La Persona De Jesucristo

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LA PERSONA DE JESUCRISTO La correcta interpretación de los evangelios exige una clara comprensión de su figura central. Si nuestra concepción de la persona de Jesús es equivocada, lo será también la mayor parte de nuestra labor exegética relativa a sus enseñanzas y a su obra. Por ello, aunque no podamos extendernos en un minucioso estudio de la cristología de los evangelios, examinaremos la persona de Jesús a la luz de los principales nombres o títulos con que es presentado sobre la base del Antiguo Testamento, el pensamiento judío en los días de Cristo y de la interpretación que a cada uno se da en los propios evangelios. Mesías El término (del hebreo mashiaj = ungido) no aparece en los sinópticos y sólo lo hallamos dos veces en el evangelio de Juan (1:41; 4:25). Pero sí encontramos a menudo el equivalente griego Christos. Ya en Mt. 1:16 se hace notar que éste era el título más usual atribuido a Jesús cuando este evangelio fue escrito. Paradójicamente, el propio Jesús nunca lo usó para designarse a sí mismo. Más bien mostró grandes reservas en cuanto a su aceptación y procuró evitarlo, aunque tampoco lo rechazó abiertamente. Este hecho es suficiente para hacernos pensar que la palabra «Mesías» o Cristo era susceptible de interpretaciones erróneas. ¿Cómo podían entenderlo los contemporáneos de Jesús? ¿Y cómo debía interpretarse para que el título expresara la realidad de su auténtico significado? 407 Los judíos del primer siglo tenían dos medios de ori~nt~ción: el Antiguo Testamento y los escritos llamados pseudoepigráfícoEs. n el Antiguo Testamento, el vacablo mashi . li b la] se ap ica a primordialmente al rey de Israel (1 S. 10:1;,12:3, 5; 1?:~; 24:6; etc.' Sal. 2:2; 18:50; 20:6; etc.), aunque también se practicó la unció~

con el sumo sacerdote y sus hijos (Ex. 2~:7; Lv. 8: 12; 1~=7; Nm. 35:25). En algún caso --el de Eliseo, por ejemplo-s Ia uncion fue signo de iniciación en el ministerio profético (1 R. 19:16)..En todos los casos simbolizaba la dedicación de la persona ungida para la realización de los propósitos de Dios e~ relación co~ su pueblo. Por tal motivo, incluso el persa Ciro recibe la ~;nommación de «ungido» de Dios 'Is. 45:1). Con todo, ~a aplicación predominante recayó sobre la figura del rey israelita. En algunos de los textos del Antiguo Testamento resulta difícil no ver en el rey una alusión pn?fétic~ a otro mo~a~ca futl~ro, al Ungido o Mesías por antonomasia, bajo cuyo dominio el Remo de Dios hallaría su plena manifestación (Sal. 2:2). Apenas hay tex!os veterotestamentarios que de manera expresa aludan al Mesías que había de venir usando el término mashiaj. Se utilizan otros títulos (rey, pastor, etc.). Pero la «esperanza mesiánica» fue tomando cuerpo en Israel, especialmente a raíz del fracaso de la monarquía. El final de la historia del pueblo no podía ser m la ruina, ni el cautiverio, ni la sumisión h.umillante a potencias t;Xtranjeras. Al pueblo de Dios había de aguardarle un futuro mejor en el que todas las frustraciones hallaran su fin mediante una restauración gloriosa. . . Esta esperanza adquirió tintes muy viv?s en .el pen<;>do íntertestamentario. Pese a que la palabra «Mesías» sigue usándose de modo restringido, en la literatura judía de esa época va perfilandose con rasgos cada vez más definidos la figura de uno que había de venir para ensalzar al pueblo de Israel. En los Salmos de SaJomon, el rey, hijo de David, -aquí sí se le da el título de «ungido del Señor» (17:6}- limpia Jerusalén de paganos y destruye a los impíos (17 :21-25) ~ fin de establecer e! reinado de un pueblo santo del que los extranjeros quedan excluidos (~7:26-29). Justo,. p.oderoso, sabio y sin pecado, depende sólo de DIOS. Con su domm!o.se

inicia una era de bendición (17:32 y ss.; 18:6-9) que no tendra fín. La perspectiva mesiánica, como puede verse, es eminentemente política y terrenal, bien que no falta en ella el elemento religiosoEn las Similitudes de Enoc, dos veces (48:10; 52:4) se da el nombre de Mesías al Hijo del Hombre, ser preexistente, celestial, que permanece en la presencia de Dios hasta que llega el momento en que su reino ha de ser establecido sobre la tierra. Asimismo, en dos libros arocalípticos del primer siglo .(4 Esdras y Apocalipsis de Barue), e Mesías ocupa un lugar especIal. Es 408 el «Hijo» de Dios «revelado» y reina temporalmente (400 años según Enoc). Predominan las ideas de juicio y destrucción de los malvados, así como las de liberación misericordiosa a favor del «resto» del pueblo escogido en un reino de paz. Estos dos libros fueron probablemente escritos con posterioridad a los evangelios, pero no mucho después, y sin duda recogen las opiniones en boga en los días de Jesús. Si completamos estos datos con la información que nos suministran los propios evangelios, parece claro que los judíos -y también los samaritanos- esperaban un Mesías (Lc. 3:15; Jn. 1:20,41; 4:29; 7:31), descendiente de David (Mt. 21:9; 22:42) que había de nacer en Belén (Mt. 2:4, 5; Jn. 7:41,42) -si bien algunos opinaban que nadie conocería su procedencia (Jn. 7:26-27}- y que, una vez aparecido, permanecería para siempre (Jn. 12:34). Que el Mesías esperado era una figura regia, de fuerte influencia política, se desprende no sólo de la turbación de Herodes ante el anuncio de los magos (Mt. 2:1-3), sino del temor mostrado por los líderes político-religiosos de Jerusalén de que el movimiento iniciado por Jesús fuese interpretado por los romanos como una acción política de carácter subversivo que inevitablemente había de provocar una horrible represión (Jn. 11:47,48). De hecho, en

algún momento, las multitudes entusiasmadas no escaparon al impulso de intentar proclamarlo rey (Jn. 6:15), seguramente convencidos de que había llegado la hora en que iban a cumplirse sus esperanzas de liberación del yugo romano con el establecimiento del Reino de Dios. Pero tales esperanzas no correspondían a la misión del verdadero Mesías ni se ajustaban a la naturaleza del Reino. Por eso Jesús apagó aquellos ardores del pueblo mostrándoles el carácter espiritual de su obra, lo que hizo que muchos se apartaran de Él (Jn. 6:63-66). Debía quedar bien claro que su Reino no es de este mundo ni está configurado por los patrones políticos del mundo (Jn. 18:36). Y por la misma razón Jesús mostró la máxima prudencia cuando se le atribuía el título de «Cristo». Ante la confesión de Pedro (Mr. 8:27-29), reconoce -según Mt. 16:17-la validez de la misma; Eero ordena a sus discípulos que se abstengan de hacerla pública (Mr. 8:30). Y para que las esperanzas populares relativas al Mesías se desvanecieran de la mente de los discípulos, les habla de los sufrimientos que le esperaban (Mr. 8:31). El era el Mesías, sí; pero no el caudillo político instaurador de un reino terrenal. Era el Mesías-Siervo, cuya muerte constituiría la base de la relación entre Dios y los hombres en la esfera del Reino. Sólo cuando Jesús llega a la hora de la crisis final, cuando ya no había posibilidad de que las gentes vieran en El al Mesías-Rey erróneamente anhelado, contestó afirmativamente a la pregunta relativa a su mesianidad. «¿Eres tú el 409 Cristo el Hijo del Bendito?», inquiere el sumo sacerdote. Y Jesús respo~de: «Lo soy». (literalmente, «Yo s
escatológico (Mr. 14:61,62). Obviamente la plena comprensión del término «Mesías» exige la de otro no menos importante, con el cual ---como se ve en algunos de los textos mencionados- se halla estrechamente relacionado: Hijo del hombre Resulta curioso que este título no es usado por la Iglesia primitiva. No aparece en ninguna de las cartas apostólicas, y en el libro de los Hechos lo hallamos una sola vez en labios de Esteban (7:56). En cambio, es el preferido por Jesús. Este contraste nos permite deducir con certeza que no nos hallamos ante un concepto teológico elaborado por la comunidad cristiana de la época apostólica, sino ante una expresión que, sin la menor duda, puede incluirse entre las ipsissima verba de Jesús. Desde el punto de vista lingüístico, el «Hijo del hombre» (ha huios anthropou) corresponde al hebreo ben'adam y a su equivalente arameo bar nascha. El término bar solía usarse en la lengua aramea en sentido figurado para expresar la naturaleza o el carácter de una persona. Así, por ejemplo, los mentirosos eran llamados «hijos de mentira», y los ricos, «hijos de riqueza». «Hijo del hombre» equivaldría, pues, a hombre, bien en su sentido genérico, bien refiriéndose a un hombre determinado. En la mayoría de los textos del Antiguo Testamento en que aparece el ben'adam significa el hombre en general (Sal. 8:4; 11:4; 12:1; etc.; Ec. 1:13; 2:3, 8; 3:10; etc.). La expresión es usada especialmente cuando se quiere contrastar la insignificancia y la misena moral del hombre con la grandeza y la perfección de Dios (Nm. 23:19; Sal. 8:4; 144:3; Is. 51:12, 13). Posiblemente a causa de esta identificación del «Hijo del hombre » con la humanidad, se ha interpretado el título, aplicado a Jesús, simplemente como expresión de su naturaleza humana. Así lo entendieron los Padres de la Iglesia, quienes vieron en el huios

anthropou de los evangelios al Hijo de Dios encarnado, al Dioshombre. Pero esta interpretación resulta, como mínimo insuficiente. Como en tantos otros casos, el estudio lingüístico debe complementarse con el de las connotaciones bíblico-teológicas del término. Se admite generalmente que en los días de Jesús «el hombre» o «el Hijo del hombre» se usaba para designar un salvador esca410 tológico que debía aparecer al final de los tiempos. Y se reconoce que tal designación tiene su base en Dan. 7: 13. Este texto en sí plantea dificultades exegéticas. ¿Quién es ese ser semejante a «hijo de hombre» que llega hasta el «Anciano de días»? El contexto hace pensar en una colectividad. Si las cuatro bestias de la visión descritas en los versículos precedentes representan cuatro imperios, cabe, por analogía, pensar que la nueva figura (ecome hijo de hombre») simboliza un nuevo reino, el reino eterno de los santos del Altísimo (Dn. 7:18, 22, 25, 27). Sin embargo, la interpretación de un «hijo del hombre» colectivo no excluye la aplicación a una persona individual. Frecuentemente existe una correlación estrecha, casi una identificación, entre reino y rey (vv. 23; 24). Cullmann sugiere que originalmente el «hombre» ha simbolizado (de la misma manera que los animales) al representante del pueblo de los santos. «En el judaísmo se pasa fácilmente del uno al otro. Conocemos ya la importancia de la idea de sustitución: el sustituto, el representante, puede ser identificado con la colectividad que representa.» 1 En el sentido individual es interpretado el «hijo del hombre» de Daniel en la literatura judía posterior (4 Esdras y Enoc etiópico), a la par que se hace resaltar su trascendencia y su preexistencia. En el libro de Enoc (similitudes) el «hijo del hombre» aparece en los capítulos finales (46-48; 62-71) con marcada semejanza respecto

al de Daniel. Es aquel que arrancará de sus tronos a los reyes que han perseguido al pueblo de Dios, será báculo para los justos y luz para los gentiles. Los poderosos sufrirán dolores de parto «cuando vean al Hijo del hombre sentado en el trono de su gloria» (62:2, 5; comp. Mt. 25:31). Oculto desde el principio, ha sido preservado por el Altísimo y revelado a sus escogidos, y a El se le otorga la autoridad para juzgar (comp. Jn. 5:27). Observamos, pues, que, paralelamente a las esperanzas populares relativas a un mesías político, había en días de Jesús otra expectación mesiánica inspirada en el «hijo del hombre» de Daniel, en la que se contempla la aparición escatológica de un ser celestial, preexistente, que lleva a cabo la salvación del pueblo de Dios y el juicio de sus adversarios. ¿Hasta qué punto se identificó Jesús con tal perspectiva? Ya hemos notado algunos puntos de semejanza entre textos de Enoc y textos de los evangelios; pero ¿cuál era realmente el sentido que Jesús daba al título «Hijo del hombre» que tan decididamente se apropió? Una comparación de los textos de los evangelios nos permite distinguir dos facetas: la del Hijo del hombre durante su estancia en la tierra y la del Hijo del hombre apocalíptico. La primera 1. Cristología del NT, p. 164. 411 muestra especialmente los aspectos humanos de Jesús (Mt. 8:20 y Le. 9:58; Mt. 11:19 y Lc. 7:34) y su identificación con el Siervo, el ebed Yahvéh, que ha de sufrir y morir (Mt. 8:31; Mr. 9:12, 31; 10:33; 14:41 y paralelos) para redimir a los hombres (Mt. 20:28; Me. 10:45). La segunda hace resplandecer la gloria y majestad de Jesús en su parusía yen la consumación de su Reino (Mt. 13:41; 19:28; 24:30; 25:31; Mr. 8:38; 14:26,62; Lc. 12:40; 17:24,26,30; 18:8 y paralelos).

De esta comparación se deduce que Jesús, al asumir el título de Hijo del hombre no sólo se remitía a Dn. 7:13; como afirma G. E. Ladd, lo reinterpretaba radicalmente. «El Hijo del hombre no es solamente un ser celestial preexistente; aparece en debilidad y humildad para cumplir un destino de padecimiento y de muerte. En otras palabras, Jesús vertió el contenido del Siervo doliente en el concepto de Hijo del hombre.» ' Es comprensible la predilección de Jesús por este título. Ningún otro podía expresar de modo más completo los diferentes aspectos de su persona y de su misión. Además, interpretado a la luz de todas las declaraciones en que lo usó, era el menos expuesto a tergiversaciones políticas. Hace resplandecer su gloria mesiánica y su culminación escatológica en un trono universal y eterno; pero el acceso a ese trono sólo es posible a través de una vía dolorosa, al final de la cual se alza una cruz. Hijo de Dios Jesús, aunque no usó este título de modo preferente, lo asumió sin reticencias y se valió de él para dar a conocer elementos esenciales de su persona. ¿Qué significa tal denominación? Del mismo modo que el título «Hijo del hombre» ha sido interpretado como expresión de la humanidad de Jesucristo, el de «Hijo de Dios» ha sido considerado como indicativo de su divinidad. Pero ya vimos que esa interpretación del primero es demasiado simple. De modo análogo, aun conservando una parte importante de su 'significado, reduciríamos la riqueza del segundo si solamente nos sugiriera la naturaleza divina de Cristo. Por otro lado, también en este caso es aconsejable tomar en consideración los diferentes sentidos que la expresión podía tener cuando los evangelios fueron escritos. En el mundo grecorromano el título era de uso bastante extendido. A raíz de su muerte, Julio César fue declarado divino, y

Octavio, sobre la base de su adopción, vino a ser llamado divi tilius,' hijo de lo divino, designación que pasó a los emperadores siguientes. 2. A Theology of the NT, p. 157. 412 El divi filius latino correspondía en cierto modo al griego huios theou -a menudo simplificado con el término theios o simplemente theos (dios}-, si bien entre los griegos tenía una aplicación más dilatada. Era dado no sólo a reyes sino a hombres de características que sobresalían por encima de lo común y en los cuales actuaban -según se creía- fuerzas divinas; por ejemplo, poetas, videntes, jefes militares, taumaturgos, etc. En algunos casos se les denominaba theioi andres, hombres divinos. Según Cullmann «en la época del Nuevo Testamento era dable encontrar por doquier hombres que, en virtud de sus fuerzas sobrenaturales, se apodaban a sí mismos "hijos de Dios". Por la obra de Orígenes contra Celso (7, 9) sabemos que en Siria y en Palestina se podían hallar gentes que decían de sí mismas: "Yo soy Dios, o hijo de Dios, o espíritu de Dios; yo os salvo?».' Pero una vez más, si queremos tener una idea correcta de lo que «Hijo de Dios» podía significar, hemos de acudir al pensamiento y al lenguaje judío. Esta fuente de información tiene su origen en el Antiguo Testamento. En él hallamos la expresión, en singular o plural, con significados diversos. Aparecen como «hijos de Dios» los ángeles (Job. 38:7; según algunos exegetas podría también citarse el discutido pasaje de Gn. 6:2), el pueblo de Israel (Ex. 4:22 y ss.; Is. 1:2; 30:1; Jer. 3:22; Os. 11:1) y el rey (2 S. 7:14; Sal. 2; 89:26 y ss.). Estos últimos textos fueron probablemente el punto de partida para la identificación del Mesías con el «hijo de Dios», aunque tal identificación no aparezca de modo claro en el Antiguo Testamento. Si acudimos a la literatura pseudoepigráfica, las referencias

escasean y arrojan poca luz sobre la aplicación de «Hijo de Dios» al rey mesiánico, por lo que algunos lian llegado a pensar que el hecho de que en el Nuevo Testamento le sea concedido a Jesús constituye una novedad total. Sin duda, esta idea es exagerada. Hay base en el Antiguo Testamento para relacionar «Mesías» e «Hijo de Dios»; pero debemos reconocer que no es una base demasiado visible. La naturaleza de esa relación únicamente aparece de modo diáfano en los evangelios, donde encontramos los datos suficientes para comprender el título que nos ocupa. El primer hecho que salta a la vista es que, contrariamente a la opinión de Bultmann -quien atribuye el término «Hijo» sólo a Jesús resucitado->, Jesús tuvo conciencia clara de su filiación divina durante su ministerio. Tanto el testimonio de los sinópticos como el de Juan -éste de modo más explícito-e- no dejan lugar a dudas. Aunque Jesús no se refirió con frecuencia a sí mismo como a Hijo de Dios, lo hizo en más de una ocasión. Por otro lado, Dios, hombres y demonios declararon que lo era, y Jesús nunca 3. Op. cit., p. 312. 413 rechazó esas declaraciones (Mt. 3: 17; 11:27; 14:33; 16: 16; 17:5; 21:37 y ss.; 26:63 y ss.; 27:54 y paralelos; Jn. 1:49; 3:16, 18,35,36; 5:19 y ss.; 6:40; 8:36; 9:35; 10:36; 11:4, 27; 14:13; 17:1). ~ero -volvemos a la pregunta- ¿cómo debía entenderse la denommación «Hijo de Dios»? . Una cosa es evidente: Jesús se consideraba a sí mismo Hijo de Dios en un sentido único. Su filiación nada tenía que ver con la que se puede conceder a los sert?s hum~mos (Jn. 1: 12). J?n este terreno, Jesús nunca se puso al mismo nivel que sus discípulos, Jamás dijo: «nuestro Padre», sino «mi Padre» o simplemente «e,1 Padre », pero dejando entr~verun plano de re.lació~ a.l gue s~lo El t~nía acceso. De modo mequívoco expreso la infinita diferencia

existente entre Él y los hombres en lo que a vinculación con Dios se refiere. Cuando después de su resurrección se aparece a María Magdalena, le encarga un mensaje especial p.ara sus «hermanos»: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi DIOS y a vuestro DIOS» (Jn. 20: 17). Carece, por tanto, de fundamento la interpretación sostenida por algunos según la cual Jesús se había considerado como hijo de Dios en el sentido amplio y general en que todos nosotros podemos serlo. Determinados pasajes de los evangelios pueden constituir la clave interpretativa. Veamos algunos de los más importantes: Mr. 1:1 y paralelos. La declaración celestial (s Tú eres mi Hijo amado») ha sido interpretada como indicativa del amor del Padre hacia Cristo. También se ha visto en ella apoyo para la teoría adopcionista, según la cual, Jesús, originalmente un mero hombre, después de haber sido probado, recibió en su bautismo poderes sobrenaturales por medio del Espíritu. En aquel momento era formalmente investido como Mesías, y consecuentemente declarado Hijo de Dios. Pero el texto no parece apuntar en esa dirección. En sus palabras hay una clara referencia a Is. 42:1 (eHe aquí mi siervo... mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento»), no a Sal. 2:7 (<<Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy»), como a veces se ha supuesto. «Lo que se quiere significar es el decreto electivo de Dios, es decir, la elección del Hijo, lo cual incluye su misión y su designación para el oficio regio del Mesías.»4 Ello implica que Jesús no es declarado Hijo de Dios en función de su cualidad mesiánica, sino que es escogido como Mesías porque es Hijo de Dios. Otra observación importante, si seguimos relacionando el texto con Is. 42: 1, es la identificación del Hijo de Dios con el Siervo, lo que indica un cierto paralelismo respecto al Hijo del hombre. Recuérdese lo expuesto al estudiar este título. De ello se deduce

4. J. Schrenk TDNT, 11, p. 740. 414 que la grandeza de Hijo radica especialmente en su perfecta sumisión y obediencia al Padre, pese a que tal sumisión había de llevarle a la cruz. Que ~!e aspecto de la filiación divina estaba presente en la conciencia de Jesús parece evidenciarse en la triple tentación que siguió a su bautismo. El diablo parte del reconocimiento de esa conciencia filial (e si eres hijo de Dios ... ») para desviar a Cristo de su obra induciéndole a convertirse en un taumaturgo y en rey universal sin tener que pasar por el sufrimiento. Pero Jesús rechaza sus propuestas. Su misión en el mundo no era buscar su propia gloria o bienestar, sino cumplir la voluntad del Padre. Mt. 11:25-27. Sin entrar en un análisis exhaustivo de este pasaje o de sus implicaciones teológicas, conviene destacar el lugar único de Jesús en el ministerio de revelar a Dios ante los hombres. Él es el gran mediador de la revelación. «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.» Su perfecta capacidad reveladora se basa precisamente en su condición de Hijo. En tiempos pasados Dios había hablado fragmentaria e imperfectamente por medio de los profetas. Ahora hablaba a través del Hijo (He. 1:1-3). La superioridad de la acción reveladora del Hijo radica en el cabal conocimiento que el Hijo tiene del padre. y tal conocimiento es resultado de su relación única con El. Las grandes afirmaciones de Jesús contenidas en este pasaje no constituyen una proposición dogmática de su divinidad, pero se aproximan a ello, dado el plano de igualdad en que aparecen Padre e Hijo. Mr. 14:61, 62. No es fácil decidir el sentido que el sumo sacerdote daba a sus palabras cuando preguntó a Jesús: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» ¿Usaba los dos títulos como sinónimos?

Probablemente no, pues el segundo no solía usarse para designar al Mesías. De cualquier modo, Jesús responde afirmativa . y explicativamente. Es el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, a quien verían «sentado a la diestra del Poder y viniendo en las nubes del cielo». Se arroga la prerrogativa del juicio final, propia únicamente de Dios. Sólo esta interpretación podía constituir para los judíos una blasfemia que debía castigarse con la muerte. Textos de Juan. Son tan numerosos que no es posible examinarlos aquí detalladamente. Pero nos referiremos a aquellos que más luz arrojan sobre el significado del título «Hijo de Dios». Ya en su prólogo Juan alude a la filiación divina de Cristo (l: 14). El término «unigénito» expresa la unicidad en relación con el Padre. A lo largo de todo el Evangelio, sobresalen diversas facetas de 415 esa relación, así como de la identificación y cooperación entre el Padre y el Hijo. «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace» (5:20). No sólo se lo muestra todo, sino que «todas las cosas las ha entregado en sus manos» (3:35). Las obras de Jesús son las obras de Dios (5:19; comp. 10:32 y 14:10). «Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere» (5:21). Todo juicio correspondiente al Padre ha sido dado al Hijo (5:22), como le ha sido otorgado el poder de la resurrección escatológica (5:28, 29). Hasta tal punto llega la conciencia de identificación que Jesús tiene respecto a Dios que llega a declarar: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (10:30) y «el que me ha visto a mí ha visto al Padre » (14:9). No es de extrañar que los judíos que le escuchaban pensasen que estaba equiparándose a Dios (5: 18). Esta apreciación no era resultado de ninguna distorsión hermenéutica. Era la conclusión más razonable. Juan sintetiza la cuestión cuando, sin

lugar a ambigüedades, afirma: «Y el Verbo era Dios» (1: 1). Sin embargo, la identificación entre el Hijo y el Padre no excluye su diferenciación y la posición en que eJ Hijo se coloca como enviado del Padre. Sometido plenamente a El, hace y dice lo que el Padre quiere. En el plano de su misión en la' tierra, Jesús había de decir: «el Padre es mayor que yo» (14:28). De los textos examinados -y de otros que hemos omitido-, la teología bíblica deduce atinadamente que el título «Hijo de Dios» no sólo expresa la naturaleza divina de la persona de Jesucristo, sino también las características esenciales del Verbo encarnado para revelar a Dios y redimir a los hombres. Por otro lado, la crítica exenta de prejuicios reconoce que estas verdades no brotaron de la fe de los primeros cristianos, sino de lo más profundo de la propia conciencia de Jesús. Todavía nos parece válido el agudo juicio de James Stalker: «El halo que rodea la cabeza del Hijo de Dios no es una invención del cristianismo primitivo o de concilios eclesiásticos ..., sino que se debe a la conciencia y al testimonio de Jesús mismo; y tanto por el carácter del que fue "manso y humilde de corazón" como por la convicción que acerca de su poder para salvar ha producido la experiencia de siglos en la mente del cristianismo, se exige el reconocimiento de que no es una exhalación que procede de abajo, sino una emanación del trono eterno.» 5 5. Hastings' Dictionary of Christ and the Gospels, art. «Son of God.» 416 CUESTIONARIO 1. ¿Qué elementos o datos deben tomarse en consideración para interpretar los diferentes títulos de Jesús? 2. A la luz de lo expuesto en el libro, ¿cómo debe interpretarse Mt.16:16? 3. ¿Qué aspectos de la persona y de la obra de Jesucristo entraña el

título «Hijo de! Hombre»? 4. ¿En qué sentido debe interpretarse e! título «Hijo de Dios»? 5. Tomando en consideración cuanto los evangelios nos dicen sobre Jesús, haga una exposición descriptiva de su persona y del carácter de su ministerio en la tierra.

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