El Barrio 2015 El Mirlo

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El Barrio

“El mirlo”, un cuento de Rodríguez Marín protagonizado por el Doctor Thebussem. Edición crítica y comentario Jesús Romero Valiente1

Fig. 1. Thebussem, el barbero y el mirlo (dibujo de J. Romero)

EL MIRLO Contáronmelo, amable lector, como cosa del Doctor Thebussem,2 y, sin quitarle ni ponerle, como me lo contaron, te lo cuento,3

deba o no colgarse el milagro a mi ilustre amigo el culto y ameno escritor de Medina Sidonia. Vivo y sano está él, aunque achacosillo del pícaro4 mal de los años;5 si el lance fue suyo, vea, allá, en su Huerta de Cigarra,6 cómo lo han traído de boca en boca hasta caer una vez de boca en pluma; y, si suyo no fue, huélguese de que, como a Quevedo en lo antiguo, le atribuyan la

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paternidad de las ocurrencias más ingeniosas.7 Muy ganado es preciso tener el señorío del donaire para que tal cosa acontezca. Y basta de preámbulo. Así como En Arcos de la Frontera Un molinero afamado Se buscaba su sustento Con un molino alquilado,8

así,9 a pocas leguas de esta ciudad, en Medina Sidonia, se lo buscaba con sus tijeras y sus navajas un barbero, locuaz como todos los de su oficio, de quienes, ponderando el poder del oro, decía el insigne dramaturgo Ruiz de Alarcón: ¿Qué fuerza hay contra el dinero? ¿Qué escudo contra un escudo? Hará el oro hablar a un mudo; Hará callar a un barbero.10

Mas este rapista de mi relato no se limitaba a charlar por los codos, sino que pretendía que nadie en su casa estuviese callado ni un instante, porque, como él manifestaba,11 “el silencio es pariente propinco12 de la muerte”. Sus niños —pues era casado nuestro hombre— balbucían “ajó”13 a las veinticuatro horas de bautizados; su mujer le daba a la sin hueso14 con las vecinas, de sol a sol; sus aprendices, cuando se cansaban de parlar, cantaban, que era seguir parlando por puntos de solfa; charloteaba más que veinte viejas una cotorra15 que en la ventana de arriba se negaba con vanos pretextos a ir a la escuela y pedía la patita a todos los transeúntes,16 y para colmo, un mirlo, que nuestro barbero había prohijado, ya que hablar no sabía, silbaba más que un solano en un cañaveral. En este mirlo, tanto17 como en sus hijos y en su mujer, tenía puestos sus sentidos y potencias nuestro rapabarbas, y a su enseñanza dedicaba los ratos de ocio, silbándole, como cariñoso maestro, junto a la jaula, horas y horas. Y, a la verdad, el diablo del mirlo —Juaniyo, como le decían— aprovechaba muy bien aquellas lecciones: silbaba de corrido el himno de Riego y medio sabía la Marsellesa; mas el barbero, para18 dar gusto a sus mejores parroquianos, hombres amigos del orden y de las prácticas religiosas, dejó en tal estado la enseñanza del himno francés y comenzó la del Tantum ergo,19 que, a su decir, “no cabía cosa más devota”.

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A esta barbería iba de ordinario a afeitarse el Doctor Thebussem. A afeitarse y, de camino, usurpando atribuciones, a tomar el pelo al rapador y a quien buenamente se terciaba. Y solía ser lo primero, al entrar, contemplar la jaula en que el mirlo, descansando un ratillo entre una y otra silbata, parecía adormido y tristón, y preguntar al barbero con cómica inquietud: —¿Qué tiene Juanillo?20 Lo encuentro amodorrado. ¿Se te irá a desgraciar este animal, que está de nones en el mundo?21 Y el barbero, que era22 andaluz cerrado, respondía: —¡Quiá!23 ¡Es que está cansaiyo! ¡Pos si esta mañana ha echao por ese pico to el ripirtorio: el hirno e Riego, las coplas der Moso Crúo,24 la marsiyesa!… —Pero, hombre —advertía severamente el Doctor—, tú no quieres bien a Juanillo,25 pues le enseñas esas cosas tan subversivas.26 ¿Tú no ves que, cuando menos te percates, da España un vuelco, entran a mandar los reaccionarios, ponen a la nación en estado de guerra, y te cogen el mirlo y te lo fusilan en un santiamén?... —¡Qué me han de afusilar! —replicaba incrédulamente el barbero-. Juaniyo27 chifla de tó; Juaniyo28 es lo que se llama29 un porpurrí. Pos ¿usté no lo ha visto30 chiflá er Tantum ergo,31 que, escuchándolo, dan ganas de jincarse e roíyas?... Otras veces, mudando de bisiesto,32 el Cartero Honorario de España preguntábale: 33

—Vamos a ver:34 ¿en cuanto me venderías a Juanillo?35 Y el barbero, mudando de color, respondía: —Don Mariano, usté me perdone; pero ni a mi padre que gorbiera a lebantá la cabesa le bendía yo este pájaro por ningunos dineros der mundo. ¿Aónde iba yo aluego a encontrá36 otro iguá, si ar lao de este músico se quea en pañales Palatín er de Sebiya!37 ¡Ni benderlo, ni darlo; pero que es más: ni emprestarlo a naide! ¡Me estoy yo mirando en Juaniyo38 como en un espejo! Y puesto a encarecer su amor al mirlo, no acababa en media hora. Así las cosas, una mañana temprano39 el Doctor llegó a la puerta del barbero, lo40 llamó con ademán misterioso y a boca de jarro le espetó la siguiente demanda:

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—Vengo a pedirte un favor muy grande. Como en mi casa me han oído elogiar tantas veces a Juanillo,41 desean escucharlo un rato. Se trata de mujeres, y no es cosa de que vengan aquí a oírlo. Préstamelo42 por un par de horas, que yo te respondo de que nada le sucederá. El barbero, demudado el semblante, hilvanó algunas excusas; pero, al cabo, y43 como Thebussem porfiase, dijo con gesto de resignación: —Don Mariano, duriya es la prueba de amistá; pero ¡baya! Ni al Rey en persona le emprestaba yo er pájaro por un minuto.44 Y descolgando la jaula, echó una mirada triste al animal, dio un hondo suspiro, la entregó a uno de los aprendices para que la llevara y encargó al Doctor, a quien había de acompañar el muchacho: —Mucho cuidaíto,45 don Mariano de mi arma; que eso que ese niño yeba metío en la46 jaula, ahí donde usté lo be, no es un mirlo, sino un ala de mi corasón. ………. Media hora después, Thebussem entraba en la barbería. El rapista, desemblantado, le preguntó: —¿Y Juaniyo…?47 ¿Le ha pasao argo a Juaniyo…? —Nada, hombre —respondió jovialmente el Doctor—. Allí quedan encantadas las mujeres escuchando aquella delicia. —¿No ha estrañao er sitio? —interrogó ya tranquilo el barbero. —Al contrario —repuso el Doctor—; enseguida48 que colgaron la jaula empezó a cantar: está dando un gran concierto. Aféitame. Hizo su oficio el barbero, ponderando por millonésima vez las habilidades de Juanillo,49 y cuando quitó el paño al Doctor, dijo éste: —Ahora mismo te traerán el mirlo. Porque ¡valgan verdades! nadie en50 mi casa tenía ganas51 de escucharlo. ¡Y gracias a Dios que me he afeitado52 una vez siquiera sin oír silbar a Juanillo,53 que malditos sean54 él y su música por siempre jamás!

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Fig. 2. La primera edición de “El mirlo”, ABC

Fig. 3. “El mirlo” en Quisicosillas

El cuento que acaba de leer aparecía publicado en el diario ABC el lunes 1 de febrero de 1909 con la firma de “El Bachiller Francisco de Osuna”, seudónimo del escritor Francisco Rodríguez Marín (Osuna, 1855Madrid, 1943). El autor lo incluyó al año siguiente en una antología de relatos a la que tituló Quisicosillas. Nuevas narraciones anecdóticas, que publicó en Madrid, con el número 68 de su colección, la “Biblioteca Patria de Obras Premiadas”, iniciativa editorial ligada a la Iglesia Católica. Ya en 1919, este cuento formará parte, con el número XV, de una nueva antología de Rodríguez Marín, Cincuenta cuentos anecdóticos, que conoció dos ediciones ese mismo año en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. En 1927 su autor lo incluirá con el número XXI en Cuentos Escogidos y otras narraciones selectas, obra publicada en la “Biblioteca Giralda” en dos impresiones, la de Sucesores de Rivadeneyra y la de la Editorial Pueyo, exclusiva esta última para su venta en América.55 En nuestra edición crítica hemos tomado como base el texto que aparecía en Quisicosillas teniendo en cuenta que una publicación en prensa es siempre más susceptible de contener erratas que otra revisada con más detenimiento por el autor, como fue esta segunda. Las restantes ediciones contienen algunos leves añadidos a estas dos primeras pero ningún cambio

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significativo, a no ser la nota a pie de página, de la que luego hablaremos, en la que Rodríguez Marín constata que, cuando aparecen sus Cincuenta cuentos escogidos en 1919, Thebussem ya había fallecido. Nosotros nos hemos limitado a realizar una transcripción, modernizando la ortografía en lo relativo a tildes y puntuación, y, claro está, manteniendo la escritura fonética que el autor emplea para caracterizar el lenguaje de uno de los protagonistas del cuento, el barbero, de quien dice que “era (hablaba) andaluz cerrado”. Nos llama un tanto la atención en este sentido que Rodríguez Marín haga sesear a nuestro barbero (“cabesa”, “corasón”) siendo el habla de Medina Sidonia particularmente ceceante. Creemos que, amén de la historia en sí y del magistral retrato de sus personajes, puede interesar particularmente al lector asidonense la veracidad de la misma. ¿Lo que cuenta Rodríguez Marín sucedió realmente? ¿Por qué se fijó en una anécdota protagonizada por el Doctor Thebussem? La respuesta a estas preguntas puede rastrearse en el propio preámbulo del cuento y en la correspondencia que cruzaron el escritor ursaonense y Mariano Pardo de Figueroa. Rodríguez Marín comienza su relato diciendo que él es un mero transmisor de la historia que presenta: a él se la han contado, y él la va a referir tal cual: “Contáronmelo… como cosa del Doctor Thebussem, y, sin quitarle ni ponerle, «como me lo contaron, te lo cuento»”. A continuación nos habla de su familiaridad con Mariano Pardo, a quien llama “amigo” y de quien conoce su estado de salud: “Vivo y sano está él, aunque achacosillo del pícaro mal de los años”. Finalmente, añade que Thebussem se ha convertido en un personaje popular a quien se atribuyen anécdotas que bien pueden ser reales bien fruto de la invención: Si el lance fue suyo, vea, allá, en su Huerta de Cigarra, cómo lo han traído de boca en boca hasta caer una vez de boca en pluma; y, si suyo no fue, huélguese de que, como a Quevedo en lo antiguo, le atribuyan la paternidad de las ocurrencias más ingeniosas. Muy ganado es preciso tener el señorío del donaire para que tal cosa acontezca.

Que Rodríguez Marín hubiera atribuido a la tradición la autoría de la historia no nos hubiera extrañado en absoluto,56 máxime cuando él había dedicado gran parte de su actividad investigadora hasta el momento a la recopilación y estudio de testimonios orales y escritos de la literatura tradicional y el folklore. Ya en 1882-83 había publicado su magna obra Cantos populares españoles (Sevilla, Francisco Álvarez y Cª), riguroso trabajo en cinco volúmenes en el que se incluían 8174 coplas populares 168

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clasificadas en 18 epígrafes. Pero, en este caso, serán sus propias palabras, aunque de años más tarde, las que nos aclaren el origen del relato. Rodríguez Marín había iniciado en el invierno de 1883 su correspondencia con Thebussem, de quien se confesaba admirador (carta fechada el 16 de diciembre), con el envío precisamente de un ejemplar de sus Cantos populares españoles.57 A sus 28 años se dirigía con modestia al ya reconocido escritor asidonense, que contaba 55, pidiéndole que respondiera al regalo con un artículo crítico sobre su obra, que bien podría aparecer en La Ilustración Española y Americana, al tiempo que le ofrecía su “inútil amistad”, su bufete y su casa en Osuna. El día de Nochebuena de ese mismo año Thebussem le contestaba agradeciendo el regalo y elogiando la erudición del trabajo, al que apenas había podido echar un vistazo pues acababa de regresar de un viaje y su salud estomacal no era buena. En su posdata proponía al ursaonense que averiguara por qué en El Quijote se nombraba a Osuna “de un modo poco favorecedor”. Aunque la crítica solicitada por Rodríguez Marín no llegó (no obstante Thebussem le remitió ejemplares de sus obras recién publicadas Tres antiguallas que se conservan por D. José Pardo de Figueroa, en su casa de Medina Sidonia y Los Alfajores de Medina Sidonia), el 3 de mayo de 1885 éste respondió al reto del asidonense con una carta, no manuscrita sino publicada por el periódico El Ursaonense, titulada “Cervantes y Osuna”. Esta larga misiva repasaba los testimonios referidos a la escasa exigencia académica de la universidad existente en su ciudad entre 1548 y 1824, y las posibles razones de que Cervantes la aborreciera, y proponía a Thebussem que aclarara cuál era “la flor de Osuna” a que se referían varios autores, al tiempo que anunciaba unas consultas sobre Correos y el envío de nuevas obras. Poco tardó en responder don Mariano, a quien complació mucho el cervantismo de su corresponsal, para agradecer los regalos, asegurar que nada sabía sobre la mencionada flor y ponerse a disposición de Rodríguez Marín en asuntos postales. Los lazos de amistad entre los dos escritores se fueron afianzando desde entonces con el intercambio de consultas, noticias y trabajos. Se cruzaron cartas en los años subsiguientes y, cuando Mariano Pardo iba de camino a Marmolejo a tomar las aguas (costumbre anual) o regresaba de allí, solían verse en Sevilla, adonde se había trasladado el ursaonense al ser suprimido en 1895 el Juzgado de Primera Instancia de su ciudad natal: la cita era en la tertulia nocturna que el Duque de T´Serclaes organizaba en su casa. Rodríguez Marín incluso se servía de Thebussem para hacer llegar sus trabajos a otras amistades de Medina Sidonia, como el juez de primera

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instancia don José Díez de Tejada Van-Moock, hijo del Barón de Sabasona, o su antiguo compañero de estudios Francisco Rosso de La Serna, abogado y secretario del Ayuntamiento de Medina durante muchos años.

Fig. 4. Retrato de Rodríguez Marín en Cuentos Escogidos y Fig. 5. Portada

La correspondencia entre Mariano Pardo de Figueroa y Rodríguez Marín la dio a conocer este último en el librito Epistolario de El Doctor Thebussem y Rodríguez Marín (1883-1917), publicado en 1942 (Madrid, C. Bermejo Impresor) a instancias del marqués de Negrón, Baltasar Hidalgo y Enrile, hijo de Salvador Hidalgo, sobrino y heredero de Thebussem. Estas cartas son, a decir de su compilador en la “Advertencia preliminar”, firmada el 5 de septiembre del mencionado año, lisa y llanamente, invariable expresión de la cordialidad con que dos escritores, durante siete lustros (casi media vida), intercambiaron y recíprocamente se agradecieron las obras y opúsculos que con frecuencia sacaban a ver la luz pública: trato franco y leal, exento siempre de esa emulación pecaminosa, de esas envidias e intrigüelas tanto más molestas y dañinas cuanto más solapadas y recónditas.

En carta de 11 de agosto de 1911 escribía Rodríguez Marín:58

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Mi respetable y querido amigo: Mando a usted todos o casi todos mis libros, cumpliendo una antigua devoción literaria; pero rara vez los acompañan cuatro renglones míos. Pues si yo escribiera cuatro renglones a cada uno de mis amigos cada vez que tengo alguna cosilla nueva que enviarles, ¿cuándo compondría esas cosillas? Escribiendo cartas y sin escribirlas, yo soy muy amigo y admirador de usted, y le agradezco de corazón sus frecuentes obsequios bibliográficos, y aprendo en ellos muchas cosas útiles, y me gozo en la sabrosa lectura de las obras que a su pluma debe la cultura nacional (…)

Unos meses después era nombrado Jefe Superior del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y Director de la Biblioteca Nacional, y Thebussem lo felicitaba mediante tarjeta postal el 18 de junio de 1912. En carta de 15 de enero de 191459 Thebussem, que se declara “viejo y achacoso” a sus 86 años, hace algunos comentarios a su amigo sobre su reciente edición de El Quijote (Madrid, Clásicos Castellanos, 1911-1913); y en otras cartas de ese mismo año, tras haber recibido entre otras obras el primer tomo su edición de las Novelas Ejemplares, pondera sus facultades: Yo no comprendo cómo tenga usted tiempo, humor y paciencia para escribir tanto y tan bueno, pues no hay en cuanto usted publica una sola palabra de desperdicio. Dios le conserve a usted la salud, para provecho personal y honra de las letras españolas.

En octubre de 1914 Thebussem decía a Rodríguez Marín que no podía ni escribir ni leer y, de hecho, en el epistolario faltan cartas de los últimos años de la vida del asidonense. Anota su corresponsal al referirse a una carta que le había enviado el 18 de noviembre de este mismo 1914: “Falta esta carta mía, como algunas otras, principalmente de los postreros años del Doctor, que, ya muy enfermo y para poco, no cuidaba de coleccionar sus papeles con el exquisito esmero que años antes”.60 El 19 de junio de 1915 Thebussem confiesa que su salud era malísima: “Con trabajo y con bastón, camino desde la cama a la butaca, y desde la butaca a la cama”.61

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Fig. 6. Retrato de Thebussem y portada del Epistolario…

Fue precisamente Cervantes el tema del que más trataron los dos amigos en sus últimos mensajes. Incluso Rodríguez Marín pidió a Thebussem que contribuyera con algún escrito al Boletín del Centenario, revista mensual con la que se pretendía homenajear al escritor en el centenario de su muerte. En enero de 1917 Rodríguez Marín remitía a Medina los cinco primeros tomos de su nueva edición anotada de El Quijote:62 Mucho celebraré —decía en la carta 88—que, cuando haya usted hojeado esta obra, me comunique francamente su opinión, aunque sea en una docena de renglones. Será el de usted el juicio que yo más estime entre cuantos se van emitiendo y se emitan acerca de mi quijotesca aventura literaria.

Unos días después Thebussem agradecía el envío celebrando la calidad de las anotaciones de dicha edición, aunque confesaba que sólo le habían podido leer el prólogo de la obra. Y en sucesivas cartas irá refiriendo a Rodríguez Marín su parecer sobre lo leído: el 21 de mayo, en la penúltima carta que remitía, el asidonense confesaba haber terminado los seis volúmenes.63 La última carta del Epistolario es de 21 de julio de 1917, y en ella Thebussem agradece el envío de la edición crítica de La Ilustre fregona

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al tiempo que pedía opinión a su amigo sobre por qué se considera acción soez y ordinaria el corte de manga.64 Con todo lo dicho, quedan más que aclarados los vínculos de amistad existentes entre los dos escritores y el grado de confianza mutua. Vamos ahora a la cuestión de la autoría de “El mirlo”. De poco nos sirve en este sentido la carta (una tarjeta postal realmente) número 67 del mencionado Epistolario con la que Mariano Pardo agradece la aparición del cuento en ABC:65 DR. THEBUSSEM Medina Sidonia, 5 de febrero de 1909. La gracia y salero del Mirlo son admirables. Aquí ha cautivado a toda clase de lectores. Mil norabuenas, y mil gracias por la honra de ser señor de la historia.

En nota a pie de página a la misma Rodríguez Marín escribe:66 El mirlo es uno de mis Cuentos anecdóticos, publicado por primera vez en el diario madrileño ABC, y del cual es protagonista el Doctor Thebussem en persona.

Tampoco añade nada nuevo el acuse de recibo de las Quisicosillas, que Thebussem remitió el 14 de agosto de 1910:67 Mil y mil gracias por las admirables Quisicosillas, realzadas con la dedicación autógrafa. Su lectura me ha encantado y me ha hecho reír de corazón. No es posible mayor habilidad ni realismo andaluz. De primera, repito, el famoso Mirlo, las Botas de Wellington, el Bronce de Osuna y, en fin, todos los platos son de tan primera categoría, que no se sabe el apetito a cuál deba alargar la mano (…)

Sí aporta un dato importante la breve nota que escribe Rodríguez Marín en 1919 en sus Cuentos Anecdóticos (item C. Escog.): Ha muerto [Thebussem] algunos años después de escrita y publicada por primera vez esta anécdota, realmente suya.

Pero, ¿cómo hemos de interpretar las palabras “realmente suya” referidas a la historia relatada en “El mirlo”? ¿Se está diciendo que el suceso aconteció realmente y que fue protagonizado por Thebussem, o que Thebussem es el creador del cuento y que Rodríguez Marín le dio forma literaria? Esto segundo no sería descabellado ya que el propio Mariano Pardo de Figueroa es autor de gran cantidad de cuentos68 y, además, muy aficionado a transformarse en personaje de sus propios escritos. Recuérdese, por

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ejemplo, que inventó los personajes Doctor Thebussem y Míster Droap (anagrama de Pardo) para sus Epístolas Droapianas. En el apéndice que remata el Epistolario, titulado “El Doctor Thebussem y sus obras”, donde Rodríguez Marín traza una sabrosa loa de su amigo, la cual acompaña de una serie de párrafos extractados de la biografía del asidonense que en 1928 había escrito el Conde de las Navas,69 se dice sobre el carácter de Thebussem, que muy bien vemos reflejado en el personaje del cuento:70 Vivía en discreta y continua broma, sin pretender jamás hacer gracia ni imponer las ajenas, considerándolas por encima de otros méritos más sólidos. Sentía náuseas por la Andalucía de pandereta y cromo de caja de pasas malagueñas, abominando de charlas, versos y comedias con tales pies forzados. Lo primero que tomaba en broma eran sus escritos propios, que rebosaban modestia y originalidad, cualidades muy suyas y características. Vayan ejemplos: “El autor ha conferido poder a una tortuga floja, vieja y coja, para que se ocupe con actividad y arreglo a derecho, en perseguir al que reimprima este librillo”. Con esta advertencia da principio al intitulado Un triste capeo (…) Era sumamente cortés y muy igual en su delicado trato con toda clase de personas; serio, un tanto seco, muy caritativo, cuidaba que la mano izquierda ignorara lo que repartía con la derecha (…) Poquísimo aficionado a los animales, no tuvo nunca en su compañía perros, gatos ni caballos (…) De humor sumamente equilibrado y muy filósofo, llegó a adquirir raro y muy exacto conocimiento de los hombres y de las cosas. En su caja de caudales puso el siguiente letrero, y a él se atuvo toda la vida: “El dinero es mi servidor, yo no soy servidor del dinero” (…) Buen católico, sin degenerar jamás en beato, cumplía con los preceptos de la Iglesia y mandaba decir muchas misas por los difuntos de la familia. Fue también monárquico a machamartillo y leal a sus Reyes, como buen caballero español, sintiendo particular afecto por don Alfonso XII. La mayor parte de las excentricidades que el vulgo le achaca fueron ni más ni menos que desarmonías naturalísimas entre el modo de ser y la manera de pensar de un hombre de gran entendimiento, de cultura extraordinaria y de refinada crianza, que vegeta en un pueblo rural (…)

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Fig. 7. Retrato de Rodríguez Marín en el Epistolario…

Este último párrafo del Conde de las Navas invita a Rodríguez Marín a hacer una serie de aclaraciones sobre estas “excentricidades” de su amigo. Daré cuenta de dos de sus rarezas, una de ellas referente al trato social y otra tocante a su vida doméstica. Las veces que, fumando su cigarro puro, hacía una visita de confianza, sacaba de un estuchito que llevaba en el bolsillo un cenicero de plata y, colocándolo sobre la mesa o camilla que tenía más cerca, iba echando en él la ceniza de su cigarro. Acabada la visita, despedíase llevando en la mano el cenicero, y ya en la calle, soplaba la ceniza y volvía a guardarlo en su estuche. Es uso muy recomendable a los que van a casa ajena y dejan en ella las malolientes colillas de sus pitillos. La anécdota casera que anuncié es ésta: el Doctor, por sus estudios y su experiencia, sabía de sobra que una cosa se puede hacer mal o medianamente de cien maneras; pero bien, lo que se llama bien, de una sola. (…) Pues bien, cuando en su casa se tomaba una criada nueva, el Doctor le leía la cartilla, instruyéndola acerca de muchos pormenores, y uno de ellos era una verdadera lección de cosas. Para ir desde la biblioteca al dormitorio del Doctor era menester pasar por una galería, en la mitad de la cual,

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ocupando en parte el vano de una ventana, había un velador. El Doctor llamaba a la nueva criada, y haciéndole llevar la palmatoria que estaba sobre su mesita de noche, poníala sobre el velador y decía a la educanda: “Cuando a usted le den licencia para ir a acostarse, acabadas sus faenas, cuide de dejar esta palmatoria sobre el velador, para que yo, que me quedo leyendo o escribiendo en la biblioteca, al apagar aquella luz para irme a mi cuarto, encienda la bujía de la palmatoria con la cerilla que traeré en la mano. Pero como yo he de venir de allí —le explicaba—, el asa de la palmatoria debe estar hacia el lado de donde yo vengo; así —y colocaba la palmatoria como estaba diciendo—; no así ni así —y la colocaba mal dos veces—, porque yo —recalcaba— de donde vengo es de allí —y volvía a colocarla bien—. Esto es cosa muy sencilla; pero de hacer una cosa bien a hacerla mal, va un canto de real. Que no haya falta en esto”. Dábase por enterada la sirviente, sonriéndose de la pelillosería de su nuevo señor; pero a la noche, al encender el Doctor su palmatoria, el asa miraba hacia el Norte en vez de mirar hacia el Sur. Nueva lección práctica a la mañana siguiente; y, si no se lograba la enmienda, sirviente despedida, por “no estar en lo que hace y tener la cabeza a pájaros, y no a palmatorias”.71

Y al terminar su comentario refiere lo que ahora más importa: Y lo del barbero y el mirlo, cuento anecdótico mío a que se refirió el Doctor en el Epistolario (número 67), fue ciertamente ocurrencia suya, y me la contó su paisano y amigo don José Peralta Maroto.

Estas palabras solucionan el dilema planteado: la anécdota del barbero y el mirlo realmente sucedió, Thebussem fue protagonista de ella, el señor Peralta se la contó a Rodríguez Marín, y éste le dio forma narrativa. Don José Peralta Maroto aparece mencionado en la carta 52 del Epistolario72 en la que Rodríguez Marín anuncia a Mariano Pardo el envío de tres ejemplares de su obra Fruslerías anecdóticas, uno para él, otro para Rosso de la Serna y otro “para el señor Peralta Maroto, agradabilísima persona y buen amigo donde los haya tales”. De Peralta Maroto refiere su bisnieto don Antonio Pérez-Rendón Collantes en “Una corta biografía de María Antonia Sánchez Pardal”:73

José Peralta había nacido en Madrid, en 1837, aunque su familia no era madrileña. Su padre, Domingo Peralta y Sanz, era de Buitrago, y su madre, Paula Maroto, de Valladolid. Él estudio Derecho en la Universidad Central (…), y su primer destino fue un puesto, también en Madrid, de Auxiliar de la Dirección General de Venta de Bienes Nacionales. De ahí, en

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1860, se trasladó a Burgos, donde simultaneó el ejercicio de la abogacía con el periodismo. Una leve excursión por el campo de la política le valió, en 1867, un título de Caballero de la Real Orden de Isabel la Católica y una plaza de Juez de Paz en Medina…

Peralta Maroto había ganado en 1867 la plaza de promotor fiscal del Juzgado de Primera Instancia de Medina Sidonia,74 puesto que ocupó hasta 1880. Contrajo matrimonio el 24 de enero de 1869 con la asidonense María Antonia Sánchez Pardal. Ejerció como abogado en Medina Sidonia y, durante el año 1893, como juez en Sevilla durante seis meses. Allí debió de trabar amistad con el escritor Rodríguez Marín y referirle en tranquila tertulia la anécdota del común amigo Mariano Pardo de Figueroa, el Doctor Thebussem.

Fig. 8. José Peralta Maroto (arriba a la izquierda) y su familia en 1890

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Jesús Romero Valiente (Medina Sidonia, 1964) es profesor de Lenguas Clásicas. ABC “Doctor Thebussem”. En adelante debe entenderse que la abreviación ABC se refiere a la primera edición del cuento, aparecida en dicho periódico en el número correspondiente al lunes 1 de febrero de 1909, p. 6; Quis. remite a la segunda edición del mismo en el libro Quisicosillas. Nuevas narraciones anecdóticas, Madrid, Biblioteca Patria, nº 68, 1910, pp. 38-43; C. Anec.2 se corresponde con la segunda edición de Cincuenta cuentos anecdóticos, Madrid, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1919, pp. 101-106, donde el cuento aparece recogido con el número XV; y C. Escog. remite a Cuentos escogidos y otras narraciones selectas, Madrid, “Biblioteca Giralda”, Sucesores de Rivadeneyra, 1927, pp. 171-176, donde el relato hace el número XXI de la selección. 3 El verso no está entrecomillado en ABC ni en Quis., pero sí en las ediciones posteriores del cuento. Se trata del último endecasílabo de El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda (“Y si, lector, dijerdes ser comento,/ como me lo contaron, te lo cuento”), con el que el poeta quería ratificar su función de transcriptor de un relato de carácter legendario al que, de hecho, intituló “cuento”. Espronceda repite el verso con el mismo propósito en el canto IV, v. 3117, de El Diablo Mundo. Bécquer comienza con fórmulas semejantes, y con el mismo propósito, algunas de sus leyendas, lo mismo que muchos de los grandes recopiladores de cuentos folclóricos: Andersen, los hermanos Grimm, Emilia Pardo Bazán… El verso de Espronceda se ha convertido en una muletilla para finalizar cuentos populares: “Esto es verdad, y no miento. Como me lo contaron, te lo cuento”, “Y aquí acaba el cuento, y, como me lo contaron, te lo cuento”. 4 “pícaro” suppr. ABC. 5 “Ha muerto algunos años después de escrita y publicada por primera vez esta anécdota, realmente suya”. Esta nota de Rodríguez Marín aparece ya en C. Anec.2 (item C. Escog.) que, como hemos visto, se publicó en 1919. La primera edición del cuento es de 1909, y Mariano Pardo de Figueroa falleció el 11 de febrero de 1918 a los 89 años de edad. 6 “allá en su fantástica Huerta de Cigarra” C. Anec.2, C. Escog. La adición de este adjetivo puede deberse a que Rodríguez Marín no supiera hasta después de publicada la segunda edición del cuento en 1910 que la Huerta de Cigarra, que aparecía dibujada en los membretes del papel de cartas de Thebussem como un fabuloso castillo, no era en realidad sino un humilde huerto con su caserío en las cercanías de Medina Sidonia. Aún puede verse en la Hoya del Calvario, más abajo del cementerio. 7 Algunas de estas anécdotas referidas a Quevedo fueron recogidas por Juan Martínez Villergas y Ramón Satorres en El Tesoro de los chistes. Colección de epigramas, anécdotas, cuentos, chascarrillos, dichos y sentencias de hombres célebres, y otras muchas cosas que podrán ver los que no sean ciegos, Madrid, La Ilustración, 1847, núm. 34, 142, 143, 165, 166, 230, 251, 307, 371, 794, 795. Al poeta, periodista y político Martínez Villergas, precisamente en el año de su muerte, se refirió Thebussem en su artículo “Dos cartas de Villergas”, Madrid, Revista de España. La España Moderna (septiembre, 1894), pp. 58-70. 8 No se escriben comillas en ABC ni en Quis., pero sí en las ediciones posteriores del cuento. En ABC, además, se prefiere comenzar los versos en minúscula cuando no precede punto. Se trata de los primeros octosílabos del poema popular “El corregidor y la molinera” en el que se nos cuenta cómo el corregidor de Arcos requiere los amores de la mujer de un molinero quien, por temor a su marido, lo rechaza. Convencida luego y aprovechando que el corregidor ha encargado trabajo a su esposo, se acuesta con su amante. Avisado el molinero por un amigo, decide ir a su casa y descubre a la pareja en la cama. Sin hacer ruido, se pone la ropa del 2

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corregidor y marcha a casa de éste para acostarse con la corregidora. Cuando la molinera descubre por la mañana las ropas de su marido en la habitación, se da cuenta de que es sabedor de todo. Finalmente, los cuatro deciden arreglar el lío con prudencia y una comida. Muy interesante sobre el origen de esta historia y sus variantes resultan las páginas 29-41 de la introducción de María Jesús Ruiz a su edición de la obra teatral de Alejandro Casona La molinera de Arcos (Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2007). Virtudes Atero Burgos, Manual de Encuesta del romancero de Andalucía: catálogo-índice, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, 2003, pp. 55-56, escribe los últimos versos “que ganaba su sustento/ con un molino arrendado”. 9 “así también” C. Anec.2, C. Escog. 10 Estos versos pertenecen a la comedia de enredo de Juan Ruiz de Alarcón ambientada en Sevilla El semejante a sí mismo, publicada en 1628 (Parte primera de las comedias de don Iuan Rvyz de Alarcón y Mendoza, Madrid, Iuan Gonçalez, a costa de Alonso Perez). Están puestos en boca del gracioso, Sancho, en un aparte de la jornada segunda: el dinero que le da don Juan, transformado en su primo don Diego para evitar ir a las Indias, vence fácilmente la guarda de su amada prima doña Ana, que le había sido encomendada por él mismo a su criado. Los versos no están entrecomillados en ABC pero sí en las ediciones posteriores del cuento. Además en esta primera edición se prefiere comenzar los versos en minúscula cuando no precede punto. 11 ABC “decía”. 12 Deformación de “propincuo” (latín, propinquus), es decir, “próximo”. 13 Escriben en cursiva “ajó” todas las ediciones. No entrecomillan C. Anec.2, C. Escog. 14 La lengua, claro está. “Darle a la sin hueso” es sinónimo de “chismorrear”. 15 “un lorito” C. Anec.2, C. Escog. 16 C. Anec.2, C. Escog. suppr. “todos”. 17 “tanto, al menos” C. Anec.2, C. Escog. 18 ABC “por”. 19 Así comienzan las dos últimas estrofas del himno eucarístico Pange lingua escrito por Santo Tomás, que suele cantarse durante la adoración del Santísimo Sacramento. 20 “Juanillo” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 21 “Estar de nones” tiene aquí el significado de “andar de nones”, “para ponderar la singularidad o rareza de una cosa que no tiene igual”, D.R.A.E., s. u. “non”. 22 “hablaba” C. Anec.2, C. Escog. 23 En el sentido de “¡qué va!”, “de ningún modo”. 24 Julio Caro Baroja en Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid, Revista de Occidente, 1969, p. 217, equipara los términos “valentón”, “chulo”, “matón” y “mozo crúo”. El tipo aparece perfectamente definido en la composición en cuartetas El mozo crúo que leemos en un pliego de romances del siglo XIX (Carmona, Imprenta de José M. Moreno, 1859). Comienza: Señores, soy é la plebe, No me jiso Dios señó, Toos se mojan, cuando yueve, Lo mesmo un conde que yo. Con el mismo título escribieron un sainete lírico Diego Jiménez Prieto y Felipe Pérez Capo, al que pusieron música los maestros Rafael Calleja Gómez y Vicente Lleó Balbastre. Fue estrenado en el Teatro Cómico de Madrid el 22 de septiembre de 1903 (José María Gómez Labad, El Madrid de la Zarzuela: visión regocijada de un pasado en cantables, Madrid, Editorial Tres, 1983, p. 234). Seguramente el barbero de nuestro cuento había enseñado a su mirlo el

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tango, llamado de “El Cangrejo” que canta el personaje Quisquillas en el cuadro tercero con acompañamiento de Curro Cambrales, “el mozo crúo”, y los demás presentes en la escena: Quisquillas: Cuando Dios crió el cangrejo Dijo: por lo estrafalario Tú serás siempre la pauta Del partido reaccionario. Siempre pa atrás Tú lo verás. Si es joven o viejo, De mar o de río, Igual va el cangrejo, Cariñito mío. Todos: Siempre pa atrás Tú lo verás, Siempre, siempre Pa atrás. Quisquillas: Si en un dedo coge a Lola Un cangrejo, no se turba. Otra cosa pasaría A cogerla en una curva. Siempre pa atrás, etc. Las “Coplas para el tango de El Cangrejo”, siempre de tono pícaro y con sátira política incluida, eran muchas: Encontramos publicadas algunas de ellas al final del libreto de la obra (El Mozo Crúo. Argumento del sainete lírico en un acto original de…, Valladolid, Establecimiento Tipográfico de La Libertad, 1904). Van un par de ejemplos que vienen a propósito: Por tocar la Marsellesa A la puerta de un convento, Un fraile disparó un tiro Y me rompió el instrumento. (estribillo) ----Salmerón en el Congreso Ha puesto una barbería Donde corta y riza el pelo Y afeita a la mayoría. (estribillo) 25 “Juanillo” ABC; “Juaniyo” C. Anec.2, C. Escog. 26 C. Escog. suppr. “tan”. 27 “Juaniyo” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 28 “Juaniyo” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 29 “yama” ABC, Anec.2. 30 “bisto” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 31 “Tantu nergo” C. Anec.2, C. Escog. 32 “Mudar de bisiesto”, “variar de lenguaje o de conducta”, D.R.A.E., s. u. “bisiesto”.

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Título creado para honrar a Mariano Pardo de Figueroa en 1882, que incluía la posibilidad de usar una franquicia que le eximía de pagos. En 1880 ya había sido nombrado, a petición propia y en respuesta a las autoridades que, de algún modo, querían agradecer sus aportaciones al gremio de Correos, Cartero Honorario de Madrid, con uso de uniforme pero sin sueldo. 34 ABC suppr. “Vamos a ver”. 35 “Juanillo” ABC; “Juaniyo” C. Anec.2, C. Escog. 36 “jayá” C. Anec.2, C. Escog. 37 Se refiere al violinista, director y compositor sevillano Fernando Palatín y Garfía (1852-1927). 38 “mi Juaniyo” ABC; “Juaniyo” C. Anec.2, C. Escog. 39 ABC comienza el párrafo “Una mañana temprano”; “Pues bien, una mañanita temprano” C. Anec.2, C. Escog. 40 “le” C. Anec.2, C. Escog. 41 “Juanillo” ABC; “Juaniyo” C. Anec.2, C. Escog. 42 C. Anec.2, C. Escog. add. “siquiera”. 43 C. Anec.2, C. Escog. suppr. “y”. 44 C. Anec.2, C. Escog. add. “siquiera”. 45 “cuidadito” ABC; “cudiaíto” C. Anec.2. 46 “esa” C. Anec.2, C. Escog. 47 “Juanillo” Quis.; “Juaniyo” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 48 “en seguida” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 49 “Juaniyo” ABC, C. Anec.2, C. Escog. 50 ABC “de”. 51 ABC “gana ninguna”. 52 “que he podido afeitarme” C. Anec.2, C. Escog. 53 “Juanillo” ABC; “Juaniyo” C. Anec.2, C. Escog. 54 ABC “maldito sea”. 55 Para más detalle sobre las ediciones véase la nota 2. 56 Véase la nota 3. 57 Del envío formaba parte también su obra Cien refranes españoles de Meteorología, Cronología, Agricultura y Economía rural, anotados. 58 Epistolario…, pp. 142-143. Carta número 70. 59 Ibidem, pp. 145-146. Carta número 72. Hasta siete misivas envió Thebussem este año a su amigo. 60 Ibidem, p. 155. Carta número 77. 61 Ibidem, p. 161. Carta número 82. 62 Ibidem, pp. 170-174. Cartas número 88, 89 y 90. 63 Ibidem, p. 176. Carta número 92. 64 Ibidem, p. 177. Carta número 93. 65 Ibidem, p. 130. 66 Ibidem, p. 139. 67 Ibidem, p. 140. Carta número 68. 68 Jesús Romero Valiente, Doctor Thebussem. Escritos gastronómicos, Sevilla, Renacimiento, 2011, pp. 34-35. 69 Hoy puede leerse esta biografía en Doctor Thebussem. Segunda ristra de ajos, Huesca, La Val de Onsera, Col. “La olla podrida”, 1998, pp. 11-47. 70 Epistolario…, pp. 189-194.

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Sobre algunas de las “manías y rarezas” de Thebussem puede leerse en Doctor Thebussem. Escritos…, pp. 35-38. 72 Datada en Sevilla el 29 de septiembre de 1898. Epistolario…, pp. 112-113. Véanse también las cartas 53, p. 114, y 55, p. 117. 73 La biografía se incluye en J. Romero Valiente, Medina Sidonia y su cocina. Algunos recetarios del siglo XIX, Medina Sidonia, Puerta del Sol, 2008, pp. 235-239. 74 La España, 2 de abril de 1867.

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