Reflexiones Sobre El Concepto De Barrio

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Reflexiones sobre el concepto de barrio.

Joaquín Gallastegui – Juan Galea

REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO DE BARRIO Joaquín Gallastegui Vega Juan Galea Alarcón

Sección de Geografía Departamento de Filosofía y Ciencias Sociales Facultad de Humanidades Universidad de Playa Ancha 2003

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Reflexiones sobre el concepto de barrio.

Joaquín Gallastegui – Juan Galea

“Nunca un planificador pudo imaginar cuánto pesan en una comunidad determinada los olores de sus comidas, el perfume de los árboles de su entorno, la gratificación visual de la cima de una montaña o, simplemente, hablar a gritos desde la calle hacia un balcón con ropa tendida”. David N. Bilenca (1999)

INDICE

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Reflexiones sobre el concepto de barrio.

Joaquín Gallastegui – Juan Galea

Introducción....................................................................

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I.- El sentido de lo local................................................

10

II.- Términos relacionados con la espacialidad urbana......................................................................

13

III.- Diferentes definiciones de barrio........................

30

IV.- El método regional como modelo para analizar el barrio..................................................

40

V.- Concepto de comunidad y asociación...................

69

VI.- La Teoría de Kevin Linch.....................................

79

VII.- Geografía de la Percepción.................................

86

VIII.- Geografía de Género..........................................

90

IX.- Conclusiones y/o reflexiones finales....................

94

Bibliografía...................................................................... 128

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Introducción

En la última década,

los diferentes investiga-

dores sociales en sus variados ámbitos, se han interesado y han retomado el análisis y tratamiento de conceptos como es el de territorio, región y lo local, apareciendo el fenómeno espacio, no sólo como un mero contenedor de población y recursos, sino como un factor dinámico y sostén de una multitud de nuevas relaciones humanas. Ésto se fundamenta en los procesos contemporáneos que sé estan sucediendo en la sociedad, como es el fenómeno de la reestructuración del capitalismo, la globalización, la revolución tecnológica de las comunicaciones y las nuevas formas de producción, en otras palabras un cambio en las relaciones humanas y un cambio en los conceptos de espacio global y espacio regional, apareciendo dicotomías tan complejas como lo global y lo local, lo subnacional y lo supranacional, lo centralizado y lo descentralizado, el desarrollo económico y el desarrollo social sustentable. Todo esto a planteado nuevos desafíos con relación a las formas de analizar las políticas públicas y los instrumentos a usar, para poder superar el subdesarrollo, para dar

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paso a un crecimiento sustentable y superador de los desequilibrios territoriales, ya sea a nivel mundial, como a nivel de región o de ciudad, apareciendo ésta última como uno de los fenómenos políticos, administrativos, sociales y económicos más importantes en contraposición a la importancia relativa de los diferentes Estados. Características de esta nueva era, la “de la información y la globalización” es la revalorización del concepto de la ciudad-estado (Roccatagliata, 2001), debido a que vivimos más que nunca en un mundo urbanizado y que la economía globalizada se estructura, espacialmente, en torno a las redes de ciudades. Hoy en América Latina aproximadamente el 70% de la población vive en las ciudades y en países como Chile y Argentina un poco más del 80% y como lo indica Rabinet (1997) hay más de 50 ciudades en nuestro continente que tiene más de un millón de habitantes y siete que sobrepasan los cinco millones de habitantes. Estébanez (1995) define una ciudad como un subsistema espacial abierto y finito de la geosfera, el cual se caracteriza por una forma material (morfología urbana) por las interacciones funcionales que se producen en él y por estar sometido a un incesante cambio. Toda ciudad puede estudiarse desde el punto de vista de la Geografía Urbana, por su forma, por sus funciones y sus transformaciones históricas, incluso sintetizando estos tres componentes, subrayando preferentemente los aspectos espaciales, como lo edificado, las características socioeconómicas de sus habitantes y su forma de percibir y manifestarse. Ante todo lo planteado, más la creciente tendencia de nuestro país, como objetivo a nivel nacional y de toda América Latina a la democratización, la descentralización, la superación de la pobreza y el valor de la experiencia de los ciudadanos, nos lleva a la revalorización de conceptos tales como

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lugar, pertenencia, localidad, identidad cultural, territorialidad, equidad, sustentabilidad ambiental, solidaridad ciudadana, etc., es que nos motiva para realizar el presente trabajo exploratorio, de tipo bibliográfico, conceptual y teórico, el cual sólo pretende ser un estudio reflexivo del territorio local y la ciudad, en especial con una orientación hacia la gestión, manejo, políticas de gobernabilidad y al desarrollo sustentable de los mismos, para lo cual creemos necesario centrarnos en el concepto de barrio como unidad de análisis, basándonos en José Estébanez (1995) que lo denomina “como noción básica de diferenciación del espacio urbano”, tratando de verlo desde sus distintas concepciones, criterios de delimitación, perspectivas y sus multiples posibilidades, así como su importancia en los objetivos ya planteados. Reconociendo la importancia que tienen y tendrán las ciudades y los gobiernos locales en el desarrollo del país, es que en el año 1997 la Municipalidad de Santiago organizó el Seminario “las Ciudades en el Desarrollo Nacional: Desafíos para un Buen Gobierno”, donde se presentaron en forma específica las experiencias de las ciudades de Toronto, Curitiba y Buenos Aires, en relación a la competitividad internacional, la promoción del desarrollo económico y social, la planificación y gestión estratégica, las que sirvieron de base para el debate, en el cual no solo participaron los alcaldes de las ciudades en cuestión, sino que también parlamentarios y presidentes de los principales partidos políticos chilenos, así como algunos ministros de Estado. Es en este encuentro donde se reflexiona en forma crítica, en políticas para fomentar las ciudades eficientes, sustentables, competitivas y amables para la vida de las personas y el desarrollo nacional. En este apartado, cabe destacar y aclarar lo que en la actualidad podemos entender por ciudades sustentables, pensando en que éstas son la meta que podemos o “debemos”

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lograr con la participación y la conciencia ciudadana. Como dice El Correo de la UNESCO, de Marzo de 1977 (Bilenca, 1999) el impacto cero no existe en nuestro planeta, de ahí que debamos tratar de solucionar paulatinamente, pero en forma constante en la solución de los problemas ambientales. Lo sustentable en una ciudad está dentro de cada uno de nosotros, al no arrojar desperdicios en la vía pública, el ahorrar energía eléctrica, gas o agua, al respetar y defender los espacios verdes y sobretodo respetándonos y procurando una mejor distribución de los recursos, así estaremos al borde de los umbrales de la sustentabilidad. Pero también la sustentabilidad depende de las organizaciones territoriales y los grupos sociales organizados, en relación a la contaminación a escalas mayores como es la emisión de contaminantes atmosféricos a través de las industrias, la locomoción, el problema de la basura, la contaminación estética visual y sonora, etc. La gestión adecuada de una ciudad exige la adopción de políticas que tengan por objetivo la viabilidad social, es decir, que puedan llevarse a cabo. Es el hilo conductor de uno de los proyectos del programa MOST “Hacia una ciudad socialmente sostenible” (www.unesco.org/most), el cual apunta a crear un contexto propicio a la participación de grupos cultural y socialmente diferentes, y al mismo tiempo a estimular la integración social y mejorar las condiciones de vida de todos los sectores de la población. Gustavo Beliz (1997) en su libro “Guía práctica ecológica urbana” nos dice que en sus orígenes, “política” era el arte de ordenar la “polis”, es decir, la ciudad. El mejor político es entonces el mejor ciudadano: quien más amaba y, por ello, cuidaba ese espacio común que compartía junto a cientos de vecinos. Hoy el desafío es volver a construir una ciudad que dignifique al hombre y no lo destruya. Las grandes utopías de igualdad, libertad, desarrollo, se empiezan a construir en las

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pequeñas utopías cotidianas. En la lucha silenciosa por hacer de las ciudades un hogar donde podamos edificar una convivencia verdaderamente humana. De ahí que sea necesario recuperar el valor de lo sencillo y lo cotidiano, como punto de partida para encontrar salidas comunes a otros graves problemas, tales como la falta de equidad social, el desempleo o la necesidad de una justicia independiente. Hay que hacer de la política un hecho educativo. Si bien es cierto el término “barrio” es polivalente, confuso y la mayoría de las veces, omnicomprendido de realidades diferentes, lamentablemente, es uno de los más comúnmente utilizados, tanto por legos como por expertos. Es uno de los más imprecisos que haya tenido que manejar el sociólogo, el urbanista o el geógrafo, por lo cual, debe ser y es necesario, analizarlo desde sus diferentas significados, ya que es un concepto muy importante para comprender por un lado y por otro lograr, la convivencia de los hombres, para con ello fomentar una serie de valores, tan importantes como son la equidad, el respeto, la dignidad, la convivencia, la solidaridad, la tolerancia, la libertad, la democracia, haciéndonos más humanos en un medio urbano, tan complejo, tan cambiante, tan vigente, muchas veces muy agresivo e impersonal, aunque sí, tan necesario y con mucho futuro, más aún en esta época en que las relaciones humanas son cada vez más complejas, difíciles, mediáticas y globalizadas. Para este estudio tendremos presente que existen cuatro espacios que comparten el mismo territorio y el mismo tiempo, según lo planteado por Juan Roccatagliata (2001) como es el espacio físico, propio de las interrelaciones entre las esferas bióticas y abióticas, como un sistema natural; el espacio construido de las actividades, las funciones, los asentamientos y el intercambio; el espacio organizado política y administrativamente con sus respectivas jurisdicciones y por último, el espacio del

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hombre aquel que es percibido y vivido por los individuos y la sociedad, o sea, el espacio histórico, el de los valores, el del arraigo y de la identidad, siendo éste el considerado como el más importante en el presente estudio. Es así como tendremos presente, los planteamientos de la Geografía Urbana y la Sociología Urbana, el método de la Geografía Regional como modelo de referencia, así como los planteamientos generales de la Geografía de la Percepción, donde destacaremos en forma especial, la teoría perceptiva del urbanista norteamericano Kevin Lynch, con sus elementos estructurantes del espacio urbano y algunas referencias a la Geografía de Género, todo ello orientado en la construcción de los lugares. También, queremos decir, que aparte de ser una investigación exploratoria, es una investigación básica, ya que procura formular generalizaciones en base a conceptos y definiciones, entendidos los primeros como nociones o ideas generales y abstractas, como construcciones lógicas y las segundas como una proposición que se expone, tratando que sea con claridad y exactitud, los caracteres genéricos y diferenciales de una cosa material o inmaterial. Ambos para expresar un hecho o fenómeno de la realidad. Haggett (1988), plantea tres enfoques distintos para abordar un problema geográfico, como son el análisis espacial, que estudia la variación locacional de una propiedad importante o de una serie de propiedades; el análisis ecológico, el cual interrelaciona las variables humanas y ambientales e interpreta sus relaciones y por último, el enfoque del análisis regional, en el que los resultados de los análisis espacial y ecológico se combinan y donde se identifican unidades regionales apropiadas a través de una diferenciación de área. En base a esta

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presentación teórica, es que usaremos como modelo o paradigma de comparación, el de la Geografía Regional y lógicamente, basándonos en forma especial en la Sociología urbana, entendida ésta como la investigación sistemática de los hechos en relación con la colectividad de los seres humanos y el medio en el cual viven. Por último, presentamos el capítulo de las conclusiones y reflexiones finales, tratando de fundamentar el sentimiento de barrio a través de los elementos y factores que creemos más importantes en su conformación, destacando de ellos la escuela básica, el papel de la mujer y los nuevos conceptos y programas educativos que ayudan a la formación de la identidad territorial.

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I.- El sentido de lo local

Como

sabemos, la división del espacio correspondiente a un ente político se subdivide en entes menores, a los que también se les atribuyen territorios propios, así el Estado chileno está organizado territorialmente en regiones, provincias y comunas. Siendo esta última, lo cual también se designa por el término de local o localidad o entidad local, la unidad políticoadministrativo que constituye el eslabón básico de la organización territorial y que en gran parte corresponde al territorio urbano. Cabe destacar, que “lo local” o “el gobierno local” es una expresión de carácter muy amplio, capaz de abarcar diversos niveles de la administración política por debajo del nivel de nación o Estado (Ediciones Nauta, 1984). Si bien es cierto estas últimas entidades, presentan autonomía para la gestión de los intereses de la colectividad correspondiente a través de una administración descentralizada, carecen de potestad legislativa, siendo la Municipalidad, la institución política de personalidad jurídica y de plena capacidad para el desempeño de sus funciones. Así, el territorio, la población y la organización política-administrativa son los elementos constitutivos de este territorio, siendo el primero el ámbito hasta donde llega su jurisdicción, o sea, el municipio o término municipal, el segundo los ciudadanos y el tercero la Municipalidad. Gracias al proceso de democratización del país se ha ido propugnando un desarrollo en el poder local, así las entidades locales han ido desarrollando una gestión cada vez más eficaz, basándose en los principios de autonomía, descentralización y participación. Todo esto, con el fin de acercar al ciudadano a los centros de decisión y apareciendo como el necesario contrapeso al poder del aparato estatal, convirtiéndose en la célula básica de la

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democracia, para lo cual es cada vez más necesario un progresivo traspaso de competencias y recursos del Estado, ya que la gestión local debe ir acompañada de los medios financieros y técnicos adecuados que doten a los municipios de una verdadera autonomía, tanto de decisión como de posibilidades de ejecución. El Municipio es la escuela de la democracia, ya que la planificación participativa debe recoger los programas de actuación, en función de unos objetivos prefijados y permitir el control posterior de la actuación municipal por parte de los ciudadanos. De ahí que sea necesario crear los medios y los instrumentos para interesar a todos los ciudadanos en la vida política local, ya que, por lo general, existe una cierta pasividad y desinterés ciudadanos por estos temas, lo cual en nuestro país, ésto tiene una causa histórica, como es el período centralista del régimen militar y de un sistema económico-social que ha provocado una situación de alienación e individualismo social. Es necesario contrarrestar esta larga etapa de inactividad ciudadana, con una práctica democrática orientada hacia los principios de autogestión, siendo una de las formas para lograrlo, el dar a conocer las funciones, los medios que dispone la institución, los objetivos de los proyectos y de los diferentes planes de todo tipo, a través de la información, de reuniones públicas y, en especial, a través de la educación cívica, con un lenguaje claro y ágil, evitando así, la política de hechos consumados. Debe existir la planificación global, pero es imprescindible que se conozcan el por qué y el cómo de cada objetivo y de los instrumentos a utilizar. Se trata de ganar competencias y recursos y distribuirlos hacia la base. Cabe destacar, además, que hay una serie de servicios que pueden ser gestionados, organizados y realizados por los propios ciudadanos afectados, en un marco de obligaciones

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establecidas por el Municipio, quien los debiera subvencionar, como parte de lo que se denomina iniciativa popular, como son los servicios sanitarios, culturales, deportivos, asistenciales, educativos, etc. De ahí la necesidad de la formación de movimientos urbanos denominados asociaciones ciudadanas o de vecinos (juntas de vecinos), de carácter autónomo y activo, ya que éstas organizaciones son la base de la democracia local, son las que le dan a los ciudadanos el no sentirse solos, sentirse solidarios e identificados y comprometidos con su territorio y su gobierno. Para fomentar este sentimiento de propiedad y responsabilidad con el territorio es necesario la creación de núcleos territoriales menores, como pueden ser los distritos municipales, haciéndolos coincidir espacialmente, con las naturales agrupaciones de barrios y las, antes mencionadas, asociaciones de ciudadanos, apareciendo así, entidades de convi- vencia y organización de mayor incidencia de las ciudades. Recordemos que el gobierno municipal es un todo indivisible, ya que la ciudad no es la suma de los diferentes barrios o sectores, ni el pueblo la suma de sus ciudadanos, sino es el acuerdo político general sobre la vida social de cada día y sobre las necesidades colectivas más inmediatas.

II.- Términos relacionados con la espacialidad urbana

Para

entender el concepto de barrio es necesario aclarar algunos términos relacionados con la espacialidad urbana, las cuales, muchas veces son usadas como sinónimo o términos afines del concepto o nos llevan, otras tantas, a la confusión, tales como área, zona, sector urbano, polígono, enclave, localización, lugar, sitio, territorio, distrito, suburbio,

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entorno y por último, conceptos más específicos, como son la unidad vecinal y las organizaciones comunitarias en general. Destacando que de todos ellos, los más importantes para este estudio son los de lugar y territorio, de ahí que nos extenderemos más en su tratamiento. 1.- Área. Según Whittlesey (1960) el término es casi universalmente conocido para designar una porción geométrica del espacio terrestre, sin ninguna deducción de homogeneidad y cohesión. Para Hagget (1988) el término de área es sinónimo de extensión o espacio lisa y llanamente, expresado normalmente en términos de la superficie terrestre. 2.- Zona. En general, es una división de la superficie terrestre con criterios astronómicos, relativa a las franjas circunplanetarias entre los paralelos de mayor significación, o sea se califica de zonal un fenómeno fundamentalmente enmarcado por los Trópicos, Círculos Polares y el Ecuador terrestres. El Grupo Aduar (2.000) identifica el término con una utilización más reciente, derivada de la planificación física, designando con el cualquier parte del territorio delimitada con la precisión necesaria y a que tiene asignado un régimen de uso o gestión propio. A partir de este concepto aparece el término zonificación, zonación o Zonning, este último, término de origen anglosajón, pero muy usado en la bibliografía castellana, el cual significa el acto administrativo con fines de planificación urbanística para establecer zonas, a las que se atribuyen regímenes diferentes. Es la división del territorio planificado en zonas con distintos tratamientos. En otras palabras, la zona es sinónimo de franja. Sagredo (1984) al referirse al urbanismo, dice que el término de zona es empleado a veces como división o un sector determinado del complejo urbano y en otras para delimitar el ámbito de proyección de una ciudad. De ahí que se

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hable de zona de bancos, zona de paqueterías, zonas de almacenes y como indica Alomar (1961), zona de tugurios (en inglés correspondiente al término slum), que es aquella zona urbana densamente poblada por gente que viven en condiciones físicas por debajo de las que en nuestra época se consideran normales. La mayoría de las veces son zonas no marginales, sino que se ubican en zonas centrales y que con el tiempo se han transformado en zonas deterioradas o zonas de decadencia urbanística (blighted áreas) debido a circunstancias económicas o sociales. Aronovici (1965) dice que zonificación es el control organizado por parte del Municipio, del uso del terreno, público y privado, en interés general, mediante la subdivisión del área total de la ciudad y la divide en dos tipos: Las zonas de uso que señalan los emplazamientos para los edificios construidos con distintas facilidades (industria, comercios, residencias, hospitales, etc.) y las denominadas zonas de volumen que se definen según la superficie edificable y altura de los edificios a construir en las mismas (zona de edificios aislados, de edificación extensiva o de edificios de menos de tres plantas). 3.- Distrito. En algunos países europeos, como es el caso de España, es una circunscripción político-administrativa urbana y su delimitación le compete, exclusivamente, a los Ayuntamientos (Municipios). Su composición, organización y ámbito territorial se establecen en un reglamento regulador. En cambio en nuestro país son circunscripciones, con una extensión determinada por la cantidad de población, abarcando a veces varios barrios, siendo usado como delimitaciones espaciales para uso electoral y censal, apareciendo como la base para la estadística de la comuna o ciudad y como parte de un sistema a nivel regional y nacional.

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Según Pilar Rodrigo (2000) el distrito es una división administrativa del espacio urbano con fines estadísticos y electorales. Es una unidad padronal, sección censal o distrito censal, el cual debe contar con unos determinados umbrales de población, así como un determinado nivel de densificación, lo cual es competencia municipal. También indica que esta delimitación espacial administrativa no se corresponde con la percepción que el ciudadano tiene, como del entorno en el que vive. Para Aronovici (1965) un distrito es la demarcación más o menos extensa, resultado de la subdivisión de una región o ciudad, establecida con el fin de facilitar la administración y gobierno. Contrariamente al barrio, no tiene personalidad social ni valor natural y constituye únicamente una entidad administrativa. Alomar (1961) nos dice que la unión de tres o cuatro barrios, pueden constituir un distrito, pero que éste será siempre una realidad puramente administrativa y nunca una realidad social. Nos dice, además, que es una demarcación más o menos extensa, resultado de la subdivisión de una región o ciudad, establecida con el fin de facilitar la administración y gobierno. Contrariamente al barrio, no tiene personalidad social ni valor natural y constituye únicamente una entidad administrativa. 4.- Sector urbano. Se denomina así a la parte de la ciudad, la cual se distingue o individualiza por sus características físicas o funcionales, aunque cabe destacar que es un término más técnico, asociado a la división del espacio clasificado como suelo urbanizable programado para el desarrollo de los planes

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parciales, en unidades homogéneas. Su perímetro está determinado por situaciones de planeamientos preexistentes, por sistemas generales de comunicación, por espacios libres o elementos naturales previamente definidos por el planeamiento general (Grupo Aduar, 2000). En la planificación urbana la determinación de sectores es denominada como zonificación, a pesar de la diferencia conceptual de los términos. Recordemos el modelo de la estructura urbana de Homer Hoyt presentado en 1939, denominado teoría de los sectores, usando el término de sector para diferenciarlo y contraponerlo al modelo de W. Burgess, denominada teoría de las zonas concéntricas, que planteaba el crecimiento de la ciudad a través de áreas o franjas concéntricas, destacando que cada sector le corresponde distritos caracterizados socialmente (López, 1987). Cabe destacar que en el lenguaje común, el concepto de sector es usado como sinónimo de barrio o de zona, de ahí que nos referimos al “barrio chino”, “barrio del puerto”, “barrio de los Bancos”, “barrio comercial”, etc. lo cual indica que la determinación de éstos, es sólo de tipo funcional en cuanto al uso del suelo. 5.- Polígono. Es un espacio periférico urbano y metropolitano, con delimitación precisa y notable homogeneidad interna en usos y volumetría, producto del planeamiento urbanístico y de estrategias territoriales y sectoriales más amplias, según su uso se denominan polígonos industriales y polígonos residenciales. Los primeros también son denominados parques tecnológicos y son espacios destinados a acoger industrias productivas en combinación y desarrollo tecnológico, en cambio los segundos son concentraciones de bloques residenciales, entendidos éstos como edificios aislados con un cierto desarrollo en altura, pero

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que no siguen una orientación con una línea de calle (Grupo Aduar, 2000). 6.- Enclave. Se define así a un espacio o lugar, en general, poco accesible o aislado y, con mayor precisión, territorio o fragmento de él incluido en otro de mayor extensión con características diferentes, ya sean políticas, administrativas o geográficas. Es la parte del territorio, incrustada en una circunscripción político-administrativa ajena a la que le corresponde. Obedecen, en unos casos, a causas históricas y en otras a razones geográficas o meramente patrimoniales de las entidades locales; a razones económicas o de otra índole, entre las que no debe descartarse las atribuidas a simples errores cartográficos (Aduar, 2000). 7.- Localización y lugar. Se entiende por localización la posición particular o lugar de un punto o espacio de la superficie terrestre. Al igual que la noción de espacio, su significado es bastante abstracto. Toda región debe tener una posición concreta en la superficie terrestre, la cual se expresa a través de las coordenadas geográficas, para lo cual, al ser una superficie y no un punto, se necesitan dos paralelos y dos meridianos que la contengan. Estos también son la base para la localización de puntos y subáreas de la región. Según Haggett (1988) “el especificar exactamente las localizaciones es una de las reglas más importantes del juego geográfico”. El Grupo Aduar (2000) considera como sinónimo de localización el término situación o emplazamiento, definiéndola como ubicación de cualquier hecho geográfico con relación a otros de significados espaciales similares, en el caso de la ciudad, respecto a otros núcleos de población. Según el Grupo Aduar (2000) localización es el lugar que ocupa un hecho o un objeto determinado. El

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significado de este vocablo se suele dividir en dos enunciados complementarios: localización en el sentido de posición exacta de cualquier elemento expresado en coordenadas o georreferenciado y localización como acto de localizar, de llevar a un área o a un punto una actividad, un conjunto de personas, una infraestructura. Toda localización es al mismo tiempo singular, única e irrepetible y generalizable, y está íntimamente relacionada con los de situación y emplazamiento. Y lugar es el sitio, área o espacio concreto con unas características propias que permiten diferenciarlo de los demás. El lugar tiene una localización precisa y presenta una forma, estructura y utilización particular. Su rasgo distintivo deriva de la valoración y significado que le conceden las personas, por lo cual éste puede existir a muy diversas escalas, que van desde una esquina o un monumento hasta una región o espacio muy amplio, pasando por cualquier tipo de entidad habitada (aldea, pueblo o ciudad). Todo barrio al ser un espacio y no un punto, y por las características o cualidades que la definen como tal, presenta un contenido, de ahí que el concepto de lugar no sólo se puede entender como localización concreta y como concepto abstracto, sino que se confina a una localización identificable sobre la que cargamos ciertos valores. En otras palabras y como lo plantea Haggett (1988) una localización se convierte en un lugar cuando nos damos cuenta de que posee un cierto contenido de información y muchas veces el contenido es un hecho físico y en otras es una experiencia humana. Recordemos que Emmanuel de Martonne (1964), al igual que otros geógrafos, tratando de clarificar el concepto de Geografía en su libro “Tratado de Geografía Física”, habla de los denominados principios geográficos, en el sentido

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de unas características o supuestos que presentan los hechos analizados por los geógrafos, dentro de los cuales encontramos el principio de localización, el cual plantea que cualquier hecho geográfico se da en un punto determinado, en un lugar de la superficie terrestre y el principio de extensión, que dice que los fenómenos geográficos de extienden y predominan en una determinada área (Vilà, 1983). Cabe destacar que estos dos principios fueron enunciados por primera vez por el alemán Federico Ratzel (1844 – 1904). El término situación, al igual que la palabra espacio es bastante abstracto cuando se le compara con el término lugar. Para Hagget (1988) lugar significa también una posición particular sobre la superficie de la Tierra, pero, en contraste con la localización, ya que no se utiliza en un sentido abstracto sino que se confina a una localización identificable sobre la que cargamos ciertos valores. Según Bailly (1992), desde el punto de vista del espacio absoluto, un lugar se considera un punto de la superficie terrestre definido por su latitud y longitud y nos dice, incluso, que nada impide añadir la altitud si se considera útil realizar un estudio en tres dimensiones, o una cuarta dimensión como es el tiempo. Así una localización es la posición en latitud y longitud, pero se convierte en lugar cuando ésta localización posee un cierto contenido de información, ya sea física o humana, como por ejemplo que en ese punto se encuentre, simplemente un monte destacado. El Grupo Aduar (2000) define lugar como sitio, área o espacio concreto con unas características propias que permiten diferenciarlo de los demás, poseyendo una localización precisa, presentando una forma, estructura y utilización particulares. Su rasgo distintivo está dado por la valoración y el significado que le conceden las personas. La escala de un lugar

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puede variar desde una esquina o monumento, hasta una región, pasando por cualquier entidad habitada. Desde el punto de vista de la percepción individual, o sea, la única de cada persona y cambiante con el paso del tiempo, se presenta fundamental en la definición de algunos espacios como lugares, ya que se le dota de un contenido específico. Es así como llegamos al sentido de lugar lo que se denomina genius loci, que es la expresión que pone de manifiesto la relación cargada de significación que se establece entre una comunidad y un sitio ligado a su devenir. Así el lugar se relaciona directamente con identidad local. Heidegger (Juan de las Rivas, 1962) se refiere a la idea de reunión para articular el significado de construir y el de lugar y dice “El construir es hacer presente, es hacer presente una cosa que reúne un mundo, y en virtud de la cual una situación tiene lugar”, según él un lugar es un espacio concreto, revestido de forma a partir del proceso creativo que es el construir. Para Bollow (Juan de las Rivas, 1962) el espacio no es abstracto, sino la conciencia de un espacio concreto y disponible para la acción concebido como espacio intencional referido al hombre como sujeto. Así el espacio puede ser nombrado, o sea, un lugar. El espacio puede ser descrito como sistema de relaciones y, originariamente, como sistema de caminos y lugares, de tal forma que sin olvidar el sentido básico de la relación entre hombre y espacio que encierra el habitar. La idea de lugar destaca el carácter que éste ha alcanzado en su configuración y comprensión por el hombre a lo largo del tiempo. El lugar percibido como paisaje, está ligado a la historia como el acontecer que así lo ha configurado, sentido desde su identidad, en el haber llegado a ser lo que ahora es y que podemos reconocer como tal.

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Jean-Robert Pitte (1996) define el lugar “como un espacio vivido y percibido por el hombre, es aquel apropiado para su cuerpo, para sus sentidos. El barrio, la plaza y la calle son espacios hechos para recorrerlo, para caminar y que dan contenido a lo cotidiano y significativo a través del uso”. Para Carlos (1996) el lugar es el espacio apropiado para la vida y básicamente es el barrio como espacio inmediato de la vida, de las relaciones cotidianas más finas, o sea, las relaciones de vecindad. Son lugares que el hombre habita dentro de la ciudad, ya que ésta última sólo puede ser vivida parcialmente, son lugares que el hombre habita, es un espacio referido para lo cotidiano y a su modo de vida, donde se mueve, trabaja, pasea ociosamente, es la forma como el hombre se apropia y que va ganando un significado dado por ese uso. El proceso de territorialización es la necesidad de establecer un lugar, centro que el hombre ha de crear y defender de lo que pueda destruirlo. El lugar es “nuestra casa”, la cual queremos, cuida- mos, ordenamos y defendemos, por el sentimiento de propie- dad o pertenencia, es lo que denominamos “la casa chica” o “la patria chica” (Gallastegui, 2000). Recordemos lo que nos plantea el geógrafo norteamericano Yi Fu Tuan (Zárate, 1991) sobre los lugares urbanos, los que nos pueden despertar sentimientos de topofilia o simpatía, de topolatría o sentido reverencial o mítico, de topofobia o aversión, rechazo o miedo y de toponegligencia o desinterés, cuando el lugar carece de personalidad. Ante el concepto de lugar se presenta el de “no lugar” o “placeless” el cual se caracteriza por falta de identidad, de vínculos, de historia y geografía. Es una homogeneidad traumatizante, una ausencia de lo comunitario; es

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la no-participación o no-influencia del habitante en la elaboración de su habitat; es la pérdida del sentimiento de arraigo y ligazón entre sus congéneres y su medio. Según Diana Durán (1996) “en oposición a la noción humanística de ‘lugar’ con que siempre trabajaron los antropólogos y los geógrafos, aparecen los ‘no lugares’, espacios ilocalizables, dispersos, difusos... como son las instalaciones para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales... La circulación es la característica de los no lugares, todo lo contrario a la noción de arraigo”. 8.- El sitio. Es un lugar determinado en el que se emplaza algún hecho, destinado a un uso, actividad o función o simplemente utilizado como referencia de localización. 9.- El territorio. El Grupo Aduar (2000) define a un territorio como un espacio geográfico en sentido amplio atribuido a un ser individual o a una entidad colectiva. El reconocimiento de las diferenciaciones espaciales, figura en todas las disciplinas relacionadas con los aspectos que varían de acuerdo con el medio, en la superficie terrestre y en especial en la disciplina geográfica. Así, cada disciplina que trata de una especie de procesamiento o de grupos de procesamiento, da atención a los respectivos fenómenos, de acuerdo con su asociación en determinado medio, lo cual es conocido por ecología, o sea, como “el estudio de la casa”. En general y especialmente desde el punto de vista de la Biología, es la adscripción de un individuo o una especie (vegetal o animal) como ámbito de expansión o localización, o como el espacio marcado para ser utilizado de forma exclusiva como habitat. Desde este punto de vista el

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concepto se relaciona estrechamente con la noción de dominio, ya que una vez demarcado el territorio, se establecen límites que son expresamente defendidos. Esto es en relación al concepto en general, pero en lo relacionado a los hechos humanos, el término, abarca un poco más y toma otro sentido, además del espacio adscrito y vivido, es el espacio que por estas características, se transforma en un espacio manejado, adaptado a las necesidades al grupo social que lo ocupa y lo transforma de acuerdo con sus necesidades, o sea, se produce un proceso de territorialización. A partir de ahí, el espacio ocupado se transforma en un ámbito demarcado y atribuido a un ente político que requiere ser administrado o gobernado unitariamente, apareciendo así, el territorio que pasa a tener un valor fundamental en la definición del Estado, junto con otros elementos como la lengua, la historia, la cultura y las normas comunes de convivencia. Así es como aparecen las denominadas unidades territoriales que corresponde a la división de un territorio en partes a efecto de su estudio, gestión, planificación y ordenamiento. La distinción de estas unidades, se realiza a través de diferentes criterios, como son rasgos constitutivos diferenciadores de ellas o integrando áreas que se complementan, o sea, a través del criterio del método regional. Unido al concepto de territorio, aparece el término de territorialidad entendida ésta como la necesidad de espacio que tienen los individuos y los grupos por razones de identidad, seguridad, protección y estímulo (Grupo Aduar, 2000). Ésta es una necesidad propia de todos los seres vivos (concepto propio de la Etiología) y en forma especial, es propia de la naturaleza humana. Es el sentimiento de pertenencia territorial o sentido de lugar, o sea, es un sentimiento asociado a ciertos territorios específicos considerados de diferentes escalas, como exclusivos de sus ocupantes y donde se producen

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relaciones espaciales por inclusión o rechazo a ese espacio o grados de vinculación. Este sentimiento produce comportamientos de defensa u hostilidad cuando la identidad y la seguridad se estiman amenazadas. Las escalas de territorialidad, son variadas, yendo desde el espacio personal, habitacional, barrio, ciudad, región, hasta el ámbito estatal, y a veces, incluso continental, como es el caso del sentimiento de lo latinoamericano. De más está decir que este sentimiento de territorialidad es muy importante en la temática del barrio, la ciudad o lo local, ya que fomentan el localismo, lógicamente a diferentes escalas, pero en especial en ámbitos menores, por su relación de experiencia directa y familiaridad, que promueven la participación social en actividades colectivas, ya sean festivas o de reivindicación. Por todo lo anteriormente dicho es que aparece un nuevo concepto como es el de cohesión territorial, que si bien es cierto, es la unión entre las partes diferenciadas, desde el punto de vista físico, opuesto a fragmentación en relación a un espacio geográfico delimitado políticamente, presenta un sentido más amplio, como es evitar la disgregación entre las partes, evitando, a través de ciertas políticas, los llamados desequilibrios o desigualdades territoriales entre las partes de un mismo territorio, fomentando la articulación territorial, o sea, la relación adecuada y equilibrada entre los elementos, no sólo de tipo físico, sino también con un significado más amplio como es lo social o lo político. Randle (2000) nos indica que lo territorial no habla de la tierra en sí misma, sino de la relación hombre-tierra, de la interacción mutua y del territorio modificado por el hombre. La Tierra virgen, la anecumene, no interesa a la problemática territorial. El territorio es siempre un espacio

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habitado, vivido, por lo tanto histórico, cultural. De ahí que lo territorial sea un hecho complejo donde se incluyen factores biológicos, económicos, sociales, políticos, culturales y hasta psicológicos. De todos los fenómenos humanos que tienen lugar en el territorio, la urbanización y su expresión esencial, la ciudad es sin duda el principal, por sus múltiples y complementarias funciones que se producen en ella. 10.- Suburbio. Agrupaciones importantes de casas y población próximas a la ciudad, núcleos pertenecientes al mismo término municipal que la ciudad principal y núcleos vinculados a otros municipios, dentro o más allá de los límites administrativos de las áreas metropolitanas en el caso de las grandes aglomeraciones (Zárate, 1991). Para el Grupo Aduar (2000) el concepto es sinónimo de un barrio o arrabal cercano a la ciudad, pero que incluye una concepción peyorativa, refiriéndose a las malas condiciones materiales y sociales existentes en ellos. Se relaciona con barriada, chabolismo, poblaciones callampas, urbanización marginal. El término arrabal (aunque ya en desuso), proviene del Medioevo, como un lugar extremo de una población que se encontraba fuera del recinto fortificado. Recordemos el término argentino arrabalero como marginal y extraciudad. Alomar (1961) define suburbios como zonas de la ciudad situadas en la periferia de la misma y caracterizadas por su urbanización y su socialización improvisadas y elementales. Son deficientes urbanística (falta de servicios urbanos básicos) y socialmente (falta de cohesión social y de equipamiento) y sus viviendas son inadecuadas con caracte- rísticas de tugurios (en inglés slums).

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11.- Entorno. Sinónimo de contorno. Es el espacio que rodea a un hecho cualquiera. Desde el punto de vista del patrimonio histórico es el ámbito inmediato a un monumento, un bien de interés cultural o un conjunto histórico, el cual merece un tratamiento de protección por sus valores ambientales. Este concepto es de difícil delimitación espacial. Son zonas de respeto consideradas como zonas frágiles en el proceso de crecimiento urbano (Grupo Aduar, 2000). 12.- Habitat. La Ecología (del griego oikos: morada) trata, en general, del estudio de los seres vivientes, considerados, no aisladamente, sino en relación con su habitat. Entre los seres humanos que viven en un determinado territorio, poseyendo un conjunto de creencias y costumbres (cultura espiritual) y de instrumentos (cultura tecnológica) y que explotan los recursos naturales mediante una división social del trabajo, se desarrollan los fenómenos biológicos de la competencia y de la lucha por la existencia, si bien dentro de un orden humano, en el cual la libertad individual viene limitada o condicionada por ciertas reglas. Como resultado de estos fenómenos se produce una relativa estabilización, que no se alcanza hasta haberse adoptado los distintos individuos a su habitat, es decir, haberse creado una forma de vida en común que es la comunidad biológico-social. De ahí que desde el punto de vista de la Biología podemos definir el habitat como la localidad y ambiente en los cuales vive y se desarrolla alguna especie determinada de animales y plantas. El habitat humano, en el sentido más general, es el medio ambiente dentro del cual vive la especie humana, incluyendo en él, no sólo el medio físico, sino también, el medio social. La especie humana es la única especie cuyo habitat se extiende por toda la Tierra, debido al hecho de que es el hombre, el único ser viviente que sabe crear su propio habitat (Alomar, 1961).

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13.- Organizaciones Comunitarias. La ley N° 16.880 de agosto de 1968, define a las Juntas de Vecinos (Manual de Gestión Municipal, 1992) como “organizaciones comunitarias territoriales representativas de las personas que viven en una misma Unidad Vecinal, tanto urbano como rural”, definiendo esta última como “el territorio dentro de la comuna o agrupación de comunas en el cual tienen su ámbito de competencia de Juntas de Vecinos y Centros de Madres que se constituyan, debiendo considerar su continuidad física y rasgos comunes de las necesidades de la población”, correspondiendo “al pueblo, barrio, población, sector o aldea en que viven los vecinos, es decir aquel territorio que constituye su fundamento natural de agrupación”. Estas Organizaciones Comunitarias se mantuvieron a través del Decreto de Ley N° 349 del año 1974, en la cual se facultaba a las autoridades comunales la designación de sus dirigentes, terminando así con su autonomía. Este control se mantendría hasta la dictación de la Ley N° 18.893 del 30 de diciembre de 1989, dictada sobre las denominadas Organizaciones Comunitarias Territoriales y Funcionales, con personalidad jurídica. Las primeras son definidas como aquellas que tienen por objeto promover el desarrollo de la comuna y de los intereses de sus integrantes, en el territorio respectivo, y colaborar con las autoridades del Estado y de las Municipalidades, es así como encontramos dentro de esta categoría las Juntas de Vecinos, los Centros de Madres, las Organizaciones de Regantes y las Asociaciones de Propietarios . En cambio las segundas, son definidas por la Ley como aquéllas cuya finalidad es representar y promover el desarrollo de la comuna y los intereses de sus integrantes en el territorio respectivo y colaborar con las autoridades del Estado

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y de las municipalidades, es así como encontramos en esta categoría las instituciones de educación de carácter privado, los centros culturales y artísticos, los cuerpos de bomberos, los grupos de transferencia tecnológica, las organizaciones privadas de voluntariado, los clubes deportivos y de recreación, las organizaciones juveniles y otras que promueven la participación de la comunidad en su desarrollo social y cultural. Cabe destacar que el ingreso a una organización comunitaria es un acto voluntario, personal e indelegable y es requisito para pertenecer a ellas tener a lo menos 18 años de edad y residencia o domicilio en la comuna o Unidad Vecinal, según sea el caso y que una persona sólo puede pertenecer a una Junta de Vecinos y sólo a un Centro de Madres. La ley establece que el Consejo de Desarrollo Comunal, previo informe del alcalde respectivo, subdividirá el territorio de la comuna o agrupación de comunas en unidades vecinales, debiendo considerar su continuidad física y rasgos comunes de las necesidades de la población, por lo cual estas últimas son unidades territoriales.

III.- Diferentes definiciones de barrio

Uno de los mayores problemas para estudiar un barrio desde el punto de vista de la Geografía Urbana, es su definición, tanto por su identidad como por sus límites espaciales y dada su indefinición, lo más aconsejable es recurrir a la percepción subjetiva que tienen los habitantes del lugar en el que viven. A pesar de este planteamiento, debemos hacer un esfuerzo para lograr una

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definición, desde los distintos puntos de vista y los diferentes objetivos. Así, según Rodrigo en el siglo XX, los criterios de delimitación alcanzan gran variedad y complejidad, hasta el punto de que, hoy día, es difícil su definición exacta y que en la mayor parte de los casos, podemos ver como el viario es el agente responsable de la articulación y delimitación espacial de los barrios. Las grandes vías de comunicación separan manzanas que pueden adoptar un carácter unitario. Pero además nos dice, que estas delimitaciones formales, generalmente no coincide con la percepción que el ciudadano tiene del barrio donde vive. Siendo el criterio más completo, y quizás también el más complejo, la propia conciencia del ciudadano de pertenecer vitalmente a un determinado espacio urbano, al que puede llamarse barrio. Gabriel Alomar (1980) lo define como una zona interior de una población, de límites más o menos definidos, habitada por una unidad social, la vecindad, con personalidad propia. Su paralelo en la organización religiosa de los pueblos cristianos es la parroquia. En su libro “Sociología urbanística” (1961) lo define como una comunidad vecinal auténtica, que viene a formar una “familia de familias”, la cual se define por ciertas características, como son las de hallarse establecida en un sector determinado de la ciudad, de ser posible delimitado y diferenciado y en el que los contactos entre los individuos y grupos menores que lo integran son más o menos frecuentes y personales. Según Alomar, barrio es sinónimo de unidad vecinal como grupo primario (en inglés: Neighborhood unit) y dice que constituye, el concepto urbanístico-social que define cada una de las partes, más o menos autosuficientes, en las cuales se divide el moderno plan de una ciudad y que son asentamiento, cada uno de ellos, de una comunidad social o grupo primario vecinal. Dice además, que el pensamiento social contemporáneo, exige la formación de comunidades auténticamente humanas en el seno de las masas urbanas y con el

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fin de que esto pueda ser una realidad, hay que planear la ciudad como un complejo de pequeñas ciudades o microciudades, cada una de las cuales se convertirá en asiento de un grupo primario. Es decir, que la ciudad moderna debe tener una estructura polinuclear, denominado también, principio de nucleización social. Según el Grupo Aduar (2000) es la parte del núcleo urbano relativamente homogénea, con límites mas o menos imprecisos que constituye una unidad básica en la percepción de la vida urbana. Los barrios pueden estar habitados por grupos sociales con características afines y son un escalón intermedio entre la ciudad y el individuo. Estos espacios reflejan fácilmente las características y modos de vida de sus pobladores y proporcionan a sus vecinos identidad y puntos de referencia dentro de la población. Por otro lado lo define como el espacio que el individuo conoce perfectamente; el que percibe como propio y familiar y que evoca cuando habla de él, o sea, lo define a través de la dimensión de la percepción personal y social. Según Carol Aronovici (1965) el barrio es el asiento físico o estructura urbana donde se asienta la comunidad vecinal y lo define como sinónimo de vecindad¸ como microciudad, como módulo necesario para la organización de todo conjunto urbano. Dice que es un concepto urbanístico-social que define cada una de las partes más o menos autosuficientes y que cada una de ellas es el asiento físico del espíritu de comunidad, de grupos socialmente organizados dentro de los cuales son posibles la individualidad y la iniciativa. Es un sector determinado de la ciudad, delimitado y diferenciado, definido por ciertas características, como son los contactos entre los individuos y grupos menores que lo integran, sean éstos menos frecuentes y personales. Así el concepto de barrio es un sector urbano dotado

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de cierta unidad y personalidad, y asiento de una comunidad vecinal. En otro párrafo define la vecindad o comunidad vecinal como una parte o subdivisión de la comunidad urbana, establecida en determinado sector de la ciudad, definida generalmente, por ciertas características diferenciales o intereses comunes, en la cual los contactos entre individuos y grupos menores son más o menos frecuentes, íntimos y personales. Es un grupo de tipo primario formado por una gran familia de familias y constituye una importante unidad de vida social. Por último dice que el barrio constituye una ciudad dentro de otra ciudad, con personalidad urbanística propia y continente, en pequeño, de los elementos y las características de una ciudad completa. Ezequiel Ander-Egg (1995) al referirse al barrio dice que, etimológicamente, deriva del árabe barri, que significa “propio de las afuera de la ciudad, vecindad” y que es zona o espacio de una ciudad, con sus límites físicos y/o simbólicos. El término hace referencia a cada uno de los sectores en que se divide un pueblo o ciudad y que no coincide necesariamente con la división administrativa. Dice que este término es usado con tres alcances o puntos de vista principales, como son lo administrativo, lo físico y lo social. Para Michel-Jean Bertrand (1981) el término barrio designa por extensión una porción de un conjunto dividido en un número indiferente de partes, es “una parte de la ciudad”, una zona generalmente sin referencia a una división matemática. “El barrio” tiene un lugar muy distinto según el valor que el habitante atribuya a su marco de vida, en una acepción mucho más amplia que la simplemente arquitectural. Este supone una toma de posesión del paisaje que es tranquilizadora psíquica y socialmente, siendo la proyección exterior del nido familiar, es la prolongación inmediata frecuentada, sin ayuda mecanizada. El barrio es el lugar de

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residencia y éste es vivido intensamente, ya que es visto como la prolongación del habitat que ofrece los servicios más inmediatos y frecuentados diariamente (tiendas, escuela, transportes, paseo, etc.). El barrio no es una simple delimitación topográfica o administrativa, es una realidad sociológica que se basa en la noción de proximidad y de vecindad. Es el módulo social elemental, el cual no posee aparatos organizados. Es el nivel de sociabilidad espontánea, viviendo a la sombra de las instituciones, pero según modalidades no institucionales. Es una forma de organización del espacio y del tiempo de la ciudad, más coyuntural que estructural. Martín Zárate (1991) nos dice que los barrios constituyen espacios urbanos bien diferenciados mentalmente por el observador, gracias a la existencia de rasgos peculiares dentro del conjunto de la ciudad, ya sea identificados desde el interior por las personas que residen en ellos, o como referencia desde el exterior por el resto de los ciudadanos. Todos ellos superpuestos formarían lo que denomina el mapa mental de la ciudad. Para Sonia Muñoz (1994) el barrio es el lugar que privilegia la comunicación vecinal espontánea, entendida ésta como las relaciones comunicativas, expresivas, de intercambio cultural, entre personas o ambos grupos en el interior de un mismo espacio. El que las relaciones sean espontáneas y no dirigidas no significa que sean “puras” como quisieran los espíritus románticos, pero sí sería un modo de comunicación no contaminado por las formas hegemónicas de organización de la vida social. El barrio es como una “fortaleza”, amurallado contra la invasión de la cultura de la ciudad, pudiendo guardar intactas las formas de comunicación propias (tradicionales) de los diferentes actores sociales que forman parte del barrio.

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Carles Carreras i Verdaguer (1983), al referirse a la organización interna de las ciudades dice que hay varios criterios o elementos organizadores, siendo el uso del suelo urbano uno de ellos, introducido por la Escuela de Ecología Urbana de Chicago en los años 30 del siglo XX, a través de la Teoría de los Sectores, la cual determina áreas caracterizadas por un mismo uso funcional del suelo, delimitando los suelos de algunas ciudades de los Estados Unidos, en lo que derivó en el zoning. En el año 1930 se redacta la denominada Carta de Atenas, donde se plantea como principio convencional, la definición económica de las denominadas cuatro funciones de la ciudad: trabajo, residencia, ocio y comunicación. Carreras nos indica que aparte del criterio económico, anteriormente indicado, existe un criterio eminentemente social, el cual tiene en cuenta las características y costumbres de la población urbana y su relación con el entorno construido, para determinar una forma de organización urbana más global. Es así como se refiere a unas células determinantes, ámbitos significativos de relaciones sociales que constituyen un tramado interno: los barrios. Según Felipe Davero (1974) el barrio es el espacio donde se produce el primer contacto extrafamiliar del individuo, siendo el ámbito de la convivencia solidaria. Es la parte de la ciudad, localidad o pueblo, comprendida entre determinados límites (calles, avenidas, accidentes geográficos) que constituye una unidad administrativa o de hecho, depende del gobierno del Municipio y tiene, habitualmente, caracteres edilicios y humanos particulares.

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Ana Fani Alessandri Carlos (2001), nos dice que el barrio es una de las formas espaciales de las relaciones sociales en el plano de la vida cotidiana y uno de los modos fundamentales e importantes de como las personas se apropian del espacio urbano. Ésta se da en dos planos: el plano individual (que se revela, en su plenitud, en el hecho de habitar), su casa, “ el centro geométrico del mundo para el habitante” y el plano colectivo (plano de la realización de la sociedad), la calle y el barrio. El plano individual está rodeado por una serie de planos sociales envolventes, como son la calle, el barrio, la ciudad, etc., formando un conjunto múltiple de significados afectivos y representaciones. La metrópoli no es “el lugar” ya que ella puede ser vivida sólo parcialmente, no así el barrio que es el espacio inmediato de la vida, de las relaciones cotidianas más finas y donde se tiene una visión y sentimiento de totalidad. Eso sí que el plano de habitar no se resume al barrio, ya que éste se articula en un espacio más amplio, aunque sí, menor a la metrópoli. En la dimensión concreta del barrio, o sea a escala micro, se producen los lazos de solidaridad y unión entre los habitantes creados en las relaciones de vecindad. Estébanez (1995) nos presenta algunas de las concepciones de barrio, desde distintos puntos de vista y que han tenido una mayor trascendencia en su tratamiento: a.- Como área natural, concepto que deriva de la escuela de Ecología Humana de Chicago, la cual considera a la ciudad como un organismo constituido por unidades básicas llamadas áreas naturales. Esta concepción se apoya en la creación de un concepto operativo, a través del análisis de las características demográficas y sociales, determinando grupos humanos, con el fin de asociarlas con el entorno urbano para determinar patologías sociales. Es así como Zorbaugh en 1926 definió el área natural como una “área geográfica” caracterizada tanto por

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una individualidad física como por las características de sus habitantes y el sociólogo Burgess la definió como un área social como “una unidad territorial cuyas características distintivas, físicas, económicas y culturales, son el resultado de la acción espontánea de procesos ecológicos y sociales”. Estébanez agrega, que este concepto es muy poco preciso y difícil de llevar a la práctica. b.- Como unidad de planeamiento, concepción aparecida en el primer tercio del siglo XX, destacando el proyecto de barrio, incluido en el Plan Regional de Nueva York (1927-1931), del arquitecto norteamericano Clarence Perry, quien plantea que toda ciudad debe estar constituida por una serie de áreas residenciales con servicios accesibles a los desplazamientos a pie realizados por las familias. Para lo cual se plantean ciertos parámetros determinados como son: el tamaño, los límites, los espacios libres, los emplazamientos institucionales, el comercio y el sistema interno de calles. Otro intento de aplicar esta concepción es la realizada por el Instituto d’ Amenagement et d’ Urbanisme de la Región de París (Estébanez, 1995), quien diferencia tres niveles de barrio de acuerdo a la cantidad de viviendas, administración, centros comerciales, transporte, equipamiento escolar y centros culturales. c.- Como un continuo. Si se considera el barrio como una unidad territorial que tiene atributos espaciales y sociales, se llega a la conclusión que en realidad las interrelaciones que se producen en él, no son uniformes ni tienen la misma intensidad, apareciendo el fenómeno como un continuo, en otras palabras el barrio se presenta con distintas intensidades, según sean las variables usadas para su determinación, desde un territorio mal

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definido, carente de identidad y cohesión social, pasando por el barrio físico, el barrio homogéneo con ciertas características sociales, el barrio funcional donde se unen las dos características de las dos anteriores y por último el nivel superior de barrio que sería la comunidad, o sea, grupo de personas con sentido de colectividad, que tienden a asociarse con sus vecinos, más que con las personas que habitan fuera de él. d.-

Como percepción. Esta concepción aparece ante el determinismo arquitectónico y al enfoque ecológico, que tratan de definir barrios a partir de censo de población o del espacio edificado. Es así como se incluyen a estos criterios, la percepción de los habitantes de la ciudad¸ ya sean éstos, los que viven y los que no viven en ella. Aunque los estudios de la percepción son esenciales y muy útiles en la planificación urbana, cabe destacar que sus resultados no son definitivos, especialmente por el tipo de instrumentos evaluadores como son las encuestas, descripciones verbales y los denominados mapas mentales.

M. Chombart de Lauwe (Estébanez, 1985) define barrio como un sistema de calles con límites más o menos precisos que cuenta con un centro económico y diversos puntos de atracción y lo diferencia del sector geográfico al definir este último, como un conjunto de edificios delimitados por obstáculos materiales que interrumpen las relaciones sociales cotidianas (edificios públicos, jardines, vías férreas, arterias de circulación, etc.) y está constituido por sectores menores separados del resto de la ciudad y cada sector tiene una serie de núcleos en los que se concentra el comercio y los centros escolares, la iglesia, el cine, etc. Los diferencia también, en cuanto a su población, diciendo que el barrio varía entre los 1.000 y 2.000 personas, en cambio el sector

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geográfico presenta una población que va de unas 13.000 a 30.000 personas. Según la Editorial Nauta (1984) vecindad es sinónimo de barrio y dice que los vínculos de grupo se ven reforzados por la manera de estar vinculada una sociedad a la tierra, así como la de identificarse a sí misma con un territorio, Excepto los grupos familiares, la unidad social más pequeña suele ser la vecindad, formada por un grupo de familias que viven en mutua proximidad.

IV.- El método regional como modelo para analizar el barrio

En

Geografía, el tema de la investigación y representación espacial se puede realizar desde la diferencia de las áreas sobre la Tierra, focalizando su atención a las semejanzas y a las diferencias entre éstas, sus correlaciones, sus actividades y el orden encontrado en el espacio, para lo cual se sirve de contribuciones ecológicas de las distribuciones espaciales, cuando ellas pueden auxiliar en la interpretación de las distribuciones espaciales, incluso para ello, retrocede en el tiempo, teniendo a la vista un pertinente orden espacial en el pasado, encontrando, algunas veces, en la perspectiva histórica una base para pronósticos de las tendencias de alteración en el orden espacial. El método regional, en rasgos generales, podemos decir que es la norma para descubrir áreas con características específicamente definidas y distribuidas dentro de ciertos límites. Es así como podemos analizar el barrio desde el

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punto de vista del concepto de región, ya que éste se acomoda perfectamente a su teoría, desde sus diferentes puntos de vista y tipos, a través del concepto tradicional empleado, ya que el barrio es cualquier segmento o parte de la superficie terrestre, es un área ininterrumpida y poseedora de cierta homogeneidad de acuerdo a ciertas variables o criterios seleccionados o simplemente, cierta cohesión. En realidad, podríamos decir que es una micro región, ya que una región es una superficie terrestre de cualquier dimensión, generalmente subcontinental a través de la cual existe una correspondencia superficial entre algunos fenómenos existentes en ella. El Grupo Aduar (2000) define una región como “una porción de la superficie terrestre que presenta unos rasgos diferenciados, posee unas señas de identidad propias y es el resultado de procesos de individualización a lo largo del tiempo”. Esta última definición, coincide plenamente con lo que debemos considerar como barrio, la única diferencia es que, generalmente, se considera como región un espacio de escala menor, o sea, escala intermedia. Peter Haggett (19889 en su libro “Geografía. Una síntesis moderna” define una región “como cualquier extensión de la superficie terrestre, con unas características de origen natural o debidas a la acción del hombre que la diferencian de las áreas que la rodean”. El barrio es un espacio que presenta homogeneidad de acuerdo a ciertos elementos, generalmente, de tipo morfológico y también puede presentar cualidades de cohesión entre ciertos elementos, generalmente, de tipo sociológico. La homogeneidad se refiere a que todas las partes del área contienen una característica o características por las cuales ellas se definen, aunque ninguna región es uniforme en sentido absoluto, porque todas las regiones son generalizaciones basadas en ítemes seleccionados.

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Si bien es cierto que para la determinación o identificación de regiones, en general, son múltiples los criterios o variables a tratar, ya sean físicas o humanas, yendo desde una, para determinar regiones sistemáticas o genéricas, a dos, a tres, y a muchas variables para determinar regiones formales o uniformes, según sea la coincidencia o asociación de regiones genéricas, o sea, las que algunos autores denominan regiones simples y regiones múltiples respectivamente, para llegar, por último, a la denominada región compage de ahí que se diga que pueden haber tantas regiones como cantidad de investigadores u objetivos de investigación existan. En el caso del estudio del barrio se emplean solo algunas variables o criterios significativos y limitados en cuanto a su número y tipo, lo cual se debe a que la finalidad del estudio es muy claro y definido. De acuerdo al concepto de cohesión, el cual está dado por las variables sociológicas, podemos encontrar regiones de tipo nodales o funcionales y regiones plan, programa o de planificación, siendo las primeras, aquellas que presentan cohesión en torno a un foco o nodo (algunas veces más de uno), el cual está unido al resto del área de acuerdo a una función de atracción u organización, siendo un diseño integrado de circulación interna que permite la comunicación, presentando una degradación funcional desde el centro hacia la periferia, siendo el centro la porción más representativa del área entera y la parte más estrechamente unida al foco. Es “este foco” el que le da unidad. Cabe destacar que no se debe tomar por sinónimo foco y centro, aunque el foco siempre se encuentra dentro del centro. En cambio las segundas regiones, según el Grupo Aduar (2000) “son espacios sobre los que se desea intervenir mediante instrumentos de acción (pública generalmente) para favorecer su crecimiento, la consolidación de su armadura urbana o procurando poner en práctica políticas de descentralización".

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Según Sandra Lencioni (2003) el desarrollo de otras corrientes del pensamiento geográfico como es la fenomenología, la cual entiende a la Geografía a través de un carácter social, conducirán a la construcción de nuevos parámetros del estudio regional. Es así como se ha llegado a un modo de percibir el espacio a través de los valores y significados modelados por la cultura y la estructura social, atribuidos a este espacio. Así el espacio será analizado como el objetivo de comprender el sentimiento que los hombres tienen por pertenecer a una determinada región. Desde este enfoque humanista, fenomenológico e historicista, la región es considerada como un producto de la historia y de la cultura. Así, la región pasa a ser vista no como constituida por una realidad objetiva, sino que por el contrario, es concebida como una construcción mental individual, pero también, bajo una visión subjetivada colectivamente de un grupo social, o sea, inscrita en la conciencia colectiva. Las variables o criterios a evaluar y determinar las características de un barrio pueden ser formulados hipotéticamente y sujetos a una observación de terreno. El estudio de los barrios necesita, primero que nada, un estudio de algunas consideraciones esenciales de los atributos o características elementales y genéricas, para cumplir con la asignación o determinación del carácter de barrio que son propias de cualquier tipo de región, como son: 1.-

Los criterios usados para determinar su homogeneidad o cohesión, o sea, las variables o elementos usados para su designación como barrio.

2.-

El centro y foco o polo de atracción, lo cual está referido al concepto de cohesión.

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3.-

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Los límites, ya sean éstos líneas bien definidas o simplemente áreas de transición.

4.- El tamaño, para lo cual encontramos diferentes criterios, según sean los tamaños de las ciudades. 5.-

La forma, encontrando, modelos de formas que son más favorecedores para la integración y definición, como es la compacidad o lo que se denomina buena forma, lo cual estaría influyendo en la cohesión y funcionalidad sociológica de éste.

6.- La ubicación, cada barrio tiene una localización determinada en la superficie terrestre, mejor dicho en la superficie de una ciudad determinada, lo cual le da características, tanto morfológicas como sociológicas especiales y únicas. 7.- La evolución histórica y su nombre. 1.- Criterios usados. Ante este criterio un barrio, al igual que una región puede ser analizado y determinado desde el método sistemático o enfoque nomotético, si tomamos en cuenta ciertos aspectos y características generales y por lo tanto repetibles, pero también, teniendo en cuenta otras características y mayor cantidad de ellas, podemos realizar un análisis de tipo idiográfico, o sea, un estudio como un hecho único e irrepetible. Así encontramos regiones repetibles y regiones únicas, de ahí que Whittlesey (1965), al referirse al problema del regionalismo se refiere al término “verdaderas regiones” como si ellas existieran como hechos objetivos y no como conceptos intelectuales, o sea, como objetos o como segmentos de la

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totalidad espacial, en otras palabras las denominadas idiográficas o regiones “compage” (palabra francesa que significa unión, enlace, ensambladura). Es una región indefinida, pero que parece aproximarse a la totalidad relativa a la combinación de los contenidos físicos, biológicos y sociológicos del área, de ahí también su nombre de “total”. El significado de la totalidad, se refiere a la suma total de los ítemes unidos por lazos de asociación funcional, como son las partes de un motor o los capítulos de un compendio. Mientras mayor es la cantidad de variables o criterios tratados llega un momento que ese espacio es único e irrepetible en otra parte del mundo, ya que es la síntesis de “todos” sus aspectos. En otras palabras podemos decir junto a Whittlesey, que “compage” es, por definición, algo menos que la totalidad espacial, ya que la totalidad del hecho geográfico es imposible analizarla y sintetizarla. Whittlesey nos dice que el concepto es criticado por algunos geógrafos, por ser incompatible con la posición de que la región es un medio para segregar las características pertinentes de las áreas, aunque la significación particular de la totalidad es inadecuada para funcionar en calidad de guía del estudio regional simulando totalidad espacial. Según R.J. Johnston (1987) “compage” es el conjunto de todos los rasgos del entorno físico, biótico y social que se asocian funcionalmente a la ocupación de la tierra para el hombre. El término compage es la actualización de una antigua palabra que significaba “forma de unir o conectar materia”, fue introducido en Geografía por Derwent Whittlesey en 1956, en un intento de conferir una mayor precisión a varios aspectos de la Geografía Regional; denota un complejo de elementos muy diverso aunque unitario.”

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En el año 1950 se reunió una Comisión compuesta por distinguidos investigadores de la Asociación de Geógrafos Americanos que trataron, en general el tema de lo regional y al referirse al “compage”, Preston James (Whittlesey, 1960) nos dice que la aplicación del término se usara a escalas grandes, especialmente para que la ocupación humana no pase desapercibida, lo cual denominó topográfico y corográfico cuando se aplica a estudios de mayor grado de generalización, por lo que se debe aplicar a cuatro clases como son la localidad, el distrito, la provincia y el Estado. Según la Asociación de Geógrafos Americanos, la localidad es la clase más baja de un “compage” y comprende la órbita diaria, donde el lugar posee el máximo de realidad y significación para sus habitantes. En las áreas rurales, la localidad comprende un área localizada en un centro social, una aldea, o una casa de campo, en cambio en las áreas urbanas, la localidad constituye un vecindario focalizado de igual manera sobre el centro social y económico, por pequeños grupos de personas que en un determinado tiempo, suficiente, para establecer un sentido de existencia compartida, lo cual puede ocurrir donde exista aislamiento, natural o social. De ahí que Whittlesey (1960) diga que la conciencia de comunidad o conciencia regional está segura en la comunidad. La localidad, además de ser pequeña, resume la ocupación humana del área en sus formas más simples. Whittlesey (1960) nos dice “parece verdad que las únicas áreas que no son regiones políticas, en las cuales surge el sentido de conciencia regional son ‘compage’ ”, “las compages de todas las clases pueden poseer tonos de conciencia regional, o sea, que la conciencia regional aparece en grupos, no porque pertenecen a un estado legal”.

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Fue Vidal de la Blache quien intentó desarrollar el análisis geográfico en función de la denominada síntesis regional, en la cual cada región se considera como algo único e irrepetible, producto de las relaciones específicas entre los seres humanos y el espacio que ocupan, lo cual se traduce en un paisaje especial y diferenciado, y un alma o personalidad regional. Según Lynch (1998) las características físicas que determinan los barrios son continuidades temáticas que pueden ser una infinita variedad de partes integrantes, como la textura, el espacio, la forma, los detalles, los símbolos, el tipo de construcción, el uso, la actividad, los habitantes, el grado de mantenimiento y la topografía. Aunque en otro apartado, nos dice que las connotaciones sociales son muy significativas para la estructuración de regiones, poniendo como ejemplo el caso de Jersey City, donde los barrios de la ciudad se diferencian, según encuestas callejeras, por matices de clases, determinando sectores socio-económicos o étnicos. Como indicamos anteriormente (ápartado Definiciones de barrio), Ezequiel Ander-Egg (1995) determina un barrio desde tres puntos de vista diferentes, como son: a.- Administrativo: como una subdivisión administrativa, histórica o de otra índole, de las partes o fracciones del territorio de un Municipio. b.- Físico: hace referencia al grupo de casas que constituyen parte de un conjunto urbano, diferenciado mediante límites (avenidas, línea férrea, canales, etc.) y que constituye un conjunto residencial de edificaciones bastante semejantes.

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c.- Social: Sociológicamente hablando, se alude a una instancia espacial de sectores en que se divide un pueblo o ciudad, caracterizada por la proximidad y vecindario, determinados generalmente por factores sociales y/o comerciales espontáneos. Estos factores surgen y se desarrollan como consecuencia de una dinámica sociocultural que configura una identidad colectiva y un sentimiento de pertenencia y apego en sentido espacial. Según Bertrand (1981) El barrio definido o determinado desde el punto de vista social, político o económico agrupa a tipos de hábitat caracterizados, en ciertas manzanas de viviendas o grupos de manzanas, a personas que pertenecen a categorías socialmente próximas y complementarias, pudiendo ser profesional (barrio de comerciantes, de artesanos, de cambistas, etc.), puede ser religiosa (barrio católico o protestante como es el caso de Belfast en Irlanda) o social si nos referimos a los barrios de obreros o de chabolas. Además nos dice que el Institut d’ Amenagemente et d’ Urbanisme de la Region Parisienne (IAURP) determina seis niveles, no ausentes de ambigüedad en relación a las definiciones sociológicas y administrativas de referencia, como son: Nivel 1: El hábitat, que comprende menos de 450 viviendas, sin otro equipamiento que los servicios de comunicación. Nivel 2: La manzana residencial se define por la aparición del grupo escolar de enseñanza primaria para 450 viviendas. Nivel 3: La vecindad agrupa alrededor de 1.200 viviendas, un centro comercial local, el equipamiento médico-social, con un centro de protección infantil y maternal, y un jardín de 1,5 hectáreas.

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Nivel 4: El barrio comprende 5.000 viviendas. Para los 17.500 habitantes hará falta un parque público, una segunda serie de equipamientos sociales, una infraestructura administrativa y un colegio de enseñanza secundaria de 900 alumnos, más otro para 1.200. Nivel 5: El distrito con 15.000 viviendas con un equipamiento escolar para el segunda ciclo y un centro juvenil y cultural. Nivel 6: La nueva ciudad es el grado superior y en él aparece la instalación de grandes equipamientos, hospitales, enseñanza superior y zonas industriales; sus 90.000 viviendas se hallan comunicadas por un centro comercial regional. Zárate (1991) nos dice que el número de barrios que se reconocen, varían según sean las características morfológicas de los espacios urbanos y según los factores personales, tales como: grado de conocimiento de la ciudad, tiempo de residencia en ella, distancia de la vivienda al lugar de trabajo, formas de desplazamiento utilizados habitualmente o el nivel de renta y estado dentro del ciclo familiar y de vida. Según Davero (1974) los barrios pueden ser clasificados en dos grandes tipos generales: los urbanos y los suburbanos, siendo los primeros los que corresponden a zonas más pobladas y de más compacta edificación de la ciudad, en cambio los segundos corresponden, por lo general, a las zonas del arrabal. Los barrios urbanos, se pueden clasificar en tres grandes tipos: a.- Comercial y financiero, constituido por bancos, oficinas, casas de cambio, comercios, agencias de turismo, etc.

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b.- Residencial, que corresponde a un barrio no comercial, con exclusividad de viviendas de clase alta. c.- Urbano-familiar, que corresponde a un centro integral para la vida diaria, con toda clase de comercios, grandes tiendas, supermercados, etc. Los barrios suburbanos se clasifican, también en tres tipos: a.- Familiar que corresponde al núcleo de clase media y familias obreras, con comercios diversos, aunque más modestos que los del centro. b.- Fabril, donde sus industrias y negocios habituales son fábricas, frigoríficos, barracas, etc., con una población netamente obrera. c.- Marginado, que es el barrio de emergencia, el asentamiento precario, la barriada pobre, popularmente llamado villa miseria en Argentina, chabola en España, favela en Brasil, etc. Es de carácter precario sin servicios sanitarios y de otro orden, prestados por el Municipio y se levantan con infracción a las disposiciones municipales sobre normas de construcción. “Población callampa” (del quechua q’allama. “hongo”) (Ander-Egg, 1995) es el término utilizado en Chile para designar las barriadas pobres que se agrupan alrededor de las grandes ciudades y que aparecen como consecuencia de la insuficiencia e inaccesibilidad de viviendas para los sectores más pobres, debido al éxodo rural y al rápido e incontrolable crecimiento natural de las propias ciudades. Cabe destacar que el término barriada, que Ander-Egg (1995) lo define como parte de un barrio o el conjunto de personas que viven en un barrio, generalmente, se emplea en forma un poco despectivo.

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Clarence Perry (Estébanez, 1995) planteó su concepción de barrio (indicada en el apartado (Definiciones de barrio) e indicó una serie de condiciones y elementos para que se cumpliera su calidad de tal, como las ya indicadas de tamaño y límites, además de la posesión de espacios libres, como sería un sistema de pequeños parques y espacios de recreo diseñados para hacer frente a las necesidades de vecindad; de emplazamientos institucionales, como lugares reservados para la escuela y otras instituciones de servicios que tiene áreas de competencia en el barrio y que éstos deberían ubicarse en el centro; de comercio, los que deberían situarse en los bordes del barrio y preferentemente en los cruces y líneas limítrofes con otros barrios; de un sistema interno de calles, con arterias de tráfico para la gran circulación y una red de calles cuyo objetivo debe ser facilitar la circulación interior. Carles Carreras (1983) dice que en el funcionamiento del organismo urbano, la prioridad se establece en la dinámica de la población, de ahí que el elemento definitorio primario de los barrios, debe ser la voluntad de los ciudadanos, teniendo en cuenta los hábitos sociales, de compra, de ocio, junto con el grado de conciencia de pertenencia de un determinado sector o comunidad diferenciados. Nos dice, además, que en la definición del barrio interviene, en primer lugar, la historia, entendida como un proceso dialéctico, a través del cual las diferentes clases o fracciones de clase social han establecido unas relaciones de dominio y de hegemonía determinadas. Según Lynch (1960-1998) las características físicas que determinan los barrios son continuidades temáticas que pueden consistir en una infinita variedad de partes

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integrantes, como la textura, el espacio, la forma, los detalles, los símbolos, el tipo de construcción, el uso, la actividad de los habitantes, el grado de mantenimiento y la topografía. Por último, dentro de esta revisión bibliográfica, el planteamiento de Pilar Rodrigo (2000), que expresamos al inicio del apartado Definiciones de barrio, quien plantea dos criterios para determinar un barrio: por su forma a través de conjunto de manzanas separados por grandes vías de comunicación y el criterio más completo como es la percepción que tiene el ciudadano que pertenece vitalmente a un determinado espacio urbano, lo cual depende del sentimiento de identidad territorial. 2.- Centro y foco de atracción. Una región incluye áreas donde las características por la que fue designada como tal, encuentran su mayor expresión y más clara manifestación. A tales áreas se les puede llamar adecuadamente el centro de la región. Si bien es cierto, en las regiones homogéneas en término de criterios por el que están definidas, no es tan marcado el centro en relación al área periférica o áreas circunvecinas, sino tenuemente por la creciente amalgama de características externas. El centro es la parte que más se aproxima a la expresión ideal por medio del cual una región es seleccionada. De ahí, que podemos decir que en algunas regiones, ya sean homogéneas o nodales se pueden subdividir en subregiones, generalmente, concéntricas que no representan divisiones de diferencias en cuanto a variables, ya que si bien es cierto hay homogeneidad en toda su extensión de acuerdo a la o las variables elegidas, ésta presenta diferencias de grado de intensidad en su interior. O sea, el criterio para determinar estos límites está definida no por un cambio en la cualidad, sino

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por una variación en su cantidad o grado; no hay una discontinuidad de la variable sino, simplemente, una degradación de una misma variable. Lógicamente esto es más marcado en las regiones de tipo nodal, siendo esta degradación desde el centro a su periferia o límite (como lo indicamos más arriba). De ahí que podemos decir que no sólo encontramos regiones cualitativas, sino regiones cuantitativas de una misma variable, como habíamos dicho todo depende del investigador y sus objetivos. En el caso de las regiones nodales el centro es la porción más representativa del área entera y la parte más unida al foco y los centros de las regiones nodales adyacentes pueden tener semejanzas estrechas entre sus centros. Dentro del centro o los centros de un barrio se encuentran los denominados foco o focos de atracción o atención, si pensamos que lo define el criterio de cohesión social interna, como puede ser una plaza, la Muni- cipalidad, un centro comercial, un centro cultural, un centro educativo, un parque, etc. lo cual se pueden ubicar en puntos diferentes o muchos reunidos en un centro cívico. Un foco de atracción es el centro cívico o “corazón del barrio” la ciudad y los centros comunales. El barrio cuerpo vivo y organizado tanto material como espiritualmente, debe tener cabeza y corazón. Esta cabeza y corazón es el centro cívico, complejo de espacios y edificios que sirven de punto focal a las actividades sociales y de lugar de reunión en el cual los ciudadanos pueden ocasionalmente encontrarse. Se dice que el centro cívico es “lo que hace de la comunidad una Comunidad y no un agregado de individuos” (Alomar, 1961). El centro cívico es evidentemente en sí mismo, un elemento de equipamiento social de orden superior y desde el punto de vista arquitectónico, en la ciudad moderna, es una zona

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espectacular y distinta del paisaje urbano. Dentro de este conjunto, pueden distinguirse tres grupos de edificios de carácter diferente y relativamente incompatibles como son: Centro político-administrativo, Centro Religioso-cultural y el Centro Comercial. Las dimensiones del centro deben ser tales que pueda su espacio ser recorrido fácilmente a pie, no debiendo penetrar el tráfico en el recinto que encierra. 3.- Los límites. En general, los límites de una región son a veces imprecisos como resultado entre un núcleo y una periferia donde los caracteres se van diluyendo. Los límites usados para separar las regiones, pueden ser de dos tipos generales, como líneas o como zonas de transición, éstas últimas, llamadas también zonas ambivalentes, indefinidas, franja de indeterminación o simplemente zona marginal, ya que en ellas se mezclan algunas de las variables usadas para su determinación como áreas con denominación de región, siendo éstas últimas las más usuales como límites. Se debe tener presente que son líneas o zonas imaginarias o conceptuales, ya que en realidad no están presente como tales, recordemos que la superficie terrestre es, generalmente, un continuo, salvo en las representaciones cartográficas. Partiendo de la idea de que es muy difícil encontrar límites lineales bien definidos en la determinación de regiones, salvo que sean límites que marcan áreas políticoadministrativas y digo áreas ya que muchas veces éstos espacios son determinados en forma arbitraria, sin tener homogeneidad o cohesión en su interior, sin haber diferencia clara entre una y su adyacente o adyacentes. Otra característica es que, generalmente, éstas líneas no son rectas o quebradas sino que presentan una sinuosidad poco marcada, las cuales han sido suavizadas para su representación, trazando por el centro de líneas muy sinuosas o

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una zona de transición, una línea más suave y menos sinuosa, la cual se denomina línea de atracción cero. Los límites que separan regiones creadas por las actividades humanas son, generalmente, más acentuados y definidos que los límites marcados por la naturaleza que los hombres han sustituidos. En las regiones uniformes el límite es trazado donde las características distintivas de las áreas centrales adyacentes son menos discernibles o se hallan subsumidas unas dentro de otras, en cambio en las regiones nodales, focales o de cohesión, el límite es trazado donde la atracción para los focos adyacentes es igual, aunque los límites nodales son, por lo general, zonas de transición. Términos afines de frontera (boundary), delimitación, demarcación o deslinde. Cabe aclarar que la noción de frontera, es usada aquí, según la concepción que se le da en los Estados Unidos de América (Tubella, 1999), donde posee el significado “de tierra de nadie”, o “tierra virgen”, terreno de colonización, o sea una franja como es el caso de la zona de la Frontera en la Guerra entre los españoles y los mapuches. Aronovici (1965) al referirse a la separación efectiva entre los fragmentos barriales, la autonomía de los mismos, debe ser lo más real posible, siendo el factor más eficiente de la misma la atracción que ejerce sobre una comunidad su centro cívico local, de ahí que los límites deban hacerse coincidir con las vías de circulación, o a través de zonas verdes intensas, reduciéndose el tráfico en su interior al movimiento mínimo. Bertrand (1981) nos indica que los límites del barrio como sector urbano, sus límites no quedan fijos por todas partes por calles de tráfico o arterias de tráfico suficientemente amplias. Sus límites son variados, dependiendo del momento, en función de la evolución de los elementos estudiados, como son composición demográfica, composición social, tipos de habitat, frecuencia comercial, etc.

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Por su parte Rodrigo (2000) al referirse a los límites o delimitaciones de los barrios, nos indica que generalmente, tienen poco que ver con aspectos puramente morfológicos, tales como calles, plazas, etc. y sí tienen que ver con criterios de carácter puramente sociológicos, que pueden reflejarse exteriormente en las tipologías de las viviendas, calidad de las mismas, superficie ocupada e incluso en el mismo trazado urbano. Pilar Rodrigo (2000) nos agrega que en el siglo XX, los criterios de delimitación alcanzan gran variedad y complejidad, hasta el punto de que es difícil hoy en día su definición exacta y que en la mayor parte de los casos, podemos ver como el viario es el agente responsable de la articulación y delimitación espacial de los barrios. Las grandes vías de comunicación separan manzanas que pueden adoptar un carácter unitario. Para Alomar (1961) la separación social y urbanística del barrio se consigue por dos medios principales: la separación física entre los distintos barrios y por otro lado la ubicación de un Centro Comunal, que actúe como foco de atracción. Siendo la separación más eficaz la que establece una vía de tráfico veloz, a ser posible una vía parque, o por lo menos una calle muy ancha, debiendo evitarse que ésta se convierta en calle comercial, en cuyo caso serviría más de elemento de unión que de separación. Una gran zona verde, es también un buen elemento separador, teniendo en cuenta que los parques pequeños son, también elementos de unión. Lynch (1960-1998), al analizar los límites de los barrios de Boston nos indica que los hay de diversos tipos de

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límites, siendo unos rígidos, definidos, precisos, otros pueden ser suaves e inciertos, en cambio en otros casos carecen en absoluto de ellos. 4.- El tamaño. Al referirnos a cualquier espacio, generalmente lo hacemos definiéndolo como un área, entendida ésta como una superficie bidimensional (largo y ancho), pensando en la superficie terrestre y en su representación cartográfica, pero en realidad cualquier espacio es tridimensional, ya que no sólo tiene largo y ancho sino que también tiene una altura. Recordemos que cualquier espacio terrestre con que trabaja la Geografía, pertenece a la franja de encuentro de las tres esferas (hidrosfera, geosfera y atmósfera, o sea, la Biosfera). Al hablar de tamaño, en realidad estamos hablando del concepto de exten sión o área, expresado generalmente en términos de la superficie terrestre. Los geógrafos tienen que trabajar con una serie de objetos espaciales cuyos tamaños varían desde el total de la Tierra, o sea todo el globo terráqueo como región, la máxima macro región con la humanidad como un todo, hasta micro regiones en entornos locales del individuo. Aunque a nivel de la investigación científica es tan sólo una pequeña ventana o zona de interés geográfico dentro de una inmensa escala, que va desde el micro mundo del estudio físico atómico hasta el estudio de las galaxias y el universo. Así el geógrafo, como indica Hagget (1988), debe trabajar a diferentes niveles de resolución, desde la microgeográfica hasta la macrogeográfica, según sea el enfoque y el interés de investigación, presentándose diferentes realidades, dependiendo de ellos el nivel de detalle y la resolución espacial, en otras palabras el nivel de análisis que se puede realizar, para lo cual presenta una clasificación de tamaños

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en ordenes de magnitud, según el eje más largo de los objetos estudiados: a.- Primer orden: áreas con una gama de diámetros que van desde la superficie de la Tierra misma, con una circunferencia ecuatorial de 40.000 Km aproximados, hasta 12.500 Km. b.- Segundo orden: áreas con una gama de diámetros desde 12.500 hasta 1.250 Km. c.- Tercer orden: áreas con una gama de diámetros desde 1.250 hasta 125 Km. d.- Cuarto orden: áreas con una gama de diámetros desde 125 hasta 12,5 Km. e.- Quinto orden: áreas con una gama de diámetros desde 12,5 hasta 1,25 Km. A pesar de que se podría seguir bajando varias posiciones u ordenes más, cree que las cinco clases cubren perfectamente la gama principal en que actúan los geógrafos, ya que los objetos más pequeños estudiados poseen un tamaño parecido a una playa o de un bloque de casas en una ciudad. Además nos indica que estos órdenes de magnitud nos recuerdan que, generalmente, estamos operando no con el mundo real sino con modelos del mismo, reducidos y simplificados. Como podemos ver el barrio, según la clasificación de Hagget, sería el quinto nivel y el último de acuerdo a su tamaño, con una resolución micro regional, pudiendo ser representado en escalas grandes y muy grandes como son las cartas y los planos.

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Según Bertrand (1981) el barrio es creado por la vida de los individuos en una sociedad, en un lugar determinado, por lo cual su escala está a nivel de peatón, o sea, su tamaño está limitado por la distancia de un trayecto. Así, de este hecho cotidiano como es el desplazamiento a pie y lógicamente sentido de forma diferente por cada uno de los individuos que los habitan, siendo su tamaño más psicológico que sociológico. Según Davero (1974) los barrios familiares y modestos, de perímetro reducido crean un mayor conocimiento entre sus habitantes y, en consecuencia, una mayor solidaridad social. Para Perry (Estébanez, 1995) el tamaño de un barrio debería proporcionar vivienda a una población que fuese capaz de requerir una escuela primaria. La superficie del barrio depende de la densidad de la población y la distancia desde el lugar de residencia a la escuela, parque o distrito comercial debería estar comprendida entre 400 y 800 metros y su población no debería ser más de 5.000 habitantes. Según Ana Fani Alessandri Carlos (2001), el barrio, desde el punto de vista de la realización de la vida y como práctica socio-espacial, se ubica en la escala de lo micro, diciendo que es un microcosmo de lo inmediato de los contactos continuos y como una dimensión concreta donde se producen los lazos de solidaridad y unión de los habitantes, basado en las relaciones de vecindad, permitiendo la producción de elementos constituidos de la memoria. Al analizar el barrio, uno de los órdenes de problemas, se refiere a la cuestión de la escala espacial, ya que el barrio constituye una totalidad en sí, esto es, la realidad urbana no se reduce al barrio, lo que significa pensar a escala local en su relación con una totalidad espacial más amplia, para que él gane sentido explicativo. El barrio es una dimensión de la realidad urbana. Son lugares de orientación

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en la metrópoli, con una dimensión objetiva (de la relación práctica con el otro y con el espacio) y con una dimensión subjetiva (identidad, memoria). Alomar (1961) nos dice que el tamaño del barrio es en cada caso particular, pues hay realidades insuperables, que pocas veces permiten llegar a resultados que coincidan con los teóricamente ideales. Desde el punto de vista de una estricta convivencia social, el barrio no debería contener más de 500 familias ya que éstas representan el número máximo de vecinos que pueden conocerse más o menos personalmente y desarrollar entre ellos relaciones primarias; pero por razones prácticas, los barrios suelen hacerse mayores, basándose en otros criterios, principalmente el de la capacidad de una escuela primaria, por ejemplo una escuela mixta de 700 alumnos cubre las necesidades de unas 1.500 familias, o sea, unas 7.000 personas, Siendo otro la distancia máxima que los niños pueden recorrer para ir a la escuela. 5.- La forma. El objeto primordial de la Geografía son las unidades espaciales, tales como las áreas urbanas, las unidades políticoadministrativas, las cuencas hidrográficas y las regiones, las que presentan una cualidad, la cual es de mucho interés en la disciplina, pero muy difícil de evaluar con precisión, como es la forma, entendida ésta como “la cualidad de un objeto que depende de relaciones constantes de posición y distancia de todos los puntos que constituyen su contorno” (Estebanez, 1981). Cabe destacar que las formas de las regiones, cualquiera sea su tipo son de formas múltiples, no son formas reconocibles, no son formas geométricas, ya que estas últimas no existen en la naturaleza, de ahí que se pueda decir que ciertas formas “se parecen” a una circunferencia, a un triángulo o a un cuadrado.

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Salvo algunas regiones administrativas como por ejemplo algunos Estados de Estados Unidos de Norteamérica. Desde el punto de vista de las regiones funcionales y político-administrativas, y en relación a la teoría de los lugares centrales, la forma ideal es aquella que presenta el mayor grado de compacidad o compactibilidad (de compacto), concepto que identifica la forma que, teóricamente, maximaliza la proximidad de los grupos humanos y les permite compartir mejor sus influencias respectivas, minimizando los aspectos negativos de la acción ejercida por las colectividades humanas que habitan los territorios políticos exteriores. Así, entenderemos por compacidad aquella forma territorial en que todos los puntos de su perímetro o límite, se encuentran a la misma distancia en relación a su centro espacial, siendo la circunferencia la forma geométrica más compacta, ya que cumple lo anteriormente señalado, de ahí que se toma ésta como modelo. Sanguin (1981) al referirse a las regiones política- administrativas, nos indica que la forma es una de las propiedades más significativas de las superficies espaciales y que la forma ideal de un territorio es aquella que proporciona el mayor grado de compacidad, ya que un estado compacto comprende el máximo de territorio en el interior de un mínimo de fronteras. Hasta hace poco la forma se analizaba de una manera vaga desde un punto de vista cualitativo, el cual era muy mal definido, ya que se usaban conceptos como forma alargada, de estrella, circular, etc., o sea, comparaciones, generalmente, poco aproximadas con formas geométricas u otras como la bota de Italia, o la piel de toro de España. Dentro del análisis de las formas de las regiones políticas estatales, H.J. De Blij (Sanguin, 1981) creó una tipología de regiones políticas de siete clases,

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atendiendo a la forma de los límites, tales como estados alargados, compactos, apendiculares fragmentados, etc. Johnston (1987) dice que en Geografía las técnicas morfométricas, o sea, las medidas de las formas, se han empleado con profusión para describir cuantitativamente las formas espaciales. Los primeros estudios se realizaron en el área de la geomorfología, pero con la denominada revolución cuantitativa se produce un creciente refinamiento en el cálculo de los índices morfológicos, incluso aplicados en el área de la Geografía Humana. Para evitar esta indefinición y vaguedad en la clasificación de las formas territoriales, es que se han creado diferentes índices, los que lógicamente tienen una expresión cuantitativa, independiente del tamaño de la unidad espacial y todos los cuales se comparan con el modelo teórico de la forma más compacta como es la circunferencia, de ahí que se hable, como ya lo dijimos, de grado de compacidad o compactibilidad. Así hay barrios con buena forma o mala forma, lo que es lo mismo decir buena compacidad o mala compacidad, según se acerquen o se alejen en semejanza de la forma modelo. Cabe destacarse que cualquiera de los índices creados, presentan insuficiencias, como por ejemplo, que no tienen límites fijos y varían entre cero e infinito y no son absolutos sino comparativos. La cantidad de índices es variada, todos tratan de paliar estas deficiencias y todos llevan el nombre de sus autores, es así como tenemos el de Horton, el de Cole, el de Pounds, etc., cada uno de los cuales emplea elementos diferentes para definirlos como son sus ejes interiores, sus perímetros y áreas, comparados con unidades como son los círculos máximos inscritos, los círculos mínimos circunscritos, o sus diámetros y radios, etc. El índice más sencillo y práctico de usar como ejemplo didáctico es el denominado índice de

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Horton, empleando el largo y el ancho de una región el cual va de uno como la forma más compacta a cero y se expresa como: I.H. = Longitud del eje menor Longitud del eje mayor Donde el eje mayor es la línea que se traza en el interior de la superficie a medir, que une los dos puntos fronterizos más alejados entre sí, y el eje menor es la mayor línea que se pueda trazar entre dos puntos fronterizos, también en el interior, pero perpendicular al eje mayor. Resumiendo podemos decir con Estébanez (1979) que, a pesar de las deficiencias de los índices planteados, éstos nos permiten describir más satisfactoriamente las unidades espaciales que las apreciaciones cualitativas, facilitando las comparaciones y permitiendo establecer determinadas correlaciones con otros aspectos de carácter geográfico. Sanguin (1981) al tratar la región política se refiere a la importancia que tiene el tamaño en ella, indica que la dimensión territorial es una noción completamente relativa y no existe una relación mecánica entre territorio y la fuerza de cohesión de éste. Muchas veces la vastedad territorial engendra efectos de barrera, presentándose desequilibrio poblacional con una población irregularmente distribuida, por lo cual, se debe recurrir a políticas de colonización y además trae consigo la falta de control efectivo del poder central hasta las fronteras. En cambio el beneficio de la vastedad es la gran variedad y cantidad de recursos naturales que una región puede tener.

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En general la forma de los barrios es de una compacidad adecuada debido, precisamente, a los criterios que los definen, pero muchas veces su forma depende de los elementos que les sirven de límites, ya sean éstos morfológicos, como entidades topográficas, ríos, etc. o humanas, como las grandes vías o autopistas. 6.- La ubicación. Todo barrio debe tener una posición concreta en la superficie terrestre, la cual se expresa a través de las coordenadas geográficas, para lo cual, al ser una superficie y no un punto, se necesitan dos paralelos y dos meridianos que la contengan. Estos también son la base para la localización de puntos y subáreas de la región. Aparte de este tipo de ubicación exacta, también encontramos la ubicación del barrio dentro de la ciudad, ya sea, si se encuentra en su interior o en sus márgenes. También hay que tener presente la ubicación en el espacio físico, teniendo en cuenta la topografía del terreno e incluso el clima. 7.- Evolución histórica y su nombre. Considerada como una individualidad geográfica, la región es un organismo que nace, se desarrolla y muere. Los cambios pueden ser variados, como por ejemplo ser internos y estructurales, o bien, solamente concerniente a sus márgenes en cuanto a tamaño o a sus límites. Así podemos decir que un barrio es un fenómeno dinámico, cambiante en el tiempo y de lenta construcción, el cual generalmente es espontáneo y no planificado. Lo que sí, en relación a esto último, podemos promover y usar ciertos recursos como instrumentos y métodos que ayuden a analizar, crear y mantener o fomentar, especialmente, la cohesión socio- lógica y la homogeneidad morfológica. Es necesario a través de estos análisis encontrar el significado del orden observado, tanto en causas como en consecuencias. La etapa de la construcción del barrio, según Sonia Muñoz (1994), en muchos casos puede durar

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más de 10 años, siendo ésta, decisiva en la reestructuración de la identidad del nuevo poblador urbano, siendo en este periodo donde surgen las principales formas organizativas en el barrio, cabe si destacar que Sonia Muñoz se refiere, exclu- sivamente, a los barrios marginales y en especial a los barrios de Cali, Colombia. Según Pilar Rodrigo (2000) la Historia Local se convierte en un recurso metodológico de primer orden, que contribuirá a despertar en el niño y en el adulto, o sea al futuro ciudadano y al ciudadano, actitudes de interés por su entorno más cercano y por su pasado urbano. El conocimiento y el análisis de su realidad urbana, desde el punto de vista de la evolución urbanística sufrida antaño, ayudarán a la formación de su conciencia histórica como ciudadano del presente, heredero de un pasado que contribuyó de manera decisiva en su realidad actual. Cabe destacar, también que los barrios poseen un nombre que les confiere una presencia diferenciada en la ciudad, de ahí que es interesente, estudiar su toponimia, ya que ésta nos puede entregar algunos indicios sobre su historia y características actuales. Rodrigo (2000) nos indica que muchas veces la denominación que adoptan los barrios depende de diferentes circunstancias históricas, que es conveniente conocer y que algunas veces hay disparidad entre el nombre oficial dado por las autoridades locales y el nombre popular dado por sus propios habitantes. Muchas veces la denominación por la cual se conoce o nombra el barrio, ofrece bastantes posibilidades de estudiar su pasado histórico analizando sus orígenes y su evolución a lo largo del tiempo. La diversidad de definiciones de lo urbano con que nos encontramos, se nos presenta como algo complejo, poniendo de manifiesto el cambio y la evolución en su conte-

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nido a través del tiempo. Con ello se pasa de la realidad actual del fenómeno urbano al análisis de su evolución histórica. A partir de la historia social, de la historia económica, de la arqueología y del urbanismo se ha ido forjando una nueva disciplina la historia urbana, para estudiar multitud de variables muy especializadas, como pueden ser: jurídico- institucionales, antropológicas, sociológicas, espaciales, artísticas, económicas y políticas, que han pasado de las grandes interpretaciones sintéticas a los análisis minuciosos de hechos concretos. La ciudad va ligada tradicionalmente a la idea de cambio, de progreso y de modernización, ideas todas ellas amplias y ambiguas, pero que sugieren siempre dinamismo, crecimiento y destrucción-reconstrucción. Aunque por otro lado, también es evidente la continuidad y mantención de elementos urbanos, trazados y usados de una época a otra, lo que sugiere la idea contraria a la anterior, o sea, persistencia y tradición (Carreras, 1983). Muchas veces, las dinámicas regionales de base espacial terminan por convertirse en procesos de territorialización, por lo cual una región queda delimitada oficialmente para reconocer su singularidad histórica o para formular políticas de reequilibrio espacial. Algunas veces se consolidan tanto, que llegan formarse como categorías administrativas, aunque también puede suceder lo contrario, o sea, empezar una decadencia y con el tiempo desaparecer como tal, al desaparecer sus características que la definían, o simplemente por un cambio de tipo económico o político. Dentro de todos los diferentes tipos de regiones, cabe destacar, para la temática tratada, el referirse a la denominada región histórica, entendida ésta como un espacio donde

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un pasado común, a veces, una lengua y cultura propias, y ante todo, un fuerte sentimiento de identidad regional, constituyen las bases para aparecer como diferente a los espacio vecinos. Algunos barrios del viejo mundo hunden sus raíces en antiguas unidades de carácter religioso como es la parroquia o divisiones de la ciudad bajo-medieval cristiana, subsistiendo el viejo templo con sus tradiciones y su santo patrón.

V.-

Concepto de asociación

comunidad

y

concepto

de

En

toda conjunto humano, ya sea artificialmente o ya sea por proceso natural, tienden a desarrollarse ciertos grupos, los cuales se denominan grupos sociales y cuyo tratamiento es para la temática tratada de un interés primordial, siendo éstos, los denominados grupos primarios y grupos secundarios. La sociología urbana y la sociología rural son ramas especiales de la disciplina que tratan de los hechos en relación con las colectividades que habitan dichos medios sociales. Es así como Alomar (1961), también nos indica que los grupos humanos pueden clasificarse en dos, siendo los que denomina grupos secundarios o de asociación, o simplemente, los denomina sociedad y que son aquellos integrados por personas unidas o integradas por cierta característica común o en orden a un interés o finalidad determinada y, generalmente, de carácter práctico. El contacto entre los individuos que los componen no suele ser directo ni personal, y aun cuando lo sean, ocurren de un modo infrecuente, formal y no íntimo. Según Alomar (1961) el

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término de sociedad se emplea en tres sentidos diferentes, siendo el más adecuado a nuestro estudio y al cual nos referimos, es a aquella forma especial de vinculación interhumana, dentro de la cual, los hombres se hallan unidos “no por conexión originariooriginal, sino por una finalidad particular”, en vistas a la cual se han asociado por vía contractual. En cambio, los grupos primarios o comunidades propiamente tal, son aquellos caracterizados por una íntima, directa y frecuente asociación e interacción personal entre los individuos que los integran, generalmente espontánea. Son primarios en varios sentidos, pero principalmente en el de que, son fundamentales en la formación y evolución de nuestra personalidad social y de nuestros ideales, y los que constituyen, realmente, la fase primera de la sociedad, y es la verdadera unidad social. El resultado de esta asociación íntima psicológicamente, es una cierta compenetración de individualidades en un conjunto común, de manera que las individualidades personales se funden para la vida común en las finalidades del grupo. La unidad del grupo primario no se manifiesta siempre en una mera armonía y afecto, pues es una unidad diferenciada y con frecuencia competitiva, pero la competencia entre las personas del mismo se halla, podríamos decir “socializada” por la simpatía, y el conjunto tiende a la disciplina de un espíritu común. El primer grupo primario y más importante dentro de la sociología es la familia, hasta el punto de que los grupos primarios son llamados “grupos familiares”. Grupos primarios son, por ejemplo, los que se forman entre los niños de una misma escuela que crean lazos de amistad tan fuertes que pueden durar toda la vida, o las típicas “pandillas”. Así, podemos decir, con mucha propiedad que el barrio es un grupo primario, tal vez menos definido pero más amplio que los anteriormente mencionados y que para el urbanista

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y la formación y el desarrollo de una unidad territorial, tiene una gran y vital importancia: es el que se desarrolla en las pequeñas poblaciones y que compone la totalidad de los habitantes de las mismas, comunidades reducidas en donde toda la gente se conoce personalmente. En muchas ciudades subsisten grupos primarios que podríamos llamar “de barrio”, aunque mal definidos y con sólo vestigios de cohesión, como por ejemplo en torno de una parroquia o de otro punto focal. Los barrios de nacionalidades o sectores como el denominado “barrio chino”, barrio de inmigrantes, no pueden considerarse como verdaderos grupos primarios por ser excesivamente extensos, pero están relacionados con los mismos y, cuando menos, crean un ambiente favorable para su desarrollo. Algunos sociólogos alemanes enfocan esta dualidad de conceptos de los dos tipos de grupos, contraponiendo el de Gemeinschaft o “Comunidad” (grupos primarios) al de Gesellschaft o “Sociedad” (grupos secundarios), aunque se prefiere la primera para no confundir la ambigüedad de las palabras sociedad y comunidad. Se ha dice que los grupos primarios están integrados por “amigos personales” con los cuales se convive y los secundarios por “conocidos”; los primeros, en un sentido más humano y espiritual; los segundos, en un sentido más material y práctico. Es así, como los grupos primarios, como la familia, pero también otros ámbitos tradicionales de socialización como la escuela o el trabajo, siguen siendo realidades vertebradoras de la experiencia cotidiana de la gente. Contra la atomización y la compartimentación de los grandes agregados sociales, podemos facilitar que aparezcan viejos y nuevos esquemas de solidaridad. Contra la degradación de la calidad de vida necesitamos generar convivencia. Frente a

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la irresponsabilidad y el egocentrismo en una sociedad que sólo privilegia la libertad y la diferencia, es necesario buscar nuevos referentes morales, nuevos valores cívicos. Lo que algunos denominan identidad comunitaria tendría ese sentido, una forma de denominar la realidad entendida como natural y propia. Las relaciones que se van generando en esos niveles, las redes que se crean, generan solidez, reglas de confianza y vínculos basados en reciprocidades que acaban construyendo un sentimiento de pertenencia y una voluntad de participación en la búsqueda de soluciones a los problemas propios y colectivos. El concepto de comunidad y el de trabajo comunitario han sido entendidos como elementos muy vinculados a situaciones de carencia, de falta de recursos de todo tipo. La gente que vive y depende de una comunidad sería aquella que no cuenta con los recursos necesarios (económicos, relacionales, cognitivos...) que le permiten prescindir de o superar los vínculos territoriales. Para ellos, la comunidad sería una especie de seguro vital. Así la comunidad aparece vinculada a necesidad, se asimilaría a debilidad. La idea que defendemos de comunidad es otra. Una idea de comunidad como valor, como signo de calidad de relacional. Una comunidad como espacio y posibilidad de elección. Una comunidad entendida como pertenencia, como relación, como valor en sí mismo. La comunidad sería expresión de sociabilidad, sería una construcción social, y por lo tanto, fruto de una opción, de una elección. Lo que se considera como expresión de la modernidad, la artificialidad, la despersonalilización, traen ahora un redescubrimiento y una necesidad del grupo de comunidad, entendida como el primer espacio de la cotidianidad, pero también entendida como exigencia política y ética. Crece la idea de que, si se quieren afrontar eficazmente

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ciertos problemas sociales y si se quiere mantener una fuerte capacidad de responder a las necesidades de todo tipo de la gente, es necesario “crear comunidad”. No nos referimos a la comunidad como algo contrapuesto a la globalidad. La autarquía, o sea, el localismo puro y duro, ya que éstos, no son solamente indeseables, son imposibles. Los sistemas democráticos por su excesiva profesionalización y alejamiento de la realidad, han comportado un renacimiento de las preocupaciones por el civismo, por una ciudadanía activa, capaz de implicarse, de participar y de mantener la vigilancia frente a las fáciles salidas autoritarias o de democracia delegativa. La comunidad local y, en especial, el barrio se nos presentan como espacios privilegiados para este tipo de aprendizaje. Aumentan significativamente las expresiones sociales de solidaridad, se multiplican las organizaciones de voluntariado y las experiencias que quieren encontrar espacios de ayuda mutua. Las raíces semánticas de “comunidad” nos llevan a términos como communis, que entre otras cosas significa “distribuidos entre todos” o “bien común” y que como sustantivo “cum munus” que significaría “el que hace lo que tiene que hacer junto a otros”. De esta misma raíz nace la palabra “municipio” (munus capere). El término comunidad entraña significados más cargados de proximidad y de emotividad que el término sociedad, generalmente, más teñido de impersonalidad, referido a individuos aislados que viven en vecindad, entendida ésta como, simplemente, contigüidad o cercanía. La sociedad, siguiendo la tradición contractualista liberal, representa un tipo de unidad lograda a través de un contrato que aparentemente une, pero que de hecho pretende asegurar la independencia y la separación de los individuos que la componen. En cambio en la

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comunidad encontramos un tipo de consenso asumido, vivo, que iría más allá de la simple agregación. Algunos relacionan el término comunidad como una utopía o nostalgia a relaciones hoy día obsoletas, nostalgias a un mundo no contaminado, a una realidad más humana, más cercana, que ya es difícil de encontrar en forma pura en los medios urbanos. A pesar de ello, defendemos que el municipio y el barrio, dotados de una cierta especificidad, pueden ser, desde un punto de vista sociológico y psicosocial, ámbitos territoriales favorables para el desarrollo de procesos comunitarios y, por lo tanto, espacios privilegiados para la potenciación de nuevas vías de participación y de implicación ciudadana en asuntos colectivos. Podemos sentirnos como parte (potencial o real) de muy diversos tipos de comunidades, unas más vinculadas al territorio, donde la proximidad, la vecindad es decisiva. Otras pueden ser comunidades sin proximidad, donde lo que prima serán intereses compartidos. Cualquiera sea el tipo de comunidad ha de entenderse ésta como más vinculada a procesos de intercambio natural entre sus componentes que al resultado racional de una especie de organismo jerárquicamente superior. El concepto de comunidad se basa más en la propia implicación de los individuos que en supuestos objetivos de encuadramiento, en una visión plural de coexistencia y superposición de diferentes comunidades y, por consiguiente, de diferentes y no contradictorias pertenencias. El sentimiento de comunidad, el sentirse parte de, dependerá de las conexiones personales establecidas, de la capacidad de influencia, de la integración y satisfacción de las necesidades que uno busque. Pertenecer quiere decir sentirse parte de, y uno forma parte de, o bien porque ha nacido en ese contexto, o bien porque uno ha escogido esa opción. Pertenecer, implica “sentirse con”, com-

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partir, tener relaciones sociales significativas, poder usar un “nosotros”. Como nos indica Aronovici (1965), en la construcción y la reconstrucción de ciudades pueblos y aldeas, lo que cuenta no es cómo enfrentamos los problemas inmediatos, sino cómo nos esforzamos por amoldar las complejas fuerzas reales del mundo material al material humano para obtener un conjunto de ideologías comunales que determinen la especie de comunidad en que viviremos. No basta desarrollar ideologías de planificación plausibles, éstas deben resultar vitales y activas en la conciencia de la ciudadanía, de modo que puedan llegar a convertirse en parte de las fuerzas dinámicas que hacen que las ruedas de nuestra civilización se muevan, y que modelen nuestros modos de vida. A la concepción de la planificación no le concierne el progreso de la ciencia y la aplicación de sus descubrimientos sino en relación con el bienestar humano. Las fuerzas degradantes que precipitan la detención, el retardo o la destrucción de una civilización comienzan donde el proceso mecánico de las estructuras y funciones de la comunidad superan las posibilidades biológicas psíquicas de adaptabilidad del hombre. El barrio o vida del hogar, tiende o debe tender a ser algo íntimo, cálido, armonioso, personal. Con el correr de los siglos adquirió valores y proporciones que reflejan las actividades físicas y espirituales y las preocupaciones de la vida cotidiana, el gusto, los acontecimientos y las memorias que dan significado a cada barrio en la contemplación de la vida. Ésto es lo que la vida del barrio significa o debería significar para el individuo. Todo tiende a subordinarse y a armonizarse con el ser humano y la familia en todas sus dimensiones: físicas, intelectuales, culturales, espirituales, raciales, históricas.

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La democracia no comienza en los vastos alcances de los asuntos de Estado, sino en los íntimos intereses hogareños de la comunidad en que vivimos. Es en esta íntima esfera de actividad donde se manifiesta, con mayor claridad, el verdadero sentido de las dimensiones humanas físicas, intelectuales y espirituales. En el nivel comunal, el factor humano es el más sensible al impacto de lo tradicional por una parte, y a lo nuevo y no familiar por la otra. Los vecindarios o barrios son las células del tejido de la comunidad. El comienzo de las comunidades eran esencialmente vecindarios compuestos de grupos humanos más o menos homogéneos, con intereses, simpatías y objetivos comunes. La base de toda comunidad es la familia, ya que es ésta unidad la que determina el propósito de nuestras comunidades y proporciona a nuestras instituciones los elementos de estabilidad esenciales para la preservación de “la nación” y sus fines sociales. La familia es el primer grupo coherente que da forma al carácter físico, mental y espiritual del individuo. No obstante, la supervivencia de la familia, depende de sus relaciones sociales con el círculo más amplio de individuos y familias que forman el vecindario. El vecindario es la primera prueba de la eficacia de la vida de familia y la disciplina cooperativa, prueba en la cual el individuo experimenta una ampliación del radio de relaciones humanas, con mayor campo para su expresión, ya que por medio del vecindario se pone a prueba el impulso social y se revelan nuevas formas de lenguaje en las relaciones humanas. Puede decirse que el espíritu de vecindad y el vecindario son las dos fuerzas entrelazadas que en definitiva determinan y dirigen los ideales de la ciudadanía, tanto local, como estatal e internacional. El ajuste entre la vida familiar y los horizontes más amplios, no viene desde adentro sino mediante un contacto con el mundo

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exterior y el proceso debe comenzar con el vecindario. Es en el vecindario donde el individuo encuentra oportunidades para comprender la relación entre libertad y democracia entre la individualidad, condición de respeto a sí mismo y tolerancia para con otros individuos con los mismos derechos y privilegios en el orden social. Históricamente el vecindario ha sido el crisol donde el carácter de cada individuo ha tomado forma como parte de la sociedad; su lugar y función debe adecuarse en la planificación y construcción de las ciudades debe adecuarse a este objetivo. Con los radicales cambios que están teniendo lugar en la vida de la familia moderna y las actividades fuera del hogar que la familia comparte con la escuela, la iglesia, el lugar de recreo y no pocas veces la calle, el vecindario está volviéndose cada vez más importante como un factor de desarrollo de relaciones humanas normales, básicas para la vida de las naciones. Lamentablemente, el vecindario tal como se lo conocía en tiempos de vida más sencilla, va desapareciendo, por la metamorfosis de las ciudades, tanto en forma como en función. Esto no significa que no haya vecindarios con límites bien definidos o casi bien definidos, sino que lo que declina es la íntima interdependencia y la conciencia de intereses, objetivos y simpatías comunes. Un vecindario, más que una entidad geográfica, es un concepto social y espiritual, dentro del cual, puede ser modelado y expresado el ideal y el esfuerzo cooperativo el cual el hombre y el niño están subordinados. El vecindario podría definirse como: un lugar donde cada uno sabe lo que está haciendo el otro y todo lo que le incumbe.

VI.- La Teoría de Kevin Lynch

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La Teoría de Kevin Lynch (1998), expuesta en el libro “The Image of the City” del año 1960 se ha convertido en un clásico de la cultura contemporánea del estudio de la ciudad, ya que si bien es cierto, ya que si bien es cierto es un trabajo aplicado a tres ciudades norteamericanas siendo las conclusiones son aplicables al ámbito universal y en especial a ciudades de la cultura europea o latinoamericana. Es así como a través del análisis visual de la ciudad, ésta se puede entender, quizás cambiarla, quizás disfrutarla y quererla, a través de los diferentes elementos de su diseño. Es un trabajo aplicado y una investigación preliminar, siendo sólo un intento de captar ideas y sugerir en qué forma se las podría desarrollar y poner a prueba en otras ciudades. Es un trabajo especulativo y como él mismo lo dice, un poco voluble, tentativo y presuntuoso, a pesar de todo ello y como lo indica Escobar (1992) que siendo la obra de Lynch de tipo urbanística, su obra ha marcado de forma decisiva el desarrollo de la Geografía de la Percepción y los estudios de la cognición espacial, por lo cual podemos decir, con mucha propiedad, que es una teoría y metodología aun vigente e ilustradora para entender las partes o elementos conformadores de la ciudad, por lo cual aplicable a nuestro objetivo, o sea, el estudio y las reflexiones del concepto barrio. Los elementos del paisaje urbano, o en otras palabras, el aspecto visual o medio ambiente de una ciudad, es la base para que todo ciudadano o visitante de ella, tenga una percepción particular, especialmente estética, a través de los largos vínculos con una u otra parte de una ciudad, la cual se presenta llena de recuerdos y significados. Incluye, no sólo las partes fijas de la ciudad, sino también, los elementos móviles y en especial las personas, ya que éstos no sólo son los observadores, sino también son parte del entorno.

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Generalmente, la percepción de la ciudad no es continua, sino es parcial, fragmentada y mezclada a través de todos los sentidos, no sólo con el visual. Si bien es cierto el medio urbano, a grandes rasgos, se mantiene constante durante un cierto tiempo, éste cambia constantemente por la acción de los mismos ciudadanos, tanto en tamaño como en forma, de ahí que se diga que observamos, no un resultado definitivo, sino sólo diferentes fases ininterrumpidas. Lynch dice que, generalmente, un medio urbano que sobrepase las dimensiones de aldea, rara vez es bello, deleitable y de uniforme buena calidad, que en verdad, es casi un imposible, pero acota, que en algunas ciudades, sí se encuentran algunos fragmentos atrayentes. La mayoría de los norteamericanos tienen claridad en la fealdad del mundo en que viven, aparte de la mala calidad ambiental, como es el calor, la suciedad, la congestión, la monotonía, el humo, en general el caos. No tienen conciencia del valor potencial de un entorno armonioso, con deleite cotidiano, como parte permanente de sus vidas. De ahí que sea necesario estudiar la calidad visual de la ciudad a través de la imagen mental que tienen sus habitantes, poniendo especial atención a una cualidad visual específica, como es lo que él denomina “legibilidad” del paisaje urbano, refiriéndose con éste término a la facilidad con que se pueden reconocer y organizarse las partes, en una pauta coherente, o sea, tratar de reconocer símbolos, para que una ciudad sea legible y al ser legible, es posible mejorarla y quererla. Nos dice que éste concepto es de suma importancia para la reconstrucción de nuestras ciudades. Lógicamente, que para comprender la legibilidad, “no debemos limitarnos a considerar la ciudad como cosa en sí misma,

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sino la ciudad en cuanto percibida por sus habitantes” (Lynch, 1998). La estructuración y la identificación del medio ambiente es una de las capacidades vitales que tiene todo ser móvil tiene, para lo cual se emplea, especialmente, las sensaciones visuales de color, forma, movimiento, junto a los otros sentidos como son el oído, el olfato, el tacto la sinestesia, etc. Lynch nos indica, que además nos apoyamos en el uso de claves sensoriales precisas que provienen del medio exterior, como son la presencia de los demás y en medios específicos de orientación como son los mapas y la numeración de las calles. Así es que en el proceso de orientación, el vínculo estratégico es la imagen mental generalizada del mundo físico exterior que posee un individuo. Siendo esta imagen producto de la sensación inmediata y del recuerdo de experiencias anteriores y se utiliza para interpretar la información, reconociendo y estructurando su entorno. Un medio ambiente ordenado puede actuar como un amplio marco de referencias, como organizador de la actividad, de las creencias o del conocimiento. De este modo, una imagen nítida del contorno constituye una base útil para el desarrollo individual. Un escenario físico vivido e integrado, capaz de generar una imagen nítida sino también eficaz, desempeña una función social y confiere una fuerte sensación de seguridad emotiva, pudiendo establecer una relación armoniosa entre sí y el mundo exterior y realza la profundidad y la intensidad potenciales de la experiencia humana. Las imágenes ambientales son el resultado bilateral entre el medio ambiente y el observador, el primero sugiere distinciones y relaciones y el segundo escoge, se adapta, organiza y dota de significado a lo que ve. La coherencia, la

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identidad y organización de la imagen puede darse de distintas maneras: 1.- Puede ser desordenado el objeto real y pese a esto su imagen mental la organiza a través de una larga familiaridad. 2.- Un objeto visto por primera vez puede ser identificado y relacionado, no porque sea familiar, sino porque se ajusta a un cliché ya construido por el observador. 3.- Un objeto nuevo, también puede parecer con una fuerte estructura o identidad debido a los rasgos físicos notables que imponen su propia pauta. Como manipuladores del medio físico, los urbanistas y los geógrafos urbanos, se interesan ante todo en el agente externo de la interacción que produce la imagen ambiental, ya que ciertos ambientes se oponen o facilitan el proceso de elaboración de la imagen. Cada individuo crea y lleva su propia imagen, pero parece existir una coincidencia fundamental entre los miembros de un mismo grupo. Son estas imágenes colectivas o representaciones mentales colectivas, las que denomina “imágenes públicas” que demuestran el consenso, las que interesan a los planificadores urbanos. Son puntos de coincidencia que se espera que aparezcan en una interacción de una realidad física única, una cultura común y una naturaleza fisiológica básica y común. El mundo puede ser organizado alrededor de un conjunto de puntos focales o partido en regiones nominales o bien unido mediante rutas que se recuerdan. Es así como podemos dividir, adecuadamente, la imagen de la ciudad en senda, mojón, borde, nodo y barrio.

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1.- Sendas. Son los conductos que sigue el observador normalmente, ocasionalmente o potencialmente. Pueden ser calles, senderos, líneas de tránsito, canales o vías férreas. 2.- Bordes. Son los elementos lineales que el observador no usa. Son los límites entre dos fases, rupturas lineales de la continuidad, como playas, cruces de ferro- carriles, bordes de desarrollo, muros. Constituyen referen- cias laterales y no ejes coordinados. Pueden ser líneas que separan o unen dos regiones. Son elementos fronterizos no tan dominantes como las sendas, pero para muchas personas constituyen importantes elementos organizadores. 3.- Nodos. Son los puntos estratégicos de una ciudad a los que puede ingresar un observador y constituyen los focos intensivos de los que parte o a los que se encamina. Pueden ser confluencias, sitios de una ruptura en el transporte, un cruce o una convergencia de sendas, momentos de paso de una estructura a otra. 4.- Mojones. Son puntos de referencia que se consideran exteriores al observador, constituyen elementos físicos simples que en la escala pueden variar considerablemente. El uso de mojones implica la opción de un elemento entre una multitud de posibilidades, de ahí que la característica clave de esta clase es la singularidad, un aspecto que es único o memorable en el contexto como elementos significativos. Algunos autores (Escobar, 1992) los denominan, o los traducen como hitos. 5.- Barrios. Los que también denomina distritos y son las secciones de la ciudad cuyas dimensiones oscilan entre medianas y grandes, concebidas como de un alcance bidimensional, en el que el observador entra “en su seno” mentalmente y que son

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reconocibles como si tuvieran un carácter común que los identifica. Son identificables desde el interior y se los usa para la referencia exterior en caso de ser visibles desde afuera. La mayoría de las personas estructuran su ciudad hasta cierto punto en esta forma, quedando margen para las diferencias individuales, en cuanto a si las sendas o los barrios son elementos preponderantes. Básicamente los identifica como partes de una ciudad diferente de las demás. Michel-Jean Bertrand (1981) al referirse a la teoría de Linch, nos dice que la planificación urbana puede alcanzar las necesidades mínimas que es necesario satisfacer, según la opción funcional que descansa en teorías deductivas y en modelos que estructuran el espacio a diversos niveles. Pero la complejidad se vuelve inconmensurable de una realidad que cada cual concibe y utiliza de formas diferentes, o sea, hay una clara y creciente diferencia entre la esquematización teórica y la realidad vivida. Esta preocupación se opone a la manipulación al ciudadano pasivo que sólo sería un objeto de experiencias sometido a los poderes, técnicos al servicio del poder financiero, así el urbanismo sería y como muchas veces lo es autoridad, que se aplica a unos usuarios para los que la ciudad solo es una mercancía que se les impone. Lynch, agrega al análisis funcional habitual del conocimiento de las estructuras del paisaje, la percepción y la memorización por parte del ciudadano usuario. Así el entorno sugiere una serie de distinciones, relaciones y es el observador quien escoge, organiza y llena de sentido aquello que ve. La imagen de esta forma revaloriza limita y amplía lo que es visto, mientras que dicha imagen es puesta a prueba de las impresiones sensoriales filtradas, de una realidad determinada que puede presentar variaciones significativas de un observador a otro. Así el paisaje es comprendido de forma diferente por cada uno.

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Según de las Rivas (1992) “La imagen de la ciudad” de Lynch manifiesta un profundo interés por lo perceptivo, estableciendo las condiciones y elementos de la percepción urbana con la intención de conferir un valor interno al problema de la forma. Un medio ambiente ordenado puede actuar como amplio marco de referencias, como organizador de la actividad, las creencias o el conocimiento, destacando la noción de legibilidad como base para la orientación.

VII.- Geografía de la percepción

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a partir del trabajo de Lynch que en los estudios geográficos se empieza a tener en cuenta el aspecto de la subjetividad, ya sea individual o colectiva, apareciendo la denominada Geografía de la percepción y la Geografía cognitiva, intentando desarrollar diferentes teorías a través de la incorporación de diferentes técnicas. A pesar de la gran variedad de tipos de espacios que estudiamos, en realidad, el objetivo desde estas teorías es el espacio cognitivo, el cual Cauvin (Escobar, 1992) lo define como espacio “obtenido”, “construido”, después de modificaciones y transformaciones realizadas por nuestros filtros personales y culturales a partir de los espacios físicos y funcionales. Así, una parte de este espacio es compartido por un grupo de la población, poseedora de características comunes (filtros culturales), pero otra parte pertenece sólo al individuo como producto de sus filtros personales. Hay que sí, aclarar la diferencia entre el término “cognición” y “percepción” los cuales, muchas veces se utilizan como sinónimos. Es así como a grandes rasgos, podemos decir que

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el primero es la suma de subconjuntos de sensación, percepción, recuerdo, razonamiento, solución de un problema, juicio y evaluación, incluyendo diferentes procesos por los cuales la información visual, lingüística, semántica y comportamental es seleccionada, codificada elaborada, almacenada y utilizada. En cambio el segundo es el conjunto de estímulos recibidos de forma consciente o inconsciente por un individuo. Es así como la percepción forma parte de la cognición, ya que a través de ésta, el individuo toma contacto directo con el espacio, en cambio la cognición toma en cuenta espacios, incluso en donde el individuo no ha estado nunca presente. Así, el espacio percibido en el que el individuo lleva una vida afectiva e intelectual está limitado por sus posibilidades de desplazamiento, perteneciendo a la Geografía de la Percepción, ya que ésta trata espacios cercanos, espacios vividos, en los que el individuo aplica la experiencia del vivir cotidiano, en cambio el espacio cognitivo no tiene límites. De ahí la importancia de la percepción de los individuos o de diferentes tipos de grupos sociales de los espacios urbanos, de sus espacios vividos o territorios como es el barrio. Este espacio subjetivo o espacio vivido o personal es el que interesa al psicólogo, pero también y en especial al urbanista, al arquitecto o al geógrafo, o sea, es el espacio que debe tener presente todo planificador, en la búsqueda de soluciones más adaptadas a las concepciones, experiencias y necesidades de las personas (Gallastegui,1997). Según Bailly (1992) nadie puede conocer otro espacio que el percibido y que entre el espacio que el hombre quiere conocer y otro, se interpone el denominado filtro de la personalidad (aprendizaje, cultura, psicología, etc.). La imagen que cada uno tiene del espacio corresponde, de hecho, a un espacio percibido y es el que le sirve de guía y referencia para todas las elecciones de

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localización y desplazamiento, o sea, para todas las decisiones de tipo espacial. Según Abraham Moles (1972) la organización de nuestro espacio es producto de la imagen que tenemos de él y esta apropiación se realiza a través de dos sistemas filosóficos, los cuales presentan un completo sistema conceptual, uno de ellos es la filosofía de la extensión cartesiana, el cual es un mundo concebido como extenso e ilimitado y contemplado por un observador que no habita en él, y donde ningún punto de éste aparece como privilegiado a la mirada del observador. Es un espacio racionalizado a través del pensamiento científico, por lo cual se descubre tardíamente y se enmarca a través de ciertos elementos externos a él y que son convencionales, es lo que se denomina espacio geocéntrico. En cambio la segunda es la filosofía de la centralidad o del espacio centralizado, en el cual el yo es el centro del mundo, el lugar que ocupa mi cuerpo, el aquí y el ahora. Es el mundo que se descubre y escalona en torno a mí, en diferentes estratos o zonas que, paulatinamente, se alejan de quien percibe, a los que Moles denomina “caparazones” y los caracteriza como perspectivos y subjetivos. Es el mundo que el hombre construye en torno suyo, presentando un punto de vista particular y diferente para cada ser humano o grupo territorial, es lo que se denomina una visión egocéntrica o antropocéntrica, el cual tiene como marco de referencia su propio cuerpo. Moles identifica ocho “caparazones”, siendo el primero el propio cuerpo, continuando con el gesto inmediato, la habitación, el departamento, el barrio, la ciudad, la región y agenda y por último el espacio del “vasto mundo como espacio de proyectos”. Como vemos el barrio, es el quinto caparazón y lo denomina lugar carismático, haciéndolo corresponder con el dominio familiar, pero que el hombre no domina. Es un espacio

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conocido que comparte con vecinos, amigos y conocidos; aquí los movimientos son espontáneos en las relaciones sociales y sus tiempos de desplazamiento no sobrepasan los diez minutos, sin plan ni horario. Es el espacio habitual, seguro y sin imprevistos, en contraposición del sexto caparazón, la ciudad, que la denomina como el espacio del anonimato, al cual “se va”, por lo cual hay que desplazarse por un medio de transporte, por lo cual implica horarios, no es un espacio familiar, sino que anónimo y un espacio de alta densidad de acontecimientos (Gallastegui, 1997). Pilar Rodrigo (2000), nos dice que el problema fundamental que siempre se plantea cuando se realiza un estudio de barrio, desde el punto de vista de la Geografía Urbana es la definición, sus límites espaciales y su identidad. Nos dice que probablemente sea un ejercicio inútil, dada la indefinición del concepto, tal vez lo más aconsejable fuera recurrir a la percepción subjetiva que tienen los habitantes del lugar en el que viven. A pesar de esta dificultad, es posible efectuar un acercamiento al término. Dice que generalmente hay grandes diferencias entre una y otra visión del barrio, de tal forma que esa percepción individual hay que relacionarla con el concepto de “espacio de vida”, es decir, el entorno más próximo vivido realmente por sus habitantes, el espacio en el que desarrolla gran parte de su vida familiar y vecinal y, a veces, incluso su vida laboral. Según Sandra Lencioni (2003), desde el paradigma humanista y fenomenológico se procura elaborar un enfoque globalizador y subjetivo de la realidad, en la cual la intuición pasa a ser un elemento constitutivo e importante en el proceso del conocimiento. Procura demostrar que para el estudio geográfico es importante conocer la mente de los hombres, para saber el modo como se comportan en relación al espacio. Así el espacio, debido a su dimensión abstracta, deja de ser la referencia

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central pasando a ser el espacio vivido, aquel que es construido socialmente a partir de la percepción de las personas, colocando en el centro del análisis el lugar, no como un espacio objetivo, sino como algo que trasciende su materialidad, por estar repleto de significados, especialmente social y cultural.

VIII.- Geografía de o del género

Con este nombre se conoce una aproximación a la Geografía, que pone de relieve las cuestiones sobre las desigualdades de sexo y la opresión de la mujer en todas las esferas de la vida. Es el análisis de las diferencias de género en relación al uso, comportamiento, percepción, cognición y construcción del espacio. Se refiere a las actitudes espaciales de los hombres y mujeres que socialmente dependen de la visión de la masculinidad y la feminidad. Según Johnston (1987) El término “género” se prefiere al de sexo, el cual está restringido a diferencias anatómicas entre sexos antes que a diferencias sociales. Aunque la idea de que hay una Geografía de Género (en inglés “Gender Geography”) es aún relativamente radical y es rechazada por algunos sectores. Ortega (2000) nos indica que la expresión “género” es una traducción poco expresiva en español, debido a que el término pertenece al ámbito de lo gramatical, además creemos que si se habla de género, no sólo nos referimos a lo femenino, sino también a lo masculino. Otros la denominan Geografía de las mujeres para reivindicar “el espacio de la mitad de la humanidad”. Ortega nos dice que más conforme el término Geografía Femenina o Feminista está más conforme con su orientación dominante y sobre todo con sus postulados básicos. En el año 1983 se destaca la obra de Mazey y Lee cuyo título es “Her espace, her place” la cual es una de las mejores introducciones a la “Geografía de las Mujeres”,

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donde usando métodos geográficos convencionales, cartografía aspectos como la geografía de los derechos de la mujer, sobre el aborto, la participación de la mujer en el trabajo, en la educación, modelos de viajes diarios y las migraciones a gran escala (Johnston, 1987). La Geografía de género aún está en sus comienzos, apoyada en el resurgir de los movimientos feministas de los años sesenta y en el desarrollo de dichas teorías en las Ciencias Sociales. La Geografía de Género tuvo un terreno abonado en el desarrollo de la Geografía Marxista, de la Geografía Radical y de la Geografía del Bienestar, las que abrieron la discusión sobre la estructura de las desigualdades sociales y las relaciones entre procesos sociales y estructura espacial. Pero, lamentablemente, estos estudios se centraron en la desigualdad de clases, ignorando la estructura de las desigualdades entre hombres y mujeres y los caminos por los que las formas espaciales reflejan y afectan a la naturaleza de esta desigualdad. Hay un reconocimiento explícito, a través de investigaciones empíricas, de que la forma espacial y la distribución tienen género y la designación y el uso del espacio están determinados en parte por la asunción ideológica de los papeles y relaciones existentes entre los sexos. Para Ortega (2000) la construcción de un marco teórico feminista parte del principio de considerar que la distinción hombre-mujer, en sus diversos términos, tiene un carácter y su construcción es netamente social. La teoría social crea dos figuras, a las que se les otorga rasgos propios y muy diferenciados en los comportamientos, en el trabajo en las relaciones sociales y especialmente en la vida cotidiana y en la política. Es así como la Geografía moderna se ha desarrollado a través de un discurso, predominantemente masculino en los procesos sociales y muchas veces “machista”, o sea, la información geográfica ha sido de tipo

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social y sin tomar en cuenta la posición, visión y participación de las mujeres. La mujer ha sido doble víctima, de la segregación social y de la marginación femenina. Son las Geografías Radicales y Humanístas, las que descubren estas nuevas formas de espacio, o sea, un espacio diferenciado femenino. Las relaciones espaciales ayudan a dividir y mantener cultural e históricamente, las nociones de los comportamientos de los sexos, especialmente, en los suburbios y en las clases bajas, llegando a ser una trampa para las mujeres, donde quedan aisladas en su medio doméstico y cotidiano, los cuales están limitados por la escasez de servicios públicos y limitación en los empleos. Esta limitación a bienes y facilidades de todo tipo es limitado tanto por la localización espacial como por los papeles que por tradición, educación e ideología tienen asumidos en función del sexo. La percepción e interpretación del espacio y el paisaje ha mostrado que el sexo es uno de los factores interpretativos de las relaciones personales con el medio. La percepción de la mujer de lo que es un medio es muy diferente de la del hombre. Humohry Osmond (1979), en su trabajo “La comprensión del entendimiento” al referirse a la territorialidad, a la diferencia de necesidad de espacio y a los mundos propios, el denominado Umwelt (concepto creado por el biólogo J.J. Von Uexküll) de los seres vivos a través de la Etiología, se refiere a las diferencias de espacios necesarios según las culturas y en especial a la necesidad de espacios seguros en las ciudades, para el juego de los niños, haciendo una diferencia, según sea el sexo de éstos. Hace algunos años los niños más pequeños jugaban al centro de un territorio, en cambio los mayores jugaban en la periferia ya que necesitan explorar, buscar nuevos espacios, alejarse del hogar, en cambio las niñas, en general, no se desplazan en sus juegos, su territorio es

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muy reducido y es difícil que se desplacen. Relacionándolo con la Etiología, Osmond plantea que el macho necesita buscar alimento y desplazarse más que las hembras, debido a que éstas se dedican a las vitales e importantes actividades biológicas de cuidar y alimentar a las crías. Este planteamiento, general y desde el punto de vista biológico, queremos relacionarlo, en el capítulo de las Conclusiones, con el papel de la mujer, como sujeto social de los barrios populares o marginales, como conformadora y articuladora principal de una cotidianidad y como lo plantea Muñoz (1994) por unos peculiares usos de los medios masivos. La Geografía de Género ha incorporado en el análisis geográfico el espacio de la mujer ampliando su horizonte y de acuerdo con sus postulados teóricos se ha concentrado en algunos campos específicos y privilegiados, especialmente en el campo de lo urbano y en el mundo de lo local. El espacio urbano aparece como un espacio dual, el espacio público - el espacio privado, el espacio del trabajo - el espacio de lo doméstico. El espacio urbano es un espacio modelado por la condición sexual, es un espacio sexuado.

IX.- Conclusiones y/o reflexiones finales

Como

ya hemos visto en los diferentes apartados de este trabajo, los conceptos del término barrio son variados, pero casi todos coinciden en sus rasgos generales y cómo éste es uno de los elementos fundamentales en el mejoramiento de la calidad de vida y convivencia ciudadana de todas las ciudades, especialmente, en las de grandes dimensiones. Hemos visto como se pueden determinar, cuales son sus límites y dimensiones, etc., es por todo ello, que a través de este tratamiento bibliográfico, es que

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podemos llegar a estas conclusiones y reflexiones finales, como un aporte, especialmente para su discusión y como elementos de preocupación y de tener en cuenta por las autoridades y planificadores locales, como elementos privilegiados de estructuración y reproducción de las identidades terri- toriales. Es así como en primer lugar, trataremos los problemas de las grandes ciudades, como un problema aparecido en el siglo XX, como son las psicopatologías urbanas, la falta de identidad y compromiso de los ciudadanos, basándonos en las diferentes visiones sociológicas, en especial la Teoría de Wirth y la importancia de dividir las ciudades en unidades territoriales-administrativas menores. Veremos también la importancia que creemos que tienen, una serie de instituciones y elementos en la conformación, mantenimiento y enseñanza de la vida cívica y barrial, como es la Escuela de Educación Básica, ya sea desde el punto de vista de los contenidos educativos y disciplinares, destacando la importancia de la disciplina geográfica, así como desde el punto de vista de la escuela como institución de cohesión, conciencia y unidad, como creadora de redes sociales. No referiremos también a la importancia que creemos que debe tener la coincidencia espacial y territorial de lo que entendemos por Barrio y las denominadas Unidades Vecinales, para lo cual hacemos una analogía, muy general y simplificada con el concepto denominado Estado-nacional. Y por último reflexionaremos sobre la importancia y el papel que juega la mujer, desde la visión de la denominada Geografía feminista o de Género, en especial, en los barrios populares y marginales.

Según

Pinilla (1977) el hombre es un ser excepcionalmente circunstancial, debido, especialmente por la

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necesidad de producir en cierto modo el lugar de existencia, en otras palabras no está bien dotado para subsistir en su entorno natural, ya que necesita acondicionarlo, acomodarlo y perfeccionarlo a sus posibilidades. Por lo cual se rodea de cosas propias, creando la civitas siendo su máxima expresión. En cambio, el resto de los seres vivos vienen a la vida ajustados de antemano, en mayor o menor medida, al hábitat específico que les deparó la evolución, a través de ciertos mecanismos instintivos prefijados por la herencia. La ciudad es una de las realidades históricas que trasciende la pura vida biológica y proclama la capacidad humana para inventar un mundo propio, para construir su propia circunstancia. Pero, lamentablemente, el rapidísimo proceso urbano ha conducido, irremediablemente, a las grandes ciudades de un crecimiento incontrolado, irregular y acelerado, apareciendo como un fenómeno de colosalismo y masificación, francamente alarmante, y de cuyas repercusiones no debemos desentendernos, como son la megalópolis. Así, podemos decir que el fenómeno urbano es nuevo en la larga historia del hombre, si consideramos que el origen de los primeros hombres de tipo sapiens, es aproximadamente de unos cien mil años de antigüedad y las ciudades sólo tienen unos diez mil años. Los problemas adaptativos derivados de la complejidad de su infraestructura y de su esencial movilidad invaden la vida cotidiana y ponen en grave riesgo su calidad, siendo típico el anonimato y la privatización, la burocracia, la polución, la estridencia y la agresión sensorial en la calle, la prisa, el tráfico u otras similares, típicas de la civilización industrial de nuestro tiempo. La población urbana se caracteriza por su forma de organización social. Frente a la homogeneidad de la sociedad urbana preindustrial que contenía personas que se conocían entre sí, con el mismo trabajo y análogos intereses, que tendían a parecer,

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pensar y comportarse de modo semejante, reflejando el consenso de valores y normas de comportamiento. La sociedad urbana actual, vive en ciudades de gran tamaño, de elevada densidad, de heterogeneidad de habitantes y tendencia a la desorganización sobre todo desde el punto de vista de la sociología clásica. La presencia de verdaderos mosaicos culturales, la diversidad de estilos de vida, la disparidad de valores y aspiraciones dentro de la ciudad, hacen imposible un consenso y una cohesión social del pasado en su interior, al tiempo que incrementan la desorganización social y personal, provoca fricciones y propicia la proliferación de comportamientos sociales desviados. Según Carmen Gómez (2001) la crisis de la ciudad va indisolublemente unida a la pérdida de su función comunitaria y educativa. Sin embargo, algunos autores reivindican la importancia de las ciudades como auténticos territorios de convivencia frente a los desafíos de la homogeneización y la pérdida de identidad que conlleva la globalización, no obstante convertir la ciudad en un lugar de desarrollo y convivencia, simultáneamente constituye un reto. Es imprescindible una acción política fuerte, que impulse dinámicas y minimice otras, que elija unos objetivos y acciones y desestime otros, en función de unos valores, para así educar y formar ciudadanos conscientes de sus derechos y responsabilidades de su territorio, para así, refundar la ciudad y la consolidación de una nueva ciudadanía, con mayores grados de libertad y solidaridad. Es necesario promover un conjunto de valores y actitudes que permitan a la población, desde la participación crítica y activa, para conformar un modelo de sociedad para el futuro y una manera de vivir juntos, o sea, convivir, para lo cual es necesario fomentar mecanismos que posibiliten el reconocimiento del otro y promover lazos solidarios que sirvan para la

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construcción de la cohesión social. Aprender a convivir y, en consecuencia, a conciliar intereses individuales y colectivos desde el diálogo y la participación, en una sociedad en la que la heterogeneidad estará cada vez más presente. Científicos sociales como Tonnies, Durheim, Simmel, Sumner y especialmente Wirth, analizaron las implicancias sociales y psicológicas de la urbanización asociadas a la revolución industrial del siglo XIX, destacando aspectos negativos de la sociedad urbana desde la perspectiva determinista del entorno. Así encontramos dualidades como artificialidad-naturalidad, extrañeza-familiaridad, individualismo-comunidad y cambiotradición. La teoría wirtiana del urbanismo como modo de vida, señala que la ciudad debilita vínculos personales, provoca pérdida de cohesión social y ocasiona desaparición del control social de los grupos primarios, como la familia, los amigos y los vecinos. La vida social se fragmenta entre la casa, la escuela, el lugar de trabajo y los amigos; se divide en el tiempo y en el espacio entre personas y lugares no relacionados, lo cual favorece la desorganización social, la anomia* ante situaciones en que las normas se confunden, así como la aparición de comportamientos desviados. Nota: Durkheim fue quien dio el nombre de anomia al estado de la sociedad que se caracteriza por el reducido número de actividades, en las cuales colaboran los individuos, por el bajo grado de contacto entre éstos y por una falta de control del grupo sobre sus miembros. (viene del griego que significa “carencia de ley”) (Homans, 1963).

La misma teoría sostiene que los estímulos del entorno urbano, debido al tamaño creciente de las ciudades, el aumento de las densidades y la heterogeneidad de las poblaciones,

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generan “sobrecarga psíquica” sobre los individuos, llevándolos al estrés, depresión o ansiedad. Así los ciudadanos son bruscos, impersonales, fríos e indiferentes en sus relaciones con los demás. Rabinet (1997), ante esta situación tan negativa, nos dice que es necesario, no sólo enfocar en su realidad dimensión estos problemas, sino más bien ver a la ciudad como una oportunidad de desarrollo integral de su gente, ya que es en las ciudades donde se encuentra, fundamentalmente, el patrimonio inmobiliario, el patrimonio arquitectónico, las principales obras de infraestructura, los mejores servicios a todo nivel, los centros de conocimiento, las universidades, los centros de investigación, tanto científica como tecnológica, en otras palabras está el mejor capital humano que tiene un país. Nos dice que hay que pensar en una ciudad sustentable y a escala o dimensión humana, que la ciudad no es patrimonio sólo de los arquitectos, urbanistas, técnicos o profesionales, por capaces que sean, que la ciudad es más rica que las normas, las leyes, los planes reguladores, si tiene consenso y el convencimiento de sus habitantes y de sus principales fuerzas políticas, de ahí que el esfuerzo de repensar la ciudad, de resolver sus problemas, de introducir la dimensión humana, no pasa por tener buenos alcaldes, sino también, pasa por la motivación y la coordinación con las autoridades del sector público con el sector privado y lo que hemos llamado sectores sociales, de ahí la imporitancia de la integración social, la coordinación, la concertación y la descentralización, pasando a ser elementos consustanciales a una visión interdisciplinaria. También, según la teoría sociológica clásica, la conciencia de comunidad sería prácticamente inexistente en la ciudad, debido a los conflictos y tensiones que genera la sociedad urbana. Sin embargo los presupuestos wirtianos no son siempre tan claros en la realidad, ya que numerosos estudios han demostrado que la incidencia del estrés y de los desordenes mentales no es mayor en

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las ciudades, que los contactos familiares no son , menos frecuentes, ni existen pruebas que sean inferiores. También rechazan la noción de aislamiento personal, probando que también en las urbes existen altos niveles de cohesión normativa, pero también anomia, derivada esta última, de la sensación de aislamiento y de desarraigo. Es así y contradiciendo las teorías sociales clásicas, en todas las ciudades, aparecen ejemplos de redes de relación entre particulares, grupos y comunidades de barrio que se solapan y yuxtaponen, según su naturaleza. Es así como dentro de ellas figuran: relaciones primarias, entre parientes (basadas en lazos de sangre y obligación) y entre amigos (basándose en la atracción y el mutuo interés) y relaciones secundarias, de carácter más intencionado (como las que tienen lugar dentro de un marco de asociaciones de negocios, partidos políticos, sindicatos y grupos de presión) o que resultan de la interacción de miembros de grupos étnicos, religiosos o culturales. Dentro de las redes sociales* urbanas están también las de ayuda informal; surgen para proporcionar auxilio y consejo ante situaciones muy variadas, como pueden ser: depresiones benignas, cambios de trabajo, decisiones de jubilación, dificultades matrimoniales, problemas de desempleo, etc. Estas redes se desenvuelven a nivel de barrio y se fundamentan casi siempre en el “vecino natural”, o sea, personas con propensión y capacidad de resolver problemas de otros individuos por autoengrandecimiento, altruismo o algún otro motivo, que algunas veces, es preferida, generalmente, a la ayuda oficial facilitada por organismos o instituciones oficiales. Aparte de amigos y vecinos, existen profesionales, como policías, sacerdotes, médicos, profe- sores, que ocupan puestos de privilegio en estas formas de redes sociales. Cabe destacar sí, que la propensión, intensidad y dirección de las relaciones está condicionada, fuertemente, por las distancias social y física que separan a los

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individuos dentro de la ciudad y que también dependen de la naturaleza e interacción afectadas (Zárate, 1991). Nota: Ezequiel Ander-Egg (1998) define como red social al conjunto de relaciones que un individuo configura en torno de sí con otras personas, estas relaciones tienen características, contenidos y formas muy diversas; en unos casos tiene un carácter utilitario (tareas o actividades productivas) y en otros, emocional (grupos de apoyo mutuo).

José Luís Pinillos (1997) en su libro “Psicopatología de la vida urbana” se aproxima a los grandes problemas de la existencia urbana, al aplicar una óptica de contrastes, tratando de definir la tipología psicológica del modo de ser urbano en oposición al propio de ser campesino a través de un listado de cualidades bipolares, respectivamente, siendo algunas de ellas: artificioso-natural, cambiante-estable, excitable-tranquilo, interacción contractual-interacción familiar, insolidario-comunitario, pertepertenencia a grupos secundarios- organización en torno a grupos primarios, racional- instintivo, progresivo y avanzado-tradicional y resistente al cambio, informado-ignorante, etc. (cabe destacar que esta tipología ha sido usada por sociólogos como Cooley, Durkheim, Munford, Spranger o Weber). Pinillos (1977) nos dice que el psicólogo, no debe dejar de pronunciarse en la medida en que la conducta es la forma de existir en un medio, en espacial el medio urbano en que el hombre se conduce de ordinario, se debe tener presente a la ecología en que se inscribe, de ahí que se tenga que aplicar una psicología ecológica, esto es las relaciones recíprocas entre el hombre y su ambiente usual. Nuestras vidas transcurre en un espacio arquitectónicamente ordenado o no, el cual impone movimientos y operaciones psicológicas muy forzadas. Es un medio en que el espacio natural, añorado geneticamente y tan necesario aún en nuestras vidas, ha sido sustituido por construcciones geométricas

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cuya sinomorfia con el cuerpo humano es muy discutible. La mayoría de las veces el habitat es discordante con las necesidades y posibilidades de su propio creador. La ciudad, al contrario que el paisaje natural, que presenta una perspectiva amplia y profunda, se nos presenta a segmentos, como las piezas de un puzzle que sólo se puede armar en nuestra mente. Así el espacio urbano niega las grandes perspectivas, ya que sus construcciones compactas rompen la dimensión de profundidad, excepto en la visión cenital. La ciudad apenas dispone de espacios horizontales amplios, carece de horizonte y faltan en ellas las formas orgánicas en que descansan los sentidos. Falta en ellas el lecho de vida vegetal que la naturaleza ha interpuesto como acogedora mediación entre lo orgánico y la zoología. El espacio urbano tiende a ser inanimado y distancia al hombre de la naturaleza. Por último Pinillos (1977) nos dice que hay una sincronía y correspondencia entre las modificaciones del medio y las capacidades del ser humano para ajustarse a él, por lo cual se necesita en forma urgente una adaptación saludable. Recordemos las ciudades históricas acordes con la palabra civitas, que significa lugar de reposo, disponían de abundantes lugares aptos para la convivencia o el descanso, como eran las plazas, las iglesias, los edificios públicos los patios de vecinos, etc. constituían la oferta material que la ciudad ofrecía al diálogo, la convivencia o al mero sosiego de sus habitantes. Por una serie de razones, como las planteadas en la Introducción de este trabajo, debemos reconocer que el espíritu de comunidad en las grandes ciudades, se halla en crisis. Mientras las relaciones de carácter primario que son la expresión del sentimiento de comunidad, se van debilitando, crecen los vínculos impersonales de sociedad, siendo uno de sus exponentes más notorios la burocracia en todas sus formas. Las causas de esta

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crisis son numerosas, complejas y difíciles de analizar, pero no hay duda que la más importante de ellas es la gran ciudad en sí, debido a la forma absurda, irracional e inorgánica en que se han desarrollado. Como dice Ediciones Nauta (1984), las asociaciones fuertemente unidas por los conceptos de familia, actividad y ubicación desaparecen en las sociedades industriales y urbanas. Las ciudades estuvieron compuestas antaño, casi enteramente, por gentes que habían abandonado su comunidad rural, y las ciudades siempre han sido consideradas como lugares ideales en los que permanecen en el anonimato mediante el corte de todos los vínculos sociales reconocidos. Sin embargo, en las ciudades se establecen nuevos tipos de vecindades y comunidades, sólo con la pérdida de una cierta importancia en el aspecto territorial y todo esto se debe a que el hombre de ciudad presenta mayor movilidad, tanto social como de lugar. Los contactos de persona a persona han sido sustituidos extensamente por los contactos indirectos, es decir, a través del teléfono, la televisión, la radio, los periódicos, Internet, etc. En la ciudad una persona puede pertenecer a varios grupos mutuamente independientes en diversas localidades. De ahí que no es de extrañar que en este ambiente urbano se desarrollen en las personas fenómenos tan característicos de nuestra época como es el “enajenamiento de si mismo” (self-estrangement) y también muchas de las enfermedades mentales como el estrés, la neurosis, la depresión y la angustia. Esto se debe al hacinamiento, a la gran carga de contaminación de todo tipo, a la gran cantidad de información a través de las comunicaciones telefónicas, de fax y correos electrónicos, etc., además de la gran movilidad de las familias de sus hábitats de origen y al tipo de familias mononucleares, la forma de construcción y el poco tiempo libre y de ocio.

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No creemos que el sentimiento de comunidad vaya a desaparecer, ya que una de las características naturales de los seres humanos es el gregarismo y la vida de la especie humana sería imposible sin esta fuerza tremenda de cohesión; lo que sí sucede es que estas relaciones se van reduciendo y quedan encerra- das dentro de ciertos aspectos de la vida. La amistad que no encuentra en su vecindario, lo busca a través de otras relaciones que lamentablemente no son territoriales. Randle (1981) nos dice que, así como las técnicas auxiliares se especializan en el microurbanismo, así también se plantean temas de organización jurisdiccionales del espacio urbano. No basta que una ciudad se pueda desenvolver, holgadamente, dentro de la jurisdicción municipal a la que está adscripta; ése es un problema resuelto en cuanto a la ciudad y su expansión. Otra cosa es reconocer que la organización interna de la ciudad puede requerir otras subdivisiones formales o virtuales de su espacio. De hecho, una de las preocupaciones del buen urbanista consiste, precisamente, en hallar las subdivisiones naturales y espontáneas en que se agrupan los vecindarios y cómo de un conjunto de éstos surge un centro secundario con un equipamiento específico. Es necesario, que allí donde han existido y queda un rastro posible de revitalizar estas células mínimas de vida comunitaria se haga y en las ciudades nuevas, donde no existen, se debe tratar de crearlas como base fundamental del tejido urbano vivo, como elemento rescatador de la calidad de vida y la convivencia urbana. El urbanista español José Luís Sert hacia 1930 (Randle, 1981), propuso una división urbana que la llamó unidad vecinal, conjunto residencial de un número de familias capaces de sostener una escuela elemental como módulo fundamental de la ciudad. Esta unidad es más o menos equivalente al escalón tercero,

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la que presentó en su momento el urbanista Gastón Bardet (1959) y la denominó escalón parroquial (de 500 a 1.500 familias). Por su parte Alomar (1961) nos dice que el único medio de que la gran ciudad y en general de que la existencia de las grandes aglomeraciones humanas no sea obstáculo para la restauración necesaria del espíritu de comunidad, es el dividirla en pequeños grupos sociales organizados, dentro de los cuales sea posible la individualidad, la iniciativa, y donde el hombre aprenda a condu- cirse con propia responsabilidad y compromiso, en lugar de anular su personalidad en el anonimato del protoplasma multitudinario. Considerar a la ciudad, no como una masa amorfa, sino como una yuxtaposición de pequeñas comunidades, en cada una de las cuales pueda desarrollarse un grupo vecinal primario. Ante todo lo dicho, el asentamiento físico de cada comunidad debería ser el barrio, esa microciudad, módulo hoy absolutamente necesario en la organización de todo conjunto urbano, pero con características, ubicación y delimitaciones definidas y claras y muchas veces únicas, sin delimitaciones inexactas y variables según las perciba subjetivamente un ciudadano cualquiera, sino como unidades territoriales objetivas y reales que permitan la gestión municipal. Hay que planear la ciudad como un complejo de estructura polinuclear, pensando que cada barrio, si bien es cierto pertenece y depende de un complejo urbanístico, cada una de estas unidades territoriales menores son únicas, presentando diferentes realidades, diferentes problemas, diferentes necesidades, cada uno tiene su propia idiosincrasia, su propia manera de pensar y sus propias aspiraciones u objetivos a alcanzar.

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Cabe destacar que cuando hablamos de barrio, hablamos del barrio residencial, lo que se denomina “el barrio tradicional”, en el cual, si bien es cierto, se presentan otros tipos de uso de suelo, estos no son predominantes. La función residencial constituye uno de los componentes básicos en la estructura urbana, siendo la vivienda la unidad básica del espacio residencial de la ciudad, siguiendo patrones de distribución muy complejos, que guardan relación con la tradición histórica, el nivel socioeconómico de sus habitantes, el valor del suelo o la calidad de los equipamientos. Como dice Estébanez (1995), aunque el espacio residencial ocupa la mayor parte de la ciudad, sin embargo ninguna tiene un carácter predominantemente residencial y casi siempre son usos de suelo dedicados al comercio, al servicio, a la industria y a las áreas verdes. El fenómeno barrio, lejos de ser un idealismo romántico, es una necesidad, ya que es un buen instrumento nivelador contra las desigualdades comunales, pero para que exista “un barrio como tal” es necesario que presente dos tipos de elementos: 1.- Elementos esenciales, como la población y el territorio, una historia particular, o sea, un tiempo, una cultura de identificación, una organización y cohesión en base a centros de atracción o centros articuladores. Todos estos elementos lo hacen diferente del resto y podemos denominarlo como barrio especial, denominación que quiere significar una configuración que se aparta del sistema general, distinguiéndose de otros barrios especiales o de barrios comunes u ordinarios en los que no se dan elementos diferenciadores. 2.- Elementos formales o de reconocimiento. Con independencia de la existencia de barrios en cuanto a tales, se produce el

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problema del reconocimiento o no de los mismos. Para que así se disponga, se deben reconocer por la actual legislación como entidad administrativa. Hay motivaciones técnicas que indican que los actuales espacios administrativos urbanos son poco idóneos, ya sea por el gran tamaño del fenómeno urbano, por los nuevos modos de relaciones humanas o por los procedimientos de la moderna tecnología. Entre los cometidos más importantes que les correspondería al barrio estarían: a) Protección y desarrollo de valores culturales, que por motivos económicos, políticos o sociales sufrieron o sufren abandono. b) Ordenación urbana en todo sentido. c) Dirigir y programar sectores específicos como es la seguridad social, la sanidad, acción cultural, transporte, comunicaciones, vivienda, en otras palabras, mejorar y tratar la infraestructura urbana. d) Proteger o fomentar el patrimonio artístico y cultural. e) Protección del medio ambiente y la naturaleza a través de la planificación de las áreas verdes y la educación de una ciudad sustentable. f) En definitiva promover y conseguir la concientización, con deberes y obligaciones, de una auténtica participación ciudadana, identidad y pertenencia territorial. Aunque hay algunos urbanistas que tienden a hacer más compleja la organización nuclear, distinguiendo por debajo de la unidad vecinal o barrio, dos escalones más, como son:

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el escalón doméstico (de 50 a 150 familias) y el escalón patriarcal (de 5 a 15 familias), quizás este último, lo que sería para nosotros la denominada cuadra, donde se presenta el mayor grado de vecindad. Desde este punto de vista la ciudad no son sus casas, ni sus calles, ni sus plazas, sino la comunidad de los hombres que en ellas viven y conviven, con sus grupos, sus instituciones, sus modos de vivir, sus tradiciones y sus costumbres, pasando a ser ésta definición uno de los principios necesarios del urbanismo contemporáneo. Según Rodrigo (2000) los problemas necesarios más importantes para detectar en un barrio y que pueden derivar en una actitud de empatía o topofilia por parte de los ciudadanos y que fomenten actitudes de identificación y valoración de éste, están referidos a: zonas verdes, colegios o institutos, equipamiento deportivo, equipamiento cultural, lugares de juego infantil, lugares de ocio y reunión, zonas comerciales, centros de salud, contaminación, aparcamientos, seguridad ciudadana y otros. Aspectos que ayudan a la empatía de la realidad diaria de los barrios, aspectos que según sean sus condiciones, fomentan actitudes positivas o negativas en cuanto a la calidad de vida y el “amor al terruño” o “patria chica”. Todos queremos que “nuestra casa” esté ordenada, bonita y limpia, así nos sentimos acogidos, nos gusta y disfrutamos estar en ella y por ende la cuidamos y la protegemos. Randle (2000) nos dice que para que la ciudad sea gobernable hacen falta dos requisitos: uno, que tenga una escala humana y/o que esté organizada descentralizadamente en unidades adecuadas. De ahí que Aristóteles pusiese tanto énfasis en la medida óptima (5.000 habitantes) para que los ciudadanos pudieran conocerse, al menos de vista, para que el número justificase la provisión de algunos servicios comunes y para que pudiera ejercerse fácilmente cierto control. Esta cantidad propuesta

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por Aristóteles, puede entenderse hoy como un módulo, un submúltiplo de ciudades mayores pero que, articulados orgánicamente, creen unidades vecinales de esa escala. Y el otro requisito de gobernabilidad planteado por Randle es que exista cierta afinidad entre sus habitantes como para generar cemento social. La efectividad social y urbanística del barrio, se consigue por dos medios principales: la separación física entre los distintos barrios y la existencia del Centro Comunal o “corazón del barrio”, actuando como foco de atracción, con la parroquia, el centro social, algún edificio administrativo, el cine, la plaza o paseo público en el que se celebran las fiestas locales, el supermercado, el grupo de tiendas, será siempre un punto focal que dará al barrio su personalidad y su propio paisaje urbano, contribuyendo a crear en la gente el esperado espíritu de barrio, que tan importante resulta para el desarrollo urbano. Alomar (1961) define el Centro Comunal como el complejo urbanístico situado más o menos en el centro geométrico del barrio, que integra unos espacios libres alrededor de estos, todos o parte de los edificios de carácter público o social al servicio del mismo, siendo el elemento de equipamiento social de primer orden. Lo considera sinónimo de Centro Cívico Local o Centro Cívico de Barrio.

Si

bien es cierto que uno de los procesos espaciales históricos primeros en la ciudad moderna es la centralización exagerada, apareciendo un área, generalmente central, donde se concentran las principales actividades comerciales y de servicios, es la denominada y conocida como Área Central, también conocido por la sigla CBD (del inglés: Central Business District), luego aparece el proceso contrario el de descentralización como una medida, generalmente, espontánea o planificada, pero

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muy compleja, haciendo disminuir la excesiva centralización, lo cual implica descongestionamiento, desaglomeración, disminución del valor de la tierra y expansión espacial de la ciudad, apareciendo tres fenómenos contemporáneos que, lamentablemente, desfavorecen el sentido de identidad barrial o vecinal, o sea fomentan los denominados “no lugares” como son: a) Los complejos o polígonos industriales, ya mencionados, que lamentablemente quedan lejos de los lugares de residencia, ocupando muchas veces, cerca de cuatro horas en ir y volver. El que vive en los suburbios y debe correr para alcanzar el tren, o incluso tomar más de un bus, tiene poco tiempo para dedicarse a las actividades cívicas de su lugar de residencia y no tiene, muchas veces, interés, ni voz ni voto en la vecindad. El hecho de que el lugar de trabajo no se relacione en la mayoría de los casos con el lugar de la vivienda y la gran movilidad de los trabajadores y el nivel de ingresos, provocan considerable inestabilidad a la organización e integración de los barrios. b) Los centros residenciales o condominios de alto standing y que generalmente son centros residenciales cerrados, caros, altamente protegidos con guardias, sistemas de protección de televisión cerrada y con poco sentido de comunidad. La adquisición o selección de casas son mayormente una cuestión circunstancial y de altos niveles económicos por lo cual no existe, en principio, base alguna para relaciones vecinales. Éstas deben ser establecidas gradualmente a medida que se van desarrollando necesidades, intereses y maneras de pensar comunes. Los ciudadanos de los condominios, en general, ya tienen solucionado sus problemas, así se debilita la tradición y las relaciones sociales se cortan. Los barrios adinerados se basan principalmente en

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la comodidad, la conveniencia y cierto grado de ostentación, en cambio entre los menos adinerados y muchas veces en sectores marginales, el barrio adquiere un carácter más integrado y localizado que tiende a reforzar los lazos del hogar, la escuela, la iglesia, el patio de juego, la biblioteca, el centro de recreación, la guardería infantil, el centro de salud y el parque. c) Y por último, el otro símbolo de la descentralización de las actividades terciarias, producto directo de la globalización, son los centros comerciales denominados Shopping center o Mall, asociados a una imagen de “exclusividad”, sofisticación, status, deslumbramiento, “arribismo” y también, lamentablemente, de endeudamiento, los cuales aparecen como centros de lujo, cerrados, totalmente artificiales, con profusión de imágenes alienantes de marketing, de alta seguridad ciudadana, un espacio nítidamente separado del ambiente externo, impactantes en su construcción, los cuales reúnen tiendas y locales comerciales de lujo, patios de comidas o food garden, generalmente, proveedores de las denominadas “comidas chatarras”, con cines exclusivos, locales de juegos electrónicos y muchas veces con shows en vivo. Estos centros son atracción, lamentablemente, para una clase altamedia urbana, haciendo declinar el centro comercial tradicional. Según Diana Durán (1996) las grandes metrópolis se caracterizan por una falta de identidad de muchos espacios, como es la pérdida de la calle como elemento comunitario, con carencia de apropiación de la ciudad en su totalidad y alta movilidad urbana, etc. Nos dice que “la conciencia ambiental del medio urbano se ha perdido y aun cuando aparezcan barrios o núcleos que poseen un nombre propio, sus residentes no logran

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apropiarse de ese espacio y muchas veces resulta difícil identificar su barrio a no ser por ciertos ‘hitos’ e ‘itinerarios’ que los distinguen”. Durán plantea que así como el concepto de lugar se da en lo local, en lo regional, en lo nacional y lo supranacional, lo mismo sucede con el no lugar.

Como

ya hemos visto a través del planteamiento de varios autores, la escuela juega un papel importante en la limitación territorial y como polo de atracción en la conformación de un barrio, en su concepción fundamental como territorio y como comunidad. La escuela no sólo es fundamental en cuanto a la enseñanza y en la formación de un futuro ciudadano a través de los contenidos disciplinares que entrega, en especial a través de las Ciencias Sociales y en especial la Geografía, sino como institución, como centro de relación e interacción de padres, profesores, autoridades, alumnos, abuelos,directivos, administrativos, supervisores, etc. o sea, lo que Elina Dabas (1998), al referirse a las redes sociales, denomina el triángulo estable familiaescuela-comunidad, las cuales se intersectan y se superponen inevitablemente, las que influyen y son influidas, se interactúan y se deben potenciar. A través de esta trilogía el niño interrelaciona, aprende, vive y se apropia del barrio, aprendiendo, no sólo él, a ser ciudadano. En relación a la importancia de la escuela desde el enfoque disciplinar, Lana de Souza (2002) nos dice que la enseñanza de la Geografía contribuye en la formación de la ciudadanía, a través habilidades y valores que amplían la capacidad de niños y jóvenes de comprender el mundo en que viven y actúan, en una escuela organizada como un espacio abierto y vivo de culturas. El ejercicio de la ciudadanía en la sociedad actual, por su

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parte, requiere una concepción, una experiencia, una práctica (comportamientos, hábitos, acciones concretas) de ciudad, o sea, de las prácticas de la propia experiencia cotidiana. En otras palabras, el ciudadano se torna ciudadano con la contribución de varias instancias, destacándose la escuela. Desde esta perspectiva disciplinar, aceptando que aprender es un proceso constructivo, que los conocimientos que adquiere el alumno no se van acumulando de manera aditiva, sino que se organizan, según lo que ya sabe, que no se trata de una simple elaboración vacía, desde la nada, sino desde las experiencias, intereses y conocimientos previos, o sea, del mundo experiencial, debemos aceptar, que tanto para el alumno como para el maestro, es muy necesario y diríamos prioritario, relacionar lo que se ha de aprender con lo que ya se sabe. Pero cuando el contenido es nuevo y complejo, una de las posibilidades es relacionarlo con los conocimientos más familiares, más cercanos. Más aún, podemos verla desde una perspectiva socioconatructivista, denominación proveniente de los estudios de Vygosky, quien concibe la enseñanza como una intervención intencional en los procesos intelectuales, sociales y afectivos del alumno, buscando su relación consciente y activa con los objetos de conocimiento (de Souza, 2002). A través de este conocimiento ya adquirido de lo cercano del alumno, como es la familia, el barrio o la ciudad, se puede usar el método comparativo, siendo una de las variantes más comunes de éste la analogía, entendiéndose ésta, como la identificación entre algunas relaciones de dos situaciones diferentes, o sea, comprender mejor una situación nueva si la relacionamos con una situación ya conocida. Para ello debemos conocer cuales son los aspectos que debemos usar, o sea, los aspectos pertinentes y cuales debemos descartar de un ejemplo cualquiera. A través de la analogía y también a través del uso de ejemplos ofrece la posibilidad de establecer relaciones entre conocimientos generales y abstractos y

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conocimientos específicos y concretos o sea, contextualizado. Para Bale (Gallastegui, 2000) la localidad posee una riqueza material docente a la inmediata disposición del profesor y de los alumnos, ya que es un entorno con el que los niños pueden relacionarse al instante. El entorno local proporciona a los niños atisbos de primera mano sobre el mundo que no puede ser simulado satisfactoriamente en el aula. Según Arroyo (1995) el entorno como iniciación es uno de los aspectos más importantes del estudio en general y en el estudio geográfico, especialmente por la teoría constructivista de Jean Piaget, la cual indica que el niño parte desde una posición y visión egocéntrica del mundo. De ahí que el medio próximo o entorno aporta los contenidos básicos del conocimiento del niño, quien entiende primero lo que le es cercano, lo conocido, lo familiar y concreto a través de la práctica cotidiana, la cual se realiza socialmente en la familia y en el barrio. Vigotsky (Gallastegui, 2000) nos demuestra la importancia que tienen los patrones culturales en los que se ha desarrollado el niño desde el nacimiento y la necesidad de partir de la comprensión de estos patrones. El desarrollo potencial de un niño y su capacidad de comprender el espacio depende, en parte, de los estímulos exteriores y de los patrones culturales, porque los individuos construyen su realidad a través de una relación intensa de su medio y con los demás. La interacción social presenta una diversidad de posibilidades, abarcando tanto las personas con quien el niño o un adolescente se relaciona a lo largo de su desarrollo así como los diferentes objetos con los que interactúa. El contexto social retroalimenta las percepciones de la realidad y va creando signos, señales, indicadores a través del cual los niños van aprendiendo a construir el mundo y a actuar en él. Por lo tanto, la

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interacción con el medio, que incluye siempre a otras personas, resulta clave para que el aprendizaje se produzca (Dabas, 1998). El niño al entrar a la escuela y mientras permanece en ella, ya es un geógrafo, o sea, sabe Geografía, pero de forma práctica, asistemática, espontánea y vivencial a través de la percepción de lo cercano y lo cotidiano, del día a día, a través de su propia experiencia y la que le entrega su entorno familiar y social, en otras palabras y en un principio, lo que le entrega el barrio. La escuela debe tomar, constructivamente, estos saberes y sistematizarlos a través de los diferentes métodos de enseñanza, dándoles un sentido práctico, reflexivo y crítico, haciendo raciocinios espaciales, a través de contenidos conceptuales, ya que a través de éstos, pueden categorizar lo real, clasificarlo y hacer generalizaciones, pero también a través de contenidos actitudinales o valóricos y comportamentales, incluyendo en ellos no sólo dimensiones físicas, sino también afectivas, sociales, morales y estéticas, apareciendo una serie de contenidos espaciales que también pueden ser tratados transversalmente. En otras palabras debe haber una estrecha relación entre los contenidos sistematizados de la Geografía y la Geografía cotidiana, no sólo de los alumnos sino también el de los profesores. Dejando aparte sus fines educativos directos de la escuela, los que, como ya hemos visto, son fundamentales y tan importantes, en la identidad territorial del barrio, la escuela de educación básica constituye un elemento fundamental del equipamiento de un barrio y factor importante para la cohesión social del mismo, sintiéndose éste, como identificable y lo más importante como propio. Las familias, las escuelas y las diversas organizaciones de la comunidad pueden mejorar su interrelación para construir un mejor proceso educativo, ya que el cambio tecnológico y cultural no pasa, necesariamente, por la escuela en sí misma, sino que acontece dentro y fuera de ella, sin poder

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delimitar, dónde comienza uno y otro. Los cambios no provienen solamente de la estructura macro educativa, o sea, desde el sistema es imposible de llevarlos a cabo, sin la intervención activa y responsable de todos los agentes sociales involucrados a microescala. Desde este enfoque, o sea, de la escuela como institución es, sin lugar a dudas, uno de los lugares privilegiados en que los niños se preparan para su futura integración en la sociedad, tanto del punto de vista intelectual así como social y afectivo, todo lo cual se basa, lógicamente, en el apoyo de las multiples relaciones fuera de la escuela, lo que algunos investigadores han llamado aprendizaje “no-formal” e “informal”, siendo el primero el que se organizan de forma sistemática pero fuera de la escuela, y el segundo y quizás el más importante, en relación al barrio como entidad social, que son todas aquellas ocasiones en que los niños aprenden de lo cotidiano y que no están organizadas con intención pedagógica. Así, podemos ver que hay un aprendizaje escolar y un aprendizaje extraescolar, con diferentes contenidos, los cuales se deben coordinar y complementar, ya que el primero se presenta, en la mayoría de las veces, ausente o extrínseco de contexto, es el conocimiento científico u oficial, en cambio el segundo su contenido es intrínseco al contexto. De ahí que podemos decir, que la escuela es el lugar donde se deben relacionar y unir ambos tipos de aprendizajes, para lograr una comprensión más completa del entorno físico y social como es la familia y el barrio. En relación a ello de Souza (2002) nos dice que la escuela es un lugar de encuentro de culturas, de saberes, de saberes científicos y de saberes cotidianos, aunque su referencia básica son los saberes científicos. En sus actividades diarias, alumnos y profesores construyen Geografía, ya que ellos caminan y trabajan en los barrios, en otras palabras construyen

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lugares, producen espacios, delimitan sus territorios, van formando especialidades cotidianas en su mundo vivido y van contribuyendo para la producción de espacios geográficos más amplios. La práctica cotidiana de los alumnos está, de este modo, llena de conocimiento de esa espacialidad. A la escuela le corresponde trabajar con ese conocimiento cotidiano, transformándolo como una práctica, sistemática, reflexiva y crítica. De Souza, nos dice también, que las representaciones sociales están en el nivel del conocimiento vivido y sentido, que contienen elementos de un concepto, ya potencialmente existente en los alumnos, pudiendo ser tomado como parámetro de aprendizaje significativo. Otro aspecto, en la importancia de la escuela como institución en la conformación del barrio, son dos de los aspectos de La Reforma Educativa como son el denominado Proyecto Curricular de Centro (PCC) y el Proyecto Educativo de Centro (PEC), siendo el primero el instrumento de que disponen los miembros de un centro educativo que sirve para concretar el conjunto de decisiones, en relación a los diferentes componentes curriculares y que se han de tomar colectivamente. Su elaboración concreta es a nivel de cada institución, determinando el modelo o diseño curricular, y por otra parte operacionalizando el proyecto educativo en general, adaptándolo y contextualizando a la realidad concreta en la que funciona el centro. El segundo proyecto es el eje vertebrador y la referencia básica de toda la vida de la comunidad educativa del centro. El PEC no sólo abarca los aspectos curriculares y los pedagógicos, sino abarca a todos los ámbitos del centro (administrativos, de servicios, de gestión, etc.) Es un ins- trumento que tiene que tener coherencia con el contexto escolar y que debe evolucionar constantemente, para así desarrollar la autonomía y la característica o seña de identidad de cada centro. Constituye un contrato que compromete y liga con una finalidad común a todos los miembros de la comunidad.

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Dentro de estos proyectos, especialmente en el último está lo que Antúnez (1998) denomina la carta de identidad de la institución, ya que en su elaboración deben considerarse las características de la región, comuna y barrio en el que está situada la institución escolar, con el fin de desarrollar una acción educativa realista y donde se impliquen a los padres y a las madres en los procesos de gestión y dinamización de sus agrupaciones y asociaciones, el uso de procedimientos y sistemas de información ágiles y eficaces y la incidencia en su formación permanente mediante planes y actividades específicos. Delinas (1998) nos dice que los cambios no provienen solamente de la estructura macroeducativa, que los cambios propuestos desde el sistema son imposibles de llevar a cabo sin la intervención activa y responsable, así como la toma de decisiones compartidas entre los actores y agentes sociales involucrados, o sea, no es una decisión unilateral, sino que se necesita de la participación y dentro de esta relación lograr abrirse para encontrar nuevas posibilidades de conexión. En relación al proyecto institucional (PCC y PEC) G. Frugerio y M. Poggi (Delinas, 1998) nos dicen que éste se puede entender como “la manera en que el proyecto social adquiere, en contextos de acción específica, rasgos de identidad propios, según el modo en que se lo interpreta y se inscribe en una historia”. Añaden, además, que los proyectos son facilitadores de resignificación, por lo cual también se los puede entender como “contratos” que involucran a los actores y a los destinatarios de la institución. Desde esta perspectiva la concreción del proyecto institucional ofrece una oportunidad para potenciar la red de relaciones internas en una organización escolar y esto posibilitará el afianzamiento de las relaciones con los que habitualmente están ubicados “de la puerta para afuera” de la escuela: padres, familiares, vecinos, organizaciones de la comunidad, comercios, instituciones, empresas.

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Ante la necesidad de reconquistar los diferentes territorios y lugares, y dentro de ellos, especialmente el barrio, con sus identidades y apropiaciones para lograr la armonía entre la sociedad y su medio, creemos necesario incluir en los currículas de la Educación Básica y en especial en la Media, temas y contenidos de ordenamiento u ordenación territorial como expresión espacial de la política económica, social, cultural y ambiental de una sociedad, o sea, en la definición de políticas territoriales como un estudio multisectorial, descentralizado, flexible y participativo en un marco de consenso, creando conciencia en forma paulatina.

Por otro lado, si relacionamos el concepto de Estado, entendido éste como el espacio físico ocupado y organizado política y administrativamente a través de un gobierno encargado de controlar y administrar el territorio sobre el cual reposa de un grupo de individuos, con el concepto de nación, entendida ésta como la conciencia socio-cultural, patrimonio histórico, ideales sociales, actitudes y tradiciones comunes de un grupo de individuos y si ambos elementos coinciden espacialmente, o sea, si se produce la síntesis político-territorial del Estado y la Nación, o sea, lo que los geógrafos políticos denominan la superposición espacial estable, estamos hablando de un tercer concepto que es el denominado Estado-nacional (Sanguin,1981). Creemos que lo mismo debería suceder, en las diferentes escalas funcionales interiores del Estado o sea, en las instancias intermedias, como son lo regional y lo local. La gestión a escala municipal es la gestión de lo concreto, de lo directo en la relación del individuo con el territorio, siendo este espacio el más genuino de las relaciones sociales como relaciones socio-territoriales y dentro de esta instancia, en especial en las eminentemente urbanas, deberían coincidir espacialmente el barrio

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con las organizaciones de base como son las Juntas vecinales, o sea, que exista lo más aproximado posible, el concepto de BarrioJunta Vecinal, lo cual actualmente no sucede. Según Marcela Jiménez (1990) es el barrio donde se dan todos los problemas y en donde se manifiestan las necesidades básicas no resueltas y dice que las Juntas de Vecinos son los espacios intermedios entre el gobierno y la comunidad local, siendo esta organización la que facilita un espacio de reeducación y recuperación de los derechos de los pobladores, allí se pueden reencontrar la posibilidad de informarse, de demandar y de asociarse no ideológicamente, sino que en forma práctica y el trabajo vecinal unitario y no partidario. Sonia Muñoz (1994) nos dice que es, desde la vida cotidiana que el hombre particular vive preminentemente lo social, y a su vez, la vida cotidiana es reproducción del sistema social (económico, jurídico, cultural, simbólico) concreto en que vive. La vida cotidiana muchas veces es “espejo” y “fermento” de la historia, anticipadora de cambios en el nivel macrosocial.

La mujer latinoamericana, aún hoy, a pesar de los cambios globales y sociales en general, se le puede definir con las palabras de Engels: “dentro de la familia tenemos al burgués; la mujer representa al proletariado” (Muñoz, 1994), afirmación que en nuestro contexto debe extenderse a todos los ámbitos de la vida social: el de la educación, el del trabajo y sobre todo el de la administración y la toma de decisiones políticas. Los estudios sobre esta problemática muestran que en las sociedades desarrolladas aún se mantienen relaciones en que las mujeres, aunque sin lugar a dudas con mejores niveles de vida y mayores oportunidades, de trabajo, educación y esparcimiento, todavía existen como grupos minoritarios, con muy poca o ninguna participación en el diseño,

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administración y toma de decisiones que afectan instancias claves de la vida social. Según Ortega (2000) la búsqueda de los espacios de la mujer es a través de la esfera de la producción, asociada de forma preferente a la actividad masculina, apareciendo la otra dimensión, la oculta, la de la esfera de la reproducción, la doméstica, la vecinal. Una esfera ocupada, casi exclusiva, por la mujer y por los hijos en edad no activa. Un espacio vinculado a lo doméstico, a las labores domésticas, al cuidado de los hijos menores, a la atención de los hombres, al trabajo sumergido, o sea, el no reconocido de la mujer. Es un espacio que se da, tanto en el Primer Mundo como en el Tercer Mundo, pero, lamentablemente, más marcado en este último, apareciendo una mujer segregada, maltratada, menos preciada, inculta y con pésima calidad de vida. Sonia Muñoz (1994) nos dice que en el caso de las mujeres de los sectores populares, especialmente los marginales, la vida cotidiana es el enclave privilegiado de estructuración y reproducción de su identidad social: sin contacto directo con instancias distintas de aquella en la que se realizan sus actividades de reproducción. Ellas se piensan a sí mismas, a los demás y a la sociedad en general, desde la identidad que se forja al interior de la cotidianidad. Las actividades propias de la reproducción de la mujer de los sectores populares y la escala de valores, saberes, hábitos que ellas conllevan, tienden a permanecer y a ser reacias al cambio, al haber sido educadas y al vivir con más intensidad en este entorno, con poco o ningún contacto con actividades no cotidianas (artísticas, científicas). La mujer popular está aislada de cualquier actividad no cotidiana, es en el barrio donde vive con más intensidad, la opresión y la dominación. Así podemos decir que el mundo de lo cotidiano lo construye, principalmente, la mujer siendo ésta la base de la identidad territorial en los denominados barrios

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tradicionales y en especial en los barrios marginales, a través de las labores o trabajo doméstico, como hacer la comida, el lavado, la ida, generalmente a pie, a la compra en el almacén que aún quedan en el vecindario, a la ida a la escuela, a la ida al consultorio, el ayudar a sus hijos en las tareas escolares, el cuidar de los ancianos de la casa, el casi no salir de ese entorno por falta de dinero y perspectivas, el aprender de la participación en los Centros de Madres y Juntas de Vecinos, en la amistad y solidaridad con las otras mujeres y muchas veces, en las denominadas “ollas comunes”. Es el espacio, mal denominado, “del no trabajo” o “inactivo”, un espacio dependiente, no remunerado, no reconocido, un espacio al margen de la economía, apareciendo como un espacio sin valor, sin símbolos socialmente relevantes, siendo que en el ámbito vecinal es todo lo contrario y tremendamente significativo, simbólico e importante y que la Geografía y otras disciplinas relacionadas con lo social deben tener en cuenta a la hora de la planificación. Sonia Muñoz (1994) en su investigación en el barrio marginal de “El Diamante” de la ciudad de Cali, llegó a determinar que los espacios o lugares de la mujer “dueña de casa” (término que lo considera un eufemismo, sin poder encontrar uno más adecuado), son tres que en el barrio auspician la comunicación vecinal: el mercado o feria ambulante, la tienda y los espacios aledaños a la casa. Su comunicación con el exterior es a través de los periódicos, de la radio y la televisión. En cambio el espacio barrial de los hombres son las fuentes de sodas, los bares y los lugares para el deporte y el recreo, sitios de juerga, compañía, juego y muchas veces de sexo. Espacios de los cuales la mujer está totalmente excluida.

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Por

último, Aronovici (1965) dice que un vecindario no es una entidad geográfica, sino un concepto de tipo social y espiritual dentro del cual puede ser modelado y expresado el ideal y las ideas de esfuerzo cooperativo, y el hombre y el niño están subordinados a ello. El vecindario es la primera prueba de la eficacia de la vida de familia y la disciplina cooperativa, prueba en la cual el individuo experimenta una ampliación del radio de relaciones humanas, con mayor campo para su expresión, ya que por medio del vecindario se pone a prueba, el impulso social y se revelan nuevas formas de lenguaje en las relaciones humanas. Dice que el vecindario podría definirse como: “un lugar donde cada uno sabe lo que está haciendo el otro y todo lo que lo incumbe”. Históricamente el vecindario ha sido el crisol donde el carácter de cada individuo ha tomado forma como parte de la sociedad; su lugar y función en la planificación y construcción de las ciudades debe adecuarse a este objetivo. A pesar de la preocupación en las últimas décadas, de los sociólogos, los trabajadores sociales y todos los especialistas en lo urbano, por las amenazas de la base misma de nuestras instituciones. Las bandas, los garitos, la delincuencia, la amoralidad e inmoralidad entre la juventud y los adultos y el desperdicio de la preciosa ociosidad por falta de trabajo, se han convertido en plagas de muchos vecindarios. No obstante, donde los vecinos han vivido por mucho tiempo en estrecha proximidad, han elaborado organizaciones e instituciones que revelan espíritu de ayuda, tolerancia, simpatía y comprensión mutua. El vecindario sigue siendo uno de los factores más importantes en el desarrollo de las relaciones humanas normales, básicas para la vida de las naciones. Si bien es cierto nuestras ciudades se metamorfosean sus formas y funciones, el vecindario, tal como se le conocía en tiempos de vida más sencilla, algunos van desapareciendo, pero ésto no

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significa que no hayan, en la actualidad vecindarios con límites casi bien definidos, sino que, lo que lamentablemente declina es la íntima y la conciencia de intereses, objetivos y simpatías comunes. Puede decirse que espíritu de vecindad y barrio son las dos fuerzas entrelazadas que en definitiva determinan, dirigen y son las bases de los ideales de la ciudadanía, tanto local, como estatal e internacional. El ajuste entre la vida de familia y los horizontes más amplios de la madurez cívica, no viene desde dentro, sino mediante un contacto con el mundo exterior y el proceso debe comenzar con el barrio, ya que es aquí donde el individuo encuentra oportunidades para comprender la relación entre libertad y democracia, entre individualidad y cooperación, condición de respeto a sí mismo, y tolerancia para con otros individuos con los mismos derechos y privilegios en el orden social. Si bien es cierto en la vida del hombre la buena vivienda es una necesidad, a ésta no sólo hay que darle buenas paredes y otros servicios básicos y fundamentales, sino también alma y ésta no se encontrará entre las cuatro paredes, sino modelando el espíritu humano para lograr una sensible y sensata relación con el mundo exterior y cercano, con todas sus oportunidades de contacto humano, simpatía, comprensión, esfuerzo, cooperación y tolerancia. El concepto de barrio es un término importante a tratar, discutir, analizar y determinar en forma urgente.

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