventor, sino que se limitó a introducirlos en la capital del Reich, siguiendo una vez más la «dirección escénica» de su Führer.Y es que Hitler había escrito en Mi lucha, tal como había leído dos años antes el jefe de distrito: «Tras una minuciosa y concienzuda reflexión hemos elegido el color rojo de nuestros carteles para provocar así a la izquier da, para indignarla e inducirla a venir a nuestras asambleas, aunque sólo sea para boicotearlas, de modo que podamos al menos hablar con esa gente».42 El 11 de febrero de 1927, en el «rojo Wedding», el «pardo» jefe de distrito llegó cojeando a la tribuna del orador para hablar sobre el «desmoronamiento del Estado de clases burgués». Antes incluso de tomar la palabra, estalló en la sala —donde se habían personado muchos comunistas— una feroz batalla durante la cual miembros de ambos partidos arremetieron entre sí con guantes y barras de hierro, hasta que los comu nistas, inferiores numéricamente, se retiraron bajo la protección de la policía, que ya había irrumpido. Los periódicos burgueses, descalifica dos por Goebbels como «prensa judía», informaron con grandes titula res. Por vez primera los nacionalsocialistas y su jefe de distrito estaban en boca de todos, aunque sólo por un día, antes de que la disneica gran ciudad proporcionara nuevos titulares. Goebbels pudo calificar la «batalla en el Pharus» como «un buen principio», no sólo por la nutrida representación lograda por el partido, sino

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también por otro motivo. Le parecía que había abierto los ojos a aque llos que todavía dudaban del débil tullido. Creía haberles demostrado que tenía valor, que no se espantaba ante nada. Había probado sus bri llantes aptitudes propagandísticas, por ejemplo al acuñar delante de las «víctimas del terrorismo comunista» puestas en fila la expresión del «hombre de las SA desconocido», que se convertiría en el símbolo de la tropa del partido y más tarde saldría del anonimato en la persona de Horst Wessel. De este «hombre de las SA desconocido», tomado del «soldado desconocido», habló Goebbels como del «aristócrata del Tercer Reich», que día a día no hace otra cosa más que lo que es su deber, «obedeciendo a una ley que no conoce y apenas comprende». En cualquier caso, Goebbels sabía transmitir a sus oyentes algo de la supuesta superioridad de «la idea», convertirlos en creyentes. El nacionalsocialismo tenía que ser para ellos una cuestión de corazón, con lo que él parecía distanciarse no sólo de las restantes tendencias políticas, sino también del mundo de la gran ciudad, juzgado como materialistamente frío. Los actos propagandísticos organizados por Goebbels siempre apelaban a las emociones y a los instintos de su auditorio. Así sucedió también en el segundo «día de la Marca», en marzo de 1927, la celebración del segundo aniversario de la fundación de las SA berlinesas, que ya preludiaba en pequeño la representación posterior del NSDAP. El jefe de distrito despidió a sus compañeros berlineses del partido con una banda de tambores en la estación Anhalter Bahnhof, desde donde via jaron aTrebbin en la tarde del 19 de marzo. 43 Una vez que llegaron allí, asumieron la dirección Goebbels y Daluege, que se habían adelantado con el automóvil azul oscuro del distrito. A la luz de las antorchas mar charon 400 personas a las montañas de Lówendorf. Allí se conmemo ró, unidos en torno a un fuego nocturno, a las «víctimas del movi miento». Aquí, a treinta kilómetros de distancia de «la gran ciudad de Moloc», del «centro judaizado», de «la morada del terror, de la sangre, de la ignominia», en el silencio de la campiña de la Marca, el discurso de Goebbels a sus correligionarios se convirtió en un «oficio divino». Para la mañana del domingo siguiente estaba fijado un mitin en la plaza mayor de Trebbin. Alrededor del automóvil del distrito, el Opel-

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Landaulet44 azul de siete plazas que servía de plataforma para el orador, se habían colocado los miembros de las SA con los estandartes del distrito de Berlín «bendecidos» por Hitler enWeimar en 1925 y dieciséis banderas desplegadas con el símbolo de la esvástica. La entonación de la «canción de la Marca» y el discurso anterior de Daluege constituyeron el prólogo a la intervención del jefe de distrito. Como ya había sucedido antes con frecuencia, los temas de Goebbels en Trebbin también fueron el nacionalismo y el socialismo; «nuestro gran Führer Adolf Hitler», el «simple cabo», reunió ambos principios con la «visión» de que la lucha entre ambos exponía al pueblo alemán al hundimiento. En esta lucha contra el marxismo judío —así gritó a los asistentes— «la sangre (...) ha seguido siendo el mejor aglutinante,que nos debe mantener unidos en la subsiguiente lucha».45 Esta sangre iba a correr pronto, después de que Goebbels y Daluege salieran rápidamente en dirección a Berlín entre gritos de «Alemania despierta» y pasando por la calle formada por las filas de sus adeptos. Y es que, como bien había calculado el jefe de distrito, los nacionalsocialistas que volvían a casa se encontraron al subirse al tren en Trebbin con una banda de zamponas de la Liga Roja de Combatientes que venía de Jüterbog, acompañada por Paul Hoffmann, diputado comunista del Parlamento de Prusia. Lo que ya comenzó durante el viaje en tren, fue a más en la estación Lichterfelde-Ost, adonde había acudido un «comité de recibimiento» constituido por varios cientos de afiliados y partidarios del NSDAP de todo Berlín. El tren todavía no se había parado cuando las SA asaltaron el compartimento de los pocos combatientes rojos. Unos minutos después todo había pasado. Goebbels, que hasta entonces se había mantenido en segundo término, entró en la liza y ante centenares de curiosos hizo retroceder a sus hombres.46 Cuando los nacionalsocialistas partieron en dirección al centro de la ciudad, quedaron, además del vagón completamente destruido, que presentaba doce impactos de bala, y las zamponas hechas añicos, seis heridos graves y diez heridos leves.47 A las pardas columnas de marcha las precedía Goebbels en automóvil, para —como después declaró a la policía— «estudiar» los ánimos

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de los transeúntes.48 Lo cierto es que él dirigía a sus hombres y los instigaba a más agresiones. Las víctimas eran judíos, a quienes las gentes de las SA golpeaban con palos y puños.49 Los primeros pogromos que había presenciado el Berlín de la república de Weimar estaban todavía en marcha cuando el jefe de distrito gritó a la multitud en la plaza de Wittenbergplatz, a poca distancia de la iglesia conmemorativa del emperador Guillermo (Kaiser-Wilhelm-Gedáchtniskirche): «Hemos venido por primera vez públicamente a Berlín con intenciones pacíficas. La Liga Roja de Combatientes nos ha obligado al derramamiento de sangre. No estamos dispuestos a seguir dejándonos tratar como ciudadanos de segunda clase».50 Los acontecimientos de aquel 20 de marzo fueron tratados por extenso en la prensa. Esto dio publicidad a los nacionalsocialistas e hizo aumentar el número de miembros. Según un informe confidencial llegado al departamento político (IA) de la policía, en marzo de 1927 se registraron unas 400 nuevas inscripciones, de manera que el número total de afiliados del distrito de Berlín-Brandeburgo ascendía entretanto a 3.000, de los cuales, sin embargo, sólo una parte participaba activamente en mítines y demás actos.51 El incidente también tuvo consecuencias para Goebbels a otro respecto. Sin que se llegara a un proceso contra él, poco después de los acontecimientos de Lichterfelde-Ost se le ordenó acudir al cuartel general de la policía en Alexanderplatz para prestar declaración.Ya el 11 de enero de 1927 había «visitado al jefe de policía de Berlín». Entonces se le hizo saber que había pendiente contra él un proceso en el Tribunal del Estado por enaltecer a los asesinos del antiguo ministro de Exteriores del Reich, Walter Rathenau. Sin embargo, el proceso se suspendió después.52 Tras apenas medio año de jefatura de distrito en Berlín, Goebbels se iba creyendo poco a poco seguro de poder movilizar a un número de partidarios suficientemente grande como digno telón de fondo para una intervención de Hitler en la capital. Esto era tanto más importante cuanto que Hitler, debido a una prohibición de hablar, no podía pronunciar un discurso públicamente en Prusia y por ese motivo el mar-

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co tenía que ser un acto cerrado. Cuando el hombre de Munich habló el 1 de mayo en el Clou, un local de fiestas de la Mauerstrasse, y fue festejado frenéticamente por los asistentes, Goebbels pudo ciertamente presentar a Hitler un pequeño partido consolidado y demostrar así su exitoso trabajo, pero la anhelada resonancia pública quedó sin embargo muy por debajo de las expectativas. Esto fue así, entre otras cosas, porque los comunistas ignoraron la intervención de Hitler. Puesto que no hubo disturbios, la prensa también pasó por alto la visita de Hitler a la capital del Reich. Sólo algunos diarios regionales informaron —con comentarios desfavorables— del acto que tuvo lugar en el «Clou». Goebbels aprovechó una reunión mayor del partido tres días después en la asociación de veteranos para airear su disgusto e instigó sin disimulo contra los correspondientes periodistas.53 Delante del público congregado leyó los informes periodísticos de éstos. Al escritor del artículo «más odioso y malévolo» lo descalificó como un «abyecto cerdo judío» y añadió entre las risas de los asistentes que esperaba que le denunciara por ese insulto, para enterarse del verdadero nombre y dirección del que escribía con pseudónimo. Al mismo tiempo incitaba a sus correligionarios a averiguar por su parte la identidad del escritor para «hacerle una visita y darle las gracias enérgicamente». Los polémicos comentarios racistas de Goebbels tropezaron con la protesta de uno de los asistentes. Un hombre de cincuenta y tres años llamado Friedrich Stucke gritó al orador: «Sí, sí, usted es el auténtico joven germánico». Goebbels se quedó sin palabras.Tras un «silencio inicial» y «cierta concentración» replicó: «Usted quiere que le echen», a lo que Stucke respondió «¡tú sí que...!». Se desencadenó un tumulto.Algunos afiliados indignados exigían matar a palos al «perro». Antes de que Stucke pudiera abandonar la sala, lo agarraron y le dio un puñetazo bajo los ojos el funcionario del departamento político de la jefatura de policía, siempre presente en las asambleas del NSDAP y del KPD.54 Seguramente habría quedado como un incidente entre muchos si el golpeado Stucke no hubiera sido un eclesiástico. Había entrado por casualidad en la asamblea, al atraer su curiosidad la brigada móvil de policía que previsoramente estaba emplazada delante de la casa de la

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asociación de veteranos.55 Los periódicos berlineses reaccionaron ante el incidente con toda dureza y crearon el ambiente público que hizo fácil al gobierno prusiano proceder contra el NSDAP tras los acontecimientos ocurridos en los salones Pharus y en la estación Lichterfelde-Ost. El partido —escribió el consejero del Interior Albert Grzesinski— volvía a utilizar métodos de lucha que sólo se podían calificar como «bandidaje político». A través de ellos «se creaba de nuevo una atmósfera como la que había en Alemania antes del asesinato de Rathenau y que resultó tan perniciosa para nuestro pueblo. Quien en las asambleas exhorta públicamente, de manera más o menos clara, a brutales actos de violencia contra los que tienen otras ideas se sitúa fuera de todo derecho (...) y será tratado como corresponde».56 Aún ese mismo día —corría el 5 de mayo de 1927— el jefe de policía de Berlín, Karl Zorgiebel, basándose en el artículo 124 de la constitución del Reich, declaró disuelto el distrito de Berlín-Brandeburgo del NSDAP con todas sus suborganizaciones —las SA [Sturmabteilung], las SS [Schutzstaffel], la Liga Nacionalsocialista por la Libertad [Nationalsozialistischer Freiheitsbund], la Liga Estudiantil Nacionalsocialista de la delegación de Berlín [Nationalsozialistischer Studentenbund Ortsgruppe Berlín] y la Juventud Obrera Alemana de Berlín (Juventud Hitleriana) [Deutsche Arbeiterjugend Berlín (Hitlerjugend)]— «porque los objetivos de estas organizaciones contravienen a las leyes penales».57 La prohibición del partido, contra la que Goebbels elevó en vano una protesta,58 traía consigo una prohibición de uso de la palabra para el jefe de distrito. La pérdida del instrumento propagandístico más importante seguramente pesó más a Goebbels que la propia prohibición del partido. El fracaso de la misión goebbeliana en la capital del Reich parecía así quedar confirmado. El editorial del renombrado Vossische Zeitung constataba que «se había cumplido el destino de una dirección política equivocada, incluso en contra de los buenos elementos propios», a «manos de unos cuantos agitadores y demagogos sin escrúpulos».59 El revés, contra los nacionalsocialistas berlineses hizo entrar en liza inmediatamente a aquellos que desde el principio no habían estado de

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acuerdo con los métodos de agitación introducidos por Goebbels. Los portavoces de esta tendencia procedían —aunque también por su diferente orientación política— del círculo formado en torno a los hermanos Strasser. En el Berliner Arbeiterzeitung [Periódico Berlinés de los Tra-

bajadores], habían atacado a Goebbels ya repetidas veces. El punto culminante lo constituyó un artículo difundido por los Strasser en el mismo periódico sobre las «consecuencias de la mezcla racial», 60 para el que al parecer había prestado su nombre como testaferro un funcionario del partido de Elberfeld, Koch, el futuro comisario del Reich para Ucrania. El final de la exposición decía, aludiendo a Goebbels, que una «fealdad repulsiva» y un carácter particularmente mezquino debían considerarse consecuencias de la «mezcla de razas». Como ejemplo citó el autor entre otros aVoltaire, el «maestro de los desaires y falsedades», así como al cojo Talleyrand, que desde la Revolución Francesa hasta el Congreso de Viena y la Santa Alianza había cambiado de convicciones políticas como de camisa. Entonces se dio la feliz coincidencia de que Goebbels se reunió con Hitler en el congreso del partido del distrito del Ruhr el 23/24 de abril de 1927 en Essen. Al margen de un mitin le expuso a éste su sospecha de que un «pequeño empleado ferroviario» como Koch no debía ser tan inteligente como para escribir semejante artículo. Más bien se trataría de una campaña de los Strasser.61 Hitler garantizó a Goebbels su respaldo, pero en realidad pensaba mantenerse al margen de los conflictos internos, por lo que aconsejó a Goebbels entre otras cosas que cambiara impresiones con los hermanos Strasser para de este modo quitarse de en medio el asunto. Con el mismo propósito intervino Hitler ante Kaufmann, el jefe del distrito Rin-Ruhr y superior de Koch. El 26 de abril, Koch, que declaró «por su honor» no ser el autor, hizo saber al jefe del distrito berlinés que no había «pensado ni de lejos» en un ataque personal.62 Con su escrito, en el que para concluir pedía a Goebbels «que pusiera a Hitler al corriente», parecía arreglado el asunto; pero sólo por el momento, como se iba a demostrar. Goebbels empezó ahora a refrenar con determinación el influjo de los hermanos Strasser, que volvía a crecer desde la prohibición del par-

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tido. Por este motivo, y no tanto, como después escribió, para mantener unidos a los nacionalsocialistas berlineses, emprendió un proyecto que ya había planteado en diciembre de 1925 en una correspondencia epistolar con Otto Strasser,63 el de crear un periódico propio. Contra tal propósito iba a dejarse notar resistencia en las propias filas, pues en la «editorial de lucha» de los hermanos Strasser se publicaba ya el Berliner Arbeiterzeitung, un semanario que hasta ese momento se consideraba el periódico del partido del NSDAP berlinés. De todos modos, le costaba consolidarse y ahora además se iba a encontrar bajo la presión de la competencia directa. A ello se añadía la enorme situación de competencia en el panorama periodístico berlinés, donde según el catálogo ALA sólo en el año 1927 había unos 130 diarios y semanarios políticos.64 De inmediato, los Strasser valoraron debidamente el paso del jefe de distrito. Respondieron a la provocación tildando a Goebbels ante Hitler de «mentiroso» y «fanfarrón», pues afirmaba haber estado activo ya en 1919 con el Führer en Munich y haber acudido al Ruhr cuando estalló la resistencia contra los ocupantes franco-belgas, donde entre otras cosas organizó el NSDAP. Sin embargo, los rivales del jefe del distrito berlinés, quien en efecto difundía repetidamente esta leyenda durante sus apariciones como orador del partido, no se conformaron con eso. A comienzos de junio de 1927 propagaron rumores de una disputa entre Hitler y Goebbels, que en un verano pobre en sucesos fueron acogidos con gratitud por algunos periódicos. Hitler le «había dado un buen jabón» al «noble ario de los rizos negros», a su «alumno preferente», decía haber conocido de «fuente fidedigna» el Welt am Abend,65 mientras que el Berliner Tageblatt hablaba de «hermanos hostiles».66 Así pues, a Goebbels le vino muy a propósito que el 4 de junio de 1927 entrara en la liza un compañero berlinés del partido, que confirmó su sospecha de que los hermanos Strasser habían sido los iniciadores del insultante artículo de abril, con el que pretendían socavar su autoridad en Berlín.67 Como táctica astuta, ahora Goebbels pasó directamente a la ofensiva,dirigiéndose de nuevo al «muy respetada, querido señor Hitler». Le aseguró su fidelidad, calificó todo de «cobarde agre-

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sión» y le hizo saber que para él sólo había «una de dos». «Que usted me aconseja callar ante esta nueva bribonada y decir amén: entonces estoy evidentemente dispuesto a observar la absoluta disciplina del partido (...). Pero en ese caso pido que se me suspenda de mi cargo como jefe del distrito de Berlín-Brandeburgo».68 Goebbels estaba seguro de lo que hacía y por eso iba a por todas. Para el 10 de junio de 1927 invitó a sus partidarios más fieles, pero no a los hermanos Strasser, a una sesión extraordinaria del partido berlinés en las salas de la Deutscher Frauenorden [Orden Femenina Alemana].69 Exigió a los asistentes una unánime declaración de confianza, de la misma manera que la esperaba de Hitler, pues de lo contrario no quería permanecer en Berlín ni una hora más, así abrió la asamblea, antes de exponer las circunstancias desde su perspectiva. Las especulaciones sobre el origen de su defecto físico las enmendó con la declaración falsa de que «su pie zambo no era un defecto de nacimiento, sino que se debía a un accidente», con lo cual el polémico artículo era «tanto más monstruoso». La propuesta del segundo suplente del jefe del distrito berlinés, Emil Holtz, de escuchar también a los hermanos Strasser sobre los reproches formulados contra él, pasó inadvertida entre la indignación general que ahora se levantó. Pronto la sesión de tarde se convirtió en un tribunal que culminó con las suposiciones del caricaturista y fanático antisemita Hans Schweitzer de que Otto Strasser debía de tener «sangre judía en sus venas».Ya por fuera daban prueba de ello «el rojizo pelo ondulado, la nariz aguileña, la cara hinchada y carnosa». Aquel 10 de junio también figuró en el orden del día la publicación del nuevo periódico. A la pregunta de cómo se debían posicionar los compañeros del partido ante el nuevo órgano, Daluege respondió que el Vólkischer Beobachter [El Observador Nacional] se debía considerar un

órgano central y el periódico de Goebbels, un órgano del distrito. Quien se lo pudiera permitir, podía mantener además el Berliner Arbeiterzeitung.70 El redactor de las actas, el futuro jefe del distrito de Brandeburgo, Holtz, se dirigió poco después a Hitler con la misma cuestión. La situación en Berlín —así escribió— «se ha desarrollado en los últimos tiempos de tal manera, que su inmediata presencia me parece urgente-

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mente necesaria. De lo contrario, se corre el peligro de que se destruya el movimiento berlinés». Se trataba —siguió— del antagonismo Strasser-Goebbels.Al último le corresponde el mérito de incitar a los berlineses a los mayores rendimientos. Strasser ha creado con el Berliner Arbeiterzeitung un órgano eficaz para el movimiento de la capital, cuya publicación es puesta en duda por el nuevo semanario que se ha fundado. Puesto que Goebbels firma como editor, se presenta como periódico del partido. Pero, ya que se ha exhortado a suscribirse a todos los afiliados del partido de Berlín y Brandeburgo y de más allá, la nueva publicación se dirige contra el Berliner Arbeiterzeitung.71 Holtz no adivinó que de este modo estaba describiendo exactamente la intención de Hitler, a quien le venía muy bien la limitación de la prensa de Strasser con la aparición de un periódico de Goebbels, que entraba en consciente competencia con ella.72 El 20 de junio Goebbels estuvo en Munich para poner en claro la cuestión berlinesa. Quería aplacar a sus enemigos en el entorno de Hitler, y por ese motivo empleó un tono moderado, casi de disculpa, en la tarde de las deliberaciones centrales del NSDAP en el salón de actos Matháser. Cuando hacía nueve meses había llegado a la ciudad, de cuatro millones de habitantes, le había quedado claro que no se podía conquistar en unos pocos meses. Su objetivo había sido —argumentó— dar a conocer el movimiento en Berlín durante el primer semestre, lo que de hecho se había logrado. A la inculpación hecha por Strasser de que él mismo había provocado la prohibición del partido con sus métodos propagandísticos, Goebbels objetó durante su discurso ante los compañeros muniqueses del partido —el propio Hitler no asistió— que la prohibición se había traído por los pelos y que en cualquier caso él había estado en el camino correcto, como había demostrado el número creciente de afiliados.73 Como resultado de su encuentro con Hitler, al que seguramente sorprendió la inesperada actitud decidida en el escrito del jefe de distrito, Hitler publicó el 25 de junio en el Volkischer Beobachter una declaración respecto a la disputa.74 Allí se decía que todas esas afirmaciones habían sido inventadas con un objetivo evidente por parte del «amarillismo

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judío». «Mi relación con el señor doctor Goebbels no ha cambiado lo más mínimo, sigue gozando igual que antes de mi completa confianza».75 A pesar de esta declaración, Goebbels, que una vez más había sucumbido a la fascinación por Hitler, no podía estar plenamente satisfecho, pues no se había producido la anhelada condena de los Strasser. En lugar de ello, Hitler comunicó a los rivales del jefe de distrito a través de la comisión de investigación y arbitraje, con la que ya se había establecido comunicación telefónica, que él «personalmente pondría término a la cuestión en el círculo más grande posible de todos los interesados en Berlín».76 En el tema del periódico de Goebbels, Hitler se declaró a favor de que se hiciera cargo del semanario la propia editorial del partido, la Eher-Verlag de Munich. Aunque esto iba en contra de la idea de Goebbels, que quería dirigir solo su periódico, aun así la intención de Hitler significaba de manera indirecta una aprobación para el proyecto de competencia a los periódicos de los Strasser, a quienes declaró que el nuevo periódico de Goebbels tendría un carácter «neutral».77 Puesto que la anunciada asunción del periódico goebbeliano por parte de la editorial del partido sólo era una declaración de intenciones de Hitler, esto no impidió al jefe de distrito hacer los últimos preparativos para la publicación de su periódico de lucha. El primer número debía aparecer el 4 de julio de 1927, una fecha muy poco favorable para la presentación de un nuevo periódico, pues quedaba por delante el verano pobre en noticias. El periódico de lucha llevaba el nombre DerAngriff [ElAtaque]. «Este nombre era efectivo desde el punto de vista propagandístico y de hecho abarcaba todo lo que queríamos y hacia lo que aspirábamos».78 La escenificación organizada con motivo de la presentación del periódico comenzó el 1 de julio de 1927. Los primeros carteles, de un rojo chillón, que se colocaron en las columnas anunciadoras de la capital del Reich llevaban impreso Der Angriff con un gran signo de interrogación. El siguiente anuncio, con la misma presentación, debía seguir aumentando la curiosidad. «Der Angriff tiene lugar el 4 de julio», se podía leer ahora. Los transeúntes sólo se enteraron de que se trataba de un nuevo

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semanario cuando los jóvenes hitlerianos lo ofrecieron en las calles de Berlín. El primer número del Angriff,79 cuya cabecera propagandísticamente efectiva la había diseñado Schweitzer,80 no pudo satisfacer en modo alguno la ambición de Goebbels de que su periódico entrara algún día «en la serie de los grandes órganos periodísticos de la capital del Reich»:81 «Me sobrecogieron la vergüenza, el desconsuelo y la desesperación al comparar este sucedáneo con lo que yo realmente había deseado. ¡Un miserable periodicucho, una majadería impresa! Así me pareció este primer número. Mucha buena voluntad, pero poca habilidad».82 La presentación exterior era deficiente, el papel y la impresión de mala calidad. También en la redacción había algunos errores, que se debían atribuir principalmente a la escasa experiencia periodística del secretario general del distrito, Dagobert Dürr.83 El editor Goebbels había designado sin más al secretario político de la delegación berlinesa del NSDAP. Debía hacer las veces del verdadero redactor jefe, el futuro primer alcalde de Berlín, Julius Lippert. El caso era que Lippert, que antes había sido redactor del nacional Deutsches Tageblatt, editado por Reinhold Wulle, tenía que cumplir una condena de seis semanas desde el día de la primera publicación. Con todo, incluso después de que Lippert fuera puesto en libertad, el Angriff seguía con grandísimas dificultades, pues entretanto el abandono de algunos colaboradores había llevado a una crisis de personal. Pero esto no hizo a Goebbels desistir de intentar deshancar por todos los medios al periódico de la competencia, el de los Strasser. Así reservó a su periódico toda la información práctica que afectaba a la rutina local del partido, como las fechas de las sesiones y de los actos, los puntos de venta.. .84 Llegó incluso a hacer que hombres de confianza de las SA agredieran a los vendedores ambulantes del Berliner Arbeiterzeitung, para responsabilizar después a los comunistas. Mientras que la tirada del periódico de los Strasser se estancó y luego disminuyólos 2.000 ejemplares impresos del Angriff fueron vendiéndose poco a poco. Pero el hecho de que tres meses después se hubiera impuesto hasta el punto de poder financiarse por sí mismo, como afirmaba Goebbels, parece más que cuestionable.

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Una característica del periódico de lucha eran las caricaturas de Schweitzer. Esta persona de confianza de Goebbels, que también trabajaba para el Vólkischer Beobachter y el Brennessel, firmaba sus dibujos con el nombre altogermánico del martillo deThor, «Mjolnir». 85 Schweitzer, que gracias a la protección de Goebbels ascendió en octubre de 1935 a comisionado del Reich para la modelación artística, luego a senador de cultura del Reich, presidente de la cámara del Reich de las artes plásticas y comandante de las SS (sturmbannfuhrer) en el «Estado Mayor del Fiihrer del Reich», trasladaba perfectamente a sus dibujos el potencial de agresión verbal de su jefe. Ya antes de la fundación del Angriff Goebbels había celebrado su «genio gráfico» 86 en una carta abierta: «condensado, duro, austero, de una plasticidad masculinamente segura, de una pasión fustigadora y una verdad interior reflejada hasta el fondo (...). Nadie es capaz de imitarlo. Ahora me siento a ver los tra zos de carboncillo todavía recientes y no me canso de contemplar la contundencia de estas instigadoras consignas gráficas». 87 Las caricaturas de Schweitzer constituían, junto a los editoriales de Goebbels y su «Diario político» 88 (una panorámica con comentarios polémicos acerca de los acontecimientos de la semana en materia de política interior y exterior), una «unidad propagandística» que a su juicio «distinguía» al nuevo periódico del lunes «de los demás periódicos existentes hasta ahora en Berlín». 89 Goebbels habló a este respecto de un efecto propagandístico verdaderamente «irresistible». 90 La palabra y la imagen no servían al objetivo «de informar, sino de espolear, enardecer, aguijonear». 91 La sugestión al lector «debe hacerse sin rodeos, categóricamente, con un objetivo firme y con perseverancia.Todos los pensamientos y sentimientos del lector deben ser arrastrados hacia una dirección determinada».92 Así, lo consecuente era que Der Angriff^apelara mucho más a la emoción que a la razón del lector, que quisiera más persuadirle que convencerle. Todo en el Angriff, «incluso cada noticia», era tendencioso, y no pretendía ser de otra forma. 93 Característico del Angriffse hizo también su «estilo enfático, agresivo y no obstante sencillo y popular». 94 Especialmente en sus editoriales, que él calificaba como «una alocución de la calle puesta en papel», 95

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Goebbels conseguía plasmar este carácter retórico. «El lector debía tener la impresión de que el escritor del artículo era en realidad un orador que estaba a su lado y que quería convertirle a su opinión con un razo namiento sencillo e irrefutable». 96 Goebbels había aprendido esto de la «prensa marxista». «El marxismo no ha vencido gracias a sus editoria les, sino gracias a que cada editorial marxista era un pequeño discurso propagandístico», analizó en su discurso «Cognición y propaganda» del 9 de enero de 1928. 9 7 La postura del órgano recién fundado era incuestionable. «En eso nos entendimos y no hubo entre nosotros ni siquiera una disputa al res pecto». 9 8 Desde el principio no se dejó ninguna duda sobre el objeti vo por el que se luchaba: la destrucción de la república de Weimar y de aquellos que la trajeron. De acuerdo con la distorsionada visión ideo lógica de los nacionalsocialistas y con el criterio aducido por Hitler en Mi lucha de no mostrar «nunca a la masa dos o más adversarios, porque si no esto lleva a una completa disgregación de la fuerza combativa», 99 sólo podía ser uno el enemigo contra el que se dirigía esta lucha: los judíos. «Este elemento negativo tiene que ser exterminado de las cuen tas alemanas, o estropeará eternamente las cuentas». 100 Goebbels explicó el porqué a sus lectores directamente en el primer editorial: «Somos enemigos de los judíos porque somos defensores de la libertad del pueblo alemán. El judío es la causa y el beneficiario de nuestra esclavitud. Ha aprovechado la precariedad social de las grandes masas populares para hacer más profunda la infortunada división entre izquierda y derecha en el seno de nuestro pueblo, ha hecho dos mita des de Alemania, sentando así la base para la pérdida de la Gran Gue rra, por una parte, y para la falsificación de la revolución, por otra». 101 «El judío» era para Goebbels un «organismo parasitario», el «prototipo del intelectual», el improductivo «demonio de la decadencia» e igual mente el «consciente destructor de nuestra raza», ya que ha «echado a perder nuestra moral, socavado nuestras costumbres y roto nuestra fuerza».102 Como tan a menudo hizo en sus campa ñas, Goebbels orientó tam bién en este caso su proceder por la táctica de sus adversarios de izquier-

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da. «Al igual que la socialdemocracia antes de la guerra no sólo combatió un sistema que le era enemigo, sino también a sus representantes visibles y expuestos, así debíamos nosotros también (...) basar nuestra táctica en ello».103 Para Goebbels, que como impedido conocía el poder de tales estigmatizaciones, el exponente fue Bernhard Weiss,104 quien en marzo de 1927 había sido nombrado vicepresidente de la Jefatura de Policía «judeo-marxista» en la Alexanderplatz de Berlín y cuya policía política había participado de manera decisiva en la prohibición del NSDAP berlinés. Weiss, que nació en 1880 en el seno de una familia de la alta burguesía judía de Berlín, fue capitán de caballería en la Primera Guerra Mundial y se le condecoró con la Cruz de Hierro de primera clase. Su retrato le había llamado la atención a Goebbels después de la prohibición del partido, cuando el Volkischer Beobachter publicó la foto de Weiss en primera plana.105 Más bien bajo, con el pelo oscuro y gruesas gafas de concha, Weiss respondía perfectamente a la imagen que Goebbels tenía del prototípico enemigo judeo-marxista que había que «exterminar», aunque el vicepresidente de la policía no pertenecía ni al SPD ni al KPD, sino al partido de la burguesía liberal, el DDR Sólo hacía falta ya un nombre pegadizo para «despedazarlo» por completo como objeto de la propaganda. Cuando el 15 de agosto de 1927 Goebbels dedicó su primer editorial a Weiss, había encontrado ese nombre: «Isidoro».106 El nombre «Isidoro» (Isidor en alemán) no fue una ocurrencia del agitador.También lo había tomado de los comunistas. Este apodo, que aspiraba a un efecto difamatorio, ya se había utilizado repetidamente en el Rote Fahne [Bandera Roja].107 «Isidoro», aunque de ningún modo era de origen hebreo, sino griego, se usaba a menudo como insulto 108 y ocupaba un lugar destacado, por lo que a su connotación negativa se refiere, por debajo de «Cohn», «Levy» y «Schmul». No el llamativo antisemitismo de los disturbios, sino este antisemitismo medio encubierto y diario constituía el terreno fecundo sobre el cual el ataque de Goebbels a Weiss pudo seguir creciendo y desarrollar una eficacia política.109

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Goebbels, que ya inmediatamente después de la prohibición había atacado con violencia aWeiss durante un acto del partido en Stuttgart, hizo enseguida del Angriffun «periódico de lucha contra Isidoro», 110 cuajado —en particular la página local «Desde el desierto de asfalto» y la columna «¡Cuidado, porra!»— de menciones del apodo y de carica turas de «Isidoro» hechas por «Mjólnip>. Aquí se podía leer sobre el «espía de esvásticas de Isidorito»; allá sugería la caricatura de Schweitzer que Weiss, pese a conocer los ataques delictivos de la Liga Roja de Com batientes, no procedía contra ella. Incluso el crucigrama silábico de la sección de anuncios iba dirigido contra él; una solución rezaba: «difunde el Angriff hasta que Isidoro sea vencido», o «Isidoro está acabado, si todo el mundo da un donativo al Angriff».111 Las caricaturas más agresivas y los artículos del Angriff mis infames aparecieron reunidos en 1928 en el Libro de Isidoro112 y al año siguiente en el Nuevo libro de Isidoro,113 que en el periódico de lucha de Goebbels eran encomiados continuamente y según éste «se vendieron como el pan». 114 El brutal cinismo que caracterizaba la lucha de Goebbels contra Weiss queda claro en la introducción del libro por su lema: «Isidoro no es un hombre concreto, una persona que aparezca en el códi go civil (...). Isidoro no es un hombre concreto, una persona que tenga cara. Isidoro es el rostro, desfigurado por la cobardía y la hipocresía, de la llamada democracia, que el 9 de noviembre de 1918 ocupó los tronos vacíos y hoy agita sobre nuestras cabezas la porra de la más libre república».115 El odio de Goebbels contra Weiss se había acrecentado sin límites sobre todo porque el vicepresidente de policía, que luchaba a favor de la democracia, hacía que los hombres de la policía política velaran atentamente por la estricta observancia de la prohibición del partido. En Moabit se habían sentado diariamente delante de los jueces miembros de las SA. El primero se había puesto la prohibida camisa parda, el segundo había amenazado la paz y la seguridad públicas mostrando un emblema del partido, el tercero había dado una bofetada a un «judío insolente y arrogante» —escribió después Goebbels restando importancia a las provocaciones a las que había instigado a sus partidarios para hacer saber

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a la opinión pública que el partido «aun prohibido está vivo»,116 como rezaba el lema ideado por él.117 En realidad, la prohibición perjudicó poco al partido en la medida en que la organización siguió existiendo en esencia, aunque bajo otro nombre. La secretaría del distrito se convirtió en oficina de delegados. Las subdivisiones de las SA pasaron a ser asociaciones, como el club de bolos Los Nueve, el club de natación Alta Ola, el club de senderismo Viejo Berlín o el Club estrella de los Alpes de Wessel, cuyo establecimiento de reunión habitual era una pastelería situada en la Pasteurstrase. Cuando la policía política desintegraba y prohibía una asociación de este tipo, la propia gente de las SA fundaba una nueva con otro nombre y en otro lugar. Además, por un par de pfennigs que costaba el billete, podían atravesar las fronteras de Berlín con el uniforme de las SA en la mochila, para sin molestia alguna mantener vivo el pardo romanticismo revolucionario con marchas y asambleas en la Marca de Brandeburgo, en Teltow o en Falkensee. Al amanecer del 5 de agosto de 1927 abandonaron Berlín de esta manera unos cincuenta hombres de las SA, saliendo hacia Nuremberg para una marcha a pie propagandística —que sin embargo servía más para fomentar la cohesión— con motivo del congreso del partido a nivel del Reich. Wessel, que se contaba entre ellos, describió en su relación del viaje cómo el grupito se había aproximado finalmente a Nuremberg tras ir en tren, en la superficie de carga de camiones y varias veces a pie por las ciudades y pueblos de la Marca de Brandeburgo y de Sajonia, a través de la Selva de Turingia y de Franconia. Dejaron atrás a los «impedidos» para entrar en la ciudad «marchando» a buen paso. 118 Allí se encontraron con otros 400 berlineses de las SA y compañeros del partido, que habían seguido hasta Nuremberg a su jefe de distrito con motivo de este tercer congreso del partido. La ciudad parecía un «campamento pardo». «Nuremberg, nadie la olvida fácilmente», escribió el entusiasmado Wessel, que participaba por primera vez en un acto de este tipo, el cual mostraba a su juicio el fortalecimiento del movimiento general. Además de las marchas, las proclamas y los desfiles de antorchas, la entrega de dos nuevos estandartes a las SA berlinesas constitu-

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yó un momento culminante del congreso. Al final pensó Wessel, lleno de optimismo: «Después de semejante encuentro a nivel del Reich, ¡qué importaba a los berlineses tener que volver a una ciudad en la que su actividad estaba prohibida!».119 Con tanta más rebeldía se dejaron arrestar en conjunto los 450 asistentes al congreso del partido, después de que Weiss hiciera detener su tren antes de llegar a Teltow, en la Marca. Acusados de ser miembros de una organización prohibida, fueron transportados en camiones descu biertos —como si de un viaje propagandístico se tratara— a través de Berlín hasta el cuartel general de la policía en la Alexanderplatz, don de la mayoría de ellos fueron retenidos por una noche. Por fin se volvía a tomar nota de ellos, debió de pensar Goebbels, que por su parte se quejó con gran patetismo en el Angriff: «Os pregunto: ¿es eso una acción heroica? Tú, joven rubio, si te afloran las lágrimas a los ojos, reprímelas. No llores delante de estos jueces con el semblante triste». 120 En aquellos días de prohibición del partido, Goebbels volvió a ejercer la actividad de «escritor». Además de revisar su Michael del año 1923 (que se publicó en 1929 en la editorial muniquesa del partido, siguió siendo «invendible» hasta 1933 y con el comienzo de la guerra iba a ver su decimocuarta edición), completó Der Wanderer [El Caminante], «una obra en un prólogo, once cuadros y un epílogo». En esta pieza, comen zada en 1923 en el barrio Klettenberg de Colonia, en un momento de extrema necesidad y ahora dedicada «a la otra Alemania», Goebbels se valió de su motivo tan manido de la pretendida omnipotencia de la fe, cuando escribió: «La fe/ es todo./ Despierta la fe en el mundo/ que despierta así al hombre./ El hombre no está muerto,/ sólo duerme./ La fe es la fuerza/ que lo despierta a la vida./ Tú tienes la palabra/ tú tienes la fe/ tú tienes la fuerza/ (...) / El nuevo Reich llegará». 121 Para representar como obra dramática Der Wanderer, ese tratado ligado a las categorías fijas del bien y del mal, Goebbels contrató a algunos actores desempleados. El 6 de noviembre tuvo lugar el estreno en el teatro Wallner de Berlín. Mientras que en el Angriff se podía leer que Der Wanderer era un ejemplo de «las nuevas tendencias culturales de una joven cosmovisión»,122 otros periódicos lo criticaron despiadadamente.

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Esto no hizo desistir al autor de enviar a la «escena experimental nacionalsocialista», creada por él bajo la dirección de Robert Rohde, a hacer una gira por los alrededores de Berlín con el Wanderer durante los años siguientes. 123 Más tarde, tras la subida al poder, Goebbels hizo que la pieza teatral se representara incluso en teatros regionales y estatales, como los de Gotha,Wurtzburgo, Gotinga y Jena. 124 Entre las actividades con las que Goebbels intentó en la época de la prohibición propagar la idea nacionalsocialista y mantener cohesionado el partido estaba también la formación de una llamada «escuela de política» a comienzos de octubre de 1927. 125 Bajo el pretexto de querer hacer de la política «como observación de los hechos» un bien común de las capas sociales más amplias posibles, para ponerla en condiciones de «llevar a efecto su misión histórica con un mínimo de sofismas y extravíos», creó para sí la posibilidad de eludir la prohibición de palabra que le habían impuesto. Goebbels, que sin embargo tomaba también la palabra en discusiones en otros lugares, pronunció en su «escuela» la ponencia inaugural sobre el tema «¿Qué es política?»; poco después habló sobre «Los cimientos del Estado» y sobre «Cognición y propaganda». Entre los ponentes se encontraban además Reventlow, Lippert y Wilhelm Frick, el presidente del grupo nacionalsocialista en el Parlamento. El proyecto continuó cuando el 29 de octubre de 1927 expiró la prohibición de palabra para Goebbels.Ya el 8 de noviembre volvió a hablar por primera vez públicamente en el Orpheum de la Hasenheide al sur de Berlín. Los carteles que anunciaban esta y las futuras inter venciones llevaban ahora como nueva provocación el rótulo: «Con la autorización de la jefatura de policía». 126 Verdaderamente alentado por la suspensión de la prohibición de palabra, Goebbels volvió a intensificar los ataques contra la dirección policial de Berlín en el Angriff. Introducía la campaña contra Weiss una caricatura que mostraba al vicepresidente de la policía con forma de asno sobre una superficie helada y que llevaba esta ofensiva leyenda: «Cuando al Isidoro le va demasiado bien...».127'128 Tras el levantamiento de la prohibición de palabra, Weiss volvió a ordenar que las intervenciones de Goebbels y de otros líderes nació-

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nalsocialistas fueran controladas al detalle por funcionarios del departamento IA, dirigido por él, y que se elaboraran minuciosos informes sobre comentarios y actividades inconstitucionales. Cada edición del Angriff era sometida a un riguroso examen inmediatamente después de su publicación. El 7 de diciembre de 1927,Weiss presentó por prime ra vez una querella por injurias y por los cambios de nombre. Cuando se le pidieron responsabilidades, Goebbels intentó excusarse en el interrogatorio que tuvo lugar a comienzos de 1928, argumentando que como editor no era responsable, en virtud de la ley de prensa, del contenido del periódico. Además, sólo había conocido el contenido del periódico después de su impresión.Tampoco sabía de quién provenían el incriminado artículo y la caricatura. 129 El 28 de febrero de 1928 compareció por primera vez ante un tribunal en la capital del Reich, pero no por la difamación de Weiss, sino como consecuencia de los acontecimientos ocurridos en la casa de la asocia ción de veteranos en mayo de 1927. El tribunal de escabinos de BerlínCentro lo encontró culpable de incitación a la violencia. El caso es que como redactor de las Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas],

editadas por Gregor Strasser, había publicado en abril de 1927 en un artículo sobre el tema «concentración de masas» normas de conducta para los líderes o ponentes de las asambleas y descrito cómo había que manejar los disturbios y cuándo tenía que intervenir el servicio de orden. 130 Siguiendo exactamente este patrón, se había «enviado a paseo», fuera de la asociación de veteranos, al párroco de la comunidad reformista. Se le condenó a seis semanas de cárcel, contra lo que el abogado de Goebbels interpuso de inmediato recurso de apelación.Tuvo un éxito parcial, pues, aunque los jueces lo declararon culpable de la exhortación a la lesión corporal, tuvieron en cuenta «que él había actuado de buena fe y con buena conciencia».131 «En el colegio de jueces había un judío, Lówenstein. De lo contrario es probable que hubiéramos sido absueltos. La senten cia: en lugar de la elevada pena de cárcel (...) 600 marcos para mí. No voy a pagar ni un solo pfennig», 132 fue el balance que hizo Goebbels. El 31 de marzo de 1928, la jefatura de polic ía levantó después de once meses la prohibición del NSDAP berlinés, alegando que se le que-

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ría dar «la libre posibilidad de prepararse para las elecciones».133 Sin embargo, esto sucedió relativamente tarde —ciertamente no sin un sentido oculto—, pues el 15 de febrero ya era seguro que habría nuevas elecciones. Desde comienzos de año, cuando el 19 de enero el ministro de las Fuerzas Armadas Gessler tuvo que ceder su puesto al teniente general Wilhelm Groener por deseo de Hindenburg, se perfiló claramente el fracaso del gobierno de Marx, sostenido por el bloque burgués. Las tensiones latentes en materia de política social y la controversia en torno a la política exterior de Stresemann—los nacionalistas alemanes la apoyaban siempre con gran reserva— crecieron con motivo de las deliberaciones para una nueva ley escolar del Reich y condujeron a la posterior ruptura del bloque burgués. Fue «un momento grande y solemne», incluso una «hora histórica», cuando el NSDAP berlinés fue «fundado de nuevo» el 13 de abril, escribió Goebbels,134 que tuvo que improvisar, dado el corto periodo de tiempo que quedaba hasta las elecciones al Parlamento del 20 de mayo y en vista de la reducida caja del partido. Así pues, concentró su propaganda principalmente en estorbar los mítines electorales de otros partidos, como por ejemplo el de Georg Bernhard, un representante del Partido Democrático Alemán (Deutsche Demokratische Partei, DDP) y miembro del consejo económico del Reich. El Vossische Zeitung comentó: «Con frases hueras (...) se conseguirá doblegar el espíritu de la democracia tan poco como con una fuerza pulmonar de corto alcance». Allí donde el «espíritu» del nacionalismo se había perdido en vocinglerías, se veía «en alguna parte una predisposición a la lógica y al espíritu que todavía hoy está en el subconsciente. Elevar esta razón subconsciente hasta la consciencia y prestar oído finalmente a los argumentos de la lógica es el objetivo de la actividad propagandística democrática en la actual campaña electoral. Se conseguirá, o el espíritu destructivo del barullo nacionalista conducirá a nuevas catástrofes para fatalidad de Alemania».135 Este espíritu destructivo fue el que Goebbels intentó difundir durante la campaña electoral con la ayuda de «discos de gramófono», en los que las consignas pardas estaban acompañadas —así informó el Vossis-

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che Zeitung— de «espantosos cantos de combate». 136 Aunque no disponía de los recursos financieros para una amplia puesta en práctica de esta moderna técnica, era absolutamente consciente de su significación. Esto también lo había aprendido de la «izquierda», que realizaba así su campaña electoral. «La artillería más pesada de la propaganda contemporánea» la exhibía el SPD, que había adquirido una serie de automó viles modernos con altavoces instalados encima. 137 El SPD introdujo durante esta campaña electoral otra novedad, «que combinaba con el gramófono la presentación de cintas cinematográficas». 138 Grupos de actores que representaban sketchs políticos y anuncios luminosos completaban este repertorio propagandístico. El KPD —según informaban los periódicos— había introducido además otras formas no ortodoxas de propaganda. Celebró en Leipzig, por ejemplo, una «tarde comunis ta de variedades», a la que también contribuyó el director Erwin Piscator, el «defensor de lo político en el arte». Una de las principales armas de la propaganda nacionalsocialista era el propio jefe del distrito berlinés. El que entretanto se había convertido en el orador más conocido del partido además de Hitler viajó en esas pocas semanas que quedaban hasta las elecciones a lo largo y ancho del Reich,para «predicar» acerca del futuro Tercer Reich.El 17 de abril habló en Bielefeld, al día siguiente en el barrio Barmen de Wuppertal; de vuelta en Berlín escribió «editoriales, octavillas y carteles como alma que lleva el diablo». 139 El 19 de abril grabó de nuevo un «disco fonográfico», la tarde siguiente habló con motivo del cumpleaños del «jefe» en la casa de la asociación de veteranos, el 23 de abril en Colonia, el 24 en Wiesbaden, el 25 en el barrio Friedenau de Berlín, ante un «distin guidísimo público burgués».140 Las incesantes actividades del jefe de distrito sólo se vieron entorpecidas por las autoridades de lo penal. El 17 de abril recibió las dos primeras de un total de seis citaciones por injurias al vicepresidente de policía. «Ya es hora de que sea inmune», 141 apuntó Goebbels, que ante esta situación había sido nominado por su partido con vistas a su anhelada entrada en el Parlamento, que le protegería de nuevas actuaciones penales. Hasta entonces intentaba retrasar el juicio. Alegaba tener que

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organizar «varios mítines electorales en el sur de Alemania el día en cuestión» y por tanto «verse obstaculizado en el obligado desempeño de la propaganda, al estar en un puesto muy comprometido como candidato para el Parlamento del Reich y del land». 142 Después de que se rechazara un aplazamiento, Goebbels hizo saber al tribunal que consideraba esto «un impedimento directo para la propaganda electoral» y llamaba la atención amenazadoramente «sobre todas las consecuencias eventuales que conciernen a la inhibición electoral»,143 sin éxito, pues el tribunal no se dejó engañar. Convencido de que Goebbels se «esforzaba sistemáticamente» por eludir la prosecución penal,144 Weiss había intervenido ante la fiscalía. El 23 de abril hizo observar al procurador general que «el doctor Goebbels intenta metódicamente demorar el procedimiento hasta las próximas elecciones, quizá para llegar a disfrutar de la inmunidad parlamentaria».145 Ya en marzo, Weiss había exigido a la fiscalía que «procediera con una sanción ejemplar» contra Goebbels y otros miembros de la redacción del Angriff por las reiteradas injurias.146 La vista del «proceso de Isidoro»147 tuvo lugar el 28 de abril de 1928. En plena campaña electoral, Goebbels quería «esta vez luchar con el silencio».148 El tribunal confirmó a Weiss que las calumnias llenas de odio por parte del jefe de distrito eran injurias antisemitas que ponían de manifiesto un «completo desprecio moral del adversario (...) y una injustificable hostilidad y embrutecimiento».149 Goebbels era —de acuerdo con el juez— el líder del partido en Berlín; por tanto, como editor tenía un determinante influjo sobre el contenido y la configuración exterior del periódico.150 Goebbels y el coprocesado Dürr fueron finalmente condenados a tres semanas de cárcel por «injuria pública y colectiva a través de la prensa». El abogado de Goebbels, Richter, apeló la sentencia con el argumento de que «Isidoro» no se refería personalmente a Weiss, sino que más bien la expresión era un «concepto genérico que pretende criticar la judeización de puestos determinantes que impera en este momento en Prusia». Así el jefe de distrito pudo proseguir su campaña propagandística sin ser molestado. Aun cuando a principios de mayo declaró que la propaganda surtía un efecto «fabuloso», pronto estuvo «hasta la

Berlín... un lodazal de vicios. ¿ Y ahí me tengo que meter yo?

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coronilla» de hablar.151 No obstante, su odio al «sistema» le hizo aguantar. Ya fuera en Aschaffenburg, en Schweinfurt, en Leipzig o repetidamente en Berlín, instigaba a su auditorio, atizaba el miedo a la inflación, al desempleo y a los enemigos de la guerra mundial. En la última semana antes de las elecciones volvió a intensificar su trabajo: sólo el 14 de mayo habló doce veces en Munich. Para el sprint final en la capital del Reich, pese a estar físicamente agotado, movilizó de nuevo las últimas reservas de energía y estuvo «perfectamente a punto».152 Goebbels, a quien habían apoyado las SA en Berlín con marchas propagandísticas, no valoraba con demasiado optimismo los pronósticos electorales. «En general eran buenos»,153 pero hasta sus modestas esperanzas se vieron frustradas, pues el NSDAP sólo alcanzó el 2,6 por ciento de los votos, perdiendo así con respecto a las elecciones del tercer Reichstag del 7 de diciembre de 1924 el 0,4 por ciento o casi 100.000 electores. Este era el peor resultado desde que el partido entró por primera vez en el Reichstag el 4 de mayo de 1924 con 32 diputados. Después de obtener 14 diputados en diciembre de 1924, ahora sólo pudo mandar a 12. Por el contrario, el SPD registró su mayor éxito desde 1919, con más de nueve millones de votos.También el KPD, con 3,25 millones, logró un incremento de medio millón de votos. No menos alarmante que la subida de los comunistas era para el futuro de la república la descomposición de los grandes partidos de derechas, que vino acompañada de la disgregación del espectro electoral de derechas. Junto a los 73 diputados del DNVP y los 45 del DVP, accedieron al nuevo Reichstag 51 representantes de pequeñas agrupaciones de derechas que tenían los más dispares programas agrarios y relativos a las clases medias. Cuando en 1929 comenzó la gran crisis económica, estos millones de votantes de derechas que se habían quedado sin patria política iban a confluir en los nacionalsocialistas, de quienes los nacionalistas alemanes habían afirmado en la última campaña electoral que no eran más que «camorristas a los que les gustaba imitar a Mussolini».154 En la capital del Reich, los nacionalsocialistas no habían superado la dimensión de un pequeño partido en las elecciones de mayo de 1928.

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En total había votado a su favor el 1,5 por ciento de los electores. 155 Sin duda había contribuido a ello la larga etapa de prohibición, durante la cual la prensa sólo había tomado nota del grupúsculo en raras ocasiones pese a los esfuerzos del jefe de distrito, así como la corta campaña electoral llevada a cabo con modestos recursos. Aunque al día siguiente de las elecciones Goebbels se hiciera creer en su diario que el resultado era «un hermoso éxito»,156 de inmediato se vio afectado por «depresiones»,157 pues sabía que durante el año y medio que había estado luchando en Berlín por el nacionalsocialismo no había cambiado prácticamente nada. El resultado de las elecciones al Parlamento entrañó al menos una satisfacción personal para Goebbels. El, que ni siquiera hacía cinco años había tenido que vivir con sus padres como un «pobre diablo», se encontraba entre aquellos diputados del NSDAP que accedieron al cuarto Reichstag alemán. Así, con todo, éste fue para él un paso adelante, en dirección al Tercer Reich. Que llegaría, eso no lo dudaba Goebbels pese a todos los reveses y decepciones, mientras él no dejara de creer en ello.

Capítulo 6 QUEREMOS SER REVOLUCIONARIOS, Y SEGUIR SIÉNDOLO

(1928-1930)

E

l 13 de junio de 1928 el diputado Goebbels subió cojeando las escaleras hasta la entrada del Parlamento alemán para asistir a su sesión constituyente. Agradable le pareció el aplauso de algunos curiosos que se encontraban a la puerta, pues, entre los casi quinientos parlamentarios presentes en el amplio hemiciclo de la sala de plenos bajo la imponente cúpula del edificio diseñado por Wallot, los doce nacionalsocialistas se debían de sentir como un perdido grupúsculo. Incluso dentro de éste, Goebbels pertenecía más bien a los divergentes, pues el presidente del grupo Frick y el diputado Feder, Gregor Strasser, el jefe del cuerpo franco Franz Freiherr Ritter von Epp y el «algo abotargado» capitán de aviación Hermann Góring1 —éste se había marchado al extranjero tras el golpe de noviembre, había regresado a Alemania hacía algunos meses y se había asentado ahora en Berlín con un contrato de la Fábrica Bávara de Motores— eran sin excepción «viejos combatientes» que ya habían estado presentes en 1923 en Munich. Su inseguridad en un terreno que le era extraño despertó en Goebbels la obsesión de estar expuesto de manera muy especial a la «tentación del mal». Todo el funcionamiento —escribió sobre sus primeras impresiones en el pleno— de la «enajenada escuela judía» era tan «infame y taimado», pero al mismo tiempo tan «dulce y tentador» —pensaba Goebbels, ahora dotado de inmunidad, dietas y demás privilegios— «que sólo unos pocos caracteres se sobreponen a él.Tengo la seria voluntad de permanecer fuerte y creo y espero lograrlo».2 Él mismo no se

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veía a la altura de esa «prueba», entre otras cosas porque estaba convencido de que el parlamentarismo «hacía tiempo que estaba a punto de sucumbir»3 y de que los nacionalsocialistas estaban destinados a «acabar con este sistema por sí solos y a no debilitarse en manera alguna ante sus enfermizos síntomas». 4 Después de que los «gordos liberales» —en palabras de Goebbels— hubieran «juntado» el gobierno 5 —era la gran coalición encabezada por el socialdemócrata Müller—, el jefe de distrito pronunció su «discurso inaugural» el 10 de julio durante la primera deliberación sobre un proyecto de ley acerca de la fiesta nacional: «Cuando uno por primera vez participa como novato parlamentario en este mareo democrático, pue de ver las estrellas»; 6 así comenzó sus declaraciones, que no sólo le acarrearon una reprimenda del vicepresidente del Reichstag, Esser, sino también la enérgica protesta de los demócratas. El mismo comentó sobre su primera intervención que «había dicho a esos cerdos una opinión que les había dejado pasmados. E hizo efecto. La sensación del Reichs tag. ¡Qué rayos va a echar mañana el amarillismo!». 7 Aunque la prensa dio gusto a Goebbels, si bien no se hizo de su inter vención un «hecho sensacional», iban a pasar casi nueve meses hasta que volviera a tomar la palabra el encargado de «cultura e interior» dentro del grupo parlamentario de los nacionalsocialistas. Si guardó silencio fue porque él entendía el nacionalsocialismo como un movimiento revolucionario extraparlamentario. «¿Qué nos importa a nosotros el Reichs tag?», escribió con desdén en el Angriff. «No tenemos nada que ver con el Parlamento. Lo rechazamos desde dentro y tampoco tenemos reparo en expresarlo firmemente hacia afuera (.. .).Yo no soy un miembro del Reichstag.Yo soy un Idl, un IdF [Inhaber der Immunitdt; Inhaber der Freifahrtkarte] un beneficiario de la inmunidad y de la tarjeta de viajes gratis. (Un Idl) denuesta al "sistema" y recibe a cambio las gracias de la república en forma de 750 marcos de mensualidad». 8 Sin embargo, el mandato parlamentario no sólo reportó a Goebbels la tarjeta gratuita para viajar en primera clase y la anhelada inmunidad que le protegía de la detención policial, sino que también mejoró su consideración dentro del partido, maltrecha tras la prohibición del

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NSDAP en Berlín, y por tanto su posición frente a los Strasser.9 A finales de mayo y principios de junio de 1928, éstos le habían echado indirectamente la culpa en las «Cartas nacionalsocialistas» por el decepcionante resultado del partido en Berlín. Gregor escribió que los correspondientes cargos del partido tenían que revisar el trabajo realizado hasta ahora en métodos y contenido. 10 Otto declaró que los proletarios se habían ido con los comunistas, los verdaderos triunfadores. Él también aludió a Goebbels sin mencionar el nombre en su artículo, al hablar de «hombres infinitamente listos».11 Semejantes ataques agravaron sin límite el odio de Goebbels. Otto Strasser, el «Satanás» del movimiento, tenía que ser «aniquilado», «costara lo que costara», anotó en su diario, para hacer de inmediato la salvedad de que es imposible imponerse a Strasser. «Ese canalla es demasiado astuto y pérfido».12 Cuando además dijo haberse enterado de que habían tenido lugar negociaciones entre Otto Strasser, Reventlow y Kaufinann «con el objeto de fundar un nuevo partido en el que se ha de acentuar más la línea socialista», se indignó contra su adversario, del que en realidad estaba más cerca políticamente. Iban contra Hitler. «Estos señores quieren ser ellos los jefes.Yo estaré al acecho. Estoy con Hitler, pase lo que pase. Aunque me dé de bofetadas».13 Después de que «su jefe» no interviniera, aunque le había informado de lo que se había enterado, Goebbels acarició la idea de presentar su «dimisión», porque «estaba harto» de la situación en Berlín.14 Cambió de opinión cuando el 14 de julio de 1928 —ese mismo día, para satisfacción del jefe del distrito berlinés, el Parlamento promulgó una amnistía para todos los delitos políticos cometidos antes del 1 de enero de 1928— Hitler llegó a Berlín y calmó los espíritus en una «larga entrevista personal» con los Strasser. A Goebbels le aseguró que había procedido «duramente contra el doctor Strasser», de modo que aquél creyó que la editorial de lucha, la fuente del influjo de los Strasser en el partido de la Alemania septentrional, se iba a «liquidar» enseguida. Cuando Hitler, empleando una hábil táctica, se mostró además lleno de aprobación para el trabajo de Goebbels, éste ya no pensó más en una «dimisión»: «Me quedo. El jefe está de mi parte al cien por cíen

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Entre otras cosas, para calmar la situación en el partido berlinés, Hitler aceleró el proyecto de reorganizar los distritos del NSDAP basándose en las circunscripciones electorales del Parlamento. Para el distrito de Berlín-Brandeburgo esto significaba la división en un distrito de GranBerlín y en un distrito de Brandeburgo. De éste, que Goebbels calificó inmediatamente de «subdistrito»,16 se hizo cargo el amigo de Strasser, Holtz,17 el 1 de octubre de 1928, cuando el plan se llevó finalmente a la práctica. «Se divide mi distrito. (...) ¡Gracias a Dios! Así me evitan muchos disgustos»,18 anotó Goebbels, a quien Hitler, teniendo en cuenta su susceptibilidad, le había agradecido expresamente «su excelente trabajo en el territorio en cuestión, que posibilitaba la creación allí de un distrito propio». Así, el margen de acción organizativa quedó limitado para Goebbels a la capital del Reich, pero allí se amplió, pues los Strasser pertenecían en adelante al «subdistrito» de Brandeburgo. En el verano de 1928, al jefe del distrito de Gran-Berlín le depararon preocupaciones no sólo los hermanos Strasser, sino también las SA berlinesas. Pese a todos los esfuerzos, no se había conseguido convertirlas en una mera tropa del partido. Si, al igual que antes, se parecían más bien a una liga militar no ideológica, esto se debía a las disposiciones dictadas con arreglo al programa de reorganización, según las cuales a partir de noviembre de 1926 ningún miembro del partido podía ser líder político y al mismo tiempo miembro de las SA. 19 En la primavera de 1928, por orden de Franz von PfeíFer, que había sido nombrado por Hitler «jefe supremo de las SA», las secciones berlinesas de las SA fueron también sustituidas por un sistema de tropas de asalto agrupadas en cinco estandartes. Sus líderes militares, a la cabeza de ellos Walter Stennes, el oficial de la guerra mundial, combatiente del cuerpo franco y distribuidor de armas, reivindicaban su autonomía respecto a los civiles de la dirección del partido, por parte de los cuales se sentían abandonados de todos modos, dados los modestos subsidios financieros. Goebbels consideró tales aspiraciones como «carentes de instinto político» y les reprochó que ni podían «odiar» ni habían descubierto «al judío».20 La consecuencia: el aparato paramilitar amenazaba con independizarse.

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Para evitar un retroceso del NSDAP en Berlín, en opinión de Goebbels había que dejar la política a los políticos y las SA debían tener la misión de intervenir a favor de la ejecución de esa política.21 Pero antes de poder «echar un rapapolvo a esos señores», 22 a mediados de agosto de 1928 se agravó de lleno la crisis. Él hablaba de una «crisis de la liga militar», tal como la había pronosticado desde hacía tiempo. El origen estuvo en una reclamación pecuniaria de Stennes por valor de 3.500 marcos a la dirección a nivel del Reich. Puesto que Munich no pagó, el 10 de agosto Stennes reunió en torno a sí a los líderes de las SA presentes en Berlín, denostó a Hitler y aVon Pfeffer como «canallas» y, tras exponer las circunstancias, hizo que algunos de los sublevados se dieran de baja del partido, hecho que fue comunicado de inmediato telegráficamente a la dirección del Reich.23 Goebbels, que se enteró de ello en su lugar de vacaciones, GarmischPartenkirchen, en Baviera, opinó que ahora había que poner en claro el asunto definitivamente: «Partido o liga militar, revolución o reacción».24 Las conversaciones que mantuvo a su regreso con Stennes y otros hombres de las SA, así como el pago de los 3.500 marcos, todavía hicieron posible un acuerdo.25 Al jefe de distrito le pareció que la crisis estaba «solucionada» cuando Hitler, al que creía de nuevo totalmente de su parte, le aseguró que en un futuro cercano hablaría dos veces ante las SA berlinesas. Ya a finales de agosto —en ese momento Goebbels se encontraba otra vez en el lugar turístico de la Alta Baviera — Hitler habló en una sala «completamente abarrotada» de Friedrichshain. Su intervención fue un «rotundo éxito», pensó Horst Wessel, a quien le había llamado la atención en la asamblea sobre todo la gran cantidad de caras nuevas para él.26 Si en el distrito se podía afrontar con optimismo la «lucha de otoño e invierno», como creía Wessel, no era sólo porque Goebbels y Stennes hubieran arreglado sus diferencias y ahora quisieran «colaborar lealmente»,27 sino también por el trabajo organizativo que caracterizó las postrimerías del verano de 1928. En él tomó parte de manera decisiva Reinhold Muchow. El 1 de julio Goebbels le había nombrado, a sus veintitrés años jefe de organización del distrito de Gran-Berlín,28 cuya

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secretaría se había trasladado el 27 de junio de la Lützowstrasse a la Berliner Strasse 77. Muchow desarrolló un plan de organización que debía sustituir a las viejas estructuras del distrito.29 Tomando como modelo la organización del partido comunista, había proyectado un sistema —célula, célula de calle, sección, departamento o circunscripción, distrito— que se introdujo ahora en Berlín y que más tarde fue adoptado por la dirección del NSDAP a nivel del Reich para la organización del partido en toda Alemania.30 En la instrucción de los líderes de célula colaboró también el miembro de las SA Horst Wessel, que acababa de convertirse en jefe de las células de calle de la «sección de asalto Alexanderplatz». 31 Wessel había permanecido en Viena entre enero y julio de 1928 para estudiar allí, por orden de Goebbels, la organización y los métodos de trabajo de la unión de la juventud nacionalsocialista del partido de Viena. En el NSDAP éste se consideraba un activo fuerte: rigurosamente organizado, con una disposición centralizada, con «mucho idealismo y abnegación». De vuelta en Berlín, Wessel se había aplicado primero al trabajo con la juventud, antes de dedicarse a la constitución del sistema de células de Muchow, y así, en contra de los estatutos de las SA, al verdadero trabajo del partido.32 Al mismo tiempo, en coordinación con Goebbels, Muchow tomó la iniciativa para formar una organización de células de empresa con el objetivo de poder desarrollar de manera más eficaz la lucha «por el alma de los trabajadores». Después de que se fundara, aún durante la época de prohibición, una primera «célula de empresa» nacionalsocialista en la firma Knorrbremse S.A. de Lichterfelde, ya el 30 de julio de 1928 se abrió dentro de la jefatura del distrito berlinés una «secretaría para asuntos de los trabajadores». Tras las elecciones municipales de noviembre de 1929, el distrito iba a recibir un departamento de células de empresa «en condiciones de actuar».33 Esta fue también una innovación que posteriormente fue adoptada por el jefe de organización del Reich, Gregor Strasser, y que llevó a la creación el 15 de enero de 1931 de un departamento de células de empresa del Reich (RBA por sus siglas alemanas, Reichsbetriebszellenabteilung) dentro del NSDAP.34

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Los progresos organizativos del partido berlinés, en el que —según Goebbels— se iba haciendo visible poco a poco un «cuerpo de líde res», 35 encontraron su expresión en la primera gran acción propagandística, la llamada «semana Dawes». Fue inaugurada en los últimos días de septiembre con un número extraordinario del Angriff, del que se vendieron unos 50.000 ejemplares. 36Tras mítines en la cervecería Bockbrauerei, de la asociación de veteranos salieron miles de personas hacia Teltow para celebrar el tercer «día de la Marca». A los desfiles de las SA siguió la «marcha de entrada» de éstas en la capital del Reich. En Lichterfelde, al suroeste de Berlín, el jefe de distrito, que se había adelantado, esperaba a las columnas de marcha. Quedó entusiasmado por «los magníficos jóvenes», que entonaban una y otra vez la canción berline sa de las SA, publicada por vez primera el 25 de junio de 1928 en el Angriff, sobre las «columnas de asalto»37 preparadas para la «lucha racial». «Sólo cuando los judíos se desangren seremos libres», resonaba por las calles, en cuyas aceras se agolpaban las gentes para ver desfilar, en parte con repugnancia, pero en parte también con entusiasmo, a «las columnas de asalto de la dictadura de Hitler» —así decía la canción—, a las que sólo la muerte podía vencer. El mismo día Berlín vivió su primera concentración nacionalsocialista de masas. Fue el broche y el momento culminante de la «semana Dawes».Varios miles de personas se habían reunido en el palacio de deportes, «lleno a rebosar», donde Goebbels habló por primera vez 38 junto al diputado parlamentario Reventlow y al jefe del distrito de la Marca Oriental, Richard Paul Wilhelm Kube. Goebbels estuvo «a tope», mientras fuera, en la Potsdamer Strasse, los que no habían podido entrar en el palacio de deportes por lo lleno que estaba libraban una sangrienta lucha callejera con los comunistas. Sólo los nacionalsocialistas registra ron veintitrés heridos, entre ellos tres graves. Mientras tanto, en el inte rior reinó una «tremenda agitación»; a Goebbels le costó trabajo volver a «hacerse» con los reunidos, para luego instigar de nuevo al auditorio contra la república, que calificó de «campo de acción para los instintos ladrones» y de «guarida de asesinos». El NSDAP —prometió— cons truirá otro Estado a partir de éste e instaurará el «nuevo Reich alemán»

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a su debido tiempo. 39 Una vez que llegó al final y se extinguió el último «sobre todo en el mundo», 40 después de que la gente se agolpara furiosa en las salidas y fuera se avivaran las reyertas con los comunistas, Goebbels estaba en su elemento: «El corazón salta de alegría». 41 La alegría del jefe de distrito se convirtió sin embargo en pura feli cidad con la carta de Hitler, que había leído en los periódicos acerca del espectáculo escenificado en Berlín y le felicitaba. «Lleno de elogio hacia mí. "Berlín, ésa es su obra"». 42 Con los sentimientos exaltados y sobrestimando en gran manera la significación del movimiento de la capital, Goebbels escribió en su diario que «todo» volvía a mirar hacia Berlín. «Somos el centro». 43 Cuando el 13 de octubre Hitler llegó al Spree y sorprendió a Goebbels en la redacción del Angriff, se mostró una vez más lleno de aprobación hacia el jefe de distrito. El «jefe», que «habló muy duramente contra el doctor Strasser», debió de quedar «entusiasmado» también con la nueva edición del Angriff,44 cuya tirada aumentó ese otoño. Si en noviembre se sumaron 200 suscriptores, lo que Goebbels atribuyó al «nivel intelectual» del Angriff45 en invierno de 1928 los «diligentes publicistas» alcanzaron nuevas cifras récord. 46 No obstante, en ese momento la tirada no debió de superar los 7.500 en total. Después de que el gobierno prusiano levantara a Hitler la prohibi ción de palabra, el Angriff anunció su intervención en Berlín para el 16 de noviembre. Cuando habló en el palacio de deportes, interrumpido una y otra vez por «salvas de aplausos», la sala estaba «llena de curiosos. Entre ellos varios miles de adictos al partido de los nacionalsocialistas (...). Delante, cerca de la tribuna del orador —según el Vossische Zeitung—47 algunos diputados del partido. El bajo y moreno doctor Goebbels con los exaltados ojos negro azabache y los finos labios». Éste dejó constancia de esa tarde, después de que Hitler terminara agotado su instigador discurso de dos horas y media, como el «mayor éxito» de su trabajo hasta entonces realizado en Berlín. 48 La intervención de Hitler trajo cola, de manera que por fin Goebbels parecía tener en Berlín la primera «víctima sangrienta» que podía explotar propagandísticamente. Uno de los hombres de las SA, que había estado en la taquilla del palacio de deportes, un tal Hans-Georg Küte-

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meyer, de la sección de asalto 15, fue rescatado muerto al día siguiente del Landwehrkanal, unos cuantos kilómetros al sur del lugar donde la gente del cuerpo franco arrojó al canal a la asesinada Rosa Luxemburgo en enero de 1919. Cuando Goebbels se enteró, tuvo por seguro que los comunistas habían matado a Kütemeyer alevosamente. Mientras que la «prensa judía» —según Goebbels— intentaba simular un suicidio,49 él empezó enseguida a glorificar al miembro fallecido de las SA con objeto de convertirle en un mito. En el Angriff estilizó la imagen del muerto como si del tipo ideal de nacionalsocialista se tratara. Allí se hablaba de diligencia, conciencia del deber, lealtad y amor a su Führer; se había sonrojado al verle y oírle por primera vez. Puesto que las pesquisas policiales y, por consiguiente, los informes de los periódicos berlineses corroboraban la tesis del suicidio, Goebbels tuvo que presentar argumentos en contra. Así decía haber visto, tal como escribió en el Angriff, un taxi «lleno de sanguinarios canallas rojos» y además las barras de hierro con que destrozaron la pálida cara del hombre de las SA para dejarla hecha «un eccehomo en un abrir y cerrar de ojos». 50 El vicepresidente Weiss prohibió un cortejo fúnebre.Así pues, Goebbels tuvo que limitar el patético espectáculo propagandístico al entierro. Sin embargo, las declaraciones demasiado transparentes del jefe de distrito llevaron a Weiss a «tantear» también a éste. «La policía busca datos sobre el caso Kütemeyer. Violación de la inmunidad. De nuevo una terrible confusión. Este maldito Isidoro no se anda con rodeos. Se encontraron dos pistolas. ¡Una historia desagradable! Así que las persecuciones se reanudan con toda dureza. Pero nosotros sabremos defendernos (...).Todo esto es naturalmente otra confabulación de la policía. Ahora quieren taparnos la boca antes de las negociaciones sobre las reparaciones»,51 sostenía Goebbels al respecto en su diario. Aunque los nacionalsocialistas detenidos en la secretaría del distrito en el curso de la investigación fueron puestos pronto en libertad y Goebbels declaró que «Isidoro» había vuelto a hacer «grandiosamente el ridículo», 52 el mito de Kütemeyer como víctima de los rojos fracasó ante la realidad, sobre la que informaban extensamente los periódicos de la capital del Reich.

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Pero, incluso sin este mito —desde entonces la sección de asalto de Lichterfelde llevó el nombre de Kütemeyer—, el NSDAP siguió adelante en el distrito; la base la proporcionaba la gran política. Tras largas conversaciones previas, en septiembre de 1928 los mediadores de Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Japón acordaron en Ginebra iniciar negociaciones oficiales sobre la desocupación anticipada de Renania y establecer una comisión de expertos que debía redactar las propuestas para la regulación completa y definitiva de las reparaciones. Después de que el resto del año transcurriera con la preparación de la conferencia, el 9 de febrero de 1929 se celebró la conferencia de expertos en París, bajo la presidencia del americano Young. Al principio las reclamaciones de los países acreedores se fijaban en un pago anual de unos 2.700 millones de marcos oro, que posteriormente se redujo a 2.300 millones, frente a una propuesta alemana de 1.600 millones de marcos oro. Las sumas millonarias sobre las que se negoció en la metrópolis del Sena ofrecían un extraño contraste con la pobreza que iba ganando terreno en el Reich. En otoño del año 1928, la coyuntura había experimentado un perceptible retroceso. Los primeros afectados fueron los pobres y la denominada «gente humilde». Si en octubre de 1927 el número de desempleados estaba todavía por debajo de la barrera del millón, en el gélido invierno de 1928-1929 aumentó a un ritmo vertiginoso. En diciembre eran casi dos millones, en enero ya casi tres, y en febrero, cuando comenzaron a negociar las delegaciones, más de tres millones. Ante esta situación, ¿qué le iba a parecer más indicado al NSDAP que transformar propagandísticamente la miseria económica en una consecuencia de las «cargas tributarias»? En adelante, en sus discursos incendiarios o en los artículos del Angriff, Goebbels repetía a la gente con una pesadez insuperable aquello que «realmente» sucedía en París, a saber, un complot gigantesco del «judaismo internacional», que pretendía esclavizar al pueblo alemán y llevar así a Occidente a la ruina. «El pueblo alemán ha atravesado las numerosas estaciones del Gólgota y sus verdugos se disponen ahora a crucificarlo entre risas burlonas».53 A Goebbels no le bastaba con «predicar»

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eso, sino que además lo creía, pues todo encajaba en su estereotipada visión de las cosas. En unas notas manuscritas que empezó en 1929 con vistas al proyecto de un libro, apuntó que debería haber sido tarea de la opinión pública y del gobierno alemán atraer con una propaganda radical la atención del mundo hacia la pobreza que reinaba en Alemania, para en las siguientes «resoluciones decisivas» poner del lado alemán a una parte, por pequeña que fuera, de las simpatías de los países neutrales. «El gobierno alemán no lo ha hecho, y tampoco pretende hacerlo en las próximas semanas, según parece»,54 de lo que él deducía otra vez su complicidad con el «judaismo internacional». Esta sospecha la vio confirmada cuando a mediados de febrero se conoció en Berlín que el adversario de Stalin «Bronstein, alias Trotski», un judío —según Goebbels— «que quizás tenía sobre su conciencia los mayores crímenes de los que una persona se había hecho jamás culpable», iba a abandonar la Unión Soviética para solicitar eventualmente asilo político en Alemania. «El gobierno del Reich tratará la cuestión y esperemos que se llegue a un sí, escribe el Berliner Tageblatt. La bolsa y el bolchevismo de la mano. El pueblo subyugado se plantea la pregunta: ¿qué más pruebas queréis?».55 Hasta qué punto se había apoderado ya de él aquel delirio de la «gigantesca amenaza» que suponía el «judaismo internacional» lo ilustra un sueño que anotó poco antes de las Navidades de 1929: «Estaba en una escuela y me perseguían por los amplios pasillos varios rabinos de la Galitzia oriental. Detrás de mí gritaban todo el tiempo "¡Odio!".Yo iba unos pasos por delante de ellos y respondía con el mismo grito. Así durante horas. Pero no me alcanzaban».56 Sin embargo, no fue tanto la idea de una conspiración mundial como la pura necesidad lo que convirtió a muchos en partidarios de aquellos que ofrecían explicaciones sencillas y prometían ayuda. La consecuencia fue que en mayo de 1929 los nacionalsocialistas obtuvieron el 5 por ciento de los votos en las elecciones al Parlamento regional de Sajonia. En Mecklemburgo-Schwerin el partido alcanzó todavía un 4 por ciento. En el ayuntamiento de Coburg obtuvo por primera vez una mayo-

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ría. Este éxito en las elecciones locales y regionales hizo que Hitler creyera posible llegar al poder por la vía legal. Había que tener en cuenta, además de la Stahlhelm (Casco de Acero), la liga de los alemanes que combatieron en el frente durante la Primera Guerra Mundial, al DNVP, que en octubre de 1928, al hacerse cargo de la presidencia del partido el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg, se había apartado radicalmente de la línea defendida hasta entonces, girando hacia una oposición por principio contra Weimar y Versalles. El plan Young, que en 1929 ocupaba en Alemania el centro de la polémica en materia de política exterior e interior, era también el objeto principal de su ofensiva contra el «sistema». Aunque la nueva regulación de las reparaciones ofrecía buenas perspectivas para el Reich alemán, y pese a que además la desocupación anticipada de las partes todavía ocupadas de Renania sólo tendría lugar con la aceptación del planYoung, la duración por varias generaciones de la carga así como las anualidades todavía altas constituían oportunos puntos de ataque para la oposición de derechas. Su campaña iba a comenzar con la demanda de un plebiscito contra el planYoung. Cuando en la primavera de 1929, ante el comienzo de las negociaciones, se constituyó la «comisión nacional del Reich» del DNVP, y el líder de la Stahlhelm, Franz Seldte, se enroló en el frente contrario al planYoung, Hider pronto empezó también a coquetear con la idea de adhesión de su partido. Para Goebbels, la convergencia con la «reacción» detestada por él equivalía a una traición a la causa del nacionalsocialismo, tanto más cuanto que la propaganda del partido contra el plan Young permitía esperar por vez primera la captación de grandes masas. Consideraba la «comisión nacional del Reich» como un indicio del ascenso del propio partido,57 pues veía en ella el intento del DNVP de evitar una fuga de sus electores hacia los nacionalsocialistas. Por tanto, para Goebbels se trataba de que otros no le quitaran el éxito de las manos y de no enfadar por medio de una alianza con las fuerzas nacional-conservadoras a aquellos a los que quería llegar principalmente: la clase obrera. Sobre un acercamiento del NSDAP a la «ultrarreaccionaria» Stahlhelm, que al igual que el DNVP se regía por las ideas sociales y poli-

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ticas de la época imperial, Goebbels sostuvo a principios de abril la siguiente opinión: «La Stahlhelm y nosotros. Un asunto cada vez más serio. El Volkischer Beobachter ejerce en esta cuestión ya de manera directa una política oportunista. Y precisamente ahora, cuando se trata de no perder los nervios. Es para volverse loco. Todavía tenemos demasiados burgueses en el partido. El rumbo de Munich es a veces intolerable. No estoy dispuesto a participar en un dudoso compromiso. Seguiré el camino recto, aunque me cueste mi propio puesto. En ocasiones dudo de Hitler. ¿Por qué no habla? Los oportunistas quieren coger los frutos antes de que maduren. Reflexiono sobre ello horas y horas y llego siempre a las mismas conclusiones. No lo puedo evitar (...).A veces me gustaría gritar de rabia ante la posibilidad de que se estropee ahora lo que todos nosotros hemos construido con tan grandes sacrificios».58 Cuando Goebbels se enteró de que su «jefe» quería acercarse a la «reacción» para «embaucarla», temió que fuera embaucado él mismo. «Me andaré con cuidado.Y avisaré a su debido tiempo».59 Durante una larga entrevista con Hitler en el hotel Sanssouci de Berlín, en el que éste solía alojarse siempre, se desvanecieron las dudas del jefe de distrito. Estaba «completamente satisfecho», pues Hitler también rechazaba enérgicamente la petición de plebiscito y había redactado incluso una memoria en contra.60 Las palabras de Hitler le habían «devuelto la alegría y sobre todo la seguridad». 61 Estaba convencido de que ahora la «reacción que estaba en marcha» quedaría hecha «puré».62 Goebbels quería ahora volverse agresivo y proceder contra esos «dile tantes».63 Lo hizo no dejando pasar ninguna oportunidad para cargar contra los Hugenberg y los Seldte, ya fuera durante sus discursos o en el Angriff. El 13 de mayo de 1929 escribió un editorial: «Contra la reac ción»; el 27 del mismo mes volvió a posicionarse contra el «frente úni co», aunque en una circular de la dirección del partido se disponía que la política oportunista expuesta en el Volkischer Beobachter debía ser observada en las conferencias y en la prensa. 64 Él se ocuparía de que la línea del partido siguiera recta, pues «queremos ser revolucionarios y seguir siéndolo», anotó en su diario.65

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La postura del jefe del distrito berlinés entraba sin embargo dentro del cálculo de Hitler. Garantizaba la disociación propagandística del partido respecto al DNVP y la Stahlhelm, mientras que al mismo tiempo él podía cortejarlos y mantener la relación con ellos sobre todo a través de Ritter von Epp. De lo que Goebbels tuvo noticia el 28 de mayo durante su conversación con Hitler y su secretario privado Rudolf Hess cuadraba con esos planes. Hitler anunció que no quería participar en el día de los combatientes de la Stahlhelm, que se iba a celebrar en Munich. No obstante, ante el jefe de distrito restó importancia al hecho de que Von Epp asistiera en su lugar, de manera que Goebbels pudo hacer constar una vez más que se habían despedido «como siempre, en absoluta conformidad».66 Si Goebbels entendió el compromiso como una victoria, al pretender que los «revolucionarios entre nosotros», es decir, sobre todo él, habían estado alerta,67 eso se debía también a que Hitler le había prometido el cargo de jefe de propaganda del Reich. La esperanza de vencer a los odiados Strasser hizo que Goebbels siguiera viviendo con la creencia de que el «jefe» compartía su opinión en el tema de la convergencia con el DNVP y la Stahlhelm. Al igual que antes, no dejaba pasar ninguna oportunidad para defender su postura. A finales de junio, durante un mitin en los salones de actos del Nuevo Mundo en el parque Hasenheide de Neukólln, donde celebraba sus asambleas principalmente la izquierda, expuso «por qué nosotros no podemos participar en el frente único de los patriotas de Dawes».68 Tras una tarde con Hitler en Berlín pocos días después ya no quedó nada de eso. Una vez más, su posición no resistió la confrontación con «su jefe», al que le debía todo y al que «quería más que a nadie».Y lo que era igualmente importante: esa tarde Hitler había reiterado su promesa de convertirle en jefe de propaganda del Reich. Así escribió luego Goebbels en su diario, como si nunca hubiera sostenido otra opinión: «Respecto a la petición de plebiscito de los nacionalistas alemanes, nos aunamos contra Versalles y Young. Pero nosotros nos abriremos paso hasta la cima y quitaremos al DNVP la máscara de la cara. Somos lo bastante fuertes como para ganar en cualquier alianza».69

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El 9 de julio de 1929 se constituyó la «Comisión del Reich para la petición de un plebiscito contra el plan Young», con Hugenberg, Seldte, el consejero de justicia Class, de la Liga pangermánica (Alldeutscher Verband) y Hitler como líderes de la «oposición nacional». Goebbels, al que le llegó la noticia durante sus vacaciones de verano en Prerow, en el mar Báltico, comentó que le dolía en el alma ver a Hitler en ese grupo. De nuevo entendía que su misión como «guardián de la revolución» consistía en cuidar «de que no se nos tome el pelo y de ver que en todo ese jaleo recibamos el liderazgo y arrastremos a los demás. Lo conseguiremos, aunque el peligro de la reacción entre nosotros es hoy mayor que nunca».70 La realidad era que volvía a engañarse a sí mismo. Al igual que en la cuestión de participar en la petición del plebiscito, en el futuro también iba a tener poco que ver con el rumbo que marcaba el partido. Se había puesto en manos de Hitler, y a él le seguía incondicionalmente, aunque a veces le surgieran ligeras dudas. Éstas se desvanecían enseguida cuando el éxito daba la razón a Hitler. Así iba a ocurrir también esta vez. En efecto, el NSDAP logró por vez primera la oportunidad de intervenir en un asunto importante de la política alemana, comenzando así a encontrar más aceptación entre la población de ideas nacionalistas. Esto iba a ser realmente importante en el contexto de la crisis económica mundial, cuyas consecuencias sociales y económicas hicieron a muchas personas buscar alternativas políticas.71 El pacto de Hitler con la «reacción» había hecho temer a Goebbels desde el principio una derrota total en la lucha por la clase obrera de Berlín, hasta ahora relativamente infructuosa. Ahí fue el KPD el que sacó provecho de las circunstancias agravadas por la crisis económica. Puesto que en esta situación se mantuvo en Berlín la prohibición de reunión al aire libre en el tradicional «día de lucha de la clase obrera», el KPD buscó por orden de Stalin la confrontación con el gobierno prusiano, el eje principal de la república de Weimar sostenido por el SPD. En innumerables artículos, el Rote Fahne [Bandera Roja] amenazaba con responder a la prohibición con acciones armadas. El 1 de mayo de 1929, los comunistas —a diferencia de los sindicatos y de los socialde-

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mócratas, denostados por ellos como «socialfascistas»— convocaron manifestaciones callejeras en diferentes partes de la ciudad. Se produjo una catástrofe. En Neukólln, por miedo a los francotiradores, los agentes de policía lanzaron disparos de aviso, que los combatientes rojos aprovecharon para romper por su parte el fuego de manera aislada. Enseguida estallaron violentas luchas callejeras, en las que la policía procedió con insólita dureza, utilizando ametralladoras y carros de combate. Las luchas duraron hasta bien entrada la noche, para avivarse de nuevo en los dos días siguientes. El balance del «mayo sangriento» fue de 33 muertos, 198 civiles heridos, 47 policías heridos, así como 1.228 detenidos. Como consecuencia, la organización de lucha comunista, la Liga Roja de Combatientes en el Frente (Roter Frontkámpfer-Bund) fue prohibida en Prusia y poco después también en el Reich. Sin embargo, la organización siguió trabajando en la clandestinidad. Por orden de su jefe de distrito, el NSDAP berlinés se había abstenido en el «día mundial del proletariado», pues el conflicto demostraba que el gobierno era débil y los comunistas una amenaza, y aparte de ello desestabilizaba el «sistema». «Esta es la bien anclada república. ¡Es para echarse a llorar!», decía Goebbels con afectación. 72 En el Angriff, bajo el titular «Plebeyos muertos, caciques cobardes y capitalistas risueños», comparó la sinrazón de los tiroteos comunistas con el impulso revolucionario de los camisas pardas, la única alternativa. 73 De hecho, debió de haber incorporaciones a las SA provenientes de la Liga Roja de Combatientes en el Frente.74 Goebbels, por su parte, pasó ahora a la ofensiva. Las SA tenían que demostrar, con desfiles y otras actividades propagandísticas en los barrios proletarios, el atractivo y la preponderancia del NSDAP, en realidad muy pequeño comparado con los oponentes comunistas. Goebbels encomendó esta tarea a líderes de las SA que consideraba particularmente idóneos, entre ellos a Wessel, quien a principios de mayo asumió el mando del grupo 34 de las SA, distrito de asalto de Friedrichshain, que poco después recibió el número 5. En vista de la exitosa propaganda del joven nacionalsocialista, antes de que acabara el mes su grupo fue elevado a la categoría de sección de asalto.75

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Su radio de acción comprendía el Fischerkiez, ese barrio berlinés de mala fama dominado por el KPD, situado entre el palacio real de Berlín y la jefatura de policía de la Alexanderplatz, y en el que vivían los más pobres de entre los pobres. A finales de agosto, tras algunas refriegas sin graves consecuencias, se produjo un serio incidente delante del local Hoppe, el cuartel general del KPD en Kiez. «Los fascistas asesinan en Berlín», decía el titular resaltado del Rote Fahne el 28 de agosto. Se informaba de que, en un asalto al local del partido, Hoppe, habían resultado heridos de gravedad cuatro trabajadores y uno herido leve. Otra vez la policía había dejado escapar a los asesinos y en su lugar había arrestado a cuatro trabajadores.Ya era hora de que «en vista de la protección que la policía ofrece a los fascistas, la población proletaria recurra a la defensa propia y extermine a la gentuza fascista». En el Angnff, en el que posteriormente se introdujo incluso la rúbrica «Acontecimientos en el frente de Fischerkiez», se podía leer sobre el mismo incidente que el coche que llevaba a la sección de asalto 5 había parado y que Wessel había pronunciado un discurso dirigido a los «habitantes de la bolchevique guarida de ladrones», a lo largo del cual había prevenido contra la prosecución del terror comunista. En un abrir y cerrar de ojos, unos individuos oscuros habían convertido la calle en un tumultuoso infierno. Entonces las gentes de las SA estuvieron en su elemento.76 Si en el duodécimo congreso del KPD celebrado en junio en los salones Pharus de Wedding ya se tomó en serio a «los de la esvástica» como adversarios, aunque se seguía viendo en el SPD al principal enemigo, ahora se decía en una notificación del partido comunista de Berlín-Brandeburgo que la tarea de desmoralizar al proletariado por medio de la violencia había pasado de los «socialfascistas» a los nacionalsocialistas aliados con ellos. El terror blanco que se auguraba en los análisis del Komintern llevaría en el futuro una camisa parda. El asalto al local del partido de Hoppe era por tanto la continuación de medidas contrarrevolucionarias.77 Así pues, el lema que se daba en el periódico de lucha a finales de agosto, probablemente por iniciativa de una persona de confianza de Stalin, Heinz Neumann, el candidato del Politburó y

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redactor jefe del Rote Fahne, decía: «Apalead a los fascistas allí donde los encontréis». Goebbels aceptó la declaración de guerra de los comunistas. «La lucha debe ser y será librada a brazo partido.Y está bien así», anotó. 79 En efecto, los miembros del aparato militar ilegal del KPD, muy superiores numéricamente y mejor organizados, atacaban ahora con más fuerza que nunca. Cada vez con mayor frecuencia eran agredidos grupos de las SA, y cada vez con mayor frecuencia se vengaban los «pardos» con asaltos planeados cuidadosamente. Con qué odio se enfrentaban lo reflejaba la lengua de los periódicos de lucha. En el Angriff, que entretanto aparecía ya dos veces por semana, los barrios de obreros pasaban a ser un «infierno rojo», los comunistas «moscovitas» o «bestias que rugen y braman», de entre quienes las mujeres eran las que se comportaban más salvajemente. «Gritan, silban, incluso se desnudan desvergonzadamente delante de nosotros». Eran «animales venenosos»80 que debían ser «exterminados» o «extinguidos». En el Rote Fahne no se leía algo distinto. Se hablaba de la «peste parda» y del «asesino de trabajadores Goebbels». El 22 de septiembre, Goebbels, que en los actos y mítines del partido hacía continuamente propaganda contra la «peste mundial judeobolchevique» y su «complot», es decir el plan Young, escapó por poco a los comunistas. En el «rojo Neukólln», en la estación Górlitzer Bahnhofjo reconocieron. Él mismo escribió al respecto: «Ante mis ojos aparecen porras, puñales, puños de hierro. Me dan un golpe sobre el hombro. Al volverme hacia un lado, un comunista se me encara. Se oye un tiro. Vuelan piedras. Tonak pierde ya mucha sangre. Un salvaje tiroteo. Suenan tiros desde el coche. La turba se retira. Tapo la herida a Tonak. Se pone en marcha con mucha sangre fría (...). Estamos salvados».81 Sin duda, Goebbels atribuyó a su destino más alto el haberse salvado. Como disposición de la fortuna entendió seguramente también los acontecimientos que afectaron a la joven república a partir de octubre de 1929. El día 3 de ese mes murió Stresemann, el ministro de Exteriores del Reich. Goebbels, que escribió sobre una «ejecución por fallo cardiaco», sostuvo que se había quitado de en medio una piedra en el

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camino hacia la «libertad alemana», pues con su muerte la coalición de Weimar perdía su figura integracionista central. Poco después se haría evidente que, en determinadas cuestiones de la política social, ya no era posible un compromiso entre el ala empresarial del DVP y el ala sindical del SPD. Pocos días después de la muerte de Stresemann, el «viernes negro» en Wall Street hizo que perdiera su fundamento la nueva disposición de los pagos a título de reparaciones por parte de Alemania, a la que venía unida la retirada de las tropas aliadas en el año 1930 de la ocupada Renania. A finales de octubre, la cotización del dólar y los valores de la bolsa de Nueva York cayeron en picado, de manera que el capital extranjero, que en los años pasados había fluido a Alemania con tanta abundancia, quedó congelado de repente. Comenzó una enorme recesión económica, en cuyo transcurso el número de parados ascendió a 3,39 millones hasta enero de 1930. Con esta situación de fondo, el satisfacer reparaciones por valor de 2.000 millones de marcos oro durante cincuenta y ocho años, tal como preveía el planYoung, resultaba grotesco. La petición de plebiscito de la «oposición nacional» contra el plan Young, que tuvo lugar entre el 16 y el 29 de octubre, salió adelante con dificultades. Sólo la apoyó poco más del indispensable 10 por ciento de quienes tenían derecho a voto. De acuerdo con la Constitución, el proyecto de ley tenía que presentarse ahora en el Parlamento. «Ahora puede seguir el numerito», comentó Goebbels refiriéndose a la incesante agitación.82 Puesto que la petición de plebiscito fue rechazada en el Parlamento con gran mayoría a finales de noviembre, se tenía que celebrar un referéndum en el que era necesaria la aprobación de más del 50 por ciento de los votantes.Ya que al final sólo votó a favor un 13,81 por ciento, es decir, «lo que oportunamente esperaban las personas razonables según el estado de cosas», Goebbels vio corroborada su originaria postura negativa respecto al ingreso del NSDAP en la comisión del Reich.83 Ahora sólo era el presidente del Reich quien podía impedir la aceptación del planYoung. Dado que no cabía esperar tal cosa, pasó a estar en el centro de la agitación propagandística. Bajo el titular «¿Vive Hin-

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denburg todavía?», Goebbels le denigró en el Angriff.94 Allí se decía que en el asunto del plan Young, como siempre en casos similares, el señor Von Hindenburg haría «lo que le sugirieran sus consejeros judíos y marxistas». En una caricatura se representó al presidente del Reich como el impasible dios de los germanos, que ve sin perturbarse cómo generaciones del pueblo alemán son llevadas con cadenas a la esclavitud. «Y el salvador, mirando», ponía debajo. Con más dureza si cabe ajustó Goebbels las cuentas con «el viejo» después de que el plan Young, que había sido firmado el 20 de enero de 1930 en La Haya, fuera aprobado a instancias de Hindenburg por el Parlamento el 12 de marzo con 270 votos frente a 192. Sobre una intervención del jefe de distrito en la asociación de veteranos, los funcionarios de la policía política hicieron constar en su informe que aquél había anunciado que desde ahora ya nada unía al pueblo alemán con Hindenburg, puesto que con la firma se había convertido en un «esbirro del gobierno especulador y de la república especuladora» (Schieberrepublik). El NSDAP ya no quería saber nada de él. Después de que Goebbels —así siguieron informando los funcionarios— leyera un manifiesto de Hitler al pueblo alemán, pasó a hablar de nuevo sobre el presidente del Reich en un tono denigrante y le reprochó haber robado el futuro a la joven generación.85 El clima al que había conducido la propaganda contra el «sistema» y sus «caciquiles representantes» lo pone de manifiesto un escándalo de corrupción en Berlín que alcanzó su punto culminante en noviembre de 1929 y que sacudió a la república de Weimar mucho más allá de las fronteras de la ciudad. Los hermanos Sklarek, propietarios de una sociedad de confección de ropa que entre otras cosas proveía de uniformes a la policía, habían realizado fraudulentas operaciones de crédito en detrimento del Berliner Stadtbank [Banco de la Ciudad de Berlín]. Además habían hecho entrega de artículos rebajados a funcionarios y políticos municipales —entre otros al primer alcalde Gustav Boss del Partido Democrático Alemán— que se consideraron exageradamente como sobornos. El 7 de noviembre, Boss, cuya inocencia se demostró más tarde, tuvo que dimitir como víctima de una campaña de prensa

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suprapartidista. Con una postura unánime, la prensa (desde el Rote Fahne hasta los periódicos sensacionalistas de las editoriales Ullstein y Mosse, pasando por el Berliner Lokal-Anzeiger [Noticiero Local de Berlín] de Hugenberg y el Angriffde Goebbels) había aprovechado el escándalo de los Sklarek para emprender una desenfrenada campaña de sospecha y difamación contra el primer alcalde, al que tacharon de principal responsable. Todo esto contribuyó a que en las elecciones municipales de Berlín celebradas el 17 de noviembre de 1929 los nacionalsocialistas consiguieran reunir el 5,8 por cierto de los votos, o, lo que es lo mismo, 132.097 votos. Tras los resultados sumamente modestos de las pasadas elecciones, Goebbels hablaba ahora de que se habían cumplido los «sueños más aventurados». «Sobre todo en los barrios proletarios» creía registrar un «fuerte incremento». «Al marxismo total le hemos arrebatado 50.000 votos. Éste es el indicio más alentador». 86 En el Angriff empleó el mismo tono pensando en los Strasser. «Hitler se come a Karl Marx»; así tituló su análisis electoral, 87 aunque el KPD obtuvo más del cuádruple de votos que los «de la esvástica». Cómo «calculaba» Goebbels lo muestra el resultado del partido en el «rojo Wedding». Allí el NSDAP aumentó su proporción de votos en un 300 por ciento. Sin embargo, en comparación absoluta, sólo alcanzó en total un 3,1 por ciento fren te al KPD, que logró allí un 40,6 por ciento. Este resultado de ningún modo brillante era, no obstante, un paso más en el camino hacia los éxitos posteriores, dado que a partir de ahora los nacionalsocialistas pudieron acceder al foro de la política muni cipal berlinesa y utilizarlo como tribuna propagandística. Su grupo tenía 13 concejales, a cuya cabeza estaba Goebbels, quien, sin embargo, mientras desempeñó su mandato,88 nunca tomó la palabra en el ayuntamiento berlinés. 89 Fueron sus compañeros de grupo los que se encargaron de hacer la vida imposible a sus adversarios, en particular a los comunistas. Éstos habían conseguido 21 escaños más y, liderados por el presidente de grupo Wilhelm Pieck, el futuro presidente de la RDA, eran con un total de 56 escaños el segundo partido más fuerte, tras el SPD, en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz.

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El resultado electoral indujo a Goebbels a organizar un aparato político municipal. Preparado como una unidad especial, el grupo de concejales debía perseguir la «contaminación» de Berlín con la propaganda municipal nacionalsocialista. Para facilitar la coordinación y la información, el grupo publicaba un boletín municipal berlinés (Berliner Kommunal-Mitteilungsblatt) e instruía a los colaboradores para las siguientes campañas electorales. Una vez más, estas medidas fueron desarrolladas y en parte también realizadas por Muchow, persona de confianza de Goebbels. Por orden del jefe de distrito, Muchow emprendió pronto también la mejora del sistema de células, para disciplinar al partido, consolidar su estructura y, por tanto, hacerlo «más eficaz y flexible», en definitiva, más combativo.90 Sustituyó a entre 400 y 500 jefes de las células de calle, que hasta entonces habían propuesto las SA, por miembros civiles del partido. Al mismo tiempo se limitaron las células al número prescrito de 50 compañeros del partido como máximo. Si a los 300 nuevos jefes de célula que se añadieron se sumaban los miembros de las jefaturas de sección de casi 50 secciones y unos 20 puntos de apoyo de éstas, resultaba una cifra de unos 1.200 funcionarios, con lo que el NSDAP berlinés disponía del mayor número de funcionarios en un distrito.91 Para Goebbels, que poco a poco iba echando sobre la capital del Reich una red cada vez más densa «de bien formados y obstinados opositores del sistema», el año 1929 terminó con una conmoción personal. El 7 de diciembre de 1929 recibió la noticia de la muerte de su padre. Su viaje a Rheydt se convirtió en una excursión teatral al pasado. «Ahí están los hijos ante el ataúd de su padre, llorando, llorando, llorando. ¡Cuántas veces me han hecho bien estas manos! ¡Cuántas veces esta boca me ha infundido aliento! Todo silencioso, frío, inmóvil». Y sacó una conclusión: «La vida es dura e inexorable».92 Tras dos días ocupados en preparar el sepelio, dos tardes en las que hablaron «de padre», la familia lo enterró en el cementerio de Rheydt. Pronto se despidió de la familia en la pequeña casa de la Dahlener Strasse, en especial de su madre. «Siento la ardorosa felicidad de tener todavía a esta madre. Ella será mi mejor camarada».93

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Camaradas berlineses iba Goebbels a perder varios en las siguientes semanas.Ya estuviera realmente afectado o sólo lo aparentara, siempre encontraba palabras patéticas y veía su muerte prioritariamente bajo un aspecto propagandístico. Así sucedió cuando Walter Fischer, que hasta pocos días antes había pertenecido a las SA, perdió la vida en un enfrentamiento con comunistas. En la Fehrbelliner Platz, al oeste de Berlín, Goebbels hizo desfilar a las SA antes de pronunciar su discurso, en el que acogió como nacionalsocialista al que se había salido del partido, lo glorificó como «víctima sangrienta» que clamaba venganza, para a continuación incitar a la rebelión contra la «roja banda de asesinos» a la «enorme multitud de gente» reunida, entre la que se encontraba también el príncipe prusiano Augusto Guillermo con el uniforme de las SA. El acto de duelo terminó con los discursos de Góring y del jefe de sección Wessel.94 Al hermano de este último, Werner, que también pertenecía a las SA, le dieron sepultura poco antes de fin de año. Se había extraviado durante una ruta de esquí en los Montes de Silesia y se había congelado. Quinientos hombres de las SA marcharon con antorchas encendidas, pasando por delante de la casa de Karl Liebknecht, hasta el cementerio de St. Nikolai. «Fue conmovedor y emocionante. Apenas podía hablar», observó el jefe de distrito sobre el entierro.95 Dos semanas más tarde le tocaría al hermano del recién inhumado y uno de sus adeptos más leales: Horst Wessel. Temido y odiado en la lucha por el Fischerkiez, Wessel, que desde finales del año anterior —siguiendo el modelo comunista— había entrado marchando en los barrios de los trabajadores con una banda de zamponas, estaba desde hacía tiempo en la lista negra de la Liga Roja de Combatientes en el Frente.96 Sólo hacía falta un momento oportuno. Éste se presentó al atardecer del 14 de enero de 1930, cuando una viuda apellidada Salm se personó en un local de la Dragonerstrasse. Allí pidió a los miembros de una célula de calle comunista que estaban reunidos en el lugar que procedieran contra un «nazi» con quien tenía diferencias a causa del alquiler. En un primer momento lo rechazaron, n*xf-v que la viuda había celebrado por la iglesia el funeral de su marido":

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fallecido, un viejo comunista. Sin embargo, cuando oyeron el nombre de Wessel, los hombres prometieron su apoyo.97 Para evitar llamar la atención, se dirigieron en pequeños grupos a la casa donde vivía Wessel en la Grosse Frankfurter Strasse. Los combatientes de la Liga Roja Albert Hóhler y Erwin Rückert subieron las escaleras hasta la vivienda, los demás aseguraron la calle. Tras sacar el revólver, Hóhler llamó a la puerta. Cuando abrió el hombre de las SA, el comunista disparó. Wessel se derrumbó gravemente herido ante los ojos de su novia, Erna Jaenichen, una antigua prostituta. Hóhler y el resto emprendieron la huida. Entrada la noche, mientras los médicos del hospital St.Joseph de Friedrichshain, adonde fue llevado Wessel, se esforzaban por salvar su vida, los miembros de la Liga Roja de Combatientes notificaron el suceso a la jefatura del distrito del KPD, donde se empezó de inmediato a organizar la huida de los principales implicados. A la viuda Salm se la citó a la mañana siguiente en la casa de Karl Liebknecht, donde un funcionario le exhortó a presentar el asunto ante la policía judicial como una disputa entre proxenetas.98 Tres días después del atentado en la Grosse Frankfurter Strasse, Goebbels pasó «una hora difícil» con la desesperada madre de Wessel, quien le contó la vida de su hijo: la historia del estudiante que había dejado la carrera y se había unido a los nacionalsocialistas para luchar en sus filas por un «mundo mejor». Ella, que era viuda de un párroco, también le habló del afán misionero de su hijo, que se había enamorado de una prostituta y la había sacado de la calle. «Como en una novela de Dostoievski: el idiota, el trabajador, la prostituta, la familia burguesa, eternos remordimientos de conciencia, eterno tormento», comentó Goebbels sobre la vida de este «idealista soñador».99 Poco después estaba junto a la cama de Wessel. El «jefe de sección» de las SA había sobrevivido a una operación durante la cual le contuvieron las hemorragias internas. Pero los cirujanos no habían conseguido extraer la bala, que se había alojado delante del cerebelo. Goebbels observó en su diario: «Toda la cara acribillada, desfigurada. Me mira muy fijamente; después se le llenan los ojos de lágrimas y balbucea: "Hay que resistir. Me alegro". Estoy a punto de llorar».100 Sin embar-

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go, antes de que Goebbels escribiera esto, ya había explotado propagandísticamente el sufrimiento de Wessel. Su informe afectado y patético para los lectores del Angriff culminaba con la petición llena de odio de «molerles los huesos» a los asesinos. «Contra eso ya no hay más argumentos».101 De esta manera, Goebbels contestaba al último artículo del Rote Fahne, en el que se decía que el «estudiante nazi Wessel» era un proxeneta. «La agresión a Wessel, un crimen pasional. Una evidente campaña falaz de la prensa policial (...). Hóhler no es miembro del KPD. El partido comunista no tiene nada que ver con tales hechos».102 A instancias de Goebbels, el primero en contraatacar fue el Volkischer Beobachter en su edición del 19 de enero, bajo el titular «Proxenetas y asesinos como abanderados del frente rojo», donde se afirmaba que en las pesquisas efectuadas hasta entonces sobre el atentado se había demostrado irrecusablemente que el crimen había sido preparado por los comunistas hacía tiempo. Una vez más se había puesto de manifiesto que los jefes del frente rojo y los proxenetas trabajaban juntos —se decía— y: «¿Qué opinan los honrados trabajadores alemanes del KPD de que su bandera roja sea portada por delincuentes y "hombres" que viven del dinero de la prostitución?». En el número del Angriff aparecido el 21 de enero, no sólo se reproducía el relato de Goebbels desde el lecho de Wessel, sino también una requisitoria formulada por los redactores del periódico de lucha con una detallada descripción de la persona, en la que el NSDAP berlinés aumentaba a 1.000 los 500 marcos que ofrecía como recompensa la policía a cambio de indicios que llevaran a la detención de Hóhler. Mientras que en un principio el estado de salud de Wessel parecía estabilizarse, la guerra propagandística entre los periódicos nacionalsocialistas y comunistas continuó de forma exacerbada. El 3 de febrero de 1930 la policía detuvo a Hóhler, que había sido traicionado por un comunista, y en los días siguientes a más miembros del KPD de los bajos fondos berlineses, que eran sospechosos de complicidad. Puesto que algunos de ellos se declararon culpables, ahora quedaba claro que se había tratado de un atentado de motivación política contra el «jefe de sección». De todo ello, Goebbels salió vencedor. A los redactores del

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Rote Fahne no les quedó más remedio que distanciarse de Hóhler y los demás compañeros. El estado de salud de Horst Wessel, que ya era conocido en todo el Reich gracias a la información de la gran prensa, empeoró rápidamente. «Está muy mal. Desde hace tres días tiene 39,5 de fiebre y no come nada. Está en los huesos. Me preocupa mucho su curación (...) ¡Que Dios le guarde!»,103 esperaba Goebbels, también sin duda porque el atentado contra Wessel, las desacertadas tácticas de la prensa comunista y el resultado de las pesquisas policiales le habían dado como nunca antes la oportunidad de sacar provecho para el NSDAP de un asesinato político. Cuanto más se alargara la agonía de Wessel, sobre el que se informaba extensamente en cada número del Angriff, más personas se compadecerían y dirigirían su odio contra los autores y finalmente también contra el «sistema», que no era capaz de evitar esa violencia, calculaba Goebbels. El 23 de febrero de 1930 murió, a los veintitrés años de edad, el hijo del párroco, que se había distinguido en cientos de peleas y debates de salón a favor del movimiento: un nuevo «mártir por el Tercer Reich», como lo calificó Goebbels. Mientras en todo el territorio germanoparlante se redactaban reportajes sobre la muerte de Wessel para los periódicos del día siguiente, Goebbels, Góring y Dürr deliberaban sobre cómo había que proceder ahora. Acordaron que los compañeros del partido guardaran luto hasta el 12 de marzo. Hasta esa fecha debían evitar diversiones públicas. Los padres tenían que enseñar a los hijos a pedir en oración que todos los jóvenes alemanes se llenaran del «espíritu de sacrificio» de Wessel. Hasta el 12 de marzo se conmemoraría a Wessel en todos los actos del partido. Además se decidió cambiar el nombre de la sección de asalto 5 por el de «sección de asalto 5 Horst Wessel».104 El funeral debía convertirse en una manifestación de masas con desfiles y discursos, de manera que causara un gran efecto en el público. Sin embargo, las autoridades no concedieron el permiso. Una vez que fracasaron todos los intentos por hacer cambiar de opinión a los cargos competentes, Goebbels se dirigió a los familiares del fallecido. Como consecuencia, la hermana de Wessel se mostró dispuesta a visitar al pre-

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sidente del Reich. Su padre había conocido personalmente a Hindenburg cuando fue sacerdote castrense durante la guerra mundial. Puesto que no se le dio audiencia, la cosa quedó en lo mismo: sólo se autorizaron diez vehículos de acompañamiento para el cortejo fúnebre. Goebbels habló de «una bajeza brutal», pues el espectáculo se debía limitar ahora al cementerio. El hecho de que, a pesar de todo, el entierro se convirtiera en otro éxito propagandístico para Goebbels se debió, no tanto a su emotiva necrológica en el Angriff como al KPD. La dirección del partido había convocado para el día del entierro una contramanifestación. Pese al amplio dispositivo policial movilizado en el recorrido del cortejo fúnebre desde la casa de los padres de Wessel al cementerio de St. Nikolai, la antigua parroquia del progenitor, estaba programado que se produjeran actos de violencia. Los comunistas —calculaba Goebbels con su insuperable cinismo— quedarían desenmascarados como bárbaros irreverentes, y la policía demostraría una vez más su ineptitud, ya que no era capaz de garantizar el desarrollo pacífico de un sepelio. Lo único que decepcionó a Goebbels fue que Hitler, a quien había hecho saber por teléfono la situación en Berlín, rehusara «de hecho» su asistencia al entierro del jefe de sección de las SA. La tarde anterior intentó de nuevo convencerle personalmente de la necesidad de su presencia, pues quería que el Führer viviera su triunfo de primera mano. 105 El jefe de distrito, que echó la culpa a Rudolf Hess de la decisión contraria de Hitler, no pudo impedir que éste permaneciera en Berchtesgaden, mientras él, a primeras horas de la tarde del 1 de marzo de 1930, pronunciaba unas ponderadas palabras en la casa de los padres de Wessel y los jefes de sección del cuarto estandarte cogían a hombros el féretro para colocarlo en el coche fúnebre tirado por dos caballos, al que seguían los afligidos parientes, miembros de las SA y funcionarios del partido. «Así avanza el cortejo fúnebre a través de la muchedumbre, que hace reverencias en silencio. La gente se apiña en los bordes de la calle, unas 20.000 o 30.000 personas». En la Bülowplatz, donde estaba la oficina central del KPD, se hicieron notar los adversarios de los nacionalsocialistas, sonaba La Internacional. En la Koblanstrasse los comunistas

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rompieron las barreras policiales; las piedras volaban, el coche fúnebre se balanceaba, se oía el estruendo de los tiros. Tras otras escenas dramá ticas, el cortejo fúnebre llegó finalmente al cementerio de St. Nikolai, en Prenzlauer Berg.106 Fuera de los muros del cementerio, en los que resaltaba en letras blancas la frase «Al proxeneta Wessel un último ¡viva Hitler!», 107 alborotaban miles de personas; dentro no eran pocos los que querían ren dir el último homenaje a «su jefe de sección», entre ellos Góring, el jefe de las SAVon Pfeffer y el príncipe Augusto Guillermo de Prusia. A los acordes de Yo tenía un cantarada, se introdujo en la fosa la caja, cubierta con la bandera de la esvástica. Primero hablaron los dos sacerdotes de la parroquia, después los representantes de las asociaciones estudiantiles Normannia y Allemania Wien, a las que había pertenecido Wessel, y por último siguió la intervención cuidadosamente preparada del jefe de distrito, que pasó la «última revista». «¡Horst Wessel!», gritó Goeb bels. «¡Presente!», respondieron los compañeros de las SA del difunto, antes de que Goebbels volviera a tomar la palabra. Wessel es un «Cris to socialista», alguien que a través de sus hechos clama: «Acercaos a mí, os voy a redimir (...). Uno debe dar ejemplo y sacrificarse a sí mismo. ¡Adelante!, estoy dispuesto». «Por medio del sacrificio a la redención», «por medio de la lucha a la victoria». Al igual que años antes había dado visos de sacrificio a la muerte de su amigo Flisges, Goebbels quería ahora convertir a Wessel en símbolo del movimiento nacionalsocialista. Y así proclamó en el cementerio de St. Nikolai: «Y cuando las SA estén reunidas para la gran revista, cuando cada uno sea llamado, el Führer también mencionará tu nombre, camarada Wessel. Y todos y cada uno de los miembros de las SA responden con una sola voz: ¡Presente! (...) Donde quiera que esté Alemania, allí estás tú, Horst Wessel». 108 De que, en efecto, Wessel pasara a ser un «símbolo» del movimiento se ocupó una canción, hasta entonces poco cantada, que había escrito él en marzo del año 1929 y que ahora entonaron ante su tumba los hombres de las SA: «¡Arriba la bandera! Las filas bien cerradas. /Las SA marchan con paso valiente y firme./ Los camaradas que mataron el fren te rojo y la reacción/ marchan con su espíritu en nuestras filas»109. Duran-

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te el entierro, al que siguieron tumultuosas luchas callejeras, Goebbels pronosticó que en diez años cantarían esto los niños en las escuelas, los trabajadores en las fabricas, los soldados en las carreteras. Se equivocó, pues la canción de Wessel no tardaría ni siquiera tres años en conver tirse en el verdadero himno nacional alemán durante doce años.

Capítulo 7 AHORA SOMOS RIGUROSAMENTE LEGALES, IGUAL DE LEGALES

(1930-1931)

U

n verdadero símbolo del ascenso del NSDAP lo constituyó el hecho de que el 1 de mayo de 1930 Goebbels trasladara la secretaría del distrito al número 10 de la Hedemannstrasse, en Kreuzberg, muy cerca de la cancillería del Reich.1 La Gran Coalición, que se había ido descomponiendo progresivamente desde la muerte de Stresemann, acabó de romperse ante la cuestión de si las contribuciones para el seguro de desempleo debían incrementarse en medio punto o no. Con este fracaso de los partidos democráticos de centro, que pese a la agudización constante de la crisis no fueron ya capaces de encontrar un consenso mínimo, se había sustraído la base al gabinete de Müller. El 27 de marzo presentó su renuncia, y con él el último gobierno parlamentario de la república de Weimar. Por muy satisfecho que estuviera Goebbels con la consolidación del movimiento, desde comienzos de año tendría que preocuparse seriamente por su propia autoridad, pues el conflicto latente entre él y los hermanos Strasser había estallado con gran virulencia. El motivo radicaba en el anuncio que sus rivales hicieron en las Cartas nacionalsocialistas de publicar para el 1 de marzo un diario de la editorial de lucha. 2 Esto indignó a Goebbels, tanto más cuanto que la central muniquesa del partido planeaba imprimir de inmediato una edición berlinesa del Vólkischer Beobachter. Goebbels, cuyo Angriff aparecía ahora dos veces por semana, veía en ambos proyectos un ataque a su influjo en el partido en el norte de Alemania.

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Por ese motivo propuso a Hitler publicar también su periódico diariamente con fondos de Munich.3 Aunque éste le aseguraba una y otra vez su especial «solidaridad y afecto» y en privado emitía los «juicios más duros» sobre el «socialismo de salón» de los Strasser, que ponía en peligro su orientación política abierta hacia todos lados y en particular sus contactos con la gran industria, mostró en principio cierta reserva, como ya había sucedido tantas veces anteriormente.4 El Führer era el único que tenía la culpa, porque no tomaba resoluciones ni hacía valer su autoridad,5 anotó Goebbels una vez; otra vez escribió que Hitler tenía que mantenerse fuerte, de lo contrario él y su liderazgo estarían perdidos frente a Strasser.6 Goebbels no dejaba pasar ninguna oportunidad de enojar a Hitler contra los Strasser. Para poder intrigar mejor, decidió incluso crear un propio «departamento de espionaje». 7 Pero todo esto no evitó que el 1 de marzo de 1930, el día del sepelio deWessel, se publicaran por primera vez el diario de la editorial de lucha y la edición berlinesa del Vólkischer Beobachter. Puesto que ahora para Goebbels «estaba claro» que Hitler había «capitulado abiertamente ante ese bajobávaro megalómano, pequeño y taimado y sus secuaces», creía estar «dispuesto a todo»; pero «nunca a la lucha» contra Hitler, «sino a la dimisión». 8 Ni siquiera la intención de Hitler, corroborada de nuevo, de convertir a Goebbels en el jefe de propaganda del Reich podía surtir efecto esta vez. Hitler le había faltado a la palabra cinco veces y por eso había perdido cualquier crédito para él. «Se esconde, no toma decisiones, ya no dirige, sino que deja las cosas a la deriva».9 Sólo cuando Hitler, que había llegado a la capital del Reich el 29 de marzo debido a la dimisión del gabinete de Müller, no sólo ofreció a su jefe de distrito un cargo ministerial en Sajonia sino que además le reveló que «había caído un telón» entre él y Otto Strasser, el mundo le volvió a parecer a Goebbels más amable. Ahora creía poder convencer a Hitler de que actuara.10 Pero éste no pensaba en absoluto en ello, pues contaba con el pronto fracaso de Brüning, a quien el día anterior Hindenburg le había encomendado la creación de un gabinete presidencial. Una intervención de Hitler en la disputa entre Goebbels y los Strasser habría hecho públicas las desavenencias dentro del

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partido y habría frustrado las esperanzas depositadas en las nuevas elecciones en el caso de una disolución del Parlamento. Así pues, la lucha de poder entre Goebbels y el ala de los Strasser se libró por de pronto en los periódicos de los adversarios. 11 Goebbels abrió la ofensiva. El contenido y el tono de sus artículos pronto fue recrudeciéndose, pasando de la crítica política al insulto. Descalificaba a Otto Strasser —con un vocabulario muy en la línea de Hitler— como «literato» e «intelectual», «eternamente en busca de objetos» en los que «desahogar su cólera folletinesca». En otro pasaje le negaba la capacidad de comprender la esencia de la revolución. «Este lamentable fracasado —escribió el jefe de distrito en su artículo «Radicalismo de despacho»—12 bien puede ser radical, pues su radicalismo nunca y en ninguna parte está comprometido de manera responsable con un grupo de adeptos. Y para él la revolución tampoco es una estación de tránsito hacia nuevas cosas, sino un objeto en sí misma. La planea en la mesa de su despacho, sin considerar las posibilidades reales». El ala de Strasser contestó en las Cartas nacionalsocialistas que la revolución alemana como «transformación espiritual y mental» del siglo se proclamaba tanto en los escritos de Moeller van den Bruck, Spengler, Niekisch,Winnig, Jünger y otros muchos como en los «mártires de Munich, Leuna, Berlín».13 Una vez que se desvanecieron las esperanzas de una rápida disolución del Parlamento, el 26 de abril, delante de sus más altos funcionarios, que de todas partes del Reich habían sido convocados a Munich para un congreso de dirigentes, Hitler se posicionó claramente en contra de los Strasser y sus partidarios. Esta ala siempre había criticado la aproximación de Hitler a los nacionalistas alemanes y su pretensión de ganarse el favor de los líderes industriales, y en su lugar había hecho gala de un recalcitrante anticapitalismo, había abogado por importantes nacionalizaciones e intercedido en favor de una alianza con la Unión Soviética. «Un extraordinario ajuste de cuentas con Strasser, la editorial de lucha, los bolcheviques de salón (...). Hitler vuelve a dirigir. ¡Gracias a Dios! Todos le siguen con entusiasmo. Strasser y su círculo están anonadados. Está ahí sentado como la mala conciencia» Si Goebbels hizo constar esto en su diario con tanto énfasis, fue entre

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otras cosas porque además Hitler había cumplido por fin lo que le había prometido hacía casi un año.Y es que, tras el «ajuste de cuentas» con los Strasser —se trataba más bien de una crítica moderada— se había vuelto a levantar y había anunciado en medio de un «silencio contenido» su nombramiento —el de Goebbels— como jefe de propaganda del Reich. Así pues, Goebbels ocupó un cargo al que en 1927 había renunciado Gregor Strasser poniéndolo en manos de Hitler. El representante del «presidente de la comisión de propaganda», como se llamaba oficialmente el jefe de propaganda del Reich, siguió siendo un hombre al que Hitler había elegido ya antes de Strasser. Era su antiguo secretario, el ingeniero agrónomo Heinrich Himmler. Éste, procedente de una familia de la Baja Baviera e hijo de un profesor de instituto, que había terminado los estudios en 1922 y después había estado mucho tiempo sin empleo, había seguido una evolución similar a la de su nuevo superior; estuvo marcada por una pedante estrechez y por una fijación cada vez más fuerte en un antisemitismo radical como clave para entender el mundo. La primera impresión que Goebbels tuvo de él: no es «excesivamente inteligente, pero sí trabajador y honrado». 15 Le preocupaba un poco que Himmler todavía se inclinara hacia Strasser, lo que sin embargo él le iba a «quitar». Pero no hizo falta, pues el hombre de las gafas de níquel pronto abandonó la jefatura de propaganda del Reich para convertirse en comandante supremo de las SS. Apenas cuatro semanas después de su ascenso a la primera fila del partido, Goebbels experimentó una nueva satisfacción. Se había producido un choque abierto entre Otto Strasser y Hitler. El 21 de mayo y al día siguiente, en su alojamiento berlinés, el hotel Sanssouci, Hitler propuso a Otto Strasser la compra de la editorial de lucha por parte de Max Amann, para así eliminar por la «vía pacífica» la influencia de Strasser en el NSDAP. Pero Otto Strasser no admitió la propuesta y en su lugar criticó en presencia de su hermano, que guardaba silencio, la orientación política del «jefe». Éste, ahora completamente desconcertado, tildó al propietario de la editorial de lucha de «bolchevique», antes de interrumpir la entrevista poniendo una excusa.16

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Hitler, que ya había tomado una resolución, aseguró a su jefe de propaganda del Reich que inmediatamente después de las elecciones al Parlamento regional de Sajonia, las cuales preparó Goebbels durante algunas estancias en la jefatura de propaganda de Munich, quería proceder contra Otto Strasser. Si intervenía en ese mismo instante y se hiciera público el escándalo en el partido, temía por el incremento de votos, que se daba por seguro en esa región del Reich. 17 Por tanto, Goebbels se conformó con mantener el conflicto a fuego lento hasta entonces. En un artículo destinado al día de las elecciones, el 22 de junio de 1930, defendió una vez más las ideas de legalidad de Hitler como necesidad programática. «Entonces uno me dice otro camino para llegar al poder. Pero no aleguéis que el fracaso de este sistema es inevi table». Además «en la parte contraria hay uno que espera como no sotros, y hacerle frente por todos los medios es nuestra misión más perentoria: el bolchevismo. O el nacionalismo conquista pronto el poder o nuestra sentencia está firmada». 18 Después de que en Sajonia, con el 14,4 por ciento, el NSDAP casi triplicara su proporción de votos con respecto a las elecciones de mayo del año anterior, Goebbels creía ver cumplido su objetivo tras cuatro años de desavenencias con los Strasser, pues Hitler dictó una precipitada ordenanza a la que seguiría el 30 de junio una carta del mismo tenor destinada a publicarse. En ella se decía: «A usted, querido señor doctor Goebbels, le coloqué hace años en el cargo más difícil del Reich con la esperanza de que su energía y resolución lograran (...) crear una orga nización unificada y disciplinada. Usted ha resuelto esa tarea de tal modo que tiene asegurada la gratitud del movimiento y mi más alto recono cimiento. Hoy le debo pedir que, continuando con la tarea en su día encomendada, lleve a cabo sin reparos la depuración del partido (...). Le respaldan toda la organización del movimiento, toda la plana de dirigentes, las SA y las SS al completo, todos los representantes del partido (...) y tiene en su contra a media docena de pleitistas profesionales y literatoides».19 Antes de que Goebbels excluyera del partido a sus rivales con los procedimientos necesarios para ello, éstos tomaron la iniciativa. Duran-

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te las asambleas de jefes de distrito de Berlín y Brandeburgo, el editor de la Nationalsozialistische Pressekonferenz [Conferencia de Prensa Nacio-

nalsocialista] , Eugen Mossakowsky, acusó a Goebbels de mentir. Éste se había hecho pasar por combatiente del Ruhr, mancillando así ei nombre de los «verdaderos héroes» de la resistencia antifrancesa, como por ejemplo Leo Schlageter. Además Goebbels no había dudado en ade lantar la fecha de su entrada en el partido mediante una falsificación de documentos para poder aparecer como miembro de la «vieja guardia». La exigencia por parte de Mossakowsky de una comparecencia ante la comisión de investigación y arbitraje del partido exponía a Goebbels al peligro de ser desenmascarado públicamente. 20 Así pues, temía con razón que esto fuera «agua para el molino de toda la prensa e incluso de Scherl.Y esto significa que yo tengo que pagar el pato». 21 Sin embargo, Hitler dio órdenes de demorar la investigación del asunto y en su lugar iniciar un procedimiento de exclusión contra Mos sakowsky por «actividad perjudicial para el partido». El hombre de Strasser se fue sin la intervención de la comisión y justificó su paso entre otras cosas con la persona del jefe de distrito, cuyas «depuraciones» comenzaban ahora. Después de haber expulsado a cinco colaboradores de Otto Strasser, Goebbels convocó para el 30 de junio una asamblea general de miembros del distrito de Berlín, a la que asistieron, además del presidente de la comisión de investigación y arbitraje de la jefatu ra del Reich, el comandante Walter Buch, también Goring,Von Epp y otros líderes del partido, pero no Hitler, quien una vez más dejó a otros el «trabajo sucio».22 Strasser y algunos de sus partidarios intentaron aprovechar la ocasión para defender públicamente su punto de vista. No obstante, a la entrada del palacio de deportes, el servicio de orden de las SA les prohibió el acceso con el argumento de que pertenecían al distrito de Brandeburgo y no al de Gran-Berlín. Poco después, en el interior, el jefe berlinés daba rien da suelta a una sarta de improperios contra la «pandilla de literatos». Amenazó con «destrozarla con el martillo férreo de nuestra disciplina». Cuando leyó un mensaje de Hitler contra los «literatos», las cinco mil personas del palacio de deportes se salieron de quicio. «¡A la horca!», gritaban una

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y otra vez entre la multitud los fanatizadores.Tres colaboradores del diario de los Strasser tuvieron el valor de levantarse y abandonar la sala entre insultos y burlas, después de que Goebbels los exhortara a ello. Aquel 30 de junio terminó con un juramento de lealtad al Führer y, por ende, a su jefe de distrito berlinés. Así terminó la carrera de Otto Strasser y sus partidarios en el NSDAP. Pocos días más tarde, después de dirigir sin éxito un ultimátum a Hitler para que retirara en un plazo de veinticuatro horas las expulsiones del partido que habían tenido lugar hasta entonces contra sus compañeros de lucha, abandonaban el partido los socialistas pardos, cuya ideología seguía llevando también Goebbels en su interior. Si el asunto pudo «arreglarse» con un perjuicio mínimo para el partido, se debía sobre todo a la habilidad táctica de Hitler y no precisamente a la de Goebbels. Este último estaba enojado de sólo haber podido descartar a Otto Strasser y no directamente también a Gregor, quien había renunciado a su puesto de redactor en la editorial de lucha y había seguido fiel a Hitler. Goebbels no se daba cuenta de que, al quedarse el hermano de los Strasser que tenía más aceptación en las filas de los nacionalsocialistas, el desertor no podía esperar ninguna lealtad de la base.23 Es cierto que los «literatos» se agruparían bajo el liderazgo de Otto Strasser, pero su organización, el Frente Negro, nunca pasarían de ser un club de debate. Los espíritus parecían haberse calmado cuando el presidente del Reich, tras consultar a Brüning, que gobernaba con mayorías parla mentarias alternativas, disolvió el Parlamento el 18 de julio y convocó elecciones para el 14 de septiembre, después de que SPD, KPD, NSDAP y sectores del DNVP hubieran desestimado el decreto ley «para subsa nar el estado de emergencia financiero, económico y social». En vista de la difícil situación del país y tras el resultado relativamente bueno de su partido en las elecciones municipales de Berlín el año anterior, Goebbels contaba con un considerable incremento de votos en el Reich. Por eso escribió en el Angriff que el movimiento iba entrando en la última etapa de su ascenso. «Ya hacía tiempo que había dejado atrás la época de la mera propaganda y ahora comenzaba aquí y allá a ejercer políti ca en el gran sentido, es decir, política de Estado». 24

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Bajo el lema «libertad y pan», el jefe de propaganda del Reich organizó una campaña electoral de unas dimensiones que el partido no había conocido hasta entonces. Su «hoja de ruta» preveía poner en funcionamiento la campaña lentamente y a partir de mediados de agosto de 1930 aumentar al máximo de revoluciones, «para llegar al 14 de septiembre a un ritmo vertiginoso».25 El en persona no sólo se encargaba de la coordinación y la organización, para lo cual viajó repetidas veces a Munich, sino que redactaba octavillas y carteles electorales, escribía artículos para el Angriffy viajaba, sobre todo en calidad de orador, por todo el país. En eficaz propaganda electoral logró Goebbels convertir también cinco demandas por injurias que tenía pendientes de juicio a mediados de agosto. Las autoridades penales prusianas habían querido a toda costa poner entre rejas a Goebbels antes de las elecciones al Parlamento, en un momento en que no había Parlamento ni, por tanto, inmunidad. Pero no consiguieron este objetivo; es más, los procedimientos terminaron con un patinazo para los tribunales y garantizaron publicidad para el propagandista en toda la prensa alemana. El 12 de agosto Goebbels tuvo que defenderse en Hannover por injurias contra el presidente de la región de Prusia, Otto Braun, del que había afirmado que había sido sobornado por un «judío de Galitzia». En la estación fue recibido por una multitud que había sido convocada. Su abogado, el conde Rüdiger von der Goltz, «no había visto nunca nada semejante». Con el jefe del distrito de Hannover, Rust, y el jefe de las SA,Viktor Lutze, viajó Goebbels en un anticipado triunfo por las calles hasta el Palacio de Justicia. Delante del juez afirmó que no había acusado de corrupción a Braun, sino a Bauer, el antiguo canciller del Reich.26 Goebbels fue absuelto. Los miembros de las SA lo sacaron a hombros de la sala de audiencias, delante de la cual se habían personado cientos de nacionalsocialistas a los que nuevamente se había dado cita.27 El éxito propagandístico más espectacular sería, dos días después de_ la absolución en Hannover, el juicio de apelación del denominado proceso Hindenburg, cuya primera instancia ya había sido tramitada el 31

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de mayo. Debido a las injurias vertidas en un artículo del Angriff de diciembre del año anterior, el presidente del Reich había presentado una querella, a lo cual el consejero de Justicia prusiano había pedido al fiscal general en el tribunal cameral de Berlín que «dedicara especial atención» al asunto, «en particular a su agilización».28 A mediados de mayo, el propio Hindenburg había apremiado de nuevo al ministro de Justicia del Reich para que intentara conseguir una rápida tramitación del proceso.29 Durante la primera vista, que siguió poco después y para la que Goebbels ya se había preparado detenidamente con su abogado Von der Goltz,30 asumió «sin reservas» la responsabilidad de su artículo, en el que había acusado a Hindenburg de traición al pueblo alemán.31 El fiscal pidió nueve meses de prisión. Después habló Goltz «con gran eficacia», y también Goebbels añadió «un breve pero jugoso comentario final», entre ovaciones desde la tribuna del público.32 Hábilmente expresó su «convencimiento» de contar con una condena sólo viendo ya la composición del tribunal, en el que había dos judíos. 33 El resultado del juicio de primera instancia puso de manifiesto una vez más la total impotencia del Estado de derecho frente al agitador sin escrúpulos: «Ochocientos marcos de multa. Con un largo considerando que es un informe en mi defensa. En todo se comparte mi criterio. Podría gritar de alegría. Para Hindenburg un entierro de primera clase. Fuera, ovaciones como nunca (...). En la prensa no se habla más que del proceso.Aparecen imágenes y caricaturas en masa (...). Una magnífica propaganda para nosotros».34 La vista de apelación del 14 de agosto ante la segunda sala de lo penal del Tribunal Regional de Berlín comenzó con una sensación. El fiscal dio lectura a un escrito que Hindenburg había dirigido al consejero de Justicia de Prusia. En él se decía que él, Hindenburg, de una explicación que le había dado el señor doctor Goebbels, infería que éste no había pretendido una injuria personal contra él y que había actuado únicamente en salvaguardia de sus intereses políticos. En el escrito del presidente del Reich se decía a modo de conclusión que «personalmente daba el asunto por terminado y ya no tenía ningún interés en un castigo del señor doctor Goebbels».35

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A continuación, el fiscal superior abogó por un rechazo de la apelación del acusado Goebbels, puesto que la injuria a Hindenburg estaba totalmente demostrada. Si solicitaba al tribunal rechazar asimismo la apelación del fiscal, era exclusivamente por la carta de Hindenburg, a cuyo deseo quería dar cumplimiento. Como consecuencia, los jueces desestimaron el recurso del fiscal, pero revocaron la sentencia de primera instancia ante la insistente apelación de Goebbels y absolvieron al acusado a expensas del erario público.36 Mientras que las gacetas se escandalizaron —el Vossische Zeitung hablaba de un «considerando verdaderamente peculiar» y el socialdemócrata Vorwarts [Adelante], sarcásticamente, de una «brillante actuación de nuestra justicia»—37 el periódico de lucha de Goebbels se mostraba triunfante. La absolución era una pequeña recompensa para el hecho de «haber aguantado durante meses el fuego nutrido del amarillismo judío con toda la calma y serenidad que aporta el sentido firme de la justicia», se decía con un cinismo prácticamente insuperable.38 El Angriff hacía especial hincapié en que el presidente del Reich había hecho esa declaración «sin nuestra intervención», lo que da a entender el supuesto contrario. Ritter von Epp había ayudado al jefe de propaganda del Reich con un «material devastador contra Hindenburg».39 ¿Qué si no, fuera la que fuere la naturaleza de la contundente presión, habría movido a un cambio de opinión tan repentino a un presidente del Reich «sensiblemente dolido» 40 y que repetidamente había apremiado a las autoridades para una agilización del proceso? En las memorias de Goltz aparece en relación con esta declaración un hombre que dos años más tarde desempeñaría un papel central en la toma del poder por parte de Hitler: el jefe de la cancillería presidencial de Hindenburg, el ambiguo secretario de Estado Otto Meissner. Él debió de redactar la declaración durante un encuentro con el abogado de Goebbels y después mostrársela al presidente del Reich. Éste, según las memorias de Goltz, sólo habría deseado un pequeño cambio. No debía decirse que las explicaciones de Goebbels le habían «convencido», sino que de ellas había «inferido» que éste no había querido injuriarle.41

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Entre otras cosas gracias a estos éxitos, Goebbels aguardaba con más optimismo las elecciones a cada día que pasaba. Esto cambió bruscamente cuando, tras un discurso que pronunció en Breslavia (Breslau/Wroc_aw) a últimas horas de la tarde del 30 de agosto de 1930, una llamada desde Berlín interrumpió el sueño del jefe de distrito. Por orden de Stennes, que entretanto había ascendido a jefe supremo de las SA (OSAF por sus siglas alemanas) del distrito este, hombres de la sección de asalto 31 de Charlottenburg habían ocupado y destrozado la secretaría del NSDAP situada en la Hedemannstrasse. Los jefes berlineses de las SA, insatisfechos con la orientación de Hitler y agrupados en torno a Stennes, temían que tras las elecciones parlamentarias el partido se esforzara por participar en el gobierno de una forma tan enérgica como en Sajonia, donde había fracasado sólo por la oposición del DVP. En ese caso las SA veían que seguiría disminuyendo su influencia, ya de por sí reducida por la prohibición del uniforme que acababa de imponer el consejero de Interior prusiano.Ya que además no se había aceptado su petición de rebajar las contribuciones y de recibir algún subsidio, habían exigido escaños parlamentarios para el Reichstag, por así decir como compensación por las continuas postergaciones. Para calmar los irritados ánimos, Goebbels había prometido a Stennes los escaños exigidos, pero luego había dejado aparte a las SA en la nominación de los candidatos. Cuando se puso de manifiesto el engaño, Stennes negó inmediatamente la obediencia a él y al partido, y pasó a la acción cuando Goebbels estaba en Breslavia. Cuando el jefe de distrito se enteró de lo ocurrido, perdió los nervios «durante algunos segundos», pues temía que, a dos semanas de las elecciones parlamentarias, le hicieran perder los frutos de su trabajo.42 Enseguida tomó la decisión de regresar a Berlín. Antes de subir al automóvil del distrito, que Tonak, el chófer, conducía a una «verdadera velocidad loca» a través de la noche silesiana, llamó y sacó del sueño a Hitler, que se encontraba en Bayreuth y que al amanecer también se dirigió inmediatamente a Berlín en avión. En el Herzog von Coburg [Duque de Coburg], un pequeño hotel junto a la Anhalter Bahnhof, se reunieron Hitler, Stennes y Goebbels. Una persona de confianza del Führer, Ernst Hanfstaengf, que

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también estaba presente —en su casa, situada junto al Staffelsee, se había escondido Hitler provisionalmente tras el fracasado golpe de noviembre—, recordó que, al margen del interminable debate, Stennes le había dicho que el causante de toda la revuelta no era otro que Goebbels. 43 Al jefe de las SA no le faltaba del todo razón, pues había sido el jefe del distrito quien con su comportamiento había provocado la rebelión de los miembros de las SA. Después de que se separaran sin haber llegado a un acuerdo, Goebbels afirma en sus propios testimonios que «exhortó» a Hitler a ceder. Se desconoce hasta qué punto hizo esto realmente. Lo único que cons ta es que el Führer, tras una larga noche, transigió y ofreció a Stennes, a quien se mandó llamar, un aumento de las cuotas en beneficio de las SA. Cuando éste aceptó, se dice que Hider le prometió con un apretón de manos no distanciarse de él en el futuro. 44 La «tregua» fue sellada delante de las SA berlinesas, reunidas en la casa de la asociación de veteranos. Los observadores del departamento IA escribieron en su informe que Hitler, a lo largo de su discurso, pidió reiteradamente confianza a las SA y que al final, «alzando la voz ya de por sí forzada hasta gritos casi histéricos», apeló a la lealtad de los congregados: «En este momento juramos que nada es capaz de separarnos, tan cierto como que Dios nos puede ayudar contra todos los demonios. Que nuestro Dios todopoderoso bendiga nuestra lucha». Se acallaron por señas los vivas que comenzaban, «porque Hitler, con las manos juntas, como absorto en la oración, escuchaba sus propias palabras». 45 Goebbels rebosaba de alegría: «Todo está en orden. Así acaba el golpe de Stennes».46 Tenía motivos más que suficientes para ello, pues con el rápido arreglo la rebelión apenas se hizo pública. Los periódicos especulaban. Partidarios de Otto Strasser habrían maquinado la «querella entre hermanos». Los escasos informes eran vagos y no alcanzaron gran repercusión. Por tanto, Goebbels se permitía suponer que podría «recuperar la pérdida provocada por las SA» en las casi dos semanas que que daban hasta las elecciones parlamentarias. Incansablemente, a veces hasta la completa extenuación, trabajaba el jefe de distrito en esta fase final de la campaña electoral. El 5 de sep-

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tiembre habló en Nuremberg, el 6 en Munich, al día siguiente voló en un avión especial hacia Konigsberg, donde instigó a las masas en la aba rrotada sala de congresos de la ciudad. Con el tren nocturno, de vuel ta a Berlín. Allí, el 7 de septiembre viajó a lo largo y ancho de la ciudad a la cabeza de 60 camiones ocupados por gentes de las SA. El día siguiente comenzó con trabajos de organización en la secretaría. «Can sado y rendido» estaba por la tarde detrás de la tribuna del orador en el palacio de deportes, después habló en la Alexanderplatz «a los proletarios» y finalmente en el oeste más acomodado «a los burgueses». Hasta siete veces al día «predicaba» durante la última semana de la campaña electoral, impulsado por una confianza fanática en el éxito. El punto culminante de la primera campaña electoral de Goebbels como jefe de propaganda del Reich lo constituyó el mitin en el pala cio de deportes de la tarde del 10 de septiembre. Se debieron de soli citar unas 100.000 entradas. Cuando Hitler pisó el foro, los gritos de júbilo que estallaron se asemejaron a un «huracán». 47 En un discurso de una hora, Hitler proclamó lo que había escrito en su «Manifiesto al pueblo alemán» del Volkischer Beobachter de ese mismo día: «La consigna para el 14 de septiembre sólo puede decir: ¡Venced a los "bancarrotistas" políticos de nuestros viejos partidos! ¡Aniquilad a quienes disuelven nuestra unidad nacional! ¡Fuera los responsables de nuestra ruina! ¡Compatriota, únete a la marcha del frente pardo de una Alemania que despierta! Tu no al sistema actual significa: lista 9. ¡El 14 de septiembre haz pedazos a los interesados en engañar al pueblo!». 48 Goebbels quedó «fascinado» por la intervención de Hitler. «¿Quién habla ahora de todas las pequeñas preocupaciones? Ya tenemos la victoria en el bolsi llo».49 El mismo día de las elecciones, el jefe de distrito apeló una vez más en el Angriffz todos los nacionalsocialistas a que intervinieran plenamente en los últimos esfuerzos y ejercieran un influjo personal sobre los demás. Seguro de sí mismo, llamó la atención sobre el hecho de que el NSDAP tenía en esta campaña electoral «razones suficientes para el alarde».50 Los resultados, que se difundieron a partir de la tarde, superaron todas las previsiones. La proporción de votos del NSDAP había

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subido de manera sensacional. En total 107 escaños, casi nueve veces más que hasta entonces, obtuvo el partido en el quinto Reichstag alemán. Al fin y al cabo, en Berlín habían votado a los nacionalsocialistas 395.000 personas; dos años antes fueron 39.000. Tras el KPD (27,3 por ciento) y el SPD (27,2 por ciento), el NSDAP se había convertido con el 14,7 por ciento de los votos en el tercer partido más fuerte de Berlín, aunque estaba muy por debajo de la media del Reich. En el palacio de deportes, donde la tarde de las elecciones Goebbels creyó sentir un «entusiasmo como en 1914», lo llevaron a hombros, a él, el pequeño doctor, que horas más tarde anotaba en su diario que los partidos burgueses del Reich estaban «aniquilados». Aunque eso no correspondiera aún a la realidad exactamente, habían sufrido unas pérdidas catastróficas. Con la crisis económica —-esto se puso de manifiesto ahora— sectores de la clase media se habían adherido a los nacionalsocialistas, una tendencia que siguió intensificándose hasta 1932, de manera que los partidos de centro desaparecieron casi por completo de la escena.51 Ahora, en septiembre de 1930, sólo el DNVP perdió 32 de sus 73 escaños en el Parlamento, el DDP 5 de sus 25 y también el DVP perdió un tercio de sus escaños. Pudieron reafirmarse el Centro y el SPD, que sólo sufrió pérdidas insignificantes. Otro triunfador de las elecciones fue el enemigo más acérrimo del NSDAP, el partido comunista, que pudo enviar al Parlamento 77 en lugar de 54 representantes. Por un momento, a Goebbels le parecía ahora que le esperaba la recompensa por su esfuerzo. Durante una entrevista en la que también participó Goring, Hitler había prometido a su jefe de distrito berlinés el «poder en Prusia».52 Él, Goebbels, al que sólo hacía unos pocos años habían despreciado cuando vivía en su Rheydt natal sin trabajo ni perspectivas, iba a convertirse por obra de su Führer en el hombre más poderoso de Prusia. Su primera intención era entonces «acabar» con los odiados judíos, capitalistas y bolcheviques, es decir, «ajustar las cuentas» con todo el «sistema». Sería una venganza personal por lo que el mundo, según creía, le había hecho. El requisito previo era —así lo explicó Hitler durante la entrevista— que Hindenburg formara un gobierno del Reich con el NSDAP, el DNVP y el Centro según las condiciones

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de los nacionalsocialistas. Él, Hitler, iba a exigir el Ministerio del Interior y de Defensa, así como otra cartera para su partido, y además la disolución de la «coalición prusiana» formada por SPD, DDP y Centro. Si Hitler pensaba formular estas pretensiones desmedidas, equivalentes a una subida al poder, era porque le seguía quedando la opción de proseguir la lucha contra el «sistema» a la antigua usanza y de este modo aproximarse igualmente al poder del Estado. Aunque esto correspondía más a las ideas goebbelianas de un nacionalsocialismo como movimiento revolucionario, no se oponía a las declaraciones de Hitler en el sentido de que el poder también podía conseguirse bajo una capa de legalidad; al fin y al cabo, ésta también le ofrecía halagüeñas perspectivas a él personalmente. Puesto que Goebbels seguía viendo en la orientación de Hitler una medida táctica a corto plazo, aceptó que a partir de ahora se aprovechara cualquier oportunidad para disipar las dudas sobre la legalidad del NSDAP y para presentarlo como un partido capaz de gobernar y de formar coalición. Muy apropiado en este sentido pareció un proceso -que despertó mucho interés en el país— ante el tribunal imperial de Leipzig contra tres oficiales de la guarnición de Ulm, que habían contravenido a un decreto del ministro de Defensa del Reich y que habían establecido contacto con el NSDAP. El abogado de Hitler, Hans Frank, consiguió —tal como se le había pedido— dar acceso a su cliente al estrado de los testigos y, por ende, a la opinión pública alemana. A ésta le comunicó Hitler el 25 de septiembre de 1930, bajo juramento y con tanta energía como seguridad en sí mismo, que él y su partido estaban sujetos «como una piedra» al terreno de la legalidad. Sin duda fue molesto para Hitler que el tribunal le confrontara precisamente con las consignas revolucionarias del jefe del distrito berlinés. Concretamente un juez le preguntó acerca del folleto goebbeliano El Naci-Soci,53 en el que el jefe de distrito había proclamado que en la lucha por el poder iban a «rodar cabezas». Hitler también tuvo que explicar cuál era la intención de Goebbels al escribir en una «lección por correspondencia para un curso de líderes»: «Los revolucionarios de palabra se convertirán en revolucionarios de hecho; para este objetivo

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nos vale cualquier medio, no nos asusta ninguna revolución».54 Hitler empleó una cuidadosa táctica y salió de la comprometida situación asegurando que el camino al poder que el NSDAP quería recorrer era legal. Pero si se llegaba al final de ese camino legal, si, como esperaba, se obtenían entre 150 y 200 escaños en las elecciones, entonces la revolución total se produciría por sí sola. «Y cuando tengamos el poder, por supuesto que rodarán cabezas».55 Goebbels, sin duda avergonzado por haber puesto en apuros argumentativos a su Führer, le corroboró de inmediato que había hablado con inteligencia y perspicacia. Goebbels reveló el carácter meramente retórico de los asertos de Hitler a Richard Scheringer, uno de los jóvenes oficiales acusados en Leipzig, en cuyo espíritu de compañerismo creía ver a la «joven» Alemania comprometida con la «futura clase obrera».56 Entre risas le dijo a Scheringer que consideraba el juramento de legalidad de Hitler una «jugada genial». Pues «¿qué —preguntaba— van a hacer luego esos tipos contra nosotros? Sólo han estado esperando para echarnos la zarpa. Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales».57 Hitler, quien al igual que Goebbels veía en el parlamentarismo —así lo habrían podido leer los jueces de Leipzig en Mi lucha— «uno de los síntomas más graves de la decadencia de la humanidad», 58 resultaba convincente. A fin de cuentas, Goebbels pudo anotar «inmensas simpatías» a favor del partido.59 Tanto en la Reichswehr [las fuerzas armadas del Reich], cuyo peso era cada vez mayor dada la desintegración del orden estatal, como también en una parte importante de la ciudadanía, Leipzig siguió contribuyendo al proceso de revalorización del Führer y del partido. Hitler empezaba a ser presentable en sociedad, pues parecía estar dejando atrás su pasado revolucionario. Sin embargo, no se llegó a una participación del NSDAP en el gobierno del Reich. Los intentos del canciller del Reich Brüning (Centro) por ganarse al NSDAP para una «oposición constructiva» fracasaron, aunque en una entrevista con Hitler, Strasser y Frick el 6 de octubre de 1930 Brüning se ofreció incluso para «procurar que en todos los parlamentos regionales (...) donde fuera posible numéricamente el NSDAP

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y el Centro formaran gobierno de manera conjunta».60 El hecho de que, pese a todo, Brüning no tuviera que hacer frente a una «mayoría negativa» se debió al cambio de postura del grupo parlamentario del SPD. Con la creciente amenaza para la república, también en la socialdemocracia había tenido lugar un cambio de opinión, que hizo que pasaran a segundo plano las diferencias con el gobierno de Brüning respecto a los intereses políticos. Así pues, en otoño de 1930 volvió a abrirse paso una fase de tolerancia por parte del SPD hacia Brüning, que había sido nombrado de nuevo por Hindenburg canciller del Reich y que gobernaba por decretos leyes. Como apoyo y complemento estaba el gobierno regional prusiano, formado por SPD, Centro y DDP, con el presidente Braun a la cabeza, y su propia política de coalición. Así pues, no le faltaba razón a Goebbels cuando el 5 de octubre de 1930 escribió en el Angriff: «La llave del poder sobre Alemania está en Prusia. Quien tiene Prusia tiene el Reich».Y destacó su propio papel al seguir explicando que el camino hacia el poder en Prusia con su preponderante posición en la política estatal pasaba por la conquista de Berlín. A diferencia de Hitler y de Góring —éste se iba estableciendo cada vez más en la capital del Reich—, que hacían antesala a las élites conservadoras y líderes económicos del Estado, Goebbels proseguía en Berlín su desenfrenada propaganda.Ya que en las manifestaciones de legalidad él sólo había visto un compromiso táctico, ahora le servía cualquier cosa que desestabilizara al Estado y fortaleciera al movimiento. El aliado más poderoso de Goebbels pasó a ser cada vez más la penuria que se iba agravando en Alemania. Hacía tiempo que el número de desempleados había rebasado la frontera de los tres millones. En la capital del Reich, una de cada diez personas de los aproximadamente 2,5 millones que conformaban la población activa estaba sin trabajo en otoño de 1930. Sólo dos tercios escasos de ellas recibían pequeñas prestaciones por desempleo o un subsidio de crisis; las demás tenían que vivir del exiguo dinero ahorrado por la asistencia social de los municipios o pasar necesidades sin ningún tipo de ayuda, mientras estaban abiertas a aquellos que prometían transformaciones radicales para mejorar.

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Para —en competencia con el KPD, muy influyente en Berlín— movilizar a las víctimas de la gran crisis a favor de la lucha nacionalso cialista contra el gobierno prusiano, Goebbels ordenó la participación de las células de empresa nacionalsocialistas cuando a mediados de octubre de 1930 los sindicatos convocaron la huelga de los operarios meta lúrgicos de Berlín. Con su agitación superó en radicalidad a los comu nistas. En el Angriff atacó a las «hienas bursátiles» judías, que se enriquecían a costa de los trabajadores alemanes. 61 Esto llevó a preguntarse al Vossische Zeitung cómo este tono tan brutal podía conciliarse con las entrevistas que Hitler había concedido en las últimas semanas y días a la prensa de Rothermere y Hearst, para precisamente delante de esas «hienas bursátiles dar prueba de que el nacionalsocialismo representa hoy en día la única barrera contra la rebelión social y la bolchevización de Alemania».62 A la lucha de Goebbels por la clase obrera pertenec ía también el enfrentamiento «argumentativo» con el comunismo. Así pues, a mediados de octubre se había acercado a la central del partido en la casa de Liebknecht y había invitado al miembro del Politburó Neumann a una tarde de debate en la sala de Friedrichshain, garantizándole un «salvoconducto» y un tiempo determinado para hablar. El principal teórico alemán de Stalin y redactor jefe del Rote Fahne aceptó y apareció con un gran número de adeptos. Sin embargo, su intervención el 28 de octubre no cumplió ni de lejos las expectativas que se había formado Goebbels. Decepcionado, anotó que el comunista y temido «zar rojo de Alemania» había estado «muy apocado» desde el comienzo del discurso y sólo había dicho «sandeces». Terminó pronto, «porque no tiene nada más que decir,y luego es aplastado por mí despiadadamente (...). Un demoledor ajuste de cuentas que muestra a nuestra gente la absoluta superioridad del partido. Así que éste es el gran Neumann. Está ahí sen tado, bajo y feo, y al final le abandona su propia gente. Gritos de júbi lo sin fin». 63 Lo que Goebbels no sabía aquella víspera de su treinta y tres cumpleaños era que se había medido con el hombre falso. Era un comunista llamado Willi Mielenz, que se parecía a Neumann en esta tura y aspecto y que, con el pelo teñido y su discurso aprendido de

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memoria, debía «doblar» a su compañero. Mientras tanto, el verdadero «zar rojo», que quería evitar la pelea de masas que se esperaba, perma neció en la casa de Karl Liebknecht. 64 Si bien esa tarde no se produjeron actos de violencia, los enfrentamientos brutales —que causaban alarma entre los berlineses y seguían atizando la crisis— entre miembros de la prohibida Liga Roja de Combatientes en el Frente y las SA constituían la norma, pues estas últimas se internaban cada vez más en los reductos de obreros por orden del jefe de distrito. En otoño de 1930 figuraban en el primer plano de la sangrienta actualidad, además del Fischerkiez, también Kreuzberg y la parte de Charlottenburg que se conocía popularmente en Berlín como «pequeño Wedding». Allí operaba la aterradora Sección de asalto 33, que dirigía Eberhard Maikowski, temido por su brutalidad. Como era regla general en las SA, entre sus soldados del partido también se unían el odio por los antagonistas rojos y las poderosas reservas contra los burgueses. En un pequeño librito en memoria de su jefe de sección «caí do» el 30 de enero de 1933, los hombres de las SA comunicaban que su eje de ataque también se había dirigido contra «la irreflexión y la cobardía» de la burguesía. Esta burguesía había cedido al marxismo la calle y, por tanto, el poder político. 65 Estas manifestaciones, que reflejaban el contraste entre la orienta ción hacia la legalidad de Hitler y la lucha aparentemente social-revolucionaria del jefe de distrito, no tenían sin embargo nada que ver con la realidad. La fiscalía y la policía prusianas libraban una enconada lucha contra los enemigos de la república de izquierdas y de derechas. El vicepresidente de policía Weiss, junto con el asesor gubernamental Heinz Schoch y el comisario judicial Johannes Stumm, del departamento IA, había elaborado un estudio sobre la fidelidad constitucional del NSDAP y sus líderes, siguiendo las órdenes del consejero de Interior prusiano, el socialdemócrata Cari Severing, que había sucedido en el cargo a Grzesinski a finales de febrero de 1930. En él llegaban a la conclusión de que el partido era una asociación hostil al Estado y de que Hitler, Goebbels y otros debían ser perseguidos por la sospecha de serias vulnera ciones de las disposiciones penales, así como por fomentar y pertene-

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cer a una asociación hostil al Estado. La memoria fue entregada el 28 de agosto a Karl August Werner, procurador general de Leipzig, para instarle a ejercer la acción pública, cosa que sin embargo nunca ocurriría.66

Mejor funcionaba la interacción entre Weiss y la fiscalía prusiana, que aprovechaba de forma consecuente los periodos libres de inmunidad para hacer avanzar los procesos pendientes contra Goebbels. Sin embargo, le resultaba difícil hacer responder a éste, como en el caso de las seis demandas por injurias que debían ser vistas el 29 de septiembre de 1930 ante el tribunal de escabinos de Charlottenburg.Tres días antes de la fecha establecida llegó al presidente un escrito del abogado de Goebbels,Von der Goltz. En él excusaba a su cliente alegando que necesitaba «reposo urgente», motivo por el cual solicitaba un aplazamiento del juicio.67 Considerando acertadamente queVon der Goltz quería salvar a su cliente hasta el periodo de inmunidad, el juez presidente rechazó la solicitud. Entonces intervino Goebbels personalmente y envió ese mismo día un escrito al tribunal pidiendo un aplazamiento de la fecha. Un documento de su médico, Leonardo Conti, el futuro jefe de Sanidad del Reich, certificaba que tenía una afección estomacal, por lo que no podía hacer frente a las tensiones que acarreaba un proceso de esas características.68 Después de que el tribunal denegara de nuevo la solicitud y Goebbels no compareciera en la vista oral,69 aquél ordenó la comparecencia forzosa para el 13 de octubre de 1930, el día en que Goebbels recuperaba la inmunidad por su participación en la asamblea constituyente del Parlamento.70 En vista de ello, Goebbels desapareció de Berlín el 10 de octubre, mientras Von der Goltz se dirigió de nuevo al tribunal con la intención de conseguir un aplazamiento de la fecha. Alegó el peso político de su cliente, que acababa de ser confirmado por las elecciones parlamentarias. Éste, como importante diputado del Reichstag del segundo grupo parlamentario más significativo, el día de la constitución del Parlamento, «atendiendo a la formación del gobierno que previsiblemente se va a encomendar en breve a este grupo, en observancia de la Constitución y de las prácticas parlamentarias generales, tiene cosas más

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importantes que hacer que ocuparse de las demandas por injurias de sus adversarios políticos, máxime cuando considera que sus abiertas palabras, por las que se encuentra procesado, han sido legitimadas moral y políticamente por el aumento millonario de votantes». 71 La víspera de ese 13 de octubre de 1930, Goebbels regresó de Weimar a Berlín en la parte trasera de una limusina con los cristales tinta dos. En Wannsee el coche fue controlado por un agente de policía que sin embargo no reconoció a Goebbels. 72 La noche y la mañana siguiente, durante la cual la policía registró su vivienda, 73 las pasó en casa de unos amigos. Inmediatamente antes de que comenzara la asamblea constituyente,Tonak le llevó a una «velocidad infernal» al edificio del Reichstag, en cuya entrada estuvieron a punto de cogerle un par de policías judiciales. Pero pudo escabullirse justo a tiempo entre el gentío. En el pleno, su grupo parlamentario, cuyos miembros se habían presentado con la camisa parda —en Prusia estaba prohibido llevarla, pero no se podía castigar en el caso de diputados protegidos por la inmunidad—, le hizo un «ruidoso recibimiento» con vivas al «salvador de Berlín». 74 «Sí, estoy saboteando vuestra justicia burguesa», 75 gritó a sus adversarios políticos. Como un importante éxito en la lucha contra el gobierno prusia no valoró Goebbels el hecho de que, a partir de otoño de 1930, el Angriff no sólo se publicara dos veces por semana, sino a diario. Para ello, a instancias de Hitler, había creado junto con Max Amann, el director de la editorial central del NSDAP, una sociedad limitada en la que la editorial Eher tenía una participación del 60 por ciento y el distrito de Ber lín del 40 por ciento. Goebbels, que era el único responsable del con tenido del diario, sospechó primero que detrás se escondía una «artimaña», pero finalmente se convenció de que el partido sólo quería asegurarse su influencia cuando él un día ya no estuviera. Entre «vivas a varias voces» de los colaboradores —tal como recordó después el redactor jefe Lippert—, el 1 de noviembre de 1930 salió en la casa de la Hedemannstrasse 10, sede también ahora de la redacción y de la imprenta del periódico de lucha, un Angriff que, según las intenciones de Goebbels, debía ser «todavía más radical» de lo que había sido

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la publicación bisemanal. Para satisfacer ese objetivo, se inició de inmediato otra campaña de gran envergadura contra el vicepresidente de policía Weiss. Con los nuevos «serios ataques personales» contra el «judío Weíss», que ahora era denigrado por supuestos delitos de su hermano, Goebbels esperaba «aniquilar» por fin a su aborrecido rival. 76 Pero el resultado fue otro: el jefe de policía de Berlín, Grzesinski, respondió a los ataques contra su «vice» imponiendo el 10 de noviembre de 1930 al periódico de lucha del jefe de distrito una prohibición de una semana. Empleando una hábil táctica, Grzesinski no justificó su actuación con la serie de artículos contra Weiss, cosa que sólo habría aprovechado Goebbels con fines propagandísticos. Se remitió en cambio a un pequeño informe en el que Lippert comentó con las siguientes pala bras una bofetada que Zorgiebel, el predecesor de Grzesinski, se había llevado de un comunista durante un interrogatorio testifical: «Rara mente, pero sí a veces, no nos resultan del todo antipáticas las acciones de los comunistas». 77 Ahí, según Grzesinski, «radicaba una aprobación expresa del acto de violencia cometido por un comunista contra el hasta ahora jefe de policía por su actividad política, hecho punible según el artículo 5, inciso 4 de la Ley de Protección de la República». 78 La decidida actuación de Grzesinski afectó a Goebbels, pues la falta de seis ediciones del periódico de lucha equivalía a una pérdida de unos 15.000 marcos, difícil de asimilar dada la situación financiera siempre crítica del distrito. Poco después Goebbels se vengó del severo golpe que había recibido. Saboteó la versión alemana de la película americana Im Westen Nichts Neues79 —-basada en la conocida novela de Remarque sobre la guerra mundial— que había sido producida por la Ufa 80 y que se estrenó en Berlín a principios de diciembre. El jefe de propaganda del Reich esperaba poder lograr la suspensión de la película antibelicista y, por ende, infligir una sensible pérdida de autoridad al consejero de Interior prusiano Severing, cuyo departamento acababa de permitir dicha obra cinematográfica. «Ahora está en juego el prestigio: ¿Severing o yo?»,81 escribió Goebbels impulsado por la fanática voluntad de decidir la prueba de fuerza a su favor y de demostrar a su Führer, que precisamente estaba en Berlín, de qué era capaz.

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La campaña de Goebbels comenzó en la sala Mozart, uno de los grandes cines del Berlín oeste. Participaron unos 150 compañeros del partido, miembros de las SA y el propio jefe de distrito. Ese 4 de diciembre de 1930, la tarde siguiente al estreno, cuando iba a comenzar la segunda sesión, el «comando ejecutor» transformó enseguida el cine en una «casa de locos». Se oyeron silbidos y gritos como «[judíos fuera!»; los hombres de las SA abofetearon a los espectadores judíos o a quienes tenían por tales; desde la galería se lanzaron bombas fétidas y en el patio de butacas se soltaron ratones blancos. Finalmente, en el desconcierto general —la proyección se había interrumpido hacía rato—, el diputado del NSDAP Ludwig Münchmeyer, un clérigo evangélico, dio comienzo desde la tribuna a un discurso de protesta contra la película, que Goebbels interrumpió al grito de que Hitler estaba a las puertas de Berlín. Cuando la policía desalojó la sala, más de uno no hizo mucho uso de la porra, pues muchos estaban igualmente en contra de la película antibelicista. Goebbels pensó incluso que toda la nación estaba de su parte. La repercusión en sectores de la prensa parecía darle la razón. En el Angriff hizo escribir que, cuando se mostró la «cobardía de los voluntarios de guerra», se suscitó una tempestad de protestas entre el público. Al día siguiente, el jefe de distrito puso la calle en pie de guerra. Tanto en la tarde del 8 como del 9 y 10 de diciembre se produjeron manifestaciones de protesta, sobre todo en los barrios occidentales de la ciudad, a las que —según Goebbels— concurrieron hasta 40.000 personas. En realidad fueron sólo unas 6.000.82 Especialmente el día 8 tuvieron lugar verdaderas luchas callejeras entre los sublevados y la policía, que intentaba siempre sin éxito disolver la manifestación. A los acordes de la canción de HorstWessel se formó finalmente una «enorme marcha de protesta», a la que Goebbels y algunos otros funcionarios «pasaron revista» con el brazo alzado como saludo hitleriano. «Más de una hora. De seis en fondo. ¡Fantástico! Esto no lo había vivido todavía el oeste de Berlín».83 Lo que el jefe de distrito hizo constar en su diario con tantaJsastisfacción fue comentado por el Vossische Zeitung como una nueva varian-

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te del terror nacionalsocialista. Hasta la fecha había sido una táctica exclusivamente de los radicales de izquierda el convocar manifestaciones públicas en plazas cuya elección ya indicaba que no se aspiraba a una manifestación ordenada, sino a la provocación de la policía y al terrorismo callejero, se decía en el periódico, que en la medida de sus posibilidades apoyaba el anuncio del jefe de policía 84 de «asegurar por todos los medios» que la película se siga proyectando y de «proteger al público de la mejor manera posible ante todas las provocaciones y actos de violencia de los elementos pendencieros».85 Después de que los disturbios tuvieran en vilo a la capital del Reich durante días enteros, Grzesinski, tras consultar a la consejería de Interior prusiana, ordenó con efecto inmediato la prohibición de toda manifestación, mitin o desfile a cielo abierto. Pese a la resolución que había mostrado el gobierno prusiano, al día siguiente la oficina superior de control cinematográfico, que acababa de autorizar la película, decretó su suspensión «por amenazar la reputación alemana». Goebbels habló de una victoria «tan grandiosa como no cabía imaginar», pues la «calle nacionalsocialista» parecía haber dictado su actuación al gobierno del Reich.86 Aunque esto no fuera cierto, sino que habían sido las oposiciones y resentimientos en amplios sectores del bando conservador los que finalmente motivaron la decisión, el jefe de distrito reivindicó el triunfo exclusivamente para sí. Con el comienzo del año 1931 siguió creciendo el desempleo y con él la violencia en la calle, pues la pobreza y la miseria que existían a la sombra de la riqueza, de las fachadas glamurosas de los locales de diversiones, de los esplendorosos actos de ostentación de la «distinguida sociedad», elegante y a la moda, de la capital del Reich constituían un fértil caldo de cultivo. Antes de que amaneciera la mañana del 1 de enero sobre Berlín, antes de que Goebbels hubiera abandonado la velada de Nochevieja en el salón de su protectora Viktoria von Dirksen, que siempre le apoyaba con donaciones y contactos, hubo que lamentar las primeras víctimas del nuevo año. Durante una pelea en el noreste de la ciudad, un hombre de las SA había abatido con un revólver a un miembro de la Reichsbanner87 y a una persona ajena a la reyerta. Ambos

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murieron poco después en el hospital, 88 hecho que Goebbels comentó cínica y lacónicamente: «Eso impone respeto». 89 La tarde del 22 de enero de 1931 se vio él mismo envuelto en una pelea de masas, cuando debatió en la sala de Friedrichshain con Walter Ulbricht, diputado parlamentario del KPD y presidente de la jefatura de la circunscripción Berlín-Brandeburgo. Después de que el comunis ta terminara su discurso, los combatientes de la Liga Roja que le acompañaban entonaron La Internacional para no dejar a Goebbels tomar la palabra. Como respuesta, los nacionalsocialistas cantaron todavía más alto su «contra-himno», la canción de Horst Wessel. Pronto volaron las primeras sillas. Siguió una batalla sin par dentro de la sala. Cuando final mente llegó la policía y detuvo a 34 alborotadores, encontró más de 100 heridos, entre ellos numerosos graves, que fueron trasladados al hospital Bethanien de Kreuzberg con fracturas de cráneo. 90 Seis días después, un miembro berlinés de las SA apuñaló por la espalda al comunista Schirmer.91 La noche del 1 de febrero de 1931, durante una sangrienta lucha callejera en el barrio de Charlottenburg, fue asesinado a tiros Grüneberg, miembro del aparato militar ilegal del KPD, resultando gravemente heridos otros dos comunistas. 92 Como consecuencia, el KPD convocó grandes manifestaciones en distintos lugares. Durante el mitin más importante, que tuvo lugar el 4 de febrero, la hermana de Grüneberg exigió la lucha contra el «capital» y sus colabora dores socialdemócratas y nacionalsocialistas, y recordó además a los «grandes líderes Liebknecht y Luxemburgo». Erich Weinert, futuro presidente del Nationalkomitee Freies Deutschland [Comité Nacional por una Alemania libre], recitó poemas. El discurso final lo pronunció el miembro del Politburó Hermann Remmele. Sus palabras fueron una mezcla de amenazas y promesas: tras la muerte de los dos combatientes, todos los trabajadores estaban convencidos de que este «sistema es hostil al pueblo», que «en su falta de soluciones no tiene sitio ya para la vida del proletariado, y debe ser derrotado», palabras que bien podría haber pronunciado Goebbels. 93 La muerte de los dos comunistas sirvió a Ulbricht de ocasión para atacar duramente al jefe de distrito durante la segunda deliberación

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sobre la ley presupuestaria del Reich para 1931, que tuvo lugar el 5 de febrero en el Parlamento. «El señor Goebbels» tiene muchos motivos para renunciar hoy a hablar en primer lugar, porque tiene miedo de que sus frases, sus mentiras, que proclama permanentemente en el Angriff, puedan ser refutadas y pulverizadas. La «verdad» que Ulbricht presentó en el pleno del Reichstag en contra del jefe de distrito era más bien que los nacionalsocialistas, con el terrorismo asesino de las semanas pasadas, aseguraron las «arcas de la gran industria (...) frente el asalto de los desempleados» y corrieron en auxilio de la «burguesía». «No en vano el señor Hitler mantiene tan a menudo entrevistas en Renania con los representantes de la gran industria alemana». Para terminar, Ulbricht habló incluso de una cooperación evidente entre la policía prusiana y los nacionalsocialistas. En Berlín, Grzesinski prohibía las manifestaciones en masa de los trabajadores contra el fascismo, mientras que los nacionalsocialistas aprovechaban esto para escenificar su terror asesino. Como consecuencia, el comunista anunció el armamento de los trabajadores como medida para la «autodefensa proletaria».94 De la misma manera que Ulbricht, quien como por rutina acusaba de colaboracionismo a los principales enemigos del KPD, procedía Goebbels al tildar repetidamente de marxista —sobre todo en el Angriff-— al jefe de policía socialdemócrata Grzesinski. Éste, sin embargo, apoyado por el gobierno prusiano, se mostraba por ello poco impresionado. A comienzos de febrero de 1931 prohibió de nuevo el periódico de lucha, esta vez por catorce días. A mediados de mes, una centena de policías ocuparon la secretaría del NSDAP para incautarse de material probatorio para los procesos pendientes. Se practicaron registros domiciliarios a dirigentes de las SA.95 Además, el jefe de policía reforzó los servicios de patrullas en algunos distritos de la ciudad que se habían convertido en foco de los excesos radicales entre nacionalsocialistas y comunistas, e hizo investigar en qué medida los propietarios de locales de reunión rojos y pardos, en cuyo entorno siempre se producían violentos disturbios, estaban implicados en ellos, para reaccionar dado el caso retirándoles la licencia.96

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Aunque la cuota de delitos políticos esclarecidos era alta, Grzesinski, que actuaba con determinación, y su «vice» no consiguieron reprimir el terrorismo con los medios de que disponía la policía. Estorbaba sus planes la coyuntura política, dado que Brüning debía tender —al menos a más largo plazo— a una integración de los nacionalsocialistas, por lo cual el gobierno prusiano estaba solo en la lucha contra el terrorismo pardo. Esto se hizo cada vez más difícil, pues la exasperación ante el continuo empeoramiento de la situación económica llevaba a que cada vez más personas cayeran en manos de los seductores rojos y pardos. Durante los mítines se intentaba convertir sus miedos, miserias y esperanzas en odio y fanatismo. Así sucedió también el 30 de enero de 1931, cuando el elocuente Goebbels fustigó una vez más el presente alemán para a continuación anunciar la «salvación del mal», semejante a una erupción, que iba a llegar en forma de un Tercer Reich. El ambiente en el abarrotado palacio de deportes era un pequeño preludio del día en el que había de levantarse el pueblo y desatarse la tormenta, hizo constar Goebbels en su diario. Doce años después, con la misma fórmula y en el mismo lugar, haría que el pueblo se levantara. La tormenta que desencadenó casi se lleva por delante al propio pueblo. A la dinámica revolucionaria que crecía en la calle correspondía la salida suscitada por Goebbels de los 107 diputados nacionalsocialistas del Reichstag, después de que el 9 de febrero se cambiara el reglamento y, por ende, se redujeran las posibilidades de abusar de la inmunidad parlamentaria. Anteriormente, el grupo de Goebbels había «empleado el último recurso de obstrucción»97 contra esta resolución sin éxito. Un voto de censura nacionalsocialista contra el gobierno de Brüning, apoyado por el DNVP y el KPD, fue desestimado con ayuda del SPD. Aunque Goebbels justificó la salida del Parlamento con esta negativa, lo que principalmente le importaba era dar a conocer a la opinión pública que el partido se distanciaba del ineficaz «Parlamento de Young» y que se seguía entendiendo como un movimiento revolucionario. Eso mismo decía la «proclama»98 redactada por Goebbels que el 10 de febrero leyó el diputado del NSDAP Franz Stóhr en nombre del grupo parlamentario, que se había levantado de sus asientos, entre nume-

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rosos llamamientos al orden del presidente del Reichstag, Paul L óbe. Puesto que la base jurídica de la decisión tomada por el gabinete presidencial, que de todos modos ya gobernaba con una legalidad decreciente, era realmente cuestionable, Goebbels lo tuvo fácil para atacar al gobierno: con la «modificación anticonstitucional del reglamento, que entraña una violación de la oposición», este Parlamento, al que desca lificó como la «casa de la violación constitucional organizada», se ha revelado a la nación y a la opinión pública como lo que era desde un principio, un «mecanismo organizativo del capitalismo tributario internacional». Puesto que la política ya no se podía ejercer con los medios de la lucha parlamentaria, «vamos a abandonar el Reichstag y, en la lucha por el alma del pueblo, a hacer de la causa de la nación nuestra propia causa». Si a mediados de enero de 1931 Goebbels había pensado mantener el impulso del partido con un creciente activismo," pocos días después del «éxodo» del NSDAP estaba dedicado a coordinar las actividades de las SA, el Angriff y la secretaría para la «lucha por el pueblo». Esperaba que ahora se derritiera el «hielo de la congelación» y que la oposición se pusiera verdaderamente «en forma». Este agitado comienzo del año dio a la base y al propio jefe de distrito un poco la impresión de estar en una revolucionaria «lucha final». Por ese motivo, la relación entre las SA y la dirección política de Berlín mejoró ostensiblemente. En la segunda mitad del año 1930 pesó sobre ella la orientación hacia la legalidad y la suntuosa imagen que adoptaron los «caciques de Munich», que acababan de adquirir el palacio Barlow como central del partido. Goeb bels, que siempre se imaginaba del lado de los «soldados proletarios», había querido repetidas veces llamar la atención de Hitler sobre el cre ciente descontento dentro de las SA. Aunque hiciera estas reflexiones con «su jefe» y éste una vez más supiera halagarle, en la mayoría de los casos no quedaba nada de estos propósitos. Lo mismo ocurrió en noviembre de 1930. Hitler le había enseñado al jefe de distrito la «fabulosa habitación» del palacio Barlow en la que residiría el jefe de propaganda del Reich durante sus estancias en Munich y además le había reve lado su intención de convertirla en una «alhaja». 100

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De regreso en Berlín, Goebbels volvió enseguida a hacer coro a los descontentos «reyes de las SA» contra la «escandalosa pocilga de Munich», expresión con la que se refería, no a Hitler, sino a los «burgueses» de su entorno.101 Con acrecentado interés había seguido el congreso de las SA que se celebró a finales de noviembre de 1930 en la capital bávara, a la que viajaron los jefes de las secciones de asalto de todo el Reich. Al parecer Hitler consiguió soslayar el descontento y transmitir a los asistentes su concepto de «legalidad», aunque no lo aplaudieran de corazón, pero sí de tal manera que no perjudicara al romanticismo de los combatientes político-revolucionarios integrados en el ejército pardo del partido. Goebbels observó en su día con un optimismo muy afec tado que el congreso había «dejado a los chicos completamente satis fechos» y que todos volvían a estar «de buen ánimo». 102 Si ahora, en febrero de 1931, Goebbels veía bien la situación entre las SA y la dirección del distrito, ya no se trataba simplemente de un optimismo afectado. En ese momento ya se había aproximado incluso a Stennes. El jefe de las SA le había visitado varias veces en su nueva casa de Steglitz, situada en la calle Am Bákequell. Pronto Goebbels creyó haber sido injusto con Stennes en el pasado.Y cuando el hombre de las SA le puso públicamente «por las nubes», Goebbels se dejó llevar por el entusiasmo hasta el punto de declarar que el poder del Estado sólo se podía obtener teniendo como base a la disciplinada organiza ción de las SA, impulsada por un brío revolucionario, pero nunca con el vago trasfondo de una mera adhesión al partido. La responsabilidad de las evoluciones erróneas dentro del movimiento la achacaban Stennes y Goebbels a los «caciques muniqueses», que en realidad rechazaban el socialismo y sólo pretendían hacer caer en la trampa a los «verdaderos» hombres del movimiento. A diferencia de Stennes, quien pese a su alta estima por Hitler también le incluía entre los «caciques muniqueses», Goebbels seguía alimentando su autoengaño político de que el Führer era una víctima de su entorno polí tico, un entorno que le odiaba a él, Goebbels, porque era socialista y lo seguiría siendo y porque incluso recurría a «tejemanejes» con respecto a Hider. Contra este entorno, contra Esser, Feder, Rosenberg y los demás,

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consideraba ahora dirigida la «alianza» que cerró el 21 de febrero de 1931 con Stennes: «SA más yo. Ése es el poder».103 Cuatro días después, el capitán retirado Ernst Rohm, que acababa de regresar de Bolivia y había sido nombrado por Hitler jefe de la plana mayor de las SA, dispuso que en adelante las secciones de asalto tuvieran prohibida la participación en luchas callejeras, y los jefes de las SA cualquier actividad oratoria. El enfadado Stennes veía así reducido decisivamente su poder y Goebbels se propuso de nuevo mediar entre Munich y las SA. «Ahora Munich también tiene que hacer algo. Una única sede es muy poco para el partido más poderoso de Alemania». 104 A juicio de Goebbels, el grupo parlamentario debía poner a prueba la revolución y convocar un Parlamento incompleto en Weimar.105 El 4 de marzo, durante un congreso del distrito en la cervecería berlinesa Bockbrauerei, anunció a los cuatro vientos que ya no se planteaba una vuelta del NSDAP al Reichstag.106 Cuando al día siguiente llegó a Munich y quiso discutir «a solas» con Hitler el asunto de las SA y sus ideas políticas, una vez más no quedó mucho de todos esos propósitos. La fascinación que emanaba del Führer le hizo llegar a la conclusión de que éste tenía en todo la visión correcta, con la salvedad de que era «demasiado blando y demasiado propenso a transigir».107 El dilema de sentirse por una parte vinculado a Stennes y a las SA y querer por otra parte seguir a Hitler, para él la autoridad inviolable, llevó a Goebbels de autoengaño en autoengaño. Éste alcanzó su punto culminante cuando, en marzo de 1931, después de celebrar por todo lo alto el primer aniversario de la muerte de Horst Wessel, intentó asegurarse la lealtad de las SA con una escenificación especial: un miembro de las SA le salvaría de un «atentado con bomba» simulado. La «inspiración» se la dio la preocupación de Hitler de que pudiera ser víctima de un atentado.108 Probablemente a través de su secretario particular, el conde Schimmelmann, hizo enviar un paquetito que llegó el 13 de marzo a la secretaría del distrito de la Hedemannstrasse. En él había algunos petardos, un poco de pólvora negra suelta dentro de un envoltorio, así como un primitivo mecanismo de encendido formado por cerillas y la corres-

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pondiente superficie de rozamiento. Dos días antes, Goebbels había dado instrucciones personalmente a EduardWeiss, colaborador del Angriff y miembro de las SA, para que abriera todo el correo dirigido al jefe de distrito, alegando que temía un atentado contra su persona. 109 Así sucedió ese viernes 13, pero sin que se encendieran los petardos o la pólvora negra. Ese mismo día, el secretario general del distrito, Hans Meinshausen, informó a los compañeros del partido. El catedrático de instituto, que se había hecho un nombre como «orador del Reich» y que había participado en la fundación de la delegación berlinesa de la unión de pro fesores nacionalsocialistas, comunicó durante una asamblea que «a la una del mediodía se había cometido un abominable atentado contra nuestro Goebbels».110 Incluso antes de dar parte a la policía 111 se imprimió la primera plana del Angriff, que con un enorme titular hablaba del «atentado contra el doctor Goebbels» como de una «infame bribonada».112 En la página 3, bajo el título «Carga explosiva en un paquete postal: los últimos recursos desesperados», seguía una descripción del «atentado», en la que se destacaba el prudente comportamiento del hombre de las SA «Ede» Weiss, que había desactivado «el funesto e infernal mecanismo». En su diario anotó Goebbels al respecto: «Ayer por la mañana hubo una tentativa de atentado contra mí. A la calle de la secretaría llegó por correo un paquete con cuerpos explosivos (...). Si hubiera explotado habría perdido los ojos y la cara». 113 El jefe de distrito se engañaba a sí mismo con el cuento del atentado. Si la escenificación del atentado ya indicaba un creciente desasosiego dentro de las SA, éste creció cuando Hans Kippenberger, diputado comunista del Parlamento, leyó una sensacional declaración de la que se desprendía que el nacionalsocialista Scheringer, que se había dado a conocer por un proceso de alta traición ante el tribunal imperial de Leipzig, se había pasado al KPD. Más dolorosa que el paso mismo fue para Goebbels su argumentación. Scheringer manifestó que la política práctica de los dirigentes nacionalsocialistas no concordaba con sus radicales palabras. Junto con la burguesía alemana, Hitler y Rosenberg se humillarían ante los «estados de rapiña capitalistas». A todo el que real-

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mente luchara por la liberación nacional y social del pueblo alemán, Lenin le había indicado el camino.114 Al cambio de Scheringer, que el KPD aprovechó propagandísticamente, se sumó el proyecto de un programa económico redactado por los «caciques de Munich». Para Goebbels, quien temía la desintegración del partido, este documento, completamente ajustado a la línea de argumentación de Scheringer, significaba un «punto de inflexión» en el movimiento, porque en él «no había ni huella de socialismo».115Ya que la cosa no podía quedar así, creía estar decidido de nuevo a «decirle cuatro verdades»116 a Hitler, que no tenía ni idea del sentir de las masas. En la central de Munich se reunió primero con Rohm el 23 de marzo. 117 El jefe de la plana mayor le dio a conocer sus desavenencias con el «jefe supremo del este», Stennes, quien criticaba cada vez más abiertamente el rumbo tomado por Hitler.118 «Lo tiene todo listo para destituirle; llega el jefe y aconseja lo contrario. Nos cuesta trabajo hacer cambiar de opinión a R.». De las «cuatro verdades» no quedó luego ni rastro. Hitler estuvo «fabuloso» con él. «Ahí abajo es el único sensato y claro». Como resultado de su estancia en Munich, Goebbels tenía por seguro que en caso de conflicto estaría del lado de Hitler, y quería «volver a poner en órbita» a Stennes. Lo consiguió seguramente porque él mismo también tenía pensamientos y sentimientos igual de ambivalentes. En cualquier caso, el jefe de las SA seguía viendo en el jefe de distrito berlinés a su aliado.119 Cuando el 28 de marzo, en vista del continuo terrorismo de izquierda y de derecha, Hindenburg promulgó un decreto ley que preveía el registro obligatorio para las reuniones políticas y la censura de carteles y octavillas, las tensiones entre Berlín y Munich se agravaron inevitablemente. Para las SA, que siempre operaban con un pie en la ilegalidad, el margen se había vuelto ahora más pequeño, es decir, casi incompatible con el «respeto a las leyes» exigido por Hitler. Goebbels dio rienda suelta a su enfado: «¡Viva la legalidad! Da náuseas. Ahora tenemos que idear nuevos métodos de trabajo. Será muy difícil».120 Al mismo tiempo, con el decreto ley de Hindenburg, la revolucionaria punta de lanza del movimiento, las SA, seguiría perdiendo impor-

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tancia. Como consecuencia del decreto ley, estaba incluso en el aire una prohibición de las SA. 121 Así pues, Stennes lideró ahora su confrontación con Munich tan enérgicamente que el conflicto por la orienta ción del partido, tanto tiempo latente, se acercó a su cénit. Desde la perspectiva muniquesa parecía que Goebbels tiraba de la misma cuer da que Stennes, pues en sus discursos el jefe de distrito reprochaba a la central «errores capitales» en sus relaciones con las SA. 122 Como causa principal de todo el mal denunciaba reiteradamente que se había hecho demasiado caso al «enemigo», es decir, a aquellos que se declaraban partidarios del Estado y de la ley. A favor de ellos —temía— se sacrifica ría «el espíritu revolucionario del movimiento». 123 Mientras que Goebbels hacía responsable de esta situación a Góring en primer término,124 en realidad era Hitler quien marcaba el rumbo desaprobado por su jefe del distrito berlinés. Se había comprometido en estilo declamatorio con la legalidad y ahora temía que los encontronazos entre las SA y el poder del Estado, que aumentarían irremediablemente con la entrada en vigor del decreto ley, socavaran su credibilidad. Para explicar esto a Goebbels, Hitler le ordenó por teléfono que se desplazara a Weimar para un congreso de dirigentes que tendría lugar el 1 de abril. Con la certeza de poder doblegarle aumentando su autoridad, allí se le iban a otorgar plenos poderes. La autorización decía que, «en vista del decreto ley promulgado», existía el gran riesgo «de que se haga realidad la intención de los enemigos internos de instigar y arrastrar al movimiento a acciones ilegales y de que, por tanto, se brinde finalmente a los enemigos de la lucha por la libertad alemana la posibilidad de reprimir y disolver el movimiento». Esto era lo que llevaban intentando hacía meses «fuerzas sin escrúpulos», a saber, sembrar discordia en las distintas formaciones del movimiento, proseguía Hitler, y anunciaba que «sin atender a las posibles consecuencias, iba a limpiar» ahora el partido de sus «elementos subversivos, sin importar en qué posición y en qué departamen to del partido se encuentren». Luego autorizaba a Goebbels a hacer lo mismo en su distrito: «Haga lo que haga, yo le respaldo», concluía Hitler.125 Sin embargo, para entonces Hitler ya había tomado la medida deci 7 siva. Con un buen cálculo, había decretado la destitución de Sterpft^s a • ' Si*

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través de Rohm. Una indiscreción hizo que la noticia se filtrara en la capital del Reich el 31 de marzo, antes por tanto de la orden propia mente dicha. Entonces Goebbels ya había abandonado Berlín y sólo se enteró de lo que allí sucedía cuando la mañana del 1 de abril, procedente de Dresde, donde el día anterior había hablado en dos actos, se encontró en Weimar con un Hitler «muy serio». Stennes y sectores de las SA se habían rebelado. Así pues, el propósito de Goebbels, ya de por sí ilusorio, de conseguir un compromiso firme entre él y Hitler ya no se podía llevar a la práctica. No le quedaba más remedio que rendirse ante los hechos y declararse «partidario del Führer abiertamente y sin reservas».126 Éste aún recibió el 1 de abril un telegrama de Stennes en el que le preguntaba si su sustitución a través de Rohm se había producido legalmente. Cuando Hitler le telegrafió de vuelta que no tenía que hacer pre guntas, sino acatar órdenes, la ruptura fue definitiva, de manera que las cosas siguieron agravándose. Poco después, numerosas unidades de las SA echaron a los funcionarios del partido y de su dirección de la central situada en la Hedemannstrasse y ocuparon las salas de la redacción del Angriff para hacer difundir en el periódico una proclama que significaba una abierta «declaración de guerra» a Munich. En ella, Stennes anunciaba que, llevado por la confianza de las unidades de las SA subordinadas a él, había «ordenado que las SA asumieran la dirección del movimiento en las pro vincias de Mecklemburgo, Pomerania, Brandeburgo-Marca Oriental, Silesia y en la capital del Reich». 127 Los rebeldes, a los que no se había unido el jefe berlinés de las SA ni el representante de Goebbels, Daluege, justificaron su actuación alegando que la dirección política del NSDAP había entremezclado tendencias burgués-liberales con el «empuje revolucionario de las SA».Así «se había tocado el nervio vital del movimien to, del que cabía esperar que eliminara la miseria social del pueblo ale mán». «A las SA sólo les importa la victoria de la idea en la lucha por el pueblo y la patria. La sangre de Horst Wessel y de miles de camaradas no debe haberse derramado en vano». 128 Mientras que la crisis seguía agudizándose y no sólo las fuerzas democráticas de la república depositaban en ella la esperanza de que

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el NSDAP se hubiera salido de órbita debido a la división que se perfilaba, Goebbels, que calificó la revuelta de Stennes como una «traición a nuestra causa glorificada por sangre y muerte»,129 hizo lo que Hitler había hecho tantas veces en situaciones de crisis: dejó primero que las cosas siguieran su curso y no pensó en volver por el momento a su puesto en Berlín. Para no permitir que cayera la más mínima sombra sobre su lealtad a Hitler, tomó también hacia fuera una clara posición y le siguió a Munich, donde adoptaron juntos las contramedidas necesarias. Entre ellas estaba un editorial que redactaron conjuntamente contra los desertores y que apareció en el Vólkischer Beobachter. Siguieron proclamas al partido berlinés. En ellas Hitler se encolerizaba por la calumnia de que «nuestro compañero el doctor Goebbels, vuestro jefe y mi amigo» hubiera hecho causa común con la facción de los conjurados. «Yo no necesito defender a vuestro jefe de distrito, pues está tan por encima de la gentuza que trabaja con esos medios que cualquier defensa sería una ofensa para él». Finalmente, Hitler exigía a los compañeros del partido y miembros de las SA de Berlín que siguieran a Goebbels con una «lealtad incondicional» y que confiaran en él sin reservas, igual que él, Hitler, confiaba sin reservas en el jefe de distrito.130 Al mismo tiempo, el Führer rechazó a su «comisario político, el comandante del este» Hermann Góring, quien intentaba sacar provecho del golpe de Stennes y de la ausencia de Goebbels, al procurar conseguir precisamente los plenos poderes que había recibido Goebbels en Weimar. Semejantes votos de confianza, «de una magnificencia que no había visto hasta ahora en él»,131 debieron de ser especialmente importantes para Goebbels en ese momento. El caso es que Góring, en cuya «maravillosa casa» fue recibido cordialmente al principio —en Pascua de 1930 el «tipo estupendo» le había llevado incluso a Suecia para pasar varios días con la familia de su mujer, Karin— estaba a punto de convertirse en su gran adversario en la capital del Reich. Cuanto más buscara Hitler el contacto con la economía y los nacionalistas alemanes, tanta más importancia cobraría para él Góring, quien podía abrir las puertas precisamente a esos círculos.

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Cuando el 7 de abril Goebbels regresó finalmente a la capital del Reich con el propósito de no olvidar la lealtad que le había demostrado Hitler y de echar a los traidores «de manera que se oiga»,132 el punto culminante de la crisis ya había pasado. No se había producido un incendio de rápida propagación. Las manifestaciones de lealtad, que habían llegado a la central de Munich desde todos los distritos, lo confirmaron.También en Berlín surtieron efecto los llamamientos de Hitler y Goebbels. Los miembros de las SA disidentes volvieron al partido. Este paso fue facilitado por concesiones financieras como el «suplemento para las SA» ordenado por Hitler y el incremento de la cuota de ingreso en el partido en beneficio de las SA, así como la participación ahora garantizada en las «donaciones al tesoro de lucha». Ya el 11 de abril, tras un discurso pronunciado ante más de 2.000 funcionarios en la avenida Kurfiirstendamm, durante el cual se mostró claramente partidario de la orientación hacia la legalidad de Hitler, 133 Goebbels pudo constatar que el aparato del partido permanecía «inalterado», pues no había desertado ningún jefe de circunscripción ni ningún funcionario político. Apenas una semana después, el sucesor provisional de Stennes, Paul Schulz, presentó al jefe de distrito en el palacio de deportes una sección de asalto «depurada», con una nueva formación leal a Hitler. Ante 4.000 asistentes, que habían respondido a un «llamamiento general», Goebbels se esforzó por minimizar las diferencias entre las SA y la dirección política. Las palabras revolucionarias del partidario de la legalidad surtieron efecto. En su diario anotó —feliz por haber superado la crisis— con gran patetismo: «Hablo yo. Muchos lloran. Es un gran momento (...). Desfile al son de la música. Las SA de Berlín en pie. Resplandecen las banderas, se yerguen los estandartes. Mi felicidad es inmensa. Ahora ningún diablo podrá volver a quitarme a estos muchachos».134 Por muy impresionante que le pudiera parecer a Goebbels esta manifestación, por muy rigurosa que fuera la «depuración» que quisieran hacer Schulz en las SA y él en el partido, Stennes no se dio tan rápidamente por vencido. No dejaba pasar ninguna oportunidad para, por medio de informaciones bien calculadas a la prensa, mostrar divergen-

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cias entre Goebbels y Hitler, o acusar al jefe de distrito de colaborar secretamente con los rebeldes. Además, Stennes había fundado un periódico cuyo título, Arbeiter, Bauern, Soldaten [Obreros, campesinos, soldados],

informaba de manera inequívoca sobre la posición de los disidentes. Inmediatamente después de su primera aparición en abril, Goebbels lo había tildado de «disparate confuso».135 El periódico volvió a causar sensación cuando a principios de mayo se reprodujo una declaración jurada de EduardWeiss, el colaborador del Angriff expulsado por Goebbels y partidario de Stennes. Weiss se había retractado ante la oficina de investigación de la declaración que prestó en relación con el atentado contra Goebbels, afirmando que había sido inducido por su antiguo jefe a hacer una declaración falsa. Como introducción a la declaración jurada se podía leer que ya no se abusaría más de aquellos «que el propio doctor Goebbels calificó un día como los "descontentos, los inquietos, los obsesionados: los idealistas"».136 Lo que los partidarios de Goebbels intentaban explicar como una «venganza tardía» era comentado por el Vossische Zeitung expresando que «el "héroe" del atentado, el mago político Goebbels, el señor de los luciones y de los ratones blancos» había quedado «desencantado» ante la opinión pública.137 Mientras que este periódico dejó tal como estaba la historia del supuesto atentado con bomba, el Rote Fahne presentó más detalles al día siguiente. Muy claro fue el mentís del jefe de distrito desenmascarado, y muy dignos de ser destacados vuelven a ser los apuntes de su diario. Creyendo haber sido realmente víctima de un atentado, allí se habla de una «"Stennesada" de mentiras y tergiversaciones».138 La crisis de Stennes casi superó la capacidad de Goebbels de engañarse a sí mismo. Por una parte veía en los aproximadamente 300 disidentes de las SA traidores potenciales, tras haber reprimido ya la idea de que era él quien los había traicionado; por otra parte tenía que reconocer que entre ellos había «mucha gente honrada». Uno de ellos era Hustert, que había atentado contra Scheidemann, al que Goebbels había realzado como «mártir de la causa nacional» y por cuya excarcelación había intercedido. La «cantidad de errores» que él también, Goebbels,

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había cometido, no radicaba a su juicio en no haber intentado nunca reconciliar a Stennes y a Hitler, sino en haber sido demasiado «confiado». Había creído «con demasiada fuerza» en las personas. Abandonado a la idea de que los hombres que le rodeaban eran malos, lleno de un sincero desprecio los apostrofó como un «montón de escoria», 139 compensando de ese modo, como ya había hecho desde que era joven, sus propias deficiencias. En esta situación sentía una mayor necesidad de apoyo, que, después de numerosos amoríos superficiales —ya fuera con «Támara», «Xenia», «Erika» o «Jutta»—, empezó a buscar en una joven mujer a la cual había empleado desde noviembre de 1930 para organizar su archivo privado. Pero él no iba a ser capaz de abrirse a la «hermosa mujer apellidada Quandt». 140También se aplicaba a su relación con ella lo que hacía poco había anotado en su diario, que después de la separación de Anka Stalherm el amor sólo llegaba «hasta la superficie del corazón» y el fondo permanecía intacto.141 Magda Quandt fascinaba a Goebbels, pues con su elegante aspecto y su porte superior encarnaba un mundo al que él no había tenido acceso. Semejante tipo de mujer no era precisamente habitual en el ámbito de los nacionalsocialistas ni tampoco en el entorno más cercano de Goebbels. Se había criado en condiciones acomodadas. Había terminado su formación escolar con el bachillerato. Poco tiempo después —-Johanna María Magdalena Friedlánder pertenecía entretanto a un distinguido internado para señoritas de Goslar— conoció al gran industrial Günther Quandt, quien se casó en enero de 1921 con Magda, que había cumplido hacía poco los-diecinueve años.142 La vida que ahora llevaba al lado de Quandt comportaba sin duda algunas ventajas extraordinarias, pero inevitablemente estaba hecha a medida de las exigencias que el imperio económico creado por Quandt hacía pesar sobre el exitoso hombre de negocios. Dejaba poco espacio para las ideas más bien románticas de una mujer joven que —siendo todavía estudiante y alumna de un internado— ahora de repente tenía que estar al frente de una gran familia. El viudo Quandt, que era veinte años mayor que Magda, había aportado al matrimonio dos hijos

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mayores, Hellmuth y Herbert, a los que se sumó en noviembre de 1921 su hijo común Harald. Los deberes maternales y las tareas de representación al lado de su marido, que los llevaron en el año 1927 a Estados Unidos y a Latinoamérica, ocultaron al principio el progresivo distanciamiento de los cónyuges, que sin embargo condujo en el verano de 1929 a una separación definitiva cuando Magda se mostró en público con un joven amante. Después de ponerse de acuerdo sobre la custodia de Harald, que tenía siete años —viviría hasta los catorce años con su madre y después o en caso de que ella se volviera a casar regresaría a casa de su padre— y de que Quandt hubiera dotado a Magda económicamente con tanta generosidad que tenía garantizado un futuro sin preocupaciones materiales, ella se instaló en una ostentosa vivienda del elegante Westend de Berlín, en el número 2 de la Reichskanzlerplatz, no muy lejos del chalet de Quandt situado en la Frankenallee. En busca de ocupaciones para su vida, durante la campaña electoral parlamentaria de 1930 Magda Quandt vino a dar en un mitin del NSDAP en el palacio de deportes, donde hablaron Goebbels y Hitler. Bajo los efectos de la impresión inmediata debió de tomar espontáneamente la decisión de unirse al movimiento. Poco después de su ingreso en el partido el 1 de septiembre de 1930,144 pasó a ocuparse ad honorem en el oeste de Berlín de la sección femenina de esa delegación del NSDAP, antes de ofrecer sus servicios a la secretaría de la Hedemannstrasse.145 Allí, la elegante mujer conoció más de cerca al enjuto hombre del pie deforme. En Goebbels creyó descubrir al idealista puro, al incansable precursor de un mundo mejor que se levantaría con el Tercer Reich. Lo que Magda no vio fue que para ello estaba dispuesto a cometer cualquier injusticia, que su fanática voluntad no se basaba en otra cosa que en un infinito menosprecio de las personas. Goebbels pronto deseó el amor de la joven mujer de veintinueve años.146 Una relación de esas características compensaría de manera especial su defecto físico y su humilde origen, como cuando Anka Stalherm, en cierto modo similar a Magda, estaba a su lado. A ello se añadía que Magda Quandt, quien a lo largo de su vida no se había visto

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obligada a enfrentarse a la miseria y la privación, estaba sin embargo seriamente comprometida con el nacionalsocialismo. Goebbels, quien, además de su «irresistible belleza», le atribuía buen juicio, «un sentido vital sensato, ajustado a la realidad» y «un pensamiento y comportamiento generoso», 147 revivía verdaderamente en su presencia. Juntos pasaron tardes «insuperablemente» hermosas, 148 después de las cuales él se sentía «casi como en un sueño.Tan repleto de colmada felicidad». 149 Con el agravamiento de la crisis de Stennes, Goebbels, que ahora creía amar «ya sólo a una», 150 le dedicó cada vez más atención a ella. Sin embargo, en ese momento no podía ser un apoyo para él, pues a ella la «evasión» de su mundo le había creado una gran cantidad de compli caciones. Ahí estaba su ex marido, con el que tras la separación tenía una relación a todas luces mejor que antes; en cualquier caso, los dos comían juntos a menudo en el exclusivo restaurante berlinés Horcher. Günther Quandt, así como su familia, cuyo apellido seguía llevando Magda, desaprobaban su compromiso con el nacionalsocialismo y cri ticaban con extrema dureza su relación con el jefe del distrito berlinés. De ellos y también de sus propios padres —Auguste Behrend lo menospreciaba, Oskar Ritschel ni siquiera lo llegó a conocer de cerca— 151 tenía que aguantar «cosas horribles», 152 como se quejaba Goebbels. Precisamente en el climax de la crisis culminaron también las dificultades de Magda, hasta tal punto que Goebbels casi la dio por perdida. Su amante, el motivo de la separación de su matrimonio con Quandt, echó mano de la pistola, porque él no le quería dejar libre el camino hacia el agitador del pie deforme. Para Goebbels eso se convirtió en una «tortura». Unos «celos locos», 153 como creía no haber vuelto a sentir desde los días de Anka Stalherm, le condujeron según sus palabras a la «más profunda desesperación». 154 La inevitabilidad de la suerte que supuestamente le había marcado el destino encontró su máxima expresión en una apreciación que refleja una vez más su papel —en el que se había encasillado a sí mismo— de ser la sacrificada excepción, así como su ilimitado desprecio por el ser humano: «Tengo que quedarme solo y me quedaré solo (.. .).Y basta ya de pensar en mí. ¿Qué es ya esta miserable vida? ¿Y este montón de mierda llamado hombre?». 155

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En abril de 1931 no sólo le daban a Goebbels preocupaciones el golpe de Stennes y su relación con Magda Quandt, sino también la policía y la fiscalía. «Los procesos me dejan muerto (...). En mi mesa se vuelven a amontonar las citaciones. Me dan náuseas. Pero no puedo perder los nervios. Eso es lo que quiere el enemigo».156 La maquinaria penal se había vuelto a poner en movimiento de manera intensificada después de que el 9 de febrero el Parlamento cambiara su reglamento, de modo que se podía anular más fácilmente la inmunidad de los diputados. Ese mismo día había determinado en contra de Goebbels, en relación con una demanda por injurias del vicepresidente de policía Weiss, «conceder permiso para dictar y en su caso llevar a efecto una orden de comparecencia contra su miembro el doctor Goebbels»,157 con lo cual el fiscal general había dispuesto que se hiciera avanzar el proceso «con la mayor celeridad», fijando la vista oral para la fecha más temprana posible.158 Fue el 14 de abril de 1931 cuando se vio la causa por un comentario que hizo Goebbels el 26 de septiembre de 1929 durante un discurso en la casa de la asociación de veteranos: «No hablamos de un Berlín corrupto o del bolchevismo de la administración berlinesa. ¡No! "Decimos sólo Isidoro Weiss. Con eso basta"».159 Según el considerando, Goebbels justificó esto ante el tribunal de la siguiente manera: «Cuando el marxista habla de la monarquía, dice sencillamente Guillermo; si habla del fascismo, dice Mussolini. Menciona siempre al hombre y en el hombre el pueblo reconoce el sistema. Esa es la verdadera razón por la que el marxismo se ha vuelto más popular (...). Cuando él (Goebbels) mencionó precisamente al doctor Weiss como exponente de un determinado sistema, lo hizo exclusivamente teniendo en cuenta al sector de sus oyentes o lectores menos informado en materia política, pues el nombre del vicepresidente de policía como el apoyo más destacado de la administración berlinesa lo conoce cualquier niño, mientras que, si hubiera mencionado otro nombre, el acusado no habría podido presuponer sin más que era conocido, de manera que no habría podido designar a todo el sistema con el nombre de una persona».160 Sin embargo, el tribunal reconoció que Goebbels «había querido expresar su des-

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precio» a Weiss «por su origen judío», lo declaró culpable de injuria y lo condenó a una multa de 1.500 marcos del Reich. Tres días después, Goebbels se encontraba ante el tribunal de escabinos de Schoneberg.161 Después de que el 27 de abril no se presentara una vez más en la fecha de la vista oral por un total de ocho causas penales —comparecencia que había eludido siempre con distintos pretextos poco convincentes—, la fiscalía lo sacó de la capital bávara en una complicada operación policial. Se encontraba allí para asistir a un congreso interno del partido sobre el tema «prensa y propaganda». Un agente viajó expresamente a Munich y, con ayuda oficial de la policía del lugar, registró los conocidos locales que frecuentaba el NSDAP en busca de Goebbels, hasta que finalmente lo encontró a última hora de la tarde en la sección de vinos del restaurante Grosser Rosengarten. 162 Esa misma noche fue enviado en tren de regreso a Berlín, donde quedó inmediatamente bajo arresto en aislamiento «entre las risas burlonas de chulos y ladrones»,163 tal como él lo quería ver. Ante su abogado Otto Kamecke dio rienda suelta a su ira por la acción del fiscal Stenig y bramó «que había que acordarse de este hombre para después».164 Pocas horas más tarde, Goebbels se encontraba ante el tribunal de escabinos de Charlottenburg, precisamente frente a ese fiscal Stenig. «Ese cerdo agita los ánimos contra mí.Y entonces yo empiezo a gritar. Toda la rabia se la lanzo al tribunal a la cara.Toda la infamia de esta batida.Y luego me niego a cualquier declaración»,165 así describió Goebbels su intervención. Sin embargo, salió bien librado de ella, pues el tribunal no pareció adivinar del todo el trasfondo político e ideológico con el que operaba Goebbels. Así pues, resultó absuelto en el caso de la injuria contra la comunidad religiosa judía que apareció en la primera página del Angriff del 15 de abril de 1929.166 El artículo se ocupaba de la muerte no esclarecida de un muchacho cerca de Bamberg. 167 En el texto se decía que se podían hacer pesquisas seguramente prometedoras «si uno se planteara la pregunta de sobre qué "comunidad religiosa" existente en Alemania pesa desde hace siglos la sospecha de tener entre sus filas a fanáticos que se sirven de la sangre de niños cristianos para fines rituales». El tribunal dictaminó que la afirmación de

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que la comunidad religiosa israelita estaba bajo sospecha de tener entre sus adeptos a fanáticos que perpetraran esa clase de crímenes no encerraba «ningún hecho injurioso», pues no se sugería con ninguna pala bra «que aprobara o tolerara semejante conducta (...). El hecho de que la expresión comunidad religiosa aparezca entre comillas significa en el peor de los casos que el autor no reconoce a los judíos como comunidad religiosa ni su fe como religión. Ésa es una crítica suya que no rebasa el límite de lo admisible».168 En la causa de Magnus Heimannsberg, coronel de policía y comandante de la policía urbana berlinesa, cuya vida privada había sido tratada maliciosamente y con todos los pormenores en un artículo del Angriff,169 ya se vislumbró durante el interrogatorio del redactor coprocesado Martin Bethke que Goebbels también saldría airoso en este caso. Después de que el tribunal diera crédito a la afirmación del redactor de que el texto en cuestión había sido escrito por un autor que traba jaba con el pseudónimo de «Polente» [poli], 170 creyeron con complacencia que Goebbels —acusado en este caso por su responsabilidad en el derecho de prensa como editor y redactor responsable del Angriff-— no había conocido los artículos antes de que salieran a la luz y que, de haberlo hecho, no habría permitido su publicación. 171 «De la personalidad del acusado (Goebbels) se ha tenido la impresión de que no dice falsedades al tribunal por miedo a su responsabilidad», 172 creyeron en consecuencia poder constatar los jueces y llegaron a la pese a todo benévola conclusión de que Goebbels había desempeñado sus deberes como redactor responsable «de una manera muy deficiente» y de que la «fal ta de un control suficiente» podía llevar a que en el Angriff aparecieran injurias y difamaciones, «aun cuando él no las apruebe en absoluto». Por «grave imprudencia», Goebbels fue condenado en el caso de Hei mannsberg a una multa de 300 marcos del Reich. 173 En otro caso, que se remontaba también al año 1929 pero que no se vio hasta el mismo día, Goebbels tuvo que defenderse por injurias con tra el antiguo jefe de policía Zórgiebel. Durante un discurso lo había tildado de «soplón cerdo y jeta». 174 En el juicio negó «haber dicho algo semejante. No tenía por costumbre mencionar a alguien y luego aña-

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dir descalificaciones. Además, hasta este proceso no había oído esas palabras, que no querían decir nada para él», explicó, e hizo creer al tribu nal con gran sarcasmo que quizás había hablado «ocasionalmente, pero sin duda no en este contexto», de «lamejetas».175 «Esta expresión la había creado él para designar a los subordinados que querían congraciarse con sus superiores incluso de manera indecorosa. Así pues, esta palabra nun ca se podría emplear para referirse a un jefe de policía que es él mismo la autoridad suprema». La sentencia fue en este caso una multa de 100 marcos del Reich. En segunda instancia quedó en absolución. 176 En los ocho casos cuyo juicio estaba fijado para ese 29 de abril, Goebbels fue condenado en total a 1.500 marcos de multa y a un mes de prisión, una pena contra la que los abogados de Goebbels, como es lógico, interpusieron recurso de apelación.Ya el 1 de mayo comparecía ante el tribunal de escabinos de Berlín-Centro, que lo condenó en tres causas a 1.000 marcos de multa. Goebbels reaccionó con una táctica obs truccionista: «Ya no me defiendo. Ante los tribunales prusianos sólo queda callar y seguir trabajando». 177 Con el objeto de poner las sentencias en ridículo a posteriori, comenzó acto seguido por parte de Goebbels y de sus abogados un regateo consistente en pagar las multas y recargos a la caja del tribunal en las sumas más pequeñas, o en retrasar todo lo posible el pago con toda cla se de pretextos poco convincentes hasta una próxima amnistía que cabía esperar con seguridad, con la que el gobierno del Reich buscaría apa ciguar las diferencias políticas. Así, por ejemplo, en la causa de Weiss contra Goebbels del 14 de abril, una vez que se denegó la apelación y la casación, propusieron pagar la cuantía total a satisfacer de 1.840,08 marcos del Reich en plazos de 25 marcos mensuales. 178 Aunque luego se le concedió a Goebbels por disposición judicial un fraccionamiento en 500 marcos mensuales, desde diciembre de 1931 hasta diciembre de 1932 ingresó en la caja del tribunal once mensualidades de 100 mar cos, sumas que —como demuestran los recibos— se pagaron de la «caja especial» de su secretario privado Schimmelmann. Una comprobación por parte del tribunal de los recursos económicos del jefe de distrito ya había evidenciado que estaba «en condiciones de pagar mensualida-

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des por un importe de al menos 250 marcos del Reich»,179 pero esto preocupaba poco a Goebbels. Siguió transfiriendo sumas de 100 marcos. El 24 de febrero de 1932, el fiscal superior competente declaró finalmente su conformidad con esas cuantías, antes de que Goebbels fuera dispensado del resto por la ley del Reich sobre impunidad del 21 de diciembre de 1932. En otros casos, la diferencia entre lo que se abonó y lo que se condonó por medio de la amnistía fue sustancialmente mayor,180 por no hablar de la pena de prisión de muchas semanas, de la que Goebbels no cumplió ni un solo día. Sin embargo, el «dineral»181 que esto supuso por el gran número de multas pronto acarreó a Goebbels dificultades económicas. Para remediarlas sustrajo al parecer fondos de las SA berlinesas. Hanfstaengl, nombrado por Hitler jefe de prensa extranjera tras las elecciones de septiembre de 1930, recordaba que una suma de 14.000 marcos facilitada para ese propósito se perdió en el camino, que pasaba por la caja del jefe de distrito. En los círculos del partido se propagó entonces la afirmación de que Goebbels era el responsable de ello. Los que estaban enterados lo pusieron en relación con la aventura amorosa entre Goebbels y Magda Quandt «y con las cargas económicas resultantes que pesaban sobre el apasionado admirador».182 Después de que Magda Quandt abandonara definitivamente a su antiguo amor y convenciera a los Quandt de la irrevocabilidad de su decisión de seguir a Goebbels, éste pronto empezó a forjar «planes de futuro» con ella.183 Durante las vacaciones de Pentecostés, que pasaron juntos en la finca de los Quandt en Severin, al noroeste de la pequeña ciudad mecklemburguesa de Parchim, la desigual pareja se hizo una «solemne promesa». Querían casarse cuando aquello por lo que ahora ambos vivían y en lo que ambos creían ciegamente, el Tercer Reich, ese hipotético mundo mejor, se hubiera hecho realidad.184 Aparte de los procesos —a mediados de mayo fue condenado a dos meses de prisión por injurias contra el vicepresidente de policía Weiss185 y a 500 marcos por incitar al odio entre clases—, Goebbels tenía razones para ser optimista en ese principio de verano de 1931.Y es que en mayo irrumpió en Alemania aquella tercera oleada de la crisis econó-

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mica mundial, la cual convenía a sus objetivos, pues ante todo arruinaba la esperanza depositada en una mejora general de las condiciones económicas y sociales. Tampoco supuso un cambio sustancial la firma de la moratoria Hoover el 24 de julio de 1931, con la que se aplazaban por un año todos los pagos alemanes a título de reparaciones. Tras la quiebra de la Osterreichische Kreditanstalt [Instituci ón de Crédito Austríaca], a mediados de julio declararon su insolvencia el Darmstádter Bank y el Banco Nacional. La afluencia masiva, motivada por el pánico, a todos los institutos de crédito alemanes condujo pro visionalmente al cierre de todos los bancos, cajas de ahorro y bolsas. El número de parados registrados en la oficina de empleo, que había alcanzado en enero los 4,1 millones, apenas bajó durante el verano y hasta finales de año ascendió a más de 6 millones. Se extendieron el hambre, la miseria y la desesperación en proporciones hasta ahora desconoci das, y al mismo tiempo desapareció la confianza de los alemanes en el «sistema» de Weimar y en sus partidos democráticos. Aunque, por tanto, las condiciones para la lucha revolucionaria contra el «sistema» continuaron mejorando, Goebbels, tras la experiencia del golpe de Stennes, siguió la trayectoria de legalidad de su Führer al menos superficialmente. Cuando la Stahlhelm se esforzó por conseguir un referéndum para la disolución anticipada del Parlamento pru siano, los nacionalsocialistas hicieron causa común. A finales de junio también se unió el KPD al frente de derechas. Antes había tenido lugar la intervención de Stalin, quien exhortó a sus colegas alemanes a que su partido se mantuviera en segundo plano en el proceso revoluciona rio y a que dejara al NSDAP el terreno de la demagogia nacional. Una vez más recordó a los líderes comunistas que el precursor del «fascismo» era el gobierno de Brüning, y el principal apoyo de éste el gobier no prusiano formado por los socialfascistas. Por eso había que hacerlo caer.186 Pese a la reforzada coalición, Goebbels se vio en apuros para explicar la participación del KPD, pues no encajaba de ningún modo en su cliché de los «partidos marxistas hermanos KPD y SPD». El 6 de agosto habló durante un mitin en Berlín-Friedenau, distorsionando com-

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pletamente la realidad, de que sólo la presión de los militantes había obligado al KPD a participar. A la oposición nacional le importaba más bien Prusia y el Reich. «Si se logra volver a hacer a Prusia prusiana, entonces también podremos volver a hacer a Alemania alemana».187 Con la preocupación de no poder hacer frente al ataque conjunto de la extrema izquierda y la extrema derecha, el presidente socialdemócrata del gobierno prusiano, Braun, apoyándose en un decreto ley que acababa de promulgar el presidente del Reich, ordenó a los diarios que imprimieran un «llamamiento del gobierno del Estado prusiano». En él se decía, con una valoración sumamente realista de la situación: «Partidos de derechas, la Stahlhelm y los comunistas —enemigos mortales irreconciliables asociados en una unión antinatural— llaman a un referéndum para la disolución del Parlamento regional prusiano (...). Con la consecución del referéndum quieren que se vea a lo lejos la señal de fuego de que en Alemania ha llegado el final de la democracia, de la república democrática».188 Para evitar más prohibiciones del Angriff—el periódico de lucha había sido prohibido por el consejero de Interior prusiano a principios de junio primero por cuatro semanas, luego sólo por dos y al mes siguiente de nuevo por una semana—,189 Goebbels cumplió la orden de imprimir el llamamiento. La tarde del 7 de agosto, con gran habilidad demagógica, reaccionó a la derrota que se le había infligido planteando a las masas fanatizadas que se habían reunido en el palacio de deportes berlinés la pregunta retórica de qué siente un nacionalsocialista cuando lee en su periódico algo semejante. El odio y la cólera —ésta era su respuesta— amenazaban con apoderarse de él. Eso estaba bien así, pues «¿de dónde íbamos a sacar hoy el ánimo para trabajar si no nos dieran las fuerzas la cólera, el odio y la ira?».190 Un «Filipos», que Goebbels había prometido en el palacio de deportes a los partidos de centro, y muy especialmente a la «lamentable y corrompida socialdemocracia, traidora de la patria», no llegó a ser el 9 de agosto de 1931. El referéndum fracasó probablemente por la negativa de muchos comunistas a hacer causa común con el NSDAP. Esa tarde se propagaron rumores desenfrenados de una revolución roja. En

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el barrio berlinés de Prenzlauer Berg la policía tuvo que acordonar calles enteras porque francotiradores del prohibido aparato militar del KPD disparaban a uniformados y civiles. El precedente fueron los asesinatos de los capitanes de policía Paul Anlauf y Franz Lenck, que se produjeron en la Bülowplatz, muy cerca de la casa de Karl Liebknecht. Uno de los dos jóvenes comunistas que durante una reunión provisional de la jefatura del partido de Berlín-Brandeburgo habían recibido la orden por parte de Ulbricht y Neumann de disparar los tiros mortales se llamaba Erich Mielke.191 Veintiséis años más tarde se convertiría en la RDA en ministro para la Seguridad del Estado, cargo que ocuparía durante más de treinta años. Goebbels convirtió sin vacilaciones el fracaso del referéndum en una victoria de su partido y atribuyó el «chasco total» a sus «socios», porque no habían podido movilizar a sus partidarios. Y, como es natural, atizó de inmediato públicamente la indignación por los pérfidos asesinatos, sobre los que informaba por extenso el Angriff. En las semanas pasadas no había transcurrido prácticamente ningún día «en el que no se matara o hiriera a un nacionalsocialista, a un miembro de la Stahlhelm o a un agente de policía a manos de criminales comunistas». 192 En efecto, la violencia se había convertido a ojos vista en una empresa del KPD, sobre todo de su aparato militar. Después de que el Rote Fah-ne llamara a la ofensiva contra los «cuarteles nazis», 193 cuyas direcciones se publicaron en el periódico de lucha, los locales de reunión de las secciones de las SA se convirtieron en objeto preferente de los ataques comunistas, como el 9 de septiembre, cuando un comando asesino comunista asaltó la taberna Zur Hochburg. Cuando los hombres descargaron toda su munición y escaparon, dejaron atrás a varios miembros de las SA heridos de gravedad, de los cuales uno murió poco después.194 Cuatro semanas más tarde se produjo otro baño de sangre. Entonando La Internacional, 20 comunistas marcharon calle arriba por la Richardstrasse de Neukólln; delante del hostal Bówe, lugar de reunión de la sección de asalto 21, algunos de ellos se apartaron del grupo y dispararon indiscriminadamente en el local, muy concurrido. El balance: una docena de miembros de las SA heridos y gravemente heri-

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dos y un muerto.195 Fue una de las 29 víctimas que se cobraron en la capital del Reich los sangrientos enfrentamientos políticos del año 196

Entre otras cosas, el número creciente de acciones sangrientas por parte de los comunistas contribuyó a que, en todos los sectores de la población, la actitud de los individuos siguiera cambiando a favor de los nacionalsocialistas. La adhesión a la legalidad, constantemente expuesta, y sobre todo el pathos nacional de los dirigentes del partido surtieron efecto. Incluso representantes principales de la socialdemocracia veían que el peligro real para Alemania procedía del KDP, que estaba bajo control soviético.197 A los nacionalsocialistas, por el contrario, cada vez más personas les concedían el papel de aliados; lo cierto es que muchos empezaron a ver en ellos «el único bastión seguro de Alemania contra la gran marea roja y bolchevique».198 Nada cambiaron en ello acontecimientos como los que se produjeron el 12 de septiembre de 1931 en la avenida berlinesa de Kurfurstendamm. De un informe confidencial dirigido al departamento político de la jefatura superior de policía199 se desprendía que a comienzos del mes Goebbels había hablado con el jefe de las SA berlinesas y diputado del Parlamento regional prusiano, el conde Wolf-Heinrich von Helldorf,200 oficial de la guerra mundial y combatiente del cuerpo de voluntarios, sobre una «manifestación de desempleados» que debería tener lugar en la fiesta del nuevo año judío. Lo que se escondía detrás de ella se vio en la tarde de aquel 12 de septiembre: Helldorf, quien en el año 1922 tuvo abierto en el tribunal regional de Güstrow un sumario por homicidio que más tarde se sobreseyó, 201 subía y bajaba por la Kurfiirstendamm en un Opel verde y dirigía a sus hombres, camuflados como transeúntes normales, para que insultaran, injuriaran y golpearan «a personas cuyo aspecto físico permitía deducir su pertenencia al judaismo».202 El pogromo duró dos horas, durante las cuales los agentes del jefe de policía arrestaron a numerosos nacionalsocialistas, entre ellos al conde Helldorf. Goebbels, que con tales acciones se proponía disminuir el abismo siempre creciente entre la dirección muniquesa y la base revoluciona-

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ria del movimiento y canalizar las agresiones dentro de las SA en su sentido, se vio expuesto a mayores dificultades cuando Hitler, Hugenberg y otros líderes de la «reacción», con ayuda de algunos grandes industriales, se unieron el 11 de noviembre en el Frente de Harzburg para luchar conjuntamente por el poder en el Reich. No sólo en las SA berlinesas se acogió esto con consternación, pues ahora se había presentado la prueba del «aburguesamiento» y el «caciquismo» temidos ya hacía tiempo. Así pues, Goebbels reunió todas las energías para explicar al «hombre de las SA» en reuniones y tardes de debate el «carácter instrumental» de la alianza, sobre el que él mismo no dudaba ni un instante, e incluso para jurarle que con ella se pretendía derribar a Brüning y disolver el poder enemigo. Esto sólo era posible por la vía de la legalidad, por lo cual no veía ningún motivo para apartarse de ella, pues la conquista del poder, que se diferenciaba por principio de la finalidad del poder, sólo era posible en una coalición. 203 Pese a todo, esta táctica no parecía demasiado creíble y no pudo evitar sino en escasa medida que la esperanza depositada por muchos miembros de las SA en una mejora de la situación social a través del NSDAP cediera el paso a una tensión nerviosa, a una irritación paralizante, de la que nadie sabía si se descargaría y, en tal caso, cuándo. Esta irritación se vio agravada por acontecimientos sobre los que en otras circunstancias se habría hecho fácilmente la vista gorda. Entre ellos estaba el proceso contra los miembros de las SA detenidos durante el pogromo en la Kurfiirstendamm berlinesa, incluido su jefe, el conde Helldorf. Aunque el tribunal consideró a este último culpable de la autoría y lo condenó como «cabecilla» a una pena de cárcel, su abogado Roland Freisler consiguió en el juicio de apelación conmutar la condena por una multa total de 100 marcos del Reich.204 Una participación decisiva para la indulgente sentencia contra Helldorf—quien después del 20 de julio de 1944 sería condenado a muerte por el mismo Freisler— fue la de Goebbels. En el estrado de los testigos insultó a voz en grito al tribunal, por lo cual se ganó una multa disciplinaria de 500 marcos, pero, cuando se le interrogó por los hechos en sí, se

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negó ilícitamente a declarar,205 motivo por el cual se imposibilitó a los jueces —tal como escribieron en la sentencia— probar «con una probabilidad rayana en la certeza» la autoría de Helldorf en los altercados.206 Mucho peor que a Helldorf les fiie a los miembros de las SA acusados. Por perturbación del orden público recibieron penas de cárcel de hasta dos años, que, aunque en los juicios de apelación se redujeron a entre cuatro y diez meses,207 no hicieron desaparecer el descontento por el trato desigual. Éste encontró expresión en octavillas que circularon en diciembre en el entorno de las SA de la capital del Reich. En ellas se podía leer que tenían el deber de hablar abiertamente y sin reservas, por lo cual ya no seguían a los jefes Goebbels y Helldorf, personas que los habían «traicionado y vendido». Habían sido «instigados sistemáticamente y por medio de órdenes a los diferentes enfrentamientos, como por ejemplo en la Kurfurstendamm (...). Pero ¿y en el proceso? Nos abandonan a nuestra suerte (...).Ése no es el compañerismo por el que hemos luchado y nos hemos desangrado. Es más bien el caciquismo de Goebbels y hasta del último septembrino.208 De esa gente nos separa todo».209 En esta crítica situación, contra el jefe de distrito también trabajaba el jefe de la plana mayor de las SA, Rohm, que había caído en descrédito entre muchos miembros de las SA debido en parte a su inactivi dad y en parte a los rumores de que era objeto.Todo comenzó en primavera de 1931, cuando la crisis de Stennes se acercaba a su culmen. Entonces llegó un indicio a la fiscalía berlinesa a raíz del cual se practicó un registro domiciliario a un médico berlinés por trastornos sexuales, durante el cual se confiscaron varias cartas de Rohm en las que éste reconocía abiertamente su homosexualidad. Escribía que las mujeres le causaban horror, especialmente las que lo acosaban con su amor. De esto, así como de la falta de compañeros, se quejaba al «querido doctor», al que le pedía una «fijación» de su «constelación», es decir, un horóscopo de su vida amorosa. 210 La fiscalía instruyó un sumario por «lascivia contra natura».211 Antes de que se suspendiera por falta de pruebas, entre otros Helmut Klotz, un periodista cercano al SPD, dio a conocer el asunto con publicaciones en la prensa, de manera que las ten dencias del corpulento condotiero pronto fueron tema de conversación.

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Goebbels, que achacaba al jefe de la plana mayor buena parte de la responsabilidad por la crisis de Stennes, enseguida intervino en el asunto, no sólo proporcionando pruebas de cargo contra Rohm, sino también difundiendo «los degradantes comentarios y bromas» en amplios círculos.212 Lo que se decía de Rohm pronto le sirvió de pretexto para perseguir solapadamente su destitución. En verano, durante una reunión de la redacción del Angriff, intentó ganarse a Max Amann, el director de la editorial Eher venido desde Munich, «para que éste exigiera a Hitler la destitución del jefe de la plana mayor en nombre de los compañeros del partido del norte de Alemania».213 Pero esto fracasó y Rohm se vengó. Para el jefe de la plana mayor y aquellos que estaban de su parte, el punto de partida fue la relación entre Goebbels y la elegante Magda Quandt, pues simbolizaba verdaderamente la línea tomada por el partido a ojos de muchos de sus miembros. Los partidarios de Rohm propalaron todo tipo de rumores, llegando a afirmar que en esta relación Goebbels no había puesto sus miras en Magda Quandt, sino en su hijo menor de edad.214 Además de los excesos homosexuales de Rohm, a finales de 1931 también fue la comidilla de toda la ciudad «la relación imposible (e inmoral)» del «cojo». Todo esto contribuyó a que aumentara la distancia entre la dirección del partido y sus militantes. Las reacciones a las intervenciones de Goebbels tras una prohibición de palabra y reunión de cuatro semanas constituían una clara evidencia. Por más que se esforzaba, por ejemplo durante un mitin del estandarte 6 de las SA en la sala de conciertos Clou, por arrastrar a los reunidos profetizando que los nacionalsocialistas, fortalecidos por el silencio de las semanas pasadas, ahora pasaban a la batalla final, y aun prometiendo que la victoria se conseguiría en cuatro o cinco meses, el entusiasmo no llegaba a generalizarse. Así, los observadores del departamento IA de la jefatura de policía anotaron en su informe que los aplausos de aprobación después de su «impresionante discurso» de altos vuelos habían sido «llamativamente escasos». 215 ¿Quizás cabía esperar que tocaran a su fin los tiempos dorados del propagandista pardo?

Capítulo 8 ¿NO ES COMO UN MILAGRO QUE UN SIMPLE CABO DE LA GUERRA MUNDIAL HAYA RELEVADO A LAS CASAS DE LOS HOHENZOLLERN Y DE LOS HABSBURGO?

(1931-1933)

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ra un día frío aquel 19 de diciembre de 1931 en el que Goebbels, con un traje oscuro, salió con su esposa de la pequeña casa del alcalde de Goldenbow, en cuyo salón ambos acababan de convertirse ante la ley en marido y mujer. La novia, discretamente vestida, se había cogido del brazo de su cojo esposo. Junto a ellos iba Harald Quandt, de diez años de edad, con el uniforme de la organización juvenil del NSDAP, detrás los padrinos Hitler y Ritter von Epp —los dos de paisano—, la madre de Magda y su cuñada Ello Quandt, así como unos pocos amigos. El pequeño círculo se puso en camino hacia el cercano pueblo mecklemburgués de Severin. Allí, en la iglesia decorada con banderas de esvásticas, los novios sellaron su unión también ante Dios, del que al menos Goebbels se había apartado hacía tiempo. Después de la boda evangélica, la celebración tuvo lugar en la quinta de Quandt, cuyo mayordomo Granzow, quien siete meses después ya sería presidente regional de Mecklemburgo-Schwerin, lo había preparado todo.1 Si, contra los planes originales, la boda se celebró en la intimidad, lejos de Berlín, antes de que el Tercer Reich se hiciera realidad, fue por el deseo expreso de Goebbels, dada la atmósfera crítica que reinaba entre los par tidarios, en su mayoría proletarios, del NSDAP en la capital del Reich. Se trataba de legalizar la relación y así evitar dar pábulo a las habladurías, que se amplificaban con todo tipo de historias sobre el «caciquismo» del jefe de distrito. Esto le pareció a Goebbels aún más necesario porque su mujer se acababa de enterar de que estaba embarazada.

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Sin embargo, las cuentas no salieron bien. No sólo dentro del movimiento, sino sobre todo entre los adversarios políticos, la boda de Goebbels era un tema muy en boga. Así se podía leer en el AP-Korrespondenz, editado por Klotz y cercano al SPD: «Al señor Goebbels le indigna con razón que su mujer —incluso antes de que fuera su mujer— haya sido arrastrada por determinados periódicos a la sucia línea política. Invita a todo el que dude de la "procedencia puramente aria" de su mujer a que se "cerciore examinando su apariencia". No lo ponemos en duda. Pero nos tememos que el dueño y señor resulte extraño en esa compañía. Hay que imaginárselo: una mujer rubia y alta, de ojos azules y nórdica, como es debido, y a su lado el pequeño Isidoro Goebbels. ¿"Nordificarlo"? No sabemos si el señor Goebbels es apto para ello e igualmente ignoramos si el proceso en esa dirección puede llevar al objetivo deseado».2 En vista del creciente desmembramiento del partido, a Goebbels le vinieron muy bien los actos de violencia que se volvieron a acumular en Berlín a comienzos del año 1932, pues con el tratamiento propagandístico correspondiente debían mejorar no sólo la cohesión de las SA, sino también la seguridad de este cuerpo en sí mismo. Además, por primera vez después de Bad Harzburg, tenían la impresión de desempeñar un papel en la lucha por la conquista del poder. Así pues, el aparato propagandístico de Goebbels trabajó al máximo rendimiento cuando el 19 de enero de 1932, durante un serio enfrentamiento en el grupo de parcelas de Felseneck, perdieron la vida dos miembros de la Liga Roja de Combatientes en el Frente y otro de las SA. En el Angriff despotricaba contra la «asesina peste roja» de Moscú, que con una metódica campaña de difamación instigaba a cometer actos de violencia contra los nacionalsocialistas, y realzaba como heroísmo patriótico la intervención de las SA contra la «roja chusma de criminales» en Felseneck, donde había muerto un «soldado alemán».3 De forma parecida procedió cuando, pocos días después, hombres de la Liga Roja de Combatientes, como venganza por Felseneck, mataron de cinco puñaladas a Herbert Norkus, un estudiante de instituto de quince años, cuando repartía octavillas nacionalsocialistas en Moa-

¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial...

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bit. El hecho estuvo precedido por una reunión de partidarios de Stennes y comunistas, en cuyo transcurso estos últimos se habían dejado convencer para llevar a cabo el atentado después de unas cuantas palabras amables y la promesa de diez jarras de cerveza.4 Goebbels hizo un llamamiento para acabar de una vez con estos «infanticidas rojos», con estas «bestias». Para hacer especial hincapié en ello, llegó en el Angriffa. un mal gusto casi insuperable, al escribir acerca de una «macilenta cara pueril con los ojos medio abiertos, vidriosos» que «en un desconsolador crepúsculo gris» mira al vacío, para después proseguir: «La tierna cabeza ha sido pisoteada y convertida en una masa sangrienta. Grandes y profundas heridas se adentran en el delgado cuerpo, y un desgarro mortal se abre en los pulmones y el corazón (...). Cansado irrumpe el crepúsculo negro. El vacío de la muerte mira fijamente desde los dos ojos vidriosos».5 Los esfuerzos de Goebbels por mantener cohesionado el partido berlinés eran desbaratados por el «caciquismo» y el «aburguesamiento» del partido, que a ojos de muchos compañeros había dado otro paso adelante con la intervención de Hitler en el club industrial de Colonia el 27 de enero de 1932. No obstante, a esta opinión también contribuía el modo de vida del jefe de distrito después de su matrimonio. Para entonces ya se había trasladado de su modesto alojamiento en Steglitz a la casa de alta burguesía de su mujer en la Reichskanzlerplatz, que en adelante se convertiría en punto de encuentro de las personalidades pardas y del sector de la sociedad berlinesa que simpatizaba con ellas. La señora Von Dirksen, Helene y Edwin Bechstein, los Hanfstaengl y el matrimonio Von Helldorf se reunían allí. Cuando Hitler se encontraba con su séquito en la ciudad, también le gustaba acercarse hasta Westend, a casa de los Goebbels, desde el hotel de lujo Kaiserhof, situado enfrente de la cancillería del Reich y que se había convertido en su cuartel general berlinés después del más modesto Sanssouci. Los Goebbels se deshacían por agradar a Hitler: la señora de la casa preparaba sus platos favoritos, el señor de la casa le reproducía en el gramófono las grabaciones de sus mejores discursos, y ambos se quedaban absortos escuchando los largos monólogos de Hitler.

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Durante esos encuentros, Goebbels intentaba trasladar a su Führer las preocupaciones que le atormentaban sobre el «movimiento». El jefe de distrito se mostraba convencido de que la alianza de conveniencia con la «reacción» sólo se podía mantener ya durante un breve tiempo, si el movimiento no quería perder de vista su finalidad social-revolucionaria —que él le atribuía, pero que realmente no era perseguida en serio por Hitler y la dirección muniquesa— y por tanto desmoronarse tarde o temprano. Para evitarlo había que librar ahora la «primera lucha enérgica con la reacción».6 Goebbels veía una posibilidad de ponerla en práctica con una candidatura de Hitler a las elecciones presidenciales del Reich de marzo de 1932. La campaña electoral que él organizaría con «obras maestras de la propaganda» y «con unas dimensiones sin precedentes» devolvería al movimiento el dinamismo perdido y además le colocaría a él en el centro de los acontecimientos por su calidad de jefe de propaganda del Reich. Con su acentuada necesidad de aprobación, especialmente por parte de Hitler, Goebbels no dejó pasar ninguna oportunidad para hacer que aquél consolidara esa idea, una vez que hubo reflexionado sobre ese paso. El 18 de enero decía haber abogado «fuertemente» por su candidatura.7 A principios de febrero, tras una «larga deliberación», a Goebbels le parecía que Hitler se había decidido definitivamente.8 Sin embargo, pocos días después, cuando Hitler estuvo de nuevo en la capital del Reich, Goebbels tuvo que constatar decepcionado que todo volvía a estar «en el aire».9 Finalmente Hitler, que no había encontrado con Hugenberg ningún denominador común sobre la manera de proceder, se decidió por una candidatura, después de haber «calculado minuciosamente» todo otra vez con Goebbels en el hotel Kaiserhof.10 El 22 de febrero de 1932 —Hitler le había dado permiso para «adelantarse»—n el jefe de propaganda del Reich daba a conocer la candidatura del Führer para las nuevas elecciones presidenciales durante una asamblea general del NSDAP berlinés en el palacio de deportes. Casi diez minutos debió de hacerse oír el «entusiasmo desbordante». «Impetuosas muestras de adhesión al Führer. La gente se levanta, grita de alegría, da vivas. La bóveda amenaza con romperse. Un espectáculo

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fascinante. Éste es realmente un movimiento que debe vencer. Reina un éxtasis indescriptible (...). A última hora de la tarde llama el Führer por teléfono. Le informo y luego viene a nuestra casa. Se alegra de que la proclamación de su candidatura haya tenido tanto éxito». 12 En la central muniquesa del partido los acontecimientos de Berl ín provocaron desconcierto, pues al parecer el anuncio de Goebbels no concordaba con los compromisos que había tomado Hitler antes de su partida hacia la capital del Reich. A la mañana siguiente, la dirección del partido prohibía en un telegrama circular de prensa «la difusión de esta noticia (...) pues Goebbels ha actuado sin la aprobación de Hitler». Aunque Hitler intervino inmediatamente y pocas horas después un segundo telegrama anulaba de nuevo la orden, la prensa aprovechó la supuesta obstinación del jefe de propaganda del Reich y propagó el «bulo» de que éste «se había dejado llevar por el ambiente de la asamblea». «¡Qué mal informado está el amarillismo! O, mejor dicho, hace como si estuviera mal informado. Resumiendo, la lucha ha empezado con mucho empuje (...). Los ejércitos políticos se aproximan a la batalla decisiva».13 Horas después de que Goebbels hubiera anotado esto en su diario, pasó a atacar directamente al candidato rival de Hitler, Hindenburg, durante el debate parlamentario sobre el día de las elecciones. «Dime quién te alaba y te diré quién eres». Hindenburg es «alabado por la prensa amarilla de Berlín, alabado por el partido de los desertores», 14 gritó Goebbels a los diputados mientras señalaba a las filas de los socialdemócratas. Se produjeron escenas tumultuosas, durante las cuales Goebbels tuvo que tragarse como repuesta el calificativo de «soldado de salón». Como consecuencia, el presidente del Parlamento, Lóbe, interrumpió la sesión. El consejo mayor excluyó entonces a Goebbels de su ulterior desarrollo por haber injuriado al jefe del Estado, ante lo cual abandonó la sala entre vivas de los diputados nacionalsocialistas. Luego, en un duro ajuste de cuentas, el diputado del SPD Kurt Schumacher condenó la «mezquindad moral e intelectual» que provocaba el nacionalsocialismo. 15 La «guerra electoral» la abrió Goebbels con la intervención de Hitler en el palacio de deportes de Berlín el 27 de febrero. Movilizó «todo el

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ruidoso aparato de la refinada sugestión de las masas»: el redoble de tambores de las SA, las marchas militares y la entrada de banderas. «Primero sube Goebbels al estrado para preparar retóricamente la aparición del "Führer" y para amoldar bien a la masa», así siguió describiendo el acontecimiento el Vossische Zeitung, «luego se da a las SA la orden de "¡Atención, firmes!" y se oyen en el repentino silencio del enorme recinto los vivas in crescendo de fuera. Por la calle del "pueblo" avanza Adolf Hitler».16 Su discurso duró varias horas. Cuanta más emoción ponía al hablar, tanto más desenfrenadamente gesticulaba, tanto más altiva se volvía la expresión de su rostro; parecía embriagarse con el patetismo de sus propias palabras: el día de las elecciones, el 13 de marzo, no estaba en juego una nueva presidencia, sino más bien la «destrucción del 9 de noviembre». Pero, a diferencia de Goebbels, Hitler prescindió de cualquier ataque personal a los candidatos de los partidos mayoritarios: «En su día servimos al general mariscal de campo con lealtad y obediencia. Hoy le decimos: "Tú eres para nosotros demasiado venerable como para que pudiéramos permitir que se escondan detrás de ti aquellos a los que queremos aniquilar. Debes echarte a un lado"».17 Mientras que el DNVP de Hugenberg con Theodor Duesterberg, el segundo presidente federal de la Stahlhelm,y el KPD con Thálmann presentaban a sus propios candidatos —sin posibilidades—, el SPD tomó partido, de grado o por fuerza, por Hindenburg. «Contra Hitler, ésa es la consigna para el 13 de marzo. No hay evasiva. ¿Hitler o Hindenburg? No hay una tercera opción. Todo voto que se deposite contra Hindenburg es un voto a favor de Hitler. Todo voto que se arrebate aThálmann, el candidato del KPD, y se sume a Hindenburg es un golpe contra Hitler», se decía en la edición del Vorwdrts del 27 de febrero de 1932. Para poder llevar a cabo la campaña electoral de manera más rigurosa, Goebbels trasladó en primavera de 1932 la jefatura de propaganda del Reich de Munich a Berlín. En su oficina de la Hedemannstrasse tenían lugar diariamente deliberaciones durante las cuales él instruía a sus «altos funcionarios» sobre la «táctica siempre cambiante».18 La propaganda se concertaba en todo detalle con los colaboradores más impor-

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tantes de la dirección del Reich, del Angriff, que se había vuelto a prohibir a finales de febrero, así como con el jefe de propaganda del distrito nombrado en agosto del año anterior, Karoly Kampmann, 19 y el jefe de organización de Berlín, Karl Hanke. Éste, un convencido opositor al «sistema», había sido despedido por la ciudad de Berlín de su cargo de maestro superior de enseñanza profesional debido a sus actividades revolucionarias a favor del NSDAP, al que pertenecía desde el 1 de noviembre de 1928, y desde entonces estaba consagrado por completo al partido. De miembro de las SA, pasando por orador de asambleas y fundador de células de empresa, finalmente había entrado en la plantilla de Goebbels. Como jefe de organización —así se vanaglorió después a lo largo de su vida— descubrió y montó las pistas de tenis berlinesas como un espacio apropiado para las asambleas en el que su jefe podía hablar a las masas.20 Junto a los numerosos discursos que pronunció Goebbels, los carteles fueron un medio propagandístico prioritario en esta campaña electoral. De acuerdo con su opinión de que la cantidad de medios publicitarios empleados repercutía en el número de votos, a finales de febrero de 1932 ya había «salido al país» medio millón de carteles, y también en los paneles publicitarios alquilados y en las columnas anunciadoras de Berlín los grandes carteles en color, en parte diseñados por el caricaturista Schweitzer, hacían propaganda del NSDAP. Puesto que Hanke, en colaboración con los jefes de las SA, había apostado a hombres de la sección de asalto delante de los carteles para custodiarlos, se produjeron allí repetidos enfrentamientos, en particular con miembros del KPD.Ya que las SA también formaron comandos para sabotear a su vez los carteles de éstos, a principios de marzo de 1932 comenzó en la capital del Reich una «guerra de carteles» en toda regla.21 Sin embargo, Goebbels también se sirvió de otros métodos propagandísticos que estaban a la altura de los tiempos desde el punto de vista técnico. Con una tirada de 50.000 ejemplares, se realizó un disco fonográfico tan pequeño que se pudo enviar en un sobre normal. «Los partidarios del sistema se quedarán asombrados cuando pongan este disquito en el gramófono»,22 observó. Para la proyección nocturna en pía-

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zas o en los cines de las grandes ciudades alemanas, Goebbels y sus ayudantes habían elaborado una película sonora de diez minutos que pretendía sugerir a la masa electoral la omnipresencia de los líderes nacionalsocialistas, pero sobre todo la del único Führer.23 Como nunca antes, durante esta campaña electoral Goebbels ensalzó la figura de Hitler hasta convertirla en un mito. En su edición del Angriff del 5 marzo, bajo el titular «Nosotros votamos a Adolf Hitler», lo calificaba como el «pangermano», el «Führer», el «profeta» y el «combatiente». «Hitler el pangermano», eso significaba el hombre que, como austríaco de nacimiento, había sentido en su propia carne la «necesidad nacional», cuya vida hasta ahora había estado siempre llena del anhelo de un Gran Reich Alemán. También significaba el antiguo obrero que conocía la obra y a los trabajadores y que compartía su difícil suerte, así como el soldado del frente que se había puesto como objetivo hacer realidad las legítimas pretensiones de sus compañeros de armas por la vía de la política de Estado. «Hitler, el Führer» había conseguido levantar una pequeña secta, objeto de escarnio y burla, hasta convertirla en el movimiento de masas más imponente de Europa.24 La tarde de las elecciones el Führer permaneció en Munich, mientras que Goebbels y su mujer ofrecían un convite. «Escuchamos por la radio los resultados electorales. Las noticias van goteando poco a poco (...).A las dos de la noche, el sueño del poder se ha esfumado por el momento», resumió Goebbels desilusionado.Y prosiguió: «No nos hemos equivocado tanto en la estimación de nuestros votos como en la estimación de las posibilidades para el partido contrario».25 Hindenburg había obtenido el 49,6 por ciento del total de votos válidos depositados. Aunque Hitler alcanzó un 30,1 por ciento, y esto suponía una subida con respecto a las elecciones parlamentarias del año 1930,1a decepción fue enorme en la Reichskanzlerplatz. Pero Goebbels, con su inquebrantable fe, volvió a cobrar ánimos de inmediato, apoyado por la actitud de que hizo gala Hitler cuando habló con él por teléfono esa misma noche. «Ha conservado absolutamente la serenidad y está por encima de la situación.Tampoco esperé nunca otra cosa de él (...). No

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vacila ni un instante en emprender de nuevo la lucha (...)• Una batalla perdida no decide el resultado de la campaña militar». 26 Poco antes de las votaciones se habían practicado registros domiciliarios en la secretaría del distrito berlinés, y el consejero del Interior prusiano, Severing, había instruido una causa por alta traición contra Goebbels, que más tarde se sobreseyó. Aún con mayor obstinación se puso éste de nuevo manos a la obra.27 Ya al día siguiente, el partido había superado a su juicio la «depresión momentánea». Motivos para este optimismo le dio su intervención al lado de Hitler en la nueva sala de con gresos de Weimar. «¡Lucha! ¡Ataque! ¡Fanfarrias! (...) Ataco con mor dacidad. El Führer habla en una extraordinaria sinfonía de espíritu ofensivo. El partido se volverá a poner en pie». 28 Los métodos que, «sopesándolos muy cuidadosamente», 29 empleó Goebbels durante el breve tiempo que quedaba hasta la segunda vuel ta del 10 de abril, necesaria dado que ninguno de los candidatos había alcanzado la mayoría absoluta, se correspondían en lo esencial con los de las semanas pasadas. Aparte de los 800.000 ejemplares adicionales del Vólkischer Beobachter que, inmediatamente antes de las elecciones, se imprimían a diario y se distribuían a los distritos, hubo una destacada novedad: puesto que sólo se podía volver a «agitar» a las masas «con métodos grandiosos», 30 Goebbels hizo que hacia el mediodía del 3 de abril, una vez que terminó la «paz de Pascua» proclamada por el presi dente del Reich —éste había reducido aún más el tiempo de la cam paña electoral—, el Führer emprendiera una gira en avión por Alemania, en cuyo transcurso debía hablar diariamente en tres o cuatro ciudades, a ser posible en plazas públicas o en pistas deportivas. De este modo Goebbels esperaba que Hitler llegara aproximadamente a un millón y medio de personas pese al escaso tiempo disponible. 31 En los órganos del NSDAP se debía informar diariamente por exten32 so sobre la sensación que causó asombro incluso en América. 33 Para aumentar la eficacia mediática más allá de la prensa nacionalsocialista, el jefe de propaganda del Reich ordenó en una circular que se inicia ran conversaciones en todos los distritos con la «prensa burguesa favorable a nosotros». Para descartar de antemano una apariencia competí-

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dora con estos periódicos burgueses, se recomendaba llevar a cabo las negociaciones «no a través de la dirección de nuestros periódicos, sino por medio de miembros de la dirección del distrito».34 Goebbels partió de la idea de que, en el plazo de tan pocos días, no había posibilidad de conseguir un número considerable de votos del Centro y del SPD. Por eso puso sus miras en irrumpir por todos los medios en los sectores burgueses del Frente de Hindenburg. En una circular a todos los jefes de distrito, el jefe de propaganda del Reich escribió que se trataba de luchar «en particular por el burgués alemán», al que el adversario se ganaría «con sentimentalismo y con el miedo ante la incertidumbre de lo nuevo»; por la mujer, cuyos votos los obtendría «apelando a las lágrimas y al miedo a una guerra»; y por «el pensionista y el funcionario», que serían engañados con «alusiones a la inflación, a la bajada de las pensiones y a la hostilidad nacionalsocialista contra los funcionarios». A los votantes de Duesterberg había que dejarles claro que la consigna de Hugenberg de renunciar a la prosecución de la lucha era equivocada. Aunque Hitler no ganara en la segunda vuelta, cada voto de más que obtuviera sería una advertencia al gobierno y a los partidos del «sistema» respecto a continuar con una política de decretos.35 Cuando el 10 de abril de 1932 se contaron los votos de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del Reich, Goebbels tuvo que reconocer que la infiltración en el cuerpo de electores de Hindenburg había fracasado. El anciano mariscal había obtenido el 53 por ciento de los votos. Sin embargo, Hitler había ganado 2 millones de votos más con respecto al 13 de marzo. Evidentemente recayeron en él no sólo la mayoría de los votos de Duesterberg, sino también una parte de los 1,3 millones que perdió el candidato del KPD,Thálmann, respecto a la primera vuelta. «Su derrota es nuestra mayor victoria», constató Goebbels, quien no obstante atribuyó prácticamente la misma importancia al hecho de haber logrado atraer casi todos los votos de la «reacción» a la parte de Hitler.36 Igual de halagüeñas consideró Goebbels las perspectivas para las elecciones al Parlamento regional de Prusia, fijadas para el 24 de abril

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junto con las de Anhalt, Baviera, Hamburgo y Wurtemberg.Ya al día siguiente de las elecciones a la presidencia del Reich anotó: «La lucha prusiana está lista. Prosigue sin tomar respiro. Se informa a la prensa y se marca el rumbo. Disponemos de catorce días. Queremos producir una obra maestra propagandística. Llegan los jefes electorales de Wurtemberg para recibir sus directrices. En Anhalt tenemos las mejores probabilidades de éxito. En Wurtemberg las cosas están peor de momento. Allí las relaciones de poder son bastante confusas. Pero en esta región debemos hacer todo lo posible por conseguir al menos un éxito relativo. Los jefes de circunscripción están reunidos. Reina un ambiente fantástico».37 El ambiente se enturbió ese mismo día, cuando Goebbels se enteró de que el ministro de Interior y de la Reichswehr, Wilhelm Groener, proyectaba prohibir en todo el territorio del Reich las SA, que habían alcanzado más de 400.000 miembros, así como las SS. Groener había calificado hacía poco a Hitler como una persona discreta, honrada, verdaderamente idealista, y había querido incluir al partido en la responsabilidad gubernamental; pero, después de que se encontraran instrucciones de Hitler a las SA que implicaban una traición a la patria, cambió de opinión y accedió a la petición correspondiente de los consejeros de Interior regionales. Inmediatamente después de que, la tarde del 13 de abril, se promulgara el decreto ley presidencial «Para la protección de la autoridad estatal», la policía ocupó una vez más el edificio del partido en la Hedemannstrasse, lo registró y cerró las salas de las SA. Goebbels sospechó las consecuencias de gran alcance que conllevaba la prohibición de las SA, la cual la organización ya no podía quebrantar, sino que solamente venía a dificultar el mantenimiento de la disciplina y del orden interno en la ilegalidad. En su diario anotó sobre Groener, al que apoyaba Brüning, que quizás se le podía hacer fracasar en esa cuestión. En efecto, el decreto ley, que Hindenburg firmó contra su voluntad, trajo consigo serias divergencias de opinión en el bando conservador, que llegaron hasta el gabinete de Brüning y al entorno más próximo de Hindenburg. Incluso el príncipe heredero elevo voz contra «la supresión del magnífico material humano».38

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El 16 de abril se confirmó el pronóstico de Goebbels, al enterarse por su mediador Helldorf de que el presidente del Reich había escrito una enfadada carta a Groener en la que le hacía saber que se podrían presentar objeciones parecidas a las esgrimidas contra las SA también contra la Reichsbanner, la organización del SPD de soldados en el frente. Por eso solicitaba a Groener que «examinara con la misma seriedad» el material probatorio de que disponía en ese sentido, tal como él, Hindenburg, lo había hecho a su vez con la prohibición precedente de las SA. Según esto, a Goebbels no le faltaba razón cuando hablaba de una «grave derrota» del gobierno de Brüning, que, de todos modos, fue también una derrota del presidente del Reich y del sistema presidencial. Y una derrota fue la que el jefe de propaganda del Reich, quien debido a la prohibición de las SA llevaba a cabo la campaña electoral en condiciones más complicadas, había infligido al canciller del Reich ya el día anterior durante un acto celebrado en el palacio de deportes berlinés. Puesto que Brüning se había negado a debatir allí públicamente con Goebbels, éste había pedido que le grabaran en un disco un discurso del canciller y que lo reprodujeran al principio del acto. Después de eso le resultó fácil «refutar» los comentarios de Brüning y así transportar a un frenético entusiasmo a las 18.000 personas del palacio de deportes, del que se habían vendido todas las localidades. La propaganda de Goebbels fue respaldada por un segundo recorrido germano de Hitler, al que aquél admiraba una vez más por su tenacidad. Con el resultado de las elecciones a los parlamentos regionales infligió una nueva derrota a las fuerzas del Estado. Los nacionalsocialistas continuaron con su trayectoria de éxitos en las cinco regiones. En Prusia, el NSDAP fue incluso el partido más fuerte con un 36,3 por ciento. Aún más trascendente fue el hecho de que el gobierno de ese land, formado por SPD, DDP y Centro, con Braun (SPD) a la cabeza, perdió su mayoría parlamentaria. Presentó su renuncia, pero siguió asumiendo la gerencia dado que no se consiguió la mayoría absoluta requerida para la nueva elección del presidente regional. El resultado de las elecciones al Parlamento prusiano del 24 de abril de 1932 no permitía ni a la Gran Coalición ni al Frente de Harzburg,

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pero sí a los nacionalsocialistas junto con el Centro, elegir un presidente regional, que según el reglamento modificado poco antes de las elecciones exigía la mayoría absoluta. Así pues, Goebbels veía al NSDAP ante una decisión difícil: «Con el Centro al poder o contra el Centro contra el poder. En el Parlamento no hay nada que hacer sin el Centro, ni en Prusia ni el Reich. Hay que pensarlo detenidamente».39 El jefe de propaganda del Reich, que consideraba viable el «trabajo sucio del coalicionismo»40 como medio para un fin, aunque le repugnaba por ser una necedad no revolucionaria, no estaba seguro en este asunto, como demuestran las anotaciones que hizo en su diario inmediatamente después de las elecciones prusianas. Si el 23 de abril apuntaba que se debía llegar al poder en breve, «de lo contrario moriremos entre victorias electorales»,41 tres días más tarde constataba que era muy desagradable «estar entre la espada y la pared».42 Cuando a finales de abril Hitler fue como invitado a la casa de la Reichskanzlerplatz, puso al corriente a Goebbels de un plan que en ese momento no parecía sin embargo una solución a las dificultades: mientras que Goebbels había estado ocupado de lleno con la campaña electoral prusiana, Helldorf había ido dos veces a hablar con el jefe de la oficina ministerial de la Reichswehr, Kurt von Schleicher, sin que Goebbels diera demasiada importancia a estos encuentros. Helldorf, aparentemente sin tener a Goebbels en cuenta, había preparado el terreno para una reunión entre el general y Hitler, que de hecho tuvo lugar el 26 de abril. Durante este encuentro, el intrigante general tanteó a Hitler con sus propias ideas respecto al futuro político de Alemania, tratando de averiguar si Hitler participaría en un gobierno del Reich de derechas o al menos lo toleraría si se eliminara la prohibición de las SA y se convocaran nuevas elecciones. Tras los tanteos de Schleicher, que veía en el movimiento nacionalsocialista una «sana reacción del cuerpo popular», ya que «a diferencia del KPD tiene una actitud positiva (...) hacia la política militar», 43 se escondía la estrategia de vincular al NSDAP en la responsabilidad gubernamental con el objetivo de imponerle una trayectoria más moderada o incluso de dividir el movimiento. Schleicher pretendía despolitizar

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las unidades militares y reunirías de forma suprapartidista en una organización paramilitar estatal, que debía preparar la transformación de la Reichswehr para que pasara a ser una milicia en lugar de un ejército profesional. Esto exigía un alto grado de habilidad táctica de la que no creía capaz a Brüning, por lo cual fue él quien instrumentalizó el conflicto sobre la prohibición de las SA en el bando conservador contra Groener y, por ende, finalmente contra Brüning, con el objetivo de derribar a los dos. Desde la perspectiva de Hitler, se trataba de utilizar a su vez a la «reacción» agrupada en torno a Schleicher para los propios fines. Por eso había que dar la impresión de que se pactaba seriamente con ella, pero en realidad retirarse en el momento oportuno, es decir, tras el desmantelamiento del gobierno de Brüning. Esta táctica la entendió inmediatamente el jefe de propaganda del Reich, cuando ese 27 de abril Hitler le informó sobre lo «bien» que había transcurrido su entrevista con Schleicher el día anterior.44 Poco después, a principios de mayo, Goebbels infería satisfecho de los periódicos que las intrigas de la «camarilla de oficiales» contra Brüning y Groener ya se habían puesto en marcha. Cuando el 7 de mayo Hitler se reunió con el general Schleicher para la «entrevista decisiva», asistieron además de él Góring y «algunos señores del entorno más próximo del presidente del Reich», entre ellos el jefe de la cancillería del Reich, Meissner,45 pero no Goebbels. Éste, persona non grata para la «reacción», sólo se enteró a posteriori a través de Hitler de cuál era el convencimiento de sus interlocutores, a saber, que Brüning caería en los próximos días, porque el presidente del Reich le iba a retirar su confianza.46 Sobre el planeado desarrollo de la intriga observó Goebbels en su diario: «El Führer se entrevistará lo más pronto posible con el presidente del Reich. Después empezará a rodar la cosa. Un gabinete de transición sin colores nos franqueará el paso. A ser posible no muy fuerte, para que lo podamos disolver más fácilmente. Lo principal es que se nos restituya la libertad de manifestación».47 Por «libertad de manifestación» entendía Goebbels la anulación de todas las «leyes coercitivas», desde la prohibición de las SA y las SS hasta las de palabra y concentración. Él, que una vez más apostaba por la

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omnipotencia de la propaganda, quería volver a producir «una obra maestra» tras la caída de Brüning y la disolución del Parlamento. Ya el 3 de mayo había tratado detalladamente la reforma del aparato propagandístico al completo en la jefatura de propaganda del Reich, que se había trasladado de vuelta a Munich. «En los próximos meses, la carga principal del trabajo recae sobre la propaganda. Toda nuestra técnica debe perfeccionarse al máximo. Sólo los métodos más novedosos y precisos conducirán a la victoria».48 Sin embargo, la tarea del jefe de propaganda del Reich, que se preocupaba por los adeptos revolucionarios del partido, consistió primero en intensificar la agitación contra Brüning y Groener. Así pues, el 9 de mayo escribió un «duro artículo» contra el canciller. Después, en el Parlamento, que acababa de celebrar sesión durante varios días por las discusiones sobre el presupuesto, Góring atacó al ministro de la Reichswehr «enérgica y violentamente». Groener, impedido por enfermedad, defendió a duras penas la prohibición de las SA. «Lo abucheamos tanto que toda la cámara tiembla y se desternilla de risa. Al final sólo se tiene compasión de él»,49 se burlaba Goebbels. La desafortunada intervención de Groener hizo surgir dudas sobre su cargo en el bando conservador. El 11 de mayo observaba el jefe de distrito con optimismo: «El ejército ya no lo quiere. Incluso su propio entorno exige su destitución. Es un buen comienzo; cuando uno cae, después rueda todo el gabinete y con él el sistema».50 Brüning contraatacó hábilmente al desarme de su ministro de Interior y de la Reichswehr poniendo el peso de su discurso parlamentario en la política exterior. Con las alusiones a los éxitos que se esperaban en ese campo y las expectativas favorables en la política económica y financiera combinó una intensa crítica a la política destructiva de la oposición de derechas, «que no tiene en cuenta la conservación de la capacidad de resistencia del pueblo alemán ni la situación de Alemania en materia de política exterior» y sólo quiere «hacer propaganda aprovechando estas dificultades».51 Brüning estaba convencido de haber dirigido con éxito al Reich a través de la crisis: el fin de las reparaciones era inminente, y después se podían poner inmediatamente en mar-

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cha las medidas para la creación de empleo ya preparadas, pero que hasta entonces se habían tenido que postergar debido a las reparaciones. En aquella fase de comienzos del verano de 1932, en la que Brüning creía estar a cien metros de la meta, el adversario berlinés de Goebbels, Gregor Strasser, empleaba un tono moderado. Su discurso parlamentario sobre el «anhelo anticapitalista» mereció mucha atención, pues en el plan propuesto para el fomento del empleo se apreciaba un verdadero interés por solucionar los problemas económicos y sociales. Incluso Brüning declaró que había escuchado la exposición de Strasser «con extraordinario interés (...) pues en gran parte coincide con las medidas que tiene preparadas el gobierno del Reich», aunque su opinión fuera distinta en el tema de la financiación.52 Los socialdemócratas dejaron en manos de su antiguo ministro de Hacienda, Hilferding, la réplica en el Parlamento, y el Vorwdrts escribió que el discurso de Gregor Strasser «representaba un intento de enfrentarse por primera vez a los problemas reales de la economía política, aunque fuera de una manera muy diletante».53 Goebbels, a quien le importaba más la apariencia revolucionaria que la creación de empleo, sólo sentía desprecio por su antiguo rival, entre otras cosas por la popularidad de que éste gozaba. Así y todo, utilizó su discurso en un comentario de su rotativo berlinés, para demostrar a los «señores del sistema decadente» que el NSDAP, a diferencia de lo que afirmaban, disponía de un buen programa.54 También instrumentalizó bajo otro aspecto la nueva trayectoria de Strasser, que respetaba el compromiso y el mantenimiento del sistema, pues encubría el complot conjunto de Hitler y de los hombres del entorno de Hindenburg contra el canciller del Reich. «Es divertido observar cómo el amarillismo judío, que generalmente está tan bien informado, se tambalea en la oscuridad. Sigue creyendo que queremos aliarnos con el Centro. ¡Ingenuos idiotas!».55 El 12 de mayo de 1932, en el Reichstag las cosas salieron a pedir de boca para el jefe de propaganda del Reich. En el pasillo del Parlamento, diputados nacionalsocialistas, entre ellos Edmund Heines, jefe silesiano de las SA y amigo de Rohm, apalearon al periodista Klotz por

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haber publicado un folleto que contenía cartas del homosexual Rohm. Tras convocar urgentemente una sesión del consejo mayor, el presidente del Parlamento, Lóbe, dio orden «de que la policía judicial arrestara a los culpables a los que hubiera que investigar, sin importar si pertenecían a la cámara o no».56 Cuando poco después apareció en el pleno el vicepresidente de policía Weiss con unos cincuenta agentes y se colocó en el palco del gobierno, se produjeron tumultos. «¡Isidoro! ¡Isidoro!», vociferaban los diputados nacionalsocialistas, desde cuyo centro gritó el jefe de distrito: «Aquí viene el cerdo a provocar». 57 Pero Weiss no se dejó desconcertar. Sus agentes detuvieron a cuatro nacionalsocialistas. Aun así, el «fabuloso día» tuvo su verdadero broche de oro al final, pues Groener, el ministro de la Reichswehr, presentó su dimisión. El 23 de mayo, Goebbels pudo constatar con satisfacción que la crisis seguía conforme al programa previsto.58 Para él esto implicaba realizar los más duros ataques contra Brüning en su prensa y propaganda. «Ya está completamente solo. Busca colaboradores desesperadamente (...). Desde la parte de Strasser se lanza fuego de hostigamiento. Pero nosotros ponemos contraminas (...). Nuestros campañoles están trabajando para roer por completo la posición de Brüning». 59 Apenas dos semanas después, Werner von Alvensleben, un intermediario de los nacionalsocialistas con el presidente del Reich, comunicaba que la operación entraba en su última fase. Meissner había partido hacia Neudeck para encontrarse con Hindenburg, donde el anciano mariscal se hallaba descansando en su finca. Le llevaba el proyecto de un nuevo decreto ley redactado por el gobierno de Brüning. Éste preveía entre otras cosas la «colonización» de los bienes no susceptibles de desendeudamiento en el este, lo que ya de antemano había sido condenado por los prusianos orientales hacendados del entorno de Hindenburg como un «propósito de expropiación agrario-bolchevique». Hindenburg, muy enojado contra Brüning por la influencia de su entorno más inmediato y sobre todo de Schleicher, aprovechó la ocasión para llevar a la práctica la decisión que ya había tomado hacía tiempo: dejar vía libre a un gobierno de derechas liderado por Franz von Papen, amigo íntimo de Schleicher. En un primer momento, Hindenburg se negó a recibir a

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Brüning en Neudeck. Cuando el 29 de mayo se reunió con él en Berlín, le explicó que no estaba dispuesto a firmar el nuevo decreto ley, con lo cual quedaba decidido de manera definitiva el destino del canciller presidencial y el de la república de Weimar. Goebbels estaba a punto de dictar otro artículo contra Brüning cuando tuvo conocimiento del estado de cosas: «Ha explotado la bomba. A las doce del mediodía Brüning ha presentado la dimisión conjunta del gabinete al presidente del Reich. El sistema se viene abajo (.. .).Voy en coche hasta Nauen para encontrarme con el Führer, que viene de Mecklemburgo (...). El presidente del Reich quiere hablar con él en el transcurso de la tarde. Me cambio a su coche y le oriento acerca de todo. No cabemos en nosotros mismos de gozo».60 Cuando, pocas horas más tarde, se volvió a reunir con Hitler y se enteró de que la entrevista con el presidente del Reich había ido bien, su alegría fue inmensa, pues, a cambio de que el NSDAP tolerara provisionalmente el gobierno de Papen, se anularía ahora la prohibición de las SA.Y lo que era más importante: se disolvería el Parlamento.61 La disolución del Parlamento implicaba nuevas elecciones. En la lucha por el poder, el papel central pasaría de aquellos que mantenían contacto con la «reacción», de nuevo al jefe de propaganda del Reich. En el caso de que la campaña electoral fuera lo más corta posible y el adversario no se pudiera recuperar,62 Goebbels hacía una valoración optimista de las posibilidades, entre otras cosas porque el NSDAP había obtenido la mayoría absoluta en las elecciones de Oldenburgo con 24 de 46 escaños. «Es el primer gran golpe», comentaba Goebbels, y añadía que ya no habría manera de pararlos si fuera así en todo el país.63 Además de los preparativos para la cuarta campaña electoral del año 1932, lo que ahora importaba —análogamente al «itinerario» de Hitler para la propaganda goebbeliana— era «rehuir la cercanía comprometedora de estos gamberros burgueses. De lo contrario estamos perdidos».64 Lo cierto era que Von Schleicher y Von Papen, quien el 1 de junio había formado un «gabinete» presidencial «de concentración nacional», se estaban esforzando por incluir al NSDAP en la responsabilidad gubernamental con el objeto de «domarlo».65 Además, a cambio de anu-

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lar las prohibiciones, exigían a Hitler que siguiera dando su aprobación a largo plazo al «gabinete de los barones».66 Después de que el 4 de junio se disolviera el Parlamento, el jefe de propaganda del Reich hizo una calculada campaña contra el nuevo gobierno. El 6 de junio publicó un polémico artículo contra el nuevo canciller, y el 14 de junio, poco antes de la readmisión de las SA y las SS, otro enconado ataque contra Von Papen, quien en colaboración con Hindenburg pronto cumplió los compromisos acordados con Hitler, sin lograr con ello evitar el creciente distanciamiento de los nacionalsocialistas respecto a su gabinete. Sólo Gregor Strasser trabajaba en contra de las diligencias que el jefe de propaganda del Reich había convenido con Hitler; durante un discurso pronunciado ese mismo día renunció conscientemente a «una fuerte polémica contra lo pasado y contra los adversarios políticos» y anunció que estaba dispuesto a una verdadera cooperación. Goebbels se indignó de que la prensa contraria calificara este discurso como «sensato en cuanto a la política de Estado». Para él éste era «realmente el juicio más demoledor que se puede imaginar».67 Asimismo, al enfado de Goebbels con Gregor Strasser contribuyó principalmente el hecho de que éste fuera el primer representante del movimiento en dirigirse a la opinión pública a través de la radio del Reich con su discurso sobre «La idea de Estado del nacionalsocialismo». Strasser, responsable de la radiodifusión como jefe de organización del partido y consciente de la significación futura de la radio, había aconsejado a Hitler que añadiera la «libertad de radio», es decir, la apertura de la radio también a oradores y ponentes nacionalsocialistas, a sus condiciones para una posible tolerancia del gobierno de Papen. Ya el 11 de junio, el ministro del Interior del Reich, el barón Wilhelm von Gayl, siguiendo las instrucciones de Papen, proclamó la apertura general de la radio, que daba acceso a los nacionalsocialistas a las ondas del éter.68 Para anunciar a los partidarios revolucionarios del movimiento que el sitio del partido no estaba al lado de la «reacción», y para desbaratar el discurso radiado de Strasser, esa misma tarde, haciendo caso omiso a la

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prohibición de las SA, Goebbels apareció con unos 45 miembros uniformados de éstas en la Potsdamer Platz, el lugar más concurrido de la capital del Reich. Aunque hicieron todo lo posible por provocar, no se movió «ni Cristo». «Los guardias nos miran perplejos y luego apartan la vista avergonzados».69 El primer decreto ley del gabinete de Papen en materia de política económica, fechado el 14 de junio y presentado al día siguiente a la opinión pública, le vino muy bien a Goebbels. Le servía de pretexto para descartar una futura tolerancia del gabinete de Papen. Era «marcadamente capitalista» y afectaba «duramente sobre todo a los pobres. Contra eso sólo cabe la lucha», comentaba Goebbels.70 Durante la campaña electoral parlamentaria, que aumentaba sus revoluciones a principios de julio de 1932 —para enojo del jefe de propaganda del Reich el gobierno había fijado las elecciones para la fecha más tardía posible, el 31 de julio—, Goebbels atacó cada vez con más dureza al gobierno de Papen. Cuando el ministro del Interior del Reich prohibió una marcha de las SA por Unter den Linden, alegando que, de lo contrario, también tendría que autorizársela a los comunistas, 71 esto supuso para Hitler el pretexto esperado para negar de nuevo la tolerancia al gabinete de Papen. Esto dio vía libre a Goebbels para una agitación desenfrenada. Por ejemplo, cuando Von Papen regresó a Berlín a principios de julio con un tratado de la Conferencia de Lausana en el que se establecía el fin de los pagos alemanes a título de reparaciones, transformó su éxito en materia de política exterior en un fracaso.72 La campaña contra Papen alcanzó su punto culminante el 10 de julio, cuando Goebbels habló en el Lustgarten de Berlín, donde Karl Liebknecht había proclamado la república socialista en noviembre de 1918. Durante ese acto fanatizó a 100.000 personas, según creía. «El desafío es acogido por las masas con un entusiasmo nunca visto. Con esta formidable manifestación de masas hemos rebasado los límites. Ahora estamos libres de la política de tolerancia. Ahora podemos volver a marchar en nuestra propia dirección».73 El 18 de julio Goebbels pudo hablar por primera vez en la radio del Reich. Su intervención estuvo precedida por una contundente disputa con el Ministerio del Interior. Allí fue reenviado para su autoriza-

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ción el texto que Goebbels presentó en la emisora Funk-Stunde [Hora de la radio] inmediatamente después de la apertura de la radio para discursos e informes políticos. El texto pasó luego varias veces del consejero ministerial competente —había puesto en el informe la advertencia destinada a su ministro de que «rebasa el marco de lo habitual y de lo admisible en la radio»—74 a Goebbels y viceversa. Como fin del procedimiento, el jefe de distrito formuló de una manera completamente nueva sus comentarios sobre «El nacionalismo como necesidad de la política de Estado»75 y los volvió a presentar bajo el título «Carácter nacional como fundamento de la cultura nacional». 76 Sólo habían faltado «algunas palabras», opinó después de haberse puesto por fin delante del micrófono en la casa berlinesa de la radio. De todos modos, después de esta intervención Goebbels tuvo la sensación de que su discurso no había sido eficaz. Prefería hablar en las asambleas. Entonces estaban las salas repletas y a toda la gente la dominaba un «salvaje entusiasmo combativo».77 El programa con el que Goebbels cargó en este sentido le exigió una absoluta dedicación durante esas semanas^ «Apenas se recobra el juicio.Te llevan de acá para allá por toda Alemania en tren, en coche y en avión. Se llega a una ciudad media hora antes del comienzo, a veces incluso más tarde; luego se sube uno a la tribuna del orador y habla (...). Mientras tanto tiene que lidiar con el calor, con la palabra, con la lógica del pensamiento, con una voz que se vuelve cada vez más ronca, con el problema de una mala acústica, con el aire cargado de 10.000 personas apretujadas que le oprime (...). Cuando se termina el discurso, uno se encuentra como si acabara de salir de un baño caliente vestido hasta arriba. Se sube al coche y viaja otras dos horas».78 El calor de esta campaña electoral durante el verano de 1932 y la anulación de la prohibición de las SA y de las SS, en vigor desde el 16 de junio, provocaron una nueva oleada de violencia en Alemania, en la que, pese a los seis millones de parados, la crisis económica había dejado atrás su peor momento. Al igual que durante el «mayo sangriento» del año 1929, en aquellos días de julio los tanques de la policía se movían ruidosamente por las calles de la capital del Reich. Los asesinatos

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por razones políticas estaban a la orden del día. Desde hacía tiempo, los grandes periódicos ya no informaban sobre actos de violencia aislados, sino que más bien traían noticias colectivas acerca del «frente de la guerra civil». Dos días después de que Hitler comenzara el 15 de julio un nuevo recorrido por Alemania, que le debía llevar hasta final de mes a 50 ciudades del Reich, el terrorismo de los comunistas, provocado por las SA, alcanzó un culmen sangriento en Hamburgo-Altona. En un solo domingo murieron 18 personas. El gobierno prusiano reaccionó prohibiendo todas las manifestaciones al aire libre. Para Goebbels un pretexto más para seguir atizando la crisis: «El gobierno nos golpea porque la Comuna nos dispara. Prohibe nuestras manifestaciones porque los destructores del Estado y de la cultura podrían ser una provocación. Todo el sistema es una auténtica catástrofe y se le puede aplicar el dicho de "a lo que cae, hay que ayudarlo a caer"». 79 Cuarenta y ocho horas después caía el gobierno prusiano y con él el último y más importante bastión de un gobierno y un ejecutivo republicano sólido. Con la funesta argumentación de que el gobierno de Braun ya no era capaz de mantener la paz y el orden, y apoyándose en el artículo 48 de la Constitución, Hindenburg, apremiado por Papen, ordenó su destitución. Al mismo tiempo, el presidente del Reich decretó el estado de excepción en Berlín y en la provincia de Brandeburgo, y confirió el poder gubernamental a Franz Bracht, primer alcalde de Essen y persona de confianza de Papen. Con profundo agrado escuchó Goebbels esta noticia por la radio en Treuenbrietzen, en la Marca de Brandeburgo, mientras estaba en una pequeña taberna.80 Con especial satisfacción veía que sus adversarios más perseverantes y enconados, contra los que había luchado desde su llegada a Berlín y a los que él odiaba por ser una encarnación del «sistema», a saber, el jefe de policía Grzesinski, el comandante de la policía berlinesa, Heimannsberg, y sobre todo el vicepresidente de policía Weiss, habían sido víctimas del golpe que Von Papen había asestado a Prusia. Sólo unas semanas antes, cuando había vuelto a ser injuriado por Goebbels en el Parlamento, el valiente Weiss, confiando en el buen funcionamiento del orden republicano, había presentado una décimo-

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séptima y última querella contra su enemigo. El jefe de policía Grzesinski, que apoyó la instancia, pidió al tribunal competente «que intentara conseguir una pena realmente alta para el inculpado», toda vez que Goebbels «tenía varios antecedentes penales por injurias al vicepresidente de policía».81 Sin embargo, como otra serie de procedimientos, éste también se sobreseyó en diciembre de 1932, como consecuencia de la amnistía navideña del general Von Schleicher. Ahora, en julio de 1932,Weiss, Heimannsberg y Grzesinski, a quien le comunicó por teléfono su destitución un tal teniente general Gerd von Rundstedt,82 fueron arrestados y retenidos durante algunas horas en un club social de la Reichswehr situado en la Seydlitzstrasse berlinesa. Después de que firmaran que tras la destitución de sus cargos no emprenderían ningún acto oficial en la jefatura de policía, fueron puestos en libertad ese mismo día. Poco después de la subida al poder de Hitler, Grzesinski y Weiss abandonaron en dramáticas circunstancias su patria, por cuyo orden republicano habían luchado durante años. Ávido de venganza, Goebbels, que con la desaparición del gobierno prusiano creía estar más cerca que nunca del objetivo de subir al poder, había hecho una lista «con toda la gentuza que había que eliminar en Prusia».Al decir que alguna gente temía que los «barones» no dejaran nada más por hacer, también se incluía sin duda a sí mismo. De buen grado habría ajustado él personalmente la cuentas con sus adversarios de la jefatura de policía, con sede en la Alexanderplatz. Entre sus subordinados, los policías normales, observó ahora una «notable amabilidad».83 En efecto, la policía ya sólo procedía —si es que lo hacía— contra los comunistas. La consecuencia: los disturbios y las luchas callejeras siguieron aumentado. Sólo el 31 de julio, día en que los alemanes elegían su nuevo Parlamento, el terrorismo político se cobró nueve muertos. El resultado de estas elecciones debió de ser decepcionante para el jefe de propaganda del Reich. Lo cierto es que las elecciones de Mecklemburgo, Hesse y Turingia, donde el NSDAP obtuvo la mayoría absoluta o le faltó poco para conseguirla, habían fortalecido su esperanza de lograr lo mismo también en las elecciones parlamentarias. Pero no se

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llegó ni de lejos. Con el 37,3 por ciento de los votos, el NSDAP, que ahora representaba el grupo parlamentario más fuerte, con 230 esca ños, sólo pudo superar exiguamente, pese a todos los esfuerzos, su resultado con respecto a las dos vueltas presidenciales de marzo y abril. Parecía vislumbrarse el final de su prodigioso ascenso. Durante un tiempo también lo vio así Goebbels, en cuyo distrito el NSDAP, con un 28,6 por ciento, aventajaba al resto de partidos —su resultado fue mejor en las zonas burguesas que en los barrios de obre ros—,84 pero aun así estaba muy alejado de la «conquista» de Berlín. «Por esta vía no alcanzamos la mayoría absoluta. Así que hay que seguir otro camino», anotó desilusionado en su diario. 85 La alternativa ante la que veía que se hallaba ahora el partido era: «O la más enérgica oposición o el poder», para erradicar por fin el marxismo. «Tolerar mata», 86 pues eso aminoraba el brío revolucionario del movimiento y amena zaba con desintegrarlo. Pero ¿cómo se podía conseguir el poder? El 2 de agosto Goebbels estaba en el lago Tegernsee cuando Hitler discutía este asunto con sus más altos funcionarios. «¿Legalidad? ¿Con el Centro? ¡Da náuseas! (...) Deliberamos pero no llegamos a ninguna conclusión». 87 Dos días más tarde Hitler hizo saber a Goebbels que iba a comunicar a Schleicher las pretensiones de mando del partido. Apar te de su cancillería iba a exigir —según dijo a Goebbels— carteras ministeriales para Frick (Interior), Góring (Aire), Strasser (Trabajo) y, finalmente, la de Educación Pública para Goebbels. «Eso quiere decir que o todo el poder o nada. Así está bien». 88 Sin embargo, Hitler no pensaba realmente solicitar la cartera de Educación para Goebbels. Sabía muy bien que su entrada en el gobierno sería inaceptable para los «barones». Según informó Schleicher, ese 6 de agosto Hitler quería saber que se salvaguardaría el carácter de un gabinete presidencial y «sólo pretendía introducir cambios en el actual gabinete en la medida en que fuera necesario para su entrada como canciller y la concesión del Ministerio del Interior a Strasser; eventualmente se plantearía la utilización de Góring para cualquier cargo». 89 Cuando ese mismo día Goebbels se encontraba en el Obersalzberg, allí reinaba un ambiente festivo, pues, en su entrevista con Schleicher,

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Hitler había tenido la impresión de que aceptaba sus exigencias. Sin duda con vistas a un reparto de carteras al que se aspiraba para más tarde, le aseguró a Goebbels que, en caso de subir al gobierno, junto a Strasser, Goring y otros nacionalsocialistas, a él le encomendaría, además de la cartera de Educación del Reich, la consejería de Cultura prusiana. 90 «Un gabinete de hombres», celebraba Goebbels, quien creía que el poder pronto sería accesible para sí mismo y para el movimiento de Hitler, un poder al que nunca más renunciarían: «Muertos nos tendrían que sacar. Esta será una solución total. Requiere sangre, pero depura y limpia». 91 Goebbels se veía ahora en una distinguida posición, cuando escribió entusiasmado en su diario después de una conversación con su venerado Führer: «Hemos deliberado sobre todo el asunto de la educa ción pública. Se me encarga la escuela, la universidad, el cine, la radio, el teatro, la propaganda. Un área enorme. Toda una vida llena. Una misión histórica. Me alegro. Estoy de acuerdo con Hitler en todo lo esencial. Eso es lo principal. La educación nacional del pueblo alemán se pone en mis manos.Yo la controlaré (...). He tratado con Hanke en detalle el tema del distrito berlinés. Sigo siendo todo lo que soy. Jefe de distrito, jefe de propaganda del Reich. Representantes por todas partes. Pero la cosa sigue dependiendo de mí». 92 El 9 de agosto se apagó el optimismo de Goebbels. Hitler le expresó el temor de que el camino al poder aún estuviera asociado a muchas dificultades.93 El hecho era que había sabido de Schleicher a través de Strasser que, contra lo que se esperaba, su nombramiento como canciller sería más que cuestionable. Hitler, decidido a jugarse el todo por el todo, escribió en el Volkischer Beobachter que se excluía «una participación insuficiente en el gobierno concedida por condescendencia» y que él debería ser «llamado a liderar un gabinete del Reich formado por personalidades».94 Goebbels aplaudió a Hitler, 95 quien, para insistir en sus exigencias, hizo que se reunieran numerosas unidades de las SA en torno a la capital del Reich 96 y además ejerció presión amenazando con una coalición con el Centro. 97 En esta situación, en la que Goebbels animaba a Hitler a jugarse todo a una carta, fue una vez más Gregor Strasser el que proporcionó mate-

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ria de conflicto dentro del partido. El jefe de organización del Reich abogaba por aceptar una vicecancillería de Hitler. Sin embargo, los periódicos no informaron sólo acerca de esta disparidad de criterios; también entre Goebbels y Hitler había habido diferencias, según algunos artículos. De todos modos, estas afirmaciones carecían de fundamento. Si se formulaban era porque Goebbels, sobre todo en el Angriff, sin tener en cuenta la aspiración a que la «reacción» aprobara una cancillería de Hitler, se las daba de revolucionario, pues a su juicio había que hacer el juego a los seguidores pequeñoburgueses y proletarios del partido para mantenerlos bajo la bandera de la esvástica. Hitler desmintió los «relatos novelescos sobre la "división" dentro de la dirección del partido nacionalsocialista y la "oposición" que, según dicen, ejercen contra mí ciertos líderes, como el doctor Goebbels, Gregor Strasser, etc.». Por el contrario, aseguró «que quizás nunca había existido entre los distintos líderes una conformidad de opiniones más rigurosa y ejemplar sobre la situación política». 98 En Prien am Chiemsee, donde se reunió la dirección del partido el 11 de agosto, Hitler hizo efectiva esta «conformidad» criticando a Strasser —para regocijo del jefe de propaganda del Reich— y declarando su irrevocable decisión de aferrarse a su exigencia de «todo o nada», aunque había oído hablar de la postura negativa de Hindenburg. Como «tormentosa y angustiante» sintió Goebbels la espera de Hitler, después de que éste, acompañado por Rohm y Frick, saliera la tarde del 13 de agosto de la casa goebbeliana del Westend berlinés en dirección al barrio gubernamental con el fin de reunirse con Hindenburg para una entrevista decisiva. ¿Cómo reaccionaría el mariscal de campo? Los que se habían quedado aguardando recibieron la respuesta más rápido de lo que esperaban: el presidente del Reich —una última vez clarividente e inflexible— había rechazado con pocas palabras la exigencia de Hitler de un «poder estatal íntegro a gran escala» y había argumentado su negativa «muy categóricamente» diciendo «que ante su conciencia y sus deberes para con la patria no podía hacerse responsable de encomendar todo el poder gubernamental exclusivamente al movimiento nacionalsocialista, el cual tiene la intención de utilizar este poder uni-

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lateralmente». 99 No obstante, conforme al «plan de domesticación» de Schleicher, le ofreció la vicecancillería, con la que no se conformó Hitler. La entrevista, en la que también participó el secretario de Esta do Meissner, no duró ni siquiera veinte minutos. La maniobra de Hitler para hacerse con el poder había fracasado. Tras la «fría despedida» de Hindenburg, acudieron a la Reichskanzlerplatz para celebrar una sesión de crisis, pues cada uno de los presentes tenía claras las consecuencias del fracaso. Inevitablemente, según Goebbels, «la consecuencia sería una tremenda depresión en el movimiento y en el cuerpo de electores», 100 pues «todo el partido (...) ya contaba con el poder». 101 Especialmente afectadas se verían las SA, en cuyas filas de todos modos se tenía poca simpatía por la trayectoria de legalidad. En efecto, allí la decepción se descargó al grito de «reacción inmediata».102 «Quién sabe si se podrá parar a sus formaciones», era el temor de Goebbels, pues «nada es más difícil que decir a una tropa segura de triunfar que la victoria se ha escurrido de las manos». 103 Mientras que en la capital del Reich corrían como la pólvora rumores de un inminente golpe de Hitler, mientras que la gente se agolpa ba fuera de la casa de Goebbels y se oían continuamente gritos que llamaban al Führer, dentro se trabajaba febrilmente. Rohm y Hitler se esforzaban por convencer a los jefes de las SA —convocados urgentemente, decepcionados y dispuestos a todo— de la falta de perspectivas de un ataque armado. Goebbels escribía un enérgico artículo contra la «reacción». Otros dictaban actas y proclamas. Un mandato dirigido a las SA y a las SS, que se publicó en el Volkischer Beobachter, ordenaba una «breve tregua», durante la cual había que «hacer el más amplio uso de las vacaciones» y «evitar en lo posible las llamadas, los ejercicios, las revistas (,..)».104 Goebbels también se dio una «tregua». El 14 de agosto, mientras que la prensa burguesa alababa a Hindenburg —desde la dimisión de Brüning frecuentemente criticado— como el «guardián de la constitución» y mencionaba el rechazo de Hitler como un paralelo de su victoria en Tannenberg, Goebbels se marchó de vacaciones a la playa del Báltico de Heiligendamm. La derrota del NSDAP le preocupó menos porque

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Hitler, al que admiraba por su «tranquila serenidad», había vuelto a hacer que reafirmara su fe ciega en el triunfo del nacionalsocialismo. Hitler permanecía imperturbable ante todas las vacilaciones, esperanzas, ideas vagas y sospechas, como un «polo inmóvil en el vuelo de las apariencias».105-106 Cuando, tras días de relajación en el Mar Báltico, Goebbels fue lla mado por Hitler a Berchtesgaden, éste estaba de nuevo «lleno de una clara serenidad», 107 a ojos de su seguidor más fiel. Hitler quería conti nuar la vieja línea. Por una parte creía no poder conseguir una mayo ría parlamentaria para el NSDAP, y por otra temía el desgaste del par tido si formaba una coal ición de gobi erno con el Centro, t al como postulaba Gregor Strasser. La «solución de centro» sólo quería ponerla enjuego como medio de presión contra los «barones», para preparar el camino a su cancillería al frente de un gabinete presidencial. El hués ped declaró inmediatamente su total conformidad con su Führer, pues, a diferencia de la oposición o de la coalición, un gabinete presidencial liderado por Hitler tenía al menos «el olor de la ilegalidad», 10 8 puesto que Hindenburg y la Reichswehr bloqueaban un cambio de régimen revolucionario según el modelo de Mussolini. Dada la paralizante resignaci ón que se generalizó en el movimien to a partir del 13 de agosto, el principal interés de la propaganda nacio nalsocialista consistía en acentuar más la apariencia revolucionaria y antirreaccionaria. Con la correspondiente contundencia actuó cuando a finales de agosto, en la localidad altosilesiana de Potempa, cinco miem bros de las SA fueron condenados a muerte por un tribunal especial de Beuthen [Bytom] por el brutal asesinato de un obrero comunista pola co, después de que un decreto ley del gobierno del Reich declarara el estado de sitio como severa amenaza contra el terrorismo político y los actos de violencia. Hitler, al solidarizarse con los asesinos abiertamen te y sin vergüenza alguna —su telegrama a los condenados decía: «¡Camaradas míos! En vista de esta atroz sentencia de muerte me siento uni do a vosotros por un infinito afecto»— 1 0 9 puso de manifiesto lo que entendía por «legalidad» y demostró lo acertado que había sido el pare cer de Hindenburg del 13 de agosto. Aparte de eso, Hitler dirigió duros

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ataques contra Von Papen, cuyo respaldo por parte de los partidos políticos iba desapareciendo progresivamente. Lo denostó como «perro de presa» y calificó la lucha contra un gobierno bajo el que esto fuera posible como un deber de su partido.110 Los juicios contra los miembros de las SA sirvieron a Goebbels de ocasión para atacar no sólo al régimen de Papen, sino al «enemigo universal judeo-marxista» en su conjunto. «Los judíos tienen la culpa», decía en el Angriff la conclusión que sacó de los sucesos de Potempa.111 Como casi siempre, la ruda polémica de Goebbels respondía a algo más que a un cálculo táctico. En el enfrentamiento con la «reacción» podía dar rienda suelta a su odio después de que fracasara la subida al poder. Sin cesar, con una entrega fanática —el hecho de que el 1 de septiembre Magda diera a luz a su primer hijo en común, la niña Helga, significó para él un fausto acontecimiento al margen— pronunciaba discursos incendiarios, agitaba los ánimos en el Angriff y gestionaba la reorganización de la jefatura de propaganda del Reich. El deseo de Goebbels era que en su disposición se perfilaran ya desde entonces las estructuras del ministerio que más tarde pretendía crear y dirigir. Además, gran parte de la organización del partido, que todavía había que arrebatar a Strasser, pasaría a ser competencia suya. Sus planes encontraron la aprobación de Hitler, pues a éste nada le comprometía a hacer promesas sobre las que no era el momento de decidir. El 12 de septiembre los nacionalsocialistas tomaron renovado ímpetu. En lugar de apostar por abrirse paso ellos mismos, aspiraban a la destrucción del gabinete de Papen y de los restos del sistema presidencial. Así, Goebbels pudo constatar con satisfacción que la primera aparición del canciller —cuyo gabinete se encontraba irremediablemente aislado por los partidos políticos— en el nuevo Reichstag terminó con «la derrota parlamentaria más terrible que ha habido nunca». 112 Góring, quien como representante del grupo parlamentario más fuerte fue elegido presidente del Reichstag con los votos del Centro, sucediendo así al socialdemócrata Lóbe, nada más comenzar la sesión dio la palabra en armoniosa cooperación al presidente del grupo del KPD,ErnstTorgler, para una moción de censura, y ello pese a que Von Papen señaló estar

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dispuesto a una disolución del Parlamento. Sin brindar a Papen la oportunidad de dar lectura a la orden de disolución del presidente del Reich, apresuradamente preparada, Góring sometió acto seguido el asunto a votación, de manera que el canciller del Reich no pudo evitar la manifiesta derrota. Sólo 42 de 512 diputados le otorgaron la confianza. Así pues, una nueva campaña electoral —como fecha se fijó el 6 de noviembre de 1932— resultó inevitable. Goebbels sabía que esta vez las probabilidades de éxito serían mucho menores, dado el callejón sin salida al que se habían dirigido desde agosto, por lo cual se abstuvo de pronósticos optimistas.113 Ahí estaban los efectos psicológicos paralizantes del 13 de agosto y de los asuntos de Potempa. Además era palpable el hastío de la población por ser llamada a las urnas ya por quinta vez en el plazo de un año.Y finalmente estaban las cajas vacías, 114 que dificultaban el trabajo del jefe de propaganda del Reich, quien para la fase de la campaña electoral volvió a trasladar su oficina a Berlín —ahora en la central del partido donde se acababan de instalar en la Vosstrasse. Goebbels apostó ahora por un activismo total y movilizó en esta campaña electoral todos los medios imaginables. El Angriffy otros periódicos de la prensa nacionalsocialista aparecerían dos veces al día. En particular disponía, al igual que en las campañas precedentes desde 1930, de una combativa reserva de unos mil oradores del partido, según su propio testimonio, los mejores que había dado nunca Alemania.115 Desde 1928 eran formados sistemáticamente en una «escuela de oratoria del NSDAP» bajo control de la «jefatura de propaganda del Reich», con el objeto de asegurar un estilo propagandístico uniforme para los aproximadamente 34.000 mítines.116 Al frente de todos estaban naturalmente él mismo y Hitler, que repitió su gira por Alemania también durante esta campaña. Una motivación adicional supuso para Goebbels la orden de Hitler según la cual Gregor Strasser le tenía que transferir el control sobre los asuntos de la radio. Así pues, Goebbels se hizo cargo —junto con su infraestructura ya muy desarrollada— de la «Federación del Reich de radioyentes alemanes para la cultura, la profesión y la nacionalidad»,117 creada en agosto

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de 1930 por el DNVP y la Stahlhelm y desde marzo de 1932 controlada exclusivamente por los nacionalsocialistas .Ya desde finales de 1930, por asimilación con la organización del partido, se había instalado una red de observatorios radiofónicos de los grupos locales, de distrito y circunscripción, que difundían la propaganda contra la «radiodifusión judeo-marxista». En las propias emisoras se fundaron «células de empresa» nacionalsocialistas, que, en caso de una toma del poder nacionalsocialista, deberían asumir las funciones más importantes de la emisión y hacer frente a cualquier resistencia. Goebbels siguió ampliando de inmediato esta infraestructura, formuló un nuevo «programa para la toma de posesión de la radio»118 y elaboró nuevas listas de personal con el fin de estar bien preparado para la «hora X».119 En la campaña electoral pendiente veía Goebbels el «último enfrentamiento» que tenía que realizar el NSDAP antes de su subida al poder. Aunque en todo el Reich libraban sangrientas luchas callejeras las SA y los miembros del aparato militar ilegal del KPD, aislado por su postura antisocialdemócrata, este «último enfrentamiento» debía dirigirse ajuicio de Goebbels contra la «reacción».A finales de septiembre —en este mes se solidarizaron el NSDAP y el KPD con la huelga de arrendatarios de Berlín— había comenzado la campaña con una orden del partido que prohibía a los nacionalsocialistas comprar periódicos burgueses.120 Goebbels se apuntó un éxito el 19 de octubre cuando aceptó una invitación del DNVP a la Neue Welt [Nuevo Mundo], una sala de la Hasenheide berlinesa,121 para intervenir en una gran asamblea del partido de Hugenberg.Tras haberse preparado concienzudamente, tras ser introducido a hombros por los miembros de las SA en la sala, en la que se habían reunido subrepticiamente más compañeros del partido que nacionalistas alemanes, le resultó fácil asombrar a todos con sus argumentos. En «una extraordinaria oleada de entusiasmo» debió de alborotarse la sala. Las «espontáneas manifestaciones callejeras» que siguieron a la asamblea, durante las cuales se entonó repetidamente la canción de Horst Wessel, aún no se habían disuelto cuando Goebbels ya estaba dando directrices a la prensa propia. Se imprimieron en gran tira-da números especiales del Angriff, pues sospechaba que los nacionalis-

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tas alemanes se servirían de la preponderancia de su prensa para «dar el cambiazo» y transformar su derrota en victoria.122 Goebbels, que en esta campaña electoral volvía a denunciar la «dictadura de los ricachones»,123 sintió casi como una traición el hecho de que Gregor Strasser sacara consecuencias del 13 de agosto y confirmara durante sus intervenciones oratorias su voluntad de colaborar con los nacionalistas alemanes de Hugenberg, así como que repitiera su afirmación del 10 de mayo de que el movimiento nacionalsocialista estaba dispuesto a cooperar con cualquiera que diera el sí a Alemania y que quisiera salvarla junto con los nacionalsocialistas.124 Tales intervenciones de Strasser, como la que tuvo lugar en el palacio de deportes dos días después del triunfo goebbeliano en la Neue Welt, indignaban al jefe de propaganda del Reich, tanto más cuanto que la prensa burguesa informaba por extenso sobre ellas, haciendo pública por tanto la desunión dentro del NSDAP. Otra confusión respecto a la posición política del NSDAP la provocó Goebbels cuando el 2 de noviembre de 1932 comenzó la huelga en la compañía de transportes berlinesa, la BerlinerVerkehrsgesellschaft. En esta piedra angular de la economía municipal, en su día alabada y admirada por su expansión y modernidad y ahora en la crisis sentida como una abrumadora carga que ponía a la ciudad al borde de la insolvencia,125 los salarios se iban a reducir mínimamente con arreglo a un decreto ley del gobierno del Reich. Aunque sólo se trataba de dos pfennigs a la hora, en sus diarios Goebbels se engañaba a sí mismo argumentando que de esta manera se ponían en peligro «los derechos vitales más antiguos de los trabajadores del tranvía».126 Pero, una vez más, esto le brindaba una gran oportunidad para presentar a la opinión pública la alternativa «de que el propósito y la intención de nuestro rumbo antirreaccionario nacen realmente desde dentro, de que el NSDAP representa en efecto una nueva forma de actuación política y un alejamiento consciente de los métodos burgueses».127 Por orden suya, la Organización Nacionalsocialista de Células de Empresa declaró su disposición a la huelga. Lo mismo hizo la Oposición Sindical Revolucionaria (Revolutionáre Gewerkschafts-Opposi-

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tion, RGO). Cuando en el referéndum bastante más de la mitad de la plantilla se declaró a favor, la huelga se convocó esa misma tarde. Goebbels reaccionó con enojo a la información de la prensa burguesa, según la cual él había promovido esa huelga a espaldas de Hitler para dar al partido una «orientación bolchevique»; en realidad Hitler había aprobado su punto de vista y, según Goebbels, había hablado por teléfono con él a cada hora. «Si no hubiéramos actuado así, ya no seríamos un partido socialista y de trabajadores», 128 y eso lo seguía siendo el NSDAP en la imaginación idealista de Goebbels. Mientras que, solidariamente unidos, Goebbels y Ulbricht, quien había asumido el liderazgo huelguista por parte del KPD, fustigaban a los «opresores de los trabajadores» y a la «reacción» en el Angriff o en el Rote Fahne, prohibido desde el comienzo de la huelga pero que se seguía imprimiendo y distribuyendo ilegalmente, los piquetes nacio nalsocialistas y comunistas marcharon hasta las puertas de la estación de depósito. Miembros de las SA y combatientes rojos del Frente recorrían juntos las calles de Berlín para apalear a los esquiroles y destruir autobuses y tranvías de la empresa de transportes berlinesa que estu vieran en marcha. El 4 de noviembre se intensificó la violencia. Se pro dujeron graves enfrentamientos entre los huelguistas y la policía, en cuyo transcurso murieron a tiros tres personas y casi cincuenta resul taron heridas.129 La participación de los nacionalsocialistas en la huelga de la empresa de transportes berlinesa atizó los primitivos miedos burgueses. La imagen de las SA, sus métodos, así como las consignas socialistas de la propaganda del partido hacían temer que el ala socialista de éste volviera a ganar influencia y que la cooperación entre los extremistas de izquierdas y de derechas fuera sólo el principio. El Deutsche Allgemeine Zeitung, de la derecha liberal, veía también en la huelga un «aconteci miento de gravísimo alcance».130 Al día siguiente se observaba en el mismo periódico «cuan profundamente ha calado en el pueblo alemán el pensamiento proletario y de lucha de clases, y también —y ésa es la mayor diferencia con respecto a las huelgas del mismo tipo de 1919 y 1923— en el bando de la derecha». 131

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El discurso que Von Papen dirigió al pueblo a través de todas las emisoras alemanas dos días antes de las elecciones parlamentarias subrayó precisamente esta contradicción de manera explícita, con el objetivo de agravar las diferencias dentro del movimiento nacionalsocialista. Se había dado crédito al «grito de guerra de Hitler contra el marxismo y a favor de la renovación nacional». Ahora los nacionalsocialistas intentaban hacer fracasar el programa económico del gobierno del Reich colaborando con el «bolchevismo ateo», lo que significaba la «muerte de nuestra milenaria cultura». Esto era un atentado contra la nación, que había movilizado aquí sus últimas reservas de energía.132 La tormenta de indignación, la exaltación con que reaccionó la opinión pública dejó ver a Goebbels rápidamente que la campaña surtiría más bien un efecto desfavorable para el resultado de las elecciones parlamentarias. Aunque pensaba que el prestigio del partido había aumentado en pocos días «espectacularmente» entre la clase obrera, tenía que reconocer que posiblemente esto no se traduciría todavía en las presentes elecciones. Pero él se dejaba guiar por la consideración de que este «activo» tendría un valor incalculable en el futuro. Había que operar con largos periodos de tiempo, «pues en definitiva queremos conquistar Berlín, y ahí no importa si perdemos varias decenas de miles de votos en unas elecciones más o menos intrascendentes, que de todos modos carecen de significación en la lucha activa y revolucionaria».133 Probablemente debido a los pronósticos no demasiado buenos, a Goebbels le parecía que pesaba sobre Berlín un «ambiente sofocante, bochornoso». El mismo día de las elecciones —ese 6 de noviembre de 1932 estuvieron parados los medios de transporte como consecuencia de la huelga en la empresa berlinesa— transcurrió para él con una «tremenda tensión».134 La pregunta clave era a cuánto ascenderían las pérdidas. Los resultados que llegaban por la tarde desde los distritos burgueses de Berlín no auguraban nada bueno. En Zehlendorf el NSDAP perdió un 7 por ciento de los votos, en Steglitz el 6 y en Wilmersdorf más de un 5 por ciento. Pero los nacionalsocialistas también sufrieron pérdidas en las circunscripciones de obreros, como Wedding y Friedrichshain, aunque fueron mínimas.135 En conjunto, cayeron de un 28,6

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a un 26,2 por ciento en la capital del Reich. Por el contrario, el KPD, ahora el partido más fuerte de Berlín, obtuvo un 31,3 por ciento, aventajando así por primera vez al SPD, por el que sólo optaron un 23,3 por ciento de los electores.136 En Berlín, las pérdidas del NSDAP fueron menores que en el promedio del Reich. Allí se apartaron del NSDAP más de 2 millones de votantes, lo que supuso un retroceso del 37,3 al 33,1 por ciento, aunque siguió siendo con diferencia el grupo parlamentario más numeroso con 196 diputados. También el Centro y el SPD obtuvieron peores resultados que en las pasadas elecciones. En comparación, el KPD, el DNVP y partidos menores como el DVP registraron ascensos considerables. Ahora ya no existía la posibilidad de que el NSDAP formara mayoría con el Centro, con lo que el DNVP alcanzó su objetivo de recuperar una posición clave. Goebbels sabía que las consecuencias de la derrota serían serias, pues el movimiento nacionalsocialista había perdido su aureola de marcha imparable hacia el poder. Sin embargo, «no tenemos que hacernos reproches por eso»,137 se decía.Ahí estaba por una parte el 13 de agosto, que, a juicio de Goebbels, las masas aún no habían llegado a comprender; no mencionó Potempa, al menos en la versión publicada de su diario. Pero también estaba el «aprovechamiento sin escrúpulos que había hecho la propaganda nacional-alemana de nuestros contactos con el Centro».138 Al hecho de que hubiera fracasado completamente la participación de los nacionalsocialistas —por él iniciada— en la huelga del transporte berlinés, a la que se prestó atención en todo el Reich y de la que esperaba una infiltración en el potencial electoral de los trabajadores, le dio artificiosamente la vuelta. Apoyándose en una comparación con las elecciones de 1919 y 1932, escribió en el Angriff. «Teniendo en cuenta las cifras electorales más altas y que los votos marxistas sólo han permanecido igual, se ha producido en efecto una decisiva infiltración en el bando marxista».139 Puesto que Hitler llamaba a la prosecución de la lucha,140 Goebbels también volvió a mirar enseguida hacia adelante. En Munich, Hitler le orientó sobre el rumbo a seguir. La «reacción» se quedará asombrada.

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«Nosotros no hacemos nada a medias», 141 manifestó en su diario, aliviado por la tenacidad de su Führer. Por este Hitler, que al atardecer, en el círculo íntimo, relató alguna desesperada situación de la guerra mundial y finalmente dejó que leyera en alto una de sus cartas de campaña; por un «hombre tan fabuloso», él también quería dar su vida. Pese a la energía con que Goebbels pensaba reemprender la lucha, tras regresar a Berlín pronto tuvo que darse cuenta con desencanto de que el «despecho inicial» en el partido había dado paso a una «lángui da depresión». En todas partes surgían ahora la indignación, la disen sión y las discrepancias. «Así pasa siempre: tras la derrota sale a flote todo lo peor, y hay que matarse semanas enteras trabajando contra eso». 142 A ello se sumaba el estado cada vez más desconsolador de la caja del partido, dado que el ingreso de donaciones remitió rápidamente. «Sólo ruina, deudas y obligaciones», se quejaba Goebbels. 143 Se trataba sobre todo de deudas cambiarías de pequeños acreedores, proveedores, sastres, pequeñas constructoras, que, mientras el partido progresaba y la toma del poder parecía estar cada vez más cerca, contaban con recobrar su dinero con intereses e intereses acumulados, y que ahora habían perdido la paciencia. El Vossische Zeitung se burlaba de ello diciendo que sin duda no era una casualidad que los miembros de las SA inundaran las calles con el sonsonete de sus alcancías y que por ejemplo en el centro de Berlín superaran con mucho el número del resto de mendigos. En lugar de «para la colecta invernal del NSDAP» debería rezar «colecta invernal para el NSDAP».144 En vista de la seria crisis del partido, Goebbels y Hitler acordaron que todos los trabajos de organización y fomento internos tenían que supeditarse «a la única misión de intensificar exteriormente nuestra propaganda».145 Goebbels aguijoneaba sin cesar a los colaboradores y compañeros del partido. El mismo se impuso la tarea adicional de escribir todos los días un artículo contra el gabinete. «La gota de agua horada la piedra. No es que se vea de inmediato el éxito de estos ataques, pero a la larga no quedarán sin efecto», se decía, dándose ánimos. 146 Esos ánimos los iba a necesitar, pues Hitler y Goebbels tuvieron que hacer frente al verdadero problema cuando, por la presión de Schlei-

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cher, que desde el 13 de agosto se había apartado de «su» canciller, el 17 de noviembre de 1932 Papen presentó la dimisión de su gabinete, aislado parlamentariamente, con el fin de dar a Hindenburg vía libre para negociar con los líderes de los partidos. El resultado de las elecciones había disminuido sustancialmente las probabilidades de éxito de una cancillería de Hitler con respecto al 13 de agosto, no tanto porque el NSDAP ya no pudiera formar mayoría con el Centro, con lo que asimismo desaparecía la amenaza de una coalición, sino más bien porque entre los adversarios del partido se generalizó la certeza de que el NSDAP había dejado atrás su mejor momento. El jefe de propaganda del Reich se dio cuenta con preocupación de la discrepancia entre la esperanza y la posibilidad real, que necesariamente desembocaría en una repetición del 13 de agosto con sus devastadoras consecuencias psicológicas. En efecto, los adeptos del partido creían que ahora Hindenburg nombraría a Hitler. Delante del hotel Kaiserhof, desde donde el cabo de la guerra mundial intentaba hacer por segunda vez su «jugada para alcanzar el poder», la gente se reunió en aquellos días de noviembre y prorrumpió en vivas a Hitler, el futuro canciller, aunque después de dos encuentros entre éste y el «viejo señor» los diálogos ya habían tocado fondo. Hindenburg había establecido la condición de que Hitler se buscara una mayoría parlamentaria. Aunque el secretario de Estado Meissner se esforzó extraordinariamente por hacer atractiva a Hitler una mayoría de ese tipo, a partir de la cual pudiera formarse una cancillería presidencial,147 éste —estimulado por Goebbels, que defendía con perseverancia el «todo o nada»— respondió a través de un memorándum que semejante «encargo era irrealizable debido a su contradicción interna». Como consecuencia, Hindenburg rechazó las exigencias de Hitler, repetidas en el memorándum, aunque renombrados industriales y grandes terratenientes habían intercedido en su favor. Temía con razón que un «gabinete presidencial liderado por los nacionalsocialistas se convierta forzosamente en una dictadura del partido, con todas sus consecuencias para la agudización de las diferencias en el pueblo alemán: el señor presidente del

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Reich no podría tolerar ante su juramento y su conciencia el haberlas motivado».148 Ni las declaraciones de prensa de Goebbels ni el «imperturbable llamamiento» de Hitler al partido pudieron finalmente hacer olvidar que su nueva maniobra para conseguir el poder había fracasado inesperadamente pronto. En modo alguno «se había evitado felizmente otro 13 de agosto», tal como Goebbels quería creer y hacer creer; y el partido ya no estaba «firme e inquebrantable», pues tras el desastre de las elecciones de noviembre se habían alzado las voces de aquellos que temían que la continua oposición arruinara al movimiento nacionalsocialista. Al frente de todas esas voces estaba la de su antagonista Gregor Strasser. Puesto que la prensa informaba cada vez con más frecuencia de la disparidad de criterios dentro del partido, que poco a poco se iba agravando y convirtiendo en disputa, Strasser, Goebbels, Frick, Góring y Rohm reaccionaron con una declaración conjunta que se publicó el 25 de noviembre en el Vólkischer Beobachter y en la que tildaban tales informes de «noticias tendenciosas sin fundamento», al tiempo que confirmaban que iban a «permanecer unidos en una diamantina lealtad al Führer del movimiento».149 Sin embargo, esto alimentó las especulaciones contrarias, máxime cuando el mismo día se podía oír en el Ministerio de la Reichswehr que la actitud de Strasser con respecto a Hitler sólo derivaba del espíritu de compañerismo. Se decía que Strasser estaba dispuesto a reemplazarle personalmente.150 El 4 de diciembre, el día después de que Hindenburg nombrara al general Von Schleicher canciller presidencial tras haberse impuesto a Papen, Schleicher volvió a tomar contacto directo con Strasser para ofrecerle el cargo de vicecanciller y el Ministerio de Trabajo. Detrás se escondía el plan de Schleicher de dividir al NSDAP, para lograr una tolerancia del gobierno por parte de todos los partidos a través de un «eje sindical». Cuando Goebbels se enteró del encuentro de Strasser con Schleicher, habló enseguida de la «peor traición al Führer y al partido» e instigó a Hitler contra su representante, porque ahora creía poder vencerlo definitivamente.151

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Goebbels esperaba que la ruptura tuviera lugar en el congreso de dirigentes celebrado en el hotel Kaiserhof el 5 de diciembre, durante el cual Strasser intentó otra vez ganarse a Hitler para la causa de una tolerancia con Schleicher, ya que éste amenazaba con nuevas elecciones. Pero en el momento actual unas elecciones serían funestas para el partido, como demostró el resultado de las elecciones municipales turingenses, en las que el NSDAP había sufrido serias pérdidas en comparación con las elecciones del 31 de julio. Por el contrario, Hitler hizo considerar que la mera participación en el gobierno significaría la derrota segura del «movimiento». No afloraron sin embargo los «más duros enfrentamientos»,152 que más bien respondían a los deseos de Goebbels. Hitler se esforzó para que la cuestión no se convirtiera en una prueba de nervios y por conservar al mismo tiempo su margen de acción político. Gracias a su superioridad retórica, frente a la disyuntiva entre tolerancia o disolución del Parlamento y nuevas elecciones, supo mostrar una tercera vía que por el momento ayudó a evitar la ruptura. Hitler propuso conceder a Schleicher un «plazo de circulación», estableciendo como condiciones la amnistía, el «restablecimiento social», el derecho a la legítima defensa, la libertad de manifestación y el aplazamiento provisional del Parlamento.153 Él éxito que se le negó a Strasser tanto aquí como durante una reunión del grupo parlamentario, en la que Hitler —de nuevo sin comprometerse definitivamente— lamentó el «afán de transigir» dentro del partido, al final le hizo renunciar.Tras otra disputa con Hitler que Goebbels avivó enérgicamente, en cuyo transcurso el Führer prohibió a Strasser aceptar cualquier cargo en el gabinete de Schleicher y además le incriminó «las sospechas más canallas», Gregor Strasser se dio por vencido.154 Los «tétricos muchachos» del entorno más directo de Hitler, el pérfido «diablo cojo» Goebbels, el «cerdo» Rohm y Góring, el «brutal egoísta al que Alemania le trae sin cuidado» —así expresó su opinión sobre ellos el patriota nacionalsocialista Strasser— estaban cerca de conseguir su objetivo.155 La mañana del 8 de diciembre, Gregor Strasser remitió a Hitler, que residía en el hotel Kaiserhof, un escrito en el que declaraba no poder

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compartir ya el rumbo político del partido, consistente en dejar que Alemania se arrojara al caos y sólo después comenzar los trabajos constructivos nacionalsocialistas. Por ese motivo quería dimitir de sus car gos en el partido, renunciar a su escaño parlamentario y volver al movimiento como «soldado raso». 156 Así pues, Goebbels vio llegado el momento en el que su oponente consumaba su «traición» públicamente. A eso se ajustaba un artículo publicado el 9 de diciembre en el Tagliche Rundschau [La revista diaria], un periódico cercano a Schleicher. En él se exigía una reforma del NSDAP bajo el liderazgo de Strasser, en la que debían participar todas las fuerzas del partido con voluntad constructiva. Como parte de la «conjuración» vio Goebbels también el hecho de que al mismo tiempo otro de sus antiguos rivales, el programático Feder, pidiera de repente su suspensión a Hitler, porque veía amenaza da la fuerza de choque del partido con la proyectada disolución del departamento principal IV —dirigido por él— para la economía de la «dirección del Reich» y del departamento de ingeniería técnica. 157 Mientras que Hitler aún temía, como especulaba erróneamente la prensa liberal, que Strasser emprendiera ahora un «ataque general» y amenazara, en caso de una división del movimiento, con romper las relaciones en tres minutos, 158 Goebbels aprovechó la crisis para seguir dándose importancia ante el Führer con una eficiente gestión de la crisis. En total acuerdo con Hitler, el 8 de diciembre ya había declarado mediante un comunicado de la oficina de prensa del Reich que Strasser se tomaba con permiso del Führer tres semanas libres por motivos de enfer medad. «Todos los demás rumores e informaciones al respecto son falsos y carecen de todo fundamento». En el Angriff Goebbels fue más claro. Allí se podía leer que la excedencia de Strasser nunca podría impedir el hecho de que el NSDAP prosiguiera su camino «con los objetivos cla ros y sin ninguna claudicación». El Führer no traicionaría el programa que le había dado desde el principio ni ante el «marxismo» ni ante la «reacción», aunque costara sillones ministeriales. 159 La superación de la crisis dependía decisivamente de hasta qué punto se lograba comprometer con Hitler a los funcionarios del partido y, sobre todo, a los potenciales partidarios de Strasser. Las condiciones no

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eran malas, pues Strasser —tal como se averiguó entretanto— había abandonado Berlín con rumbo a Italia para pasar allí unas vacaciones. Esto hizo que se desplomara la teoría de la conspiración, difundida en el entorno de Hitler principalmente por Goebbels. Así pues, la tarde del 10 de diciembre de 1932, a Hitler le resultó fácil poner al partido de su lado sin atacar directamente a Strasser, primero ante los jefes de distrito e inspectores, después en la casa de Góring ante el grupo parlamentario. Si, por el contrario, Goebbels manifestó que Hitler había hablado «demoledoramente contra Strasser y aún más contra Feder» y se había apuntado un gran éxito, fue porque se produjo de manera espontánea una declaración de lealtad de la que Goebbels concluyó con demasiada precipitación: «Strasser está solo. ¡Es hombre muerto!».160 Tras seis años de lucha, Goebbels creía haber «aniquilado» definitivamente a Gregor Strasser, pues ya el 8 de diciembre Hitler había distribuido delante de él el aparato de poder del jefe de organización del Reich. La cartera de Educación Popular se desgajaría de la jefatura de organización del Reich —que ahora Hitler quería asumir personalmente— y se transferiría a Goebbels.161 Sin embargo, muy poco después Goebbels tuvo que comprobar que las cosas no habían llegado ni mucho menos tan lejos como él había sospechado. La costumbre de Hitler de tomar una última decisión sólo cuando fuera inevitable y se impusiera por sí misma le había permitido evitar una ruptura definitiva con Gregor Strasser. Así pues, Hitler se distanció del artículo del Angriffy declaró en él el 12 de diciembre que los comentarios reproducidos tres días antes sobre la suspensión de Gregor Strasser no eran aprobados por él, ya que «cbntienen algunas observaciones carentes de delicadeza». Como consecuencia, Goebbels se apresuró a asegurar en el Angriff su subordinación a Hitler, subrayando como tan a menudo lo había hecho que él no representaba ninguna dirección particular dentro del partido. Para él había «una única dirección, y ésa es la que determina el Führer».162 Aunque las opiniones dentro del partido, como Goebbels tenia que reconocer, estaban «todavía divididas», Hitler logró superar la aguda cri-

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sis. Mucha importancia tuvo el hecho de que, por el momento, se pudieran evitar nuevas elecciones parlamentarias, pues las esperanzas continuamente frustradas del año 1932 habían tenido un precio por lo que respectaba al número de adeptos. A un ritmo vertiginoso le dieron la espalda al partido, que al parecer estaba en quiebra. Esta tendencia se vio favorecida por la situación política general. Gracias a los esfuerzos del gobierno de Brüning, después de las reparaciones también se anularon las restricciones militares establecidas en el Tratado de Versalles. Asimismo, la crisis económica, que había hecho irrupción en Alemania con la caída de la bolsa de Nueva York y cuyas consecuencias sociales habían contribuido a preparar el camino al nacionalsocialismo, parecía haber dejado atrás su peor momento, si bien la cifra de desempleados seguía tocando la barrera de los seis millones. La sensación de haber pasado ya el momento más crítico, aunque no se hubiera abierto paso entre los sectores más amplios de la población, era perceptible en los editoriales de los grandes periódicos con motivo del cambio de año de 1932 a 1933. El Frankfurter Zeitung creía, poder constatar que «el violento ataque nacionalsocialista al Estado» se había rechazado.163 A las malas perspectivas de futuro del partido, que Goebbels concebía como las últimas pruebas antes de subir al poder, se sumó a finales de año la enfermedad de su esposa. Después de que el 23 de diciembre de 1932 ambos volvieran a casa tras la celebración de Navidad del distrito, la invadió un repentino malestar. El doctor al que llamaron, el profesor Walter Stoeckel, la autoridad de esa época en materia de ginecología, ordenó su inmediato ingreso en la fundación Ida Simón, el servicio privado de la clínica ginecológica universitaria, donde Magda había dado a luz.164 La situación de Magda era grave, tal como explicó el profesor Stoeckel a Goebbels el día de Nochebuena.165 La enorme tensión de las últimas semanas y meses había dejado huella en la mujer, que acababa de ser madre por segunda vez. Volvieron a aparecer aquellos espasmos cardiacos a causa de los cuales ya tuvo que someterse una vez a tratamiento médico tras la muerte repentina del hijo de Quandt, Hellmuth, algunos años antes, aún durante su matrimonio con éste.

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Cuando parecía que le volvía a ir mejor, Goebbels, que había pasado la Navidad con su hijastro Harald, viajó a Berchtesgaden para pasar allí el fin de año en compañía de Hitler y de otros nacionalsocialistas prominentes. Mientras que desde Berlín llegaban noticias de que su mujer había vuelto a empeorar, allí se abrían para Hitler y su partido en vías de descenso perspectivas que podrían cambiar su destino aparentemente ineludible. El hecho era que Ley había llegado al Obersalzberg en compañía de un «señor de Colonia» que transmitió a Hitler la noticia de que Von Alvensleben y Von Papen querían entrevistarse con él. El día de Año Nuevo, María, la hermana pequeña de Goebbels, que se encontraba en Berlín, tuvo que hacer volver urgentemente a su hermano, pues el estado de salud de Magda había empeorado dramáticamente.166 Así se le escapó a Goebbels que ya el 4 de enero —para entonces Magda había pasado lo peor— tuvo lugar el encuentro acordado en el Obersalzberg en casa del barón Kurt von Schróder, banquero de Colonia y presidente del Herrenklub [Asociación de Caballeros] de la ciudad catedralicia. Sólo al día siguiente se enteró de la «sensación», como calificó el acuerdo entre Von Papen y Hitler. Éste le informó por extenso acerca de ello y Goebbels anotó en su diario: «Papen rigurosamente en contra de Schleicher. Lo quiere derribar y quitar de en medio. Todavía le escucha el viejo. Incluso vive con él. Se ha preparado un acuerdo con nosotros. O bien la cancillería o bien ministerios de poder. Defensa e Interior. Eso ya suena bien. Schleicher no tiene ninguna orden de disolución.Va de mal en peor».167 Si Schleicher, sobre el que Goebbels ya había profetizado en diciembre que fracasaría a causa de sus propias artimañas, iba «de mal en peor», era porque sus esfuerzos por encontrar una amplia base para su gabinete habían sido infructuosos. Aunque seguía pugnando por conseguir a Strasser y circulaban todo tipo de rumores al respecto, no había logrado poner de su parte a vastos sectores del NSDAP. La dirección del SPD rechazaba «cualquier pacto», y también la lucha del general por los sindicatos fracasó en esos días. Así, Schleicher perdió todo su crédito entre los derechistas, desde cuyas filas ahora se intrigaba con más intensidad contra su gabinete, aislado por los partidos políticos.

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Con un determinante despliegue de fuerzas, al NSDAP le importaba ahora dar la impresión de que había superado el bajón y de que aspiraba de manera imparable al poder. En la capital del Reich, además de innovaciones organizativas, Goebbels efectuó cambios de personal. Así, tal como había proyectado ya en diciembre del año anterior, sustituyó a Lippert, que a su juicio se había vuelto demasiado cómodo, por Kampmann como redactor jefe. De este modo, Goebbels había querido confiar la jefatura de redacción a un activo propagandista berlinés, para que también el A ngriff asumiera con más fuerza el liderazgo propagandístico en esta «lucha final», recordaba más tarde Kampmann.168 Además de los numerosos grandes mítines y desfiles planeados para enero de 1933, la muerte del joven hitleriano berlinés Walter Wagnitz y del miembro de las SA Erich Sagasser vinieron muy a propósito, pues las dos «víctimas sangrientas» ofrecían además a Goebbels la posibilidad de movilizar al partido berlinés y de hacer constar su presencia en la opinión pública. Según esto, las escenificaciones de Goebbels fueron espectaculares. «Como a un príncipe» se debía enterrar a Wagnitz. El 6 de enero, en dimensiones hasta ahora casi desconocidas, el cortejo fúnebre, encabezado por él y otros «grandes del partido», marchó «entre interminables multitudes», para terminar con un «espectáculo» de entierro también ante «inmensas multitudes».169 Cuando Sagasser, que en diciembre había sido apuñalado por un comunista en Moabit, sucumbió a sus heridas el 8 de enero, no iba a correr distinta suerte.170 En esta situación, las elecciones fijadas para el 15 de enero en el minúsculo Estado de Lippe tuvieron una trascendental importancia psicológica. A Goebbels le costó mucho trabajo reunir los fondos necesarios. Pero concentró todas las energías en este pequeño land, con sólo 100.000 personas con derecho a voto, para dar lugar a un éxito de prestigio que el NSDAP necesitaba urgentemente. El plan general que elaboró para esta campaña electoral —en el Angriff se vendió como un «asalto»—m preveía la gran entrada en acción de todos los oradores prominentes del partido. Él mismo habló diariamente durante los últimos días antes de las elecciones en las ciudades y pueblos de Lippe. Durante la «batalla por la tierra de Arminio», como calificó la campa-

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ña electoral del lugar aludiendo a la importante victoria del Querusco, Goebbels se reunió en algunas ocasiones con Hitler, quien le informaba en cada caso sobre los últimos progresos. Aunque Hindenburg se siguió resistiendo, después de que el 15 de enero casi el 40 por ciento de los electores de Lippe votaran a los nacionalsocialistas, éstos dieron un paso decisivo para la consecución de su objetivo. Si bien seguían siendo menos votos de los que el NSDAP había obtenido allí en las elecciones parlamentarias del 31 de julio de 1932, y con aproximadamente 40.000 votos sólo 6.000 más que los del 6 de noviembre de 1932, el efecto psicológico fue enorme. Muy seguro de sí mismo escribió Goebbels en su periódico de lucha bajo el título «¡Victoria de Hitler! El dictamen popular de Lippe», que «el movimiento nacionalsocialista ha superado el estancamiento al que le habían forzado temporalmente las maniobras sin escrúpulos de gobiernos de apariencia nacional, y ahora vuelve a la ofensiva en toda la línea. Aquello que amplios sectores del electorado no pudieron entender en agosto, septiembre, octubre y noviembre del año pasado, eso lo empiezan a comprender ahora paulatinamente: que el 13 de agosto y el 25 de noviembre Hitler hizo bien en rechazar la responsabilidad si no se le concedía al mismo tiempo la correspondiente plenitud de poderes».172 La satisfacción también parecía llegarle a Goebbels en el asunto de Strasser, quien tras su regreso a la capital del Reich el 3 de enero había provocado gran confusión: en los periódicos se leía incluso que era inminente su nombramiento como vicecanciller. Lo cierto era que Hitler había mantenido sin aclarar la relación con Strasser —quien esperaba una reconciliación con él— mientras se vio obligado a tener en cuenta los ánimos dentro del partido. Cuando el resultado de las elecciones confirmó la validez de la trayectoria de Hitler, abandonó definitivamente al viejo oponente de Goebbels durante una conferencia de jefes de distrito celebrada en Weimar. Bajo la presidencia de Hess, primero se había debatido acaloradamente; nadie quería ya tener nada que ver con las ideas políticas de Strasser. Después pronunció Hitler un discurso de tres horas, que Goebbels comentó diciendo que ahora sí estaba «decidida» la caída de Strasser.173 Esta vez no se iba a equivocar. El

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jovial bajobávaro, querido mucho más allá de las fronteras del partido, al que a menudo había envidiado y al que había temido en la lucha por el favor de Hitler y de los compañeros berlineses, al que había aprendido a odiar porque sentía que le descubría el juego, este Gregor Strasser, uno de los últimos triunfos de Schleicher en el partida por el poder, fue expulsado así de la escena política. La convicción de Goebbels de que las cosas se cumplían si les ponía voluntad se vio igualmente confirmada porque, además de sus éxitos y los de su partido, Magda también estaba recuperando fuerzas. Pese a la campaña electoral, Hitler había preguntado por su salud casi diariamente. El 19 de enero ambos le hicieron una visita en la clínica ginecológica universitaria, aprovechando también para dar una «clase política» a los profesores.174 El profesor Stoeckel recuerda que la curva de temperatura de Magda «bajó muy repentinamente» y que luego él exclamó espontáneamente a Hitler, que pasó a desempeñar el papel de salvador: «Señor Hitler, si su presencia ante la cama de la enferma Alemania tiene el mismo efecto que aquí, entonces Alemania sanará pronto».175 A esa ilusión sucumbieron también Von Papen, Hugenberg y Seldte, quienes discutían con Hitler y Góring la posibilidad de formar un gobierno nacional con una importante participación de los nacionalsocialistas y de los nacionalistas alemanes, así como las personas que compondrían ese gabinete. Como apoyo adicional estaba el aparato propagandístico de Goebbels, concentrado contra Schleicher. Para dejar claro a todo el mundo que no se podría seguir adelante sin el NSDAP, el 22 de enero —ese mismo día Hitler se reunió con Von Papen, Meissner y Oskar von Hindenburg para una entrevista en la que «allanó el terreno»—176 puso en escena una gran manifestación con la que quería al mismo tiempo provocar a los comunistas para que cometieran actos de violencia. Una vez más quedarían como una amenaza para la república. En homenaje a Horst Wessel, ese día marcharon miles de nacionalsocialistas desde todos los puntos de la ciudad hasta la Bülowplatz, muy cerca de la casa de Karl Liebknecht. Desde allí, una enorme comitiva encabezada por Hitler, Goebbels, Rohm y otros líderes del NSDAP se

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dirigió al cementerio de St. Nikolai, donde tres años antes habían enterrado al jefe de la sección de asalto. Después de los redobles de tambores, de los himnos y de la canción «del buen camarada», durante la cual se bajaron las banderas, Hitler ensalzó la muerte de Wessel como un sacrificio simbólico y descubrió una placa en su honor. El día concluyó, como tantas otras veces, con un mitin en el palacio de deportes, pero, para decepción de Goebbels, no se produjeron incidentes significativos debido al enorme dispositivo policial.177 El 25 de enero el KPD «respondió» con una manifestación por las calles de Berlín. El Rote Fahne habló de un «imponente desfile contra el fascismo». Según éste fueron 130.000 personas las que vitorearon al comité central y al camarada Thálmann.178 E incluso Friedrich Stampfer, el redactor jefe del socialdemócrata Vorwárts, mostró simpatía a las masas, pues reconocía «el odio mil veces justificado contra la clamorosa injusticia de nuestra situación social», de la que hacía corresponsable a Schleicher.179 En el aristocrático general canciller, el SPD veía un peligro mucho mayor para la república que en el demagogo Hitler, del que se seguía suponiendo que pronto se iría a pique. Si el desfile del KPD había pretendido mostrar su resolución de emprender una lucha armada, que en efecto muchas personas sentían amenazadoramente cercana en vista de las revoluciones políticas que se estaban abriendo paso, la tensión llegó a su punto culminante cuando el 28 de enero Von Schleicher quiso disolver el Parlamento, Hindenburg no lo aceptó y el general presentó la dimisión conjunta de su gabinete. Goebbels, que ya se había enterado el día anterior por Alvensleben de la inminente renuncia de Schleicher, se quedó sorprendido de la celeridad con que se había producido el hecho. Regresó inmediatamente de Rostock, donde había hablado ante estudiantes, a Berlín, pero siguió siendo escéptico con respecto a la «banda de impostores», como calificaba al entorno del «alevoso» e «imprevisible» Hindenburg, y tenía razones para no hacerse ilusiones.180 Lo cierto era que, para entonces, la resistencia de Hindenburg contra la cancillería de Hitler ya se había quebrado. Por qué razón el anciano mariscal de campo —aún el 26 de enero había afirmado en un reci-

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bimiento del jefe del Alto Mando militar, el general barón Von Hammerstein-Equord: «No me creerán capaces, señorías, de nombrar a ese cabo austriaco canciller del Reich»—181 cedió finalmente a los ruegos de sus apuntadores conservadores, no se ha explicado nunca claramente. ¿Era ésta la disposición del presidente del Reich, de ochenta y seis años de edad, del que se decía que a veces ya no podía seguir las cosas, o había otras razones para su cambio de opinión? En ese momento, el crédito y la posición del presidente del Reich se veían seriamente amenazados: por una parte, un pariente estaba implicado en el «escándalo de la ayuda oriental», muy discutido en la comisión presupuestaria y en la opinión pública; por otra parte, se hablaba de un turbio asunto fiscal de Hindenburg, porque aún en vida había transferido su finca de Neudeck, adquirida con dinero donado, a su hijo Oskar, lo que era legal en sentido jurídico, pero no parecía compatible con la imagen de su inviolable honradez. El presidente del Reich temía que de todo ello surgieran comisiones de investigación, que habrían podido desembocar en un proceso de destitución plebiscitario incoado con una mayoría de dos tercios o en una demanda ante el tribunal del Estado basada en el cargo de haber vulnerado la Constitución.182 Si los nacionalsocialistas ejercieron presión sobre Hindenburg, no debió de ser cosa de Goebbels —aunque decía tener en sus manos «material aplastante contra Hindenburg»—183 sino de aquellos que habían negociado con la camarilla conservadora. Éstos eran el presidente del Parlamento, Góring, al que miraba con escepticismo como competidor y burgués, y sobre todo el propio Hitler, quien el 18 de enero se había reunido en un segundo encuentro infructuoso con Von Papen en la casa del hombre de negocios Joachim von Ribbentrop, situada en el barrio Dahlem de Berlín. A este encuentro le siguió el del 22 de enero. En él Hitler habló también a solas con el hijo del presidente del Reich, que como consecuencia reconsideró su actitud negativa con respecto al apremiante aspirante al poder. Nunca quedó claro si Hitler sólo se sirvió de su sugestiva elocuencia o si ejerció también otro tipo de Presión.

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En el bando conservador, además de su hijo Oskar y de Franz von Papen, también contribuyó a materializar la decisión del presidente del Reich el hombre que ya en 1930, junto con el abogado de Goebbels, Von der Goltz, había hecho posible el misterioso cambio del presidente del Reich en la causa penal contra el jefe de propaganda: el secretario de Estado Meissner.Tras la subida al poder, la «eminencia gris», que entraría en el NSDAP en 1934 y seguiría el camino de Hitler durante largos años en posición destacada, reivindicaría para sí el haber intervenido de manera decisiva en su ascenso al poder.185 Goebbels, informado sobre el último estado de cosas por Hitler, quien en aquellos días solía estar en la Reichskanzlerplatz, volvió a desempeñar más bien el papel de mero espectador también en esta fase de la subida al poder, cuando circulaba el rumor de que Schleicher y el jefe del Alto Mando militar, el barón Von Hammerstein-Equord, planeaban un golpe de Estado. La tarde del 29 de enero de 1933 se presentó en la casa goebbeliana Von Alvensleben e informó sobre los planes del golpe. Puesto que Hindenburg iba a instaurar un gabinete minoritario de Papen, pero la Reichswehr no estaba dispuesta a consentirlo, se iba a llevar a Hindenburg a Neudeck y a detener a su hijo Oskar. El jefe de propaganda del Reich «puso al corriente» de inmediato a Hitler y a Góring, que esperaban en la sala contigua. 186 Para Hitler se planteaba ahora la pregunta —siempre que la información fuera cierta— de qué perseguía Schleicher con un golpe de Estado. Por una parte, la Reichswehr estaba a favor de una integración del NSDAP, porque temía una guerra civil en caso de un gobierno de Papen-Hugenberg;por otra parte, Schleicher era contrario a la cancillería de Hitler.187 Mientras que Goebbels vio confirmados sus resentimientos contra toda la «chusma reaccionaria», Hitler vislumbró la oportunidad de ejercer presión a sus compañeros aristocráticos. «Muy furioso», con un audaz gesto demagógico, Hitler no sólo dio al instante la voz de alarma a las SA berlinesas, sino que, anticipándose patéticamente al esperado poder, dispuso que se prepararan para ocupar la Wilhelmstrasse seis batallones de policía que ni siquiera existían. Al mismo tiempo, por orden suya, Góring informó a Meissner y a Von Papen. Estos aprovecharon ense-

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guida el fantasma de un inminente golpe militar para acelerar las cosas. De hecho, Von Papen se veía a punto de culminar una obra maestra política: haberse vengado de Schleicher y llevar a Hitler a la responsabilidad gubernamental sin entregarle el Estado, pues el Führer no se convertiría en canciller de un gabinete presidencial, sino que debía gobernar con una mayoría parlamentaria. El «jinete» creía poder integrar y domar a Hitler en colaboración con Hindenburg. A quienes lo amonestaban les objetaba con arrogancia: «Se equivocan, nos lo hemos ganado».188 Goebbels esperaba con numerosos compañeros del partido en el hotel Kaiserhof cuando, el 30 de enero de 1933, poco antes de la diez de la mañana, Von Papen acompañó a los miembros del proyectado gobierno a través de los jardines nevados de los ministerios hasta la presencia del presidente del Reich. Allí estaban, además de Hitler, el futuro canciller del Reich, también Góring, que recibiría un Ministerio del Aire de nueva creación (en principio todavía sin cartera), así como el cargo de consejero de Interior prusiano, y Frick, a quien estaba asignado el Ministerio de Interior del Reich. Una cartera para Goebbels sólo habría supuesto un obstáculo en las negociaciones con los conservadores. Hitler nunca le había dicho esto abiertamente a su jefe de propaganda del Reich, sino que el día anterior le había declarado «solemnemente» que tenía asegurado su ministerio. Hasta las inmediatas nuevas elecciones, que se impusieron contra la resistencia de Hugenberg en la antesala de Hindenburg, por así decir en el último minuto, le reservaría su puesto un «testaferro».189 Goebbels había manifestado que eso le bastaba por el momento. Quería dedicarse por entero a la decisiva campaña electoral,190 que ahora se realizaría con la ventaja electoral del canciller y con el aparato estatal. Sin embargo, el hecho de quedar postergado le decepcionó. Sólo después de que su Führer, con un marcado sentido del patetismo, se bajara del coche delante del hotel Kaiserhof, de que entrara en él a través de un pasillo de gente y detrás de Góring, que marchaba delante pregonando la noticia, sólo después de que Hitler caminara en silencio entre sus partidarios y de que se le llenaran los ojos de lágrimas, su

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decepción dio paso a la alegría de que el hombre en quien había empezado a creer años antes, al que finalmente idolatró, se hubiera convertido en canciller. Como en un sueño —así le pareció después— volaron las horas de ese día de la «gran decisión», del «cambio histórico», en definitiva, del «gran milagro».Viajó a la oficina del distrito y anunció allí la «novedad de las cosas», coordinó, organizó, se reunió entre medias con un «grandísimo» Hitler y luego visitó con el jefe de la prensa extranjera, Hanfstaengl, a su entusiasmada mujer Magda, cuya próxima salida del hospital ofrecía otro motivo de alegría. Al atardecer, Goebbels permaneció en el hotel Kaiserhof esperando con algunos otros el gran desfile de antorchas con el que debía terminar el día. Poco después, casi interminables columnas marchaban a través de la Puerta de Brandeburgo y delante de la cancillería, bajo la luz flameante, entre los acordes de la canción de Horst Wessel continuamente entonada, muchos con la creencia de estar en camino hacia un mundo mejor. En una ventana de la cancillería estaba el anciano mariscal con la vista clavada en las formaciones que pasaban delante de él. Un par de ventanas más allá, aquél a quien parecía pertenecer el futuro; detrás de él, en penumbra —además de Góring y Hess—, aparecía de vez en cuando Goebbels, que había venido momentáneamente a la cancillería como principal organizador del espectáculo destinado a engrandecer el acontecimiento. Goebbels quiso ver en él la marcha triunfal de su fanática fe, la victoria de su voluntad, pues, desde su perspectiva, la fe en «el milagro de lo imposible» —con estas palabras había parafraseado en 1926 la esencia del nacionalsocialismo— se había hecho realidad justo en el décimo aniversario de la muerte de su amigo Flisges. ¿Qué razón habría podido predecir semejante futuro al pobre lisiado de la Dahlener Strasse de Rlieydt, que gritaba pidiendo su salvación, o al fracasado cabo de la guerra mundial con su grotesca conducta proselitista? «¿No es como un milagro —preguntaría después Goebbels— que un simple cabo de la guerra mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern y de los Habsburgo?».191 Lo que a él le podía parecer un «gran milagro» más bien el efecto de fuerzas históricas y políticas, así como la particu-

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lar constelación de protagonistas que había nacido de ellas y que llevó —en modo alguno de manera espontánea— a este 30 de enero de 1933. Como si ahora la discordia y la lucha de los años pasados hubieran terminado, como si ya sólo hubiera un único pueblo —exactamente como él se lo había imaginado en sus visiones de una comunidad popular—, así hizo Goebbels celebrar el acontecimiento, que fue transmitido a las regiones alemanas por todas las emisoras del Reich, con la única negativa de las estaciones de Stuttgart y Munich. En una emisión que obligó a hacer siguiendo las instrucciones del nuevo ministro de Interior del Reich, Frick, y pese a la protesta de los responsables, prosiguió su artificio propagandístico después del discurso de Góring, dejando intervenir a los compañeros del partido como «ciudadanos» de todos los sectores de la población. Ninguno de ellos era realmente el que pretendía ser: ni siquiera Albert Tonak, el antiguo combatiente del Frente Rojo, que tras la batalla en los salones Pharus de Wedding se había pasado a las SA y poco después conducía el coche del jefe de distrito. Las últimas palabras de la transmisión le salieron a Goebbels del alma: «Es conmovedor para mí ver cómo en esta ciudad en la que comenzamos hace seis años con un puñado de personas, cómo en esta ciudad se levanta realmente todo el pueblo, cómo abajo pasan desfilando las personas, trabajadores y burgueses, campesinos, estudiantes y soldados, una gran comunidad del pueblo en la que ya no se pregunta si uno es burgués o proletario, católico o protestante, sino que sólo se pregunta: ¿Qué eres, adonde perteneces y en qué te declaras partidario de tu país? Eso es para nosotros, los nacionalsocialistas, la mayor satisfacción de este día. En nuestra opinión la lucha no se acaba aquí, sino que mañana temprano comenzaremos a trabajar y a la luchar de nuevo.Tenemos el pleno convencimiento de que llegará un día en que no sólo se levantará el movimiento nacionalsocialista, sino todo un pueblo, en que todo un pueblo recordará sus valores primitivos y emprenderá la marcha hacia un nuevo futuro. Por el trabajo y por el pan, por la libertad y el honor tenemos que luchar, y esta lucha la llevaremos hasta el final, y creemos que será bendición y prosperidad para la nación alemana (...). Se puede decir con sobrada razón: Alemania se está despertando».193

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Lo cierto era que esta Alemania estaba dividida en dos bandos, como demostraron los acontecimientos que tuvieron lugar en esa «noche del gran milagro». El jefe de la temida «sección sanguinaria 33», Maikowski, que «esa misma tarde había pasado desfilando delante del Führer con la cabeza alta», y un agente de policía fueron muertos a tiros. 194 Con la exaltación del triunfo, Maikowski entró con sus hombres en la calle Wallstrasse de Charlottenburg, un baluarte del KPD. Allí se encontraron con miembros de la Liga Roja de Combatientes que se habían reunido rápidamente y con el escuadrón de protección que llevaba el nombre del revolucionario de izquierdas sajón-tur ingense Max Holz. En la confusión de la pelea, que se entabló pronto, se lanzaron los letales tiros de revólver. Quién los disparó, nunca pudo ser aclarado.195 Puesto que tenían el poder en las manos, Goebbels vio en la muerte del jefe de sección y del agente de policía la ocasión adecuada para justificar propagandísticamente y llevar a efecto la ya de todos modos inminente «erradicación» de la «peste» comunista. Con sus radicales pretensiones, con las que quería hacer cesar el miedo de las SA al «caciquismo» del partido y contentar a las secciones de asalto, que exigían un cambio revolucionario, despertó rechazo en un principio. Hitler, con quien se reunió en la mañana del 31 de enero en el hotel Kaiserhof, quería conservar la apariencia de legalidad. Por el momento había que prescindir de «contramedidas directas». «La tentativa revolucionaria bolchevique tiene primero que recrudecerse», explicó Hitler al decepcionado Goebbels.196 En realidad, en el KPD no sólo se propagaron la huelga y finalmente la huelga general, sino que circulaban también noticias según las cuales era inminente el levantamiento armado como respuesta a la cancillería de Hitler. Ni la mayoría de los comunistas alemanes ni los partidarios y la dirección del NSDAP contaban con que la dirección del KPD siguiera finalmente las órdenes del Komintern, que saboteó por todos los medios los esfuerzos dentro del partido por una gran «alianza antifascista» con el SPD y que, por tanto, dejaría seguir su curso al proceso de unificación pardo, del que no se esperaba sin embargo tanta contundencia y celeridad.197

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Los sangrientos enfrentamientos que se repetían entre las SA y la Liga Roja de Combatientes en el Frente, que se interpretaban como indicios seguros de una revuelta comunista, hicieron que a Hitler le pareciera indicado reprimir paso a paso y de manera «legal» esta supuesta amenaza. Tras entrevistarse con Góring, éste, en calidad de interino como consejero de Interior prusiano, ordenó el 2 de febrero prohibir todas las manifestaciones del KPD y de sus organizaciones paralelas en toda Prusia; al mismo tiempo se practicaron registros en las oficinas centrales del KPD. En la berlinesa casa de Karl Liebknecht se confiscaron «impresos ilegales», tal como informó el Vossische Zeitung.198 Entretanto, Goebbels se dedicaba por completo a las próximas elecciones, de las que Hitler pensaba que serían las últimas de una manera u otra.199 De las medidas de su adversario Góring contra el KPD apenas se preocupó. De otro modo actuó cuando el 4 de febrero Hitler hizo que se publicara un decreto ley «para la protección del pueblo alemán», que autorizaba al gobierno a prohibir huelgas en empresas importantes, así como asambleas y manifestaciones cuando «se tema un peligro directo para el orden público». Poco después, Goebbels explicó maliciosamente a la «prensa judía» que los decretos ley eran el «manual de comportamiento de la política».200 Con ellos se tenía una base jurídica para eliminar los periódicos de la oposición de izquierdas por medio de prohibiciones y, por tanto, hacer más eficiente la propia propaganda del «renacimiento nacional» del pueblo alemán. Aunque Goebbels continuaba hablando sin trabas a favor de la próxima «erradicación» del «marxismo», el objetivo marcado por Hitler seguía consistiendo en simular la «legalidad» de su actuación. Así pues, los oradores del NSDAP tenían que llamar la atención sobre el hecho de que el nuevo gobierno debía su nombramiento a la confianza de Hindenburg. Es más, si los oradores electorales que hacía poco le habían atacado refiriéndose a él como un «debilucho senil e inepto», como el hombre que había perdido la guerra, ahora ensalzaban a Hindenburg como una «destacada figura heroica», como el «venerable e infatigable fideicomisario del pueblo alemán» y el «mariscal del invicto ejército alemán», era porque su nombre debía avalar (realmente siendo utiliza-

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do) la política nacionalsocialista «comprometida con el bien de la patria».201 A los alemanes se les machacaba ahora con que sólo el movimiento nacionalsocialista y su Führer podían aún salvar a la nación del «enemigo público judeo-marxista», que había hecho que se tambalearan seriamente sus bases y la había expuesto a la ruina. Las exequias por los fallecidos en la noche del 31 de enero ofrecían una buena oportunidad para ello, pues Goebbels era el más entendido en memorables esce narios fúnebres. Como si de un símbolo se tratara, hizo que en la cate dral de Berlín se colocaran uno al lado del otro los ataúdes del jefe de sección y del agente de policía, flanqueados por las guardias de honor de sus camaradas; delante, reunidos en la misma armonía, los notables pardos y no pardos, entre los que se encontraban también el canciller del Reich y su jefe de propaganda. 202 A instancias de Goebbels, la emisora berlinesa Funkstunde envió a uno de sus reporteros más populares, Fritz Otto Busch, para que infor mara a los radioyentes de todo el Reich sobre la marcha del cortejo fúnebre al «son admonitorio» de las campanas de la catedral. Apenas cabía imaginar un adoctrinamiento más sutil y efectista: Busch habla ba con sumo patetismo del gran rey Federico, «al que en este instante veía descender en persona de su caballo del monumento situado en Unter den Linden y acercarse al ataúd de Maikowski para agradecer al difunto su cumplimiento del deber». Después, desde el cementerio de los Inválidos, las ondas del éter transmitieron a todo el país el sermón del sacerdote y las «apasionadas palabras de nuestro jefe de distrito», ya tan a menudo pronunciadas, sobre el «sacrificio, la muerte y la salvación».203 Después de todo, en esta campaña electoral Goebbels utilizó la radio por primera vez de manera masiva, aunque, dado el reparto de funcio nes dirigentes determinado por la política de partidos, el NSDAP tenía que mostrarse por el momento comprometido con la coalición guber namental. Por eso, en un principio los nacionalsocialistas permanecieron en segundo término, pese a ser generalmente los «directores de la emisión», es decir, los directores del programa, en las posiciones políti-

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cas recién creadas. Aunque a principios de febrero Goebbels había anunciado en el hotel Kaiserhof con enérgicas palabras la rápida eliminación de los «viejos caciques del sistema» en la radio, «y hasta el 5 de marzo en una medida que no pueda hacer peligrar el remate de nuestra cam paña electoral»,204 en el fondo tenía claro que la verdadera «reforma de la radio» sólo podría tener lugar «después del 5 de marzo». 205 Sin embargo, en estas semanas de campaña electoral apenas pasó un día sin que todas las emisoras difundieran al menos un discurso electoral, que la mayoría de las veces ocupaba todo el programa de la tarde. Eugen Hadamovsky, que había sido nombrado por Goebbels en 1931 primer observador radiofónico del NSDAP para el distrito, que luego lideró la Federación del Reich de radioyentes alemanes y que en 1932 entró en la jefatura de propaganda del Reich, organizaba las retrans misiones de los mítines de Hitler, sobre los que constató: «Empezamos en la radio con una fantástica oleada de influencia política, agitación y propaganda en todas sus formas. Desde el 10 de febrero hasta el 4 de marzo, casi todas las tardes se emitieron discursos del canciller del Reich a través de algunas o todas las emisoras alemanas (...). Era necesario semejante fuego nutrido en masa para hacer que todo el pueblo aguzara los oídos y dirigiera su atención al nuevo gobierno de Hitler». 206 Así, Hitler sólo pronunciaba sus discursos electorales en las ciudades que tenían una emisora de radio. 207 Las retransmisiones debían realizarse «en medio del pueblo», para proporcionar a los oyentes una imagen plástica de lo que ocurría en las asambleas nacionalsocialistas, una imagen de esa pseudo-religiosidad enfática, adornada de patetismo, pero que sin embargo, o precisamente por eso, tocaba los sentimientos de las masas, una religiosidad que culminaba en el «amén» con que Hitler terminaba sus discursos. Goebbels siempre introducía con un reportaje los discursos de Hitler, que se retransmitían por la radio y se recibían en todo el Reich. El Frankfurter Zeitung comentó la intervención del jefe de propaganda del Reich en el palacio de deportes berlinés, la «gran tribuna del nacio nalsocialismo»:208 se presentaba primero «como el superlativo nato: fascinante, único; una expectación febril, una expectación que crece febril-

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mente; las multitudes se apelotonan, todo es una masa humana en la que ya no se reconoce a los individuos».209 Sólo después hablaba Hitler e intensificaba lo que ya no parecía poder intensificarse, hasta que las masas entraban en un «delirio sin sentido», 210 como observaba Goebbels con satisfacción. Esas intervenciones radiofónicas alimentaban los rumores de que Goebbels, que hasta ahora se había quedado con las manos vacías en el reparto de poderes, iba a recibir el cargo de comisario político de la radio a nivel del Reich. 211 Esto agravó el sentimiento que ya le carcomía de verse postergado y aumentó su notoria desconfianza. La «reac ción» dictaba que se le «aplastara» contra la pared y se pretendía arrin conarlo —se lamentaba— y Hitler apenas le ayudaba. 212 Su ambiciosa mujer, que estaba «muy triste» y lloraba de impaciencia porque él no prosperaba, reforzaba sus recelos. 213 Cuando Rust se convirtió en consejero de Cultura de Prusia y Walther Funk, el antiguo redactor jefe del periódico financiero líder en Berlín, el Bertiner Borsenzeitung [Periódico Bursátil Berlinés], en secretario de Estado para prensa y propaganda, Goebbels fue presa de una paralizante depresión. 214 Pasó «horas amargas», se sentía «abandonado por todos» y «casi cansado de vivir». 215 Preocupaciones adicionales le daba la mala situación financiera del partido, que cuestionaba el despliegue sin trabas de la propaganda. «Ni Cristo» se preocupaba por la cuestión económica. En Munich eran demasiado optimistas por lo que respectaba a las elecciones, se lamentaba Goebbels, entre otras cosas porque ahora no se le concedía la atención que él consideraba oportuna. Cuando el 13 de febrero Hanke le comunicó que no cabía contar con ningún fondo para la campaña elec toral, anotó furioso en su diario que en ese caso el «gordo Góring debería renunciar por una vez a algo de caviar». 216 Góring, tachado de «reaccionario» por el cada vez más descontento Goebbels, entre otras cosas debido al dispendioso estilo de vida de aquél, había monopolizado ya la iniciativa en Prusia. Después de disolver el Parlamento regional prusiano el 4 de febrero, introdujo solapadamen te un sinnúmero de los denominados «comisarios honoríficos» en la consejería de Interior prusiana, que se instalaron allí y decretaron des-

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pidos y modificaciones en un importante cambio de personal. Goring dedicó especial atención a las jefaturas de policía, que en poco tiempo cubrió en gran parte con jefes de las SA. Para aliviar la carga de los policías numerarios, el 22 de febrero ordenó la formación de un cuerpo auxiliar de policía de unos 50.000 hombres, sobre todo de las SA y de las SS, haciendo que se derrumbara abiertamente la ficción de la neutralidad policial al favorecer el predominio de los vinculados al partido. «Mis medidas», así decía la argumentación de Goring, quien creó la comisaría regional de policía secreta prusiana, de la cual nació la oficina central de seguridad del Reich, «no sufrirán menoscabo por medio de ninguna objeción jurídica».217 El 24 de febrero, el día después de que el KPD celebrara un gran mitin en el palacio de deportes berlinés, Goring hizo ocupar la casa de Karl Liebknecht y cerrarla «hasta nuevo aviso». Esto último fue justificado por la oficina de prensa oficial después de la acción alegando que se había confiscado una serie de octavillas del KPD «que exhortaban a actividades de alta traición o actos de violencia». 218 El 25 de febrero, cuando el jefe de la policía política nombrado por Goring, Rudolf Diels, emprendió el trabajo en la casa de Karl Liebknecht «con toda su energía», la oficina presentó el sorprendente comunicado de que en habitaciones subterráneas se habían encontrado «muchos cientos de quintales de material de alta traición». En los impresos se llamaba a la «subversión armada, a la revolución sangrienta». «Escritos sobre la revolución rusa sirven de aleccionamiento e instrucción para los jefes de los escuadrones comunistas. Se indica cómo nada más empezar la revolución se debe detener y fusilar a ciudadanos que gozan de crédito en todas partes (...). Ninguna habitación ni ningún impreso quedará sin un minucioso examen», se decía en la declaración, que se cerraba con la advertencia de que se necesitaría un trabajo de semanas, advertencia que bloqueaba cualquier demanda de información.219 Mientras que en la edición nocturna del 24 de febrero el Vossische Zeitung informaba en primera plana sobre la ocupación y el cierre de la central del partido, así como por extenso en la edición matutina del 26 de febrero sobre los «hallazgos» en las «bóvedas secretas», el perió-

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dico de lucha de Goebbels se limitó a una información inusitadamente breve. Sobre el golpe de Góring se podían leer sólo nueve líneas en el Angriff del 24 de febrero, en la edición del día siguiente una sola frase y en el número del 27 de febrero un comunicado. No se mencionaban siquiera los impresos que llamaban a la subversión armada o a la revolución. Sólo se notificaba que se había incautado «material de alta traición». Sin duda para mostrar que no necesitaba a Góring, en Berlín Goebbels se concentró de lleno en su gran campaña propagandística para el «día de la nación que resucita», el 4 de marzo. Para entonces ya habían remitido sus depresiones. Durante un viaje en el marco de la campaña electoral, Hitler le había comunicado en Essen que ahora el vicecanciller Von Papen estaba de acuerdo con crear un nuevo ministerio para él. Por fin volvió a estar totalmente animado cuando una donación millonada para la campaña electoral por parte de líderes industriales 220 cambió de repente las condiciones para la propaganda. Ahora creía poder demostrar a sus adversarios «qué se puede hacer con el aparato estatal cuando se sabe utilizarlo».221 La tarde del 27 de febrero de 1933 fijó detalladamente con algunos colaboradores y jefes de las SA la campaña propagandística para el «día de la nación que resucita» y dio las instrucciones necesarias a la propia prensa. En todas las partes del Reich debía haber desfiles de las SA. Al atardecer estaban reunidos en la casa goebbeliana de la Reichskanzlerplatz Hitler y algunos otros líderes del partido, cuando el jefe de prensa extranjera del NSDAP, Hanfstaengl, igualmente invitado pero que se había quedado en casa por un resfriado, llamó por teléfono y pidió «sin aliento» hablar con el Führer. Cuando Goebbels preguntó qué pasaba y se ofreció para comunicárselo a Hitler, Hanfstaengl perdió la paciencia: «Dígale que el Reichstag se está quemando». «Hanfstaengl, ¿estás de broma?», respondió Goebbels brevemente. «Si me cree capaz de algo así, venga aquí y véalo con sus propios ojos», contestó Hanfstaengl y colgó. El jefe de la prensa extranjera recordó haber informado después a dos periodistas. «Apenas había colgado el teléfono cuando volvió a sonar. Era Goebbels otra vez: "He hablado con el Führer; quiere saber

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qué es realmente lo que pasa. ¡Basta de bromas!'.Yo me enfadé:"Hagan el favor de venir ustedes mismos y cerciórense de si digo disparates o no.Todo el edificio está en llamas"». 222 En un principio, Hanfstaengl estaba convencido de que Goebbels se había quedado sorprendido por la noticia, como escribió después de la Segunda Guerra Mundial: «El pequeño doctor era, como es sabido, un perfecto embustero, pero si alguna vez una voz denotó de verdad enfa do y recelo, ése era su caso aquella tarde». 223 Hay muchas pruebas a favor de esta primera impresión (que pronto Hanfstaengl revisó bajo el efecto que le produjo la lectura de los periódicos extranjeros), pues Goebbels creía no necesitar ese señuelo para movilizar a «los últimos» para la causa del nacionalsocialismo, desde que contaba con suficientes recursos económicos. Con esos fondos y con la ayuda del aparato estatal ahora disponible, estaba convencido de llevar a la victoria al NSDAP en las elecciones parlamentarias del 5 de marzo y de este modo mejorar su autoestima, dañada desde hacía semanas. Este éxito que esperaba con seguridad debía ser exclusivamente suyo. Un incendio provocado por él no encajaba en sus cálculos, pues para su realización habría sido precisa una estrecha colaboración con Goring, que para entonces ya dominaba en Prusia y al que miraba con malos ojos.224 Si, con todo, Goebbels hubiera organizado esa acción con él, no habría tratado tan marginalmente en su periódico de lucha los registros de las centrales del partido comunista promovidos por Goring, con fabulosos «resultados» para la propaganda. Precisamente en esos «resultados» se apoyaría Góring después del 27 de febrero cuando culpó a los comunistas de haber incendiado el Reichstag. 225 La autoría del incendio del Reichstag —en el caso de que hubiera que atribuírsela a los nacionalsocialistas— 226 respondía indudablemente más de cerca al carácter del «hombre de acción» Góring, del que Hitler había dicho en una ocasión que era «un hombre de hierro, sin escrúpulos». Si primero los comunistas y enseguida también otros adversarios del nacionalsocialismo vieron en Goebbels al iniciador, fue sobre todo porque el infierno nocturno de aquel 27 de febrero parecía enca jar perfectamente en el cliché del «diablo cojo», la encarnación del mal

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por antonomasia. Más probable es que, de manera análoga a los acontecimientos que precedieron al 30 de enero, las cosas pasaran a toda prisa por delante de Goebbels y que él sólo se enterara de ellas a poste* 227

non. Eso mismo induce a suponer el comportamiento posterior de Goebbels, después de que recibiera la llamada de Hanfstaengl y se asegurara volviéndolo a llamar. En compañía de Hitler bajó a cien kilómetros por hora la avenida Charlottenburger Chaussee. Poco antes de las diez y media llegaron ambos al Reichstag, desde cuya «destacada cúpula» subían al frío cielo nocturno llamas y un negro humo. Los cordones policiales detuvieron el coche. Cuando los agentes reconocieron a Hitler, se abrió el cordón. A través de la puerta 2, a través de filas de oficiales de policía y de bomberos, a través de mangueras de agua entraron en el edificio.228 Al igual que poco después el vicecancillerVon Papen, que también acudió corriendo, encontraron en el interior a un solícito Góring, por quien pronto supieron que había sido detenido un incendiario comunista en el salón del pleno del Parlamento. Era un hombre robusto, desconcertado, con deficiencia visual, de mirada ausente, al que se identificó como Marinus van der Lubbe, oficial de albañil de la ciudad holandesa de Leiden y vagabundo con antecedentes penales. Durante días había estado errando por los alrededores de Berlín.Tenía un pasado comunista, como pronto se demostró. Al ser detenido, el hombre, medio desnudo y empapado en sudor, que había pasado la noche anterior en una celda de la policía local de Hennigsdorf,229 no hizo ningún esfuerzo por negar que había encendido el fuego. Poco después declaró haber tomado espontáneamente la decisión y haberla llevado a cabo solo. Había comprado cuatro cajitas de encendedores de carbón, había entrado en el edificio y había prendido fuego en varios lugares, para lo que se había valido de la camisa como material incendiario. A la pregunta de por qué lo había hecho respondió el holandés, que tenía claramente una deficiencia mental, que «quería llamar la atención sobre el hecho de que el trabajador quiere tener el poder».230 En el primer comunicado del servicio de prensa oficial prusiano, corregido después por Góring, se dio la imagen de una conspiración

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comunista a gran escala, haciendo caso omiso de las declaraciones que prestó Van der Lubbe en una comisaría de policía de la Puerta de Brandeburgo en presencia del jefe de la policía política, Diels. En el comunicado se decía que el incendio era hasta ahora «el acto terrorista más atroz del bolchevismo en Alemania».231 Un agente de policía había observado en el edificio a oscuras a personas con antorchas encendidas. Disparó acto seguido. Se logró coger a uno de los autores. Luego se seguía diciendo que, entre los «cientos de quintales de material destructivo» que la policía había encontrado en el registro de la casa de Karl Liebknecht, se hallaban las instrucciones para este atentado terrorista. «Según esto se van a incendiar edificios gubernamentales, museos, castillos y empresas de vital importancia». Con la incautación del material se habían puesto trabas a la ejecución sistemática de la revolución bolchevique. «Sin embargo, el incendio del Reichstag debía ser la señal para la revuelta sangrienta y la guerra civil». Con la certeza de haber encontrado finalmente la legitimación para el golpe decisivo contra el «marxismo», Goring, tras convenirlo con Hitler —se dice que en la conmoción éste gritó que se abatiera todo lo que se les pusiera en el camino—232 puso en estado de máxima alerta a toda la policía. Durante la noche fueron detenidos unos 4.000 funcionarios, sobre todo del KPD, así como numerosos intelectuales de izquierdas, entre ellos Cari von Ossietzky y Egon Erwin Kisch. Se ocuparon varias sedes del partido y editoriales socialdemócratas; periódicos que todavía no estaban prohibidos se excluyeron ahora. Goebbels, al que junto con Hitler,Von Papen y el comandante de la ciudad de Berlín, Schaumburg, guió por el edificio en llamas del Parlamento el jefe de policía de Góring, el contralmirante Magnus von Levetzow,233 a continuación —evidentemente expuesto a la fuerza de la improvisación— se apresuró a ir al distrito «para informar allí y prepararlo todo para cualquier eventualidad». Con Hitler, después de que éste puso al corriente al consejo ministerial urgentemente convocado, se reunió en el hotel Kaiserhof, desde donde se dirigieron a la desierta redacción del Volkischer Beobachter para escribir conjuntamente editoriales y proclamas.234

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El objetivo, marcado por los acontecimientos, de ese trabajo propagandístico nocturno era —después de que en una primera declaración oficial se interpretara el incendio como el preludio de una rebelión comunista— no sólo justificar ante la opinión pública las represalias iniciadas por Góring y preparar próximas gestiones, sino presentar de nuevo al movimiento nacionalsocialista, con Hitler a la cabeza, como la única fuerza capaz de salvar a Alemania de una revolución comunista. Esta intención encontró su máxima expresión en el editorial del Angriff que Goebbels puso por escrito aquella noche. En él descargó todo su odio, escribiendo que el comunismo tenía que ser erradicado tan profundamente que ni siquiera quedara su nombre. Exhortaba a conferir a Hitler el mandato para ello: «Ahora ponte en pie, nación alemana. Ahora levántate y da tu opinión. Ahora, el 5 de marzo, irrumpirá el juicio de Dios sobre la universal peste roja, y lo anunciará a través de la voz del pueblo. Hitler quiere actuar. Hitler actuará. Dadle el poder para ello».235 El 28 de febrero de 1933, mientras los jóvenes hitlerianos vendían el Angriff por las calles de Berlín, mientras el presidente del grupo parlamentario del KPD, Ernst Torgler, acusado de complicidad, comparecía ante la policía, el presidente del Reich concedió al canciller Hitler el poder exigido. Tras una exposición dramática de los acontecimientos de las últimas horas, Hindenburg firmó un decreto ley que se le presentó, por el cual se derogaron todos los derechos fundamentales, se amplió considerablemente el campo de aplicación de la pena de muerte y además se prepararon numerosas maniobras contra las regiones. El decreto ley «para la protección del pueblo y del Estado», completado por otro decreto del mismo día «contra la traición al pueblo alemán y maquinaciones de alta traición» y por la «ley de autorización» aprobada algunas semanas más tarde, fue la decisiva base pseudo legal de la dominación nacionalsocialista y sin duda la ley más importante del Tercer Reich, pues el Estado de derecho se vio ahora sustituido por un permanente estado de excepción. Mientras que en todas partes de Alemania eran arrestados miles de comunistas y socialdemócratas, mientras que los miembros de las SA

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saldaban cruelmente viejas cuentas en sótanos y patios interiores, mientras que los combatientes de la Liga Roja se pasaban en masa a los «pardos» —en parte por miedo, en parte por la fascinación del poder del que hacían gala—, la campaña propagandística goebbeliana se acercaba a su punto culminante con la precisión de un reloj después de espectaculares mítines multitudinarios en Breslavia, Hamburgo y Berlín. En una «concentración nunca acontecida», el «día de la nación que resucita», el 4 de marzo de 1933, se agotaron todas las posibilidades propagandísticas.236 Como sitio desde el cual Hitler hablaría al pueblo por todas las emisoras «con supremo fervor y entrega» había elegido Goebbels Kónigsberg, la vieja ciudad de coronación prusiana, en alusión consciente a la mayoría absoluta que se esperaba con seguridad en las elecciones del día siguiente. Después de que Hitler terminara su discurso —introducido por el reportaje del jefe de propaganda del Reich— con un llamamiento a los alemanes para que volvieran a llevar la cabeza «alta y orgullosa», sonó potentemente en el «acorde final» del Führer la oración holandesa de acción de gracias, que finalmente quedó ahogada en su última estrofa por el repique de campanas de la catedral de Kónigsberg. En ese mismo momento desfilaban por todas las partes del Reich columnas de las SA, mientras que en los montes y a lo largo de las fronteras se encendieron los denominados «fuegos de la libertad». Embriagado por su propia escenificación escribió Goebbels al respecto: «Cuarenta millones de personas (...) son conscientes del gran cambio de era. Centenares de miles tomarán en este momento la decisión final de seguir a Hitler y de luchar en su ánimo por la resurrección de la nación (...).Toda Alemania se asemeja a una única antorcha, grande y brillante. Se ha producido, tal como queríamos, el día de la nación que resucita».237 Sin embargo, las grandes expectativas de Goebbels no se cumplieron.238 Con un 43,9 por ciento de los votos, el NSDAP no consiguió claramente la mayoría absoluta y siguió dependiendo de su compañero de coalición, el negro, blanco y rojo DNVP, que obtuvo un 8 por ciento. El Centro y los socialdemócratas se consolidaron con un 11,3 y un 18,3 por ciento de los votos respectivamente, y el KPD, con su

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12,3 por ciento, tampoco sufrió una pérdida excesiva. Particularmente decepcionante debió de ser para Goebbels el hecho de que el NSDAP obtuviera precisamente en Berlín el segundo peor resultado, con un 31,3 por ciento, después de la circunscripción electoral 20 (ColoniaAquisgrán), con un 30,1 por ciento.239 Goebbels transformó propagandísticamente estos resultados en una victoria «fantástica e increíble», en un «glorioso triunfo». Él, que creía en la omnipotencia de la propaganda, tampoco podía ni quería reconocerse a sí mismo que, pese a las tan halagüeñas perspectivas, no se había alcanzado el objetivo deseado. «¿Pero qué significan ahora ya las cifras? Dominamos en el Reich y en Prusia; todos los demás han caído derrotados. (...) Alemania está despierta», afirmaba sin más, dejando de lado los hechos.240 Por consiguiente, la propaganda de Goebbels, ateniéndose a las cifras, no había conquistado para los nacionalsocialistas ni el Reich ni su capital. No obstante, había contribuido de manera decisiva al ascenso de éstos y a su subida al poder, pues fue la primera en dar dinamismo al movimiento del sur de Alemania, que causaba una impresión más bien indolente; fue la primera en dar amplitud al movimiento, conciliando lo que parecía inconciliable, manteniendo unido lo que en realidad no encajaba. Cuando Goebbels, como jefe de distrito o más tarde como jefe del Reich, dirigía repetidamente su propaganda llena de odio contra la burguesía y la «reacción» y hablaba en favor del socialismo, vinculaba hacia sí a la parte proletario-socialista de la base del partido y, en definitiva, hacia el «reaccionario» Hitler, al que él se había consagrado. Su actuación, determinada por su división interior y su deformación psíquica, fue la que contribuyó de manera decisiva a que el partido no se escindiera en dos bandos como consecuencia del congreso de Bamberg, del golpe de Stennes o de las crisis de Strasser. Sin duda, estas contradicciones no podían transmitirse por medio de programas del partido, sino sólo por medio de la persona. Goebbels supo predisponer a las masas a favor del austríaco, cabo de la guerra mundial y agitador político, a favor de ese tipo raro con su ridicula conciencia proselitista. Del mismo modo que éste se había convertido para

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él en un punto de referencia y apoyo personal, sería también punto de referencia y apoyo para el pueblo, pues Goebbels lo celebraba en una glorificación pseudo religiosa como el portador de esperanzas, como el guía que los sacaría de las miserias y privaciones del momento.241 Pero sólo esto no habría conducido al éxito, como demostraron las elecciones parlamentarias con la ventaja electoral del canciller, un aparato de mayor tamaño y una oposición en parte ya descartada. Antes bien, se necesitó una gran crisis económica, el fracaso de los partidos democráticos, un presidente del Reich senil y finalmente una arrogante camarilla de aristócratas que se creía todopoderosa, a la cual Hitler midió con las propias categorías de ésta y que le sirvió de trampolín al poder en la desesperada situación en la que se encontraba en la segunda mitad del año 1932. A todos los que encarnaban ese sistema, que en su día parecía no tener sitio para el entonces desempleado e impedido Goebbels, éste los despreciaba tanto más por su debilidad. Más tarde constataría con malicia que sin duda «una de las mejores bromas de la democracia siempre será que ella misma proporcionó a sus enemigos mortales los medios por los que iba a ser destruida».242

Capítulo 9 VAMOS A PERSUADIR A LA GENTE HASTA QUE QUEDE A NUESTRA MERCED

(1933)

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l 14 de marzo de 1933, la Agencia Telegráfica Wolff notificó que Hindenburg había tomado juramento al doctor Paul Joseph Goebbels como ministro del Reich para la Educación popular y la Propaganda. «Bueno, el trompetista también quiere ser algo», debió de decir el presidente del Reich el día anterior al firmar el acta de nombramiento del «escritor». Seis años y medio después de su traslado desde Wuppertal-Elberfeld a la capital, ahora Goebbels podía dar rienda suelta a su odio contra los judíos y los marxistas apoyándose en el poder del aparato estatal y del partido. Despiadadamente, iba a hacer caer ahora sobre ellos la espada de su ira y a «derribarlos por su descarada soberbia».1 A todos los demás los quería incorporar a la «comunidad populan) nacionalsocialista, amasarlos y moldearlos2 como si quisiera demostrar que realmente sólo eran un «montón de mierda», tal como solía tildarlos tan a menudo con sumo desprecio.3 Oficialmente, el Ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda —así decía el decreto fundacional— debía perseguir el objetivo de impulsar «entre la población la educación y la propaganda sobre la política del gobierno del Reich y sobre la reconstrucción nacional de la patria alemana».4 Sin embargo, realmente se trataba de poner en marcha entre las masas una «movilización espiritual», 5 de «persuadirlas hasta que queden a nuestra merced».6 Cuando el ministro más joven del gabinete, con treinta y cinco años, habló por primera vez el 16 de marzo de 1933 ante la conferencia de prensa del gobierno del

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Reich, mencionó su objetivo con toda franqueza: el pueblo debía empezar «a pensar unitariamente, a reaccionar unitariamente y a ponerse a disposición del gobierno con total simpatía».7 El pueblo como sumiso instrumento en manos de Hitler respondía a la visión goebbeliana de un «pueblo unido». Si este gobierno estaba decidido a «no retroceder nunca, nunca, jamás y bajo ninguna circunstancia», entonces a la larga no se podría contentar con saber que le respaldaba un 52 por ciento y, por tanto, aterrorizar al 48 por ciento restante, sino que vería que su próxima misión consistía en ganarse al 48 por ciento restante.8 Durante mucho tiempo, los socios de los nacionalsocialistas que procedían de las élites tradicionales se habían negado a aprobar que se confiara la misión de la propaganda precisamente al hombre que en el pasado no había dejado pasar ninguna oportunidad de agitar contra ellos. Se necesitaron profundas conversaciones entre Hitler y su vicecanciller Von Papen hasta que este último accedió. Hugenberg, el antiguo y nuevo ministro de Economía y Alimentación, fue el que durante más tiempo se opuso a este plan. Cuando el 11 de marzo el gabinete se encargó de la cuestión, a Hitler le costó trabajo sacar adelante el ministerio de Goebbels. Una de sus «principales tareas», manifestó, «sería la preparación de importantes acciones gubernamentales». Como ejemplo —sarcástico— mencionó la cuestión de los aceites y las grasas, que ocupaba entonces al gabinete. «Tiene que explicarse al pueblo que el campesino se arruinaría si no se hiciera algo por mejorar la venta de sus productos».9 El último intento, sin posibilidades de éxito, por parte de Hugenberg para retrasar al menos la decisión fracasó. El canciller, al que habían querido «domar» por medio de la «integración», se impuso. Ese mismo día el gabinete aprobó el establecimiento del nuevo ministerio.10 Ya el 6 de marzo Goebbels había hablado con Hitler sobre la estructura del ministerio. Según ello, «incorporaría en una única y vasta organización»11 —de manera similar a la oficina propagandística del partido a nivel del Reich— prensa, radio, cine, teatro y propaganda en cinco departamentos, de manera que tenía competencias en casi todos los ámbitos en los que era «posible una influencia intelectual sobre la

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nación».12 Sin embargo, Hitler no había otorgado a Goebbels la esfera de acción de la «educación popular» que le había prometido en enero y agosto de 1932;13 la puso en manos del antiguo profesor y consejero interino de Cultura de Prusia, el jefe del distrito de Hannover, Rust, quien el 30 de abril de 1934 sería nombrado ministro del Reich de Ciencia, Educación y Formación Popular. No obstante, Goebbels se sobrepuso pronto a la decepción, pues las tareas que se le habían asignado eran «las que guardan más estrecha relación conmigo personalmente y a las que por eso me voy a dedicar con mucho ahínco y con gran satisfacción interna de entregarme a ellas».14 Goebbels también había aclarado con su Führer el tema de la designación de su ministerio.15 Ahí habían surgido diferencias. A juicio de Goebbels, en el nombre establecido por Hitler, «Ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda», no se resaltaban por una parte sus importantes tareas en el ámbito de la cultura y de las artes, y por otra parte la palabra «propaganda» tenía para Goebbels un «regusto amargo».16 Pero, dado que su propuesta de nombrar a la cartera «Ministerio del Reich de Cultura y Educación Popular» fue rechazada por Hitler,17 pronto se disuadió de su antipatía hacia la palabra «propaganda». Era injustamente una palabra «muy denigrada y a menudo mal entendida». Aunque el lego se imaginaba al oírla «algo de escaso valor o incluso despreciable»,18 sobre el propagandista no sólo recaía la misión de «administrar a la masa complejos razonamientos en crudo y sin cocinar», sino que era más bien un artista que tenía que «comprender las secretas oscilaciones del alma del pueblo hacia una parte o hacia la otra».19 Luego la propaganda era para él un «arte de la política de Estado» que había que desarrollar.20 Así pues, la estilizó hasta convertirla en un proceso creativo, en un asunto de la fantasía productiva; en definitiva, en algo plenamente positivo.21 Por el contrario, sí hubo acuerdo sobre el emplazamiento del nuevo ministerio. Después de su entrevista del 6 de marzo en la cancillería del Reich, Goebbels y Hitler visitaron el edificio, el Palacio de Leopoldo (Leopold-Palais), situado en la Wilhelmplatz 8/9, que había sido construido en 1737 y reformado cien años después por Schinkel. A

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Goebbels le gustó sobremanera, aunque algunas cosas le parecieron «anticuadas y pasadas de moda».22 En una inspección más detenida dio inmediatamente la orden a algunos miembros de las SA de que quitaran el estuco de las paredes y de que descolgaran las pesadas cortinas de felpa, que olían a moho y estaban roídas por las polillas, pues no podía trabajar «con esa oscuridad».23 Poco después ya sólo quedaban «turbias nubes de polvo (...) de la desaparecida suntuosidad de los burócratas».24 El 22 de marzo Goebbels pudo instalarse en su residencia oficial. Con el lema de «limpiar entre las personas al igual que se debe hacer en las habitaciones», pues «los de ayer no pueden ser precursores del mañana»,25 el ministro de Propaganda se encargó de que el ministerio «nacionalsocialista de nacimiento»,26 junto con las instancias inferiores de las regiones y las provincias,27 estuviera compuesto «casi exclusivamente» por compañeros del partido. En su mayoría apenas habían rebasado la treintena, teniendo por tanto una media de diez años menos que la élite del partido.28 Goebbels era consciente de que no entendían «el tema burocrático igual de bien que los viejos funcionarios», pero aportaban cualidades que eran mucho más útiles para sus propósitos, en el caso de que quisiera forjar un arma contundente: «Fogosidad, entusiasmo y un fresco idealismo».29 El hecho de que realmente lograra reunir en torno a sí una plantilla ambiciosa y eficiente respondía, además de al alto nivel educativo de sus colaboradores —más de la mitad de ellos había asistido a la universidad y muchos se habían doctorado—, sobre todo a su radical rechazo de la «época del sistema», que, a causa de las anteriores fases de crisis sociales y económicas, había significado en muchas ocasiones desempleo y, por ende, exclusión social para ellos, procedentes principalmente de la media o pequeña burguesía. La mayoría se había afiliado al NSDAP mucho antes de 1933.30 En muchos casos habían trabajado con Goebbels en la jefatura de propaganda del Reich del NSDAP, en la jefatura del distrito berlinés o en la redacción del Angriff. Casi cien de los trescientos cincuenta funcionarios y empleados con los que empezó Goebbels31 llevaban la insignia de oro del partido.32

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En la oficina ministerial estaba como jefe de negociado de personal Karl Hanke, de veintinueve años, antiguo jefe de organización del distrito de Berlín y jefe de la oficina central de propaganda del NSDAP a nivel del Reich. Con esta persona de confianza desde hacía muchos años, que desde 1932 era su ayudante personal y que el 27 de junio de 1933 fue ascendido a secretario de Estado, ejercía Goebbels la política actual.33 Hitler otorgó las atribuciones de organización y finanzas, en el nivel de la secretaría de Estado, a su consejero económico más importante, Walther Funk, que desde el 30 de enero de 1933 hasta finales de 1937 fue también jefe de prensa del gobierno del Reich.Tal como había determinado Hitler, Funk debía organizar el Ministerio de Propaganda «para que Goebbels no tenga que ocuparse de las cuestiones de administración, finanzas y organización».34 Funk, a quien como jefe de la administración (departamento I) le asistía uno de los pocos «convertidos» de la «época del sistema», el antiguo nacional-conservador Erich Greiner,35 fue quizá —como mánager en la lucha por competencias dentro del partido— el apoyo más eficaz de Goebbels.36 Wilhelm Haegert, de veintiséis años, dirigía el departamento de propaganda, que como es natural tenía «un peso dominante» dentro del ministerio.37 El antiguo suplente del jefe de la delegación del NSDAP en Angermünde pasó a ser en 1931 jefe del departamento de protección jurídica del distrito de Gran-Berlín y en 1932 jefe de personal de la jefatura de propaganda del Reich en Munich, antes de que Goebbels lo llamara a su ministerio. A la cabeza del departamento responsable de cinematografía puso Goebbels a Ernst Seeger, y a Otto Laubinger le encomendó las competencias del teatro. Como director del departamento de prensa nombró Goebbels a Kurt Jahncke, quien al mismo tiempo era suplente de radiodifusión en la oficina del jefe de prensa del gobierno del Reich. Debía velar por que la prensa no sólo «informara», sino que también «instruyera», tal como expuso Goebbels su misión a grandes rasgos el 16 de marzo. Tenía que ser «por así decir un piano en manos del gobierno, que el gobierno pueda tocan>. Éste era el «estado ideal», y conseguirlo era a su juicio una de sus «principales tareas».38 La monotonía y el aburrimiento que esto amenazaba

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Goebbels intentaba combatirlos con su fórmula de que la prensa debía ser «uniforme en los principios», pero «multiforme en los matices». 39 El propio Goebbels consideraba la prensa como un producto y un instrumento del espíritu liberal e ilustrado de la Revolución Francesa; así pues, la prensa procuraría «evitar en lo posible una concepción y una orientación totalitarias».40 Especialmente marcado le parecía en este sentido el influjo del «judaismo internacionalista», entre otras cosas por sus experiencias personales.Ya en 1926 había «analizado» que especialmente esos periódicos que eran «mensajeros de la putrefacción» y «promotores de la catástrofe» contaminaban las «creencias, las costumbres y la conciencia nacional» de los «buenos alemanes» y del «hombre de bien». 4142 Esto iba a cambiar pronto. Así, la semioficial Agencia Telegráfica Wolff, en la que desde 1928 se habían infiltrado sistemáticamente los nacionalsocialistas, la Unión Telegráfica de Hugenberg y la Compañía Telegráfica Continental se fusionaron en la Agencia de Noticias Alemana (Deutsches Nachrichtenbüro, DNB), subordinada a la vigilancia oficial del Ministerio de Propaganda y que llegó a tener el monopolio del Estado. La unificación la llevó a cabo Alfred Ingeniar Berndt, que aún no tenía los veintiocho años. El «prototipo del atizador nacionalsocialista» 43 fue nombrado a principios de febrero de 1933 comisionado del Reich para la Agencia Telegráfica Wolff, y después de la fusión asumió el cargo de redactor jefe de la DNB. Con su ambición, con su capacidad para presentar la realidad bajo su punto de vista, con su desconsideración y falta de escrúpulos, impresionó tanto a Goebbels 44 que el ministro de Propaganda le encomendó más tarde funciones directivas en su ministerio. Otro paso decisivo en la unificación de la prensa consistió en que, con la ley de redactores, la responsabilidad del editor, que hasta ahora comprendía lo periodístico, se transfirió también al redactor. Así pues, al igual que los editores, cuyo círculo también se «unificó» pronto, estaba directamente sujeto a la intervención estatal. En caso de que no gozaran de simpatías, Goebbels los amenazaba con tacharlos de la lista de empleo, con amonestaciones e incluso con el «ingreso» en un campo de concentración. Un efecto disuasorio tuvo ya la primera oleada de prohibiciones motivada por el decreto del 4 de febrero de 1933 para la «protección

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del pueblo alemán», del que fueron víctimas de inmediato varios «órganos judíos».45 Siguieron periódicos de izquierdas, entre ellos el Vorwárts y el Rote Fahne; a Goebbels esto le pareció «un alivio para el alma».46 En julio de 1933 el ministro pudo celebrar como el «derrumbamiento de un baluarte judeo-liberal»47 el final del gigante periodístico Mos-se, en el que diez años antes Goebbels había buscado sin éxito colocarse. En noviembre de 1933 fue «unificada» la editorial Ullstein; el periódico que ésta publicaba, el Vossische Zeitung, fue suprimido por Goebbels en marzo de 1934.48 Una excepción constituyó el Frankfurter Zeitung. Este periódico líder de la burguesía liberal, con muchos lectores en el extranjero, fue tolerado por los nacionalsocialistas hasta finales de agosto de 1943, puesto que les servía, por así decirlo, de pantalla.49 Era el que mejor lograba salvaguardar la propia integridad e incluso a veces sacar a la luz entre líneas puntos de vista contradictorios. Además de las prohibiciones, la presión económica y las depuraciones de personal en las redacciones de los periódicos aún permitidos, la «conferencia de prensa en el gobierno del Reich», fundada en 1917 y que ahora se llamaba «conferencia de prensa del gobierno del Reich», le sirvió a Goebbels como el verdadero instrumento para dirigir a la prensa, aunque sólo participaba en ella con motivo de los acontecimientos más importantes.50 Si antes la presidencia de la conferencia de prensa concedía autorizaciones o acreditaciones, ahora el departamento de prensa del Ministerio de Propaganda seleccionaba a los asistentes que cada mediodía debían recibir allí las «órdenes» e «instrucciones» oficiales, o «ser orientados», como se denominaba tal costumbre.51 Junto con las «indicaciones» de la oficina de prensa del NSDAP a escala del Reich, las «informaciones confidenciales» para redactores o el servicio de revistas de la jefatura de propaganda de Goebbels —aquí apa recieron Unser Wille una Weg [Nuestro querer es poder] a partir de 1936; Parole derWoche [Consigna de la semana] a partir de 1937 y demás material

informativo—, estas directrices, que afectaban a todos los ámbitos de la vida imaginables —entre 1933 y 1945 en total unas 75.000— constituían «la columna vertebral del dirigismo periodístico».52

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Pero la dirección de la prensa no estaba exclusivamente en manos de Goebbels, pues aquí también Hitler, que gobernaba según el prin cipio de «divide y vencerás», había compensado pesos y contrapesos. El contrapeso de Otto Dietrich con respecto a Goebbels consistía, por una parte, en su función como presidente de la Federación del Reich de Prensa Alemana y como vicepresidente de la Cámara de Prensa del Reich —desde 1933 en adelante le correspondió la supervisión y orientación ideológica de los redactores—, pero por otra parte también en su cercanía a Hitler, quien en 1931 había confiado el cargo de jefe de prensa del NSDAP del Reich al antiguo redactor de prensa. Por la demanda de Dietrich de poder dar de manera autónoma directrices a los representantes de la prensa pronto surgieron continuas tensiones y disputas con el Ministerio de Propaganda. 53 A Goebbels le iba a nacer otro contrapeso en la persona de Max Amann, el presidente de la Cámara de Prensa del Reich y director de la editorial Eher perteneciente al partido. Si en el año 1933 el NSDAP sólo poseía un 2,5 por ciento de las editoriales periodísticas alemanas con unos 120 diarios y semanarios, que en conjunto tenían una tirada de aproximadamente un millón de ejemplares, Amann, sargento de Hider en la Primera Guerra Mundial, compró hasta 1939 casi un millar y medio de editoriales con más de 2.000 periódicos 54 —entre ellas la Editorial Alemana con el Deutsche Allgemeine Zeitung, el Berliner Borsenzeitung y en 1939, con ocasión del cincuenta cumpleaños de Hitler, el Frankfurter Zeitung— e incorporó hasta 1945 al trust de prensa nacionalsocialista más del 80 por ciento de las editoriales alemanas. 55 En estas gestiones Amann contó con la ayuda del fiduciario del Reich Max Winkler, quien —encubierto por holdings y sociedades de financiación aparentemente neutrales— realizaba las compras, y del colaborador del propio Amann Rolf Rienhardt, quien dirigía la oficina de administración del jefe de prensa del NSDAP del Reich. En su posición como vicedirector permanente de la Federa ción del Reich de Editores Periodísticos Alemanes, Rienhardt aglutinaba «todo el poder prescriptivo, administrativo y judicial» en el sector de las editoriales periodísticas, con lo cual tenía al mismo tiempo un poder casi ilimitado en los asuntos de personal de toda la prensa alemana.

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Goebbels dedicó una singularísima atención a la radio. En este terreno iba pronto a mandar él solo. A ningún departamento de su ministerio «dedicó un análisis propio tan intenso» como al tercero, declaró en Nuremberg el que fue durante años su ayudante personal, Moritz von Schirmeister.56 Este medio, que apenas tenía diez años, lo consideraba Goebbels como «autoritario en esencia»57 y —hasta que se inventó la televisión—58 como el instrumento para la sugestión de las masas, que «por su naturaleza es apropiado para el Estado total».59 Sólo la radio garantizaba a su juicio que se pudiera abarcar totalmente a la población. Para crear las condiciones técnicas necesarias para ello hizo ampliar la red de estaciones emisoras, instalar en calles y plazas «columnas de altavoces del Reich» e incentivar la producción de un económico aparato receptor, el «receptor del pueblo», por 76 marcos, que popularmente se conoció después como el «piquito de Goebbels».60 Ya antes de ser nombrado ministro, Goebbels había empezado a poner bajo su control este medio desde el punto de vista organizativo.61 Tenía la ambición de «crear la primera radio moderna del mundo».62 A mediados de marzo, el ministro del Interior del Reich le había encomendado «las tareas de personal, políticas, culturales y programáticas de la radio». El comisario político de la radio, director de la sociedad radiofónica del Reich y primer jefe del departamento de radio en el ministerio de Goebbels, Gustav Krukenberg, cuyas funciones fueron asumidas en julio de 1933 por Eugen Hadamovsky, que sólo tenía veintiocho años —éste se convirtió en jefe de emisiones del Reich, o lo que es lo mismo, en director de los programas de todas las emisoras del Reich, y en director de la sociedad radiofónica del Reich—63 y por Horst Dressler-Andress —quien dirigía el departamento de radio en el Ministerio de Propaganda—, ahora ya no recibía órdenes del ministro del Interior, sino del ministro de Educación Popular y Propaganda.64 Además, el 22 de marzo Goebbels acordó con el ministro de Comunicaciones del Reich, el barón Von EltzRübenach, quien delegó en el ministerio de Goebbels la parte de las comunicaciones referente a la sociedad radiofónica del Reich, que la supervisión de la radio ejercida hasta ahora por éste quedaría en ade-

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lante exclusivamente en manos suyas.65 Comunicaciones sólo seguía siendo responsable de la realización técnica. Tres días después, Goebbels citó a los intendentes y directores de las sociedades radiofónicas en la «Casa de la radio» berlinesa. Dando reiterados puñetazos en la tribuna del orador, dejó categóricamente claro quién llevaba ahora la voz cantante: «No tenemos ningún reparo en decirlo: la radio nos pertenece a nosotros, a nadie más.Y pondremos la radio al servicio de nuestra idea, y ninguna otra idea encontrará aquí expresión».66 Para terminar ordenó una «acción de depuración» que debía eliminar de las emisoras de radio «los últimos elementos marxistas».67 Víctimas de esta acción fueron los directores de las estaciones regionales, que habían perdido su independencia y que ahora, como emisoras del Reich, estaban subordinadas a la central berlinesa, así como muchos jefes de los departamentos de noticias, conferencias y entrevistas, o dirigentes. Muchos de los pioneros de la radio —a ojos de Goebbels «literatoides, liberalillos, sólo técnicos que cobraban dinero y creaban gastos»—68 desaparecieron de la esfera pública. Pocas semanas después de la toma de posesión del cargo por parte de Goebbels, se decía en una notificación de la sociedad radiofónica del Reich que, desde la «reestructuración» de la radio, 98 dirigentes y otros 38 empleados habían «abandonado» las sociedades radiofónicas y habían sido sustituidos por «viejos combatientes del levantamiento nacional, que por el trabajo realizado hasta entonces y por su calidad personal garantizaban que iban a hacer progresar la radio por la vía indicada por el doctor Goebbels».69 Una «fantástica oleada de influencia política, agitación y propaganda en todas sus formas»70 inundó entonces la esfera pública alemana. Durante los primeros meses se retransmitieron sobre todo discursos de los altos funcionarios nacionalsocialistas, pronunciados en las muchas festividades nacionales y en los grandes actos que se acumulaban. La política, si quería ser moderna, tenía que dirigirse a la nación en todas las Ocasiones posibles, dejarla sonar.71 El comienzo lo marcó la solemne inauguración del Reichstag, durante la cual efectuaron su primer gran despliegue la radio del Reich y el noticiario Wochenschau [Cróni-

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ca de la semana]. Al igual que había celebrado el 4 de marzo como «día de la nación que resucita», ahora se propuso instituir el 21 de marzo como «día del levantamiento nacional», muy al «estilo del modelado nacionalsocialista». 72 Pero en la planificación no consiguió dejar aparte a la Reichswehr, a la Stahlhelm, a las asociaciones monárquicas y a las iglesias. La dirección del acontecimiento —misas en la iglesia de San Nicolás de Potsdam y en la de San Pedro y San Pablo, un acto solemne en la Garnisonskirche [iglesia del Cuartel], lugar de enterramiento de Federico el Grande, así como un desfile final— no le satisfizo en todos los puntos, pues se incluían muy pocos elementos nacionalsocia listas. Por eso convenció a Hitler para que no participara en ninguna de las ceremonias preliminares e hiciera acto de presencia sólo en la Garnisonskirche.73 En su lugar, Goebbels organizó un «homenaje a los caídos» en el cementerio de Luisenstadt, donde estaban enterrados varios de los miembros de las SA fallecidos durante las luchas callejeras de los años pasados en Berlín. El jefe de la prensa extranjera, Hanfstaengl, habló después de una «obra maestra de la improvisación teatral». 74 Sin embargo, esto no era precisamente improvisación, sino rutina cargada de simbolismo, como cuando Goebbels, ducho en «sepelios», honraba a los «mártires» del movimiento, cuando avanzaba entre las filas de hombres de las SA y depositaba la corona con la esvástica en la cinta, tras lo cual Hitler estrechaba la mano a los familiares y todos guardaban silencio durante un momento, antes de que se repitiera la ceremonia en la siguiente tumba. Desde el cementerio de Luisenstadt bajaron en un convoy de automóviles la Reichsstrasse 1, «entre multitudes que no dejaban de dar gritos de júbilo», 75 en dirección a Potsdam, engalanada con traje de fiesta. Con frac y sombrero de copa, que significativamente en esos tiempos usó cada vez más en lugar del traje pardo, entró el canciller del Reich acompañado del presidente del Reich, que llevaba el uniforme de mariscal, en la Garnisonskirche, donde ya habían ocupado sus asientos Goeb bels y el resto de ministros y diputados parlamentarios. Hindenburg, después de detenerse un instante delante del palco imperial y de levan tar el bastón de mando a modo de saludo, después de que se fuera extin-

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guiendo el Nun danket alie Gott [Ahora dad todos gracias a Dios] del himno

de Leuthen, leyó con concisión y seriedad su mensaje, en el que evocó el «viejo espíritu de este lugar glorioso contra el egoísmo y las disputas entre partidos (...) en beneficio de una Alemania orgullosa y unida». A continuación, en tono patético, pensando en los corazones de aquellos que se consideraban guardianes de las tradiciones prusianas, Hitler aseguró a los reunidos y a la nación que le seguía por la radio que la Alemania nacionalsocialista continuaría con el pasado y que marcharía hacia un futuro digno de ese pasado. Todos quedaron «hondamente conmovidos», escribió Goebbels, no menos impresionado por el acontecimiento y que decía haber visto cómo a Hindenburg se le llenaban los ojos de lágrimas.76 El «día de Potsdam», con el apretón de manos entre el mariscal y el cabo que se difundió en millones de postales y carteles, apeló a la emoción nacional y sugirió no sólo a las masas burgués-conservadoras la reconciliación entre la vieja y la nueva Alemania. «Como una ola huracanada» había barrido Alemania el entusiasmo nacional y, «así lo esperamos, ha desbordado los diques que algunos partidos habían levantado contra ellos y abierto puertas que hasta entonces habían permanecido obstinadamente cerradas», escribió el Berliner Bórsenzeitung.11 Todo esto debía hacer creer que los catorce años anteriores desde la derrota y la revolución habían sido un mal sueño, que ahora, tras años de discordia, el camino de la gloriosa historia alemana seguía su curso natural. Este ambiente se hizo sentir cuando dos días después, en la ópera Kroll, transformada en Parlamento y que había sido acordonada por las SS y decorada con los emblemas y colores de la «nueva era», incluso el Centro y el Partido del Estado Alemán (Deutsche Staatspartei) dieron su aprobación a la ley de autorización del NSDAP, cuyos diputados se habían presentado con el uniforme pardo. Sólo el grupo del SPD, diezmado por las persecuciones y los arrestos, se negó a conceder a Hitler una absoluta libertad de acción durante cuatro años, tal como preveía la ley. Antes de la votación, su presidente, Otto Wels, pronunció un valiente discurso —pese a la enormemente errónea estimación política de la situación— en el que justificaba la postura negativa de su par-

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tido y terminaba con un llamamiento a la conciencia del derecho del pueblo y con un saludo a los perseguidos y a los oprimidos: «Su perseverancia y lealtad merecen admiración. Su arrojo reivindicativo, su inquebrantable esperanza garantizan un futuro más brillante».78 Éste fue el último discurso de la oposición en el Parlamento, que en adelante sólo constituyó el telón de fondo para las intervenciones del Führer, pues los nacionalsocialistas eran ahora también «constitucionalmente los señores del Reich», como manifestó satisfecho Goebbels en su diario.79 Un día después de esa memorable sesión parlamentaria, Goebbels pudo presentar un proyecto de ley que él había propuesto hacía mucho desde dentro del partido y que se impuso en el gabinete de Hitler: el día 1 de mayo se convertiría en fiesta nacional del pueblo alemán, haciéndose así realidad un viejo sueño de la clase obrera alemana. Junto con los programas de creación de empleo implementados por el gobierno del Reich, que debían poner fin a la penuria general, el ministro de Propaganda esperaba que esta medida, acogida sensacionalmente en la opinión pública, ejerciera un efecto remolino sobre aquellos por los que había luchado desde siempre: los trabajadores. Así, el nuevo régimen intentaba ofrecer algo a cada grupo social. Pero quien no contribuyera, quien se opusiera, ése era perseguido, vuelto a aleccionar y, si no se dejaba, «exterminado». La crítica ya sólo les estaba permitida a aquellos «que no tienen miedo de ir al campo de concentración», amenazaba claramente en el Angriff90 Goebbels, quien, en calidad de jefe del distrito berlinés, hacía que las SA llevaran esas órdenes a la práctica. A algunos de los confinados allí, como al escritor de la Prusia Oriental Ernst Wiechert, los hacía comparecer Goebbels ante sí para «degollarlos» mentalmente —como él decía— con una «filípica» de una brutalidad verbal insuperable.81 Goebbels encontraba satisfacción en semejantes escenas, pues le servían como válvula de escape a su odio. Realmente se deleitaba con la orgía de venganza que continuaba desde el incendio del Reichstag, en cuyo transcurso miles de personas desaparecieron en los campos de concentración: hombres como el socialdemócrata Julius Leber, el sindicalista Wilhelm Leuschner y el anarquista Erich Mühsam, del que Goebbels

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dijo que era un «agitador judío» con el que se cortaría por lo sano y que en 1934 murió como consecuencia de las torturas en el campo de con centración de Oranienburg, o muchos directores de las emisoras de radio, los «barones de la radio», que por orden de Goebbels fueron trasladados a Oranienburg. 82 «Ali» Hohler, el combatiente de la Liga Roja que en 1930 había disparado a Horst Wessel los tiros mortales, fue sacado de la cárcel con falsificación de hechos por parte de miembros de las SA y asesinado de manera bestial en un bosque cerca de Berlín. 83 Desde el primer día de la toma de posesión de su cargo, Goebbels consideró su «deber» emplear su aparato contra aquellos a los que no sólo echaba la culpa de la desgracia de Alemania en el pasado, sino a los que también veía como una amenaza para la existencia futura de la nación, contra los judíos. Quería demostrarles que los nacionalsocialistas estaban «dispuestos a todo». 84 Para preparar una primera llamada de atención hacia lo inconcebible, hacia la deseada «extirpación» del judaismo del «cuerpo del pueblo alemán», Hitler llamó a su ministro de Propaganda a Berchtesgaden. «En la soledad de la montaña», 85 donde según sus propias declaraciones podía «pensar mejor», 86 su Führer había tomado la decisión de emprender una acción de gran envergadura con tra los judíos alemanes. Goebbels llegó el 26 de marzo a la casa de montaña (el Berghof), donde Hitler había convocado a varios altos funcionarios del partido para una conferencia. En su transcurso, Julius Streicher, antisemita y editor del periódico demagógico Der Stürmer [El asaltante], fue nombrado jefe de la «comisión central» encargada de la planificación y la organización, a la que también pertenecía Muchow, el antiguo colaborador de Goebbels y ahora jefe suplente de la organización nacionalsocialis ta de células de empresa, así como Heinrich Himmler y Robert Ley. 87 Hubo acuerdo en que, para justificar esta acción frente al pueblo ale mán y los miembros del gobierno, era necesario un motivo que fuera más allá de la «convicción» tan a menudo propagada de que los «judíos de acción internacionalista» eran los «únicos culpables». A ese propósito serviría la posición crítica de los periódicos ingleses y americanos — Goebbels la denominó «campaña difamatoria»— respecto al gobier-

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no de Hider-Papen, que se reinterpretó como un complot precisamente de ese «judaismo corrosivo». Así pues, el boicot recibiría el carácter de una medida ejecutada con resolución, pero defensiva, para la protección del Reich.88 Goebbels preparó un documento 89 que, según la decisión de Hitler, convocaba a todas las organizaciones del partido a un boicot de los negocios judíos en Alemania para el 1 de abril de 1933. 90 El punto 11 decía: «Nacionalsocialistas, habéis hecho realidad el milagro de derri bar con un solo ataque el Estado de noviembre; esta segunda misión la resolveréis de la misma manera. El judaismo internacional debe saber: (...) Hemos acabado con los agitadores marxistas en Alemania, no van a conseguir que nos postremos de rodillas, ni aunque ahora prosigan desde el extranjero sus criminales perfidias contra el pueblo. ¡Nacio nalsocialistas! El sábado, a las 10 en punto, el judaismo sabrá a quién ha declarado la lucha».91 El día del boicot, en el que el Ministerio de Propaganda comenzó oficialmente sus actividades, Goebbels habló en el Lustgarten berlinés «contra la campaña difamatoria del judaismo mundial». En este discurso, que se retransmitió por todas las emisoras alemanas, Goebbels anun ció que si los judíos alemanes declaraban hoy en día no tener la culpa de que los de su misma raza denigraran al régimen nacional de Ale mania en Inglaterra y América, entonces los nacionalsocialistas tampo co tendrían la culpa si pedían cuentas a los judíos «por los cauces abso lutamente legítimos y legales»; pocos días más tarde esto se llevó a efecto en las disposiciones de la ley para la «reconstitución del funcionariado profesional» (7-4-1933), que excluía a los «no arios» del empleo en el servicio público. Goebbels siguió amenazando con que los «pecados» de los judíos no se habían olvidado: «De las tumbas de Flandes y Polo nia se levantan dos millones de soldados alemanes y denuncian que el judío Toller pudiera escribir en Alemania que el ideal heroico es el más estúpido de todos los ideales. Dos millones de soldados se levantan y denuncian que la revista judía Weltbühne pudiera escribir: "Los soldados son siempre asesinos", que el profesor judío Lessing pudiera escri bir: "Los soldados alemanes han caído por una basura"».92

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El llamamiento que hizo a continuación de creer en «nuestra orgullosa misión» se llevó a la práctica ese mismo día. En todos los puntos del Reich fueron secuestrados conciudadanos judíos, delante de sus negocios se montaron guardias de las SA; se pintarrajearon y se rompieron los escaparates; en Leipzig tuvieron lugar razias en sinagogas y casas parroquiales judías.93 Goebbels, que siguió al detalle los sucesos en Berlín, los percibió como un «imponente espectáculo» y vio con satisfacción la «ejemplar disciplina».94 Pero entre la población esto no fue acogido en absoluto tan positivamente como Goebbels había esperado. Aún más impresionante debía ser la celebración del cumpleaños de Hitler, en adelante el acontecimiento más señalado en el calendario de fiestas nacionalsocialista. Después de que la víspera Goebbels ensalzara a su Führer como el salvador de la nación en un discurso que se leyó para todas las emisoras, el 20 de abril tuvieron lugar en todo el país marchas, desfiles de banderas y actos festivos. Apenas había pasado este hito, los esfuerzos del ministro se concentraron en los preparativos de las fiestas de mayo. Debían convertirse en un acontecimiento de masas como el mundo no lo había visto nunca, en «una obra maestra de la organización y de la manifestación multitudinaria»,95 fantaseaba Goebbels, a quien el gabinete había confiado la gestión. Durante días enteros trabajó en el proyecto de las celebraciones nocturnas del campo de Tempelhof junto con Hanke y con un acreditado especialista en desfiles masivos, Leopold Gutterer, antiguo jefe de propaganda del distrito de Hannover y actual encargado de mítines y fiestas nacionales en el Ministerio de Propaganda. Al grupo de planificación dirigido por Goebbels pronto se unió un joven arquitecto, profesor adjunto en la Escuela Técnica Superior de Berlín, que se había afiliado a las SA en 1931 ya las SS el año siguiente. Albert Speer, como se llamaba el arribista, elaboró un proyecto para la parte decorativa, que en la planificación del Ministerio de Propaganda se asemejaba a una «fiesta con competición de tiro», llamando así enseguida la atención de Goebbels.96 El trabajo del ministro se vio interrumpido por una estancia en Rheydt. El concejo municipal de su ciudad natal, controlado por el

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NSDAP, había propuesto a instancias de Fritz Prang su nombramiento como hijo predilecto. Aquellos que entonces, a comienzos de los años veinte, habían estigmatizado por su defecto físico a ese inteligente chi co raro y se habían reído con desprecio, los que más tarde, una vez que se marchó y volvió como orador del partido, se habían burlado de él, solicitaban ahora su favor. Su desprecio por la «gente canalla» no servía más que para confirmarlo. No se trataba, como escribió en la versión publicada de su diario, de soportar el agasajo sólo por su madre. 97 Antes bien, estaba ansioso de exhibirlo ante ellos y, sobre todo, ante sí mismo. Consideraba como un resarcimiento por las humillaciones de aquellos años el que, durante su viaje desde Colonia —adonde había llegado con el avión especial la tarde del 23 de abril de 1933— a Rheydt, la gente esperara en las carreteras y saludara a la limusina del «señor ministro del Reich» que pasaba a toda velocidad, el que la pequeña ciudad se hubie ra vestido de fiesta y que las autoridades municipales hubieran decidido cambiar el nombre de la Dahlener Strasse, donde había crecido, por el de Joseph-Goebbels-Strasse. El programa de fiestas era muy intenso. 98 Comenzó la tarde de su llegada con una representación de la Juventud de Max Halbe en el auditorio municipal, con la colaboración de la conocida actriz María Paudler, y continuó a la mañana siguiente con una visita a su antigua escuela, el centro de secundaria de Rheydt. Después de «estrechar la mano duran te largo rato» a sus antiguos profesores y —como se podía leer en el Rheydter Zeitung— apenas ser capaz de articular palabra de la «emoción interna», se presentaron en el salón de actos ante todo el alumnado allí reunido, salón donde se le había permitido pronunciar el discurso de gala en la primavera de 1917 por ser el mejor bachiller. El director del colegio, Harring, lo ensalzó como «prestigio de esta escuela, orgullo de esta ciudad y gloria de nuestra patria alemana». El director creía descubrir la razón de su «alto y soberbio éxito» en el hecho de que el «señor ministro del Reich» había seguido un desarrollo y una formación «que me gustaría denominar verdaderamente humanista». Pero por humanista entendía «de manera muy general el objetivo de ser un homo humanus, un verdadero hombre, una persona en perfecta armonía». 99

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Por la tarde, las autoridades de la administración, los concejales y un nutrido grupo de invitados de honor, entre ellos la mujer de Joseph Goebbels, Magda, su hijastro Harald, su madre, sus hermanos María, Konrad y Hans y viejos camaradas, como su amigo de colegio y compañero de bachiller Fritz Prang, que en su día le había llevado a los nacionales, se congregaron en el ayuntamiento, ostentosamente engalanado, donde se le hizo entrega a Goebbels del diploma de ciudadanía honoraria de la ciudad de Gladbach-Rheydt.Tras los comentarios verdaderamente panegíricos del primer alcalde, Handschumacher, que concluyó con un «Que Dios esté siempre con Rheydt. (...) ¡Viva, viva, viva!»,100 y después de entonar al unísono Alemania, Alemania, por encima de todo, el homenajeado habló desde la escalinata del ayuntamiento a la multitud apiñada, que había acudido a la «plaza de Adolf Hitler». En un «discurso conceptual y lleno de sagrado fanatismo y fogosidad arrebatadora», anunció la próxima separación de Rheydt de Gladbach, lo que fue acogido por los reunidos con «indescriptibles gritos de júbilo», pues en ese caso serían los únicos en tener al ministro de Propaganda del Reich como hijo predilecto.101 Las celebraciones finalizaron con un desfile de antorchas por la JosephGoebbels-Strasse, al que el hijo de la ciudad pasó revista entre los acordes de la marcha de honor y de la canción de Horst Wessel, con el brazo en alto, de pie en un coche descapotable aparcado delante de la casa paterna, mientras los suyos contemplaban el espectáculo desde los ventanucos de la pequeña casa. Cuando, después de una reunión con viejos conocidos y compañeros del partido de Rheydt en la sala Rütten y una breve noche en el hotel Palast, partió al día siguiente en dirección a Berlín, estaba profundamente satisfecho. El cronista del periódico local manifestó que habían pasado un día «como Rheydt nunca lo había vivido y como no hay otro en su agitada historia».102 De vuelta en Berlín, Goebbels se consagró de nuevo a los preparativos del «día del trabajo nacional», que se iba a convertir en un gran éxito propagandístico. Centenares de miles de personas se dieron cita en el campo de Tempelhof, delante de la gigantesca tribuna de Speer con las enormes banderas de esvásticas, y siguieron el impresionante

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espectáculo compuesto de proclamas, canciones, representaciones y la intervención del Führer. Uno de los invitados de honor de la diplomacia, el embajador francés André Francois-Poncet, observó al respecto: «Tras unas palabras introductorias de Goebbels, Hitler sube a la tribuna del orador. Los focos se apagan, excepto los que bañan al Führer de una brillante luz, de manera que parece estar como en un barco legendario sobre el ir y venir de las masas. Reina el silencio como en una iglesia. Hitler habla».103 Cuando esta primera fiesta nacional de los trabajadores terminó con unos inmensos fuegos artificiales, cuyo momento estelar fue el resplandor del gran retrato del Führer formado por fuegos de Bengala, Goebbels también había sucumbido a la propia escenificación de este espectáculo dirigido a millones de personas. Sobre él escribió que los berlineses, que un par de años antes aún se estaban disparando entre sí con ametralladoras, habían salido con toda la familia, obreros y burgueses, ricos y pobres, empresarios y subordinados. «Una furiosa borrachera de entusiasmo se ha apoderado de la gente. Los acordes de la canción de Horst Wessel suben al eterno cielo de la noche con fuerza y fe. Las ondas del éter llevan las voces (...) a toda Alemania, (...) y ahora en todas partes cantan a coro (...). Aquí nadie puede quedarse fuera, todos pertenecemos al mismo grupo, y ya no es una frase huera: nos hemos convertido en un único pueblo de hermanos».104 Aunque esto seguía siendo una visión, es cierto que, tras pocos meses de despliegue del poder pardo, la oposición contra el nacionalsocialismo comenzó a desmoronarse. Amplios sectores de la clase obrera volvieron la espalda a sus partidos y sindicatos, facilitando así su desvertebración, que ahora avanzaba aceleradamente. Sin encontrar resistencia, el 2 de mayo unidades de las SS y de las SA ocuparon en todo el Reich las casas sindicales, así como las correspondientes empresas y bancos obreros. Poco después, por orden de Góring,se ocuparon todas las sedes y se incautaron los fondos del SPD y de la Reichsbanner. Por esa avalancha de unificación forzosa, que, partiendo en marzo del mando sobre la policía, había alcanzado primero a las regiones, también fueron arrollados pronto los demás partidos políticos, organizaciones y asociacio-

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nes de intereses. La Iglesia protestante consiguió hacerle frente, pero a precio de escindirse en Iglesia Confesora y Cristianos Alemanes. Por el contrario, la Iglesia católica, que en un principio había declarado la guerra a los nacionalsocialistas, entró en la «corriente parda» gracias a las negociaciones entabladas por Hitler, que culminaron en el concordato del Reich, pues el tratado, que resaltaba solemnemente la «libertad del culto y de la religión católica», no dejó de surtir efecto en los católicos alemanes. Asimismo, en las universidades del país ya sólo existía una débil voluntad de autoafirmación. En el nacionalsocialismo, con la propagada «comunidad popular» y el «liderazgo orgánico», se manifestaba finalmente para muchos docentes aquello sobre lo que habían teorizado desde hacía tiempo en los coloquios. Renombrados profesores como Heidegger, Pinder y Sauerbruch pusieron enseguida sus nombres al final de proclamas y juramentos de fidelidad. Un signo adecuado a la época también quiso tener la Federación Alemana de Estudiantes, a cuyo frente hubo un nacionalsocialista desde julio de 1931. La dirección de esta asociación estudiantil voluntaria, la más grande de Alemania, intentaba ahora incluso superar a la Liga Estudiantil Nacionalsocialista por lo que respectaba a la «pureza» de la doctrina.105 Ya el 2 y el 9 de abril, un delegado de la Federación Alemana de Estudiantes había hablado con un representante del Ministerio de Propaganda sobre un acto «simbólico», planeado para principios de mayo, en el que se quemarían escritos «corrosivos», es decir, escritos de judíos, marxistas y demás autores «antialemanes», y el 10 de abril había solicitado ayuda económica al Ministerio de Propaganda. A la persona a la que se dirigieron le pidieron que intercediera ante el «compañero de partido y ministro Goebbels» en favor de la concesión del dinero. El ministro, quien ya había sido nombrado orador principal en el proyecto programático paralelo de la quema de libros en Berlín, afrontaba este plan, que en general aprobaba, más bien con sentimientos encontrados por razones personales, pues había estudiado con profesores judíos como Gundolf y Waldberg. Este último, un ferviente patriota alemán, acababa de ser borrado de la lista de docentes por «no ario» tras la promulgación de la ley para la «recons-

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titución del funcionariado profesional». En los primeros años Goebbels había alabado con gran entusiasmo a ambos profesores, e incluso cuando empezó a ver en el judaismo la decadencia del mundo, su inmenso odio no iba dirigido a ellos personalmente.Ya que, con su intervención en la quema de libros, temía llamar la atención de sus adversarios sobre este pasado, vaciló y dejó a la Federación Alemana de Estudiantes con la incertidumbre de si podían contar con él o no. Sólo cuando el 3 de mayo la asociación estudiantil le volvió a pedir por escrito que pronunciara el «discurso incendiario» en la noche del 10 de mayo, el ayudante expresó la aprobación del ministro. Cuando a medianoche —al mismo tiempo ardían las hogueras en muchas ciudades universitarias del Reich— Goebbels llegó en un coche descapotable a la Plaza de la Ópera de Berlín, enfrente de la venerable Universidad Federico Guillermo, dio la impresión de «no estar demasiado entusiasmado con el asunto».106 De todos modos, ya al principio de su discurso «en contra del espíritu antialemán», anunció el final de la «era de un exagerado intelectualismo judío». 107 En las llamas de los 20.000 volúmenes veía desmoronarse el «fundamento intelectual de la república de noviembre».108 Sin embargo, era evidente que, durante el breve discurso pronunciado a la luz del fuego nocturno y retransmitido por la radio, no se encontró en su forma habitual. En lugar de agitar como de costumbre «con una voz ronca y retumbante», habló «más bien civilizadamente» e intentó «moderar más que instigar», recordaba Golo Mann,109 quien como estudiante estuvo presente cuando Goebbels atacó a buena parte de la mejor vida intelectual y cultural alemana como «porquería intelectual» de los desarraigados «literatoides judíos».110 También la esposa de Goebbels, Magda, consagrada al nacionalsocialismo con no menos radicalismo, se puso en esos días al servicio del régimen. El 14 de mayo pronunció en la radio «de un modo perfecto», como encomió su marido lleno de orgullo,111 el primer discurso del día de la madre, en el que subrayó que la «madre alemana» se situaba «ya por instinto» al lado de Hitler y que, «tras comprender sus elevados objetivos espirituales y morales, se convertía en una entusiasta adepta y

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en una fanática luchadora». 112 La mujer del ministro de Propaganda, rubia y de ojos azules, se prestaba de manera extraordinaria como representante de la Alemania nacionalsocialista, pues respondía perfectamente al difundido cliché de la «moderna mujer alemana». Ésta tenía en el Estado nacionalsocialista, calificado de «masculino», 113 la única misión de «ser hermosa y traer hijos al mundo», 114 como en cierta ocasión expresó Goebbels sin rodeos. Magda, quien siempre tuvo un «contacto» personal sumamente bueno con Hitler, fue en muchos aspectos una ayuda para el advenedizo Goebbels. A diferencia de su marido, que no manejaba con fluidez nin guna lengua extranjera moderna, ella dominaba varios idiomas, entre otros el italiano, 115 lo que le benefició mucho en el primer viaje al extranjero, que a finales de mayo de 1933 les llevó a ella y a Goebbels a Roma. La elegante y mundana mujer se mostraba segura y efectista en sus intervenciones. A ella le debía Goebbels el que se disiparan su inseguridad y sus dudas de si causaría una «impresión correcta» en esta visita oficial.116 En esta época hacía constar repetidamente en su diario lo «maravillosamente»117 que Magda cumplía su misión. Con ello se refería sobre todo al banquete de gala al lado de Mussolini, quien figu ró entre sus «grandes conquistas», 118 no escatimó cumplidos y manifestó su «fabulosa» opinión acerca de Magda. Pero ella no sólo daba a Goebbels confianza en sí mismo, sino que velaba ambiciosamente por su autoridad política. Así, sufrió con él cuando el asunto de la delimitación de competencias respecto a otros ministerios le provocó «mucha indignación». 119 La causa radicaba en que las tareas del nuevo ministerio no estaban fijadas con exactitud en el decreto fundacional firmado por Hindenburg; antes bien, este decreto autorizaba al canciller del Reich a establecer las competencias. 120 Ya que Hitler se abstuvo conscientemente de ello en cierto grado, los conflic tos entre las respectivas carteras resultaron inevitables. Sin duda el más serio lo tuvo que lidiar en un principio con el ministro del Interior del Reich, Frick, y es que el Ministerio del Interior era el que más com petencias tenía que ceder al Ministerio de Propaganda recién creado, pues hasta entonces los asuntos culturales del Reich se habían atribuí-

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do principalmente a aquél.121 Además, Goebbels tenía en la persona de Frick, el antiguo consejero de Interior y Educación popular de Turingia, a un rival predestinado y nada desdeñable en materia de cultura. Sin embargo, consiguió sacar ventaja a Frick con el decidido apoyo del astuto táctico Funk. No sin orgullo anotó pronto en su diario: «Todo el departamento de cultura del Ministerio del Interior depende ahora de mí».122 En el «decreto del canciller del Reich sobre las tareas del ministro del Reich para la Educación Popular y la Propaganda»,123 publicado el 30 de junio de 1933 por la disputa con Frick, Hitler no concedía a Goebbels todo lo que éste había deseado,124 pero en él se decía que era «responsable de todas las tareas de influencia intelectual sobre la nación». De las atribuciones del Ministerio del Interior, pasaban a depender de él «la instrucción general en política interior, la Escuela Superior de Política, la implantación y celebración de los días festivos nacionales y festividades estatales en colaboración con el ministro del Interior, la prensa (con el Instituto de Periodismo), la radio, el himno nacional, la Biblioteca Alemana de Leipzig, el arte, el fomento de la música incluyendo la Orquesta Filarmónica, los asuntos teatrales y cinematográficos», así como la «lucha contra la literatura barata».125 Mientras que el Ministerio de Economía y el de Alimentación tuvieron que cederle la propaganda económica y los asuntos de publicidad, exposiciones y ferias, y el Ministerio de Transportes la propaganda de transportes y comunicaciones, el Ministerio de Exteriores, de acuerdo con el decreto, tenía que transferir de su ámbito de competencias al Ministerio de Propaganda «el sistema informativo y la propaganda en el extranjero, el arte, las exposiciones de arte, la cinematografía y los deportes en el extranjero». También el departamento de prensa del gobierno del Reich, que hasta ahora había estado integrado en el Ministerio de Exteriores, se incorporaría al Ministerio de Propaganda. El 10 de mayo Goebbels tuvo que luchar duramente por ello en una deliberación de dirigentes.126 En un principio, el ministro de Exteriores, Konstantin von Neurath, no quería darse por satisfecho. El 16 de mayo envió negociadores a Goebbels, que sin embargo poco consiguieron frente a

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su determinación y capacidad de imponerse. Una «sentencia terminante» de Hitler —así lo vio Goebbels— en una nueva deliberación de dirigentes celebrada el 24 de mayo,127 durante la cual se dice que el canciller del Reich defendió «con brío» el criterio de Goebbels, aseguró al ministro de Propaganda el quedar al cargo de la propaganda activa en el extranjero y dejó finalmente aVon Neurath sin conseguir su objetivo.128 En la cuestión de las competencias, Goebbels llegó a enfrentarse asimismo con Góring en el verano de 1933, aunque su relación se había distendido visiblemente desde que aquél también fue nombrado ministro. Puesto que ahora ya no se sentía postergado, celebró el nombramiento de Góring como presidente regional de Prusia en abril, principalmente porque ahora por fin también estaba «garantizada una clara y enérgica orientación nacionalsocialista para este land tan importante».129 Si hacía poco Goebbels había atacado la política de Góring como «reaccionaria», al mes siguiente, en una «entrevista», el enjuto agitador y el pesado vividor hicieron responsables de su a veces difícil relación a los «chismosos», que eran los peores perturbadores.130 Pero la concordia duró poco. Goebbels, que tenía el poder en Berlín sobre los «teatros del Reich» —la Volksbühne y el teatro de la Nollendorfplatz, así como la Ópera Alemana—m siempre estaba criticando la «chulería uniformada» del «gordo».132 Cuando en junio Góring se negó a renunciar a su responsabilidad sobre el Teatro Estatal Prusiano, que abarcaba desde la plaza de Gendarmenmarkt hasta Unter den Linden, 133 enseguida se volvió a leer en sus escritos sobre la «descarada fanfarronería» de su adversario134 y se rescató el viejo argumento de que Góring se comportaba con demasiada complacencia con la noble «reacción».135 Y es que, si se comparaban los edificios, palidecían todos los teatros que tenía Goebbels bajo su control, pero Góring no se dejó arrebatar este «tesoro», aunque aquél no cesaba de intentarlo. El conflicto abierto entre ellos se produjo cuando Góring disputó al ministro de Propaganda el monopolio sobre la radio. El 12 de junio, en una «circulan) dirigida a varios ministerios del Reich y gobiernos regionales, Góring llamó la atención sobre el hecho de «que la

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radio no se presta de ningún modo a ser administrada por una sola mano, a saber, exclusivamente por el Reich. Es mucho más propio de la naturaleza de la radio combinar los intereses de diferente índole y de diferente envergadura del Reich y de las regiones, hasta el punto de que la gestión de la radio sólo sea posible a partir de una estrecha colaboración entre ambos, si es que se desean conseguir los mejores resultados de esta importante rama de la administración del Estado».136 Cuando el 17 de junio Goebbels tuvo noticia del escrito, vio «la ocasión para atacar».137 Calificó la carta como «una desfachatez», tenía una «rabia tremenda» y lo primero que quería era «ir volando directamente a Hitler», quien ahora debía emitir su dictamen; pero finalmente dejó «madurar el asunto».138 Goebbels no dudaba de que Góring saldría perdiendo en esto,139 pues, al igual que para Hitler, la «rigurosa centralización» era para Goebbels la medida de todas las cosas.140 «No conservar, sino liquidar», era la estrategia de ambos con respecto a las regiones, en particular por lo que se refería a la poderosa Prusia.141 Goebbels desacreditó a Góring acusándole de propagar sólo por su «sed de poder» un «regionalismo» que había encontrado expresión en el asunto de la radio.142Varias veces se dirigió a Hitler con esta cuestión, hasta que éste finalmente confirmó la exclusiva competencia de Goebbels sobre la radio.143 Goebbels también tuvo éxito en sus gestiones para conseguir una residencia oficial adecuada, que él se había fijado a la sombra de la Puerta de Brandeburgo, en el más septentrional de los siete jardines ministeriales, como se los denominaba, entre la Wilhelmstrasse y la FriedrichEbert-Strasse. Pero el antiguo palacio de los mayordomos reales de Prusia había servido hasta ahora de domicilio oficial al correspondiente ministro de Alimentación del Reich. Con el apoyo de Hitler, que dio su aprobación el 28 de junio,144 Goebbels aprovechó la dimisión de Hugenberg para adelantarse a su sucesor en el Ministerio de Alimentación, Darré, a la hora de ocupar la vivienda. Aun antes del nombramiento de Darré, Goebbels se dirigió a él «por la cesión de la casa».Ya que Goebbels le comunicó que Hitler así lo deseaba, pues quería tenerle inme-

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diatamente cerca», Darré accedió al ruego del ministro de Propaganda.145 El nuevo señor de la casa situada en la calle Hermann-Goring-Strasse 20, como se llamó la Friedrich-Ebert-Strasse a partir de agosto de 1933, siguió creando problemas a Darré; impidió la necesaria ampliación del Ministerio de Alimentación porque le «molestaban» esos trabajos en su residencia oficial, según sospechó Darré.146 Por el contrario, las reformas en la propia casa ministerial comenzaron enseguida y a gran escala. Albert Speer dirigía las obras, que comprendían también la anexión de un gran edificio residencial. 147 El 30 de junio de 1933 Goebbels entregó la llave a su mujer, pero en la alegría de ésta se mezcló de inmediato una gota de amargura: los muebles elegidos por Speer no le gustaban.148 Así que hubo que cambiarlos por otros, pues, a pesar de la sencillez que proclamaban, los Goebbels empezaban a vivir en un ambiente cada vez más lujoso. El seguía intentando evitar esa impresión hacia fuera —así, por ejemplo, en las Navidades de 1933 hizo que su hermano mayor Konrad reconviniera a su hermano Hans por su cara limusina—,149 pero en lo que se refería a la decoración de sus viviendas y casas se subordinaba a Magda, cuyo «gusto fabuloso» siempre hacía constar.Y ella —quién no lo iba a comprender teniendo en cuenta las condiciones de su primer matrimonio— se regía por lo que era bueno y caro, aunque, a diferencia de la pasión que sentían las esposas de otros muchos compañeros del partido por lo cursi y lo ostentoso, tenía un gusto certero y sobre todo estilo, hecho que revelan sus encargos a los Talleres Unidos de Munich. Y sabía crear un ambiente en el que también Hitler se sintió muy bien en privado durante años —un vínculo adicional entre el Führer y su jefe de propaganda. Cuando condujeron orgullosos a Hitler a través de la casa y el jardín, éste mostró un «completo y sincero entusiasmo» y compartió su opinión de que era «como un pequeño palacio de recreo».150 Hitler sólo desaprobó muy duramente las acuarelas de Nolde, que Speer había tomado prestadas para la vivienda de Eberhard Hanfstaengl, el director de la Nationalgalerie [Galería Nacional]. Aunque a los Goebbels les encantaban esas acuarelas, el ministro hizo llamar inmediatamente a

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Speer y le comunicó que eran «sencillamente imposibles» y que había que retirarlas «al instante». 151 También aquí la opinión de Hitler, «entendido en arte», estaba para él y su esposa por encima de todo. Hasta qué punto el deseo de Hitler era una orden para los Goebbels lo ilustra también el papel que desempeñó en un conflicto entre ambos: en julio de 1933 Magda quería asumir la presidencia de un nuevo cen tro de moda alemán, cosa que Goebbels rechazó de manera tajante, pues las mujeres tenían que concentrarse exclusivamente en la familia y no desempeñar ningún papel activo en la esfera pública. Así que se produjeron «ruidosas escenas». 152 Cuando, como consecuencia de ello, Magda se negó a acompañar a su marido a Bayreuth para el festival de Wag-ner, que era sagrado para los dirigentes nacionalsocialistas, la cosa se convirtió en un «serio conflicto». 153 Hitler, quien, después de que Goebbels se presentara allí solo, reaccionó «horrorizado», dio inmediatamente la orden de traer a Magda en avión desde Berlín. Ahora ella ya no se hizo más de rogar y apareció después del primer acto de Los maestros cantores «con una belleza resplandeciente».154 Los «ánimos» todavía «muy abatidos» entre ella y Goebbels sólo fueron superados tras las nuevas insistencias de Hitler. Aún en Bayreuth, escribió Goebbels en su diario con un agradecimiento pueril: «Hitler restablece la paz entre Magda y yo», es un «verdadero amigo» y «lo quiero mucho». 155 Puede que la causa de estas desavenencias estuviera en el estado psíquico del ministro de Propaganda, pues un nuevo competidor tocaba la posición de poder de Goebbels. Ley, que con el Frente Alemán del Trabajo (DAF, en sus siglas alemanas) se había apropiado de la organización y del enorme capital de los sindicatos y seguros sociales desarticulados,156 tenía la intención de integrar en el frente a todas las fede raciones de trabajadores, incluida la Asociación Profesional de Artistas, lo que recortaría decisivamente las posibilidades de Goebbels de influir en materia político-cultural. Esta idea provocó en Goebbels una reac ción «casi de pánico». 157 Con la mayor celeridad posible se presentó ante el representante de su Führer, Rudolf Hess, con quien habló «seriamente» el 6 de julio sobre las intenciones de Ley, 158 operando con la palabra clave «marxismo», un arma habitual contra el DAF. El 10 de julio

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advirtió en un artículo contra las «tendencias marxistas» dentro de la Organización Nacionalsocialista de Células de Empresa, NSBO en siglas alemanas.159 Había que tener cuidado de que el marxismo, privado de sus posibilidades de organización, no encontrara «una nueva palestra ideológica» en la NSBO. No todo el que se ponía la insignia de la NSBO era por ello un leal soldado de Hitler.Y pensar que el marxismo estaba completamente exterminado tras el final del SPD y del KPD, eso se podía esperar de otros, pero no de «nosotros, viejos nacionalsocialistas».160 Tres días después, en un escrito dirigido a la cancillería del Reich, acusó a Ley de seguir siendo partidario del clasismo y del sindicalismo marxistas, lo que «siempre prometía buenos resultados tratándose de Hitler, que padecía el síndrome de Strasser». 161 Goebbels pedía «que se buscara lo más pronto posible el arbitraje del señor canciller del Reich en este asunto» y «que en el sector artístico se le dieran instrucciones al Frente del Trabajo de no atentar contra la continuidad de las asociaciones profesionales existentes que colaboran conmigo».162 Goebbels justificó su exigencia alegando que tenía intención de «presentar propuestas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich, que estaría formada por las organizaciones de los distintos ámbitos» pertenecientes a su «esfera de acción»163 y que abarcaría a todos los «trabajadores culturales» del Reich bajo su dirección. Puesto que Hitler no le respondió con una negativa decidida, Goebbels dio de inmediato el siguiente paso y pocos días después añadió a su carta una «nota» que llevaba por título «Ideas básicas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich». 164 Por muy poco que se hubiera dejado madurar el escrito desde el punto de vista ideológico, estuvo disponible rápidamente, y ante todo de eso se trataba ahora en su situación,165 pues una organización de este tipo no había tenido ninguna importancia en el momento en que se planificó la estructura del Ministerio de Propaganda. En estas «ideas básicas», Goebbels castigaba duramente las supuestas «aberraciones» ideológicas de Ley. Había que observar —se decía--.que «no todos entendían» la «línea» del nacionalsocialismo de hacer de la constante formación cultural, en la que Goebbels veía el «gran proyecto sociológico del siglo xx»,166 «el

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cimiento natural del Estado de la comunidad creadora nacional». De este modo, Goebbels quería oponerse a los frentes sociales y a la representación de intereses económicos con una nueva «razón de ser»: la creación artística libre sería reemplazada por el servicio a la «comunidad popular»,167 estableciéndose así el deseado frente único de Estado y cultura.168 Ley, en cambio —así lo afirmaba Goebbels—, apoyaba «tendencias que reducen la construcción estatal exclusivamente al terreno de las luchas sociales y quieren hacer de ella una especie de comunidad de trabajo paritaria reactivando el ideario sindicalista». 169 Estas «direcciones opuestas —seguía diciendo— quizás no se han manifestado en ninguna parte con más fuerza y gravedad» que en la esfera de acción asignada al Ministerio de Propaganda. Por este motivo, pero también porque el ministerio tenía la misión de «fundir en un conjunto la educación estatal y la formación de la identidad», el Ministerio de Propaganda necesitaba «para el desempeño de sus tareas asociaciones de prensa, radio, literatura, teatro, cinematografía, música y artes plásticas, y no asociaciones de trabajadores y patronos, en las que se subraya de la manera más contundente posible la uniformidad del interés económico y se reprime la disparidad de condiciones de los ramos profesionales».170 Durante un «largo cambio de impresiones de carácter general» con Hitler, que tuvo lugar el 24 de agosto en el Obersalzberg, el Führer dio por buenas las ideas de Goebbels y expresó la «más plena admiración» por su trabajo.171 Después todo fue muy rápido. A finales de mes se discutió por primera vez a nivel de ponentes el correspondiente «Proyecto para una ley de Cámara de Prensa y Cultura». En la «deliberación de dirigentes» del 19 de septiembre se logró un «consenso» y ya el 22 de septiembre se aprobó la ley172 que otorgaba a Goebbels plenos poderes «para unir en corporaciones de derecho público» a los «miembros del ramo de actividades que comprendía su esfera de acción». Así existía, aparte del DAF de Ley, un segundo sindicato del Estado controlado por Goebbels para los profesionales del sector cultural. El ministro de Propaganda había conseguido una «obra maestra en el arte de la improvisación política».173

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Aunque Hitler dio por terminada la «revolución parda» ya el 7 de julio de 1933 —lo que significaba tanto como: el ejército y la economía se dejan en paz y todo lo demás está bajo control— y pese a que las medidas más perentorias para la unificación forzosa se habían concluido más o menos, el aparato propagandístico de Goebbels seguía trabajando al máximo rendimiento e intentaba entusiasmar a la nación con fiestas y desfiles multitudinarios para combatir el letargo que a menudo se observaba. En el año de la subida al poder, se celebró a principios de septiembre en Nuremberg el «congreso de la victoria del partido del Reich» con una pompa nunca vista. Cientos de miles de personas se acercaron a la capital de Franconia para presenciarlo. A los que se quedaron en casa, la radio, la prensa, el noticiario Wochenschau y finalmente la película de Leni Riefenstahl les transmitieron esa Victoria de la fe, como decía significativamente el título de esta última. Si la penuria ya no pesaba tanto sobre la gente, se debía entre otras cosas al efecto de la propaganda, que exhibía de manera incansable los esfuerzos y logros sociales del régimen.Ya se tratara de medidas para el fomento del empleo, como las obras del tramo de autopista entre Frankfurt y Heidelberg, que comenzaron en septiembre, o iniciativas de beneficencia, como la campaña de socorro invernal, la radio del Reich y la prensa siempre estaban presentes e informaban detalladamente sobre la primera piedra colocada por Hitler aquí o el discurso inaugural pronunciado por el ministro de Propaganda allá. La dinámica de los acontecimientos y la experiencia de comunidad propagada en todas partes debían sugerir a la gente la excitación ante lo nuevo y la consolidación del estado de cosas antes de que realmente hubiera mejorado su situación económica. Cada vez más personas de todas las capas sociales iban sucumbiendo poco a poco al hechizo pardo con sus lemas de «eliminación del desempleo», restauración del «honor nacional» y una «comunidad popular» que salvaba todas las barreras sociales. Sin embargo, había muchas cosas inquietantes, que daban motivos para dudar, como los ataques contra los judíos o la construcción de campos de concentración, así como el terrorismo contra quienes tenían diferente ideología política, como por ejemplo durante la «semana sangrienta de Kópenick»,

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en la que 91 personas fueron cruelmente masacradas por las SA. 174 Pero, puesto que las cosas habían venido así y de todos modos nada se podía hacer como individuo particular, en Alemania muchos se excusaban alegando que ellos no tenían nada ver con eso. Y, a fin de cuentas, ¿no habían tenido todas las revoluciones sus excesos que tarde o temprano habían vuelto a disminuir? En cambio, entre los enemigos occidentales de la guerra mundial, la dictadura de Hitler, con la radical eliminación de personas que no gozaban de su simpatía política, pero sobre todo el antisemitismo decretado por el Estado, aumentaron las aversiones contra el Reich. En esos países, las abiertas declaraciones de enemistad estaban a la orden del día y pesaban cada vez más sobre las relaciones exteriores. Por ese motivo, en otoño Hitler tuvo que frenar a su ministro de Propaganda, quien tras la consolidación de su esfera de influencia dedicó toda su energía a la lucha contra los ciudadanos de credo judío, la «peste universal que había que exterminar». Así, la ponencia que le había encargado a Goebbels para el congreso del partido sobre «El problema racial y la propaganda mundial» le resultó demasiado agresiva. «Por razones de política exterior», muy a pesar del orador, el texto tuvo que ser «suavizado en la cuestión judía».175 Sin embargo, Goebbels fue para Hitler la primera opción cuando se trató de calmar los ánimos internacionales. Como gesto de un supuesto pacifismo alemán, que Hitler ya había exhibido a lo grande en su discurso parlamentario del 17 de mayo de 1933, envió en una misión especial, además de a su ministro de Exteriores,Von Neurath, a su más hábil dialéctico a Ginebra para el congreso de la Sociedad de Naciones de finales de septiembre de 1933. «Del mismo modo que nuestros adversarios en política interior no se dieron cuenta hasta 1932 de hacia dónde nos dirigíamos, de que la promesa de legalidad era sólo un ardid», así se deberían salvar ahora «todos los peligrosos escollos» de la «zona de riesgo» por medio de juramentos de paz; con ello se refería a la fase de «capacitación para la guerra», que Goebbels consideraba la condición indispensable para la supervivencia de Alemania en un mundo de enemigos y el primer paso en el camino hacia el gran imperio conti-

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nental.176 De acuerdo con esta regla, la propaganda de Hitler y Goebbels en política exterior tuvo el siguiente lema encubridor entre 1933 y 1936: «No somos una Alemania militarista».177 Después de su visita a la Italia amiga de Mussolini, éste era el segundo viaje oficial de Goebbels al extranjero. En él se presentó por primera vez ante los representantes de aquellos países en contra de cuyos sistemas democráticos, sin conocerlos en lo más mínimo, había desplegado una campaña difamatoria tan grande. En consecuencia, la impresión que se llevó de la asamblea de la Sociedad de Naciones el 25 de septiembre fue «deprimente». «Una reunión de muertos» se celebró allí, sobre la que sentenció con tanta ironía como desprecio que esto era el «parlamentarismo de las naciones».178 El delegado alemán en Berna, Ernst von Weizsácker, había esperado que Goebbels sacara «útiles impresiones».179 En realidad fueron de este tipo: «Lo único interesante era observar a la gente. Sir John Simón, ministro de Exteriores inglés. Alto e imponente (...). Dollfuss, un enano, un petimetre, un bribón. Por lo demás, nada raro (...). Nosotros los alemanes les damos cien vueltas.Todo sin dignidad ni estilo.Aquí ha encajado y se ha sentido bien Stresemann. Esto no es para nosotros (...). Me fastidia haber participado. El Ministerio de Exteriores se caga en los pantalones de miedo».180 Pero también él mismo, «la sensación de la asamblea plenaria», 181 fue «examinado y juzgado».182 En el ambiente ginebrino tan denostado por él —informa el intérprete jefe del Ministerio de Exteriores, Paul Schmidt—183 Goebbels se movió sin embargo «con absoluta desenvoltura», «como si llevara años siendo delegado en la Sociedad de Naciones». Lo cierto es que el «hombre salvaje de Alemania» causó una impresión tranquila y cuidada, y Goebbels cambió su violento vocabulario de agitador político, habitualmente tan delator, por una cuidada jerga diplomática. La máscara era perfecta. El intérprete Schmidt tuvo la impresión de que «casi todos» los interlocutores extranjeros de Goebbels «se quedaron igual de sorprendidos que yo al encontrar frente a sí, en lugar de al vocinglero tribuno del pueblo, al tipo completamente normal de delegado de la Sociedad de Naciones, que sonreía amable-

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mente de vez en cuando, como hubo decenas en las asambleas de sep tiembre».184 Von Weizsácker lo confirmó. La «rica mezcla» de la delegación ginebrina con personalidades del NSDAP «dio muy buen resultado», pen saba. Los extranjeros que hablaron con Goebbels se despidieron en general con la impresión de que en ese movimiento había algo que merecía un estudio más detenido.185 Para sus «negocios suizos»,Weizsácker quedó asimismo «muy satisfecho»186 con la visita de Goebbels, a lo que pudo contribuir considerablemente una cena del 27 de septiembre de 1933 con el profesor ginebrino de Historia Moderna y futuro comisario de la Sociedad de Naciones en Danzig, Cari Jacob Burckhardt. En ella Goebbels decía haber logrado cambiar a su favor el «frío ambiente» inicial entre los suizos. 187 También creía haber desvanecido las preocupaciones del consejero federal suizo Giuseppe Motta por los «deseos de expansión nacionalsocialistas», de manera que finalmente el «burgués metido a político» se fue al parecer «muy satisfecho». 188 Un efecto similar hizo constar Schmidt sobre la intervenci ón de Goebbels ante los representantes de la prensa internacional la tarde del 28 de septiembre de 1933 en la abarrotada sala de los espejos del hotel Carlton de Ginebra. Su conferencia sobre «La Alemania nacionalsocialista y su misión de paz» 189 volvió a estar perfectamente en la línea de la propaganda alemana de los años 1933-1936. 190 En ella Goebbels rechazó como «grotesca»191 la tesis de que la nueva Alemania estuviera preparando una futura política expansionista y sostuvo que era «injus to» conjeturar un deseo de guerra por parte de Alemania cuando todo el sistema sobre el que se basaba el gobierno alemán estaba «impregnado de un espíritu pacifista». 192 Schmidt refiere que el comentario de Goebbels sobre que el nuevo régimen era una «ennoblecida forma de democracia en la que se gobierna autoritariamente según el mandato del pueblo»193 fue acogido en muchos casos con «incrédulo escepticismo» y alguna «sonrisa irónica». Del mismo modo, sus promesas de paz resultaron demasiado halagüeñas teniendo como fondo las Señales del nuevo tiempo194 que llegaban desde Alemania. Sin embargo, los comentarios hábilmente calculados que hizo Goebbels sobre el auténtico peli-

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gro, el bolchevismo, encontraron gestos de asentimiento en el auditorio, sobre todo entre algunos ingleses y americanos.195 De todos modos, más que el fondo fue la forma en que Goebbels se expresaba y hablaba lo que dejó una cierta impresión «positiva» en el auditorio internacional, pues éste también se «sorprendió de que el desmedido demagogo que veían en Goebbels por sus comentarios ahora estuviera delante de ellos de una forma tan civilizada y amable». 196 Justo esta sensación contradictoria dejó el discurso de Goebbels en el corresponsal del Times londinense, quien escribió «que el tono en que Goebbels expuso sus ideas fue extraordinariamente suave y de manera inequívoca debía ser un gesto útil y conciliador para las negociaciones sobre el desarme, pero contrastaba extrañamente con algunas sentencias anteriores procedentes de la misma fuente».197 Un periódico parisino llegó a manifestar que Goebbels había hablado «como Stresemann en su día».198 Cuando a continuación el ministro de Propaganda se mezcló libremente con los periodistas y respondió incluso a las preguntas más duras sobre la libertad de prensa, la cuestión judía o los campos de concentración «con temperamento, capacidad de réplica y diplomacia»,199 pudo estar seguro de su «reconocimiento, aunque fuera involuntario».200 El ministro de Exteriores francés, Joseph Paul-Boncour, a ojos de Goebbels un «vanidoso desagradable. Francés y literatoide. No un buen tipo»,201 informó al presidente de su consejo de ministros, Daladier, sobre el diálogo de dos horas que mantuvo con Goebbels y que no le había dejado del todo indiferente: «Conversación fogosa, ojos ardientes, gestos de una mano elegante y fina, que contrastan como los ojos con el cuerpo deforme y que subrayan, acentúan y amplifican sus esfuerzos de argumentación. Este ministro de Propaganda trae la propaganda a la diplomacia».202 Antes de su vuelo de regreso a Berlín del día siguiente, Schmidt oyó al ministro de Propaganda hablar de una atmósfera terrible, de confusión, intrigas y disimulo.203 Al parecer, Goebbels, pese a su éxito, estaba desconcertado por el foro extranjero: tenía el convencimiento de que los representantes de la Sociedad de Naciones estaban unidos en cuanto a su hostilidad contra la Alemania nacionalsocialista. Al menos eso

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era lo que todos le habían «dejado sentir claramente, aunque por fuera se mostraran tan amables».204 El enviado italiano Suvich estaba «visiblemente influenciado por los franceses», hablaba de guerra y peligro y además estaba «plenamente contra nosotros» en la cuestión austriaca, anotó Goebbels en su diario y resumió: «Italia es un país de sacro egoísmo (...). Suvich es rival nuestro. Intenta ocultarlo (...). Pero yo no me dejo engañar».205 El ministro de Exteriores húngaro, el conde Kanya, le informó de la «psicosis bélica» que reinaba en París, de lo cual Goebbels concluyó que París buscaba «torpedear el desarme».206 En el asunto de la igualdad de armamentos exigida por Hitler, Goebbels no pudo hacer desistir de su postura negativa ni a Jean Louis Barthou, el antiguo presidente de la comisión de reparaciones y futuro ministro de Exteriores francés, ni a Paul-Boncour, pese a dos largas entrevistas que mantuvieron el 29 de septiembre de 1933, en las que intentó hacerles perder su «miedo cerval» con innumerables «argumentos».207 Sólo los encuentros ginebrinos con el ministro de Exteriores polaco, Josef Beck, y con el presidente del Senado de Danzig, Hermann Rauschning, quien «con seguridad no hace tonterías», transcurrieron de manera satisfactoria para Goebbels. Con Beck puede uno «arreglárselas», es «joven e impresionable», observó Goebbels. Además Beck quiere «librarse de Francia y tender más hacia Berlín», 208 un proceso que desembocó el 26 de enero de 1934 en un pacto de amistad y no agresión germano-polaco. Con él, Alemania dio un paso decisivo para salir de su aislamiento en política exterior, aislamiento hacia el que Hitler —sin duda vio corroborada la decisión que ya había tomado por el informe negativo de Goebbels con respecto a Ginebra— había dirigido al país con la salida de la Conferencia para el Desarme y de la Sociedad de Naciones el 14 de octubre de 1933. Aquí también, en la fase de «capacitación para la guerra» de Alemania, un hábil reparto de papeles encubrió la estrategia de engaño. Mientras que Hitler daba a conocer su decisión en la radio, Goebbels, por orden del gobierno, volvía a declarar en una conferencia de prensa la adhesión «a una política del más sincero pacifismo y disposición -conciliadora».209 Lo repitió en su discurso de política exterior «Laiuchade

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Alemania por la paz y la igualdad» el 20 de octubre en el palacio de deportes berlinés, en el que justificó públicamente la salida de Alemania de la Sociedad de Naciones y de las negociaciones para el desarme: «Si hemos abandonado la Sociedad de Naciones y la Conferencia para el Desarme, no ha sido para preparar la guerra. Adolf Hitler ha declarado con razón en su discurso radiado que sólo un loco desearía la guerra. Nos hemos salido para limpiar el ambiente, para mostrar al mundo que así no se puede seguir». En lugar de ocuparse con responsabilidad de las catástrofes económicas, los políticos se dedicaban a «convertir a Alemania en cabeza de turco»,210 decía disipando en el interior los fundados temores del exterior. La indignación que reinaba en Ginebra por la salida alemana y las aisladas peticiones de acciones militares contra Alemania fueron en vano, y esto confirmó el juicio de Goebbels sobre la «decadencia» de las democracias occidentales. En el Reich —tal como él y Hitler querían hacer creer— no se derramaba ni una lágrima por la Sociedad de Naciones, sino que más bien se aplaudía la salida. Nadie habría entendido «que hubiéramos continuado por medio del debate aquello que los partidos de Weimar realizaron durante diez años». El pueblo quiere ver algo, no lo que «meditabundos intelectuales» consideren conveniente, sino una acción arrebatadora que documente la decidida voluntad de empezar de nuevo.211 Ahora le tocaba a Hitler demostrar por su parte al extranjero que todo el pueblo alemán seguía su política en un «frente único sin precedentes».212 Por eso hizo que se sancionara la salida de la Sociedad de Naciones, unida a la pregunta por la aprobación general de su política, con un plebiscito asociado a la reelección del Parlamento votado el 5 de marzo. Como tan a menudo en los años pasados, en las pocas semanas que quedaban hasta el día de las elecciones, el 12 de noviembre volvió a arrollar el país una gigantesca oleada de mítines multitudinarios retransmitidos por la radio, de desfiles y llamamientos en masa. En millones de carteles se exigía justicia y libertad para la patria. Una vez más Goebbels, que hacía las veces de jefe electoral del Reich, cumplió con una enorme carga de intervenciones oratorias y entrevistas con el obje-

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tivo de que sus «compatriotas» dieran su voto a favor de la política de Hitler como símbolo de su fiel y leal confianza, sobre todo con vistas al extranjero. No se necesitaba ningún don profético para predecir que el resultado de la votación respondería a las expectativas. Es cierto que la lista única garantizaba de todos modos el éxito, pero también estaba demasiado presente Versalles con sus cesiones de territorio, con sus zonas de ocupación y los pagos de reparaciones, estaba demasiado vivo el recuerdo de las humillaciones que depararon a Alemania las negociaciones tributarias o el que se echara mano de la cuenca del Ruhr, como para poder negar el «sí» al «Führer y a la patria». Así pues, el plebiscito y la asociada reelección del Parlamento, que ahora por vez primera estaba hecho «de una sola pieza»,213 integrado casi exclusivamente por diputados nacionalsocialistas, fue un temprano momento estelar de la aprobación de Hitler en Alemania y, por ende, un éxito íntegro de su ministro. El 8 de noviembre éste había declarado como testigo ante el tribunal imperial de Leipzig en el proceso por el incendio del Reichstag, intentando minimizar el daño que causaba este proceso, iniciado ya hacía semanas, sobre todo en el extranjero. El caso era que, tanto en el Reich —aunque con la boca tapada— como en el extranjero, el proceso contra el autor confeso Marinus van der Lubbe, contra el antiguo presidente del grupo parlamentario comunista,Torgler, 214 así como contra los comunistas búlgaros Dimitrov, Popov y Tanev, había reavivado la discusión sobre aquello que habían difundido escritos en parte prohibidos y en su mayoría comunistas: la autoría nacionalsocialista del delito. En el estrado de los testigos, transformado en plataforma propagandística, Goebbels hizo un «llamamiento al sentido de la justicia del mundo» y exigió a la prensa extranjera que reprodujera su «minuciosa descripción de las verdaderas circunstancias del delito» con el mismo rigor que le había concedido al Braunbuch [Libropardo],215 el cual intentaba probar la culpabilidad nacionalsocialista en el incendio del Reichs tag.216 Era inadmisible —declaró Goebbels— que «el gobierno de un pueblo decente y honrado siga estando bajo sospecha ante el mundo de una manera tan falaz».

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De «absurda» y de «distorsión sin escrúpulos de la realidad» calificó Goebbels la teoría que le imputaba la autoría intelectual del incendio. Para eliminar a un partido «al que habríamos podido pasar a cuchillo y aniquilar en cualquier momento que quisiéramos», para eso habría dispuesto de otros medios. Como igualmente «absurda», rechazó la imputación de que los nacionalsocialistas habrían tenido motivos para acometer «algo especial», particularmente debido a los malos pronósticos para las elecciones del 5 de marzo. Por el contrario, encontraba —como había hecho Góring cuatro días antes— toda una serie de argumentos para la autoría comunista del atentado. Los comunistas —así lo expuso el ministro de Propaganda tergiversando gravemente la realidad— habían sido los únicos «beneficiarios» del incendio y con él habían querido dar «la señal para la rebelión general». Había sido su «última oportunidad» de «reprimir el levantamiento nacional». Por «absolutamente absurda» y por una «estúpida broma» —así declaró respondiendo a la pregunta de cuándo había tenido conocimiento del incendio del Reichstag— tomó él en un principio la comunicación telefónica de Hanfstaengl. En consonancia con las memorias de posguerra de éste, Goebbels siguió refiriendo en Leipzig que sólo había transmitido la noticia a Hitler, que se encontraba en su casa de la Reichskanzlerplatz, después de que el jefe de la prensa extranjera le avisara por segunda vez. «Sorprendido» e «incrédulo» se había dirigido luego con Hitler «a un ritmo vertiginoso» hacia el Reichstag, donde Góring los recibió media hora después del aviso de Hanfstaengl en la puerta 2 con la explicación de que se trataba de un atentado político y de que ya se había detenido a uno de los autores, un comunista holandés. De la intervención de casi tres horas del ministro de Propaganda, el profesor Justus Hedemann, jurista de Jena y testigo del proceso, sacó la impresión de que Goebbels había sido «extremadamente sugestivo» y «también concluyente desde el punto de vista del contenido», sobre todo «teniendo en cuenta la situación psicológica» que imperaba entonces. Cuando Goebbels empleaba la palabra «absurdo» al final de una exposición de ideas, sonaba tan consecuente «como si no hubiera sido

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posible ningún otro juicio».217 Aunque puede que esto también lo sintieran así los espectadores con sus nutridos aplausos, entre ellos Magda Goebbels —Hedemann anotó: «(...) Los lindos ojos, calculadamente sombríos; las ondas del cabello, de un rubio pajizo, bajo una capucha negra; una mirada muy expresiva (...) ¡Clotilde!»—,218 los jueces del Reich llegaron a otra conclusión. Condenaron a muerte aVan der Lubbe como «autor único», pero absolvieron a Torgler, Dimitrov, Tanev y Popov, dando una negativa ridiculizadora a la teoría nacionalsocialista de la conspiración comunista. Los jueces de Leipzig aún no habían emitido la sentencia cuando Goebbels, poco después del éxito triunfal en las elecciones parlamentarias, con una reforzada confianza en sí mismo, accedió a la tribuna del orador de la Filarmónica de Berlín para, en presencia de su Führer, pronunciar el discurso solemne con motivo del acto fundacional de la Cámara de Cultura del Reich.219 El presidente de la Cámara, Goebbels, todavía entusiasmado por el resultado de las elecciones, mostró enfáticamente las perspectivas de futuro de las artes en Alemania, que evidenciarían que el «gran despertar alemán de nuestra era» no sólo era político, sino también cultural. Las medidas que él establecía con ese fin las dictaba el «sentido común». Lo que eso significaba ya lo habían experimentado amargamente durante la primera mitad del año un buen número de impopulares escritores, actores, intendentes y directores artísticos. Privados de perspectivas profesionales de futuro, muchos fueron abandonando Alemania paulatinamente, entre ellos Thomas y Heinrich Mann, Arnold Zweig, Alfred Dóblin y el director de cine Fritz Lang. Los judíos se vieron afectados con especial dureza; Goebbels declaró abiertamente que, según su «opinión y experiencia», «un coetáneo judío» era «en general incompetente para gestionar el patrimonio cultural de Alemania».220 Así, Otto Klemperer, el director de la Ópera Estatal de Berlín, después de que se le concediera la medalla de Goethe aún en 1933, fue despedido «por razones raciales». Quienes no habían emigrado o habían perdido las simpatías del régimen, quedaron ahora integrados forzosamente en la Cámara de Cultura del Reich, subordinada al Ministerio de Propaganda y compuesta por siete cámaras menores:

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literatura, prensa, radio, teatro, música, cinematografía y artes plásticas del Reich.221 Goebbels, que acababa de «depurar» las redacciones de los periódicos por medio de una ley de redactores, se esforzó mucho por disipar miedos y temores 222 asegurando durante su discurso inaugural que en Alemania no encontraría su hogar la «censura» 223 y que la única pretensión consistía en ser «los benévolos patronos del arte y la cultura ale mana». Había que poner coto al «diletantismo insensible y sin vida de una legión de ineptos»; la «incultura» y la «involución reaccionaria», que obstruían a los jóvenes el camino hacia arriba, debían ser definitiva mente cosa del pasado. Sólo «manos consagradas» tendrían «el derecho de servir en los altares del arte». 224 Así intentó ganarse al menos a algunos «iconos» para que colaboraran en la Alemania nacionalsocialista, pues no podía permitir que se produjera un éxodo completo de artis tas, si es que la palabra de Hitler acerca de un florecimiento cultural en Alemania aún debía tener un ápice de autoridad. En un primer momento, la estrategia que esto implicaba de «neutralizar a la burguesía liberal y ganar prestigio en el extranjero» 225 iba a salir bien. En efecto, hubo un número no despreciable de artistas pro minentes dispuestos a colaborar en las instituciones del régimen nacionalsocialista, entre ellos Wilhelm Furtwángler, uno de los directores de orquesta más importantes del siglo XX, pero también los compositores Richard Strauss y Paul Hindemith, el poeta lírico Gottfried Benn, e incluso el premio Nobel de Literatura Gerhart Hauptmann se puso a bien con el Estado nacionalsocialista. Con esta política cultural, Goebbels, que procedía con habilidad y había incluido en sus cálculos una apariencia positiva hacia el exterior, encontró sin embargo la enconada resistencia de un hombre al que muy a sabiendas había asignado un lugar en las últimas filas durante la ceremonia fundacional de la Cámara de Cultura del Reich: Alfred Rosenberg. El jefe de la Liga para la Defensa de la Cultura Alemana, no ofi cial en el partido, que se había quejado ante Hess por el trato que se le daba,226 sólo servía a Goebbels de escarnio. Le calificaba despreciativamente como «filósofo del Reich»227 y tildaba de «eructo filosófico»228

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su tratado El mito del siglo xx, publicado en 1930. Rosenberg velaba dogmáticamente por la «pureza de la idea» del nacionalsocialismo —es decir, la vuelta al pasado, a la mística alemana, a Goethe, a Schopenhauer, a Nietzsche, a Wagner y a las Thingstátten,229 y el rechazo radical de todo lo nuevo—,230 lo que ocasionalmente provocaba también observaciones despectivas de otros compañeros del partido. Góring pensaba que si mandara Rosenberg «no habría ya teatro alemán, sino sólo culto, consejos abiertos, mitos y cuentos por el estilo».231 Rosenberg, quien en noviembre de 1925 ya había reprochado a Goebbels desviaciones «pro bolcheviques» en el Vólkischer Beobachter232 del cual era redactor jefe, volvió a escribir en julio de 1933 en el Vólkischer Beobachter dirigiéndose a su adversario que alrededor de hombres como Nolde o Barlach se enardecía «una viva polémica»; un grupo de artistas nacionalsocialistas que se decía revolucionario levantaba sobre el pavés a estas figuras controvertidas.233 El caso era que, contra la difamación de toda la modernidad artística ejercida por Rosenberg con la ayuda de su Liga para la Defensa de la Cultura Alemana, se había dirigido una acción de jóvenes artistas y estudiantes pertenecientes al NSDAP, presumiblemente con el secreto beneplácito de Goebbels. Bajo la dirección de los pintores Otto Andreas Schreiber y Hans Jakob Wei-demann —ponente artístico del Ministerio de Propaganda y futuro vicepresidente de la Cámara de Cinematografía del Reich—, se inauguró el 22 de julio de 1933 en la galería privada Ferdinand Moeller de Berlín la exposición «Treinta artistas alemanes», con obras del expresionismo alemán, entre otros de Barlach, Macke, Nolde, Rohlfs y Pechs-tein. Aunque la muestra fue cerrada a los tres días por orden del ministro del Interior, Frick, el hecho de que Weidemann perteneciera al Ministerio de Propaganda llevó incluso en el extranjero a la sospecha de que Goebbels fomentara en secreto esta y otras empresas de los artistas.234 Si Rosenberg intrigaba y actuaba contra Goebbels, era, aparte de las diferencias ideológicas, por el puro poder. El «frío báltico»,235 como Goebbels a veces le llamaba, había querido asegurarse una gran influencia en las esferas culturales del Reichjusto esa influencia que tenía aho-

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ra Goebbels gracias a su ministerio y a la Cámara de Cultura del Reich, cuyo número de socios ascendía a cientos de miles y que a finales de 1937 ya tenía empleados con contrato a 2.050 colaboradores.236 Con su «instinto para las imposibilidades políticas»,237 Rosenberg se lo había jugado todo por la primacía dentro del partido 238 y hasta entonces poco había alcanzado. No logró prosperar con el departamento de asuntos exteriores del NSDAP, que dirigía desde abril de 1933 y que intentaba en vano utilizar como trampolín hacia el Ministerio de Exteriores del Reich, ni tampoco consiguió que Hitler hiciera efectivo el reconocimiento oficial del partido para su Liga de Defensa de la Cultura Alemana, fundada por él en diciembre de 1928 y que desde 1934 llevó el nombre de Comunidad Cultural Nacionalsocialista.239 La posición de Rosenberg se debilitó todavía más porque, en la disputa entre su aliado Ley y Goebbels, se abrió paso un compromiso en noviembre, después de la fundación de la Cámara de Cultura del Reich. Aunque por de pronto el ministro de Propaganda había alcanzado lo que quería con la creación de la cámara, aún había problemas con Ley por una serie de importantes organizaciones profesionales, de las que se seguía dudando si debían incorporarse al DAF o a la Cámara de Cultura del Reich. Sin embargo, dado que Ley dependía de la ayuda de Goebbels para elaborar un programa cultural popular para la organización de tiempo libre, llamado Fuerza a través de la Alegría (Kraft durch Freude, KdF), cedió en los puntos litigiosos. Como contraprestación, Goebbels reconoció y apoyó la organización de Ley, KdF. De manera significativa, aparecieron juntos en el acto fundacional de la nueva organización de tiempo libre el día de los difuntos de 1933. Goebbels agradeció a Ley que el proyecto «se hubiera debatido y llevado a cabo de plena conformidad con el Ministerio de Propaganda del Reich».240 Así pues, en diciembre de 1933 Goebbels pudo volver la vista atrás hacia un año repleto de éxitos para él, en el que, como él lo veía, se había restablecido la «unidad del pensamiento popular».241 Además de la jefatura del departamento de propaganda del NSDAP y del Ministerio de Propaganda, con la Cámara de Cultura del Reich, que pronto tuvo filiales en todo el país al igual que el ministerio berlinés, dis-

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ponía de un tercer pilar para su poder, con el que podía impulsar en el pueblo la «movilización intelectual» que demandaba la orientación expansionista de Hitler en política exterior. Pero el colmo de su felicidad al final del «año revolucionario» fue la «carta muy afectuosa» del Führer242 que éste escribió a su «querido doctor Goebbels» por Año Nuevo. En ella resaltaba que Goebbels había «hecho de la propaganda del partido un arma de fuerza inaudita, a la que había sucumbido a lo largo del año un enemigo tras otro».243

Capítulo 10 EL CAMINO A NUESTRA LIBERTAD PASA POR CRISIS Y PELIGROS

(1934-1936)

A

hora Goebbels ya no se conformaba con los beneficios econ ómicos de su ascenso, con la ostentosa casa oficial, la limusina y los trajes hechos a medida. Movido por un enfermizo complejo de infe rioridad, buscaba siempre una nueva autoafirmación, por ejemplo en el glamuroso mundo del cine, que ya había apreciado durante la «época de lucha». Disfrutaba presentándose como ministro del ramo entre «la gente más curiosa del mundo», 1 ya fuera en recepciones, después de los estrenos o durante una de sus habituales visitas al club de la Asociación de Artistas Alemanes creada por él, situado en la berlinesa Viktoriastrasse, donde le lisonjeaban aquellas pequeñas y grandes estrellas del cine que sólo había podido admirar en la pantalla en los primeros años. Primero se reunían en Caputh, a la orilla del lago Schwielowsee, y luego en una casa alquilada para los fines de semana en Kladow an der Havel, donde antes había vivido el actor de cine Hans Albers. Para sí Goebbels pensaba que sus huéspedes eran divertidos, aunque «comple tamente inofensivos» y «sin idea alguna» en materia política, 2 pero quizá precisamente por eso el ministro, que luchaba contra la inteligencia crítica, podía darse importancia entre ellos de manera especial. La invitada más habitual en casa de los Goebbels era Jenny Jugo, a la que el ministro no sólo apreciaba por su alegre temperamento, sino tam bién por su competencia en el mundo del cine.Ya había sido una estrella en la época del cine mudo, pero era una de las pocas que había logrado dar el salto a la era de las películas sonoras. Con su interpretación de Eli-

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sa» al lado de Gustaf Gründgens en el Pigmalión de Shaw, se estableció en el año 1935 como actriz cómica de primer orden. Después de que en Pascua de 1934 Goebbels adquiriera el yate Baldur, blanco como la nieve, y el correspondiente permiso para manejarlo, 3 se realizaban salidas conjuntas en barco en los espacios navegables de la Marca de Brandeburgo, o se celebraban alegres veladas en las que se bebía bastante, siempre con Jenny Jugo, a quien a veces acompañaba su marido Friedrich Benfer. Luise Ullrich se contaba también entre los huéspedes bienvenidos. Había convencido al ministro del Reich con su primera película, El rebelde (1932), dirigida por Luis Trenker, que, junto con el Acorazado Potemkin de Serguei Eisenstein, los Nibelungos de Fritz Lang y Ana Karenina —llevada al cine en 1925 con la «divina» Greta Garbo,4 a ojos de Goebbels la «mejor actriz de todas»—,5 ensalzaba como la cuarta de aquellas películas clásicas que habían dejado en él «una impresión indeleble» y que había recomendado a los «señores del cine» como «punto de referencia» para su futuro trabajo.6 Goebbels, que todas las noches proyectaba para esparcimiento suyo y de sus invitados una, a veces dos películas de la más reciente producción alemana —en ocasiones también americana—, tenía en privado una opinión sumamente positiva sobre la calidad de la industria cinematográfica americana,7 que aventajaba a la alemana en algunas cosas. Entre las producciones de Hollywood, que condenaba públicamente, la que más le gustaba era Lo que el viento se llevó.

Las hermanas bailarinas Hópfher, Irene von Meyendorff, Max Schmeling y su mujer Anny Ondra, Erika Dannhoff, Emil Jannings y el director Veit Harían —éste primero con su esposa Hilde Korber, después con Kristina Sóderbaum— completaban la ronda, a la que también pertenecían Ello Quandt, la ex cuñada y amiga íntima de Magda, su amiga Hela Strehl, así como los matrimonios Bouhler,Von Helldorf,Von Arent y Von Schaumburg, sin que pareciera molestarle el origen noble de estos últimos, aunque en los demás casos sólo manifestaba un enorme desprecio por la «distinguida gentuza de sociedad». 8 A Leni Riefenstahl también le unían vínculos de amistad con el matrimonio Goebbels y con Hitler. En opinión de Goebbels, ella era «la única de todas las estrellas que nos entiende».9

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Los actores y directores de cine se agrupaban en torno al ministro de Propaganda porque el camino hacia una gran carrera no era posible sin su protección. Pronto mandó en el sector del cine tan omnímodamente como en la radio. Así, hizo que se elaboraran listas con los actores especialmente valorados por él, entre ellas una en la que incluyeron a los favoritos de Hitler en el mundo del cine, como Henny Porten, Lil Dagover, Otto Gebühr y otros. Las preferencias de la nueva generación se registraban asimismo en listas después de una inspección minuciosa por parte del ministro;10 las femeninas, como sabía todo el mundo en los círculos interesados, a veces se incorporaban sólo cuando las señoras se mostraban complacientes con las inclinaciones eróticas del ministro. Géza von Czifíra, un conocido director del género de entretenimiento, refiere que el secretario personal del ministro, Georg Wilhelm Müller, tenía que procurar que estas citas, que habitualmente tenían lugar en el ministerio, pasaran inadvertidas.11 Entre otras cosas por su pie deforme, que disparaba la imaginación, pronto tuvo fama de amante diabólico. Puesto que los objetos de su deseo trabajaban en su mayoría en los estudios cinematográficos Ufa, se propagó la alusión al «sátiro de Babelsberg». No sólo los actores y los directores, sino también los productores dependían de Goebbels, pues éste se había hecho con un amplio instrumental que le permitía intervenir directamente en todas las fases de la creación cinematográfica. El departamento de cine del Ministerio de Propaganda, cuyo jefe Seeger era al mismo tiempo presidente de la oficina superior de control —a partir de 1942 director de cine del Reich—, vigilaba los planes de producción de la industria cinematográfica. Allí mismo era donde se examinaban —más tarde lo hacía un asesor artístico del Reich— todos los guiones para verificar si tenían la orientación artística e intelectual «adecuada». De forma análoga, en el departamento de dramaturgia del Reich, de la sección teatral, se controlaba toda la producción dramática de teatro, ópera y opereta,12 tareas que el ministro se fue atribuyendo cada vez más, de la misma forma que algunos años más tarde decidía prácticamente solo sobre repartos y proyectos. Casi todas las noches Goebbels leía guiones y los modificaba

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según sus ideas con un «lápiz ministerial» de color verde muy temido entre los directores. Sólo entonces el Banco de Crédito Cinematográfico, creado por cuatro bancos, podía decidir sobre las solicitudes de financiación. Pero Goebbels intervenía incluso en los rodajes. Con frecuencia hacía visitas a los estudios, «controlaba» las escenas, denominadas «muestras», que se habían rodado y daba finalmente menciones de calidad a la película terminada. A partir de octubre de 1935 él decidía en solitario sobre las prohibiciones cinematográficas.13 Con la censura y el sistema de menciones como instrumentos adicionales, que, estando estrictamente separados durante la república de Weimar, Goebbels unificó bajo su poder, se reservaba no sólo el control de contenidos sobre la producción cinematográfica alemana, sino que al mismo tiempo tenía la posibilidad de ejercer una presión económica sobre las compañías de producción, pues una única mención de calidad —por término medio una película obtenía tres de ellas durante el Tercer Reich— significaba una reducción fiscal del cuatro por ciento para la película en cuestión. Con una recaudación media requerida de unos dos millones y medio de marcos del Reich, esto suponía unos 100.000 marcos, sólo aproximadamente un quinto de los costes de producción.14 Cuando, al principio de su actividad ministerial, Goebbels se había imaginado al «cineasta» como un «apasionado amante del arte fílmico»15 —compartía este entusiasmo con Hitler, a quien un año le envió como regalo de Navidad «30 películas de primera categoría» y «18 de Micky Maus» (sic)—16 no había sido sin un sentido oculto. Calculadamente, Goebbels engatusaba a actores y directores, promovía el culto a las estrellas, autorizaba sueldos astronómicos, se encargaba de sus problemas fiscales y pagaba con el consentimiento de Hitler «honorarios extras libres de impuestos»17 a «cineastas atormentados por los impuestos», y finalmente los revalorizaba concediéndoles títulos honoríficos como «profesor» o «actor del Estado». Está claro que de esta forma hacía que se avinieran a los objetivos del régimen, a cuyos altos funcionarios les gustaba adornarse en público con su compañía. Hermann Goring llevó al altar a la «actriz del Estado» Emmy Sonnemann, con una pom-

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pa casi regia, en la catedral de Berlín, convirtiéndola así en la primera dama del Estado. Mientras que Goebbels, cuya mujer había dado a luz el 15 de abril de 1934 a una niña a la que llamaron Hilde, disfrutaba de la vida siendo el centro de la gente chic relacionada con el cine en la capital del Reich, para la masa de seguidores proletarios del partido, en particular para muchos de aquellos «soldados del partido» a los que Goebbels había prometido en los «años de lucha» la revolución social, la «salvación» en un Tercer Reich, todo seguía siendo como antes. A diferencia de los funcionarios, para ellos no se habían cumplido las esperanzas de mejorar sus condiciones de vida que habían depositado en la subida al poder de Hitler.Y es que, a cada día que pasaba, quedaba claro que el camino para salir de la crisis económica sería mucho más largo de lo que habían augurado los nuevos gobernantes. El movimiento nacionalsocialista, que había provocado en amplios sectores de la población la sensación de un resurgimiento, había perdido fuerza visiblemente; se había vuelto a instalar la anodina normalidad del día a día. Por ese motivo, en la base del partido pardo se hacía oír cada vez más la exigencia de continuar la revolución hasta que ellos también gozaran de sus supuestas bendiciones. La consigna de la «segunda revolución» empezó a circular por los locales de las secciones de asalto. Es más, de ella esperaban los que se sentían estafados con la recompensa recibida que devolviera a las SA su vieja importancia. «Lo que quiero, lo sabe Hitler perfectamente —escribió Rohm, el jefe de la plana mayor de las SA—, se lo he dicho bastantes veces. No un segundo recuelo del viejo ejército imperial. ¿Somos una revolución o no? (...) Si lo somos, de nuestro ímpetu tiene que nacer algo nuevo, como los ejércitos de masas de la Revolución Francesa».18 Sin embargo, en febrero de 1934, con vistas a sus planes expansionistas, Hitler no dio prioridad a un ejército miliciano como el que se imaginaba Rohm, al que además le debía corresponder el papel político preponderante en Alemania, sino a la Wehrmacht y al servicio militar obligatorio, aumentando así el abismo existente entre él y el comandante supremo de las SA.

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Entre los socios de gobierno burgués-nacionales, esto dio pábulo a la esperanza de que quizás aún fuera posible transformar la dictadura totalitaria del partido en un gobierno autoritario más moderado. Como punto de partida para ese proceso, que debía desembocar en la instauración de una monarquía constitucional, se consideraba la decisión sobre la sucesión del anciano presidente del Reich. El 21 de mayo, Goebbels se enteró por el ministro de Defensa,Von Blomberg, de que Papen perseguía esos «ambiciosos planes». Quería reemplazar a Hindenburg cuando muriera el viejo señor. «Ni hablar de ello. Al contrario, entonces es cuando se hará una verdadera limpieza», escribió Goebbels al respecto en su diario.19 El 17 de junio, el vicecanciller Von Papen pronunció ante la comunidad universitaria de Marburgo un discurso que mereció mucha atención, que había sido redactado por su colaborador Edgar Jung y en el que se ejercía una crítica despiadada contra el dominio del NSDAP.20 Papen, que sobreestimaba mucho su posición, condenó en él los rumores acerca de la «segunda revolución», así como la lucha del régimen contra el supuesto «intelectualismo». Fustigó muy abiertamente el terrorismo pardo como «resultado de una mala conciencia»21 y lanzó fuertes ataques contra el férreo dirigismo de la prensa por parte del Ministerio de Propaganda. Hacia éste iban dirigidas igualmente observaciones como «a los grandes hombres no los hace la propaganda, sino que crecen a través de sus hechos»,22 o «ninguna organización ni ninguna propaganda, por buena que sea, será capaz a la larga de conservar por sí sola la confianza».23 Pero Papen fue aún más lejos al calificar la dominación de un solo partido como un estado de transición y aludir por tanto a una restauración de la monarquía.24 Ya el 11 de mayo de 1934, en vista de la evolución de la política interior, en vista de la protesta de la «reacción», Goebbels dio comienzo a una «campaña informativa», preparada durante largo tiempo, contra los «alarmistas y criticones», con un discurso en el palacio de deportes berlinés. A la alocución, retransmitida por la radio, sobre la que Rosenberg escribió que en ella había vuelto a triunfar «el agitador de 1928 sobre el ministro»,25 siguieron intervenciones del ministro de Pro-

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paganda en todo el Reich.A mediados de junio se vieron interrumpi das por una visita oficial a Polonia, adonde Goebbels viajó por orden de Hitler para corroborar allí también las intenciones «pacíficas» de la política de la nueva Alemania, que aspiraban a la «igualdad de derechos» y al «restablecimiento del honor». 26 Si Goebbels, que acababa de regresar de Varsovia, sigui ó en buena medida presentando en clave sus ataques contra los «alarmistas» burguésconservadores en el congreso del partido del distrito turingense celebrado en Gera el 17 de junio, 27 al día siguiente, durante un mitin multitudinario en el Friburgo de Badén, protestó —aludiendo a los comentarios de Papen— contra el hecho de «que la gente que en 1918 demostró no ser apta para el liderazgo ahora se agrupa a nuestro lado y tiene la más benévola disposición de gobernar». 28 La crítica de Papen también llevó a Goebbels a seguir intensificando su campaña propa gandística. Durante la fiesta de solsticio del distrito de Gran-Berlín celebrada en el estadio de Neukólln el 21 de junio de 1934, gritó a la mul titud que los nacionalsocialistas se habían apropiado del poder porque no había habido nadie más que reivindicara ese derecho, «ningún príncipe heredero, ningún eminente economista, ningún gran banquero ni ningún cabecilla parlamentario. Todos han dejado que las cosas patinaran», siendo los causantes del desempleo que ahora el gobierno nacio nalsocialista pronto eliminaría. Mejor habría sido acerrojar a todos «esos señores», afirmaba el furibundo Goebbels, interrumpido una y otra vez por los aplausos, antes de que finalmente expresara su total desprecio por el mundo burgués-conservador insultando a sus representantes, esos «distinguidos señores», como «ridículos renacuajos» y exhortara a las masas a hacerles frente, «y ya veréis cómo retroceden con cobardía». 29 Después de esto, el vicecanciller Papen fue a quejarse ante Hitler y amenazó con ofrecer su dimisión a Hindenburg porque el Ministerio de Propaganda había suspendido sin más la retransmisión radiada de su discurso de Marburgo y había impedido su divulgación en la prensa. 30 Sin embargo, el canciller logró aplazar la acción de protesta de su «vice» hasta Neudeck. De todos modos, desde la perspectiva de Goebbels, el conflicto con la «reacción» siguió aumentando. La Federación del Reich de oficiales

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alemanes echó al comandante supremo de las SA, Rohm, de sus filas. El 26 de junio, Hitler, como si él mismo quisiera que el problema se agravara, ordenó la detención de Edgar Jung, que había redactado el discurso de Marburgo pronunciado por Von Papen. El 27 de junio, cuando la «clerigalla» también dirigió un fuerte ataque al Estado en una carta pastoral, Goebbels enmarcó este hecho en el contexto de la aguda crisis maquinada por Von Papen «y cómplices». «La situación es cada vez más grave. El Führer tiene que actuar. De lo contrario la reacción será superior a nuestras fuerzas», anotó lleno de preocupación.31 La mañana del 29 de junio creyó que Hitler estaba definitivamente decidido. Éste ordenó por teléfono a su ministro de Propaganda que fuera inmediatamente a Bad Godesberg, donde pensaba presenciar una retreta del Servicio de Trabajo del Reich ante la fachada del hotel Dreesen que daba al Rin. Con la certeza de que había llegado por fin la hora de ajustar las cuentas con la «reacción», Goebbels subió alrededor de las diez a un avión especial en el aeródromo de Tempelhof. Cuando llegó a Bad Godesberg, el consternado Goebbels se enteró de que su Führer no quería proceder primariamente contra la «reacción», sino que iba a dirigir el golpe de guillotina sobre todo contra las SA. 32 Aunque las tensiones entre el partido y las SA habían disminuido de manera perceptible precisamente en las últimas semanas, aunque parecía que las ambiciones de Rohm podrían conciliarse con las pretensiones de la Reichswehr por una vía intermedia, Hitler había tomado al parecer esa decisión durante una estancia de tres días en su casa de la sierra. Ni ahora, puesto que aún no se había arreglado la sucesión del vegetativo presidente del Reich, ni con vistas a sus próximos objetivos, creía poder arriesgar una ruptura con las fuerzas burgués-conservadoras de la Reichswehr, la industria y el funcionariado. Hitler calculaba que con la eliminación de Rohm y de sus amigos y, por ende, con la negativa a una segunda revolución «socialista», no sólo atajaría la amenazadora crisis, sino que pondría plenamente de su lado a sus socios aristocráticos.33 Con toda su fijación puesta en la «reacción» que odiaba, Goebbels no había visto, o no había querido ver, todos los indicios que anuncia-

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ban el golpe contra la desprevenida jefatura de las SA, que disfrutaban del permiso de vacaciones. Rudolf Hess, persona de confianza de Hitler, había dirigido sus ataques el 25 de junio contra los «provocadores» —aludiendo a las SA— que intentaban instigar a unos compatriotas contra los otros y encubrían «este juego criminal con el honroso nombre de "segunda revolución"».34 Goebbels no podía saber que tanto Góring como Himmler, quien el 20 de abril de 1934 había sido nombrado por Hitler jefe de la oficina de policía secreta del Estado prusiano, y el jefe del Servicio de Seguridad, Reinhard Heydrich, habían concertado la acción con la jefatura de las Fuerzas Armadas, es decir, con Werner von Blomberg, y se habían asegurado el respaldo de éstas. Goebbels tampoco conocía la verdadera razón por la cual Hitler había abandonado Berlín el 28 de junio y había volado a Essen para la boda del jefe de distrito Terboven. Lo cierto era que allí fijó con los invitados Góring y Himmler el plan de acción concreto. Según éste, los jefes de las SA —en principio Hitler pensaba al parecer sólo en unos pocos hombres del entorno de Rohm— debían recibir la orden de acudir a BadWiessee con el pretexto de mantener un debate abierto y, una vez allí, ser detenidos. Cuando, tras su llegada al hotel Dreesen, se puso a Goebbels al corriente de este plan, por un momento tuvo que enfrentarse a la realidad. Una vez más Hitler se revelaba como «reaccionario». Una vez más Goebbels se resignó inmediatamente, aunque tuvo que actuar de nuevo en contra de sus propias ideas. Para que no cupiera la más mínima duda de su lealtad a Hitler, debió insistir en que se le permitiera participar en la acción que Hitler había organizado personalmente.Y así finalmente —como observó Rosenberg con desprecio— fue «admitido en empresas de hombres».35 Aún de noche, a las dos de la mañana del 30 de junio de 1934 —horas antes de lo planeado originalmente, pues desde Munich y Berlín llegaban noticias según las cuales parecía que los jefes de las SA habían adivinado el asunto y de hecho se estaban rebelando en Munich— se elevaba en Bonn-Hangelar «hacia el cielo nocturno cubierto de niebla» el Ju 52 que transportaba a Hitler, a sus ayudantes Wilhelm Brückner,Julius Schaub y a los chóferes Julius Schreck y Erich Kempka, así

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como al jefe de prensa del Reich, Dietrich, y a Goebbels. Como más tarde informó Goebbels dramatizando en su discurso radiado al pueblo alemán, en este vuelo el Führer se sentó en silencio en el primer asiento de la gran cabina y permaneció inmóvil con la vista clavada en la ancha oscuridad.36 Desde el aeropuerto de Munich, en el que aterrizó el grupo alrededor de las 4.30 de la mañana, el comando de la muerte se dirigió de inmediato a la consejería de Interior bávara. La gran ruptura con los supuestos iniciadores —que ya habían sido buscados por unidades de las SS— de la marcha de las SA que se desarrolló la víspera, durante la cual tres mil alborotadores pertenecientes a las SA habían manifestado enérgicamente su disposición de oponerse a cualquier traición, comenzó con el teniente general Schneidhuber (obergruppenführer), el jefe de policía de Munich y el general de división Schmid (gruppenführer),jefe de las SA de Munich. Hitler les gritó «con una indignación tremenda» y les arrancó las charreteras de los hombros; a continuación fueron conducidos a la prisión de Stadelheim. Goebbels vio como un voto especial de confianza el que Hitler también le llevara a Wiessee para la verdadera operación. Más tarde, el ministro de Propaganda se vanagloriaba de que, aparte de la escolta regular del Führer de las SS, sólo «sus fieles camaradas» pudieron viajar con él. Alrededor de las siete de la mañana llegaron al hotel Hanslbauer de Bad Wiessee, donde se habían alojado Rohm y su gente. Penetraron en el edificio sin encontrar la menor resistencia. Primero iba Hitler con la fusta, seguido de los demás, entre los cuales el cojo Goebbels se abría paso adelante, de manera que estuvo muy cerca cuando Hitler abrió bruscamente la puerta de la habitación de Rohm y le gritó que estaba detenido. El jefe de la plana mayor apenas pudo contestar un somnoliento «Heil, mi Führer» antes de comprender la gravedad de la situación. Hitler procedió de la misma manera con los demás jefes de las SA, de lo cual Goebbels retuvo en su memoria la «repugnante y casi vomitiva escena» en la que Hitler sorprendió a Edmund Heines en la habitación de enfrente, pues estaba con un homosexual.37

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Goebbels observó lleno de admiración cómo Hitler, después de haber desmantelado el «nido de conspiradores», controló la situación extremadamente crítica que se produjo con la llegada de la guardia personal de Rohm desde Munich. Le hizo frente «con integridad y hombría» y ordenó volver inmediatamente a Munich; los hombres de las SA los siguieron. Con gran dramatismo —según Goebbels— transcurrió también el viaje de vuelta a Munich, durante el cual volvió a estar al lado de Hitler en la parte trasera de su Mercedes. 38 Constantemente, en intervalos de pocos minutos, se encontraban con los coches de los jefes de las SA que se dirigían al congreso de Wiessee. Fueron detenidos personalmente por Hitler y entregados al comando de las SS, que, al igual que a Rohm, Heines y los demás, los llevó a Stadelheim, donde fueron asesinados. De vuelta en Munich, alrededor de las diez, Goebbels pudo comunicar a Góring telefónicamente desde el antedespacho de Ritter von Epp «que la mayor parte de los criminales están arrestados» y que él —Góring— ahora podía «cumplir su misión».39 Así pues, el proyecto «Colibrí», nombre con que se encubrió la operación, se puso en marcha también en Berlín y en el resto del territorio de Reich. Mientras que en la capital bávara Goebbels recibía ya de Hitler las directrices propagandísticas y daba las primeras instrucciones para la prensa y la radio, las SS y la policía detuvieron a más «conspiradores» del grupo de jefes de las SA y los mataron. En Silesia, en un funesto delirio homicida, decenas de miembros de las SA que no sospechaban nada fueron asesinados por las SS de Himmler. La tarde del 30 de junio Goebbels, que tenía cara «de no sentirse bien y tener ganas de vomitar», 40 volvió en avión a Berlín al lado de Hitler, donde fueron recibidos en el aeródromo deTempelhof con honras militares y un gran comité de bienvenida en el que estaban Góring, Himmler, Daluege y otros. Excitado e impaciente, Hitler hizo que se le entregara inmediatamente la lista de los asesinados, que Góring había ampliado por cuenta propia.41 Entre la lluvia de balas de una brigada asesina habían muerto a la hora del mediodía el general Von Schleicher y su mujer en el despacho

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de su casa de Neubabelsberg. El general de división Von Bredow también había sido asesinado, así como el jefe de la Acción Católica, el director ministerial Erich Klausener. Uno de los comandos de la muerte había acabado con el secretario particular de Papen,Von Bose, y su más directo colaborador Jung, el que había redactado el discurso de Marburgo. El vicecanciller fue arrestado pese a sus protestas. Había ofrecido a Hitler su dimisión, pero se le necesitaba todavía como enlace con Hindenburg y por eso salvó la vida. En la lista negra estaba también el nombre de una persona que hasta Bamberg había sido para Goebbels un camarada, luego un rival y finalmente un encarnizado enemigo: Gregor Strasser. Ascendido para entonces a vicepresidente de la empresa farmacéutica Schering-Kahlbaum, había asegurado en repetidas ocasiones a la dirección del partido que desde «aquel aciago diciembre de 1932» se había «abstenido escrupulosamente de toda actuación política». El 18 de junio, Gregor Strasser, cuyo hermano Otto conspiraba contra Hitler desde Praga, dirigió un escrito a Hess con un funesto presentimiento de lo que iba a suceder. «En virtud de los diez años de sacrificada y abnegada actividad en la fase de consolidación del partido» le pedía protección y consejo de qué podía hacer para «huir de cualquier debate sobre su persona» y «sobre todo descartar la infamante e indescriptiblemente lacerante impresión de que tengo una actitud hostil al partido».42 A Gregor Strasser este escrito ya no le sirvió de nada. Alrededor de las 14.30 del 30 de junio fue sacado de su casa por un grupo de diez hombres, conducido al cuartel general de la policía estatal secreta y liquidado a primeras horas de la noche en un sótano del edificio de la Prinz-Albrecht-Strasse.43 El hecho de que Strasser, Schleicher y otros «reaccionarios» pudieran haber estado entre los «traidores a la patria» facilitó a Goebbels el autoengaño. ¿Qué podría haber motivado la operación, en vista del golpe hacia ambas partes, más que una conspiración? Después de todo, ¿no le había parecido Strasser sospechoso desde hacía tiempo? ¿No había colaborado éste con Schleicher ya en diciembre de 1932? ¿Y Rohm? ¿No se podía creer a este homosexual capaz de algo así? 44 A Goebbels se le presentaron ahora conexiones donde no las había, pero con cuya

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suposición se guardaba de reconocer que, con la eliminación de los jefes de las SA, Hitler había llevado a cabo el desmantelamiento del ejérci to pardo del partido y, por tanto, del objetivo revolucionario que para Goebbels encarnaba. Puesto que, contra todas las reglas de la propaganda, Hitler guarda ba silencio y no tomó la palabra hasta el 13 de julio con un discurso poco convincente lleno de contradicciones, le cumplió a Goebbels dirigirse a la opinión pública alemana por todas las emisoras del Reich el 1 de julio. Como si una vez más buscara justificar ante sí mismo por qué Hitler le había dejado a oscuras durante tanto tiempo, anunció a los «compatriotas» nada más empezar el discurso que «el Führer (...) como suele hacer en situaciones graves y difíciles, ha vuelto a actuar según su viejo principio de sólo decir aquello que se debe decir, a aquel que lo debe saber y en el momento en que lo debe saber». Goebbels glorificó a Hitler como «salvador de la patria» con una dramática descripción de los acontecimientos, en cuyo transcurso habló repetidamente de la «vida desordenada» y de la «vergonzosa y repugnante anormalidad sexual» de los jefes de las SA. Hitler y «sus incondicionales» no habían podido permitir que «su trabajo constructivo, iniciado con indecible sacrificio de toda la nación», fuera puesto en peligro por una «pequeña banda de criminales» que estaba aliada con la «reacción» y un poder extranjero. Distorsionando completamente los hechos, Goebbels reclamó para la actuación de Hitler el concepto de «segunda revolu ción», que ahora había llegado, «pero de manera distinta» a como aquéllos se la imaginaban.45 La radio y las publicaciones en la prensa de los siguientes d ías continuaron las mentiras. No se dieron datos precisos sobre la cifra de muertos; debieron de ser más de doscientos. En los periódicos del 3 de julio, entre los nombres de siete jefes de las SA se podía leer el de Rohm. Se decía que se le había dado la oportunidad de asumir las consecuencias de sus «actos de traición a la patria». Como no lo había hecho, había sido ejecutado. Además había una pequeña nota en la que se afirmaba que el general retirado Von Schleicher, quien contra la seguridad del Estado había mantenido relaciones con las fuerzas hostiles de la jefatu-

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ra de las SA y con poderes externos, había opuesto resistencia con su arma cuando iba a ser detenido por agentes de la policía judicial. «En el tiroteo que se produjo resultaron heridos de muerte él y su mujer, que se puso en medio», se decía lapidariamente. Los nombres de los demás asesinados sólo los difundió por de pronto el rumor, pues una orden del Ministerio de Propaganda había prohibido a la prensa publicar esquelas de los asesinados o de los «disparados en la huida». El 10 de julio de 1934, a las ocho de la tarde, Goebbels habló a través de todas las emisoras de radio alemanas sobre el «30 de junio en el espejo del extranjero». Después de alabar a la prensa alemana, que había «apoyado al gobierno con una disciplina y una receptividad dignas de aplauso», y por ende a sí mismo, atribuyó a las noticias falsas de los periódicos extranjeros el propósito de querer aumentar el desconcierto general en Alemania; así desvió la atención de lo que realmente había pasado —y de lo que se había ocultado— para terminar tildando las especulaciones de la prensa extranjera de «campaña de difamación», que en su maldad sólo podía ser comparada «con la propaganda de atrocidades inventadas que se puso en escena durante la guerra contra Alemania».46 El encubrimiento propagandístico de los acontecimientos se vio facilitado de manera decisiva por la actuación de los cómplices de Hitler que procedían de la élite tradicional. Arreglaron felicitaciones telegráficas del presidente del Reich a Hitler y Góring. En ellas, Hindenburg, que languidecía hacia la muerte en Neudeck, se refería a Hitler como la persona que los había salvado de un «serio peligro» y le manifestaba su «más sentido agradecimiento» y su «sincero reconocimiento».47 El ministro de Defensa del Reich, Blomberg, que había asumido con condescendencia el asesinato de dos de sus generales pese a la indignada oposición en sectores del ejército, dio enfáticamente las gracias al «hombre de Estado y soldado Hitler», que con su «valiente y decidida actuación» había evitado la guerra civil. El capitán general, quien ahora veía garantizada la posición de monopolio de la Wehrmacht en el Estado como dueña de las armas, hizo esto en nombre de todo el gabinete, que de inmediato y con extrema diligencia aprobó una ley cuyo único parra-

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fo daba por lícita la brutal depuración como «legítima defensa del Estado».48 La «legalidad» de la represión de la «revuelta de Rohm», que ahora Goebbels exhibía a lo grande en la prensa y en la radio, hizo que la opinión pública pasara por alto su brutalidad. En lugar del miedo al terrorismo de las SA y a la amenaza de una «segunda revolución», llegó un hondo respiro, pues las «fuerzas buenas» del movimiento nacionalsocialista parecían haber triunfado definitivamente. Apenas nadie vislumbró en aquel verano de 1934 los verdaderos nexos causales, apenas nadie adivinó que Hitler sólo se había acercado en apariencia al mundo burgués-conservador, a sus instituciones políticas, para degradarlas ahora con más fuerza a un mero instrumento de su desmesurada sed de poder. El proceso que empezó con el fulminante golpe de liberación contra las SA encontró un rápido final. Justo en el momento en que los alemanes tomaban aliento pese a la alarma que habían provocado los acontecimientos, cuando los socios conservadores creían haber llevado a Hitler al «buen camino», los boletines del equipo médico encabezado por el profesor Ferdinand Sauerbruch anunciaron desde Neudeck que el fallecimiento del presidente del Reich se produciría en cuestión de días. Hitler, aprovechando el momento, buscó ahora la autocracia. El 1 de agosto, haciendo sin más caso omiso del principio de legalidad, presentó al consejo de ministros una ley sobre la sucesión que fusionaba el cargo de presidente del Reich con el de «Führer y canciller del Reich».49 Entró en vigor en menos de veinticuatro horas, pues en la mañana del 2 de agosto murió Paul von Hindenburg a la edad de ochenta y seis años. A las 9.25 todas las emisoras de radio interrumpieron su programación. El ministro de Propaganda daba a conocer la muerte del presidente del Reich y mariscal de campo de la guerra mundial con una voz lánguida que afectaba tristeza. Tras un silencio radiofónico de media hora, Goebbels comunicó «las primeras medidas y disposiciones legales necesarias en tal ocasión».50 Pocas horas después de que se extinguiera en el éter el Yo tenía un camarada, el ministro de Defensa del Reich, el capitán general Von Blomberg, ordenó lo que ya estaba con-

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venido hacía tiempo; mandó que los soldados de la Wehrmacht alemana juraran por el «Führer del Reich y del pueblo alemán,Adolf Hitler». La escenificación del duelo, de la que Goebbels se encargó de inmediato, se convirtió, al igual que el día de Potsdam del año anterior, en un símbolo de la continuidad política. Comenzó el 6 de agosto con un funeral del Parlamento alemán en la ópera Kroll, en el que Hitler pronunció el discurso fúnebre. Al día siguiente, el cadáver fue trasladado en un desfile militar de Neudeck a Tannenberg, hasta el colosal monumento conmemorativo de aquella batalla de la que Hindenburg salió victorioso en el año 1914. Allí, después de que formaran las unidades tradicionales del mariscal que acompañaban el féretro y los numerosos combatientes de entonces, dio comienzo el acto estatal con la Heroica de Beethoven. Siguió el sermón del obispo castrense evangélico de la Reichswehr, cánticos, una salva de honor y finalmente la intervención del orador principal: el presidente del Reich y canciller, el Führer Adolf Hitler.51 Aunque durante su discurso subrayó precisamente esa continuidad, la herencia, faltaba la declaración del testador. Se encontró doce días después de la muerte del mariscal, cuando Franz von Papen se presentó en Berchtesgaden: éste entregó a Hitler un testamento político de Hindenburg, sobre el que enseguida corrió el rumor de que era falso. Por una parte se había hallado bastante tarde —Goebbels hizo declarar inmediatamente después de la muerte de Hindenburg que no se había encontrado testamento alguno—52 y, por otra, el estilo del documento apenas cuadraba con la sencilla manera de expresarse de Hindenburg, como cuando se hablaba del «valle de la más profunda tribulación» desde el que «su canciller», el «abanderado de la cultura occidental», había dirigido el Reich. A diferencia de la reiterada mención de Hitler, no aparecían ni el emperador ni Dios, a los que Hindenburg tanto había venerado. Algunos creían que el propio Hitler era el falsificador; otros, como el embajador francés Francois-Poncet, apostaban por la participación de la camarilla del entorno de Otto Meissner, Oskar von Hindenburg y Franz von Papen.53 Para no depender del favor de la Reichswehr, Hitler —tal como estaba decidido desde 1933—54 vinculó la toma de posesión del poder

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total con un plebiscito. De nuevo, con el apoyo de la jefatura de propaganda del NSDAP —el «autotrén imperial Alemania» y el «tren auxiliar Baviera» garantizaron la asistencia técnica y el aprovisionamiento de los grandes mítines—, una oleada de propaganda inundó el país, de nuevo la consulta no dejó ningún margen de libertad y de nuevo se intervino manipuladoramente en la votación. De todos modos, el 19 de agosto de 1934 no se cumplieron las exigentes expectativas de Hitler y Goebbels. Aunque se calculó que un 89,9 por ciento votó a favor del Führer, Hitler y su ministro de Propaganda recibieron el resultado con cara de turbación.55 Ya antes del plebiscito, Alfred Rosenberg, a cuyas ambiciones había cedido Hitler a principios de año con un cargo de supervisión de toda la instrucción intelectual e ideológica del NSDAP, había preparado un ataque general contra Goebbels. Como punto de arranque tomó su discurso justificativo sobre los acontecimientos del 30 de junio, que habían dejado en todo el mundo una «impresión verdaderamente catastrófica». Goebbels había «confundido el cargo de ministro del Reich con el papel de un agitador de barrio». 56 «Sólo porque una persona sin sentido de la medida da rienda suelta a su lengua y a su vanidad» todo el Reich alemán se expone «al más serio peligro», se indignaba el que desde la muerte violenta de Gregor Strasser era probablemente el rival interno del ministro de Propaganda más enérgico y tenaz, que buscaba por esa vía dar vigor a sus ambiciones en materia de política exterior. A principios de agosto pidió a Hess «con mucha (...) insistencia» que propusiera al Führer otorgarle a él, Rosenberg, plenos poderes para la política exterior de todo el movimiento.57 Un gran enfado supuso también para Rosenberg el manifiesto electoral que Goebbels, quien obstruía el acceso de su adversario a la radio con todos los medios a su alcance,58 había dirigido a los artistas. Se pidió a Ernst Barlach, Emil Nolde y Ludwig Mies van der Rohe, entre otros, que lo firmaran. Por el hecho de que un consejero gubernamental del ministerio de Goebbels hubiera «rogado encarecidamente» a los «bolcheviques culturales» y a los «artistas Barlach y Nolde, contra los que luchamos» que intercedieran a favor de Hitler —así informaron las Base-

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ler Nachrichten [Noticias basilienses]— guardó rencor a Goebbels durante

largo tiempo el «comisionado del Führer para la supervisión de toda la instrucción y la formación intelectual e ideológica del NSDAP». Encontraba «deprimente pedir firmas para el Führer a aquellos contra los que llevamos luchando al máximo desde hace años en nuestra política cultural».59 Goebbels intentó debilitar su crítica con el argumento de que también se había exhortado a firmar manifiestos electorales a determinados obispos católicos.60 Pero Rosenberg consideró que esta comparación «no se sostenía de ningún modo», puesto que el partido «nunca había atacado» a los obispos católicos en cuestión y «el Führer siempre había proclamado frente a ellos el principio estatal de tolerancia religiosa». Por el contrario, las «personalidades artísticas» afectadas «habían sido rechazadas terminantemente por el propio Führer», lo que «se ha manifestado públicamente en repetidas ocasiones con absoluta claridad»,61 replicó Rosenberg. En adelante se iba a producir un enfrentamiento interminable y encarnizado entre Goebbels y Rosenberg en las cuestiones culturales. El 30 de agosto, Rosenberg escribió al presidente de la Cámara de Cultura del Reich «que la misión que me ha encomendado el Führer también consiste en controlar todas las asociaciones unificadas con respecto a su orientación intelectual e ideológica».62 Empezó a atacar sistemáticamente a importantes personalidades de la Cámara de Cultura del Reich, precisamente a aquellas que, después del éxodo de artistas, Goebbels había conseguido comprometer con el régimen como acreditados representantes del florecimiento cultural de Alemania. El primer objetivo de Rosenberg estuvo relacionado con el compositor Richard Strauss, probablemente la personalidad musical alemana más importante del siglo xx de significación internacional. Goebbels se lo había ganado como presidente de la Cámara de Música del Reich.63 Hacía poco que, con motivo de su setenta cumpleaños, le había hecho entrega a Strauss de un cuadro enmarcado en plata con la dedicatoria «Al gran maestro de las notas con agradecida admiración»64 y le había celebrado de parte del Ministerio de Propaganda «como uno de los músicos alemanes más representativos»,65 cuando Rosenberg, en un

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escrito del 20 de agosto de 1934 dirigido al Ministerio de Propaganda, amenazó de forma violenta66 que este «caso» podía convertirse en un «escándalo cultural», pues era «completamente inaceptable» que «un judío» le hubiera escrito a Strauss el libreto de su ópera La mujer silenciosa. El «judío» en cuestión, Zweig, era además «colaborador artístico de un teatro de emigrantes judíos» en Suiza. El ataque de Rosenberg volvió a provocar en Goebbels una «furiosa indignación», sobre todo porque Hess se había puesto de lado de Rosenberg en este asunto, 67 aunque Hitler y él habían dado oficialmente su aprobación para la representación de esta ópera.68 Rosenberg era un «dogmático terco y obstinado que no ve más allá de sí», 69 afirmó Goebbels desahogando su ira. Le reprochó a Rosenberg su falta de conocimientos en la materia, eludiendo así el núcleo de las acusaciones. «No es cierto que un emigrante judío haya escrito al doctor Richard Strauss el libreto de su ópera. La verdad es, por el contrario, que el revisor del texto es Stephan Zweig, un judío austriaco, al que no se debe confundir con el emigrante Arnold Zweig (...). Por tanto, tampoco es cierto que el autor del libreto sea colaborador artístico de un teatro de emigrantes judíos (...). Así pues, a partir de las cuestiones arriba consideradas sólo podría producirse un escándalo cultural, según su temor, si en el extranjero se trataran con el mismo descuido que usted lo ha hecho en su carta, que queda contestada con la presente. ¡Heil Hitler!».70 Aunque de esta manera se rechazó por el momento el ataque de Rosenberg en el «caso Strauss», el comisario ideológico continuó siguiéndole la pista a Strauss. La revista Die Musik [La música], publicada por la comunidad cultural de Rosenberg, arremetió a principios de noviembre de 1934 contra el compositor Paul Hindemith, miembro de la Cámara de Música del Reich, alegando que «no era aceptable desde el punto de vista político-cultural».71 En otra publicación se decía que con sus primeras obras había demostrado ser claramente uno de los «abanderados de la decadencia».72 También el propio Rosenberg echó mano de la pluma en este «caso». Bajo el título «Estética o lucha popular» escribió en el Vólkischer Beobachter. «Cuando un hombre como Hindemith, dotado músico, tras unos comienzos alemanes ha vivido, trabajado y se ha sentido

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bien en compañía de judíos durante catorce años; cuando se relacio naba casi exclusivamente con judíos y, alabado por ellos, tenía éxito; cuando, siguiendo las tendencias de la república de noviembre, se dedi có a los elementos de peor gusto de la música alemana», entonces «no procede admitirle en los más altos institutos artísticos del nuevo Reich sólo teniendo en cuenta la visión aria». 73 Goebbels, por el contrario, en una circular de la dirección de emisiones del Reich del 25 de junio de 1934 le había valorado como «uno de los mejores talentos de la generación más joven de compositores alemanes», aunque tuviera que rechazar enérgicamente la «posición intelectual que se expresa en la mayor parte de sus obras realizadas hasta la fecha». 74 Wilhelm Furtwángler, el vicepresidente de la Cámara de Música del Reich, al que Goebbels admiraba como director genial, 75 salió en ayuda de Hindemith el 25 de noviembre con una réplica en el Deutsche Allgemeine Zeitung,76 que, debido a la enorme demanda, tuvo incluso que ser reimprimido. Allí dejaba claro que no se podía permitir «renunciar sin más a un hombre como Hindemith viendo la tremenda escasez de músicos verdaderamente productivos que impera en todo el mundo». Aludiendo a Rosenberg, planteaba la decisiva pregunta de adonde iríamos a parar «si la denuncia política se aplicara al arte en gran proporción». 77 El público de la ópera estatal —en el que también se encontraban casualmente esa misma noche Goebbels y Góring— brindó a Furtwángler un prologando aplauso en señal de apoyo después de una representación del Tristán. Al parecer, Góring aprovechó esto para informar a Hitler de que se había producido una manifestación pública de disconformidad contra un líder del Reich del NSDAP.78 Goebbels por su parte amenazó ahora a Furtwángler diciéndole que «ya le demostraría él quién era el más fuerte». 79 Como consecuencia, el 4 de diciembre de 1934 Furtwángler renunció a sus cargos de vicepresidente de la Cámara de Música del Reich y de director de la ópera estatal, dispuesto a emigrar a América muy a pesar suyo. Así pues, el «caso Hindemith» se extendió a un «caso FurtwángleP> o, mejor dicho, a toda la Cámara de Música del Reich. Oficialmente parecía que en el «caso Furtwángler» Rosenberg se había anotado un rotundo éxito sobre Goebbels, al menos de momen-

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to, pues a Goebbels le vino muy bien que los planes americanos de Furtwángler se vieran estorbados por su enemigo íntimo Arturo Toscanini, que habló públicamente en su contra. Así, Goebbels, con la conformidad de Hitler,80 hizo que se negociara entre bastidores con Furtwángler a base de ofertas y amenazas. Al principio éste puso «todavía objeciones»,81 pero luego se declaró dispuesto a lamentar públicamente «las consecuencias y conclusiones de índole política que tuvieran relación con su artículo, tanto más cuanto que no había sido en absoluto su intención (...) injerirse en la dirección de la política artística del Reich, que también a su entender sólo la determinan, como es natural, el Führer (...) y el ministro competente designado por él». 82 Con este comunicado de prensa de gran habilidad táctica Goebbels mató tres pájaros de un tiro. En primer lugar ayudó a Furtwángler a salvar la cara, en segundo lugar rechazó las pretensiones de Rosenberg y en tercer lugar fue provechoso para el régimen conservar a este director en Alemania. Por último, Goebbels pensó probablemente, tal como anotó en su diario, que esto era un «gran éxito moral para nosotros». Lo que quedaba era «el problema de qué ocupación darle».83 Como es lógico, Rosenberg no estaba satisfecho con eso. Con gran sutileza hizo saber a Hess que él encontraba «directamente provocador» cómo se había redactado la declaración de prensa goebbeliana. Furtwángler no se disculpaba «por sus ataques políticos contra una organización nacionalsocialista», sino que lamentaba «sólo las consecuencias y conclusiones que se hubieran sacado de su artículo. Y el ministro nacionalsocialista» daba por buenas «exactamente esas formulaciones». Él, Rosenberg, pedía que «se indujera al señor doctor Furtwángler» a «disculparse ante él de la misma manera, pero no por las conclusiones, sino por sus ataques políticos contra la comunidad cultural nacionalsocialista».84 Seguramente a instancias de Hess, Furtwángler tuvo que dar también este paso. Como contrapartida, tras el encuentro con Furtwángler, Rosenberg dio instrucciones a su comunidad cultural no reconocida oficialmente por el partido de observar una «absoluta neutralidad» con respecto a Furtwángler.85 Así parecía que se habían creado las; condiciones necesarias para la reconciliación oficial entre Furtwangle

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y Hitler.86 El director pudo finalmente seguir siendo lo que era: vicepresidente de la Cámara de Música del Reich, director de la ópera estatal de Berlín y consejero del Estado prusiano. En el año 1936 asumió además la dirección musical del festival de Wagner de Bayreuth.87 Desde otoño de 1934, Goebbels se dedicó, además de al enfrentamiento con Rosenberg, al que creía poder «vencer algún día», 88 principalmente al plebiscito del Sarre previsto en el Tratado de Versalles. Bajo el lema Heim-ins-Reich [Vuelta a la patria del Reich], Goebbels puso

en escena una campaña propagandística que retransmitió al territorio del Sarre sobre todo la emisora extranjera bajo la dirección de Adolf Raskin. En las emisiones se presentaba al «frente alemán» del Sarre como un receptáculo de «sangre alemana»; por el contrario, los partidarios del status quo, que abogaban por que la Sociedad de Naciones siguiera administrando el territorio, eran atacados como cómplices del «bolchevismo judío».89 Con esta táctica, Goebbels esperaba entre otras cosas poder movilizar a la Iglesia católica a favor del «regreso a la patria» del Sarre, el «último bastión» del centro.90 La acción propagandística fue preparada por la organización Antikomintern del Ministerio de Propaganda, que trabajaba solapadamente. Dependía del departamento de propaganda y estaba dirigida por Eberhard Taubert. Atraído por el «antibolchevismo combativo que no claudica» del NSDAP, había intentado ya desde 1932, como colaborador de Haegert en la jefatura de propaganda del Reich, fusionar todas las federaciones y sociedades anticomunistas existentes en Alemania. Pero ese proyecto fracasó al igual que la perspectiva de hacerse cargo de una «sección antibolchevique» en la jefatura del distrito berlinés, según se le había prometido poco antes de la subida al poder. En lugar de eso, Goebbels le incluyó como consejero en la constitución del Ministerio de Propaganda, donde Taubert, aparte de su esfera oficial de trabajo, el «anticomunismo», finalmente hizo valer su deseo de impulsar el desarrollo de la organización en el ministerio.91 A su actuación se debería en buena medida el que los obispos católicos se dejaran inducir a tomar una posición pro alemana. Una pastoral de la diócesis de Colonia del 26 de diciembre de 1934 exhortaba a

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los creyentes a «implorar un resultado del plebiscito del Sarre beneficioso para nuestro pueblo alemán».92 Goebbels recompensó esta buena conducta subrayando expresamente su «positiva posición alemana» en el Volkischer Beobachter del 8 de enero de 1935. En efecto, es probable que se contara entre las inolvidables anécdotas del Antikomintern que —como su colaborador Taubert se burló después— la «clerigalla de Sarrebruck no sospechara» por los asuntos de quién había «velado».93 El 13 de enero de 1935 —el escrutinio lo realizó una comisión independiente— el 90,5 por ciento de los habitantes del Sarre se decidieron a favor de la reintegración de su tierra en el Reich alemán. No eran tantos como Goebbels había pronosticado a sus correligionarios en el palacio de deportes ya en octubre de 1933, cuando dijo que todo el mundo sabía «que entre el 95 y el 98 por ciento de la población del Sarre se declaran partidarios de nosotros». 94 De todos modos, tras el asesinato del canciller federal austríaco Engelbert Dollfuss en julio de 1934 por parte de nacionalsocialistas austríacos apoyados por Alemania y del aislamiento que había provocado la salida de la Sociedad de Naciones, supuso un útil aumento de prestigio en materia de política exterior. Con este resultado de la votación, que calificó aun así como «mejor que todas las expectativas», Goebbels tenía motivos suficientes para hacer gala de su superioridad ante los miembros de la conferencia de prensa del gobierno del Reich.95 En el territorio del Sarre no había ningún campo de concentración, ningún «llamado amordazamiento de la opinión pública», ninguna ley de prensa ni ninguna «denominada dictadura de una pequeña camarilla de hombres». Antes bien, el Sarre —de acuerdo con su línea propagandística— era un «punto de encuentro de todos los elementos internacionales, derrotistas, anarquistas y demás, un punto de encuentro del comunismo universal y del marxismo universal». Sin embargo, la población había declarado con más del 90 por ciento de los votos su «adhesión a la nación alemana» y, al mismo tiempo, al nacionalsocialismo. Esto demostraba que el nacionalsocialismo representaba «un poder político inquebrantable», un «fenómeno cuya exclusión del mundo no se puede ya sostener con ningún argumento». El

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éxito se debía «al carácter, a la valentía, al coraje y a la audacia de la política alemana, tal como la representa Adolf Hitler». Las sirenas aullaron en toda Alemania cuando el 1 de marzo de 1935 el territorio del Sarre «regresó» oficialmente al Reich. En la plaza del ayuntamiento de Sarrebruck, ante la población que «aún tenía que ser moldeada»,96 Goebbels hizo que se desarrollara un mitin según el efec tivo ritual, con el que conectaron todas las estaciones de radio del Reich —la emisora del Reich de Sarrebruck, tras superar la «desmembración federalista» una «emisora del espíritu alemán», no fue inaugurada por Goebbels hasta principios de diciembre de 1935. 97 Izado de banderas, desfile ante Hitler, alocuciones, al final el discurso de Hitler: «En una forma fantástica. Un himno (...). Abajo, en la plaza, la gente está en éxtasis. Como un delirio. El Heil suena como una oración». 98 Así se había «reconquistado» una «provincia». 99 Sin embargo, no se podía hablar de una plena satisfacción de Alemania, tal como Goebbels le había prometido a Francia en 1933 en el caso de una reincorporación del territorio del Sarre. 100 Hitler aprovechó el auge de la política exterior tras el plebiscito del Sarre para anunciar el 16 de marzo de 1935 la implantación del servicio militar obligatorio, pero tomando como pretexto la ordenanza del gobierno francés promulgada el 13 de marzo de 1935, según la cual se duplicaba el tiempo de servicio en el ejército. De este modo contravino las disposiciones relativas al desarme del Tratado deVersalles. Para evitar la inquietud entre la población alemana se hizo hincapié en que, tras la promulgación de la ley sobre el servicio militar obligatorio, la prensa no podía crear «ninguna clase de psicosis bélica». 101 Poco después, Kurt Jahncke, jefe del departamento de prensa del Ministerio de Propaganda, añadió que «todas las noticias que sugieran otra tendencia (...) deben ser valoradas como propaganda de los enemigos de Alemania». 102 Con vistas al extranjero, la propaganda nacionalsocialista intensificó al mismo tiempo sus promesas de paz.103 El 19 de marzo de 1935 Goebbels aseguró en el Angriff104 que Alemania «necesitaba la paz tanto como los demás pueblos (...). Nadie en Europa que tenga un mínimo sentido de la responsabilidad cree que los daños de una guerra que no se

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pudieron eliminar en diecisiete años de trabajo pacífico vayan a ser suprimidos por una nueva guerra».105 Sin embargo, en su diario escribió poco después Goebbels, que estaba al corriente de los planes expansionistas de Hitler con miras al «espacio vital» del este: «Así que a armarnos y a poner a mal tiempo buena cara. Este verano permítenos, oh Señor, sobrevivir. El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros. Pero hay que recorrerlo con valor».106 La reacción del extranjero daba suficientes motivos para esperar que este doble juego tuviera éxito. El gobierno inglés y el francés enviaron sólo notas de protesta. La planeada visita a Berlín del ministro de Exteriores británico sir John Simón y del lord del Sello Privado Anthony Edén ni siquiera se canceló, sino que tuvo lugar después de un aplazamiento a finales de marzo de 1935. Las promesas de paz, unidas a la actuación decidida de Hitler, pronto trajeron su primer gran éxito en política exterior. El cierre del convenio germano-británico sobre las fuerzas navales el 18 de junio de 1935 no sólo sancionaba el rearme alemán, sino que incluso parecía ser el primer paso hacia una aproximación del Reich a Gran Bretaña, requisito previo para las ambiciones continentales de Hitler. Los éxitos en materia de política exterior volvieron a dar pie a Goebbels para celebrar el mito del Führer: la víspera del cumpleaños de Hitler subrayó en su discurso radiado que era un «milagro» sólo comprensible para los más íntimos amigos que un hombre que apenas hace tres años tenía a la mitad del pueblo en su contra «hoy esté en todo el pueblo por encima de toda duda y de toda crítica». Esta nueva e inquebrantable unión del pueblo demostraba que Hitler era el hombre elegido por el destino, un «apóstol con una misión». Llevaba «en su interior la vocación (...) de sacar a la nación de la más terrible división interna y de la más ignominiosa humillación externa y conducirla a la anhelada libertad».107 No obstante, estas palabras en boca de Goebbels formaban parte sobre todo del ritual propagandístico. De este modo, sus discursos eran menos cautivadores y menos sugestivos que los de la «época de lucha». Si bien Hitler seguía siendo para Goebbels el amigo paternal y su punto de referencia, así como la grandeza histórica que

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actuaba bajo la protección de la Providencia y la autoridad intocable, ya no era sin embargo la «sustitución del Mesías» de los primeros años: la vida holgada y el ascenso habían hecho mella en esa fe nacida de la necesidad y de la privación. Pese a lo afortunado que Goebbels se consideraba por contarse entre los compañeros del «apóstol Hitler», las querellas «terrenales» de la política cultural le daban quebraderos de cabeza, pues Rosenberg acometía la ofensiva cada vez con más ímpetu. Cuando éste se enteró de que, por «iniciativa» de Goebbels y Rust, Hindemith iba a «reincorporarse a su cargo de profesor en la Escuela Superior de Música», escribió de inmediato al ministro de Educación que consideraba esto «completamente fuera de lugar». La restitución entraba en «profunda contradicción con dos declaraciones del Führer sobre la política cultural». El «movimiento» ya había «actuado con bastante indulgencia (...) como para dar a Hindemith un plazo de prueba». El compositor era «un claro representante de una orientación bolchevique en cultura y arte». 108 Cuando Rust prolongó «las vacaciones del compositor atendiendo al escrito de Rosenberg», la derrota de Goebbels en el «caso Hindemith» estaba sellada; el compositor abandonó Alemania poco después. Rust tenía asegurado el agradecimiento de Rosenberg. En junio de 1935, desde el congreso del Reich de la comunidad cultural nacionalsocialista celebrado en Dusseldorf, Horst Dressler-Andress envió a Goebbels otra mala noticia procedente del bando de Rosenberg. En su precipitado informe se decía que allí «se habían bebido unas copas y se había brindado por la muerte de la Cámara de Cultura». Dressler-Andress había visto un «forzado» ambiente «de oposición» y calificaba en general el acto como «el principio de una oposición organizada de gran alcance» contra el ministerio y la Cámara de Cultura. 109 Los rivales de Goebbels tomaron nuevo impulso cuando Rosenberg hizo un hallazgo decisivo en el «caso Strauss»;ya antes había hecho que su comunidad cultural boicoteara el estreno de la ópera La mujer silenciosa, autorizada por Hitler y Goebbels, el 24 de junio de 1935 en Dresde.110 La Gestapo había interceptado una carta del compositor dirigida al libretista de la ópera, Stefan Zweig, en la que ponía que el remitente

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sólo «fingía» ser el presidente de la Cámara de Música del Reich por que quería «hacer el bien y evitar (...) una mayor desgracia». 111 Goebbels se acaloró por el contenido de esta carta «especialmente infame», en vista de la cual no le quedó más remedio que capitular ante Rosenberg y obligar a Strauss a dimitir. «La carta es impertinente y además estúpida. Ahora también tiene que irse Strauss. (...) Strauss "finge ser el presidente de la Cámara de Música", y eso se lo escribe a un judío. ¡Qué asco!».112 La decepción de la derrota se convirtió en una reprimenda colectiva. Los artistas, «desde Goethe hasta Strauss (...) ninguno tiene principios políticos. (...) ¡Fuera con esto!». 113 «Lo haremos sin escándalos»,114 seguía diciendo, pues el éxito de Rosenberg ya era bastante doloroso. Al igual que Rosenberg utilizaba el antisemitismo para luchar contra Goebbels, eso mismo hacía el ministro de Propaganda para hacer caer al jefe de policía berlinés Magnus von Levetzow, al que tenía en poca estima desde hacía tiempo. Éste se atrajo el enfado de Goebbels cuando en julio de 1935 se produjo una manifestación contra una película antisemita y la policía, a juicio del jefe del distrito berlinés, no pro cedió «con la suficiente contundencia». Al mismo tiempo, su compa ñero de la «época de lucha», el conde Von Helldorf, que desde marzo de 1933 era jefe de policía de Potsdam, le rogaba continuamente que hiciera algo por él. Von Helldorf, cuyas aventuras con la actriz y cantante Else Elster eran la comidilla de la ciudad, tenía serias dificultades económicas. Los periódicos berlineses habían informado ya antes de la subida al poder de que había «dilapidado su fortuna debido a un derro che megalómano». A su «ruina» había contribuido sobre todo «una especie de campamento de Wallenstein» 115 que mantenía en su finca para las gentes de las SA.116 Helldorf, cuyas deudas ya habían llevado a embargos de su salario, necesitaba urgentemente un puesto mejor remunerado. A su compañero de lucha, con cuya actitud hacia las mujeres simpatizaba —«¿No son así todos los hombres de verdad?», preguntó una vez—, 117 Goebbels le ayudó de buen grado, sobre todo porque tenía mucha amistad con él en privado. No obstante, fue decisivo el hecho

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de que sabía que con Helldorf tendría a un antisemita radical a su lado, con cuyo apoyo ahora quería proceder todavía con más dureza contra los ciudadanos judíos de Berlín. Así pues, intervino ante Hitler, se quejó acerca de Levetzow y presentó a Helldorf como sucesor. Hitler accedió y el 18 de julio de 1935 le confió a éste el cargo de jefe de policía de Berlín. «¡Bravo!», se elogió Goebbels a sí mismo, para añadir a continuación, «y volvemos a depurar Berlín, de común esfuerzo».118 Esta «depuración», la lucha contra los judíos y el bolchevismo, que supuestamente tenía su origen en ellos, pasó a estar cada vez más en el centro de la agitación goebbeliana, que se correspondía así con el doble objetivo de Hitler: la guerra de exterminio de ideología racista y la conquista de «espacio vital» en el este. Hitler hizo que el «congreso del partido de la libertad» celebrado en Nuremberg en septiembre de 1935 se desarrollara por primera vez completamente bajo la divisa del antibolchevismo. Después de que apareciera en la prensa alemana un «manifiesto del Antikomintern con motivo del VI congreso mundial del Komintern», que acababa de tener lugar en Moscú —el manifiesto lo redactó Taubert con un lema que imitaba el de los comunistas: «¡Antibolcheviques del mundo, unios!»—, el colaborador de Goebbels, Hanke, recibió el encargo de parte de Hitler de proporcionar a todos los oradores del congreso el material correspondiente;119 todos los discursos debían estar dedicados a ese tema, para brindar al bolchevismo un «demoledor ajuste de cuentas». El discurso de Goebbels «Comunismo sin máscara», que pronunció el 13 de septiembre, siguió sin solución de continuidad a las exposiciones «rigurosamente antibolcheviques y antijudías» de los oradores precedentes, Hitler, Rosenberg, Darré y Adolf Wagner.120 Goebbels empezó anunciando una «misión universal» alemana contra el bolchevismo, al cual calificó como «el desafío de la brutalidad internacional liderado por los judíos contra la cultura en sí».121 Para mostrar a la opinión pública alemana y europea el bolchevismo «enteramente desenmascarado», que se había ido degradando hasta convertirse en una «organización criminal», describió la «facha diabólica de la destrucción mundial» con una fulminante acumulación de atrocidades comunistas

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reales y ficticias. 122 Habló del «asesinato individual, de rehenes y de masas» que llevaban a cabo las «bestias comunistas embrutecidas y avi llanadas», fustigó el «ateísmo programático de la Internacional bolchevique» y sacó de esto la conclusión de que el bolchevismo era una «locura metódica» que tenía la finalidad de «aniquilar a los pueblos y sus culturas y hacer de la barbarie el fundamento de la vida estatal». La pregunta por los «maquinadores de este envenenamiento mundial» era retórica. Para Goebbels, la «internacional bolchevique» era una «internacional judía». Para demostrarlo dio lectura a una lista de varias hojas con los principales representantes judíos del comunismo, cuya teoría fue establecida por «el judío Karl Mordechai, llamado Marx», hijo de un rabino, nacido en Tréveris.123 Una «derivación» surgió «en el cerebro del judío Ferdinand Lassalle, hijo del judío Chaim Wolfsohn pro cedente de Loslau (Wodzis_aw _l_ski)». Así, tras la división del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en mencheviques y bolcheviques, ambos grupos estuvieron dominados por judíos: por «Martov (Zederbaum),Trotski (Bronstein)» por una parte, «Borodín (Grusenberg)... Jaroslavski (Gubelmann)... Litvinov (Wallach)» por otra. Los judíos habían sido mayoría tanto en los gremios político-militares tras la primera sesión del comité central el 23 de octubre de 1917 como en la presidencia del XV congreso del partido de los bolcheviques en el año 1927. Rosa Luxemburgo, que a finales de diciembre de 1918 se puso al frente del KPD entonces fundado, había sido una «judía pola ca», y la mujer de Stalin, hija del judío Lazar Moiséyevich Kaganóvich. Y así sucesivamente. Esta relación «fría e imparcial» —continuó Goeb bels— sólo permitía concluir que «el mayor mérito» de Hitler era el haber puesto «a la afluencia del bolchevismo universal hacia Alemania un dique» en el que se habían roto «las olas de esta inmunda marea judeo-asiática». Ahora Alemania estaba «inmunizada contra el veneno de la anarquía roja». A la sombra de la atronadora campaña antibolchevique, el 15 de septiembre de 1935, durante una sesión extraordinaria del Parlamento en el marco del congreso del partido a escala del Reich, los gobernantes nacionalsocialistas hicieron aprobar las leyes antisemitas de Nuremberg

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—la «ley de ciudadanía del Reich» y la «ley para la protección de la sangre y de la honra alemana»— que se habían redactado apresuradamente y que se estuvieron «limando» hasta el último momento. 124 Goebbels comentó el comienzo de la persecución sistemática a los judíos en su diario: «El judaismo ha recibido un duro golpe. Desde hace cientos de años, hemos sido los primeros en atrevernos a coger el toro por los cuernos».125 En el tira y afloja por el decreto de aplicación, que entró en vigor a mediados de noviembre de 1935, Goebbels estuvo entre los más radicales. El, quien ya incitaba continuamente a Hitler contra la supuesta «arrogancia judía»,126 ahora luchó con vehemencia para que fueran expulsados de Alemania no sólo los judíos totales, sino también los «medio judíos» y los «judíos en cuarta parte» —es decir, aquellos que tenían al menos uno de los padres o uno de los abuelos de origen judío—, así como los cónyuges de éstos. Sólo de mala gana, por la paz dentro del partido, compartió finalmente el compromiso —como lo llamó— sobre el decreto de aplicación de las leyes de Nuremberg,127 en el que no entraban en principio los «medio judíos» y de ningún modo los «judíos en cuarta parte». Ahora esto se debía dar a conocer a la prensa «con habilidad y discreción», para que no se produjera «demasiado alboroto».128 Si bien aquí no pudo imponerse del todo el «criterio radical», en el terreno cultural controlado por él, Goebbels perseguía con gran celo y exceso el objetivo de los nacionalsocialistas de «limpiar» Alemania de judíos.129 Aunque al principio no había visto ninguna «posibilidad legal directa» de establecer un «artículo ario» en la Cámara de Cultura del Reich y las asociaciones anexas,130 mediante un decreto del 24 de marzo de 1934 había dificultado las condiciones de ingreso para los «no arios», dando instrucciones a las cámaras de no admitirlos en general en las profesiones culturales.131 En primavera de 1935 había empezado con una primera «oleada de depuraciones» la «desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich, que Goebbels impulsó en los años siguientes contra toda resistencia y con una perseverancia implacable. Sin embargo, cuando en el segundo

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congreso anual de la cámara, celebrado el 15 de noviembre de 1935, subrayó que ésta estaba «hoy limpia de judíos» y que «en la vida cultural de nuestro pueblo» ya no había «ningún judío en activo», 132 hablaba más de sus sueños que de la realidad. Lo cierto era que, en el transcurso del otoño, Goebbels tuvo que luchar con considerables dificultades creadas por el ministro de Economía del Reich, Hjalmar Schacht. Inmediatamente después de la aprobación de las leyes de Nuremberg, se dispuso sin informar a Schacht que los comerciantes judíos de objetos de arte y antigüedades, así como los propietarios judíos de cines, tenían que vender sus empresas antes del 10 de diciembre de 1935, a más tardar, según la notificación de expulsión de la cámara. Para finales de año también tuvieron que darse de baja los libreros. Además, a partir del 1 de octubre no se podían ofrecer ni vender públicamente revistas destinadas sobre todo a judíos.133 Schacht intervino enérgicamente repetidas veces ante Goebbels en contra de semejante modo de proceder, argumentando que había que tener en cuenta los intereses económicos del Reich.134 Pero Goebbels lo ignoró, principalmente porque se sabía respaldado por Hitler. Después de que en agosto Schacht pronunciara en Kónigsberg un «liberal y provocador discurso a lo Papen», 135 Hitler pidió a Goebbels «material contra Schacht», para hacerle ver al independiente presidente del banco del Reich y ministro de Economía interino lo «prescindible» que era.136 El enfrentamiento de Goebbels con su enemigo íntimo Rosenberg entró en un nuevo estadio en la segunda mitad del año 1935. En octubre de 1935, Rosenberg estuvo implicado en la sustitución de los presidentes de las cámaras de literatura y cinematografía del Reich, Hans Friedrich Blunck y Fritz Scheuermann. Para volver a procurarse ventaja frente a Rosenberg, Goebbels proyectaba crear un «senado de cultura» del Reich, una asociación de «personalidades destacadas comprometidas con el pueblo y la cultura». Este plan se remontaba a noviembre de 1933,137 pero ahora también debía servir para tranquilizar por medio de la integración138 a personalidades que tenían una postura crítica hacia su política cultural, por ejemplo Heinrich Himmler, el líder de la juventud hitleriana Baldur von Schirach, o el jefe financiero del NSDAP

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Franz Xaver Schwarz.139 Sin embargo, por una circular de la comunidad cultural nacionalsocialista, Goebbels se enteró de que Rosenberg se le había adelantado. El caso era que el 11 de septiembre de 1935 Hitler había encomendado al rival de Goebbels la designación del citado senado de cultura del Reich, «con el objetivo de seleccionar y fomentar en el terreno del arte y de la ciencia todas aquellas fuerzas creativas que trabajan en Alemania a favor del nacionalsocialismo». 140 Goebbels contestó a esto con la observación de que «es todo una copia pensada como un golpe contra mí»,141 aunque sabía que había llegado el momento de actuar «con decisión».142 El 26 de septiembre discutió con los secretarios generales de la Cámara de Cultura del Reich la «cuestión Rosenberg». Como éste era «desleal», no le quedaba «más remedio que obrar de esa forma».143 El 2 de octubre de 1935 debía tener lugar una entrevista entre los adversarios; sin embargo, en el viaje hacia Hohenlychen para encontrarse con Rosenberg, la policía paró el coche de Goebbels en Gransee. Su esposa Magda acababa de dar a luz a su tercer hijo en la clínica ginecológica universitaria de Berlín, atendida por el profesor Stoeckel. Por fin era el hijo que Goebbels tanto había esperado: «¡Indescriptible! Bailo de alegría (...). Un alborozo infinito.Vuelvo a cien kilómetros por hora. Me tiemblan las manos de alegría (...). Estoy feliz a más no poder. Podría cargarme todo de alegría. ¡Un niño! ¡Un niño!... ¡El hijo! La gran vida eterna».144 Probablemente en recuerdo del hijo mayor de Günther Quandt, Hellmuth, muerto en 1927, el hijo del ministro de Propaganda llevaría el mismo nombre.145 Pero pronto volvió la rutina y con ella el problema de Rosenberg. Goebbels tenía que buscar aliados, pues Rosenberg había tomado carrerilla para hacerse con una facultad de dirección respecto a todos los cargos político-culturales del Estado —como ministro del Reich para Ideología y Cultura— y del partido —como gran canciller del NSDAP—. Rosenberg ya se había asegurado el apoyo de Himmler, Schirach, Lutze y Darré. Goebbels, por el contrario, seguía impulsando su proyecto del «senado de cultura del Reich», para el que se ganó a Góring a mediados de octubre de 1935. Dado que éste se expresó «en duros términos»

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contra Rosenberg, por esta vez defendía a ojos de Goebbels «unas ideas muy sanas».146 Para quitar de en medio a Rosenberg, Goebbels llamó la atención de Hitler sobre los «inconvenientes» que provocaría «forzosamente» el que se crearan dos instituciones con el mismo nombre. 147 Tras una «extensa entrevista», durante la cual Hitler también lanzó «duros ataques contra Rosenberg», una vez más se pusieron de acuerdo. El Führer accionó el freno de emergencia respecto a las pretensiones de Rosenberg y anun ció que iba a prohibir su proyecto. En cambio, la «propuesta completa» de Goebbels fue aceptada y Hitler se mostró «muy satisfecho» con ella.148 El 22 de octubre Goebbels decidió con los secretarios generales de la Cámara de Cultura del Reich los 105 miembros del senado de cultura del Reich,149 una asociación que pronto sólo existiría sobre el papel. Pero mientras tanto Goebbels saboreó su triunfo e hizo saber a Rosenberg el 7 de noviembre que «el Führer» había «decidido» que la «asociación planeada» por él «no se podía constituin>. El, Goebbels, «nombraría» por su parte un senado de cultura del Reich el 15 de noviembre. 150 Ya que, pese a su mayor plenitud de poderes, Goebbels veía las continuas querellas con Rosenberg como la «causa de sus disgustos», 151 ahora le hizo una propuesta de paz y le exhortó finalmente a que se incorporara al senado de cultura del Reich, cosa que Rosenberg rechazó categóricamente. No se podía tolerar —así escribió— que se señalara de forma general a una asociación de tan diferentes personalidades como la responsable de la ideología nacionalsocialista «sin ni siquiera preguntar al encargado de supervisar esa ideología». 152 En cualquier caso, según su «más profunda convicción», él, Goebbels, no podía dar una «aprobación general» a la opinión de que el senado de cultura del Reich fuera el responsable de la ideología nacionalsocialista.153 A semejante rechazo de su «generosa» propuesta Goebbels reaccionó criticando la información negativa sobre su persona y su ministerio en el órgano informativo de la comunidad cultural nacionalsocialista, los Presse-Berichte [Informes de prensa].154 Se negó a entrevistarse con Rosenberg acerca de una «colaboración general» cuando oyó decir que éste había preve nido en una «impertinente carta» contra la entrada en el senado de cul-

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tura del Reich a los líderes designados por él, Goebbels —entre otros Philipp Bouhler, Schirach, Rust y Konstantin Hierl—.Ya no iba a con sentir semejantes «insolencias durante mucho tiempo», 155 escribió, y se mantuvo en sus trece. Rosenberg iba a «escribir y quejarse» diciendo que «ni siquiera permitiría que le informaran al respecto». 156 Así pues, al comisionado de Hitler para la ideología no le quedó más remedio que lamentar de nuevo que Goebbels «pasara lisa y llanamente por alto» la misión que Hitler le había confiado. 157 Si bien Goebbels iba triunfando sobre Rosenberg lento pero seguro, Goebbels no estaba satisfecho con cómo estaba transcurriendo la «desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich desde enero de 1936. Después de que en el año que terminaba, 1935, se decretaran en masa a lo largo de varias semanas expulsiones de la Cámara de Cultu ra del Reich para los «no arios» activos en la economía cultural, a comienzos de 1936 Schacht consiguió —aunque sólo provisionalmente— poner freno a la manía «desjudeizadora» de Goebbels. Schacht hizo valer ante Hitler su argumentación de renunciar a un proceder tan masivo aten diendo a la balanza alemana del comercio exterior y al presupuesto alemán de divisas,158 con lo cual el Ministerio de Propaganda, «por encargo especial» de Goebbels, tuvo que dar la orden de suspender «con efecto inmediato (...) todas las medidas para la desjudeización (...) de los gremios económico-culturales». 159 En esta situación le vino muy a propósito a Goebbels el asesinato de Wilhelm Gustloff, el jefe del grupo nacional de la organización exte rior del NSDAP en Suiza. Con motivo de su sepelio, Hitler pronunció en Schwerin el 12 de febrero de 1936 un «discurso contundente y radical».160 Calificó a Gustloff como el «primer mártir consciente» del nacionalsocialismo en el extranjero y responsabilizó al «rencoroso poder de nuestro enemigo judío» de esta y de «todas las desgracias que cayeron sobre nosotros en noviembre de 1918 y (...) que invadieron Alemania en los años siguientes». 161 Goebbels se ocupó de que estas palabras se retransmitieran por todas las emisoras alemanas ese mismo día, 162 para transformarlas inmediatamente en medidas directas utilizándolas como impulso para la radicalización.

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Ya el 6 de marzo, durante una conferencia de los «informantes de la cuestión judía» de las distintas cámaras, se establecieron directrices vinculantes sobre la exclusión de los judíos de la Cámara de Cultura del Reich.163 Se decretaba que se debía eliminar de las cámaras, o negarles la incorporación a ellas, a todas las personas que tuvieran un «25 por ciento o más de sangre judía». Así, como ya disponían las leyes de redactores y funcionarios profesionales del año 1933, 164 bastaba con ser un «no ario» de tercera generación para estar incluido en los artículos arios como «judío en cuarta parte», tal como se les denominaba. Como «emparentados con judíos» —y, por ende, también objeto de exclusión— se consideraba a todas las personas que estuvieran casadas con judíos «totales» o «de tres cuartas partes». Por el contrario, modificando aparente mente la práctica habitual hasta ahora, las personas casadas con «medio judíos ya no debían ser excluidas». Mientras que Goebbels «desjudeizaba», fue madurando en Hitler la resolución de ocupar ahora la desmilitarizada Renania con un golpe por sorpresa y de violar por tanto los Tratados de Locarno de 1925 —un decisivo viraje en su política exterior hasta 1939: no se debía abandonar Versalles, sino el reglamento de Stresemann—. En la reunión del mediodía del 20 de enero hizo las primeras alusiones. Estaba dispuesto a «solucionar de una vez repentinamente» el asunto de la zona renana —hizo saber—, pero «no ahora, para no dar oportunidad a otros de de sembarazarse del conflicto de Abisinia». 165 Por ese motivo nada de aquello debía hacerse público. 166 Aunque el 12 de febrero ya había tomado la decisión,167 Hitler aún no se lo había comunicado a su ministro el 27 de febrero.168 Goebbels anotó expresando su interés: «El Führer lucha duramente consigo mismo». Hitler tenía una «seria responsabilidad» que a él le gustaría ayudar «a descargar en lo posible». Le desaconsejaba «actuar en ese momento», ya que aún no se tenía un «motivo» suficiente. Sólo la ratificación definitiva por parte de Francia del pacto franco-ruso de mutua asistencia haría posible justificar la ruptura del pacto de Locarno por parte de Alemania. 169 El 27 de febrero, el pacto de asistencia había pasado por la Asamblea Nacional Francesa, pero todavía no había sido aprobado por el Sena-

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do.170 Hitler no esperó a ello. Ya la tarde del 28 de febrero llamó a Goebbels, que iba a viajar con él a Munich, porque quería «tenerle a su lado a la hora de tomar la difícil decisión con respecto a Renania». 171 Durante el viaje nocturno en tren hacia Munich, Hitler se mostró «vacilante» y «serio, pero tranquilo». Goebbels abogó una vez más por no actuar antes de que Francia no hubiera «ratificado definitivamente» el «pacto ruso», «pero después no dejar escapar la ocasión». Tuvo la impresión de que «se haría seguramente de ese modo». 172 Pero se equivocó. El 1 de marzo —los primeros debates en el Senado francés estaban fijados para el 4 de marzo— el Führer comunicó a Goebbels y aVon Papen, que se encontraba asimismo en Munich, que ahora estaba «firmemente deci dido». No obstante, puesto que el ministro de Propaganda creyó percibir que la cara de Hitler irradiaba «tranquilidad y firmeza», él mismo también se convenció enseguida de que había que actuar ahora, aunque fuera «nuevamente un momento crítico». Como antídoto contra esas ideas se inyectó autoconfianza: «A los valientes les pertenece el mundo. Quien nada arriesga nada gana (...). Una vez más se hará historia». 173 A las once del día siguiente, Goebbels estaba presente cuando en la cancillería del Reich Hitler informó sobre su plan para el golpe sorpresa a Góring, Blomberg,Von Ribbentrop —en octubre de 1936 se convertiría en embajador en Londres—, al comandante en jefe del ejército, Werner von Fritsch, y al de la marina de guerra, Erich Raeder. Conforme a ello, Hitler tenía la intención de combinar la operación con una propuesta de alianzas y un nuevo plebiscito: «El sábado, Parla mento. Allí, proclamación de la remilitarización de Renania y propuesta simultánea de regreso a la Sociedad de Naciones, pacto aéreo, pacto de no agresión con Francia. Así se reduce el agudo peligro, se rompe nues tro aislamiento, se restaura finalmente nuestra soberanía. París no puede hacer mucho. Inglaterra se alegrará; Italia, que ha abusado de nues tra confianza con sus infamias, no puede contar con ninguna consideración. A la vez, disolución del Parlamento, nuevas elecciones con lemas de política exterior». 174 Al parecer, Goebbels, que ahora se burlaba de «los cagones disfrazados de amonestadores» que se acercaban a él «desde todas partes», 175 no

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tenía clara la fecha definitiva, 176 pues creía que una «acción de reconciliación entre Italia y Abisinia» el 3 de marzo en Ginebra, que podía «durar mucho», «retrasará nuestra fecha. Es una pena, una pena, porque el sábado es el mejor día». 177 Una vez más se equivocó, ya que el 6 de marzo Hitler presentó hechos consumados al gabinete, que reaccionó «con una estupefacción inmensa». 178 Esa misma tarde hizo que Goebbels emitiera un comunicado oficial según el cual el «Parlamento se convoca para mañana, sábado, a las 12 del mediodía». Por la tarde el ministro de Propaganda dio órdenes a sus colaboradores, a quienes se les prohibió abandonar esa noche el ministerio para que no fuera «posible ninguna indiscreción». 179 Mientras tanto ya estaba en marcha el transporte «relámpago» de tropas hacia el oeste, planeado por Von Fritsch y camuflado como «concentraciones de las SA y del Frente de Traba jo».180 A los corresponsales de prensa extranjeros los había convocado Goebbels en un hotel berlinés y allí les impuso una «clausura» hasta el día siguiente. 181 Sus colegas alemanes fueron citados en el Ministerio de Propaganda muy temprano la mañana del sábado y «bajo fuertes medi das de precaución» embarcados en dos aviones que estaban preparados en el aeropuerto de Tempelhof y que poco después despegaron en dirección a Renania. 182 Sólo cuando estuvieron en el aire se les comunicó que se dirigían hacia Colonia, Coblenza y Frankfurt del Meno para seguir de cerca a la Wehrmacht alemana durante su entrada en Rena nia. Lo que tenían que informar desde allí se lo ordenó Alfred-Ingemar Berndt, quien pocos días más tarde fue nombrado director del departamento de prensa del Ministerio de Propaganda: «Bonitas impresiones desde el Rin sobre la entrada de las tropas, el entusiasmo de la pobla ción, el sentimiento de la población de ser liberada de una pesadilla (...) por supuesto no el Victoriosos derrotaremos a Francia, mientras que realmente habría menos que objetar contra La guardia en el Rin».1S3-m Aquella mañana del 7 de marzo de 1936, mientras la Wehrmacht alemana cruzaba el Rin entre los gritos de júbilo de la población, Goebbels trabajó «con gran agitación» 185 hasta que hizo desembocar todo, el discurso de Hitler ante el Parlamento, las primeras noticias sobre el éxi-

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to de la operación sumamente arriesgada y la información de que el extranjero había reaccionado con consternación, en un «éxtasis de entusiasmo». «Como hijo de Renania» contestó Goebbels en Berlín a un mensaje radiado desde la plaza de la catedral de Colonia, y saboreó especialmente este «extraordinario triunfo», pues había «sufrido un año» allí.186 Su madre llamó por teléfono «como fuera de sí», y también su antiguo profesor de alemán, Voss, que causalmente se encontraba de visita en Berlín, estaba «feliz y agradecido». Cuando Goebbels escribió como resumen en su diario «a los valientes les pertenece el mundo», esa frase, con la que previamente se había infundido confianza en el buen resultado de la acción, se había hecho realidad para él con la marcha de los acontecimientos. Y cuando escribió que Hitler «sabe perfectamente lo que quiere», esto significaba ahora para él, más allá de un motivo de tranquilidad, la certeza de su éxito. Así pues, en la siguiente «campaña electoral» para el «Parlamento de la libertad y de la paz», Goebbels vendió esta arriesgada empresa, propia de un temerario y de resultado realmente incalculable, como un «audaz paso» de Hitler, que actuaba con instinto certero y que, a diferencia de los gobiernos de Weimar, había sido capaz de devolver a Alemania «la libertad y la honra» y de reintegrarla al círculo de las grandes potencias. Con la toma militar de Renania había concluido la lucha de Alemania por la igualdad de derechos, se había restaurado su honra y soberanía nacional, anunciaba la propaganda de Goebbels, y se decía sugestivamente en los carteles electorales: «Nuestra gratitud es nuestro voto».187 Se dieron instrucciones a la prensa de propagar una «atmósfera optimista», «pues los hechos futuros tienen como requisito previo el asentimiento de la población. No debe originarse un temor a la guerra». 188 La víspera del «día de las elecciones», Hitler dirigió por todas las emisoras un llamamiento al pueblo alemán, que el fascinado Goebbels describió como sigue: «Se tenía la impresión de que Alemania se había transformado en un templo que abarcaba todas las clases, profesiones y confesiones, en el que el intercesor comparecía ante el alto trono del Todopoderoso para dar testimonio de la voluntad y las obras e implo-

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rar su misericordia y protección para un futuro que permanecía incierto e inescrutable ante nuestros ojos (...). Eso era religión en el sentido más profundo y arcano. Ahí una nación hacía profesión de fe a través de su interlocutor y ponía confiadamente en manos de Dios su destino y su vida».189 Ante semejante sensación, Goebbels sabía lo que le debía a Hitler como resultado «electoral» del 29 de marzo, máxime cuando éste había estado descontento durante mucho tiempo por haber obtenido «sólo» el 89,9 por ciento en el plebiscito de agosto del año 1934. Sin más tar dar, el ministro de Propaganda «corrigió» una «estúpida pamplina jurí dica de Frick: votos válidos y no válidos, ¡vaya tontería!», 190 de manera que al final pudo notificar a Hitler como resultado el 99 por ciento de votos afirmativos.191 La prensa nacionalsocialista se mostraba triunfante en sus titulares: «Adolf Hitler y Alemania son una única cosa». 192 De manera satisfactoria para Joseph Goebbels transcurrió también en esos días la compra de una finca situada en la isla Schwanenwerder del río Havel. Después de que Goebbels y Magda visitaran el 21 de marzo la «casa de verano» 193 de ladrillo rojo por la que trepaban las parras, con acceso al lago y con magníficas vistas a la bahía llamada Klare Lanke, y que pertenecía al director bancario berlinés Oskar Schütter,194 se podía prever que la compra «funcionaría». 195 Hitler había prometido ayudar.196 Por orden suya, Max Amann tenía que «volver a ser generoso»,197 pues el Führer había hecho saber al director de la editorial Eher que «daba importancia a que (...) el doctor Goebbels tuviera en Berlín la alta posición que le correspondía» y que ahora se le había presentado la oportunidad de comprar una gran propiedad por valor de unos 350.000 marcos. «Si él (Hitler) tuviera ese dinero, se lo daría, pero Goebbels era uno de los mejores autores de la editorial Eher», motivo por el cual solicitaba a Amann que «le subvencionara en este caso». 198 Esta fuente, que después también siguió manando en abun dancia para Goebbels, era absolutamente necesaria para que él pudiera «volver a respirar» y «Magda volviera a ver las cosas claras».Tenían «tantas otras preocupaciones» que no podrían «soportar además esos pro blemas de dinero», escribió Goebbels en su diario. 199 El día anterior al

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traslado quedó garantizada la financiación de Schwanenwerder. Amann había aceptado la adquisición de los diarios de Goebbels, que se publicarían veinte años después de su muerte, y pagó por ellos una suma de 250.000 marcos del Reich,más otros 100.000 anuales.200 Además, Magda acordó con Hitler por teléfono la cuantía del aumento de sueldo que había prometido a su marido, y Hitler no la decepcionó.201 Después de que el 2 de abril de 1936 se formalizara la compra ante notario,202 Magda correspondió al Führer por este favor. Expresamente para él arregló la «casa de los caballeros»,203 que pertenecía a la finca, con la esperanza de poder «ofrecerle un pequeño hogar» también en Schwanenwerder.204 Un día antes de su cumpleaños, Hitler hizo a los Goebbels la anhelada visita y una vez más quedó «completamente entusiasmado».205 En adelante Hitler los visitó a menudo, también para alegría de los niños, a los que el «tío Adolf» dedicaba mucha atención. Siempre mostró una especial simpatía por la hija mayor, Helga. Goebbels le enviaba repetidamente a su Führer fotografías de su hija. Lo cierto era que Helga y sus hermanos estaban al servicio del régimen y tenían que responder por la vanidad de su padre. Ya como objetos de exhibición en actos oficiales o en los «cumpleaños del Führer», cuando agrupados obedientemente en torno a Hitler daban una apreciada y decorosa imagen propagandística que lo presentaba ante la opinión pública como amigo de los niños, esto también pertenecía al mito del Führer. En Schwanenwerder los niños vivían como príncipes y princesas. Goebbels les regaló ponis y un carro de ponis, Magda —ayudada por Jenny Jugo o Heinz Rühmann— hacía rodar pequeñas películas donde aparecían ellos y que se proyectaban en los cumpleaños de Goebbels. Las revistas ilustradas tenían permiso para publicar imagen tras imagen del tropel de niños. Siempre que su agenda se lo permitía, Goebbels pasaba unas horas con ellos. Su favorita también era Helga, que se había convertido en una señorita bastante madura para su edad y con la que le gustaba «charlar juiciosamente» durante los paseos. 206 En cambio, le preocupaba un poco Helmut, que era un muchacho más bien distraído, y lo achacaba a la compañía de sus hermanas.207 Los niños —así lo

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expresa continuamente en su diario— eran su mayor tesoro. Años antes de ser padre por primera vez ya había escrito que los niños eran «buenos pensamientos de Dios», porque sólo con ellos podía hablar «sin la perpetua impresión de ser engañado». 208 No sólo los niños, también Goebbels se sentía «inmensamente feliz» en Schwanenwerder.209 En junio, el ministro de Propaganda se permitió un deportivo Mercedes 5,4 L, en el que su chófer Günther Rach le llevaba por Berlín «orgulloso como un rey». 210 En verano adquirió una pequeña lancha a motor «para Magda y los niños» y una nueva embar cación grande que era «algo cara». 211 Vivía «a cuerpo de rey», pensaba,212 mientras que fuera, en el Havel, los barcos turísticos que pasaban llevaban rótulos como «quien compra en un comercio judío roba al patri monio nacional». Sin embargo, este ascenso, esta satisfacción de Goebbels no consiguieron aplacar su odio patológico a los judíos, surgido en su día de la postergación social. Antes bien, lo reforzaron, pues parecía que él subió justo en el momento en que empezó a ver en los judíos el mal de este mundo. Convencido de que las cosas en el Reich habían mejorado sólo porque el movimiento nacionalsocialista había restringido la influen cia de los judíos, a finales de abril de 1936 hizo de nuevo que se recrudecieran las ya de por sí «excesivas directrices de depuración» 213 para la Cámara de Cultura del Reich, publicando «con rigurosa confidencialidad» un nuevo «decreto de depuración» para aquélla. En él estaban ahora comprendidos «todos los judíos en cuarta parte» y también «todas las personas casadas con medio judíos y judíos en cuarta parte». 214 Así, Goebbels excedía con mucho las disposiciones de las leyes de Nuremberg. En una circular del 29 de abril, tomó además una medida que, sirviéndose de un artificio burocrático, debía presentar como definitiva mente resuelta la «depuración» de la Cámara de Cultura del Reich, que ya se había dado por terminada en su día. En su diario se vanaglorió de este «grandioso trabajo» del que estaba «orgulloso». 215 Por orden expresa del ministro de Propaganda y presidente de la Cámara de Cultura del Reich, su secretario general Hans Hinkel —desde comienzo del j

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verano de 1935 dirigía la recién creada sección especial del administrador cultural del Reich Hinkel para la supervisión de los judíos intelectual y culturalmente activos en el territorio del Reich alemán dentro del Ministerio de Propaganda—216 exhortó a los presidentes de las cámaras a que entregaran en su oficina hasta el 10 de mayo «listas definitivamente cerradas con los nombres por orden alfabético» de todos los «no arios» y «parientes de judíos». En el futuro las gestionaría la oficina del «comisionado especial», pues el ministro había decidido que todas las personas que se debían incluir en la lista, ya estuvieran excluidas o no de las cámaras, con efecto a partir del 15 de mayo de 1936 no podían «estar registradas como miembros de la Cámara». Con esta medida se debía «conseguir que a partir del 15 de mayo de 1936 no haya en ninguna cámara ningún miembro que tenga algo de judío». Goebbels alegó querer «ahorrar» el trabajo a los «señores presidentes de las distintas cámaras» y a los «señores directores de los departamentos» del ministerio.217 Cuando, pocas semanas después, la juventud del mundo llegó a Berlín para celebrar los XI Juegos Olímpicos de la era moderna, poco se pudo apreciar de la manía racial del régimen y de su ministro de Propaganda, pues eso habría arruinado la oportunidad de presentarse como una nación amante de la paz. Aún en otoño de 1935 parecía que un movimiento de boicot internacional conseguiría impedir los Juegos Olímpicos, que se habían adjudicado a Alemania en mayo de 1931.218 Para ello se basaron en la igualdad de todos los participantes independientemente de criterios religiosos, raciales o políticos, tal como establecían los estatutos olímpicos. Sin embargo, el Comité de Organización Internacional había desechado esas advertencias más que justificadas en el sentido de la política de apaciguamiento, con el argumento de no querer complicar las cosas innecesariamente. Así pues, a la propaganda goebbeliana nada le estorbó para engañar a la opinión pública nacional y extranjera con la «fiesta pacífica de la juventud mundial». Con la ayuda de la comisión propagandística para los Juegos Olímpicos, Goebbels hizo todo lo posible por organizar su artificio de la

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manera más perfecta posible. En una directiva a la prensa dispuso expresamente que el «criterio racial (...) pasara completamente inadvertido en la información». 219 Del aspecto urbano desaparecieron rápidamente carteles como «los judíos no son bienvenidos» o «acceso para judíos a propio riesgo». El periódico demagógico antisemita Der Stürmer fue retirado de la venta callejera y el jefe de deportes del Reich, Hans von Tschammer und Osten, incluyó en el equipo olímpico alemán a la ger mano-judía Helene Mayer, esgrimidora de la élite mundial, que estaba estudiando en Estados Unidos. Ya en junio se había llegado al acuerdo de que, durante esos días tan decisivos para la imagen de Alemania en el mundo, el partido «no debía manifestarse de forma llamativa». 220 Así pues, en el tira y afloja por el «asunto de la colocación» de los invitados de honor, Goebbels tuvo que desistir en una pequeña pero significativa diferencia de opinión con Hitler. Este defendía el «punto de vista muy conservador» de que «los viejos mandamases burgueses» iban «delante de los nazis» porque tenían «más años de servicio», mientras que Goebbels quería «hacerlo de otra manera», ya que habían «luchado contra ellos por todos los medios entre 1932 y 1933».221 Berlín se puso un reluciente manto festivo, que Goebbels examinó por última vez la víspera de la inauguración. 222 De los grandes edificios públicos situados entre la catedral, el palacio real y la Puerta de Brandeburgo se habían tendido desde los tejados hasta el suelo imponentes colgaduras de terciopelo rojo con el símbolo de la esvástica; la avenida de Unter den Linden se presentaba como un mar de banderas con la cruz gamada, entre ellas se veía sólo de vez en cuando una blanca con los anillos olímpicos multicolores. Incluso en las fachadas acristaladas del Ministerio de Propaganda y de algunos otros edificios había festo nes y cintas doradas según el proyecto del diseñador responsable, Albert Speer.223 A lo largo de los diez kilómetros que tenía la calle festiva entre la Puerta de Brandeburgo y el «campo deportivo del Reich», se enla zaban de árbol en árbol gallardetes de guirnaldas. Por los mástiles de las banderas, que escoltaban la arteria en una serie ininterrumpida, subían serpenteando guirnaldas verdes, plateadas y doradas.

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El día de la inauguración, el 1 de agosto de 1936, el cojo Goebbels habló en primer lugar a los «atletas alemanes» durante una «hora solemne» en el Lustgarten, donde se habían reunido los jóvenes alemanes. Luego subió la Via triumphalis, flanqueada por cientos de miles de personas, en una limusina detrás del Mercedes descubierto de Hitler. Junto con numerosos notables del Reich y del Comité Olímpico Internacional accedió al estadio a través del Campo de Mayo. Después de los dos himnos nacionales y la entrada de las delegaciones de las naciones, su Führer declaró inaugurados los Juegos. Se lanzaron salvas de bienvenida. Una infinidad de palomas se elevaron hacia el cielo antes de que el último relevista llevara la llama olímpica al estadio. Seguramente muy pocos entre la gran multitud tuvieron algún tipo de duda cuando el vencedor maratoniano de 1896, el griego Spyridon Louis, salió de su equipo y le entregó una rama de olivo del bosque sagrado de Olimpia como símbolo de la paz a aquel hombre de uniforme y botes altas que conducía a Alemania a la guerra con determinación. Para Hitler, que al igual que Goebbels pasó tardes enteras en la tribuna de honor, las competiciones deportivas eran una «lucha de razas».224 El embajador francés en Berlín, Francois-Poncet, que estaba sentado no muy lejos de ambos, observó cómo Hitler, que odiaba el deporte, seguía la actuación de los competidores alemanes con una expresión atenta y tensa. Si vencían, su cara se alegraba, se daba sonoras palmaditas en las piernas y se volvía hacia Goebbels riendo. Si perdían, su rostro se oscurecía. Pero el espíritu deportivo triunfó en el estadio sobre todas las emociones. «Se tenía la imagen de una Europa reconciliada, que dirimía sus controversias en la carrera, el salto de altura, el tiro y el lanzamiento de jabalina».225 Alemania parecía abandonarse al entusiasmo. ¿Acaso no simbolizaban verdaderamente las Olimpiadas el comienzo de una nueva era que el Reich, con los mismos derechos después de las humillaciones del pasado, podía afrontar ahora lleno de confianza? Pero no fueron sólo los éxitos en materia de política exterior los que contribuyeron a este ambiente; también en el país habían mejorado muchas cosas. Así, en particular, había disminuido la legión millonaria de desempleados, entre

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otras razones por los importantes proyectos de construcci ón para los Juegos Olímpicos. Todo esto hizo que mucha gente olvidara los lados oscuros del dominio nacionalsocialista. Pero no todos se dejaron engañar por la fachada de un régimen pacífico y progresista. Por motivos económicos muchos periódicos extranjeros no habían enviado a Alemania reporteros adicionales, sino que siguieron los juegos a través de sus corresponsales que vivían en Europa, y éstos conocían la realidad. 226 Por eso no habría hecho falta que los miembros de las SA se tambalearan borrachos por las calles de Berlín y gritaran contra todas las indicaciones lemas como «cuando pasen las Olimpiadas, moleremos a los judíos a palos». 227-228 En ese contexto causó un efecto francamente contraproducente y poco imparcial el hecho de que, al comienzo de los juegos, Goebbels asegurara a los correspon sales extranjeros convocados que las olimpiadas no eran ningún acto propagandístico.229 Y cuando se hacía creer a sí mismo que la repercusión diaria en la prensa extranjera era sumamente positiva, 230 eso era verdad nada más que a medias. Obvió los resultados de un informe secreto del Ministerio de Propaganda que indicaba que esto no valía para los casos en que las voces críticas se encontraban ya dentro de casa. 231 Sin duda, fue muy destacado el trabajo técnico-organizativo en el sector de la radio. La sociedad radiofónica del Reich en Berlín fue la primera que consiguió retransmitir la información a casi todos los paí ses del mundo —un proyecto que había fracasado en Los Angeles en el año 1932—,232 Así, en los dieciséis días de los Juegos Olímpicos, aparte de las 500 emisiones alemanas, 67 locutores pudieron transmitir por el éter 2.500 informaciones en 28 idiomas a 19 países europeos y 13 de ultramar, y millones de oyentes participaron en los acontecimien tos. Los locutores extranjeros manifestaron su agradecimiento expreso al ministro de Propaganda en un telegrama. 233 Sobre los juegos berlineses en los que estaban los mejores del mundo también tenía que producirse una película. Estaba claro de antemano que esta misión se le confiaría a Leni Riefenstahl, que era muy esti mada por Hitler. Con las películas que había realizado sobre los congresos del partido, Triunfo de la fe134 y Triunfo de la voluntad, había demostrado

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de qué manera tan perfecta sabía combinar los fines propagandísticos del régimen con el medio del documental. 235 El hecho de que Goebbels no compartiera en un principio la decisión de Hitler de garanti zarle a ella la responsabilidad exclusiva para el diseño artístico de la película, así como para el desarrollo organizativo del proyecto, se debía a que en el departamento de cinematografía de la jefatura de propagan da del Reich se trabajaba metódicamente bajo su dirección con vistas a las Olimpiadas. Allí se produjeron desde 1934 pequeñas películas propagandísticas sobre deportes que tenían como objetivo preparar a los cámaras y a los comentaristas para sus funciones. Como «coronación» de estos trabajos estaba prevista la «producción de dos grandes películas olímpicas en el año 1936». 236 Aunque Hitler desbarató estos planes, huelga decir que a Goebbels, con su autoritarismo en cuestión de cine, le habría gustado muchísimo también por razones de vanidad asumir la responsabilidad directa en la realización de esta prestigiosa empresa. Pero no consiguió imponer su idea ante Hitler y, después de todo, los deseos de su Führer eran, como siempre, órdenes para él. 237 En otoño de 1935 ya habían tenido lugar entre Leni Riefenstahl y Goebbels varias entrevistas previas sobre el proyecto de la «película olímpica».238 Después de que Hitler diera el visto bueno al contrato preparado por el Ministerio de Propaganda, 239 Goebbels se lo entregó a principios de noviembre a la directora, que pareció «alegrarse mucho». 240 En él se establecía que Leni Riefenstahl sólo estaba obligada a rendir cuentas al ministerio en lo tocante a los intereses económicos. En este sentido Goebbels le había asegurado unas condiciones de trabajo ventajosas para ella,241 pero también con la intención de conservar así una posibilidad de control. El millón y medio de marcos del Reich apro bado por Hitler para el proyecto en agosto de 1935 242 se costeó de la caja del Reich por deseo de Goebbels, aunque habría sido posible una financiación bancaria privada, 243 para evitar que Leni Riefenstahl se viera apremiada en sus trabajos por un plazo de tiempo, que habría existido en el caso de una financiación bancaria. 244 La buena relación entre Goebbels y Leni Riefenstahl no se vio dañada cuando, en el transcurso del rodaje, hubo varias fuertes disputas entre

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el ministro de Propaganda y la directora; a él le surgían continuamente dudas de si ella, como mujer, sería capaz de llevar a cabo semejante misión. Si antes le había tributado reconocimiento y respeto —afirmó que era «una persona inteligente» 245 y «una mujer que sabe lo que quiere»—,246 ahora observaba en su diario que se estaba comportando «de manera indescriptible». «Una mujer histérica. ¡Como que no es un hombre!».247 En otoño de 1936, cuando una inspección de la Olympia Film S.L. reveló que Leni Riefenstahl había «preparado ahí un desbarajuste», Goebbels ordenó que se «tomaran medidas» inmediatamente. 248 Pero la directora se atrevió a presentar una nueva propuesta a principios de noviembre de 1936, hecho que encolerizó a Goebbels del todo: «La señorita Riefenstahl me viene con sus histerias. Con estas mujeres sal vajes no se puede trabajar. Ahora quiere medio millón más para su película y así sacar dos. Su negocio apesta más que nunca. Permanezco frío hasta el fondo del alma. Se pone a llorar. Ésa es la última arma de las mujeres. Pero conmigo ya no funciona. Que trabaje y haga las cosas en orden». 249 Sin embargo, Leni Riefenstahl también se impuso en este punto. De una película sobre las Olimpiadas salieron dos: Fiesta de los pueblos y Fiesta de la belleza.

El día anterior a esa fiesta, con una gigantesca y multitudinaria pues ta en escena nocturna con catedrales de luz, representaciones y cantos, así como el llamamiento a los jóvenes del mundo para que acudieran a los próximos Juegos en Tokio, el ministro de Propaganda del Reich dio también una fiesta para los más importantes. Aunque en estas sema nas Goebbels había llegado a opinar que «se celebran demasiadas fiestas»250 en el partido y en el Estado, para el 15 de agosto había invitado «a todo el mundo»251 —entre dos mil y tres mil personas— a la idílica isla de los Pavos Reales. Si el marco ya era prácticamente insuperable, el escenógrafo del Reich, Benno von Arent, había hecho el resto para realzar aún más la pequeña isla del Havel con adornos y una «deslumbrante iluminación» 252 que llevó al embajador americano en Berlín, William E. Dodd, a explayarse sobre los elevados gastos. 253 Una vez que los invitados habían pasado el puente de barcas, construido para la ocasión, entre la orilla y la isla, entraban en la resplande-

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ciente isla «a través de una calle de honor formada por jóvenes bailari nas que llevaban en las manos flameantes antorchas». «Los miles de luces, que brillaban desde el ramaje de vetustos árboles, tenían la forma de enormes mariposas».254 Tres orquestas tocaban música de baile. El radiante anfitrión, Goebbels, con un traje blanco, y su esposa Magda, con un elegante vestido de noche, hacían los honores. 255 El champán corría a raudales esa noche, con la que no podían competir ni la fiesta de jardín celebrada por los Góring en honor de los invitados extranjeros con la «entrañable alegría alemana»256 ni la solemne tarde en la Ópera Alemana, guarnecida de seda color crema. Entre los invitados de esa noche de verano había también vecinos de Schwanenwerder: los actores Lida Baarova y Gustav Fróhlich. Goebbels, según recuerda el permanente acompañante de Lida Baarova, «agasajó» verdaderamente esa noche a la joven checa con «seductor encan to».257 Ya antes le había llamado la atención al ministro en varias ocasiones. En diciembre de 1934 había hecho junto con Hitler una visita a un estudio en Babelsberg y había conocido a los protagonistas de la pelí cula Barcarola, Baarova y Fróhlich, durante el rodaje.258 En relación con otro papel en la película La hora de la tentación, Goebbels la menciona por primera vez en su diario en junio de 1936: aunque la película era «una corriente bagatela», aun así actuaba bien la Baarova. 259 La relación que se iniciaba entre Lida Baarova y Goebbels se vio facilitada por el hecho de que la mansión que ésta habitaba con Gustav Fróhlich en Schwanenwerder estaba al lado de la del ministro de Propaganda. Separado recientemente de la cantante de opereta Gitta Alpar, la cual había abandonado Alemania poco después del 30 de enero de 1933 por su origen judío, Fróhlich había adquirido como domi cilio común para él y su amante el señorial edificio de doce habitaciones, con embarcadero, poco antes de que comenzaran los Juegos Olímpicos. Durante los juegos Goebbels manifestó su interés por ver la mansión de Fróhlich.A esa visita siguieron varios encuentros. En petit comité hacían salidas en barco hasta el lago Schwielowsee. 260 Goebbels mostraba cada vez más claramente su interés por la hermosa checa, que aún no tenía los veintidós años, y sin duda a la prometedora actriz tam-

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poco le molestaba, con vistas a su carrera, la atención que le prodigaba el hombre más importante del cine alemán. Nacida en Praga en 1914, Lida Baarova ya había rodado allí diecinueve películas —seis de ellas con una filial de la Ufa— y representa do pequeños papeles en el Teatro Nacional y papeles protagonistas en teatros más pequeños. En el año 1934, el director de la Ufa para el extranjero. William Carol, la había llamado a Berlín para tomar unas pruebas. De tipo moreno eslavo, más una de aquellas femmes fatales prohibidas oficialmente por el régimen que no el propagado prototipo de la «mujer alemana», encarnaba sólo por su aspecto justo lo contrario que Magda Goebbels. Ésta ya hacía tiempo que había empezado a resignarse, pero le dolía la conducta de su esposo, quien también sentía frente a ella hacía mucho «una cierta pesadumbre». 261 Magda estaba «a veces muy lejos» de él, se quejaba Goebbels en su diario. 262 Este «muy lejos» se refería sobre todo a la cuestión de la libertad dentro del matrimo nio. Repetidas veces ella le «explícito» en «interminables verborreas» su concepto del matrimonio y de la familia, 263 que no coincidía exactamente con el suyo. Ella le «sonsacaba» cosas sobre los rumores de sus aventuras y él lamentaba haber entrado «siquiera a discutir este de sagradable tema», pues Magda «nunca cambiará». 264 A veces por ese motivo estaba toda la casa «bajo una agobiante presión». 265 En estos permanentes enfrentamientos, siempre echaba leña al fuego Eleonore Quandt, la confidente más íntima de Magda y su antigua cuñada. «Ello», más o menos de la misma edad, separada desde sep tiembre de 1934 del hermano de Günther Quandt, Werner, 266 estaba invitada casi a diario en la casa de Goebbels y le contaba a Magda algunas cosas de las que se rumoreaban en Berlín sobre su esposo y sus aventuras amorosas. Ello «azuzaba» y «desvariaba mucho», decía Goebbels repetidamente intentando tranquilizar a Magda. Y ella también debía «tener cuidado con lo que hablaba, sobre todo delante de Ello». 267 Pero la leal Ello siempre «delataba» a Magda sus sospechas. Magda, por su parte, también hacía de vez en cuando una escapada amorosa. Mientras Berlín era presa de la fiebre olímpica, un «asunto desagradable con Lüdecke» pesó sobre el matrimonio. 268 Goebbels se tuvo

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que enterar precisamente por Alfred Rosenberg.269 Goebbels pidió explicaciones a Magda, pero dudaba de que le fuera a decir la verdad. 270 Cuando «por la noche» reconoció «que (el) asunto Lüdecke era cier to», él reaccionó «muy deprimido». Necesitaría tiempo para recuperar se de esta «gran pérdida de confianza». 271 Durante los días siguientes, Goebbels estuvo «seco» con Magda, 272 hasta que finalmente se sentó con Hitler, quien alabó a Magda como la mejor mujer que Goebbels habría podido encontrar.273 Como ocurría tan a menudo, fue esto lo que le impulsó a reconciliarse con Magda. 274 Las agitaciones emocionales y los continuos embarazos habían agravado la inestabilidad de la salud de Magda y su latente insuficiencia cardiaca. Sus estancias en el sanatorio de moda de Dresde,Weisser Hirsch [Ciervo Blanco], fueron cada vez más frecuentes y largas. De allí aca baba de regresar a Berlín cuando Goebbels partió hacia Nuremberg para el «congreso del partido de la honra».Tras consultar a Hitler, hizo que se estrenara allí el 9 de septiembre la película de Baarova El traidor.275 Así, el ministro de Propaganda tenía un motivo para apremiar a la actriz, que por su parte estaba sometiéndose a un tratamiento en la elegante Franzensbad de Bohemia, a que acudiera a Nuremberg, con el argumento de que los otros dos protagonistas, Irene von Meyendorff y Willy Birgel, también asistirían al estreno. 276 Después de que éste tuviera un «éxito sin igual», 277 Goebbels le volvió a tirar los tejos a la actriz, al parecer no sin resultados, pues en su diario anotó: «Comida con la gente de la Ufa. Agradables conversaciones. Ha ocurrido un milagro».278 La gran intervención de Goebbels en el congreso del partido era inminente. Para causar impresión y forzar la situación con la joven Baarova, puso también en juego sus habilidades oratorias. Le rogó que estuviera presente como invitada y supo lisonjearla desde la tribuna con diversas señales. A Lida Baarova se le pasaron volando las dos horas de «denuncia» del bolchevismo, pues sólo atendió a las señales convenidas. Impresionada por el elocuente ministro, abandonó Nuremberg en dirección a Franzensbad, 279 pero en el tren la asaltó el ayudante de Goebbels, que le llevó rosas rojas y la fotografía de éste con la nota de que deseaba volver a verla pronto.

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Poco después, Goebbels puso al nuevo volumen de su diario el epígrafe «La vida salvaje es la más hermosa».280 Y el 14 de septiembre, antes de cumplir su sueño de juventud con un viaje de ocho días por la Grecia clásica,281 hacia la que partió el 20 de septiembre, recibió «visita de Franzensbad». Magda le acompañó en ese viaje, pero la «atmósfera miserable» y «tensa» que reinaba entre ellos desde hacía semanas no llegaba a su final, pues ella le acosaba «con eterno rencor». 282 Poco después de regresar a Berlín, Goebbels llamó por teléfono a Lida Baarova a Franzensbad, donde para entonces también se encontraba su compañero sentimental, y le preguntó si iba a venir a Berlín con Fróhlich para el estreno de la película de ambos La hora de la tentación. Ella contestó afirmativamente y, una vez que hubo llegado a Berlín, la exhortó con insistencia a que la tarde de su estreno cinematográfico, el 29 de septiembre, le buscara en su palco de la ópera estatal, donde él iba a ver La Traviata.283 La invitó junto a Gustav Fróhlich para dos días después a pasar la tarde en la sede ministerial de la Hermann-Góring-Strasse, que acababa de ser renovada, con la excusa de examinar juntos la película de Fróhlich Anatol, la ciudad trágica. Después de otros encuentros vinieron discretas citas. Finalmente, el cojo ministro de Propaganda y la joven belleza del cine formaron pareja. Aún a finales de los años ochenta, la lozana setentona no tenía reparo en decir que había estado sinceramente enamorada de Goebbels. A su felicidad contribuyó además en aquel otoño de 1936 el hecho de que la relación con su Führer se hacía cada vez más estrecha. Con motivo de su treinta y nueve cumpleaños, Hitler le envió su escolta y le hizo una visita en el Ministerio de Propaganda. Las notas de Goeb bels al respecto ponen de manifiesto su dependencia pueril de Hitler: «Pasamos solos a mi despacho, y entonces me habla con mucho cariño y confianza: de los viejos tiempos, de cómo nosotros estamos en el mis mo barco, de cuánto cariño me tiene personalmente. Se muestra muy amable conmigo. Me regala su foto con una magnífica dedicatoria (...). Es un hermoso rato con él a solas. Me abre completamente su corazón: qué le preocupa, cómo confía en mí, qué grandes misiones aún me tie-. ne reservadas».284

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Al día siguiente, el 30 de octubre de 1936, Goebbels y el partido berlinés celebraron el décimo aniversario de su jefatura del distrito. Con tal motivo tuvo lugar en el ayuntamiento rojo de la Alexanderplatz la exposición «Diez años de lucha por Berlín», en la cual, además de fotografías de gran formato donde se veía al combativo orador Goebbels instigando contra la «época del sistema» con el puño cerrado, se exhibían como «trofeos», entre otras cosas, «la campanilla, las gafas y el pasaporte de "Isidoro"». Pero el ministro de Propaganda también se mos tró ahora caritativo. Ese día puso la primera piedra de la fundación Hogar doctor Goebbels en Friedrichshain, 285 destinada a compañeros del partido y combatientes de las SA «honrados y pobres». Para actores necesitados se creó el fondo de vejez «Agradecimiento a los artistasFundación doctor Joseph Goebbels», de cuyos subsidios estaban exclui dos los judíos «totales» y «medio judíos», pero también los «cónyuges de judíos», así como los que no gozaban de simpatías políticas. 286 El Angriff, que para entonces se había convertido en el periódico del DAF con Robert Ley como director, pasó revista en una edición especial 287 a los «años de lucha»; una página del número conmemorativo estaba dedicada a los 40 «caídos del movimiento» en Berlín, entre otros Wessel, Kütemeyer y Maikowski. En una mirada retrospectiva a esa época se hacía constar que «los millones de habitantes» de esa ciudad «no ha bían aceptado voluntariamente» el nacionalsocialismo: «nos hemos impuesto por la fuerza».288 También fue el Angriff el que comunicó el 31 de octubre de 1936 que la ciudad de Berlín había «hecho a su jefe de distrito doctor Goeb bels un especial regalo de cumpleaños». Se trataba de «una sencilla casa de troncos en uno de los tranquilos lagos de los alrededores de Berlín», donde «después del esfuerzo del trabajo diario al servicio del pueblo y del Reich» podía «encontrar calma, reposo y recogimiento». 289 La ciudad la ponía «a disposición de su ciudadano de honor, para su libre uti lización de por vida, en señal de su interna adhesión a su beneficiosa labor».290 Sin embargo, el momento estelar en el aniversario del jefe de dis trito fue el mitin en el palacio de deportes, donde Hitler habló la noche

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del 30 de octubre. Una hora antes de medianoche empezó su discurso,291 en el que distinguió a Goebbels como «fiel e inquebrantable escu dero del partido». En la «avanzadilla» de Berlín había comenzado una lucha casi sin esperanza y «en esa lucha había marchado como un exaltado creyente a la cabeza de Berlín, de ese Berlín que despertaba (...). Por eso me gustaría, doctor mío», continuó Hitler, «agradecerle hoy sobre todo el que entonces, hace diez años, recibiera de mí una bandera que después enarboló en la capital del Reich como estandarte de la nación. Por encima de esta lucha de diez años del movimiento nacionalsocialista en Berlín está su nombre. Está ligado para siempre a esta batalla y nunca podrá (...) borrarse de la historia alemana». Para terminar, Hitler invitó a los miles de personas del palacio de deportes a «saludar conmigo al hombre que ha llevado aquí nuestro estandarte como mi lugarteniente en Berlín, como vuestro líder. ¡Viva nuestro doctor Goebbels!». Después, cuando Hitler dejó agotado la tribuna del orador y delante de todos, con un forzado gesto de camaradería, le dio torpemente una palmadita en la espalda, a Goebbels le costó no perder la sangre fría. A su diario le confesó que Hitler le «destacaba de una manera sin precedentes. No me lo esperaba (...) ¡Qué feliz soy!». 292

Capítulo 11 ¡FÜHRER, ORDENA, NOSOTROS TE SEGUIMOS!

(1936-1939)

C

uando Goebbels señaló a finales de octubre de 1936 en su diario que «la era apolítica» ya había pasado,1 lo que quería expresar era que se había atravesado la «zona de riesgo». Las «cadenas» de Versalles se habían «deshecho», Alemania estaba de nuevo «capacitada para defenderse». Sabía que Hitler abordaría ahora inmediatamente su objetivo programático del «espacio vital» alemán en el este. Para crear el punto de partida necesario para ello se debía gestionar la «anexión» de Austria al Reich; Checoslovaquia y Polonia, si no se sometían al Reich, debían ser destruidas, antes de poder extender finalmente la mano hacia el enorme imperio comunista del este. En verano ya había enviado a España unidades de tierra, mar y aire de la Wehrmacht.Tenian que luchar al lado de los falangistas de Franco y de los grupos de intervención italianos contra las unidades del gobierno del Frente Popular de Madrid, apoyado por Moscú y el movimiento comunista internacional, y así ensayar para un caso de urgencia. Al mismo tiempo había intensificado las negociaciones con Japón, que pronto desembocarían en un pacto dirigido contra la Unión Soviética. Así pues, el congreso del partido celebrado en Nuremberg a comienzos de septiembre tuvo como lema la «decisiva lucha universal» contra el bolchevismo. Hitler había encargado al ministro de Propaganda un discurso «muy enérgico», con el que quería provocar la ruptura de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética,2 que en 1935 había concluido dos pactos de asistencia mutua con Francia por una parte y

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con Checoslovaquia por otra. De acuerdo con la idea de Hitler de que el bolchevismo del «judío Marx» había socavado «el concepto alemán de comunidad» —el «verdadero» socialismo— al internacionalizarlo, 3 Goebbels, quien certificaba que Hitler tenía «la mirada profética de un vidente» para tales explicaciones, 4 redactó un texto de 64 páginas sobre el «Bolchevismo en teoría y práctica». Hitler consideró que era lo mejor que había leído de su jefe propagandístico desde hacía dos años 5 y le colmó de cumplidos. Allí evocaba Goebbels la imagen del «enemigo mundial» que debía ser aniquilado si Europa quería volver a «recupe rar la salud». 6Y cuando declaraba que a la larga no podían existir en el mundo los bolcheviques al lado de los nacionalsocialistas, también estaba siguiendo a Hitler. Goebbels pensaba que Alemania se encontraba al comienzo de este «gran conflicto histórico» en otoño de 1936. 7 De manera similar a como había estructurado su discurso para el congreso del partido, las directrices de su ministerio para la propagan da antibolchevique se ajustaban hábilmente a las diferentes necesidades de las distintas capas de población. 8 Para el burgués, el obrero, el campesino, las iglesias o las mujeres había que destacar en cada caso diferentes aspectos: el horror del burgués debía ser provocado con informes sobre las intrigas comunistas en todos los países; el hambre, la precariedad de la vivienda, la falta de cualquier asistencia social, las horas extraordinarias no pagadas y la completa esclavización debían convencer al trabajador del engaño del bolchevismo a la clase obrera; al campesino, las consecuencias de la colectivización. A las iglesias se les exponía de manera drástica el «ateísmo» del sistema soviético, mientras que se calculaba que las enormes cifras de matrimonios rotos en el este, la presentación de la mujer como «objeto de presa» y el desamparo de los niños no dejarían de surtir efecto en las mujeres alemanas. En la campaña propagandística no sólo desempeñaban un papel importante las aportaciones de palabra, sino también la propaganda gráfica.9 El 17 de septiembre el Ministerio de Propaganda había convoca do a los redactores de todas las grandes revistas ilustradas para una con ferencia especial. Se asignó a cada revista un tema antisoviético para un reportaje gráfico de entre una y dos páginas. Así, por ejemplo, la Mün-

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chener Illustrierte [Revista ilustrada de Munich] debía informar sobre los judíos soviéticos, y la Fatnilienillustrierte [Revista ilustrada de la familia]

sobre la pobreza infantil en la Unión Soviética.10 Cuando el 25 de noviembre de 1936 el Reich alemán y el Japón imperial firmaron el Pacto Antikomintern,11 Goebbels marcó el tenor de los comentarios periodísticos: igual que el nacionalsocialismo había «salvado» con su revolución a Europa «de la inundación del comunismo», así cumplía el pueblo japonés «una idéntica misión» en el Extremo Oriente.12 El concepto «Antikomintern», que procedía de Taubert, el colaborador de Goebbels, era la «fórmula moral que enmarcaba la convergencia en la política imperialista», para evitar la «impresión de una política imperialista por razones de conveniencia».13 Además, así se encubrían las diferencias de ideología racial, pues los japoneses no pertenecían a los «arios» según los teóricos raciales nacionalsocialistas. El equivalente de la lucha contra el enemigo externo, el «bolchevismo mundial», era en el interior el ajuste cada vez más estricto de la «comunidad popular» a los objetivos de Hitler. Para imponer la completa normalización de una masa ligada exclusivamente a los principios doctrinarios nacionalsocialistas, se persiguió aún con más rigor cualquier tipo de «desviacionismo», estigmatizado por la propaganda como «judío» y «marxista». Heinrich Himmler iba a ser el garante de ello. El 17 de junio de 1936, tras una lucha de poder con Frick, fue colocado por Hitler a la cabeza de la policía alemana,14 hecho que Goebbels celebró expresamente, porque le consideraba «enérgico e intransigente».15 Dentro de su esfera de acción, Goebbels forzó primero la «marcha» en la política cultural. Para ello se convirtió ahora a la línea radical-dogmática de Rosenberg. Su intento de conservar para el Reich, como símbolo de la superioridad de la cultura alemana tan ensalzada por Hitler, la colaboración de al menos algunos de los grandes artistas que habían permanecido en Alemania después de 1933 le había llevado a menudo a un callejón sin salida: «¿Qué se puede hacer en el arte? Los que algo valen, aún navegan en su mayoría en la corriente antigua. Y nuestra juventud todavía no ha madurado. No se pueden fabricar artis-

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tas. Pero esta eterna espera en la sequía también es terrible. Pero voy a empezar otra vez a arrancar las malas hierbas». 16 Cuando el 26 de noviembre de 1936 Goebbels prohibió en primer lugar la crítica artística libre, que a sus ojos representaba un «daño can cerígeno para la vida pública», 17 fue porque Hitler acababa de dictaminar que «en una época como la actual (...) la crítica no debería ser el mayor deber, sino la consecución de una unidad de espíritu y voluntad».18 Para semejante objetivo no podían servir en ningún caso aque llos «sabelotodo arrogantes» que siempre se oponían con «eternas querellas» y «acordes disonantes» a la aspiración de construir una vida cultural y artística «alemana».19 Dónde había que buscarlos quedó claro en el discurso que Goeb bels pronunció en el cuarto congreso anual de la Cámara de Cultura del Reich. La prohibición de la crítica artística tenía una vez más una orientación antisemita, pues llamó a sus representantes «descendientes camuflados» de la «aristocracia judía de críticos». 20 En una época de «intrusismo cultural judío»21 se había «encargado a literatos judíos, desde Heinrich Heine hasta Kerr» que se erigieran «en infalibles jueces de los trabajos ajenos»22 —así decía el decreto para la «reestructuración de la vida cultural alemana»—. Goebbels acusó a los judíos de ser los principales responsables de la «completa distorsión del concepto "crítica" (...) hasta convertirlo en enjuiciamiento artístico». 23 A partir de ahora, por principio esto ya no se toleraría en el Estado nacionalsocialista. Ningún líder nacionalsocialista comprendía siquiera que se le tuviera que criticar públicamente, observó Goebbels en pri vado. Por eso —pensaba— había que librar a los artistas del poder crí tico de la prensa.24 Así pues, según su deseo, las convicciones nacionalsocialistas y la «pureza de corazón», junto al «tacto» y al «respeto de la voluntad artística», debían servir en el futuro como fundamento de las críticas, degradadas a «informes artísticos» a través de «regulaciones» adicionales. Debían elaborarse conforme al criterio de ser menos valorativas y más descriptivas, y, por ende, más dignificantes. 25 Goebbels y Hitler hicieron responsable a la influencia judía del efecto negativo que a su juicio ejercía la fe cristiana sobre el pueblo. Goe-

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bbels defendía la opinión de que el cristianismo había «echado a perder» la moral y la conducta del pueblo alemán, 26 y también para Hitler la imagen de las Iglesias se confundía cada vez más con el prototipo de su enemigo, el judaismo.27 Cristo también había querido arremeter «contra la hegemonía mundial judía». Luego el judaismo le había crucificado —declaró durante una «conferencia sobre cuestiones eclesiásticas» el 22 de febrero de 1937—.Algo parecido ya había escrito Goebbels en su Michael.28 Hitler continuó diciendo que San Pablo, «el judío del cristianismo», había «falseado» esa doctrina, destruyendo así a la Roma antigua.29 Puesto que la Alemania nacionalsocialista no se quería dejar destruir, se había propuesto el «aniquilamiento de la clerigalla»: comenzaba la fase de la «lucha final» contra las confesiones, que al empezar la guerra desembocó en un «armisticio». Así, pese al concordato del Reich, pronto la represión tampoco se detuvo ante los clérigos. Al mismo tiempo, en la Iglesia católica, que en un principio había tenido bastantes simpatías hacia el régimen por la orientación anticomunista de Hitler, fue en aumento el descontento por la práctica nacionalsocialista de injerirse cada vez más en sus cuestiones internas vía Rosenberg. Así, no eran sólo objeto del intercambio de notas entre el cardenal secretario de Estado Pacelli, el futuro Pío XII, y el gobierno del Reich los intereses específicos de la Iglesia, sino también el despotismo nacionalsocialista en sí. La Santa Sede sabía en qué medida estaba hoy coartada en Alemania la libertad de decisión, escribió en una de estas notas Pacelli, que por lo demás no era especialmente crítico con el régimen, pidiendo que eso se subsanara. El 30 de enero de 1937, Goebbels y Hitler vivieron una experiencia crucial en relación con la «clerigalla católica».30 Hitler aprovechó el cuarto aniversario de la subida al poder para admitir dentro del partido a los miembros del gabinete que «no eran compañeros del partido» y concederles la insignia dorada del mismo.31 Cuando le tocó el turno al ultracatólico Eltz-Rübenach, ministro de Transportes y Comunicaciones —«cuando estornuda, sale hollín; así de negro es», le describió Goebbels—32 sucedió «lo inconcebible»: Eltz rechazó la admisión argumentando que el NSDAP oprimía a la Iglesia, y exigió una explicación

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al Führer. Todos se quedaron petrificados. Estaban «como paraliza dos». Hitler denegó parcamente cualquier discusión y abandonó la sala. Goebbels actuó de inmediato. Convocó a la ronda ministerial, asimis mo afectada «por semejante falta de tacto», y exigió «que en conjunto pidamos su dimisión», que presentó de inmediato. «Así son los negros. 33 Tienen un mandamiento que está incluso por encima de su patria: el de la única Iglesia verdadera». De todos modos, el gabinete se había librado de «ese latente peligro». Por la tarde se esforzó por tranquilizar a Hitler, que estaba «profundamente indignado», y escribió lleno de lástima: «eso es lo que pasa cuando se es tan bondadoso como él». El Domingo de Ramos —el 21 de marzo de 1937—, el papa Pío XI hizo que se leyera desde el pulpito de todas las iglesias católicas su encíclica Con candente preocupación.Y, de hecho, lo que escucharon los asistentes a la misa no habría podido formularse de manera más certera: «Quien saca de la escala de valores terrenal la raza, o el pueblo, o el Estado, o la forma de gobierno, a los titulares del poder estatal u otros valores fundamentales de la organización de la sociedad humana —que dentro del orden terrenal ocupan un lugar esencial y merecen distin ción— y los convierte en la norma suprema incluso de los valores religiosos y los adora con idolatría» —sobre esto llamaron la atención los sacerdotes a sus comunidades— «ése trastoca y altera el orden de cosas establecido y ordenado por Dios». 34 Estas palabras debieron de equivaler para Goebbels a una herejía, pues él quería elevar el nacionalsocia lismo a religión, en lugar del cristianismo. 35 Hitler, y no Cristo, debía ser el «profeta»,36 el «ídolo»,37 el «Mesías», a quien el pueblo debía seguir con fe, como en su día hicieron los discípulos. Con él, y no con Cris to, relacionaba Goebbels los «milagros» y los «prodigios», como cuando observó durante el congreso del partido de 1937 —esforzándose por fortificar su propia fe— que en el momento en que el Führer subió a la tribuna del orador el sol irrumpió entre las nubes. 38 Goebbels vivía personalmente los congresos del partido como una «misa solemne», 39 el llamamiento a las SA casi como una «celebración religiosa», «envuelta por una infinita magia mística». 40 Ahí, y no en las catedrales del cristianismo, tenía lugar el culto al Dios nacionalsocialista.

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Cuando, ya entrada la noche del 20 de marzo, Heydrich, que quería «azuzar», puso al corriente a Goebbels del contenido de la pastoral del Papa, el ministro reaccionó «con furia y rabia contenida». No obstante, él, que en su día había creído fervientemente en el Dios cristiano, se impuso cierta reserva, pues conocía demasiado bien el poder que ejercía la Iglesia sobre los fieles. Por eso aconsejó a Heydrich «poner sordina e ignorar». En vez de con detenciones se debía proceder con «presión económica», y cualquier hoja en la que estuviera impresa la pastoral de Pío XI debía ser interceptada y prohibida. Por lo demás, hizo suyo el lema «mantener la calma y esperar hasta que llegue el momento de deshacerse de estos provocadores».41 Hitler, a quien ocultó la noticia hasta el día siguiente para que no estuviera «toda la noche enojado por este asunto», 42 reaccionó en un principio también con reserva. El Führer, que «por razones tácticas» había prohibido a Goebbels y a otros de un modo general que se dieran oficialmente de baja en la Iglesia,43 aprobó en primer lugar la táctica de «echar tierra al asunto»,44 pero se fue radicalizando por momentos.45 El 2 de abril Goebbels anotó que Hitler quería «ahora arremeter contra elVaticano», pues la «clerigalla» no conocía «la indulgencia y la clemencia». Ahora iba a saber cuáles eran «nuestra severidad, dureza e implacabilidad».46 Como «obertura» del despiadado fuego nutrido que comenzaba en la prensa —en palabras de Goebbels— vino muy a propósito «el espeluznante asesinato sexual de un muchacho en un monasterio belga», motivo por el cual enseguida puso en marcha hacia Bruselas a un «enviado especial» que debía iniciar desde allí la campaña difamatoria contra el clero católico. La misma finalidad tenía el material propagandístico que se publicó en la prensa durante las semanas siguientes, relacionado con los procesos contra clérigos católicos homosexuales, que habían sido suspendidos en 1936 y que ahora se habían reanudado por orden de Hitler. Puesto que éste ya no sentía «compasión alguna» y quería saber que se había «fumigado a esa banda de pederastas», 47 Goebbels ordenó a través de Alfred-Ingemar Berndt, probablemente el agitador más desenfrenado y con menos escrúpulos de entre sus colaboradores

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aquella campaña periodística que se llevó a cabo con absoluta brutali dad y que describió en su diario como «hostigamiento público» 48-49 y una «gran ofensiva»50 «con toda la artillería» 51 contra la «mala ralea negra».52 Todo lo que Goebbels emprendió en el marco de esa acción contra la «clerigalla», que caracterizó esas semanas, se hizo una vez más en estrecha coordinación con Hitler, quien era la fuerza motriz. Goebbels estaba «muy feliz» de que Hitler le hubiera designado a él, y no a Rosenberg, 53 para señalar con un discurso el momento culminante del «concierto infernal»54 contra las Iglesias. El «discurso contra la clerigalla», para el que Hitler le hizo «algunas sugerencias», 55 lo redactaron juntos en Schwanenwerder después de un paseo en barco por la tarde con Magda y los niños. Este ajuste de cuentas, que tuvo lugar la tarde del 28 de mayo de 1937 en un mitin multitudinario en el Pabellón de Alemania de Berlín,56 fue retransmitido por todas las emisoras de radio y apareció al día siguiente «con enormes titulares» 57 en todos los periódicos del Reich, en algunos casos con el amenazador encabezamiento «¡Ultimo aviso!». Ahí Goebbels alardeaba de ser un preocupado padre de familia, «cuyo bien personal más preciado en la tierra eran sus cuatro hijos», para ata car «los escándalos que claman al cielo (...) de estos moralistas». Después dio rienda suelta a insuperables diatribas contra los clérigos cató licos, habló de «profanadores de la juventud embrutecidos y sin escrúpulos» y llegó incluso a anunciar que «había que acabar de raíz con esta peste sexual». Había que estar muy agradecidos al «Führer de que, como defensor vocacional de la juventud alemana, proceda con férrea dureza contra los corruptores y envenenadores del alma de nues tro pueblo». 58 Después de este discurso —«dos horas en fantástica forma»—59 tenía asegurado otra vez el agradecimiento de Hitler: «Me da un apretón de manos. Ha escuchado todo el discurso por la radio y, según me cuenta, no ha podido quedarse quieto ni un minuto». 60 No se puede calcular el efecto que producía sobre la población esta afectada indignación moral acerca de los supuestos excesos homose xuales de la «clerigalla»; asimismo, siempre habían sido conocidas en

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Berlín las tendencias homosexuales de prominentes líderes del parti do61 y otros daban que hablar con sus aventuras amorosas hasta que se separaban de sus esposas. La «manía de separarse», que cundía entre los funcionarios más altos, se había convertido precisamente ahora en un «problema muy serio» dentro del NSDAP.62 Estaba entre los temas habituales de conversación entre Hitler y Goebbels y no carecía de morda cidad con vistas al futuro. Cuando la mujer del jefe de prensa, Dietrich, se dirigió a Hitler para pedirle ayuda, el ministro de Propaganda lo vio como un intento de «ordenarle» a su marido por medio de aquél que no rompiera el matrimonio, hecho que tildó de «inadmisible proceder». Hitler, aunque consideraba la institución del matrimonio como un «cierto apoyo»,63 rehusó argumentando que, puesto que él no los había casado, tampoco podía mantenerlos unidos. «Un criterio muy válido», pensó Goebbels, 64 quien echaba toda la culpa a las mujeres, que eran «demasiado tontas y demasiado torpes» para conservar a sus maridos. 65 Sobre la cuestión de si se debía penalizar de un modo general el adulterio hubo vivas polémicas dentro del partido. Goebbels, que no quería tener en Berlín «un lodazal de vicios», pero «tampoco un convento», no podía dárselas en cualquier caso de guardián de la moral y apostaba por aflojar un poco más las riendas, pues veía en «Eros», apar te del hambre, «la mayor fuerza vital». 66 Así pues, se declaró en contra de esa medida, al igual que en el caso de las «comisiones de castidad» para el control de escritos no aptos para menores. 67 Reaccionó ofendido ante la propuesta de castigar el adulterio con diez años de cárcel: «entonces, con efecto retroactivo, tendrían que empezar por Frick», 68 opinó, sabiéndose de acuerdo con Hitler en el rechazo de la «hipocre sía moral». Aunque a principios de verano el matrimonio Goebbels segu ía dando la impresión de estar intacto —el 19 de febrero de 1937 había naci do su cuarto hijo, la niña Holde—, para entonces estaba en realidad «cerca de la ruptura», como él escribió. 69 Uno de los que ya hacía tiempo que habían percibido un creciente cinismo por parte de Goebbels hacia su esposa era Ernst (Putzi) Hanfstaengl, quien a principios de los años treinta aún tenía una relación estrecha con el joven matrimonio,

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entonces amartelado, y que a menudo tocaba piezas musicales en su casa de la Reichskanzlerplatz. Las formas de Goebbels en el trato a Magda las demuestra una situación que aquél contó: mientras el ministro de Propaganda despedía una noche a sus invitados, se resbaló y habría caído al suelo si Magda no le hubiera sujetado a tiempo. Después del susto inicial, él la agarró de la nuca, la derribó y le increpó con una «tremenda risotada» diciéndole que ya le hubiera gustado a ella quedar como su salvadora.70 Pero no sólo Magda, sino también el propio Hanfstaengl fue en aquellas semanas víctima del ministro de Propaganda, de sus «bromas» tan temidas como brutales. Goebbels siempre contaba historias, anécdotas o chistes —a menudo por entregas— cuando almorzaba con Hitler, al que durante todos esos años se apresuraba a visitar en la cancillería del Reich siempre que el Führer se encontraba en Berlín. 71 Ésta era la oportunidad idónea para entretener a Hitler y al mismo tiempo desprestigiar de manera muy calculada a sus adversarios políticos. Para hacerse con las competencias del jefe de la prensa extranjera del NSDAP, que había caído en descrédito, Goebbels puso primero en circulación historias sobre la supuesta avaricia de Hanfstaengl. 72 Como no dieron resultado, propagó durante la tertulia de mediodía que Hanfstaengl había hecho observaciones desfavorables sobre la moral de la Legión Cóndor alemana que luchaba en la Guerra Civil española.73 Según informó Speer, Hitler reaccionó inmediatamente y exigió lleno de indignación que «se le dé una lección a ese individuo cobarde, que no tiene ningún derecho para opinar sobre la valentía de los demás».74 Esa fue la señal para Goebbels. Junto con Hitler y Góring ideó un plan para el quincuagésimo cumpleaños de Hanfstaengl. A través de un delegado de Hitler se le entregó una orden sellada con la condición de que la abriera sólo tras el despegue de un avión que tenía preparado en Staaken. Una vez que se elevó el aparato, el horrorizado Hanfstaengl leyó que se le iba a dejar en «el sector rojo de España» para que trabajara allí como espía de Franco. Se adjuntaba un pasaporte falso. 75 Con gran placer, Goebbels relató después a Hitler con todo lujo de detalles cómo Hanfstaengl había pedido desesperadamente al piloto que diera

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la vuelta, ya que todo debía ser un error; cómo el avión había estado girando en las nubes durante horas sobre territorio alemán, mientras se le daba al pasajero información falsa de la posición, de manera que Hanfstaengl seguía creyendo que se aproximaba a España; cómo final mente el piloto había simulado una avería del motor, declarando que tenía que iniciar un aterrizaje forzoso, y cómo le había «abandonado» en una plaza de Wurzen, al este de Leipzig. 76 Con sorna señaló Goebbels en su diario: «El pobrecito está haciendo ahora su expedición espa ñola en Sajonia».77 La minuciosa exposición de Goebbels provocó una gran hilaridad en Hitler y sus compañeros de almuerzo. 78 Menos entusiasmado se debió de mostrar Hitler cuando días más tarde se enteró de que Hanfstaengl había huido a Suiza. Con el apoyo de Góring y Himmler, ahora Goeb bels tenía que intentar convencer a Hanfstaengl de que regresara a Ale mania, «detenerlo» y «no volverlo a soltar», pues se temía que hiciera revelaciones que «eclipsarían con mucho» las de otros emigrantes. 79 El 19 de marzo, Hermann Góring le escribió a Hanfstaengl una hipócri ta carta en la que le daba «su palabra de honor» de que con esta «broma (...) se le había querido dar la oportunidad de reflexionar (...) por algunas declaraciones demasiado osadas». 80 Himmler pidió a Goebbels que «camelara» a Hanfstaengl «para que volviera», a lo que éste le ten dió «el señuelo de grandes honorarios para música cinematográfica». 81 Aunque Hanfstaengl no picó, a principios de 1938 deseó «regresar a Alemania», 82 motivo por el cual en febrero de 1938 solicitó a Himmler desde Londres, donde se había establecido para entonces, que le rehabilitara, puesto que se había cometido una «infinita injusticia» con él. 83 Entretanto, Magda Goebbels seguramente había sospechado la relación de su marido con Lida Baarova, pues en primavera de 1937 ésta estaba invitada cada vez con más frecuencia en la casa del ministro de Propaganda para tomar el té o asistir a veladas. 84 Además, hacía tiempo que el tema era objeto de chismorreo en Berlín. Se decía que durante el rodaje de la película Patriotas había habido una disputa entre Goebbels, Lida Baarova y Gustav Fróhlich, que terminó con una bofetada de éste al ministro de Propaganda. Lo que realmente sí había ocurrido,

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probablemente en enero de 1937, era que Fr óhlich había encontrado a Goebbels y a Baarova en una situación embarazosa muy cerca de su mansión de Schwanenwerder y, con el comentario de que ya estaba enterado, le había dado al ministro con la puerta del coche en las narices.85 Desde entonces la situación quedó clara. Gustav Fróhlich y Lida Baarova pronto se separaron definitivamente. En las postrimerías del verano de 1937, Fróhlich —«un pequeño sabelotodo sin capacidad creadora», como lo calificó Goebbels despectivamente— 86 vendió la mansión de Schwanenwerder.87 A todo esto, la carrera cinematográfica de Lida Baarova iba viento en popa bajo el patrocinio de Goebbels. El ministro de Propaganda, que desde 1937 en adelante «intervenía intensamente en todas las cuestiones de producción y reparto», 88 supervisó personalmente la realización de la película Patriotas en todos los detalles. Designó a Mathias Wiemann como compañero de Baarova 89 y le dejó claro qué clase de interpretación esperaba de él: «Más piedra (...) y menos gelatina». 90 Él mismo modificó el guión 91 y discutió el argumento repetidas veces con el director, Karl Ritter, hasta que pareció «quedar bien asentado», 92 pero al final hubo que darle un «giro nacionalista» más marcado. 93 En compañía del embajador francés Francois Poncet y de su mujer, hizo una visita a los estudios de la Ufa durante la grabación. 94 Después de que el examen de la primera «muestra» diera un resultado sumamente positivo —lo que no era de extrañar—, en abril el producto terminado le conmocionó «hasta lo más profundo». La película había «quedado maravillosa. Con una tendencia muy clara y nacionalista (...). Ha sido un deleite artístico». 95 También Magda se declaró, por fuerza, «muy satisfecha»^ cuando Hitler se deshizo en elogios sobre Patriotas y sobre la interpretación de Baarova, 96 la felicidad de Goebbels fue una vez más perfecta. La película, en la que se contaba el conflicto de una francesa y un soldado alemán durante la Primera Guerra Mundial entre sus senti mientos y el deber patriótico, al que finalmente obedecen, mereció por parte de Goebbels la mayor mención de calidad que le podía otorgar. De todos modos, la crítica cinematográfica tenía que aceptar esa valo-

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ración. Así, después del estreno, la Filmwoche [Semana de Cine] juzgó que Lida Baarova estaba «mejor que nunca». 97 Y en Licht-Bild-Bühne [Escena de proyecciones], se podía leer que su trabajo en este «papel extraordinariamente difícil» era «una obra maestra». 98 Goebbels hizo que se estrenara la película durante la semana cultural alemana en la Exposi ción Universal de París, lo que sirvió una vez más de recomendación para su amante. Esto lo hizo posible su poder en el sector del cine alemán, que en el año 1937 extendió hasta una posición todopoderosa. Puesto que en la industria cinematográfica le molestaba sobre todo el «parlamentarismo artístico que ataca los nervios»99 —así se lo manifestó al director de la Ufa, Ernst Hugo Correll—, hasta marzo de 1937 «ablandó» tanto al jefe de la Ufa con constantes críticas e invectivas cinematográficas 100 que terminó obligando a Alfred Hugenberg a perder la empresa. Aun que éste, que hasta el último momento se opuso a la venta, había con seguido salvar a la Ufa en 1927 de la intervención de los americanos, para entonces ya le había nacido en Goebbels un rival tan poderoso como enérgico. Con el decidido apoyo del fiduciario del Reich, Max Winkler, Goebbels hizo que el Reich entrara en posesión de la mayo ría de las acciones del consorcio cinematográfico, mientras que el ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk, autorizó la compra con muchas reticencias, en vista de los grandes déficits con que trabajaba la industria cinematográfica. Como agradecimiento, en 1937 Goebbels nom bró a Winkler comisionado del Reich para la economía de la cinema tografía alemana; Hugenberg recibió como «parche» por parte de Goebbels una «amable carta», antes de que con el consejo de adminis tración «echara a la calle» de inmediato a otros tres «Hugenbergs» y a otros «tíos nacionalistas alemanes».101 Con la Universum Film A.G. (Sociedad Anónima), fundada en diciembre de 1917, Goebbels adquirió al mismo tiempo para el Reich alemán la empresa más grande y significativa de la industria cinematográfica alemana, un consorcio con más de 5.000 empleados, que tenía por toda Alemania más de 120 cines con 120.000 localidades. Esto marcó la pauta para las más pequeñas, Tobis, Terra y Bavaria, que junto con la Ufa

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habían sobrevivido al descalabro económico de finales de los años vein te, pese a las enormes pérdidas económicas de aquellos tiempos. Éstas también fueron absorbidas más tarde por el imperio cinematográfico de Goebbels. «Ahora somos los dueños del cine alemán», afirmó con satisfacción haciendo balance a principios de mayo de 1937. 102 Apenas hubo nacionalizado las sociedades fílmicas, dio a Funk y a Winkler la orden de «desjudeizar sistemáticamente a las representantes en el extranjero de la Ufa y de laTobis». 103 Un poco más avanzado el año, prohibió «en bloque los últimos restos de películas del pasado» en las que aparecían actores judíos.104 Ya que Goebbels sólo había podido muy a duras penas arrancar al ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk, los fondos necesarios para la compra de la industria cinematográfica, y dado que ahora se debía pensar tanto más en el éxito comercial, 105 se esforzó por volver a traer a Alemania a las grandes estrellas germanas que habían emigrado al extranjero,106 si era preciso a cambio de honorarios astronómicos.107 Así, por ejemplo, Goebbels puso en marcha hacia París al director artístico del Teatro Alemán, Heinz Hilpert, como intermediario, para que recuperara a Marlene Dietrich como atracción para su antiguo lugar de tra bajo y, sobre todo, para el cine. Pero la estrella de El ángel azul, que había vuelto la espalda a Alemania en el año 1934 tras la prohibición de su película El cantar de los cantares,™8 le dio una negativa por respuesta. Sólo podría presentarse en Berlín en un año, pero defendía firmemente la causa alemana, hizo saber la diva, que obtuvo la nacionalidad americana en 1937, a Goebbels, 109 quien como consecuencia la rehabilitó de inmediato en la prensa.110 Una vez que Goebbels hubo puesto bajo su control la industria cinematográfica, en verano de 1937, después de que se le mostraran «des consoladores ejemplos del bolchevismo artístico», 111 dirigió sus ataques contra aquellas orientaciones artísticas en la pintura o la escultura que Rosenberg había estigmatizado y difamado desde siempre como «bolchevismo cultural» desde su comunidad de cultura nacionalsocialista, pero que aún en junio de 1934 Goebbels había querido que fueran altamente estimadas por el nacionalsocialismo como «exponente de la

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avanzada modernidad» también en materia artística, 112 el expresionismo y la pintura abstracta. Cuando estudiaba en las universidades de Wurtzburgo o Friburgo, Goebbels siempre asistía a clases de historia del arte,113 y aún en 1933 estuvo meditando si Emil Nolde era «un bolchevique o un pintor», dejando la respuesta a esa pregunta para una tesis doctoral; 114 en marzo de 1934 incluso formó parte junto con Goring de la comisión de honor de una exposición sobre el futurismo italiano en Berlín.115 Pero ahora planeaba —para Berlín— una exposición sobre el «arte de la decadencia (...) para que el pueblo aprenda a verlo y reconocerlo».116 Un motivo directo para exhibir la «exposición de la decadencia» en Munich fue el hecho de que Goebbels tuvo que subsanar ante Hitler un error que había cometido su colaborador Hans Schweitzer —anti guo caricaturista del Angriff, que para entonces había sido ascendido a comisionado del Reich para el modelado artístico— en la preparación del proyecto favorito de Hitler, la «Gran exposición del arte alemán». 117 Hitler, que en su primera ronda de información había montado en cólera por el deficiente «acierto estilístico» de Schweitzer,118 le imputó serias negligencias en la elección que había hecho de las obras —en realidad se trataba más bien de gustos diferentes, pues necesariamente no podía haber directrices claras para la selección de ejemplos de un «arte nuevo, auténticamente nacional» en sentido nacionalsocialista—. A Goebbels esto le resultó tanto más enojoso cuanto que, en el «año del festi val alemán», quería cobrar una mayor influencia político-cultural también en Munich, la «ciudad del movimiento» y la «ciudad del arte alemán», tal como se la denominó desde que se puso la primera piedra para la «Casa del arte alemán» el 15 de octubre de 1933. Al mismo tiempo eso significaba reprimir el influjo que allí tenía otro de sus rivales, el ministro del Reich de Ciencia, Educación y Formación Popular, Bernhard Rust, quien en última instancia controlaba la vida cultural de la ciudad por encima del jefe del distrito muniqués, AdolfWagner. 119 El 8 de mayo, el día después de la catástrofe del dirigible Hindenburg en la estación aeronaval americana de Lakehurst, Goebbels anotó en su diario con relación a la atmósfera cultural relativamente liberal de la ciudad:

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«Munich es un terreno difícil, pero poco a poco lo vamos conquistando».120 Goebbels era tan optimista porque el radical profesor de la Academia de Munich, Adolf Ziegler, a quien él mismo había designado el 1 de diciembre de 1936 como sucesor del moderado Eugen Honig en el cargo de presidente de la Cámara del Reich para las Artes Plásticas,121 le comunicó que le habían incluido en los preparativos para el «día del arte alemán». Ziegler, que además estaba en el grupo de expertos para la «Gran exposición del arte alemán», había recibido en la «época de lucha» un encargo especial de Hitler, pintar a su amante Angela Raubal.122 Ahora, en el año 1937, se convirtió en la mano derecha de Goebbels en los preparativos de la exposición «Arte degenerado», que el ministro de Propaganda forzó ahora —para aplacar a Hitler— como «contraexposición» de la «Gran exposición del arte alemán». Si bien en un principio la idea encontró «resistencia por doquier»123 —por ejemplo por parte de Schweitzer y Speer—, el 29 de junio Hitler aprobó la exposición sobre el «arte de la decadencia». Le dio a Goebbels la autorización «para confiscar todas las obras correspondientes en todos los museos».124 Goebbels delegó esta misión en Ziegler, a quien le otorgó plenos poderes «para seleccionar y apropiarse de todas las obras, ya se encuentren en posesión del Reich, de las regiones o de los municipios, representativas del arte de la decadencia desde 1910 en los sectores de la pintura y la escultura con el objeto de realizar una exposición».125 Cuando Ziegler intentó incluir a Rust en esta acción, Goebbels intervino enérgicamente: «Lo prohibo. La orden del Führer va dirigida a mí y a Ziegler, no a Rust».126 La incautación de aproximadamente 17.000 «chapuzas culturales bolcheviques» de los artistas ahora proscritos de las colecciones públicas por «degenerados» estuvo asociada a la «reorganización» de la Academia Prusiana de las Artes, que consistió sobre todo en una «reestructuración» de sus miembros.127 A artistas como Ernst Barlach, Ernst Ludwig Kirchner, Emil Nolde, Max Pechstein —en el año 1938 les siguió Oskar Kokoschka— y al arquitecto Ludwig Mies van der Rohe se les recomendó que se dieran de baja inmediatamente de la academia, cuya sec-

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ción de artes plásticas ya habían abandonado en los años 1933-1934 Max Liebermann, Kathe Kollwitz, Karl Schmidt-Rottluffy otros. Mientras que la mayoría presentó su baja inmediata, Kirchner, Nolde y Pechstein protestaron enérgicamente. Subrayaron que tenían una actitud positiva hacia el nacionalsocialismo. Nolde, que se definía como un «alemán residente en el extranjero que había pasado a Dinamarca» por el Trata do de Versalles, escribió el 12 de julio de 1937 al presidente de la Aca demia Prusiana de las Artes que se había afiliado a la sección de Nordschleswig (Jutlandia meridional) del NSDAP inmediatamente después de su fundación. 128 Además, según escribió a Goebbels el 2 de julio de 1938, veía que «era prácticamente el único artista alemán que tenía entablada una lucha abierta contra la extranjerización del arte alemán», 129 y llamaba la atención —al igual que Kirchner— sobre el hecho de que antes de 1933 había sido atacado a menudo por la opinión artística pre dominante, mientras que Pechstein esperaba poder escapar a la exclusión alegando que su hijo mayor era miembro de las SA. 130 Pero todos los argumentos no sirvieron de nada. Hitler y, por ende, Goebbels, estaban firmemente decididos a llevar a cabo una «implacable guerra de depuración (...) contra los últimos elementos disgrega-dores de nuestra cultura». 131 Así, además de Heckel, Marc, Beckmann, Kokoschka, Schmidt-Rottluff, Feininger, Chagall, Klee, Paula Moder-sohn y Barlach, también se colgaron y se exhibieron las obras de Nolde, Kirchner y Pechstein en la galería de las Hofgartenarkaden —donde en realidad se encontraba la colección de esculturas de yeso del Museo Antiguo— como «arte degenerado en la picota», 132 pese a que Goebbels había considerado «rayos de esperanza» del arte moderno a dos de estos artistas, Nolde y Barlach, durante una visita en el año 1924 al museo Wallraf Richartz de Colonia. 133 Cuando Goebbels examinó la «exposición de la decadencia» el 16 de julio, su opinión fue: «Es lo más extravagante que he visto nunca».134 Así,Adolf Ziegler expresó justamente lo que Goebbels pensaba cuando, en su discurso inaugural de esta contraexposición de la «Gran exposición del arte alemán» (la cual había comenzado el día anterior en la Casa del arte alemán «inaugura-da»135 por Hitler), describió las aproximadamente 600 obras maestras de'

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la modernidad como «abortos de la locura, del descaro» y de la «ineptitud».136 Conforme a esta idea hizo que se procediera con ellas, después de que en febrero de 1938 se expusieran también para el público berlinés y después de que una pequeña parte de los alrededor de 6.000 óleos, acuarelas, dibujos, estampas y grabados confiscados fuera vendida en el extranjero a cambio de divisas por una comisión creada por Goebbels en mayo de 1938: el 20 de marzo de 1939 hizo quemar las aproximadamente 5.000 obras de arte que quedaban en el patio del parque principal de bomberos de Berlín. 137 Un deseo constante del ministro de Propaganda seguía siendo la solución de la «cuestión judía». Permanentemente acometía ante Hitler «enérgicos intentos» al respecto. 138 «Con mucho gusto» cumplió la misión que Hitler le impuso 139 de elaborar un proyecto de ley de manera que «los judíos no puedan asistir ya a los actos culturales y teatrales». Sin embargo, para ello no eligió la forma de una ley, sino de un edicto policial, ya que una ley habría levantado «demasiado revuelo». 140 La «desjudeización» de la Cámara de Cultura del Reich también seguía ocupando a Goebbels. Reprimía con rigor las oposiciones, por ejemplo dentro de la Cámara de Música del Reich, exhortaba repetidamente a las distintas cámaras a que aceleraran la ejecución de sus disposicio nes. Una y otra vez se puede leer en su diario lo «particularmente orgulloso» que estaba de esta «grandiosa actuación». 141 Entre los afectados, estas medidas tuvieron a veces trágicas consecuencias, llevando a algunos al suicidio mucho antes del holocausto. Los judíos «totales», «medio judíos» y «judíos en cuarta parte», así como los «parientes de judíos», experimentaron en sus carnes el odio de Goebbels, al igual que los «arios» caídos en desgracia. Cabarés como el berlinés Tingeltangel [Café Cantante], el Katakombe [Catacumba], el Kabarett der Komiker [Cabaré de los Cómicos] y más tarde el Wiener Werkl fueron objeto por orden de Goebbels de controles sistemáticos, algu nos se cerraron y «depuraron tácitamente». 142 Muchos cabareteros, como Werner Finck, a quien se atribuía el eslogan «¿Quién no quiere ser Fróhlich por un día?»,143 estuvieron incluso temporalmente en los campos de concentración. 144

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Goebbels emprendió enérgicamente, por orden de Hitler, la «arización» del capital en el sector de la economía cultural, por ejemplo entre empresas de exportación cinematográfica, distribuidoras de películas, teatros de revista y la industria discográfica. La «ejecución» se la encomendó a Hans Hinkel, quien se mostró «contento» con esta tarea.145 Además ambos se vieron favorecidos por el hecho de que la posición del ministro de Economía del Reich, Schacht, al que Goebbels consideraba «un daño cancerígeno para nuestra política»,146 estaba para entonces tan debilitada por su inobservancia de la disciplina indicada por el partido que Hitler estaba considerando su sustitución. Sólo algunos juristas expresaron objeciones jurídicas contra la «arización». Donde ellos no veían ninguna posibilidad, Goebbels la creaba «por la fuerza».147 De todos modos, los juristas sólo debían desempeñar, en su opinión, «un papel subordinado», el de «proporcionar el manto legal a las acciones necesarias del Estado»,148 después de que quedó claro que los judíos debían ser desterrados «de Alemania, incluso de toda Europa».149 Más allá de esta tala completa en la cultura nacional, los intelectuales que seguían las normas del Reich se vieron aislados, entre otras cosas, porque Hitler prohibió a todos los alemanes aceptar el Premio Nobel. 150 El caso era que se le había concedido el Premio Nobel de la Paz del año 1935 a Cari von Ossietzky, periodista y antiguo redactor jefe del Weltbühne, al que los nacionalsocialistas confinaron en un campo de concentración. Goebbels, que echaba espuma de pura rabia, lo entendió como una «consciente y atrevida provocación» hacia el régimen nacionalsocialista.151 Así pues, el Premio Nacional de Arte y Ciencia, dotado con 300.000 marcos del Reich y que se entregó por primera vez en el congreso del partido del año 1937, debía contribuir a paliar esa lamentable situación. Sin embargo, para consternación del ministro de Propaganda, Hitler favoreció con el galardón, además de al cirujano mundialmente conocido Sauerbruch, precisamente a Rosenberg.152 Pero luego Goebbels se conformó gustoso con el argumento de Hitler de que quería poner a su rival «una tirita sobre la herida de la ambición no satisfecha».153

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Durante su laudatoria en el «congreso del partido del trabajo», que por tercera vez consecutiva se desarrolló por completo bajo la consigna del antibolchevismo, Goebbels recalcó generosamente que Rosenberg era «la primera persona con vida» que recibía el premio, elogio que el halagado galardonado hizo constar enseguida en su diario literalmente y que calificó como «decisiva distinción de estos días». 154 Hitler, que quedó muy satisfecho con este discurso, se mostró por el contrario muy crítico con la ponencia que presentó Goebbels en el congreso del partido bajo el título La verdad sobre España.155 El ministro de Propaganda se había precipitado mucho al proclamar que Alemania podía estar orgullosa de liderar el frente defensivo europeo contra el bolchevismo, o que Adolf Hitler había asumido una «nueva misión mundial» para derribar definitivamente al «enemigo universal número uno».156 Semejantes afirmaciones no tenían en cuenta las exigencias del momento en materia de política exterior, principalmente la susceptibilidad de Mussolini, a quien se trataba de lisonjear, pero quien no quería ser menos que Hitler, en particular en la lucha contra el bolchevismo. En la versión oficial que se publicó del discurso de Goebbels, su Führer hizo que se suprimieran esos pasajes que hablaban de las pretensiones de liderazgo por parte de Alemania contra el bolchevismo mundial,157 sobre todo en atención al Duce, cuya visita de Estado a Alemania esperaba Hitler y al que debía ganarse definitivamente como aliado, si es que quería «anexionar» Austria al Reich. Hitler así lo quería, había que seguir «una táctica sensata»,158 anotó el perspicaz ministro de Propaganda, a quien sin embargo le hizo recobrar los ánimos el elogio «entusiástico» de Mussolini, que el italiano le tributó el 25 de septiembre de 1937 en Munich como cumplido a su discurso.159 Y al final se sintió halagado en su vanidad cuando el Duce, a quien Goebbels dio la bienvenida como «eminente creador de un destino nacional para el pueblo»,160 cerró el discurso que pronunció durante el espectáculo multitudinario escenificado teatralmente la noche del 28 de septiembre en el Campo de Mayo berlinés con el lema del congreso del partido del ministro de Propaganda: «¡Europa, despierta!».161

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En las anteriores conversaciones con Hitler, que renunciaba de buen grado al Tirol del Sur, el Duce siempre había pasado por alto el punto decisivo —la cuestión austríaca— con el comentario de querer «salvar la cara».162 Esto hizo desconfiar a Goebbels, y siguió desconfiando tras el discurso de Mussolini en el Campo de Mayo, a diferencia de Hitler, que por fin estaba «muy seguro» de la asistencia de Italia. 163 «Esperemos que no se equivoque», recelaba Goebbels. 164 Cuando Mussolini, después de partir, le garantizó a Hitler en un «maravilloso» telegrama su «amistad incondicional», 165 Goebbels también se inclinó hacia la opinión de Hitler de que ambos estados estaban «comprometidos el uno con el otro para bien o para mal». 166 Pero sobre todo estaba satisfecho con la gran repercusión de la visita de Mussolini en la prensa mundial. «El llamamiento a la paz ha surtido efecto», 167 anotó, consciente de haber engañado una vez más a la opinión pública. Si bien durante la visita Mussolini no había dado la esperada aprobación a una alianza militar, 168 el 25 de octubre Italia firmó el tratado del Eje germano-italiano y, tras la visita del embajador extraordinario de Hitler, Ribbentrop, el 6 de noviembre de 1937, se adhirió al pacto Antikomintern germano-japonés, lo que provocó en Goebbels un «sentimiento muy tranquilizadop> en vista de la «solidaridad de los 250 millones». Enseguida advirtió a Moscú que debía «andarse con cuidado». 169 En la adhesión de Italia al pacto Antikomintern, a la que siguió en diciembre la salida de Roma de la Sociedad de Naciones, se manifes taba también de manera indirecta un acuerdo entre Mussolini y Hitler en la cuestión de Austria. Ya durante el congreso del partido del año 1937, Hitler, para quien de este modo había quedado libre por fin el camino hacia Viena, le hizo la observación a Goebbels de que la cuestión austríaca se «resolvería de una vez por la fuerza» y —con Schiller— de que allí «la historia uni versal también sería el tribunal del mundo». 170 Goebbels no sabía cuándo Hitler haría allí tabla rasa, pero no dudaba ni un instante de su decisión fundamental de «entonces ir a por todas». Ese Estado no era ningún estado —le había dicho Hitler—, su pueblo pertenecía a Alemania y sería parte de Alemania. Su entrada en Viena sería «un día su más glo-

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rioso triunfo».171 Esta postura se vio fortalecida por Ribbentrop, quien en su informe final como embajador en Londres del 2 de enero de 1938 mostraba el convencimiento de que Inglaterra «no arriesgaría por un problema local centroeuropeo (...) una lucha existencial por su imperio universal».172 Del mismo modo que Goebbels esperaba como hechizado la decisión de su Führer, también sintió mucha compasión por Hitler, que parecía «un cadáver»,173 cuando precisamente antes de que se aclarara la «cuestión» austríaca el ministro de Guerra del Reich y comandante en jefe de la Wehrmacht,Von Blomberg, provocó con su boda el 12 de enero de 1938 «la crisis más seria del régimen desde el caso Rohm», 174 aunque su «adelanto» ya había tenido lugar a principios de noviembre de 1937, cuando la dirección del ejército —sobre todo Blomberg y Fritsch— previno contra dar pasos en política exterior que llevaran asociado el peligro de una guerra. Ahora, pocos días después del enlace de Blomberg, en el que fue testigo, además de Goring, nada menos que Hitler, salieron a luz unas actas policiales que documentaban los antecedentes penales de la nueva «esposa del mariscal general Blomberg» por la «venta de fotografías obscenas de sí misma». 175 Hitler se explicó todo argumentando que Blomberg era «sentimental y alegre», que procedía «de la estrechez de miras burguesa» y que ahora había «caído en la trampa que le había tendido la primera persona».176 Si Goebbels había juzgado esto como una «terrible fatalidad» que «no se superará tan fácilmente»,177 la situación aún había de empeorar, pues con la inevitable dimisión de Blomberg quedaría vacante el cargo de comandante en jefe de la Wehrmacht. Aspiraciones a la sucesión tenía el comandante en jefe del ejército, el capitán general Von Fritsch. Para descartar a este competidor, Goring, ávido de títulos y cargos, que asimismo quería asumir la sucesión de Blomberg, urdió una intriga contra Fritsch en colaboración con Himmler, la cual fue bien acogida por Hitler, desconfiado desde el escándalo de Blomberg. Goring le presentó a Hitler un acta preparada por Himmler que acusaba a Fritsch de homosexualidad. Aunque éste dio su palabra de honor de que era inocente, no le quedó más remedio que carearse, por la intervención de la

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Gestapo, con un presidiario que tenía múltiples antecedentes penales —un «mozo de cuadra», como escribió Goebbels—178 que afirmaba reconocerle, cosa que Fritsch negó enérgicamente. De todos modos, fue sometido por Heydrich a un interrogatorio que duró varias noches, pero permaneció «firme y tenaz»,179 de manera que el 30 de enero, el quinto aniversario de la subida al poder, Himmler se encontraba «muy deprimido» en la cancillería del Reich. 180 No obstante, cuando Hitler despidió a su ayudante Friedrich Hossbach porque supuestamente había informado a Fritsch sobre las inculpaciones formuladas contra él, de manera que éste se había podido preparar,181 quedó claro que daba más crédito a la declaración del «mozo de cuadra» que a la de su comandante en jefe del ejército. Durante la escalada de la crisis, premeditadamente programada por Góring y Himmler, Goebbels, que ya no sabía lo que era «verdad y lo que no»,182 observó con preocupación la absoluta «palidez y tristeza» de Hitler,183 sobre el cual hacía muy pocos días había afirmado en su diario que le tenía tanto cariño «como a un padre».184 En consecuencia, percibió con especial cuidado su agotamiento y su perturbación, 185 y creía oírle hablar «con voz llorosa».186 En ningún momento dudó de que con Fritsch se le habían «roto todos los ideales» a su Führer.187 Hitler «cree firmemente» que Fritsch había sido «desenmascarado casi como marica»,188 y esto también se lo aseguró como siempre a Goebbels. Fritsch lo negaba, «pero eso siempre lo hace este tipo de gente», escribió finalmente.189 Tanto más perentoria le resultó la declaración de que «compartía los sentimientos del Führer intensa y profundamente» y la promesa final de que Hitler «está muy arraigado y firme en mi corazón. Es bueno que aún tenga algunos amigos en los que pueda confiar ciegamente.Yo quiero contarme entre ellos».190 El 4 de febrero de 1938 Hitler destituyó al comandante en jefe del ejército sin ni siquiera aguardar la sentencia del tribunal de honor presidido por Góring, que poco después —alegando una supuesta «confusión»— hizo constar la inocencia de Fritsch, aunque no se admitió la demanda de su abogado, el conde Rüdiger von der Goltz, de tomar declaración también a Himmler y a Heydrich. Aun cuando el 13 de

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junio de 1938 Hitler hizo forzosamente ante el generalato una retractación formal a favor de Fritsch, sellando así una «terrible derrota» para Himmler,191 no se produjo la rehabilitación completa de Fritsch, quien murió misteriosamente durante la campaña polaca. De cara a la opinión pública se decidió escenificar una gran «remodelación». Con el «gran reajuste de personal», así lo esperaban Goebbels y Hitler, «pasarían completamente inadvertidas» la verdaderas motivaciones192 y al mismo tiempo se daría «carpetazo» a los rumores que cundían en la prensa mundial.193 Después de que el 4 de febrero Blomberg y Fritsch renunciaran a sus cargos oficialmente «por razones de salud», comenzó la oleada de sustituciones y nuevos nombramientos. Muchos generales fueron cambiados y el ejército se rejuveneció «en un grado inesperado»,194 es decir, el lugar de muchos oficiales que estaban consagrados al espíritu conservador del ejército fue ocupado ahora por nacionalsocialistas y arribistas oportunistas como Walter von Brauchitsch, el nuevo comandante en jefe del ejército. También el intrigante Goring sacó provecho. Hitler le nombró el 4 de febrero de 1938 general mariscal de campo. Goebbels anotó: «Está radiante y con razón. Ha hecho una carrera fantástica».195 Al frente de la Wehrmacht, degradada a un dócil instrumento en manos de Hitler, se puso ahora el propio Führer. También en el Ministerio de Exteriores se produjo un cambio decisivo. En lugar de Konstantin von Neurath, debía asumir las funciones el «diligente señor» Von Ribbentrop,196 que ya antes del nombramiento de Hitler como canciller del Reich había rendido grandes servicios. Goebbels veía a este «típico advenedizo político»197 con recelo ya desde que fue ascendido a embajador alemán en Londres. Ribbentrop era un «nombramiento erróneo», sentenció entonces,198 entre otras cosas seguramente porque quería imponer una propia política de prensa, contra lo cual Goebbels se opuso con toda energía. Ribbentrop tenía que «obedecer, como todos los demás». 199 Pero Goebbels miraba con desconfianza el creciente influjo de Ribbentrop, sobre todo porque —según opinaba Goebbels— Hitler confiaba demasiado en él.200 Cuando el Führer consideró su designación como ministro de Exteriores, el ministro de Propaganda adoptó una postura radicalmente contraria.

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Consideraba a Ribbentrop un «fracasado», le hizo saber a Hitler, quien como consecuencia tuvo que replantearse su decisión.201 Goebbels erró el golpe: el 5 de febrero de 1938 Ribbentrop fue nombrado ministro de Exteriores. Puesto que, en la marco de la «operación de distracción», Walther Funk, hasta entonces secretario de Estado en el Ministerio de Propaganda, ocupó oficialmente el cargo de ministro de Economía, también fueron necesarias algunas remodelaciones en la dirección de dicho ministerio. A propuesta de Goebbels, el cargo de secretario de Estado que había quedado libre fue cubierto por una de sus personas de confianza, Karl Hanke. Como segundo secretario de Estado se incorporó al ministerio el jefe de prensa del Reich, Dietrich. 202 Éste, que al mismo tiempo asumió el cargo de Funk como jefe de prensa del gobierno del Reich, sería «exclusivamente» responsable de la prensa,203 mientras que Funk debía seguir asistiendo a Goebbels como consejero en cuestiones económicas.204 En el curso de la crisis de Blomberg-Fritsch, se lanzó una amenaza en dirección a Austria. El 4 de febrero, sin previo aviso, Hitler ordenó aVon Papen, su embajador extraordinario, al que se tenía por moderado, que regresara de Viena, lo que el canciller federal austríaco, Kurt von Schuschnigg, entendió con razón como un síntoma de la orientación hostil recrudecida con respecto a Austria. Por eso declaró su disposición a reunirse en un «encuentro extraoficial» con Hitler, que tuvo lugar el 12 de febrero en el Obersalzberg, donde Hitler puso en juego todos los registros de la táctica de intimidación. Durante la entrevista hizo que alardearan en la antesala sus dos «generales de apariencia más brutal», los futuros generales mariscales de campo Von Reichenau y Sperrle. 205 Nada más comenzar la «conversación», Hitler emprendió el atronador ataque: «Y le digo, señor Schuschnigg, que estoy firmemente decidido a terminar con todo esto. El Reich alemán es una gran potencia y nunca querrá que nadie se entrometa cuando ponga orden en sus fronteras».206 A éste siguió un segundo monólogo de Hitler, a cuyo término declaró categóricamente que si no se satisfacían inmediatamente todas sus exigencias, resolvería el problema por la fuerza.

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A Schuschnigg, completamente consternado, intentó consolarle Papen en el viaje de regreso a Viena con estas palabras: «Sí, así puede ser el Führer, ahora lo ha experimentado por sí mismo. Pero cuando venga la próxima vez, se hablarán con mucha más facilidad. El Führer puede ser francamente encantador».207 Pero eso era lo que Hitler menos estaba pensando. De vuelta en Berlín, deliberó «en presencia de Goebbels y Canaris», el jefe de defensa, qué clase de noticias se debían «lanzar» para aumentar la presión sobre Austria. En cualquier caso, en ellas había que dejar claro que se habían tomado «medidas de movilización».208 En un principio, todo parecía transcurrir según los planes. El 16 de febrero Schuschnigg dio a conocer una reorganización del gabinete. Como deseaba Hitler, se había designado a dos nacionalsocialistas: Artur Seyss-Inquart en la posición clave de ministro federal de Interior y Seguridad y Edmund von Glaise-Horstenau como ministro sin cartera. Sin embargo, cuando la tarde del 9 de marzo Hitler se percató de que Schuschnigg quería hacerle frente y de que había convocado un plebiscito por separado para «una Austria libre y germana, independiente y social, cristiana y unida»,209 el 10 de marzo ordenó —Goebbels dice haber visto en su rostro «una cólera divina y una santa indignación»—210 la movilización parcial en Baviera. En las primeras horas de la madrugada del 11 de marzo se dio la «orden para la acción armada contra Austria»,211 que se puso en marcha bajo el nombre de «Otto». En la mañana del 11 de marzo, Hitler saludó al embajador extraordinario Von Papen —llegaba para asistir a una deliberación en la cancillería del Reich en la que también participaban Goebbels, Góring, Von Neurath, así como algunos militares y secretarios de Estado— con las palabras de que la situación en Austria se había vuelto insostenible. Schuschnigg traicionaba la idea alemana; él no podía aceptar ese «plebiscito forzoso». O se suspendía el plebiscito o el gobierno tenía que dimitir. La «fuerte agitación»212 de Hitler, tal como la percibió Von Papen, era debida a que esperaba con impaciencia los resultados del gran número de negociadores —entre ellos Hess, Himmler, Heydrich, Bürckel y Daluege— que ese día había hecho salir en masa hacia Viena. Lo que

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sin embargo siguió fue un sinnúmero de malentendidos, órdenes y contraórdenes de Hitler, que denotaban la gran inseguridad del Führer durante esta primera gran operación expansionista. Una imagen muy distinta de Hitler proyectó Goebbels en su propaganda: pese a la «tensión extenuante» demostró «en todas las fases de los acontecimientos el máximo dominio táctico y estratégico de los medios y métodos de un proceso político ponderado y concebido sistemáticamente». 213 En realidad fue el frío Góring quien finalmente tomó la iniciativa. Con la ayuda de su «oficina de investigación» había controlado las cosas desde Berlín durante todo el día. Después de impulsar enérgicamente al vacilante Hitler a seguir adelante, exigió por orden suya a modo de ultimátum la dimisión de Schuschnigg y el nombramiento del nacionalsocialista Seyss-Inquart como canciller federal, a quien Góring le dictó de inmediato el telegrama en el que se pedía la ayuda alemana: «El gobierno austríaco provisional, que tras la dimisión del gobierno de Schuschnigg considera su principal tarea restablecer la paz y el orden en Austria, dirige al gobierno alemán la petición perentoria de apoyarle y ayudarle en su misión de evitar el derramamiento de sangre. Para este propósito solicita al gobierno alemán el envío de tropas alemanas lo más pronto posible».214 Cuando, ya entrada la noche del 11 de marzo, el yerno del rey ita liano, el príncipe Philipp de Hesse, que había sido delegado a Roma, le comunicó por teléfono a Hitler la conformidad de Mussolini, el «gol pe» había triunfado. Alrededor de medianoche, tras encargar que se le dijera a Mussolini que «nunca lo olvidaría», recibió las primeras felici taciones. Entre los portadores estaban el ministro de Propaganda y el comandante en jefe del arma aérea. Procedentes del banquete en la «Casa de los aviadores», «Goebbels en frac y Góring en uniforme de gala entraron apresuradamente»215 en la cancillería del Reich y desapa recieron en la planta superior, en el despacho de Hitler, donde en la «hora de la salvación» escucharon con lágrimas de emoción la canción de Horst Wessel retransmitida por primera vez por la radio vienesa, tal como poco después describió Goebbels la escena al público con gran, patetismo a través de los receptores de radio.216

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Apenas veinticuatro horas después, al toque de las campanas Hitler atravesó el Inn, y por tanto la frontera, en su ciudad natal de Braunau. Después de viajar cuatro horas en coche a través de las carreteras flanqueadas por gentes que le vitoreaban, llegó a Linz, donde le esperaban Seyss-Inquart y Himmler. Por la tarde, desde el balcón del ayuntamiento, Hitler evocó la Providencia que «en su día le llamó fuera de esta ciu dad para gobernar el Reich». Bajo la impresión del júbilo por la unifi cación y de la persistente impotencia del extranjero, firmó en el hotel Weinzinger de Linz, ya caída la noche del 13 de marzo, la improvisada «ley sobre la reunificación de Austria con el Reich alemán». Antes de partir desde Berlín el día anterior, había dictado una larga proclama al pueblo alemán, a la que Goebbels dio lectura en la radio a las doce del mediodía según lo acordado: «Desde esta mañana mar chan a través de todas las fronteras de la Austria germana los soldados de la Wehrmacht alemana. Tropas blindadas, divisiones de infantería y las unidades de las SS por tierra, y la aviación alemana en el cielo azul, llamadas por el nuevo gobierno nacionalsocialista deViena, serán el garante de que ahora por fin se le ofrezca al pueblo austriaco en el más breve plazo la posibilidad de conformar su futuro y, por ende, su destino a través de un verdadero plebiscito (...).El mundo (...) debe convencerse de que el pueblo alemán de Austria vive en estos días momentos de la más gloriosa alegría y emoción.Ve en los hermanos que han venido a ayudarle a los salvadores que lo sacarán de la más profunda penuria».217 La entrada de Hitler en Viena la siguió Goebbels en la casa deVeit Harían y de su segunda mujer, la actriz de teatro Hilde Kórber, que era íntima amiga de Lida Baarova. Como tan a menudo en estas semanas, Goebbels se había presentado también el 14 de marzo, ya entrada la tarde, en este secreto lugar de reunión. Juntos estaban allí sentados, pendientes de la radio, 218 cuando Hitler llegó a través de Schonbrunn a la capital austríaca entre gritos de alegría y toque de campanas. A las sie te de la tarde pronunció un breve discurso ante una multitud entusias mada delante del hotel Imperial en el Ring: «Pase lo que pase, al Reich alemán, tal como está hoy en día, ya nadie lo podrá destruir, ya nadie

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lo podrá romper (...). Esto dicen con fe todas las personas alemanas, desde Kónigsberg hasta Colonia, desde Hamburgo hasta Viena». 219 La radio de Goebbels también estaba presente cuando al día siguiente Hitler gritó desde un balcón del palacio imperial de Hofburg a la Heldenplatz [Plaza de los Héroes]: «Como Führer y canciller de la nación alemana y del Reich anuncio ahora a la historia la entrada de mi patria en el Reich alemán».220 Para la «vuelta a casa del victorioso general», como se llamaba a Hitler en el Volkischer Beobachter, Goebbels había acudido al aeropuerto de Tempelhof. El viaje desde allí a la cancillería del Reich se asemejó de nuevo a una marcha triunfal. Casi una hora duró el camino, bajo el toque de las campanas, entre los vítores de la gente, hasta la cancillería del Reich. 221 Antes de que el Ministerio de Propaganda emprendiera las tareas que le correspondían con la «anexión» de Austria, además de la preparación y organización del plebiscito y de las elecciones parlamentarias para el 10 de abril, 222 Goebbels acometió a principios de ese mes algunas innovaciones organizativas. Para entonces, el número de colaboradores crecía continuamente hacia la marca ideal de un millar fijada por él, aunque el deseo de Goebbels era dirigir, más que administrar, un aparato de funcionarios lo más pequeño posible, pero con empleados bien remunerados. 223 En la prensa señaló que los cambios no respondían al habitual «reajuste de funcionarios», sino que por el contrario significaban una «nueva organización disciplinada y bien ponderada», es decir, una «concentración de fuerzas». Una de estas medidas afectó a la sección de prensa dirigida por Dietrich, que ahora se dividió en dos departamentos principales. Como jefe del departamento de prensa nacional Goebbels nombró a Alfred-Ingemar Berndt, que desde abril de 1936 había estado al frente de todo el departamento de prensa y que era un enemigo declarado de Dietrich, contra el cual intrigaba a menudo; algo parecido se aplicaba a Karl Bómer, a quien se confió el departamento de prensa extranjera, con relación al Ministerio de Exteriores de Ribbentrop. Además, al sector de la propaganda, del que ahora se hizo cargo Leopold Gutterer, se añadió una sección general (departamento II A) que, liderada por Hans Hinkel, ahora tenía oficialmente la misión de

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«supervisar la actividad cultural de los no arios en el territorio del Reich», cosa que se llevaba realizando desde 1935. Puesto que ahora Austria también pertenecía al territorio del Reich, Goebbels extendió inmediatamente su base de poder también hacia allí y creó una oficina de propaganda del Reich enViena, que según los deseos de Hitler debía ser eliminada como centro político.224 El edificio se le había confiscado a un emigrante judío y, según las instrucciones de Goebbels, tenía que ser «desinfectado primero»225 antes de que se instalaran en él los propagandistas nacionalsocialistas.Aunque el «margen» definitivo para «proceder con verdadera energía»226 se lo dio la entrada en vigor de la ley de cámaras de prensa y cultura el 21 de junio, por de pronto inundó el país otra ola de adoctrinamiento de masas antes del plebiscito. El núcleo lo constituyó la «gira» del Führer por el «Gran Reich Alemán», que se realizó según el modelo ya probado y que le llevó, a menudo en compañía de Goebbels, desde Kónigsberg, pasando por Leipzig, Berlín, Hamburgo, Colonia, Frankfurt, Stuttgart y Munich hacia Graz, Klagenfurt, Innsbruck, Salzburgo y Linz, la penúltima estación. Para la radio Hitler había ordenado que se hiciera un resumen de sus discursos en grupos de emisiones aislados. Temía con razón sobrecargar tanto a los oyentes que se corriera el peligro de no poder «movilizar a la audiencia alemana para el enorme y ostentoso mitin final de la campaña electoral, durante el cual hablaría el Führer enViena, en la medida» en que era deseable desde su punto de vista.227 El «día del Gran Reich Alemán», que Goebbels proclamó desde el balcón del ayuntamiento vienes al mediodía del 9 de abril, antes del aullido de las sirenas y del parón de los transportes previsto por la organización en todo el Reich, terminó y culminó en un gran mitin en la estación del noroeste. Al igual que en el caso de los millones de oyentes en el Reich, la opinión de las 20.000 personas que allí esperaban era preparada por el reportaje del ministro de Propaganda radiado desde el hotel Imperial. Goebbels celebró a Hitler, que acababa de salir hacia el mitin, como el gran superador de la discordia alemana. Describió la nación como una unidad política —«¿Dónde se vio nunca a 75 millones de personas reunidas en torno a un hombre?»—, luego atacó a la

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«época del sistema» y a los «viejos partidos», que prometieron mucho y no cumplieron nada, para a continuación afirmar acerca del plebiscito del 10 de abril: «No se trata de unas elecciones más en el sentido cotidiano, porque los alemanes de todo el país no tienen elección ante la pregunta que se les plantea. La voz del pueblo ya se ha manifestado.Y si la voz del pueblo es la voz de Dios, entonces mañana nosotros los alemanes comparecemos ante un tribunal divino para decir sí. Así ha llegado por fin la liberación de los interminables suplicios del pueblo alemán en Austria».228 Tras el discurso de Goebbels continuó el ritual festivo puesto en escena por él, que ya tenía gran experiencia, con los acordes de órgano y la sinfonía coral de Beethoven Los cielos cantan, antes de que se enarbolaran los estandartes y las banderas de asalto al son de la marcha de entrada del Tannháuser wagneriano, se entonaran los himnos nacionales y finalmente apareciera Hitler ante la multitud. A su discurso y a su llamamiento final siguió la oración nacional de petición y agradecimiento. Como en las demás grandes «festividades de la nación», sonaron en todo el Reich las campanas de las iglesias, en los lugares altos ardían las hogueras en señal de regocijo. Al día siguiente, en la última consulta popular del Tercer Reich, a la pregunta: «¿Estás de acuerdo con la reunificación de Austria con el Reich alemán efectuada el 13 de marzo de 1938 y votas a favor de la lista de nuestro Führer Adolf Hitler?» respondieron afirmativamente el 99,08 por ciento de los electores en Alemania y el 99,75 por ciento en Austria.229 Hitler, guiado por la Providencia —así lo hizo creer Goebbels— había llevado una vez más las cosas a buen término. Con gran vehemencia pronunció su discurso la víspera de su cuarenta y nueve cumpleaños, que celebró como una «oración nacional (...) llena de hondo sentimiento, llena de esperanza, fe y orgullo nacional». En nombre del pueblo alemán agradeció al Führer por haber hecho —por medio de su «profunda vinculación al sentimiento y al pensamiento nacional, que tiene su origen en el instinto político»— de la «hora del mayor peligro» la hora de su «mayor triunfo», y del «pueblo más desdichado, al que iluminaba el sol de Dios (...) el más feliz del gran globo terráqueo».230

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En efecto, la gran mayoría de los alemanes veneraba para entonces a este Führer. Se le atribuían todas las cualidades de un superhombre, pues vivía «semejante a un dios» en un «espacio vital» desierto, «solitario, que nada ni nadie podía franquear», destinado exclusivamente para él y en el que nadie, ni siquiera las mujeres, parecía poder entrar. Por consiguiente, eran ellas sobre todo las que le idolatraban, las que se embelesaban cuando le veían en persona, las que incluso en las esquinas de sus casas habían convertido la «hornacina de Dios» en un «rincón del Führer» con fotos y flores. Este culto al Führer se reflejaba en las cartas y regalos de los admiradores, que llegaban diariamente por miles al despacho privado de Hitler. El capitán general Ludwig Beck pensaba que merecía la pena conservarlos en un «museo de la adoración alemana».231 Para la mayoría de los alemanes, Hitler, a modo de sustitución de Dios, estaba por encima de las cosas de la cotidiana vida terrenal. Fuera lo que fuere lo que les aterrorizara del Reich, la injusticia y el mal que sucedieran, él estaba demasiado alto, demasiado excelso, como para que pudieran tener relación con él. Los responsables siempre eran los demás. Incluso el capitán general Fritsch, tan indignamente destituido, resumió: «Sobre el Führer no se puede decir nada malo, pero todo lo que está por debajo de él es horrible».232 Para la tarde del cumpleaños de Hitler, el hombre que había creado ese mito preparó el estreno solemne de la primera parte de la película sobre las olimpiadas Fiesta de los pueblos, de Leni Riefenstahl, en el Palacio de la Ufa situado junto al zoo de Berlín. Estaba pensado al mismo tiempo como un homenaje a la directora cinematográfica y como un particular placer para Hitler. Goebbels había alabado sobremanera los fragmentos de la película que le enseñaron por primera vez en noviembre de 1937: «Incomparablemente buena. Con una fotografía y una representación magníficas. Un gran trabajo. En algunas partes profundamente conmovedora. Leni vale mucho. Estoy entusiasmado».233 En cuanto tuvo ocasión se lo comunicó a Hitler, quien asimismo se mostró muy satisfecho con el trabajo de su directora favorita.234 El 1 de mayo, durante la asamblea festiva anual de la Cámara de Cultura del

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Reich, en presencia de su presidente Goebbels, le entregó el Premio Nacional de Cinematografía. 235 Al día siguiente, el ministro de Propaganda partió con la gran comi tiva de Hitler con destino a Italia para una visita de una semana. En ella también estaban Ribbentrop, Frank, Lammers, Keitel, Himmler, Bouhler, Amann, el doctor Dietrich, el teniente general Von Stülpnagel, el contralmirante Schniewind, Sepp Dietrich y el general de división Bodenschatz. En la Anhalter Bahnhof éstos subieron al tren especial que tenían preparado, mientras que Góring se quedó en Berlín como repre sentante de Hitler. Cerca de la iglesia romana de San Pablo Extramuros, la delegación fue recibida por el rey Víctor Manuel III en una estación de ferrocarril especial, construida expresamente para la visita de Alemania. Los días en la Ciudad Eterna, que estaba decorada con banderas, haces de lictores y esvásticas, transcurrieron entre recepciones, visitas y consultas, durante las cuales Hitler creyó oír que Italia le iba a dar vía libre con respecto a Checoslovaquia. Desde Roma el séquito se dirigió hacia Ñapóles, donde se presentó a los visitantes alemanes la marina de guerra italiana, el orgullo del Duce, la cual daba «una contundente imagen de fuerza», pese a que más tarde fracasaría estrepitosamente. Cuan do el buque insignia Conti de Cavour, desde donde el rey italiano y Mussolini habían seguido junto con Hitler el desfile de barcos en el golfo de Napóles, entró de nuevo en el puerto la tarde del 5 de mayo, le llegó a Goebbels por radiotelegrafía la noticia de que en Berlín su esposa Magda acababa de traer al mundo a su quinto hijo, la niña Hedda. 236 En esta época Goebbels acariciaba la idea de obligar a Magda a que consintiera su relación con Lida Baarova. Hacía mucho que él no la ocultaba, sino que incluso en algunos actos oficiales ya se mostraba sin inhibiciones ante la opinión pública berlinesa en compañía de la actriz. Ya fuera en el estreno de su película El murciélago en el Capítol, cuyo éxito se mojó a continuación en el club de artistas, 237 o durante una visita al teatro de la Saarlandstrasse, donde Lida Baarova compartía escenario con Rene Deltgen, 238 Goebbels siempre presentaba, no sin orgullo, a su conquista. Incluso en el estreno de la película olímpica de Leni Riefenstahl, al que acudieron casi al completo las personalidades par-

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das, apareció con Lida Baarova.239 Ya en diciembre de 1937 Goebbels se había salido de la mansión de Schwanenwerder y se había alojado en la casa de los caballeros del jardín para no ser «molestado». Sin embar go, la mayor parte del tiempo que compartía con Lida Baarova la pasaba en Lanke am Bogensee. Se desplazaban hasta la idílica casa de troncos, situada en medio de un bosque al norte de Berlín, cuando él, para olvidar las frecuentes «broncas» por las «escenas de celos» de Magda, se daba «para relajarse» un «pequeño paseo» al caer la tarde, ahora cada vez con más asiduidad. Las horas de la tarde, y pronto también las noches, al lado de la joven actriz, apartado de la gran política, le permitían eva dirse de la permanente pose, despertaban viejos esquemas racionales. Cuando se le presentaba el panorama de los valores éticos y morales, se refugiaba aún con más resolución en su ilimitado antisemitismo. Para ello habría múltiples oportunidades en el año 1938, pues su Füh-rer se había decidido, siguiendo los apremiantes consejos del ministro de Propaganda, a disminuir el sector de población judía con la correspondiente presión para que emigrara, y a excluir a los judíos de la vida económica alemana. El 26 de abril de 1938 se promulgó una ordenan za para el registro de los patrimonios judíos que superaran los 5.000 marcos del Reich.Tras examinar las listas, que se elaboraron en las delegaciones de hacienda y en las comisarías de policía locales, Goebbels llegó a la conclusión de que había «muchos ricos y multimillonarios entre ellos» y de que «la compasión aquí estaría fuera de lugar». 240 Este registro y la tercera ordenanza de la ley de ciudadanía del Reich del 14 de junio de 1938, que preveía la señalización y la inscripción de empre sas industriales judías, crearon las bases para futuros planes estatales que Goebbels anunció dentro de ese mismo mes. «Se procuraría a través de medidas legales» acabar en breve con la influencia judía también en la economía.241 Al mismo tiempo se produjo una oleada de detenciones y terrorismo en el Reich. Se había retrasado repetidas veces en atención a los acontecimientos de la política interior. Esta acción —«la policía actúa con aspecto legal, el partido finge ser un espectador», decía la orden de Goebbels—242 estaba dirigida a los llamados judíos con antecedentes

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penales, que habían sido clasificados como «vagos» y «asociales». Las declaraciones de Goebbels del 3 de junio pusieron de manifiesto que se trataba más bien de los judíos en general. Al conde Helldorf, con el que organizó y desarrolló la acción en la capital del Reich, le dijo Goebbels que su objetivo era la «expulsión de los judíos de Berlín.Y sin sentimentalismos».243 El 10 de junio Goebbels instigó a 300 oficiales de policía, metiéndoles en la cabeza su odio con machaconería: «La ley no es la consigna, sino una cortapisa». Abandonó el acto con el convencimiento de que la policía le ayudaría en ese asunto. 244 Lleno de satisfacción observó: «Ahora Helldorf procede radicalmente en la cuestión judía. El partido le ayuda. Muchas detenciones (...). La policía ha entendido mis instrucciones. Limpiaremos Berlín de judíos. Ahora ya no voy a ceder. Nuestro camino es el correcto».245 Al mismo objetivo sirvió su discurso pronunciado en la fiesta del solsticio de la capital del Reich el 21 de junio en el estadio olímpico, que aprovechó asimismo para crear una «polémica sin miramientos con el judaismo».246 «¿No es francamente indignante —pregonó— y no le pone a uno la cara roja de rabia el pensar que en los últimos meses han inmigrado a Berlín nada menos que 3.000 judíos? Que se vayan al lugar de donde han venido, que no nos sigan importunando». Goebbels les «aconsejó» que abandonaran Berlín lo antes posible, y advirtió que cuando el nacionalsocialismo hubiera conseguido hacer de esta capital europea, en su día la segunda más roja después de Moscú, «una ciudad verdaderamente alemana», tendría sin duda el derecho de hacer que no se volvieran a perder en el futuro los resultados de esta lucha: «No hemos estado luchando en Berlín durante siete años contra el judaismo internacional para que ahora se extienda en el Berlín nacionalsocialista casi más que antes. Tenemos que protestar de la manera más enérgica contra esta actitud provocadora del judaismo internacional en Berlín».247 Esta rígida manera de proceder se topó con protestas. La prensa extranjera «estaba furiosa» por los pogromos antisemitas en Berlín. A Goebbels esto apenas le irritó; hizo una «declaración tranquilizadora» y ordenó al mismo tiempo que se siguiera con el rumbo marcado. 248 Más problemas le iban a dar pronto los críticos dentro del partido. Su

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antiguo secretario de Estado, el actual ministro de Economía, Funk, intervino y planteó si «todo eso no se podía hacer de manera legal». «Pero se tarda tanto», anotó Goebbels tan enojado como afligido.249 También reaccionó con preocupación el ministro de Exteriores Von Ribbentrop, con el que Goebbels se reunió en el hotel Kaiserhof para una entrevista acerca de la situación de la política exterior. Para aplacar el «miedo» de Ribbentrop, Goebbels le prometió que «procedería de una manera un poco más suave», pero por principio no se apartó ni un milímetro de su deseo de «depurar» Berlín.250 La responsabilidad de que la «cuestión judía» se «complicara mucho» en Berlín, donde se habían producido incluso pillajes 251 a causa de la resistencia que se creó —es posible que Hitler echara un poco el freno—, Goebbels se la imputó sin más a Helldorf. Éste había cambiado sus órdenes «justo por lo contrario». Por «iniciativa» de Helldorf había «pintarrajeado el partido los negocios judíos». Cuando ahora Goebbels fingía en su diario que «estaba reprimiendo los disturbios» junto con Góring, se trataba a fin de cuentas de una pausa forzosa que no cambiaba nada en su propósito de perseguir a los judíos «hasta el último peldaño del patíbulo».252 Aunque hizo saber a las «autoridades competentes del partido», como mera fórmula, que se pondría coto a «todas las actuaciones ilegales», los judíos tenían que «seguir depurando ellos mismos sus negocios (.. .).Y además esta especie de justicia popular también ha tenido sus ventajas. Se ha espantado a los judíos y ahora seguramente se cuidarán de considerar Berlín su Eldorado».253 Hitler defendía la misma opinión. A finales de julio, durante una conferencia al margen del festival wagneriano de Bayreuth, aprobó la manera de proceder de Goebbels. Lo que la prensa extranjera escribiera «no tenía ninguna importancia». Además, lo «esencial» seguía siendo que los judíos se vieran «forzados a abandonar» Alemania, pensaba Hitler.254 Ahora siguieron más medidas contra los ciudadanos judíos, una tras otra. En agosto se les retiró la licencia a los médicos judíos. 255 Desde mediados de mes, «para una mejor identificación», los judíos tenían que llevar un nombre forzoso —Sara para las mujeres, Israel para los hombres— que no sólo se registró en el pasaporte, sino que también

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debía aparecer en los letreros de consultorios médicos o bufetes de abogados. A Goebbels esto le debió gustar mucho, pero también le decepcionaría en el mismo grado la declaración de Hitler de que la «expulsión» de los judíos había de producirse en un plazo de diez años; mientras tanto debían seguir sirviendo a Hitler «como garantía en mano».256 Goebbels no tenía reparos en enriquecerse a costa de los judíos. El antiguo redactor jefe del Angriffy actual primer alcalde de la capital del Reich, Lippert, forzó en nombre de la ciudad de Berlín a Samuel Goldschmidt, propietario de un terreno arbolado de 9.600 metros cuadrados, situado junto al lago en la Inselstrasse 12/14 de Schwanenwerder, a que dirigiera una oferta de venta por el precio irrisorio de 117.500 marcos del Reich «a la capital de Berlín o a un tercero señalado por la ciudad para la cesión de la propiedad».257 El director de la casa banca-ria Goldschmidt-Rothschild tuvo que resignarse y vender su propiedad, que lindaba con la finca de Goebbels. El 30 de marzo de 1938 se firmó el contrato de compraventa entre Goldschmidt y la «capital del Reich, Berlín», después de lo cual Lippert comunicó al notario Otto Kamecke —el abogado defensor de Goebbels en la «época de lucha»— que el «concesionario del terreno» era «el ministro del Reich doctor Joseph Goebbels».258 Mientras tanto, Hitler estaba ocupado con la próxima etapa de su plan expansionista, el desmantelamiento de Checoslovaquia.Ya en agosto de 1937 le había comentado a Goebbels que Checoslovaquia no era «ningún Estado». Un día sería «arrollada».259 Tras la vuelta de Roma impulsó las cosas en este sentido. Cuando el gobierno checo ordenó la movilización parcial, Inglaterra y Francia aprobaron enérgicamente el paso, señalando, con el apoyo de la Unión Soviética, sus obligaciones de asistencia. Como consecuencia, un encolerizado Hitler se vio obligado a interrumpir los preparativos, pero el 30 de mayo de 1938 dio a sus tropas una nueva orden secreta para la destrucción de Checoslovaquia. «Este Estado de mierda», dijo Hitler a Goebbels, tiene que desaparecer, «cuanto antes mejor».260 El 2 de junio explicó a su ministro de Propaganda el proyecto exacto. Goebbels se quedó impresionado de que Hitler ya hubiera «resüel—

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to mentalmente» esta cuestión y de que ya tuviera distribuidos «los nuevos distritos».261 Inmediatamente levantó la prohibición que impedía a la prensa adoptar una postura crítica respecto a Checoslovaquia. En cambio, ahora se daban instrucciones a diario para que se dedicara atención a la política de ese país de orientación «antialemana». Noticias sobre incidentes actuales e informes sobre la opresión y la privación de derechos a que se veían sometidos los alemanes de los Sudetes debían surtir, con una presentación sensacional, un efecto intimidatorio sobre el enemigo. Este trabajo de «alarmismo periodístico» a gran escala262 se lo había encomendado Goebbels a Berndt, después de que Hitler «le cantara las cuarenta» al jefe de prensa del Reich, Dietrich, «porque no se habían destacado ostentosamente los incidentes en Chequia». Fiel a la máxima goebbeliana de «instigar y dar golpes una y otra vez», de no dar tregua hasta reventar,263 Berndt pasaba «en aquella época noches enteras entre mapas oficiales, directorios y registros de nombres y fabricaba noticias difamatorias desde los Sudetes».264 No sólo exageraba hechos insignificantes, sino que a veces vendía acontecimientos pasados como si acabaran de suceder.265 Un ejemplo de sus métodos, tan claro como sugestivo, lo dio Berndt durante una conferencia de prensa, cuando «con los ojos cerrados puso el dedo sobre el mapa de los Sudetes para luego localizar entre risas las noticias sobre atrocidades inventadas en el lugar que había señalado». 266 El propio Goebbels aportó «un mapa de 1919 en el que los checos reclamaban para sí aproximadamente media Alemania». Quería publicarlo «cuando hubiera una buena ocasión».267 Mientras que el gobierno checo reaccionaba con consternación a semejantes prácticas, Goebbels tampoco parecía estar contento con el agravamiento de la crisis que se provocó de esa manera. En conversaciones con su antiguo secretario de Estado Funk, 268 su más íntimo confidente Hanke y Werner Naumann —éste le había llamado la atención a Goebbels cuando era jefe del departamento de propaganda de Breslavia y organizador del «festival lírico» de Breslavia en el año 1937, de manera que le incluyó en su ministerio—,269 el agitador Goebbels expresó a veces durante estas semanas desconcierto y preocupación ante las

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perspectivas bélicas.270 Goebbels, que examinaba detenidamente los informes de opinión de las oficinas de propaganda del Reich y del Servicio de Seguridad, creía percibir en Alemania un «ambiente apático» que no tenía nada en común con el entusiasmo y el júbilo de agosto de 1914.271 Antes bien, reinaba una «seria inquietud» por la situación, todo apuntaba a la guerra —observaba—,272 Parte de la culpa se la atribuyó, con una indirecta a Dietrich, a la prensa, que por una parte provocaba «a la larga un pánico generalizado» entre la población con los continuos ataques a Praga273 y, por otra, había «mellado» antes de tiempo «la afilada arma de la ofensiva».274 No se podía «mantener abierta una crisis durante meses», algo así cansaba a la opinión pública.275 Sin embargo, la intranquilidad de que fue presa, los restos de una realista capacidad de discernimiento, Goebbels fue capaz de eliminarlos enseguida de su conciencia, pues se decía que Hitler sabía perfectamente lo que quería y siempre había utilizado y «aprovechado el momento adecuado».276 En presencia de Hitler, él también opinaba que una vez más Inglaterra no intervendría en caso de conflicto, sobre todo porque su Führer le había dejado entrever que se concluirían pronto las fortificaciones que harían a Alemania «inexpugnable» en el oeste. 277 En Goebbels, quien pensaba que la apreciación de aquél era «siempre únicamente una cuestión de presentimiento»,278 la cercanía de Hitler seguía surtiendo el efecto de un analgésico. Goebbels cobró fuerza y seguridad en un viaje que realizó por la Austria alemana en la segunda mitad de julio, durante el cual visitó Leonding bei Linz, donde había crecido su Führer. En el cementerio del pueblo, ante la tumba de los padres de Hitler, se apoderó de él «la estremecedora impresión de que aquí descansan los padres de un genio histórico muy importante». Permaneció largo rato junto a las tumbas,279 hasta que se le enseñó la casa de los padres, situada enfrente del cementerio. Como si quisiera explicar así su estrecha unión con el Führer, la percibió como un reflejo de su propia casa paterna. Era «muy pequeña y sencilla», escribió. «Me llevan a la habitación que era su reino. Pequeña y humilde. Aquí ha forjado planes y soñado con el futuro». Para terminar pasó cojeando por el jardín y se imaginó de inmediato

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cómo aquí «el pequeño Adolf cogía por las noches manzanas y peras». Por lo que le contaron los compañeros de colegio de Hitler, se enteró de que, cuando era joven, era «siempre el cabecilla», de que hablaba a sus amigos de la historia y era para ellos un «buen camarada». Como en su casa, la madre de Hitler también era «cariñosa y bondadosa», su padre «huraño, taciturno y severo». «Feliz» de estar allí, porque al parecer esa procedencia y el «martirio» que Hitler había tenido que soportar al igual que él en los primeros años —«perseguido, maltratado y detenido por los esbirros del régimen de los Habsburgo»— los había destinado a los dos a algo más grande, volvió a pasar al final por todas las habitaciones e inhaló «profundamente el aire de esta casa». 280 De vuelta en Berlín, se agravó la situación entre él y su esposa Magda.Antes de viajar a Austria había pasado —según él— las mejores vacaciones de su vida en compañía de Lida Baarova en Lanke, 281 adonde para entonces había trasladado su cuartel permanente. No fue hasta principios de agosto cuando le reveló a Magda la verdadera dimensión de su relación con la actriz. «Contento de que hubiera llegado el momen to»,282 resultó sintomático que no hablara directamente con ella, sino que enviara por delante a Lida Baarova, quien, de mujer a mujer, debía preparar a Magda para el propósito de Goebbels de llevar en el futuro un matrimonio de tres. 283 Sólo después del tanteo de su amante, los esposos mantuvieron al día siguiente una «larga discusión», después de la cual Goebbels tuvo la impresión de que «no había quedado todo arreglado, pero sí muchas cosas claras».284 Al parecer Magda se había mostrado dispuesta a aceptar las propuestas de su marido. Sin embargo, durante dos fines de semana que pasaron juntos, Goebbels la provocó de tal manera —en pre sencia suya y de sus invitados anduvo pavoneándose con Lida Baarova en el yate y por la tarde proyectó sus películas en el cine privado— 285 que a Magda se le acabó la paciencia. El 15 de agosto de 1938 dio un paso que Goebbels nunca se habría imaginado. Se dirigió a Hitler con el objeto de poner fin a la situación, que se había vuelto insoportable para ella. El Führer reaccionó «con profunda conmoción», pero, después del escándalo de Blomberg en febrero, temía otro affaire y le pro-

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hibió el divorcio que ella exigía, a sabiendas de que hacía esto «a costa de su propia reputación».286 Hitler hizo llamar a Goebbels en el acto y, durante «una entrevista muy larga y seria», le recordó sus obligaciones y le ordenó categórica mente la inmediata separación de Lida Baarova. Con el fin de presio narle más, vinculó la carrera política de Goebbels a la existencia futu ra del matrimonio con Magda, a la que dejó la última decisión de si accedía o no. Hitler, que sin embargo no quería perder a su más hábil propagandista antes del esperado conflicto militar con Checoslovaquia, jugó primero contra el reloj y ordenó «una tregua hasta finales de sep tiembre».287 Goebbels reaccionó con una «profundísima» conmoción y «absoluto estupor», pero tomó de inmediato una decisión «muy difícil» y «definitiva»: «El deber está por encima de todo. A él hay que obede cer en los momentos más difíciles. Fuera de él todo es variable y tam baleante. Así que me someteré a él. Del todo y sin queja». 288 Tarde, por la noche, mantuvo una última «conversación telefónica, muy larga y muy triste», con Lida Baarova. «Pero sigo siendo duro, aunque el cora zón amenace con rompérseme.Y ahora comienza una nueva vida. Una vida dura, cruel, consagrada al deber. Ya se ha acabado la juventud». 289 Los días siguientes los pasó Goebbels con «cambios de impresiones», alternativamente con Hitler 290 y con Magda. No hay ninguna referencia a que él tramitara realmente en serio la separación de ella. 291 Las notas de su diario apuntan lo contrario. Esperaba que Magda se decidiera positivamente a continuar con el matrimonio después de la fase de tregua convenida: «Hasta entonces pueden cambiar muchas cosas, por las buenas o por las malas. Esperemos que sólo por las buenas. Hay que echar tierra a todo el asunto.Y dejar pasar el tiempo, que como es sabido todo lo cura». 292 Pero, mientras que Hitler se comportó con él «como un padre»,293 sufrió por parte de Magda «una extraordinaria mortificación». 294 Una y otra vez se quejaba de lo «dura y cruel» que era Magda con él. 295 Él mismo atravesó —como escribió lleno de autocompasión— la etapa más difícil de su vida. Su corazón estaba «herido de muerte», sólo dormía «con fuertes medicamentos» y no comía nada durante días. 296 Aparte de Hitler, sólo encontró apoyo en su madre y

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en su hermana María, con las que pasaba largas tardes en busca de consejo.297 Para Lida Baarova, la separación de Goebbels significó también el final de su carrera en Alemania. En vano intentó hacer cambiar de opi nión a Goebbels a través de su amiga Hilde Korber, la segunda mujer del directorVeit Harían. Goebbels defendió ante Hilde Korber «la necesidad» de su actuación y «la irrevocabilidad» de su decisión. 298 Lida Baarova perdió de inmediato su papel protagonista en la película La amante, que pasó aViktoria von Balasko después de que el médico contratado de la Ufa diagnosticara de repente una «lesión valvular». Su película ya rodada Historia de amor prusiana, que —iniciada por Goebbels— contaba en clave la historia de amor de ambos, fue prohibida y no llegó a los cines hasta 1950 bajo el título Leyenda de amor. Sin embargo, a ella aún le esperaba su momento más amargo. «Todo el pensamiento» de Hitler «está ocupado en este momento por cuestiones militares», 299 constató Goebbels, que estaba todavía más sumiso que de costumbre por su mala conciencia. Deliberaba con su Führer casi diariamente. Unas veces era el tema los estados balcánicos. Hitler no quería «renovar» los pueblos, «sobre todo a los checos», con «sangre alemana», sino «empujarlos fuera» de sus territorios y tomar posesión de su suelo, 300 lo que Goebbels admiraba como «muy claro, duro, pero también consecuente». 301 Inglaterra —pensaba Hitler— «estorbaba» el impulso expansionista alemán.302 También el 31 de agosto, cuando Goebbels visitó a Hitler en el Obersalzberg, la postura de Inglaterra volvió a ser el centro de las conversaciones, aparte de las cuestiones militares.303 Para el caso de que no aceptara un ataque alemán a Checoslovaquia, planeado para octubre, 304 se habían hecho importantes preparativos militares, dijo tranquilizadoramente Hitler a su ministro de Propaganda. Pero esto no correspondía a la realidad, pues el Füh rer contaba con que Inglaterra retrocediera finalmente ante el conflicto. En su transcurso también empezó a «rodar el trabajo bélico» 305 del Ministerio de Propaganda, pues desde el principio no era objeto de discusión entre la dirección nacionalsocialista y la Wehrmacht que la «guerra propagandística» debía estar en igualdad de condiciones con

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la «guerra armada» en un conflicto militar.306 La propaganda fue por primera vez parte oficial de la Wehrmacht durante las maniobras de septiembre de 1937, cuando se permitió que «entrara enjuego» una sección de maniobras del ministerio de Goebbels equipada con los vehículos y medios técnicos más modernos.307 En la sección general de defensa del Reich integrada en el ministerio de Goebbels, se iniciaron en 1935 deliberaciones sobre cómo una «guerra propagandística» podría completar la «guerra armada». En el transcurso del verano de 1938,Wilhelm Keitel, del Alto Mando de la Wehrmacht, y Goebbels se pusieron de acuerdo sobre el reparto de tareas en caso de guerra.308 En los «Fundamentos para la gestión de la propaganda durante la guerra» se estableció que la «asistencia moral» en la tropa, la «propaganda activa en la zona de operaciones» y la «agitación en las fuerzas armadas o la clase obrera enemigas» pertenecían a las competencias organizativas de la Wehrmacht, pero sus contenidos y directrices psicológicas debían ser determinados de manera responsable por el ministerio de Goebbels.309 Siguiendo la propuesta de Bruno Wentscher, que desde mediados de julio de 1938 dirigía la sección de defensa del Reich, 310 se crearon las denominadas «compañías de propaganda».311 En agosto fueron integradas en la Wehrmacht según las órdenes.312 Mientras tanto Hitler, ante el cual Goebbels había visto desfilar a las delegaciones alemanas de los Sudetes con un «torrente de fanatismo y confianza»313 durante la «Fiesta alemana de gimnasia y deporte» celebrada a finales de julio de 1938 en Breslavia, impulsaba con perseverancia la solución del «problema» checoslovaco. Durante su discurso final en el congreso del partido de Nuremberg, anunció que no estaba en modo alguno dispuesto a «seguir presenciando con un silencio infinito la opresión de los compatriotas alemanes en Checoslovaquia». Cuando en el territorio de los Sudetes fracasó un intento de revolución escenificado por los nacionalsocialistas y se desencadenó en el Reich una agitada actividad militar, en resumidas cuentas, cuando todos los indicios apuntaban a un enfrentamiento armado cercano, intervino el primer ministro británico, Chamberlain. El 15 de septiembre, el político del apaciguamiento, dispuesto a hacer concesiones, se reunió con

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Hitler en su casa de la montaña, el Berghof, y siete días más tarde en Bad Godesberg. Sin embargo, las conversaciones no tuvieron éxito, pues el 22 de septiembre Hitler no limitó sus pretensiones a los territorios germanos de los Sudetes, sino que exigió ahora cesiones de territorio a Polonia y Hungría. Para el 26 de septiembre convocó un mitin en el palacio de deportes, que debía preparar definitivamente a la opinión pública alemana para la inminente guerra contra Checoslovaquia. Goebbels asumió la tarea de ponerle de manifiesto a Hitler la supuesta disposición de los alemanes para la guerra: «Puede confiar en su pueblo (...). Como un solo hombre marcha unido en pos de usted. Ninguna amenaza ni ninguna presión (...) eso bien lo sabemos, pueden disuadirle de la indispensable pretensión legal suya y nuestra. En estas ideas y en esta inquebrantable fuerza de persuasión todo el pueblo alemán está de acuerdo con usted. A menudo lo hemos aprobado en los grandes momentos de la nación (...). Ahora, en el momento de la decisión más importante, lo repetimos ante usted con toda la fuerza de nuestro corazón: ¡Führer, ordena, nosotros te seguimos!».314 Una vez que Hitler hubo terminado su discurso con un delirio extático, en medio de la caldeada atmósfera del palacio de deportes, lleno con 20.000 personas que gritaban de júbilo, Goebbels se erigió por segunda vez «en esta hora histórica» en «portavoz de todo el pueblo» e hizo una declaración de fidelidad. «Nunca —dijo— se repetiría un noviembre de 1918». Cuando pronunció esta frase —así lo observó el comentarista de radio americano William L. Shirer— Hitler levantó los ojos hacia Goebbels, como si fueran exactamente esas palabras las que él llevaba buscando toda la tarde. Hitler saltó de su asiento y gritó con un «inolvidable fanatismo en sus ojos, con todas sus fuerzas: "Sí". Luego, agotado, se volvió a hundir en su asiento».315 En este fanatismo se refugió Goebbels cada vez más cuando —como tan a menudo en estos meses de crisis— se apoderaba de él de forma subliminal el miedo a la guerra; así sucedió durante la marcha de una división a través de Berlín el 27 de septiembre: al día siguiente, durante el almuerzo en la cancillería del Reich, exteriorizó su miedo con la

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esperanza de que su Führer se lo quitara. El secretario de Estado del Ministerio de Exteriores, Ernst von Weizsácker, relata que Goebbels dijo «en voz alta al Führer por encima de todos los presentes (...) con valentía en el momento adecuado», que «la opinión pública alemana estaba (...) de hecho muy en contra de la guerra».316 La confusión surgida por las advertencias de la marina y del ejérci317 to —por ese motivo el jefe del Estado Mayor del Ejército, Beck, había presentado su renuncia el 19 de agosto—, pero sobre todo las noticias del extranjero, que apuntaban a una postura decidida de las potencias occidentales, obligaron a Hitler finalmente a conformarse con el territorio alemán de los Sudetes. El 29 de septiembre, Chamberlain, Daladier, Hitler y Mussolini, llegado como intermediario, firmaron el Pacto de Munich, que se impuso con una enorme presión al gobierno checoslovaco. Así pues, el 1 de octubre de 1938 tuvo lugar la entrada de tropas alemanas en la zona de los Sudetes, que Hitler ya había exigido en su entrevista con Chamberlain en Godesberg, pero sin éxito pese a la diferencia de pocos días. Toda Europa respiró aliviada; muchos creyeron que se había salvado definitivamente la paz. Sin embargo, el comandante en jefe del ejército, el capitán general Von Brauchitsch, telegrafió a Goebbels que esta vez las armas no habían «podido hablar», y en cambio sus armas, la prensa y la propaganda, se habían llevado la victoria. 318 La decepción de Von Brauchitsch iba a durar poco tiempo, pues Hitler, enfadado porque se le había impedido la guerra y porque Chamberlain le había desbaratado la entrada en Praga, seguía poniendo firmemente las miras en su verdadero objetivo.319 Sólo tres semanas después, el 21 de octubre de 1938, dio la orden a la Wehrmacht de que se preparara para destruir el «resto de Chequia» y tomar posesión del territorio de Memel. En esta época se seguía agravando la situación privada de Goebbels, pues durante la «fase de tregua» no salió de parte de Magda ninguna señal de transigencia. Goebbels, atormentado por una fuerte fiebre y un «loco dolor de corazón», tomó la «firme decisión» de poner fin a esa situación y envió a su secretario de Estado Hanke como mediador ante Magda, ya que él tenía «cerrado cualquier camino».320 Un pequeño rayo

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de esperanza para Goebbels supuso la conversación de Hitler con Magda en el Berghof el 21 de octubre de 1938. 321 Dos días más tarde, el 23 de octubre, siguió otra entrevista entre ella, Hitler y Goebbels. 322 Después de que Hitler dejara claro que quería que el matrimonio se mantuviera «por razones de política de Estado», Magda aceptó ahora un periodo de prueba de tres meses,323 con la condición de que su esposo mostrara una absoluta buena conducta. En el caso de que no se produjera una reconciliación entre ellos, Goebbels tendría que renunciar a su cargo. 324 Al mismo tiempo aumentó la presión a Lida Baarova.A ello dio lugar el estreno de su película El jugador, basada en la novela de Dostoievski, que se celebró a finales de octubre en el Gloria-Palast de la avenida Kurflirstendamm. Cuando Goebbels «examinó» la película en julio, su crítica fue verdaderamente entusiástica: «Un ambiente magnífico, una realización psicológica magistral. Estoy encantado». 325 Lida Baarova representaba el papel de la hija de un general ruso endeudado, la cual, al no llegar una herencia que se esperaba urgentemente, busca refugio en casa de su preceptor, que gana 100.000 florines en la mesa de jue go con la última moneda de oro. En una escena ella le pide dinero a su padre, pero él la rechaza con las palabras: «Pide el dinero a tu doctor. Él tiene más que yo». En ese momento resonaron en la sala de cine, que estaba ocupada al completo, silbidos y abucheos. «¡Fuera, puta del ministro, fuera!», gritaron los alborotadores por encargo. El tumulto que se escenificó sólo terminó cuando se interrumpió la proyección. Así pues, la película había fracasado y fue suprimida inmediatamente de la cartelera.326 Lida Baarova sufrió una crisis nerviosa. 327 Observada a cada paso por la Gestapo, tuvo que retirarse por completo de la esfera públi ca por orden de Helldorf. También se estorbaron sus planes de renovar los viejos contactos con Hollywood. El miedo a que se diera a cono cer el escándalo en el extranjero indujo a Hitler a prohibirle la salida a través de su ayudante Schaub. Finalmente consiguió huir a Praga con la ayuda de un amigo en el invierno de 1938-1939, pero también allí la alcanzaría pronto el pasado. 328 Las noticias que llegaron desde la capital francesa el 7 de noviem bre desviaron la atención del escándalo. En París, un desesperado hom-

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bre joven llamado Herszel Grynszpan, cuya familia pertenecía a los judíos polacos deportados del Reich, había querido matar, al parecer, al embajador alemán en aquella ciudad el 7 de noviembre de 1938, pero en realidad había abatido con una pistola a Ernst von Rath, tercer secretario de la delegación. Apenas se le había llevado al hospital herido de gravedad cuando Goebbels ya estaba dando instrucciones a la radio y a la prensa para que atacaran en sus noticias, que se debían presentar con grandes titulares, a la «facción de emigrantes judíos» y a la «banda internacional de criminales judíos» como los autores del atentado.329 En el Volkischer Beobachter quedaron claros los objetivos relacionados con ello; allí se decía que era una situación intolerable el que miles de judíos dominaran todavía calles comerciales enteras, que llenaran los lugares de ocio y que como «propietarios extranjeros de casas» se embolsaran el dinero de los inquilinos alemanes, mientras que fuera los «de su misma raza» exigían la guerra contra Alemania y mataban a tiros a los diplomáticos alemanes. 330 Después de los discursos provocadores de algunos jefes de grupo locales, el 8 y el 9 de noviembre ya se produjeron agresiones antisemitas en algunas ciudades de los distritos de Kurhesse y Magdeburgo-Anhalt, posiblemente por iniciativa del Ministerio de Propaganda y de sus departamentos exteriores. «¡Ojalá no se muera!», con esta frase comenzaban muchas conversaciones de judíos, que temían justificadamente que la muerte de Rath resultara muy oportuna para los antisemitas. 331 Pero la tarde del 9 de noviembre el diplomático sucumbió a sus graves heridas. Alrededor de las siete de la tarde la noticia entró en las redacciones a través de las llamadas en cadena de la Agencia Alemana de Noticias. Apenas dos horas más tarde llegó al antiguo ayuntamiento de Munich, donde la dirección del partido estaba decidiendo los actos conmemorativos anuales en recuerdo de la marcha a la Feldherrnhalle. Un mensajero se la susurró a Hitler al oído, tras lo cual éste habló «muy en serio» con Goebbels, que estaba sentado a su lado, pero tan bajo que no entendieron nada ni siquiera los que estaban sentados más cerca.332 Después hitler abandonó la reunión. Estaba decidido a dar un aviso, entre otras cosa.

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porque el Pacto de Munich había desbaratado sus planes.Ya le había dado a Goebbels las instrucciones más inmediatas, pero sin haber hablado personalmente con los «condecorados con la Orden de la Sangre», 333 como venía sucediendo en los últimos años. Goebbels se encargó de ello. Alrededor de las diez de la noche accedió cojeando a la tribuna, comunicó con consternación el fallecimiento del diplomático y se explayó en largas invectivas contra el «judaismo internacional». Allí mencionó expresamente que la «cólera del pueblo» ya se había abierto paso y añadió que no correspondía al partido preparar y realizar semejantes manifestaciones, pero que tampoco se debía intentar impedirlas mientras que se produjeran espontáneamente. Así quedó fijado el «itinerario» que había acordado con Hitler poco antes. Que fue entendido «correctamente» lo prueba un documento interno del partido del año siguiente, en el que se decía: «Las instrucciones de palabra que dio el jefe de propaganda del Reich fueron entendidas por todos los líderes del partido allí presentes en el sentido de que el partido no debía aparecer hacia el exterior como el iniciador, pero en realidad sí tenía que organizarías y llevarlas a cabo».334 Esto respondía a la táctica que Goebbels ya había hecho poner en práctica a Von Helldorf en junio. Los correspondientes departamentos de propaganda de los distritos eran los encargados de dirigir las acciones. Tanto a ojos de Hitler como de Goebbels había llegado la hora para un pogromo apoyado por el gran público. Así, en las primeras horas de la madrugada del 10 de noviembre, estalló el infierno en todas las partes del Reich. Grupos de miembros de las SA en traje de civil —en algunos casos también de las Juventudes Hitlerianas— entraban por la fuerza en las sinagogas, las devastaban y las incendiaban. Se rompían los escaparates de los negocios judíos y se tiraban a la calle los materiales y objetos expuestos. Iban merodeando por las calles, sacaban violentamente a los vecinos judíos de sus camas, los maltrataban e incluso los mataban. Más de 20.000 personas fueron cargadas como animales en camiones y deportadas a los campos de concentración de Dachau, Buchenwald u Oranienburg, de los cuales la mayoría no regresó. Lo que los alemanes debían conocer acerca de estos horrores lo deter-

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minó Goebbels al mediodía del 10 de noviembre, cuando dio instrucciones a la radio y a la prensa de qué y cómo debían informar. Aquí y allá se habían roto lunas, las sinagogas se habían incendiado solas o habían ardido de algún modo —expuso, quitándole importancia al asunto—. Las noticias —según Goebbels— no debían aparecer en titulares demasiado grandes. Había que redactar los comentarios aclarando «que una comprensible indignación de la población había dado una respuesta espontánea al asesinato del consejero de la legación». 335 Durante la obligada conferencia de prensa de la tarde en su ministerio, Goebbels explicó a los corresponsales extranjeros que todas las informaciones que habían llegado a sus oídos sobre supuestos saqueos y destrozos de la propiedad judía eran «asquerosas mentiras». A los judíos «no se les ha tocado ni un pelo».336 La mayoría de los representantes de la prensa extranjera no se dejaron impresionar por semejantes afirmaciones. Así, por ejemplo, los corresponsales del New York Times y del londinense Daily Telegraph informaron por extenso sobre los pogromos en la capital del Reich, que ellos habían presenciado muy de cerca. Sobre las reacciones de la población escribieron que algunos habían gritado «¡abajo los judíos!», que la gentuza de la gran ciudad había saqueado los negocios después de que las SA terminaran su obra de destrucción. Pero también dieron cuenta de que una mayoría estaba «profundamente consternada ante estos fenómenos». Esto no se podía leer en el Reich, pues Goebbels había impedido por medio de incautaciones la distribución de estos periódicos en Alemania.337 Pero, en general, las reacciones del extranjero al pogromo más grande y cruel que hasta ahora había tenido lugar en suelo alemán fueron muy moderadas. Todo lo que hizo el presidente americano Roosevelt fue ordenar volver a su embajador para que le informara. Si bien en Nueva York se produjeron manifestaciones, las contramanifestaciones de la Federación Germano-Americana de los nacionalsocialistas contaron con protección policial; en estas últimas se celebraba al Reich alemán como bastión contra el comunismo. Cuatro semanas después del terror antisemita, Francia recibió al ministro de Exteriores alemán con

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los mayores honores protocolarios de una visita de Estado, en la que Ribbentrop y el ministro de Exteriores francés Bonnet presentaron una declaración conjunta germano-francesa. París reconocía así, entre otras cosas, el proceder alemán en Renania, mientras que respecto al pogromo contra los judíos no pronunció ninguna palabra crítica.338 La situación se hizo aún más amenazadora para los judíos cuando en febrero de 1939 Londres puso freno a la inmigración judía y, con vistas al apoyo árabe necesario para la protección del Canal de Suez, atenuó su aprobación para la creación de un Estado judío, de manera que ahora los judíos sólo podían emigrar a Palestina de manera ilegal. Esto a su vez daba finalmente impulso en Berlín a aquellas fuerzas que querían proceder con radicalidad en la «cuestión judía». Esa tendencia quedó patente cuando se dieron cuenta de que los judíos estaban asegurados y de que, por tanto, eran los seguros alemanes y la economía nacional los que tenían que pagar los destrozos. Por eso, después de la Noche de los Cristales Rotos, se intentaba hacer gestiones concretas para eliminar a los «no arios» de la economía nacional. Hans Fritzsche, que asumió en diciembre de 1938 la jefatura del departamento de prensa nacional del Ministerio de Propaganda, hasta entonces en manos de Berndt, declaró ante el tribunal militar internacional de Nuremberg respecto a la postura de Goebbels: «De vez en cuando hay que ser radical», observó, y al ministro de Economía Funk, que siempre había manifestado «que no se puede eliminar a los judíos de la economía», hubo que demostrarle que sí se podía organizando los disturbios del 9 de noviembre.339 El día que siguió a la noche del pogromo, Goebbels se sentó a mediodía a la mesa de Hitler y explicó para algunos de los presentes «el sentido de esta acción de manera convincente».340 Si se da crédito a Góring, Goebbels, en calidad de jefe del distrito berlinés y en relación con los judíos adinerados que vivían en la capital del Reich, abogó entre otras cosas porque los distritos percibieran multas de ellos. Góring defendía la opinión de que las «multas» debían entregarse al Reich.341 Finalmente, Hitler encomendó a Góring que organizara una comisión de la que también debía formar parte Goebbels. Aun antes de que se constituye-

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ra la comisión, Goebbels habló por teléfono con el ministro de Economía Funk, el 11 de noviembre, y le hizo saber que el Führer había dado a Góring una orden conforme a la cual se debía excluir completamente a los judíos de la economía.342 En la gran sala de juntas del Ministerio del Aire del Reich, se reunieron el 12 de noviembre de 1938 Goebbels, Góring, el ministro de Economía Funk, el ministro de Hacienda Schwerin von Krosigk, el ministro de Comercio austriaco Hans Fischbock, el jefe de la policía del Estado y del Servicio de Seguridad Heydrich, y el jefe de la policía del orden Daluege, para «resolver de una manera u otra» la «cuestión judía».343 Después de que Góring, responsable del plan cuatrienal, debatiera con Funk, para empezar, el problema económico surgido con el pogromo, intervino Goebbels, incompetente en cuestiones económicas, y llevó las negociaciones a una dirección muy distinta. Exigió una ordenanza que prohibiera a los judíos asistir al teatro, a los conciertos, a las varietés, a los cines y al circo alemán, es decir, a cualquier clase de actos culturales. Además se indignó de lo inadmisible que era que un judío utilizara en el tren el mismo departamento de cochecama que un alemán. «Por tanto, debe publicarse un decreto del Ministerio de Transportes del Reich de manera que se establezcan departamentos especiales para los judíos y que, cuando dicho departamento esté lleno, los judíos no tengan derecho a un asiento, sino que sólo cuando todos los alemanes estén sentados reciban un departamento especial, de forma que los judíos no se mezclen con los alemanes y permanezcan de pie en el pasillo en caso de que no haya sitio». Tras algunas objeciones de Góring, que se burló de Goebbels por su pesadez, éste, poseído por un odio a los judíos verdaderamente maniaco, exigió además que se los eliminara de los baños y de los lugares de esparcimiento «alemanes», de los lugares de ocio, de las escuelas, incluso del «bosque alemán». Como «espantoso ejemplo» mencionó el Grunewald berlinés, donde los judíos andaban de acá para allá «en manadas», provocando. Góring se siguió mofando del ministro de Propaganda cuando éste le propuso delimitar partes del bosque expresamente para los judíos y

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soltar allí animales que «se les parecen muchísimo», por ejemplo el alce, por su gran nariz. Sin embargo, Goebbels hizo constar en su diario que había trabajado con Góring «fabulosamente». Él también «aborda el tema con dureza».Y esta valoración respondía a la realidad. Después de que Góring volviera a encauzar el diálogo por el camino que le interesaba y de que consultara para ello a un representante de la economía de seguros, se dispuso que éstos tenían que pagar los desperfectos, pero que el gobierno del Reich confiscaría inmediatamente esas sumas de dinero. Además se impuso a los judíos una «prestación de desagravio» que ascendía a 1.000 millones de marcos del Reich, a la que tenían que contribuir aquellos que poseyeran un capital de 5.000 marcos o más. El patrimonio judío en Alemania se estimó en 5.000 millones de marcos, y se fijó un «impuesto» del 20 por ciento —«una buena sangría», a juicio de Goebbels—.344 Después de la conferencia observó con satisfacción que la «opinión radical» había vencido y que ahora se iba a hacer «tabla rasa».345 Ese mismo día, las medidas debatidas para la exclusión de los judíos de la vida económica alemana fueron publicadas en el boletín oficial del Reich: las últimas empresas y negocios que se encontraran en posesión judía tenían que ser «"arianizados" forzosamente», es decir, vendidos por un precio irrisorio y los beneficios ingresados en cuentas bloqueadas que fueron confiscadas por el Reich alemán durante la guerra. Otra de las medidas que ordenó Goebbels fue prohibir a los judíos la asistencia a cualquier tipo de actos culturales, ya fuera teatro o concierto, cine o exposición. Además consideró que «ya no resultaba viable» que fueran al circo.346 Lo mismo se aplicó para otros sectores, prohibiendo a los niños judíos asistir a clase y denegando la admisión a los judíos en general a los lugares de descanso y recreo. A principios del año 1939 Góring encomendó a Heydrich que «llevara a cabo la expatriación judía de todo el territorio del Reich».347 A aquellos que se sentían «obligados» a «compadecer a los pobres judíos después de este proceso de segregación» les contestó que no tenían «ni idea de lo profundamente que el influjo judío había corroído la vida cultural alemana en el pasado». Alabó la «nítida separación» entre los alemanes y

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«los elementos parasitarios del judaismo internacional» que habían realizado los nacionalsocialistas.348 Mientras tanto seguía en marcha la campaña propagandística de Goebbels contra el «enemigo internacional de los pueblos». En ese sentido, las noticias periodísticas tenían por objeto sugerir la formación de un frente defensivo europeo, como cuando se leía sobre las exigencias belgas de que se contuviera el flujo de inmigrantes judíos, sobre el llamamiento a las «depuraciones» que se dejaba oír en París o sobre la prohibición de votar que afectaba a los judíos en Eslovaquia. 349 En el Volkischer Beobachter quedaban claros los objetivos de la campaña: «El crimen de Grynszpan motivará esta vez más allá de nuestras fronteras la conclusión de que en este caso no se trata de castigar un asesinato alevoso, sino de neutralizar el foco de la peste, del que sólo sale muerte, destrucción y ponzoñoso odio para todo el mundo (...). Ahí el judaismo internacional350 apuntaba al corazón de Europa».351 El obsesionado Goebbels se veía ahora bastante más cerca de su idea delirante de evitar la «decadencia de Occidente» que perseguía el «judaismo internacional». La privación de derechos y la depauperación sistemática de los judíos alemanes habían comenzado. De ahí a pensar también en su aniquilamiento físico había sólo un paso, pero decisivo. Pero de momento no había llegado la hora. Esto lo demostró la proclama de Goebbels del 19 de noviembre, con la que reconocía de forma indirecta que todavía había personas que rechazaban esta manera de proceder. Ordenó que los artículos de prensa se cerraran de manera tendenciosa: «Pueblo alemán, ahora has tenido la oportunidad de leer cómo y dónde los judíos te han perjudicado. Cuando ahora te encuentres con un descontento compatriota, sabrás que es uno de aquellos que todavía no lo han entendido, que pertenecen por tanto a los que siempre dicen que no a todo. No te olvides de él. Ésos son los hombres que dejan al Führer en la estacada».352 Finalmente lamentó el 24 de noviembre en la conferencia de prensa que todavía una «capa de quejumbrosos burgueses» hablara de los «pobres judíos» e intercediera en su favor a la menor oportunidad. No podía ser «que sólo el Estado y el partido sean antisemitas».353 Aunque Goebbels luchaba enérgicamente contra

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ello, aunque conseguía comprometer a las «masas populares» con el Führer, no alcanzaba su objetivo de armonizar a éste y al «pueblo» en la «cuestión judía». Esto quedaba patente en el hecho de que la mayoría de los alemanes no quería considerar el pogromo como obra de Hitler. Para ello se necesitó una larga guerra, que insensibilizó a las personas y que convirtió su propia voluntad de sobrevivir en la grandeza más absoluta; sólo así sería posible lo inconcebible. Un reflejo del agravamiento general del ambiente fue también un discurso confidencial en el que Hitler, a la sombra de la consternación provocada por el pogromo contra los judíos del 10 de noviembre, dio a conocer sus directrices sobre el nuevo rumbo propagandístico en el edificio de la jefatura situado en la Kónigsplatz de Munich.354 Su objetivo era saber que se pondría fin a la actual «propaganda pacífica» cuando comunicó a los altos funcionarios del aparato de propaganda, Goebbels, Amann, Hanke, Dietrich, Rosenberg, así como a unos 400 periodistas y editores, que el «disco pacífico ya lo tenemos rayado». 355 Las «circunstancias» le habían «obligado a hablar casi exclusivamente de la paz durante décadas», manifestó Hitler. Era evidente que eso también tenía su «lado preocupante», pues muchas personas podían interpretar «con demasiada facilidad» que el régimen en sí era idéntico a la decisión y a la voluntad de conservar la paz bajo cualquier circunstancia. Pero esto no sólo conduciría a una falsa apreciación de los objetivos de este sistema, sino que llevaría sobre todo a que la nación alemana, en lugar de estar preparada frente a los acontecimientos, se viera poseída por un espíritu que a la larga cuestionaría los éxitos del régimen como derrotismo. Por eso era necesario ir reorientando psicológicamente al pueblo alemán y hacerle ver poco a poco que había cosas que se debían imponer por medio de la fuerza. Pero era preciso no propagar la violencia como tal, sino presentar al pueblo alemán determinados fenómenos de la política exterior de tal manera que «la voz interior del pueblo» empezara «progresivamente a pedir violencia». Eso significaba «presentar determinados fenómenos de tal manera que en la mente de la gran masa popular vaya surgiendo automáticamente este convencimiento (...). Si esto no se puede solucionar por las buenas, entonces

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hay que solucionarlo por la fuerza: pero las cosas no pueden seguir as í en ningún caso».356 Como parte de esta reorientación psicológica de la población, había que inyectarle confianza en sí misma. Así pues, Goebbels subrayó de manera especial en la propaganda, aparte de la dirección nacionalso cialista y del «poder» del pueblo alemán, la fuerza militar de la Wehrmacht como razón por la cual Alemania había recuperado su posición de potencia mundial. El mismo proporcionó el marco cuando —en su discurso inaugural de la campaña electoral para las elecciones complementarias que se iban a celebrar en los Sudetes alemanes para un Parlamento pangermano el 19 de noviembre— declaró que aquello que parecía un «milagro», es decir, que el Reich se hubiera vuelto a fortalecer pasando de la «mayor caída» de su historia a ser «la potencia militar más fuerte del mundo», se debía a que el pueblo alemán había recobrado su «propia fuerza» y a la dirección estatal «verdaderamente virtuosa» de los nacionalsocialistas; su secreto residía en hacer «lo correcto en el momento adecuado».357 El ministro de Propaganda recordaba con insistencia a sus oyentes alemanes de los Sudetes y a los de los receptores públicos que ahora eran «miembros de una gran potencia mundial». «La Wehrmacht, la cual hemos construido en cinco años y medio con el mayor sacrificio y con los mayores peligros en el Reich, es ahora vuestra Wehrmacht. Y los buques de guerra alemanes (...), que hoy en día surcan los mares como orgullosos testigos de la fuerza alemana y de la grandeza alemana, son ahora vuestros buques de guerra. Son también los testigos de vuestra fuerza y de vuestra grandeza, de vuestro orgullo y de vuestra adhesión al Reich». 358 Como es lógico, la prensa también debía desempeñar esta y seme jantes «tareas constructivas» antes del golpe al «resto de Chequia».El 19 de octubre se dieron instrucciones a los representantes del Ministerio de Propaganda para que contribuyeran intensamente a la «populariza ción de la Wehrmacht». 359 «Con un efecto continuo y de larga duración», debía consolidar «la confianza del pueblo alemán en sus propias fuerzas y en sus medidas de presión militar» y además movilizar todos los recursos disponibles y abrir todas las sendas periodísticas. 360 Se de-

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bían evitar descripciones «que muestren el horror de la guerra y el sufrimiento del individuo».361 En su lugar había que destacar el «carácter heroico inmanente a la guerra» y la «natural alegría del combatiente por el triunfo».362 La radio daba publicidad al «maravilloso compañerismo» entre los soldados y la población con emisiones como «Guarniciones en las fronteras de la Gran Alemania», que retransmitían la emisora alemana y las emisoras del Reich de Berlín, Konigsberg, Hamburgo, Frankfurt,Viena y Breslavia.363 Mientras que se preparaba así a la población para la guerra, los altos funcionarios del partido se ocupaban de la crisis matrimonial del ministro de Propaganda y de sus detalles picantes. Magda Goebbels había acudido a Emmy Góring para quejarse de su sufrimiento por «el diablo» que encarnaba su marido, mientras que Goebbels supuestamente se lamentó ante Góring de lo «fría» que era su esposa y de lo «imprescindibles que le resultaban otras mujeres».364 Lo que durante años se había cuchicheado en voz baja, ahora se convirtió en un «escándalo de rumores» en el que todos se cebaban gozosamente. 365 El secretario de Estado de Goebbels, Hanke, que cortejaba a Magda cada vez con más éxito, le contó a Speer «medio divertido, medio indignado» cómo antes Goebbels solía chantajear a jóvenes actrices.366 También le informó de la «unánime rabia»367 que imperaba en los círculos artísticos y del partido por las impertinencias de Goebbels. En general, la curiosidad por el nuevo estado del asunto se mezclaba con una indignación a menudo fingida por el hecho de que Goebbels hubiera despreciado la confianza que el Führer había depositado en él. Desde todas partes confluían el escarnio y la burla en el ministro de Propaganda. El diario de su enemigo íntimo Rosenberg da testimonio de ello con especial viveza. Se escandalizaba de que Goebbels fuera un «foco purulento», que hasta 1933 había «salpicado con ese pus a Isidoro Weiss» y que luego había empezado a manchar las «limpias reputaciones» de los funcionarios nacionalsocialistas.368 Al igual que Himmler,369 veía ahora en Goebbels «la mayor carga moral del nacionalsocialismo». Un abierto desprecio —en el caso de Rosenberg una bienvenida válvula de escape para su envidia— recaía sobre el minis-

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tro, que durante años no sólo había ejercido presión sexual sobre las bellezas de la pantalla, sino también sobre muchas de sus empleadas, y por eso estaba «aislado moralmente en el partido». «Antes renegábamos de los directores generales judíos que abusaban de sus empleadas. Hoy lo hace el doctor Goebbels», debió de decirle Himmler a Hitler sobre el «hombre más odiado de Alemania». Himmler echó leña al fuego comunicando a Rosenberg «decenas» de casos en los que las mujeres afectadas habían declarado sucesivamente ante la señora Goebbels o ante la Gestapo que se habían visto coaccionadas. Himmler transmitió alguna de esas actas a Hitler. Así pues, no era de extrañar que Goebbels, quien cada vez se veía sometido a mayor presión, sintiera en su entor no un «ambiente glacial». Aunque intentaba hacerse «el sordo y el dis traído» frente al chismorreo, 370 Goebbels hablaba frecuentemente con su secretario de Estado Hanke, a quien había querido implicar en el asunto, sobre la «penosa situación con respecto a mi caso», observando casi con resignación que «no consigo salir de ella». 371 Su deseo, «¡que se olvide todo el pasado!»,372 habla por sí solo. El 11 de noviembre, el cumpleaños de Magda se celebró «de manera muy silenciosa», porque en ese momento no había razones «para una estrepitosa alegría». 373 Sin embargo, el regocijo y las especulaciones de sus rivales acerca de que había perdido el favor de Hitler carecían de fundamento. Significativo fue que Hitler pasara a mediados de noviembre dos días en casa del matrimonio Goebbels en Schwanenwerder, donde recibió a Keitel, Brauchitsch y Góring para entrevistarse con ellos. 374 A finales del año 1938, el estado de Goebbels había vuelto a tocar fondo. Mientras que se aproximaba la fecha decisiva para su carrera política, en la que Magda debía emitir una resolución definitiva, él estaba más solo que nunca y al borde de sufrir un colapso físico y anímico. En diciembre de 1938 le diagnosticaron en el hospital «serios trastornos nerviosos, sobre todo en el estómago», 375 que le llegaron a producir tales dolores que el profesor Sauerbruch, al que se había hecho venir desde Dresde, quería «operar inmediatamente». 376 Mientras Goebbels todavía estaba en el hospital de la Charité, Mag-da tuvo otra entrevista con Hider, cuyo contenido permanecio Oculto

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para su marido. Es probable que se tratara de las «actas» de las mujeres acosadas por las impertinencias de Goebbels, pues después volvió a caer sobre él «un torrente de reproches». Así pues, con Magda siguió pin chando en hueso. Ella le hacía expiar sus faltas. El ambiente entre ellos era en los escasos encuentros generalmente «apático y difícil», 377 de manera que él debió de tener la impresión de que ella ya no estaba dis puesta a transigir. Cuando, en esta situación, el abatido ministro de Propaganda tuvo que cancelar su discurso «para las Navidades populares», hubo una nueva «ocasión para los rumores más increíbles». 378 La Navidad la pasó la familia en la mansión de Schwanenwerder sin Goebbels, que en la casa de los caballeros desahogaba toda su desgracia en su diario. Sólo le hicieron pequeñas visitas sus hijos, su madre, su hermana María y el marido de ésta Axel Kimmich, con el que se había casado a principios de febrero de 1938 en Schwanenwerder, y Helldorf. Hitler le envió dos libros cuyas dedicatorias le revelaron un afec to inquebrantable. El fin de año transcurrió de manera similar. Como único visitante se dejó ver Helldorf, pero de Magda no oyó «ni una palabra».379 En un estado anímico desesperado resumió Goebbels: «¡Horrible! Lo mejor sería ahorcarse».380 De todos modos, Goebbels siguió estando en el pequeño círculo de aquellos a los que Hitler enviaba una carta de Año Nuevo personal. En la contestación, Goebbels describió «con mucha confianza» 381 su continuo mal estado, ante lo cual Hitler le invitó al Obersalzberg. 382 Goebbels llegó allí el 5 de enero de 1939. Al parecer, durante sus largos «cambios de impresiones», Hitler insistió de nuevo en un pronto esclarecimiento de la situación, lo que agravó aún más el estado de Goebbels, en vista de la implacabilidad de Magda, que no dejaba de expresar cada vez nuevas «sospechas». 383 Goebbels tenía claro que «ahora le tocaba pagar». 384 Si había una solución, eso lo tenía que mostrar el futuro, escribió, y además: «Estoy prevenido y preparado para todo. Se lo digo también al Führer». 385 Aunque Hitler le prometió que haría todo por ayudarle, el 17 de enero Goebbels regresó a Berlín «lleno de un ardiente desasosiego», 386 con la dimisión a la vista, en caso de que Magda insistiera en la separación. 387

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Puesto que ahora el tiempo apremiaba, inmediatamente después de su regreso Goebbels envió a su hermana María para hablar con Magda, que se declaró dispuesta a celebrar un encuentro. 388 La tarde del 18 de enero de 1939 tuvo lugar en Schwanenwerder una conversación entre los esposos, que finalmente le permitió a Goebbels esperar que quizás sí hubiera «un camino hacia la solución». 389 Cuando al día siguiente Magda y él estuvieron «más o menos de acuerdo», le hizo a Hitler por primera vez la «propuesta de solución». Éste dio su conformidad y quiso tomar parte en ella. 390 El 21 de enero Goebbels recibió el borrador del contrato de su mujer, que había formulado el abogado berlinés Rudolf Dix. Lo aceptó sin modificaciones y naturalmente prestó atención a la «serie de buenos consejos»391 de Hitler, e incluso escribió: «No cabe más que tenerle cariño». 392 El 22 de enero de 1939 los cónyuges firmaron el nuevo contrato matrimonial aún «con un desconsolado estado anímico». Con resignación, él sacó una conclusión poco optimista: «Así se ha cerrado el asunto formalmente. Al menos es un nuevo comienzo. ¿Adonde llevará? Eso todavía nadie puede decirlo». 393 A finales de enero de 1939 Hitler dejó ver por primera vez a la opinión pública sus verdaderos objetivos en materia de política exterior, cuando en su discurso del 30 de enero en el Parlamento habló de la «ampliación del espacio vital de nuestro pueblo». 394 Pese a que en septiembre de 1938 había asegurado solemnemente que la regulación del asunto de los Sudetes alemanes era su «última exigencia territorial» en Europa,395 la crisis en torno a Checoslovaquia siguió aumentando; tarde o temprano se anunciaba la guerra. En esta situación le resultaban molestos al régimen aquellos que no habían acallado su inteligencia en favor del principio propagado por Goebbels de la fiel adhesión, sino que a pesar de los «éxitos únicos en la historia mundial» de Hitler se atrevían a expresar claras advertencias: los «hipertróficos intelectuales», que Hitler y Goebbels mencionaban siempre al lado de los «marxistas» y los «judíos».396 A ellos iba dirigido el ataque general que comenzó con el discurso de Hitler ante los representantes de la prensa en noviembre de 1938, 397 en el que los denigró como «gallinas», 398 y que siguió con el discurso

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de Goebbels pronunciado con motivo del fin del año 1938. Mientras que las amplias masas del pueblo aún poseían «esa primigenia e íntegra capacidad de creer», que «considera posible y realizable todo aquello a lo que uno se entrega con toda el alma y por lo que se lucha con un corazón fuerte y valiente», esa capacidad estaba «algo embotada»399 sobre todo entre aquellos «intelectuales que andan buscando pendencias», 400 que confían «más en las fuerzas de la pura y fría razón que en las fuer zas de un corazón ardiente, idealista». Después de este preludio, Goebbels continuó a lo largo del mes de febrero su campaña de difamación con tres editoriales en el Vólkischer Beobachter. El 4 de febrero, en «¿Seguimos realmente teniendo humor?», reprochaba a los intelectuales que no tuvieran «la fuerza para reunir todo su valor y encarar el peligro (...). Para una pasión política grande y fervorosa» no había «sitio en sus débiles corazones». No estaban dispuestos a dejar que los «ineptos intelectuales» les «dijeran sandeces», esa «chusma parasitaria que puebla las calles de lujo de nuestras grandes ciudades».401 Goebbels esperaba que el artículo «El intelectual»402 cayera «como una bomba»,403 y ya el 18 de febrero de 1939 los volvía a atacar en «Cabezas y cabezas huecas». La furia de Goebbels contra los «intelectuales» tenía su origen en la conciencia de que con ellos no daba resultado aquel método que él siempre alabó como la única receta propagandística eficaz: 404 sólo quien pueda formular los problemas de la manera más sencilla posible —así decía su credo propagandístico— y «tenga el valor (...) de repetirlos eternamente en esa forma simplificada, ése obtendrá a la larga resultados primordiales en la influencia sobre la opinión pública». 405 Los «intelectuales», por el contrario, tenían la opinión errónea de que el públi co se volvía más apático cuanto más a menudo se tratara un tema. Pero precisamente la cuestión estaba en cómo tratar un tema. «Cuando se tiene el talento de ilustrarlo siempre desde distintos lados, de encontrar siempre nuevos patrones de demostración, de aducir argumentos cada vez más drásticos y contundentes para defender el propio punto de vis ta, entonces el interés del público nunca decaerá, al contrario, sólo aumentará».406

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Justo según esta máxima procedió la prensa para volver a poner en el punto de mira de la opinión pública el tema del «resto de Chequia» en febrero de 1939. 407 Antes de la citación forzosa del presidente checoslovaco, Emil Hacha, en Berlín, se dieron a conocer las instrucciones del Ministerio de Propaganda de destacar con enormes titulares las noti cias que llegaran sobre desórdenes en Checoslovaquia. 408 Esta propaganda difamatoria, destinada a intimidar a los enemigos, adquirió un carácter verdaderamente dramático. En las informaciones de la Agencia Alemana de Noticias se decía que «ya había que lamentar 19 muertos en Eslovaquia»; se leía acerca del maltrato de un «niño alemán» y del «terrorismo de los soldados checos» contra los alemanes. 409 El 14 de marzo, cuando Hacha llegó a Berlín, gigantescos titulares anunciaban que Moscú manejaba los hilos en Checoslovaquia y que armaba al «hampa roja». Además se informaba sobre 50 heridos en Iglau (Jihlava), serios incidentes en Brünn (Brno), un ataque a un gimnasio alemán, disparos, bayonetazos de gendarmes checos y otras atrocidades. 410 Mientras que Hacha, acompañado por el secretario de Estado Meissner, pasaba revista a la compañía de honor formada en la estación Anhalter Bahnhof para su recibimiento, Hitler hizo que unidades del octavo ejército alemán y la Leibstandarte de las SS «Adolf Hitler» cruzaran la frontera germano-checa y ocuparan el importante nudo de comunica ciones de Ostrava-Moravia. 411 Al igual que Schuschnigg un año antes, Hacha tuvo que soportar la sarta de improperios de Hitler y la fanfa rronada de Góring acerca de un bombardeo de Praga durante la entre vista que Goebbels vendió como «histórica», 412 antes de que tras un desvanecimiento firmara el «pacto» que depositaba «con confianza en manos del Führer del Reich alemán el destino del pueblo y el país checo».413 El 15 de marzo de 1939 laWehrmacht entró en el denominado «resto de Chequia» y ocupó por primera vez un territorio no poblado por alemanes. Sin su cuerpo de guardia —para dar este paso fue animado por su ferviente adepto Erwin Rommel, que estaba al mando del cuar tel general del Führer— Hitler, que había llegado a la frontera checos lovaca, emprendió la marcha hacia Praga. 414 Sólo una minoría vitorea-

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ba a Hitler en las calles. En el barrio de Hradschin (Hradcanyy) anunció que el país ya no existía. Al día siguiente se proclamó el «protectorado de Bohemia y Moravia». Hitler designó al antiguo ministro de Exteriores, Konstantin von Neurath, como protector del Reich. Según el diario de Goebbels, el ministro de Propaganda lo aprobó plenamen te; era «una solución excelente». Neurath era «inteligente, severo cuando es preciso, de formación diplomática y muy cortés en caso necesa rio». Desempeñaría su misión «sin duda magistralmente». 415 Sin embargo, Speer recordaba que en un principio Goebbels había pronunciado duras palabras contra Neurath, quien era «conocido como una mosquita muerta»; pero en el protectorado hacía falta una mano dura que mantuvie ra el orden. Por lo demás, este hombre nada tenía en común con ellos, pertenecía a un mundo totalmente distinto. 416 Si Goebbels se había adherido inmediatamente al parecer de Hitler, era a buen seguro porque éste acababa de demostrar de nuevo su «cer tero instinto» y había tenido razón en su apreciación acerca de las «plu tocracias occidentales». El 18 de marzo París y Londres fueron las primeras en presentar notas de protesta. Goebbels, cuyo escepticismo y preocupación había disipado el Führer, que irradiaba una «calma soberana», estuvo completamente de acuerdo con Hitler en que se podía despachar la protesta británica como un «estruendo teatral» y un «griterío histérico», dada la ruptura del Pacto de Munich. «La prensa ale mana también lo tratará así por encima. El menosprecio está aquí indicado».417 Por su parte, el ministro de Propaganda comentó la exitosa extorsión en sus editoriales con una sarcástica arrogancia, cuando «examinó» una vez más la «semana histórica». En una sola noche —escribió— se había disuelto «la más que singular formación estatal checoslovaca», 418 el «Estado de temporada», ese «defectuoso producto deVersalles» que «en realidad nunca había sido un Estado». Las «declamaciones patéticas» y las «insolentes ofensas» que balbuceaban los «agitadores del pueblo profesionales» en la «enemiga prensa difamatoria internacional» no tenían «ninguna trascendencia política», sobre todo porque en conjunto la reacción de las democracias occidentales fue «nula».419 Al día siguien-

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te del regreso de Hitler a Berlín, Goebbels ordenó a los periódicos una «campaña defensiva muy fuerte» contra la «difamación mundial»,420 pero el hecho de que entre los altos líderes alemanes hubiera, en general, poca excitación se debe atribuir a que Hitler autorizó a Goebbels, que inmediatamente se había asegurado el estudio cinematográfico de Praga situado en la zona de Barrandov, el viaje que tenía planeado a la región mediterránea oriental.421 Puesto que Hitler no le había dejado en la estacada, Goebbels volvió a aparecer en esa época con más confianza incluso en el círculo de los altos funcionarios. Rosenberg oyó que, en una recepción del partido en Munich, Goebbels había manifestado que «había que dejarle vivir como le conviniera».422 Ya que él veía los «escándalos de faldas» como los menos peligrosos, porque eran los más naturales, lo reconoció públicamente, máxime cuando no comprendía por qué debía someterse a la hipócrita moral de los burgueses de Munich.423 Hitler tenía que «habérselo pensado en 1924, de lo contrario se habría elegido entonces otro partido», hizo saber a los oyentes, mudos ante tanto atrevimiento.424 Pronto los viajes separados del matrimonio Goebbels dieron que hablar. Cuando el 30 de marzo él partió de Berlín en dirección a los Balcanes, Magda llevaba casi tres semanas recorriendo el sur de Italia y Sicilia.425 Albert Speer y su mujer la habían invitado a un recorrido desde Segesta hasta Roma, pasando por Siracusa, Selinunte,Agrigento, Cas-tel del Monte, Paestum y Pompeya. Del partido también les acompañaron los matrimonios Thorak, Breker y Brandt. Igualmente le habría gustado viajar con ellos al secretario de Estado de Goebbels, Karl Hanke, quien hizo todo lo posible por participar. Poco a poco se había ido ganando la confianza de Magda, y por eso se vio inevitablemente enturbiada su relación con Goebbels. Muchas de sus declaraciones revelaban ahora una distancia frente a su superior, sobre todo porque éste había intentado de nuevo implicarle en sus affaires. En la transición de 1938 a 1939, los informes que presentaba ante él se habían convertido ya en un «asunto frío»,426 tanto más cuanto que con sus esfuerzos por conseguir el favor de Magda Goebbels —se dice que la «asedió» literalmente con cartas de amor— a Hanke no le faltó éxito. Sin embargo, al final

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ella le marcó las distancias;427 a la seis veces madre, que en el día de la madre de 1939 iba a ser la primera en recibir de parte de la delegación de Berlín-Schlachtensee la «cruz de la madre» instituida por Hitler, le resultaba muy incierto el futuro con Hanke, pensando en los niños. Goebbels intentó distraerse durante esos días.Visitó la Acrópolis, la «cuna de la cultura aria», contempló el Partenón y vio la ciudad antigua de Rodas. En ese contexto observó que las personas que allí vivían tenían que ser «utilizadas» por los «grandes pueblos», de lo contrario «emergerían todas las inmundicias».428 El 6 de abril voló hacia El Cairo. Siguió un programa turístico, visitando el Museo Nacional, la ciudadela y las pirámides de Gizeh. Mientras tanto, en Alemania su Führer arremetía con determinación contra su próxima víctima, Polonia. Ya le volvería a llamar cuando la cosa urgiera, se tranquilizaba Goebbels. La última estación de su viaje fue Estambul, donde, además de los monumentos históricos, visitó un cementerio militar alemán y meditó sobre la antigua grandeza del imperio. Los indicios anunciaban guerra cuando Goebbels regresó a la capital del Reich, a tiempo para la pomposa celebración con motivo del quincuagésimo cumpleaños de Hitler. En la «cuestión» de Danzig (Gdansk), Hitler había hecho en vano que su ministro de Exteriores se dirigiera al gobierno polaco con el objeto de ganárselo para un ataque conjunto contra la Unión Soviética, la parte esencial de su plan bélico. Varsovia había rehusado rotundamente, pues los secretos sueños de Polonia de convertirse en una gran potencia, tal como los que albergaba sobre todo el ministro de Exteriores polaco, Beck, eran difíciles de conciliar con ser el socio menor de la Gran Alemania. Si Hitler quería hacer realidad su objetivo del «espacio vital» en el este, ahora no le quedaba más remedio que «aniquilar» a Polonia. En el discurso radiado que Goebbels pronunció la víspera de la fiesta nacional del «cumpleaños del Führer», dio la impresión de estar una vez más insuficientemente informado. Habló de la «parada» que «de vez en cuando» intercalaba un pueblo que luchaba por su destino «en el vertiginoso rumbo de los acontecimientos» para aclarar sus ideas sobre la situación, el camino y el objetivo, antes de glorificar como de eos-

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tumbre a Hitler como un gran hombre de Estado y un genio histórico, que había demostrado ser más que merecedor de la ciega e inquebrantable confianza de su pueblo. «Como si fuera un milagro» había «dado una solución fundamental a una cuestión centroeuropea de la que casi se habría podido creer que era completamente irresoluble». 429 La «imaginación» en los objetivos y el «realismo» en los caminos que debía tomar se combinaban en él «con una armonía única, muy rara de encontrar en la historia».430 Así, después de que se le revelara el sufrimiento moral de los compatriotas alemanes de Austria y de los Sudetes, que vivían en los márgenes de Alemania, había podido crear una «paz de una realidad práctica (...) sobre la base de una visión elevada y de instinto certero».431 El 20 de abril de 1939, en el eje este-oeste, la primera arteria terminada de aquella gigantesca capital, «Germania», en la que Albert Speer convirtió el viejo Berlín desde 1937, quedó claro qué había que entender bajo el concepto evocado por Goebbels de la «paz de una realidad práctica». Con un impresionante telón de fondo —a ambos lados de la fastuosa calle dominaban águilas de hierro fundido, con la corona de la victoria en las garras, sobre robustas columnas, según el proyecto del escenógrafo del Reich Benno von Arent—, Hitler hizo que sus soldados escenificaran un desfile militar de unas dimensiones sin precedentes. Durante cinco horas marcharon las unidades, pertrechadas de un extraordinario equipo técnico, delante de los representantes diplomáticos del extranjero, tan asustados como impresionados. Hitler había dado a Ribbentrop la orden de que trajera para esta ocasión como invitados extranjeros «al mayor número posible de civiles y demócratas cobardes»432 para intimidarlos. Durante el aterrador espectáculo, la mirada de Goebbels subió desde la tribuna de honor hasta la «Gran Estrella», donde la columna triunfal del «Segundo Reich», rodeada de Bismarck, Moltke y Roon, había encontrado su nuevo emplazamiento. Cuando el sol se reflejó en la dorada diosa de la Victoria y lanzó un resplandeciente rayo de luz, el ministro de Propaganda lo interpretó de nuevo como «un signo prodigioso»,433 reprimiendo así su preocupación por el futuro, que le atormentaba en el fondo.

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El desfile marcial constituyó también el núcleo de una edición especial del noticiario Wochenschau de la Ufa,434 que Goebbels había encargado con motivo del cumpleaños de Hitler con la condición de que quedara patente el espíritu del momento en una «obra maestra» del reportaje cinematográfico, que debía llevar a los más amplios sectores de la población esa «atmósfera de disciplina y fuerza concentrada», cautivándoles la vista y los sentimientos. 435 La imagen de Hitler como hombre de Estado se completaba aquí con la del futuro general en jefe que pasa revista a su ejército. Doce cámaras elegidos para este fin grabaron unos 9.000 metros de película durante los actos oficiales del 19 y del 20 de abril, de los que finalmente —tras «examinarlos durante horas»— se seleccionó para el Wochenschau definitivo una vigésima parte, a la que se le puso una solemne música clásica de fondo. De esta manera surgió una «valiosa pieza de la técnica propagandística goebbeliana», 436 y era evidente que este Wochenschau recibiría las mejores calificaciones, entre otras la de servir a la «educación popular», pues en este sentido Goebbels atribuía al cine un resultado pedagógico tan importante como a la escuela primaria.437 Estas «fuerzas armadas, las más poderosas del mundo», tal como se había puesto de relieve, debían crear confianza entre los alemanes para la guerra contra Polonia, hacia la que Hitler se dirigía de manera impa rable. Ya el 3 de abril había dado a la Wehrmacht las instrucciones para la guerra contra Polonia. Una observación preliminar aludía a una orden de Hitler según la cual la realización de las operaciones militares debía ser «posible en cualquier momento», a partir de septiembre de 1939. Puesto que Gran Bretaña había dado a Polonia una garantía de asis tencia, veía claro que esta vez tendría que «arriesgarse» más. De todos modos, el hecho de que se revocara la declaración de renuncia a la violencia con Polonia del año 1934 y el tratado naval firmado al año siguiente con Gran Bretaña, que entonces se calificó de «definitivo», Hitler lo asoció en su discurso del 28 de abril a que emprendía sus ataques contra Inglaterra con expresiones de admiración, mientras que a Polonia le aseguraba su disposición a negociar. Por orden de Hitler, Goebbels encauzó ahora su aparato propagan-

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dístico de manera bien calculada contra Inglaterra. Con la palabra cla ve del «aislamiento» «ilustró» a la población alemana la orientación ofensiva de Hitler como si se tratara de una trayectoria defensiva, necesaria para rechazar una supuesta amenaza, enlazando así con el viejo com plejo alemán de la posición central del Reich, desfavorable desde el punto de vista geopolítico, pues quedaba bajo la influencia aplastante de sus enemigos.438 «El anillo que Inglaterra intenta poner alrededor de Alemania con la mayor diligencia diplomática», escribió Goebbels, «no tiene otra misión que la de refrenar el ascenso del Reich y restablecer en Europa ese temido balance of power del que Inglaterra cree que debe hacer depender su prosperidad y su seguridad tanto en la madre patria como en su imperio mundial». 439 Cuando en mayo de 1939 se aclararon más los frentes con la firma del Pacto de Acero italo-germano, Goebbels se lo presentó a los británicos como una reacción a su «política de aislamiento». Contra ella se levantaba en Alemania e Italia «un bloque de 150 millones de personas», que estaban dispuestas y decididas a defender su existencia nacional movilizando todas sus fuerzas y reservas. Afirmaba que, contra eso, el «frente aislacionista» no tenía nada equivalente que oponer, ni siquie ra aproximado.440 Otro motivo central en el que Goebbels basó su propaganda contra los «aislacionistas» británicos, a los que dedicó tres grandes artículos a principios del verano de 1939, 441 fue el anticapitalismo, precisamente ese motivo de lucha de los pobretones indefensos y ham brientos, pero sanos, contra los adinerados que nadaban en la abun dancia, poderosos pero decadentes. Aquí se abrió paso sin duda un profundo odio que tenía sus raíces en su propia experiencia vital y al que hasta entonces había tenido que renunciar por la trayectoria pro britá nica de Hitler. Así pues, Goebbels hizo del conflicto germano-británico finalmente un enfrentamiento social, como cuando escribió que la «plutocracia británica» terrateniente dictaba el principio del balance of powerparz no hacer justicia a las «naciones proletarias». 442 Era más fácil ser moral cuando uno se había «construido un imperio mundial» 443 y se era rico, como el imperio británico, que cuando se era un «pobre- tón» como Alemania e Italia. A un rico nunca se le ocurriría roban pan

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pero sí al pobre, que tiene hambre y no tiene dinero para comprárselo —afirmaba estilizando debidamente la situación—,444 Inglaterra, la «algo vieja tía moralista de Europa»,445 ocultaba sus verdaderos motivos políticos detrás de «frases hueras empapadas de moral» cuando reprochaba a la Alemania de Hitler atentados contra la humanidad, la civilización, la confianza y el derecho internacional.446 Hitler, que ahora por consejo de Ribbentrop emprendía un rumbo sin Inglaterra, en caso necesario contra Inglaterra, pero a ser posible aún con Inglaterra, tuvo incluso que poner freno en ocasiones al odio de Goebbels, pues de lo que se trataba era de evitar la intervención de Londres en la inminente destrucción de Polonia con una mezcla bien calculada de amenazas y disposición conciliadora. Sin embargo, estas directrices todavía no se aplicaban el 17 de julio de 1939, al final de la semana cultural del distrito de Danzig: durante su única intervención notable en la fase inmediatamente anterior al comienzo de la guerra, Goebbels tenía que provocar, precipitarse en la cuestión polaca, para poner a prueba la reacción de Londres. Por consiguiente, el discurso tenía que destacarse bien en los periódicos. Previamente se comunicó de manera confidencial a los redactores: «Mañana sábado por la tarde se desarrollará en Danzig un importante acontecimiento político, (...). La acción de Danzig tiene que aparecer con grandes titulares en la primera plana de los periódicos dominicales. Se trata de un primer tanteo del terreno, que debe comprobar la atmósfera internacional para el arreglo de la cuestión de Danzig, etc.».447 Hitler sabía que no podía encontrar un hombre más indicado que Goebbels para este propósito, pues el ministro de Propaganda transformaba su propia conciencia de crisis en ese desenfreno que caracterizó también su intervención en el balcón del Teatro Nacional, desde donde habló a las masas la tarde de ese 17 de junio. En un «salvaje discurso»,448 entre los histéricos gritos de júbilo de la población, Goebbels exigió la reintegración al Reich de Danzig, que «de la noche a la mañana» se había convertido en un «problema internacional». 449 Interrumpido por prolongados coros de voces, cuidadosamente preparados, que clamaban «¡Un pueblo, un Reich, un Führer!», «¡Queremos volver a la

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patria, al Reich!», «¡Alemania, Alemania, por encima de todo!» y «Los judíos y los polacos quieren quedarse con Danzig», 450 Goebbels lanzó amenazadores ataques contra los supuestos «intentos de aislamiento» británicos: «Tal como el ministro de Exteriores inglés, lord Halifax, declaró hace algunos días ante la Cámara Alta, Londres quiere que la cuestión de Danzig se dirima en amistosas negociaciones. Por eso Inglaterra también ha puesto a disposición deVarsovia una letra en blanco y en este momento está intentando aislar al Reich y a Italia para comen zar de nuevo la política de 1914. Pero se equivocan si creen que tienen delante a una Alemania débil, impotente, burguesa. El Reich nacional socialista no es débil, sino fuerte. No es impotente, sino que ahora mismo posee las fuerzas armadas más imponentes del mundo.Y tampoco está gobernado por cobardes burgueses, sino por Adolf Hitler». 451 Aunque los periódicos británicos reaccionaron con indignación, Hitler continuó preparando la guerra sin vacilar. En la segunda mitad de junio, el Alto Mando de laWehrmacht presentó el plan de ataque. Poco después Hitler dio la orden de que se trazaran planes de opera ciones para la ocupación de los puentes sobre el bajo Vístula. El 27 de julio se dio finalmente la orden para la conquista de Danzig. Los preparativos de guerra contra Polonia estuvieron acompañados de una pro paganda cuyo principal precepto era ahora la «moderación» y el «comedimiento»,452 para no cargar demasiado la «tormentosa atmósfera», 453 «despertando las pasiones del pueblo». 454 Noticias sobre los incidentes sólo podían aparecer en la prensa de forma aislada, en segunda plana y sin titulares sensacionalistas. Lo mismo se aplicaba al «problema de Danzig», que debía «ser relegado a segundo término». En general prevale cía la divisa de que «la cosa tiene que cocer a fuego lento». 455 En esta situación, a Goebbels le vinieron muy bien las recias palabras que llegaban desde Polonia, con las que se expresaban las visiones del país de convertirse en una gran potencia. Cuando los oradores manifestaban que Alemania había surgido de un antiguo Estado vasallo de Polonia, Prusia, o cuando los periódicos polacos recordaban que la Prusia Oriental era realmente un feudo de la república polaca y que toda Pomerania era parte integral del Estado de los Piastas, 456 Goebbels hacía

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que esto se transmitiera inmediatamente a las redacciones como noti cias «megalómanas». Así le resultó fácil atacar el «chovinismo polaco completamente fuera de quicio». 457 El hecho de que precisamente Polonia, como escribía el periódico Warszawski Dziennik Narodowy, quisiera levantar una barrera armada, que desde 1933 estaba dirigida contra la expansión imperialista alemana en Europa, lo ridiculizó como una «excelente broma»458 y preguntó con arrogancia: «¿Quo vadis, Polonia?».459 En aquel verano en el que Hitler llevaba a Europa a la guerra, se le entregó a Goebbels el ostentoso nuevo edificio del palacio ministerial oficial situado en la Hermann-Góring-Strasse 20. El proyecto ya se había comenzado en verano de 1937. Entonces Goebbels le había hecho saber al ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk, que Hitler daba impor tancia a que su «domicilio oficial» fuera también reconstruido en el marco de la nueva organización de Berlín dirigida por Speer. Para ello era necesario —continuó escribiendo— aprovechar todo el terreno colindante de la parte del palacio Blücher que se encontraba en pro piedad americana, así como el parque perteneciente al Ministerio de Alimentación del Reich. 460 El presupuesto de la nueva construcción, incluido el derribo del viejo edificio, fue tasado en dos millones de marcos del Reich por el arqui tecto y profesor Paul Baumgarten, quien había entusiasmado a Goeb bels y a Hitler con su proyecto para la reconstrucción de la ópera municipal de Berlín.461 Goebbels argumentó que las «obligaciones representativas que le correspondían cada vez en mayor medida» hacían «necesaria una generosa ampliación del edificio». 462 El ministro de Hacienda Schwerin von Krosigk, que «en principio» aprobó el proyecto, expresó «las más serias objeciones», ya que había que considerar el importe «extraordinariamente alto, pues no resultaban costes de la adquisición del terreno y aún no se había tenido en cuenta la instalación interior». 463 Goebbels respondió que no permitiría ningún cambio sustancial del proyecto y que «ante todo sólo se debía utilizar material de primera calidad».464 En la decoración interior, las exigencias del ministro no conocie ron límites, de manera que a finales de febrero de 1939 —el 5 de ene-

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ro de 1939 se celebró la fiesta de «cubrir aguas»—465 la «cuantía general de los costes» del nuevo edificio ascendía por lo menos a dos millones y medio de marcos, con tendencia al alza, pues al mismo tiempo se anunció que los gastos para el mobiliario de las salas nobles —a cargo de los talleres unidos de Munich— aumentarían en 200.000 marcos, llegando a los 540.000, mientras que los costes para el interior de los pisos superiores también se duplicarían a 400.000.466 Se emplearon 700 kilogramos de bronce entre otras cosas para los herrajes de las puertas.467 Tampoco podían faltar la cómoda de madera de rosal con placa de mármol al estilo Luis XVI por valor de 30.000 marcos, un tapiz de Aubusson de la primera mitad del siglo XVIII por 283.450 marcos,468 así como los servicios de mesa necesarios para 300 personas, la porcelana, la cristalería y los artículos de menaje.469 Contra los gastos de aproximadamente 150.000 marcos para esta última partida, formularon «muy serias objeciones» los representantes del Ministerio de Hacienda del Reich. Llamaban la atención sobre el hecho de que «sólo en el año presupuestario de 1938 se habían concedido fondos extraordinarios para la adquisición de plata, mantelería, porcelana, etc., para entre 100 y 500 personas».470 El Ministerio de Hacienda insistía en la moderación; «para evitar estos nuevos dispendios» recomendaba la utilización de los objetos ya adquiridos también en la nueva residencia oficial del señor ministro, y sugería que Goebbels tuviera a bien «conformarse por el momento con comprar porcelana y demás artículos para 50 personas».471 El importe total de la construcción alcanzó los 3,2 millones de marcos del Reich.Y todavía no era suficiente. De una ronda de inspección que hizo el dueño de la casa salió una lista de objeciones de cinco hojas. A algunas estancias todavía les faltaba el «confort necesario». Además, en todas partes se echaba de ver que los muebles previstos en un principio habían garantizado «por lo general una elegante decoración», pero que «en muchos casos no se había tenido en cuenta el carácter particularmente representativo de algunas salas ni el gusto personal del ministro con respecto a su propia zona residencial».472 Pronto Goebbels pidió, a modo de ultimátum, «que la casa se acomodara por fin para que fue-

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ra habitable», una exigencia que llevó al departamento presupuestario del Ministerio de Propaganda a economizar en los fondos para el teatro y la promoción de los fines artísticos «con el objeto de seguir finan ciando las obras», 473 pues algunas de las empresas que participaron en la construcción amenazaron con exigir comisiones e intereses por las sumas pendientes.474 En el despacho de Goebbels, para el que los talleres unidos también tuvieron que elaborar proyectos completamente nuevos de mobiliario y decoración, 475 predominaba el color rojo: tanto la mesa como su correspondiente sillón giratorio revestidos de piel roja; las paredes y los sillones agrupados en torno a la chimenea guarnecidos de tela roja; las pesadas cortinas y alfombras de un color rojo oscuro... lo que hizo que personas bienintencionadas como su futuro jefe de prensa Von Oven opinaran que la sala irradiaba una «suntuosidad un poco macabra». Una imagen enorme de Hitler ocupaba casi toda la pared de detrás de la mesa. A la izquierda de ésta estaba colgado un retrato del rey prusiano Federico el Grande, del que Oven contó seis cuadros distintos en la casa.476 Pero todo este lujo no conseguía desvanecer sus preocupaciones sobre el futuro. Por eso ahora volvió a buscar apoyo en su matrimonio, como ya había hecho en algunas ocasiones a lo largo de los primeros años. Durante el festival wagneriano de Bayreuth, a finales de julio de 1939, trascendió que se había «reconciliado» con su mujer Magda. 477 Durante días enteros él había tratado de convencerla y la había puesto bajo presión. Cuando una vez más amenazó con quitarle los niños en caso de que se siguiera viendo en privado con Hanke, no le había quedado otra opción, confió ella a Albert Speer. 478 Como consecuencia, Hanke abandonó a principios de agosto su cargo de secretario de Estado en el Ministerio de Propaganda, aunque en realidad sólo renunciaría a él definitivamente un año y medio después, para alistarse como voluntario en el regimiento blindado de instrucción, con el que pocas semanas más tarde participó en la campaña polaca. 479 Magda Goebbels aún no había asimilado todo eso. Durante la representación de Tristón e Isolda el 26 de julio de 1939480 estuvo sollozan-

¡Führer, ordena, nosotros te seguimos!

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do todo el rato. Hitler, extenuado por la situación política, no entendía el comportamiento de ésta y al día siguiente pidió a Speer que se lo aclarara; luego llamó inmediatamente a Goebbels y le indicó con «secas palabras» que fuera tan amable de abandonar Bayreuth con su mujer ese mismo día.481 Aunque eso le debió de resultar poco agradable al ministro de Propaganda, por fin estaba a salvo su matrimonio.

Capítulo 12 ÉL ESTÁ BAJO LA PROTECCIÓN DEL TODOPODEROSO (1939-1941)

E

n ese verano de 1939 invadieron constantemente al ministro de Propaganda las preocupaciones por la firme resolución de su Führer» de llevar a cabo su objetivo a cualquier precio. No era que hubiera dejado de venerarle; más bien se trataba del miedo a la hybris, que ahora a veces se apoderaba de él. Demasiadas veces habían desafiado al destino, demasiadas veces habían triunfado. Faltaban las privaciones y el sufrimiento, en una palabra, el sacrificio que en su día le había dado a Goebbels la fe inquebrantable. En los momentos de duda se proponía llevar a Hitler en su expansionismo hacia una trayectoria pacífica.1 Pero cuando Hitler le hablaba y le ponía en su órbita, Goebbels se creía aún con más fanatismo que la Providencia guiaba su mano, antes de que el miedo le asediara de nuevo. Goebbels, que no estaba incluido en el proceso de decisión de Hitler, no participó en esta época en una sola conferencia secreta de éste. 2 Tanto más amenazadora le debió de resultar la situación cuando desde su perspectiva parecía que, a principios de verano de 1939, Hitler no sólo pretendía la guerra contra Polonia, sino que también la concebía contra Gran Bretaña y Francia y posiblemente incluso contra la Unión Soviética. El ministro de Propaganda miraba con envidia y absoluta desconfianza a Ribbentrop; le consideraba el «espíritu maligno» de Hitler, que instigaba a éste a la guerra.3 A estos temores de Goebbels y a su falta de información se debe atribuir seguramente el hecho de que interpretara las instrucciones que

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recibía de la cancillería del Reich como una política de apaciguamiento de la Unión Soviética en el conflicto que iba tomando forma. El 5 de mayo, por orden suprema, dio indicaciones a la prensa de que se interrumpiera de inmediato la polémica contra la Unión Soviética y el bolchevismo. Según se argumentó, esto «no tenía nada que ver con un profundo cambio ideológico, sino que era necesario por los innumerables rumores extranjeros, que sólo servían para embrollar la situación».4 El caso era que se había conocido que París y Londres negociaban en Moscú la reactivación del sistema de seguridad colectivo, la Sociedad de Naciones. En otras palabras: las potencias occidentales se esforzaban por estorbar las ambiciones expansionistas de Hitler en Polonia con ayuda de la Unión Soviética. Por eso a Alemania le interesaba no impulsar al Kremlin a caer en sus brazos con su agresiva propaganda. La realidad era que Hitler estaba considerando una convergencia con la Unión Soviética ante la insistencia de Ribbentrop, quien había concluido de su actividad como embajador en Londres que Gran Bretaña «nunca, pasara lo que pasara, pactaría con Alemania».5 El Kremlin ya había dado a entender el 10 de marzo que buscaba un acuerdo con Berlín. Hitler se proponía poder llevar a cabo sus planes polacos sin que las potencias occidentales se arriesgaran a entablar la guerra con Alemania a causa de Polonia. Pero precisamente esa guerra era la que esperaba Stalin, quien temía que Hitler se pudiera llegar a entender con las «plutocracias» occidentales y con el respaldo de éstas hiciera realidad sus objetivos en el este. Por el contrario, una guerra de los países capitalistas entre sí los desangraría, y eso permitiría a la Unión Soviética llevar a Europa la idea de la revolución bolchevique con ayuda del Ejército Rojo, del mismo modo que la guerra de las monarquías le había preparado el terreno en su día. Tras repetidas señales del Kremlin a mediados de julio, Hitler, que hasta ahora había estado vacilante, aceptó la idea. El 14 de agosto, por medio de Ribbentrop, dio orden al embajador alemán en Moscú, el conde Von der Schulenburg, de que entregara al nuevo ministro de Exteriores soviético, Molótov, que había sustituido al judío «LitvinovFinkelstein» —así se le denominó en las instrucciones para la prensa—,6

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una propuesta alemana para la delimitación de las esferas de influencia entre el mar Báltico y el mar Negro. En ella se aludía a la oposición común contra las «democracias capitalistas occidentales» y se prometía a la Unión Soviética un sustancial botín. Para aumentarlo, Molótov iba demorando las conversaciones, pues en Moscú se sabía que Hitler ya había fijado la fecha de ataque para el sábado 26 de agosto. Sólo después de que Hitler interviniera personalmente ante Stalin, el Kremlin accedió a adelantar la visita de Ribbentrop a Moscú para el 23 de agosto. En este momento Hitler puso al corriente al ministro de Propaganda del pacto que se planeaba con la Unión Soviética, a un Goebbels que veía en la lucha contra el bolchevismo la «verdadera gran misión histórica» de los nacionalsocialistas.7 Consternado y luego impresionado de nuevo por el «genio» de su Führer, consideró el paso como una «jugada propagandística genial». En marzo de 1940 anotó, siguiendo de cerca la línea de argumentación de Hitler: «Hemos pescado al aliado adecuado. Si no, hubiéramos estado con el agua al cuello (...).Y, a fin de cuentas, ¿qué nos importa el modelo social y cultural del bolchevismo moscovita? Queremos hacer a Alemania fuerte y grande, no perseguir planes utópicos para mejorar el mundo».8 Si a Goebbels esta solución provisional ya le resultaba «un poco inquietante» 9 —cosa que documentan muchas anotaciones posteriores en su diario—10 de ningún modo veía, a diferencia de Hitler, que ésa fuera la condición previa para jugarse ahora el todo por el todo en la cuestión polaca. De acuerdo con las Memorias de Speer, Goebbels seguía considerando el riesgo de una guerra con Inglaterra «demasiado grande» y se mostraba preocupado.11 Antes de que Ribbentrop partiera hacia Moscú para preparar el pacto de no agresión y el protocolo secreto adicional, con el que Europa se dividió en dos esferas de influencia al este y al oeste de una línea formada por los ríos Narev,Vístula y San, Goebbels hizo estallar la bomba por orden de su Führer. Sin embargo, él mismo se mantuvo en un segundo plano en la propaganda, pues había sido él quien durante años se había asomado más a la agitación antibolchevique. La tarde del 2l

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de agosto se difundió en la radio del Reich, como comunicado oficial de la Agencia Alemana de Noticias, que el gobierno del Reich y el gobierno soviético habían convenido firmar un pacto mutuo de no agresión. Poco después, una serie de llamadas en cadena a las redacciones de los periódicos daba instrucciones de publicar la noticia de la firma inminente de un pacto de no agresión germano-ruso «con grandes titulares en la primera plana». Incluso el texto de la noticia se podía reproducir en negrita; sin embargo, había que prescindir de comentarios por el momento.12 A diferencia de los países extranjeros occidentales, donde la noticia de la alianza de ambos dictadores provocó puro pánico, la población alemana la acogió con alivio. En una carta de un colaborador berlinés del Frankfurter Zeitung dirigida a su jefatura de redacción se decía que el ambiente en la capital del Reich era «de alegre excitación. El pueblo tiene esta impresión: ahora ya no hay guerra, y si la hay, no es peligrosa. En el significado profundo del pacto no se piensa por de pronto. Se toma como una distensión. Pero hay una sonrisa picara en las caras, no se ocultan los guiños. Nuestros enviados lo expresan con palabras: ¡Pero si era el enemigo público número uno!».13 La mañana del 22 de agosto, el jefe del departamento de prensa nacional del Ministerio de Propaganda, Fritzsche, dio instrucciones a los representantes de la prensa alemana siguiendo la hoja de ruta fijada por Goebbels. La información y los comentarios debían llamar la atención sobre el «sensacional punto de inflexión» en la política europea.14 En la información confidencial para los redactores de ese mismo día se añadía que con el pacto se recurría «a los tradicionales puntos en común de la política germano-rusa». «En los comentarios y en los editoriales se debe ahondar precisamente en esta vertiente de los condicionamientos históricos necesarios para trazar semejante línea política, ya que desde siempre ha sido determinante para la situación europea general». 15 En cambio, se prohibía expresamente entrar «en las diferencias ideológicas de ambos estados (...), tanto en sentido positivo como negativo».16 «El tema del Pacto Antikomintern, que seguramente va a ser tratado con insistencia por la prensa extranjera», debía ser omitido en lo

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posible por la prensa alemana.17 Pronto Goebbels iba a suspender también formalmente la actividad del aparato Antikomintern del ministerio. Después de que se retirase de las puertas el viejo letrero «Antikomintern» y se sustituyera por otros, la plantilla continuó de esa forma enmascarada su trabajo de observación, recopilación y registro, aunque con una fuerte reducción de personal.18 El 22 de agosto también se convocó a los representantes de la prensa extranjera para una conferencia en el Ministerio de Propaganda. Cuando terminó, Hitler, que se encontraba en el Berghof, hizo que le pusieran en comunicación con Goebbels para saber cómo habían sido las reacciones. Goebbels pensaba que la sensación no se podía superar. Cuando, durante la conferencia, sonaron fuera una vez las campanas de una iglesia, un representante de la prensa inglesa opinó que era el «toque a muerto por el imperio británico», una observación que impresionó mucho a Hitler, ya de por sí eufórico. «Con ojos febrilmente brillantes» informó poco después a los generales, que se habían reunido en torno a él, de lo que había oído de Goebbels.19 En la idea de que había logrado un nuevo «golpe» y de que ahora podía emprender una guerra limitada contra Polonia, manifestó a los generales y a los almirantes, que en su mayoría daban su aprobación expresamente, su irrevocable decisión de actuar ahora. La Wehrmacht estaba a punto de llevar a cabo el «supuesto blanco», una guerra que no podía perder. Él se iba a encargar de provocarla, sin importar si se hacía de manera creíble o no. Al vencedor no se le preguntaba después si había dicho la verdad.20 Mientras que la maquinaria de guerra alemana se ponía en marcha —Hitler había fijado el 26 de agosto como fecha para el ataque—, mientras que Pvibbentrop, de vuelta de Moscú, refería que se había sentido en el Kremlin como entre viejos amigos políticos y que Stalin tenía un carácter parecido al del Führer, los embajadores se movían apresuradamente de acá para allá entre las capitales europeas, las líneas telefónicas ardían, para intentar evitar lo inevitable. Esa «marea de propuestas de paz y de ofertas de mediación»21 —dispuso Fritzsche por orden de su jefe en una conferencia de prensa extraordinaria celebrada en la

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medianoche del 25 de agosto— debía ser omitida en lo posible por la prensa, en la que los principales titulares debía seguir ocupándolos Polonia.22 Esta «prueba de nervios» «duraría aún algunos días, se intensificaría todavía más (...). Siempre tenía que quedar clara la férrea decisión de Alemania»,23 pues se trataba de intimidar a Londres. Casi a la misma hora Hitler proponía al embajador británico Henderson la división del mundo en esferas de influencia: una garantía de existencia para el imperio británico por parte de Alemania y el reconocimiento de las fronteras occidentales del Reich a cambio de tener vía libre en el este. Después de que Henderson se marchara para poner al corriente a su gobierno de las propuestas de Hitler, éste corroboró una vez más la fecha de ataque para el día siguiente, pero luego la aplazó precipitadamente, cuando se conoció en Berlín que Inglaterra iba a ratificar esa misma tarde el tratado de asistencia con Polonia y cuando Mussolini comunicó a través del embajador Attolico que, en contra de las declaraciones anteriores, el ejército italiano no estaba preparado para la lucha. Por ese motivo, el 26 de agosto Hitler hizo que se indicara de manera especial a los representantes de la prensa que en ningún caso revelaran a la población que la cosa «arrancaba» en una fecha determinada. No se podía «comprometer» al Führer y éste «tiene que observar la ley de la acción».24 El preocupado Goebbels esperaba en vano que Hitler pudiera sentarse todavía a la mesa de negociaciones. En eso estaba la tarde del 27 de agosto cuando Hitler comunicaba a los diputados parlamentarios convocados que la situación era muy seria. Pero de todos modos él estaba decidido a resolver la cuestión oriental «de una manera u otra». Había hecho determinadas propuestas a Henderson y ahora estaba esperando la respuesta de los ingleses. Durante la conferencia de prensa de por la tarde, Goebbels hizo comunicar que, en vista de las provocaciones polacas en la Prusia Oriental y algunas otras regiones, «el poder ejecutivo ha pasado a manos de la Wehrmacht»; los periódicos dominicales debían resumir «los acontecimientos de la semana en una lengua dura, quizás incluso intransigente»; «ante este panorama la noticia es relegada a segundo término». Asimismo, la noticia de la movilización en Fran-

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cia sólo debía «figurar de paso en el interior del periódico» y no podía «destacarse de ningún modo».25 A última hora de la tarde del 28 de agosto —ese día se racionaron en el Reich los alimentos y otros bienes de abastecimiento— Henderson llevó a Hitler la respuesta de su gobierno: decía que éste cumplía sus obligaciones del pacto, pero que tenía la firme promesa de Varsovia de que estaba dispuesta a negociar sobre Danzig y el corredor. En la contestación que Hitler le entregó al día siguiente al embajador inglés, aplaudía las negociaciones directas con Varsovia. Contaba con la llegada de un representante polaco al día siguiente y presentaría a Londres propuestas adecuadas. La respuesta estaría acompañada por las informaciones de la prensa, a la que Goebbels dio estas indicaciones el 29 de agosto: «La proporción con que se destacan las noticias terroristas polacas es para el extranjero la escala con la cual se mide la firmeza de la actuación alemana».26 Alrededor de la medianoche del 30 de agosto, Henderson llegó a la cancillería del Reich. Ribbentrop le leyó las propuestas alemanas, pero subrayando al mismo tiempo que ya carecían de importancia, puesto que Varsovia no había reaccionado. Tras la intervención británica y francesa en Varsovia, finalmente la tarde del 31 de agosto el embajador polaco Lipski solicitó, en efecto, una entrevista con Hitler o Ribbentrop. Mientras que Hitler no recibió al polaco y ratificó que el caso «blanco» seguía adelante, Ribbentrop accedió al final a recibir a Lipski, pero sólo quería que le confirmara lo que ya sabía por conversaciones telefónicas intervenidas, esto es, que el polaco no estaba autorizado para negociar. Mientras que la propaganda goebbeliana seguía difundiendo nuevas noticias de atrocidades polacas contra los miembros de la minoría alemana —había ordenado que siguieran constituyendo «el titular decisivo», sin importar qué pensara el pueblo o el extranjero, pues lo trascendental era sólo «que Alemania no perdiera esta última fase de la guerra de nervios»—,27 la maquinaria de guerra funcionaba a pleno rendimiento. Alrededor de las cuatro de la tarde del 31 de agosto de 1939 Heydrich dio luz verde con la contraseña «la abuela ha muerto»

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a aquella medida que iba a proporcionar el pretexto para la guerra. Al atardecer, comandos de las SS simularon, entre otras cosas, un ataque polaco a la emisora de Gleiwitz (Gliwice). Poco después, a las once de la noche, Goebbels convocó una conferencia de prensa extraordinaria. Las informaciones de la Agencia Alemana de Noticias sobre el asalto polaco a la emisora debían presentarse en títulos llamativos con el siguiente tenor: «La disciplina del pueblo alemán no ha podido ser perturba da hasta ahora, por eso hoy se produce un brutal ataque. Pero el pue blo alemán no va a tolerar otro ataque. Hasta ahora el terrorismo sólo había tenido lugar en territorio polaco, ahora también en territorio alemán».28 Las unidades del ejército ya habían penetrado mucho en el interior del país y Varsovia había sufrido su primer bombardeo cuando Hitler, con su uniforme «preferido» gris de campaña, que se puso por primera vez en 1920 y que no pensaba quitarse hasta la victoria, o ni siquie ra entonces, se trasladó de la nueva cancillería del Reich a la Ópera Kroll, con Goebbels y un séquito de otros «dignatarios» poco antes de las diez de la mañana del 1 de septiembre de 1939. Aparte de las filas que formaban los hombres de las SA y de las SS, las calles parecían desiertas,29 aunque la radio y los diarios de la mañana habían informado sobre la «reintegración» de Danzig al Reich. Sin embargo, se evitaba la palabra «guerra».30 «Sólo se devolvía el golpe», decía la formulación oficial. En un discurso ante los diputados parlamentarios, Hitler destacó que su «pacifismo» y su «infinita paciencia» ya se habían agotado; desde las 5.45 se devolvían los disparos. 31 Goebbels, quien inmediatamente había redactado un proyecto de ley sobre «medidas radiofónicas extraordinarias» que prohibía a la población oír las emisoras extranjeras y difundir las noticias transmitidas por ellas bajo amenaza de prisión, y «en casos especialmente graves» de pena de muerte, 32 estaba extremadamente nervioso, alarmado sobremanera. ¿Cómo reaccionaría Inglaterra? ¿Cumpliría las obligaciones de su alianza con Polonia? No se le había escapado que el propio Hitler tenía dudas, que más que nunca había entrado en un juego de alto riesgo. Al igual que Hitler, Goebbels se decía —y esto también se lo aseguraba

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repetidamente a sus más estrechos colaboradores— «que no se produciría una guerra», porque las potencias occidentales habían «fanfarroneado» y «Polonia tampoco emprendería la guerra sin el apoyo militar de Occidente».33 La moral negativa entre la población alemana deparaba al propagandista preocupaciones adicionales. En esos días no se percibía nada del entusiasmo, del patriotismo exagerado de agosto de 1914, «ninguna alegría, ningún grito de júbilo. En cualquier parte a la que se iba reinaba un silencio desalentador, por no decir abatimiento. Todo el pueblo alemán parecía ser presa de un pánico paralizador, que no le permitía dar señales de aprobación ni de disconformidad».34 Esto complicaría aún más las cosas a la propaganda goebbeliana en caso de que se llegara al extremo, a una gran guerra, idea de la cual él se intentaba disuadir desesperadamente. La tarde del 1 de septiembre el embajador británico entregó a Ribbentrop una nota en la que se decía que Gran Bretaña cumpliría las obligaciones de su alianza en caso de que no se retiraran las tropas alemanas. Pero no se daba un ultimátum. El 2 de septiembre transcurrió con gran temor. La mañana del 3, Henderson se presentó de nuevo. Paul Schmidt, el intérprete jefe del Ministerio de Exteriores, tradujo a Hitler en presencia de Ribbentrop la nota británica, en la que Londres exigía la interrupción de las operaciones en Polonia en el plazo de dos horas. Schmidt escribió en sus memorias: «Hitler se quedó como petrificado, mirando al vacío (...). Después de un rato, que me pareció una eternidad, se dirigió a Ribbentrop, que permanecía inmóvil junto a la ventana. "¿Ahora qué?", preguntó Hitler a su ministro de Exteriores (...). Ribbentrop contestó en voz baja: "Supongo que los franceses nos presentarán un ultimátum idéntico en la próxima hora"».35 Entre los muchos que se habían reunido bajo la impresión de los acontecimientos en la antesala del despacho de Hitler en la nueva cancillería del Reich se encontraba Goebbels, «en un rincón, abatido y ensimismado; estaba literalmente como una manta mojada».36 Sus temores se habían hecho realidad, tendría lugar la guerra. Aquél del cual creía que era «el instrumento de la divinidad que obraba de forma natural» había demostrado no ser infalible. Eso no podía ser y, como no podía

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ser, Goebbels pronto abandonaría esa idea para refugiarse en su autoengaño. En los próximos años de guerra, cuanto peor le fueran las cosas al Führer y al Reich, tanto más se enfrascaría Goebbels en su mundo ilusorio marcado por la «fe» en la misión de Hitler, que consistía en sal var a Occidente de la amenaza creada por la «conspiración internacional del judaismo». Solícitamente seguía la idea de su Führer de que el «espacio vital» en el este era de trascendental importancia para el Reich. Así pues, le parecía que no era Danzig, un «objeto de litigio relativamente insigni ficante», sino la supuesta destrucción inminente de Alemania, la verda dera razón por la cual los «plutócratas» de Londres y París habían decla rado la guerra al Reich. Respecto a las potencias occidentales, la cosa quedó por el momento en este aviso. En un principio no se produjo la guerra en dos frentes temida por Goebbels, 37 lo que para él rayaba en el milagro. Alfred Jodl declaró al respecto en Nuremberg: «El hecho de que no nos derrumbáramos ya en el año 1939 sólo se explica porque al oeste, durante la campaña polaca, las aproximadamente 110 divisio nes inglesas y francesas permanecieron completamente inactivas frente a las 23 divisiones alemanas».38 Así pues, la Wehrmacht de Hitler, con las compañías de propaganda introducidas por primera vez en la historia bélica, pudo demostrar al mundo toda su fuerza combativa, así como una nueva forma de hacer la guerra: la guerra relámpago, con los Stukas 39 que se precipitaban silbando desde el cielo, los mortíferos bombarderos Heinkel, los cazas Messerschmidt que casi alcanzaban los 600 kilómetros por hora, los repentinos ataques por sorpresa de las formaciones blindadas movilizadas en masa, a las que seguía una infantería motorizada. El ejército polaco, que en parte seguía luchando con unidades de caballería, fue literalmente triturado por la maquinaria de guerra alemana, ese monstruoso Moloc mecanizado. Ya el 5 de septiembre, el comandante en jefe del ejército polaco, el mariscal Rydz-Smigly, ordenó la retirada detrás delVístula.Tres días después, la cuarta división blindada llegó a las afueras deVarsovia, mientras que más al sur el décimo ejército conquistaba Kielce y el decimocuarto entraba en Sandomierz, en la confluencia delVístula y del San.

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El 8 de septiembre, cuando el informe de la Wehrmacht daba partes de victoria uno tras otro, Goebbels tuvo que encajar una derrota. Ese día se promulgó una orden del Führer en materia de propaganda exterior según la cual el ministro de Exteriores del Reich era quien dictaba «las directrices e instrucciones generales» en el «terreno de la propaganda relativa a la política exterior», y, según el punto 6, el ministro de Exteriores tenía que expresar «sus deseos y disposiciones al ministro de Propaganda» con respecto a las octavillas, la radio, el cine y la prensa, que el Ministerio de Propaganda tenía que «asumir y realizar sin cambios».40 En la práctica, la realidad sería que Ribbentrop enviaría al Ministerio de Propaganda «funcionarios capacitados como intermediarios».41 Así quedó establecida la facultad de dirección de Ribbentrop sobre Goebbels en las cuestiones de propaganda exterior y se efectuó una revisión completa de la reglamentación de atribuciones del 30 de julio de 1933.42 Para Goebbels estas pretensiones no eran nuevas, pues, poco después de su nombramiento como ministro de Exteriores, Ribbentrop ya había comenzado a interesarse por el trabajo del departamento de exteriores del Ministerio de Propaganda y, por tanto, a «mordisquear» 43 en aquellas competencias que Goebbels le había arrebatado con éxito al Ministerio de Exteriores en el año 1933. La aversión de Goebbels hacia él no hizo más que aumentar a raíz de este hecho. Su contraataque consistía ahora en el intento de desacreditar a su rival por sus «deficientes y vagas» ideas en materia de política exterior.44 Pero en ese verano de 1939, tras «controversias muy feas» con Goebbels,45 Ribbentrop tuvo éxito, sobre todo porque había contribuido considerablemente a la realización del pacto entre Hitler y Stalin y por ese motivo gozaba en ese momento de las máximas simpatías de Hitler, quien empezaba a ver en su ministro de Exteriores a un «segundo Bismarck».46 Sin embargo, Goebbels intentaba esquivar el decreto del 8 de septiembre referente a la propaganda exterior. Principalmente se opuso al establecimiento de los intermediarios, ya nombrados por el Ministerio de Exteriores, en el Ministerio de Propaganda, tachándolos de «espías».47 Además, le molestaba mucho la «estúpida propaganda intelectual» del

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Ministerio de Exteriores,48 así como su línea moderada en la «cuestión judía» con respecto al extranjero.49 Así pues, la permanente guerra privada entre él y Ribbentrop fue haciéndose extensiva poco a poco a todo el espectro de la política periodística y propagandística exterior, y al igual que en el caso de Rosenberg, encontró expresión en una marea de cartas, sobre todo de Ribbentrop a Goebbels. 50 Pero por el momento éste dejó simplemente «en suspenso» la coordinación con el Ministerio de Exteriores51 y ya no respondía a los escritos de Ribbentrop, en su mayoría «injuriosos». Adoptó el punto de vista de que ese «megalómano» podía esperar sentado a que él, Goebbels, bailara a su son.52 También el jefe de prensa del Reich, Dietrich, a ojos de Goebbels un «mentecato sin imaginación ni conocimiento»,53 restringía el influjo del ministro de Propaganda sobre la prensa. Esto se había hecho posible porque, con el comienzo de la guerra, Dietrich estaba casi siempre en el cuartel general del Führer y, por ende, en el entorno inmediato de Hitler.54 Dietrich elegía los diarios y las informaciones de prensa que se presentaban a Hitler, el cual, después de examinarlos, le daba todas las mañanas las instrucciones para la prensa, en ocasiones incluso dictándoselas literalmente.55 Dietrich mantenía un contacto telefónico diario con Goebbels, que servía para el intercambio de información entre el frente y Berlín.56 La inevitable disminución de la influencia de Goebbels la ilustra el hecho de que en esa época basaba sus comentarios en los comunicados oficiales que venían del Führer, sin añadir ante sus colaboradores «argumentaciones propias» sobre la estrategia alemana.57 Para no ser relegado definitivamente a un segundo plano en vista de estas limitaciones, Goebbels activó a finales de septiembre un instrumento con el que ya había instruido en su día, en la difícil situación del año 1932, a sus «altos funcionarios» sobre la «táctica eternamente cambiante» del conflicto, con éxito y disciplina. 58 Para controlar mejor la información periodística, ahora convocaba a diario para las once de la mañana a sus principales colaboradores y jefes de departamento —en principio sólo cinco o seis personas, a partir de 1940-1941 unas veinte, y desde el comienzo de la campaña rusa unas cincuenta— para una «con-

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ferencia ministerial», que en realidad, más que una conferencia, era una distribución de órdenes que él dictaba personalmente. 59 El ayudante de Goebbels declaró en Nuremberg que allí nunca se discutió, sino que primero el oficial de enlace exponía a grandes rasgos la situación mili tar y a continuación Goebbels daba las instrucciones propagandísticas a las personas competentes en cada caso, sobre todo en lo referente a la prensa, la radio y el noticiario Wochenschau.60 A finales de septiembre de 1939 la campaña polaca llegó a su fin. Con el pretexto de proteger a las minorías rusas y ucranianas, en vista de que ya no existía el Estado polaco, el Ejército Rojo irrumpió en Polonia oriental el 17 de septiembre. Al día siguiente se encontraron las unidades soviéticas y alemanas en Brest-Litovsk. Nueve días después capitularon los defensores de la cercadaVarsovia. En ese mismo momento, Ribbentrop, Molótov y Stalin modificaban en el Kremlin las cláusulas del pacto entre Hitler y Stalin a favor de la Unión Soviética. Con la firma del tratado de límites y amistad germano-soviético, los nacio nalsocialistas renunciaban a Lituania y recibían a cambio adicionalmente la voivodía de Lublin y la parte oriental de la voivodía de Varsovia. Después de que, el mismo día de la caída de Varsovia, la prensa y la radio dieran comienzo a una gran ofensiva por la paz, en un discurso pronunciado el 6 de octubre en la Ópera Kroll, Hitler se dirigió a las potencias occidentales con una «oferta de paz» en la que se manifesta ba que «sería una insensatez aniquilar millones de vidas humanas y cau sar pérdidas materiales de cientos de miles de millones para restablecer un entramado que ya en el momento de su formación fue calificado por todos los no polacos como un aborto». Durante la enervante espe ra a la respuesta británica, Goebbels, que en secreto deseaba «que vinie ra la paz»,61 se planteaba una y otra vez la angustiosa pregunta de «si se llegará a una verdadera guerra mundial». 62 El 10 de octubre, durante un almuerzo conjunto en la cancillería del Reich, Hitler observó que aún no tenía idea de cómo reaccionaría Londres. Había que esperar y dejar que las cosas maduraran. 63 Para acelerar este proceso, Hitler aprovechó el «mitin popular» organizado por Goebbels esa tarde en el palacio del deportes berlinés con motivo de la inauguración de la primera obra de

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socorro invernal durante la guerra, en cuyo transcurso recomendó «por última vez» a los ingleses que concluyeran la paz con el Reich.64 Pocas horas antes había llamado a los comandantes en jefe de los cuerpos de la Wehrmacht y les había leído una larga memoria sobre la situación bélica mundial, así como su directiva número seis para la estrategia bélica en el oeste. En caso de que Inglaterra y, capitaneada por ésta, también Francia no estuvieran dispuestas a terminar la guerra en el menor plazo de tiempo, estaba decidido a actuar de manera activa y ofensiva. Para la continuación de las operaciones militares Hitler ordenó preparar una ofensiva a través de la zona belga, luxemburguesa y holandesa, con la que se debía derrotar a las fuerzas armadas francesas y ganar un punto de partida para el desembarco en Inglaterra. Era evidente que la idea de una rápida victoria sobre el «enemigo histórico» había entusiasmado a Hitler sobremanera. En cualquier caso, su «extraordinaria confianza en la victoria» impresionaba a Goebbels65 de tal modo que, contra todos sus miedos y dudas, escribió con verdadera euforia: «Con el Führer venceremos siempre; reúne en su persona todas las virtudes del gran soldado: valor, astucia, precaución, flexibilidad, espíritu de sacrificio y su soberano desprecio de la comodidad».66 El hecho de que Hitler ya estuviera distribuyendo mentalmente las provincias francesas lo comenta con profundo respeto su jefe de propaganda con estas palabras: «En todas las iniciativas va muy por delante del desarrollo de los acontecimientos. Como cualquier genio».67 Sin embargo, el ministro de Propaganda esperaba que las cosas no llegaran tan lejos y que Gran Bretaña transigiera, pues hasta ahora en el oeste sólo había habido «ridículos duelos de artillería»,68 lo que le llevó a observar que ésa era «la guerra más singular que nunca había conocido la historia».69 Así pues, la declaración de Chamberlain en la Cámara de los Comunes del 13 de octubre le cayó como un jarro de agua fría, pues calificó las propuestas de Hitler de vagas y ambiguas, ya que no contenían ninguna alusión a cómo se podría reparar la injusticia cometida contra Checoslovaquia y Polonia. Hitler apenas creía ya «en una posibilidad de paz»; le parecía muy bien poder «arremeter ahora contra Inglaterra» y pensaba que «los ingleses tienen que aprender a

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base de escarmientos».70 Goebbels intentaba reafirmar su confianza contra todas las dudas con esta absurda argumentación: «Ganaremos porque tenemos que ganar». Se decía constantemente que «nuestras posibilidades son (...) sumamente buenas. Si nosotros mismos no lo estropeamos, ganaremos». «Y así será», volvía a decirse.71 Hitler ordenó ahora una intensificada agitación contra Gran Bretaña. Como anillo al dedo le vino al ministro de Propaganda el hecho de que el 14 de octubre el submarino alemán (7-47, comandado por el teniente de navio Günther Prien, penetrara en la gran base naval británica de Scapa-Flow y hundiera el acorazado Royal Oak. Goebbels lanzó inmediatamente un artículo contra el primer lord del almirantazgo, Winston Churchill, a quien responsabilizó de la catástrofe. Puesto que también la prensa neutral empezaba a «pedir a gritos la paz», estaba más que preparado para ver «tambalearse (...) un poco» la posición de Churchill, de manera que sólo había que «insistir constantemente» para derribarle a él y llevar a Alemania la anhelada paz.72 A este mismo propósito servía la nueva campaña que Goebbels desplegó alrededor del hundimiento del Athenia. El 3 de septiembre, el vapor de pasajeros británico —según informaron los ingleses— había sido hundido por error por un submarino alemán cerca de las islas Hébridas. Puesto que en la jefatura de la guerra marítima se asumió que el submarino alemán más cercano, el U-15, se encontraba a millas del lugar donde se había hundido el Athenia y dado que se había enviado la correspondiente noticia al cuartel general del Führer, Hitler hizo comunicar al Ministerio de Propaganda a través del jefe de prensa del Reich, Dietrich, que la notificación británica no era cierta. Paralelamente al desmentido ahora difundido por Goebbels en la radio y en la prensa, el gran almirante Raeder, a instancias de Ribbentrop, que estaba preocupado por la neutralidad americana —en el torpedeo habían perdido la vida 28 ciudadanos de Estados Unidos—, invitó al agregado naval americano a mediados de septiembre y le explicó que entretanto se habían recibido las noticias de todos los submarinos alemanes, que operaban en estricto silencio. Según ellas, se hacía constar de manera concluyente que el Athenia no había sido hundido por ningún sub-

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marino alemán. Sin embargo, esto no correspondía a la realidad. El 27 de septiembre, el U-30 regresó del Atlántico a Wilhelmshaven. El «jefe de los submarinos», el comodoro Dónitz, interrogó a su comandante. Éste reveló el hundimiento del buque de vapor, ante lo cual Dónitz se puso en contacto con Raeder y, tras consultar a Hitler, ordenó «máxima discreción». Según el diario de Goebbels, el ministro de Propaganda no sabía que el hundimiento del vapor era obra de la marina de guerra alemana, y eso que en el mes de octubre estuvo diariamente en el entorno de Hitler. El 19 de octubre —en la capital del Reich todavía no se había extinguido el júbilo por el solemne recibimiento a los héroes de Scapa Flow escenificado por Goebbels— mencionó el informe de «un tal Anderson», que «airea definitivamente el secreto del Athenia. Según ello queda demostrado que Churchill lo echó a pique. Convertimos el asunto en una grandísima sensación. Le doy la vuelta otra vez a mi editorial.Ataque general contra Churchill. Quizás esto le haga tambalearse». Horas más tarde Goebbels recibió «instrucciones» de Hitler sobre cómo tratar el caso. «Él también piensa que quizás consigamos derribarlo», y evaluó semejante éxito en «más que el hundimiento de dos acorazados».73 El 21 de octubre anotó que esperaría para dar el golpe contra Churchill hasta que la embajada alemana en Washington confirmara la declaración de Anderson en Nueva York. Ese mismo día autorizó el ataque contra Churchill. Después de que éste lo rechazara con bastante habilidad, el 22 de octubre Goebbels puso en posición la artillería más pesada contra Churchill en el Vólkischer Beobachter. Formuló el reproche de «que Winston Churchill había intentado hundir el barco mediante la explosión de una máquina infernal (...). Habrían perdido la vida casi 1.500 personas si el atentado original de Churchill hubiera tenido el resultado que deseaba el criminal. Sí, esperaba ardientemente que los cientos de americanos que viajaban en el buque encontraran la muerte en las olas, para que la ira del pueblo americano, engañado por él, se dirigiera contra Alemania como supuesta autora del hecho». Goebbels terminaba con la pregunta: «¿Cuánto tiempo más puede desempeñar

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un asesino uno de los cargos más tradicionales que conoce la historia de Gran Bretaña?».74 Además, el ministro de Propaganda dictó un discurso radiofónico que «resume todas las incriminaciones contra él muy severamente» y que esa misma tarde fue emitido a través de todas las emisoras alemanas y en todas las lenguas universales. Si bien en su diario celebró su repercusión y aunque seguía trabajando con absoluta tenacidad para derribar a Churchill, quien a su juicio era «el causante de la guerra y de la prolongación de la guerra»,75 pronto tuvo que reconocer que con Churchill hacía frente a un rival al cual había que tomar muy en serio. Probablemente por esta razón, Goebbels intentó en lo sucesivo organizar la polémica contra Francia e Inglaterra de una manera algo más realista. El pueblo alemán no debía creer que vencerlos era un juego de niños. No se debía perseguir una propaganda derrotista, pero tampoco ilusa.76 En vista de lo inevitable de la guerra en el oeste, contra la cual había manifestado continuamente sus objeciones la dirección del ejército, marcada por las experiencias y los sentimientos de la Primera Guerra Mundial, Goebbels intentaba hacer frente a los temores diciéndose que la «situación y el poder» de Inglaterra «es hoy más débil que nunca»; 77 otras veces se consolaba pensando que era «una suerte» que Alemania no tuviera que hacer la guerra en dos frentes.78 Aunque incluso la astrologia, en la que en realidad no tenía mucha fe, hablaba «curiosamente» a favor de Alemania,79 la vida le parecía «tan agobiante que se pierde toda la alegría de vivir»,80 pues sin cesar le atormentaban amenazadoras ideas. Al menos la relación con su mujer Magda se estabilizó durante los primeros meses de la guerra, hasta tal punto que celebraron el treinta y ocho cumpleaños de ésta el 11 de noviembre de 1939 «solos» en Lanke. El día de su propio cumpleaños, en el que los británicos presentaron una «abyecta emisión» sobre él, había mirado con angustia al futuro incierto: «Ya cuarenta y dos años. ¿Cuántos más podré cumplir? No me gustaría saberlo».81 El 8 de noviembre de 1939, cuando Goebbels acompañó a su Führer a Munich para el mitin anual en memoria de los «caídos de noviem-

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bre», no tenía distinta disposición anímica, sobre todo porque se daba cuenta de que su propaganda «aún no era especialmente alabada en todas partes».82 Sólo los gritos de júbilo con los que Hitler fue recibido en la cervecería Bürgerbráu y su posterior discurso, que transformó la sala en una fiesta de locos, le levantaron un poco el ánimo, pues creía que el «cortante ajuste de cuentas» de Hitler con la «política de rapiña británica» y su anuncio de que Alemania nunca iba a capitular eran una «sensación mundial».83 Sensación sería sin embargo la que causó otra noticia. Hitler y su ministro de Propaganda la conocieron durante el viaje de regreso conjunto a la capital del Reich. Pocos minutos después de que Hitler y su séquito abandonaran la Bürgerbráu, había estallado justo al lado de la tribuna del orador la carga de dinamita con mecanismo de relojería que había fabricado el ebanista Johann Georg Elser, de Kónigsbronn, en Suabia. La potente explosión y las bóvedas del techo, que se vinieron abajo, habían matado a varios asistentes al mitin y herido a decenas de ellos. Dado que Hitler, a diferencia de lo que solía hacer en los años anteriores, había comenzado el acto media hora antes y, por tanto, se había marchado pronto, ahora Goebbels declaró, después de todas las dudas del pasado: «El está bajo la protección del Todopoderoso. Morirá cuando haya cumplido su misión».84 Parte de esa misión que Goebbels invocaba era la «pacificación» de los territorios orientales conquistados, que supuso también nuevas tareas para el ministro de Propaganda. Una vez que Hitler regresó de Varsovia, donde el 5 de octubre había pasado revista al gran desfile triunfal, informó a Goebbels sobre las impresiones que se había llevado de Polonia. Los polacos eran «más animales que personas, completamente torpes y amorfos», con los cuales no quería «ninguna asimilación».85 Lo que quería era un pueblo polaco esclavo, a las órdenes de Hans Frank en la gobernación general recién creada, que debía ser «depurado» de intelectuales, del clero católico, de aristócratas y de judíos. Del «adiestramiento» del resto de la población también se ocuparía Goebbels. Como si de un pequeño parche de éxito se tratara después de la drástica reducción de competencias, debía asumir allí toda la propaganda,86

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motivo por el cual se creó un departamento de instrucción popular y propaganda, subordinado al departamento de propaganda de su ministerio, en la gobernación general de Cracovia y en cada una de las cuatro jefaturas de distrito de Cracovia, Lublin, Radom y Varsovia. Aún durante las operaciones militares, Himmler había encargado a Heydrich que comunicara a Wagner, del cuartel general del ejército, que las SS planeaban una «concentración parcelaria» en Polonia. La dirección del ejército mencionaba dos condiciones: el «saneamiento» debía realizarse sólo tras la retirada del ejército y tras el traspaso a un gobierno civil estable».Tampoco «puede ocurrir nada que dé al extranjero la posibilidad de poner en práctica una propaganda difamatoria a causa de estos sucesos. ¡Clérigos católicos! Por el momento no es posible», anotó el jefe del Estado Mayor del Ejército, Halder, sobre una conversación con su comandante en jefe Von Brauchitsch. Con esto queda de manifiesto la implicación de la dirección del ejército en los crímenes inconcebibles.87 Para confirmar por experiencia propia su opinión, determinada por Hitler, sobre esa «parte de Asia echada a perder», 88 Goebbels viajó a Polonia a principios de noviembre. ¿Qué otra imagen habría podido ofrecer ese país arrollado por la guerra relámpago de Hitler que la de «una opresora desolación»?89 Si Goebbels ya vio Varsovia como «morada del horror» y a la población, subyugada por la guerra y la ocupación, que se arrastraba por las calles «igual que insectos», como «apática y espectral», su aversión se intensificó con la visita al gueto judío de Lodz: «Eso ya no son personas, son animales. Por eso no se trata de una misión humanitaria, sino quirúrgica. Aquí hay que cortar, y por lo sano».90 Goebbels, quien se preguntaba por qué precisamente Lodz, «ese montón de inmundicia»,91 en el que vivían «casi exclusivamente heces de polacos y judíos»,92 debía ser germanizada y convertida en Litzmannstadt, pidió a Hitler esos «cortes» por lo sano. Era evidente que Goebbels, en conformidad con su Führer, pensaba en la aniquilación de los judíos polacos, como posible primer paso para el «exterminio» del judaismo europeo, tal como Hitler había anunciado a finales de enero de 1939 para el caso de otra guerra mundial. La exposición goebbeliana

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del «problema judío» encontró la «plena aprobación del Führer». Pero mientras Hitler esperaba un acuerdo con Occidente, no tenía ningún interés en una rápida aniquilación de los judíos, pues podían servir como «garantía», según argumentó Hitler delante de Goebbels. En una primera acción, para la que Himmler había dado la orden ya el 9 de octubre, se iba a deportar a los judíos y a los polacos no «aptos» para la «germanización» a la gobernación general, donde a finales de octubre de 1939 se introdujeron los trabajos forzados para los judíos y se hizo obligatorio llevar la estrella de David amarilla. Las personas que en invierno de 1939-1940 comenzaron con la deportación y el asesinato masivo de estas gentes fueron ensalzadas como héroes por Himmler en una conferencia ante la Leibstandarte Adolf Hitler: habían tenido que ser «duros» para «llevarse a miles, decenas de miles y cientos de miles» y para «fusilar a miles de líderes polacos». «En muchos casos era considerablemente más fácil entrar en combate con una compañía que reprimir en cualquier territorio con una compañía a una población insubordinada de bajo nivel cultural, hacer ejecuciones, deportar a la gente, llevarse a mujeres que gritan y lloran».93 La justificación de aquello que no se podía ocultar de esta «política polaca» y que trascendía a la opinión pública alemana la proporcionaba la propaganda goebbeliana, que durante semanas enteras había estado destacando ostentosamente las atrocidades cometidas contra la minoría alemana justo antes y durante la campaña, como por ejemplo lo sucedido durante el denominado domingo sangriento de Bromberg (Bydgoszcz). Goebbels también empleó el cine para imponer entre la población las deportaciones y aquello que Hitler y él todavía proyectaban hacer contra el judaismo. Así pues, en el Ministerio de Propaganda trabajaban bajo su dirección94 desde hacía algunas semanas el director cinematográfico del Reich Fritz Hippler, el nuevo jefe del departamento de cinematografía, y EberhardTaubert, cuyas actividades antibolcheviques se habían visto abruptamente limitadas por el pacto de Hitler con Stalin, en la realización y en el guión de la película «documental» El eterno judío. En su época de estudiante, Hippler, como jefe del distrito de Brandeburgo de la asociación estudiantil de nacionalso-

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cialistas alemanes, había sido uno de los principales organizadores de la quema de escritos «antialemanes» en la Plaza de la Opera de Berlín en mayo de 1933. 95 Él había traído de la conquistada Polonia las grabaciones para este «reportaje cinematográfico». 96 Entre ellas estaban las escenas del rito de degollación de reses filmadas en el gueto de Varsovia. Goebbels se dio el gusto de verlas de inmediato y se estremeció «ante tanta barbarie», sólo para confirmar lo que de todos modos ya estaba planeado: «Este judaismo tiene que ser aniquilado». 97 Después de proyectar las grabaciones para que las viera Hitler, 98 Goebbels tenía en principio la intención de incorporarlas a la película de Veit Harían El judío Süss, que se estaba produciendo entonces, pero éste lo rechazó alegando que el público vomitaría por su crueldad. 99 En lugar de ello, estas escenas de la degollación se emplearon como últi ma secuencia de la película El eterno judío, con la reserva de que este fragmento sólo se mostraría excepcionalmente en las proyecciones públicas. En todo caso, las mujeres sólo debían ver la versión abreviada, que también se recomendaba a las «naturalezas sensibles». 100 Este crudo «documental», tal como había que exponer en la prensa, tenía la misión de revelar a los alemanes «fría y objetivamente» a través de la «imagen incorruptible» algunos aspectos del «judaismo mundial», a saber, el «estado primitivo de los judíos como se ha conservado genuinamente en los guetos de Polonia», para contraponerlo a la imagen de los judíos civi lizados de la Europa occidental. 101 El judío como «europeo occidental civilizado» era el objeto de la escenificación de El judío Süss, que Goebbels había puesto en manos del «jefe dramático» Harían. El encargo para esta película, basada en la novela homónima de Lion Feuchtwanger, que sin embargo fue distor sionada bajo la perspectiva nacionalsocialista, lo valoró Harían en sus memorias como un «golpe terrible». 102 No obstante, él aportó «un montón de nuevas ideas». 103 Además consiguió modificar el primer guión elaborado por Eberhard Wolfgang Móller, 104 el jefe del departamento de teatro del Ministerio de Propaganda, de una manera tan «extraordinaria» que Goebbels estaba seguro de que la película de Harían se convertiría en «la película antisemita» por antonomasia. 105

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De manera más problemática que con Harían transcurrieron las negociaciones con Ferdinand Marian, a quien se designó para interpretar a Süss Oppenheimer. Este se negó a aceptar ese papel argumentando que él representaba a vividores y enamorados y que su público no quería verle en ese carácter antipático. 106 Goebbels le conminó a ello personalmente «con un empujoncito» 107 que consistió en gritarle a Marian a la cara, de manera tan abierta como malhumorada, que él era omni potente. Él, Joseph Goebbels, repartía los papeles, pero sobre todo los nacionalsocialistas habían sido los primeros en hacer que los actores fueran admitidos en la buena sociedad, les permitían cobrar más que los más grandes científicos alemanes y, cuando alguna vez él les pedía algo, rehusaban por consideración a la «chusma judía» de Hollywood. 108 Así pues, Marian se vio obligado a actuar. En el caso de Werner Krauss, al que Goebbels había previsto para el papel del rabino Lów, no fue necesaria esa presión. 50.000 marcos del Reich endulzaron la acepta ción del papel a Krauss, quien había sido el primer vicepresidente de la Cámara de Teatro del Reich. 109 A Goebbels, que a finales de noviembre había emprendido un segundo «viaje oriental» a Danzig.Thorn y Bromberg y a principios de diciembre a la línea Sigfrido, le debió de resultar aún más molesto, en vista de sus esfuerzos por realizar películas antisemitas, que Hitler expresara con «la mayor severidad» su descontento con la producción cinematográfi ca durante el almuerzo en la cancillería del Reich el 11 de diciembre de 1939. En presencia de su enemigo íntimo Rosenberg, del representante de Hitler Hess y de todos los oficiales y ayudantes 110 de Hitler, Goebbels tuvo que oír que en las películas de la pantalla no se notaba que hubiera tenido lugar una revolución nacionalsocialista. Sólo había algunas películas «en general patrióticas», pero no nacionalsocialistas, pero sobre todo las películas aún no se habían «atrevido (...) con el judío bolchevique», vociferó Hitler sin tener en cuenta que las pelícu las antibolcheviques ya producidas habían tenido que ser postergadas por su abrupto viraje con respecto a la Unión Soviética. 111 Hitler, que había hecho adaptar repetidas veces la película propagandística sobre las fuerzas aéreas en la campaña polaca, El bautismo de

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fuego, la cual Goebbels consideraba una obra maestra, 112 también criticó ese día los noticiarios del Wochenschau, cuyas 3.000 copias llegaban semanalmente a los cines.113 «Se hacen de manera trivial y con un interés superficial».114 Al parecer, Goebbels cortaba «los metros sin dar a la nación lo que quiere por medio de una dirección permanentemente interesante», siguió renegando el Führer sentado a la mesa de medio día, poniendo así sobre el tapete una deficiencia que el ministro de Pro paganda trataba de subsanar desde hacía semanas. Durante la «guerra sentada»115 habían faltado «los temas oportunos»;116 las compañías de propaganda sólo enviaban un material fílmico carente de imaginación, lo que el civil Goebbels achacaba a su instrucción militar, que inhibía «la creatividad propia».117 La sarta de improperios duró —según anotó Rosenberg en su diario con tanta malicia como minuciosidad— unos veinte minutos, durante los cuales Goebbels, a quien por lo demás nunca le faltaban argu mentos en contra, enmudeció totalmente tras un apocado intento de defenderse: «Pero si tenemos buenas (...) películas nacionales».118Aunque la situación en que le había puesto su Führer era más que emba razosa, defendió el comportamiento de Hitler al escribir que «tiene derecho a ello, es un genio», 119 prometiendo además hacerlo mejor en el futuro. Posiblemente fue la moral de la población, cualquier cosa menos optimista, la que llevó al irritado Hitler a lanzar semejantes ataques contra su ministro de Propaganda. Desde que había quedado patente que la guerra contra Gran Bretaña y Francia no se podría evitar, la gente recordó la mortífera e interminable guerra de posiciones en el oeste entre los años 1914 y 1918. El autohundimiento del Almirante Conde Spee en el Río de la Plata volvió a hacer presentes esos terribles recuerdos bélicos: el acorazado destruido había atracado en Montevideo tras un combate naval con una unidad británica. Puesto que el gobierno de Uruguay, seguramente cediendo a la presión americana, sólo concedió al capitán Hans Langsdorff un plazo de 96 horas, insuficiente para repa rar los desperfectos, y dado que los británicos estaban esperando en la \ bahía para hundir a cañonazos al Conde Spee, Berlín ordenó el hundi-

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miento. Si bien la propaganda acababa de informar acerca de una exitosa batalla naval del Conde Spee, en adelante se «esquivó» este tema, tal como lo expresó Goebbels. Para desviar la atención del «heroico final del glorioso buque», que «traspasa el corazón», hizo correr el rumor de que los aviadores de Góring habían derribado 36 aviones británicos en una batalla aérea sobre Helgoland. 120 Por más que esto sirviera de consolación a la catástrofe del Rio de la Plata, a finales de año Goebbels consideró que era absolutamente necesario no minimizar la importancia de los enemigos, sobre todo la de los ingleses, pues estaba en juego la «existencia nacional». 121 Si en Navidades había advertido contra dejar «aflorar el sentimentalismo» 122 y en su lugar exigido que se hiciera «fuerte» al pueblo, 123 su discurso de fin de año también respondía a este tenor. Él, que estaba convencido de la victoria porque su Führer irradiaba «confianza y fe en la victoria», profetizó en Nochevieja a los alemanes para el año 1940: «La victoria no se nos va a regalar.Tenemos que ganárnosla (.. .).Todo el mundo tiene que colaborar y luchar por ello (.. .).Vamos a luchar y a trabajar y a decir con aquel general prusiano: "Dios Nuestro, si no puedes o no quieres ayudarnos, sólo te rogamos que tampoco ayudes a nuestros reprobos enemigos"».124 Ya que a finales de año, con 25 grados bajo cero, escaseaba el carbón, tuvieron que cerrarse las escuelas, las fábricas, los cines y los teatros, y él mismo tenía que trabajar en su ministerio cubierto con el abrigo y mantas, con mayor motivo pronunció Goebbels el brindis «¡Dios castigue a Inglaterra!»125 en su pequeña velada de Nochevieja, en Lan-ke, a eso de la medianoche. Mientras tanto Hitler, que celebraba el Año Nuevo en el Berghof, meditaba sobre cómo «castigaría» a Francia. Ya había tenido que aplazar varias veces la campaña occidental por el mal tiempo. El 10 de enero la fijó «definitivamente» para el 17 de enero. Cuatro días antes la tuvo que aplazar de nuevo, «en vista de la situación meteorológica». La verdadera causa fue el vuelo errante de un avi ón militar alemán, que despegó el 10 de enero de Münster en dirección a Colonia y que horas más tarde tuvo que realizar un aterrizaje forzoso en Mechelen-

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sur-Meuse.A bordo se encontraba el comandante Helmut Reinberger, que llevaba en su cartera los planes de operaciones para la planeada campaña occidental. Pese a todos los esfuerzos del oficial de enlace de la flota aérea 2 por destruir los documentos, parte de ellos cayeron en manos de los belgas. Reinberger, después de ser liberado por las autoridades belgas, se puso inmediatamente en contacto con el Ministerio del Aire en Berlín a través de la embajada alemana en Bruselas. Seguidamente, el 12 de enero, el jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht en el OKW [Alto Mando de la Wehrmacht], el general Jodl, dio cuenta personalmente al Führer del incidente. Después de que al día siguiente la embajada alemana en Bruselas informara en un telegrama urgente sobre considerables movimientos de tropas del ejército belga, que se debían a noticias alarmantes, Hitler hizo aplazar la campaña occidental por un tiempo indefinido. Aunque en esta época Goebbels se reunía casi diariamente con Hitler —el 14 de enero éste visitó incluso a los Goebbels en Schwanenwerder—, de nuevo parecía no estar al corriente de los acontecimientos.Así, cuando al día siguiente se enteró de que Bélgica y Holanda habían suspendido los permisos para todos los miembros de sus ejércitos, creyó que los gobiernos de ambos países querían «sondear el terreno». Cuando por la tarde visitó a Hitler, éste volvió a justificar el aplazamiento de la campaña occidental con el mal tiempo. Sólo diez días después anotó Goebbels en su diario que había que seguir esperando para la ofensiva, ya que el vuelo de un subteniente había perdido el rumbo hacia Bélgica y había tenido que realizar allí un aterrizaje forzoso. En lugar de informar a Goebbels sobre los verdaderos motivos para el aplazamiento de la campaña occidental, Hitler, a quien después del fallido atentado del 9 de noviembre dominaba «una firme sensación de absoluta seguridad»,126 le hablaba en un «orden de cosas muy elevado», en las categorías de la fe: «Sencillamente no podemos perder la guerra. Y en ese sentido se debe orientar todo nuestro pensamiento y actuación». Análogamente a esas frases dogmáticas, Hitler hizo saber a su profundamente impresionado ministro de Propaganda que «las dimensio-

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nes en las que actúa el genio histórico no son decisivas para su grandeza, sin el valor y el arrojo con que se enfrenta a los peligros». 127 Después de unas frases tan contundentes, Goebbels se puso a trabajar «como nuevo». En el centro de su trabajo seguía estando la propa ganda, con la que quería enemistar al pueblo británico y a sus líderes. Allí estaban por una parte los «plutócratas», los «judíos entre los arios», 128 los Chamberlain, los Churchill y otros varios cientos de familias «que reúnen todo, excepto la legitimidad moral para dominar el mundo». 129 Su «ilimitada y cerrada arrogancia, su lentitud de pensamiento, su provocadora flema respecto a las preocupaciones e intereses de otros pue blos, su moral hipócrita y falsa, su descarada ingenuidad en la propagación de mentiras y calumnias» ha sido elevada en cierto modo por el «plutócrata» a la categoría de arte político, 130 con el que quiere llevar al pueblo inglés a la guerra y a la destrucción; éste era el tenor de la pro paganda goebbeliana, cuyo «carácter antiplutocrático» ya había querido subrayar enérgicamente en diciembre del año anterior; 131 ése era su «mejor punto de ataque contra Inglaterra». 132 Para tal fin Goebbels había impulsado con una urgencia febril la ampliación del departamento exterior del Ministerio de Propaganda, cuyo número de colaboradores se había más que duplicado desde el comienzo de la guerra hasta abril de 1941, pasando de 20 a 41. 133 El departamento participaba en las emisiones de la radio exterior, que te nían una especial eficacia. Éstas estaban coordinadas e inspiradas a entera satisfacción de Goebbels por el intendente y director Adolf Raskin, quien ya había descollado con su propaganda radiofónica durante la campaña «de vuelta a la patria del Reich» en el territorio del Sarre. 134 Además de las emisiones habituales, durante las cuales se retransmitían entre otras cosas los discursos traducidos de los líderes pardos, las emisoras clandestinas también hacían la «guerra etérea»135 bajo su dirección. Asimismo entraba dentro de las tareas del departamento exterior el diseño de octavillas. Goebbels recibió un elogio especial del Führer por las hojas en las que se representaba a soldados ingleses en posturas inequívocas con mujeres francesas y que debían atizar el resentimiento entre los aliados. 136 El departamento de propaganda lanzó caricaturas muy

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maliciosas de Churchill en los paquetes de cigarrillos, pensadas para los alemanes, a quienes se les debían presentar las potencias occidentales como instigadoras de la guerra. 137 «El propagandista más fastidioso de la parte contraria» era a juicio de Goebbels el antiguo presidente del Senado de la ciudad libre de Dan zig, Hermann Rauschning. Su libro Conversaciones con Hitler estaba escrito «con extraordinaria habilidad» y representaba un «enorme peligro», 138 pensaba Goebbels, pues el autor ponía en él al descubierto los objeti vos expansionistas y de ideología racial de Hitler. Rauschning le hacía decir a éste que la «lucha decisiva» contra Rusia era ineludible, que que ría «desembarcar» en Inglaterra, maquinar «revueltas y desórdenes» en Estados Unidos, acabar «de raíz» con el cristianismo y, claro está, con el judaismo. El 29 de enero de 1940 la legación alemana en Berna protestó contra la difusión de las Conversaciones en lengua inglesa y francesa, así como contra la publicación del libro de Rauschning Revolución del nihilismo, en el que describía la esencia del nacionalsocialismo. Tres días después, el enviado alemán en Berna, el barón Sigismund von Bibra, exigió la prohibición de las Conversaciones. Cuando Goebbels, quien había hecho reunir material incriminatorio contra Rauschning procedente de Danzig, amenazó a los estados neutrales alegando que quería que el «concepto de neutralidad», además de su vertiente mili tar, se hiciera extensivo a la política y al periodismo, el consejo federal suizo se rindió y el 16 de febrero prohibió el libro de Rauschning. 139 El 18 de febrero de 1940, después de que se conociera que el navio alemán Altmark, un buque auxiliar de la marina que llevaba a bordo a 300 prisioneros ingleses rescatados del Conde Spee, había sido divisado y capturado en aguas jurisdiccionales noruegas —en el fiordo de Jóssing—, Goebbels dio instrucciones a su aparato de disparar «con todos los cañones propagandísticos» y de hacer estallar un «coro infernal de indignación».140 Aunque la agencia de noticias británica ya había comunicado el incidente varias horas antes que la alemana, de manera que la mayor parte de la prensa mundial adoptó la exposición inglesa, él creía poder «reparar aún en cierta medida la negligencia del Ministerio de Exteriores con una hábil maniobra». «Todos los periódicos y emisoras

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trabajan al máximo rendimiento. La cólera en el pueblo alemán es indescriptible», anotó en su diario, 141 y el 19 de febrero hizo dar órdenes a la prensa de «concentrar toda la polémica (...) en este único caso», de manera que el mar echara espuma. 142 Mientras que Goebbels continuaba su guerra propagandística, Hitler llegó al convencimiento, bajo la impresión del caso Altmark, de que los británicos no tenían miedo a saltar hacia Noruega y de que Oslo ape nas ofrecería resistencia. Por eso insistía en acelerar los preparativos para el «golpe» alemán a Dinamarca y a Noruega, que a finales de enero había impulsado «con su influencia directa y personal». 143 Se trataba sobre todo de apoderarse de los puertos del país, para desde ellos posi bilitar a las fuerzas armadas alemanas el libre acceso al Atlántico y ade más asegurar el abastecimiento del mineral de hierro desde la neutral Suecia. Puesto que en la estación fría se helaban las aguas del norte de Suecia, el mineral tenía que ser transportado por ferrocarril hasta Narvik y desde allí en barco a lo largo de la costa noruega hasta los puertos alemanes. Después de que el 18 de marzo, en su encuentro con Mussolini en el Brennero, Hitler se hiciera asegurar que Italia entraría en la guerra del lado de Alemania, se efectuaron rápidamente los preparativos para la operación que se planeaba por tierra, mar y aire bajo el nombre cla ve de Ejercicio del Weser (Weserübung) y que se mantuvo en secreto también ante el Duce. Goebbels debió de ser informado a principios de abril, pues el 5 de ese mes recibió a los redactores jefe de la prensa berlinesa y a los jefes de las corresponsalías berlinesas de la prensa extranjera, y les comunicó que se esperaba pronto un cambio en la estrategia bélica. Aun cuando el objetivo de la propaganda alemana fuera distan ciar a los pueblos de las potencias occidentales de sus gobiernos, al igual que en la lucha por el poder se había apartado a los votantes de las vie jas presidencias de los partidos, de ningún modo radicaba ahí la única receta «salvadora» de la estrategia bélica, pues en ese caso haría superflua la movilización militar.144 En esa misma época se puso en marcha un golpe propagandístico que debía presentar la inminente operación en el norte como una medi-

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da defensiva no sólo ante la opinión pública alemana. Los especialistas de Goebbels habían recurrido a una portada de la revista francesa L'Illustration, que mostraba al subsecretario de Estado del Ministerio de Exteriores americano, Sumner Welles, y al presidente francés, Paul Reynaud, delante de un mapa de la Europa central, en el que Alemania estaba limitada al territorio entre el Rin y el Oder, así como dividida en un estado del norte y otro del sur. Al igual que en otros casos de falsificación propagandística, ésta se lanzó primero para su publicación en el extranjero. Sólo cuando salió el periódico italiano Regima Fachista con el mapa de Europa, se destacó exageradamente el asunto en la propaganda alemana y se dieron instrucciones a la prensa de presentar el mapa como una «cínica prueba de las nuevas tendencias destructivas de los aliados», lo que, junto con el material sobre la lucha del Ruhr, produjo una mezcla propagandística muy del gusto de Goebbels.145 Dos días después de que éste señalara a la prensa el 5 de abril que no tuviera en cuenta una rectificación de Sumner Welles en la cuestión del trazado de las fronteras europeas, el supremo consejero de guerra londinense entregó a los gobiernos de Oslo y Estocolmo sendas notas en las que anunciaba la colocación de minas delante de las aguas territoriales noruegas y el envío de un cuerpo expedicionario. El ministro de Propaganda se alegró. Había encontrado un motivo: «Medidas contra la navegación alemana, incluso publicadas abiertamente como tales. Ese es el trampolín que buscábamos. ¡Oh sancta simplicitas! Así que ahora al ataque. Ralentizo un poco la cosa en la prensa alemana. No hay que quitarse la máscara demasiado pronto».146 Mientras que corría la «cuenta atrás» para el Ejercicio del Weser, la mañana del 8 de abril Goebbels paseaba cojeando junto a Hitler por el jardín de la cancillería del Reich.Todo estaba preparado «hasta el más mínimo detalle», unos 250.000 hombres llevarían a cabo la operación, explicaba Hitler. La munición y las piezas de artillería ya se habían trasladado al otro lado, en gran parte ocultas en los transportes de carbón, prosiguió, y no dejó de aludir al hecho de que la guerra tenía que concluirse victoriosamente en el plazo de un año, ya que de lo contrario la superioridad material de los enemigos sería demasiado grande.147 Por

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la tarde Goebbels desarrolló «con el alma en un hilo» una serie de agitadas actividades. Para disimular anunció que al caer la tarde estaría presente en una asamblea de la obra de socorro invernal en el palacio de deportes, «movilizó» a la radio «secreta e inadvertidamente», se reunió de nuevo con Hitler, dio instrucciones a la prensa de que abriera con Rumania, habló con Jodl, a quien le expuso detalladamente este «atrevimiento, el más peligroso de la historia bélica moderna»148 y se dirigió por tercera vez hacia su Führer. «Ahora hay que tener nervios de acero y confiar en la buena estrella».149 Al amanecer del 9 de abril de 1940 la Wehrmacht dio comienzo a la ocupación de Dinamarca y Noruega, adelantándose a los británicos sólo unas pocas horas. Así, no sin razón, el ministro de Propaganda berlinés pudo presentar la operación Ejercicio del Weser como una medida defensiva. En consecuencia, se dieron instrucciones a la prensa para que informara en este sentido: «Respuesta relámpago a los intentos británicos de convertir Escandinavia en un escenario bélico contra Alemania». Durante el día, Londres anunció graves pérdidas alemanas, que sin embargo Goebbels tildó de «inventadas». La confirmación final la recibió cuando por la tarde, en la cancillería del Reich, oyó que Hitler se refería a la exitosa acción como «uno de los mayores éxitos de toda nuestra política y estrategia bélica». Londres estaba perplejo, Estados Unidos declararon su falta de interés. Para Goebbels era el «colmo de la felicidad».Tenía miedo «a la envidia de los dioses».150 Sin embargo, el desencanto no se hizo esperar. A diferencia de Dinamarca, Noruega llamó a la resistencia militar. Cuando la división naval alemana, formada por 16 buques comandados por el crucero pesado Blücher, entró en el fiordo de Oslo, rompieron fuego contra éste las baterías de la costa y lo hundieron. Poco después, las escuadras alemanas entablaron sangrientas batallas con las fuerzas navales británicas cerca de Kristiansand, Bergen y Narvik. Cuando el 10 de abril Goebbels visitó la cancillería del Reich, Hitler constató que en los dos últimos días Gran Bretaña había «perdido muchísimo prestigio», pero lamentó también las pérdidas alemanas y concluyó que esta acción había sido la única gran misión que había podido imponer a la marina de guerra.151

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En la conferencia ministerial del 11 de abril, Goebbels pidió a sus colaboradores que consideraran que el éxito de la operación Ejercicio del Weser era lo único decisivo. «Lógicamente» había que contar con pérdidas, pero eso no era lo importante, «sino el éxito que conduce a la victoria».152 Un día después habló de «situaciones críticas» y señaló que por principio nunca había que guardar silencio, sino siempre decir algo,153 para poco después confirmar la regla con la excepción.Y es que la radio y la prensa se quedaron calladas cuando más de 20.000 ingleses, franceses y polacos desembarcaron en Narvik, donde terminaban los trenes con el mineral de hierro. Mientras que el resto de operaciones de laWehrmacht en Noruega avanzaban conforme al plan previsto, allí las tropas de montaña alemanas se vieron en una situación desesperada. Como consecuencia, el 18 de abril Hitler comunicó a Dietl que no contara con ningún tipo de refuerzo y le exhortó a «actuar de tal manera que la honra de laWehrmacht alemana no sufra menoscabo».154 La víspera del 20 de abril, durante su discurso anual, Goebbels hizo todo lo posible por ocultar la situación en el norte de Noruega. Se desató en improperios contra los «plutócratas» británicos y sus mentiras; toda la «sarta de mentiras lanzada» por Londres contra el Reich rebotaba en Alemania sin surtir efecto. «Eso se debe a que el pueblo alemán tiene en el Führer la encarnación de su fuerza y el ejemplo más brillante de sus objetivos nacionales».Tomando como ejemplo una secuencia de la película sobre Polonia El bautismo de fuego, que Goebbels describió acto seguido en su discurso, explicó a los radioyentes el papel salvador de Hitler: «Entonces la cámara se aparta lentamente del grupo de los generales que deliberan y enfoca al Führer, que está sentado en un lado de la sala; y en ese momento el ojo del espectador descubre con profunda emoción al hombre hacia el que todos miramos, su rostro lleno de preocupaciones, ensombrecido por la carga de la reflexión, una personalidad histórica, sumamente grande y sola».155 Hitler, en el que Goebbels creía de nuevo ciegamente desde la enigmática salvación de la bomba colocada por Elser en la cervecería muniquesa Bügerbráu, demostró «un ingenio y una gracia inagotables» en

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su mesa de cumpleaños. En la conversación también se abordó la pregunta de cuánto tiempo seguiría Inglaterra haciendo la guerra contra Alemania. Goebbels, que odiaba inmensamente a la «plutocracia» de ese país por sus propias experiencias con la aristocracia alemana, escuchó con cierta estupefacción que Hitler no quería aniquilar a Inglaterra y destruir su imperio, sino «hacer las paces en el día de hoy». 156 A este objetivo servía también la campaña occidental, explicó Hitler a su ministro de Propaganda el 24 de abril. Francia tenía que ser des trozada porque así Londres perdía «su espada continental» y quedaba «por tanto impotente». Además, el «aniquilamiento» de Francia era igualmente un «acto de justicia histórica». 157 Una semana más tarde, el 1 de mayo, Hitler ordenó el «supuesto amarillo» para el 5 de mayo, aunque el inicio de la campaña tuvo que ser aplazado una vez más. Goebbels volvía a tener los nervios a punto de desgarrarse por la tensión. Mien tras que todo estaba dispuesto para la gran ofensiva, desvió por el momento la mirada de la opinión pública mundial para prepararla psicológi camente. Reaccionó con desprecio a las advertencias delVaticano, desde donde se decía que el Papa había «pasado todo el domingo orando entre abundantes lágrimas». «Ya conocemos esta vieja treta», fue su comentario.158 Mientras que Goebbels desmentía en la radio y en la prensa cualquier tipo de intenciones ofensivas contra Holanda y Bélgica, cuyas declaraciones de neutralidad «criticaban» continuamente los informes del OKW ya desde marzo, 159 mientras que obligaba por juramento a los representantes de los medios a aclarar una y otra vez que eran Inglaterra y Francia las que «nos han declarado la guerra y ahora lo van a pagar» y que «en ningún caso» se podía permitir que «nos vuelvan a encasillar en el papel del atacante», 160 el 9 de mayo Hitler daba la orden definitiva de atacar al día siguiente. El plan Corte de hoz, del general Von Manstein, que Hitler había aceptado, era un plan ofensivo que sin embargo se presentaba como medida defensiva en la «proclama a los soldados del frente occidental» redactada por Hitler, puesto que Inglaterra y Francia intentaban supuestamente «avanzar hacia la cuenca del Ruhr» a través de Holanda y Bélgica. Así pues, había llegado la hora

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para los soldados del frente occidental. La «lucha que se inicia determina el destino de la nación alemana para los próximos mil años», manifestó Hitler.161 Alrededor de las cinco de la tarde de ese 9 de mayo, Hitler subía con su plana mayor a un tren especial en la pequeña estación de Finkenkrug, fuera de Berlín, y partía, para despistar, en dirección noroeste. Cuando Goebbels, también para disimular, asistía por la tarde en el teatro estatal de Berlín a una representación del drama de Mussolini Cavour, su mente estaba más con Hitler, cuyo tren especial se dirigía entretan to al cuartel general Felsennest [Nido en la roca], por encima de Bad Münstereifel, que no en la escenificación de Gründgens, que no le con venció en absoluto. «Al parecer» al Duce se le daba «mejor hacer historia que dramatizarla», opinó Goebbels. 162 Al amanecer del 10 de mayo de 1940 comenzó la campaña occidental. 137 divisiones con aproximadamente un millón y medio de sol dados, casi 2.500 carros de combate y casi 4.000 aviones formaron filas desde el mar del Norte hasta la frontera meridional. A las ocho —en ese mismo momento los destacamentos de tropas alemanas tomaban puentes, nudos ferroviarios, centros de transportes y el fuerte de Eben Emael, cerca de Lieja, que se consideraba inexpugnable y era un impor tante punto estratégico—, Goebbels daba lectura a través de la radio a memorandos dirigidos a Bélgica, Holanda y Luxemburgo, en los cua les reprochaba a los gobiernos de estos países la «flagrante violación de las reglas más primitivas de neutralidad». Se dieron instrucciones a la radio y a la prensa para que señalaran que Inglaterra y Francia estaban a punto de ocupar Bélgica y Holanda y que el Führer se les había ade lantado una vez más. De todos modos, dado que ambos países se ha bían puesto hacía mucho del lado de las «potencias plutocráticas», eran víctimas suyas. La campaña occidental se convirtió en una extraordinaria marcha triunfal de las fuerzas armadas alemanas. El grupo de ejércitos A, al mando de los generales de las divisiones blindadas Hans Reinhardt, Heinz Guderian y Hermann Hoth, irrumpió sin esfuerzo a través de las posi-, ciones francesas en Sedán y avanzó hasta el 20 de mayo hasta la de

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sembocadura del Somme. Así pues, todas las fuerzas belgas, británicas y francesas que se encontraban al norte de este «corte de hoz» quedaron incomunicadas por tierra. «Se ha logrado el cerco. Se prepara una nue va Cannas», se regocijó Goebbels, que seguía con entusiasmo las ope raciones en los lugares que recordaba de la guerra mundial. Sin embar go, para su buen estado anímico, aún más importantes que los triunfos de las armas alemanas eran las conversaciones telefónicas casi diarias con Hitler, quien dirigía las operaciones desde el cuartel general de campaña. Estaba «dichoso», anotó Goebbels una vez, otra que el Führer creía firmemente en la victoria,para él «una prueba más (...) de que la tenemos asegurada».163 Con mucho énfasis escribió Goebbels que el sistema nacionalsocialista, pensado y preparado metódicamente por un «genio», era llevado a la victoria «por la mano guía» de este «genio histórico». Bajo el «influjo alentador» de este hombre habían despertado las viejas virtudes nacionales alemanas en el espíritu de un nuevo ideal. «El genio creativo alemán se ha visto liberado por primera vez en toda su historia de todos los impedimentos burocráticos y dinásticos y se ha desarrollado plenamente». En el artículo titulado «Tiempo sin precedentes», epígrafe que se tomó después para la publicación del libro que reunía sus discursos y artículos de los años 1939-1941, Goebbels intentó además demos trarse a sí mismo y a sus lectores que la situación en la que se encontraba Alemania era completamente diferente a la del año 1914. El artículo estaba destinado para la primera edición del nuevo periódico semanal Das Reich. La idea para esta nueva creación nació a finales de noviembre de 1939, cuando se lamentaba de forma generaliza da la monotonía de la prensa alemana y se buscaban posibilidades para intensificar la propaganda en el extranjero. En algunas conversaciones con el poderoso Rolf Rienhardt, 164 la mano derecha del «magnate de la prensa» nacionalsocialista Amann, 165 surgió —pese a las dificultades que ya existían para la adquisición de papel— 166 el proyecto de un «semanario previsto sobre todo para el extranjero», para el que se sugi rió primero el título Deutsche Rundschau [Panorama alemán].167 Goebbels consideraba desafortunado el título Das Reich, que prefería Rien-

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hardt, porque era «demasiado oficioso», 168 pero en esta cuestión tuvo que rendirse ante la omnipotencia del dúo Amann/Rienhardt en el sec tor editorial. No obstante, sí hubo acuerdo en la concepción. Se pensaba en una especie de Observer alemán, es decir, un periódico intelectual que —con el apoyo de importantes personalidades del Reich alemán— hiciera uso de una lengua cuidada y estuviera concebido sobre todo para los países extranjeros neutrales, además de para los alemanes con intereses políticos e intelectuales. 169 El Reich era el único periódico que estaba exento de observar la consigna diaria del jefe de prensa del Reich. Goebbels, a quien le complacía poder escribir dentro del grupo de prestigiosos colaboradores,170 fue presa de la ambición periodística. Desde el principio tuvo la intención de «trabajar muy intensamente» en esa empresa,171 entre otras cosas porque así esperaba poder «hacer mucho en materia propagandística». 172 La Editorial Alemana, controlada entretanto por Amann y que publicaba el Frankfurter Zeitung y el Deutsche Allgemeine Zeitung, firmó con Goebbels un contrato que remuneraba sus artículos con 2.000 marcos del Reich en cada caso. El ministro de Propaganda, que tras una larga pausa había comenzado de nuevo a escribir editoriales regularmente —primero en el Vólkischer Beobachter— bajo la impresión de los críticos meses anteriores a la guerra, solía redactarlos en una hora o en hora y media, pero también en menos de quin ce minutos si era necesario.173 A partir de principios de 1941, todos los lunes por la ma ñana casi sin excepción, el ordenanza de la Wilhelmplatz llevaba a la editorial un texto cuidadosamente redactado,174 una «inversión de energía» que reconocía incluso el «enemigo jurado» de Goebbels, Rosenberg. Éste pensaba que por eso no había que hacer «cada vez pequeñas críticas» a los artículos. Pero, cuando «por un sentimiento del deber conforme al cargo» hacía el «esfuerzo de leer a veces con más detenimiento lo escri to», encontraba «principalmente la polémica contra nuestros adversa rios de tan baja categoría» que varias veces envió cartas de queja a Góring, porque consideraba que Goebbels «permanecía agarrado a los faldones de Churchill».175

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La primera edición del nuevo periódico, cuya tirada alcanzaría el medio millón de ejemplares sólo medio año después de su salida, apareció el domingo 26 de mayo, 176 el día en que con la ocupación de Calais —así lo veía Goebbels— Alemania ponía «la mano en el cuello a Inglaterra».177 Tres días más tarde capituló, después de los Países Bajos, el rey Leopoldo III de Bélgica, quien, a pesar de ser uno de esos aris tócratas que Goebbels odiaba por principio, fue reivindicado por él inmediatamente como una «cabeza sensata», pues había «tratado al pueblo con el corazón».Ya que se decía de él que tenía «grandes simpatías» por Alemania, Hitler le asignó una renta de 50 millones de francos. 178 Ya al comienzo de la campaña, la propaganda goebbeliana había intentado separar a los aliados utilizando los comunicados oficiales para poner a unos en contra de otros.También ahora aprovechó las declara ciones críticas del presidente francés sobre la capitulación de Bélgica para denunciar la «lamentable postura» del «belicista gobierno» francés. Primero se había ganado a Bélgica para el «plan criminal contra Ale mania» y luego, después de que Leopoldo desistiera al ver que la con tinuación de la resistencia carecía de perspectivas, le había dado por así decir una patada y le había acusado de traición. 179 Mientras que en el Reich ya no cesaron los clarines de victoria con los que la radio abría los partes especiales y mientras que la prensa debía dar cuenta insistentemente a los alemanes de la grandeza de los éxitos, las emisoras clandestinas de Goebbels trabajaban al máximo rendimiento. Él mismo escribía noticias para ellas, a través de las cuales se exhortaba por ejemplo a los soldados franceses a desertar, se recomendaba a la población que huyera o se intentaba inducirla a que retirara sus aho rros de los bancos, porque eso sería lo primero que confiscarían los ale manes. Las noticias falsas, muy bien calculadas, a veces provocaban realmente una considerable confusión y, cuando en la Gare du Nord parisina cundió el pánico sólo porque se creyó que Goebbels se había presen tado allí, según la noticia falsa de una emisora clandestina, esto halagó especialmente al ministro de Propaganda. 180 A finales de mayo, cuando la victoria de los alemanes se perfilaba cada vez con mayor claridad, Goebbels hizo intensificar de nuevo los

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ataques contra Francia en la radio y en la prensa.181 Se repitieron hasta la saciedad los viejos clichés contrarios a Francia, como el de la decadencia de la «esencia romana». Francia no podía ser el exponente cultural de Europa porque «se había degradado por la mezcla con razas inferiores y había cometido después de 1918 el mayor atentado contra la civilización, poniendo bajo el control de negros a la nación más desarrollada racialmente durante la ocupación del Ruhr».182 No se debía dejar pasar ninguna oportunidad para traer a la memoria la época de la ocupación francesa con todas sus asociaciones de ideas negativas. Tras la retrasada conquista de Dunkerque, que le había posibilitado al ejército expedicionario británico la evacuación a través del Canal de la Mancha, el 4 de junio terminó la primera fase de la campaña occidental. Dos días después Goebbels voló para ver a Hitler, que había instalado su cuartel general de campaña en Bruly-de-Pesche. Hitler le habló de una visita a los campos de batalla en los que había luchado durante la Primera Guerra Mundial y se deleitó recordando sus vivencias en el frente, sobre las que había escrito en su libro Mi lucha que constituían la «época más grande e inolvidable» de su «vida en este mundo». Goebbels quedó «profundamente embargado por estos dramáticos relatos». El Führer estaba «muy por encima» de todos. Era —una vez más— un «genio histórico», observó su admirador, alegrándose del «gran momento» y de su dicha por poder participar en la construcción de una «nueva Europa».183 Tras una «afectuosa despedida» de Hitler, que se había mostrado «muy cariñoso» con él, Goebbels partió «nuevamente lleno de energía y vigor» hacia el cercano aeropuerto castrense, desde donde un bombardero Heinkel le llevó de regreso a la capital del Reich. Hitler le había dicho a Goebbels que contaba con que Francia, a la que Italia le declaró la guerra el 10 de junio, fuera «derrotada» en un plazo de entre seis y ocho semanas.184 En realidad, la campaña francesa se iba a concluir con éxito en sólo catorce días. El 14 de junio los carros de combate alemanes rompieron en Sarrebruck a través de la línea Maginot.Verdún, por la que se había luchado durante años en la guerra mundial —como consecuencia murieron 700.000 personas—,

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cayó en pocas horas. El mismo día, una unidad de combate alemana alcanzó la frontera suiza del Jura, aislando así a todo el ejército francés del este, mientras que al mismo tiempo entraba en París una división de infantería alemana. Tras una conversación telefónica con Hitler en ese día repleto de acontecimientos, Goebbels creyó que el Reich estaba en el culmen de su triunfo militar. Hitler «aplastará» a los franceses «hasta que nos mendiguen la paz».185 En estado de euforia también le puso a Goebbels el hecho de que dimitiera el gobierno de Reynaud, que se había refugiado en Burdeos, al que Churchill, el nuevo primer ministro británico, había exhortado a perseverar hasta el fin. Dos días después, el anciano mariscal Philippe Pétain, el «vencedor de Verdún», asumió las funciones gubernamentales y ofreció inmediatamente a Alemania un armisticio. Cuando Hitler llamó a Goebbels para comunicárselo, éste apenas fue capaz de felicitar a Hitler en ese «gran momento histórico». 186 Y Hitler escenificaba la historia, pues pensaba llevar a cabo las negociaciones de capitulación exactamente en el lugar donde el 11 de noviembre de 1918 los representantes del ejército occidental alemán se vieron obligados a firmar el acta de capitulación. Goebbels, delante de cuya ventana en la Wilhelmplatz se reunieron miles de personas ese 17 de junio de 1940 —después de que la radio del Reich anunciara la sensacional noticia del armisticio— para entonar el Alemania, Alemania, por encima de todo, estaba entusiasmado con

su Führer; calificó lo ocurrido en el vagón de tren en el bosque de Compiégne el 21 y el 22 de junio de 1940 como un «juicio divino que se efectúa aquí con nuestra mediación por orden de un destino histórico superior».187 La ignominiosa derrota de la guerra mundial y las subsiguientes humillaciones quedaban ahora borradas, y el propio Goebbels, cuyo periodo vital más sombrío comenzó en aquel noviembre hacía más de veinte años, estaba ahora en el centro del poder de un fuerte Reich alemán. Goebbels mantuvo a la nación al corriente de las negociaciones de armisticio con informes telefónicos desde Compiégne, que fueron retransmitidos por la radio del Reich. El negociador francés, el general

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Charles Huntziger, tras consultar a su gobierno, se vio finalmente obli gado a acceder a que la Wehrmacht alemana ocupara Francia hasta la línea situada al oeste y al norte de Ginebra, Dóle,Tours, Mont de Marsan y hasta la frontera española y, por tanto, toda la costa del Canal de la Mancha y del Atlántico. Cuando a la 1.35 de la mañana del 25 de junio cesaron las actividades bélicas en Francia, la radio lanzó una emi sión especial sobre la cual el ministro de Propaganda afirmó con orgu llo que se había «realizado de manera muy eficaz». Goebbels la siguió en el pequeño círculo de sus colaboradores, a los que había invitado a Lanke. «¡Esto es lo que hemos conseguido!», dijo, satisfecho, a modo de balance.188 Los miedos y preocupaciones que en su día atormentaron a Goebbels ante la perspectiva de una guerra se habían desvanecido bajo el efecto de la carrera triunfal de la Wehrmacht. Creyendo firmemente en la misión divina del Reich y de su Führer, ahora esperaba incluso que se produjera la guerra contra Inglaterra. «Confiemos en que Churchill no desista en el último momento», afirmaba con verdaderos temores. 189 Al primer ministro británico, que no había asegurado a su pueblo nada más que sangre, fatigas, lágrimas y sudor, Goebbels lo odiaba cada vez más por su tenacidad y su firmeza, pues su propaganda parecía no poder hacer mella en él. Pese a todos sus intentos por minimizar en su inte rior a su oponente —a quien se le atribuía un modo de vida extrava gante— como una figura ridicula, como un «vanidoso simio con pantaloncitos rosas»190 o un «vanidoso charlatán que busca un resultado momentáneo», 191 a la larga Goebbels no pudo por menos que profe sarle respeto. Admiraba el «estilo sugestivo» de sus discursos 192 y escribió que «el viejo zorro»193 no tenía ni carácter ni porte, pero que sin embargo era «un hombre de gran talento», 194 tan peligroso que Alemania hoy no estaría donde estaba «si él hubiera llegado al poder en 1933».195 Durante un viaje a Bélgica, Holanda y Francia, Goebbels vio confirmada plenamente su idea de derrotar también a Inglaterra ensegui da. Después de visitar los campos de batalla de Ypres y el cementerio militar alemán de Langemarck, sus conversaciones con los soldados ale-

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manes corroboraron su opinión: querían marchar a Inglaterra. Una experiencia similar tuvo en Compiégne, el «lugar de la ignominia y el lugar del resurgimiento nacional». Allí también sólo preocupaba a los soldados una pregunta: «¿Cuándo se sale para Inglaterra?».196 El 1 de julio de 1940, Goebbels, que ahora hizo funcionar al máximo la maquinaria propagandística contra Inglaterra, pasó un día en París. Visitó los monumentos históricos de la ciudad, la catedral de Los Inválidos con la tumba de Napoleón, el Sacre Coeur y Notre Dame, salió hacia Versalles, donde se había «condenado a muerte a Alemania» y soñó con vivir allí un día durante algunas semanas. De tales sueños le sacó por la tarde la llamada de Hitler, quien le pidió que fuera a su cuartel general de Felsennest para explicarle la situación actual y las demás medidas. Goebbels oyó con asombro que Hitler afirmaba poder derrotar a Inglaterra en cuatro semanas si quisiera, pero luego confirmó su intención de conceder al gobierno británico una «última oportunidad» con un discurso ante el Parlamento. Delante de Goebbels, una vez más hechizado de inmediato, Hitler justificó esto con suma arrogancia, argumentando que todo lo que Inglaterra perdiera probablemente no recaería en Alemania, sino en otras grandes potencias; tenía en mente a Estados Unidos. Goebbels dudaba de que Churchill aprovechara esta «última oportunidad» sin tener conciencia de cuánto su Führer deseaba y necesitaba la reconciliación con los británicos como requisito previo para realizar sus objetivos bélicos en el este, pues hacía semanas ya que había dicho que la operación noruega era la única gran misión que había podido imponer a la marina de guerra, dando a entender así de manera indirecta que era prácticamente imposible un desembarco en la isla británica con perspectivas de éxito. A Goebbels le resultó difícil justificar públicamente la estrategia de Hitler con respecto a Inglaterra. Durante una de las siguientes conferencias ministeriales declaró que era absolutamente necesario «mantener el odio a Inglaterra al mismo nivel que hasta ahora, pero evitando el peligro de que la población quiera ver por fin hechos en lugar de acusaciones y amenazas. Así que no hay que anticipar acontecimientos, ya que no se puede ir nunca por delante del Führer».197

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La tarde del 6 de julio, Goebbels, que había invitado a los berlineses a recibir al Führer con «un entusiasmo sin igual»,198 se trasladó a través de las masas de gente hasta la Anhalter Bahnhof.Allí debía llegar el tren especial del «mayor general de todos los tiempos». En un pabellón adornado con un mar de banderas con la esvástica, en el que había tomado posición una banda de música de las SA y donde los cámaras del Wochenschau esperaban para entrar en acción, se encontró con todos los notables del partido y los mandos de la Wehrmacht. Durante una breve «charla» con Góring, éste le confesó que estaría tranquilo cuando hubiera acabado el espectáculo, pues temía ataques aéreos británicos. En efecto, al comenzar las hostilidades, el gabinete de guerra británico había decidido permitir a la Royal Air Forcé los bombardeos contra el interior del país germano. A las tres en punto llegó el tren de Hitler. «Un frenético entusiasmo llena la estación. El Führer está muy emocionado. Se le saltan las lágrimas»199 cuando pasa por delante de los líderes del «Gran Reich Alemán» a los acordes de la Badenweiler, su marcha favorita. Su viaje a través de la ciudad, por las calles cubiertas de flores y flanqueadas por multitudes entusiasmadas, fue una marcha triunfal. Al son de las campanas de las iglesias, el Mercedes del Führer rodó hasta la cancillería del Reich. Cuando salió al balcón, abajo, en la Wilhelmplatz, cientos de miles de brazos alzados hacia él le saludaban con el Heil.200 Si alguna vez el lema propagandístico «un pueblo, un Reich, un Führer» correspondió a la realidad, fue ese 6 de julio de 1940. Hitler, al que Goebbels siempre presentaba como elegido por la Providencia, se había convertido ahora a ojos de los alemanes en una verdadera súperfigura. Pero la cumbre del poder a la que había escalado tenía un fundamento poco seguro. Nadie lo sabía mejor que el propio Hitler, pues todo dependía de si ahora Inglaterra, que acababa de demostrar su resolución haciendo atacar a la flota francesa en el puerto argelino de Mersa el Kebir, estaba dispuesta a reconciliarse con Alemania o no. Mientras que Goebbels tenía que constatar de nuevo que Hitler aún tenía una «relación muy positiva» con Inglaterra, éste había decidido esperar por el momento, como tan a menudo había hecho a lo largo

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de su vida. En su propaganda exterior, Goebbels siguió atacando a Churchill, pero cuidándose mucho de no implicar al pueblo inglés. A nivel nacional no dejaba de celebrar la grandeza del momento, subrayaba la diferencia con los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial y la supuesta traición a la patria, manifestando así que esta guerra no se podía perder. Cuando el 18 de julio la 218 división de infantería, que volvía a casa, desfiló batiendo marcha y al son de todas las campanas de Berlín a través de la Puerta de Brandeburgo, cubierta con las banderas de guerra del Reich y estandartes con la esvástica, cuando volvía a reinar una atmósfera de fiesta popular y había acuerdo en que Berlín no había vivido un espectáculo semejante desde 1871, con la fundación del Reich,201 Goebbels gritó a las tropas y a las masas que se habían reunido en la Pariser Platz: «También en diciembre de 1918, vosotros, soldados entonces del ejército de la guerra mundial, fuisteis recibidos desde este mismo lugar por lo que se denominaba un gobierno. Pero ese recibimiento tampoco valía gran cosa. Fue llevado a cabo por las mismas ínfimas figuras que habían organizado en 1917 y 1918 las huelgas de municiones y que, cuando el destino del Reich pendía de un hilo, le quitaron las armas al frente con una cobarde revolución interior. Entonces os recibieron traidores a la patria y judíos (...). Por el contrario, vosotros, soldados de nuestra guerra, encontráis la patria tal como la dejasteis. A la cabeza está el mismo Führer, en sus edificios ondea la misma bandera, su pueblo está lleno del mismo espíritu y de la misma voluntad (...).Todavía no se ha acabado la guerra.Todavía hay que ganar la última etapa. Entonces sonarán las campanas de paz en la patria, entonces construiremos un Reich más grande y una Europa mejor».202 Pese a toda la emoción del triunfo, Goebbels no había perdido de vista la «cuestión judía». Siempre estaba apremiando a Hitler para que la solucionara, como el 6 de junio, cuando le visitó en su cuartel general. Cuando su cuasi secretario de Estado Gutterer le informó ahora de que, en el momento de la entrada de las tropas, se había observado en la avenida Kurfiirstendamm la misma «indiferencia» y la misma «gentuza callejeando» de siempre, Goebbels hizo pública su decisión de «deportar a Polonia en cuanto acabara la guerra a la totalidad de los

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62.000 judíos que aún vivían en Berlín en el plazo máximo de ocho semanas». Mientras los judíos vivieran en Berlín, el ambiente en la parte oeste de la ciudad seguiría estando «siempre bajo su influjo». En la conferencia ministerial, Hans Hinkel, el jefe de la sección general responsable de la «cuestión judía» integrada en el Ministerio de Propaganda, informó acerca de un plan de evacuación ya elaborado junto con la policía. Según el deseo de Goebbels, había que procurar principalmente que «Berlín sea depurado en primer lugar», ya que la Kurfiirstendamm seguiría «manteniendo el mismo aspecto judío» hasta que la ciudad no estuviera «realmente libre de judíos», aun cuando éstos no se manifestaran directamente hacia fuera. Sólo después de Berlín le tocaría «el turno a otras ciudades judías, como Breslavia, etc.».203 Pero todavía no se había llegado a ese punto; aún estaba el Reich en lucha con Gran Bretaña y Hitler seguía esperando una reconciliación con Londres, aunque en realidad nada apuntaba a ella. Sin gran entusiasmo había dado el 16 de julio la orden de que se preparara una operación de desembarco contra Inglaterra. Cuando tres días después compareció ante el Parlamento, su discurso estuvo dirigido más a Gran Bretaña, el deseado socio que se resistía, que al pueblo alemán. 204 También se mencionó el nombre de Goebbels. En un pasaje poco destacado aludió a él elogiosa pero lacónicamente como el jefe «de una propaganda cuyo valor se hace más evidente contraponiéndola a la de la guerra mundial». Eso era poco comparado con las palabras de agradecimiento que Hitler tuvo para Ribbentrop, el hombre que había «hecho realidad» sus directrices en materia de política exterior «con un trabajo leal, incansable y agotador». El nombre de Ribbentrop —eso oyó Goebbels con disgusto— , «en calidad de ministro de Exteriores, estará siempre unido al engrandecimiento político de la nación alemana». Después de leer largas listas de ascensos y conceder a Góring el título recién creado de «mariscal del Reich» por sus «inigualables méritos» como «creador» de las tan combativas fuerzas aéreas alemanas, Hitler fue al grano. «En este momento», dijo, se sentía obligado «ante mi conciencia a apelar una vez más a la razón también en Inglaterra (.. ). No' veo ninguna razón que pudiera forzar a continuar esta lucha».

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Goebbels, que no creía en la disposición británica a la paz «mientras gobierne Churchill»206 —según escribió en su diario, porque su odio le impedía creer— iba a tener razón. La tarde del 19 de julio se anunció en la radio británica el categórico rechazo de la «oferta». Hitler no quiso «admitir» esta respuesta «por el momento», pues había «apelado también al pueblo y no a Churchill». 207 Pero cuando el ministro de Exteriores británico, lord Halifax, volvió a desestimar decididamente la propuesta en la radio el 22 de julio, Hitler también vio esto como un «rechazo definitivo de Inglaterra».208 Ahora consideró varias posibilidades para mover a Inglaterra a transigir: por una parte pensaba en crear un frente enemigo continental-europeo incluyendo a la Unión Soviética. Por otra parte veía en Rusia a la última «espada continental» de Gran Bretaña y acariciaba la idea de llevar a cabo una guerra relámpago contra la Unión Soviética antes de que acabara el año 1940, pero luego hizo planear la empresa para 1941. Finalmente se decidió por doblegar sólo a Inglaterra mediante un bloqueo naval y con el arma aérea de Góring, pero sin considerar seriamente la operación de desembarco que había hecho preparar. En cambio, Goebbels, casi aliviado por la postura de Gran Bretaña, estuvo en un principio firmemente convencido de que ahora Hitler emprendería la operación de desembarco, considerando la ofensiva aérea como requisito previo. Para Goebbels, quien presumía que la opinión pública alemana había «temido» que Churchill «estrechara la mano pacífica del Führer»,209 ya sólo se planteaba la pregunta de cuándo se pondría la cosa en marcha. «Sobre eso sólo decide el Führer. Él encontrará el momento adecuado» y entonces actuará «de forma rápida y radical».210 Mientras que esperaba impacientemente la gran batalla de las fuerzas aéreas, hizo que la prensa y la radio estuvieran preparadas «para el combate».211 En la conferencia ministerial del 24 de julio dio instrucciones a sus colaboradores para que intensificaran aún más la animosidad bélica extendida en el pueblo alemán. Se debía abandonar la moderación de las últimas semanas, pero sólo atacando ante el pueblo alemán a la «plutocracia» inglesa, no al pueblo inglés en su conjunto. Al pueblo

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inglés había que explicarle que la «camarilla de plutócratas» que lo gobernaba no tenía nada que ver con él ni tampoco se sentía vinculada a él. Había que sembrar desconfianza contra ella e infundir miedo al pue blo, «exagerando todo lo posible». 212 Lo mismo se aplicaba a los medios propagandísticos oficiales, sobre todo a las emisiones en lengua inglesa de la radio del Reich.213 La radio fue el «arma propagandística más poderosa»214 de Goebbels en la agitación contra Inglaterra, como ya había sucedido en el caso de Francia. Además de las emisiones oficiales en lengua inglesa que retransmitía la radio del Reich, había emisoras clandestinas que enviaban al éter sus programas ingleses desde el continente, pero dando la impre sión de que trabajaban en Gran Bretaña. En ningún caso había que desenmascararlas como un dispositivo alemán —advirtió Goebbels—, razón por la cual todas las emisiones tenían que empezar con ataques contra el nacionalsocialismo. 215 La más conocida era la New British Broadcasting Station, con el moderador irlandés William Joyce, alias «Lord Haw Haw», como lo llamaban los oyentes, que pertenecía al cír culo del líder fascista británico Oswald Mosley. La emisora clandestina propugnaba una Inglaterra de la paz y el bienestar, y apoyaba las ten dencias pacifistas de base cristiana. Radio Caledonia avivaba las diver gencias anglo-escocesas y una tercera emisora intentaba instigar a la población de Gales contra la supuesta tiranía inglesa. 216 Cuando a mediados de agosto comenzó por fin la operación Día del Águila (Adlertag) con el gran despliegue de tres flotas aéreas que suponían casi 4.000 aviones, y —como lo expresó Goebbels— el «juicio de Dios»217 se impuso sobre los británicos, también hizo estragos la «guerra de las ondas». Goebbels estaba seguro de la victoria porque su Füh-rer irradiaba «mucho optimismo y confianza». 218 A ello contribuyeron también las noticias que hablaban de una devastadora destrucción de Londres debida a los bombardeos alemanes, después de que Hitler incluyera a principios de septiembre a la capital británica en sus objetivos como respuesta a los ataques aéreos británicos sobre Berlín.Toda la ciudad estaba cubierta de una «extraordinaria nube de humo», celebraba Goebbels y, después de que una unidad de la Royal Air Forcé se diera

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la vuelta poco antes de llegar a Berlín, se preguntaba si el enemigo «ya está tan fuera de combate».219 El 10 de septiembre de 1940 Goebbels respondió con un «sí» a la pregunta de «si Inglaterra va a capitular», siendo de la misma opinión que los militares, mientras que Hitler estaba «indeciso».220 Pero no sucedió tal cosa, sino que pocos días después Goebbels tenía que reconocer que Londres volvía a ganar «barlovento». El arma aérea de Góring todavía no había conseguido derribar la defensa de cazas británica.Ya el 11 de septiembre, después de que la noche anterior hubieran caído bombas británicas en el barrio gubernamental, dio instrucciones por teletipo a la prensa de que fuera «más cauta» con las noticias «que conjeturan que Londres ya tiene bastante o que la moral de la población está quebrantada o que la fuerza defensiva inglesa ha sufrido menoscabo. En las próximas semanas hay que contar más bien con una intensificación de los ataques aéreos, pero esta intensificación debe permanecer oculta, pues se daría antes de tiempo la impresión de que el enemigo ya está considerablemente abatido».221 Mientras que la batalla aérea se embravecía sobre el sur de Inglaterra y el Canal de la Mancha, la Royal Air Forcé intensificó, en efecto, sus ataques sobre el Reich. En la noche del 24 al 25 de septiembre aullaron dos veces las sirenas de la capital del Reich. Poco antes de que los Wellington y los Whitleys británicos alcanzaran el Berlín oscurecido, de que la gente corriera a los refugios antiaéreos y de que los cañones antiaéreos abrieran fuego, había terminado en el palacio de la Ufa el estreno alemán de El judío Süss, la segunda película difamatoria antisemita de ese verano después de Los Rothschild. Goebbels, que se había sentado en los puestos de honor junto con Harían, Marian y numerosos dignatarios del régimen, como por ejemplo el secretario de Estado Meissner,222 sintió satisfacción cuando se cerró el telón y la sala «bramó» de entusiasmo. El judío Süss había salido a su gusto y se había convertido en «una genial obra maestra»; una película antisemita «a la medida de nuestros deseos»,223 de tal modo que había hecho que se estrenara como una de las contribuciones alemanas durante la semana de cine germano-italia-

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na que se celebró en Venecia en agosto. Convencido de su eficacia, dio órdenes a la prensa de no caracterizar la película como antisemita en la propaganda previa,224 ya que semejante impresión se infería por sí sola en esta película.225 Himmler también estaba tan convencido que el 30 de septiembre mandó que «se tomaran medidas para que la totalidad de las SS y de la policía vea la película El judío Süss a lo largo del invierno».226 Por lo que respectaba a la proyectada deportación de los judíos de Berlín, Goebbels había insistido en ella aún con más energía, pues aho ra, en vista del endurecimiento de la guerra, opinaba que Alemania se veía perjudicada de todos modos en la opinión pública mundial por el propio antisemitismo, motivo por el cual había que asegurarse tranqui lamente las ventajas que ofrecía y «expulsar» a los judíos. 227 Hinkel, el jefe de la «sección judía» del ministerio, ya había comunicado el 6 de septiembre «que está todo preparado para —en cuanto queden libres los medios de transporte al acabar la guerra— sacar de Berlín en el pla zo de cuatro semanas a 60.000 judíos, principalmente hacia el este; los 12.000 restantes desaparecerían asimismo en el plazo de otras cuatro semanas».228 Poco después, el ministro tuvo que enfrentarse al denominado Plan Madagascar. Después de que en el Ministerio de Exteriores, en cola boración con el departamento central de seguridad del Reich, se refle xionara sobre la deportación de los judíos europeos a Madagascar, el 12 de julio de 1940 Hitler aprobó el desarrollo de planes que tuvieran por objeto una evacuación judía y declaró que Francia debía ceder la isla, que era una de sus colonias. Quería tener como «garantía» en pose sión alemana un «gueto forzoso» en Madagascar, dando por buena la muerte masiva de los deportados que cabía esperar con semejante acción. Al parecer, Madagascar —por muy poco maduras que fueran esas deli beraciones— reemplazó a la gobernación general de Frank como des tino en las reflexiones que se hicieron en adelante en el Ministerio de Propaganda. En cualquier caso, este plan le sirvió de base a Hinkel para sus declaraciones durante la conferencia ministerial del 17 de sep tiembre.

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Para «evacuar» a tres millones y medio de judíos europeos a una reserva en Madagascar, controlada por Alemania, se necesitaba un final victorioso de la guerra con Gran Bretaña. Pero no se podía hablar de tal cosa, pues la ofensiva aérea causaba cada vez más pérdidas y amenazaba incluso con fracasar. El 11 de octubre anotó Goebbels en su dia rio que algunos todavía defendían la opinión «de que en estas semanas se podría conseguir doblegar a Inglaterra», pero consideró que ésta era una esperanza «muy vaga».229 Por eso le pareció indispensable ampliar los refugios antiaéreos en Berlín, completamente insuficientes; por ejemplo, ninguno de los hospitales tenía uno de ellos. 230 Tenía presente que sin el dominio del aire no sería posible la operación León marino (Seelówe), el desembarco en Inglaterra. Cuando dos días después Hitler la aplazó por tiempo indefinido, utilizó evasivas con Goebbels y mencionó como razones de su decisión el mal tiempo y la preocupación de sufrir demasiadas pérdidas. 231 Hitler se reservó el hecho de que las fuerzas aéreas de Góring habían fracasado y de que la marina de gue rra había comunicado a través de su comandante en jefe que no podría concluir los preparativos para la fecha fijada. En lugar de ello alabó a su compañero Goebbels, quien todavía no se podía creer que su «campa ña antiilusión» contra Inglaterra, comenzada a principios de octubre de 1940, no hubiera tenido ninguna repercusión. 232 Casi diariamente se preguntaba si el «canalla de Churchill» aún no estaba «débil y de rodillas»,233 cuánto tiempo iba a resistir 234 y «cuándo capitulará finalmente ese ser».235 Inglaterra no podía soportar eso «eternamente». 236 Goebbels estaba tanto más convencido de que «precisamente ahora, cuando (...) se abre paso una pequeña crisis de moral» había que «mantener el tipo y seguir el rumbo sin pestañear». Es más, el ejemplo de los meses de octubre a noviembre de 1932 confirmó esta creencia suya, pues entonces «lo importante fue la actitud y al final ganamos gracias a ella». 237 Tranquilizado de este modo, el 17 de octubre Goebbels viajó por invitación del mariscal del Reich a Francia, para cuya parte ocupada Hitler le había encomendado misiones propagandísticas en agosto. 238 En París estuvo a la hora del té en el Palais Rothschild, visitó una exposición junto al «coleccionista de arte» Góring, paseó con él por las calles

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de la capital del Sena y pasó la tarde en el Casino de París, donde «muchas mujeres hermosas y una desnudez cautivadora» le hicieron olvidar la guerra por un momento.239 Mientras que Góring «requisaba» en París obras de arte apropiadas para su lujosa residencia Karinhall, Goebbels se ocupó principalmente de cuestiones filmográficas durante su visita a la capital francesa, pues el ministro de Propaganda pensaba extender a la Francia ocupada su dominante influjo en este oficio. A su regreso deliberó con Hippler sobre cómo se podía organizar un «sistema camuflado», de manera que «el francés apenas se dé cuenta de quién le tiene sujeto». Pero Goebbels no se conformaba con eso, sino que no iba a cejar hasta poner todo el cine europeo bajo su control. 240 Cuan lucrativo era el sector del cine se lo demostraron los beneficios que produjo en el Reich y en los territorios ocupados, donde la industria cinematográfica alcanzó en el año 1939 una producción máxima de 111 largometrajes.241 Si en el año 1939 reportaron al imperio goebbeliano, con sus casi 3.700 salas, unos ingresos de 500 millones de marcos del Reich y, por tanto, «una suma récord sin precedentes»,242 los beneficios netos del año 1940 ascendieron a 70 millones de marcos. Para hacerle una «jugarreta» al ministro de Hacienda, creó inmediatamente un fondo especial «para la nueva construcción de salas de cine», 243 pero, para alegría de Hitler, a quien le presentó con orgullo esta balanza de pagos, destinó también 5 millones de marcos para su fondo cultural y 15 millones para el fondo social de la obra de socorro invernal durante la guerra. En vista de semejantes beneficios, al autócrata del cine alemán le resultaría difícil de comprender que a nivel personal le atormentaran «serias preocupaciones por la financiación» de la ampliación de su casa de Lanke.245 Las obras habían comenzado en febrero de 1939, después de que la casa de troncos se considerara «demasiado pequeña y poco práctica».246 Sin embargo, Goebbels no tenía ningún permiso de construcción para el enorme terreno en forma de abanico, que pertenecía a la reserva natural del lago de Liepnitzsee. El prefecto exigió la inmediata interrupción de las obras «para que la valiosa zona boscosa conserve su original belleza para la población de la capital del Reich que

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busque descanso y para que permanezca abierta para el senderismo».247 Rosenberg, el rival de Goebbels, escuchó esto con agrado. Cuando a mediados de mayo de 1939 reunió a la mayor parte de los jefes de distrito, uno de ellos se dio importancia precipitadamente observando que había estorbado los planes de obras de Goebbels y que, «en caso de que fuera citado por eso ante el Führer, hablaría sin importar lo que sucediera con él». 248 Pero Góring, en calidad de inspector de montes del Reich, no le había puesto a Goebbels ningún impedimento y a finales de mayo había decidido «que no se obstaculizara en modo alguno la obra».249 Así surgió a la orilla del lago Bogensee una mansión que, con sus cinco edificios, resistía la comparación con Karinhall, la aristocrática residencia del mariscal del Reich: rodeada de pinares, la alargada casa residencial de un solo piso y estilo rústico estaba provista de veintiuna habitaciones, entre ellas cinco baños y, por supuesto, una sala de cine. Las enormes ventanas —al igual que el mueble-bar— eran abatibles eléctricamente. La casa tenía aire acondicionado y calefacción de aire caliente. Para embellecer las paredes venía muy bien un tapiz de Aubusson comprado en París por 25.000 marcos. 250 El edificio oficial tenía veintisiete habitaciones, con la habitual decoración suntuosa; el inventario ocupaba 28 páginas escritas con las líneas muy juntas. 251 Además estaba la vieja cabana de troncos en la orilla opuesta del lago, así como una casa de invitados y un garaje. Winkler, el fiduciario del Reich, que ya había prestado buenos servicios en la absorción de la industria cinematográfica alemana, libró a Goebbels del problema de la financiación de Lanke en noviembre de 1940. En colaboración con Góring, asumió en nombre de la industria filmográfica alemana los costes de la quinta, por valor de 2,26 millones de marcos. 252 Esto alivió de manera formidable al ministro de Propaganda, pues además tenía que «pagar un montón de impuestos». 253 Pero, después de todo, Goebbels echó para sí las cuentas de otra manera: «Si me muriera ahora, no habría ganado ni perdido nada. Es una recom pensa por los veinte años de servicio a la patria», escribió el propietario y usufructuario de tres residencias millonarias en Berlín y alrededores.254

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En efecto, el 29 de octubre de 1940, día del cuarenta y tres cumpleaños de Goebbels, la familia del ministro se instaló en el palacio oficial y residencial de la Hermann-Góring-Strasse 20. Ya se había inaugurado el año anterior, pero se habían tenido que solucionar continuamente nuevas «deficiencias». Goebbels, que en estas semanas proyectaba soñadores planes para después de la guerra y acariciaba la idea de retirarse entonces —esperaba poder escribir quizás en el nuevo volumen de su diario las «hermosas palabras» de que «ha vuelto la paz»—,255 se alegró ahora de que a los niños, que como todos los años se habían aprendido poemas de memoria, les gustaran sus habitaciones en el ostentoso palacio. A los cinco se añadió por la tarde un sexto, pues Magda, que estaba en el hospital desde hacía semanas, había dado a luz a la «hija de la reconciliación», Heide.256 Cuando la madre y la niña volvieron a casa y el 11 de noviembre Magda celebró su cumpleaños, se presentó como invitado sorpresa el Führer, que se mostró entusiasmado con la recién nacida y con el palacio de mármol.257 Las visitas de Hitler se habían vuelto escasas en los últimos meses, pues se había dedicado por completo a la alternativa política que había propuesto Ribbentrop frente al desembarco en Inglaterra. Él quería aislar políticamente al enemigo del otro lado del Canal de la Mancha con una «solución provisional a nivel de política mundial», 258 un bloque continental «desde Madrid hasta Yokohama» que incluyera a Francia y sobre todo a la Unión Soviética, proyecto que Ribbentrop, apoyándose en el autor de esta concepción, Karl Haushofer, había ensalzado como «crepúsculo de los dioses» para el imperio británico, dado su «peso en la política territorial».259 De esta manera esperaba poder impedir que entrara en la guerra Estados Unidos, que cada vez se acercaba más a Gran Bretaña, pero de todos modos llegar a un acuerdo con Londres y así tener cubiertas las espaldas para los planes orientales del espacio vital, perseguidos con insistencia. Por ese motivo Hitler había tenido que cumplir durante las semanas pasadas con una ajetreada agenda de viajes que le había preparado su ministro de Exteriores, después de que el pacto tripartito firmado el 27 de septiembre entre Alemania, Japón e Italia proporcionara un anda-

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miaje en el que pensaba incluir al resto de grandes países europeos. El 4 de octubre se entrevistó con el Duce en el Brennero, el 23 de octubre se reunió con Franco en Hendaya y ese mismo día con Pétain en la pequeña localidad de Montoire-sur-le-Loir, al norte de Tours, el cual le causó una «profunda impresión», a diferencia del Caudillo, según informó Goebbels. Debido a la contraposición de intereses casi insalvable de los vecinos mediterráneos, esto despertó enseguida las sospechas de Mussoüni, que acababa de atacar a Grecia, motivo por el cual Hitler viajó a Florencia inmediatamente después de su encuentro con Pétain para hablar de nuevo con su desconfiado aliado. El 11 de noviembre, cuando Hitler estuvo con los Goebbels en la Hermann-Góring-Strasse, era inminente la visita del ministro de Exteriores soviético, Molótov. Pese a los decepcionantes resultados de los diálogos mantenidos hasta ahora y pese a la «evidencia» de que «todo el problema de Europa» era la Unión Soviética y que por eso se debía hacer todo lo posible para estar preparados para el «gran ajuste de cuentas» al año siguiente, Hitler quería intentar desviar las aspiraciones expansionistas de Stalin en el gran espacio índico para conseguir integrar a Moscú en el frente hostil a Gran Bretaña. Goebbels era consciente de que una convergencia con la Unión Soviética, al igual que había sucedido con el pacto entre Hitler y Stalin, sólo podía ser una solución provisional; así, por ejemplo, escribió en su diario en agosto de 1940 que el bolchevismo era «con todo» el «enemigo público número uno» y que el Reich «también chocaría un día con él».260 No sabía cuándo ocurriría eso, pero prohibía categóricamente «todas las insinuaciones con Rusia», pues él sabía seguro que ocurriría.261 Dado que la relación entre ambos países no debía superar la «conveniencia meramente política»,262 Goebbels se había opuesto también a los esfuerzos del Ministerio de Exteriores por poner en marcha un intercambio cultural germano-soviético.263 Goebbels había prohibido continuamente a la prensa cualquier artículo pro ruso.264 En agosto había vuelto a advertir a Fritzsche «con insistencia» que evitara cualquier cosa que informara positivamente sobre la situación interna de la Unión Soviética, en particular todo tipo de

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propaganda a favor de la política cultural, social, militar y económica de los rusos. Además, la prensa debía «guardarse» de hablar más de lo debido sobre el stand ruso en la feria otoñal de Leipzig. 265 Cuando el corresponsal en Moscú del Deutsche Allgemeine Zeitung informó sobre el ballet del Teatro Bolshói, el indignado ministro de Propaganda le hizo saber en clave que tenía que presentar en el plazo de ocho días una descripción igual de buena de las condiciones del teatro alemán que se hubiera publicado en un periódico ruso del mismo prestigio; «en caso contrario se le retirará inmediatamente de su puesto por falta de ins tinto»,266 pues prevalecía el lema de «no dejar entrar en Alemania nada de las tendencias y convicciones bolcheviques». 267 Con vistas a la visita de Molótov, Goebbels ordenó a la prensa que aludiera al progreso de las relaciones germano-soviéticas desde el año anterior, pero que no diera la impresión de que «nos frotamos las manos por la visita». Sin asociar más reflexiones a las conversaciones de Molótov en Berlín, la visita se debía valorar simplemente como un «punto político» en las relaciones germano-rusas. Mientras que en la retros pectiva histórica se podía observar que tanto Alemania como la Unión Soviética se habían beneficiado siempre de la cooperación mutua, los aspectos externos de la visita no se debían presentar en más de dos columnas.268 Para que no se hicieran demasiados honores al ministro de Exterio res soviético, Goebbels, que se encargó de los preparativos de la visita, impidió que las SA formaran calle para Molótov y que se celebrara en su honor un «desfile de la población», tal como había propuesto el Ministerio de Exteriores. 269 El 13 de noviembre, mientras Hitler desayunaba en la cancillería del Reich con la delegación rusa, Goebbels observaba a los «bolcheviques infrahumanos». Molótov, con un «rostro macilento como la cera», le causó una «impresión de picaro y astuto», pero se mostraba «muy reservado». En cambio, sus acompañantes le parecieron «más que mediocres. Ni una sola cabeza distinguida. Como si nuestras percepciones teóricas sobre la esencia de la ideología de masas bolchevique quisieran confirmarse a toda costa (...). En sus caras están escritos el miedo mutuo y los complejos de inferioridad». 270 En su opi-

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nión sobre la apariencia de los acompañantes de Molótov coincidió con el secretario de Estado von Weizsácker, quien pensaba que los rusos valdrían muy bien como «personajes del hampa para una película».271 Sin embargo, esta superioridad de los «señores de la raza dominante» no consiguió que la delegación soviética se interesara por los objetivos de Hitler cuando se le presentaron vagas expectativas de futuro con respecto al activo de la quiebra del imperio británico en la India; tanto menos cuanto que, durante las conversaciones en Berlín, la Royal Air Force hizo acto de presencia de manera contundente, mostrando así que a Gran Bretaña le faltaba mucho para ser derrotada. Goebbels valoró la visita como «un jarro de agua fría» para los «amigos soviéticos de Londres».272 A Hitler en cambio le quedó claro que los intereses soviéticos apuntaban en gran medida a Centroeuropa y no estaban en la India, de manera que había fracasado el plan de un bloque continental como solución provisional. Eso le llevó, el mismo día de la partida de Molótov, a dar órdenes para que se preparara un avance, «para arreglar las cuentas con Rusia en cuanto lleguen los primeros días buenos».273 El 18 de diciembre de 1940 firmó la directiva del Führer número 21 para la Operación Barbarroja. Hitler, quien desconfiaba de Stalin hasta tal punto que en verano de 1940 había hecho colocar «algunas divisiones» en las fronteras orientales del Reich,274 ocultó a su ministro de Propaganda que ahora iba a acometer sus verdaderos objetivos en el este sin tener cubiertas las espaldas en el oeste, asumiendo por tanto el riesgo de una guerra en dos frentes. Entre otras cosas porque Hitler había subrayado la importancia de tener las espaldas cubiertas en el este para la guerra contra Gran Bretaña y porque precisamente por ese motivo se había firmado el pacto con la Unión Soviética, Goebbels siguió partiendo de la base de que primero se derrotaría a Gran Bretaña. En consecuencia, observó en su diario que la «neutralidad» de Moscú era lo más importante.275 En adelante, Goebbels se dejó llevar por el crédito que dio a la afirmación de Hitler de que Inglaterra iba siendo «derribada poco a poco».276 Del mismo modo que el año anterior había pronosticado la derrota de Francia, así pronosticaba ahora la de Inglaterra, y ésta se cumpliría como

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se había cumplido aquélla.277 Puesto que la incursión no podía tener lugar sin el dominio del aire y Goebbels creía ver en Hitler un cierto miedo «al agua», se centró en los bombardeos sobre Londres, Coventry o Sheffield, cuyo efecto psicológico se sobrevaloraba, y prometió persistir y emplear todas sus fuerzas en trabajar para la victoria. En el umbral del segundo invierno de guerra esto significaba alentar a la población en el propio país, decirle que no sería fácil, pero que el triunfo estaría asegurado con el correspondiente esfuerzo. En una de sus conferencias ministeriales, Goebbels declaró que a la larga se produciría un efecto rechazo si en la prensa alemana se diera diariamente la impresión de que Inglaterra se derrumbaría al día siguiente. Se le puede decir al pueblo alemán «con toda tranquilidad que un imperio universal como el británico no cae en pocas semanas».278 En este contexto, a principios de noviembre de 1940 se redujeron visiblemente las competencias del ministro de Propaganda con relación a la prensa. Hitler estableció las denominadas «consignas diarias del jefe de prensa del Reich», con las que se aseguraba a través de Dietrich una intervención directa y más poderosa sobre la prensa. 279 Las respectivas consignas del día se redactaban en el cuartel general del Führer y se leían como primer punto obligatorio en las conferencias de prensa que tenían lugar diariamente en el Ministerio de Propaganda. 280 De este modo, durante la conferencia de prensa, Goebbels y los representantes de las demás secciones sólo podían transmitir sus órdenes, informaciones y notificaciones a la prensa después de que fueran presentadas previamente por escrito por Dietrich o el jefe del departamento de prensa alemana subordinado a su competencia profesional. Goebbels, cuyo enfado por las «consignas diarias» que se dieron en adelante iba dirigido exclusivamente a Dietrich, intentó compensar su pérdida de competencias en el dirigismo de la prensa ampliando su influjo sobre la propaganda extranjera.281 Si ya mandaba sobre la propaganda en el protectorado de Bohemia y Moravia, en la gobernación general de Polonia y en la ocupada Francia, Holanda y Noruega, esperaba que reanudando las conversaciones con el Ministerio de Exteriores se le devolviera formalmente la competencia directiva que se le había

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otorgado a Ribbentrop en septiembre de 1939. Esto parecía prometer éxito, porque la influencia de Ribbentrop sobre Hitler había disminuido notablemente con el fracaso del proyecto del bloque continental. No obstante, exceptuando que Goebbels consiguió mantener alejados de la radio a los representantes del Ministerio de Exteriores —en un caso hizo expulsarlos por la fuerza—, por el momento las negociaciones no le llevaron verdaderamente hacia adelante. Al mismo tiempo, ante los continuos bombardeos de los británicos en el territorio del Reich —el 9 de diciembre bombardearon su ciudad natal, Rheydt—, le resultó cada vez más difícil detener la caída de la moral en la población, que se vio agravada por el fracaso que se perfilaba del socio del Eje, Italia, en el norte de África y en los Balcanes. Mussolini, alentado por la visión de un renaciente imperio romano en el Mediterráneo, había hecho que en septiembre de 1940 un ejército expedicionario entrara en el vecino Egipto desde su colonia libia. La ofensiva se interrumpió pocos días después sin haber encontrado una resistencia británica digna de mención. El ataque de las fuerzas armadas italianas a la pequeña Grecia desde el territorio fronterizo albanés se había convertido en noviembre en un auténtico desastre. Lo mismo les ocurrió poco después en el norte de África, cuando en diciembre los británicos emprendieron la contraofensiva tras lograr la preponderancia marítima en el Mediterráneo. Después de que en enero tomaran Tobruk y Bengasi, parecía que nadie les podía impedir conquistar Trípoli, la capital de la colonia italiana. Puesto que sin la intervención alemana no parecía poder evitarse la catástrofe en el flanco meridional de Europa, Hitler había decidido «arreglar» la situación allí antes de la campaña rusa. Después de haber enviado ya en noviembre un cuerpo de aviadores al sur de Italia y Sicilia, a comienzos del año 1941 mandó una unidad blindada al norte de África. En primavera se debía intentar estabilizar el flanco sudoriental con una expedición a través de los Balcanes en dirección a Grecia. Goebbels, ya enfadado por la tardía entrada de Italia en la guerra, reprochó ahora a los italianos que habían «arruinado todo el prestigio militar del Eje».282 Sin embargo, Hitler, quien en su proclama de Año

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Nuevo propagó 1941 como el «año de la consecución de nuestra victoria», le había dado órdenes estrictas de «subrayar la amistad del Eje ostentosamente». 283 Dado que ahora Inglaterra vencía en la zona mediterránea, la repercusión de la estrategia bélica alemana contra la isla no podía ser tan grande como se presentaba en la propaganda, motivo por el cual Goebbels dio indicaciones a la prensa de no resaltar tanto sus éxitos. Asimismo eliminó «de nuestro repertorio una serie de síntomas de decadencia en Inglaterra», para «acostumbrar poco a poco» al pue blo «a la paciencia».284 Por lo demás, su propaganda «volvió a los principios fundamentales»,285 como en la época de la «guerra sentada» y en la fase de la diplomacia secreta del otoño de 1940, cuando también hubo que llenar el vacío propagandístico teniendo al pueblo «ocupa do».286 Volvió a poner en el blanco a los «plutócratas» británicos, su «mejor punto de ataque», redactando personalmente una serie de edi toriales para el Reich, que llevaban títulos como «Inglaterra y sus plutócratas», «De la fábrica de mentiras de Churchill» o «Pseudosocialistas». 287 Cuando en marzo Estados Unidos se puso del lado de Gran Bretaña en señal de provocación con la Ley de Préstamo y Arriendo, que habilitó al presidente americano Franklin D. Roosevelt para hacer suministros de guerra a Inglaterra incluso sin pago alguno, a juicio de Goebbels ésa fue la «tabla de salvación» para Londres. 288 En el Reich escribió además que «el prestigio nacional y la influencia internacio nal» que Inglaterra tenía que «sacrificar» con los suministros de mate rial, «eso no tienen reparo en expresarlo abiertamente los periodistas americanos, que en esta confusión de opiniones han conservado su cla ra visión. Dicen sin ambages que Inglaterra puede perder tranquila mente la guerra; entonces América ocupará su lugar y liquidará al imperio universal».289 Al repertorio propagandístico de Goebbels contra Inglaterra pertenecía también el cine. Para evitar que Rosenberg siguiera alimentando las críticas, según las cuales en el sector cinematográfico se producían «indiscriminadamente películas pro inglesas», 290 aprovechó la idea del actor estrella Emil Jannings de llevar a la pantalla la vida del «luchador por la independencia bóer» Paul Krüger, quien por su resistencia con-

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tra la política inglesa en Sudáfrica tuvo que sufrir los «horrores de los campos de concentración ingleses».291 El drama histórico de El tío Krüger (Ohm Krüger), con Jannings en el papel protagonista, 292 se convirtió en «película de la nación». Incluso durante la guerra, estas películas marcadamente propagandísticas constituyeron sólo un pequeño porcentaje, aunque creciente, de la producción. 293 El motivo era que Goebbels consideraba que precisamente ahora la misión prioritaria de la industria cinematográfica era producir «películas amenas para relajarse», 294 de modo que se conservara el «buen humor», pues una guerra de estas dimensiones sólo podía ganarse «con optimismo». 295 Pero dado que el entretenimiento, «de gran valor en la política estatal», no podía «sustraerse a las tareas impuestas por la dirección política», 296 y dado que Goebbels veía en el cine un «medio de educación nacional de primera categoría», 297 la supuesta distracción o «refrescamiento» de las «fuerzas morales» también tenía su sentido oculto. 298 Así, los argumentos que Goebbels hacía producir estaban sutilmente entrelazados con las intenciones propa gandísticas del régimen. 299 Goebbels procuraba combinar la guerra, que desde 1939 en adelante se había convertido en el tema principal de la cinematografía, con los distintos géneros, para disfrazar el adoctrinamiento de los espectadores con la variedad y conseguir que el medio siguiera siendo atractivo. 300 Como él esperaba por principio de su propaganda ideal, en el cine también se tenía que presentar siempre el mismo mensaje bajo diferentes aspectos cada vez. Millones de personas vieron Bailando por el mundo (1939), donde se combinaban las revistas y las marchas militares: «Bailar y ser jóvenes, vencer y ser jóvenes, reír y ser jóvenes, así somos nosotros, así reza nuestro lema», era el leitmotiv de la película.301 Unos 23 millones de espectadores vieron la exitosa película Concierto a la carta (1940), que cuenta la historia de una «chica alemana» que pierde de vista a su novio, un robusto subteniente de aviación, por circunstancias del destino, y que lo vuelve a encontrar gracias a un programa de peticiones musicales. Las escenas bélicas estaban intercaladas entre los recuerdos nostálgicos de la «gran época» de los Juegos Olímpicos de 1936 y los éxitos de la

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emisión radiofónica más popular de todas, el programa de peticiones musicales que se emitía todos los domingos y que tendía un puente sentimental entre el frente y la patria. Películas románticas como El gran amor (1942), con Zarah Leander, a la que Goebbels, después de una fuerte antipatía inicial, había aprendido a estimar por las enormes recauda ciones de sus películas, se prestaban especialmente para los propósitos de los nacionalsocialistas. Basándose en los destinos allí representados, que compartían en esos años cientos de miles de personas, se podían transmitir mensajes a los espectadores y dar ejemplo de la conducta que se esperaba de ellos. Canciones como Sé que algún día ocurrirá un milagro y el ambiente melodramático en el que Leander se tenía que despedir de su enamorado, un piloto de las fuerzas aéreas a cuya unidad, que volaba en dirección al frente, ella dirigía una mirada de profundo agradecimiento, hacían esos «modelos» aún más memorables para los espectadores. Sobre todo eran los aviadores, los titulares de la Cruz de Caballero del arma aérea de Góring, los que eran ensalzados por Goebbels como héroes nacionales. Nombres como Werner Mólders,Adolf Galland, más tarde Hans Joachim Marseille, la «estrella de África», encarnaban el nuevo prototipo del soldado alemán. Estos, pero también los hombres del arma submarina, principalmente el «héroe de Scapa Flow», Günther Prien, se convirtieron en ídolos de los jóvenes alemanes. En cambio, el ejército de tierra, cargado de tradición, tenía menos oficiales populares que ofrecer. Aquí, desde el desembarco en Narvik, se celebraba a Eduard Dietl, que con sus cazadores de montaña de la «patria del Führer» había resistido hasta la retirada de las fuerzas expedicionarias británicas pese a lo desesperado de la situación. Goebbels «glorificó» su lucha 302 como un «nuevo Cantar de los Nibelungos»,303 ocupándose de que su propaganda diera prioridad a los «titulares más jóvenes de la Cruz de Caba llero».304 Otro iba a superar pronto a todos en la simpatía que le profe saba el ministro de Propaganda: Erwin Rommel. Durante la campaña francesa, sobre la cual Goebbels hizo producir la película propagandística Victoria en el oeste, en colaboración con el Alto Mando del Ejército, Rommel rompió con su división blindada la

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alargada línea Maginot al frente del cuarto ejército. Su arrojado estilo de dirección cuadraba con la «estrategia revolucionaria» de la guerra relámpago. Goebbels, quien defendía la opinión de que una «guerra moderna» no era para «viejos generales», 305 veía que Rommel reunía todas las cualidades y rasgos característicos del comandante de tropas nacionalsocialista, motivo por el cual la propaganda le dedicó una atención especial ya durante la campaña francesa. Pero esto también pudo deberse a que Karl Hanke servía en su división. Cuando Rommel, al que Hitler anunció ante Mussolini como su «general más audaz del arma acorazada», 306 llegó a Trípoli en febrero de 1941, donde debía detener el avance británico con el Cuerpo Alemán de África (Deutsches Afrikakorps) para que el Eje no perdiera la colonia italiana, con él estaban los colaboradores de Goebbels Haegert y Berndt. Como oficial en servicio y jefe de la escuadra de combate del comandante en jefe, Berndt destacó en el rango de capitán por operaciones «particularmente peligrosas y arriesgadas» con la patrulla de observación,307 que merecieron el respeto de Rommel. 308 Sin embargo, mayor importancia tuvo para el general de la acorazada la gestión propagandística de Berndt.309 Mientras que Goebbels, quien estaba en estrecho contacto con sus colaboradores excedentes Berndt y Haegert, coordinaba la guerra propagandística contra Inglaterra desde su ministerio en la Wilhelmplatz, Hitler permaneció semanas enteras en el Berghof. Goebbels no le vol vió a ver hasta el 12 de marzo en Linz, con motivo de la celebración del tercer aniversario de la «anexión». Antes de eso, el ministro de Propaganda había examinado en el ayuntamiento de la ciudad maquetas y proyectos para su reconstrucción —«un plan favorito del Führer, que está muy apegado a su ciudad natal»— y había salido hasta Leonding para depositar una corona en la tumba de los padres de Hitler, y una vez más «se emocionó profundamente». 310 Cuando estuvieron sentados juntos en el hotel, «una tienda de piedra algo primitiva», Hitler «replicó» a Goebbels, que le seguía agrade cido, exponiéndole toda la situación política. Como muy pronto el 12 de marzo y como muy tarde en el marco de una comida que Hitler

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ofreció al ministro de Exteriores japonés Matsuoka en la cancillería del Reich, el 28 de marzo, puso al corriente a su ministro de Propaganda de su plan de atacar inmediatamente a la Unión Soviética sin una «reconciliación previa» con Gran Bretaña. No se ha transmitido de qué manera reaccionó Goebbels. Sin embargo, todo apunta a que, como tan a menudo había hecho, valoró la resolución del Führer como una deci sión genial. Así, como si nunca hubiera existido el miedo a una guerra en dos frentes, Goebbels anotó en su diario por primera vez en la maña na del 29 de marzo: «La gran operación viene después, contra R. Se enmascara con mucho cuidado, sólo unos pocos están enterados. Comienza con importantes transportes de tropas hacia el oeste. Dirigimos la sospecha hacia todas partes menos hacia el este. Se prepara una operación simulada contra Inglaterra, y luego hay que retroceder con la rapidez de un rayo y atacar. Ucrania es un buen granero. Si la ocupamos, entonces podemos resistir durante mucho tiempo. Así se soluciona definitivamente la cuestión de los Balcanes y del este. Desde el punto de vista psicológico el asunto presenta algunas dificultades. Paralelos con Napoleón, etc. Pero eso lo superamos fácilmente con el antibolchevismo (...). Produciremos nuestra obra maestra». 311 Al hecho de que la guerra en dos frentes ya no preocupara a Goebbels, completamente inexperto en materia militar, 312 contribuyeron —además de su confianza en el «genio estratégico» del Führer— las noticias que llegaban de Libia. Allí Rommel iba ganando terreno con el Cuerpo Alemán de África más allá de sus misiones defensivas. Pron to arrebató a las tropas del imperio británico Bengasi y Derna, cercó Tobruk y a mediados de abril llegó a la frontera egipcia en Sollum. El ministro de Propaganda, quien acababa de observar que se debía «hacer algo por el ejército en la propaganda», 313 siguió con euforia desde el lejano Berlín la ofensiva, en la que Berndt y Haegert iban «muy adelante». 314 Cuando Rommel tomó Sollum, Goebbels tuvo «casi miedo y desasosiego».315 «Y luego salta noticia tras noticia: Rommel ya ha avanzado más allá de Sidi el Barani (...). Uno casi se estremece de horror ante tanta fortuna bélica y quisiera como Polícrates arrojar un anillo al mar como regalo expiatorio». 316 «El milagro de África del norte»317 y

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la campaña contra Yugoslavia y Grecia, que para entonces había comenzado con gran éxito y que terminaría con un desastre para el ejército expedicionario británico, pusieron en un verdadero éxtasis de alegría a Goebbels, quien estaba convencido de la «profecía» de Hitler de que Inglaterra sería derrotada en ese año: «¡Menudas Pascuas! ¡Qué resurrección de la larga noche invernal».318 Aunque la euforia de Goebbels se vio algo apagada por la difícil situación en la que Rommel entró a continuación en la lucha por la cercada Tobruk, esperaba con impaciente agitación los próximos acontecimientos. Estaba satisfecho porque al parecer Stalín no sospechaba nada. Esto se confirmó cuando el georgiano abrazó al agregado militar alemán Krebs durante la despedida del ministro de Exteriores japonés Matsuoka en la Estación Bielorrusa de Moscú y le dijo que «Rusia y Alemania marcharían juntas hasta la meta». Esto era «magnífico y sumamente provechoso para este momento»,319 comentó Goebbels, añadiendo acto seguido que «no vacilarían» en sus objetivos contra la Unión Soviética a causa del tratado de neutralidad soviético-japonés que Matsuoka acababa de firmar.320 Sin embargo, esta resolución se vería sometida a una dura prueba pocos días después de que Hitler diera en la Ópera Kroll su informe triunfal sobre la campaña de los Balcanes, que entretanto se había concluido con éxito. El caso era que, la tarde del 12 de mayo, Goebbels, que estaba ocupado con la elaboración del último Wochenschau, recibió «una noticia terrible»:321 Rudolf Hess, el brillante piloto que en el año 1934 había ganado la prueba de aviones de la Zugspitze, había despegado dos días antes de un aeródromo cerca de Augsburgo con un Me 110 bimotor en dirección a Inglaterra para terminar la guerra con el imperio insular a través de negociaciones. Hitler, a quien al día siguiente muy de mañana el ayudante de Hess le entregó una carta del representante del Führer en la que éste explicaba su propósito, había preferido esperar por el momento para no poner en peligro las perspectivas de éxito, por escasas que fueran, de la descabellada operación. Después de que transcurriera otro día sin ningún tipo de reacción, las esperanzas eran nulas. Sólo entonces, Hitler, que había debatido el

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asunto con Goring y Ribbentrop el 11 de mayo, se decidió a tomar otras medidas: ordenó a Martin Bormann que continuara con las tareas del que hasta entonces había sido su superior y envió a Ribbentrop a Roma para que informara personalmente al dictador italiano sobre estos asuntos tan serios. Hizo que el jefe de prensa del Reich, Dietrich, publicara un primer comunicado que se leyó en la Gran Radio Alemana la tarde del 12 de mayo. Informaba a la población alemana y a la opinión pública mundial de que el «compañero del partido Hess», pese a una «avanzada enfermedad», se había hecho con un avión y había emprendido un vuelo. Una carta que había dejado revelaba «desgraciadamente por su confusión indicios de un trastorno mental» que hacían temer «que el compañero de partido Hess era víctima de alucinaciones». Así pues, había que contar con que Hess hubiera «tenido un accidente o caído en algún sitio durante su vuelo».322 Cuando Goebbels recibió la noticia y al mismo tiempo fue llamado a Berchtesgaden con todos los jefes de distrito y del Reich, no podía «comprender en ese momento la situación».323 En el Obersalzberg, un Hitler que causaba impresión de «abatimiento» le mostró a su ministro —éste se sentía postergado porque no se le había consultado para la redacción del comunicado del día anterior—324 la carta del aviador que había volado hacia Inglaterra, cuyo salto en paracaídas ya habían confirmado los británicos con una breve noticia. Goebbels, que en el pasado octubre aún tenía una opinión muy positiva sobre el «hombre bueno y leal» en el que Hitler podía confiar «ciegamente»,325 hizo constar en su diario: «Una absoluta confusión, un diletantismo de principiante; quería ir a Inglaterra, dejarle clara su desesperada situación, derribar al gobierno de Churchill a través de lord Hamilton en Escocia y luego concluir la paz, con la que Londres podría salvar la cara (...). Semejante loco era el hombre que iba después del Führer. Es casi inconcebible. Sus cartas rebosan de un inmaduro ocultismo. El profesor Haushofer y su mujer, la vieja Hess, han sido los espíritus malignos. Han obsesionado artificiosamente a su "gran hombre" con este papel».326 En la gran sala del Berghof se reunieron poco más tarde las entre 60 y 70 personas convocadas. Después de que Bormann, el nuevo jefe de

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la secretaría del partido, leyera pasajes de las cartas de Hess, Hitler tomó la palabra y condenó la acción de su representante con duras palabras. Hess le había abandonado en un momento en el que las divisiones apostadas en las fronteras alemanas del este estaban en estado de alerta y en el que los comandantes podían recibir en cualquier instante la orden para la misión militar más difícil hasta la fecha. ¿Cómo podía esperar que sus generales obedecieran esa orden si su más alto jefe político abandonaba su «lugar de combate» por propia iniciativa? Goebbels, impresionado una vez más por las palabras de Hitler, lamentó tener que dejar le allí tras una «cordial despedida» para dirigir desde su ministerio la campaña propagandística defensiva en el tema de Hess. 327 Aún en Berchtesgaden, Goebbels había declarado su conformidad con el Führer sobre la publicación de un segundo comunicado. Al fin y al cabo, había que reaccionar de alguna forma a las notificaciones inglesas y explicar a la desconcertada población alemana qué se le había perdido a Hess en Inglaterra o Escocia. El resultado fue una noticia del Nationalsozialistische Parteikorrespondenz [Correspondencia del Partido Nacio-

nalsocialista] en la que se aludía una vez más a las supuestas alucinaciones de Hess. 328 De vuelta en Berlín, Goebbels, que no habló de este tema en el Reich, orientó a sus colaboradores y les dio la consigna según la cual había que proceder: en el interior no se debía abordar más el asunto y había que exagerar hasta los episodios militares más insignifi cantes para distraer a la población. Hacia el exterior, una significativa exposición del conjunto debía ir acompañada del «rechazo a las mentiras» —como tales calificó Goebbels las prolíficas especulaciones en los medios extranjeros, supuestamente mal informados—. 329 Por último, Goebbels esperaba que sirvieran de ayuda profesiones de fe como: «Creemos en el don profético del Führer. Sabemos que al final todo lo que aparentemente redunda en nuestro perjuicio es nuestra gran fortuna». 330 Qué harían los británicos con este regalo propagandístico, era la pregunta que se planteaba Goebbels, quien envidiaba al adversario por tener esa posibilidad. Por ejemplo, se podían emitir declaraciones en nombre de Hess de las que éste no tenía por qué saber nada. Incluso existía la posibilidad de escenificar llamamientos al pueblo alemán imi-

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tando su voz. Al mismo tiempo que todo esto inspiraba la imaginación de Goebbels, las consecuencias que se deducían le hacían estremecerse de miedo. Al no creer ver todavía en la propaganda enemiga ninguna «tendencia de gran alcance», aunque Londres dio rienda suelta a las especulaciones que se precipitaban, Goebbels consideró en principio que se trataba de una particular astucia del enemigo, pues parecía querer aumentar el dramatismo con la espera. Cuando en los días siguientes Churchill tampoco explotó el asunto propagandísticamente, Goebbels lo achacó a la decadencia de la clase dirigente «plutócrata», que estaba a punto de derrumbarse. Puesto que las hipótesis se agotaron pronto en la radio y en la prensa del extranjero, un aliviado Goebbels pudo dar por «liquidado» el caso Hess ya el 18 de mayo, sólo ocho días después del vuelo a Inglaterra. «Así de rápido van hoy las cosas en estos tiempos ligeros. Eso lo tenía que haber previsto Hess. ¿Qué va a ser de él ahora?».331 Goebbels consideró superada la crisis que había desencadenado Hess. Sin embargo, el ministro se ponía cada vez más nervioso, pues a cada día que pasaba se aproximaba más la «verdadera gran tarea» del nacionalsocialismo, el exterminio del «bolchevismo judío». Hasta mediados de mayo había seguido partiendo de la base de que la Operación Barbarroja, nombre con que se la conocía en el ámbito militar, comenzaría el 22 de mayo.332 El aterrizaje de tropas aerotransportadas en Creta que Hitler intercaló inesperadamente en el último minuto para estabilizar el flanco meridional de Europa, por así decirlo, como cierre de la campaña de los Balcanes, aplazó de nuevo las operaciones en el este y atrajo la atención del ministro de Propaganda hacia la región oriental del Mediterráneo, entre otras cosas porque «allí abajo» estaba su hijastro Harald, por el que temía su madre Magda. Creta se convirtió en un auténtico póquer propagandístico, que empezaron los británicos con contundentes noticias de que la isla estaba firmemente en sus manos y nunca la entregarían. Lo primero era cierto, pues los paracaidistas de Góring, con catastróficas pérdidas que lamentar, lo tuvieron difícil para poner pie en Creta. Así pues, la propaganda goebbeliana no hizo mención de los combates durante días,

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mientras que en Gran Bretaña se informaba extensamente al respecto. Cuando la situación de los invasores se iba despejando poco a poco, el 27 de mayo Londres pudo presentar la espectacular noticia de que el Bismarck, perseguido por toda la flota nacional inglesa, el cual tres días antes había hundido el acorazado británico Hood al sur del Estrecho de Dinamarca, ahora había sido hundido a su vez en el Atlántico. La catástrofe, que costó la vida a más de 2.000 marineros alemanes, no se pudo minimizar desde el punto de vista propagandístico, pese al último mensaje radiotelegráfico del almirante Lütjens, de tono patético, que se leyó en la radio del Reich, y pese a la evocación del heroísmo y de la inmarcesible gloria de la marina de guerra. Así pues, Goebbels desvió «toda la política informativa» al Mediterráneo oriental,333 después de que allí finalmente la suerte de las armas tomara un rumbo favorable a los alemanes. A principios de junio, cuando los británicos renunciaron a Creta, él logró el golpe de liberación, pues la conquista de la isla, muy sobrevalorada en cuanto a su importancia estratégica, mejoró visiblemente la moral de la población alemana. Goebbels, que hacía celebrar las noticias victoriosas que llegaban del Mediterráneo oriental, pudo certificar por fin una seria pérdida de prestigio por parte de Churchill. En un «incisivo editorial» creía haber desenmascarado las «miles de evasivas y ridiculas disculpas» de los británicos.334 Creta, donde Harald Quandt había actuado valientemente para satisfacción de su padrastro y de Hitler,335 inspiró a Goebbels una fanfarronada propagandística que tenía por objeto encubrir los preparativos de la Operación Barbarroja, que habían entrado en su fase final.Ya a finales de mayo había hecho difundir rumores según los cuales la Wehrmacht iba a provocar el desenlace en el oeste con un desembarco en Inglaterra, Stalin planeaba una visita oficial a Berlín y se proyectaba una alianza militar con la Unión Soviética. 336 Sin embargo, esto no consiguió acabar con las especulaciones en el exterior y los rumores en el interior acerca de una gigantesca operación militar que se cernía en el este. Aunque nadie consideraba posible que Hitler abriera sin necesidad un segundo frente antes de terminar la lucha con Inglaterra, hacia

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eso apuntaban de manera innegable los continuos movimientos de transporte, así como el correo militar, que llegaba casi exclusivamente de Polonia y la Prusia Oriental. Goebbels había inferido de la prensa americana que la ocupación de Creta —siempre que tuviera éxito— demostraba que también era posible la ocupación de Gran Bretaña. 337 Aunque la dirección de la Wehrmacht había sacado más bien la conclusión contraria de la Operación Mercurio, ¿por qué no se iba a reforzar esa idea de la opinión pública extranjera?, conjeturaba Goebbels. Semejante maniobra de distracción, que él mismo veía como «un intento algo osado», era tanto más necesaria cuanto que Bómer, el jefe del departamento de prensa extranjera del Ministerio de Propaganda, había hecho algunos comentarios bajo los efectos del alcohol durante una recepción de la embajada búlgara en Berlín, a partir de los cuales se dedujo en los círculos diplomáticos el inminente ataque a la Unión Soviética. Así pues, tras pedir la aprobación de Hitler para la maniobra de desorientación con Creta, Goebbels redactó «con gran artificio» un artículo titulado «El ejemplo de Creta», en el que se podía leer entre líneas que la invasión de la isla británica era inminente. El 12 de junio, la colaboración, corregida por el Führer, fue entregada «con todas las ceremonias apropiadas» al Vólkischer Beobachter, en cuya edición berlinesa debía aparecer al día siguiente. Sin embargo, no llegó tan lejos, pues formaba parte del embuste la incautación durante la madrugada de toda la edición de la capital, excepto unos cuantos ejemplares.338 El artículo de Goebbels, cuya repercusión se vio aumentada de este modo, cayó como una bomba entre los representantes de la prensa extranjera. Las escuchas telefónicas demostraban que la conclusión que se sacó era en muchos casos la misma: el «fanfarrón Goebbels» no había sido capaz de callarse. Los reporteros llegaban a referir que el ministro había caído en desgracia con Hitler porque había revelado secretos. Los comentaristas de la radio británica concluían incluso que el despliegue en la periferia oriental de la zona de influencia alemana era una gran mentira con la que se querían ocultar los preparativos de la invasión de Gran Bretaña.339 Quien por el contrario hablaba de una maniobra de

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distracción del ministro y mantenía que Hitler iba a atacar a la Unión Soviética tuvo que rendirse ante un desmentido oficial del Kremlin, según el cual éste no sabía nada de las intenciones ofensivas alemanas y los movimientos de tropas alemanas servían a otros propósitos. 340 La «absoluta confusión» que reinaba en la radio y en la prensa de los países extranjeros occidentales reforzó la opinión errónea de Goebbels de que había conseguido desorientar perfectamente al enemigo. Exceptuando a sus personas de confianza, Goebbels intentó despistar incluso a su propio ministerio. El 5 de junio, el día antes de que una orden a los comisarios (kommissarbefehl) de la Wehrmacht decretara la no observación del reglamento de La Haya para la guerra terrestre, Goebbels «informó» a sus jefes de sección durante una reunión confidencial acerca de que el Führer había llegado al convencimiento de que sin la invasión de Inglaterra no se podía terminar la guerra. Las operaciones planeadas .para el este se habían suspendido. No podía indicar la fecha exacta. Sólo una cosa era segura: en tres, quizás cinco semanas comenzaría la invasión de Inglaterra.341 Para hacer creíble el engaño pidió una canción para la invasión, hizo que se compusieran nuevas fanfarrias y que se eligieran traductores de inglés —y todo esto a riesgo de «perder prestigio al final, cuando suceda lo contrario», como observó en su diario.342 La opinión pública de la nación y del extranjero seguía especulando cuando la tarde del 15 de junio Goebbels fue llamado ante Hitler. Para dar pábulo a las sospechas de la caída en desgracia de Goebbels, su chófer tuvo que montar nuevas matrículas en los coches ministeriales y llevarle a una entrada lateral de la cancillería del Reich. 343 Después de que Hitler le saludara con «gran afecto», le explicó los planes de las inminentes operaciones en el este: el ataque a Rusia comenzaría en cuanto terminara el despliegue, que duraría alrededor de una semana. «Será un ataque masivo a grandísima escala. Seguramente el más impresionante que haya conocido la historia», manifestó Hitler. Era necesario porque Stalin quería esperar a que Europa se desangrara para bolchevizarla, argumentó. Pero ante Goebbels no hacía falta ninguna justificación, pues éste vio ya en la convergencia con la Unión Sovié-

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tica una «mancha en nuestro escudo de honor». Con la destrucción del «bolchevismo judío» se «limpiaría» ahora esa mancha, pensaba Goebbels.344 En qué medida había sucumbido a la ficción de que la inmi nente campaña de aniquilamiento era una «guerra justa», lo ilustran las palabras que anotó en su diario sobre su salida de la cancillería del Reich: «El Führer se emociona mucho cuando me despido. Es un gran momento para mí. Voy a través del jardín, de la entrada y luego a toda veloci dad por la ciudad, donde la gente pasea tranquilamente bajo la lluvia. Personas felices que no saben nada de todas nuestras preocupaciones y que viven al día. Para todas ellas trabajamos y luchamos nosotros y corremos todo tipo de riesgos. ¡Para que nuestro pueblo viva!». Cuando Goebbels escribía acerca de un «riesgo» que conllevaba la campaña rusa y, por tanto, la guerra en dos frentes, era porque él tenía presente que el futuro de Alemania dependía de que se consiguiera arrebatar a Inglaterra la última «arma continental imaginable» con una nueva guerra relámpago. Hitler había afirmado que la campaña duraría cuatro meses en vista de la fuerza combativa del Ejército Rojo, que se debía considerar escasa. Goebbels, sin haber profundizado nunca en este aspecto, consideraba aún menor la capacidad de resistencia de los rusos y, por ende, aún más corta la duración de la campaña, evitando así el sentimiento de preocupación del que ya daba cuenta su jefe de prensa per sonal, Rudolf Semler, a finales de mayo. 345 Si la cercanía física de Hitler reprimía las dudas que le atormentaban, en un acto de autoengaño voluntario adujo en una de las anota ciones más largas de su diario un torrente de afirmaciones, en parte tomadas de Hitler, para convencerse de que no podía repetirse, ni se repetiría, el ejemplo de Napoleón. 346 «El bolchevismo se derrumbará como un castillo de naipes. Estamos ante una marcha triunfal sin pre cedentes. Tenemos que actuar (...). Nuestra acción está preparada como es humanamente posible. Se han movilizado tantas reservas que un fracaso queda rotundamente excluido (...).Japón está en la alianza (...). Rusia nos atacaría si nos volviéramos débiles, y entonces tendríamos la guerra en dos frentes, que evitamos con esta acción preventiva. Sólo entonces tendremos las espaldas cubiertas.Yo considero la capacidad de

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resistencia de los rusos muy pequeña, todavía más que el Führer. Si ha habido y hay una acción segura, es ésta. Tenemos que atacar a Rusia también para disponer de más hombres. Una Rusia imbatida nos obliga a mantener constantemente 150 divisiones, cuyos hombres necesitamos perentoriamente para nuestra economía bélica. Hay que intensificarla (...) de manera que tampoco Estados Unidos tenga por dónde pillarnos».347 Los últimos días hasta la fecha del ataque, fijada entonces para la madrugada del 22 de junio de 1941, transcurrieron con una «tensa impaciencia». Mientras que en el Reich los rumores se convertían en certeza, mientras que la prensa anglosajona descubría el embuste propagandístico y desde la Unión Soviética se acumulaban las noticias de que continuaban las concentraciones de tropas cerca de sus fronteras occidentales, Goebbels trabajaba incansablemente con los pocos colaboradores de su ministerio que estaban informados en los últimos preparativos de la maquinaria propagandística que se activaría de manera abrupta al iniciarse la campaña, pero hacia afuera guardaba «el más profundo silencio».348 Así, organizó en el más estricto secreto la edición y la difusión de un llamamiento de Hitler a los soldados del ejército oriental, que se debía distribuir entre éstos el día del ataque con una tirada de 100.000 ejemplares; daba los últimos retoques a las fanfarrias con las que se debían introducir los partes extraordinarios de las esperadas victorias, y buscaba los lugares más apropiados para las emisoras destinadas a interferir la propaganda radiofónica soviética. La tarde del 21 de junio —era domingo— Goebbels tuvo que despedirse de sus invitados italianos en Schwanenwerder, pues fue llamado a la cancillería del Reich.349 Allí se encontró con un Hitler completamente agotado, quien sin embargo se entusiasmó al comentar el inminente avance, el más grande de la historia universal. El Führer se iba librando de una pesadilla a medida que se acercaba el desenlace. Siempre le ocurría lo mismo. Todo su cansancio desapareció —se apercibió Goebbels— en las tres horas que estuvo yendo y viniendo con él en la gran sala de la cancillería del Reich y creyó haber arrojado una vez más una «mirada profunda a su interior».350

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Eran las dos y media de la madrugada cuando Goebbels se dirigió finalmente a su ministerio a través de la noche para poner al corriente a su equipo de colaboradores, que le esperaba. Después de un trabajo febril, se retiró a su despacho alrededor de las tres y media, cuando más de 160 divisiones atravesaban las fronteras de la Rusia soviética en una extensión de 1.500 kilómetros. Anotó en su diario: «Ahora truenan los cañones. ¡Dios bendiga nuestras armas! (...). Me muevo nervioso de acá para allá en mi despacho. Se oye la respiración de la historia. Un momento grande y maravilloso en el que nace un nuevo Reich. Con dolores, pero sale a la luz».351

Capítulo 13 ¿QUERÉIS LA GUERRA TOTAL? (1941-1944)

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las 5.30 de aquel 22 de junio de 1941, la nueva fanfarria basada en Liszt sonó a través de todas las emisoras alemanas para introducir la proclamación de Hitler leída por Goebbels. El ministro de Propaganda anunciaba con voz sonora que el Führer se había decidido a «volver a poner el destino y el futuro del Reich alemán y de nuestro pueblo en manos de nuestros soldados».1 En todas las partes de Alemania, pero también en las posiciones de la costa atlántica francesa, en los casinos de oficiales de Bélgica y Grecia, de Dinamarca y Noruega, el mensaje, repetido a lo largo del día, fue acogido con un desalentado silencio más que con entusiasmo. ¿No había dicho el propio Hitler que Alemania tenía que aprender de la derrota de la guerra mundial y evitar a toda costa una guerra en dos frentes? ¿No se había firmado precisamente por eso el pacto, tan difícil de comprender, con el enemigo mortal bolchevique? —debían preguntarse los oyentes de los receptores de radio—.Justamente desvanecer ese tipo de preocupaciones era el reto al que se enfrentaba ahora Goebbels. Por eso reanudó la propaganda antibolchevique de la época anterior al pacto de no agresión germano-soviético, que sin duda seguía produciendo efecto entre los alemanes.Así, en primer lugar, había que convertir el «criminal doble juego bolchevique», que había provocado la «aplastante intervención» del «millonario ejército» alemán, «en objeto de una amplia actuación publicitaria de la prensa».2 El argumento más importante, decisivo para la «disposición psicológica» del pueblo alemán, consistía en acentuar el

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«hecho» de que una completa movilización de la Wehrmacht alemana en el oeste había sido imposible mientras en el este había existido una «fuerza traidora desconocida». Éstas fueron las órdenes que dio el ministro de Propaganda en la conferencia ministerial del 22 de junio. 3 Al «descubrir el Führer la traición de los gobernantes bolcheviques», el nacionalsocialismo, después de una «aparente tregua» de dos años, volvía «ahora a la ley» con la que había arrancado: la lucha contra la «plu tocracia» y el «bolchevismo». 4 Convencido de que «el judío» amenazaba a toda Europa «con su diabólico sistema del bolchevismo», 5 quería que se presentara la Operación Barbarroja como una campaña preventiva y como una «actuación histórica» 6 del Occidente liderado por la Alemania de Hitler frente a ese «taimado complot de dogmáticos doc trinarios de partido, de arteros judíos y de codiciosos capitalistas de Estado».7 El verdadero pistoletazo de salida para la campaña lo dio Goebbels con el artículo «El velo cae», publicado el 6 de julio en el periódico Das Reich, en el cual escribía que la guerra que Alemania llevaba a cabo contra el bolchevismo «es una guerra de la humanidad civilizada frente a la perversidad mental, frente a la depravación de la moral pública, frente al cruento terrorismo intelectual y físico, frente a una política criminal cuyos iniciadores se sientan sobre pilas de cadáveres para bus car con la vista a quién van a elegir como su próxima víctima». Habían estado a punto —seguía Goebbels— de penetrar en el corazón de Europa. «Qué implicaría el que hubieran inundado con sus hordas embru tecidas Alemania y el occidente de este continente, eso no lo puede concebir la imaginación humana». Los soldados que habían seguido al «Führer (...) son en realidad los salvadores de la cultura y la civilización europea frente a la amenaza que supone un averno político». 8 Tras días de noticias muy escasas y que no decían nada en definitiva, los alemanes recibieron las primeras informaciones sobre el transcurso de esta «cruzada de Europa contra el bolchevismo» 9 el 29 de junio, con nada menos que doce partes extraordinarios de victorias sobre el Ejército Rojo en Brest-Litovsk, Bialystok, Grodno y Minsk, entre otros lugares, que se leyeron en la radio a intervalos de un cuarto de hora.

¿Queréis la guerra total?

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Mientras que Goebbels pedía moderación y desaprobaba la manera de proceder que ordenó el jefe de prensa Dietrich por encargo de Hitler, porque con la colocación compacta de tantos partes extraordinarios «se exageraba mucho»,10 en el cuartel general eso no planteaba ningún problema. Según la opinión muy generalizada allí a finales de mes, la campaña contra la Rusia soviética ya estaba decidida, pues el Ejército Rojo parecía desmoronarse bajo los duros y rápidos golpes de la maquinaria de guerra alemana, que funcionaba con precisión. Ejércitos enteros se rindieron, el número de prisioneros de guerra rebasó en pocos días la barrera del millón. Todos los vaticinios sobre la reducida fuerza combativa del Ejército Rojo y sobre la hipotética «superioridad racial» de los atacantes parecían haberse cumplido, de manera que el jefe del Estado Mayor del Ejército, Franz Halder, anotó con satisfacción ya el 3 de julio de 1941: «No es una exageración cuando afirmo que la campaña contra Rusia se ganó en el plazo de catorce días».11 Sin embargo, estas observaciones precipitadas y jactanciosas se vieron rápidamente atenuadas, pues a cada día que pasaba se endurecía la resistencia del Ejército Rojo. Donde hacía nada reinaba un extraordinario optimismo, pronto circuló la palabra crisis, e incluso a Goebbels, lego en cuestiones militares, le daban que pensar los informes sobre las guarniciones soviéticas de los fuertes que se hacían saltar por los aires y sobre los aviadores derribados que se daban muerte para no caer en manos de los alemanes.12 Puesto que ahora era evidente que no habría «ningún paseo» hacia Moscú, no se debía hablar tanto —criticaba al cuartel general, donde se redactaban los informes de la Wehrmacht—. Cualquier política informativa de tintes demasiado optimistas implicaba tarde o temprano serias decepciones, decía pensando en la ejemplar propaganda británica.13 Después de que el Servicio de Seguridad comunicara que la espera de partes extraordinarios sobre nuevos éxitos en el frente oriental, los cuales hasta ahora nunca habían tardado tanto en llegar en ninguna campaña, hacía que los ánimos fueran decayendo poco a poco entre la población,14 el Alto Mando de laWehrmacht pudo anunciar por fin el

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6 de agosto el desenlace exitoso de la batalla de Smolensk, en el sector central del frente.Ya que el Grupo de Ejércitos Sur había avanzado hasta el Dniéper y en el sector septentrional del frente las tropas habían atravesado el Daugava y ocupado Estonia, el ministro de Propaganda observó aliviado que el pesimismo había remitido y que todo alemán volvía a mirar con gran confianza al futuro inmediato. 15 La superación de la crisis de la estrategia bélica alemana en el este y la capacidad de resistencia de los soviets, que Goebbels atribuía a la «primitiva dureza» y al «instinto animal» de la «ruda masa de millones de personas», fueron también el tema de conversación durante su prime ra visita al cuartel general de Hitler en la Prusia Oriental, la Guarida del Lobo (Wolfsschanzé), a mediados de agosto.16 Allí, el comandante en jefe, aún consternado por los acontecimientos de las semanas pasadas y «muy irritable», 17 le confesó que se había subestimado de manera dramática la fuerza, y sobre todo el armamento de los ejércitos soviéticos. A la pregunta de Goebbels de si Hitler habría vacilado en atacar a la Unión Soviética de haber conocido esto, dio a entender que por prin cipio «jamás» se habría dejado influir por ello, pero que en ese caso la decisión le habría resultado «mucho más difícil». Finalmente tranquili zó a Goebbels con la esperanza de conseguir una «cierta conclusión» de la campaña antes de que irrumpiera el invierno. Quizás entonces Stalin pediría la paz. Él, Hitler, estaría entonces dispuesto a aceptar la capitulación si se le dieran importantes garantías territoriales. A raíz de la entrevista, Goebbels se decía que «quizás» había sido «muy bueno» el no haber «conocido exactamente» el potencial de los bolcheviques, incluso el haber hecho una estimación errónea y no haber «tenido ni la menor idea de la cantidad total de sus armas, sobre todo de las armas pesadas». Si «hubiéramos tenido clara la verdadera dimensión del peli gro», Hitler habría tenido que «soportar preocupaciones todavía más serias (...) durante meses».Y «quizás —escribió— no nos habríamos atrevido a abordar la cuestión del este y del bolchevismo, cosa que ya se ha hecho».18 Si Goebbels abandonó el cuartel general con motivación, se debía principalmente a que Hitler volvía a mostrar ahora un «manifiesto inte-

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res» por la propaganda,19 que en este momento se había vuelto aún más perentoria para la desmoralización del imperio soviético y que debía salir de su estado de «Cenicienta».20 Hacer propaganda en «circunstancias propicias» no era —según Goebbels— ningún arte, «pero, en una crisis, hacer propaganda que conduzca al éxito es un arte político». 21 Lo único que le dolía en relación con este nuevo desafío era que Hitler había puesto la dirección de la propaganda oriental en manos de Rosenberg, al que en abril de 1941 había nombrado primero comisionado para la gestión central de las cuestiones referentes al espacio europeo oriental y el 17 de julio de 1941 ministro de los territorios ocupados del este. Rosenberg se había convertido así en el beneficiario de las querellas que habían mantenido durante años Goebbels y Ribbentrop. Su relación había tocado fondo cuando, durante la campaña de los Balcanes, el Ministerio de Exteriores aumentó su influencia propagandística con una gran compra de emisoras de radio 22 y cuando Ribbentrop intervino ante Hitler en el «asunto Bómer» en contra del colaborador de Goebbels, quien finalmente tuvo que someterse al Tribunal del Pueblo por orden de Hitler.23 La apreciación inicial de Goebbels de que el caso era «más inofensivo de lo que los sujetos del Ministerio de Exteriores lo habían presentado»24 se trocó después en cólera contra Ribbentrop, casado con una heredera de la dinastía Henkell, el cual confundía «la política con el comercio del champán (...) en el que también se trata de engañar al socio».25 Pero, ya que Ribbentrop había perdido visiblemente crédito ante Hitler, Goebbels se permitió a mediados de junio de 1941 preguntar al jefe de la cancillería del Reich, Hans-Heinrich Lammers, de manera provocadora, si todavía estaba en vigor la directiva del Führer del 8 de septiembre de 1939, es decir, si la propaganda era asunto del Ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda o del Ministerio de Exteriores y, en definitiva, si tenía justificación en la guerra construir un segundo aparato «cuya función, según el estado de cosas, sólo puede consistir en hacer competencia al aparato de que dispone mi ministerio, en despilfarrar de manera absurda dinero, personal y material y en quitarnos a mí y a mis colaboradores las ganas de trabajar».26

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En efecto, Goebbels consiguió poco después restablecer formalmente la igualdad de su ministerio con el Ministerio de Exteriores en materia de propaganda exterior.27 Para asegurarse su influencia en la propaganda oriental y antibolchevique, que desde el pacto entre Hitler y Stalin sólo se había podido llevar a cabo con una pequeña plantilla encubierta, Goebbels hizo ahora aumentar este aparato considerablemente. Como si se tratara de una contraorganización del ministerio de Rosenberg para los territorios ocupados del este, en julio de 1941 se había creado en su ministerio una sección general para el espacio oriental bajo la dirección de Taubert. Así se programó el enfrentamiento con el Ministerio del Este de Rosenberg, tanto más cuanto que Goebbels se apoyó en el decreto del Führer de septiembre de 1939, según el cual el aparato propagandístico de su ministerio era «el dispositivo central para la realización práctica de la propaganda»,28 mientras que Hitler le había otorgado a Rosenberg «la competencia exclusiva» para todas las tareas que surgieran en los territorios orientales. La esfera de acción de la sección general del Ministerio de Propaganda, subordinada directamente al secretario de Estado Leopold Gutterer, comprendía la propaganda «contra el enemigo», es decir, para la desmoralización del Ejército Rojo, así como la propaganda antibolchevique en toda la zona de influencia del nacionalsocialismo, ya fuera entre los trabajadores del este del Reich, las unidades de voluntarios que luchaban en el bando alemán, los pueblos de la Europa oriental, los prisioneros de guerra soviéticos o la población de la Europa ocupada.29 Con el objeto de estar preparados para el día del ataque, ya el 10 de abril Goebbels había pedido a Taubert que volviera a activar en secreto el Antikomintern, su aparato antisoviético independiente del Ministerio de Propaganda.30 Para ello Taubert había creado un departamento cuya misión consistía en preparar las emisiones de radio en las lenguas más importantes de la Europa oriental, así como el trabajo de las emisoras clandestinas. Los colaboradores del servicio lingüístico, herméticamente aislados del mundo exterior hasta el comienzo de la campaña y que figuraban bajo el nombre clave de «Viñeta», diseñaban carteles y

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octavillas, grababan discos para los automóviles anunciadores y doblaban películas propagandísticas. Su colaborador más prominente era el antiguo diputado parlamentario del KPD Torgler,31 que ya había trabajado para el ministro en la campaña occidental.32 De acuerdo con las anotaciones de Goebbels en su diario, la propaganda alemana tuvo un arranque muy prometedor al comienzo de la campaña rusa. Sin embargo, se había quedado corto en las estimaciones de la capacidad aérea necesaria para el transporte de octavillas.33 Aparte de los 90 millones de octavillas34 que los aviones del arma aérea lanzaron detrás de las líneas enemigas, el ministro apostó de manera especial por la repercusión de la propaganda radiofónica. A tal efecto trabajaron en principio tres emisoras clandestinas, y además, posteriormente 22 estaciones emitían a diario hacia la Europa oriental 34 noticiarios políticos diferentes en 18 idiomas,35 «todos muy cáusticos contra el régimen de Stalin».36 De todos modos, la impresión que tenía Goebbels del efecto de su propaganda se debía más bien al hecho de que la población sometida consideró en un principio libertadoras a las fuerzas armadas alemanas que avanzaban, las cuales, por ejemplo, recibieron una efusiva bienvenida en la ucraniana Lemberg (Lvov). Esta actitud frente a los alemanes pronto empezó a cambiar, cuando a la tropa combatiente no le siguió la libertad, sino grupos móviles del Servicio de Seguridad, de las SS y de la Gestapo, de manera que ya a mediados de agosto Goebbels tuvo que constatar que hasta entonces no se había logrado provocar entre los vencidos un «entusiasmo por la campaña oriental».37 De esto no era responsable el ministro del Este, Rosenberg, quien favorecía una autonomía limitada para los estados bálticos y Ucrania y quería que se tratara a estos pueblos, que debían ser organizados económicamente en beneficio del Reich, como víctimas del bolchevismo.38 En cambio, Rosenberg odiaba a los rusos, a quienes echaba la «culpa del bolchevismo».39 Aunque la posición de Rosenberg se diferenciaba poco de la de Taubert, Goebbels rechazaba categóricamente cualquier independencia de los pueblos del este. Las corrientes nacionalistas que surgían vehementemente en el «territorio oriental» —sobre

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todo en los estados bálticos— eran calificadas por él como una «ingenua fantasía infantil que no nos impresiona en modo alguno».40 Al parecer estos pueblos se habían imaginado que «las fuerzas armadas alemanas ponen su sangre para instaurar nuevos gobiernos nacionales en estos minúsculos estados». Antes bien, el nacionalsocialismo era demasiado frío, sensato y realista para una «política tan miope». Sólo hacía aquello que era útil a su pueblo, y eso era «sin lugar a dudas la imposición rigurosa de un orden alemán sin tener en cuenta los (...) intereses de las pequeñas nacionalidades que allí viven».41 La opinión de Goebbels cuadraba con las convicciones de Hitler, que llevaba a cabo en el este una guerra de exterminio basada en su ideología racial y que, por consiguiente, consideraba a los pueblos orientales como «infrahumanos» y «bestias bolcheviques», y a su territorio como una especie de objeto de explotación para el Reich alemán.42 No obstante, en paralelo a los éxitos y perspectivas de septiembre, pronto volvió a decaer el interés que se había dado provisionalmente a la propaganda oriental en el entorno de Hitler. El Führer, quien tras el exitoso final de la batalla librada al este de Kiev acababa de dar la orden de avanzar hacia Moscú al Grupo de Ejércitos Central, confiaba ahora —en oposición a su pronóstico del mes anterior, sumamente pesimista— en poner «en movimiento» al Ejército Rojo al mes siguiente, 43 tal como le aseguró a Goebbels durante la visita de éste al cuartel general del Führer el 23 de septiembre. La doble batalla en Viazma y Briansk, que prometía victoria, llevó a que el 3 de octubre, con motivo de la inauguración de la obra de socorro invernal en el palacio de deportes, Hitler anunciara enfáticamente que el enemigo ya estaba quebrantado y que nunca se volvería a levantar.44 Y Goebbels anotó en su diario que su Führer había considerado a fondo todos los factores. Cualquier elemento de la situación general era tenido en cuenta por él con exactitud. Mediante una observación realista de todas las circunstancias Hitler llegaba a la «conclusión definitiva» de que ya no se le podía arrebatar la victoria a Alemania. 45 Así pues, Goebbels tuvo por extraordinariamente útil desde el punto de vista propagandístico el discurso de su Führer, que él introdujo y que

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despertó una vez más esperanzas irrealizables en la opinión pública alemana. El ministro, que el 5 de octubre se mostró visiblemente más reservado en Metz durante un mitin del distrito Westmark, Marca del Oeste,46 se enojó cuando su antagonista, el jefe de prensa del Reich Dietrich, declaró cuatro días después en la gran sala de conferencias de prensa del Ministerio de Propaganda ante periodistas nacionales y extranjeros que la campaña del este estaba decidida tras la destrucción del Grupo de Ejércitos de Timoshenko. El desarrollo posterior transcurriría conforme a lo deseado. El sueño inglés de una guerra en dos frentes se había acabado definitivamente.47 Goebbels protestó ante Hitler contra las observaciones que Dietrich publicó de manera ostensiva en el Volkischer Beobachter bajo el título «Ha llegado el gran momento», de las que temía que llevaran a una seria desilusión de la opinión pública ya en los próximos días, pues ésta creía ahora que la campaña rusa estaba poco menos que terminada.48 Hitler respondió que se trataba de una jugada estratégica para mover a Japón a entrar por fin en la guerra contra la Unión Soviética.49 El periodo de mal tiempo que sobrevino en el este, que transformó de repente las carreteras y los caminos en pistas de lodo, dificultó cada vez más el avituallamiento, basado principalmente en el transporte por camiones, y también el avance de la tropa, e hizo que las operaciones militares se ralentizaran tras la victoria sobre el Ejército Rojo en Viazma y Briansk. Por ese motivo, hacia finales de octubre la pregunta central era —y no sólo para Goebbels— si se había derrotado realmente a los soviéticos, como parecían sugerir sus importantes pérdidas humanas y materiales y el traslado del gobierno soviético de Moscú a Kuibishev, junto al Volga. Cuando el 27 de octubre se volvió a reunir con Hitler, éste le infundió optimismo con su valoración sumamente positiva de la situación militar: «Sólo tenemos que esperar sequedad o hielo. Si nuestros carros de combate pueden volver a arrancar los motores y las carreteras están libres de barro y lodo, entonces la resistencia soviética se romperá en relativamente poco tiempo», creía Goebbels.50

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Mientras que en aquel octubre el mundo estaba pendiente de Rusia, se arrastraban por las ciudades de Alemania columnas de conciudada nos judíos. De nuevo fue Goebbels el que insistió en esta «evacuación» acelerada de los judíos alemanes, pues desde el comienzo de la campa ña oriental vio confirmada una vez más su construcción ideológica sur gida a partir de 1923. El bolchevismo —así escribió en un artículo en el Reich— era obra de «doctrinarios políticos judíos» y de «taimados capitalistas judíos». 51 Esto quedaba patente con la aproximación de los «plutócratas» occidentales a Stalin. El, Churchill y Roosevelt eran los «líderes de la gran conjuración mundial contra Alemania». 52 Cuanto más le acosaba esta imagen del enemigo en vista de la lucha contra la Unión Soviética, inesperadamente difícil y absolutamente decisiva, tanto más urgente le debió de parecer el «exterminio» de los aliados ale manes de los «conspiradores mundiales», cuya «eliminación» se debía abordar ahora «sin ningún sentimentalismo». 53 Goebbels, que pronto hizo obligatoria la «estrella judía» incluso en Berlín,54 había convocado una conferencia en el Ministerio de Propaganda para el 20 de marzo de 1941. En ella, el representante de Goeb bels, Leopold Gutterer, declaró que aún había en Berlín entre 60.000 y 70.000 judíos. Era inadmisible «que la capital del Reich nacionalso cialista albergue todavía hoy una cifra de judíos tan alta». 55 Aunque Hitler no había decidido personalmente que se limpiara de inmediato Berlín de judíos, Goebbels —dijo Gutterer— tenía el «convencimien to de que una propuesta adecuada de evacuación contará de seguro con la aprobación del Führer>. También el inspector general de obras, Speer, podía hacer buen uso de las aproximadamente 20.000 viviendas habi tadas por judíos, «como reserva para desalojos en caso de grandes daños causados por la aviación y más tarde para desocupar casas que tienen que ser derribadas para la reestructuración de Berlín». La conferencia terminó con una «petición» a Adolf Eichmann, el jefe de la sección de cuestiones judías en el departamento principal de seguridad del Reich, que se convertiría en la central para la puesta en práctica del transpor te de masas y de la «solución final»: «Elaborar una propuesta para la evacuación de los judíos de Berlín para el jefe de distrito doctor Goebbels».

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En agosto, Goebbels observó de nuevo que era un «escándalo» que todavía 75.000 judíos pudieran «andar sueltos» por Berlín, de los cua les sólo 23.000 estaban en el mundo laboral; los demás vivían «como parásitos del trabajo de su pueblo de acogida» y esperaban la derrota alemana mientras se «alimentan gracias a nuestra fuerza popular». 56 No sólo corrompían «la imagen de las calles, sino también el ambiente», 57 motivo por el cual debían ser «segregados» del pueblo alemán. Sin embargo, «fuertes resistencias burocráticas» y «posiblemente también sentimentales» en las autoridades del Reich, 58 que se oponían a una «solución radical del problema», impedían seguir avanzando. Pero él no se dejaría «desconcertar ni confundir» por eso, 59 no iba a «descansar ni parar hasta que (...) hayamos llegado a las últimas consecuencias en relación con el judaismo». 60 En su encuentro con Hitler el 18 de agosto, Goebbels insistió en llevar la «cuestión judía» a una solución rápida. Su proyecto de informe contenía una gran cantidad de propuestas 61 que en su mayoría se pusieron en práctica poco después. Además del marcado y disminución de las raciones de alimentos —sobre ello escribió Goebbels en su diario: «No es más que lo justo y equitativo. Quien no trabaje que no coma»— 62, Goebbels sugirió a su Führer excluir a los judíos de la utilización de los medios de transporte y privarles de los productos de los artesanos «alemanes». Tenían que entregar «objetos de uso corriente y de lujo», como bicicletas, máquinas de escribir, libros, gramófonos, frigoríficos, hornos eléctricos, tabaco, espejos de mano... También se debían limi tar «rigurosamente» sus adquisiciones mensuales, «para que el judío no pueda sobornar a alemanes de poco carácter». Además, una «inspección general» de los judíos «vagos y parasitarios» debía decidir quién podía ser de utilidad para el «proceso laboral de interés para la guerra». Esta «selección minuciosa» debía «separar» a los judíos que estaban «maduros» para su «envío al este». Goebbels recibió la aprobación de Hitler para «retirar» en primer lugar a los judíos de Berlín hacia el este en cuanto estuvieran disponi bles los medios de transporte. 63 Allí se los «acosaría bajo un clima más. duro». 64 Lo que Goebbels logró al instante fue un edicto policial sobre

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la identificación de los judíos y la implantación de la estrella judía, que entraría en vigor en todo el Reich el 1 y el 19 de septiembre. Poco después, Goebbels debatió con Heydrich «algunas cuestiones importantes» en el cuartel general del Führer.65 Aunque en principio se partía de la base de que, debido a la insuficiente capacidad de los transportes, las deportaciones tendrían que esperar hasta el final de las operaciones orientales, el amigo de Goebbels, Daluege, en calidad de jefe de la policía berlinesa, firmó ya el 14 de octubre la primera orden de deportación para los judíos berlineses, basada en una disposición suprema que se llevó a cabo probablemente bajo el efecto de la victoria en Viazma y Briansk.66 De cara a la opinión pública, Goebbels «justificó» los transportes en un artículo de un odio furioso e insuperable. 67 Allí se decía que en el caso de los judíos se confirmaba la profecía «que el Führer pronunció el 30 de enero de 1939 en el Parlamento alemán, según la cual, si el judaismo financiero internacional lograba abocar otra vez a los pueblos a una guerra mundial, el resultado no sería la bolchevización de la tierra y, por ende, la victoria del judaismo, sino el exterminio de la raza judía en Europa. Estamos viviendo en este momento la ratificación de esa profecía y se cumple un destino para el judaismo que es duro, pero más que merecido. La compasión o la lástima están en este caso completamente fuera de lugar». Las «evacuaciones» comenzaron en la capital del Reich con entre 500 y 1.000 judíos, que fueron conducidos a las ruinas de la sinagoga de la Levetzowstrasse, utilizada como centro de agrupamiento. Desde allí, aquellos que se tenían en pie, flanqueados por miembros de las SS con fustas, fueron llevados hasta la estación de la ciudad jardín de Grunewald, donde se les cargó en el tren según un sistema que había tenido que elaborar la comunidad judía. Una mujer que sobrevivió relató que la actitud de las víctimas fue admirable: «Todos sabían que no cabía rebelarse, la única rebelión posible era el suicidio». 68 Al primer «transporte de evacuación» de judíos berlineses a Lodz le siguieron hasta finales de enero de 1942 otros nueve, hacia Lodz, Minsk, Kaunas (Kowno) y Riga. En ese mes se interrumpieron momentáneamente las deporta-

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ciones después de que la Wehrmacht llevara semanas enteras luchando en vano por la propia capacidad de los transportes. La razón era el dramático agravamiento de la situación en el frente oriental. La segunda fase de la batalla por Moscú puso en evidencia que el Ejército Rojo no estaba ni muchos menos derrotado, sino que era la Wehrmacht la que había llegado al límite de sus posibilidades. Esto se vio fomentado por la irrupción inesperadamente temprana del invierno. Miles de soldados alemanes, que no estaban equipados para la lucha con hielo y nieve, murieron de frío en los frentes; los vehículos y las armas automáticas dejaron de funcionar. A finales de noviembre, Heinz Guderian comunicó que sus tropas estaban acabadas, el mismo Guderian que semanas antes había escrito a casa que no le gustaría que con su entrada en Moscú se realizara un jolgorio propagandístico «a la Rommel» en torno a su persona.69 Hitler se opuso obstinadamente a las peticiones de sus generales —que fueron casi presa del pánico— de replegar las unidades y pasar a la defensiva con un frente alineado, pues entre las vanguardias ofensivas alemanas y Moscú, el prestigioso objetivo, sólo había treinta kilómetros. Como si confiara plenamente en la Providencia que hasta ahora le había sido favorable, ignoró todas las consideraciones objetivas de la situación y se refugió en cambio en la idea de que Japón entraría enseguida en la guerra contra la Unión Soviética, con lo que la situación de Alemania mejoraría decisivamente. Esto fue lo que Hitler le manifestó a Goebbels por última vez el 21 de noviembre, sobre lo cual éste anotó en su diario que no compartía —por primera vez desde hacía mucho— la esperanza de su Führer.70 Ya el 9 de noviembre Goebbels había publicado un artículo en el Reich bajo el título «Cuándo o cómo», que no tenía nada en común con las grandes expectativas que Hitler y su jefe de prensa Dietrich habían propagado el mes anterior. «No preguntemos —escribió Goebbels— cuándo llegará la victoria, sino preocupémonos más bien de que llegue». Para ello se necesitaba un «gigantesco despliegue nacional de fuerzas». Para aumentar el rendimiento militar, Goebbels pensaba en una movilización de la «comunidad popular» que abarcara todos los

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ámbitos de la vida, a través de una justa distribución de las cargas y privaciones de la guerra entre todos los alemanes, en definitiva, a través de una «gestión socialista» de la guerra.71 Con ello no se refería a otra cosa que a la «guerra total», que proclamaría en febrero de 1943. Puesto que sólo su propaganda podía crear la base para ello, había en su análisis de la situación, prematuro y muy desapasionado, una buena dosis de cálculo, pese a todas las preocupaciones por el desarrollo de la situación en el frente oriental. La aplicación de sus ideas debía ser tanto más urgente cuanto que a principios de diciembre la situación se agravó dramáticamente. El Ejército Rojo había acometido la contraofensiva con divisiones de élite traídas desde Siberia.Ya que el Kremlin tenía la certeza de que el golpe de Japón en la zona del Pacífico era inminente y de que, por tanto, desaparecería la amenaza para el imperio soviético por el este, se habían podido trasladar al oeste divisiones bien equipadas. Con su asalto el frente se tambaleó durante días. De este modo había fracasado definitivamente el plan bélico de Hitler de arrebatar a Inglaterra su «espada continental» con una guerra relámpago contra la Unión Soviética, para a continuación, con una movilización de todos los recursos bélicos, obligarla a ceder o derrotarla. En vista de la catástrofe que se cernía sobre el ejército alemán del este, los tanteos de Japón al aliado alemán el 28 de noviembre le parecieron a Hitler realmente «obra de la Providencia». Los japoneses propusieron una nueva alianza militar para una guerra conjunta de Alemania y Japón contra Estados Unidos y Gran Bretaña. La tarde del 4 de diciembre ya era segura la decisión de Hitler para la guerra contra Estados Unidos, pues esperaba que la división de la potencia militar anglosajona en dos escenarios bélicos oceánicos le permitiera ganar tiempo para seguir intentando realizar sus objetivos en el este. Después de que el 7 de diciembre recibiera la noticia —sumamente sorprendente para él— del ataque de las fuerzas navales japonesas a la flota americana del Pacífico en Pearl Harbor, a primeras horas de la tarde del 14 de diciembre hizo llamar al comisionado americano Leland Morris para que concurriera al Ministerio de Exteriores, donde Rib-

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bentrop le leyó la declaración de guerra alemana. Previamente, en un discurso ante el Parlamento interrumpido una y otra vez por el aplauso de los fanáticos, Hitler reprochó a Roosevelt el haber provocado la guerra para tapar el fracaso del New Deal. El final de ese dramático día lo constituyó la firma de un pacto germano-italo-japonés, con el que se tomó la «inquebrantable decisión» de no rendir las armas hasta que se concluyera exitosamente la guerra conjunta contra Estados Unidos y Gran Bretaña. Goebbels celebró la decisión de su Führer, que éste le explicó el 18 de diciembre en la Guarida del Lobo.72 De todos modos, el ministro de Propaganda —también había sido convocado al cuartel general del Führer el 16 de diciembre para que buscara una solución propagandística al inminente licénciamiento del comandante en jefe del ejército, Von Brauchitsch—73 había considerado inevitable la guerra contra Estados Unidos. Después de que se hubiera hecho realidad, en su opinión esto aclaraba los frentes y ayudaba a poner mejor en práctica sus ideas acerca de una «gestión socialista de la guerra». Para su propaganda esto significaba continuar con el cambio de línea cuidadosamente iniciado en noviembre hacia una divulgación objetiva de la situación.Ya durante la conferencia ministerial secreta celebrada el 7 de diciembre, Goebbels declaró que la propaganda había cometido el «error capital» de volver al pueblo alemán «demasiado sensible» a posibles reveses, al ahorrarle cualquier noticia desagradable. Ahora mencionó como ejemplo la estrategia de «sangre, sudor y lágrimas» de Churchill y opinó que la propaganda alemana, «que naturalmente siempre debe tener como actitud fundamental el justificado optimismo con respecto al resultado de la guerra», en adelante debía ser objeto de un tratamiento más realista en todas sus ramas. El pueblo lo aguantaba y además lo exigía.74 Para satisfacer su exigencia de un «optimismo realista» en la propaganda,75 que corroboró ante sus colaboradores el 19 de diciembre, tuvo que tomar en cuenta la inseguridad que cundía en la opinión pública, pues las últimas informaciones procedentes del frente oriental contrastaban fuertemente con las expectativas de la población. A ello se suma-

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ba que la entrada en la guerra de Estados Unidos alejaba mucho el final de la misma y, por tanto, pesaba sobre la moral, aunque no se había producido el «duro choque» que esperaba Goebbels. Así pues, la propaganda convenida con Hitler debía destacar la contundencia de las fuerzas armadas japonesas y, para no poner en peligro la confianza en la superioridad militar de Alemania, achacar a la temprana irrupción del invierno las complicaciones que se presentaron en el este y que pronto también se expusieron. Goebbels subrayaba una y otra vez las inclemencias del desacostumbrado tiempo, y Hitler también recurría a esta imagen durante sus intervenciones: «No ha sido Rusia la que nos ha obligado a retroceder a las posiciones defensivas, sino los 38, 40, 42 y a veces 45 grados bajo cero», hizo creer a los «compatriotas» en el mitin celebrado en el palacio de deportes berlinés con motivo del noveno aniversario de la subida al poder.76 Así nació una leyenda que ha perdurado hasta el día de hoy y que encubría la verdadera razón del fracaso, la arrogante infravaloración del poder soviético que hizo la jefatura. Inmediatamente después de su regreso del cuartel general del Führer el 18 de diciembre, y teniendo como marco sus ideas —propuestas sin éxito— acerca de una gestión «socialista» de la guerra, que respondían precisamente al concepto de totalización de la guerra, Goebbels planeó una acción propagandística que había acordado con Hitler,77 la donación de socorro invernal, una recogida de ropa de invierno para los soldados del este, un «regalo de Navidad de la patria para el frente». Con vistas al cercano invierno, después de su primera visita al cuartel general del Führer, Goebbels ya había propuesto en agosto una «acción de recogida de lana». Sin embargo, Jodl rechazó entonces el proyecto de organizar una recogida nacional de ropa de invierno, entre otras cosas porque se temía desconcertar al frente y a la patria, que pensaban que la campaña oriental terminaría antes de que sobreviniera el invierno. Semanas después, Goebbels dirigió una vez más la propuesta al general, a la cual éste supuestamente respondió con altivez: «¿En invierno? Para entonces estaremos en nuestros cálidos cuarteles de Leningrado y Moscú. Eso corre de nuestra cuenta».78

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El objeto de la tardía acción, cuya realización Goebbels abordó con gran ímpetu pese a las voces escépticas procedentes sobre todo del Alto Mando de la Wehrmacht, debía ser movilizar el «frente de la patria», motivar de nuevo a la gente. La patria no se merecía ni una hora más de tranquilidad mientras un solo soldado estuviera expuesto a los rigores del tiempo principalmente en el este, en el sureste, en Noruega o incluso en la alta Finlandia, decía un llamamiento para despertar los ánimos en el que Goebbels enumeró largas listas de prendas de vestir que se necesitaban en el frente.79 Esta nueva imagen circunstancial de la gravedad de la situación, así como la de las «hordas embrutecidas» que habían estado a punto de «inundar» el oeste del continente, movilizó en efecto la disposición de los alemanes a hacer donaciones. La respuesta fue tan grande que la recogida, anunciada por actores de cine o deportistas prominentes, tuvo que prolongarse más allá de las semanas de Navidad, hasta el 11 de enero de 1942. En la colecta de más de 67 millones de prendas de vestir, Goebbels vio —tal como anunció en su discurso del 14 de enero a través de las emisoras del Reich— una «prueba convincente de la resolución con que la nación alemana está dispuesta a llevar esta guerra a la victoria».80 Parecía que los cálculos de Goebbels habían salido bien, pues un observador sueco constató que la recogida había subido de manera definitiva la moral de la población.81 Pero llegó demasiado tarde y se preparó demasiado mal como para poder ayudar realmente a las tropas del frente.82 Goebbels, que a finales de enero estaba ocupado en rastrear su ministerio en busca de colaboradores para la Wehrmacht o el armamento en el marco de una campaña iniciada contra los «derrotistas» del Alto Mando de la Wehrmacht y del Ministerio de Exteriores, llamaba cada vez más la atención sobre los paralelos entre la «época de lucha» y la situación actual. En su editorial del 30 de enero de 1942 recordó los grandes reveses del año 1932, concluyendo que no se podía conseguir ningún gran objetivo «sin esfuerzo, sin sudor, sin sacrificio y sin sangre (...). Aquí se demuestra también si uno tiene un corazón fuerte o no, y eso en los momentos críticos que es más valioso sólo la razón y el intelec-

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to»,83 escribió Goebbels. El mismo, bajo el efecto de la situación suma mente crítica, empezó de nuevo a creer, aún con más firmeza. La tarde de aquel 29 de enero Goebbels se reunió con su Führer, que se había desplazado a Berlín desde su cuartel general para pronunciar la tarde siguiente su discurso anual en el palacio de deportes. Goebbels mantuvo con él un «largo cambio de impresiones», que transcurrió de manera «extraordinariamente positiva y satisfactoria», pues al parecer Hitler estaba de acuerdo con las ideas de su ministro acerca de una futura totalización de la guerra. Una vez más bajo el completo hechizo de Hitler, que estaba agotado y con los nervios muy debilitados, sintió como un hecho «feliz (...) el buen aspecto que tiene y el fabuloso estado mental y físico en que se encuentra». 84 Puesto que para él la victoria era una cuestión de fe en Hitler,85 Goebbels tenía que conceder absoluta prioridad a su salud, pues «mientras viva y esté sano entre nosotros, mientras sea capaz de emplear la fuerza de su espíritu y la fuerza de su hombría, no nos puede suceder nada malo». 86 El «inimaginable entusiasmo» que produjo luego el discurso de Hitler parecía confirmárselo. Cuando, bajo el efecto de la reunión con Hitler, el ministro de Propaganda observó que se habían superado las «principales dificultades psicológicas»,87 era entre otras cosas porque, además de las noticias victoriosas de los japoneses en el Extremo Oriente, llegaron —justo en el momento oportuno— las de otro escenario bélico: en el norte de África, donde, como consecuencia de la ofensiva británica de principios de diciembre, las tropas del Eje se habían tenido que retirar a las posicio nes iniciales del Gran Sirte, es decir, al lugar desde donde habían partido en marzo/abril de 1941, Rommel había emprendido el contraa taque y estaba a punto de recuperar las pérdidas de terreno. El nuevo éxito era maravilloso. Los ingleses tenían que reconocer que el cuerpo de ejército de África los había vuelto a sorprender y engañar en toda regla, afirmaba Goebbels triunfante, y pensaba que la propaganda británica convertía a Rommel «en uno de los generales más populares de todo el mundo». 88 En efecto, ya en el cambio de año de 1941 a 1942, Rommel era el general alemán más conocido en la opinión pública británica. Duran-

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te su retirada, la prensa inglesa había sacado casi diariamente titulares sobre él. El corresponsal de guerra del Daily Express, Alan Moorehead, admiraba la habilidad estratégica del suabo, y el propio sir Claude Auchinleck, el comandante en jefe del ejército británico del Medio Oriente, encontró palabras de elogio para los movimientos de retirada de su enemigo. Cuando éste volvió a acometer la ofensiva, Churchill tuvo que dar explicaciones en la Cámara de los Comunes de por qué Rommel había podido invertir tan rápidamente a su favor la situación en el norte de África, que se daba por zanjada. Sin embargo, Churchill no quería reconocer públicamente que sus tropas imperiales estaban escasamente cubiertas —como consecuencia de la entrada en la guerra de Japón, numerosas unidades habían tenido que ser trasladadas a la región de Asia oriental—. Para justificar a pesar de todo las derrotas británicas, no le quedó más remedio que realzar a Rommel como un verdadero superhombre.89 El general se lo merecía, pues era un «hombre excelente y un conspicuo soldado», opinaba Goebbels,90 que se sentía especialmente vinculado a Rommel por los informes y relatos de Berndt, quien había recibido orden de regresar del norte de África en septiembre. Ya en verano el ministro de Propaganda se había preocupado personalmente por la atención a las tropas de África, para que sus soldados no creyeran que se les había olvidado por la repercusión de la campaña oriental. Su benevolencia se explicaba sobre todo porque Rommel —a diferencia de la aristocrática «camarilla de generales» tan odiada por Goebbels, a la cual, coincidiendo con Hitler, atribuía la responsabilidad por el desastre de Moscú— acababa de demostrar que «la iniciativa, el valor y la imaginación de un verdadero soldado» hacían posibles éxitos que daban la impresión de ser «casi un milagro».91 En otras palabras, Rommel parecía encarnar en el terreno militar algo de aquello que el propio Goebbels asociaba al nacionalsocialismo, a saber, que la política era el «milagro de lo imposible». Por eso, entre otras cosas, Goebbels lo consideraba un «general moderno en el mejor sentido de la palabra».92 El ministro dirigió ahora hacia los éxitos de Rommel la preocupada mirada de la opinión pública alemana, fijada de lleno en la lucha del

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este. Desde finales de noviembre, Goebbels ya había pretendido ofrecer un contrapunto a la guerra del gélido frente ruso con las operaciones militares en la cálida África. El ministro de Propaganda, a quien la información sobre el quincuagésimo cumpleaños de Rommel le había parecido demasiado marginal, había recomendado «encarecidamente» a Keitel y a Jodl que ensalzaran a Rommel, al que la opinión pública había perdido un poco de vista, como «una especie de héroe nacional». El ejército lo necesitaba urgentemente. Los generales, que miraban con envidia al favorito de la dirección del partido, expresaron su conformidad, por fuerza o de buen grado, incluso una conformidad «extraordinaria», según percibió Goebbels.93 Si en las postrimerías del otoño anterior se había interpuesto la ofensiva británica, ahora no se dejó escapar la ocasión. Ahora, a finales de enero y principios de febrero de 1942, se informaba extensamente acerca del norte de África.Ya fuera en el noticiario Wochenschau, en la radio o en la prensa, todo giraba en torno a Rommel, cuyo nombre se fue convirtiendo poco a poco en sinónimo de la campaña africana. Retratado miles de veces, en los informes propagandísticos se le parangonaba con Blücher, Moltke y Hindenburg, e incluso se le celebraba como «ejecutor de la voluntad de la historia».94 El alboroto propagandístico en torno a Rommel, atizado con la intensa colaboración del extranjero, llevó en el Reich a sobrevalorar la guerra en el norte de África y las posibilidades estratégicas que allí se ofrecían, que se ponían en relación con la beligerancia japonesa. Por ese motivo Goebbels se vio obligado a ordenar que «la propaganda alemana se cuidara mucho» de provocar «falsas esperanzas en materia militar».95 Esto valía para la situación en Libia, favorable en sí, pero que no se debía presentar como si se proyectara reconquistar la Cirenaica. Pero precisamente eso fue lo que hizo Rommel por iniciativa propia hasta principios de febrero, por lo que la propaganda sobre él siguió tomando impulso. Ahora contribuyó a mejorar la moral en Alemania sobre todo la noticia de la caída de Singapur. Goebbels, que había abandonado hacía mucho su tendencia a hablar del hundimiento inminente del imperio

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británico, siguió aferrado incluso ahora a su propaganda más moderada. «Lo que se construyó durante siglos no cae en cuestión de meses», seguía siendo el tenor de los comentarios,96 aunque Hitler, el cual estaba en la capital del Reich con motivo del funeral de FritzTodt, el ministro del Reich de Armamento y Munición, que había sufrido un accidente mortal, se mostraba optimista. «Él cree que eventualmente pueda surgir de ahí una seria crisis en el imperio británico. Quizás la posición de Churchill también se vería extraordinariamente perjudicada».97 Puesto que el primer ministro británico, a través de su propaganda consistente en no poner el listón tan alto, había adoptado una posición que le «hace completamente intocable»,98 como observaba Goebbels indignado, el ministro de Propaganda creía que había que cuidar con tiento la «delicada plantita» del conflicto que había provocado en la política interior la pérdida de la colonia de la corona británica. Por eso reconoció en su propaganda que, si bien el imperio universal no se hundía sólo por la caída de Singapur, el calculado optimismo que propagaba Churchill enturbiaba la mirada objetiva de los hechos y, por tanto, originaba un proceso «que tarde o temprano debe conducir a la crisis más grave del imperio universal británico», y manifestó «que penden muchas sombras sobre el imperio británico».99 Con satisfacción anotó que la entrada en la guerra de Japón era «un verdadero regalo de Dios», pues había cambiado sustancialmente la situación en aquel «invierno fatal».100 Ese «invierno fatal» fue también uno de los temas centrales sobre los que habló con Hitler cuando le visitó el 19 de marzo en su cuartel general de la Prusia Oriental.101 Al igual que un mes y medio antes, Goebbels no se dio cuenta del estado de Hitler, sino que se alegró de encontrar al Führer aparentemente «muy bien de salud, gracias a Dios». Sólo cuando Hitler le confesó que el largo invierno había repercutido en su estado de ánimo y que todo eso le había dejado huella, «percibió» también su visitante «cuánto ha encanecido y cómo su descripción sobre las preocupaciones del invierno le hace parecer muy avejentado». A veces —afirmó el comandante supremo— había creído que no sería posible salir de ese invierno. Luego se había opuesto al ene-

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migo una y otra vez «con la última fuerza de voluntad» y había conseguido siempre acabar con él. Goebbels vio en ello una vez más el «triunfo de la voluntad» y propagó en adelante la superación de esta batalla invernal con catastróficas pérdidas humanas como una prueba predestinada a la victoria. «¿Qué podría venir después de todo esto que no seamos capaces de controlar?», escribió en el Reich, y prosiguió: «La gran prueba se ha superado. Si luchamos contra el destino o la asumimos de buen grado para vencer con arrojo, no importa: es nuestra. En el futuro nunca se podrá hablar de heroísmo alemán sin mencionar primero este brutal invierno en el Voljov y en Demiansk, enYujnov y Rzhev, en el Donets y en Kerch; y a lo largo de los siglos brillará el nombre con el que demostró su eficacia: el frente oriental».102 Sin embargo, aquel 19 de marzo de 1942 Hitler y Goebbels no sólo trataron el tema del frente oriental, en el que Hitler, como había anunciado pocos días antes en su discurso del día de los héroes, derrotaría definitivamente a los soviéticos, sino también la movilización total del «frente de la patria» defendida por Goebbels. Ambos hombres deliberaron sobre muchas cosas, como por ejemplo sobre la implantación del «deber del trabajo femenino»; en muchos puntos Hitler aprobó la opinión de su ministro, sin que se llegara de todos modos a medidas concretas. Esto sólo fue diferente con la tentativa de Goebbels de crear las condiciones legales según las cuales cualquiera que atentara contra los principios de la dirección de masas nacionalsocialista, conocidos en la opinión pública, sería castigado con la prisión, la reclusión o, en casos muy graves, incluso con la muerte. Cinco semanas después de que Goebbels, que se sentía como un «acumulador recién cargado», abandonara el cuartel general del Führer para regresar a Berlín, Hitler hizo que el 26 de abril el Parlamento le diera carta blanca para este proyecto. Goebbels también se había quejado amargamente ante Hitler sobre el secretario de Estado del Ministerio de Justicia, Schlegelberger. Éste, ante las propuestas de intervención de Goebbels, siempre insistía en que no tenían base legal, afirmaba el ministro de Propaganda. En su opinión, la justicia, con la que habían «jugado» en la «época de lucha», no

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podía defender por sí sola a un Estado; además había que «tener siempre un equivalente, como en nuestro caso el campo de concentración». 103 Allí debían estar los delincuentes habituales antes de que cometieran atrocidades. Goebbels se indignaba «de que nuestros juristas nunca lo entenderán», del mismo modo que tampoco comprendían «que los judíos también pertenecen a ese grupo y con ellos hay que cortar por lo sano».104 Evidentemente, necesitaba con urgencia un motivo «legal» para quitar de en medio los impedimentos «burocráticos» para la «desjudeización» de la capital del Reich. Si no se había necesitado ninguna nue va «base jurídica» para la deportación de los judíos europeos a los guetos de la Rusia soviética, que se coordinó en la llamada Conferencia de Wannsee del 20 de enero de 1942, sí se requería desde el comienzo paralelo del plan de Auschwitz, pues el campo de exterminio estaba en territorio del Reich. 105 Tampoco las medidas que debían justificar propagandísticamente el exterminio de los judíos por medio de la acusación fueron aceptadas por el Ministerio de Justicia, tal como Goebbels se había imaginado. Él planeó un simulacro de proceso contra el asesino deVon Rath, el judío Herszel Grynszpan, que en 1940 había caído en manos alemanas en la Francia ocupada. Grynszpan tenía que ser desenmascarado como mero cómplice, y el hecho, como una obra de la «conspiración judía inter nacional».106 Ya después del ataque a Polonia, Goebbels había publicado un opúsculo titulado Atentado contra la paz. Un libro amarillo sobre Grynszpan y sus cómplices. Lo había redactado Wolfgang Diewerge, el jefe del departamento de radio, que ya había destacado tras el asesinato de GustlofFcon un tratado antisemita del mismo tipo. 107 El título del actual «libro amarillo» ya revelaba el objeto de la publicación. Allí, coinci diendo con la tesis de Hitler sobre la provocación judía de la Primera Guerra Mundial,108 se atribuía a los judíos la responsabilidad de la Segunda Guerra Mundial, intentando trazar un paralelo entre el asesinato del consejero de embajada en París y el del príncipe heredero austríaco Francisco Fernando en Sarajevo. En los preparativos del proceso contra Grynszpan hubo muchas dificultades para adquirir «material probatorio» que permitiera implicar a

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los supuestos «maquinadores judíos». Por ese motivo, el presidente del Tribunal del Pueblo mantuvo correspondencia con la Gestapo y el ministro de Propaganda tampoco omitió esfuerzo alguno. A mediados de febrero de 1942, Diewerge regresó de hacer consultas en París y le trajo a su jefe la noticia de que el antiguo ministro de Exteriores francés, Bonnet, estaba dispuesto a deponer en el proceso por asesinato «que él había estado en contra de declarar la guerra a Alemania, pero que, por así decirlo, el judaismo había sometido al gobierno francés a tanta presión que no había podido evitar la declaración de guerra».109 Después de que se fijara una fecha para la apertura del proceso ante el Tribunal del Pueblo y un procedimiento estratégico con importante participación del ministro de Propaganda, Goebbels se escandalizó con el escrito de acusación. En éste se había admitido una carta anónima que procedía supuestamente de un refugiado judío en Francia. Según ella, Herszel Grynszpan mantuvo relaciones homosexuales con el diplomático Von Rath. Tratar esto públicamente, así como las «evacuaciones de judíos» incluidas en el escrito de acusación, Goebbels lo consideraba una afrenta, pues se corría el peligro de que la propaganda enemiga convirtiera el proceso en lo contrario. «Así pues, se ve con qué insensatez han vuelto a actuar nuestros juristas en este caso y qué poca perspicacia hay en confiar una cuestión política al tratamiento de los juristas».110 Goebbels estaba cada vez más descontento a causa de estas dificultades. Para él no avanzaba todavía con suficiente rapidez la aniquilación de los judíos, contra los que se «aplica un proceso brutal y que no se puede describir con más detalle», con el que «ya no (queda) mucho de los propios judíos».111 Un oportuno pretexto para acelerar las cosas por medio de una calculada agitación política lo vio en el ataque a una exposición antisoviética en el Lustgarten berlinés el 18 de mayo de 1942. Inmediatamente echó la culpa a los judíos. La oportunidad de escenificar una «conspiración» se ofreció aún más cuando el 29 de mayo Heydrich fue víctima de un atentado durante el viaje hacia su nueva residencia en Panenske Brezany, cerca de Praga. El 30 de mayo —en la noche siguiente los británicos atacaron Colonia con mil bombarde-

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ros—, Goebbels se reunió con Hitler en la cancillería del Reich e insistió una vez más en «evacuar» a los 40.000 judíos que todavía estaban registrados en Berlín y en «liquidar el peligro judío, cueste lo que cueste».112 El día anterior Goebbels había anotado en su diario que iba a pro seguir con la detención por él planeada de 500 judíos berlineses y a advertir a los líderes de la comunidad judía «de que por cada conjuración judía y por cada intento judío de rebelión se fusilará a entre 100 y 150 judíos que estén en nuestras manos». Ya el 5 de junio —ese día Heydrich murió como consecuencia de sus graves heridas— la comi saría central de la policía berlinesa de la Gestapo, situada en la Grunerstrasse 12, envió al presidente de altas finanzas una lista con los nombres de los judíos «que fueron arrestados durante una acción especial el 27 de mayo de 1942 y que entretanto han muerto»; se adjuntaban las «correspondientes declaraciones de bienes». 113 Pese a esta acción sanguinaria, otras deportaciones de judíos berlineses a los guetos de los territorios orientales y una serie de medidas, en su mayoría iniciadas por él, como por ejemplo la prohibición de asistir a las peluquerías del 29 de mayo o la de comprar tabaco del 11 de junio, al odio antisemita de Goebbels aún le quedaba mucho para alcanzar su objetivo. Mientras tanto se habían puesto en marcha las operaciones en el este, con las que Hitler esperaba provocar el desenlace en un segundo inten to. Hasta finales de mayo de 1942, la Wehrmacht conquistó la península de Kerch y aniquiló a tres ejércitos soviéticos en la batalla de cerco al sur de Jarkov. A principios de junio las tropas alemanas emprendieron la ofensiva en la plaza de Sebastopol, en Crimea, que fue tomada cuatro semanas más tarde, después de durísimos combates. Durante todas estas operaciones, la propaganda goebbeliana se abstuvo de hacer pronósticos. La agitación iba dirigida particularmente contra «la falsedad» de la política informativa soviética y anglosajona; en otras palabras, los informes y pronósticos optimistas del enemigo se mostraban como «propaganda falaz» después de ser superados por el curso de los acontecimientos. Para desviar la mirada del golpe principal de la operación alemana en el sector meridional del frente este, con el que se pretendía cortar a

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la Unión Soviética la entrada de materias primas, Goebbels volvió a idear varias maniobras de distracción. Así, lanzó en el Frankfurter Zeitung, especialmente leído en el extranjero, un artículo en el que se afirmaba que el golpe principal del ataque alemán se dirigía contra Moscú. Goebbels envió al redactor jefe de la editorial Scherl, Kriegk, primero al sector central del frente oriental y luego a Lisboa, la principal estación europea de tránsito de informaciones, para que, en un aparente estado de embriaguez, cometiera allí algunas indiscreciones en un bar que se le indicó. Esperaba que los periodistas neutrales y enemigos conocieran enseguida los chismes de Kriegk.114 Aunque la acción seguramente no convenció a nadie en los estados mayores enemigos —en caso de que les llegaran realmente las «informaciones»—, con ella el ministro se hizo una vez más merecedor del elogio del Führer.115 A principios de julio comenzó la verdadera ofensiva estival en el este. La Wehrmacht avanzó en dirección al Donets, a lo cual el Alto Mando soviético ordenó la retirada a Stalingrado, elVolga y el Cáucaso. Hitler, decepcionado por la falta de batallas decisivas, decidió finalmente a mediados de julio continuar las operaciones en dos cuñas ofensivas.Ya a principios de agosto se alcanzaron las primeras cumbres del Cáucaso, mientras que el sexto ejército se aproximaba alVolga después de haber cruzado el Don. El 23 de agosto, dos días después de que los soldados de montaña alemanes izaran la bandera de guerra del Reich en el Elbrús, los bombarderos en picado comenzaron el bombardeo sobre Stalingrado, en cuyas posiciones defensivas situadas hacia el sur abrieron brecha poco después los soldados de infantería alemanes. La prensa y la radio tenían que informar ahora acerca de las operaciones militares locales. En cambio, se destacaron más los objetivos económicos de la guerra contra la Unión Soviética, seguramente también en vista de que las raciones de alimentos se habían reducido en el Reich. Importaba menos el número de prisioneros que las fuentes de materias primas, debía ser el tenor de la propaganda. La guerra relámpago se había transformado hacía tiempo en una guerra de desgaste, que sólo se ganaría con la ayuda de los valiosos recursos económicos que habían pasado a manos alemanas. A finales de mayo Goebbels había escrito en

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el Reich que no era una guerra por «el trono y el altar, es una guerra por el grano y el pan, por una mesa repleta en el desayuno, la comida y la cena (...). Una guerra por las materias primas, por el caucho, el hierro y las menas; en definitiva, es una guerra por una existencia nacional digna, que hasta ahora, como pobres avergonzados, no hemos sido capaces de llevar».116 Al creciente optimismo que se sentía en Alemania contribuyó en aquel verano sobre todo el desarrollo de la situación en el escenario bélico del norte de África. A finales de mayo, el «Zorro del desierto» acometió la ofensiva. Apenas cuatro semanas después, el 21 de junio, tras combates muy variables en las extensiones del norte de África, sonaron las fanfarrias de victoria a través de la Gran Radio Alemana. La plaza de Tobruk, ya conocida del año anterior, el supuesto último bastión de las tropas imperiales británicas antes de El Cairo y del Canal de Suez, había caído. En la primera plana del Volkischer Beobachter resaltaba en letras enormes la «Magnífica victoria de Rommel».117 En la prensa y en la radio se atribuyó a la conquista de la plaza un efecto de choque en el enemigo mayor que el del desastre de Dunkerque o la caída de Singapur. Se hablaba de una opinión pública británica perpleja y de un Churchill desconcertado. La propaganda exterior alemana debía echarle a él solo toda la culpa de la pérdida de Tobruk, exigió Goebbels en la conferencia ministerial del día siguiente. La venganza por el fuerte bombardeo sobre Colonia se llamaba Tobruk; se debía señalar que «el diletante a la cabeza del gobierno británico» movilizaba aviones para objetivos de escasa importancia militar en Alemania que después faltaban en batallas decisivas.118 El hecho de que 25.000 soldados del imperio británico capitularan en esa plaza no se debía interpretar como signo de una deficiente capacidad de resistencia enemiga. Berndt, que había regresado al frente africano y había estado en primera línea en el asalto a Tobruk, se lo había pedido a Goebbels, pues eso restaría importancia a la victoria conseguida y al éxito de aquel que la logró: Erwin Rommel. Éste fue poco después tema de conversación en la sobremesa con Hitler en la cancillería del Reich. Goebbels alabó al general como alguien que en amplios sectores de la opinión pública gozaba de tal

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prestigio que su nombre se había convertido para la población en el símbolo de la «soldadesca alemana más exitosa».119 Hitler, que lo había ascendido a general mariscal de campo, era del mismo parecer, y añadió que los ingleses habían hecho una «propaganda inaudita», pues esperaban «poder explicar sus derrotas a su propio pueblo más fácilmente enalteciendo a Rommel».120 Puesto que la radio y la prensa no sólo envolvían a Rommel con la aureola de la invencibilidad, sino que además celebraban la caída de Tobruk como la «del último y más importante pilar angular del sistema defensivo británico», esto sugería que ahora, una vez que parecía haberse producido la batalla decisiva en el norte de África, las fuerzas armadas del Eje avanzarían hacia el corazón de Egipto. Por eso Goebbels se vio obligado a indicar a sus colaboradores durante la conferencia ministerial del 23 de junio que la propaganda no debía causar en la opinión pública la impresión de que Inglaterra estaba completamente acabada. Llamó la atención sobre el hecho de que la política informativa oficial británica trabajaba según el principio de exagerar primero a propósito la gravedad de las derrotas para después presentar cuanto antes noticias favorables.121 Pero Goebbels ya no pudo evitar que el torbellino en torno a la victoria de Rommel desarrollara en el Reich una dinámica propia que también se apoderó de Hitler y que le llevó a continuar la ofensiva en el norte de África en contra de lo convenido anteriormente con el aliado italiano, después de que Berndt le explicara en una misión secreta los móviles del avance del recién nombrado mariscal de campo ignorando todas las órdenes. Exhortó a Mussolini a que no le negara a Rommel la autorización para proseguir la ofensiva, a pesar de que éste no disponía de suficiente combustible ni de bastantes carros de combate. Con las patéticas palabras de que la diosa de la fortuna bélica sólo tocaba una vez a los generales, Hitler cogió por sorpresa al Duce, debilitado en la política interior por la falta de éxitos militares. 122 Así pues, mientras que en el Ministerio de Exteriores se trabajaba en una proclama con la que se prometía a Egipto la independencia del yugo británico, los pocos carros blindados de Rommel siguieron rodando en

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dirección al Nilo y al Canal de Suez. Cuando a principios de julio el noticiario alemán Wochenschau llevó a los cines nacionales la toma de Tobruk, ya se habían quedado parados entre la impracticable depresión de Qattara y el mar Mediterráneo en una zona desértica llamada El Alamein. Por eso, el comentarista del Wochenschau sólo habló, sin mencionar la palabra «Egipto», de que Rommel no conocía pausa alguna: «La lucha debe continuar».123 En este verano Goebbels consiguió crearlas «condicionesjurídicas» para que, además de los judíos de los territorios ocupados, pronto también los del Reich fueran transportados —hacinados en vagones para el ganado— sobre todo hacia Auschwitz, para allí ser «seleccionados» por médicos de las SS para las cámaras de gas o la mortífera aplicación en el trabajo. El camino lo había allanado un acontecimiento más bien marginal: Karl Lasch, el gobernador del distrito de Radom, había sido ejecutado sin juicio. Como consecuencia, su amigo, el gobernador general Hans Frank, exigió en calidad de comisario de justicia del Reich la construcción de un «Estado de derecho nacionalsocialista» en discursos dirigidos a algunas universidades alemanas. Hitler, que se vio obligado a actuar, no sólo privó a Frank de su cargo de comisario del Reich, sino que cumplió además un deseo del ministro de Propaganda. Destituyó al ministro de Justicia, Schlegelberger, que hacía una gestión más moderada, y lo reemplazó por el sanguinario juez del Tribunal del Pueblo Otto Thierack, brutalmente agresivo. Se le autorizó expresamente a desviarse del derecho en vigor para constituir una «fuerte jurisprudencia nacionalsocialista».124 Goebbels había favorecido a Thierack como sucesor de Schlegelberger, y ése parecía saber que tenía a un valedor en el ministro de Propaganda. El 22 de julio, un mes antes de su ascenso, había invitado a Goebbels a pronunciar una conferencia ante los miembros del Tribunal del Pueblo, en la que éste criticó que los judíos pudieran seguir apelando a un tribunal; asimismo anunció la deportación de 40.000 «enemigos judíos del Estado» que vivían en Berlín. Cuando finalmente Thierack ascendió a ministro, el 14 de septiembre Goebbels le propuso declarar a los judíos como «incondicionalmente exterminables», para

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cuyo efecto lo «mejor» era «la idea del aniquilamiento a través del trabajo».125 Después de que ambos deliberaran de nuevo sobre ello, el ministro de Justicia acordó con Himmler —bajo el lema «extradición de los asociales para la ejecución de sus sentencias»— crear las bases para que los judíos, los gitanos y otras personas non gratas al régimen pudieran ser llevadas a un campo de concentración sin procesamiento. Thierack informó a Martin Bormann «de que la justicia sólo puede contribuir en pequeña medida a exterminar a los miembros de esta tribu». 126 Consideraba mejor poner a este grupo de personas bajo la custodia de la poli cía, para que ésta «pueda tomar las medidas necesarias sin verse estor bada por disposiciones sobre el procedimiento probatorio penal». Goebbels había conseguido su objetivo; ahora las ideas de Hitler se podían hacer realidad. Comenzó la deportación hacia Auschwitz, y no sólo de los judíos berlineses, a través del ferrocarril del Reich alemán, a un precio por cabeza de cuatro pfennigs por kilómetro de riel; para los niños se calculó la mitad. Nada cambió en ello el hecho de que la capacidad de transporte por ferrocarril en la zona de influencia de las potencias del Eje no bastara ni de lejos para el abastecimiento de las tropas. En el frente oriental faltaban bienes de avituallamiento, y también se paralizó su transporte a los puertos italianos. Por ese motivo, pero sobre todo por la preponderancia marítima británica en el Mediterráneo central, la logística casi se había derrumbado en el norte de África. El ejército blindado de Rommel y las tropas de la aliada Italia, extenuadas por el desgaste de las luchas en El Alamein, se enfrentaban a la superioridad material de los británicos, que se preparaban para la gran ofensiva con apoyo americano.Y también en el «fren te de la patria» la vida se hizo más difícil, pues los ataques aéreos británicos eran cada vez más amenazadores, de manera que en la población se desvanecieron las optimistas esperanzas del verano acerca de un pronto final de la guerra. Goebbels —acababa de regresar de su visita anual al Festival de Cine de Venecia— reprimió esta amarga realidad y valoró el desarrollo de la situación como «una cosa positiva (...) pues entraríamos en el invierno con mejor disposición anímica que el año pasado». 127

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De todos modos, a mediados de septiembre de 1942 parecía que la Wehrmacht daba un paso decisivo hacia adelante en el este. El día 15 la consigna diaria del jefe de prensa de Hitler, Dietrich, decía que la lucha por Stalingrado se aproximaba a «su exitoso final». Se dieron instrucciones a la prensa alemana de que en ese caso «valorara el desenlace victorioso de esta batalla tan grande por la ciudad de Stalin de la forma más efectiva, si hubiere lugar a ello con la publicación de ediciones extraordinarias».128 Aunque las noticias de victoria no llegában los periódicos alemanes anunciaban el inminente triunfo. Por ese motivo, Goebbels dirigió duros ataques a Dietrich —cuya subordinación formal a Goebbels fue establecida por Hitler en su disposición del 23 de agosto de 1942 «para garantizar la colaboración entre el ministro de Propaganda del Reich y el jefe de prensa del Reich»—129 sin tener en cuenta una vez más que al fin y al cabo Dietrich hacía exactamente lo que le pedía Hitler.130 Con tanta más perseverancia intentó Goebbels continuar con su rumbo propagandístico —disimulando mucho la verdadera situación— de la victoria que aún era posible pero que exigía la mayor moviliza ción. Nunca en la historia —así escribió en el Reich— una potencia beligerante había creado en tan poco tiempo tantas condiciones pre vias para la victoria. «¿Qué nos llevaría a ver la situación más de color de rosa de lo que es? Nos brinda ya de por sí muchas probabilidades de victoria. Nos exigirá todavía muchas víctimas y esfuerzos».131 El prin cipal obstáculo eran para Goebbels forzosamente aquellos que cerra ban los ojos ante la realidad, que ya no eran capaces de creer. A ellos se opuso durante su discurso pronunciado con motivo de la inauguración de la obra de socorro invernal el 30 de septiembre de 1942 en el pala cio de deportes berlinés. «Los vacilantes sujetos políticos que entonces, en la fase final de la lucha por el poder, estuvieron contra nosotros», querían también hoy «con la divulgación de disparatados y absurdos rumores introducir el desasosiego en la comunidad popular alemana y debilitar y disolver la fe de nuestro pueblo en la victoria final». Después de Goebbels, tomó Hitler la palabra para atacar a sus adversarios con una furiosa sarta de improperios.132

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Aquella tarde también estaba sentado el general mariscal de campo Rommel en la tribuna de honor del palacio de deportes. Hitler le saludó con un «apretón de manos de confianza en la victoria», como decía la Hamburger Illustrierte en el pie de su primera plana, donde se reproducía la imagen del Führer y su mariscal de campo. 133 Aunque Rommel, ávido de notoriedad, estaba en la patria para recuperarse de las fatigas de la guerra en el desierto, tenía que seguir sirviendo como arma propagandística, pues él simbolizaba en la Wehrmacht como ningún otro el optimismo y la confianza en la victoria. Goebbels organizó una conferencia de prensa internacional durante la cual presentó al «Zorro del desierto» a los periodistas. En los periódicos alemanes, el acontecimiento se celebró como un «encuentro con una de las personalidades más destacadas de nuestro tiempo». En ese sentido, había surtido efecto la propaganda goebbeliana, pues de hecho muchos creían que mientras Rommel estuviera en el norte de África no podía pasar nada malo.134 Rommel aún no había regresado allí cuando el 23 de octubre de 1942 los británicos emprendieron la ofensiva. Dos días después volvió a asumir la dirección del ejército blindado germano-italiano. Cuando a principios de noviembre empezó a replegarse ordenadamente, porque temía que sus fuerzas fueran aniquiladas en vista de la absoluta superioridad británica, recibió de Hitler la orden de detenerse. «No sería la primera vez en la historia que la voluntad más fuerte triunfa sobre los batallones más poderosos del enemigo. Pero usted no le puede mostrar a su tropa otro camino que el de la victoria o el de la muerte». 135 Fue Berndt quien voló de inmediato al cuartel general del Führer para allí, posiblemente con la ayuda de Goebbels, hacer cambiar de opinión a Hitler, evitando así la catástrofe.136 Durante su conferencia ministerial del 5 y el 6 de noviembre, Goebbels explicó a sus colaboradores la situación militar y expresó —como sí fuera víctima de su propia propaganda— la esperanza «de que el general mariscal de campo Rommel controle la situación, como ha hecho tan a menudo». A su aparato le dio órdenes de «ahorrar fuerzas por el momento». Estos momentos difíciles también pasarían.137 Alarma, verdadero pánico —constató su colaborador Werner Stephan—138 había

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despertado en él sin embargo la aparición de buques americanos de guerra y de transporte de tropas en el Mediterráneo, pues esperaba una invasión en Italia o el sur de Francia. Cuando se produjeron los desembarcos en Marruecos y Argelia, creyó de nuevo en la «pasividad e ineptitud» de la estrategia bélica americana, cuya manera sistemática y cauta de proceder le resultaba extraña.139 En un principio, el ministro de Propaganda no comprendió la gravedad de la situación en el sector meridional del frente este. Allí, el 19 de noviembre, casi al mismo tiempo que el invierno, se había desencadenado la contraofensiva soviética y había llevado sólo tres días después al cerco del sexto ejército, parte del cuarto ejército blindado y algunas unidades rumanas con 250.000 soldados en la zona de Stalingrado. Hitler, quien el 8 de noviembre había manifestado que la ciudad ya estaba conquistada,140 ordenó al general Friedrich Paulus que resistiera y esperara a ser socorrido. El 16 de diciembre —cuatro días antes había comenzado el avance de desbloqueo con un grupo de ataque del cuarto ejército blindado—, el jefe de prensa de Goebbels, Rudolf Semler,141 que acababa de regresar de Stalingrado, informó al ministro de Propaganda acerca de las encarnizadas luchas en torno a la capital delVolga. A la pregunta de Semler de si se debía ocupar Stalingrado a cualquier precio, Goebbels respondió que estaba en juego el prestigio del Führer como estratega. «No nos atreveríamos a destruir su obra», 142 dijo confidencialmente al comandante supremo, quien el año anterior ya pareció controlar la crisis delante de Moscú con su orden de detenerse. Nada cambió el hecho de que el 18 de diciembre se enterara de que Hitler permanecía en el cuartel general en contra de su intención inicial, por más que veía en ello un indicio de que sin duda la situación daba «lugar a algunas preocupaciones».143 Semanas antes Goebbels había acometido un nuevo intento para imponer ante Hitler su plan de movilización total del «frente de la patria». Para este propósito se había buscado aliados, que encontró por ejemplo en la persona del nuevo ministro del Reich de Armamento y Munición, Speer, que desde febrero de 1942 centralizó la economía y reorganizó con éxito la industria armamentística. También consiguió

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que colaboraran su antiguo secretario de Estado, el ministro de Economía Funk, y el jefe de organización del Reich, Ley.144 En la mansión de Goebbels en Schwanenwerder éstos se declararon conformes con su objetivo de transformar Alemania sucesivamente en un enorme campamento militar en el que sólo gobernara la guerra y sólo estuviera permitido lo «necesario para la guerra», y prohibido todo lo demás. Quien no luchara con las armas en el frente, tenía que trabajar en la patria día y noche para el armamento y el abastecimiento de víveres. Todos los restos «civiles», incluso la apariencia de un nivel de vida como en tiempos de paz, debían ser atajados radicalmente. En la oficina ministerial se pusieron en marcha las correspondientes diligencias y deliberaciones bajo la dirección de Naumann, que entretanto se había convertido en la «mano derecha» de Goebbels.145 De él se decía en el Ministerio de Propaganda que tenía una «personalidad cautivadora» y una «enérgica y tajante firmeza».146 Compartía el «desenfrenado fanatismo»147 de Goebbels y lo acentuaba todavía más. En 1944, con treinta y cinco años, sustituiría a Gutterer como secretario de Estado general en el Ministerio de Propaganda. A principios de octubre, Goebbels, acompañado por Speer, había aprovechado la oportunidad para presentar su plan a Hitler. Parece que éste prometió dar pronto la «orden de salida» para la «guerra total». Como a principios de diciembre aún no había ocurrido nada, Goebbels se volvió a dirigir a él con este asunto. Pero una vez más no se produjo la reacción deseada. Ahora hacía falta actuar, pues el 21 de diciembre el avance de desbloqueo se había quedado parado a menos de cincuenta kilómetros de Stalingrado, con lo que incluso Goebbels, lego en cuestiones militares, reconoció que ya no se podía evitar la caída del ejército allí cercado. Así pues, Goebbels pasó desalentado las Navidades de 1942 en el círculo familiar. Tampoco produjo un gran cambio en su estado de ánimo el regalo de Hitler, que le daba muestras de su ilimitada benevolencia: un Mercedes blindado con lunas antibalas, que debía proteger al ministro, quien tenía asignados cuatro guardaespaldas, frente a los atentados.148 El caso era que, a principios de mes, el doctor Hans Heinrich

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Kummerow había intentado cometer un atentado contra él. El ingeniero y jefe de departamento de Loewe en Berlín ya había redactado anónimamente en el año 1939 un informe que se entregó al agregado naval en Oslo y que detallaba los proyectos alemanes más modernos de armas de larga distancia.149 Kummerow había querido colocar una mina debajo del puente que conducía a la isla de Schwanenwerder, en el Havel, para explosionarla con un sistema de encendido a distancia. Pero el atentado fracasó. Kummerow fue detenido antes de que, vestido de pescador, instalara la bomba debajo del puente. El Tribunal del Pueblo le condenó a muerte poco más tarde.150 Después de los días festivos, Hitler reaccionó finalmente a los planes de Goebbels. Envió a Martin Bormann a Lammers y Goebbels para discutir las propuestas destinadas a incrementar los servicios de guerra en el «frente de la patria».151 Bormann, que estaba de acuerdo con Goebbels en que la limitación del nivel de vida y los «sacrificios especiales de los sectores más altos de la sociedad» eran inevitables, encargó al ministro de Propaganda que formulara lo más pronto posible el decreto necesario para la guerra total, «sobre la movilización general de hombres y mujeres aptos para trabajar en las tareas de defensa del Reich». El documento debía estar listo en enero para su próxima deliberación. Goebbels, que miraba con celos a Bormann porque éste se granjeaba cada vez más el favor de Hitler, creía ver cumplidos sus deseos, pues pensaba que tenía por fin la oportunidad de llevar a la práctica sus ideas, ideas de las que ya había querido convencer a Hitler en el invierno de 1941-1942. Goebbels, a quien en Nochevieja su hijastro Harald le había dicho a la cara que la guerra duraría «al menos otros dos años», 152 anunció en su salutación de Año Nuevo a los soldados del frente que el nuevo año acercaría a Alemania a la «victoria definitiva», a la «victoria final», aunque «sus tormentas nos envuelvan con sus bramidos». 153 El 4 de enero, durante la conferencia ministerial, confrontó a sus colaboradores con la amenazadora situación, si bien subrayó al mismo tiempo que estaba feliz «de que ahora se abra paso paulatinamente la demanda de una estrategia bélica total (...). Cada día demuestra más que nos enfren-

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tamos en el este a un brutal enemigo, al que sólo se puede derrotar con los medios más brutales, y para ello debe producirse la movilización total de todas nuestras fuerzas y reservas. Así la propaganda alemana recobra su base realista (...). Si el pueblo siente que no sólo se hace propaganda para la guerra total, sino que también se sacan las consecuencias necesarias, entonces la propaganda adquiere su verdadera sustancia y efecto».154 El 5 de enero de 1943 Goebbels anunció a sus más estrechos colaboradores que el trío formado por Bormann, Lammers y él mismo probablemente elaboraría un plan de acción para la «realización de la guerra total», que se debía entregar a Hitler en el «plazo más corto posible».155 Tres días después, Goebbels, Speer y Funk deliberaron con Bormann, Lammers y Keitel sobre el proyecto de decreto «del Führer sobre la movilización general de hombres y mujeres aptos para trabajar en las tareas de defensa del Reich». El 13 de enero Hitler firmó el documento que se le presentó, pero no nombró todavía a los miembros de la comisión tripartita que se debía crear. Después de que Naumann regresara al día siguiente a Berlín, entregó el proyecto de decreto, todavía sin fecha, a algunos intermediarios de las más altas autoridades del Reich en el Ministerio de Propaganda para su conocimiento estrictamente confidencial.156 El decreto iba dirigido a instancias civiles y militares. Se adjuntaba un proyecto del Führer que exponía las ideas goebbelianas. Según eso, el objetivo de la acción era poner a disposición del frente en un plazo de tres meses al menos a medio millón de personas, en el mejor de los casos a 750.000. Para ello se tenía que suprimir entre el 10 y el 15 por ciento de las posiciones insustituibles, que según los cálculos del 31 de mayo de 1942 ascendían a unos 5,2 millones de personas aptas para el servicio militar. Para cubrir los miles de puestos de trabajo que quedarían vacantes, Goebbels planeó una especie de «proceso de redistribución» entre las personas con capacidad laboral que permanecieran en el Reich. Explicó sólo por medio de cálculos que en las empresas al por menor aún estaban empleados 2,2 millones, a menudo de manera «infructuosa». Goebbels pensaba poder sustraer alrededor de un millón de trabajado-

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res de las condiciones laborales actuales para cubrir con ellos los puestos de trabajo de los llamados a filas. El documento de Goebbels estaba basado en la profana idea de que con otro medio millón de hombres se aproximarían más a la victoria en el este. Mientras que en la cuestión de los efectivos necesarios para ello se dejaba engañar por las aclaraciones de su Führer, que fingía para sí y su ministro una imagen mucho menos crítica de la situación de lo que correspondía a la realidad, en el tema de las capacidades armamentísticas estaba al parecer bajo el influjo del ministro de Armamento, Speer. Aunque se había entrevistado extensamente con el diligente arribista, los datos estadísticos que había recogido junto con Naumann parecían ser insuficientes incluso a ojos de Hitler. Quizás por eso Hitler nombró finalmente el 18 de enero a Bormann, Lammers y Keitel para la comisión tripartita, concediendo al iniciador de todo el asunto sólo una función consultiva. Goebbels, que, apoyado por Speer, había contado sin duda con que se le encomendara esta misión, se había jactado el día anterior de su influencia.Tan fuerte como su absoluta seguridad de que no se le pasaría por alto 157 fue la «amarga decepción» que sufrió al recibir la noticia. «Indignado y profundamente ofendido», intentó de inmediato conseguir en el cuartel general del Führer un cambio en el nombramiento, pero fue rechazado por Lammers.158 Así pues, el 20 de enero hubo mal ambiente cuando volvió a celebrarse por primera vez otra reunión de los ministros del Reich bajo la dirección de Lammers.159 Apoyado en sus argumentos por Funk y Speer, Goebbels defendió sus ideas radicales. Frick y Lammers se oponían. Durante cuatro horas Goebbels tuvo que «luchar como un tigre» 160 por su catálogo de medidas, y sin embargo no pudo imponerse. La afirmación de Fritz Sauckel, plenipotenciario para la inserción laboral, de que podía aportar la cantidad exigida de mano de obra, incluso cualificada, del extranjero anuló buena parte de las medidas de movilización laboral propugnadas por Goebbels, pero no le hizo perder su determinación. Ahora tenía «la tranquilizadora impresión de que se hacía lo que se podía hacer».161

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En su visita al cuartel general del Führer el 22 de enero, Hitler le justificó su decisión alegando que no quería que Goebbels entrara personalmente en la comisión tripartita «para que no cargara con los trabajos administrativos de este gran programa. Le gustaría que en esta tarea yo asuma la función de un motor eternamente en marcha». 162 Las atenciones por parte de Hitler y sus oportunos halagos, pero también el reconocimiento de Rudolf Schmundt, ayudante de Hitler como principal oficial adjunto de la Wehrmacht y jefe de la oficina de personal del ejército, y del general Kurt Zeitzler —que alabó incluso a Goebbels como «la última esperanza»—163 le hicieron posible reprimir la humillación de haber sido obviado no sólo por Bormann, quien se cuidaba celosamente de mantener alejados a sus competidores por el favor de Hitler, sino también por el propio Hitler.164 En lugar de eso, se engañó a sí mismo diciéndose que su trabajo preparatorio en Rastenburg (Ketrzyn) ya había echado «raíces muy profundas». Con la promesa de Hitler en el oído «de que no recibirá a nadie que intrigue contra él, el ministro, durante los próximos tres meses»,165 Goebbels viajó finalmente de vuelta a Berlín. Que la «victoria final» aún se podía lograr, siempre que se tomaran las medidas adecuadas, eso no lo dudaba Goebbels ni siquiera a finales de enero de 1943, cuando a 2.500 kilómetros de su ministerio se desarrollaba el último acto de la tragedia en elVolga. Hacía mucho que la lucha en los barrios cercados de Stalingrado no respondía a ningún objetivo estratégico o táctico, ni tenía ya ningún sentido militar; sólo era una masacre caótica y dolorosamente sorda. El 24 de enero Paulus había pedido permiso a su comandante en jefe para ponerle fin y capitular. La respuesta de Hitler fue breve: «Capitulación excluida. La tropa lucha hasta el último cartucho». Así siguió la muerte sin sentido en las ruinas de Stalingrado. El 30 de enero, aquellos que tuvieron la posibilidad se pusieron alrededor de los pocos receptores de radio. Querían oír lo que el Führer tenía que decirles desde la lejana patria, que la mayoría nunca volvería a ver. Hitler no tenía nada que decirles. Descontento con el destino, se escondía literalmente en su cuartel general. Además de Góring, fue

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Goebbels quien habló a los alemanes a través de la radio con motivo del décimo aniversario de la subida al poder desde el palacio de deportes, la «gran tribuna del nacionalsocialismo». 166 Disculpó a Hitler con la «necesidad de dirigir la guerra», que le ataba al cuartel general. En el marco de su discurso leyó una «proclama del Führer», 167 en la que éste mencionaba la «heroica lucha de nuestros soldados en elVolga» y pedía que se hiciera «todo lo posible a favor de la lucha por la liber tad de Alemania», para no defraudar al «Todopoderoso», al «Justo Juez», al «Creador de todos los mundos». 168 Al igual que la proclama de Hitler, Goebbels anunció asimismo medidas concretas para la realización de la guerra total, de la que los golpes actuales sólo eran la señal de arma. «Pero para nosotros siempre ha sido un principio firme e incontesta ble el que la palabra capitulación no existe en nuestro vocabulario (...). Creemos en la victoria porque tenemos al Führer (...). La fe mueve montañas. Todos nosotros debemos estar llenos de esa fe que mueve montañas».169 La profesión de fe de Goebbels todavía no se había extinguido cuando Paulus, que acababa de ser ascendido por Hitler a general mariscal de campo —con la esperanza de obligarle así al suicidio—, 170capituló el 1 de febrero de 1943 con los restos de su ejército en Stalingrado. Goeb bels tenía claro cuál habría sido su decisión en esa situación: «Vivir quince o veinte años más o ganar una vida eterna de varios miles de años con una gloria inmarcesible». 171 Sólo se podía glorificar a los muertos, como símbolos de una heroica abnegación en el «puesto avanzado de Europa con su afianzamiento frente a la estepa». 172 Por eso, en un principio silenció en su propaganda la capitulación de los supervivientes del ejército de Stalingrado. Después de que el Führer, quien quería pasar por alto la catástrofe con el menor ruido posible, le diera a Goebbels permiso para presentar el asunto a la opinión pública, lo hizo en la radio con un programa especial cuidadosamente preparado. Las grabaciones de la ópera Rienzi de Richard Wagner constituyeron la parte principal.173 La tarde del 3 de febrero se embelleció tanto el final de la batalla, diciendo que el sexto ejército, «fiel hasta el último aliento a la bandera jurada (...) bajo el ejemplar liderazgo del general mariscal de campo

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Paulus, ha sucumbido a la superioridad del enemigo y a lo desfavorable de la situación»,174 que apenas se dejó notar la capitulación. La catástrofe del Volga, aquella «imagen de una grandeza verdaderamente antigua»,175 pensaba Goebbels instrumentalizarla en el sentido de su concepción de la guerra total. Su idea era presentar a la consternada opinión pública alemana la alternativa «victoria o hundimiento» con mucha insistencia durante un impresionante mitin. Quien quisiera la victoria, tenía que aceptar su concepto de la guerra total con todas las consecuencias, suponía Goebbels, y con su espectacular intervención esperaba movilizar a la masa en su dirección para así poner fin a la actual «falta de entusiasmo». Goebbels empezó a tomar medidas en el distrito de Berlín antes de su partida hacia Posen (Pozna) para el congreso de jefes de distrito del 6 de febrero, dando el pistoletazo de salida para cerrar todos los negocios que no fueran de interés para la guerra. Ya el mes anterior había ordenado dispensar a 300 hombres de su ministerio para laWehrmacht y la industria armamentística, y sustituirlos por mujeres. Además reflexionó sobre cómo se podía evitar el creciente derrotismo en el barrio gubernamental de Berlín176 e hizo poner en marcha una acción para cerrar los restaurantes de lujo berlineses. Hasta entonces, los notables comían allí por un precio de entre 50 y 100 marcos, sin presentar cartillas de racionamiento. El local sibarítico más conocido era Horcher, cuyo explotador gozaba especialmente de las simpatías del mariscal del Reich. Goebbels hizo que algunos miembros de las SA le rompieran varias veces las lunas, porque no conseguía que cerrara. Temía que la población se sintiera estafada si no «se actuaba por fin en serio», también en las capas altas del partido.177 En el congreso de Posen y en la subsiguiente entrevista en el cuartel general del Führer en Rastenburg, Goebbels no pudo, al parecer, ampliar su influjo sobre la gestión total de la guerra. Su esfera de acción debía seguir limitándose al tratamiento periodístico de las medidas de totalización. Pero tenía que procurar que su tratamiento público no derivara en una «corriente de lucha de clases».178 Tampoco pudo imponer sus ideas de un cambio de rumbo en la política respecto a los pue-

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blos de la Europa oriental, con el que esperaba mejorar las condiciones de lucha para los soldados alemanes en la Unión Soviética. Esas consideraciones se las habían inspirado a Goebbels dos memorias que le fueron presentadas en enero. 179 La primera procedía del Estado Mayor del Ejército y dibujaba una imagen más que lóbrega de la disposición anímica de la población en el este de Europa, que se acha caba al tratamiento despiadado e inhumano por parte de las tropas de ocupación alemanas. Además —pudo leer Goebbels— los lemas alemanes sobre la inferioridad de la nacionalidad eslava y la necesidad de exterminarla habían llegado a la opinión pública rusa —incluso se hablaba de caza de hombres—, lo que fortalecía la voluntad de resistencia del Ejército Rojo y aseguraba cada vez mayor adhesión a la «guerra patriótica» proclamada por Stalin. Cosas muy parecidas infirió Goebbels pocos días después del informe del viejo compañero de partido Hofweber.Aún el 10 de enero de 1943 Goebbels había dado una negativa a la propuesta del Estado Mayor del Ejército consistente en que Hitler garantizara a todos los rusos en una declaración la igualdad de derechos, la autonomía administrativa y el restablecimiento de la propiedad privada; alegó que la propuesta adolecía de «una falsa valoración del carácter nacional eslavo», que aprovechaba los éxitos políticos para formular siempre nuevas pretensiones. 180 Ahora cambió de opinión. No se podía poner en duda —escribió pocos días después— «que un lema que afirme que en el este sólo combatimos el bolchevismo, pero no al pueblo ruso, seguramente facilitaría de forma sustancial nuestra lucha allí».181 Hasta mediados de febrero Goebbels trabajó en el proyecto de una proclama oriental destinada a Hitler, en la que —con la ayuda del gene ralato— hacía suyas sus propuestas. La realidad era que, bajo la presión de los acontecimientos militares, él había llegado entretanto a la conclusión de que «una persona con claras ideas políticas» ya no podía «desoír la lógica demanda» de que en el este se procurara cierto «alivio psicológico» para hacer más fácil la lucha militar y contrarrestar al mis mo tiempo el creciente peligro partisano. 182 Ahora creía incluso que su catálogo de medidas, 183 como complemento a la movilización total del

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«frente de la patria», daría lugar a un «considerable remedio» de la crisis en el este.184 La proclama preveía explicar a los pueblos de los territorios orientales ocupados la victoria de Hitler y de las armas alemanas sobre la «bestia Stalin» y sobre la «bestialidad del sistema bolchevique» como algo que redundaba en su propio interés. Con esto no era compatible el que se los denigrara públicamente y el que se los humillara en la conciencia interna de su valía. Tampoco se tenían que repetir comentarios sobre la colonización o la confiscación de tierras, a la par que se debía «recalcar en todas las oportunidades que se presenten el deseo de libertad, la voluntad de lucha contra el régimen terrorista bolchevique que alienta a los pueblos sometidos por los soviéticos, su naturaleza de sol dados así como su diligencia en el trabajo».185 «Todas las fuerzas del continente europeo, es decir, también de manera especial las de los pueblos orientales» debían movilizarse para la lucha contra el «bolchevismo judío».186 Pero Hitler rechazó secamente el intento del ministro de Propaganda. Sólo quería pronunciar una proclama de forma paralela a la reanudación de las operaciones ofensivas en el este. 187 Goebbels echó la culpa a su enemigo íntimo Rosenberg, porque éste se había dirigi do a Hitler con una petición semejante «a destiempo». 188 Con el fanático deseo de producir ahora una verdadera «obra maestra de su retórica», la tarde del 14 de febrero Goebbels dictó un texto que corrigió por primera vez esa misma noche y que revisó varias veces en los días siguientes, hasta la madrugada del 18 de febrero. 189 El 17 de febrero suavizó «algunos fragmentos demasiado duros» y dejó que el Ministerio de Exteriores repasara los pasajes relacionados con la polí tica exterior. Convencido de que su discurso estaba «muy conseguido», de que era un «gran logro», y «con bastante certeza» de que sería un «gran éxito», se subió la tarde del 18 de febrero a su Mercedes a prue ba de balas, que le llevó al palacio de deportes. Poco antes de las cinco pisó la «arena», ocupada hasta el último asiento, en la que también se encontraban su mujer Magda y, por vez primera, sus dos hijas mayores, Helga y Hilde. Speer refiere que en el caso de la audiencia restante se trataba de «un despliegue de personalidades que habían convocado las

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organizaciones del partido», entre las que se hallaban «intelectuales y actores populares» como Heinrich George, «cuyas reacciones aprobatorias debían impresionar al pueblo a través de las cámaras del Wochenschau».m Además, el gabinete del Reich casi al completo, una serie de jefes del Reich y de los distritos, así como prácticamente todos los secretarios de Estado se habían dado cita en el palacio de deportes, en cuyas balaustradas resaltaba una pancarta en la que se podía leer: «Guerra total, guerra más corta». Cuando Goebbels subió a la tribuna con una cara enérgica y tensa para hablar a «las y los compatriotas alemanes», evocó Stalingrado como la «gran voz de alarma del destino» y como símbolo de la heroica lucha contra el «embate de la estepa», aquel «espantoso peligro histórico» que «eclipsa plenamente todos los peligros que ha sufrido hasta ahora el Occidente».191 Detrás de las divisiones soviéticas que avanzaban impetuosamente «vemos ya a los comandos de liquidación judíos», y detrás de éstos se erguía «el terror, el fantasma del hambre de millones de personas y de una completa anarquía europea. Aquí el judaismo internacional demuestra ser una vez más el diabólico fermento de la descomposición, que encuentra una satisfacción verdaderamente cínica en abocar al mundo a su más profundo desorden y, por tanto, provocar la caída de culturas milenarias en las que nunca tuvo una participación interna». Goebbels expuso el atroz escenario en todas sus variantes para luego dar la única respuesta llena de odio que le parecía posible, la de combatir el supuesto terrorismo con el contraterrorismo. Había que poner fin a los «melindres burgueses», profirió Goebbels con una voz muy aguda, para luego, tras el atronador aplauso, dar paso a su exigencia, la guerra total. Era la necesidad del momento. Recurrió a sus viejas ideas de inspiración socialista, a su visión de la «comunidad popular» que al fin y al cabo nunca había llegado a ser realidad, y siguió diciendo que el partido no podía tener en cuenta la clase ni la profesión; se debía apelar a pobres y ricos, a los de alta y baja extracción. Esto no tenía nada que ver con el bolchevismo. Antes bien, se trataba de derrotar al bolchevismo.

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La catástrofe de Stalingrado, en la que se manifestó el fracaso defi nitivo de la campaña oriental y, por ende, de toda la guerra, fue trans formada por Goebbels en un lance positivo de la fortuna, pues el pue blo alemán se había «beneficiado profundamente» de ella. En su opinión, sólo el «sacrificio heroico» de Stalingrado había dado vía libre para llegar al convencimiento —augurio de salvación— de que únicamente el inquebrantable deseo de la guerra total conducía a la «victoria final». Según esta lógica, Stalingrado adquiría una «transcendencia histórica decisiva». «No ha sido en vano. Por qué, lo demostrará el futuro». Éstas eran las mismas imágenes —aunque en una dimensión completamente distinta— que había utilizado veinte años antes en su Michael. Entonces, su héroe novelesco ofrecía el sacrificio redentor a través de su muerte en la mina y daba lugar a una fe fetichista que proporciona ba fuerzas. Esta fe, la superación de la razón, tenía que producir ahora también el «milagro de lo imposible». Goebbels mencionó como «prueba» de esa fuerza que radicaba en la fe, además del ascenso del partido, la Guerra de los Siete Años de Federico el Grande. «El gran rey» venció aunque ya en el segundo de los siete «años infernales» sufrió una derrota que hizo tambalearse a toda Prusia. Pero estas derrotas no eran decisivas; lo decisivo era más bien —según Goebbels— que «el gran rey —a él se le dedicó una película homónima de la categoría «propagan da de resistencia»— permanecía firme ante todos los reveses del desti no, que asumía imperturbable la fluctuante fortuna bélica y que su corazón de hierro vencía cualquier peligro». Del mismo modo que Federico había tenido fe y vencido, Hitler también tenía fe y vencería —sugirió Goebbels a sus oyentes—; el camino del Reich a la victoria estaba «basado en la fe en el Führer». Goebbels había subido a la tribuna de oradores para transmitir esto a los «compatriotas».Ya durante su exposición le habían brindado un impetuoso aplauso. Cuando llegó al final y preguntó a los reunidos si creían con el Führer en la definitiva victoria total de las armas alema nas —«¿Queréis la guerra total? ¿Queréis que sea, si es necesario, más total y más radical de lo que hoy nos la podemos imaginar?»—, el palacio de deportes enloqueció. Cuando luego el ministro de Propaganda,

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agotado pero concentrado, gritó a la masa delirante con voz apasionada el conocido «Ahora pueblo levántate y que se desate la tormenta», un «caos de frenética animosidad» lo inundó todo. 192 Se desarrollaron escenas de la más excesiva histeria colectiva, como no se habían visto en el palacio de deportes ni siquiera en la «época de lucha». La Gran Radio Alemana siguió emitiendo otros veinte minutos, para fanatizar también a los oyentes. Goebbels, que vio en su discurso la «obra maestra» por antonomasia de su actividad oratoria, analizó con Speer, quien le acompañó a casa, el efecto psicológico de sus bien calculados arrebatos emocionales. Preguntó al ministro de Armamento si había observado cómo el público había reaccionado al más pequeño matiz y había aplaudido justo en los momentos oportunos. Era el «público mejor adiestrado» que se podía encontrar en Alemania.193 En los días siguientes se recreó con los elogios de la prensa, recopilados solícitamente. Una impresión grotesca causa su alegría por las reacciones de la prensa nacional, teniendo en cuenta las precisas instrucciones de su propio ministerio. Habló de una «sensación de primera clase», de una verdadera «repercusión gigante» y de «artículos realmente fantásticos» sobre su persona.194 En efecto, el discurso entusiasmó a muchos que lo oyeron a través de los receptores públicos en todas las partes del Reich. Esto es lo que se desprende al menos de los informes realizados por los departa mentos propagandísticos del Reich.195 Se volvía a tener un absoluto optimismo, refirió Bochum, donde había surgido una «ligera atmósfera de pogromo» contra los judíos que aún vivían en la ciudad. Münster comunicó que el discurso del ministro se consideraba «como uno de los más elocuentes y cercanos al pueblo» y que se identificaba con las duras exigencias de la guerra total. Es posible que estos y otros informes fueran exagerados, pero no cabía duda de que el ministro de Propaganda, lleno de odio y obcecación, había conseguido impeler a una parte de los alemanes —personas que ahora creían luchar por su propia supervivencia, pero que a fin de cuentas sólo alargaban con ello la guerra y su propia desgracia— a movilizar las últimas reservas de energía

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Después del mitin, un gran círculo de altos funcionarios del partido se dio cita en el domicilio oficial de Goebbels,196 entre ellos el general mariscal de campo Erhard Milch, el secretario de Estado del Ministerio de Interior del Reich y de la consejería de Interior prusiana, Wilhelm Stuckart, el vicepresidente del Estado Mayor Económico del Este, Paul Kórner, así como Ley y Thierack. Allí se defendió la opinión de que el mitin había sido «una especie de tácito golpe de Estado», un golpe de Estado contra la burocracia odiada por Goebbels. En ella veía éste uno de los principales obstáculos para la aplicación de su plan. Faltaban las estructuras que habrían hecho posible una rápida actuación, empezando desde la baja administración y terminando en el entorno más inmediato de Hitler. La máxima del Führer de «divide y vencerás» tenía consecuencias más nefastas a medida que él mismo, paralizado por los reveses de la guerra, iba perdiendo iniciativa, lo cual no podían compensar los subordinados de su entorno que recibían órdenes. A Bormann le faltaba inteligencia, Lammers era un vacilante y «exagerado jurista y burócrata» y Keitel un modesto soldado, un «cero a la izquierda», como decía Goebbels. Sin embargo, para acelerar la guerra total, esa tarde del 18 de febrero de 1943 se discutió la propuesta, presentada por Milch y Speer, de ganarse a Góring como aliado. Se esperaba que con la colaboración del mariscal del Reich se pudiera reactivar el consejo ministerial para la defensa del Reich, cuya presidencia desempeñaba Góring, y desmantelar así la comisión tripartita y su influjo sobre Hitler.Ya el 2 de marzo de 1943, tras la mediación de Speer y Milch, el mariscal del Reich recibió al ministro de Propaganda en su residencia veraniega del Obersalzberg para una entrevista de la que Goebbels esperaba una «trascendencia decisiva para toda nuestra estrategia bélica».197 Aunque en los últimos tiempos habían vuelto a estar a la orden del día «nimias discrepancias» entre ellos, Góring, que cada vez se abandonaba más a las drogas, recibió a su invitado «con la mayor amabilidad» y le atendió «francamente, con el corazón abierto». Después de que Goebbels expusiera sus planes, ambos estuvieron plenamente de acuerdo en que ahora había que actuar. «Sobre todo en la cuestión judía estamos tan comprometí-

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dos que ya no tenemos ninguna escapatoria.Y está bien así. Un movimiento y un pueblo que han quemado las naves luchan por experiencia de una manera mucho más incondicional que aquellos que tienen una posibilidad de retirada».198 Para cambiar el rumbo, Goebbels y Góring acordaron una reactivación del consejo ministerial para la defensa del Reich. Goebbels y Speer se harían también miembros. En ningún caso se debía hablar con demasiada claridad a los demás miembros del consejo ministerial. «No deben saber que queremos privar de influencia paulatinamente a la comisión tripartita. Somos sencillamente una liga fiel al Führer», opinaba Goebbels,199 que coincidió de inmediato con Goring y Speer en que «la misión de los amigos más estrechos del Führer» era «agruparse en torno a él en estos tiempos de necesidad y formar una férrea falange alrededor de su persona».200 Después de la conversación con Góring, Goebbels veía aún más motivo para convencerse: «Todavía tenemos muchas oportunidades en la toga. En modo alguno hemos estado jugando a un juego fútil. Si aprovechamos nuestras posibilidades, podemos dar un giro fundamental a la guerra en relativamente poco tiempo».201 Pero las cosas iban a tomar otro rumbo cuando el 8 de marzo de 1943 Goebbels se reunió con Hitler, que pocos días antes había vuelto a hablar por primera vez a sus «compatriotas», en su cuartel general ucraniano de Vinnitsa. Goebbels le iba a explicar, al menos en síntesis, los planes para la activación del consejo ministerial para la defensa del Reich. Nada más llegar, Speer le informó de que a Hitler apenas se le podía hablar sobre Góring debido a los ataques aéreos masivos de los aliados, que casi no habían encontrado trabas. De inmediato, Goebbels consideró «inoportuno» exponer lo que deseaba y lo dejó para más tarde.202 Así, Goebbels y Hitler estuvieron hablando cuatro horas sin tocar siquiera el verdadero tema. En la cena se les sumó Speer. Hasta la madrugada estuvieron sentados al fuego de la chimenea, «relajados, casi plácidamente». Goebbels sabía cómo entretener a Hitler. «Con gran elocuencia, con frases agudas, con ironía en el sitio adecuado, con admiración cuando Hitler lo esperaba, con sentimentalismo cuando el momento y

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el tema lo requerían, con chismes y amoríos. Mezclaba todo magistralmente: teatro, cine y viejos tiempos; pero Hitler —como siempre— también pedía que le hablara extensamente sobre los niños de la familia Goebbels; sus opiniones infantiles, sus juegos preferidos, sus observaciones a menudo certeras distraían (...) a Hitler de sus preocupaciones. Cuando Goebbels conseguía fortalecer la seguridad de Hitler en sí mismo evocando los viejos tiempos de apuros y su superación, y halagar su vanidad, que en la sobriedad de las relaciones militares encontraba tan poca satisfacción, Hitler por su parte mostraba su agradecimiento ponderando los logros del ministro de Propaganda y reforzando de este modo su confianza en sí mismo». 203 Así pues, alabó el discurso goebbeliano sobre la guerra total como un «exitazo» y aseguró a su admirador «por milésima vez» que no sólo estaba contento con su trabajo, sino que francamente lo admiraba. La propaganda bélica alemana era una obra maestra de principio a fin.204 Viendo fortalecida su confianza en sí mismo y sucumbiendo de nuevo enteramente a Hitler, Goebbels no llegó a mencionar su objetivo principal, por el que realmente había emprendido el largo viaje hasta Vinnitsa. Además llegó de sopetón la noticia de los violentos ataques aéreos sobre Nuremberg, como consecuencia de los cuales Hitler lanzó duros reproches contra el «inepto mariscal del Reich». Goebbels, que intentaba apaciguar, tampoco progresó con su idea de una proclama oriental. Hitler había tocado el tema de pasada. La situación en el este todavía no estaba lo bastante estabilizada, y además el bolchevismo era tan odiado y temido en la población «que la tendencia antibolchevique de nuestra propaganda es más que suficiente».205 De todos modos, Goebbels parecía haber recobrado la esperanza de que Hitler controlara la crisis sin su intervención, pues se alegró mucho «de que, pese a su aislamiento en el cuartel general, el Führer vea las cosas de una manera tan clara y realista», lo que una vez más daba a Goebbels «motivos para depositar grandes esperanzas en el futuro».206 De vuelta en Berlín, Goebbels siguió persiguiendo su objetivo de desmantelar la comisión tripartita. Para ello se volvió a reunir varias veces con Speer, Ley, Funk y Góring. El 17 de marzo, en el palacio ber-

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linés del mariscal del Reich situado en la Leipziger Platz, deliberaron durante tres horas. Góring hizo primero una extensa exposición de las actuales relaciones de poder dentro del partido con una caracterización psicológica del Führer. Lo más importante era —dijo— tratarle correctamente y presentarle las propuestas en el momento adecuado con los argumentos oportunos. Desgraciadamente, habían perdido algunas ocasiones en ese terreno, ya que Bormann, Lammers y Keitel habían procedido ahí con mucha más habilidad.207 Mientras que Speer, Funk y Ley estaban sentados en silencio, Góring y Goebbels se dejaron llevar mutuamente a la relación obsesiva de los peligros para Hitler que emanaban de la comisión tripartita, y consideraron posibilidades para sacar a Hitler de su aislamiento. «Goebbels parecía haber olvidado por completo cómo Hitler había despreciado a Góring pocos días antes». 208 Para terminar, el mariscal del Reich prometió jactanciosamente despachar el asunto en su próximo encuentro con el Führer. Sin embargo, el nuevo intento contra los miembros de la comisión tripartita, acordado en esta entrevista, no se produciría, pues nada menos que el propio Führer había creado un obstáculo que Goebbels no podía franquear: Bormann, la eminencia gris de una influencia continuamente creciente, había sido nombrado por Hitler «secretario del Führer», adquiriendo así la posibilidad de injerirse en todos los ministerios. En la manera que le era propia, Goebbels se decía en adelante que se había dejado engañar por el «gordo y vago» mariscal del Reich, cuyo crédito sufría cada vez más menoscabo ante Hitler por el completo fracaso del arma aérea alemana en la defensa de los bombardeos aliados. Al contrario, después de que, al margen del entierro del jefe de las SA Lutze, que había sufrido un accidente, Goebbels hablara con Hitler, Ley y Bormann sobre algunos nombramientos en el partido, encontró que el secretario se comportaba de una forma «extraordinariamente leal» y que las recriminaciones que se le hacían carecían en buena parte de justificación. Así olvidó que él mismo había sido el impulsor de los reproches contra Bormann, así como el hecho de que había fracasado el plan de realizar la guerra total por medio de la reactivación del consejo ministerial.

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Aún con más fanatismo, Goebbels se volvió a dedicar ahora a la «desjudeización» de la capital del Reich.209 Puesto que el alcance y la velocidad de las deportaciones hacia Auschwitz no correspondían todavía a sus ideas —entre principios de enero y finales de febrero de 1943 habían abandonado la capital del Reich cinco trenes con 5.000 personas—, la noche del 27 de febrero de 1943 puso en marcha una gran razia en las fabricas de municiones berlinesas. Hizo que la Leibstandarte las rodeara y que los judíos obligados a trabajar a la fuerza en los talleres permanecieran detenidos hasta que los transportes estuvieran dispuestos. Hasta el 2 de marzo, más de 3.000 de ellos emprendieron en condiciones infrahumanas el viaje hacia el campo de la muerte. De todos modos, Goebbels anotó que la razia no había sido un éxito rotundo; desgraciadamente, una vez más se había puesto de manifiesto «que la buena sociedad, en particular los intelectuales, no entiende nuestra política judía y en parte se pone del lado de los judíos. En consecuencia, se ha dado a conocer nuestra acción antes de tiempo, de manera que se nos ha escapado de las manos una gran cantidad de judíos. Pero los vamos a coger. En cualquier caso, yo no voy a descansar hasta que al menos la capital del Reich quede totalmente libre de judíos».210 Exceptuando a 4.000, a los que no se había podido detener o que vivían como cónyuges en «privilegiados matrimonios mixtos» (en realidad debían de ser en ese momento unos 18.000), el 11 de marzo Goebbels creyó haber alcanzado su objetivo. Con el transporte de 946 judíos a Auschwitz al día siguiente y con el de entre 300 y 400 en cada uno de los meses de abril, mayo y junio, se puso fin a las grandes deportaciones, principalmente con destino hacia Auschwitz. En un total de 63 transportes fueron deportados y asesinados 35.738 judíos de los 66.000 que aún vivían en la ciudad en 1941. Además, hasta el final de la guerra, 117 de los denominados transportes de ancianos llevaron aTheresienstadt (Terezín) a 14.979 judíos, de los que muy pocos sobrevivieron.211 A éstos, pero también a millones de judíos europeos —sobre todo intelectuales— fue Goebbels quien les preparó el camino a la muerte; el 19 de mayo de 1943 su distrito fue declarado «libre de judíos», en lo cual vio su «mayor logro político».212

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Al ministro de Propaganda no le atormentaban los escrúpulos. Cuanto más se alejaba el éxito militar, más veía en el «exterminio» del judaismo la parte realizable de la gran misión histórica del nacionalsocialismo para la salvación de Occidente. Su supuesta amenaza justificaba en la lógica demencial del ministro de Propaganda que también fueran asesinados niños, mujeres y ancianos, lo que se convirtió en un «deber» para Goebbels. Sin embargo, su propaganda no había conseguido generalizar semejantes ideas en el pueblo alemán. Por eso el genocidio tuvo que mantenerse en secreto. De todos modos, en la situación excepcional de la guerra, la propaganda había agravado la tendencia de muchos a mirar para otro lado, sobre todo cuando aquello que trascendía a la opinión pública sobre los campos de exterminio parecía demasiado monstruoso como para poder creerlo. Por el contrario, las informaciones sobre la «solución final» movilizaron a los países extranjeros enemigos en su lucha contra Alemania. Desde finales de 1942,1a radio británica, pero también el servicio informativo soviético, emitieron informes realistas, en parte en lengua alemana, sobre el alcance y el modo de los asesinatos en masa, como resultado de los cuales se exigían consecuencias. 213 Por ejemplo, el arzobispo de York exhortó a las potencias aliadas en su mensaje de Año Nuevo a emprender una cruzada «para liberar a la humanidad de la atroz barbarie que supone el exterminio de los judíos».214 No obstante, en vista de semejantes informaciones, la propaganda exterior goebbeliana tenía aún más interés en desenmascarar a la Unión Soviética como el «pestilente enemigo público» y, por tanto, en desacreditarla como cómplice de los aliados occidentales. Una oportunidad para ello se presentó el 4 de abril de 1943, cuando el secretario de Estado Gutterer recibió un teletipo de un sargento de las SS de Smolensk, que llegó a través de la oficina principal de seguridad del Reich. 215 Informaba sobre una fosa común cercana a un lugar llamado Katin, en la que yacían oficiales y soldados polacos atados. Según las estimaciones del miembro de las SS, se trataba de 6.000 ejecutados por las formaciones de guardia de la NKWD,216 cuyos cadáveres se habían conservado medianamente bien en la tierra arcillosa. «Se ha encontrado,

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entre otros a un general, a oficiales superiores del Estado Mayor, a un obispo. Se han confiscado numerosos documentos de identidad, chapas de identificación, amuletos, diarios». Puesto que existía peligro de contagio y el Grupo de Ejércitos había impedido la utilización propagandística de este hallazgo —en precedentes descubrimientos del mismo tipo los cadáveres exhumados habían servido exclusivamente como objeto de estudio a los médicos militares, sin que intervinieran siquiera las autoridades propagandísticas— el sargento de las SS aconsejaba una rápida actuación. Una vez que la información llegó con retraso hasta Goebbels, puso en marcha su maquinaria propagandística con la colaboración de Berndt, que había regresado de África. Goebbels dio las directrices en la conferencia de las once del 8 de abril.217 En su transcurso indicó lo importante que era que, después de un primer grupo de periodistas cuya partida hacia Smolensk estaba prevista para el día siguiente, se convencieran de las atrocidades, también in situ, periodistas polacos, sacerdotes, eruditos y delegaciones de los países extranjeros neutrales, así como de los territorios occidentales ocupados. Además quería enviar allí a un escritor renombrado en Europa —estaba pensando en el autor de Vía Mala, John Knittel, que odiaba a Inglaterra y que quería haber entrado con Rommel en Egipto—, «que podría entonces redactar una carta abierta, un grito de socorro de un europeo». Lo que los periodistas vieron y comunicaron desde el bosque de Katin, Goebbels lo consideró tan «espantoso» que le llevó a especular que la cosa se convertiría en un «gigantesco asunto político (...) que eventualmente aún tendrá una importante repercusión».218 No se equivocaba. A pesar de las afirmaciones de Moscú de que los asesinatos habían sido cometidos por los alemanes, el gobierno polaco exiliado en Londres dirigió un comunicado a la opinión pública en el que se aludía a las infructuosas solicitudes de información sobre la suerte de miles de soldados polacos que habían caído en cautiverio soviético en el año 1939. Los polacos sabían perfectamente que la propaganda alemana difundía mentiras, pero en este caso el gobierno polaco se había dirigido a la Cruz Roja Internacional para pedirle el envío de una comi-

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sión, se decía.219 Puesto que el gobierno del Reich pidió ese mismo día una investigación del asunto por parte de la Cruz Roja, el Pravda [La verdad] acusó sin más a los polacos de ser «cómplices» de Hitler. El 26 de abril, Stalin, ya con vistas al futuro, hizo romper a través del ministro de Exteriores Molótov las relaciones diplomáticas de la Unión Soviética con el gobierno civil polaco en el exilio.220 El ministro de Propaganda manifestó triunfante: «Todas las emisoras y periódicos enemigos concuerdan en la opinión de que la ruptura se debe considerar como un éxito total de la propaganda alemana, en especial de mi persona. Se admira la extraordinaria astucia y habilidad con la que hemos sabido unir al caso Katin una cuestión de gran trascendencia política. En Londres están sumamente desconcertados por este éxito de la propaganda alemana. Ahora de repente se ven aparecer grietas en el bando aliado».221 Sin embargo, Goebbels sobrevaloró estas grietas, acerca de las cuales prohibió entrar en detalles a la radio y a la prensa del Reich, pues Churchill y Roosevelt apostaban por el más fuerte, es decir la Unión Soviética. ¿Qué significaban unos cuantos miles de ciudadanos asesinados de un Estado polaco que no existía desde hacía años? La alegría del ministro de Propaganda se vio enturbiada por los acontecimientos del escenario bélico norteafricano. El 5 de mayo los británicos habían emprendido allí la ofensiva decisiva y habían dividido en dos grupos a las tropas del Eje que defendían la cabeza de puente tunecina. El problema propagandístico que se le planteaba a Goebbels no consistía en transmitir a la opinión pública sólo el nuevo revés que se perfilaba, sino también el hecho de que el general mariscal de campo Rommel, ligado indisolublemente a la campaña africana, había regresado ya hacía semanas al Reich. Puesto que parecería muy sospechoso no revelar la verdad hasta que se hubiera producido la catástrofe, Goebbels, que por otra parte no quería perjudicar el prestigio de Rommel con una derrota, hizo que el Alto Mando de la Wehrmacht anunciara nada más comenzar la ofensiva británica que el «Zorro del desierto» se había tomado dos meses de permiso para recuperarse.222

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Goebbels celebró la derrota en África como una victoria. En el foco estuvo una vez más Rommel. Éste se reunió a principios de mayo varias veces con Goebbels y Berndt para redactar un informe radiofónico definitivo titulado «Veintisiete meses de lucha en África». 223 El culto a la personalidad del «genial estratega», que había recibido de manos del Führer el bastón de mariscal en un soleado día de otoño, el culto a ese «maestro de los ardides de guerra», que jugaba al gato y al ratón con los Tommys,224 no podía cambiar el hecho de que al mismo tiempo capitularan en Túnez 240.000 soldados alemanes e italianos. Goebbels ocultó estas cifras y aseguró en cambio que estaba fuera de toda sospecha de «querer encubrir los acontecimientos en Túnez por razones de la moral bélica del pueblo alemán».225 No sólo la derrota en el norte de África, sino también los ataques aéreos británicos y americanos, cada vez más frecuentes, habían llevado en mayo a una caída de la disposición anímica en toda Alemania, como se desprendía de los informes secretos del Servicio de Seguridad.226 «Nos cuestan mucho desde el punto de vista material y moral», reconoció Goebbels,227 quien cada vez consideraba más que su misión consistía en restringir las consecuencias psicológicas de estos ataques a través de sus intervenciones personales. Así viajó de ciudad en ciudad como presidente de la comisión interministerial para la reparación de los daños aéreos, labor que se le había encomendado en enero. 228 En junio habló durante un mitin de duelo enWuppertal-Elberfeld, su lugar de acción de la primera época de lucha, con el que «nunca había roto los vínculos afectivos»;229 en julio, en Colonia, después de un gran ataque aéreo. En todas partes se le daba una cordial bienvenida. Estas personas que sufrían sentían que al menos alguien se preocupaba por su destino, anotó su informante Semler.230 Cuando a finales de mes Goebbels visitó la vieja ciudad hanseática de Hamburgo, donde habían muerto 30.000 personas en un infierno que duró siete días, no fue de otra forma. La propaganda de Goebbels no negaba los graves daños que dejaban los ataques aéreos, pues él defendía la opinión de que al pueblo sólo se le podía dar más «apoyo moral» abordando abiertamente los proble-

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mas. Al mismo tiempo se intentaba convencer al enemigo de la sinra zón de los ataques aéreos, ya que se afirmaba que fortalecían la moral de la población. En caso de que fuera cierto, esto sólo se aplicaba a una pequeñísima minoría. Pero Goebbels creía que se estaba operando u na «transformación interesante» en el pueblo. «Los positivos se vuelven más fanáticos en su fe en la victoria; los negativos, sobre todo los cír culos intelectuales, exageran sus comentarios derrotistas». 231 Contra esos «derrotistas» que expresaban sus pensamientos con un juicio realista de la situación, Goebbels empezó a arremeter una vez más con toda dureza. En su opinión, eran ellos los que saboteaban la ideología prometedora de doblegar la realidad a través de la fe. Con una oleada de asambleas en todas las partes del Reich se debía infundir a los «compatriotas» con machaconería la confianza en la victoria y la fe cie ga en Adolf Hitler. De forma paralela se exhortaba a denunciar a los «derrotistas». Ahora solía bastar un comentario escéptico sobre el resul tado de la guerra para ser detenido por la Gestapo y ser condenado a muerte por el Tribunal del Pueblo. A otros, como el director de cine Herbert Selpin y periodistas de la oposición como Erich KnaufF y el genial dibujante de prensa E. O. Plauen, Goebbels los incitó al suicidio por medio del terror.232 Cómo se podía conciliar una visión objetiva, como el conocimien to de la gravedad de la situación, o el conocimiento en general, con la fe en la «victoria final», lo explicó el ministro de Propaganda durante su conferencia «El trabajador intelectual en la lucha decisiva del Reich», que pronunció el 9 de julio de 1943 en la Universidad de Heidelberg, donde se había doctorado en el año 1921. «No pertenecemos como tales a las naturalezas ingenuamente felices, que sacan su fuerza inago table sólo de la fe. Pero nosotros no buscamos degradar el conocimiento y el saber a una prueba en contra de la fe, sino que más bien los con vertimos en su principal fundamento. El conocimiento a medias con duce a menudo a la cobardía; en cambio, sólo el conocimiento pleno y la más absoluta profundidad del saber dan a la fe su victoriosa fuer za, que permanece inquebrantable incluso en tempestades y tormentas».233

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Para preparar el camino a la superación colectiva de la razón con vistas a una fe ciega, creó una acción cuyo objetivo era difundir sistemáticamente rumores entre la población, según los cuales las promesas de represalia se iban a cumplir enseguida por medio de unas nuevas armas, «armas prodigiosas».234 La acción se coordinó probablemente en la Oficina Schwarz van Berk del Ministerio de Propaganda, que, bajo la dirección del homónimo coronel de las SS, seleccionaba oficialmente noticias sobre Alemania para el extranjero, pero que en realidad se había fundado con el fin expreso de propagar rumores y consignas.235 Con qué eficacia se trabajaba allí, se desprende del informe del Servicio de Seguridad del 1 de julio de 1943. En él se decía que los rumores sobre las nuevas armas estaban desde hacía algunos días tan extendidos en todo el territorio del Reich que prácticamente todos los «compatriotas» se sentían afectados por ellos de alguna manera. No sólo se divulgaban noticias, a veces muy detalladas, sobre las nuevas armas en las conversaciones entre amigos, sino en parte abiertamente en los medios de transporte, en los restaurantes, etc., que habían despertado por doquier grandes esperanzas en el éxito de las represalias.236 Estas esperanzas eran aún más necesarias puesto que en aquel verano la serie de reveses parecía no tener fin. En el este, la ofensiva que comenzó a principios de julio en Kursk tuvo que ser interrumpida tras una violenta batalla blindada, porque el Ejército Rojo había emprendido por su parte un exitoso contraataque. La propaganda ocultó esto a la opinión pública. En lugar de ello, en una mezcla de llamamientos a la resistencia y de una fraseología que expresaba la fe en la victoria final, se hablaba de un «enemigo implacable», de una «soldadesca embrutecida», cuyo ataque contra las líneas defensivas alemanas había que rechazar si Europa no quería irse a pique. Goebbels era consciente de la gravedad de la situación, pues confesó a su diario que le invadían unos «ligeros escalofríos» cuando miraba el mapa y comparaba «lo que aún poseíamos el año pasado por estas fechas y hasta dónde se nos ha hecho retroceder ahora». 237 A finales de agosto de 1943 le comentó a su nuevo jefe de prensa, Wilfred von Oven, que Alemania podía perder la guerra. En ese caso su decisión era fir-

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me: «Yo renunciaría gustosamente a una vida bajo el dominio de nues tros enemigos. O bien controlamos esta crisis —y para ello movilizaré todas mis energías— o me inclinaré una vez más profundamente ante el genio inglés y me pegaré un tiro». 238 Goebbels, que desde ese momento guardaba una pistola de calibre 6,35 en el cajón de su mesa, 239 volvía a escapar sin embargo a esos pensamientos gracias a su fe. Su experiencia vital, la desesperación personal de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, de la que le había sacado aquella fe, o la crisis del partido en el año 1932, que sólo habían superado gracias a su inquebran table fe, corroboraban esa manera de proceder. Una vez más, una visita a Hitler le dio nueva fuerza. El 9 de septiembre partió hacia Rastenburg, 240 después de haber guardado silencio como consecuencia de la caída de Mussolini y de la complicada situación en Italia, después de que el ambiente en Alemania hubiera seguido empeorando y él considerara aún más urgente que Hitler se volviera a dirigir por fin al pueblo alemán a través de la radio tras una pausa de medio año. Tuvo éxito. Su admirado Führer escribió ese mis mo día un discurso del que Goebbels afirmó con entusiasmo que esta ba impregnado completamente por un «espíritu clausewitziano». En él, Hitler condenaba la «traición de la camarilla de Badoglio», proclamaba su inviolable amistad hacia el Duce y esbozaba las medidas para asegurar la posición alemana en Italia. Al mismo tiempo advertía a los «compatriotas» que semejante traición nunca podía ser cometida en el Reich. Además anunciaba las represalias por el terrorismo aéreo angloameri cano y apelaba finalmente, pese a todas las cargas actuales, a la «victoria final» de Alemania, de la que Goebbels estaba convencido. Como consecuencia del discurso de Hitler y de los «duros golpes» contra Italia, en particular la toma de Roma por parte de la Wehrmacht alemana, Goebbels creyó, aún bajo la impresión de las últimas horas en el cuartel general del Führer, poder distinguir un cambio de opinión hacia lo positivo. Sin embargo, sólo se trataba de la satisfacción de muchos de que ahora por fin le tocara el turno a los italianos, contra los cuales el odio era «indescriptiblemente grande», según constató Goebbels. 241 En ese sentido, el ministro de Propaganda no se consideraba una excep-

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ción. Sin embargo, después de que los paracaidistas alemanes liberaran a Mussolini, en una operación espectacular, de su reclusión en el Gran Sasso, un macizo montañoso de los Abruzos, se formó un juicio escéptico de las cosas: «Mientras no estaba el Duce, se nos ofreció la oportunidad de hacer tabla rasa en Italia. Sin ninguna consideración y apoyándonos en la grandiosa traición del régimen de Badoglio, pudimos solucionar las cuestiones que quedan pendientes con respecto a Italia. Yo pensaba que, salvando el Tirol del Sur, nuestra frontera se extendería eventualmente hasta Venecia».242 Ahora, después de que se aclararon las cosas, Goebbels dio instrucciones a la prensa y a la radio de abandonar la actitud expectante para tratar los acontecimientos italianos en el tenor de Hitler. El mismo, tras semanas de pausa, tomó la palabra en un editorial del Reich.243 Aunque en él Goebbels trataba de causar la impresión de que por supuesto habían adivinado la «traición planeada por la camarilla de Badoglio» inmediatamente y «en su totalidad», pero que habían guardado silencio en «atención a nuestros intereses nacionales»,244 su propaganda no fue capaz de aumentar la confianza de la población en la estrategia bélica alemana. Entretanto, los aliados habían desembarcado en tierra italiana, y en el este se había puesto en marcha la contraofensiva soviética en el sector central del frente, que hasta finales de septiembre de 1943 llevó a la reconquista de la cuenca del Donets y de Smolensk. El cliché propagandístico tan manido de que «toda la nación tiene que sufrir inevitablemente su calvario en el camino hacia la libertad definitiva y la satisfacción propia de un pueblo elegido» 245 se estaba desgastando por momentos. El letargo se generalizó, en Alemania la gente dudaba de las promesas vacías de la propaganda, pero aun así seguía al Führer y esperaba salir bien librada de alguna manera. Goebbels pensaba que en la opinión pública y en el entorno inmediato de Hitler no se era suficientemente consciente de que en este estadio la guerra se había convertido en una «encarnizada lucha a vida o muerte». «Cuanto antes se dé cuenta de ello todo el pueblo alemán, y en particular nuestra dirección, mejor para todos nosotros. Sería trágico tener que decir en un momento determinado del desarrollo de esta guerra: "Dema-

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siado poco y demasiado tarde"»,246 escribió un par de días antes de que Hitler, con motivo del 20 aniversario del golpe de 1923, hablara en Munich a la guardia del partido y ejerciera sobre Goebbels un efecto «como de un bálsamo en las heridas abiertas».247 Para mantener en pie la moral del país hasta cierto punto, el 5 de noviembre, durante un discurso en Kassel, él mismo ya había anunciado a la población por primera vez de parte oficial que con las promesas de represalia se pretendía mucho más que devolver el golpe. «Eso que proyectamos hacer se ha convertido en una especie de secreto popular; uno sabe más que otro. Pero, de todos modos, creo poder afirmar que en un tiempo no muy lejano Inglaterra recibirá una respuesta que seguramente hará sudar sangre y agua al pueblo inglés».248 De la fecha de la entrada en acción se ocupó unas semanas después Schwarz van Berk en un artículo del Reich. En él, para dar respuesta a la apremiante impaciencia de la población, evitando hábilmente poner una fecha fija, se hacía depender el inicio del ataque de un «momento adecuado desde el punto de vista psicológico».249 Sin embargo, fueron los ingleses y sus aliados los que, por el momento, siguieron atacando. A mediados de noviembre comenzaron con el bombardeo sistemático a la capital del Reich, con el que Goebbels y los berlineses ya habían contado desde los devastadores ataques aéreos sobre Hamburgo. En la noche del 31 de julio al 1 de agosto de 1943, el ministro de Propaganda hizo distribuir octavillas a todos los hogares berlineses en las que se exhortaba a la evacuación de mujeres que no ejercieran una actividad profesional, niños y ancianos hacia territorios menos amenazados.250 Como consecuencia, cientos de miles de personas abandonaron la ciudad; sólo en el transcurso de la evacuación de niños se puso a salvo a 400.000 de ellos, trasladándolos en ferrocarril por ejemplo hacia Austria y Silesia —de este modo sus madres quedaban libres para la intervención en la guerra total—. En un llamamiento a la población que se quedó, atormentada por la guerra aérea, calificó su moral como un «factor decisivo para la guerra». 251 La propia familia de Goebbels —para entonces los niños habían regresado a Berlín, después de que en primavera de 1941 se los pusiera a salvo prime-

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ro en el Berghof y luego en Aussee, en el distrito de Oberdonau (Alto Danubio)— se trasladó al domicilio de Lanke, junto al lago Bogensee, menos expuesto a los peligros. Él se quedó en Berlín. Insistió en que se le había llamado el conquistador de Berlín, y ahora quería ganarse el nombre de defensor de Berlín.252 Puesto que no se habían tomado amplias medidas antiaéreas y ya no quedaba tiempo para su construcción —faltaban obreros y también materiales—, hubo que improvisar. Así, frente a la opinión de los expertos, Goebbels impuso la suya de no cerrar las instalaciones del metro, aunque sólo estaban a pocos metros bajo el nivel de la calle. Rechazó los pronósticos de que eso llevaría a una catástrofe, y tuvo razón. Cuando comenzaron los bombardeos, miles de personas huyeron de los incendios de rápida propagación a través de las galerías subterráneas. Para Goebbels esto fue una prueba más de que su improvisación merecía más confianza que el parecer de los prudentes «burócratas».253 Durante las alarmas en las noches de bombardeo, y ahora también durante el día, dirigía la acción civil y las medidas de socorro desde el bunker del hotel Kaiserhof. Para ello había hecho ocupar sin más las lujosas salas que se habían construido bajo laWilhelmplatz para renombrados huéspedes.254 En los momentos de cese de alarma, era el único de los «grandes» líderes del partido que corría a través de la ciudad en llamas, que asumía aquí la lucha contra el fuego o proveía allá rápida ayuda, con gran efecto sobre la opinión pública. En Berlín también acudía la gente en masa, le estrechaba la mano o hablaba con él. En una distribución pública de alimentos en el «rojo Wedding» fue recibido con entusiasmo por los trabajadores y las trabajadoras. 255 E incluso en los entierros, como los de numerosos jóvenes auxiliares de artillería antiaérea, sobre cuyos féretros depositaba la Cruz de Hierro con un gesto rutinariamente patético y con palabras igualmente patéticas sobre el sacrificio y la redención, su presencia era acogida por los deudos como un reconocimiento.256 Ese modo de verse a sí mismo como uno de ellos, cosa que siempre afectaba, hizo a Goebbels popular ahora en los tiempos de apuros, pues se agradecía cualquier palabra de aliento, aunque proviniera de la boca del ministro de Propaganda.

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Así pues, la desmoralización de la población de la capital del Reich que esperaban los británicos no tenía ni siquiera visos de comenzar.257 Las secciones de asalto de las SA o las «tropas de choque de intervención especial», que, por orden de Goebbels, debían combatir —con pertrechos militares— los desórdenes en las empresas, resultaron ser completamente prescindibles. Semler anotó el 24 de noviembre de 1943 que el 75 por ciento de los trabajadores estaba esa mañana en sus puestos de trabajo. Esto tampoco cambió en los días siguientes, de manera que a principios de diciembre la inspección armamentística de Berlín pudo comunicar que la producción se había iniciado «en su totalidad». No sin razón, Goebbels se fijó este comportamiento como una meta suya. Había que agradecerle a él personalmente que los berlineses no se precipitaran hacia la Wilhelmplatz y exigieran el final de la guerra, pensaba con la certeza de controlar a la gente a la que explotaban.258 Su diligencia fue recompensada finalmente por Hitler. El 21 de diciembre de 1943 encomendó a su compañero más fiel la dirección de la recién fundada inspección del Reich de las medidas civiles para la guerra aérea, nacida de la comisión interministerial. Así le correspondía la misión de «inspeccionar todas las medidas preparatorias, preventivas y auxiliares que se tomaran a nivel local para contrarrestar los daños ocasionados por la guerra aérea, teniendo siempre en cuenta las últimas experiencias de la guerra aérea, así como trabajar para que se siguieran activando todas las fuerzas disponibles a nivel local, en particular de los recursos propios y comunitarios, para la aplicación de estas medidas».259 El ministro agradeció enfáticamente a su Führer la muestra de confianza. En las Navidades de 1943, que pasó una vez más con su mujer e hijos, su suegra y su hermana María Kimmich fuera en Lan-ke, escribió a Hitler acerca de lo feliz que le hacía «quitarle una pequeña parte de la gigantesca carga de preocupaciones que pesa sobre usted», y para el «año de lucha 1944» le aseguraba a Hitler, marcado por el peso del fracaso, que podía contar con él «en cualquier situación». Le deseaba «salud y una afortunada mano (...). Lo demás que todos esperamos sera el resultado de su genio y de su trabajo».260

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También en su lucha con Rosenberg por las competencias de la propaganda en los territorios orientales ocupados, Goebbels había conseguido imponerse en buena medida hacia finales de año. El 15 de diciembre se llegó a un acuerdo según el cual los departamentos de propaganda de los comisariatos del Reich, exceptuando los ámbitos de la política cultural y de la prensa, quedarían subordinados al ministerio de Goebbels.261 Desde el nombramiento de Rosenberg como ministro del Este, Goebbels había arremetido continuamente contra la «exclusiva competencia para todas las tareas que se presenten en estos territorios», la cual se le había concedido a Rosenberg por medio de la directiva del Führer del 17 de julio de 1941. Goebbels se apoyó en el principio del Führer del 8 de septiembre de 1939, que determinaba que su aparato propagandístico era la organización central para la aplicación práctica de la propaganda y que su «destrucción en la guerra era semejante a la destrucción de determinadas partes de la Wehrmacht». En un principio, parecía que el asunto tendría un resultado favorable para Rosenberg, cuando éste se dispuso a atribuirse el presupuesto para el trabajo oriental del Ministerio de Propaganda. Como consecuencia, el jefe del departamento del Este, Taubert, formuló ante el secretario de Estado Gutterer «serias y fundamentales objeciones. A medio plazo nos pondríamos completamente en manos del Ministerio del Este».262 Una entrevista entre ambas partes, que en lo esencial no dio ningún resultado, la interpretó Rosenberg como un convenio a su favor. Informó al ministro de Hacienda del Reich de que a partir del 1 de diciembre de 1942 los gastos para la propaganda en los territorios orientales ocupados correrían directamente a cargo de su plan particular. «Desde ese momento, el Ministerio de Propaganda me solicitará a mí directamente los recursos necesarios», añadió Rosenberg.263 Rosenberg encontró finalmente un aliado contra Goebbels en el jefe de la cancillería del Reich, Lammers. Éste no sólo consiguió de Hitler un decreto relacionado con la financiación, tal como deseaba el ministro del Este, sino que le manifestó a éste «que la consecuencia necesaria de la mencionada decisión del Führer es la disolución del departamento ministerial del Este integrado en el Ministerio de Pro-

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paganda».264 El 23 de mayo de 1943 Goebbels se dirigió personalmente a Hitler, le recordó sus repetidas declaraciones según las cuales el control de la propaganda general debía estar en manos de su ministerio, y finalmente expresó que «recibiría con agradecimiento» una decisión del Führer en este sentido.265 Aunque el 15 de agosto Hitler publicó una ordenanza266 en la que correspondía esencialmente a las ideas de Goebbels —entre otras cosas, los fondos presupuestarios para los territorios orientales ocupados debían seguir presentándose en el Ministerio de Propaganda—, las querellas entre los dos adversarios persistieron ahora sin merma alguna en la cuestión de la competencia para el trabajo periodístico y cultural. Lammers aprovechó la ocasión para comunicar al ministro de Propaganda en una carta sumamente mordaz que al Führer le «desagradaba» verse obligado a ocuparse del asunto de nuevo, tan poco tiempo después de la publicación de su ordenanza del 15 de agosto. Puesto que no era posible una clara delimitación de competencias, Hitler esperaba que Goebbels se entendiera con Rosenberg. Si esto no fuera posible, Bormann y él, Lammers, darían lugar a un acuerdo entre los contendientes. El Führer deseaba no tener que ocuparse otra vez del asunto.267 La lucha de los viejos rivales por las competencias de la propaganda en los territorios orientales ocupados se vio finalmente moderada por el acuerdo de diciembre de 1943, en el que simplemente se excluían las cuestiones controvertidas. Sin embargo, para entonces la propaganda en los territorios ocupados tenía ya escasa trascendencia. Los 38 millones de carteles, los 54 millones de folletos, las emisiones de noticias políticas, que se retransmitían en 18 lenguas a través de 32 emisoras orientales, los 7.625 ejemplares del Wochenschau oriental y el sinnúmero de películas propagandísticas que se proyectaron en 650 cines de campaña —según Goebbels había alardeado en su escrito a Hitler del 23 de mayo de 1943— contrastaban bruscamente con la estrategia bélica de la «tierra quemada» y el indescriptible terror de los comandos especiales de las SS y del Servicio de Seguridad. «¿De qué servía a la larga colgar millones de carteles en las ciudades del este, en los que se presentaba a Hitler como el libertador», describía Taubert, «si deba-

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jo de estos mismos carteles eran fusilados los prisioneros rusos o miles de ellos morían de hambre, si se arrastraba a la población como al ganado para los trabajos forzosos, si los señores comisarios torturaban al pueblo con la fusta? —a saber, los comisarios alemanes, pues los bolcheviques tenían demasiada astucia psicológica como para emplear el castigo corporal contra la población rusa—. Así pues, los hechos de la política alemana desmentían en un grado cada vez mayor las hermosas palabras de la propaganda alemana».268 El enfrentamiento entre Goebbels y Rosenberg se convirtió en un hecho grotesco, sobre todo porque el territorio en disputa se reducía por momentos bajo el embate del Ejército Rojo. El 4 de enero de 1944 unidades del frente ucraniano atravesaron la frontera polaco-soviética en Volhinia. Diez días después, el enemigo emprendió un exitoso gran ataque en el sector septentrional del frente. En el sector meridional comenzó a principios de marzo la ofensiva de primavera. Pero no sólo llegaban continuamente malas noticias del frente oriental. En Hungría, el primer ministro Von Kallay había establecido contactos con los aliados occidentales, como consecuencia de los cuales la Wehrmacht ocupó el país. En Italia, donde Badoglio ya había declarado la guerra al Reich en octubre, fracasaban los intentos de hacer retroceder al Mediterráneo a las tropas de desembarco aliadas en Anzio-Nettuno. En el Atlántico los submarinos alemanes luchaban cada vez con menos probabilidades de éxito, y sobre el territorio del Reich operaba un arma aérea alemana desesperadamente inferior contra un enemigo angloamericano demasiado poderoso, que ahora aumentaba los ataques diurnos. Poco a poco, las ciudades de Alemania se iban viendo reducidas a escombros. Aparte de eso, pendía sobre el continente la espada de Damocles de una invasión aliada, anunciada desde hacía más de un año. Por eso, desde hacía meses Goebbels intentaba repetidamente en su propaganda convencer a los alemanes, pero también a sí mismo, de que semejante operación no podía llegar a buen puerto. Su opinión se veía confirmada por la valoración sumamente optimista que hacían los generales de la situación. A mediados de febrero de 1944 el comandante en jefe del Oeste,

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Rundstedt, pronunció un «discurso muy efectivo» sobre el «muro del Atlántico», en el que subrayó que se trataba de una obra de fortificación completamente novedosa, en la que no podían abrir brecha los ingleses y americanos.269 El jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Jodl, hizo unas declaraciones parecidas en el congreso de jefes de distrito celebrado en Munich el 24 de febrero. Cuando también Hitler —en un dis curso que Goebbels encontró «extraordinariamente vivo», pronunciado durante la gran asamblea de la vieja guardia del partido en el salón de fiestas de la cervecería Hofbráuhaus— anunció que marchaba por el «camino de la victoria» y que «seguiría marchando por él sin claudicación» hasta que fueran eliminados los judíos de todo el mundo, y cuando de inmediato estallaron «enormes salvas de aplauso», las preocupaciones de Goebbels se desvanecieron una vez más, por poco tiempo. 270 En vista de la inminente batalla decisiva en el oeste, Goebbels pro yectaba en esos días hacer algo para favorecer la relación entre Hitler y sus generales. Entre otras cosas, pesaban sobre ella gravemente las actividades de la Liga de oficiales alemanes, creada en septiembre de 1943 en cautiverio soviético. Su presidente, el general Walther von SeydlitzKurzbach, el conde y subteniente de aviación Heinrich von Einsiedel y otros dirigían llamamientos —bajo la dirección soviética— a sus camaradas combatientes y los exhortaban a sublevarse contra Hitler. Goebbels propuso ahora al ayudante de Hitler y oficial adjunto de la Wehr macht, Schmundt, redactar una declaración «en virtud de la cual el ejército se distancie de la manera más rotunda del generalVon Seydlitz y rompa las relaciones con él. Esta declaración debe representar una ardiente promesa de fidelidad al Führer y estar firmada por todos los generales mariscales de campo del ejército». 271 Puesto que a Schmundt le entusiasmó la idea, el ministro de Propaganda le dictó inmediata mente el texto de la declaración. Pocos días después, el ayudante llamó «exultante de felicidad», pues había «terminado su viaje para reunirse con los generales mariscales de campo y le habían recibido en todas partes con los brazos abiertos». 272 Cuando el 3 de marzo Goebbels estuvo con Hitler en el Obersalzberg, alegrándose todos allí de que llegara algo de vida a la tertulia de

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sobremesa, Hitler se desahogó de nuevo con sus extensos monólogos sobre los generales «extraordinariamente repugnantes», que no tenían «ninguna relación estrecha» con él, que estaban en la reserva y en parte querían crear dificultades mejor hoy que mañana. Stalin lo tenía más fácil. Había hecho fusilar a tiempo a los generales que le estorbaban. «En ese terreno tenemos que reparar algunos errores, pero la guerra es el momento menos apropiado para ello».273 Con semejante valoración de Hitler estuvo Goebbels aún más contento cuando semanas después le habló de su reunión con los mariscales de campo y de su declaración de lealtad «completamente nacionalsocialista». El 18 de abril Goebbels anotó con picardía en su diario: «Me alegro mucho de ser el autor de la declaración sin que el Führer lo sepa».274 El día anterior, Goebbels había asistido en Munich a las exequias de Adolf Wagner,275 que fue enterrado en los panteones junto a los edificios del Führer en la Kónigsplatz de aquella ciudad, «donde descansan nuestros viejos soldados». Durante el almuerzo, Hitler le manifestó que la desigual alianza entre «plutócratas» y «bolcheviques» se volvía cada vez más inestable con su avance hacia Centroeuropa.Ya entonces reinaba una crisis en Inglaterra, aunque todavía no había saltado la chispa. El segundo tema sobre el que Hitler se explayó en la sobremesa fue de nuevo la invasión. Colmó de elogios al comandante del Grupo de Ejércitos B, que operaba en el oeste, al mariscal de campo Rommel, que ha «actuado de manera ejemplar». «Tiene una vieja cuenta que saldar con los ingleses y los americanos, arde por dentro de cólera y odio». Puesto que el mariscal, muy seguro de la victoria, le había hecho la «promesa vinculante» de que para el 1 de mayo habría terminado los preparativos defensivos, Hitler se mostraba sumamente optimista, convencido de que la invasión fracasaría, como poco después confirmó en su discurso pronunciado ante los jefes de los distritos y del Reich, el cual abrió con una «ilimitada profesión de fe en la victoria alemana». En su escrito con motivo del cincuenta y cinco cumpleaños de Hitler, Goebbels, que acababa de ser nombrado por aquél presidente de la ciudad de Berlín, obteniendo así «plenos poderes para la dirección y el gobierno de la capital del Reich»,276 volvió a calificar como una dicha

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especial el hecho de poder compartir otra parte de las cargas. Goebbels no vaciló en comunicar al dictador, que se había vuelto tembloroso y estaba muy envejecido: «Nunca le he admirado tanto como en los momentos de crisis, que siempre me han vinculado más estrechamente a usted. El que con estas cargas haya seguido siendo una gran persona, a la par que sencilla, es para mí la más hermosa confirmación de su personalidad. El hecho de que yo, al igual que todos sus estrechos colaboradores, pueda dirigirme siempre a usted con mis preocupaciones y alentarme con su fortaleza, eso me da invariablemente nueva fuerza y nueva fe en los momentos más difíciles».277 Goebbels, que a lo largo del mes de mayo estuvo profetizando importantes pérdidas humanas a los británicos y a los americanos si emprendían la operación de desembarco, que exhibía a Rommel como el prototipo del vencedor, en definitiva, que creó el mito del inexpugnable muro del Atlántico, necesitaba ahora esa fe más que nunca, pues su propaganda se iba desgastando cada vez más entre la población. El miedo al Ejército Rojo, del que Hitler creía haber detenido su avance, era lo que aún podía movilizar más a los alemanes. El título de uno de sus artículos en el Reich da la impresión de ser un hondo suspiro personal: «¿Por qué nos lo ponen tan difícil?».278 Para «explicar» los continuos reveses y derrotas en los frentes, a Goebbels no le quedaba más remedio que valerse cada vez más de categorías metafísicas en su propaganda. La historia poseía «una sublime justicia que eclipsa cualquier acción y proceder humanos», que finalmente irrumpiría en la «causa justa» del nacionalsocialismo.279 Al mismo tiempo, del mundo delirante de Goebbels se desprendía una agresividad cada vez mayor. Ya que hasta la fecha Hitler había desoído sus ideas acerca de una totalización de la guerra, es decir, de una movilización de todas las fuerzas imaginables para el armamento y el frente, defendió ahora con más ahínco la radicalización de la lucha. En una campaña propagandística —como por ejemplo en un artículo publicado en el Volkischer Beobachter a finales de mayo— exigía la revocación de facto de la Convención de Ginebra y abogaba por no proteger ya más a los aviadores enemigos derribados contra los abusos de la pobla-

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ción. El fuego de los aviones rasantes sobre los civiles o el bombardeo de zonas residenciales eran un «puro asesinato». En ese sentido, no había ninguna normativa del derecho internacional en la que se pudiera apoyar el bando enemigo. Hallaremos «medios y vías para defendernos contra estos criminales».280 Ya el 30 de mayo de 1944 el cuartel general del Führer había enviado a todos los jefes de los distritos y del Reich una circular firmada por Bormann, según la cual se debía interrumpir en adelante la persecución penal de las personas que lincharan a los pilotos de aviones rasantes anglo-americanos.281 Goebbels, quien quería que esto se aplicara también a los pilotos de bombarderos, fustigó una vez más los «ataques terroristas» anglo-americanos durante un mitin en la plaza del mercado central de Nuremberg el 4 de junio de 1944.282 Cuando al día siguiente estuvo en el Obersalzberg y se deliberaron allí las «reglas sobre el linchamiento», para su decepción quedaría en vigor el procedimiento actual.283 El colaborador de Goebbels, Berndt, que para entonces había ascendido en su rango de las SS a general de brigada, hizo caso omiso de las normativas. El 6 de junio de 1944 disparó en plena calle a un subteniente de aviación americano llamado Dennis, que se había salvado con el paracaídas. Los adversarios de Berndt querían castigarle por ello, pero Keitel y otros le apoyaron y finalmente le defendió también Himmler.284 De su primer encuentro con Hitler aquel 5 de junio de 1944, el ministro de Propaganda se llevó la impresión de que, aunque se creyera «desde lejos encontrar en él a un hombre duramente castigado por el destino y profundamente agobiado, cuyos hombros amenazan con romperse bajo el peso de la responsabilidad», se presentaba ante uno «en realidad (...) una personalidad activa y resoluta, en la que no se nota ni rastro de depresión ni de conmoción anímica».285 Objeto de la conversación con un Hitler hecho polvo físicamente, durante la cual Goebbels no desaprovechó la oportunidad para volver a hacer campaña contra Goring, fue, además de la supuesta crisis que se cernía en la coalición enemiga, la política exterior, entre otras cosas. Goebbels se enteró con satisfacción de que Hitler ya sólo estaba de acuerdo «en parte» con

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Ribbentrop y de que había acariciado a menudo la idea de destituirlo de su cargo, pero no encontraba por ninguna parte a un sucesor. «Cuando el Führer menciona a Rosenberg como posible sucesor a tener en cuenta, me quedo francamente horrorizado. Rosenberg en lugar de Ribbentrop, eso significaría salir del lodo y caer en el arroyo (...). No es más que un teórico y no tiene el menor talento para la política prác tica». En vista de esa confidencia, Goebbels comprendió rápidamente que el Führer no estaba en ese momento en condiciones de tomar una decisión contra Ribbentrop. Había que intentar «dejar correr las cosas».286 Hacia las 22 horas llegaron las primeras noticias, «que hemos conocido por las radiocomunicaciones enemigas y según las cuales la invasión comenzará esta noche», pero Goebbels, que desde hacía algunos días bromeaba sobre la «invasionitis», no las tomó en serio. 287 Después, el ministro de Propaganda, quien en vista de la supuesta fase decisiva de la guerra se sentía cada vez más atraído a la cercanía de su Führer, estuvo sentado largo rato con él al fuego de la chimenea en el Berghof, mientras fuera había una «terrible tormenta» sobre el Obersalzberg. No se despidió hasta las dos de la madrugada, para luego hacer una visita a Bormann, antes de que alrededor de las cuatro le bajaran a su hotel de Berchtesgaden, donde su ayudante Semler le enseñó «docu mentos auténticos» de los que se desprendía «que la invasión empezará en las primeras horas de la mañana, y por el oeste. En ese caso habría despuntado el día decisivo de esta guerra». 288 Siguieron horas de agitada actividad, durante las cuales se precipitaron las noticias desde la costa del Canal de la Mancha. Sin embargo, no estaba claro si el desembarco era una maniobra de distracción y era inminente el verdadero ataque en otro lugar. Goebbels encontró tran quilizador que su Führer no mostrara «el menor signo de debilidad». Aunque en el transcurso de ese 6 de junio la situación siguió siendo confusa, la preocupación de Goebbels parecía haberse esfumado cuando por la tarde su tren especial salió desde la estación de Berchtesgaden en dirección a la capital del Reich, pues en la despedida Hitler, «muy emocionado», había expresado de nuevo «su incontestable certe-

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za de que conseguiremos expulsar al enemigo del suelo europeo en relativamente poco tiempo».289 Esta confianza poco realista de Goebbels se vio reforzada por las «armas prodigiosas», que por fin estaban listas para funcionar. Su conclusión, continuamente aplazada, había puesto en peligro para entonces no sólo su propaganda, que desde hacía más de un año se llevaba a cabo de forma subliminal, sino también su propia credibilidad, según temía Goebbels. En un informe del Servicio de Seguridad de abril de 1944 se decía que la población ya no hablaba tanto del modo y manera de las represalias, sino de si realmente tendrían lugar.290 A principios de junio debía llegar por fin el momento. Para el día 9, Goebbels había invitado a su casa a un pequeño grupo, expresamente para comunicarle el primer lanzamiento de un arma alemana de larga distancia. Al igual que durante el mitin de Nuremberg, él, que se había dejado engañar por los anuncios de Speer y que sobrevaloraba con mucho la eficacia de las armas de largo alcance, subrayó su «carácter decisivo para la guerra». Pero el aplauso llegó demasiado pronto, pues se produjeron retrasos una vez mas. En la noche del 12 al 13 de junio de 1944 tuvo lugar la primera misión del «arma prodigiosa», que sin embargo hubo que interrumpir de nuevo para continuarla a partir del 15. Se afirma que Goebbels dijo aliviado a su jefe de prensa personal: «Creo que yo soy quizás la persona que más satisfacción experimenta de todo el pueblo alemán de que por fin las represalias se hayan hecho realidad, pues yo se las he prometido al pueblo alemán.Y me habrían hecho a mí responsable si no hubieran tenido lugar.Ya conoce usted los cientos de cartas que por lo general no contenían más que una pregunta: ¿Dónde están las represalias?». 292 Ahora estaban ahí y daban alas a las fantasías de victoria de Goebbels: «Nuestras acciones han subido no sólo en el propio pueblo, sino también en la opinión pública mundial».293 De todos modos, Goebbels no quería abusar de las esperanzas en su propaganda, pues eso podía producir el efecto contrario al buscado. La moderación —por ejemplo se debía evitar el concepto «represalia»— era especialmente recomendable, entre otras cosas porque la veracidad

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de la propaganda acerca de las «armas prodigiosas» sólo se podía medir con la realidad. Así pues, Goebbels consideró un evidente desacierto el editorial del conocido periodista Otto Kriegk en el Berliner Nachtausgabe [Edición de noche berlinesa], que había redactado sobre la base de una consigna de Dietrich formulada de manera imprecisa y que comenza ba con la frase: «Ha llegado el día que esperaban con impaciencia 80 millones de alemanes».294 Goebbels le manifestó a su ayudanteVon Oven que la moral del pueblo era un «instrumento enormemente complica do»; había que conocer ese «instrumento» a la perfección para poder tocarlo. Un «chapucero» como Dietrich nunca lo entendería. 295 A pesar de esos contratiempos, la entrada en acción de las nuevas armas volvió a provocar una mejoría a corto plazo de la disposición anímica en la población alemana. «El pueblo alemán se encuentra casi en un estado de entusiasmo febril... En algunas partes se hacen apues tas sobre si la guerra terminará en tres, cuatro u ocho días». 296 En estos días, mientras la batalla de Normandía hacía estragos, los informes del Servicio de Seguridad hablaban de un repunte de la confianza en el Führer, de la esperanza de que las cosas fueran a mejor. Las noticias sobre las armas contra las que no había nada que hacer infundieron nueva seguridad incluso a los soldados de los frentes, fortaleciendo así la moral bélica.297 La propaganda goebbeliana intentaba fomentarla avivando de continuo los sentimientos de odio y venganza. «En todos los meses del terrorismo con bombas anglo-americano —así decía el comentarista jefe y responsable del programa de emisiones, 298 Hans Fritzsche, cuando el 17 de junio habló al micrófono de radio siguiendo el tenor de su jefe —, Europa ha acumulado odio, un odio mayor que cualquier otro que haya habido en los tiempos de las tan enconadas guerras internas de Europa. En esos meses, los pueblos de Europa vivían de ese odio y vivían del deseo de parar ese terrorismo, sí, de devolver ese terroris mo».299 Aunque a principios de julio la propaganda volvió a resaltar en grande el tema «venganza», aunque se anunciaban más «armas V» (de Vergeltung, represalia) —como se llamaron oficialmente las armas de larga.

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distancia a partir del 17 de junio a propuesta de Schwarz van Berk— con un efecto aún más devastador, los informes del Servicio de Seguridad hablaban de una «bajada» de la moral, pues los proyectiles de largo alcance no parecían cambiar nada en la dramática evolución de la situación militar. En Francia, los aliados habían tomado en pocos días una firme cabeza de puente, por la que podía pasar el avituallamiento casi sin estorbo, y en Italia seguían avanzando hacia el norte, después de que la Wehrmacht hubiera abandonado Roma el 4 de junio. Pese al continuo agravamiento de la situación militar, desde el cuartel general del Führer seguían saliendo valoraciones favorables. A pesar de todo el oportunismo que reinaba allí, a pesar de la diligente sumisión de los generales, Goebbels no quería reconocer que era principalmente el propio Hitler quien intentaba esconder su fracaso de esa forma. 300 Ahora volvió a reunir a algunos de sus ministros en torno a sí. Una vez más, Funk, Speer, Ley y Fritz Sauckel daban vueltas a las cosas en las denominadas rondas de los miércoles, de las que también formaban parte los secretarios de Estado Herbert Backe del Ministerio de Alimentación y Agricultura, Stuckart del Ministerio de Interior y Naumann del Ministerio de Propaganda. Discutían de nuevo la totalización de los recursos bélicos, que en su opinión no se había realizado hasta entonces en proporciones suficientes. Todos los que allí se reunían se aferraban a la iniciativa del ministro de Propaganda con sus ideas radicales, pues era a él a quien más capaz creían de provocar el cambio deseado. A mediados de junio, Goebbels convenció a Schmundt de que, en vista de la situación sumamente crítica, había que tomar «medidas extraordinarias».301 El oficial adjunto de laWehrmacht fue quien informó luego a Hitler detalladamente sobre su conversación con Goebbels. Hitler escuchó en silencio durante una hora, para a continuación citar «lo más pronto posible» a su ministro de Propaganda en el Obersalzberg. 302 De esta entrevista, que tuvo que ser aplazada algunos días por el viaje de Hitler al frente occidental para reunirse con los mariscales de campo Rundstedt y Rommel, Goebbels esperaba una aprobación definitiva de su Führer a la totalización de la guerra ante la gravedad de la situación.303

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El 21 de junio de 1944 ambos hombres se sentaron uno enfrente de otro en la gran sala del Berghof para esta deliberación, la «más seria» y la «más importante» de todo el tiempo de guerra, según escribió Goebbels en su diario.304 Éste le presentó «todas las objeciones contra un optimismo sin ningún fundamento, por no decir ilusionismo» y lamentó que la guerra total hasta entonces planteada sólo «representa un concepto huero», pero que en realidad no se llevaría a la práctica. Después de que Goebbels expresara sus ideas, Hitler lanzó sobre su interlocutor uno de sus típicos sermones, cuya esencia registró Goebbels en su diario de la siguiente manera: «Todo eso en conjunto conduce al Führer a la opinión de que en este instante todavía no es hora de dirigirse al pueblo alemán con un gran llamamiento a la guerra total en el verdadero sentido de la palabra. De momento quiere arreglarse con los métodos empleados hasta ahora. Abogo apasionadamente por lo contrario y manifiesto que quizás sería demasiado tarde cuando recurriéramos a esos medios (...). El Führer no considera que la crisis sea todavía tan fuerte y contundente como para llevarle a apelar a los últimos recursos».305 Después de una conversación de varias horas, el ministro de Propaganda tuvo que reconocer que había vuelto a fracasar con su intento. Puesto que en esta ocasión los argumentos de Hitler no pudieron convencerle del todo —lo que ocurrió muy pocas veces—, no le quedó más remedio que, tras otros conatos frustrados durante esta conversación, tranquilizarse con la idea de que su Führer siempre había elegido hasta ahora instintivamente el momento adecuado.306 La subsiguiente evolución de los escenarios bélicos iba a dar la razón a Goebbels. El 22 de junio de 1944 —justo tres años después del ataque alemán a la Unión Soviética— comenzó la ofensiva estival soviética esperada por Hitler, que en el plazo de pocas semanas llevaría a la derrota del Grupo de Ejércitos Central.Tras un diálogo con su antiguo secretario de Estado, Hanke, a principios de julio en Breslavia, con el que acababa de dar por terminada definitivamente la vieja disputa a causa de Magda,307 Goebbels anotó: «La situación en el este me depara cada vez más preocupaciones. Pero finalmente debe ser posible detener el frente en algún punto. Como la cosa siga así, los soviéticos muy

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pronto estarán delante de nuestra frontera en la Prusia Oriental. No hago más que preguntarme desesperadamente qué hace el Führer para impedirlo».308 Ya que el ministro de Propaganda no tenía para ello ninguna respuesta y le llegaban desde el frente oriental noticias e «imágenes de verdadera desgracia y horror» —como, entre otras, que la retaguardia ya había emprendido la huida—, decidió dirigirse otra vez a Hitler. Goebbels recibió el apoyo de los miembros de su ronda de los miércoles, especialmente de Speer, que miraba con preocupación el bombardeo sistemático de las plantas de hidrogenación, como consecuencia del cual la producción de combustible se redujo a un cuarto del nivel de abril de 1944, amenazando con paralizar completamente la maquinaria de guerra nacionalsocialista. El 10 de julio, en una larga conversación con Goebbels, Speer, que se jactaba de los éxitos armamentísticos que cabía esperar sin ese problema, sostuvo la opinión de que Hitler estaba más abierto a la aplicación de la guerra total en vista de la reciente evolución. Goebbels, que en un editorial en el Reich acababa de dar una respuesta negativa a la pregunta de si Alemania llevaba a cabo una guerra total,309 se decidió por ese motivo a redactar una memoria destinada al Führer, y también Speer tenía intención de elaborar un documento para Hitler en el que le propondría encomendar al ministro de Propaganda «los problemas de la aplicación de la guerra total en lugar de a la inepta comisión tripartita».310 Goebbels, quien acariciaba la idea de «ausentarse» en el caso de que Hitler no le otorgara plenos poderes —no tenía ganas de «quedar en ridículo una segunda vez» y permitir que los «débiles burgueses machacaran y pusieran a caldo» sus propuestas,311 escribió—, partía en la memoria312 de una ruptura inminente de la coalición bélica anglo-america-na. Pero a veces le inquietaba «la angustiosa pregunta» de si para entonces el Reich aún tendría suficientes «garantías» en mano, escribió, pidiendo que se movilizaran todas las fuerzas imaginables. Esto era posible porque «en el interior» aún se disponía de «enormes reservas humanas y de poder económico» y la población exigía una totalización de la lucha.

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En particular, Goebbels propuso a su Führer limpiar la Wehrmacht, la «gran consumidora de hombres», para emplear a sus efectivos de manera más eficaz; la administración pública se debía reducir a las medidas administrativas más necesarias, para de este modo liberar a personas para el armamento y la Wehrmacht. Además, la vida civil debía convertirse en un «verdadero estado de guerra». Ahí había que localizar «un sinfín de cosas accesorias y absurdas» que producían un efecto «casi tétrico». «Mientras que la provincia de la Prusia Oriental se arma para defender con todas sus fuerzas su suelo patrio, aquí en Berlín se reciben diariamente desde todas las partes del Reich un sinnúmero de invitaciones para recepciones, ceremonias, festivales y demás, que hoy en día perjudican mucho más de lo que benefician respecto a la consideración del pueblo. Aquí hay que introducir modificaciones, si no por razones materiales, al menos sí por razones psicológicas». Muchos esfuerzos para la totalización de la guerra, siguió escribiendo, habían fracasado por la engreída burocracia —Goebbels mencionó en este sentido el Ministerio del Este de Rosenberg y el Ministerio de Exteriores de Ribbentrop—, así como por las luchas de competencias entre los distintos aparatos. Él había asistido a la «tragedia de la denominada comisión tripartita» y advertía insistentemente contra una nueva edición. Todas las grandes decisiones se habían desmenuzado y de sintegrado hablando, hasta que al final sólo había quedado un sucedáneo. Eso era muy lógico. «En los grandes momentos del partido o del Esta do, usted, Führer mío, siempre ha reunido en torno a sí a hombres, y no comisiones», hombres «que concillan la imaginación, la pasión política, la profunda confianza en usted y en su obra con una disposición a asumir responsabilidades, sí, con una verdadera sed de responsabilidades». En tres o cuatro meses, sacarían juntos de debajo de la tierra «cincuenta nuevas divisiones», podrían seguir intensificando el proceso armamentístico, en definitiva, proporcionar a Hitler con la «dictadura béli ca interna» el «instrumento de lucha» para la victoria. Era posible que se pasara de la raya con sus pronósticos, seguía diciendo para luego vol ver a apostar por el poder de la fe y de la voluntad: «Pero ¿alguna vez

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hemos alcanzado algo en la historia de nuestro partido sin no pasarnos de la raya con nuestros planes?». Con la declaración de que «usted sabe que mi vida le pertenece», y de que su familia «jamás podría ni debería vivir en una época que no sea la nuestra», concluyó Goebbels su exposición de ideas, fechada en el 18 de julio de 1944, con la que esperaba conseguir los plenos poderes anhelados desde hacía tiempo,

Capítulo 14 LA VENGANZA NUESTRA VIRTUD, EL ODIO NUESTRO DEBER

(1944-1945)

E

n el mediodía del 20 de julio de 1944 Goebbels deliberaba en su despacho con el ministro de Economía Funk y con el de Armamento Speer «sobre oportunidades perdidas o todavía existentes para la movilización de la patria», cuando fue llamado urgentemente al teléfono por megafonía.Al otro lado de la línea estaba el jefe de prensa del Reich, Dietrich, quien le comunicó desde la Guarida del Lobo, con agitación y premura, que se acababa de cometer un atentado contra Hitler en el barracón de los invitados que servía como sala de juntas. A Goebbels le pareció «como si comenzara a tambalearse el suelo». 1 Después de que se le informara de que el Führer estaba a salvo, preguntó si se sabía algo más en concreto. Dietrich respondió que Hitler consideraba a uno de los trabajadores «orientales» de la Organización Todt como el autor.2 Después de la conferencia telefónica, Goebbels enfrentó inmediatamente al ministro de Armamento a preguntas llenas de reproches, pues, como jefe de la Organización Todt, Speer era el responsable de todos los trabajadores que se ocupaban de construir las instalaciones del bunker en el cuartel general del Führer. Como Speer no pudo dar al enfadado Goebbels más información sobre a qué medidas de control eran sometidos los trabajadores en el proceso de selección, éste espetó que en esas circunstancias le debía de haber resultado fácil al autor del atentado entrar en esa zona, la más segura y más protegida del mundo.3

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Al parecer, Goebbels creyó realmente que un trabajador oriental era el autor hasta que el consejero gubernamental Heinersdorf le pidió que permitiera pasar a hablar con él al antiguo colaborador del Ministerio de Propaganda y oficial del regimiento de guardia de la Gran Alemania, Hans Hagen.Tras breves formalidades de identificación, Goebbels lo recibió alrededor de las cinco y media con las palabras: «A ver qué me trae, doctor Hagen». Éste le indicó que el batallón de guardia del comandante Ernst Otto Remer había recibido la orden de rodear el barrio del gobierno porque Hider había sufrido una desgracia y el poder gubernamental había pasado a manos de la Wehrmacht. Sin embargo, creía que se trataba de una traición. Hagen apenas había dicho esto cuando Goebbels dio un salto y gritó que eso era imposible. El antiguo colaborador de Goebbels, quien acto seguido pidió al ministro que mirara por la ventana, delante de la cual pasaba en ese preciso instante una compañía del batallón transportada en camiones, infirió después que Goebbels «probablemente estaba al corriente del atentado, pero aún no tenía ni idea del golpe de Estado que se había puesto en marcha en Berlín».4 A las 17 horas, conforme al plan Valkiria de los conspiradores, Remer, el jefe de los soldados que pasaban por debajo, había recibido de su comandante general Paul von Hase, quien era comandante de la Wehrmacht de Berlín, la orden de tomar amplias medidas de seguridad en el barrio gubernamental.5 Según él, como afirmó en su informe atribuyéndose méritos, inmediatamente después de la llamada de Hase dijo a Hagen «que todo era tan extraño que ahora debíamos mantener la cabeza fría bajo cualquier circunstancia y no dejarnos manipular en ningún caso».6 Pero, en realidad, es probable que esto hiciera desconfiar a Hagen, quien estaba unido a Remer por una amistad personal basada «en una misma orientación ideológica».7 De todos modos, al final de la conversación, el comandante del batallón de guardia de la Gran Alemania hizo salir al subteniente Hagen hacia el Ministerio de Propaganda para sondear allí la situación. Cuando Goebbels terminó de escuchar las explicaciones de Hagen, tenía por seguro que la «aristocrática camarilla de generales», tan odia-

La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber

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da por él, estaba intentando usurpar el poder. Los siguientes pasos que dio Goebbels fueron fríamente calculados. Ordenó a Hagen que fuera a buscar al comandante del batallón de guardia, puso en estado de alerta a la Leibstandarte Adolf Hitler, que estaba apostada en BerlínLichterfelde, y habló por teléfono con Hitler, quien le encargó que emitiera de inmediato un mensaje en la radio alemana diciendo que había habido un atentado frustrado contra el Führer. Goebbels dudaba porque no conocía las proporciones de la conspiración. Al parecer, prefería esperar a tener más información, que confiaba que le aportara Remer. Mientras tanto, llamó a Speer a su ministerio sin perder tiempo y le informó sobre la situación.8 Después de que Speer le diera a Goebbels «consejos bienintencionados para sofocar la revuelta de los generales», 9 se retiró al despacho de Von Oven. Desde una ventana observó a los soldados, que se movían hacia la Puerta de Brandeburgo en pequeños grupos dispuestos para el combate. Allí colocaban sus ametralladoras en los soportes e impedían la circulación, mientras que dos de ellos se dirigieron fuertemente armados a la puerta de entrada del Ministerio de Propaganda, junto al muro del parque, y montaron guardia. Speer informó a Goebbels de ello; éste fue acto seguido a una estancia privada contigua, «cogió unas pastillas de una cajita y se las guardó en el bolsillo de la chaqueta: "Esto, por si acaso", dijo».10 Goebbels no excluía el peor de los casos porque no se podía localizar a Himmler, el comandante supremo de las SS, siempre bien informado de todo, «el único que disponía de unidades indiscutiblemente leales para reprimir el golpe». Goebbels «se inquietó aún más al intentar en vano encontrar una razón convincente para ello».11 A Speer le habló varias veces sobre su desconfianza hacia Himmler. Sólo por el hecho de que el teléfono aún funcionaba y de que la radio no había emitido hasta ese momento ninguna proclama de los conjurados, Goebbels concluyó que las cosas tampoco marchaban sin contratiempos en la parte contraria.12 Después de que Hitler le llamara de nuevo y exigiera el informe radiado, ya que temía que los golpistas se apoderaran de una emisora, Goebbels dio las instrucciones correspondientes.13 A

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las 18.45 la Emisora de Alemania sacó el comunicado especial «Atentado fallido».14 Alrededor de las 18.30 Remer ya había terminado el cierre del barrio gubernamental.15 Tras inspeccionar las medidas, se dirigió hacia la comandancia para comunicar la ejecución de la orden a su superior, el teniente generalVon Hase. En la antesala de su despacho le llegó a Remer el aviso de Hagen, quien ya había vuelto del Ministerio de Propaganda, de que se trataba de un golpe militar y de que tenía que presentarse inmediatamente ante Goebbels.16 Aunque Von Hase le prohibió a Remer que lo hiciera, éste se decidió «al instante y solo» a encaminarse hacia el ministro de Propaganda.17 En ese momento, el intento de derrocar a Hitler y de poner fin a la dictadura nacionalsocialista había poco menos que fracasado. Antes de que Remer llegara al Ministerio de Propaganda, el ner vioso señor de la casa estaba convencido de poder ponerlo de su par te. Hitler, según declaró Speer, estaba al tanto de esta inminente con versación, esperaba el resultado en el cuartel general y estaba dispuesto a hablar personalmente en cualquier momento con el comandante, 18 que entró en el despacho de Goebbels alrededor de las 18.40 con un enérgico «Heil Hitler».19 Lo que allí sucedió consta en el informe elaborado poco después por Remer: «El ministro me preguntó si era un nacionalsocialista convencido. Le dije que sin duda alguna y que defendía al cien por cien la causa del Führer». 20 Hasta ese momento, Remer supuso que Hitler había sido asesinado 21 y aludió a que debía cumplir las órdenes de su comandante, el teniente generalVon Hase. 22 En ese instante Goebbels le opuso a Remer «el argumento decisivo, que lo invalidaba todo: "¡El Führer está vivoF'.Y cuando observó que Remer se quedó primero perplejo y luego visiblemente dubitativo, añadió de inmediato:"¡Está vivo!"». 23 Goebbels «aseguró» ahora que actuaba por orden de Hitler, con el que había hablado por teléfono sólo hacía algu nos minutos. Era la «mayor vileza de la historia que una pequeñísima camarilla de ambiciosos generales» hubiera escenificado un golpe de Estado. 24 A continuación, Remer prometió que, «como honrado oficial nacionalsocialista», estaba dispuesto bajo cualquier circunstancia a cumplir con su deber, fiel al juramento prestado al Führer. 25

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Speer recordaba que la perspectiva de que Hitler aún vivía tuvo un efecto de «alivio sobre el desconcertado y acorralado receptor de la orden de cerco». Remer los miró «feliz, pero todavía incrédulo». Entonces Goebbels llamó la atención de Remer «sobre el momento histórico, sobre la inmensa responsabilidad ante la historia que pesaba sobre sus jóvenes hombros: pocas veces el destino le concedía a una persona una oportunidad de esa índole; de él dependía si la aprovechaba o la rechazaba». Estas o similares debieron de ser las palabras de Goebbels. Elegidas con gran habilidad psicológica, no dejaron de surtir efecto. «Quien veía a Remer ahora, quien observaba qué cambio se había operado en él con estas palabras, ése sabía que Goebbels ya había ganado». Sólo entonces Goebbels, muy superior intelectualmente, usó su mayor triunfo: anunció al comandante que le iba a poner en línea telefónica con Hitler. «"¿El Führer puede darle órdenes que anulen las de su general?", concluyó con un tono ligeramente irónico».26 A continuación, sin perder más tiempo, Goebbels hizo establecer la comunicación con Rastenburg. La línea especial de la central telefónica de su ministerio no había sido cortada por los conspiradores —probablemente su mayor error—. En pocos segundos Hitler estuvo al aparato; tras hacer algunas observaciones sobre la situación, Goebbels pasó el auricular al comandante, que enseguida se puso firmes. 27 Éste informó después al respecto: «El Führer dijo que estaba ileso y me preguntó si le reconocía por la voz. Respondí afirmativamente».28 Hitler aludió «al infame atentado criminal». Remer estaba subordinado directamente a él, Hitler, hasta que llegara Himmler, el comandante supremo de las SS, al que había nombrado jefe del ejército de la patria. De momento tenía que cumplir todas las órdenes dadas por Goebbels. 29 Después de que Hitler informara al ministro de Propaganda sobre la conversación, después de que Remer pusiera al corriente al ministro sobre las intenciones de los adversarios, en la medida en que tenía conocimiento de ellas, Goebbels ordenó «que todos los hombres del batallón de guardia que estuvieran al alcance se reunieran inmediatamente en el jardín de su ministerio».30 Poco después concurrieron allí unos 150 soldados, en su mayoría hombres mayores. Remer pidió a Goéb-

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bels que les hablara. Antes de dirigirse a los soldados, el ministro de Propaganda le dijo a Speer, seguro del triunfo: «Si los convenzo también a ellos, entonces podemos cantar victoria. Esté atento a cómo me los gano».31 Entretanto había atardecido. A través de una puerta abierta se iluminó la escena en el jardín de la casa ministerial, escena que Speer contempló. Goebbels, que había hecho anunciar a través de la emisora alemana que Hitler pronto hablaría al pueblo alemán, estaba ahora en medio de los soldados del batallón de guardia y les explicaba la situación.32 Desde las primeras palabras, éstos escucharon con la mayor atención el largo discurso de Goebbels, «en el fondo insustancial», pero dirigido muy personalmente a ellos. 33 Consciente de tener los acontecimientos bajo control, se mostró «extraordinariamente seguro de sí mismo, como el auténtico vencedor del día». 34 «Expuso a grandes rasgos la situación, condenó abiertamente el criminal atentado contra la vida del Führer y aludió a la misión histórica que en ese momento tenía el batallón de guardia de la Gran Alemania».35 Para terminar lanzó un Sieg por Hitler, y acto seguido resonó el HeiP6 de los soldados por el barrio gubernamental.37 Remer, muy motivado, tenía ahora la intención de dirigirse a la central de la resistencia, el cuartel general del ejército de reserva en el Bendlerblock, «para arreglar allí las cosas».38 Pero Goebbels le disuadió, pues no se sabía cuántos eran los conjurados. Según su jefe de prensa Wilfred von Oven, sobre todo no quería arriesgarse a perder al hombre que en ese momento era «simplemente insustituible». 39 Ernst Kaltenbrunner, el jefe de la oficina central de seguridad del Reich, que entretanto se había presentado en el edificio ministerial, se adhirió a la opinión de Goebbels. Había que disponer de fuerzas lo bastante numerosas antes de acometer un «intento de desalojar la guarida de los conjurados».40 En el Bendlerblock se habían puesto del lado de Hitler la mayoría de los oficiales, que, como el comandante del ejército de reserva, el capitán general Fritz Fromm, habían sabido del intento de golpe de Estado, pero querían esperar a ver cómo terminaba la cosa. Hacía tiempo

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que tenían claro que el golpe había fracasado. Mientras tanto, Fromm, para salvar su propia cabeza, había hecho arrestar a los principales conspiradores y a los testigos de su complicidad y, después del suicidio del capitán general Ludwig Beck, había hecho fusilar al conde Claus Schenk von Stauffenberg, Friedrich Olbricht,Albrecht Ritter Mertz von Quirnheim y Werner von Haeften en el patio del grupo de edificios. Pero esto no iba a salvar a Fromm. Después de que las unidades de las SS ocuparan el Bendlerblock, él también fue detenido, llevado por Skorzeny al palacio ministerial de Goebbels y allí retenido de momento junto con otros oficiales,41 entre ellos el generalVon Hase, el capitán general Erich Hoepner y el generalVon Kortzfleisch.42 Por todos ellos sentía el ministro de Propaganda un profundo desprecio, no sólo porque habían atentado contra la vida de su querido Führer, sino porque los consideraba unos miserables diletantes. Hitler había encomendado a Himmler la detención de Stauffenberg y le había nombrado comandante del ejército de reserva. Hasta la tarde no llegó a la Hermann-Góring-Strasse y explicó su ausencia como medida táctica. Goebbels le hizo la siguiente observación: «¡Si no hubieran sido tan torpes! Han tenido una gran oportunidad. ¡Qué ventaja! ¡Qué puerilidad! Cuando pienso cómo lo habría hecho yo... ¿Por qué no han ocupado la casa de la radio y difundido las más disparatadas mentiras? Aquí me ponen centinelas a la puerta, pero con toda tranquilidad me dejan hablar por teléfono con el Führer, movilizar todos los recursos. Ni siquiera me han cortado el teléfono. Han tenido tantos ases en la manga... ¡Qué novatos!».43 Goebbels sólo exceptuaba al hombre que había puesto la bomba en la cabana de Hitler, la Lagebaracke. «Sin embargo, Stauffenberg era un tipo listo. Él casi es digno de lástima. ¡Qué sangre fría, qué inteligencia, qué férrea voluntad! Inexplicable, que se rodeara de esa guardia de imbéciles».44 Horas después de que Hitler hablara por la radio del Reich a la una de la noche y anunciara que iba a ajustar las cuentas «como acostumbramos nosotros los nacionalsocialistas», aún reinaba en la HermannGóring-Strasse una intensa agitación. Hasta las cinco de la madrugada no empezó a volver la calma poco a poco, de manera que Goebbels,

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sumamente orgulloso —¿cómo habría crecido su prestigio ante Hitler?—, pudo hacer un primer balance. Ante sus personas de confianza, Naumann, Schwágermann y Von Oven, opinó que nadie se habría atrevi do a esperar que todo tuviera un final tan rápido y bueno. Ciertamen te, él era un «hombre sensato, de ideas claras, del que está lejos toda exaltación». Pero en este caso sólo podía decir: «Es una evidente ayuda del reino de Dios. Aquí hasta el más insensible realista tiene que sentir el soplo de un destino sobrenatural». 45 El 22 de julio fueron convocados los principales hombres del Reich a Rastenburg, donde felicitaron a Hitler por haber superado el atenta do. Goebbels, quien del hecho de que StaufFenberg tuviera «una mujer inglesa» concluyó «dónde había que buscar a los verdaderos autores intelectuales del atentado», 46 viajó con la esperanza de recibir por fin de Hitler los plenos poderes para la realización de la guerra total, dada su prudente y decidida actuación. Ya la deliberación de dirigentes en el cuartel de campaña de Lammers, en el que estaban presentes Bormann, Keitel, Speer, Funk y Sauckel entre otros, infundió optimismo al ministro de Propaganda.47 Al parecer, siguiendo las instrucciones de Hitler, Lammers propuso ahora a regañadientes, en vista de la situación «tan crítica», disolver la comisión tripartita, formada por él mismo, Bormann y Keitel. La reforma de la Wehrmacht se debía confiar «con plenos poderes» a Himmler, y la reforma del Estado y de la vida pública, «igualmente con plenos poderes», a Goebbels, a quien asombró la propuesta de Lammers, pero que de inmediato creyó descubrir la razón en que los «señores» ahora tenían miedo de que «sus insuficientes medidas (...) conduzcan progresivamente a una gran crisis bélica y estatal». 48 Goebbels se declaró dispuesto a asumir las funciones «aunque en modo alguno se peleaba por ellas», pues las dificultades de la patria exigían «grandes medidas» y a Hitler «había que eximirle de todas las nimiedades para que sólo tenga que consagrarse a su gran misión histórica». Para poner coto de antemano a las resistencias desde dentro del partido —sobre todo las de Bormann—, Goebbels manifestó en el trans curso de su exposición de ideas, ya formuladas en la memoria del 18 de julio, que las medidas que proyectaba respetarían al NSDAP. No era

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«un depósito del que se puedan sacar fuerzas, porque apenas tiene suficiente con las suyas propias».49 Después de él tomó la palabra Keitel y —según el «extrañadísimo» Goebbels— admitió su exposición «de manera más que indiscutible». Más moderado que Keitel, quien encontró «grandes palabras de elogio» para él,50 se mostró Bormann. El «secretario» aludió a la oposición de las distintas secciones. También hubo resistencia de parte del secretario de Estado Stuckart, quien pensaba que «del sector del ferrocarril y de comunicaciones del Reich ya no se podían desviar fuerzas para la Wehrmacht y el armamento» y «asimismo esto apenas era posible en la administración, puesto que ya casi sólo se desempeñaban los trabajos estrictamente necesarios». Goebbels rechazó esas objeciones indicando que la deliberación actual no se podía perder en detalles. Después de que Speer, Sauckel y Funk expusieran sus opiniones y el debate degenerara en un parloteo general, Goebbels volvió a tomar la palabra y exhortó a los asistentes a comprometerse con su «gran línea» para la inminente negociación con Hitler. Puesto que nadie se opuso, pidió finalmente al ministro del Reich Lammers que se encargara de plantear el asunto a Hitler, ya que «no está bien proponerse a sí mismo». 51 «Si conseguimos del Führer lo que se ha decidido en la reunión con Lammers, entonces queda inaugurada prácticamente una dictadura bélica interna. Me siento lo bastante fuerte como para desempeñarla y aprovechar los plenos poderes de manera que se produzca el mayor efecto bélico posible». «Con mano férrea» —así se lo propuso Goebbels— iba a «limpiar» el aparato del Estado.52 En el almuerzo que siguió en el mismo círculo, el hombre de Rheydt fue el centro de atención y se sintió en su elemento, pues desde siempre las crisis le habían hecho encontrarse en un gran estado de forma. Ahora pudo referir cómo el 20 de julio reprimió el «golpe criminal» de la «camarilla de traidores» con la colaboración de Remer:53 «Si el batallón de guardia no hubiera tenido un comandante tan brillante, yo habría estado perdido al menos durante un tiempo». 54 El hecho de que todos le trataran con la «mayor amabilidad» despertó en él la esperanza de que «el mando» le resultara «extraordinariamente fácil» en la sitúa-

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ción actual. «Esto tiene mucho que ver con que no hay nadie que no tenga miedo a una gran crisis bélica o incluso a una catástrofe». 55 pensaba Goebbels, exceptuándose de tal temor a sí mismo, pero también a «su querido Führer». Cuando la tarde de aquel 22 de julio de 1944 volvi ó a ver a Hitler, Goebbels tuvo «la sensación de estar ante un hombre que trabaja bajo la mano de Dios». Esta «sensación» se intensificó cuando Hitler expre só su opinión «con gran entusiasmo» sobre sus medidas para reprimir la conspiración. «Encuentra mi proceder muy acertado, sobre todo que haya evitado escrupulosamente la utilización de las SS armadas contra los generales del ejército». Cuando Hitler, después de una violenta sarta de improperios contra los conspiradores, se mostró además muy abierto hacia la guerra total, Goebbels estaba cada vez más hechizado; volvía su vieja confianza de los años de lucha. El hecho de que el Füh rer hubiera envejecido mucho y de que causara una «impresión real mente débil» le preocupó, pero tuvo para Hitler, cuya naturaleza esta ba «marcada por una inmensa bondad», palabras de la mayor veneración. «Nunca» le había «visto con tanta calidez interior como ese día. Francamente hay que quererle. Es el mayor genio histórico de nuestro tiempo».56 Avanzada la tarde, en otra conversación, el ministro de Propaganda recibió de Hitler el encargo de «poner en marcha en todo el territorio del Reich una gran oleada de asambleas cuya tendencia sea acabar definitivamente con la traidora camarilla de generales». 57 Su desarrollo fue fijado en todos los detalles por Goebbels. Los oradores debían destacar que el atentado tenía su origen en la iniciativa de una «camarilla de trai dores muy pequeña y de una ranciedad reaccionaria», que esta «gentu za» había hecho todo lo posible por «impedir la victoria definitiva (...) del nacionalsocialismo» y, sobre todo, que el «ejército» como tal, «de valía siempre demostrada», había salido sin tacha del intento de golpe de Estado.58 Subrayar esto parecía aún más importante cuanto que Ley, en un discurso transmitido por la radio, había desacreditado a los aris tócratas de la dirección del ejército al fustigar a los autores del atenta do entre otras cosas como «sucios perros de sangre azul». 59

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El punto culminante de la campaña propagandística que empezaba lo constituiría el discurso de Goebbels del 26 de julio, retransmitido por todas las emisoras, que Hitler había autorizado a petición suya. 60 Allí proclamaba haber visto mentalmente «imágenes apocalípticas» cuando se enteró del crimen de aquella «pequeña facción, ambiciosa y sin escrúpulos, de aventureros y jugadores de azar», que colaboraba con el enemigo.61 «Pero entonces llena mi corazón un agradecimiento casi religioso, piadoso.Ya había experimentado muchas veces —pero nunca de una manera tan manifiesta y clara como ésta— que el Führer ejecuta su obra bajo la protección de la Providencia (...) pero que así también un destino divino, que impera sobre cualquier acción humana, nos señala que esta obra, aunque encuentre tan grandes dificultades, debe ser completada, puede ser completada y será completada».62 Por lo que respectaba al éxito de este discurso, y en general de toda la campaña, los propagandistas se engañaron a sí mismos. En una memoria elaborada en el ministerio de la Wilhelm-Platz,63 que se basaba en las noticias de las oficinas de propaganda del Reich, se describían los mítines organizados por el partido, en los que los «compatriotas» tenían obligación de participar, como «manifestaciones espontáneas de lealtad» y éstas a su vez como un «instintivo plebiscito» a favor de Hitler. En realidad, aunque la mayoría de los alemanes vieron en el atentado una traición a la patria, no se podía hablar de que se hubiera registrado una «mejora de la moral» por la «salvación del Führer». Semejantes informes, destinados a ser presentados al «señor ministro del Reich», en los que también se podía leer que ahora el pueblo alemán estaba dispuesto aún con más decisión a trabajar con todas sus fuerzas para continuar la guerra hasta la victoria, fortalecieron la fe de Goebbels en la Providencia y repercutieron sobre Hitler. Cuando se celebró una reunión el 22 de julio en la llamada casa del té de la Guarida del Lobo, al ministro de Armamento, Speer, le llamó la atención el estado anímico de Hitler, quien al parecer, gracias al atentado frustrado y al optimismo difundido por Goebbels, se entregó una vez más a la idea de que ahora había llegado el gran giro positivo de la guerra. «El momento de la traición», dijo Hitler, había pasado, «nuevos y mejores

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generales asumirían el mando (...).Todos estuvieron de acuerdo», 64 unos por puro oportunismo, otros por miedo o falta de perspicacia. Sólo uno, que arrojó «cubos de desprecio y escarnio sobre los generales», 65 creía realmente en ello, porque sólo la fe podía hacer realidad lo que racio nalmente parecía imposible: el ministro de Propaganda Goebbels. Como mandatario del Reich para la aplicación de la guerra total, cargo para el que había sido nombrado Goebbels formalmente por medio del decreto del 25 de julio de 1944, 66 ahora estaba facultado para dar órdenes a todo el sector civil y a los jefes de las más altas instancias del Reich. Goebbels no planeaba crear un nuevo departamento, sino que quería llevar a cabo la necesaria «transformación estructural en todo el aparato del Estado» con una plantilla de veinte personas, lo que daba idea indirectamente de las proporciones de las medidas que se iban a tomar. Para ello creó dos comisiones; una comisión de proyectos bajo la dirección de Naumann, cuyo trabajo sería revisado por él, luego presentado a Hitler y a continuación aplicado en las distintas secciones por una segunda comisión ejecutiva, al frente de la cual estaba el jefe del distrito de Weser-Ems, PaulWegener.67 Para facilitar la aplicación de las medidas, Goebbels proyectaba conceder a los comisarios de defensa del Reich 68 —en esta función los jefes de los distritos ejercían el mayor mando en sus sectores— «un amplio derecho para pedir información y dar instrucciones a todos los departamentos del nivel medio y bajo del Reich y a las regiones, a las corporaciones autogestionadas, incluyendo la autogestión de la economía industrial, a los municipios, a las empresas industriales y a las compa ñías que trabajan para la Wehrmacht». 69 Para inspeccionar las posiciones indispensables y la movilización adecuada de todas las fuerzas, se debían crear comisiones de distrito y circunscripción. En último término, todo iba orientado a hacer realidad la utopía nacionalsocialista de un «gobierno sin administración» a través de los plenos poderes asignados y controlados por él. 70 En una circular a las más altas instancias del Reich, jefes de distrito, gobernadores del Reich y cargos administrativos, Goebbels recordó que la medida de su proceder debía ser la idea de que sus acciones se efec-

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tuaban ante los ojos de los soldados del frente y de los trabajadores del armamento. Por ese motivo, el estilo de vida de las personalidades dirigentes debía adaptarse a las exigencias de la situación bélica general; «nuestro empeño debe ser cuidar ahora en toda la vida pública un estilo de guerra que documente no sólo ante el propio pueblo, sino también ante el extranjero, que luchamos por nuestra vida y que estamos firmemente decididos a llevar esta guerra a un victorioso final, cueste lo que cueste»,71 escribió Goebbels, cuya esposa daba ejemplo prestando sus servicios temporalmente en una fábrica berlinesa.72 Durante el congreso de jefes de distrito celebrado el 3 de agosto de 1944 en el castillo de Posen, Goebbels expuso detalladamente a los presentes las medidas para la totalización de la guerra. La alarma general por la «crisis» en el sector central del frente oriental, que era tres veces más grave que la de Stalingrado, la explicó con la conjura del 20 de julio, de la que más tarde dijo que no había sido «sólo el punto más bajo de nuestra crisis bélica», sino al mismo tiempo también «el día fijado para nuestro renacimiento».73 Las órdenes descubiertas en la Bendlerstrasse le daban «una clásica prueba de que, si las cabezas visibles de esta organización se hubieran esforzado en igual medida en dar las órdenes correspondientes para el mantenimiento del frente oriental, y vinculado tantos deseos y esperanzas al mantenimiento del frente oriental como lo habían hecho para la derrota del movimiento nacionalsocialista, sin duda la situación en el este se habría desarrollado de una manera muy distinta (...). Esta pequeña facción no ha querido vencer», gritó Goebbels a los jefes de distrito.74 En su discurso de Posen, Goebbels anunció que se iban a ajustar las cuentas sin indulgencia con los «traidores». Ya al día siguiente, el 4 de agosto de 1944, según las órdenes indicadas por Hitler,75 se reunió por primera vez el tribunal de honor de la Wehrmacht bajo la presidencia del general mariscal de campo Von Rundstedt, el recién nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército, Heinz Guderian, Keitel y otros dos generales, para expulsar del ejército alemán a los resistentes detenidos y así ponerlos bajo la jurisdicción del Tribunal del Pueblo. Cuatro días después, tras un juicio inhumano por parte de su fanático presidente, Freis-

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ler, se dictaron las primeras ocho sentencias de muerte, que se ejecutaron pocas horas después en la prisión de Plótzensee. Estas y las siguientes ejecuciones —los condenados eran colgados de unos ganchos con flejes de acero y así estrangulados poco a poco— fueron grabadas por un equipo cinematográfico bajo la dirección de Hans Hinkel, el administrador cultural del Reich y jefe del departamento de cinematografía del Ministerio de Propaganda. El encargo del documental Traidores ante el Tribunal del Pueblo procedía de Goebbels,

quien lo prometió a todos los jefes de distrito con una serie de llamadas en cadena.76 Convencido de que cada uno de los jefes de distrito haría participar a un mayor círculo de personas en la proyección, «de lo que puede resultar muy fácilmente una desagradable discusión sobre estos procesamientos», el jefe del Reich Bormann manifestó sus «objeciones». Puesto que había que tener en cuenta la intervención de éste, Goebbels, de quien se decía que le tenía «verdadero miedo», 77 escurrió el bulto, comunicando ahora a los jefes de distrito que la película se proyectaría en el próximo congreso común, pues se temía que durante el transporte cayera en las manos equivocadas.78 Se afirma que, cuando le enseñaron a Goebbels las escenas de ejecución, apartó la vista,79 entre otras cosas porque entre los ejecutados se encontraba su antiguo compañero de lucha, el jefe de la policía berlinesa Von Helldorf. «Bajo el efecto de los últimos años de guerra» había entrado «cada vez más en un estado de desesperación y depresión» y se había asociado a los hombres de la resistencia.80 Poco antes de su detención, el antisemita sin escrúpulos le había hecho al consejero gubernamental Gisevius una descripción sincera de la situación: «Todo el mundo desea el final de la guerra. Nadie lucharía a favor de los nazis en las barricadas. El cansancio general es grande. Sin embargo, no se puede hablar de ningún fenómeno de rebelión. El terror por las bombas une a la gente. En las operaciones de rescate no queda tiempo para preguntarse quién está a favor y quién en contra. Ante la falta general de salidas, todos se aferran a la extraordinaria voluntad fanática que se hace patente y que por desgracia personifica Goebbels. Da asco contemplarlo, pero allí donde este artero enano se deja ver, aún hoy las gentes

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se arremolinan y se sienten afortunadas con un autógrafo o un apretón de manos».81 Aquel «artero enano» también sentía desprecio por el amigo de entonces, cargado de deudas y desconcertado por asuntos espinosos, después de que se comprobara que formaba parte de la resistencia. El odio de Goebbels hacia Helldorf era aún mayor porque a principios de año había intercedido ante Hitler para que fuera uno de los primeros «de la inmediata organización del partido» en recibir la Cruz de Caballero al mérito de guerra.82 Así pues, tras la ejecución de Helldorf, se dice que Goebbels comentó con satisfacción que el «traidor» tuvo que ser testigo de cómo otros compañeros de infortunio sufrían para morir en la horca antes de que le tocara el turno a él.83 Para poner en el patíbulo a cualquiera que contraviniera en lo más mínimo a las leyes de la guerra total, Goebbels proyectaba una ley de bases para la ejecución de sus medidas de movilización.84 Nunca se promulgó, pues la «ordenanza contra los parásitos del pueblo» y el «artículo contra la desmoralización del ejército» le ofrecían suficiente capacidad de maniobra a Goebbels, que se inmiscuía en todas partes. Después de que, por ejemplo, la actriz Marianne von Simson acusara ante la Gestapo a un comandante llamado Fritz Goes por haber dicho a finales de julio en relación con el intento de atentado a Hitler «¡qué pena que no haya salido bien!», y después de que el tribunal central del ejército, competente en el caso de este oficial, lo absolviera, Goebbels le expuso el asunto a Hitler.85 Como consecuencia, el comandante supremo de las SS anuló la sentencia del tribunal militar y le sometió al Tribunal del Pueblo de Freisler.86 En su entorno, donde por miedo a él se mantenía una atmósfera artificial de optimismo, Goebbels acusó de «derrotismo» a colaboradores como Semler o Müller.87 La misma suerte corrió Berndt, el jefe del departamento de propaganda, que desde hacía algunos meses también presidía la comisión interministerial para los daños ocasionados por la guerra aérea, así como la inspección del Reich. En opinión de Goebbels, había cometido en público «muy serias indiscreciones sobre los preparativos defensivos en el oeste» y revelado «discrepancias en el

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mando supremo de nuestras tropas occidentales».88 En realidad, Berndt había manifestado que el mariscal de campo Rommel, que se mostraba ante Hitler tan seguro de la victoria y que a mediados de julio en Francia había resultado herido de gravedad por un ataque de aviones rasantes americanos, no tenía tan segura la victoria.89 Goebbels no soportaba ese «derrotismo», motivo por el cual destituyó a Berndt de su cargo de jefe del departamento de propaganda en junio de 1944. Como consecuencia, éste pidió en un principio que se le dispensara de otras tareas para combatir en el frente, sin resultado. Sólo después de una discusión entre ellos y la intervención del teniente general de las SSVon Herff, Goebbels eximió a su colaborador del servicio en el ministerio. Finalmente, a mediados de agosto, Berndt entró a formar parte de las SS armadas, donde quedó al mando de una unidad blindada.90 Entretanto se había puesto en marcha la última gran campaña de movilización de la Segunda Guerra Mundial, con la coordinación del mandatario del Reich y la colaboración de Speer y Himmler. Goebbels —rebosante de agitado activismo y ciego ante la efectividad real de las medidas— había hecho cerrar empresas, implantar la semana de sesenta horas para funcionarios y trabajadores o suprimir sin miramientos posiciones indispensables.También había limitado drásticamente el sector periodístico. La extensión de los pocos diarios que seguían existiendo se redujo a cuatro hojas. Se interrumpió la publicación de las revistas ilustradas, con excepción del Illustrierter Beobachter [Observador ilustrado] y de la Berliner Illustrierte [Ilustrada berlinesa],y se paralizó toda la literatura de entretenimiento.Todos los teatros, varietés, cabarés, escuelas de arte dramático, academias, exposiciones de arte tuvieron que cerrar. Lo mismo se aplicaba al terreno musical, exceptuando las orquestas necesarias para los programas de la radio del Reich. Aunque los representantes del partido y del Estado consideraban urgentemente necesarias las medidas establecidas, en muchos casos intentaban hacer valer su influencia ante el Führer para evitar, o al menos moderar, las medidas de crisis que afectaban a sus ámbitos de competencias. Bormann, que miraba con envidia a su «competidor» por el

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favor de Hitler, adquirió así el papel de inspector del fanático trabajo goebbeliano. Para limitar su creciente poder, intentaba convencer a Hitler de la insensatez de una u otra medida adoptada por Goebbels y así burlar su trabajo. Así, el 14 de agosto Bormann comunicó a Goebbels las objeciones del Führer contra la dureza de determinadas disposiciones previstas con relación al correo del Reich. Se tenía que volver a reflexionar con detenimiento si realmente era necesario interrumpir el envío de paquetes pequeños y de telegramas privados cuando se superara la distancia de 150 kilómetros. En el caso de las medidas previstas para la justicia, «no debían presentarse impedimentos para los matrimonios rápidos», y con las publicaciones del frente había que observar que los soldados tenían una «gran sed» de periódicos y revistas. El Führer había subrayado que en todos los casos había que ponderar «si el efecto realmente (...) justifica las molestias».91 Puesto que Goebbels había hecho publicar una parte de las medidas en la prensa, Bormann acogió con gusto la oportunidad de rogar «encarecidamente» a Goebbels que prescindiera de publicar ordenanzas y disposiciones que todavía no eran jurídicamente válidas.92 El 24 de agosto Bormann criticó que los decretos de Goebbels revelaran en parte «una alarmante incomprensión» de las exigencias de la guerra total, cuando a través de ellos se coartaba considerablemente la posibilidad de acción de las autoridades de las instancias medias, de las empresas y de los jefes de distrito.93 Pero, a pesar de todo, Goebbels seguía su camino con ímpetu, aunque continuaba evitando cualquier confrontación con el «secretario». Ya que creía en realidad que la «traición» del 20 de julio había sido corresponsable del desastre en los frentes, ya que hacía una estimación completamente errónea de los recursos armamentísticos del enemigo y ya que Speer hablaba de cifras récord cada vez mayores en la producción propia —entre otras cosas, la construcción de aviones a reacción y de modernos submarinos—, Goebbels confiaba en un pronto giro de la guerra, que daría al Reich el tiempo necesario hasta que se produjera la ruptura de la coalición enemiga, tenida por segura. Además, su opinión se veía confirmada por la inminente entrada en acción

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de otra —esta vez la auténtica— «arma prodigiosa»: el A4 o V2, el primer cohete balístico del mundo. Ya en julio Speer había organizado una proyección estrictamente secreta, en la que, aparte de Goebbels, sólo participó Milch. El ministro de Propaganda quedó tan entusiasmado con la grabación del despegue del cohete que hizo que se la repitiera inmediatamente varias veces seguidas; poco después declaró que, aunque no quería propagar un «optimismo injustificado», creía tras madura reflexión «que esta arma subyugará a Inglaterra. Si pudiéramos mostrar esta película en todos los cines alemanes, no necesitaría yo pronunciar más discursos ni escribir más artículos: ni el más acendrado pesimista dudaría ya de nuestra victoria».94 El entusiasmo de Goebbels fue tal que en un editorial del Reich ya daba a entender que el Führer provocaría en breve el fin de la guerra gracias a la utilización de «temibles recursos bélicos».95 Sin embargo, estas palabras no cambiaron nada en la percepción negativa de la población, pues se veía realmente avasallada por promesas no cumplidas. De la bomba volanteVl (V de Vergeltung, represalia), ya circulaban sarcásticas designaciones sustitutivas como «fallo n° 1» o «medio de engañar al pueblo n° 1» (basándose en la V inicial de estos términos en alemán, Versager y Volksverdummungsmittel respectivamente).96 Sin duda por tener eso en cuenta, el cuartel general del Führer había conminado a Goebbels a guardar silencio. Aquella opinión fue ratificada por Speer, quien se había dirigido a Hitler advirtiéndole de que una propaganda como la de la VI provocaba demasiadas expectativas que no se podrían cumplir a corto plazo y producirían el efecto contrario.97 Así pues, desde principios de septiembre voló la V2 sin acompañamiento propagandístico hacia Inglaterra, causando allí considerables destrozos, aunque insignificantes comparados con los de los bombardeos aliados. Pero esto no pudo evitar que los frentes se siguieran acercando de manera imparable. En el este, el Ejército Rojo entró hasta mediados de septiembre en los países bálticos y alcanzó la frontera con Eslovaquia. En el sureste, donde Bulgaria y Rumania habían declarado la guerra a Alemania, la Wehrmacht abandonó Grecia. En Italia comen-

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zó la batalla defensiva en la posición de los Apeninos, y en el oeste las unidades americanas y de la Francia libre, bajo el mando del general De Gaulle, habían entrado triunfalmente ya el 25 de agosto en la capital del Sena, que la Wehrmacht abandonó sin combate, y avanzaban rápidamente en dirección al territorio del Reich. El 30 de agosto Goebbels anotó en su diario que los informes del Alto Mando de la Wehrmacht eran ahora tan dramáticos «que poco a poco el pueblo comienza a perder los nervios».98 Pero al parecer Goebbels también se preocupaba por la estabilidad del aparato de dirección política, al considerar erróneo que se le proporcionaran diariamente los resúmenes de las «noticias calculadas y tendenciosas» de la propaganda radiofónica enemiga. «Yo mismo sólo permitiré que me muestren una fracción de ese material, porque no tengo ninguna gana de estropearme los nervios con la propaganda anglo-americano-soviética en esta etapa tan crítica y grave».99 Goebbels reconocía ahora que él solo ya no podía «animar» a los alemanes a través de la radio. Por eso, con su inquebrantable confianza se dirigió a su Führer, el único que tenía la autoridad «para volver a infundir valor y fuerzas al pueblo en la situación actual», y le rogó que hablara en la radio «sin más dilación». La petición de Goebbels fracasó, motivo por el cual creció su preocupación de no poder mantener la moral interna, en particular porque sus medidas de totalización aún no surtían efecto y había que contar con más «golpes serios» tanto en el este como en el oeste. El peor momento de la crisis —eso lo tenía Goebbels claro— «todavía no ha llegado de ninguna manera».100 Además de la situación en los frentes, que se volvía más dramática cada día, además de que el maestro de las obras de fortificación de la línea Sigfrido había comunicado que «todas las instalaciones estaban preparadas para las viejas armas» y que los bunkeres de hormigón «no tenían la fuerza suficiente» para resistir el permanente bombardeo de la artillería,101 el general de paracaidistas Kurt Student le trajo el 9 de septiembre la «triste noticia» de que su hijastro Harald Quandt había resultado herido en los combates del Adriático y que desde entonces se le

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daba por desaparecido. Goebbels, que inmediatamente encargó a la Cruz Roja que investigara el caso, ocultó en un principio la noticia a su esposa, que había vuelto a enfermar, «para no alarmarla innecesariamente».102 Apenas veinticuatro horas después tuvo conocimiento de un devastador bombardeo sobre Gladbach y Rheydt. El 12 de septiembre estalló una mina aérea en el jardín del palacio ministerial situado en la Hermann-Goring-Strasse, que derrumbó el tejado y devastó la planta baja, de manera que Goebbels tuvo que establecerse en Lanke, donde Hitler había hecho construir un bunker para su familia.103 Llevado por la convicción de que ya no se podía ganar la guerra en dos frentes, Goebbels se aferró cada vez más a la ruptura de la tan desigual coalición enemiga, profetizada por su Führer. El 9 de septiembre discutió hasta bien entrada la noche con Schwarz van Berk. Este le confirmó su idea de que los aspectos políticos que ofrecía la actual situación bélica eran «muy prometedores, si es que en el bando enemigo todavía existe el sentido común». Sin embargo, Goebbels temía una vez más que la política exterior alemana no estuviera en condiciones de aprovecharlos de la manera adecuada. «Si yo fuera ahora ministro de Exteriores, sabría lo que tendría que hacer».104 De todos modos, Goebbels se decidió a actuar después de hablar el 19 de septiembre con Naumann. Este hombre de confianza, nombrado secretario de Estado en abril de 1944, le informó acerca de una «entrevista sensacional» con el embajador japonés en Berlín, Oshima. Éste defendía la opinión de que el Reich alemán debía intentar a toda costa llegar a una paz por separado con los soviéticos. Precisamente él, Oshima, defendía esa opinión como antibolchevique «porque no se podía justificar que las tropas alemanas se siguieran desangrando en el este, teniendo en cuenta el peligro que se presentaba en el oeste. Japón estaba incluso dispuesto a allanar el camino hacia un tratado de paz germano-soviético con concesiones de su parte». Puesto que Naumann siguió contando que el embajador japonés pensaba que ya no se podía hacer nada con los americanos y los ingleses, pero que Stalin era «un realista», reproduciendo así exactamente la percepción del ministro de Propaganda, éste ardía de entusiasmo. Inmediatamente se dirigió a

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Himmler y a Bormann, quienes debían exponer al Führer de manera adecuada las ideas de Oshima. El propio Goebbels abordó de inmediato la tarea de poner por escrito sus reflexiones sobre política exterior,105 que desde hacía un año había ido silenciando, en forma de una memoria destinada a Hitler.106 El punto de partida de su análisis de la situación era la constatación de que la Unión Soviética y las potencias occidentales estaban separadas por una «montaña de intereses contrapuestos», que sólo se había salvado por la guerra conjunta contra Alemania. La salida a esta situación —volvía a decir Goebbels— la indicaba una mirada retrospectiva al año 1932. Entonces, la astuta diplomacia de Hitler había conseguido aprovechar las diferencias entre los enemigos de izquierdas y de derechas «de tal manera que el 30 de enero de 1933 alcanzamos una victoria limitada, pero que de todos modos era el requisito previo para conquistar totalmente el poder». Igual que se hizo entonces en materia de política interior, había que actuar ahora en política exterior. Se trataba de buscar la reconciliación con uno de los dos bandos enemigos, que permitiera derrotar poco a poco a los adversarios. Él no era ningún «aventurero político», sino que tenía que cumplir su deber con respecto a «usted y su obra», escribió Goebbels. La reconciliación había que buscarla con Stalin. Puesto que era necesario dar semejante paso, era preferible hacerlo con la «petulancia judía», como había calificado una vez al bolchevismo, que no con el aún más odiado «judaismo bursátil» capitalista, que era finalmente el que dirigía las «plutocracias» occidentales. Este razonamiento, en el que se veía dominado de lleno por su viejo odio de motivación social, hizo que a Goebbels le pareciera oportuno dirigir las tentativas de paz hacia el este. Pero la empresa, en modo alguno carente de perspectivas de éxito, fallaba por la actual política exterior, observaba el ministro de Propaganda, y enumeraba los fracasos de Ribbentrop. Éste «difícilmente puede alegar que los éxitos militares deben constituir el requisito indispensable para una política exterior también exitosa», pensaba, y añadía con habilidad que en el caso de contar con éxitos militares apenas se necesitaba una política exterior, ya que ésta se hacía con la fuerza per-

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suasiva de las armas. Además, era «en buena medida corrupto y derrotista»; cuando menos no tenía el «ardiente fanatismo» que se necesitaba ahora. «Apenas había nadie entre los líderes alemanes del partido, del Estado y de la Wehrmacht» que no compartiera su opinión, decía para corroborar sus reproches, que rebasaban el límite de la denuncia. El objetivo que perseguía con esta crítica a su antagonista Ribbentrop, cuyo departamento de prensa, radio y cultura quería cerrar en calidad de mandatario del Reich,107 era evidente. Se lo insinuó a sus colaboradores del ministerio cuando declaró que él personalmente quería llevar a cabo las negociaciones con Stalin, y por eso ahora insistía en asumir las potencialidades del Reich en materia de política exterior.108 La carta-memoria, que tenía 27 páginas y estaba escrita a máquina con letras muy grandes, atendiendo expresamente a la avanzada miopía de Hitler, terminaba con promesas de lealtad y abnegación, así como con la disculpa de no querer aleccionar a su Führer. Si con su trabajo, el «resultado de innumerables tardes solitarias y de insomnes noches de cavilación», no conseguía nada más que desahogar su corazón ante el Führer, eso ya le bastaba. El 22 de septiembre Goebbels remitió la memoria a Hitler. «Se puede uno imaginar con qué tensión espero a ver cómo reacciona». 109 Poco después, Naumann le informó de que el Führer había «leído con atención» su exposición en presencia de Schaub y que luego se la había llevado en su propia carpeta para releerla.110 Sin embargo, pasaron semanas sin que Goebbels oyera nada de Hitler sobre el asunto. En octubre volvió a insistir en su intento, llamando en un escrito la atención de Hitler sobre el hecho de que el Ministerio de Exteriores estaba «compuesto en peligroso grado por traidores a la patria y por elementos de poca confianza en materia política».111 Pero eso tampoco pudo evitar que el comandante supremo de la Wehrmacht se aferrara a su vieja concepción. Además, a causa del éxito defensivo en Arnhem, Hitler había decidido emprender una contraofensiva en las Ardenas. Con eso y con el fuego intensificado de las armas V, seguía esperando poder mover a Inglaterra a la paz y conseguir así la retirada de los americanos de Europa, para a continuación provocar el desenlace en la lucha contra la Unión

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Soviética teniendo las espaldas cubiertas y concentrando todas las fuerzas. La decisión de Hitler de acometer la ofensiva en el oeste, que éste calificó ante Goebbels como la condición previa para una paz por separado, pero sin comprometerse a decir con quién la pretendía, encajaba de todos modos en la idea goebbeliana de una reconciliación con el este, pues parecía que el mayor despliegue de fuerzas futuro iba dirigido contra el que se suponía el principal enemigo. Ahora, en vista de la aproximación de los aliados, el objetivo propagandístico de Goebbels debía ser sobre todo combatir el tedio ante la guerra, en particular entre la población de la Alemania occidental. Y es que para entonces ya se consideraba el menor de todos los males caer cuanto antes bajo el régimen de ocupación americano, con tal de no hacerlo bajo el soviético. Muy a propósito le vino a Goebbels en ese sentido el plan del ministro de Hacienda americano, Morgenthau, aprobado por los aliados a mediados de septiembre de 1944 en la Conferencia de Quebec y después desestimado, el cual preveía parcelar Alemania y, tras desmantelar por completo su industria, convertirla en un «campo de hortalizas». Así pues, se presentó la oportunidad de dibujar en la propaganda una apocalíptica visión de futuro de la vida bajo la ocupación americana. Así proclamaba triunfante el Volkischer Beobachter en vista de los «programas de aniquilamiento conocidos hasta ahora»:112 «Clemenceau superado-40 millones de alemanes de más».113 A principios de octubre, el ministro de Propaganda realizó una visita a los «territorios fronterizos del oeste», que eran objeto de duras luchas. Después de discutir con los jefes de distrito de esos lugares cuestiones de la aplicación de la guerra total y después de que se le permitiera conocer con exactitud la situación en el cuartel general del general mariscal de campo Walter Model, el comandante en jefe del Grupo de Ejércitos B, la tarde del 3 de octubre llegó a la ciudad catedralicia de Colonia, castigada por la guerra de bombardeos. Allí, durante un mitin del distrito de Colonia-Aquisgrán,114 manifestó que como «hijo de su tierra renana» le daba igual si eran los anglo-americanos o los soviéticos los que ocupaban el territorio alemán. Aludiendo al plan del «judío

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Morgenthau», siguió diciendo que tanto unos como otros «instaurarán el mismo espantoso régimen de terror en suelo alemán».115 La conclusión que Goebbels sacaba era una vez más «resistir», pues dentro de poco se podría hablar de un milagro. Un paso hacia ese milagro ya lo daba a entender Goebbels al afirmar que no sólo el embate enemigo se rompería en las fronteras de Alemania, sino que en un tiempo no muy lejano se podría pasar a la ofensiva.116 Sin embargo, el anhelado contraataque en el oeste se hacía esperar. En lugar de ello, tras semanas de enconadas batallas, las fuerzas americanas conquistaron Aquisgrán, la primera ciudad del Reich de grandes dimensiones. A principios de octubre tomaron Übach, el lugar de nacimiento de la madre de Goebbels, aunque con grandes pérdidas, según anotó en su diario con un resto de satisfacción. Pero eso no podía hacer olvidar que la población, al menos en el oeste, ansiaba el final de la guerra. En los informes de las oficinas propagandísticas destinados a Goebbels, se hablaba de «desesperación» y de «resignación general»,117 lo que a veces le deprimía incluso a él. A ello contribuía el hecho de que aún no se había averiguado nada acerca de Harald —Magda ya estaba informada—. Además se sumó la muerte de su amigo Rommel.118 Hitler, a través de los generales Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel, había planteado al mariscal de campo la alternativa de ser condenado por el Tribunal del Pueblo o ingerir cianuro potásico y así «salvar el honor», el suyo y el de su familia.Tal como se le presentaba a Goebbels el asunto, tuvo que suponer también él que el mariscal de campo había estado implicado en la conspiración del 20 de julio. El nombre de Rommel estaba —sin que éste lo imaginara— en una lista de gabinete que había caído en manos de la Gestapo, perteneciente al primer alcalde de Leipzig, Goerdeler, que había participado con un papel de liderazgo en la resistencia y que al parecer había visto en este soldado, popular tanto en el interior como en los países extranjeros occidentales, una figura de integración para el nuevo comienzo. En septiembre, Goebbels pudo deducir de unos «documentos sobre el grupo occidental del 20 de julio» que el «general Stülpnagel había participado de lleno en esta traición y que había intentado poner de su

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lado a Kluge y a Rommel. Ni Kluge ni Rommel habían opuesto a sus sugerencias la resistencia necesaria».119 Sin embargo, el destino de Rommel no quedó sellado al parecer hasta la declaración del general Hans Speidel, sospechoso como conspirador, ante el tribunal de honor de la Wehrmacht. Allí, el jefe del Estado Mayor de Rommel afirmó haber tenido conocimiento de los planes del atentado, pero habérselos comunicado inmediatamente al mariscal de campo. Los presidentes del tribunal de honor —en su mayoría adversarios de Rommel, que lo envidiaban— dieron crédito a la declaración de Speidel, inculpando así automáticamente al mariscal de campo. Pero fue la intervención de sus rivales en el cuartel general del Führer la que llevó finalmente a que Hitler sólo dejara elegir a su «general favorito» la forma de morir. Rommel, quien desde que resultó gravemente herido en julio de 1944 se había desalentado visiblemente, descubrió el complot, pero no vio ninguna posibilidad de advertir a Hitler. Así pues, el 14 de octubre de 1944, el «Zorro del desierto» se tomó la cápsula de cianuro. La ironía del destino quiso ahora que Goebbels, en la creencia de tener que embellecer la muerte del traidor como una «muerte accidental» del leal héroe, diera efectivamente con la realidad mientras trataba de salvar las apariencias: Rommel, cuya mujer no quería que, después de terminada la guerra, se manchara el prestigio de su marido como «hijo de Wurtemberg» con afirmaciones de que había pertenecido a la resistencia,120 nunca había roto el juramento al Führer. Así pues, no era del todo falso cuando en el discurso fúnebre, redactado en el Ministerio de Propaganda y pronunciado por el mariscal de campo Rundstedt, tras ensalzar sus méritos militares con un patetismo heroico, se decía finalmente que «su corazón pertenecía al Führer». De todos modos, la enfermedad de Hitler —sufría convulsiones estomacales e intestinales y estaba en cama casi apático, entre otras cosas porque acababa de enterarse de que las fechas de ataque para la campaña occidental habían sido reveladas en el año 1940— 121 se convirtió para Goebbels en su mayor carga. Era intolerable que el Führer estuviera diariamente entre cinco y seis horas en la deliberación sobre la situación. En su entorno había que procurar una distribución

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bajo, se quejaba un ministro de Propaganda cada vez más deprimido. Su mujer no sufría menos. Cada vez le preocupaba más el final, que se acercaba de manera imparable. Puesto que no veía ninguna salida para sí y los suyos, había empezado a resignarse. Siendo conocedor de ello, Hitler pidió que se pusiera también ella al teléfono para infundirle ánimos cuando el día del cumpleaños de Goebbels, el 29 de octubre, llamó «un minuto después de las doce». Cuando después de un rato regresó a la habitación, en la que se había reunido un pequeño grupo —entre ellos, Naumann, Semler y Schwarz van Berk—, tenía lágrimas de alegría en los ojos. El Führer le había prometido —así dijo a los allí congregados— que por Navidades regalaría a la población alemana un gran triunfo militar.122 Puesto que Hitler quería hacer realidad esa victoria antes de volver a aparecer ante la opinión pública, rechazó, pese a la intervención de Goebbels, pronunciar su discurso muniqués anual en memoria del golpe de noviembre de 1923. En su lugar, anunció que se permitía utilizar la V2 en la propaganda, para que los alemanes tuvieran al menos una «alegría» en el aniversario y así poder alentar nuevas esperanzas. 123 Como consecuencia, la víspera del aniversario, el Alto Mando de la Wehrmacht comunicó que desde hacía varias semanas se había bombardeado el área de Londres con un artefacto explosivo aún más eficaz que laVl,la V2.124 A Goebbels debió de enojarle semejante diletantismo propagandístico, pues ¿cómo iba a inspirar confianza a la población un «arma prodigiosa» que llevaba semanas en funcionamiento y que al parecer no había podido cambiar nada en la desesperada situación? A su enfado por ese motivo y al constante fuego de hostigamiento de Bormann, se sumó una inesperada manifestación del ministro de Armamento, con el que se había enfrentado en las últimas semanas y meses por el poder decisorio de los industriales del armamento con respecto a las producciones indispensables.125 Del 2 de noviembre databa una carta de Speer en la que éste solicitaba que «se tomen medidas para que en el futuro se eviten en la prensa diaria y especializada alusiones a éxitos de nuestra producción armamentística que todavía no se han producido».126 Tras una discusión en la que Speer anunció, sin duda para

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calmar los ánimos, nuevos récords armamentísticos para finales de año, el 14 de noviembre Goebbels desahogó su enfado al respecto con Semler, diciéndole que Speer le había estado engañando durante meses con informaciones falsas sobre el estado del armamento.127 Pese a todos los contratiempos, pese a todas las oposiciones y muchas soluciones parciales, Goebbels, con una propaganda en ebullición sobre la victoria final, consiguió en colaboración con Speer provocar una última —y en definitiva absurda— tanda de movilizaciones, aunque no en la escala planeada. Una vez más, cientos de miles de personas se vieron obligadas a servir en la Wehrmacht, para ser colocadas en los frentes, que retrocedían continuamente, formando parte de las denominadas divisiones de granaderos del pueblo, mal instruidas y mal armadas, sufriendo devastadoras bajas. Otros fueron destinados a trabajar en el armamento, donde Speer, por medio de la simplificación de modelos, la división interempresarial del trabajo, el creciente traslado de la producción a empresas mayores de gran rendimiento técnico y trabajo en cadena, y por medio de la reducción de la economía destinada a cubrir las necesidades civiles, había explotado las reservas de producción, de manera que en el verano y el otoño de 1944 la producción armamentística alemana alcanzó su máximo nivel. Incluso ante el tribunal militar de Nuremberg, Speer alardeó de haber logrado «un continuo incremento a pesar de los ataques aéreos. Para expresarlo en cifras, éste era tan grande que en el año 1944 conseguí armar por entero 139 divisiones de infantería y 40 divisiones blindadas. Esto equivalía a pertrechar de armamento nuevo a dos millones de personas».128 Goebbels se dedicó ahora también a la preparación propagandística de la organización del Volkssturm [Sección de Asalto del Pueblo]. Con varias semanas de retraso, el 18 de octubre se publicó la «directiva del Führer» del 25 de septiembre «sobre la formación del Volkssturm alemán». Preveía llamar a filas a todos los hombres alemanes con edades comprendidas entre los 16 y los 60 años y que fueran aptos para el servicio en el ejército. En todo el Reich se dispusieron oficinas de alistamiento, delante de las cuales ahora hacían cola personas no aptas para el servicio militar, ancianos y adolescentes. La composición de las uni-

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dades la asumieron funcionarios del partido, que también se encargaban de la instrucción militar. Las unidades, parecidas a la milicia y absurdas desde el punto de vista militar, no estaban bajo el mando de soldados, sino de líderes del partido, los comisarios de defensa del Reich. 129 Goebbels fijó para el 12 de noviembre su jura del cargo de manera conjunta en todo el Reich. En medio de la capital, en la Pariser Platz, directamente junto a la Puerta de Brandeburgo, tuvo lugar la reunión central del distrito para la circunscripción de Stadtmitte [centro urbano]. A Goebbels le complació asumir el papel del comandante, principalmente cuando la «última leva» —entre otros el batallón Wilhelmplatz formado por colaboradores del Ministerio de Propaganda— formó filas y finalmente el teniente general de las SA Günther Grántz le dio parte de novedades.130 Mientras que Goebbels intentaba movilizar a los últimos alemanes aptos de alguna manera para operar, se iba aproximando el día en el que él y su Führer tenían depositadas grandes expectativas. Habían hablado de ello en repetidas ocasiones, por ejemplo el 3 de diciembre, cuando, tras mucho tiempo y seguramente por última vez, Hitler aceptó una invitación de los Goebbels para tomar el té de la tarde, que él mismo se llevó en un termo. Los seis niños se «presentaron militarmente» para saludarle; las niñas llevaban vestidos largos.131 Una hora y media estuvo sentado el matrimonio Goebbels con él, su ayudante Schaub y Naumann. Pese a que se había vuelto más silencioso, Hitler llevó el peso de la conversación, durante la cual Goebbels estuvo pendiente de sus labios, como en los viejos tiempos en la Reichskanzlerplatz. Cuando se fue, se mostraron orgullosos, y su mujer Magda no pudo abstenerse de comentar que Hitler probablemente no habría ido a casa de los Góring.132 Finalmente, al alba del 16 de diciembre de 1944 había llegado la hora. Entre Hohes Venn (Hautes Fagnes) y la parte norte de Luxemburgo, comenzó la ofensiva de las Ardenas, acompañada por el fuego de las VI y las V2 sobre la base de avituallamiento aliada en Amberes. Puesto que los americanos se vieron sorprendidos y los primeros combates comenzaron de forma muy prometedora, un Goebbels que parecía otro tenía buenos motivos para regocijarse: era un milagro cómo el Führer

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había conseguido eso. Hasta finales de año —así se lo explicó con exa gerada alegría a sus colaboradores— un ejército y medio del bando americano sería aniquilado o empujado hacia el mar. 133 La euforia que volvió a invadir a Goebbels tenía su origen también, de forma significativa, en las palabras de reconocimiento que Hitler le tributó antes de trasladarse a su cuartel general del Nido del Águila (Adlerhorst) en Ziegenberg, cerca de Bad Nauheim, para dirigir la ofensiva de las Ardenas. Gracias a sus medidas de totalización de la guerra, en particular la formación de divisiones de granaderos del pueblo, se había hecho posible la mitad del contraataque proyectado —le alabó Hitler, aprovechando la ocasión para informarle acerca de armas completamente nuevas que entrarían en acción en la ofensiva—.Así, Goebbels no sólo creía en su éxito, sino también que su Führer, por cuya condición física y mental tanto se preocupaba, volvería a encontrar cierta tranquilidad.134 En la conferencia de prensa convocada para el 17 de diciembre, sin especificar el objetivo de la «ofensiva Rundstedt», como la llamaba, Goebbels habló de «un gran éxito militar» y vendió el largo silencio público de Hitler como un «gran golpe»; Washington y Londres debían de haberse creído seguros.135 Las esperanzas que Goebbels tenía depositadas en la ofensiva occidental parecieron cumplirse cuando el 19 de diciembre Hitler le llamó a la una de la mañana desde el cuartel general de campaña. El ministro de Propaganda escribió al respecto en su diario: «Tiene un magnífico estado de ánimo, se encuentra perfectamente de salud y por su moral se nota que toda su mentalidad ha experimentado un cambio fundamental gracias a los éxitos ya conseguidos». 136 Poco después se despejó el cielo sobre las Ardenas y los aliados pudieron poner en juego su superioridad aérea, de manera que el 22 de diciembre los americanos emprendieron el contraataque. El evidente fracaso en el oeste que resultaba de ello, que Goebbels sin embargo no quería recono cer, lo transformó en un éxito en su propaganda: la operación Guardia en el Rin, como se la denominaba de manera encubierta, tenía como misión contener a las fuerzas enemigas y apartarlas de peligrosos secto res del frente, lo que se había logrado en su totalidad.

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Pese a todo el autoengaño, la Navidad de 1944, que Goebbels pasó en Lanke al igual que el año anterior, con su mujer, sus hijos y su hermana María, fue una de las más amargas de su vida. Es cierto que se guardaron las formas, pues la familia se reunió en torno al árbol de Navidad, se obsequió con regalos y escuchó atentamente el discurso de Na vidad del ministro de Propaganda, que se emitió por la radio. La con fianza que él pretendía infundir a los «compatriotas» alemanes sólo se pudo mantener en Lanke de manera artificial. No sin un sentido ocul to, Magda manifestó a su secretaria en las últimas horas del 24 de diciembre que el próximo año seguramente habría paz. 137 En Nochevieja, la angustia que reinaba en la casa de campo se vio interrumpida por algunas visitas. 138 Al mediodía, se pasó un rato por allí el teniente coronel Hans Ulrich Rudel, el piloto de combate más exi toso de Alemania, antes de visitar a Hitler para recibir allí, además del ascenso, la mayor condecoración al valor militar creada expresamente para él, la Cruz de Caballero con hojas de roble en oro, espadas y bri llantes. El ministro le escuchó con interés, pues Rudel parecía demostrar una vez más qué resultados era capaz de producir la voluntad. Goebbels creía que esta actitud también la personificaba el jefe de distrito Hanke, quien anunció con una determinación fanática que iba a defender Breslavia de los soviéticos. A pesar de su antigua relación con Magda, Hanke gozaba por eso de su mayor aprecio. Así pues, a Goebbels no le cupo la menor duda de que había que luchar por la causa del Führer hasta la salvación o el hundimiento cuando, alrededor de la media noche, sonó desde el altavoz de la radio la declaración prusiana de Clausewitz pronunciada por Heinrich George, que en las últimas frases se mezclaba con los acordes del himno nacional de Alemania y, para ter minar, seguía al toque de las campanas el Oh Deutschland hoch in Ehren [Oh Alemania grande en honores].

Al hombre por cuya salud brindaron en Lanke a medianoche, Goeb bels le había vuelto a felicitar enfáticamente a finales del año de guerra de 1944. Ahora buscaba más que nunca apoyarse en Hitler. Le había deseado «sólo una cosa: salud y fuerza; todo lo demás ya se arreglará», aludiendo con ello, como siguió escribiendo, a la «victoria para núes-

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tra causa (...) y la gran salvación para el mundo que sufre», por la que seguiría movilizando «con entusiasmo todas sus fuerzas», él, cuya «vida sólo le pertenece a usted y a su obra, que no puede ni quiere imagi narse un mundo sin usted». 139 En vista de la situación del Reich en la «implacable lucha por el ser o no ser», tal como decía Hitler en la orden de Año Nuevo a la Wehrmacht,140 Goebbels, afectado ahora por eccemas nerviosos y cólicos de riñon, seguía buscando modelos en la historia. Además de Federico II, su modelo de resistencia, sobre el que leía una y otra vez en la biogra fía del británico Thomas Carlyle, estudió los capítulos sobre las Gue rras Púnicas en la Historia de Roma de Mommsen. La antigua Roma tuvo que luchar durante décadas contra Cartago, Aníbal estuvo una vez a las puertas de Roma, sin que Roma capitulara; sólo a la perseveran cia del Estado y del pueblo romano se debió que después el arado romano pasara sobre el lugar donde había estado un día Cartago. 141 Leyendo el libro de Zdenko von Kraft La batalla de Alejandro, Goebbels encontró un pasaje que no sólo le parecía reflejar la situación actual en el entorno de Hitler, sino que también indicaba la solución. 142 Goebbels leyó acerca de un Alejandro postrado, del que nadie sabía «si sus ojos fuera de las órbitas aún miraban a la vida». Cuando el médico de Alejandro, Filipo, preparó una bebida curativa para el rey y éste alargó su mano temblorosa hacia la copa, «como si no le quedara más tiempo que esperar», se abrió paso hasta él un mensajero de Parmenión con una carta en la que estaba escrito que la muerte se hallaba en la bebida de Filipo. Mientras que Alejandro «se llevaba la copa a la boca con la mano derecha y bebía a sorbos, con la izquierda le alcanzó la hoja que acababa de llegar. Filipo leyó. Su cara empalideció, pero su porte siguió erguido (...). Sin contestar una palabra, Filipo apartó la hoja, se sentó en el lecho del rey. No se le ocurrió asegurar su inocencia. Tranquilamente (...) habló de la patria rica en bosques y pastos,de su infancia y juventud, de cómo había llegado siendo un muchacho a la corte de Pela, alabó Macedonia y los hechos del rey, auguró nuevas victorias y soñó con los fantásticos países del este, que expuso de una manera tan visible ante los ojos cansados de Alejandro que por primera vez desde

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hacía, mucho tiempo una solemne sonrisa embelleció sus pálidos labios. Luego se levantó y echó a todos fuera: Alejandro se había quedado dormido, dormía el sueño de la curación». El 10 de enero Goebbels envió este pasaje de La batalla de Alejandro a su Führer, que algunos días después regresó a Berlín desde el cuartel de campaña cercano a Bad Nauheim para dirigir la lucha defensiva contra los soviéticos desde el bunker situado bajo la cancillería del Reich. El 12 de enero el primer frente ucraniano emprendió el ataque en dirección a la Alta Silesia desde la cabeza de puente de Baranov, con lo que comenzó la gran ofensiva invernal, anunciada por el Kremlin desde hacía semanas, desde el Mémel (Niemen) hasta los Cárpatos. Sólo unos pocos días después, el Ejército Rojo rompió las líneas defensivas alemanas. Hasta finales de mes avanzó hasta Kónigsberg; Tannenberg —de allí se evacuó el cadáver de Hindenburg—, Gumbinnen (Gusev) e Insterburg (Tschernjachowsk) ya estaban en sus manos; al sur de éstas atacó hacia el oeste, cercó la Prusia Oriental, tomó Gnesen (Gniezno) yThorn, marchó hasta Posen y Frankfurt del Oder y aisló del resto del territorio del Reich a Silesia, con su capital Breslavia, donde Hanke se preparaba para la batalla final. En las provincias del este, donde los soldados soviéticos cometían asesinatos y violaciones entre la población civil, cundió el pánico. Millones de alemanes huían hacia el oeste en caravanas interminables, a caballo, en coche y a pie, con un frío glacial y bajo el fuego de los aviones rasantes soviéticos. A finales de enero llegaban a Berlín diariamente entre 40.000 y 50.000 personas, de las cuales se pudo hacer pasar más allá a un 10 por ciento a lo sumo. Pese a los incansables esfuerzos, en la ciudad destruida por las bombas faltaba alojamiento, alimentos, combustible, en definitiva casi de todo. Pese a lo desesperado de la situación, Hitler respondió a las expectativas de su «Filipo» cuando el 22 de enero se reunió con él por primera vez tras su regreso del Nido del Águila. Goebbels anotó al respecto que Hitler irradiaba una «tremenda seguridad y fe», que creía «firmemente en su estrella», incluso que el Führer era «una persona prodigiosa».143 El 26 de enero hasta a Goebbels le pareció excesivo el optimismo de que hacía gala. Dudaba «muy seriamente» que fuera posible

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contener las actuales líneas defensivas, tal como Hitler había pronosticado «con demasiado optimismo».144 Hitler, marcado por la enfermedad de Parkinson, no siempre podía fingir semejante seguridad ante su compañero más fiel y ante sí mismo, pese a su gran autodominio. En esos momentos, Goebbels se esforzaba inmediatamente por alentarle, intentando convencerle de su «misión histórica» con analogías procedentes de la historia. Sus esfuerzos no quedaban sin resultado, como cuando escribió en su diario acerca del 28 de enero: «Según me manifiesta, él (Hitler) quiere hacerse digno de los grandes ejemplos de la historia. Nunca un peligro le encontrará titubeante».145 Del mismo modo que Goebbels era capaz de fortalecer a su Führer, éste le fortalecía a su vez a él. Así, ese día había vuelto a fracasar con su demanda al Führer, que ya había formulado en repetidas ocasiones, de salvaguardar los intereses del Reich en materia de política exterior. Cuando en el camino de vuelta a casa reflexionó una vez más sobre todo lo que le había dicho el Führer, llegó sin embargo a esta conclusión: «Es acertado que un gran hombre espere su gran momento, y que no se le pueda dar ningún consejo. Es más una cuestión de instinto que de visión racionalista. Si el Führer consigue un viraje de las cosas —y estoy firmemente convencido de que en su día llegará la oportunidad—, no sólo será el hombre del siglo, sino del milenio». 146 Pero a Goebbels no se le ocurrió que Hitler probablemente no aspiraba a una solución política porque consideraba nulas las posibilidades de éxito de semejante intento. Cuando Góring, que cada vez se refugiaba más en las drogas, le planteó a Goebbels «con énfasis» precisamente esta cuestión en una fase de clara consciencia, éste reaccionó con la afirmación tan rotunda como ilusoria de que el Führer, «por supuesto», quería una solución política.147 Por el contrario, en calidad de mandatario del Reich para la aplicación de la guerra total, Goebbels había adquirido finalmente plenos poderes para examinar ahora las secciones de la Wehrmacht, de las SS armadas y de la policía en la «zona de guerra de la patria con el objetivo de liberar para el frente el mayor número de soldados posible». 148 Si se cree el testimonio de su colaboradorVon Oven, la medida se basa-

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ba en el siguiente razonamiento: tras la provisión de cientos de miles de soldados procedentes de la vida civil, sólo la Wehrmacht poseía ya reservas de hombres aptos para el frente. Puesto que el error radicaba en la propia institución, sólo una persona de fuera podía subsanarlo. Esperaba conseguir en un principio la movilización de cien divisiones adicionales para el frente.149 En la pequeña plantilla que dirigía el jefe del distrito de Franconia, Karl Holz, como delegado del ministro, y a la que también pertenecía Grántz, se trabajó en adelante febrilmente para la realización de este objetivo. Ahora, con la ampliación de sus poderes, Goebbels creía que se volvería loco sólo de pensar que durante dos años se había estado hablando con rodeos de la guerra total, que por comodidad; negligencia, falta de responsabilidad, envidia o mala voluntad se habían estorbado y saboteado todos sus esfuerzos por hacer realidad la guerra total. Sólo había conseguido imponerse en los últimos tiempos. «Pero todo» llegaba «demasiado tarde».150 Goebbels todavía registró un pequeño éxito a finales de enero de 1945. Después de mucho tiempo, había conseguido que Hitler hablara en la radio. Sería la última vez que el «Führer del gran Reich alemán», el cual hacía tiempo que no existía, apelaba al «Todopoderoso», que el 20 de julio le había dispensado la «confirmación» de su misión; que llamaba a la razón a su socio deseado, Gran Bretaña, ya que éste no estaba en condiciones de «domeñar» al bolchevismo por sí solo, y que finalmente anunciaba su «inalterable voluntad» de «no retroceder ante nada en esta lucha por la salvación de nuestro pueblo del más espantoso destino de todos los tiempos».151 En el momento en que Hitler dirigía sus palabras a los alemanes aquel 30 de enero, la tragedia de los refugiados alcanzó en el este un primer climax. Durante una operación de evacuación emprendida por la marina de guerra, el buque Wilhelm Gustloff, asignado a la organización Kraft durch Freude [Fuerza a través de la Alegría], fue hundido por un submarino soviético. Más de 5.000 personas que pretendían huir del Ejército Rojo murieron en las gélidas aguas frente a la costa pomerana. Mientras que los berlineses asumieron esto letárgicamente, el 31 de enero la noticia de que los soviéticos estaban en el Oder provocó

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situaciones de pánico. Rumores sobre vanguardias blindadas del enemigo en Velten, Strausberg y Fürstenwalde, o incluso de tropas aerotransportadas en el perímetro de la ciudad, corrían como la pólvora.152 Ese día Goebbels mandó a su ayudante Schwa'germann con el coche a Lanke, para que pusiera a salvo —es decir, en el edificio ministerial de la Hermann-Góring-Strasse— a Magda, los seis niños, las abuelas, los sirvientes y el equipaje necesario. «Pese a los ataques aéreos —escribió Magda a su hijo Harald Quandt, sobre cuyo paradero, un campamento inglés de prisioneros de guerra, ya había tenido noticia por la Cruz Roja—, nuestra casa todavía está en pie y todos estamos bien atendidos, incluyendo la abuela y los demás miembros de la familia. Los niños están alegres y contentos de no tener colegio. Gracias a Dios todavía no pueden comprender la gravedad del momento. Por lo que respecta a papá y a mí, tenemos firmes esperanzas y cumplimos con nuestro deber tan bien como podemos».153 En vista de la aproximación de los ejércitos soviéticos, en este «deber» entraba para Goebbels el tomar medidas para la defensa en «su ciudad», junto con el general Von Hauenschild, el nuevo comandante de Berlín. Para ello se elaboró un plan que dividía la ciudad en varios anillos defensivos. Después de que el 1 de febrero Goebbels declarara Berlín como plaza fuerte, se comenzó a toda prisa a abrir fosas en la periferia de la ciudad y a construir barricadas y barreras antitanque provisionales en el centro. ElVolkssturm ocupó estaciones, puentes y edificios públicos.Tal como acordó Goebbels con Speer, la producción esencial para la guerra no sólo debía continuar en la ciudad, sino incrementarse, puesto que, tras la separación de la Alta Silesia, Berlín se había convertido en el principal centro armamentístico del Reich.154 Como modelo para la defensa de la capital del Reich le sirvió a Goebbels la «lucha defensiva bolchevique» de Stalin, la «guerra popular socialista». Creía que al dictador soviético le había llevado al éxito precisamente la guerra total, que él todavía no había logrado hacer realidad pese a todos sus esfuerzos. Goebbels estaba profundamente impresionado por un informe del general Vlasov, el comandante en jefe del ejército ruso del mismo nombre, que luchó en el bando alemán sobre

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la «capacidad de resistencia» de Stalin durante la exitosa defensa de Moscú en diciembre de 1941,155 pero también por la película soviética Leningrado en lucha, que mostraba el bloqueo y la liberación de la ciudad tras más de un año de sitio por parte de la Wehrmacht. Se debía proyectar como un alentador ejemplo a todos los que tuvieran una participación de responsabilidad en la inminente batalla por Berlín. 156 Goebbels hizo que figurara una y otra vez en el programa para la población la película de resistencia El gran rey. En enero se terminó también por fin la película Kolberg, que le había encargado a Harían en junio de 1943. Goebbels había autorizado a Harían a pedir ayuda y apo yo a todas las «secciones de la Wehrmacht, el Estado y el partido», basándose en que la película que había mandado hacer «está al servicio de nuestra estrategia bélica intelectual».157 Tomando como ejemplo la resistencia de la pequeña ciudad portuaria del mar Báltico, Kolberg (Kolobrzeg), contra los ejércitos napoleónicos, la misión de la película era mos trar que «un pueblo unido en la patria y en el frente vence a cualquier enemigo».158 Goebbels había falseado los hechos históricos con una trama propuesta por él que servía de marco al filme. 159 Si bien Kolberg, defendida con éxito por los ciudadanos en el año 1807, fue ocupada por las tropas napoleónicas tras la paz de Tilsit, Goebbels hizo de su resisten cia, liderada por el alcalde Nettelbeck, un ejemplo de la guerra de independencia. La música también fue elegida conforme al objetivo: la pelí cula comenzaba con la canción de marcha de Theodor Kórner Estalla la lucha, se desencadena la tormenta, y terminaba, no con menos patetismo, con el cántico final de la Oración de gracias neerlandesa, que había surgido más de cincuenta años después: «Te alabamos a Ti que estás en las alturas, Tú, director de las batallas, y Te imploramos que nos sigas socorriendo, que Tu comunidad no sea víctima de los enemigos. Sea alabado Tu nombre, ¡oh Señor!, haznos libres». 160 La película había adquirido una actualidad que no podía ser más drástica, pues había duros combates por la pomerana Kolberg. Pero no fue allí, sino a La Rochela y a Saint Nazaire, 161 plazas alemanas en el Atlántico que estaban cercadas, donde Hinkel envió copias por orden

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del ministro de Propaganda, quien había exigido actualizaciones a última hora.162 Lo que era posible en el cine, a saber, hacer de la caída de Kolberg una batalla ganada, fracasó sin embargo en la realidad. Pero Goebbels intentó aferrarse a la ficción: prohibió difundir la noticia de la toma posterior de la ciudad por parte del Ejército Rojo. 163 A principios de febrero remitió la ofensiva soviética. Mientras que en la población surgieron esperanzas de que el Ejército Rojo estuvie ra exánime, Goebbels sabía que sólo era la calma antes de la última tormenta. Tenía completamente claro cómo se produciría ahora todo. En la conferencia tripartita de Yalta se llegaría a un acuerdo, y Alemania sería derribada definitivamente desde el este, el oeste y el sur y desde el aire. Entonces, el montón de ruinas que todavía quedaba sería ocupado según el plan previsto. Las sandeces de la organización de la paz mundial sólo eran, naturalmente, falsas promesas con las que se enga ñaba a la humanidad cansada de la guerra, para poder proseguir aún con menos escrúpulos la correspondiente política imperialista, dijo Goebbels a Von Oven.164 De todos modos, esta situación significaba ganar tiempo, un tiempo que, pese a la falta de perspectivas de éxito, había que aprovechar, pues el milagro, la ruptura de la alianza entre anglo-americanos y soviéticos, requisito necesario para una convergencia con el Kremlin que quizás aún llegara a tiempo, tenía como condición tanto la fe como los hechos. A los «hechos» pertenecía la ininterrumpida propaganda que atacaba a la coalición de los «plutócratas» occidentales con el bolchevismo como un «grave delito histórico». En su editorial del Reich del 4 de febrero de 1945, Goebbels advirtió contra una «bolchevización» de Europa, que sólo Alemania se esforzaba por evitar con su «lucha heroica». Para ello volvió a referirse a un ejemplo de la historia: «También la nobleza francesa» había hecho «en buena parte causa común con el jacobinismo», lo había «mimado» en sus salones hasta que cayeron bajo la guillotina las cabezas de sus últimos renegados. Entonces, ¿cómo cabía esperar que «la clase que hoy predomina en las plutocracias sea más perspicaz y evite por su parte los errores por los que se fueron a pique sus precursores intelectuales?». 165 Así pues, si el pueblo alemán rindiera las armas

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—escribió en una perspectiva para el año 2000— «incluso después de los pactos entre Roosevelt, Churchill y Stalin, los soviéticos ocuparían toda la Europa oriental y meridional, además de la mayor parte del Reich. Delante de este enorme territorio, incluida la Unión Soviética, caería inmediatamente un telón de acero detrás del cual comenzaría luego la matanza masiva de los pueblos».166 Goebbels aprovechó también la ganancia de tiempo para fortalecer la voluntad de resistencia de los alemanes por medio de una propaganda difamatoria llena de odio, aun a riesgo de que siguiera aumentando el pánico entre la población de las provincias del este. Los «oídos del mundo», escribió, se hacían los «sordos ante los gritos de dolor de millones de personas torturadas y violadas en cuerpo y alma, que han caído en las despiadadas manos del bolchevismo en el norte, el este y el sureste de Europa, y ahora también en el este de nuestra propia patria». Contra este enemigo «sanguinario y vengativo» había que defenderse «con todos los medios que estén a nuestra disposición, y sobre todo con un odio que no conozca límites».167 Incluso en las calles de la capital del Reich —el 3 de febrero sufrió un duro ataque aéreo en el que murió el presidente del Tribunal del Pueblo, Freisler—, Goebbels había hecho que empresas de pintores escribieran lemas como «El odio es nuestro deber, la venganza nuestra virtud».168 Goebbels se reunía cada vez más a menudo con Hitler y Bormann tras la deliberación sobre la situación.169 Su irrefrenable odio le hacía seguir insistiendo en una ampliación de sus plenos poderes para la totalización de la guerra y en una exacerbación de la propia estrategia bélica. Una nueva oportunidad para imponer sus radicales objetivos la vio Goebbels después de que en la noche del 13 al 14 de febrero, así como al mediodía del 14, bombarderos británicos y americanos arrasaran Dresde, una de las ciudades más hermosas de Alemania, que estaba repleta de refugiados de Silesia. Al menos 35.000 personas murieron en ese infierno. Goebbels, de quien se dice que se le saltaron las lágrimas y que temblaba de rabia, intervino inmediatamente ante Hitler, igualmente afectado, exigiendo como medida de urgencia el fusilamiento de «diez mil o más prisioneros de guerra ingleses y americanos».170

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Goebbels justificó la consiguiente revocación de la Convención de Ginebra con el argumento de que había perdido su sentido si los pilotos de los bombarderos enemigos podían matar en brevísimo tiempo a «cientos de miles de personas no beligerantes». Alemania dejaría sin efecto el pacto porque impedía las medidas de represalia. Si se abandonara la Convención, sería posible condenar a muerte en un juicio sumarísimo como asesinos de civiles indefensos a la tripulación de los bombarderos que cayera en manos alemanas. Semejante medida obligaría a las potencias occidentales a interrumpir el terrorismo aéreo.171 Hitler, que ya estaba decidido a dar ese paso, 172 ordenó sin embargo que se examinaran las ventajas e inconvenientes de una revocación del acuerdo internacional sobre la estrategia bélica, atendiendo a las objeciones que se le habían presentado. La comisión le desaconsejó esa medida.173 Goebbels aprovechó además la destrucción de Dresde para derribar finalmente a su viejo adversario, el mariscal del Reich Góring, que para entonces había sucumbido plenamente a la morfina. El 14 de febrero, en presencia de Naumann y Semler, manifestó su indignación con el «parásito», al que ya había odiado desde la época de lucha por sus ideas burguesas. Él, Goebbels, sentaría ante el Tribunal del Pueblo al «haragán» que era responsable del terrorismo aéreo aliado.174 En su diario anotó que el mariscal del Reich no era ningún nacionalsocialista, sino un «sibarita». «Locos cubiertos de condecoraciones y petimetres vanidosos y perfumados no deben formar parte de la dirección de la guerra. O cambian o tienen que ser eliminados».175 A principios de febrero, Goebbels volvió a pedir a Hitler en un escrito la ampliación de sus poderes.176 Con el objeto de conseguir apoyo para aislar a sus enemigos dentro de las propias filas, Góring, Ribbentrop y Rosenberg, que se negaba a disolver su Ministerio del Este, y para hacer más eficaz la lucha defensiva alemana —así lo creía Goebbels—, el 14 de ese mes se reunió en Hohenlychen, a 40 kilómetros de Berlín, con Himmler, que se recuperaba de una angina de pecho en el hospital militar de las SS de ese lugar. La nueva dirección nacionalsocialista, según las ideas de Goebbels, quedaría más o menos como sigue: él mismo proyectaba convertirse en canciller del Reich, Himmler asu-

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miría el Alto Mando de la Wehrmacht y Bormann sería jefe del parti do, todo esto con la aprobación del Führer. A éste había que eximir le de su responsabilidad por su preocupante estado, pensaba Goebbels, que atribuía a Hitler en su plan el papel de una autoridad histórica que reinaba sobre todas las cosas.177 Aparte de eso, ambos hombres deliberaron en Hohenlychen sobre las posibilidades políticas de salvar el Reich. Días después, Goebbels dejó constancia brevemente de la posición del comandante supremo de las SS: éste creía que Inglaterra «entraría en razón», cosa que él «dudaba bastante».Tal como se desprendía de sus declaraciones, Himmler estaba orientado por completo hacia el oeste; del este no esperaba absolutamente nada. Por el contrario, el ministro de Propaganda seguía pensando que «más bien en el este se podría conseguir algo», puesto que Stalin le parecía más «realista» que «los locos homicidas anglo-americanos». 178 Lo que al parecer le ocultó Himmler fueron sus contactos con el con de sueco Bernadotte, con el que el comandante supremo se reunió poco después, también en Hohenlychen. A instancias de su compañera sen timental Hedwig Potthast, sondeaba las posibilidades para una paz por separado con las potencias occidentales, con la esperanza de poder salvar la propia cabeza. Ya que el 25 de febrero, durante la fiesta de cumpleaños de Konstantin Hierl, el jefe de trabajo del Reich, celebrada en el edificio minis terial, Goebbels tampoco pudo ganarse a Himmler para una actuación conjunta, 179 en su conferencia ante el Führer del 27 de febrero tuvo que limitarse a exponer las dificultades burocráticas que todavía se le planteaban en sus esfuerzos por conseguir la totalización de la guerra. Goebbels pedía que sus poderes tuvieran mayor alcance y que se «pri vara de influencia» a aquellos que estorbaban la aplicación de sus medidas. Sobre todo pensaba en Góring, cuya arma aérea había tenido que volver a ver, impotente, el día anterior cómo más de mil bombarderos americanos atacaban la capital del Reich y causaban considerables daños. Hitler, que le había dado la «razón en todos los puntos», le «alabó mucho», se declaró partidario de él abiertamente y sin reserva y se alegró de que no tuviera reparos en expresar su opinión, anotó Goebbels. Estas hala-

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gadoras palabras le hicieron renunciar gustosamente a insistir en una sustitución de Góring. Antes bien, ahora esperaba que el Führer lograra «volver a hacer de Góring un hombre». 180 Pero esto no impidió que poco tiempo después Goebbels se propusiera de nuevo firmemente eliminar al mariscal del Reich, motivo por el cual abordó el tema por milésima vez frente a Hitler, quien probablemente seguía aferrado a Góring, sobre todo porque en noviembre de 1923 estuvieron lado a lado durante la marcha a la Feldherrnhalle. El 4 de marzo Goebbels bajó muy preocupado las escaleras que llevaban al bunker del Führer —los soviéticos habían emprendido la ofensiva en la Pomerania Ulterior en dirección al mar Báltico y habían roto las posiciones defensivas alemanas—, pero las volvió a subir muy fortalecido. El Führer decía que había que relativizar la situación en el este. Tenía razón al manifestar que hoy se podía observar un alivio. Hacía cuatro semanas la situación era tal «que la mayoría de los expertos militares daban nuestras posibilidades absolutamente por perdidas (...) si el Führer no hubiera venido personalmente a Berlín y hubiera tomado el control de las cosas».181 Durante esta conversación, en cuyo transcurso Hitler atacó una vez más al Estado Mayor en su búsqueda del culpable, Goebbels recibió finalmente plenos poderes para formar batallones femeninos en Berlín.182 Además, Hitler aprobó su plan de agrupar a los soldados aislados en nuevos regimientos. Goebbels, a quien le gustaba cada vez más su papel de miliciano del pueblo, no sólo se conformaba con la planificación. Con abrigo de cuero y un gorro de oficial alemán sin insignia de rango, inspeccionaba repetidamente los trabajos de zapa para la defensa de la capital del Reich o visitaba a las unidades del Volkssturm. En el frente del Oder, donde a mediados de febrero recorrió cojeando las posiciones en Frankfurt, exhortó a los comandantes de las heterogéneas unidades, que se enfrentaban a unas fuerzas soviéticas cada día más superiores, a echar el resto por «el Führer y la patria».183 El 8 de marzo Goebbels viajó hacia la Baja Silesia, donde un limitado contraataque alemán había llevado a reconquistar las ciudades de Lauban (Luba) y Striegau (Strzegom). En Górlitz se reunió con el jefe de circunscripción Bruno Malitz, que había llevado la defensa de la ciu-

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dad a unas «condiciones fabulosas».184 Goebbels quedó entusiasmado con el capitán general Ferdinand Schorner, el comandante en jefe del frente silesiano, pues le parecía que no era un general de despacho y mapas, sino un «combatiente» de la primera línea. Lo que más le impresionó a Goebbels fue el brutal proceder del general, temido como «perro sanguinario», contra los «cobardes» en las propias filas. «Trata a esos personajes con bastante brutalidad, los hace colgar en el árbol más cercano», escribió Goebbels de manera aprobatoria. Con Schorner siguió viajando en dirección al frente, pasando por delante de carros de combate soviéticos destruidos, esos «colosos de acero monstruosos y robóticos con los que Stalin quiere subyugar a Europa». En la plaza mayor de la pequeña ciudad destruida de Lauban, después de que Schorner elogiara sus medidas para la totalización de la guerra, Goebbels habló a las formaciones de soldados de infantería y auxiliares de las fuerzas aéreas. Ante ellos evocó la imagen de Federico el Grande, «cuya tenacidad e inquebrantable corazón salvaron a Prusia y, por ende, al futuro Reich precisamente en este suelo histórico. Del mismo modo el Führer, con inquebrantable corazón, conducirá a nuestra generación a la victoria, si, como en su día sucedió con el gran rey prusiano, el pueblo se pone a su disposición en todo momento (...) con fe y lealtad».185 Después de la guerra, algunos supervivientes relataron que les impresionó con sus palabras por una parte realistas, por otra parte emotivas, sobre el deber común de defender a la patria, a la población alemana, de los horrores y de la crueldad de la «soldadesca bolchevique».186 Por la tarde, en el discurso que pronunció en Górlitz ante soldados, miembros delVolkssturm, trabajadores del armamento y jóvenes hitlerianos, Goebbels se refirió a esas «indescriptibles bestialidades soviéticas», según informó el Volkischer Beobachter, cuyas columnas con las pequeñas esquelas de los caídos por «el Führer, el pueblo y el Reich» hacía tiempo que llenaban la mitad de las hojas. Los soldados alemanes empuñaban las armas con más fuerza que nunca, con una «ira inmensa», porque les acompañaban de continuo las imágenes de niños asesinados y de mujeres y madres deshonradas, imágenes que no se podían

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quitar de la cabeza. En lugar del pánico que el odioso enemigo intentaba propagar, se topaba hoy en día por eso con el lema común de cientos de miles de soldados del frente oriental: «Derrotad a los bolcheviques dondequiera que los encontréis».187 La profunda emoción y el odio, que Goebbels creyó poder observar también aquí, le llevaron a concluir después de su visita al frente «que entre estos hombres predomina una firme fe en la victoria y en el Führer», sobre todo porque Schorner le había asegurado jactanciosamente que se podía derrotar a los «bolcheviques» y que creía poder levantar el sitio de Breslavia en pocas semanas. Breslavia, cercada desde mediados de febrero y declarada por Hanke como plaza fuerte, fue ensalzada por Goebbels en su propaganda como un «bastión en la lucha contra el bolchevismo», junto a la igualmente aislada Kónigsberg, de la cual se había convertido en hijo adoptivo en diciembre de 1937.188 La tarde del 3 de marzo había hecho retransmitir un discurso de Hanke en la radio del Reich, y a continuación había anotado en su diario que la causa de Alemania iría mejor si todos los jefes de distrito del este fueran y trabajaran como Hanke.189 Esta observación iba dirigida en particular contra el jefe de distrito de la Prusia Oriental, Erich Koch, que se había retirado de Kónigsberg y había nombrado al jefe de circunscripción Wagner comisionado del partido para esa plaza fuerte. Junto con el general Otto Lasch, el comandante de Kónigsberg, Wagner, no sólo defendía la capital asediada de la Prusia Oriental, sino que luchando consiguió dejar libre una importante comunicación con Pillau (Pi_awa). Para destacar el éxito táctico, Goebbels hizo publicar en los periódicos un mensaje de radio de Wagner a Hanke, que llevaba claramente el sello del ministro de Propaganda y en el que los defensores de Kónigsberg «gritaban» sus lemas a los de Breslavia: «¡La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber! (...) Con valentía y lealtad, con orgullo y obstinación transformaremos nuestras plazas fuertes en fosas comunes de las hordas soviéticas (...). Sabemos con vosotros que el momento anterior a la salida del sol siempre es el más oscuro. Pensad en eso cuando os chorree la sangre ante los ojos durante la lucha u os envuelvan las

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tinieblas. Venga lo que venga, la victoria será nuestra. ¡Muerte a los bolcheviques! ¡Viva el Führer!».190 En vista de esa heroicidad presentada con patetismo, Goebbels encontró aún más «vergonzoso y humillante» que precisamente su ciudad natal, Rheydt, hubiera capitulado sin combate ante los americanos, que para entonces habían derribado la línea Sigfrido en toda su extensión, desde Aquisgrán hasta el Palatinado, y estaban ahora en el Rin. No quería ni imaginarse que en su casa paterna se hubiera enarbolado una bandera blanca; no obstante, lo que le parecía insoportable era que los ocupantes, para ofenderle, pensaran crear en Rheydt un «denominado periódico alemán libre», como se desprendía de una noticia propagandística. «Pero el triunfo del que hacen gala me parece algo prematuro. Ya tendré yo medios y recursos para restablecer el orden al menos en Rheydt».191 Además, por voluntad suya, una operación de comando debía liquidar al alcalde Vogelsang, «un auténtico burgués nacionalsocialista»192 que se había puesto a las órdenes de los americanos. El atentado, que no llegó a producirse, debía ser ejecutado «por compañeros berlineses del partido (...) que ya están duchos en tales actos». Se trataron todos los detalles de su organización, desde los pasaportes falsos para los implicados hasta los alimentos concentrados para su abastecimiento, pasando por la metralleta y el aparato de radio, pues Goebbels no quería dejar nada al azar.193 Más incluso que la capitulación de su ciudad natal le afectó a Goebbels la destrucción de su ministerio por una mina aérea la noche del 13 de marzo de 1945, justo doce años después de que Hindenburg, el presidente del Reich, le tomara juramento. Desconcertado, fue a trompicones a través de los escombros, de entre los cuales sus colaboradores, que habían acudido a toda prisa, salvaron lo que se podía. Preocupado por su ministro, Hitler le llamó nada más enterarse para conversar con él en el bunker situado debajo de la cancillería del Reich. Allí Goebbels describió los destrozos y expuso sobre todo la creciente violencia de los ataques de los «mosquitos» británicos, que tenían lugar todas las noches. Esta vez tampoco desaprovechó la oportunidad para criticar duramente a Góring y exigir consecuencias.194

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Pero Hitler no entró en ese tema, sino que habló más bien de divisiones —que ya sólo existían sobre el papel— con las que quería estabilizar el frente oriental y hacer retroceder a los americanos, que ya habían cruzado el Rin en Remagen en el frente occidental; habló de la guerra submarina, que quería intensificar, y apostó por los cazas a reacción, que estaban listos para intervenir. Él, un hombre tembloroso, enflaquecido, marcado gravemente por la enfermedad, volvió a cautivar a su compañero más leal de tal manera que ante sus ojos aparecieron visiones de un Tercer Reich que nunca llegaba a su fin.Y así Goebbels estaba firmemente decidido a «construir después de la guerra no sólo un nuevo ministerio monumental —como piensa el Führer—, sino a reedificar este viejo ministerio en su antiguo esplendor».195 Por una parte, Goebbels seguía logrando extasiarse con esas visiones, pero por otra parte también le atrapaba la realidad. Entonces se imaginaba su final con un sarcasmo mortificante. Hablaba de ingerir veneno en el último momento o de volarse por los aires. En su imaginación se veía muriendo en las barricadas con la bandera de la esvástica.196 Cuando se obsesionaba tanto con su final y esto hacía que su odio fuera cada vez más desenfrenado, sacaba de él nueva fe, que fortalecía con la biografía de Carlyle de Federico el Grande u otras lecturas históricas sobre una salvación en el último momento, hasta que todo se volvía a desmoronar en la realidad y buscaba de nuevo socorro en Hitler. Delante de su mujer evitaba hablar sobre el final, que llevaba a ésta a desesperarse. Por eso Magda confrontaba sus penas con los colaboradores de su marido, que tras la destrucción del ministerio prosiguieron su trabajo en el cercano edificio de la Hermann-Góring-Strasse.A Semler le dijo que, aunque tenía miedo a la muerte, había conseguido tras larga lucha aguardar su final con cierta serenidad. Pero aún no podía soportar la idea de quitar la vida a sus hijos. Se devanaba continuamente los sesos sobre cómo lo llevaría a cabo cuando hubiera llegado el momento. No podía hablar con su marido acerca de ello. El nunca le perdonaría que ella debilitara su capacidad de resistencia. Mientras él pudiera luchar, pensaba que no todo estaba perdido.197

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Su cuñada María Kimmich y otras personas cercanas a ella intentaban disuadirla de la idea de darse muerte a sí misma y a sus hijos en el momento del hundimiento. También Naumann, el único que hasta los últimos días causaba una impresión asombrosamente «tranquila», «fresca» y «relajada»198 y que ayudaba a Goebbels a superar los momentos de desesperación con su fanatismo, buscó una salida para su mujer y los niños. Hizo todo lo necesario para que se anclara una de las grandes embarcaciones del Havel con provisiones de alimentos cerca de la fin ca de los Goebbels en la isla. Propuso que Magda y los niños se escon dieran en el barco en el caos de la catástrofe y que, una vez que se tranquilizara la situación, se entregaran a los ocupantes. 199 Pero la decisión de Magda Goebbels de permanecer hasta el final al lado de su marido era irrevocable. De todos modos, el ministro de Exteriores del Reich se esforzaba por evitar ese final. La tarde del 4 de marzo, Goebbels hab ía sabido por el embajador Hewel que Ribbentrop «movía los hilos hacia los países occidentales».200 Goebbels no sólo consideraba que ese paso iba en la dirección equivocada, sino que carecía de perspectivas «si no tenemos ningún éxito militar que presentar». 201 Lo mismo había argumentado su Führer justo antes de la conversación con Hewel.Varias veces Goebbels había llamado cuidadosamente la atención de Hitler sobre el hecho de que esa desintegración de la coalición bélica anglo-americano-soviética, que observaban «esperanzados», no progresaba con la suficiente celeridad. Sin atreverse a apremiar a Hitler hacia una reconciliación con la Unión Soviética, Goebbels, invirtiendo sus verdaderos objetivos como si no quisiera dedicar mucho tiempo al molesto tema, afirmó que creía posible buscar un entendimiento con Stalin para luego continuar la lucha contra Inglaterra con «la energía más brutal». Pero para ello el requisito previo era un éxito militar. Después de que Ribbentrop hiciera que el consejero de legación Hesse emprendiera sondeos de paz con las potencias occidentales el 15 de marzo, en Estocolmo, con el consiguiente fracaso, Goebbels no tuvo para él más que escarnio. Observó con desprecio que ese intento se había visto «frustrado completamente». Sin relacionar el caso con «su

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Führer», quien había dado la autorización al ministro de Exteriores, Goebbels registró la misión fracasada como una «malograda escapada de Ribbentrop, sobre la cual se habría podido predecir con cierta seguridad que acabaría de esta manera».202 Mientras que Hitler veía en las medidas que ahora tomaba la escenificación de su propio final y el de su Reich, Goebbels las entendía como más medidas para la totalización de la lucha. El 19 de marzo Hitler ordenó «destruir todas las instalaciones militares de transporte, comunicaciones, industria y abastecimiento dentro del territorio del Reich que el enemigo pueda aprovechar de alguna manera para la prosecución de la lucha de forma inmediata o a corto plazo». 203 El hecho de que Speer, quien con vistas a la época posterior a Hitler empezaba a apartarse de él, lograra con todo tipo de argumentos frustrar la «orden neroniana», Goebbels lo valoró como un éxito, pues todavía no había dejado de creer en el «viraje» y, por tanto, en el reaprovechamiento de los objetos. Sin embargo, la «orden neroniana» sólo fue el principio. Una denominada «orden de banderas» disponía que todos los moradores de las casas en las que ondeara una bandera blanca tenían que ser fusilados inmediatamente. En la lucha final no se debían tener miramientos con la población; la guerra tenía que ser de hecho «más total y más radical» —tal como había formulado Goebbels en su discurso en el palacio de deportes— de lo que nunca cupo imaginar. En este sentido, a finales de marzo Goebbels se dedicó a la organización de una actividad partisana en los territorios ocupados por el enemigo, que en el oeste llegaban ahora casi hasta Fulda: la denominada Acción Werwolf204 [hombre lobo]. Proyectaba fundar un periódico y establecer una fuerte emisora de radio, que llevarían en los dos casos el nombre de esta organización creada por las SS y que harían uso de un lenguaje marcadamente revolucionario. No obstante, los «hombres lobo», glorificados míticamente por Goebbels, no pasaron de algunas acciones terroristas, como el asesinato del alcalde de Aquisgrán instaurado por los americanos. En cambio, la correspondiente propaganda radiofónica surtió un efecto considerable. Entre los aliados occidentales suscitó en un principio temores

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de que la resistencia clandestina de los alemanes persistiera durante largo tiempo. Del mismo modo que Goebbels intentaba hacerse con el control de la organización Werwolf, seguía luchando denodadamente por desarmar a sus adversarios personales. El 25 de marzo consiguió un pequeño éxito contra Góring. Después de proponer a Hitler en una «larga carta» simplificar las fuerzas aéreas en toda su organización «de manera que se pueda eliminar realmente su formación hidrocéfala», éste le otorgó plenos poderes para iniciar las medidas correspondientes.205 Seis días después Goebbels logró la destitución de un hombre contra el que había intrigado sin éxito durante años. Hitler se había decidido «en el acto» a suspender a Dietrich y a nombrar a su sucesor, no ya jefe de prensa del Reich, sino «jefe de prensa del Führer», con lo que quedaba suprimida la institución.206 Esta orden se vio precedida por la descripción por parte de Goebbels de las dificultades que Dietrich supuestamente le ocasionaba tanto en la propaganda antibolchevique como en la dirigida contra el despotismo de los anglo-americanos en los territorios ocupados. El ministro de Exteriores del Reich era el único al que Goebbels no podía desarmar. Así, por milésima vez echó la culpa a Ribbentrop «de que hayamos llegado a semejante situación».207 Le tenía que haber presentado a Hitler propuestas de negociaciones cuando el Reich todavía tenía algo que poner en la balanza.Ya que un «hombre de autoridad» del Kremlin se encontraba en Estocolmo, Goebbels se ofreció para hablar con él. Pero Hitler, que reaccionaba a las noticias del derrumbamiento de los frentes con reiterados ataques de ira, de los que escapaba alternativamente con visiones de salvación y hundimiento, no quería saber nada de ello, porque «en el momento actual eso sería un signo de debilidad». Goebbels se refugió una vez más en el autoengaño. Hitler había tenido «siempre en estas cosas un buen presentimiento», motivo por el cual uno podía «confiar plenamente» en él.208 Como si no quisiera ver que el final era inminente, se enfrascaba en el trabajo. A la tarea de preparar para la defensa a la ciudad de Berlín, diariamente atacada por las fuerzas aéreas aliadas —en su diario se hacía

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creer a sí mismo que libraría una batalla con el enemigo «como no habrá otra en la historia bélica»—,209 se sumaban cada vez con mayor frecuencia trabajos orientados al futuro. Así, elaboraba planes para la nueva organización de la radio210 y, aprovechando su éxito contra Dietrich, hizo que se redactara un nuevo estatuto para la jefatura de prensa, en el que ya no había cabida para un jefe de prensa del Reich. 211 Incluso trabajaba en un nuevo libro, que quería titular La ley de la guerra. El general mariscal de campo Model le envió el prólogo que le había encargado, 700 palabras telegrafiadas que, después de reformular Goebbels el texto, aseguraban que el libro estaría entre aquellos escritos que más tarde leerían generaciones enteras y que «perdurará durante siglos como si fuera de bronce».212 Así transcurrieron los primeros días de abril del año 1945, en la «Pascua más triste» de su vida. En esa época se dedicaba poco a la familia, que había hecho evacuar a finales de marzo hacia Schwanenwerder. Cuando no se refugiaba en el trabajo, estudiaba informes del bando de los enemigos, que se acababan de disponer en San Francisco a crear las Naciones Unidas; luego lamentaba una tercera guerra mundial entre el este y el oeste y se convencía de la salvación del resto de Alemania, que cada vez se volvía más pequeña entre las dos agrupaciones enemigas. Las «preocupantes noticias» llegaban ahora en intervalos cada vez más breves.213 En el bunker, Hitler perdió la visión de conjunto sobre la situación en los frentes y crecientemente el control sobre sí mismo. A Sepp Dietrich y a los soldados del ejército blindado de las SS que habían emprendido la ofensiva en Hungría al norte del lago Balatón, Hitler les quitó los galones con el nombre bordado de la división —y por tanto el «honor», según la percepción del momento—, cuando tras semanas enteras de sangrientos combates, en los que también encontró la muerte Alfred-Ingemar Berndt,214 se retiraron ante lo desesperado de la situación. Dio de baja al jefe del Estado Mayor del Ejército, Guderian, con el requerimiento de que se tomara inmediatamente un permiso de seis semanas para descansar. Cuando el 9 de abril capituló la plaza de Kónigsberg, en llamas y destruida por la artillería, Hitler

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ordenó que se condenara a muerte in absentia al comandante Lasch y que se imputara a su familia «corresponsabilidad familiar». Goebbels disculpó el proceder de Hitler en el asunto de Dietrich y aprobó las medi das de su «sobrecargado Führer» contra Guderian y Lasch. Por el con trario, volvió a destacar la figura de Hanke, quien comunicó por teléfono desde Breslavia que seguiría resistiendo. 215 Mientras que en el entorno de Hitler, ante el que ahora ni siquiera Goebbels «triunfaba del todo» con sus ejemplos históricos, 216 se generalizaba una atmósfera de gran desaliento, el ministro de Propaganda «luchaba» sin descanso. Así, la tarde del 12 de abril no estuvo entre los asistentes al concierto de despedida de la Orquesta Filarmónica de Ber lín, celebrado en su sala de conciertos, que todavía se conservaba a medias, y donde se dieron cita, sin Hitler, numerosos representantes importantes del Reich, entre ellos Speer, el promotor, Ley y Donitz. 217 Mientras el final wagneriano de El aespúsculo de los dioses se oía más allá del desierto de ruinas que rodeaba la Potsdamer Platz, Goebbels viajó al frente del Oder, donde visitó el cuartel general del noveno ejército en Küstrin (Kostrzy).AUí repartió cigarrillos y aguardiente y habló en tono magistral a los oficiales sobre la «justicia de la historia», que salvaría al Reich del hundimiento. 218 Ya llevaba varias horas de viaje cuando en la Hermann-Góring-Strasse su colaborador Semler recibió una llamada de la Agencia Alemana de Noticias, cuyo contenido consideró en principio una broma: por la mañana, mientras aún ensayaban los músicos de la orquesta filarmónica, Roosevelt había muerto en Warm Springs, a seis mil kilómetros de distancia. Cuando Semler, tal como hizo constar en sus notas, repitió en alto la sensacional noticia, los colaboradores del ministro, las secretarias y los empleados del servicio doméstico acudieron corriendo, gri tando de alegría y dándose la mano mutuamente. Se afirma que la cocinera, que procedía de Viena, se persignó y dijo lo que muchos pensaban en ese momento: ése era el milagro que el doctor Goebbels nos había prometido desde hacía tiempo. 219 Semler intentó en vano localizar a Goebbels en el cuartel general del noveno ejército; éste se encontraba ya en el camino de regreso a

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Berlín, que estaba sufriendo justo en ese momento un serio ataque con bombas. Cuando después de medianoche —ya era viernes, 13 de abril— llegó a la Hermann-Góring-Strasse y Semler le gritó la noticia desde lejos, se quedó por un momento «como clavado».220 Su secretaria Inge Haberzettel recordaba que «nunca olvidaría la expresión de su rostro en medio del resplandor del incendiado Berlín». 221 Goebbels exclamó enardecido que ése era el giro de la guerra, antes de asegurarse una vez más de que la noticia era cierta.222 Inmediatamente hizo que le pusieran en comunicación con Hitler. Le felicitó porque el destino había derribado a su principal enemigo, Dios no le había olvidado, para finalmente hablar del «milagro» con una voz extática. Ahora se repetiría aquel «milagro de la Casa de Brandeburgo», que había librado a la Prusia de Federico del hundimiento en el último instante. Y del mismo modo que el gran rey nunca había dejado de tener fe, él, Goebbels, siempre había seguido aferrado a su fe en el Führer. Si entonces fue la muerte de la zarina Isabel la que rompió la coalición enemiga austriaco-rusa, ahora era la muerte del enemigo mortal, del «judío» Roosevelt, la que provocaría el final de la coalición enemiga entre las «plutocracias» occidentales y el bolchevismo.

Capítulo 15 VIVIR EN EL MUNDO QUE VIENE DESPUÉS DEL FÜHRER Y DEL NACIONALSOCIALISMO YA NO VALE LA PENA

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or un instante, similar a un momento de demora en el inevitable hundimiento, la muerte del presidente americano Roosevelt parecía constituir la salida de la crisis en el mundo delirante de Goebbels. Tampoco Hitler procuró refrenar el autoengaño de su compañero más fiel.Aunque no mostraba «un gran optimismo»,1 consintió que se hablara de la actuación de la «divina Providencia». Delante del comisionado permanente de Ribbentrop, el embajador extraordinario Walther Hewel, Goebbels esbozó ahora una «imagen del futuro sumamente prometedora».2 Según ésta, la ruptura de la coalición enemiga era inminente, pues esperaba de Truman —coincidiendo supuestamente con Hitler— que se opusiera con resolución a las pretensiones de poder de Stalin en Europa. Ahora lo importante era —así le parecía a Goebbels— rechazar la gran ofensiva soviética ante las puertas de la capital del Reich, que se esperaba diariamente, y ganar tiempo hasta que la Providencia terminara su obra. Así pues, Goebbels se volvió a dirigir ahora a los alemanes para que resistieran contra el «enemigo sanguinario y vengativo en el este y en el oeste», pues —así escribió el 15 de abril en su penúltimo artículo en el Reich— el Führer tenía también esta vez una salida al dilema. «El desenlace de esta guerra sólo se producirá un segundo antes de la doce. Pero si para entonces ya nos hubiéramos resignado y rendido las armas, según están las cosas sólo podría ser desfavorable para nosotros».3 En el llamamiento de Hitler a «sus combatientes del este», que Goebbels ayu-

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dó a redactar, exigía por eso encarecidamente que cumplieran con su deber, para que se desmorone el «último embate de Asia (...) del mismo modo que al final fracasará a pesar de todo la invasión de nuestros adversarios en el oeste (...). En el momento en que el destino se ha llevado de la tierra al mayor criminal de guerra de todos los tiempos, se decidirá el giro de esta guerra».4 En la madrugada del 16 de abril de 1945 comenzó la batalla por Berlín. Los grupos de ejércitos de los mariscales soviéticos Zhúkov y Koniev —dos millones y medio de soldados, 41.600 cañones, 6.250 carros de combate y 7.560 aviones— emprendieron el ataque en tenaza a la capital del Reich desde sus posiciones de salida en el frente del Oder-Neisse, después de varias horas de cañoneo de la artillería. La encarnizada resistencia de la Wehrmacht, desconsoladoramente inferior, no pudo contener la irrupción de los soviéticos al norte de la plaza de Küstrin durante la tarde de ese mismo día. El 17 y el 18 de abril el Ejército Rojo prosiguió sus esfuerzos por construir cabezas de puente en la orilla occidental del Oder, lo que consiguió primero en la zona de Frankfurt. En Berlín, donde el estruendo de la artillería, semejante al sordo retumbar de una lejana tormenta, anunciaba el cercano final de la guerra a los tres millones de personas que resistían con abatimiento entre las ruinas, los jóvenes, ancianos y mujeres delVolkssturm —las unidades más aptas para la lucha las había enviado Goebbels al frente el 17 de abril en autobuses de la empresa berlinesa de transportes—5 se preparaban para entrar en acción. Cerca del bombardeado Ministerio de Propaganda, los miembros del batallón Wilhelmplatz levantaban las últimas barricadas; en el terreno de la cancillería del Reich se echaron abajo muros y se colocaron en sus posiciones cañones antitanque y lanzagranadas. Unos 800 soldados de la Leibstandarte Adolf Hitler, al mando del general de brigada de las SS Wilhelm Mohnke, se apostaron allí. Tenían que defender la residencia oficial del hombre que daba nombre a su unidad. Para enfurecer en el último minuto a las potencias occidentales contra la Unión Soviética, para indicarles que urgía actuar si querían salvar

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a Europa, el 19 de abril, durante su tradicional discurso radiado en la víspera del cumpleaños de Hitler, Goebbels pintó con los colores más oscuros la «marea del bolchevismo» que había invadido el continente y ensalzó a Hitler como defensor del mundo civilizado: «Si no hubiera un Adolf Hitler, Alemania estaría regida por un gobierno como Finlandia, Bulgaria y Rumania, se habría convertido hace tiempo en botín del bolchevismo. Lenin dijo en su día que el camino a la revolución roja mundial pasaba por Polonia y el Reich. Polonia está en posesión del Kremlin pese a todos los intentos anglo-americanos por encubrirlo. Si le hubiera seguido o le siguiera Alemania, ¿qué sería del resto de nuestro continente?».6 De hecho, se temía en Moscú que en el último momento las potencias occidentales firmaran una paz por separado con la Alemania nacionalsocialista o incluso que concluyeran una alianza militar contra la Unión Soviética. Numerosos indicios parecían apuntar en esa dirección. Así, se conocían en el Kremlin los contactos entre Himmler y Bernadotte, las negociaciones del teniente general de las SS WolfF con el jefe del servicio secreto americano Alien Dulles y las gestiones de Ribbentrop. «En esa situación, puesto que no sólo teníamos numerosos hechos en la mano, sino que zumbaban rumores en nuestras cabezas, no teníamos ninguna razón para hacer caso omiso de esas posibilidades», escribió en sus memorias el mariscal soviético Koniev.7 El desarrollo de la situación en la zona de operaciones deViena pone de manifiesto lo nervioso que estaba el bando soviético. Poco después de la toma de la ciudad el 13 de abril, Stalin había hecho interrumpir el avance y levantar complejas obras de fortificación sin ningún motivo militar. «La mayor traición de la historia mundial se abre paso. Si no queréis seguir luchando con las potencias capitalistas contra nosotros, entonces pasad a nuestro lado», tronaba la propaganda soviética a través de los altavoces, más allá de las posiciones alemanas.8 Así pues, para Stalin era decisiva la rápida toma de la capital del Reich. Mientras que los ejércitos soviéticos se aproximaban, miles de trabajadores forzados de los sectores industriales municipales se ponían en marcha y huían; interminables caravanas de coches de caballos y carroma-

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tos procedentes de las provincias del este provocaban una verdadera congestión en la ciudad; en las estaciones de ferrocarril de la periferia había transportes de heridos sin atender, y los muertos de los agotadores ataques aéreos británicos y americanos, que se producían todas las noches, hacía tiempo que ya no podían ser rescatados. Esto no le preocupaba a nadie, pues la «parálisis emocional» que ya había ido cundiendo durante las noches de bombardeos se convirtió ahora en un estado permanente, ya que todo el mundo pensaba exclusivamente en la propia supervivencia.9 Mientras tanto, los privilegiados del Estado pardo comenzaron a desaparecer de Berlín. El ministro del Estado Meissner comunicó a Goebbels telefónicamente el 20 de abril desde Mecklemburgo que la cancillería presidencial se había puesto a salvo para conservar la libertad de acción. Lleno de cólera, Goebbels le respondió que lamentaba no poder hacer ya lo que había ansiado durante doce años, escupirle a la cara. 10 La evacuación de la cancillería presidencial no fue un caso aislado. Durante esos días fueron evacuados amplios sectores de la burocracia ministerial. Ministros como Góring, Ley, Himmler o Speer aguardaban con mucho tacto el cumpleaños del Führer para después, «con dolor de su corazón» y obedeciendo exclusivamente al «deber», proseguir la lucha en otra parte. Ya que tras la muerte de Roosevelt no se presentó ningún indicio que apuntara a una ruptura de la coalición enemiga, hubo una atmósfera más que de abatimiento durante la pequeña fiesta de cumpleaños en el bunker, en la que se reunieron por última vez los superiores del régimen. Aunque Hitler intentó evitar este ambiente con todo tipo de comentarios y con un optimismo afectado, 11 su estabilidad había decaído dramáticamente en el plazo de pocas horas, desde que los rusos abrieron brecha en el Oder. Así pues, en vista de la aproximación de los soviéticos —cediendo a la insistencia de los militares y de su entorno más directo— había tomado ya la decisión de retirarse al Obersalzberg, para continuar la lucha protegido en la «fortaleza alpina».12 Goebbels estaba enterado y alentaba a Hitler sugiriéndole una vez más el papel de enviado por la Providencia.Ya en el discurso que pro-

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nuncio la víspera del cumpleaños de Hitler había condenado el «judaismo internacional (...) que no quiere la paz hasta que no haya alcanzado su satánico objetivo de destruir el mundo», para luego ensalzar a Hitler como el salvador llamado por Dios: «Como tan a menudo ha sucedido cuando Lucifer ha estado a las puertas del poder sobre todos los pueblos, Dios lo volverá a arrojar al abismo de donde ha salido. Un hombre de una grandeza irrepetible, de un valor sin igual, de una firmeza que levanta y conmueve el corazón, será su instrumento».13 Goebbels instó a Hitler a buscar en la capital del Reich, Berlín, la lucha final del «mundo civilizado» contra la «perversa coalición entre plutocracia y bolchevismo», que estaba a punto de romperse.14 Sólo en Berlín, en donde estaban puestos los ojos del mundo, se podía conseguir un «éxito moral universal», pensaba.15 Fortalecido por las palabras de Goebbels, al mediodía del 20 de abril Hitler compareció arriba, en el jardín de la cancillería del Reich, ante los cámaras y fotógrafos, mientras fijaba la Cruz de Hierro en el pecho de algunos jóvenes hitlerianos que se habían presentado en formación, para luego volver a bajar rápidamente al bunker. Allí tomó pronto la disposición de que, en caso de una división del territorio del Reich en una zona de combate meridional y septentrional, se formaran dos mandos. Además ordenó que se hicieran los preparativos para una ofensiva desde el norte contra los soviéticos que se aproximaban a las fronteras de la ciudad. Informado insuficientemente por generales serviles que tenían miedo de explicar a su Führer la desesperada situación, Hitler movía divisiones que estaban aniquiladas hacía tiempo, recorría con mano temblorosa los mapas de la situación y anunció en un último enfado que infligiría «al ruso (...) la derrota más sangrienta de su historia a las puertas de la ciudad de Berlín».16 Al mismo tiempo Goebbels escribió su último editorial para el Reich, con el que no llegó a nadie, pues este último número no se distribuyó.17 Una vez más exhortaba a los «compatriotas» a oponer «resistencia a cualquier precio». Ahí se creaba visiones de «muchachos y muchachas» que lanzaban contra el enemigo «granadas de mano y minas de plato (...) disparan desde las ventanas y los tragaluces des-

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preciando el peligro bajo el que luchan».18 Pero esta última exageración de sus ideas perversas sobre la guerra total no fue sólo una visión. En efecto, se envió a las zonas de combate a chicas de los internados del partido. Se habían bordado en la manga izquierda de sus blusas: «Venganza para nuestros hermanos y maridos». Las SS encontrarían apoyo en jóvenes soldados de las Juventudes Hitlerianas, que durante las últimas semanas fueron instruidos en campos de preparación militar y arrojados a la batalla el 22 de abril. La mayoría de ellos cayó poco después en el Havel o en la lucha por el campo de deportes del Reich en Berlín.19 La falta de cualquier noticia que señalara la esperada ruptura de la coalición enemiga llevó a Goebbels a engañarse a sí mismo cada vez más. Durante la última conferencia ministerial, que celebró el 21 de abril en la Hermann-Góring-Strasse, detrás de ventanas condenadas y a la luz de las velas, permitió por un instante que sus colaboradores se dieran cuenta de ello. El pueblo no había querido otra cosa, pues en el marco del plebiscito sobre la salida de la Sociedad de Naciones había votado con gran mayoría contra una política del entreguismo y a favor de una política del «honor y la audacia», insistía, para sacar la conclusión de que los propios alemanes habían elegido la guerra. Reveló su infinito desprecio por el ser humano cuando para terminar les dijo que no había obligado a nadie a ser su colaborador, observando con absoluto cinismo: «Ahora se les corta el cuellecito».20 Al día siguiente, en el que los soviéticos alcanzaron Zossen, al sur de Berlín, ya luchaban en el noroeste en el barrio de Frohnau y en el este se encontraban en la zona defensiva exterior de la capital del Reich, Goebbels se ocupó de poner a salvo las anotaciones de su diario. Desde hacía algunos meses se venían haciendo microcopias de éstas en placas bajo la supervisión de su estenógrafo personal, Richard Otte. Esa tarde, éste recibió el encargo de empaquetar las anotaciones originales con la ayuda de Otto Jacobs, que también había estenografiado los dictados del diario durante las últimas semanas, incluyendo ese 22 de abril, para que a continuación pudieran ser transportadas al bunker del Führer en la cancillería del Reich.21

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Alrededor de las cinco de la tarde sonó el teléfono en el palacio ministerial. Al aparato estaba un Hitler que sonaba alterado y que se quejaba de la traición, de la infamia y de la cobardía de sus generales. Antes había tenido lugar una deliberación sobre la situación en el bunker, en cuyo transcurso Hitler tuvo que conocer que la ofensiva que había ordenado y cuyo éxito había estado esperando en vano toda la tarde ni siquiera había comenzado por falta de fuerzas. Hitler había reaccionado con un ataque de rabia, luego se había vuelto a tranquilizar y había dicho a los que se encontraban en torno a la mesa de mapas que ahora podían elegir si querían huir o no. Él iba a quedarse en Berlín y a morir en las escaleras de la cancillería del Reich.22 Fue Goebbels, que se apresuró a bajar al bunker, quien volvió a alentar a Hitler y a infundirle algo de esperanza, 23 que Eva Braun —estaba en el bunker desde hacía algunos días— pensaba que el Führer había perdido.24 Se dice que Goebbels habló pocos minutos con Hitler a puerta cerrada. Después salió de la sala, ignoró los ruegos de Bormann para que aconsejara la huida a Hitler mientras era posible y comentó a la secretaria de Hitler, Edeltraut Junge, que más tarde llegaría su mujer con los niños. Por orden del Führer vivirían a partir de ahora en el bunker.25 Poco después, dos limusinas conducidas por el chófer de Goebbels, el teniente Günther Rach, y por su ayudante, el capitán de las SS Günther Schwágermann, recorrieron los pocos metros que separaban la Hermann-Góring-Strasse de la cancillería del Reich, pasando por delante de montones de escombros y ruinas. La familia ocupó allí cinco pequeñas habitaciones, entre ellas la del médico personal de Hitler, el profesor Theodor Morell, que, junto con el oficial de enlace de Dónitz, Karl Jesko von Puttkamer, y otros, acababa de abandonar el bunker.26 Cuando Hitler recomendó a Magda que volara hacia Baviera a bordo de un aparato que despegaría por la noche desde el aeropuerto de Gatow, para esperar allí a ver qué pasaba, rehusó, pues ella también consideraba que su «deber» consistía en permanecer al lado de su tan venerado Führer. Goebbels y Magda habían decidido no dejar solo ya a su vacilante «Mesías», para —en el caso de que no se produjera el anhelado milagro— darle fuerzas para su «camino hacia el Gólgota».Así pues,

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tenía que encontrar fuerzas para marcharse del mundo terrenal como un «Mesías» y de este modo legar a la posteridad un ejemplo de abnegación y lealtad, a partir del cual se crearían mitos y leyendas de los que Goebbels esperaba una contribución a la existencia futura de la religión política del nacionalsocialismo: «Si el Führer tuviera una muerte gloriosa en Berlín y Europa se hiciera bolchevique, en cinco años a lo sumo el Führer sería una personalidad legendaria y el nacionalsocialismo, un mito, porque quedaría glorificado por su última gran entrega», 27 manifestaba Goebbels, y se olvidaba de la derrota definitiva confiriendo un «sentido» al fracaso. A instancias de Goebbels, que se había informado por extenso de la situación militar con Jodl, Hitler tomó la iniciativa por última vez. Ordenó que el duodécimo ejército, que se encontraba en el Elba —fue una leva realizada precipitadamente al mando del general Walther Wenck—, se distanciara de los americanos y acudiera al socorro de Berlín. 28 El noveno ejército de Busse, ya bloqueado por los soviéticos y completamente extenuado, debía atacar asimismo en dirección a Berlín y encontrarse al sur de la ciudad con las tropas de Wenck. Desde el norte debían presentarse los restos del cuerpo de Steiner. La tarde del 22 de abril Keitel salió hacia Wiesenburg, donde se encontraba el puesto de mando de Wenck, para instar al comandante en jefe del ejército a «sacar de apuros al Führer: su destino es el destino de Alemania. Usted, Wenck, tiene en su mano salvar a Alemania».29 Después de que la tarde del 22 de abril Goebbels anunciara ya en un llamamiento a la población que se quedaría en Berlín con sus colaboradores —«mi mujer y mis hijos también están y permanecen aquí»—,30 al día siguiente, tras conocer la decisión definitiva de Hitler,31 al que Bormann y Ribbentrop habían instado en vano a la huida, pudo comunicar en un segundo llamamiento que el Führer se encontraba en la capital del Reich y que había asumido el mando sobre «todas las fuerzas defensivas de Berlín». Este hecho daba a la lucha por Berlín el carácter de un combate de trascendencia europea.32 Goebbels siguió radicalizando esta lucha. El día anterior ya había anunciado que se procedería por «todos los medios» contra los «provo-

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cadores y los elementos criminales». Ahora urgió además a Hitler a una «primera advertencia», que se imprimió en el primer número del perió dico volante Der Panzerbar [El oso blindado], distribuido ese día en Berlín. Allí se decía: «¡Tenedlo presente! Todo el que propague o incluso apruebe medidas que debiliten nuestra capacidad de resistencia es un traidor. Hay que fusilarle o colgarle al instante». 33 Comandos antidisturbios formados rápidamente por hombres de las SS, jefes políticos del partido o miembros del Servicio de Seguridad perpetraban ahora eje cuciones verdaderamente excesivas, que sólo servían para aumentar todavía más el caos en la ciudad. 34 Entretanto, bajo el techo de hormigón del bunker, de varios metros de grosor, Goebbels adoptaba poses de exaltada heroicidad. 35 Si los soviéticos avanzaran hasta el Elba —dijo en una de las muchas deliberacio nes sobre la situación—, entonces los americanos retrocederían. De Inglaterra sólo quedaban entre 20 y 25 divisiones. Stalin militarizaría el territorio conquistado y lucharía con su propaganda contra las poten cias occidentales. Era mejor propagandista que los ingleses. Los sovié ticos podían tocar todos los registros. Ahí se produciría el conflicto en el más breve plazo. «No me puedo imaginar que haya ingleses inteli gentes que no se den cuenta de ello». 36Y Goebbels seguía explicándole al Führer sus ideas acerca de una solución política y afirmaba que una conversión antisoviética de las potencias occidentales «animaba» incluso a Moscú: si Stalin viera esta evolución en los estados occidentales con motivo de una victoria alemana en Berlín, se diría que no tenía la Europa que deseaba y que en lugar de ello sólo unía a los ale manes con los ingleses. Entonces se «aliaría» con los alemanes por medio de algún acuerdo. «Federico el Grande también estuvo en su día en una situación parecida. Él también recobró toda su autoridad con la batalla de Leuthen», alegó como apoyo a sus argumentos. 37 Mientras que Goebbels hablaba con Speer, que había regresado por poco tiempo a Berlín, de una «trascendencia para la historia universal» en relación con el avance de socorro del ejército deWenck, 38 Magda estaba a punto de desfallecer bajo la carga de lo que se avecinaba. Era superior a sus fuerzas el tener que devanarse los sesos por una parte

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sobre cómo dar muerte a sus hijos y, por otra, aparentar tranquilidad ante ellos; pálida, aquejada de crisis cardiacas y postrada en cama por debilidad —así la vio Albert Speer en su última visita al bunker—. 39 Por el contrario, los niños se comportaban «maravillosamente» a ojos de la madre. «Ellos solos se las arreglan sin ayuda en estas condiciones más que precarias», escribió. «Ya duerman en el suelo, ya puedan lavarse o no, ya tengan qué comer o no... nunca una palabra de queja o un llanto. Los impactos sacuden el bunker. Los mayores protegen a los más pequeños, y su sola presencia es una bendición, porque de vez en cuando hacen sonreír al Führer». 40 Aquel 23 de abril Hitler se había recuperado un poco de las profundas depresiones que sufría. Quizás todo era sólo la última prueba, un «golpe del destino», y el cambio de la fortuna estaba cerca. Tenía que «per manecer firme en medio de lo imposible», se decía para infundirse ánimos, con el continuo consuelo de su ministro de Propaganda. 41 Así reunió fuerzas para reaccionar en la pose de Führer cuando llegó un mensaje radiado de Hermann Goring desde Berchtesgaden. Goring preguntaba si Hitler estaba de acuerdo en que él asumiera como representante suyo la «dirección general del Reich», puesto que suponía que el Führer había perdido la libertad de acción. Hider vociferó que sabía desde hacía tiempo que Goring era un morfinómano, un corrupto y un fracasado. 42 Goebbels, que vio confirmada su opinión acerca de su rival, añadió inmedia tamente que el mariscal del Reich nunca había sido un verdadero nacionalsocialista y que nunca había vivido como tal. 43 Se apercibió con satisfacción de que Hitler viera en el comportamiento de Goring una «traición a su persona» y a la causa del nacionalsocialismo y de que lo destituyera sin más como comandante en jefe de las fuerzas aéreas. Aunque de este modo Goring quedó por fin derrotado, Goebbels se decep cionó porque Hitler dio la orden de detenerle, pero no de liquidarle. Para que Hitler resistiera pese a semejantes decepciones, Goebbels continuaba alimentando su esperanza en la ruptura de la coalición enemiga. Se necesitaba un motivo para que se volviera «virulenta», afirmó en la deliberación sobre la situación el 25 de abril, 44 y siguió diciendo que la muerte de Roosevelt había sido un motivo propicio, pero que

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no había bastado. Si Alemania demostraba en Berlín que era capaz de actuar, ése podría ser el segundo motivo que llevara a una ruptura de la coalición enemiga. Después de todo, Hitler y Goebbels creían ver un indicio de ello en que los americanos hubieran interrumpido sus bombardeos en el campo de operaciones del ejército de Wenck.45 Aún con mayor impaciencia esperaban el «choque» entre este y oeste, que era inminente en la zona de Torgau. Entre el 25 y el 26 de abril terminó por fin el reagrupamiento y el despliegue del duodécimo ejército. Comenzaba la última ofensiva alemana de la Segunda Guerra Mundial, para levantar el bloqueo de la capital del Reich, que ya estaba completamente cercada. Se distribuyeron entre los soldados octavillas con el lema «Berlín os espera», para aguijonearlos una vez más. El resto lo hicieron los refugiados que les salían al encuentro en masa, quienes informaban acerca de indescriptibles atrocidades soviéticas cometidas contra la población civil alemana. Así, los soldados del duodécimo ejército, que luchaban encarnizadamente, consiguieron, en efecto, hacer retroceder el frente soviético de cerco y avanzar en dirección a Potsdam. «¡Dios quiera queWenck avance!», comentó Goebbels el 27 de abril ante las noticias sobre su ofensiva.46 Hitler, que se aferraba a los rayos de esperanza, pensaba que todo se estaba poniendo en marcha. Después de que el vicealmirante Hans-ErichVoss, que representaba al gran almirante Dónitz ante Hitler, lo corroborara, se entusiasmó enseguida imaginando qué efecto surtiría el hecho de que corriera como la pólvora por todo Berlín la noticia de que un ejército alemán había irrumpido en el oeste y había entrado en contacto con la plaza fuerte. Pero tampoco fue ése el caso al día siguiente. De todos modos, en el informe de laWehrmacht que Goebbels había ayudado a redactar se decía en tono triunfante que las divisiones que se habían puesto en movimiento desde el oeste habían hecho retroceder al enemigo en un ancho frente gracias a un enconado combate, «mientras que la capital es defendida en una lucha grandiosa, única en la historia moderna».47 En lugar de más partes exitosos sobre el avance de socorro de Wenck, el 28 de abril volvieron a llegar al bunker informes deprimentes. La

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radio inglesa había difundido la sensacional noticia de que ya el 24 de abril Himmler se había reunido en Lübeck con el conde Bernadotte y había presentado a las potencias occidentales una propuesta de capitulación. Para conferirse autoridad, afirmó que Hitler estaba enfermo o muerto. Se dice que, cuando, alrededor de las diez de la noche, Hitler recibió esta noticia de su sirviente Heinz Linge, se enfureció de nuevo. Apenas se tranquilizó un poco, llamó a Goebbels y a Bormann para deliberar. Acordaron que se celebrara un juicio sumarísimo y se condenara a muerte al cuñado de Eva Braun, Hermann Fegelein, que había intentado en vano huir como civil. Éste, que fue fusilado de inmediato, conocía supuestamente las secretas negociaciones de Himmler. Hanna Reitsch, la prominente piloto de pruebas y admiradora de Hitler, y el general de las fuerzas aéreas Ritter von Greim, quienes el 26 de abril habían aterrizado con un Fieseler Storch en el eje este-oeste, bajo un violento bombardeo soviético, y desde allí se habían abierto paso hasta el bunker, recibieron la orden de abandonar Berlín para que el general mariscal de campo Greim, al que Hitler había nombrado como sucesor de Góring en el cargo de comandante en jefe de las fuerzas aéreas, pudiera detener al traidor Himmler y movilizar aviones para la lucha final por la cancillería del Reich. A Magda Goebbels, a quien el día anterior Hitler le había regalado su insignia dorada del partido, se le ofrecía así la posibilidad de hacer llegar un último mensaje a su hijo Harald, que se encontraba en un campamento de prisioneros británico en el norte de África.Ya llevaban seis días allí en el bunker —escribió Magda—, para «dar a nuestra vida nacionalsocialista el único fin honroso posible».48 Debía saber que ella se había quedado con «papá en contra de su voluntad» y que el domingo anterior el Führer había querido ayudarla a salir de allí. «No he tenido que pensármelo. Nuestra magnífica idea se hunde, y con ella todo lo hermoso, admirable, noble y bueno que he conocido en mi vida. Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocialismo ya no vale la pena, y por eso he traído aquí también a los niños. La vida que viene después de nosotros no es digna para ellos, y un Dios compasivo me entenderá si yo misma les doy la liberación». Estaba «orgu-

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llosa y feliz» y todos tenían ya un único objetivo: seguir fieles al Führer hasta la muerte. El hecho de que pudieran terminar la vida con él era «una merced del destino» con la que jamás se atrevieron a contar, seguía escribiendo, antes de despedirse de su «querido hijo» con la exhortación de que viviera por Alemania. Goebbels también envió algunas líneas para Harald Quandt.A diferencia de su mujer, él no había abandonado del todo las esperanzas, cuando escribió que sólo Dios sabía cómo terminaría esa lucha. Pero él sabía que sólo saldrían de ella «vivos con honor y gloria, o muertos». Apenas confiaba en que se volvieran a ver, pero estaba convencido de que Alemania superaría esa terrible guerra, siempre y cuando el pueblo alemán tuviera ante sus ojos ejemplos con los que se pudiera volver a levantar. Ellos querían dar ese ejemplo. Para terminar exhortó a su hijastro a no dejarse desconcertar por el ruido del mundo que ahora iba a comenzar. «Un día las mentiras caerán por su propio peso y sobre ellas volverá a triunfar la verdad. Llegará la hora en que estemos por encima de todo, puros y sin tacha, tal como siempre ha sido nuestra convicción y afán».49 Las cartas llegarían realmente a Harald Quandt, pues Hanna Reitsch consiguió pilotar el avión, con Greim levemente herido, desde la capital del Reich en llamas hacia Rechlin. Cuando el Fieseler Storch despegó desde el eje este-oeste entre granadas que explotaban y el fuego de las ametralladoras, los soviéticos ya estaban en Charlottenburg y habían irrumpido en el anillo defensivo interior a través del campo de Tempelhof. En Hallesches Tor, en la Schlesischer Bahnhof [estación de Silesia] y en la Alexanderplatz había comenzado la lucha por el núcleo urbano. Fue sobre todo la enconada resistencia de las unidades de las SS alemanas y extranjeras la que retrasó el final. En el bunker de la cancillería del Reich, alejado de esos combates sólo unos pocos cientos de metros, Goebbels tuvo que enfrentarse a un encargo que iba en contra de sus ideas sobre el final del «instrumento naturalmente creativo de un destino divino» —como había calificado una vez a Hitler—50 que debía conmover a la posteridad y dar lugar a mitos. Al parecer, Hitler había renunciado a esa pretensión al pedir

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entonces a Goebbels que llamara a un oficial del registro civil para hacer aquello que durante toda su vida había rechazado debido a esa pretensión: tenía intención de casarse con su compañera sentimental, Eva Braun. Cuando el 29 de abril, a la una de la madrugada, se presentó por fin el jefe de servicio del distrito, Walter Wagner, concejal de Berlín y autorizado como oficial del registro civil, Goebbels estuvo al lado de Hitler y Eva Braun en la sala de las deliberaciones, arreglada precipitadamente para la ceremonia. Después de que el novio y la novia se dieran el «sí», después de que Goebbels, como padrino de bodas de Hitler, y Bormann firmaran el acta, salieron al pasillo, donde la pareja recibió las felicitaciones de los ocupantes del bunker. Como colofón tuvo lugar en las habitaciones privadas un pequeño banquete al que asistieron Goebbels y su mujer, Bormann, las secretarias de Hitler, Christian y Junge, y más tarde también los generales Hans Krebs y Wilhelm Burgdorf, así como el ayudante de Hitler de las fuerzas aéreas Nicolaus von Below.51 Finalmente se despidieron. Mientras que Magda Goebbels se retiró a su habitación privada y Goebbels daba vueltas nervioso, Hitler dictó su última voluntad. En su testamento político, 52 una mezcla de autojustificaciones, afirmó solemnemente que no había querido la guerra en el año 1939 y profetizó: «Entre las ruinas de nuestras ciudades y monumentos artísticos siempre seguirá reavivándose el odio contra ese pueblo, el responsable en último término, al que debemos todo esto: el judaismo internacional y sus colaboradores». Después de que se había decidido a morir «con el corazón alegre» en Berlín, la «sede del Führer y canciller», en vista de los inconmensurables actos y méritos de sus soldados, expulsó a Góring y a Himmler del partido y designó para después de su muerte a Dónitz como presidente del Reich y comandante supremo de laWehrmacht; al jefe de distrito Hanke, que resistía en Breslavia, como comandante supremo de las SS53 y al jefe del distrito de Munich-Alta Baviera, Paul Giesler, como ministro del Interior. Por último, nombró a Joseph Goebbels su sucesor como canciller del Reich. Al hombre de Rheydt, que firmó el testamento político de Hitler como testigo junto con Bormann, Burgdorf y Krebs a las cuatro de la

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madrugada del 29 de abril, se le concedió así en el hundimiento la coronación de su ascenso. Aunque como canciller del Reich sólo mandaba sobre algunos kilómetros cuadrados, se sintió ensalzado por la gran prueba de afecto y confianza de su Führer, que, además de a Dónitz, le había puesto a su lado en la última hora. Goebbels le dio las gracias inmediatamente en un codicilo al testamento de Hitler redactado por él, en el cual le prometía lealtad. «En el delirio de traición» que envolvía al Führer tenía que haber al menos algunos que le apoyaran incondicionalmente hasta la muerte. Creía que así, y no con la dirección de un gobierno del Reich fuera de Berlín, prestaba al pueblo alemán el mejor servicio para el futuro, pues para «los difíciles tiempos que vienen», para la «reconstitución de nuestra vida popular-nacional», los modelos eran aún más importantes que los hombres «que muestran a la nación el camino a la libertad». Por eso éljoseph Goebbels, tenía que «negarse categóricamente (...) por primera vez» en su vida a obedecer una orden del Führer. «Mi mujer y mis hijos se unen a esta negativa. En caso contrario —prescindiendo de que, por razones humanas y de fidelidad personal, nunca tendríamos valor para dejar solo al Führer en su hora más difícil— yo mismo me sentiría para el resto de mi vida como un infame desertor y un vil canalla».54 Según la voluntad de Goebbels, el codicilo se debía añadir a la copia del testamento de Hitler destinada al público. Le encargó al jefe de prensa Heinz Lorenz que llevara ambos documentos a los territorios ocupados por los americanos o los británicos para que se publicaran allí y así se conservaran para la posteridad. Poco después, Lorenz —al igual que el ayudante de Bormann, el coronel de las SS Wilhelm Zander, y el ayudante de Hitler del ejército, el comandante Willi Johannmeier, que debían hacer llegar copias del testamento político a Dónitz y a Schórner— abandonó el bunker para abrirse paso entre las líneas enemigas.55 Las luchas urbanas cerca de la Potsdamer Platz, en la Leipziger Strasse, la Friedrichstrasse y la Anhalter Bahnhof dejaron claro a Goebbels y a su Führer que ahora debían estar preparados para ejecutar en cualquier momento la decisión que ya habían tomado. La noticia de la muerte de Mussolini, que llegó al bunker ese 29 de abril de 1945, les pare-

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ció una advertencia de que debían no caer con vida en manos del enemigo. Mussolini y su compañera sentimental Clara Petacci habían sido capturados por partisanos el 27 de abril en Dongo, en el lago de Como, y fusilados al día siguiente. Sus cadáveres, ultrajados por el pueblo enfurecido, que en su día había seguido con entusiasmo al Duce, fueron colgados finalmente en el andamiaje de una gasolinera a medio terminar en la milanesa Piazzale Loreto.56 Hacia las dos y media de la madrugada del 30 de abril de 1945 comenzó en el bunker el último acto. Goebbels, su mujer y las demás personas del entorno inmediato de Hitler estaban en el pasillo inferior para despedirse de él. Ya la tarde anterior Hitler había encargado a su cirujano, el profesor Haase, quien atendía un hospital militar de heridos en el gran bunker antiaéreo situado debajo de la cancillería del Reich, que envenenara a su perra Blondi, de raza pastor alemán. A sus secretarias, Hitler les entregó cápsulas tóxicas, hecho que acompañó con el comentario de que lamentaba no poder hacerles un regalo de despedida mejor.57 Alrededor de las once de la noche del 29 de abril había hecho enviar un último mensaje radiado, como si no quisiera decepcionar al «Todopoderoso» con un abandono antes de tiempo, en caso de que éste quizás sólo pretendiera «probarle» y concederle en el último segundo el milagro salvador: «¿Dónde están las vanguardias de Wenck?, ¿cuándo siguen atacando?, ¿dónde está el noveno ejército?».58 Hacia la una y media Keitel respondió con un cablegrama e hizo que se desvaneciera también esta última esperanza: no se podía proseguir el ataque para levantar el bloqueo de Berlín. Una hora más tarde, Hitler pasó por delante de las aproximadamente veinte personas reunidas, dio la mano a las mujeres y murmuró algunas palabras ininteligibles. Sin embargo, Hitler vacilaba. La mañana del 30 de abril, mientras los soviéticos sometían a la cancillería del Reich a un intenso fuego de artillería, hizo que el general Helmut Weidling transmitiera la orden del Führer de que las tropas, cuando hubieran agotado su munición, escaparan y continuaran la lucha en los bosques que rodeaban Berlín. Por la tarde Hitler volvió a despedirse. Una vez más se reunieron Joseph y Magda Goebbels, los generales Krebs, Burgdorf,Voss, Hewel y los demás.

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Hitler —tembloroso y convertido en una sombra de los primeros años— apareció en la antesala de las deliberaciones del brazo de su esposa. La ceremonia, para la que Hitler se puso un sencillo uniforme con la Cruz de Hierro en la parte izquierda del pecho, duró unos diez minutos. Luego Linge abrió la puerta que conducía a las habitaciones privadas. Cuando ambos desaparecieron detrás de ella, Magda Goebbels perdió la serenidad. «Anegada en lágrimas y extremadamente agitada», instó al ayudante de Hitler de las SS, el comandante Otto Günsche, quien se había apostado delante de la puerta con algunos miembros de las SS, a que le permitiera hablar de nuevo con Hitler. Cuando éste llamó a la puerta para preguntar y Hitler abrió enojado, ella se metió en la habitación pasando por delante de Günsche. Probablemente para ahorrarse a sí misma y a sus hijos el cruel final en el bunker, rogó a Hitler que abandonara Berlín; todavía no era demasiado tarde. Su «categórico "no" puso fin a la conversación (...). Alrededor de un minuto después, Magda Goebbels había vuelto a abandonar el salón y se retiró llorando».59 Goebbels, Krebs, Burgdorf y otros esperaban en la sala de deliberaciones. Unos minutos más tarde, entró en ella Günsche con las palabras: «El Führer está muerto».60 Goebbels siguió entonces con Günsche y Artur Axmann, el jefe de la Juventud del Reich, a Bormann y a Linge, que habían entrado primero en la habitación donde había fallecido. Allí, después de alzar sus brazos con el saludo hitleriano, inspeccionaron el cadáver. Se afirma que Goebbels, al parecer incapaz de ver a su Führer muerto, volvió corriendo inmediatamente a la sala de las deliberaciones y, ante su sentimiento de desamparo, anunció que iba a salir a la Wilhelmplatz para correr de acá para allá hasta que le alcanzaran;61 sin embargo, permaneció en el bunker y confesó a Linge que en el último minuto no había podido hacerlo.62 Una vez que se sosegó, poco después de las cuatro de la tarde, subió con Bormann las escaleras hasta el jardín de la cancillería del Reich, donde los cuerpos de Hitler y de su mujer, rociados con varios bidones de gasolina y envueltos en mantas, yacían en una fosa a medio excavar, a pocos metros de la salida de emergencia. Puesto que los hombres de las SS no pudieron prender fuego a la gasolina con cerillas debido

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al fuerte viento, Günsche cogió finalmente un trapo, lo empapó en gasolina y lo arrojó a los cadáveres. Goebbels, Bormann, Burgdorf, Günsche, Linge y Kempka saludaron por última vez a su Führer muerto con el Heil Hitler.63

Un canciller que parecía desorientado, sin Reich y sin función, se movía cojeando por el bunker. Sus tareas para la defensa de Berlín habían sido superadas hacía mucho por los acontecimientos. En última instancia, sus discursos sobre la gran traición y la necesaria prosecución de la lucha contra el «judaismo internacional» no interesaban ya a nadie. Hitler estaba muerto y así cesaron los temores de los ocupantes del bun ker de que pudiera ordenar un suicidio colectivo u otras medidas destinadas a acabar con la vida de todos. La sensación de alivio se generalizó; se dice que tuvieron lugar verdaderos banquetes. Para el nuevo señor del bunker, cuya autoridad ni siquiera bastaba para prohibirlo, el anun cio de que moriría al lado de Hitler, que a fin de cuentas había confir mado patéticamente en la euforia de su elección como sucesor a la can cillería, se convirtió en un obstáculo insalvable. Le invadió el miedo ante el propio final. A él sucumbió finalmente, dejando que las promesas fue ran sólo promesas y decidiéndose ahora, tras la muerte de Hitler, a bus car el contacto con Stalin, cuyas tropas ya habían izado la bandera roja sobre las ruinas del edificio del Reichstag a primeras horas de la tarde. Un obstáculo para su propósito lo constituyó Bormann, quien en el transcurso de la larga conferencia celebrada la tarde del 30 de abril, en la que participaron el jefe del Estado Mayor Krebs, Burgdorf, Hewel y Axmann, propuso una evasión masiva de los ocupantes del bunker, entre 300 y 500 personas, para intentar llegar hasta Dónitz, en la zona norte. Sólo después de que el informe sobre la situación de Mohnke dejara claro que semejante tentativa no ofrecía probabilidades de éxito, Goebbels se impuso con su propuesta. Como líder de las negociaciones se ofreció el jefe del Estado Mayor Krebs. Desde los tiempos de la misión militar alemana en Moscú sabía ruso y además ya había hablado una vez con Stalin, cuando en abril de 1941 éste despidió al ministro de Exteriores japonés, Matsuoka, en la estación bielorrusa. Goebbels redactó ahora, ayudado por Bormann, una carta dirigida

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al «comandante supremo de las fuerzas armadas de la Unión Soviética». Era el «primer no alemán» al que se le comunicaba que Hitler se había suicidado el 30 de abril y que en su testamento había transferido el poder por fuerza legal a Dónitz, Goebbels y Bormann. El nuevo canciller del Reich, Goebbels, había encargado a Krebs que se pusiera en contacto con los soviéticos para pactar un armisticio, «cosa que es necesaria para entablar negociaciones de paz entre las potencias que han sufrido las mayores pérdidas».64 No hacía mucho que los cuerpos de Hitler y de su mujer, no calcinados del todo, estaban enterrados junto con el cadáver de la pastora alemana Blondi en un cráter abierto por un obús —de ello se había encargado un comando dirigido por el general de brigada de las SS Johann Rattenhuber—, cuando poco antes de las cuatro de la madrugada Krebs llegó al avanzado puesto de mando del octavo ejército de guardia, cerca del aeropuerto de Tempelhof, con el escrito de Goebbels, que llevaba adjuntas una lista del gabinete y una autorización de plenos poderes para negociar.65 Allí Krebs, acompañado por el coronel Theodor von Dufving y dos soldados, entregó los documentos al capitán general Vasily Chuikov y expuso además su contenido oralmente. A continuación, Chuikov estableció comunicación telefónica con su superior, el mariscal Zhúkov, que a su vez se puso en contacto con Stalin. La respuesta de Moscú llegó a Berlín alrededor de las 10.15 del 1 de mayo de 1945. Allí se disponía que las fuerzas soviéticas tenían que reanudar el asalto al barrio gubernamental si no se aceptaban las exigencias: capitulación general o capitulación de Berlín. Krebs tuvo que reconocer que su misión había fracasado después de largas horas de conversación con Chuikov y con Sokolovski, enviado por Zhúkov. Para ganar tiempo explicó por extenso que no estaba autorizado para una capitulación. Poco después de la una del mediodía —a esa misma hora, Walter Ulbricht, el viejo rival de Goebbels y compañero de lucha contra la república de Weimar, que había regresado de Moscú el día anterior con otros comunistas alemanes, emprendió un viaje de inspección por el noreste de Berlín—, Krebs abandonó la casa del Schulenburgring, en Tempelhof, para volver al bunker.

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Allí informó a los que esperaban desde hacía horas. Sumamente irritado, Goebbels rechazó las exigencias de capitulación de los soviéticos. De inmediato echó la culpa del fracaso de la misión a Krebs, que no había planteado a Chuikov con la suficiente decisión la alternativa de que, en caso de que rechazaran el armisticio provisional, se continuaría la lucha hasta el último cartucho.66 Así pues, decidió enviar a otro parlamentario para que incidiera una vez más en este punto. Esta segunda delegación alemana estaba compuesta por cuatro oficiales al mando de un coronel. Pero también éste y un acompañante —los otros dos fueron arrestados— tuvieron que volver con las manos vacías. Tras el fracaso de sus esfuerzos por conseguir una paz por separado con la Unión Soviética, para Goebbels ya no tenía sentido ocultar la suerte de Hitler a Dónitz y a los que actuaban en la zona norte y sur, como había hecho Bormann en dos teletipos.Ya entrada la tarde del 30 de abril sólo comunicó en un principio al gran almirante Dónitz que había sido designado como presidente del Reich para el caso de que Hitler muriera.67 A la mañana siguiente se conformó con la noticia de que el testamento estaba en vigor, pero sin mencionar nada tampoco sobre la muerte de Hitler.68 Eso lo hizo ahora Goebbels enviando un tercer teletipo a Dónitz, en el que se decía que el Führer había «expirado» y que Bormann intentaría ese mismo día abrirse paso hasta él «para aclararle la situación».69 La firma del teletipo, que llegó a las 15.18 a Pión, en Schleswig-Holstein, así como el protocolo final de la deliberación sobre la situación, en cuyo transcurso Goebbels dejó la decisión de huir a los ocupantes del bunker, fueron los dos últimos actos oficiales del canciller del Reich Paul Joseph Goebbels. A continuación, éste se retiró a su pequeño despacho a la otra parte del pasillo para concluir su diario, el registro de su vida: un prodigioso autoengaño que sería trágico si él no hubiera contribuido decisivamente a aquella catástrofe en principio alemana, luego europea y finalmente mundial. Su papel consistió en hacer primero de Hitler el Führer. Goebbels enseguida lo «proclamó» como el «Salvador», como el «nuevo Mesías», primero a un pequeño séquito, luego a cientos de miles de personas y pronto, con la ayuda de un aparato propagandísti-

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co que lo abarcaba todo, a una nación entera y muy receptiva. Cuando el cabo de la guerra mundial hubo superado realmente la discordia alemana en buena medida, revisado Versalles y devuelto así al pueblo la propia dignidad nacional, las profecías goebbelianas parecían haberse cumplido. Se había creado el mito del Führer, del «instrumento de la Providencia». Sin haber tenido jamás influencia sobre ninguna decisión política o de estrategia bélica, fue Goebbels quien creó las condiciones previas para las ilimitadas guerras de conquista de Hitler, para la realización de las visiones sobre el «Reich pangermano» con el espacio vital suple mentario del este. El juego de alto riesgo y el escapar por poco a la gue rra gracias a la política de apaciguamiento, lo celebró Goebbels como el «genio» y la «misión» de un Führer amante de la paz. Cuando des pués llevó a los alemanes a la guerra, Goebbels volvió a predicar a la preocupada nación su infalibilidad.Y una vez más pareció ser infalible cuando venció con una guerra relámpago al «enemigo jurado» en el oeste, contra el que se había desangrado toda una generación en la lucha de posiciones durante la Primera Guerra Mundial. A ese Führer le siguieron los alemanes incluso cuando condujo al país a una guerra en dos frentes y llegaron las derrotas en lugar de las victorias. ¿Por qué no iba él a cambiar ahora las cosas para mejor, como prometía Goebbels? Ésas eran sus esperanzas y le seguían a él, sólo a él, el glorificado míti camente, y no a los demás representantes del Estado y del partido. A ellos les endosaban la culpa y la responsabilidad por todo lo que, aparte de la guerra, sucedía de horrible, cruel e infame, y que se hacía paten te para muchos. Para Hitler tenían una fórmula que le eximía de responsabilidad: «¡Si el Führer lo supiera...!». Esta frase simboliza la fuerza del mito; la trascendencia histórica de Joseph Goebbels consiste en haber sido el creador del mismo. Prescindiendo de las casualidades y de los imponderables del momento, este «éxito» de Goebbels fue posible entre otras cosas porque aquel que ensalzaba a Hitler como «instrumento de la Providencia» nunca dejó de creer en él. Cuanto más se hundía el Reich en la crisis, tanto más se evadía Goebbels en la irracionalidad de su fe y tanto más se exce-

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din en las alabanzas. La guerra total como su agresiva realización, como guerra fanática de una «comunidad popular» comprometida con Hitler, debía forzar la victoria en una situación desesperada, debía doblegar la realidad, del mismo modo que su rencorosa fe en un futuro mejor parecía haber doblegado la realidad ya en el año 1923. Las nuevas dimensiones del terror y la muerte de millones de personas sólo sirvieron para demorar el final. Para que él mismo no dejara de creer y no se desalentara ante el imparable retroceso, Goebbels sugestionó al resignado Hitler hasta la hora del hundimiento, hablándole de su grandeza y de su misión. En sus últimas anotaciones, que Naumann afirmó haber perdido en su huida del bunker, es posible que Goebbels se entregara al autoengaño con más fuerza que nunca. El hombre que, en su esfera de responsabilidades, había sido el precursor de la «desjudeización», que había instado constantemente a Hitler a la «eliminación» de los judíos, se perdería por última vez en la fraseología de la lucha mundial contra el enemigo internacionalista. Por última vez glorificaría a su Führer como modelo para generaciones posteriores, para dar sentido al sinsentido y finalmente reunir las fuerzas para cumplir la aciaga profecía del año 1926. Entonces había prometido públicamente a su Führer que quería pertenecer al «grupo de los caracteres fuertes», de los «de hierro», de aquellos que en el momento en que «el populacho rabioso vocifera y grita en torno a Él "crucificadlo" (...) cantan el hosanna» y «no se desesperan ni siquiera ante la muerte».70 Pero lo que ocurrió en el bunker después de que Goebbels terminara sus anotaciones alrededor de las cuatro de la tarde no tenía nada de la grandeza evocada en su día. Se trataba más bien de la última perversión de su rencoroso fanatismo. Al parecer, dudó todavía por un instante, cuando después de la última deliberación sobre la situación se dirigió a Magda con la propuesta de Axmann de sacar a sus propios hijos de Berlín. Sin embargo, ella, prácticamente igual de fanática que él, permaneció implacable,71 como ya había hecho el 26 de abril cuando él había propuesto evacuar a todas las mujeres y a sus hijos. Fue ella también la que ejecutó el asesinato de sus propios hijos.Ya había hablado en repetidas ocasiones con los médicos de las SS Ludwig Stump-

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fegger y Helmut Gustav Kunz, el ayudante del médico jefe del servicio sanitario de las SS en la cancillería del Reich, sobre cómo se podía dar muerte a los niños rápidamente y sin sufrimiento. Ahora, la tarde del 1 de mayo, llamó a Kunz para que se reuniera con ella en el bunker.72 La decisión estaba tomada, debió decirle al médico de las SS, y Goebbels debió agradecerle que ayudara a su mujer a «dormir» a los niños. Alrededor de las 20.40 inyectó morfina a los niños. 73 Abandonó la sala con las seis camas dispuestas en literas de dos pisos y esperó con Magda Goebbels a que los niños se durmieran. Entonces ella le rogó que les administrara el veneno. Pero Kunz se negó y des pués fue enviado por la mujer del ministro a buscar a Stumpfegger. Cuando Kunz regresó con él a la antesala del dormitorio de los niños, Magda ya estaba en él y Stumpfegger la siguió de inmediato. Entre cuatro y cinco minutos después, Magda salió de la habitación de los niños, siendo ella con toda probabilidad la que les exprimió en la boca las ampollas de cristal, que contenían cianuro y que provenían del profe sor Morell, a Helga, Hilde, Helmut, Holde, Hedda y Heide. 74 Presa del miedo a la muerte, Goebbels, que fumaba sin parar y cuyo rostro estaba cubierto de manchas rojas, preguntaba constantemente por la situación militar, todavía confiando en el milagro. Cuando el tiempo apremiaba, pues se contaba con que los soviéticos asaltaran el bun ker en cualquier momento, hizo prometer a su ayudante Schwa'germann que se ocuparía de incinerar su cadáver y el de su mujer, y se despidió de Günsche, Mohnke, Linge, Kempka, Bormann, Naumann y los demás. Se esforzaba visiblemente por conservar la calma, cosa que creía deber demostrar con todo tipo de flores retóricas cargadas de patetismo. «Dígale a Dónitz —se afirma que dijo al piloto jefe de la escuadrilla de aviones de Hitler, Hans Baur, cuando se marchaba— que no sólo hemos sabido vivir y luchar, sino que también hemos sabido morip>.75 Los últimos detalles de esta muerte probablemente siempre permanecerán oscuros. 76 Es seguro que Joseph y Magda Goebbels se envenenaron con las mismas cápsulas de cianuro del profesor Morell con las, que ella había dado muerte a sus hijos. 77 No está claro si Goebbels de más se pegó un tiro. 78 También queda sin respuesta la pregunta de si

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murieron en el bunker o fuera, delante de la salida de emergencia, don de los soviéticos encontraron sus cadáveres. Algunos datos apoyan la idea de que Goebbels y su mujer, seguidos por Schwágermann y Rach, que llevaría dos bidones de gasolina, subieron las escaleras poco después de las diez de la noche de ese 1 de mayo de 1945 79 para poner fin a sus vidas arriba.80

Anexo

E

l 2 de mayo de 1945, alrededor de las cinco de la tarde, en el jardín de la cancillería del Reich, a pocos metros de la salida de emergencia del «bunker del Führer», el teniente coronel Klimenko y los comandantes Bystrov y Khazin, en presencia del cocinero de la cancillería del Reich, Lange, y del maestro del garaje, Schneider, descubrieron los cuerpos calcinados de Joseph y Magda Goebbels: «El cuerpo del hombre era de pequeña estatura; el pie de la pierna derecha estaba en una posición medio encorvada (pie zambo) dentro de una prótesis de metal calcinada; encima, los restos quemados de un uniforme del NSDAP y una insignia dorada del partido chamuscada. Al lado del cuerpo calcinado de la mujer se encontró una pitillera dorada chamuscada; sobre el cadáver, una insignia dorada del NSDAP y un broche de oro ligeramente quemado. Junto a las cabezas de los dos cuerpos había sendas pistolas Walther n° I».1 Los oficiales soviéticos decidieron llevarse los cadáveres. Puesto que no tenían camillas, los colocaron sobre una puerta arrancada de la can cillería del Reich, los pusieron en el remolque de su camión y regre saron a la prisión de Plotzensee, donde se encontraba el cuartel gene ral del departamento de defensa, SMERSH, del 79° cuerpo de cazadores del primer frente bielorruso. 2 En el edificio de Heckerdamm 5A, fuera de la penitenciaría, el vicealmirante Voss, Lange y Schneider identificaron al día siguiente los cuerpos de Joseph y Magda Goebbels, así como los de sus hijos, que también se habían hallado. Para ello fueron sacados al patio de la prisión, donde los fotografiaron y filmaron. 3

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El 4 de mayo los restos mortales de la familia Goebbels se encontraban ya en el hospital quirúrgico de campaña 496 del Ejército Rojo en Buch, al norte de Berlín, donde los vio Hans Fritzsche. El cadáver del ministro de Propaganda estaba todavía sobre la hoja de una puerta de color cobrizo, los de los seis niños en el sótano de un pequeño edi ficio «en estantes que estaban en el agua». 4 Después de la autopsia de éstos el 7 de mayo, los médicos militares soviéticos se ocuparon el 9 de mayo del cadáver de Goebbels. Su informe decía: «Como consecuen cia del encogimiento de la pantorrilla y de la encorvadura hacia el interior del pie en la articulación del mismo, la pierna derecha está enflaquecida y acortada; así se explica la presencia de la prótesis para el pie derecho y del zapato ortopédico derecho; particularidades de la cabe za: aplanada en los lados, la frente muy prominente, un rostro que se estrecha marcadamente en dirección a la barbilla, nariz de tamaño mediano con una pequeña protuberancia; los dientes delanteros superiores ocultan los inferiores». Sobre la causa de la muerte se decía: «En el cuerpo parcialmente calcinado no se observaron signos evidentes de heri das o enfermedades mortales. Durante la exploración del cadáver se percibió un olor a almendras amargas; en la boca se encontraron frag mentos de una ampolla. Por medio del análisis químico de los órganos internos y de la sangre se comprobó la existencia de compuestos de cianuro. Por tanto, se debe concluir que la muerte del (...) hombre se produjo por intoxicación con un compuesto de cianuro». 5 Aunque la identidad de los cadáveres ya se había comprobado varias veces, alrededor del 12 de mayo fueron mostrados de nuevo al profesor de cirugía berlinés Werner Haase, quien ya los había examinado el 4 de mayo junto con Fritzsche. 6 El oficial de seguridad de Goebbels, Wilhelm Eckold, los identificó por Pentecostés en un ataúd de made ra, ahora en una zona boscosa de Friedhchshagen, al este de Berlín. 7 Los restos mortales iban a ser enterrados y exhumados varias veces más, hasta que en la primavera de 1970 fueron incinerados junto con los de su Führer y arrojados al Ehle, un pequeño río cerca de Magdeburgo.

Notas

Introducción ' Helmut Heiber, Joseph Goebbels, Berlín, 1962 (en adelante citado como Heiber, Goebbels); véase además el listado cronológico de la biografía de Goebbels en el anexo de este libro. 2 Joseph Goebbels, Tagebücher 1945. Die letzten Aujzeichnungen. Con una intro ducción de Rolf Hochhuth, Stuttgart, sin año (en adelante citado como diario de 1945). [Traducción en La Esfera de los Libros: Diario de 1945. Los últimos escritos del jerarca nazi que permaneció junto a Hitler hasta el final, Madrid, 2007]. 3 Joachim C. Fest, Das Gesicht des Dritten Reiches. Profile eíner totalitdren Herrschaft [El rostro del Tercer Reich. Retratos de un poder totalitario], Munich, 1963, p. 119 y ss. 4 Werner Stephan, Joseph Goebbels, Dámon einer Diktatur, [Joseph Goebbels, demonio

de una dictadura], Stuttgart, 1949 (en adelante citado como Stephan, Goebbels). 5 Viktor Reimann, doctor Joseph Goebbels, Viena, Munich y Zurich, 1971. 6 Heinrich Fraenkel y Roger Manvell, Goebbels. Eine Biographie [Goebbels. Una biografía], Colonia y Berlín, 1960 (en adelante citado como Fraenkel, Goebbels). 1

Die Tagebücher pon Joseph Goebbels. Sdmtliche Fragmente [Los diarios de Joseph Goeb-

bels. Fragmentos completos], editados por Elke Fróhlich por encargo del Instituto de Historia Contemporánea y en colaboración con el Archivo Federal. Parte I, entradas de 1924-1941, Munich y Nueva York, 1987 (Vol.l: Erinnerungsbldtter [Memorias] de 1897 a octubre de 1923; diario del 27/6/1924 al 31/12/1930;Vol.2:1/1/1931-31/12/1936; Vol.3: l/l/1937-31/12/1939;Vol.4:1/1/1940-8/7/1941), (en adelante citado como Diario del Instituto de Historia Contemporánea); además, Das Tagebuch von Joseph Goebbels 1925/26 [El diario de Joseph Goebbels de 1925/26], con otros documentos, editado por Helmut Heiber, Stuttgart, 1960 (conocido como el diario de Elberfeld); Goebbels Tagebücher aus denjahren 1942/43 [Diarios de Goebbels de los años 1942/43],

con otros documentos, editado por Louis P. Lochner, Zurich, 1948 (en adelante citado como Lochner, Diario de Goebbels); diario de 1945, así como fragmentos no publicados del Archivo Federal de Coblenza (NL 118). En la cuestión del valor bibliográ-

708

Goebbels

fico de los diarios, se debe aprobar la opinión de la editora de la edición muniquesa, quien en la introducción del primer volumen escribe que «los diarios han conservado hasta el final una base de información cronística seria y exacta, pese al fatuo reflejo de sí mismo y a una autosugestiva tendencia a la mentira». Puesto que esto último se desarrollaba siempre según el mismo patrón psicológico, que se repetía constantemente, no es difícil distinguir esos pasajes dentro del diario. El recurso a las fuentes que se corresponden con las entradas del diario hizo el resto. 8 Comunicación de la señora Brachmann-Teubner al autor del 23/5/1990. 9 Willi A. Boelcke, Kriegspropaganda 1939-1941. Geheime Ministerkonferenzen im Reichspropagandaminísteríum [Propaganda bélica, 1939-1941. Conferencias ministeriales secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stuttgart, 1966. 10 Ernest K. Bramsted, Goebbels und die Nationahozialistische Propaganda 1925-1945 [Goebbels y la propaganda nacionalsocialista, 1925-1945], Frankfurt del Meno, 1971. 11 Michael Balfour, Propaganda in War. Organisations, Policies and Publics in Britain and Germany, Londres, 1979.

Capítulo 1. ¿Por qué Dios le había hecho de tal forma que la gente se riera y se burlara de él? (1897-1917) 1

N. de la T. Ein Platz an der Sonne «un puesto al sol»: expresión acuñada por el canciller Fürst von Bülow como sinónimo de éxito y prosperidad. 2 Para su nacimiento, infancia y juventud véanse: las copias de los registros de naci mientos y defunciones que se encuentran en el archivo municipal de Mónchengladbach (documentos del registro civil sobre los antepasados del doctor Joseph Goeb bels, así como la crónica de la familia); además, las actas de los interrogatorios a los parientes, elaboradas después de la Segunda Guerra Mundial, en los K. Frank-KorfPapers, Hoover Institution, Standorf, California; y sobre todo: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, aquí introducción al vol.l, 27/6/1924-31/12/1930, «Dia rio de Joseph Goebbels (Memorias) desde 1897 (año de nacimiento) hasta octubre de 1923 (escrito en julio de 1924)», aquí «Desde 1897 hasta mi primer semestre en Bonn, 1917», págs. 1-5, (en adelante citado como Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias); una información muy sugestiva sobre su disposición inte rior la aporta el trabajo autobiográfico —escrito en 1919 en tercera persona— Michael Voormanns Jugendjahre [Los años de juventud de Michael Voormann],Varte I, Archivo fede ral de Coblenza, NL 118/126, en adelante citado como: Goebbels, Michael (1919); en sus Erinnerungsbldtter [Memorias] escribió al respecto: «Escribo mi propia historia con el corazón en la mano. "Michael Voormann". Recita todo nuestro sufrimiento. Sin maquillaje, tal como yo lo veo» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 14); además: Fraenkel, Goebbels, p. 21 y ss.; Heiber, Goebbels, p. 7 y ss. 3 El apellido Goebbels, o Góbbels, es común en el triángulo formado por Colo nia, Aquisgrán y Mónchengladbach, a la izquierda del Rin, que perteneció tempo ralmente a Francia. A este respecto véase Heiber, Goebbels, p. 8.

Notas 4

709

Carné n° 419 para la circulación en el territorio ocupado, expedido a nombre

de Fritz Goebbels el 2/6/1927, colección Genoud, Lausana. 5

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 11/12/1929, p. 467.

6

Carné n° 419 para la circulación en el territorio ocupado, expedido a nombre

de Fritz Goebbels el 2/6/1927, en el colección Genoud, Lausana. 7

Erckens, Günter.Juden in Mónchengladbach. Jüdisches Leben in denfrüheren Gemein-

den M. Gladbach, Rheydt, Odenkirchen, Giesenkirchen-Schelsen, Rheindalen, Wickmth und Wanlo [Judíos en Mónchengladbach . La vida judía en los antiguos municipios de M. Glad bach, Rheydt, Odenkirchen, Giesenkirchen-Schelsen, Rheindalen, Wickrath y Wanlo\. Con tribuciones a la historia de la ciudad de Mónchengladbach, 25, vol.2, Mónchenglad bach, 1989, p. 187, nota 1 (en adelante citado como: Erckens,Judíos). 8

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/12/1929, pág. 466 y

11/12/1929, p. 467. 9

Goebbels, Michael (1919).

10

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/12/1929, p. 466.

11

Goebbels, Michael (1919).

12

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1935, p. 490.

13

Extractos de las cuentas de Fritz Góbbels de los años 1900-1920, colección

Genoud, Lausana. 14

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 2.

15

Pese a los pocos datos que da Joseph Goebbels sobre su dolencia, se puede decir

que sufrió una enfermedad neurogenética de pie equinovaro como consecuencia de una afección ósea. En la misma dirección apunta el informe necrópsico soviético del 9/5/1945, en el que se dice: «El pie derecho no sufrió alteración por efecto del fue go. La planta del pie está tan curvada hacia dentro que casi forma un ángulo recto con la tibia. La zona de la articulación del pie está muy deformada, el pie encogido e hinchado. El pie izquierdo tiene 21,5 cm de largo, el derecho en cambio 18 cm (longitud máxima). La prótesis entregada con el cadáver (...) corresponde perfecta mente a la deformación del pie derecho», en: Besymenski, Lew: DerTod des Adolf Hitler. Der sowjetische Beitrag über das Ende des Drítten Reiches und seines Diktators [La muerte de Adolf Hitler. La contribución soviética sobre el final del Tercer Reich y de su dictador], 2a

ed., Munich/Berlín, 1982, p. 333 y ss. (en adelante citado como: Besymenski, Hitler). 16

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 2.

17

A diferencia de Goebbels (Michael, 1919), su hermana María Kimmich precisó

después de la Segunda Guerra Mundial que su hermano fue operado del pie o de la pierna a la edad de siete años. Comunicación de María Kimmich a Richard McMasters Hunt en diciembre de 1959, en.Joseph Goebbels:A Study qf the Formation qfhis National-Socialist Consciousness 1897-1916, tesis doctoral, Harvard University, Cam bridge, Massachusetts, 1960, p. 62, nota 46. 18

Comunicación de la señora Hompesch del 19/10/1987. Una cinta magneto

fónica con una conversación de aproximadamente una hora que mantuvo con ella la

710

Goebbels

radio WDR en el año 1987 se encuentra en el archivo municipal de Mónchengladbach. 19 Ibid. 20 Significativo del sufrimiento anímico del joven Joseph Goebbels es que su abue lo siempre fue para él «en su imaginación» el más querido de sus antepasados, aun que sólo lo conocía por lo que le contaba su madre. Era «alto, fuerte, musculoso» y, por tanto, físicamente justo lo contrario de su nieto. (Diario del Instituto de Histo ria Contemporánea,Vol. 1, Memorias, p. 1). 21 Goebbels, Michael (1919). 22 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, Memorias, p. 2. 2i 24

Ibid.,p.3.

Fraenkel, Goebbels, p. 24. Goebbels, Michael (1919). 26 Wilfred von Oven: Finale Furioso. Mit Goebbels bis zum Ende [Finale Furioso. Con Goebbels hasta e¡final\,Tubingi, 1974, p. 281 (en adelante citado como: Oven, Finale). 27 Colección Genoud, Lausana. 29 Oven, Finale, p. 281. 29 Para la ordenación cronológica véase el curriculum vitae de Joseph Goebbels del año 1921, manuscrito adjunto a la tesis doctoral, colección Genoud, Lausana. 30 Goebbels, Michael (1919). ■ 31 Ibid. 32 Diez certificados de notas de Joseph Goebbels de los años 1912-1916 se encuen tran en el archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 33 Oven, Finale, p. 283. 34 Goebbels, Michael (1919): «(...) y Michael se convirtió en otro muy distinto del que era en realidad». 35 Goebbels: Aus meinem Tagebuch [De mi diario],junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 36 Goebbels, Michael (1919). 37 Andenken an die erste hl. Kommunion der Schüler der hóheren Lehranstalten [Recor datorio de la primera comunión de los alumnos de los colegios superiores]:... Rheydt, 3 de abril de 1910, maestro superior Mollen, profesor de religión, archivo municipal de Mónchengladbach, 14/2112. 38 Goebbels, Joseph: Gerhardi Bañéis Manibus!, contribución al escrito en memo ria del maestro superior doctor Gerhard Bartels, Rheydt, p. 25 y ss. (aquí p. 26), 6/12/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/120. 39 Willy Zules a Joseph Goebbels, 4-5/1/1915, colección Genoud, Lausana. 40 Goebbels, Michael (1919). 41 N. de laT. En alemán estos versos riman el primero con el tercero y el segun do con el cuarto: «Hier steh' ich an der Totenbahre, /Schau deine kalten Glieder an, /Du warst der Freund mir, ja, der wahre, /Den ich im Leben liebgewann. /Du mutest jetzt schon von mir scheiden, /Lieest das Leben, das dir winkt, /Lieest die Welt mit ihren Freuden, /Lieest die Hoffnung, die hier blinkt». 25

Notas

711

42

Joseph Goebbels: Der tote Freund [El amigo muerto], abril de 1912, colección Genoud, Lausana: en las memorias denominadas Erinnerungsblatter data Goebbels su primer poema en el año 1909 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, Memorias, p. 3). 43 Joseph Goebbels: Der Lenz [La primavera], 1914, colección Genoud, Lausana. 44 Goebbels, Michael (1919). 45 46 47

Ibid. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 3. Goebbels, Michael (1919).

48

Ibid. Ibid.; cí. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Memorias, p. 5. 50 Hitler, Mein Kampf[Mi lucha], Munich, 1939, p. 162 (en adelante citado como: Hitler, Mi lucha). 51 Joseph Goebbels: Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem Vaterland dienen? [¿Cómo puede el no combatiente servir también a la patria en estos días?] (redacción de clase del 27/11/1914), archivo federal de Coblenza, NL 118/117. 52 Certificado de aptitud científica para el servicio voluntario anual, 3/4/1914, archivo federal de Coblenza, NL 188/113. 53 Joseph Goebbels: Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem Vaterland dienen?, op. cit. 54 Joseph Goebbels: Aus halbvergessenen Papieren. DemAndenken Ernst Heynens gewidmet [Depapeles medio olvidados. En memoria de Ernst Heynen], 22/2/1924, archivo fede ral de Coblenza, NL 118/113. 55 Hubert Offergeld a Joseph Goebbels el 16/11/1914, colecci ón Genoud, Lau sana. 56 Willy Zilles a Joseph Goebbels, 4-5/1/1915, colecci ón Genoud, Lausana. 57 N. de la T. Así se denominaba familiarmente a los soldados alemanes durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, por alusión al color de sus uniformes (en ale mán, Feldgraue). 58 N. de laT. La sentencia de Raabe dice en alemán: Sieh' aufzu den Sternen, hab' acht aufdíe Gassen! (¡Alza la vista a las estrellas, presta atención a las callejuelas!). 59 Joseph Goebbels a Willy Zilles el 26/7/1915, archivo municipal de M ónchengladbach. Lo mismo expresó en una carta dirigida a Ernst Heynen, como se desprende de su respuesta del 12/4/1916 (colección Genoud, Lausana). 49

60

Sobre ambos poetas Goebbels escribió largos ensayos, que se encuentran en la colección Genoud, Lausana. 61 Joseph Goebbels a Willy Zilles el 26/7/1915, archivo municipal de M ónchengladbach. 62 Goebbels, Joseph: Wilhelm Raabe, 7/3/1916, colección Genoud, Lausana. 63

Ibid. Joseph Goebbels: Das Lied im Kriege [La canción en la guerra], (redacción de cla se del 6/2/1915); véase también Wie kann auch der Nichtkampfer in diesen Tagen dem 64

712

Goebbels

Vaterland dienen? [¿Cómo puede el no combatiente servir también a la patria en estos días?], op. cit. 65 Esto se infiere de una carta de Hubert Hompesch a Joseph Goebbels del 6/8/1915, colección Genoud, Lausana. 66 Willy Zules a Joseph Goebbels el 29/7/1915, colección Genoud, Lausana. 67 Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 9/11/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 68 Voss a Joseph Goebbels el 7/12/1915, colección Genoud, Lausana. 69 Hubert Hompesch a Joseph Goebbels el 15/7/1916, colección Genoud, Lau sana. 70 Goebbels, Joseph: In utraque fortuna utriusque mentor (redacción de clase del 30/6/1916), colección Genoud, Lausana. 71 Hubert Hompesch a Joseph Goebbels el 15/10/1916, colección Genoud, Lau sana. 72 Lene Krage a Joseph Goebbels el 8/12/1916, archivo federal de Coblenza, NL 188/112. 73 Goebbels, Michael (1919). 74 Lene Krage a Joseph Goebbels el 22/8/1916, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 75 Goebbels, Michael (1919). 76 Rheydter Zeitung [periódico de Rheydt] del 25/4/1933. 77 Goebbels, Joseph: discurso de fin de bachillerato, 21/3/1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 78 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/4/1933, p. 412; Rheydter Zeitung del 25/4/1933. 79 Borrador de una carta de Joseph Goebbels a su maestro Voss de finales de 1915, colección Genoud, Lausana. 80 Rheydter Zeitung del 25/4/1933.

Capítulo 2. Caos en mí (1917-1921) 1

Para los años de carrera de Joseph Goebbels cf. diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, pp. 5-22 (aquí p. 5). 2 Informes de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Unitas, Instituto de Estudios sobre la Universidad, Universidad de Wurtzburgo (en adelante citado como: Unitas), año 57,1916/17,p. 227; el capellán Mollen también había estu diado en Bonn y allí había sido miembro de la Unitas. Esto se desprende del registro general de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Unitas en las uni versidades de Aquisgrán, Berlín, Bonn, Friburgo de Brisgovia, de 1914. 3 Joseph Goebbels: Bin einfahrender Schüler, ein wüster Gesell..., Novelle aus dem Studentenleben [Soy un escolar errante, un tipo desordenado..., novela corta de la vida estudian til], verano de 1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/117.

Notas 4

713

Joseph Goebbels: Wilhelm Raabe, sin fecha, colección Genoud, Lausana. Al pare cer, en este caso se trata de una versión revisada de su redacción sobre el poeta del 7/3/1916; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 5; Unitas, año 57,1916/17, p. 279; véase además: Schrader, Hans-Jürgen:Joseph Goebbels ais Raabe-Redner [Joseph Goebbels como orador raabiano], en:Jahrbuch der Raabe-Gesellschaft [Anuario de la asociación de Raabe], (1974), p. 112 y ss. 5 Franz Josef Klassen, Treue um Treue. Sigfridia sei's Panier. Geschichte der Katholischen Deutschen Burschenschaft Sigfridia zu Bonn im Ring Katholischer Deutscher Burschenschaften 1910-1980 [Lealtad por lealtad. Sigfridia es nuestra bandera. Historia de la corporación estudiantil católica alemana Sigfridia de Bonn en la agrupación de corporaciones estudiantiles católicas alemanas, 1910-1980], Bonn 1980, p. 19, nota 1. 6 Fraenkel, Goebbels, p. 34. 7 Unitas, año 57, 1916/17, p. 279;Joseph Goebbels a un profesor desconocido el 14/9/1917, reproducido en: Fraenkel, Goebbels, p. 32. 8 Joseph Goebbels: Die die Sonne lieben [Los que aman el sol], verano de 1917, archi vo federal de Coblenza, NL 118/117. 9 Joseph Goebbels: Bin einfahrender Schüler, ein wüster Gesell..., Novelle aus dem Studentenleben, op. cit. 10 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 5. 11 Joseph Goebbels a la comisión diocesana de la asociación de Alberto Magno el 5 y el 15/9/1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 12 Nota del capellán Mollen a una carta de Joseph Goebbels dirigida a la comi sión diocesana de la asociación de Alberto Magno el 18/9/1917, reproducido en: Fraenkel, Goebbels, p. 32 y ss. 13 Cf. los documentos del archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 14 Unitas, año 58,1917/18, p. 68 y p. 119 y ss. 15 Peter Joseph Hasenberg: 125Jahre Unitas-Verband. Beitrage zur Geschichte des Verbandes der wissenschaftlichen, katholischen Studentenvereine Unitas (UV) [125 años de Uni tas. Contribuciones a la historia de la unión de asociaciones estudiantiles científico-católicas Uni tas], Colonia 1981, p. 91. 16 Madre de Agnes Kólsch a Joseph Goebbels el 16/11/1917, archivo federal de Coblenza, NL 118/111. 17 Cf. la abundante correspondencia epistolar entre Joseph Goebbels y los miem bros de la familia Kólsch en el archivo federal, NL 118/111. 18 Unitas, año 58,1917/18, p. 153. 19 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 6. 20 Unitas, año 58,1917/18, pp. 182 y 215. 21 Joseph Goebbels: Michael Voormann, Ein Menschenschicksal in Tagebuchbldttern [Michael Voormann. El destino de un hombre a través de su diario], manuscrito, 1923, colec ción Genoud, Lausana; Goebbels describe detalladamente los comienzos de su rela ción amorosa con Anka Stalherm durante el segundo semestre en Friburgo en: Michae, (1919), parte III, terminada en septiembre de 1919, archivo federal de Cobleza NI

714

i

Goebbels

188/115; véanse también las muchas cartas en el archivo federal de Coblenza, NL 118/109 y s. 22 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 8. 23 Agnes Kólsch a Joseph Goebbels el 15/8/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 24 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 31/7/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/109; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 8. 25 Oven, Finale, p. 287. 26 Joseph Goebbels: Judas Iscariot. Eine biblische Tragodie infünfAkten [Judas Iscario te. Una tragedia bíblica en cinco actos], julio/agosto 1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/127; cf. también la correspondencia epistolar entre Joseph Goebbels y Anka Stalherm de esa época (archivo federal de Coblenza, NL 118/109, NL 118/127). 27 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 21/8/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/127. 28 N. de la T. Letra cursiva alemana que debe su nombre al diseñador gráfico L. Sütterlin (1865-1917). 29 Joseph Goebbels: Judas Iscariot. Eine biblische Tragodie infünfAkten, op. cit. 20 Ibid., p. 99. 31 En otoño de 1918, Joseph Goebbels regaló a su compañero de estudios Theo Geitmann un ejemplar «del Zaratustra»; cf. la correspondencia epistolar de octubre de 1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 32 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/8/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/109. 33 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 30/8/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/109. 34 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 11/8/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/127. 35 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 10. 36 Joseph Goebbels a Fritz Prang el 13/11/1918, reproducido en: Fraenkel, Goeb bels, p. 38. 37 Ibid. 38 Julius-Maximilians-Universitat de Wurtzburgo, Kollegienbuch des Studierenden der Germanistik, Herrn Joseph Goebbels aus Rheydt [Libro académico del estudiante de Germantstíca Sr. Joseph Goebbels de Rheydt] , archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 39 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/109. 40 Fritz Prang a Joseph Goebbels en noviembre de 1918, archivo federal de Coblen za, NL 118/113. 41 Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 3/10/1918, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 42 Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 14/11/1918, archivo federal de Coblen za, NL 118/113.

Notas 43

715

Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 21/12/1918, archivo federal de Coblen

za, NL 118/112. 44

Fritz Goebbels ajoseph Goebbels el 3/1/1919 y el 31/12/1918, archivo fede

ral de Coblenza, NL 118/113. 45

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 25/1/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 46

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/1/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 47

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 30/1/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 48

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 10.

49

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26 y el 27/1/1919, archivo federal de

Coblenza, NL 118/109. 50

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 51

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, Memorias, p. 15.

52

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/1/1919, archivo federal de Coblenza,

. NL 118/109. 53

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 16/2/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/126. 54

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 20/2/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/126. 55

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 26/2/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/126. 56

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 24/2/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 57

Joseph Goebbels: Heinrich Kdmpfert, Ein Drama in dreiAufzügen [Heinrich Kamp-

fert, un drama en tres actos], archivo federal de Coblenza, NL 118/114. La obra, que en principio iba a llevar el título de Stille Helden [Héroes silenciosos], fue terminada el 12 de febrero de 1919; véase al respecto la correspondencia epistolar entre Joseph Goeb bels y Anka Stalherm en el archivo federal de Coblenza, NL 118/109. 58

Joseph Goebbels: Heinrich Kdmpfert, Ein Drama in dreiAujzügen [Heinrich Kamp-

jert, un drama en tres actos], p. 39, archivo federal de Coblenza, NL 118/114. 59

Ibid., p. 56.

60

Fiódor Dostoievski: Schuld und Sühne [Crimen y castigo], Munich, 1987.

61

En el Michael (1919), parte III (archivo federal de Coblenza, NL 118/114 y s.)

escribió Goebbels: «El cristianismo actual tiene en la práctica ya muy poco de la bue na nueva que trajo Cristo. No maltratéis a los hombres y chupadles la sangre». 62

Unitas, año 59,1918/19, «Suplemento del primer semestre 18/19: salida del Sr.

Goebbels».

716 63

Goebbels Él le regaló a ella un cuadernito con los «apuntes de Navidad» redactados por

él mismo, Die Weihnachtsglocken des Eremiten [Las campanas navideñas del eremita], archi

vo federal de Coblenza, NL 118/126. 64

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 11.

65

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 16/3/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 66

Olgi Esenwein a Joseph Goebbels el 21/2/1924 (eventualmente tambi én el

21/6/1924), archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 67

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 13.

68

Fiódor Dostoievski: Die Ddmonen [Los demonios], versión alemana de E.K. Rah-

sin, Munich, 1956, p. 343 y ss.; cf. Bársch, Claus-Ekkehard: Erlósung und Vemichtung. Dr. phil. Joseph Goebbels. Zur Psyche und Ideologie eines jungen Nationalsozialisten [Salva ción y destrucción. Doctor Joseph Goebbels. Sobre el espíritu y la ideología de un joven nacio

nalsocialista], Munich, 1987 (en adelante citado como: Bársch, Salvación). 69

En la colección Genoud, Lausana, se encuentra un sinnúmero de poemas, entre

otros una colección que «dedicó» a Anka Stalherm. 70

N. de la T. Antiguo alemán por Nehmt, Frauen, diesen Kranz, «coged, mujeres,

esta corona». Es la primera línea del poema Traumliebe («amor ideal») de Walther von derVogelweide (finales del siglo XII y principios del xm). 71

Contrato editorial entre Joseph Goebbels cand. phil. [licenciado en estudios de

cuatro años] y la editorial Xenien de Leipzig, 18/6/1919, archivo federal de Coblen za, NL 118/113. 72

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 20/8/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 73

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 13.

74

Goebbels, Michael (1919), Parte I (archivo federal de Coblenza, NL 118/126),

así como parte III (archivo federal de Coblenza, NL 118/115 y s.); la segunda parte no se ha conservado. 75

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 14; «Michael

Voormann está terminado, creo que te gustará», escribió Joseph Goebbels a Anka Stal herm el 6/9/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/109. 76

Goebbels, Michael (1919), parte I.

77

Aiá., parte III.

78

N. de la T. En alemán Raterepublik, conocida como el «soviet bávaro», la Repú

blica Soviética de Baviera o el Consejo de Baviera. 79

Arco-Valley fue excarcelado en 1924 y ascendió en el Tercer Reich a director

de la Lufthansa alemana. 80

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17.

81

Ayuntamiento de Munich a Joseph Goebbels (sin fecha, asunto: establecimien

to de foráneos), colección Genoud, Lausana.

Notas 82

717

Goebbels describe esta Nochebuena de 1919 en su artículo Sursum corda! [[Arriba

los corazones*.], en el Westdeutsche Landeszeitung [Periódico regional de la Alemania occi-

dental] del 7/3/1922. 83

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/9/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/126. 84

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 16.

85

Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 9/11/1919, archivo federal de Coblenza,

NL 118/112. 86

Joseph Goebbels: Kampf der Arbeiterklasse. Fragment eines sozialistischen Dramas

[Lucha de la clase obrera. Fragmento de un drama socialista], colección Genoud, Lausana. 87

Ibid.

88

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/1/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 89

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 31/1/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 90

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/2/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/109. 91

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 4/3/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110. 92

Cf. Borrador de una carta de Joseph Goebbels aVoss, finales de 1915, colección

Genoud, Lausana. 93

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 4/3/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110. 94

N. de la T. Conocida alusión al «Hamlet» de Shakespeare (1.4). En lengua ingle

sa dice: Something is rotten in the state ofDenmark. 95

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 13/3/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110. 96

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17 y s.

97

Joseph Goebbels: Díe Saat [La siembra], acción en tres actos (marzo de 1920),

archivo federal de Coblenza, NL 118/117. 98

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 17 y s.

"Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 14/4/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 100

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/6/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110. 101

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 15/5/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110. 102

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 13/6/1920, el 18/6/1920 y el 4/7/1920,

archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 103

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 15/5/1920, archivo federal de Coblenza,

NL 118/110.

718

Goebbels

104

Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 29/6/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 105 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 19. 106 Joseph Goebbels a Anka Stalherm, sin fecha, archivo federal de Coblenza, NL 118/118. 107 Testamento de Joseph Goebbels del 1/10/1920. Existen dos versiones ligera mente diferentes, archivo federal de Coblenza, NL 118/113 así como NL 118/118. 108 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/11/1920, archivo federal de Coblen za, NL 118/126. 109 Richard Flisges a Joseph Goebbels el 31/10/1920, archivo federal de Coblen za, NL 118/112; véanse también las cartas de Richard Flisges ajoseph Goebbels del 3 y del 9/11/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 110 Anka Stalherm ajoseph Goebbels el 24/11/1920, archivo federal de Coblen za, NL 118/126. 111 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 27/11/1920, archivo federal de Coblen za, NL 118/126. 112 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 30/5/1928, p. 229. 113 Ibid., 14/12/1928, p. 303. 114 Ibid., 16/12/1928, p. 304. 115

Ibid., 1/4/1929, p. 351. Oswald Spengler: Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte [La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la Historia Uni versal], Munich, 1923. 116

117

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 21. Fritz Goebbels ajoseph Goebbels el 5/12/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 118

119

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 16. Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 6/6/1920, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 120

121

Joseph Goebbels: Wilhelm von Schütz ais Dramatiker. Ein Beitrag zur Geschichte des Dramas der Romantischen Schule [Wilhelm von Schütz como dramaturgo. Una contribu ción a la historia del drama de la escuela romántica], tesis doctoral, Heidelberg 1921; cf. Neuhaus, Helmut: Der Germanist Dr. phil. Joseph Goebbels. Bemerkungen zur Sprache des Joseph Goebbels in seiner Dissertation aus demjahre 1922 [El germanista doctor Joseph Goeb bels. Observaciones sobre la lengua de Joseph Goebbels en su tesis doctoral del año 1922], en: Zeitschriftfür Deutsche Philologie (ZfdPh) [Revista de Filología Alemana] 93 (1974), p. 398 yss. 122 Ibid., p. 8 y s. 123 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 21. 124

N. de laT. Según la costumbre alemana, el periódico de bodas o periódico nup cial (Hochzeitszeitung) consiste en presentar a los novios de manera divertida. Lo sue-

Notas

719

len redactar familiares o amigos íntimos de la pareja, e incluye fotos, anécdotas, algún pequeño secreto de los novios, etc. 125 N. de laT. Muy expresivo en alemán dada la proximidad fonética entre Hakenkreuz (cruz gamada o esvástica) y Kacken (cagar), así como por la aliteración de la ka y de la erre: Seh ich nur ein Hakenkreuz, krieg ich schon zum Kacken Reiz. 126 Comunicación de Wilhelm Kamerbeek del 21/10/1987. 127 Título de doctor de Joseph Goebbels, fechado el 21/4/1922, Universidad de Heidelberg, archivo federal de Coblenza, NL 118/128; el original se encuentra en la colección Genoud, Lausana. 128 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 22. 129 Ibid.

Capítulo 3. ¡Fuera dudas! Quiero ser fuerte y creer (1921-1923) 1

Richard Flisges a Joseph Goebbels el 12/12/1921, archivo federal de Coblen za, NL 118/112. 2 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 23. 3 Westdeutsche Landeszeitung del 24/1/1992. 4 Joseph Goebbels, Aus meinemTagebuch [De mi diario],junio de 1923,archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 5 Ibid. 6 Westdeutsche Landeszeitung del 6/2/1922. 7 «La expresión de la decadencia de Occidente está hoy en boca de todas las perso nas cultas e incultas, en todas las ocasiones adecuadas e inadecuadas. ¡Cuántas veces he tenido la oportunidad de oír esta expresión en boca de gente que ni siquiera cono cía el nombre de Oswald Spengler, por no decir su libro! Seguramente pocas veces el título de un libro ha ejercido una fuerza tan sugestiva como éste. Spengler es hijo de su tiempo, del mismo modo que todos nosotros estamos varados en nuestro tiem po, por muy convencidos que estemos personalmente de haberlo superado. Me gus ta mucho el libro de Spengler y le debo algunas horas espléndidas. Pero eso no me hará desistir de afirmar que el libro ha perjudicado más que beneficiado a nuestro espíritu alemán (...) por desgracia,muchos han sacado de él un pesimismo enfermi zo, y el pesimismo es hoy más que nunca un veneno para el cuerpo de nuestro pue blo. El libro de Spengler ha llegado en el momento equivocado», de: Joseph Goeb bels: Vom Sinn unserer Zeit [Del sentido de nuestro tiempo], Ibid. 8 Westdeutsche Landeszeitung del 8/2/1922; además, aparecieron en el Westdeutsche Landeszeitung los artículos de Goebbels Kritik und Kunst [Crítica y arte] (edición del 11/1/1922), Zur Erziehung eines neuen Publikums [Para la educación de un nuevo públi co] (primera parte en la edición del 21/2/1922; segunda parte en la edición del 27/2/1922) y Sursum corda [Arriba los corazones] (edición del 7/3/1922). 9 Müller a Joseph Goebbels el 16/10/1922, archivo federal de Coblenza, NL 118/113.

720

Goebbels

10

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 24. Joseph Goebbels: Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmentos de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922), colec ción Genoud, Lausana. 12 Anuncio en el Westdeutsche Landeszeitung del 25/10/1922. 13 Else Janke a Joseph Goebbels el 6/9/1922, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 14 Fraenkel, Goebbels, p. 68. 15 Else Janke a Joseph Goebbels el 5/10/1922, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 16 Else Janke a Joseph Goebbels el 22/12/1922, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 17 Joseph Goebbels a Else Janke, Navidades de 1922, reproducido en: Fraenkel, Goebbels, p. 66 y s. 11

18

María Goebbels a Joseph Goebbels el 16/2/1923, archivo federal de Coblen za, NL 118/113: «El paquete adjunto contiene: pan, pan blanco, azúcar, embutido, mantequilla... 3 pañuelos, un par de calcetines y dos esclavinas». 19 Else Janke ajoseph Goebbels el 11/2/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 20 Else Janke ajoseph Goebbels el 31/1/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 21 Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch [De mi diario], junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 22 Ibid. 23 Ibid. 24 Else Janke ajoseph Goebbels el 25/4/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 25

Joseph Goebbels: Aus meinem Tagebuch [De mi diario], junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126, como las dos siguientes citas de este párrafo. 26 Joseph Goebbels a Else Janke el 5/6/1923, reproducido en: Fraenkel, Goebbels, p. 68 y ss. 27 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26. 28 Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch, op. cit. 29 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27. 30 Ibid. 31 Else Janke ajoseph Goebbels el 11/2/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 32 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27. 33 Joseph Goebbels, Michael Voormann. Ein Me nschenschicksal in Tage buchbl áttem [Michael Voormann. El destino de un hombre a través de su diario], manuscrito del año 1923, colección Genoud, Lausana (en adelante citado como: Goebbels, Michael 1923). En la misma colección, así como en el archivo federal de Coblenza (NL 118/127),

Notas

721

se encuentra además una versión escrita a máquina y una fotocopia del manuscrito; cf. Singer, Hans-Jürgen: Míchael oder der leeré Glaube [Michael o la fe vacía], en: 1999. Zeitschrift für Sozialgeschichte des 20. und 21 Jahrhunderts [Revista de la historia social de los siglos xx y xxi], año 2, octubre de 1987, número 4, p. 68 y ss.; Richard McMasters Hunt, Joseph Goebbels: A Study qf the Formation qfhis National-Socialíst Conscíousness (1897-1916), tesis doctoral, Harvard University, Cambridge, Massachusetts 1960, p. 94 y ss.; Bársch, Salvación. 34 Goebbels, Michael (1923), preludio. 35 Cf. Dietz Bering, Die Intellektuellen. Geschichte eines Schimpfwortes [Los intelec tuales. Historia de un insulto] , Frankfurt del Meno, Berl ín,Viena 1982, p. 109 y ss. 36 Goebbels, Michael (1923), diario del 14 de junio. 37 Ibid. 38 Ibid., diario del 1 de junio. 39 Ibid., diario del 15 de noviembre. 40 Ibid., dia rio del 15 de ma yo. 41 Joseph Goebbels, Die Führerfrage [La cuestión del Führer] , en: Joseph Goebbels: Die zweite Revolution. Briefe an Zeitgenossen [La segunda revolución. Cartas a los coetá neos], Zwickau, 1926, p. 6 (en adelante citado como: Goebbels, La segunda revolución). 42 Joseph Goebbels: «Schópferische Kráfte. Richard Flisges, dem toten Freunde!» [«Fuerzas creativas. Al amigo muerto, Richard Flisges»], Rheydter Zeitung del 22/12/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 43 Olgi Esenwein a Joseph Goebbels el 3/1/1924, archivo federal de Coblenza, NL 118/112; así como la carta de Olgi Esenwein a Joseph Goebbels del 21/4/1924, archivo federal de Coblenza, NL 118/112. 44 Joseph Goebbels: Michael. Ein deutsches Schicksal in Tagebuchblattern [Michael. El destino de un alemán a través de su diario], Munich, 1929 (en adelante citado como: Goebbels, Michael 1929). 45 Ibid., diario del 15 de mayo, p. 108. 46 N. de la T. Arbeiter der Stirn und Faust: se refiere al trabajo intelectual (frente) y al trabajo manual (puño). 47 Ibid., diario del 17 de mayo.p. 109. 48 Ibid., diario del 9 de agosto, p. 57. i9 Ibid.,p. 156 y s. 50 Die Weltbühne [la escena mundial] del 27/1/1931. 51 Véase p. 153. 52 Joseph Goebbels a Else Janke el 22/9/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 53 Hans Goebbels a Joseph Goebbels el 18/9/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/110. 54 Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 23/9/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 55 Fritz Goebbels a Joseph Goebbels el 27/9/1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/113.

722

Goebbels

56

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 28. Comunicación de Erich Willmes del 6/7/1988. 58 Fraenkel, Goebbels, p. 70. 59 Solicitud de empleo de Joseph Goebbels a la editorial Rudolf Mosse, sin fecha, archivo federal de Coblenza, NL 118/113. 60 Joseph Goebbels, Au s meine m Tage buch [De mi diario] , junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 61 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 28/7/1924, p. 51. 62 N. de la T. Juego de naipes alemán. 63 Ibid., p. 52. 57

64

ifeiá., p. 51. Ibid., 17/7/1924, p. 43. 66 Joseph Goebbels: Aus meine m Tqgebuc h [De mi diario] , junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 67 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26: «El ju daismo. Reflexiono sobre el problema del dinero». 68 Fraenkel, Goebbels, p. 65; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 23. 69 Joseph Goebbels a Anka Stalherm el 17/2/1919, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 70 Carta abierta del doctor Josef Joseph, emigrado a Estados Unidos, dirigida al ministro de Propaganda del Reich, publicada en noviembre de 1944 en la prensa ame ricana, citada por: Erckens,J«¿ío5, p. 189 y s. 71 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 25. 72 Joseph Goebbels, Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmentos de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922), colec ción Genoud, Lausana. 73 A partir de este momento se acumulan las entradas sobre el judaismo, Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 26 y s. 74 Else Janke a Joseph Goebbels el 4/11/1923, colección Genoud, Lausana. 75 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27; Chamberlain, Houston Stewart: Die Grundlagen des neunzehnten Jahrhunderts [Los fundamen tos del siglo xix], Munich, 1899 (en adelante citado como: Chamberlain, Fundamen tos). 76 Joseph Arthur de Gobineau: Die Ungleichheit der Menschenrassen [La desigualdad de las razas humanas], 4 vols., 1853-55. 65

77

Chamberlain, Fundamentos, p. 259. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/5/1926, p. 178. 79 En el Michael (1929) escribió Goebbels en la entrada del 15 de noviembre (p. 82): «Cristo es el primer antisemita de relieve."Devora a todos los pueblos". A eso él le declaró la guerra. Por eso el judaismo tuvo que eliminarle, pues ponía en duda los fundamentos de su futura potencia mundial». 78

Notas

723



Joseph Goebbels en el Vdlkísche Freiheit [Libertad nacional] del 15/11/1924. Joseph Goebbels, Lenin oder Hitler? Eine Rede [¿Lenin o Hitler? Un discurso], Zwickau, 1926, p. 21. 82 Joseph Goebbels, Ausschnitte aus der deutschen Literatur der Gegenwart [Fragmen tos de la literatura alemana contemporánea] (conferencia pronunciada el 30/10/1922), colección Genoud, Lausana. 83 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 1, 4/7/1924, p. 33. 84 Joseph Goebbels, Lenin oder Hitler? Eine Rede, op. cit., p. 31. 81

Capítulo 4. ¿Quién es este hombre? Mitad plebeyo, mitad dios. ¿El Cristo verdadero o sólo San Juan? (1924-1926) 'Joseph Goebbels, Aus meinem Tagebuch [De mi diario],junio de 1923, archivo federal de Coblenza, NL 118/126. 2 Goebbels, Michael (1923), diario del 15 de mayo. 3 Joseph Goebbels, Die Führerfrage [La cuestión del Fú'hrer], en Goebbels, La segun da revolución, p. 7. 4 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 30/6/1924, p. 30: «Los primeros quieren el protestantismo prusiano (...),los otros la reconciliación pangermana, seguramente con un cariz católico. Munich y Berlín están en lucha. Se puede decir también Hitler y Ludendorff». 5 Ulrich Klein: Mekka des deutschen Sozialismus oder «Kloake der Bewegung». Der Aufstieg der NSDAP in Wuppertal 1920-1934 [Meca del socialismo alemán o «cloaca del movimiento». El ascenso del NSDAP en Wuppertal en 1920-1934], en: Über allem die Partei. Schule, Kunst, Musík in Wuppertal 1933-1945 [El partido por encima de todo. Escue la, arte, música en Wuppertal, 1933-1945], editado por Klaus Goebel, Oberhausen, 1987, p. 105 y ss. (aquí p. 117) (en adelante citado como Klein, Meca). 6 Die Stadt Rheydt und die Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei [La ciudad de Rheydt y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán], del jefe de servicio de la circuns cripción, el compañero de partido W. von Ameln, en: Libro de empadronamiento de la ciudad de Rheydt de 1936, archivo municipal de Mónchengladbach. 7 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 1, 30/6/1924, p. 30. 8 Ibid. 9 Ibid., p. 30 y s. 10 Ibid., 15/8/1924, p. 65. 11 Para el congreso de Weimar del 17 y 18 de agosto véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,19 y 20/8/1924, págs. 66-73 (aquí p. 66). 12 BerlinerTageblatt [Diario de Berlín] del 13/9/1930. 13 Joseph Goebbels, Die Katastrophe des Liberalismus [La catástrofe del liberalismo], en Vdlkische Freiheit del 11/10/1924, archivo municipal de Wuppertal. 14 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 22/8/1924, ]

724

Goebbels

15

Die Stadt Rheydt und die Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei [La ciudad de Rheydt y el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán], del jefe de servicio de la circuns cripción, el compañero de partido W von Ameln, en Libro de empadronamiento de la ciudad de Rheydt de 1936, archivo municipal de Mónchengladbach. 16 17 18

Ibid. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 22/8/1924, p. 75. Fraenkel, Goebbels, p. 71 y s.

19

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 27/9/1924, p. 91. Volkische Freiheit del 4/10/1924, archivo mun icipal de Wuppertal. 21 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 3/10/1924, p. 93. 22 Ibid., 27/9/1924, p. 91. 23 N. de laT. El título en alemán de esta sección era Streiflichter, que significa «refle jos de luz» y, por extensión, «ilustración» o «explicación breve». 24 Volkische Freiheit del 18/10/1924, archivo municipal de Wuppertal. 25 Ibid., 11/10/1924. 26 Ibid., 1/11/1924. 27 Ibid., 4/10/1924. 28 Ibid., 18/10/1924. 20

29 30

31 32 33 34

Ibid., 20/9/1924. Ibid.

Ibid., Ibid., Ibid., Ibid.,

8/11/1924. 15/11/1924. 4/10/1924. 20/12/1924.

35

Hermann Fobke al doctor AdalbertVolck el 21/9/1924, reproducido en:Jochmann,Werner, ed., Nationalsozialismus und Revolution. Ursprung und Geschichte der NSDAP in Hamburg 1922-Í923, Dokumente [Nacionalsocialismo y revolución. Origen e historia del NSDAP en Hamburgo, i922-1923, Documentos], Frankfurt del Meno, 1963, doc. 46, p. 154 y s. (en adelante citado como Jochmann, Documentos). 36 Volkische Freiheit del 10/1/1925, archivo municipal de Wuppertal. 37 Hitler, Mi lucha, p. 354. 38 Konrad Heiden, Geschichte des Nationalsozialismus. Die Karriere einer Idee [Histo ria del nacionalsocialismo. La carrera de una idea], Berlín, 1932, p. 195. 39 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,15/9/1924, p. 85: «Hablo largo rato con Strasser, sobre Hitler, de si será puesto en libertad. Angustiosa pregun ta». 40 Karl Kaufmann a Otto Strasser el 4/6/1927, BDC (Berlín Document Center). 41 Klein, Meca, p. 116. 42 43 44

Heiber, Goebbels, p. 46. Karl Kaufmann a Otto Strasser el 4/6/1927, BDC. Ibid.

Notas 45

725

Informe policial sin fecha, Archivo General del Estado. Dusseldorf, colección de la Jefatura Superior de Policía de Wuppertal. 46 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/6/1925, p. 116. 47 Ibid., 23/10/1925, p. 137. 48 Vólkische Freiheit del 15/11/1924, del 20/12/1924 y del 10/1/1925, archivo municipal de Wuppertal. 49 Ibid., 20/12/1924. 50 15 diseños para carteles u octavillas para anunciar conferencias del NSDAP, editados por la oficina de las Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas], con un pró logo de Joseph Goebbels, Elberfeld, sin indicación del año. 51 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 26/3/1925, p. 98. 52 Ibid., 28/3/1925, p. 99. 53 Ibid., 16/4/1925, p. 104. 54 Ibid., 28/5/1925, p. 115. 55 /W<¿., 22/4/1925, p. 105 y s. 56 Ibid., 18/4/1925, p. 105. 57 Ibid., 27/5/1925, p. 114. 58 Vólkischer Beobachter del 8/7/1925. 59 Karl Kaufmann comunicó a los biógrafos de Goebbels Fraenkel y Manvell (Fraenkel, Goebbels, p. 95) que el primer encuentro entre Goebbels y Hitler tuvo lugar en otoño de 1925 en Elberfeld. Sin embargo, Kaufmann debió de equivocarse, pues en el diario goebbeliano de Elberfeld, que comienza el 12/8/1925, no se encuentra ninguna entrada sobre semejante encuentro antes del 2 o del 6/11/1925. Según la entrada del diario del 6/11/1925 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. 140 y s.), Goebbels se encontró con Hitler en Brunswick. Puesto que ambas entradas permiten inferir claramente que no se puede tratar del primer encuentro, éste debió de producirse en la laguna de transmisión de los diarios goebbelianos, que abarca desde el 10/6/1925 hasta el comienzo de los diarios de Elberfeld el 12/8/1925. Dado que ni en las memorias ni en las fuentes se halla ninguna alusión a que Hitler estuviera en Elberfeld en el verano de 1925 (en cambio, su visita a la asociación de ese lugar en junio del año 1926 está ampliamente documentada), se justifica la con jetura de que Goebbels y Hitler se encontraron por vez primera en el congreso de jefes de distrito celebrado en Weimar el 12/7/1925, máxime cuando en el borrador de los diarios de Goebbels que termina en julio de 1928 se encuentra la anotación: «Julio del 25, Hitler en Weimar (...) noviembre del 25, Hitler en Brunswick», Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. 248. 6(1 Hinrich Lohse, Der Fall Strasser [El caso Strasser], sin fecha, Instituto de Historia Contemporánea, ZS 265. 61 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121. 62 Ibid., 12/10/1925, p. 134. 63 64

Ibid,, 26/3/1925, p. 98. Klein, Meca, p. 119 y s.

726

Goebbels

65

Rust (Hannover), Fobke (Gotinga), Schultz (Hesse-Nassau Norte) y Lohse (Schleswig-Holstein) en la dirección del NSDAP el 15/4/1925, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher 201/1. 65 Bouhler a Rust el 20/4/1925, archivo federal de Coblenza, colecci ón Schumacher 202/1. 67 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/5/1925, p. 112. 68

Ibid., 12/8/1925, p. 118. Ibid. 4/4/1925, p. 101. 70 Ibid. 19/8/1925, p. 121. 71 Klein, Meca, p. 120. 72 Otto Strasser: Mein Kampf. Eine politische Autobiographie mit einem Vorwort pon Gerhard Zwerenz [Mí lucha. Una autobiografía p olítica con un prólogo de Gerhard Zwerenz] , Frankfurt del Meno, 1969, p. 24 (en adelante citado como Strasser, Otto: Mi lucha). 73 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121. 74 Anexo a la carta de Gregor Strasser a Karl Kern del 18/6/1927 sobre la asam blea berlinesa del partido del 10/6/1927, BDC. 75 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 21/8/1925, p. 121. 76 Hermann Fobke, Aus der nationalsozialistischen Bewegung. Bericht über die Gründung der Arbeitsgemeinschaft der nord- und Westdeutschen Gaue der NSDAP [Del movi miento nacionalsocialista. Informe sobre la creación de la comunidad de trabajo de los distritos del NSDAP del norte y oeste de Alemania], 11/9/1925, reproducido emjochmann, Docu mentos, doc. 66, p. 207 y ss. (aquí p. 208). 69

77 78

Ibid., p. 209. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 11/9/1925, p. 127.

79

Ibid., 28/9/1925, p. 130. Hitler, Mi lucha, p. 73. 81 /W.,p. 113. 82 Ibid., p. 145. 83 Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/10/1925; cf. Schüddekopf, Otto-Ernst: Nationalbolschewismus in Deutschland 1918-1933 [Nacionalbolchevismo en Alemania, 1918-1933], Frankfurt del Meno, Berlín,Viena, 1972, p. 176 y ss. 84 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, Memorias, p. 27. 80

85

Ibid., 14/10/1925, p. 134 y s. Ibid., 6/11/1925, p. 141 (al igual que las siguientes citas). 87 Ibid., 23/11/1925, p. 143. 88 Ibid., p. 144. 89 Joseph Goebbels, Die Führerfrage [Elproblema del líder] , en: Goebbels, La segun da repolución), p. 8. 90 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 23/11/1925, p. 143. 91 Joseph Goebbels y Gregor Strasser (signatarios), Statuten der Arbeitsgemeinschaft der Nord-und Westdeutschen Gaue der NSDAP [Estatutos de la comunidad de trabajo de los 86

Notas

727

distritos del NSDAP del norte y oeste de Alemania], reproducidos en: Jochmann, Documentos, doc. 67, p. 212 y s. (aguí p. 213). 92 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/12/1925, p. 149. 93 Joseph Goebbels: Das kleine ABC des Nationalsozialisten [El pequeño ABC del nacionalsocialista], borrador manuscrito de octubre de 1925, BDC; véase además: Dia rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 26/10/1925, p. 138. 94 N. de laT. En la terminología nazi se habla de schaffendes Kapítal («capital crea tivo» o productivo) y raffendes Kapital («capital codicioso» o especulativo). 95 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,6/1/1926, p. 153. 96 Joseph Goebbels a Gregor Strasser el 11/1/1926, archivo federal de Coblenza, NS 1-341 11-184; «Es inaudito cómo algunos jefes de distrito han tratado el borra dor de su programa». 97 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 18/12/1925, p. 148; este escrito político-especulativo, aparecido en 1923, es el testimonio más importan te de pensamiento antidemocrático en la república de Weimar, una reacción a los decepcionantes acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la revolución de noviembre y las disposiciones deVersalles; en 1933 Goebbels celebró «la difusión de la obra, trascendental para la historia de las ideas políticas del NSDAP» (anuncio edi torial en Hamburgo de una gran tirada), Kindlers Literatur-Lexikon [Diccionario de lite ratura de la editorial Kindler], Munich, 1974, vol. 7, p. 2.874 y s. 98 Nationalsozialismus und Bolschewismus [Nacionalsocialismo y bolchevismo] , en Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/10/1925. 99 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 25/1/1926, p. 157. 100 Ibid. 101 Ulrich Wórtz: Programmatik und Führerprinzip. Das Problem des Strasser-Kreises ín der NSDAP Eine Historische-politische Studie zum Verhdltnis von Sachlichem Programm und Personlicher Führung in Einer Totalitdren Bewegung [Programática y principio del Führer. El problema del círculo de Strasser en el NSDAP Un estudio histérico-político sobre la rela ción del programa objetivo y del liderazgo personal en un movimiento totalitario], tesis doc toral, Erlangen, 1966. P. 85 (en adelante citado como Wórtz, Programática). 102 Otto Strasser, Mi lucha, p. 27. 103 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 20/1/1926, p. 156. 104 /tó/., 6/2/1926, p. 159. 105 Bouhler aViereck el 9/2/1926, archivo federal de Coblenza, colección Schuhmacher, 204. 106 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, 11/2/1926, p. 160. 107 Ibid. 108 Sobre el congreso de dirigentes celebrado en Bamberg véase Diario del Insti tuto de Historia Contemporánea, vol. 1,12-15/2/1925, p. 161 y s. 109 Otto Strasser a Joseph Goebbels el 26/1/1926, reproducido en Jochmann, Docu mentos, doc. 72, p. 221 y ss. (aquí p. 222). 110 Volkischer Beobachter del 25/2/1926. 111 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/2/1926, p. 161.

728

Goebbels

112

Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisi ón de investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Albrecht (ed.): Führer befiehl... Selbstzeugnisse aus der «Kampfzeit» der NSDAP. Dokumentation und Analyse [Führer, ordena... Autotestimonios de la «época de lucha» del NSDAP. Documentación y análisis], Dusseldorf, 1969, p. 124 y ss. (aquí p. 127) (en adelante citado como Tyrell, Füh rer, ordena...). 113

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/2/1926, p. 162. Ibid. 115 Nationalsozíalistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 1/3/1926. 116 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 13/3/1926, p. 166. 117 Ibid., 22/2/1926, p. 163. 118 Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisi ón de investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Führer, ordena..., p. 125. u<) Ibid.,p. 125 y s. 120 Cf. sobre Munich: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 13/4/1926, p. 171 y ss. 121 Ibid., 16/4/1926, p. 174. 122 Ibid., 19/4/1926, p. 175. 123 Joseph Goebbels, Lenin o Hitler, Zwickau 1926, p. 13. 124 Joseph Goebbels, Der Generalstab [El Estado Mayor], en Joseph Goebbels, Wege ins Dritte Reich. Briefe und Aufsdtze für Zeitgenossen [Caminos hacia el Tercer Reich. Car tas y artículos para coetáneos], Munich, 1927, p. 7 y ss. (aquí p. 9 y s.) (en adelante cita do como Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich); véase también: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 3/5/1926, p. 177. 125 Carta de protesta de Gottfried Feder a Hitler y/o Heinemann (Comisión de investigación y arbitraje) el 2-3/5/1926, reproducida en:Tyrell, Führer, ordena..., p. 124 y s. 126 Ibid., p. 125. 114

127

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 8/5/1926, p. 178. Ibid., 10/5/1926, p. 179. 129 Ibid., 16,17,19 y 21/6/1926, p. 186 y s. 130 Ibid., 6/7/1926, p. 190 y s. 131 N. de la T. Alusión al capítulo 9 de la Historia de los Apóstoles, donde se relata la conversión de Saúl de Tarso en Pablo durante su viaje a Damasco; por extensión, la expresión «vivir su Damasco» o «vivir el día de Damasco» significa convertirse, cam biar el criterio con respecto a algo de manera fundamental (en alemán, sein Damaskus/seinen Tag von Damaskus erleben). 132 Joseph Goebbels, Die Revolution ais Ding an sich [La revolución como objeto en sí mismo], en Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas], caita 24 del 15/11/1926; reproducida en: Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich, p. 44 y ss. (aquí p. 47 y s.). 133 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 24/7/1926, p. 196 y s. 128

Notas

729

134

Ibid., 10/6/1926, p. 185. Albrecht Tyrell, Führergedanke und Gauleiterwechsel. DieTeilung des Gaues Rheinland der NSDAP 1931 [Idea del Führer y cambio de jefes de distrito. La división del distri to deRenania del NSDAP en 1931], en: Vierteljahrsheftefür Zeitgeschichte (VfZG) [Cua dernos trimestrales de historia contemporánea], año 23/1975, p. 341 y ss. (aquí p. 352) (en adelante citado como Tyrell, Idea del Führer). 136 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 6/7/1926, p. 191. 135

137

Ibid., 27/8/1926, p. 204 Ibid., 17/9/1926, p. 208. 139 Kurt Daluege en la edición conmemorativa del Angriff del año 1936, archivo federal de Coblenza, NS 26/968; Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,16/10/1926, p. 212. 140 Erich Schmiedicke ajoseph Goebbels el 16/10/1926, reproducido en el ane xo de documentos de Helmut Heiber, ed.,DasTagebuch vonjoseph Goebbels 1925/1926 [El diario dejoseph Goebbels de 1925/1926], Stuttgart 1960, p. 112 y s. (en adelante citado como Heiber: Diario de 1925/26). 141 Else Janke ajoseph Goebbels el 9/4/1924, colección Genoud, Lausana. 138

142

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol.l, 17/8/1926, p. 202. Ibid., 8/6/1925, p. 117. 144 Ibid., 12/10/1925, p. 133 y s. Ui Ibid., 12/2/1925, p. 161. U6 Ibid., 12/6/1926, p. 185. 147 Anexo de documentos de Broszat, Martin: Die Anfdnge der Berliner NSDAP 1926121 [Los comienzos del NSDAP berlinés, 1926/27], en VfZG, año 8/1960, p. 85 y ss., aquí informe de la situación n° 6, noviembre de 1926, p. 103 y ss. (aquí p. 104) (en adelante citado como Muchow, informe de la situación n°...). 148 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 16/6/1926, p. 186. 143

149 150

Ibid., 30/10/1926, p. 214. Ibid., 18/10/1926, p. 213.

Capítulo 5. Berlín... un lodazal de vicios. ¿Y ahí me tengo que meter yo? (1926-1928) 1

Las denominaciones Gauleiter (líder de distrito) y Ortsgruppenleiter (líder de grupo o de sección local) no eran habituales en ese momento. Hasta enero de 1930 no se publicó una ordenanza del jefe de organización del Reich (9/1/1930, archivo fede ral de Coblenza, colección Schuniacher 373), según la cual en el futuro, en lugar de la pretenciosa designación de Gauführer (jefe de distrito) y Ortsgruppenführer (jefe de grupo local) que todavía se empleaba, los funcionarios del partido debían ser calificados de manera uniforme como «líderes» (Tyrell, Idea del Führer, p. 351, nota 40).

730

Goebbels

2

Extraído del folleto publicitario del centro gráfico de Otto Elsner para el con greso mundial de publicidad de 1929 en Berlín, en Berlín, Berlín. Katalog zur Ausstellung zur Geschichte der Stadt [Berlín, Berlín. Catálogo de la exposición sobre la historia de

la ciudad], Berlín 1987, p. 459. 3

Cf. Michael Erbe, Spandau im Zeitalter der Weltkriege [Spandau en la época de las

guerras mundiales], enWolfgang Ribbe, Slawenburg, Landesfestung, Industriezentrum. Untersuchungen zur Geschichte von Stadt und Bezirk Spandau [Slawenburg, fortaleza interior, cen tro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el distrito de Spandau], Berlín (sin fecha), p. 268 y ss. (aquí Der Weg ins Unheil [El camino hacia la desgracia], p. 292 y ss.). 4

Muchow, informe de la situación n° 5 y 6, de octubre a noviembre de 1926, p.

101 yss. 5

Muchow, informe de la situación n° 5, octubre de 1926, p. 103.

6

Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu

nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 4, BDC. 7

Si esta edición se podía adquirir en los distritos de Gran-Berlín, Brandeburgo y

Elba-Havel, había además para el distrito del Ruhr la edición El nacionalsocialista para el Rin y el Ruhr, para Sajonia El nacionalsocialista para Sajonia, para Silesia, Prusia orien tal y Grenzmark, El nacionalsocialista para la Marca oriental, para Pomerania, Mecklemburgo, Schleswig-Holstein, Hamburgo y Luneburgo, El nacionalsocialista para el norte de Alemania, para la Alemania occidental, Kurhesse y Waldeck, El nacionalsocialista para la Alemania occidental y para los distritos de Magdeburgo-Anhalt, Sajonia del norte,

Halle-Merseburgo El nacionalsocialista para la Alemania central. 8 Daluege en la edición conmemorativa del Angriff del año 1936, archivo federal de Coblenza, NS 26/968. 9 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. 248 (suplemento): «5 de noviembre. Hitler en Munich. Suscribe las condiciones». 10 Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 6, BDC. 11 Otto Strasser, Mi lucha, p. 31. 12 Recopilación de los ataques lanzados (contra Strasser) y su respuesta en la reu nión de funcionarios del viernes 10 de junio de 1927, p. 6, BDC. 13 Otto Strasser, Mi lucha, p. 30. 14 Circular n° 1 de la jefatura del distrito de Berlín-Brandeburgo del NSDAP del 9/11/1926, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 115 y s. 15 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 24; Muchow, informe de la situa ción n° 6, noviembre de 1926, p. 104. 16 N. de la T. Buss-und Bettag, día de oración y penitencia (festividad protestante que se celebra el miércoles anterior a Todos los Santos). 17 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 26; Muchow, informe de la situa ción n° 6/7/8, noviembre/diciembre de 1926, enero de 1927, p. 104,106 y 108; Dia-

Notas

731

rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/11/1932, p. 280 (Kaiserhoí), así como Ibid., 19/11/36, p. 730. 18

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 2/5/1925, p. 109. Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 27; Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas], n° 31; Muchow, informe de la situación n° 6, noviembre de 1926, p. 104. 20 Gustave Le Bon, Psycholog ie der Massen [Psicolog ía de las masas] , 1911. 21 Joseph Goebbels, Erkenntnis und Propaganda. Rede vom 9.Januar 1928 [«Conocimiento y propaganda. Discurso del 9 de enero de 1928»], en Joseph Goebbels, Sígnale der Neuen Zeit [Señales del nuevo tiempo], Munich, 1937, p. 28 y ss. (aquí p. 40) (en adelante citado como Goebbels, Señales]. 22 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 28. 23 /6¡íí.,p.86. 24 Circular n° 1 de la jefatura del distrito de Berlín-Brandeburgo del NSDAP del 9/11/1926, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 116. 25 Volksblatt [Diario del pueblo] y Spandauer Nationale Zeitung [Periódico Nacional de Spandau] del 15/11/1926. 26 Ibid. 19

27

Joseph Goebbels, «Erkenntnis und Propaganda. Rede vom 9Januar 192» [«Conocimiento y propaganda. Discurso del 9 de enero de 1928»], en Goebbels, Señales, p. 44 y s. 28 29

Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 23. Havelzeitung [Periódico del Haveí]/Spandauer Nationale Zeitung del 9/12 y

14/12/1926. 30

Cf.Thomas Oertel, Horst Wessel. Untersuchung einer Legende [Horst Wessel. Inves tigación de una leyenda], Colonia yViena, 1988 (en adelante citado como Oertel, Wes sel). 31 Horst Wessel, Politik,Aufzeichnungen aus demjahre 1929 [Política. Anotaciones del año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia, Ms.Germ, Oct.761. 32 Ibid. 33 Ibid. 34 Muchow, informe de la situación n° 8, enero de 1927, p. 107 y ss. (aquí p. 108). 35 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 24 y s. 36 37

Ibid., p. 52. Muchow, informe de la situación n° 7, diciembre de 1926, p. 105 y s. (aquí p.

106). 38

Julek Karl von Engelbrechten, Eine brauneArmee entsteht [Surge un ejército pardo], Berlín, 1937, p. 48. 39 Muchow, informe de la situación n° 8, enero de 1927, p. 107 y s. (aquí p. 108). 40 Horst Wessel, Politik, Aufzeichnungen aus demjahre 1929, op. cit. 41 Otto Strasser, Mi lucha, p. 31 y s. 42 Hitler, Mi lucha, p. 478.

732 43

Goebbels

Informe del servicio exterior del departamento IA en la Jefatura Superior de Policía del 21/3/1927 sobre la marcha de las SA del NSDAP hacia Trebbin el 19 y el 20 de marzo de 1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 4. 44 Relación de las actividades del jefe de distrito. Elaborada por el departamento IA.BDC. 45 Informe del servicio exterior del departamento IA en la Jefatura Superior de Policía del 21/3/1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 4. 46 Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1. 47 Escrito de acusación de la Fiscalía Superior, tribunal regional II, del 9/1/1928 en la causa II PJ 62/67, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 6. 48 Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1. 49 Informe policial «relativo a pendencias políticas y discursos provocadores» del 20/3/1927, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1. 50 Declaración testimonial de Goebbels del 21/3/1927 en la causa II PJ 62/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 1. 51 Informe del departamento IA del 28/3/1927, reproducido en Heiber, Diario de 1925/26, p. 117; entre otoño de 1926 y junio de 1927 se alistarían «alrededor de entre 100 y 120 miembros al mes por término medio», tal como se dice en una carta de autor desconocido del 16/6/1927, que se encuentra con los documentos de Goeb bels en el BDC. En cambio, sólo la Deutsche Volksbund [Liga Popular Alemana], que pertenecía a las asociaciones más pequeñas, tuvo más de 3.000 miembros en Berlín en los años 1919/1922. 52 Relación de las actividades del jefe de distrito, elaborada por el departamento IA en la Jefatura Superior de Policía, BDC. 53 Escrito de acusación de la Fiscalía General, tribunal regional I, Berlín-Centro, del 23/11/1927 en la causa 1J372/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n°27. 54 Ibid. 55 Toma de declaración de Fritz Stucke el 19/6/1928, informe del departamento IA sobre el juicio de apelación en el «proceso Stucke» celebrado el 19/6/1928, del 20/6/1928, BDC. 56 Vossische Zeitung del 6/5/1927. 57 Ibid. 58 Relación de las actividades del jefe de distrito, elaborada por el departamento IA, BDC. 59 Vossische Zeitung del 6/5/1927. 60 Berliner Arbeiterzeitung [Peri ódico Berlinés de los Trabajadores] del 23/4/1927. 61 Acta de la reunión de funcionarios del 10/6/1927, de Emil Holtz, BDC. 62 Eri.ch Koch ajoseph Goebbels el 26/4/1927, BDC.

Notas

733

63

Goebbels a Otto Strasser el 29/12/1925 y Otto Strasser a Goebbels el 30/12/1925 (archivo federal de Coblenza, NS 1/341-1 fol. 56 y s. y fol. 47-51). 64 El panorama de la prensa berlinesa en esa época lo describe Peter de Mendelssohn (Zeitungsstadt Berlín, Menschen und Máchte in der Geschichte der deutschen Presse [Berlín, ciudad de periódicos. Personas y poderes en la historia de la prensa alemana], Berlín, 1959, p. 306): en 1928 aparecieron en la capital del Reich 2.633 periódicos y revis tas; cf. también Carin Kessemeier, Der Leitartikler Goebbels in den NS-Organen «Der Angriff» und «Das Reich» [El editorialista Goebbels en los órganos nacionalsocialistas «Der Angriff» y «Das Reich»], Münster, 1967, p. 18 y s. (en adelante citado como Kes semeier, Editorialista). 65 Welt amAbend [El mundo de tarde], del 4/6/1927. 66 BerlinerTageblatt del 4/6/1927. 67 Informe de la comisión de investigación y arbitraje del 19-21/6/1927, BDC. 68 Joseph Goebbels a Adolf Hitler el 5/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de 1925/26, p. 121 yss. 69 Acta de la reunión de funcionarios del 10/6/1927, de Emil Holtz, BDC. 70 Ibid. 71 Emil Holtz a Hitler el 17/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de 1925/26, p. 135 y s. 72 W6rtz, Programática, p. 134 y s. 73 Un acta de la policía política de Munich sobre la tarde de deliberaciones cen trales [Zentralsprechabend) del NSDAP celebrada el 20/6/1927 se encuentra en el BDC. 74 Goebbels ya había exigido esa explicación el 9/6/1927 en una carta dirigida a Rudolf Hess, reproducida en Heiber, Diario de 1925/26, p. 124. 75 Vdlkischer Beobachter del 25/6/1927 (reproducido en Heiber, Diario de 1925/26, p. 138) y el resultado de la deliberación de Munich del 20-21/6/1927, BDC. 76 Comisión de investigación y arbitraje a Karl Kern el 24/6/1927, BDC. 77 Gregor Strasser a Rudolf Hess el 15/6/1927, reproducido en Heiber, Diario de 1925/26, p. 124. 78 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 188. 79 Desde el 1 de octubre de 1929, Der Angriff se publicó dos veces por semana, los domingos y los jueves; desde el 1 de noviembre de 1930 diariamente por la tarde, excepto los domingos, antes de que en 1933 se convirtiera en el diario del Frente Ale mán delTrabajo de Ley. La publicación del Angriff se interrumpió el 24/4/1945. 80 Hans-Georg Rahm, Der Angríff 1927-1930. Der nationalsozialistische Typ der Kampfzeitung [Der Angriff, 1927-1930. El prototipo nacionalsocialista de periódico de lucha], Berlín, 1939, p. 214. 81 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 209. 83

Ibid., p. 202 y s.; en 1933, Dürr se convirtió en jefe de prensa de la ciudad de Berlín.

734

Goebbels

84

Patrick Moreau, Nationalsozialismus von links. Die «Kampfgemeinschaft Revolutionárer Nationalsozialisten» und die «Schwarze Front» Otto Strassers 1930-1935 [Nacional socialismo de izquierdas. La «comunidad de lucha de nacionalsocialistas revolucionarios» y el «Frente Negro» de Otto Strasser, 1930-1935], Stuttgart 1984 (1985), p. 27 (en adelante citado como Moreau, Nacionalsocialismo de izquierdas). 85 Kessemeier, Editorialista, p. 48; con este pseudónimo publicó Schweitzer junto con Goebbels Das Buch Isidor [El libro de Isidoro] ; véase: nota 112. 86 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 15/9/1929, p. 425. 87 Goebbels, Caminos hacia el Tercer Reich, p. 23. 88 Goebbels ya había escrito en su día una serie de artículos bajo el título PolitischesTagebuch [Diariopolítico].Apareció a partir del 13/9/1924 en el semanario de Elberfeld Vólkische Freiheit, cuya jefatura de redacción asumió Goebbels el 4/10/1924. 89 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 200. 90 91 92 93 94 95 96 97 98 99

Ibid., p. 202. Ibid., p. 188. Ibid., p. 190. Rahm, DerAngriff, p. 200. Kessemeier, Editorialista, p. 49. Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 200. Ibid. Goebbels, Señales, p. 50. Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 198. Hitler, M//MC/M, p. 124.

100

DerAngriff del 21/1/1929. Ibid., 30/7/1928. 102 Ibid.; Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 138. 103 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 140. 104 Sobre Bernhard Weiss, cf. Hsi-Huey Liang, Die Berliner Polizei in der Weimarer Republík [La policía berlinesa en la república de Weimar], Berlín y Nueva York, 1977, pp. 101

61,75,177. 105

Vóíkischer Beobachter del 8-9/5/1927. DerAngriff del 15/8/1927. 107 Por primera vez en el Rote Fahne [Bandera roja] del 5/7/1923. El autor de este artículo difamatorio, Otto Steinicke, trabajó más tarde como redactor en el Angriff; al respecto véase WernerT.Angress, Die Kampfzeit der KPD 1921 bis 1923 [La época de lucha del KPD desde 1921 a 1923], Dusseldorf, 1974, p. 375, nota 63. 108 Cf. Dietz Bering, «Der jüdische Ñame ais Stigma» [«El nombre judío como estigma»], en Die Zeit del 7/8/1987; cf. también el estudio del mismo autor Der Ñame ais Stigma.Antisemitismus im deutschen Alltag 1812-1933 [El nombre como estigma.Anti semitismo en la vida cotidiana alemana, 1812-1933], Stuttgart 1987. En él, Bering inten ta demostrar que, con la elección de este nombre, Goebbels aceptaba y ponía en esce na de nuevo aquello que una tradición antisemita «profundamente arraigada y extendida» 106

Notas

735

en Alemania había «tramado y preparado»; cf. también Escrito de acusación de la Fis calía Superior en la causa II PJ 430/27 del 2/3/1928 (archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1). En éste se dice: «Aunque el nombre "Isidoro" no contiene insulto alguno por su etimología, como es sabido se utiliza muchas veces en el lenguaje popu lar para designar el origen judío de una persona en sentido despreciativo»; cf. Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 140 y s.; resulta muy revelador a este propósito que ya en 1924 Goebbels denostara en su diario como «Isidoro Witkowski» al escritor y periodista Félix Ernst Witkowski, alias Maximilian Harden (Diario del Ins tituto de Historia Contemporánea.Vol. 1, 27/6/1924, p. 30). 109 Cf. Escrito de acusación de la Fiscalía Superior, tribunal regional II, en la cau sa II PJ 430/27 del 2/3/1928 (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 24, vol. 1). 110 Dietz Bering, Derjüdische Ñame ais Stigma, op. cit. 111 N. de la T. Ambas soluciones riman en alemán: Verbreitet den Angriff, bis Isidor besiegt ist y Mit Isidor ist's bald zu Ende, wenn jeder gibt zur Angriff-Spende. 112 Mjoelnir/Goebbels, Das Buch Isidor. Ein Leitbild poli Lachen und Hass [El libro de Isidoro. Un modelo repleto de risa y odio], Munich, 1928. 113 Joseph Goebbels, Knorke. Ein neues Buch Isidor für Zeitgenossen [Fenomenal. Un nuevo libro de. Isidoro para coetáneos], Munich, 1929. 114 Diario del Instituto de Historia Contemporánea.Vol. 1, 12/7/1928, p. 244; a principios de noviembre de 1928 apareció ya una segunda edición. 115 Este pasaje procede del editorial de Goebbels «Rund um den Alexanderplatz» [«Alrededor de la Alexanderplatz»] en el Angriff del 11/3/1929. 116 N. de laT. De nuevo un lema con rima: Trotz Verbot-nicht tot. 117 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 217. 118 HorstWessel, Politik,Aufzeichnungen aus demjahre 1929 [Política. Anotaciones del año i929], Biblioteca de losjagelones de Cracovia, Ms.Germ.Oct.762. 119 Ibid. 120 DerAngriff del 29/8/1927. 121 Joseph Goebbels, DerWanderer. Ein Spiel in einem Prolog, elf Bildern und einem Epilog [El caminante. Una obra en un prólogo, once cuadros y un epílogo], archivo federal de Coblenza, NL 118/98. 122 DerAngriff del 10/10/1927. 123 Archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 1708; en 1932 se iniciaron contra Rohde pesquisas policiales por una representación no autorizada en Oranienburg. 124 Véase al respecto el Vólkischer Beobachter del 6/5/1933. 125 DerAngriff del 10/10/1927; el 1/10/1928 continuó, siendo el tema inaugural de Goebbels «Anbruch oder Untergang?» [«¿Principio o decadencia?»] (Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/10/1928, p. 271). 126 DerAngriff del 14/11/1927. 127 N. de laT. Un refrán alemán dice: Wenn's dem Esel zu wohl wird,geht era aufEis [tanzen],es decir, «cuando al asno le va demasiado bien, se pone (a bailar) sobre el hie-

736

Goebbels

lo». El significado es claro: cuando a alguien le va demasiado bien, cobra ánimos excesivos y se pone en peligro. 128 Ibid., 28/11/1927. 129 Toma de declaración en el juzgado de primera instancia de Schóneberg el 25/2/1928 en la causa II PJ 430/27, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1. 130 Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 1/4/1927. 131 Informe del departamento IA del 20/6/1928 sobre el juicio de apelación en la causa IJ 372/27 del 19/6/1928, BDC. 132 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 20/6/1928, p. 236. 133 Escrito de Goebbels al presidente del tribunal regional I del 4/4/1928, archi vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 302, vol. 7. 134 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 14/4/1928, p. 215. 135 Vossische Zeitung del 3/5/1928. 136 Ibid., 5/5/1928. 137 Ibid. 138 Ibid. 139 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 20/4/1928, p. 216. 140 Ibid., 26/4/1928, p. 218. 141 Ibid., 17/4/1928, p. 216. 142 Goebbels al juzgado de primera instancia de Schóneberg el 17/4/1928, archi vo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1. 143 Wilke al juzgado de primera instancia de Schóneberg el 23/4/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1. 144 Jefe de policía (departamento I A) al fiscal superior del tribunal regional II en la causa II PJ 365/27 el 18/2/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 2. 145 Jefe de policía al fiscal superior del tribunal regional II en la causa II PJ 46/28 el 23/4/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 8. 146 Weiss al fiscal superior del tribunal regional II en la causa II P1J 77/28 el 30/3/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 7. 147 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 28/4/1928, p. 219. 148 Jtói., 27/4/1928, p. 219. 149 Del considerando de la sentencia de apelación en la causa II PJ 365/27 del 20/11/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 2. 150 Escrito de acusación del fiscal superior del tribunal regional II en la causa II PJ 430/27 del 2/3/1928, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 24, vol. 1. 151 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 3 y 5/5/1928, p. 220 y s. 152 Ibid., 17/5/1928, p. 224. 153 Ibid., 16/5/1928, p. 224. 154 Vossische Zeitung del 12/5/1928. 155 Cf. Martin Broszat, Die Machtergreifung. DerAufstieg der NSDAP und die Zerstorung der Weimarer Republik [La subida al poder. El ascenso del NSDAP y la destrucción de

Notas

737

la república de Weimar], 2a ed., Munich 1987, p. 46 (en adelante citado como Broszat, Subida al poder). 156 157

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 21/5/1928, p. 226. Ibid.

Capítulo 6. Queremos ser revolucionarios, y seguir siéndolo (1928-1930) 1

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,13/6/1928, p. 234. Ibid., 15/6/1928, p. 235. 3 Ibid., 13/6/1928, p. 234. 4 Sesiones del Parlamento. Cuarta legislatura, 1928. Informes taquigráficos.Volumen 424 (desde la 41 a sesión del 5 de febrero de 1929 hasta la 76 a sesión del 4 de junio de 1929),Berlín 1929, aquí acta de la 54a sesión del viernes 1 de marzo de 1929, p. 1.349 y ss. (aquí p. 1.389); se da una fecha equivocada (9/3/1929) en la reproduc ción de este discurso en Joseph Goebbels, Revolution der Deutschen. 14Jahre Nationalsozialismus. Goebbels-Reden mit einleitenden Zeitbildern von Hein Schlecht [Revolución de los alemanes. 14 años de nacionalsocialismo. Discursos de Goebbels con cuadros introductorios del momento a cargo de Mein Schlecht], Oldenburgo, 1933, p. 15 (en adelante citado como Goebbels, Repolución). 5 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 26/6/1928, p. 239. 6 Sesiones del Parlamento. Cuarta legislatura, 1928. Informes taquigráficos.Volu men 423 (desde la Ia sesión del 13 de junio de 1928 hasta la 40a sesión del 4 de febre ro de 1929), Berlín 1929, aquí acta de la 7 a sesión del martes 10 de julio de 1928, p. 121 yss. 7 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 10/7/1928, p. 243. 8 Joseph Goebbels, Idl [Beneficiario de la inmunidad], en: Der Angriff dd 28/5/1928 (los artículos del Angriff están reproducidos en su mayoría, aunque muchas veces corre gidos, en Joseph Goebbels, Der Angriff. Aufsátze aus der Kampfzeit [El ataque. Artículos de la época de lucha], Munich, 1935, y en Joseph Goebbels, Wetterleuchten. Aufsátze aus der Kampfzeit [Relámpagos. Artículos de la época de lucha]. Segundo volumen Der Angriff, Munich, 1938). 9 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,10/6/1928, p. 233. 10 Berliner Arbeiterzeitung del 27/5/1928. 11 Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/6/1928; Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 20/6/1928, p. 236. 12 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 22/6/1928, p. 238. 13 Ibid., 29/6/1928, p. 240. 14 Ibid., 1/7/1928, p. 241. 2

15 16 17 18

Ibid., 15/7/1928, p. 245. Ibid., 21/6/1928, p. 237. Berliner Arbeiterzeitung del 9/9/1928. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1928, p. 260.

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Goebbels

19

Oertel, Wessel, p. 57 y s. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 3/9/1929, p. 418. 21 Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 89. 22 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 8/8/1928, p. 253. 23 De un informe sin fecha del departamento IA sobre la persona de Stennes. El autor se basa, entre otras cosas, en el opúsculo de Wilhelm Hillebrand Herunter mit der Maske. Erlebnisse hínter den Kulissen der NSDAP [Abajo la máscara. Experiencias del NSDAP entre bastidores], parte I, BDC. 24 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 13/8/1928, p. 255. 20

25

Ibid., 24/8/1928, p. 257. Horst Wessel, Politik, Aufzeichnungen aus dem Jahre 1929 [Política. Anotaciones del año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia, Ms.Germ.Oct.761. 27 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 14/9/1928, p. 264. 28 Sobre la persona de Muchow véase Martin Broszat, «Die Anfánge der Berliner NSDAP 1926/27» [«Los comienzos del NSDAP berlinés, 1926/27»], en:Vf2G, año 8/1960, p. 85 y ss. (en adelante citado como Broszat, Comienzos). 29 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 11/10/1928, p. 275. 30 Horst Wessel escribió al respecto en Politik, Aufzeichnungen aus dem Jahre 1929 [Política. Anotaciones del año 1929], Biblioteca de los Jagelones de Cracovia, Ms.Germ.Oct.761: «La propia organización se basaba en una imitación de los comu nistas. Las secciones en lugar de los grupos locales, el sistema de células, la publicidad periodística, la propaganda... permitían todavía reconocer claramente su modelo». 26

31

Ibid. Ibid. 33 Según Broszat (Comienzos, p. 87), el 1 de mayo de 1930 se creó un departa mento de células de empresa para el distrito del NSDAP berlinés. 34 Ibid. 35 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 7/12/1928, p. 300 y s. 36 Ibid., 23/9/1928,p. 268. 37 Der Angriff del 25/6/1928; figuraba también bajo el título «canción de las SA berlinesas», reproducida en Die Flamme [La llama] (7/10/1927), el periódico nacio nalsocialista de Bamberg reconocido oficialmente por el partido. Sin embargo, allí decían los versos finales: Sturm aufdie Barrikaden! Auf, auf, durch Kampf zum Sieg! Wir sind die Sturmkolonnen der Hitlerrepublik [Avalancha a las barricadas. ¡Adelante, adelan te, a la victoria a través de la lucha! Somos las columnas de asalto de la república de Hitler]; cf.Tyrell, Führer, ordena..., p. 288. 38 Informe del servicio exterior del departamento IA del 2/11/1928, archivo regio nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 697. 39 Ibid.: debido a estas declaraciones, la policía hizo pesquisas contra Goebbels por contravenir la ley de defensa de la república, pero el proceso se suspendió después de que el 4/2/1929 el parlamento decidiera no anular la inmunidad de Goebbels en esta causa (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 697). 32

Notas

739

40

N. de la T. Conocida estrofa del himno nacionalsocialista: Deutschland, Deutschland, ü'ber alies in der Welt. 41 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 1/10/1928, p. 271. 42 Ibid., 4/10/1928, p. 273. 43 44 45 46 47 48

Ibid., 6/10/1928, p. 273. Ibid., 14/10/1928, p. 276 y s. Ibid., 4/11/1928, p. 286. Ibid., 23/12/1928, p. 307. Vossische Zeitung del 18/11/1928. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 17/11/1928, p. 292.

49

Ibid., 18/11/1928, p. 292. Joseph Goebbels, «Kütemeyer», en Der Angriff del 26/11/1928. 51 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 17/1/1929, p. 318. 52 Ibid., 19/1/1929, p. 319. 53 Joseph Goebbels, «Gegen dieYoung-Sklaverei» [«Contra la esclavitud deYoung»], en: Der Angriff del 23/9/1929. 54 Fragmento del denominado diario anual de Joseph Goebbels (se trata de ano taciones esporádicas que quería publicar algún día en forma de libro. Algunas partes aparecieron en el Angriff bajo la rúbrica Diario político) del 16/2/1929, colección Reuth; alusiones a este «diario anual», al parecer sólo escrito esporádicamente, se encuentran en el Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,16/2/1929, p. 332, así como 1/6/1929, p. 380. 55 Fragmento del 19/2/1929, colección Reuth. 56 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,17/12/1929, p. 470 y s. 57 Fragmento del 18/2/1929, colección Reuth. 58 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 5/4/1929, p. 354 y s. 50

59

Ibid., 6/4/1929,p. 355.

60

Ibid., 12/4/1929, p. 358. Ibid., 13/4/1929, p. 359. Ibid., 16/4/1929, p. 360. Jfó/., 28/4/1929, p. 365.

61 62 63 64 65 66 67 68 69

Wórtz, Programática, p. 134. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 30/4/1929, p. 366. Ibid., 29/5/1929, p. 378 y s. Ibid., 31/5/1929, p. 380. Ibid., 28/6/1929, p. 392.

Ibid., 5/7/1929, p. 395. Ibid., 12/7/29, p. 397. 71 Martin Broszat, Die Machtergreifung. DerAufstieg der NSDAP und die Zerstórung derWeimarer Republik [La subida al poder. El ascenso del NSDAP y la destrucción de la repú blica de Weimar], Munich, 1984, p. 46 (en adelante citado como Broszat, Subida al poder). 72 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 2/5/1929, p. 367. 7u

740 73

Goebbels

Der Angriff del 6/5/1929. Internationale Pressekorrespondenz 12 [Correspondencia de prensa internacional 12], n° 46 del 13 de junio de 1932, p. 1.431 (reproducido en:Theo Pirker, Komintern und Faschismus. Dokumente zur Geschichte und Theorie des Faschismus [Komintern y fascismo. Documentos sobre la historia y la teoría del fascismo], Stuttgart, 1965, p. 158 y ss.). 75 Oertel, Wessel, p. 60 y ss. 76 Der Angriff del 9/9/1929. 77 Acta de las sesiones del duodécimo congreso del KPD (sección de la Interna cional Comunista), Berlín-Wedding, 9-16 junio de 1929, Berlín, sin fecha, p. 79. 78 Margarete Buber-Neumann, Kriegsschauplatze der Weltrevolution. Ein Bericht aus der Praxis der Komintern 1919-1943 [Escenarios bélicos de la revolución mundial. Un infor me basado en la práctica del Komintern, 1919-1943], Stuttgart, 1967, p. 269 y s. 79 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 30/8/1929, p. 416. 80 DerAngriffád 24/11/1929. 81 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 23/9/1929, p. 429 y s. 82 Ibíd., 3/11/1929, p. 449. 83 Ibid., 24/12/1929, p. 474. 84 Der Angriff del 29/12/1929. 85 Informe del departamento IA de la Jefatura Superior de Policía del 2/4/1930 sobre la asamblea del 14/3/1930, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015. 86 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 19/11/1929, p. 456. 87 Der Angriff del 21/11/1929. 88 «Por sobrecarga de trabajo» como diputado parlamentario, editor del Angriff y jefe de propaganda del Reich del NSDAP —ésa fue la argumentación—, a princi pios de octubre de 1930 Goebbels renunció a sus cargos como concejal de Berlín y delegado del distrito de Charlottenburg. Lippert fue su sucesor como líder de la frac ción berlinesa de concejales. 89 Hans J. Reichhardt, «Berlín in der Weimarer Republik. Die Stadtverwaltung unter Oberbürgermeister Gustav Bóss» [«Berlín en la república de Weimar. La admi nistración municipal con el primer alcalde Gustav Bóss»], serie de artículos Berliner Forum [Foro Berlinés], 7/1979, p. 108. 90 Reinhold Muchow, «Die Strassenzellen-Organisation des Gaues Berlin» [«La organización de las células de calle del distrito berlinés»], en Vólkischer Beobachter del 11/3/1930. 91 Sin embargo, esto no se correspondía con el número de afiliados. En julio de 1931, el distrito de Gran-Berlín sólo tenía 16.667 afiliados, mientras que el distrito de Sajonia, con el mismo número de habitantes, ya disponía de más de 40.000 afilia dos y 16.000 miembros de las SA. 92 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 11/12/1929, p. 467. 93 /tó¿.,p.468. 94 Ibid., 19/12/1929, p. 471 y 23/12/1929, p. 473. 95 Ibid., 29/12/1929, p. 475. 74

Notas

741

96

Sentencia ./. Stoll entre otros (500) 1 polbK 13/34. (60/34). Se trata de la sen tencia del segundo proceso de Wessel del año 1934. Las actas del primer proceso de Wessel de 1930 se transfirieron a petición hacia el sector soviético el 14/8/1947, sin que fueran devueltas nunca; véase el escrito del tribunal regional de Berlín a los abo gados Lohmeyer y Jacob de junio de 1963, exp. n° 1 Par. 35/63. La sentencia y la car ta se encuentran en la colección de actas del tribunal regional de Moabit. Sobre la muerte de Horst Wessel: Oertel, Wessel y Lazar, Der Fall Horst Wessel [El caso Horst Wes sel], Stuttgart y Zurich, 1980 (en adelante citado como Lazar, Wessel). 97 Cf. la información sobre el proceso por el homicidio de Wessel en el Vossische Zeitung del 23 y 24/9/1930; además Oertel, Wessel, p. 83 y ss. 98 Vossische Zeitung del 24/9/1930. 99 100 101 102 103

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 19/1/1930, p. 486. Ibid. Der Angriff del 21/1/1930. Die Rote Fahne del 15/1/1930. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,10/2/1930, p. 498.

104

Lazar, Wessel, p. 117. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/3/1930, p. 507; Hanfstaengl, Ernst: 15Jahre mit Hitler. Zwischen Weissem und Braunem Haus [15 años con Hitler. Entre la Casa Blanca y Parda], Munich y Zurich, 1980, p. 204 y s. (en adelante citado como Hanfstaengl, i5 años). 106 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 2/3/1930, p. 508; Vos sische Zeitung del 2/3/1930. 107 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 2/3/1930, p. 508. 105

108

Der Angriff del 6/3/1930. N. de laT. Rima el primer verso con el tercero y el segundo con el cuarto: Die Fahne hoch! Die Reihenfestgeschlossen! /S.A. marschiert mit mutigfestem Schritt/ Kameraden die Rotfront und Reaktion erschossen/ Marschier'n im Geist in unsern Reihen mit. 109

Capítulo 7. Ahora somos rigurosamente legales, igual de legales (1930-1931) 1

Al mismo tiempo Goebbels creó allí su «secretaría particular» bajo la dirección del conde Karl Hubertus von Schimmelmann. 2 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 24/1/1930, p. 489. 3 Ibid. 4 Ibid. ,31/1/1930, p. 492. 5 Ibid., 16/2/1930, p. 500. 6 Ibid., 8/2/1930, p. 497. 7 Ibid., 2/2/1930, p. 493. 8 Ibid., 2/3/1930, p. 507.

742

Goebbels

9

Ibid., 16/3/1930, p. 515. Ibid., 1/4/1930, p. 522. "Véase al respecto Der Angriff del 30/3, 27/4, 4/5 y 11/5/1930. 10

12 13 14 15 16 17

ifcti., 11/5/1930. Nationalsozialistische Briefe [Cartas nacionalsocialistas] del 15/5/1930. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 28/4/1930, p. 538. Ibid. Otto Strasser, Hitler und ich [Hitler y yo], Constanza 1948, p. 129 y ss. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 14/6/1930, p. 561.

18

Der Angriff del 22/6/1930. «Ein Brief des Führers» [«Una carta del Führer»], en Der Angriffdel 3/7/1930. 20 Der Nationale Sozialist [El nacionalsocialista] del 1/7/1930; cf. también Moreau, Nacionalsocialismo de izquierdas. 21 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/6/1930, p. 567. 22 Cf. con la asamblea del 30/6/1930: Der Angriff del 3/7/1930; Diario del Insti tuto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/7/1930, p. 569. 23 Hitler sabía por qué quería recompensar a Gregor Strasser con un cargo minis terial en Sajonia, como agradecimiento a su lealtad, pero todo quedó en nada por que los nacionalsocialistas no tuvieron participación en el gobierno. 24 Der Angriff del 27/7/1930. 25 Ibid., 3/8/1930. 26 Conde Rüdiger von der Goltz, Lebenserinnerungen des Grafen Rüdiger von der Goltz (1894-1976) [Memorias del conde Rüdiger von der Goltz (1894-1976)], p. 172, archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./653-2 (en adelante citado como Memorias de von der Goltz). 19

27

Vorwárts [Adelante] del 13/8/1930. Escrito del consejero de Justicia prusiano al fiscal general del tribunal cameral de Berlín del 20/3/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015. 29 Ministro de Justicia del Reich al consejero de Justicia prusiano el 14/5/1930, archivo federal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015, vol. 2. 28

30

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 16/5/1930, p. 547 y

30/5/1930, p. 554. 31 Del considerando del tribunal de escabinos de Charlottenburg, dpto. 60, en la causa E 1 J 22/30 del 31/5/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015. 32 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 1/6/1930, p. 554 y s. 33 Del considerando del tribunal de escabinos de Charlottenburg, dpto. 60, en la causa E 1 J 22/30 del 31/5/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015. 34 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/6/1930, p. 555. .. 35 DerAbend [La tarde] del 14/8/1930. - 36 Vossische Zeitung del 15/8/1930.

Notas

743

37

Vorwárts del 15/8/1930. Der Angriff del 17/8/1930. 39 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 28/5/1930, p. 553. 40 Nota relativa al proceso contra el doctor Goebbels (sólo para uso manual, no para las actas), archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 6.015, vol. 2. 41 Memorias deVon der Goltz, p. 170, archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./6532. 42 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 1/9/1930, p. 596 y s.; Julius Lippert, Im Strom der Zeit, Erlebnisse und Eindrticke [En el curso del tiempo, viven cias e impresiones], 2a ed., Berlín 1942, p. 178 y s. 43 Hanfstaengl, 15 años, p. 226. 44 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1930, p. 596 y s.: Hitler ordenó la destitución del «jefe supremo de las SA» von PfefFer, asumió él mis mo su cargo y volvió a llamar al capitán retirado Rohm como «jefe del Estado Mayor de las SA». 45 Comunicación de la comisaría de policía judicial de Berlín del 16/9/1930, archivo municipal de Bremen, 4.65, vol. 5. 46 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1,1/9/1930, p. 597. 38

47 48 49

Ibid., 11/9/1930, p. 601. Volkischer Beobachter del 10/9/1930. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 11/9/1930, p. 601.

50

Der Angriff del 14/10/1930. Eberhard Kolb, Die Weimarer Republik [La república de Weimar], 2a ed., Munich, 1988, p. 169 y s. (en adelante citado como Kolb, República de Weimar); nuevas investi gaciones sobre el perfil socioestructural de los electores del NSDAP han demostrado que la clase media predominó entre los votantes del NSDAP a partir de 1930, Ibid., p. 211. 52 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 23/9/1930, p. 606 y s. 53 En el escrito mencionado por los jueces (Joseph Goebbels, Der Nazi Sozi. Fragen und Antworten für den Nationalsozialisten [El naci-soci. Preguntas y respuestas para el nacionalsocialista] , Elberfeld, 1927) no se encuentra este pasaje. 54 Vossische Zeitung del 26/9/1930. 51

55

Ibid. Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 26/9/1930, p. 608. 57 Scheringer, Richard: Das grosse Los. Unter Soldaten, Bauern und Rebelkn [El mayor premio. Entre soldados, campesinos y rebeldes] , Hamburgo, 1959, p. 236. 58 Hitler, Mi lucha, p. 338. 59 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 27/9/1930, p. 609. 60 Kolb, República de Weimar, p. 127. 61 Véase tamb ién Joseph Goebbels, «Der Adler steigt » [«El águila sube»] En Der Angriff del 2/12/1930. 62 Vossische Zeitung del 16/10/1930. 56

744 63

Goebbels

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/10/1930, p. 625. Tatsachenberícht über díe Mordtat am Bülotvplatz von Michael Krause, Lu ckau (Niederlausitz, 2.7.1938) [Informe verídico sobre el asesinato en la Bülowplatz de Michael Krause, Luckau (Baja Lusacia, 2/7/1938), actas del fiscal general del tribunal regio nal de Berlín, ./.Thunert y compañeros, 1 polaK 7/34 (41/34), tribunal regional de Berlín-Moabitj. 65 Sturm 33. Hans Maikowski. Geschrieben von Kamemden des Toten [Secci ón de asalto 33. Hans Maikowski. Escrito por los cantaradas del difunto], Berlín, 1933, p. 16. 66 Robert M.W. Kempner, (Der verpasste Nazi-Stopp. Die NSDAP ais staats- und republikfeindliche, hochverraterische Verbindung. Preussische Denkschrift von 1930 [El olvi dado stop a los nazis. El NSDAP como asociación traidora, hostil al Estado y a la república. Memoria prusiana de 1930], Frankfurt del Meno, Berlín y Viena, 1938, p. 7 y ss. 67 Von der Goltz al presidente del tribunal de escabinos de Charlottenburg del 25/9/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 68 Certificado facultativo del médico general doctor Conti del 27/9/1930, archi vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 69 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 29/9/1930, p. 610. 70 Acta de la sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg del 29/9/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 71 Von der Goltz al tribunal de escabinos de Charlottenburg del 11/10/1930, archi vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 72 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 13/10/1930, p. 617. 73 Del acta de la sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg del 13/10/1930, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 74 Vossische Zeitung del 14/10/1930. 75 Ibid. 76 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 6/11/1930, p. 629. 77 Der Angriff del 8/11/1930. 78 Ibid., 11/11/1930. 79 N. de la T. Literalmente significa «Nada nuevo en el oeste», aunque en la tra ducción española se tituló «Sin novedad en el frente». 80 N. de la T. Ufa o UFA: Universum Film AG, el estudio cinematográfico más importante de Alemania durante la república de Weimar y la Segunda Guerra Mun dial. 81 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 9/12/1930, p. 644. 82 Ibid., 10/12/1930, p. 644; Vossische Zeitung del 11/12/30. 83 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 1, 9/12/1930, p. 644. 84 Vossische Zeitung del 10/12/1930. 85 Ibid., 7/12/1930. 86 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, Vol. 1, 10/12/1930, p. 644. 87 N. de la T. Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold, de manera abreviada Reichsbanner: unidad de combate, creada en 1924, de orientación política de izquierdas, cuyo 64

Notas

745

objetivo era la defensa de la república de Weimar y de su Constitución parlamentario-democrática. 88 BerlinerTageblatt del 2/1/1931. 89 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 3/1/1931, p. 2. 90 Die Rote Fahne y Der Angriff del 23/1/1931. 91 Die Rote Fahne del 30/1/1931. 92 BerlinerTageblatt del 2/2/1931. 93 Die Rote Fahne del 5/2/1931. 94 Sesiones del parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volumen 444 (desde la Ia sesión del 13 de octubre de 1930 hasta la 26a sesión del 14 de febrero de 1931), Berlín, 1931, aquí acta de la 17a sesión del 5 de febrero de 1931, p. 683 y ss., aquí p. 685 y s. 95 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,12/2/1931, p. 20. 96 Vossische Zeitung del 3/2/1931. 97 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,10/2/1931, p. 19. 98 Sesiones del parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volumen 444 (desde la Ia sesión del 13 de octubre de 1930 hasta la 26a sesión del 4 de febrero de 1931), Berlín, 1931, aquí acta de la 22a sesión del 10 de febrero de 1931, p. 873 y s. 99 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,18/1/1931, p. 9. 100 Ibid., vol. 1,12/11/1930, p. 631. 101 Ibid., 27/11/1930, p. 637. 102 Ibid., 2/12/1930, p. 639. 103 Ibid., vol. 2,23/2/1931, p. 25; véanse también los artículos en las ediciones del Angriff del 19 y del 26/2/1931, en los que Stennes es valorado como experimenta do soldado en el frente y exitoso combatiente del cuerpo de voluntarios. 104 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/3/1931, p. 30. 105 Relación de las actividades del jefe de distrito. Elaborada por el departamen to IA de la Jefatura Superior de Policía de Berlín, BDC. 106 Ibid. 107 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/3/1931, p. 30. 108 Aunque la causa instruida por la fiscalía de Berlín (1 polj 388/31) tuvo que ser finalmente sobreseída a finales de mayo de 1931 sin la identificación de un culpable y aunque tampoco se llevó a efecto un procedimiento que entretanto se estaba con siderando contra la redacción del Angriff por desorden público, los indicios —sobre todo la declaración corregida del miembro de las SA Eduard Weiss— daban cuenta claramente de qué clase de «atentado con bomba» se trataba. En su informe del 27/3/1931, el jefe de policía hacía constar: «Así pues, no se puede rechazar después de todo la sospecha de que el atentado contra el doctor Goebbels ha sido cometido por el NSDAP como medio propagandístico» (1 polj 388/31, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 509).También las observaciones cuidadosamente inter caladas en el diario de Goebbels a partir de enero de 1931 acerca de que se esperaba un atentado son sumamente reveladoras en este sentido.

746 109

Goebbels De la declaración de EduardWeiss en la causa 1 polj 388/31 del 8/5/1931,

archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 509. Previamente, Weiss ya había prestado una declaración jurada análoga para el periódico de Stennes, Arbeiter, Bauern, Soldaten [Obreros, campesinos, soldados] publicado el 4/5/1931. 110

Vossische Zeitung del 17/3/1931.

111

Ibid., 14/3/1931.

112

DerAngriff del 14/3/1931.

113

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/3/1931, p. 33.

114

Ursachen und Folgen. Vom Deutschen Zusammenbruch 1918 und 1945 bis zur Staa-

tlichen Neuordnung in der Gegenwart [Causas y consecuencias. Del descalabro alemán en 1918 y 1945 a la reestructuración estatal en la actualidad], ed. por Herbert Michaelis y Ernst Schraepler, vol. 7, doc. 1.621a, p. 549 y ss. 115

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 16/3/1931, p. 34.

116

Ibid.

117

Ibid., 25/3/1931, p. 38.

118

Comunicaciones de la policía judicial regional de Berlín del 1/5/1931, archi

vo federal de Coblenza, colección Schumacher/278. 119

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/3/1931, p. 38.

120

Ibid., 29/3/1931, p. 41.

121

Ibid., 30/3/1931, p. 41.

122

Ibid., 28/3/1931, p. 40.

123

Ibid., 29/3/1931, p. 41.

124

Ibid.

125

Vossische Zeitung del 3/4/1931.

126

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/4/1931, p. 42 y s.

127

Vossische Zeitung del 3/4/1931.

128

Ibid.

129

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/4/1931, p. 43.

130

Volkischer Beobachter del 5-6-7/4/1931.

131

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/4/1931, p. 44.

132

Ibid.

133

Comunicaciones de la policía judicial regional de Berlín del 1/5/1931, archi

vo federal de Coblenza, colección Schumacher/278. 134

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/4/1931, p. 51.

135

Ibid., 10/4/1931,p. 46.

136

Arbeiter, Bauern, Soldaten [Obreros, campesinos, soldados] del 4/5/1931.

137

Vossische Zeitung del 15/3/1931.

138

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/5/1931, p. 60.

139

Ibid., 4/4/1931, p. 44.

140

Ibid., vol. 1,7/11/1930, p. 629.

141

Ibid., 3/4/1929, p. 353.

Notas 142

747

Probablemente por deseo de Quandt, el 15/7/1920 renunció al apellido judío

de su padrastro, Friedlánder, y fue declarada hija legítima por su padre, el ingeniero Oskar Ritschel, cuyo apellido llevó hasta su matrimonio con Quandt. Su madre, la sirvienta Auguste Behrend, estaba soltera en el momento de su nacimiento el 11/11/1901 en Berlín-Kreuzberg y sólo después se casó con Ritschel. La separación de éste se produjo cuando Magda tenía tres años. Después contrajo matrimonio con el comerciante judío Friedlánder, a cuyo nombre tuvo que renunciar más tarde a peti ción de su yerno Goebbels, para volver a llevar en adelante su nombre de soltera Beh rend, «irreprochablemente ario». 143

Se debió de tratar del estudiante ViktorArlossoroff, un «fervoroso sionista» que

más tarde emigró a Palestina. De esto informa el periodista Curt Riess, que asistió al instituto berlinés Werner Siemens al igual que Arlossoroff; véase Curt Riess, Das war mein Leben. Erinnerungen [Ésta fue mi vida. Memorias], Munich, 1986, p. 326. 144

Carné de afiliada al NSDAP.

145

Hans-Otto Meissner, Magda Goebbels. The First Lady of the Third Reich [Magda

Goebbels. La primera dama del Tercer Reich], Nueva York, 1980, p. 80 (en adelante cita do como Meissner, Primera dama). 146

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/2/1931, p. 15.

147

Ibid., 15/3/1931, p. 33 y 23/2/1931, p. 25.

148

Ihid., 19/2/1931, p. 23.

149

Ibid., 15/2/1931, p. 21.

150

Ibid., 22/3/1931, p. 37.

151

Al biógrafo de Goebbels Curt Riess (Joseph Goebbels. Eine Biographie \Joseph

Goebbels. Una biografió], Baden-Baden, 1950, p. 212, en adelante citado como Riess, Goebbels), le reveló que había tenido una relación francamente mala con su yerno y que nunca había tenido «confianza» con él; a su vez, Goebbels veía en su suegra a una «persona horrible» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,26/1/1933, p. 350) que no le interesaba (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 27/5/1937, p. 155). Según su propio testimonio, Goebbels apenas conoció a su sue gro, Oskar Ritschel; su muerte el 5 de abril de 1941 no le afectó en absoluto (Dia rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 4/4/1941, p. 569). 152

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 12/4/1931, p. 48.

153

Ibid., p. 47.

154

Ibid.

155

Ibid.

^bIbid., 18/4/1931, p. 51. 157

El consejero de Justicia prusiano al fiscal general del tribunal regional I (Ber

lín-Centro) en la causa 1 J 1276/29 el 23/2/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2. 158

Resolución del fiscal general del tribunal regional I en la causa 1 J 1276/29

del 2/3/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2.

748 159

Goebbels Del expediente policial del discurso goebbeliano del 26/9/1929 en la causa 1

J 1276/29 del 2/3/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2. 160

Del considerando en la causa 1 J 1276/29 del 2/6/1931, archivo regional de

Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2. 161

Se veía una causa por infracción contra el artículo 130 del código penal, cau

sa II PJ 268/28, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 23 (actas de mano del fiscal), vol. 3. 162

Informe del policía judicial Herbst sobre la detención de Goebbels en Munich

en la causa E 1 J651/30, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 4. 163

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/4/1931, p. 57.

164

Nota de acta en la causa E 1J651/30, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl.

399, n° 39, vol. 4. 165 166

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/4/1931, p. 57. Joseph Goebbels, «Der geheimnisvolle Leichnam» [«El cadáver misterioso»] en

DerAngriff del 15/4/1929. 167

Artículos similares aparecieron en amplios sectores de la prensa nacionalsocia

lista, como en el Westdeutscher Beobachter [Observador de Alemania occidental] del 28/10/1928 bajo el título «Ein Ritualmord» [«Un asesinato ritual»]. Robert Ley, a la sazón editor y redactor responsable de este periódico, fue condenado en segunda ins tancia por la Primera Gran Sala de lo Penal del tribunal regional de Colonia el 2/10/1929 a una multa de 1.000 marcos del Reich, después de que la primera ins tancia sentenciara una pena de prisión de dos meses. En el considerando se decía que «aquí sólo se trata de la tendencia que se sigue en la imagen y el texto», y además se afirmaba que el artículo hacía perder a todos los judíos el sentimiento de seguridad jurídica (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 3). 168

Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30

del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2. 169

DerAngriff del 11/2/1929.

170

Sesión del tribunal de escabinos de Charlottenburg en la causa E 1 J 651/30

del 29/4/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 1. 171

Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30

del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2. 172

Ibid., vol. 2.

173

De las «consideraciones determinantes para la aplicación de la pena» de la sen

tencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30 del 14/11/1931, archivo regio nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2. 174

«Informe sobre la asamblea del NSDAP celebrada el 22/3/29 en elViktoria-

garten,Wilhelmsaue» del departamento IA en la Jefatura Superior de Policía, servi cio exterior, del 23/3/1929, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.

Notas

749

175

N. de la T. Juego de palabras intraducibie. Goebbels se vale de los compuestos para cambiar un lexema cada vez: Schweinespitzel, Rüsselspitzel y Rüsselputzer, que po drían significar algo así como «soplón cerdo», «soplón jeta» y «lamejetas». 176 Del considerando de la sentencia del juicio de apelación en la causa E 1J651/30 del 14/11/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 2.; en este contexto es digna de mención una carta del amigo de Goebbels Theo Geitmann del 6/10/1918, en la que éste recuerda similares juegos de palabras goebbelianos: «Me hizo pensar en un juego de palabras de mi querido amigo Ulex. Lampenputzer, Pumpenlatzer, Lutzenpamper, Pampeníutzer» (archivo federal de Coblenza, NL 118/112). 177 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/5/1931, p. 58. 178 Escrito de Goebbels al tribunal regional I, Berlín-Centro, del 7/11/1931, archi vo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2. 179 Respuesta de la Jefatura Superior de Policía del 20/1/1932 a la correspon diente pregunta del fiscal general del 24/12/1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 2. 180 Cf.Archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 39, vol. 12 (E 1J 615/30): de los 1.486,77 marcos del Reich a pagar según la sentencia de segunda instancia, se habían abonado un total de 60 marcos hasta la amnistía navideña del canciller del Reich Schleicher en el año 1932. 181 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/4/1931, p. 52. 182 Hanfstaengl, 15 años, p. 277. 183 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7 y 8/5/1931, p. 61; Ihid., 29/5/1931, p. 71. 184 Ibid., 31/5/1931, p. 71. 185 Ibid., 12/5/1931, p. 63; sentencia de segunda instancia en la causa II PJ 41/28 ó II PJ 430/27, archivo federal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 24, vol. 4. 186 Alfred Weiland (pseudónimo: Spartakus), Der Fall Mielke. Unternehmen Bülowplatz. Biographie Unserer Zeit [El caso Mielke. Operación Bülowplatz. Biografía de nuestro tiempo], Berlín, sin fecha, p. 4 (en adelante citado como Weiland, Mielke). 187 DerAngriffáá 7/8/1931. 188

Ibid. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/6/1931, p. 74, 15/6/1931, p. 79 y 18/7/1931, p. 90. 19(1 DerAngriff del 8/8/1931. 1)1 Juicio contra Thunert, entre otros, por el homicidio de los agentes de polic ía Anlauf y Lenk, 1 Pol a K 7/34, actas del fiscal general en el tribunal regional de Berlín, tribunal regional de Berlín-Moabit; cf. también: Weiland, Mielke. 192 DerAngriff áe\ 13/8/1931. 193 Die Rote Fahne del 23/4/1931. 194 Juicio contra Beilfuss, entre otros, por el asalto al local nacionalsocialista Zur Hochburg, II P K 13/33, actas del fiscal general en el tribunal regional de Berlín, tri bunal regional de Berlín-Moabit. 189

750 195

Goebbels

Juicio contra Deig, entre otros, por el asalto al local de la Sección de asalto 21 de las SA, II P K 1/32, actas del fiscal general en el tribunal regional de Berlín, tri bunal regional de Berlín-Moabit. De ahí se desprende que Ulbricht era «culpable de instigar a los asesinatos cometidos por los tiradores, a las tentativas de asesinato y a la grave perturbación del orden público». 196 Albert C. Grzesinski, Inside Germany, Nueva York, 1939, p. 132. 197 El 14 de octubre de 1931, durante un discurso en el parlamento prusiano, Cari Severing (SPD) consideró que la amenaza procedente de los comunistas era mucho mayor (Europaischer Geschichtskalender [Calendario histórico europeo], de Schulthess [para los años 1860-1940], 1931, p. 243). En otoño de 1931, en una fiesta de la Reichsbanner en Kreuzberg, Grzesinski (SPD) defendió la siguiente opinión: «No veo en los nacionalsocialistas el peligro que en ciertos lugares se cree que tienen; el mayor peli gro lo suponen los comunistas, con los que la Reichsbanner tiene que acabar tan rápi do como sea posible» (Geheímes Staatsarchiv Preussischer Kulturbesitz, GStAPK, [Archi vo Estatal Secreto del Patrimonio Cultural Prusiano], Rep. 219, n° 20, fol. 65). Además se cita a Grzesinski en el Vorwdrts del 22/9/1931: «Repetidamente se comprueba que los comunistas han proporcionado a sus rivales fascistas el material para su propagan da». 198 DerAngriff del 10/8/1931. 199 Anexo al escrito del jefe de policía al fiscal superior del tribunal regional III en la causa E 1 J 1155/30 del 5/10/1931. En otro anexo a este escrito se dice que durante la deliberación de coroneles del 2/10/1931 se dieron instrucciones detalla das por parte de los jefes con respecto a las declaraciones ante el tribunal, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 1. 200 Véanse los papeles personales de Helldorf del departamento IA de la Jefatura Superior de Policía de Berlín, BDC. 201 Informe sobre el conde Wolf-Heinrich von Helldorf, nacido el 14/10/1896 en Merseburg, departamento I A, 24/10/1931, BDC. 202 Del escrito de acusación contra 38 miembros de las SA en el proceso de Kurfürstendamm (E 1 J 1155/31), archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 1. 203 DerAngriff del 19/12/1931. 204 Sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 7. 205 Lo que se adivina por la solicitud de pena disciplinaria del representante de la fiscalía, doctor Stenig, por el juicio ante la Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal regional III del 26/1/1932 (archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 3) se lee así en la exposición de Goebbels: «Se trata de que un espía anónimo afirma que yo he elaborado junto con el conde Helldorf los planes para los sangrientos enfrentamientos en la Kurfiistendamm. Lanzo inmediatamente los más duros ataques contra la Jefatura Superior de Policía y por razones de integridad me niego a decía-

Notas

751

rar hasta que no se mencione el nombre del espía. Entonces hay enfrentamiento tras enfrentamiento. Me peleo con el fiscal y al final le grito de tal manera que pierde la calma. Luego, a petición, hago una declaración llena de insultos y se me pone en libertad con una multa de 500 marcos del Reich. Los miembros acusados de las SA se desternillan de risa y no caben en sí de gozo» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 22/1/1932, p. 114). 206 Del considerando de la sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regio nal de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 7. 207 Sentencia de casación en la causa E 1 L 34/31 de la Cuarta Gran Sala de lo Penal del tribunal regional III del 9/2/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, ii° 20, vol. 7. 208 N. de la T. Septemberíing (septembrino) era la palabra que empleaba Goebbels, entre otros, para designar irónicamente a los compañeros del partido, en su mayoría jóvenes y con formación académica, que habían entrado en el NSDAP después del éxito en las elecciones parlamentarias de septiembre de 1930. 209 Octavilla de las SA de diciembre de 1931, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 20, vol. 3. 210 Ernst Rohm al doctor Karl Günther Heimsoth el 25/2/1929, BDC. 211 Cf. la causa Rohm por §175, 1 polJ127/31, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 517, vol. I-III. 212 Informe secreto a la presidencia del partido del 21/12/1931, archivo federal de Coblenza, NS 26/87. 213 Ibid. 214 Ibid. 215 Informe sobre el transcurso de la asamblea pública del estandarte 6 de las SA del NSDAP, celebrada el 4 de enero de 1932 en la sala de conciertos Clou, archivo federal de Coblenza, NS 26/1124.

Capítulo 8. ¿No es como un milagro que un simple cabo de la guerra mundial haya relevado a las casas de los Hohenzollern y de los Habsburgo? (1931-1933) 1

Meissner, Primera dama, p. 96. AP-Korrespondenz n° 54/31 del 22/12/1931, ed. por doctor Helmut Klotz, en: actas del proceso de Kurfiirstendamm, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n°20. 3 DerAngriff del 19/1/1932. 4 De la resolución del fiscal general del tribunal regional I en la causa 1 polj 164/32 del 4/3/1932, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 9, vol. 2; según una noticia del Vossische Zeitung del 19/5/1932, los verdaderos culpables consiguieron huir, presumiblemente a la Unión Soviética. Los demás implicados en los hechos, al 2

752

Goebbels

igual que un hombre de Stennes como coiniciador, fueron condenados el 14/7/1932 ante la Duodécima Sala de lo Penal del tribunal regional I a varios años de reclusión y prisión. 5

Joseph Goebbels, «Anklage» [«Acusación»], en Der Angriff del 26/1/1932; el escri

tor nacionalsocialista Arnold Littmann transformó la historia de Herbert Norkus en un relato novelesco (Herbert Norkus und die Hitlerjungen vom Beusselkiez [Herbert Nor kus y los jóvenes hitlerianos del Beusselkiez], Berlín, 1934). 6

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/2/1932, p. 131 (Kai-

serhof). 7

Ibid., 19/1/1932, p. 112 (Kaiserhof).

8

Ibid., 2/2/1932, p. 119 (Kaiserhof).

9

Ibid., 9/2/1932, p. 125 (Kaiserhof).

10

Ibid., 12/2/1932, p. 127 (Kaiserhof).

11

Ibid., 22/2/1932, p. 130 (Kaiserhof).

12

Ibid., p. 131 (Kaiserhof).

13

Ibid., 23/2/1932, p. 131 (Kaiserhof); la suposición de que Goebbels proclamó

«por cuenta propia» la candidatura de Hitler para las elecciones presidenciales del Reich es defendida por Albert Krebs (Tendenzen und Gestalten der NSDAP. Erinnerungen an die Frühzeit der Parteí [Tendencias y figuras del NSDAP. Memorias de los comien zos del partido], Stuttgart, 1959, p. 167, en adelante citado como Krebs, Tendencias) y Wortz (Programática, p. 183), pero sin documentarlo. Según la información del Vossische Zeitung del 23/2/1932, Goebbels declaró que estaba autorizado para comunicar la decisión de Hitler a sus amigos políticos. 14

Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-

men 446 (desde la 53* sesión del 13/10/1931 hasta la 64* sesión del 12/5/1932), Ber lín 1932, aquí acta de la 57a sesión del 23/2/1932, p. 2.245 y ss. (aquí p. 2.250); Vossische Zeitung del 24/2/1932. 15

Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-

men 446 (desde la 53a sesión del 13/10/1931 hasta la 64a sesión del 12/5/1932), Ber lín 1932, aquí acta de la 57a sesión del 23/2/1932, p. 2.245 y ss. (aquí p. 2.254). 16

Vossische Zeitung del 28/2/1932.

17

Citado por Vossische Zeitung del 28/2/1932.

18

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,28/9/1932, p. 250 (Kai

serhof). 19

Cf. el trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin fecha,

archivo federal de Coblenza, NS 26/968. 20

Curriculum vitae del jefe de distrito Karl Hanke del 25/5/1943, BDC.

21

Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 7/3/1932, p. 137 (Kai

serhof) . 22

Ibid., 29/2/1932, p. 134 y s. (Kaiserhof).

23

Ibid., 6/3/1932, p. 137 (Kaiserhof).

Notas

753

24

También tendían al ensalzamiento los artículos de Goebbels en el Angriff del 1/4/1932 («Adolf Hitler ais Staatsmann» [«Adolf Hitler como hombre de Estado»]) y del 4/4/1932 («Adolf Hitler ais Mensch» [«Adolf Hitler como persona»]). 25 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2, 13/3/1932, p. 140 y s. (Kaiserhof). 26

Ibid. Véase el trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin fecha, archivo federal de Coblenza, NS 26/968. 28 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/3/1932, p. 142. (Kai serhof). 29 Ibid., 16/3/1932, p. 143 (Kaiserhof). 30 Ibid., 17/3/1932, p. 144 (Kaiserhof). 31 Ibid., 18/3/1932,p. 145 (Kaiserhof). 32 Cf. la información del Vólkischer Beobachter. 33 Vossische Zeitung del 13/4/1932. 34 Dirección electoral del NSDAP a nivel del Reich a todas las jefaturas de dis trito, 23/3/1932, archivo federal de Coblenza, NS 26/290. 33 Ibid.; el número de leyes promulgadas por el presidente del Reich como decretos ley subió de 5 en el año 1930 a 44 en el año 1931 y a 66 en el año 1932, mien tras que al mismo tiempo el número de leyes votadas por el Parlamento se redujo de 98 en el año 1930 a 34 en el año 1931 y a 5 en el año 1932. El número de días de sesiones parlamentarias descendió asimismo fuertemente: tras las 94 del año 1930, se celebraron 42 sesiones en el año 1931 y sólo 13 en el año 1932 (Kolb, República de Weimar, p. 128). 36 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,10/4/1932, p. 153 (Kai serhof). 37 Ibid., 11/4/1932, p. 153 (Kaiserhof). 38 Citado por Andreas Hillgruber, «Die Auflosung der Weimarer Republik» [«La disolución de la república de Weimar»], en Walter Tormin, Die Weimarer Republik [La república de Weimar], Hannover, 1973, p. 189 y ss. (aquí p. 216). 39 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,26/4/1932, p. 161 (Kai serhof). 4(1 Ibid., 25/4/1932, p. 161 (Kaiserhof). 41 Ibid., 23/4/1932, p. 160 (Kaiserhof). 27

42

Ibid., 26/4/1932, p. 161 (Kaiserhof). Die Politik des Generáis von Schleicher gegenüber der NSDAP 1930-1933. Ein Beitrag zur Frage Wehrmacht und Partei [La política del general von Schleicher con respecto al NSDAP, 1930-1933. Una contribución a la cuestión de la Wehrmacht y el partido], repro ducción en extracto de un escrito del general de división retirado H. v. Holtzendorff del 22/6/1946, en:VfZG, año 1/1953, p. 268. 44 Diario del Instituto de Historia Contemporánea,Vol. 2,28/4/1932, p. Kar serhof). 43

754 45

Goebbels Ibid., 8/5/1932, p. 165 (Kaiserhof); Meissner, Otto: Staatssekretar unter Ebert, Hin-

denburg, Hitler. Der Schicksalsweg des deutschen Volkes von 1918 bis 1945, wie ich ihn erlebte [Secretario de Estado con Ebert, Hindenburg, Hitler. El camino destinado del pueblo alemán desde 1918 a 1945, tal como yo lo viví], Hamburgo, 1950, p. 230 (en adelante citado como Meissner, Secretario de Estado). 46

Diario del Instituto de Historia Contemporánea.Vol. 2,8/5/1932, p. 165 (Kai

serhof). 47

Ibid., 9/5/1932,p. 166 (Kaiserhof).

48

Ibid., 4/5/1932,p. 164 (Kaiserhof).

49

Ibid., 10/5/1932, p. 166 y s. (Kaiserhof).

50

Ibid., 11/5/1932, p. 167.

51

Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos.Volu-

men 446 (desde la 53 a sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del 12 de mayo de 1932), Berlín 1932, aquí acta de la 63 a sesión del 11/5/1932, p. 2.561 y ss. (aquí p. 2.598). 52

Ibid., p. 2.599.

53

Vorwdrts del 10/5/1932 (edición vespertina).

54

Der Angriff del 11/5/1932.

55

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/5/1932, p. 170 (Kai

serhof) . 56

Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos .Volu

men 446 (desde la 53 a sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del 12 de mayo de 1932), Berlín 1932, aquí acta de la 64 a sesión del 12/5/1932, p. 2.561 y ss. (aquí p. 2.686 y s.). 57

Vossische Zeitung del 12/5/1932.

58

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,23/5/1932, p. 172 (Kai

serhof). 59

Ibid., 18/5/1932, p. 170 (Kaiserhof).

60

Ibid., 30/5/1932, p. 177 (Kaiserhof).

61

Ibid.

62

Ibid., 8/5/1932, p. 165 (Kaiserhof). Ibid., 29/5/1932,p. 176 (Kaiserhof). Ibid., 14/6/1932, p. 185 (Kaiserhof).

63 64 65

Véase Kolb, República de Weimar, p. 134.

66

De los nueve ministros seis eran nobles.

67

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/6/1932, p. 185

(Kaiserhof). 68

Heinz Pohle, Der Rundfunk ais Instrument der Politik. Zur Geschichte des deutschen

Rundfunks von 1923/38 [La radio como instrumento de la política. Sobre la historia de la radio alemana entre 1923 y 1938], Hamburgo, 1955, p. 165 (en adelante citado como Pohle, Radio).

Notas 69

755

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/6/1932, p. 185 (Kai-

serhof). 70

Ibid., 15/6/1932, p. 186 (Kaiserhof).

71

Ibid., 7-8/7/1932, p. 201 (Kaiserhof).

72

Ibid., 8/7/1932, p. 202 (Kaiserhof).

73

Ibid., 10/7/1932, p. 202 (Kaiserhof).

74

Nota marginal de Scholz, consejero del ministro del Interior del Reich, sobre

la carta de la emisora Funk-Stunde dirigida a él mismo el 16/6/1932, archivo federal de Coblenza, R 55/1273. 75

Joseph Goebbels, «Der Nationalismus ais staatspolitische Notwendigkeit» [«El

nacionalismo como necesidad de la política de Estado»], texto de un discurso, archi vo federal de Coblenza, R 55/1273. 76

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1932, p. 200.

77

Ibid., 18/7/1932, p. 206 (Kaiserhof); sobre el asunto véanse las entradas del

20/6/1932 (p. 189) y del 10/7/1932 (p. 202). 78

Ibid., 1/7/1932, p. 194 y ss. (Kaiserhof).

79

Ibid., 18/7/1932, p. 206 (Kaiserhof).

80

Ibid., 20/7/1932, p. 207 (Kaiserhof).

81

Grzesinski al fiscal general del tribunal regional I el 17/5/1932 en la causa 1

polj 1560/32, archivo regional de Berlín, Rep. 58, Supl. 399, n° 721. 82

Anotaciones sobre su actividad política que Albert Grzesinski escribió después

de su emigración en diciembre de 1933 en París, archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./144. 83

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/7/1932, p. 209 (Kai

serhof) . 84

En Berlín, al igual que por ejemplo en Hamburgo, Essen y Dortmund, el NSDAP

obtuvo unos resultados superiores al promedio, y en parte óptimos, precisamente en los barrios residenciales de la clase alta y de la clase media-alta (Kolb, República de Weimar, p. 210). Mientras que el porcentaje medio para el NSDAP en Gran-Berlín fue de 28,6 por ciento, el partido registró 42,1 por ciento en Steglitz (en comparación, el KPD, que alcanzó en Gran-Berlín un porcentaje de 27,3 por término medio, regis tró un 12,3 por ciento en Steglitz; el SPD, asimismo con una media de 27,3 por cien to, obtuvo allí un 19,0 por ciento), en Zehlendorf 36,4 por ciento (KPD 8,5 por cien to, SPD 21,2 por ciento) y en Wümersdorf 35,1 por ciento (KPD 10,2 por ciento, SPD 25,4 por ciento) de los votos. Por el contrario, el NSDAP alcanzó en Wedding 19,3 por ciento (KDP 42,6 por ciento, SPD 27,8 por ciento), en Friedrichshain 21,6 por ciento (KPD 38,5 por ciento, SPD 28,1 por ciento) y en Neukólln 23,9 por cien to (KPD 34,4 por ciento, SPD 30,8 por ciento); véase al respecto por extenso: Michael Erbe, «Spandau im Zeitalter der Weltkriege» [«Spandau en la época de las guerras mundiales»], en Wolfgang Ribbe, (Slawenburg, Landesfestung, Industriezentrum. Untersuchungen zur Geschichte vori Stadt und Bezírk Spandau [Slawenburg, fortaleza interior, cen-

756

Goebbels

tro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el distrito de Spandau], Berlín

(sin fecha), p. 268 y ss. (aquí p. 295). 85 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/8/1932, p. 211. 86 Ibid., 2/8/1932, p. 213. 87 Ibid., 3/8/1932, p. 214. 88 Ibid., 5/8/1932, p. 215. 89 Anotación de Meissner sobre las deliberaciones realizadas hasta el momento en el asunto de una reestructuración del gobierno (Walther Hubatsch, Hindenburg und der Staat.Aus den Papieren des Generalfeldmarschalls und Reichsprásidenten von 1878 bis 1934 [Hindenburg y el Estado. De los documentos del mariscal general de campo y presiden

te del Reich desde 1878 hasta 1934], Gotinga, 1966, doc. n° 87, p. 336); cf. Wórtz, Pro gramática , p. 192 y s. 90 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/8/1932, p. 217. 91 Ibid. 92 Ibid., 9/8/1932, p. 218 y s. 93 Ibid., p. 220 (Kaiserhoí). 94 Vólkischer Beobachter del 11/8/1932. 95 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/8/1932, p. 221. 96 Ibid. 97 Ibid., p. 222 (Kaiserhof). 98 Desmentido del 10/8/1932 en el Vólkischer Beobachter del 12/8/1932. 99 Citado por Karl Dietrich Erdmann, Die Weimarer Republik [La república de Weimar], Munich, 1980, p. 297. 100 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,12/8/1932, p. 223 (Kai serhof). 101 Ibid., 8/8/1932, p. 218 (Kaiserhof). 102 Andreas Dorpalen, Hindenburg in der Geschichte der Weimarer Republik [Hindenburg en la historia de la rep ública de Weimar] , Berlín y Frankfurt del Meno 1966, p. 336 (en adelante citado como Dorpalen, Hindenburg). 103 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/8/1932, p. 225 (Kai serhof). 104 Vólkischer Beobachter del 17/8/1932. 105 N. de laT.Alusión al verso 134 del poema de Schiller Der Spaziergang [Elpaseo], que dice en alemán: Sucht den ruhenden Pol in der Erscheinungcn Flucht [Busca el polo inmóvil en el vuelo de las apariencias]. 106 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/8/1932, p. 225 (Kai serhof). 107 Ibid., 25/8/1932, p. 231 (Kaiserhof). 108 Ibid. 109 Citado por Andreas Hillgruber, Die Auflosung der Weimarer Republik [La disolu ción de la república de Weimar], Hannover, 1960, p. 46 (en adelante citado como Hill gruber, República de Weimar); Góring y el jefe del Estado Mayor Rohm enviaron tele gramas del mismo tenor.

Notas

757

1111

Ibid. DerAngriff del 24/8/1932. 112 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,12/9/1932, p. 241 (Kaiserhof). 111

113

Ibid., 13/9/1932, p. 242 (Kaiserhof). Ibid., 16/9/1932, p. 243 (Kaiserhof). 115 Ibid., 1/10/1932, p. 251 (Kaiserhof). 116 Manfred Deist, Hans-Erich Volkmann y Wolfram Wette, Ursachen und Voraussetzungen des Zweiten Weltkrieges [Causas y condicionantes de la Segunda Guerra Mundial], Stuttgart, 1989, p. 122 y s. (en adelante citado como Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial). 114

117

Cf. Pohle, Radio, p. 162 y ss. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,14/10/1932, p. 259 (Kaiserhof). 118

119

Ibid., 9/10/1932, p. 256 (Kaiserhof). DerAngriff del 24 y del 25/9/1932. 121 Ibid., 10/10/1932. 122 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 20/10/1932, p. 263 (Kaiserhof). 123 Éste era el título de un discurso goebbeliano para un mitin del 4/10/1932, archivo municipal de Mónchengladbach, 14/2281. 124 Cf. Sesiones del Parlamento. Quinta legislatura, 1930. Informes taquigráficos. Volumen 446 (desde la 53 1 sesión del 13 de octubre de 1931 hasta la 64 a sesión del 12 de mayo de 1932), Berlín 1932, aqu* acta de la 62 a sesión del 10/5/1932, p. 2.510 yss. 125 Henning Kóhler, Berlín in derWeimarer Republik (1918-1932) [Berlín en la repú blica de Weimar (1918-1932)], enWolfgang Ribbe, ed., Geschichte Berlins. Von derMárzrevolution bis zur Gegenwart [Historia de Berlín. Desde la Revolución de Marzo hasta la actualidad], Munich, 1987, p. 797 y ss. (aquí p. 921) (en adelante citado como Kóhler, Berlín en la república de Weimar). 126 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 2/11/1932, p. 268. 12(1

127

Ibid. Ibid., 4/11/1932, p. 270. 129 Cf. el informe de un agente de la Jefatura Superior de Policía para el ministro del Interior del 7/11/1932, Rep. 219, n° 80, fol. 80-82, GStAPK, Berlín. 130 Deutsche Allgemeine Zeítung del 3/11/1932. 131 Ibid., 4/11/1932. 132 Europaischer Geschichtskalender [Calendario histórico europeo], de Schulthess, 1932, p. 194. 133 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 4/11/1932, p. 270. 134 Ibid., 6/11/1932, p. 272. 128

758

Goebbels

135

En los barrios burgueses de Zehlendorf retrocedió del 36,4 por ciento al 29,4 por ciento, en Steglitz del 42,1 por ciento al 36,1 por ciento y en Wilmersdorf del 35,1 por ciento al 29,3 por ciento. En los barrios obreros el descenso fue menor. En Wedding el NSDAP perdió un 1,3 por ciento (del 19,3 por ciento al 18,0 por cien to) y en Friedrichshain un 1,6 por ciento (de 21,6 por ciento al 20,0 por ciento); véase al respecto en detalle Michael Erbe, Spandau im Zeitalter der Weltkriege [Spandau en la época de las guerras mundiales], enWblfgang Ribbe, ed., Slawenburg, Landesfestung, Industriezentrum. Untersuchungen zur Geschichte von Stadt und Bezirk Spandau [Slawen burg, fortaleza interior, centro industrial. Investigaciones sobre la historia de la ciudad y el dis trito de Spandau], Berlín (sin fecha), p. 268 y ss. (aquí p. 295). 136 Kóhler, Berlín en la república de Weimar, p. 920. 137 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/11/1932, p. 272 (Kaiserhof). 138 Ibid. 139 Der Angríff del 13/12/1932. 140 Volkischer Beobachter del 8/11/1932. 141 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 9/11/1932, p. 274. 142 Ibid., 10/11/1932, p. 276 (Kaiserhof). 143 Ibid., 11/11/1932, p. 277 (Kaiserhof). 144 Vossische Zeítung del 10/10/1932. 145 Volkischer Beobachter del 8/11/1932. 146 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/11/1932, p. 277 (Kaiserhof). 147

Meissner, Secretario de Estado, p. 248. •> Schwabischer Merkur [Mercurio suabo] del 25/11/1932. 149 Volkischer Beobachter del 25/11/1932. 150 Wórtz, Programática, p. 218 y s. 151 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,5/12/1932, p. 293 (Kai serhof) . 152 Ibid., p. 292 (Kaiserhof). 148

153

Ibid., p.293 (Kaiserhof). Otto Strasser, 3O.Juni. Vorgeschichte, Verlauf, Folgen [30 de junio. Antecedentes, de sarrollo, consecuencias], Praga, sin fecha (1934), p. 36. 155 Hans Frank, Im Angesicht des Galgens. Deutung Hitlers und seiner Zeit auf Grund eigener Erlebnisse und Erkenntnísse [Con la horca a la vista. Interpretación de Hitler y de su época de acuerdo con las propias experiencias y conclusiones], Múnich-Grafelfing 1953, p. 108. 156 Vossische Zeitung del 10/12/1932. 157 Ibid., 9/12/1932. 158 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 9/12/1932, p. 295. 159 DerAngriffy Vossische Zeitung del 9/12/1932. 160 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/12/1932, p. 299. 154

Notas

759

161

Ibid., 9/12/1932, p. 295. Der Angriff del 12/12/1932. 163 Frankfurter Zeitung del 1/1/1933. 164 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 24/12/1932, p. 314. 165 Ibid., 25/12/1932, p. 315. xhb Ibid., 1/1/1933, p. 320 y ss. 167 Ibid., 10/1/1933, p. 332. 168 Trabajo sin título del compañero del partido Karoly Kampmann, sin fecha, archivo federal de Coblenza, NS 26/968. 169 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/1/1933, p. 329; Der Angriff del 9/1/1933. 170 Der Angriff del 16/1/1933; Causa penal./. Geissler por el homicidio del miem bro de las SA Sagasser, actas del fiscal general en el tribunal regional de Moabit, IPolK 5/33, tribunal regional de Berlín-Moabit. 162

171

Der Angriff del 12/1/1933. Ibid., 16/1/1933. 173 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/1/1933, p. 340. 174 Ibid., 20/1/1933, p. 343. 175 «Stationen eines Arztes. Operieren bei Sauerbruch, Kinderkriegen bei Stoeckel» [«Etapas de un médico. Operaciones con Sauerbruch, paritorio con Stoeckel»], en Frankfurter Allgemeine Magazin, número 375 del 8/5/1987, p. 52 y ss. 176 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/1/1933, p. 349: «Café con Hitler. Me informó del último estado de cosas. El domingo se reunió con Papen, Meissner y el joven Hindenburg (...). El joven Oskar es un singular ejemplo de imbecilidad (...). Los tres se oponen radicalmente a Schleicher.Tiene que irse. Papen quiere ser vicecanciller. Eso es todo». 177 Der Angriff del 23/1/1933, Volkischer Beobachter del 24/1/1933. 172

178

Die Rote Fahne del 26/1/1933. Vorwdrts del 25/1/1933. 180 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/1/1933, p. 354. 181 Erich von Bussche-Ippenburg, en Frankfurter Allgemeine Zeitung del 2/12/1952. 182 grnS( Rudolf Huber, Deutsche Verfassungsgeschichte seit 1789 [Historia constitu cional alemana desde 1789], vol.VII, Ausbau, Schutz und Untergang der Weimarer Republik [Consolidación, defensa y caída de la república de Weimar], Berlín, Colonia y Magun cia 1984, p. 1.240 (en adelante citado como Huber, Historia constitucional). 183 Ibid., 16/1/1933. 184 Huber, Historia constitucional, p. 1.239. 185 Esto se desprende de un curriculum vítae redactado y firmado por Otto Meiss ner, BDC; cf. también: Henry Picker, ed., Hitlers Tischgespráche im Führerhauptquartier [Conversaciones de sobremesa de Hitler en el cuartel general del Führer], Stuttgart, 1976, p. 82 (en adelante citado como Picker, Conversaciones de sobremesa). 186 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 30/1/1933, p. 355. 179

760 187

Goebbels

Cf. Escrito de Hammerstein, en Hillgruber, República de Weimar, p. 63 y s. Conde Lutz Schwerin von Krosigk, Es Geschah in Deutschland. Menschenbilder Unseres Jahrhunderts [Sucedió en Alemania. Perfiles humanos de nuestro s!¿/o],Tubinga y Stuttgart, 1951, p. 147. 189 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 30/1/1933, p. 355. 190 Ibid. 191 Discurso de Goebbels de octubre de 1938, citado por Der Verführer. Anmerkungen zu Goebbels [El seductor. Observaciones sobre Goebbels], documentación de la ZDF (Zweites Deutsches Fernsehen [segundo canal de la televisión pública alemana]). 192 Con el título «Das Grosse Wunder» [«El gran milagro»] escribió Goebbels sen dos editoriales en el Angriff el 24/12/1932 y el 2/2/1933. 193 Texto de esta emisión radiofónica reproducido en Joseph Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich. Eine Dokumentation [Prensa y radio en el Tercer Reich. Una documenta ción], Frankfurt del Meno y Berlín 1983, p. 284 y ss. (aquí p. 288 y s.) (en adelante citado como Wulf, Prensa y radio). 194 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,30/1/1933, p. 361 (Kaiserhof) e Ibid., 31/1/1933, p. 359. 195 Del considerando de la sentencia en el proceso contra Schuckar y cómplices, archivo regional de Berlín, Rep. 58, n° 30, vol. 4; véase también la extensa informa ción en el Angriff desde el 31/1/1933 hasta el 6/2/1933. 196 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/1/1933, p. 362 y 1/2/1933, p. 362 (Kaiserhof ambos). 197 El 6/2/1933, el embajador alemán Von Dirksen comunicó desde Moscú según los datos de una «fuente bien informada» que Thálmann había realizado una estancia de 48 horas en el Kremlin a principios de mes. Se dice que allí recibió instrucciones de orientar la táctica del KPD del tal manera «que se eviten las provocaciones de las autoridades y los enfrentamientos armados con ellas»; véase Paul Chartess, Strategie undTechnik dergeheimen Kriegführung [Estrategia y técnica de la beligerancia secreta], Parte II: Geheímpolítík und Geheimdíenste ais Faktoren der Zeitgeschichte [Política secreta y servi cios secretos como factores de la historia contemporánea], vol. A, Berlín 1987, p. 346. 198 Vossische Zeitung del 2/2/1933. 199 Discurso de Hitler ante industriales el 20/2/1933, IMT (International Military Tribunal), vol. XXXV, doc. 203-D, p. 42 y ss. (aquí p. 46). 200 Der Angriff del 7/2/1933. 201 Dorpalen, Hindenburg, p. 427 y s. 202 Der Angriffdel 6/2/1933. 203 El discurso de Goebbels con motivo del funeral de Estado por Maikowski y Zauritz está reproducido en Heiber, Goebbels-Reden [Discursos de Goebbels], vol. 1, p. 64 y ss.; Der Angriff del 6/2/1933. 204 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,3/2/1933, p. 366 (Kai serhof). 205 Ibid., 4/2/1933, p. 365. 188

Notas

761

206 gUgen Hadamovsky, Dein Rundfunk [Tu radio], citado por Pohle, Radio, p. 276 ys. 207

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,3/2/1933, p. 365 (Kaiserhof). 208 Ibid., 24/2/1933, p. 382 (Kaiserhof). 209 Frankfurter Zeitung del 12/2/1933. 210 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/2/1933, p. 371. 211 Vossische Zeitung del 2/2/1932. 212 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/2/1933, p. 368; Ibid., 2/2/1933, p. 363. 213 Ibid., 3/2/1933, p. 364; Ibid., 11/2/1933, p. 371. 214 215 216 217

Ibid., 3/2/1933, p. 364. Ibid., 6/2/1933, p. 368; Ibid., 10/2/1933, p. 369; Ibid., 13/2/1933, p. 374. Ibid., 14/2/1933, p. 375. Hermann Góring, Reden und Aufsatze [Discursos y artículos], Munich, 1939, p.

27. 218

Vossische Zeitung del 24/2/1933. Ibid., 26/2/1933. 220 Cf. Martin Broszat, Der Staat Hitlers [El Estado de Hitler], 1 Ia ed., Munich, 1986, p. 96 y s. (en adelante citado como Broszat, El Estado de Hitler). 221 Diario del Instituto de Historia Contemporánea.vol. 2,21/2/1933, p. 381 (Kai serhof). 222 Hanfstaengl, 15 años, p. 294 y s. 223 Jfóf.,p.295. 224 Cf. Ernst Hanfstaengl, Hitler-The MissingYears, Londres, 1957,p. 202; allí se dice: It would not surprise me in the least... that Góring planned the whole thing himselfas a means qfwresting a piece qf initiative from his hated rival, Goebbels [No me sorprendería en lo más mínimo... que Góring planeara todo personalmente como medio de arrebatar un poco de iniciativa a su odiado rival, Goebbels]. Este pasaje se omitió en la versión alemana del libro (Hanfstaengl, 15Jahre). 225 Vossische Zeitung del 2/3/1933; según esto, a petición de un periódico conser vador sueco, Góring llegó a anunciar que «en caso necesario» publicaría «las copias fotográficas» de un «plan revolucionario incautado» en la casa de Liebknecht, lo que sin embargo no sucedió. 226 Sobre la controversia, al parecer interminable, de si el incendio del Reichstag fue obra exclusiva del vagabundo holandés Van der Lubbe o bien obra de los nacio nalsocialistas, cf. sobre todo para la primera posición Fritz Tobías, Der Reichstagsbrand. Legende und Wirklichkeit [El incendio del Reichstag. Leyenda y realidad], Rastatt ,1962, así como Janssen Backes, Karl-Heinz/Jesse, Eckhard/Kóhler, Henning/Mommsen, Hans Fritz Tobias, Reichstagsbrand-Aujkldrung einer historischen Legende [El incendio del Reichstag-Aclaración de una leyenda histórica], Munich, Zurich, 1986; sobre la segunda posi ción cf. Der Reichstagsbrand. Eine wissenschaftliche Dokumentation [El incendio del Reichs219

762

Goebbels

tag. Una documentación científica], vol. 2, ed. porWalter Hofer,Edouard Calic, Christoph Graf y Friedrich Zipfel, Munich, Nueva York, Londres, París y Berlín 1978, p. 362 (en adelante citado como Hofer, Incendio del Reichstag), así como Hofer,Walter/Graf, Christof, Neue Quellen zum Reichstagsbrand [Nuevasfuentes sobre el incendio del Reichstag], en Geschíchte in Wissenschaft und Unterricht [Historia en la ciencia y en la enseñanza] 27 (1976),

pp. 65-88; en el diario de Goebbels se encuentra una reveladora entrada fechada el 9/4/1941 (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 579). Allí se dice: «Sobre el incendio del Reichstag, él (Hitler) apuesta por Torgler como iniciador. Yo lo descarto. Es demasiado burgués para eso». 227 En las memorias publicadas se acusa a Goebbels en repetidas ocasiones de la autoría del incendio, sin que se aleguen sin embargo indicios concluyentes. Sólo en un informe de Hans von Kessel del año 1969, cuya autenticidad se pone en duda, aparece el nombre del jefe de propaganda del Reich en una relación concreta con el incendio. Según él, Diels, el jefe de la policía política, comunicó al jefe de grupo de las SA Detten, amigo del hermano —asesinado en 1934— del informante Hans von Kessel, que existían informaciones según las cuales un «vagabundo» iba a incendiar el Reichstag «por orden de Moscú». Luego, el 27 de febrero, alrededor de las seis de la tarde, Detten sería llamado a la vivienda de Goebbels, donde Diels ya había hecho acto de presencia. Se afirma que Goebbels dijo en ese encuentro: «Si este crimen nos puede reportar 8 millones de votos, entonces que ahumen tranquilamente el bun ker». A Detten, que lideraba un comando especial para la lucha contra los comunis tas, se le debió de indicar que, en el caso de que se produjera el incendio, no lo extin guiera, sino que contribuyera a que el Reichstag se quemara por completo; cf. Hofer, Incendio del Reichstag, vol. 2, p. 362. 228 DerAngriff del 28/2/1933. 229 Der Reichstagsbrandprozess und Georgi Dimitrqff. Dokumente [El proceso por el incen dio del Reichstag y Georgi Dimitrov. Documentos] , vol. 1, del 27 de febrero hasta el 20 de septiembre de 1933, Berlín-Este, 1982, aquí nota al documento n° 6, p. 32. 230 Ibid., documento n° 6, p. 24. 231 Vossische Zeitung del 28/2/1933. 232 Rudolf Diels, Lucifer ante portas. Zwischen Severing und Heydrich [Lucifer a las puer tas. Entre Severing y Heydrich] , Zurich, sin año (1949), p. 194. 233 DerAngriff del 28/2/1933. 234 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,27/2/1933, p. 383 (Kaiserhof); durante una tertulia de sobremesa en el mediodía del 10/5/1942, Hitler se acordó de esta ocasión y vio en ella una prueba evidente «de que en situaciones deci sivas es muy fácil verse en el trance de tener que hacer todo uno mismo», Picker, Con versaciones de sobremesa, p. 278. 235 DerAngriff del 28/2/1933. 236 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,2/3/1933, p. 385 (Kaiserhof). 237 Ibid., 4/3/1933, p. 386 (Kaiserhof). 238 Ibid., 31/1/1933, p. 359: «Vamos a ganar de manera aplastante».

Notas 239

763

Es cierto que en las elecciones al ayuntamiento berlinés del 12 de marzo el

NSDAP fue el grupo más fuerte con un 38,5 por ciento. Sin embargo, sólo gracias al «Frente de lucha negro-blanco-rojo», con un 12,1 por ciento, dispuso de una escasí sima mayoría de solo un voto. Por tanto, no se podía hablar de una «conquista» de Berlín. 240

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,5/3/1933, p. 387 (Kai-

serhof). 241

Ian Kershaw, Der Hitler-Mythos, Volksmeinung und Propaganda im Dritten Reich

[El mito de Hitler. Opinión pública y propaganda en el Tercer Reich], Stuttgart, 1980 (en adelante citado como Kershaw, Mito), p. 25 y ss. 242

Joseph Goebbels, «Die Dummheit der Demokratie» [«La estupidez de la demo

cracia»], en Joseph Goebbels, «Der Angriff». Aufsátze aus der Kampfzeit [«El ataque». Artículos de la época de lucha], Munich, 1935, p. 61.

Capítulo 9. Vamos a persuadir a la gente hasta que quede a nuestra merced (1933) 1

En la entrada de su diario correspondiente al 15/2/1933 (Diario del Instituto

de Historia Contemporánea, vol. 2, p. 376) se dice: «Un día caerá la espada de nues tra ira sobre los malhechores...». 2

Goebbels consideraba al «pueblo» como masa, como «género femenino» que

requería una «mano firme, segura» (Heiber, Goebbels, p. 268). A juicio de Goebbels habría que suplir una mano «masculina», pues él propagaba las denominadas cualida des «masculinas», como el instinto creativo, la fuerza, el valor, la resistencia, etc., así como un Estado nacionalsocialista «masculino» en general (Diario del archivo fede ral de Coblenza, NL 118/21, entrada del 19/8/1941). 3

A lo largo de todo el diario se extienden observaciones como «¿Qué es ya esta

miserable vida y este montón de mierda llamado hombre?» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,12/4/1931, p. 47); «Ya he aprendido la resignación, y un desprecio inmenso por el hombre canalla» (Diario del Instituto de Historia Con temporánea, vol. 1,14/10/1925, p. 135); «El hombre es un montón de basura» (Dia rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 2/2/1941, p. 488). 4

Decreto sobre la creación del Ministerio del Reich para la Educación Popular

y la Propaganda del 13/3/1933, RGB1 (Reichsgesetzblatt [Boletín legislativo del Reich]), 1933,1, p. 104, archivo federal de Coblenza, R 43 II/1150a. 5

Discurso de Goebbels del 25/3/1933 titulado «Die zukünftige Arbeit und Ges-

taltung des deutschen Rundfunks» [«El futuro trabajo y organización de la radio ale mana»], en Helmut Heiber, ed. Goebbels-Reden 1932-1939 [Discursos de Goebbels, 19321939], vol. 1, Dusseldorf 1971, p. 82 y ss. (aquí p. 89) (en adelante citado como Heiber, Discursos de Goebbels).

764 6

Goebbels

Discurso ante la prensa en Berlín el 16/3/1933, en Goebbels, Revolución, p. 135 y ss. (aquí p. 137). 7 Citado por Presse in Fesseln. Eine Schilderung des NS-Pressetrusts [La prensa enca denada. Una descripción del consorcio periodístico nacionalsocialista].Trabajo en equipo de la editorial Archiv und Kartei [Archivo y fichero], Berlín, basado en material autén tico, Berlín 1947, p. 220. 8 Goebbels, Repolución, p. 136. 9 Citado en extracto del acta de la sesión del consejo de ministros del 11/3/1933, archivo federal de Coblenza, R43 11/1149 hoja 5, reproducido en Zur Geschichte des Reichsministerium für Volksaufklarung und Propaganda und zur Überlieferung [Sobre la his toria del Ministerio del Reich para la Educación popular y la Propagada y sobre la transmi sión], en Reichsministerium flir Volksaufklarung und Propaganda (RMVP) [Minis terio del Reich para la Educación Popular y la Propagada], elaborado por Wolfram Werner, Coblenza 1979, p.VI (en adelante citado como Werner, Historia del RMVP). 10 Ibid. 11 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,6/3/1933, p. 388 (Kaiserhof); más tarde se añadieron los departamentos de «literatura», «defensa», «música» y «artes plásticas»; más detalles sobre las funciones y la estructura del departamento de «literatura» en Dietrich Strothmann, Nationalsozialistische Literaturpolitik. Ein Beitrag zur Publizistik ím Dritten Reich [Política literaria nacionalsocialista. Una contribución al periodismo en el Tercer Reich], 2a ed., Bonn 1963, p. 23 y ss. 12 GeorgWilhelm Müller, Das Reichsministerium für Volksaufklarung und Propagan da [El Ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda], Berlín 1940, p. 11. 13 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/1/1932, p. 113 (Kaiserhof); Ibid., 5/8/1932, p. 215 y 9/8/1932, p. 218. 14 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,8/3/1933, p. 389 (Kaiserhof). 15 Sobre esta divergencia de opiniones véase Werner, Historia del RMVP, p. IX; cf. también Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. XIX; Stephan, Goebbels, p. 31. 16 Goebbels, Revolución, p. 137. 17 Observación de Lammers del 9/5/1934 sobre una conferencia con Hitler, archi vo federal de Coblenza, R43 11/1149. 18 Goebbels, Revolución, p. 137. 19 Ibid., p. 138. 20 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/8/1932, p. 219 (Kaiserhof). 21 Más tarde, Goebbels hizo velar escrupulosamente para que el concepto «pro paganda» se utilizara sólo en sentido positivo, aunque él mismo no siempre se atenía a ello. En el año 1937 se publicó una directiva del RMVP según la cual había que distinguir claramente entre «propaganda» y «agitación» (para la publicidad en la eco nomía se establecía la palabra Reklame [reclamo]): «Se ruega no abusar de la palabra "propaganda". En la percepción del nuevo Estado, "propaganda" es por así decir un

Notas

765

concepto protegido legalmente y no se debe utilizar para cosas desfavorables. Así pues, no hay una "propaganda difamatoria" o una "propaganda bolchevique", sino sólo una demagogia, una agitación, una campaña difamatoria, etc. En resumen, propaganda sólo cuando vaya a nuestro favor, demagogia cuando vaya contra nosotros» (archivo federal de Coblenza, colección Brammer, Zsg. 101/10, p. 61, 28/7/1937, n° 960). Había una reglamentación lingüística para la prensa, según la cual el concepto «propaganda» sólo se podía usar en sentido positivo (decreto del RMVP a la RPA [Reichspropagandaamt, oficina de propaganda del Reich] de Nuremberg del 8/11/1940, archi vo federal de Coblenza, R 55/1410). En lasVertrauliche Informationen [Informaciones confidenciales] del 9/2/1942 se decía: «Se recuerda a los periódicos que el concepto "propaganda" sólo se debe utilizar en sentido positivo, es decir, para la propaganda que procede de Alemania. Para los afanes de las potencias enemigas se debe seguir aplicando el concepto "agitación"» (Vertmulkhe Informationen, n° 147/42, 9/2/1942, p. 3, colección Oberheitmann, ZSg 109/28, archivo federal de Coblenza). El propio Goebbels, en la época en que escribió Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], todavía no había hecho distinción entre ambos conceptos (véase Goebbels, Kampfum Berlín [Lucha por Berlín], p. 212: «A menudo se ha calificado nuestra agitación de primitiva e insustancial»), y tampoco se atenía siempre a esta disposición en sus artículos del Reich (Kessemeier, Editorialista, p. 281). 22 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/3/1933, p. 388 (Kaiserhof). 23 Ibid., 11/3/1933, p. 390 (Kaiserhof). 24 Ibid., 13/3/1933, p. 392 (Kaiserhof). 25 Ibid., 11/3/1933, p. 390 (Kaiserhof). 26 Gerhard Menz, Der Aufbau des Kulturstandes [La constitución del nivel cultural], Munich y Berlín, 1938, p. 13 y s. 27 En julio de 1933 se crearon 31 de estas oficinas regionales, que el 9/9/1937 pasaron a ser departamentos del Reich, llamándose desde entonces «oficinas de pro paganda del Reich». Más tarde hubo en total 41 «oficinas de propaganda del Reich». 28 Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 132. 29 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,18/4/1933, p. 409 (Kai serhof). 30 Cf. Bramsted, Ernest K.: Goebbels und die nationalsozialistische Propaganda 19251945 [Goebbels y la propaganda nacionalsocialista, Í925-1945], Frankfurt del Meno, 1971, p. 110 (en adelante citado como Bramsted, Propaganda); Messerschmidt, Segunda Gue rra Mundial, p. 132. 31 El 1/4/1939, el RMVP tenía 956 empleados, número que se incrementó has ta las 1.356 personas para el 1/4/1940. El 1/4/1941, tras un continuo proceso de cre cimiento, el ministerio empleaba a 1902 colaboradores. Este aumento de personal se reflejó también en el número de departamentos. Si en el año 1935 había 9, hasta 1941 esta cifra alcanzó el nivel máximo de 17. Esto también se hizo notar en el aspecto espacial. A mediados de los años treinta, se construyó para el RMVP un nuevo edi ficio de cinco plantas con 500 habitaciones en el terreno de la Mauerstrasse 45-52;

766

Goebbels

más tarde fueron 32 los edificios en Berlín que albergaban departamentos del Minis terio de Propaganda (Heiber, Goebbels, p. 138). El presupuesto ordinario subió de los 17 millones de marcos iniciales a casi 100 millones, a los que se sumaban gastos extraordinarios en una cuantía similar, que incluso fue rebasada con mucho durante la gue rra; cifras tomadas de: Boelcke, Willi A. (ed.): Kriegspropaganda 1939-Í941. Geheime Ministerkonferenzen im Reíchspropagandaministeríum [Propaganda bélica, 1939-1941. Conferencias ministeriales secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stuttgart 1966, p. 121 y s. y 138 (en adelante citado como Boelcke, Conferencias ministeriales). 32 Georg Wilhelm Müller, Das Reichsministeriumfür Volksaufkldrung una Propagan da [El Ministerio del Reich para la Educación popular y la Propaganda], Berlín 1940, p. 10. 33 Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 210. 34 Declaración de Walther Funk en Nuremberg, IMT, vol. XIII, p. 106. 35 Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 60. 36 Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 12/7/1933, p. 445. 37 Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 139. 38 «Reichsminister doctor Goebbels über die Aufgaben der Presse» [«Ministro del Reich doctor Goebbels sobre las funciones de la prensa»], en Zeitungs-Verlag del 18/3/1933, reproducido en Joseph Wulf, Presse und Funk im Dritten Reich. Eine Dokumentation {Prensa y radio en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt del Meno y Berlín, 1983, p. 64 y s. (en adelante citado como Wulf, Prensa y radió). 39 Goebbels durante la recepción de la asociación berlinesa de prensa extranjera en el RMVP el 6/4/1933, citado por Europdischer Geschichtskalender [Calendario his tórico europeo] de Schulthess, 1932, p. 85 y ss.; véase también Hans-Dieter Müller, «Portrait einer Deutschen Wbchenzeitung» [«Retrato de un semanario alemán»], en Fac símile Querschnitt. Das Reich [Muestra representativa de facsímiles. El Reich], Berna y Munich, sin fecha, p. 7 y ss. (aquí p. 9). 40 Citado por Stephan, Goebbels, p. 156 y s. 41 N. de laT. En alemán dice «el buen Miguel» {der brave Michel), prototipo alemán del hombre honrado. La expresión tiene su origen en que San Miguel se considera ba el patrón particular de los alemanes. 42 Citado por Wulf, Prensa y radio, p. 6. 43 Margret Boveri, Wir lügen alie. Eine Hauptstadtzeitung unter Hitler [Todos menti mos. Un periódico de la capital en tiempos de Hitler] , Friburgo de Brisgovia, 1965, p. 547 (en adelante citado como Boveri, Todos mentimos); para detalles sobre Berndt véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 75 y ss. (aquí p. 76); sobre su actividad como comi sario especial del jefe de prensa del Reich, Dietrich, véase también curriculum vítae deAlfred Ingemar Berndt del 19/10/1936, BDC. 44 Éstas son las opiniones de Wilfred von Oven, más tarde jefe de prensa personal de Goebbels, y de Werner Stephan, colaborador del departamento de prensa del gobier no del Reich, integrado en el RMVP, véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 75.

Notas 45

767

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/2/1933, p. 376 (Kai-

serhof). 46

Ibid.

47

Wulf, Prensa y radio, p. 27 y ss. (aquí p. 31); entre 1932 y 1934, el número de

periódicos descendió de 4.700 a 3.100 (Heiber, Goebbels,p. 160). 48

Wulf, Prensa y radio, p. 31 y s.

49

En repetidas ocasiones se encuentran comentarios al respecto en el diario de

Goebbels: «Hay que acabar con el Frankfurter Zeitung. Este periódico de mierda ya no sirve para nada» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/10/1936, p. 703); para detalles sobre este tema véase Günther Gillessen, Auf verlorenem Posten. Die Frankfurter Zeitung im Dritten Reich [Una causa perdida . El Frankfurter Zeitung en el Tercer Reich] , Berlín, 1986. 50

Véase informe de Fritz Sanger, colaborador durante muchos años de la redac

ción berlinesa del Frankfurter Zeitung hasta su prohibición el 31/8/1943, del 28/7/1963, reproducido en Wulf, Prensa y radio, p. 81 y ss. 51

Aiá., p. 81.

52

Ibid., p. 83.

53

Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 263.

54

Eberhard Aleff, Das Dritte Reich [El Tercer Reich], Hannover, 1970, p. 103 (en

adelante citado como Aleff, Tercer Reich). 55

Karl-Dietrich Abel, Presselenkung im NS-Staat. Eine Studie zur Geschichte der Publi-

zistik in der nationalsozialistischen Zeit [Dirigismo en la prensa en el Estado nacionalsocia lista. Un estudio sobre la historia del periodismo en la época nacionalsocialista], Berlín, 1968, p. 5 y s. (aquí p. 6) (en adelante citado como Abel, Dirigismo en la prensa); la capacidad para ello se la ofrecía su cargo de presidente de la Cámara de prensa del Reich, pues como tal podía excluir de la cámara a los editores que no poseyeran la «Habilidad y la idoneidad necesarias» para el ejercicio de su profesión en el sentido nacionalsocia lista (§§ 4 y 10 del Primer Reglamento de Aplicación de la ley de la RKK [Reichskulturkammer, Cámara de cultura del Reich] del 1/11/1933, RGB1,1933,1, p. 797). 56

IMT, vol. XVII, p. 265.

57

Stephan, Goebbels, p. 157.

58

Goebbels, Revolución, p. 144.

59

Stephan, Goebbels, p. 157; en la presentación de Hadamovsky como director de

la sociedad radiofónica del Reich, Goebbels calificó la radio como «el instrumento más poderoso para influir sobre el pueblo» (Der Angriff del 14/7/1933). 60

Cf.Ansgar Diller, Rundfunkpolitik im Dritten Reich [Pol ítica radiofónica en el Tercer

Reich], Munich, 1980. 61

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/3/1933, p. 384 y s.

(Kaiserhof). 62

Film-Kurier [Correo cinematográfico] del 8/7/1933, citado por Wulf, Prensa y radio,

p.301.

768

Goebbels

63

Para una información detallada sobre Hadamovsky véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 80 y ss. y 89. 64 Kólnische Zeitung [Periódico de Colonia] del 16/3/1933, citado porWulf, Prensa y radio, p. 300. 65 Badischer Beobachter [Observador de Badén] del 23/3/1933, citado porWulf, Pren sa y radio, p. 300 y s. 66

Discurso de Goebbels titulado «Die Zukünftige Arbeit und Gestaltung des Deutschen Rundfunks» [«El futuro trabajo y organización de la radio alemana»], en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 82 y ss. (aquí p. 87 y 89). 67 Ibid., p. 106. 68 Goebbels en su discurso inaugural de la 19 a exposición sobre la radio el 16/8/1935, en Hannoverscher Anzeiger [Notic iero de Hannover] del 17/8/1935. 69 Comunicaciones de la RRG [Reichs-Rundfunk-Gesellschaft, Sociedad Radio fónica del Reich], n° 364 del 9/6/1933, hoja 1; en el año 1937, el proceso de unifi cación ideológica de la radio fue coronado con el nombramiento de un «director del Reich para la Gran Radio Alemana» (Boelcke, Conferencia ministerial, p. 89). 70 Eugen Hadamovsky, Deín Rundfunk [Tu radio], citado por Pohle, Rundfunk [Radio], p.276. 71 «Considero inadmisible que un acontecimiento nacional, como por ejemplo la inauguración del nuevo Reichstag o (...) el desfile de un regimiento de Potsdam ante el señor presidente del Reich, sólo se desarrolle ante 10.000 o 15.000 personas. Eso está pasado de moda. Un gobierno que permite eso no tiene que sorprenderse si, aparte de esas 15.000 personas, nadie más tiene interés en un acontecimiento nacio nal de ese tipo. Por el contrario,yo considero necesario que toda la nación (...) par ticipe directamente y preste oído a esos eventos», en Goebbels, Revolución, p. 143 y s. 72 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/3/1933, p. 394 (Kaiserhof). 73 Hanfstaengl, 15 años, p. 298. 74 Ibid. 75 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,22/3/1933, p. 395 (Kai serhof). 76

/fó¿., p. 396. Berliner Bórsenzeitung [Periódico financiero berlinés] del 22/3/1933. 78 Max Domaras, Hitler - Reden und Proklamationen 1932-1945 [Hitler - Discursos Y proclamaciones, 1932-1945], vol. I: Triumph [Triunfo], vol. II: Untergang [Hundimiento], Wurtzburgo, 1963 (aquí vol. I, p. 241) (en adelante citado como Domarus, Discursos). 79 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,24/3/1933, p. 397 (Kai serhof). 80 DerAngriff del 18/5/1934. 81 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 30/8/1938, p. 522. 82 Ibid., vol. 2,9/8/1933, p. 456: «Los barones de la radio, a Oranienburg por orden mía. Ahora gimotean en cartas y telegramas y sufren crisis nerviosas. Esto es muy pro77

Notas

769

pió de estas cobardes personas de altos ingresos»; Hans Bredow, el inventor y «padre» de la radio alemana, comisario de la radio del Reich y presidente de la junta directiva de la sociedad radiofónica del Reich, que había renunciado a su cargo en el Ministerio del Interior del Reich inmediatamente después de la subida al poder de Hitler, se salvó, sufriendo sólo una prohibición de actividad. Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, entradas del 10/8/1933, p. 456 y del 12/8/1933, p. 457. 83 Rudolf Diels, Lucifer ante Portas... es Spricht der erste Chefder Gestapo... [Lucifer a las puertas,... habla el primer jefe de la Gestapo], Stuttgart, 1950, p. 304. 84 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,27/3/1933, p. 398 (Kaiserhof). 85 lbid., 26/3/1933, p. 398 (Kaiserhof). 86 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.030. 87 Lista de miembros de la «comisión central», véase IMT, vol. III, p. 586 (lista com pleta, véase doc. 2156-PS, IMT, vol. XXIX, p. 268 y s.). 88 El punto 7 de la proclama de boicot emitida por la presidencia del partido el 28/3/1933 decía: «Por principio hay que subrayar siempre que se trata de una medi da defensiva que nos hemos visto obligados a tomar», citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 250. 89 Alá., p. 251. 90 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,28/3/1933, p. 399 (Kai serhof). 91 Domarus, Discursos, vol. I, p. 251. 92 Goebbels, Revolución, p. 158. 93 Informe del cónsul general americano en Leipzig del 5/4/1933 (doc. 2709PS), IMT, vol. III, p. 586. 94 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/4/1933, p. 400 (Kai serhof). 95 lbid., 28/4/1933, p. 413 (Kaiserhof). 96 Albert Speer, Erinnerungen [Memorias], Frankfurt del Meno,Viena y Berlín, 1969, p. 40 (en adelante citado como Speer, Memorias). 97 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,25/4/1933, p. 411 (Kai serhof). 98 Véanse las ediciones del Rheydter Zeitung del 22,23 y 25/4/1933, archivo municipal de Mónchengladbach. 99 Rheydter Zeitung del 25/4/1933, archivo municipal de Mónchengladbach. 100 lbid. 101 Después de que el 1/8/1933, por la intervención de Goebbels, Rheydt vol viera a ser autónoma e independiente de Gladbach (Volksparole. Rheydter Nachrichten [Consigna popular. Noticias de Rheydt] del 17/10/1934), el nuevo ayuntamiento le con cedió a Goebbels el título de hijo predilecto de la ciudad de Rheydt por resolución de los concejales del 16/10/1934, decisión que se revocó en la sesión de la comisión de delegados de la ciudad de Rheydt el 14/6/1945 (archivo municipal de Món-

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chengladbach, sesiones de la comisión de delegados, marzo-diciembre de 1945, Sign. 256/194, depósito-n° 2878). 102 Rheydter Zeitung del 25/4/1933. 103 André Francois-Poncet, Botschafter in Berlín. 1931-1938 [Embajador en Berlín. 1931-1938], Berlín y Maguncia, 1962, p. 129 (en adelante citado como Francois-Pon cet, Embajador). 104 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,1/5/1933, p. 415 (Kaiserhof). 105 Sobre la quema de libros y el papel que Goebbels desempeñó en ella, véase Gerhard Sauder, «Der Germanist Goebbels ais Redner bei der Berliner Bücherverbrennung» [«El germanista Goebbels como orador en la quema de libros de Berlín»], en Horst Denkler/Eberhard Lammert, eds., Das war ein Vorspiel nur... [Eso sólo fue un preludio...], coloquio en Berlín sobre la política literaria en el «Tercer Reich», serie de escritos de laAkademie der Künste [Academia de las Artes], vol. 15, Berlín 1985, p. 56 y ss. 106 Golo Mann en una conversación con Pierre Bertaux y Brigitte Bermann-Fischer, Navidades de 1982, reproducido en Haarmann/Huder/Siebenhaar, eds., «Das war ein Vorspiel nur». Bücherverbrennung Deutschland 1933. Voraussetzungen und Folgen [«Eso sólo fue un preludio». Quema de libros en Alemania, 1933. Condicionantes y conse cuencias], Berlín y Viena, 1983, p. 228 y ss. (aquí p. 230). 107 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 108 y ss. (aquí p. 108). 108 Ibid.,p. 111. 109 Golo Mann en una conversación con Pierre Bertaux y Brigitte Bermann-Fischer, Navidades de 1982, op. cit., p. 228 y ss. (aquí p. 230). 110 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 109 y s. 111 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/5/1933, p. 420. 112 Magda Goebbels, Die deutsche Mutter. Rede zum Muttertag gehalten im Rundfunk am 14.5.1933 [La madre alemana. Discurso con motivo del día de la madre, pronunciado en la radio el 14/5/1933], Heilbronn, 1933, p. 18 y s. 113 Diario del archivo federal de Coblenza, NL 118/21, entrada del 19/8/1941. 114 Klaus-Jórg Ruhl, Brauner Alltag. 1933-1939 in Deutschland [La cotidianidad par da. 1933-1939 en Alemania], Dusseldorf, 1981, p. 73 (en adelante citado como Ruhl, Cotidianidad parda); véase además discurso inaugural de Goebbels con motivo de la exposición «Die Frau» [«La mujer»] el 18/3/1933 en Berlín, reproducido en Joseph Goebbels, Sígnale der neuen Zeit. 25 ausgewáhlte Reden [Señales del nuevo tiempo. Selec ción de 25 discursos], Munich, 1937, p. 118 y ss. (en adelante citado como Goebbels, Señales). 115 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/7/1933, p. 447. 116 Ibid., 4/6/1933, p. 425. 117 Ibid. 118 Ibid., p. 427. 119 Ibid., 8/7/1933, p. 443. ^RGBL, 1933 I, p. 104.

Notas 121

771

Véase Volker Dahm, Anfdnge und Ideologie der Reichskulturkammer [Comienzos e ideología de la Cámara de Cultura del Reich], en VfZG, año 34/1986, p. 53 y ss. (aquí p. 60) (en adelante citado como Dahm, Comienzos). 122 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/4/1933, p. 409 (Kaiserhof). 123 RGBl.,1933,I,p.449. 124 Cf. una nota, probablemente procedente de Goebbels, sobre la necesidad de crear un «comisariado del Reich para la educación popular y la propaganda» (archi vo federal de Coblenza, R 43 11/1149, hojas 49-53), en la que se reclamaban com petencias que excedían las del decreto del 30/6/1933. 125 Reproducido en extracto en Joseph Wulf, Die Bildenden Künste im Dritten Reich. Eine Dokumentation [Las artes plásticas en el Tercer Reich. Una documentación], Gütersloh, 1963, p. 99 y s. (en adelante citado como Wulf, Artes plásticas). 126 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,11/5/1933, p. 418 y s. 127 Escrito al respecto en ADAP [Akten zur deutschen Auswa'rtigen Politik, actas de la política exterior alemana], serie C I, vol. 2, doc. 261. 128 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/5/1933, p. 424; sobre esta controversia véase también peter Longerich, Propagandisten im Krieg. Die Presseabteilung des Auswa'rtigen Amtes unter Ribbentrop [Propagandistas en la guerra. El depar tamento de prensa del Ministerio de Exteriores bajo el mandato de Ribbentrop], Munich, 1987, p. 126 y s. (en adelante citado como Longerich, Propagandistas). 129 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/4/1933, p. 406. 130 Ibid., 25/5/1933, p. 424. 131 A su ámbito de competencias pertenecía también el Teatro Alemán de Wiesbaden, así como más tarde el Teatro del Reich deViena, el Teatro Metropolitano y el Admiralspalast [Palacio del Almirante] de Berlín. 132 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,7/8/1933, p. 455, véan se también las entradas del 9/7/1933, p. 444,23/8/1933, p. 460,29/8/1933, p. 462 y 31/8/1933, p. 462. 133 Ibid., 25/6/1933, p. 438. 134 Ibid., 23/8/1933, p. 460. 135 Ibid. 136 Escrito de Góring al ministro del Interior del Reich, al ministro de Comuni caciones del Reich, al consejero del Interior prusiano, al consejero prusiano de Cien cia, Arte y Educación Popular, así como a los gobiernos regionales de Baviera, Sajonia, Wurtemberg, Badén, Turingia, Hesse y Hamburgo del 12/6/1933, reproducido en extracto en Wulf, Prensa y radio, p. 289 y ss. (aquí p. 292). 137 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/6/1933, p. 435. 138 139 140 141

Ibid., 20/6/1933, p. 436. Ibid., 17/6/1933, p. 435. Ibid., 19/8/1933, p. 459. Ibid., 2/9/1933, p. 463.

772

Goebbels

142

Ibid., 17/6/1933, p. 435. Ibid., 19/7/1933, p. 448. 144 Ibid., 29/6/1933, p. 440: «El jefe es muy bueno conmigo. Recibo el domicilio oficial de Hugenberg». 145 El borrador de un escrito del ministro de Alimentación del Reich, Darré, a Hitler, que no fue enviado, probablemente por las escasas posibilidades de éxito de la empresa, se encuentra en el BDC; Speer (Memorias, p. 40) comunica al respecto que la adquisición de la vivienda por parte de Goebbels no se hizo «sin cierto uso de la fuerza». 146 Borrador de un escrito de Darré a Hitler, BDC. 147 Speer, Memorias, p. 40. 148 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/7/1933, p. 441. 149 Ibid., 27/12/1933, p. 468. 150 Ibid., 16/7/1933, p. 447. 151 Speer, Memorias, p. 40 y s. 152 Ibid., vol. 2, 20/7/1933, p. 448. 153 Ibid., 21/7/1933, p. 449. 154 Ibid., 22/7/1933, p. 449. 155 Ibid. y 23/7/1933, p. 450. 156 Cf. Dahm, Comienzos, p. 61 y ss. 157 /W.,p.62. 158 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/7/1933, p. 443. 143

159

Ibid., 11/7/1933, p. 445. DerAngriff del 11/7/1933. 161 Dahm, Comienzos, p. 62. 162 Escrito del RMVP a la cancillería del Reich del 13/7/1933, archivo federal de Coblenza, actas de la cancillería del Reich, R 4311/1244. 163 Ibid. 164 «Ideas básicas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich» (julio de 1933), archivo federal de Coblenza, R 4311/1241. 165 Véase Dahm, Comienzos, p. 62. 166 Discurso de Goebbels «sobre la estructura corporativa de las profesiones cul turales», en el congreso de la Cámara de Cultura del Reich el 7/2/1934, texto de la Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro,DNB), n° 288 del 28/2/1934, archivo federal R 4311/1241, hoja 18 y s. 167 Dahm, Comienzos, p. 56. 168 Hildegard Brenner, Die Kunstpolitik des Nationalsozialismus [La política artística del nacionalsocialismo], Reinbek y Hamburgo, 1963, p. 56 (en adelante citado como Brenner, Política artística). 169 «Ideas básicas para la creación de una Cámara de Cultura del Reich» (julio de 1933), archivo federal de Coblenza, R 4311/1241. 170 Ibid. 160

Notas 171

773

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/8/1933, p. 461. Dahm, Comienzos, p. 66. 173 Ibid., p. 83. 174 Cf.Werner, Kurt/Biernat, Karl Heinz, Die Kópenicker Blutwoche 1933 [La sema na sangrienta de Kopenick, 1933], Berrín Este, 1960. 175 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/9/1933, p. 463. 176 De la declaración secreta de Goebbels el 5/4/1940 ante representantes invita dos de la prensa alemana, reproducido en extracto en Hans-Adolf Jacobsen, 19391945. Der Zweite Weltkrieg in Chronik und Dokumenten [1939-1945. La Segunda Gue rra Mundial en crónica y documentos], Darmstadt, 1959, p. 180 y s. (en adelante citado como Jacobsen, Guerra mundial). 177 Joseph Goebbels, «Deutschlands Kampf um Friede und Gleichberechtigung» [«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de derechos»], discurso sobre políti ca exterior en el palacio de deportes berlinés el 20/10/1933, en Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 271). 178 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465. 179 Leónidas E. Hill, ed., Die Weizsácker-Papiere 1933-1950 [Los papeles de Weizsácker, 1933-1950], Frankfurt del Meno,Berlín yViena, 1974, aquí entrada del 1/10/1933, p. 76 (en adelante citado como Hill, Papeles de Weizsacker). 180 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465. 181 Paul Schmidt, Statist auf diplomatischer Bühne 1923-1945. Erlebnisse des Chefdolmetschers im Auswdrtigen Amt mit den Staatsmdnnern Europas [Figurante en la escena diplomática, 1923-1945. Experiencias del intérprete jefe del Ministerio de Exteriores con los hombres de Estado de Europa], Bonn, 1953, p. 283 (en adelante citado comoSchmidt, Figurante). 182 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465. 183 Schmidt, Figurante, p. 283. 184 Ibid.; el diplomático alemán Ulrich von Hassell informa en su diario (Die Hassell-1agebücher,Aufzeichnungen vomAndern Deutschland [El diario de Hassell, anotaciones de la otra Alemania], editado por el barón Friedrich Hiller von Gaertringen, Berlín 1988, entrada del 12/6/1944, p. 431 y s.; en adelante citado como diario de Hassell) sobre una conferencia que Goebbels pronunció el 8/6/1944 delante de un selecto círculo de altos funcionarios, líderes económicos, etc.; «se adaptó magníficamente al alto nivel "burgués": un elegante traje gris sin insignias, un lenguaje no patético diri gido confidencialmente a knowing men. (...) Ejerció sobre la mayoría una rotunda impresión como "gran intelectual"». 185 Hill, Papeles de Weizsacker, entrada del 1/10/1933, p. 76. 186 Ibid., entrada del 6/10/1933, p. 76. 187 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 28/9/1933, p. 467. 188 Ibid.,2 7/9/1933, p. 466. 189 Reproducido en Goebbels, Señales, p. 233 y ss. 190 Véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial,^. 135 y ss. 172

774

Goebbels

191

Goebbels, Señales, p. 243 y s.

192

Ibid., p. 246.

193

Ibid.,p. 236.

194

Éste es el título de la colección de 25 discursos goebbelianos de 1933/34 publi

cados en 1934 en la editorial Eher de Munich, perteneciente al NSDAP. 195 196

Schmidt, Figurante, p. 284 y s. JW.,p.285.

197

The Times del 29/9/1933.

198

Citado por Heiber, Goebbels, p. 246.

199

Boveri, Todos mentimos, p. 162; cf. también Schmidt, Figurante, p. 285: escribe

que Goebbels abordó «con magistral dialéctica (...) las preguntas más delicadas» y fue hábil a la hora de «quitar importancia a las observaciones de los periodistas extranje ros, a menudo muy agudas». 200

Schmidt, Figurante, p. 286.

201

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/9/1933, p. 465.

202

Documents Diplomatiques Francais 1932-1939 [Documentos diplomáticos

franceses, 1932-1939], serie primera (1932-1935), tomo IV, 16 de julio-12 de noviem bre de 1933, París 1968, doc. 259, M. Paul-Boncour, ministro de Asuntos Exteriores, a M. Daladier, presidente del Consejo, ministro de Guerra, Ginebra, 29 de septiem bre de 1933, p. 443 y ss. (aquí p. 444). 203

Schmidt, Figurante, p. 289.

204

Ibid.

205

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466.

206

Ibid.

207

Ibid., 21/9/1933, p. 464; esta entrada, a juzgar por su contenido, está mal orde

nada; la fecha correcta es 29/9/1933, cf. acta del discurso de Paul-Boncour del 29/9/1933, en Documents Diplomatiques Francais 1932-1939, serie primera (19321935), tomo IV, 16 de julio-12 de noviembre de 1933, París 1968, doc. 259, p. 443 yss. 208

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466.

209

Domarus, Discursos, vol. I, p. 306 y s. (aquí p. 306); cf. también: Messerschmidt,

Segunda Guerra Mundial, p. 136. 210

Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 270 y p. 269).

211

Hermann Rauschning, Gesprdche mit Hitler [Conversaciones con Hií/er],Viena

1973, p. 103 (sobre las reservas respecto a esta fuente véase Der Spiegel, n° 37/1985, p. 92 yss.). 212

Goebbels en una entrevista con la Agencia Telegráfica Wolff (WolfFsches Tele-

graphen-Büro) del 8/11/1933 sobre el sentido de estas elecciones parlamentarias, reproducido en Ursachen und Folgen. Vom Deutschen Zusammenbruch 1918 und 1945 bis zur Staatlichen Neuordnung in der Gegenwart [Causas y consecuencias. Del descalabro ale mán en 1918 y 1945 a la reestructuración estatal en la actualidad], ed. por Herbert Michae-

Notas

775

lis y Ernst Schraepler, Berlín 1958 y ss., aquí vol. X, doc. 2330, p. 51 y ss. (aquí p. 52) (en adelant e citado como Causas y consecuencias). 213

Ibid. Aunque Torgler fue absuelto, estuvo hasta mediados de 1935 en arresto pre ventivo, durante el cual escribió un libro contra el comunismo con su antigua cola boradora María Reese (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 23/8/1935, p. 506), por el que Hitler se interesó mucho (Ibid., 21/8/1935, p. 505), pero que no obtuvo permiso para ser publicado (Ibid., 2/12/1936, p. 742).Torgler recibió después de Hitler 800 marcos de sueldo mensual por trabajos científicos, con la condición de que no los hiciera públicos (Ibid., vol. 3,25/1/1937, p. 21; 26/1/1937, p.22). 215 El aparato agitador-propagandístico del propagandista jefe del KPD,Willi Münzenberg, huido a Francia, elaboró «documentaciones» («Braunbücher» [«Libros par dos»]) que contenían supuestas declaraciones de testigos, órdenes reservadas sacadas clandestinamente de Alemania y memorandos confidenciales de funcionarios nacio nalsocialistas. El material, y aún más la argumentación de los «Libros Pardos», parecía tan plausible que prácticamente todos los adversarios de los nacionalsocialistas esta ban convencidos de su culpabilidad. 216 La exposición sigue, cuando no se indica de otra forma, el acta de la toma de declaración de Goebbels, así como los correspondientes informes acerca del proceso en el Vossische Zeitung del 9/11/1933. 217 Observaciones del proceso por parte de Hedemann, archivo federal de Coblenza, Kl. Erw./433, p. 173. 218 Ibid., p. 179. 219 «Die deutsche Kultur vor neuen Aufgaben» [«La cultura alemana ante nuevas misiones»], en Goebbels, Señales, p. 323 y ss. (también p. 336). 220 Discurso de Goebbels «sobre la estructura corporativa de las profesiones cul turales», en el congreso de la Cámara de Cultura del Reich el 7/2/1934, texto de la Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro, DNB), n° 288 del 28/2/1934, archivo federal R 4311/1241, hoja 18 y s. 221 Véase Dahm, Comienzos, p. 55 y ss. 222 Véase Hildegard Brenner, Die Kunstpolitik des Nationalsozialismus [La política artística del nacionalsocialismo], Hamburgo, 1963, p. 56 (en adelante citado como Bren ner, Política artística). 223 N. de la T. En alemán Goebbels utiliza una palabra muy expresiva, Gesinnungsriecherei, que viene a significar algo así como «olfateo de las tendencias u orientacio nes» (políticas) de los artistas. 214

224

Goebbels, Señales, p. 332 y ss. Ernst Piper, Nationalsozialistische Kunstpolitik. Ernst Barlach und die «entartete Kunst». Eine Dokumentation [Política artística nacionalsocialista. Ernst Barlach y el «arte degenerado». Una documentación], Munich, 1987, p. 15 (en adelante citado como Piper, 225

Política artística nacionalsocialista).

776

Goebbels

226

Citado por Reinhard Bollmus, DasAmt Rosenberg und seine Gegner. Studien zum Machtkampfim Nationalsozialistischen Herrschaftssystem [El departamento de Rosenberg y sus rivales. Estudios sobre la lucha de poder en el sistema de dominio nacionalsocialista], Stuttgart 1970, p. 52 y s. (en adelante citado como Bollmus, Departamento de Rosenberg). 227 Speer, Memorias, p. 139. 228 Christian Zentner, Der Nürnberger Prozess. Dokumentation-Bilder-Zeittafel [El proceso de Nuremberg. Documentación, imágenes, cuadro cronológico], Munich y Zurich, 1984, p. 70. 229 N. de la T. Thingstatte era el lugar donde los germanos celebraban el Thing o consejo abierto, en el que se trataban las cuestiones judiciales de una tribu. Así, los nacionalsocialistas dieron el nombre de Thingstatte a un teatro de piedra que cons truyeron en el monte Heiligenberg de Heidelberg. 230 Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 14. 231 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/4/1937, p. 109. 232 Volkischer Beobachter del 14/11/1925; véase capítulo 4, p. 96; Bollmus, Depar tamento de Rosenberg, p. 45 y p. 265, nota 101; diario del Instituto de Historia Con temporánea, vol. 1,14/11/1925, p. 143. 233 Volkischer Beobachter del 7/7/1933. 234 Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 45 y s. 235 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 16/5/1933, p. 420. 236 Dahm, Comienzos, p. 57. 237 Ibid., p.71. 238 Véase la máxima de Hitler durante el mitin de los «líderes políticos» en el congreso del partido celebrado en Nuremberg en 1934: «El Estado no nos ordena a no sotros, sino que nosotros ordenamos al Estado. El Estado no nos ha creado, sino que nosotros nos hemos creado nuestro Estado», citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 265, nota 94. 239 Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 45 y p. 53. 240

Ibid., p. 52. Goebbels en el palacio de deportes el 7/11/1933, en Goebbels, Señales, p. 278 y ss. (aquí p. 301). 241

242 243

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/1/1934, p. 469. Domarus, Discursos, vol. I, p. 339.

Capítulo 10. El camino a nuestra libertad pasa por crisis y peligros (1934-1936) 1 2

3 4

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483. Ibid., 15/8/1933, p. 458.

Ibid., 25/3/1934, p. 471 y 31/3/1934, p. 471. Ibid., vol. 3,25/1/1937, p. 22.

Notas

777

5

Ibid., vol. 2,15/10/1935, p. 527.

6

Goebbels el 28/3/1933 en el Hotel Kaiserhof ante cineastas, citado por Gerd

Albrecht, Nationalsozialistische Filmpolitik. Eine soziologische Untersuchung über die Spielfilme des Dritten Reiches [La política cinematográfica nacionalsocialista. Una investigación socio lógica sobre los largometrajes del Tercer Reich], Stuttgart, 1969, p. 439 y ss. (aquí p. 439) (en adelante citado como Albrecht, Política cinematográfica). 7

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,15/1/1936, p. 564: «Amé

rica... Un país sin cultura. Pero saben hacer algunas cosas y se dedican a ellas con empeño: la técnica, por ejemplo, y el cine.Tienen un profundo desinterés por Euro pa. Cuentan con 12 millones de negros y 7 millones de judíos. Claro está que no entienden nuestras leyes raciales. Tampoco les hace falta. Que se dediquen a hacer películas y a construir máquinas». 8

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,26/7/1933, p. 451 y vol.

3,30/1/1939, p. 565. 9

Ibid., vol. 2,12/6/1933, p. 432.

10

Véase la nota de acta del 19/8/1942, reproducida enWulf, Theater und Film [Tea-

tro y cine],p. 354 y s. 11

Géza von Cziffra, Es war eine Rauschende Ballnacht. Eine Sittengeschichte des Deuts-

chen Films [Fue una grandiosa noche de baile. Una historia de las costumbres del cine alemán], Frankfurt del Meno y Berlín, 1987, p. 141 y s. 12

Sobre las funciones y la estructura del departamento de teatro del Reich v éa

se Wulf, Teatro y cine (p. 56 y s.). 13

Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 13/10/1935, p. 526.

14

Cf. Cinzia Romani, Die Filmdivas des Dritten Reiches [Las divas del cine del Tercer

Reich], Munich, 1982, p. 19 (en adelante citado como Romani, Divas del cine). 15

Goebbels el 28/3/1933 ante representantes del cine en el Hotel Kaiserhof, cita

do por Albrecht, Política cinematográfica, p. 439. 16

Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 3, 22/12/1937, p. 378.

17

Ibid., vol. 4,15/10/1940, p. 365.

18

Hermann Rauschning, Gesprdche mit Hitler [Conversaciones con Híí/er],Viena,

1973, p. 143 y s. 19

Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 2, 21/5/1934, p. 472.

20

Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2375a, p. 157 y ss.

21

Ibid., p. 161.

22

Ibid.,

23

Ibid., p. 162.

24

Ibid., p. 159.

25

Das PolitischeTagebuchAlfred Rosenbergs aus denjahren 1934/35 und 1939/40 [El

diario político de Alfred Rosenberg de los años 1934/35 y 1939/40], editado por HansGünther Seraphim, Gotinga, 1956, aquí entrada del 22/5/1934, p. 24 (en adelante citado como diario de Rosenberg).

778 26

Goebbeh El tema de su conferencia en la asociación cultural polaca fue: «Das national-

sozialistische Deutschland ais Faktor des Europáischen Friedens» [«La Alemania nacio nalsocialista como factor de la paz europea»]. 27

Vólkischer Beobachter del 19/6/1934.

28

Ibid.

29

Deutsche Allgemeine Zeitung del 22/6/1934, véase también Angriff del 22/6/1934

y Vólkischer Beobachter del 23/6/1934.' 30

Franz von Papen, Der Wahrheit eine Gasse [Una senda a la verdad] , Munich, 1952,

p. 349. 31

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/6/1934, p. 472.

32

Que Goebbels debió de sorprenderse mucho se infiere sobre todo de su entra

da en el diario del 29/6/1934, donde escribe dos veces acerca de la «reacción», que está «detrás de todo» y contra la que hay que actuar. 33

Sobre el «golpe de Rohm» véase Peter Longerich, Die braunen Bataillone. Ges-

chíchte der SA [Los batallones pardos. Historia de las SA], Munich, 1989, p. 206 y ss. (en adelante citado como Longerich, Batallones pardos). 34

Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2376, p. 166 y s. (aqu í p. 166).

35

Diario de Rosenberg, 7/7/1934, p. 33.

36

Der Angriff del 2/7/1934.

37

Ibid.; véase también la narración del chófer de Hitler, Erich Kempka, en Cau

sas y consecuencias, vol. X, doc. 2378, p. 168 y ss.; véase también Domarus, Discursos, vol. I, p. 395. 38

Ibid., vol. I, imagen X.

39

Longerich, Batallones pardos, p. 218.

40

Observación del ayudante de Goebbels Friedrich Christian, príncipe de Schaum-

burg-Lippe: Zwischen Krone und Kerker [Entre la corona y la cárcel] ,Wiesbaden, 1952, p. 173 y ss., reproducido en extracto en Causas y consecuencias, vol. X, doc. 2379b, p. 181 y ss. (aquí p. 183). 41

Lleno de orgullo, Góring anunció a representantes de la prensa que había amplia

do su misión, véase Causas y consecuencias, vol. X, documento 2379c, p. 183 y ss. (aquí p. 184). 42

Gregor Strasser a Rudolf Hess el 18/6/1934, BDC.

43

La señora Strasser a Wilhelm Frick el 22/10/1934, reproducido en extracto en:

Lothar Gruchmann, Einleitung zum Erlebnisbericht Werner Pünders über die Ermordung Klauseners am 3O.Juni 1934 und ihre Folgen [Introducción al informe vivencial de Werner Pünder sobre el asesinato de Klausener el 30 de junio de 1934 y sus consecuencias], enVfZG, año 19/1971, p. 404 y ss. (aquí p. 409 y s.). 44

El 28 de junio, Rohm anunció a sus invitados, entre ellos el general Von Epp,

que iba a aprovechar el encuentro en Wiessee entre otras cosas para «quitar a Goeb bels la máscara de la cara». Declaración de Ferdinand Karl, príncipe de Isenburg, del 3/1/1950, citado por Hermann Mau, Die Zweite Revolution-Der 30.Juni 1934 [La

Notas

779

segunda revolución-El 30 de junio de 1934], enVfZG, año 1/1953, p. 119 y ss. (aquí p. 128). 45

Texto del discurso de Goebbels del 1/7/1934, reproducido en el Angriff del 2/7/1934; a continuación, tanto Góring (Volkischer Beobachter del 3/7/1934) como Rosenberg (Volkischer Beobachter del 4/7/1934) manifestaron su opinión al respecto; cf. Kershaw, Mito, p. 72 y ss. 46 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 156 y ss. 47 Volkischer Beobachter del 3/7/1934. 48 Ibid., 4/7/1934. 49

Sobre este modo de proceder ya había acuerdo desde el verano de 1933. Goeb bels anotó el 19/7/1933 en su diario (vol. 2, p. 448): «Cuestión de la sucesión de Hin denburg. Hitler no debe tolerar a un presidente del Reich por encima de él y tam poco debe convertirse en figura el hijo Oskar (se refiere al hijo de Hindenburg, el coronel Oskar von Hindenburg [el autor]). Hay que reunir los dos cargos en una persona.Ya encontraremos alguna solución. Sobre todo con la aprobación del pueblo y sin estar a merced de la R.W. [Reichswehr]»; véase también: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 25/8/1933, p. 461. 50 Berliner Lokal-Anzeiger [Noticiero local berlin és] del 2/8/1934. 51 Ibid., 3/8,7/8 y 8/8/1934. 52 Francois-Poncet, Embajador, p. 242. 53 Jfóí.,p.244ys. 54 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 19/7/1933, p. 448. 55 Domarus, Discursos, vol. I, p. 444. 56 Diario de Rosenberg, 13/7/1934, p. 39. 57 Diario de Rosenberg, 2/8/1934, p. 40. 58 Goebbels había impedido la retransmisión de varios discursos de Rosenberg —entre ellos el «discurso-manifiesto» Der deutsche Ordensstaat [El Estado alemán de la Orden] en Marienburg— por una parte con el argumento de que ya no se podía cambiar un programa fijo, y por otra con la disposición según la cual los discursos no debían durar más de media hora. A continuación, Rosenberg se dirigió a Goebbels el 21/4/1934 (copia también a Rudolf Hess): «Protesto formalmente contra seme jantes intentos de dejar sin efecto en lo posible la misión que me ha encomendado el Führer. La radio del Estado nacionalsocialista no sólo está ahí para unos cuantos elegidos», archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 59 Rosenberg en un escrito del 20/10/1934 dirigido a Goebbels, que al parecer no envió. Lleva la nota «no remitido». Pero Rosenberg sí le envió a Goebbels una versión más moderada el 20/12/1934. Los reproches aquí citados proceden de la ver sión del 20/10/1934, Instituto de Historia Contemporánea, MA-596. 60 Esto se desprende de una carta de Rosenberg a Goebbels del 30/8/1934, Ins tituto de Historia Contemporánea, MA-596. 61

Rosenberg a Goebbels el 30/8/1934, Instituto de Historia Contemporánea, MA-596.

780

Goebbels

62

Citado por Joseph Wulf, Literatur und Dichtung im Dritten Reich. Eine Dokumentation [Literatura y poesía en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt del Meno, Berlín yViena, 1983, p. 230 (en adelante citado como Wulf, Literatura). 63 Sobre el papel de Strauss en el Tercer Reich véase Joseph Wulf, Musik im Drit ten Reich. Eine Dokumentation [Música en el Tercer Reich. Una documentación], Frankfurt del Meno, Berlín y Viena 1983, p. 194 (en adelante citado como Wulf, Música). 64 Wulf, Música, p. 195: Hitler le hizo entrega de un regalo similar con la dedica toria: «Al gran compositor alemán con sincera admiración» (Ibid.). 65 Goebbels a Rosenberg el 25/8/1934, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 66 Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 75. 67 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,24/8/1934, p. 475 y s. 68 Véase Wulf, Música, p. 196. 69 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 24/8/1934, p. 475. 70 Goebbels a Rosenberg el 25/8/1934, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 71 Die Musik [La música], noviembre de 1934, p. 138-146; véase también Wulf, Música, p. 372 y s. 72 NSZ-RheinJront [Periódico nacionalsocialista-Frente del Rin], Neustadt, del 5/11/1934, citado por Wulf, Música, p. 372; se trataba en particular de las obras Morder, Hqffnung derFrauen [Asesino, esperanza de las mujeres], Nusch-Nuschi, Sancta Susanna [Santa Susa na] y Nenes vom Tage [Novedades del día] (véase Wulf, Música, p. 374). 73 Volkischer Beobachter del 7/12/1934. 74 Citado por Heiber, Goebbels, p. 199. 75 Véase por ejemplo Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 11/9/1935, p. 513 y 1/11/1935, p. 534. 76 Wilhelm Furtwángler, «Mathis der Maler» [«Matías el pintor»], en Deutsche Allgemeine Zeitung del 25/11/1934, citado por Wulf, Música, p. 373 y ss.; la piedra del escándalo y el motivo de la controversia fue la ópera de Hindemith Matías el pintor, en cuyo tercer cuadro se hacen preparativos para quemar escritos heréticos, una cla ra alusión a la quema de libros del 10/5/1933. Furtwángler había ejecutado la sinfo nía de esta ópera en primavera de 1934, después de que se le prohibiera la represen tación de la ópera; véase al respecto Wulf, Música, p. 373. 77 /W.,p.376. 78 Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 76. 79 Ibid., p. 76; véase el texto del discurso goebbeliano durante el mitin de artistas en el palacio de deportes (Berliner Lokal-Anzeiger del 7/12/1934), donde Goebbels hizo «algunas aclaraciones fundamentales» con motivo del «caso» Furtwangler-Hindemith (Wulf, Música, p. 376 y ss.). 80 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483. 81 Ibid. S2

Wu\í, Música, p.378. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 483. 84 Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 76. 83

Notas

781

85

7¿ií/.,p.277,nota94. lbid. 87 Sobre el papel de Furtwangler en el Tercer Reich es muy interesante Wulf, Músi ca, p. 85 y s. 88 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/7/1934, p. 474. 89 Sobre esta táctica Querschnitt durch dieTátigkeit des Arbeitsgebietes Dr.Taubert (Antibolschewismus) des RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de traba jo del Dr. Taubert (antibolchevismo) del RMVP hasta el 31 /12/1944],YYVO-lnsútute for Jewish Research, G-PA-14, archivo federal de Coblenza, R 55/450, p. 14 y ss. (aquí p. 15). 90 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/9/1933, p. 466. 91 Eberhard Taubert, Der antisowjetische Apparat des deutschen Propagandaministeriums [El aparato antisoviético del Ministerio de Propaganda alemán], archivo federal de Coblen za, Kl. Erw. 671, p. 1 y 3 (en adelante citado como Taubert, El aparato antisoviético). 92 Citado por Aleff, Tercer Reich, p. 98. 93 Querschnitt durch dieTátigkeit des Arbeitsgebietes Dr.Taubert (Antibolschewismus) des RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de trabajo del Dr. Taubert (antibolchevismo) del RMVP hasta el 3Í/Í2/Í5»44],YIVO-Institute for Jewish Rese arch, G-PA-14, p. 16. 94 Goebbels en su discurso sobre política exterior «Deutschlands Kampf um Friede und Gleichberechtigung» [«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de dere chos»] en el palacio de deportes berlinés el 20/10/1933, en:Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 267). 95 Acta de la conferencia del 15/1/1935, archivo federal de Coblenza NS 8/171; ésta y las siguientes citas están tomadas de aquí. 96 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,2/3/1935, p. 484. 97 Del discurso de Goebbels pronunciado con motivo de la inauguraci ón de la emisora del Reich de Sarrebruck, reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 269 y ss. (aquí p. 269). 98 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/3/1935, p. 484. 86

99

lbid. «Por ejemplo a Francia le podemos decir que ya no tenemos pretensiones finan cieras si se nos reintegra el territorio del Sarre.Esto no es nada imposible (...). Si se cumple esta demanda nuestra, entonces estaremos satisfechos», Goebbels el 20/10/1933 en el palacio de deportes berlinés sobre el tema «Deutschlands Kampf um Friede und Gleichberechtigung» [«La lucha de Alemania por la paz y la igualdad de derechos»], en Goebbels, Señales, p. 250 y ss. (aquí p. 267). 101 Fritz Sa'nger, Politik derTauschungen. Missbrauch der Presse im Dritten Reich. Weisungen, Informationen, Notizen 1933-1939 [Política de engaños. Abuso de la prensa en el Tercer Reich. Instrucciones, informaciones, noticias. 1933-1939],Vien!L, 1975, p. 64 (en ade lante citado como Sánger, Política de engaños). 102 lbid., p. 65. 100

782

Goebbels

103

Cf. Bramsted, Propaganda, p. 219 y ss.

104

Joseph Goebbels, «Klarheit und Logik» [«Claridad y lógica»], en:Joseph Goeb-

bels, Wetterleuchten.Aufsdtze aus der Kampfzeit [Relámpagos.Artículos de la época de lucha], Munich, 1939, p. 385 y ss. (en adelante citado como Goebbels, Relámpagos). 105

Ibid., p.388.

106

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/4/1935, p. 486.

107

Discurso radiado de Goebbels con motivo del cumpleaños de Hitler en 1935,

reproducido en Frankfurter Zeitung del 21/4/1935; cf. Bramsted, Propaganda, p. 290. 108

Rosenberg a Rust el 2/5/1935, archivo federal de Coblenza, NS 10/58.

109

Informe de Dressler-Andress, «Eilt sehr!» [«Muy urgente»], del 8/6/1935, repro

ducido en JoSeph Wulf, Theater und Film im Dritten Reich. Bine Dokumentation [Teatro y cine en el Tercer Reich. Una documentación], Frankmrt del Meno, Berlín y Viena 1983, p. 71 y s. (aquí p. 71) (en adelante citado como Wulf, Teatro). 110

Comunicación estrictamente confidencial a los jefes de los distritos de la comu

nidad cultural nacionalsocialista, 20/6/1935, reproducida en Wulf, Música, p. 196 y s. 111

Citado por Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 78; véanse además los docu

mentos sobre el «caso Strauss» en Wulf, Música, p. 194 y ss.; en el legado de Strauss se encontraron unas notas que llevaban por título Geschichte der schweigsamen Frau [His toria de La mujer silenciosa] en las que se decía: «Es una época triste, en la que un artis ta de mi categoría tiene que preguntar a un ministro de poca monta lo que puede componer y representar», citado por Wulf, Música, p. 197 y s. 112

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 5/7/1935, p. 490.

113

Ibid.

114

Ibid.

115

N. de laT. El campamento de Wallenstein (Wallensteins Lager) es el título de una

de las grandes obras en verso de Schiller, que forma parte de la trilogía del autor sobre el general Wallenstein. 116

Berlín am Morgen [Berlín de mañana], del 29/10/1931.

117

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/3/1934, p. 471.

118 119

Ibid., 19/7/1935, p. 494. Taubert, El aparato antisoviético, p. 5.

120

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,13/9/1935, p. 513 y s.

121

Joseph Goebbels, Kommunismus ohne Maske [Comunismo sin máscara], Munich,

1935, p. 5 y p. 7 (en adelante citado como Goebbels, Comunismo). 122

Ibid., p. 4 y s.; para las siguientes citas véase Ibid., p. 7,18 y 23.

123

Ésta y todas las demás citas de este párrafo están tomadas del discurso de Goeb

bels Comunismo sin máscara, p. 24 y ss. 124

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/9/1935, p. 515.

125

Ibid., 17/9/1935, p. 515.

126

Ibid., 29/4/1935, p. 488.

Notas

783

127

Ibid., 15/11/1935, p. 540: «Aplicación de las leyes sobre los judíos. Un com promiso (...). Los judíos en cuarta parte entre nosotros. Los medio judíos sólo excepcionalmente. En el nombre de Dios, para que haya paz». 128 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/11/1935, p. 540. 129 Ibid., 15/9/1935, p. 515. 130 Volker Dahm, Dasjüdische Buch im Dritten Reich [El libro judío en el Tercer Reich], parte I: Die Ausschaltung der jüdischen Autoren, Verleger und Buchhdndler [La exclusión de los autores, editores y libreros judíos], Frankfurt del Meno, 1979, columna 60 (en adelante citado como Dahm, El libro judío). 131 Véase Dahm, El libro judío, columna 60 y ss.; además, «Nichtarier auf deutschen Bühnen» [«No arios en los escenarios alemanes»], Frankfurter Zeitung del 6/3/1934, reproducido en Wulf, Teatro, p. 260. 132 «Dr. Goebbels über den geistigen und künstlerischen Umbruch im neuen Deutschland» [«Dr. Goebbels sobre la transformación intelectual y artística en la nue va Alemania»], discurso pronunciado en el segundo congreso anual de la Cámara de Cultura del Reich, en Borsenblattfür den Deutschen Buchhandel [Periódico financiero para el comercio librero alemán] del 18/11/1935. 133 Véase al respecto Dahm, El libro judío, columna 114. 134 Las protestas del ministro de Economía del Reich tuvieron lugar el 28/9,4/11 y 12/12/1935; véase Dahm, El libro judío, columna 115. 135 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/8/1935, p. 505. 136 Ibid., 11/9/1935, p. 512. 137 Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935; ahí cita el §12 del primer decreto de aplicación de la ley de la Cámara de Cultura del Reich del 1/11/1933, archivo fede ral de Coblenza, NS 8/171. 138 Cf. el memorándum del jefe del departamento de cultura del Reich integra do en el RMVP, Moraller, del 18/6/1935, reproducido en Wulf, Literatura, p. 192 y s. (aquí p. 193). 139 Bollmus, Departamento de Rosenberg, p. 80. 140 Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935; ahí se cita la circular de la «comunidad cultural nacionalsocialista» del 16/10/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 141 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/9/1935, p. 513. 142 Ibid., 27/9/1935, p. 519. 143 Ibid. 144 Ibid., 3/10/1935, p. 522. 145 Se seguía al parecer una tradición de la familia del primer marido de Magda, cuyos hijos llevaban los nombres de Hellmuth, Herbert y Harald, que ahora se com pletó por casualidad al tomar como base la letra inicial del apellido «Hitler». 146 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/10/1935, p. 526. 147 Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 148 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, ^ 149 Ibid., 24/10/1935, p. 530. 1

\\ y >«, ^

784

Goebbels

150

Goebbels a Rosenberg el 7/11/1935, archivo federal de Coblenza, NS 8/171; véase también: Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 9/11/1935, p. 537. 151 Ibid., 11/12/1935, p. 551. 152 Rosenberg a Goebbels el 22/4/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 153 Rosenberg a Goebbels el 31/3/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 154 Goebbels a Rosenberg el 20/3/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 155 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 6/4/1936, p. 596. 156 Ibid., 4/4/1936, p. 595. 157 Rosenberg a Goebbels el 22/4/1936, archivo federal de Coblenza, NS 8/171. 158 Véase Dahm, El libro judío, columna 116. 159 Directiva circular de Hinkel del 22/1/1936, archivo federal de Coblenza R 56 V/102. 160 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/2/1936, p. 573. 161 Reproducido en Domaras, Discursos, vol. I, p. 573 y s. (aquí p. 574). 162 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 14/2/1936, p. 573. 163 Esto y lo que sigue según Dahm, El libro judío, columna 134 y ss. 164 Véase Wulf, Prensa y radio, p. 74 y ss. 165 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,21/1/1936, p. 567; en octubre de 1935 la Italia fascista había invadido Abisinia desde Eritrea y el territorio somalí de Italia, anexionándosela en 1936 (el rey italiano Víctor Manuel se convirtió en emperador de Etiopía) y desviando así de Europa la atención de Londres, lo que le vino muy bien a Hitler. 166

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/1/1936, p. 567. Hans-Adolfjacobsen, NationahozialistischeAussenpolitik Í933-1938 [Política exte rior nacionalsocialista, 1933-1938], Frankfurt del Meno, Berlín, 1968, p. 417 (en ade lante citado como Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista); Friedrich Hossbach, Zivischen Wehrmacht und Hitler [Entre la Wehrmacht y Hitler], Wolfenbüttel y Hamburgo, 1949, p. 97. 168 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/2/1936, p. 575. 169 Goebbels argumentaba que el pacto de Locarno sólo se podía «implementar cuando estuviera firmado el pacto ruso» (Diario del Instituto de Historia Contem poránea, vol. 2, 29/2/1936, p. 576). 170 Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 418. 171 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/2/1936, p. 576. 172 Ibid. 167

173 174 175 176

Ibid., 2/3/1936, p. 577. Ibid., 4/3/1936, p. 578. Ibid., 6/3/1936, p. 580.

«Ya sólo queda por saber la fecha. Depende de Ginebra», Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 4/3/1936, p. 578. 177 7feid.,p.579.

Notas

785

178

Aú/., 8/3/1936, p. 581.

179

Ibid.

180

Ibid., 4/3/1936, p. 578.

181

Domarus, Discursos, vol. I, p. 582.

182

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/3/1936, p. 581; cf.

Riess, Goebbels, p. 184 y s. 183

N. de la T. Conocidos cantos bélicos. En alemán: Siegreích woll'n wir Frankreich

schlagen y Die Wacht am Rhein. 184

Sánger, Política de engaños, p. 79.

185

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 8/3/1936, p. 581 y s.

(al igual que las siguientes citas de este párrafo). 186

Ibid., 29/3/1936, p. 593.

187

Cartel, véase en Ruhl, Cotidianidad parda, p. 146.

188

Sanger, Política de engaños, p. 79.

189

Vóíkischer Beobachter del 20/4/1936.

190

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/3/1936, p. 594.

191

Sobre esta manipulación electoral cf. Domarus, Discursos, vol. I, p. 617.

192

Véase al respecto Ruhl, Cotidianidad parda, p. 146.

193

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 22/3/1936, p. 590.

194

Según información del juzgado municipal de Schóneberg/ Registro de la pro

piedad de Schwanenwerder del 12/10/1989. 195

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 29/3/1936, p. 593.

m

Ibid., 17/3/1936, p. 587.

197

Ibid., 8/4/1936, p. 597.

198

Entrevista de Max Amann por parte de K. Frank Korf el 4/4/1948, Korf-Papers,

Hoover Institution, Standford. 199

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 15/3/1936, p. 586.

200

Ibid., 22/10/1936, p. 704.

201

Ibid., 9/4/1936, p. 597 y s.

202

La transmisión a favor de Goebbels fue declarada el 1/4/1936, la entrada en el

registro de la propiedad tuvo lugar el 25/4/1936 (según información del juzgado municipal de Schóneberg/ Registro de la propiedad de Schwanenwerder del 12/10/1989). 203

N. de la T. En este tipo de mansiones, la «casa de los caballeros» (Kavaliershaus)

era en origen el edificio donde se alojaban los huéspedes de alto rango (los «caballe ros»). Después se utilizó para también albergar al personal de servicio y para otros menesteres, aunque el viejo nombre permaneció. 204

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 20/4/1936, p. 602.

205

Ibid.

206

Ibid., vol. 4,28/4/1940, p. 133.

786 207

Goebbels

El 3/10/1941 dice en su diario (archivo federal de Coblenza, NL 118/28): «Helmut cumple seis años (...). Es indispensable que se relacione con otros círculos de chicos, pues de un muchacho que crece siempre entre chicas no sale nada bueno». 208 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 13/8/1926, p. 201. 209 Ibid., vol. 2,9/4/1936, p. 598. 210 Ibid., 27/6/1936, p. 634. 211 Ibid., 9/7/1936, p. 640 y 28/8/1936, p. 668. 212 Ibid., 13/4/1936, p. 599. 213 Dahm, El libro judío, columna 136. 214 Directiva circular de Hinkel a los presidentes de las distintas c ámaras del 29/4/1936, archivo federal de Coblenza R 56 V/102. 215 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/2/1937, p. 32. 216 Para detalles sobre Hinkel v éase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 85 y ss. 217 Directiva circular de Hinkel a los presidentes de las distintas c ámaras del 29/4/1936, archivo federal de Coblenza R 56 V/102. 218 Arnd Kr üger, Die Olympischen Spiele 1936 und die Weltmeinung. Ihre Aussenpolitische Bedeutung unter Besonderer Berücksichtigung der USA [Los Juegos Olímpicos de 1936 y la opinión mundial. Su significado en política exterior atendiendo especialmente a Estados Uníaos], Berlín, Frankfurt del Meno y Munich 1972, p. 230 (en adelante citado como Krüger, Olimpiadas). 219 Sanger, Política de engaños, p. 108. 220 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 26/6/1936, p. 633. 221 Ibid., 15/8/1936, p. 662. 222 Ibid., 29/7/1936, p. 649 y 30/7/1936, p. 650. 223 Véase al respecto la documentación en el archivo federal de Coblenza R 55/509. 224 Horst Ueberhorst (Spiele unterm Hakenkreuz [Juegos bajo la esv ástica^) escribe: «La competición deportiva de las naciones se convirtió en una forma primitiva de la lucha bélica», citado por Günter Kunert, «Bühne der Macht, Stadt der Spiele: Berlin und sein Stadion» [«Escenario del poder, ciudad de los Juegos: Berlín y su estadio»], en Frankfurter Allgemeine Magazin, número 528 del 12/4/1990. 225 Francois-Poncet, Embajador, p. 304. 226 Krüger, Olimpiadas, p. 231. 227 N. de la T. Rima en alemán: Wenn die Olympiade vorbei, schlagen wir diejuden zu Brei. 228 Citado por Ibid., p. 229. 229 Volkischer Beobachter del 1/8/1936. 230 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 18/8/1936, p. 663. 231 Véase Arnd KrügeT,:Olimpiadas, p. 230; véase también archivo federal de Coblen za R 55 Zg. Rep. 304/45, las olimpiadas de Berlín de 1936 reflejadas por la prensa extranjera. 232 Pohle, Radio, p. 414 y ss. 233 Bramsted, Propaganda, p. 222.

Notas 234

787

La película fue producida por encargo de la jefatura de propaganda del NSDAP a escala del Reich, departamento principal IV (cinematografía), cuya dirección artís tica se encomendó a Leni Riefenstahl «por deseo expreso del Führer», véase Wulf, Teatro y cine, p. 387 y s. 235 por Triumph des Wiílens [Triunfo de la voluntad], Leni Riefenstahl recibió de Goebbels el Premio Nacional de Cinematografía el 1/5/1935. En la bienal deVenecia de 1935 fue galardonada por un jurado internacional con el primer premio en la sección de película documental; en 1937, en la exposición universal de París, obtuvo el Grand Prix y la medalla de oro de la nación francesa. 236 NSK-Sonderdienst. Der deutsche Film. Neue Filmaufgaben der Rekhspropagandaleitung [Servicio especial de la correspondencia del partido nacionalsocialista. El cine alemán. Nuevas misiones cinematográficas de la jefatura de propaganda del Reich] del 1/2/1934, archivo federal de Coblenza, NS 26/293. 237 Cf. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 13/10/1935, p. 526. 238 Ibid., 17/8/1935, p. 503 y 5/10/1935, p. 523. 239 Cf. Cooper C. Graham, Leni Riefenstahl and Olympia, Londres 1986, p. 264 y s. (en adelante citado como Graham, Riefenstahl). 240 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 7/11/1935, p. 537. 241 Graham, Riefenstahl, p. 21: «Goebbels seemed to a large degree interested in helping Riefenstahl» [«Goebbels parecía muy interesado en ayudar a Riefenstahl»]. 242 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 21/8/1935, p. 505. 243 Graham, Riefenstahl, p. 21 y s. 244 Citado por Graham, Riefenstahl, p. 21 y s. 245 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 17/8/1935, p. 503. 246 Ibid., 5/10/1935, p. 523. 247 Ibid., 6/8/1936, p. 655. 248 Ibid., 25/10/1936, p. 707. 249 Ibid., 6/11/1936, p. 717. 250 Ibid., 25/6/1936, p. 633 y 3-4-5/7/1936, p. 637 y ss. 251 Ibid., 16/8/1936, p. 662 y s. 252 Ibid. 253 William E Dodd, Ambassador Dodd's Diary. 1933-1938 [Diario del embajador Dodd, 1933-1938], Londres, 1941, p. 349; el 1/7/1937. Goebbels organizó otra fies ta en la isla de los pavos reales con una decoración igual de suntuosa (Diario del Ins tituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/7/1937, p. 193 y s.). 254 Descripción según Erich Ebermayer y Hans Roos (pseudónimo de Hans Otto Meissner), Gefdhrtin des Teufels. Leben und Tod der Magda Goebbels [Compañera del dia blo. Vida y muerte de Magda Goebbels], Hamburgo, 1952, p. 210 y s.; también en Francois-Poncet, Embajador, p. 305; Riess, Goebbels, p. 186. 255 William E Dodd, Ambassador Dodd's Diary. 1933-1938 [Diario del embajador Dodd, 1933-1938],LonáKs 1941, p. 349.

788

Goebbels

256

Vdlkischer Beobachter del 15/8/1936. Gustav Fróhlich, Waren das Zeiten! Mein Film-Heldenleben [¡Qué tiempos aque llos! Mi vida de héroe en el cine], Munich y Berlín 1983, p. 367 (en adelante citado como Fróhlich, Qué tiempos aquellos). 258 Fróhlich, Qué tiempos aquellos, p. 362 y s. 259 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/6/1936, p. 623. 260 Lida Baarova en una conversación con el autor el 3/9/1987 en Salzburgo; véa se también Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,19/8/1936, p. 664 y 5/9/1936, p. 673. 261 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 18/6/1933, p. 435. 262 Aid., 10/5/1936, p. 610. 263 Ibid., 24/10/1935, p. 531. 264 Ibid., 3/8/1935, p. 498. 265 Ibid. 266 Ibid., 21/9/1934, p. 476 y s. y 24/9/1934, p. 477. 267 Ibid., 7/8/1935, p. 500. 268 Con bastante probabilidad se trata en este caso de Kurt G. Lüdecke, consejero de Hitler en materia de política exterior en los años veinte y que más tarde, como comisionado especial de Hitler, buscó apoyos en Estados Unidos para el movimien to nacionalsocialista, así como nuevas fuentes de financiación; véase Jacobsen, Políti ca exterior nacionalsocialista, p. 14 y p. 529. 269 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 1/8/1936, p. 652. 270 Ibid., 2/8/1936, p. 652. 271 Ibid., p. 653. 272 Ibid., 4/8/1936, p. 654. 273 Ibid., 7/8/1936, p. 656. 274 Ibid., p. 657. 275 Ibid., 6/9/1936, p. 673. 276 La exposición sigue un texto escrito a máquina de las memorias de Baarova sin publicar (en posesión del autor), la grabación magnetofónica de una conversación del autor con la señora Baarova en Salzburgo el 3/9/87, así como las entradas del dia rio de Goebbels; de la comparación de estas tres fuentes resultan sorprendentes coin cidencias. 257

277

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 10/9/1936, p. 675. Ibid., 11/9/1936,p. 676. 279 Ibid., 12/9/1936, p. 676, allí se dice: «Despedida hacia Franzensbad». 280 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, p. 678. 2SÍ Ibid., 18/9/36, p. 680. 282 Ibid., 18/9 y 19/9/1936, p. 680. 283 Ibid., 30/9/1936, p. 690; memorias de Baarova. 284 Ibid., 30/10/1936, p. 711. 285 Ibid., 31/10/1936, p. 712. 278

Notas

789

286

Wulf, Teatro y cine, p. 94. Archivo federal de Coblenza, NS 26/968. 288 Citado en Catálogo de la exposición «Berlin, Zur Geschichte der Stadt» [«Ber lín, sobre la historia de la ciudad»] en el museo Martin-Gropius-Bau 1987, p. 543. 289 Así dice el texto del acta de donación, citado por Heiber, Goebbels, p. 260. 290 Citado por Heiber, Goebbels, p. 260. 291 Discurso de Hitler del 30/10/1936, reproducido en Domarus, Discursos, vol. I, p. 652 y s. (de aquí proceden también las siguientes citas en las que no se indica lo contrario). 292 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,31/10/1936, p. 712 y s. 287

Capítulo 11. ¡Führer, ordena, nosotros te seguimos! (1936-1939) 1

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/10/1936, p. 708. Ibid., 9/9/1936, p. 675. 3 Ibid., vol. 3,23/2/1937, p. 55. 4 Ibid. 5 Ibid., vol. 2, 8/9/1936, p. 675. 6 Texto de la ponencia de Goebbels durante el congreso del partido el 10/9/1936, en Vólkischer Beobachter del 11/9/1936. 7 Citado por Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 457 (cf. consignas diarias y semanales del RMVP, archivo federal de Coblenza, colección Brammer, ZSg 101, del 24/11/1936, p. 491). 8 Fueron publicadas el 31/3/1937; véase para más detalles Jacobsen, Política exte rior nacionalsocialista, p. 458; cf. también texto de la ponencia de Goebbels durante el congreso del partido el 10/9/1936, en Vólkischer Beobachter del 11/9/1936; Goebbels ya había lanzado una campaña similar sobre Das wahre Gesicht Soivjetrusslands [La ver dadera cara de la Rusia Soviética] en septiembre de 1930 en el Angriff, con la vista pues ta en la clase obrera de Berlín. 9 Véase, para más detalles, Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 457. 10 Instrucciones secretas a la prensa alemana, archivo federal de Coblenza, colec ción Sánger (ZSg 102) del 17/9/1936; véase también Sánger, Política de engaños, p. 345. 11 A él se adhirieron Italia en noviembre de 1937 y Manchukuo, Hungría y España en 1939. 12 Instrucciones secretas a la prensa alemana, archivo federal de Coblenza, colec ción Sánger (ZSg 102) del 25/11/1936. 13 Querschnitt durch dieTatigkeit desArbeitsgebietes Dr.Taubert (Antibolschewismus) des RMVP bis zum 31.12.1944 [Perfil de la actividad del ámbito de trabajo del Dr. Taubert (antibolchevismo) del RMVP hasta el 31/12/1944],YIVO-lmútute for Jewish Rese arch, G-PA-14 (archivo federal de Coblenza, R 55/450), p. 11. 2

790

Goebbels

14

Cf. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 31/5/1936, p. 619.

15

Ibid., 19/6/1936, p. 628.

16

Ibid., 16/6/1936, p. 627.

17

Ibid., 18/11/1936, p. 729.

18

Citado por Hans A. Münster, Publizistik [Periodismo], Leipzig 1939, p. 149.

19

Discurso de Goebbels en el cuarto congreso anual de la Cámara de Cultura del

Reich el 27/11/1936, en Volkischer Beobachter del 28/11/1936, citado por Dietrich Strothmann, «Die "Neuordnung" des Buchbesprechungswesen im 3. Reich und das Verbot der Kunstkritik» [«La "reorganización" de la crítica literaria en el Tercer Reich y la prohibición de la crítica de arte»], en Publizistik. Zeitschriftfür die Wissenschaft von Presse, Rundfunk, Film, Rhetorik, Werbung und Meinungsbildung [Periodismo. Revista para la ciencia de la prensa, radio, cinematografía, retórica, publicidad y formación de opinión], edi tada por la Deutsche Gesellschaft fiir Publizistik [Sociedad Alemana de Periodismo], año 5/1960, p. 140 y ss. (aquí p. 151). 20

Ibid., p. 151.

21

Decreto para la reestructuración de la vida cultural alemana del 27/11/1936,

citado por Wulf, Artes plásticas, p. 127 y s. (aquí p. 128). 22

Ibid.

23

Ibid.

24

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 26/10/1936, p. 707.

25

Decreto para la reestructuración de la vida cultural alemana del 27/11/1936,

citado por Wulf, Artes plásticas, p. 127 y s. (aquí p. 128). 26

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 6/2/1937, p. 35.

27

Hans Günter Hockerts, «Die Goebbels-Tagebücher 1932-1941. Eine neue

Hauptquelle zur Erforschung der Nationalsozialistischen Kirchenpolitik» [«Los dia rios de Goebbels, 1932-1941. Una nueva fuente principal para el estudio de la polí tica eclesiástica nacionalsocialista»], en Politik und Konfession. Festschriftfür Konrad Repgen zum 60 Geburtstag [Política y confesión. Publicación homenaje a Konrad Repgen por su 60 cumpleaños], editado por Dieter Albrecht, Hans Günter Hockerts, Paul Mikat, Rudolf Morsey, Berlín 1983, p. 359 y ss. (aquí p. 376). 28

Véase arriba, capítulo 3, nota 77.

29

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 23/2/1937, p. 55.

30

Ibid., 6/4/1937, p. 102.

31

Lo que sigue, según Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,

31/1/1937, p. 29 y s. 32

Ibid., 5/1/1937, p. 5.

33

N. de la T. Durante todo este párrafo se refiere, por supuesto, al color negro

asociado a la Iglesia. 34

Citado por Dieter Albrecht, «DerVatikan und das Dritte Reich» [«El Vaticano

y el Tercer Reich»], en Kirche im Nationalsozialismus [La Iglesia en el nacionalsocialismo], editado por Geschichtsverein der Diózese Rottenburg-Stuttgart [Asociación de His-

Notas

791

toria de la diócesis de Rottenburg-Stuttgart], Sigmaringen 1984, p. 31 y ss. (aquí p. 36 y s.). 35 Véase también Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,7/8/1933, p. 455: «Nosotros mismos nos convertiremos en una Iglesia». 36 Ibid., vol. 3,23/2/1937, p. 55. 37 Ibid., 13/9/1937, p. 265. 38 /fóf.,p.264. 39 40 41

Ibid., vol. 2,17/9/1935, p. 515. Ibid., vol. 3,13/9/1937, p. 264. Todas las citas de este párrafo están tomadas de Ibid., 21/3/1937, p. 87.

42

Ibid. Ibid., vol. 4,29/4/1941, p. 614, allí se sigue diciendo: «Y para estas sandeces lle vo pagando más de diez años mis impuestos eclesiásticos. Es lo que más me pesa»; cf. Speer, Memorias, p. 109: «Cuando alrededor de 1937 Hitler se enteró de que, a ins tancias del partido y de las SS, innumerables partidarios suyos se habían salido de la Iglesia porque ésta se oponía obstinadamente a los propósitos de Hitler, ordenó por razones de oportunismo que sus colaboradores más importantes, principalmente Góring y Goebbels, siguieran perteneciendo a la Iglesia. Él mismo también seguiría siendo miembro de la Iglesia católica aunque no tenía ninguna vinculación interna hacia ella». 44 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/3/1937, p. 89. 43

45

Ibid., 10/4/1937, p. 105. Ibid., 2/4/1937, p. 97. 47 Ibid., 1/5/1937,p. 129. 48 N. de la T. En alemán dice Haberfeldtreiben, una forma de sanción colectiva que se practicaba en algunas zonas rurales de Baviera contra individuos que habían aten tado contra las reglas de la comunidad transmitidas por la tradición. El ritual, cele brado de acuerdo con una reglas fijas, consistía entre otras cosas en hostigar y humi llar públicamente al sancionado mediante la lectura de versos infamantes y burlescos o causando deterioros en su casa. Se pone en relación con la tradición de los chariva ri (farsas o vituperios públicos), atestiguada en toda Europa a partir de la Edad Media. 49 Ibid., 26/4/1937, p. 124. 50 Ibid., 30/5/1937, p. 157. 5 ' Ibid., 30/4/1937, p. 128. 52 Ibid., 27/6/1937, p. 188. 53 Ibid., 30/5/1937, p. 157. 54 Ibid., 30/4/1937, p. 128. 55 Ibid., 26/5/1937, p. 153. 56 Para más detalles véase Hans Günter Hockerts, Die Sittlichkeitsprozesse gegen Katholísche Ordensangehorige und Priester 1936/37. Eine Studie zur Nationalsozialistischen Herrschaftstechnik und zum Kirchenkampf [Los procesos por delitos sexuales contra sacer dotes y miembros de órdenes católicas en 1936/37'. Un estudio sobre la técnica de dominio 46

792

Goebbels

nacionalsocialista y sobre la lucha anticlerical], Maguncia, 1971, p. 113 y ss. (en adelante citado como Hockerts, Procesos por delitos sexuales). 57 Instrucciones a la prensa, citado por Hockerts, Procesos por delitos sexuales, p. 113. 58 Esta y las citas precedentes proceden del texto del discurso, véase Vólkischer Beobachter del 30/5/1937, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115). 59 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/5/1937, p. 156. 60 Ibid., p. 156 y s. 61 «Circulan desagradables rumores sobre Funk por 175 [homosexualidad]. De inmediato salgo al paso enérgicamente», Diario del Instituto de Historia Contem poránea, vol. 3,31/12/1937, p. 387. 62 Ibid., 10/4/1937, p. 105. 63 Ibid. 64 65 66 67 68 69

Ibid., 22/2/1937, p. 53. Ibid., 11/2/1937, p. 40. Ibid., vol. 4,11/12/1940, p. 427. Ibid., vol. 3,10/12/1937, p. 363. Ibid., 5/3/1937, p. 67.

Ibid., 16/4/1937, p. 113. Hanfstaengl, 15 años, p. 319. 71 Cf. Speer, Memorias, p. 138 y s.; Hanfstaengl, 15 años, p. 199 y s.; Serge Lang, y Ernst von Schenk, Portrait eines Menschheitsverbrechens, nach den Hinterlassenen Memoiren des Ehemaligen Reichsministers Alfred Rosenberg [Retrato de un crimen contra la huma nidad, según las memorias legadas por el antiguo ministro del Reich Alfred Rosenberg], St. Gallen, 1947, p. 182: Rosenberg nunca oyó «a la mesa del Führer una buena palabra por parte de Goebbels acerca de otro (...), sino siempre su apoyo cuando se expre saba una crítica». 72 Picker, Conversaciones de sobremesa, p. 424. 73 Speer, Memorias, p. 141. 74 Ibid. 75 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,11/2/1937, p. 40. 76 Ibid. 77 Ibid., 12/2/1937, p. 41. 78 Speer, Memorias, p. 141. 79 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/4/1937, p. 109. 80 Góring a Hanfstaengl el 19/3/1937, reproducido en: Hanfstaengl, 15 años, p. 373. 81 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/3/1937, p. 76. 82 Ibid., 19/1/1938, p. 407. 83 Hanfstaengl a Himmler el 5/2/1938, BDC, expediente personal de Hanfstaengl; en el año 1942, Hanfstaengl se trasladó a los Estados Unidos como consejero del pre sidente Roosevelt. 84 Por ejemplo el lunes de Pascua y el 18 de abril, cuando Baarova, Hitler y otros invitados estuvieron allí para tomar el té. 70

Notas

793

85

Gustav Fróhlich, Waren das Zeiten! Mein Film-Heldenleben [¡Qué tiempos aquellos! Mi vida de héroe en el cine], Munich y Berlín, 1983, p. 157. 86 87 88 89 90 91 92 93 94 95 96 97 98

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/2/1937, p. 57. Ibid., 5/9/1937, p. 255. Ibid., 23/3/1937, p. 88. Ibid., 13/1/1937, p. 9. Ibid., 20/1/1937, p. 15 y s. Ibid., 17/1/1937, p. 13. Ibid., 20/1/1937, p. 15 y s. Ibid., 13/1/1937, p. 9. Ibid., 26/1/1937, p. 23. Ibid., 21/4/1937, p. 120. Ibid., 26/5/1937, p. 153. Díe Filmwoche [La semana de cine] del 4/10/1937. Licht-Bild-Bühne [La escena de proyecciones] del 4/9/1937.

99

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,14/1/1937, p. 10. Ibid., 13/3/1937, p. 76. m Ibid., 20/3/1937, p. 85 y s. 102 ftid., 5/5/1937, p. 135. 100

103

Ibid., 12/5/1937, p. 141. Ibid., 11/9/1937, p. 262. 105 Ibid., 6/10/1937, p. 290. 106 ftiá., 7/10/1937, p. 291. 107 ftiá., 8/12/1937, p. 360. m

108

Véase Wulf, Teatro y cine, p. 306 y s. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/11/1937, p. 332. 110 Ibid., 19/11/1937, p. 339. m Ibid., 5/6/1937, p. 166. 112 Citado por Heiber, Goebbels, p. 196. 113 Entre otras en Wurtzburgo, en el semestre de invierno de 1918/19, con el pro fesor Knapp: «Vom Impressionismus zum Kubismus. Geschichte der Modernen Kunst» [«Del impresionismo al cubismo. Historia del arte moderno»] (véase certificación aca démica de Goebbels del semestre de invierno de 1918/19, archivo federal de Coblenza,NL 118/113). 109

114 115 116

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 2/7/1933, p. 441. Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 15.

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 5/6/1937, p. 166. Karl-Heinz Meissner constata que existió una «relación directa y causal» entre los desaciertos de Schweitzer y la exposición muniquesa «Entartete Kunst» [«Arte degenerado»] («München ist ein heisser Boden. Aber wir gewinnen ihn alímahlich doch». Münchener Akademien, Galerien und Museen im Ausstellungsjahr 1937 [«Munich es un terreno difícil, pero poco a poco lo vamos conquistando». Academias, galerías y mu117

794

Goebbels

seos de Munich en el año de la exposición 1937], en Die «Kunststadt» München 1937. Nationalsozialismus und «Entartete Kunst» [La «ciudad del arte» Munich en 1937. El nacionalsocialismo y el «arte degenerado»], editado por Peter-Klaus Schuster, Munich, 1987, p. 37 y ss. (aquí p. 44) (en adelante citado como Schuster, «Ciudad del arte» Munich); véanse al respecto las entradas del diario: «El Führer (...). Ha expresado a Funk sus quejas sobre Schweitzer. Con razón, pues es un enclenque y no tiene buen gusto. Pero el escándalo por la selección de cuadros en Munich se lo han endosado los picaros muniqueses porque estaba ausente. ¡Viejo método!» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 18/6/1937, p. 177) y al día siguiente: «Se planea una exposición de la decadencia para Munich» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,19/6/1937, p. 178). 118 «El Führer emite una opinión muy dura sobre Schweitzer. (...) No tiene gus to, ni acierto en el estilo», Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 30/6/1937, p. 190. 119 AdolfWagner era al mismo tiempo ministro del Estado bávaro de Enseñanza y Cultura y, por tanto, estaba subordinado a Bernhard Rust. 120 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 8/5/1937, p. 138. 121

Ibid., vol. 2,22/11/1936, p. 733. Wulf, Artes plásticas, p. 153 (nota 1). 123 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/6/1937, p. 172. 124 Ibid., 30/6/1937, p. 190. 125 Goebbels a Ziegler el 30/6/1937, documento reproducido en: Schuster, «Ciu dad del arte» Munich, p. 219; sin embargo, Ziegler no se limitó a las obras de artistas alemanes producidas después de 1910, tal como indicaba la autorización, sino que desde las postrimerías del verano de 1937 hizo que se incautaran también cuadros de Van Gogh, Cézanne, Munch, Matisse y otros, que se almacenaron en un depósito de la Kópenicker Strasse; véase al respecto Armin Zweite, Franz Hofmann und die Stadtische Galerie 1937 [Franz Hofmann y la Galería Municipal en 1937], en Ibid., p. 261 y ss. (aquí p. 283); el 31/5/1938 siguió la «ley sobre la confiscación de productos del arte degenerado». 126 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/8/1937, p. 223. 127 Escrito de la Academia Prusiana de las Artes del 8/7/1937, reproducido en Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 188. 122

128

Wulf, Artes plásticas, p. 40; Rosenberg había rechazado la solicitud de Nolde para ingresar en la «Liga para la defensa de la cultura alemana». 129 Citado por Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 24. 130 Piper, Política artística nacionalsocialista, p. 188. 131 Discurso de Hitler en Münchener Neueste Nachrichten [Ultimas noticias de Munich] del 19/7/1937. 132

Titular del Volkischer Beobachter del 20/7/1937. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1,29/8/1924, p. 78: «Una bailarina española de Nolde. Colores maravillosos. (...) Lo que más me impresiona 133

Notas

795

es una escultura. Barlach:Berserker [Guerrero furibundo]. Ése es el sentido del expresionismo. La concisión elevada a una grandiosa representación». 134 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/7/1937, p. 204. 135 Volkischer Beobachter del 19/7/1937. 136 Discurso de Ziegler con motivo de la inauguración de la exposición «Entartete Kunst» [«Arte degenerado»] del 19/7/1937, reproducido en Schuster, «Ciudad del arte» Munich, p. 217 y s. (aquí p. 217). 137 Heiber, Goebbels, p. 198. 138 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,11/2/1937, p. 40: «Vuel vo a acometer enérgicos intentos en la cuestión judía por lo que se refiere al bol chevismo. Carteles y prensa. El Führer entusiasmado». 139 /W., 26/11/1937, p. 346. 140 Ibid., 3/12/1937, p. 354. 141 Ibid., 3/3/1937, p. 64 y 3/2/1937, p. 32. 142 Ibid., 30/4/1937, p. 108 y vol. 4,20/1/1941, p. 472. 143 N. de la T. Juego de palabras intraducibie. En alemán el eslogan reza: Wer móchte nicht einmal Fróhlich sein? Fróhlich era el apellido del compañero sentimental de Lida Baarova, Gustav Fróhlich.Werner Finck pronunció esta frase cuando ya se rumo reaba acerca de la relación de Goebbels con Baarova: ¿a quién no le gustaría alguna vez ser Fróhlich? (para en su lugar disfrutar de la hermosa actriz checa). La gracia está en que el adjetivo fróhlich significa en alemán «feliz», de manera que el eslogan se inter preta simultáneamente como: ¿quién no quiere ser feliz por un día? 144 Diario de Hassell, p. 476 (nota 2). 145 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 25/12/1937, p. 382. 146 Ibid., 4/11/1937, p. 324. 147 Ibid., 9/12/1937, p. 361. 148 Ibid., 15/12/1937, p. 369. 149 Ibid., 30/11/1937, p. 351. 150 Véase Ibid., 31/1/1937, p. 29: «.. .Parlamento (...) Discurso del Führer (...) Se fijan 300.000 marcos al año para el Premio Nacional de Arte y Ciencia. Consigo el decreto de aplicación. El premio Nobel prohibido para los alemanes». 151 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/11/1936, p. 737. 152 Ibid., vol. 3,27/7/1937, p. 213. 153 Ibid., 3/9/1937, p. 252. 154 Robert M.W. Kempner, «Der Kampf gegen die Kirche. Aus UnverófFentlichtenTagebüchern Alfred Rosenbergs» [«La lucha contra la Iglesia. Del diario no publi cado de Alfred Rosenberg»], en Der Monat. Eine internationale Zeitschrift [El mes. Una revista internacional], año 1/julio de 1949, n° 10, p. 26 y ss. (aquí entrada: después del congreso del partido de 1937, p. 31). 155 Volkischer Beobachter del 10/9/1937. 156 Citado por Jacobsen, Política exterior nacionalsocialista, p. 460. 157 Ibid., p. 835. 158 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 10/9/1937, p. 261.

796 159 160 161 162 163 164

165 166 167 168 169 170 171 172 173 174 175

176 177 178 179 180

Goebbels Ibid., 26/9/1937, p. 279. Citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 288. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 25/9/1937, p. 278. Ibid., 28/9/1937, p. 281. Ibid., 29/9/1937, p. 283. Ibid.

Ibid., 1/10/1937, p. 285. Ibid., 30/9/1937, p. 284. Ibid. Ibid. Ibid., 7/11/1937, p. 328. Ibid., 14/9/1937, p. 266. Ibid., 3/8/1937, p. 223. ADAP, serie D, vol. 1, n° 93. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 27/1/1938, p. 416. Ibid. Ibid., p. 415.

Ibid., Ibid., Ibid., Ibid.,

1/2/1938, p. 423. 29/1/1938, p. 419. 28/1/1938, p. 417. 31/1/1938, p. 422.

Ibid. Ibid., 28/1/1938, p. 417. 182 Ibid. y 31/8/1938, p. 422. 183 Ibid., 28/1/1938, p. 417. 184 Ibid., 17/1/1938, p. 405. 185 Ibid., 30/1 /1938,p. 421. 186 Ibid., 6/2/1938, p. 433. 187 /Wá., 30/1/1938, p. 421. 188 N. de laT. En alemán dice que lo han desenmascarado como «175»: así se lla maba coloquial y peyorativamente a los homosexuales, dado que el artículo 175 del código penal era el que trataba esta cuestión. 189 Ibid., 1/2/1938, p. 423. 190 /feid.,p.424. 191 Ibid., 12/8/1938, p. 505. 192 Ibid., 1/2/1938, p. 424. 193 Ibid., 6/2/1938, p. 434. 194 Ibid., 5/2/1938, p. 431. 195 Ibid., 6/2/1938, p. 432. 196 Ibid., 6/3/1937, p. 68. 197 Ibid., vol. 4,1/4/1941, p. 562. 198 Ibid., vol. 3,27/10/1937, p. 315. 181

Notas

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199

Ibid., vol. 2, 7/12/1935, p. 550. Ibid., vol. 3, 6/3/1937, p. 68. 201 Ibid., 1/2/1938, p. 424. 202 Ibid., 29/10/1937, p. 318. 203 /biá., 20/1/1938, p. 408. 204 Ibid., 29/10/1937, p. 318. 205 Domaras, Discursos, vol. 1, p. 787 (nota 62). 206 Ai-<í.,p.788. 200

207

/fóí.,p.790. Declaración de Wilhelm Keitel en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 568. 209 Texto del llamamiento de Schuschnigg al plebiscito fijado para el 13 de mar zo, citado por Domarus, Discursos, vol. 1, p. 807. 210 Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938, reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938. 211 Reproducido en Domarus, Discursos, vol. I, p. 809. 212 Declaración de Franz von Papen en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 354; de ahí están tomadas también las dos citas precedentes. 213 Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938, reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938. 214 Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 811, nota 120. 215 Speer, Memorias, p. 123. 216 Goebbels en su discurso radiado con motivo del cumpleaños de Hitler en 1938, reproducido en Vólkischer Beobachter del 21/4/1938. 217 Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 816 y s. 218 Veit Harían, Im Schatten meiner Filme. Selbstbiogmphie [A la sombra de mis pelícu las. Autobiografía], Gütersloh, 1966, p. 83 (en adelante citado como Harían, Autobiografia). 219 Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 822 y s. 220 Ibid., p. 824. 221 Ibid., p. 825 y s. 222 «Veránderungen im Reichsministerium mrVolksaufklárung und Propaganda» [«Cambios en el ministerio del Reich para la Educación Popular y la Propaganda»], Hamburger Fremdenblatt del 5/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/1338. 223 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/12/1937, p. 353. 224 Ibid., 19/7/1938, p. 485. 225 Ibid., 19/6/1938, p. 460. 226 Ibid., 21/6/1938, p. 462. 227 Discurso ante los líderes del partido el 19/3/1938 en Berlín, citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 289 y ss. (aquí p. 291). 228 Reportaje de Goebbels sobre la visita de Hitler aViena el 9/4/1938, reprodu cido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 299 y ss. (aquí p. 302). 229 Ruhl, Cotidianidad parda, p. 149. 208

798

Goebbels

230

Volkischer Beobachter del 21/4/1938. Hans Erik Hausner, Zeitbild: Das historische Nachrichtenmagazin. Der Zweite Weltkrieg [Zeitbild: La revista de noticias históricas. La Segunda Guerra Mundial],,Viena y Heidelberg, 1979, p. 25. 232 Ibid., p. 26; cf. también Kershaw, Mito, p. 118 y ss. 233 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/11/1937, p. 344. 234 Ibid, 26/11/1937, p. 347. 235 Domarus, Discursos, vol. I, p. 855. 236 Volkischer Beobachter del 6/5/1938 y del 7/5/1938. 237 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/11/1937, p. 324. 238 Ibid., 28/12/1937, p. 385. 239 Descripción detallada de la tarde y lista pormenorizada de invitados en: Cooper C.Graham, Leni Riefenstahl and Olympia, Londres 1986, p. 186 y ss. 240 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 31/8/1938, p. 523; véase Wolfgang Sche{ñer,Judenvervolgung im Dritten Reich 1933-1945 [Persecución de los judíos en el Tercer Reich, 1933-1945], Berlín, 1960, p. 27 y ss. 241 «Goebbels über die Auseinandersetzung mit den Juden. Eine Rede bei der Berliner Sonnwendfeier» [«Goebbels sobre el conflicto con los judíos. Un discurso pro nunciado en la fiesta del solsticio berlinesa»], en Deutsche Allgemeine Zeitung del 23/6/1938, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115). 242 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 22/6/1938, p. 463. 243 Ibid., 4/6/1938, p. 448 y s. 244 Ibid., 11/6/1938, p. 452. 245 Ibid., 19/6/1938, p. 460. 246 Ibid., 22/6/1938, p. 463. 247 «Goebbels über die Auseinandersetzung mit den Juden. Eine Rede bei der Berliner Sonnwendfeier» [«Goebbels sobre el conflicto con los judíos. Un discurso pro nunciado en la fiesta del solsticio berlinesa»], en Deutsche Allgemeine Zeitung del 23/6/1938, archivo federal de Coblenza, colección Schumacher (SS 115). 248 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/6/1938, p. 460. 231

249

Ibid., 22/6/1938, p. 463. Ibid., 6/7/1938, p. 473. 251 Ibid., 22/6/1938, p. 463. 252 Ibid. 253 Ibid. 254 Ibid., 25/7/1938, p. 490. 255 Ibid., 4/8/1938, p. 500. 256 Ibid., 25/7/1938, p. 490. 257 Informe del abogado Krech, Berlín Oeste, del 11/10/1954 respecto a la «bús queda del doctor Goebbels por ser curador sucesorio», 5.II.623/54 y 5.II.210/54. 258 Según las entradas en el registro del juzgado municipal de Schóneberg/registro de la propiedad de Schwanenwerder, el 8 de junio de 1939 Goebbels vendió al 250

Notas

799

industrial Alfred Ludwig de Osnabrück una parte del terreno de la Inselstrasse 12/14 por 180.000 marcos del Reich (según la información del juzgado municipal de Schóneberg/registro de la propiedad de Schwanenwerder del 12/10/1989). En el año 1941 alquiló además la casa «tras una pequeña lucha» con este «gordo capitalista» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/3/1941, p. 558 y entrada del 24/3/1941, p. 550). 259 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/8/1937, p. 223. 260 Ibid., 3/6/1938, p. 446 y s. 261 Ibid., 10/8/1938, p. 504. 262 Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21; véase tam bién Eberhard Schwarzenbeck, Nationalsozialistische Pressepolitik und die Sudetenkrise [La política periodística nacionalsocialista y la crisis de los Sudetes], Munich, 1979. 263 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/6/1938, p. 446 y s. 264 Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg el 28/6/1946, IMT, vol. XVII, p. 266. 265 Véase declaración de Hans Fritzsche el 7/1/1946, IMT, documento 3469-PS, vol. XXXII, p. 319. 266 Stephan, Goebbels, p. 105. 267 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/6/1938, p. 446 y s. 268 Ibid., 24/8/1938, p. 516. 269 Para más detalles sobre Naumann véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 54 y ss. 270 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/7/1938, p. 484 y s.: «...conversación seria con Hanke sobre las perspectivas de la guerra. (...) En este momento todos estamos un poco desconcertados»; Ibid., 28/8/1938, p. 520: «...con Hanke y Naumann (...) El tema candente: la guerra y Praga. Ahora mismo estas cues tiones pesan sobre todos». 271 Ibid., 1/9/1938, p. 525. 272 Ibid., 28/8/1938, p. 520. 273 Ibid., 16/7/1938, p. 482. 274 Ibid., 19/7/1938, p. 485. 275 Ibid., 17/7/1938, p. 483. 276 Ibid., 19/7/1938, p. 485; Ibid., 24/8/1938, p. 516. 217 Ibid., 19/8/1938, p. 511. 278 Ibid., 30/8/1938, p. 521 y s.: «Randolph (el agregado de prensa de Goebbels en Londres —el autor—) me informa sobre Londres. Lo que Inglaterra hará en caso de un conflicto sangriento, nadie lo sabe. Randolph piensa que intervenir. No lo creo. Si se le da al gobierno inglés la posibilidad de justificar su no actuación ante su pro pio pueblo, si además está afianzada nuestra frontera occidental, Londres sólo protes tará. Pero eso no es más que una cuestión de presentimiento». 279 Ibid., 22/7/1938, p. 487. 280 Ibid., p. 488; la historia del martirio del joven Hitler en Austria, que compren día por su propia juventud, procede del discurso de Goebbels con motivo del cua-

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renta y nueve cumpleaños de Hitler, pronunciado el 19 de abril de 1938, Volkischer Beobachter del 21/4/1938; véase Bramsted, Propaganda, p. 295 y diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 9/8/1932, p. 219. 281 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 2/7/1938, p. 471. 282 Ibid., 5/8/1938, p. 501. 283 «En casa Magda tenía una importante entrevista. Es para mí de gran trascen dencia», Ibid., 5/8/1938, p. 501. 284 «Espero que ahora se vuelva a fijar pronto un nuevo objetivo. Lo necesito. Los últimos meses me han consumido mucho», seguía diciendo allí. (Ibid., 6/8/1938, p. 501). 285 Alá., 14/8/1938, p. 507. 286 Diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64. 287 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513. 288 Ibid., 16/8/1938, p. 508. 289 Ibid. 290 «Co n el Füh rer.Vuelvo a ten er un largo ca mbio de impresio nes co n él ( . . . ) . Ya casi no veo ninguna solución», Ibid., 17/8/1938, p. 509. 291 Ibid., 16/8/1938, p. 508 y 21/8/1938, p. 513; véase diario de Hassell, entrada del 10/10/1938, p. 57. 292 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513. 293 Ibid., 16/8/1938, p. 508. 294 Ibid., 18/8/1938, p. 509. 295 Ibid., 20/8/1938, p. 513; Ibid., 18/8/1938, p. 509; Ibid., 19/8/1938, p. 510. 296 Ibid., 18/8/1938, p. 509 y s. 297 «Me dirijo a casa de mi madre, que es tan buena y cariñosa conmigo. Allí me siento de verdad en casa. María está completamente de mi parte (...). Me alegro de ver a mi madre, que es enternecedora (...). Otra vez de visita a mi madre y a María (...). De lo contrario me siento tan solo que no lo puedo soportar», Ibid., 19/8/1938, p. 510 y s.; «Visito a mi madre, que está muy enferma (...). Reflexiono con ella. Es la persona más cercana a mí (...). Un buen rato sentado con mi madre y con María. Es una tarde muy triste», Ibid., 20-21/8/1938, p. 513. 299 Ibid., 17/8/1938, p. 509. 299 Ibid., 21/8/1938, p. 513. 300 Ibid., 22/8/1938, p. 514 y s. 301 Ibid. 302 Ibid., 21/8/1938, p. 514. Mi Ibid., 1/9/1938, p. 525. 304 Ibid. 305 Ibid., 21/8/1938,p. 513, véase también Ibid., 13/8/1938,p. 506: «El trabajo de nuestro ministerio para el caso de urgencia se desarrolla ahora a muy gran escala». 306 Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149; véanse escritos de Blau, el espe cialista que trabajaba en el laboratorio psicológico del ministerio de Guerra del Reich, Propaganda (1935) y Geistige Kriegfühmng [Beligerancia intelectual] (1937).

Notas 307

801

Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 16/9/1937, p. 268, Ibid., 19/9/1937, p. 271. 308 Ibid., 30/7/1938, p. 495. 309 Véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149; Longerich, Propagandistas, p. 116 y ss.; Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 127 y ss. M0 Ibid.,p. 127 y s. 311 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 13/8/1938, p. 506; véase Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 149. 312 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/8/1938, p. 513; al comienzo de la guerra en verano de 1939 había 15 compañías de propaganda en con diciones de operar. 313 Ibid., 1/8/1938, p. 497. 314 Domarus, Discursos, vol. I, p. 923. 315 William L. Shirer, Berlin Diary, Londres, 1941, p. 118 y s., citado por Alan Bullock, Hitler. Eíne Studie über Tyrannei [Hitler. Un estudio sobre la tiranía], Kronberg, 1977, p. 445 (en adelante citado como Bullock, Hitler). 316 Hill, Papeles de Weizsdcker, entradas del 9/10/1938 y de mediados de octubre de 1939 (retrospectiva), p. 145 y 171; el presidente del Banco del Reich, Schacht, con tó al embajador von Hassell el 15/9/1938 que Goebbels estaba «en contra de una irreflexiva política bélica» (diario de Hassell, entrada del 17/9/1938, p. 52). 317 Véase Hill, Papeles de Weizsdcker, entrada de mediados de octubre de 1939 (retros pectiva), p. 171: «El mariscal de campo Góring me dijo unas semanas después de la conferencia de Munich que sabía que dos razones habían movido al Führer a elegir el procedimiento pacífico: la duda de que el pueblo alemán quisiera la guerra y la duda de si Mussolini no le dejaría plantado en caso contrario»; Marianne vonWeizsa'cker a la madre de Ernst von Weizsácker el 30/10/1938, Ibid., p. 144: «Ernst atri buye el mérito principal en los últimos días, además de al Führer, a Hermann Goring, (...) a quien tenía en gran estima.También Goebbels debió de prestar un buen ser vicio en su puesto, como informador»; cf. también Bullock, Hitler, p. 453. 318 Citado por Domarus, Discursos, vol. I, p. 946. 319 Cf. Bullock, Hitler, p. 453. 320 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,18/10/1938, p. 525 y s. 321 David Irving, HitlersWeg zum Krieg [El camino de Hitler hacia la guerra], Herrsching, 1978, p. 299 y s. (en adelante citado como Irving, Camino de Hitler). 322 Véase la imagen y el pie de imagen en el Vólkischer Beobachter del 25/10/1938; se dice que en el diario de Bormann el 23/10 como fecha de este encuentro está anotado con signo de interrogación, véase Irving, Camino de Hitler, p. 301; también Heiber, Goebbels, menciona esta fecha, p. 277; por el contrario, Domarus apunta el 24/10 (Discursos, vol. I, p. 961). 323 Diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64 y s. 324 Hanke a Urban, uno de los más antiguos colaboradores políticos de Rosen berg, diario de Rosenberg, Ibid., p. 64.

802 325

Goebbels

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 16/7/1938, p. 482. Nota de Rudolf Likus a Ribbentrop el 3/11/1938: «Escenas de escándalo en el Gloria-Palast desde el viernes al domingo con la proyección de la película Spieler [El jugador]. Lida Baarova recibe una pitada. El lunes se quita la película del progra ma» (Ministerio de Exteriores, serie 43, 29 042); véase también diario de Hassell, entrada del 30/1/1939, p. 79. 327 Relato según Géza von Cziffra: Es war eine rauschende Ballnacht. Eine Sittengeschichte des deutschen Films [Fue una grandiosa noche de baile. Una historia de las costumbres del cine alemán] , Fran kfurt del Meno y Berlín, 1987, p. 149 y s. 328 Dos años después de que laWehrmacht alemana invadiera el denominado «res to de Chequia» el 15/3/1939, Lida Baarova, que vivía en Praga, seguía sin ser moles tada. En primavera de 1941 se le prohibió también actuar allí. Ante la aproximación de las tropas rusas, huyó con amigos al territorio ocupado por los americanos. En la confusión de la última fase de la guerra fue entregada a los comunistas, que la hicie ron comparecer en Praga ante el Tribunal del Pueblo como colaboracionista. Fue con denada por traición a la patria. Durante los interrogatorios por parte de los oficiales rusos, su madre murió de un ataque cardiaco; a su hermana Zorka, también actriz, se le impuso la prohibición de actuar y después se suicidó.Tras pasar dieciséis meses en la cárcel, finalmente fue indultada y puesta en libertad gracias a la intervención del sobrino de un ministro checo.Jan Kopetzky, con el que más tarde se casó. 329 Günther Gillessen, «Der Organisierte Ausbruch des Hasses. Die "Reichskristallnacht" vor 50 Jahren» [«El estallido organizado del odio. La "Noche de los Cris tales Rotos" hace 50 años»]. Suplemento del FAZ (FrankfurterAllgemeine Zeitung) del 5/11/1988 (en adelante citado como Gillessen, Noche de los Cristales Rotos). 330 Volkischer Beobachter del 8/11/1938. 331 Inge Deutschkron, Ich trug dengelben Stern [Yo llev é la estrella amarilla], Munich, 1985, p. 36. 332 Hermann Graml, Reichskristallnacht.Antisemitismus undJudenverfolgung im Dritten Reich [La Noche de los Cristales Rotos. Antisemitismo y persecuci ón de los judíos en el Tercer Reich], Munich, 1988, p. 17 (en adelante citado como Graml, Noche de los Cris tales Rotos). 333 N. de laT. La Orden de la Sangre (Blutorden) fue fundada por Hitler en 1934 y su insignia se concedió principalmente a aquellas personas que habían participado de forma activa en el golpe de 1923. 334 Documento 3063-PS, IMT, vol. XXXII, p. 21. 335 Gillessen, Noche de los Cristales Rotos. 336 Bramsted, Propaganda, p. 506. 337 Gillessen, Noche de los Cristales Rotos. 338 Acta del diálogo de Ribbentrop-Bonnet, ADAP, serie D, vol. 4, doc. 372. 339 Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 210. 340 Anotación del comandante Engel del 11/11/1938, citado por Heinz Lauber, Judenpogrom: «Reichskristallnacht» November 1938 in Grossdeutschland. Daten, Fakten, 326

Notas

803

Dokumente, Quellentexte, Thesen und Bewertungen [Pogromo contra los judíos: «La Noche de los Cristales Rotos» de noviembre de 1938 en la Gran Alemania. Datos, hechos, documentos, fuentes, tesis y valoraciones], Gerlingen, 1981, p. 178; esto también lo afirmó Góring en Nuremberg, IMT, vol. IX, p. 312 y ss. 341 Declaración de Hermann Góring en Nuremberg, IMT, vol. IX, p. 312 y ss. 342 Declaración de Walther Funk en Nuremberg, IMT, vol. XIII, p. 131. 343 Gerald Reitlinger, Die Endlósung. Hitlers Versuch der Ausrottung derjuden Europas 1939-1945 [La solución final. El intento de Hitler por exterminar a los judíos de Europa, 1939-1945], 5a ed., Berlín 1979, p. 18; el acta de la deliberación se encuentra como documento 1816-PS en IMT, vol. XXVIII, p. 499 y ss. 344 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12-13/11/1938, p. 532 ys. 345 Ibid., 13/11/1938, p. 533. 346 Volkischer Beobachter del 14/11/1938. 347 Decreto del 24/1/1939, H. G. Adler, H.G., Der verwaltete Mensch. Studien zur Deportation derjuden aus Deutschland [La administración del ser humano. Estudios sobre la deportación de los judíos de Alemania],Tubinga 1974, p. 71 y 85 (en adelante citado como Adler, Deportación); véase también carta de Góring a Heydrich del 31/7/1941, IMT, doc. 710-PS, vol. XXVI, p. 266 y s. 348 Goebbels en el congreso anual de la C ámara de Cultura del Reich el 25/11/1938, en Volkischer Beobachter del 26/11/1938. 349 Ibid., 20/11/1938. 350 N. de la T. Aquí se utiliza el término Alljuda, concepto hegeliano que expresa la síntesis entre el judaismo y el sionismo. 351 Ibid., 10/11/1938. 352 Gillessen, Noche de los Cristales Rotos. 353 Ibid.; véase Graml, Noche de los Cristales Rotos, p. 37. 354 Volkischer Beobachter del 11/11/1938; Rede Hitlers vor der deutschen Presse (10. November 1938), mit Vorbemerkungen von Wilhelm Treue [Discurso de Hitler ante la pren sa alemana (10 de noviembre de 1938), con observaciones introductorias deWilhelm Treue], en:VfZG, año 6/1958, p. 175 y ss. (en adelante citado como Treue, Discurso confidencial). 355 Treue, Discurso confidencial, p. 183. 356 Ibid., p. 182 y s. 357 Reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 309 y ss. (aquí p. 316 y p. 320); véase Jutta Sywottek, Mobilmachungjür den Totalen Krieg. Die Propagandisiische Vorbereitung der Deutschen Bevolkerung aufden Zweiten Weltkrieg [Movilización para la gue rra total. La preparación propagandística de la población alemana para la Segunda Guerra Mun dial], Opladen, 1976, p. 165 y s. (en adelante citado como Sywottek, Movilización). 358 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 309 y ss. (aquí p. 327 y s.); el discurso también se distribuyó en forma de octavilla durante la «campaña electoral» diri a los alemanes de los Sudetes; véase Sywottek, Movilización, p. 165.

804

Goebbels

359

Directiva de prensa del RMVP del 19/10/1938, citado por Sywottek, Movili zación, p. 166 y s. 360 Citado por Ibid.,p. 166. 361 Conferencia de prensa del 9/5/1939, archivo federal de Coblenza, colección Sanger (ZSg 102/13). 362 Escrito del jefe de la sección de prensa del OKW [Alto Mando de la Wehrmacht], Hasso von Wedel, al departamento interno del OKW responsable del con trol de la literatura, 6/5/1939, citado por Sywottek, Movilización, p. 167. 363 Ibid., p. 169. 364 Diario de Hassell, entrada del 26/1/1939, p. 82. 365 Ibid., entrada del 10/10/1938, p. 57. 366 Speer, Memorias, p. 161. 367 Diario de Rosenberg, 6/2/1939, p. 66. 368 Rosenberg a Darré el 1/3/1939 durante una recepción de Hitler al cuerpo diplomático, en Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66. 369 Ibid., entrada del 6/2/1939, p. 63 y ss. (aquí p. 64 y s.), de ahí proceden tam bién las siguientes citas de este párrafo. 370 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 1/11/1938, p. 526. 371 Ibid., 3/11/1938, p. 528 y diario de Rosenberg, entrada del 6/2/1939, p. 64. 372 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/11/1938, p. 528. 373 Ibid., 12/11/1938, p. 532. ™Ibid., 17/11/1938, p. 536. 375 Ibid., 10/12/1938, p. 545. 376 Ibid., 30/12/1938, p. 551. 377 Ibid., 9/12/1938, p. 545. 378 Ibid., 30/12/1938, p. 551; véase también diario de Hassell, entrada del 30/1/1939, p.79. 379 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/1/1939, p. 553. xo Ibid., 1/1/1939, p. 552. 381

Ibid., 3/1/1939, p. 553. Ibid., 4/1/1939, p. 553. 383 Ibid. 384 Ibid., 18/1/1939, p. 556. 385 Ibid., 8/1/1939, p. 554. 386 Ibid., 17/1/1939, p. 555. 387 A ello alude una observación durante una conversación entre Amann y Rosen berg en enero de 1940: «Amann (...) informó sobre una entrevista con el doctor G.(oebbels). A.(mann) había establecido editores y redactores en Polonia. Luego G. "inspeccionó" y despidió de nuevo a la gente. Entonces A. se dirigió a G. en el minis terio y le dijo sus verdades durante dos horas. Que qué se había pensado, que qué se creía con su miserable ministerio. Nadie quería ya saber nada de él.Todos los jefes de distrito lo rechazaban unánimemente, etc. Goebbels permaneció allí sentado en esta382

Notas

805

do lastimoso: Querido compañero A., si nos separamos, he ofrecido mi dimisión al Führer ya hace un año», diario de Rosenberg, entrada del 19/1/1940, p. 96. 388 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 18/1/1939, p. 556. ™ Ibid., 19/1/1939, p. 556. 390 Ibid., 20/1/1939, p. 557. 391 Ibid., 21 léase 22/1/1939, p. 559. 392 Ibid., 20/1/1939, p. 557. 393 Ibid., 24 léase 25/1/1939, p. 561. 394 Citado por Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.053. 395 Ibid., vol. I, p. 927. 396 Hitler en su discurso confidencial ante representantes de la prensa el 10/11/1938, reproducido en Ibid., vol. I, p. 973 y ss. (aquí p. 976). 397 Sobre sus reproches a los intelectuales, Ibid., p. 975 y s. 398 Treue, Discurso confidencial, p. 188. 399 En Joseph Goebbels, Die Zeit ohne Beispiel. Reden und Aufsdtze aus denjahren 1939/1940/41 [Un tiempo sin precedentes. Discursos y artículos de los años 1939/40/41], Munich, 1941, p. 17 y ss. (aquí p. 19) (en adelante citado como Goebbels, Tiempo sin precedentes); de aquí procede el resto de citas de este párrafo donde no se indica de otra forma. 400 Joseph Goebbels, «Wer will den Krieg?» [«¿Quién quiere la guerra?»] del 1/4/1939 en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 90 y ss. (aquí p. 91). 401 Vdlkischer Beobachter del 4/2/1939. 402 Ibid., 11/2/1939. 403 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 10/2/1939, p. 571. 404 «El peor enemigo de toda propaganda es el intelectualismo», Ibid., vol. 4, 15/12/1940, p. 422. 405 Lochner, Diarios de Goebbels, 29/1/1942, p. 62; Goebbels manifestó esta mis ma opinión repetidas veces en su diario. En la entrada del 3/1/1940 (Diario del Ins tituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 2) dice: «Hay que repetir siempre lo mis mo en formas siempre distintas (...). El pueblo (...) debe estar completamente imbuido de nuestras ideas gracias a la constante repetición. ¡Hasta que todo quede bien asen tado!»; y el 8/2/1940 (Ibid., p. 36): «La propaganda es repetir, repetir eternamente». 406 Ibid., vol. 2, 8/2/1932, p. 124 (Kaiserhoí). 407 Hans Fritzsche proporcionó ejemplos en su declaración en Nuremberg del 7/1/1946, IMT, vol. XXXII, documento 3469-PS, p. 305 y ss. (aquí p. 319). m Ibid., p. 320. 409 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.091. 410 Ibid.,p. 1.092. 411 Acontecimientos de la visita de Hacha según: Ibid., p. 1.093 y ss.; en realidad, la entrada de las tropas alemanas comenzó ya el 14/3/1939, pero se indicó a la pren sa que no era «oportuno dar demasiada importancia a esta fecha (...) la fecha del 14 debe pasar a un segundo plano» (archivo federal de Coblenza, colección Sánger, ZSg. 102/15).

806

Goebbels

412

Joseph Goebbels, «Die Grosse Zeit» [«El gran momento»], del 18/3/1939, en

Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 70 y ss. (aquí p. 72). 413

Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.095.

414

Ralf Georg Reuth, Erwin Rommel. Des Führers General [Erwin Rommel. El gene

ral del Führer], Munich, 1987, p. 24 y s. (en adelante citado como Reuth, Rommet). 415

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/3/1939, p. 576.

416

Speer, Memorias, p. 162.

417

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 19/3/1939, p. 576.

418

Joseph Goebbels, «Aussprache unter vier Augen mit der Demokratie» [«Deba

te a solas con la democracia»] del 21/3/1939, en: Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 77 y ss. (aquí p. 78). 419

Donde no se indica de otra forma, las citas de este párrafo proceden del edi

torial de Goebbels «Die Grosse Zeit» [«El gran momento»] del 18/3/1939, en Goeb bels, Tiempo sin precedentes, p. 70 y ss. (aquí p. 72 y s.). 420

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/3/1939, p. 577.

421

/tóf.,p.578.

422

Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66.

423

Heiber, Goebbels, p. 274.

424

Diario de Rosenberg, entrada del 1/3/1939, p. 66.

425

Speer, Memorias, p. 161 y s.

426

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 1/1/1939, p. 552.

427

Speer, Memorias, p. 161.

428

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 3/4/1939, p. 588.

429

Discurso radiado con motivo del cincuenta cumpleaños de Hitler del 19/4/1939,

en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 97 y ss. (aquí p. 98). 430

ftiíf.,p.99.

431

Aid., p. 98.

432

Erich Kordt, Wahn und Wirklichkeit [Ilusión y realidad], Stuttgart, 1948, p. 152 y s.

433

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/4/1939, p. 599.

434

Véase FritzTerveen, Der Filmbericht über Hitlers 50. Geburtstag. Ein Beispiel natio-

nalsozialistischer Selbstdarstellung und Propaganda [El reportaje cinematográfico sobre el 50 cumpleaños de Hitler. Un ejemplo de autorrepresentación y propaganda nacionalsocialista], en: VfZG año 7/1959, p. 75 y ss. (en adelante citado como Terveen, Reportaje cinematográfico). 435

Georg Santé, Parade ais Paradestück. Zwó'ljAugenpaare, die mehr ais Hunderttau-

sende sahen-Grosseinsatz der Wochenschau [El desfile como alarde. Doce pares de ojos que veían más que cientos de miles-Gran operación del Wochenschau], reproducido en extracto en Wulf, Teatro y cine, p. 382 y s. (aquí p. 382). 436

Terveen, Reportaje cinematográfico, p. 84.

437

Joseph Goebbels, «Der Film ais Erzieher» [«El cine como educador»], en Joseph

Goebbels, Das eherne Herz. Reden und Aufsdtze aus denjahren 1941/42 [El corazón de

Notas

807

hierro. Discursos y artículos de los años 1941/42], Munich, 1943, p. 37 y ss. (aquí p. 38) (en adelante citado como Goebbels, El corazón de hierro). 438 Véase Bramsted, Propaganda, p. 531. 439 Joseph Goebbels, «Nochmals: die Einkreiser» [«Otra vez: los aislacionistas»], en Vólkischer Beobachter del 27/5/1939. 440 Ibid. 441 «Die Einkreiser» [«Los aislacionistas»] (20/5/1939), p. 144 y ss., «Nochmals: die Einkreiser» [«Otra vez: los aislacionistas]» (27/5/1939), 150 y ss. y «Das schreckliche Wort von der Einkreisung» [«La terrible palabra del aislamiento»] (1/7/1939), 188 y ss., en: Goebbels, Tiempo sin precedentes. 442 Véase Joseph Goebbels, «Klassenkampf der Vólker?» [«¿Lucha de clases entre los pueblos?»] del 3/6/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 157 y ss. 443 Joseph Goebbels, «Die Moral der Reichen» [«La moral de los ricos»] del 25/3/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 84 y ss. (aquí p. 85). 44 4 /W.,p.84. 445 Zbííí., p. 89. 446 Joseph Goebbels, «Aussprache unter vier Augen mit der Demokratie» [«Deba te a solas con la democracia»] del 21/3/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 77 y ss. (aquí p. 77). 447 Orden confidencial para la redacción, del 16/6/1939, reproducida en Wulf, Prensa y radio, p. 106. 448 Diario de Hassell, entrada del 20/6/1939, p. 92. 449 Discurso del 17/6/1939 reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 1, p. 333 y ss.; este discurso provocó la mayor histeria colectiva que jamás logró un dis curso de Goebbels de los años de paz transmitido en grabación sonora, Ibid., p. XXVII; discurso del 18 de junio reproducido en el Vólkischer Beobachter del 19/6/1939. 450 N. de laT. Rima en alemán: Diejuden und die Polen, die wollen Danzig holen! 451 Reproducido en Heiber, Discursos de Goebbels, vol. I, p. 333 y ss. (aquí p. 335). 452 Sánger, Política de engaños, p. 371 y ss. 453 Joseph Goebbels, «Wer will den Krieg» [«¿Quién quiere la guerra?»] del 1/4/1939 en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 90 y ss. (aquí p. 90). 454 Joseph Goebbels, «Bajonette ais Wegweiser» [«La bayoneta como indicador del camino»], del 13/5/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 135 y ss. (aquí p. 135). 455 Directiva del 23/6/1939, citada por Sánger, Política de engaños, p. 378. 456 Véase Joseph Goebbels, «Bajonette ais Wegweiser» [«La bayoneta como indica dor del camino»], del 13/5/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 135 y ss. (aquí p. 135). (aquí p. 137 y ss.). 457 Ibid., p. 139. 458 Ibid., p. 136 y s. 459 Ése era el título de su editorial publicado en el Vólkischer Beobachter el 5/5/1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 127 y ss. 460 Goebbels a Schwerin von Krosigk el 2/6/1937, archivo federal de Coblenza, R 55/421.

808

Goebbels

461

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2, 27/8/1935, p. 507. Anotación del jefe del departamento presupuestario del RMVP, doctor Karl Ott, respecto al domicilio oficial del ministro del Reich para la Educación Popular y la Propaganda, 21/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/421. 463 Nota de Ott del 22/4/1938, archivo federal de Coblenza, R 55/421. 462

464

Véase Heiber, Goebbels, p. 254. N. de la T. Fiesta que celebra el propietario de la nueva casa con los obreros y los amigos cuando se acaba de instalar la armadura del tejado. 466 Extracto general de gastos relativos al nuevo edificio del domicilio oficial del señor ministro del Reich para la Educación Popular y la Propaganda, 28/2/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/421. 467 Con el argumento «de que las salas en las que se utilizaría el bronce sólo te nían una finalidad oficial representativa», Goebbels hizo ordenar a la oficina de con trol de metales que proporcionara el bronce requerido; escrito dirigido a la oficina de control de metales del 10/2/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/421. 468 En suma, la lista de objetos comprados en París para las residencias de la Hermann-Góring-Strasse y de Lanke comprendía 48 artículos por un precio total de 2,3 millones de marcos del Reich, archivo federal de Coblenza, R 55/423. 469 Ott a Goebbels el 24/2/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/421. 470 Ibid. 471 Ibid. 472 Argumentación para el escrito dirigido al ministerio de Hacienda respecto al título del presupuesto del RMVP: nuevo edificio del domicilio oficial del ministe rio, archivo federal de Coblenza, R 55/1360. 473 Oficina ministerial al departamento presupuestario el 3/11/1939, archivo fede ral de Coblenza, R 55/1360. 474 El arquitecto Baumgarten al ministro el 2/12/1939, archivo federal de Coblen za, R 55/1360. 475 Argumentación para el escrito dirigido al Ministerio de Hacienda respecto al título del presupuesto del RMVP: nuevo edificio del domicilio oficial del ministe rio, archivo federal de Coblenza, R 55/1360. 476 Oven, Finóle, entrada del 19/6/1943, p. 38. 477 «Para entonces, las cosas habían llegado a tal punto entre Hanke y la señora Goebbels que, para consternación de todos los enterados, querían casarse (...). Han ke insistía ante Hitler en la separación, pero Hitler se negó por razones de Estado», Speer, Memorias, p. 164. 478 Ibid., p. 165. 479 Curriculum vítae del jefe de distrito Karl Hanke del 25/5/1943, BDC, expe diente personal de Hanke. 480 Vólkischer Beobachter del 27/7/1939; Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.220. 481 Speer, Memorias, p. 165. 465

Notas

809

Capítulo 12. Él está bajo la protección del Todopoderoso (1939-1941) 'Véase Speer, Memorias, p. 177; una opinión similar manifestó el que fue durante muchos años jefe de prensa de Goebbels, Moritz von Schirmeister, quien en Nuremberg declaró que Goebbels «no quiso incitar a la guerra» (IMT, vol. XVII, p. 263). 2

Domaras, Discursos, vol. II, p. 1.334.

3

Speer, Memorias, p. 177.

4

Orden para la redacción del 5/5/1939, reproducida en Wulf, Prensa y radio, p.

106 (archivo federal de Coblenza, colección Brammer, ZSg 101). 5

Joachim von Ribbentrop, Zwischen hondón und Moskau. Erinnerungen und letzte

Aufzeichnungen [Entre Londres y Moscú. Memorias y últimos escritos], editado por Annelies von Ribbentrop, Leoni, 1953, p. 97; véase también el resumen de su actividad como embajador en Londres del 2/1/1938 («Nota para el Führer», ADAP, serie D, vol. l,doc. 93, p. 132 y ss.). 6

Véase Sanger, Política de engaños, orden del 11/9/1937, p. 348.

7

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 24/5/1941, p. 657.

* Ibid., 16/3/1940, p. 76. 9

Ibid., vol. 3,9/11/1939, p. 635.

"'Véase Ibid., vol. 4, entradas del 12/4, 5/8, 9/8,25/8, 23/8, 24/8/1940. 11

Speer, Memorias, p. 177; Speer sigue escribiendo que Goebbels se había decla

rado «abiertamente preocupado por el peligro de guerra que se perfilaba», motivo por el cual en el entorno de Hitler se le consideraba una «persona degenerada por la vida holgada del poder». 12

Citado por Sanger, Política de engaños, p. 360.

13

Citado por Ibid., p. 360 y s.

14

Citado por Ibid., p. 362.

15

Vertrauliche Informationen [Informaciones confidenciales] n° 188/39, 22/8/1939,

archivo federal de Coblenza, colección Oberheitmann, ZSg 109, citado por Bramsted, Propaganda, p. 277. 16

Ibid.

17

Citado por Sanger, Política de engaños, directiva del 24/8/1939, p. 363.

18

Taubert, El aparato antisoviético, p. 6.

19

Speer, Memorias, p. 176 y s.

20

Registro del segundo discurso de Hitler ante los generales alemanes el 22/8/1939

(IMT, doc. 1014-PS), citado por Domarus, Discursos, vol. II,p. 1.237 y s. (aquí p. 1.238). 21

Citado por Sanger, Política de engaños, p. 385.

22

Ibid., p. 364.

23

/6iif.,p.384.

24

Citado por Ibid., p. 386.

25

Citado por Ibid.

26

Citado por Ibid., p. 388.

810 27

Goebbels

Citado por Joachim C. Fest, Hitler. Eine Biographie [Hitler. Una biografía], Frankfurt del Meno, Berlín y Viena, 1973, p. 803; véase Sánger, Política de engaños, p. 364 y ss. (aquí p. 379). 28 Citado por Ibid.,p. 390. 29 Véase Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.310 y s. 30 El 1/9/1939, en la conferencia de prensa del gobierno del Reich, se public ó esta normativa lingüística: «Ningún titular que contenga la palabra guerra. Según el discurso del Führer, sólo rechazamos el ataque», citado por Sanger, Política de engaños, p. 391 y s.; véase también el telegrama circular del secretario de Estado en el Minis terio de Exteriores, Weizsácker, del 1/9/1939 (ADAP, D, vol. VII, n° 512). En él se decía que las tropas alemanas habían entrado en acción «para defenderse de los ata ques polacos». «Esta acción no se puede calificar por el momento de guerra». 31 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.314 y s.; en realidad el ataque había comenza do a las 4.45. 32 Goebbels, «carta rápida» del 1 de septiembre de 1939, actas de la cancillería del Reich, archivo federal de Coblenza, R 43 II/639, p. 145-147; cf. también Conrad F. Latour: Goebbels' «Ausserordentliche Rundfunkmassnahmen» 1939-1942 [Medidas radio fónicas extraordinarias de Goebbels, 1939-1942], enVfZG, año 11/1963, p. 418 y ss. 33 Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 277. 34 Karl Wahl (jefe de distrito de Suabia), sobre su viaje por Alemania en aquellos días, citado por Messerschmidt, Segunda Guerra Mundial, p. 25. 35 Schmidt, Figurante, p. 473. 36 /fóí.,p.474. 37 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 11/11/1939, p. 639. 38 Declaración de Alfred Jodl en Nuremberg, IMT, vol. XV, p. 385 y s. 39 N. de la T. Stuka es la abreviatura de Sturzkampfflugzeug, «bombardero en picadi». 40 ADAP, serie D, 1937-1945, vol.VIII. 1, Die Kriegsjahre [Los años de guerra], 4/9/1939 hasta 18/3/1940, Baden-Baden/Frankfurt del Meno 1961, doc. 31, p. 24. 41 Ibid,, punto 7,p. 24. 42 Willi A. Boelcke, Kriegspropaganda 1939-1941. Geheime Ministerkonferenzen im Reíchspropagandaministerium [Propaganda bélica, 1939-1941. Conferencias ministeriales secretas en el Ministerio de Propaganda del Reich], Stuttgart, 1966, p. 125 (en adelante cita do como Boelcke, Conferencias ministeriales). 43 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 8/7/1938, p. 475. 44 Ibid., 3/6/1938, p. 447. 45 Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 280. 46 Otto Dietrich, Zwbífjahre mit Hitler [Doce años con Hitler], Munich, 1955, p. 259. 47 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 2/12/1940, p. 415. 48 Ibid., vol. 3,18/11/1939, p. 646. 49 Ibid., 21/11/1939, p. 648.

Notas 50

811

Peter Longerich, Propagandisten im Krieg. Die Presseabteilung des Auswdrtigen Amtes unter Ribbentrop [Propagandistas en la guerra. El departamento de prensa del Ministerio de Exteriores bajo el mandato de Ribbentrop], Munich, 1987,p. 137 (en adelante citado como Longerich, Propagandistas). 51 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,12/1/1940, p. 11. 52 Ibid., 6/2/1940, p. 35. 53 Ibid., vol. 3, 5/11/1939, p. 632. 54 Sobre la relación Goebbels-Dietrich véase Longerich, Propagandistas, p. 112 y ss. 55 Cf. Speer, Memorias, p. 311: «Después de que Hitler desayunaba ya avanzada la mañana, se le mostraban los diarios y las informaciones de prensa. Este servicio tenía una importancia decisiva para la formación de su opinión, y al mismo tiempo influía sobre su estado de ánimo de forma sustancial. Con respecto a determinadas noticias del extranjero establecía al instante los criterios oficiales, en su mayoría agresivos, que a menudo dictaba palabra por palabra a su jefe de prensa, el doctor Dietrich, (...)»; declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 172 y s. 56 Véase Longerich, Propagandistas, p. 115. 57 Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 277. 58 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 2,28/9/1932, p. 250 (Kaiserhof). 59 Para más detalles véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 26 y s. y p. 49. 60 Declaración de Moritz von Schirmeister en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 261. 61 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 9/10/1939, p. 603. 62 Ibid., 12/10/1939, p. 607. 63 Ibid., 11/10/1939, p. 605 y s. 64 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.395. 65 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/10/1939, p. 606 y s. 66 Jfóf.,p.6O7. 67 Ibid., 3/11/1939, p. 630. 68 Ibid., 13/10/1939, p. 608. 69 Ibid., 12/10/1939, p. 607. 70 Ibid., 14/10/1939, p. 609. 71 Ibid., 13/10/1939, p. 608. 72 Ibid., 15/10/1939, p. 610. 73 Ibid., 20/10/1939, p. 615. 74 IMT, vol. XXXII, documento 3260-PS, p. 83 y s. 75 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 23/10/1939, p. 618. 76 Ibid., 8/11/1939, p. 634. 77 Ibid. 78 79 80

Ibid., 11/11/1939, p. 639. Ibid., 14/11/1939, p. 640. Ibid., 26/10/1939, p. 621.

812

Goebbels

81 82 83 84

85

Ibid., 29/10/1939, p. 625. Ibid., 9/11/1939, p. 636. Ibid. Ibid., p. 637.

ftid., 10/10/1939, p. 604.

86

Véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 185. Franz Halder, Kriegstagebuch. Tagliche Aufzeichnungen des Chefs des Generalstabes des Heeres 1939-1942 [Diario de guerra. Anotaciones diarias del jefe del Estado Mayor del ejército, 1939-1942] , vol. 2: Von dergeplanten Landung in England bis zum Beginn des Ostfeldzuges (1.7.1940-21.6.1941) [Desde el planeado desembarco en Inglaterra hasta el comienzo de la campaña oriental (1/7/1940-21/6/1941)], revisado por Hans-Adolf Jacobsen, Stuttgart, 1963, entrada del 20/9/1940 (en adelante citado como diario de Halder). 87

88

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 9/5/1940, p. 150. Ibid., vol. 3,2/11/1939, p. 628 y s., también las citas siguientes proceden de esta entrada. 90 Oficialmente, el gueto de Lodz sólo existió desde el 30 de abril de 1940. 91 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/11/1939, p. 645. 92 Ibid., 8/11/1939, p. 635. 93 Discurso de Himmler al cuerpo de oficiales de la Leibstandarte de las SS «Adolf Hitler» el 7/9/1940, reproducido en IMT, vol. XXIX, doc. 1918-PS, p. 98 y ss. (aquí p. 104). 94 En el diario se refiere a ella como «mi película judía», diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 28/11/1939, p. 653; véase también entrada del 11/11/1939, p. 639. 95 *Wu\f, Artes plásticas, p. 13, nota 1. 96 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 17/10/1939, p. 611. 97 Ibid., p. 612. 98 Ibid., 29/10/1939, p. 625. 99 Harían: Autobiografía, p. 111 y s. 100 Wulf, Teatro y cine, p. 456 (cartel). 101 Estas citas están tomadas de la crítica del Deutsche Allgemeine Zeitung del 29/11/1940, reproducido en Wulf, Teatro y cine, p. 457. 102 Harían, Autobiografía, p. 86. 103 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 5/12/1939, p. 657. 104 Eberhard Wolfgang Móller, autor de Frankenburger Würfelspiel [Juego de dados de Frankenburgo, una obra perteneciente al género del Thingspiel, teatro de carácter ritual que se representaba al aire libre para las masas], fue galardonado en 1935 con el Pre mio Estatal de Poesía. 89

105 106 107

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 15/12/1939, p. 666. Harían, Autobiografía, p. 107 y s. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 5/1/1940, p. 4.

Notas

813

108

Harían, Autobiografía, p. 108. Wulf, Teatro y cine, p. 447. 110 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 12/12/1939, p. 663. 111 Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91; ese motivo provocó pér didas millonarias a la industria cinematográfica, que Goebbels atribuyó a una «fuer za mayor» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/10/1939, p. 624). 112 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,10/12/1939, p. 662 y 13/12/1939, p. 663 y s. 113 Hans Schwarz van Berk, «Von der Kunst, zur Welt zu sprechen» [«Del arte de hablar al mundo»], en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 9 y ss. (aquí p. 10). 114 Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91. 115 N. de laT. En alemán Sitzkrieg («guerra sentada»), en francés dróle deguerre («gue rra de broma»): con estos nombres se conoció el periodo comprendido entre sep tiembre de 1939 y mayo de 1940, durante el cual no hubo ningún enfrentamiento directo entre las tropas aliadas y las alemanas. 116 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/11/1939, p. 649. 109

117

Ibid., 15/10/1939, p.610-y 13/12/1939, p. 664. Diario de Rosenberg, entrada del 11/12/1939, p. 91. 119 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3,12/12/1939, p. 663. 120 Véase Ibid., entradas del 19 y del 20/12/1939, p. 669 y ss. 121 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/12/1939, p. 672. 122 Ibid., 23/12/1939, p. 674; véase discurso de Navidad de Goebbels en 1939, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 224 y ss. 123 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 24/12/1939, p. 675. 124 Discurso de Nochevieja de Goebbels a finales del año 1939, reproducido en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 229 y ss. (aquí p. 238 y s.). 125 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,1/1/1940, p. 1. 126 Ibid., 1/2/1940, p. 29. 127 Ibid., 16/1/1940, p. 15 (al igual que la cita siguiente). 128 Joseph Goebbels, «Von der Gottáhnlichkeit der Englander» [«De la semejanza a Dios de los ingleses»], en Das Reich del 16/6/1940, reproducido en Goebbels, Tiem po sin precedentes, p. 301 y ss. (aquí p. 304). 129 Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 248. 130 Joseph Goebbels, «Von der Gottáhnlichkeit der Englander» [«De la semejanza a Dios de los ingleses»], en Das Reich del 16/6/1940, reproducido en Goebbels, Tiem po sin precedentes, p. 301 y ss. (aquí p. 301). 131 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 21/12/1939, p. 672. 132 Ibid., 23/12/1939, p. 674. 133 Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 141. 134 Sobre la persona de Raskin véase Ibid., p. 92 y s. 135 Véase Alá., p. 93. 118

814

Goebbels

136

Stephan, Goebbels, p. 211; Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 304. Ibid., p. 211. 138 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/2/1940, p. 41. 139 Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 272. 140 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 19/2/1940, p. 48. 141 Ibid. 142 Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 289. 143 Orden de Hitler para la preparación de la operación «Ejercicio del Weser» del 27/1/1940, citado porWilliam Lawrence Shirer, Aufstieg und Fall des Dritten Reiches [Ascenso y caída del Tercer Reich], Herrsching (sin fecha), p. 621. 137

144

Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 314. Ibid., p. 310. 146 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 4, 9/4/1940, p. 101. 147 Ibid., p. 102. 148 Ibid., p. 103. U9 Ibid., p. 104. us

150 151 152

Ibid., 10/4/1940, p. 106. Ibid., 11/4/1940, p. 107.

Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 317. Willi A. Boelcke, Wollt Ihr den totalen Krieg? Die geheimen Goebbels-Konferenzen Í939-43 [¿Queréis la guerra total? Las conferencias secretas de Goebbels, 1939-43], Herrs ching, 1989, p. 45 (en adelante citado como Boelcke, Conferencias de Goebbels). 154 Véase diario dejodl del 1/2-26/5/1940, IMT, documento 1809-PS, vol. XXVIII, p. 397 y ss. (aquí entradas del 17-18/4/1940, p. 420 y s.). 155 Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 285 y s. 156 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/4/1940, p. 121. 157 Ibid., 25/4/1940, p. 126. l5S Ibid., 7/5/1940, p. 145. 159 Ibid., 29/3/1940, p. 90. 160 Boelcke, Conferencias ministeriales, orden n° 4 del 11/5/1940, p. 346. 161 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.503. 162 Diario del Instituto de Historia Contempor ánea, vol. 4, 10/5/1940, p. 152. 163 Ibid., 16/5/1940, p. 162. 164 Véase Ibid., vol. 3,26/11/1939, p. 651 y 6/12/1939, p. 659. 165 Rienhardt, nacido en 1903, fue miembro del NSDAP desde 1923; desde 1928 asesor jurídico y representante de la editorial central del NSDAP, cabeza organizado ra de la editorial Eherjefe de su «oficina administrativa» en Berlín; desde 1934, suplen te permanente del jefe de la asociación del Reích de editores de periódicos alema nes; a él estaba subordinado todo el personal de la prensa alemana; sobre la extraordinaria autoridad de Rienhardt, véase Abel, Dirigismo en la prensa, p. 8 y s. 166 Véase escrito de Amann a GerdyTroost del 30/6/1940, reproducido enWulf, Prensa y radio, p. 158 y ss. 153

Notas 167

815

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 14/12/1939, p. 665. Hans-Dieter Müller, Portrait einer Deutschen Wochenzeitung [Retrato de un sema nario alemán], introducción a «Facsimile-Querschnitt durch das Reich» [«Muestra representativa de facsímiles del Reich»], Munich, Berna y Viena, 1964, (en adelante citado como Müller, Retrato), p. 7 y ss. (aquí p. 10); véase también Kessemeier, Editorialista, p. 138. 169 Véase escrito de Amann a Gerdy Troost del 30/6/1940, reproducido en Wulf, Prensa y radio, p. 159 y s (aquí p. 159). 170 Müller, Retrato, p. 10. 171 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 14/12/1939, p. 665; sobre los argumentos de Rienhardt para impedirlo véase Müller, Retrato, p. 10. 172 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 26/11/1939, p. 651; desde el 7/11/1941 se leían los editoriales de Goebbels todos los viernes por la tar de de las 19.45 a las 20 en el programa de la Gran Radio Alemana (Kessemeier, Editorialista, p. 200). 173 Diario de 1944/45, 19/9/1944, archivo nacional central de Potsdam; Hans Schwarz van Berk, «Von der Kunst, zur Welt zu Sprechen» [«Del arte de hablar al mundo»], en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 9 y ss. (aquí p. 9). 174 Müller, _Re
816

Goebbels

196

Ibid., 1/7/1940, p. 224. Boelcke, Conferencias ministeriales, orden n° 6 del 6/7/1940, p. 417. 198 Berliner Lokal-Anzeiger del 6/7/1940. 199 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 7/7/1940, p. 231. 200 Véase información del Berliner Lokal-Anzeiger del 6 y 7/7/1940. 201 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.539; Goebbels dispuso que para este aconteci miento se reservara la primera plana de los periódicos, de manera que «por compa ración, también con imágenes, aclaren en especial la diferencia entre 1918 y ahora» (Boelcke, Conferencias ministeriales, directiva n° 6 del 17/7/1940, p. 428). Del noticia rio Wochenschau Goebbels esperaba «que salga un magnífico reportaje sobre e] reci bimiento en sí y sobre la fiesta popular que se desarrolla en torno a él» (Boelcke, Con ferencias ministeriales, directiva n° 4 del 19/7/1940, p. 431). 202 Joseph Goebbels, «Heimkehr» [«Vuelta a casa»], en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p. 305 y ss. (aquí p. 307 y s.). 203 Boelcke, Conferencias ministeriales, 19/7/1940, p. 431. 204 Discurso de Hitler del 19/7/1940, reproducido en Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.540 y ss. 205 Ibid., p. 1.558. 206 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/7/1940, p. 248. 207 Ibid.; véase Galleazzo Ciano, Tagebücher 1939-1943 [Diario de 1939-1943],Berna, 1947, p. 259. 208 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 24/7/1940, p. 250. 209 Ibid. 197

210 211 212

Ibid., 25/7/1940, p. 253. Ibid., 24/7/1940, p. 250.

Boelcke, Conferencias ministeriales, 24/7/1940, p. 435. Ibid. 214 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/5/1940, p. 155. 215 Boelcke, Conferencias ministeriales, 24/7/1940, p. 435. 216 Bramsted, Propaganda, p. 328. 217 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 3/8/1940, p. 263. 218 Ibid., 5/9/1940, p. 309. 219 Ibid., 8/9/1940, p. 314. 220 Ibid., 11/9/1940, p. 318. 221 Citado por Walter Hagemann, Publizistik im Dritten Reich. Ein Beitrag zur Methodik der Massenführung [Periodismo en el Tercer Reich. Una contribución a la metodología de la dirección de masas], Hamburgo, 1948, p. 443 (en adelante citado como Hagemann, Periodismo). 222 Berliner Lokal-Anzeiger del 26/9/1940. 223 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 18/8/1940, p. 286. 224 Boelcke, Conferencias ministeriales, directiva n° 5 del 26/4/1940, p. 332. 225 Harían, Autobiografía, p. 273. 213

Notas

817

226

Orden de Himmler del 30/9/1940, reproducida en Wulf, Teatro y cine, p. 451 y s.; véase también expediente personal de Harían en BDC. 227 Joseph Goebbels, «Das kommende Europa» [«La Europa futura»]. Discurso a los intelectuales y periodistas checos el 11/9/1940, en Goebbels, Tiempo sin preceden tes, p. 314 y ss. (aquí p. 319). 228 Boelcke, Conferencias ministeriales, 6/9/1940, p. 492. 229 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 11/10/1940, p. 360. 230 Véase Ibid., entradas del 18/9/1940, p. 328,19/9/1940, p. 331 y 12/10/1940, p.361. 231 232 2i3 234 235

Ibid., 16/10/1940, p. 366. Ibid., 7/10/1940, p. 355. Ibid., 14/10/1940, p. 364. Ibid., 18/10/1940, p. 369. Ibid., 20/11/1940, p. 404.

236

Ibid. Ibid., 15/10/1940,p. 365. 238 Ibid., 21/8/1940, p. 289; en el invierno de 1939/40, Hitler ya hab ía enco mendado al RMVP la dirección de las octavillas propagandísticas contra Francia, infli giendo la primera pérdida sensible al Ministerio de Exteriores, que reclamaba la pri macía en la propaganda exterior. 229 Ibid., 19/10/1940, p. 369. 240 /ímí.,21/10/1940,p.371. 241 Boelcke menciona para el año de producción 1939/40 81 largometrajes, y para 1940/41 44 (Conferencias ministeriales, p. 171), pero en otoño de 1939 Goebbels pro curaba limitar la marea de películas a unas 100 por año, no para evitar producciones precipitadas, según alegaba (diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 20/10/1939, p. 616), sino para mantener mejor el control. Junto con Hippler fijó en un estatuto cinematográfico finalmente 104 producciones al año, cuyos guiones se debían presentar un mes antes de comenzar a rodar, de manera que era posible «una especie de censura previa» (Ibid., 14/11/1939, p. 641); véase también entrada del 7/11/1939 (Ibid.,p. 634). 242 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/4/1940, p. 136. 243 Ibid., 29/3/1941, p. 555. 244 Ibid., 1/4/1941, p. 562. 237

245

Ibid., vol. 3,7/11/39, p. 633. Heiber, Goebbeb, p.261. 247 El presidente del distrito gubernamental de Potsdam al secretario de Estado Hanke del RMVP el 16/3/1939, archivo federal de Coblenza, R55/422. 248 Diario de Rosenberg, entrada de mediados de mayo de 1939, p. 66 y s. (aquí p.67). 249 El secretario de Estado de la dirección general de política forestal al secretario de Estado Hanke del RMVP el 31/5/1939, archivo federal de Coblenza, R 55/422. 246

818 250

Goebbels

Lista de los objetos comprados en París para las residencias de la HermannGóring-Strasse y de Lanke, archivo federal de Coblenza, R 55/423. 251 Archivo federal de Coblenza, R 55/430. 252 Informe sobre el examen de cuentas para la casa del Bogensee del 11/10/1940, archivo federal de Coblenza, R 55/422. 253 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 5/11/1940, p. 387. 254 Ibid., 5/12/1940, p. 419. 255 Véase Ibid., 4/12/1940, p. 418 y 20/11/1940, p. 405; véase Speer, Memorias, p. 267: «En la primera fase exitosa de la guerra Goebbels no había mostrado ninguna ambición; al contrario, ya en 1940 expresó su intención de dedicarse a sus múltiples aficiones privadas tras un final victorioso,...». 256 Goebbels anotó al respecto entre otras cosas: «Las madres son en el parto como los soldados en la batalla» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 26/9/1940, p. 341). 257 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/11/1940, p. 394. 258 Hillgruber, véase nota 271. 259 Hans-Adolf Jacobsen, Kan Haushofer. Leben und Werk [Karl Haushofer. Vida y obra], vol. 1: vida entre 1869-1946 y textos seleccionados sobre geopolítica, Boppard/Rin, 1979, p. 607. 260 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 9/8/1940, p. 273. 261 Ibid., 24/8/1940, p. 293. 262 Ibid., 12/4/1940, p. 109. 263 Ibid. y 5/8/1940, p. 266. 264 Ibid., 23/8/1940, p. 292. 265 Boelcke, Conferencias ministeriales, 22/8/1940, p. 473. 266 Ibid., 23/8/1940, p. 476. 267 Ibid., directiva n° 6 del 12/8/1940, p. 455. 268 /Wi.,p.565ys. 269 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 12/11/1940, p. 393. 270 Ibid., 14/11/1940, p. 396. 271 Hill, Papeles de Weizsdcker, entrada del 15/11/1940, p. 224. 272 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/11/1940, p. 398. 273 Hitlers Politísches Testament. Die Bormann Díktate vom Februar undApril 1945 [Tes tamento político de Mitler. Los dictados de Bormann de febrero y abril de 1945], Hamburgo, 1981, entrada del 15/2/1945, p. 80; cf. la valoración de la visita de Molótov desde la perspectiva de Hitler en Andreas Hillgruber, «Noch einmal: Hitlers Wendung gegen die Sowjetunion 1940. Nicht (Militar-) "Strategie oder Ideologie", sondern "Programm" und "Weltkriegsstrategie"» [«Otra vez: el giro de Hitler contra la Unión Soviética en 1940. No "ideología y estrategia" militar, sino "programa" y "estrategia de guerra mundial"»], en Geschichte in Wissenschaft und Unterricht [Historia en la ciencia y en la enseñanza], 4/1982, p. 214 y ss. (aquí p. 221 y s.). 274 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/8/1940, p. 281.

Notas

819

275

lbid., 14/11/1940, p. 396.

276

Ibid., 12/12/1940, p. 429.

277

Ibid.

278

Boelcke, Conferencias ministeriales, 28/10/1940, p. 558.

279

Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, citada por Longerich, Propa

gandistas, p. 113, nota 27: «En un trabajo que comenzó lentamente, pero que se llevó a cabo de manera metódica, se encargó de toda la prensa. En ella alcanzó finalmente tal grado de independencia que incluso el doctor Goebbels tenía prohibida cualquier relación directa con la prensa y sus órdenes y deseos sólo podían llegar a los periódi cos a través del doctor Dietrich». 280

Carta del doctor Hansjoachim Kausch a J.Wulf del 21/11/1963, reproducida

en Wulf, Prensa y radio, p. 90 y s. 281

Véase Longerich, Propagandistas, p. 139 y s.

282

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/12/1940, p. 441.

283

Ibid., 7/1/1941, p. 456.

284

Ibid., 6/1/1941, p. 455.

285

Ibid., 10/1/1941, p. 460.

286

Ibid., 25/10/1940, p. 375.

287

Del 5/1,12/1 y 26/1/1941, reproducidos en Goebbels, Tiempo sin precedentes,

p. 359 y ss., 364 y ss. y 375 y ss. 288

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 11/3/1941, p. 534.

289

Joseph Goebbels, «Wenn der Frühling auf die Berge steigt» [«Cuando la pri

mavera suba a las montañas»] del 9/3/1941, en Goebbels, Tiempo sin precedentes, p.415 y ss. (aquí p. 417). 290

Diario de Rosenberg, entrada del 8/5/1940, p. 115.

291

Véase Wulf, Teatro y cine, p. 412 y s.

292

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 3, 29/11/1939, p. 653.

293

De los 1.094 largometrajes que se rodaron durante el Tercer Reich, por tér

mino medio el 47,8 por ciento fueron comedias, el 27 por ciento películas de tesis, el 11,2 por ciento películas de aventuras y el 14 por ciento películas propagandísti cas, véase Romani, Divas del cine, p. 21 y s. 294

Goebbels ante los representantes de la industria cinematográfica el 1/3/1942,

en Volkischer Beobachter del 2/3/1942. 295

Diario del archivo federal de Coblenza, 3/3/1942, NL 118/41; véanse tam

bién las entradas del 26 y 27/2/1942, Ibid., NL 118/40 así como del 10/5/1943, Ibid., NL 118/54. 296

Joseph Goebbels, «Der Film ais Erzieher» [«El cine como educador»], en Goeb

bels, El corazón de hierro, p. 37 y ss. (aquí p. 38). 297

/W.,p.38.

298

Ibid., p. 38.

820 299

Goebbels

Véase Albrecht, Política cinematográfica nacionalsocialista, p. 83: «Las películas no políticas de esa época (...) tenían la misma función a la que servían también las pelí culas propagandísticas propiamente dichas». 300 Véase Romani, Divas del cine, p. 22. 301 Ibid., p. 23. 302 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 21/7/1940, p. 248. 303 Ibid., 3/7/1940, p. 226. 304 Ibid., 22/9/1940, p. 334. 305 Ibid., 26/5/1940, p. 175 y s. 306 ADAP, serie D, vol. 12.1, doc. 17, 5/2/1941, p. 25. 307 Cf. los documentos personales de Alfred-Ingemar Berndt, BDC. 308 Entrevista de Manfred Rommel por parte de David Irving el 5/12/1976, Ins tituto de Historia Contemporánea, colección Irving. 309 Ibid. 310 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/3/1941, p. 536. 311 Ibid., 29/3/1941, p. 556 y s. 312 Así por ejemplo, Goebbels escribió en su diario el 16/4/1941: «Tenemos aho ra en el norte de África 8 divisiones blindadas. Con eso podemos hacer cualquier cosa» (diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, p. 589). En realidad Rommel disponía en aquel momento de una división blindada ligera alemana, pues to que acababa de comenzar el transporte de la segunda hacia el norte de África. Ade más estaba entonces a sus órdenes una débil división blindada italiana. Asimismo tenía a su disposición una división de infantería italiana. 313 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 8/3/1941, p. 529. 314 Ibid., 16/4/1941, p. 589. 315 Ibid., 15/4/1941, p. 588. 316 Ibid., 16/4/1941, p. 590. 317 Ibid., 6/4/1941, p. 571. 318 Ibid., 14/4/1941, p. 587. 319 Ibid. 320 Ibid., 24/4/1941, p. 604. 321 Ibid., 13/5/1941, p. 638; sobre el vuelo de Hess y la pregunta de si se hizo con o sin el conocimiento de Hitler, véase también Wolf Rüdiger Hess, Mein Vater Rudolf Hess. Englandflug und Gefangenschaft [Mi padre Rudolf Hess. Vuelo a Inglaterra y cautive rio], Munich y Viena, 1984, p. 90 y ss. 322 Domaras, Discursos, vol. II, p. 1.714. 323 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/5/1941, p. 638. 324 Diario de Semler, 14/5/1941, p. 32 y ss. (aquí p. 33). 325 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/10/1940, p. 366. 326 Ibid., 14/5/1941, p. 639. 327 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 14/5/1941, p. 640. 328 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.715.

Notas 329 330 331 332 333 334 335 336 337 338 339 340 341

821

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 15/5/1941, p. 641. Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 170. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 18/5/1941, p. 647. Ibid., 16/5/1941, p. 643. Ibid., 28/5/1941, p. 662 y s. Ibid., 3/6/1941, p. 672. Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. Diario de Semler, 1/6/1941, p. 38. Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/5/1941, p. 652. Ibid., 7,11,12,13,14 y 15/6/1941, p. 677 y ss. Ibid., 14/6/1941, p. 688. Ibid., p. 690. Boelcke, Conferencias de Goebbels, 5/6/1941, p. 180; diario de Semler, 5/6/1941,

p.39. 342

Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 31/5/1941, p. 668. Diario de Semler, 13/6/1941, p. 42; sobre la conversación con Hitler véase dia rio del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,16/6/1941, p. 694 y ss. 344 Ibid., p. 696. 345 Diario de Semler, 28/5/1941, p. 36 y s. 346 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/6/1941, p. 694; véase también el prólogo de esta edición de Elke Frohlich, vol. 1, p. LIV/LV! 347 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 16/6/1941, p. 695. 348 Ibid. 349 Ibid., 22/6/1941, p. 709. 350 Ibid., p.710. 35Í Ibid., p.7ll. 343

Capítulo 13. ¿Queréis la guerra total? (1941-1944) 1

Vólkischer Beobachter del 23/6/1941. Boelcke, Conferencias de Goebbels, 22/6/1941, p. 181. 3 Ibid. 4 Ibid., p. 182. 5 Ibid., 5/7/1941, p. 183. "Joseph Goebbels, «Der Schleier fállt» [«El velo cae»], en Das Reich del 6/7/1941. 7 Ibid. 8 Ibid. 9 La prensa retomó el concepto «cruzada» por iniciativa del Ministerio de Exte riores. Goebbels, por el contrario, no quería que se utilizara demasiado, porque las cruzadas medievales, que costaron ríos de sangre, nunca consiguieron un éxito com2

822

Goebbels

pleto y, por tanto, en su opinión sólo despertarían reminiscencias pesimistas (Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 182). 10 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/6/1941, p. 724 y s. 11 Diario de Halder, vol. 3: Der Russlandfeldzug bis zum Marsch auf' Stalingrad (22.6. Í941-24.9.1942) [La campaña rusa hasta la marcha contra Stalingrado, 22/6/194124/9/1942], revisado por Hans-Adolfjacobsen, Stuttgart, 1964, entrada del 3/7/1941. 12 Diario de Semler, 1/7/1941, p. 46. 13 Diario del archivo federal de Coblenza, 24/7/1941, NL 118/18. 14 Heinz Boberach, ed., «Meldungen aus dem Reich. Auswahl aus den geheimen Lageberichten des Sicherheitsdienstes der SS 1939-1944» [«Noticias del Reich. Selec ción de informes secretos sobre la situación del Servicio de Seguridad de las SS, 19391944»], Neuwied, 1965, n° 208 del 4/8/1941, p. 167 (en adelante citado como Bobe rach, Noticias). 15 Diario del archivo federal de Coblenza, 7/8/1941, NL 118/19. 16 Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. 17 18 19

Ibid. Ibid. Ibid.

20

Alá., 21/8/1941, NL 118/21. Ibid., 29/8/1941, NL 118/21. 22 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 1/6/1941, p. 670: «El Ministerio de Exteriores ha comprado la emisora de Belgrado delante de nuestras narices. No lo voy a tolerar». 21

23

Véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 13/6/1941, p.

687. 24

Ibid., 24/5/1941, p. 658. Ibid., 27/5/1941, p. 661 y s. 26 Escrito de Goebbels a Lammers para presentárselo a Hider, del 16/6/1941, cita do por Longerich, Propagandistas, p. 141 y s. 27 En el contrato de trabajo entre el RMVP y el Ministerio de Exteriores del 22/10/1941, se omitió el párrafo de la facultad directiva de Ribbentrop sobre el Minis terio de Propaganda, véase Longerich, Propagandistas, p. 142 y s. 28 El jefe del departamento jurídico del RMVP, Schmidt-Leonardt, a Goebbels el 19/10/1942, archivo federal R 55/799, fol. 1. 29 Taubert, El aparato antisoviético, p. 7. 30 Ibid., p. 6. 31 Taubert a Gutterer el 16/10/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/567. 32 Torgler había trabajado para la emisora clandestina de Goebbels «Humanité», véase Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 3/6/1940, p. 187 y 810/6/1940, p. 195 y ss. 33 Diario del archivo federal de Coblenza, 21/8/1941, NL 118/21:«(...) el trans porte de las octavillas al frente oriental (...) más difícil de lo que pensé en un prin25

Notas

823

cipio (...).Para el transporte de 200 millones de octavillas se necesita prácticamente una flota aérea entera». 34 Ibid., 19/8/1941, NL 118/21. 35 Anexo sobre el «trabajo del aparato propagandístico oriental del Ministerio de Propaganda» al escrito de Goebbels a Hitler del 23/5/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799. 36 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 30/6/1941, p. 725. 37 Diario del archivo federal de Coblenza, 14/8/1941, NL 118/20. 38 Estudio de Taubert para el secretario de Estado Gutterer titulado Die Politik in den Besetzten Ostgebieten [La política en los territorios orientales ocupados] del 24/2/1943, archivo federal de Coblenza R 55/567. 39 Taubert, El aparato antisoviético, p. 8. 40 Lochner, diario de Goebbels, 16/3/1942, p. 123. 41 Mi.,p. 122 y s. 42 Taubert, El aparato antisoviético, p. 8. 43 Diario del archivo federal de Coblenza, 24/9/1941, NL 118/24. 44 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.758 y ss.; cf. También Otto Dietrich, Zwólfjahre mit Hitler [Doce años con Hitler], Munich, 1955, p. 101 y ss. 45 Diario del archivo federal de Coblenza, 4/10/1941, NL 118/28. 46 DerAngriff del 7/10/1941. 47 Hagemann, Periodismo, p. 253. 48 Diario del archivo federal de Coblenza, 10/10/1941, NL 118/28. 49 Diario de Semler, 11/10/1941, p. 56. 50 Diario del archivo federal de Coblenza, 28/10/1941, NL 118/31. 51 DasReich del 20/7/1941. 52 Diario del archivo federal de Coblenza, 24/7/1941, NL 118/18. 53 Ibid., 20/8/1941, NL 118/21. 54 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 22/4/1941, p. 601. 55 Al igual que las citas siguientes de este párrafo, de acta de una deliberación en la jefatura de propaganda del Reich del 21/3/1941, citado por Adler, Deportación, p. 152 y s.; véase también Matthias Schmidt, Albert Speer. Das Ende eines Mythos. Speers wahre Rolle im Drítten Reich [Albert Speer. El fin de un mito. El verdadero papel de Speer en el Tercer Reich], Berna y Munich, 1982, p. 218 y s. 56 Diario del archivo federal de Coblenza, 18/8/1941, NL 118/21. 57 Ibid., 20/8/1941, NL 118/21. 58 Ibid. 59 Ibid. 60 Ibid., 19/8/1941, NL 118/21. 61 Reproducido en Adler, Deportación, p. 50 y s.; de aquí proceden también las citas de este párrafo, a menos que se indique de otra forma. 62 Diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. ^~=~— 6i Ibid. .'•^''.^'""'■' 64 Ibid. ':. '"'7^

**,

824

Goebbels

65

Ibid., 24/9/1941, NL 118/24.

66

Gerald Reitlinger, Die Endló'sung. Hitlers Versuch der Ausrottung derjuden Europas

1939-1945 [La solución final. El intento de Hitler por exterminar a los judíos de Europa, 1939-1945], 5' ed., Berlín, 1979,p. 97 y s. (en adelante citado como Reitlinger, Solu ción final); sobre la deportación y el asesinato de los judíos berlineses cf. Kempner, Robert Max y Wassili, «Die Ermordung von 35000 Berliner Juden. Der Judenmordprozess in Berlin schreibt Geschichte» [«El asesinato de 35.000 judíos berlineses. El proceso por el asesinato de judíos en Berlín hace historia»], en Gegenwart im Rü'ckblíck: Festgabefür diejüdische Gemeinde zu Berlin 25Jahre nach dem Neubeginn [La actua lidad en retrospectiva. Homenaje a la comunidad judía de Berlín 25 años después del nuevo comienzo], Heidelberg 1970, p. 180 y ss. 67

Joseph Goebbels, «Die Juden sind schuld!» [«Los judíos tienen la culpa»], en Das

Reich del 16/11/1941; véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21; discurso parlamentario de Hitler del 30/1/1939, reproducido en Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.047 y ss. (aquí p. 1.057). 68

Hildegard Henschel, «Aus der Arbeit der Jüdischen Gemeinde Berlin wáhrend

der Jahre 1941-1943. Gemeindearbeit und Evakuierung von Berlin. 16. Oktober 1941- ló.Juni 1943» [«Del trabajo de la comunidad judía de Berlín durante los años 1941-1943.Trabajo comunitario y evacuación de Berlín. 16 de octubre de 1941-16 de junio de 1943»], en Zeitschrift für die Geschichte derjuden [Revista de historia de los judíos], 9 (1972), p. 33 y ss. (aquí p. 36 y s.). 69

Reuth, Rommel,p. 117.

70

Diario del archivo federal de Coblenza, 22/11/1941, NL 118/36.

71

Ibid., 13/8/1941, NL 118/20.

72

Fragmento del diario del 20/12/1941, colección Reuth.

73

La prensa recibió el 22 de diciembre de 1941 la siguiente orden: «La asunción

del Alto Mando del Ejército por parte del Führer, que es un convincente signo de la unión de todas las fuerzas en el frente y en la patria, del deseo de intensificar la movi lización general y de la magnitud de la confianza, no se debe comentar en modo algu no, pero para los periódicos debe ser un motivo para profundizar en su actitud com bativa y para reduplicar sus esfuerzos», Boelcke, Conferencias ministeriales, 19/12/1941, p.201. 74

Boelcke, Conferencias ministeriales, 7/12/1941, p. 196.

75

Ibid., 19/12/1941, p. 200.

76

Adolf Hitler, Der grossdeutsche Freiheitskampf. Reden Adolf Hitlers vom 16. Marz

1941 bis 15. Marz 1942 [La lucha pangermana por la libertad. Discursos de Adolf Hitler d esd e el 16 de marz o de 194 1 hast a e l 15 de marz o de 194 2] , 3 vol úmen es, Mu ni ch, 1943, p. 203. 77

Fragmento del diario del 20/12/1941, colección Reuth.

78

Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 195.

79

Reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 131 y ss. (aquí p. 134 y s.).

Notas

825

80

El discurso radiado está reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 176 y ss. (aquí p. 178). 81 A. Fredborg, The Steel Wall. A Swedish Joumalist in Berlín, 1941-1943 [El muro de acero. Un periodista sueco en Berlín, 1941-1943], Nueva York, 1944, p. 67 y s. 82 Ha gemann, Periodismo, p. 254. 83 Volkischer Beobachter del 30/1/1942. 84 Diario del archivo federal de Coblenza, 30 y 31/1/1942, NL 118/38. 85 Goebbels el 30/1/1942 como recibimiento a Hitler en el palacio de deportes con motivo del noveno aniversario de la subida al poder, en Heiber, Discursos de Goeb bels, vol. 2, p. 81. 86 Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1942, NL 118/38. 87 Ibid. 88 Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38. 89 Reuth, Rommel, p. 87 y ss. 90

Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38. Ibid., 25/1/1942, NL 118/38. 92 Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 374. 93 Diario del archivo federal de Coblenza, 28/11/1942, NL 118/36. 94 Reuth, Rommel, p. 89. 95 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 29/1/1942, p. 210 y s. 96 Das Reich del 23/11/1941. 97 Diario del archivo federal de Coblenza, 11/2/1942, NL 118/39. 98 Ibid., 16/2/1942, NL 118/40. 99 Joseph Goebbels, «Schatten über dem Empire» [«Sombras sobre el imperio bri tánico»] del 22/2/1942, en Goebbels, El corazón de hierro, p. 215 y ss. (aquí p. 215 y 221). 100 Diario del archivo federal de Coblenza, 18/2/1942, NL 118/40. 101 Ibid., 20/3/1942, NL 118/42. 102 Joseph Goebbels, «Die Ostfront» [«El frente oriental»], del 17/5/1942, en Goeb bels, El corazón de hierro, p. 316 y ss. (aquí p. 322). 103 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 20/12/1940, p. 440. 104 Ibid., 20/7/1940, p. 246. 105 Esta teoría defendida por Reitlinger {Solución final, p. 175 y s.) para Himmler es confirmada por el comportamiento de Goebbels. 106 Véase Helmut Heiber, Der Fall Grünspan [El caso Grünspan], en VfZG, año 5/1957, p. 134 y ss. 107 Wolfgang Diewerge, Der Fall Gustlqff. Vorgeschichte und Hintergründe der Bluttat von Davos [El caso Gustlqff. Antecedentes y trasfondo del crimen sangriento de Davos], Munich, 1936; para más detalles sobre la persona de Diewerge véase Boelcke, Conferencias minis teriales, p. 79, nota 91. 108 Véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. 109 Ibid., 11/2/1942, NL 118/39. 91

Notas

825

80

El discurso radiado está reproducido en Goebbels, El corazón de hierro, p. 176 y ss. (aquí p. 178). 81 A. Fredborg, The Steel Wall. A Swedish Joumalist in Berlín, 1941-1943 [El muro de acero. Un periodista sueco en Berlín, 1941-1943], Nueva York, 1944, p. 67 y s. 82 Ha gemann, Periodismo, p. 254. 83 Volkischer Beobachter del 30/1/1942. 84 Diario del archivo federal de Coblenza, 30 y 31/1/1942, NL 118/38. 85 Goebbels el 30/1/1942 como recibimiento a Hitler en el palacio de deportes con motivo del noveno aniversario de la subida al poder, en Heiber, Discursos de Goeb bels, vol. 2, p. 81. 86 Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1942, NL 118/38. 87 Ibid. 88 Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38. 89 Reuth, Rommel, p. 87 y ss. 90

Diario del archivo federal de Coblenza, 24/1/1942, NL 118/38. Ibid., 25/1/1942, NL 118/38. 92 Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 374. 93 Diario del archivo federal de Coblenza, 28/11/1942, NL 118/36. 94 Reuth, Rommel, p. 89. 95 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 29/1/1942, p. 210 y s. 96 Das Reich del 23/11/1941. 97 Diario del archivo federal de Coblenza, 11/2/1942, NL 118/39. 98 Ibid., 16/2/1942, NL 118/40. 99 Joseph Goebbels, «Schatten über dem Empire» [«Sombras sobre el imperio bri tánico»] del 22/2/1942, en Goebbels, El corazón de hierro, p. 215 y ss. (aquí p. 215 y 221). 100 Diario del archivo federal de Coblenza, 18/2/1942, NL 118/40. 101 Ibid., 20/3/1942, NL 118/42. 102 Joseph Goebbels, «Die Ostfront» [«El frente oriental»], del 17/5/1942, en Goeb bels, El corazón de hierro, p. 316 y ss. (aquí p. 322). 103 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4, 20/12/1940, p. 440. 104 Ibid., 20/7/1940, p. 246. 105 Esta teoría defendida por Reitlinger {Solución final, p. 175 y s.) para Himmler es confirmada por el comportamiento de Goebbels. 106 Véase Helmut Heiber, Der Fall Grünspan [El caso Grünspan], en VfZG, año 5/1957, p. 134 y ss. 107 Wolfgang Diewerge, Der Fall Gustlqff. Vorgeschichte und Hintergründe der Bluttat von Davos [El caso Gustlqff. Antecedentes y trasfondo del crimen sangriento de Davos], Munich, 1936; para más detalles sobre la persona de Diewerge véase Boelcke, Conferencias minis teriales, p. 79, nota 91. 108 Véase diario del archivo federal de Coblenza, 19/8/1941, NL 118/21. 109 Ibid., 11/2/1942, NL 118/39. 91

826 Goebbels 110 111

Ibid., 5/4/1942, NL 118/43. Ibid., 27/3/1942, NL 118/42.

112

Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 243.

113

Citado por Reitlinger, Solución final, p. 111.

114

Diario del archivo federal de Coblenza, 6/4/1942, NL 118/43,

115

Ibid., 23/5/1942, NL 118/46.

116

Das Reich del 31/5/1942.

117

Vólkischer Beobachter del 23/6/1942.

118

Boelcke, Conferencias de Goebbels, 22/6/1942, p. 249.

119

Picker, Conversaciones de sobremesa, 22/6/1942, p. 372.

120

Ibid., p. 373.

121

Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 252.

122

Hitler a Mussolini el 23/6/1942, reproducido en Ralf Georg Reuth, Entschei-

dung im Mittelmeer. Die südliche Peripherie Europas in der Deutschen Strategie des Zweiten Weltkrieges 1940-1942 [Decisión en el mar Mediterráneo. La periferia meridional de Euro pa en la estrategia alemana de la Segunda Guerra Mundial, 1940-1942], Coblenza, 1985,

p. 200 y p. 250ys.,doc. 13. 123

Reuth, Rommel, p. 98.

124

Reitlinger, Solución final, p. 176.

125

Extracto del documento 682-PS, reproducido en IMT, vol.V, p. 496 y s.

126

Citado por Reitlinger, Solución final, p. 177.

127

Boelcke, Conferencias de Goebbels, 10/9/1942, p. 277.

128

Ibid., p. 282.

129

El acuerdo negociado por Goebbels y Dietrich con el objeto de «aplicar la dis

posición del Führer para garantizar la colaboración entre el ministro de Propaganda del Reich y el jefe de prensa del Reich» del 23/8/1942 contenía 13 puntos, en los que se subrayaba la competencia «administrativa» general de Goebbels, pero también se establecía la responsabilidad «técnica» de Dietrich para los tres departamentos de prensa del RMVP (Alemania, extranjero y revistas), de manera que Dietrich estaba subordinado a Goebbels desde el punto de vista de la organización, pero de hecho equiparado a él; véase Longerich, Propagandistas, p. 114. 130

Boelcke, Conferencias de Goebbels, 26 y 27/9/1942, p. 285.

131

Joseph Goebbels, «Der steile Aufstieg» [«La empinada subida»], en Das Reich

del 20/9/1942. 132

Citado por Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 286.

133

Hamburger Illustrierte [Revista ilustrada de Hamburgo] del 10/10/1942.

134

Reuth, Rommel, p. 98 y ss.

135

Citado por David Irving, Rommel. Eine Biographie [Rommel. Una biografía], Ham

burgo, 1978, p. 295. 136

Expediente personal de Berndt, BDC.

137

Boelcke, Conferencias de Goebbels, 6/11/1942, p. 299.

Notas 138

827

Stephan fue secretario general del Deutsche Demokratische Partei [Partido

Democrático Alemán] entre 1922 y 1929, luego jefe del departamento de prensa del gobierno del Reich, que dependía del Ministerio de Exteriores y en 1933 pasó al Ministerio de Propaganda. Después de la guerra, Stephan publicó la primera biogra fía crítica de Goebbels: Joseph Goebbels. D'ámon einer Diktatur \Joseph Goebbels. Demo nio de una dictadura], Stuttgart, 1949; para más detalles sobre la persona de Stephan véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 67 y s. 139

Stephan, Goebbels, p. 287.

140

Bramsted, Propaganda, p. 351.

141

Semler fue primero jefe de negociado en el departamento de prensa exterior

integrado en el Ministerio de Propaganda, y desde el 1 de enero de 1941 hasta abril del año 1945 jefe de prensa personal de Goebbels; después de la guerra se publicaron sus memorias en forma de diario con el título: Goebbels-The Man Next to Hitler [Goebbels-El hombre al lado de Hitler], Londres, 1947; para detalles sobre la persona de Sem ler véase Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 52 y s. 142

Diario de Semler, 16/12/1942, p. 59.

143

Diario del archivo federal de Coblenza, 18/12/1942, NL 118/48.

144

Speer, Memorias, p. 267.

145

Diario de Semler, 31/12/1940, p. 13.

146

Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 55; allí también detalles sobre la persona de

Naumann. 147

Diario de Semler, 4/3/1945, p. 187.

148

Ibid., 24/12/1942, p. 61.

149

Véase Heinz Dieter Hólsken, «Die V-Waffen. Entstehung-Propaganda-Krieg-

seinsatz» [«Las armas V (de venganza). Origen, propaganda, intervención en la gue rra»], Studien zur Zeitgeschichte [Estudios de Historia Contemporánea], vol. 27, editado por Instituto de Historia Contemporánea, Stuttgart, 1984, p. 169 (en adelante citado como Holsken, Armas V). 150

Diario de Semler, 19/12/1942, p. 60; archivo federal de Coblenza, 19/12/1942,

NL 118/48; ficha del doctor Hans Kummerow del Tribunal del Pueblo, BDC. 151

Diario de Semler, 28/12/1942, p. 62 y s.

152

De esto informaVeit Harían, que esa tarde estuvo invitado en casa de los Goeb

bels con su mujer Kristina Sóderbaum {Autobiografía, p. 140). 153

Citado por Boelcke, Conferencias de Goebbels, p. 316.

154

Boelcke, Conferencias de Goebbels, 4/1/1943, p. 316; el concepto de «guerra

total» surgió a mediados de los años treinta y fue discutido con especial intensidad por los estrategas de la guerra aérea. En 1935 apareció en Alemania el libro de Ludendorff Der Totale Krieg [La guerra total], que ya en 1937 alcanzó una tirada de 100.000 ejemplares. Las tesis allí defendidas se aproximaban hasta en las formulaciones espe cíficas a lo que Goebbels expuso en 1943 (véase Günter Mohmann,:Goebbels' Rede zum Totalen Krieg am 18. Februar 1945 [Discurso de Goebbels sobre la guerra total del 18

828

Goebbels

de febrero de Í945], enVíZG, año 12/1964, p. 13 y ss. (aquí p. 17) (en adelante citado como Moltmann, Discurso sobre la guerra total). 155 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 5/1/1943, p. 318. 156 Así también al intermediario del Ministerio de Exteriores en el RMVP, el lega do Krümmer. Se encuentra en las actas de mano de Krümmer, archivo político del Ministerio de Exteriores, Bonn. Estaba establecido desde un principio que no debía ser publicado; cf. para más detalles Willi A. Boelcke, «Goebbels und die Kundgebung im Berliner Sportpalast vom 18. Februar 1943.Vorgeschichte undVerlauf» [«Goeb bels y el mitin del 18 de febrero de 1943 en el palacio de deportes berlinés. Antece dentes y transcurso], enjahrbuchfür die Geschichte Mittel- und Ostdeutschlands [Anuario de historia de la Alemania central y oriental], editado porW. Berges, H. Herzfeld y H. Skrzypczak, vol. 19, Berlín, 1970, p. 234 y ss. (aquí p. 238 y s.) (en adelante citado como Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes). 157 Diario del archivo federal de Coblenza, 18/1/1943, NL 118/50. 158 Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes, p. 242. 159 Speer, Memorias, p. 269. 160 Diario de Semler, 20/1/1943, p. 66. 161 Diario del archivo federal de Coblenza, 21/1/1943, NL 118/50. 162 Ibid., 23/1/1943, NL 118/50. 163 Ibid. 164 Véase Boelcke, Mitin de Goebbels en el palacio de deportes, p. 242. 165 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 24/1/1943, p. 326. 166 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 158 y ss. 167 Domarus, Discursos, vol. II, p. 1.976 y ss. 168 Jfcá.,p. 1.976 y 1.979. 169 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, n° 16, p. 158 y ss. (aquí p. 160,169 y 170). 170 Hugh R.Trevor-Roper, Hitlers letzteTage [Los últimos días de Hitler], Frankfurt del Meno y Berlín, 1965, p. 37 (en adelante citado como Trevor-Roper, Últimos días de Hitler). 171 Diario del archivo federal de Coblenza, 2/2/1943, NL 188/52. 172 Joseph Goebbels, «Die harte Lehre» [«La dura lección»], en Das Reich del 7/2/1943. 173 Hinkel a Goebbels el 3/2/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/1254. 174 Die Wehrmachtberichte 1939-1945 [Los partes de laWehrmacht, 1939-1945],Colonia, 1989, vol. 2, p. 435 (en adelante citado como Partes de la Wehrmacht). 175 Diario del archivo federal de Coblenza, 23/1/1943, NL 118/50. 176 Ibid. 177 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 4/2/1943, p. 334. 178 Indicación a la prensa del 7/2/1943, citado por Boelcke, Conferencias de Goeb bels, p. 334. 179 Diario del archivo federal de Coblenza, 10/1/1943 y 14/1/1943, NL 118/49. 180 Ibid., 10/1/1943, NL 118/49. 181 Ibid., 14/1/1943, NL 118/49.

Notas 182

829

Ibid., 31/1/1943, NL 118/50. Reproducido en Boelcke, Conferencias de Goebbels, 15/2/1943, p. 337 y ss. 184 Diario del archivo federal de Coblenza, 31/1/1943, NL 118/50. 185 Boelcke, Conferencias de Goebbels, 15/2/1943, p. 338. 186 Jfó¿.,p.337. 187 Diario del archivo federal de Coblenza, 10/2/1943, NL 118/52. 188 Ibid., 11/2/1943, NL 118/52. 189 Véase Ibid., 14-18/2/1943, NL 118/52 y 53 (de aquí proceden también las siguientes citas); Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 25 y ss. 190 Speer, Memorias, p. 269; para más detalles sobre la composición del público, véase Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 27 y ss. 191 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 172 y ss. (de aquí proceden también las siguientes citas). 192 Diario de Goebbels, citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 204, nota 89. 193 Speer, Memorias, p. 269. 194 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 208, nota 99. 195 El jefe de los colaboradores propagandísticos a Goebbels el 19/2/1943, archi vo federal de Coblenza, R 55/612. 196 La siguiente exposición según Moltmann, Discurso sobre la guerra total, p. 26. 197 Diario del archivo federal de Coblenza, 1/3/1943, NL 118/54. 198 Ibid., 2/3/1943, NL 118/54. 199 Speer, Memorias, p. 272. 200 Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54. 201 Ibid. 202 Ibid., 9/3/1943, NL 118/54. 203 Speer, Memorias, p. 275. 204 Diario del archivo federal de Coblenza, 9/3/1943, NL 118/54. 205 Ibid. 206 Ibid. 207 Ibid., 18/3/1943, NL 118/54. 208 Speer, Memorias, p. 276. 209 Durante su discurso en el palacio de deportes el 18/2/1943, había anunciado una vez más que Alemania no tenía intención de «doblegarse ante esta amenaza judía, sino más bien de hacerle frente a tiempo, si es necesario con la exterm... elimina ción (Ausrott-schaltung) completa y radical del judaismo». ¿Lapsus linguae o cálculo? 210 Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54 y 18/4/1943, NL 118/54. 211 Las cifras proceden de Robert Max Wassili Kempner, «Die Ermordung von 35000 Berliner Juden. Der Judenmordprozess in Berlín Schreibt Geschichte» [«El ase sinato de 35.000 judíos berlineses. El proceso por el asesinato de judíos en Berlín hace historia»], en Gegenwart im Rückblick. Festgabefür diejüdische Gemeinde zu Berlín 25 183

830

Goebbels

Jahre nach dem Neubeginn [La actualidad en retrospectiva. Homenaje a la comunidad jud ía de Berlín 25 años después del nuevo comienzo] , Heidelberg, 1970, p. 180 y ss. 212 Diario del archivo federal de Coblenza, 2/3/1943, NL 118/54 y 18/4/1943, NL 118/54. 213 RMVP/servicio de inspección el 22/12/1942, archivo federal de Coblenza, R 55/1355. 214 Ibid. 215 Teletipo a la RSHA III C (oficina principal de seguridad del Reich) para entre gar al capitán de las SS doctor Hirche el 4/4/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/115. 216 N. de la T. Abreviatura de Narodny kommissariat Wnutrennich Diel, «Comisariado Popular para Asuntos Internos». 217 Acta de la conferencia ministerial del 8/4/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/115. 218 Diario del archivo federal de Coblenza, 16 y 17/4/1943, NL 118/54. 219 Polish Sovjet Relatíons 1918-1943. Offtcial Documents [Relacionespolaco-soviéticas, 1918-1943. Documentos oficíales], editado por la legación polaca en Washington, 1945. Doc.n°39,p. 119. 220 Soviet Foreign Policy during the Patriotic War: Documents and Materials [Pol ítica exte rior soviética durante la Guerra Patriótica: documentos y materiales], traducido por A. Rothenstein, Londres, 1946, vol. I, p. 202. 221 Diario del archivo federal de Coblenza, 28/4/1943, NL 118/54. 222 Reuth, Rommel, p. 104. 221 Ibid., p. 104 y s. 224 N. de la T. Con este apodo se conocía a los soldados británicos durante la Pri mera y la Segunda Guerra Mundial. 225 Joseph Goebbels, «Mit souveraner Ruhe» [«Con soberana calma»], en Das Reich del 23/5/1943. 226 Boberach, Noticias, n° 381, 384 y 385 del 6, 20 y 24/5/1943, p. 387 y ss. 227 Diario del archivo federal de Coblenza, 6/3/1943, NL 118/54. 228 Ibid., 8/1/1943, NL 118/49. 229 Joseph Goebbels, «In vorderster Reihe» [«En la primera fila»]. Discurso pro nunciado durante el mitin de duelo celebrado en el pabellón municipal de Elberfeld, en Joseph Goebbels, Der steile Aufstieg, Reden undAufsatze aus denjahren 1942/43 [La empinada subida, discursos y artículos de los años 1942/43], Munich, 1944, p. 323 y ss. (aquí p. 323) (en adelante citado como Goebbels, La empinada subida). 230 Diario de Semler, 10/7/1943, p. 88. 231 Diario del archivo federal de Coblenza, 28/5/1943, NL 118/55. 232 Stephan, Goebbels, p. 275. 233 Joseph Goebbels, Dergeistige Arbeiter im Schicksalskampf des Reiches, Rede vor der Heidelberger Üniversitat am Freitag, dem 9.Juli 1943 [El trabajador intelectual en la lucha decisiva del Reich, discurso pronunciado en la Universidad de Heidelberg el viernes 9 de julio de 1943], Munich (sin fecha), p. 8.

Notas

831

234

Véase Hólsken, Armas V, p. 93 y ss.; según Rudolf Semler, Hans Schwarz van Berk creó el concepto «armaV» (diario de Semler, p. 131); véase también: Kessemeier, Editorialista, p. 299 y s. 235 Hólsken, Armas V, p. 96. 236 Boberach, Noticias, 1/7/1943, p. 413. 237 Diario del archivo federal de Coblenza, 21/9/1943, NL 118/56. 238 Oven, Finale, 27/8/1943, p. 115. 239 Véase Lochner, Diario de Goebbels, p. 9 (en el punto 8). 240 Diario del archivo federal de Coblenza, 10 y 11/9/1943, NL 118/56. 241 Ibid., 12/9/1943, NL 118/56. 242 Ibid., 13/9/1943, NL 118/56. 243 Joseph Goebbels, «Das Schulbeispiel» [«El ejemplo clásico»], en Das Reich del 19/9/1943. 244 Ibid. 245 Bramsted, Propaganda, p. 386. 246 Diario del archivo federal de Coblenza, 7/11/1943, NL 118/56. 247 Ibid., 11/11/1943, NL 118/56. 248 Citado por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 277 y s. 249 Joseph Goebbels,:«Die Lehren des Krieges» [«Las lecciones de la guerra»], en Das Reich del 5/12/1943. 25U

Werner Girbig, ...imAnflug auf die Reíchshauptstadt [ . . . e n el vuelo de aproxima-

ción a la capital del Reich], Stuttgart, 1977, p. 69 y s. 251

Joseph Goebbels, «Die Moral ais Kriegsentscheidender Faktor» [«La moral como factor decisivo para la guerra»], en Vólkischer Beobachter del 7/8/1943. 252 Es spra ch Ha ns Fritzsche. Nach Gesprachen, Briefen und Dokumenten [Ha bl ó Hans Fritzsche. Según conversaciones, cartas y documentos], de Hildegard Springer, Stuttgart 1949, p. 17. 253 Stephan, Goebbels, pág 268. 254 /fó¿.,p.267. 255 Diario del archivo federal de Coblenza, 29/11/1943, NL 118/56. 256 Stephan, Goebbels, p. 260 y ss. 257 Hans Dieter Scháfer, Berlín im Zweiten Weltkrieg. Der Untergang der Reichshauptstadt in Augenzeugenberich ten [Berlín en la Segunda Guerra Mundial, ha caída de la cap ital del Reich según informes de testigos oculares], Munich y Zurich, 1985, p. 41 (en adelante cita do como Schafer, Berlín). 258 Diario de Semler, 24/11/1943, p. 111. 259 Decreto del Führer del 21/12/1943, archivo federal de Coblenza, R 43 11/669 d. 260 Carta de Goebbels a Hitler, Navidad de 1943, así como el borrador de un tele grama de Goebbels a Hitler con motivo del nuevo año de 1944, ambos en el archi vo federal de Coblenza, NL 118/100. 261 Acuerdo del 15/12/1943 entre el RMVP y el ministerio del Reich para los territorios orientales ocupados, así como decreto sobre la creación de oficinas pro-

832

Goebbels

pagandísticas en el ámbito de los territorios orientales ocupados del 17/12/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/1436 fol. 1. 262 Taubert y Ott a Gutterer el 5/11/1942, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1. 263 Rosenberg a Schwerin von Krosigk el 23/3/1943, archivo federal de Coblen za, R 55/799 fol. 1. 264 Ibid. 265 Goebbels a Hitler el 23/5/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1. 266 Ordenanza del Führer con respecto a la limitación de competencias entre el RMVP y el Ministerio del Reich para los territorios orientales ocupados del 15 de agosto de 1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1. 267 Lammers a Goebbels el 27/10/1943, archivo federal de Coblenza, R 55/799 fol. 1. 26 8 Taubert, El aparato antisoviético, p. 9. 269 Diario de 1944/45,17/2/1944, archivo nacional central de Potsdam; Hitler ya había destacado la perfección de la línea Sigfrido en su discurso parlamentario del 28/4/1939, cuando habló de la «más poderosa obra de fortificación de todos los tiem pos», Domarus, Discursos, vol. 2, p. 1.154; sobre el verdadero estado de algunos secto res véase Helmuth Grosscurth, Tagebücher eines Abwehrqffiziers 1938-1940 {Diario de un oficial de defensa, 1938-1940], editado por H. Krausnick y H. C. Deutsch, con la colaboración de H.V. Kotze, Stuttgart 1970, p. 179. 270 271 272 273 274 275

Ibid., Ibid., Ibid., Ibid., Ibid.,

25/2/1944. 29/2/1944. 11/3/1944. 4/3/1944. 18/4/1944.

Ibid. (de aquí proceden también las siguientes citas de este párrafo). Ibid., 8/4/1944 y una entrada de fecha desconocida. 277 Goebbels a Hitler el 20/4/1944, archivo federal de Coblenza, NL 118/100. 278 Das Reich del 9/4/1944. 279 Ibid.; cf. también el artículo de Goebbels «Die Nemesis der Geschichte» [«La venganza de la historia»], en Das Reich del 21/5/1944. 280 Vólkischer Beobachter del 28-29/5/1944, reproducido en IMT, vol. XXVII, doc. 1676-PS,p.436yss. 281 Circular 125/44 g. (no para su publicación), asunto: justicia popular contra los asesinos angloamericanos, reproducido en IMT, vol. XXV, doc. 057-PS, p. 112 y s. 282 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 323 y ss. (aquí p. 335 y ss.). 283 Del considerando de la sentencia contra Bormann, IMT, vol. I, p. 385. 284 Asunto: fusilamiento del subteniente de aviación estadounidense Dennis por parte del general de brigada de las SS Berndt, al general de brigada de las SS doctor Klopfer (secretaría del partido),julio de 1944, BDC; nota de la exposición de Keitel, IMT, vol.V, p. 20. 285 Diario de 1944/45, 6/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 276

Notas

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286

Ibid. Ibid. y 5/6/1944. 288 Ibid., 6/6/1944; diario de Semler, 6/6/1944, p. 127: según éste, Goebbels le dijo a Semler: «¡Gracias a Dios!, por fin. Ésta es la última ronda». 289 Diario de 1944/45, 7/6/1944, archivo nacional central de Potsdam; diario de Semler, 6/6/1944, p. 128. 290 Boberach, Noticias, p. 472 y ss.; cf. en general: Hólsken, Armas V, p. 102 y ss. 291 Diario de Semler, 9/6/1944, p. 128 y s. 292 Oven, Finale, p. 359. 293 Diario de 1944/45,18/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 294 Citado por Bramsted, Propaganda, p. 429. 295 Oven, Finale, p. 361. 296 Diario de 1944/45,18/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 297 Hólsken, Armas V, p. 104 y s. y p. 107. 298 Vease diario de 1944/45, 5/4/1944, archivo nacional central de Potsdam. 299 Ibid., p. 105. 300 Véase diario de Semler, 2/5/1944, p. 122. 301 Diario de 1944/45,14/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 302 Ibid., 16/6/1944. 3<»yease también Ludolf Herbst, Der totale Krieg und die Ordnung der Wirtschaft. Die Kriegswirtschaft im Spannungsfeld pon Politik, Ideologie und Propaganda 1939-1945 [La guerra total y la ordenación de la economía. La economía de guerra en el campo de tensión de la política, la ideología y la propaganda, 1939-1945], Stuttgart, 1982, p. 207 y ss. 304 Diario de 1944/45, 22/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 305 Ibid. 306 Ibid. 307 Ibid. 308 Ibid., 9/7/1944. 309 Das Reich del 2/7/1944. 310 Speer, Memorias, p. 405. 311 Diario de 1944/45,14/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 312 Véase Peter Longerich,Josep/j Goebbels und derTotale Krieg. Eine unbekannte Denkschrift des Propagandaministers vom 18.Juli 1944 [Joseph Goebbels y la guerra total. Una memoria desconocida del ministro de Propaganda del 18 de julio de 1944], en VfZG, año 35/1987, p. 289 y ss. (documento: p. 305 y ss., de aquí proceden las siguientes citas). 287

Capítulo 14. La venganza nuestra virtud, el odio nuestro deber (1944-1945) 1

Informe de Goebbels sobre el 20 de julio. Discurso radiado del 26/7/1944, cita do por Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 342 y ss. (aquí p. 342). ^,

834 2

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Speer, Memorias, p. 391. Ibtd; Goebbels afirmó en su informe del 26/7/1944 que inmediatamente había tenido claro —en contra de las primeras suposiciones de Hitler— que ninguno de los obreros que trabajaban en el cuartel general del Führer podía haber cometido ese crimen (Schmidt, Speer, p. 122). 4 Exposición según el informe de Hagen del 16/10/1944 sobre el 20/7/1944 (en adelante citado como informe de Hagen), en Hans Adolf Jacobsen, Spiegelbild einer Verschwórung. Die Opposition gegen Hitler und der Staatsstreich vom 2O.Juli 1944 in der SD-Berichterstattung [Reflejo de una conspiración. La oposición contra Hitler y el golpe de Estado del 20 de julio de 1944 en el informe del Servicio de Seguridad], Stuttgart, 1984, vol. I, p. 12 y ss. (aquí p. 14) (en adelante citado como Jacobsen, Reflejo). 5 Informe de Remer del 22/7/1944 sobre el transcurso de los acontecimientos del 20/7/1944, tal como él los «vivió como comandante del batallón de guardia de la Gran Alemania», (en adelante citado como informe de Remer), reproducido en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 637 y ss. (aquí p. 637); cuando en diciembre de 1940 Von Hase hizo a Goebbels la primera visita oficial, Goebbels anotó sobre él en su diario: «Un oficial excelente, que tiene una actitud muy positiva hacia el partido» (Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 4,12/12/1940, p. 429). 6 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 637. 7 Informe de Hagen, en Jacobsen, Reflejo, vol. I, p. 13. 8 Speer, Memorias, p. 392 y s. 9 Wilfred von Oven, «Der 2O.Juli 1944-erlebt im Hause Goebbels» [«El 20 de julio de 1944, vivido en el domicilio de Goebbels»], en Verrat und Widerstand im Dritten Reich [Traición y resistencia en el Tercer Reich], Coburg, 1978, p. 43. 10 Speer, Memorias, p. 393. 11 Ibid. 12 Ibid. 13 Oven, Finale, p. 417; Bramsted, Propaganda, p. 448. 14 Andreas Hillgruber y Gerhard Hümmelchen, Chronik des Zweiten Weltkrieges. Kalendarium Militarischer und Politischer Ereignisse 1939-1945 [Crónica de la Segunda Guerra Mundial. Calendario de acontecimientos militares y políticos, 1939-1945], Dussel dorf, 1978, p. 223; Bramsted indica las 18.30 (Propaganda, p. 448). 15 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 638. 16 JW.,p.639. 17 Ibid. 18 Speer, Memorias, p. 394. 19 Aunque la hora que indica la bibliografía para esta importante entrevista difie re bastante —Semler, por ejemplo (diario de Semler, p. 134) menciona las 17 horas, mientras que John W. Wheeler-Bennett (The Nemesís of Power. The Germán Army in Politics 1918-1945 [La venganza del poder. El ejército alemán en la política, 1918-1945], Londres, 1953, p. 656) cree que fue alrededor de las 19 horas—, del informe de Remer sobre el desarrollo de los acontecimientos del 20/7/1944 se desprende de forma 3

Notas

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inequívoca que la conversación tuvo lugar a partir de las 18.40/18.45 aproximadamente. Hagen señala en su informe que el coche donde viajaba Remer entró en la Hermann-Góring-Strasse a las 18.35 (Jacobsen, Reflejo, vol. I, p. 15). 20 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; esto coincide con las memorias de Speer: «Goebbels recordó primero al comandante su juramento al Führer. Remer respondió con una promesa de fidelidad a Hitler y al partido» (Memorias, p. 394 y s.). 21 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639. 22 Speer, Memorias, p. 395. 23 Ibid. 24 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; esto coincide con la expo sición de Speer (Memorias, p. 395): «He hablado con él hace unos pocos minutos. Una pequeña y ambiciosa camarilla de generales ha comenzado el golpe militar. ¡Una vile za! ¡La mayor vileza de la historia!». 25 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639. 26 Speer, Memorias, p. 395. 27 Ibid. 28 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 639; Speer también observó que Remer reconoció de inmediato la voz de Hitler, al que daban por muerto (Memo rias, p. 395). 29 Speer, Memorias, p. 395. 30 Ibid. 31 Ibid., p. 396. 32 Oven, Finale, p. 422. 33 Speer, Memorias, p. 396. 34 Ibid. 35 Informe de Remer, en Jacobsen, Reflejo, vol. II, p. 640. 36 N. de la T. Sieg HeiR era la aclamación de los nacionalsocialistas, que significa ba «¡viva la victoria!». 37 Oven, Finale, p. 422. 38 Ibid. 39 Ibid. 40 Ibid. 41 Bramsted, Propaganda, p. 454. 42 Ibid. 43 Speer, Memorias, p. 398. 44 Oven, Finale, p. 429. 45 Jí>úf.,p.427yss. 46 Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 47 Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a. 48 Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam.

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Goebbels

49

Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a. 50 Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 51 Acta de la deliberación de dirigentes celebrada el 22/7/1944 en el cuartel de campaña del ministro del Reich y jefe de la cancillería del Reich bajo la presidencia del ministro del Reich Lammers, archivo federal de Coblenza, R 55/664a. 52 Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 53 Ibid. 54 Ibid. 55 Ibid. 56 Ibid. 57 Ibid. 58 Consigna propagandística n° 68 del 22/7/1944 y el correspondiente teletipo a todos los jefes de distrito del 23/7/1944, ambos en archivo federal de Coblenza, R 55/614. 59 La versión radiofónica del discurso de Ley del 20/7/1944 se encuentra en el anexo del diario de Semler, p. 212 y ss. 60 Diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 61 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 342 y s. 62 Ibid., p. 343. 63 Memoria, fechada en el día 24/7/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/601. 64 Speer, Memorias, p. 399. 65

Ibid. El nombramiento que acompañaba al decreto, fechado también el 25/7/1944 y firmado por Hider, Góring y Lammers, se encuentra en el archivo federal de Coblen za, R 55/664a. 67 Goebbels expuso esto en su discurso de Plauen ante los jefes de distrito el 3/8/1944, Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 400. 68 A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, los jefes de distrito habían sido nombrados «comisarios de defensa del Reich», adquiriendo así importantes funcio nes administrativas estatales. 69 Ordenanza para la aplicación de la guerra total del 16/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/666a. 70 Peter Longerich, Josep/i Goebbels und der Totale Krieg. Eine Unbekannte Denkschrift des Propagandaministers vom 18.Juli 1944 \Joseph Goebbels y la guerra total. Una memo ria desconocida del ministro de Propaganda del 18 de julio de 1944], enVfZG, año 35/1987, p.289yss. (aquí p. 302). 71 Circular a todas las instancias superiores del Reich, jefes de distrito, goberna dores del Reich, organismos administrativos en los territorios ocupados, asociación alemana de municipios, etc., asunto: estilo de vida en la guerra total, sin fecha, archi vo federal de Coblenza, R 55/665. 66

Notas 72

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Riess, Goebbels, p. 400. Diario de 1944/45, 4/12/1944, archivo nacional central de Potsdam. 74 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 366 y p. 370. 75 Véase diario de 1944/45, 23/7/1944, archivo nacional central de Potsdam. 76 Director cinematográfico (Hinkel) a secretario de Estado (Naumann) el 31/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/664. 77 Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg el 28/6/1946, IMT, vol. XVII, p.221. 78 Borrador de un teletipo a los jefes de distrito del NSDAP, sin fecha, archivo federal de Coblenza, R 55/664. 79 Oven, MU Goebbels bis zum Ende [Con Goebbels hasta elfinal\, vol. 2, p. 118. 80 Helldorf, sobre sus motivos para participar en el 20 de julio, en su toma de decla ración del 30/7/1944, acta reproducida en Jacobsen, Reflejo, vol. 1, p. 98 y ss. (aquí p. 104). 81 Esta conversación de Helldorf con el consejero gubernamental Gisevius tuvo lugar el 20/7/1944 alrededor de las once de la mañana en la Jefatura Superior de Policía de Berlín (Hans Bernd Gisevius, Bis zum Bitteren Ende [Hasta el amargo ftnal\, 2 vol., Darmstadt 1947, vol. II, p. 255 y s.). 82 Diario de 1944/45, 9 y 10/2/1944, archivo nacional estatal de Potsdam. 83 Stephan, Goebbels, p. 295. 84 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 399, nota 70. 85 Diario de 1944/45, 17/12/1944, archivo nacional central de Potsdam: «Cojo este caso y lo convierto por así decir en un caso típico». 86 Müller al puesto de mando de campaña/señor teniente coronel Suchaneck, así como otros documentos del proceso, BDC. 87 Diario de Semler, 17/10/1944, p. 159. 88 Diario de 1944/45, 7/6/1944, archivo nacional central de Potsdam. 89 Manfred Rommel a David Irving el 7/6/1975, Instituto de Historia Contem poránea de Munich, colección Irving. 90 Ibid.; véanse los antecedentes en el expediente personal de Berndt, BDC. 91 Bormann a Goebbels el 14/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/665. 92 Ibid. 93 Bormann a Goebbels el 24/8/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/666a. 94 Oven, Finale, p. 393; cf. también diario de 1944/45,13/7/1944, archivo nacio nal central de Potsdam. Allí escribió Goebbels sobre el efecto de la película: «Se tie ne la impresión de asistir al nacimiento de un nuevo mundo». 95 Joseph Goebbels, «Die Überholung desVorsprungs» [«La superación de la ven taja»], en Das Reich del 30/7/1944. 96 Ma rlies G. Stei ner t, Hi tlers Krieg und die Deu tschen. Stimmung und Haltung der Deutschen Bevólkerung im Zweiten Weltkrieg [La guerra de Hitler y los alemanes. Moral y actitud de la población alemana en la Segunda Guerra Mundial\, Dusseldorf, 1970, p. 497. 97 Speer, Memorias, p. 418. 73

838 98

Goebbels Diario de 1944/45, 30/8/1944, archivo nacional central de Potsdam.

99

Ibid., 31/8/1944. Ibid., probablemente 7/9/1944. 101 Ibid., 14/9/1944. 102 Ibid., 10/9/1944. 103 Ibid., 11,12,13/9/1944. 104 Ibid., 10/9/1944. 105 Lochner, diario de Goebbels, entradas de septiembre de 1943. 106 La memoria lleva el encabezamiento «Mi Führer» y está redactada en forma de carta, archivo federal de Coblenza, NL 118/100; para la ordenación temporal véa se Oven, Finale, 22/9/1944, p. 479 y ss. 107 Longerich, Propagandistas, p. 146. 108 Véase Oven, Finale, 20/9/1944, p. 479 y 22/9/1944, p. 480 y ss. 109 Diario de 1944/45, 23/9/1944, archivo nacional central de Potsdam. 110 Ibid., 25/9/1944. 111 Goebbels a Hitler el 25/10/1944, Instituto de Historia Contemporánea, ED 172. 112 Diario de 1944/45, 13/9/1944, archivo nacional central de Potsdam; por el contrario, parece que Goebbels consideró menos eficaz desde el punto de vista pro pagandístico la exigencia de una capitulación incondicional de Alemania presentada por los aliados desde la Conferencia de Casablanca del 24/1/1943. En cualquier caso, esto se desprende «sin lugar a dudas» de las instrucciones de su ministerio para la pren sa en los meses de enero/febrero de 1943. Goebbels también ignoró esa exigencia en su discurso del 18/2/1943 en el palacio de deportes (Moltmann, Discurso sobre la gue rra total, p. 33). 113 Volkischer Beobachter del 26/9/1944. 114 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 405 y ss. 115 Aid., p. 424 y s. 100

117 118 119

Memoria, fechada en el día 16/10/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/601. Cf. sobre la muerte de Rommel, Reuth, Rommel, p. 110 y ss. Diario de 1944/45, probablemente 7/9/1944, archivo nacional central de Pots

dam. 120

Reuth, Rommel, p. 132. Nicolaus von Below, Ais Hitlers Adjutant 1937-45 [Como ayudante de Hitler, 1937-45], Maguncia, 1980, p. 389 (en adelante citado como Below, Ayudante). 122 Diario de Semler, 28/10/1944, p. 162 y s.; diario de 1944/45, 29/10/1944, archivo nacional central de Potsdam. 123 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.160. 124 Partes de la Wehrmacht, 8/11/1945, vol. 3, p. 324. 125 Diario de 1944/45, 31/8/1944 así como 7 (?) y 8/9/1944, archivo nacional central de Potsdam. 121

Notas 126

839

Speer, Memorias, p. 418. Diario de Semler, 14/11/1944, p. 165 y s. 128 Citado por Karl Dietrich Erdmann, Der Zweite Weltkrieg [La Segunda Guerra Mundial], Stuttgart, 1980, p. 126 y s. 129 Como contrapeso al aumento de poder del partido, en agosto de 1943 Hitler designó a Himmlerjefe de las SS y de la policía, como ministro del Interior, que aho ra podía impartir órdenes a los jefes de distrito en su condición de «comisarios de defensa del Reich» y, por tanto, injerirse en el ámbito de Bormann. 130 Sobre el desarrollo del juramento véanse los documentos del archivo federal de Coblenza,R 55/1287. 131 Diario de 1944/45, 4/12/1944, archivo nacional central de Potsdam. 132 Semler (diario, p. 174 y s.) señala como fecha de este encuentro el 12/1/1945, pero Hitler no regresó de su cuartel general Nido del águila, en Bad Nauheim, a la cancillería del Reich hasta el 16/1/1945, con el comienzo de la gran ofensiva soviética.Ya que después no se encuentra en el diario de Goebbels ninguna entrada sobre una visita de Hitler, sólo se puede tratar de la del 3 de diciembre; véase también Riess, Goebbels, p. 414. 133 Diario de Semler, 16/12/1944, p. 168; véase también: Oven, Finale, p. 528 y s. 134 Ibid. 135 Diario de Semler, 17/12/1944, p. 170. 136 Diario de 1944/45,19/12/1944, archivo nacional central de Potsdam. 137 Riess, Goebbels,?. 410. 138 Oven, Finale, p. 533 y ss. 139 Goebbels a Hitler, Navidad de 1944, archivo federal de Coblenza, NL 118/100; cf. también el discurso de año nuevo de Goebbels, Vóíkischer Beobachter del 2/1/1945. 140 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.185 y ss. (aquí p. 2.185). 141 A este supuesto paralelo histórico recurrió también durante su discurso en Colonia el 3/10/1944, véase Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 408 y s. 142 Este pasaje de la Alexanderschlacht [Batalla de Alejandro] así como los escritos adjuntos que Goebbels envió a Hitler el 10/1/1945 se encuentran en el archivo fede ral de Coblenza, NL 118/100. 143 Diario de 1944/45, 23/1/1945, archivo nacional central de Potsdam. 144 Ibid., 26/1/1945. 145 Ibid., 29/1/1945. 146 Ibid. 147 Ibid., 28/1/1945. 148 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.194. 149 Oven, Finale, p. 520 y s. 150 Oven, Finale, p. 545 y s. 151 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.194 y ss. 152 Sobre la situación en Berlín a principios de 1945 véase Scháfer, Berlín, p. 62 y ss. (aquí p. 62). 127

840 153

Goebbeh

Citado por Fraenkel, Goebbeh, p. 323. Oven, Finale, 559 y s. 155 Joseph Goebbels, Tagebiicher 1945. Die letzten Aufzekhnungen [Diario de 1945. Los últimos escritos], con una introducción de Rolf Hochhuth, Hamburgo, sin año, entrada del 1/3/1945, p. 58 (en adelante citado como diario de 1945). 156 Oven, Finale, p. 566. 157 El escrito de Goebbels está reproducido en Harían, Autobiografía, p. 183; la pelí cula, con un coste de 8,5 millones de marcos del Reich, se convirtió en la más cara de la historia cinematográfica hasta el momento. 158 Ibid. 159 Esta exposición sigue Ibid., p. 189 y s.; véase también: Ibid., p. 181 y s. 160 Citado por Boelcke, Conferencias ministeriales, p. 346. 161 Hinkel a Goebbels el 18/1/1945, BDC. 162 Hinkel a Goebbels el 6/12/1944, archivo federal de Coblenza, R 55/664. 163 Diario de 1945,19/3/1945, p. 255. 164 Oven, Finale, p. 573 y s. 165 Goebbels, Joseph: Das politische Btirgertum vor der Entscheidung [La burgues ía polí tica ante la decisión], en Das Reich del 4/2/1945. 166 Joseph Goebbels, «Dasjahr 2000» [«El año 2000»], en Das Reich del 25/2/1945; Goebbels fue quien creó el concepto de «telón de acero», que más tarde pasó a ser una expresión fija; ya en su editorial del Reich del 3/12/1944 («Vom Irrtum im Kriege» [«Del error en la guerra»]), utiliza esta imagen —allí se lee acerca de un «telón de acero de silencio» (véase Kessemeier, Editorialista, p. 185, nota 277). 167 Heiber, Discursos de Goebbels, vol. 2, p. 431 y s. 168 Jacob Kronika, Der Untergang Berlins [La caída de Berlín], Flensburg entre otros, 1946, p. 58 (en adelante citado como Kronika, Caída). 169 Declaración de Albert Speer en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 543. 170 Declaración de Adolph von Steengracht en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 141. 171 Diario de Semler, 18/2/1945, p. 183. 172 Declaración de Hans Fritzsche en Nuremberg, IMT, vol. XVII, p. 283 y decla ración de Speer, IMT, vol. XVI, p. 542. 173 Nota de la conferencia, de Jodl para Hitler, del 21/2/1945, doc. 606-D, IMT, vol. XXXV, p. 181 y ss.; además: declaración del general del Alto Mando de laWehrmacht, August Winter, en Nuremberg, IMT, vol. XV, p. 660 y s. 174 Diario de Semler, 16/2/1945, p. 180 y s. 175 Diario de 1945,28/2/1945, p. 49 y s. 176 Oven, Finale, p. 576. 177 Diario de Semler, 15/2/1945, p. 179 y s. 178 Diario de 1945, 8/3/1945, p. 129. 179 Oven, Finale, p. 585 y ss. 180 Diario de 1945,28/2/1945, p. 50. 181 Ibid., 5/3/1945, p. 93. 154

Notas

841

182

Ibid., 5/3/1945, p. 93 y s.

183

Oven, Finóle, p. 582.

184

Sobre este viaje al frente véase diario de 1945, 9/3/1945, p. 136 y ss.

185

Vólkischer Beobachter del 11/3/1945.

186

Comunicación escrita de Rupprecht Sommer al autor del 16/10/1987.

187

Vólkischer Beobachter del 11/3/1945; también Deutsche Wochenschau, n° 9/1945,

archivo federal de Coblenza; para esta formulación Goebbels imitó la consigna Schlagt die Faschisten, wo ihr sie trefft [«derrotad a los fascistas dondequiera que los encontréis»], que dio Heinz Naumann, líder del partido comunista y redactor jefe del Rote Fahne, en agosto de 1929. 188

Documento del 10/12/1937, BDC.

189

Diario de 1945, 4/3/1945, p. 87.

190

Radiograma de Wagner a Hanke, así como nota del 3/3/1945, ambos en BDC.

191

Diario de 1945,11/3/1945, p. 154.

192

Ibid.

193

Oven, Finóle, p. 606.

194

Diario de 1945,14/3/1945, p. 205 y ss.

195

Ibid., 210.

196

Diario de Semler, 4/3/1945, p. 187.

197

Ibid., 25/2/1945,p. 186.

m

Be\ow, Ayudante, p. 411.

199

Fraenkel, Goebbels, p. 323 y s.

200

Diario de 1945, 5/3/1945, p. 98.

201

Ibid., p. 99.

202

Ibid., 18/3/1945, p. 244.

203

Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.215.

204

Diario de 1945, 30/3,1/4 y 2/4/1944, p. 381 y s., p. 404 y p. 410. Ibid., 26/3/1945, p. 337. Ibid., 31/3/1945, p. 390 y s. Ibid., 22/3/1945, p. 283. Ibid. Ibid., 28/3/1945, p. 363. Ibid., 1/4/1945, p. 406.

205 206 207 208 209 210 211

Ibid.

212

Riess, Goebbels, p. 439.

213

Diario de 1945,2/4/1945, p. 412.

214

Manfred Rommel a David Irving el 7/6/1975, Instituto de Historia Con

temporánea de Munich, colección Irving. 215

Diario de 1945,30/3/1945, p. 384.

216

Ibid., 22/3/1945, p. 284.

217

Below, Ayudante, p. 409.

842

Goebbels

218

Schwerin von Krosigk: «Luego Goebbels contó que ayer había estado en el cuartel general del general Busse en Küstrin y que él (Goebbels) había expuesto su tesis de que, según la necesidad y la justicia histórica, tendría que producirse un vira je como el milagro de la Casa de Brandeburgo en la Guerra de los Siete Años. Uno de los oficiales del Estado Mayor preguntó con cierto escepticismo e ironía: "Enton ces... ¿qué zarina debe morir?". Goebbels respondió que eso no lo sabía, porque el destino disponía de las más diversas posibilidades. Entonces se dirigió a casa y allí reci bió la noticia de la muerte de Roosevelt. Llamó inmediatamente a Busse: la zarina había muerto. Éste dijo que eso daría un fuerte impulso a su gente, pues ahora vol vería a ver una probabilidad de éxito» (citado porTrevor-Roper, Últimos días de Hitler, p.117). 219 Diario de Semler, 13/4/1945, p. 190 y ss. 220 Informe de Inge Haberzettel, citado por Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 118. 221 Ibid.; véase también: diario de Semler, 13/4/1945, p. 190 y ss.; la descripción de Semler coincide con la de Haberzettel. 222

Below, Ayudante, p. 408.

Capítulo 15. Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocialismo ya no vale la pena (1945) 1

Below, Ayudante, p. 408. Declaración de Adolph von Steengracht en Nuremberg, IMT, vol. X, p. 128. 3 En este editorial, titulado «Der Einsatz des Eigenen Lebens» [«Arriesgar la pro pia vida»], Goebbels —para darle más énfasis— se dirigió al lector en primera per sona, raramente utilizada: «Durante toda la guerra, todas las semanas, yo he tomado la palabra en público, ante nuestro pueblo (...). Cuando en ocasiones incurrían en el error, nacía de esta insuficiencia humana. Pero hoy ya no se trata de quién tenía razón y quién no...». 4 Proclamación a los soldados del frente alemán del este, en Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.223 y s. (aquí p. 2.224). 5 Oven, Finale, 19/4/1945, p. 647. 6 Citado por Heiber, Discursos, vol. 2, p. 447 y ss. (aquí p. 454). 7 Frankfurter Allgemeine Zeitung del 11/4/1985. 8 Ibid. 9 Scháfer, Berlín, p. 69. 10 Conde Lutz Schwerin von Krosigk, Es Geschah in Deutschland. Menschenbilder unseres Jahrhunderts [Sucedió en Alemania. Imagen de los hombres de nuestro siglo],Tubinga y Stuttgart, 1951, p. 234 y s. 11 Karl Koller, Der letzte Monat [El último mes], Mannheim, 1949, p. 16;TrevorRoper, Últimos días de Hitler, p. 125 y s. 2

Notas

843

12

Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 122; según esto, Hitler ya había manda do diez días antes a sus sirvientes al Obersalzberg para que hicieran los preparativos correspondientes. 13 Heiber, Discursos, vol. 2, p. 447 y ss. (aquí p. 452). 14

Ibid. Cf. los argumentos que Goebbels adujo durante la deliberación sobre la situa ción el 25/4/1945, en Der Spiegel del 10/1/1966. 16 Fest, Hif/er, p. 1.006. 17 Kessemeier, Editorialista, p. 337. 18 Joseph Goebbels, «Widerstand um jeden Preis» [«Resistencia a cualquier pre cio»], en Das Reich del 22/4/1945. 19 Schafer, Berlín, p. 70 y s. 20 Hildegard Springer, Es sprach Hans Fritzsche. Nach Gesprdchen, Briefen und Dokumenten [Habló Hans Fritzsche. Según conversaciones, cartas y documentos], Stuttgart, 1949, p.30. 21 Véase epílogo del diario de 1945, p. 468; introducción al diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, p. LXII y s. 22 Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 131 y s.; declaración del estenógrafo Herrgesell en el diario de guerra del Alto Mando de laWehrmacht, vol. IV, 2,p. 1.696 ys. 23 En las Memorias de Speer (p. 488) se dice: «Ayer (se refiere al 22/4/1945) la situa ción era tan desesperante que contábamos con una rápida ocupación de Berlín por parte de los rusos. El Führer ya quería abandonar. Pero Goebbels le persuadió y así estamos aquí todavía». 24 Fest, Mí/er, p. 1.007 y s. 25 Esta orden se ha interpretado a menudo erróneamente en el sentido de que el traslado de la familia Goebbels fue iniciativa de Hitler. En realidad se produjo a ins tancias de Goebbels; cf. Below, Ayudante, p. 415. 26 Sobre el traslado de la familia Goebbels al bunker véase Oven, Finale, 22/4/1945, p. 653 y s.; Auguste Behrend, «Meine Tochter Magda Goebbels» [«Mi hija Magda Goebbels»], en Schwabische Ulustrierte [Revista ilustrada suaba] del 23/5/1953. 27 Goebbels durante la deliberación sobre la situación el 25/4/1945, en Der Spie gel dé. 10/1/1966. 28 Sobre el ejército de Wenck y su ataque de socorro a Berlín véase Günther Gellermann, DieArmee Wenck-Hitlers letzte Hqffnung [El ejército de Wenck-La última esperanza de Hitler], Coblenza, 1984 (en adelante citado como Gellermann, Ejército de Wenck). 29 WalterWenck, «Berlin war nicht zu retten» [«Berlín no se podía salvar»], en Der Stern [La estrella] del 18/4/1965. 30 Texto de la Agencia Alemana de Noticias (Deutsches Nachrichtenbüro, DNB) del 22/4/1945, Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.228. 31 Trevor-Roper, Últimos días de Hitler,p. 146. 32 Texto de la DNB del 23/4/1945, Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.228. 15

844

Goebbels

33

Der Panzerbdr [El oso blindado] del 23/4/1945. Ernst-Günter Schenk, Ich sah Berlín Sterben [Yo vi morir a Berlín], Herford, 1975, p. 102; Kronika, Caída, p. 152. 35 Speer, Memorias, p. 487. 36 Der Spiegel del 10/1/1966. 37 Ibid. 38 Speer, Memorias, p. 484. 39 Ibid., p. 484 y s. 40 Magda Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, reproducido en Diario de 1945, p. 456 y s. 34

41

Citado por Domarus, vol. II, p. 2.228. Declaración de Albert Speer en Nuremberg, IMT, vol. XVI, p. 582 y s. 43 Trevor-Roper Papers, vol. IV, p. 1.419 y ss.; colección Irving, Instituto de His toria Contemporánea de Munich. 44 Der Spiegel del 10/1/1966. 45 Gellermann, Ejército de Wenck, p. 78. 46 Der Spiegel del 10/1/1966. 47 Partes de la Wehrmacht, 28/4/1945, vol. 3, p. 559. 48 Magda Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, reproducido en Diario de 1945, p. 456. 49 Joseph Goebbels a Harald Quandt el 28/4/1945, Ibid., p. 455 y s. 50 Diario del Instituto de Historia Contemporánea, vol. 1, 24/7/1926, p. 196. 51 Cf. sobre la boda de Hitler: Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.233 y ss.;TrevorRoper, Últimos días de Hitler, p. 173. 52 Reproducido en Diario de 1945, p. 458 y ss. 53 En la noche del 5 al 6 de mayo, Hanke abandonó la plaza de Breslavia con un Fieseler Storch, aterrizó en Schweidnitz [_widnica], poco después se le volvió a ver en Hirschberg (Montes de Silesia) y se dice que en verano de 1945 fue herido de un disparo mientras intentaba escapar del cautiverio checoslovaco en un lugar llamado Neudorf y finalmente matado a golpes; cf. la colección de material de Horst G.W. Gleiss, Breslauer Apokalypse 1945. Dokumentarchronik vom TodeskampJund Untergang einer deutschen Stadt und Festung am Ende des Zweiten Weltkrieges [Apocalipsis de Breslavia en 1945. Crónica documental de la agonía y caída de una ciudad y plaza alemana al final de la Segunda Guerra Mundial] , Wedel, 1988, p. 278 y ss. 54 Citado por Diario de 1945, p. 462 y s. 55 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.241. 56 Ibid., p. 2.242. 57 Ibid. 58 Diario de guerra del Alto Mando de la Wehrmacht, vol. IV, 2, p. 1.466. 42

59

Declaración de Günsche, citado por Uwe Bahnsen y James P. O'Donnell, Die

Katakombe. Das Ende in der Reíchskanzlei [La catacumba. El final en la cancillería del Reich],

Stuttgart, 1975, p. 210 (en adelante citado como Bahnsen/O'Donnell, La catacumba).

Notas 60

845

Ibid.,p. 212. Ibid., p. 213. 62 Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.248. 63 Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 194; según la declaración del miembro de las SS Harry Mengershausen (en Bahnsen/O'Donnell, La catacumba, p. 214 y s.), Linge sacó de los puños de su chaqueta unos impresos, los retorció a modo de antor cha, los encendió y se los dio a Bormann, quien los arrojó a los cadáveres. 64 Gueorgui K.Zhúkov, Erinnerungen und Gedanken [Memorias y pensamientos], vol. a 2, 8 ed., Berlín (Este), 1987, p. 353; Lew Besymenski, Die letzten Notizen von Martin Bormann. Ein Dokument und sein Verfasser [Las últimas notas de Martin Bormann. Un docu mento y su autor], Stuttgart, 1974, p. 276 (en adelante citado como Besymenski, Bor mann). 65 Besymenski, Bormann, p. 275 y s. 66 Bahnsen/O'Donnell: La catacumba, p. 229. 67 Diario de guerra del Alto Mando de la Wehrmacht, vol. IV, 2, p. 1.468. 68 Ibid., p. 1.469. 69 Ibid. 70 Joseph Goebbels, «Der Generalstab» [«El Estado Mayor»], en Goebbels, Cami nos hacia el Tercer Reich, p. 10. 71 Entrevista a Artur Axmann por parte de K. Frank Korf el 27/4/1948, KorfPapers, Hoover Institution, Stanford. 72 Kunz declaró que Magda Goebbels le llamó entre las cuatro y las cinco de la tarde; Besymenski, Hitler, p. 210. 73 Ibid., p. 211. 74 Véase el texto de las actas de la autopsia soviética reproducido en Besymenski {Hitler, p. 321 y ss.). 75 Bahnsen/O'Donnell, La catacumba, p. 240. 76 Las declaraciones de Axmann ponen de manifiesto hasta qué punto los super vivientes se contradijeron en sus posteriores relatos, que fueron posiblemente mani pulados para dar pábulo a las leyendas, o se admitieron rumores y tuvo cabida el pro pio recuerdo: Axmann declaró ante Korf el 27/4/1948 (Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford) que abandonó el bunker a primeras horas de la tarde del 1 de mayo. Cuan do volvió al atardecer y preguntó por Goebbels de camino al bunker, el general de brigada de las SS Mohnke le explicó que éste y su familia ya estaban muertos. Axmann: / did not continué to the Bunker, but returned. El propio Axmann informó más tarde: «La señora Goebbels estaba completamente decidida, el comandante Mohnke le besó la mano. Ella dijo: "Señor Mohnke, nuestros hijos ya son pequeños angelitos, ahora no sotros los seguimos". Luego el doctor Goebbels le ofreció el brazo. Ella lo cogió. Así subieron las escaleras del bunker» {Die Zeit del 16/8/1968). 77 Besymenski, Hitler, p. 331 y ss. 78 Esto no se menciona en el informe soviético de la autopsia (Besymenski, Hitler, p. 331 y ss.).Tampoco Hans Fritzsche observó ninguna herida en la cabeza cuando 61

846

Goebbels

se le mostraron los cadáveres el 4 de mayo de 1945 (entrevista a Hans Fritzsche por parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford). Al hecho de que Goebbels se pegó además un tiro alude la declaración de Schwagermann (Trevor-Roper, Últimos días de Hitler, p. 203), así como las dos pistolas Walther que se encontraron junto a las cabezas de él y su esposa (Besymenski, Hitler, p. 149). 79 A las 22.26 se comunicó en la radio alemana «que nuestro Führer Adolf Hitler ha caído hoy (sic) por la tarde en su puesto de mando de la cancillería del Reich, luchando por Alemania y en contra del bolchevismo hasta el último aliento» (Domarus, Discursos, vol. II, p. 2.250). 80 Las entrevistas realizadas por Korf a Axmann y Fritzsche en abril de 1948 indi can más bien que Joseph y Magda Goebbels se suicidaron en el bunker. Es intere sante la declaración de Fritzsche de que, según Naumann, Goebbels no se suicidó inmediatamente después de su mujer (Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford). Por el contrario, Mohnke (cf. Bahnsen/O'Donnell: La catacumba, p. 240) y Schwágermann (Trevor-Roper Papers, vol. IV, p. 1.491 y ss.) afirmaron que Joseph y Magda Goeb bels se quitaron la vida delante de la salida de emergencia del bunker. Las declara ciones también difieren mucho sobre la hora de la muerte: Axmann y Fritzsche dije ron a Korf que Goebbels y su familia ya estaban muertos antes de las 20 horas (Korf-Papers, Hoover Institution, Standford); en cambio, el vicealmiranteVoss afirma haber visto a Goebbels con vida por última vez a las 20.30, Besymenski, Hitler, p. 151. Según Kunz, Goebbels murió poco después de las 22 horas (acta de la declaración del 7/5/1945, en Die Zeit del 16/8/1968).

Anexo 1

Acta sobre el hallazgo de la familia Goebbels del 3/5/1945, Besymenski, Hitler, p. 149. 2 Ibid., p. 150. 3 Ibid., p. 156. 4 En su entrevista por parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, Korf-Papers, Hoover Institution, Stanford. 5 Acta del examen forense del cuerpo de Goebbels, citado por Besymenski, Hitler, p. 331 y ss. (aquí p. 335 y s.). 6 Entrevista a Hans Fritzsche por parte de K. Frank Korf el 30/4/1948, KorfPapers, Hoover Institution, Stanford. 7 Heiber, Goebbels, p. 419.

índice onomástico

Albers, Hans, 353 Alejandro Magno, 26, 659, 660 Alpar, Gitta, 400 Alvensleben,Werner von, 259, 285, 289 Amann, Max, 194, 211, 242, 316, 391, 392,439,460,514,515 Aníbal, 659 Anlauf, Paul, 238 Arco-Valley, Antón von (conde), 55 Arent, Benno von, 354, 399, 451 Attolico, Bernardo, 486 Auchinleck, Claude, 571 Augusto Guillermo, príncipe de Prusia, 183,188 Axmann, Artur, 697, 698, 702 Baarova, Lida, 400-403, 417-419, 434, 439, 440,446-448,452 Backe, Herbert, 624 Badoglio, Pietro, 609, 610, 616 Balasko,Viktoria von, 448 Barlach, Ernst, 349, 369, 422, 423 Bartels,Adolf,87 Bartels, Gerhard, 26, 32 Barthou, Jean Louis, 343 Bauer, Gustav, 198 Baumgarten, Paul, 476 Baur, Hans, 703 Bechstein, Edwin, 245

Bechstein, Helene, 245 Beckjosef, 343,470 Beck, Ludwig, 438,451,635 Beethoven, Ludwig van, 368, 437 Behrend,Auguste,230 Beines, Herbert, 23 Below, Nicolaus von, 694 Benfer, Friedrich, 354 Benn, Gottfried, 65, 348 Bernadotte, Folke (conde), 668,683,692 Berndt, Alfred Ingemar, 314, 389, 413, 435,444,456,540,541,571,579,580, 584,604, 606,620,643, 644,677 Bernhard, Georg, 156 Bethke, Martin, 233 Bibra, Sigismund von (barón), 507 Birgel,Willy, 402 Bismarck, Otto von (príncipe), 35, 133, 471,491,546 Blomberg.Werner von, 358, 361, 366, 367,388,428,430,431,446 Blunck, Hans Friedrich, 383 Bóss, Gustav, 180 Bodenschatz, Karl, 439 Bómer, Karl, 435, 547, 557 Bonaparte, Napoleón, 520, 541, 549 Bonnet, Georges, 456, 576 Bormann, Martin, 543,582,587590,598, 601,615,620,621,636,637,643,644,

848

Goebbels

645,649,654,666,668,687,692,694, 695, 697-700, 703 Borodín, Michail Markovich, 381 Bose, Herbert von, 364 Bouhler, Philipp, 386 Bracht, Franz, 264 Brandt, Karl, 469 Brauchitsch,Walter von, 430, 451, 463, 499, 567 Braun, Eva, 687, 692, 694 Braun, Otto, 198,207,237,254,264 Brecht, Bertolt, 65 Bredow, Ferdinand von, 364 Breker, Arno, 469 Brückner,Wilhelm, 361 Brüning, Heinrich, 192, 197, 206, 207, 217,236,240,253-260,269,284 Buch,Walter, 196 Bürckeljosef, 432 Burckhardt, Cari Jacob, 341 Burgdorf,Wilhelm, 652, 694, 696-698 Busch, Fritz Otto, 297 Bystrov (comandante), 705 Canaris,Wilhelm, 432 Carlyle,Thomas, 659, 673 Carol,William, 401 Chagall, Marc, 423 Chamberlain, Arthur Neville, 449, 451, 494, 506 Chamberlain, Houston Stewart, 89, 134 Christian, Gerda, 694 Chuikov,Vasily, 699, 700 Churchill,Winston, 495-497, 506, 507, 515,518-520,522,524,528,537,543, 545,546,562,567,571,573,579,605, 666 Class, Heinrich, 175 Clausewitz, Cari von, 658 Clemenceau, Georges, 651 Coervers,Johanna Maria Katharina, 19 Conti, Leonardo, 210, 339, 439 Correll, Ernst Hugo, 419

Cuno,Wilhelm, 77, 84 Curtius,Julius, 65 Cziffra, Géza von, 355 Dagover, Lil, 355 Daladier, Edouard, 342, 451 Daluege, Kurt, 129, 131, 137, 138, 144, 224,363,432,457, 564 Dannhoff, Erika, 354 Darré,Walter R., 333, 334, 380, 384 Darwin, Charles, 27 Deltgen, Rene, 439 Dennis (subteniente), 620 Diels, Rudolf, 300,304 Dietl,Eduard,511,539 Dietrich, Marlene, 420 Dietrich, Otto, 14, 316, 362, 415, 431, 435,439,444,445,460,492,495,535, 543,555,561,565,583,623,629,676678

Dietrich, Sepp, 439, 677 Diewerge,Wolfgang, 575, 576 Dimitrov, Georgi, 345, 347 Dirksen.Viktoria von, 214, 245 Dix, Rudolf, 465 Dóblin,Alfred,347 Dodd,WilliamE.,399 Dollfuss, Engelbert, 340, 375 Dómtz, Karl, 496,678,687,691,694,695, 698-700,703 Dostoievski, Fiódor M., 52, 53, 58, 65, 70,79,82,113,184,452 Dressler-Andress, Horst, 317, 378 Duesterberg.Theodor, 248, 252 DufVing,Theodor von, 699 Dulles, Alien, 683 Dürr, Dagobert, 147,158,186 Ebert, Friedrich, 50 Eckold,Wilhelm, 706 Edén, Anthony, 377 Eichendorff,Joseph von, 130 Eichmann, Adolf, 562

índice onomástico Einsiedel, Heinrich von (conde), 617 Eisenstein, Serguéi, 354 Eisner, Kurt, 55 Elserjohann Georg, 498, 511 Elster, Else, 379 Eltz-Rübenach, Peter Paul von (barón), 317,411 Engels, Friedrich, 52 Epp, Franz Ritter von (barón), 161,174, 196,200,243,263 Erzberger, Matthias, 46 Esenwein, Olgi, 81 Esser, Hermann, 107,108, 219 Esser, Thomas, 162 Feder, Gottfried, 95, 113-115, 118, 120, 121,161,219,282,283 Federico II (el Grande), 18,123,297,319, 329,478,596,659,670,673,679,689 Fegelein, Hermann, 692 Feininger, Lyonel, 423 Feuchtwanger, Lion, 501 Finck.Werner, 424 Fischbock, Hans, 457 Fischer,Walter, 183 Flisges, Richard, 30,52,56,59,61,62,67, 69,78,80-82,108,188,293 Francisco Fernando de Habsburgo (heredero del trono austro-húngaro), 29,575 Franco, Francisco, 416, 532 Francois-Poncet, André, 327, 368, 396 Frank, Hans, 205, 439, 498, 527, 581 Freisler, Roland, 240, 643, 666 Freud, Sigmund, 18 Frick,Wilhelm, 154,161,206,266, 268, 280,292,294,330,331,349,391,409, 415,589 Fritsch.Werner von, 388, 389, 428-431, 438 Fritzsche, Hans, 456,484,485,532,623, 706 Frobenius, Leo, 65 Fróhlich, Gustav, 400,403,417,418,424

849

Fromm, Fritz, 634, 635 Funk.Walther, 263, 299, 313, 331, 420, 431,442,444,456,457,586,588,589, 600,601,624,629,636,637 Furtwángler,Wílhelm, 348, 372, 373 Galland,Adolf,539 Garbo, Greta, 354 Gaulle, Charles de, 647 Gayl,Wilhelm von (barón), 261 Gessler, Otto, 156 Gebühr, Otto, 355 George, Heinrich, 595, 658 George, Stefan, 65 Giesler, Paul, 694 Gisevius, Hans-Bernd, 642 Glaise-Horstenau, Edmund von, 432 Gobbels, Konrad, 708, 709 Gobineau,Joseph Arthur (conde de), 89 Goebbels, Elisabeth (hermana dejoseph), 19,21 Goebbels, Elisabeth (tía dejoseph), 20 Goebbels, Fritz, 18,19,21,24,29,33,36, 48, 56, 83 Goebbels, Hans, 19,24,29,30,33,34,57, 61,62,68,83,326 Goebbels, Hedda, 439, 703 Goebbels, Heide, 531,703 Goebbels, Heinrich, 20 Goebbels, Helga, 271,392, 594, 703 Goebbels, Helmut, 392, 703 Goebbels, Hilde, 357,594, 703 Goebbels, Holde, 415,703 Goebbels, Katharina (de soltera Odenhausen), 19,21,22 Goebbels, Konrad (abuelo dejoseph), 18, 20 Goebbels, Konrad (hermano dejoseph), 19,24,33,49, 58,66, 68,83,326,334 Goebbels, Magda (de soltera Ritschel, separada de Quandt), 63,228-231,235, 242,243,271,284,285,288,293,326, 329,330,334,335,347,354,384,391-

850

Goebbels

393,400-403,414,416-418,439,440, 446,447,451,452,462-465,469,478, 497,531,545,594,625,652,658,658, 663,673,674,687,689,692,694,696, 702, 703,705 Goebbels, Maria (de casada Kimmich), 19, 68, 285, 326, 448, 464, 465, 613, 658,674 Goerdeler, Carl-Friedrich, 652 Goes, Fritz, 643 Goethe,Johann Wolfgang von, 61,65,79, 94, 347, 349,379 Goldschmidt, Samuel, 443 Goltz, Rüdiger von der (conde), 198-200, 210, 291, 429 Góring, Emmy (de soltera Sonnemann), 356, 462 Góring, Hermann, 183, 186, 188, 196, 204,207,223,225,256,257,266,267, 271,272,280,281,283,288-296,299305,327,332-334,346,349,356,361, 363,366,372,384,388,400,403,416, 417,421,428-433,439,442,456-458, 462,463,467,476,504,515,521,523, 524,526,528-532,539,543,545,590, 598-601,620,625,635,648,656,661, 663,667-669,672,673,676,678,679, 684,690,692,694 Góring, Karin (de soltera von Fock, separada de von Kantzow), 225 Graefe, Albert von, 95,96 Grantz, Günther, 656, 662 Granzow, Walter, 243 Greim, Robert Ritter von, 692, 693 Greiner, Erich, 313 Groener, Wilhelm, 156, 253, 254, 256, 257, 259 Gründgens, Gustaf, 354, 513 Grüneberg, Otto, 215 Grynszpan, Herszel, 453, 459, 575, 576 Grzesinski,Albert, 141,209,212,214,216, 217,264,265 Guderian, Heinz, 513,565,641,677,678

Guillermo (príncipe heredero de Prusia), 183,188 Guillermo II (emperador alemán), 17,18, 46,139,231 Gundolf, Friedrich, 61,65,88,328 Günsche, Otto, 697, 698, 703 Gustloff, Wilhelm, 386, 575,662 Gutterer, Leopold, 324, 435, 522, 558, 562, 586, 603, 614 Haase, Ludolf, 116 Haase, Werner, 696,706 Haberzettel, Inge, 679 Hacha, Emil, 467 Hadamovsky, Eugen, 298, 317 Haeften,Werner von, 635 Haegert, Wilhelm, 313, 374, 540, 541 Hagen, Hans, 630-632 Halbe, Max, 325 Halder, Franz, 499, 555 Halifax, Edward Lord, 475, 524 Hamilton, duque de, 543 Hammerstein-Equord, Kurt von (barón), 290,291 Handschumacher, Johannes, 326 Hanfstaengl, Eberhard, 334 Hanfstaengl, Ernst («Putzi»), 201, 235, 245,293,301-303,319,334,346,415417 Hanke, Karl, 249,267,299,313,324,380, 460,462,463,469,470,478,540,625, 658, 660, 671, 678, 694 Harlan,Veit, 354,434,448,501,502,526, 664 Hase, Paul von, 630, 632, 635 Hauenschild, Bruno Ritter von, 663 Hauenstein, Heinz Oskar, 129,131 Hauptmann, Gerhart, 348 Haushofer, Karl, 531, 543 Hess, Rudolf, 174, 187, 287, 293, 335, 348,361,364,369,371,373,432,502, 542-545 Heckel, Erich, 423

852

Goebbels

Kamerbeek, Maria (de casada Nobel), 66 Krukenberg, Gustav, 317 Kampmann, Karoly, 249, 286 Kube, Richard Paul Wilhelm, 167 Kanya, Koloman Kania von, 343 Kummerow, Hans Heinrich, 587 Kapp,Wolfgang, 58 Kunz, Helmut Gustav, 703 Kaufmann, Karl, 102,103,105,106,108, Kütemeyer, Hans-Georg, 169, 170, 404 109,112,117-119,121,142,163 Kutscher, Artur, 65 Keitel, Wilhelm, 439,449,463,572,588, 589,598,601,620,636,637,641,688, Lammers, Hans-Heinrich, 439,557,587696 589,598,601,614,615,636,637 Keller, Gottfried, 32 Lang, Fritz, 347, 354 Kempka, Erich, 361, 698, 703 Lange, Wilhelm, 705 Kerr, Alfred, 410 Langsdorff, Hans, 503 Khazin (comandante), 705 Lasch, Karl, 581 Kimmich, Axel, 44 Lasch, Otto, 671, 678 Kippenberger, Hans, 221 Lassalle, Ferdinand, 381 Kirchner, Ernst Ludwig, 422, 423 Laubinger, Otto, 313 Kisch, Egon Erwin, 304 Le Bon, Gustave, 132 Klausener, Erich, 364 Leander, Zarah, 539 Klee, Paul, 423 Leber, Julius, 321 Klemperer, Otto, 347 Lenck, Franz, 238 Klimenko, Ivan I., 705 Lenin.Vladímir Ilich, 110, 222, 683 Klotz, Helmut, 241,244,258 Lennartz, Herbert, 18,19,21,27,36 Kluge, Günther von, 653 Lenz, Max, 27 Knauff, Erich, 607 Leopoldo III (rey de Bélgica), 516 Knittel, John, 604 Lessing, Theodor, 323 Koch, Erich, 92,95,142,671 Leuschner, Wühelm, 321 Kokoschka, Oskar, 422, 423 Levetzow, Magnus von, 304, 379, 380 Kollwitz, Kathe, 423 Ley, Robert, 109,285,322,335-337,350, Kólsch (madre de Karl Heinz y Agnes), 404,586,598,600,601,624,638,678, 43 684 Kólsch, Agnes, 42-44 Liebermann, Max, 423 Kólsch, Karl Heinz («Pille»), 40, 42 Liebknecht, Karl, 46, 48, 183, 184, 208, Koniev, Ivan Stepanovich, 682,683 209,215,238,262,288,296,300,304 Kórber, Hilde, 354, 434, 448 Liffers, Maria, 28 Kórner, Paul, 598 Linge, Heinz, 692, 697, 698, 703 Kórner,Theodor, 664 Lippert, Julius, 147, 154, 211, 212, 286, Kortzfleisch,Joachim von, 635 443 Kraft, Zdenko von, 350, 659 Lipskijosef, 487 Krage, Lene, 34, 35, 39 Litvinov, Maxim Maximovich, 381, 482 Krauss.Werner, 502 Lóbe, Paul, 218, 247, 259, 271 Krebs, Hans, 542,694, 696-700 Lohse, Hinrich, 106,109 Kriegk, Otto, 578, 623 Lorenz, Heinz, 695 Krüger, Paul, 537 Louis, Spyridon, 396

Índice onomástico Lówenstein, Alfred, 155 Lubbe, Marinus van der, 303, 304, 345, 347 Lüdecke,Kurt,401,402 Ludendorff, Erich, 85, 95, 96,102 Lütjens, Günther, 546 Lutze, Víctor, 198,384 Luxemburgo, Rosa, 48, 89,169, 381 Macke, August, 349 Maikowski, Eberhard, 209,295,297,404 Maisel, Ernst, 652 Malitz, Bruno, 669 Mann, Golo, 329 Mann, Heinrich, 347 Mann,Thomas, 347 Manstein, Erich von, 512 Marc, Franz, 423 Marian, Ferdinand, 502, 526 Marks, Erich, 27 Marseille, Hans Joachim, 539 Martov, L. (Julij Ossipovich Zederbaum), 381 Marx,Karl, 18,52,98,110,156,181,381, #01

Marx,Wilhelm, 89 Matsuoka,Yosuke, 541, 542, 698 Maurice, Emil, 123 Mayer, Helene, 395 Meinshausen, Hans, 221 Meissner, Otto, 200, 256, 257, 269, 279, 288,291,368,467,526,684 Mertz von Quirnheim, Albrecht Ritter, 635 Meyendorff, Irene von, 354, 402 Meyrink, Gustav, 55 Mielenz,Willi, 208 Mielke, Erich, 238 Mies van der Rohe, Ludwig, 369, 422 Milch, Erhard, 598, 646 Model,Walter,651,677 Modersohn, Paula, 423 Moeller, Ferdinand, 349

853

Moeller van den Bruck,Arthur, 113,193 Mohnke,Wilhelm, 682, 698,703 Mólders,Werner, 539 Mollen.Johannes, 26, 32, 33, 39-41, 45 Móller, Eberhard Wolfgang, 501 Molótov,Viacheslav, 482,483, 493, 532534,605 Moltke, Helmuth von (conde), 471, 572 Mommsen,Theodor, 659 Moorehead, Alan, 571 Morell,Theodor, 687, 703 Morgenthau, Henry M.Jr., 651, 652 Morris, Leland, 566 Mosley, Oswald, 525 Mossakowsky, Eugen, 196 Motta, Giuseppe, 341 Muchow, Reinhold, 134, 165,166,182, 322 Mühsam, Erich, 321 Müller (redactor del Westdeutsche Landeszeitung), 71

Müller, Georg Wilhelm, 355,643 MüUer, Hermann, 162,191,192 Mumme, Georg, 61-63 Münchmeyer, Ludwig, 213 Mussolini, Benito, 159, 231, 270, 330, 340,426,427,433,439,451,486,508, 513,532,536,540,580,609,610,695, 696 Naumann,Werner, 444, 586, 588, 589, 624,636,640,648,650,654,656,667, 674,702, 703 Nettelbeck, Joachim, 664 Neumann, Fritz, 67 Neumann, Heinz, 177,208,238 Neurath, Konstantin von, 331,332, 339, 430,432,468 Niekisch, Ernst, 193 Nietzsche, Friedrich, 18, 45, 64, 79, 349 Nolde, Emil, 334,349,369, 421-423 Norkus, Herbert, 244 Noske, Gustav, 48 "l

854

Goebbels

Odenhausen, Christina («Stina»), 20 Odenhausen.Johann Michael, 19 Olbricht, Friedrich, 635 Oncken, Hermann, 67 Ondra, Anny, 354 Oshima, Hiroshi, 648, 649 Ossietzky, Cari von, 304, 425 Otte, Richard, 686 Oven, Wilfred von, 478, 608, 623, 631, 634,636,661,665 Pacelli, Eugenio (Papa Pío XII), 411 Papen, Franz von, 259-262,264,271,272, 276,279,280,285,288,290-292,301, 303,304,310,323,358-360,364,368, 383,388,431,432 Paudler, Maria, 325 Paul-Boncour,Joseph, 342, 343 Paulus, Friedrich, 585, 590-592 Paum (profesor en Heidelberg), 67 Pechstein, Max, 349, 422,423 Petacci, Clara, 696 Pétain, Philipp, 518, 532 Pfeffer von Salomón, Franz, 109,116,118, 164,165,188 Philipp (príncipe de Hesse), 433 Pieck,Wilhelm, 181 Pinder,Wilhelm, 328 Pío XI (Achule Ratti), 412,413 Piscator, Edwin, 157 Plauen, E.O. (desde 1933 pseudónimo de Erich Ohser), 607 Pol, Heinz, 82 Popov (fue acusado en el proceso por el incendio del Reichstag), 345, 347 Porten, Henny, 355 Potthast, Hedwig, 668 Prang, Fritz, 30, 47, 48, 66, 92-97, 104, 105,325,326 Preuss, Hugo, 89 Prien, Günther, 268, 495, 539 Puttkamer, Karl Jesko von, 687

Quandt,Eleonore («Ello»), 243,354,401 Quandt, Günther, 228, 230, 384, 401 Quandt, Harald, 229,243,546,647,663, 693 Quandt, Hellmuth, 229,284,384 Quandt, Herbert, 229 Quandt, Werner, 401 Raabe,Wilhelm, 31, 32, 40 Rach, Günther, 393, 687, 704 Raeder, Erich, 388, 495, 496 Raskin,Adolf,374,506 Rath, Ernst vom, 453, 575, 576 Rathenau,Walter, 89,139,141 Rattenhuber,Johann, 699 Raubal,Angela («Geli»), 119,422 Rauschning, Hermann, 343, 507 Reichenau,Walther von, 431 Reinberger, Helmut, 505 Reinhardt, Hans, 513 Reitsch, Hanna, 692, 693 Remarque, Erich Maria, 212 Remer, Ernst Otto, 630-634, 637 Remmele, Hermann, 215 Reventlow, Ernst zu (conde), 95, 154, 163,167 Reynaud, Paul, 509, 518 Ribbentropjoachim von, 290,388,427431,435,439,442,456,471,474,481, 482,483,485,487,489,491-493,495, 523,531,536,543,557,621,627,649, 650, 667, 674-676, 681, 683,688 Richter (abogado de Goebbels), 158 Riefenstahl, Leni, 338,354,397-399,438, 439 Rienhardt, Rolf, 316, 514, 515 Ripke,Alex, 103,105-108 Ritschel, Oskar, 230 Ritter,Karl, 161,174,200,243,363,418, 635,692 Roetteken, Hubert, 47 Rohde, Robert, 154 Rohlfs, Christian, 349

índice onomástico R6hm,Ernst, 13,220,222,224,241,242, 258,259,268,269,280,281,288,357, 360-367, 428 Rommel, Erwin, 467,539-542,565,570572,579-584,604-606,618,619,624, 644,652, 653 Rommel, Lucie, 653 Roon, Albrecht von (conde), 471 Roosevelt, Franklin D., 455, 537, 562, 567,605,666,678,679,681,684,690 Rosenberg,Alfred, 118,219,221,348350,358,361,369-374,378-380,383386,402,409,411,414,420,425,426, 460,462,463,469,492,502,503,515, 530,537,557-559,594,614-616,621, 627, 667 Rosskamp, Gertrud Margarete, 18 Rückert, Erwin, 184 Rudel, Hans Ulrich, 658 Rühmann, Heinz, 392 Rundstedt, Gerd von, 265,617,624,641, 653,657 Rust, Bernhard, 198,299, 311,378, 386, 421, 422 Rydz-Smigly, Eduard, 490 Sagasser, Erich, 286 Salm, Elisabeth, 183,184 Sauckel, Fritz, 589, 624, 636, 637 Sauerbruch, Ferdinand, 328,367,425,463 Schacht, Hjalmar, 383, 386, 425 Schaub, Julius, 14, 361, 452, 650, 656 Schaumburg, Otto, 304 Schaumburg-Lippe, Friedrich Christian (príncipe de), 354 Scheidemann, Philipp, 46,103, 227 Scherer,Wilhelm, 65 Scheringer, Richard, 206, 221, 222 Scherl, August, 196,578 Scheuermann, Fritz, 383 Schiller, Friedrich, 54, 427 Schimmelmann, Karl-Hubertus (conde), 220,234

855

Schinkel, Karl Friedrich, 311 Schirach, Baldur von, 383, 384,386 Schirmeister, Moritz von, 317 Schirmer, Max, 215 Schlageter, Leo, 77, 92, 103, 129, 196 Schlange, Ernst, 122,123,129 Schlegelberger, Franz, 574, 581 Schleicher, Kurt von, 255,256,259,260, 265-267,269,280-282,285,288-292, 363,364 Schlitter, Oskar, 391 Schmeling, Max, 354 Schmid, Wilhelm, 362 Schmidt, Paul, 340-342 Schmidt-Rottluff, Karl, 423 Schmiedicke, Erich, 123, 124, 129, 131 Schmundt, Rudolf, 590, 617, 624 Schneider, Karl, 705 Schneidhuber, August, 362 Schniewind, Otto, 439 Schoch, Heinz, 209 Schopenhauer,Arthur, 349 Schórner, Ferdinand, 670, 671, 695 Schreck, Julius, 361 Schreiber, Otto Andreas, 349 Schróder, Kurt von (barón), 285 Schulenburg, Friedrich Werner von der (conde), 482 Schulz, Paul, 226 Schumacher, Kurt, 247 Schuschnigg, Kurt von, 431-433, 467 Schütz, Wilhelm von, 65,67 Schwágermann, Günther, 636,663, 687, 703 Schwarz, Franz Xaver, 384 Schwarz van Berk, Hans, 608, 611, 624, 648, 654 Schweitzer, Hans («Mjólnir»), 144, 147, 148,151,249,421,422 Schwerin von Krosigk, Lutz (conde), 419, 420, 457, 476 Seeger, Ernst, 313, 355 Seldte, Franz, 172,173,175, 288

856

Goebbels

Selpin, Herbert, 607 Semler, Rudolf, 549, 585, 606, 613, 621, 643,654,655, 667, 673,678, 679 Severing, Cari, 209, 212, 251 Seydlitz-Kurzbach, Walther von, 617 Seyss-Inquart, Artur, 432-434 Shaw, George Bernard, 354 Shirer,William L., 450 Simón, Sir John, 340,377 Simson, Marianne von, 643 Sklarek, Leo, Max y Willi, 180,181 Skorzeny, Otto, 635 Sóderbaum, Kristina, 354 Sokolovski,Vasily Danilovich, 699 Speer, Albert, 324,326,334,335,395,416, 422,462,468,469,471,476-479,483, 562,585,586,588,589,594,597-601, 622,624,626,629,631-634,636,637, 639,644-646,654,655,663,675,678, 684, 689, 690 Speidel, Hans, 653 Spengler, Oswald, 64, 65, 70-72, 88, 90, 193 Sperrle, Hugo, 431 Stalherm.Anka (de casada Mumme), 4346, 49-57, 59-63, 68, 72, 81, 87,119, 228-230 Stalin, IósivVisariónovich, 171,175,177, 208,236,381,482,483,485,491,493, 500,532,534,542,546,548,556,558, 559,562,583,593,594,605,618,648650,663-666,668,670,674,681,683, 689, 698, 699 Stampfer, Friedrich, 289 Stauffenberg, Claus Schenk von (conde), 635,636 Steiger, Hans, 130 Steiner, Félix, 688 Stenig (fiscal), 232 Stennes, Walter, 13, 164, 165, 201, 202, 219-228,230,231,236,241,242,245, 307 Stephan.Werner, 11, 584

Stoeckel, Walter, 284, 288, 384 Stóhr, Franz, 217 Storm.Theodor, 32 Strasser, Gregor, 95, 96, 102, 103, 107109,111-118,121-123,129-132,142147,155,161,163,164,166,174,181, 191-195,197,258,259,261,266-268, 270-272,274,280-283,285,287,288, 307, 336,364,369 Strasser, Otto, 115, 122, 123, 129-132, 142-147,163,164,174,181,191-197, 202, 206, 364 Strauss, Richard, 348,370, 371, 378,379 Strehl, Hela, 354 Streicher, Julius, 95,322 Stresemann, Gustav, 84,85,104,127,156, 178,179,191,340,342,387 Strindberg, August, 55 Stuckart, Wilhelm, 598,624,637 Stucke, Friedrich, 140 Student, Kurt, 647 Stülpnagel, Carl-Heinrich von, 439, 652 Stummjohannes, 209 Stumpfegger, Ludwig, 703 Suvich, Fulvio, 343 Talleyrand, Charles Maurice de, 142 Tanev (acusado en el proceso por el incendio del Reichstag), 345, 347 Taubert, Eberhard, 374, 375, 380, 409, 500,558, 559, 614, 615 Terboven.Josef, 361 Thalmann, Ernst, 136, 248, 252, 289 Thierack, Otto, 581, 582, 598 Thiersch, Hermann, 43 Thorakjosef, 469 Timoshenko, Semión K., 561 Tirpitz, Alfred von, 17 Todt, Fritz, 573, 629 Toller, Ernst, 323 Tolstói, León, 55, 58, 61 Tonak, Albert, 178,201,211,294 Torgler, Ernst, 271, 305, 345, 347, 559

índice onomástico Toscanini, Arturo, 373 Treitschke, Heinrich von, 26 Trenker, Luis, 354 Troeltsch, Ernst, 65 Trotski, León, 89,171,381 Truman, Harry S., 681 Tschammer und Osten, Hans von, 395 Uhland, Ludwig, 34 Ulbricht,Walter, 215,216,238,275,699 Ullrich, Luise, 354 Vahlen,Theodor, 109,129 Víctor Manuel III (rey de Italia), 439 Vlasov, Andréi Andréievich, 663 Vogelsang, Heinrich, 672 Voss, Christian, 691, 696, 705 Voss, Hans-Erich, 28, 32-34, 36, 46, 53, 61,390 Voltaire (en realidad Francois Marie Arouet), 142 Wagner (jefe de circunscripción), 671 Wagner, Adolf, 349, 380, 421, 618 Wagner, Eduard, 499 Wagner, Richard, 18, 335, 374, 591 Wagner, Walter, 694 Wagnitz,Walter, 286 Waldberg, Max von (barón), 65, 67, 88, 328 Wegener, Paul, 640 Weiss.Bemhard, 150,151,153-155,158, 169,209,210,212,231,232,234,259, 264,265, 462 Weiss, Eduard («Ede»), 221, 227 Weidemann, Hans Jakob, 349 Weidling, Helmut, 696 Weinert,Erich,215

857

Weizsácker,Ernst von,340,341,451,534 Welles, Sumner, 509 Wels, Otto, 320 Wenck.Walther, 688, 689, 691, 696 Wentscher, Bruno, 449 Werner, Karl August, 11, 183, 210, 259, 361,388,401,424,444,502,539,584, 635, 706 Wessel, Horst, 13,133-135,137,152,153, 165,166,176,177,183-186,188,189, 192,213,215,220,224,273,288,289, 293,322, 326,327,404,433 Wessel, Ingeborg, 187 Wessel, Ludwig, 187 Wessel, Margarete, 186 Wessel, Werner, 183 Wiechert, Ernst, 321 Wiegershaus, Friedrich, 93, 98,100,102 Wiemann, Mathias, 418 Winckelmann,Johann Joachim, 43 Winkler, Max, 316, 419, 420, 530 Winnig, August, 193 Wolff, Karl, 683 Wolff,Theodor,99 Wólfflin, Heinrich, 61 Wulle, Reinhold, 147 Young, Owen D., 170,172, 217 Zander,Wilhelm, 695 Zeitzler, Kurt, 590 Zhúkov, Gueorgui Konstantínovich, 682, 699 Ziegler,Adolf,422,423 Zilles,Willy,31 Zórgiebel, Karl, 141, 212, 233 Zweig, Arnold, 347 Zweig,Stefan,371,378

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