Inteligencia Espiritual - 2015 - Chaktoura

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Eduardo Chaktoura

Inteligencia espiritual

Grijalbo

Cuando me pidieron que escribiera este prólogo lo primero que pensé es que por fin alguien escribía en forma sencilla y profunda sobre la inteligencia espiritual. Recuerdo que cuando estudiaba psicología, la inteligencia desde el enfoque del coeficiente intelectual intentaba dar muchas respuestas sobre la plenitud de las personas y empezaba a escucharse con fuerza el concepto de inteligencia emocional, el cual interviene en todo, desde la expresión hasta la adaptación a situaciones complicadas. Evidentemente ambos conceptos son mucho más complejos que esta mínima descripción pero dan pie para explicar lo que sentí con este libro. La inteligencia espiritual le da sentido a las cosas que hacemos, supera ambos conceptos y los eleva a un lugar que tiene que ver con los sueños y con lo que este libro plantea hasta el cansancio: “somos lo que creemos, lo que sentimos, lo que buscamos... somos lo que estamos dispuestos a que ocurra”. Es un libro entretenido y fácil de entender que, por sobre todas las cosas, nos invita a hacernos cargo, a ser responsables de nuestra propia historia y no buscar excusas para no hacer los cambios que necesitamos hacer. Einstein decía que uno no puede pedir resultados distintos si sigue haciendo lo mismo. Este libro es un homenaje a esa frase y nos invita todo el tiempo a cambiar eso que queremos y no sabemos cómo, a no jugar el rol de víctimas y a ser protagonistas de nuestra historia. Es una linda invitación a crecer, a conectarnos con lo trascendente y con él “para qué” hacemos lo que hacemos. Quiero agradecer al autor la simpleza, lo didáctico y lo profundo del contenido que nos centra en nuestras fortalezas y en cómo seguir desarrollándolas, y nos conecta con nuestras vulnerabilidades y nos ayuda a superarlas. Es un libro de crecimiento, que invita a tomar conciencia y mejorar lo que somos desde nosotros y no desde soluciones externas que solo maquillan pero no modifican nuestras conductas.

Todos los seres humanos coincidimos en que deseamos ser felices. Entonces, ¿por qué no lo somos? ¿O por qué no somos tan felices como nos gustaría? Tal vez debamos revisar el concepto de felicidad y preguntarnos qué es lo que realmente estamos buscando. Creo profundamente en que somos lo que creemos, lo que sentimos y lo que buscamos. En definitiva, somos lo que estamos dispuestos a que ocurra. Esta frase es la síntesis del propósito de nuestro encuentro en estas páginas, a lo largo de las cuales vamos a recorrer juntos un camino que va más allá de la mente y de las emociones. En este proceso seguramente encontraremos respuestas inesperadas y aprenderemos a reformularnos muchas preguntas que nos hacemos a diario. Parece estar agotándose una forma de vivir. Crecimos signados por nuestro coeficiente intelectual y por el mundo de las ideas, el conocimiento y el saber tradicional. Pero somos muchos los que sospechamos que hay algo más allá de la razón. Las teorías de la inteligencia emocional nos dieron muchas explicaciones nuevas pero, ¿en qué quedó el espíritu, el alma, la esencia o como queramos llamar al sentido que nos mueve cada día? La espiritualidad trasciende el concepto de fe y, hasta el más ateo de los ateos necesita sentir esa fuerza espiritual que excede a la religión. Sea cual sea tu creencia, tu dios, tu idea sobre el destino, espero que descubras que no hay más destino que el que te atrevas a elegir. ¿Podemos elegir quiénes queremos ser? ¿Podemos lograrlo? El éxito dependerá de muchos aspectos pero sobre todo dependerá de nuestra actitud, de nuestra voluntad y del propósito que desde hoy decidamos darle a cada una de las cosas. Esta propuesta de poner en juego la “inteligencia espiritual” es precisamente una invitación a encender esa luz interior que motoriza nuestra marcha en la dirección oportuna si elegimos lo que realmente deseamos. Trascendamos el dolor y el límite. Creamos que el cambio es posible. Cuestionemos nuestras creencias, revisemos el significado y el impacto de nuestras palabras. Sintonicemos con el amor de verdad, con el mensaje sincero. Entendamos que más que inteligentes necesitamos ser sabios; que nuestro mayor capital no es el dinero ni los bienes acumulados, tampoco cuán bellos o jóvenes podamos vernos. Más que lo que podamos llegar a “ser”, estemos en sintonía con cómo “estamos” ahora, en este momento. Apelemos a la autogestión. Seamos dueños y responsables de nuestra

empresa. Aprendamos a regular nuestras ideas, nuestras emociones, nuestras conductas. Entrenemos nuestros valores, virtudes y fortalezas. Seamos más virtud que virtualidad. Volvamos al principio: ¿Qué es lo que de verdad deseamos? ¿Qué estamos buscando? ¿Hacia dónde estamos yendo y hacia dónde queremos ir? Desde finales de los años noventa la psicología positiva se convirtió en un modelo terapéutico y de investigación original y revolucionario. En lugar de investigar por qué nos enfermamos se propone entender y potenciar nuestras cualidades positivas mediante los recursos que todos los seres humanos tenemos para superar cualquier adversidad y para conquistar lo que queremos en nuestra vida. Pensemos que tal vez sea más importante sentir y estar que “ser”. Martin Seligman, máximo referente de la psicología positiva, se atreve incluso a hablar de “florecimiento” en lugar de felicidad. Por qué no pensar entonces que lo que hasta hoy hemos entendido por felicidad es algo efímero y abstracto que por su misma condición inalcanzable tiende a acentuar más nuestra frustración que nuestro bienestar. ¿Qué deberíamos hacer, entonces, para “florecer”? Contactar con nosotros mismos y atrevernos a la contemplación; apostar a la autogestión más que a los apegos y las dependencias; dejar de buscar tantas respuestas y comenzar por hacernos las preguntas adecuadas; poner en juego las virtudes y fortalezas que nos ayuden a alcanzar los resultados esperados; aproximarnos a las emociones positivas. Éste es el objetivo de nuestro libro: entrenar nuestra mente, nuestras emociones, nuestro espíritu y nuestras fortalezas para llegar adonde queremos llegar. Deseo profundamente que este entrenamiento nos ayude a despertar y descubrir cada aspecto de nuestro “yo”, que definen quiénes somos en verdad y cuál es el sentido de todo lo que elegimos. Todo está dispuesto para producir una reflexión saludable. No es un libro personalizado pero está hecho a la medida de cada lector. Por eso hay muchas preguntas. En ellas se esconde la llave de la “inteligencia espiritual”, la luz que enciende y activa nuestro despertador interior. No tengan miedo. La “inteligencia espiritual” es promotora de coraje, optimismo y esperanza. Tiene todas las vitaminas que la mente necesita para ser cada día más sabia, activa, memoriosa y floreciente. Mi propósito más sentido es acompañar en estas páginas a quienes están dispuestos a iniciar su entrenamiento existencial y abrirse a un proceso de florecimiento. ¿No te gustaría, además, ver flores en los balcones y jardines linderos a tu hogar? Atrevámonos a que nuestra vida, la de nuestras personas queridas, nuestra ciudad, nuestro país y el planeta no queden condenados al poema de Baldomero Fernández Moreno:

Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡Dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones? ¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín? Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave... ¡Setenta balcones y ninguna flor! No significa que debamos ser artistas sino que podamos apreciar la belleza. No solo el genio es sensible y creativo. No solo el deportista es fuerte y flexible. No solo el guerrero es corajudo y valiente. No solo cree el religioso. No solo trasciende la realidad el alquimista o el mago… Tampoco se trata de convertirnos en monjes ni de escapar de la ciudad sino de contactar, cada uno a su modo, con el arte de respirar y las virtudes de la meditación. Tomemos conciencia. No perdamos de vista el sentido que tiene vivir. La inteligencia espiritual es precisamente la capacidad de conocernos verdaderamente a nosotros mismos, de trazar la dirección de nuestra vida y saber atravesar los baches, el barro y los temporales circunstanciales. La inteligencia espiritual está presente en todos los ámbitos de la vida. Se aplica tanto a la vida privada como en las relaciones familiares, laborales y sociales que establecemos; vale para la educación, la política, la empresa y los negocios. Es fundamental entender que, en la búsqueda de nuestro sentido, ningún cambio o evolución será posible si no estamos verdaderamente dispuestos a todo lo que verdaderamente implica despertar: salir de lo conocido, cerrar unas puertas y abrir otras, caminar en la oscuridad, avanzar a pesar de

los obstáculos, trabajar duro la tierra para volverla fértil y hacerla florecer… Somos cuerpo, mente y espíritu. En este triángulo existencial, muchas veces desvirtuado, contamos con tres conceptos clave que son el antídoto contra cualquier adversidad: la resiliencia, la neuroplasticidad y el optimismo. La resiliencia es nuestra capacidad de superar las situaciones más traumáticas e incluso salir fortalecidos de cada experiencia, por más dolorosa que pueda resultar. Ya veremos por qué son tan relevantes las cuatro expresiones que la psicóloga Edith Grotberg propone a la hora de tomar registro y verbalizar nuestros niveles o estados de resiliencia: “yo soy”, “yo estoy”, “yo tengo”, “yo puedo”. Respecto de la neuroplasticidad, la ciencia moderna nos confirmó que el cerebro es plástico; aprende y resignifica creencias y estados emocionales hasta el último minuto de nuestro paso por esta vida. Quienes más entrenen su creatividad, flexibilidad y perseverancia, más probabilidades tendrán de acumular riqueza espiritual. El optimismo es más conocido: es el garante de nuestro éxito porque el florecimiento está reservado para quienes tienen una mirada positiva de la vida. Esto quiere decir que somos producto de nuestra genética, de lo que hemos aprendido y de lo que nos ha permitido nuestro ambiente. Pero todo puede modificarse. Todos podemos ser quienes queramos ser y podemos dejar un mundo mejor para los que vengan después. Lo mejor de todo es que la oportunidad para el cambio depende de nuestra voluntad y de la actitud con la que nos dispongamos a vivir. Por eso éste es un libro para todos, incluso para quienes en este momento no se sienten optimistas, dudan de la flexibilidad de la mente y creen que no es posible resurgir fortalecidos de la adversidad. Para descubrir nuestra verdadera esencia vamos a deshojar los aspectos de nuestro “yo” que le dan un sentido a nuestra existencia: yo soy; yo pienso; yo siento; yo estoy; yo busco; yo tengo; yo puedo; yo creo.

A modo de radiografía emocional también entraremos en contacto con las 6 virtudes y las 24 fortalezas consideradas por muchos expertos como la mejor clasificación para abordar los “rasgos positivos” del hombre contemporáneo. Ya verán cómo paso a paso, a medida que avanzamos en el entrenamiento y nos disponemos a ser más curiosos, flexibles y a tener más amor por el conocimiento, descubriremos nuestro verdadero proyecto y sentido. Verán como nos potenciaremos de optimismo, coraje y perseverancia para luego diseñar y sostener con creatividad, humor y sentido de la belleza una vida más plena y posible y, en este sentido, florecer y alcanzar la trascendencia. A lo largo del libro también encontrarán muchas actividades que no deben interpretarse como tareas obligatorias. Pueden hacerlas a un lado y nutrirse solo de los textos centrales; pueden realizarlas sin escribir nada; pueden tomar notas en una hoja aparte o registrar todo en estas páginas. Como en la vida, aquí pueden hacer lo que deseen. Porque este libro es para todos, pero cada quien hará su propio recorrido. No duden que aquí comienza una experiencia única. Permítanme ser un faro y guiarlos hacia tierra fértil.

¿CÓMO TE PRESENTARÍAS? YO SOY:

Seguramente nada nos gustaría más que poder decir “Yo soy feliz”. Ésta siempre ha sido y será la mayor aspiración de la humanidad. Sin embargo, en lugar de tratar de entender cómo lograr la felicidad, durante siglos hemos destinado mucho más tiempo a pensar y repensar acerca de los motivos que nos alejan de ella. Pensemos cuántas horas del día, de la semana, del mes y del año estamos a merced de nuestras preocupaciones y cuánto tiempo destinamos, de verdad, a ocuparnos de lo que nos haría sentir mejor. Si lo que buscamos es la felicidad, ¿por qué siempre nos preocupa más lo que pueda ponerla en riesgo? ¿Por qué nos concentramos más en el temor a la pérdida que en el placer de la conquista? ¿Por qué nos quita el sueño lo que nos falta en lugar de disfrutar de lo mucho o poco que hayamos conseguido? ¿Por qué, más allá del instinto natural por sobrevivir, hemos desarrollado hábitos cada vez más autodestructivos? ¿Será que hemos buscado la felicidad en los lugares equivocados? ¿Qué creemos que nos acercará a la felicidad tan deseada? Podríamos continuar formulando preguntas de este estilo durante horas pero estas pocas dudas son tan contundentes que alcanzan para empezar a entender el origen de nuestras preocupaciones y de los miedos propios de los tiempos que corren. Muchos de ellos son temores o fantasmas innecesarios, como tantas otras cuestiones sin sentido que no hacen más que apartarnos de nuestro verdadero propósito en la vida. Me ayuda recordar cada tanto una frase que escuché en una de mis primeras clases de meditación: “La vida es demasiado simple. Es nuestra mente la que se encarga de complicar las cosas”. Claro que lo complicado no es la mente en sí misma sino lo que hacemos con ella. En realidad, esto depende del sentido que le demos a nuestros pensamientos y a nuestras emociones, y del camino por el que llevemos nuestras búsquedas, conductas y relaciones. En síntesis, depende del propósito que le demos a nuestra vida. Pero, ¿hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo podemos escapar de nuestro propio laberinto? En definitiva, ¿podemos ser felices? Podríamos empezar por preguntarnos qué hemos entendido hasta hoy por felicidad. También podríamos animarnos a redefinir, y quizás a reafirmar, nuestros verdaderos deseos más allá de todos los factores que hayan condicionado nuestros días. Pero sobre todo hay algo fundamental sobre lo que deberíamos reflexionar: ¿cuán dispuestos estamos a que ocurra lo que deseamos?

¿QUIÉNES SOMOS? NO HAY CAMINO MÁS AUTÉNTICO PARA DESCUBRIRLO QUE AQUEL QUE NACE DE LA Y DE LA OBSERVACIÓN DE NOSOTROS MISMOS CON CONCIENCIA PLENA, ACEPTACIÓN Y COMPROMISO. Para descubrir quiénes somos y atrevernos a explorar todos los aspectos del “yo” que componen nuestra identidad (lo que soy, pienso, siento, estoy, tengo, busco, puedo y creo), podemos comenzar con una reflexión acerca de una pregunta muy simple que suele condicionar nuestra existencia desde que somos chicos: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”. Apenas un niño tiene uso de la palabra sentimos la imperiosa necesidad, seamos o no conscientes de lo que provocamos, de hacerle entender que hay un futuro, algunas veces condicionado o heredado, en el que habrá que trabajar muy duro, cumplir con obligaciones y responder a ciertas expectativas. ¿Por qué desde chicos nos hacen creer que nuestra vida se juega en los años venideros, que tendremos que elegir la profesión adecuada o sostener el negocio familiar, “conseguir” el marido o la esposa ideal, formar una familia, ganar dinero, tener autos, casas, perros y todos los ingredientes indispensables para la foto que reflejará quiénes se supone que somos?

COMO SI FUESE LA IMAGEN DE TU PERFIL EN FACEBOOK O DE TU CURRICULUM, ¿QUÉ FOTO ELEGIRÍAS PARA MOSTRAR QUIÉN SOS EN ESTE MOMENTO?

ÉSTA ES LA SÍNTESIS DE TODO LO QUE HEMOS HECHO EN FUNCIÓN DE LO QUE CREÍMOS CONVENIENTE O APROPIADO. ÉSTE ES EL RETRATO PRESENTE DE NUESTRO SUPUESTO FUTURO. ¿TE GUSTA O NO TE GUSTA?

SEA COMO SEA, NO TE PREOCUPES. ESTÁS A TIEMPO DE CAMBIAR PORQUE EL CAMBIO ES POSIBLE Y PERMANENTE.

¿Por qué será que desde que nacemos todo está pensado y organizado en torno al futuro? ¿Por qué parece que solo quienes son aparentemente bellos e inteligentes y cumplen con lo esperable y lo que es típicamente apropiado tienen garantizada la felicidad? “Belleza”, “inteligencia”, “éxito”, “felicidad” son palabras maravillosas que nos acompañan y nos sirven de parámetro a medida que crecemos. Pero el problema no está en las palabras en sí mismas sino en el sentido que les atribuimos nosotros y en lo que hacemos con ellas.

TODO ES ACORDE AL SENTIDO Y AL SIGNIFICADO QUE LE OTORGUEMOS -O QUE DECIDAMOS OTORGARLE DE AHORA EN ADELANTE- A CADA EXPERIENCIA QUE VIVIMOS. Sería conveniente repensar ahora cómo fuimos organizando nuestras vidas a partir de estas palabras y de haber escuchado, una y otra vez, aquella pregunta que tanto nos condicionó: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”.

ES INTERESANTE ANIMARNOS A RECORDAR TODO LO QUE IMAGINAMOS PARA NOSOTROS ALGUNA VEZ: ¿QUÉ QUERÍAS SER CUANDO ERAS CHICO? ¿QUÉ ESPERABAN DE VOS LOS ADULTOS? EL EJERCICIO SERÁ MUY PRODUCTIVO SI NOS ATREVEMOS A RECORDAR SI HEMOS TENIDO SIEMPRE UN MISMO PLAN A LO LARGO DE NUESTRA VIDA Y POR QUÉ; SI HEMOS MODIFICADO NUESTROS PROYECTOS PERSONALES Y PROFESIONALES Y A QUÉ EDAD LO HEMOS HECHO; Y CUÁL O QUIÉN FUE EL

MOTIVO O LA FUENTE DE INSPIRACIÓN DE NUESTROS CAMBIOS DE PLANES.

Al recordar aquellos sueños que teníamos cuando éramos niños y las risas y emociones que pudimos haber despertado en aquel momento, hoy seguramente irrumpa en escena nuestro ojo crítico, ese “verdugo interior” que comenzamos a desarrollar apenas perdemos el maravilloso don de la inocencia. El mundo contemporáneo nos ha entrenado para que a medida que nos convertimos en adultos evaluemos, califiquemos y juzguemos todo con dureza, sobre todo a nosotros mismos. Somos implacables, pero en el fondo, ¿a quién queremos agradar y por qué? ¿Cuáles son nuestros parámetros de exigencia y tolerancia a la frustración? ¿Por qué vivimos criticando? ¿Es inseguridad, dependencia, envidia, u orgullo, egoísmo y narcisismo extremo? Lo cierto es que es que la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”, además de poner el eje en el futuro, nos ha inducido a hacer juicios y balances permanentes respecto de nuestros supuestos logros y fracasos. De ahí surge la necesidad de cuestionarnos a cada paso y atorarnos de “lo que está bien y lo que está mal”, “lo que se espera y lo que no corresponde”, “lo que logré y lo que no pude”, “lo que tengo y lo que me falta”. A lo largo de nuestro entrenamiento espiritual iremos aprendiendo a regular las dosis de energía, tiempo y dinero que solemos perder por culpa de este vicio adquirido de hacer foco excesivo en nuestros miedos, mandatos y exigencias, a veces propios y muchas veces ajenos.

¿QUÉ DEFINE A UNA PERSONA EXITOSA? ¿ES ALGUIEN QUE LOGRÓ TODO LO QUE ALGUNA VEZ SOÑÓ? ¿DEBEMOS CUMPLIR CON TODO LO QUE NOS PROPUSIMOS HACE MUCHO TIEMPO? ¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE EL ÉXITO Y LA FELICIDAD? Aunque nos resulte difícil, intentemos no hacerle caso por un momento a los miedos, a la crítica desmedida y al criterio que define lo que supuestamente es el fracaso y el éxito. Intentemos no prestarle atención por un momento a ese coro desafinado de voces interiores que muchas veces nos confunde, nos paraliza y nos abruma hasta desorientarnos y hacernos perder la dirección y el verdadero sentido de nuestras acciones.

No se trata de hacer oídos sordos sino de permitirnos avanzar a pesar de todo lo que pueda detener nuestra marcha. ¿Cuán pendientes deberíamos estar de lo que pueda llegar a pasar en el futuro? ¿Y si ahí, en el temor a lo que vendrá (o a lo que no vendrá), se esconde uno de los grandes secretos de nuestra insatisfacción? ¿Acaso no se trata de descubrir qué es lo que nos haría sentir realmente felices? Atravesemos la puerta del temor y veamos qué respuesta encontramos del otro lado. Por lo pronto intentemos pensar —y sentir— que estas páginas son una especie de “despertador” de la conciencia que ha sonado a la hora indicada. Va a ser incómodo romper con el orden de lo que conocíamos hasta ahora. El miedo a cambiar el statu quo y alterar nuestras zonas de confort es un gran mecanismo de defensa natural. De esa forma opera el miedo a lo desconocido, se activa la ansiedad propia de la incertidumbre y la parálisis causada por el miedo. Pero, ¿y si fuera al revés? ¿Y si fuera verdad que “lo único que tenemos es la incertidumbre”, como dice Zygmunt Bauman? La frase del sociólogo, filósofo y ensayista polaco, autor de concepto de “modernidad líquida”, es necesaria y contundente para nuestro entrenamiento espiritual. En estos tiempos, dice Bauman, necesitamos “hacernos de una identidad flexible y versátil para saber enfrentar las distintas mutaciones que nos depara la vida”. Bauman nos ayuda a despabilarnos cuando sugiere que deberíamos entrenar nuestra flexibilidad y, en lugar de agudizar nuestra mirada crítica, desarrollar otros puntos de vista, otras maneras de pensar, sentir y buscar para hacer posible que ocurra lo que queremos que ocurra. Nuestro cuerpo, las relaciones que mantenemos, nuestros pensamientos y nuestras emociones se debilitan cuando nos apegamos durante mucho tiempo a reglas y costumbres rígidas. Una inquietante sensación de falsa felicidad, o la insatisfacción lisa y llana, puede dominarnos si no nos atrevemos a cuestionar esas normas y a salir de las zonas de confort en las que nos acomodamos durante gran parte de nuestra vida. Si no lo hacemos corremos el riesgo de conformarnos y quedarnos atascados con lo que creemos que nos ha tocado en suerte. No sabemos si hay un destino escrito pero la verdad es que cada día podemos elegir y ajustar en pequeñas dosis el rumbo de nuestra vida. Los grandes cambios empiezan en los detalles y ocurren cuando logramos darnos cuenta de que no siempre es recomendable persistir en un estado o en una determinada situación aunque parezca lo más apropiado y conveniente. La vida es precisamente lo contrario.

LA VIDA ES CAMBIO Y EVOLUCIÓN. EL CAMBIO ES POSIBLE Y PERMANENTE SIEMPRE QUE EXISTA UN VERDADERO

PROPÓSITO Y UN COMPROMISO, A CONCIENCIA PLENA, CON NUESTRA PROPIA VIDA. Si pensamos en lo que dice Bauman sobre nuestra capacidad de adaptarnos a los cambios a lo largo de la vida, ¿podríamos decir que somos los mismos que hace unos años o incluso unos minutos atrás? ¿O acaso no empezamos a dudar a lo largo de estas primeras páginas de todo lo que supuestamente debíamos ser y hacer cuando fuésemos grandes? Volvamos por un instante a la pregunta inicial. Cada vez que alguien nos dijo “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” seguramente hubo una respuesta de nuestra parte. Cada comentario, cada gesto y cada silencio nuestro fue una devolución a esa pregunta. Y para cada respuesta nuestra hubo una interpretación, una creencia, una atribución de significado por parte de los demás. Vas a llegar lejos. ¿Te parece? Mejor seguí los pasos de tu padre. Con esa profesión te vas a morir de hambre. No creo que te resulte fácil.

CERRÁ LOS OJOS Y VIAJÁ MENTALMENTE A TU INFANCIA, A TU ADOLESCENCIA, A TU JUVENTUD. ¿CON QUÉ FRASES CRECISTE? ¿QUÉ ESCUCHASTE DECIR SOBRE VOS CON FRECUENCIA? ¿QUÉ TE HAN DICHO LOS DEMÁS RESPECTO DE TU RENDIMIENTO ESCOLAR, TUS CAPACIDADES Y TUS PROYECTOS PERSONALES Y PROFESIONALES?

Además de nuestro ojo crítico implacable, muchas veces tendemos a echar culpas o buscar responsables de nuestra insatisfacción. Pero es agotador vivir cuestionando a nuestros mayores o al

sistema en el que vivimos con frases como: “Soy así por culpa de mis padres”, “No he tenido suerte”, “Me exigían demasiado cuando era chico”, “Han sido crueles, estrictos, despiadados conmigo”, “Mis padres me transmitieron sus miedos, sus enojos, su insatisfacción”. En cambio, es más productivo reflexionar acerca de la idea de que nada ni nadie tiene el poder de determinarnos por completo. Por supuesto que siempre habrá personas o situaciones que nos condicionen y que ejerzan más o menos influencia en nuestros planes pero la dirección de nuestro camino está exclusivamente en nuestras manos. Reducirnos al determinismo sería dejar nuestra vida en manos del confort aparente que nos ofrecen la resignación y la creencia de que nunca nos ocurrirá nada bueno o de que no podemos modificar nada.

¿QUÉ SENTIDO QUERÉS DARLE A TU VIDA? Tenemos capacidades y garantías naturales para escapar al determinismo. Los conceptos de “resiliencia” y “neuroplasticidad” nos ofrecen un sustento científico suficiente para permitirnos ser y estar optimistas. Si aceptamos el desafío de poner en juego nuestra inteligencia espiritual, tendremos que resignificar todo lo que hayamos aprendido, todo lo que hayamos creído e interpretado hasta ahora. Por ejemplo, ¿cuán inteligente creés que sos? Cicerón fue el primer pensador que utilizó el término “inteligencia” para referirse a la capacidad intelectual del hombre. Muchos, si no todos, hemos padecido la pesadilla de ser evaluados mediante un test de inteligencia. De hecho, durante mucho tiempo el coeficiente intelectual fue la vara con la que se midieron los niveles de autoestima y confianza en uno mismo. Más aún, fue la medida con la que nuestros maestros nos dieron motivación y estímulo y con la que nuestros padres nos mostraron sus niveles de interés, preocupación, temor y exigencia. No pretendo invalidar aquí un instrumento que desde hace más de un siglo ayuda a crear estándares para medir la inteligencia. Nada de lo que puedas leer en estas páginas busca invalidar nada sino más bien integrar y flexibilizar nuestra mirada para aprender a ver de forma consciente más allá de lo que las apariencias nos muestran. Pero deberíamos entender que el coeficiente intelectual y el poder adquisitivo ya no son garantía de la felicidad, así como nuestra inteligencia no solo es intelectual o cognitiva. Lo que intento desnudar con la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” es que no hay felicidad posible si insistimos en evaluar nuestra vida mediante nuestra capacidad intelectual o las adquisiciones materiales que acumulamos a lo largo de años de trabajo duro para asegurarnos un futuro. Un futuro que empieza en este presente.

PENSÁ SOLO EN ESTE MOMENTO. ¿QUÉ CREÉS HABER LOGRADO EN TU VIDA? ¿CUÁLES CREÉS QUE HAN SIDO TUS FRACASOS? ¿QUÉ ASUNTOS CREÉS QUE TENÉS PENDIENTES? ¿POR QUÉ CREÉS QUE SIGUEN PENDIENTES? ¿TIENEN SENTIDO PARA VOS?

Los altísimos y generalizados niveles de insatisfacción de la sociedad moderna son una prueba contundente de que ya no nos alcanza con el saldo que arrojan nuestras cuentas bancarias ni con los resultados de las clásicas pruebas de inteligencia. Para decirlo en pocas palabras: es tiempo de que revisemos el paradigma de lo que debemos hacer para ser felices. Si bien este ejercicio debería movilizarnos a todos a revisar los valores y los comportamientos con los que nos hemos manejado hasta hoy, el trabajo es muy profundo y personal. Se trata de dejar de creer que las condiciones no son propicias para ser feliz, que el pasado nos ha condicionado sin remedio, que en este país todo es imposible y que el mundo está perdido. Supongamos que no tuviste suerte en la vida, que las condiciones nunca parecen favorecerte, que todo se ve imposible, que todo está perdido. ¿Qué estás haciendo para que algo de eso cambie? ¿Qué vas a hacer para lograr tus propósitos en medio de la adversidad? Sé tu propio Buda. La autogestión positiva, con conciencia plena, es transformadora. Nos transforma a nosotros, transforma las condiciones en que vivimos, el país imposible y el mundo perdido.

¿CUÁN DISPUESTO ESTÁS A QUE ALGO BUENO OCURRA? LO QUE RESPONDAS REVELARÁ TU VERDADERA INTELIGENCIA Y TU CAPACIDAD DE SER CADA DÍA UN POCO MÁS SABIO.

La idea clásica de la inteligencia como un nivel intelectual determinado persistió con fuerza hasta los años sesenta, cuando surgieron teorías superadoras. El psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard Howard Gardner fue el primero que postuló la idea de inteligencias múltiples —lingüística, matemática, musical, espacial—, mientras que su colega Robert Sternberg, de la Universidad de Yale, propuso tres categorías: la inteligencia componencial- analítica, la experiencial-creativa y la contextual-práctica. Pero hubo que esperar a 1995 para que Daniel Goleman popularizara en todo el mundo el término “inteligencia emocional”, con el que se refiere a la capacidad de reconocer y expresar nuestras propias emociones, entender las de los otros, y usar esa información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento. Esta inteligencia es la que administra nuestros niveles de motivación, confianza, creatividad y perseverancia; es la que controla nuestros impulsos, la que aplaude nuestros logros y llora por nuestros supuestos fracasos. La Real Academia Española define hoy a la inteligencia de forma amplia como “la capacidad para entender o comprender”. A la luz de todos estos conceptos, intentemos preguntarnos otra vez: ¿cuán inteligentes creemos que somos o, mejor aún, cuán inteligentes creemos que podemos llegar a ser?

TENEMOS UNA MENTE, UN CUERPO Y UN ESPÍRITU. SOMOS EL RESULTADO DE LA

INTEGRACIÓN DE NUESTROS COEFICIENTES INTELECTUAL, EMOCIONAL Y ESPIRITUAL. La integración de estos tres aspectos explica no solo cuán inteligentes podemos llegar a ser sino también los niveles de sabiduría que podemos y estamos dispuestos a alcanzar. Porque así como nos preguntamos qué significa de verdad el éxito y qué relación tiene con la felicidad, también podemos cuestionar si es más sabia la persona que más saberes acumula. ¿Qué significa “saber”? ¿Sabe más quien leyó más libros o quien está más en sintonía con su propia vida?

ASÍ COMO SOMOS LA UNIÓN DE LA MENTE, EL CUERPO Y EL ESPÍRITU, TAMBIÉN SOMOS LA INTEGRACIÓN DE LO QUE PENSAMOS, LO QUE SENTIMOS Y LO QUE BUSCAMOS.

EN DEFINITIVA, SOMOS LO QUE ESTEMOS DISPUESTOS A QUE OCURRA. En torno a estos tres “yo” que componen lo que somos “yo pienso”, “yo siento”, “yo busco” se orientan los próximos pasos de nuestro entrenamiento espiritual. En el camino iremos descubriendo a todos nuestros otros “yo” (“yo estoy”, “yo tengo”, “yo puedo”, “yo creo”) que nos pedirán una alta dosis de atención, aceptación y compromiso.

¿CUÁLES SON TUS PENSAMIENTOS RECURRENTES? ¿QUÉ TEMAS O IDEAS OCUPAN A DIARIO TU MENTE?

Nuestros pensamientos y nuestras reflexiones cotidianas nos definen y le dan un rumbo a nuestra vida. Nuestras conductas son, en definitiva, la respuesta a todo lo que percibimos, interpretamos y analizamos cada día. Los pensamientos nos impulsan a la acción o a la inacción; favorecen o impiden ciertos resultados; promueven o inhabilitan el cambio y el crecimiento; nos provocan bienestar o nos condenan a la insatisfacción.

¿EN QUÉ SENTIDO SE MUEVE TU MENTE? El cerebro es un gigantesco procesador de información muy parecido a una supercomputadora. Aunque nuestra velocidad de razonamiento es inferior y nuestra capacidad de almacenamiento consciente es más limitada, la facultad de percibir, sentir y analizar nos convierte en una especie más compleja y evolucionada que esos dispositivos electrónicos a los que solemos confiarle cada día gran parte de nuestras necesidades y nuestras energías.

¿QUÉ ES LO ÚLTIMO QUE GOOGLEASTE? ¿CUÁLES SON TUS TEMAS HABITUALES DE CONSULTA EN INTERNET?

Al ser conscientes de nuestras propias capacidades somos seres mucho más dotados que la más revolucionaria de las computadoras y mucho más potentes que la mejor conexión de Internet a la que podamos acceder. Ahora, ¿cuánto cambiaría nuestra vida si aprovecháramos mejor esa gran

capacidad de conexión con nuestros propios pensamientos y sentimientos? Así como cargamos una infinidad de datos personales en Internet o en el sistema de nuestra computadora, nuestro cerebro y nuestro cuerpo reciben un enorme caudal de información y estímulos a través de nuestros sentidos. La computadora e Internet ofrecen resultados inmediatos, y muchas veces muy precisos, a nuestras búsquedas pero nunca podrán procesar ese material personal, único e intransferible que significa ser protagonista de una experiencia. A diferencia de las computadoras, nuestra forma de elaborar la información e interpretar lo que sucede depende del contexto y de nuestras experiencias. Los seres humanos no somos máquinas sino que percibimos, seleccionamos, organizamos y damos sentido a nuestras experiencias. Eso es lo que postula la teoría cognitiva al entender al hombre como un “dador activo de significado”.

TODOS CONSTRUIMOS NUESTRA REALIDAD Y ELEGIMOS INCLUSO CUANDO CREEMOS QUE NO ESTAMOS ELIGIENDO. CUÁNTOS MÁS RECURSOS COGNITIVOS, EMOCIONALES Y ESPIRITUALES DESARROLLAMOS,MÁS OPORTUNIDADES DE ELECCIÓN TENEMOS. Dediquemos unos minutos a comprender cómo opera nuestra mente. De esa forma podremos descubrir y desplegar los recursos, las virtudes y las fortalezas que nos llevarán a encarar acciones positivas, resultados saludables, cambios profundos y un verdadero crecimiento cargados de promesas reales de satisfacción y florecimiento personal. El cerebro humano es un sistema activo y en constante cambio a pesar de la resistencia que ofrecen algunas neuronas cómodas en las zonas de confort mental. Quienes estemos dispuestos al cambio debemos saber que el cerebro puede sortear nuestras limitaciones genéticas más profundas y adaptarse a nuevas experiencias y estímulos. La plasticidad de nuestro cerebro no es un estado ocasional o excepcional. Es una propiedad permanente que está en actividad las 24 horas del día durante toda nuestra vida. Si tomamos conciencia de eso, este capítulo ya habrá cumplido su objetivo.

EL CAMBIO ES POSIBLE, PERMANENTE Y

VOLUNTARIO. Recomiendo tener esta reflexión siempre a la vista —en el escritorio, en la puerta de la heladera, en la billetera— para que nuestro cerebro se acostumbre a ella. Los hemisferios del cerebro son como dos territorios separados por un río e interconectados por un puente. En ellos conviven miles de millones de neuronas que encienden cada idea, cada palabra, cada emoción, cada uno de nuestros gestos y movimientos. Todas las funciones cerebrales se realizan a través de las neuronas, que se comunican mediante redes complejas pero muy precisas. Cuando se conectan entre sí liberan una sustancia (los neurotransmisores) que activa receptores específicos en la neurona vecina. De esa forma surgen las grandes ideas. Así como cada uno de nosotros es desde su propia complejidad (el “yo” que piensa, el que siente, el que busca, y todas las formas del “yo” que nos conforman) parte de los diferentes grupos que componen este mundo (la pareja, la familia, los amigos, el trabajo, el club, el barrio, la ciudad, el país), las neuronas son las unidades que integran el sistema nervioso. Son la pieza fundamental de un enorme engranaje que nos define, el cerebro. Cada una de los cien mil millones de neuronas que tiene el cerebro cumple una tarea específica. Cada una es un agente especializado en el procesamiento y el uso de la información. Allí, en esos millones de neuronas, nuestra mente se diferencia de las computadoras al poner en marcha los procesos de selección, codificación, almacenamiento y análisis de los datos que obtenemos del mundo exterior. Atención, sensación, percepción y memoria son nuestras cualidades.

HAGAMOS UN PEQUEÑO EJERCICIO DE COMPARACIÓN ENTRE NUESTRAS INTERACCIONES Y LAS CONEXIONES ENTRE NEURONAS: ¿CON QUIÉNES NOS RELACIONAMOS A DIARIO? ¿DE QUÉ HABLAMOS CON MÁS FRECUENCIA? ¿QUÉ TIPO DE INFORMACIÓN COMPARTIMOS Y CON QUIÉN? ¿CUÁL ES EL SENTIDO O EL OBJETIVO DE NUESTRAS RELACIONES? ¿QUÉ INFLUENCIA TIENEN NUESTROS PENSAMIENTOS Y CONDUCTAS EN LA VIDA DE LOS OTROS?

Esto puede ayudarnos a tomar conciencia sobre la importancia de nuestro cerebro y de nuestras actitudes y nuestros comportamientos ante la información y las sensaciones que nuestro cerebro nos ofrece. Nuestros hijos, nuestros amigos y familiares, en fin, el mundo que nos rodea y que recreamos a diario, tendrán muchas más posibilidades y contarán con más recursos si nosotros nos disponemos a vivir mejor y los ayudamos a contactar con el bienestar presente en lugar de obsesionarnos con la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” y sus derivaciones en nuestra vida adulta. Para eso es importante que entendamos que si bien la constitución de nuestra estructura cerebral se realiza durante los primeros años de vida, en los que la calidad de la nutrición, el afecto y el estímulo son decisivos, después pasaremos toda la vida modificando y adaptando ese desarrollo neuronal. Más allá de la carga genética, cada pequeño o gran aprendizaje ha ido configurando nuestra forma de conocer, de pensarnos y de pensar el mundo —y a nosotros en él.

AL ELABORAR NUESTRAS IDEAS Y CREENCIAS (MENTE), HABILITAMOS O BLOQUEAMOS CIERTAS EMOCIONES (CUERPO) Y DE ESA FORMA DEFINIMOS NUESTROS OBJETIVOS Y NUESTRO SENTIDO (ESPÍRITU).

Las experiencias previas, filtradas por la actitud, el interés y la disposición que hayamos puesto en juego en cada ocasión, son la trama de nuestra forma de pensar y actuar. Por eso, más allá de que podamos coincidir con otras personas en nuestros pensamientos y sentimientos y de que hayamos atravesado experiencias similares, los sucesos de la vida nos impactan —y nos impactarán siempre— de forma personal, única e irrepetible.

SOMOS LO QUE PENSAMOS Y LO QUE CREEMOS. SOMOS EN FUNCIÓN DE LO QUE APRENDIMOS, DE LO QUE CONOCEMOS Y DE LO QUE ESTAMOS DISPUESTOS A CONOCER DE AHORA EN MÁS. Quizá suelas pensar: “No tengo suerte”, “Eso no es para mí”, “No podré lograrlo aunque sea posible hacerlo”. Quizá se deba a que algo o alguien te ha hecho creer que así es; es muy probable que alguna experiencia negativa, algún prejuicio o una falsa creencia te hayan alejado del camino que buscabas.

Si lo intentáramos, seguramente podríamos enumerar decenas de factores que nos limitan y otros tantos que nos potencian. Tratemos de entrar en contacto con ellos para empezar a resignificarlos. Entendamos que nuestra vida no depende tanto de nuestro coeficiente intelectual como de nuestra actitud, de nuestra curiosidad y de cómo ponemos en juego todas nuestras otras virtudes a la hora de apreciar y conectarnos con el mundo.

¿QUÉ ESTÁS PENSANDO EN ESTE MOMENTO?

¿PODÉS IDENTIFICAR PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS O IDEAS RECURRENTES QUE TE LIMITAN O CONDICIONAN? ¿DESDE CUÁNDO ESTÁN PRESENTES?

¿PODRÍAS DETECTAR LOS QUE TE POTENCIAN? ¿CÓMO SE ORIGINARON?

Ahora mismo, mientras estás leyendo estas líneas, cientos de cosas ocurren a tu alrededor aunque no te des cuenta. Tal vez seas alguien que quedó atrapado por la lectura. Tal vez estés leyendo mientras rumiás en paralelo otros pensamientos. Tal vez vayas camino a algún lugar y necesites chequear cada tanto si estás cerca. Tal vez una voz o un ruido interrumpa tu atención durante unos minutos. Tal vez tantas otras cosas. ¿Qué pasaría si estuviéramos atentos todo el tiempo a todo lo que ocurre a nuestro alrededor? Sin duda enloqueceríamos. Por eso nuestra mente necesita filtrar continuamente ese gigantesco volumen de información que nos rodea. En cada momento seleccionamos, jerarquizamos, descartamos, “recortamos y pegamos” información. Lo hacemos a partir de nuestros intereses, de lo que nuestra voluntad nos permite conocer y de lo que estamos dispuestos a descubrir.

En medio de tanta oferta informativa, ¿qué elegimos consumir? ¿Nos preguntamos qué temas nos interesan y cuáles son nuestras fuentes de información? ¿Somos conscientes de las personas elegimos para vincularnos y cómo nos relacionamos con ellas? ¿Pensamos qué sentido tienen nuestras acciones y las situaciones en las que nos involucramos? Estas preguntas pueden ayudarnos a no perder el rumbo y, en definitiva, a preservar nuestra salud física, emocional y espiritual. Al igual que quienes deciden la tapa de un diario o los temas de un noticiero de radio o televisión, cada uno de nosotros elige qué situaciones y personas son más o menos relevantes en cada momento de nuestra vida. ¿Te atrevés a elaborar la tapa de tu diario cognitivo-emocional-espiritual?

TOMÁ COMO REFERENCIA EL DIARIO O LA REVISTA QUE LEÉS CON FRECUENCIA Y EXPLORÁ TU PRESENTE: ¿QUÉ TITULARES TENDRÍA LA TAPA DE TU DIARIO HOY? ¿CUÁL SERÍA EL TÍTULO PRINCIPAL? ¿CUÁL SERÍA LA FOTO DEL DÍA? ¿CUÁNTO ESPACIO OCUPA CADA UNO DE ESOS TEMAS? ¿HAY NOTICIAS QUE SE REPITEN? ¿DESDE HACE CUÁNTO?

La vida nos somete a un sinfín de hechos pero somos nosotros quienes debemos esforzarnos para discernir a qué le diremos “sí” y a qué “no”; qué es coherente con nuestros proyectos y qué nos aleja de ellos; cuánto tiempo, energía y otros recursos vale la pena invertir. Por fin hemos dejado a la vista la importancia de revisar nuestros filtros y nuestros criterios de selección y jerarquización para avanzar en nuestro plan de entrenamiento espiritual.

¿HAY ALGO O ALGUIEN QUE TE OBSESIONA O TE DEMANDA DEMASIADA ENERGÍA Y ESFUERZO? ¿HACE CUÁNTO OCURRE? ¿POR QUÉ CREÉS QUE PERSISTE ESTA PREOCUPACIÓN? ¿CREÉS QUE VALE LA PENA? ¿TE PARECE POSIBLE MODIFICAR TUS CRITERIOS DE SELECCIÓN Y EVALUACIÓN?

Cuando más adelante abordemos nuestro “yo virtuoso” y hablemos de fortalezas como la curiosidad, la creatividad y la flexibilidad, podremos entender plenamente la importancia de ampliar nuestro foco de atención y aceptar que existen muchas alternativas a todo lo que solemos dar por establecido. Pero además de revisar en qué cuestiones hacemos foco y cómo establecemos prioridades, es fundamental entender todo lo que ponemos en juego a la hora de interpretar y darle significado a nuestras experiencias. Porque así como compararnos con una computadora sería minimizar nuestras capacidades, no reflexionar sobre las experiencias que atravesamos sería como limitar nuestra vida a responder: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”.

¿QUÉ ESTÁS SINTIENDO EN ESTE MOMENTO? ¿PODÉS IDENTIFICAR TUS EMOCIONES CON CLARIDAD?

Para activar y potenciar nuestra inteligencia emocional debemos empezar por conciliar dos facultades que, como la luna y el sol, parecen haber sido condenados a vivir en mundos distintos. ¿Por qué la humanidad separó la razón de la emoción? ¿Habremos perdido el rumbo en esa división de caminos? ¿Explicará esto que nos hayamos alejado cada vez más de nuestra verdad interior y, en consecuencia, de la felicidad y la satisfacción?

BUDA DIJO: “HAY TRES COSAS QUE NO SE PUEDEN OCULTAR DURANTE MUCHO TIEMPO: EL SOL, LA LUNA Y LA VERDAD”. La razón (lo que “yo pienso”) y la emoción (lo que “yo siento”) necesitan reencontrarse en estas páginas para permitirnos avanzar en este entrenamiento y comprender plenamente que somos la suma de nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu (lo que “yo busco”). Podemos empezar por desterrar el mito de que la mente tiene la autoría absoluta de nuestras ideas y de que el “corazón” es el terreno exclusivo del amor. Es la hora de fusionar la ciencia con la literatura. Llegó el momento de reconocernos como el producto de múltiples factores condicionantes: somos genética, biología y emoción. Somos ideas, creencias y memoria. Cada uno de nosotros es parte de un conjunto de vínculos, de un tiempo y un espacio específico, de un contexto y una cultura determinados. En esas coordenadas particulares en las que ponemos en juego todos nuestros “yo”, la razón y la emoción debaten, se enfrentan, conviven, construyen, resignifican, proyectan y se potencian.

LA RAZÓN Y LA EMOCIÓN DEFINEN CÓMO PENSAMOS Y SENTIMOS. EN ESA UNIÓN SE DEFINEN NUESTROS PROPÓSITOS.

Así como las emociones expresan y a la vez condicionan nuestra forma de percibir el mundo, la razón es lo que nos distingue como seres humanos porque nos permite entender el mundo en que vivimos. La razón es lo que nos permite reflexionar y analizar, ser más o menos coherentes, o más o menos contradictorios. Ambas nos muestran el camino para ser más sabios que inteligentes.

PROBEMOS OTRA VEZ. ¿QUÉ ESTÁS SINTIENDO EN ESTE PRECISO MOMENTO? ¿PODÉS ASOCIAR ESAS EMOCIONES CON UN PENSAMIENTO O UNA IDEA DETERMINADA? YO SIENTO

YO PIENSO

NO HAY UN ORDEN ESTABLECIDO PARA LAS RESPUESTAS. QUIZÁ NECESITES RESPONDER ANTES LO QUE PENSÁS PARA LUEGO PODER EXPRESAR LO QUE SENTÍS.

Muchas veces lo que sentimos es el resultado de una evaluación mental que hacemos de un hecho o una idea. Ante un acción tan simple como, por ejemplo, comer una frutilla, nuestra mente (y por lo tanto nuestro cuerpo) percibe y expresa de inmediato una emoción determinada en reacción. Esa emoción ejerce a su vez una influencia automática en nuestra cognición. Esto quiere decir que en ese instante, como resultado de una experiencia emocional determinada, hemos generado un pensamiento. Quizá pensemos que “las frutillas son ácidas” cuando en realidad fue esa frutilla la que nos hizo experimentar la sensación de acidez. Imaginemos qué ocurre desde ese momento si no ponemos en juicio ese pensamiento automático. ¿Cuánto tiempo podría pasar hasta que nos demos cuenta de que no todas las frutillas son ácidas? Muchas personas viven toda su vida creyendo que las frutillas son ácidas y, al final, se pierden un gran placer a causa de una creencia falsa. ¿Cuántas frutillas dejamos de comer en nuestra vida por motivos similares? ¿De cuántas cosas nos privamos sin siquiera darnos cuenta? ¿Qué quiero decir? Que seguramente prejuzgamos situaciones y perdemos a diario muchas más oportunidades de las creemos que tenemos. Insisto, por eso, en que debemos ajustar a cada paso nuestros criterios y parámetros de juicio.

VAMOS A INTENTARLO DE NUEVO . ¿QUÉ ESTÁS SINTIENDO AHORA? ¿CON QUÉ PENSAMIENTOS O IDEAS PODRÍAS ASOCIAR ESAS EMOCIONES? YO SIENTO

YO PIENSO

ESTA VEZ QUIZÁ NECESITES RESPONDER PRIMERO LO QUE PENSÁS Y LUEGO LO QUE SENTÍS. ES POSIBLE QUE DESPUÉS QUIERAS O NECESITES VOLVER A ESCRIBIR LO QUE PENSÁS. ASÍ ACTIVARÁS EL PROCESO DE REFLEXIÓN COGNITIVO-EMOCIONAL. YO SIENTO

YO PIENSO

ACERCA DE LO QUE SIENTO, YO PIENSO

Y LO QUE PIENSO ME HACE SENTIR

DE ESTA FORMA PONEMOS EN FUNCIONAMIENTO LA EJERCITACIÓN CONSCIENTE DE NUESTRA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

Ya estamos en condiciones de salir al encuentro de los dos aspectos fundamentales que definen

quiénes somos, quiénes fuimos y quiénes decidimos ser a partir de ahora. Podríamos escribir páginas enteras sobre las emociones, cómo se originan y cómo nos afectan. Por todos los elementos y procesos que ponen en juego, son un objeto de estudio tremendamente complejo que necesitamos entender para vivir nuestra vida con plena conciencia. Existen tres teorías para explicar el fenómeno de las emociones. Por un lado hay autores como Silvard Tomkins, Carroll Izard y Paul Ekman, que tienen sus raíces teóricas en Charles Darwin y consideran que heredamos un conjunto de emociones básicas innatas como sorpresa, alegría, ira, miedo, tristeza, asco, interés, vergüenza, angustia, que son controladas por mecanismos cerebrales y se manifiestan a través de expresiones faciales universales. Otros investigadores como James Averill abonan la teoría del aprendizaje: creen que no hay ningún tipo de influencia genética sino que las emociones son construcciones sociales. Desde este punto de vista, la experiencia subjetiva de las emociones se deriva de la interpretación que hacemos de nuestras propias acciones. “Ni pura herencia ni puro aprendizaje”, dirían los pensadores cognitivos como Richard Lazarus, Andrew Ortony y Terence Turner, que plantean que no heredamos el miedo como emoción sino que heredamos respuestas físicas para expresarlo y que de eso nos valemos para manifestar lo que interpretamos y sentimos.

AVANCEMOS EN NUESTRO ENTRENAMIENTO. PENSÁ AHORA EN TUS TEMORES MÁS FRECUENTES: ¿QUÉ COSAS O SITUACIONES TE HACEN SENTIR MIEDO? ¿POR QUÉ? ¿DESDE CUÁNDO? ¿EXPRESÁS TUS TEMORES? ¿DE QUÉ FORMA?

El cerebro es nuestra fuente de conocimiento y nuestro motor existencial pero también está al servicio de las emociones. Una idea nueva, una experiencia, una persona, todas estas cosas pueden generarnos una enorme variedad de emociones. A su vez esas emociones pueden despertarnos nuevas ideas y abrirnos oportunidades que nunca antes habíamos considerado. Está claro, entonces, que no podemos desligar los aspectos cognitivo y emocional entre sí. Si queremos vivir en armonía con nosotros mismos y con el universo que nos rodea, si queremos encontrar la música adecuada para cada ocasión, deberíamos dejar de disociar nuestro cuerpo de nuestra mente y nuestra razón de nuestras emociones. En esta etapa del entrenamiento espiritual el objetivo es, justamente, que tomemos conciencia de la importancia de ejercitar nuestra inteligencia emocional y, así, nuestros niveles de motivación, confianza, creatividad y perseverancia.

NEUROPLASTICIDAD, RESILIENCIA, OPTIMISMO. NUESTRO CEREBRO Y NUESTRAS EMOCIONES NOS GARANTIZAN QUE, PESE A TODO, PODEMOS ESTAR CADA DÍA MEJOR. Una característica fundamental de la inteligencia emocional es que está determinada esencialmente por el contexto y que se puede mejorar a través de la instrucción. Esto quiere decir que nuestra personalidad y nuestras actitudes son un factor determinante para tener una vida física, emocional y espiritual saludable. Éste es, ni más ni menos, el propósito del entrenamiento que estamos realizando: ejercitar nuestra mente, nuestras emociones y nuestras fortalezas para vivir como queremos. Más que nunca debemos pensar, entonces, en la responsabilidad que tenemos de acompañar y promover la educación emocional de quienes nos rodean, sobre todo de los niños. La capacidad de regular las emociones, como cualquier otro tipo de aprendizaje, comienza en los primeros meses de nuestra gestación y evoluciona hasta el último de nuestros días. Los bebés lloran porque necesitan algo y no pueden obtenerlo por sí mismos. Precisan alguien les dé comida, los abrace y los contenga en este mundo en el que todo es nuevo y extraño. Todos las teorías de la psicología reconocen que el lactante necesita a otra persona para satisfacer sus necesidades más esenciales. En el momento en que la madre responde a esa primera necesidad tan básica para la supervivencia, el bebé crea una emoción. En esa unión natural e instintiva genera una experiencia y un aprendizaje. Es el primer vínculo, el primer encuentro con alguien. El simple contacto físico entre dos personas hace que el cerebro fabrique oxitocina. Uno de los momentos en los que se libera mayor cantidad de esta hormona es inmediatamente después del parto. Cuando el bebé toma la teta de su mamá activa la formación de oxitocina, que se encarga de sellar este vínculo de amor primario. Por eso la “hormona del amor” es señalada por los científicos como la responsable de reforzar los lazos afectivos entre las personas. En 2006 el biólogo Paul Zak hizo un experimento con voluntarios. Los resultados confirmaron que la oxitocina aumentaba la empatía y la confianza entre ellos. En los estudios que publicó en la revista Nature concluyó que “la oxitocina es el pegamento de la sociedad”. La preocupación por la relación temprana del niño con su madre fue un tema central de muchos investigadores. En la década de 1930 se empezó a estudiar el desarrollo de chicos que habían sufrido separaciones físicas y emocionales de sus padres a causa de las guerras y las crisis económicas.

Treinta años después, el psicoanalista inglés John Bowlby definió el apego como el comportamiento por el cual una persona alcanza o conserva una relación de proximidad con otra. El apego proporciona la seguridad emocional del niño al ser aceptado y protegido. El término “apego seguro” fue acuñado por Bowlby para describir el tipo de vínculo mediante el cual el niño confía en que sus cuidadores serán accesibles y le brindarán cuidado en situaciones de estrés. Una relación sólida y saludable con la madre, o quien haya sido el cuidador primario, se asocia entonces con una alta probabilidad de crear relaciones saludables con otras personas durante la adultez. Más allá de los factores genéticos y de las condiciones familiares y sociales, que son fundamentales en nuestro desarrollo, el apego seguro puede con todo. Es un nexo perdurable que produce consuelo, contención y placer y que, sobre todo, determina el tipo de relaciones que desarrolleremos a lo largo de nuestra vida. Existen tres patrones de apego: el seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo. Los niños que se crían con “apego seguro” saben que sus cuidadores están disponibles y que pueden responder a sus angustias y necesidades. Esa base sólida de la relación primaria les enseña a ser más seguros de sí mismos, más coherentes con sus deseos y emociones y, por lo tanto, más cálidosy estables en sus relaciones. Con un “apego evasivo”, en cambio, los chicos suelen mostrarse desinteresados y aislados porque sienten que sus cuidadores no tienen la capacidad o el deseo de entenderlos y ayudarlos. Esos niños probablemente serán adultos con miedo de relacionarse con otras personas porque no han aprendido a confiar ni sentir seguridad emocional. Los “ansiosos ambivalentes” son niños que suelen vivir con mucha angustia la separación. Protestan, se enfurecen, se encaprichan. Suelen desarrollar habilidades emocionales inconsistentes, y eso los convierte en adultos inseguros y demandantes. Más allá del estilo de apego que hayamos experimentado, debemos volver a los conceptos de neuroplasticidad y resiliencia para entender que los vínculos que establecemos a lo largo de los años van transformando nuestra vida emocional. Estamos preparados para asimilar esos cambios. Nada es definitivo si no queremos que lo sea.

EL CAMBIO ES POSIBLE Y PERMANENTE, Y CADA EXPERIENCIA ES UN PROCESO DE SIGNIFICACIÓN SUPERADOR. Y AHORA, ¿QUÉ SENTÍS?



ES MUY PROBABLE QUE A ESTA ALTURA DEL ENTRENAMIENTO TU SENSACIÓN DE OPTIMISMO HAYA AUMENTADO MÁS DE LO QUE HUBIERAS IMAGINADO.

El profesor en psiquiatría, psicología y neurociencia Richard Lane habla de “conciencia emocional” para explicar que no alcanza con tener un coeficiente intelectual elevado, y que de la misma forma que podemos incorporar conocimientos técnicos o académicos, podemos desarrollar aptitudes emocionales que nos potencien de manera sustentable. Las investigaciones más recientes sobre la inteligencia emocional giran precisamente en torno al estilo de personalidad y a las aptitudes y los recursos de que disponemos para mejorar los procesos emocionales. Daniel Goleman y su equipo, entre otros investigadores, promueven el concepto de emocionalidad según “los rasgos de personalidad”. Esto quiere decir que todos tenemos un “estilo emocional”, una forma de sentir o expresar nuestras emociones. Así como somos lo que creemos en función de las experiencias que hemos tenido desde el primer minuto de nuestra vida, también podemos decir que somos lo que sentimos y somos lo que expresamos. Según el modelo de inteligencia emocional del profesor danés Reuven Bar-On, por ejemplo, nuestros sentimientos de felicidad y optimismo dependen del trabajo que hagamos con nosotros mismos (aspecto intrapersonal), de nuestra relación con los otros (aspecto interpersonal), de nuestra capacidad de controlar del estrés y de la capacidad de adaptación al medio. Para Bar-On nuestro estado de ánimo será positivo si internamente trabajamos la autoconciencia emocional, la autoafirmación, la independencia, el amor propio y la autorrealización. También si fomentamos la empatía y la responsabilidad social en las relaciones interpersonales; si cultivamos nuestros niveles de tolerancia y el control de los impulsos para mantener a raya el estrés; y promovemos la resolución de problemas, la flexibilidad, y la conciencia y el sentido de la realidad como forma de mejorar nuestra capacidad de adaptación. Otra corriente prioriza, en cambio, la inteligencia o el coeficiente emocional como un “conjunto de aptitudes” para procesar la información emocional. Según este modelo, representado por los profesores Jack Meyer, Peter Salovey y David Caruso, podríamos revisar cómo juegan en nosotros cuatro aspectos: la percepción, la integración, la comprensión y el control emocional.

TODO DEPENDE, EN DEFINITIVA, DE LA FORMA EN QUE DECIDAMOS ADMINISTRAR LA INFORMACIÓN QUE GENERA CADA EXPERIENCIA QUE VIVIMOS. Estos conceptos, junto con nuestras propias reflexiones y ejercitaciones, nos permitirán tomar conciencia de nuestras aptitudes y nuestras formas de procesar las emociones. Empecemos por detectarlas. Percepción emocional: es la capacidad de identificar nuestros sentimientos y las emociones de los otros.

¿SOLÉS REFLEXIONAR SOBRE TUS SENTIMIENTOS ANTES DE QUE TU ESTADO EMOCIONAL EXPLOTE? ¿TE DAS CUENTA CUANDO ALGO TE ENOJA MUCHO Y RECONOCÉS CUANDO PODRÍAS LLEGAR A ACTUAR DE MANERA IMPULSIVA O AUTODESTRUCTIVA? ¿ACOSTUMBRÁS MIRAR LOS GESTOS, LAS MIRADAS Y LOS MOVIMIENTOS DE LAS PERSONAS QUE TE RODEAN? ¿ESA OBSERVACIÓN TE PERMITE ANTICIPARTE A VECES A SUS COMENTARIOS O ACCIONES? ¿CREÉS QUE PODRÍAS EVITAR UN ALTO COSTO EMOCIONAL SI AGUDIZARAS TU PERCEPCIÓN EMOCIONAL?

El profesor Alan Carr, autor del libro Psicología Positiva, la ciencia de la felicidad, explica: “Las personas que tienen la capacidad de percibir las emociones están más informadas sobre su entorno y pueden adaptarse mejor a él”.

Integración emocional: es la capacidad de incorporar y desnaturalizar refranes y pensamientos automáticos asociados con sentimientos (“Hoy puede ser un gran día” / “Al que madruga, Dios lo ayuda”) que dan a entender que el cumplimiento de ciertos deberes o mandatos nos garantizan la felicidad.

¿QUÉ PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS RECURRENTES SUELEN CONDICIONAR TUS ESTADOS EMOCIONALES? ¿QUÉ COMENTARIOS DE FAMILIARES O DE TU ENTORNO ESCUCHASTE A MENUDO A LO LARGO DE TU VIDA? ¿QUÉ DICHOS O FRASES CREÉS QUE TE HAN CONDICIONADO?

Comprensión emocional: es la capacidad de entender las repercusiones que tienen nuestras emociones.

¿POR QUÉ MOTIVOS SOLÉS ENOJARTE, SENTIR MIEDO O ALEGRÍA? ¿SENTÍS Y EXPRESÁS TUS EMOCIONES DE DETERMINADA MANERA FRENTE A CIERTO TIPO DE SITUACIONES? ¿TE PREGUNTASTE ALGUNA VEZ POR QUÉ TE SENTÍS DE CIERTA FORMA?

Como dice Alan Carr: “Las personas con una comprensión emocional bien desarrollada pueden entender cómo una emoción lleva a otra, cómo cambian las emociones en el tiempo y cómo puede influir la sucesión temporal de las emociones en las relaciones”.

Control emocional: es la capacidad de regular de forma totalmente consciente lo que sentimos. Celebro la observación de Carr al respecto: “La persona que tiene bien desarrollada esta capacidad de control, puede optar por sentirlas o bloquearlas”.

¿QUÉ SENTIMIENTOS O EMOCIONES REPRIMÍS CON FRECUENCIA? ¿QUÉ EMOCIONES CREÉS QUE ES CORRECTO EVITAR O CONTENER? ¿CUÁLES TE PERMITÍS A EXPERIMENTAR A CONCIENCIA? ¿CUÁLES QUERRÍAS HABILITARTE A EXPERIMENTAR? ¿QUÉ TE GUSTARÍA SENTIR Y NO TE ATREVÉS A HACERLO?

Es cierto que nacemos con un temperamento determinado y que a lo largo de la vida nuestras creencias pueden acentuar ese carácter y ciertos estilos particulares de sentir y actuar. Pero no estamos condenados a ser o sentir de determinada forma durante toda nuestra vida. Es tiempo de que entendamos que las nuevas actitudes pueden modificar nuestras viejas aptitudes.

ATREVERNOS A EXPERIMENTAR NUEVOS ESTADOS EMOCIONALES ES EL CAMINO PARA GESTAR Y PROMOVER EL CAMBIO. Quizá no tengas una personalidad optimista pero, ¿qué pasaría si te permitieras sentir cierta esperanza sobre lo que estás haciendo? ¿Qué sentirías si pudieras liberarte de la condena de creer que debemos ser felices siempre? Estamos listos para encarar una rutina para ejercitar nuestra inteligencia emocional: Elegí una canción. Escuchala de forma consciente. Intentá identificar las emociones que te despierta. Detectá las palabras y las frases que más emociones te provocan. Andá al cine o mirá una película en compañía de alguien. Registrá todas las emociones que te genera y compartí con tu acompañante lo que cada uno sintió e interpretó. Escuchá sin

interrumpirlo. Registrá sus gestos, sus movimientos y sus tonos de voz. Dejá a un lado tu mirada crítica. Hacé lo que te guste sin temor al ridículo ni al juicio ajeno. Cantá, jugá, bailá, interactuá con niños: en ellos vas a poder reconocer las emociones en su máxima expresión. Seguramente te hagan acordar de todo lo que el tiempo se llevó (¡y que es hora de recuperar!). Dialogá, escuchá, observá. Evitá los juicios y la mirada crítica también cuando interactúes con otros adultos. Ponete en la piel de los otros sin hacer comparaciones, sin envidias ni reproches. Si el otro dice que siente algo que no se condice con su mirada o sus gestos, está atento e invitalo —si es necesario sin palabras— a que se sienta más cómodo y seguro para decir lo que verdaderamente siente. Hacelo solo si realmente sentís interés por el otro. Recordá cuándo fue la última vez que lloraste y por qué. Recordá cuándo fue la última vez que reíste a carcajadas. ¿Podés identificar qué provocó esa sensación tan placentera? Si no reís con frecuencia o no reíste nunca o dejaste de hacerlo, tratá de detectar por qué ocurrió. Mirá a los demás a los ojos, abrazá, besá con los ojos cerrados, siempre con conciencia plena de lo que estás haciendo. Compartí tu tiempo con familiares o amigos aunque creas que no tenés tiempo suficiente, aunque no tengan dinero para comprar la comida que más les gusta, aunque suene el teléfono celular o sientas abstinencia de Internet. Comé, rezá, amá. Meditá. Hacé pausas. No le temas al silencio. Sentirnos felices hoy es posible si creemos en lo que estamos haciendo y no en lo que deberíamos ser. Avancemos con nuestro entrenamiento. Veremos cómo empezar a “estar” como queremos es necesario para animarnos a “ser” lo que buscamos.

NO IMPORTA EL DÍA QUE SEA NI EL LUGAR EN EL QUE ESTÉS. NO TE PREOCUPES POR LA HORA. EVITÁ CUALQUIER JUICIO O CRÍTICA SOBRE TU SITUACIÓN ACTUAL. LEÉ LA CONSIGNA Y CERRÁ LOS OJOS. REGISTRÁ MENTALMENTE LO QUE PENSÁS,SENTÍS, ESCUCHÁS Y FANTASEÁS EN ESTE MOMENTO. (TRATÁ DE NO LEER LO QUE SIGUE AUNQUE SIENTAS LA TENTACIÓN DE HACERLO PERO NO TE JUZGUES SI NO PODÉS EVITAR LA CURIOSIDAD). AHORA QUE ABRISTE LOS OJOS, ESCRIBÍ O DIBUJÁ LAS IMÁGENES, IDEAS Y SENSACIONES QUE TU MENTE Y TU CUERPO REGISTRARON HACE UN INSTANTE.



Llegó la hora de tomar contacto con otro aspecto fundamental de nuestro entrenamiento: cómo funciona nuestra mente en relación con el paso del tiempo. Es una cuestión central de esta época en la que todo ocurre a gran velocidad y contrarreloj. Seguramente escuchaste muchas veces la expresión: “Hay que vivir aquí y ahora”. Pero también es muy común sentir que eso es una frase hecha e impracticable; que “la cabeza no para”, y que pensar solo en lo que pasa en este preciso instante es imposible más allá del discurso del marketing espiritual (que, en definitiva, atenta contra la espiritualidad). Además existe otra sensación complementaria: creer que las pausas son una pérdida de tiempo. ¿Por qué nos asusta el silencio? ¿Por qué tendemos a reprimir las emociones confusas, inesperadas o “fuera de libreto” que brotan cuando estamos en calma? ¿Será que sentimos culpa ante el goce que produce la quietud mental?

LA META ES ESTAR AQUÍ Y AHORA. AUNQUE

SOLO LO LOGREMOS DURANTE UNOS SEGUNDOS, ESE ESFUERZO NOS AYUDARÁ A SALIR DE LAS ZONAS DE CONFORT MENTAL A LAS QUE ESTAMOS ACOSTUMBRADOS. Intentemos durante este capítulo, hasta donde nuestro interés y nuestras energías lo permitan, concentrarnos exclusivamente en la lectura y la reflexión de estas páginas y de lo que sucede mientras las leés. Quizá tu mente te sorprenda con ideas y emociones generadas por lo que estás leyendo; o quizá te abrume con pensamientos que te distraen y que son, en apariencia, caprichosos.

A PROPÓSITO, ¿QUÉ OCURRE EN ESTE MOMENTO EN TU MENTE Y EN TU CUERPO?

¿QUÉ IDEAS O SENSACIONES TE INVADEN MIENTRAS INTENTÁS CONCENTRARTE EN LA LECTURA?

REGISTRÁ POR ESCRITO LOS PENSAMIENTOS Y LAS EMOCIONES QUE IRRUMPAN EN TU MENTE A LO LARGO DE ESTAS PÁGINAS.

Así como el corazón late al ritmo necesario para hacer circular la sangre por el organismo, todo el tiempo, incluso cuando dormimos, nuestra mente late en el presente al ritmo de la incertidumbre por el futuro y de la nostalgia por el pasado. ¿Qué pasaría si en este instante se detuvieran todos los relojes y no tuviésemos más opción que convivir con lo que sea que esté ocurriendo ahora, con lo que pensamos y sentimos en este momento?

¿CÓMO ESTÁS EN ESTE PRECISO INSTANTE? EN ESTE MOMENTO YO PIENSO

EN ESTE MOMENTO YO SIENTO

EN ESTE MOMENTO YO ESTOY

Para sincronizar nuestro reloj interior podríamos hacer el primer intento de reemplazar el verbo “ser” por “estar” y, de esa forma, concentrarnos menos en lo que supuestamente “yo soy” —lo que fui y lo que voy a ser— y más en cómo “yo estoy”. ¿Qué ganaríamos con esto? No agotarnos mental y emocionalmente en un idea que parece inabordable e irrealizable como “ser” feliz y, en cambio, poner nuestra energía en vivir una experiencia más próxima, posible y controlable como “estar” feliz.

ES MÁS SALUDABLE Y POSIBLE TRATAR DE

ESTAR FELICES AQUÍ Y AHORA QUE PENSAR QUE DEBERÍAMOS SER FELICES. La propuesta de sustituir un verbo por otro y el efecto que puede producir en nosotros el simple hecho de intentarlo revela la verdadera importancia de ciertas palabras y el impacto de determinados conceptos. ¿Hemos deshumanizado el concepto de felicidad? ¿O lo hemos idealizado tanto que, paradójicamente, se convirtió en una tarea inalcanzable como una estrella e insoportable como una pesadilla? ¿En qué nos hemos embarcado —y qué habremos embargado— con tal de ser felices? Para desanudar la madeja existencial en la que parecemos estar atrapados deberíamos empezar a dejar de pensar ahora en qué nos hace felices. Hagamos algo más productivo: registremos todo lo que nos provoca placer, bienestar, sensación de florecimiento y expansión. Ni más, ni menos.

¿QUÉ COSAS, PERSONAS O SITUACIONES TE PROVOCAN SATISFACCIÓN? ¿HAY OTRAS QUE PODRÍAN AYUDARTE A SENTIRTE BIEN?

Como propone la psicología positiva, podemos proponernos alcanzar nuestro bienestar físico y psicológico a través del incremento de experiencias que nos generen emociones positivas. En definitiva, nuestro bienestar no depende de que solo nos ocurran cosas buenas sino de lo que hagamos con cada situación que se nos presenta a lo largo de la vida.

ESTAR O NO ESTAR, ESA ES LA CUESTIÓN. SOMOS NOSOTROS, CON NUESTRA ACTITUD Y NUESTRA VOLUNTAD, QUIENES LE DAMOS SENTIDO A CADA EXPERIENCIA. Otra vez aparece en escena nuestra actitud crítica. ¿Qué tendencia tiene nuestra mirada sobre nosotros mismos? ¿Nos reconocemos como optimistas o pesimistas?

El psicólogo estadounidense Martin Seligman distingue tres dimensiones que constituyen las figuras del optimista y del pesimista: la permanencia o duración de la mirada positiva; la amplitud o capacidad de contagiar el optimismo o el pesimismo; y la personalización, o cómo explicamos lo que sucede y a qué o quién le atribuimos las causas del éxito o del fracaso. Al repasar algunos rasgos del pesimismo y el optimismo podremos detectar cuál es nuestra tendencia y trabajar en nuestro estado de ánimo. Estilo pesimista Son personas que tienden a resaltar lo negativo, lo que falta, lo que es insatisfactorio. Suelen tener la percepción de que el futuro es desalentador (“Nada bueno me va a pasar”). Por lo general creen que las situaciones malas durarán siempre o por un largo tiempo (“Estoy condenado a…”). Suelen impregnar o contagiar esa visión a los diferentes ámbitos de su vida (trabajo, pareja, familia). Suelen culparse a sí mismos por los eventos negativos o atribuirse la causa de la desdicha en variables sobre las cuales, en realidad, no pueden incidir. Estilo optimista Son personas que interpretan la adversidad como algo pasajero. Aceptan pero no se resignan. Al contrario, buscan alternativas posibles. Logran disociar y no generalizan: un problema en cierto aspecto de la vida no tiene por qué trasladarse a otro. Por ejemplo, una dificultad en el trabajo no invadirá la armonía familiar, o viceversa. No personalizan ni asumen como propia la adversidad. Los optimistas pueden identificar si hay factores externos que causan una situación adversa o un problema. Identifican y trabajan sobre los aspectos personales que pueden limitar o imposibilitar un resultado. Desarrollan conductas saludables para enfrentar los malos momentos.

¿CON QUÉ ESTILO TE IDENTIFICÁS MÁS? ¿EN QUÉ PROPORCIÓN SOS OPTIMISTA Y PESIMISTA? ¿EN QUÉ TIPO DE SITUACIONES

VES EL “VASO MEDIO LLENO” Y EN CUÁLES LO VES “MEDIO VACÍO”? ¿CREÉS QUE PODRÍAS MODIFICAR ESTA TENDENCIA? Si estamos poco conectados con nuestras propias experiencias y nuestro interés está puesto casi exclusivamente en los resultados que podamos lograr en el futuro, tendremos menos probabilidades de sentirnos satisfechos hoy. Por eso necesitamos estar conectados con lo que ocurre en el presente.

ACEPTAR NO ES RESIGNAR. Y LOGRAR ALGO NO SIEMPRE SIGNIFICA OBTENER UN RESULTADO SINO APRENDER DURANTE EL PROCESO. Así como es importante entrar en contacto con el presente, también debemos entender que nuestros estados emocionales son fluctuantes y más o menos pasajeros. Esto quiere decir que “estar” de una manera no significa “ser” así: podemos estar tristes durante un tiempo pero eso no nos convierte en personas depresivas a menos que nuestro estado de tristeza se vuelva recurrente o dure mucho tiempo.

SER FELICES NO ES MÁS QUE LA SUMA DE ESTADOS DE PLACER, SATISFACCIÓN Y BIENESTAR. Y ESOS ESTADOS DEPENDEN DE CÓMO INTERPRETEMOS NUESTRAS EXPERIENCIAS. Esta transición del “ser” al “estar” también nos ofrece una alternativa a la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”, que puso nuestras metas en el futuro y activó nuestra ansiedad por lo que vendrá. Si aspiramos a lograr un estado de satisfacción más próximo y tangible podríamos reemplazar esa pregunta por otra mucho más saludable: “¿Estás satisfecho con la vida que tenés?”. De forma automática se nos ha abierto la oportunidad de cambiar lo que no nos hace bien. ¿Qué equilibrio emocional podríamos tener si nos aferráramos solo a lo que no ha ocurrido

todavía? La filosofía oriental, por ejemplo, revela su sabiduría al plantear que el auténtico bienestar se siente solo cuando la mente se aquieta. En una línea similar, la terapia cognitiva y otros modelos de la psicología contemporánea sugieren que el camino es la autoobservación y el libre fluir de la conciencia en el presente. Pero, ¿cómo podemos entrar en contacto con nuestras emociones actuales? ¿Qué podemos hacer para acallar la nostalgia del pasado y la incertidumbre por el futuro? La psicología positiva propone tres técnicas para experimentar el presente, reducir el estrés y la ansiedad, y conectarnos con el placer: Savoring, Mindfulness y Flow. El “savoring“ fue explicado por Fred Bryant y Joseph Veroff en su libro Saboreando, un nuevo modelo de experiencia positiva como una técnica para sintonizar con la capacidad que todos tenemos de apreciar y mejorar las experiencias de la vida cotidiana. La hiperexigencia, el individualismo y la inmediatez de esta época nos hacen vivir a un ritmo frenético y en riesgo continuo de automatizar cada cosa que hacemos y pensamos. En definitiva, nos llevan a olvidarnos de nuestros verdaderos deseos y a perder oportunidades de goce y bienestar. Son tiempos en los que hemos reducido nuestra autonomía y le hemos otorgado el poder al freezer, el microondas y la conexión a Internet. Es cierto que son herramientas útiles y necesarias pero deberíamos tener cuidado si creemos que todo en la vida puede congelarse y descongelarse en minutos, o que podemos acceder a todo lo que queremos en segundos y a bajo costo. Más allá de la practicidad de estas invenciones modernas, nada tiene el mismo sabor que la comida casera, los encuentros cara a cara, los besos y abrazos, y hasta nuestros logros y nuestros supuestos fracasos. La única forma de saborearlos es vivirlos de forma consciente.

-SAVORING¿RECORDÁS QUÉ HICISTE EN LAS ÚLTIMAS 24 HORAS? ¿PODRÍAS SINTONIZAR CON CADA MINUTO DE LAS EXPERIENCIAS QUE VIVISTE? ¿QUÉ EMOCIONES Y SENSACIONES PUSISTE EN JUEGO EN ESE TIEMPO?

“Prestar atención al presente de forma intencional, sin juzgar”, recomienda con sabiduría Jon Kabat-Zinn, que treinta años atrás fundó la Clínica de Reducción de Estrés en el Centro Médico de la

Universidad de Massachusetts. Kabat-Zinn introdujo la práctica de “mindfulness” (traducida como “atención o conciencia plena”), que promueve la autoconciencia como forma de reducir los síntomas físicos y psicológicos del estrés. Es natural que tengamos cuestionamientos o resistencias pero si nos habilitamos a tomar conciencia plena, sentida y auténtica de lo que nos pasa y nos toca vivir hoy, habremos dado un gran paso hacia la sanación y el cambio —o la reafirmación— de nuestros estados físicos, emocionales y espirituales. Del mismo modo que los budistas desde hace 2.500 años, todos podemos comprobar los beneficios de respirar de forma consciente, meditar y, en definitiva, vivir en este tiempo y este espacio. La idea no es convertirnos al budismo sino tomar sus hábitos para adaptarnos saludablemente al ambiente y a nuestras posibilidades y que el tiempo no pase sin sentido.

-MINDFULNESSACEPTÁ TODO LO QUE SURJA, Y NO LO JUZGUES. ¿CÓMO ES EL RITMO DE TU RESPIRACIÓN AHORA? ¿QUÉ RECORRIDO SIGUE EL AIRE QUE ENTRA A TU CUERPO? IDENTIFICÁ CADA SENSACIÓN PLACENTERA, CADA DOLOR, CADA REACCIÓN DE TU CUERPO A LA RESPIRACIÓN CONSCIENTE.

Es muy importante entender que respirar y meditar no son prácticas exclusivas de sectas o fanáticos. No es necesario viajar a la India o vivir en el campo para aprender a regular nuestra respiración.

NO SOMOS BUDA NI TENEMOS QUE SER BUDISTAS PARA CONECTAR CON LAS ENSEÑANZAS QUE PUEDEN AYUDARNOS A VIVIR MEJOR. SOLO NECESITAMOS

CONOCERNOS MEJOR Y CONVERTIRNOS EN NUESTRO PROPIO BUDA. El “flow”, la tercera técnica para detener el tiempo y vivir el presente, es la opción más sencilla y accesible. El concepto fue propuesto en 1975 por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi: se trata de alcanzar un estado de “flujo” y dejarnos llevar por la sensación de satisfacción y florecimiento que nos provocan ciertas actividades. Cuando tomamos contacto con algo que nos provoca placer, nuestra mente no tiene otro propósito más que concentrarse en esa tarea. Sea cual sea la actividad que nos abstraiga, la mente y el cuerpo traducen esa sensación en emociones positivas. En ese estado no hay desdoblamiento de la conciencia; no tenemos otra preocupación que seguir haciendo lo que nos motiva. ¿Leer, dibujar, pintar, correr, jugar al tenis, a “la Play”, al metegol, cantar, bailar, cocinar, hacer tareas de jardinería?

¿CUÁL SERÍA TU PRIMERA RESPUESTA SI ALGUIEN TE PREGUNTASE QUÉ ES LO QUE MÁS TE GUSTA HACER?

Durante el estado de “flow” no solo experimentamos la sensación de que el tiempo se detiene — incluso no entendemos cómo pasan los minutos sin que nos demos cuenta— sino que en ese momento de inmersión en el placer nuestro cuerpo genera anticuerpos y sustancias que reducen el estrés y la ansiedad. Según las investigaciones de Csikszentmihalyi, con esta práctica también podemos definir mejor nuestros objetivos, poner en práctica habilidades y destrezas poco habituales, promover la concentración, estimular nuestra creatividad y flexibilidad, y experimentar una gratificación directa e inmediata.

FLUIR ES UN ACTO DE ENTREGA SINCERA Y DE RESPETO A NOSOTROS MISMOS. A pesar de lo beneficiosas y sencillas que son estas prácticas, es increíble cómo nos boicoteamos o

nos resistimos a concedernos tiempo para el placer. Es sorprendente darse cuenta de cómo ciertos hábitos y exigencias de la vida moderna nos apartan de lo que nos hace bien y nos potencia.

¿CUÁNTAS VECES AL DÍA, LA SEMANA, EL MES O EL AÑO HACÉS LO QUE MÁS TE GUSTA? ¿CUÁNTO LO DISFRUTÁS? ¿QUÉ ESPERÁS PARA HACERLO MÁS SEGUIDO?

La biología humana no parece estar en sincronía con las exigencias del mundo moderno. Es como si pretendiéramos que nuestro auto alcance velocidades mayores a las que le permite el motor o que intentemos mantenerlo en movimiento sin combustible. Estamos cada vez más fuera de estado físico y emocional. En gran medida esto se debe a que estamos fuera de sincronización. Por eso nuestro cuerpo nos pide que ajustemos el reloj interno y muchas veces salimos desesperados en busca de caminos alternativos y “sanadores” como el yoga, la meditación, la respiración consciente, el running, los rollers, y todo lo que nos permita controlar el peso, la imagen, las emociones…y el paso del tiempo. Si estamos atentos y tomamos conciencia, con aceptación y compromiso, sin juicios ni prejuicios, podemos empezar a entender el origen de muchas de nuestras angustias, ansiedades, enojos, cansancios, adicciones, sentimientos de vacío, soledad o insatisfacción. Pero, otra vez, ¿qué sentido tiene seguir pensando qué vamos a ser en el futuro si no tomamos conciencia de lo que estamos haciendo ni de cómo estamos hoy? Nuestro propio cuerpo es capaz de generar la medicina que necesitamos pero para que eso ocurra tenemos que dejar de atentar contra nuestra propia naturaleza. Es cierto que influye siempre nuestro estilo de personalidad. Más o menos ansiosos, obsesivos, optimistas o pesimistas, tolerantes, rígidos o flexibles, son rasgos que moderan o agudizan este conflicto adaptativo con el que convivimos a diario, muchas veces sin darnos cuenta. Las personas con más seguridad, empuje y optimismo suelen conseguir más oportunidades que quienes tienen poca voluntad y decisión, que tienen una mirada negativa, viven ansiosos o de berrinche en berrinche, creen que no podrán lograr nada, que no tienen suerte, que la felicidad no es para ellos. Pero la psicología evolutiva nos garantiza que podemos apartarnos de esos

condicionantes.

LA FELICIDAD SE APRENDE, SE ENSEÑA Y SE CONTAGIA. Deberíamos saber que llegamos a la vida con un pasaporte más o menos directo a la felicidad. Contra cualquier teoría determinista, en las últimas décadas se ha descubierto el maravilloso poder de la neuroplasticidad, es decir, la flexibilidad que tiene nuestro cerebro para hacer nuevas conexiones neuronales, establecer nuevas asociaciones y permitirnos cambiar y aprender. Esto significa que así como nos hemos apegado a un modo de crianza, conducta, pensamiento y relacionamiento, también podemos desapegarnos, desaprender y resignificar.

MÁS ALLÁ DE LAS HERENCIAS Y DE LA ADVERSIDAD, PODEMOS ELEGIR SER FELICES. Para eso, tanto en el ámbito familiar como en el educativo tendríamos que apostar a crianzas seguras, con afecto, con roles y discursos bien definidos. Todos los gobiernos deberían contemplar entre sus responsabilidades la importancia de promover leyes y acciones que promuevan el bienestar social y, en definitiva, eleven los índices de bienestar personal de los ciudadanos. Como ocurre en Europa y Estados Unidos, las escuelas, las empresas y los organismos públicos podrían incluir planes de entrenamiento y programas de educación emocional que aumenten el nivel de satisfacción de los empleados y, en definitiva, eleven la producción y la eficiencia de las organizaciones. Es hora de soltar viejos mandatos y expectativas ajenas sobre el futuro que debemos lograr para hacer foco en nosotros y en la situación presente, en “estar” más que en “ser”. “¿Cuán satisfecho estás con la vida que tenés?” parece ser la síntesis más apropiada de este desafío. No es una pregunta liviana pero la provocación es necesaria porque nunca deberíamos olvidar que somos los responsables directos de lo que nos pasa y de la dirección en la que avanzamos en nuestra vida. Dependerá de nuestra actitud ante este desafío que logremos capitalizarlo de manera positiva.

¿CUÁN SATISFECHO ESTÁS CON LA VIDA QUE TENÉS? ¿QUÉ EMOCIONES TE DESPIERTAN LA PREGUNTA Y TU PROPIA RESPUESTA?

Quiero ser insistente en este aspecto: el “norte” de nuestra brújula existencial depende siempre de la (re)significación que le otorguemos a cada experiencia y de nuestra disposición a corrernos de las zonas de confort. Es un privilegio descubrir que uno no es feliz o no se siente satisfecho porque está atrapado en la redes de un proyecto que no es propio o porque tiene miedo a ser, pensar, sentir y estar como realmente desea. El remedio es descubrir cuáles son los objetivos concretos, posibles, sentidos y coherentes con el resto de nuestros propósitos. Como dice Alan Carr en su libro La ciencia de la felicidad: “Tener metas contradictorias o sentir ambivalencia hacia ciertos objetivos reduce la felicidad (…) En este sentido, debemos considerar a fondo nuestros diversos objetivos e intentar desarrollar un conjunto de metas que sean vitales entre sí. Así, pues, debemos intentar organizar nuestro tiempo para poder trabajar cada día, aunque solo sea un poco, en pro de su consecución”. Al hablar de coherencia con nuestros propósitos, el psicólogo estadounidense Ed Diener, conocido como “el Doctor Felicidad”, diferencia dos aspectos de la felicidad: el afectivo, que consiste en la experiencia emocional, y el cognitivo, que es la interpretación o valoración de cada experiencia. Por ejemplo, frente a la pregunta “¿Cómo vemos nuestra propia vida?” (factor cognitivo) podemos experimentar emociones tales como entusiasmo (factor afectivo positivo) o depresión (factor afectivo negativo). También es interesante el enfoque de Martin Seligman, pionero en la psicología positiva, que en su libro La auténtica felicidad plantea que las emociones positivas relacionadas con el futuro revelan si tenemos una mirada positiva de la vida mientras que las emociones positivas relacionadas con el pasado hacen referencia a la realización, el orgullo y la serenidad que otorga lo conquistado. Se refieren a si somos conscientes de lo que hemos logrado y podemos apreciar nuestro esfuerzo y nuestra dedicación más allá de los resultados. Seligman también propone dos clases de emociones positivas relacionadas con el presente: los placeres, que son momentáneos, y las gratificaciones, que son más duraderas. Como explica Carr en su libro al referirse a la propuesta de Seligman: “Los placeres pueden ser corporales y superiores. Los placeres corporales se logran por medio de los sentidos, las sensaciones provocadas por las relaciones sexuales, los buenos perfumes, los sabores deliciosos. En cambio, los placeres superiores surgen de actividades más complejas e incluyen sensaciones como la dicha, la alegría, el bienestar, el éxtasis y el entusiasmo. Las gratificaciones difieren de los placeres en que implican unos estados de

absorción o de fluidez que nacen de realizar actividades que requieren el esfuerzo de nuestras fuerzas distintivas de nuestras virtudes”. Es interesante entender que hay dos caminos en la búsqueda de una vida más plena y satisfactoria: podemos elegir un enfoque hedónico, que define la felicidad en función del acercamiento al placer y el alejamiento del dolor, o apostar a un modelo eudemónico si pensamos la felicidad y la vida en función de la realización de nuestro propio potencial. Para eso avanzaremos hacia la etapa siguiente del entrenamiento, en la que pondremos en juego lo que “yo busco” sin perder de vista el ejercicio más potente que incorporamos en esta fase: estar presentes en nuestro presente en lugar de poner todo nuestro ser en manos del futuro.

¿QUÉ ES LO QUE MÁS DESEÁS? ¿QUÉ ESTÁS BUSCANDO O ESPERANDO QUE OCURRA?

¿CUÁN DISPUESTO ESTÁS A QUE ESTO SEA POSIBLE?

Lo que pensamos y sentimos nos define pero nuestras metas, nuestros deseos e intenciones son lo que nos da una dirección. Eso que buscamos, justamente, es lo que expresa con mayor potencia el concepto de la inteligencia espiritual. Profundicemos entonces este tercer nivel, el más profundo de la inteligencia humana. ¿Qué buscamos? ¿Qué lugar ocupamos en la sociedad y en los diferentes grupos a los que pertenecemos? ¿Cómo nos relacionamos con los demás? ¿Qué valores orientan nuestra vida? Es muy difícil responder estas preguntas, que van al núcleo de nuestra existencia, pero es importante empezar a pensarlas. Un primer paso es abordar cuestiones más primarias, concretas y prácticas que nos permitan poner en sintonizar nuestras antenas con el mundo y con nosotros mismos.

¿PODRÍAS PRECISAR CUÁLES SON TUS OBJETIVOS EN EL CORTO, MEDIANO Y LARGO PLAZO? YO BUSCO EN EL CORTO PLAZO

YO BUSCO EN EL MEDIANO PLAZO



YO BUSCO A LARGO PLAZO

Tener claridad sobre lo que hacemos y en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía puede servirnos como un primer diagnóstico de la relación entre el mundo mental y el material. Cuanto más coherente y armónica sea la relación entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que buscamos, nuestras acciones serán más consecuentes y fructíferas. Eso no significa que debamos estar en movimiento todo el tiempo. Al contrario, como reza con sabiduría la frase, “no hay que llenar los vacíos sino habitar los espacios”. Pensemos por un momento en qué ocupamos (o perdemos) el tiempo. ¿Estás en el presente o no podés dejar de pensar en el futuro? ¿Estás llenando tus espacios vacíos sin ser consciente? ¿Podés identificar si te provoca más temor la inacción, la indecisión, o la incertidumbre? En esta exploración de lo que buscamos para aproximarnos al sentido —o los sentidos— que queremos darle a nuestra vida, la espiritualidad es un condimento fundamental.

LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL ES LA CARGA MORAL, EL VALOR QUE LE OTORGAMOS A LAS COSAS, A LAS PERSONAS, A LAS EXPERIENCIAS. El psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard Howard Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples, habla justamente de la “inteligencia existencial o filosófica” para explicar la forma en que “manejamos y sostenemos los problemas relacionados con el significado de la vida, y los valores que dan contexto a nuestro comportamiento, ayudándonos a optar por el buen camino en términos éticos".

Esta forma de inteligencia indaga en cómo cuidamos nuestra salud, cómo nos alimentamos y nos comunicamos; qué tipo de relación elegimos mantener con nuestra pareja, nuestros amigos y familiares; cómo vivimos en sociedad y cuál es nuestra conexión con la naturaleza y con el tiempo; si sentimos curiosidad; si estamos atentos al dolor ajeno y cómo utilizamos nuestra capacidad de agradecer, perdonar y pedir perdón, y tantas otras reflexiones que podemos hacer sobre nuestros vínculos con todo lo que nos rodea. Estas preguntas también revelan nuestras fortalezas y virtudes, en las que profundizaremos más adelante. Por ahora solo veremos que no es tan difícil ni agotador incorporar las rutinas y los recursos necesarios para seguir avanzando en nuestro entrenamiento espiritual. La forma de pensar, de sentir, de estar con nosotros mismos y con los otros da cuenta de nuestra naturaleza y de quiénes somos. Pero no debemos asustarnos si nos encontramos con un “yo” muchas veces descuidado y desdibujado por la vorágine individualista de estos tiempos, en los que solemos perdernos o tropezarnos con nuestros propios pasos. Muchos filósofos modernos y maestros espirituales responsables creen que la crisis actual de la humanidad no es tanto económica y social como de identidad. En este contexto, aprender a conectar con conciencia plena con las distintas facetas de nuestro “yo” que estamos recorriendo en estos capítulos es una forma sincera para sintonizar con nuestra esencia. Desde mediados del siglo pasado, autores como Erich Fromm, Abraham Maslow, Viktor Frankl y Carl Jung, cada uno con sus modelos y sus teorías, plantearon vivencias terapéuticas destinadas a buscar el sentido de la existencia del hombre. En la última década, como parte de la tradición humanista, la psicología positiva también ha ganado un lugar indagando en la felicidad y el bienestar de los individuos, enfocando en la magia que posibilitan las emociones positivas y promoviendo el ejercicio de actividades que desarrollen el espíritu para florecer como personas. No es casual que se multipliquen en todo el mundo los cursos de yoga, meditación, respiración y otras prácticas que nos ayudan a aquietar la mente y encontrarnos con nosotros mismos. Una vez, durante una entrevista para un artículo sobre la inteligencia espiritual, escuché una frase que lo sintetiza: “El hombre contemporáneo necesita volver a su casa”. Esto está directamente vinculado con nuestros niveles de satisfacción e insatisfacción, con lo que deseamos y con lo que sentimos que nos falta, es decir, con la medida en que nos estamos apartando de nuestros propios deseos y de nosotros mismos.

HABITEMOS Y DEMOS VIDA A NUESTROS VERDADEROS DESEOS. SÉ TU PROPIO BUDA. SÉ EL GENIO DE TU PROPIA LÁMPARA.

Muchas veces insistimos en avanzar y llegar lejos —incluso sin saber hacia dónde ni para qué— cuando, en definitiva, estamos buscando volver a nosotros mismos. Nuestra insatisfacción se debe, precisamente, a la despersonalización de la que somos víctimas por poner energía en objetivos que nos sacan de nuestro eje. Seremos sabios cuando descubramos que el gran misterio de la felicidad reside en la autogestión. Cuando, a medida que avanzamos en nuestro camino, comprobemos que cada logro es el resultado de una búsqueda sincera y consciente, y entendamos que la autosuperación el mejor viaje para encarar cada día que comienza.

PARA QUE ESO OCURRA DEBEMOS HACERNOS CARGO DE LA PARTE QUE NOS CORRESPONDE A LA HORA DE ATRIBUIR LA RESPONSABILIDAD DEL ÉXITO O EL FRACASO DE NUESTRAS ELECCIONES. CUÁNTAS VECES HABREMOS PENSADO: “SI DIOS QUIERE”; “DIOS PROVEERÁ”; “NO TENGO SUERTE”, “YA CAMBIARÁ ESTA RACHA”. NUESTRO DIOS, CUALQUIERA QUE SEA, PUEDE OFRECERNOS UNA GUÍA PERO SOMOS NOSOTROS QUIENES DECIDIMOS POR DÓNDE IR Y A DÓNDE QUEREMOS LLEGAR. SI TUVIERAS EN TUS MANOS EL MAPA DE LA ISLA DEL TESORO EN LA QUE SE ESCONDEN TUS MÁXIMOS DESEOS Y AMBICIONES, ¿QUÉ HABRÍA DENTRO DEL COFRE?

Intentemos no dejar todo en manos del destino o del dios en el que creamos, así como no deberíamos hacer todas nuestras apuestas al futuro ni ponernos al servicio de las expectativas y los deseos de otros. Tratemos de no recurrir exclusivamente a la razón en detrimento de la emoción ni creer que cuidar nuestro cuerpo es atender más la estética que la salud o que envejecer es sumar arrugas, y no la experiencia que nos dan los años. Cultivar nuestra inteligencia espiritual significa entender la importancia de entrar en sintonía con nuestro tiempo interno, escuchar nuestro ritmo y ajustar los tonos que rompen la armonía que deseamos lograr. De ahí se deriva la importancia de tomar contacto, paso a paso, con nosotros

mismos en lugar de vivir vidas prestadas. Un ejercicio vital para lograrlo es la meditación. La ciencia ha demostrado que la inteligencia espiritual influye sobre el sistema nervioso, colabora en la disminución de la presión arterial, la reducción de los niveles de colesterol, el control de cierto tipo de arritmias y cefaleas, y la regulación de los sistemas endócrino e inmune. Es más, algunos beneficios físicos de ciertos hábitos o prácticas espirituales están documentados científicamente. Hace poco tiempo se tomaron imágenes del cerebro de un grupo de monjes tibetanos y los resultados fueron contundentes: las áreas cerebrales que se activan ante emociones vinculadas con la felicidad tenían en esos religiosos niveles de intensidad muy superiores al promedio de las personas. También se hizo un estudio similar con empleados de una fábrica. Se registraron sus imágenes cerebrales, luego les enseñaron a meditar y ocho semanas después de haber practicado meditación volvieron a registrar el funcionamiento del cerebro. Los cambios en la estructura cerebral de los trabajadores fueron rotundos. Por supuesto, no se trata de convertirnos en monjes sino de aprender a hacer una pausa, calmar la mente y conectar con nuestras voces interiores. Las técnicas de mindfulness, savoring y flow, la importancia de la respiración consciente y la aceptación sin que nos gane el juicio crítico ni la censura emocional son pasos para empezar a integrar amorosamente todos los aspectos de nuestro “yo”. En definitiva, para descubrir quiénes somos de verdad y hacia dónde queremos ir.

CERRÁ LOS OJOS Y TRATÁ DE REFLEXIONAR ACERCA DE LO QUE LEÍSTE HOY EN ESTAS PÁGINAS. ¿ENTENDÉS EL SENTIDO QUE TIENE (O DESEA TENER) ESTE LIBRO? ¿PODÉS MEDITAR DURANTE UNOS MINUTOS SOBRE TODAS LAS IMPRESIONES QUE REGISTRÓ TU CUERPO (TU MENTE, TUS EMOCIONES Y TU ESPÍRITU)? ¿PODÉS EVITAR LA AUTOCRÍTICA, LOS PREJUICIOS Y LA MIRADA AJENA?



LO POCO O MUCHO QUE LOGRES AQUÍ ES UN GRAN PASO PARA EMPEZAR A DEFINIR (AFIRMAR O REPENSAR) TU RUMBO.

Es importante descubrir que hay ciertas “formas” que ya no nos aportan nada, que ya no tienen sentido para nosotros. Seguramente la crisis del cambio nos aterrará al principio —cada vez menos a medida que estemos más entrenados— pero el agobio que provoca modificar hábitos y creencias para salir de una aparente zona de confort es algo necesario siempre que cae un viejo paradigma. ¿Cómo, si no, el hombre inventó la pólvora, la electricidad, las vacunas, Internet?

LOS MAESTROS ESPIRITUALES CREEN QUE EL MUNDO CAMBIA CUANDO EL HOMBRE SE REBELA Y BUSCA OTRA REALIDAD QUE LE OTORGUE SENTIDO. Una vez Moira Lowe, líder en Argentina de la Universidad Espiritual Mundial Brahma Kumaris, me dijo durante una charla para uno de mis artículos en el diario La Nación: “La inteligencia espiritual nos ayuda a recuperar, entre otras cosas, el coraje para hacer lo que ni siquiera soñábamos que éramos capaces de emprender”. Coraje, valentía, optimismo, esperanza, curiosidad, creatividad, flexibilidad son las fortalezas que nos permiten recorrer este camino. Somos (y estamos) resilientes, neuroplásticos, optimistas y contamos con el poder de estas virtudes siempre que estemos dispuestos a ser coherentes con el sentido que queremos darle a nuestra vida.

CONECTAR CON NUESTROS DESEOS MÁS PROFUNDOS PUEDE PARECER UNA TAREA DIFÍCIL PERO SOLO ESO NOS HARÁ FLORECER. Ahora necesitamos reforzar nuestro entrenamiento y pasar a la etapa siguiente —“Yo puedo”—, en la que aprenderemos que podemos vencer los miedos que nos paralizan. Esto nos permitirá animarnos a atravesar la fase más mágica de nuestro “yo: “Yo creo”, tanto en términos de creer como de crear. Habremos completado entonces el recorrido hacia la inteligencia espiritual. Quiero compartir la experiencia de Bronnie Ware, una escritora australiana que desde hace años trabaja con personas deshauciadas intentado aliviarles el dolor en el tiempo que les queda por vivir. A lo largo de esa profunda experiencia, después de haber escuchado el relato de cientos de pacientes, Ware logró detectar cinco razones por las que corremos el riesgo de arrepentirnos antes de morir de

no haber sido sinceros con nosotros mismos: 1. Ojalá hubiese hecho lo que quería y no lo que la gente esperaba de mí. 2. Ojalá no hubiese trabajado tanto. 3. Ojalá hubiese expresado más mis pensamientos. 4. Ojalá hubiese pasado más tiempo con mis amigos. 5. Ojalá me hubiese permitido ser feliz. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué estamos buscando? ¿Debemos dar un giro de timón? Hagamos una pausa en nuestro entrenamiento para tomar aire y darle espacio a la reflexión que nos guió a lo largo de estas páginas: hacia dónde nos gustaría orientar el rumbo de nuestra vida.

¿EN QUÉ CONSISTE, A TU JUICIO, “TENER”? SI NO TE ALCANZA EL ESPACIO, ESCRIBÍ EN LOS MÁRGENES. SI TE SOBRA, NO ESCRIBAS SOLO PARA LLENAR EL VACÍO.

El mundo contemporáneo nos ha acostumbrado a calmar nuestros vacíos existenciales con todo tipo de posibilidades de consumo y, últimamente, nos ha hecho creer que la tecnología puede resolver gran parte nuestras búsquedas y necesidades de encuentro. Pero, ¿qué de todo lo que tenemos nos hace sentir felices? ¿Cuánto de eso que acumulamos es realmente necesario y cuánto tiene sentido? Es más, ¿qué sentido tiene o tuvo? Básicamente estamos automatizados para producir, ser “exitosos”, consumir y vivir gran parte de nuestros días “on line”, con poco o nada de conexión emocional y espiritual. El problema comienza cuando descubrimos que casi nada de lo que tenemos puede garantizarnos la felicidad. Pero así como siempre podemos cambiar de proveedor de Internet o variar nuestras búsquedas en la red, también estamos a tiempo de modificar lo que nos hace infelices. Al igual que sucede con nuestras creencias, nuestros sentimientos y nuestras búsquedas, las pertenencias definen mucho más que un estilo de vestir, de andar, de pensar, de pertenecer.

LO QUE CONSUMIMOS Y ACUMULAMOS Y LAS PERSONAS Y LAS COSAS DE LAS QUE NOS RODEAMOS SON UN FIEL RETRATO DE NUESTRO ESTADO EMOCIONAL Y ESPIRITUAL. Muchos de nuestros pesares se deben a situaciones que nos pasan y nos pesan, y que no sabemos cómo quitarnos de encima; a todo lo que supuestamente nos falta y no sabemos bien qué es ni cómo ni dónde conseguirlo. Y cuando creemos que lo hemos conseguido, el miedo a la pérdida no hace más que potenciar el hábito de apegarnos a esos objetos, hábitos, lugares o personas.

El miedo al vacío, a la soledad o a la falta es hoy tan universal y contundente como el temor a la enfermedad o a la muerte. Esto es un motivo suficiente para que muchos eviten tomar conciencia plena de lo que tienen y del costo (económico, físico, psicológico y moral) que ha implicado conseguirlo y mantenerlo. De esa forma, solemos cometer el error de estirar como goma de mascar muchas situaciones, vínculos, creencias y estados anímicos cuando, en realidad, si les pusiéramos un corte a ciertas modalidades y relaciones probablemente recuperaríamos una sensación de bienestar que creíamos perdida. Quiero hacer una advertencia fundamental: no se trata de patear el tablero ni de tirar todo por la ventana sino de avanzar a cada paso, respetando los tiempos internos y las formas propias de procesar lo que sucede, con conciencia plena, aceptación y compromiso. Ya veremos que a veces sí es necesario producir un corte radical pero por ahora pensemos que el desapego es, ante todo, la capacidad de no generar dependencias y de saber renunciar a una forma de pensar, de sentir, de estar, de buscar y de vincularnos que no nos hace bien. No lo entendamos exclusivamente como una ruptura o un desprendimiento.

SI EL CAMBIO ES POSIBLE Y PERMANENTE, PENSEMOS TAMBIÉN QUE LAS PERSONAS, LOS OBJETOS Y LAS EXPERIENCIAS NO TERMINAN NI SE VENCEN SINO QUE SE TRANSFORMAN. Como dice la filosofía budista, la transformación de la mente comienza con el trabajo de nuestras actitudes hacia la vida, utilizando el poder de la razón para analizar nuestras falsas ilusiones, nuestras emociones perturbadoras e incluso nuestros supuestos básicos, a fin de encontrar, dicho en términos sencillos, una manera de ser felices. Así lo resumía un escrito que una vez me regaló un gran terapeuta, estudioso de la medicina tibetana. Por algún providencial motivo lo guardé entre mis papeles personales y lo reencontré pocos días antes de escribir este capítulo. ¿Por qué insistimos y nos apegamos a más de lo mismo? ¿Por qué no identificamos, reconocemos y aceptamos cómo opera nuestra mente y sacamos el palo de la rueda? ¿Acaso no buscamos alejarnos de lo que nos hace daño?

SI PERSISTIMOS EN UNA IDEA O UNA FORMA

DE ACTUAR LO ÚNICO QUE HAREMOS ES INTENSIFICAR LA EMOCIÓN POR MEDIO DE LA REPETICIÓN. ¿ESA ES LA EMOCIÓN QUE DE VERDAD DESEAMOS? ¿Qué actitud tomarías si te asegurasen que la transformación profunda ocurre cuando nos decidimos a soltar los pensamientos, sentimientos, hábitos y relaciones que ya no nos resultan funcionales ni saludables? Es posible convertir las crisis en oportunidades si no le tenemos miedo a los miedos. Quizá creas que el temor es más fuerte que cualquier promesa u oportunidad sanadora. Pero, ¿qué son los miedos sino creencias, ideas, pensamientos… en definitiva, resistencias con las que preferimos morir antes que atrevernos a encarar un cambio de actitud? El desafío, entonces, es lograr el desapego de nosotros mismos más que poner en foco en “soltar” la dependencia con los otros. Ya entenderemos que el único camino auténtico y posible para lograrlo es la autogestión de nuestra vida con libertad, flexibilidad, creatividad, y siempre a conciencia. Por ahora, atrevernos a reflexionar sobre lo que tenemos y lo que necesitamos aquí y ahora es un primer gran paso para lograr los beneficios emocionales de vivir desapegados. Cuando cumplí 40 años escribí el libro 30 / 40 La gran oportunidad. Fue un acto catártico, además de una imperiosa necesidad de encontrarle un sentido positivo al paso del tiempo en función de lo que he vivido y de buscar nuevas formas para vivir mejor a partir de ahora. Así tengas 30, 40, 50, 70 o 100 años, la pregunta de fondo suele ser la misma: ¿qué he conseguido después de tantos años de pensar en el futuro? ¿Este presente es el futuro que deseaba para mí? ¿Qué logré y qué tengo? En definitiva, lo que ya pusimos sobre la mesa: ¿cuán satisfecho estoy con la vida que tengo?

SI PONEMOS NUESTRO PRESENTE BAJO LA LUPA DE LO QUE HEMOS LOGRADO Y DE LO QUE TENEMOS PENDIENTE, COMETEREMOS EL ERROR DE HACER BALANCES DESEQUILIBRADOS SOBRE NUESTRO

PROPIO DEBE Y HABER. Uno de los capítulos de aquel libro, a partir del cual empecé a entender mucho de lo que quería hacer de ahora en más, lo titulé “Ser o tener” y decía: No hace falta tener juventud para ser, estar o sentirse más o menos joven. No es necesario tener pareja para sentir amor. No es indispensable tener hijos para ser padres. No hay que tener 20 o 30 años para disfrutar del sexo. No siempre alcanza con tener trabajo para sentirse realizado o reconocido. No es necesario tener dinero para ser afortunado. No alcanza con comprar todo para cubrir la falta y dejar de ser infeliz. Podría continuar la lista pero te propongo que sumes tus propias reflexiones.

¿QUÉ ES LO QUE YA NO NECESITÁS? ¿QUÉ MITOS, MANDATOS O FALSAS CREENCIAS DEBERÍAS EXORCIZAR DE TU VIDA?

Tal vez nos ayude pensar en que el “yo” que estamos analizando en estas páginas suele ponerse en juego en torno a tres aspectos clave: la imagen (lo joven y lo viejo), el amor (la aceptación o la exclusión), y los bienes (lo acumulado y lo que sigue en deuda). Son tres vértices que conforman otro triángulo vital dentro de la matriz “cuerpo - mente - espíritu” y a los que deberíamos prestar atención de ahora en más.

¿Cómo y cuánto nos condiciona la edad? ¿Cuánto nos condicionan las relaciones que hemos tenido? ¿Cuán dependientes somos de los bienes materiales que hemos acumulado? ¿Cuánto tiempo y energía de cada día están al servicio de lo que supuestamente deseamos conseguir? En el capítulo anterior nos propusimos revisar nuestros objetivos en el corto, el mediano y el largo plazo. A partir de ahora hagamos todas las modificaciones que creamos convenientes y dejemos la puerta abierta a todos los ajustes que sean necesarios hasta finalizar el libro (e incluso después). Las preguntas que siguen a continuación pueden resultar molestas o angustiantes pero nos ayudarán a revisar para qué nos sirve todo lo que tenemos. Si lo que acumulamos define nuestro estado emocional y espiritual, empecemos a abrir nuestros placares, cajones y armarios para ver qué tenemos y cómo estamos. Recorré con atención cada rincón de tu casa, desde los lugares más transitados hasta los más olvidados. Aprovechá para observar también tus deseos, pasiones y obsesiones.

¿CUÁL ES TU VESTIMENTA HABITUAL? ¿CÓMO ES TU ESTILO? ¿EN QUÉ SITUACIONES TE DESPRENDÉS DE UNA PRENDA?

¿TE RESISTÍS A HACER “LIMPIEZA” DE PLACARES, CAJONES Y ESCRITORIOS? ¿SE DEBE A FALTA DE TIEMPO, A COMODIDAD, O A NO QUERER TIRAR NADA?

¿SENTÍS QUE VIVÍS ANCLADO/A EN EL PASADO, LA NOSTALGIA Y LOS RECUERDOS?

¿PARA QUÉ Y POR QUÉ TRABAJÁS? ¿CUÁNTAS HORAS? ¿CON QUÉ COSTO?

¿PARA QUÉ Y POR QUÉ COMPRÁS COSAS? ¿CUÁNTA UTILIDAD TIENEN O LES OTORGÁS? ¿CUÁNTO LAS DISFRUTÁS? ¿DESEÁS MÁS AQUELLO QUE CREÉS INALCANZABLE?

La necesidad de revisar ciertas creencias y salir en busca del bienestar es tan generalizada que los científicos modernos han puesto la lupa en la neurociencia y en lo que esa disciplina nos puede aportar para sentirnos mejor y ser felices. Desde hace unos años, el curso más popular de la Universidad de Harvard es un seminario sobre

felicidad dictado por Tal Ben-Shahar, profesor de psicología y filosofía y experto en psicología positiva y técnicas de liderazgo. Ben-Shahar plantea que “la vida es similar a una empresa. Una empresa tiene ganancias y costos, y tendrá utilidades en la medida en que sus ganancias sean mayores que sus costos. En la vida diaria, nuestros costos son nuestras emociones y pensamientos negativos, y nuestras ganancias son nuestros pensamientos y emociones positivas. Si tenemos un balance de más pensamientos y emociones positivas en nuestra vida, la empresa de nuestra vida está logrando utilidades. Una persona con una depresión prolongada sería como una empresa quebrada”. La pregunta que Ben-Shahar le formula a sus alumnos es: “¿Cuál es el balance de tu vida en cuanto a las utilidades de felicidad? ¿Está en positivo o en rojo?”. Dicho de otra manera, y volviendo a nuestra pregunta favorita: ¿cuán satisfecho estás con la vida que tenés?

LA CLAVE NO ES “POR QUÉ” ELEGIMOS ALGO SINO “PARA QUÉ” LO HACEMOS. ¿CUÁL ES EL PROPÓSITO? ¿CUÁN EGOÍSTAS O SOLIDARIAS SON NUESTRAS ELECCIONES? MÁS ALLÁ DEL RESULTADO, LO IMPORTANTE ES CUÁN FELICES NOS SENTIMOS A LO LARGO DEL PROCESO. Así como este libro busca promover los beneficios de la inteligencia espiritual, Ben-Shahar asegura que “nuestras verdaderas metas son aquellas que tienen un significado para nosotros, aquellas en las que crecemos como personas, contribuimos y nos dan una sensación de conexión con los demás. Las metas que no nos traen felicidad son aquellas relacionadas con el dinero, la popularidad personal y nuestra imagen o apariencia. Una meta egoísta nos puede dar una sensación de placer temporal, pero una meta trascendente nos da mucha satisfacción y aumenta nuestra felicidad”. Las claves que Ben-Shahar propone en su clase, que cuenta con 1.400 alumnos por semestre a pesar de ser electiva, suelen resumirse en cinco “pasos para ser más felices”: 1. No olvides la conexión entre el cuerpo y la mente. 2. Permitite ser humano. Reconocé y aceptá tus emociones. 3. La felicidad está en la intersección entre el placer y el significado. La clave es nuestro estado de

ánimo, no el de nuestra cuenta bancaria. 4. ¡Simplificá! No siempre hacer más es mejor. La cantidad afecta a la calidad y podemos arriesgar nuestra felicidad si tratamos de hacer demasiado. 5. Expresá gratitud siempre que sea posible. Esta síntesis responde a las capacidades que hemos desarrollado a lo largo de nuestro entrenamiento espiritual. Para complementar esos cinco pasos podríamos agregar: 1. Somos un “yo” integrado por una mente, un cuerpo y un espíritu: “Yo soy” el resultado de lo que “yo pienso”, “yo siento” y “yo busco”. 2. Somos la suma de nuestra inteligencia cognitiva, emocional y espiritual. 3. Somos dadores de significado y el resultado de la interpretación y significación de nuestras experiencias: “Yo soy” de acuerdo con cómo “yo estoy” (nuestro estado, nuestras creencias, elecciones y actividades significativas, nuestro contacto con emociones positivas). 4. Somos y estamos aquí y ahora, a conciencia, con aceptación y compromiso. Somos lo que creemos, sentimos, buscamos, hacemos y estamos dispuestos a que ocurra hoy (presente), más allá de nuestras experiencias y nostalgias (pasado) y de nuestras ansiedades e incertidumbres (futuro). 5. Somos seres virtuosos. La gratitud y el perdón son dos antídotos que sanan todo. Ya abordaremos hacia el final del libro las 24 virtudes que nos ayudarán a obtener resultados positivos. Lo más valioso que tenemos está dentro de nosotros mismos. Nuestro mayor capital es lo que somos, lo que creemos, lo que sentimos y lo que buscamos.

LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD ES LA AUTOGESTIÓN. ¿QUÉ ESTAMOS BUSCANDO? ¿QUÉ ESTAMOS DISPUESTOS A QUE OCURRA? Estas páginas responden a un orden lógico y sensible en la secuencia de aspectos de nuestro “yo” que estamos transitando. Si no abriésemos las ventanas de lo que “yo soy”, “yo pienso”, “yo siento”, “yo estoy” y “yo busco”, difícilmente podríamos entender que lo que “yo tengo” responde a nuestro capital psicológico y espiritual. Si seguimos el argumento de Ben-Shahar de que nuestros costos y nuestras ganancias están dados

por la calidad (positiva o negativa) de nuestros pensamientos y emociones, podremos entender mejor la idea de “capital psicológico”. Este concepto fue propuesto en 2007 por Fred Luthans, Carolyn Youssef y Bruce Avolio para hablar del verdadero capital humano. Con profundo rigor científico, se refieren de ese modo al “estado psicológico positivo de desarrollo de un individuo que se caracteriza por: (1) tener confianza (autoeficacia) en sí mismo para emprender y dedicar el esfuerzo necesario a fin de lograr el éxito en tareas desafiantes; (2) ser optimistas sobre nuestras posibilidades de éxito ahora y en el futuro; (3) ser perseverante en el cumplimiento de metas, y, cuando sea necesario, reorientar las trayectorias de las mismas; y (4) ser capaz de aguantar y recuperarse (resiliencia) para alcanzar el éxito cuando se está abrumado por los problemas y la adversidad”. Estas cuatro herramientas, que dan continuidad a nuestro entrenamiento espiritual, son la clave para entender las bases de nuestro capital. Si tenemos la capacidad de superar, revertir y promover el cambio ante cualquier situación, claramente tenemos (y somos) mucho más que nuestro coeficiente intelectual y nuestra cuenta bancaria.

NUESTRO MAYOR CAPITAL ES LA RESILIENCIA, EL OPTIMISMO, LA ESPERANZA Y LA AUTOEFICACIA.¿QUÉ BUSCAMOS DE VERDAD? ¿CUÁNTO INVERTIMOS A DIARIO PARA QUE OCURRA ESO QUE DESEAMOS? Del mismo modo, los conceptos de autoeficacia, optimismo, esperanza y resiliencia superan ampliamente los tres vértices que, hasta aquí, consideramos fundamentales para evaluar lo que tenemos y lo que hemos conquistado a lo largo de nuestra vida: la imagen, el amor y los bienes.

Por este motivo, más allá de los años de edad y de la imagen física que tengamos, de los bienes que hayamos acumulado y de las relaciones que hayamos construido, nuestro verdadero tesoro se esconde en nuestro interior: en nuestra capacidad de adaptación y nuestra voluntad para superar las situaciones traumáticas y salir fortalecidos de ellas: resiliencia; en cuán capaces nos sentimos ante los desafíos: autoeficacia; en la percepción real de nuestra confianza y nuestra actitud positiva en cada momento: optimismo; en la energía, la motivación y la perseverancia con que nos dispongamos a ir en busca de nuestros objetivos y deseos más auténticos: esperanza. Desde luego que un objetivo puede ser reunir la mayor cantidad de poder y bienes materiales posibles pero nunca dejemos de preguntarnos (y de responder a conciencia plena): ¿cuál es el sentido? Yo soy. Yo pienso. Yo siento. Yo estoy. Yo busco. Yo tengo. ¿Yo puedo? Claro que sí.

¿QUÉ CREÉS QUE SOS CAPAZ DE HACER?

Luego de haber recorrido todos los aspectos de nuestro “yo” no nos queda más que enfrentarnos al espejo y atravesarlo hasta llegar, finalmente, a nuestro núcleo interior. Iremos hasta el lugar más profundo, donde anidan nuestros miedos y deseos y donde somos capaces de aceptar quiénes somos y decidir qué estamos dispuestos a que ocurra a partir de ahora. Lo que se juega en esta instancia es, en definitiva, una visión global y profunda de cuánto nos valoramos y cuán protagonistas podemos ser de lo que ocurra. En estas páginas, más que nunca, quedará en evidencia que nuestro camino está en nuestras manos. No creamos en los golpes de suerte. Nuestro rival no es otro que nuestro miedo y nuestro propio ego.

NADA LLEGA ANTES DE TIEMPO NI DURA MÁS DE LO QUE DEBA DURAR. NADA NUEVO OCURRIRÁ HASTA QUE NO APRENDAMOS LO QUE TENGAMOS QUE APRENDER. ÉSTE ES EL GRAN DESAFÍO Y EL PODER QUE NOS OFRECEN LA ACEPTACIÓN Y LA VOLUNTAD. Así como hablamos de “eficacia personal” al referirnos al capital psicológico en el capítulo anterior, en este caso vamos a identificar cuál es nuestra dosis de valoración personal (autoestima) y cuáles son los hábitos, las estrategias de acción y los mecanismos de afrontamiento a los que solemos recurrir. Es como si fuésemos por un momento un caballero parado frente a su armadura, reconociendo todas sus armas, detectando sus puntos débiles y sus fortalezas, y repasando las técnicas y habilidades a las que apelará para intentar ganar la batalla. Ese “verdugo interior” que comenzamos a desarrollar apenas perdemos la inocencia es el mismo que coloca la vara con la que solemos medir nuestra propia imagen y, por lo tanto, qué y cuánto

creemos que podemos hacer. Y así como definimos “yo tengo” a partir de la eficacia, la resiliencia, el optimismo y la esperanza, podríamos pensar en “yo puedo” en relación con nuestra cuota de autoeficacia, autoestima y nuestros mecanismos de afrontamiento.

El profesor Albert Bandura, de la Universidad de Stanford, creador de la teoría de la “eficacia personal”, adhiere al principio de que “somos lo que creemos” y nos propone reflexionar sobre la confianza que experimentamos respecto del éxito o el logro de lo que nos proponemos. ¿Solemos confiar en nosotros? ¿Tenemos una actitud positiva al proponernos una meta? ¿Nos planteamos objetivos concretos y posibles o solemos pensar genéricamente en “ser felices”? Recordemos la importancia de fijarnos metas posibles, con sentido de realidad, para generar experiencias y emociones positivas próximas y cercanas, que resulten inspiradoras y motivadoras de nuevos desafíos y que abran otras instancias de superación. Es una cuestión de actitud, de creer que será posible, de cultivar nuestra aceptación y aflojar nuestras resistencias. Cuanta más confianza tengamos en nosotros mismos, más incentivo y fuerza tendremos para alcanzar una meta y más cerca estaremos de conseguir los resultados que queremos.

TODO EN NUESTRA VIDA ES UNA ELECCIÓN, INCLUSO CUANDO CREEMOS QUE NO ELEGIMOS LO QUE OCURRE. TODO EN

NUESTRA VIDA ES UNA OPORTUNIDAD DE CRECIMIENTO. Por supuesto que nuestras experiencias influyen en la confianza que podamos tener en nuestras propias capacidades, al igual que el apoyo de las personas que nos rodean y nuestro estado físico y emocional. Pero si necesitamos reforzar nuestra dosis de autoeficacia —es decir, los juicios que hacemos sobre nuestras capacidades personales—, es bueno recordar que hay otras variables que constituyen nuestro capital psicológico: la esperanza, el optimismo y la resiliencia. Así como nuestro cuerpo, mente y espíritu operan integrados, de la misma forma funcionan los diferentes aspectos del “yo” y nuestras virtudes y fortalezas. Lo cierto es que cuanto más dispuestos estemos a lograr algo, más armónica será la respuesta del conjunto de nuestros recursos.

PODREMOS SOLO SI CREEMOS QUE PODEMOS Y SI DECIDIMOS SALIR AL ENCUENTRO DE LOS RECURSOS NECESARIOS PARA LOGRARLO. Para eso debemos mantener un diálogo íntimo y sincero con nuestras virtudes, como veremos en el capítulo “Yo virtuoso”, donde aprenderemos a observar nuestra radiografía cognitiva-emocionalespiritual y nos habilitaremos a ser quienes queremos ser y a tener la vida que deseamos. Por ahora es importante que entendamos simplemente que la autoestima incluye la autoeficacia pero también muchos otros aspectos de nuestra valoración personal. La mayoría de nuestros problemas existenciales reside en la falta de autoconciencia y valoración propia. Nuestros duelos espirituales suelen estar causados por poner el foco en lo que se espera de nosotros en lugar de lo que realmente somos o podemos llegar a ser; en lo que valoran los demás más que en lo que creemos merecer; en lo que supuestamente debería hacernos felices y no en lo que simplemente nos permitiría sentirnos plenos, satisfechos y florecientes. Dejemos de estar pendientes de la etiqueta “Me gusta” y de los comentarios de nuestros amigos y contactos de Facebook y otras redes sociales. Tomemos en su lugar una visión más integral de la autoestima y recorramos los cinco escalones que nos conducen a la toma de conciencia plena y a nuestra propia aceptación: Autorreconocimiento. ¿Puedo identificar mis capacidades cognitivas, emocionales y espirituales? ¿Suelo tomar conciencia y reflexionar acerca de mis verdaderas necesidades?

¿Tengo el deseo y la capacidad de identificar mi estilo de personalidad y mis patrones habituales de comportamiento? ¿Puedo identificar lo que creo que son mis debilidades y fortalezas? ¿Qué actitud tomo frente a lo que necesitaría aprender? Autovaloración. ¿Cuánto me valoro? ¿Cuáles son los criterios o patrones de valoración? ¿Puedo identificar cuán optimista o pesimista puedo llegar a ser o estar? ¿Qué me hace sentir bien u orgulloso de mí mismo? ¿Cuán dependiente o libre puedo sentirme y de qué depende? Autorrespeto. ¿Tengo la capacidad, o al menos el deseo, de regular mis sentimientos y emociones negativas? ¿Puedo evitar o reducir la dosis de autocrítica y prejuicios, las sensaciones de culpa y remordimiento sin sentido? ¿Me reconozco merecedor de lo que deseo? ¿Qué y cuánto merezco? ¿Cuánto hago por hacer valer mis derechos y respetar los de los demás? Autoaceptación. ¿Qué entiendo por aceptar? ¿Reconozco que aceptación no es lo mismo que resignación? ¿Qué cosas no termino de aceptar? ¿En qué cuestiones empleo más tiempo, energía o dinero del que debería? Autosuperación. ¿Cuán capaz me siento de poder lograr algo? ¿A dónde quiero llegar y a qué estoy dispuesto? ¿Soy capaz de ser quien verdaderamente deseo ser?

TEST DE AUTOESTIMA Como en mi libro anterior, el manual de autoestima Qué ves cuando te ves, les propongo compartir la Escala de Autoestima de Rosenberg, una escala profesional utilizada en la práctica clínica que ha sido traducida a 28 idiomas y validada en 53 países. Es uno de los tests más utilizados en el mundo para medir la propia imagen y valoración personal, y aquí nos servirá para hacer una primera aproximación a los rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. A continuación verás las diez preguntas para las que hay que elegir una sola

respuesta cada vez. La suma de puntos te dará un resultado específico. De más está decir cuán necesario es que seamos sinceros con nosotros mismos al responder.

Resultados. Ante todo recordá que los resultados de este test tienen un valor orientativo y te ayudarán a tener una primera idea sobre cómo deberías trabajar tus niveles de autovaloración. Es necesario un estudio debidamente personalizado e integral, con una serie entrevistas realizadas por un profesional capacitado, para trabajar los distintos aspectos de la personalidad. Entre 0 y 25 puntos: Baja autoestima. Al sentirte de esta manera seguramente estés poniéndote trabas a vos mismo. Esto limita la posibilidad de concretar tus metas. Debés descubrir el lado positivo, tus virtudes y fortalezas, y recordar que para que te valoren deberías, ante todo, confiar en vos. Entre 26 y 29 puntos: Autoestima normal. El resultado indica que tenés una mirada saludable y confiable sobre vos mismo. Esta condición facilita la concreción de tus metas y objetivos. Entre 30 y 40 puntos: Alta autoestima, aunque puede ser excesiva. Esta valoración elevada puede darte la energía necesaria para lo que pretendas conquistar. Sin embargo, deberás regular las sobrevaloraciones que puedan resultar contraproducentes.

Además de tomar conciencia de nuestras cuotas de autoeficacia y autoestima, sería de gran ayuda reconocer cuál es nuestro estilo o nuestros mecanismos habituales de afrontar las situaciones. Aquí entra en juego un duelo interesante en nuestro interior: afrontamiento versus control. ¿Por qué tenemos el hábito de creer que podemos controlar todo en lugar de pensar que podemos afrontar cada situación? Una vez más entran en escena nuestros miedos. Y perder el control parece ser la peor de las emociones al enfrentarnos con las situaciones más temidas: la muerte, la enfermedad, el dolor, la soledad, el fracaso. Si lo pensamos bien, nos asusta todo lo que atente contra nuestro sentido de pertenencia, integridad y aceptación; aquello que ponga en peligro nuestra seguridad física, emocional y material; todo lo que creemos que amenaza nuestro bienestar.

SI TODAVÍA NO HICISTE UNA LISTA DE TUS MIEDOS, ES BUEN MOMENTO PARA EMPEZAR. YA HEMOS RECORRIDO ALGUNAS INSTANCIAS GRACIAS A LAS CUALES PODRÁS AFRONTAR ESTE DESAFÍO DE UNA FORMA MUCHO MÁS POSITIVA. YO TENGO MIEDO A/DE (NO DESCARTES NADA DE LO QUE APAREZCA EN TU MENTE):

Hay factores biológicos y genéticos, así como cuestiones vinculadas con nuestra historia y nuestro aprendizaje, que explican ciertos temores. Pero también las culturas, las épocas y los momentos y las condiciones históricas instalan ciertos tipos de temores. Es decir, los miedos, como cualquier otra creencia, se heredan, se enseñan, se construyen y de una forma u otra también se desprograman, se desaprenden y se transforman. El miedo es parte de nuestro ecosistema existencial y es una emoción tan primaria y tan básica como la felicidad. También es parte de nuestra red neuronal: tener miedo nos permite sobrevivir y reaccionar a tiempo (huir o defendernos) frente a una amenaza o una situación peligrosa. De esa forma aprendemos y otorgamos sentido y significado a las experiencias, y desarrollamos nuestros criterios de placer, dolor y trauma.

NO SEAMOS MIEDOSOS. TENGAMOS MIEDOS

A CONCIENCIA Y ESTEMOS DISPUESTOS A EXORCIZARLOS. El miedo, como el resto de las emociones, tiene un componente fisiológico, un componente conductual y un componente cognitivo. Este último es la vivencia subjetiva; es el “sentimiento de miedo” que nos permite identificar la emoción y ponerle nombre. Así la conciencia de las emociones acompaña la aparición del lenguaje. Los temores nos acompañan a lo largo de la vida. Algunos son propios de un ciclo vital y logramos soltarles la mano en algún momento; a otros los arrastramos durante años, queramos o no, porque están incorporados en nuestro ADN emocional. Es probable que quien haya sido golpeado de niño se paralice frente a situaciones agresivas en la vida adulta, o que alguien con una historia de limitaciones económicas viva obsesionado por la sombra de la carencia. Pero más allá de los hechos circunstanciales que puedan resultarnos traumáticos, los miedos también son consecuencia de un estilo de vida y de una forma de vínculo y comunicación. Muchos trastornos de ansiedad —incluso los cuadros de fobia y pánico que muchos desarrollamos en la actualidad— remiten al avance de nuestros miedos. Es así como los temores suelen enquistarse en la personalidad o identidad de las personas y sus vínculos. Esto nos ayuda a entender en parte por qué vivimos cómo vivimos, por qué pensamos, sentimos y estamos de determinada forma.

¿CREÉS QUE PODRÍAS TENER UNA VIDA MEJOR DE LA QUE TENÉS HASTA AHORA? DEJÁ DE ENFOCARTE EN LA CRÍTICA Y EL LAMENTO POR LO QUE NO FUE Y CONCENTRATE EN LA BÚSQUEDA Y EL FLORECIMIENTO. ¿CUÁNTAS COSAS NO OCURRIERON POR HABER TENIDO MIEDO DE QUE OCURRIERAN? ¿CUÁNTOS ENCUENTROS DESEADOS NO SE CONCRETARON? ¿CUÁNTAS IDEAS NO SALIERON A LA LUZ?

¿CUÁNTO TIEMPO MÁS ESTÁS DISPUESTO/A A DEJAR PASAR POR TEMOR A PERDER EL CONTROL?



Si dejamos de intentar controlar, podremos afrontar y aceptar nuestros miedos, caprichos e inseguridades. En el ejercicio del control no hacemos más que ponernos rígidos, tensos y arraigarnos a lo que ya creemos o conocemos. El control —como manifestación del miedo— nos impide cualquier posibilidad de apertura y cambio. En cambio, si en lugar de apegarnos intentamos soltar nuestros temores, podremos transformar cualquier otro sentimiento, emoción o creencia que ya no querramos más para nuestra vida. Para eso, además reforzar nuestra autoeficacia y autoestima, podemos sumar recursos y herramientas si tomamos conciencia de nuestros criterios de atribución y nuestros mecanismos de afrontamiento.

¿QUÉ COSAS DEPENDEN DE VOS?

¿SOLÉS ECHAR CULPAS, HACERTE CARGO DE TODO, O DEJARLO EN MANOS DE DIOS, DEL DESTINO O DE LA SUERTE?

¿ENTENDÉS Y ACEPTÁS QUE NO PODÉS CONTROLAR CASI NADA PERO PODÉS ADAPTARTE A LO QUE OCURRA SIEMPRE QUE HAYAS HECHO TODO LO QUE CREÍSTE CONVENIENTE O PUDISTE HACER?

¿HICISTE TODO LO QUE PODÍAS HACER?



¿ESTÁS HACIENDO TODO LO NECESARIO Y POSIBLE?

Los estilos o estrategias de afrontamiento revelan cómo somos y cómo solemos comportarnos a partir de lo que pensamos y lo que sentimos, lo que nos gustaría y lo que buscamos, lo que podemos y lo que hacemos. En definitiva, dan cuenta de nuestra forma de abordar el estrés y otras exigencias de adaptación de la vida cotidiana. Incluso en los tiempos en que no podemos hacer más que esperar, el gran desafío es cómo nos disponemos a afrontar lo que ocurra, sea el deseo o la incertidumbre.

TODO SE TRANSFORMA CON CADA EXPERIENCIA QUE VIVIMOS. NADA OCURRE EN FUNCIÓN DE LO QUE PUEDA PASAR EN EL FUTURO SINO DE LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO AQUÍ Y AHORA, Y DE CÓMO DECIDAMOS ACTUAR ANTE ESO. Existe consenso científico sobre cómo abordamos el estrés que suelen provocarnos nuestros deseos, nuestras búsquedas y nuestras creencias sobre lo que podemos y no podemos. Investigadores como Richard Lazarus y Susan Folkman acertaron cuando detectaron en 1984 la inevitable correspondencia entre estrés y afrontamiento. Dijeron, como luego afirmaron otros autores, que “el afrontamiento es la respuesta adaptativa al estrés”. Así es. Todo ocurre en función de cómo percibamos, estimemos, juzguemos, interpretemos y elijamos actuar o responder. Adaptarnos o negociar ante la adversidad o las circunstancias que se presenten es una estrategia decisiva. En este sentido debemos pensar que solemos afrontar la vida haciendo foco en tres aspectos fundamentales: los problemas, las emociones y la evitación.

¿CUÁL ES TU ESTILO A LA HORA DE BUSCAR UNA SOLUCIÓN A LAS SITUACIONES DIFÍCILES?

¿QUÉ INTENTÁS RESOLVER AL AFRONTAR UN PROBLEMA: PRIORIZÁS EL PROBLEMA EN SÍ, INTENTÁS REGULAR TU ESTADO DE ÁNIMO O PREFERÍS EVITAR CUALQUIER SITUACIÓN DE ESTRÉS?

No podemos resolver todos nuestros desafíos siempre de la misma manera ni con las mismas estrategias. Podemos tener ciertos rasgos o estilos de personalidad pero de nada nos servirá abordar cada experiencia de una manera universal y automática. Para nada nos servirá afrontar una pérdida, una separación o cualquier otro tipo de duelo haciendo foco en “el debe y el haber” y tratar de seguir adelante como si se tratara de un balance contable. Para nada nos servirá afrontar el estrés de un examen, una entrevista o un negocio concentrándonos en la ansiedad y el nerviosismo sin hacernos cargo de estudiar, planificar y contemplar las necesidades de la situación. Para nada nos servirá guardar en un cajón los recuerdos, renunciar a estudiar o dejar pasar un trabajo escudándonos —o resignándonos— en que no podemos hacerlo para evitar el estrés que puede implicar esa experiencia. Podemos evitar, negar, proyectar, reprimir, inhibir, distorsionar, reemplazar, pero no hay un mecanismo de defensa más auténtico y positivo que aceptar y disponerse a la transformación.

ACEPTAR NO ES RESIGNAR ACEPTAR NO ES PERDER ACEPTAR NO ES OLVIDAR ACEPTAR NO ES CONTROLAR ACEPTAR ES SOLTAR Y DEJAR QUE SEA LO

QUE DEBA SER ACEPTAR ES LIBERTAD QUE DUELE ACEPTAR ES CRECER ACEPTAR ES PODER PENSALO, SENTILO, ESCRIBILO CIEN VECES: ACEPTAR Si nos reconocermos como seres integrados por cuerpo, mente y espíritu, debemos entender que cada situación, cada relación y cada momento necesita y merece una estrategia especial de afrontamiento. Y cuantos más aspectos integrados consideremos, mayor será nuestra probabilidad de “éxito”, bienestar y felicidad. Antes de avanzar creo que es el momento de compartir el cuento “El helecho y el bambú”. Me lo acercó una vez una mujer muy especial que un día, en su intento por despertar y descubrir quién era y de qué y cuánto era capaz, se dispuso a ver más allá de lo que creía que podía.

EL HELECHO Y EL BAMBÚ Un día decidí darme por vencido… Renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi vida. Fui al bosque para hablar con un anciano que decían era muy sabio. —¿Podría darme una buena razón para no darme por vencido? le pregunté. —Mira a tu alrededor —me respondió. ¿Ves el helecho y el bambú? —Sí -respondí. —Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. En el tercer año, aún nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. En el quinto año un pequeño brote de bambú se asomó en la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. El sexto año, el bambú creció más de veinte metros de altura. Se había pasado cinco años echando raíces que lo sostuvieran. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.

¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? El anciano continuó: —El bambú tiene un propósito diferente al del helecho, sin embargo ambos son necesarios y hacen del bosque un lugar hermoso. Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida. La felicidad te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante… Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… quizá solo estés echando raíces… Anónimo Hacer foco de forma consciente, identificar dónde está la necesidad, la importancia y la urgencia; romper con la rigidez de las estructuras, los mandatos y los manuales; ser flexible y aprender a adaptarse a las circunstancias; hablar, decir, escuchar, pedir ser escuchado; meditar; asumir la responsabilidad, la aceptación y el compromiso; ser curioso y buscar la información adecuada; saber pedir ayuda y recibir el consejo; evitar el automatismo binario, regular el uso de la tecnología y las soluciones virtuales; revisar nuestras relaciones, formas de planificar, ordenar y establecer prioridades… Todos estos mecanismos con los que afrontamos qué, cómo, cuánto, cuándo y por qué podemos o no podemos (o creemos que) revelan que la evasión, la negación y la resignación no son una opción. No hay mejor alternativa que atreverse. Después de haber reflexionado acerca de nuestros propósitos y nuestros planes y deseos más auténticos; de cómo pensamos; cómo sentimos; cómo estamos, es hora de volver a quiénes somos integrando nuestra capacidad intelectual, emocional y espiritual..

¿TE ANIMÁS A REVISAR QUÉ DICE TU RADIOGRAFÍA EMOCIONAL? NO ES NECESARIO SEGUIR EL ORDEN LÓGICO DEL “YO” QUE HEMOS ABORDADO A LO LARGO DE LOS CAPÍTULOS PERO EN LO POSIBLE INTENTÁ RESPONDER SIGUIENDO LA SECUENCIA. YO SOY:

YO BUSCO:

YO PIENSO:

YO SIENTO:

YO ESTOY:

YO TENGO:

YO PUEDO:



Salgamos de la trampa de la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”. Pero avancemos incluso más allá de la alternativa “¿Cuán satisfecho estoy con la vida que tengo?”, y tratemos responder: ¿qué vida quiero para mí? ¿De qué me siento capaz, a partir de ahora, sea cual sea el camino que elija para mi vida? Ya sabemos que podemos resignificar nuestras creencias porque la neuroplasticidad hace que el cambio sea posible y permanente. Sabemos que somos y estamos resilientes en mayor o menor medida, y que podemos superar y salir fortalecidos incluso de las situaciones más traumáticas. Sabemos que todos tenemos recursos y virtudes, como el optimismo y la esperanza, que son la garantía de que podemos. Si sabemos todo esto... ¿Qué estamos esperando? La aceptación y el compromiso con un propósito nos dan un sentido de realización personal y trascendencia. Por eso ya no se trata solo de saber “qué”, “quién”, “cómo”, “cuándo”, “cuánto”, “dónde” y “por qué”. Es hora de preguntarnos “para qué”.

SOMOS LO QUE ESTAMOS DISPUESTOS A PENSAR, SENTIR, ESTAR, BUSCAR, TENER Y OBRAR, CON PLENA CONCIENCIA Y EN SINCRONÍA CON NUESTRO PRESENTE. No existe más límite que el sentido de realidad para comenzar a diseñar la vida que queramos tener. Hacia allá vamos en el próximo capítulo, “Yo creo”, para entrenar nuestra capacidad de “crear” y de “creer” que es posible, que podemos.

Ya hemos rescatado tres conceptos fundamentales que definen nuestras posibilidades: la resiliencia, la neuroplasticidad y el optimismo. Ahora, más allá de desplegar muchos otros recursos vitales con los que contamos, dediquemos nuestra atención a un cuarto elemento fundamental para vivir mejor: la creatividad. Podemos superar las situaciones adversas y salir fortalecidos; tenemos la capacidad de resignificar cada creencia y modificar nuestro cerebro e incluso nuestra genética; podemos fomentar un estilo optimista que nos permita estar más cerca de lograr todo lo que nos propongamos a conciencia. Sepamos también que tenemos la posibilidad de diseñar la vida que queramos tener gracias a la capacidad de crear y de creer.

PODEMOS CREAR Y CREER QUE ES POSIBLE. HAGAMOS QUE NUESTROS DESEOS COINCIDAN CON NUESTRAS BÚSQUEDAS. La creatividad no está reservada para los genios, los inventores o los artistas. Ese es otro de los mitos que nos ha impuesto una época que asigna a unos pocos la magia del incentivo y la motivación. La creatividad es un chispazo del mismo tipo que el que ocurrió hace cientos de miles de años cuando el hombre descubrió el fuego después de frotar durante días dos piedras. Si ese hombre de cerebro arcaico hubiera encontrado y frotado una lámpara mágica jamás habría experimentado la emoción de haber logrado por sí mismo, sin la ayuda del “genio”, el descubrimiento más simple y revolucionario. En ese sentido, no estamos tan lejos de nuestros ancestros. Esto quiere decir que la creatividad no siempre significa descubrir el fuego, la pólvora, la penicilina, la electricidad, el teléfono o Internet. El fuego era en aquel momento lo que para nosotros hoy puede ser una simple idea que cambie de forma radical nuestra forma de mirar un problema o una situación. La creatividad nace de una actitud de búsqueda y espera, sin ansia de control.

SER CREATIVO ES IR MÁS ALLÁ DE LO ESTABLECIDO. ES ESTAR ATENTO, CURIOSO

Y DISPUESTO A QUE ALGO NUEVO OCURRA. La creatividad empieza con el simple hecho de provocar y promover un cambio, aunque sea mínimo, en nuestra forma de mirar, de pensar y de sentir. Pero la creatividad no se detiene ahí sino que despierta, estimula, contagia, se expande. En ese sentido es como la felicidad, que solo se descubre en la sucesión de experiencias positivas y de aprendizajes a partir del error. A riesgo de ser insistente, quiero transmitir esto con claridad: se trata de mostrar actitud, poner voluntad, sentir curiosidad… en definitiva, tener ganas de que algo nuevo pase. Y eso siempre ocurre cuando uno está dispuesto porque nadie más que uno es el autor de su propia historia, que escribimos y reescribimos a diario. Pero para eso también se necesita coraje, esperanza y perseverancia. La creatividad no se frustra porque nos equivoquemos o nada resulte como esperábamos y tengamos que salir a buscar otros caminos u oportunidades. ¿Cómo ocurrieron, acaso, los inventos más revolucionarios?

PUEDE HABER CREATIVIDAD TANTO EN EL ÉXITO COMO EN EL FRACASO; EN EL ACIERTO COMO EN EL ERROR. Como dijo Steve Jobs, el fundador de Apple, la creatividad “consiste simplemente en conectar cosas. Los conceptos más remotos surgen usualmente de combinaciones de cosas que ya existen”. Así funciona nuestra mente, conectando y reconectando. Por eso, para mejorar o transformar nuestra vida, debemos hacer las conexiones neuronales que despiertan a nuestro cerebro: los procesos de asociación, la capacidad de síntesis, el ejercicio de la memoria, el análisis de datos. Lo maravilloso es que, gracias a la neuroplasticidad, siempre estamos a tiempo de poner en acto nuestra originalidad y nuestras capacidades. Frank Lloyd Wright finalizó el Museo Guggenheim a los 91 años de edad; Miguel Ángel pintaba frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano a los 89 años… Hoy una señora de 95 años puede chatear con su nieto que vive fuera del país o un hombre de casi un siglo de edad puede atreverse a salir a caminar cada mañana dispuesto a participar de la primera maratón de su vida. Y a vos, ¿qué te gustaría que te ocurra? ¿Qué estás haciendo para estar más cerca de esa meta?

NO OLVIDEMOS QUE SOMOS LO QUE CREEMOS, LO QUE SENTIMOS Y LO QUE BUSCAMOS. SOMOS LO QUE ESTAMOS

DISPUESTOS A QUE OCURRA. Más allá del personaje que creamos que nos ha tocado en el reparto, lo cierto es que podemos abrir el baúl de la imaginación y dar un salto de página o de escenario. Muchos quizá crean que esto es simplemente un pensamiento mágico. Pero nada ocurre por arte de magia. Hasta el más incrédulo o desmotivado debería saber que tiene la posibilidad de crear, transformar, innovar y cambiar su realidad para estar más cerca de quien quiere ser y de la forma en que desea vivir. Junto con la resiliencia y el optimismo, la creatividad es una capacidad que todos los hombres tenemos de generar nuevas ideas, encontrar soluciones y alternativas originales e, incluso, modificar el mundo. Sí, el mundo.

PODRÍAMOS EMPEZAR POR ABORDAR ALGUNOS INTERROGANTES COTIDIANOS CAPACES DE ALTERAR NUESTRA VIDA DIARI A : ¿QUÉ PASARÍA SI HOY NOS ATREVIÉSEMOS A CEPILLARNOS LOS DIENTES CON LA MANO QUE NUNCA USAMOS? ¿QUÉ PASARÍA SI MODIFICÁRAMOS EL RECORRIDO HABITUAL PARA LLEGAR AL TRABAJO? ¿QUÉ PASARÍA SI EN EL CAMINO DIJÉRAMOS “BUEN DÍA”, “PERMISO” , “GRACIAS”, “PERDÓN”? ¿Y SI RECURRIÉRAMOS A LA MEMORIA Y A LA ASOCIACIÓN DE IDEAS PARA RECORDAR UN NÚMERO TELEFÓNICO EN LUGAR DE ANOTARLO EN EL CELULAR? ¿O SI NOS ATREVIÉRAMOS A VIVIR UN DÍA SIN TELÉFONO, COMPUTADORA NI INTERNET? LOS ADULTOS DEBERÍAMOS ESCUCHAR Y LEER CUENTOS INFANTILES MÁS A MENUDO. POR AHORA, HAGAMOS EL EJERCICIO DE IMAGINAR UN RELATO EN EL QUE NOSOTROS SEAMOS UNO DE LOS PERSONAJES. PERMITITE SER QUIEN QUIERAS SER. ELEGÍ EL LUGAR, EL TIEMPO TODO VALE. SI TE ANIMÁS A ESCRIBIRLO, MUCHO MEJOR. LA ESCRITURA ES TERAPÉUTICA. Y SI PODÉS PENSAR UN TÍTULO E INCLUSO ILUSTRARLO, COMO PUEDAS, MEJOR TODAVÍA. PERO TAMBIÉN BASTARÁ CON QUE CIERRES LOS OJOS UNOS MINUTOS Y CREES TU PROPIO CUENTO PORQUE ¿QUIÉN NO QUISIERA TENER UNA HISTORIA MARAVILLOSA PARA VIVIR Y CONTAR?

HABÍA UNA VEZ...

Este libro empezó con una explicación acerca de lo que somos: cuerpo, mente y espíritu; por lo tanto, el resultado de la integración de nuestros coeficientes intelectual, emocional y espiritual. Pero si bien somos “eso” por naturaleza, en el camino —la vida— ocurren cosas que nos corren de nuestro eje y nos generan insatisfacción e infelicidad. Por eso a lo largo de estas páginas hemos hecho todo lo posible por revertir la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” y todas sus implicancias. En cambio nos propusimos reflexionar sobre cuán satisfechos estamos con la vida que tenemos y hacer foco en el propósito y el sentido de lo que pensamos, sentimos, tenemos y buscamos. ¿Qué es lo que realmente deseamos? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para estar cada día más felices, plenos y florecientes? En definitiva, hemos aprendido el valor de resignificar, despertar y recuperar nuestro estado más

puro y original y de esa forma reconocer —hacernos cargo y darles utilidad— todas las capacidades con las que hemos sido dotados por naturaleza para sobrevivir y evolucionar. La creatividad es una de esas “virtudes desvirtuadas” que necesitamos recuperar como virtud existencial.

TAL COMO NOS DEMANDA LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL, ES TIEMPO DE “VOLVER A CASA” Y REDESCUBRIR NUESTRA ESENCIA. Estanislao Bachrach lo destaca en su gran libro Ágilmente: “Somos creativos desde el nacimiento pero luego la escuela y la sociedad van pidiendo que dejemos de usar esos circuitos neuronales para enfocarnos principalmente en los otros: la lógica y el análisis. Estos, en detrimento de la creatividad, se convertirán en nuestros patrones de pensamiento dominante”. El mayor acto creativo que podemos proponernos, entonces, es disponernos a soltar amarras, dejar de dar por sentadas las reglas que conocemos, y hacernos tiempo para revisar todos los programas que hemos instalado en nuestro disco rígido, casi sin darnos cuenta, para funcionar en los tiempos que corren. Solo si nos miramos en profundidad entenderemos por qué es tan común padecer estrés, ansiedad y una sensación de insatisfacción, agobio y desilusión. Pero para cambiar el chip tenemos que atrevernos a salir de nuestras zonas de confort. A esta altura de nuestro entrenamiento espiritual ya sabemos que no hay más alternativa que atreverse. La creatividad, a diferencia de la inteligencia y del pensamiento lógico-racional, es nuestra herramienta para atrevernos. Pensemos en la capacidad creativa como la posibilidad de regalarnos cada día un cuaderno en blanco donde podemos escribir lo que querramos e ir más allá de todo lo que hemos aprendido a lo largo de la vida. Así como Goleman empezó a hablar de la inteligencia emocional y hoy hablamos de la inteligencia espiritual para promover el cambio desde un lugar auténtico y personal, es útil saber que varios los autores también proponen pensar la creatividad como un objeto de científico de estudio. En la actualidad se habla de la creatividad a diario. Hay investigaciones académicas, se escriben libros y hasta los diarios y las revistas incluyen el tema en noticias y entrevistas. Las empresas también buscan capacitar a sus empleados en competencias de creatividad e innovación porque ya no alcanza con tener personal técnico experto. Hoy los líderes son quienes entrenan sus virtudes y fortalezas personales. En 1950, durante la conferencia “Creativity” organizada por la Asociación Americana de Psicología, el psicólogo Joy Paul Guilford sorprendió a todos con la propuesta de un “Modelo sobre la estructura del intelecto”, en el que planteó la existencia de un pensamiento productivo. Guilford

entendió esta capacidad de producción de la mente en relación con dos formas de pensar: el pensamiento divergente, que busca múltiples respuestas y alternativas, y el pensamiento convergente, que suele encontrar una salida única a un problema determinado. En la divergencia, entendida como la capacidad de observar y considerar de diversas opciones, es donde se ponen en juego la imaginación y la creatividad. Esta capacidad de ver más allá de la linealidad fue un primer gran indicio de que nuestro cerebro es una usina de ideas, emociones y deseos tan únicos y particulares como irrepetibles. En 1967 Edward de Bono también habló de la importancia del “pensamiento lateral” y propuso una serie de técnicas de entrenamiento en su libro New Think: The Use of Lateral Thinking. El propio Guilford comprobó en un estudio sobre rasgos de personalidad realizado ese mismo año que “la creatividad es un rasgo normalmente distribuido en la población”, no una materia reservada a ciertos elegidos o iluminados. Claro que hay personas con tendencia a ser más creativos que otros pero, como ya sabemos, podemos entrenar a conciencia las cualidades, las virtudes y las fortalezas que estimulan nuestra posibilidad de crear y creer. No es casual que los seres más creativos suelen adoptar hábitos o costumbres más sensibles y comprometidas con la capacidad de observación, escucha, manejo del tiempo, y empatía personal y social. Eso se debe a que las personas más creativas suelen estar más libres de prejuicios y culpas, y a que se permiten fluir más allá de las obligaciones, responsabilidades y situaciones adversas. Ser creativo es el resultado de estar dispuesto, curioso, atento, flexible. Será creativo quien cultive la esperanza. Quien pretenda innovar y salir de los lugares en los que no se siente a gusto. Quien crea en el cambio, la transformación y la trascendencia. Quien además de creer pueda crear una posición activa en la vida. Si Guilford, del Bono y otros investigadores contemporáneos están convencidos de que podemos estimular y desarrollar este método de pensamiento, eso quiere decir que la creatividad no solo es sinónimo de grandes creaciones sino de pequeñas formas de resolver de manera original y funcional los problemas de nuestra vida cotidiana. Muchos estudios sobre determinantes ambientales, sociales y culturales hacen hincapié en la creatividad como herramienta de adaptación. Si bien los contextos complejos (familiar, escolar, laboral, cívico, político) entorpecen los procesos creativos de progreso, crecimiento y expansión, suelen ser disparadores de lo que se conoce como “creatividad primaria por emergencia”. Más allá de descubrir y potenciar nuestro lado creativo, resulta evidente la importancia de estimular a hijos, alumnos, empleados, ciudadanos a desarrollar su propia creatividad, flexibilidad y autogestión para construir familias, grupos sociales, escuelas, empresas y Estados saludables. La rigidez y el racionalismo extremo suelen llevarnos a encontrarle respuesta a todo. La inseguridad, el miedo, la baja autoestima y la soberbia nos impiden prestarle atención a otras voces y otras miradas. La crítica saludable suele ser opacada por la crítica como método de defensa y

preservación. Ser dependientes, responder todo el tiempo a las expectativas de los demás; estar todo el tiempo atentos a cumplir con “lo que debíamos ser” cuando fuéramos grandes… Todos estos hábitos son enemigos de la creatividad.

¿PODÉS IDENTIFICAR OTRAS COSTUMBRES DE TU VIDA COTIDIANA QUE ATENTAN CONTRA TUS VERDADEROS DESEOS Y TU CAPACIDAD DE CREAR Y CREER?

Es cierto que la vida nos embarca en un mar de estrés y exigencias pero ¿a dónde nos conducen? ¿Cuál es el sentido y la dirección de ese camino? ¿Cuál es el faro que nos guía? Es evidente, una vez más, la relación inmediata y necesaria de la creatividad con la resiliencia, la neuroplasticidad y el optimismo. Por eso quiero compartir algunas sugerencias para estimular la creatividad. Sería maravilloso que pudieran sumar otras y compartirlas: Observar, explorar, tomar contacto, comprometernos con las pequeñas situaciones de la vida cotidiana. No obsesionarnos con encontrar la solución adecuada a nada en cinco minutos. Ensayar una actitud positiva más allá de las adversidades. Entusiasmarnos. Cuando hay intención, hay ideas. Una cuota justa de humor distiende y facilita la búsqueda. Saber cruzar la calle y ver la vida desde la vereda de enfrente. Permitirnos crecer poniendo en práctica el juego del ensayo y error. Hacer deportes, caminar, elongar el cuerpo, activar la mente. El cerebro también es un músculo que necesita ejercitarse para ser flexible. Incorporar la práctica de actividades que nos den placer y nos ayuden a relajarnos. Pensar por momentos como cuando éramos niños; sin juicios ni prejuicios. Respirar, tomar agua. No hacer dieta pero cuidar la alimentación. Permitirnos los placeres sin culpa.

Animarnos a deshacernos de lo que hemos aprendido hasta hoy. No confiar en las frases hechas ni repetirlas sin pensarlas. Aceptar que podemos. Distinguir en qué momento del día solemos estar menos tensos, ansiosos, preocupados. Son los momentos para animarnos a crear. No compararnos con los otros porque eso nos limita. No comprar lo que nos falta a menos que sea indispensable o verdaderamente placentero. Promover espacios saludables, evitar los lugares de tensión y competencia sin sentido. Confiar en que nuestras ideas son una revelación autogenerada y no un milagro fugaz. Vivir la propia experiencia. Creer, crear… y volver a creer. Solo nos queda entrenar nuestras virtudes. En la autogestión de nuestras fortalezas encontraremos las herramientas que harán posible todo lo que deseamos.

Así como aprendimos que gracias a la neuroplasticidad el cambio es posible y permanente para quien se lo proponga de manera activa; que la capacidad natural de ser y estar resilientes nos permite superar hasta las situaciones más traumáticas e incluso salir fortalecidos de ellas; y que el optimismo es un garante para quien se compromete de forma saludable con sus objetivos más sentidos, también debemos saber que contamos con una serie de virtudes y fortalezas que nos permiten diseñar y poner en acto cada uno de nuestros proyectos de vida. En este capítulo vamos a identificar y tomar contacto con estos recursos que tenemos por naturaleza —y que cada uno podrá desarrollar y potenciar en mayor o menor medida— para lograr cualquier objetivo que nos propongamos a conciencia plena. Nuestro “yo virtuoso” es la reserva de todas nuestras capacidades, cualidades y potencias. Es el combustible para la puesta en marcha de nuestros propósitos que nos permite afrontar cada día, cada experiencia, cada crisis y cada oportunidad. Nuestras virtudes dan cuenta de nuestra sabiduría interior. Son la forma en la que se expresa nuestro poder existencial; la fuerza con la que levantan vuelo nuestros deseos de trascendencia. Tal como nos enseñaron Platón y otros filósofos de la Antigua Grecia, los seres humanos disponemos de tres herramientas poderosas: el intelecto, la emoción y la voluntad. En torno a estos tres aspectos —mente, cuerpo y espíritu integrados— se fundan nuestras tres virtudes esenciales: la sabiduría, el valor y el autocontrol. La sabiduría —no solo intelectual, claro— nos permite elegir el camino que consideremos oportuno. La cuota de valor que estemos dispuestos a poner en juego da cuenta de nuestro coraje y nuestra dosis de energía para la acción. Y el autocontrol es la variable de equilibro o ajuste, que nos ayuda a interactuar y armonizar nuestra relación con nosotros mismos y con los otros. Aquí aparece un cuatro elemento fundamental: el sentido de justicia, que crea un orden social para hacer posible la convivencia. Nuestro “yo” compuesto por mente, cuerpo y espíritu se define, entonces, en relación con nosotros mismos, con nuestro mundo interior y en torno a un orden mayor: el mundo que conforman nuestra pareja, nuestra familia, los amigos, el trabajo, la sociedad, la ciudad en que vivimos, el país… el planeta.

Sócrates pensaba que la virtud es lo que nos permite discernir entre el bien y el mal, y creía que podemos ser cada día más virtuosos si nos disponemos a entrenar nuestras cualidades y potencias. Para eso necesitamos una educación fundada en la moral y ligada a nuestro propósito y a la vida que queremos vivir. En la Antigüedad se plantearon las cuatro virtudes cardinales del hombre —templanza, prudencia, fortaleza y justicia— que fueron las bases de las distintas religiones y los fundamentos filosóficos de Occidente.

TODOS TENEMOS UNA BRÚJULA INTERIOR QUE NOS ORIENTA EN UN SENTIDO DEFINIDO. ¿HACIA DÓNDE VAS? ¿HACIA DÓNDE QUERÉS IR?

ALGO NOS LLEVA CADA DÍA A TOMAR DECISIONES QUE CREEMOS MÁS O MENOS CORRECTAS, OPORTUNAS O POSIBLES. ESO MISMO NOS HACE INSISTIR O RECALCULAR NUESTRO CAMINO. ¿CUÁL ES TU PLAN? ¿ESTÁS CONVENCIDO O CREÉS QUE NO HAY UNA ALTERNATIVA MEJOR?

¿A QUÉ ESTÁS DISPUESTO CON TAL DE VIVIR COMO TE GUSTARÍA? ¿PODÉS IDENTIFICAR QUÉ VIRTUDES Y FORTALEZAS NECESITARÍAS POTENCIAR PARA ALCANZAR TUS VERDADEROS OBJETIVOS?

¿Por qué pensamos, sentimos y actuamos de determinada manera? ¿Por qué solemos comportarnos de cierto modo? ¿En qué se fundan nuestros valores? ¿Por qué no conseguimos lo que buscamos? ¿Qué debemos hacer para promover el cambio? Más allá de nuestro carácter y personalidad, de nuestros talentos innatos o adquiridos, y de la influencia de factores genéticos, sociales y ambientales, nuestro estilo personal está determinado, ante todo, por nuestras “competencias virtuosas”. En las últimas décadas la psicología positiva se propuso actualizar la clasificación de las virtudes originales. Los psicólogos Martin Seligman y Christopher Peterson, por ejemplo, identificaron 6 virtudes y 24 fortalezas que caracterizan al hombre contemporáneo. Esas seis virtudes son: coraje, justicia, humanidad, sabiduría, templanza y trascendencia. Según los criterios de nuestro entrenamiento espiritual podríamos decir entonces que nuestro “Yo virtuoso” está compuesto por “Yo coraje”, “Yo justo”, “Yo humano”, “Yo sabio”, “Yo equilibrista” y “Yo libre”.

¿Qué significa cada una de estas virtudes? ¿Cómo podemos entrar en contacto con ellas? El coraje es la forma en que se expresa nuestra fuerza de voluntad. Coraje hace referencia a “poner el corazón” al servicio de la aventura y con pasión por la conquista. Seligman y Peterson agregan que existe un “coraje físico”, que nos permite superar el miedo a las heridas, al dolor y a la muerte, y un “coraje moral”, que nos permite hacerle frente a nuestros hábitos disfuncionales o destructivos.

“YO CORAJE” ¿QUÉ ESTÁS DISPUESTO A PONER EN JUEGO PARA CONSEGUIR LO QUE DESEÁS? ¿PONÉS “TODO” AL SERVICIO DE TUS DESEOS? ¿QUÉ ENTENDÉS POR “TODO”?

La justicia se refiere a la noción de equidad que nos permite sentir que todos tenemos los mismos derechos y debemos tener las mismas posibilidades de acceder a lo que necesitamos. Pero la definición de qué es justo o injusto es una construcción social, un acuerdo más o menos tácito que establece una sociedad en diferentes momentos de su historia. “Yo justo” ¿Cuánto reconocés y considerás al otro?

“YO JUSTO” ¿CUÁNTO RECONOCÉS Y CONSIDERÁS AL OTRO? ¿CUÁNTO TE PREOCUPÁS POR GARANTIZAR EL RESPETO, LA CONVIVENCIA Y LOS DERECHOS DE LOS DEMÁS? ¿EN QUÉ SE FUNDA TU SENTIDO DE JUSTICIA, HUMANIDAD Y SOLIDARIDAD? ¿QUÉ HACÉS POR LOS DEMÁS?

La humanidad alude a nuestro compromiso sensible con el bienestar propio y ajeno, a nuestros hábitos y costumbres positivas y saludables, a la empatía como capacidad de ponernos en el lugar del otro y al altruismo en el sentido de procurar el bien ajeno, aun a costa del propio, entre otros aspectos.

“YO HUMANO” ¿QUÉ LUGAR OCUPAN LOS DEMÁS EN TU VIDA COTIDIANA? ¿QUÉ Y CUÁNTO HACÉS POR EL BIEN COMÚN? ¿PODÉS LOGRAR UN EQUILIBRIO ENTRE LOS DESEOS PROPIOS Y LOS DESEOS DE LOS DEMÁS? ¿PRIMAN SIEMPRE TUS DESEOS O SOLÉS HACER LO QUE EL OTRO ESPERA DE VOS? ¿CUÁL ES EL PUNTO DE EQUILIBRIO Y ENCUENTRO, SI ES QUE LO HAY?

La sabiduría nos invita a pensar en nuestro “coeficiente integrado” por las inteligencias cognitiva, emocional y espiritual. En la búsqueda de recursos intelectuales y sensibles reside nuestro talento para disponernos a vivir a conciencia plena, más allá de las adversidades. Siempre destaco en este sentido la visión del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss: “El hombre sabio no da las respuestas correctas sino que propone las preguntas adecuadas”.

“YO SABIO” ¿SEGUÍS CREYENDO QUE TODO DEPENDE DEL COEFICIENTE INTELECTUAL O DE LAS HABILIDADES TÉCNICAS O ACADÉMICAS? ¿CREÉS QUE LAS COMPUTADORAS E INTERNET TIENEN LA SOLUCIÓN A MUCHOS DE TUS PROBLEMAS? ¿ESTÁS DISPUESTO/A A SUMAR TUS TALENTOS SENSIBLES AL CONOCIMIENTO Y LA TÉCNICA?

La templanza es la capacidad de identificar y autorregular nuestras ideas, emociones, deseos, motivos y comportamientos. Es la posibilidad que nos damos a nosotros mismos de armonizar nuestros excesos y limitaciones; de aprender a aquietar la mente, a regular la energía y las pasiones descontroladas, a hacer equilibrio entre el estrés, la ansiedad, el enojo, la angustia y tantas otras emociones que nos llevan a caminar por la cuerda floja de nuestra autoestima. Del latín “temperantia”, la etimología de la palabra nos invita a “moderar la temperatura” de nuestro termostato emocional.

“YO EQUILIBRISTA” ¿CUÁN CONSCIENTE SOS DEL COSTO-BENEFICIO ESPIRITUAL DE CADA EXPERIENCIA? ¿CUÁNDO ES NECESARIO HACER MÁS Y CUÁNDO, MENOS? ¿CREÉS QUE TODO MERECE LA MISMA CUOTA DE ENERGÍA?

La trascendencia da cuenta de la conexión de lo que pensamos, sentimos, hacemos en relación con un motivo que va más allá de la rutina cotidiana. La espiritualidad nos invitar a atrevernos y apostar a lo que nos moviliza con la mayor libertad posible y en dirección a lo que nos da un verdadero sentido y una auténtica razón de ser. Trascender es, entonces, “ir más allá”, superar un límite. Es lo más parecido a llegar a la cima y tocar el cielo con las manos.

“YO LIBRE” EL HOMBRE NO VUELA PERO SUEÑA. Y EN LOS SUEÑOS QUE CONCRETA, LEVANTA VUELO. ¿TE ATREVÉS A SOÑAR? ¿QUÉ ES LO QUE REALMENTE DESEAS? SI AÚN NO LO SABÉS, ¿TE ANIMÁS A BUSCAR MÁS PREGUNTAS Y RESPUESTAS? ¿QUÉ SENTIDO TIENE CADA DÍA, CADA CREENCIA, CADA SENTIMIENTO, CADA BÚSQUEDA, Y CADA ENCUENTRO? ¿HACIA DÓNDE ESTÁS YENDO Y HACIA DÓNDE QUIERES IR? ¿QUÉ VIDA TE

GUSTARÍA TENER? ¿EN QUÉ MUNDO TE GUSTARÍA VIVIR?

La psicología positiva también plantea que a cada una de estas seis virtudes universales le corresponde una serie de fortalezas específicas. Por ejemplo, para desplegar nuestro “Yo coraje” deberíamos poner en juego nuestra valentía, perseverancia, honestidad y vitalidad.

Valentía: revela cuán dispuestos estamos a conseguir lo que nos propongamos más allá de los miedos, las adversidades y las limitaciones. Perseverancia: es nuestra capacidad para persistir y continuar de forma voluntaria en la dirección o la meta que nos hemos propuesto. Honestidad (integridad o coherencia): indica si estamos dispuestos a alinearnos con nuestros propósitos; a aceptar, hacernos cargo, sostener nuestras convicciones y practicar en nuestros actos lo que predicamos con la palabra. Vitalidad: refleja nuestra disposición a sentirnos vivos, dinámicos y en movimiento, desplegando nuestro potencial de acción, cambio y transformación permanente. El “Yo justo” refleja nuestros criterios de ciudadanía (o trabajo en equipo), equidad y liderazgo.

Ciudadanía (o trabajo en equipo): significa cuán dispuestos estamos a identificar nuestros deseos, acciones y búsquedas teniendo en cuenta el bien común y reconociéndonos como parte de una red en la que todo se retroalimenta. Sentido de equidad (imparcialidad): indica si estamos dispuestos a discriminar entre lo que creemos correcto, oportuno y apropiado para todos, más allá de uno mismo y a pesar de todo. Liderazgo: refleja nuestra capacidad de ponernos a disposición de lo que necesitamos y de lo que necesitan nuestro entorno y el mundo; cuán dispuestos estamos a ser conscientes de nuestra influencia, aporte y colaboración en la construcción de un deseo o un proyecto personal y universal. Nuestro “Yo humano” se funda en nuestra capacidad de vivir y abordar el amor, la bondad y la inteligencia social.

Amor: revela si estamos dispuestos a amar y ser amados, a ser fuente y receptor de afecto, cuidado, protección, pasión, compromiso.

Bondad: indica cuán dispuestos estamos a ponernos al servicio de lo que puede resultar positivo, necesario o favorable para nosotros y los otros. Inteligencia social: significa nuestra capacidad de observar, escuchar, comprender, hacer juicios positivos, aceptar y asumir un compromiso social y espiritual. El “Yo sabio” que albergamos en nuestro interior está determinado por nuestra dosis de curiosidad, amor por el conocimiento, creatividad, apertura mental y perspectiva.

Curiosidad: refleja nuestra disposición a vivir experiencias nuevas a pesar de las adversidades. Amor por el conocimiento: es el indicador de cuán dispuestos estamos a aprender (y desaprender), a buscar información, a superar cualquier limitación o punto de vista opuesto. Apertura mental: indica cuán dispuestos estamos a aceptar e incluso incorporar nuevas formas de pensar, de sentir y de vivir; a vencer las resistencias, terminar con mandatos, exigencias o expectativas ajenas que no condicen con lo que realmente somos o deseamos. Creatividad: revela si estamos abiertos a creer y crear algo nuevo, original, novedoso, trascendente. Perspectiva: muestra nuestra capacidad de trazar un horizonte superador y a recibir y predicar con sabiduría profunda y sensible. Nuestro “Yo equilibrista” se apoya en la misericordia, la humildad, la prudencia y la capacidad de autorregulación.

Misericordia: indica cuán dispuestos nos sentimos a perdonar y pedir perdón; a superar el daño sin por ello indultar al que lo infringe; a evitar los deseos de venganza; a reparar y sanar los vínculos aunque decidamos no compartir más nuestros proyectos con alguien o la vida nos lleve a transitar caminos distintos. Humildad: refleja si podemos ser modestos en nuestros logros, capacidades o talentos, ser abiertos para recibir consejos de quien sea y mostrarnos sobrios y respetuosos ante las diferencias y desigualdades. Prudencia: significa si estamos dispuestos a deliberar con nosotros mismos y con los otros antes de dar un nuevo paso y a entender que para llegar al “gran objetivo” antes debemos atravesar con cuidado una serie de objetivos pequeños y concretos. Autorregulación: se refiere a cuán dispuestos estamos a identificar y gobernar nuestros deseos y pasiones, y a regularlos en relación con los deseos y pasiones ajenas. Es algo parecido a mantener el equilibrio en un camino en el que siempre corremos el riesgo de irnos hacia los bordes. El “Yo libre” revela si estamos dispuestos a apreciar la belleza, la gratitud, la esperanza, el humor y la espiritualidad.

Apreciación de la belleza (y de la excelencia): indica si estamos abiertos a detenernos, observar, sorprendernos y maravillarnos con lo bello, lo original —la naturaleza, la ciencia, el arte, la vida en todas sus expresiones concretas y posibles. Gratitud: habla de nuestra disposición a sentir y expresar alegría y reconocimiento ante algo que percibimos como un gesto positivo. Se refiere a cuán dispuestos estamos a sentirnos agradecidos y a dar las gracias por las cosas que nos hacen sentir reconocidos, valorados y felices aunque sea por un momento. Esperanza: es una muestra de cuán dispuestos estamos a experimentar la sensación de un futuro positivo u optimista en el corto, mediano y largo plazo. Humor: refleja cuán dispuestos estamos a la magia de la risa y las sonrisas y a reírnos de nosotros mismos y con los otros. Espiritualidad: indica cuán dispuestos estamos a creer, sentir y buscar un “más allá” que supera todo lo material, lo concreto y lo conocido. Una primera forma de registrar nuestras virtudes y fortalezas, aquellas en las que creemos que nos destacamos y las otras que deberíamos desarrollar, es atrevernos a darles un puntaje del 1 al 10 según el grado de identificación que sentimos con cada una de ellas. Te invito a calificarte en cada virtud y sus respectivas fortalezas. Las preguntas orientadoras para hacerlo apuntan a detectar, por ejemplo, cuán valiente creés que sos, o cuán creativo te sentís, aquí y ahora.

REVISÁ LA PUNTUACIÓN DE CADA FORTALEZA. ANALIZÁ CADA UNA A CONCIENCIA PLENA, CON ACEPTACIÓN Y COMPROMISO, SIN JUICIOS CRÍTICOS, Y REITERÁ DE VEZ EN CUANDO ESTA EXPERIENCIA DE EVALUACIÓN CONSCIENTE.

Ahora apuntá en dos columnas las cinco fortalezas en las que mejor te autocalificaste y las cinco en las que creés que tenés más debilidades. Más allá de la importancia de revisar el grado de identificación que tenemos con cada una de las 24 fortalezas, identificar las fortalezas destacadas y

las fortalezas a desarrollar nos ayudará a reconocer nuestras cualidades positivas y nuestras potencias a trabajar.

A fin de observar y expandir a conciencia todos los recursos que tenemos a disposición para hacer posible la vida que nos gustaría, esta ilustración, como si fuera la paleta de un pintor, reúne todos los “pétalos” de nuestra existencia que podemos hacer florecer.

Somos uno y muchos a la vez. Para que nuestra existencia —allí donde reside nuestro sentido y nuestra razón de ser— cobre fuerza y alcance la plenitud, deberemos abrazar cada pétalo, único e irrepetible, de esa matriz en permanente desarrollo y expansión que nos constituye. Recordemos que el cambio, la evolución, la transformación y el florecimiento son posibles y permanentes si obramos a conciencia plena, con aceptación y compromiso, decididos a seguir el rumbo que nos propongamos. Somos y seremos lo que a partir de ahora nos dispongamos a crear para nosotros mismos y en relación con los otros, con nuestro cuerpo, los espacios que habitamos y los mundos a los que pertenecemos.

Hemos llegado al final de nuestro entrenamiento espiritual después de haber tomado contacto en cada capítulo con las herramientas necesarias para nutrir y hacer florecer los diferentes aspectos de nuestro “yo”. A lo largo del libro, que hemos construido juntos, intentamos nutrirnos de todas las miradas posibles para abrir nuestra mente en torno al desafío más profundo que enfrentamos: saber quiénes somos y quiénes queremos ser. Esto nos permitirá identificar nuestro centro y soporte existencial en el universo; en ese cosmos tan infinito como las posibilidades que se nos presentarán a partir de ahora, gracias a la puesta en acto de nuestras virtudes y fortalezas, de ser quienes queramos ser, de elegir la vida que queramos, y de pensar, sentir, tener, buscar, poder y crear para estar cada día más dispuestos a que ocurra lo que verdaderamente deseamos. Desde ese núcleo podremos encontrarnos a nosotros mismos y conocernos, evolucionar y florecer. Ojalá este libro te acompañe siempre. Más allá de lo que decidas hacer con él, pienso y siento que ha tenido un sentido y que ha cumplido su propósito. Aquí y ahora, escribiendo estas últimas líneas, me siento feliz y comprometido. Estoy pleno. Y me gusta. No sé qué ocurrirá a partir de ahora pero tengo la sensación de haber cumplido un objetivo. Por lo pronto, dejo fluir mis palabras y me desapego de cualquier variable que escape de mis posibilidades respecto del futuro de este libro. Simplemente me dispongo a que acompañe a quienes están dispuestos a vivir una vida mejor. Acepto la transformación como desafío. Abrazo mis dolores y mis miedos. Me entrego a lo que vendrá. Puedo imaginar muchas cosas que podrían ocurrir a partir de este momento pero intento detener mi mente y volver a estar plenamente presente aquí y ahora, en estas últimas líneas. Es el final de un nuevo comienzo. No olvides, ante todo, tu misión creadora y tu participación activa en el mundo y no dejes de preguntarte a conciencia plena, con aceptación y compromiso, sin juicios ni prejuicios, más allá de la adversidad y los resultados: ¿qué estoy dispuesto a que ocurra, aquí y ahora?

Cubierta Portada Prólogo, por Pilar Sordo Introducción 1. Yo soy 2. Yo pienso 3. Yo siento 4. Yo estoy 5. Yo busco 6. Yo tengo 7. Yo puedo 8. Yo creo 9. Yo virtuoso Epílogo Créditos Sobre el autor

Chaktoura, Eduardo Inteligencia espiritual. - 1a ed. - Buenos Aires : Grijalbo, 2015 (Autoayuda) EBook. ISBN 978-950-28-0804-8 1. Autoayuda. I. Título CDD 158.1

Edición en formato digital: mayo de 2015 © 2015, Penguin Random House Grupo Editorial Humberto I 555, Buenos Aires. Este archivo es una corrección, a partir de otro encontrado en la red, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos debes saber que no deberás colgarlo en webs o redes públicas, ni hacer uso comercial del mismo. Que una vez leído debe ser archivado o destruido. En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. ISBN 978-950-28-0804-8 Diseño de interior: Juan Pablo Cambariere. Conversión a formato digital: Libresque www.megustaleer.com.ar

EDUARDO CHAKTOURA Psicólogo, periodista y escritor, acumuló más de veinte años de experiencia profesional en medios de comunicación como La Nación, Canal 13 y Radio Mitre. Como terapeuta se dedicó a la clínica individual y coordinó grupos y talleres de reflexión. Prestigioso conferencista y asesor de empresas, diseñó y lideró originales proyectos y programas de “entrenamiento emocional”, dirigidos a optimizar la calidad de vida y promover el crecimiento de individuos, comunidades y organizaciones. En todas las áreas en las que desplegó su actividad fue, además de un respetado profesional, un tipo inmensamente querido. Este es su quinto libro. A poco de terminarlo, y cuando ya estaba entrando a imprenta, Eduardo falleció. Su familia, sus amigos, sus editores, sabemos que Inteligencia espiritual era uno de sus proyectos más queridos: un verdadero sueño en el que invirtió todo el entusiasmo y el amor del que fue capaz. Con su publicación, además de cumplir su deseo, celebramos su bella vida.

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