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AUSENCIA de Idana

ISBN: en trámite Solicitud de Registro de la Propiedad Intelectual No. V-1409-07 Registro de la Propiedad Intelectual Ministerio de Cultura Gobierno de España http://www.mcu.es/propiedadInt/index.html

Qué más da a la persona que amas, Si la amas con el corazón. Ni el peor de los prejuicios, ni el tiempo, Pudo con este amor.

Agradecimientos Gracias a mis padres y mi hermano por darme la oportunidad de mostrarme tal como soy, por no darme nunca la espalda, por estar siempre ahí, por ser mi motor y mi base. Gracias a Mar por estar a mi lado y darme consejos escuetos pero cargados de razones para seguir. Gracias a Patri por ocuparse de mí cuando perdí el rumbo. Gracias por tu preocupación y ocupación. Gracias a Sam, por creer en mí como

escritora. Y como persona, por darme esos consejos más difíciles y duros para hacerme despertar, por tu aliento y por tus frenos a mis tantas boludeces. Gracias a las tres por estar siempre, pero sobre todo, por estar cuando no hubo nadie más y me quedé sola en las tinieblas. Soy afortunada por vuestra amistad. Gracias a Mª José, mi psicóloga y colaboradora de la asociación Lambda, por tratar de sacar de mí las cosas dañinas, haciéndome ver que hay cosas buenas por las cuales levantarse y

luchar. Gracias por ser tan gran persona, he tenido suerte de encontrarte en el camino de mi vida. Te siento como el faro que alumbra al marinero en medio de una tempestad. Gracias a Ana, Omar, Beatriz, José, Lola, Mª Paz, María, Marisa, Silvia, Ruth, Concha, Zule por todo cuanto hemos compartido, risas, lágrimas, pero sobre todo, tanta humanidad y apoyo.

Dedicatorias En especial, dedicado a la mujer que me da motivos para mejorar, para creer en el amor, para con su mirada y su sonrisa alcanzar la felicidad. Sin esa sonrisa no valdría la pena levantarme todos los días. A ti, que eres mi compañera en la vida. A mis tres ángeles que desde el cielo Me dan la energía para seguir. Pepa, Conchín y Dana.

Valencia, 15 de Marzo de 2004 Querida sobrina, ayer me ayudaste a abrir mi corazón, a sacar de mis entrañas y mi alma, mi dolor. Quizá para ti este día sea un recuerdo importante, feliz, cuando en tu vida lo recuerdes. Pero para mí, es lo único que he deseado en mi triste existencia. Esta es la razón que me empuja a escribirte este diario, para que algo tan grande y maravilloso no muera jamás. Una guerra consiguió separarnos pero nunca olvidarnos. A mis sesenta y cinco años, soy una mujer nueva, me siento frente a este papel en blanco, con las fuerzas suficientes para comenzar y acabar un diario, que nunca tuve valor de escribir. Porque la ausencia del ser que amas, te imposibilita de tal modo, que mis días han estado vacíos, mi corazón muerto y mi única obsesión

en la vida ha sido, ella. Pero ayer todo cambió, el mismo vuelco que me dio el corazón hace treinta y ocho años, es el que hoy me da fuerza para arrojar aquí mi odio y mi rencor. Cuando ponga el punto final a lo que ha sido nuestro calvario, quiero que junto a él, se queden enterrados los sentimientos que me han acompañado todos y cada uno de los días que forman, estos treinta y ocho años de ausencia. Ayer, por primera vez mostré realmente mi corazón a la persona que adoro, tú querida, mi sobrina Sandra, has participado en el gran secreto que escondía tu tía, esa tía a la que tanto cariño le has dado, y por eso, ante tu amor, te corresponde recibir el mío. El día que me llegue la muerte, podrás leer estas líneas querida sobrina y, te darás cuenta de la importancia que tienes en mi

vida, de lo que has colaborado desde tu inconsciencia a que hoy, tenga la mayor recompensa que un ser humano puede tener. Amor.

Ir y quedarse, y con quedar partirse, partir sin alma, y ir con alma ajena, oír la dulce voz de una sirena y no poder del árbol desasirse; Arder como la vela y consumirse haciendo torres sobre tierna arena; caer de un cielo, y ser demonio en pena, y de serlo jamás arrepentirse; Hablar entre las mudas soledades, pedir prestada, sobre fe, paciencia, y lo que es temporal llamar eterno; Creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma y en la vida infierno

Lope de Vega

Terminaba de comer, estaba mirando por la ventana los tejados de mi gran ciudad. Estábamos justo en nuestra fantástica fiesta, las Fallas; las calles se habían convertido en ríos de gente ansiosa por devorar el arte que es el principal reclamo de nuestra fiesta; en el ambiente se entremezclaban los olores a pintura de los monumentos de cartón con la pólvora de las tracas, todo amenizado con la incesante música que nos regalan las bandas que van por las calles, acordes que te envuelven y te acompañan a lo largo del día. Estaba escuchando en aquel momento “Paquito el Chocolatero” cuando sonaron unos golpes en la puerta de mi casa; aquellos golpes venían dados por los nudillos de mi sobrina, eran inconfundibles. Cuando sabía que eras tú una sonrisa se dibujaba en mis labios

y la Pasionaria, mi gata, se ponía en pie sobre las patas traseras para mostrar también su alegría ante la llegada de la única persona capaz de animar a su vieja ama. Por la hora supuse que acababas de disfrutar de la mascletà, una mezcla de fuertes sensaciones, un tronar de pólvora que tiene el poder de con un segundo, hacerte estremecer de pies a cabeza. - Menuda cara me traes, ¿tan mala ha sido? – te pregunté. - No, tía – pasaste después de darme un beso para hablarme con voz abatida – Ha estado sensacional, hoy me ha temblado hasta el corazón. - Entonces ha sido magistral. Desde que tuviste uso de razón siempre dijiste que eras más hija mía que de tu madre. No digo

esto por vanidad, es porque has salido completamente a mí, cosa que por otro lado vuelve loca a mi cuñada. Te lo explicaré mejor.

Yo nací en el último año de la guerra civil, en el año 1939, lo hice en un refugio subterráneo mientras las tropas sublevadas, iban entrando en mi ciudad, Valencia. Mi madre siempre me dijo que fue por el miedo que pasó porque me correspondía venir al mundo un mes después, pero también dijo que era porque como yo era tan revolucionaria, no podía estarme tranquila dentro de su vientre. Nací en el seno de una familia

muy extraña y en la máxima pobreza. Mi padre era Republicano hasta la médula, mi madre Católica hasta el alma. Pero se amaban por encima de ideales, de Guerras y de enemistades. Cuando llegué al mundo, a mi padre lo habían detenido por revolucionario y durante tres años no supimos nada de él. Mi madre, desesperada porque nadie le decía dónde estaba su marido, abatida por recorrer todas las cárceles y ver todos los muertos de las huertas, sin dar con él vivo o muerto, decidió marcharse de la ciudad a un pueblo donde le sería más fácil encontrar algún trabajo,

porque lo normal en aquella época era que a su marido lo hubieran asesinado. Y ella debía seguir luchando para poder mantener a sus dos hijos; a mi hermano Ricardo que es dos años mayo, le tocó desde siempre hacerse cargo de mí y así lo hizo, siempre me cuidó, muchas veces prefería quedarse conmigo en la calle que irse a jugar al fútbol con sus amigos. Éramos inseparables, aún hoy gracias a Dios seguimos siéndolo. Cuando todos daban por desaparecido a mi padre, un día nos encontró, yo no lo conocía y me contaban después que me

puse a llorar porque él no paraba de soltar lágrimas sobre mi pequeña carita, mi madre no cesaba de gritar y agradecer a Dios su vuelta y mi hermano abrazado a la espalda de mi padre lloraba de felicidad. Después de aquel reencuentro un tanto dramatizado, si lo ves después de sesenta años y desde esta panorámica de la tranquilidad de hoy, quizás era exagerado, pero si vuelvo a los sentimientos de aquella época era tanto el dolor por el desaparecido, que encontrar de nuevo a la persona que más quieres viva después de tanto y tantos destrozos de vidas, era un auténtico

milagro. Con mi padre en casa, las cosas comenzaron a cambiar. Volvimos a la ciudad aunque no le daban trabajo por su pasado rojo. Fuimos tirando de lo que mi madre podía conseguir lavando ropa, limpiando casas, haciendo inacabables colas para lograr nuestra ración de comida. Sin embargo, mis padres con nada nos dieron todo, principalmente una educación y unos valores ejemplares, creciendo rodeados de amor y libertad. Aunque también en mi caso con algo de incomprensión;

incomprensión por parte de mi madre que me había criado bajo sus creencias por eso me bautizó con el nombre de María. Me había inculcado una educación sobre Dios, le había salido completamente atea, comunista y lo que era peor, lesbiana. Mi madre nunca aceptó el reto que la vida le puso conmigo, lo sé. Pero yo tenía las ideas muy claras y siempre, con la colaboración inestimable para mí de mi hermano, fui saliendo hacia delante. A mi madre casi le dio un síncope cuando se enteró que iba a independizarme para poder trabajar y estudiar. Quería

estudiar la carrera de Historia, me apasionaba pero aquello para ella era algo impensable en aquellos tiempos, una mujer sola ¡qué podrían decir los demás!, ¡qué iban a decir sus amigas de la Iglesia!, ¿y los chicos? ¿Cómo iba a controlarme? La quise tranquilizar sobre esa preocupación diciéndole que era lesbiana y fue peor, le destrocé el corazón y me quedé sin su cariño. Paralelamente a mi nacimiento otra maravillosa niña llegó a este mundo, pero lo hizo en la otra parte de la línea que separaba aquellas dos Españas. Ella

llegó cómodamente en la gran y confortable cama donde descansaba su adinerada madre. Su padre, aliado con los Nacionales, había conseguido incrementar su fortuna a base de turbios negocios pero que eran tan rentables en una España prostituida como necesarios para algunos en salvar el pellejo mientras miles de inocentes sin tanta suerte perecían en campos de concentración o batallas estúpidas. A la niña la llamaron Blanca y hasta que la post-guerra quedó definida y limpia de posibles asesinos sueltos la familia se trasladó a París. Blanca creció como si

su casa en lugar de un hogar fuera un cuartel, con un padre autoritario y una madre sin voz ni voto que seguía los cánones de la educación que la Iglesia predicaba; esposa digna a pesar de sus disgustos con las queridas de su marido, madre ejemplar, con una tata que educara a sus hijos y lo más importante, mujer sin identidad. Papel que desarrollaba a la perfección. Los hijos que desde bien pequeños tenían estructuradas sus vidas no podían escapar de ellas; así el hijo supo que sería militar mientras su hermana

honraría su vida a Dios. Aunque a ella lo que de verdad le gustaba era el cine y su mayor ilusión poder estudiar Historia. Su niñez estuvo marcada por una educación absolutamente austera, con los únicos cariños y mimos de su tata. Y su adolescencia tampoco fue mejor; una educación rígida y sin poder opinar sobre lo que ella quería hacer con su vida y lo peor, el miedo, el miedo la tenía inutilizada porque no tenía valor de contradecir la autoridad de su padre. Así hasta el día que la llevaron al convento para dejarla como novicia. La Madre Superiora quiso hablar con ella a

solas; entonces descubrió que tenía ante ella una mujer inteligente que le mostraba su temor a no estar a la altura para serle devota a Dios. Para su suerte, la mujer vio su angustia y también se percató de sus impecables notas en los estudios, una situación que sus padres fueron incapaces de valorar. La reunión terminó con la promesa de que ellos la inscribieran en la Universidad de Historia, dado que el Convento ganaría mucho si una de las monjas pudiera ayudar a las demás con su sabiduría. Sus padres quedaron boquiabiertos ante

aquella noticia pero a regañadientes accedieron. El poder adquisitivo de la familia se había incrementado tanto que se habían construido una mansión a las afueras de la ciudad para no sufrir aquella visión espantosa de tanto pobre suelto. Alejarse de la ciudad fue para ella el peor de los castigos, ya no podía escaparse con su tata al cine ni podía disfrutar de pasteles de boniato sentada en el teatro. Aquello la ayudó todavía más a ser una chica solitaria, encerrada en sí misma y asustadiza. Pero la vía de escape de la Madre Superiora le dio la oportunidad que tanto había soñado y no estaba dispuesta a perderla. No tuvo ni voz ni voto ante la decisión de su padre de

inscribirla en una Universidad privada ni tampoco cuando la llevó hasta una residencia de monjas para que la tuvieran extremadamente vigilada. Con unos horarios fijados para no poder hacer otra cosa que estudiar y rezar. No opinó porque sabía que si lo hacía corría el riesgo de quedarse sin estudiar; aceptó todo porque tampoco pensaba en nada más que en estudiar, porque desconocía el resto de cosas que pasan en la vida, unas por no haberlas vivido nunca, otras como el amor porque le había sido prohibido. Esta introducción, nos presenta como dos jóvenes totalmente diferentes es cierto, pero la vida se encarga de unir a las personas opuestas con la misma facilidad que se encarga de

alejarlas. Siempre que te veo en mi casa, mi corazón se alegra y ayer, cuando entraste, fue como una premonición de que algo iba a ocurrir. Tomaste asiento mientras abrías una coca-cola que yo te tengo siempre en la nevera, a mí me pusiste mi café descafeinado de después de la comida. Ya había terminado mi jornada en la Universidad donde doy clases y como de costumbre al estar tú puse mi equipo de música con todas las modernidades que desde siempre te has encargado de regalarme, muy a mi pesar, porque no me gustan los gastos innecesarios y menos en todas estas cosas que yo no entiendo. He aprendido lo justo, poner y quitar la música. Como te mencioné antes y a pesar del disgusto de mi cuñada, a ti te gusta de igual modo que a mí

la música clásica, disfrutamos de Mozart, Vivaldi. Cuando vienes a contarme cómo van tus cosas, porque sólo te sinceras conmigo, ponemos de fondo la música y tú enciendes esas velas de colores que tanto te gustan para recrear un ambiente según tú lo suficientemente sensible para hablar de amor, tu misticismo invade mi casa con la misma facilidad que las olas invaden la arena, eso significas tú para mí, el mar que refresca mis días, la luz que ha llenado toda mi oscuridad. - ¿Qué te pasa con tu madre? – te pregunté adivinando cuál era el motivo de tu seriedad. - Discutimos, dice que si no cambio, acabaré siendo tan desgraciada como tú. - Vaya – dejé escapar lentamente mi voz a modo de rabia contenida.

- Discutimos por Marta, ella me decía que esa chica no le gustaba y mira que me da rabia reconocerlo, pero tenía razón – bajaste tus ojos en señal de dolor. Te animé a continuar con una leve elevación de mis cejas – La encontré en el cuarto de baño con una tía besándose ¿y qué crees? ¡La guarra me dijo que sólo estaba felicitándole porque había aprobado no se qué! – exclamaste con rabia en tu rostro, en el movimiento de tus manos. - Bueno, ¿y qué has hecho? – traté de mostrarte calma aunque mi interior hervía en ese momento de ira como si ese daño me lo hubiera hecho a mí. - La he dejado, por supuesto. Tú sabes que estaba enamorada de ella. - Sí, lo estabas. Pero yo siempre te dije que

para mantener una relación hacen falta dos, no una – Marta no me gustaba y cosa rara coincidí por primera vez con mi cuñada en algo. - Lo sé tía, igual que sé, que el amor no existe. Cuando me entregaste este comentario pude percibir tu dolor, tu pena, tu inmensa decepción. Era todo tan palpable, te habían hecho daño en el corazón pero aún eras muy joven para sentirte tan desesperadamente decepcionada en el amor. Yo, que juré no contar nunca mi propia experiencia por el dolor que me infligía al recordarla, he sentido que era el momento adecuado para que aprendieras que el amor es maravilloso, aunque muchas veces para amar haya que sufrir. - Creo que ha llegado el momento de que sepas algo – te comenté cruzando mis manos. - ¡Oh! si me vas a decir que tengo que

centrarme en los estudios y ... - No – me apresuré a interrumpirte con una penosa medio sonrisa – Voy a contarte algo mucho más importante. Mi historia. - ¿Tu historia? – noté tu sorpresa en la pregunta justo en el mismo instante que mi gata Pasionaria se subía a tus enrevesadas piernas, envidio tu habilidad para cruzarlas sobre tu propio trasero – ¿Tú has tenido un desengaño? - Lo que tuve fue algo peor que un desengaño. Tu mirada me transmitió un pensamiento algo así como, “ya sabía yo que algo había” y esto me sirvió para animarme a destapar el tarro del dolor, sabía que tú me comprenderías. - ¿Y dónde está? - Ten paciencia – como en las grandes charlas que mantenemos tan asiduamente, acomodé mi

cansado cuerpo en la vieja mecedora – Todo empezó en el año mil novecientos sesenta y cuatro. Bendito año.

Después de un suspiro comencé a contarte los datos más importantes, explicándote como la vi la primera vez, mientras tú me observabas con toda tu atención puesta en mi narración. - Era preciosa, para mí era una diosa, aunque por su forma de vestir la apodaron enseguida Sor Blanca, es cierto que se parecía un poco o un mucho a una monja pero estaba allí estudiando, eso restaba posibilidades de que lo fuera. La vi el primer día de clase y me cautivó; tenía un extraño poder, cuando la mirabas te atrapaba, era como si nada más existiera a su alrededor,

todo desaparecía, todo se quedaba minimizado ante su figura, era tan especial. No era una belleza deslumbrante, yo tampoco buscaba algo así. Nunca me atrajo una mujer por su físico sino por su sensibilidad e inteligencia y en eso ella era única. Tenía su pelo moreno corto y unos ojos tan negros como el mismo carbón pero que transmitían tantas cosas; siempre pensé que mediante ellos era como realmente podía sincerarse, más que cuando hablaba, no porque fuera una mentirosa, sino porque silenciaba sus pensamientos tal como le habían enseñado. Era delgada y parecía tan frágil que te daban inmensas ganas de abrazarla y protegerla de todo cuanto

pudiera sucederle. Me enamoré de ella como una loca. Yo no había tenido lo que se puede decir una novia, había tenido escarceos con una chica de nuestro grupo de comunistas, habíamos probado el sexo envueltas en el humo de los porros, entre las carreras en las calles, en una lucha por libertades que parecía imposible de conseguir. De pronto, detuviste mi narración exaltada ante lo que acababas de escuchar. - ¿Porros, tía? – me interrumpiste con los ojos abiertos como platos. - Sí, vosotros los jóvenes pensáis que todo lo habéis descubierto ahora pero ¿por qué crees que sabemos perfectamente lo que hacéis? Porque antes lo hemos hecho nosotros.

- ¿Y mi padre sabía entonces que eras lesbiana? - Todo a su tiempo jovencita. Un gran estruendo en la calle parecía darnos el aviso necesario para comenzar la historia, sin duda era una de las carcasas que anunciaban que la fiesta, a su vez, había comenzado en serio.

Era una época difícil para ser lesbiana, llegó un momento que me había ayudado a darme cuenta de lo equivocada que estaba en aquel juego de sexo por diversión, de besos furtivos en lavabos, de caricias ciegas en reuniones de estraperlo y me centré en mis estudios. Sin embargo, por las noches soñaba con ella, soñaba con aquella joven que parecía haber aparecido en mi

vida, sólo en mi vida, no en el movimiento de la Universidad, ni en el silencio del café a media mañana, sólo estaba allí para mí. Por aquel entonces, yo trabajaba en una cafetería de señoras adineradas todas por supuesto de derechas, para poder costearme la Universidad, no tenía más remedio que tragar con aquel trabajo porque era el único que pude conseguir. A cambio de soportar a todas aquellas indeseables, con sus pieles y sus joyas, mientras la mayoría de españoles seguían en la pobreza, a cambio de aguantarlas, recibí una maravillosa recompensa. Un día llegó ella, apareció como siempre, como si sus zapatos nunca rozaran el suelo, como si su voz no se elevara lo suficiente

como para despertar a las demás, ni llamar su atención, pero tan radiantemente fuerte como para centrar todo mi ser en ella. Su aparición en aquel lugar no fue para mí agradable si soy sincera, porque la vi saludar a alguna mujer de aquellas y pensé rápidamente que ella era también de derechas, no podía ser tan perfecta. Llevaba su clásica ropa, falda y suéter del mismo color, acompañado por una rebeca de lana y su mano sujetaba un libro de Historia del Arte. Me acerqué hasta su mesa y le pregunté. - ¿Qué va a tomar? -Un café con leche, por favor – me contestó con su voz angelical y un

semblante repleto de bondad. - ¿Lo acompañamos con algo de bollería? – le pregunté intencionadamente. - No, gracias. Imaginé que no sabía de qué le estaba hablando, era demasiado cándida como para entender que aquella palabra la teníamos destinada entre nosotras para captar sin ser a su vez captadas por los demás de nuestra condición sexual. Entonces asombrada por mi comentario no pudiste evitar detener mi narración. - Un momento, tía. ¿Quieres decirme que en medio de aquel lugar repleto de mujeres de

derechas que podían haberte cortado la cabeza, tú le dijiste aquello? - Sí, ni siquiera pensé en la posibilidad que tú ahora apuntas. Era una necesidad enorme, ya te digo que ella para mí era como el eclipse cuando tapa el sol, me había ocupado todo mi interior. - ¿Cómo me has dicho que se llamaba? - Blanca – sonreí por primera vez en muchos años al pronunciar su nombre – Hasta su nombre era adecuado para ella. Era blanca como la luz, era blanca como las nubes, blanca como la ternura, porque la ternura debía ser como era ella. En aquel momento supe que era el amor verdadero. - Sin cruzar más palabra que aquel saludo, ¿ya lo sabías? – me preguntaste enarcando las cejas totalmente incrédula.

- Por supuesto que sí. - ¿Y qué pasó tía? Yo sé cómo eres Sandra, pero te soy sincera, este diario trata de trasladarte para siempre mis fuertes sentimientos hacia ti, más que recordar mi propia historia, que también. Tus ojos así me lo hicieron ver y sin tú saberlo, has alegrado aún más mi alma y mis ganas de abrir todos los sentimientos que tenía bien guardados en el corazón y que por tanto tiempo parecían haberse congelado, todos tomaron el calor de tu emoción, de mi dolor para revivir nuevamente el ayer.

Durante todos los días que la había estado observando sabía más o menos sus movimientos, aunque realmente me

descolocó verla aparecer en la cafetería. Sí es cierto que sabía por dónde y cuándo abordarla, porque sabía que la debía abordar, no podía dejar pasar aquella excepcional mujer. Pensé que la estrategia debía empezar en aquel mismo lugar, así que cuando le llevé su pedido, le indiqué con suspicacia. - Vaya, veo que le gusta la Historia. - Sí – sonrió y consiguió alborotarme completamente el corazón – Estoy estudiando Historia del Arte. - ¡Qué casualidad, yo también! – yo la miraba con los ojos entregados, ella en

cambio me miraba con su maravillosa dulzura y su total desconocimiento – Es algo apasionante la Historia. - Así es, a mí me ayuda a entender mejor mi propia historia. En aquel momento reclamaron mi presencia en otra mesa y maldije a la señora que lo hizo, ¡cómo podía atreverse a interrumpirnos! Antes de marcharme le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, era un ángel llegado a la tierra para mí. Sin embargo, mi jefa me mandó a los almacenes que estaban justo en el sótano, que según me contó de

manera confidencial en la guerra habían servido para esconder sacerdotes de la persecución de los rojos. Al entrar me dio un escalofrío, qué diferencia existía entre los sentimientos de odio y miedo que tuvieron que sentir allí y los sentimientos de amor que yo llevaba conmigo en aquel instante. Al volver a mi lugar de trabajo, Blanca ya no estaba pero en mí había quedado su voz, su olor, su mirada, todo grabado en mi corazón. Me di cuenta que era el amor, que era el desear estar abrazada a la persona que amas, que era darlo todo por ella.

Interrumpí el relato al ver en tus ojos una sombra de duda, te pedí que me dijeras qué era aquello que te hacía fruncir el ceño graciosamente. - Estoy tratando de imaginar cómo una mujer en los años sesenta podía llevar adelante sus sentimientos. En tu caso, por ejemplo, la abuela era muy religiosa, ¿cómo podías esperar al amor y vencer todo cuanto te estaba prohibido? - Fue algo muy difícil porque aunque yo fuera independiente, aunque yo fuera libertaria, necesitaba a mi madre, de igual manera que tú necesitas el apoyo y la comprensión de la tuya – ante tu sonrisa, afirmé rotundamente – Sí, la necesitas porque una madre aunque no comparta lo que tú puedas sentir, es una madre. - Pero tía, mi madre no me comprende y trata

de hacerme la vida imposible, imagino cómo sería para ti aquellos momentos. Así que me vi forzada a detener un momento mi narración con la historia de amor, para pasar a contarte algo más penoso.

Tenías razón cuando me decías lo de una madre. La mía, después de que yo le dijera que me gustaban las mujeres y que jamás me uniría a un hombre, cuando se recuperó del susto y el dolor, me llevó al médico pensando que el buen hombre tendría un jarabe antilésbico o unas pastillas que hicieran declinar la balanza hacia el otro lado. Tuve suerte de que aquel buen hombre se riera de las

ocurrencias todas malignas de mi pobre madre sobre lo que iba a ocurrir con su hija enferma de vicio. Así que se marchó toda ofendida de la consulta. Entonces yo tendría unos diecinueve años, sería el año mil novecientos cincuenta y ocho, el hombre me miró con pena y rápidamente deduje que debió ser Republicano; en nuestra sociedad, la guerra había dejado un problema entre hermanos, era inevitable preguntarte ante desconocidos qué bando había sido su favorito, cuál habría defendido con armas y a quién habría matado. Estabas limitada a muchas cosas, por ejemplo si

de mí sabían que era lesbiana podrían detenerme, aplicarme toda clase de torturas en la cárcel y aplicarme el temido dictamen de peligrosidad social. Por todo esto sigo pensando que aquel hombre era Republicano porque no hubo chivatazo. Pero mi madre siguió poniendo mi vida inconscientemente en peligro. Esta vez me llevó a la Iglesia, me hizo arrodillar y rezar, algo que representaba para mí un verdadero vía crucis porque no sabía, nunca me había interesado. Así que con el disgusto en el cuerpo, fue a confesarse y después de

que el cura pusiera el grito en el cielo, se dispuso a rezar a todos los santos, hacer novenas, a tirar agua bendita en mi cuarto, en mi ropa y poco menos que a exorcizarme. Sólo cuando vio que nada hacía efecto me dijo que yo no era su hija. Así de simple. No pudiste guardar por más tiempo la pregunta que retumbaba en tu cabeza, sé que no te cuadraba con la persona que tanto quisiste, tu abuela. - ¿La abuela hizo eso? – percibí tu pena por el tono tembloroso de tu voz. - Sí. Cuando iba a casa, no me hablaba ni siquiera me miraba. Si acudía a comer, me ponía el plato delante pero nada más. Perdí a mi madre porque ella no entendía lo que yo sentía y

manipulada por los curas, tampoco me dejaba aclararle que yo no era una viciosa, sólo era una mujer que amaba a otra mujer pero que a su vez la necesitaba como madre. - Pero la abuela, recuerdo que vivió contigo hasta que murió. - Sí pero fíjate bien en lo que te digo, acuérdate de esto para más delante de mi historia, ella nunca me entendió, ni siquiera me ayudó, para que veas lo que significa el amor, es el único sentimiento que de verdad hace milagros. - ¿Quieres un poco de agua? – se te aclaró un poco la voz – Creo que contarme esto te está cambiando el color de la cara. - Sí, pero no te preocupes, me está haciendo mucho bien. - Pues voy a cambiar el compacto y te traigo

un vaso de agua fresquita. Mientras con tu rapidez de juventud te levantaste, la gata aprovechó tu ausencia y fue a comer. Yo me tapé las piernas con una fina manta de lana, es vieja y guarda muchos secretos. Había dado calor años atrás a dos cuerpos desnudos tiritando de placer, aún hoy cuando me arropo puedo reconocer el olor de Blanca allí, aunque a veces pienso para no volverme loca, que nada más aquella esencia la reproducía mi imaginación. La manta había sido lavada tantas veces que era imposible que con el transcurrir del tiempo aún perdurara su olor. Pero aquí está su aroma, imperturbable, como el amor de mi corazón, lo puedo jurar. Al volver, sonreíste y tu sonrisa siempre me hace sentir mejor, me cuidas, te preocupas por

mí, más de lo que yo jamás pensé que podrías hacerlo. No sé querida sobrina si he sido lo suficientemente hábil para transmitirte mi gran amor por ti. Retomé la narración de los hechos con el vaso de agua entre mis manos, y tus ojos devorando los míos de impaciencia por saber.

En mi casa el apoyo lo encontraba en mi hermano y paradójicamente en mi padre, ellos concienciaron a mi madre que era una locura ir hablando de algo que me podía costar muy caro, la cárcel seguro, palizas también, la muerte quizás. Pero sin duda yo no estaba dispuesta a perder aquella mujer por lo que mi madre pudiera pensar.

Ensimismada en mi idea de conocerla mejor provoqué un encuentro en la cafetería de la Universidad, la había vigilado tanto que sabía perfectamente a qué hora aparecería por allí. Me presenté y tras unos segundos debió reconocerme, le pregunté si podía sentarme junto a ella, me dio la impresión que se alegró de mi presencia porque me daba cuenta que nadie se acercaba a ella, quizá por su aspecto te repito de monja. Hablamos por mucho rato, tanto que perdimos dos clases sin darnos cuenta. De vez en cuando, alguna

de las chicas se acercaba y de vez en cuando alguno de los chicos me preguntaban cosas en el oído, ella simplemente desviaba la mirada como si no quisiera saber nada y yo los despachaba rápidamente porque no quería que nada ni nadie me quitara ni un solo segundo de su lado, de su voz, de su olor. Pero también me enteré que estaba alojada en una residencia católica, aquello me gustó menos, tenía unos horarios y debía cumplirlos. - Debo marcharme – me dijo recogiendo sus libros y carpeta.

- De acuerdo, ¿quieres que te acompañe? - No, gracias, voy a pasar primero por la Iglesia. - ¡Ah! – dije escuetamente y captó que no era mi debilidad. - Hasta mañana. – me sonrió porque entendía muchas más cosas de las que yo pensaba y respetaba mi lejanía de aquel templo, siempre lo respetó – Y gracias por tu tiempo. Mi tiempo, mi tiempo estaba para dedicárselo por entero a ella, aquel largo almuerzo sirvió para que me

decidiera, debía conquistarla de la manera que fuera aunque era todo un reto, una locura que estaba dispuesta a cometer. Llegado a este punto me dijiste. - Es terrible enamorarte de una persona que está tan lejos, tan inaccesible a ti – tus ojos se fijaron a través del cristal, buscando un punto en el infinito para ordenar toda la información que te estaba dando – Agradezco haber nacido en esta época. - Pero de igual manera debes luchar por el amor, yo tuve más barreras y luché por conseguirlo. - Sigue tía, es apasionante esta historia. Aunque veo en tus ojos la sombra del dolor.

- Quiero que sepas y comprendas, quiero que entiendas mi soledad porque no quiero que tu vida sea una repetición de la mía.

Pronto supe que todo estaba en mi contra, no hablábamos de política porque no era necesario mencionar que pertenecíamos a mundos diferentes, cuanto más hablaba con ella, me daba cuenta que la habían educado para casarse con un macho ibérico, quizá ya tenía su destino firmado y aquello me retorcía las tripas. No podía dejar de pensar en ella, ni despierta ni dormida pero algo en mi corazón insistía en que debía luchar. Si mi teoría del macho

ibérico era cierta, fallaba algo, ¿qué hacía estudiando?, una mujer en aquella época y más venida de la educación de Blanca, era casi imposible. Mis días eran un tormento y mis noches un calvario. Tal era así que hasta mi hermano un día vino a mi casa a saber cuál era la razón que me había apartado de nuestras reuniones clandestinas, de nuestras carreras por la calle pegando carteles en las paredes, tirando papeletas contrarias a Franco. No me atreví a decirle la verdad porque sabía que era un imposible por mucho que mi corazón golpeara como un tambor de

cualquier tribu de África dando la bienvenida a su cacería. No quise resultar tonta. Con su visita me trajo una cita para una gran manifestación donde íbamos a poner patas arriba la ciudad y con ella dejaríamos muy claro nuestra necesidad de libertad. Como siempre accedí, aunque un tanto de mala gana porque a esa hora Blanca estaba en la Biblioteca y yo por casualidad buscada, por supuesto, me dejaba caer por allí. Tal como dijo mi hermano, la manifestación tenía un compromiso total, éramos más que nunca, decididos a

hacernos oír y ver, pero en aquellos tiempos nada parecía ser lo que era, cualquiera podía llevar el disfraz de compañero y ser un chivato, cualquiera podía buscarte un problema y a nosotros nos lo buscaron. Planearon una trampa donde íbamos a caer un gran número de compañeros, el suficiente como para que se nos fueran las ganas de volver a intentarlo. Yo me vi arrastrada por la masa, estábamos rodeados, pero por fortuna pude escabullirme de varios golpes, de alguna posibilidad de que algún gris pudiera darme caza. Estaba ágil en aquel tiempo, era delgada y tenía

mis piernas preparadas para correr, no perdí tiempo en asegurarme si me seguían, yo sólo corría y corría, una de las veces vi como estaba acorralada, yo y otros muchos, en una parte de la calle habían unos diez agentes sobre sus caballos, en la otra unos seis o siete, no lo dudé y muchos me siguieron, eché a correr por un callejón muy estrecho que estaba cerca de mi casa, me conocía al dedillo todas las callejuelas de la antigua Valencia y teníamos a nuestro favor que muchas de aquellas calles no estaban asfaltadas, mantenían los

adoquines que hacían un poco más difícil la carrera de los pobres animales. Una de las pocas veces que miré hacia otro lado que no fuera delante la vi, allí estaba ella. De pronto exclamaste tan excitada como sorprendida. - ¡También estaba en la manifestación! - No, acababa de salir de la Universidad y se vio en medio de aquella locura. - ¿Pero imagino que correría también? - ¿Blanca, correr? – sonreí al recordar su estado de shock – No. - ¿Qué pasó? Claramente he reconocido en ti la expectación como siempre que te contaba alguna de mis

batallas con la policía y las manifestaciones, pero esta vez había algo más entremezclado, un sentimiento nuevo para ti, descubrir quién había conquistado a su tía solitaria, descubrir aquello que tantas veces me habías preguntado, quién había conseguido doblegar mi aparente rigidez que no era otra cosa que un insistente e inacabable dolor ante la pérdida del ser que amas. Te escenifiqué la escena lo mejor que pude mientras la Pasionaria se relamía a mi lado los bigotes.

Cuando llegué hasta ella que estaba tan pálida como la luna, aferrada a sus libros, la llamé a gritos. - ¡Blanca! ¡Blanca! – insistí. - ¿Qué está pasando? – preguntó

aterrorizada pero algo aliviada al verme. - Corre, no puedes quedarte aquí, hay que correr. - Yo no he hecho nada – me dijo con expresión atormentada por el entorno. - No necesitas hacer nada. ¡Corre! Corre o nos matarán. Exageré en aquel momento con mi grito, pero fue lo único que la hizo reaccionar, salimos corriendo pero ella, tengo que reconocerlo, era muy torpe, la llevaba cogida de la mano y para mí era una responsabilidad que nada le

sucediera. Oía su respiración jadeante y sabía perfectamente que debía estar aterrada. Cuando por fin llegábamos a mi casa, entramos por un callejón que desembocaba directamente a la Avenida del Oeste donde yo residía. Notaba cómo mi corazón palpitaba con fuerza e imaginaba cómo tenía que ir el corazón de mi amada. Quizá aquel pensamiento me traicionó, fui aminorando la carrera y justo en aquel instante salió un policía a caballo, echamos a correr pero entendí que iba a darnos caza. No lo dudé, eché a Blanca al suelo y la protegí con mi propio cuerpo. Aquel maldito tipo, no le

importó que fuera mujer o que yo ya estuviera lejos del bullicio, pero quizás pagué la tarde tan movidita que llevaba y descargó toda su furia contra mí. Me detuve un momento como si pudiera notar nuevamente en mi piel aquellos golpes. Aprovechaste mi silencio para preguntarme con gesto serio. - ¿Y ella? - Ni un solo golpe, todos me los llevé yo. - ¡Dios mío tía!, en aquel momento fuiste una auténtica heroína. - No me sentí así, la verdad que temí por nuestra vida. Sobre todo porque Blanca dependía de mí. Pensé que si nos llevaban al cuartelillo, ella se moriría si alguno de aquellos hombres la

tocaba. Sentí pánico un pánico como jamás antes había sentido. - ¿Eso es el amor? – escrutaste mis ojos con atención guardando silencio. - Sí, perder la noción de una misma. Sí, eso es el amor. - ¿Dónde está Blanca tía? - No tan deprisa, ¿eh? Otra vez una carcasa silenció por un segundo nuestra conversación, el estruendo llegó seguido de una protesta de Pasionaria con un gemido de rabia. Las dos la miramos y sonreímos, la tarde estaba pintada de azul claro con montañas de nubes blancas pero estábamos tan entregadas a mi propia historia que no percibimos los cambios del exterior, ni siquiera de nuestro propio entorno, porque la música había terminado.

- Espera tía, tengo un Dvd en la bolsa, he grabado dos conciertos enteros de música clásica, hay música de todos nuestros compositores preferidos, casi siete horas. ¿Qué te parece? - Que no entiendo esta tecnología y no es que me interese, pero al mismo tiempo me sorprende. - Así es – me regalaste tu maravillosa sonrisa – ¿Ya has visto la última peli que te traje? - Es fantástica, a mí el western no es un género que me guste, pero “Un hombre tranquilo” es una auténtica joya y Maureen O’Hara, está espléndida. Eres tan preceptora que sin necesidad de contarte sabías que muchas eran las noches que me pasaba en vela, por esto, con la excusa de los

fines de semana, me regalaste un Dvd para mis noches tristes, solitarias o dolorosas que después de treinta y ocho años seguían llegando a mí, intactas como la primera noche en soledad. Disfrutaba del cine en blanco y negro, mi actriz favorita era Audrey Hepburn y tú querida mía, que te adoro entre otras cosas por tu maravillosa sensibilidad, me habías buscado todas y cada una de sus películas. Voy a confesarte algo que no sé si sabes y quiero que quede aquí en este confesionario que te hago. Te quiero por muchas razones pero por la que más es por tu enorme corazón. Sé que sufrirás porque siempre te entregas de lleno, pero un consejo cariño, si no te entregas del todo, no amas a pleno corazón y este sentimiento es el más maravilloso de la vida. Por esta razón te

digo que es un sufrimiento que merece la pena sentir si encuentras a la persona adecuada. Una vez sentada y acomodadas todas, me pediste continuar. - Sigue tía, estoy absolutamente fascinada con esta historia y creo que por fin voy a adivinar por qué tus ojos siempre están apagados. Entrecerré mis ojos fijándolos en el cristal, como si en la ventana pudiera ver cómo transcurrieron las cosas, no debía hacer mucho esfuerzo porque aquella noche no la pude olvidar nunca.

Tras unos momentos que parecían interminables, soporté los golpes, perdí un poco la conciencia. Por esa razón no me percaté cuando terminó de descargar

su furia contra mí gracias a que apareció otro compañero en escena llamando su atención. Blanca asustada, temblando y llorando sin parar, me apartó una vez el hombre giró el caballo, muerta de miedo me ayudó a levantarme. Pensé que no podría conmigo pero la mujer que vi ante mí ya no era delicada ni tampoco frágil, era fuerte y decidida, al ver mi camisa completamente manchada de sangre sacó las fuerzas necesarias para llevarme hasta casa, la oía como si estuviera en otro plano terrenal, la oía rezar en voz alta pero al mismo tiempo la oía maldecir y al mismo

tiempo la oía rogar y llorar. Me parecía diferente pero igual de maravillosa. Al dejarme caer con sumo cuidado sobre el sofá, yo traté de tranquilizarla pero no me salieron las palabras, era un dolor horrible. La garganta se me había secado y mis fuerzas estaban débiles. La oía de lejos rebuscar por el armario de la cocina, la oía murmurar cosas pero no sabía el qué, aunque supuse que debía estar rezando nuevamente. Entonces me entró un ataque de risa, una comunista medio muerta estaba en manos de una católica ferviente que no cesaba de

rezar. Pero pronto aquella risa descontrolada se detuvo por un punzante dolor, para cuando Blanca llegó yo estaba paralizada por el daño. - Creo que será mejor que te quites la camisa con cuidado. - Tranquila Blanca, esto no es nada, solo son unos leves arañazos. - No hace falta que te hagas la fuerte María, sé lo que te debe doler – me quedé pensativa, sabía lo que dolía y sin embargo no sabía escapar de una manifestación, ella debió leer mi mente – Un par de veces mi padre descargó su

correa sobre mí. - Hijo de puta – murmuré sin poder evitarlo. - Espero no hacerte daño – era así, pasó por inadvertido mi comentario. - Si me lo haces, me vengaré. Sonreí lentamente pero a ella no le hizo gracia porque acababa de quitarme el sujetador, me había girado para poner mi espalda cerca de la única luz de la vela que teníamos. Aquel giro me había dejado frente a ella, sus ojos estaban clavados en mi torso desnudo, acerté a ver cómo se ruborizaba aunque en un

principio pensé que estaba delirando, que aquello era imposible. De repente en aquel instante nos rodeó el silencio tormentoso. Al notar sus manos sobre mi piel creí que iba a morirme de éxtasis, era lo que tantas veces había soñado y me parecía un imposible, mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho como jamás lo había hecho. El comedor iluminado por aquella triste vela, porque en aquellos momentos era mejor no tener en casa luces encendidas, aquella tenue luz hacía que nuestras sombras se reflejaran en la pared, me pareció que nuestros cuerpos se evaporaban y se

fundían en aquella pared blanca, las dos figuras, allí abrazadas que era lo que yo deseaba, quizá el inmenso dolor que sentía en mi cuerpo me produjo aquella maravillosa visión. Y lo más impresionante era el silencio, un silencio agotador, un silencio tan ruidoso. De los gritos que habíamos vivido en la calle pasamos a un silencio que se clavaba en nuestro interior, era un silencio intenso como cuando estás debajo del agua del mar, ninguna hablaba y su delicadeza al tocarme consiguió erizarme y al mismo tiempo excitarme. Ni siquiera el dolor

que me estaba infringiendo al curar mis heridas y retirar la sangre podía hacerme esquivar mi pensamiento de éxtasis, en aquel momento era como Santa Teresa de Jesús. Cuando terminó, exhaló un suspiro profundo que me abrió el alma, entonces me incorporé y la miré con mi pecho al descubierto, vi como sus ojos que desprendían lágrimas trataban de no mirarme, noté cómo se sonrojaban sus mejillas y cómo sus manos repletas de temblor recogían la palangana para llevársela a la cocina. Yo la miraba intensamente, no podía ocultar nada de lo que sentía pero al captar su

incomodidad decidí cubrirme. Cuando regresó –a parté mi mirada de tus ojos, querida sobrina, no quería que vieras mis ojos cristalinos y expresión sombría y triste al recordar aquel instante tan especial en mi vida – me miró con sus ojos negros apagados, entonces entendí lo que buscaba en otras historias cuando me aseguró que buscaba en otros países para encontrar su propia historia, entonces habló metafóricamente, lo que realmente quería saber era si habían más mujeres que sentían como ella sentía. Entonces entendí que el destino

nos había unido. - Debo irme – me dijo sin mirarme. - Imposible. Tal y como está la situación en la calle, es más sensato que te quedes aquí hasta que todo pase – mi voz era entrecortada por todo cuanto había sentido en tan pequeño espacio de tiempo – Debes quedarte, Blanca. - Pero se preocuparán y si mi padre sabe que no he dormido allí – su voz al mencionar a su padre se tornó opaca nuevamente. - La Señora Carmen tiene teléfono, creo que es mejor que les avises Blanca,

es peligroso que salgas a la calle, ellas lo entenderán, es lo más sensato. Así lo hicimos, habló y por el temblor de su voz supe en aquel momento que temía a su padre profundamente y no sólo porque le había golpeado. Pero aquella noche fue hermosa, teníamos una luna llena majestuosa que reinaba en el cielo, la vi observarla pensativa, aquella estampa la he guardado siempre en mi cabeza, ha sido la que me ha dado fuerza en los momentos necesarios, en sus ojos se reflejaba aquella luz plateada fue una visión única de la cual fui testigo. Por aquel entonces nada más tenía un sofá

pequeño y destrozado que le compré de segunda mano a un compañero y en mi cuarto únicamente había una cama pequeña. Después de lo ocurrido imaginé que no querría dormir, había sido una tarde repleta de acontecimientos, uno de ellos de vital importancia, tal que sabía no querría compartir conmigo la cama. Decidimos quedarnos aquí con la única compañía de la luz de la vela. Rompí el silencio torturador al hablar de lo mágica que estaba la luna y ella, como si recitara un poema, me explicó cómo cuando era

niña la miraba y le rogaba que la guiara en sus días y en sus noches. Hablamos hasta que la luz del alba se tragó el negro de la noche, hasta que la luna se despidió para dar paso al sol y cuando hizo aparición me di cuenta que aquella mujer que tenía delante de mí, criada entre derechistas, no pertenecía aquel mundo, ella pensaba por sí misma aunque su padre no podía imaginarlo siquiera, porque nunca escuchó una sola palabra de su boca, jamás le dio opción a elegir, tan sólo a obedecer y acatar sus órdenes. Típico de aquella generación de hombres machistas y autoritarios.

También supe que sus padres habían decidido por ella su futuro y ella lo aceptó aunque rezara a la luna para que cambiara su destino, pero no me dijo cuál era su secreto y yo imaginaba que la habrían destinado a cualquier hombre de papá. Tras mis palabras guardé silencio, sabiendo que me ibas a preguntar. - ¿Y era así? – preguntaste ansiosa, mientras en la calle la tranquilidad era rota por un estruendoso petardo provocando la huida en masa de las palomas y el susto de Pasionaria que después de estirarse hizo lo que más le gusta, dormir en tus piernas – ¿Cuál fue su destino tía? - Lo descubrí muy pronto.

Cuando amaneció me volvió a curar

con mucho cuidado aunque aquella vez evité quedar desnuda frente a ella, quise evitarle nuevamente la tortura en su corazón. Traté de acompañarla pero no me dejó, insistió que debía descansar y algún médico debía curarme aquella espalda que no tenía muy buen aspecto. La vi desaparecer tras la puerta, me sonrió débilmente y sus ojos hablaron, me demostraron la duda que se había despejado en ella, la duda que en ese momento era una ferviente afirmación, no hay ningún paso peor que transformar la duda en verdad. Y eso le sucedió a ella. Aquel día no pude

moverme y por supuesto mi hermano llegó pronto porque a él lo había perdido en la huida, sabíamos que para no entorpecernos el uno al otro cuando ocurría aquello había que correr y salvarse. Llegó con la preocupación en su rostro, cuando me vio no le cuadró demasiado que tuviera aquella espalda y sin embargo mi rostro reflejara tanta luz y mucho más se sorprendió cuando no comencé a insultar a nadie. Me llevó al médico sin preguntarme porque tu padre era muy respetuoso, me curaron, me dieron unas pastillas y me senté aquí

a esperar la visita de Blanca. Pero no apareció. De igual manera que al día siguiente no lo hizo en la Universidad, aquello provocaba en mí un miedo desconocido. Yo no era de las que dejaba todo para mañana, si algo me preocupaba lo afrontaba con todas las consecuencias. Decidida me marché hasta aquel lugar que había mencionado. Me abrió la puerta una monja escuálida que sin embargo tenía una nariz aguileña que daba miedo, al verme puso gesto de repulsa, sin duda por mi aspecto demasiado deportivo no le gustó para una señorita, llevaba vaqueros y

una camiseta negra, encima una chaqueta vieja del mismo tono que los vaqueros, entendí su mirada pero no me amedrentó. - Hola, vengo porque quería saber de Blanca. - Está enferma – me dijo con una voz ácida muy acorde al ambiente que se respiraba en aquel lugar. - ¿Podría verla, por favor? – le pregunté repleta de ansiedad. - No están permitidas las visitas. - No es una visita de cortesía. Verá debo darle un recado de una profesora

de la Universidad – tuve que elegir con sumo cuidado mis palabras para no levantar sospechas mal infundadas contra Blanca – Y me gustaría poder recibir su contestación, es sobre los fenicios y un trabajo que está haciendo. A regañadientes me llevó hasta su cuarto, aquel lugar me provocaba una asfixia incontrolable. Su cuarto estaba en el segundo piso que seguía siendo tan tenebroso como la planta baja, había poca luz y en cada puerta una cruz. En ese momento pensé que si yo viviera allí me moriría por la tristeza que rodeaba a toda la residencia. Al llegar a la tercera

puerta justo al lado del lavabo que había para todas y cada una de las residentes, me hizo señal de que aguardara allí. Ella entró y yo al quedarme sola cerré los ojos pensando que quizás aquel prejuicio de la monja al juzgarme culpable de su estado era cierto, por eso aunque era atea le pedí una mano a Dios para que me dejara entrar y pudiera disculparme. Cuando vi salir a la mujer escuálida, mis cejas se arquearon y mis ojos la miraron intensamente. Seguía con sus malas maneras hacia mí pero me hizo pasar. El cuarto era tremendamente pequeño,

estrecho, parecía una caja de cerillas, una única cama, una única mesita y un único escritorio, eso sí, todo estaba ordenado en la más severa de la pulcritud. Sin duda lo que más me llamó la atención era el olor, parecía que estaba rodeada por azahar y allí en la cama con cara de enferma estaba María, que al verme sonrió algo nerviosa. Aquello me hizo precipitarme hasta ella de rodillas. - ¿Qué te pasa? ¿Por qué no me has dicho que estabas enferma? ¿Te ha visto un médico? ¡Blanca, oh Blanca! – fueron muchas preguntas, lo sé, pero la amaba.

- ¿Cómo estás tú? – me sonrió con tanta fragilidad que me desarmó. - Blanca, Blanca – susurré allí arrodillada ante ella besándole las manos con una devoción desmedida por mi parte, perdí el control más no me importó porque la amaba. - María, María ¡por favor! – me retiró delicadamente las manos, me suplicó con tanto temor que pensé que hasta el mismísimo Dios estaba allí viendo la escena. En este punto que para mí era tan doloroso como entonces fue la actitud de pánico de Blanca, me tuve que detener. Entonces tú querida sobrina me demostraste que te había dado la

impresión equivocada de cómo era yo realmente. - No lo puedo creer tía. Yo jamás pensé que perdías la compostura ante nada. - Sé que parezco una persona segura de mí misma, que soy puro hielo, así me describían mis alumnos, pero te diré que no es frialdad, ni seguridad, es tristeza, nada tiene sentido para mí, soy como un robot, hago las cosas por costumbre. - No sé cómo has podido guardar este secreto tanto tiempo sin contármelo. ¿Por qué, tía? – tu pregunta sé que no era ni es ni será un reproche sino admiración, en ese momento me demostraste lo que siempre sentiste por mí. Yo lo sabía. Moldeaste tu voz como si hubiera un potente foco de luz sobre mí. - Porque esperaba el momento oportuno para

explicarte. Sé que eres muy parecida a mí, te vuelcas en tus relaciones, sé que sufres pero yo no quiero que pierdas lo bueno ni lo bonito de la vida. - ¿Como lo perdiste tú? - Así es – afirmé mirándote con ternura. - En mi casa eres un tema tabú, tantas veces pregunté a mi madre por tu soledad, siempre me respondió que era por ofender a Dios. Nunca la creí. - Yo a veces también lo he pensado, así que no la culpo por su comentario, pero de todo se aprende y yo aprendí a escuchar a Dios – suspiré mínimamente para concluir con voz serena – Sé que no es un castigo por ofenderle. Bueno, tú misma podrás aclarármelo cuando termine. Busqué la manera de animarte porque vi como

tu rostro se entristecía. Mientras hablábamos el sonido de la calle a veces se fundía con la música que musitaba acompañándonos pero nada nos molestaba, porque todo estaba formando parte de mi historia y sé que estos momentos nunca los olvidarás, pero déjame narrarte todo tal como sucedió, quiero que recuerdes como hoy, el día más feliz de mi vida. Tú y yo nos hemos apoyado y hemos aprendido a compartir el dolor, uniendo nuestros corazones, porque no hay nada más importante en la vida que el amor y la comprensión.

Después de retirarme las manos me di cuenta al mirarla que Dios no había bajado a husmear, no, pero sí que estaba presente su miedo, su pánico reflejado

en sus ojos negros se presentó y fue él quien de inmediato me tendió la mano. Me repuse como pude y le rogué me disculpara, le rogué que olvidara mi acto. Desolada me miró y supe que no estaba enferma, estaba confundida en cuanto a sus sentimientos se refería. No sabía qué decirle después de aquella actuación mía tan torpe, decidí marcharme lentamente con un dolor en mi corazón como jamás lo había sentido con anterioridad. Pasaron dos días más sin verla, mi tortura se hacía cada vez más insoportable, tenía claro que no iba a

que me correspondiera pero no por ello podía dejar de amarla. Trataba de mentalizarme pero al mismo tiempo mi corazón me daba de nuevo alas a pensar en que podría lograr que ella derrotara sus miedos y derrumbara su fortaleza alrededor de su corazón. Así pasé mis días, era un tira y afloja entre mis sentimientos y la realidad de la situación entre las dos. Sufrí mucho, mucho. Mi silencio cubrió el ambiente y el comedor, fue un momento de flaqueza y no pude seguir porque el corazón se me hizo un nudo en ese recuerdo, entonces fuiste tú quien me ayudaste a deshacerlo.

- Puedo entenderte tía, yo también viví algo parecido, ¿te acuerdas de mi amiga Carmen? – asentí mientras con un profundo suspiro trataba de recuperar mi tranquilidad – Me enamoré de ella, jamás lo dije a nadie, ni siquiera a ti, un día ella me abrazó y noté como su corazón se alteró, me animé y se lo dije y no sólo la perdí como posible pareja sino, lo más duro, como amiga. - Por el miedo a lo que sentía, ¿no es así? - Sigo pensando que sí, aunque esté casada y tenga un hijo. - Es una lástima, aunque la duda de Blanca no era por algo así, no era un pánico porque yo fuera lesbiana, era un pánico mayor que esto. - Sigue tía, estoy alucinando pepinillos – con qué facilidad arrancas en mí una carcajada como tan sólo tú y ese vocabulario raro logras hacer –

Soy toda oídos.

A los dos días de mi reacción en su residencia, ocurrió algo que sin duda me hizo entender muchas cosas, por no decir todo. Ella seguía sin venir a clase y yo seguía yendo sólo para esperarla. Al volver a mi casa, con una lluvia de esas típicas del Mediterráneo y un viento que rogué se llevara mis peores presentimientos hacia Blanca, la vi en la puerta de mi casa, allí estaba, como siempre impoluta. Mi corazón comenzó a latir fuertemente mientras mis pensamientos se reordenaban tratando de averiguar qué podía hacer allí, sin

duda me buscaba. Seguía con su expresión triste, como el día que la vi en su lúgubre habitación, pero estaba hermosa, era una visión maravillosa repleta de luz. Pensé que subiría a mi casa pero ella denegó la invitación, en ese momento presentí que lo que me iba a anunciar no iba a gustarme. Quizá la boda era inminente. Como esa amiga tuya, casada por obligación pública y moral. Fuimos a los jardines del antiguo Hospital que estaban reconstruyendo y que hoy es la Biblioteca Pública más grande y antigua de Valencia. Me llevó

hasta un banco que yo una asidua a aquel lugar no había descubierto y sin embargo ella conocía demasiado bien. Nos sentamos luchando con los paraguas, el viento, la lluvia, el día acompañó a nuestra conversación. - Vengo mucho aquí, es ideal para pensar – me dijo una vez nos sentamos. - No te lo niego, pero con este día... - Tienes razón – me interrumpió con una sonrisa que tenía tanto de alegre como de triste. Cuando la borró de su rostro habló con voz asustada – Quiero decirte algo.

- Te escucho – mi corazón dio un vuelco al notar su necesidad de abrir su alma. - Voy a ser monja – tu gesto fue de tal asombro que te quedaste con la boca abierta – Me estoy preparando para entrar al convento. - Es decisión de tu padre imagino. – no pude evitar mostrarle mi enfado porque la sentía tan mía que aquella confesión fue un golpe durísimo para mi corazón. La miraba de manera penetrante y aunque trató de mostrar su rostro imperturbable, supe que ella también

sufría. Bajé mi voz pero no por eso fue menos rotunda – Dímelo Blanca. - Estoy muy confundida, no sé qué quiero – no podía evitar que en su voz apareciera un quebranto que me dolía más que aquella confesión. - Sabes que no quieres ser monja, eso es lo que sabes – mi tono fue contundente. - Hasta ahora no tenía dudas. Servir a Dios es lo que siempre me han inculcado, a pesar de todo, no es tan malo – trataba de convencerse más a ella que a mí.

- No puedes ser algo por imposición, eres una persona libre puedes elegir lo que quieras ser, tu vida es tuya, a nadie le pertenece más que a ti – traté de mostrarme firme. - María por favor – bajó la voz hasta dejarla en un susurro. - Nadie puede decidir por ti, ¡nadie!, ni siquiera tu padre. - Tú ves la vida de otro modo, no es tan malo ser monja – insistió tan desconcertada que una luz me alumbró la esperanza perdida tan sólo segundos antes – Pero cada vez estoy menos

segura de lo que quiero. - Yo no he dicho que sea malo ser monja por devoción propia, eso es muy respetable, pero escúchame bien, es ¡penoso! – exclamé con voz airada – ser lo que otros quieren, imponen, dictaminan lo que será tu vida. ¡Eso es lo horrible! Hubo un momento en que las dos nos callamos, la lluvia se hizo más intensa, cada una pensando lo que era más adecuado decir, para defender lo que cada una quería defender, las dos tratando de callar lo que las dos

debíamos callar. Los truenos llegaron y pensé que era mejor ir a mi casa para poder hablar aunque me di cuenta por su expresión melancólica que nada cambiaría sus planes. Pero si agua caía del cielo, más caía de sus ojos en forma de lágrimas sin poderlas reprimir. Allí en aquel banco, con un aspecto casi enfermizo y con una negativa a ir a mi casa, lo di todo por perdido y la luz que había aparecido ante mí un breve instante terminó diluyéndose como las gotas de lluvia en el charco. Yo no podía luchar contra Dios aunque reconocía perfectamente aquella duda que le había

aparecido en su corazón, era una duda de amor y para ella debía ser algo insufrible, amar a una mujer era justo todo lo que iba en contra de la doctrina que su progenitor le había enseñado. Yo sufría al ver su dolor, era indudable que no estaba preparada para aquella situación que le había entregado la vida de golpe. En aquel momento pensé que podría aceptar que al menos me amaba aunque no sirviera para nada, pero si su padre no era nadie para decidir los pasos de su vida, yo tampoco lo era para forzarle a decir algo que podía herirla

más. La acompañé hasta la residencia, con los bajos de los pantalones empapados, con los zapatos ya inservibles, parecíamos dos fantasmas. Recorrimos las calles angostas que se enlazaban hasta dar a parar al que era su hogar y su cruz, con andar derrotado. Se distinguía desde lejos porque uno de los efectos secundarios que dejaban las bombas de la guerra eran fachadas destruidas y los grandes andamios que trataban de arreglar aquellos desatinos, aquellos andamios te guiaban desde la distancia hasta la puerta principal.

Cuando se iba a marchar la tomé del brazo suavemente como si mis dedos fueran una ola de mar rozando el arrecife, obligándola a mirarme, le susurré: - Te quiero. La vi alejarse y cada paso que daba iba rompiéndose un poco más mi corazón y sin yo saberlo, el de ella también. Aquel recuerdo treinta y ocho años después seguía haciéndome daño, volví a sentir cómo se me rompía el corazón, tú captaste rápidamente aquella expresión sombría en mí y volviste a ayudarme con tu sensibilidad y ternura, a veces me recuerdas a ella, tantas otras a mí. - No lo puedo entender, ¿cómo una persona

puede dejarse llevar así? - Ahora son otros tiempos. A ti ni la insistencia de tu padre o tu madre supuestamente para que fueras monja lograría su propósito, pero entonces era una España diferente, un mundo diferente. - Monja – murmuraste aún impactada. - Sí, monja – confirmé rotundamente como si me hubieran apuñalado en ese momento. - Imagino tu dolor tía, todo esto es asombroso. ¿Estás en condiciones de continuar? - Claro que sí, cariño – creo que aquel adjetivo tierno salió con otra voz, ya sabes que yo no soy muy dada a emplearlos en mi vocabulario. Por eso te sonreí mirándote divertida – Creo que volverme a sentir tan cerca de Blanca otra vez me está volviendo blanda.

- Ya lo veo tía, ya lo veo – soltaste al aire una tremenda carcajada. - Estoy rozando la ridiculez. Prometo no volver a hacerlo. - Me encanta esta nueva mujer que estoy descubriendo. Sí, me gusta más que mi tía de diario – tu comentario me ayudó a sonreír de buena gana – ¿Y ella? Porque si para ti era una situación difícil puedo imaginarme como sería para Blanca – la nombraste con una ternura que me erizó la piel y me la eriza ahora nuevamente al recordar tu voz. - Mi Blanca, la mujer más maravillosa del mundo, era única. Y claro que sufría. Yo pensaba que lo hacía, claro, pero no supe hasta qué punto. - ¿Cuándo la volviste a ver, qué pasó?

Al día siguiente de encontrarnos

esperé en la puerta de la cafetería porque me echaron. Les habían llegado rumores que era roja, me costó el puesto porque no quise negarlo, aunque pensando en mi carrera podía haberlo hecho perfectamente. No llegó y pensé que cuando la viera no sabría cómo reaccionar ni cómo hablarle. Al día siguiente nos encontramos, mi corazón se quedó prácticamente de piedra, como dije antes, sus ojos hablaban con tal claridad, que supe leer que sí, que sufría y lo hacía por una tremenda incomprensión a sí misma precisamente por sentir aquello, por amarme. Ella

misma debía saber aquel defecto que tenía. Cuando notaba que mis ojos le transmitían amor, agachaba la cabeza y trataba de esconder a sus ojos traidores. Yo sin embargo no escondía nada, le transmitía mi amor de la manera más abierta y natural posible aunque realmente estaba a punto de enloquecer. Le concedí un tiempo, no quería agobiarla y muy a mi pesar, me alejé de ella, pensando que Blanca haría por acercarse nuevamente cuando estuviera en condiciones de hacerlo. Sin embargo, ese momento no llegaba nunca y mi

desesperación aumentaba con el paso de los días y sobre todo con su silencio. Como estábamos ya llegando a la Navidad en la Universidad las chicas decidieron hacer un guateque, yo no iba a acudir porque me parecían todas bastante ridículas – sonreí porque siempre te había dicho que no tenías que juzgar a la gente a la ligera sin conocerla bien, tú callaste tu reproche y yo sonreí – Decidida a

emborracharme hasta que me cayera desmayada me vestí y fui. Aquella tarde con el propósito de quitarla de mi cabeza, porque de mi corazón era imposible, comencé la fiesta bebiendo un buen trago de ponche.

Mientras hablaba con una de mis compañeras de grupo noté que los ojos de todas se abrían como platos y que alguna se atragantaba al beber. Me giré lentamente esperando ver a alguien importante o sorprendente por los gestos de las demás. Y si ellas tenían gestos impresionados, no puedo describirte cuál fue el mío porque allí en la puerta estaba ni más ni menos que la mujer que yo amaba, pero no venía sola, sin duda las chicas no quedaron tan impresionadas por su presencia, más bien era porque venía acompañada por una monja, que cuando comprobó que no

había hombres, se marchó dejándola en manos de una de sus pocas amigas de aquel grupo. Me quedé paralizada, completamente paralizada – y casi tú también porque te incorporaste un poco sobre el sillón, me mirabas expectante y atenta – Mi amor estaba allí y

yo sin saber qué hacer, no me atrevía a abordarla, aunque aquella noche estaba tan hermosa, estaba radiante, yo la miraba con la boca entreabierta por la sorpresa, pero seguía sin atreverme a acercarme a ella, sin embargo, sus ojos volvieron a hablar dándome permiso, más que el permiso, me llamaron con una voz que sólo yo podía escuchar. Me acerqué en el mismo instante que alguien

le tendía una copa de licor entre risas que rechazó con tanta naturalidad que la broma se quedó inmune y nadie protestó. Al llegar a su altura, la amiga que era bastante pesada la tenía plenamente absorbida, hasta que me puse a su lado y sin miramientos con aquella pelmaza le dije. - Hola Blanca – le hablé con mi voz ilusionada mientras mis ojos le decían “¡qué hermosa estás!”. - Hola María – me respondió con su voz de seda mientras sus ojos me respondían “¡tú también!”. Se la arrebaté a aquella parlanchina y me la llevé a un rincón de aquel lugar,

que era al mismo tiempo un salón de baile, donde nos encontrábamos y un salón de belleza, propiedad de la madre de una de las chicas. No nos podíamos sentar en otro sitio que no fuera el suelo claro, pero no nos importó, yo estaba necesitada de oírla hablar, sobre todo de disculparme con ella. Necesitaba decirle que admitía mi derrota pero que no podía dejarla de tener como amiga. Sin embargo, reconozco que no sabía muy bien por dónde empezar pero ella siempre tenía la palabra justa para el momento adecuado. En aquel rincón le daba una luz suave en el rostro, parecía un ángel bajado a la tierra para repartir paz, su voz me envolvió, era tal el don que tenía de captar toda la atención allá

donde estuviera que dejé de escuchar aquella horrible canción de “la escoba”, sólo la oía a ella, sólo la veía a ella, sólo la sentía a ella. Su mirada era cautivadora y además ajena seguramente a su voluntad, irresistiblemente conquistadora. Yo podía sentir su lucha interior por lo que sentía y cómo se debía comportar, fue un momento mágico que una tal Carmen con su presencia consiguió romper. Se colgó de mi cuello y comenzó a besarme sin miramiento y a decirme que fuéramos al lavabo – me miraste un tanto sorprendida comprendiendo que ya entonces se usaba el mismo método, el lavabo era Universal para cualquier ocasión, para cualquier época – Me

decía que estaba loca por mí, pero tan

sólo estaba loca. Aquella situación incomodó tanto a Blanca que salió huyendo despavorida del salón, yo con un empujón me aparté a la pesada de Carmen y salí tras ella, le di alcance enseguida acostumbrada a correr, fue fácil –sonreí al recordarlo – la tomé del brazo y con suavidad la volví hasta que con los ojos repletos de lágrimas me miró con gesto de amargura. Entonces habló con una voz diferente, de la ternura con la que hablaba pasó a un tono austero para reprocharme mi actitud. - Suéltame por favor. - ¿Por qué te vas? - Imagino que querrás estar a solas

con ésa – me dijo perdiendo totalmente la compostura. - Quiero estar a solas, sí, pero contigo – mi voz, mis ojos y mis manos le demostraron que era cierto. - Suéltame. Trató de mantenerse firme hasta el final, su lucha interior era para ella un calvario, por un lado su corazón deseaba estar conmigo, pero por otro su razón le provocaba huir de aquel error. Ante aquella indecisión reflejada en su rostro supe que si quería hacerle entender que mi amor era verdadero y que podíamos

tener una oportunidad, no sólo de sexo, sino mucho más allá del límite del deseo porque realmente el deseo es eso, un límite que cuando se acaba si no hay amor es como asomarte a una ventana, ves el paisaje y luego cierras y te vas; pero si amas de verdad, no hay límite ni un solo día de tu vida. Pues entonces me decidí porque ¿para qué dilucidar más lo que anhelas? Le tomé la mano suavemente, ella se dejó hacer, entramos en un cuarto que debía servir para dar masajes porque en medio de aquel cuadrilátero había una camilla y sobre una mesa varios botes de cremas; una

vez dentro y al cerrar la puerta de madera la apoyé contra la pared, todo con mucha suavidad notaba su temblor por el miedo y al mismo tiempo por el deseo, cuando mi aliento rozó su mejilla, el suyo hizo lo propio con el mío provocando en ambas el mismo temblor de emoción. Nuestro primer beso fue bastante torpe la verdad porque aunque yo tenía experiencia, Blanca me daba mucho respeto, la adoraba tanto como la respetaba. Por supuesto por su parte era la primera vez que alguien posaba en sus labios aquel contacto caliente y húmedo,

al besarla noté cómo sus músculos de pies a cabeza se contraían, como sus manos se aferraban a mi cintura. Entonces al separarme de su boca que sabía a miel también vi lágrimas en sus ojos y me asusté. - No quiero hacer nada que tú no desees. -María – se aferró a mi cuello estrechándome con sus brazos, mientras murmuraba – Te necesito, no puedo soportar más este calvario, te quiero. Bastaron aquellas palabras para entenderla. La llevé a mi casa porque ella no merecía un lugar como aquel,

ella merecía el paraíso y si hubiese tenido ocasión de dárselo se lo hubiera entregado, pero en el lugar de algo tangible para la vista, le di algo que pudo saborear pues fue mi adoración y todo mi gran amor. Durante el camino después de huir de aquel lugar, ella iba aferrada a mi brazo con gesto tranquilo como quien después de una lucha contra los eventos más imposibles se da por vencida y se deja llevar por las emociones. Al llegar a casa, la abracé con suavidad y lo único que me pidió fue que no encendiera la luz, así lo hice. La desnudé como si fuera un espíritu celeste con sumo cuidado y misticismo, ella temblaba pero noté su cambio, su decisión a lo que estaba a punto de

ocurrir. Fue maravilloso, hubo tanto amor en mi habitación, tanto respeto y cariño, entonces fue cuando descubrí lo que significaba el verdadero amor, sentía la necesidad de no desprenderme de sus brazos nunca, de no perderla jamás, era como si pudiera atarla a mi corazón para que no pudiera huir, en aquel instante supe que era la felicidad, la felicidad de amar y ser correspondida, en aquella pequeña cama que tenía entonces, nos prometimos entre susurros entregados amor eterno, pensando en ese instante, sin mirar más allá de nuestras manos enlazadas. Ahora ante este papel reconozco que me costó narrarte lo ocurrido, porque aunque hubiera

pasado tanto tiempo, todo cuanto rodeaba a mi amada, me producía un sabor amargo en mi boca, jamás ha pasado un día que no la recuerde, porque sigue viva en mi corazón, es la única manera de mantener vivos nuestros recuerdos, es la única manera de mantenerme viva. Sé que esto te dejó más sorprendida que cualquier otra historia que te he contado, tu silbido que envolvió el comedor e hizo que Pasionaria despertara de su sueño mirándote como esperando que dijeras algo, así me lo hizo entender - Tía, esto es una historia de cine. Almodóvar daría todo por poder escribir este guión. - Puede ser – mostré sin tapar nada mi debilidad. - Si no fuera por tu dolor, diría que es una bonita historia de amor.

- Lo fue, no lo dudes – un profundo suspiro salió como si estuviera preso por años en mi alma – Y este dolor forma parte de ese gran amor. - Estuviste con una monja – murmuraste en voz alta, con tono escéptico. - Ella no era monja, solo estaba obligada a serlo pero no por devoción, solo por obligación. - Cómo debió sufrir. - Eso, te lo puedo asegurar – el reloj marcaba las cuatro – ¿Quieres merendar? Has debido comer pronto. - No gracias, estoy a dieta – me contestaste con casi cierto orgullo. - ¡Otra vez!, menuda tontería sobrina, ¿no me dirás que vas a dejar que unos cuantos tipos se llenen los bolsillos a costa de mujeres tontas que

creen en esos milagros? – mantengo nuestro diálogo para que recuerdes esto toda tu vida. - Vamos tía, no me seas tan sectaria. - Siempre jugando con la mujer – negué enfadada con la cabeza – cremas para estar más joven, dietas para poder mantenerte delgada, maquillaje para tapar manchas de la edad, ¡ah! – moví mis manos en señal de rechazo mientras tú querida sobrina me mirabas divertida – pamplinas todo. ¿Y sabes por qué sobrina? Todo para poder mantenerte ideal para que tu marido no se te vaya con una jovencita que al fin y al cabo siempre terminan yéndose. Cuando la mujer entienda que debe estar bien consigo misma y no para “ellos”, entonces serán felices. - Vale tía, ya has hecho tu disertación. Ahora por favor, continúa. Me apasiona esta historia y

me muero de ganas de saber qué pasó.

Durante un buen rato estuvimos en el silencio de la máxima oscuridad abrazadas, yo intentaba aferrarla a mí, no quería verla marchar, me daba miedo, sabía que una vez lejos de mi lado se reprocharía su actitud y podría no volver. Pero también sabía que si quería imponerme para retenerla o tan siquiera se lo sugería, la pondría en un aprieto. No podía hacer más que esperar, la decisión era suya. De esa manera cuando se incorporó pensé que la perdía. Se vistió en la oscuridad con la timidez que me demostró cuando la besé por

primera vez. Pero puedo asegurar que era una mujer apasionada. No quise que se fuera sola y decidí acompañarla hasta la puerta de la residencia porque necesitaba estar más tiempo a su lado. Por el camino apenas cruzamos cuatro frases porque nos habíamos dicho todo en casa, lo más importante lo sabíamos ya. Al llegar y cuando me iba a despedir de ella, una monja abrió la puerta con un ímpetu que nos sorprendió a las dos, sin mediar palabra nos agarró y nos metió dentro con saña. Habíamos paseado sin percatarnos de la oscuridad

que nos rodeaba en las calles, en las casas. Y no nos dimos cuenta, porque nuestros ojos solamente veían amor. - ¿Madre que sucede? – le preguntó Blanca con el mismo gesto alterado que la monja. - Sois un par de inconscientes ¡de esto, va a tener que enterarse tu padre! Noté como el pánico cubría el rostro de Blanca. La mujer nos dijo que habían matado a uno de los peces gordos del gobierno y teníamos toque de queda, pero claro, nosotras éramos tan felices en nuestro reducido mundo que nada nos

llamó la atención. Por otro lado las monjas suponían que nuestro guateque habría acabado cuando los padres de las demás se hubieran enterado de la noticia y no entendían cómo habían tardado tanto tiempo en avisarnos. Nosotras cruzamos nuestras miradas y temimos ser descubiertas pero rápidamente las monjas cambiaron el tema. Total que allí estaba tu tía, una comunista atea en una residencia católica, me llevaron al salón donde todas las alumnas estaban rezando en voz baja, por supuesto yo también tenía que rezar. Soltaste una exclamación de incredulidad y

tras una carcajada divertida, me preguntaste. - ¿Y qué hiciste? – me mirabas sonriendo, era consciente que esta parte te divertía. - Pues yo únicamente movía los labios aunque me sentía observada por todo el mundo, pero claro, sólo eran manías mías. - ¿Y Blanca? - Bueno, ella elevó su voz para que yo pudiera aunque fuera con un tono mínimo poder seguir los rezos. Era – miré a tus ojos divertidos apostillando con un guiño de ojo – como el apuntador del teatro, igual. - Daría todo por poder ver aquella escena – otra de tus sonoras carcajadas se llevó por un momento el ambiente pesado del dolor. - Fue patética – sonreí yo – Pero no sólo recé, también me quedé allí a dormir, me dieron una

habitación. - ¡Qué fuerte! - Estaba alejada de Blanca, desde luego. - ¿Y ella que dijo? - Fue ella quien insistió para que me quedara, sin duda era por mi bien. Yo acepté porque era realmente peligroso salir. - Qué miedo vivir así. - Pues sí, yo siempre ruego que aquella vivencia no se vuelva a repetir en nuestros días, cuando veo esos países en guerra, siento que el mundo se vuelve loco, como si no hubieran bastantes ejemplos de destrucción. - Así es tía, pero la gente para eso no tiene memoria. - La gente no, los mandatarios, ellos viven ajenos, pero quien sufre es la población, la gente.

En nuestro caso fue así y te aseguro que tenemos la memoria fresca como si hubiera ocurrido ayer. - Bueno, no nos pongamos más tristes. De momento voy a traerte tu merienda, porque te toca la pastilla y más que nunca la necesitas tomar. - No creas, hoy menos que nunca la necesito, porque estoy dejando a mi corazón hablar con libertad, le estoy permitiendo sentir nuevamente todo lo que te estoy contando y aunque es cierto que fue doloroso, cada recuerdo de la sonrisa de Blanca me cura. - Tía, dime algo – me miraste con gesto serio para preguntarme con preocupación – Tú corazón, cuando falló era debido a este sufrimiento, ¿verdad? – asentí cerrando los ojos porque en ese momento también me estaba

fallando – Mi padre me dijo que habías sufrido tanto que se te había roto de dolor. - Y no le faltó razón – fruncí mi frente con tono un poco cansado. - Ahora lo tengo clarísimo tía, me gustaría tanto poder ayudarte. - Y lo haces pequeña, lo haces. Y allí te fuiste a prepararme un café con leche y mis galletas. Mientras lo hacías yo repasaba mentalmente la historia que te acababa de contar y al hacerlo sabía que lo peor estaba por llegar. Quizá sí necesitaba la pastilla, quizá sí necesitaba ser ayudada, porque el paso del tiempo no me ayudó a cicatrizar mi corazón, al contrario, me ayudó a ir haciéndole más heridas. Pero no sólo yo hablé de amor, mientras merendaba tú me hablaste del amor como quizás antes nunca lo

habías hecho. - ¿Sabes tía? Yo creía que me había enamorado muchas veces, eso pensaba antes de escucharte. Nunca he sentido a ninguna mujer lo bastante profundamente, nunca he perdido el sueño por amor, sí por infidelidades pero más por la rabia de ser engañada, pero me doy cuenta que nunca por amor. - Claro, por esto te lo estoy contando, tú no has vivido nada serio para que renuncies a un sentimiento tan bello. - ¿Aunque duela tanto?, ¿merece la pena? - Plenamente – te sonreí segura. Debajo de mi balcón comenzaba el desfile de música y sabiendo lo que me gusta este ambiente abriste las puertas de par en par, cubriéndonos el comedor de fiesta y felicidad.

Al terminar y después de un pequeño descanso para lavarme los dientes y estirar un poco mis cansados músculos, comencé a relatar nuevamente.

La monja que me recibió el primer día me miró con el mismo gesto serio, siempre que me miraba ponía su cejo fruncido por el desagrado que yo le causaba, me llevó hasta un cuarto justo en el piso superior de donde se encontraba Blanca. En aquel pequeño cuarto, igual al de ella, pensaba una y otra vez en nuestra difícil situación, teníamos tantas barreras, tantos obstáculos que no sabía cómo podríamos

sortearlos, sobre todo porque yo era consciente del miedo que María tenía a su padre, más que respeto, era miedo. Al final, rendida me dormí pero una voz gélida me despertó al rato, era la misma monja de la noche anterior con el mismo gesto del primer día que me vio. - Tiene que levantarse hay que desayunar. - Sí, claro – contesté dubitativa y al mirar el reloj casi me desmayé, eran las seis de la mañana. - Vamos – insistió ante mi lentitud con voz de profundo desagrado.

- ¿Me permite que me vista? – le hablé de igual modo. - Tiene cinco minutos. Me levanté y la seguí una vez me había vestido. Llegué a lo que era el comedor, una mesa larga en el centro de una habitación austera en cuanto a decoración se refiere, tan sólo un gran cuadro con la imagen de una Magdalena penitente, que a mí me pareció una copia barata de las originales de Murillo, pero creo que con ella querían advertir a las niñas que desayunaban de los peligros que corrían, de esta manera si seguían

sus consejos se librarían de tener el gesto de sufrimiento que tenía aquella mujer. Pensé que me sentarían cerca de Blanca pero no fue así, cuando nuestros ojos se encontraron se comunicaron con el lenguaje universal del amor, yo sonreí débilmente, ella ampliamente parecía que la noche la había convertido en otra persona, mientras que yo estaba ojerosa por el desvelo, ella estaba radiante, su rostro florecía como si de la mejor rosa del jardín se tratara, en sus mejillas normalmente blanquecinas aparecía un tímido sonrojo que la hacía más encantadora todavía, más tierna. Pero

nos rompieron el hechizo porque había que volver a rezar y bueno, allí lo intenté pero creo que no lo hice tan bien como el día anterior porque la chica que tenía a mi lado no me apuntaba como lo hizo Blanca. Desayunamos en silencio pero nuestras miradas hablaban, yo veía en sus ojos tanto amor como temor y supongo que en mi caso debían reflejar exactamente lo mismo. Cuando llegó el momento de irme me lo comunicó la monja. - ¿Puede darme otros cinco minutos para enjuagarme la boca? – le pregunté.

- Aquí la espero. Una vez en la habitación busqué entre aquellos muebles y para mi desespero estaban vacíos hasta que abrí el pequeño armario donde encontré lo que buscaba, un trozo de papel y bolígrafo. Después me desplacé como si fuera un fantasma por aquellos pasillos oscuros y me adentré en su habitación dejándole sobre la cama la nota. Bajé y ante la inclinación de la cabeza de la monja entendí que la puerta estaba justo por el lado contrario donde yo me encaminaba, le agradecí la cortesía por tenerme allí y

me marché, cuando ya estaba a punto de cruzar la puerta oí cómo me llamaba, me dejó dos besos en las mejillas y en sus ojos vi una enorme tristeza que me partió el corazón porque parecía el último adiós. Al mirarte y ver tu gesto percibí en tus ojos la espera para preguntar, te di paso con mi dedo con gesto permisivo. - ¿Qué le pusiste en la nota? - Espera y lo sabrás. - Te admiro. - Gracias. Sonreímos las dos y estas conversaciones entre medio de mi historia estaban por primera vez, sin duda, acercándonos mucho más de lo que

lo hacíamos habitualmente en nuestras largas charlas en el balcón a la luz de la luna y las estrellas. Quizá porque por primera vez yo me mostré tal y como era, como fui.

Como te decía, las Navidades pasaron lentamente, me sentía tan ansiosa como tú en este momento, pero yo por verla regresar. No tenía ganas de levantarme de la cama, estaba triste, inmensamente triste, aunque en aquel momento no imaginaba cuánta tristeza es capaz el ser humano de soportar. Fui a la cena de Noche Buena a casa de mis padres, allí estaban mis padres, mi hermano, mi abuela y mis tíos con su pequeñín. Nadie

sabía más de mí que era comunista y para disgusto de mi abuela, atea. Que era lesbiana mi madre lo ocultaba como si no existiera, quizá porque prefería no verlo ni ella misma, prefería pensar que un día llegaría del brazo de un hombre y todo quedaría en una terrible equivocación. Llegué con mi cara triste, mis ojeras, mi sonrisa apagada, necesitando más que nunca la compresión de mi madre. La aparté de todos hasta su habitación, una vez allí me derrumbé en sus brazos. Al principio con ese castigo que ella misma se imponía para odiarme por ir en contra

de los designios de Dios no me hizo mucho caso, pero al oír y ver la congoja que sufría, el instinto de madre pudo más que todas aquellas ridículas y malintencionadas ideas y consejos que le daba su confesor. - ¡Mamá ayúdame! – le dije con mi voz entrecortada. - ¿Qué pasa, hija? Al repetir el instante me detuve por un segundo como si pudiera sentir en mi piel las mismas emociones que en aquel momento. Después de un gesto de rechazo ante aquellas imágenes que tanto dolor me produjeron, regresé a mi comedor y al ver tu gesto, te dije entornando

los ojos con gesto melancólico. - Mi cuerpo se estremeció sin poder remediar mi necesidad de ser hija otra vez. Le conté que me había enamorado y comencé a hablarle con toda mi naturalidad de Blanca, entonces me di cuenta cómo se alejaba nuevamente de mí, seguía a la misma distancia que antes pero yo ya no la podía tocar. Volví a recogerme en silencio, el paso de los años no consiguió borrar este sentimiento de pena. - Para ella también debió ser muy complicado de entender – acertaste a decir. - Lo sé. Pero por muy complicado que fuera, yo era su hija, me conocía perfectamente y sabía que era muy revolucionaria pero jamás había dado muestra de ser frívola.

- ¿Y no insististe con ella y con el gran amor que sentías? – me preguntaste con la voz apagada porque este sentimiento lo entendiste pues es parecido a lo que tú vives con tu madre. - Sí, pero ya no me escuchaba. Dejé de ser su hija. Se puso de espaldas a mí, aquel gesto era muy típico en ella cada vez que me quería hacer daño, me rogó que no le pidiera jamás ayuda para algo tan bajo, concretamente sus palabras fueron. “No me encontrarás como madre hasta que no te apartes de la ofensa que estás haciendo a Dios Nuestro Señor” – traté de parecer fuerte pero la voz me traicionó. - Qué difícil es hacer entender que lo que hacemos es amar, simplemente amar. - Los prejuicios son libres y desgraciadamente en este país, el ser lesbiana, es una ofensa, aún

hoy en día. - Pero tenemos más libertad. - No creas. ¿Recuerdas a tu amiga? Se casó seguramente porque no era capaz de afrontar tu amor. No porque quiera estar al lado de un hombre sino porque el peso de la sociedad equilibró su balanza hacia aquel lado. - Pues es una lástima porque es guapísima, maravillosa, hubiera sido mi pareja ideal, lo sé – sonreíste con picardía – Pero dime, ¿qué hiciste después de esas palabras? - Me quedé un rato llorando pero sabía que debía comer, así que me limpié el rostro, comí y me fui lo antes posible. Sonó acertadamente otro pasodoble en la calle mientras Pasionaria, como es habitual en ella, en esas horas que yo me ponía a leer se subía a mi

regazo, la vieja gata se enroscaba y dormía como un bebé. Una vez aposentada mi querida gata, seguí narrándote lo ocurrido. - Pasaron los días de Navidad y Año Nuevo, nos encontrábamos así en el año mil novecientos sesenta y cinco, un año impar cosa que no me gustaba. Por esa razón era pesimista al pensar en que Blanca volviera. Sin embargo, el día que empezaban las clases, no pude dormir. ¿Sabes una cosa? – sonreí de buena gana mientras interrumpía mi relato y tú me mirabas divertida – No lavé las sábanas durante su ausencia, allí tenía su olor, me pasé los días acariciándolas sin hacer otra cosa que suspirar. - ¡Qué guarrada! – dijiste para romper en una gran carcajada – Qué mal debías estar tú, la limpieza personificada.

- Para que veas de todo lo que es capaz el amor. Te cambia totalmente, haces justo lo que jamás pensaste harías. - ¿Y aquel día debió ser especial para ti? - Sin duda, tenía taquicardia, iba a verla nuevamente aunque me daba mucho miedo por lo que hubiera podido ocurrir en su casa. - ¿Pensaste que lo diría? – me preguntaste ceñuda. - Por supuesto que no, pero era cuando estaría sola y tendría la lucha contra ella misma y su conciencia por lo ocurrido. - Yo me hubiera vuelto loca. - A todo se aprende, ya te dije. Y si algo aprendía yo de esta historia, era a ser paciente. El día señalado no apareció en la Universidad, me temí lo peor. Volvía a casa derrotada, cuando

iba a subir las escaleras, algo llamó mi atención en el buzón, era una carta. Sólo ponía. Yo también. - ¡Hacía referencia a la otra carta! – exclamaste impresionada al recordarlo. - Así es, yo le puse –me detuve para tomar aliento y repetirlo nuevamente después de treinta y ocho años guardado en silencio – Te quiero. - Dios mío tía, ¿y si alguien te hubiera visto?, ¿lo pensaste? - Si piensas demasiado las cosas, siempre encuentras algún tipo de problema u obstáculo, así que yo no lo pensé y lo hice. - Qué valiente fuiste. - Estaba enamorada. Yo sabía bien que había sido un gesto demasiado arriesgado, pero también sabía que era necesario para que Blanca

supiera que no había sido una aventura de una noche, que había mucho más en mí. Seguí con la narración, tras tomar aire, cerrar un momento los ojos como si así pudiera volver a ver las imágenes tan nítidas como las viví para contártelas.

Miré alrededor pero no estaba, subí las escaleras como si fuera un cohete, abrí la puerta de mi casa y aquí estaba, asomada a la ventana, mirando fijamente el cielo, tan hermosa como siempre, tan magnífica como siempre. Al verme, sonrió y mi corazón sintió la felicidad. - Blanca – murmuré despacio. - Mi María – se dirigió lentamente

hacia mí – mi dulce y querida María – se aferró a mi cuerpo mientras sonreía feliz – Mi dulce amor, has irrumpido en mi vida como explota un volcán, has derrumbado barreras, principios, temores, fobias y me has dejado desnuda ante tu amor. - Mi amada Blanca, ¿y qué me has hecho tú? – le murmuré besándole los rojos labios sedosos y finos – Me has hecho perder el norte estos días, creí que nada valía la pena ya porque me enamoré de ti el mismo instante que te vi y eso que juré no enamorarme jamás.

- ¿Tanto has sufrido? – me miró con esa paz que tenía apenada por mis palabras. - Sí, pero has llegado tú y me has devuelto la vida. - ¡Oh María! – murmuró después de exhalar un profundo suspiro – Me siento tan feliz a tu lado, he pasado los veinticuatro años de mi vida repleta de desdicha, de miedos, dudas y tú, con tu amor, te lo has llevado todo. - Eres maravillosa – murmuré atrapada en sus ojos – Creí volverme loca, pensé que no volverías.

- Estuve a punto de no regresar, pero junto a mí llevaba tu nota, “Te quiero” decía y me rendí. Nos miramos a los ojos, sentíamos el mismo amor, un gran amor. Pero teníamos muchas cosas que afrontar. En aquel viejo colchón me enteré de su vida y con voz abatida me contó la verdadera historia mientras reposaba su cabeza sobre mi pecho. - Ellos quieren que ingrese en el Convento, me llevaron allí y la Madre Superiora que tuvo el bien de escucharme a solas, con gesto tan

apiadado hacía mí, me dejó sincerarme con ella, le dije que lo que yo quería era estudiar que no renegaba a ser monja, aunque más por imposición que por devoción. - Fuiste valiente, mi amor – la besé en la frente al notar un tímido temblor en su cuerpo al recordarlo. - Quiero ser valiente ahora María – guardamos silencio por un instante mientras rompiendo el silencio llegó una lluvia insistente y brava, la tapé para que no se constipara. Ella siguió porque era una gran necesidad y yo quería

escuchar – Cuando acabé de hablar con ella, hizo entrar a mis padres que desconcertados escucharon a la Madre como les aconsejaba que yo debía estudiar porque estaba capacitada para ello. Una vez terminados mis estudios podría ingresar como novicia, necesitaba de alguna monja con diversos conocimientos y entendía, por mis notas, las cuales habían pasado totalmente desapercibidas para mis progenitores, que era una gran estudiante y tenía posibilidades de tener una muy buena formación – hablaba tranquila con su voz cordial, recobró la calma, era como

si susurrara una melodía perfecta, sin rencor ante algo que a mí me hubiera hecho perder los nervios. Yo la escuchaba con la sensación de haber cometido un sacrilegio al tenerla abrazada y desnuda – Ellos accedieron y aquí me tienes – me sonrió acariciándome la cara con ternura – sabiendo que no quiero ser monja, que quiero estar a tu lado y deseando que tú quieras lo mismo. Compartir nuestras vidas con este gran amor. - Un amor que jamás morirá – le aseguré con voz firme y contundente.

- He tratado de luchar contra todo lo maravilloso que siento pero no puedo ir contra mí misma, no puedo hacer callar mi corazón, sólo si muriera sería capaz de ganar esta batalla que el amor, tu amor, me ha presentado – me sonrió dejándome un suave beso en mis labios. - Te juro Blanca que voy a ayudarte, te voy a dar todo el tiempo que necesites. Te comprendo, es algo muy difícil, lo sé, no quiero agobiarte, lo único que quiero es que estés segura de que te amo, te amo como no he amado a nadie. - Necesito tu ayuda, necesito tu apoyo,

quiero hablar con mi padre y necesito tenerte mi lado. - Lo estoy, lo estaré hasta el día que me muera. Nos duchamos y fuimos en busca de una cabina, mientras se vestía me contó que había estado rezando en la Iglesia más de dos horas, que había abierto a Dios su corazón y había hecho la presentación oficial; yo y nadie más que yo, era su amor. ¿Una mujer? debió preguntarle Dios desde su corazón, ella contestó con rotundidad. Sí, pero la amo. Pues esta conversación había sido

crucial para preparar el terreno y en aquella pequeña cabina, lo culminó. Su cara era blanca como la cera, pude notar el temblor de sus manos sujetando el teléfono, cuando oyó la voz de su padre, soltó su mano izquierda para aferrarla fuertemente a la mía. - Padre – le llamó – Siento molestarle pero quería saber si ha pensado ya lo que le comenté, sí, ya le dije, sí, sí. De acuerdo. Colgó con sus labios blancos, sus manos frías y su gesto serio. Me miró con los ojos llenos de lágrimas.

- ¿Sí? – le pregunté igualmente asustada. -Sí. Su contestación fue como si en aquel lugar todo hubiera desaparecido, como si el cielo gris se hubiera esfumado y nos hubiera regalado un maravilloso atardecer con el cielo rojo. Fuimos felices, extremadamente felices. Mi voz se apagó durante unos segundos, yo necesitaba recuperarme y tú Sandra pensar, rebobinar y preguntar. Mientras, Pasionaria fue a comer y en la calle rompió una explosión de júbilo, sin duda algún premio había ido a parar a las manos de aquellas gentes que tanto trabajaban

por su fiesta, de aquellos artistas. - Me imagino el cabreo de las monjas – dijiste sacándome de mis pensamientos. - Así es, les quitó la parte que les pagaba por el cuidado de su hija, pero a nosotras en aquel instante no nos importó. - Sin duda fue un paso para demostrarte amor. - Sin duda lo fue, mucho más teniendo en cuenta cómo era Blanca y cómo se había criado con ese energúmeno – entonces nos interrumpió una alarma – ¡Oh!, son las gotas de Pasionaria, ¿podrás esperar? - Por supuesto que sí, la paciencia es importante. - Así me gusta, ¡sí es que eres inteligente al máximo! - Como mi tía – sonreíste estirando tus largos

brazos – Si mi madre oyera esto, le daba una de sus pataletas. Yo reí abiertamente porque era verdad. Al vernos desaparecer por el pasillo a Pasionaria y a mí, te oí rebuscar en tu mochila, acto seguido desde la cocina te oí hablar. Mi casa es pequeña así que desde cualquier lugar se oye cualquier conversación, dos habitaciones, una mía y otra tuya. En otras ocasiones te había escuchado hablar aunque no quisiera, pero esta llamada me hizo entender que estaba cambiando algo en tu interior y sin duda, Blanca era la culpable de que cambiaras para mejor. A tus veintitrés años comprendiste lo que era la vida. Cuando salí estabas poniendo el punto y final a la conversación con voz llana pero contundente. - No quiero que vuelvas a llamarme, no quiero

saber nada más de ti. Buena suerte. Cuando me viste reflejada en el cristal mi cara al lado de la tuya, te quedaste fijamente mirándome a través de él, con tus ojos entornados viendo la realidad. Yo era el pasado tú el futuro, yo había vivido, tú tenías toda la vida por delante para saberla vivir, yo me había equivocado en algo, tú aprenderás a no permitírtelo, aprenderás a luchar por lo que quieres, estoy segura. - No se está mal sola, pero con una mujer a tu lado que te comprenda, te ayude y te quiera, que sea amiga, amante y compañera se está mejor. Mira. - ¿Es ella? –preguntaste al girarte y ver que llevaba algo en la mano. - Sí, es mi Blanca – al darte la foto apareció en

mi rostro una nostálgica sonrisa. - Nunca la he visto, ¿sólo tienes una? -¿Una? – sonreí abiertamente – Tengo... espera – mientras recordaba, volví a tomar asiento en mi vieja mecedora – Sí, doscientas cincuenta y seis. - ¡Qué! – exclamaste totalmente perpleja – ¿Y dónde? Yo te he registrado todo y nunca la he visto antes. - ¿Has registrado mi casa? – me quise mostrar perpleja pero me salió una sonrisa débil porque siempre lo había sospechado. - Lo siento. Verás, fue cuando oí a mi madre decir eso de que habías tentado a Dios, lo habías ofendido y tenías el castigo que merecías. La soledad. - Mi cuñada no tiene arreglo. - Pensé que algo grave había en tu vida y quise

enterarme – acertadamente me pusiste gesto tierno, si yo hubiese sido cariñosa, me hubiera lanzado a besar esa carita tuya que me hace sonreír – ¿Me perdonas? - Por supuesto que sí, ¿por qué crees que estaban escondidas? – te miré aún con la sonrisa en mis labios – Mira que tu madre tiene mala leche. - ¡Me lo dirás a mí! – silbaste con fuerza para mirar fijamente la foto – Tía, era hermosa. - Sí, lo era, pero más que hermosa físicamente, que lo era, además, lo mejor era su interior, su gran corazón, su bondad, era el ser más maravilloso que jamás he visto en todos mis años. Era única. - Volviendo a aquel día, ¿se vino enseguida aquí?

- Sí. Fuimos a la residencia y recogió sus cosas y nos vinimos – me devolviste la foto con sumo cariño – Lo preparamos todo, estábamos radiantes. Aunque ya sabes cómo soy y le costó un poco acoplarse a mí. - ¿En qué sentido? – mostraste tus dudas. - Bueno, en mi casa por aquel entonces habían muy pocas cosas, me refiero a muebles y todo eso, ella con su dinero se encargó de adecuar mi pobre casa en una vivienda confortable. - Vale, lo entiendo, así que ella sufrió en sus carnes lo que yo en las mías. - Exacto, yo no lo hubiera explicado mejor. Y es que por mucho que tú, querida y adorada sobrina, has tratado de modernizar mi casa, siempre me he negado, tan sólo he aceptado aquellas cosas como un Dvd o una cadena de

música, porque sé que a ti te hacen sentirte más cómoda cuando vienes y compartimos el tiempo juntas, yo no lo necesitaba, tengo mis libros, sus fotos, su ausencia. Pero el motivo real por el cual no dejo que nada cambie es por Blanca, mi casa está tal y como ella la dejó, siempre quise que si un día volvía, viera que nada había cambiado, que el tiempo se había detenido para las dos y nuestra casa era el mejor reflejo de esa interrupción. Hasta en la mesilla de noche están sus cosas como las dejó, todo igual, es mi manera de tenerla presente y no estoy loca por mucho que tu madre se empeñe en describirme como tal, dice que estoy atada a un fantasma. Blanca ha estado en mi corazón, en mis días y en mis noches, ella es real, los fantasmas, no. - La convivencia no es fácil, pero aprendimos

juntas – te dije con una sonrisa retomando la historia. - ¿Y nadie sabía nada de lo vuestro? - Nadie, estuvimos durante los cuatro meses que restaban para finalizar aquel primer curso estudiando mucho, nadie podía percatarse de nada porque la mayoría ni sabían que existíamos las mujeres lesbianas. Había algunos casos pero después de lo ocurrido en la guerra, era mejor callar. Pero aquellos meses me valieron al instante para saber que era sumamente inteligente. - ¿Más que tú? – me miraste divertida – No me lo creo. - Mucho más que yo. Además me enseñó también mucha pero mucha calma, cuando estudiábamos no había tiempo para nada más – te

devolví la mirada y captaste en mis ojos la suspicacia – Mis aires revolucionarios habían cambiado un poco, pero no porque ella quisiera que cambiaran, nunca me obligó a nada, pero es que vivir a su lado era tan relajante, tan maravilloso que hasta cuando había problemas, las soluciones se veían más claras. - Pero tía aclárame algo por favor. - Lo que tú quieras. - ¿Dejaste totalmente el mundo en el que te habías movido tanto e implicado por ella? - No del todo, yo sabía moverme en aquel mundo oscuro que era plantar cara a la dictadura, tratar de buscar la libertad y poder vivir mejor, ella no, por esto más que nada fui alejándome. Un día nos llegó la noticia de que a un compañero homosexual amigo nuestro de la Universidad lo

habían cogido y le habían pegado una paliza impresionante, dejándole muerto en una huerta con un palo metido en el trasero. - Dios mío – pusiste cara de reprobación. - Tu gesto de ahora fue el mismo que vi en ella y yo quería protegerla de todo aquello. Era una constante en nuestros días, también sabía que en la cárcel de mujeres habían algunas lesbianas a las que habían dado severas palizas, violado, algunas incluso, asesinado, el régimen lo encontraba antinatural, como en la película de Audrey Hepburn, “La Calumnia”. - Mi peli favorita, ahora también hay gente que piensa que es antinatural. - Sí. también, pero el pensamiento lo transforman de otra manera, antes como era antinatural había que abolirlo y sus métodos para

ello eran horribles, esto te daba motivos para esconder la verdad, habían muchos que no soportaron la presión de la post-guerra y se suicidaron, otros emigraron por temor a su suerte en el caso de no poder esconder su manera de ser, quizá yo siempre pensé que a mí nunca me ocurriría aquello, yo lo tenía controlado, era una inconsciente. - ¿Qué mas pasó?

Sin embargo ya no estaba sola, todo aquello se presentó ante mí y me pregunté qué derecho tenía poniendo en peligro la vida de una mujer mucho más débil que yo, porque si alguien daba el chivatazo o lo sospechaban, no había dudas que ambas sufriríamos el mismo

castigo. Por aquel entonces que dos mujeres vivieran solas podía levantar muchas sospechas, no era algo normal, te hablo del año 1964. Entonces recordé el rostro de Blanca al saber la noticia de nuestro compañero, percibí su miedo y supe que quizá no estaba preparada para seguir adelante conmigo. Pero nuevamente me sorprendió, de ninguna manera quería dar marcha atrás, estaba dispuesta a correr ese riesgo por el gran amor que sentíamos. Volví a detener el relato, cerré los ojos porque irremediablemente sentí en mi cansado corazón el amor que me demostró en su firmeza a

continuar a mi lado. Ante mi silencio, fuiste tú quien me sacó de aquel instante de dolor absoluto. - ¿Exageraría si te pregunto qué estabais dispuestas a morir por amor? - No exagerarías, quizás en este momento de la vida en que estamos no se entienda, pero en aquel entonces era así. - ¿Nunca discutisteis, tía? - Muy pocas veces, tan solo recuerdo una grave. Te contaré porque fue aquella tremenda discusión.

Aquellos días antes del verano, todo estaba revuelto en la ciudad, manifestaciones, golpes, gritos, para todo el mundo se hacía difícil vivir en

paz. Yo sabía que con la llegada del verano también llegaría un tiempo en el que nos tendríamos que separar, la sola idea de dormir sola en la cama, sin ella, de despertarme y no llenarme con su rostro angelical dormido, me daba pavor. Un día ella notó que mientras la miraba mis ojos le hablaban del temor que me carcomía por dentro. - ¿Qué te preocupa, mi amor? – me preguntó mientras me acariciaba la cara. - Dentro de una semana tendrás que marcharte, ¿qué pasará? – mi voz sonó

rota de miedo. - Nada, no pasará nada porque no me voy a marchar – me levanté apoyando el codo sobre la almohada mientras la miraba fijamente – He hablado con mi padre, le he dicho que si me daba permiso para irme una semana a Egipto después de aprobar el curso, que me hacía mucha ilusión, además la Madre Superiora me ha recomendado que vaya a Roma para ver y estudiar todo lo referente a la Iglesia, el Papa y la historia. - ¿Y? – le pregunté sin salir de mi

asombro. - Me ha dicho que me va a buscar un hotel en Roma que él conoce y otro en Egipto donde me cuidarán y vigilarán, para que estemos dos semanas siempre y cuando a ti te parezca bien. - ¿A mí? – más perplejidad, incredulidad y sorpresa era imposible reflejar en un solo rostro. Por muchos motivos, pero el más fuerte, es que no entendía cómo su padre le daba permiso. - Claro mi vida, le he dicho que mi compañera tiene también que estudiar como yo, que hemos estado haciendo los

trabajos juntas y a las dos nos gustaría ver lo que habíamos estudiado a lo largo del año. Protestó al principio pero al final accedió porque le dije que te habías portado muy bien conmigo y te lo quería agradecer. - ¿Y cuándo pensabas decírmelo? – ella me miró un poco asustada por mi tono severo – Me parece que desde que vivimos juntas todo lo hemos decidido en consenso, no quiero que en mi casa hayan imposiciones, ni autoridad – fui injustamente dura con ella – ¡Cuándo debía enterarme yo!

Mi respuesta le afectó tanto que se levantó de la cama marchándose hasta el comedor a llorar, yo no esperaba una reacción así y también me sentí estúpida por actuar de ese modo, mi lado revolucionario me había hecho cometer una injusticia con ella. Cuando llegué hasta la ventana la encontré mirando con su frente apoyada en el cristal mientras por sus mejillas rodaban lágrimas de dolor que trató de limpiar al escucharme llegar. - Blanca por favor... no quería hacerte daño... perdóname... – le supliqué en un

susurro pero ella no me contestó – Mi amor, mírame – la giré con cuidado abrazándola contra mi pecho, ella temblaba como una niña asustada – Cariño soy una estúpida, perdóname. - Quería darte una sorpresa, demostrarte que a tu lado he aprendido a luchar por lo que quiero, sólo quería darte una sorpresa – me aseguraba con su voz repleta de congoja, bajando cada vez más el tono hasta hacerla casi inaudible. - Y yo como una estúpida lo he echado todo a perder – agaché la cabeza

avergonzada y pesarosa. - No eres estúpida – me tomó la mano acariciando su mejilla para dejarme un fino beso – Sólo eres una libertaria. Mi libertaria. Nos echamos a reír porque era cierto, ella sabía de mí tanto, que muchas veces me encontraba desnuda del alma ante ella, sabía que no me gustaba que nadie me impusiera nada y yo no supe ver que ese no era su estilo porque me respetaba más que nadie, tan solo trató de hacerme un maravilloso regalo. Inmediatamente

nos

pusimos

ilusionadas a trabajar, empezamos a hacer los planes del viaje, lo que iríamos a ver y a estudiar, porque sabíamos que aquel maravilloso viaje nos iba a dar la visión exacta que las ilustraciones no pueden representar, los olores, los colores, era llenarnos de cultura, de sabiduría de un país que ambas adorábamos, que ambas soñábamos con descubrir. Felices comenzamos a atar todos los cabos porque a ninguna nos gustaba dejar las cosas al azar, debíamos llevarlo todo preparado y aquello fue una ardua tarea que rebajamos con besos, caricias y mucho

amor. Una mañana de aquellas donde el sol baña todo cuanto se pone a su paso, bajo un calor sofocante, recibimos la visita de sus padres. Blanca estaba preparando un cocido mientras yo anotaba los últimos datos que queríamos cotejar allá, la mesa estaba repleta de libros de Egipto, Roma, Historia del Arte, Miguel Ángel, Botticelli. Entonces el timbre me sacó de mi concentración, salí con mis gafas sobre la cabeza, con un lápiz en la boca y una pinta un poco de ir por casa, claro, pantalón corto y camiseta ancha un poco

hippie nada femenina y allí enfrente de mí tenía a los padres de Blanca, pensé que el mundo caía sobre mis hombros al ver su gesto de espanto. Nuevamente el interés en la historia hizo que me interrumpieras, te incorporaste un poco en el sofá mientras me mirabas tan intensamente como ansiosa por saber. - ¿Llegaron sin avisar? ¿Sin decir nada? - Sí. - ¿Y? -Nosotras teníamos planeado todo, cualquier pequeño detalle podría costarnos lo mejor que teníamos, nuestro amor. Además por mi círculo de amistades corría un chiste que nos venía muy bien decía así. Una madre va a hacer una visita a

su hija, esta vivía con una amiga. La madre después de la primera visita deja pasar unos días para volver a visitarlas, entonces su hija está haciendo la comida y aprovecha la visita de su madre para preguntarle. - ¿Mamá tú has visto el cucharón de la sopa, desde que te fuiste no lo encuentro? A lo que la madre le contesta. -Si tu amiga se hubiera acostado en su cama, lo habríais encontrado. El chiste nos hizo romper a reír con una gran carcajada que resonó en el comedor y que consiguió despertar a Pasionaria que volvió a subirse a mis piernas buscando el refugio de la manta. - Está genial el chiste. - Sí, al menos entonces era más probable que

ahora. - Me imagino a mi madre, la primera vez que me fui de casa a vivir con una amiga, escondiendo toda la cubertería en mi cama, aún debe estar allí. - Seguro que sí – volví a reír pero quizá la falta de práctica me hacía acabar con un poco de tos. - Voy a por agua, pareces fatigada. - Estoy bien, aunque nos hará bien beber algo, no paramos de hablar. El cielo azul estaba lleno de algodonosas nubes blancas, exactamente igual que aquella tarde. - ¿Y qué cara pusiste al verlos, tía? - Imagínate. Casi me caigo al suelo sobre todo por la mirada del padre, era un tipo de estos que te repelen, engreído, maleducado al máximo – la verdad que aquellos adjetivos eran demasiado

sutiles para como era en realidad.

Recuerdo que en el momento en que nuestros ojos se intercambiaron debió captar en los míos un profundo odio hacia él. Para mi suerte, Blanca llegó de la cocina con un delantal puesto sobre unos pantalones cortos que sorprendieron a sus castos padres. Pero si bien la madre la besó y se alegró de todo cuanto le contó sobre sus estudios, su padre se dirigió hasta la mesa donde yo tenía todos los libros y empezó a darles con mucho disgusto un vistazo. Una vez Blanca les había enseñado la habitación tan inmaculada como era

ella, su madre me miró y me agradeció mi hospitalidad. - Debo darte las gracias, mi hija está muy feliz desde que está aquí. - Yo no he hecho nada, señora – le dije aunque en mi corazón me daba pena porque estábamos engañándola – Su hija es una estudiante ejemplar que me ha ayudado mucho, las gracias se las debo dar yo. - Bueno dejaros de cursilerías y vámonos – su voz fue autoritaria. - ¿Adónde padre? - ¿Acaso tienes algo aquí para comer?

– su mirada era fulminantemente odiosa – Os espero en la calle. - Hija, discúlpalo, tiene muchos problemas. Y como no, Blanca lo disculpó. Yo lo odié. - Blanca – acudí a ella nerviosa cuando su madre como un perrito faldero se fue tras el marido – ¿Qué voy a ponerme? - Tranquila, tienes que calmarte por favor cariño – me acarició la mejilla y suspiré – Todo irá bien. Fuimos a comer a uno de los

restaurantes más lujosos de la ciudad en aquellos momentos, por supuesto todo eran señores de altos vuelos. Su padre como hombre fue quien eligió, no nos preguntó más que si preferíamos vino o agua porque Blanca no bebía, lo demás todo cayó bajo su responsabilidad, aquello ya me molestó lo suficiente como para que Blanca me mirara de una manera tierna para que fuera condescendiente, así lo hice, pero comenzó mal nuestra corta relación en el tiempo. A todo esto he de decirte que comimos un arroz negro que quitaba el hipo, pero fue bastante incómodo porque

durante la comida su padre guardaba silencio entre grandes cucharadas de arroz, por supuesto observando cómo hablábamos las tres mujeres. Yo estaba en alerta, la espalda recta lo demostraba porque sabía que ese hombre estaba esperando algo, se lo noté. De pronto, cuando nos sirvieron un postre variado de pasteles, la mayoría de chocolate, me soltó a bocajarro con su voz grave de barítono, mientras sus ojos me escrutaban fijamente. - ¿Tú también vas a ser monja? - No padre, ella no – se apresuró a

contestar Blanca con su ceño fruncido, gesto que me dio a entender que ella también se había percatado de sus malas intenciones – Le gustará saber en qué va a trabajar. - Partiendo de la idea de que las mujeres sois inútiles, no imagino que pueda gustarme. Después de decir esta barbaridad, bebió tranquilamente de su copa de coñac, Blanca me miró tratando de transmitirme calma, sabía que en cualquier momento le expondría mis ideales y entonces yo perdería los

papeles porque aquel hombre te hacía perder los papeles. Me detuve porque recordar al hombre que más he odiado en toda mi vida me hizo revivir aquel sentimiento que con el paso de los años no desapareció, pero traté de que fuera menos intenso para poder vivir. Ante mi descanso, tú me preguntaste. - ¿Y qué hiciste? – tus ojos mostraron una mirada contrariada. - Callarme. La amaba por encima de aquel hombre, aunque claro, cuando llegué a casa debí tomarme un buen vaso de bicarbonato para poder digerir el arroz ante tanta insensatez. - Parece que ninguno sabía qué clase de hija tenían. - Así es, tú lo has intuido, ellos eran tan

egoístas que nunca supieron la hija tan maravillosa que tenían. - ¿Qué pasó después? Comprendía tu interés, yo sabía que aquel relato te atraparía porque aunque tú digas que no, eres muy romántica, en eso has salido a mi hermano. Y aún con dolor en el corazón, me dispuse a narrarte los hechos de la mejor manera posible.

Cuando llegamos a casa la pobre se apoyó en la puerta y suspiró profundamente, aquel gesto de desasosiego me dolió, entendía lo que estaba pasando por su mente y lo único que se me ocurrió fue abrazarla fuertemente contra mi pecho. Como una

niña asustada se refugió en mí. Quise de alguna manera quitar hierro al asunto y le dije a modo de broma. - ¡Vaya ejemplares! -Tienes razón, son imposibles – dio una carcajada característica suya, era bajita pero resonaba en toda la casa. - Sí, vaya padre ¡qué machista más insoportable! – alcé la voz indignada – Si yo tuviera un padre así ¡me moría! – exclamé poniendo mi mano sobre la frente en actitud derrotista. - La verdad que no te imagino yo con un padre como el mío y tus ideas

izquierdistas, no darías para nada – volvió a sonreír abrazándome con su dependencia hacia mí – Aunque la verdad no me gustó cómo te miraba. - A mí tampoco – como vi su expresión tensa la besé y agregué – Pero me encanta cómo me miras tú. Recuerdo que aquella noche hicimos el amor con un éxtasis de ternura feroz. En ella todo era igual amaba, besaba, acariciaba, miraba con la misma ternura, pasión y afecto. Estar a su lado era como si siempre flotase en una nube rodeada de luz, una luz divina y que me

perdone Dios pero era un ser celestial. A su lado, merecía la pena vivir, era maravillosa Aquel fue el mejor verano de mi vida. Cuando tuvimos todo preparado incluida la asignación de un vigilante en cada lugar por mediación del papá, la animé para que me acompañara a mi casa, mi padre era un enamorado de la fotografía y tenía una cámara de las mejores de la época que se la había regalado mi madre, siempre era espléndida con él – sonreí al recordarlos – Yo había hablado con mi padre para que convenciera a tu abuela de que la tratara lo mejor

posible, pues Blanca iba como una niña asustada a mi casa. Sé que las partes que te hablé de tu abuela fueron las que más te impresionaron, la adorabas, ella a ti también. Tuvo poco tiempo para compartir contigo pero el suficiente para que tú la recuerdes con todo el cariño y por el cual yo me alegro porque se lo merece. - ¿Y fue así? – aunque mi madre había muerto hacia quince años, tú la recordabas de otra manera y sé que te asombró su actitud – Dime tía. - No, lamentablemente no. Cuando llegamos estaba afectada por una terrible jaqueca y tenía su cuarto a oscuras. - ¿Y qué dijo Blanca?

- Nada, la disculpó ante mi padre, era una bendita. A él lo conquistó rápidamente, aunque no sólo a él, cuando estábamos allí mi hermano apareció dispuesto a conocer a la mujer de su hermana. - ¿Mi padre? – sonreíste de manera irónica, entregándome un gesto de fastidio – Me muero por saber qué pasó con él. - Me preguntó muy preocupado si había pensado bien las cosas. Según él pasábamos por un mal momento como para que nos descubrieran. Le tranquilicé diciéndole que todo estaba bajo mi control. Y él me felicitó. - ¿No te dijo nada en contra? - No. Me dio la enhorabuena. - ¿Mi padre, el mismo hombre que es mi padre lo aceptó así, sin más, dándote la enhorabuena? –

insististe con la pregunta rozando la histeria. - Cariño, tu padre es un hombre maravilloso. ¿Por qué crees que discute con tu madre? Porque te defiende a ti por encima suya. ¿O por qué crees que te fuiste a vivir con la tal Natalia? – elevé una ceja con mueca desafiante – Fue él quien te dio el permiso por boca de tu madre, es él quien te defiende ante ella. - ¿De verdad? – sé que te impresionó mi confesión. Tras un segundo tu voz se tornó trémula – Yo pensé que lo hacías tú. - ¿Yo? – francamente me sorprendiste, en ese momento no pude evitar reírme – ¡Ay hija mía! Tu madre antes me mataría que me escucharme hablarle de ti. Tu padre te apoya más de lo que piensas, pero – te hablaba acusándote con el dedo índice en tu dirección mientras lo agitaba al

hablar – no está de acuerdo en las formas, no señora. Me explico, no le gusta tu grupo de amigos modernos y a mí tampoco, la modernidad no es sinónimo de vagancia, drogas y borracheras, nosotros sabemos que eres una gran chica, una estudiante ejemplar, una mujer luchadora, por todo esto vemos que es una pérdida de tu tiempo invertirlo en algo que no concuerda con tu manera de ser porque lo peor es que te impregnas de ellos, esos lugares de moda de ambiente – afirmé con gesto contrariado – no hay respeto, sino libertinaje. - ¿Y tú cómo lo sabes? – me preguntaste medio burlándote con una sonrisa. - Porque fui para ver donde te metías – ahogaste un grito de sorpresa en tu garganta – No para perseguirte, ni para prohibirte, solo para

saber qué era y si hubiese querido, te aseguro que ligo. ¡Ah cuánta tontería!, menudas idioteces tuve que oír de muchachitas dispuestas a llevarme a la cama ¡menudos ejemplares! No sabían hablar de nada interesante ¡bah! – al recordarlo tuve que sacudir la cabeza negativamente para sacarme la visión del momento, mientras tú no salías de tu asombro – En mi tiempo también habían todas estas cosas en menor medida por supuesto, pero gracias a la evolución y nuestra lucha, ahora podéis disfrutar de todo esto, pero en mi tiempo se hablaba de política, de libertades, de lucha, de amor – levanté con fuerza mi puño izquierdo al aire – Ahora es patético de lo que se habla en un lugar así. - Tía... - Nosotros, y cuando hablo de nosotros me

refiero a tu padre y a mí, respetamos tu vida hija, sabemos lo que es la imposición, la censura y prohibición, seríamos incapaces de imponerte o prohibirte nada, pero te queremos y no nos gusta cómo echas por tierra tu vida, ser joven conlleva otras connotaciones, no solo sexo, droga y libertinaje. - Tienes razón tía, pero es el momento en que vive esta sociedad en la que me ha tocado vivir, mi época es esta. Llevo algún tiempo pensando en alejarme de todo esto y al dejar a Marta también he dejado todo lo que me arrastraba con su compañía. Me he dado cuenta que por este camino no voy bien, no me conduce a nada quizá debía darme cuenta por mí misma – asentí con una sonrisa más tranquila – ¿Sabes tía? Me gustaría meterme en alguna ONG, sé que a mi

padre eso le haría feliz porque he visto perdida por la casa alguna información – elevaste tus cejas ante el gesto indirecto de tu padre. - Pero no puedes hacer nada de tu vida para hacer a otro feliz, debes hacer lo que tu corazón te dicte para hacerte a ti misma feliz. Ahora bien, debo defender a tu padre, mi hermano es un hombre excepcional como pocos, todas las mañanas viene a por mí y almorzamos juntos o si no puede me llama y vamos a merendar o pasear por los viveros que es nuestra pasión. Él te ama profundamente y está preocupado por ti mucho más de lo que te puedas imaginar. -Si se entera mi madre que os veis con esa frecuencia. - Le da un síncope, lo sé, pero tu madre nunca ha sabido adaptarse a nuestra relación. Además a

dos comunistas lo peor que puedes hacer es prohibirles nada. - La verdad que no entiendo cómo siguen juntos – me dijiste con el rostro repleto de incertidumbre. - Porque se aman. Sólo el amor puede hacer que dos personas totalmente diferentes lleven treinta años juntos. - Yo que pensaba saberlo todo, me doy cuenta que no sé nada – murmuraste triste. - La vida te irá enseñando y aún así, nunca se sabe del todo. - Bueno, pues quiero que tú me enseñes, porque con tu vida estoy aprendiendo mucho, me estás ayudando mucho – tu voz me demostró la tristeza que sentías al saber mi verdad. Tras tus palabras, guardé un pequeño instante

en silencio, por la calle pasaban los niños gritando, tirando petardos, la música bullía y la fiesta en definitiva seguía su curso. Pero el gesto de Pasionaria nos hizo mirar instintivamente hacia la puerta, sonó el timbre y ésta se abrió al instante. Allí estaba mi hermano, como todas las tardes, al verte se sorprendió gratamente. - Vaya, vaya, quién está aquí. - Hola papá. - ¿Qué te pasa María? – me preguntó al verme un poco débil, siempre tan pendiente de mí. - Nada hermano, aquí le estoy revelando la verdad a tu hija. Hoy me ha venido algo triste y muy derrotada, así que he decidido hacerle entender lo que es la vida contándole mi experiencia. - Imagino la sorpresa que te has llevado hija –

te miró con cariño. - Así es papá. ¿Te traigo algo? - Sí, un poco de ese té que tiene María en la nevera para mí. - Al instante – te levantaste y saliste andando graciosamente, eres pequeñita pero todo un personaje repleto de luz. Desde la cocina nos diste un grito – ¡No cuentes nada sin mí! Nosotros nos miramos sonrientes, sólo mi hermano sabía lo mucho que había sufrido y allí mirándome en silencio, sólo él sabía que estaba dándote todo cuanto yo podía para que creyeras en el amor y él era el único que sabía que solamente yo podía ayudarte a mejorar tu vida. - ¿Cómo estás María? - Bien, Ricardo. Me está ayudando hablarle de esto.

- ¡Aquí estoy! -Bueno, no hemos hablado nada así que con vuestro permiso me quedo – mi hermano se sentó como tantas veces cómodamente en el sofá. - Has llegado en el momento oportuno, ahora aparecerás tú. A tu hija le gustará saber lo buen hermano que fuiste. – me miró como siempre que hablábamos de este tema con sus ojos tristes porque había llorado mucho conmigo – Bueno, sigamos. Allí en el comedor estábamos mi familia, sois lo único que tengo y sois una parte muy importante de mi corazón, aunque la mayor parte de él estaba dedicado al gran amor de mi vida. Hablar era difícil, recordar más, sobre todo mirar alrededor y no encontrarla a ella era un suplicio.

Llegó el día de nuestra marcha con un arco iris precioso que nos abría paso hasta el aeropuerto, íbamos felices, con ropa de lo más sencilla, pantalones frescos y blusas hippie, era la moda y me hacía mucha gracia ver a María vestida así, porque abandonó aquella ropa de monja para acercarse un poco más a mi manera de vestir, aunque eso sí, con su estilo propio. Durante el largo trayecto sacamos nuestros apuntes para ver cómo dirigir nuestros días, llevábamos una ruta por prioridades tanto de estudio como por placer de llenar nuestros ojos de arte. Al llegar a El Cairo lo primero que hicimos fue sacar nuestros sombreros porque nos habían informado que debíamos utilizarlos, así como

prendas de algodón. Estábamos radiantes de felicidad, el enorme calor no impedía que nuestras ansias por disfrutar del lugar nos detuviera. Teníamos miedo tan sólo del guía que su padre había dispuesto para nosotras, nos habíamos entrenado para parecer lo más amigas posibles, para que nada pareciera lo que realmente era. Sin embargo, para nuestra sorpresa, el hombre aunque había sido asignado por un conocido de su padre era un tipo estupendo que parecía no vigilarnos en absoluto, tan sólo disfrutaba enseñándonos cosas tanto como nosotras descubriéndolas. En primer lugar nos perdimos en el Museo Egipcio de El Cairo, estábamos

maravilladas, lo estudiábamos todo, yo me saqué un permiso para poder realizar fotos y la verdad que en todas salía María de fondo, porque yo creo que al estar desinhibida le daba un encanto especial, una luz en sus ojos que me hacía caer a sus pies, estaba maravillosa mezclada entre las esfinges, para mí en aquel lugar era mi Cleopatra. Otro día hicimos el recorrido por el Nilo que según nuestro simpático guía nos aseguró, era el mismo que en su día hicieron Cleopatra y Marco Antonio, gracias a su amabilidad tenemos algunas

fotos hechas juntas, también nos perdimos durante horas por los mercados, había de todo, compramos cosas pero sólo para los días que estuviéramos de viaje, no queríamos cargar demasiado porque aún quedaba Roma. Entonces miré a mi hermano y después te miré con todo mi cariño para decirte. - Lo único que compré en aquel mercado fue un cofre de bronce para tu padre. - Sí, aún lo conservo intacto ¿eh? – me sonrió para después mirarte y decirte – Es aquel cofre que a ti tanto te gusta y siempre me pides para ti. - Es que es precioso – murmuraste a modo de disculpa por tu insistencia por tenerlo – Es mi

preferido. - Ya lo sé, si un día vuelvo a El Cairo te buscaré uno. - Tengo una idea María, ¿podríais ir juntas?, ¿qué te parece? – mi hermano sabe que no quería volver sola porque eran tantos maravillosos recuerdos que sola me hundiría en la desesperación – ¿Qué dices María? - Estaría muy bien. Si a Sandra no le molesta viajar con esta vieja tía. - ¡Tía será estupendo! – exclamaste feliz – ¿Qué más cosas visitasteis? - Algo que le hacía mucha ilusión a Blanca, el mercado de camellos, la verdad que es algo único. - Cuéntale aquella anécdota con la que nos reímos tanto a vuestra vuelta – me interrumpió

mi hermano sonriente. - Es verdad, mira que Blanca tenía gracia contando aquello – sonreí con tristeza al recordarla, pero reflejada su sonrisa en mi memoria, me dio fuerzas para continuar – Estaba posando para mí y mi cámara de fotos cuando uno de aquellos bichos le escupió, justo capté el gesto que hacía y la verdad que allí nos reímos muchísimo, pero cuando lo contaba aquí era tan divertido. - Era única contando anécdotas. Recordó mi hermano en voz alta, aunque quiso no pudo disfrazar el tono de melancolía que apareció en él y adiviné que igualmente que yo, en ese instante estaba recordando su sonrisa. - También disfrutamos de un concierto de música árabe bajo el manto de las estrellas.

- Debió ser especial, sería bonito revivirlo todo. - Además del viaje y la cultura y todo aquello que disfrutamos, estaba nuestro guía. Blanca lo trataba más que como un guía que lo único que quería eran nuestros dólares, como un amigo. Y aunque su padre trató de que quien nos vigilara fuera un hombre recto, tuvimos la fortuna de que aquel hombre era un enamorado de su cultura, departimos tantos ratos con él que se volvió nuestro aliado en el silencio. Cuando nos despedimos nos regaló un corazón de plata que se rompía en dos partes iguales. – desabroché mi camisa y allí permanecía treinta y ocho años después colgado en mi cuello – Según sus palabras nos daría mucha suerte y felicidad. Se lo agradecimos asombradas por su naturalidad, un

poco desconcertadas y asustadas por lo que pudiera decir a su padre si preguntaba, él pareció leernos el pensamiento y nos dejó tranquilas. Nosotras a modo de agradecimiento por sus continuas clases y no por comprar su silencio, le entregamos de regalo un dinero para que comprara comida a sus hijos, había mucha pobreza. Se emocionó tanto que el día que nos despedimos su mujer y sus dos hijos vinieron a decirnos adiós, aquello le impresionó a Blanca que tomó su dirección para cuando viniéramos a casa mandarle regularmente dinero para esas criaturas, a día de hoy continúo lo que sé que ella estaría haciendo con aquel buen hombre, era maravillosa. - Más que eso, era una persona admirable, respetuosa y con un corazón tan grande que a

veces te veías sobrepasado por su nobleza. - Me hubiera gustado conocerla. Mi hermano y yo cruzamos una mirada de admiración por ti querida sobrina aunque también de tristeza. Miles de veces habíamos comentado tu padre y yo lo mucho que hubiera disfrutado Blanca contigo. Le encantaban los niños, hubiera sido una tía maravillosa para ti. Seguí narrándote nuestro viaje.

Después de Egipto fue Roma, disfrutábamos de los lugares, de los monumentos, pero también decidimos que sería interesante ir a estudiar todo ello en libros de aquella ciudad. Sin duda era una fuente inacabable de historias enriquecedoras, pero uno de

los días le vi en sus manos, un libro sobre Dios y el entorno religioso, me asusté tanto que en la residencia elegida por su padre, con aquel atardecer tan bello me vi obligada a hablarle. Estábamos sobre el sofá tumbadas, abrazadas. - Cariño. - Dime – me contestó con voz adormilada. - Quiero que seas sincera conmigo, sabes que no soporto las mentiras y mucho menos los engaños, prefiero que me digas la verdad por muy dura que sea

– noté cómo su cuerpo se tensaba, se separó de mí mirándome fijamente con gesto extraño – Cuándo regresemos de este viaje a casa, ¿qué piensas hacer? - ¿A qué te refieres? - ¿Vas a ingresar en el convento? – ella agachó la mirada cerrando a su vez los ojos sintiéndose descubierta. Su actitud me desconcertó y en mis ojos apareció el pánico – No me engañes Blanca. - No puedo engañarte vida mía, jamás te engañaría, te quiero con toda mi alma, te amo más de lo que suponía que se podía amar. No, no soportaría perderte –

me acarició con tanta dulzura mi cara que salieron lágrimas de mis ojos – Te quiero tanto, mi amor. Aquellas palabras salieron de su corazón, su mirada era clara, transparente como las aguas del río, su expresión tranquila dibujó el gesto aterrado que sentía su alma si yo la dejaba. Tranquilas, seguras, nos besábamos por un rato mientras ella murmuraba en mi oído. Sin embargo yo no las tenía todas conmigo e insistí. - ¿Y tus padres? - Tendrán que entender que no puedo

ser monja. Anoche pensaba que quizá si digo que no voy a ser monja, que quiero estudiar y ser profesora de Historia del Arte, me comprenderán. Lo que sé – guardó silencio y habló pesadamente – es que no puedo decir que soy lesbiana. ¿Lo entiendes verdad? Mis padres no son como tu padre y tu hermano. - Es cierto, son como mi madre – traté de que no se sintiera mal por culpa de su incomprensión – Y lo entiendo, cariño – la besé – Lo único que no soportaría es perderte. - Ni yo.

Entonces me explicó por qué había leído a escondidas sobre Dios, buscaba desesperadamente aferrarse a Él pero no como sus padres imaginaban, desde que me conoció no había hecho otra cosa que creer en Él, no así con anterioridad, necesitaba encontrar fuerza dónde agarrarse para luchar contra todos por estar junto a mí, puede que al principio me pareciera algo insólito porque pensaba que desde niña creía en Dios, pero la verdad es que lo odiaba, lo odiaba por no poder ser una niña como otra cualquiera, por más que le pidió en

su niñez ayuda no la recibió, imaginaba entonces que lo que le había negado en su niñez, se lo estaba entregando a manos llenas en aquel momento en que me amaba, que era algo tan complicado como nuestra relación pero a la vez tan hermoso, sólo con Su ayuda podríamos salir adelante. Y yo la creí. Mi hermano al oír estas palabras quiso apostillar. - Y tú comenzaste a creer. - Así es, el amor me hizo girar ciento ochenta grados sobre mis creencias y abrir mi corazón a Dios. - ¿Quién te lo iba a decir, no tía? – me miraste de manera algo incrédula.

- Pues sí. - Eso es parte del amor, ¿verdad? – me preguntaste con tus grandes ojos azules repletos de emoción. - Sin ninguna duda. Lo que pasa es que yo que a veces lo reconozco puedo ser un poco borde, le hacía dudar, quizá por el temor a que me dejara, no sé, me horrorizaba pensar en esa posibilidad. - Lo recuerdo – mi hermano hizo un gesto simpático.

Y esa era la verdad, yo temía que me dejara, era una idea que superaba todo cuanto yo había sentido en la vida, que me abandonara para irse a cumplir con Dios, por esto cuando me leía la Biblia yo a veces ponía mi mayor gesto de

escepticismo y aquello a ella la contrariaba. - La Biblia es como una novela cariño, había tenido éxito y había vendido muchos ejemplares a lo largo de los años, es un best-seller en toda regla pero no tiene por qué ser real, más bien parece algo manejado al antojo del autor – le dije dando un bocado a una manzana fresca. - Entonces, ¿es triste estar aferrada a algo que no existió?, aunque digan que la Fe consiste precisamente en creer algo que no puedes ver. - Las cosas no pasan porque reces o

no a Dios, mira por ejemplo mi madre, ella reza todos los días porque a su hija se le quite esa enfermedad que tiene – ella me miró preocupada – Bueno mi madre piensa que estoy enferma y por eso me gustan las mujeres – me volvía loca su carcajada como la que soltó en aquel preciso instante – pero por más que rece y eso que lo hace a todos los santos de los imposibles, no surge efecto. - Menos mal – sonrió con picardía – Aunque yo prefiero pensar que Dios nos ayuda a nuestro lado, es decir, yo le pedí que me cambiara de padres, en lugar de aquello me reconfortó con tu presencia,

no sé, algo así como una mano que te guía. - Vale, lo acepto, pero no puedes aferrar tus días a algo que no ves. Aferra tus días a algo tangible, ¿no crees? - Por eso me aferro a ti – dijo con rotundidad. - Aún así, debes aferrar tus días a tu corazón, a lo que sienta o desee, luchar por lo que él quiere, sea yo o subir a una montaña, ni persona o animal, a ti misma. - A tu lado aprendo a ver la vida de otro modo – me miraba con una total

adoración. - Me alegro. - Lo que pasa es que me enredo con tu forma de pensar tan revolucionaria y tan extraña. - Lo sé – la besé con pasión – Pero estás locamente enamorada de mí. Como yo de ti y eso supera todo. - Así es – nos abrazamos fuertemente. Aquel recuerdo erizó mi piel porque sentí de igual modo sentada en mi mecedora aquel abrazo, aquel tacto de sus delicadas manos. - Yo doy Fe de ello – mi hermano sabiamente intervino para darme un respiro – Blanca siempre se enredaba un poco con nuestros ideales, ella

los respetaba pero muchas veces no comprendía por qué luchábamos en la calle y no dialogando. - Era muy inocente. Pero fíjate cariño, con todo lo que te estoy contando, ¿sabes lo que necesitábamos para ser felices? - Dime – una sonrisa tierna acompañó a la respuesta. - No necesitábamos nada más que estar juntas, juntas en cualquier lugar, eso es tan hermoso que sólo lo valoras cuando lo pierdes. - Ahora que me hablas de esto percibo tu intenso dolor, lo percibo en tus palabras y no entiendo por qué no me he dado cuenta antes. ¿Por qué no me contaste nada, papá? - Porque quien debía hacerlo era tu tía – la mano de mi hermano siempre que me roza me transmite calor y sentimiento – ¿Verdad María?

- Así es, las historias deben ser contadas por uno mismo – te dije con el rostro repleto de melancolía mientras besaba a Pasionaria que siempre se deja hacer mientras ronronea – Aunque en la vida una se va adaptando a los días, te adaptas al dolor, a las lágrimas, a las risas, a la soledad. No es fácil vivir sin corazón desde luego, pero no tienes más remedio. - María, siempre me he preguntado algo que quizás no comprendo y me gustaría preguntarte ahora que es el momento adecuado. Cuando estabas en la UCI, decías no puedo morir, volverá. ¿Sigues creyéndolo? – su mirada y lo que había en ella me hizo sentir un escalofrío por mi espalda. - No lo sé Ricardo, quizás es lo único que me mantiene viva.

- ¿Entonces no ha muerto? – me preguntaste y así me di cuenta que te habías hecho una idea equivocada del final de la historia. - No. Fui contundente y al negar tu pregunta el corazón sintió un nuevo pellizco. Hacía un año que no sabía nada de ella, ¿cómo respondía con tanta fuerza?, supongo que porque de pensar lo contrario, mi vida ya no tendría ningún sentido.

Cuando volvimos del viaje nos prometimos estar muy pendientes de todo cuanto podía suceder a nuestro alrededor, sus padres habían insistido en invitarnos a una comida para contarles cómo había ido todo. Durante la comida mi tensión fue en aumento sobre todo

porque su padre no hablaba ni siquiera escuchaba, pero lo que sí hacía era no perder ni un solo detalle. Después de aquella comida, su madre venía a visitarnos, creo que como una válvula de escape hacia su vida estéril. Quiso arreglar el cuarto de su hija y aunque yo me opuse, Blanca me convenció que estaría bien su participación. También por aquellos días mi hermano venía muy seguido porque había cosas extrañas en nuestro grupo, yo como lo había abandonado tanto, estaba fuera de juego en aquel tema. En ese momento tu padre contagiado por la

historia y sus propias vivencias que tuvo en ella se unió a mi relato diciéndote con una sonrisa: - ¿Sabes cuál es el recuerdo qué más me llega a mi memoria de Blanca? - La horchata – le confirmé yo con una mueca de lo que pretendía ser una sonrisa. - ¡Exacto! ¿Sabes Sandra? La volvía loca. Yo venía aquí y les invitaba a merendar igual que hacemos ahora. Entonces nos íbamos a la horchatería y por ver su cara al degustarla, valía la pena. La llamaba “la horchatera”. - Nunca me podría imaginar esto papá. Tú apoyando a la tía con su novia. - Bueno, mi hermana es lo mejor que tenía en la vida, la adoraba, ahora aparte de adorarla – me miró con una emoción reflejada en sus ojos que me hizo sonreír – la admiro.

- Creo que este día voy a tratar de recordarlo siempre – nos dijiste sonriente y aquí te doy todos los datos para que así sea – Contar la historia de amor del pasado, os vuelve tiernos, nunca os había visto así. Nos miramos y dimos una carcajada porque era verdad, estabas en lo cierto y si hay algo que me gustó de esta entrañable e inolvidable tarde fue tu gesto, tu ilusión por saber, por ayudar, por descubrir porque tus palabras fueron ciertas, nacieron del corazón. - Por algo te decía lo de las reuniones – recobré tu atención – porque un día cuando Blanca y yo volvíamos de la biblioteca, estaba en mi puerta uno de los nuestros, me extrañó verlo allí. - Maldito tipo – murmuró mi hermano y aún

hoy sigo notando en su voz la rabia. Y con razón captaste la tensión que se dibujó en su rostro, te incorporaste en el sillón curvando tu cuerpo hacia delante mientras bebías un sorbo de tu coca-cola porque sabías que estaba llegando el momento más delicado, quizás el final de aquella bonita historia de amor. Y como si todos estuvieran pendientes de mi relato, la calle enmudeció, los petardos dejaron de sonar y hasta Pasionaria me miraba fijamente como presintiendo que iba a afrontar un momento duro, cruel.

Aquel hombre me habló que me echaba de menos en las reuniones y quería saber si me encontraba bien, a mí me sorprendió y a Blanca le dio mala

corazonada. Al día siguiente llegó su madre, llegó con el semblante diferente y como no era su costumbre vino con las manos vacías, con una mirada escrutadora hacia mí que me hizo temblar. Blanca con su bondad, con su calma, pensó que había llegado el momento de pedir ayuda a su madre y así lo hizo. Le explicó que la Universidad le gustaba y había pensado no entrar en el Convento porque quería dedicarse a dar clases en algún colegio. El silencio se adueñó de todo. Yo podía escuchar mi corazón como un tam tam de alerta e imaginaba que el de

Blanca debía dar el mismo sonido. Entonces su madre se quitó la careta y mostró un profundo gesto de desagrado, una sombra que inundó sus ojos. Blanca que también lo notó, insistió con su voz dulce aunque tampoco pudo evitar mostrar cierto nerviosismo. - Mamá, siempre hice lo que ustedes quisieron. Nunca me opuse a nada de lo que me dijeron pero no puedo ser monja. - Creo que esto deberíamos hablarlo en privado – soltó ella con voz de acero. - Tiene razón señora.

Me levanté y me marché a la cocina, ella cerró la puerta, no oía nada, anduve de un lado a otro nerviosa, al límite del infarto, no me reconocía porque debía retener mi instinto de salir a decirle a aquella madre lo que sentíamos, a hacer una disertación sobre libertad, el valor de la mujer y el rechazo total a la sumisión de tipos tan detestables como su marido. Pero tuve que aguantarme, aguantar para no provocar mayores problemas. Cuando oí la puerta cerrarse supe que no iba a ser sencillo, al entrar al comedor vi a Blanca ahí –señalé la ventana con una mano temblorosa – Era una Blanca diferente, estaba rígida con la mirada perdida, me asusté, me puse detrás abrazándola

fuertemente – tanto tú como mi hermano pudisteis percibir que en ese instante estaba reviviendo la escena, se reflejaba en mi mirada repleta de angustia – Ella me habló con otra

voz, con la voz de la decisión del miedo a perder todo y la decisión a ganarlo todo. Yo temblé, rompí a llorar desesperadamente, entonces reaccionó, se giró, me abrazó y volviendo con su voz dulce me dijo. - No lo voy a permitir, ya le he dicho que es definitivo, no voy a ingresar en ninguna orden, no puedo ser monja. - ¿Qué vamos a hacer?, tengo miedo – le dije con congoja mientras ella apartaba con suavidad mi pelo de la

cara – ¡Qué haremos! - Sé que mi padre está ocupado y tiene problemas, no me hará caso pero... – guardó un doloroso silencio. - ¿Pero qué? ¡No te quedes callada! – exploté como loca. - Si decide pasar por encima de mí, lo hará aún en mi contra. Entonces el silencio volvió a inundar otra vez este comedor, pero aquel silencio fue distinto del anterior porque nos dolió doblemente. - He pensado algo María, algo que quiero compartir contigo pero a lo que

no te puedo obligar y si te niegas, lo entenderé. - Dime, ¡dime! – apremié con rapidez mis palabras sujetándole las manos. - He pensado que sólo podría salvar las garras de mi padre huyendo de aquí. - ¡Vámonos ya! - María piénsalo por favor, son muchas cosas que deberías dejar. - No tengo nada que pensar, te tendré a ti que es lo único que necesito para vivir, tú mi amor, tú. - María. Me abrazó con fuerza, ambas nos

necesitábamos de igual manera. Aunque siempre pensó que yo era la fuerte, aquella vez no fue así, el solo hecho de poder perderla me desarboló de tal manera que sentía que moría. Rápidamente comenzamos a preparar la maleta, yo estaba esperando por aquel entonces que me entregaran un coche de segunda mano, un Seat 850 que tu padre había conseguido para mí. Me apresuré a pensar si podríamos conseguir que nos lo entregaran antes de la fecha pactada. Entonces nos miramos porque no teníamos ni tan siquiera idea de donde iríamos, sólo sabíamos que queríamos

huir. Mi voz había ido cambiando conforme te narraba los hechos, cambiaba de triste a amarga tanto como los latidos de mi cansado y viejo corazón. - Qué horrible sensación – acertaste a decir afectada por lo escuchado. - Terrible, sin ninguna duda. - Además déjame recordarte algo María, ella había descubierto junto a ti un mundo desconocido, había aprendido a amar pero sobre todo, se sentía amada, imagino cómo debía sentirse en su interior en aquel preciso instante. Cuando la voz de mi hermano se apagó, se encendió el silencio, pero de repente como queriendo romper el dolor, al fondo estalló un

gran estruendo, en la oscuridad del cielo comenzaron a aparecer las luces de un espectacular castillo de fuegos artificiales, volviendo la vida al revés, la noche se hizo de día y así me pasó como si mi vida fuera la noche y la ausencia de su amor los fuegos artificiales irrumpiendo con cada carcasa en mi maltrecho corazón. Me acomodé en mi mecedora despacio para no derramar ni una gota de té, entretanto la luz de diferentes colores se reflejaba en los cristales y el estruendo acompañaba como si sentenciara cada palabra, cada hecho narrado por mi voz. Cerré un segundo mis ojos para atrapar aquella visión que durante todo este tiempo yo había tratado inútilmente de borrar, estaba intacta en mi corazón, atenazada en un rincón recóndito

pero siempre dispuesta a doblegarme. Y con la voz entrecortada y mis ojos sombríos por el dolor te narré los hechos que más daño me han hecho en la vida.

Hicimos las maletas rápidamente, teníamos lo justo, yo sabía que algo había pasado, supusimos que había sido aquel maldito hombre quien había dado el chivatazo. No hablamos mucho porque era importante salir corriendo, ya tendría tiempo de avisar a mi familia. Lo teníamos todo cuando de repente dos golpes secos en la puerta nos sobresaltaron, comenzamos a temblar de pies a cabeza. Sobre todo porque tras los golpes apareció la voz de su padre. Nos miramos aterradas, en sus ojos vi pánico aunque supongo que de igual manera

ella lo vio en los míos. Los golpes eran tan insistentes, como si fueran martillos que estuvieran a punto de derribar la puerta de nuestro refugio. Abrí con todo mi cuerpo temblando, mis manos – me las miré fijamente como si aún pudiera notar su movimiento nervioso – no fueron capaces de

abrir al primer intento, estaba pávida, le dediqué una última mirada de soslayo a Blanca tratando de darle fuerza, la fuerza que a mí me faltaba. Al abrir, allí parado ante mí con gesto de odio y repugnancia se encontraba su padre, le secundaba un muchacho que por sus ojos entendí era su hijo y por su expresión pensé sentía vergüenza, así me di cuenta que todo estaba perdido. Su padre me miró con los ojos encendidos mientras

me dedicaba un insulto de aquellos que te ponen los pelos de punta, las venas de las sienes parecían que en cualquier momento explotarían y yo así lo deseé. Pasó por mi lado empujándome pero sin conseguir apartarme lo suficiente como para no seguirlo hasta la altura de Blanca que estaba aterrada. - ¡Vámonos! – le gritó con su voz autoritaria. - Lo siento padre pero no me voy, quiero estudiar y no me voy a marchar porque... - Lo que quieres es revolcarte con esta puta – me espetó sin dejarla terminar aunque ella trató de mostrarse digna y

firme, le temblaban tanto las manos como los ojos – ¡Vamos! - No – dijo tratando de ser fuerte y él le golpeó la cara echándola al suelo. - ¡Blanca! – exclamé precipitándome hasta ella con dolor al ver su nariz ensangrentada. Entonces como si el demonio se hubiera instalado en mi interior, me levanté y le grité con todo el desprecio del que poseía – No se va a marchar de aquí, no puede obligarla, es mayor de edad, ella... - ¡Cállate mala puta! – me escupió con voz irritada.

- ¡No me da la gana! – elevé mi voz por encima de la suya dejándolo de una pieza – Ya sabe la verdad, por lo que veo ha espiado bien. ¡Pues déjenos en paz! Su hija no quiere irse, no puede obligarla somos felices y usted no puede pasar por encima de sus derechos como persona – me miraba atónito con las venas de los ojos encendidas de cólera. Aún con el odio que sentía hacia él, no dudé en rogarle porque en juego estaba el amor de mi vida – Por favor, déjenos tranquilas, ¡se lo ruego! Nos iremos, desapareceremos, no sabrá más de

nosotras, por favor… por favor… Cuando terminé de hablar mi respiración era jadeante como el sonido de una locomotora, por mis mejillas resbalaban lágrimas sin poderlas detener, notaba la mano de Blanca sobre mi brazo apretándome con suavidad, percibía su temblor y su miedo por el helor de sus dedos en mi piel. Su hermano parecía confundido pero no había abierto la boca, tan sólo nos miraba con gesto adusto, estuve a punto de pedirle ayuda pero me pareció que estaba tan en nuestra contra como su padre por nuestra situación.

Por un momento tuvimos una tregua, quizás nada más fueron un par de segundos, pero en ese tiempo pasaron tantas cosas por mi mente que estaba segura de vencerle. - Él nos menospreciaba con la mirada – te murmuré apartando la mirada del cristal para depositar mis ojos en los tuyos – Nosotras rogábamos porque se marchara. Tanto fue así que Blanca se adelantó a mí y le rogó arrodillada que la dejara, que ella aceptaría que la repudiara como hija, pero quería ser feliz, vivir la vida que ella sentía le hacía feliz. Nos marcharíamos lejos para no manchar su maravillosa honra, su dignidad, desapareceríamos del mapa para no

ofenderle. - ¿Y? – me miraste impregnada por un asombro pleno ante la situación que debías imaginar muy bien. - Le abofeteó, la agarró con fuerza de un brazo y a rastras se la llevó. Por primera vez en toda mi narración la voz se quebró, hasta Pasionaria lo notó porque me lamió la cara como tantas veces había hecho en nuestra soledad. Es difícil hurgar donde duele y más si es el corazón. Pero merecía la pena pasar este mal momento teniendo ante mí tus ansias grabadas en tus ojos y las lágrimas que denotaban la comprensión por el amor perdido. - Y su hermano?, ¿no hizo nada? – me preguntaste apretándome las manos. - Sí, cuando se la llevaba a rastras, Blanca tuvo

tiempo de girarse y mirarme. Sus ojos –cerré los míos al recordar – sus ojos eran tan tristes, su mirada estaba apagada, su rostro demostraba el sufrimiento de su alma. No podía dejarla marchar y me lancé contra su padre. Ahí apareció su hermano, me apartó mientras yo gritaba, lloraba y trataba de zafarme de él. Sólo me dijo, no te busques más problemas. - ¿Nadie te ayudó? - Nadie podía ayudarme, si algo había quedado grabado en las mentes de las personas, era el miedo. Nadie salió de su casa hasta que vieron como el coche desapareció, justo cuando yo llegué a la calle, después de caerme, levantarme y romper a llorar. Mi vecina Carmen fue la única que se atrevió a bajar y recoger el trapo que se había vuelto mi persona.

Derrotada por mis propias vivencias, volví a cerrar los ojos para recordar la última vez que la vi. Mi hermano tomó el hilo de aquella confesión. - Llamaron a casa para decirnos lo ocurrido, yo no estaba – la voz de mi hermano me daba a entender que él también sufrió y sigue haciéndolo al pensar en ella – Pero mi padre llegó enseguida. Cuando lo hice yo, la vi tan mal pensé que estaba muriéndose. Llamamos a un médico y prácticamente la sedó para que se calmara. - Yo no recuerdo nada en absoluto de los minutos ni de las horas que vinieron, cuando tuve noción de lo ocurrido fue a los dos días, que tu padre trató de alejarme de aquí. - Estaba seguro que aquel hombre la habría

denunciado, estaba seguro que vendrían a llevársela, que su vida corría serio peligro. Hablé con unos amigos y decidieron acogerla en un pueblo de Castellón, al menos, hasta pasar unos meses. - ¿Te fuiste tía? - No. - Ahora es cabezota, pero entonces era terrible – mi hermano me regaló un gesto de admiración. - Es cierto – apostillé yo sonriendo – Pensaba que si me marchaba y ella volvía no podría encontrarme. Todo cuanto me dijeron de que me avisarían y demás no sirvió para nada. Aquello sirvió para que tu padre se pasara las noches a mi lado, hablándome, recordándola, aprendiendo a quererla como sólo ella se merecía. - Así es, no había una noche que no me contara

desde el primer momento que la vio, hasta cuando se la arrebataron – confirmó mi hermano con nostálgica voz. - ¿Y la abuela? Hiciste la pregunta crucial, yo sabía que debía contarte tal y como había ocurrido todo para que pudieras entender que cuando se ama de verdad es posible cambiar algunas cosas, que cuando puedes demostrar unos sentimientos puros, reales, a veces y sólo a veces existen los milagros. Por aquella razón te hablé con cuidado reproduciendo cada segundo de la historia tal como fue. - Espera tía, la noche ya va a caer sobre nosotros, voy a encender velas. - Claro que sí. - Déjame agradecerte hermana que hagas esto

por Sandra, sé lo que te duele y por esto más debo darte las gracias. - No me las des, no quiero que viva como he ido muriendo yo todo este tiempo. - ¡Ya tía! ¿Qué hizo la abuela? Cuéntame por favor.

El tercer día de aquel encierro y calvario alguien llamó a la puerta, yo estaba en la cama adormilada repleta de lágrimas. Cuando entorné mis ojos vi una figura a los pies de la cama, mi madre, al principio pensé que simplemente era una ilusión visual de tanto que la necesitaba, porque ella no se había dignado nunca a pisar la casa

del pecado tal y como la denominó. Decidida a dejar de soñar cerré los ojos nuevamente. - María. Su voz hizo que sacudiera mi cabeza como si quisiera también sacudir mi estupor, pero allí estaba mi madre, ante mí, abrazándome, consolándome, llorando conmigo. Mi padre nos miraba con una mezcla de dolor y felicidad, de rabia y sosiego, la desgracia, mi desgracia había hecho reaccionar a mi madre y aquello le alegraba por un lado, aunque por otro, como es natural, esa desgracia le volvía loco. Lo escuché lanzar un montón de improperios contra aquel maldito hombre mientras mi

hermano trataba de tranquilizarlo, para ninguno de nosotros era bueno meternos en más líos y sin duda, enfrentarse a él implicaba un grave problema. Mi madre estuvo conmigo los cuatro o cinco días posteriores y siempre que alguien golpeaba la puerta, nos mirábamos entre nosotros asustados, cada uno pensaba en su interior algo diferente, yo siempre pensaba que era ella, que había logrado superar todo lo que nos separaba y volvía a mí, mis padres y mi hermano, sin embargo, pensaban que venían a llevarme por altercado público o alguna causa de las que les gustaba crear. Pero hasta aquel momento nadie había asomado sus narices en mi casa. Y mientras yo me debatía entre el dolor de

su pérdida y la esperanza de que volviera, aunque sin duda el paso de los días era más pesado, reduciéndose las posibilidades de que lo último sucediera. A lo único que me aferraba con locura era a rezar, pedía que me la devolviera insistentemente, que un amor como el nuestro era puro, no hacíamos daño a nadie, al contrario, era un verdadero amor, un amor asesinado por un padre intransigente y perverso. Me detuve para mirarte fijamente y decirte. - Aquí déjame que te diga algo querida sobrina. De no ser por tu padre, jamás hubiera salido adelante, enfermé hasta estar a punto de morir. - No podíamos hacerle entender que la situación era insostenible para ella.

- Ya me imagino tía. - Mi alma no podía soportar tanto dolor, tenía que sacarlo de algún modo y el modo era llamarla constantemente hasta casi perder la razón. - Aquella actitud sin duda fue lo que hizo reaccionar a mi madre – dijo con tono serio Ricardo – Ella pensaba que todo era frivolidad. Sin embargo, ver a María en ese estado, le recordaba a ella misma cuando se llevaron a mi padre. - Estoy de acuerdo contigo, nunca hemos hablado de su reacción tú y yo, pero cuando estaba a punto de morir aquí, como sabes la abuela murió en la misma cama en la que yo sufrí la perdida de Blanca, me tomó la mano y recuerdo que me dijo lo que tú acabas de mencionar, veía en mí reflejado su dolor cuando

creyó perder a nuestro padre. Solo así entendió cuanto amaba aunque mi amor fuera por una mujer. Tu gesto mostró auténtica sorpresa, mi amor con Blanca no fue sólo una vivencia mía, no, fue una vivencia de cada miembro de mi familia. Mi padre a escondidas trataba por medio de sus contactos averiguar, mi hermano con los suyos hacía lo mismo y además me protegía. Todos aprendimos de aquello, sufrimos juntos, mi tragedia nos unió aún siendo para mucha gente algo antinatural el amor que nos teníamos Blanca, mi Blanca y yo. - ¿Y nunca supiste nada? - Sí, un día llamaron a la puerta y en ese momento sólo estábamos mi madre y yo. La pobre hizo que me escondiera en el cuarto con la

luz apagada mientras ella abría. Al abrir, reconocí la voz del hermano de Blanca y salí corriendo. Ante mí nuevamente se reflejó aquel sentimiento de esperanza, aquella luz que nació en mi interior dentro de la oscuridad. Tantos años pasados pero hay emociones que por el tiempo no se pierden, no, se mantienen o incluso aumentan. Así lo entendisteis tanto mi hermano como tú. Continué con el relato pero mi voz no volvería a encontrar la tranquilidad mientras te lo contaba.

Me dirigí a él dispuesta a golpearle si era necesario para que me confesara la verdad, pero lo que vi no era la misma persona que días anteriores, sus ojeras eran tan profundas que pensé venía a

firmar la defunción ante mí de Blanca, sus ojos estaban arrasados por la pena, fumaba ansioso, pero ni el cigarro podía sujetar entre unas manos repletas de temblor. - Dime donde está, ¡dímelo maldito seas! – le espeté duramente con lágrimas en los ojos ante el gesto de temor de mi madre. - No tengo mucho tiempo María – sonó la voz diferente de aquella que me dijo que no me metiera en más líos – Quería disculparme contigo, no quiero que pienses que soy como mi padre.

- ¿Dónde está? – pregunté sin importarme lo que él quería que yo pensara, francamente, me tenía sin cuidado su disculpa. - Lo siento – me miró con un sentimiento de culpabilidad que me erizó la piel – Mi hermana ha ingresado en una orden religiosa pero nada más la sabe él. Lo siento. Me derrumbé, me apoyé sobre la mesa porque parecía que me habían quitado las piernas, al menos no las notaba, sólo noté las manos fuertes de mi madre sujetarme por los brazos. Por un instante en mi cabeza pasó el pensamiento de que

podía estar engañándome y lo miré dubitativa, sin embargo, él pareció entender mi pensamiento y me dijo consternado. - Estaba tan mal María, traté de ayudarla – entonces rompió a llorar dejándose caer en una silla – pero me fue imposible, lo siento María, lo siento, fui incapaz de devolvértela, soy un cobarde, lo siento, lo siento. Elevó sus puños hasta su rostro dejando salir de su garganta un pequeño gemido de desesperación, nos abrazamos porque ambos la amábamos y ambos

estábamos destrozados, quiso evitarme el dolor de la verdad, pero yo lo adivinaba, su padre había sido demasiado bárbaro con ella, le había dado una paliza que a punto estuvo de acabar con su vida, le infligió tal castigo que si hubiera sido arrestada quizás no hubieran perpetrado tan bien su tortura. Yo lo sabía, lo vi en sus ojos marcado a fuego, lo sabía. Me tembló la barbilla al narrarlo porque veintiocho años después seguía doliéndome, cerré los ojos por un momento y tus palabras fueron las que me rescataron de mi tortura. - ¡Qué barbaridad! – murmuraste impactada

por aquel relato. - No sabes sobrina lo que llegué a odiarlo, recé y no me avergüenzo de decirlo, para que su Dios, ese que él creía perfecto, intachable y opresor, lo castigara de la manera más feroz, como él había hecho con su propia hija. - Después de todo este tiempo María, tu rostro sigue imperturbable cuando hablas de él, sin poder borrar tu rabia y tu odio – susurró mi hermano. - Ni un segundo de mi vida, ni un ápice de mi fuerza. - ¡Cómo pudo hacer algo así tía! - Por su propio egoísmo imagino, en aquella época ser homosexual era la mayor vergüenza que un ser humano podía soportar, ni te cuento además si eras mujer. La iglesia manejaba

completamente el significado de la palabra, sin ver más allá de lo que para su juicio era lo bueno o lo malo. Imagino que él, un hombre tan intachable y con sus ideales, no podía dejar que su hija estropeara su gran e íntegro servicio a Dios. - Anteponer todo eso a la felicidad de una hija. - Eran otros tiempos – concluyó tu padre muy sabiamente. - ¿Y qué dijo la abuela? Porque ella debía ver tu dolor. - Ella me consoló. En el momento en que su hermano se fue, yo me senté en el suelo y apoyada en sus rodillas entre lágrimas le conté cómo y quién era Blanca. No dijo nada, guardó silencio. Fue un día después al volver de comprar del Mercado Central, que era su pasión y también

la mía – sonreímos los tres porque era algo que compartíamos – cuando me vio con sus fotografías y fue entonces cuando por fin hablamos. - Estaba manipulada por su hermano. - ¿Su hermano? -Sí, bueno la verdad que era un tipo tan aborrecible que ninguno de los dos hemos perdido el tiempo en hablarte de él – admitió sonriente mi hermano. - Era cura – agregué yo dispuesta a contarte todo – Por mediación suya tenía a mi madre completamente manipulada, era él quien le lavaba el cerebro para que no me hablara, para que me repudiara como hija, solo la intervención de mi padre logró que no me denunciara. Y así lo reconoció mi madre entre un mar de lágrimas.

Me confirmó la tortura en la que vivía su corazón, era como una cruzada medieval, por una parte era su hija y me amaba, pero por otra su hermano el cura le inyectaba odio hacia mí, hacia un ser antinatural que había procreado en su interior, entre lágrimas me confirmó que ellos lo tienen fácil porque no saben lo que es amar a un hijo, ¿pero cómo revelarse contra su propia sangre? Sufría y entonces vi su rostro, había envejecido, sus manos fuertes habían sido destrozadas por la artrosis, sus ojos se habían hundido, toda ella había cambiado y me sentí culpable, cerré mis ojos pidiéndole perdón y entonces creo que el dolor nos ayudó a entendernos, la una a la otra, nos unió en el sufrimiento devolviéndonos nuestra relación de madre e hija.

- Y fue así hasta el final – aseguró mi hermano feliz. - Sí, ella quiso morir aquí, prometió ayudarme para guiar mis pasos y encontrarla, protegerme desde el cielo – no pude evitar una lágrima de emoción – Y sé que lo hace. - ¿Y cómo afrontaste los días, tía? ¿Hiciste algo? - ¿Si hice? – sonreí quejosamente – Verás, lo días eran malos porque no tenía fuerzas para nada pero las noches eran una tortura constante. Sabía que estaba perdiendo el tiempo y que esperando en mi casa nada lograría. Por eso tomé una decisión, ir a buscarla. - Yo le conseguí por mediación de una amiga cientos de nombres de Conventos, tan sólo verla dispuesta a salir de aquel letargo ya me hacía

sentir feliz. - Pero en mi obsesión por conseguir nombres de Conventos me olvidé de que podría haber otra solución. - Enfrentarte al verdadero causante de tu desdicha. - Eso es.

Y era verdad, yo sabía que nunca me diría donde estaba e incluso se sentiría feliz de ver mi destrucción, por esta razón decidí ir en busca de la madre de Blanca. Se me ocurrió hacerme pasar por dependienta de unos grandes almacenes, llamé incluso desde uno de ellos por medio de una antigua novia mía, conseguí los datos que necesitaba por mediación de la secretaría del gran

odioso jefe. Su gran mansión estaba a las afueras de la ciudad pero no me importó anduve durante casi dos horas hasta llegar frente a la casa. Una vez allí, me agazapé detrás de un árbol cuyo tronco seguramente centenario me servía de escondite. Sabía que no podía entrar en esa casa, sabía que todos debían ser conscientes de mi traición. Me pasé algo así como dos horas que se me hicieron interminables hasta que por fin vi como por la esquina asomaba un coche de lujo, su madre iba en el asiento de atrás. El corazón parecía que iba estallarme de los nervios cuando paró frente al gran portón de la casa esperando que se abriera lentamente. Me precipité hasta el asiento trasero entrando como loca y

propinándole un susto de muerte a la señora. Cuando mis ojos se encontraron con su rostro, me impresionó. Esa mujer estaba completamente desmejorada, no parecía ella y cuando pensé que iba a decirle al chófer que me echara del coche me sorprendió. - Rodolfo da la vuelta, ¡corre!, llévanos a un lugar tranquilo y lejos de aquí – después del volantazo brusco del hombre se giró a mí tomándome del brazo y diciéndome con voz afligida – ¿Dónde está mi hija? - No lo sé, he venido pensando que usted lo sabía, he venido a rogarle que me lo dijera porque me voy a morir si no

la encuentro –mis ojos se llenaron de lágrimas, los suyos también. Pero como ella era una dama de alta sociedad, sacó su pañuelo de seda del bolso y finamente secó las suyas, yo sólo tenía mi manga del jersey. Insistí ante su silencio – ¿No lo sabe tampoco? - No – me miró y con gesto de odio me reprochó – Gracias a ti la perdí. - Gracias a su marido, ¡él no tenía ningún derecho! – exploté enloquecida mientras Rodolfo me miraba por el espejo pensando que haría algo a su jefa. Mi voz bajó para susurrar –

Blanca, mi Blanca – entonces volví a mirarla para espetarle – Y gracias a usted también, debió decirle corriendo que Blanca no quería ser monja ¿verdad? - No, te equivocas – se defendió de mi reproche en el mismo momento en que el coche paró frente a la inmensa playa – Él me contó, porque alguien que te conocía le había informado, de lo que tú eras – así confirmé lo del chivato – Al marcharme de tu casa después de hablar con mi hija y ver sus ojos, me di cuenta con una profunda tristeza que tenía razón. Él me esperaba en su despacho con el gesto serio, yo nunca lo había enfrentado ni le había mentido pero en

aquel instante así lo hice – su voz se había ido modulando según sus palabras de un tono triste y frágil, pasó a otro fuerte y decidida – Le dije que todo era falso, que nada más erais dos buenas amigas y compañeras, que nuestra hija estaba feliz porque estaba descubriendo que le apasionaba estudiar y lo que quería era poder ser profesora. Pero no me creyó porque él sabía muy bien la verdad, entonces me miró con desprecio porque pensó que estaba de acuerdo con vuestra deplorable actitud – yo la escuchaba atentamente y no daba crédito, aquella mujer trató de ayudarnos – Traté de ponerme en contacto con vosotras para deciros que huyerais lo más rápido posible, que iban

para allí, por más que llamé a vuestra vecina no me contestó. - Dios mío – murmuré con un nudo en la garganta. - Recé para que ocurriera un milagro pero cuando vi llegar el coche mi corazón se rompió. La arrastró hasta casa, mi pobre hija ni siquiera parecía ella – suspiró mirando tras el cristal, el cielo se había cubierto por una gran nube negra como quizás ambas teníamos el color de nuestro corazón – La echó sobre el sofá maldiciéndola, yo quise interponerme, era consciente de cuanto podía infringir su mano dura porque yo

misma lo había vivido en mi cuerpo, pero me echó fuera cerrando la puerta con el pestillo. Mi hijo me sujetó entre sus brazos mientras los dos llorábamos cada vez que escuchábamos la correa sobre la espalda de mi hija, cada vez que lo oíamos ofenderla con palabras que soy incapaz de repetir pero tampoco olvidar – yo cerré los ojos sintiendo su dolor – Pero ella no abrió la boca, no se quejó ni una sola vez, aquello aún encolerizó más a mi marido – ella ya no quería ser una dama llorando sino una madre destrozada con un sofoco donde no escondió su dolor – Sólo lo hizo una vez

y fue para llamarte. - Blanca – rompí a llorar como una niña, igual que aquella mujer, llorábamos las dos, lloraba el chófer, él también la quería – Blanca, Blanca. - No me quiere decir dónde está, para él mi hija está muerta – me miró con un dolor que yo sentía en ella era punzante y que a mí logró asustarme – Y temo que sea verdad. Mi voz al narrarte esta conversación se turbó y creo que escenifiqué completamente los sentimientos que todos sentimos en aquel coche. Tanto que tú no has podía evitar emocionarte. Mi hermano continuó por mí.

- Cuando llegó a casa y nos contó entre lágrimas, papá y yo nos miramos afirmando los dos que era lo más probable. - ¿Y no hablaste con él? - No – contesté vacía – Pensé que era mejor no hablarle, quizá mi silencio me había salvado de su denuncia. - ¿Y su madre? - Ella no podía hacer nada – te negué con un suave movimiento de cabeza – Tanto era así que me rogó la tuviera al día de cuanto yo hiciera, me suplicó que si la encontraba me la llevara lejos, que muy a su pesar sabía cómo era Blanca y entendía que me amaba como no había amado a nadie. -¿ Y cómo la mantuviste al día de noticias? - Mi contacto era la mujer del chófer.

- Visto así, parece todo muy complicado Sandra, pero las circunstancias así lo requerían. - Ya veo. ¡Pero qué injusto! Sigue tía por favor. - ¿Cuántos Conventos vimos, Ricardo? - Yo creo que todos los de Valencia. Después recorrimos algunos de Murcia, Castellón, Alicante y Tarragona, también. - ¿Ibais siempre los dos? -No, a veces venían mis padres conmigo. Todos nos implicamos en esta estéril búsqueda. Me pasé un año buscándola. Hasta que un día traté de apartar el dolor de mi corazón y pensar como si fuera él. Entonces lo vi clarísimo. - No podré olvidar nunca tu cara cuando te vi. Pensé que te habías vuelto loca. - Es verdad – le contesté a mi hermano – Su

castigo no podría ser un Convento cualquiera. Debía estar en alguno de esos que había antes que estaban en condiciones atroces, preparados para monjas de verdad. Suspiré profundamente y continué el relato.

Fuimos a buscar nuevamente a la amiga de mi hermano y nos localizó unos cuantos. Seleccioné los peores y con el corazón alborotado me dispuse a visitarlos todos. En primer lugar me decanté por las Carmelitas Descalzas, siempre en silencio, sin agua caliente, perdidas en la montaña, sin calefacción. Tuve la corazonada que estaría allí, estaba convencida de que su padre la

habría castigado de la peor forma posible, pero de igual manera estaba convencida de que nada me dirían si me presentaba allí, diciendo quien era yo, quizá la única persona que podría presentarse ante la Madre Superiora de aquel espantoso lugar sin duda era su madre. Decidida busqué el teléfono que me dejó para contactar con ella por si llegaba a localizar a su hija. Me atendió tal y como quedamos la mujer de Rodolfo, el chófer. Su respuesta me dejó tan helada que me quedé sin aliento.

- Lo siento – me dijo afligida – la señora Ramírez murió hace dos semanas, no ha podido soportar la pérdida de Blanca. La mujer me dijo que el culpable de aquella muerte era su propio marido, la había separado de su hija de una manera desalmada, sólo esperaba que Dios le castigara como era debido por ser un hombre tan cruel. Entrecerré mis ojos al recordar estas cosas el odio por él que pensé había conseguido eliminar de mi corazón, seguía intacto. No es agradable sentir cómo un sentimiento tan devastador viaja por tu sangre. Entonces tu padre me interrumpió.

- Recuerdo que al colgar me miraste y en tus ojos vi la culpabilidad injusta por tu parte. - Sí. Temí que si encontraba a Blanca, la muerte de su madre fuera una barrera entre nosotras. - Pero tía, tú no eras culpable de eso, tú solamente le habías llenado de amor. Eras la única persona que le había dado amor. - Así es hija – tu padre me miró orgulloso por tu reacción. Le fascinas no lo olvides nunca querida – ¿Verdad María? Tus palabras fueron las mismas que él me dijo años atrás. Sois dos gotas de agua, por mucho que a mi cuñada, que es tu madre, le pese.

Pero aquella muerte me dejaba sola, completamente sola para poder

presentarme allí y preguntar por ella. Sin embargo, no podía echarme atrás porque la necesitaba, así que decidida sin decir nada a nadie me marché. Por aquel entonces ya vivía sola porque convencí a mi madre que estaba bien, habíamos recuperado la relación normal entre madre e hija y ya no le importaba nada más que ayudarme. Con el que iba a ser nuestro coche me marché en su busca, subí la montaña con unos nubarrones sobre mí que me dieron a entender que estaba a punto de ocurrir algo negativo. Entonces sin saber por qué detuve el coche, me apeé mirando

hacia arriba y rompí a llorar. Notaba que si no lo hacía mi corazón iba a explotar, había pasado un año y mi dolor iba a más, su ausencia la llevaba clavada, me arrodillé y como si de aquel acto dependiera mi vida, hice lo que estaba contra mis principios, rezar y hablar por primera vez con Dios. - Señor, ¡no nos castigues más por amarnos, por ser felices! Ella te respetaba, te amaba y yo la amaba a ella, te lo ruego abre el camino ante mí para que la encuentre, te lo ruego Señor. Por un momento la lluvia se hizo más intensa pero preferí pensar que no era la

ira de Dios, nada más una coincidencia. Temblando me introduje en el coche, traté de tranquilizarme porque quizás estaba a punto de recuperar a mi amada, al mirarme en el espejo me di cuenta de cómo había cambiado en ese año, mi rostro estaba pálido como la luna, mis ojos de tantas lágrimas derramadas se habían empequeñecido, se habían vuelto opacos perdiendo esa luz que Blanca siempre dijo que tenían – sonreí cansada por el dolor que me producían los recuerdos – Con miedo me dirigí hasta la puerta de aquel enorme y tétrico lugar. El Convento estaba aislado por un muro de piedra que se elevaba como tres metros de alto , aunque estaba rodeado de verde, de muchos árboles, aquello que

debía darle un aire fresco y belleza, no podía evitar la sensación de tristeza y pesadez de aquel edificio. Si Blanca estaba allí – pensé – estaría destrozada porque era justamente todo lo contrario a lo que ella necesitaba. Con el corazón desbocado marché hasta lo que parecía la entrada principal, mis ojos buscaron encontrar a alguien, sin embargo allí no había nadie. Miré por todos los lugares en los que podía haber algún indicio de que allí existía vida, pero nada encontré. Mi desesperación iba aumentando ¡no podía estar equivocada!, mi alma me decía que Blanca, mi Blanca, estaba allí – dije poniendo mi mano sobre el pecho con la mirada perdida – Cuando estaba a punto de desistir vi a una monja cerca

del muro de piedra que rodeaba al convento, me asomé entre las rejas y la llamé. Ella me miró sorprendida pero no me habló en ningún momento, elevando mi voz le expliqué de mi visita, entonces la vi alejarse a paso firme y por un momento mi corazón comenzó a latir con fuerza, iría a decir a Blanca que estaba allí. Pronto me di cuenta que no iba a ser así. Vi salir una monja pero no era ella. Cuando fui a explicarle, levantó su mano derecha poniendo la palma frente a mi vista y dijo con voz seca. - Hasta dentro de quince días no podemos recibir visitas ni hablar con nadie. Acérquese ese día. Con Dios. Me dejó con la palabra en la boca y se

marchó. Con Dios murmuré disgustada. A punto estuve de gritar como loca para que mi amor me escuchara, pero sabía que era imposible, sospeché que si lo hacía, podía crear problemas. Regresé con una ansiedad desbocada en mi alma. Mis noches fueron un calvario, por momentos tenía la sensación de querer huir hasta aquel lugar, derribar la muralla y llevármela de un tirón, pero otros nada más sabía que llorar y muchos soñar cómo sería nuestro reencuentro, me aferraba a las fotografías y quería creer que todo volvería a ser como en aquel papel se

veía reflejado, tenía pensado el mismo día que fuera a recogerla desaparecer con ella tal y como dijimos. Muchas noches nada más hacía que tocar el colgante que nos unió y ahora le faltaba la mitad – lo rocé con ternura, como tantas otras veces – Los días me perdía en la ciudad o me quedaba aquí sin saber qué hacer, bueno miento, sí hacía algo, me aferraba a un camisón que Blanca se había dejado, me sentaba aquí mirando el cielo acariciándolo llenándome de todo su aroma. Pero como todo en la vida, el momento llegó. El día tan esperado por mí apareció repleto de luz

y color, era un día maravilloso como a ella le gustaban, naturalmente aquella situación me dio fuerzas, fui a recoger a tu padre media hora antes de lo pactado sacándolo de la cama a tirones. - Es verdad, literalmente me sacó de la cama. - ¿Recuerdas el camino? – lo miré suspirando. - Cómo olvidarlo, la tensión la podíamos cortar dentro del coche, ambos queríamos encontrarla. - Y cuando llegamos, fui a bajar y tú me detuviste – volví a mirarlo con ternura porque me demostró en aquel momento lo mucho que me quería – Me hiciste prometer que pasara lo que pasara allí, yo retomaría mi vida. - Cierto. Aquello no era vida, estaba tan delgada, tan desmejorada. Me daba mucho miedo lo que podía ocurrir si no conseguíamos

localizarla. - Qué horror, vivir algo así. Menos mal que ahora sería imposible pasar por algo parecido – murmuraste impresionada por el relato. -Bueno, ¿ya no recuerdas a tu amiga? – te guiñé el ojo – De todos modos sí,que es difícil que te pase algo parecido a lo nuestro. Porque lo nuestro fue roto por la coacción de su padre y en una sociedad que no tenía nada que ver con ésta. - Sigue tía, me muero de ganas por saber que pasó. Con una pequeña sonrisa retomé el relato justo donde lo había dejado marcado en mi mente.

Al salir del coche me golpeó en la cara una ráfaga de aire fresco de la montaña

e instintivamente sufrí por Blanca, era tan friolera que debía estar como su padre quería, sufriendo muchísimo. En el invierno siempre buscaba mi cuerpo para que le diera calor, aquel pensamiento me traicionó de tal manera que mis ojos se llenaron de lágrimas que tuve que reprimir con un gran esfuerzo. Durante el tiempo que estuve en la cola que aguardábamos religiosamente, no separaba mis ojos de la pequeña ventana por donde unas monjas daban a la gente unas galletitas hechas por ellas. Sin embargo, mis ojos no podían estarse quietos en sus figuras negras mucho

tiempo, buscaba en todas las rejas del convento la cara de mi amor, buscaba sus ojos mirando a la gente que había llegado con la esperanza de que un día entre aquel grupo que compraba lo que ellas fabricaban apareciera yo. Sin embargo, me tocó el turno y no vi ojos conocidos, pedí ni siquiera me acuerdo qué y con el mismo susurro que ellas utilizaban para dirigirse a mí les pregunté: - Por favor estoy buscando a una de sus Hermanas, necesito hablar con ella, es urgente, le traigo una noticia muy

importante, se llama Blanca Ramírez y... – mis labios temblaron al decir su nombre. - Lo sentimos pero no podemos hablar. - Por favor se lo ruego, se lo ruego – musité desesperadamente con el terror reflejado en mis ojos. Por toda respuesta recibí una negación asustada en forma de leve giro en sus cabezas mientras la otra Hermana que parecía la jefa del grupo hizo una señal al siguiente para continuar con la venta. Me aparté con la sensación de que había acertado por la expresión de los ojos de una de aquellas mujeres, Blanca estaba allí, ahora lo sabía seguro, pero

también sabía que nadie me iba a decir nada. Aquel lugar tenebroso parecía inexpugnable para mí, saber que tras aquellos muros estaba el amor de mi vida y no podía ni siquiera llamarla, me trastornaba. Quizás en aquel momento que yo estaba apoyada sobre un trozo frío de piedra, quizás, al otro lado estaba ella con su mano puesta en mi mismo lugar. No podía soportarlo caí de rodillas rompiendo en un llanto tan cruel que conmocionó a un hombre que pasaba por allí, trató de tranquilizarme preguntándome qué me ocurría, yo trataba de hablar pero nada más salían sonidos a borbotones de mi garganta y un quejido de lo más profundo de mi alma. El hombre me miraba sin entender,

pero sabía que era algo grave lo que provocaba en mí aquel desespero que parecía haberme trastornado. Él era alto y corpulento, no le costó mucho levantar el saco en el que se había convertido mi cuerpo, ninguna de aquellas despiadadas mujeres tuvieron compasión de mí, ellas que rezaban por el prójimo, que oraban por la paz, por la tranquilidad, por el amor, fueron las mismas que me omitieron, aún viendo mi precario estado. Reconozco Sandra que aquí en este momento de mi relato me doblegó la pena, tuve que parar, frunciendo el ceño porque recordaba perfectamente el rostro de aquel buen hombre. - Cuando la vi salir – retomó el relato mi hermano – me temí lo peor. El hombre me

explicó que se había caído y yo, destrozado al verla, me puse a llorar explicándole lo que pasaba, porque sabía que si María había reaccionado de aquella manera era porque Blanca estaba allí. - ¿Y no pudisteis hacer nada? - No. Me esperé a que la cola de visitantes se terminara, me presenté y les dije que estaba buscando a Blanca pero me dijeron que allí no había ninguna Blanca. - Mintieron – murmuré con la voz apagada – Ella está allí. - Suponemos que su padre debió dejar muy claro que no le permitieran la visita de nadie. Por un momento todo fue silencio, tú mostrando un gesto contrariado y mi hermano, que guarda tanto cariño por Blanca, sufriendo

porque también hablar de este tema para él le duele. Lo sé.

Cuando regresamos - rompí el silencio porque me dolía más aún que el propio desenlace – mi madre esperaba ansiosa y al decirle que estaba allí pero no me dejaban verla, me abrazó rompiendo a llorar. Entonces me di cuenta de que todos sufrían y que yo no podía dejar que ellos pasaran por aquel dolor. La pérdida de Blanca era algo que sin duda me pertenecía a mí y en soledad debía sangrar mi herida, pero mis padres no tenían por qué sufrir. Les dije que entendía que todo estaba perdido y les prometí que seguiría con mi vida hacia delante. Volví a mirar a tu padre, creo que ya te lo he

escrito más arriba y si no es así lo vuelvo a escribir. Lo adoro, lo quiero con locura, siempre ha tenido un momento para mí, jamás me ha dado la espalda y eso que durante algún tiempo era difícil soportarme. Lo miré y sintiéndome orgullosa te dije. - Aunque tu padre me conocía tan bien que al mes siguiente volvió a llevarme. - Recuerdo que me temblaban las manos, estaba realmente asustado, temía lo que pudiera pasarle ante otra negativa. - ¿Y tampoco? – nos preguntaste seria. - Tampoco – admití triste, después de dar un trago al té continué con mi voz apagada y llena de nostalgia – Mis ojos cobraron algo de vida al ver que la maldita bruja que no me dio ni siquiera la oportunidad de hablar no estaba, pensé que

posiblemente la regordeta que estaba allí me atendería. Por supuesto me volví a equivocar y en el camino de regreso ninguno de nosotros hablamos, yo miraba las montañas y sentía que me había vuelto como ellas, estaba pero no servía para otra cosa que no fuera como paisaje, la gente me veía, podían tocarme pero jamás nadie podría alcanzarme en mi mundo porque estaba en otra dimensión, en la del viva por fuera, muerta por dentro. - Nosotros estábamos igual de desesperados porque la veíamos poco a poco hundirse más y más. No sabíamos qué hacer. -Debe de ser una situación insostenible, por un lado querer encontrarla y por otro, seguir sobreviviendo sin ella –dijiste triste. - Así es. Pero ni tu padre ni yo perdíamos la

esperanza, él me dijo que volveríamos tantas veces fuera necesario. En aquel relato que entre los tres estábamos desenvolviendo como si abriéramos una caja de regalos y fuéramos retirando con sumo cuidado el papel de celofán, todos nos dábamos cuenta que aún en la distancia del tiempo la ausencia de Blanca nos había marcado y mientras hablaba, estaba segura que a partir de ese momento también marcaría tu vida. Ante el siguiente paso en la historia tuve que serenar mi corazón para poder narrarlo tal como fue. Mi hermano que sabía perfectamente lo que iba a contar se incorporó en la silla sin percatarse de la hora siquiera, de que su mujer lo estaría esperando, de que llevaba ya mucho más rato de lo normal a mi lado, esas cosas eran las que

hacían de Blanca algo especial. Ella era especial aún en la mayor de las ausencias.

Al quedarme sola en casa comencé a pensar que tenía otras dos semanas para continuar la búsqueda, otras dos semanas para hacer palpitar mi corazón de ilusión por si ella me veía, de temor por si le habían dicho algo a su padre que era lo más seguro y esto me imposibilitaría volverla a ver. Con estos pensamientos estaba cuando sonó la puerta, sabía que no era mi hermano porque él llevaba llaves. Pregunté porque tuve una mala corazonada pero al otro lado de la puerta me dijeron con

un susurro que me traían noticias de Blanca y yo por la necesidad de saber de ella me volví descuidada y caí en la trampa. Abrí ansiosa y tan pronto abrí la puerta un hombre con la cara tapada cayó sobre mí, me golpearon con los puños, los pies y con un palo, me destrozaron la casa y uno trató de violarme, solo me salvó que alguien en la escalera dio la voz de alarma desde dentro de su casa. Aquello les hizo salir corriendo pero antes de irse uno me habló en el oído con un odio que me heló la sangre. - Esto es un anticipo de lo que te

ocurrirá si vuelves. Oí sus pasos alejarse, oía el sonido sordo de sus botas corriendo escaleras abajo, traté de levantar la vista pero mis ojos estaban prácticamente cerrados, noté cómo me habían quitado las bragas y cómo me había orinado, me dolía todo y me tragaba la sangre que mis labios no querían para ellos, perdí la conciencia en el preciso momento en que mi vecina Carmen, la pobre, llorando, trataba de pararme la hemorragia. Eran tiempos difíciles y todos tenían miedo, no querían involucrarse con nada que

pudiera ser peligroso y yo lo era. No podía reprochar la cobardía de quienes me rodeaban sólo dar gracias por el grito que dio el hijo de Carmen, si no la humillación hubiera sido mucho más atroz. Hasta ahí duraron mis fuerzas. Me callé porque el dolor de aquel momento se revivía en mis huesos, en mi corazón, provocando un temblor que me ha perseguido toda mi vida. - Cuando llegué – habló mi hermano ante mi doloroso silencio – pensé que no podría superar aquella brutal paliza, tenía la cara desfigurada, los labios hinchados y cortados por los golpes. Al verla tuve ganas de ir al maldito tipo y matarlo – sabes bien que tu padre no es violento, jamás lo

habías visto hablar así y te sorprendió – Sí hija, no tuvo suficiente con separarlas, además tenía que dejar a María medio muerta en la cama. - Pero todo aquello papá significaba que habíais acertado, que Blanca estaba allí. - Así es – te contesté yo orgullosa de tener a mi lado a aquel hombre como hermano. - Aunque descubrirlo le costó a tu tía tres costillas, una pierna y una muñeca rota, un mes entero sin poder pronunciar palabra y tardar más de cinco meses en recuperarse. - Cinco infernales meses. Donde mi madre no se separó de mí ni un instante y lo agradecí, porque cuando oía murmullo en la calle, todo mi cuerpo se estremecía pensando que venían a por mí para definitivamente matarme. - Qué cabrón – dijiste con rabia.

- Por decirlo de una manera suave – repuse yo con un poco de ironía y tú me sonreíste. - ¿Qué más pasó? - Hasta que llegaron las Navidades nada. – te contesté. Mi hermano se levantó y encendió la lámpara porque él no es tan místico como nosotras dos, Pasionaria aprovechó el pequeño descanso para ir a su cajita y hacer sus necesidades, una vez había bebido volvió como si ella también estuviera escuchando aquella historia que yo cuando la recogí de la calle le había contado con todo tipo de detalles. Hasta ella sabía de Blanca. Una vez nos volvimos a sentar todos continué.

Era Año Nuevo, mis padres, mi hermano y tu madre, que ya formaba

parte de la familia, vinieron a mi casa a comer porque yo aún no podía andar. Estábamos todos aún en la mesa, yo trataba de parecer animada porque no tenía derecho a estropear la ilusión de mi madre en vernos a todos reunidos, aunque me había pasado la noche llorando, cuando alguien llamó a la puerta. - Ya voy yo – dijo mi padre. Al volver su cara era de extrañeza – Es para ti María. - ¿Para mí? – todavía estaba más extrañada que él. Cogí el telegrama y lo

abrí, al leer las palabras que me decían, no pude contener las lágrimas – Dios mío. - ¿Qué sucede hija? – me preguntó mi madre asustada ante la mirada expectante de todos. - Blanca está viva, ¡está viva! exclamé enloquecida de alegría. Te miré porque tu rostro había cambiado, en él había aparecido un rayo de esperanza, parecías sentir alivio y muchas más ganas de saber. - Ese telegrama llega a mis manos, todos los días de Año Nuevo sigue diciéndome que está viva. Es lo único que sé de ella pero con esto me he aferrado a los días con la única esperanza de poder verla alguna vez.

- ¿Y sigue allí? - Claro porque siguen llegando los mismos telegramas. - ¿Y quién manda los telegramas, tía? - No lo sabemos – contestó mi hermano para que yo pudiera dar un sorbo de té y tranquilizarme un poco – Yo creo que es aquel hombre al que yo le expliqué los motivos que hacían que mi hermana estuviera rota, no le dije claro que eran novias, sólo que eran amigas y le impedían verla. - Yo creo que él sabía que eso no era verdad. – le dije a tu padre con media sonrisa. - Bueno yo también. –sonrió mi hermano ampliamente – Pero no lo conocía, no podía hablarle abiertamente de la situación.

- Está viva. – murmuraste moviendo la cabeza – ¿Y nunca volviste tía? - Sí, cuando Franco murió. Aquel día tu padre y yo nos abrazamos llorando de felicidad, gracias a la transición pacífica los homosexuales ya no éramos perseguidos, seguíamos siendo bichos raros más las mujeres que los hombres pero supuse que su maldito padre ya no podría perjudicarme en nada. Cada año desde hace veintinueve volvía una vez al mes, seguían con la misma rutina pero ninguna de aquellas mujeres era Blanca, tampoco logré que nadie hablara. Después he acudido en diferentes ocasiones, unas me quedaba fuera de la muralla observando aquel impávido convento, ¡lo odiaba tanto!, otras entraba pero ni siquiera me ponía en la cola, tan solo miraba las ventanas, con la esperanza de

verla. Pero nunca la vi. - ¿Cómo estará ella? – me tomaste la mano con dulzura. - Por años he tratado de imaginarla – ya no ocultaba mi expresión de melancolía. Exhalando un profundo suspiro y tocando aquel corazón dolido continué con voz ahogada – Debe haber sufrido mucho, mucho más que yo estoy segura. También estoy segura que debió preguntarse, si me había visto acudir alguna vez, si me habrían hecho algo ante mi ausencia de esos nueve años que transcurrieron desde que nos separaron en el año mil novecientos sesenta y seis hasta que murió Franco, mil novecientos setenta y cinco. Por esta razón, supuse que si ella podía verme aquel día de cada mes que yo iba estaría más tranquila.

- Tía, ¿no crees que pudo pensar que tú habrías rehecho tu vida? - Seguro que no – se apresuró a contestar mi hermano – Ella sabía el amor que María le profesaba, estoy seguro que si la pudo ver alguna vez, tiene razón al pensar que la ausencia de mi hermana en sus visitas se debía a la mano de su padre. - Cuánto sufrimiento, ¡y yo me quejo! – exclamaste dando una palmada al aire. - Por esto te lo cuento. - Bueno chicas, se me ha hecho muy tarde y había prometido a tu madre llevarla a ver las fallas ahora que no hay demasiada gente. - Claro papá, yo me quedo aquí con la tía. - Te quiero Ricardo – le abracé cuando me besó – Te quiero mucho hermano.

- Yo también. No somos muy dados a demostrar nuestros sentimientos pero sin duda sabemos que nos amamos y respetamos. Por el conocimiento que tengo de tu padre querida sobrina, puedo asegurarte que tus palabras le dieron un vuelco en el corazón, cuando le dijiste que ibas a reordenar tu vida y teníais muchas cosas que aclarar, le hiciste ser feliz, él te quiere por encima de todo y sé que nunca te fallará. Recuerda este párrafo. Cuando volviste a sentarte junto a mí, me sonreíste y yo te devolví la sonrisa más sincera que tengo, yo sabía que estábamos por el buen camino. Pero como siempre, también me sorprendiste a mí, siempre lo logras aunque sepa que tienes un gran corazón.

- ¿Volverías a vivir todo otra vez, aún sabiendo este final? - Sin dudarlo – contesté contundentemente. Miré el corazón colgado en mi cuello y lo acaricié como buscando la otra mitad ausente por tanto tiempo – Nunca creí en Dios, ni siquiera creía que después de la vida la muerte fuera un camino hasta la eternidad, pero reconozco que ahora estoy aferrada a la idea que después de morirme tendré la oportunidad de verla. - Me gustaría poder encontrar una mujer como Blanca, me gustaría poderme enamorar como vosotras lo hicisteis. - Es maravilloso, cariño. Yo nunca me he podido enamorar, ni si quiera he podido tener relación con otra mujer – me miraste sorprendida – Así es, quizás sea antigua, no lo sé,

pero no he podido jamás. - Tengo una idea tía. – vi en tu cara una expresión de alegría y optimismo. - Dime. - Puedo ir yo, decir que tengo una noticia urgente que darle, poner cualquier excusa de algún familiar grave y verla. - ¿Harías eso? –n o debería haberme sorprendido tanto pero la sola idea de poder verla me dio la torpeza de mi pregunta. - Por supuesto que sí. Es una historia demasiado bonita para dejarla así, estoy segura que debe seguir amándote de igual manera que tú a ella. – asentí cerrando mis ojos – Debiste contarme esto antes, te habría ayudado hace tiempo. - En la vida Sandra, todo ha de llegar en su

momento. - Tía, ¿has imaginado alguna vez qué harías si la volvieras a ver? - Todos los días – te dije abatida mirando por la ventana como buscándola – Aunque no quiero engañarme y sé que es prácticamente imposible, pero yo la espero. - ¿Crees que ella pudiera salir de allí? - No lo sé, en el caso hipotético, que no lo creo, pero también sería razonable, que ella pueda pensar que igual he conocido a alguien y he rehecho mi vida. – pusiste gesto pensativo y yo añadí más abatida aún – No sé si intentaría salir, quiero pensar que sí, pero quizá tenga miedo a esa posibilidad. - Claro, si han pasado tantos años y no ha salido.

Nos dimos un respiro, querías ver todas las fotos y que continuara contándote cosas de ella, así que fui a hacer la cena para las dos porque tú pretendías llamar a un restaurante chino para que nos trajeran la comida. Lo siento, no soporto comer de esa manera. Como tenía pescado decidí preparar unas patatas al horno, me gusta cocinar, reconozco que la soledad me había hecho aficionarme a cosas para pasar el tiempo y tener la cabeza bien ocupada. Fui a la cocina mientras tú preparabas la mesa. Oí el timbre y decirme que tú abrías. Así me narraste después lo que ocurrió.

Yo abrí la puerta tía sin mirar, ya sé que no debía (tienes muy mala costumbre un día te darán un susto, espero

recuerdes estas líneas) y allí delante de mí había una mujer, vestida toda de gris, una rebeca fina de punto, una falda y un jersey del mismo color, con el pelo corto y blanco por las canas que habían inundado sus cabellos, sus ojos me demostraron que estaba sintiendo un terror en aquel momento que no entendía, una voz temblorosa me dio a entender que no solo estaba nerviosa sino también asustada. - Perdone, creo que me he equivocado, estaba buscando a una persona que vivía aquí hace tiempo pero... – rozó algo que llevaba en su cuello.

- ¡Blanca! – no pude evitar elevar mi voz al percatarme que era la otra mitad del corazón que llevabas como colgante, aquel que os regaló el egipcio – Dios mío. Murmuré tan impresionada que no sabía qué hacer. Pero si mi gesto daba muestras de impresión, el de Blanca fue de total desconcierto porque tenía ante sí una muchacha joven que sabía su nombre y por mi gesto, muchas más cosas. Mi reacción le hizo sentir por un lado alivio pues sin duda algo tenía que saber de María, pero por otro el temor

se apoderó de su corazón, se le notaba tan nerviosa. Ella no reaccionaba y yo tampoco, de pronto noté que se tambaleaba y pensé que iba a desmayarse, al verme a mí debió pensar en lo peor. Como la vi demasiado ensimismada en sus pensamientos tiré con suavidad de su brazo que temblaba y la hice pasar, en su cara se había reflejado el vuelco que le debió dar su corazón al ver todo como lo dejó, poco a poco su rostro fue tomando otro color, sus ojos al encontrar todo tal y como ella lo había visto por última vez, se le llenaron de emoción.

- ¡Siéntese por favor! – pensaba que caía. Así fue la primera vez que tú y ella os encontrasteis cara a cara, yo ajena seguí en la cocina pelando patatas, alzando mi voz desde allí para saber quién era. Al girarme te vi allí parada en la puerta con gesto de asombro, tus manos parecían temblar y me sorprendió tanto tu aspecto que reí instintivamente. - ¿Pero qué te pasa? - Tía, ven por favor. Me asustó tu voz, tu tono que llevaba reflejado miedo. Lo primero que me vino a la cabeza fue que le había pasado algo a mi hermano y salí con el trapo terminando de secar mis manos tras de ti. Al verte hablando con alguien crucé con temor

la puerta del comedor y justo al hacerlo me quedé petrificada, allí estaba Blanca, mi Blanca, el amor de mi vida mirándome asustada un poco por mi rostro mucho más envejecido que el suyo, impresionada muy impresionada al volverme a ver. Yo no era menos no pude articular palabra, ella tampoco y tú menos, no querías perderte nada y no apartaste tu mirada de la una y la otra. Hasta que pude reaccionar, dejando el trapo apoyado en el picaporte de la puerta y dirigiéndome sin palabras sólo con lágrimas hasta donde se encontraba lo que más había amado en la vida. Nos abrazamos llorando, sin separar nuestros cuerpos, quizá si lo hacíamos despertaríamos y sabríamos que aquello tan hermoso era un sueño. Pero no. Fui yo quien

tuvo necesidad de saber si era real porque sentía mi corazón galopando como un caballo desbocado por la pradera. - Blanca, Blanca – mi respiración jadeante y un débil mareo hicieron que me tuviera que sentar ayudada por las dos. - Tía, tía ¡las pastillas! – ya eres veterana en detectar mis achuchones, te perdí de vista al salir corriendo para darme aquella pastilla que me había salvado de un par de infartos. - María, por favor. – me habló por primera vez asustada Blanca tomándome la mano con fuerza. - Blanca, cariño mío. La abracé notando como su cuerpo seguía como siempre, delgado pero fuerte, la miré a los ojos mientras mi sobrina me ponía bajo la lengua la Cafenitrina, poco a poco fui recuperando el

ritmo de mi respiración pero no podía recuperar la cordura, ¡estaba allí!, justo allí ¡frente a mí!, su tacto era real, sus lágrimas mojaban mis manos, ¡no estaba soñando! - María, pensé que no volvería a verte. – dijo con una fuerte congoja mientras se mordía el labio inferior tratando de tranquilizarse. - Fui a buscarte pero no me dejaron verte. - No supe nada de ti hasta hoy, hasta ahora. Las dos hablábamos atropelladamente, las dos necesitábamos hablarnos, decirnos tantas cosas. Pero tanto tú Sandra como yo, fuimos testigos de lo que le dolió aquella frase cuando la pronunció con un profundo sufrimiento en su alma, hablando desesperadamente, yo pude entender la tortura que debió ser para ella aquellos treinta y ocho años sin saber absolutamente nada de mí.

Me miraba como si estuviera obnubilada, como si de un momento a otro la figura que por años había deseado volver a ver pudiera evaporarse como el humo, como si cuando fuera a rozar mi piel me traspasara como si fuera la niebla. En este íntimo momento en que guardamos silencio en su interior agradecía a Dios haber sido escuchada. - ¿Te encuentras mejor tía? - Sí, sí, tranquila. Dios mío Blanca estás aquí – le sonreí esta vez ampliamente acariciándole la mejilla – Déjame que te presente a mi sobrina por favor. - Te pareces tanto a tu padre – te dijo con cariño. -No sabes lo que me alegro de conocerte Blanca, de verdad. – diste el paso para besarla

pero mi amada, que es tan maravillosa, te abrazó porque en el mismo instante que presenció cómo te preocupas por mí, ya te adoró por cuidarme – Bienvenida. Cuando os separasteis, Blanca se sentó nuevamente frente a mí, me tomó la mano y pensó lo mismo que había pensado yo, ¡cuánto habíamos cambiado!, sin duda por nuestro sufrimiento. Sin embargo vi en sus ojos una pequeña sombra que me asustó, el tiempo no pudo hacernos olvidar que nos conocíamos a la perfección. - María. – Blanca trató de mostrarse firme y segura de sus palabras, aunque no lo lograra Verás, yo solo he pasado para verte, no quiero molestarte... yo... - ¿Molestarme? – le pregunté con una gran

sonrisa para terminar mordiéndome el labio inferior con un gesto de felicidad – Llevo esperándote desde el día que te llevaron de mi lado, ¿cómo vas a molestarme? - Pero... – Blanca sonrió aliviada – Pensé que... - Pensaste que te podía olvidar. – en este punto agachó la cabeza tratando de esconder su pensamiento porque al verme de nuevo se sintió ridícula. Sin embargo, mi mano suave la obligó a mirarme – ¿Tú me has olvidado a mí? - Ni un solo día, ni una sola noche. – yo le confirmé la misma necesidad con un gesto tierno – Pensé que habrías encontrado una pareja, prefería pensar eso a atormentarme con la idea de que podía haberte hecho algo. Esa idea me sacudía en pesadillas, desde la última noche que

compartimos, no he vuelto a dormir una noche entera. Ni el silencio, ni el frío, ni el calor, ni todas las necesidades que pasé, ni el trabajo inhumano con el que fui castigada me dolían tanto como no saber nada de ti. - Fui a buscarte. – le dije con un susurro mientras acariciaba su mano. La hora de la verdad estaba por fin ante nosotras – Todo fue inútil, no me dijeron palabra de ti, me desvanecí allí mismo y gracias a un médico que estaba en aquel maldito lugar que te apartaba de mí, supe que estabas bien. Me mandaba un telegrama para confirmarme que estabas viva, una vez al año, porque su hermana era compañera tuya. La luna tomó ya el cielo y los grandes petardos hacían su aparición rompiendo la tranquilidad de la noche, tú entendiste que yo iba

a ocultarle los detalles que más daño podían hacerle y aquello te hizo entender que Blanca ocultaba otros diferentes pero que dolían lo mismo. Tú nos mirabas absorta, no querías perderte ni una mueca de nuestros dos rostros que mostraban tanta felicidad y devoción. Blanca tomó aire para continuar el relato como yo le pedí y tú lo agradeciste apoyando tus codos sobre aquel tapete a cuadros de colores vivos que tú misma me habías regalado para dar un poco de color a mi vida. - Hace siete años pedí mi libertad. – nos confesó con voz grave tan distinta a la voz cálida que mostró al verme que a las dos nos sorprendió – Pero me la denegaron porque mi padre se encargó de conseguir que no me la concedieran. Yo cada año insistía y él hacía lo mismo, hasta

que hace dos meses murió, ya nadie tenía fuerzas para denegarme nada, el mismo día que me confirmaron su muerte, les amenacé que me dejaran marchar o las denunciaría. Sabía que al salir no tenía nada, sólo a ti. No te miento, confieso que he sido egoísta durante todo este tiempo, supliqué a Dios que me diera tan sólo la oportunidad de poder verte, decirte que me perdonaras por mi cobardía. Si bien es cierto que todo había evolucionado, mi padre seguía vivo y seguía siendo tan poderoso como siempre. Tuve miedo por lo que podía pasarte si estabas como yo suponía esperándome. – volvió a tornar su voz cálida y una sonrisa traviesa en sus labios me hizo sonreír – Él pensaría que tú me habrías hecho regresar de algún modo y podrían alcanzarte sus tentáculos. Pero hoy, cuando he llegado al portal, me he dado cuenta que por

mucho empeño que puso en separarme de ti, te seguía amando con la diferencia que lo hacía con mucha más fuerza. - Yo he sobrevivido gracias a nuestros recuerdos, a las fotografías, a tu voz en la oscuridad. Hasta aprendí a rezar. – las tres sonreímos algo más tranquilas. Seguíamos con nuestras manos aferradas y con gesto imperturbable sentencié para borrar cualquier mínima duda – Pero jamás me permití olvidarte. - María... no tenía derecho a romper nuestro amor – me dijo afligida. - Ahora ya no podemos hacer nada al respecto, ni siquiera a perder el tiempo en hacernos preguntas, si tú quisieras, si me das la oportunidad. – la miré con fervor – Si tú quisieras el tiempo que nos queda de vida

podríamos pasarlo juntas. Mi ruego contundente hizo que de los ojos de Blanca comenzaran a caer una tras otra lágrimas, sin dudar lágrimas de esperanza, de ilusión, de emoción. Yo entendí su reacción como un sí desesperado, la abracé sonriente acomodando mi cabeza sobre el hombro de la mujer que volvía para llenarme de dicha mientras extendía mi mano a una emocionada Sandra que lloraba como nosotras de emoción. - Te quiero Blanca. - Y yo cariño. Nada ha podido borrarte de mí, nada. – me aseguró acurrucando sus ojos. - Blanca. – dijo mi sobrina con un poco de timidez por la escena – Hoy mi tía me ha contado su parte de la historia, la parte de su corazón roto. ¿Nos puedes contar tu parte?

- Claro que sí. - Anda Sandra por favor, tráele un vaso de agua. Al quedarnos solas, volvimos treinta y ocho años después a unir nuestros labios tímidamente, otra vez sentir aquella sensación que nos recorría el cuerpo como una descarga eléctrica, otra vez la tenía ante mí y ahora nadie impediría que nuestro amor triunfara. Cuando oímos tus pasos fuertes, porque sabías que nuestro silencio era por algo íntimo, nos separamos mirándonos con ternura y por su parte, con algo de timidez como si nuevamente volviéramos a sentirnos como aquella primera vez. Después de dar un gran trago de agua, comenzó a contarnos la historia desde antes que su padre apareciera en nuestra casa, desde el momento en que supo la verdad.

Mi padre averiguó de ti, mientras nosotras pensábamos que llevábamos con discreción nuestra relación, él hizo indagaciones y por mediación de aquel hombre que pertenecía al movimiento del que tú eras partícipe, se enteró de que eras lesbiana y así dedujo que nuestra amistad era mentira. Se volvió loco y cuando me arrancó de tu lado supe que nunca más volvería a verte, en el camino hasta mi casa le rogué que no te hiciera nada, no le pedí por mí ni una sola vez, pero era consciente que aquello lo que podía convertirse era en justamente lo contrario, así que callé y noté como mi corazón moría a cada paso que me alejaba de ti. Trató de hacerme daño físicamente golpeándome una y otra vez,

era como si el demonio se le hubiera introducido en las venas, pero nada me dolía tanto como mi alma. No dejó que doctor alguno curara mis heridas, no dejó a mi madre entrar ni siquiera para despedirse de mí cuando horas después y ensangrentada por los golpes me metió en un coche y me llevó al Convento. Era el día de mi juicio final, el doce de Septiembre de mil novecientos sesenta y seis. Hice la mayor parte del viaje inconsciente, si bien cuando desperté ante mí había una monja que me observaba, sus ojos me juzgaban con tanta crueldad que supe que mi infierno empezaba allí mismo. Porque mi padre con tal de salirse con su idea, supuse les habría contado una historia plenamente

diferente a la real. Como castigo para sacar de mí algo tan demoníaco me pusieron en una celda fría, dormía en el suelo sobre una manta, sólo tenía agua para beber y pan duro para comer. Una vez al día venían a curarme con alcohol puro mis heridas, pero con el transcurso de los días perdí la noción del tiempo y las horas que pasaba despierta, lo único que hacía en rezar para que nada te pasara, para que pudieras vivir y ser feliz – comprendí su dolor y quise con mi tacto transmitirle mi amor eterno, apretándole la mano – Me sacaron de allí, donde hablaba contigo constantemente, te recordaba, te sonreía, al recordar cuando caíste en la fuente de Roma para hacer una foto

imposible o cuando en Egipto te pusiste a dar uno de tus maravillosos coloquios sobre la libertad de la mujer y todos reían ante aquella extranjera de pinta rara – nuevamente volvían nuestras sonrisas a ser las mismas de antaño pero esta vez ya no eran solitarias en mi cabeza, volvían a ser acompañadas por ti – O lloraba al recordar tu espalda repleta de golpes por salvarme a mí de ellos o cuando te vi por última vez, el día, la noche, todo se basaba en ti. Guardó silencio y pude compartir en ese instante el dolor que ambas en la distancia y la separación habíamos vivido. Le tomé la mano con mi mirada repleta de ternura diciéndole. - Mi amor. – la interrumpí porque sabía cuánto era lo que había sufrido, la conocía y sentí un

profundo dolor en mi alma por ella – Cariño. - Cuando me sacaron de allí pensé que había enloquecido de amor, sólo quería morirme, pero ni una cosa ni otra. – me miró tomándome la mano y sonriendo dijo – Gracias a Dios. Si algo agradecía era el silencio de aquel lugar, era tan espeso y frío, se borró de mi rostro la sonrisa cuando estaba fuera de mi celda, se borró de mi garganta la voz, pero ni un solo recuerdo se escapó de mi mente. Cuando hacía frío y temblaba que era muy a menudo – puntualizó con expresión sombría y con media sonrisa – recordaba el calor de tu cuerpo junto al mío, si cerraba los ojos podía sentirlo, a veces de tanto pensarte te podía visualizar como si te tuviera a mi lado, como si me estuvieras hablando pero entonces sufría más, tenía el corazón

desprendido y mi alma, mi alma vivía por las reiteraciones en las que se convirtieron mis días allí dentro, rezar al alba, las vísperas, las completas todos los rezos que existían, comer, trabajar el jardín, la ducha con agua fría, preparar las tortitas que luego vendíamos, soportar el intenso frío o sufrir el aplastante calor. - Yo estaba desesperada. – le hablé contando mi parte – Cuando logré localizarte y vi dónde estabas pensé que el castigo no era sólo para ti, también para mí. -Cómo supiste dónde estaba? –e preguntó extrañada bajo tu atenta mirada. - Vino tu hermano destrozado. –me mordí el labio al notar que cuando lo nombré sus ojos se entristecieron mucho más – Él me dijo que te había llevado a un Convento pero no sabía cuál.

De ese modo por medio de una amiga de mi hermano, nos dio una gran lista con todos los Conventos posibles, hasta que te encontré. - ¿Y tú Blanca, no tuviste la menor idea de que mi tía te había encontrado?, ¿nadie te dijo nada? Porque ella habló con algunas compañeras tuyas. – apuntaste oportunamente. - No. La única noticia que me llegó del exterior vino en forma de castigo, la Madre Superiora me llamó a su despacho para decirme que por culpa de mi vergüenza mi madre había fallecido, me recomendó rezar día y noche para lavar mi culpa y después con un ademán repleto de humillación, me mandó salir de aquel cuarto lúgubre y triste, trató de hacerme sentir tan mal como le fuera posible, creo que le molestó más no verme hacer un gesto de aflicción, ni siquiera

derramar una lágrima ante ella, pero no era lo que sentía, claro, sentí como un dolor agudo se clavó en mí, pero mis lágrimas, todas, las había gastado en ti, en mi propio dolor al perderte. - Yo hablé con ella María, estaba destrozada. – le dije con suavidad temiendo su reacción – Pero no por lo nuestro, por lo que tu padre había hecho contigo. Ella no te guardaba rencor, quería que fueras feliz, trató de avisarnos para que huyéramos, sabía que eras feliz a mi lado, no lo compartía pero te quería tanto que estaba dispuesta a perderte de su lado pero sabiendo que eras feliz. – Blanca cerró los ojos, necesitando mi abrazo que encontró como siempre – Ella te quería. - Lo sé, pero lo único que tuve suyo fue una carta cargada de reproches y humillaciones.

- No era lo que sentía, te lo puedo asegurar, cariño mío. Tu padre debió forzarla. - ¿Qué más pasó Blanca? – le preguntaste intrigada mostrándole tu alto grado de implicación en aquella historia, ella que así lo entendió, te dedicó una sonrisa amable – Espera, deme un minuto y le haré una tila bien cargadita se le nota cansada. - Es un encanto. – le sonreí al verte marchar hacia la cocina – Me ha ayudado mucho todo este tiempo. Te eché tanto de menos, mi vida. - Fue injusto, siempre me pregunté qué hubiera pasado si nos hubiéramos decidido antes, hasta que un día me di cuenta que aquello me dolía todavía más porque sabía que hubiera sido maravilloso y no el infierno que nos entregaron. Cuánta razón tiene mi amada y es lo que quiero

que tú, querida sobrina, entiendas. Cuando una ama, debe luchar con todas sus fuerzas por hacer lo imposible para que el amor llegue a buen puerto, se ha de cuidar todos los días, pero también se ha de luchar por llegar hasta donde tú quieras, hasta donde tu corazón te diga. No puedes dejar de alimentarlo ni tampoco darle descanso. Espero que te sirva para que a partir de hoy donde has visto a dos mujeres amar de verdad, a través del tiempo, el abandono y el dolor, que hemos logrado sobrevivir tan sólo por amor. Esto es lo que quiero que entiendas y luches por ello. Seguimos hablando pero la tila le vino muy bien a Blanca, logrando tranquilizar su temblor, no soltó mi mano y sus ojos cuando se le quebraba la voz, buscaban rápidamente los míos

para sostenerlos como tantas veces lo habíamos hecho.

Los primeros meses fueron principalmente duros, siempre esperaba que me llamaran para entregarme el correo, pero nunca me llamaban a mí. No sabía que las cartas que llegaban eran leídas primero por la Madre Superiora, si en ellas mencionaban algo que pudiera alterar nuestra supuesta calma, eran devueltas, así, si en alguna de las que me mandó mi madre o mi hermano, te nombraban ella las devolvía a mi padre. Supongo que aquel descubrimiento por su parte fue el detonante de alguna fuerte discusión. De esa manera cada vez que llegaba el correo que eran los miércoles, yo ya no

albergaba esperanza alguna, sin embargo, un día ante mi sorpresa me llamaron. Al ver que era de mi madre mi corazón dio un palpito tremendo, por entonces no sabía que habían devuelto cartas, así que la abrí con los latidos a punto de hacerme explotar el corazón, allí en mi celda, con los rayos de sol que entraban tan pobres como todo lo que teníamos, como os he dicho, la leí desesperadamente, pero aquella carta era un puro reproche por todo y ni una sola vez te nombraba a ti. Solo me pedía que rezara para librarme del infierno y que rogara para que Dios pudiera olvidar mi gran ofensa. Debía rezar claro, estaba en un Convento, debía orar a Dios con fervor y en consecuencia

debía estar limpia de corazón, sin embargo, era imposible no odiar a mi padre. Lo odiaba con tanta fuerza que por mucho que pudiera a lo largo del día rezar, me era imposible apartar de mí ese sentimiento. – su voz era nuevamente grave y triste, sus ojos reflejaban aquel odio volvieron a apagarse, desapareciendo la luz con la que entró por la puerta al verme y fue así como nos dimos cuenta de que hasta aquello lo habíamos compartido en la distancia. Blanca me miró transmitiéndome un dolor agudo en sus ojos. Suspiró bajando la voz hasta dejarla en un tímido murmullo – Con su egoísmo había mutilado nuestro corazón, me había quitado la vida, me había separado de ti.

Lo odiaba. A los cinco años de estar allí tuve la visita inesperada de mi hermano, como no pudieron localizar a mi padre, tan sólo me dejaron hablar con él a través de una ventana enrejada pero al menos pude tener el contacto de dos de sus dedos que se aferraban a los míos con fuerza, al oír su voz toda mi piel se estremeció pensé que nunca lo volvería a ver y sin embargo, allí estaba, me contó de la muerte de mi madre, de cómo me llamaba y como mi padre la dejó de lado, me habló de su huida a Estados Unidos porque necesitaba huir de mi padre y yo lo animé. Después me dijo que te había visto, trató de engañarme diciéndome que todo estaba bien pero mi hermano

nunca supo mentir. Cuando se lo dije se derrumbó y llorando por ti me confesó que no volvió a verte porque temía hacerlo, finalmente me contó lo mal que estabas en su momento y temía que si volvía y estabas con otra mujer, no me lo podría ocultar. Lloramos juntos, le pedí que fuera a verte, que te dijera que estaba bien y que rehicieras tu vida que yo rezaría por ti. A los seis años de aquella visita recibí una carta suya diciéndome que era tía de dos preciosos sobrinos rubios y con ojos azules, se había asentado en una empresa de veleros y era muy feliz, pero ni una palabra de ti. Sé que el recuerdo de su hermano le debió hacer daño y así me lo dio a entender, porque al

llegar aquí hizo una larga pausa y yo sabiendo que lo necesitaba le hablé. - Vino a disculparse por no poder ayudarte y tu madre me dijo que estaba muy afectado por lo que tu padre había hecho. - Sí. Temía tanto a mi padre que jamás intentó ayudarme a salir de allí. – sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente y con la voz quebrada nos contó lo ocurrido – El año pasado recibí la notificación de su muerte. Me queda la tranquilidad de saber que fue feliz, al menos él pudo saber qué era la felicidad durante todos los años de su vida, al menos él pudo escapar de las garras de mi padre. - ¿Cómo pudo tu padre, después de tantos años obligarte a estar allí encerrada? – le preguntaste con resentimiento en tu voz.

- Sus influencias imagino, además ha vivido demasiado para lo mal que se portó. Han sido años interminables para mí y para ti. – me dijo – Hará cosa de siete años traté de pedir mi libertad al entrar una nueva Superiora, pero mi padre lo denegó con sus artimañas, cada año la solicitaba y aquello no me daba más que problemas entre mis Hermanas que me veían con malos ojos, aún a mi edad, era humillada diariamente con tareas que a cualquiera la hubieran desmoralizado, pero a mí ya no podían dañarme más. - Yo estaba desesperada con ellas, Blanca. Nunca me dieron la oportunidad de hablar con nadie, ni a mí, ni a mi hermano, siempre me vetaron cualquier información sobre ti. - Tía no es justo que Blanca no sepa toda la verdad. – en ese momento te miré con malestar,

pero sabía que debía contarle todo lo ocurrido – Mi tía también sufrió las garras y artimañas de tu padre. - ¿Qué pasó? – me preguntó elevando sus cejas con temor. - Vinieron unos hombres y me dieron una paliza que por poco me cuesta la vida, me avisaron que si volvía otra vez allí, me matarían – le confesé sabiendo que le iba a hacer daño. - Era lo que más temía cariño, temía que te hicieran algo, aquello me volvía loca, mi vida, mi amor. – me acarició la cara y me abrazó sé bien que sintiéndose culpable de aquella paliza, como si ella fuera la responsable y con aquel abrazo pudiera compensar aquellos días de agudo sufrimiento – María, me daba tanto miedo que pudiera hacerte algo, lo presentía.

- Ya pasó todo mi vida, ya pasó todo. –.la estreché con fuerza como siempre hice – Venga, cuéntanos cómo fue el final de tus días en aquel lugar. - La verdad que cuando por fin me concedieron mi libertad fue tremendo, estuve dos semanas encerrada en mi celda apartada de todo, pero nada me importaba. Sólo quería salir y verte aunque tenía pánico porque pensaba que tú estarías con otra mujer. Tan sólo pedía salir para pararme frente a tu casa para poderte ver, con eso me conformaba, verte otra vez. – sonrió por primera vez feliz. - ¿Cómo iba a rehacer mi vida? Si sólo te he amado a ti. - Mi amor por ti alimentó mis días de encierro, me mantuvo viva y cuando desesperada

preguntaba a Dios por qué vivir si no podía estar a tu lado, terminaba con la pequeña esperanza de que un día cuando saliera de allí, podría mirarte a los ojos y la respuesta que tanto busqué en aquellos momentos de conversación entre Él y yo, la acabo de encontrar hoy. - Nuestro amor fue tan grande, tan intenso que no podría matarlo nada ni nadie, ha perdurado por encima de la incomprensión, la intolerancia, del egoísmo de tu padre, de los prejuicios de la sociedad de antaño, porque era sincero y fuerte como las rocas, sigue vivo y yo estaba segura que el día en que muriera, viviría eternamente en ti y en mí. - María tenía tanto miedo por ti. – me besó la mano con la misma devoción que aquel día que nos conocimos.

- La última vez que fui al Convento besé cada pared pensando que aquellos fríos muros no evitarían que mis besos te llegaran. - ¡Oh María! – nos fundimos en un emocionado abrazo. - Bueno... creo que... ahora sí debo irme – carraspeaste, debo reconocer con gracia, eres tan inteligente que siempre sabes cuándo debes plegar velas y desanclar tu barco – Mi madre debe estar preparando la batalla para cuando llegue. - Sandra. – al oír en su voz tu nombre me emocioné. Se levantó y poniéndose a tu altura te dijo – Gracias por cuidarme a María, gracias. - Mi tía vivió por ti y me alegra mucho que tengáis esta nueva oportunidad. – la abrazaste feliz.

- Sobrina, ¿aún sigues pensando que el amor no existe? – te pregunté con expresión divertida. - No tía, lo veo en vuestros ojos, lo he visto en tu soledad y sé que lo voy a ver en vuestro futuro, sólo espero que un día vosotras lo veáis en los míos. Te marchaste con la banda de música abriéndote paso, te fuiste con la sensación de haber descubierto un mundo nuevo, todo cuanto tú creías de la vida tomó otro sentido y espero que cuando leas esto, siga valiendo la pena el sentido del amor. El sentido del amor que tú creíste modernidad, nada más es una manera estúpida de perder el tiempo, lo que tú pensabas de tu padre, resultaba totalmente diferente ahora. Andabas con una sonrisa en tus labios al pensar en él y hasta a partir de ahora podrás entender

mejor la situación de tu madre. La charla que hemos tenido ha servido para hacerte ver que puedes vivir otra vida mucho mejor. Pero sobre todo para que entiendas el valor de amar, amar es maravilloso y no se puede dar la espalda a una relación de pareja. El amor bien cuidado puede ser hermoso, es hermoso. En cuanto a nosotras, nos quedamos abrazadas en el sofá por un rato, el tiempo pudo hacer mella en nuestros rostros, en nuestros cuerpos, en nuestra salud pero había preservado y engrandecido aquel sentimiento de amor de manera intacta. Así como si nada hubiera ocurrido en el intenso paréntesis que son más de treinta y ocho años en nuestra relación y así como habíamos soñado por separado, la vida nos da otra oportunidad, en nuestro caso el amor es

quien vuelve nuevamente y esta vez, nadie va a separarnos, al menos solo dejamos ese derecho a la voluntad de Dios y con la seguridad de aprovechar cada segundo de nuestra vida, comenzamos por mirarnos por largo rato, para después amarnos de por vida. Hoy dejo tras el punto y final mi odio, mi resentimiento y mi dolor porque la mujer de mi vida está en la cama durmiendo como un ángel bendito y ninguno de estos sentimientos tienen ya cabida en mi cansado corazón. Ahora en él sólo habita el amor, un grandioso y eterno amor, correspondido segundo tras segundo de lo que queda de nuestras vidas. Nos queda tanto por descubrir, tanto por disfrutar.. Te quiero querida sobrina, amar es el sentimiento más bello, amar con el alma y el

corazón es el mejor regalo de la vida, no lo olvides nunca.

FIN

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