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Espacios del Saber
MartinJay
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Clhristian Kupchlk
41. M. Hardt, Gil/es Deleuze. Un aprendizaje filosófico 42. S. Ziiek, Violencia en acto. Conferencias en Buenos Aires 43. M. Plotkin y F. Neiburg (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento sodal en la Argentina 44. P. Ricoeur, Sobre la traducción 45. E. Grüner, La cosa política o el acecho de lo Real
46. S. ZiZek, El títere y el enano 47. E. Carrió y D. Maffía, Búsquedas de sentidn pIPa una nueva política 48. P. Furbank, Un placer inconfesable 49. D. Wechsler y Y. Aznar (comps.), La memoria compartida. España y la Argentina en la co'llS"t'rocción de un imaginario cultural 50. G. García, El psicoanálisis y los debates culturales ~l. A. Giunta y L. Malosetti Costa, Arte y posguerra. Jorge Romero Bresty la revista "Ver y Estimar" 52. L. Arfuch (comp.), Pensar este tiempo 53. A. Negri y G. Coceo, GlobAL 54. H. Bhabha y]. T. Mitchell (comps.), Edward Said: Continuando la conversación 55. ]. Copjec, El sexo y In eutanasia de la razón 56. W. BongersyT. Olbrich (comps.), Literatura, cultura, enfermedad 57. J, Bucler, Vida precaria 58 .. O. Mongin, La condición urbana 59. M. Carman, Las trampas de la cultura 60. E. Morin, Breve historia de la barbarie en Occidente 61. E. Giannetti, ¿Vicios privados, beneficios públicosl 62. T Todorov, Introducción a la literatura fantástica 63. P. Engel y R. Rorty, ¿Para qué sirve la verdad? 64. D. Scavino, La filosofia actual 65. M. Franco y R Levín (comps.), Historia reciente 66. E. Wizisla, Benjamin y Brecht, Historia de una amistad 67. G. Giorgi y F. Rodríguez (comps.), Ensayos sobre biopolítica 69. D. R. Dufour, El arte de reducir cabezas 70. M. MeIlino, La critica poscolonial _ 71. E. Diapola y N. Yabkowski, En tu ardor y en tu frío 72. J. Burler y G. Spivak, ¿Quién le canta al estado-nación? 73. G. Vattimo, Ecce comu 74. J. Kristeva, Esa increí'ble necesidad de creer 75. M. Jay, Cantos de experiencia
Cantos de experiencia Variaciones modernas sobre un tema universal
PAIDÓS Buenos Aires
- Barcelona - México
Título original: Songs ofExperience. ModenzAmericr!l1 and European Variations a Universal Theme © 2005, 2006 The Regents of the University of California Publicado por acuerdo con University of California Press 071
Jay, Martin Cantos de experiencia: variaciones modernas sobre un tema universal- la ed. - Buenos Aires: Paidós, 2009. 496 p. ; 23x15 cm. (Espacios del Saber; 74) Traducido por: Gabriela Ventureira ISBN 978-950-12-6575-0 1. Filosofía. 1. Ventureira, Gabriela, trad.
n. Título
CDD 190
Cubierta de Gustavo Macri Traducción de Gabrieh Ventureira
1" edición, 2009 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del {OPJ'rigbt, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o tata! de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.
© 2009 de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAlCP Defensa 599, Buenos Aires e-mail:
[email protected] www.paidosargentina.com.ar Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Impreso en la Argentina. Printed in Argentina Impreso en Primera Clase, California 1231, Ciudad de Buenos Aires, en junio de 2009 Tirada: 2.000 ejemplares ISB~:
978-950-12-6575-0
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lndice
Agradecimientos ...................................................................... ::.:.. Introducción ..................................................................................
11 15
1. El juicio de la "experiencia". De los griegos a Montaigne yBacon.....................................................................................
25
2. Experiencia y epistemología. La disputa entre el empirismo y el idealismo............................................................................
61
3. La apelación a la experiencia religiosa. Schleiermacher,]ames, Otto y Buber .................................... :....................................... 103 4. El retorno al cuerpo mediante la experiencia estética. De Kant a Dewey .................................................................................... 163 5. Política y experiencia. Burke, Oakeshott y los marxistas ingleses.............................................................
207
6. Historia y experiencia. Dilthey, Collingwood, Scott y Ankersmit ..............................................................................
259
7. El culto de la experiencia en el pragmatismo norteamericano. James, DeweyyRorty .... :.........................................................
309
8. El lamento por la crisis de la experiencia. Benjamin y Adorno...................................................................................
365
n
MartinJay 9. La reconstitución postestructuralista de la experiencia. Bataille, BarhesyFoucault.. .....................................................
419
Conclusión ......... ....... ..... .... ........ ......... .................. ..... ........... ... ......
463
Índice analítico ..............................................................................
473
10 El juicio de la
~~experiencia yy
De los griegos a Montaigne y Bacon
"De todas las palabras del vocabulario filosófico, 'experiencia' es, sin lugar a dudas, la más difícil de manejar", advierte Michael Oakeshott; "y debe ser la ambición de todo escritor lo bastante temerario como para usar el término escapar a las ambigüedades que contiene".1 Tal ambición, sin embargo, suele ser más típica de los filósofos, ansiosos por inmovilizar el juego del lenguaje y arribar a conclusiones firmes acerca de aquello que pretende representar, que de los estudiosos de la historia intelectual, interesados en las ambigüedades mismas. Los primeros suelen emplear uno de dos métodos para reducir o eliminar la incertidumbre polisémica: o bien privilegian un significado y relegan los otros a los márgenes (Oakeshott mismo sigue este modelo, dado que declara explícitamente que "comenzaré, entonces, por indicar lo que a mi juicio denota"),2 o bien buscan un fundamento de autentici-
dad en el significado hipotéticamente "original" de la palabra. Tales intentos de "manejar" un vocablo, según la reveladora metá-
fora de Oakeshott, son especialmente peligrosos cuando se trata de "experiencia", pues imponen una rígida y atemporal singularidad a aquello que, precisamente, ha tenido una evolución variada y cambiante, y que podríamos denominar, de manera provisoria, una -experiencia semántica. Si bien se admiten ciertos límites a la infinita flexi-
bilidad de cualquier término, sería insensato decidir de antemano que ciertos significados son correctos y otros no lo son. La noción wittgensteiniana del significado como uso y la tolerancia de la deconstrucción a la catacresis nos enseñan que, cuando una palabra ha tenido una historia tan larga y compleja como el término "experiencia", no es posible hacer justicia a sus avatares mediante un prematuro cierre semántico.
Martil1Jay Desde el punto de vista etimológico no es necesario, por cierto, estar siempre al servicio de inmovilizar la ambigüedad lingüística. Como lo ha advertido Derek Attridge, hasta las cuestionables tentativas de localizar el origen de una palabra -por ejemplo, las llamadas etimologías etnológicas- nos permiten tomar conciencia de la riqueza de la historia denotativa y connotativa de un término: "depende de la manera en que las palabras que encontramos frecuentemente y tratamos como unidades completas, sólidas y simples (que representan conceptos sólidos, simples), pueden descomponerse en sus partes constitutivas, fusionarse unas con otras y mostrar que están divididas y carecen de autoidentidad, sin límites claros y sin un centro eviden, te".3 No pretendemos, sin embargo, re capturar el verdadero origen lingüístico de una palabra -después de todo, el griego, el hebreo y el latín, los protolenguajes favoritos de buena parte de la indagación etimológica, proceden de lenguas incluso anteriores-, pero será útil echar una ojeada a la evidencia de los significados sedimentados que invocaron muchos cantantes de los "cantos de experiencia".4 La palabra inglesa experience deriva directamente del latín expe1'ientia, que denota "juicio, prueba o experimento". La francesa expérience y la italiana esperienza pueden significar también un experimento científico (cuando se las usa en la forma indefinida). En la medida en que "probar" (expe7'eri) contiene la misma raíz que periculzmz (peligro), hay asimismo una asociación encubierta entre experiencia y peligro, la cual indica que la primera proviene de haber sobrevivido a los riesgos y de haber aprendido algo del encuentro con dichos peligros (ex significa "salida de"). Quizá por esta razón puede connotar también una mundanidad que ha dejado atrás la inocencia al enfrentar y superar los peligros y desafíos que la vida suele presentar. El antecedente griego del latín es e771peiria, que también sirve como raíz de la palabra inglesa empírica!. Una de las escuelas griegas de medicina, basada en la observación más que en la autoridad o la teoría, se denominó los Bmpiríki, en oposición a las facciones rivales conocidas como los Dogmati/á y los Methodi/á. Aquí ya es evidente el vínculo esencial entre la experiencia y la sensación cmda, no reflexiva, o la observación no mediada (contrapuestas a la razón, la teoría o la especulación). También es evidente la asociación entre la experiencia y el tratamiento de asuntos específicos, particulares, m,ls que de asuntos generales, universales. De ahí proviene la creencia, manifiesta en ciertos usos, de que las experiencias son personales e incomunicables antes que colectivas e intercambiables.
26
El juicio de la "experiencia" Otra palabra griega, pathos, suele incluirse entre los antecedentes del concepto moderno, aun cuando el vínculo etimológico esté ausente. Básicamente, pathos significa "algo que sucede" en el sentido de lo que uno sufre o soporta. Cuando "e~periencia" adquiere el sentido de "experimento", sus dimensiones prácticas se activan, pero cuando se vincula al pathos ::::es decir, ,~l_h,e_~h
MartinJay
El juicio de la "experiencia"
del viaje. Si bien no siempre es el caso, Erlebnis a menudo indica la condición inefable del individuo, mientras que Erfahrung puede tener un carácter más público, colectivo. No obstante, veremos variantes de cada una de ellas utilizadas en sentido opuesto.
pureza de la forma por sobre el desorden y la incertidumbre de la vida cotidiana. Quizá la figura más influyente en este aspec,tofue el filósofo norteamericano]ohn Dewey, cuyo propósito era fundamentar su alternativa pragmatista"'-;f~~cionalismo idealista en un renovado respeto por la experiencia. 8 De acuerdo con Dewey, la denigración clásica de la experiencia prevaleció hasta el siglo XVII, y se basó en el desdén por las imperfecciones de la mera opinión, en oposición a las certezas de la ciencia. Platón desconfiaba de la experiencia, más dependiente de la costumbre y del h;Íhlt~ que de las explicaciones rá¿io;'ales .de las cosas, y la consideraba un obstáculo para alcanzar el verdadero conocimiento.
Si las pruebas etimológicas indican algo, es que "experiencia" es un
término repleto de significados sedimentados, pasibles de actualizarse para servir a diversos propósitos y de yuxtaponerse a una gama de antónimos putativos. Tal como el caso alemán lo demuestra, es posible tener dos versiones antagónicas de lo que en inglés es un solo término. Ello permite tanto el lamento (que encontramos en la Introducción) de que "la experiencia" (en uno de los sentidos de Erfahrung) ya no es posible, como la afirmación, aparentemente contradictoria, de qlle ahora vivimos en una auténtica "sociedad de la experiencia" (Erlebnisgese¡¡schaft). 5 Permite apelar a la experiencia como si se tratara de una cosa del pasado, ya la par "anhelarla" como si fuera algo para gozar en el futuro. Y hace posible establecer una distinción entre el sustantivo "experiencia", como algo que uno "tiene" o "de lo que p.no ~prende",y
el verbo "experimentar" o elp~(?c_~~O de "experime~ta:(', que sugj.ere l~ que uno está "haciendo'~ o '.'sintiendo" ahora. 6 Dado que se refiere tanto a lo que se está experimentando cuanto al proceso subjetivo de e;Cl!~-tim~~~~~il.o, la palabra suele como un "término paraguas" para superar la escisión epistemológica entre sujeto y objeto. Los prag-
operar"
matistas norteamericanos eran especialmente proclives a usarlo de esta
manera. Si sumamos a ello los adjetivos que frecuel1temente acompañaban a la palabra, tales como "~~iqa"1 "il!terior".Y "genuina", es fácil comprender por qué el término ha tenido uIla historia tan llamativa y continúa fascinando nuestra imaginación. Esa historia,· conviene señalar de inmediato, no siempre consistió en
una celebración ininterrumpida. De hecho, en el pensamiento clásico se argumenta con frecuencia que los que ahora reconocemos como los
antecedentes del término desempeñaron un papel no solo modesto sino incluso negativo. Según]ohn Deely, "durante el penado griego, la noción existente no iba mucho más allá de la simple empeiria, que aparece, por ejemplo, en la Metafísica y en la Ética de Aristóteles como una suerte de semilla semántica de cuyo desarrollo se encargarán sus comentaristas. Tal vez siguiendo el ejemplo, en el período latino la noción de experiencia se refería exclusivamente a la acción de la cosa
sensible: convertirse ella misma en objeto por medio de su acción sobre el órgano sensorial".7 El descuido o aun el desprecio de la experiencia en el pensamiento clásico a menudo se relacionaba con el sesgo jerárquico de la tradición racionalista, que eleva las ideas, el intelecto y la 2í1
y le disgu"staba, no porque fuera "subjetiva", una acusación esgrimida más tarde por los defensores de una ciencia supuestamente "objetiva", sino porque se ocupaba de asuntos relativos al azar y a la contingencia. Para Platón y la tradición a la que dio origen, afirmaba DeweyTla experielÍchi siguificó "la esclavitud al pasado, a la costumbre. La experiencla era casi el equivalente de los hábitos establecidos, configurados no por la razón o bajo un control inteligente, sino por la repetición y por un método empírico caracterizado por su ceguera".9 En
el extremo opues-
to del espectro se hallaban las verdades necesarias y eternamente válidas de la matemática, se derivasen o no de la experiencia de un sujeto falible. Aunque J\r.~stó.teles atenuó la hostilidad de su predecesor hacia la empeiria y rechazó la fe en la racionalidad intuitiva yen la demostración deductiva; vio un progreso en el hecho de pasar, mediante percepciófiés organizadas, de las meras impresiones sensoriales, impulsadas en
gran medida por el apetito, a una forma más racional de cognición sustentada en una ciencia carente de pasión, la cual debía trascender la contingencia de los eventos individuales y ser universalmente verdadera. 10 Si, como sostenía Dewey, la experiencia había ocupado un lugar en la filosofía clásica, era en las actividades no contemplativas subsumidas bajo la categoría de "práctica". Mientras que 1!1.teoría, tal como lo
indica la etimología de la palabra, se apoyaba en una vi~ión desinteresada, espectatorial del mundo, se estimaba que la práctica no mantenía la 'debida distancia con respecto al mundo en el cual estaba inmersa como para producir un conocimiento confiable. Resumiendo su argumento,
Dewey especificó lo que la filosofía griega consideraba como los tres defectos de la experiencia:
?o
MartinJay Existe un contraste entre el conocimiento emprnco (estrictamente hablando, la creencia y la opinión más que el conocimiento) y la ciencia. Existe un contraste entre la naturaleza restringida y dependiente de la práctica y el carácter libre del pensamiento racional. Y existe una base metafísica para estos dos defectos de la experiencia: el hecho de que los sentidos y la acción corporales están confinados al reino de los fenómenos, en tanto que la razón, en su naturaleza intrínseca, se relaciona con la realidad últi-l!'. ma. Este triple contraste implica, por consiguiente, un menosprecio meta-' físico por la experiencia, un menosprecio epistemológico y, combinando estos dos aspectos y dándoles su contenido humano, un menosprecio moral: la diferencia de valor entre la actividad circunscripta al cuerpo y a las cosas físicas -que tiene su origen en la satisfacción de una necesidad y sirve a fines utilitarios y temporales- y la actividad que conduce a los valores ideales y eternos.]]
Si bien concedió que los griegos tenían razón al desconfiar de la experiencia tal corno la conocían -es decir, antes del advenimiento de los métodos experimentales, capaces de verificar intersubjetivamente lo que se había experimentado-, Dewey afirmó que los griegos se equivocaban al enfrentar la razón con la experiencia como si se tratara de una oposición eterna e infranqueable. Su fetiche de universalidad, necesidad y abstracción significaba que los filósofos clásicos no habían comprendido el valor de la actividad práctica, aunque falible, en el mundo, una actividad que Dewey se dispuso a rescatar. Si el estudio de Dewey acerca de la experiencia fue o no fructífero, es un tema del que nos ocuparemos en otro capítulo. La validez de su caracterización de los griegos ha sido cuestionada por varios comentadores, quienes han formulado cuatro objeciones principales: en primer lugar, se ha demostrado que l~-ciencia griega, especialmente en los campos de la medicina, la óptica y la acústica, no era tan apriorística ni, a priori, tan hostil a la observación empírica e incluso a la experimentación basada en el cálculo como suponía Dewey.]2 Filtrada a través de las descripciones posteriores de críticos tales como los escépticos y los primeros cristianos, la ciencia griega fue erróneamente considerada como asentada en dudosos experimentos mentales y en deducciones silogísticas, antes que en los resultados de la empeiria basados en los sentidos. El mismo prejuicio dio origen a las int1uyentes observaciones de Francis Bacon sobre el terna, motivadas en parte por su hostilidad hacia los efectos aún poderosos del escolasticismo aristotélico.!3 Pero la investigación más reciente, junto con la disolución de la rígida distinción establecida entre teoría y observación empírica, ha demostrado cuán problemáticas son realmente esas generalizaciones rápidas.
30
El juicio de la "experiencia" En segundo lugar, se ha señalado que la evidencia literaria revela una considerable desconfianza popular respecto de la sabiduría del hombre puramente "teórico". Pese al intento de Platón de expulsarlo del Estado, el legado de la épica de Homero -¿alguna vez hubo una descripción tan vívida del peligroso viaje (Fahrt) que constituye la experiencia (Eifahrung) corno la de la Odisea?- nunca fue totalmente olvidado. En las obras de Eurípides y Aristófanes, la~iÓ.l1~deUci"e?:~ lismQantiempírico identifica<:l0 por pewey con el pensamiento griego tOZlt court fue' so~etido a una sátira demoledora.]5 El famoso rechazo de Platón por la representación teatral era producto, en parte, de la resistencia mostrada en el escenario a celebrar la especulación racional. En tercer lugar, se ha argumentado que, independientemente del privilegio conferido a la vita contemplativa por la tradición filosófica hegemónica, el ciudadano griego, en la vida cotidiana de la democrática polis, valoraba la vita activa.]6 En directa oposición con la república autoritaria de Platón, gobernada por reyes-filósofos, la Atenas de Pericles fue la sede de una práctica política donde los hechos y las palabras eran más importantes que las ideas puras. La vida política fue, en sí misma, similar al teatro en cuanto a su afirmación performativa del heroísmo desplegada ante un público receptivo, un público capaz de convertir los hechos en narrativas que compartirían las generaciones futuras. El valor atribuido por los griegos a la phronesis (o sabiduría práctica) también significaba que la pura especulación no era el único modo válido de conocimiento. Según lo ha notado un reciente comentador, la phronesis combinaba "la generalidad de la reflexión sustentada en principios con la particularidad de la percepción en una situación determinada. Se distingue del conocimiento teórico por cuanto se ocupa no de algo universal y eternamente igual, sino de algo particular y cambiante. Y necesita tanto de la experiencia como del conocimiento".]7 Por último, a partir de la época de Dewey comenzó a valorarse el papel desempeñado por la experiencia dentro de la filosofía griega. Esto implicaba reconocer, al menos parcialmente, que "desde un punto de vista filosófico, la idea de experiencia se remonta al pensamiento griego, especialmente al de Aristóteles" .]8 Si bien en las reflexiones finales del libro sexto de la Ética nicomaquea el filósofo denigra la phronesis a favor de la teoría, en otra parte señala que "las aseveraciones y las opiniones no fundamentadas de las personas mayores, sagaces y experimentadas merecen tanta atención corno las aseveraciones que se sustentan en pruebas, pues dichas personas aprehenden los principios a través de la experiencia".]9 En las breves pero s~minales discusiones 21
MartinJay
El juicio de la "experiencia"
sobre la dependencia científica de la empeiria en la Metafísica y los Sef5Undos Analíticos, Aristóteles reconoce sus lazos con la memoria y la
XVII a través de la Escuela de Cambridge (sobre todo por Henry More, Benjamin Whichcote y Ralph Cudworth) ayudó a generar el discurso de la experiencia estética lanzado por Shaftesbury.25 Friedrich Schleiermacher, el principal defensor de la experiencia religiosa, también estaba en deuda con Platón, cuyos Diálogos (excepto tres) había traducido al alemán. 26 Pese a estas salvedades, resulta difícil negar que hay algo de verdad en la caracterización de Dewey del papel relativaménte modesto desempeñado por la experiencia -al margen de cómo se la defina- en el pensamiento clásico hegemónico. Después de todo, la retórica sofista no logró imponerse a la lógica demostrativa, y los cínicos como Dióge-
particularidad,2o aun cuando Aristóteles mismo fue en definitiva incapaz de romper enteramente con lo que se llamó la tendencia "aristocrá-
tica" a los universales y a la lógica demostrativa heredada de Platón. En otros filósofos antiguos, especialmente en los cínicos y en los sofistas, encontramos una apreciación menos equívoca de la significa-
ción de la experiencia. En Diógenes, la restitución transgresora del cuerpo con todas sus sórdidas necesidades e irreparables imperfecciones contra la celebración idealista de la mente racional -su inversión crudamente materialista de la tradicional jerarquía de valores- implicaba una apertura a todo cuanto pudieran enseñar las experiencias sen-
nes continuaron siendo marglD'ales con muy poca influencia hasta que
suales específicas. 21 Su famosa Ilnterna se dirigió a las escenas mundanas con las que tropezaba en su viaje de descubrimiento, no a las formas eternas que resplandecían en el firmamento platónico. Asimismo, la insistencia de los sofistas en el hombre, más que en las formas platónicas, como el centro de la indagación filosófica indicaba q?-e ~,~a pr~ciso ~01?_ar en serio ~a experiencia seJ.?sorial en ;ehíde conocimiento. De acuerdo con Protágoras, "el hombre es el amo de todas las experiencias en lo tocanteali·'fériom"enalidad' de ló qiíé~s~eal y ~ !a"'llo-fenomella!.idad'· delo que nó eSJeal".22 Aunque Gorgias concluyó que la experiencia, desgarrada por contradicciones,
se los convirtió en héroes burgueses en el siglo XVIII.27 El legado de Platón y Aristóteles, combinado con elementos no griegos con diversos
cuanto
cufo
jamás podría reconciliarse con la razón, otros sofistas, tales como Afltifante, prefirieron una comprensión más halística del término, que evi-
taría el escepticismo irracionalista. 2J El hecho de que los sofistas privilegiasen la retórica contra la dialéctica, la lógica y la matemática siguificaba que conferían más importancia al lenguaje oral que al escrito, al lenguaje destinado a persuadir e influenciar a una audiencia antes que a demostrar una verdad, el lenguaje para el oído, no para el ojo.24 En su modo performativo, el lenguaje estaba por consiguiente ligado . tanto a la teatralidad censurada por la tradición platónica cuanto a la intersubjetividad que formaba parte de la experiencia entendida como i un encuentro con la otredad.
!
grados de coherencia y frecuentemente de un modo ecléctic0,dominó
la filosofía medieval. Como resultado de ello, los efimeros sucesos de la vida cotidiana fueron confinados a los márgenes en la búsqueda de verdades universales. Aunque los escritores medievales solían invocar la fórmula aristotélica "nihil in intellectu quod non prius in sensu" (no
hay nada en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos),28 no tardaron en desplazarse hacia las verdades supremas de la razón inspirada por lo divino. En lugar de la evidencia de los sentidos o de la experimentación controlada, la doctrina de la Iglesia y la autoridad~de los "filósofos ·de la antigüedad proporcionaron los fundamentos de la creencia metafísica y, en cierta medida, de la filosofía naturaI.29 El escolasticismo estaba m~s interesado en demostrar la existencia de Dios mediante argumentos racionales que en investigar la experiencia reli-
giosa del creyente. La afirmación de Aristóteles de que la sensación significaba la recepción de formas sensibles se conservó en la creencia de que las "especies" objetivas constituían la fuente de la percepción. Aun
cuando en el siglo XIII el monje Roger Bacon propuso una Scientia Experimentalis para complementar la Sacra Doro'ina, se refería tanto a la iluminación divina cuanto a la percepción sensorial, además de incluir
religiosos. Como ha demostrado Cassirer, la recuperación del platonismo en el Renacimiento y su difusión en Inglaterra durante el siglo
prácticas ocultas tales como la alquimia y la astrologia. JO En general, se mostró poco respeto por la qJ?se~ac;jó.n e,glpírica per se ~_~_S':l.~n~~ fu~Ilte válida desab.idurÍa o.
32
:¡:¡
Antes de pasar a otro tema, conviene hacer una última observación
concerniente a la recepción del platonismo en la historia de los debates sobre la· experiencia. Pues, por irónico que parezca, aunque a men\19_() haya sido un obstáculo para aceptar la experiencia como una categoría
·epistemológica, la idea platónica de intuición constituyó una influencia posItiva cuando
la experiencia fue entendida en términos estéticos o
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¡
MartinJay
El juicio de la "experiencia"
despectiva, sobre todo en contextos médicos, como un sinónimo de "matasanos", hasta bien entrado el siglo XVII.32 Tal vez la principal excepción a este desprecio general por la experiencia, al menos en una de sus variedades, se encuentra en la obra de San Agustín, cuyas reflexiones confesionales sobre su viaje espiritual han constituido frecuentemente el punto de partida de las ulteriores exploraciones de la ':~xperiencia interior". "No es exagerado decir -escribió Charles Taylor- que fue Agustín quien introdujo la interioridad de la reflexividad radical y la transmitió a la tradición del pensamiento occidental."33 La confianza de Agustín en la narración en primera persona y en el rol desempeñado por los propios recuerdos promovió el desarrollo de una práctica de examen introspectivo que tomaba en serio la experiencia. De acuerdo con Hans Blumenberg, "la memoria de Agustín da por primera vez detalles precisos de un órgano y un contenido a partir de los cuales puede constituirse lo que cabe describir como 'experiencia interior"'.34 Sin lugar a dudas, la experiencia interior de Agustín aún no estaba dirigida a los encuentros con el mundo profano -de hecho, su aversión al pecado de la curiositas lo condujo al resultado opuesto-, pues la memoria podía emplearse al servicio de una anamnesis platónica más impersonal. Pese a que hubo, por cierto, corrientes medievales que implícitamente valoraban la experiencia por encima del acatamiento de las normas, tales como la orden comunitaria de los franciscanos, quienes imitaban la humildad y la pobreza de la vida de Jesús, eran todavía hechos relativamente aislados que a menudo no lograban imponerse a la autoridad dogmática de la Iglesia. 35 No fue sino a comienzos de lo que ahora llamamos la edad moderna cuando el "juicio" a la experiencia, al igual que el juicio a la curiosidad, de cuya valoración similar se ocupa Blumenberg en La legitimidad de la Era Moderna,36 terminó con la absolución del acusado o, mejor dicho, con un jurado que, incapaz de llegar a un veredicto, continúa debatiendo sus méritos hasta el día de hoy. Erosionada la confianza en el racionalismo escolástico, debilitado el poder espiritual de la Iglesia e invertida la jerarquía de los antiguos y los modernos, la modernidad buscó un nuevo fundamento de legitimidad. "La modernidad -escribe Jürgen Habermas- ya no puede ni quiere tomar préstamo criterios procedentes de modelos de otra época; tiene que crear su nornzatividad a partir de sí misma. "37 En un sentido, cabe decir que esta búsqueda significó un desprecio tácito por la experiencia al identificarla solamente con el saber acumulado del pasado y, por consiguiente, al considerarla un baluarte de la autoridad tradicional. De hecho, según Reinhart Koselleck, la moder-
nidad (Neuzeit, en alemán) fue ante todo consciente de sí como un "tiempo nuevo" -el autor sitúa el cambio en el siglo XVIII-, cuando "las expectativas ya se habían distanciado de toda experiencia previa".38 Es decir, la noción espacial de pasado y presente entendidos como simultáneamente efectivos, sin conceder privilegio alguno a lo que es más reciente o a lo que potencialmente está por venir, fue reemplazada en la modernidad por una alternativa temporal en la cual el horizonte de expectativa encuentra su legitimidad en un futuro imaginario que ya no está en deuda con el pasado. El sentido histórico mismo que asociamos con la autoconciencia moderna, en particular con su creencia en el progreso, depende -argumenta Koselleck- de la pérdida de fe en la continuidad sin fisuras del pasado con el presente y el futuro. Aunque, como veremos al examinar la apelación políticamente conservadora a la "experiencia" pretérita en figuras tales como Edmund Burke, la ruptura no fuera completa, pues al menos una acepción del término -que lo identifica enteramente con el aprendizaje de las "lecciones" del pasado- había adquirido ahora, paradójicamente, el significado peyorativo procedente del período clásico. Hasta un defensor tan acérrimo de la Eifahrung como Walter Benjamin tuvo que despojar al término de su connotación negativa a fin de aplicarlo a sus propósitos más radicales. 39 Pero entendida en función de la realidad presente y no como un mero residuo del pasado, y beneficiada por la nueva valoración de lo transitorio y lo efímero, la -"~){peTiencia" emergió en el umbral de la modernidad al menos como un candidato plausible para ocupar el rol abandonado por los más antiguos y ahora desacreditados fundamentos de legitimidad. El cambio de actitud fue evidente en varios y diversos contextos. En la religión, donde la unidad de la iglesia medieval y su monopolio de la autoridad doctrinal se habían hecho añicos, tanto la Reforma como la Contrarreforma hallaron en la "experiencia" un medio viable en la lucha por la salvación de las almas. Para muchos protestantes, lo que se ha denominado "la afirmación de la vida ordinaria"4o significaba centrarse en los detalles de la existencia cotidiana de la familia o de la comunidad piadosa, antes que en la fidelidad a las enseñanzas doctrinales o a los rituales de la Iglesia. "No solo la Escritura -insistía Martín Lutero-, sino también Ia experiencia ... Tengo la materia misma y la experiencia junto con la Escritura ... La experiencia basta para hacer un teólogo".41 El viaje espiritual, magníficamente ejemplificado en "el progreso de peregrino" de}a famosa parábola de John Bunyan, implicaba el peligroso encuentro con la otredad ~ la_narración retrospectiva, que constituían aspectos centrales de la noción dialéctica de experien-
en
34
MartinJay
El jzticio de la "experiencia"
cia. Aunque no se guardara memoria de la experiencia del nacimiento natural, la crisis de conversión -conocida por la metáfora ahora familiar "nacer de nuevo"- era algo que podía experimentarse. La inmediatez de la vida espiritual, ya no filtrada por los oficios de una jerarquía eclesiástica, produjo un examen constante de la conducta y de sus motivaciones, fundamentado en la creencia de que "la religión debe ser un asunto susceptible de ser captado por la experiencia sola, sin necesidad de apelar a conceptos de ningún tipo",42 como lo expresó en 1732 el líder pietista conde van Zinzendorf. La poderosa tradición de una
experiencia".48 Pero al margen de las posibilidades de poner en práctica un programa semejante, la "experiencia" había adquirido una nueva connotación en cuanto fenómeno especialmente intenso y profundo, capaz incluso de convertirse en un fin en sí mismo cuando se deja
atrás su función religiosa. En el entorno más humanista del Renacimiento cabe discernir una valoración similar del individuo excepc;ional, autocreado, ese uomo sin-
go/are o !tomo unico cuya importancia ha sido reconocida por ] acob Burckhardt. 49 Pero aquí también es posible inferir una implicación en
el
"experiencia específicamente religiosa", que analizaremos con más
última instancia más igualitaria de la nueva fascinación ejercida por
detalle en el capítulo 3, surgió por primera vez en este contexto.
sujeto singular. Quizás el paradigma de esta nueva sensibilidad fue Michel de Montaigne (1533-1592) quien, a pesar de su localización ocasional dentro del período barroco o incluso dentro de un hipotético Contra-Renacimiento, tipifica la fascinación renacentista por la experiencia, ahora extendida a la gente común y a los aconteei-mientos mundanos. En la medida en que su notable contribución al discurso
Si bien para muchos protestantes la evocación de la "experiencia"
podía siguificar una nivela~ión democrática del acceso a lo _s.agra1'" ciertas figuras de la Contrarreforma católica solían arribar a conclusIOnes muy diferentes. Aquí el valor de una variante específicamente mística de la religiosidad, que Tomás de Aquino había definido como cognitio dei experimentalild (conocimiento de Dios a través de la experiencia), ganó una nueva audiencia. De acuerdo con Gershom Scholem, el gran historiador de la variante judía, elJ11isticismotiende.ll.. ápárece~ e~llna etapa:de desar~ollore~igioso donde la Ul:,id~d .Previa entre lo sagrado y lo profano, entre DIOS y Su mundo, se sIente con especial agudeza como una condición perdida pero potencialmente recuperable. 44 Operando dentro de las religiones tradicionales antes
sobre la experiencia se ha convertido en el criterio con el cual se ha ,comparado a muchos otros Ca menudo desventajosamente), conviene demorarnos un poco en el pensador francés, una tentación a la que es
fácil sucumbir dado el inagotable poder de su extraordinaria obra.
MONTAIGNE y LA EXPERIENCIA HUMANISTA
que constituir intentos radicales de Cfear nuevos dogmas, eLrpi§.!=.Ícis_~~
busca reparar la ruptura que percibe entre lo divino y lo mundano. . Aunque precedió ciertamente a la Reforma -cabría argumentar que la búsqueda mística de la unidad comienza, en rigor, con la separación monoteísta de un Dios trascendente de Su creacÍón-, la crisis
de la Cristiandad medieval, así como la agitación social y política, le dieron un nuevo ímpetu. 45 A diferencia de la vigilancia cotidiana contra el pecad,? promovida por los predicadores protestantes como una práctica que todos debían seguir, la eXQeriencia mística se limitó solamente a los virtuosi religiosos, aquellos que tenían un don especial para la auto inmolación extática o la disciplin~ ~ara concentrar la mente y las emociones en una sola meta, una practIca que se denomInó contemplación.46 Como explicÓ en el siglo XVII el místico francés
Los famosos Ensayos deMontaigne culmiuan con una larga medita C ción escrita en 1587-88, cuando tenía 56 años, titulada "De la e;ipe- ' riencia". Tras haber participado activamente en los asuntos-de su época
-nacido en el seno de una familia aristocrática, fue magistrado en el parlamento de Bordeaux entre 1557 y 1570-, Montaigne se había retirado, durante las últimas dos décadas de su vida, a su castillo en el Périgord para reflexionar sobre las humildes lecciones que había aprendido. 5ü Tal como señaló irónicanlente, "alln pue~tos ,en el, más elevado tr~.1l:.o., ~"~este mundo, es m,enes_ter que nos-sentemos sobre nuestro tra~.ero'~~51 Ámique en varias ocasiones retornó al servicio público en leÍ
década de 1580, contó con el ocio suficiente para confeccionar el más elaborado registro introspectivo -una suerte de extensa entrevista a sí
ca es sólo para "pocos".47 En la época de }ITiJliam Blake, sin embargo, se le restó validez a las implicaciones elitistas del misticismo con la esperanza de permitir a todos los hombres. cantar "los cantos de la
mismo, como lo llamó un comentador-52 en el período de mil trescientos años transcurridos entre las Confesiones de San Agustín y las de ]ean-]acques Rousseau. Los Ensayos de Montaigne -el título mismo sugiere experimentos tentativos, exploratorios, antes que la fundamentación de un dogma-
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Jean-Joseph Surin en La ciencia experimental, si bien la ('fe" es el camino común a la salvación para muchos, la genuina "experiencia" místi-
,
Martin Jay documentan su viaje de autodescubrimiento, así como sus observaciones extraordinariamente agudas sobre la condición humana. El estilo coloquial, idiosincrásico y accesible logra que la voz del autor emerja de entre la escritura alienada en la página, una voz que está claramente en busca de un oído afín, como el que Montaigne había perdido con la muerte de su querido amigo Étienne de la Boetie en 1563. 53 La confesión, en el sentido tradicional cristiano de hablar con Dios a través de un sacerdote, ya no era suficiente. El interlocutor del diálogo imaginado de Montaigne es una audiencia mundana, capaz de reconocerse en sus reflexiones. En su obra, las experiencias se comparten, no se acaparan. Pero Montaigne también parece haber comprendido los límites de la identificación vicaria y la singularidad de la historia de su vida. Educado en el aprendizaje de fos clásicos, aunque renuente a aceptar la prioridad de los antiguos, sostuvo desafiante: "Prefiero ser una autoridad sobre mí mismo antes que sobre Cicerón".54 Le agradaba la descarada irreverencia de Diógenes de Sinope, y prefería el cínico materialista al idealista platónico, cuya fe en la racionalidad universal no podía compartir. Recordando que en cierta ocasión un filósofo imploró a Diógenes que leyera más libros, Montaigne cita la réplica del filósofo cínico con evidente aprobación: "¿Estáis bromeando? .. Del mismo modo que preferís las brevas auténticas y naturales a las pintadas, así debéis preferir también las enseñanzas naturales, auténticas, a las escritas".55 Revirtiendo la jerarquía tradicional que privilegiaba las verdades intemporales por sobre las apariencias transitorias, y rechazando tácitamente la búsqueda mística de la unidad con lo divino, Montaigne aseveró con audacia: "Yo no pinto el ser; pinto solamente lo pasajero". 56 Comprendió que el tiempo no debería medirse contra una hipotética plenitud eterna y, por lo tanto, juzgarlo deficiente; vivir el momento no era inferior a vivir para la eternidad. A fin de cuentas, tampoco la imperfecta memoria podía totalizar toda la historia en una narración plenamente significativa, por muy valiosa que fuese como investigación de fragmentos del pasado. 57 En consecuencia, algunos observadores consideraron a Montaigne el paradigma de una exacerbada sensibilidad a lo transitorio, fugaz y efímero propia del barroco, caracterizado por su aceptación de las múltiples contradicciones de la experiencia. 58 Resulta significativo que en el ensayo de ese mismo nombre lVlontaigne no intentara nunca definir (o "manejar", según Oakeshott) la palabra "experiencia", permitiendo que su significado -o sus múltiples significados- se revelasen gradualmente en el proceso de la lectura
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El juicio de la "experiencia" misma. 59 Las lecciones del ensayo derivan, en parte, de comparar una serie de ejemplos de una manera que reconoce sutilmente tanto sus similitudes como sus diferencias. 6o Más parecido al relato de Ul1:l vida desordenada que a una demostración lógica, "De la experiencia" discurre digresivamente combinando anécdotas y aperfus con argumentos y citas, retomando temas y enfocándolos desde diferentes ángulos. Su propia temporalidad, rítmicamente desigual e irreductible a una narr,1tiva unificada, duplica las reflexiones asistemáticas sobre el tiempo que sé-encuentran en toda la obra de Montaigne. 61 Lo que respondió el indignado Goethe cuando le preguntaron si su gran obra teatral podía reducirse a una idea ("¡Bonita cosa me habría salido si hubiese tratado de anudar al hilo sutil de una sola idea una vida tan rica, varia y revuelta como la que se desarrolla en el Fausto!"),62 sin duda le hubiera servido a Montaigne para defender la estructura aparentemente indisciplinada de "De la experiencia", donde se ejemplifica performativamente lo que se argumenta sustancialmente. Según Montaigne, definir de manera unívoca o razonar deductivamente equivalía a entorpecer el proceso impredecible del aprendizaje, que hacía tan valiosa a la experiencia. Desdeñando el intento comparable de hacer justicia mediante la sanción de leyes unívocas yobligatorias bajo las cuales podían subsumirse fácilmente los casos, Montaigne recurrió en cambio a la experiencia adquirida durante sus años en la magistratura y confeccionó un informe para los jueces cuya finalidad era interpretar las leyes abstractas y aplicarlas a casos específicos, basándose en el sentimiento tanto como en el intelecto. 63 Cuando los protestantes procuraron frenar el debate apelando a la palabra literal de las Sagradas Escrituras, el filósofo alegó que sus argumentos dependían de una premisa igualmente falsa, "¡como si hubiera acaso menos animosidad y amargura en comentar que en inventar!".64 La desconfianza de Nlontaigne hacia toda pretensión de alcanzar la verdad absoluta, evidencia su deuda con el escepticismo, reactivado tras la recuperación de los escritos pirronistas de Sexto Empírico en la década de 1560, yel renovado interés por el escepticismo "académico" de Cicerón. 65 Si bien nunca rechazó explícitamente el catolicismo, Montaigne había absorbido sin duda muchas de las críticas contra su teología dogmática durante la Reforma, y se negaba a creer en los milagros o en la hechicería, además de no aceptar los argumentos a favor del pecado original. Se suele afirmar que su amistad con el rey de Francia, Enrique IV, incidió significativamente en la promulgación del Edicto de Nantes en 1598, que autorizaba la tolerancia a los hugonotes. Resueltamente mundano y acostumbrado a los placeres y dolores
MartinJay
Eljuicio de la "experiencia"
de la carne, disfrutó con indudable deleite de la sensualidad humana que tan a menudo había repudiado la Iglesia. Por consiguiente, no centró su atención en la salvación sino en vivir una buena vida, l:1na lección que le ganaría el respeto de los librepensadores de la Ilustración en el siglo XVIII.66 Pero la experiencia también le había enseñado que la vida no estaba exenta de 'paradojas, ironías y desilusiones. Se acepte o no la división tradicional de'su carrera en las etapas estoica, escéptica y luego epicú-' rea, es claro que Montaigne era en extremo consciente de los límitesde la condición humana e incluso de la incierta confiabilidad de los sentidos.67 Hásta la famosa afirmación de Protágoras, tan cara a la autoafirmación humanista, de que el hombre era la medida detodas las cosas, no escapaba a sus sospechas. 68 Como consecuencia de ello, fue posible interpretar su legado en términos fideístas, tal como lo demostró e! pirronismo cristiano de los teólogos de la Contrarreforma Pierre Charon y Jean-Pierre Carnus, quienes le deben mucho a su ejemph 69. Montaigne, en efecto, nunca permitió que sus dudas se conVIrtiesen en una franca misantropía o en un desilusionado alejamiento del mundo de los hombres. Cuando eligió como lema la pregunta escéptica "Que sais-je?" (¿qué sé yo?) parece haberlo hecho para rendir tributo a Sócrates, quien fue sabio hasta el punto de reconocer los límites de su conocimiento, lo cual significaba la incapacidad tanto de refutar cuanto de confirmar muchas de nuestras creencias,7o La lección que Montaigne aprendió de Sócrates, según su gran admirador Ralph Waldo . en 5aber,que po demos no 5abeI"71 Emerson, fue que "el saber conSIste .
en su aceptación, e incluso afirmación, de.~Jragilidad de la condición hllmana yde! hech~inevitable de franqueare! único umbral del qué no ey; posible tener experiencia alguna:.el de la muerte. "Filosofar -coincidió con Cicerón (y anticipó a Martin Heidegger)-- no es sino prepararse para la muerte ... Y para despojarla de su principal ventaja contra
Más aún, al no oponer el intelecto a los sentidos, Sócrates evitó instau-
rar nn dualismo problemático, comó señaló Montaigne con aprobación: "él elogia, como debe, la volnptuosidad corporal, pero prefiere la del espíritu por ser más fuerte, constante, fácil y digna. Esta última en modo alguno camina aislada, según él -pues no es tan extravagantesino que es únicamente la primera. Para él la templanza es moderadora y no enemiga de los placeres".72 La actitud de Montaigne haci~ el cu.e~ po era la de alguien que lo habitaba totalme~te como una reahdad V1V1~ da no la de un observador que podía exarnmarlo desde leJOS, como SI se' tratara de un objeto dentro del mundo. La autocomprensión -demostró-no era lo mismo qne la autopsia de un cadáver, una apreciación por la cual se lo ha comparado con fenomenólogos del siglo XX tales. como Maurice Merleau-Ponty.1 3 . Su notable serenidad y equilibrio, su capacidad de convivir con la .incertidumbre y la duda y de encontrar solaz en un mundo donde abunda~an las contradicciones y ambigüedades, se e.-xpresó cabalmente
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nosotros, quitémosle la extrañeza, acostumbrémonos, habituémonos a
ella. No pensemos en nada con más frecuencia que en la muerte y fijémasIa en todos los instantes en nuestra mente."74 Pero a diferencia de
otros desafíos, era imposible, admirló, aprender acerca de la muerte por medio de la experiencia: "para morir, que es la mayor tarea que debemos realizar, la práctica no puede ayudarnos. Gracias al hábito y la experiencia, un hombre puede fortificarse contra el dolor, la vergüenza, la indigencia y otros accidentes similares; pero, en cuanto a la . muerte, no podemos experimentarla más que una vez: todos somos
aprendices cuando llegamos a ella",75 Lo más cerca que podemos apro-, ' ximarnos a la muerte es cayendo en la inconsciencia, perdiendo así momentáneament~
e! control sobre nuestra individualidad. La expe-
riencia del sueño::próp6iciona un análogo sugestivo, pero una analogía
que, en el mejor de los casos, es mediada. Según Giorgio Agamben, Montaigne "puede concebir la última meta de la experiencia como una
aproximación a la muerte; esto es, el avance del hombre a la madurez mediante la anticipación de la muerte como el límite extremo de la experiencia, a la cual solo es posible aproximarse",76 En esta exploración de una experiencia límite, como la denominarían pensadores más recientes, Montaigne demostró ser plenamente consciente de las para-
dojas irresolubles que se hallan aun en las experiencias más auténticas y satisfactorias. En ese sentido, ha señalado Richard Regosin, "la muerte se ~.~.~y:!e!~eJ paradójicamente,. en una experienc~a emblemática"1Tp'a~á M~~~~igp.e., .p.ues significa los límites d~ toda. experiep.cia. Mientras que
los adeptos posteriores de las experiencias límite manifestarían un deseo irrefrenable de empujar esas fronteras lo más lejos posible, Montaigne parece haberse resignado alegremente a lo que la vida, tal como él la conocía, pudiera depararle.
BACON y LA EXPERIENCIA COMO EXPERIMENTO CIENTÍFICO
Fue de hecho la cautela en cuanto a convertir la experiencia en un experimento potencialmente peligroso lo que, pese a todo su atractivo, impidió considerar a Montaigne. como un modelo adecuado para el
hombre moderno 'en su versión más temeraria y ambiciosa. "El escép4.1
MartinJay rico 11,1ontaigne es conservador -señala Blumenberg-, pues piensa que la imaginación del hombre está constreñida por los límites de su experiencia; ya su juicio el ámbito de esa experiencia constituye todavía una magnitud constante. Por consiguiente, no puede saber que en dicho ámbito sería posible un progreso, cualquiera que fuere".7 8 Pero los pensadores modernos, quienes deseaban "progresar" más allá de un estado de tolerancia relativista a la ambigiiedad ya los infortunios de la vida, no podían contentarse con el credo de Montaigne, "Me estudio a mí mismo más que a cualquier otro sujeto. Tal es mi metafísica, tal es mi física."79 Por el contrario, ellos querían salir al mundo e investigarlo con la esperanza de hallar un conocimiento nuevo y fiable, un conocimiento que les permitiera dominar lo que hasta entonces había estado fuera del control humano. El escepticismo de Montaigne con respecto a la experiencia sensorial los condujo, no a la resignación introspectiva, sino a la búsqueda de nuevos medios para compensar sus fracasos y de instrumentos que superaran los efectos nada confiables de la sensación en estado bruto. "La experiencia -insistía el gran químico experimental Robert Boyle- no es sino un asistente de la razón, dado que suministra información al entendimiento, pero el entendimiento aún continúa siendo el juez y, por lo tanto, tien~ el poder y el derecho de examinar y hacer uso de los testimonios presentados por la experiencia."8o No obstante, el entendimiento, en sí mismo, está al servicio de un resultado más práctico. La ciencia moderna tiene lo que Amos Funkenstein denominó un modelo de conocimiento érgico, basado en el hacer y no en el mero razonar, que se opone al modelo contemplativo de conocimiento. SI Francis Bacon, en particular, procuró vincular la verdad a la utilidad, e integrar la ciencia y la tecnología. 82 Pero se trataba de una empresa cuya finalidad no residía en la experiencia per se sino más bien en el conocimiento del mundo externo que esta podía aportar. Así pues, virtualmente al mismo tiempo que el "juicio a la experiencia" parecía otorgarle la victoria frente al anticuado racionalismo escolástico y al dogmatismo religioso, proporcionando una integración holística del cuerpo y el alma, del individuo y la cuitura, del conocimiento y la fe, surgieron nuevos críticos decididos a cuestionar su valor, o al menos su autosuficiencia. Las destacadas figuras de Francis Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650) explicitaron por primera vez una desconfianza más específicamente moderna con respecto a las afirmaciones de al menos una de las variantes de la experiencia defendidas por Montaigne. 83 Rechazando la serenidad del castillo de Montaigne en Périgord, Bacon y Descartes se dispusieron a pasar por
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El juicio de la "experiencia" los pilares de Hércules -al igual que Ulises, pintado en el frontispicio de Instauratio magna (La gran instauración),84 escrito por Bacon en 1620- y explorar el mundo desconocido. Mientras que Montaigne se contentaba con permanecer en el plano de la particularidad y la idiosincrasia, reflexionando sobre las lecciones del sentido común, ellos buscaban un saber sistemático y universal -Bacon todavía hablaba de las "formas" en la naturaleza-SS que trascendiera los prejuicios de boi polloi. En tanto que él reconocía la combinación de la lógica y la retórica, a menudo caótica, ellos privilegiaban en cambio la primera por sobre la segunda. 86 Si Montaigne se contentaba con la opinión, la transitoriedad y la probabilidad, ellos pretendían una verdad científica y una certeza absoluta basadas en encuentros programados, no aleatorios, con el mundo exterior, así como explicaciones de dichos encuentros regidas por leyes. 87 Si el enfoque de Montaigne era totalizador y dialéctico, el de ellos era atomista y reduccionista, pues buscaban la verdad por debajo del nivel de las superficies visibles. Podemos considerar que las ambiciones de Bacon y Descartes constituían un nuevo y audaz punto de partida o bien, como ha sugerido Stephen Toulmin,88 una temerosa respuesta a la creciente agitación política, religiosa y económica del siglo XVII, pero el resultado será el mismo: la perdida de fe en la posibilidad de esa experiencia integrada, equilibrada, holística, aunque siempre flexible y provisoria, tan celebrada en los Ensayos de Montaigne. Quizá nada demuestre el cambio con más claridad que las diferentes reacciones con que fue acogida la colosal refutación de la experiencia cotidiana y del sentido común por parte de la nueva ciencia: la revolución copernicana en la astronomía. En su "Apología de Raymond Sebond" Montaigne se refiere a la nueva teoría, la cual, según él, se opone a la sabiduría tradicional; y luego pregunta: "¿Qué deducir de esto sino que debe importarnos poco cuál sea el cuerpo que realmente se mueve? ¡Quién sabe si dentro de mil años una nueva opinión no echará por tierra las dos precedentes! Por lo tanto, cuando se nos muestra una doctrina nueva, tenemos motivos sobrados para desconfiar y suponer que, antes de presentarse en el mundo, la contraria gozaba de crédito y estaba en boga; y así como la moderna acabó con la antigua, también es posible que a alguien se le ocurra, en el futuro, un tercer descubrimiento que destruirá del mismo modo al segundo".89 Para Bacon y Descartes, por el contrario, el universo tolemaico había perdido definitivamente toda vigencia, y la "experiencia" geocéntrica basada en el sentido común que le había conferido plausibilidad fue desechada a favor de una comprensión más verdadera del cosmos, una compren-
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Eljuicio de la. "experiencia"
sión que procuraba superar la perspectiva finita de! sujeto humano contingente. 90 Dewey llamó a la traQj"ióll. gu.~d.e~"S'Pclí~ <:le B-"cgIlJrPe~qr.tes.!a "búsqueda de la_ceri:ez~_~_'., el deseo, e~ s.~ma" ge un .c~.l!0ciIllÜ::ntQ. ca.paz de trascender el mareo del cual emerge y de suscitar en todos los hOmbres racionales una justificada éonfianza 'e;'s~ ·veracidad. 9t Si l~expe riencia de Montaigne parecía proporcionar solo un conocimiento perspectivista, falible, y si resultaba imposible retornar al desacreditado
tempa de la innovación tecnológica se aunaron para disminuir su autoridad. El raciona}.i~mo.rnás deductivo y geométrico de Descartes, sustentado e~ ~~~encia en las· ú:f~as iñiiatas,-Wl tuvo eil-4é"Iínldva ·~enos éxito entre los cientí~,,-o~ que la X?I.§jººi!lQ~~!ivad~·j3a~~n,'Luj~§¡l~iayaba la importancia de un programa continuo Y Qrganizado de investig.ación lfe~á.c!()a.cabopo¡:)ln:Ú9111~llicIaddecientíficos. t02 En "De la expe-
racionalismo de los escolásticos, era necesario entonces comenzar de nuevo, proporcionando lo que Bacon llamaba una "gran instaura-
ción"92 y confiando solamente en lo que podía verificarse mediante leyes rigurosas de investigación. Entendida en un sentido tradicional, se lamentaba Bacon, la experiencia "es ciega y estúpida, de modo que aunque los hombres deambulen y vagabundeen sin un derrotero definitivo, consultando aquellas cosas que por casualidad aparecen ante ellos, re'correrán un amplio territorio, pero avanzarán muy poco".93 Pero había una alternativa: "En lo relativo a la experiencia, el orden correcto consistiría en encender una luz, y con esa luz mostrar luego el camino, comenzando con una experiencia ordenada y
el conocimiento esencia1.9~}~I,"resul-.
tado de todo ello serían esas unidades cogni):iyas""privilegiadas q\le J~ éi~ñcia negÓ:l~onsiéIerar "hech~':.yerifi.,,-ables:96 " La creencia de que era posible encontrar un procedimiento correc-
to capaz de proporcionar una verificación infalible empezó mucho antes de la revolución científica -Walter Ong remitió sus orígenes al
methodus griego, una búsqueda de conocimiento desarrollada en e! siglo . TI por el retórico helénico Hermógenes, y localizó su renacimiento en
la lógica dialéctica del francés Peter Ramus, en el siglo XVI_,97 pero solo con la revolución científica cabe decir que ha comenzado lo que podríamos llamar e! fetiche del método. 98 Según un comentador, "'el método' cumplía una función análoga a la del Espíritu Santo en e! catolicismo, pues identificaba la fuente oculta de la legitimidad de una tradición".99 Si bien el resultado no fue un repudio masivo al testimonio que aportaba la experiencia sensorial no programada -después de todo, Descartes había dicho que los sentidos no siempre nos engañaban-, tOO e! creciente prestigio de la matemática y la aceleración de!
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riencia" Montaigne ya había advertido que "la inferencia que pretendemos sacar con la comparación de los argumentos es siempre incierta,
puesto que son siempre desemejantes. Ninguna cllalidad hay tan universal.el1 ~s.!aitnagen de las cosas como la diversidacly lava~iedad" .'03 tales escrúpulos se dejaron de lado luego de los descubrimieÍnos hechos por la revolución científica. Se dio por sentado que el influyente Isaac Newton apoyabaa Bacon más que a Montaigne o, para el caso, a Ires·cartes. Ya no telÚa vigencia la hipótesis, defendida ¡ior figuras tales como Paiacelso, de que la percepción y la identificación consustanciadas con los mecanismos ocultos de la naturaleza, al igual que la
Pero
iluminación interior de los protestantes, podían ser una fuente válida de conocimiento. 104 Tampoco tenía vigencia el prejuicio contra los casos anómalos, aquelios "monstruos" que se suponían irrelevantes
,¡:>ara comprender el funcionamiento de la naturaleza de Dios, pues ahora podían tomarse como instancias privilegiadas de regularidades aun más profundas. tOs El ideal de la generalización a partir de experi.~ncia~rep,oducibles, cuyoprop6~itoe~~ explicarlo q;'~ se había observado de acuerdo con ros mecanismos de las leyes naturales,prontO. PªS.9 a..sc.r. el. '~qlétodo· C~~!l.tf.fi~o~'. t~Zft caun, por mucho que fuera transgredido en la práctica científica concreta, y al margen de los problemas que pudiera haber pl~nteado a ciertas ciencias tales como la biología evolucionista. Entre las c()nsecuencias del fetichismo del método para los avatares del
iérITllno "experiencia", cuatro de ellas J?erecen especial atención.
En priIner lugar, la nueva identificación de la experiencia fiable y segura·con la experimentación verificable significaba la creencia en la reproductibilidad y en e! carácter público de la experiencia, al menOs cuando se la invocaba para proporcionar una fuente de conocimiento válido. Aunque Descartes pudo haber emulado en un principio el repliegue de Montaigne hacia un yo escéptico cuya única verdad indiscutible era la duda, no tardó en regresar a la realidad del mundo que estaba presente -gracias a la cortesía de un Dios no maliguo- en las ideas claras y distintas alojadas en la conciencia de ese indubitable yo. Había restringido, desde luego, el conocimiento verdadero a ciertos
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El juicio de la "experiencia"
aspectos de la realidad, especialmente la extensión y el movimientos de los cuerpos, aunque reconocía que otros aspectos, tales como el color o el sonido, dependían del poco confiable sensorio del sujeto. 106 Sin embargo, Descartes pensaba que al menos lo que los filósofos pronto iban a llamar características "primarias", en oposición a las "secundarias", podrían ser conocidas por todos. . Con Bacon, la peculiaridad e inefabilidad de la "experiencia interior" fue reemplazada por los datos confirmables intersubjetivamente del experimento controlado. Tomando en cuenta que otros podían aprender el método correcto, la experiencia debía ser comunicable y no meramente inteligible. Debía ser, de hecho, potencialmente asequible a cualquiera dispuesto a seguir los procedimientos prescriptos, los cuales, a diferencia de las estratagemas secretas de los magos o de los ejercicios especiales de los virtuosi religiosos, eran accesibles a todos.10 7 Los científicos no se asemejarían a los jueces de Montaigne, quienes se basaban en las ambigüedades de las artes hermenéuticas, sino que se ceñirían en cambio a las reglas ciertas de la indagación y la verificación. "LaCasa de SaÍómón", descripta por Bacon en La nueva Atlántida, de 1627, se convirtió en el modelo para las academias científicas qlle comenzaron a proliferar desde la creación de la Sociedad Real en 1662. El proyecto de una gran enciclopedia que incluiría todo el conocimiento acumulado hasta la fecha, cuya implementación tendría que esperar hasta Diderot y los pbilosopbes, ya estaba implícito en el reclamo de Bacon de hacer un inventario del saber científico abierto a todos. lOS Cierto es que, como argumenta Timothy]. Reiss, quienes accedían a ese saber eran todavía, para Bacon, una elite tácita que poseía una suerte de "alfabetización experimental", pero, en principio, cualquiera podía aprender el método. 109 La nueva confianza en los informes verificables y dignos de crédito de~losexperimentos específicos -denominados "testimonios virtuales"110 y extrapolados de los caballerescos códigos de la conducta honorable y la civilidad-permitió la rápida difusión de los nuevos descubrimientos. Paradójicamente, tal democratización del sujeto de la experiencia significó, asimismo, su reducción implícita a un único modelo universal: el incorpóreo, espectatorial (agito cartesiano, supuestamente normativo para todos los seres humanos. Aunque el sujeto de Montaigne podía compartir con otros sus experiencias únicas, no daba por sentado que esas experiencias fuesen perfectamente fungibles con las de sus interlocutores. gn ~l sujeto cartesiano y baconiano, por el contrario, la diferencia cualitativa se subsumía bajo la conmensurabilidad cuantitativa, lo cual dio nacimiento a un metasujeto tácito de la cognición que gozaba de una "visión
desde ninguna parte", es decir de una visión sin el referente subjetivo del que ve. El sujeto psicológico, con su historia personal y sus apetitos peculiares, fue separado de su doble epistemológico, concebido este último como una especie de amplio alcance. Como afirma TayJor, lo que Descartes nos pide es "dejar de vivir 'en' o 'atr~-;és' de la experiencia, tratarla como un objeto o, lo que es lo mismo, como una experiencia que bien podría haber sido la de cualquier otro".lll No es sorprendente entonces que los críticos posteriores de los fundamentos euro céntrico y antropocéntrico de la subjetividad moderna lanzaran sus dardos contra el (agito de Descartes y contra el dominio colectivo de la naturaleza de Bacon, y procuraran retrotraerse a una noción más culturalmente mediada y corporalmente situada de las experiencias inconmensurables.l 12 . A partir de esta distinción entre sujeto psicológico y epistemológico' se desprende una segunda implicación significativa. La trascendentali-' zacíónyládespersonalización del sujeto epistemológico significaron la extensión de su ciclo vital más allá de aquel del ser humano individual. El proyecto de explorar la naturaleza fue acumulativo y sin término alguno, excepto el conocimiento perfecto. ll3 Como resultado de ello, se desterró la confrontación profunda con nuestra inevitable finitud, que constituía una parte tan importante en la idea de experiencia de Montaigne. Este había dicho que "nuestras investigaciones no tienen fin; nuestro fin está en el otro mundo";114 Bacon, Descartes y sus epí- ~~ ganas replicaron que el sujeto de la experíencia científica,la comuni- .. dad en marcha de los investigadores desinteresados, era inmortal. La experiencia límite de la muerte ya no interrumpía su interminable bús- . queda de conocimiento. En tercer lugar, si para Montaigne (y la noción más dialéctica de experiencia) la memoria de las pruebas y fracasos del pasado continúa formando parte de la experiencia misma, para el método científico esa memoria es deliberadamente descartada como no pertinente. Según Hans-Georg Gadamer, para el método científico "una experIencia solo es válida si se la confirma; en este sentido su dignidad reposa, por principio, en su reproductibilidad. Pero esto significa que por su propia naturaleza la experiencia cancela en sí misma su propia historia" .115 El tan conocido gesto de Descartes de arrasar con el pásado por considerarlo una autoridad dudosa se correspondía con el desenmascaramiento de Bacon de las ideas falsas o de los idola (de la Tribu, la Caverna, el Mercado y el Teatro), cuyos encantos mistificadores solo habían confundido a los pensadores previos. La búsqueda fundaciona-
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MartinJay lista tan a menudo atribuida a la filosofía moderna en su conjunto, estaba así íntimamente ligada a la creciente brecha entre la experiencia pretérita y el horizonte de expectativas percibido por Koselleck como una marca identificatoria del Neuzeit. El prudente respeto de Montaigne por los antiguos, así como su fascinación por los proverbios y máximas de la tradición popular, se consideraban ahora totalmente démodé. Tal vez lo que mejor defina esta mentalidad científica, como lo ha mostrado de nianera convincente Peter Dear, es el nuevo respeto por las experiencias históricas úmcas, el experimentum crucis susceptible de ser narrado por haber ocurrido en un tiempo y en un lugar específicos, 116 pero la historia de los traspiés y los falsos presupuestos del pasado perdió, sin embargo, credibilidad. . En cuarto y último higar,'el aprendizaje corporal basado en los sentidos que Montaigne defendió como el fundamento falible, aunque necesario, de la experiencia, fue reemplazado cada vez más por los instrumentos "objetivos", cuyo registro de los estímulos del mundo exte-
rior era supuestamente más preciso y desinteresado. Lo que se llamó "el test!n¡()mo de los no humanos"117 sustituyó gradualmente a los testigos de carne y hueso cuya mortalidad resultaba irrelevante para los laboratorios de la ciencia moderna. Esos instrumentos no aportaban automáticamente la certidumbre para la cual se habían diseñado. Agamben llegó hasta el punto de afirmar que "la visión a través del telescopio de Galileo no generaba certeza ni fe en la experiencia sino la duda de Descartes y su famosa hipótesis de un demomo cuya única ocupación es engañar a nuestros sentidos". Pero luego se supuso, paradójicamente, que el antídoto consistía en dispositivos prostéticos aún más precisos e imparciales. "~~_~~.rificación científica deIa exp_~rienc~~
que se actualiza en el experimento ... responde a esta pérdida de certeza desplazándose 16 más lejos posible del individuo: a 10s_!~strumentºs y~ 195, núm~'r:os."1l8 La reflexividad introspectiva que defi~~ la versión
montaigneana de la experiencia fue entonces reprimida o puesta entre paréntesis. LQ>..9!!j"tosdela)ndagación científica -"revelados" por los
El juicio de la "experiencia" ba, no obstante, que sus secretos "saldrían finalmente a la luz" .120 La
metáfora de Paracelso de "escuchar a hurtadillas" los secretos de la naturaleza no tardó en desecharse."! La he[elIlollía delojo, incitada p,:r .las innovaciones en la representación perspectivista del espacio en las pinturas del Renacimiento, que parecían responder al universo racionalizado de la nueva ciencia, no solo significó la demgración de los otros sentidos, sino también la destextualización de la experiencia en general. Aparte de unas pocas figuras marginales -el filósofo portuguésJoao Poinsot (1589-1644) fue rescatado recientemente de la oscuridad para desempeñar el rol de la excepción que confirma la regla-,122 lo.s pensadores modernos tendían a suprimir la mediación semiótica y l' cultural de la experiencia y procuraban fundamentarla en la observaci?~J?~_a, pri~cipaJ~ente vis:ual,
y en la experimentación controlada.
cursos cognitivos, morales y estéticos cobraron una relativa autonomía
y crearon su propia lógica inmanente de desarrollo. En efecto, la especialización produjo dentro de ellos un revoltijo de subesferas distintas y de disciplinas aisladas que no eran fácilmente conmensurables. El todo, al margen de cómo se lo definiera, dejó de ensamblarse de una manera coherente. Ya no entendido en función de una gran cadena del ser, de una multiplicidad de similitudes o de una cosmópolis donde el cosmos y la polis estaban en recíproca sintonía, el mundo moderno luchaba por llegar a un acuerdo con lo que Friedrich van Schiller llamaba su "desencanto", una expresión que Max Weber hizo famosa. Lo que Bruno
Latour ha identificado como la disgregación moderna de los híbridos en sus partes constituyentes -sujeto y objeto, cultura (o sociedad) y naturaleza, espíritu y materia- implicaba una tendencia a la purificación y a la creación de límites,l23 Aun si evitamos la nostalgia de una supuesta era previa a la caída en la "separación violenta", la "alienación" o la "fragmentación" J resulta .obvio que la modernidad estuvo
distanciaron cada vez más del mundo familiar de la vida cotidiana. ---EliJa-medida-en q~e l;s instrumentos má~ innovadores de la época -el telescopio y el microscopio- ampliaron el alcance y la acuidad de un sentido en particular, laexperiencia científica tendió a privilegiar lo visual por su mayor capaéldad Cle generar un conocimiento a distán~i~ con respecto_ a los otros sentidos.1 19 Aun cuando Bacon censuró l~ visiÓn normal p'or permanecer en la superficie de las cosas y no prestar atención al mundo invisible que subyacía en dichas superficies, espera-
acompañada por una creciente especialización de la funciÓn y parIa pérdida de un sentic!
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nuevos medios técnicos o bien "construidos" por las nuevas teorías- se
J
Desde la época de Max Weber, por lo menos, se ha diebo con fre- ! cuencia que la modernidad ha significado una diferenciaci6n de las esferas de valor cada vez más especializadas, Las instituciones y los dis-
y
El juicio de la "experiencia"
lVIartin Jay del pasado. Pero en lugar de sofocarlas, solo creó nuevas dudas para los estudiosos de epistemología: la investigación del sujeto y de las condiciones del conocimiento que surgió tras el ocaso de la metafísica racio:nal en el siglo XVIII. El "problema de Descartes", como se lo ha denominado recientemente, tenía dos dimensiones.I 24 La primera implicaba la escisión o al menos el lazo aún no explicado entre la experiencia sensorial cotidiana y el funcionamiento mecánico y matemático del mU12cf0 q'ue, según se pensaba, producía esa experiencia. ¿Cuál era la relación entre las profundidades secretas de la realidad (llamadas "lo oculto" por los escolásticos) y los fenómenos observados en la superficie de dicha realidad?, se preguntaban los científicos y los filósofos. 125 La segunda dimensión del problema involucraba la relación entre las experiencias sensoriales y los pensamientos proposicionales o las representaciones lingüísticas derivadas de ellos. - En el próximo capítulo delinearemos los debates suscitados entre los teóricos que trataban de explicar el r?tge la "t!xperiencia~flJa cognición,_comenzando por John Locke, David Hume e Immanuel -Kant. En el capítulo 3 centraremos la atención en la manera como se exploró la experie:¡j~f;- en el ámbito moral o, más precisamente, en el religioso, donde la valoración de la vida cotidiana y de! misticismo había servido de soporte a sus aseveraciones en un período previo. Continuaremos, en el capítulo 4, con la apelación específica a la experiencia en el nuevo discurso sobre el arte, que alcanzó plena validez en el siglo XVIII. Además, cuestionaremos la posibilidad de una "experiencia estética" separada de las obras de arte per se y de otros tipos de experiencia, cognitiva o moral. En el capítulo 5 exploraremos la apelación a la experiencia en términos políticos, subrayando su flexibilidad para ser utilizada por los defensores tanto del pensamiento radical como del pensamiento conservador. El capítulo 6 versará sobre los intentos realizados por los historiadores y los filósofos de la historia para comprender el rol de la experiencia en cuanto objeto de indagación histórica y como producto de dicha indagación en el presente. En la segunda mitad de nuestro recorrido, volveremos a una amplia gama de pensadores pertenecientes a la última centuria, quienes se esforzaron por subsanar lo que consideraban las rupturas de la experiencia y por generar o recobrar una alternativa más holística susceptible de reivindicar -al menos en cierta medida- las opiniones de Montaigne. La tarea de los capítulos finales consistirá en mostrar que esa alternativa se basaba en una crítica radical al sujeto cartesiano de la modernidad, el cual conducía a una aparentemente paradójica "experiencia sin sujeto".
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NOTAS 1_ Michael Oakeshott, E:cperie-¡¡ce and lts lVIodes, Cambridge, 1933, pág. 9. 2.Ibíd. 3. Derek Attridge, "Language as Historyl History as Language: Saussure and the Romance of Erymology", en Derek Attridge, Geoff Bennington y Roben Young (eds.), Post-struettwalis1J1 and the Question ofHistory, Cambridge, 1987, pág. 202. 4. Lo siguiente está basado en el O:cjiml English Dictionmy; las entradas correspondientes a "experiencia" y "empírico" se mencionan en Rayrnond vVilliams, Keywods, 2a edición, Oxford, 1983; yen F. E. Peters, Greek Philosopbical Te17l1s: A Historieal Le:cicon, Nueva York, 1967. La entrada "Blfabnmg" aparece en el Historisches Wij,-te,-bucb de,- Philosophie. 5. Gerard Schulze, Die Erleb12isgesellrd){ift Kultursoziologie de," Gegenwart, Frankfurt, 1992. 6. Sobre un intento psicológico de distinguir entre "experiencia" y "experimentación", véase Eugene T. Gendlin, E:cperiencing and the Creation ofivIeaning: a Philosopbical fl1Zd P'ychological Approach to tIJe Subjective, Nueva York, 1962. 7. John Deely, New Beginnings: Eady lvlode171 Pbilosophy and Postnzodem TbouglJt, Toronto, 1994, pág. 17. 8. Acerca de la discusión de Dewey sobre la noción clásica de experiencia, véase especialmente su Reconstruetion in Pbilosophy, Nueva York, 192 0, capítulo 4; y "An Empirical Survey ofEmpiricisms", enJo Ann Boydston (ed.), The Latet- TVorks, 1925-1953, vol. 2, 1935-37, Carbondale, Ill., 1987, publicado por primera vez en 1935_ V éanse también sus observaciones en E:cpniellce and Natzl1"e, La Salle, lIl., 1987, capítulo 9, l' edición 1925. 9. Dewey, Reconstruction in Philosophy, ob. cit., pág. 92. 10. Aristóteles, Segundos Analíticos 1.31: "Uno percibe necesariamente a un individuo en un tiempo yen un lugar, y es imposible percibir lo que es universal y se mantiene en cada caso".
11. Dewey, "An Empirical Survey ofEmpiricisms", ob. cit., págs. 74-75. 12. Uno de los primeros argumentos implícitos conn-a Dewey puede encontrarse en John Burnet, "Experiment and Observation in Greek Science", en Essays and Aeldresses, Freeport, N.Y., 1930. A partir de esa fecha se inició un animado debate sobre el alcance y el rol de la observación empírica en la ciencia griega, donde participaron, entre otros, Francis Cornford, Karl Popper, G. S. Kirk y Gregory Vlastos. Para el estado de la cuestión actual y para un resumen del debate, véase G. E. R. L1oyd, lVIagie, Reason and Expe,·ienee: Studies in tbe O,·igin al1d Devefop711e11t of Ancient Greek Science, Cambridge, 1979; The Revolution ofWisdom: Stltelies in tbe Clai711s and Pmctice ofAncient G,-eek Seience, Berkeley, 1987; y Methods mzel Problems in Greell Scienee, Cambridge, 1991. L10yd muestra que es necesario examinar campos específicos de indagación, así como diferentes períodos, antes de hacer generalizaciones acerca de las prácticas científicas griegas. 13. Francis Bacon, Novlt71t OrganZl71l, traducido al inglés y compilado por Peter Urbach y John Gibson, Chicago, 1994, págs. 80-87. 14. Véase la discusión en Franz BoH, "Vita contemplativa", Sitzungsbe,-icbte der HeidelbC1-ger Akade711ie der Wirsenschaften, Heidelberg, 1920. 15. Véase, por ejemplo, A1ltíope de Eurípides o Las nubes, de Aristófanes. 16. El más celebre e influyente argumento a favor de esta afirmación está en Hannah Arendt, Tbe Human Condition, Chicago, 1958. 17. David Couzens Hoy, The Critical Ci1"Cle: Litemture and Hist01y in Conte111porary He17Jlen.eutics, Berkeley, 1978, pág. 58.
MartinJay
Eljuicio de la "experieucia"
18. John]. McDermott, The Culúwe ofExpericnce: Philorophicnl &says in the American Gnrin Nueva York,1976, pág. 8. Aristóteles, Ética, 1143b, 10-15. 20. En Segundos Analíticos, Aristóteles escribió: e'la percepción sensorial da origen a la
algo llamado "experiencia" y, en este sentido, cabe considerarlo un protoempirista, no utilizó experimenta para verificar hipótesis o para intervenir activamente a fm de descubrir los secretos de la naturaleza. Galileo, sin embargo, defendió 10 que llamó un pe1"iculum precisamente con ese fin en su temprana obra De Motte (1589-1592), aun cuando usó incluso la palabra expm·menta en el sentido más pasivo de mera observación y privilegió la matemática por sobre la experiencia y la experimentación. Después de mudarse a Padua, refiere Schmitt, Galileo desarrolló un método más próximo al defendido por Bacon. 32. Williams proporciona un ejemplo que data de 1621, en Keyw01·ds, ob. cit., p. 99. 33. Charles Taylor, SOU1·ces o[ tbe Self: The j\1nkillg o[the lv10dernIdentity, Cambridge, Mass., 1989, pág. 1J 1. 34. Hans Blumenberg, The Legitimacy o[the iV!adem Age, trad. al inglés de Robert M. Wallace. Cambridge, Mass., 1983, pág. 287. 35. Sobre los franciscanos, véase Malcolm D. Lambert, Fmnciscan Pove1''tyJ Londres, 1961. Antes de esta época, por lo general se ponía el acento más en la Potestad imperso~ nal de Jesús que en Su Sagrada Humanidad y en Su experiencia como individuo vulnerable y sufriente, la cual no era plenamente valorada. Para un análisis que compara a los primeros místicos cristianos con aquellos de la Edad Media tardía, de acuerdo con la relativa presencia del Cristo doliente en sus experiencias, véase Jess Byron Hollenback, iVfysticism: R-cpl!1·ience, Response nnd E711pOWemtent, Univesity Park, Pa., 1996, págs. 86-87. 36. Hans Blumenberg, The LegitimaCJ o[ the Modenl Age, ob. cit., tercera parte. El lazo entre la curiosidad yuna cierta idea de experiencia se pone de manifiesto en el culto de la experiencia pe1· se, evidente en obras tales como Fausto de Goethe. 37. Jürgen Habennas, T/Je Pbilosopbicnl DiscoU1"Se 0[lWode17lity: Twe/ve Lectures. trad. al inglés de Frederick Lawrence, Cambridge, Mass., 1987, pág. 7 (el subrayado pertenece al original). 38. Reinhardt Koselleck, Futtlres Post: On tbe Semallticso[HistoricalTime.trad.al inglés de Keith Tribe, Cambridge, Mass., 1985, pág. 276. . 39. Veáse el ensayo de Benjamin "Experience", de 1913, escrlto cuando estaba en el Movimiento Juvenil y se mostraba hostil a las demandas de los adultos de una sabiduría de orden superior, en Se/eaed Writings, vol. 1. Marcus Bullock y Michael W. Jennings (comps.), Cambridge, Mass., 1996. En Pbilosophical Discotmes of j1¡fodefnity, Habermas compara al Benjamin tardío con Koselleck y advierte que "Benjamin propone una inversión dr·ástica del horizonte de expectativa y del espacio de la experiencia. Adjudica a todas las épocas pasadas un horizonte de expectativas insatisfechas; al presente orientado al futuro le asigna la tarea de experimentar un pasado correspondiente por medio del recuerdo, de manera tal que podamos satisfacer sus expectativas con nuestro débil poder mesiánico" (pág. 14; el subrayado pertenece al original). 40. Taylor, SourcesoftheSelf, ob. cit., pág. 14. 41. Estas obsenraciones de Taúle Talk de Lutero están citadas en B. A. Gerrish. Contilluing the Refor111atioll: Essays 011 Mode177. Religiotls Tbollght, Chicago, 1993, pág. 186. Gerrish sostiene que "al enfocar el interés teológico en lo que significa vivir por la fe, Lutero creó una teología de la experiencia que prefiguró la visión moderna de la teología como un estudio antropocéntrico de un fenómeno teocéntrico" (pág, 56). 42. Nikolaus Ludwig van Zinzendorf, DI:1' Deutsche SoC'rtltes, Leipzig, 1732, pág. 289, reimpreso en Pietists: Selected W,·itings, Peter C. Erb (ed.), Nueva York, 1983. pág. 291: 43. Tomás de Aquino, SUnt'l1lfl Theologicl1, citado ~n Gershom G. Scholem, 1VfaJor T1·ends in Jewish j\1ysticis11l, Nueva York, 1974, pág. 4. 44. Gershom Scholem, ob. cit, pág. 8. 45. De acuerdo con Michel de Certeau, "durante los siglos XVI y xvn, la mayoría
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memoria tal como la llamamosj y los recuerdos repetidos de 10 mismo dan origen a la
experien~ia [entpeiria]; porque los recuerdos, aunq~e n~mérican~ente son muc?os, cons-
tiruyen una única experiencia. Ya partir de la experIenCIa, es decIr del todo umversal que ha venido a descansar en el alma, proviene un principio del-arte [techne] o de la ciencia (epistel1u]; del arte si concierne a la producción, de la ciencia si concierne a lo que es" (99b38-100a9). Para un análisis de la significación de este pasaje, véase Patrick H. Byrne, AllPlysis tmd Science in A,·istotle, Albany, N.Y., 1997, págs. 173-76. Byrne advierte que, para Aristóteles, la experiencia significa "un hábito desarrollado en el alma humana que hace a una persona capaz de buen juicio en un área que le es familiar, es decir, donde ha acumulado suficientes recuerdos" (pág. 175). Pero luego señala que era incluso inferior al cipo de análisis que condujo a explicar las conexiones observadas por la experiencia. 21. Para una reciente evaluación de Diógenes y de lo que él llama la tradición "cínica", véase ,Peter Sloterdijk, C1·itique o[ CY1lical Reas01l, trad. al inglés de Michael Elred,
Minneapolis, 1987. 22. Citado en Mario Untersteiner, The Sophists, trad. al inglés de Kathleen Freeman, Oxford, 1954, pág. 42. 23. Para una discusión sobre estos debates, véase ibíd. 24. Edc Havelock fue el primero en vincular el énfasis platónico en las verdades eternas, ideales, a la fijeza de la escritura en oposición a la transitoriedad de la expresión oral. Véase su Pre[ace to Plato, Cambridge, Mass., 1963. 25. Ernst Cassirer, Tbe Plotollic Renoissance in Englo1ld, trad. al inglés de James P. Pettegrove, Nueva York, 1970. 26. Para un análisis de la deuda de Schleiermacher con Platón, véase Albert L. Blackwell, Schleie171JOche1·'s Early Pbilosophy o[ Lijé: Dctc17l1inis11l, Freedom, and Phfl1ltasy, Chico, Calif., 1982, parte 2, capítulo 2. Veremos un entusiasmo similar en la obra de Rudolf Otto examinada en el capítulo 3. 27. Klaus Herding, "Diogenes als Bügerheld", en 1m Zeichen de1· Aujkl¿i71l1lg: Studien zur j\1ode17le, Frankfurt, 1989. 28. Véase, por ejemplo, Juan de de Salisbury, T/Je Metalogicnn, trad. al inglés de Daniel D. McGarry, Berkeley, 1962, pág. 223. Algunos aducen que tales manifestaciones de fe en los 'sentidos significaban que a la ciencia medieval, &idil su confianza en la experiencia ingenua, se le impedía utilizar experimentos para llegar a un conocimiento conrraintuitivo. Véase, por ejemplo, Anneliese Maier, Metnphysische Hinte1"g1"iinde del" spiitscholnstischen Philosophic, Roma, 1955, pág. 405. Sin embargo, no queda claro que la experiencia del sentido común pudiera triunfar sobre la autoridad doctrinal. 29. Robert Grosseteste, por ejemplo, reprobaba a quienes dependían de los experimentos sin contar con un fundamento firme en la doctrina. Véase una discusión sobre el tema en Bruce S. Eastwood, "Medieval Empiricism: The Case of Grosseteste's Optic", en Speculu1It 43, 1968, págs. 306-2130. Para un análisis de Roger Bacon y la experiencia, véase E. J. Dijksterhuis, The Mechnnization o[ the W01"ld Pictu1"e, trad. al inglés de C. Dikshoorn, Londres, 1969, págs.
135-41. 31. Véase Charles B. Schmitt, "Experience and Experiment: A Comparison ofZabarella's View with Galileo' s in De j\1ot1l", en Smdies in tbe RCllaiSSf111ce 16, 1969. Este excelente ensayo describe la transición de la ciencia aún aristotélica de Jacopo Zabarella (1533-1589) a la del joven Galileo Galilei (1564~1642). Mientras que Zabarella valoraba
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MartinJay de los místicos pertenecía a regiones o categorías sociales que se hallaban en una rece~ión socioeconómica, perjudicadas por el cambio, margmahzadas por el progreso o destrUldas or la guerra". HeteJ'ologies: DiscouJ'se 071 the Othe1', trad. al inglés de Brian J\lassumi, Min~eapolis, 1986, pág. 84. Sin embargo, e! misticism.o e~:uvo probablemente. en au~e durante el siglo XIV, un periodo de conSiderable agnaclOn dentro de la IglesJa. Segun Evelyn Underhill, el misticismo normalmente florece tras un período de creatividad intelectual y estética, tal como la época del alto gótico o del Renacimiento. Véase su libro j~lJsticis771, Nueva York, 1961, pág. 453. 46. Hollenbeck, lvIysticisJ1Z, ob. cit., capítulo S. 47. Citado de un manuscrito en la Bibliotheque Nationale, en de Certeau, HeteJ'ologjes, ob. cit., pág. 93. 48. Sobre el lugar ocupado por Blake en la tradición mística y su intento de democratizarla, véase Underhill, J\II)'sticis7J1, ob. cit., pág. 235. 49. ]aeob Burckhardt, The Civilization of the Re7laissrl/lce i711taly, trad. al inglés de S. G. C. Middlemore e Irene Gordon. Nueva York, 1960, pág. 121. SO. Para una introducción al tema, véal1se Peter Burke, Jl;I071taigl1e, Oxford, 1981; y Ame Melberg, Ve7'SZteh übeJ' iv[o71taig71e, trad. al inglés de Lodm' Schneider, Egginen, 2003. 5 L Montaigne, "Of Experience", en Tbe Complete Es.wJs ofl\II01ltaigl1e, trad. al inglés de Donald Frame, Stanford, 1965, pág. 857. 52. Mavl de Fillipis, "L' esperiel1za secondo Montaigl1e", en Lr/ Cultura 18, nO 1, 1980, pág. 106. 53. Para un análisis de los textos de Montaigne como un intento de hablar una vez más con su amigo fallecido Étienne de la Boétie, véase de Certeau, "Montaigne's 'Of cannibals''', en HeteJ'ologies, ob. cit. Sobre el contexto más amplio en que los Essays fueron escritos, véanse N atalic Zemon Davis, "Boundaries and the Sense of Self in SixteenthCentury France", en Thomas C. Heller, Morton Sosna y David E. Wellbury (eds.), Reconstructillg individualis17l: Autonom)', Individuality, a71d tbe Selfin f,Veste11l Thought, Stanford, 1986. 54. 1\1ontaigne, "Of Experience", en Complete Esstl)'s, ob. cit., pág. 882. 55. Montaigne, "Of the Education ofChildren", en Complete Essays, ob. cit., pág. 124. 56. Montaigne, "OfRepentance", en Complete Essa)'s, ob. cit., pág. 611. 57. Véase Richard Regosin, "The Text of Memory: Experience as Narration in Montaigne's Esstlis, en ]ohn D. Lyons y Nancy J. Vickers (eds.), Tbe Dialeetie ofDiscovf7Y, Lexinton, Ky., 1984, para un análisis del rol de la memoria imperfecta y débil en Montaigne. La imperfección de la memoria sirve para liberamos de la obediencia a las autoridades del pasado, pero no es tan imperfecta como para impedirles transmitir una coherencia narrativa a lo largo del tiempo en lo referente al yo, especialmente cuando se pone en primer plano su momento activo, reconstructivo. La escritura misma de los ensayos opera de esta forma para Montaigne: "en el plano personal, los ensayos permiten que su experiencia sea algo más que una mera sucesión de instantes discretos cn un interminable presente. Si el escritor parece ejercer su juicio en momentos puntuales, su experiencia es también la de una vida vivida a lo largo del tiempo" (pág. 147). 58. Véanse, por ejemplo, F. J. vllamke, VenÍons of tbe Bm'oque, New Haven, 1972; y José Antonio Maravall, Cultm'e of the Br/l'oque: A7Itllysis of a Hútol'iCl¡/ St17IctU1'e, trad. al inglés de Terry Cochran, Minneapolis, 1986, capítulo 7. 59. Para discernir los múltiples significados bas,índose en los usos comparativos en los comienzos de la Francia moderna, véase IV. G. NIoore, "Momaigne's Notion of Experience", en Will Moore, Rhoda Sutherland y Enid Starkie (eds.), The Fre1zcb jj;Ii"d: Esstl)'s in Hono,' ofGustilve Rudle,-, Oxford, 1952. Moore concluye que Montaigne utiliza
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El juicio de la "experiencia" con más frecuencia la palabra en el sentido de un conocimiento directo, personal, contrapuesto a la especulación o a la imaginación, y no en el sentido de una técnica o saber retrospectivo y acumulativo. 60. Sobre el tema de la ejemplaridad en Montaigne, véase ]ohn D. Lyons, "Circe' s Drink and Sorbom1ic Wine: Montaigne's Paradox of Experience", en Alexander Gelley , (ed.), Ul1771ly Exa1l1ples: 011 the Rbeto1'Ícity ofExempla,-it)" Standford, 1995. 61. Para una discusión sobre estc tema, véase F. ]oukovsky, iHolltaigne et le proble771e d71 temps, París, 1972. . 62. Goethe, conversación con JOhalill Peter Eckermann el 6 de mayo de 1827, citado en C071Venatio11S tlnd E1lcozmten, trad. al inglés y ed. por David Luke y Robert Pick, . . Chicago, 1966, pág. 160. 63. Es dificil no reparar en la similitud con el argumento de Kant a favor de los )UIcios "reflexivos", en oposición a los "determinantes", en lo relativo a los objetos estéticos en la tercera Crítica, que examinaremos en el capítulo 4. Para otros pal'
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El juicio de la "experiencia"
vals., Londres, 1672, vol. 5, pág. 539, citado en E. A. Buret, Tbe Metapbysicol FOltndntions ofModern Sciencc, Garden Ciry, N.Y., 1954, pág 171. 81. FlU1kenstein, Theology flnd tbe Scientific Imaginntion, Princeton, 1986, pág. 298. El compromiso de Descartes con la experimentación real fue, en cierto modo, menos firme que el de Bacon. Para una discusión del tema, véase Bernard Williams, Descartes: Tbe Project ofPU1'c E12quby, Nueva York, 1978, capítulo 9. 82. Sobre e'sta cuestión, véase PaoIo Rossi, "Trum and Utiliry in che Science of Francis Bacon", trad. al inglés de Salvator Attanasio, ed. por Benjamin Nelson, Philosopby, Technology and the Arts in tbe Early A1odc17l En/, Nueva York, 1970. Para una crítica del aserto de que Bacon era un prora-utilitarista en el sentido fuerte del término, véase Perez Zagorin, Fnmcis Bacon, Princeton, 1998, pág. 88. 83. Para una comparación del legado de Montaigne con el de Bacon y Descartes, que concede la victoria a estos dos últimos, véase Toulmin, Cos11lopolis, ob. cit. Para un análisis previo de la relación entre Montaigne y Bacon, véase Pierre Villey, il101ltaigne et F1't1llcis Bacon, París, 1913. 84. El lema rezaba: jl1ulti penrallsibunt et augibetur scientia (muchos transpondrán el umbral y el conocimiento será incrementado). 85. Para un examen del tema, véase AntoniQ Pérez-Ramos, "Eacon's Fonns and the Maker's Knowledge Tradition", en Markku Peltonen (ed.), Tbe Call1bridge Compan¡on to Bacon, Cambridge, 1996. 86. Véanse, por ejemplo, las despreciativas observaciones de Bacon sobre el método retórico en Novum Orgm11l11l, ob. cit., pág. 96. Para un análisis de la resistencia de Bacon y Descartes a la retórica, véase Thomas M. Conley, Rheto1'ic in the EU1'opeall Traditioll, Chicago, 1990, capítulo 6. Bacon no colocó la lógica demostrativa por encima de la inducción como fuente del nuevo conocimiento, como lo habían hecho los criticos anteriores de la retórica. Veáse una discusión sobre,el tema en Lia Formigari, Ltmguage and R-rperiellce bl 17tb-Century Britisb Philosopby, Amsterdam, 1988, capítulo 1. Para una argumentación reciente de que la retórica no siempre estaba subordinada a la dialéctica en Bacon, véase Brian Vickers, "Bacon and Rhetoric", en Peltonen, Tbe Call1bridge C011lpanion to Bacon, ob. cit. Pero incluso Vickers concluye que Bacon esperaba que la ciencia terminaría por conectamos directamente con las cosas sin la intermediación de palabras engañosas. Bacon se mostró indudablemente crítico en lo tocante a la lógica aristotélica, encerrada en sí misma, de los escolásticos, y la consideró una herramienta defecruosa para aplicarla al descubrimiento acerca del mundo. Para un análisis del tema, véase Zagorin, P,'ancis Bacon, ob. cit., capítulo 2. 87. Con respecto a la lucha ente las nociones de posibilidad y certeza, véanse Paula R. Backscheider (ed.), Pl'obnbility, Time, and Space in EigbteC1Ztb-CentIl1Y Literntm-e, Nueva York, 1979; y Barbara]. Shapiro, Probability and Ce1taimy in SevC1Zteentb-Celltll1y Englt11zd, Princeton, 1983. 88. Toulmin, Cosmopolis, ob. cit., capírulo 1. 89. Montaige, Complete Essays, ob. cit., pág. 429. 90. Sobre las implicaciones de la nueva. astronomía en el desprecio a la experiencia basada en el sentido común, véase Blumenberg, The GC11esis 01tbe Copel7lican Wodd, ob. cit., pág. 62. Es interesante notar que Bacon mismo manifestó cierras objeciones con respecto al telescopio, aunque aprobaba la revolución copemicana. En Novum 01-gmw11t confesó que el telescopio 10 había desilusionado debido a sus escasos descubrimientos (pág. 226). 91. Dewey, Tbe Questfo1' CC1'íainty, Nueva York, 1960. 92. InstfltU'atio significa, en latín, restauración y también renovación, pero Bacon puso el acento en la segunda acepción. Véase una discusión sobre este punto en Zagorin, F1'tl11cis Bacon, ob. cit., pág. 76.
93. Novu'I1l 011{anu1n, ob. cit., págs. 78-79. 94. !bid., págs. 91-92. 95. Véase Lisa ]ardine, "E:cperientia literata or Novum 01-ganU1Il? The Dilemma of Bacon's Scientific Method''t en William A. Sessions (ed.), Francis Bacon's Legacy olTexts, Nueva. York, 1990. ]ardine advierte la tensión, en la obra de Bacon, entre el más modesto modelo de expe1'ientia litC1'ata, más cerca del empirismo en el sentido de Gassendi y Hume, y el modelo del novum o11{anU'I1l, que busca un conocimiento más firme de las formas esenciales. 96. Para un análisis reciente del concepto de "hecho" y su relación con la experiencia, véanse Mary Poovey, A HistoJy 01the jV1ode17l Fact: ProblC111S 01Knowledge in tbe SciC1Zces olWealth ¡¡nd Society, Chicago, 1998; y Barbara]. Shapiro, A ClIltu1"e olFact, 1550-1720, Ithaca, N.Y., 2000. 97. Walter]. Ong, Ra'l1ltlS, Metbod, and tbe Decny 01 Dialogue, Cambridge, Mass., 1983, capírulo 11. Véanse también Neal W. Gilbert, RC1zaissance Concepts 01 lv1etbod, Nueva. York, 1960; y Peter Dear, "Method in the Srudy ofNarure", en Michael Ayers y Daniel Garger (eds.), The Cn'l1lb1idge History 01 Scvruteentb-Cenul1Y Pbilosopby, Cambridge,1998. 98. Erich Auerbach alegó, provocativamente, que Montaigne mismo-aeberÍa ser incluido en esta generalización: "El método aparentemente caprichoso de Montaigne, que no obedece a un plan preconcebido, es, básicamente, un método experimental estricto, y el único que se adapta a un tema de esa índole ... Es justamente este método estricto e incluso científico, en el sentido moderno, el que Montaigne procura aplicar". j\1imesis: Tbe RepresC1Ztation 01 Reality in Weste17l Litemture, trad. al inglés de Willard R. Trask, Princeton, 1953, pág. 256. Pero si bien el enfoque de Montaigne tal vez resultó apropiado para el esrudio de lo transitorio, el de la nueva ciencia buscaba la regularidad estrucrural y la verdad esencial. 99. Peter Dear, Discipline and Expedruce: The klatbematical rVay in the Sdentific Revolution, Chicago, 1995, pág. 121. Dear demuestra la importancia del nuevo respeto por la matemática, especialmente entre los filósofos jesuitas del siglo XVII, que contribuyó al desarrollo de una noción moderna de ciencia experimental. 100. D. M. Clarke ha identificado seis usos distintos de "experiencia",en Descartes: introspección, examen no guiado, sentido de observación, fenómenos objetivos, experiencia ordinaria y experimento científico. Véase su libro Descartes' Philosophy olScience, Manchester, 1982, págs. 17-24. Conviene advertir que la duda cartesiana no se dirigía indiscriminadamente a todas nuestras creencias y hábitos. Por ejemplo, se excluían aquellos que proporcionaban experiencias religiosas. Véase un análisis del tema en Nicholas Wolterstorff, Jo/m Locke fl11d tbe Etbics 01 Belief, Cambridge, 1996, capírulo 3. 101. Cabe argumentar que Descartes pensaba que las ideas innatas eran, en sí mismas, una variedad de la experiencia interior. En efecto, en Reglas parata dú'CCción del espí1"itlt (1628), Descartes identificó la experiencia con "lo que percibimos sensorialmente, lo que escuchamos de labios de otrOS y, en términos generales, con cualquier cosa que llegue a nuestro entendimiento, o bien de fuentes externas, o bien de esa contemplación que nuestra mente dirige hacia sí misma".Tbe Pbilosopbical W01'ks 01 Descmtes, trad. al inglés de Elizabeth Haldane y G. R. T. Ross, Cambridge, 1968, págs. 43-44. Pero en la mayoría de los contextos, empleó la palabra para todo cuanto nos llegaba a través de los sentidos. Sobre un estudio de las relaciones entre Bacon y los cartesianos, véase Amonio Pérez-Ramos, "Bacon's Legacy", en Peltonen, Tbe Ca71lb1"idge C071lptrnioll to Bacon, ob. cito, págs 312-14. 102. La inducción no significaba, para Bacon, limitarse a reunir datos y a generalizar a partir de ellos, como a veces se supone; comprendía la importancia de las hipótesis y
MartinJay del proceso de excluir explicaciones insatisfactorias. Para una discusión sobre el tema, véase Zagorin, Fmnás Bacon, ob. cit., págs. 91-103. 103. Montaigne, "Of Experience", en Complete Essays ,ob. cit., pág. 815. 104. ''''alter Pagel, PamceL<us, Basilea, 1982, pág. 50. La tradición iniciada por Paracelso no desapareció de manera inmediata. En Inglaterra, por ejemplo, gozó de una suerte de renacimiento a mediados de siglo, en la época de la revolución puritana. Como lo ha notado Evelyn Fax KeI!er: "el énfasis en la iluminación derivó de la experiencia directa (accesible a cualquiera que persiguiera el arte), lo cual concordaba con las ambiciones políticas y religiosas de esos tiempos". Reflectiolls 011 Gender mld Scie71ce, New Haven, 1985, págs. 45-46. No obstante, en la década de 1670 los baconianos ya habían triunfado. 105. Sobre el cambio de actitud hacia las anomalías, véase Dear, Discipline a17d Experience, ob. cit., págs. 20-21. 106. Véase la discusión en su lvleteorology (1637), en Diseom'se on j\lIethod, Opties, Geometl), and 111eteorology, trad. al inglés de Paul]. Olscamp, Indianápolis, 1965, pág. 338. 107. Bacon indudablemente estaba en deuda con los primeros intentos de la magia y del ocultismo por dominar la naturaleza y descubrir sus secretos. Véase 'Nilliam Leiss, The Domillation ofNatzl1'e, Nueva York, 1972. Pero su modelo de una sociedad científica abierta no guardaba ninguna relación con ellos. 108. Sobre una comparación de Bacon y los philosopbes en estas y otras cuestiones, véase Wade, Tbe lntelleetual O"igins of tbe Frezlch Rcvolution, ob. cir., págs. 118-26. 109. Timothy]. Reiss, The Discourse ofl11ode17lism, Ithaca, N.Y., 1982, capítulo 6. Partiendo del argumento de Foucault acerca del poder y del saber, Reiss detecta una dialéctica política operante en el método de Bacon. "El concepto de Wla experiencia general -universal y razonable, tal como la entienden los gramáticos- permite la elaboración y la práctica del Estado liberal, fundado en un contrato entre individuos iguales, cada uno de ellos en posesión de una voluntad similar. Como Descartes, Bacon influirá poderosamente en la creación de ese 'espacio discursivo' que hará posible la idea del conocimiento y la práctica social" (pág. 206). Pero lo que este modelo oculta, afirma el autor, es el hecho de que se basa en un discurso que se niega a revelarse como tal, un discurso que refleja las relaciones de poder que solo conceden a unos pocos individuos el derecho a ser experimentalmente "instruidos". 110. Steven Shapin, "Pump and Circumstance: Robert Boyle's Literary Technology", en Social Stztdies ofScie71ce, 14, 1984, págs. 481-520; véase también Steven Shapin y SmlOn Schaffer, Leviatbmz and the Air-Pump: Hobbes, Bo)'!e, and tbe Expel'i11le11tal Life, Princeton, 1985; y Steven Shapin, A Social HistOl) ofTruth: Civiliry a11d Scie11ce in Seventeemh-Ce11tu,) Eng/i/1ld, Chicago, 1994. 111. Taylor, Sources ofthe Self, ob. cit., pág. 162. 112. Véanse, por ejemplo, Susan R. Bordo, Tbe Fligbt to Objectivity Essays 011 Cm/esimzimz mld Cultuz'e, Albany, N.Y., 1987; Y Keller, Reflectiolls on Gendel' mld Science, ob. cir. Sobre una defensa de esa postura, véase Zagorin, Fmncis Bacon, ob, cit., pág. 122. 113. De acuerdo con Blumenberg, Descartes y Bacon no perdieron la esperanza de alcanzar un estado fmal de conocimiento perfecto. Esta lucha infinita se convirtió en un tema solamente con Pascal. Véase The Legitimacy of the ivlodet7Z Age, ob. cit., págs. 83-84. 114. Montaigne, "Of Experience", Complete Ess{/ys, ob. cit., pág. 817. 115. Gadamer, Trutb {md lV1etbod, Nueva York, 1986, pág. 31 l. 116. Dear, Discipline mzd Experience, donde localiza el cambio ocurrido en la década de 1670 con la obra de Newton y Boyle. Por el contrario, la antigua noción de experiencia basada en el universalismo racionalista aristotélico y escolástico ia entendía como "un enunciado acerca de cómo aeo1ltecellltZs cosas en la naturaleza y no un enunciado acerca de
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El juicio de la "experiencia" cómo ha sucedido algo en una ocasión particular", pág. 4 (el subrayado pertenece al original). 117. Bruno Latour, We Have Neve,. Be~n 111ode17l, trad. al inglés de Catherine Porter, Cambridge, lVIass., 1991. 118. Agamben, lufoncy ¡¡ud Hist01), ob. cit., pág.l7. Sin lugar a dudas, Bacon na estaba tan interesado en la matematización y geometrización del mundo como Descartes, Galileo y Newron, lo cual llevó a algunos historiadores de la ciencia -por ejemplo, a .AJexandre KOyTé- a restar importancia a su contribución a la revolución científica. Par,] un intento de pluralizar esa revolución y otorgarle un lugar a Bacon contextualizándolo dentro de la tradición de quienes experimentaban con la naturaleza, véase Thomas Kuhn, "Mathematical versus Experimental Traditions in the Development of Moderniry", en Tbe Essential TC1Ision: Seleeted Studies in Scientific Tmdition i/1,d Cha17ge, Chicago, 1977. 119. He intentado explorar algunas de las ramificaciones del prejuicio ocularcentrista de la modernidad en "Scopic Regimes of lVIodernity", en Force Fie/ds: Between l1ltellectzttll HistOl] and Cultural Critique, Nueva York, 1993; y D07V1lCf]st E)'es: Tbe Denigmtion of Vision in Twentieth-Centm) Freneh Tbougbts, Berkeley, 1993. Contra la creencia de que Bacon sobrestimaba la importancia de los instrumentos ópticos, véase Catherine Wilson, Tbe luvisible ¡'Vodd: Emiy klode17l Phi/osophy and tbe lnvention of tbe j'vIicroscope, Princeton, 1995, pág. 5. 120. Bacon, Novu1ll 01-gmUt111, ob. cit., pág. 60. Sobre el uso de la luz como imagen de la verdad y el conocimiento en Bacon, véase Zagorin, Frt/llcis Bacon, ob. cit., pág. 88. 121. Pagel, Pmtzcelsus, ob. cit., pág. 50. 122. Deely, New Beginnings, ob. cit. 123. Latour, We Have Neve¡' Been 111odel'1), ob. cit. 124.]ohn T. Kearns, Recollsidering Expe¡'iC1lce: A Solution to tIJe P"oblem 11lIJe,-itedfrom DesCt/rtes, Albany, N.Y., 1996. 125. Véase Keith Hurchison, "VVhat Happened ro Occult Qualities in the ScientiBc Revolution?", en Isis 73, 1982, págs. 233-53. Irónicamente, estas cualidades demostraron no ser tan ocultas en la época en que la ciencia comenzó a revelar gradualmente los secretos de la naturaleza, pero retornaron cuando los escépticos como Hume cuestionaron la confiabilidad de los resultados científicos.
20 Experiencia y epistemologia La disputa entre el empirismo y el idealismo
El escepticismo precariamente afirmativo de Michel de Montaigne -su tolerancia a la falibilidad de los sentidos y a la debilidad del cuerpo- no sobrevivió fácilmente a la impaciencia de los primeros pensadores modernos] ansiosos por lograr un saber cierto acerca del mundo revelado por la ciencia.! Tampoco sobrevivió su valoración de las lecciones de la sabiduría popular y las enseñanzas de los antiguos, a quienes honraba pese a su renuencia a seguirlos ciegamente. Con René Descartes llegó el deseo de comenzar de nuevo, evitar los errores del pasado y mirar con confianza hacia el futuro. El nuevo prestigio de la ciencia significaba también desestimar el interés de Montaigne por la introspección y el autodescubrimiento. P!!l1!PJ)1arl",-e!,-,.er¡º,.k"",,,p~: r~,,!lcia .t"!lí~.'l~.". se~.R!lblicª,r?p.~()4u~i~!~x,,!'!.iI!c_aE!em".diªl1te ins: trumentosybjetjy.Qs.' Por consiguiente, el énfasis de Montaigne en confrontar nuestra mortalidad individual, tarea esencial de todo ser humano, ya no parecía pertinente para una mentalidad que identificaba al sujeto con la comunidad inmortal de los investigadores científicos. 3 Se juzgaba que la búsqueda científica era fundamentalmente distinta a la del peregrino que avanza hacia la redención o a la del humanista que en la madurez se convierte en un estoico capaz de contemplar el rostro
de la muerte sin inmutarse. Se trataba de una indagaciónin§11i.ta,cuyo tel~s_ era el dominio, Ilo1a conCifiacíiín., EEiijeto de esa especie insaciablemente curiosa fue desacoplado del sujeto contingente de la felicidad o lá salvación individuales.Pero las dudas que Descartes y Francis Bacon intentaron reprimir con tanto vigor no tardaron en retornar cuando sus soluciones a los enigmas planteados por la experiencia perdieron gran parte de su atractivo. La fe de Descartes en la razón deductiva y en las ideas innatas, y la fíl
Mmti71Jay confianza de Bacon en la experimentación inductiva, revelaron lo que eran: creencias que no podían proporcionar el fundamento de certeza que habían buscado. En la conclusión de su clásico estudio sobre el escepticimo moderno, Richard Popkin sostiene que "el pirronismo continuaría siendo el espectro que acosaba a la filosofía europea, mientras los filósofos se esforzaban por encontrar una manera de superar la duda teórica o bien de descubrir cómo aceptarla sin destruir toda certidumbre humana".5 Aunque los científicos, especialmente aquellos cuyos campos se fundaban en la matemática (como la mecánica y la astronomía), se mostraban optimistas en relación con el proyecto de alcanzar un conocimiento verdadero, la confianza de muchos filósofos comenzó a flaquear, aun cuando evitaran incurrir en un escepticismo categórico. La precaria conciliación de Descartes entre la razón y los sentidos -su creencia de que era posible, en definitiva, armonizar una comprensión mecánica de la realidad esencial con el encuentro cotidiano con sus apariencias- no llegó a cristalizarse. El resultado de todo ello, al menos entre quienes no podían seguir a Baruch Spinoza o a Nicholas Malebranche en cuanto a defender una metafísica pura y racionalista, fue un nuevo respeto por el ámbito de lo probable, en oposición al ámbito de lo cierto, así como la decisión de apoyar su rol incluso en la investigación científica. Rodolfo Agricola y otros retóricos del Renacimiento habían combinado la dialéctica con la probabilidad, una tendencia que pronto encontraría eco entre los pensadores cuyo desdén por la tradición retórica era manifiesto. 6 Pese a la frecuente caracterización de la modernidad como la victoria de la imperiosa búsqueda cartesiana de certidumbre por sobre el intento alternativo de Montaigne,7 m21chos pensadores de la Ilustración esta-. ban dispuestos a conformarse con algo menos que las ideas innatas, claras y distintas, o las verdades eternas generadas inductivamente (o tal vez tenían la esperanza de ganar algo más, aunque ese "más" fuese menos apodÍcticamente cierto). Por consiguiente, el exilio de la "experiencia" hacia los instrumentos supuestamente objetivos y el mundo atemporal de los números impersonales gradualmente llegó a su fin. Pero cuando la experiencia no mediada retornó al centro de la escena lo hizo en cierto modo como una figura disminuida y marchita. Ya no era el sólido facilitador de la sabiduría que, según Montaigne, nos enseñaba "que la grandeza del alma no consiste tanto en tender hacia lo alto o en pugnar hacia adelante como en saber acomodarse y circunscribirse";8 la~~Li.~l].~i
Experiencia y epistemología la conciencia de los límites dentro de una noción esencialmente holística de la experiencia pasó a ser un mero énfasis en los límites o fronteras entre variantes de la experiencia. Más aún, el cuerpo vivo entendido como sede de la experiencia fue reemplazado por los cinco sentidos, en particular por el de la vista, como el vehículo privilegiado en la búsqueda de un conocimiento "confiable" (pero no seguro). Si bien las esperanzas de Descartes en encontrar un nuevo fundamento de la verdad absoluta pudieron haberse malogrado, su desdén por la "experiencia", defendida por las autoridades del pasado, se ~an tuvo incólume en la tradición de la epistemología moderna. Una noción totalmente dialéctica de la experiencia (contrapuesta a la científica) que incluyera generosamente las pruebas y errores pretéritos en lugar de trascenderlos, tendría que esperar hasta Georg Vvilhelm Friedrich Hegel para volver a la vida, aunque solo con un éxito relativo. Cuando el regreso de la "experiencia" en tanto aprendizaje a partir del pasado fue llevado a cabo por pensadores anteriores (como veremos, fue el caso de David Hume), esta operó en un plano psicológico para explicar la mera creencia y no para fundamentar un saber auténtico, lo cual fue interpretado por muchos como una capitulación ante el escepticismo. Pese a que ciertos pensadores de la Ilustración francesa, tales como el marqués de Condorcet y Étienne de Condillac, reconocieron el valor del método de la "errancia" o devaneo conjetural y aceptaron el riesgo de error en el proceso de descubrimiento, admitiendo con modestia que el intelecto humano jamás alcanzaría la perfección, no incorporaron el error mismo en una noción dialéctica superior de verdad, a diferencia de Hege1. 9 No es sorprendente entonces que los diversos intentos realizados a finales del siglo XL'\: y a principios del XX por recapturar una noción más integrada y sólida de la experiencia, se juzgaran fallidos por el hecho de reducirse a cuestiones epistemológicas, por su exagerada dependencia de la observación visual y por su interés en la ciencia natural, una actitud que se refleja cabalmente en la queja a menudo citada de vVilhelm Dilthey de que "no es sangre auténtica la que fluye en las venas del sujeto cognoscente fabricado por Locke, Hume y Kant, sino solamente la linfa diluida de la razón en cuanto mera actividad intelectual".1 0 Cabe discutir si era la razón u otra cosa lo que fluía por esas venas, pero Dilthey expresó un difundido presupuesto sobre el ' carácter desvaído y restringido de la experiencia examinada por esos pensadores. E~tos .p~rtenecían, desde luego, a dos tradiciones filosóficas distintas que han llegado a denominarse empirismo (a v~ces sensacionisrno o
MartinJay
Experiencia y epistemología
asociacionismo) e idealismo (o, más precisamente, idealismo trascen-
griega y de las prácticas ocultas medievales y renacentistas, ni perdió sus lazos con la tradición escéptica lanzada por Sexto Empírico, comenzó a ser revalorizada en el siglo XVIII, sobre todo"en G¡an Bre~ taña.!1 La "modestia filósofica" de Isaac Newton, como la calificaba Voltaire, se impuso gradualmente a la arrogancia de Descartes, especialmente cuando los resultados científicos obtenidos por esta última demostraron ser harto cuestionables (por ejemplo, la afirmación cartesiana de que la luz se transmitía instantáneamente fue refutada por las observaciones de las lunas de Júpiter realizadas por e! astrónomo danés Ole Roemer en 1676). El creciente contacto con tierras no europeas, cuyos habitantes, flora y fauna, desconocidos hasta el momento, no resultaban fáciles de incorporar en las netas categorías de! pensamiento recibido, otorgó un nuevo prestigio a los frutos de la observación,
dental). No obst~nte, am:~~stradiciones estaban unidas porq~ha zaban la razón deductiva como medio privilegiado de conocimiento, Ja revelación dogmática o la autoridad textual como fundamento de! s;tI,er p~nían ~I) s~Jtlga¿Ú~""p~rieicia. AsÍffilSmo-;-éompa;tían la
ir
-responsabilidad de reducir la experiencia misma a una cuestión esen-
cialmente epistemológica, poniendo entre paréntesis sus otras dimensiones. En este capítulo, nos limitaremos a bosquejar las principales características de su lucha por encontrar una comprensión viable del papel desempeñado por la experiencia en la constitución de un conocimiento que fuese más o menos fundacional, aun cuando ya no pretendiese alcanzar una absoluta certeza acerca de las verdades ontológicas. J ohn Locke y David Jfurne gC:\lpar.án lQS lugares habituales como -ilefenséiré-a'é únanociónfundamentalrnente pasiva de la experien¡:ia, en tanto que Immanuel Kant aparecerá como el instigador de un momento más~a_c:!~Y2_.en la tradid6n epistemológica, u~,.momento-fun
~i1:nac()ncep.ción trascendent~l y n,:, meramentepsTéOlogic'-de l,,'actividad de. la mente. Empero, habrá que tomar en cuenta también las otras tendencias que aparecen en sus escritos y que complican estos
retratos convencionales, pues ponen en cuestión
la simple dicotomía
entre lo activo y lo pasivo. Debido a la imposibilidad de presentar todos los intrincados argumentos y contra-argumentos esgrimidos por los filósofos e historiadores de la filosofía que trabajan en el campo epistemológico, centraremos nuestra atención solo en los más importantes antes de pasar a las
un prestigio que se sumaba al de la revolución copernicana en astrono-
mía, llevada a cabo gracias el telescopio. En campos tales-como la medicina, los efectos de una flexibilidad no dogmática y de la voluntad de experimentación, asociadas durante largo tiempo al curanderismo,
empezaron a producir beneficios saludables hacia la década de 1750. 12 COlnpara.d" con la razón deductiva, la~~c:~.a_ció}!teÓIi~-yl" . comprensión intu~~:va, el emE~~w.9. . .u~~gq_,~.~sociars.e,Y¡3.g.a.ll1ente,con el métodoEien_ti:tic;(»)!l9_m;gyp, cuyo poder gozaba de gran popularidad desd;la época de Francis Bacon. El propio B-"."."::.fi;"llam~.d()..el padre del empirig!w.!J..a{!."m~I)()~,qll!,_pºrJi~g~l.IJ En las Indicaciones ;~l~;¡vasitla-tnt~rpret(lción de la naturaleza, sin embargo, había comparado despreciativamente a los empiristas con las hormigas, "quienes simplemente recolectan cosas y las usan",14 además de buscar un
variantes rivales del discurso de la experiencia, aquellas que más se ciñen a la metáfora de los cantos que hemos tomado de William Blake. Así pues, lo que sigue se aS~E<:.a!?is .~Ylltipo.isl.eat9_.alll)a.E"S'?}}!ig:uc CiQll['lc:ioE~L9.ll.e.aCú"~lñtento de hacer justicia a las complejidades de las figuras cuya obra ha sido y sigue siendo la fuente de interminables
ristas británicos, J ohn Locke, (:;eorge Berkeley y David Hume,15 se produjo un cambio significativo de prioridades. No solo fue calificada
comentarios. Su justificación no es meramente el vastísimo material
hi~confian.z-a 'oe'13ac'on en revelar los misterios de la naturaleza, sus
bibliográfico que, en el mejor de los casos, requeriría alguna depuración, sino también el hecho de que muchos críticos de la tradición epistemológica trabajaron con una comprensión esencializada y a menudo reduccionista de su legado.
"formas" universales, a través de la experimentación inductiva, sino
método más confiable que la mera observación para obligar a la naturaleza a revelar sus secretos. En m.a.!!9~ de los más pro~ine!1~es e.mpi-
también su fe en la absoluta fiabilidad de los procedimientos e instrumentos utilizados para arrancarle esos secretos. El impulso agresivo y . dominante de la ciencia baconiana fue sutilmente modificado cuando· surgió una vez más el mom.ento más pasivo y p.~cien.te de la.('experi.encia", un cambio caracterizado por el nuevoljnterés en lo que se cono-
LOCKE y LA EXPERIENCIA DE LOS SENTIDOS
Aunque la palabra "empírico" nunca se despojó por completo de la connotación peyorativa que arrastraba desde la época de la medicina
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ciÓ como lo "dado" de los datos sensorial€S.16 En la época de Hume, la inducción misma fue cuestionada como herramienta epistémica.!7 El telón de fondo contra el cual aconteció este cambio fue apodado p o.rJi!!LH'!.cki!1K"la. ap"Eici~11 d".la prob~bilid_ad".18 Relacionada en un •• _
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MartinJay
Experiencia y epistemología
principio con el ámbito de la mera opinión, en oposición al ámbito del conocimiento verdadero, e identificada con la "aprobación" de las ideas promulgadas por autoridades eruditas (teólogos y filósofos de la doctrina de la moral cristiana), la probabilidad había perdido su brillo a causa de su vínculo con la casuística de los jesuitas en el siglo XVI. Así pues, fue necesario superar el dudoso método del "probabilismo", como llegó a llamarse por su apelación al testimonio y a la conveniencia, antes de poder lanzar una ciencia moderna de la probabilidad. Los historiadores coinciden en que el punto de inflexión se produjo aproximadamente en 1660 con el brillante grupo de teólogos, lógicos y matemáticos janseÍlÍstas de Port-Royal, cuyos repr~sentantes más notables fueron Antoine Arnauld, Pierre Nicole y Blaise Pascal. Hacking advierte el rostro dual de la nueva teoría. La probabilidad no solo significaba, como en Montaigne, una tolerancia epistemológica a la ambigüedad y la incertidumbre por parte del sujeto cognoscente, una tolerancia que Bacon y Descartes habían desdeñado por considerarla indigna de la verdadera ciencia, al margen de su utilidad para retóricos como Agricola. También significaba, y en esto residía su gran innovación, una teoría de las frecuencias probables enJIngrannúmero de eventos, tales como lanzar los dados o el crecimiento de la población. Esta últlmaacepción, que Hacking denomina aleatoria en oposición a epistemológica, se basa en el supuesto de que debajo de la superficie de los eventos aparentemente aleatorios, pueden encontrarse patrones pasibles de ser descubiertos mediante lo que se ha conocido como el cálculo estadístico. Si bien las rigurosas fórmulas matemáticas aplicadas a la determinación de esos patrones por Pascal y otros colaboradores de la teoría de la probabilidad, como Jacob Bernoulli y Pierre-Simon Laplace, eran mucho más sofisticadas que cualquiera de las que se habían utilizado antes, la empresa se sustentaba en una premisa sorprendentemente premoderna. Las "ciencias inferiores" tales como la alquinlÍa y la astrología, condenadas por Bacon y Descartes, se habían basado en el supuesto de que la naturaleza era un texto legible. Según la "doctrina de las signaturas" de Paracelso, el mundo operaba mediante similitudes y afinidades que podían ser descifradas.l 9 La teoría de la probabilidad también buscaba las señales de pautas más profundas en la superficie aparentemente aleatoria de los eventos, pero lo hacía aplicando un cálculo matemático de resultados probables. La relación entre las dos caras de la teoría de la probabilidad, la epistemológica y la aleatoria (o, dicho de otro modo, la subjetiva y la objetiva), era la siguiente: aunque los seres humanos solo podían tener una comprensión imperfecta e incierta de los mecanismos de la natura-
leza o de la sociedad, dado que la opinión no era nunca enteramente reemplazable por un conocimiento preciso, constituía un error refugiarse en un escepticismo debilitante, pu~s debajo de la superficie existían patrones que regían el comportamiento de un gran número de e~entos, si no de cada individuo. Aun cuando este último podría, en última instancia, estar determinado y no ser producto del azar, los humanos, falibles como eran, tendrían que confomarse con patrones más groseros y estimativos que los que revela el cálculo de probabilidades, y abandonar así la esperanza de alcanzar una ominisciencia semejante a la de Dios. Pero lo que no deben temer es el caos engendrado por un escepticismo llevado al extremo. Aunque las causas últimas permanezcan ocultas, al menos las que se encuentran en la naturaleza -y quizá también en la sociedad- pueden discernirse. E incluso aquellas que se extienden al futuro, como creían los estudiantes más optimistas de la teoría de la probabilidad, por ejemplo el pbilosopbe del siglo XVIII Condorcet. 2o En consecuencia, tras la aparición de la teoría de la probabilidad fue : posible revivir una nociÓn de experiencia no baconiana, liberada hasta cierto punto de los severos criterios de Bacon para conQcer la verdad última y de su fe en los instrumentos impersonales del saber. Aunque podriamos hablar incluso de una crisis cultural persistente durante el auge del empirismo británico -y, en rigor, el recuerdo de las guerras religiosas de mediados del siglo XVII estaba aún lo bastante fresco para provocar cierta angustia respecto de la fuerza residual del "entusiasmo"-,21 en general sus fundadores no estaban tan afectados por los traumas sufridos durante el período posterior a la Reforma europea como las generaciones precedentes. Al esperar mucho menos del conocimiento que Descartes o Bacon, y operando en un ambiente donde la tolerancia a las-diferencias religiosas era mayor, estaban más conformes con las imperfecciones de la experiencia humana, entendida principalmente en términos epistemológicos. Si bien lograron exorcizarlo por completo, el fantasma del escepticisimo ya no resultaba tan aterrador. 22 Lo que al cabo de poco tiempo recibió el nombre de filosofía del "sentido común" volvió a centrar la atención en el mundo cotidiano del hombre ordinario y se apartó de los rarificados procedimientos de los virtuosi religiosos a científicos. 23 Si bien la doble crítica de Pierre Gassendi al cartesianismo y al pirronismo constituyó un importante preludio a la tradición empirista británica,24 es preciso comenzar con ]ohn Locke (1632-1704), cuya contribución a la historia de la experiencia fue tan seminal como la de cualquiera de las figuras de nuestra historia, pero cuya descendencia
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fu upa rebelde y pendenciera prole. El responsable de ello era en gran
materialista, corpuscular, tomó en serio y de quien aprendió la crucial
edid a Locke mismo, pues al escribir a comienzos de la filosofía ¡!lederna no había adquirido aún el hábito de usar un vocabulario téc¡!la . de manera que, como 1o . o de un mo d o · rIguroso y consIstente, plC reS ó un comentador exasperado, "en casi cada tópico hay desacuer~Psobre lo que Locke quiso decir" .25 o La culpa reside asimismo en un cierto número de confusiones y tocontradicciones conceptuales, imposibles de desentrañar incluso au el más exhaustivo análisis filológico de su intencionalidad. Cabe . ~orir no obstante, que "Locke" será siempre la suma de sus textos y no 1eCo~dencia coherente, unificada, que subyace en ellos (un argumento a ~almente válido para todo escritor prolífico e inventivo). Después : todo, su principal contribución a la tradición epistemológica, el Be ayo sobre el entendimiento humano, fue el fruto de diecinueve años de ~ajo esporádico antes de su publicación en 1690, y muestra los efectra de lo que, según el autor admitió, era el ensamblaje forzado de ;05 Tcelas incoherentes".26 Escrito y reescrito durante períodos de exilay de intenso compromiso político, mientras redactaba el gran opús10 sobre la tolerancia y dos tratados sobre el gobierno, lleva las cica10 c~ eS de su perturbada composición. Y, finalmente, cabe explicar la tflCbiniledad del legado de Locke por la tensión, y en ocasiones el conam ó"entre 1o que autor se proporua ' d· ,. fi gufl'cto, eCl! y 1a manera -retonca, 27 1 'va metafórica, narrativa, tropológica- como lQ decía. ti
distinción entre cualidades primarias y secundarias. 28 Locke también conocía y respetaba los logros de Newton. 29 Por consiguiente, es cuestionable afirmar, como una vez esrovo en boga, que Locke desdeñaba la ciencia porque esta se valía del razonamiento hipotético, que él juzgaba insostenible. 30 La formación médica de Locke, que culminó en un importante ensayo descubierto recién en el siglo XIX y titulado "De Arte Medica", le había dado motivos para rechazar la idea de que las hipótesis
ra "'(]~a Ae,.l~.s..c~r.ac~erí~~cas de la tradi.ci?~._~I?iciada P9!_J,.Qcke._~,~,~~.~
lu ·."dudas, una moderada toleranciaa la inc
~q ortantes contribuciones a la historia de la "experiencia".
llUPConviene
sin verificación experimental no eran válidas. JI Como en el caso de
los empiriki griegos, estaba dispuesto a suspender el juicio sobre las causas últimas y operar en el plano de lo que parecía eficaz en el tratamiento de una enfermedad. Era menester, sqstuvo, remitirse de los efectos a las causas, en la medida en que estas pudieran determinarse. Loc!ee extrapoló esa actitud a la defensa general del valor .del saber
cotidiano, en oposición a la búsqueda, propia. de la investigación científica, de verdades últimas ordenadas sistemáticamente. En el Ensayo invocaba la bondad de Dios para explicar la prioridad del primero sobre la segunda: El infinito y sabio Creador de todos nosotros y de todas las cosas que nos rodean ha adaptado nuestros sentidos, facultades y órganos a la conveniencia de la vida y a los asuntos que aquí nos incumben. Somos capaces, en virrud de nuestros sentidos, de conocer y distinguir las cosas, de examinarlas en la medida en que las apliquemos a nuestros usos, y de acomodarlas de diversas maneras a las exigencias de la vida ... Pero parece no haber sido la intención de Dios el concedernos un perfecto, claro y adecuado conocimiento de ellas: un conocimiento que tal vez no se halla en la comprensión de ningún ser finito. 32
Utilizando la célebre metáfora del reloj que había cautivado a Boyle y que iba a desempeñar un papel crucial en el argumento deísta de la existencia de Dios a partir del diseño, Locke ilustró su posición afITmando que era menos importante conocer los mecanismos del reloj que ser capaz de leer su esfera para saber la hora. 33 Recurriendo implícitamente a un argumento teleológico que revela su confianza última,
comenzar nuestro análisis por la relación de Locke con la . dición que identificamos con Bacon y Descartes, la cual acompañó ~a urgimiento de la ciencia moderna como un modelo de experiencia ;. s bruto" mejorada y corregida. La formación de Locke mismo incluía l:~siología, la química y la, filosofía ~at:'ra,~. Fue amigo de cientí~,:os r11inentes como el "qmffiIco esceptIco Robert Boyle, cuya fíSIca tan e
aunque "razonable", en la religión, Locke sugirió que los límites de nuestro entendimiento responden a un propósito en definitiva pragmático: el de abrirnos camino en el mundo cotidiano. Aunque Locke, al igual que Descartes, apeló a un Dios benigno en un punto crucial de su argumento, difería de su predecesor en dos
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aspectos fundamentales: nunca juzgó totalmente indigno de confianza
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al mundo de la opinión y del sentido común, y nunca trató de remediarlo recurriendo a ideas innatas, claras y distintas, colocadas en la mente por el Creador. En su definición de la experiencia, Descartes había incluido "todo aquello que llega a nuestro entendimiento, sea de fuentes externas, sea de la contemplación que nuestra mente dirige hacia sí misma".34 Locke, por el contrario, siguió a Pierre Gassendi al inclinar la balanza -aunque no totalmente, por cuanto todavía creía en las intuiciones morales- a favor de las fuentes externas. La doctrina de las ideas innatas había sido concebida por quienes deseaban defender los prejuicios habituales como si fueran intemporales, y Locke, como 10 demostró su célebre argumento en pro de un contrato social originario, no soportaba las demandas de legitimidad tradicional ni en la epistemología ni en la política. Según lo manifiesta en un célebre pasaje del Ensayo:
mente por la acción de objetos externos sobre los sentidos, una acción producida por los "corpúsculos" o átomos materiales al desplazarse desde el mundo físico a la mente. 41 En este aspecto Locke era un firme realista, pues creía en la existencia de objetos materiales fuera de la conciencia subjetiva. Los efectos de la intrusión de esos objetos aparecían en el primer nivel del conocimiento consciente como "percepciones". "En las percepciones desnudas", escribió Loclee, "la mente, en su mayor parte, es solo pasiva; y no puede evitar percibir lo que está percibiendo".42 Debido a esta descripción de la percepción como algo intrínsecamente involuntario, John Dewey pudo afirmar que "cuanto c3racteriza la sensación y la observación y, por consiguiente, la experiencia es, en el pensamiento de Lodee, su coercitividad".4J Para Lodee, sin embargo, las percepciones eran solo los componentes básicos del entendimiento, ya que a menudo debían ser auxiliadas o mejoradas por lo que denominaba el juicio. Por ejemplo, el ojo podía ver solamente un círculo chato en su campo visual, pero luego, valiéndose de otras claves (su solidez al tacto o su previa familiaridad con el objeto), se percataba de que era un globo tridimensional. De ese modo, en lugar de zanjar la cuestión del origen del entendimiento, las formulaciones de Locke solamente la complicaron, sobre todo al reconocer que "nuestra observación, se la aplique a los objetos externos sensibles o a las opemciones internas de nuestms mentes percibidas por nosotros)' reflejadas en nosotros, es lo que suministra a nuestros entendimientos todos los materiales del pensar". 44 Vale decir, además de las percepciones causadas por la acción de los objetos externos sobre nuestros sentidos, la experiencia también podía implicar "operaciones internas" de la mente tales como el juicio. ¿En qué consistían exactamente estas ope- . raciones y procesos dado que no eran ideas innatas, y qué papel desempeñaban en relación con los estímulos provenientes del exterior? A ; pesar de su metáfora de la tabula rasa, Locke admitió que algo (no las ' ideas innatas) existía en la mente antes de ser "escrita" por los stimuli externos: "la naturaleza, lo confieso, ha puesto en el hombre el deseo de la felicidad y la aversión al sufrimiento: estos son, en rigor, principios prácticos innatos, los cuales (como corresponde a todos los principios prácticos) continúan operando constantemente e influyendo en nuestras acciones sin cesar; y pueden observarse en todas las personas y en todas las edades, de manera normal y universa1".45 Sin embargo, lo que era realmente la sustancia de tales deseos y aversiones, insistió Locke, no podía derivarse universalmente, como lo demostraba la proliferación de diferentes preferencias personales e imperativos morales en el mundo.
Supongamos entonces que la mente sea, como afirmamos, un papel blanco vacío de cualesquiera caracteres, sin ideas de ninguna clase. ¿Cómo es que se llena? ¿De dónde procede ese vasto acopio que la diligente e ilimitada fantasía del hombre ha pintado sobre ella en una variedad casi infinita? ¿De dónde obtiene todos los materiales de la razón y del conocimiento? A esto respondo yo: de la experiencia, en la cual se funda todo nuestro conocimiento y de la cual este se deriva, en última instancia. J5 Si faltaba el conocimiento innato impreso por Dios, entonces la mente era, de acuerdo con la famosa frase (que Locke usó, de hecho, en raras ocasiones),J6 una tabula rasa cuyas ideas eran causadas enteramente por la "experiencia". Por "idea" se refería a las entidades yobjetos inmediatos "en la mente", los cuales incluían "fimtasnza, noción, especie o cualquier otra cosa en que pueda emplearse la mente al pensar".J7 Formuladas vagamente y extendidas más allá de la acepción tradicional de las ideas en cuanto imágenes visuales (del griego eidos),J8 las "ideas" de Locke se han entendido, a veces, como representaciones indirectas de objetos externos y, otras veces, como manifestaciones más directas y por lo tanto más confiables de los objetos reales mismos.J 9 El primer caso sugiere un empirismo fenomenalista que solo registra el juego de las cualidades superficiales; el segundo, una alternativa realista que postula el acceso a los objetos individuales que poseen esas cualídades. 4o También se hainterpretado que las "ideas" incluían tanto objetos discretos de conocimiento cuanto los efectos del raciocinio sobre ellos, normalmente llamados conceptos. Independientemente de cómo se las comprendiese -yen los textos de Locke hay diferentes interpretaciones-, las ideas eran puestas en la
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Lo quesí compartían todas las mentes era, según Locke, lacaRacidad ,Íe'reflexión, A tra"ésde operaciones reflexivas tales como juzgar, dudar, querer, razonar, recordar y creer, los datos de los sentidos -el involuntario aporte de información que conducía al conocimiento consciente, que Locke llamaba percepciones- se transfqrmabanen,un. genuinq ent~ndimiento. La reflexió~ se aplica a las ('ideas simple~_", qu~__ eran los efectos inmediatos de los sentidos, así como el placer y el dolor podían ser el efecto inmediato de impresiones sensoriales. La reflexión sobre ideas simples las convierte luego en "ideas complejas" mediante combinaciones, abstracciones y comparaciones (las cuales eran más que meras asociaciones),46 Nuestro entendimiento de los modos, relaciones y sustancias implicaba ideas complejas, que no eran sino el producto de las reflexiones sobre la información suministrada por los sentidos, La pasividad de la percepción debía ser suplementada, en cierta medida, por la labor de una agencia mental capaz de devolver a la experiencia un poco de la energía activa que la metáfora de la tabula rasa parecía negarle, De acuerdo con Locke, las ideas complejas siempre pueden derivarse de las simples, de las cuales son combinaciones efectuadas por la
"De las palabras", Si bien pasaron inadvertidas en su tiempo y se las marginalizó en la bistoria ulterior del empirismo, las severas críticas de Locke respecto del lenguaje le han permitido, según Charles Sanders Peirce, ser considerado como uno de los padres de la semiótica moderna,50 Suctítica del Ínuatismo, sostuvo más recientemente Hans Aarsleff5 1 pudo muy bien haber apuntado contra la visión "adámica" dellenguaje, donde los nombres originales concordaban perfectamente con sus referentes, como contra las ideas cartesianas. En consecuencia, cabe trazar una línea implícita desde Locke hasta el convencionalismo lingüístico de Ferdinand de Saussure, pasando por Condillac y Wilhelm van Humboldt, una línea que sugiere que una noción puramente sensacionista de la experiencia, tal como la que le atribuyó gran parte de la crítica decimonónica, era para Locke una idea equivocada. 52 Como señaló un comentador reciente, "en cada giro, la tensión entre el discurso retórico y el expositivo configura las tesis más básicas .del empirismo relativas a lo que puede o no puede ser experimentado".53 Indudablemente, Locke aún no había dado un completo "giro lin-
mente.:Como consecuencia de ello, algunos comentadores han sosteni-
do que el empirismo de Locke fue compensado por un racionalismo residual, por cuanto los conceptos son producidos por la mente y no generados inductivamente (por ejemplo, el concepto de centauro).47 El propio Locke lo admitió ante su crítico Edgard Stillingfleet, obispo de
giiístico". En comparación con las tendencias dominantes del empiris-
mo en la actualidad, el suyo se interesaba más por los objetos e ideas que por las proposiciones u otras expresiones lingüísticas. 54 Tampoco había llegado a la conclusión wittgensteiniana de que la fuente del significado es el contexto de uso y no la palabra y su objeto,55 Locke llamó a los sonidos articulados "signos de concepciones internas ... marcas para las ideas que se hallan dentro de la propia mente [del hablante]", y sostuvo que "si pudiéramos rastrearlos hasta sus fuentes, encontraríamos, en todas las lenguas, que los nombres que representan cosas que
Worcester: Nunca dije que la idea general de sustancia derivara de la sensación y la reflexión, o que fuera una idea simple de la sensación o la reflexión, aunque en definitiva se fundamentara en ellas: pues se trata de una idea compleja, compuesta por la idea general de un ente, o un ser, con la relación del sustrato con los accidentes. Las ideas generales no entran en el entendimiento por la sensación o la reflexión, sino que son criaturas o invenciones del entendimiento.48
Pero por muy necesaria que fuese la reflexión para suplementar la información suministrada por los sentidos, no podía proporcionar el conocimiento último de las verdades que la scientia tradicional había buscado. Las únicas esencias susceptibles de ser conocidas -y aquí Locke sigue evidentemente a Boyle-49 eran "nominales", no "reales".
Al argumentar de esa forma, Locke reconocía la importancia de la mediación lingüística en la comprensión originada en la experiencia. El
libro 3 del Ensayo estaba, en efecto, dedicado totalmente a la cuestión
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no caen bajo nuestros sentidos, han surgido por primera vez de las ideas sensibles".56 Pero cuando se ·trataba de asuntos más complejos, Locke
era un devoto nominalista que despotricaba contra la confusión de los objetos abstractos con los objetos reales en el mundo. Por lo tanto, es difícil sostener la opinión de que era, en todos los aspectos, ~n referen-
cialista ingenuo, ya sea respecto de los objetos del mundo o del discurso mental previo a su expresión lingüística. 57 Por todas estas razones, el empirismo de Locke era modesto en cuanto a su capacidad de conocer el nivel de realidad buscado por la scientia, fuese aristotélica o baconiana. "La manera de obtener y mejorar nuestro conocimiento de las Sustancias solo por la experiencia y la historia, que es lo único a lo que podemos aspirar, dada la debilidad de nuestras facultades en el estado de mediocridad en que nos hallamos en este mundo -concedió- me hace sospechar que la filosofía natural no es capaz de convertirse en una ciencia".58 Para muchos, tal actitud se con-'
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MartinJay decía perfectamente con la defensa protoliberal de la tolerancia por la diversidad de opiniones que Locke había formulado en términos políticos y religiosos. No obstante, dejaba muchísimas preguntas en el aire que tanto sus epígonos en la tradición empirista C01110 sus críticos entre los idealistas posteriores se esforzaron por responder, mientras intentaban bu~car una noción epistemológica de experiencia más coherente y defendIble. Uno de sus más distinguidos intérpretes modernos John y oIton, dijo al respecto: ' Si Locke restringe la experiencia a la sensación y a la introspección, no ha mostrado cómo las ideas se derivan de la experiencia. Pero Sl extendemos e~te. concepto de experiencia de modo que cubra cualquier acto del entend1m¡ento, entonces cualquier contenido mental será claramente experiencial. Una posición de esa índole puede haber sido suficiente pa~a Lock~, dada su enemistad con el innatismo, pero difícilmente resulte sausfactona para el empirismo. 59 e~tonces
En suma, si todo en el intelecto es cxperiencia v todo en el intelecto ~ntonces la experiencia n~ es sino otra palabra para los contemdos del1l1telecto y no explica mucho de nada.
surge de la expe.riencia,
HUME ENTRE EL ESCEPTICISMO Y EL NATURALISMO
En la historia canónica del empirismo británico, el legado de Locke lue.go por George Berkeley (1685-1753), quien ingreso en la.lgl.esIa anglIcana de Irlanda y llegó a ser obispo de Cloyne. Su obra pnnclpal, Tratado sobre los principios del conocimiento hzt77umo fue publicada en 1710, un año después de su importante Ensayo sobr: una ~ueva !eoría de!t~ visión. C?mpartiendo con Locke la desconfianza en las Ideas mnatas y la creenCIa de que las impresiones sensoriales eran el fundamento de la. experiencia, Berkeley radicalizó el empirismo de su pr.edecesor de vanas maneras cruciales. En tanto que Locke había suscnpt~ a ,un realismo materialista basado en átomos corpusculares que constltUl,an los ~omponentes básicos del mundo de los objetos, Berkel~y penso que SI la experiencia no nos proporcionaba un conocimiento dIrecto de tal~s sus~ancias en sí mismas, no había garantía alguna para creer e~ su eX1stenCIa. "Esse est percipi", solia insistir. Aplicando además l~ nava):l de O~cam, de~echó la distinción entre características primanas y secundanas.a partIr del mismo razonamiento; ¿quién, después de t~~o, habla expenmentado la una sin la otra? Los objetos insensibles, solIdos y carentes de superficies coloreadas eran abstracciones verbales , ~e desa~roll~do
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Experiencia y epistemología no entidades reales. Aunque admiraba la obra de Newton y recibía con beneplácito los avances del conocimiento producidos por la indagación sistemática de la ciencia, Berkeley rechazaba la tesis de que la evidencia empírica podía conducir a un conocimiento más profundo del tiempo, el espacio o el movirriento absolutos. Gran parte de su filosofía estaba dirigida a subvertir las inferencias impropias, a menudo ocasionadas por las imperfecciones de nuestro lenguaje. 6o De acuerdo con Berkeley, solo necesitamos dividir el mundo en un espíritu percipiente y en aquello que es percibido, esas ideas de la mente que, según Locke, eran producidas de algún modo por la realidad externa. Las ideas incluían pensamientos tanto como sensaciones y percepciones. El inmaterialismo radical de Berkeley, que para muchos parecía una refutación del sentido común, se asentaba en el supuesto de que no tenemos realmente experiencia de los objetos materiales. La aparente coherencia y confiabilidad de dichos objetos se explicaba, en cambio, por la intervención de un Dios benigno que ponía las impresiones -la metáfora favorita de Berkeley es "impronta"- en nuestro aparato perceptual. El mundo no es un fantasma de la imaginación ni tampoco un sueño: es tan real como creemos. No podemos convocarlo a la existencia, ni tampoco escapar de su vivacidad y regularidad, lo cual lo distingue de los productos de nuestra imaginación nocturna. Así pues, Berkeley, como señaló Popkin,61 no fue un defensor del escepticismo, pese a que muchos lo interpretaron así. De hecho, por cuanto no le encontraba sentido alguno a la distinción entre las ideas y los objetos representados por ellas, y se negaba a aceptar el agnosticismo fenomenalista acerca de las esencias, desde cierto punto de vista cabe considerarlo un realista ontológico y no alguien que creía que todo lo que podemos conocer son meras superficies, pues los objetos mentales no eran menos reales que los materiales. Ypace el doctor J ohnson, también podía considerárselo como un pensador que reforzaba la creencia en el mundo compartida por el sentido común. O al menos eso es lo que Berkeley pretendía estar haciendo. Los resultados, sin embargo, fueron muy diferentes. Según señaló recientemente Jules David Law: La paradoja central de la carrera filosófica de Berkeley reside en que todo lo que pudo decir o hacer para que el mundo pareciera rnás real, accesible y verdadero, solo sirvió para hacerlo parecer más quimérico, fantástico y teatral. Ningún filósofo ha hecho nunca afirmaciones más contrarias a la intuición, partiendo de las observaciones más empíricas o de los axiomas más elementales del semido común. 62
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Quizá la dimensión más vulnerable del argumento de Berkeley sea su dependencia de un Dios benevolente para garantizar la realidad de las percepciones que constituyen la experiencia. No menos que Descartes y tal vez más que Locke, Berkeley recurrió al supuesto de una deidad intervencionista, quien operaba como la causa de las percepciones/ideas en la mente humana, garantizaba la existencia de los objetos, aun cuando no se los percibiese, y, por lo general, da!:Ja cuenta de la regularidad y el orden en el universo experimentado. Afirmó, asimismo, que había un lenguaje divino que nos permitía traducir los datos de uno de los sentidos a los de otro. 63 Pero, ¿qué ocurría si negábamos la existencia de ese deus ex machina? ¿Cómo podríamos entonces escapar de un escepticismo extremo? La respuesta llegó con la radicalización de la tradición empirista llevada a cabo por David Hume, cuya desconfianza "pagana"64 de cualquier explicación basada en la intervención providencial de Dios debilitó las
subyacente en el mundo que Locke le había atribuido. En uingún sentido -advirtió- podía interpretarse la probabilidad como una variante de la comprensión racional. 68 En sus principales obras sobre teoría del conocimiento, Tratado de la naturaleza humana (1739) e Investigación sobre el entendimiento humano (1748), Hume redujo radicalmente los vestigios de racionalidad que aún quedaban en sus predecesores empiristas, dejando solo las verdades matemáticas que se hallaban exclusivamente en el reino de las ideas. La reducción de la racionalidad fue acompañada por una drástica reducción del sujeto cuya razón se suponía congruente con la del mundo exterior. Locke y Berkeley habían conservado el sentido cartesiano tradicional de la existencia del sujeto consciente -en cuanto res cogitans antes que res extensa-, quien tenía experiencias, aun cuando careciera de ideas innatas. Por lo tanto, su tabula nunca fue completa-
primeras nociones de experiencia y, a la vez, ayudó a establecer otras
nuevas. Su provocadora reconceptualización del papel desempeñado por la experiencia no solo proporcionó un modelo para los empiristas posteriores, sino que también siguificó un desafío para quienes pertenecían a la tradición idealista y juzgaban que las soluciones de Hume eran insostenibles, como Kant. Asimismo, contribuyó a lanzar la carrera de la experiencia como piedra de toque política, cuya trayectoria, que abarca desde conservadores como Edmund Burke hasta marxistas como Rayrnond Williams y E. P. Thompson, analizaremos en el capítulo S. Hume, al igual que Locke, desconfiaba de las ideas innatas y del abuso de la razón deductiva, y pensaba que el "método experimental" de Newton podía aplicarse tanto a las ciencias morales como a las naturales. Ridiculizó la afirmación de Malebranche según la cual Adán había venido al mundo con todos sus poderes racionales intactos,65 pero tomó en serio el argumento de Berkeley contra el realismo ontológico de Locke y su distinción entre ;"'alidades primarias y secundarias. Acordó en que no había garantía alguna para creer en objetos materiales más allá de los objetos de nuestra experiencia consciente, pues esa duplicación de la experiencia le parecía excesiva. 66 Rechazó asimismo la alternativa idealista de Berkeley, pero en cambio percibió
mente rasa, como lo demuestra la capacidad reflexiva de la mente para
convertir las impresiones simples en ideas complejas. Para Hume, por otro lado, la identidad coherente y perdurable del yo, anterior a las experiencias sensoriales que "este" tenía, distaba de ser autoevidente.
Rechazando la creencia de Locke y Berkeley en la inmortalidad del alma, buscaba fundar el pensamiento en la materia del cuerpo, donde se fijaban las impresiones. 69 En algunos pasajes de sus escritos el sujeto es equiparado simplemente a la sucesión de sensaciones unas tras otras,
al haz de impresiones que constituyen la experiencia misma. Se anticipó a Friedrich Nietzsche al sostener que la identidad personal es un artefacto verbal, una función de la gramática, no una realidad,7o Es como si la disolución del mundo de los objetos, exterior a la experiencia de los sentidos, reflejara una disolución siruilar del sujeto que tiene esa experiencia; lo que queda es solo la realidad fugaz, transitoria, de la experiencia sensorial misma. Ello se entiende, habitualmente, como una variante de la interpretación fenomenalista extrema del empirismo aplicado tanto al interior cuanto al exterior, una interpretación que
entre l~s filósofos, sean los antigilos o los modernos".67 Más aún, aunque 'aprobó el abandono de la búsqueda de certidumbre por parte de Locke (extendiéndolo, incluso, también al ámbito moral), d"daba de que la probabilidad permitiera el grado de confianza en la regularidad
convirtió a Hume en un precursor de filósofos como Ernst Mach. 71 Hume, empero, no fue por completo consistente en su descripción del sujeto de la experiencia, lo que llevó a sus comentadores a luchar durante centurias por conciliar sus declaraciones radicalmente escépticas con los argumentos opuestos, que sugieren una filosofía más naturalista, más afin a la creencia de sentido común en algún tipo de yo perdurable, que no era enteramente una función de sus impresiones externas acumuladas,7' Todo lo que Hume había argumentado en la sección "De la identidad personal" del Tratado fue modificado en el apéndice del libro, donde admite que "cuando .llega el momento de
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en su obra "las mejores lecciones de escepticismo que cabe encontrar
J\;lartin Jay explicar los principios, se desvanecen todas mis esperanzas de encontrar un vínculo que una las sucesivas percepciones en nuestro pensamiento o conciencia. No puedo descubrir ninguna teoría que me satisfaga en ese punto".?3 El esfuerzo de Hume se manifiesta también en el hecho de que a veces recurre a la metáfora visual del teatro para describir la mente, 10 cual sugiere un yo espectador externo a sus impresiones; pero luego se apresura a advertir quc "la comparación con el teatro no debe engañarnos. Solamente las percepciones sucesivas constituyen el entendimiento"J4 Una posible manera de salir del dilema consiste en alegar que, si bien Hume rechazó una noción fuerte, a priori y epistémica de la mente, como la que más tarde Kant llamaría trascendental, sí tomó en cuenta aquello que emergía gradualmente como el producto de los encuentros discretos con el mundo a lo largo del tiempo, y que dejaba una suerte de residuo permanente. Es decir, con Hume la experiencia recobró su dimensión temporal en cuanto aprendizaje acumulado, una acepción claramente operante cuando analizó el valor de la experiencia en los asuntos políticos, donde la razón abstracta era una guía engañosa, y defendió la importancia del estudio de la historia.t 5 La memoria -una cuestión marginal para los primeros empiristas- recuperó el papel central que había desempeñado en Montaigne. Hume destacó así la importancia de la temporalidad e incluso de la narrativa como una dimensión fundamental de la experiencia. 76 En el sentido epistemológico -o, más precisamente, en el psicológico- el yo era la función de la repetición de experiencias discretas a través del tiempo. Mientras que Locke desdeñaba la asociación de ideas mediante la repetición por considerarla una forma inferior de conocimiento, Hume recurrió a ella como fuente primaria -pero no como justificación lógica- de aquellos juicios inductivos que, según él, no constituían la base de un conocimiento ni siquiera probabilístico del mundo real exterior al yo.!7 Su famosa crítica de la relación entre el efecto y su causa aparente se asentaba en el argumento de que tendemos a atribuir causalidad a 10 que habitualmente precede a algo más, pero no hay ninguna inferencia racional que pueda demostrar la necesidad de ese vínculo.7 8 En las cuestiones de hecho (distintas de las puras "relaciones de ideas" o verdades analíticas, como las llamaría Kant más t~rde),79 la ~onjunción y la continuidad constantes en el espacio y en el tIempo nos mducen a esperar una continuación de 10 que acaeció en el pasado, aunque no tengamos garantía lógica alguna de que ello se repetirá. En rigor, la afirmación misma de que el futuro reproducirá el pasado se basa en una hipótesis circular que supone, precisamente, una
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Experiencia y epistemología semejanza o identidad entre ambos que es necesario (aunque imposible) demostrar. 8o La costumbre, el hábito y la repetición formaban parte de la experiencia en el sentido amplio del término, y proporcionaban los fundamentos de una creencia plausible en el transcurso probable tanto del futuro como del pasado, pero no ofrecían un conocimiento riguroso. La epistemología se reduce aquÍ en gran medida a la psicología de la credibilidad y al condicionamiento cultural basado en la convención. Co~ viene advertir que Hume mismo no pretendió otra cosa para su propIa filosofía, la cual no podía aspirar al rigor científico fundado en la demostración deductiva o en la prueba inductiva. 8! Si bien alegó vigorosamente que las impresiones y observaciones externas eran la fuente de todo entendimiento,82 su propia práctica, fundada como estaba en premisas tácitas que no se derivaban simplemente de los encuentros pasivos con la realidad, indicaba, performativamente, lo contrario. Cuando se vio obliaado a explicar por qué las creencias infundadas b ',-1 eran tan poderosas -creencias que defendían el supuesto de una Lentidad tanto objetiva cuanto subjetiva más allá de las impresiones discretas de cualidades efÍmeras-, Hume echó mano de una característica del entendimiento que había desempeñado un papel marginal en sus predecesores empiristas: la imaginación. s3 "La experiencia es un ~rin cipio que me instruye sobre las diversas conjunciones de objetos durante el pasado", escribió. "El hábito es otro principio que me induce a esperar 10 mismo en el futuro; y ambos, operando en mi imaginación me inducen a formar ciertas ideas de una manera más intensa y vívida que otras, a las cuales no se les concede la misma privilegiada atención."84 Si bien la vivacidad de los datos sensoriales inmediatos nos permitía saber que esas impresiones eran previas a las ideas: ~a imaginación, junto con la memoria (basada en los encuentros pretentos con el mundo real), nos proporciona el tejido conectivo cuyo resultado son las ideas del sentido común acerca de objetos y sujetos que duran en el tiempo y que pueden causar efectos en los otros. Ello fortalece la propensión a creer, posibilitando así la anticipación del futuro como una continuación del pasado, aun cuando no podamos fundamentar un conocimiento cierto, o incluso probable, de lo que acontecerá. La imaginación también desempeña un rol crucial en el desarrollo y en la intensidad de las pasiones humanas (uno de los '" L· • grandes temas de Hume).85 En este aspecto, pese a su aparente e11laSlS en la pasividad en nuestra recepción de las impresiones del mundo exterior, lo que condujo a muchos a pensar que defendía un empirismo totalmente a posteriori, sustentado en la percepción sensorial
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"inmediata", Hume dio cabida a un mínimo de actividad constitutiva en la mente. Pero el punto crucial residía en que la imaginación, al ser
que era la percepción o la observación inmediata la base de su fenomenalismo antirrealista? ¿Por qué pretender que tales encuentros con el mundo exterior podían descomponerse en sus elementos simples -por ejemplo, la rojez pura de un vestido rojo- en lugar de ser intrínsecamente complejos, multiestratificados e irreductibles a sus componentes básicos (los cuales podrían denominarse, de acuerdo con A. ]. Ayer,
una facultad no reflexiva, no podía brindar argumentos demostrativos e indicativos basados en la evidencia para sus conclusiones. Al igual que la percepción en estado bruto, la imaginación era asistemática, previa al juicio, y no estaba sometida a las limitaciones críticas de este último. Tal como señala P. F. Strawson, la imaginación es, para Hume, "un arte secreto del alma, una facultad mágica, algo que nunca
comprenderemos acabíldamente".86 Colocar la imaginación por encima de la razón podría abrir las puertas a una filosofía incapaz de distinguir entre las fantasías, o incluso las alucinaciones, y las percepciones legítimas. Aunque desconfiaba de la racionalidad deductiva, Hume no pretendía descalificar la creencia "razonable". El control crítico de la fantasía, capaz de generar invenciones y creencias falsas que Hume deseaba distinguir de las creencias .justificadas, era la frecuente repetición de estas últimas en la experiencia de todos los hombres. "Es preciso distinguir en la imaginación -~xplicó~ entre los principios que son permanentes, irresistibles y universales, tales como la habitual transición de las causas a los efectos
"campos sensoriales~')?91 ¿Por qué suponer que esos componentes discretos eran los que se repetían en las diferentes experiencias, permi-
tiendo a la memoria y a la imaginación reforzar la creencia, y no las variaciones y matices que la mente -o quizá el poder categorizante del lenguaje- enlazaba en una cualidad única e idéntica? El "Mito de lo Dado", que más tarde denunciaría Wilfrid Sellars desde una postura hegeliana-wittgensteiniana,92 implicaba postular un orden temporal -primero las percepciones básicas, seguidas luego por la reflexión, la memoria, la imaginación, etcétera- que tenía una justificaGión poco
plausible en nuestra manera habitual de estar en el mundo. No menos problemática fue la concepción humeana del yo, que oscilaba entre un receptor pasivo' de los estímulos exteriores, carente de
una identidad genuina a lo largo del tiempo, y un generador imaginati-
y de los efectos a las causas, y los principios que son variables, débiles e
vo de creencias injustificadas pero necesarias que permitían operar en
irregulares".87 Aunque parezca extraño, Hume le asigna un papel importantísimo a la imaginación solo cuando esta confirma lo que ya
la vida cotidiana. Al no explicar cabalmente qué faenltades del entendimiento -además de la imaginación, definida vagamente- nos permitían
forma parte de la experiencia previa, cuando se halla en armonía con la costumbre y el hábito y refuerza nuestro sentido de la realidad del mundo. Aún no hemos transpuesto e! umbral de! período romántico, durante el cual se le daría a la imaginación un rol más constitutivo y transfigurador Ca diferencia de la salvaje e improductiva "fantasía"). Su confianza conservadora en el poder irresistible de las creencias sancionadas por la costumbre lo salvó de caer en un escepticismo aun más corrosivo. 88 Si esta posición era naturalista, entonces se trataba de un
naturalismo que veía en todo lo que había existido durante largo tiempo un reflejo de las cualidades humanas eternas. 89 Según un reciente
comentador, "lo natural, en sentido humeano, es todo lo que es fácil y genuino. Lo natural se opone a lo insólito, lo milagroso, lo artificial".9o
Fuera escéptica o naturalista, lo cierto es que la radicalizada descripción empirista de la experiencia en Hume dejó muchas preguntas sin responder. Por ejemplo, ¿cómo podría uno aislar las impresiones
recordar, comparar y luego asociar las impresiones discretas a fin de
producir la creencia, ni demostrar tampoco en qué medida las presiones convencionales podían dar cuenta de experiencias pretendidamen-
te universales, la evaporación psicologista del yo epistémico perdurable dejó así muchas cuestiones sin resolver. Si la concepción inconclusa de
sujeto de Hume era difícil de aceptar por mucho tiempo, también lo era su disolución del objeto en una mera sucesión de sus cualidades discretas experimentadas. Después de todo, ¿cómo podía el empirismo sostener su tesis de que el fundamento del saber probable o de la creencia razonable se hallaba en la observación cotidiana, cuando los objetos del saber científico eran cada vez más teóricos y contrarios a la intuición? Al ensancharse la brecha incluso entre las observaciones
inferenciales y los objetos de la ciencia, generados teórica o matemáticamente, resultó cada vez más difícil recurrir a las impresiones senso-
ya está siempre estructurada por las creencias asentadas en la memoria, el hábito, la costumbre y la imaginación, ¿cómo podía afirmar Hume
riales como la base para los criterios de verdad. Lo que John T. Kearns denomina el "problema de Descartes", la disparidad entre las versiones del sentido común y las versiones científicas de la realidad, no podía soslayarse para siempre. Según Kearns, "los principios de Hume se debilitaron cuando los objetos que no pueden observarse llegaron a ser
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sensoriales que son supuestamene anteriores a las creencias que tene-
mos delos objetos que aparentemente denotan? Si nuestra experiencia
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un lugar común científico ... no es posible apelar a experiencias que confieran inteligibilidad a los conceptos de cosas inobservables".93 En suma, corno concluyó John Yolton:
Aunque a Kant le llevó un tiempo asimilar el impacto de la obra de Hume -gran parte de la cual no estaba traducida a una lengua que pudiera leer-, se sintió profundamente afectado por lo que consid.e~ó, correcta o erróneamente, sus ejercicios devastadores de un esceptICISmo radical,97 El empirismo de Hume, según sus famosas palabras, lo despertó de "su sueño dogmático" y lo llevó a abandonar el racionalismo deductivo que había caracterizado la filosofía alemana de esa época. A partir de ese momento, y durante unos doce años, Kant se dedicó a encontrar una respuesta a 10 que interpretaba como las impli98 caciones corrosivas e irracionalistas del pensamiento de Hume. Kant deseaba, sobre todo, hallar un nuevo fundamento del conocimiento que trascendiera el convencionalismo asociacionista de Hume, que consideraba como el punto final de su trabajo. A Kant le preocupaba que Hume hubiera reducido la mente a su funcionamiento psicológico y que hubiera sustituido las certezas más sólidas de la inferencia lógica y la razón universal por el frágil consenso del sentido común y la repetición habitual. Como resultado de todo ello, no podía proporcionar un baluarte contra los peligros del fanatismo religioso y del emotivismo irracionalista que Kant, un acérrimo defensor de la Aufkldrung y un crítico de los poetas transgresores del Sturm und Drang, estaba decidido a resistir. Depender de las certezas menores de la teoría de la probabilidad o sacrificar el rigor filosófico en aras de la argumentación retórica no era suficiente, desde su punto de vista, para responder a la amenaza de la duda radical, una amenaza que el sentido común naturalista jamás podría erradicar. 99 Incluso la imaginación, que en su forma más sobria había acudido a socorrer a Hume, no podía suministrar un lastre lo bastante pesado para contener los vuelos de la fantasía que Kant había reprobado tanto en la Schwá'rmerei [exaltación] de los visionarios como Emanuel Swedenborg. loo Si bien le asignaba a la imaginación un rol esencial por cuanto reconocía s.u capacidad de percibir identidades a lo largo del tiempo y de subsun1lf diferentes objetos en un mismo concepto, Kant no podía seguir a Hume en asignar a la imaginación la tarea puramente asociativa de producir creencias injustificadas en la continuidad. lOl Este no es, evidentemente, el sitio adecuado para aventurarnos en un análisis extenso, y menos aún en una crítica seria, de la compleja respuesta de Kant al desafio de Hume, que para algunos significó una capitulación ante el escepticismo, y para otros, un prometedor prolegómeno, como el propio Kant lo expresó, a tilla metafísica futura. 102 Solamente nos limitaremos a hacer unas pocas observaciones esenciales sobre la experiencia, según la conceptualizó el filósofo en dicha res-
La "ciencia de la naturaleza humana" [de Hume] fue un intento llevado a cabo en una suerte de empresa introspectiva, pero se trata realmente de una metafísica de la experiencia, cuyas conclusiones no podían ser -y no eran- establecidas mediante la observación y el experimento. De hecho, se puede deducir la mayoría de sus conclusiones -las que se suponen típicamente "humeanas" - a partir de dos principios: que las percepciones son todas las que están presentes en el entendimiento y que las ideas están siempre precedidas por las impresiones y son copias de estas. En resumen, Hume utilizó el método de razonamiento y no el método anunciado por él, basado en el experimento y la observación y..
Si el empirismo no había podido brindar una descripción epistemológicamente plausible de la experiencia, y el regreso a las ideas innatas y a la racionalidad deductiva resultaba imposible, era preciso entonces lanzar una nueva teoría a fin de proporcionar un concepto más defendible del término; una teoría que tratara de abordar las preguntas que habían quedado sin responder debido a las implicaciones escépticas del fenomenalismo y al convencionalismo conservador de su alternativa naturalista, asociacionista y psicologista. La responsabilidad de esta tarea recayó, como lo sabe cualquier estudiante de historia de la filosofía, en Immanuel Kant, de cuya reconceptualizacion de la experiencia -siempre en el sentido de Eifahrung, con la connotación de un viaje a lo largo del tiempo, y nunca en el sentido de Erlebnis (vivencia), que sugiere una inmediatez prerreflexiva, holística-95 pasamos a ocuparnos.
KANT y LA TRASCENDENTALIZACIÓN DE LA EXPERIENCIA COGNlTIVA Hume fue traducido al alemán por primera vez en 1755, en la edición de Johann Georg Sulzer de la Investigación sobre el entedi'l1ziento bumano. Su publicación, poco después de la muerte de Christian W olff, el último gigante de la metafísica ~acionalista, significó un nuevo giro en la filosofía alemana. Paradójicamente, el camino había sido preparado por un pensador religioso, el filósofo y teólogo pietista Christian August Crusius, quien destacaba las limitaciones del entendimiento humano y la necesidad de valerse de argumentos fideÍstas y no lógicos o metafísicos para demostrar la existencia de Dios. 96
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puesta. Aun cuando Kant no podía retornar al desacreditado raciona-
implicaba una demarcación de límites que muchos de sus herederos -y, podría decirse, e! propio Kant en sus obras tardías- intentarían superar. En muchos aspectos, la reconstrucción epistemológica de Kant, luego de la devastadora crítica humeana a la metafísica tradicional y su vulnerable inflación del poder de la razón, dependía de esos límites. La experiencia, tal como la desarrolló en la prímera Crítica, abarcaba cuestiones relativas al conocímiento válido, y no toda la gama de encuentros humanos con el mundo que Montaigne, por ejemplo, había incluido en su uso más amplio del término.!D8 La felicidad personal fue subordinada al juicio cognitivo y al desarrollo espiritual/moral. Como resultado de ello, Kant fue un blanco tentador para los críticos posteriores, 'quienes lo acusaron de excluir, a diferencia de Hume, el cuerpo, las emociones, los deseos, la memoria histórica, etcétera, de sus reflexiones.!o9 Tampoco la célebre decisión de Kant de "limitar la razón
lismo deductivo de los primeros metafísicos, con su pretensión siste-
o
mática de conocerlo todo acerca de la realidad, encontró al menos alguna inspiración en uno de los aspectos de su legado, que había sido desarrollado particularmente por Gottfried Wilhe!m Leibniz: la cualidad activa, autolegisladora del entendimiento humano. Coincidió con su predecesor alemán en que la mente no era UlJ.a sustancia, como Descartes y Spinoza habían sostenido, sino una actividad (un presupuesto que iba a ser crucial para su célebre defensa de la libertad humana y de la autonomía moral). Ya hemos tenido oportunidad de aclarar que los empiristas británicos no apoyaron nunca una noción totalmente pasiva de la mente. Pero desde el punto de vista de Kant, dependían demasiado de la generación externa de ideas a través de los sentidos como para proporcionar una teoría del conocimiento coherente y capaz de satisfacer los requerimientos de una auténtica scientia (o Wissenschaft, en alemán). L<1; famosa "revolución copernica~a"103 introducida por Kant en la filosofía buscó audazmente una respuesta centrándose menos en el objeto del conocimiento que en el sujeto, un sujeto constitutivo que era mucho más que la sucesión de sus percepciones o la sede de la repetición habitual. 104 Por consiguiente, su noción de experiencia se ha vinculado, a veces, con ese intervencionismo activo en el mundo que caracterizó el método científico baconiano, situado en una tradición llamada "maker's knowledge" [el conocimiento del creador], que incluía figuras tan dispares como Nicolás de Cusa y Giambattista Vico. 105 Tal vez lo que separa a Kant de otros pensadores pertenecientes a esa tradición fue el hecho de restringirse, al menos en la Crítica de la razón pura, a los objetos formados solo por el conocimiento, que distinguió cuidadosamente de los objetos reales de! mundo así como de los objetos del pensamiento puro. Contra la reducción de Berkeley de dichos objetos a ideas de la mente puestas allí por Dios -es decir a meras ilusiones, ya que se los consideraba realidades independientes y externas-, Kant afirmó la existencia independiente de las cosas en sí mismas. 106 Su idealismo -insistía- debía por lo tanto llamarse "formal, o mejor aún ... crítico" para distinguirlo del "idealismo dogmático" de Berkeley.!D7 Las entidades existen en el mundo, aun cuando no se las percibe; son objetos reales de los cuales es posible tener experiencia. Más tarde, los idealistas alemanes y sus sucesores marxistas se encargarían de extender la construcción activa a la constitución histórica e incluso ontológica (sin recurrir, como Berkeley, a la disolución de la materia en la mera idea de Dios). La reconstrucción kantiana del concepto de experiencia
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para dar lugar a la fe" satisfizo a algunos de sus contemporáneos, entre
ellos F. H. Jacobi, quien pensaba que la fe debía fundarse en una experiencia religiosa inmediata y no solo en una ley moral abstracta. IID En la Crítica del juicio, Kant contribuyó al desarrollo de una noción específica de la experiencia estética, distinta de su contraparte cognitiva; y en una de sus últimas obras, Antropología en sentido pragmático (1798), investigó cuestiones prácticas, siguiendo el espíritu de la teoría sobre la prudencia (Klugheitslehre) de la filosofía cortesana de Christian Thomasius. ll1 Pero en la primera C1~ítica, la más inmediatamente influyente, dio una definición mucho más restringida de lo que podría denominarse la experiencia genuina.
El desarrollo de dicha noción implicaba la existencia de límites internos dentro del conocimiento mismo. Al contrastar la razón deduc-
tiva y dialéctica (Vernunft), cuyos peligros especulativos había llegado a percibir cuando Hume interrumpió su "dogmático sueño", con el más
modesto pero fiable entendimiento (Ve¡'stand, a veces traducido por "int.electo") basado en encuentros concretos con el mundo real, Kant aceptó la crítica empirista a las ideas innatas y la demolición de las pruebas deductivas acerca de la existencia de Dios o del alma. El conocimiento -y no se cansó de insistir en que era preciso distinguirlo tanto de la mera opinión o creencia como de la razón deductiva- se generaba a través de algo llamado experiencia. Tal como lo expresó en el tan citado párrafo inicial de la introducción a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, "no hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues ¿cómo podría ser despertada a actuar la facultad de conocer sino mediante los objetos que afectan a nuestros sentidos?".1l2 Ese fue de hecho su principio fundanlental, lo
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que llamó en los Prolegómenos "el resumen de toda la [primera] Crítique la razón no puede enseñarnos nada más acerca de los objetos de la experiencia posible. Así, Kant compartía con Hume un profundo recelo por las ideas a priori que anteceden o trascienden la experiencia. A estas últimas las denominó "puras" porque estaban exentas de la confusión caótica de la realidad cotidiana y de las imperfecciones de los datos sensoriales. Y procuró escribir una crítica acerca de ellas en la medida en que las creía absolutamente previas a toda experiencia. "La experiencia -escribió- es un conocimiento empírico, es decir, un conocimiento que determina un objeto por medio de las percepciones."ll4 Sin embargo, donde Kant difiere de Hume es en su afirmación posterior -que constituyó la base de su respuesta al convencionalismo asociacionista- de que tales principios a priori subyacen en la experiencia, como 10 expresó en uno de los pasajes más citados de la primera Crítica:
del mundo (más allá de que aceptaran su materialidad o los disolvieran en las impresiones efímeras o en ideas divinas), Kant expandió su investigación para incluir los aspectos relacionales y estructurales del conocimiento. Si bien es posible pensar en formas sin contenido, como pretendía hacer la razón pura, es imposible, alegó, pensar en un contenido carente de toda forma, como los empiristas parecían creer. Desde el comienzo, la experiencia implica la capacidad de discernir cuasi-isomorfismos -aunque no identidades perfectas como en las demostraciones lógicas- en los datos sensoriales, que nos permiten encontrar regularidades y orden en lo que de otra manera sería una confusión aleatoria de estímulos superpuestos, contradictorios y carentes de sentido, un flujo de conciencia incoherente y caleidoscópico. Esta capacidad es lo que proporcionaba la mente activa, que trascendía la mera imaginación de Hume en virtud de la naturaleza regular, universal y necesaria de aspectos fundamentales de la experiencia, tales como el tiempo, el espacio y la causalidad. 1l8 Contra la disolución de la mente en una sucesión de impresiones fortuitas y heterogéneas, Kant postuló una mente unificada, compartida por todos los seres humanos, a la que denominó "unidad trascendental de la apercepción". El "yo" constituía el sustrato de toda experiencia y era la sede de la autonomía moral, como argumentó más tarde en la Crítica de la razón práctica. Pero en su carácter de tal, no podía ser reducido a un objeto de la experiencia cognitiva, una reducción que fue la fuente de falacias psicologistas. ll9 Estrictamente hablando, el yo -entendido en términos epistemológicos y no psicológicos- trascendía el mundo fenoménico y estaba situado en el ámbito de lo nouménico o de las cosas-en-sÍ incognoscibles, un argumento que se condecía con su aseveración de que era imposible conocer el alma humana inmortal, aun cuando pudiera ser pensada. Oponiéndose al supuesto de que algo llamado experiencia interna fuera anterior a la del sujeto cognoscente en su relación con el mundo, una implicación que podía ser inferida -con cierta licencia- del escepticismo psicologista de Hume, por adeptos del espiritualismo tales como el filósofo francés Maine de Biran,120 Kant afirmó que:
ca":l13
Pero aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia. En efecto, podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera una composición de 10 que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer produce (simplemente motivada por las impresiones) a partir de sí misma. 115 Para descubrir la parte del conocimiento que no surge enteramente de la experiencia (entendida solo en el sentido de estímulos externos, lo "dado" según la tradición empirista), Kant introdujo lo que fue quizá su mayor innovación filosófica: el método trascendemaI.ll6 Estableció una cuidadosa distinción entre "trascendental" y "trascendente", que significaba ir más allá de la experiencia de una manera ilegítima a fin de buscar el conocimiento de las Ideas puras, que solamente podían ser pensadas pero no conocidas. Utilizó en cambio el primer término para referirse a las condiciones universales y necesarias de toda experiencia posible. La razón deductiva podía extraer esos momentos de la experiencia que no era posible explicar valiéndose de los datos suministrados desde el exterior, ni de la mera repetición habitual. La deducción trascendental en particular apuntaba a descubrir los aspectos formales del conocimiento, que articulaban cada percepción del mundo y cada juicio acerca de él, por muy incipientes y fugaces que fuesen.!l? Tal era el ámbito del entendimiento, que Kant distinguió tanto de la razón pura a priori, como de la no menos pura sensibilidad a posteriori. lVIientras que los empiristas británicos, que ponían el énfasis en la sensibilidad, habían limitado sus indagaciones solamente a los objetos materiales discretos
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La representación yo soy, que expresa la conciencia que puede acompañar a todo pensamiento, incluye en sí misma directamente la existencia de un sujeto, pero no incluye todavía un conocimiento de ese sujeto y, por lo tanto, tampoco un conocimiento empírico -i. e. una experiencia- ele él. Pues tal experiencia implica, además del pensamiento de algo existente, también la intuición, y aquí me refiero específicamente a la intuición interna, con respecto a la cual -por ejemplo, el tiempo- el sujeto debe ser deter9'7
MartinJay minado; y esta determinación requiere definitivamente de objetos externos. Por consiguiente, la experiencia interna es en sí misma solo indirecta y solo es posible mediante la experiencia externa,121
Pero dicha "experiencia externa" no era totalmente producida por esos objetos. Involucraba la constitución subjetiva que era, además,
involuntaria y coercitiva. No hay manera alguna, afIrma Kant, de ver a un elefante que no esté en el espacio y en el tiempo, aunque es posible pensar un elefante en esas condiciones, del cual, por lo que sabemos, podría decirse realmente que existe más allá del conocimiento humano. Nuestros juicios acerca del mundo de los objetos de la experiencia son a la vez, a priori y sintéticos, por cuanto producen un nuevo conoci~ miento capaz de trascender las tautologías analíticas. La experiencia, por su. propIa natural:~a, Implica duración temporal -la Eifahrung ent~ndlda como un V1a¡e- tanto como localización espacial, que es rntnnsecamente relacional.
El intento de Kant de restablecer la posibilidad de un conocimiento científi~o válido contr~ ~as más modestas pretensiones de la opinión, la creenCIa y la probablhdad, dependía de! abandono tácito de la noción tradicional de verdad como correspondencia, en favor de un modelo coherentista. Aunque no era un fenomenalista sino un realista ontológico,122 que se resistía a conceder prioridad a las impresiones ~gaces d: los sentidos por sobre los objetos perdurables que las produClan, nego la pOSIbIlidad de conocer el mundo tal como realmente existía; las "cosas ~n sí" se hallaban más allá de la experiencia, aun cuarido fue~an n."ce~anas para, el~a. Lo que, según Kant, le permitió escapar de las ImphcaclOnes escepucas de esa negación fue su aserto de que el conOCllluento referencial era apodíctico (del griego apódeixis o demostración! e~ la medida en que involucraba las categorías y esquemas de! entendlIruento, las cuales eran elementos necesarios, inevitables y universales de la experiencia cognitiva de cualquier tipo. Cabe decir entonces que e! subjetivismo de la especie fue la respuesta de Kant al subjetivismo individual o cultural de la tradición pirronista. Asimismo, Kant proporcionó una sugestiva respuesta al "problema de Descartes", la aparente disparidad entre la experiencia del sentido común y las explicaciones de la ciencia natural.1 23 Pues si ambas se concep~alizaban en términos de juicios sintéticos a priori, entonces no había lln~ diferencia esencial entre las impresiones sensoriales supuest~mente lll?,enuas y las enudades teóricas de las ciencias. La experienCIa ordInana no era, por consiguiente, una simple ilusión, ni la ciencia natural se basaba enteramente en soslayar sus falsas lecciones; ambas se
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Experiencia y epistemología ocupaban de los "objetos de la experiencia", no de las cosas en sí mismas. Más aún, como sostuvo en la "Tercera analogía de la experiencia" en la Crítica de la razón pura, donde explicaba la simultaneidad aparente situándola en e! contexto espacio-temporal de la acción recíproca o comunidad (en el sentido de comunicación), los niveles de la apariencia superficial y de la estructura profunda -que Locke había llamado características primarias y secundarias- debían ser relativizados de una manera dinámica. En el nivel más profundo, formaban parte de la naturaleza entendida al menos en sentido regulativo como un sistema holístico. 124 Más allá de que los precisos mecanismos que según Kant operaban en la estructuración de todo conocimiento, fueran o no convincentes
(la mayoría de los comentadores ha tenido sus dudas al respecto),125 su audaz intento de reformular la cuestión epistemológica de la experiencia sobre nuevas bases que trascendieran las falacias de la razón deductiva y del empirismo asociacionista o inductivista, pero resistiendo la psicologización de la mente activa, dio origen a un rico y productivo debate que todavía muestra pocas signos de perder su vígor (excepto por las ocasionales tentativas de neopragmáticos como Rorty de arrojarlo a la basura). El empirismo de Hume, enténdido como más o menos fenomenalista, también vivió cierto resurgimiento en la obra de filósofos del siglo XX como Ernst Mach y Rudolf Camap, quienes buscaban, de diferentes maneras, disolver el sujeto trascendental kantiano y su objetiva cosa en sí en el ámbito indiferenciado de la experiencia sensorial. La filosofía ~nalítica continúa proporcionando respuestas a lo que uno de sus epígonos denomina "el enigma de la experiencia",126 a menudo rompiendo la barrera entre las cuestiones epistemológicas y psicológicas que Kant construyó con tanta asiduidad (por ejemplo, en la obra de W.V.O. Quine). En rigor, como hemos visto en este capítulo, la experiencia como fundamento del conocimiento fue, desde el comienzo, un lorus signado por las controversias, donde nunca llegaron a dirimirse.las cuestiones relativas a la pasividad y actividad, a la construcción subjetiva y a la imposición objetiva, y al papel contrapuesto desempeñado por e! sujeto cognoscente individual y el colectivo. En lugar de rastrear más variaciones sobre la "canción de la experiencia" ejecutadas bajo la rúbrica de la epistemología, lo cual nos enredaría en los serpenteos de argumentaciones filosóficas aún más complejas que las que hemos encontrado, es hora de pasar a otros discursos en otros contextos. Pues resulta claro, al margen de cómo se entienda
la "experiencia" en términos cognitivos, que también sirve a propósitos 110
Marti71Jay muy diferentes. En efecto, tales alternativas surgieron en respuesta a lo que se percibió como una reducción limitada y restrictiva de la experiencia a nada más que una función epistemológica. En términos generales, dichas variantes asumieron dos formas. La primera fue el desarrollo o la elevación de otras modalidades de la e~?eriencia, t~le~ como la estética, la religiosa o la política, a una posiClOn d~ sup~nondad respe~to ?e la variante, considerada seca y árida, que se IdentIficaba con la CIenCIa moderna. La segunda y más ambiciosa condujo a la búsqueda de una nueva noción integrada que en cierto modo restablecería una experiencia halística anterior a las fisuras alienantes de la modernidad, procurando enmendar la ruptura ocasionada por 10 que John Dewey llamó despectivamente "el método de partición" d e K ant. 127 J:<.n ~ 1os capltu ' los" SiguIentes me referiré a las formas en que la ':exp~riencia" se fragmentó en modos discursivos especializados, y exammare algunos de los intentos realizados en el siglo XX para vol~er a unir 10 que había sido separado. Así pues, comenzaré por las crítIcas .a .Kant de un grupo de pensadores que sostenían que la reducción cogmtIva de la experiencia, junto con su austero suplemento moral no podía hacer justicia a una forma más fundamental de la experiencia ~ue ~ant,. lam~n~ablemente, había desestimado. Esa alternativa era la expenenCIa rehglOsa, la cual daba al devoto la prueba inmediata de la presencia divina, y cuyo primer y principal defensor fue el gran crític~ de Kant, Friedrich Schleiermacher, en el ocaso de la Aujkldrzmg del siglo XVIII.
NOTAS . 1. Montaigne tuvo, posteriormente, algunos seguidores. Veáse, por ejemplo el ing-e111050 texto ,~e Matthew P:ior, "A Dialogue between Mr. 10hn Lock [.rie] and Seigneur~de MOntalgne de 1721, reImpreso en Tbe Literay vV07'ks of Mattbew Prior, H. Bunker Wnght y Monroe K. Spears (eds.), vol. 1, Oxford, 1959. Prior defiende el uso que Montalgne hace de la retórica, su desdén por el método y su posicionamiento dentro del mu~do social, en oposición a Locke, quien pretendía centrarse enteramente en el Entendlm~ento Humano genérico. Y pone en boca de MOl1taiglle la siguiente sentencia: "Has es:nto todo el tiempo que sólo estabas pensando que Tú pensabas; Tú y Tu entendimIento son las personae d7'tl711t1tis, y la obra equivale nada más que a un diálogo entre 10hn y Lock" (pág. 620).
2. ~I paso in~cial de De~cartes, sustentado en la certidumbre de su cogito como fuente de su ser, Imp!Jcaba CIertamente una mirada introspectiva, pero sus sucesores pron:o abandonaron este paso en las argumentaciones sobre la realidad del mWldo extenor. 3. Esto no significa que los hombres y mujeres de la modernidad temprana no se ocuparan de la gran cuestión de cómo enfrentar la moralidad. Para un estudio de los
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Experiencia y epistemología enfoques religiosos y seculares, véase ]ohn McManners, Defltb fl7ul tiJe EnligiJtemnem: Cbflnging Attitudes to Deflth in Eigbteemb-Centu1'Y F1'il1Zee, Oxford, 1985. Pero cuando la experiencia personal se subordinó a la experiencia trascendental del sujeto de la ciencia, la muerte se convirtió en un problema para resolver, antes que en W1a experiencia límite para explorar. De acuerdo con McManners, "desde el surgimiento de la ciencia moderna, en el siglo XVII se había aceptado la idea de que la naturaleza podía ser manipulada y controlada, lo cual dio lugar a especulaciones sobre la posihilidad de romper la barrera de la duración de la vida humana. Descartes y Bacon se refirieron superficialmente a esta idea en su visión de un futuro basado en la ciencia" (pág. 116). 4. Véase Hans B1umenberg, Tbe Legiti7l1f1cy of fbe jV!odml Age, trad. al inglés de Roben M. vVallace, Cambridge, Mass., 1983, capítulo 10. 5. Richard H. Popkin, Tbe Hist07y of Skepticis711 fr07lt E7'fIS711US to Descartes, Nueva York, 1964, pág. 217. 6. Sobre Agricob, véase Thomas M. Conley, Rbetorie iu tbe EU1'opean T7'fIdition, Chicago, 1990, págs. 125-28. 7. Véase, por ejemplo, Stephen Toulmin, COJ7110polis: Tbe Hidden Agenda ofj1¡[odel'nity, Chicago, 1990. 8. Michel de Montaigne, "Of Experience", Tbe Complete Essflys ofilllontilig71e, trad. al inglés de Donald M. Frame, Stanford, 1965, pág. 852. 9. Acerca del papel positivo desempeñado por el error en la epistemología de la Ilustración, véase David Bates, EnligbtemJle71t Abermtions: E17'01' mul Revolutio17 in Fumce, Ithaca, N.Y., 2002. 10. vVilhelm Dilthey, Introduetion to tbe Humfln Scimces: An Atte711pt to Lfly ti F011172dfltian jor tiJe Study of Society flnd Hist07y, trad. al inglés de Ramon]. Betanzas, Dcrroit, 1988, pág. 73. 11. Véase la entrada "Empírical" en Rayrnond vVilliams, KC)'W01'ds, Nueva York, 1983. 12. De acuerdo con Peter Gay, "no fue hasta mediados de siglo cuando, debido a la gran influencia ejercida por los filósofos y, parcialmente, a su propaganda, el empirismo pluralista cambió el curso de la investigación médica". Tbe E71ligbten7JlC1lt: An Ime7'P"etflti071, vol. 2, Tbe Scienee ofF7-eedonJ, Nueva York, 1969, pág. 22. 13. G. W. F. Hegel, Vodesllngen über die Gescbi[bte del' Pbilosopbie 3, We7-ke, E. N101denhauer y K.M. Michel (eds.), vol. 20, Frankfurr, 1971, pág. 7ó Y siguientes. 14. Francis Bacon, Novu771 Ol'gmw771, trad. al inglés y eel. de Peter Urbach y John Gibson, Chicago, 1994, pág. 105. Si Bacon podía Ibmarse el padre del empirismo en el sentido positivo que Robert Hooke le da al término "empirismo" o en el sentido negativo que le atribuye Hegel, es un asunto que ha suscitado numerosas controversias. 15. Para un panorama útil de sus vidas y obras, véanse10hn Dunn, Locke;J. O. Urmson, Berkeley; yA.]. Ayer, Hume, compilados como Tbe Briúrb E1I1pil'icists, Nueva York, 1992. 16. La pasividad del empirismo constituyó uno de los blancos favoritos de los críticos posteriores, tanto del campo idealista como del pragmatista. Pero en lo tocante a la recepción del empirismo, incluso se ha refutado la importancia relativa de la pasividad en su epistemología. H. H Price sostiene que es "históricamente falso que los empiristas pensaran que la mente humana era pasiva. En todo caso, sería más justo criticarlos por hacerla más activa de lo que posiblemente es". Tbi71king (me! Expen'ence, Cambridge, Mass., 1962, pág. 199. Aunque esto puede ser cierto en el sentido de que los empiristas incluían muchas actividades inconscientes y no deliberadas en el entendimiento, nunca pusieron en primer plano la intervención fuertemente activa en el mundo que caracterizó a ciencia baconiana. Más aún, esas actividades se consideraban temporalmente posteriores a los datos que provenían del exterior.
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17. Aun en los intentoS recientes de rescatar alguna noción de inducción, se reconoció el poder de la crítica de Hume. Véase, por ejemplo, Max BIack, "Induction and Experience", en Lawrence Foster y J. W. Swanson (eds.), Expe-rience and Theory, Amherst, M,ss., 1970. 18. lan Hacking, The Emergence ojP1'obability, Cambridge, 1975. 19. Como veremos, fue precisamente la renovación de este enfoque lo que caracteri-
ü'iticolInqui1y 5, n° 1, otoño de 1978, cuando el tema volvió a un primer plano. Véanse cuatro libros recientes, escritas por críticos literarios que interpretan retóricamente a Locke, aunque llegan a diferentes conclusiones: John Richetti, Pbilosopbical Wi'iting: Locke, Berkeley, Hume, Cambridge, Mass., 1983; Cathy Caruth, E11lpi1'ical T17ltbs flnd Critical Fictions: Locke, WOl'dsw01'"tb, &nt, Ft·etld, Baltimare, 1991; Jules David Law, T/Je Rhet017C ofEmpi1'l·cism: Languagc ond Pel'ception fr011l Locke to 1. A. Ricbonls, Ithaca, N.Y., 1993; y William Walker, Locke, LitC1Wy C1'iticislll, and Pbilosopby, Cambridge, 1994. En tanto que Richetti subraya el impulso hacia las metáforas literalizantes en Locke, De Man ve una figuralidad interminable. Law argumenta a fav.or de una tensión entre estas dos tendencias. Caruth continúa el análisis de De Man, mientras que Walker lo somete a un examen crítico. Para una respuesta a estas posturas, véase Adam Potkay, "Writing About Experience: Recent Boaks on Locke and Classical Empiricism", en EigbteentbCmNlryLife 19,1995. 28. Peter Alexander, "Boyle and Locke on Primary and Secondary Characteristics", en Tipton, Locke on Hlt11tOll Undel'stondillg, y "Locke's Philosophy of Body", en Vere Chappell (ed.), The C011lb1'idgc Companion to Locke, Cambridge, 1994, pág. 60. Tbe Skeptical ChY111ist era el tirulo de un libro que Boyle publicó en 1661. La teoría corpuscular fue una renovación del atomismo al que adherían los filósofos griegos Demócrito-y Epicuro, y que luego popularizó Gassendi. 29. Véase]ames L. Axtell, "Lock:e, Newton, and the Two Culrures'''·en]olm Yolton (ed.), John Locke: Pl'oblems and PC1'Spectives: A Collection ofNew Essays, Cambridge, 1969. 30. Véase, por ejemplo, R. M. Yost (hijo), "Locke's Rejection ofHypotheses about Sub-Micrascapic Events", en Jotl17lo1 o[ tbe Hist01Y of Ideos 12, n° 1, 1951; para una crítica, véase Laurens Laudan, "The Narure and Sources of Locke's Views on Hypotheses", en Tipton, Locke on HumJ111 Unde1:rtanding. Véase también Margaret]. Olser, "]ohn Locke and the Changing Ideal of Scientific Knowledge", enJoumnl of the Hist01y ofIdeas 31, nO 1,1970. 31. Locke fue colega del célebre médico Thamas Sydenham, quien puede haber sido el autor de «De Arte Medica". Véase la discusión sobre el tema en]. R. Milton, "Locke's Life and Times", en Chappell, The Ctlmbddge Companion to Locke, ob. cit., pág. 9. Para un análisis de la importancia de su formación médica, véase Patrick Romanell, "Sorne Medico-Philosophical-Excerpts from the Mellon Collection ofLocke's Papers", en Joumal of the Hist01] ofIdeas 25, n° 1, 1964. Y Dougla~ Odegard, "Locke's Epistemology and the Value ofExperience'',Jou17101 oftbe Histol'Y ofIdeas 26, nO 3, 1965. 32. Locke, An Essay COllcC17zillg Human Undel'sttlllding, ob. cit., pág. 154. 33. Ibíd., pág. 155. Sobre una discusión acerca de la metáfora, véase Laurens Laudan, "The ClockMetaphor and Probabilism", enAlIllales ofSciencc, 22, 1966. 34. Descartes, "Rules for me Direcnon of the Mind", en The Pbilosopbical Works of Descartes, trad. al inglés de Elizabeth Haldane y G. R. T. Ross, Cambridge, 1968, pág. 44. 35. Locke, An Essay C01lcernitzg Human UlIdel'Stt11zding, ob. cit., pág. 45. 36. El término aparece solamente en el borrador del Ensayo de 1671, no en la versión final publicada. Sobre un análisis del tema, véase Walker, Locke, Litenny C1iticism, ond Philosophy, ob. cit., págs. 31-32. 37. Locke, An Essay Cm/ce'ming Human UndC1'Stal1di1zg, ob. cit., pág, 17. 38. Se ha debatido mucho sobre la supremacía de la visión en la obra de Locke. Para un excelente análisis de la mezcla de lo visual y lo verbal en su "grammar of reflection", véase Law, The Rhctoric ofEmpiricisll1, ob. cit., capítulo 2. Catherine Wilson sostiene que los racionalistas eran más sensibles a las paradojas de la experiencia visual que Locke. Véase su "Discourses ofVision in Seventeenth-Cenrury Metaphysics", en David Michael
zó el intento de Benjamin, a comienzos del siglo XX, de restablecer una noción más vigorosa de experiencia, capaz de revertir su reducción a los métodos científico y epistemológico. Pero lo hizo sin recurrir a la teoría de la probabilidad. 20. Véase Keith Michael Baker, Coud01'cet: Ft'071t Natllml Philosophy fo Social Mathe-
motics, Chicago, 1976, capítulo 3. Baker muestra que la esperanza cartesiana residual de una ciencia universal se asentaba en un cálculo de probabilidades. 21. Para un estudio de Locke que considera su obra como una respuesta a la doble amenaza del escepticismo y del fanatismo religioso, véase Nicholas Wolterstorff, John Locke Imd the Elhics of Belief, Cambridge, 1996. El entusiasmo horrorizaba a los teológos anglicanos como Henry Moore (1614-87), cuyo disgusto por la retórica emocional se vincula, según Conley (Rhet01'ic in lbe Etl1"opean T111dition, pág. 168), con la preferencia por el "estilo llano" de Bacon en la recién creada_Royal Society. 22. Véase Richard H. Popkin, "Scepticism with regard to Reason in the 17th and 18th Centuries", y G. A.]. Rogers, "Locke and the Skeptical Challenge", en GAJ. Rogers y Sylvana Tomaselli (eds.), The Philosopbical Canon in the 17th and 18th Centu1'ies: Essays in Hono/' ofJohn W Yolton, Rochester, N.Y., 1996. 23. En ocasiones se apeló al "sentido común" para rebatir los argumentos más paradójicos de los empiristas; el ejemplo más famoso fue la patada que el doctor ]ohnson le dio a una roca para refutar el antimaterialismo de Berkeley. La Escuela Escocesa del Sentido Común, dirigida por Thomas Reid y sir William Hamilton, a menudo tratÓ de responder a las implicaciones escépticas que detectaba en el empirismo. Pero en muchos aspectos, Locke, Berkeley y Hume apelaron también a 10 que interpretaban como las percepciones y significados compartidos por el hombre común. 24. Para un estudio breve y excelente del tema, véase Ira O. Wade, The Intc/lectual Origins o[the H'ench Enligbtenmellt, Prillceton, 1971, págs. 207-30. Quienes se sienten perturbados por los momentos racionalistas de Locke consideran que el verdadero padre del empirismo británico fue Thomas Hobbes, pero históricamente es Locke quien suele recibir ese honor. En el primer capítulo de ¡"ev~atá1l, Hobbes sostuvo.que_"lo original de ... todos [los pensamientos del hombre} es lo que llamamos sentido, pues no hay concepción alguna en la mente del hombre que no haya sido, en principio, totalmente o en partes, generada por los órganos de los sentidos". Leviatban; 01' Tbe lv1.atte1·, FOl111e and Powel' o[ a Com11l0nwealth Ecclesiaticall and Civil, Michael Oakeshott (ed.), Nueva York, 1962, pág. 21. La defmición de Hobbes de experiencia fue, en cambio, más restringida: "mucha memoria, o memoria de muchas cosas" (pág. 24). 25. I. C. Tipton, "Introduction", Locke on HU1llfl1z Undcstanding: Se/caed Essays, Oxford, 1977, pág. 2. Locke era plenamente consciente de la necesidad de clarificar los ténninos en el discurso filosófico. Véase An Essay Concerning Human Undcrstanding, J ohn Yolton (ed.), Londres, 1995, pág. 280. Si logró o no cumplir este propósito, es una cuestión debatible. 26. Locke, A1l Essay Conce17ling Human UndC1:rtol1ding, ob. cit., pág. 4. 27. La importancia del modo tropológico de argumentación en Locke fue advertida ya en 1704 por Leibniz, en New Essays Conce17ling HU1llon Ul1derstanding. No fue sino hasta la aparición del ensayo de Paul de Man, "The Epistemology of Metaphor", en
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Marti71Jay Levin Ced.), Site,. of Vi.fion: The DisC1lnive C07l.ftntctioll of Sight in the History of Philosophy, Cambridge, Mass., 1997, pág. Il8. 39. Este no es el lugar para tratar de resolver el espinoso problema de lo que Locke entendía por "idea". Para una contribución importante a este debate, véanse Maurice Nlandelbaum, "Locke's Realism", en Philosophy, Science, oud Sense Pel'ceptio1Z, Baltimore, 1964; John W. Yolton, Locke ¡md the Composs ofHwll07z Reoson, Cambridge, 1970, y Perceptllol AcquaiJZta7lce, Oxford, 1984; Douglas Greenlee, "Locke's Idea of 'Idea"', en Tipton, Locke 071 HU77!a7l Undenta71di11g, ob. cit.; y Vere ChappeIl, "Locke's Theory ofIdeas" en Chappell, The Cambridge Compo7lio71 to Locke, ob. cit. 40. Para un análisis de esta distinción, véase Lorenz Krüger, "The Grounding of Knowledge on Experience: A Critical Consideration of John Locke", en C071te7l1pormy Gemlal1 Pbilosoph)', 2,1983, pág. 29. 41. Locke, .111 Es.ft1)' C071cemillg HZllJlt!7Z U11dc1"St07zding, ob. cit., pág. 310. Sobre la deuda de Locke con el corpuscularismo, véase Edwin McCann. "Locke's Philosophy of Body", en Chappell, The Cambz°idge Companiol1 to Locke, ob. cit. 42. Locke, Au Essfly Conce17ling Humfln Understll7uling, ob. cit., pág. 78. 43. John Dewey, "An Empirical Survey of Empiricism", en Tbe Lmer Works, 19251953, vol. 2, 193)--37. Jo Ann Boydston (ed.), Carbondale, Ill., 1987, pág. 77. Para una crítica a la afirmación de que Locke consideró la mente como totalmente pasiva, véase John vV. Yolton, "The Concept of Experience in Locke and Hume", en Joul7lal oftbe Hi.rt01Y ofPhilosopby 1. n l, 1963. 44. Locke, An Essa)' C07zce77Zing HZl11lil7Z Uzzderstrl11ding, pág. 44 (el subrayado pertenece al original). 45. Ibíd., pág. 31. 46. Locke, en efecto, vincula la mera asociación con la locura en el capítulo 33 del libro 2 del Ensayo, lo cual demuestra cuán lejos se encontraba del "asociacionismo" de David Harrley. Sobre un examen de la irracionalidad del asociacionismo que amenazaba el estudio de la experiencia empírica por parte de Locke, véase Caruth, Emp¡'°ienl Trutbs and Cn'tico! Fictions, ob. cit., págs. 20-33. 47. Véase, por ejemplo, EIliot D. Cohen, "Reason and Experience in Locke's Epistemology", en Pbilosapb)' 81zd Pbeno7Jlenologi(al Researeb 45, nO 1, septiembre de 1984. En el capítulo 17 del cuarto libro del Emoo)'o, Locke admite que "los sentidos V la intuición no van muy lejos. La mayor parte de nuestro conocimiento depende de la; deducciones y de las ideas intermedias".An E.rsa)' COlZce17ling Human Undentanding, ob. cit., pág. 395. 48. Locke a Stillingfleet, Tbe WO"ks 01 Jo/m Lo(ke, 10 vals., vol. 4, LOFldres, 1823, pág. 19. O
49. En su O,oigin oud Fom". ofQualities de 1666, Boyle ya había advertido contra las formas sustancialistas, esencialistas, tal corno lo ha bía hecho antes que él Gassendi en su S)'1ltagl11a pbilosopbicum de 1658. 50. En el En.ra)'o, Locke denomina semiótica o "doctrina de los signos" a la tercera rama del conocimiento, después de la filosofía natural y de la ética (pág. 415). Para un examen de la contribución de Locke a la semiótica, su valoración por parte de Peirce y la relación de su trabajo con el de sus predecesores y contemp,?ráneos, véase Lia Formigari, Langllage f/11d Experience in 17tb-Cerztzuy B1"itisb Pbilosopby, Amsterdam, 1988, capítulo 3; John Dee!y, New Begi7Z11ings: Ea'-/)' lVIodem Pbilosoph)' mzd Postmode17l Tbougbt, Taranta, 1994, capítulo 5; y Norman KIetzmann, "The Main Thesis of Locke's Semantic Theory", en Tipton, Locke on HU11lan Understmzding, ob. cit. 51. Aarsleff, From Locke lo SausSllre: ESSil)'S 012 tbe Study of Lf/1zguage mzd Intellectua! Hist01y, Minneapolis, 1982.
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52. En su ensayo "Locke's reputation in Nineteenth-Century England", Aarsleff advierte una importante excepción: Henry Rogers, quien en una reseüa de 1854 de las obras de Locke, criticó la reducción de la idea de experiencia a una sensación no mediada. From Locke to Sflusmre, ob. cit., pág. 138. 53. Law, Tbe Rbetoric oIE11lpiricislIl, ob. cit., pág 13 (el subrayado pertenece al original). 54. La filosofía analítica del siglo XX no siempre puso el lenguaje en el lugar de la percepción. W. V. O. Quine, por ejemplo, sostuvo que "la verdad depende, en general, tanto de! lenguaje como del hecho extralingüístico" ("Two Dogmas of Empiricism", en F"01ll a Logienl Poi1lt ofView, Nueva York, 1963, pág. 36). 55. Véase la discusión en Jonathan Bennett, Lacke, Berke!ey, Hume: Ce1itml Tbemes, Oxford, 1971, pág. 148. 56. Locke, AIl Esso)' COllCenzilZg Huma1l Undentanding, ob. cit., págs. 225, 226 (e! subrayado pertenece al original). 57. Ian Hacking va demasiado lejos cuando afirm~: "Locke no tenía una teoría del significado. No tenía una teoría del discurso público. Tenía una teoría de las ideas: que es una" teoría del discurso mental" (Wby Does Longtl/lge lliltltter to Pbi/osopby?, Cambndge, 1975, pág. 52). 58. Locke, Al1 Essay C01zce171ing Human U17dcrstillzding, ob. cit., pág. 380 (el subrayado pertenece al original). " . 59. Yolton, "The Concept ofExperience in Locke and Hume", en JOlt17Zoj of tbe HISt01y ofPbilosophy n l, 1963, pág. 60. Sin embargo, cabría alegar en favor de Locke que él nunca pretendió equiparar todo lo que ocurre en la mente, por ejemplo, los deseos profundamente arraigados, con la experiencia; de modo que esa ecuación es exagerada, aunque las ambigüedades de la escritura de Locke pueden conducir a es(e tipo de conclusiones. 60. Como en el caso de Locke, recientemente se ha prestado mucha atención a la importancia del lenguaje en Berkeley. Véase, por ejemplo, Richetti, Pbi/osopbicnl Writings; Law, tbe Rhetoric of Expaience; y Colin M. Turbayne, Tbe iV1)'th of lVIetopbor, Columbia, S.e., 1970. 61. Richard Popkin, "Berkeley and Pyrrhonism", en Review ofl\1etapbysics 3, 1951. 62. Law, Tbe Rbetorit ofEmp¡"icism, ob. cit., pág. 94. 63. Para un análisis de esta afirmación, véase Genevieve Brykman, "Common Sensibles and Common Sense in Locke and BerkeIey", en Rogers y TomaseIli, Tbe Philosopbica! COllon in the 17th mzd 1Stb Centuries, ob. cit. 64. En Tbe Enlightenment: An Intezp"etfltio1Z, I: Tbe Rise of lVIode17l Paganis7Jl (Nueva York, 1968), Peter Gay llama a Hume "el pagano moderno" (pág. 67) y sitúa su obra dentro de la apropiación general del pensamiento clásico por parte de la Ilustración. Hume perdió su fe religiosa tras leer a Locke y Clarke cuando contaba poco más de veinte años; escribió en contra de los milagros, la hipocresía clerical, el entusiasmo y la superstición, y publicó en 1757 Natural Hist01y ofReligion, un libro donde desacreditaba las creencias religiosas. Para una discusión acerca del tema, véanse James Noxon, "Hume's Concern with Religion", en Kenneth R. Merrill y Robert W. Shahan (eds.), David HU7Jle: Milny-sided Genius. Norman, Okla., 1976; y]. e. A Gaskin, "Hume on Religion", en David Fate Norton (ed.), The Cambridge Compo11jon to Hume, Cambridge, 1993. Si bien Hume atacó los argumentos racionales a favor de la existencia de Dios, tales como la prueba del diseño, su reserva escéptica en cuanto a desaprobarlo todo categóricamente y su creencia de que podía haber, pese a sus dudas, un Ser Supremo le impidieron convertirse en un ateo recalcitrante. 65. Hume, An Abstract ofil Book Lately Publisbed, ezztitled, A Treatise on HWl!all Nauwe etc., Cambridge, 1938, págs. 13-14. O
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MartinJay 66. Para un análisis del tema, véase Volean, Per'ceptlldlAcquointance, ob. cit., capírulo 8.
67. David Hume, An Enquhy C01Zcc'l7ling HU111an Understanding, La Salle, TIl., 1966, pág. 17). 68. Véase David Owen, "Hume's Doubts abom Probable Reasoning: Was Lacke the Target?", en M. A. Stewart y John P. Wright (eds.), Hume olld Hume 's Conllcxions, Edimburgo, 1994. Para una evaluación más positiva. de la creencia de Hume en la capacidad de la probabilidad para proporcionar un mínimo de conocimiento válido, que se basa en la :interpretación de Norman Kemp de Hume como naturalista, véase Baker, Condorcet, ob. cit., capítulo 3. Véase también un análisis sobre esta cuestión en Paul K. A1kon, "The Odds against Friday: Defoe, Bayle, and Inverse Probability", en Paula Backscheider (ed.), Probabilitj, Time, fmd Space in Eigbteeutb-Centll1Y Litemturc, Nueva
York, 1979, págs. )9-40. 69. Hume,
76. Sobre estudios relativos a la importancia de la temporalidad y la narrativa para Hume, la cual debilita el supuesto de que consideró la experiencia en términos atomistas y mecánicos, véanse Livingston, HU'I11e's Philosopby ofCommon Lifo, ob. cit., capítulo 5; y Schmidt, David Hume. 77. En este sentido, se anticiparon a Hume defensores de la retórica tales como Chesneau DuMarsais (1676-1756), cuyo Des Tropes de 1739 se discute en Conley, Rhetoric in the European T1't1diti01l, ob. cit., págs 197-98. En general, Hume aprobaba la retórica mucho más que Locke. Véase su lamento sobre la declinación de la elocuencia clásica en "OfEloquence", Essays: Mo1't1l, Political and Lite1't11y, ob. cit. 78. Conviene advertir que Hume nunca negó la causalidad petO se, sino la capacidad para justificarla deductivamente. "Nunca formulé una proposición tan absurda como que algo pueda surgir sin una causa -le escribió a un amigo-; yo me limité a sostener que nuestra certeza de la Falsedad de esa proposición no procedía ni de la Inducción ni de la Demostración, sino de otra fuente". Citado en MalI, Nattt1'olism and C,·iticism, ob. cit.,
pág6.
75. Por ejemplo, Hume sosttivo en su ensayo "On tbe Independence ofParliament", que "si el interés privado carece de contrapeso y no se encamina al bien público, no pod emos esperar de este gobierno más que luchas, desórdenes y tiranías. En esta opinión me asiste tanto la experiencia como la autoridad de todos los filósofos y políticos antiguos y modernos". Essays: 111011(1) Politicol Imd Lite1'fl1y, pág. 43. Elogió el estudio de la historia, a la cual dedicó gran parte de sus energías, en los siguientes términos: "si no fuera por su invención seríamos niños para siempre, pues extiende nuestra experiencia a todas las edades pretéritas y a las más distantes naciones ... ". "Of the Study ofHistory", ibid., pág. 566.
79. Hume reconoció que las verdades matemáticas se basaban en "relaciones de ideas" que eran diferentes de los "hechos". Veáse An Enqui1y Conce171ing Human Ul1del'Stal1ding, ob. cit., pág. 25. Esta distinción fue ilustrada en uno de los más famosos pasajes de su libro: "Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen, de teología o metafísica escolástica, por ejemplo, preguntémonos: ¿Contiene algún 1'az0l1ftll1iento abstracto 1-elativo a la cantidad o al nlÍmero? No. ¿Contiene algún pensamiento e."Cpel·immtnl,·e!ativo a un hecho y a una sustancia? No. Entreguémoslo, pues, a las llamas, ya que no puede contener más que ilusión y sofistería". Ibíd., pág. 184. Para un análisis del uso de esa distinción, véase Alexander Rosenberg, "Hume and the Philosophy of Science", en Norton, The Cflmb1'idge Companion to Hume, oh. cit. Por lo tanto, fue incorrecto por parte deJohn Dewey aducir (en The Quest jor Celtainty: A Study of the Relation between Knowledge flnd Actio71, Nueva York, 1929, pág. 156) que "la incapacidad del empirismo para explicar las ideas matemáticas se debe a su imposibilidad para conectarlas con actos realizados. De conformidad con su carácter sensualista, el empirismo tradicional busca el origen de esas ideas en las impresiones sensibles o, en el mejor de los casos, en una supuesta abstracción de las propiedades que caracterizan antecedentemente a las cosas físicas". Si las "relaciones de ideas" de Hume eran o no precisamente las mismas que las verdades analíticas de Kant, basadas en la identidad tautológica, y si sus "hechos" equivalían a los juicios sintéticos kantianos, fue una cuestión respondida por Robert E. Butts en "Hume's Skepticism", en]ou1'1wl ofthe Hist01y ofIdeas 20, n° 3, junio-septiembre de 1959. 80. Hume, An El1qUÚy COllce17lmg Human Unde1'Standing, ob. cit., pág. 39. 81. Para una discusión acerca de esta premisa, véas,? Yolton, "The Concept of E;xperience in Locke and Hume", ob. cit., pág. 63-65. 82. En la introducción al Treotise, Hume se refirió a todas las explicaciones de las verdades últimas en las ciencias y en las artes en los siguientes términos: "ninguna de ellas puede ir más allá de la experiencia, o establecer principios que no se fundamenten en esa autoridad" (pág. xviii). 83. Para un análisis de la importancia de la imaginación en su pensamiento, véanse Mall, Natumlism and C,'iticis11l, ob. cit., capítulo 2; Yolton, Pe1'ceptual Acquai1ltonce, ob. cit., capítulo 9; y Waxman,_Hume's Theoly OfC01ISciouslless, ob. cit., capítulo 2. 84. Hume, T1'catise ofHuman Natllre, ob. cit., pág. 265. 85. Ibíd., págs. 424-27. El libro 2 del T1'atado está dedicado a las pasiones, cuya importancia se pone de manifiesto en una de las observaciones más citadas de Hume: "La razón es, y debería ser, solo la esclava de las pasiones, y no puede pretender nunca
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de Nietzsche según la cual no nos libraremos del sujeto más grande de todos, Dios, a menos que anulemos la gramática. 71. Thomas Reid, en su libro Inqui1y iuto the HU1IIan 111ind, de 1764, ya había interpretado a Hume como un cabal fenomenalista. Con respecto a las intepretaciones que niegan que el fenomenalismo fuese la postura final de Hume, véanse Livingston, Hllme's Philosophy ofC07lt'll101l Lije, Chicago, 1984, capítulo 1; y Charles H. Hendel, Stttdies in thc Philosophy o[ David Hume, Indianápolis, 1963, apéndice 4. Sobre un argumento según el cU'Jl
74. !bid., pág. 253.
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ejercer otro oficio que no sea el servirlas y obedecerlas" (p,íg. 415). Para un análisis de esta cuestión, véase Fogelin, Hume's Skepticis71l in the Treatise of Hlt7Jlall Ntlture, ob. cit., capítulo 9. 86. P. F. Strawson, "Imagination and Perception", en Foster y Swanson, Expe"ience tl7zd The01y, ob. cit., pág. 34. 87. Hume, Tremíse of HU71lan Nauwe, ob. cit., pág. 225. Más adelante definirá el entendimiento como "bs propiedades más generales y arraigadas de la imaginación" (pág. 267). 88. La epistemología de Hume coincidía exactamente con su pensamiento político, 10 cual le valió el calificativo de "el primer filósofo conservador". Livingston, Hume's Philosopby of Comnton Lijé, ob. cit., pág. 122. 89. En su Tratado (págs. 280-281), defiende explícitamente la universalidad e inalterabilidad de la naturaleza humana. Los críticos posteriores no tuvieron dificultad alguna en demostrar que Hume había generalizado con demasiada prontitud a partir de los bien educados caballeros de su época, cuya confiabilidad había sido también una premisa de la revolución científica, según la opinión de Stephen Shapin, formubda en A Socillf History ofTntth: Civility and Scie17ce in Seventeeuth-Centmy Englond, Chicago, 1994. 90. Mal!, Naturalism tl7ld C"iticiJ711, ob. cit., pág. 38. 91. A.]. Ayer, Hume, en Tbe British Empiricists, ob. cit., pág. 229. 92. Wilfrid Sellars, Empiricism O/Id the Philosophy ofJl!Iind, Cambridge, Mass., 1967. 93. John T. Kearns, Reconceiving Experience: A Solmion to a P"ob/em Inbaited fr01ll Descates, Albany, N.Y., 1996, pág. 104. 94. Yolton, "The Concept ofExperience in Locke and Hume", ob. cit., pág. 69. 95. El "emprender el viaje" en la Elfab7"U71g de Kant ha sido destacado recientemente por Charles P. Bigger en Kant's }¡[etbodology: An Essay in Pbilosopbical Arebeology, Athens, Ohio, 1996, pág. l. Basándose en argumentos fenomenológicos, Bigger afirma asimismo que "método" connota "ponerse en camino". 96. Sobre la importancia de Crusius, vé~se Giorgio Tonelli, "Crusius, Christian August", E17cyc/opedia of Pbilosopby, J, pág. 270. Crusius formó parte de la escuela de Christian Tomasius, más pragmática y empirista que la escuela rival de Christian Wolff, puramente racionalista. 97. Hubo varios intentos de averiguar cuándo yen qué sentido Kant fue influido por Hume, así como de evaluar su comprensión respecto de lo que leyó (que aparentemente no incluía todo el Tratado). Véanse, por ejemplo: Arthur Lovejoy, "On Kant's Reply to Hume", Arcbh' fij¡o die Gescbicbte de,' Pbilosopbie 19, 1906; E. W. Schipper, "Kant's Answer to Hume's Problem', en ](¡mt-Studien 53, 1961; M. E vVilliams, "Kant's Reply to Hume", en lG71lt-Stltdien 55, 1965; Nlall, Natll1'alism and CriticiJ711; ob .. cit., Lewis White Beck, Essays on Kant {md Hume, New Haven, 1978, y su "A Prussian Hume and a Scottish Kant", en Beryl Logan (ed.), I7Il711mzuel Kant's Prolegomena to Any Future Jl!Ietaphysics: in Focus, Londres, 1996; y Manfred Kuehn, "Kant's Conception of 'Hume's problem''', también en Logan. Kuehn ofrece una detallada descripción de la recepción de la obra de Hume en la Alemania del siglo XVIII. 98. Para una lectura detallada de los años transcurridos entre el primer encuentro de Kant con Hume y la publicación de la Crítica de ¡a razón pm'a, que se basa en material inédito, véase Paul Guyer, Kant tl7ld tbe Clrli711s of Knowledge, Cambridge, 1987. 99. En el prefacio a la primera edición de la C,'ítiea de la razón PilTa, Kant escribió: "Con respecto a la certeza, me he limitado a mi propio veredicto: que en modo alguno es permisible sostener opinio17es en esta clase de estudio; y si alguna cosa en él se parece demasiado a una hipótesis es un mero contrabando, y, por 10 tanto, no debe ofrecerse a
la venta, ni siquiera a un precio irrisorio, sino que debe ser confiscado tan pronto como se lo descubra". Critique of Pure Reason, edición unificada, trad. al inglés de Werner S. Pluhar, Indianápolis, 1996, pág. 10. En cuanto a las citas, me remitiré a las páginas de esta edición y no seguiré la convención más antigua de citar como "A" o "B" las páginas de las ediciones originales de 1781 o 1787. No obstante, estas aparecen en los márgenes para aquellos que deseen verificar su procedencia. Para un examen de la hostilidad de Kant por la retórica, véase Conley, Rbeto"ic in tbe European Tradition, ob. cit., pág. 244. 100. La importancia del odio a Swedenborg par parte de Kant ha sido enfatizada por Hartmut Bohme y Gernot Biihme en "The Batde ofReason with the Imagination", en James Schmidt (ed.), T-Vbat Is Enligbten11Zent? Eighteentb-Centll1Y A71swers and Twe7ZtietbCentzny Questiolls, Berkeley, 1996. 101. En la bibliografía sobre Kant hubo un vigoroso debate sobre el alcance de su desconfianza hacia la imaginación. Para un análisis reciente del tema, centrado en la crítica de Heidegger yen la respuesta de Dieter Henrich, véase Jane Kneller, "The Failure of Kant's Imaginatian", en Schmidt, Wbat Is Enligbte1Z77lCnt?, ob. cit. Véanse también Jonathan Bennett, Kant's Analytie, Cambridge, 1966; Eva Schaper, Studies in Kant 's Aestbetics, Edimburgo, 1979, donde pone el acento en su desdén por Swedenborg; y Strawson, "Imagination and Perception", donde el autor defiende una interpretación más generosa del tema. Véase asimismo John H. Zammito, Tbe Genesis of Kant's Critique of Judgme1lt, Chicago, 1992, donde muestra que en la obra posterior de Kant sobre la estética, la imaginación llega a desempeñar un papel m,is positivo. Para una interpretación de toda la obra de Kant en la cual se destaca el rol productivo de la imaginación como fundamentalmente significativo, especialmente en las Críticas, véase Sara L. Gibbons, Mnt's Tbe01y of Imagination: Bridging Gaps in Judgl1lcnt mI Experience, Oxford, 1994. La cuestión se complica ante la posibilidad de que el término no tuviera el mismo significado para los dos pensadores, lo cual llevó a un comentador a decir que la imaginación en Hume es "simplemente el entendimiento kantiano de incógnito". Véase W. H. 'vValsh, "Hume's Concept ofTruth", en Reason tl7zd Reality, Royal Institute ofPhilosophy Lectures, vol. 5, Londres, 1970-71, pág. 116. Mal! formula un argumento similar en Natumlis17l and Criticism, donde afirma que la "imaginación a priori" de Hume suministró "principios" que eran versiones más vagas de las "categorías" proporcionadas por el "entendimiento" de Kant. 102. Para un estudio de la recepción inmediata de la obra de Kant, véase Frederick C. Beiser, The Fate of Reason: Gerllltl7l Pbilosopby fr017l Kant to Fiebre, Cambridge, Mass., 1987. Según Beiser, en Alemania hubo pensadores influidos por Locke que consideraban que la obra de Kant era una vuelta al racionalismo escolástico; otros, como Mases Mendelssolm, temían las implicaciones escépticas de su filosofía, la cual "10 destruía todo". La caracterización de Kant de su obra en términos de un desbrozamiento del terreno para acceder a una metafísica no dogmática y más viable ya es visible en el título de su libro de 1785, Prolegómenos a toda metafísica fotum (donde aparece la expresión "sueño dogmático"). Conviene leer el texto comentado en Logan, I171771anuel M7lt's Prolegome7U1 to Any Ftttw'e iVIetapbysics. 103. La validez de esta metáfora para la obra de Kant (una metáfora que, de hecho, nunca fue utilizada por él) fue recusada por Roben Halm en Mm 's Newtonitl7l Revolution in Pbilosophy, Carbondale, I1I., 1988. Hahn sostiene que Kant se hallaba mucho más cerca del método hipotético-deductivo de Newton que del de Copérnico. La mayoría de los comentadores, sin embargo, la avala, pues señala dos aspectos fundamentales de la filosofía de Kant: su desafío a las nociones comunes de conocimiento basadas en la aparente evidencia suministrada por los sentidos (el sol, como lo demostró Copérnico, no gira
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alrededor de la Tierra, como suponen nuestros sentidos), y el cambio del centro de gravedad del objeto de indagación al sujeto (equivalente, grosso modo, al desplazamiento desde un cosmos geocéntrico a un cosmos heliocéntrico, aunque las implicaciones de éste último parecieran menos antropocéntricas que las del primero). 104. Sobre una sugerente alternativa a esta interpretación, véase Guyer, Ktnu and the Clni1lls ofKnowledge, ob. cit. Guyer alega que Kant nunca superó totalmente su temprana ambivalencia en cuanto a si conviene enfatizar el concepto de un "objeto de la experiencia" misma, 10 cual conlleva, en cierto modo, sus propias reglas necesarias y universales, o el sujeto constirutivo, trascendental que impone esas reglas. 105. Antonio Pérez-Ramos, Fmncis Bnean's Idea ofScience and tbe Mnker's Knowledge T1'adition, Oxford, 1988, pág. 60. El célebre principio verum/factllm de Vico, según el cual el hacer y el conocer eran intercambiables, fue limitado al mundo histórico, del que podía afirmarse que estaba hecho por los seres humanos. En la primera C,'ítica, Kant estaba más interesad,? en la naturaleza que en la historia; aunque en sus obras posteriores, tales como "Idea para una historia universal en clave cosmopolita" (1784), abordó sus implicaciones. Dicho estudio se basó, en principio, en una interpretación providencial de la trayectoria histórica, pero concedía un creciente papel a la intervención humana en la resolución de ese plan. 106. La distinción establecida por Kant, hecha como reacción a una temprana reseña de la Primera Crítica que fusionaba ambas posiciones, no convenció a todos los comentadores. Véase, por ejemplo, Colin Turbayne, "Kant'sRelation to Berkeley", en Lewis "White Beck (ed.), Kant Studüs Today, LaSalle, m., 1969. Sobre las refutaciones a dichos comentadores, véanse Gordon Nagel, Tbe St7'1lCtul'e ofR"CfJerience: Kont's Systent of PrincipIes, Crucago, 1983, capítulo 1; y Armur Collins, Possible Experience: Understandillg Knnt's Critique ofPtwe Reason, Berkeley, 1999. Véase también Guyer, IVmt olld tbe Claims of Knowledge, ob. cit., parte 4, y los ensayos en Ralph Walker, Tbe Real and tbe Ideol, Nueva York, 1989. 107. Kant, Pl'olegolllena to Ally Futu1'e iVletflpbysics, ob. cit., pág. 131. Kant distinguió también su posición de lo que llamaba "el idealismo escéptico" de Descartes. 108. Tal como sostiene uno de sus actuales defensores, Gordon Nagel: "La teoría de la experiencia de Kant es la base de todas sus otras teorías, sea la de la ciencia, la de la matemática, la de la religión, la de la ética, la de la estética o la de la educación ... En el caso de cada uno de estos gérmenes teóricos, la teoría de la experiencia de Kant desempeñ.aun papel fundacional hasta cierto punto diferente, aunque para cada uno de ellos es, de alguna manera, fundamental. La ciencia extrae su temática del contenido empírico de la experiencia. La matemática depende de ciertos aspectos formales de la experiencia, al tiempo que los explora. Puesto que la religión y la ética trascienden la experiencia, la teoría kantiana de la experiencia define los límites más allá de los cuales pueden operar y fija las condiciones a las cuales se someten. Las teorías kantianas de'la estética y la educación se basan en los descubrimientos que él ha"ce sobre la naturaleza de la mente en el curso de su investigación de la experiencia". The Structllre of~perience, ob. cit., pág. 30. 109. Véase, por ejemplo, Mikel Dufrenne, Tbe Notion oftbe A Pl'i01'i, trad. al inglés de Edward S. Casey, Evanston, m., 1966, que se basa en la fenomenología de Husserl a fin de extender la idea kantiana de estructuras a priori a la historia, el arte, la sociedad y el cuerpo. donde la sensación tanto como la comprensión son cruciales. Véase también Robin May Schott, Cognition and Eros: A C1"itique o[ tbe Kantil111 Pnmdigm, Bastan, 1988, donde se ataca a Kant desde una perspectiva marxista-feminista por reducir ascéticamente la sensibilidad a un registro neutral de objetos reificados; la autora pide, en cambio, una epistemología basada en la "experiencia vivida" o vivencia (pág. 196). Estas quejas ya
eran comunes a fmes de la década de 1770; por ejemplo, el ataque holístico de Johann Gottfried von Herder a la división de Kant de las facultades humanas. Véase el análisis del tema en Zammito, The Genesis ofKant's C"¡tique ofJudg711ent, ob. cit., pág. 43, y un estudio más detallado en su K01lt, He1'de¡', and tbe Bú·tb oiAnthropology, Chicago, 2002. Para una reciente consideración de estas cuestiones cuyas conclusiones son más indulgentes, véase Susan Meld Shell, Tbe Embodilllent ofReason: Kant on Spi1'it, Genemtion, ond Co11t11tullity, Chicago, 1996. 110. Véase F. H.]acobi, D/lVid Hume on Belief. 01', Idealislllond Reolism, 1787. 111. Para un análisis de este punto, véase Holly L. Wilson, "Kant's Experiential Enlightenment and Court Philosophy in the 18th Century", en HistOl) 01 Philosopby Qum1erly 18, n° 2, abril de 2001. 112. Kant, C"itique ofPlwe Reason, ob. cit., pág. 43. 113. Kant, Prolegol1uma to A1ZY Futttre Metaphysics, ob. cit., pág. 119. 114. Kant, Cduque OfPlI1'C Reason, ob. cit., pág 247. Como sostiene Camy Caruth, hay sin embargo una distinción crucial entre "experienciall y "observación empírica" en Kant: " 'Experiencia' no es un concepto derivado de la observación empírica sino una figura generada por los argumentos discursivos para suplementar su propia autorrepresentación. 'Experiencia' funciona entonces como el ejemplo lingüístico que siempre acompaña al ejemplo empírico". E11lp¡'iricol T1'Utbs (l11d Critical Fictions, ob. cit., pág. 84-85. 115. C1'itique ojPlIre Reason, ob. cit., pág. 45. 116. Sus complejidades han dado origen a una formidable bibliograña académica. Véanse dos estudios contrapuestos en Henry S. Allison, Kant's Tmnscel1denta/Idealism: A1lIntel'pretauoll and Defense, New Haven, 1983; y Guyer, Kant tl11d tbe Clai11ls olKnowledge, ob. cito 117. En ocasiones, Kant permitió que las percepciones e intuiciones precedieran a los juicios, lo que ha inducido a algunos comentadores a pensar en úna demora entre el registro inicial de los datos del exterior y su organización en experiencias significativas. Pero en la medida en que el espacio y el tiempo eran contribuciones trascendentales fundamentales a todo conocimiento y ninguna percepción inmediata podía hallarse fuera del marco espaciotemporal, es difícil captar la naturaleza de esa demora, salvo como una subsunción reflexiva de la percepción bajo una regla tal como la causalidad. Solo cuando Kant habla específicamente de la experiencia estética en la tercera Ct'Ítt"cn esta distinción se vuelve significativa. Véase el análisis de Zammito en The Genesis ofKant's Critique 01 Judgment, ob. cit., pág. 104. 118. Donde la imaginación sí desempeñó un rol para Kant fue en la transición de las reglas conceptuales a los casos individuales, sea mediante la subsunción o, como sosruvo en la Crítica del juicio, mediante la reflexión analógica y paradigmática. Conviene advertir que las analogías constituyeron una parte crucial de la primera Crítica, donde el filósofo explora tres "analogías de la experiencia": el '¡principio de la permanencia de la sustancia", el "principio de la sucesión temporal según la ley de causalidad" y el ¡'principio de la simultaneidad según la ley de la acción recíproca o comunidad" (págs. 247-82). Para un análisis y una crítica de su significación, véase Guyer, Kant aud tbe Clflims ofKnowledge, ob. cit., págs. 61-70. La descripción de la transición de Kant ha sido, en efecto, una fuente de interminables debates, especialmente sobre la cuestión de cuán universal, necesaria y sometida a la regla puede ser la imaginación en cuanto opuesta al entendimiento. 119. Para un útil examen de esta cuestión, véase Allison, Kant's T1'fl11scC"lldentalldealism, ob. cit., capítulo 12. . 120. Para una discusión sobre la tradición de los espirirualistas franceses, que incluía a Félix Ravaisson, Jules Lachelier y Charles Renouvier, así como a Biran, véase Philip P. Hallie, ¡'Hume, Biran, and the iVIéditatift Intérielws", en Jou17lal 01 tbe History 01 Ideas 18,
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MartinJay n° 3, junio de 1957. No es mi intención sugerir que I\.ant estaba reaccionando específicamente contra Biran, quien era una generación más joven, sino que se resistía a la noción de "experiencia interior" que Biran, entre otros, iba a difundir. Sobre algunos análisis respecto de esa resistencia, véanse Candace Vogler, "Sex and Talk", en Criticrtl Inquúy 24, n° 2, invierno de 1998; y Collins, Possible Expe1"ienee, ob. cit., capítulo 12. 121. Kant, C1"itique olPure Reason, ob. cit., pág. 29l. 122. Para los realistas más comprensivos, como los filósofos William Hamilton y Thomas Reid, quienes pertenecían a la tradición del sentido común, Kant no escapó nunca del fenomenalismo. Véase, por ejemplo, D.]. B. Hawkins, The Criticislll 01 Experienee, Londres, 1947. Hay razones para pensar que sí lo hizo, según los convincentes análisis de Allison, Kant's Transcendental Idealism, ob. cit., págs. 30-34, y Collins, Possible Experienee, ob. cit., capítulo 15. 123. En Reconceiving Experience, Kearns denomina su propia solución una derivación dentro del marco lingüístico de Kant (pág. 109). 124. Para un examen detallado de la importancia de la tercera analogía, véase Guyer, Kant and the Clai1lls olKnowledge, ob. cit., capítulo 11. 125. Para una excepción, véase Nagel, The Structure oIExperie71ce, ob. cit. 126.].]. Valberg, The Puzzle 01 Expel·iellce, Oxford, 1992. V éanse también colecciones tales como las de Foster y Swanson, Experience tll1d Tbeory; y Tim Crane (ed.), Tbe Contents 0IExpel·ie7lce: Essays 071 Perceptiol1, Cambridge, 1992. 127. John Dewey, Tbe Quest 101· CC11:tlinty, Nueva York, 1929, pág. 61.
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6. Historia y experiencia Dilthey, Collingwood, Scott y Ankersmit
En Experience and Its Modes, Michae! Oakeshott no escatima palabras para burlarse del modo histórico de la experiencia por considerarlo una mera "interrupción de la experiencia. La historia es un mundo
de abstracciones. Es un páramo cultural y, desde el punto de vista de la experiencia, un error. No conduce a parte alguna; y en la experiencia, si no la hemos evitado, podemos recuperar el camino a lo que procura satisfacción solo suplantándolo o destruyéndolo".1 Oakeshott continúa afirmando que juzgada desde la ventajosa y elevada perspectiva neoidealista, según la cual la noción absoluta de Experiencia es una unidad holística anterior a cualquier modelización,
la experiencia histórica
constituye "una mutilación de la experiencia del presente ... deformada y restringida por el hecho de haber sido vertida en el molde del pasado histórico, por haber sido concebida bajo la categoría del pretérito".2 Haciéndose eco, sin saberlo, de la famosa crítica de Nietzsche del historicismo como el enemigo de la vida plena en su ensayo de 1874 "Sobre los usos y desventajas de la historia para la vida", Oakeshott advirtió contra el peligro de fetichizar el pasado per se, de vivir en ese pasado muerto y de organizar la experiencia sub specie praeteritorum. J Por extraño que parezca, dada la típica apelación conservadora al pasado como fundamento de legitimación normativa y como antídoto contra el racionalismo excesivo, Oakeshott mostró no menos desdén por el intento de utilizar las supuestas lecciones de! pasado para fines prácticos en el presente, un error cuyo origen remitió a Edmund Burke. "No es posible esperar alguna guía para la vida práctica de la organización de la experiencia sub specie pmeteritorum. El mundo histórico no ofrece ningún dato del cual pueda hacer uso la experiencia práctica; y pensar que brinda tales datos es desconocer su carácter".4 2)9
MartinJay ¿Cuál era ese carácter a los ojos de Oakeshott, y cuál para otros comentadores, menos idiosincrásicamente acerbos que él acerca de su valor, que han tratado de dar sentido a una noción específicamente histórica de experiencia? ¿Qué ha significado la apelación a la experiencia para los historiadores que reflexionan sobre su oficio? ¿Hasta qué punto difiere la experiencia en el discurso histórico de sus equivalentes en la ciencia, la estética, la religión y la política? ¿Se justifica llamar histórica a la experiencia en el presente si responde a los indigestos residuos del pasado, resistiéndose a transformarlos en momentos de una narrativa en exceso coherente? ¿O es precisamente el reconocimiento de que nosotros estamos inmersos en esa narrativa 10 que hace que la experiencia actual sea realmente histórica? En este capítulo nos centraremos en dos figuras en particular, el filósofo e historiador alemán Wilhelm Dilthey (1833 -1911) Y el filósofo e historiador inglés R. G. Collingwood (1889-1943), y luego examinaremos cómo han influido estas cuestiones en la autoconciencia acerca de su arte de historiadores posteriores. AquÍ nos ocuparemos de la crítica postestructuralista hecha por la historiadora feminista norteamericana Joan Wallach Scott y de la defensa de una alternativa posmodernista ofrecida por el filósofo holandés de la historia, Frank R. Ankersmit. Pero detengámonos un poco más en Oakeshott, quien, pese a su evidente desdén por las insuficiencias de la experiencia histórica, dedicó un ~apítulo sustancial de su libro al tema, y al hacerlo produjo lo que Collmgwood celebraría como "un nuevo y valioso logro para el pensamiento inglés".5
OAKESHOrr y LA EXPERIENCIA HISTÓRICA COMO LA EXPERIENCIA DEL HISTORIADOR
Al parecer, la experiencia ingresa al universo del discurso histórico en dos puntos: la experiencia de aquellos cuya historia se cuenta, o bien la de quienes la están contando. Vale decir, cabe interpretar que la tarea del historiador consiste, en cierto modo, en acceder y representar lo que fue "experimentado" por hombres y mujeres en el pasado, o puede entenderse como algo que nos sucede ahora, cuando pensamos históricamente en esos residuos pretéritos que se manifiestan para nosotros -o que interpretamos como manifiestos- en el presente. Pues aun cuando no tengamos el conocimiento empírico de un "testigo ocular" en lo referente al pasado, el cual ya no está aquÍ para ser experimentado por los sentidos, es posible hablar de experiencia en relación con el
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Historia y experiencia saber histórico. Suponiendo que esos dos polos se mantengan (y que haya consenso sobre el significado mismo de la experiencia), la cuestión metodológica más problemática enfrentada por los historiadores es el pasaje del uno al otro. En otras palabras, ¿cuál es la relación entre la escritura, la lectura y el juicio de los relatos históricos en el presente y lo que fue la experiencia de los supuestos protagonistas de esos relatos? ¿De qué manera el sujeto que produce un escrito histórico se relaciona con el objeto de esa escritura, quien, según se entiende, ha sido también un sujeto que tuvo experiencias? Lo que sorprende al lector de las reflexiones de Oakeshott sobre el sujeto es su rechazo explícito a esta misma polaridad. Extrapolando una premisa fundamental de su estudio holístico de la experiencia absoluta a uno de sus modos, Oakeshott insiste en que "la distinción entre la historia tal como sucedió (el curso de los acontecimientos) y la historia tal como se la piensa, la distinción entre la historia misma y la historia meramente experimentada, debe desaparecer, pues no es meramente falsa: carece de significado. La tarea del historiador no es descubrir, recapturar o incluso interpretar sino crear y construir. .. La historia es experiencia, el mundo de experiencias del historiador. Es un mundo de ideas, el mundo de las ideas del historiador".6 La única distinción posible entre el material en bruto de la historia y la historia misma reside en que esta última suele mostrar un poco más de coherencia e inteligibilidad. Pero esos rasgos proceden del propio historiador, pues "la historia es la experiencia del historiador. Está 'hecha' por nadie, excepto por el historiador; escribir la historia es la única manera de hacerla. Es un mundo, y un mundo de ideas"'? Haciéndose eco de Benedetto Croce y anticipándose a Hayden White, Oakeshott impugnó vigorosamente la noción positivista de poner entre paréntesis las mediaciones interpretativas actuales para registrar el pasado "como realmente fue" a través de una depuración inductiva de los testimonios históricos. 8 Adherir a esta ilusión implicaba subsumir la experiencia histórica bajo otras de sus modalidades, por ejemplo la de la ciencia, que comprende el mundo sub specie quantitatis y busca leyes generales. Ambas, sin lugar a dudas, abstraen de la experiencia entendida en un sentido absoluto. Pero cuando el historiador abstrae mediante su "construcción" del pasado, 10 hace, insiste Oakeshott, centrándose exclusivamente en la preteridad del pasado y, por lo tanto, separándolo del ámbito total que es la experiencia absoluta. La abstracción histórica, entonces, no entraña derivar generalizaciones universales a partir de un enredo de casos concretos inconmensurables, que es la forma de abstracción practicada por la ciencia y, por 10 tanto,
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Historia y experiencia
inadecuadamente impuesta a la explicación histórica. Esta última está contenida enteramente en la narrativa misma, que siempre versa sobre
momento histórico (o al menos sus prejuicios personales respecto del género) al afirmar que la experiencia práctica "se ocupa del pasado
sucesos concretos e individuales. Pero incluso la historia no seudocientífica es todavía una abstracción, todavía se halla divorciada de una verdad más amplia, porque "el único individuo absoluto es lo universal en su conjunto".9
y tener algo oportuno que decir en lo relativo a sus 'causas' y compromisos plebeyos. Pero para el 'historiador', quien opina que el pasado está muerto y es irreprochable, el pasado es femenino. Lo adora como
'Aunque construida por el historiador, la experiencia histórica no
debe confundirse con el recuerdo del pasado del historiador individual, cuya memoria es personal (a Oakeshott no le interesaba la supuesta memoria colectiva). Tampoco consiste totalmente en la fantasía del historiador acerca de un pasado que nunca existió, pues las ideas que constiruyen la experiencia histórica existen antes de su creación, aun-
como si éste fuera un hombre con quien espera conversar sensatamente
a una amante de quien nunca se cansa y con quien no espera nunca hablar en términos sensatos".12
Si el pasado es un objeto sexual sin sentido (y quizás incluso sin vida) construido por un historiador masculino, quien lo ama únicamente por su capacidad de despertar una lujuria infinita y no por lo que puede enseñarnos en el presente, no es de extrañar entonces que las animadversiones de Oakeshott por la experiencia histórica no constituyeran una fuente de inspiración para los historiadores que no compar-
que esta última es necesaria para otorgarles mayor coherencia. Si bien la creencia en un registro "objetivo" del pasado e independiente de la experiencia del historiador es absurda, esa experiencia tampoco es completamente subjetiva. Por consiguiente, resulta irreductible a los prejuicios políticos del historiador actual, cuyo rol no estriba en juzgar
cia holística en la experiencia absoluta fue desechada como el criterio supremo de la verdad experiencial, y que la experiencia histórica ya no
el pasado sino, más bien, eri crearlo mediante la imaginación histórica.
fue considerada como una mera "interrupción" en la totalidad más
Dicho en otras palabras, los juicios y la creación se hallan tan Íntimamente entrelazados en la experiencia del historiador que es imposible establecer una distinción entre ellos. Pues "no hay hecho alguno en la
se relaciona con la experiencia en el pasado.volvió a cobrar vigencia.
historia que no sea un juicio, ningún acontecimiento que no sea una
inferencia. No hay nada en absoluto fuera de la experiencia del historiador".10 Y, sin embargo, la experiencia histórica encierra una paradoja que, según Oakeshott, es la principal causa de su fracaso definitivo: se halla enteramente en
el presente, generada por la "construcción" del histo-
riador de hoy, pero se interesa enteramente por el pasado muerto con la esperanza de comprenderlo en sus propios términos.·Es, por consiguiente, "la continua aseveración de un pasado que no es pasado y de
un presente que no es presente".l1 Leer el presente en el pasado y convertirlo en un mero preludio de nuestra situación actual da origen a
una "historia whi¡f' políticamente presentista que viola el pasado pe,. se, aunque solo sea el presente el que hace la experiencia histórica. Habiendo descartado la unificación de la experiencia histórica y práctica como una amalgama imposible, Oakeshott arribó a la extraña con.clusiÓn de que, si bien construida enteramente en
el presente, la
experiencia histórica solo era construida por los historiadores que podían, en cierto modo, poner entre paréntesis y suspender sus intereses o necesidades habituales. Procurando a tientas dar con una manera de expresar esta paradoja, Oakeshott reveló los límites de su propio
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tían sus premisas idealistas neohegelianas. 13 Pues una vez que la-creen-
amplia, la problemática cuestión de cómo la experiencia en el presente Oakeshott puede haber perjudicado su postura al imaginar que el historiador actual era un varón presa del deseo, y el pasado, un objeto de amor femenino duro de entendederas, una ocurrencia producida por alguna suerte de fantasía heterosexual masturbatoria. Pero incluso si no hubiera sido víctima de sus presupuestos sexistas, su descripción de la unidad de la experiencia histórica proporciona poca guía para resolver -y mucho menos trascender-la paradoja que, según su descripción, se halla sugestivamente en el núcleo de la experiencia histórica. Pues la historia -la palabra misma denota ambiguamente tanto lo que ocurrió como lo que se ha escrito sobre lo ocurrido- necesaria-
mente implica una compleja negociación entre el pasado y el presente, no una total apropiación del uno por el otro. Aun cuando algunos idiomas distingan, como lo hace el alemán, entre Geschichte y Historie, también registran la irreductible interacción entre ambas. 14 Oakeshott creyó poder cortar el nudo gordiano proclamando que la experiencia histórica era una e indisoluble (aunque todavía fuese una abstracción comparada con el criterio superior de experiencia absoluta), pero le resultó imposible abolir la distinción establecida entre experiencia pasada y experiencia presente. Tal como vimos en los casos de experiencia cognitiva, religiosa, estética y política, a menos que se preserve alguna tensión entre el sujeto y el objeto de la experiencia -sea la natu-
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Historia y experiencia
Muchas de estas preguntas fundamentales que continúan inquietando hasta el día de hoya los filósofos de la historia ya los historiadores,
fueron consideradas inicialmente, con toda la seriedad que merecían, por el filósofo e historiador alemán vVilhelm Dilthey en el siglo XIX. 16 Como ya vimos, Dilthey fue el primer biógrafo de Friedrich Schleiermacher, quien comprendió que solo era posible escribir un estudio sobre las ideas de un teólogo si se las situaba dentro del contexto de la historia de su vida. Al igual que Schleiermacher, rechazó el racionalismo dogmático en teología en favor de una noción experiencial del protestantismoY Dilthey fue también quien popularizó el vocablo germano Erlebnis como una alternativa de Eifahrung, especialmente en su libro Poesía y experiencia, 'publicado en 1905, aunque el término ya había sido había introducido por Wolfgang van Goethe bajo la influencia de Jean-Jacques Rousseau. 18 A menudo agrupado con los "filósofos de la vida" de fines del siglo XIX -Henri Bergson, Friedrich Nietzsche, Georg Simmel-, Dilthey valoraba, no obstante, lo que trascendía el criterio meramente biológico sugerido por el término, sin incurrir por ello en un vitalismo metafísico. Pero donde dejó su mayor impronta fue, quizás, en su rol de defensor del estatuto especial de la razón histórica, cuya crítica esperaba agregar a las escritas por Immanuel Kant una centuria antes. Durante su larga y distinguida carrera, Dilthey luchó por defender la autonomía de la cognición histórica con respecto a la cognición científica, oponiéndose al imperialismo de una metodología positivista que amenazaba con embarrar a todos sus rivales, si bien evitó adherir a la alternativa del subjetivismo relativista.I 9 La ahora familiar dicotomía entre las llamadas ciencias culturales o humanas (Geisteswissenschaften) y las ciencias naturales (Naturwissenschaften), se debió en gran medida a sus esfuerzos (ya los de Heinrich Rickert y vVilhelm INindelband, entre otros neokantianos).2o Lo mismo ocurrió con la expansión del interés por los métodos interpretativos, introducidos por Schleiermacher, a los cuales se les daria el nombre de hermenéutica. 21 Yen muchos aspectos, cabe afirmar que la importancia conferida por Dilthey a las prácticas, hábitos y cosmovisiones pertenecientes a la esfera de la vida y previas a la reflexión critica, anticipó la obra de los fenomenólogos Edmund Husserl y Martin Heidegger, así como la de los pragmatistas norteamericanos. 22 En todos estos contextos, la cuestión de cómo interpretar y acceder retrospectivamente a algo llamado experiencia (denotada normalmente por Erlebnis y traducida generalmente por "experiencia vivida" o "vivencia") resultaba crucial.23 Hay una rica y pormenorizada bibliografía sobre las vueltas, giros, interrupciones y recomienzas que implicó para Dilthey la tarea de resolver la cuestión, pero aquí solo conta-
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raleza, Dios, las cosas bellas o las metas políticas-, se corre el peligro de perder, precisamente, el encuentro mismo con la otredad y el momento de pasividad que están profundamente insertos en el concepto de experiencia en la mayoría de sus formas. Más aún, como HansGeorg Gadamer ha señalado, las nociones hegelianas de experiencia que la equiparan con la autoconciencia sin residuo, no registran la inevitable finitud de la experiencia histórica, la cual nunca deja de acontecer y nunca alcanza la perfección de una clausura. 15 Esta limitación es válida tanto para la experiencia histórica del pasado cuanto para el intento del historiador de escribir acerca de ella en el presente, un intento siempre superado por las interpretaciones y narrativas ulteriores. Cabe decir entonces, pace Hegel y Oakeshott, que la historia no es una totalidad sino un "infinito malo" que puede no ser tan malo, después de todo. Cuando se deja de lado el problemático constructivismo neohegeliana de Oakeshott, la cuestión real enfrentada por historiadores y por quienes filosofan sobre lo que están haciendo, vuelve a aparecer: cómo los constructos del presente emergen de, duplican, configuran, modifican y/o traicionan el pasado, ese "país foráneo" cuya extranjería misma es la principal razón para viajar allí. 'En lo tocante a nuestros propios intereses, ello implica considerar la relación entre lo que se experimentó en el pasado y el relato -o re experiencia /reactualización- del historiador de dicho pasado. Más allá de esa cuestión, implica asimismo un juicio acerca de cuánto de ese pasado puede comprenderse plausiblemente bajo la categoría de experiencia y cuánto -sea conceptualizado como hechos, acontecimientos, estructuras, tendencias, instituciones o discursos- elude esa categoría. Y, finalmente, nos obliga a considerar la posibilidad de que la "experiencia" misma pueda tener una historia, lo cual significa que no se trata de recuperarla en "el pasado" sino, más bien, de reconocer que tal vez hubo muchos pasados diferentes, los cuales impiden una fácil homogenización. En consecuencia, cabe hacer otra pregunta, formulada también por vValter Benjamín y Theodor Adorno: ¿la capacidad de tener experiencias, al menos en alguna de sus formas, ha cambiado a lo largo del tiempo?
DILTHEY Y LA REEXPERú\1ENTACIÓN DE LA ERLEBNIS DEL PASADO
MartinJay
Historia y experiencia
mos con el espacio suficiente para subrayar sus rasgos más caracterÍsti24 cos. Lo primero que conviene destacar en lo relativo a la experiencia
En tanto que las Eifahrungen permanecían en el plano de la percepción o intelecto, las Erlebnisse se hallaban situadas en un nivel de interioridad más profundo que implicaba la volición, la emoción y los
sufrimientos de la criatura humana, un nivel que sugería una verdad más subjetiva y psicológica, irreductible a los mecanismos de la mente. Cualitativamente distinta, era una verdad que rechazaba la reducción a una generalización cuantitativa, revelando así individuos antes que tipos o patrones generales. Estos individuos constituían, en sí mismos, todos significativos cuyas vidas no podían ser atomizadas en momentos discretos, inconexos. En 1907/8 Dilthey escribió: "Una vivencia es un modo distintivo y característico en el cual la realidad está allí-para-mí. La vivencia no me enfrenta con algo percibido o representado; no me es dada, sino que la realidad de la vivencia está allí-para-mí porque tengo una conciencia reflexiva de ella, porque la poseo inmediatamente como algo que me pertenece en algún sentido".3o En consecuencia, en lugar de conocer, querer o sentir las vivencias, uno conoce, quiere y siente a través de ellas. Pero la Erlebnis, por muy íutima que fuese, llegó a significilr.. para Dilthey mucho más que la mera subjetividad solipsista, aislada de sus vínculos con las realidades culturales y espirituales situadas fuera de la psique individual. ll La experiencia implicaba estar en el mundo, no retirarse de él. A lo largo de su carrera, muchos acusaron a Dilthey de incurrir en el psicologismo, aun cuando en su "psicología descriptiva y analítica" procuró evitar toda reducción a las versiones típicamente cientificistas o asociacionistas de la época. 12 Dilthey, empero, rechazó la implicación de que la Erlebnis significara la pérdida de cualquier validez epistemológica transubjetiva más allá del contexto particular de su origen. En este sentido, cabe decir que fue un opositor coherente del romanticismo, al menos en su forma subjetivista, particularizad ora y emocional. Gadamer ha señalado que en su biografía de Schleiermacher, Dilthey supuso que la experiencia religiosa se hallaba conectada con el.infinito; cada una de las vivencias del-teólogo, escribió, "es·-una · . "JJ imagen separada del universo que se extrae de1contexto exp llcatlvo . El momento panteísta que hemos observado en la crítica de Schleiermacher a la filosofía crítica kantiana dejó una huella en el uso de Dilthey del término Erlebnis, lo cual llevó a un comentador a definirla como "un acontecimiento de la vivacidad espiritual".34 Sin embargo, nunca adhirió a un panteísmo plenamente realizado y se resistió a la conciliación hegeliana o spíuoziana que reducía la diferencia a una emanación de la igualdad monista, así como a las nociones mÍstico-religiosas de completa fusión. Análogamente, se opuso al apriorismo drástico de la reescritura de la noción kantiana de experiencia de Hermann Cohen, donde este suprimía por completo la independencia de las cosas-en-sí mismas en nombre de un constructivismo radica1. 35 Seme-
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es el repudio de Dilthey por lo que consideraba el reducciouismo de su acepción empirista. Respondiendo a Jobn Stuart Mill y a otros pensadores ingleses cuyo intento de defender una noción de las ciencias morales en oposición a las naturales encontraba interesante aunque, en
última instancia, insuficiente, Dilthey escribió: "El empirismo ha resultado tan abstracto como el pensamiento especulativo. El ser humano que las influyentes escuelas empiristas han construido valiéndose de las sensaciones y representaciones, como si se tratara de átomos contradice la experiencia interna a partir de cuyos
element~s se deri~a, después
de todo, la idea de ser humano".2s Al margen de lo que pudo haber significado la Erlebnis para Dilthey, era claramente distinta -pero no absolutamente opuesta- a la conducta exterior observable, postulada por los empiristas como el objeto de la indagación epistemológica.'6 De hecho, Dilthey advirtió contra todas las relaciones espectatoriales con
la experiencia, fueran teóricas o empíricas, a las que calificó de "ocula. " 27 .1--: "'1asta la'llltrospeCClOn, . . enten d'd flsmo. 1 a en cuanto una relación distanciada con la propia vida interior, como si está fuese un objeto observado desde lejos, resultaba inadecuada. 28 Tal enfoque podía funcionar para la ciencia natural, pero el historiador requería de otros modos para recapturar la experiencia. Dichos modos, sin embargo, no debían comprenderse en términos del modelo de una estructura apriorística de las impresiones sensoriales postulada por Kant, que Dilthey identificaba con la Eifabrung. En un pasaje frecuentemente citado del prefacio a su Introducción a las ciencias del espíritu de 1883, el filósofo criticó tanto a quienes reducían la experiencia a la sensación pasiva como a aquellos que la reducían al pensamiento activo: . Por las venas del sujeto cognoscente que construyeron Locke, Hume y Kant no corre verdadera sangre, sino el diluido jugo de la razón como mera actividad mental. Pero el tratar con el hombre entero en la historia y en la psicología me llevó a ponerlo en la multiplicidad de sus facultades, como ese ente que quiere, siente y tiene representaciones, como fundamento del conocimiento y de sus conceptos (tales como mundo exterior, tiempo, sustancia, causa), aunque el conocimiento parece tejer sus conceptos sólo de la materia de la percepción, la imaginación y el pensamiento.29
MartinJay jante visión -se lamentaba Dilthey- convertiría la experiencia histórica en una simple proyección del sujeto constituyente. Para Dilthey la experiencia era en cambio un concepto relacional, que entrañaba algo más allá de la inmanencia y la inmediatez absolutas. Aun cuando a veces parecía avalar la opinión de que el conocimiento inmediato, interior, era previo a su reflexión objetivada, insistió siempre en que la experiencia significaba un encuentro con algo que trascendía la interioridad del yo. Además -y por eso se lo ha considerado una figura tan importante en la historia de la hermenéutica-, sostuvo que la relacionalidad de la experiencia se ponía de manifiesto en el rol que desempeñaba el significado en esta. "En su realidad concreta -escribió-, la experiencia se torna coherente por la categoría de significado. Esta es la unidad que, a través de la memoria, une lo que ha sido experimentado, o bien directamente, o bien mediante la reexperiencia. Su significado no se halla fuera de las experiencias que le confieren unidad sino que está contenido en ellas y constituye la conexión entre las ellas".36 Dicha unidad estaba situada en el contexto más amplio de una vida cuya totalidad era preciso tomar en cuenta; en rigor, solo a la hora de la muerte se esclarecía el significado final. Dilthey rechazó de plano la tentativa neokantiana de separar los hechos de los valores. El verbo erleben sugería "seguir viviendo, pervivir" y no un momento estático, por muy intenso que fuese. Por esa razón la Erlebnis no era una sucesión de estímulos discretos, en bruto, producidos por un flujo transitorio e impersonal, sino más bien una estructura o patrón temporal de intensidad, valor y coherencia, una distinción que prefiguraba lo que John Dewey y otros observadores llamarían "tener una experiencia" en oposición a "la mera experiencia".37 Más aún, el hecho de tener esa experiencia significativa requería tanto del juicio como de la percepción, un juicio similar a la variante reflexiva y no a la determinante analizada en la Crítica del juicio de Kant. "La experiencia (enzpeiría, experientia) es el conocimiento basado en la percepción", insistió Dilthey. "La percepción en cuanto tal no es todavía experiencia, pues esta última consiste en juicios e implica una extensión del conocimiento de los hechos".38 Si tener "una experiencia" entrañaba hacer juicios reflexivos en el sentido kantiano del término, no es sorprendente entonces que a veces se haya pensado que Dilthey privilegiaba las experiencias estéticas por ser las más vitales de las Erlebnisse. 39 Pues tales juicios apuntaban precisamente a extraer sentido de -y a evaluar-las instancias individuales de inteligibilidad que incluían tanto la dimensión sensual como la dimensión espiritual o mental (geistige). Buscaban la verdad, no la mera apre268
Historia y experiencia ciación de la belleza per se. 40 Además, el arte sugería la objetivación y externalización de la experiencia interna, haciéndola asequible a los juicios de los otros. "El mundo humano existe para el poeta en la medida en que experimenta la existencia humana en sí mismo y trata de entenderla cuando lo enfrenta desde afuera ... al comprender proyecta toda su experiencia interna en otros seres humanos y, no obstante, al mismo tiempo, las profundidades insondables y ajenas de otro gran ser o de un poderoso destino, lo conducen más allá de los límites de sí mismo; entonces comprende y da forma a lo que nunca hubiera podido experimentar personalmente", escribió Dilthey refiriéndose a Goethe.41 La autobiografía, el acto de auto-narrativización estética más completo de todos, era en cierto sentido el non plus ultra de este proceso, "la forma suprema y más instructiva en la cual la comprensión de la vida nos confronta. " 42 L a b'lOgralla C! d . e otra fiIgura extIende el proceso tomando en consideración el contexto histórico y los efectos póstumos de esa vida. Aunque Dilthey no redujo nunca la experiencia histórica a la producción poética, la aptitud para crear objetos significativos asociada con esta última configuraba su comprensión de la primera. Especialmente en una obra posterior de 1910, Aufoau del' geschichtlichen Welt in den Geisteswissenschafte (La constitución del mundo histórico en las ciencias humanas), escrita a la sombra de la crítica del psicologismo de
Husserl,43 Dilthey procuraba encontrar una manera de localizar el significado no en la interioridad del sujeto sino, más bien, en el "espíritu objetivo" dejado atrás por las empresas individuales. Estas delimitaban y fijaban objetivaciones que contenían un residuo de las intenciones teleológicas de sus autores, y como tales constituían lo que Dilthey denominaba una Ausdruck -normalmente traducida como "expresión", pero a veces como "objetivación- de su Erlebnis. "La vivencia", escribió, "genera sus propias expresiones".44 Entre ellas se incluían los enunciados lingüísticos, las acciones y los signos no verbales, como los gestos o el lenguaje corporal. Todos ellos pued~n ser ~ás que la encarnación de las emociones autoriales, pues a dIferenCIa de estas contienen toda la gama de las vivencias. 45 Están m~diados por cosmovisiones (VVeltanscbauungen), las cuales, pensó DIlthey, podían categorizarse tipológicamente. 46 Hegel y Johann Gustav Droysen ya habían señalado que esas expresiones habían logrado ~na cie~ta autonomía con respecto a la vivencia, de modo que era preCISO descIfrarlas hermenéuticamente para obtener su sÍanificado: Así p~es: era posible aplicar las aptitudes desarrolladas ~or los pnmeros mterpretes de los textos sagrados a todas las expresiones de la actividad humana. 269
T MartinJa),
Historia)' experiencia
'~'
Aquí el rol crítico de lo que Dilthey llamaba "comprensión" (Verstehen) resultaba fundamental en el proceso de recuperar el pasado.47 Más profunda que una mera aprehensión cognitiva de las realidades exteriores o que una subsunción racional bajo categorías, más que la simple "explicación" (Erkliirung) de causas y efectos implicada por el Verstand kantiano (traducido a menudo por "intelecto" o "entendimiento"), la
comprensión implicaba la captación prerreJlexiva del significado interno de una "expresión" de la vivencia de aquellos -o al menos de algunos de aquellos- que nos precedieron históricamente. 48 Aquí la vida, la vida significativa del historiador, permite acceder a las vidas significativas que constiruyen el tema de su esrudio. Ciñéndose al célebre principio de vmlm-factum de Giambattista Vico, según el cual quienes hacen algo lo pu;,den conoc~r más y mejor que quienes no hacen nada, Dilthey afirmo que es pOSIble conocer cuanto se ha hecho en el pasado en virrud de la intencionalidad humana, pues todos participamos en la misma actividad. 49 El alcance de la Geisteswissenchaften, argumentó, "está determinado por la objetivación de la vida en el mundo exterior. El entendimiento sólo puede comprender lo que él mismo ha creado. La naturaleza, el tema de las ciencias narurales, abarca la realidad que ha surgido independlentemente.de la actividad del entendimiento".5o Y en otra parte aseveró que "la primera condición de posibilidad de la ciencia de la his~ t~ria consiste en que yo mismo soy un ser histórico, en que quien invesaga la historia es el mismo que quien la hace" n El proceso por el cual el historiador del presente ingresa en la expe~I~~cia de los actores pretéritos es lo que Dilthey llamó "reexpenencla (Nacherleben) o, menos frecuentemente, "recreación" (Nachbilder:), que trascie~~e la mera empatía emocional (Einfühlung).52 "En prrnclplO -escnblO- la comprensión cabal del desarrollo histórico se logra cuando el curso de los acontecimientos se reexperimenta en la imaginación en los momentos más cruciales en los que se inicia el movimiento hacia adelante". 53 Comparable a
la comprensión activa
. que se da cuando ingresamos en una narrativa ficcional (digamos, una o.bra de teatro o una novela), la cual depende de nuestras propias expenenClas, de nuestras propias precomprensiones para dar sentido a aquellas que nos presentan, la reexperiencia puede interpretar las expresiones de la experiencia pasada de maneras significativas. De acuerdo conJacob Owensby, Nachedeben es la revitalización, por parte del intérprete, de las relaciones vitales encarnadas en las expresiones usadas en los datos. Es volver a un~r, utilizando al individuo como punto focal, un nexo dinámico de rela-
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ciones vitales. En la medida en que transformamos las vidas de las figuras históricas en narrativas, podemos entender tanto sus expresiones en términos del despliegue de sus vidas, como también el despliegue de sus vidas en cuanto encarnaciones del desarrollo y la interacción de sistemas sociohistóricos más abarcadores. 54
Aunque ello sea comparable a un acto de la imaginación poética, la "reexperiencia" no es nunca una imposición al pasado tan exclusiva-
mente figurativa como han afinnado Haydén White y otros comentadore~ recientes. Cuando se trataba del conocimiento histórico, Dilthey contmuaba SIendo un realista obstinado, no un metarustoriador. 55
Además de ser epistemológicamente ventajosa -ya que nos ayuda a comprender el pasado-, la reexperiencia tiene también un efecto salu-
dable en los historiadores del presente, pues enriquece sus vidas al mostrarles una esfera más amplia de posibilidades humanas. Mediante una suerte de apropiación de la experiencia del pasado, de pasea por las narrativas de otros, expandimos nuestras vidas y surgimos transforma-
dos, desplazándonos más allá de la mera introspección, lo cual confirma lo que ya somos. "La oscuridad de
la experiencia se ilumina, los
errores producto de la comprensión más limitada del sujeto se corrigen, la experiencia misma se ahonda y completa en el proceso de entender a otros, en la medida en que se los comprende a través de nuestra propia experiencia".56 Dados los efectos benéficos de la experiencia vicaria, Dilthey sostuvo que una actitud puramente contemplativa hacia el pasado, en la cual se suspendieran por completo nuestros
valores y propósitos, no solo era imposible sino también insalubre. Pues únicamente a través de la historia el hombre puede conocerse a sí mismo. En consecuencia, y aunque no llegó tan lejos como Oakeshott en cuanto a fusionar la experiencia pasada y la presente, Dilthey las consideró mutuamente enmarañadas y significativamente entretejidas.
Ser plenamente humano no era sino sumergirse en la corriente del devenir histórico, compensando así el carácter unilateral y parcial de nuestra experiencia personal mediante nuestra apertura a la experiencia de los otros. El círculo hermenéutico implica un constante ir y venir
del texto a la interpretación, del pasado al presente, de la vida del historiador a las vidas de quienes estudia. En su mejor versión, puede conducir a una comprensión ampliada susceptible de reclamar genuinamente el estatuto de conocimiento objetivo, trascendiendo las implicaciones relativistas del pensamiento historicista. El optimismo expresado en tal reclamo no fue, sin embargo, fácil de sostener, y el proyecto de Dilthey de escribir una crítica del conocimiento histórico comparable a las de Kant se ha considerado, por lo )71
MartinJay general, un fracaso productivo. 57 La objetividad epistemológica y la interpretación hermenéutica eran más difíciles de conciliar de lo que había pensado. El pasaje de la vivencia inicial a la reexperiencia histórica a través de la cosmovisión y la expresión demostró ser más precario y discontinuo de lo que esperaba. Como en el caso de Vico, la inevitable pregunta exigía una respuesta: ¿quién es el "nosotros" que "hace" la historia y, por tanto, puede conocerla (o, más bien, que vive la historia y puede revivirla)? ¿Es posible suponer que la suma de las acciones individuales genera un sujeto histórico colectivo o que los individuos representativos son, en realidad, típicos de los grupos que configuran activamente su mundo? ¿"Hacer" y "experimentar" son, en rigor, simples sinónimos? ¿Es el hamo faber el único modelo de la condición humana?58 El principio de verum-factum no solo conlleva la implicación problemática de que la historia puede entenderse, sobre todo, como el producto de la intencionalidad humana antes que como el resultado de fuerzas, estructuras, circunstancias impersonales y de la pura contingencia, además de los actos de la voluntad humana. También supone una continuidad esencial entre quienes hacen el pasado y quienes lo reconocen, una continuidad que postula implícitamente un sujeto humano perdurable, trascendental y tácitamente estable, cuya especificidad histórica es menos crítica que su uniformidad genérica. Asimismo, da por sentada la existencia de una gran narrativa denominada Historia en cuanto relato universal hecho por ese sujeto, una narrativa cuya pretendida existencia, tal como se ha mostrado desde entonces, fue un producto del cambio epocal que marcó el comienzo de la modernidad. 59 Por consiguiente, la historicidad misma que Dilthey anhelaba postular contra los pensadores antihistóricos como Nietzsche, complicó la tarea de revivir el pasado mucho más de lo que había supuesto. 60 El espectro de la noción hegeliana de la historia en tanto Bildung del Mundo del Espíritu retornó subrepticiamente, pese a los esfuerzos de Dilthey por exorcizarlo. 61 La biografía y la autobiografía, advirtieron sus críticos, podían ser los modelos privilegiados para la reexperiencia histórica solo en el caso de entender esa Bildung como una vida individual, cuya historia podía recogerse al final de la narración, prácticamente como la memoria colectiva de la humanidad. 62 Según Michael Pickering, "hay un reconocimiento insuficiente de las vidas que discurren vivencialmente en conflicto unas con otras, y de la lucha por privilegiar los significados de ciertas experiencias en detrimento de las de los demás, a las que luego se marginaliza o se las vuelve insignificantes. La experiencia no puede separarse de los conflictos de intere-
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Historia y experiencia ses, de las denegaciones estructurales de oportunidades y logros ni de las relaciones de poder implicadas en las realidades de la vida".63 Una de las paradójicas consecuencias del enaltecimiento de la conciencia histórica característico de la época de Dilthey fue ahondar la brecha entre el presente y el pasado, lo cual explica el incremento del auto-análisis metodológico, evidente en el propio Dilthey. De acuerdo con Rudolf Makkreel, Dilthey llegó a reconocer, en definitiva, que "si bien reflexionar en nuestras experiencias continúa siendo un punto de partida para comprender a los otros, tal reflexión es ... indeterminada y ., "64 . no puede servir como fund amento para 1a lllterpretaclOn . D e h ec h o, incluso para el creador cultural, el ajuste entre la experiencia y la expresión -o al menos su significado histórico- se ha ido atenuando cada vez más. Lo que Simmelllamó en su famoso ensayo de 1911 "la tragedia de la cultura" significaba la creciente disparidad entre las expresiones subjetivas y sus correlatos culturales objetivos en una sociedad ~omple ja, lo que provocaba una disociación trágica muy difícil de conciliar. 65 Los historiadores, ya no asentados firmemente en la continuidad de la "tradición", debían esforzarse por convertir lo desconocido en algo familiar y redescribirlo en términos que tuvieran sentido para ellos mismos. Tal como Gadamer señaló más tarde: Así como la lejanía y el hambre de vivencias, que proceden del sufrimiento bajo el complicado aparato de una civilización transformada por la revolución industrial, hicieron emerger la palabra Edebnis hasta generalizar su uso, también la nueva distancia que adopta la conciencia histórica frente a la tradición orienta el concepto de Erlebnis hacia su propia función epistemológica. 66 Pero como herramienta epistemológica la Erlebnis solo podía llegar así de lejos, al menos en la dirección del conocimiento objetivo que Dilthey esperaba obstinadamente alcanzar. De hecho, en sus últimos trabajos llegó a reconocer su estatuto provisiona1. 67 Si bien continuó un acalorado debate sobre cuán relativista era realmente su posición,68 pocos comentadores pensaron que había logrado su objetivo. Max Weber y otros cientistas sociales kantianos procuraron concebir enfoques más plausibles, desde el punto de vista metodológico, que la reexperiencia imaginativa, mientras que los fenomenólogos hermenéuticos como Heidegger y Gadamer trataron de reconducir la atención desde las cuestiones epistemológicas a las ontológicas. 69 Hacia la década de 1920, el proyecto de Dilthey de proporcionar una herramienta rigurosa de análisis histórico se había convertido en un vago e impreciso eslogan en la lucha contra los residuos del "positivismo". Tal como
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lo ha señalado Fritz Ringer; "la retórica del Erleben fue utilizada para
del pensar, puede reactualizarse en el presente y en esa reactualización ser conocido como pasado ... la historia no se basa en un error filosófico [como afirmaba Oakeshott] ni es un modo de la experiencia, sino
indicar una identificación intuitiva, así como se interpretó que los métodos 'fenomenológicos' autorizaban la 'visión' directa de los significa-
dos 'esenciales' (Wesenschau)".70 Hasta aquellos que todavía invocaban su poder, censuraban los residuos del objetivismo aún discernibles en e! vano intento de Dilthey de llevar a cabo una crítica de la razón histórica.
COLLINGWOOD y LA REACTUALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO DEL PASADO
una parte integrante de la experiencia misma". 76
Collingwood, sin embargo, compartía muchas de las tendencias idealistas de Oakeshott, lo cual indujo a muchos a pensar que, en el fondo, era un hegeliano,77 En sus primeros trabajos, sobre todo en Speculum Mentis de 1924, trató de sistematizar el conocimiento y de explorar una dialéctica totalizadora de la experiencia -incluyendo el arte, la religión, la ciencia y la historia-, lo cual puso de manifiesto su deuda con el legado de F. H. Bradley y de otros idealistas británicos de [mes del siglo XIX,78 De acuerdo con uno de sus más distingnidos intérpre-
Típica de esta reacción fue sin duda la crítica a la psicología de Dilthey, hecha por e! filósofo e historiador oxoniense Robin George Collingwood en su célebre estudio Idea de la historia, basado en las conferencias que dio en 1936 Ypublicado póstumamente una década más tarde gracias a la aynda del editor T. M. Knox,71 Para Collingwood, todo intento de fundar la historia en la psicología significaba una capitulación ante el positivismo y naturalismo que Dilthey pretendía combatir. Pese a malinterpretar "la psicología descriptiva y analítica" de
tes, Louis O. Mink, "Collingwood no utilizó 'experiencia' como un término con un significado sistemático, sino como un sinónimo más o menos aproximado de consciencia. Generalmente, el términ9_sugiere
Dilthey, cuya intención era evitar la explicación causal, atomista, en
Pues en Idea de la historia, al responder a la pregunta" ¿de qué puede haber conocimiento histórico?", Collingwood replicó explícitamente: "de lo que puede ser reactualizado en la mente del historiador. Ante
favor de una comprensión holística de los contenidos de la mente, Collingwood estaba en lo cierto al señalar que Dilthey mismo había considerado que sus intentos de proporcionar un fundamento psicológico viable de la reexperiencia histórica eran, en definitiva, un fracaso.
Incluso Hajo Holborn, un acérrimo defensor de tales intentos contra la acusación de Collingwood, tuvo que reconocer que, por algnna razón, la psicología había dado paso a la hermenéutica en su última obra. 72 Collingwood, no obstante, continuó reflexionando sobre las mismas cuestiones postuladas por Dilthey, con la esperanza de efectuar "un rapprochement entre la filosofía y la historia",7J un rapprochement cuya finalidad era esclarecer el rol de la experiencia en la indagación histórica y que tuvo especial resonancia en e! mundo angloparlante,74 Aunque también había aprendido mucho de Oakeshott, rechazaba su aseveración de que la historia' era merdmente una detención de la experiencia real, por considerarla hasta cierto punto deficiente en la reflexión filosófica que caracterizaba la experiencia absoluta. En su calidad de historiador profesional, especialmente de la Britania romana, e hijo de un distingnido arqueólogo, Collingwood valoraba la historia desde adeni ' argumento, , "deb ena ' ser un pasado viviente, un pasado tro. 75 L a hstana,
toda actividad consciente, en la medida en que es un objeto de la consciencia más profunda".79
En lugar de analizar todas las variedades de experiencia en cuanto conciencia desde el punto de vista de Collingwood, conviene que nos centremos en su comprensión crucial de ese modo llamado histórico.
todo, debe ser una experiencia. De aquello que no es experiencia sino
mero objeto de la experiencia, no puede haber ninguna historia". 80 Al ignal que Dilthey, Collingwood entendía la experiencia histórica como algo más que los datos sensoriales inmediatos de! empirista ingenuo. "En la medida en que es mera experiencia inmediata -escribió-, un mero flujo -de la·conciencia compuesto de sensaciones, sentimientos y otras cosas semejantes, su proceso no es un proceso histórico".81 Si
bien había malinterpretado a Dilthey, al decir que la vida "significa experiencia inmediata, en oposición a la reflexión o al conocimiento ... la historia por sí misma es mera vida, experiencia inmediata y, por con-
signiente, el historiador en cuanto tal experimenta una vida que solo el psicólogo en cuanto tal comprende", 82 compartía con su predecesor
alemán la creencia de que algnna suerte de reexperimentación del pasado resultaba esencial para el conocimiento histórico. Empero, Collingwood se distanciaba de Dilthey en al menos dos
que ,al no ser un acontecimiento meramente natural sino un producto
sentidos. En primer término, defendió la "reactualización" antes que la "reexperimentación", una distinción que ponía el acento en la importancia de las acciones pretéritas como el blanco de la indagación rustóri-
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ca. "La geología nos presenta una serie de eventos", argumentó, "pero la historia no es historia a menos que nos presente una serie de actos". 83 Estos eran tanto manifestaciones externas cuanto motivaciones internas, el adentro y el afuera de los eventos. Haciendo hincapié en la importancia de las acciones individuales deliberadas, de las res gestae, Collingwood estaba repudiando a quienes afirmaban que las estructuras, instituciones, discursos o patrones de conducta constituían el tema apropiado del arte del historiador, un repudio que lo acercó al humanista Dilthey (aun cuando Collingwood 10 considerara un psicologista generalizador). Pero el énfasis en la acción marginalizó también todos aquellos elementos de la experiencia que implicaban una cierta pasividad o apertura ante los encuentros con lo inesperado, lo anunciado, una tendencia a someterse a lo ocurrido antes que estar dispuesto a que ocurriese, y que dependía de los apetitos y creencias subyacentes a la decisión consciente de actuar. Aquí ese momento religioso que hemos visto en Dilthey, influido sin duda por las enseñanzas de Schleiermacher, ese momento de rendición cuasi panteísta ante el mundo, se hallaba totalmente ausente. En la dialéctica de la mente tal como la formula Collingwood en Speculum Mentis, la religión estaba llamativamente subsumida bajo la ciencia, y la historia era, en sí misma, "una ciencia de un tipo especial",84 basada en la inferencia antes que en la observación directa. Para Collingwood, la re actualización significaba, además, una tendencia hacia las motivaciones de la acción misma y hacia la reflexividad consciente del pensamiento. "Toda historia -proclamó con audacia en uno de sus aforismos más controvertidos- es historia del pensamiento".85 Respondiendo a la crítica de que las experiencias eran tan inefables, personales e irrepetibles que no podían ser reactualizadas por los historiadores del futuro, replicó:
En razón de la cualidad objetiva del pensamiento, alegó Collingwood, era un error reducir la reactualización a un proceso subjetivo llevado a cabo enteramente en el presente. No era menos erróneo considerar 10
que dicho proceso reactualizaba como arrastrado en el flujo actual de la consciencia. Objetando explícitamente la noción de experiencia histórica de Oakeshott, según la cual el presente ve el pasado sub specie praetoritorum, y la afirmación de Croce de que toda historia es historia contemporánea, Collingwood insistió en que reactualizar el pensamiento del pasado mantiene ambos polos de la ecuación en una tensión creativa. 87 En consecuencia, el pensamiento histórico era subjetivo y a la vez objetivo. Lo que Collingwood denominaba la "imaginación a priori" del historiador le permitía convertir los documentos pretéritos en reactualizaciones de los actos que les dieron origen, una intervención mucho más activa que el cotejo y ordenación de las fuentes por parte del historiador con "tijeras y engrudo", y mucho más creadora que la simple imitación. A juicio de Collingwood, la reactualización imaginativa se sustentaba en al menos algún atributo común a la experiencia humana, pues para comprender los textos de una figura del pasado "es preciso leerlos provistos de una experiencia lo bastante similar a la suya e . orgamcI . ·d ad a esos pensamIentos. . " 88 Pero 1a reaccomo para conlenr tualización también implicaba una dimensión crítica, que iba más allá de la empatía con las experiencias pasadas y suponía una voluntad de tomar en serio la pretensión de verdad de los pensamientos anteriores, entendidos como respuestas viables a preguntas reales, preguntas que cambiaban a 10 largo del tiempo.89 Aun cuando la historia se basara en la propia experiencia personal, difería de la memoria precisamente en la medida en que trascendía la contemplación pasiva en pos de una reactualización activa en el pensamiento presente. "La memoria en cuanto tal-argumentó Collingwoodes solo el pensamiento presente de la experiencia pasada en cuanto tal, sea cual fuere esa experiencia; el conocimiento histórico constituye ese caso especial de la memoria en el que el objeto del pensamiento presente es el pensamiento pretérito, y la brecha entre el presente y el pasado no solo se salva en virtud del poder del pensamiento presente de pensar en el pasado, sino también en virtud del poder del pensamiento pretérito de revivir en el presente".90 En el caso de los procesos aparentemente impersonales tales como las guerras o las tendencias económicas, de las cuales el historiador no tuvo experiencia directa, la reactualización también era posible -insistió Collingwood- centrándose en las intenciones de quienes comandaban la guerra o de quienes tomaban las decisiones económicas. Dadas estas premisas, no es sorprendente que su teoría de la historia haya sido acusada con frecuencia "de ser demasiado intelectualista, demasiado racionalista, demasiado orientada a la acción, demasiado
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En la medida en que la experiencia consiste en mera consciencia, en sensaciones y sentimientos puros y simples, ello es cierto. Pero un acto de pensamiento no es una mera sensación o un mero sentimiento. Es conocimiento, y el conocimiento es algo' más que la consciencia inmediata. El proceso de conocer no es, por lo tanto, una simple sucesión de estados ... El pensamiento mismo no está inmerso en el flujo de la consciencia inmediata; en cierto sentido, se encuentra fuera de ese flujo ... [El] mismo y único acto de pensamiento puede pervivir durante un lapso y revivir después de un tiempo cuando ha estado en suspenso. 86
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Historia y experiencia
mentalista y demasiado individualista", para citar a uno de sus más eminentes comentadores. 91 Incluso lectores favorables como Gadamer objetaban que "una teoría del planeamiento o de la acción no puede nunca hacer justicia a la experiencia de la historia, en la cual nuestros
Desde luego, la idea vitalista de Dilthey con respecto a la Edebnis no podía ser aceptada por alguien que había escrito: "de todo lo que no sea pensamiento no puede haber historia. Una biografía, por ejemplo, por mucha historia que contenga, se construye sobre principios que no solo no son históricos sino incluso antihistóricos. Sus límites son los eventos biológicos, el nacimiento y la muerte de un organismo huma-
planes tienden a hacerse añicos y nuestras acciones y omisiones tienden
a conducir a consecuencias inesperadas".92 Aunque aceptó la existencia de motivos irracionales pasibles de ser puestos en práctica, Collingwood pensó que era heurísticamente más importante dar por sentada primero la racionalidad. 93 Pero la dificultad surgió al suponer un lazo entre las intenciones racionales y los resultados racionales. Tampoco era sencillo comprender cómo podríamos juzgar las diferentes reactualizaciones de los historiadores en relación con los actos originales que ellos no reproducían miméticamente sino que reconstruían imaginativamente. Después de todo, ¿qué criterio podía guiar una evaluación semejante si
solo era posible acceder al pasado por via de las reactualizaciones mismas? ¿La coherencia comparativa era un ~riterio suficiente para establecer una distinción entre las re actualizaciones conflicto? Y, por
en
no: su marco conceptual no es por tanto un marco de pensamiento sino
de la ciencia natural".97 Una vez evitados los límites biológicos, se abría el camino a un espiritualismo veladamente trascendental que permitió a Collingwood dar por sentada la identidad del pensamiento a través del tiempo.98 El énfasis fenomenológico en el ámbito de la vida característico de Dilthey es apenas evidente en Collingwood, aunque este compartía con Husserl y Heidegger la crítica al psicologismo en su versión naturalista. Tal vez la reactualización intuitiva, no racional, encontró finalmente
un lugar en su enfoque de la historia del arte. 99 En otros de sus text~s, sin embargo, parecía casi un precursor involuntario de la teoría de la elección racional, que habría de predominar en las ciencias sociales de
último, ¿resultaba plausible aplicar el argumento tradicional contra el psicologismo -según el cual los actos mentales que se ceñían a las pruebas de la lógica silogística descubrían verdades objetivas que trascendían sus momentos de actualización individual- a los pensamientos semánticamente variables y culturalmente filtrados de las personas de diferentes épocas y lugares? La ley del tercero excluido es tan válida pa"a nosotros como lo fue para Platón, pero ¿la comprensión de la justicia del filósofo griego era perfectamente equivalente a la nuestra y, por tanto, asequible a una reactualización racional? Si bien parte del problema puede haber provenido del uso evidentemente impreciso que Collingwood hacía de los conceptos y del hecho de que dejó inconcluso Los principios de la historia a causa su muerte, así como de la ignorancia general de sus otros textos más allá de Idea de la historia y de fragmentos de su Autobiografía, resulta difícil negar que su pensamiento se iba alejando considerablemente de la noción más inclusiva de Erlebnis sustentada por Dilthey.94 En Collingwood, la sangre del sujeto de la vivencia concebido por Dilthey comenzaba a parecerse a "ese jugo diluido de la razón" que corría por las venas de Locke, Hume y Kant (o quizá, más apropiadamente, de Hegel).95 Su rechazo al momento psicologista que percibía en la obra de Dilthey y que con. sideraba un residuo del naturalismo positivista lo llevó a separar demasiado radicalmente el contenido del pensamiento -susceptible de ser reactualizado porque trascendía la época en que se lo pensó originalmente- de sus diversos contextos de origen, transmisión y recepción. 96
buir agencia activa y reflexión racional a todos los actores cuyas experiencias podían reactualizarse imaginativamente, reconocieron los lími-
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los años posteriores (aunque no en la disciplina de la historia, lo que no deja de ser significativo).lOO A diferencia de Dilthey, Collingwood rara vez tomó en cuenta la naturaleza colectiva de
la experiencia, que tanto
influyó en los historiadores interesados en las identidades generacionales, de clase, étnicas y de género. Como resultado de ello, se lo acusó además de introducir subrepticiamente supuestos ideológicos liberales en su versión del pasado, y de tener una noción del entendimiento francamente eurocéntrica. 101
LA HISTORIA Y LA VIDA COTIDIANA: LA RECUPERACIÓN DE LA EXPERIENCIA "ORDINARIA"
El llamado a recuperar la experiencia histórica, hecho aproximadamente una generación después por quienes defendían "la historia desde
abajo" de E. P. Thompson, respondía sin duda a motivaciones muy diferentes. 102 Antes que tratar de reactualizar el pensamiento racional de los principales actores del pasado, sus defensores volvieron la atención hacia las masas de hombres y mujeres olvidados cuyas vidas cotidianas, por muy triviales que fuesen, consideraban un tema digno de indagación histórica. Oponiéndose a Collingwood en lo relativo a atri-
T MartinJay tes impuestos a la agencia y la reflexión por las condiciones sociales que coaccionaban a aquellos cuya experiencia registraba inevitablemente el poder de esas coacciones, aun cuando lucharan por superarlas. Lo que se ha dado en llamar "el giro a lo ordinario"103 en historia se correspondía con la "transfiguración del lugar común" en la práctica artística y encontraba eco en la valoración de la simple piedad, en oposición a la dogmática esotérica en la que se había basado la temprana celebración de la experiencia religiosa. Inspirados por el deseo de incluir la historia de quienes habían sido ignorados por los estudiosos, que se habían centrado exclusivamente en las elites intelectuales, sociales o políticas, a fines de la década de 1960 y durante la de 1970 los historiadores de diferentes países buscaron una forma de narrar la historia que permitiera a quienes Gramsci había denominado "los subalternos" hablar (y hablar incluso literalmente, dada la importancia conferida ahora a la utilidad de la historia oral). La "crítica de la vida cotidiana", que había comenzado en la década de 1930 de manera esporádica y vacilante con Henri Lefebvre y otros marxistas, se convirtió también en la preocupación de muchos no marxistas, entre ellos lvIíchel de Certeau. 104 En las disciplinas auxiliares como la geografía, el énfasis humanista en la vivencia y en la vida cotidiana fue, asimismo, evidente en la obra de figuras tales como Yi-Fu Tuan.l° 5 Cuando "la nueva historia cultural" desplazó a la historia social, que había llegado a la madurez en la década de 1960, los historiadores de la corriente hegemónica profundizaron su apreciación de la importancia de la esfera cotidiana. 106 Aquí las "descripciones densas" [thick descriptions) , defendidas por antropólogos culturales como Clifford Geertz y Victor Turner, constituyeron una importante fuente de inspiración. Sea como locus de mistificación o de resistencia (o ambas cosas a la vez), la vida "cotidiana" se transformó en una arena privilegiada para aquellos historiadores culturales que miraban con ojos críticos los discursos enrarecidos y las instituciones exclusivas. En la década de 1980, lo que se conoció en Alemania como la Alltagsgeschichte concitó la atención general cuando se ocupó de la vida cotidiana durante el período nazi, y salió a luz la cuestión de la complicidad, neutralidad o resistencia hacia el régimen por parte de los "ciudadanos alemanes comunes". 107 Si bien resultaba más sencillo acceder a la experiencia putativa de quienes se hallaban en los últimos peldaños del orden social en la época moderna, pues los documentos eran más asequibles, ingeniosos investigadores como Emmanuel La Roy Ladurie, Carla Ginzburg, Roger Chartier, Natalie Zemon Davis, Robert Darnton, Hans Medick y Peter Burke desarrollaron métodos para sondear la experiencia cotidiana en el
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Historia y experiencia Medioevo y en la temprana Edad Moderna. Las monumentales investigaciones llevadas a cabo por la Escuela de los Anales, dirigida por Fernand Braudel y Lucien Febvre, desempeñaron un papel clave en despertar el interés por las "mentalidades compartidas" de los grupos culturales y no por las ideas explícitas de las elites intelectuales. Yen su afán por hallar un acceso a esa esfera de las culturas pretéritas, dichos investigadores abrieron la puerta a una reflexividad más autoconsciente en lo relativo a la propia experiencia del historiador, quien ya no podía ocultarse tan fácilmente tras la fachada de la impersonalidad autorial. 108 La nueva fascinación internacional por las experiencias de los -hasta ahora- olvidados provenía, por cierto, de múltiples fuentes. Al explicar el advenimiento de "la historia desde abajo" en Gran Bretaña, Raphael Samuel, uno de los principales miembros del Taller de Historia, recordó lo siguiente: El papel central que el Taller de Historia ha conferido a menudo "a la experiencia de la vida real", sea como tema de indagación histórica o como un método para examinar lo abstracto contrastándolo con lo particular, puede atribuirse, conjeturalmente, a una serie de influencias diferentes. En parte, ello se debe a que casi todos nuestros escritores son obreros, y al hecho de que estábamos haciendo un trabajo histórico al cual el escritor aportaba no solo los frutos de la investigación sino también los de su historia personal. Y, en parte, proviene de una fuente muy distinta: la influencia radicalizante de la microsociología, popularizada en la década de 1960 por los teóricos de la "desviación" [de las normas sociales consensuadas], quienes ponían el acento en los modos informales de resistencia en instituciones de reclusión tales como las prisiones. Una influencia más sustancial -aunque en definitiva limitante- fue sin duda la antropología social y cultural, con su método basado en la observación participativa, centrado en lo local y familiar, y su intento de dar una dimensión teórica y cultural a las transacciones realizadas en la vida cotidiana. 109
A estos estímulos hay que sumar el poderoso impulso que significó el nuevo interés por la historia de las mujeres, estrechamente vinculado con la aparición del movimiento político y social por la liberación femenina, no solo en Occidente sino también en otras partes del mundo. llo Se ha señalado a menudo la valorización de la experiencia en la lucha por los derechos de las mujeres, aunque no menos influyente ha sido el vigoroso debate sobre sus implicaciones, un debate que continúa hasta el día de hoy. La historia de las mujeres permitió la focalización en la experiencia de la vida diaria, de varias maneras significativas. La insistencia en que "lo personal era lo político" dirigió la
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Historia y experiencia
atención a la vida privada, especialmente a la familia, la maternidad, las actividades propias del tiempo libre y al ámbito de lo doméstico, así como al trabajo realizado por las mujeres fuera del hogar, un tema relativamente soslayado por los historiadores que se ocupaban solo de los grandes hechos acaecidos en la esfera pública. Advirtiendo que en el pensamiento occidental la supremacía de la razón era por lo general de
las versiones lacaniana y althusseriana de cientificidad-, Laing aún operaba con una noción empírica del yo, por mucho que la encubriese con una terminologia fenomenológica o existencialista. Su repudio a la alienación y objetivación del sujeto en el capitalismo moderno lo había llevado a postular un sujeto ingenuamente humanista que no podía ser el objeto de una auténtica ciencia de la psicología, la cual -argumentó Mitchell- operaba eh cambio con una idea del inconsciente que ponía
género masculino, las historiadoras feministas rechazaron sutilmente
el
presupuesto de Collingwood, según el cual el historiador sólo podía recuperar la experiencia pretérita si esta era una actividad racional pasible de ser reactualizada en el presente. ll ! El hacer hincapié en el valor de las narraciones compartidas, que habían ganado un lugar de privilegio en los grupos de "concientización" de la década de 1970, despertó el interés por recopilar las narrativas femeninas del pasado y reflexionar acerca de ellas, dado que relataban experiencias aparentemente banales de maneras reveladoras. Tales experiencias a menudo podían servir como instancias paradigmáticas de resistencia por parte de la víctimas de la opresión, e incluso convertirse en una ventaja política en el presente. No obstante, mientras se exigía el redescubrimiento histórico de la experiencia femenina, se alzaban voces dentro de la comunidad feminista -y también en otros sectores- preocupadas por sus implicaciones
potencialmente ideológicas. No es sorprendente que muchos de los argumentos teóricos dirigidos contra la obra de E. P. Thompson y de Rayrnond Williams por críticos como Terry Eagleton y Perry Anderson, examinados en el capítulo anterior, se esgrimieran en los debates
sobre los peligros inherentes a una noción demasiado ingenua de la experiencia femenina. En Gran Bretaña, la primera en lanzar el ataque fue Juliet Mitchell, miembro del círculo de la New Left Review yardien~~ te defensora de Sigmund Freud contra sus detractores en el movimiento en pro de las mujeres. En su influyente libro Psicoanálisis y feminismo de 1974, analiza críticamente la evocación existencialista de la experiencia en la obra de R. D. Laing. Citando observaciones del psiquiatra extraídas de La política de la experiencia, tales como "la experiencia no es sino la invisibilidad del hombre para el hombre; a la experiencia solían llamarla El Alma; la experiencia en cuanto la invisibilidad del hombre para el hombre es, al mismo tiempo, lo más evidente de todo. Solamente la experiencia es evidente; la experiencia es la única evidencia; la psi-
cología es el lagos de la experiencia",112 Mitchell dedujo que dichas ~eflexiones estaban motivadas "por una búsqueda místico-religiosa de la experiencia trascendental".113 Desde un puntó de vista científico -y Mitchell utilizaba una definición de la ciencia que estaba en deuda con 282
en cuestión el carácter auto evidente de la experiencia. "Antes que utilizar lo que para él es un término contradictorio, 'la experiencia incons-
ciente', Laing prefiere afirmar que hay diferentes modos de experiencia: la imaginación, la memoria, la percepción, el sueño, etc. Cuando uno
no se percata de lo que está imaginando (por ejemplo), uno no establece una buena comunicación ni consigo mismo ni con el otro." Dicho de
otra manera, lo inconsciente puede comprenderse (volverse inteligible) exactamente de la misma manera que la conciencia".114 La crítica de Juliet Mitchell no se dirigía específicamente a la recuperación histórica de la experiencia olvidada de las mujeres, pero su escepticismo acerca de la autoevidencia experiencial y su insistenCia en la necesidad de mediarla a través de modelos explicativos más teóricos, fuesen o no freudianos, pronto encontraron eco en las historiadoras
femínistas.!15 Tal vez no compartieran la esperanza de Mitchell de encontrar una explicación científica de los eventos históricos compara-
ble a la teoría psicoanalítica que ella trató de rescatar de su detractoras feministas, pero mostraban la misma desconfianza hacia la autoridad de la experiencia subjetiva, tanto en el presente como en el pasado. El hecho de percibir que la exhortación antropológica cultural a recuperar y registrar la vivencia estaba perdiendo terreno entre los antropólogos mismos, fortaleció sin duda ese escepticismo. 116 En una de las reunio-
nes de la Asociación Norteamérica de~ Antropología realizadas en la década de 1980 y organizadas por Victor Turner, Barbara Myerhoff y Edward Bruner, lo que un panel había llamado con optimismo "la antropologia de la experiencia" ya era el blanco de una acerba crítica cuando las actas de la conferencia se publicaron con ese título seis años
más tarde. 117 La transición de Dilthey de la Edebnis a la Ausdruck, según reconocieron quienes contribuían a dicha transición, era dema-
siado abrupta, y los códigos lingüísticos y los protocolos performativos que mediaban ambos conceptos confundían toda tentativa de reexperimentar un momento original en su estado puro.
El poderoso impacto producido por el historiador intelectual norteamericano James Clifford fue emblemático de esta crisis de confianza entre los antropólogos. En su libro de 1988, Dilemas de la cultura, 283
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Historia y experiencia
puso en tela de juicio el culto de la experiencia, que apuntalaba el fetiche del trabajo de campo llevado a cabo por observadores participantes. Admitiendo que la evocación de la vivencia en Dilthey estaba en deuda con ese culto, Clifford advirtió contra la autoridad de la experiencia:
que está activamente constituida por el lenguaje, ha tenido implicaciones cada vez más trascendentes" .122 Cuáles eran precisamente esas implicaciones ha sido, desde entonces, un motivo de vigoroso debate,!23 sobre todo porque no ha habido consenso acerca de qué modelo de lenguaje dio origen al giro lingüístico. Baste decir que la mayor atención concedida por las ciencias humanas al lenguaje en cualquiera de sus formas estuvo acompañada por un creciente escepticismo respecto de la tradición que hemos identificado con Dilthey, Oakeshott y Collingwood, una tradición posteriormente democratizada a través de "la historia desde abajo", según la cual se entendía que el objeto de la indagación histórica era la experiencia de los actores en el pasado. En efecto, hacía 1987 el péndulo había oscilado a tal punto en la nueva dirección, que el historiador intelectual norteamericano John Toews y otros defensores de dicha tradición reaccionaron con alarma ante 10 que censuraban como "una nueva forma de reduccionismo ... la reducción de la experiencia a los significados que la conforman", 10 que revelaba "la hyhris de los constructores de palabras que afirmaban ser constructores de realidad". Argumentando a favor de la irreductibilidad de la vivencia, advirtió: "para comprendernos a nosotros mismos y también para cumplir con la tarea del historiador de conectar la memoria a la esperanza, es esencial reconocer y examinar el alejamiento de la experiencia como una respuesta específica a eventos y desarrollos particulares en la historia de la experiencia" .124
Al igual que la "intuición", es algo que se tiene o no se tiene, y el hecho de evocarla huele a menudo a mistificación. No obstante, deberíamos resistirnos a la tentación de convertir toda experiencia significativa en interpretación. Si las dos están recíprocamente separadas, entonces no son idénticas. Por 10 tanto, es sensato mantenerlas separadas, dado que las apelaciones a la experiencia suelen actuar como validaciones de la autoridad etnográfica. IIS
Ya fuera que significara "una presencia participativa, un contacto sensible con el mundo que procura comprender, una compenetración con su gente, una concretización de la percepción" o "un saber acumulativo que se profundiza", I 19 la experiencia elevaba el rol subjetivo del antropólogo por encima de la interacción intersubjetiva con aquellos que estudiaba. Asimismo, interrumpía la producción discursiva de las representaciones de esa experiencia primordial, ceñida a protocolos irreductibles, a la experiencia no mediada del trabajador de campo, al margen de cómo se entendiera el término. . L~ descalificación de Clifford de la supuesta autoridad de la expenenCIa etnográfica, como la crítica lacaniana de Mitchell a Laing, derivaba en gran medida de su adhesión a lo que llegó a conocerse como el "giro lingüístico", primero en filosofía y luego en las humanidades en general. Operando como lo que un observador denominó "una expresión aplicable a las críticas divergentes de los paradigmas, las narrativas y las crónicas históricas establecidos, que abarcaba no solo la crítica lingüística postestructuralista, la teoría lingüística y la filosofía, sino también la antropología cultural y simbólica, el nuevo historicismo y la historia del género",120 "el giro lingüístico" se transformó muy pronto en el grito de guerra de los críticos de la experiencia entendida como el proto-objeto de la indagación histórica. Las absurdas tentativas de oponer el lenguaje a la experiencia, como la del filósofo italiano Giorgio Agamben en Infoncia e historia, publicado en 1978, empezaron a encontrar eco en la obra de los historiadores profesionales. 121 Según lo manifestó el historiador Patrick J oyce en 1991: "Se ha reconocido que el hecho, aparentemente simple, de admitir que la categoría de 'experiencia' (de la cual historiadores como E. P. Thompson derivan la conciencia de cIase) no es, en efecto, anterior al lenguaje ni lo constituye, sino
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JOAL'\[ WALLACH SCOTT y EL GIRO LINGÜÍSTICO
La recusación de Toews fue respondida, al cabo de un breve lapso, por la distinguida historiadora social]oan Wallach Scott, quien había sido una pionera en la historia de la clase obrera europea. 125 Ya a mediados de la década de 1980, había cuestionado la confianza de E. P. Thompson en los sólidos cimientos de la experiencia, sugiriendo que los historiadores deberían "preguntarse cómo y de qué maneras las concepciones de clase organizaban (las percepciones de) la experiencia social. Antes que suponer un ajuste exacto entre la vida material yel pensamiento político, entre la experiencia y la conciencia, su enfoque impide ese ajuste, rechaza la oposición entre ambos".126 Género y la política de la historia, la compilación de 1988 donde se reimprimió este ensayo, fue considerado "una suerte de línea divisoria en lo tocante a la autocomprensión de los historiadores profesionales"127 por introducir un enfoque postestructuralista o deconstructivista
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T MartinJay del pasado. Poniendo énfasis en el género como categoría relacional antes que en la repetición de diferentes relatos masculinos o femeninos contados por "la historia de las mujeres", Scott planteó importantes cuestiones sobre la capacidad de los historiadores de reconstruir experiencias típicas de acuerdo con la identidad sexual. Si todos los postestructuralistas se mostraban tan suspicaces como ella en lo referente a la categoría de experiencia con todas sus diversas acepciones o no, es un
tema que analizaremos en el capítulo 9. Pero ese fue el mensaje que transmitió con singular energía en el notable ensayo publicado en 1991 y titulado "The Evidence of Experience".128 Utilizando la retórica deconstruccionista de la diferencia y expresando un desdén típicamente postestructuralista por los fundamentos trascendentales, Scott rechazó de plano la celebración de la experiencia por parte de los historiadores cuyo propósito era expandir el alcance de su investigación para incluir lo que habían soslayado previan1ente (aquí el ejemplo inicial, ilustrado por la autobiografía de Samue! De!any The 1Viatian af Light in Water, fueron los homosexuales, aunque bien podrían haber sido las mujeres o las minorías étnicas):
Es precisamente este tipo de apelación a la experiencia como prueba incontestable -como fundamento sobre el cual se basa el análisis-lo que
debilita el ímpetu de los historiadores de la diferencia. Al permanecer dentro del marco epistemológico de la historia ortodoxa, estos esruclios perdieron la oportunidad de-examinar aquellos supuestos y prácticas que excluían, de entrada, toda consideración de la diferencia. 129
Antes que una realidad vivida en el pasado susceptible de ser reexperimentada en el presente por el historiador empático, la "experiencia", insistió Scott, era siempre una categorí
búsqueda de un auténtico cimiento de la verdad objetiva, que localizaban en la Erlebnis individual. Incluso centrarse en los sujetos colectivos no resolvía el problema, pues exponer meramente la experiencia pretérita a la mirada del historiador no bastaba para iluminar las condiciones estructurales que la hicieron posible: Hacer visible la experiencia de un grupo diferente pone de manifiesto la existencia de mecanismos represivos, pero no su funcionamiento interno o su lógica; sabemos que la diferencia existe, pero la comprendemos en cuan-
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Historia y experiencia ro construida relacionalmente. Por eso debemos prestar atención a los procesos históricos que, mediante el discurso, posicionan a los sujetos y generan sus experiencias. No son los individuos quienes tienen experiencia, sino los sujetos que se constiruyen a través de la experiencia. UD
Dejar de lado esta inversión significaba subestimar los soportes políticos de las experiencias aparentemente más personales. Aun cuando historiadores políticamente progresistas como Thompson intentaron situar la experiencia en los contextos relacionales del conflicto de
clases y del modo de producción, soslayaron la forma en que las posiciones de sujeto estaban constituidas por la yuxtaposición de redes relacionales, tales como las que constituyen las identidades de género. Otros historiadores, por ejemplo Collingwood, cuya Idea de la historia "se convirtió en una lectura obligatoria en los cursos de historiografía durante varias generaciones",131 se habían equivocado al dar por sentada no solo la existencia, evidente per se, de la experiencIa de los
sujetos del pasado, sino también la del historiador en el presente. Asimismo, Collingwood había supuesto con demasiada prontitud y poco criterio que los historiadores eran jueces desinteresados del pasado, cuyo fracaso era la consecuencia de reconocer su propia situacionalidad
histórica concreta. Lo que la historiadora intelectual Dominick LaCapra denominó la dimensión "transferencial" de la reconstrucción histó-
rica del pasado significaba que no era posible ninguna reexperiencia sin la mediación de los investimientos emocionales del historiador, los cuales no podían suprimirse en nombre de un pasaje sin trabas del pasado al presente. Según Scott, el mismo malentendido signaba la tentativa reciente deJohn Toews de apelar a la experiencia con el propósito de oponerse al giro lingüístico. La separación que establecía entre- significado y experiencia, __ un término que nunca q.efmió aun cuando lo invocara de una forma fundacional, soslayaba el hecho de que la comunidad dé historiadores en el presente no puede dar por supuesta una comunalidad experiencial, la cual se ve desmentida por las
fracturas y conflictos del mundo de hoy. "Cualquiera sea la diversidad y el conflicto que existan entre ellas", argumentó Scott, "la comunidad de historiadores de Toews se vuelve homogénea en razón de su objeto compartido (la experiencia) ... En el artículo de Toews no hay desacuerdo alguno en cuanto al término experiencia, dado que la experiencia misma se encuentra fuera de su significación".1J2 En suma, la experiencia, como objeto de la indagación histórica o como algo que posee el historiador contemporáneo que busca reexperimentar o reactualizar el pasado, se hallaba inevitablemente mediada
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Historia y experiencia
por, precisamente, aquellas relaciones lingüísticas y estructurales que sus defensores trataban de poner entre paréntesis. Solo oponiendo una resistencia radical a toda esenciaüzación de categorías tales como experiencia, la cual debía entenderse como un término sometido a debate antes que como un término discursivo dado, era posible devolver una dimensión política a la indagación histórica. Solo una genealogía de conceptos fundamentales como la experiencia -y aquí Scott apelaba directamente a la reciente apropiación de Michel Foucault del método genealógico nietzscheano- podía sacar a luz los residuos ideológicos que subyacían a su uso inocente. Al final de su ensayo, Scott se vio obligada a conceder que "experiencia no es una palabra de la que podamos prescindir, aunque tomando en cuenta su utilización para esencializar la identidad y reificar al sujeto, resulta tentador abandonarla por completo. 1\l3s el término experiencia forma a tal punto parte del lenguaje cotidiano, está tan imbricado en nuestras narrativas que sería fútil abogar por su expulsión".133 No obstante, instó a los historiadores a no dar por sentada la existencia original de la experiencia en cuanto un término fundacional evidente de suyo, un malentendido que será superado únicamente "cuando los historiadores comprendan que su proyecto no consiste en la reproducción y transmisión de un conocimiento al que, según se dice, se llega a través de la experiencia, sino en el análisis de la producción del conocimiento mismo".I H El resultado no sería la abolición del sujeto, como temen algunos críticos del giro lingüístico, sino, más bien, la comprensión de cómo se constituye dicho sujeto en primer lugar. La aguda crítica del giro experiencial en la "historia desde abajo" feminista generó, como era dable esperar, una respuesta no menos vigorosa por parte de quienes no estaban muy convencidos de que la agencia y la subjetividad sobrevivieran a su deconstrucción, pese a las garantías de Scott en ese respecto. Algunos, repitiendo las típicas quejas antideconstruccionistas, alegaron que ponía los textos antes de los contextos, que no explicaba adecuadamente el cambio histórico y que iba demasiado lejos al restar validez a la función comunicativa del lenguaje.I 35 Otros, preocupados por el prejuicio francamente presentista de Scott y su agenda explícitamente política, adujeron que su evocación de la política no era sino un gesto retórico sin ningún contenido real. 136 A pesar de sus aclaraciones, se la acusó de incurrir en un "idealismo lingüístico" o "pantextualismo" por quienes opinaban que "la violación y la violencia doméstica masculina ... no son fenómenos que puedan caracterizarse como derivados de un conflicto de discursos".137 Incluso hubo quienes se molestaron por su evidente reintroducción de
esas fuerzas impersonales de la historia que la reivindicación feminista de los sujetos olvidados había procurado denegar. 138 Y aunque algunos aceptaron la crítica de Scott de las nociones ingenuas de la historia entendida como recuperación de la experiencia pretérita, cuestionaron su reducción universal y no dialéctica de la experiencia a nada más que una función del discurso, que no contempla la posibilidad de discursos antihegemónicos derivados, como señaló un crítico, de "una experiencia semiautónoma de las construcciones discursivas dominantes o contradictoria con respecto a dichas construcciones" .139 Quizás el veredicto final fue resumido por otro crítico de la siguiente manera: "Scott ofrece una reconstrucción magistral del concepto de experiencia, pero no llega realmente a redefinirla o reescribirla. Por lo tanto, aunque coincidamos con la autora en lo que la experiencia no es (transparente, visceral), no estamos seguros de lo que podría ser".140 En la réplica a sus críticos, Scott misma admitió que aún l~Jaltaba clarificar un concepto viable de experiencia. "En algunos círculos", escribió,
Cabría cuestionar si esta noción de una lectura teorizada, posibilitada por la relación con las instituciones y discursos dominantes, todavía conserva alguno de los diversos significados tradicionales de la palabra "experiencia". De hecho, la reconstrucción del concepto por parte de Scott no ha pasado de ser una promesa. Sin embargo, es preciso reconocer que la autora había debilitado drásticamente uno de los supuestos a favor del argumento de la reexperimentación en su forma más reciente. Dilthey y Collingwood habían hablado de manera abstracta acerca del historiador y su re experimentación o reactualización de la experiencia de los actores pretéritos, poniendo entre paréntesis la cuestión de si la experiencia del historiador era comparable a la de quienes estudiaba. Si se trataba de la vida que comprendía la vida o de una reactualización racional que repetía una acción racional, el supuesto no era sino la capacidad trascendental compartida por todos los historiadores
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la experiencia sirve de fundamento a una política identitaria según la cual las diferencias entre sus componentes son producto de la falsa conciencia o del oportunismo. Se supone que la experiencia es una descripción veraz de sistemas cerrados de dominación y opresión, y que el conocimiento es el simple reflejo de una experiencia objetiva. Esta es justamente la versión que deseo poner en tela de juicio, sustituyéndola por una noción de exper~enc~a entendida como una lectura teorizada que se hace posible, aunque no meV1table o especialmente, en virtud de la propia relación con las instituciones y discursos domina tes. 141
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Historia y experiencia
y sus sujetos, una capacidad que permitía reconstruir la experiencia pasada en el presente. En la atmósfera signada por la política identitaria, la cual no era sino el producto de la crítica feminista de "la historia desde abajo", emergió la noción contraria de que solo los miembros de ciertos grupos contaban con un punto de vista privilegiado para comprender a sus predecesores. Por lo tanto, las mujeres podían escribir más cabalmente acerca de las mujeres, las minorías acerca de las minorías, los obreros acerca de los obreros, y así sucesivamente. La deconstrucción de Scott de las categorías esencialistas supuestas por tal afirmación fue una de las razones de su derrumbe.1 42 Pero incluso quienes no estaban convencidos del giro lingüístico podían extraer una importante e instructiva moraleja de la historiografía del pasado reciente, que también confería validez al argnmento de Scott. En su discurso ante la Asociación Histórica Norteamericana en 1963, titulado "La gran mutación", Carl Bridenbaugh, profesor de historia americana en la Universidad de California, en Berkeley, había lamentado la pérdida putativa de una cultura compartida en la profesión. Con
do único Cnuestro pasa~o') y solo una manera de volver a contarlo".l44 Era necesario abandonar las modalidades tanto universalista como político-identitaria de la reexperimentación, concluyó, pues la recupe-
el ingreso de los "jóvenes profesionales", quienes son "producto de la clase media baja o extranjeros de origen", advirtió, "no es infrecuente que las emociones obstaculicen las reconstrucciones históricas. Tienen
la sensación; muy real por cierto, de que son forasteros respecto de nuestro pasado y se consideran excluidos de él. Y aunque no tengan la culpa, es verdad. Carecen de toda experiencia que los asista, y el abismo que los separa de nuestro remoto pasado se ensancha hora a hora".143 En resumidas cuentas, solamente los nativos blancos, anglosajones, protestantes y procedentes de familias de sólida clase media deberían escribir acerca de la historia colonial norteamericana. Aquí la política de la identidad demostraba cuán peligrosamente restrictiva podía ser la apelación a la experiencia. Para responder al giro elitista que Bridenbaugh le acababa de dar a la política identitaria, Scott no podía retornar, empero, al modelo universalista del historiador desinteresado capaz de reexperimentar el pasado de cualquiera, una postura similar al trascendentalismo espiritual de Collingwood, cuya perniciosa presencia percibió en el supuesto tácito de Bridenbaugh de que solamente la visión de su grupo no estaba contaminada por ningún tipo de partidismo. "Bridenbaugh", señaló la autora, "no sugiere que [la clase baja o los historiadores extranjeros de ·origen] tengan una experiencia diferente o una perspectiva diferente de
la historia; simplemente no concibe que sus experiencias constituyan también la historia, pues ello pondría en tela de juicio la supuesta uni-
ración de la experiencia no era un fundamento suficiente para
la
reconstrucción histórica, fuera de quien fuere el pasado que estaba en juego. Al argumentar de esa forma, Scott, la pionera feminista, se acercaba irónicamente a la postura decididamente no feminista de Michael Oakeshott en Experience and Its Modes. Pues Oakeshott, huelga repetirlo, desconfiaba de todos los modelos de reexperiencia, subrayando en cambio el carácter inevitable de la construcción activa del pretérito estudiado por el historiador. "Para el 'historiador' que opina que el pasado está muerto y es irreprochable, el pasado es femenino", había escrito. "Lo ama como a una amante de quien nunca se cansa y con quien no espera nunca hablar en términos sensatos".145 Seott no-era ni una defensora de la celebración neoidealista de Oakeshott respecto de la Experiencia Absoluta, ni tampoco tan hostil como él a las implicaciones prácticas de la investigación histórica, y segnramente no hubiese aprobado su retórica desembozadamente sexista. Pero al cuestionar la autoridad de la experiencia histórica, incluso la de las mujeres cuyas vidas procuraban rescatar las historiadoras feministas, se hizo eco de su escepticismo acerca de un pasado capaz de hablar con sensatez pOl: sí mismo. Si la historia es un "mundo de ideas" creado por el historiador, como aflrmaba Oakeshott, o la reconstrucción de "eventos discursivos", que Scott consideraba "necesariamente ligada al reconocimiento
del historiador de lo que para él estaba en juego en la producción de conocimiento",146 entonces no era posible otorgar una primacía funda-
cional a la Erlebnis del pasado en sí misma.
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ANKERSMIT y LO SUBLll\1E EXPERIENCIAL
Pero, ¿quedaba todavía algo en la idea de experiencia histórica en el presente, susceptible de separar al historiador más consciente lingüísticamente del deconstructor literario y filosófico de textos? Si la Erlebnis pretérita eludía siempre la re experimentación, ¿había una manera de distinguir la experiencia histórica actual de otros modos de experiencia? Oakeshott, como hemos visto, respondió a la pregnnta subrayando la abstracción modal de la Experiencia Absoluta, produci-
versalidad de su propia visión. Insiste, en cambio, en que hay un pasa-
da por la organización del mundo sub specie praeteritontm. Pero esta formulación aún ponía el acento en la construcción presente del senti-
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do de preteridad. ¿Era posible que la experiencia histórica aconteciera sin ese hacer constructivo, poniéndose así en contacto con el momento pasivo que, según vimos, se consideró a menudo como el comp~ nente central de la experiencia en la mayoría de sus formas? ¿Habla algún modo de preservar la distinción entre la experiencia subjetiva y su objeto, sin incurrir en una noción ingenua de la Erlebnis pretérita como dicho objeto? A estas y otras preguntas intentó responder un teórico contemporáneo, influido en gran medida por las ideas postestructuralistas y posmodernistas: el filósofo holandés de la historia Franklin R. Ankersmit. Aunque Ankersmit es más conocido como un epígono de Hayden White y su crítica narrativista y tropológica de la historiografía descriptiva o explicativa,147 y, por lo tanto, inicialmente no menos entusiasta del "giro lingüístico" que Joan Scott, abordó la cuestión de la experiencia desde una perspectiva novedosa. Condui' l o ec h an do una rapl '·d · da a su argumen t o. 148 remos este capltu a Ojea En una serie de ensayos publicados durante la década de 1990, Ankersmit intentó escribir sobre 10 que llamaba una "fenomenología de la experiencia histórica".149 Rechazando explícitamente la tentativa de Dilthey de re experimentar la experiencia pasada -a la que denominaba desdeñosamente "la copia de la experiencia antes que la experiencia (del pasado) misma-Iso y descontento con el constructivismo radical que atribuía a Oakeshott o con el trascendentalismo lingüístico que acechaba tras el uso de la deconstrucción por parte de Scott, Ankersmit propuso un encuentro súbito con la preteridad que trascendía el mero saber aportado por documentos y archivos. Entre los ejemplos típicos figuraban la reacción de poetas como Goethe y Byron en sus primeros viajes a las ruinas de la Roma clásica o a la Venecia del Renacimiento, las cuales actuaban como las magdalenas de Proust, suscitando una inesperada remembranza de cosas o acontecimientos pertenecientes al pretérito. Inspirado por el gran historiador holandés Johann Huizinga, cuya noción de una "sensación histórica" o una "embriaguez intelectual" denota un contacto más íntimo con la realidad que las observaciones o las impresiones, Ankersmit denomina esa experiencia "una dádiva del momento [la cual] llega inesperadamente, sin anunciarse y no puede repetirse a voluntad". 151 Esos momentos, por muy infrecuentes que sean, no son enteramente subsumibles bajo las categorías discursivas mediadoras propuestas por Scott o sub specie praeteritorum, la rúbrica general de Oakeshott.
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Es esencial que la noción de experiencia histórica nos proporcione un contacto directo e inmediato con el pasado; un contacto que no esté mediado por la tradición historiográfica, el lenguaje o aspectos del lenguaje, la teoría, la narrativa, el prejuicio ético o ideológico, etcétera. Pues si cualquiera de estos factores codeterminara el contenido de la experiencia histórica, destruiría la indubitable claridad y la inmediatez que tal experiencia reclama. 152 En ocasiones, ese contacto se manifiesta bajo la forma de una aguda nostalgia, descripta por Ankersmit como "la experiencia momentánea, vertiginosa, del súbito ocultamiento de la grieta ente el presente y el pretérito, una experiencia en la cual el pasado se revela, durante una fracción se segundo, 'tal como es o fue'''. No obstante, agrega: "este tal como es no equivale al wie es eigentlich gewesen historicista, sino al pasado investido por la diferencia".153 La experiencia abrumadora que evoca el pasado es similar a la que se privilegia en la estética de lo sublime, pues "en lo sublime tenemos acceso a una realidad no mediada por las categorías de la comprensión y, mutatis mutandis, cabe decir lo mismo de la experiencia histórica" .154 La opacidad de lo sublime, su resistencia a una representación directa, nos pone en contacto -Ankersmit prefiere las metáforas táctiles a las visuales- con una realidad más profunda que la propia, permitiéndonos vislumbrar lo que se halla más allá de nuestra conciencia actual o de nuestra capacidad de inventar,ficciones. Puesto que obstaculizan todo intento de dar sentido a los eventos contextualizándolos de manera inconsútil en narrativas diacrónicas a gran escala, esas epifanías históricas posibilitan una participación más inmediata en la vida del pasado, ayudándonos a comprender "cómo era" vivir en ese período. Al comparar dichas narrativas con la ganancia en intensidad e inmediatez producida inesperadamente por la ruptura del lenguaje, tal como se lo expresa en La carta de Lord Chandos de Hugo von Hofmannstahl, AnkersmÍtt alegó que "no pretenden transmitir un conocimiento (coherente) del pasado, que sólo puede enajenarnos de la experiencia sino, más bien, brindar al lector una 'experiencia' pretérita que sea tan directa e inmediata como lo permita el lenguaje del historiador". 155 Con el propósito de revalorizar esta noción de experiencia histórica, que no equivalía ni a una relación epistemológica directa con los objetos existentes ni tampoco a las construcciones discursivas actuales de un pasado completamente imaginado, Ankersmit recurrió al aserto de Gadamer según el cual la experiencia histórica es una variante de su homólogo estético, aunque sin aceptar, por cierto, el trascendentalismo lingüístico de esta última. Pues si hay un paralelo entre la experiencia 293
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histórica y lo sublime, entonces las teorías de la experiencia estética pueden resultar reveladoras en los dos casos. Dado que los objetos artísticos constituían a menudo la fuente de experiencias históricas -la
los críticos con tendencias psicoanalíticas que intentaban repensar la importancia del trauma individual o colectivo en la historia, un trauma que producía lo que alguien llamó las "experiencias sin reclamar" de quienes no podían asimilar, elaborar ni entender los horrores que habían sufrido. 162 Para ellos, la brecha insalvable entre la experiencia y la
arquitectura veneciana que inspiró a Byron o las estatuas romanas que
entusiasmaron a Goethe-, AnkersIpÍt exploró el momento enaltecedor común a ambos, un momento en el cual "uno 'se somete' pasivamente al espectáculo" antes del acto reflexivo del "escrutinio erudito",156
Tal momento, argumentó, había sido central en la estética pragmatista desarrollada por Dilthey y, más recientemente, revivida por Richard Shusterman. En El arte como experiencia, el objeto artístico no es "devorado" enteramente por el sujeto que lo experimenta sino que se le garantiza su propio espacio en una constelación de relaciones.
Para Ankersmit, el momento de la diferencia radical preservada en la nostalgia capturaba parte de esa misma irreductibilidad que Dewey había atribuido a la experiencia estética, la que siempre es una experiencia de algo no en sí mismo. Si bien Ankersmit acusó a Dewey de insertar la experiencia estética demasiado profundamente en sus diversos contextos (pues el contextualismo radical no era sino el mero rever-
so del trascendentalismo), admiró la resistencia pragmatista a disolver completamente el objeto de arte en su recepción o interpretación. Tales objetos, continúa Ankersmitt, "se aproximan al Ha'llch o aura de los objetos que proporcionan una experiencia histórica",157 introduciendo así un término asociado principalmente con Walter Benjamin,
reexperiencia ya era paradójicamente evidente en la experiencia trau-
mática inicial misma, en la cual la dilación y la irrepresentabilidad formaban parte de su estructura básica. No reclamadas y quizá perpetuamente irreclamables, tales experiencias frustraban la posibilidad de la Bildung subjetiva, considerada con frecuencia tanto el fruto de! aprendizaje experiencial como el proceso de normalización contextua!. Pero, ¿podrían ser reclamadas vicariamente por los historiadores ulteriores a través del propio contacto con lo sublime, generando así
una suerte de comunidad empática del trauma compartido? ¿O acaso eran más inaccesibles a la visión de estos últimos que las exper-iencias
de un tipo menos traumático? Y si el universalismo trascendental del historiador quien, como Dilthey o Collingwood, re experimentaba o reactualizaba el pasado, y el particularismo culturalmente signado del historiador cuya identidad se correspondía con la de los sujetos estudiados fueran ambos supuestos insostenibles, ¿qué era lo que permitía
Foucault de lo sublime histórico.I 61 Y también sirvió de soporte para
entonces los momentos privilegiados de acceso al pretérito en la experiencia del presente del propio historiador? Ankersmit ha dado poca guía en cuanto a responder estas preguntas. Tampoco su evocación de lo sublime histórico y su llamado a abrirse a la experiencia del pasado ayndan mucho a decidir cuál experiencia pretérita podría obtener una validación intersubjetiva en la comunidad actual de historiadores. Las cuestiones epistemológicas que tanto habían perturbado a Oakeshott, Dilthey y Collingwood ya no parecían inquietarlo. Ni sentía deseo alguno de rescatar la experiencia de la gente común, que había motivado a quienes practicaban la "historia desde abajo". Así pues, cabe decir que Ankersmit abandonó la búsqueda de un criterio de verdad histórica entendida como una correspondencia entre la experiencia pasada y presente, prefiriendo en cambio una alternativa abiertamente estética. Al invocar a Dewey, Benjamin, Heidegger y a un posmodernismo que se resistía al trascendentalismo lingüístico, demostró hasta qué punto había absorbido las tentativas más provocadoras del siglo XX de repensar la categoría de experiencia de una manera postepistemológica. De hecho, e! propósito de tales intentos era terminar con la modalización radical de la experiencia -epistemológica, religiosa, estética, política e histórica- que, como vimos, fue el legado de la separación, acaecida a principios de la modernidad, de la noción unifi-
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quien lo definió en función de una distancia infranqueable entre e! objeto y el observador. Y, concluyó, "si relacionamos esta percepción lúcida de la naturaleza de la experiencia estética pragmatista con las especulaciones de Heidegger sobre la palabra griega 'verdad' -aletheiao Unverborgenheit [desocultamiento], cabría decir con justicia que la verdad última que podemos tener del mundo es una verdad en la cual el mundo 'se expone' ante nosotros libre de todo contexto. Y esa ver-
dad es, paradigmáticamente, una verdad estética tal como la encontramos en la experiencia estética pragmatista y en la experiencia históri-
ca".'5 8 Al elevar de ese modo cuanto estaba en juego en dicha experiencia -que, "por su misma naturaleza, continuará siendo un fenómeno raro,y excepcional en la práctica histórica", como reconoció
Ankersmit-,159 no era probable que lograra la aprobación de los historiadores más tradicionales. 160
Con todo, encontró eco en la obra de aquellos eruditos en literatura e historia que estaban desarrollando, al mismo tiempo, lo que llegó a conocerse como "el nuevo historicismo", inspirado en la evocación de
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cada que encontramos por última vez en Michel de Montaigne. Asimismo, registraban la crisis de la noción relativamente fuerte del sujeto de la experiencia en la modernidad tardía, al cual reducían solo a una función de estructuras exteriores o de fuerzas impersonales. La búsqueda paradójica de la experiencia sin un sujeto centrado, un sujeto cuya Bildung individual se supuso durante largo tiempo que constituía su telos, condujo, por así decirlo, a cantos de la experiencia compuestos en una nueva y diferente clave. Nuestra tarea, en la segunda mitad del libro, consistirá en captar, en la medida de lo posible, sus a menudo extrañas e inesperadas melodías.
l. Michael Oakeshott, Expe1'ience and Its Modes, Cambridge, 1933, pág. 148. Oakeshott retomó el tema de la historia en 1995, en "Tl,e Activity of Being an Historian", RLItionalisnz in Politics and Otber Essays, Londres, 1962, Y en 011 Hist01y a71d Otbe,. Essays, Oxford, 1983, allilque no cambió sustancialmente su posición. Sobre varios análisis de su argumento, véanse William H. Dray, "Micha el Oakeshott's Theory of History", en Preston King y B. C. Parekh (eds.), Politics and Experience, Cambridge, 1968; David Boucher, "The Creation of the Pasto British Idealism and Michael Oakeshott's Philosophy of History", en HistOIY and Tbeory 23, 1984; Christopher Parker, Tbe Englisb Idea ofHistOIY fronz Coleridge to Collingwood, Aldershot, 2000, capítulo 8; y Luke O' Sullivan, Oakesbott on Hist01Y, Exeter, 2003. 2. Oakeshott, Experience and Its Modes, ob. cit., pág. 152. 3. Sobre un interesante panorama de la crítica de Nietzsche a la historia, véase David D. Roberts, Notbing but Hist01Y: Reco71st77/ction and Extrenzity afier j'v[etapbysics, Berkeley, 1995, capítulo 4. Para un intento de discemir una distinción entre Oakeshott y Nietzsche con respecto a la utilidad del pasado, véase Parker, Tbe Englisb Idea ofHist01Y, ob. cit., pág. 142. 4. Oakeshott, Experience and Its !vIodes, ob. cit., pág. 158. La frase latina significa: "desde el pllilto de vista de lo que precede". En su ensayo sobre la historia en RLItionalisnz in Politics, Oakeshott continuó afirmando lo mismo, argumentando que: "el hombre práctico lee el pasado retrospectivamente. Solo reconoce y le interesan aqueIlos acontecimientos del pasado que puede relacionar con las actividades del presente ... Pero en la actitud 'específicamente' histórica ... no se considera el pasado en relación con el presente ni se lo trata como si fuese el presente" (págs. 153-54). Para una apreciación crítica de la distinción, véase W. H. Walsh, "The Practical and the Historical Past", en King y Parekh, Politics and EXpe1"ience, ob. cit. 5. R. G. Collingwood, Tbe1dea ofHist01Y, Nueva York, 1956, págs. 155-56. 6. Oakeshott, Experience and Its ]V1odes, ob. cit., pág. 93. 7. Ibíd., pág. 99. 8. Oakeshott incluso repite en la pág. 109, sin mencionar la procedencia, la célebre fórmula de Croce de que "toda historia es historia contemporánea", hecha por el filósofo italiano en Hist01Y: Its Tbe01y and Pmctice, trad. al inglés de Douglas Ainslee, Nueva York, 192 1. Para una comparación de los dos, véase J ack. VV. Meiland, Scepticisnz and Histol'ical
Knowledge, Nueva York, 1965. Según Meiland, hay significativas diferencias entre eIlos: Croce subrayó la intervención interesada del historiador en el presente, algo que Oakeshott negó, y Croce creía en la existencia de acontecimientos pretéritos claros y distintos, los cuales, según Oakeshott, no podían ni experimentarse ni juzgarse. Por su parte, \Vhite no parece haberse apoyado en Oakeshott para llegar a conclusiones similares, y nunca, hasta donde sé, lo cita. 9. Oakeshott, Experience and Its Modes, ob. cit., pág. 151. 10. Ibíd., pág. 100. 1!. Ibíd., pág. 11 1. 12. Oakeshott, "The Activity ofBeing an Historian", ob. cit., pág. 166. 13. Incluso los historiadores conservadores como Gertrude Himmelfarb, quien distaba de ser feminista, lo encontraron ofensivo. Véase su "Does History Talk Sense?", en Tbe New Hist01y and tbe Old: Critical Essays and Reappraisals, Cambridge, Mass., 1987, pág. 175. Himmelfarb concluye que: "lo más sorprendente en la teoría de Oakeshott es su escasa esperanza con respecto al futuro de la historiografía inglesa o con respecto al pasado. No hay futuro porque su teoría es más una receta para no escribir la historia que para escribirla. Y no hay pasado porque quita legitimidad a casi todo el corpus de la escritura histórica ... Oakeshott quizá sea culpable de incurrir en la falacia del racionalismo que él mismo diagnosticó de manera tan brillante" (pág. 181). 14. Reinhart Koselleck, "Transformarion of Experience and Methodological Change", en Tbe Practice ofConceptualHist01Y: Tinzing Hist01y, Spacing Concepts, trad. al inglés de Todd Samuel Presner y otros, Stanford, 2002. 15. Hans-Georg Gadamer, Trotb alld j'v[etbod, Nueva York, 1986, pág. 319. 16. Asimismo, sería posible centrarse enteramente en una tradición idealista británica que se remonta a Samuel Taylor Coleridge, incluyendo figuras como Bemard Bosanquet y F. H. Bradley, y que culminó en Oakeshott y Collingwood. Esta tradición recusó las implicaciones escépticas del empirismo de Hume y buscó un suelo más firme donde asentar el conocimiento histórico. Véase Parker, Tbe Englisb Idea ofHist01Y from Coleridge to Collingwood, ob. cit. Pero Dilthey exploró el tema de la experiencia con mayor complejidad que cualquiera de sus homólogos británicos decimonónicos. 17. Sobre las pruebas del interés juvenil de Dilthey por la teología y su afmidad con la versión de Schleiermacher de la experiencia religiosa, véase Der' junge Diltbey: Ein Lebensbild in Brieftn ulld Tagebücball, 1852-1870, editado por su hija Clara Misch, Gotinga, 1960. 18. Dilthey, Poet1y and Experience, Selected //Vorks, Rudolf A. Makkreel y Frithjof Rodi (eds.), Princeton, 1985; y Gadamer, Tmtb and Metbod, ob. cit., pág. 56. Véase también René Wellek, "Genre Theory, the Lyric, and 'Erlebnis''', en Herbert Singer y Benno von Wiese (eds.), Festscbrift for Ricbal'd Alweyn, Colonia, 1967. 19. En inglés se han publicado solo fragmentos de las Gesanzmelte Scbriften de Dilthey, 20 vols., Gotinga, 1958-90. Véanse H. P. Rickman (ed.), Pattem and Meaning in Hist01y: Tbougbts 011 Histo1y and Society, Nueva York, 1962; H. P. Rickman (ed.), //Vilbelm Diltbey: Selected //Vritings, Cambridge, 1976; y Rudolf Makkreel y Frithjof Rodi (eds.) ~Vilbelm Diltbey: Selected //V01'ks, 6 vols., Princeton, 1985. Entre la extensa bibliografía secundaria, merecen citarse: H. A. Hodges, Tbe Pbilosopby of //Vilbelm Diltbey, Londres, 1952; Otto Friedrich Bollnow, Diltbey: Eine Einfüb17mg in seine Pbilosopby, Stuttgart, 1955; WiI1iam K1uback, //Vilbehn Diltbey's Pbilosopby ofHist01Y, Nueva York, 1956; Rudolf A. Makkreel, Diltbey: Pbilosopber of tbe Human Sciences, Princeton, 1975; Michael Ermarth, //Vilbelm Diltbey: Tbe Critique of Historical Reason, Chicago, 1978; H. P. Rickman, //Vilbelm Diltbey: Pionee1' of tbe Human Mind, Berkeley, 1979; Ilse Bulhof, //Vilbe/m Diltbey: A Hermeneutic Approach to tbe Study ofHist01Y and Cultu1"e, La Haya, 1980; Theo-
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NOTAS
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Historia y experiencia
dore Plantinga, Histo17cnJ Understfll1ding in the ThougbtofWilhel71l Di/tIJey, Taranta 1982yJacob Owensby, Dilthey and fhe Nt117'otwe ofHistOl)1, Ithaca, N.Y., 1994. ,. 20. Par,a un pru;orama todavía útil de la cri~ca al positivismo compartida por Dilthey y los neokantlanos, vease H. Stuart Hughes, CansclOusness fl11d Sodety: The Reorientation ofSocial Thougbt, 1880-1930, Nueva York, 1958. Sobre un estudio más reciente de la relación de Dilthey con los .neo~cianos, véanse K1aus Christian Kahnke, The Rise ofNeo-Kontinnism: Gerrnnn. Amdemlc Phllosophy between Ideolism Imd Positivism, trad. al inglés de R. J. Hollingdale, Cambndge, T 1991; Y Ch~rles ,R. Bambach, .Hei~egge1·, Dilthey, Rlld the Gis;s of Historieislll, Ithaca, N. 1::, 1995. Getsteswtssellschnften (cIencIas del espíritu) se ha traducido a menudo
. 28. Dilthey también se opuso a la valorización no espectatorial de Nietzsche de la llltrospección debido a su indiferencia hacia la historicidad .. Véanse sus observaciones en Potte17l1171d lVIel17ting in Hist01Y, ob. cit., pág. 92. 29. Dilthey, 11ltroductioll to tbe Humnn Sciences, ob. cit., pág. 73. 30. Dilthey, "~ra~en~ for a P~ecics", .Se/ected W01'l(S, ob. cit., vol. 5, pág. 223. , 31. Sobre las .lmplicacIOnes mas· amplIas de "la experiencia interior" en Dilthey, vease Owensby, DIlthey and the N017'Otive ofHistory, ob. cit., pág. 28.
32. Dilthey, Descnfltive Psychology and Histol'ieal UndC1"St1111ding, trad. al inglés de Richard M. Zaner y Kenneth L. Heiges, La Haya, 1977. Para un buen análisis acerca de la relación de Dilthey con el psicologismo, veáse Makkreel, Diltbey: Philosophe1' of tbe Human Sdences, ob .. cit., pág. 9 Y siguientes, y su introducción a Desc1'iptive Psycbology t111d Historieal Undmtanding, ob. cit. Para lUl análisis general de la batalla desencadenada por este problemático concepto, véase Martin Kusch, Psychologism: A Case Study of the Sociology ofPhilosophical Knowledge, Nueva York, 1995. 33. Dilthey, Lebm Schleie1'll10chers, 2.1. edición, Berlín, 1922, pág. 341, citado en Gadamer, T'"1lth and Method, ob. cit., pág. 58. 34. K1uback, Wilhelm Diltbey's Philosophy ofHist01Y, ob. cit., pág. 76. 35. Véase Kohnke, The Rise ofNeo-Kantiallimt, ob. cit., págs. 178-89, sobre la reinterpretación apriorística de Cohen de la noción kantiana de experiencia. 36. Dilthey, PattC171 nnd lWeaning in Hist01Y, ob. cit., pág. 174 (la traducción no es totalmente literal). 37. John Dewey, Al't as E'Cperience, Nueva York, 1958, capítulo 3. Comprendida de esta manera, la Edebnis se acerca mucho a lo que comentadores posteriores como Gadamer y Benjamin llamarían E1foh1'llng, una vez que el término fue liberado de su denotación científica o empírica, 10 cual no deja de ser irónico. 38. Dilthey, Selected Works, vol. 1, ob. cit., pág. 270. 39. Véase en particular, Makkreel, Dilthey: Pbilosophe1' of the HU111an Sciences, ob. cit. 40. Sobre la búsqueda de Dilthey de la verdad en el arte, véase Palmer, He1'llteneutics, ob. cit., pág. 122. 41. Dilthey, POCO] and Expe1'ience, ob. cit., pág. 278. 42. Dilthey, Patte17l and kleaning in Hist01Y, ob. cit., pág. 85. 43. Véase Makkreel, Diltbey: Philosophe1' ofthe HU111an SciC1zces, ob. cit., capírulo 7, para un análisis de la respuesta de Dilthey a Husserl y del diálogo que mantuvo con él. 44. Dilthey, "Fragments for a Poetics", Selected WOl'ks, ob. cit., vol. S, pág. 229. 45. Para lUl examen de la distinción entre las teorías expresivistas del arte, basadas en las emociones y en los sentimientos, y el uso de Dilthey del término Ausdmck, véase Palmer, Hel"'I1teneMies, ob. cit., págs. 111-12. 46. Dilthey, Dilthey's Philosopby ofR'Cistence: Ino'oduetion to Welta1lScbauungslehre, t~ad. al inglés de William KIuback y Martin Weinbaum, Westport, Conn., 1978. Los ttpos que privilegió eran el "materialismo o naturalismo", el "idealismo objetivo" y el "idealismo subjetivo o idealismo de la libertad". . 47. ComO" 'sucede con casi todos los términos de Dilthey, se ha mostrado que Ve1'steben cuenta con una variedad de significados superpuestos. Para un intento de dilucidarlos, véase Owensby, Dilthey and the N01~'ative ofHist01)', ob. cit., capítulo 5. Una ambigüedad central concierne a la distinción entre la comprensión del significado objetivo de, digamos, tina demostración geométrica, y los motivos ~ razo~es ~e aquellos que desarrollaron la prueba o fueron persuadidos por e~l~. Lo pnmero Impl~ ca comprender la lógica de un argumento; lo segundo, sus condICIones de emergenCIa y difusión. Si no se establece una distinción entre ambos, se produce lo que se ha llamado una falacia genética. Revivir la experiencia de quienes están persuadidos de la verdad de lUl argumento no es lo mismo que llegar a comprender su fueza lógica ahistórica. 48. La expresión "al menos algunos de ellos" es necesaria porque Dilthey reconoció cada vez más la dificultad de reducir todas las expresiones culturales a las biografías de sus creadores. Véase la nota 30 en el capítulo 3 (pág. 89). 49. Para una comparación de ambos filósofos, véanse H. P. Rickman, ''Vico and Dilthey's Methodology of the Human Srudies" y H. A. Hodges, ''Vico and Dilth~y", en
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CO~~ "e~lU~os h~~os"~ ~;ro m?mento empíri~o en la comprensión de Dilthey de su pr:cttca mdlca que ClenCla esta mas cerca de sus mtenciones. Wissenschaft, como se ha senalado con frecuencia, significa siempre algo más que simplemente ciencias naturales. . 2L.El pap~l desempeñado por Dilthey en la historia de la hennenéutica ha sido analizado, ~ter alta,. en Richard E. Palmer, HemJCneutics: Inte1pretntion The01y in SehleiemlflehC1', Dtlth?, Heldeggc1', tmd. Gadomer, Evanston, m., 1969; Roy]. Howard, Th"ee Foces of HC17~1C11eutles: An IntroductlO~. to C~1i"C11t. Thc01'ies of Unde1·stolldhzg, Berkeley, 1982; y 1?aVld Couzens Hoy, The C17t1eol Cnde: LitC1'oture nnd Hist01] in Conte111p01"tl1y He11Jleneuties, Berkeley, 1978. 2~. Véase Rudolf A. Makkreel y.10hn ~canlon (e~s.), Dilthey ond Phen0111cnology, Washin~on, D. C:., 1987. Sobre las dIferencIas entre DIlthey y Heidegger, véase Bam~ac?,. Heldegge1~ DIlthey, and the ü"isis ofHist01'icism, ob. cit. Para lUl intento de señalar las ;uTIlhtud::s ?nt!"e Dil~hey y el primer Heidegger, véase Robert C. Scharff, "Heidegger's
Approopnatlon of DIlthey before Bcing ond Time", en Joumnl of the Hist01y of Phitosophy 25, n 1, enero de 1997. Para una comparación de Dilthey y los pragmatistas, véase James. KIoppenberg, Uncc1"taill Viet01y: Social De1l10c1"t1cy alld Prognssivism in European I1nd A7IIe17con Thougbt, 1870-1920, Nueva York, 1986, capítulo 2. . 23. Es menester agregar el adverbio "nonnalmente" porque Dilthey no siempre usa la~ dos palabras alemanas por "experiencia" de manera consistente. Sobre todo en sus pnmeros texto:, no establece ninguna diferencia entre Erlebnis y E1fohrIl11g. 24. Ademas de .las obras ya citadas, véase Karol Sauerland, Diltheys Edebnisbe?J'ijf: Entstehul1!J., Glanzzelt lmd Ve1'kii1J17l1eml1g cines litC1'Ottlrhist01'iscIJcs Bcgriffi, Berlín, 1972. 25. Ddthey~ 111troduet~on to the HU11l~n S~ienees: An Atte7l1pt to Laya Foundati01l [01' th,e Stttdy of Soclety ond HlSt01)', trad. al mgles de Ramon J. Betanzos, Detroit, 1988, pag.17J. 2.6. S~~re la distinción relativa, antes que absoluta, entre'-la experiencia interior y la ex~enor, vease Er~arth, Wi~e/71/. Dilthey, ob. cit., pág. 104. A Dilthey le gustaba distinguIr entre el !i.7l1pmS1l~~, que Identificaba con el positivismo, y su propia noción de 1l1zbefol1ge~le E11lf117e (empmsmo i1llptwcinl), que incluía tanto la experiencia interior como la extenor. Vease sus GeSt111lmelte Seh1'iften, vol. 1, pág. 8I. 27. Para lUl examen de su rechazo a privilegiar el ojo, véase Ennarth, ,,"Vilhe/71/. Dilthey, ~b. cit., págs. 118-19. No es el único en manifestar este rechazo, como he tratado de mostrar en mi libro Downcast Eyes: The Deni?J'otion o[ Visiol1 in 20th-Centll1y Freneh Thollgbt, Berkeley, 1993.
" MartinJay Giorgio Tagliacozzo y Hayden \Vhite (eds.), Giambattista Vico: An Intemational Symposium, Baltimore, 1969; y H. N. Tuttle, "The Epistemological Status of the Cultural World in Vico and Dilthey", en Giorgio Tagliacozzo y Donald P. Verene Ceds.), Giambattista Vieo's Science of Humanity, Baltimore, 1976. Véase también David D. Roberts, Nothingbut Histo,-y, ob. cit., capítulo 2. 50. Dilthey, Pattern andlV1eaning in Hist01y, ob. cit., pág. 125. 51. Dilthey, "Plan der Fortsetzung zum Aufbau der geschichtlichen Welt in den Geisteswissenschaften", en Gesmnmelte Sehriften, vol. 7, pág. 278. 52. Ibíd., págs. 213-16. Sobre la diferencia entre la reexperiencia y la empatía, véase Makkreel, Dilthey: Philosopber of the Human Sciences, ob. cit., págs. 252-53. Makkreel cuestiona la traducción de Rickman, en Pattem and Meaning, de naehel'leben como "empatía", pues esta última sugiere la proyección de sentimientos contemporáneos en los actores pretéritos en lugar de interpretarlos imaginativamente. 53. Dilthey, Gesammelte Sehl·iften, vol. 1, ob. cit., pág. 254. 54. Owensby, Dilthey and the Narrative ofHist01Y, ob. cit., pág. 155. 55. Hayden \Vhite, Metahist01Y: The Historieal Imagination of Nineteenth-Centmy Europe, Baltimore, 1973. Dilthey es prácticamente ignorado en el estudio de White, y aparece sólo como un "neo-hegeliano" superado por Croce (pág. 381). . 56. Dilt.hey, Pattem and ivleaning in Hist01Y, ob. cit., pág. 122. Sobre el repudio de Dilthey haCIa su temprana fe en la introspección, véase Plantinga, Hist01"ieal Understanding in the Thought ofWilhelm Dilthey, ob. cit., págs. 47-48. 57. Para un estudio todavía valioso de Dilthey en el contexto general de las tentativas hechas por otros autores para tratar las cuestiones planteadas por él, véase Hughes, ConsCloumess and Society, ob. cit., capítulo 6. 58. Esta cuestión fue abordada con singular perspicacia en Hannah Atendt, The Human Condition, Chicago, 1958. 59. Reinhart KoseIleck, Futm'es Past: On the Semantics of Historieal Time, trad. al inglés de Keith Tribe, Cambridge, Mass., 1985, págs. 92-104. 60. Para ser justos con Dilthey, conviene señalar que él reconoció los obstáculos prácticos en casos específicos; por ejemplo, en su intento de dar sentido a las sectas religiosas de la Reforma, a las que calificó de "totalmente incomprensibles para mí". Véanse sus observaciones al respecto en Derjunge Dilthey, ob. cit., pág. 152. 61 .. No todos sus comentadores aceptan esta conclusión; véase, por ejemplo, Hodges, The Phzlosophy ofWilhelm Dilthey, ob. cit., pág. 319. 62. Sobre la idea de la historia como "memoria de la humanidad", véase Bulhof, Wilh.e!m Dilthey, ob. cit., capítulo 3. Por otra parte, poner el acento en la biografía le permitIo a DIlthey suponer, a veces, que los grandes hombres representaban, en cierto modo, su Zeitgeist. 63. Michael Pickering, Hist01Y, Experienee and Cultural Studies, Nueva York, 1997, pág. 128. 64. Rudolf Makkreel, introducción a Dilthey, DesC1'iptive Psyehology and Historical Understanding, ob. cit., pág. 20 (el subrayado pertenece al original). 65. Georg Simmel, "On the Concept and Tragedy of Culture", en John Rundel! y Stephen MenneIl (eds.), Classical Readings in Cultm"e and Civilization, Londres, 1998. Para un análisis del enfoque de Simmel de la cuestión de la Erlebnis, véanse Rudolph H. Weingartner, Experience and Cultul"e: The Philosophy ofGeorg Simmel, Middletown, Conn., 1?6~; y Sauerland, Diltbey Erlebnisbegt-iff, ob. cit., págs. 151-54. Acerca de un pesimismo SImIlar en lo relativo a la conciliación entre la vivencia y la expresión cultural, véanse los ensayos escritos en la misma época por Georg Lukács y compilados como Soul and F017n, trad. al inglés de Auna Bostock, Cambridge, Mass., 1971.
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Historia y experiencia 66. Gadamer, Truth a1ld Method, ob. cit., pág. 58. Más allá de que los primeros histo.adores tuvieran o no razón al pensar que era dable suponer características de la expen I ' . iencia comunes a las generaciones pretéritas -¿Gihbon habitó realmente e mIsmo um:erso que Tácito?-, lo cierto es que no solían atormentarse a causa de esa d~sparidad. 67. Véase, por ejemplo, Dilthey, Gesmmnelte Sehriften, ob. CIt., vol. 7, pago 106. . 68. Para un resumen de los diferentes argumentos, véase Bambach, Heidegger, Dzlthey, and the CrisisofHistol"icis1lt, ob. cit., págs. 169-76. .. 69. Véanse Fritz K. Ringer, M,¡x Weber"s lV!etbodology: Tbe U1lificntlOn ofthe Cultural and Social Sciences, Cambridge, Mass., 1997; Bambach, Heidegger', Diltbey a71d the Crisis of Histo1"Íeism, ob. cit.; y Georgia Warnke, Gadamer: HerrJleneuties, Tradition a71d R~ason, Stanford, 1987, capím10 1. Hubo algunos críticos literarios que continuaron empleando el concepto de Erlebnis de Dilthey en sus obras; por ejemplo, Oskar vValzel y Jo.sef~or ner. Véase el análisis de sus textos en Sauerland, Diltbeys Erleb12lsbegriff, ob. Clt., pags. 154-62. 70. Fritz Ringer, Fields ofKnowledge: Freneh Acade1llie Culture in Comparative Perspective 1890-1920, Cambridge, 1992, pág. 206. , 71. R. G. Collingwood, The Idea of History, Nueva York, 1956, págs. 171-76. En 1993 apareció una edición parcialmente revisada, editada por Jan van der Dussen. Se basa en manuscritos recientemente descubiertos, cuyas implicaciones analiza van der Dussen en "Collingwood's 'Lost Manuscript' of Tbe P"inciples of Hist01y", en History and Tbe01y, vol. 36, n° 1, 1997. Todas las referencias pertenecen a la prime~a edición, lacua1 influyó poderosamente en los lectores de Collingwood durante generaclO~es. A pamr de esa época, muchos manuscritos inéditos del autor se hallan dlspombles; vease Donald S. Taylor, R. G. Collingwcod: A Bibliography, Nueva York, 1988. 72. Holborb, "Wilhe1m Dilthey and the Critique of Historica1 Reason", en EU"opean lntelleetual Hist01Y sinee Darwin and Mm:r:, W. Warren Wager (ed.), Nueva York, 1966, págs. 78- 80. 73. R. G. Collingwood, AnAutobiogmphy, Oxford, 1939, pág. 76. 74. Para una comparación de sus dos posiciones, véase Hodges, Tbe Philosophy of J,Vilbelm Dilthey, ob. cit., capítulo 10. Para evaluaciones generales de su obra, véanse Louis O. Mink, Mind, Hist01y and Dialectie: The Pbilosopby of R. G. Collmgwood, Bloommgton, Ind., 1969; Michael Drausz (ed.), Oiticnl Essays on tbe Pbilosophy ofR. G. Collingwood, Oxford, 1972; W. J. van der Dussen, Histo1J as a Science: Tbe Pbilosopby of R. G. Collmgwood, La Haya, 1981; David Boucher, James Connelly y Tariq Modood (eds.), ~hzlosophy, History and Civilization: Inte7"disciplilla7"] Perspeetives on R. G. Collingwood, Cardlff, 1?95; William H. Dray, Hist01y as Re-enaetment: R. G. Colling;¡JJood's Idea of Hist01y, Oxford, 1995; y la tirada especial de History and Theory 29, 1990, dedicada a "Re evaluar a
Collingwood". .. , 75. Para una bibliografía de la obra de Collingwood como hlstonador y arqueo lago, véase I. M. Richmond, Proeeedings ofthe Brtitish Aeademy 29, 1943, págs. 481-485. 76. Collingwood, The Idea ofHist01Y, ob. cit., pág. 158. 77. De acuerdo con Louis O. Mink, "De hecho, si es posible asociar a Collingwood con alguna figura específica de la historia de la filosofía, esa figura sería Hegel, aunque sólo fuera en virtud de la breve pero esclarecedora intepretación del filósofo al~ mán en su Tbe Idea of Hist01Y". JV1il1d, Hist01"] and Dia/eetie, ob. cit., pág. 5. Al proplO Collingwood le molestaba esa identificación; en una carta a Gilbert Ryle en 1935, escribe: "Me temo que me disgusta tanto el rótulo como la manera Irresponsable de endosármelo". Citado en David Boucher, "The Iife, Times and Legacy of R. G. Collingwood", en Boucher, Connelly y Modood (eds.), PbilosopbJ', Hist01yand Civilization, ob. cit., pág. 27.
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Historia y experiencia
78. Collingwood, Speculum iVlentis (Oxford, 1924). El análisis de Collingwood es quizá más hegeliano que el de Oakeshott en Expe11e71Cé 8nd lts 111odes, pues procura orga-
92. Gadamer, Reasoll in the Age ofScience, ob. cit., pág. 46. 93. Para una discusión acerca de este punto, véanse Dray, Hist011 ond Re-enact11Ient, ob. cit., pág. 118 Y van der Dussen, "Collingwood's 'Lost' Manuscript of The PrincipIes of Hist01Y", ob. cit., pág. 44. Si bien él nunca reconoció la conexión, aquí Collingwood estaba siguiendo el precepto de Max Weber: "A los fines de un análisis científico tipológico, es conveniente tratar todos los elementos de la conducta irracionales o determinados afectivamente como factores que inducen, a desviarse de un tipo conceptualmente puro de acción racional". The The01y ofSocial ond Economic 01'ganization, Talcott Parsons (ed.), trad. al inglés de A. M. Henderson y Talcott Parsons, Nueva York, 1947, pág. 92. 94. Sobre la tesis de que los manuscritos de Collingwood indican una noción más amplia del pensamiento humano, véase Parker, The English Idea ofHistOIY fl'011l Colel'idge to Collingwood, ob. cit. Parker concluye que "si Collingwood intentó, sin embargo, hacer de la reactualización de la emoción un elemento importante de su filosofía de la historia, ello representó el abandono de una posición en la cual había invertido, sin duda, mucho capital intelecmal. En ambos casos, el 'Collingwood' histórico que hemos conocido desde la publicación de The Idea ofHist01Y en 1946 parecía ser esencialmente racionalista en este aspecto, y su nueva posición -si en realidad era nueva- no parecía..haber sido enteramente repensada" (págs, 207-8). 95. Como señala Gadamer, "esto sólo sería legítimo desde los presupuestos de Hegel, en la medida en que la filosofía de la historia está iniciada en los planes del espíritu universal y puede, desde ese saber esotérico, designar a unos pocos como individuos importantes en una escala universal-histórica, en los cuales se daría una auténtica coincidencia entre sus ideas particulares y el sentido histórico universal de los acontecimientos". T1'llth ond Method, ob. cit., pág. 334. 96. Por extraño que parezca, Karl Popper reprochaba a Collingwood precisamente el psicologismo que este trataba de evitar a toda costa. Véase Oijective Knowledge: An Evolutionmy APP"oach, Onord, 1972, pág. 187. Para una critica exhaustiva de la intepretación errónea de Popper, véase Peter Skagestad, lVIaking Sense Qf Hist01y: The Philosophies of Popper ond Collingwood, Oslo, 1975. El rechazo de Collingwood a la psicología se hace evidente cuando la compara, en An Autobiograpby, con la astrología, la alquimia y la frenología, considerándola: "el fraude científico de moda en nuestra época" (pág. 95). 97. Collingwood, The Ideo ofHist01Y, ob. cit., pág. 304. 98. Para un interesantísimo análisis respecto de su importancia, véase David Bates, "Rediscovering Collingwood's Spiritual History (In and Out of Context), en Hist01Y and Tbeo1y 35, nO 1, 1996. 99. Sobre este punto, véase Dray, Hist01"] as Re-enactl11e1lt, ob. cit" pág. 139, Véase también Makkreel, Dilthey: Philosopbe1' of the HUll1111l Sciences, ob. cit., págs. 409-.1 O. Según Dray, al considerar que la experiencia artística es totalmente irreflexiva, Collingwood niega la posibilidad de una reactualización de la historia del arte basada en algo que traScienda la mera fe en el testimonio del artista con respecto a-sus emociones. Dado que no se interesaba por la evolución de los estilos, Collingwood incurre en el error opuesto al de Heinrich Wolfflin, esto es, en lugar de "una historia del arte sin nombres", "los nombres del arte sin historia". 100. Veáse S. M. Amadae, Ratiollnlizing Copitolist De11l0cmcy: The Cold Wm' 01'iginr of Rodanal Choice Libmdism, Chicago, 2003. 10 1. Con respecto a la primera acusación, véase Keith Jenkins, Re-Tbinking Birt01"] Londres, 1991, pág. 44. EnAn Autobiofl'apby, Collingwood reconoció que "mi actitud hacia la política ha sido siempre lo que en Inglaterra se denomina democrática y en el continente, liberal" (pág. 153), y describe lo que fue su ferviente apoyo a los antifascistas
nizar las modalidades de la experiencia en una jerarquía cada vez más concreta, donde en cada nivel se superan las contradicciones del nivel anterior. 79. Mink, jV1ind, Hist01"y nud Dialectic, ob. cit" pág. 271. 80. Collingwood, The Iden ofHistory, ob. cit., pág. 302. 81. Ibíd. 82. Ibíd., págs. 172-73. 83.lbíd., pág.115. 84. Ibíd., pág. 251. 85. lbíd., pág215. 86. lbíd., pág. 286. 87. A veces se ha equiparado a Collingwood con eracej véase, por ejemplo, Siegfried Kracauer en Hist01y: Thc Last Things before the Ll1st, Nueva York, 1969, capítulo 3, pero él siempre trató de ev.itar una posición demasiado presentista. Kracauer está en 10 cierto al cuestionar la facilidad con que Collingwood se desplazaba del p.r:esente al pasado basándose en las afinidades putativas que existían entre ambos. 88. Collingwood, The Idea ofHistol'Y, ob. cit., pág. 300. Sin embargo, en otras de SUS obras pulsa una nota más relativista; por ejemplo en su Autobiognlphy, donde ataca el supuesto de los problemas perennes de los "realistas" filosóficos: "la historia de la teoría política no es la historia de las diferentes respuestas dadas a la misma pregunta, sino la historia de un problema que, en cierta medida, cambiaba constantemente y cuya solución cambiaba con él" (pág. 62). Lo que permitía la continuidad entre pasado y presente, empero, fue el supuesto posterior de que la historia se ocupa de procesos infinitos, no de eventos discretos, 10 cual implicaba que el pasado y el presente no eran radicalmente inconmensurables (pág. 97). 89. De acuerdo con Ermarth, el Ve1'Stehen de Dilthey también involucraba la crítica inmanente de las ideas del pasado. Véase Wilhelm Dilthey, ob. cit., págs. '3-16-17, para una comparación con Collingwood respecto de esta cuestión. Para un resumen de la defensa general hecha por Collingwood de la lógica de las preguntas y respuestas en oposición a las proposiciones lógicas, véase All Autobiograpby, capítulo 5. Sobre su influencia en la obra de Quentin Skinner y su escuela, véase James Tully (ed.), l\1eaning and Context: Quentin Ski121W' and His Critles, Oxford, 1988. Hans-Georg Gadamer también reconoció la importancia de Collingwood en su propio desarrollo. Véase su libro Reuson in the Age ofSCience, trad. al inglés de Frederick G. Lawrence, Cambridge, Mass., 1983, págs 45-46; y Tnuh and l\1etbod, ob. cit., págs 331-41. Gadamer escribió, además, la introducción a la edición alemana de Autobiography de Collingwood, aunque insistió siempre en que las preguntas formuladas por el historiador no son simplemente reacmalizaciones de aquellas formuladas por los actores históricos. Pese al reproche de Gadamer, Collingwood parece haber reconocido esta distinción en su Autobiography, cuando escribe: "los problemas históricos surgen de los problemas prácticos. Esmdiamas la historia con el propósito de ver con más claridad la situación en la que se nos pide que actuemos. Por consiguiente, donde surgen en definitiva los problemas es en el plano de la vida "real": el plano al que nos remiten para encontrarles una solución es la historia" (pág. 114). 90. Collingwood, Tbe Idea ofHistOIY, ob. cit., pág. 294, 91. Dray, HistOIY as Re-enad711ent, ob. cit., pág. 109. Dray defendió a Collingwood contra estas acusaciones, aunque lo hizo de manera atenuada, a menudo señalando ambigüedades o presentando ejemplos en contrario extraídos de las obras completas de Collingwood, tanto las publicadas como las inéditas.
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en la Guerra Civil Española. En cuanto a la segunda acusación, véase la introducción de
Scott, "Women's History", en New Perspeetives in Historieal W,·iting. Sobre su aparición en el contexto británico de "la historia desde abajo", véanse Dennis Dworkin, Cultural lvlar.r:ism in Postwll1- Britain, Dirham, N.e., 1997, capítulo 5; Y Carolyn Steedman, "The Price of Experience; Women and the Makmg of the English Workmg Class", en Radical Hist07)' Review 59, primavera de 1994. 111. Véase una típica crítica a la naturaleza generizada de la razón en Genevieve Lloyd, The Man olReason: "ivIale" and "Felnale" in Westem Pbilosopby, Minneapolis, 1984. 112. R. D. Laing, The Politics of Expe1"ience and the Bin! of Paradise, Londres, 1967, pág. 16, citado en]uliet Mitchell, Psichoanalysis aud Feminisnl, Londres, 1974, pág. 236. 113. Mitchell, Psicboanalysis and Feminism, pág. 240 (el subrayado pertenece al original). 114. Ibíd., pág. 255 (el subrayado pertenece al original). 115. Como] ane Gallop ha señalado, conviene notar que "la palabra 'historia' abunda en las discusiones de Mitchell sobre el psicoanálisis ... Mitchell hace una lectura peculiar de Lacan, pues interpreta que Lacan fortalece la vertiente histórica del psicoanálisis". Gallop, "Moving Backwards or Forwards", en Teresa Brennan (ed.), Between Feminism and Psycboanalysis, Londres, 1989, pág. 34. Mitchell también participó en proyectos históricos como The Rights and W"ongs ofWomen, Harmondsworth, 1976, que editó junto con Ann Oak1ey. _ 116. Véase, por ejemplo, Aletta Biersack, "Local Knowledge, Local History; Geertz and Beyond", en Hunt, Tbe New Cultu1"tl1 Hist07)'. Sobre el papel clave desempeñado por Clifford Geertz en estimular la moda de la antropología entre los historiadores, véanse Ronald Walters, "Signs of the Times; Clifford Geertz and the Historians", en Social Research 47, n03, 1980; y William H. SewellJr. "Geertz, Cultural Systems and History; From Synchrony to Transformation", en Repz'esentations 59, verano de 1997. Sobre el impacto general de la antropología en la "historia desde abajo", véase Renato Rosaldo, "Celebrating Thompson's Heroes; Social Analysis in History and Anthropology", en Harvey]. Raye y Keith McClelland, (eds.), E. P. Tbompson: C,'itieal Per.rpectives, Oxford, 1990. 117. Victor W. Turner y Edward M. Bruner, (eds.), Tbe Antb"opology ofExperienee, Urbana, Ill., 1986. En el epílogo del texto, Clifford Geertz llama a la experiencia "el elusivo concepto clave de esta colección, un concepto con el que ninguno de los autores parece del todo feliz y del cual ninguno puede prescindir"; yaüade que las vicisitudes sufridas actualmente por el término "hacen que las probabilidades de darle un uso decente a la palabra parezcan escasas. Pero también es cierto que sin ella, o sin un término similar, los análisis culturales parecen flotar a varios pies por encima del suelo humano" (pág. 374). 118.]ames Clifford, The PZ'ediea11le1lt of Cultu1'e: Twentietb-CentU1)' Etbnog1"tlpby, Litez'atuz-e, and An, Cambridge, Mass., 1988. pág. 35. 119. Ibíd., pág. 37. 120. Kathleen Canning, "'Feminist History after the Linguistic Turn: Historicising Discourse and Experience", en Signs 19, nO 2,1994, pág. 417. 121. Agamben, Infoncy and Hist01)'." Essays 071 tbe Destruction of Expez'ienee, trad. al inglés de Liz Heron, Londres, 1993. No estoy sugiriendo que este libro haya influido directamente en la práctica histórica, sino que al establecer una diferenciación radical entre la experiencia (entendida como un estado de beatitud prelingüístico asociado con la infancia), por un lado, y el lenguaje y la ocurrencia histórica, por el otro, anticipó algunas de las mismas actitudes expresadas por los historiadores que criticaban la recuperación de la experiencia en cuanto principio metodológico. 122. Patrick]oyce, Visions oftbe People: Industrial England aud tbe Question ofClass, 1848-1914, Cambridge, 1991, pág. 9.
~lliam Debbins a Essays in the Philosophy ofHist01)', de Collingwood, Nueva York, 1996, pag.XXXI.
102. Para un panorama general, véaseJim Sharpe, "History from Below", en New Penpectives on Historieal W,-iting, Peter Burke (ed.), University Park, Pa., 1992. El título proviene del ensayo de Thompson publicado en Times Literm)' Supplenzent 7 de abril de 1966. ' 103. Pickering, Hist01)', Experienee and Cultural Studies, ob. cit., capítulo 3. 104. Henri Lefebvre y Norbert Guterman, "La mystification: Notes pour une critique de la vie quotidienne", en Ava1lt-Poste 2, agosto de 1933. El libro se analiza en Bud Burkhard, Freneh lv[arxis~l Between the Wars: Henri Lefebvz'e and the "Philosophies", Arnherst, N. Y., 2000, capItulo 7. La obra de Lefebvre culminó con su Critique de la vie quotldzemle, París, 1947-62, que consta de varios volúmenes. El primero fue traducido al inglés, con el título de EVe7)'day Life in the Mode77l Woz-ld, por S. Rabinovich, Nueva York, 1971; luego se lo volvió a publicar, junto con los volúmenes 2 y 3, como Critie of Evez)'day Life, Londres, 1994, 2002, 2004. Los vols. 1 y 2 fueron traducidos al inglés por ]ohn Moore y el vol. 3, por Gregory Elliott. Michel de Certeau, L'Invention du quotidzen, 2 vals. París, 1980; el primer volumen se publicó en lengua inglesa como The Pmctiee ofEvez)'day Life, trad. de Steven Rendall, Berkeley, 1984. Para un estudio crítico del f.apel desempe~ado por lo cotidiano en los estudios culturales, véase Laurie Langbauer, Cultural Studles and the Polmcs of the Everyday", en Diae1'ities 22, n° 1, primavera de 1992. Para una c~nsideración filosófica del mismo tema, véase Agnes Heller, EVel)'day Life, trad ..al m~les de G. L. Campbell, Londres, 1984. Para un examen general de su ImportanCIa, vease Ben Hlghmore, Evez)'day Life and Cllltuz'al The01)'." An Imz'oduction, Londres, 2002.
. 105. Yi-F~ Tuan, Spaee and Place: The Penpeetive of Experience, Minneapolis, 1977.
Vea~se tamblen los ensayos dedicados a él en Paul C. Adams, Steven Hoelscher y Karen E. TI]] (ed.~, Textures ofPII/ce: Explo7"Íng H1l1l1anist GeogTaphies, Minneapolis, 2001. 106. Veanse los ensayos en Lynn Hunt (ed.), en The New Cultuz-al Histoz)' Bcrkeley 1989. ' , . 107. Véase, por ejemplo, A1f Lüdtke (ed.), Alltagsgeschiehte: 2m' RekonSt77tktion histomch:,' E1fahrungen und LebensweisC71, Frankfurt, 1989. Para otros análisis del tema, véanse DaBd F. Crew, "Alltagsgesehitbte: A.New Social History 'From Below"', en Central European Hist01)' 22, nos. 3-4, 1989; Y mi "Songs of Experience: Reflections on the Debate over Alltagsgesebichte", en Cultural Se1l1antics: Keywords of 01lr Time Amherst Mass 1998. ' ,.,
108. Para un análisis de esta tendencia en la Escuela de los Anales, véase Philippe Carrard, "Theory of a Practice; Historical Enunciation and the Annales School" en Frank Ankersmit y Hans Kellner (eds.), A New Philosophy of History, Chicago, 1995. Aunque 10 hlstonadores eran más medidos que los críticos literarios, muchos de los cuales unhzaban una "crítica delmoi" confesional antes que la interpretación tradicional de los textos, es posible :ncontrar varios ejel~lplos tocantes a la incorporación de las expene~c~as de los hl~tonado~es en sus narratIvas, en las últimas dos décadas del siglo XX. Qmzas el_caso mas extrano sea el hbro de Edmund Morris, Duteb: A i\¡[emoil" of Ronald Reagan (Nueva York, ~ 999), donde el autor intercaló relatos imaginarios de sus propias reUnIones con el preSIdente en una versión supuestamente no ficcional de la vida de Reagan. 109. Raphael Samuel, "On the Methods ofHistory Workshop; A Reply", en History Worksbop 9, pnmavera de 1980, págs. 165-66. 110. Para un breve estudio del surgimiento de la historia de las mujeres, véase loan
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123. Sobre mi propio intento de desentrañar dichas implicaciones para la historia intelectual, véanse "Should Imellectual HistoryTake a Linguistic Tum? Reflections on the Habermas-Gadamer Debate", en Fin-de-Siecle SocioliJ7Il, Nueva York, 1988; y "The Textual Approach to Intellectual History", en POl'ce Pie/ds: Between Intel/ectual HistOl) ond
135. Laura Lee Downs, "If'woman' is just an emptycategOlY, then why am 1 afraid to walk alone at night? 1dentity Politics Meets the Postmodern Subject", en Comparative Studies in Society ond Hist01Y 35, 1993. Scottle respondió en "The Tip of the Volcano", seguido por el artículo de Downs, "Reply tO Joan Scott", aparecidos en el mismo número de la publicación. 136. Gertrude Himmelfarb, "Some Reflections 011 the New Histo¡y", enA11Ie1"icon Hist01'icnl Review 94, n° 3, Junio de 1989, seguido del artículo de Joan \Nallach Scott, "History in Crisis? The Others' Sirle of the Story". Véase también la discusión sobre el debate en Roberts, Nothing but Hist01Y, ob. cit., capítulo 10. Sobre la segunda crítica, véaseJohn Zammito, "Rea9ing 'Experience': The Debate in Intellectual History among Scott, Toews and LaCapra", en Paula M. L. Moya y Michael R. Hames-CarcÍa (eds.), Reclai11ling ldentity: Reolist TheolJ and the Predico1l1ent 01 Post'mode17lism, Berkeley, 2000, pág.302-3. 137. Pickering, Hist01y, Expe1"ience ond Cultural Studies, ob. cit., pág. 228. 138. Louise Tilly, "Gender, Women's History and Social Histori', en Social Science Hist01Y 13, n° 4, 1989, Y Eleni Varakis, "Gender, Experience and Subjectivity: The TiUySCOtt Disagreement", en New Left Review 211, mayo-junio de 1995. 139. Thomas Holt, "Experience and the Polities ofIntellectual Inquiry", en Chandler, Davidson y Harootunian, Questions olEiJidel1ce, ob .. cit., pág. 391. 140. Canning, "Feminist History after the Linguistic Turn", ob. cit., pág. 424. 141. Scott, "A Rejoinder to Thomas Holt", en ChandIer, Davidson y Harootunian, Qllestions ofEvidence, ob. cit., pág. 399. 142. Indudablemente, había otros argumentos postestructuralistas menos intransigentes que trascendían el representacionalismo de la política identitaria. Véanse por
ejemplo, los argumentos a favor de lo que se conoció como el "realismo post-positivista" en la obra de Satya P. Mohanty y sus epígonos, cuyos textos fueron recopilados por Moya y Hames-GarcÍa en Reclai11ling Identity. La posición de Scott no solo fue criticada en "Reading 'Experience"', de Zammito, sino también en "1s there something you need to teH me? Coming Out and the Ambiguity of Experience", de Wrlliam S. Wilkerson, que se centra en la identidad gay yen el ejemplo de Samuel Delany utilizado por SCOtt en "The Evidence of Experience". 143. Cad Bridenbaugh, "The Great Mutation", enA'l1wicnn Histon'caJ Review 68, n° 1, enero de 1963, pág. 328. Scott no fue la primera en sentirse ofendida por ese argumento. Lawrence W. Levine recordaba que "la jeremiada de Bridenbaugh fue recibida con un silencio embarazoso, y se la consideró -si acaso se la consideró- como una suerte de aberración idiosincrásica". "The Unpredictable Past: Reflections on Recent Am~rican Historiography", enA1Jzcn'cnn Historiad Review 94, n° 3, 1989, pág. 675. 144. Scott, "History in Crisis", ob. cit., pág. 685. 145. Oakeshott, "The Accivity ofBeing an Historian", ob. cit., pág. 166. 146. Scott, "The Evidence ofExperience", ob. cit., pág. 797. 147. Véase su Narrative Logic: A Sentnntic Annlysis 01 tbe Hist01"ian's Languoge, La Haya, 1983. _ 148. La oportunidad de leer el manuscrito de su libro Histo1"ictll Experience: The Emb1'ace 01 Romeo ond Juliet, que será publicado por la Seanford Univesity Press, me ha permitido comprender acabadamente su posición. 149. F. R. Ankersmit, Hist01Y and Tl"Opology: Tbe Rise 011d Fal JolMetaphor, Berkeley, 1994, capítulo 7; "Can We Experience the Pase?", en RolfTorstendahl y Irmline VeitBrause (eds.), Histoly-Making: Tbe Intcl/ectl.loJ pnd Sodal F0171lt1tiOll ola Discipline, Estocolmo, 1996; y "Historicism: An Attempt at a Synthesis", en Hist01y ol1d The01y 34, n° 1, 1995. Sobre un panorama general y una crítica de la obra de Ankersmit, véaseJohn H. Zarnmito, "Ankersmit's PostInodernist Historiography: The Hyperbole of 'Opacity''', en Hist01Y O1zd Tbe01y, 37, n° 3, 1998. 150. Ankersmit, History t1nd r,"opology, ob. cit., pág. 20. 151. Ankersmit, "Can We Experience the Past?", ob. cit., pág. 51. . 152. !bíd., pág. 56. 153" Ankersmit, History t1nd Trop%g)', ob. cit., pág. 200 (el subrayado pertenece al original). Sobre una comprensión diferente de la nostalgia, véase el análisis de Angelika Rauch citado en el capítulo 8, nota 96. 154. Ankersmit, "Can We Experience the Past?", ob. cit., pág. 56. Es difícil decir lo que esto significa exactamente, pero una experiencia que ruve antes de leer a Ankersmit parece prefigurar este argumento. Véase "The Manac1es of Gavrilo Princip", en Cultuml Se111nntics, ob. cit. 155. Ankersmit, "Historicism: An Attemp at a Synthesis", ob. cit., pág. 161. 156. Ibíd., pág. 67. 157. !bid., pág. 68. 158. !bid., pág. 71. 159. ¡bid., pág. 73. 160. En "Ankersmit's PostmodernistHistoriography", Zarnmito señala críticamente que "Ankersmit sospecha que todo cuanto describe probablemente renga, para un historiador convencional, 'un aire de revelación mística o casi religiosa'. Y no se equivoca" (pág. 345). 161. Veáse Catherine Gallagher y Stephen Greenblatt, Pl"actising New Histodcism, Chicago, 2000, sobre la importancia
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Cultural C,·itique. Nueva York, 1993. 124. JOM T oews, "Intellectual History after tbe Linguistic Turn: The Auronomy of Meaning and the Irreducibility of Experience", en Ame1'ican Histo1'icol Revicw 92, nO 4, 1987, págs. 906-7.
125. Joan WalIach SeDrr, The Glassworkers al C0171It1UX: French Cnlftsmen and Foliticol Actlan in o Nineteenth-Centll1Y City, Cambridge, Mass., 1974; y con Louise Tilly, Womeu, W01"k and the Family, Nueva York, 1978. 126. Scott, "Women in The lltfoking 01 the English Woddng Closs", en Gende1' ond the PoliticsolHistOl)1, Nueva York, 1988, pág. 89. 127. Roberts, Nothing but Hist01Y, ob. cit., pág. 263. 128. Scott, "The Evidence of Experience", en O·iticnllnquhy 17, nO 4, verano de 1991, reimpreso en James K. Chandler, Amold 1. Davidson y Harry Harootunian, (eds.), Questiol1s olEvidence, Chicago, 1994. Véase también Dominick LaCapra, Hist01Y ol1d Reading: Tocqueville, Foucault, French Studies, Toronto, 2000, donde la autora apoya y amplía la respuesta de Scott a Toews. 129. SCOtt, "The Evidence of Experience", en Criticallnqlli1Y 17, n° 4, verano de 1991, pág. 777. 130. ¡bid., pág. 779. 131. ¡bíd., pig. 783. 132. ¡bíd., pág. 790. 133. ¡bid., pág. 797. 134. ¡bid.
MartinJay aceitados mecanismos de las narrativas historicistas normales. Gallagher y Greenblatt citan un pasaje donde Foucault habla del encuentro con documentos relativos a la vida de figuras singulares, cuya intensidad deseaba preservar intacta en su propia obra y a propósito de los cuales se preguntaba: "¿No era mejor dejarlos en la misma forma en que me habían hecho experimentarlos?" (pág. 67). El uso de la anécdota, característico del "nuevo historicista", estaba concebido para evocar un efecto similar a la extrañeza producida por el pasado, que las narrativas normalizadoras -o contextualizadoras, en términos de Ankersmit- habían integrado sin demasiado esfuerzo. 162. Cathy Caruth, Unclaimed Experience: Trauma, Nm"rative, and HistOIY, Baltimore, 1996. Caruth afirma que la "experiencia del trauma, el hecho de la latencia, parecería consistir no en el olvido de una realidad que, por cierto, nunca se conoce por completo, sino en una latencia inherente a la experiencia misma. El poder histórico del trauma no consiste únicamente en el hecho de que la experiencia se repite después de su olvido, sino que es solo en -y a través de- su olvido inherente cuando primero se lo experimenta por completo" (pág. 17). El historiador que más se ha centrado en el trauma es Dominick LaCapra, pero prefiere considerarlo como una experiencia que oculta en lugar de producir una versión de sí misma (o, en el mejor de los casos, produce un simulacro virtual de ella por parte de los futuros historiadores). Véase su análisis en Hist01Y and Readillg, págs. 62-63.
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