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colección CLAVES PARA COMPRENDER LA ECONOMÍA

director DIEGO GUERRERO

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Claudio Katz, 2009 © MAIA Ediciones, 2009 para todos los países de lengua española

Calle del Gobernador, 18 28014 Madrid tel.: 91 429 6882 fax: 91 429 7507 www.maiaediciones.com

diseño Estudio Joaquín Gallego producción Guadalupe Gisbert

isbn 978-84-92724-xx-x depósito legal m-xxxxx-2009

preimpresión Escarola Leczinska impresión Lavel

Claudio Katz

La economía marxista, hoy

INTRODUCCIÓN

El libro que presentamos aborda varios debates teóricos sobre el capitalismo contemporáneo desde un enfoque marxista, en polémica con la ortodoxia neoliberal y la heterodoxia keynesiana. Describe las visiones en juego, resalta las miradas de autores relevantes y jerarquiza la dimensión contemporánea de problemas de vieja data. Las controversias dentro del propio ámbito marxista ocupan un lugar preeminente en todos los capítulos. El texto comienza con un retrato del campo de los economistas e indaga la singularidad de los marxistas frente a las corrientes predominantes, subrayando puntos de contacto con los pensadores críticos. Evalúa las distintas posturas dentro de una profesión dominada por enfoques neoliberales, que glorifican el mercado y legitiman la desigualdad social. Las contradicciones del capitalismo y el comportamiento de las clases sociales son estudiados, en oposición a las teorías que eluden la problemática de la explotación. El libro continúa con un análisis de la teoría del valor como explicación general de la acumulación capitalista y como ley de formación de los precios. Retoma los debates sobre la forma del valor y el fetichismo de la mercancía y subraya la relevancia del trabajo como fundamento del proceso económico. Describe el papel de la utilidad como sustento objetivo del consumo, debatiendo su conocida presentación como parámetro de la satisfacción personal. También señala los límites que enfrenta la

LA ECONOMÍA MARXISTA, HOY

INTRODUCCIÓN

manipulación de los precios por parte del estado o los monopolios bajo el capitalismo y resalta la importancia del valor para entender la dinámica de las variables distributivas. El texto interpreta posteriormente los rasgos del proceso de trabajo, a partir de la teoría del control patronal. Describe la continuidad del taylorismo en actividades precarizadas y su replanteo ante novedosas formas de segmentación laboral. Aquí polemiza con la presentación neoclásica del trabajo como una elección voluntaria y con la reivindicación heterodoxa de la multiplicidad de modelos laborales. También discute los problemas de subjetividad, resistencia y consentimiento y analiza las tendencias de la calificación, cuestionando la teoría del capital humano. En distintas partes subraya la centralidad del trabajo, frente a las concepciones que proclaman la progresiva extinción de esta actividad. El libro se interna luego en el estudio de la tasa de ganancia, mediante una evaluación de la tendencia decreciente de esa variable que postula la concepción marxista. Analiza la formulación inicial de ese principio y evalúa las críticas y defensas tradicionales que recibió este planteo. También debate su significado como proceso determinante, necesario o previsible y postula reinterpretar esta tendencia en un sentido fluctuante y de largo plazo. Partiendo de este enfoque indaga las causas que condujeron a la recuperación de la tasa de ganancia en las últimas décadas. Esta caracterización permite, a continuación, considerar las teorías del ciclo y especialmente de las ondas largas, que estudian los períodos de intenso crecimiento y prolongado estancamiento. Analiza las distintas inter-

pretaciones estos procesos, contraponiendo visiones regulares y endógenas con enfoques que resaltan la gravitación de detonantes extra-económicos, tecnológicos, institucionales o sociales. Esta reflexión conduce a evaluar la dinámica contemporánea del capitalismo y a caracterizar ciertas singularidades del neoliberalismo. Finalmente el libro aborda varias discusiones teóricas sobre las finanzas y la moneda, a partir de las transformaciones generadas por la desregulación, la globalización y la gestión bursátil de las firmas. Destaca los desequilibrios creados en estos ámbitos y resalta la función de las finanzas, como instrumento de la ofensiva del capital sobre el trabajo. Discute, además, la teoría del capital rentista, el significado del capital ficticio y el sentido de la hegemonía de los banqueros, en una reflexión polémica con las concepciones ortodoxas y heterodoxas del dinero Los seis capítulos fueron tomados de artículos escritos entre los años 2000 y 2002. Estos textos han reelaborados en un libro, que busca contribuir a la actualización del pensamiento marxista. Con esa finalidad se incluyen distintas referencias políticas al proyecto socialista. Para construir otra sociedad es necesario conocer, interpretar y cuestionar al capitalismo.

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Capítulo 1 EL CAMPO DE LOS ECONOMISTAS

En los últimos veinte años se registró un notorio aumento de la influencia de los economistas. Esta incidencia coincidió con el ascenso de la vertiente ortodoxa que reivindica la asignación mercantil de los recursos y promueve políticas neoliberales. La creciente gravitación de la ortodoxia se consumó en desmedro de la heterodoxia, que objeta la supremacía irrestricta del mercado, reconoce la existencia de conflictos sociales y promueve significativas regulaciones del estado para compatibilizar la rentabilidad con las necesidades de la población. El avance neoliberal también provocó un desplazamiento de los economistas críticos, que actúan en las organizaciones populares y de los marxistas, que impugnan el capitalismo. Esta última corriente no sólo cuestiona el régimen vigente, sino que propone erigir una sociedad emancipada de la ganancia, la competencia y la explotación.

EL PERFIL DE LA ORTODOXIA La masiva incorporación de los economistas al empleo público a partir de la posguerra potenció su presencia en la esfera estatal. Este grupo profesional se especializó en el manejo de las estadísticas, la gestión de las empresas

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públicas y el control de los engranajes monetarios e impositivos. Posteriormente acrecentó su influencia en el mundo académico y a mitad de los 70 ya constituía el principal sector con cargos relevantes en el estado norteamericano. Esta incidencia se extendió a escala global en los años 90, con el ascenso de varios economistas a la jefatura de gobiernos en múltiples países (Grecia, Turquía, Irlanda, Holanda, Taiwán, India). En América Latina y en el Este Europeo llegaron incluso a conformar un segmento preponderante entre presidentes y ministros. Todos los exponentes de esta irrupción pertenecieron a la vertiente ortodoxa de la economía. Esta primacía fue facilitada la preeminencia de ese sector en los organismos financieros internacionales. El FMI y el Banco Mundial se constituyeron en una referencia laboral, que definió durante décadas los patrones de consagración internacional de toda la profesión. Entrenaron a sucesivas camadas de economistas que accedieron a la cúspide del poder, en incontables países. Este proceso fue a su vez facilitado por la generalización de ciertas técnicas y prácticas comunes a la actividad. El lenguaje matemático y el uso de modelos abstractos reforzaron un código excluyente de comunicación, que acentúo el perfil diferenciado que adoptaron los economistas. Esta uniformidad afianzó también el predominio estadounidense. Los catedráticos de este origen han prevalecido en la obtención del premio Nobel y en el porcentaje de autores con reconocimiento internacional. El inglés se transformó en el idioma natural de una profesión, que reemplazó el viejo abordaje humanista por la formalización de todos los problemas 1.

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PERSONAL DE ATROPELLOS Los economistas ortodoxos han gozado del favor de las clases dominantes por su aptitud para implementar la ofensiva del capital contra el trabajo. Asumieron rápidamente la conducción de medidas tendientes al desmantelamiento de las conquistas sociales y no dudaron en instrumentar políticas descaradamente favorables a los acaudalados. Esta convergencia plena con el establishment obedeció a la funcionalidad que presentan los argumentos de la ortodoxia para agredir sindicatos, recortar el gasto social y promover el desempleo. Ese libreto incluye todas las justificaciones requeridas para liquidar empresas públicas, destruir convenios laborales y vaciar los sistemas de previsión social. La concepción ortodoxa es una usina de ideas para descalificar las demandas sociales y publicitar el carácter inevitable de cualquier ajuste. Los principios de escasez son particularmente utilizados, para explicar la imposibilidad de satisfacer los reclamos populares. Este servicio a los capitalistas ha sido disfrazado con la exhibición de un saber, que se considera indispensable para el manejo de la economía contemporánea. Los ortodoxos identifican sus teorías con la racionalidad, la administración de la incertidumbre y el control de las crisis. Reivindican su capacidad para gestionar los mercados y anticiparse a los giros de la oferta o la demanda. Pero nunca han corroborado esta jactancia con resultados 1

Esta evolución es retratada entre otros por Coats A.W, 1996, Loureiro Maria Rita, 1996, Montecinos Verónica, Markoff John, 1994, Frey Bruno, Eichenberger Reiner, 1993.

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prácticos y tampoco han demostrado el carácter irremplazable de sus conocimientos. Muchos expertos en administración han realizado, por ejemplo, el mismo tipo de tareas que supuestamente monopolizan los especialistas del neoliberalismo. El aura de sabiduría que rodea a la ortodoxia fue incentivada por los medios de comunicación, que convirtieron al economista en un profeta de lo que sucederá. En los hechos estos personajes acumularon un récord de fallidos, ya que su capacidad para comprender los procesos productivos, financieros o comerciales es muy limitada. Han sido adiestrados para evaluar variables fiscales o monetarias de corto plazo o para estimar las políticas adecuadas para cada fase del ciclo. Pueden acertar o fracasar en esa intervención, pero son totalmente incapaces de formular diagnósticos de largo plazo. Muchos economistas neoliberales sustituyeron a los políticos de carrera en el manejo de altos cargos de la administración estatal. Este reemplazo recreó el ideal de tecnocracia, que a principios del siglo XX era acaparado por los ingenieros, presuntamente más fieles a la ciencia que a la política. Los economistas también desplazaron a muchos abogados de la gestión pública y aspiraron a ocupar el lugar dominante que tuvo el clero durante la formación del estado moderno. Este protagonismo se explica, en parte, por su pertenencia a una elite cosmopolita mundial, que trabaja en empresas transnacionales y organismos multilaterales. La crema de los economistas ortodoxos integra el personal globalizado que vive en un micro-mundo de bienestar, desplazándose de un país a otro. Esta actividad los familiarizó con los negocios globales y les permitió des-

plazar a otras profesiones de los cargos apetecidos y tradicionalmente conectadas con las especificidades locales. La generalizada creencia en la aptitud de los economistas para dirigir cualquier destino nacional se asentó en el clima de furia competitiva, mercantilización de la vida social y endiosamiento de la ganancia que dominó en las últimas décadas. Bajo el comando ortodoxo todo el campo de los economistas afianzó su dependencia del poder empresario y perdió autonomía frente a las necesidades inmediatas de las clases dominantes. Se consolidó un ámbito cerrado, que no discute el reinado del mercado, ni las ventajas de la competencia Esta estructura reforzó, a su vez, todos los filtros requeridos para garantizar la gestión capitalista del estado, mediante la exclusión de los indisciplinados (o el bloqueo de su ascenso a los niveles de decisión). Los ortodoxos han preparado y seleccionado en las últimas décadas el personal que necesita el sistema para asegurar su reproducción2.

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NATURALISMO MECANISCISTA Los economistas neoclásicos han exportado sus criterios analíticos de maximización al pensamiento jurídico y político, a la teoría de la comunicación y a la sociología laboral. Esta colonización contribuyó a reforzar su autoridad. 2

Utilizamos la noción de campo en el sentido de Bourdieu, Pierre, 1976, Lebaron Fréderic, 2000.

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Pero los instrumentos que expandieron a tantas áreas de la teoría social, constituyen en realidad simples modalidades de evaluación. Permiten esquematizar procedimientos de selección de la alternativa más conveniente entre un conjunto de opciones. El manejo de estas herramientas no es de ninguna manera el objeto de la economía, que debería estudiar el funcionamiento y las contradicciones de los distintos sistemas económico-sociales. Al circunscribir todos los análisis a ejercicios de optimización, los ortodoxos se entrenaron en la elección de alternativas de inversión, ahorro o consumo. Saben indagar «qué ocurre con x cuándo algo sucede con y», pero no pueden identificar ninguna regularidad o desequilibrio significativo del capitalismo. Con su énfasis en estudiar relaciones funcionales –dentro de ciertas restricciones– han propiciado la asimilación de la economía con las ciencias naturales. Esta asociación reforzó la aureola de rigor que rodea a esta disciplina, en comparación con las restantes ciencias sociales. Este privilegio se afianzó aún más con el reinado de la formalización y el abuso de sofisticados modelos matemáticos para encarar cualquier reflexión. Por ese camino la teoría económica se desconectó del estudio de procesos sociales, que difieren de la investigación en las ciencias duras por la ausencia de distancia cualitativa entre el sujeto y el objeto de análisis. El economista –al igual que el sociólogo, o el historiador– se encuentra directamente involucrado con las conclusiones y recomendaciones que surgen de sus diagnósticos. Los ortodoxos desconocen este condicionamiento y defienden una postura naturalista heredada de Walras, Arrow y Debreu. Razonan imaginando una tendencia

espontánea hacia el equilibrio general, que impide investigar cualquier suceso de la realidad. Adoptan un punto de partida particularmente inútil, para indagar un sistema tan inestable como es el capitalismo. La forma de soslayar este obstáculo es la construcción de modelos sostenidos en sucesivas premisas («supongamos que... supongamos que...») y la búsqueda de respuestas fantasiosas para problemas imaginarios. Con sus criterios de optimización los walrasianos estiman que los participantes del mercado están dotados de facultades supra-humanas. Son agentes que conocen siempre sus preferencias, cuentan con plena información y se manejan con total certidumbre de lo que sucederá en el futuro (o su equivalente en probabilidades). Este requisito conduce a incontables incoherencias lógicas (por ejemplo, partir de preferencias independientes del contexto) y a variadas paradojas, que la ortodoxia intenta resolver introduciendo una excepción tras otra (segundo mejor, externalidades, rendimientos crecientes, etc). Pero ninguna de estas correcciones puede enmendar los problemas de una teoría, que concibe a los sujetos como robots auto-programados en una trayectoria hacia el equilibrio. El hábito de dictaminar «si el modelo es o no consistente» conduce a olvidar el sentido de lo que se está evaluando. Los neoclásicos presumen conocer la ingeniería del sistema económico y se atribuyen la capacidad para controlar su marcha, reemplazar piezas defectuosas y decidir la conveniencia de uno u otro ajuste. Para subrayar el carácter inexorable de cierta política suelen recurrir a las comparaciones con la naturaleza. Proclaman que ignorar una restricción del mercado equivale a evadir la ley de la

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gravedad (como el «desempleo natural»). También enuncian principios fatalistas («si baja el desempleo sube la inflación», «si suben los salarios cae la productividad»), que obviamente apuntan a justificar la dominación de los capitalistas3.

de estas dificultades la necesidad de regular de los mercados. Al contrario, propone liberar el juego de la oferta y la demanda de cualquier interferencia, subrayando el carácter natural del orden mercantil y el efecto positivo del darwinismo social. Pero con estos criterios simplemente oculta que el mercado no es una institución atemporal. Opera como instrumento del capitalismo para la explotación del trabajo asalariado. Todas las imágenes idílicas del mercado han sido periódicamente demolidas por los desajustes cíclicos que caracterizan al capitalismo, en todos los terrenos de la producción y el consumo, la acumulación y el ahorro o la ganancia esperada y obtenida. La competencia compulsiva que predomina bajo este sistema no facilita de ninguna manera el progreso colectivo. Al contrario, desemboca en traumáticas situaciones de sobreproducción y derroche social. El patrón de la rentabilidad que regula al capitalismo provoca desempleo, pobreza y explotación. Obliga a los asalariados a vender su fuerza de trabajo y a convertir sus conocimientos en mercancías, que enriquecen a las minorías privilegiadas. Esta realidad es encubierta con las supersticiones que rodean al imaginario de la «mano invisible». Con una literatura que bordea el ridículo se extiende a todos los individuos la figura de un «agente», construido en torno a la conducta del empresario. De esta extrapolación surgen todas las fábulas de obreros eligiendo puestos de trabajo. La equiparación de todos los «agentes» en un sistema asentado en la desigualdad social es tan absurda, como la exaltación de la «soberanía del consumidor» como determinante de la demanda. Los neoclásicos ni

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FUNDAMENTOS NEOLIBERALES La ortodoxia también se apoya en los conceptos neoliberales que desenvolvió la vertiente austriaca de la economía neoclásica. Esta corriente surgió a fines del siglo XIX con Menger y Bohm Bawerk y se afianzó entre los años 30 y 50 con Hayek y Von Mises. Postuló una fanática impugnación del socialismo y una crítica frontal al estado de bienestar keynesiano. Esta prédica tuvo escasa repercusión hasta el resurgimiento neoliberal de las últimas dos décadas Sus voceros favorecen explícitamente la ampliación de las desigualdades sociales, la subordinación de la democracia a la propiedad y el reforzamiento de la supremacía irrestricta del mercado. Revindican modalidades extremas de competencia, argumentando que aleccionan al consumidor y alientan la innovación del empresario. A diferencia de la vertiente walrasiana, la escuela austriaca reconoce el carácter incierto de la inversión, la imperfección de la racionalidad individual y la fragilidad de las preferencias de los consumidores. Pero no deduce

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Un análisis de estas incoherencias presentan: Fine, Ben, 1997, Guillen Romo Héctor, 1997 (cap 1, 2, 3).

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siquiera registran, que el dilema de ahorrar o invertir es una completamente abstracto para quiénes carecen de ingresos significativos. La ortodoxia generaliza conclusiones a partir de un arbitrario modelo de acciones individuales, que proyecta a todos los actores económicos. Convierte en un dato colectivo lo que presume aceptable para una persona. Por esa vía ignora el condicionamiento social que caracteriza cualquier elección bajo el capitalismo. Pero estos conceptos persiguen un propósito definido: reforzar la ideología que necesita la clase dominante para agredir a los trabajadores. Con ese objetivo se difunden creencias que naturalizan el desempleo, universalizan la lógica del mercado y glorifican el egoísmo individualista, a partir de una mitología de la conducta del consumidor o el accionista. La ortodoxia neoclásica ha inspirado la exigencia monetarista de recortar la emisión, cuándo contribuye a reforzar la disciplina social. Alienta medidas impositivas de carácter regresivo y difundió la actitud reverencial hacia los mercados, que propone la teoría de la «anticipación racional». Esta visión recomienda beneficiar activamente a los capitalistas, atribuyendo a este grupo poderes imbatibles para neutralizar cualquier medida adversa a sus intereses. Con ese presupuesto se promueve satisfacer en forma inmediata cualquier pedido de los acaudalados. Los economistas neoliberales ignoran los desequilibrios que genera la competencia y atribuyen cualquier perturbación del capitalismo a causas externas a este sistema. Con esta mirada han intentado bloquear en el ámbito académico, todas las líneas de investigación conflictivas con los intereses de las clases dominantes.

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CIUDADANOS Y CIENTISTAS SOCIALES La heterodoxia rechaza la teología neoliberal, reconoce la existencia de conflictos sociales y propone armonizarlos a través de un consenso institucional. Busca conciliar distintas alternativas económicas y estima que la sociedad puede seleccionarlas a través del voto. Atribuye a este mecanismo político una gran capacidad para contrabalancear el poder de los acaudalados. En oposición a la defensa ortodoxa del agente y del mercado reivindica el compromiso con la ciudadanía y el estado. Rechaza el mito de la neutralidad profesional y acepta que los economistas están involucrados con los intereses de los distintos grupos sociales4. Pero este planteo no registra la división de la sociedad en clases antagónicas y la concentración del poder en manos de los capitalistas. Aunque el economista pueda difundir los costos y beneficios de cada alternativa en juego, los márgenes de elección de las mayorías permanecen invariablemente acotados. La propiedad privada de los medios de producción pone límites muy estrictos a cualquier decisión popular, que afecte los intereses de las grandes empresas. Con un criterio institucional los heterodoxos rechazan acertadamente la fantasía neoclásica de un individuo soberano, que optimiza alternativas. Pero recaen en una ilusión equivalente, al suponer que la ciudadanía decide libremente el rumbo de los procesos económicos a través

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Estos enfoques son analizados por Samuels, Warren, 1995, Ingham Geoffrey, 1996, Heilbroner Robert, Milberg William, 1998.

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del voto. Olvidan que la «opinión de los mercados» (es decir, las grandes corporaciones) determina en los hechos ese curso de la producción y la finanzas. La heterodoxia también objeta el status privilegiado de la economía frente a otras ciencias sociales. Cuestiona especialmente el abismo que han introducido los neoclásicos con esas disciplinas y busca reconstituir un campo colectivo de cientistas sociales. Pero el logro de este objetivo requiere comprender que la economía se encuentra bajo custodia permanente de la burguesía, que utiliza esta área para reforzar su dominio sobre la sociedad y el estado. Los heterodoxos ignoran este condicionamiento y no registran la influencia que tienen las distintas cosmovisiones ideológicas y puntos de vista de clase, en las miradas que adopta cada grupo de economistas. Como no perciben la función estratégica que cumple esta actividad en la dominación capitalista, tampoco logran registrar las serias limitaciones que enfrenta este campo para desenvolver la investigación genuina. Marx subrayó estos condicionamientos en su contraste entre economía política y economía vulgar. Estableció una distinción cualitativa entre Ricardo y Say, que podría extenderse a Keynes, Schumpeter o Sraffa frente Milton Friedman, Samuelson o Lucas. Este corte no es cronológico, sino conceptual. La división entre intérpretes rigurosos y observadores superficiales del capitalismo se ha replanteado una y otra vez. Pero un grave problema de la heterodoxia actual es justamente la escasa gravitación de los continuadores de la vertiente científica.

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ESCUELAS Y PROBLEMAS La heterodoxia reúne a diferentes corrientes que reivindican la determinación institucional de la economía, la existencia de imperfecciones del mercado y la centralidad de la incertidumbre. Presenta a las instituciones como creaciones histórico-sociales que han precedido a los mercados y resalta la existencia de una gran variedad de agentes. Esta concepción ha nutrido el estudio schumpeteriano de la innovación, el análisis regulacionista de los modelos de trabajo y la analogía evolucionista del cambio económico con los procesos de selección natural5. Cada una de estas corrientes ha contribuido a esclarecer aspectos del funcionamiento contemporáneo del capitalismo (transformaciones tecnológicas, volatilidad del capital financiero, comportamiento de las firmas, modalidad del proceso laboral, metodología de la economía). Pero ninguna analiza este régimen social como un sistema históricamente transitorio, sujeto a contradicciones que socavan su continuidad. La heterodoxia generalmente retrata las modalidades productivas vigentes en cada país (o período histórico), pero no interpreta adecuadamente cómo se genera y distribuye el beneficio. Contextualiza la investigación, pero omite el problema de la explotación que es el rasgo central del capitalismo. Alude permanentemente al marco político, las tradiciones culturales o las condiciones téc-

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Varios aspectos de esta escuela son tratados por Barceló Alfons, 1992, Bunge, Mario, 1982, Sapir Jacques, 2000.

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nicas de los acontecimientos económicos, pero nunca habla de la plusvalía extraída a los trabajadores. Esta omisión le impide discriminar entre los fenómenos decisivos y secundarios del proceso de valorización. Ignora, por ejemplo, que los derechos de propiedad son más estratégicos que la regulación de la competencia para la reproducción del capital. Olvida que el control del proceso de trabajo es más vital que las reglas impositivas, para asegurar la continuidad de la acumulación. Tampoco distingue los procesos necesarios (explotación) de los contingentes (monopolio) y los fenómenos determinantes (procesos productivos) de los determinados (sucesos financieros), para el proceso de reproducción del capital. Cada vertiente heterodoxa enfatiza alguna peculiaridad del capitalismo, pero todas evitan investigar la fuente del beneficio. Estudian las instituciones, pero no su carácter de clase. Analizan la distribución del ingreso, pero no la apropiación del trabajo excedente. Investigan el beneficio, pero no su fundamento en la explotación. La heterodoxia asigna un papel protagónico a diversos agentes colectivos (clases, comunidades, asociaciones, actores), pero desconoce que la acumulación no emerge espontáneamente de cualquier tipo de agregaciones humanas. Ignora que las clases dominantes y dominadas cumplen un rol estratégico en los procesos de trabajo y valorización. Al establecer una indiscriminada variedad de configuraciones sociales, equipara todos los conflictos y naturaliza las relaciones capitalistas. Por eso diluye el rasgo central del sistema, que es la apropiación patronal del valor excedente creado por los asalariados. Los modelos heterodoxos no explican las causas, tendencias y sentidos del desarrollo capitalista. Se limitan a

detallar cómo las firmas desenvuelven sus intercambios con el medio ambiente (evolucionistas), cómo los empresarios modifican sus prioridades de ahorro e inversión (keynesianos) o cómo las instituciones se adaptan a las condiciones de productividad en la acumulación intensiva (regulación). Ciertamente la heterodoxia retoma el abordaje de la economía política y busca complementar reflexiones analíticas con estudios históricos. Reconoce que en la investigación económica no es posible aislar los fenómenos para su observación, ni recurrir a la experimentación en gran escala. Pero este intento de reintegrar la economía a las ciencias sociales, no alcanza para lograr una comprensión integral del capitalismo. Con la formulación de leyes sociales, la enunciación de principios sistémicos o la descripción de mecanismos de evolución, no se esclarecen las leyes del capital.

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CRÍTICOS Y MARXISTAS Los críticos agrupan a todos los economistas que impugnan los mitos neoclásicos, denuncian los atropellos empresarios y desenmascaran la realidad del capitalismo. Esta vertiente agrupa a los adversarios frontales de la ortodoxia y a muchos opositores de la ilusoria conciliación que pregona el institucionalismo. Los críticos son concientes que el economista no puede situarse por encima de los antagonismos sociales. Debe ubicar su acción en el bando de los oprimidos o de los opresores. Este reconocimiento de los intereses sociales en juego, los induce a descartar la actitud del observa-

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dor neutral. Por esa razón participan activamente en todos los ámbitos pluralistas que permiten cuestionar el statu quo. Los antecedentes de esta corriente pueden rastrearse en los socialistas ricardianos, que en el siglo XIX erigían sindicatos y denunciaban la explotación. Otro precedente son los socialistas utópicos, que imaginaban sistemas de organización social superadores del capitalismo. Durante la segunda mitad del siglo pasado, la vertiente crítica fue alimentada por el keynesianismo radical y por las corrientes que propiciaron redistribuir en forma progresiva el ingreso. Los radicals norteamericanos y la izquierda regulacionista francesa retomaron esta tradición en las últimas décadas6. Los marxistas constituyen el sector más estructurado y consecuente de la economía crítica. Se ubican explícitamente en el campo de los asalariados, orientan su trabajo intelectual hacia los problemas de la clase trabajadora y defienden un proyecto socialista. Promueven no sólo la defensa o recuperación de las conquistas sociales, sino también la construcción de una sociedad liberada de la explotación y la desigualdad. Los marxistas recrean una actitud de confluencia de la elaboración teórica con la práctica militante. La fusión de intelectual, economista y político socialista –que inauguró Marx– fue seguida en la primera mitad del siglo XX por muchos pensadores, que desarrollaron su actividad en las organizaciones de izquierda (Luxemburg, Bujarin, Hilferding, Rubín, Preobrazhensky).

Posteriormente comenzó un entrecruzamiento con la vida académica que generó otras combinaciones de militancia, labor intelectual independiente e inserción universitaria. Algunos autores mixturaron estas tres actividades (Mandel, Sweezy, Dobb) y otros optaron por actuar en un ámbito específico (Grossman, Rosdolsky, Mattick, Braverman). Esta variedad de caminos ha perdurado hasta la actualidad7. La aceptación de la economía marxista sufrió un severo golpe con el derrumbe del denominado «socialismo real». La gran expectativa que despertaba esta corriente en los años 70 se transformó en un rechazo frontal, que incluyó la resurrección de actitudes maccartistas. Pero esa etapa reactiva tiende a disiparse y el estudio de Marx recobra relevancia. La ruptura con el pensamiento dogmático que caracterizó al marxismo oficial de los «ex países socialistas» y la creciente inclinación de esta escuela a reflexionar sobre su propio objeto teórico contribuyen a esta revitalización.

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Ver Guerrero Diego, 1997.

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SINGULARIDADES TEÓRICAS Muchos economistas críticos han intentado combinar nociones de marxismo y heterodoxia radical. Han recurrido a esta mixtura para indagar las etapas del capitalismo con enfoques sistémicos, que jerarquizan la gravitación de la dinámica reproductiva del capital.

Ver: Howard, M.C., King J.E, 1992, Vol II.

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1. EL CAMPO DE LOS ECONOMISTAS

Pero este ensamble no toma en cuenta que el marxismo propone un abordaje de la economía, distinto y superador de la heterodoxia. Pretende esclarecer el origen, las contradicciones y la evolución histórica del capitalismo. Busca explicar las diferencias de este sistema con otros modos de producción, analiza leyes sociales como una conjunción de tendencias y contra-tendencias, que se desenvuelve en ciertas condiciones de la lucha de clases. Con este enfoque pretende descubrir fundamentos del proceso económico, que no pueden captarse con ningún estudio centrado en la plasticidad o rigidez de las instituciones. La investigación de las leyes del capital parte de una caracterización objetiva del valor. Esta visión atribuye al trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías, un papel determinante en la formación de los precios y la ganancia. Estudia el proceso de acumulación, indaga la extracción de plusvalía y retrata su conversión en capital. Interpreta el beneficio como un resultado de este proceso y analiza el nivel del salario como valor de la fuerza de trabajo, asignando particular relevancia a los efectos de la confrontación clasista. El marxismo destaca que esta lógica objetiva de la reproducción –basada en la competencia por el lucro– conduce a crisis periódicas y situaciones de irracionalidad general. Observa cómo el proceso de acumulación genera desequilibrios sistemáticos y desconexiones crecientes entre el beneficio y las necesidades sociales. El marxismo atribuye la crisis al funcionamiento intrínsecamente contradictorio del capitalismo y no a episodios naturales, impericias gerenciales o desaciertos gubernamentales.

Todos los economistas críticos cuestionan el orden existente y batallan a favor de las reivindicaciones populares. Pero los marxistas acompañan esta acción con un análisis del modo de producción vigente y una caracterización del antagonismo que opone al capital con el trabajo. Captar la centralidad de este conflicto es vital para comprender la dinámica del capitalismo. La atención a la confrontación clasista permite un enfoque radicalmente distinto, a la descripción heterodoxa de grupos favorecidos o afectados por el impacto de las variables económicas. La óptica marxista no se limita al retrato del conflicto social. Remarca el protagonismo de las clases oprimidas y explica por qué razón este sector representa el único sujeto capacitado para erradicar el capitalismo. El marxismo no forma parte de la heterodoxia. Comparte preocupaciones y asimila sus aportes de esta corriente, pero polemiza con sus fundamentos y conclusiones. Las teorías clásicas del imperialismo (Lenin), del capital financiero (Hilferding) o de las crisis de realización (Luxemburg) adoptaron, por ejemplo, nociones claves de autores prekeynesianos (Hobson). Pero reinterpretaron estas ideas y elaboraron conceptos novedosos y singulares. Esta absorción, crítica y superación del pensamiento heterodoxo ha estado presente en todas las reflexiones de la economía marxista durante el siglo XX. Un recorrido por varios temas cruciales confirma esta diferenciación.

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Capítulo 2 VALOR Y PRECIO

Una importante controversia del marxismo con la ortodoxia y la heterodoxia gira en torno a teoría del valor. Esta concepción contempla tres aspectos que han suscitado intensas polémicas: la explotación, la formación de los precios y la dinámica del capitalismo.

CENTRALIDAD DE LA EXPLOTACIÓN La teoría del valor surgió en el siglo XVIII para explicar el comportamiento de los precios, cuándo la expansión del mercado desplazó al anacrónico sistema de regulaciones medievales. Bajo el impacto creado por la nueva producción industrial, la economía política clásica atribuyó la variación de los precios a la cantidad de trabajo incorporado en las mercancías. Con este criterio buscó establecer formas de cálculo de las principales variables económicas. Marx tomó en cuenta esta visión, pero entendió que para dilucidar el comportamiento de los precios resultaba necesario esclarecer primero el rasgo central del capitalismo: la explotación del trabajo asalariado. Por eso investigó cómo los patrones expropian una parte del valor creado por los trabajadores durante la jornada laboral. Señaló que esa apropiación deriva de la generación de un valor excedente por parte de los trabajadores,

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que supera el requerido para su propia reproducción. Destacó que ese excedente es confiscado por los capitalistas y analizó cómo se redistribuye su usufructo, a través de distintas modalidades del beneficio. El autor de «El Capital» aclaró que esta confiscación no constituye un engaño o una estafa circunstancial. Es un producto de la propiedad privada de los medios de producción, que otorga a los dueños de las fábricas un derecho de apropiación de los frutos del trabajo ajeno. Los patrones pueden contratar o despedir a los trabajadores que carecen de medios de subsistencia propios y están obligados a vender su fuerza de trabajo. De esta disparidad surge la plusvalía que apropian y acumulan los capitalistas. Marx desarrolló esta concepción reconociendo el fundamento del valor en el trabajo, que postularon sus antecesores clásicos y rechazaban los economistas de su época. En un período de luchas sociales y gestación de sindicatos, esa gravitación del trabajo en el proceso económico era cuestionada por sus implicancias revulsivas. Una teoría centrada en el trabajo –que asignaba a los asalariados un papel determinante en la generación de la riqueza– abría serios interrogantes sobre el origen del beneficio El pensador alemán asimiló las enseñanzas de los socialistas ricardianos, que no evadían las consecuencias políticas radicales de la teoría del valor-trabajo y polemizó con todos los autores que sustituyeron esa concepción por alguna interpretación del salario y la ganancia, como «retribución natural» a los trabajadores y empresarios. Marx desarrolló su teoría del valor en estrecho contacto con el concepto de explotación. Postuló que el tra-

bajo abstracto –generado por los asalariados y uniformado en el proceso de intercambio– conforma un sustrato del valor específico del capitalismo. Señaló que este cimiento no se identifica con el gasto fisiológico laboral de cualquier sociedad o con el trabajo concreto de cierta actividad. A diferencia de Ricardo indagó esta dimensión cualitativa, antes de buscar formas de medición del valor. Al enfatizar esta gravitación de la explotación Marx rechazó la naturalización de la desigualdad social que predominó entre los economistas clásicos. Describió cómo el intercambio de las mercancías, la circulación del dinero y la acumulación del capital tienden a borrar las huellas de la dominación que ejercen los capitalistas sobre el conjunto de la sociedad. Postuló una teoría del valor como crítica frontal a este ocultamiento de las relaciones sociales, señalando que la supremacía de los explotadores se asienta en la apropiación de una parte del valor generado por los explotados. Destacó que la valorización del capital se basa en esa expropiación y no en cualidades mágicas de las mercancías o el dinero para generar riqueza y poder. Marx completó su análisis de la sustancia de valor con una investigación de la forma de valor. Explicó que la mercancía y el dinero constituyen dos modalidades de un mismo proceso de intercambio, tendientes a permitir que el trabajo abstracto contenido en todos los bienes pueda valuarse por medio de un equivalente general. En la caracterización de este proceso señaló que las mercancías adquiridas por su valor de uso son vendidas por su valor de cambio, para que en el ámbito de la circulación pueda realizarse el valor ya incorporado a los bienes en la esfera de la producción. Con este mismo

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razonamiento indagó posteriormente el desdoblamiento del capital en modalidades mercantiles, monetarias y productivas, que modifican las formas de plusvalía (interés, ganancia, renta), para permitir su distribución entre distintos segmentos de las clases dominantes. Esta interpretación del capitalismo a partir de la explotación de los asalariados es el fundamento de la teoría marxista del valor. En este aspecto central difiere de la concepción postulada por Smith y Ricardo y se distingue de todas las visiones que ignoran o diluyen el origen del beneficio en la plusvalía1.

El autor de «El Capital» tomó en cuenta cómo las dificultades para encontrar esa correspondencia habían inducido a Smith a sustituir la teoría del valor por una explicación de los precios, a partir de los distintos costos (trabajo, capital, financiamiento, insumos). Por ese camino quedaban desechados los fundamentos productivos del problema, a favor de una interpretación meramente distributiva de los precios. Ricardo había intentado preservar el valor, pero al chocar con la evidencias de bienes con alto contenido de trabajo y bajos precios (y viceversa), comenzó a enunciar excepciones y concluyó definiendo variables auto-reguladas e independientes de los precios. Marx se mantuvo fiel a la interpretación de los precios por su valor, mediante una distinción analítica de la teoría en diferentes niveles. Distinguió un plano abstracto de investigación en términos de valor –generación de la plusvalía y valorización del capital de todos los empresarios– y otro más concreto en base a los precios, para describir cómo las relaciones de competencia zanjan la distribución de la plusvalía. En la primera instancia, el valor de cambio de las mercancías expresa directamente el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción y se supone que los precios giran en torno a esa magnitud. En el segundo plano, el valor de cambio (ahora denominado precio de producción) expresa la cantidad de trabajo requerido para permitir la continuidad de la acumulación en cada rama. Los capitalistas son remunerados en proporción a la inversión realizada y ya no, en relación al trabajo incorporado en las mercancías. Los precios finales (de mercado) oscilan en torno a esos precios de pro-

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FORMACIÓN DE LOS PRECIOS Marx postuló que el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías determina el valor de todos los productos. Señaló que este parámetro define los precios de los bienes de manera general, a través de una coincidencia del total de los precios y los valores. No planteó, en cambio, la existencia de una relación directa entre el precio de cada producto y la magnitud del trabajo que contiene. Al subrayar sólo la igualdad de equivalencias globales (la suma de los precios no puede superar, ni ser inferior al total de los valores), Marx tomó distancia de la economía clásica. Rechazó la búsqueda de una relación de proporcionalidad directa entre los precios y la cantidad de trabajo incorporado en cada mercancía. 1

Ver: Rubin Isaac, 1985, Salama Pierre, Tran Hai Hac, 1992, (cap 1 y 3), Itoh Makoto 1987, (cap 1,2), Mohun Simon, 1994.

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ducción y queda definitivamente rota la proporcionalidad entre el precio y la magnitud del trabajo incorporado a cada mercancía. Esta fractura entre valores y precios de producción es consecuencia, a su vez, de un proceso que homogeniza toda la dinámica de la valorización en torno a la ganancia media. Esta igualación se consuma a través de la movilidad del capital, que unifica en un circuito común a todos los sectores que operan con diferentes tasas de explotación, desiguales proporciones de mano de obra y maquinaria y gran diversidad de tiempos de maduración de la inversión. Esta equiparación es indispensable para el funcionamiento de un sistema, que obliga a todos los capitalistas a competir por la obtención de tasas de ganancias superiores a sus rivales. Para Marx la ley del valor funciona, por lo tanto, a través de redistribuciones constantes de la plusvalía, que fracturan los precios de los valores. Estos desvíos eran desconocidos por la economía política clásica y fueron deducidos por el autor del «El Capital» de su teoría de la explotación. Implican que el valor determina los precios por el sendero indirecto de reubicaciones generales de la plusvalía. Marx desarrolló esta explicación utilizando una variedad de categorías y razonamientos que desenvolvió a nivel abstracto (valor individual, valor social), intermedio (precios de producción) y concreto (precios de mercado, precio de monopolio). Introdujo estas diferencias con fines analíticos y no como instancias empíricas inmediatas, puesto que en el proceso observable de la acumulación sólo existen los precios de mercado o de monopolio. Las restantes nociones contribuyen a expli-

car cómo los precios dependen del valor, a través de un proceso de redistribución general de la plusvalía. En este esquema las variaciones de los precios dependen estructuralmente del tiempo del tiempo de trabajo necesario para la producción de las mercancías. Pero como estas condiciones se modifican significativamente en cada época y circunstancias de la acumulación, dos variables interactúan significativamente en la fijación de los precios de cada rama: la productividad y las necesidades sociales. El primer indicador incide en la determinación del tipo de empresas que predominan en la oferta de cada sector (alta, media o baja productividad) y el segundo define el marco de requerimientos de la demanda, en que se desenvuelve esa provisión de bienes. Si la necesidades sociales de una rama están aumentando (por ejemplo, calzado deportivo) habrá lugar para empresas de menor y mayor productividad, mientras que en el caso inverso (por ejemplo, sombreros) tenderán sólo a subsistir las más eficientes2. Marx estimó que el cruce de estos dos procesos genera los premios y castigos que impone el mercado, a las empresas que economizan o derrochan trabajo social. Los cambios de los precios sintetizan este funcionamiento del capitalismo. Mediante ajustes corrientes y grandes convulsiones inflacionarias o deflacionarias se consuman periódicas adaptaciones del sistema, a los nuevos promedios del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías. Con

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Ver: Rosdolsky, Román, 1979, (cap 3 y 9) Mandel, Ernest, 1985, Carchedi, Gugliemo, 1991, (Cap 3 y 4) Giussani Paolo, 1996.

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estas adaptaciones, los precios se amoldan a las transformaciones registradas en la productividad y los patrones de consumo.

cantil (es decir, una vez concluida la fabricación del bien), resulta imposible evitar la periódica desconexión entre la producción y consumo que caracteriza al capitalismo. La teoría del valor analiza estos desequilibrios que socavan en forma intrínseca y cíclica a la acumulación. El tiempo de trabajo regula la distribución del trabajo social en el universo potencialmente caótico del mercado y las crisis irrumpen como un momento inevitable de la reproducción del sistema. El valor define las proporciones y relaciones intersectoriales que exige la acumulación. Pero esos equilibrios son inexorablemente quebrantados por la competencia, en un sistema erosionado por sus propias contradicciones3. En la convergencia de sus tres facetas complementarias, la teoría del valor configura un núcleo duro de la concepción marxista. Esclarece la gravitación de la explotación y la dimensión cualitativa del trabajo abstracto, explica la dinámica cuantitativa de la formación de los precios e ilustra las articulaciones específicas entre el funcionamiento y la crisis, que caracterizan al capitalismo.

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DINÁMICA DEL CAPITALISMO La teoría del valor propone, finalmente, una interpretación del funcionamiento y crisis del capitalismo. Destaca que el tiempo de trabajo opera como principio organizador de un sistema regulado por la competencia y carente de un plan que estructure al conjunto de la producción y el consumo. La ausencia de este orientador determina el carácter convulsivo de la acumulación y el estallido de crisis periódicas. La teoría del valor atribuye los desequilibrios cíclicos del capitalismo a esta carencia de mecanismos de regulación anticipada de las principales variables de la economía. Señala que la rivalidad por el beneficio impide una asignación ex ante de los recursos, que equilibre las posibilidades de la producción con el consumo deseado por la población. Ilustra cómo el trabajo es incorporado a las mercancías mediante cálculos aproximativos de costos y expectativas de ganancias, que el mercado convalida o desmiente a posteriori. Este dictamen sanciona «postfestum», si hubo desperdicio o ahorro del trabajo socialmente necesario para producir esos bienes. Este mecanismo genera en última instancia la multiplicidad de contradicciones que obstaculizan la acumulación y precipitan la crisis. Como la conversión del trabajo privado, concreto e individual, en trabajo abstracto y socialmente necesario se efectiviza en la transacción mer-

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LA OBJECIÓN SUBJETIVISTA La vertiente neoclásica austriaca objetó desde principio del siglo XX la teoría marxista del valor, reivindicando una concepción subjetiva de la utilidad. Cuestionó al trabajo como «único factor de la economía» y destacó que

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Ver: Rubin, Isaac 1985, Rosdolsky Román 1979, (cap 3 y 9), Mandel Ernest 1985, Weeks John 1997.

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los precios expresan preferencias de los consumidores, a través de un mecanismo mercantil que armoniza los deseos de los compradores con los intereses de los productores4. Pero este enfoque ignora que el trabajo no es un simple factor. Constituye el pilar de la producción y el cimiento de la reproducción del capital, desde el momento que ninguna actividad económica puede desarrollarse prescindiendo de su participación. Por esta razón la productividad del trabajo es el indicador central de la actividad económica. Al constituir la única cualidad común y mensurable de todas las mercancías, la magnitud del trabajo incorporado a las mercancías es determinante de los precios. Es cierto que existen bienes inmateriales, derivados de la naturaleza o resultantes de la actividad artesanal (o artística), cuyos precios no dependen de ese patrón laboral. Pero son excepciones sometidas a la lógica general del valor, a medida que se integran al medio ambiente capitalista. Los neoclásicos resaltan el carácter no homogéneo del trabajo y la consiguiente disparidad que distingue la actividad de un obrero corriente y calificado. Destacan que esta diferencia inhabilita al trabajo como barómetro de los precios, ya que determina costos muy diferentes para las mercancías fabricadas con preeminencia de uno u otro tipo de trabajadores. Pero ese desnivel no invalida la argumentación marxista, puesto que el propio mercado reduce objetiva-

mente las distintas modalidades del trabajo concreto a un mismo tipo de trabajo abstracto. Esa homogenización se procesa en valuaciones de las mercancías, que contemplan los diferentes costos de formación y reproducción de la fuerza de trabajo. Los neoclásicos también argumentan que la utilidad y no el trabajo es el verdadero atributo común a todas las mercancías. Consideran que ese elemento es definitorio de los precios y explican la variación de las distintas cotizaciones por el grado de satisfacción, que obtiene cada individuo con la adquisición de cierto bien. En este razonamiento se fundamentan las teorías convencionales del consumidor, las estimaciones cardinales de la utilidad (a partir de preferencias personales) y las mediciones ordinales comparativas de los deseos que tienen los compradores. Ciertamente la utilidad es una propiedad indispensable de todas las mercancías. Pero tiene mayor relevancia económica como condición objetiva de la producción (o el consumo general), que como un parámetro de satisfacción personal. La utilidad es una condición del valor de cualquier mercancía, pero se corresponde con el tipo de necesidades sociales solventes prevalecientes en cada etapa de la acumulación. No es un atributo mensurable a escala individual. La utilidad social influye en la fijación de los precios, al configurar las necesidades sociales –estructuradas en torno a la distribución del ingreso entre las clases– en que opera la producción. Esta incidencia no puede evaluarse mediante el registro mercantil de las preferencias individuales agregadas que postulan los austriacos. Resulta imposible comparar el placer, la satisfacción o el bienestar

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Bohm Bawerk Eugen von, 1975.

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que genera un producto sobre cierto individuo, frente al impacto que suscita esa mercancía en otra persona. Los neoclásicos estiman que el mercado constituye un registro fiel de la utilidad, al suponer que en ese ámbito las necesidades de los consumidores confluyen con los beneficios de los productores. Pero esta imagen idílica omite la desconexión existente entre producir para satisfacer las necesidades sociales y fabricar con objetivos de lucro. Como el capitalismo está gobernado por este segundo propósito, no brinda parámetros para evaluar cuál es la utilidad social colectiva real y cuáles son los deseos prioritarios de la población. En este terreno se crea un bache, parcialmente reconocido por todos los autores que promueven la intervención del estado, en los sectores y actividades ignorados por el mercado. En última instancia esa desconexión obedece a la primacía del valor sobre el valor de uso, en un sistema que privilegia la rentabilidad por encima de las necesidades sociales. Los neoclásicos ignoran este antagonismo. Sus voceros han buscado distintos mecanismos para corroborar sus teorías con mediciones de la utilidad de los consumidores. Pero ningún intento llegó a buen puerto. No encontraron barómetros de satisfacción individual y tampoco pudieron desenvolver cálculos aceptables de esas preferencias. El reconocimiento de conductas variadas, inciertas o carentes de información suficiente tornó aún más difícil, esa estimación de los precios a partir de las preferencias individuales. Ningún arsenal de formalizaciones, curvas de indiferencia, rectas de presupuesto o tasas marginales de sustitución resolvió el problema.

Este fracaso indujo a muchos neoclásicos a deslizarse hacia una teoría de «preferencias reveladas», que consagra el abandono de la utilidad. Ese enfoque se limita a constatar comportamientos de los consumidores, eludiendo cualquier consideración teórica sobre el valor.

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VISIÓN PRAGMÁTICA La corriente neoclásica walrasiana cuestiona la teoría del valor ponderando las tendencias espontáneas del capitalismo hacia el equilibrio. Destaca que el mercado brinda un mecanismo de ajuste natural de la economía, que induce al agente racional a trabajar o consumir, en función de precios que reflejan el estado de la oferta y la demanda. Esta mirada consagra un giro pragmático hacia la mera descripción del comportamiento de los precios. Omite analizar las razones que explican los cambios de esas variables e incluso deja de lado los tradicionales conceptos del subjetivismo neoclásico, para indagar cómo se forjan las preferencias individuales La visión walrasiana supone que la demanda de los consumidores se ajusta a las funciones de utilidad y que la oferta de las empresas se adapta a las funciones de producción. Estima que los «factores» son retribuidos por su productividad marginal y que un subastador imaginario asegura un ajuste general, que optimiza todas las variables en juego. Pero con este enfoque se enfatiza el cálculo, en desmedro de la argumentación. Se resalta la consistencia formal de cada ejercicio y el registro puntual de lo ocurrido con la última unidad producida o consumida. Se

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proclama la inutilidad del valor para estimar la tasa interna de retorno o para evaluar los rendimientos de la inversión. Esta descalificación del marco en que se desenvuelven todas las estimaciones, conduce a construir modelos deductivos del salario y la tasa de interés, con total independencia de la distribución del ingreso5. Lo más paradójico de esta visión es su cuestionamiento de las «complicaciones abstractas» del valor, a partir de un modelo imaginario de competencia perfecta, información transparente, movilidad plena de los recursos y certidumbre total del contexto económico. Estos presupuestos son obviamente arbitrarios. Incluyen curvas de demanda disociadas de la distribución del ingreso y suponen conductas de los consumidores desconectadas de las necesidades sociales. Además, evalúan la oferta sin tomar en cuenta lo que efectivamente ocurre en la estructura productiva. Los comportamientos del empresario son concebidos en función de una «teoría del productor», previamente adaptada a los criterios establecidos por la «teoría del consumidor». Bajo una montaña de ecuaciones los walrasianos se limitan a postular que los precios emergen de la escasez, como un resultado de convergencias entre ofertas y demandas. Frecuentemente construyen una explicación de todos precios, a partir de alguna cotización más determinante de toda la actividad económica (por ejemplo, la tasa de interés). Pero este razonamiento conduce a probadas reflexiones circulares, en donde una variable estratégica

viene ser condición y resultado de lo que se busca demostrar. Las controversias entre los neoclásicos y heterodoxos de los años 70 sobre la determinación del capital (debate de Cambridge), demostró claramente esta encerrona analítica. La ortodoxia no puede analizar los precios como expresiones monetarias del valor porque desconoce la dimensión analítica de la temporalidad. Estudia los cambios de ciertas variables suponiendo la inmovilidad de las restantes («ceteris paribus»). Esta forma de pensamiento surgió con Say, se afirmó con Walras y terminó de consagrarse con la introducción de la estática comparada (relectura de Keynes en clave IS-LM). Pero esta mirada simultaneista impide investigar la realidad cambiante y contradictoria del proceso de formación de los precios. En una economía dominada por la incertidumbre, la asignación ex post de los recursos y el carácter imprevisible de la inversión, la omisión del tiempo equivale necesariamente a ignorar la lógica básica del sistema.

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Ver por ejemplo: Samuelson, Paul, 1973, Solow, R.M, 1973.

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CUESTIONAMIENTOS HETERODOXOS La heterodoxia objeta la teoría marxista del valor, argumentando que desconoce la novedosa determinación extraeconómica que tienen los precios bajo el capitalismo contemporáneo. Señala, además, que el valor es una categoría inútil para comprender la explotación, ya que este rasgo puede ser explicado por la existencia de desigualdades sociales, a su vez resultantes de la inequidad distributiva y del poder político que ejercen las

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minorías. Estos planteos apuntan a resaltar la gravitación preeminente que tiene la configuración institucional de todos los sistemas económicos. Distintos autores heterodoxos estiman que el valor es una «noción metafísica» (Joan Robinson), «prescindible» (Boyer), «ignorante del consumidor» (Bunge) o desconocedora del papel de la utilidad» (Schumpeter). Otros objetores más contemporáneos remarcan el carácter «naturalista» (Milberg) o «escencialista» (Amariglio) de este concepto6. Los críticos tienden a presentar al valor como una sustancia misteriosa, que oscurece cualquier reflexión económica. Frecuentemente coinciden con los cuestionamientos más pragmáticos. ¿Para qué utilizar la noción de valor, si los empresarios la ignoran en sus cálculos de inversiones, costos o beneficios? Pero los capitalistas tampoco recurren a los conceptos de «modo de regulación» o «reproducción sistémica» para evaluar sus conveniencias. Y la razón es muy simple: no suelen elaborar teorías a partir de su propia actividad. Son los economistas quienes deben formular las preguntas que los empresarios no se plantean, ni podrían responder. Si se descarta el valor argumentando que la actividad corriente está regida por los precios, habría que impugnar también la preferencia por la liquidez o las normas de consumo. En ninguna transacción económica se utilizan estas nociones. Pero la teoría no puede prescindir de

los conceptos abstractos, si pretende buscar explicaciones a los distintos problemas. Las concepciones del valor no constituyen una excepción a esta norma. Contribuyen a esclarecer los fenómenos que subterráneamente determinan la explotación, la formación de los precios y la dinámica del capitalismo. Esta determinación es ignorada por los heterodoxos, que interpretan los precios en función de acciones políticas, decisiones técnicas o intervenciones retóricas. Con esa mirada desconectan estos procesos de su condicionamiento económico objetivo. Resaltando el contexto institucional que rodea a la determinación de los precios, no se logra una interpretación consistente de las variables económicas. Sólo observando la lógica del capitalismo se puede comprender cómo se transforman, reglamentan o modifican los precios. Incluso la manipulación extra-económica de estas magnitudes debe ajustarse en el largo plazo a los patrones de la acumulación. El concepto marxista de valor no guarda ningún parentesco con sustancia físicas o químicas. Alude a un tiempo de trabajo, que resulta necesario para comprender el entramado de relaciones sociales en que se asienta el capitalismo. El valor enlaza cuantitativamente mercancías que satisfacen necesidades distintas y cohesiona cualitativamente el funcionamiento de ese modo de producción. Muchos heterodoxos afirman que en la era del monopolio los precios no surgen del valor, sino de cálculos y políticas concertadas por las grandes empresas. Presentan evidencias de esta determinación por mecanismos gerenciales o por intermedio de las regulaciones

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Robinson Joan, 1968,( Introducción), Boyer, Robert, 1988, (cap 1), Bunge Mario, 1982, (cap 4 y 7), Schumpeter Joseph, 1984, (cap 1, 2, 3, 4), Milberg W, 1996, Amariglio Jack, 1996.

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estatales de ciertas cotizaciones estratégicas (salarios, tipos de cambios, insumos claves). Pero esta fijación concertada de los precios es siempre parcial y no elimina la compulsión competitiva que rige al capitalismo. Si esta concurrencia hubiera desaparecido, la asignación de los recursos ya no sería caótica y el comportamiento de las variables macroeconómicas adoptaría formas previsibles y enmendables con disposiciones gubernamentales. Los acuerdos entre monopolios no eliminan el fundamento competitivo del capitalismo, que exige variabilidad de ganancias y pérdidas expresadas en cambios de precios. Esta concurrencia impide estabilizar cotizaciones y predefinir su impacto sobre la inversión, la ganancia o la acumulación. Es cierto que los mercados se fragmentan y jerarquizan a medida que se agigantan las corporaciones. Pero esta transformación sólo modifica la escala de la competencia. Las alianzas y asociaciones entre grandes corporaciones obstaculizan la movilidad del capital, generando rentas tecnológicas y plus-ganancias sectoriales. Pero estas barreras son provisorias y quedan erosionadas por la aparición de nuevos concurrentes o por la penetración del capital en nuevas actividades (agricultura, servicios, educación).

el marginalismo, demostrando que los precios neoclásicos de los «factores» no pueden deducirse directamente del mercado. Ese planteo demostró la necesidad de tomar en cuenta, previamente, las distintas magnitudes sociales o institucionales que determinan el nivel del salario o la ganancia. En estas variables radica la clave de todo el proceso económico7. Partiendo de esta crítica a la ortodoxia se introdujo también una seria objeción al enfoque marxista. Si los precios se derivan de las condiciones técnicas y distributivas: ¿Cuál es la utilidad de una teoría del valor? Los neoricardianos argumentaron, además, que el concepto de valor desarrollado teóricamente en el primer tomo de «El Capital» fue abandonado en el tercer volumen, dónde se recurre a los precios para el estudio concreto del capitalismo. Señalaron que los ejemplos numéricos introducidos por Marx para describir el pasaje de los valores a los precios son inconsistentes. Esta incoherencia mantiene irresuelto el viejo «problema de la transformación» de estas magnitudes, ya debatido a principio del siglo XX. Recordaron que en esos cálculos se violan los presupuestos claves del esquema marxista. El corolario de este cuestionamiento es el rechazo del valor no sólo para interpretar los precios, sino también para explicar la explotación. Consideran que este rasgo puede derivarse directamente la supremacía que detentan los capitalistas en la esfera distributiva. Este dominio les permite controlar el excedente (plus-producto físico

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LA MIRADA NEORICARDIANA La vertiente neoricardiana de la heterodoxia considera que la noción marxista de valor es «redundante e innecesaria». Parte del modelo que elaboró Sraffa para refutar

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Steedman Ian, 1977, Garegnani, Pierangelo, 1979 Napoleoni Claudio, 1979, Hogdson, Geoff, 1979

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apropiado por los empresarios) y garantizar la reproducción del sistema. Pero con esta eliminación del valor los neoricardianos anulan el concepto que unifica la lógica general del capitalismo. Sólo esta noción permite demostrar que la técnica, el salario y la ganancia están integrados a un proceso común de valorización del capital. Si se descarta al valor hay que recurrir a supuestos a priori, cuyo uso la heterodoxia objeta a los neoclásicos. Las magnitudes definidas en forma exógena por los neoricardianos son el salario y los requisitos materiales de la reproducción. Estas variables distributivas y técnicas son introducidas como supuestos del análisis. Pero ocupan un lugar explicativo de otros precios, sin ninguna justificación de cómo ellas mismas irrumpen en la determinación del proceso económico. El concepto de valor justamente evita este contrasentido, al definir objetivamente al salario por el valor de la fuerza de trabajo y derivar las condiciones técnicas del tiempo de trabajo socialmente necesario, para fabricar y reemplazar los bienes de producción. Al prescindir del valor los neoricardianos también convierten la necesidad de la explotación (bajo el capitalismo), en una posibilidad dependiente de circunstancias político-institucionales. Cuándo extienden este mismo razonamiento al beneficio, transforman a la ganancia en un excedente institucionalmente determinado, que no emerge de la valorización interna del capital. Por este camino, los nexos que conectan al lucro con la apropiación patronal de la plusvalía quedan diluidos. Algunos críticos de Marx omiten la dimensión cualitativa del valor y su consiguiente significado social, a

favor de una reformulación naturalista de ese concepto, como unidades de gasto fisiológico de trabajo. El excedente es justamente concebido bajo la forma de sobrante de valores de uso8. Pero al sustituir el valor por una estimación directa de los precios en unidades físicas de trabajo incorporado se recrean los problemas de todas las mediciones, que han ignorado el efecto de la redistribución de plusvalía en la formación de los precios. Con esa mirada se tiende a situar, además, el secreto de la acumulación en las condiciones técnicas («mercancías intercambiadas por mercancías»), reduciendo el proceso de la valorización a una acumulación material. Toda la red de relaciones coercitivas que vinculan a los capitalistas con los trabajadores es asemejada a los requerimientos materiales de la reproducción. Esta visión es obviamente prisionera del fetichismo de las mercancías. Los neoricardianos estiman que pueden prescindir del valor en la esfera monetaria, utilizando modelos de trueque y reemplazando el dinero por numerarios. Pero esta sustitución omite que la moneda actúa como un verificador objetivo del trabajo social, que opera a posteriori y no puede ser preestablecido o introducido artificialmente. Todos los inconvenientes del enfoque neoricardiano obedecen a una incomprensión de la distinción metodológica que introdujo Marx para estudiar al capitalismo. Ignoran que este sistema debe ser estudiado primero en

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Reati Angelo, 1998.

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términos abstractos (suponiendo que los precios equivalen al valor), para resaltar el significado de la explotación y luego en abordajes concretos, que incorporen la competencia por la distribución de la plusvalía (con la consiguiente diferencia entre precios y valores). El valor es el concepto clave de esta distinción. Permite situar el centro del capitalismo en la extracción de plusvalía por todo el bloque de expropiadores, para indagar posteriormente cómo se distribuye ese lucro entre los empresarios. Por esta razón el tomo l de «El Capital» se anticipa y difiere del tomo 3. La validez de la teoría marxista del valor no depende de la exactitud de un procedimiento analítico para «transformar» los valores en precios. Al centrar la discusión en esta impugnación, muchas objetores no logran diferenciar lo esencial de lo accesorio. Suponen erróneamente que la veracidad de una concepción se dilucida en torno a cierto cálculo. Como en la realidad empírica sólo existen los precios, lo que está en debate en la «transformación» es el mecanismo más apto para ilustrar cuantitativamente la dependencia de los precios del valor. Esta discusión no puede reducirse a un procedimiento algebraico. Exige evaluar la totalidad una teoría que propone explicar la explotación, los precios y la dinámica del capitalismo.

el «valor agregado por los países» o el «valor estratégico del conocimiento». Tampoco investiga el comportamiento del «valor de la producción» o las discrepancias entre el «valor nominal y real de los activos». Esta multitud de aplicaciones ratifica la gravitación del concepto y la dificultad para prescindir de su uso, pero no guarda la menor relación con el principal sentido del valor. El giro formalista y la tendencia a evadir las cuestiones sustanciales de la economía han diluido el estudio de este problema. Pero cualquier reflexión relevante tiende a replantear la tradicional oposición entre la teoría subjetiva de la utilidad y la concepción objetiva del trabajo. El análisis del valor incentiva la atención de los procesos económicos en la esfera productiva, en oposición a la prioridad asignada por los neoclásicos a los acontecimientos mercantiles. Resalta la gravitación del trabajo abstracto frente a la preeminencia que otorga la ortodoxia al consumidor y sus preferencias. Ilustra el carácter objetivo de la formación de los precios, ante la jerarquía otorgada por la heterodoxia a las instituciones, en la determinación de esas variables. El estudio del valor permite comprender de qué forma la competencia por el beneficio socava periódicamente la estabilidad del capitalismo, desmiente las creencias neoclásicas en la «mano invisible» y supera la interpretación heterodoxa de la reproducción capitalista, como un proceso guiado por la «mano visible» de la regulación estatal. Varios autores marxistas han utilizado la teoría del valor como instrumento empírico de evaluación de las tendencias contemporáneas del capitalismo. Han definido nuevos conceptos para realizar cálculos de la tasa

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SIGNIFICADOS Y DEBATES La teoría marxista le asigna al valor un significado muy distinto a la acepción corriente que presenta este término. No indaga el «valor competitivo de las empresas»,

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de ganancia, medir comparativamente la evolución del poder de compra y corroborar grados de polarización del ingreso9. Pero la teoría objetiva del valor ha suscitado también intensas discusiones entre los marxistas en varios terrenos. La resolución lógica del problema de la transformación generó, por ejemplo, numerosas respuestas. Algunos pensadores aceptaron inicialmente la búsqueda de una solución matemática en base al diagnóstico planteado a hace más de una centuria por los teóricos ricardianos (como Bortkiewicz). Atribuyeron la falta de correspondencia de los cuadros de Marx a un error de cálculo (computar los insumos en valor y los productos en precios)10. Esta caracterización incentivó posteriores intentos de corrección algebraica, basados en introducir «coeficientes de transformación», que uniformaran los insumos y los productos en términos equivalentes de precios. Este artificio resolvía las incógnitas del sistema respetando las igualdades exigidas para la reproducción, pero distorsionaba el enfoque de Marx al desconocer que los precios surgen analíticamente del valor. Este inconveniente se profundizó con la introducción de ecuaciones desagregadas, formalizaciones matriciales y coeficientes técnicos

en unidades de trabajo directo e indirecto, que acentuaron la tendencia a prescindir del valor. Otros autores retomaron, en cambio, la hipótesis histórica de Engels, que concibió una coincidencia de los precios con los valores en el origen del capitalismo. Señalaron que esta convergencia se habría disuelto con la gestación posterior de los precios de producción, en la redistribución de la plusvalía que acompañó al desarrollo de la industria11. Pero esta hipótesis ha sido desechada por quiénes consideran que ese estadio preindustrial («producción simple de mercancías») constituye un artificio lógico, históricamente inexistente y pensado para explicar la dinámica abstracta de la acumulación12. Este enfoque señala que la secuencia de valores, precios de producción y precios de mercado, que se expone en «El Capital» sigue un orden exclusivamente lógico. Remarca que el problema de la transformación no puede resolverse en el plano histórico. Destaca que la ley del valor operaba sin dominar en las sociedades precapitalistas y que en ningún caso podía determinar los cambios de precios. Otra corriente propone una resolución lógica del controvertido problema. Considera que los ejemplos numéricos de Marx ilustran dos momentos temporales distintos de la formación de los precios, en un mismo proceso de reproducción. Atribuye la transformación a una secuencia cronológica de los precios finales, que varían en cada ciclo productivo en función de los cambiantes precios de reposición. Estima que las modifica-

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Foley utiliza el «valor del dinero» como relación entre el producto neto de cada economía y el total de las horas trabajadas, Ramos apela a una relación inversa «expresión monetaria del valor» para encarar estas evaluaciones. Freeman ha estimado una «labour aproppiation ratio» para abordar estos cálculos. Foley Duncan K, 1997, Ramos Alejandro, 1999, Freeman Alan, 1999 10 Sweezy, Paul, 1973, (cap 7)

11 Meek Ronald, 1972. 12 Mosley Fred, 1993, Smith, Tony, 1993

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ciones numéricas en debate, obedecen a una adaptación de los precios a los valores sociales efectivamente realizados de las mercancías, a partir de sus valores potenciales. Estas adaptaciones ejemplifican cómo se adecuan temporalmente los precios a las alteraciones registradas en la productividad y en las necesidades sociales13. Este enfoque temporalista converge parcialmente con el planteo «antidualista», propuesto por los autores que sitúan a los valores y a los precios en un mismo sistema analítico, indivisible e irresoluble con instrumentos algebraicos. Objetan las interpretaciones esencialistas (el valor como sustancia metafísica) y empiristas (sólo importa la realidad observable de los precios), que rompen la uniformidad del sistema de Marx. Señalan que esta quiebra impide indagar simultáneamente las dimensiones abstractas y concretas de los procesos estudiados en «El Capital»14. Finalmente otros autores han propuesto una «nueva solución» de la transformación, incorporando conceptos operativos («valor del dinero»). Toman en cuenta la forma que asume el valor ya transformado en precios (1 dólar es igual a 4 minutos de trabajo), sin considerar cómo se desenvolvió esa conversión. Este enfoque evade la resolución analítica del problema, estimando que la redistribución de la plusvalía en la formación de los precios no es una caracterización que requiera ser probada15.

13 Carchedi, Gugliemo, 1991, (Cap 3 y 4), Freeman Alan, 1999, Kliman Andrew, 1998 14 Wolff Richard, Roberts Bruce, Callari Antonio, 1982. 15 Foley Duncan K, 1997, Lipietz Alain, 1985, Duménil Gerard, Levy Dominique, 1991.

2. VALOR Y PRECIO

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CORROBORACIONES E INTERPRETACIONES Otro campo de debate es la comprobación empírica de la dependencia de los precios del tiempo socialmente necesario para la producción de mercancías. Algunos autores rechazan esta demostración, argumentando que este cálculo tiende a identificar el valor con una sustancia física observable que diluye su significado como relación social de explotación16. Pero esta objeción no aclara cuál es la incompatibilidad entre reconocer la dimensión cualitativa del trabajo abstracto y buscar instrumentos de medición del tiempo de trabajo. La teoría marxista del valor incluye una ley interpretativa de los precios, cuya corroboración requiriere cálculos. Si se renuncia a la conmensurabilidad del valor, el concepto queda relegado a un universo puramente ideal. No hay que olvidar que la teoría tuvo su origen entre economistas clásicos, que buscaban utilizar al trabajo como instrumento para cotizar terrenos y registrar las ganancias de las empresas. Se intentaba encontrar una forma de contabilizar el trabajo social para facilitar la organización de la producción. Otros teóricos consideran que la actual «des-materialización de la producción» torna imposible el cálculo del valor. Estiman que el crecimiento económico depende de incrementos en las calificaciones y la productividad, que son aportados por una subjetividad no cuantificable de los trabajadores17. Pero cualquiera sea el

16 Reuten Geert, 1993. 17 Negri Antonio, 1997.

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2. VALOR Y PRECIO

alcance de esa transformación, ninguna razón imposibilita mensurar esa influencia, evaluando los costos de formación y reproducción de la fuerza de trabajo calificada. Una forma de corroborar empíricamente la dependencia de los precios del valor ha sido desarrollada por varios autores utilizando la matriz insumo-producto. Consideran que las cifras representativas del trabajo contenido en cada segmento industrial aparecen en el input de esas tablas (valor creado en estos sectores) y que las magnitudes del ouput equivalen a los precios de producción correspondientes. Han realizado estimaciones con matrices de diversos países, con la intención de hacer operativa la ley del valor. Este enfoque generó un importante debate sobre la conveniencia de considerar a los precios como aproximaciones directas del valor18. Otro tema en discusión es el significado político del valor. Todos los marxistas coinciden en descartar la identificación de este concepto con «valores morales, éticos o familiares» o su asociación con principios jurídicos de equidad. El valor es un instrumento analítico de la lógica del capital. Pero la relación entre este fundamento objetivo y la acción subjetiva de las clases sociales es un problema más controvertido. Ciertos autores remarcan, acertadamente, que la teoría del valor contribuye a comprender la dinámica de la acumulación, en cierto marco de condiciones, posibilidades y límites de la lucha de clases19. Pero otros analistas interpretan al valor como una «noción política», que

permite indagar la resistencia de los trabajadores frente a las imposiciones de la burguesía20. Esta última visión restringe la teoría a una función proveedora de argumentos contra la opresión social, omitiendo que también apunta a estudiar leyes capital, con cierta autonomía de cada coyuntura de lucha social. Si se omite esta función se diluye la gravitación de la teoría para el análisis de los precios, la acumulación o la tasa de ganancia y todas las reflexiones quedan restringidas a indagaciones dependientes de las contingencias de la confrontación clasista. El mismo problema aparece en la presentación de la ley del valor como una «teoría de la esperanza» de los asalariados frente a la «debilidad del capital para subordinar el trabajo»21. La concepción queda así restrictivamente asociada a la evaluación de éxitos sindicales, políticos o sociales de los trabajadores. Por ese camino queda desvirtuada la finalidad analítica básica de la teoría, que es el estudio de los mecanismos que permiten la reproducción del capital a partir de la extracción de la plusvalía. En realidad no existe ninguna relación directa entre la rebelión popular y la ley del valor. Tan sólo puede afirmarse que la insubordinación de los trabajadores tiende a socavar el funcionamiento normal de la acumulación, cuándo la intensidad de esa lucha conduce a formas de regulación estatal de los precios. Pero en general, la ley del valor funciona en base a la subordinación de los opri-

18 Shaik, Anwar, 1985, Valle Baeza Alejandro, 1991 19 Mandel Ernest, 1998-b, Husson, Michel, 1996-b, (cap 2).

20 De Angelis Massimo, 1995 21 Holloway John, 1998

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midos y no en los momentos de ruptura de ese sometimiento. Existe finalmente un terreno de discusión de la ley del valor referido a la forma en que se transforma o extingue este principio, durante la transición del capitalismo al socialismo. El debate entre quienes postulan su perdurabilidad o su progresiva desaparición perdió gravitación luego de la implosión del ex «bloque socialista». Pero esa controversia no es accesoria, ni prescindible. Al contener una interpretación de la explotación, una explicación de los precios y una caracterización del funcionamiento del capitalismo, la teoría marxista del valor también incluye una propuesta de emancipación basada en el socialismo. Actualizar este significado es vital para renovar el proyecto de erigir una sociedad sin explotadores y explotados22.

Capítulo 3 PROCESO DE TRABAJO

El proceso de trabajo constituye un campo de intensa confrontación teórica del marxismo con la ortodoxia y la heterodoxia. En esta área se procesan las relaciones de explotación que denuncia la primera escuela, desconoce la segunda y cuestiona la tercera. Estas divergencias se manifiestan en caracterizaciones contrapuestas de todos los aspectos de la actividad laboral. Un buen punto de partida para evaluar estas miradas es el estudio del control patronal del proceso de trabajo. Este análisis fue desarrollado en los años 70 por el marxista norteamericano Harry Braverman, mediante un enfoque que revolucionó la sociología laboral.

EL SIGNIFICADO DEL TAYLORISMO Braverman describió cómo el trabajo humano se diferencia de los actos instintivos de los animales por su carácter premeditado y conciente. Pero destacó también que en el proceso laboral la concepción puede fracturarse de la realización de las tareas, permitiendo que la actividad concebida por un individuo sea concretada por otro. Esta posibilidad de comandar el trabajo ajeno, permite establecer una relación de explotación a favor de los beneficiados de esa ruptura1. 22 Hemos analizado este tema en nuestro libro sobre el socialismo, Katz Claudio, 2004, (cap 4).

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Braverman Harry, 1980.

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3. PROCESO DE TRABAJO

Durante la esclavitud y el feudalismo las clases dominantes recurrían explícitamente a la fuerza para explotar a los oprimidos. Pero bajo el capitalismo esa coerción física directa ha sido reemplazada por una compulsión económica. Para subsistir, los asalariados deben a vender su fuerza de trabajo a un valor inferior al incorporado durante la jornada laboral. Pero esta apropiación de plusvalía exige el control capitalista del proceso de trabajo. Braverman estudió las formas de esa dominación, destacando que los patrones necesitan supervisar cuidadosamente el uso de la capacidad muscular y cerebral de los operarios. El teórico estadounidense describió la historia de ese control (proletarización de los campesinos Y expropiación de los conocimientos artesanales) durante el tránsito de la manufactura a la gran industria. Recordó que el capitalismo se conformó como sistema, privando a los asalariados de los medios de subsistencia y capturando su manejo del saber técnico. La división del trabajo se desenvolvió para asegurar esta disciplina de los operarios. Pero el hito central de este proceso fue la generalización del taylorismo durante las primeras décadas del siglo XX. Este modelo impuso el control patronal como norma general de la actividad laboral. Instauró una «organización científica del trabajo», basada en la cadena de montaje, el cronómetro, la parcelación de las tareas y la meticulosa adaptación del esfuerzo laboral a los ritmos de producción. Taylor nunca ocultó su intención de sofocar la resistencia de los obreros, reduciendo su comprensión de las tareas realizadas. Estableció un sistema que dislocó las

especialidades y concentró los conocimientos en la gerencia. Para potenciar la valorización del capital brutalizó la fuerza de trabajo. Braverman resaltó la naturaleza capitalista de este esquema laboral, que transforma al trabajador en una pieza intercambiable del proceso productivo. El taylorismo se expandió primero en la industria, penetró luego en las oficinas y se extendió finalmente al comercio y los servicios. Los propios supervisores quedaron atrapados por un sistema que colonizó a todas las profesiones. Incluso viejas actividades personalizadas (como el trabajo de la secretaria) quedaron sometidas a la monotonía fragmentaria del taylorismo.

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EVALUACIÓN HISTÓRICA Las tesis de Braverman incentivaron intensos debates historiográficos sobre el origen del control patronal. El trabajo domiciliario y la remuneración por pieza fueron esenciales en Gran Bretaña para consumar la expropiación de los conocimientos obreros. Mediante una acentuada división del trabajo se incrementó la vigilancia sobre operarios agrupados en fábricas, que fueron edificadas junto a las cárceles y los reformatorios. Este dominio patronal perdió terreno durante la segunda mitad del siglo XIX con el afianzamiento de la organización sindical y la reducción de la jornada de trabajo. En ese momento comenzó un proceso inverso de reapropiación parcial del control laboral por parte de los trabajadores. Esta reconquista se extendió, cuándo la

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3. PROCESO DE TRABAJO

presión competitiva obligó a los empresarios a diversificar sus formas de administración2. También en Estados Unidos la organización del trabajo tuvo una evolución contradictoria. Taylor averiguó los secretos de la fabricación, calculó los tiempos (y movimientos) de los operarios y estableció los ritmos de producción. Pero una vez procesado el impacto inicial de este atropello, los trabajadores limitaron parcialmente la tiranía de la cadena de montaje. La «organización científica del trabajo» buscó contrarrestar la fuerza social de los asalariados, en un país con alto crecimiento y gran movilidad laboral. Pero ese éxito patronal quedó erosionado con la conquista de los convenios colectivos y la legalización de los sindicatos. El taylorismo acompañó también la expansión de las grandes corporaciones, que desplazaron al inventor independiente y subordinaron a los ingenieros a la empresa. En ese período se impuso la estandarización de la ciencia y el afianzamiento de una ideología patronal en la enseñanza. Pero también este curso enfrentó serias resistencias. La implantación del nuevo modelo coincidió, además, con las innovaciones que dotaron a la cadena de montaje del flujo regular de energía, requerido para la producción ininterrumpida. Se consumó una también una reorganización administrativa para acelerar los tiempos de fabricación y circulación de las mercancías. La propia gerencia terminó absorbiendo el taylorismo y

sólo un reducido directorio mantuvo la unidad de concepción y realización del conjunto de la actividad3. La «organización científica del trabajo» nunca impuso totalmente la disciplina del cronómetro, pero dejó formas perdurables de administración empresaria. ¿Estas modalidades subsisten o se han extinguido?

La teoría del control patronal contribuye a explicar muchos rasgos de la ofensiva neoliberal de las últimas décadas. Ese atropello ha buscado recuperar la dominación capitalista del proceso de trabajo, que fue desafiada por las rebeliones obreras de los años 60 y 70. La política de flexibilización laboral ha sido una explícita respuesta a la lucha de ese período. Mediante la reducción de los salarios y la masificación del desempleo, los trabajadores fueron colocados a la defensiva. Las clases dominantes recurrieron a la cobertura ideológica de un supuesto imperativo técnico, para recomponer el control patronal. A través de la rotación de tareas se reestableció el manejo gerencial de los tiempos y movimientos, con la polivalencia se multiplican las obligaciones del trabajador y con los círculos de calidad se extendieron las responsabilidades en el cumplimiento de las metas de producción. Los grupos autónomos han servido para

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Ver: Marglin Stephan, 1977, Lazonick William, Zeitlin Jonathan; Elbaum Bernard, Wilkinson Franck, 1979.

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CONFIRMACIONES PARCIALES

Ver: Montgomery David, 1985, Gordon DM, Edwards R, Reich JM, 1985, Noble David, 1987, Chandler Alfred, 1987.

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3. PROCESO DE TRABAJO

complementar esta disciplina, con exigencias de cuidado de la calidad y resolución de los desperfectos. El trabajo flexibilizado incrementó, además, la presión por disminuir los tiempos muertos y reducir las existencias. Con el «just in time» reapareció la vieja obsesión taylorista por acelerar el proceso de fabricación. Esta reorganización ha sido combinada con mayor subcontratación y empleo de tiempo parcial, para aprovechar al máximo la capacidad muscular y cerebral de los asalariados. La intensificación del trabajo se ha verificado en las últimas dos décadas, en todos los países y sectores. En Estados Unidos ha sido muy visible la ampliación de la jornada de trabajo, el aumento del esfuerzo laboral y la reducción del tiempo de recreación. La publicitada gratificación de algunos trabajos sólo involucra a un sector minoritario de las empresas. En Japón rige una agobiante sobredosis laboral, que se agravó durante la continuada recesión de los 90. Esta coyuntura socavó la estabilidad del empleo y afectó las atribuciones de los trabajadores calificados. También en los países europeos –que mantuvieron conquistas laborales nunca alcanzadas en otras regiones– se produjo una dramática progresión del empleo a tiempo parcial. Esta opresión contrasta con la difundida imagen del «trabajo posfordista consensuado», que oculta la persistente continuidad del sufrimiento laboral. En las naciones periféricas la degradación ha incluido la brutalidad de las maquiladoras centroamericanas y el sofocante ritmo de las líneas de montaje del sudeste asiático. Las corporaciones lucran con la localización de plantas, en las zonas de mayor baratura de la fuerza de

trabajo. La amenaza de trasladar la fábrica a la periferia se ha convertido, además, en un instrumento de disuasión de las protestas sociales en los países desarrollados4. Este cuadro de intensificación del trabajo ilustra la subsistencia de muchos rasgos del taylorismo, tanto en la acepción superficial del término (trabajo rutinario), como en el sentido de control patronal, que propuso Braverman. Muchos teóricos del «pos-taylorismo» ignoran esta persistencia. El control patronal se mantiene en la agenda de la clase capitalista. Los gerentes cambiaron el lenguaje, pero no sus objetivos. Aunque hablen de conocimiento y comunicación jerarquizan el mantenimiento de la disciplina en la empresa. El taylorismo subsiste, además, como instrumento de ruptura de las relaciones que establecen informalmente los trabajadores para reducir la presión gerencial. Las nuevas tecnologías de la información son particularmente utilizadas con ese propósito5. Pero las tesis de Braverman enfrentan dificultades para explicar por qué razón los viejos criterios tayloristas tienden a ser mixturados con nuevas técnicas de administración. La línea de montaje y las tareas prefijadas son combinadas con cierta delegación del poder de decisión.

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La realidad laboral en Estados Unidos, Europa, Japón y la periferia es retratada por Hunter Mark, 2000, Milkman Ruth, 1997, Freyssenet Michel, Koichi Shimizu, 1998, Barrier Lynn, Christine, 1983, Linhart Daniele, 1997, Dejours Christophe, 1998, Lipietz, Alain, 1992, (cap 2, 4, 5). Ver la actualización de los discursos y métodos tayloristas en: Drucker Peter, 1992, Dina Angelo, 1988, Shaiken Harley, 1981.

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3. PROCESO DE TRABAJO

La tiranía del cronómetro prevalece en los sectores que requieren velocidad de fabricación, producción estandarizada y gasto muscular intensivo. Pero en las actividades que exigen mayor calidad y especialización se refuerza el papel de nuevos procedimientos. El control patronal ha enfrentado un serio límite para gestionar tareas complejas. Con simple división de competencias y separación de actividades no se puede involucrar al trabajador en las labores, que exigen mayor atención6.

forme choca con la multiplicación de tareas, que requieren mayor comprensión de la actividad realizada. Incluso ciertos aspectos de la polivalencia exigen reintegrar el trabajo dividido y afectan al viejo modelo de prescripción estricta de tareas. Un nuevo tipo de actividades no taylorizadas aumenta junto a la extensión del trabajo degradado. Son dos procesos conjuntos, que intelectualizan ciertas tareas y brutalizan otras. Ambas tendencias han sido alimentadas por la revolución informática, que exige mayor compromiso mental de un segmento de trabajadores y creciente sometimiento de los involucrados en la fabricación estandarizada. Las corporaciones obtienen sus ganancias de una mixtura de ambos procesos, que la teoría del control patronal no registra en forma adecuada. Es cierto que el capitalismo siempre recurrió a la segmentación laboral. Pero la polarización contemporánea supera todos los precedentes, se verifica en más países y orienta la gestión global de las empresas transnacionales. Esta segmentación permite a un puñado de economías patentar el 95 % de los nuevos productos, monopolizar la actividad científica de punta y acaparar el grueso del trabajo intelectualizado. En la vereda opuesta se ubican las naciones, que compiten en el ofrecimiento de mano de obra barata para la fabricación en serie7. Esta combinación entre mayor taylorización de actividades básicas y creciente intelectualización de tareas complejas genera un tipo de contradicciones, que tam-

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LOS PROBLEMAS DE LA TEORÍA La diversificación, la intelectualización y la dualización del trabajo que aparecieron en las últimas décadas, obligan a replantear la teoría del control patronal. El enfoque de Braverman supone que los capitalistas refuerzan su dominio, a medida que el trabajo se uniforma. Esta tendencia efectivamente se verifica junto a la expansión del proletariado industrial en la periferia o el ingreso masivo de las mujeres al universo laboral. Pero estos rasgos no reproducen la dinámica del pasado. El trabajo tiende actualmente a fragmentarse, rompiendo la uniformidad que prevaleció durante el taylorismo. Una nueva brecha separa a los ocupados de los desempleados y a los trabajadores estables de los precarios. El trabajo informal se ha expandido junto a su contraparte intelectual. La hipótesis de taylorización uni-

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Ver: Coriat Benjamín, 1992, Perrin Jacques, Canaron Jean, 1988.

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La segmentación del trabajo es analizada por Antunes Ricardo, 1995, Castells Manuel, 1996, Gordon DM, Edwards R, Reich JM, 1985, Dore Ronald, 1992, Linhart Daniele, 1990-91.

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3. PROCESO DE TRABAJO

poco son capturadas por la tesis del control patronal. Los empresarios necesitan mayor cooperación por parte de los trabajadores, pero al mismo tiempo desconfían de cualquier transferencia de conocimientos que permita mejorar los sueldos o las condiciones de trabajo. El capitalismo no puede resolver este conflicto, ni tampoco optimizar el uso de las nuevas tecnologías que requieren circulación transparente de la información. El empresario necesita desenvolver, manipular y retraer al mismo tiempo este recurso, para asegurar su control del proceso de trabajo. Esta tensión entre socialización y mercantilización de la información ha creado serias dificultades en la gestión de la empresa, ya que exige optimizar la capacidad creativa y no sólo maximizar cierto rendimiento. Este aprovechamiento a su vez requiere la cooperación de trabajadores, que son sometidos a un sacrificio laboral cotidiano. Frente al incremento de la dimensión intelectual del proceso productivo, los capitalistas deben reconciliar dos objetivos en conflicto: aumentar la rentabilidad a costa de los trabajadores y lograr su apoyo contra los concurrentes. También esta combinación de despotismo y colaboración enfrenta obstáculos insalvables8. El discurso esquizofrénico que propaga la clase dominante expresa esta contradicción. Los capitalistas necesitan más cooperación, iniciativa personal y creatividad entre empleados, que son sometidos a creciente disciplina y opresión. Las tesis de Braverman describen esta

tensión, pero no permiten comprender plenamente la dinámica de los conflictos en juego.

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Las contradicciones laborales contemporáneas son analizadas por: Katz, Claudio, 1999, Ciborra Claudio, 1988 Lojkine Jean, 1998, (Introducción, cap 1), Coutrot Thomas, 1998.

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ACIERTOS Y CUESTIONAMIENTOS La teoría del control patronal plantea una crítica demoledora a la sociología laboral tradicional, que niega la existencia de relaciones de explotación bajo el capitalismo. Esta concepción se basa en el pensamiento económico neoclásico y supone que el trabajador elige dónde y cómo trabajar, renunciando al ocio cuándo el salario prometido satisface sus aspiraciones. El mismo enfoque imagina también, que el asalariado obtiene ingresos equivalentes a su productividad y transmite espontáneamente sus conocimientos a la empresa, en cumplimiento de un contrato libremente acordado con los empleadores. En esta visión la armonía laboral no enfrenta ningún trastorno, si el mercado opera en forma irrestricta, orientando las decisiones que optimizan los intereses comunes de empresarios y asalariados. Naturalmente los partidarios de esta mirada proclaman que las nociones de explotación o control patronal del trabajo han perdido actualidad9. Pero este encubrimiento del despotismo capitalista conduce a perder todo contacto con la realidad. En los hechos, el mercado no gestiona directamente la vida laboral. Las clases dominantes invariablemente recurren a la intervención estatal para organizar el trabajo, con el auxilio de una legislación laboral que disciplina a los asalariados. 9

Un ejemplo: Kern Horst, Schumann Michael, 1988.

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3. PROCESO DE TRABAJO

Los exponentes de la ortodoxia presentan la tiranía del empresario como una cesión voluntaria de derechos. Interpretan que asalariado delega en el capitalista la atribución de decidir cómo se trabaja, olvidando el carácter escandalosamente asimétrico de esa negociación. Desde otra vereda, la heterodoxia trata estos problemas con mayor seriedad. Algunos autores aceptan incluso ciertos rasgos de la teoría del control patronal, aunque sin el alcance que le asignó Braverman. Afirman que el taylorismo constituye una modalidad de gestión laboral, en coexistencia con esquemas posfordistas y toyotistas y variadas opciones de otro tipo10. Efectivamente existen evidencias de esta multiplicidad. Pero Braverman no se limitó a defender la universalidad del taylorismo. Estudió una tendencia al dominio patronal del proceso de trabajo, que se fundamenta en la extracción capitalista de la plusvalía. La gran mayoría de los analistas tienden a eludir esta carcterización y se limita a postular la existencia de variadas situaciones no tayloristas. Remarcan que Braverman exageró el alcance de la «organización científica del trabajo», pero olvidan que acertó en subrayar la conexión de ese modelo con la lógica confiscatoria del régimen social vigente. Los críticos sugieren que esa norma de explotación no es inexorable bajo el capitalismo y cuestionan este núcleo de la teoría del control patronal. El problema radica en esta objeción y no sólo en el rechazo a presentación abusiva del taylorismo. La tesis de Braverman destaca acertadamente como la explotación condiciona cualquier actividad laboral. Demues-

tra que este campo no es un universo de «múltiples posibilidades abiertas». Allí se imponen reglas de supremacía patronal para garantizar la extracción de plusvalía. Muchos críticos olvidan o diluyen este principio básico.

Al concentrar el análisis en las estrategias gerenciales: ¿la teoría del control patronal no ignora la subjetividad de los trabajadores y su resistencia contra el taylorismo? ¿No es Braverman víctima de la ideología que criticó, al tratar a la clase obrera como un objeto pasivo manipulado por los patrones? Los autores que plantean este cuestionamiento destacan la importancia de registrar cómo los trabajadores lucharon y derrotaron al taylorismo. Braverman respondió que su análisis resalta el significado genérico de ese modelo y defendió la conveniencia de separar el análisis conceptual de la evolución concreta del taylorismo11. En realidad el pensador estadounidense incluyó de hecho cierto contexto de lucha social. No ofreció una mirada puramente abstracta, ya que no se puede tratar la actividad laboral en los mismos términos que se indaga la teoría del valor o a los esquemas de la reproducción ampliada. Pero al omitir cuál fue la recepción concreta de la «gerencia científica» entre los trabajadores, dejó abiertas muchas preguntas. La teoría de Braverman no ignora la lucha de clases, puesto que ilustra cómo el capitalista recurre a sistemáti-

10 Montero Cecilia, 1989, Montero Cecilia, 1986, Rojas Eduardo, 1990

11 Edwards P.K, 1984, Smith Vicki, 1995-96, Braverman Harry, 1976.

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LUCHA DE CLASES

LA ECONOMÍA MARXISTA, HOY

3. PROCESO DE TRABAJO

cas agresiones para afianzar su dominio. No reduce a la clase obrera a un «simple instrumento», pero al omitir juicios sobre el resultado de estos atropellos sugiere que el taylorismo se impuso sin afrontar grandes obstáculos. Estudios posteriores inspirados en la teoría del control patronal han incorporado nítidamente la confrontación clasista. Noble analizó la lucha obrera por defender la programación directa de las máquinas herramientas, frente a la presión gerencial por introducir un manejo centralizado. Shaiken describió batallas en las plantas automotrices, que sucesivamente concluyeron con imposiciones patronales y reapropiaciones obreras del control del trabajo. Grzyb ilustró cómo la tendencia a romper la cooperación informal de los trabajadores, condujo periódicamente al resultado opuesto12.

Esta objeción llama la atención sobre otro problema de la teoría del control patronal. Pero la insuficiencia se corrige incorporando al análisis la omitida secuencia de luchas políticas y sindicales. Con esa inclusión se puede registrar de qué forma repercuten las orientaciones gerenciales sobre la subjetividad colectiva, evaluando el impacto de este proceso sobre la organización y la conciencia de los trabajadores. Este es el camino para caracterizar qué grado de consentimiento brindan los asalariados a su condición de explotados. La teoría del control patronal aporta un marco objetivo para analizar un consentimiento necesariamente cambiante. Esta conformidad no constituye un rasgo intrínseco de la acumulación, ni representa un comportamiento espontáneo de los trabajadores. Por eso resulta difícil distinguirlo de la resistencia silenciosa, la impotencia o la resignación. Es indudable que los capitalistas buscan el favor de los trabajadores para asegurar el éxito de sus negocios. Pero la norma de la explotación y la preeminencia de la competencia impiden mantener un status de cooperación. La teoría de Braverman resalta esta tensión entre patrones y asalariados y recuerda que la convivencia entre explotadores y explotados no se establece en una relación entre pares. En el terreno laboral prevalece una forma de coerción, que limita cualquier consenso real entre los empleados y los dueños de la firma. El propio análisis del consentimiento plantea complejos problemas, ya que resulta muy difícil probarlo en el terreno empírico. Las encuestas individuales suelen analizar percepciones laborales (gratificante, angustioso, estimulante), omitiendo el contexto objetivo (trabajo

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CONSENTIMIENTO Y SUBJETIVIDAD Algunos críticos destacan que Braverman ignoró el consentimiento que brindan los asalariados a las prácticas patronales, por medio de compromisos implícitos en torno a la intensidad del trabajo. Sostienen que a través estos acuerdos los obreros asumen los objetivos de la gerencia, adoptan comportamientos individualistas, olvidan la opresión y reivindican los éxitos de la empresa. Estiman que por esa los capitalistas logran convalidación subjetiva y legitimación ideológica13.

12 Noble David, 1987, Shaiken Harley, 1981, Grzyb Gerard, 1988. 13 Buroway Michael, 1989.

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3. PROCESO DE TRABAJO

fragmentado, homogéneo, rutinario o intelectualizado) y subjetivo (rebeldía, resistencia pasiva, sometimiento). Sólo un encuadre político-social permite evitar esas distorsiones. Muchos estudios de la sociología ignoran ese contexto o tienden a privilegiar el análisis de las conductas individuales, en desmedro del comportamiento colectivo. Enfatizan la problemática weberiana del status, ignorando el carácter capitalista de las relaciones laborales. En vez de indagar primero cómo y por qué dominan los patrones se limitan a registrar las formas de adaptación a esa opresión. Este enfoque predomina, especialmente, en la contraposición corriente entre consenso posfordista y autoritarismo taylorista.

fisiológicos con factores histórico-sociales (educación, conquistas, consumos). Al pretender transformar al operario en una prolongación de la máquina, la brutalidad taylorista avasalla esos componentes. Enfrenta, además, la imposibilidad de sostener aumentos de la productividad, ya que el maltrato extremo de los trabajadores conduce al síndrome de la esclavitud. El látigo genera desinterés y la repetición de tareas incrementa los desperfectos o los desperdicios. El taylorismo tiene decreciente funcionalidad para el uso de equipos complejos, ya que incentiva una falta de predisposición labora que afecta el cuidado de los instrumentos. El fraccionamiento de tareas genera, además, obstáculos técnicos cuándo se debe optimizar la actividad laboral en procesos continuos. Algunos seguidores de Braverman no registran estas limitaciones. Pierden de vista que el control patronal se convierte en un obstáculo, para el empresario que busca motivar al trabajador. Esta contradicción es irresoluble bajo el capitalismo, pero el taylorismo es particularmente inadecuado para atenuarla. La tesis del control patronal no detecta que el patrón necesita capturar una «plusvalía subjetiva» (ingenio, creatividad, esfuerzo intelectual), que él mismo socava al atropellar las identidades profesionales. El modelo de Braverman no estudia estas contradicciones. Tampoco indaga cómo los capitalistas intentan resolverlas, segmentando la actividad laboral y rodeando la plantilla estable de trabajadores calificados, con una masa de asalariados flexibilizados. Estas dificultades analíticas derivan de un divorcio del procesos de trabajo de su determinante en la dinámica de la valorización. El pensador norteamericano pre-

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EL PROCESO DE VALORIZACIÓN RELEGADO La teoría del control patronal ha sido actualizada por numerosos estudios. Estos enfoques resaltan el enmascaramiento de la explotación, en círculos de calidad que recrean la jerarquía disciplinaria o en métodos just in time, que aceleran el ritmo del trabajo14. Estas investigaciones confirman la continuidad de muchos rasgos de la «gerencia científica», pero no confirman la supremacía del viejo taylorismo. Ese modelo no sólo choca con la expansión del trabajo intelectualizado. También vulnera las peculiaridades de la mercancía fuerza de trabajo, cuyo valor combina componentes

14 Martínez Oscar, 1998, Yates Michael, 1999, Smith, Tony, 1995.

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LA ECONOMÍA MARXISTA, HOY

3. PROCESO DE TRABAJO

sentó acertadamente su teoría como un efecto de la compulsión a incrementar la tasa de beneficio. Pero terminó indagando la problemática del control, sin correlacionarla con las tendencias de la acumulación. Este enfoque implicó un deslizamiento de la interpretación económica de la plusvalía hacia el estudio político de las formas gerenciales. Por ese camino no observó que el centro del capitalismo es la explotación y no el control. Se introdujo dentro de la fábrica para estudiar todos los matices del proceso de trabajo y olvidó el condicionamiento general que impone la reproducción del capital15.

Braverman propuso un criterio social para evaluar las calificaciones, en función del grado de comprensión que mantiene el trabajador de la tarea realizada. Se opuso al criterio de ingeniero, que sólo toma en cuenta la complejidad de las máquinas o el nivel educativo del operario. Su enfoque apuntó a cuestionar las miradas fetichistas, que evalúan el acto humano del trabajo en función de la sofisticación de los artefactos. También resaltó el carácter ficticio de las categorías que habitualmente utiliza la sociología laboral (operario calificado, semi-calificado, no calificado). Estos conceptos omiten definir cuál es el grado real de dominio que detenta cada subgrupo de su actividad.

La visión de Braverman tiene gran actualidad frente a quiénes postulan la existencia de un proceso espontáneo de capacitación de los trabajadores. Los partidarios de ese enfoque consideran que la pérdida de calificaciones sólo predominó en los albores del capitalismo. Estiman que la competencia posterior ha potenciado la necesidad de operarios preparados para enfrentar situaciones aleatorias, con creciente calificación incorporada en forma tácita, durante la vida laboral. Con esta visión plantean que el aumento de las calificaciones se expresa en las mejoras del nivel educativo16. Estos enfoques predominan en muchas caracterizaciones elogiosas de la era pos-industrial o posfordista, pero su expresión tradicional es la teoría neoclásica del capital humano. Esta concepción atribuye los aumentos de la productividad a un aporte creciente del «factor trabajo», que es enriquecido por la ascendente incidencia del «insumo educativo». Pero la complejidad de la producción y el incremento de la formación de los trabajadores, no se traducen automáticamente en una mayor calificación. Todo depende de la tarea realizada y de la comprensión de su contenido. Los ejemplos de graduados universitarios contratados para desenvolver actividades de baja jerarquía o los operarios que manejan máquinas auto-programadas (sin comprender de lo que están haciendo), refutan esa visión. La asociación directa entre mayor escolaridad y complejidad laboral no resuelve ninguna controversia sobre las calificaciones.

15 Esta crítica plantean: Cohen Sheila, 1987, Carchedi Gugliemo, 1991, (Cap 2), Harvey David, 1990, Rowlinson Michael 1994.

16 Wood Stephen, Bryn Jones, 1984, Adler Paul, 1987, Castells Manuel, 1992, Hirschhorn Larry, 1991, Ruffier Jean, 1986, Veltz Pierre, 1986.

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EL PLANTEO RECALIFICADOR

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3. PROCESO DE TRABAJO

La conexión efectiva entre el nivel educativo y la actividad laboral está mediada por un conjunto de condiciones (mercado, profesión en juego, tipos de actividad, ubicación del país en el mercado mundial). El ciclo capitalista determina la intensidad de las demandas laborales y los cambios en la acumulación definen cuáles son las especialidades que despuntan o son desplazadas. Esta combinación no se manifiesta en una equiparación automática de la escolaridad con la jerarquía laboral. El criterio social de calificaciones que propuso Braverman justamente evita esas correlaciones ingenuas entre educación y complejidad de las tareas, al subrayar la gravitación del dominio que detenta el trabajador sobre la actividad que realiza. Los ejemplos que habitualmente presentan los teóricos de la recalificación se basan en extrapolaciones de ciertos rasgos del sector intelectualizado del trabajo, al conjunto del universo laboral. De esa generalización surge la engañosa imagen de un masivo aumento de la calificación, que simplemente ignora la degradación predominante en los sectores flexibilizados. Si la recalificación fuera una tendencia tan manifiesta debería expresarse en el valor efectivo de la fuerza de trabajo, es decir en los salarios y no sólo en el plano potencial de una capacitación mayor. El estancamiento salarial en las últimas dos décadas desmiente categóricamente ese curso. La tesis de la recalificación cierra los ojos ante una polarización dominante, que permitió a los capitalistas amalgamar complejidad del proceso productivo con elevados niveles de explotación. Esta segmentación ha sido empíricamente corroborada por numerosos estudios de la combinación entre complejidad y banalidad

laboral, que han acompañado la generalización de la microelectrónica17. Frente a las dificultades que plantean estos problemas, algunos enfoques optan por eludir la definición de algún rumbo de la calificación. Afirman que esa variable simplemente depende del modelo laboral prevaleciente18. Pero la variedad de opciones que presentan es muy numerosa y resulta imposible deducir alguna conclusión de sus caracterizaciones. A lo sumo se confirmaría en forma tautológica, que en ciertos países y ramas la calificación asciende y que en otras retrocede.

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DESCALIFICACIÓN ABSOLUTA De la preeminencia atribuida a la taylorización Braverman dedujo un pronóstico de descalificación absoluta del trabajo. Estimó que el capitalismo tiende incluso a «lobotomizar» el cerebro de los trabajadores. Sin compartir estos extremos, algunos autores aceptan esa visión. Consideran que la flexibilización laboral en curso reduce por completo las calificaciones y que la polivalencia disuelve totalmente las especialidades19. Esta mirada se nutre a veces de estudios empíricos que retratan la descalificación generada por la introducción de la informática en el proceso productivo. Presenta distintos ejemplos de conversión de sujetos pensantes, en 17 Freyssenet Michel, 1990, Freyssenet Michel, 1992, Tressac G, Soubie J.L, Neveu J.P, 1988, Kaplinsky Raphael, 1987, Kelly John 1988, Bessant John, Chisholm Alec, 1991 18 Wilkinson Barry, 1984, Rojas Eduardo, 1990. 19 Braverman, Harry, 1983, Martínez Oscar, 1998, Smith, Tony, 1995

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autómatas sometidos a la rutina de las computadoras, en un contexto de expansión de las «burguer-actividades». Otros analistas relativizan este aspecto de la teoría de Braverman y diferencian el análisis de la descalificación del estudio de la degradación del trabajo. Consideran que este último concepto sólo alude a la segmentación de las tareas y al mayor control del trabajo20. Pero la experiencia de la polarización laboral indica que la descalificación absoluta sólo afecta a los sectores obreros más taylorizados. Trazando una analogía con la evolución del salario se podría estimar, que bajo el capitalismo contemporáneo la tendencia preeminente es hacia una descalificación relativa. El salario oscila coyunturalmente con el ciclo, pero a largo plazo tiende a declinar en relación a la productividad o el beneficio. Con la mayor inversión en capital constante se reduce la remuneración a los trabajadores, en proporción al producto de su trabajo. Este curso del salario relativo tiene su correlato en las calificaciones. Estas últimas variables también oscilan con el ciclo y decrecen en comparación al nuevo horizonte de conocimientos, que genera cada oleada de innovaciones. Incluso cuando prevalecen tendencias favorables a la educación de los trabajadores, la mejora es inferior al conocimiento potencial abierto con las nuevas tecnologías. La frontera del saber se amplía más que la instrucción recibida. En esta desproporción se asienta el control patronal. Adoptando, por lo tanto, las categorías centrales de Braverman se puede deducir una tendencia hacia la descalificación relativa, pero no absoluta del trabajo.

Es igualmente difícil captar la evolución promedio de las calificaciones, dada la coexistencia del empobrecimiento con el enriquecimiento en las distintas actividades. Pero si se reconoce que un sector de los asalariados mejora y otro no su comprensión de las tareas realizadas, la dinámica de la acumulación es coherente con cierta tendencia a la descalificación relativa. El concepto degradación absoluta que postuló Braverman impide captar este movimiento contradictorio hacia la devaluación y recomposición de las calificaciones. El teórico del control patronal acertó en afirmar, que una elevación genuina y permanente de las calificaciones requeriría la reorganización socialista de la economía. Pero se equivocó en suponer, que este proceso estaría precedido por una degradación absoluta del trabajo Algunos autores atribuyen este desacierto a su omisión de un criterio que discrimine el trabajo material y mental. Estiman que el primer tipo de actividad implica transformar valores de uso y el segundo modificar los conocimientos existentes, para transformar la realidad productiva. Destacan que ambos componentes pueden diferenciarse en función de las cualidades jerarquizadas en la demanda de cada producto (un libro por el aspecto mental y un zapato por el material). Puntualizan que todas las actividades productivas incluyen necesariamente los dos elementos de este trabajo colectivo, pero indican que en la línea de montaje prevalece la transformación material y en los laboratorios de investigación la conversión mental21.

20 Foster John Bellamy, 1999, Greenbaum Joan, 1999.

21 Carchedi, Gugliemo, 1991, (Cap 2).

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Tomando en cuenta estas distinciones resulta más indefendible el pronóstico de degradación absoluta, ya que sobran evidencias de ampliación del trabajo mental en el capitalismo contemporáneo. Es completamente imposible aplicar conocimientos existentes para crear nuevos conocimientos (y a su vez implementarlos para transformar valores de uso), en un contexto de total descalificación del trabajo. Esta degradación es también incompatible con la creciente demanda de mercancías por cualidades derivadas del trabajo mental.

Braverman subrayó la significativa influencia de la ciencia sobre la producción que Marx denominaba trabajo general, Aceptó que la tasa de ganancia de los sectores más dinámicos depende de rentas tecnológicas, surgidas de este uso capitalista de la ciencia. Incluso interpretaba que esa utilización constituía un componente central de la revolución científico técnica del siglo XX. Pero el pensador norteamericano consideraba que esa gravitación potenciaba el taylorismo, sin notar la intelectualización del trabajo que se requiere para transformar los nuevos descubrimientos en productos comerciales. Ciertamente esta calificación sólo involucra a un sector de los asalariados, pero la incidencia cuantitativa y la importancia estratégica de este segmento se torna vital con la expansión de la acumulación22.

El principal problema del enfoque de Braverman estriba en su pronóstico de «lobotomización» de los asalariados. Esta previsión tiene importantes consecuencias políticas, ya que abre un serio interrogante sobre la capacidad de la clase obrera para encabezar un proyecto de emancipación. Si los trabajadores soportan una degradación creciente tenderían a convertirse en una masa de miserables, sin fuerza para protagonizar una transformación social. No es coherente asignarle a la clase obrera un rol socialista dirigente y estimar al mismo tiempo, que ese sujeto se descompone en la lucha por su propia supervivencia. Esa visión transmite un fuerte escepticismo en el rol histórico de los trabajadores, a pesar de la defensa marxista que hizo Braverman de ese principio. Los errores contenidos en la tesis de la degradación obrera están muy conectados con la teoría de la miseria creciente. Este planteo observa a la acumulación como un proceso de polarización extrema, entre una minoría de capitalistas y una mayoría de obreros empujados hacia la pobreza total. Marx inicialmente concibió esa posibilidad pero luego polemizó con la «ley de bronce de los salarios», afirmando que la miseria extrema recae sobre los desocupados o lúmpenes y no sobre la masa de los asalariados. La miseria creciente contradice también la necesidad que tiene el capitalismo de ampliar mercados y convertir a los explotados en clientes. El propio sistema se ve obligado a expandir la capacidad de consumo y a retribuir –en alguna escala– el mayor gasto físico-mental de la fuerza de trabajo23.

22 Ver: Vence Deza Xavier, 1995. Vincent J.M, 1995, Vincent Jean Marie, 1998.

23 Ver: Mandel, Ernest, 1978-a, (cap 8), Rosdolsky Román, 1979, (Parte III, apéndice).

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MISERIA CRECIENTE

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TEMAS DE ACTUALIDAD La centralidad, opresión y emancipación del trabajo constituyen tres aspectos de la obra de Braverman que presentan gran actualidad, pero en un contexto muy diferente a su época. En los años 70 se discutía la intensificación del trabajo, mientras que en las últimas décadas se ha debatido la carencia este recurso. De la crítica al sufrimiento del trabajo se ha pasado a la angustia por la ausencia de puestos laborales. En la época de Braverman se analizaba el drama del desempleo, pero no el «fin del trabajo». La vigencia de su investigación justamente radica en la oposición frontal que presenta a todas las exageraciones sobre la desaparición de la actividad laboral. Estas previsiones simplemente olvidan que el trabajo es una condición de subsistencia de cualquier sociedad y constituye el fundamento del proceso de valorización, en que se asienta el capitalismo. Leer a Braverman permite recordar que sin trabajo no hay generación de riquezas, ni reproducción de la vida social. Es cierto que en las últimas dos décadas se ha desarrollado una revolución tecnológica que transformó el proceso productivo. Pero también en el pasado se registraron varias transformaciones que modificaron las formas del trabajo, sin extinguirlo. La tesis apocalíptica que anuncia la completa sustitución de la mano de obra por procesos automatizados, convierte el problema el socio-económico del desempleo en un subproducto de la tecnología. Supone que las máquinas expulsan mano de obra por su cuenta, omitiendo que esta acción es efectivizada por capitalistas y guiada por el principio de rentabilidad.

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El aumento del desempleo obedece a la reconstitución de un ejército de desocupados, que ha presionado sobre el salario para permitir la recuperación de la tasa de ganancia. Esta lógica de la acumulación –en contextos demográficos, fases del ciclo y fuerzas político-sociales muy diversas– determina la tasa de desempleo. Son principios que rigen desde hace dos siglos y nunca condujeron al fin del trabajo. Este pronóstico se ha transformado en una ideología que justifica los atropellos de las clases dominantes. Se proclama que la «era del pleno empleo concluyó» y que la «tasa natural de desempleo debe subir». Pero el empleo se ha expandido en todos los sectores que han facilitado el aumento de la tasa de plusvalía (nueva periferia industrializada, mujeres, precarizados). Con el fantasma de la disolución laboral se enmascara la reorganización opresiva del trabajo, que Braverman denunció reiteradamente. El segundo aspecto de actualidad de su obra es la centralidad de la explotación. Esta relevancia salta a la vista con la secuela de atropellos que perpetró el neoliberalismo. La perversa combinación de sobre-trabajo entre los ocupados con sub-trabajo entre los desocupados es un nefasto resultado de esa agresión. La mixtura de exceso y falta de trabajo es actualmente más dramática que en la época de Braverman, pero obedece a la misma tiranía de la explotación que indagó el estudioso del taylorismo. La reducción de la jornada laboral que permitiría aliviar la intensidad del trabajo entre los ocupados, distribuyendo el empleo resultante entre los desocupados se ha discutido desde los años 70 hasta la actualidad. Esa mejora fue parcialmente conquistada por medio de la

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lucha y también arrebatada durante las contraofensivas patronales. Pero una diferencia con el pasado es la deformación que rodea a este reclamo, cuándo los empresarios distorsionan su utilización para convertirlo en un mecanismo flexibilización laboral. En este caso, la disminución de las horas de trabajo es acompañada por reducciones salariales y modificaciones de las condiciones laborales. La batalla por disminuir la jornada en forma drástica, igualitaria, universal y sin modificar el salario tiene actualmente una importancia estratégica mayor, que en los años de Braverman. Es un medio para avanzar en la recomposición social de la clase trabajadora, facilitar conquistas y permitir la recuperación de la confianza política de los explotados. Finalmente el texto de Braverman es una referencia para el desarrollo de un proyecto de emancipación del trabajo en la tradición socialista. Este programa implica la auto-realización del individuo, mediante la erradicación progresiva de la explotación a través de un proceso de des-alienación. Este planteo socialista es incompatible con la promocionada «liberación del trabajo» dentro del capitalismo, mediante una paulatina sustitución del trabajo por el tiempo libre. Estas propuestas embellecen la dramática regresión social que sufren los trabajadores precarizados y omiten que en las últimas décadas aumentó el paro forzoso y no el tiempo de ocio libremente elegido. El desplazamiento del trabajo por el desempleo no introduce ningún aspecto emancipador en la vida social24.

La crisis actual del trabajo obedece a una relación social entre capitalistas y asalariados y no a cierto tipo específico de oficio. Afecta la forma histórica de trabajo alienado y no la dimensión antropológica de la actividad laboral. Erradicar el carácter capitalista del trabajo persiste como un objetivo, en los mismos términos que planteó Braverman.

«Trabajo y capital monopolista» gozó de una eufórica recepción inicial, posteriormente seguida de rechazos y olvidos. Este giro fue personificado por algunos teóricos de la Regulación que abandonaron la huella de Braverman. Especialmente Coriat comenzó estudiando los efectos del control patronal en Francia, pero concluyó contraponiendo variantes negativas de taylorismo (anglosajón y neoliberal) con distintas opciones positivas de pos-taylorismo25. Con ese enfoque comparativo se reivindica también el pos-fordismo sueco y alemán o el toyotismo japonés, destacando su conveniencia para la «nueva economía de la variedad». Los padecimientos que Braverman atribuía al capitalismo son exclusivamente localizados en los modelos que preservan la rémora taylorista. En estos análisis el control patronal es omitido, la explotación queda restringida a cierta política económica y la plusvalía es borrada de cualquier reflexión.

24 Husson, Michel, 1996-b, (Cap 3,4, 6 y 8), Husson Michel, 1995-96, Husson Michel, 1998.

25 Coriat Benjamín, 1982-a, Coriat Benjamín, 1982-b, Coriat Benjamín, 1992.

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DEL ENTUSIASMO AL OLVIDO: UN LEGADO

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Esta pérdida de sentido crítico es un rasgo compartido por muchos sociólogos del trabajo que se distanciaron de Braverman. Optaron por una reflexión des-comprometida de distintas situaciones laborales y un abandono de las denuncias de la opresión. En realidad, estos «expertos en temas laborales» se han ubicado en las antípodas de la actitud que adoptó el estudioso norteamericano. Evalúan procesos de trabajo como si estuvieran en un laboratorio de sustancias químicas y no en el centro de la apropiación empresaria del trabajo no remunerado. La tarea de comparar modelos económicos en función de su perfil laboral se ha convertido en una importante preocupación post- Braverman. Pero el habitual contraste entre posfordismos, toyotismos y taylorismos empobrece el análisis y desconecta las tendencias objetivas de la valorización del capital de su efecto sobre el proceso de trabajo. Resulta particularmente ingenua la creencia de que cierta política laboral es la clave del éxito económico de un país, como si los alemanes eligieran ser posfordistas, los malayos tayloristas y los africanos pre-tayloristas. El abandono de la lógica del capital que guió el estudio de Braverman es la causa de esta simplificación. El olvido que rodea a la teoría del control patronal se explica por el clima neoliberal de las últimas décadas. Pero incluso en ese contexto adverso, «Trabajo y Capital Monopolista» continuó provocando un fuerte impacto emocional entre todos sus lectores. El libro presenta una cruda descripción del tormento del trabajo, que genera la inmediata identificación de quienes han conocido ese sufrimiento. El texto refleja no sólo una intensa elabora-

ción intelectual, sino también la evidente experiencia de un trabajador y el militante político. Braverman perteneció a la generación de socialistas que se radicalizaron durante los años 30 y jugaron un papel protagónico en el desarrollo de la izquierda norteamericana Fue sindicalista y organizador de corrientes combativas durante los duros años del maccartismo, integró el Socialist Worker Party y en su madurez mantuvo una estrecha relación con la revista Monthly Review. El pensador norteamericano buscó en la elaboración intelectual respuestas a los dilemas políticos que enfrentó como militante. Estudió detenidamente el taylorismo para desenvolver argumentos contra la cogestión obrero-patronal. También intentó explicar los cambios operados en la clase obrera y las dificultades que enfrentaba la izquierda estadounidense. Braverman fue un intelectual socialista que integró la reflexión teórica con la experiencia militante. Escribió un libro clásico para su tiempo y adoptó una actitud que subsiste como modelo para todos los tiempos.

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Capítulo 4 TASA DE GANANCIA

Todas las corrientes del pensamiento económico coinciden en reconocer la existencia de obstáculos al proceso de valorización del capital, asociados con la declinación de la tasa de ganancia. Esta caída es el principal síntoma de crisis en un sistema capitalista que gira en torno al beneficio. Por eso los investigadores estudian con tanta atención la evolución de la rentabilidad. La descripción coyuntural de esta variable no es difícil, pero las causas que generan su declinación porcentual son muy discutidas. Los fundadores de la economía política compartían una percepción pesimista sobre la tendencia del beneficio. Adam Smith atribuía su decrecimiento a la intensificación de la competencia y Ricardo a un agotamiento de la tierra fértil, que encarecía los alimentos y los salarios. La ortodoxia neoclásica extrapoló esta teoría a la industria y postuló la existencia de rendimientos decrecientes del capital, derivados de la escasez de este recurso. Keynes situó el origen del problema en la especulación financiera y Schumpeter en el desaliento de la innovación. El grueso de los economistas contemporáneos atribuye la caída de la tasa de beneficio a un variado espectro de causas. Resaltan especialmente el exceso de concurrencia, el encarecimiento de los bienes de consumo, la disminución de la oferta de fondos, la hipertrofia financiera o la pérdida del estímulo innovador. El enfoque marxista atribuye, en cambio, la declinación porcentual de la tasa de beneficio, a la propia diná-

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4. TASA DE GANANCIA

mica del capital y caracteriza la existencia de una ley, que ha suscitado múltiples controversias.

aumento del grado de explotación (plusvalía absoluta obtenida a través de la intensificación o prolongación de la jornada de trabajo), la reducción del salario, el abaratamiento del capital constante (derivado de la depreciación del capital existente), la superpoblación relativa (abundancia del trabajo asalariado disponible), el comercio exterior (depreciación de las materias primas) y el aumento del capital por acciones (cuyos dividendos permiten ganancias extraordinarias). Destacó, además, que el incremento de la capacidad productiva, el volumen de las ventas y la masa total de ganancias contrarrestan la caída de la tasa de beneficio, aunque sin revertir ese descenso. Finalmente Marx expuso las contradicciones que genera el incremento de la producción, junto a esta reducción de la tasa de ganancia. Al multiplicarse el número de mercancías enviadas al mercado con decrecientes posibilidades de generar beneficios, se retrae la inversión y aumentan las dificultades para valorizar el capital. En un momento ese desequilibrio desencadena superproducción de mercancías y sobre-acumulación de capitales. Con estos desajustes se evidencia que la propia acumulación provoca la depresión y que el límite del capital es el capital mismo. Partiendo de esta caracterización, Marx definió a la contracción tendencial del beneficio como la ley más importante de la economía política. Para evaluar la dinámica de este principio conviene reordenar la fórmula (dividiendo todos sus componente por el capital variable: g´ = p/ c + v se convierte en g´=p´/co+1). Con este cambio se nota que la tasa de ganancia presenta una relación directamente proporcional con la tasa de plusvalía e inversamente proporcional con la composición orgánica. Para que su declinación –

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EL PLANTEO DE MARX El autor de «El Capital» expuso la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en tres capítulos del tomo III de ese libro, a través de una presentación muy simple. Definió a la tasa de ganancia (g´) como una proporción de la plusvalía (p) en relación al capital total invertido. Dividió esa plusvalía por el capital variable (v: gastos en salarios) y constante (c: gastos en maquinaria y materias primas) obteniendo: g´ = p/ v + c. De esta presentación dedujo que la tasa de ganancia declina a medida que avanza la mecanización. Interpretó este efecto como una consecuencia del aumento de la composición técnica (ct: proporción de la maquinaria en relación a la mano de obra) y del incremento de la composición orgánica (co: proporción del capital constante en relación al variable)1. Con esta presentación Marx indicó que la tasa de ganancia tiende a declinar como resultado de la creciente tecnificación. La caída obedece a una presión competitiva, que reduce el porcentaje del nuevo trabajo vivo incorporado en las mercancías, en relación al trabajo muerto (ya objetivado en las materias primas y la maquinaria). Pero Marx puntualizó al mismo tiempo la existencia de seis fuerzas compensatorias de este proceso. El

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Marx Carlos, 1973-b, tomo III, sección 3, (cap 13, 14, 15).

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generada por el aumento de esta última variable (co)– quedara totalmente contrarrestada, debería producirse un aumento de la misma magnitud del primer componente (p´). Esa posibilidad es intensamente debatida por los críticos de la ley. Conviene también distinguir cuáles son las fuerzas que elevan la tasa de plusvalía (mayor grado de explotación, reducción del salario, sobrepoblación), cuáles mantienen baja la composición orgánica (abaratamiento del capital constante) y apuntalan ambos procesos (comercio exterior). Y es importante recordar otras influencias que neutralizan la caída del beneficio, como los nuevos inventos, la aceleración de la rotación del capital y las inversiones en ramas de menor composición orgánica.

El autor de «El Capital» era igualmente conciente de las complejidades que rodean a la ley. El mismo incremento de la productividad que presiona hacia la caída de la tasa de beneficio, también favorece el aumento de la masa de ganancias. Por un lado, se genera una pérdida (disminución de los precios con la caída de la proporción de trabajo vivo incorporada por unidad de producto). Pero por otra parte, existe una ganancia (incremento del volumen de producción y ventas). Observando ambos procesos, algunos autores destacaron la imposibilidad de establecer cuál es el comportamiento de la tasa de ganancia3. Estimaron que no se puede diferenciar las tendencias de las fuerzas contrarrestan ese movimiento. En la misma objeción se apoya otro cuestionamiento, que remarca la función compensatoria ejercida por el aumento de la tasa de plusvalía. Este incremento asegura también el ascenso de la acumulación y la consiguiente elevación de la tasa de ganancia4. Pero esta crítica olvida que sólo la composición orgánica puede elevarse indefinidamente, mientras que el ascenso de la tasa de plusvalía enfrenta serios obstáculos. Traspasado cierto límite, la reducción del trabajo necesario (porción de la jornada laboral que permite la reproducción de la fuerza de trabajo) se torna cada vez más dificultosa. Si por ejemplo en una jornada de 8 horas el trabajo, necesario quedara reducido a 5 minutos, los grandes aumentos de productividad requeridos para achicarla a 4 minutos redundarían en subas irrelevantes

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LAS CRÍTICAS MÁS CORRIENTES La ley fue inicialmente cuestionada por autores que objetaron el supuesto de una tasa de plusvalía constante. Estimaron que es incorrecto postular la caída de la tasa de ganancia si se considera dada la tasa de plusvalía, ya que esta inmutabilidad contradice la lógica del capital2. Pero este señalamiento introdujo un falso problema. Luego de exponer en forma provisional su tesis, Marx desarrolló todo su razonamiento con una tasa de plusvalía (p´) creciente. Contempló este incremento, junto a la elevación de la composición orgánica, aunque subrayando que la primera suba no alcanza la magnitud de la segunda. 2

Robinson Joan, 1968, (cap 5).

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Sweezy Paul, 1973, (cap 6). Moszkowska Natalie, 1981, (primera parte).

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del trabajo excedente que se apropia el capitalista (de 7 horas 55 minutos a 7 horas 56 minutos)5. Al precisar la forma en que podría elevarse la tasa de plusvalía, los críticos remarcan el sostenido abaratamiento de los medios de vida consumidos por los trabajadores. Sin embargo, sólo aumentos en la productividad del sector de bienes de consumo reducen los gastos en mano de obra. Cuándo estos incrementos se localizan en otras ramas de la economía, tienden a elevar en mayor medida la composición orgánica que la tasa de plusvalía. Si bien es cierto que el aumento de la productividad abarata los insumos básicos de la canasta salarial, esta desvalorización coexiste con el incremento del número y la calidad de los bienes utilizados. Los patrones de consumo de los asalariados se han modificado cualitativamente en cada etapa del capitalismo, incorporando nuevas mercancías a los componentes del valor de la fuerza de trabajo. Aunque los alimentos, el transporte o el entretenimiento se abaraten, el gasto total destinado a esas actividades no decae. El costo decreciente que tienen los salarios a medida que la acumulación reduce el valor de los bienes de consumo, enfrenta serios límites. Por otra parte, el aumento de la tasa de plusvalía mediante un simple refuerzo de la explotación, enfrenta barreras físico-biológicas y la evidente resistencia de los asalariados. No hay que olvidar que la fuerza de trabajo es una mercancía particular. Su precio no depende estrictamente –como en los restantes casos– de la evolución de la productividad. Contiene un elemento histórico-social, directamente asociado con la lucha de clases.

Otro cuestionamiento de la ley destaca que la composición orgánica se mantiene invariable si se abarata el capital constante. Algunos autores puntualizan que esta desvalorización era moderada en la época de Marx, pero se ha tornado dominante en el capitalismo contemporáneo6. Sin embargo, este señalamiento omite que semejante abaratamiento sólo puede efectivizarse si previamente la composición orgánica se elevó, a través de una gran inversión en maquinaria. La desvalorización compensatoria es un efecto posterior a esa inversión previa. Por esta razón los bienes de producción que se tornan más baratos coexisten con el creciente gasto general en bienes de producción, en comparación a las erogaciones destinadas a contratar fuerza de trabajo. Por otra parte, si bien el capital circulante (materias primas) tiende a perder relevancia a medida que avanza la tecnificación, la desvalorización de este componente enfrenta un límite estructural, derivado de su dependencia de recursos naturales no renovables. Otra argumento a favor del abaratamiento del capital constante destaca la creciente incidencia de innovaciones que «ahorran capital en lugar de trabajo»7. Pero se resalta la gravitación de esta tendencia, omitiendo que la competencia impone el predominio de la modalidad opuesta, es decir de las «técnicas ahorradoras de trabajo». Esta primacía ha sido un rasgo contundente de toda la historia del capitalismo.

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Este argumento planteó Rosdolsky, Roman, 1979, (cap 27, apéndice).

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Meek R.L 1972-a, (2da. Parte, punto 3), Boyer Robert, 1985, Boyer Robert, Mistral Jacques, 1983. Robinson Joan, 1977, Bresser Pereira Luiz, 1986.

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Las innovaciones que jerarquizan el uso de mano de obra intensiva ocupan un lugar complementario frente a los procesos predominantes de mecanización, automatización y robotización. Sólo en situaciones coyunturales y en las economías periféricas se utilizan «técnicas ahorradoras de capital». Las innumerables reflexiones sobre desequilibrios generados por la creciente preponderancia de los costos fijos sobre los costos variables expresan esa primacía8. Existe otra tesis a favor del carácter invariable de la composición orgánica, que puntualiza el divorcio existente entre la evolución de esta variable y su correspondiente composición técnica. Destaca que no existe ninguna conexión necesaria entre la proporción técnica de la relación maquinaria– mano de obra y su expresión en valor. La creciente mecanización puede no traducirse en modificaciones equivalentes, en este segundo plano9. Pero si bien es cierto que ambas relaciones no se identifican, tampoco se desenvuelven en direcciones opuestas. En el enfoque de Marx, la composición técnica y la composición orgánica son dos conceptos representativos de un mismo fenómeno: la tecnificación en su aspecto material y en su manifestación de valor10. Algunos autores destacan que para analizar este mismo proceso en la realidad concreta, Marx introdujo otra categoría: la composición de valor, que sitúa la rela-

ción entre el capital constante y variable en el plano empírico. Se podría igualmente afirmar que la composición de valor (y ya no la orgánica) se mantiene invariable. Pero sobre este punto justamente radica el debate sobre las fuerzas contrarrestantes. Ciertos argumentos recurren a razonamientos de equilibrio para resaltan la capacidad de esas fuerzas para neutralizar el decrecimiento porcentual de la tasa de beneficio. Suponen que el capital crea los remedios de su enfermedad, contrapesando los desajustes creados por el aumento de la composición orgánica. Pero esta creencia ha sido categóricamente desmentida por la evolución del capitalismo. La desproporción inicialmente creada por la elevada inversión en maquinaria, nunca es totalmente compensada por los decrecientes gastos de reposición del capital fijo. Las proporcionalidades que permiten el funcionamiento del sistema sólo son frecuentes en el corto plazo. En períodos más prolongados predominan desequilibrios sistémicos, derivados de la anarquía mercantil y la ausencia de planificación.

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Ver Mandel, Ernest, 1978-a, Harvey, David, 1990, Shaikh, Anwar, 1991, (cap 6). 9 Steedman, Ian, 1985, (cap. 9). 10 Ver Fine Ben, Harris Laurence, 1985, (cap 4 y 5). También: Cogoy Mario. Citado por Guillén Romo Héctor, 1988.

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ESTRANGULAMIENTO DE LAS GANANCIAS Otros críticos de la ley reconocen caídas de la tasa de ganancia, pero interpretan que ese fenómeno no obedece a contradicciones internas de la acumulación. Frecuentemente atribuyen la declinación a un comportamiento ascendente de los salarios. Esta teoría se conoce como el estrangulamiento de la ganancia por la presión salarial (profit squeeze). Plantea que cuándo las condiciones del

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mercado de trabajo (bajo desempleo, ciclo ascendente) o las relaciones de fuerza (gran organización sindical, alta conciencia política) favorecen las demandas de los trabajadores, crece la participación de los salarios en el ingreso en desmedro de la ganancia. También destaca que cuándo se revierte esta situación se recompone el beneficio. Este enfoque explica el comportamiento general de la economía por los cambios en la distribución del ingreso. Supone que los niveles del salario y la ganancia se establecen en una pugna político-social por la «repartición de la torta». Con este criterio han realizado diversos cálculos para demostrar que la tasa de beneficio es más dependiente de la presión salarial, que del comportamiento de la demanda o de la propia dinámica de la acumulación11. En la misma línea de reflexión otros autores han recurrido a estudios empíricos para ilustrar cómo los costos laborales precipitan la caída del beneficio, en ciertos momentos de la fase expansiva del ciclo. Algunos teóricos de la Regulación también subrayan esta influencia del régimen salarial sobre la productividad y la rentabilidad12. Pero si bien es cierto que en el corto plazo el incremento de los salarios puede deteriorar la ganancia, no es correcto generalizar esta relación. Son muy frecuentes las subas o bajas conjuntas de ambas variables, en función de diversas circunstancias (inserción del país en el mercado mundial, condiciones político-sociales, evolución de la productividad). Estas alternativas desmienten la existencia de una regla de comportamiento antitético

entre salarios y ganancias. Aunque la «batalla por la torta» constituye un aspecto importante de la realidad capitalista, por lo general los salarios ascienden detrás de la ganancia en las fases de sostenida prosperidad y ambos se desploman durante crisis. La teoría del estrangulamiento del beneficio simplifica las relaciones entre los salarios y las ganancias. Jerarquiza los acontecimientos de la esfera distributiva, dónde un ingreso dado es repartido entre trabajadores y capitalistas. Con esta fotografía no esclarece cómo se forman o evolucionan ambas variables. Una mirada centrada en la órbita de la producción revela en cambio, que la relación entre la tasa de ganancia y el capital variable está mediada por el comportamiento de la tasa de plusvalía y el capital constante. Cuándo se toman en cuenta todos estos componentes, resulta posible comprender por qué razón las combinaciones posibles entre el salario y la ganancia, no se limitan a una simple relación inversa. La discusión empírica es más controvertida, ya que recurriendo a los mismos indicadores utilizados por los partidarios del profit squeeze, otros autores han arribado a conclusiones opuestas. Algunos estiman que la caída de la tasa de ganancia es justamente provocada por un incremento de la composición orgánica del capital. Otros asignan mayor impacto sobre la ganancia al grado de utilización de la capacidad instalada que a los costos salariales. Una tercera visión explica la contracción del beneficio por el comportamiento de la demanda13.

11 Weisskopf Thomas, 1980. 12 Ver: Goldstein Jonathan 1999-a.

13 Los tres enfoques respectivamente en Michl, Thomas, 1991, Hahnel Robin, Sherman Howard, 1982 y Henley Andrew, 1987.

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Pero este debate ilustra cómo interactúan en el corto plazo las distintas fuerzas determinantes del signo del ciclo. No esclarece la tendencia de la tasa de beneficio en el largo plazo, cuya comprensión exige recurrir a las leyes generales que estableció Marx. La teoría de la presión salarial sobre la rentabilidad puede inducir a conclusiones reaccionarias («no desalentar la inversión con reclamos de mayores sueldos») o planteos progresistas («la reducción de las ganancias permite mejorar la situación de los trabajadores»). Los problemas de esa concepción provienen de una u otra conclusión política, sino de erróneas interpretaciones del capitalismo. Existe otra defensa de la teoría del profit squeeze basada en el denominado teorema de Okishio, construido en torno a un modelo de corto plazo que excluye el capital fijo. Este esquema postula que si los salarios reales permanecen constantes, la mecanización no conduce a la caída de la tasa de ganancia. Como las innovaciones modifican todos los precios, las ganancias ascendentes pueden ser compatibles con mayores gastos de inversión en capital constante. Con este argumento se plantea que la caída de la tasa de beneficio proviene de un incremento de los salarios. Pero a esa conclusión se arriba recurriendo a supuestos tan incompatibles con el análisis de la tasa de beneficio, como la ausencia de capital fijo o la constancia de los salarios. Por otra parte, se identifica la tasa de ganancia en términos físicos (siguiendo el enfoque de Sraffa) con la tasa de ganancia en términos de valor (propia del planteo marxista). Esta asimilación distorsiona el problema, ya que la evaluación de esa variable cambia radicalmente, si se razona computando un excedente material o una

magnitud de plusvalía. Esta confusión impide detectar cómo el aumento operado en la composición de valor genera una declinación de la tasa de beneficio14.

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SOBREACUMULACIÓN DE CAPITAL Al exponer las contradicciones de la ley, Marx señaló que el decrecimiento porcentual de la tasa de beneficio genera un excedente de capital, que desemboca en la crisis. Pero sólo indicó esta conexión en términos generales. Sus principales seguidores de principios del siglo XX no le asignaron gran relevancia a la caída de la tasa de ganancia para explicar las crisis. Rechazaron esta interpretación (Luxemburg) o la ignoraron (Lenin, Kaustky, Hilferding, Bujarin, Trotsky), en favor de teorías basadas en la desproporacionalidad o el subconsumo15. Recién en los años 30 comenzó a desarrollarse una visión de la crisis directamente inspirada en la ley. Particularmente Grossman destacó que la creciente necesidad de plusvalía para preservar la rentabilidad, torna en un punto imposible la continuidad de la reproducción. Postuló una teoría de la crisis por sobre-acumulación, señalando –que traspasado el umbral de ciertos ciclos de acumulación– la depresión es inevitable e incontrolable. El aumento de la composición orgánica del capital contrae la tasa de plusvalía requerida para valorizar el capital y precipita la crisis16.

14 Ver Foley D, K, 1989, (cap 8 y 9), Kliman Andrew, 1996, Laibman David, 1999-a 15 Ver: Howard M.C, King J.E, 1992, Vol II (cap. 7). 16 Grossman Henryk, 1979, (cap 2).

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Otros autores desarrollaron este enfoque. Propusieron estudiar la crisis, considerando la declinación de la tasa de beneficio como un proceso exclusivamente localizado en la esfera productiva. Estimaron que este análisis puede prescindir por completo del mercado17. Pero esta concepción aplicó al análisis inmediato de la crisis, razonamientos que Marx desarrolló a un nivel más abstracto. En ese plano su caracterización sólo se abordaba la posibilidad (o las causas últimas) de la crisis, pero no el desarrollo concreto de estos episodios. Para analizar estos hechos hay que situarse en la realidad empírica de la competencia y del mercado, observando las contradicciones que emergen de la producción y se desenvuelven en la circulación. Esta distinción no es tomada en cuenta por los partidarios de una teoría de la crisis, exclusivamente deducida de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Consideran que el elevado nivel alcanzado por la composición orgánica determina la caída permanente de esa variable en el capitalismo maduro. Con este diagnóstico se omite el papel jugado por las fuerzas que moderan la declinación de la tasa de beneficio. Olvidan que esa neutralización impide llegar a un punto final de asfixia, por simple insuficiencia de la plusvalía requerida para valorizar el capital. La visión de un desplome continuado de la tasa de ganancia ignora, también, que la principal consecuencia de toda crisis significativa es la desvalorización del capital. Esta depreciación permite recuperar la tasa de ganancia, ya que atenúa el excedente de capital y facilita

que la plusvalía vuelva a rentabilizar los fondos que sobrevivieron de ese desplome. Por la misma razón que una crisis de sobre-acumulación no introduce obstáculos permanentes a la valorización del capital, tampoco la reducción de la mano de obra que nutre el trabajo excedente, crea una barrera infranqueable a la generación de plusvalía. Esta última limitación es postulada por los teóricos que focalizan la crisis en la existencia de una penuria de fuerza de trabajo18. Pero en los hechos esa dificultad representa un inconveniente menor para la reproducción del capital. El propia ciclo tiende a regular la oferta y la demanda laboral, en forma coyuntural (a través del ejército de desocupados) y de manera más estructural (por movimientos migratorios). Estos procesos influyen sobre la tasa de ganancia, pero no determinan una declinación tendencial. Algunas explicaciones de la crisis por el estrechamiento de la tasa de plusvalía adoptaron un cariz estancacionista, al presentar los problemas de sobre-acumulación como datos duraderos del capitalismo contemporáneo y no como rasgos variables y específicos de las crisis19. En ese enfoque la caída de la tasa de ganancia es un proceso continuado y resultante de una sobrecapitalización estructural, que incluso anula la ondulación del ciclo. Esta tesis es el fundamento de otras concepciones, que atribuyen la crisis al creciente peso de actividades improductivas (circulación, supervisión, financiación, comercialización), que no generan plusvalía20.

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17 Yaffe David, 1972.

18 Ver: Itoh Makoto, 1987, (cap 5). 19 Mattick Paul, 1977, (cap 2 y 3). 20 Ver: Moseley, Fred, 1987

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Pero la experiencia reciente del capitalismo demuestra que las acciones habitualmente consideradas improductivas, no deterioran invariablemente a la tasa de ganancia. Al contrario, la política keynesiana ilustra cómo pueden servir para recomponer esa variable, si facilitan la creación de nuevos productos o mercados. En muchos casos, esas actividades sustituyen la inversión industrial y absorben capitales excedentes. Algunos análisis de la crisis por declinación irreversible de la tasa de beneficio, resaltan la hipertrofia que genera este proceso sobre la esfera financiera y resaltan la gravitación de este desequilibrio. Por con esta mirada tienden a desplazar la investigación de la producción hacia la circulación del capital y olvidan que la causa de la depresión no estriba en el parasitismo bancario, sino en los obstáculos que enfrenta el capitalismo para regular sus propias fuerzas expansivas. Estas tendencias al crecimiento conducen a las crisis periódicas de valorización. El descontrol financiero o el derroche revelan la irracionalidad e inmoralidad del capitalismo, pero no las dificultades centrales de su funcionamiento. La teoría de la crisis basada en la declinación duradera de la tasa de ganancia resulta particularmente inapropiada, para explicar las situaciones de recomposición no coyuntural de la rentabilidad. Plantea, además, argumentos ingenuos para la lucha contra el capitalismo, cuándo opone a las tesis reformistas de la crisis por la contracción de la demanda (y su resolución mediante aumentos salariales) una teoría del derrumbe, simplemente basada en el agotamiento de la tasa de plusvalía.

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EL SIGNIFICADO DE LA LEY Algunos teóricos presentan la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como un principio funcional de conexiones entre dos magnitudes, dentro de un sistema gobernado por la interacción de distintas variables. Este enfoque resalta la existencia de movimientos opuestos, que empujan al beneficio hacia direcciones opuestas21. Pero Marx dejó bien establecido que la ley se refería a un movimiento intrínsicamente descendente. Denominó tendencia a este movimiento por considerar que la caída se desenvuelve de manera contrarrestada, entorpecida y atenuada. Su calificación de tendencia no implica indeterminación. La caída porcentual del beneficio constituye un ejemplo típico de lo que Marx entendía por ley: un proceso necesario, determinante y previsible de la acumulación. No representa un acontecimiento contingente, como por ejemplo la declinación de las tasas de interés, ni tampoco un episodio coyuntural, como la disminución del precio de las acciones. Se trata de un resultado interno del proceso de acumulación, cuya evolución no es azarosa. Responde a un patrón de desarrollo que incluye acontecimientos muy visibles (aumento de la productividad, avance tecnológico, competencia) y otros más subyacentes, como la caída tendencial del beneficio. Al igual que el aumento de la composición del capital, la disminución porcentual de esta variable es predecible. 21 Ver: Moszkowska Natalie, 1981, Salama Pierre, Tran Hai Hac, 1992, (cap 5), Fine Ben, Harris Laurence, 1985, (cap 4 y 5).

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A diferencia de otros principios –como las leyes del valor, la acumulación, la plusvalía, el salario o el carácter cíclico de la producción– el análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, apunta a explicar la crisis del capitalismo. Aquí el análisis no busca esclarecer tanto el carácter inestable o irregular de la reproducción, sino su desembocadura en crisis de valorización. Por esta razón es equivocado interpretar la ley como un principio desestabilizador o como un proceso indefinido, sugiriendo que explica tanto la caída como la no caída de la tasa de ganancia. La ley de Marx incluye todas las complejidades de las leyes sociales. Estos principios se refieren a situaciones que no siguen una lógica axiomática estricta. Analizan procesos asociados con sistema creados y modificados por los hombres a través de su acción. No son principios equivalente a ley de la gravedad o a la selección biológica de las especies y no pueden ser estudiados con los criterios de las ciencias naturales. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia ilustra la distancia abismal que separa una ley, en la acepción marxista y neoclásica del término. El primer enfoque no postula que «la escasez es inevitable», que «la abundancia es imposible» o que «la oferta y la demanda regulan la economía». Indaga problemas estrictamente acotados al capitalismo, que no precedieron a este régimen social, ni perdurarán a su extinción. La ley de Marx observa al beneficio industrial como una forma de la plusvalía. No presenta a la ganancia como un «dato del modelo», ni la asocia con el «pago al factor capital» o la «retribución a la actividad del empresario». Estima que el origen de la ganancia radica en la

expropiación de la plusvalía y no en la acción autónoma de los instrumentos de trabajo. El principio enunciado por Marx también ilustra el desenvolvimiento contradictorio de la acumulación. Demuestra cómo los empresarios provocan la declinación de su propia tasa de beneficio, a través de acciones originalmente destinadas a aumentar el lucro. Al introducir innovaciones para incrementar sus ganancias inmediatas, terminan provocando la reducción general de la proporción de trabajo vivo involucrado en la producción. Este aspecto del análisis resulta particularmente incomprensible para la corriente de autores agrupada en torno al «marxismo analítico». Observan a los capitalistas como «agentes maximizadores de la ganancia» y no aceptan que los empresarios puedan afectar sus propios intereses, causando la caída de su tasa de beneficio22. Pero con esta mirada simplemente olvidan que la rentabilidad global siempre declina contra la voluntad y el deseo de los capitalistas. Ignoran que la compulsión de la concurrencia los obliga a contrariar sus propias conveniencias. En la búsqueda de mayores beneficios individuales, los empresarios generan un incremento de la composición del capital, que desemboca en la caída de la tasa general de ganancia.

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LA DISCUSIÓN EMPÍRICA Existe un viejo debate sobre la legitimidad y factibilidad de la corroboración empírica de la tendencia decreciente 22 Elster Jon , 1991, (cap 7 y 10), Roemer John, 1989, (cap 6 y 7).

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de la tasa de ganancia. Algunos autores objetan esta verificación, considerando que la ley aporta un razonamiento puramente lógico. Entienden que fue concebida en un nivel de abstracción inaccesible para cualquier comprobación práctica23. Pero este cuestionamiento confunde el punto de partida –efectivamente abstracto– con el análisis posterior de un proceso verificable. Otra impugnación de la medición destaca que el movimiento de la tasa de ganancia es un resultado de relaciones económicas y sociales múltiples, cuya dirección no puede predeterminarse, ni predecirse24. Sin embargo, esta misma objeción podría formularse contra cualquier ley explicativa del funcionamiento del capitalismo. Todas las leyes sociales son complejas y están sujetas a influencias muy variadas, que pueden neutralizar o revertir su acción. La corroboración empírica permite avanzar en la resolución de estas dificultades. Es cierto que la validez de ciertos principios explicativos de la dinámica del capital no depende de su verificación práctica. Pero el comportamiento de la tasa de ganancia constituye un ejemplo de procesos que se manifiestan cíclicamente y que deben ser evaluados, observando tanto el movimiento directriz como la acción compensatoria25. La principal dificultad para corroborar la ley es la traducción de las categorías de Marx a los indicadores disponibles, que han sido elaborados con criterios neoclási-

cos o keynesianos. Un ejemplo de estos inconvenientes es la forma de calcular la plusvalía, cuya estimación difiere sustancialmente según como se clasifique a los trabajadores productivos e improductivos26. Algunos autores han buscado sortear estos problemas recurriendo a indicadores indirectos e identifican la composición de valor con la relación capital-producto, es decir con una noción habitualmente utilizada por la economía convencional. Pero también aquí aparecen problemas, ya que no resulta sencillo introducir en esta relación el criterio de capital constante de Marx (que incluye el capital circulante y no se reduce al capital fijo). Por estas razones, los resultados que se obtienen utilizando la relación capital-producto son muy disímiles. Hodgson estima que este indicador se ha mantenido estable en el largo plazo y considera que la mecanización no implica aumentos de la composición del capital. Pero otros autores llegan a conclusiones diametralmente opuestas27. Shaikh, por ejemplo, observa un aumento del 40 % de la relación capital-producto para la economía norteamericana en el período 1947-92. Estima que ese incremento ilustra la elevación de la composición del capital y correlaciona esta suba con la caída de la tasa de ganancia de las corporaciones norteamericanas durante el mismo período. Este enfoque subraya que la declinación porcentual del beneficio incide efectivamente sobre la acumulación, cuando impacta sobre la masa de beneficios, transfor-

23 Reuten, Geert. 1991. 24 Cullenberg Stephen, 1994. 25 Ver Carchedi Guglielmo, 1991, (cap 1).

26 Ver debate: Maniatis Thanasis, Cockshott Paul, Cottrell Allin y Michaelson Greg, 1996. 27 Hogdson Geoff, 1979.

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mando una etapa de prosperidad en un período de crisis. Mientras que Mandel sostiene que la ley de Marx se comprueba directamente observando el comportamiento de la tasa de ganancia, Shaik postula que esa tendencia se verifica indirectamente, a través del impacto de esta variable sobre la masa de ganancia28. Otro resultado empírico comprobatorio presenta Freeman. Detalla un análisis del comportamiento de la tasa de ganancia entre 1870 y 1986, en relación a la evolución del stock de capital por trabajador empleado (un índice adoptado como representativo de la composición del capital). En su estimación, ambas variables siguen un movimiento claramente inverso, que demuestra cómo el ascenso de la composición del capital provoca la caída tendencial de la tasa de beneficio y cómo la disminución de ese indicador permite la recuperación de esta variable29. Este enfoque se basa en los datos recogidos por Dumenil y Levy, que desarrollan un criterio de medición de la tasa de ganancia, estimada como proporción del rendimiento de un capital dado. Rechazan las evaluaciones puramente referenciales (tasa de interés, tasa interna de retorno) o indicativas (proporción de las ganancias en el ingreso total) y proponen un cálculo basados en fórmulas representativas de la eficiencia del capital. Con este enfoque construyen un indicador, a partir de categorías disponibles en la economía convencional (relación capital-trabajo, costo salarial, productividad del trabajo, e incluso productividad del capital). Ilustran la

trayectoria histórica de la tasa de ganancia norteamericana, que sigue una evolución descendente (1869-1910), otra ascendente (1910-1950) y otra nuevamente descendente (1950-mitad de los 80)30. Pero en todas estas caracterizaciones aparece una pauta de comportamiento claramente oscilante de la tasa de ganancia en el largo plazo. ¿Cómo se concilia esta ondulación con la ley de Marx?

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28 Shaik Anwar, 1996-b, Mandel Ernest, 1995, (cap 5 y 6) 29 Freeman Alan, 1999.

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FLUCTUANTE, DÉBIL Y EN EL LARGO PLAZO Si la tasa de beneficio fluctúa en relación inversa a la composición orgánica, el principio en cuestión opera a través de la fluctuación opuesta de estas variables. No se desenvuelve linealmente con declinaciones sistemáticas de la rentabilidad, ni supone que una mecanización creciente reduce ininterrumpidamente el nivel del beneficio. Tampoco implica que el techo alcanzado –en algún punto– por la composición orgánica frena por completo la acumulación, inaugurando una etapa agónica de la producción y el beneficio. El principio de Marx determina un comportamiento oscilante de la tasa de ganancia y su presentación como ley no contradice esta evolución. La acepción marxista de este término –como equivalente a una tendencia– sólo indica la presencia de una fuerza motriz definitoria de su trayectoria. Una interpretación de este comportamiento ondulante fue presentada por Mandel, que ilustró cómo el 30 Duménil Gérard, Levy Dominique, 1996, (cap 15 a 19).

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incremento de la composición orgánica determina la erosión de la tasa de ganancia, desencadenando períodos de estancamiento. Estas etapas no se extienden indefinidamente, sino que desembocan en recomposiciones de la rentabilidad, que permiten el inicio de nuevas fases de prosperidad. Estos períodos a su vez concluyen, cuándo el nuevo aumento de la composición orgánica deteriora el nivel promedio de la tasa de beneficio. Al inicio de las etapas de prosperidad las principales fuerzas que contrarrestan la ley operan con mayor intensidad y sincronía. En ese período aumenta la tasa de plusvalía, se acelera la rotación del capital, se deprecian las materias primas, se abaratan los insumos industriales y existe un stock de capital aún desvalorizado por el efecto de la crisis anterior. Al madurar este período la composición orgánica se recompone y las fuerzas compensatorias pierden capacidad de apuntalamiento del nivel del beneficio31. Este esquema considera que la tasa de beneficio es una variable de largo plazo, que opera en forma diferenciada de su equivalente de corto plazo. Los vaivenes coyunturales del ciclo o la relación salarios-ganancias impactan primordialmente sobre ese último parámetro. En cambio el aumento de la composición del capital influye decisivamente sobre el largoplazo. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia se incuba en períodos prolongados, ya que los desequilibrios introducidos por la mayor inversión en maquinaria no se manifiestan inmediatamente. La caída porcentual

del beneficio se desencadena sólo al cabo de una extensa modificación de las relaciones entre el trabajo vivo y muerto. El propio Marx indicó este hecho al afirmar que la ley se manifiesta palmariamente en determinadas circunstancias y en el transcurso de largos períodos. Opera de manera fluctuante y en el curso de etapas históricamente diferenciadas de crecimiento o estancamiento. Para subrayar estas particularidades se puede incorporar el calificativo débil a la presentación de la ley. La vigencia de este principio no implica, por lo tanto, una secuencia de inexorables descalabros conducentes al colapso del capitalismo. Marca la existencia de una contradicción que socava la continuidad de este régimen social, planteando la posibilidad y conveniencia de su reemplazo por el socialismo.

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31 Mandel, Ernest, 1986

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PAÍSES CENTRALES Y PERIFÉRICOS Marx concibió la vigencia de la ley para Inglaterra, es decir para la economía más desarrollada de su época. A fines del siglo XIX, la incidencia de este principio se extendió a todos los países centrales y la internacionalización posterior de la economía amplió su alcance a todo el planeta. Actualmente es una característica del capitalismo global. Pero la caída tendencial de la tasa de ganancia emana de los grandes centros. Su fundamento es un aumento de la composición del capital, que requiere altos volúmenes de inversión y avances sustanciales en la productividad, generalmente localizados en los países avanzados. Sólo

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en estas regiones irrumpe también el exceso de capitalización que caracteriza a los procesos de sobre-acumulación. Pero este desequilibrio se traslada a su vez a las economías dependientes. Las grandes depresiones internacionales tienen efectos devastadores sobre la periferia. Las crisis se transfieren a estas regiones a través de un conjunto de mecanismos comerciales (depreciación de las materias primas), financieros (endeudamiento) e industriales (retracción de la inversión). Esta exportación de los desequilibrios hacia los países atrasados se ha reforzado con la creciente integración económica mundial. En las etapas de crisis las regiones periféricas son las principales víctimas de la declinación tendencial de la tasa de ganancia, pero durante las fases de prosperidad también costean parte de la compensación de ese desequilibrio. Contrarrestan la caída porcentual del beneficio por vía comercial (deterioro de los términos de intercambios), financiera (especulación)) e industrial (explotación de una fuerza de trabajo abundante). Por el triple sendero de producir materias primas que abaratan el capital constante, utilizar salarios bajos que reducen el capital variable y estabilizar formas de expropiación laboral que elevan la tasa de plusvalía, la periferia compensa parcialmente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Precisar la forma diferenciada en que opera este proceso en los países avanzados y periféricos, permite evitar el error analítico de indagar dinámicas endógenas de caída del beneficio en las economías subdesarrolladas. Esta equivocación se verifica en ciertas explicaciones de la crisis, que buscan correlacionar directamente estos

colapsos con la composición del capital en los países atrasados. Estos intentos omiten la diferencia cualitativa que separa al funcionamiento una economía avanzada y dependiente. En el primer caso las fuerzas motrices de la expansión y la crisis son internas (en su totalidad o en escala considerable), mientras que en el segundo son principalmente externas. Por esta razón, el ciclo de un país periférico se encuentra tan asociado con el comportamiento de sus exportaciones y con el ingreso o salida de los capitales. La evolución de la tasa de ganancia en la periferia depende más de la conexión externa con esta variable, que con el proceso interno de acumulación. El decrecimiento tendencial de la tasa de ganancia es un proceso mundial, que adopta formas cualitativamente diferentes en los países centrales y periféricos. Mientras que la conformación de importantes mercados internos contrabalancea la pérdida de rentabilidad en las naciones desarrolladas, la estrechez del poder adquisitivo bloquea ese contrapeso en la periferia32.

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LA ETAPA NEOLIBERAL Durante la década pasada todas las discusiones teóricas sobre la ley de Marx, apuntaron a clarificar la evolución de la tasa de ganancia en el período neoliberal. Estos estudios coincidieron en registrar una recuperación significativa del beneficio capitalista. 32 Hemos estudiado varios aspectos de este problema para el caso latinoamericano en Katz Claudio, 2006, Katz Claudio, 2008-b.

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Dumenil y Levy, Freeman o Shaikh han ubicado el inicio de esta recomposición al comienzo de los 80. También Darmangeat detecta una importante elevación de la tasa de beneficio por efecto de la revolución informática. Glyn calcula que la participación de las ganancias en el ingreso en los países de la OCDE fue claramente ascendente en los 90 y explica esa recuperación por el estancamiento de los salarios. Chesnais evalúa que el aumento de la tasa de explotación permitió restaurar parcialmente la rentabilidad y Dos Santos considera que esa recomposición acompañó un proceso estructural de depreciación del capital (iniciado en 1987 y afianzado desde 1994)33. A la luz de estas estimaciones existen pocas dudas sobre el comportamiento ascendente de la tasa de plusvalía, junto al abaratamiento del capital variable, como consecuencia de la ofensiva neoliberal. Pero es más complejo definir cuál ha sido la evolución del capital constante, cuya desvalorización en gran escala es una condición central para la primacía de las fuerzas que contrarrestan la declinación de la tasa de ganancia. Sobre este último componente han influido de manera contradictoria dos procesos: la depuración de capitales obsoletos y la revalorización de empresas en quiebra por medio del socorro estatal. Mientras que el elemento depuratorio es el pilar de una reconstitución de la rentabilidad, el componente revalorizador pospone esa recomposición. Las políticas económicas prevalecientes en las últimas décadas han incluido ambos rasgos.

Por un lado, la acción depuratoria ha sido el objetivo central de las medidas de austeridad en el sector público y de competitividad en el sector privado. Impusieron en los países avanzados una reducción del déficit fiscal corriente, junto al recorte del presupuesto y el encarecimiento del crédito. Las privatizaciones cumplieron la misma función de limpiar capitales, liquidar empresas estatales y traspasar sectores lucrativos al ámbito privado. Esta desvalorización fue también favorecida por una oleada de mega-fusiones entre corporaciones, que precipitó la desaparición de compañías de menor productividad. Además, la revolución tecnológica contribuyó al abaratamiento del capital fijo y la depreciación de las materias primas tuvo un impacto equivalente sobre el capital circulante. Pero por otra parte, la rentabilidad fue recompuesta de manera ficticia a través del auxilio estatal, en todos los picos de crisis de la década del 90. Frente a estas situaciones los gestores de la política económica (liberales, neoliberales o antiliberales) no dudaron en apagar el fuego con fondos públicos. Esta fue la norma predominante en las cesaciones de pago de países periféricos y en los descalabros financieros de los centros capitalistas. Mientras la tendencia depuratoria contribuyó a recomponer la tasa de ganancia, la política opuesta de socorro limitó ese proceso. Ambas orientaciones han coexistido, ya que expresaron intereses de grupos empresarios afectados por situaciones dispares. Pero una evaluación más precisa de la etapa neoliberal exige analizar la relación de la tasa de beneficio con los periodos de crecimiento y estancamiento de largo plazo.

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33 Shaik Anwar, 1996-a, Shaik, Anwar, 1996-c, Darmangeat Christophe, 1998, Glyn Andrew, 1997, Chesnais Francois, 1997, Dos Santos Theotonio, 1998.

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Capítulo 5 CICLOS Y ONDAS LARGAS

La economía marxista estudia atentamente las etapas del capitalismo y los procesos de crecimiento y depresión de largo plazo. Este interés contrasta con la despreocupación neoclásica por un tema totalmente ajeno a la selección de alternativas, que maximiza el agente racional. La visión marxista también difiere de las interpretaciones que ha propuesto la heterodoxia de los vaivenes de la economía. Busca relacionar estos ciclos con la evolución histórica, las contradicciones y los antagonismos de clase que corroen al capitalismo. El estudio de las ondas largas permite analizar estos problemas de manera conjunta. Las primeras reflexiones sobre esos movimientos fueron esbozadas al calor del auge económico registrado al final del siglo XIX. La teoría fue retomada por el investigador ruso Kondratieff y utilizada por Schumpeter para investigar la prolongada crisis de entre-guerra. La misma concepción sirvió para explicar el auge y el agotamiento del boom de posguerra y ha incentivado la formulación de distintas hipótesis sobre significado del neoliberalismo. El replanteo teórico más importante de este tema fue realizado por el marxista belga Ernest Mandel. Su interpretación aporta elementos claves para avanzar en el diagnóstico del capitalismo actual.

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VARIEDAD DE ABORDAJES Mandel formuló su primera explicación en los años 60 al caracterizar la etapa de posguerra, que denominó neocapitalismo inicialmente y posteriormente capitalismo tardío. Indagó las causas del crecimiento económico de ese período y las razones que condujeron a la crisis de los años 70. El corolario de esta investigación fue una interpretación de las ondas largas, muy distinta a las versiones predominantes en su época. Antes de fallecer completó su tesis con nuevas ideas1. El economista belga partió del debate desarrollado en el naciente estado soviético y adoptó la concepción planteada por Trotsky frente a Kondratieff. Este último autor había recopilado evidencias empíricas para demostrar la existencia de ciclos económicos, sucesivamente expansivos y contractivos cada 25 años. Explicaba este vaivén por el tiempo de maduración requerido por las grandes inversiones y presentó sus conclusiones como una extensión de la teoría del ciclo de Marx. Sus críticos objetaron ese sustento empírico y la familiaridad de su enfoque con la concepción marshalliana del equilibrio. La hipótesis de Trotsky fue diferente. Sin aceptar ni desechar la visión de Kondratieff, indicó que los períodos largos de auge y declinación económica debían estudiarse como «curvas del desarrollo capitalista». Diagramó un esquema tentativo de estas fases y estimó que la teoría del ciclo era insuficiente para explicar esas fases. 1

Mandel Ernest. 1969-a, Mandel Ernest, 1969-b, Mandel Ernest, 1979, Mandel Ernest, 1978-b, (cap 6 y 18), Mandel Ernest, 1986, Mandel Ernest, 1995, (cap 5 y 6).

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Señaló que en el surgimiento de etapas de larga duración influyen acontecimientos de gran envergadura, como las guerras, los inventos o los descubrimientos de oro2. Mandel absorbió esta sugerencia metodológica y caracterizó a las ondas largas como períodos históricos diferenciados, que se corresponden con etapas de capitalismo librecambista, monopólico y tardío. Aceptó la existencia de una relación empírica de cierta regularidad entre fases de ascenso y descenso, pero sin tomarlas como estrictos promedios estadísticos. Recurrió, además, a diversos estudios historiográficos para corroborar la vigencia de esos períodos y propuso medirlos priorizando el comportamiento de la producción y la productividad. También señaló la conveniencia de correlacionar estos datos con la evolución de otros indicadores, como el uso de la energía, las tendencias de los precios o el costo del dinero. Mandel asoció la dinámica de las ondas largas con el surgimiento y la estabilización de las revoluciones tecnológicas. Destacó que las etapas de ascenso (1848-73, 1893-1913, 1940-67) coincidieron con la introducción de innovaciones radicales y estimó que en los períodos descendentes se difundieron nuevas formas de organización del trabajo. Buscó utilizar este enfoque como fundamento de la estrategia socialista y distinguió su interpretación de otras cuatro explicaciones. Se opuso a una interpretación de índole tecnológica, que atribuye el auge y decadencia de cada onda a la aparición y generalización de nuevas tecnologías. Descartó

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Kondartieff N D, 1979, Gavry G 1979, Trotsky León, 1979.

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una segunda tesis, centrada en la hegemonía de sucesivas potencias en el liderazgo internacional. También rechazó la visión cíclica, que explica el fenómeno por la periodicidad intrínseca de etapas que valorizan y desvalorizan el capital y objetó finalmente una cuarta tesis institucional, que subraya el papel determinante de las estructuras político-sociales en la determinación de las ondas largas.

A su juicio el principal determinante extraeconómico de esos períodos es el desenlace de la lucha de clases. Para el economista belga, la clase capitalista sólo estabiliza su dominio luego de imponer derrotas significativas a la clase trabajadora. Ese éxito de los opresores genera el clima de confianza requerido por el capital para desenvolver prolongados períodos de crecimiento. Mandel recogió de la literatura económica corriente, el término «shock sistémico» para describir estos impactos, pero subrayó que obedecen a un resultado de la confrontación clasista. En su última revisión del tema, introdujo el concepto más preciso de «ciclo de la lucha de clases», para ilustrar esas relaciones entre etapas de la economía y fases de ascensos o reflujos de la acción popular. Destacó la interacción entre ambos procesos, resaltando que la lucha de clases desenvuelve una dinámica autónoma, más relacionada con la tradición de la clase trabajadora, que con el contexto productivo. En este esquema d Mandel distinguió el impacto de los procesos político-sociales clasistas (efecto exógeno) de los determinantes económicos internos (efecto endógeno). Presentó ejemplos políticos del primer fenómeno y detalló las variables definitorias del segundo (composición orgánica, distribución del capital en fijo y circulante, tasa de plusvalía, tasa de acumulación, rotación del capital y relaciones entre el sector I y II). Mandel atribuyó cada onda larga a una combinación singular de ambos procesos. Consideró que el origen de cualquier ascenso es exógeno y el determinante de todo descenso es endógeno. Estimó que los triunfos estratégicos de la burguesía favorecen el crecimiento capitalista y

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LA COMBINACIÓN EXÓGENO-ENDÓGENA Mandel integró elementos aportados por todas estas vertientes, pero explicó primordialmente el fenómeno por la evolución de la tasa de ganancia de largo plazo. Estableció esa jerarquía, al entender que el fenómeno debe ser conectado con el principal barómetro de la valorización capitalista. Presentó datos sobre el comportamiento de la tasa de interés en períodos prolongados, como índices representativos de la tasa de beneficio y distinguió especialmente las características de corto y largo plazo de esta variable. El teórico marxista estimó que la tasa de beneficio oscila en la coyuntura junto a la dinámica de la acumulación, pero atribuyó el curso de esa variable a grandes acontecimientos político-sociales en los períodos prolongados. Estos hechos imprimen un signo positivo o negativo al clima general de los negocios y determinan el perfil general de la inversión. Mandel consideró que las tasas de ganancia de largo plazo tienen incorporadas a sus equivalentes de corto plazo. Esta inclusión se asemeja a la forma en que los ciclos medios y cortos operan dentro de las ondas largas.

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que los desequilibrios económicos generados esa expansión agotan su continuidad. Observando el caso clásico de posguerra, Mandel resaltó la gravitación de ciertos detonantes de la expansión (secuela del fascismo, freno de la revolución en Europa, maccartismo en Estados Unidos) y atribuyó la declinación al deterioro de la tasa de ganancia (dificultades para elevar la tasa de plusvalía, aumentar la velocidad de rotación del capital y abaratar las materias primas). Planteó así una mirada totalizadora, asentada en múltiples elementos y matices.

cional. Para Mandel el origen marxista de la teoría –que otros investigadores confirmaron– era un dato indicativo del carácter potencialmente revulsivo de esta concepción, para la economía burguesa. Otros objetores de su enfoque perdieron de vista que el economista belga perfeccionó la teoría de etapas del capitalismo, que inicialmente formuló Lenin. El reconocimiento de estos períodos era ajeno a Marx y comenzó a debatirse durante la recuperación económica que sucedió a la larga depresión de 1873-96. Bernstein estimaba que las crisis tenderían a desaparecer en el nuevo escenario de funcionamiento monopólico, mientras que Kautsky postulaba la continuidad de una tendencia hacia la depresión crónica. Frente a estos dos enfoques varios pensadores introdujeron la novedosa caracterización de la etapa imperialista. En la descripción de este período enfatizaron el dominio del capital financiero (Lenin), el choque entre nacionalización e internacionalización del capital (Bujarin), el agotamiento de la expansión territorial (Luxemburg) y las nuevas formas de regulación de los monopolios (Hilferding). Con estas caracterizaciones inauguraron un análisis de períodos históricos, que fue ampliamente desarrollado por el pensamiento marxista posterior4. La tesis de Mandel constituye una variante de esa herencia, pero aplicada a dilucidar la etapa especifica de posguerra. Indaga las peculiaridades de ese período, combinando leyes de la acumulación y evaluaciones de la

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CARACTERIZACIÓN DE LAS ETAPAS Algunos críticos identificaron erróneamente el enfoque de Mandel con la tesis de Kondratieff. Cuestionaron su inclinación «mecanicista» y el implícito supuesto de «regeneración periódica del capitalismo»3. Pero el teórico belga constató la existencia de etapas históricamente diferenciadas del capitalismo. Jamás postuló la repetición indefinida de esas fases cada 50 años, ni tampoco una sucesión automática de movimientos ascendentes y descendentes. Como activo militante socialista rechazaba la perpetuación del sistema imperante y atribuía la permanencia de las ondas largas, a la subsistencia de obstáculos políticos para erradicar el capitalismo. También estimaba que esas etapas persistirían si el socialismo no lograba éxitos categóricos a escala interna-

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Boyer Robert, 1979 en el primero caso y Mattick Paul, 1980-b, (Cap 6 punto 8), Izquierdo Pérez, Manuel, 1979 en el segundo.

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El origen marxista de las ondas largas ha sido confirmado por Delbeke Jos y 1983, Tinbergen J, 1983. La afinidad con Lenin es destacada por Mc Donough Terrence, 1997.

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lucha de clases. Este análisis superó significativamente otras visiones marxistas de su época, que definieron períodos en forma más restrictiva. Algunos de estos enfoques sólo registraban el tipo de plusvalía extraída (absoluta en la acumulación extensiva y relativa en la intensiva), la modalidad predominante del capital (financiero, industrial, comercial), las características del proceso de trabajo (taylorista, fordista), las formas la competencia (libre cambio, monopolio, regulación pública) y el tipo de intervención estatal (liberalismo, keynesianismo). La caracterización de Mandel fue más completa. Compartió el reconocimiento de una tercera etapa (tardía) del capitalismo, con otros teóricos marxistas de las ondas largas (Boccará, Fontvielle, Rasselet) y también con autores que prescindieron de esta concepción (Sweezy, Dumenil). Su visión no fue común a los seguidores de la obra de Kondratieff o Schumpeter, sino a todos los autores que revitalizaron la teoría del imperialismo. Mandel recogió las intuiciones legadas por Trotsky. Quiénes interpretan que realizó una mixtura ecléctica entre esa hipótesis y el esquema de Kondratieff, evalúan en forma incorrecta la discusión desarrollada en la URSS5. Trotsky no objetó la existencia de las ondas largas, sino su interpretación como ciclos de largo plazo, resultantes de la dinámica interna de la acumulación. Por eso destacó que las guerras, las revoluciones o los descubrimientos naturales operaban como desencadenantes de las curvas ascendentes. Mandel completó esta reflexión, con su tesis de los efectos exógenos y endógenos.

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TEORÍA DEL VALOR Y DEL CICLO El economista belga presentó su enfoque como una extensión de su teoría del valor. Asignaba gran importancia a esta concepción para explicar el funcionamiento del capitalismo. Todos los vínculos que estableció entre tasas de plusvalía, nivel de acumulación y composición orgánica, con las fases de crecimiento o declinación de largo plazo, derivan de esa interpretación de la ley del valor. Mandel cimentó también en esta teoría su análisis de las etapas del capitalismo, como períodos signados por formas específicas de transferencias del valor entre regiones (libre cambio), entre países (imperialismo) y entre sectores (capitalismo tardío)6. Además, fundamentó en la teoría del valor las diferencias entre el ciclo y la onda. Estimaba que en las fluctuaciones de corto plazo se consuma una adaptación de los precios a las productividades, en base al tiempo socialmente necesario para la producción de las mercancías. Consideraba en cambio, que estos principios no gravitan forma significativa en la dinámica de las ondas largas. Como consecuencia de esta distinción cualitativa entre el ciclo y la onda, Mandel se rehusó a utilizar el término de «ciclos largos» para aludir a las etapas del capitalismo. Aquí tomó distancia de los autores marxistas que aceptan esa denominación o tienden a observar las ondas largas, como secuencias cíclicas de valorización y desvalorización del capital. En estos enfoques se resalta a veces ese carácter repetitivo, vinculando cada ciclo con una 6

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Day Richard, 1979.

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Mandel, Ernest, 1984, «Introduction», Mandel Ernest, 1998-b. Ver también Mc Donough Terrence, 1998

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forma de competencia (simple, desarrollada, monopólicasimple, monopólica de estado), o asociando la periodicidad con el papel regulador de la tasa de ganancia7. Mandel cuestionó acertadamente esta extrapolación de características del ciclo a la onda. Objetó la omisión de las diferencias, que separan a los procesos regidos por la lógica espontánea de la acumulación de los movimientos guiados por circunstancias político-sociales. En la línea analítica de Trotsky resaltó que la dinámica revalorización-desvalorización del capital, no se desenvuelve en el largo plazo con la regularidad previsible del ciclo. La principal consecuencia negativa de identificar el ciclo con la onda es la tentación del pronóstico repetitivo. En lugar de investigar las posibilidades de ocurrencia del fenómeno se tiende a presagiar su reaparición, en un margen predefinido de tiempo. Pero un error inverso es el rechazo frontal de la teoría de las ondas largas, argumentando que las fluctuaciones del capitalismo contemporáneo han perdido determinación propia y están regidas por la política económica de los gobiernos. Ciertos autores marxistas presentan este curso, como un ejemplo de neutralización del ciclo como resultado de la crisis estructural del sistema8. El problema de este enfoque de tinte keynesiano es su omisión de las raíces objetivas del ciclo. Estas fluctuaciones necesariamente perduran en un sistema sometido a los desequilibrios periódicos que genera la ley del valor. Al contraponer las ondas con los ciclos, Mandel resal-

taba la persistencia y temporalidad relativamente calculable de estos últimos vaivenes. Atribuía los lapsos de estos movimientos a los cambiantes períodos de renovación del capital fijo. Inicialmente consideró que esa duración se había reducido de 8-10 años (siglo XIX) a 4-5 años (posguerra). Explicó esta disminución por la aceleración de la innovación, la intensificación de la carrera armamentista y el acortamiento del lapso que separa a los descubrimientos de la aplicación de las nuevas tecnologías. Pero posteriormente se alejó de esta línea de reflexión y se limitó a resaltar el carácter cíclico de la producción bajo el capitalismo, sin detallar su temporalidad. Pareció compartir aquí la indefinición general que predomina en este campo de la economía9.

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Boccara Paul, 1993, Rasselet Gilles, 1993, Fontvielle Louis, 1991, Fontvielle Louis, 1993 Mattick Paul, 1980-b, Izquierdo Pérez, Manuel, 1979.

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CONFRONTACIÓN CLASISTA La atención de Mandel a la lucha de clases –como determinante del giro hacia una onda larga ascendente– contrasta con otras interpretaciones, que asignan mayor gravitación a los cambios institucionales. Estos enfoques atribuyen el signo de cada onda a la consolidación y decadencia de las «estructuras sociales de acumulación». Estiman que las «variables sociales» explican esas modificaciones, en mayor medida que cualquier otro condicionante. Atribuyen, por ejemplo, el boom de posguerra a los acuerdos alcanzados entre el 9

Mandel Ernest, 1969-b, Mandel Ernest, 1968, (cap 5), Mandel Ernest, 1985, (P II. 1 a 5), Mandel Ernest, 1998-b, Sherman Howard, 1991.

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capital y el trabajo, la consolidación del constitucionalismo y el afianzamiento de formas empresarias corporativas. Evalúan que la crisis iniciada en los 70 obedeció a la erosión de esos pilares. Esta visión presenta puntos de contacto con el razonamiento de Mandel, pero es más afín a la mirada de los economistas radicales, que jerarquizan la incidencia de la estructura distributiva sobre los procesos económicos. También mantiene cierto parentesco con la teoría de la regulación, aunque las ondas largas siempre fue un tema controvertido dentro de esa escuela10. La divergencia metodológica de estos enfoques con Mandel radica en la sustitución de la teoría del valor por categorías intermedias (como las estructuras sociales de acumulación), que enfatizan la gravitación del marco institucional en desmedro de la lógica del capital. El economista belga estimó que la visión institucionalista no permite registrar el papel de la tasa de plusvalía o la composición orgánica en la dinámica de las ondas largas. Consideraba que esas variables eran esenciales para explicar el signo de estos movimientos y para incorporar otros indicadores (demanda efectiva, flujos migratorios internacionales o tendencias del consumo), analizados por los nuevos estudiosos del problema11. Mandel pensaba que ese enfoque tendía a presentar las distintas «estructuras sociales de acumulación», como procesos continuados y endógenos (en la línea de

reflexión esquemática iniciada por Kondratieff). Pero su principal cuestionamiento estribaba en la escasa gravitación asignada a la lucha de clases. Reconocía la importancia que tienen las instituciones como mecanismos de dominación burguesa, pero entendía que esas estructuras deben analizarse como resultado de la confrontación clasista. Algunos autores consideran que esta mirada introduce la lucha de clases en forma artificial e innecesaria. Pero lo cierto es que la atención privilegiada a ese enfrentamiento es indispensable para evitar la mistificación de las instituciones, como entes rectores de la vida social o como productos naturales de la convivencia humana. Al asignar primacía a la lucha de clases, Mandel desechó todas las interpretaciones que estudian las ondas largas en función de parámetros supra-históricos, como por ejemplo, «el desarrollo de los hombres a través de su calificación educativa»12. La centralidad que le otorgó a la confrontación clasista permitió, además, evitar una atención unilateral a la disputa hegemónica entre potencias, como determinante central de las ondas largas. Este enfoque asocia las etapas de ascenso con desenlaces de rivalidades imperiales y los períodos declinantes con el ocaso de algún liderazgo. Los «ciclos sistémicos de acumulación» tienden a sucederse así, junto a la consolidación o retroceso de las distintas potencias (Génova, Holanda, Inglaterra, EE.UU.)13.

10 Gordon David, 1980, Gordon David, 1991, Bowles Sam, Weisskopf Tom, 1999, Escudier Jean, 1993, McDonough Terrence, 1999, Rosier Bernard, Dockes Pierre, 1983 11 Yakovets Y. V, 1990, Moscoso Leopoldo, Babiano José, 1992.

12 El cuestionamiento a la gravitación de la lucha de clases fue planeado por Frank Andre Gunder, 1994 y el parámetro de calificaciones fue postulado por Fontvieille Louis, 1998 13 Arrighi Giovanni, 1987 Arrighi Giovanni, 1997.

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Mandel no compartía esta sustitución del análisis objetivo de la dinámica del capitalismo por el curso que adopta la competencia entre potencias. Pero, además, evitaba desconectar la «historia por arriba» (rivalidades inter-imperialistas) de la «historia por abajo» (batallas entre oprimidos y opresores). Por eso focalizó su mirada en los episodios de la lucha social, que definieron el devenir de la primera mitad del siglo XX (revolución rusa, el fascismo alemán, guerra de España). En la última revisión de su teoría, Mandel intentó precisar con mayor exactitud cómo influyen los impactos exógenos sobre las ondas largas, recurriendo al concepto de ciclo de la lucha de clase. Definió esta noción como fases autónomas de intensificación y decrecimiento de la combatividad social, en el marco de acciones revolucionarias de las masas. Ilustró con un gráfico de la historia europea, la forma en que una hipotética curva de esos acontecimientos podría empalmar con otro diagrama de ascensos y descensos económicos de largo plazo. Esta visión adoptó varios elementos de la teoría de los ciclos de insurgencia, que describen cómo los procesos de rebelión popular determinan puntos de inflexión de las ondas largas. Pero el esquema de Mandel postula asociaciones más indirectas entre el crecimiento económico y la acción obrera (y viceversa). Su enfoque comparte el interés por buscar índices cualitativos de la resistencia popular. Pero apunta a conectar el curso de estas luchas con procesos de auge y declinación económica y no con desenlaces de la confrontación bélica entre potencias14.

En sus últimos trabajos Mandel interpretó a la lucha de clases como una variable parcialmente autónoma. Señaló que este componente depende del nivel de militancia o tradición político-sindical, que caracteriza a la clase obrera. Consideró que ese proceso opera en ciclos no sincronizados con las fluctuaciones de la economía y cumple una función co-determinante en la inflexión de las ondas largas. Pero este esquema potencialmente fértil no ha probado aún su consistencia lógica y empírica. No se ha demostrado cómo un elemento tan indeterminado como la evolución de la lucha de clases, desencadena ondas largas históricamente sucesivas. Varios autores estiman que las explicaciones fundadas en la periodicidad de la lucha de clases no son satisfactorias15. En realidad el propio término de ciclo de la lucha de clases es problemático, ya que si bien en el lenguaje político cotidiano se reconocen esas etapas («reflujo o ascenso de la clase obrera»), la palabra ciclo sugiere la analogía mecánica con las fluctuaciones económicas que Mandel objetaba. Esta confusión no anula el acierto básico de ilustrar, cómo en la fase de agotamiento de la onda ascendente y durante el inicio del giro descendente se procesan los conflictos centrales de la confrontación clasista. En el esquema de Mandel existe otro punto oscuro en la explicación de la temporalidad de las ondas. Si acontecimientos exógenos tan inciertos como el resultado de la lucha de clases determinan el inicio de fases

14 La primera temática es encarada por Screpanti Ernesto, 1985 y la segunda por Silver Beverly, 1995-a, Silver Beverly, 1995-b.

15 Bensaid Daniel, 1995, (cap 3), Husson, Michel, 1995 Husson, Michel, 1996-b, (cap 1).

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expansivas: ¿Por qué razón el fenómeno es pendular? ¿Cómo se entiende su relativa regularidad en la historia del capitalismo?16 Mandel planteó el problema y abrió una fecunda línea de investigación para estudiarlo, pero no logró resolverlo. Explicó cómo ciertas fases de la lucha de clases se combinan con tendencias económicas objetivas, para desencadenar ondas ascendentes. Pero no demostró la lógica periódica de ese entrecruzamiento.

lógico. Estimó que ese barómetro de la rentabilidad asciende en los períodos de prosperidad, induciendo la renovación de la maquinaria obsoleta, con el auxilio de capitales sobre-acumulados y no invertidos durante las etapas descendentes. El economista belga rechazó la identificación mecánica de las ondas largas con períodos de reemplazo de tecnologías obsoletas. Su énfasis en el condicionamiento social exógeno de estos procesos apuntó justamente a cuestionar la presentación de estos movimientos, como extensiones de ciclos cortos (Kitchen) o medios (Juglar) motorizados por exigencias de renovación tecnológica. Algunos autores cuestionaron su visión, afirmando que los capitalistas no innovan cuándo se eleva la tasa de ganancia, sino por el contrario en los momentos de retracción. Señalaron que esta declinación los obliga a contrarrestar pérdidas con el uso de nuevas tecnologías, que ya han sido experimentadas en la producción de pequeña escala18. Pero Mandel no objetó la existencia de esa reacción capitalista, sino que ilustró cómo las innovaciones se difunden cuándo la tendencia económica declinante se revierte. Su enfoque cuestiona la exagerada apelación a consideraciones tecnológicas, pero incorpora muchos elementos de la explicación schumpeteriana. El teórico marxista especialmente aceptó el carácter discontinuo de la innovación, frente a los teóricos gradualistas que desconocen la distinción entre innovaciones básicas y radicales, descreen de la existencia de las revolu-

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REVOLUCIONES TECNOLÓGICAS La teoría de Mandel incluye una concepción de las revoluciones tecnológicas diferente del planteo schumpeteriano. Esta última visión atribuye los períodos de ascenso de las ondas largas a la aparición de innovaciones radicales y las etapas descendentes a una absorción de estos avances. La sucesión regular de los ciclos Kondratieff es asociada con el período de amortización, que exige cada bandada innovadora. A través de numerosas investigaciones empíricas se ha han buscado demostrar esa coincidencia temporal17. Mandel aceptó la correlación en debate, pero explicó las oleadas de prosperidad por el comportamiento de la tasa de ganancia de largo plazo y no por el cambio tecno-

16 Este cuestionamiento plantea: Guillen Romo Arturo, 1993, Freeman Christopher, Clark John, Soete Luc, 1983, Kleinknecht Alfred, 1990, Taylor James, 1988-a, Taylor James, 1988-b, Glismann Hans, Rodemer Horst, Wolter Frank, 1983, Tylecote Andrew, 1994. 17 Freeman Christopher, 1985, (capítulos 2, 3 y 4).

18 Kleinknecht Alfred, 1981.

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ciones tecnológicas e interpretan a las ondas largas como meros accidentes históricos. Sin intervenir directamente en esos debates, Mandel postuló una visión afín a los defensores de las bandadas innovadoras. No compartió la tesis de un patrón acumulativo de cambios tecnológicos signado por trayectorias dispares y variaciones azarosas19. También la periodización de las revoluciones tecnológicas propuesta por Mandel es semejante al esquema schumpeteriano. Coincide en subrayar la relevancia de la máquina de vapor (1800-47), el motor fabricado mecánicamente (1847-90), la electricidad (1890-1940) y la energía nuclear (1940-70). Pero su enfoque asocia cada uno de estos episodios a los cambios registrados en las modalidades de transferencia de la plusvalía, desde el sector de bienes de capital a bienes de consumo (y viceversa) o desde empresas de menor a mayor automatización. Con estos señalamientos buscó demostrar que la irrupción y agotamiento de las rentas tecnológicas se vincula con formas cambiantes de apropiación de la plusvalía. Algunos comentaristas estiman que sobrevaloró el papel de la energía en desmedro de las máquinas herramientas y que también exageró la ponderación del rol de la energía nuclear durante la posguerra20. Pero un acierto evidente fue su atención pionera al papel reorganizador del proceso de trabajo que cumplen las revoluciones tecnológicas. Estudió cómo los capitalistas aprovechan los períodos depresivos de creciente desocupación, para introducir normas que reordenan la

actividad laboral (taylorismo en 1914-40, desregulación laboral bajo el neoliberalismo). Mandel se interesó especialmente por este aspecto político-social. Prestó menos atención a las controversias schumpeterianas sobre el momento de las innovaciones radicales o sobre la forma en que se combinan los cambios de producto y proceso. En su madurez tendió a jerarquizar los problemas del proceso de trabajo, en comparación a la temática de la innovación21. Pero al estudiar las revoluciones tecnológicas optó también por utilizar esa denominación, en lugar del concepto revolución industrial aplicado inicialmente. Esta sustitución apuntó a subrayar el carácter histórico único de este último acontecimiento. Aquí Mandel tomó distancia con la noción de revolución científico-técnica postulada por los economistas del extinguido «bloque socialista»22. Distinguió de hecho las revoluciones científicas (descubrimientos claves reconocidos por la comunidad de expertos) de las revoluciones tecnológicas (innovaciones radicales que impactan sobre el conjunto de la actividad productiva).Tuvo en cuenta esta diferenciación, para desestimar la presentación de la ciencia como una «fuerza productiva autónoma» (y «rectora de la civilización»), que propagaban los teóricos del marxismo oficial. Por eso vinculó correctamente las ondas largas con las revoluciones tecnológicas y no con los «ciclos de conocimiento científico», que resaltaban esos autores.

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19 Rosemberg Nathan, Frischtak Claudio, 1986, Solomou Solomos, 1986, Solomou Solomos, 1987. 20 Corona Leonel, 1989, Dos Santos Theotonio, 1983, (cap 1).

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21 Este aspecto destaca Coombs Rod, 1984. Para las discusiones interschumpeterianas ver: Freeman Christopher; Clark John, Soete Luc, 1985, (capítulos 2, 3 y 4), Mensch Gerhard, Coutinho Charles, Kaasch Klaus, 1983, Duijn Jacob Van, 1983 Rojas Mauricio, 1991. 22 Richta Radovan, 1971 Kedrov M.B, Spirkin A, 1969.

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CRÍTICAS AL ESTANCACIONISMO Con su teoría de las ondas largas Mandel se apartó de la tradición dogmática de repetir conceptos, como si fueran sentencias bíblicas. Replanteó en forma crítica la tesis leninista de la declinación histórica del capitalismo y el diagnóstico de un estancamiento de las fuerzas productivas, que formuló Trotsky. El pensador belga aceptaba que la etapa progresiva del capitalismo concluyó en 1914, pero sólo en el sentido de una creciente preeminencia de los aspectos más negativos del sistema. No identificó este giro con un estancamiento económico (o descomposición social) semejante al registrado, por ejemplo, durante el ocaso del modo de producción esclavista. Destacó que la guerra, los genocidios y la explotación se multiplicaron en el siglo XX socavando los pilares de la civilización. Pero consideró que esas tendencias no eliminaban el sustento objetivo del capitalismo en el crecimiento, la competencia y la innovación. Recordó que una peculiaridad del régimen predominante es la imposibilidad de detener o regular el crecimiento y atemperar por esa vía las crisis de sobreproducción. Mandel constató que una nueva onda larga había irrumpido en el mismo siglo de la proclamada «fase final y agónica» del capitalismo. Frente a este hecho reformuló la definición de la etapa declinante, como un estadio de creciente auxilio extra-económico a los procesos de acumulación, para compensar la pérdida de fuerzas espontáneas del capitalismo. Por eso asignó tanta importancia al shock exógeno en el inicio de una onda expansiva. La incomprensión de esta caracterización conduce

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a ciertos críticos a observar en Mandel un enfoque «economicista, que subestima la política»23. La teoría de las ondas largas fue considerada pro-capitalista por muchos autores trotskistas, que plantearon cuestionamientos semejantes a los recibidos por Kondratieff durante en los años 30. Estas objeciones desconocen que Mandel se opuso explícitamente, a interpretar las ondas largas como etapas de recreación eterna del capital. Sus críticos remarcaron que la continuidad de la decadencia, el parasitismo y la renta financiera impedían el desarrollo de una tercera etapa del capitalismo. Pero supusieron que el capitalismo carga con una predeterminación histórica de transitar sólo por dos fases, delimitadas en torno al año 1914. Con esa visión eludieron caracterizar el significado del incremento de la productividad y del salario real, que se registró durante la posguerra. Mandel polemizó especialmente con una versión de esas críticas que invalidaba la existencia de ondas largas ascendentes durante el siglo XX, argumentando que en este período las «fuerzas productivas cesaron de crecer». Estos autores reemplazaron la caracterización objetiva de las fuerzas productivas por una definición centrada en el «desarrollo del hombre». Describieron cómo el desenvolvimiento del ser humano se había frustrado durante las últimas décadas. Pero no pudieron conectar estos juicios filosófico-religiosos con algún rasgo objetivo del capitalismo contemporáneo. El teórico marxista analizó, en cambio, detalladamente los componentes humanos y materiales de las

23 Mandel Ernest, 1998-a, Castillo Cristian 1998.

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fuerzas productivas. Estudió la potencialidad del trabajo materializada en la capacitación laboral de los asalariados y el nuevo desarrollo de los instrumentos de trabajo. Con este enfoque evitó las simplificaciones del estancacionismo24.

La concepción de Mandel adscribe al determinismo histórico-social que postula el materialismo histórico. Esta metodología se verifica en el criterio endógeno-exógeno que propuso para esquematizar las ondas largas, adoptando elementos de la teoría convencional del ciclo y de los estudios historiográficos sobre «shocks sistémicos»25. Con este bagaje formuló su modelo de leyes del capital, operando en combinación con variables parcialmente autónomas. Concibió así la reproducción capitalista como una síntesis de tendencias, que determinan cierta dirección y velocidad del proceso de acumulación, en función de impactos políticos-sociales cruciales. Consideró que este contradictorio proceso es socavado por desequilibrios intrínsecos del capitalismo, sujetos a crecientes disonancias temporales. Este abordaje es diametralmente opuesto al determinismo naturalista de la ortodoxia neoclásica, que frecuentemente descalifica la teoría de las ondas largas. Algunos exponentes de esa vertiente definieron despectivamente a esa concepción como una «elucubración de

ciencia ficción» y la contrapusieron con el «carácter comprobadamente científico del ciclo». Reivindicaron el estudio econométrico de las fluctuaciones periódicas, en oposición a «ondas largas carentes de consistencia empírica» y «estabilidad epistemológica»26. Pero este cuestionamiento es prisionero del restrictivo horizonte que impone la metodología walrasiana del equilibrio. Los neoclásicos rechazan cualquier periodización histórica del capitalismo, ya que vislumbran al actual sistema social, como un régimen natural y eterno. Por eso no logran siquiera distinguir el cariz económico del ciclo del significado histórico de la onda. Pero este rechazo conduce a desconocer la propia dinámica del ciclo. Estas fluctuaciones son presentadas como vientos pasajeros que perturban un equilibrio natural, siguiendo la metáfora walrasiana del lago. Observan cada vaivén como un resultado de cierto impacto exterior sobre una estructura estable, que se balancea en forma pendular absorbiendo los efectos adversos. Este esquema se inspira en una inadmisible extrapolación de instrumentos analíticos de la ingeniería (fuerzas impulsoras, mecanismos de propagación) al estudio de la economía. Con ese esquema no se pueden realizar mediciones adecuadas para refutar (o convalidar) la existencia de las ondas largas. Mandel no participó de esas controversias empíricas, pero convocó a observar con flexibilidad la periodización exacta de cada fase. Su enfoque contrastó con muchas investigaciones instrumentalistas, que ubican el centro

24 Mandel Ernest, 1978-a, (cap 6 y 18), Fougeyrollas Pierre, 1981. 25 Mandel Ernest, 1994, Estey James, 1960, Forrester Jay, 1983.

26 La primera objeción es de Mansfield Erwin, 1983. La segunda de Avramov Roumen, 1996.

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DETERMINISMO HISTÓRICO-SOCIAL

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del problema en la corroboración. Insisten en verificar o desechar la existencia de las ondas, recurriendo a mediciones totalmente divorciadas del contenido socio-histórico de lo que se está analizando. En este terreno Mandel se limitó a puntualizar la centralidad de las variables de la producción y jerarquizó la dimensión cualitativa del estudio. Pero sobre todo evitó el enfoque puramente econométrico, que desenvuelve cálculos a partir de presupuestos de estabilidad de los datos estructurales. Estos fundamentos resultan inaplicables al estudio de movimientos de largo plazo.27 El determinismo histórico-social de Mandel contrastó, también, con la herencia de fatalismo mecanicista legado por el marxismo de la II Internacional. Su mirada fue propicia a la asimilación de ciertas variables cualitativas de la heterodoxia (expectativa keynesiana, innovación schumpeteriana), pero subrayando la centralidad rectora de las leyes del capital. Esta aceptación de cierto devenir del proceso de acumulación capitalista es objetado por los autores keynesianos (atención excluyente a las expectativas de corto plazo) y evolucionistas (preocupación por la interacción entre los individuos y su medio ambiente). En estos cuestionamientos se inspira la identificación hostil de las ondas largas con las «visiones teleológicas del marxismo». Pero esta objeción resulta particularmente inaplicable a Mandel, que al insistir en la gravitación de las

«variables autónomas» se ubicó en las antípodas de cualquier fatalismo. Situó su teoría en el marco analítico de leyes rectoras del capital que condicionan procesos, cuyo desenvolvimiento no es puramente contingente, azaroso o imprevisible.

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27 Este acierto metodológica es destacado por Louca Francisco, 1999, Louca Francisco, 1997, (cap 7 y 8). Los enfoques son aplicados por Nakicenovic Nebojsa, Grubler Arnulf, 1991, Nakicenovic Nebojsain, Lee Thomas, 1990, Brooks Harvey, 1990, Brill Howard, 1988, Goldstein Jonathan, 1999-b.

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EL SIGNIFICADO ACTUAL DE LA TEORÍA Las ondas largas constituyen una importante referencia para evaluar la hipótesis de una nueva etapa del capitalismo durante la era neoliberal. La teoría brinda instrumentos para considerar ese diagnóstico y Mandel reflexionó sobre este tema en sus últimos trabajos de principios de los 90. En estas caracterizaciones rechazó tajantemente la idea de una nueva fase ascendente e insistió en la continuidad del período contractivo comenzado a mitad de los 70. Resaltó la persistente declinación de la tasa de ganancia de largo plazo, el estrechamiento de los mercados, la indefinición del liderazgo mundial y la magnitud del descontrol financiero. Enfatizó, además, la existencia de un empate social entre la clase obrera y la burguesía y la vigencia de grandes limitaciones en el proceso de restauración del capitalismo en Rusia, China y Europa Oriental. Mandel reconoció la gravitación de las transformaciones económicas registradas en ese período (especialmente la privatización de la emisión y el avance de la mundialización), pero estimó que estos cambios sólo profundizaban la crisis precedente. Consideraba que el peso social logrado por la clase trabajadora obstruía

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5. CICLOS Y ONDAS LARGAS

sensiblemente la posibilidad de una nueva etapa del capitalismo28. Pero este diagnóstico comenzó a chocar con muchos aspectos de la nueva realidad. El desconocimiento de estas transformaciones socavó incluso la utilidad de un modelo analítico, tan opuesto al simplismo catastrofista (crisis permanente), como a la ilusión de un automático renacimiento del capitalismo. En oposición a la rutinaria afirmación que «perdura la onda larga decreciente», distintos analistas comenzaron a explorar el posible inicio de una nueva etapa del sistema. Aquí siguieron tres sugerencias metodológicas de Mandel. Evitar razonar por mera oposición (repetir que subsiste la crisis, frente a los apologistas del neoliberalismo), recordar que una onda larga ascendente no es inexorable, pero tampoco imposible. Y finalmente apartarse del esquema omnipresente de posguerra, estudiando escenarios comparativos con otros períodos (por ejemplo, 1890-1914). Con estos criterios ya podía vislumbrarse a mitad de los años 90 que la gran ofensiva del capital sobre el trabajo había modificado drásticamente las relaciones de fuerzas con los trabajadores. Este retroceso no era irreversible, ni satisfacía plenamente las exigencias de valorización del capital, pero había creado un contexto muy regresivo para los trabajadores por la expansión del desempleo, el aumento de la pobreza y la creciente precariedad laboral. Este cambio fue tan significativo como la crisis del proyecto socialista, que Mandel describió acertadamente luego del colapso de la URSS.

En este contexto el capitalismo protagonizó una importante expansión geográfica (penetración en todo el ex bloque socialista) y sectorial (privatizaciones, mercantilización de la salud, la educación y la cultura). Se produjo también un salto cualitativo en la internacionalización productiva, bajo comando de las empresas transnacionales. Este viraje empalmó a su vez con el desarrollo de una nueva revolución tecnológica, basada en el impacto de la microelectrónica sobre la productividad y la organización del trabajo. En esta fase el imperialismo norteamericano recuperó liderazgo político-militar y gravitación dominante en el manejo de las finanzas globales. Se verificaron, además, nítidos síntomas de recuperación de la tasa de ganancia, en un contexto de polarización mundial de ingresos y sucesivos estallidos bancarios en la periferia. Mandel no llegó a estudiar estos cambios y en cierta medida se resistió a abordarlos. Pero desarrolló una concepción muy fructífera para interpretar su significado y evaluar en qué medida esas transformaciones sentaron las bases de una nueva etapa del capitalismo.

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28 Mandel Ernest, 1996, Mandel Ernest, 1995, (cap 5 y 6).

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UN TEÓRICO MILITANTE La teoría de las ondas largas forma parte de la excepcional producción teórica que desenvolvió el economista belga. En esa concepción están presentes todos los elementos del marxismo tradicional y abierto que propició ese pensador. Su obra constituye una peculiar fusión del corpus clásico del marxismo con distintos elementos de las ciencias sociales contemporáneas. Este abordaje mul-

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tidimensional –ajeno al dogmatismo y a la simplificación– convirtió sus trabajos en una referencia obligada de la economía crítica. Mandel fue un teórico del marxismo militante, que ensambló la teoría con la práctica política socialista. Escribió con la mirada siempre puesta en la batalla por construir una sociedad emancipada de la explotación. Sus admiradores y críticos coinciden en describir el impulso optimista que guió su obra. Este empuje no le quitó realismo a sus caracterizaciones, dentro del obligado margen de error que impone la intervención activa en la lucha política29. El optimismo de Mandel expresó su confianza en el socialismo. Esta expectativa constituye un componente esencial de batalla por gestar una sociedad emancipada de la explotación. Mantener ese espíritu es indispensable para continuar su obra.

Capítulo 6 FINANZAS Y MONEDA

Las transformaciones financieras recientes han suscitado numerosas reflexiones teóricas sobre la naturaleza de los bancos y el dinero. Los principales cambios que incentivan estos análisis son la desregulación, la globalización y la gestión bursátil de de las firmas. En el debate para explicar las relaciones entre la denominada financiarización y el funcionamiento actual del capitalismo participan todas vertientes de la ortodoxia, la heterodoxia y el marxismo1.

DESREGULACIÓN La liberalización financiera de las últimas dos décadas redujo la segmentación de actividades entre los bancos, aumentó la emisión directa de obligaciones por parte de las empresas y generalizó la difusión de nuevos instrumentos crediticios. Estas modificaciones intensificaron la competencia entre entidades por captar ahorros y colocar préstamos. La desregulación introdujo, además, el uso de papeles de corto plazo y alto rendimiento (hedge funds), el manejo de títulos de dudoso cobro (bonos basura) y la negociación 1

29 Ver algunas semblanzas en Shaik Anwar, 1996, Lowy Michel, 1999, Achcar Gilbert, 1999, Blackburn Robin, 1996.

Una descripción general de estas transformaciones presentan: Plihon Dominique 1997, Brunhoff Suzanne 1996, Brunhoff Suzanne 1999, Brunhoff Suzanne 2001.

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6. FINANZAS Y MONEDA

de transacciones encadenadas (apalancamiento). También se extendieron las operaciones de especulación simultánea con el precio de varios activos (derivados) y los negocios en diversos mercados (arbitrajes). El grueso de estas operaciones se ha concentrado en pocos sitios. En primer lugar, la plaza cambiaria aglutina transacciones diarias dos veces superiores a la totalidad de las reservas internacionales. La ausencia de un patrón internacional regulador de los tipos de cambio amplificó las apuestas asociadas con la devaluación o revaluación de las principales divisas. En segundo término, el mercado de la deuda pública perdió su condición de operación exclusiva de los grandes bancos. Se transformó en la principal actividad muchos fondos de inversión, particularmente especializados en la refinanciación de los pasivos del Tercer Mundo. La tercera vedette han sido las acciones que registraron un crecimiento explosivo. En Wall Street el precio de los papeles se multiplicó por cinco durante la década pasada y la capitalización bursátil mundial trepó del 40% del PBI global (1990) al 110% (2000). Finalmente el mercado de títulos privados –emitidos directamente por las grandes corporaciones– alcanzó una dimensión sin precedentes. La desregulación en estos sectores se inició en 197980, con la eliminación de los controles internacionales a los movimientos de capital y con la apertura del mercado de títulos públicos a todas las entidades. Esa liberalización generó una explosión de liquidez que superó los dos antecedentes de este cambio: el mercado del eurodólar de los años 60 (reciclaje de las divisas obtenidas por las corporaciones norteamericanas en el viejo continente) y el boom de los petrodólares de los 70. La difusión de los

paraísos fiscales y el frenesí bursátil ampliaron exponencialmente la circulación internacional de los capitales. La desregulación indujo a canalizar el ahorro hacia fondos de inversión en desmedro de los bancos tradicionales. Estas entidades continuaron liderando la financiación de la inversión corriente, pero sus concurrentes –más exentos de controles– atrajeron flujos crecientes de dinero. Esta situación alimentó significativamente la inestabilidad. Mientras que los préstamos se difundieron a un vasto número de nuevas instituciones, los controles se mantuvieron acotados a la vieja estructura bancaria. Este divorcio tornó más difícil distinguir entre los problemas coyunturales de liquidez y las dificultades estructurales de solvencia2.

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GLOBALIZACIÓN Durante este período se consumó también un salto cualitativo en la integración financiera de los mercados locales a los flujos internacionales. Con la globalización se multiplicaron las fuentes de emisión y se deterioró la incidencia de las políticas monetarias nacionales. Esta pérdida de eficacia de los mecanismos de regulación de cada país coincidió también con la erosión de los sistemas de tipo de cambio fijo y la consolidación de la hegemonía del dólar. En esta divisa está nominado el 60% del comercio, el 80% de las operaciones de cambio 2

El impacto especulativo de las transformaciones financieras ha sido ampliamente documentado por Chesnais Francois, 1996-c (Introduction), Aglietta Michel 1994, Evans Trevor 2000, Guttmann Robert 1996

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6. FINANZAS Y MONEDA

interbancarias y el 66 % de las reservas mundiales. Este dominio refleja tanto la supremacía financiera norteamericana, como la ausencia de un sistema de reglas cambiarias equiparables al patrón oro (1880-1914) o a los acuerdos de Bretton Woods (posguerra). Pero la sustitución de una moneda patrón por ese señorazgo del dólar no redujo la inestabilidad cambiaria. La globalización financiera ha servido también para nutrir de liquidez a las empresas transnacionales. Estas firmas buscan maximizar las ganancias combinando estrategias de aprovisionamiento, mercado y racionalización productiva. Las transformaciones financieras apuntalaron esta mixtura de coordinación horizontal y vertical3. La nueva conexión entre la mundialización financiera y productiva son visibles en múltiples planos. Las inversiones absorbidas por las privatizaciones han sido por ejemplo orientadas hacia las ramas que manejan las empresas transnacionales. También las fusiones (que se multiplicaron a un ritmo anual del 25%) y la inversión extranjera (que canaliza flujos anuales de 800.000 millones de dólares) han girado en torno a grandes corporaciones que absorben el grueso de la financiación mundial.

modalidad de dirección (shareholder value) se reforzó el papel de los inversores institucionales sobre los directores tradicionales y se generó una fuerte presión para obtener rendimientos máximos en el corto plazo4. Al jerarquizar esta rentabilidad inmediata –asimilando la gestión de la empresa a un fondo de inversión– la gerencia incorporó mecanismos de arbitraje entre las alternativas de la producción, como si fueran opciones financieras. Pero esta simulación provocó múltiples tensiones, puesto que ambos sectores no son equiparables. Los costos de inversión deben amortizarse y las plantas no pueden trasladarse. Con el barómetro bursátil se crearon ilusiones contables, que chocaron una y otra vez con la realidad de las empresas. La principal función de estos criterios de gestión fue recomponer las ganancias mediante un aumento de la explotación. El termómetro accionario se introdujo para justificar reducciones salariales, despidos e incrementos del ritmo de trabajo. Quiénes más han padecido la «dictadura de los fondos de inversión» han sido los trabajadores. El shareholder value ha sido un instrumento de los dueños de las compañías para restaurar la rentabilidad, con el auxilio de la gestión bursátil. La imagen corriente de esta administración describe un asalto de los financistas a las firmas para vaciarlas y liquidarlas. Pero con esta fábula moral se oculta que el objetivo del cambio no ha sido la devastación de las firmas, sino la recomposición del beneficio mediante el aumento de la explotación.

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GESTIÓN BURSÁTIL En los últimos años se introdujeron formas de gestión de las empresas basadas en los resultados bursátiles y en la preeminencia de los gerentes financieros. Con esta

4 3

Hemos analizado esta transformación en Katz Claudio 2001

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Froud Julie, Haslam Colin, Johal Sukhdev, Williams Karel, 2000, Williams Karel, 2000.

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LA ECONOMÍA MARXISTA, HOY

INTERPRETACIÓN MARXISTA La interpretación marxista subraya que la prioridad de las modificaciones financieras recientes ha sido apuntalar la ofensiva del capital contra el trabajo. La desregulación acentuó la presión patronal por reducir costos laborales y la globalización intensificó la concurrencia entre los trabajadores de distintos países. Se ha buscado recomponer la tasa de ganancia favoreciendo una depuración de capitales, a través de quiebras y fusiones. El capital financiero facilitó este proceso y absorbió al mismo tiempo una porción significativa del beneficio recompuesto. Pero estas transformaciones acentuaron todas las turbulencias financieras, sin alumbrar un régimen monetario y cambiario estable. Durante los años 90 el capital financiero impuso la creciente gravitación de los acreedores, la primacía de políticas antiinflacionarias, la generalizada restricción presupuestaria y el control de la expansión monetaria. Pero este ascenso de los financistas no consagró su hegemonía definitiva dentro de las clases dominantes. Coexistió también con un avance de los managers, preocupados por la productividad y competitividad de las firmas. La disciplina monetaria y la nueva ingeniería financiera no han sido los únicos temas de la agenda del capital. Algunos analistas incluso evalúan que un desarrollo ulterior de la reestructuración capitalista, exigiría relegar al sector financiero de la gestión macroeconómica5. Esta

6. FINANZAS Y MONEDA

interpretación forma parte de las discusiones que desató la financiarización entre los autores marxistas.

TEORÍA DEL CAPITAL RENTISTA Una corriente interpreta que las transformaciones recientes expresan el predominio de un régimen de acumulación rentista, que sustituyó a fordismo de posguerra y afianzó la hegemonía de los financistas. Estima que el dominio de Estados Unidos se basa en ese liderazgo rentista, ejercido a través del manejo del dólar y el control de finanzas divorciadas de la inversión genuina. Consideran que esta hipertrofia condujo a la total absorción financiera del aumento de la tasa de plusvalía6. Esta visión aporta sólidas denuncias de la especulación y ha contribuido a esclarecer los nuevos desequilibrios de la esfera financiera. Pero al enfatizar en forma excesiva la autonomía de esta orbita, tiende a perder vista las conexiones que vinculan a este sector con los fundamentos productivos del capitalismo. Incluso se desliza, a veces, hacia una representación fantasmal de la financiarización. El análisis marxista le asigna una relevancia prioritaria a la esfera productiva, ya que en este campo se procesa la expropiación y acumulación de la plusvalía. Esta categoría precede analíticamente al interés, que representa tan sólo un derecho sobre valorizaciones futuras del capital, surgidas de la explotación del trabajo asalariado. 6

5

Dumenil Gerard, Levy Dominique, 2001, Dumenil Gerard, Levy Dominique, 2000, (cap 1,2 y 9-15).

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Chesnais Francois, 1999-b, Chesnais Francois, 1996-b, Chesnais Francois, 1996-a, Chesnais Francois, 2001, Chesnais Francois, 1998, Serfati Claude 1997.

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6. FINANZAS Y MONEDA

Por esta razón, las leyes del capital que determinan la tasa de acumulación, inversión o ganancia no se extienden a la tasa de interés. El nivel de esta variable es habitualmente determinado por la oferta y la demanda de dinero. Subrayar este hecho permite recordar que el valor generado por los asalariados y apropiado por los capitalistas se canaliza estructuralmente hacia la acumulación o el consumo y sólo secundariamente hacia la especulación. Las transacciones financieras son frecuentemente definidas como un «comercio de promesas», puesto que representan expectativas de realización futura de la explotación de la fuerza de trabajo. Los títulos se valorizan o desvalorizan –en última instancia– en función de esa apuesta y las finanzas nunca se despegan totalmente de sus fundamentos materiales. El abandono de estos principios conduce a un encandilamiento con las variables de corto plazo7. Si se mantiene la jerarquía analítica tradicional del marxismo, resulta posible indagar adecuadamente las transformaciones financiero-productivas. Esta mirada ha permitido estudiar la falta de sincronía entre el ciclo del crédito y el ciclo industrial, la volatilidad del mercado accionario frente al comportamiento de la tasa de ganancia y la determinación del tipo de cambio en función de distintos niveles de la productividad8. Este enfoque resalta que el capital especulativo no es antagónico, sino complementario del capital productivo.

Esta caracterización es vital para formular críticas al parasitismo de los banqueros, que no sustituyan la condena de la explotación que practican los industriales.

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7 8

Estas acertadas observaciones son planteadas por: Husson Michel 1997, Husson Michel 1996-a. Ver: Mandel, Ernest, 1969-a, (T 2, cap 7 y 8), Shaik Anwar 1995, Carchedi, Gugliemo, 1991, (Cap 1, 5, 6, 7 8).

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EL CAPITAL FINANCIERO Algunos teóricos del capital rentista presentan su enfoque como una continuación del análisis que expuso Hilferding a principios del siglo XX. Destacan que la fusión del capital bancario e industrial ha recobrado fuerza con el avance de la globalización, la supremacía de los financistas en los directorios de las corporaciones y el avance de un nuevo capital especulativo parasitario9. Esta caracterización asocia correctamente el rol protagónico de los banqueros con el aumento de la especulación. Pero no hay que olvidar que los procesos de depuración financiera y desvalorización de títulos, acciones o divisas también limitan esa preeminencia del capital especulativo sobre el productivo. Las crisis contemporáneas han sido potenciadas por la gravitación de las finanzas, pero no obedecen a principalmente a esa influencia. En ciertas circunstancias la órbita financiera ha contribuido, incluso a canalizar el excedente de capital y a morigerar los desequilibrios. Las crisis capitalistas derivan de contradicciones gestadas en el proceso de producción y realización de la plusvalía. Los desequilibrios financieros anticipan, expresan o potencian estas conmociones y por eso la sobre9

Hilferding Rudolf 1973, (cap 1 a 14), Lenin Vladimir 1974, Chesnais Francois 1997, Chesnais Francois 1999-a, Carcanholo Reinaldo, 2001.

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acumulación del capital irrumpen junto a la sobreproducción de mercancías. Estos desequilibrios se manifiestan, además, en forma periódica y no endémica, ya que derivan del movimiento cíclico de la acumulación. La plétora de mercancías y capitales aparece al cabo de situaciones de sobre-inversión y exceso de ahorro. Al suponer que el capital financiero ha predominado estructuralmente durante el siglo XX se desconoce la centralidad que tiene la extracción de plusvalía en la acumulación. Este error es extremado por los teóricos pos-industrialistas del «capitalismo inmaterial» y del «beneficio intangible», que imaginan principios sustitutos de la explotación del trabajo en el funcionamiento del capitalismo. Reconocer esta centralidad es incompatible con proclamar, que los apropiadores financieros han desplazado a los expropiadores empresarios en el manejo del sistema. Nadie ha logrado explicar por qué razón los industriales renunciarían al status de grupo dominante, que deriva de su gestión directa del valor creado por los trabajadores. Se podría argumentar que ese sector perdió supremacía al cabo de un largo proceso de endeudamiento con los bancos. Pero una situación de este tipo no puede eternizarse sin transformar los cimientos del capitalismo. O al cabo de muchas quiebras y fusiones cesa la dependencia hacia los acreedores, o los banqueros se hacen cargo de las empresas y asumen las funciones de industriales. En este último caso se concretaría la anunciada fusión entre el capital bancario e industrial, pero ya no bajo el dominio de los financistas.

Existen fuertes indicios que la constitución de sociedades anónimas bajo el dominio de las finanzas –que describió Hilferding– fue un proceso específico del capital alemán. Esa hegemonía volvió a repetirse en otras coyunturas y países, pero sin convertirse nunca en el rasgo dominante de la acumulación. Además, el modelo alemán de integración bancaria e industrial fue diferente al tipo de relaciones entre ambos sectores que predominó en Estados Unidos, Francia o Inglaterra. Incluso varios teóricos del capital rentista han reconocido, que durante el boom de la posguerra las corporaciones industriales alcanzaron un alto grado de autofinanciamiento y tomaron la delantera frente a la banca10.

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CAPITAL-FICTICIO Otro fundamento de la teoría del capital rentista es la creciente gravitación del capital ficticio. Esta modalidad es habitualmente identificada con el dinero que se valoriza artificialmente en el mercado, sin contar con una contrapartida equivalente en el plano productivo. Los títulos públicos, las acciones y las obligaciones negociables constituyen los ejemplos clásicos de esta forma de capital. Algunos autores estiman que la influencia de esta modalidad superó en las últimas dos décadas todos los precedentes del pasado. Presentan ejemplos de divorcio entre las cotizaciones de los bonos públicos y la capaci10 Ver: Brunhoff Suzanne, 1975, (cap 2), Andreff Wladimir, Pastré Olivier, 1981.

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dad de pago del estado. También subrayan la desconexión entre los precios de las acciones y la rentabilidad de las empresas. Destacan que cada segmento del capital ficticio representa un monto de dinero para su poseedor, pero que no es realizable a escala general. Son sumas brutalmente infladas y carentes de apoyatura real11. Pero la propia categoría de capital-ficticio presenta gran complejidad. Marx introdujo el concepto para estudiar el papel del crédito en la formación de la ganancia media y para esclarecer el rol de la Bolsa en esa equiparación. Indagó cómo la constitución de las sociedades por acciones expande el crédito y favorece simultáneamente la redistribución del beneficio12. Brunhoff destaca que las acciones se negocian anticipadamente en función de un lucro futuro y que su precio tiene una doble determinación: la expectativa de ganancia y la tasa de interés. Cuándo ambas cotizaciones se separan, el nivel de las acciones parece divorciado de la rentabilidad de la empresa y por eso se habla de un capital ficticio. Marx buscó desenmascarar la ilusión fetichista creada por esta separación, recordando que la valorización de un título no deriva del movimiento bursátil. En última instancia, cada acción es comprada y vendida por la promesa de plusvalía que despierta la firma emisora. La misma autora remarca esta conclusión, al contraponer la concepción de Marx con la visión ortodoxa. Para los neoclásicos un capital es ficticio cuándo su emi-

sión vulnera el equilibrio del mercado. Es el caso de los préstamos bancarios divorciados de los depósitos, las monedas lanzadas sin respaldo o las obligaciones difundidas sin sustento genuino. Brunhoff también señala que Marx no utilizó el término de capital ficticio para contraponer capitales reales con imaginarios, sino para argumentar contra la ilusión fetichista de los especuladores. Buscaba resaltar el origen de cualquier beneficio financiero en la plusvalía. La misma autora subraya, además, que cualquier modalidad de capital-dinero incluye siempre una función necesaria para la circulación (ensanchar el horizonte de la reproducción) y una acción especulativa propia del manejo crediticio. Estas dos dimensiones están presentes también en el capital ficticio, incluso cuándo su grado de autonomía respecto a la actividad productiva es mayor que en otras formas de financiamiento13. Como la demanda de capital ficticio proviene en última instancia de su vínculo con la creación de plusvalía, tiene una validación social semejante a cualquier otro segmento del capital-dinero. Por eso aunque el capital ficticio circule en el corto plazo en un mercado especulativo regido por las maniobras de los financistas, en plazos más prolongados las acciones se demandan de acuerdo a las ganancias de cada empresa y los títulos públicos se valorizan en función de la solvencia fiscal de cada estado. La frontera entre el capital ficticio y otras modalidades del capital-dinero es muy borrosa, ya que en la acumulación no cumple un papel puramente ilusorio. Su

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11 Chesnais, Francois 1996-c, Chesnais Francois 1996-b, Chesnais Francois 2001, Carcanholo Reinaldo, 2000. 12 Marx Carlos, 1973-b, (tomo III, sección 3).

13 Brunhoff Suzanne, 1986, (cap 4).

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carencia de contraparte real sólo se verifica en los momentos de gran crisis y desvalorización de capitales. La exageración del papel del capital ficticio refuerza la imagen superficial del capitalismo contemporáneo, como un universo virtual de intercambios monetarios. Esta mirada pierde de vista cuáles son los montos realmente involucrados en las transacciones financieras. Frecuentemente se aceptan contabilizaciones duplicadas, que no registran cómo una misma suma de dinero cambia de manos en sucesivas operaciones. Al ignorar esta reiteración convalida la fantasmagoría financiera14.

ción obrera y destaca que la inestabilidad obedece a la erosión del dominio burgués. Con esta visión pretende también superar el enfoque dualista que observa en la separación entre tendencias económicas objetivas y lucha de clases. Propugna resolver esa fractura, estudiando el desborde financiero como un producto del poderío de la clase trabajadora15. Pero con este enfoque no se puede captar el carácter diverso y contradictorio que presentan las relaciones entre la esfera monetaria y la lucha de clases. Ciertamente el capital se fuga masivamente de un país a otro frente a situaciones revolucionarias, grandes luchas sociales o fuertes inestabilidades políticas. Reacciones de este tipo fueron muy visibles durante victorias socialistas o situaciones de hiperinflación. Pero el análisis de la financiarización reciente está mayoritariamente centrado en países avanzados, que preservaron en las últimas décadas las condiciones normales de acumulación. Resulta imposible explicar la desregulación, la globalización o la gestión bursátil en Estados Unidos, Europa o Japón, como una escapatoria del capital frente a las sublevaciones populares. En cualquiera de estas naciones las transformaciones financieras no se consumaron como resultado del «poder del trabajo», sino bajo el impacto de una ofensiva neoliberal que impuso retrocesos sociales y políticos a los trabajadores. La reproducción del capital se ha desarrollado reafirmando el poder de los capitalistas y la subordinación de los trabajadores.

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«FUGA DEL CAPITAL» Las descripciones propuestas por la corriente del capital rentista son parcialmente retomadas por una corriente, que atribuye la formación de una gran esfera especulativa al «poder del trabajo». Interpreta que el capital escapa hacia las finanzas al no lograr la subordinación de la clase obrera. Señala que esta imposibilidad empuja a los capitalistas a emigrar de la órbita productiva y a buscar réditos futuros en la expansión del crédito. Este enfoque destaca la existencia de una conexión directa entre el comportamiento del dinero y las fases de auge o reflujo de la lucha popular. Estima que las políticas de expansión y contracción de la moneda son mecanismos destinados a desactivar o forzar desenlaces de la confrontación clasista. Atribuye la perdurabilidad de la «hinchazón financiera» a la vitalidad de la insubordina14 Ver: Abalo Carlos 1998, Astarita Rolando 1999, Husson Michel 1997

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15 Holloway, John 1996, Holloway John, 2001, Holloway John, Bonefeld Werner 1995

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Por otra parte es inconcebible una huida sostenida hacia del capital hacia las finanzas, ya que la extracción de plusvalía tendería a declinar hasta agotarse. Situaciones de este tipo no han ocurrido nunca y no es previsible que alguna vez sucedan. Los teóricos de la «fuga del capital» nunca explicitan cuándo comenzó concretamente el ascenso obrero que ahuyenta al capital. Esa escapatoria parece exenta de fechas e inmune a las fluctuaciones cíclicas de la acumulación. La imagen del capitalismo erosionado por una financiarización estructural es congruente sólo con una visión estancacionista. Una situación de «fuga del capital» no predominó bajo el keynesianismo, ni durante los 70 o los 90. Tampoco resulta factible encontrar relaciones directas entre la lucha de clases y la política monetaria. El tequila mexicano, el desplome ruso o la debacle tailandesa no derivaron de acciones de la clase obrera. Tampoco la dolarización de Ecuador o la flotación cambiaria de Corea expresaron tipos diferentes de rebelión popular. Recurrir a cierta delimitación analítica entre la esfera objetiva de las leyes económicas y la órbita subjetiva de la lucha de clases resulta más útil para interpretar la financiarización, que disolver ambos niveles en fórmulas monetario-clasistas. Este «dualismo» permite situar el estudio de los procesos financieros en su correspondiente nivel analítico (los efectos de las leyes del capital sobre la órbita circulatoria). Ese esquema también facilita la comprensión de los procesos monetarios (por qué se contrae y expande la oferta monetaria según las necesidades del capital, cómo oscila tasa de interés en función de la tasa de ganancia o por qué los bancos regulan la emisión en el capitalismo

contemporáneo). El cuadro de la lucha de clases resulta indispensable para enmarcar este análisis, pero no para desarrollarlo. La teoría del «poder del trabajo» no permite esclarecer los rasgos específicos de la financiarización. Observando la insubordinación obrera no se explica por qué se acrecienta la influencia de los fondos de inversión, a qué obedece la vigencia de un régimen de flotación cambiaria o qué significa el avance de la gestión bursátil en los directorios. Es cierto que la acción política y sindical del proletariado y la tasa de redescuento bancaria forman parte de una misma realidad, pero para interpretar este contexto hay que recurrir a instancias analíticas diferenciadas.

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DINERO Y TEORÍA DEL VALOR La interpretación marxista de las finanzas se basa en la teoría del valor. Esta visión plantea que el dinero –como pilar básico del crédito– cumple distintas funciones en la circulación de las mercancías. El rol prioritario de la moneda es actuar como medida de valor, definiendo en el intercambio los premios y sanciones que reciben las firmas, que economizan o derrochan trabajo social. La moneda puede jugar este papel de equivalente general, porque ella misma fue históricamente también una mercancía sujeta al patrón del tiempo de trabajo. Por eso su valor de uso ha servido como barómetro del valor de cambio de las restantes mercancías. En su presentación del dinero como un bien particular, Marx demostró que la moneda cumple el rol de

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medida de valor, al brindar un patrón objetivo de verificación del tiempo de trabajo utilizado en la producción de las mercancías. Este proceso de intermediación monetaria resulta indispensable para el funcionamiento del capitalismo, ya que constituye el único enlace entre productores asociados a través del mercado16. Los empresarios fabrican tanteando la demanda y desconociendo el grado de aceptabilidad de sus mercancías, hasta el momento que logran convertirlas en dinero. Sólo allí pueden evaluar si han producido por debajo o por encima del tiempo socialmente necesario y recién en ese momento pueden calcular efectivamente sus beneficios. El dinero opera como el único medio que dispone la sociedad capitalista para validar el trabajo social y viabilizar la reproducción del capital. Todas las operaciones financieras ulteriores se concretan a partir de este principio. La moneda cumple una segunda función como medio de circulación, al actuar en la intermediación de todas las transacciones. La ley del valor regula la actividad económica definiendo el nivel de los precios, en función del tiempo de trabajo y no de acuerdo al total de la moneda disponible. Ese volumen incide ulteriormente sobre los precios, pero no es su determinante básico. La contracción y expansión de la moneda puede incentivar la inflación o la deflación, pero no define la formación de los precios que se configuran de acuerdo al patrón del tiempo de trabajo. Este mismo principio condiciona las transacciones financieras que se realizan en diversas circunstancias.

La teoría del valor también explica una tercera función del dinero en el atesoramiento, es decir en la absorción y abastecimiento de la liquidez, requerida por el ciclo industrial y la demanda especulativa. En los momentos de crisis la moneda opera como refugio de capitales emigrados de la órbita productiva. La concepción de Marx permite interpretar la cuarta función del dinero, como medio de pago entre deudores y acreedores. El dinero facilita en este caso la expansión de la reproducción, al prolongar mediante el crédito el tiempo de cumplimiento de los contratos. Los bancos fueron históricamente los protagonistas de esta intermediación, ya que actuaron como garantes o compensadores de los títulos suscriptos por los deudores y acreedores. Posteriormente centralizaron la redistribución del capital –periódicamente sobrante en algunos sectores industriales y demandado por otros– en el curso de ciclos desiguales de producción. Esta transferencia de fondos disponibles entre empresas excedidas o carentes de liquidez, evita la interrupción de la reproducción y acelera la rotación del capital. Pero en esta actividad los bancos comenzaron a actuar también como creadores de dinero, hasta desarrollar una función emisora clave en las finanzas contemporáneas. El monto del dinero-crédito que generan se ajusta también a la ley del valor, en la medida que los medios de pago lanzados al mercado están en última instancia asociados, con las necesidades del ciclo industrial. Esta forma de dinero no constituye una simple prolongación de la moneda, ni tampoco una variable divorciada de ese pilar. Representa otra forma complementaria del dinero y está regida por los mismos principios de valida-

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16 Marx Carlos, 1973-a, (tomo I, sección 1 y 2).

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ción mercantil de las mercancías, es decir por el tiempo de trabajo invertido en su producción17. Marx contempló una quinta función del dinero para las transacciones mundiales. En la época del patrón-oro este rol se efectivizaba a partir de las relaciones existentes, entre el precio del metal y las restantes mercancías (a su vez determinado por el tiempo de trabajo requerido para la producción de ambos tipos de bienes). La extinción de esta norma durante el siglo XX y la crisis posterior de las divisas claves obliga a actualizar esta caracterización y a indagar cómo el nivel de productividad prevaleciente en las economías hegemónicas define el liderazgo mundial de sus monedas. Algunos economistas estiman que el fin del patrónoro refuta la teoría del valor, sin notar que para Marx la medida del valor es el tiempo de trabajo y no las porciones mensurables del metal. El patrón-oro constituyó una modalidad histórica, pero no es la condición para las transacciones, ni representa un pilar insustituible de la teoría del dinero. Mientras que las concepciones metalistas remarcan la necesidad de un valor material intrínseco del patrón monetario, otros estudios investigan más adecuadamente al dinero en circulación, como equivalente a una cantidad específica de tiempo de trabajo abstracto18. La articulación jerárquica de las cinco funciones del dinero en la gestión de la moneda y el crédito puede ser sintéticamente representada en la figura de la pirámide.

En la base de esa estructura opera el crédito privado que anticipa (ante-valida) el valor de las mercancías, mediante préstamos entre bancos y empresas, posteriormente convalidados o rechazados por el mercado. En el medio de la pirámide se sitúa el dinero nacional, cuyos billetes respaldados por las reservas de cada país permiten la expansión y contracción de la moneda, en función de las necesidades de la circulación (pseudovalida). Finalmente en la cúspide de la pirámide se ubica el dinero mundial, que a través de distintas modalidades históricas de patrón-oro, áreas monetarias, patrón-dólar o flotaciones hegemónicas, consuma la validación directa de las mercancías comercializadas internacionalmente19.

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17 Brunhoff Suzanne, 1973 18 En esta línea se enmarcan las nociones de «valor del dinero» y «expresión monetaria del valor» que analiza Foley Duncan K, 19976 Marx Carlos, 1973-a, (tomo I, sección 1 y 2).

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LOS MITOS ORTODOXOS Los economistas ortodoxos reivindican las transformaciones financieras recientes ignorando sus efectos desestabilizadores. Argumentan que la concurrencia mejoró la asignación de los recursos y que la liberalización financiera perfeccionó el funcionamiento de los mercados. También afirman que la política neoliberal permite canalizar en forma adecuada del ahorro, al revitalizar el papel de las tasas de interés como barómetros de la rentabilidad. Pero esta idílica imagen choca con la realidad del intervencionismo, la concurrencia entre oligopolios y la

19 Ver: Brunhoff Suzanne, 1981, (cap 2), Evans Trevor, 1992, Arriola Joaquín, 2000, Netter Maurice, 2001

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manipulación bursátil. La desregulación ha incrementado la concentración del poder financiero y la influencia de las grandes corporaciones en el manejo del crédito. Se afianzaron la intermediación especulativa, la manipulación contable y el manejo secreto de los negocios amparados por el estado. La realidad de la globalización se ubica en las antípodas del ideal neoclásico de los mercados perfectos. Los capitales no fluyen libremente por el planeta favoreciendo a las naciones periféricas o reduciendo las desigualdades entre los países. Al contrario, la polarización mundial de ingresos se consolida con el creciente control del movimiento de los capitales por parte de las grandes corporaciones. Especialmente los países subdesarrollados con excedentes de mano de obra no reciben los capitales sobrantes de las economías avanzadas, ni obtienen reducciones de los costos financieros. Lejos de absorber productivamente la liquidez internacional han padecido el impacto devastador de los fondos especulativos de corto plazo. Las reformas neoliberales para «seducir capitales», sólo facilitaron durante los años 90 una escalada de colapsos financieros sin precedentes en la periferia. En ese período la expansión de los mercados accionarios pulverizó también el mito ortodoxo de la «democratización de la propiedad». El poder de los grupos capitalistas concentrados se consolidó en el manejo de la Bolsa a costa de los pequeños ahorristas. Esta supremacía desmoronó el sueño neoliberal de un capitalismo patrimonial, sostenido en el ahorro de las familias y gestionado por millones de accionistas.

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LA «MONEDA SANA» DE LA ORTODOXIA La ortodoxia también postula que las reformas neoliberales mejoraron el funcionamiento del capitalismo al promover la vigencia de «monedas sanas», que transparentan los mercados y facilitan la optimización electiva de los agentes. Los neoclásicos presentan la custodia del «valor de la moneda» como una condición de la liberalización financiera. Señalan que la manipulación inflacionaria impide la adecuada intermediación del dinero en la circulación de mercancías. Fieles a la teoría cuantitativa destacan que el éxito de la desregulación, la globalización y la gestión bursátil depende del control que ejerzan las «autoridades independientes» en la conducción de los bancos centrales20. Pero la creencia que un «manejo sano» del signo monetario sólo requiere convicciones neoliberales choca con la práctica de políticas expansivas, que ha caracterizado la gestión de numerosos próceres del monetarismo. Esta contradicción confirma que la moneda en un equivalente general, que no puede ser manejada con el criterio de una mercancía más, que postulan muchos neoclásicos. En el capitalismo se puede prescindir de distintos bienes pero no de la moneda, que es la referencia de cualquier intercambio. La ortodoxia concibe al dinero como un desarrollo ulterior del trueque, olvidando que esa actividad primitiva se basa en relaciones bilaterales y no en la vigencia de un mercado general. Más que un sabio recurso introducido para facilitar las transacciones, el dinero es el 20 Meltzer Allan, 1983, Arrow Kenneth, 1983 Willes Mark, 1983,

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único verificador del trabajo social realizado en unidades de producción, no coordinadas y tan sólo guiadas por los principios de competencia y beneficio. Por eso los agentes no «optan»´ por utilizar la moneda, sino que «deben» manejarse con ella. En el sistema capitalista de producción atomizada, sólo el intercambio monetario permite establecer si el volumen fabricado fue insuficiente o excesivo, si la calidad del producto es adecuada y si su elaboración responde a los requerimientos de los consumidores. Sin moneda no hay capitalismo y por eso carece de sentido el razonamiento neoclásico, basado en un modelo que equilibra el funcionamiento del sector de bienes con un sector monetario, complementario e introducido a posteriori. Esta prescindencia imaginaria del dinero conduce a la insostenible presentación de la moneda en los manuales neoclásicos, como un «símbolo» de las transacciones, un «vehículo» de la circulación, o un «numerario» que contabiliza las operaciones del mercado de bienes. Este esquema olvida que la ausencia del dinero eliminaría los patrones de conmensurabilidad, impidiendo que las mercancías detenten algún valor verificable. Sin moneda no hay intercambio, ni producción, ya que el sistema de mercado carece de mecanismos de valuación «ex ante» para organizar la actividad económica. La teoría neoclásica postula un modelo de moneda neutral, pasiva y exógena, planteando que la emisión debe mantenerse limitada a las necesidades de la circulación, sin interferir la convergencia entre oferentes y demandantes. Propone erradicar la «moneda espúrea» para favorecer el equilibrio automático de la balanza de pagos, a través de la flexibilización cambiaria en el plano

internacional. Pero los enormes desajustes creados con la desregulación demuestran hasta que punto esas recomendaciones son pura fantasía. La ortodoxia supone que los desequilibrios del capitalismo pueden resolverse (o atenuarse) mediante el manejo estricto de la moneda. Pero ignora que los trastornos en esa esfera se originan en contradicciones objetivas de la acumulación, que impactan sobre los precios y el circulante. Especialmente el comportamiento de la oferta monetaria es un resultado de esa dinámica y no un efecto de la lucidez o inoperancia de los directores del Banco Central. Como los ortodoxos reducen todas las funciones del signo monetario a un medio de circulación, no pueden captar los secretos de la moneda en el ciclo industrial y por eso apuestan a la simplificada fórmula de gestiones basadas en la fidelidad monetarista a las metas de la emisión. Los neoclásicos también consideran que la disciplina y la neutralidad son condiciones de la expansión sana del crédito y argumentan que un plafond monetario genuino, permite a las tasas de interés cumplir su función de equilibrar el ahorro con la inversión, reflejando las remuneraciones que corresponden a los oferentes y demandantes de fondos. Pero esta visión se ha vuelto particularmente anacrónica en el capitalismo contemporáneo, que opera en torno a una creación monetaria gestada en la propia actividad bancaria. Las restricciones ortodoxas tienen efectos muy limitados sobre esta órbita, que genera dinero crediticio y no se limita a cumplir un papel de intermediación en la recepción de depósitos u otorgamiento de los créditos. Los bancos no son simples árbitros en la

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fijación de tasas de interés, que se auto-equilibran con las tasas de ganancia. Abastecen de liquidez al funcionamiento de la industria y los servicios. Los desaciertos de la ortodoxia se originan en la teoría subjetiva del valor y un esquema de optimización electiva, que resulta particularmente inadecuado para comprender la moneda y el crédito. En la práctica sus modelos cumplen la función ideológica de pregonar políticas neoliberales, basadas en la inexorable capacidad los capitalistas para imponer su voluntad a cualquier autoridad estatal. Con ese presupuesto de primacía de las expectativas empresarias se convalidan todo tipo de atropellos. El mito de la moneda exógena, pasiva y neutral sólo ha servido para justificar el otorgamiento de plenos poderes a los banqueros.

tente entre la financiarización y las crisis recientes. También han probado que las políticas neoliberales favorecen la especulación. Sin embargo estos cuestionamientos sólo describen el desborde especulativo sin explicarlo. A veces sugieren que la desregulación es la causa de ese descontrol, aunque en otras ocasiones destacan que las «prácticas riesgosas» son intrínsecas a la economía contemporánea. Pero ninguna de estas dos versiones esclarece a qué atribuye la heterodoxia el dominio financiero en el capitalismo actual. Su argumento más corriente presenta la autonomía de las finanzas como una consecuencia de la declinación de la industria. Contraponen «dos modelos de capitalismo», como si especular y producir fueran actividades opcionales y no constitutivas de este sistema. Omiten que las dos acciones siempre han coexistido, en un modo de producción basado en la extracción, realización y distribución de la plusvalía. También desconocen que la actividad financiera facilita la obtención de ganancias surgidas de la explotación. Los títulos, acreencias o acciones constituyen promesas de la plusvalía futura y las tasas de interés se cobran a cuenta de ese beneficio. Al ignorar este basamento común de la actividad industrial y financiera, los heterodoxos se limitan a reflexionar sobre los conflictos entre ambos sectores, omitiendo la comunidad de intereses que vincula a los empresarios con los banqueros. De este desconocimiento surge la idealización de un capitalismo sin especulación, que jamás existió y cuya concreción es tan utópica como la ilusión ortodoxa del mercado perfecto. Ciertamente la política neoliberal ha favorecido en las últimas décadas al sector financiero, pero con el pro-

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LA CRÍTICA HETERODOXA La visión heterodoxa cuestiona el descontrol que la desregulación ha provocado en las operaciones financieras de corto plazo, señala que la globalización acentúa los riesgos de crisis sistémicas y estima que el accionariado potencia la volatilidad de los mercados. Considera, además, que la autonomización financiera incrementa la inestabilidad e incentiva conductas especulativas21. Estas objeciones han contribuido a refutar las tesis ortodoxas, clarifican el impacto desestabilizador de la liberalización bancaria y demuestran la conexión exis21 Brossard Olivier, 2001, Giraud Pierre Noel, 2001, Clairmont Federic, 2000.

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pósito de incrementar la explotación de los trabajadores. Estos atropellos a las conquistas sociales han beneficiado al conjunto de los capitalistas y no sólo a los financistas. El eje del orden neoliberal ha sido la ofensiva del capital sobre el trabajo y no la confrontación entre especuladores e inversores. En su contraposición entre capitalismos sanos y financieros, los heterodoxos retoman la antigua crítica al usurero que se enriquece a costa del industrial, ocultando que la fortuna del empresario proviene de la expropiación del asalariado. La heterodoxia critica los comportamientos especulativos ilustrando como la financiarización induce conductas miméticas, que desembocan en burbujas de euforias y pánicos. Pero esta interpretación desconoce que los asalariados no participan del mismo juego de opciones inversoras que los capitalistas. Sólo los empresarios pueden «preferir la liquidez» y no por imitación, sino por la retracción de las ganancias en la esfera productiva22. La heterodoxia destaca que la desregulación ha debilitado la asignación crediticia que realizan los bancos a partir de su conocimiento de los clientes23. Pero este deterioro de una función reguladora deriva de la concurrencia y es comparable con cualquier desequilibrio creado por el aumento de la competencia. Ciertamente la presencia de fondos de inversión afecta el manejo del crédito. Pero también el ingreso de un nuevo fabricante desestabiliza el statu quo en cualquier rama de la industria. Ambas convulsiones provienen del mismo impulso competitivo que alimenta las cri-

sis periódicas. En el primer caso aparece un excedente de capital y en el segundo irrumpe la abundancia de mercancías, pero las dos situaciones son consecuencia de las normas capitalistas que rigen la actividad económica. Algunos teóricos heterodoxos estiman que la nueva gestión bursátil ha inaugurado un capitalismo patrimonial, regulado por la demanda de las familias poseedoras de acciones. Sostienen que en este modelo los rendimientos crecientes y los avances tecnológicos son inducidos por el aumento del consumo, que genera la valorización bursátil. También consideran que este ingreso patrimonial determina las prioridades de la política económica, al alentar el ahorro institucionalizado en los fondos de inversión. Esta visión postula que las «finanzas orientan el desarrollo capitalista» por medio de la tasa de interés, en un «nuevo régimen de acumulación liderado por las finanzas»24. Pero esta presentación centrada en la actividad financiera invierte la causalidad del proceso económico basado en la producción. Olvida que la tasa de ganancia es el motor de la acumulación, mientras que la tasas de interés constituye sólo una detracción del beneficio destinada a remunerar a los prestamistas. Esta variable incide pero no orienta las fluctuaciones de largo plazo, cuyo movimiento está dictado por el comportamiento de la tasa de ganancia. Y lo mismo dinámica ocurre con la evolución de las acciones. La caracterización de «régimen de acumulación orientado por las finanzas» ilustra ciertas modificaciones

22 Orlean André, Tadjeddine Yasmina, 1998, 23 Aglietta Michel, 2000, Aglietta Michel, 1995, (cap 1, 4, 5)

24 Aglietta Michel, 1995, (cap 1, 4, 5), Boyer Robert, 2000

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registradas en la esfera del ahorro y el crédito. Pero no aclara el origen y la dinámica de estos flujos. La atención precedente que los teóricos de la Regulación prestaban a la relación salarial y a los modelos de consumo ofrecía mejores pistas para el análisis que la óptica puramente financiera. Además, esta nueva mirada conduce acierta justificación de la gestión bursátil y del pago de los salarios con títulos de la empresa25.

La concepción heterodoxa de las transformaciones financieras se basa en una teoría de la moneda endógena y activa, gobernada por las fuerzas de la demanda, determinada por el marco institucional y finalmente aceptada por su representatividad simbólica. Esta visión es utilizada para demostrar los inconvenientes que entraña la autonomización de las finanzas para el desarrollo del capitalismo. La tesis heterodoxa critica la incomprensión ortodoxa del carácter convencional de la moneda, señalando que la función de medida de valor antecede al rol de intermediación de este signo en la circulación. También destaca que la desatención neoclásica por la problemática del atesoramiento impide comprender cómo la «preferencia por la liquidez» es el rasgo dominante de la financiarización. Atribuye estas falencias a una mirada walrasiana estática, que ignora la gravitación de la tem-

poralidad y la consiguiente influencia de la incertidumbre en la demanda de dinero. Subraya que las expectativas constituyen el componente decisivo del curso de la moneda26. Pero esta caracterización omite que el contexto incierto no es un dato inexorable de toda la sociedad, sino un rasgo de la economía capitalista, basada en la competencia y guiada por el beneficio. Constatar que los agentes buscan protegerse de la incertidumbre optando por la liquidez, no alcanza para explicar la carencia de certezas y la fragilidad de previsiones que caracteriza al sistema actual. El horizonte potencial de crisis está siempre presente bajo el capitalismo, puesto que en este régimen la producción se desenvuelve bajo el acicate de la concurrencia y no en función de los requerimientos de la población. En última instancia la incertidumbre deriva de la anarquía del mercado. Siguiendo a Keynes la heterodoxia indaga la conducta de los especuladores. Pero olvida vincular la existencia de fondos sobrantes y faltantes con los requerimientos de la acumulación, en las fases de expansión o crisis. Se concentra en el análisis de la preferencia por la liquidez y omite el estudio del drenaje y la absorción objetiva de capitales en función del ciclo industrial. Este énfasis en los comportamientos especulativos contrasta con el acertado rechazo de la teoría cuantitativa, el carácter exógeno de la moneda y la neutralidad de los bancos. La heterodoxia destaca la importante función

25 Ver crítica en Husson Michel, 2001-b, Husson Michel, 2001-a, Grahal John, 2000

26 Davidson Paul, 1983, Kregel, J.A, 1988,

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MONEDA CONVENCIONAL

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que cumplen estas entidades en la creación de dinero y describe cómo el nivel de emisión depende de la proyección que hacen los bancos de la actividad futura, en base a la demanda esperada. También destaca correctamente que la moneda de crédito se genera en forma endógena en el ciclo, sin que esta emisión provoque perturbaciones si es absorbida por la actividad productiva. Esta visión se apoya, además, en una definición amplia del dinero que incluye a todas las formas y especies de la moneda, desde los billetes hasta los bonos y las tarjetas de crédito27. Pero si los bancos cumplen un tan rol estratégico y la moneda cobija una gama tan variada de medios de circulación y pago es porque las necesidades de liquidez se amplían con el desarrollo de la acumulación. En este desenvolvimiento y no en las conductas miméticas de los especuladores radica la clave del rol contemporáneo de la moneda. La heterodoxia no puede captar adecuadamente este papel, ya que ignora cómo la dinámica del dinero está determinada por el curso de la producción. No registra cómo los medios de circulación y pago se desenvuelven en función del valor creado en ese ámbito. Los heterodoxos rechazan la teoría del valor. Considera que esta concepción es tributaria del «dinero-mercancía» y conduce a subestimar la autonomía del dinero y el rol emisor de los bancos28. Pero el «dinero-mercancía» es un concepto que Marx adoptó inicialmente para demostrar la existencia de un patrón objetivo de determinación de los precios y

del volumen de la circulación. Este esquema analítico permite explicar por qué razón el tiempo de trabajo es en última instancia, el parámetro del comportamiento del dinero-crediticio. Rechazando esta guía: ¿A qué principio se ajusta la creación del dinero-bancario? Los neoclásicos responden con el invariable comodín de la oferta y la demanda, pero la heterodoxia no supera esta banalidad, cuándo recurre a las «regulaciones bancarias». Nunca aclara cuál es la lógica subyacente a estas normas. La heterodoxia postula –en oposición a la reivindicación ortodoxa del mercado y a la teoría marxista del valor– que las funciones de la moneda derivan de la acción estatal y del marco institucional. Plantea que el dinero constituye un «valor de cada sociedad», que se legitima en relaciones de confianza jerárquica (banco central con otros bancos), metódica (uso rutinario) y ética (entre los miembros de la comunidad). Señala que estas relaciones se sostienen en el poder simbólico que despierta la moneda entre sus tenedores. Y subraya que esta aceptación surge del rol que cumplen las instituciones que preceden al orden mercantil29. Pero esta insistencia en el basamento extraeconómico del dinero parece ignorar que la moneda es un producto de relaciones mercantiles y no circula en cualquier tipo de sociedad. Si detenta una dinámica endógena no es por el efecto de convenciones y acuerdos institucionales. Esta interpretación recrea el antiguo fetichismo de la moneda. Sustituye el análisis de las conexiones objetivas que genera la acumulación por la

27 Leonard Jacques, 1994 28 Ingham Geoffrey 2001

29 Orléan André, 1998, Aglietta Michel, Cartelier Jean, 1998

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búsqueda de algún secreto del dinero en poderes militares, míticos o simbólicos30. Una versión más diabólica de esta visión es la tesis es la «violencia de la moneda», que sugiere la existencia de alguna fuerza misteriosa, regulando la dominación omnipresente del dinero. El complemento angelical de ese enfoque es la propuesta de una manejo consensuado de la moneda, a través de relaciones comunitarias de confianza. Esta utopía es irrealizable bajo el capitalismo, como lo prueba el creciente manejo de la gestión monetaria por directivos de Bancos Centrales, cuidadosamente seleccionados por la clase dominante. La heterodoxia señala que el dinero es una relación social, pero interpreta esta definición como un lazo entre individuos dentro de cierto marco institucional. Esta definición omite que el manejo del dinero se encuentra en manos de los capitalistas y no del conjunto de la sociedad. Subraya lo obvio (la moneda es un instrumento de la reproducción económica de la sociedad) y elude lo esencial (la moneda consagra la explotación de los asalariados). En realidad, el dinero en tanto relación social no es sólo una medida de valor del conjunto de las mercancías, sino también de la plusvalía extraída a los trabajadores. Aquí radica el secreto de un instrumento, cuyos misterios la heterodoxia no logra desentrañar.

30 Ver: Fine Ben, Lapavitsas Costas, 2000, Neary Michael, Taylor Graham, 1998.

EPÍLOGO

La monumental crisis que estalló a mediados del 2008 ha recreado el interés por la interpretación marxista. Este enfoque resalta el origen capitalista de una conmoción derivada en última instancia de la rivalidad por el beneficio. Este cimiento conduce a estallidos periódicos de creciente dimensión. La crisis ha reabierto una agenda de reflexiones marxistas para dilucidar las peculiaridades de la turbulencia actual. ¿De qué forma ha incidido la sobre-acumulación de capitales que signó al período neoliberal? ¿Cuáles son los rasgos clásicos y novedosos de la sobreproducción visible a escala global? ¿Qué papel ha jugado la evolución de la tasa de ganancia, las desproporcionalidades sectoriales y los desequilibrios de realización? Para caracterizar acertadamente estos procesos se requiere clarificar también la cronología de la crisis. ¿Es un producto específico y reciente de la etapa neoliberal? ¿O constituye otro peldaño de una larga recesión de cuatro décadas? Las discusiones sobre estos temas se están desenvolviendo en forma intensa, en numerosos ámbitos y países. Son debates más relevantes y atractivos, que los distintos análisis propuestos por los neoliberales y los keynesianos1. Estas dos corrientes han quedado desconcertadas y no logran ofrecer explicaciones sólidas del temblor que 1

Hemos expuesto nuestra visión en: Katz Claudio, 2008-a, Katz Claudio, 2009-a, Katz Claudio, 2009-b.

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EPÍLOGO

sacude al planeta. Los neoliberales archivaron sus doctrinas y reclaman el socorro del estado para los bancos, argumentando que estas entidades bombean el dinero requerido por la sociedad. Pero si el corazón del sistema necesita semejante sostén público, carecen de sentido todas las alabanzas al riesgo y a la competencia. La consistencia de esos fudamentos se verifica en los momentos críticos y no en los ciclos de prosperidad. Todos los mensajes de la ortodoxia apuntan a justificar la socialización de pérdidas que solventan las mayorías populares. Los neoclásicos reconocen que el mercado no puede valuar títulos sofisticados, pero ignoran que tampoco puede orientar la asignación social óptima de los recursos. Ante la falta de explicaciones culpan de la crisis a la codicia, olvidando que la ambición desenfrenada es una norma del capitalismo. En su desazón, han convertido a la confianza en un término mágico que solucionará todos los problemas, ignorando que el derrumbe de los beneficios no se revertirá con exhortaciones. Los keynesianos responsabilizan a sus adversarios por el desastre actual. Pero olvidan que durante el debut del neoliberalismo, las grandes figuras de la heteroxia presidían el Banco Mundial, especulaban contra las monedas europeas e implementaban el ajuste en las economías periféricas. En su mayoría acompañaron las prioridades de la elite bancaria y sólo expusieron sus objeciones en los últimos años. Los teóricos keynesianos explican la crisis por un desborde de especulación, omitiendo que el capitalismo siempre se ha sostenido en la descontrolada expansión del crédito. También cuestionan la falta de regulaciones,

como si los problemas financieros obedecieran a la ausencia de esas normas y no a su utilización a favor de los banqueros. Este manejo es completamente imperceptible para quiénes idealizan el estado y desconocen los antagonismos de clases. Pero lo más importante es la actitud inmediata de la heterodoxia, que discute apasionadamente la viabilidad o eficacia de los planes de reactivación con gasto público, sin considerar iniciativas significativas para garantizar la continuidad del empleo y el salario. En esta postura se verifica el abismo que separa a los servidores de los a un orden social opresivo. Los economistas marxistas no proponen el rescate de los bancos y el subsidio de los industriales. Postulan alternativas de sostenimiento del salario, la ocupación y las conquistas sociales. Como desarrollan su acción en las organizaciones populares tienen la mirada puesta en estas reivindicaciones. Revitalizar el proyecto socialista es una prioridad del momento. Sólo una sociedad de justicia, democracia e igualdad podrá erradicar el tormento periódico de las crisis.

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ÍNDICE ANALÍTICO

Beneficio 13 Bourdieu 5 Braverman 10, 26, 27, 41 Capital ficticio 76, 77 Centro y periferia 54, 55 Ciclos 53, 60, 61 Ciencias sociales y naturales 8 Concepciones neoclásicas 16, 18 Consentimiento 33 Control patronal 27, 30 Criterios de calificación 35 Descalificación absoluta y relativa 36, 37 Desempleo 39 Desregulación 71, 72 Dinero 79, 71, 83, 85 ,87 Dumenil 23 Economía clásica 43 Economista profesional 3, 5 Economistas críticos 3, 10 Economistas marxistas 3, 10, 11, 88 Especulación 71, 73 Estancacionismo 66, 67 Etapas del capitalismo 59, 60 Explotación 13, 73, 74 Flexibilización laboral 29 Globalización financiera 72 Grossman 10 Hegemonía militar 63 Hegemonía financiera 75, 76 Heterodoxia 9, 11, 83, 84,86, 88

Hilferding 10, 11 Ideología 7 Imperialismo 60 Información, informática 30 Institucionalismo 8 Keynes 8 Keynesianismo 43, 61 Kondratieff 57, 59, 63, 77, 83 Lenin 11, 60 Leyes del capital 11, 13 Lucha de clases 63, 64 Luxemburg 11 Mandel 10, 14, 15, 24, 54, 57, 58, 60, 62, 64, 66, 68 Marx 8, 10, 11, 12, 13, 43, 44, 46, 48, 51,52, 79 Monopolio 19 Naturalismo 6 Necesidades sociales 15, 17 Neoclásicos 56, 57, 68, 80, 81, 82 Neoliberalismo 4, 82 Neoricardianos 20, 21 Ortodoxia 3, 4, 7, 88 Pauperización 37 Plusvalía 13, 45, 48, 49, 77, 79 Posfordismo 32 Proceso de Trabajo 26 Proceso de valorización 15, 35 Revoluciones tecnológicas 64, 65 Rosdolsky 10, 14, 15 Rubin 10, 13, 15

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Salarios 47, 52 Schumpeter 8, 43, 57, 60, 64, 65 Shaik 25 Socialismo 41 Socialistas ricardianos 10, 12 Socialistas utópicos 10 Sraffa 8 Sweezy 10, 22 Tasa de ganancia 43, 46, 49, 51, 52, 53, 59, 60 Taylorismo 26, 27, 28, 31

Tendencia de la tasa de ganancia 44, 46, 48, 49, 53, 55, 56 Teoría de la regulación 10, 41, 84, 85 Teoría del valor 62, 79, 80 Teoría marxista del valor 13, 15, 19, 22, 23, 24 Teorías de la Crisis 48, 49 toyotismo 32 Valor y precio 13, 14, 15, 19 Walarasianos 6, 18

ÍNDICE

IntroduccIón

7

1. El campo dE los EconomIstas . . . . . . . . . . . . . . . . 11

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El perfil de la ortodoxia 11 Personal de atropellos 13 Naturalismo mecanicista 15 Fundamentos neoliberales 18 Ciudadanos y cientistas sociales 21 Escuelas y problemas 23 Críticos y marxistas 25 Singularidades teóricas 27

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2. Valor y prEcIo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

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Centralidad de la explotación 31 Formación de los precios 34 Dinámica del capitalismo 38 La objeción subjetivista 39 Visión pragmática 43 Cuestionamientos heterodoxos 45 La mirada neoricardiana 48 Significados y debates 52 Corroboraciones e interpretaciones 57

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3. procEso dE trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

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El significado del taylorismo 61 Evaluación histórica 63 Confirmaciones parciales 65 Los problemas de la teoría 68 Aciertos y cuestionamientos 71 Luchas de clases 73 Consentimiento y subjetividad 74 El proceso de valorización relegado 76 El planteo recalificador 78 Descalificación absoluta 81 Miseria creciente 84 Temas de actualidad 86 Del entusiasmo al olvido: un legado 89

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4. tasa dE ganancIa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

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El planteo de Marx 94 Las críticas más corrientes 96 Estrangulamiento de las ganancias 101 Sobreacumulación de capital 105 El significado de la ley 109 La discusión empírica 111 Fluctuante, débil y en el largo plazo 115 Países centrales y periféricos 117 La etapa neoliberal 119

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5. cIclos y ondas largas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

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Variedad de abordajes 124 La combinación exógeno-endógena 126 Caracterización de las etapas 128 Teoría del valor y del ciclo 131 Confrontación clasista 133 Revoluciones tecnológicas 138 Críticas al estancacionismo 142 Determinismo histórico-social 144 El significado actual de la teoría 147 Un teórico militante 149

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6. FInanzas y monEda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

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Desregulación 151 Globalización 153 Gestión bursátil 154 Interpretación marxista 156 Teoría del capital rentista 157 El capital financiero 159 Capital-ficticio 161 «Fuga del capital» 164 Dinero y teoría del valor 167 Los mitos ortodoxos 171 La «moneda sana» de la ortodoxia 173 La crítica heterodoxa 176 Moneda convencional 180

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Epílogo

185

bIblIograFía

189

índIcE analítIco

211

otros títulos publicados en la colección CLAVES PARA COMPRENDER LA ECONOMÍA

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