Religion O Cristo - Dr M.r. De Haan

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O CRISTO? Dr.M.R.DeHaan

¿QUE ENSEÑA LA RELIGION? ¿QUE ENSEÑA EL CRISTIANISMO? El Cristianismo no es una religión; es vida. Por lo general, la religión consiste en un conjunto de formalismos y ceremonias. Aunque existe un sinfín de movimientos religiosos que va en aumento cada día, el Cristianismo sobresale de toda religión. El genio del Cristianismo es que su Autpr —Jesucristo— está vivo. Este libro explica lo que es la salvación, en contraste con lo que ofrecen las religiones.

Dr. M. R. De Haan

R e lig ió n

o

1.a edición, 1970 2.a » 1973 » 1977 3.a 4.a 1979 Publicaciones Portavoz Evangélico, Camelias, 19; Barcelona-24, España Literatura Evangélica

Portada: Miguel García Angosto Traducción: Samuel Vila ISBN 84 - 7293 - 003 - 3 Depósito Legal: B. 30.556 - 1979 Impreso en los Talleres Gráficos de la M.E.C. Horeb, A.C. n.° 265. - Moragas y Barret, 113. TERRASSA

INDICE

1. RELIGION O SALVACION.......................

7

2. LOS DOS LADRONES................................... 19 3. LA OFRENDA ACEPTABLE

. . . .

37

4. NACER DE NUEVO.........................................51

RELIGION O SALVACIO N

El cristianismo no es una religión; es vida. Por lo general, la religión consiste en un con­ junto de formalismos y ceremonias. Aunque existe un sinfín de movimientos religiosos que va en aumento cada día, el cristianismo sobre­ sale de toda religión. El genio del cristianismo es que su Autor y Cabeza está vivo; porque el • Autor de nuestra salvación es Jescuristo, el Hombre glorificado que está a la diestra de Dios. Ninguna otra religión se atreve a reclamar esta distinción. Ni los más fanáticos devotos de las numerosas religiones en el mundo se atreven a

afirmar que el autor de su fe aún vive, antes reconocen que, como el de cualquier otra reli­ gión, sus autores u originadores ya han muerto; y sólo sus enseñanzas y credos permanecen. Por lo general, la palabra religión se usa actualmente en un sentido muy amplio, inclu­ yendo al cristianismo mismo, pero al acudir a la única fuente de información sobre el origen del cristianismo, la Santa Biblia, no hallamos punto alguno de comparación. En muchas de nuestras instituciones de enseñanza, entre las materias que se cursan, encontramos una llamada “ Reli­ giones Comparadas” . Entre muchas otras reli­ giones también se menciona el cristianismo, pero esto no es del todo acertado, porque el cristia­ nismo es algo más que una religión. Y repito: es vida, mientras que una mera religión está com­ puesta de obras muertas y ceremonias.

RELIGION Y OBRAS La religión enseña obras; el cristianismo enseña fe. Esta diferencia se hace evidente a través de toda la Biblia. Nicodemo, que fue a Jesús de noche, era estrictamente religioso; no obstante, Jesús le dijo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Pablo, antes de su con­ versión, era muy religioso, como lo testificó ante Agripa, cuando dijo: 8

Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo (Hechos 26:4, 5). Pablo era religioso más que cualquier otra persona, pero no fue salvo hasta que se encon­ tró con el Salvador y Autor de la salvación en su camino a Damasco. La religión por sí sola no puede salvar a nadie. Los antiguos babilo­ nios tenían una religión. Los griegos la tenían también. Todas las gentes de los tiempos de Jesús y de Pablo tenían religiones diversas, pero necesitaban el Evangelio. Millones y millones de personas hoy día, aun en los países cristianos, poseen una religión, pero no saben nada de la verdadera salvación de Cristo. Alguien ha dicho: “ Cristo vino a salvar a los hombres de dos co­ sas: del pecado y de la religión; y la tarea más difícil es salvar a la gente religiosa, que por su religiosidad cree que no necesita un Salvador” .

¿QUE ES RELIGION? La palabra “religión” se usa cinco veces en las Escrituras y la palabra “religioso” solamente dos veces. En cada uno de estos casos está aso­ 9

ciada con obras, ceremonias y ritos, pero no con FE. La palabra que más se usa en las Escrituras es threskeia, la cual viene de la palabra threskos, que a su vez procede de la raíz throseho, que en griego significa “ asustar” , “ lamentar” , “ afli­ gir” . La palabra “ religión” en la Biblia, según su etimología, significa un servicio ceremonial motivado por temor y aflicción. Ese es el signi­ ficado de la palabra religión, como se emplea en la Biblia. Contrastando con esto el mensaje de salvación, notaremos la gran diferencia. Si es usted una persona religiosa, se le puede pre­ guntar: ¿ES USTED SALVO?, y la respuesta puede ser: —Así lo espero. Pero hágale a un hombre salvo la misma pregunta y le contestará: —Sí, gracias a Dios, “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar su fiel promesa que ya es posesión mía para aquel día” (2.a Timoteo 1:12).

CLASES DE RELIGION Hay dos clases de religiones, las buenas y las malas. La religión que se convierte en fanatismo e hipocresía y condena y persigue a otros que no estén de acuerdo con su sistema es una reli­ gión mala. Santiago menciona otra religión —“pura y sin mácula” (Santiago 1:27)— , y que está asociada con las buenas obras. Esta es la 10

única vez en las Escrituras que se habla positi­ vamente de la religión. En todos los demás casos se le asocia con un simple vacío y pobre fana­ tismo y ceremonialismo. Es una trampa del enemigo hacer que los hombres tengan religión sin salvación; que estén satisfechos con sus pro­ pias obras y rechacen la obra redentora de Je­ sucristo, y su completa salvación. Por esto deseo preguntarle: “ ¿Es su religión lo suficientemente completa? ¿Le trae gozo y paz?” Si usted tiene a Cristo, El le dará todo esto de una manera completamente independiente de sus propios méritos y buenas obras.

HACERLO O HA SIDO HECHO Existen dos evangelios en el mundo, el evan­ gelio de obras y el de fe. La Palabra de Dios dice que la salvación ya ha sido consumada, o hecha; Satanás dice que la salvación se está ha­ ciendo. En la Biblia abundan ejemplos de estos dos casos. Con relación a nuestros primeros pa­ dres en el Edén hallamos un brillante ejemplo. Recuerde que después que hubieron pecado, lee­ mos esto: Entonces fueron abiertos los ojos de am­ bos, y conocieron que estaban desnudos (Génesis 3:7). 11

Tan pronto como pecaron se dieron cuenta que habían perdido la vestidura de inocencia y la protección de su pureza. Pero, en vez de bus­ car a Dios, se tornaron a la religión; acudieron a sus propias obras y leemos la trágica historia: Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales (Génesis 3:7). En vez de clamar a Dios pidiendo misericor­ dia y gracia, buscaron su salvación y protección para su pecado en las obras de sus propias manos. Y el primer acto religioso de nuestros primeros padres ha sido perpetuado por sus descendientes. El hombre, por instinto, sabe y siente que está desnudo y necesita una protec­ ción. Pero por su estado de depravación y su ceguera, a causa del pecado, busca encubrirse con sus propias obras y esfuerzos. Cada religión que el mundo ha conocido es un testimonio mu­ do del hecho de que el hombre busca, y busca algo que le permita permanecer en la presencia de su Creador. El hombre es incurablemente reli­ gioso. Inevitablemente, reconoce la existencia de un poder superior. Solamente el necio dice “en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). Pero no sólo sabe el hombre que hay un Juez que lo ve, sino que también sabe que es culpable y co­ rrupto, por lo que trata de acallar su propia con­ ciencia. Por esta razón trata de expiar sus pe­ cados por medio de sus propios esfuerzos y sa12

orificios religiosos. De polo a polo, desde las desoladas y frígidas regiones árticas hasta los sofocantes y tórridos climas de los trópicos, el hombre inventa sus religiones para cubrir su desnudez. Algo así como si cosiera hojas de higuera para cubrirse. La madre pagana que arranca a su pequeño de su propio seno y con un grito de desesperación lo lanza a los coco­ drilos, en su ignorancia, simplemente está bus­ cando, como Adán y Eva, aplacar la inquietud de su propio corazón, por el pecado. Los antiguos paganos que arrojaban a sus hijos a la boca llena de fuego del dios Moloc, o el oriental ignorante que por la noche va a los sepulcros de sus seres queridos y les coloca sobre la tumba una taza de arroz, humedecido con su propia sangre; o el miserable e ignorante pagano que se somete a los horrores fetichistas del médico brujo —todos ellos expresan la universal ansiedad del corazón humano que busca algo con que expiar el pe­ cado y dar paz a su conciencia y contrito corazón. Pero este afanoso coser de hojas de higuera no está limitado a los paganos ignorantes, sino que es la causa del interminable y creciente nú­ mero de religiones y ceremonias que existen dentro de lo que se llama las naciones avanza­ das. No hay duda de que son sinceros, y lejos esté de nosotros condenarlos o tratar de quitar­ les sus piadosos deseos; queremos mostrarles solamente una mejor manera de satisfacerlos; 13

en realidad la única manera. Adán y Eva eran muy religiosos y sinceros. Pero sus delantales de hojas de higuera no eran suficientes, porque con eso no se podía quitar el pecado; solamente podían cubrirlo. Tampoco podían traer paz a su corazón. Cuando Dios vino a ellos en el huerto del Edén, se escondieron y, temblorosos y para­ lizados de temor, se ocultaron de la presencia de Dios. Su religión había fracasado y era nece­ sario lograr algo mejor. Tenemos toda la historia en un pequeño versículo de Génesis 3, un ver­ sículo que con mucha frecuencia pasamos por alto. Allí leemos: Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió (Génesis 3:21). Las hojas de higuera no servían. Por lo tan­ to, Dios les mostró una mejor manera; la única forma posible de obtener perdón. Como ya lo hemos indicado, se nos enseñan tres cosas en este breve versículo. Primero, que la salvación es obra de Dios y no del hombre. Dios provee el sacrificio. Segundo, que debe ser mediante la muerte de un sustituto inocente, y en tercer lu­ gar, debe ser por derramamiento de sangre. Dios demanda todo esto, y nada más. Cualquier sa­ crificio que no reúna todos estos requisitos no es válido para expiar, mientras que todo sacrificio que reúna estas condiciones es siempre acepta­ ble. Lo volvemos a ver en el caso de Abel y 14

[No fuimos redimidos] con cosas corrupti­ bles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación (1.a Pedro 1:18, 19). Este versículo, en Génesis 3:21, concerniente al primer sacrificio por medio del cual Dios cu­ brió la desnudez de nuestros primeros padres, era solamente un tipo del Redentor venidero, el Señor Jesús. Juan el Bautista, cuando lo vio, dijo: “ He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Y el ángel le dijo a María: “Llamarás su nombre JESUS” (Lucas 1:31); y a José: “Y llamarás su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

NO HAY OTRO CAMINO Allá, en el huerto de Edén, Dios dio una reve­ lación concerniente al camino de la salvación, que nunca ha sido cambiado ni lo será. Cualquier otro camino es decepcionante y falso. Cristo dijo: “El... que sube por otra parte, es ladrón y saltea­ dor” (Juan 10:1). Y Pablo declaró: “Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:9). 16

RELIGION Y SALVACION

Como se puede ver, sólo hay dos caminos, la senda del hombre y la de Dios. El camino del hombre es la senda de la religión; el camino de Dios es la sencilla senda de la gracia. La senda del hombre es por medio de sus hojas de higuera de propia hechura; la senda de Dios es mediante el sacrificio y la sangre del Cordero divino. La senda del hombre es por obras, la de Dios por la fe. La senda del hombre es por medio de la reli­ gión; el camino de Dios es por medio de creer en El. En Proverbios 14:12, leemos: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es caminos de muerte” . Pero Jesús nos dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nada viene al Padre, sino por mí (Jn. 14:6). Me permito preguntarle: “ ¿Es usted religioso o salvo?” Si sólo tiene religión y nunca ha en­ trado por el camino del sacrificio de Cristo, amigo mío, usted todavía permanece en sus pecados. Y Dios demanda de usted que hoy mismo conteste esta pregunta. Cuando Adán se escondió en el huerto, Dios vino y lo llamó diciendo: “ ¿Dónde estás tú? ¿Por qué te escondes de mí?” Y Adán salió cubierto con un pobre delantal de hojas de higuera, pero tan culpable y perdido como antes. Mi amigo, ¿qué esperanza tiene usted de ir al cielo? Pregúntese, o por lo menos permítame preguntarle: ¿Está usted seguro de ir al cielo? 17

¿Es salvo? Quizás alguien diga: “Bueno, mi vida es recta y hago lo mejor que puedo” . Escúcheme, amigo mío, esto que usted acaba de expresar son HOJAS DE HIGUERA, sencillas hojas de higuera; ni más ni menos; porque Dios dice: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3: 10). Alguien más, defendiéndose, quizá diga: “Pues yo no puedo entender la Biblia” . HOJAS DE HIGUERA, amigo mío. Dios le pide que crea. Y no que primero busque entender toda su Pa­ labra. Nunca podremos comprender cómo pudo Dios entregar a su único y querido Hijo para que muriera por ruines pecadores como yo. Puede usted que diga: “No siento que sea salvo” . Pero es que la salvación no depende de lo que sentimos, sino de lo que CREEMOS. Sus sentimientos cambian todos los días, pero las promesas de Dios son inmutables, y El dice: “ Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1.a Juan 5:1). Créame, amigo, ponga su confianza en Cristo, y las sensaciones vendrán posteriormente. Usted no rechaza los alimentos porque no se siente satisfecho y lleno. Come y pronto se encuentra satisfecho. Lo único que usted debe saber y sentir es que sin Dios está perdido, que necesita un Salvador. Entonces venga a Cristo, ponga su fe en El, y la sensación de su salvación vendrá luego. Deje sus “delantales de hojas de higuera” , su falsa idea de religión, y sométase a la protección de la pre­ ciosa sangre del Señor Jesús. 18

2 LOS DO S LADRONES

Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhe­ chores, uno a la derecha y otro a la izquierda (Lucas 23:33). Para Dios, solamente hay dos clases de per­ sonas en el mundo. El reconoce sólo a dos clases de seres humanos: los salvos por El y los perdi­ dos, los pecadores y los santos, los que van cami­ no del cielo y los que van hacia un eterno in­ fierno. Los hombres clasifican a la humanidad de muchas maneras y se refieren a los hombres como blancos, negros o amarillos. Los clasifican 19

por nacionalidades como holandeses o ingleses, italianos o alemanes. Los clasifican como ricos o pobres, grandes o pequeños, educados o igno­ rantes, y así sucesivamente. Pero Dios ve a los hombres como salvos o perdidos. En la Biblia solamente hay dos caminos, el ancho y el angos­ to. Solamente dos destinos, eterno gozo o eterna angustia. Y la diferencia entre los salvos y los perdidos no depende de la magnitud o cantidad de pecado que han cometido o de la religión de cada individuo, o de la iglesia a que pertenecen, ni de su bondad o condición moral. Dios clasi­ fica a todos los hombres según su actitud hacia su Hijo, el Señor Jesucristo. Los que lo reciben por fe son salvos; los que rechazan su gracia están condenados.

CRISTO, EL DIVISOR DE LOS HOMBRES Jesucristo es el gran Divisor de todos los hombres. Con su nacimiento dividió la historia, de tal manera que, con excepción de pocos paí­ ses, toda la historia se calcula partiendo del na­ cimiento del Señor Jesucristo, o sea, A. C. (antes de Cristo) o D. C. (después de Cristo). El calen­ dario nos testifica de la venida de Aquel que precipitó toda la historia dentro del molde de su Persona. Cada vez que los hombres citan una fecha, con o sin su agrado, testifican del hecho 20

de la historicidad de Jesucristo. El año 1973 o cualquier otro año, se ha calculado partiendo de su nacimiento en el mundo. Incógnito en su humildísima aparición, con sólo tres años y medio ante las miradas públicas, y crucificado como un criminal a la edad de treinta y tres años, no obs­ tante, vivió de manera tal; enseñó tales doctri­ nas, predicó tal evangelio, hizo tales cosas y mu­ rió de tal manera, que los hombres en todas partes, y diariamente, están obligados a recono­ cer la grandeza de su Persona cada vez que po­ nen fecha a cualquier carta o documento. Sin la fecha y sin el año del nacimiento de Jesús, su cheque, o contrato, o recibo o hipoteca no sirven. Un centenar de veces al día usted tiene que enfrentarse con el hecho de que Cristo, aun­ que fue rechazado por muchos, brilla sobre todas las páginas de la historia y divide los tiempos. Es el gran Divisor.

SU MUERTE ESPERA Así como el nacimiento de Cristo divide toda la historia, así también su muerte separa a toda la humanidad. Cuando pendía de la cruz, dos hombres lo acompañaban, uno a la derecha y otro a la izquierda. La mayoría de la gente no ve en ellos más que a dos malhechores, pero realmente ellos representan a TODOS LOS HOMBRES. Usted, que ahora está leyendo este 21

libro, se halla representado por uno de estos dos hombres. Más de mil novecientos años han pa­ sado desde que fueron crucificados; uno está ahora en los cielos y el otro, en un lugar de eterna condenación. ¿Qué es lo que originó esta gran diferencia? Ambos eran idénticos en sus pecados. Usted pue­ de leer este relato en los Evangelios y no hallará ni un indicio de que uno haya sido mejor o peor que el otro. Ambos habían sido sentenciados a muerte. Ambos eran culpables. Ambos estaban muriendo. Sin embargo, actualmente uno está en el cielo y el otro en el infierno. La diferencia se basa en la actitud que tuvieron hacia el Hom­ bre que estaba en medio de ellos, el Señor Jesucrito. Estos dos hombres eran igualmente cul­ pables; pero uno creyó en Cristo, y el otro lo rechazó. Ellos nos representan a todos nosotros. Usted también puede salvarse o perderse, y la diferencia estribará en SU ACTITUD hacia Cris­ to, el Hijo de Dios.

EL LADRON CONDENADO Por lo tanto, usted debe pensar que estos dos ladrones representan a toda la humanidad. Usted mismo ahora o CREE EN CRISTO o LO RE­ CHAZA. Hay tres notables características en el delincuente que se condenó. Su historia nos en­ seña que: 22

1.

Un hombre puede rechazar a Cristo en el mismo momento de su muerte.

2.

Un hombre puede estar muy cerca del Salvador y perderse.

3.

Un hombre puede desear y aun pedirle a Cristo que le salve y, sin embargo, per­ derse.

RECHAZARLO AL MORIR Una persona puede rechazar a Cristo aun en el mismo momento de su muerte. He aquí a un malhechor muriendo crucificado, y que en pocas horas tendría que enfrentarse al juicio eterno. Sin embargo, aun ante la muerte se muestra burlándose del Salvador de los hombres. Creo que este hombre había visto a Cristo y oído de El antes, y parece que entendió bastante las palabras de Cristo cuando le oyó hablar a las multitudes. El debió haber conocido algo de Cris­ to, ya que sabía quién era. Escúchelo decirle: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros (Lucas 23:39). Si un día le oyó predicar, ahora se encuentra frente a frente, pendiendo de una cruz, junto a El. Es un hecho que las conversiones reales y genuinas son muy, muy raras en el lecho de la 23

muerte. Muy pocas personas se han salvado a la hora de morir. Alguien ha dicho con razón: “La Biblia solamente registra una conversión a la hora de la muerte. UNA para que nadie se deses­ pere, y UNA sola para que nadie pueda presu­ mir” . Todas las circunstancias están en contra ser salvado a última hora. Alguien puede pensar que al final, después de muchos años, cuando sea anciano, o cuando esté enfermo, va a preo­ cuparse por la salvación, pero por la experiencia de muchos esto no es admisible. En primer lugar, la intensidad de la vida moderna produce mayor número de muertes vio­ lentas. Es más grande que nunca el número de hombres y mujeres que mueren repentinamente de ataques al corazón, apoplejía y muchas otras causas. Pero, ¿qué diríamos de aquellos que quedan en el lecho de la enfermedad por algún tiempo antes de morir? La verdad es que casi todas las personas que enferman, esperan sanar y no morir. Y cuando están muy graves y al borde de la muerte, por lo general no están en condiciones mentales de poder pensar en la sal­ vación. Están abstraídos por la fiebre, el dolor y el sufrimiento, y a menudo en estado de sopor, por las drogas o medicamentos que les producen un estado de delirio e inconsciencia. Si un hom­ bre no se enfrenta con el asunto de la salvación estando en buena salud y con todas sus facul­ tades mentales, hay poca razón para creer que 24



lo hará cuando esté en fiebre y delirando por los tóxicos de la enfermedad. No en vano nos dice la Escritura: He aquí ahora el día de salvación (2.a Co­ rintios 6:28). Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vues­ tros corazones (Hebreos 3:15). Sí, muy pocos de los que esperan hasta el último momento hacen una decisión por Cristo. Cuando se rechaza a Dios repetidas veces, la conciencia se entorpece y el corazón y el alma se endurecen. Si usted rechaza a Cristo hoy, será lo más fácil que lo rechace también mañana.

CERCA, PERO PERDIDO La segunda cosa que aprendemos del ladrón pendiente en la cruz es ésta: Un hombre puede hallarse muy cerca del Salvador y ser perdido. Este ladrón estuvo muy cerca de Jesús. Pendía al lado de Cristo, desde donde podía escuchar sus dolientes palabras, ver su sufrimiento y ob­ servar su agonía. Si sus manos no hubieran estado clavadas a la cruz, hubiera podido tocar y tomar la mano del Salvador. Cristo debió haber estado cerca, muy cerca, porque los dos ladrones pudieron conversar escuchándose el uno al otro, 25

a pesar del ruido de la muchedumbre que estaba al pie de las cruces. Pero estar cerca no es sufi­ ciente. Usted, conforme va leyendo ahora, está muy cerca del Salvador y, sin embargo, puede que esté perdido. Puede quizás haber estado muy cerca de Cristo desde su niñez. Pudo haber na­ cido y criádose en un hogar cristiano, con padres piadosos y que desde la infancia haya conocido el nombre de Jesús, haya aprendido a leer la Biblia y a orar, ir a la escuela dominical y al templo; pero quizás USTED ESTA PER­ DIDO. Puede ser que en ocasiones muy especiales usted haya estado muy cerca de Dios. Es posible que con motivo de la muerte de algún ser que­ rido se haya dado cuenta de la brevedad de la vida, y haya sentido la necesidad de prepararse para la eternidad. Quizá por un breve momento su corazón fue enternecido y hasta llorado. Usted estaba muy cerca, pero nada hizo para triunfar. La sensibilidad y la convicción se alejaron, y usted volvió a su indiferencia. O quizá, bajo la predicación de algún siervo de Dios o en algún otro servicio religioso, haya usted sentido la urgencia de hacer una decisión. Sus pecados le preocupaban y bajo su convicción aun lloró, pero no tomó ninguna decisión, y hoy su corazón está frío e indiferente. Pudiera ser que un mensaje radiofónico, sobre la Palabra de Dios, llegó a tocar su corazón. Quizás en este mismo instante estas palabras han despertado en usted la nece­ sidad y el conocimiento del grave peligro de 26

posponer por más tiempo su salvación. Entonces se puede decir que USTED ESTA CERCA, pero no es suficiente. ¿No quiere usted, antes que vuelva a pasársele esta convicción, decirle “SI” al Salvador y arreglar este importante asunto de una vez por todas, y no solamente estar muy cerca, sino allegarse a Jesús y ser salvo?

ORANDO, PERO PERDIDO Una tercera cosa nos llama la atención con respecto a este ladrón en la cruz. El quería ser salvo y aun le pidió a Jesús que lo salvara; sin embargo, quedó perdido. Puede que estas pala­ bras le sorprendan; pero lea la narración bíblica y note cuán cierto es. Escuche al malhechor decir a Jesús: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros (Lucas 23:39). Le pidió a Cristo que lo salvara. Sin embargo, quedó perdido. ¿Por qué? Porque no quiso ser salvo de acuerdo con el plan de Dios, y buscó lo que hoy llamaríamos “ el camino moderno” , no por la muerte de Cristo, sino por su vida y ejemplo. Escúchelo cuando dijo: “SALVATE A TI MISMO y a nosotros” . No sabía que si Cristo se hubiera salvado a sí mismo no hubiera po­ dido salvamos a nosotros. Esta es la gran dife­ 27

rencia entre la salvación bíblica y la teología moderna. La enseñanza bíblica es que solamente por la muerte de Cristo en la cruz podemos ser salvos. La teología moderna se burla de la muerte expiatoria y habla de “seguir el ejemplo de Cristo y ser honorables” . Nos dicen: hay que guardar “la regla de oro” , seguir el ejemplo y enseñanzas “ del Maestro en su Sermón del Monte” , guardar la Ley, ser decentes, portarse bien, ser honestos y caritativos; en otras palabras, hacer simple­ mente lo mejor que podamos y todo saldrá bien. No quieren ser salvos por medio de la muerte de Cristo. Ese fue el error del malhechor en la cruz. El quería ser salvo, pero no por la obra redentora de Cristo, y por eso dijo: “Sálvate a ti mismo, y a nosotros” . Todo el mundo quiere ser salvo y muchos oran pidiendo la salvación, pero nunca serán salvos, porque solamente hay un camino, por medio de la muerte propiciatoria y la resu­ rrección de nuestro Señor Jesucristo. “ Un monte hay más allá del mar Y en él hubo una cruz, Do por nosotros sucumbió El Salvador Jesús. Fue para darnos el perdón Que allí su vida dio; Por darnos cielo y salvación Su sangre derramó.” 28

Amigo mío, no basta con QUERER ser salvo y TRATAR DE HACER LO MEJOR para sal­ varse. Lo mejor que usted puede hacer no es suficiente. Y porque usted no podía pagar el precio por el pecado y salvarse, Jesucristo tuvo que morir sustituyéndolo, para que USTED pu­ diera vivir y ser salvo. La pregunta es: “ ¿Se asemeja usted a aquel ladrón, culpable y bajo condenación, rechazándolo hasta ahora, mien­ tras que El está cerca de usted? ¿Está usted también deseando ser salvo, como todos los hom­ bres lo desean y anhelan? Sin embargo, es muy posible que usted se pierda porque no actuó en este mismo instante. EL LADRON SALVADO Si usted realmente quiere ser salvo y está dis­ puesto a aceptar las condiciones de Dios para la salvación, escuche entonces la breve historia del ladrón que estaba al lado derecho del Señor Je­ sús. Pero primero me permito recordarle que no había ninguna diferencia entre los dos ladrones. Ambos eran asesinos, ladrones y rebeldes. Am­ bos habían sido justamente condenados a morir, ambos pendían en la cruz y ambos, en un prin­ cipio, habían ultrajado a la sublime Persona que estaba en la cruz del centro. No había diferen­ cia entre ellos, la única diferencia fue su poste­ rior reconocimiento de Jesús. Uno lo recibió, el otro lo rechazó. 29

Encontramos aquí cinco cosas del ladrón arrepentido que ocurren con toda persona que se salva. Helas aquí: 1.

Temía a Dios.

2.

Reconoció que era un pecador.

3. 4.

Reconoció que Cristo no tenía pecado. Confesó que El era el Señor.

5.

Creyó en la resurrección de Cristo.

Conviene hacer notar estas cinco cosas. Ob­ servemos que el ladrón arrepentido reprendió al que estaba ultrajando a Jesús: “ ¿Ni aun lo te­ mes tú a Dios? ¿No tienes miedo? ¿Ante la misma muerte y la eternidad no sientes temor?” El diablo quiere que usted piense que el temor es señal de cobardía y debilidad. En nuestros días se nos enseña que no debemos temer, que todo lo que se dice del juicio venidero y el castigo de Dios sobre los pecadores no es más que un “miedo” falso, y que si usted es valiente, ningún predicador le asustará nunca. En cuestiones de religión —se dice—- nadie debe dejar que le asus­ ten. El temor no debe tener lugar en nuestra cultura y ciencia del siglo XX. Libertad del temor, dicen los hombres y, sin embargo, casi todo lo que hacemos en la vida común y corriente es motivado por el temor. Cuando usted enferma, llama al médico porque teme el sufrimiento y la muerte. Ahorra su dinero porque teme la 30

pobreza. Edifica su casa porque teme al frío, y la asegura porque teme a los incendios; y a su automóvil porque teme los accidentes. Lucha­ mos en nuestras guerras, con el sacrificio de millones de preciosas vidas y millones de pesos, porque tememos la agresión extranjera y el per­ der nuestra hermosa libertad. Pero cuando los predicadores hablamos del temor a Dios y el temor al infierno, se nos acusa de alarmistas e infundidores de miedo. ¿No le teme usted a Dios? El ladrón de la derecha tuvo temor. Y todos los que han sido salvados confiesan que cuando se vieron cara a cara con sus pecados, y com­ prendieron la terrible condenación que esperaba a su alma si estaba perdida, entonces temieron y temblaron. Yo confieso gozosamente, y no soy un cobarde, que cuando Dios me mostró mi pecado y la condenación eterna, tuve mucho temor; sí, temí a Dios. Amigo, deshágase de esa falsa idea de valor y arrogancia. Considere la eternidad sin Dios, y tema. Ciertamente, enfrentarse a Dios sin Cristo como Salvador es algo que debe infundir miedo. Con razón Dios nos exhorta a “huir de la ira venidera” . Lector, lectora, tengan TEMOR, porque algún día estarán ante CRISTO, y si lo ha rechazado, usted pedirá a las piedras y a los montes que caigan sobre usted y lo cubran de la vista de Cristo. No podrá librarse del temor 31

y el espanto en ese día; entonces la mentira de Satanás: “No tenga temor” , no le servirá de ayuda alguna. RECONOZCA SU CULPABILIDAD El ladrón de la derecha reconoció su situa­ ción. Aceptó ser pecador, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios estando en la mis­ ma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padece­ mos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos (Lucas 23:40, 41). El reconoció que era un pecador. Y usted nunca podrá ser salvo, hasta que se convenza de lo mismo. Cristo murió para salvar a los pe­ cadores, y mientras usted no reconozca su peca­ do, NO PODRA SALVARSE. RECONOZCA EL PODER DE JESUCRISTO Ese ladrón reconoció que Cristo podía salvar­ lo. El declaró que Cristo no tenía pecado y por lo tanto podía expiar la culpa de otros. Si Cristo hubiera sido un pecador, no hubiera podido morir por otros; ya que no bastaría la eternidad para expiar sus propios pecados. Pero el ladrón vio en Jesús al Santo de Dios y dijo: Mas éste ningún mal hizo (Lucas 23:41). 32

CONFIESE QUE CRISTO ES EL SEÑOR

A continuación, el ladrón confesó que Cristo era el Señor, diciendo: “Acuérdate de mí cuan­ do vengas en tu reino” (Lucas 23:42). Y des­ pués profesó fe en la resurrección. Note que Cristo estaba muriendo, y no obstante el ladrón le dijo: “ Cuando vengas en tu reino” . Creyó que este Jesús moribundo vendría otra vez en su reino. Para poder hacer eso tendría que resuci­ tar de entre los muertos. Cuando el ladrón re­ conoció a Jesús como Señor y creyó en su cora­ zón que resucitaría de entre los muertos fue sal­ vo. Porque ese es el camino de la salvación. En Romanos 10:9 leemos: Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, SERAS SALVO. En otras palabras, crea el evangelio. Y el evangelio es la buena nueva que “ Cristo murió y fue sepultado y resucitó otra vez” . Si usted cree eso y está dispuesto a confesar a Cristo como su Señor, será salvo. Basándose en esta confesión, el Señor le con­ testa: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43). 33

¿No quiere usted, creer en El ahora mismo, y recibirlo por fe? Puede ser que usted sea uno de los que dicen: “Yo siempre he creído y, sin embargo, no soy salvo” . Entonces permítame preguntarle: ¿Ha aceptado a Cristo como su Señor? ¿Lo ha aceptado definitivamente por un acto de fee? Si no lo ha hecho, hágalo ahora mismo. Recíbalo como su SALVADOR y luego confiéselo públicamente. Quiero ofrecerle esta otra ilustración. Supón­ gase un hombre, al borde de la muerte, porque ha tomado un veneno. Llama al doctor, quien diagnostica el caso e inmediatamente receta la medicina apropiada. La coloca en un vaso al lado de la cama y dice: “Tómela y vivirá. Si no la toma, morirá” . Ahora escúcheme; ese hombre puede aceptar que está envenenado y creer que la medicina es buena y le puede salvar si se la toma. Puede aceptar todo esto y, sin embargo, morir. El ve­ neno está actuando dentro de ese hombre. El remedio no está en que arroje la medicina al suelo maldiciendo y declarando que no tiene fe en el doctor ni en la medicina o cualquier otra cosa. Ni tampoco evitará su muerte diciendo que cree en el doctor y en la medicina, si luego rehúsa tomarla. El veneno se encargará del resto. USTED ESTA ENVENENADO POR EL PECADO, mi apreciable amigo, y perderá su alma para siempre a no ser que sea SALVADO A TIEMPO. Con solo aceptar mentalmente lo que 34

la Biblia dice y todo lo que yo le diga, no se efectuará la obra redentora. Usted debe defi­ nitivamente aceptar a Cristo. ¿No quiere hacer esto ahora mismo? Diga, con toda sinceridad: “Yo creo que Jesucristo murió y resucitó para salvarme, y ahora, por lo que entiendo, lo recibo por fe; lo reconozco como mi único y suficiente Salvador” . Entonces se cumplirá en usted la declaración bíblica: Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, SERAS SALVO (Romanos 10:9). HAGALO AHORA MISMO El ladrón en la cruz no podía hacer nada para salvarse. Sus manos estaban clavadas al madero. No podía esforzarse y caminar, porque sus pies también estaban clavados en la cruz. Pero había dos cosas que no estaban clavadas: su lengua y su corazón. Estaban libres de tal manera, que con su lengua confesó, y con el corazón, creyó. Tampoco usted puede ganarse la salvación por sus obras. Pero puede creer y confesar a Jesu­ cristo como su Salvador. Hágalo ahora mismo, y será salvo.

35

3 LA OFRENDA ACEPTABLE

Y aconteció, andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primo­ génitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante (Gé­ nesis 4:3, 5). Caín era un hombre muy religioso. Y, al con­ trario de lo que se cree de él, era un hombre consciente de sus deberes ante Dios y de la 37

necesidad de hacer algo digno del Todopoderoso. Cuando se habla de Caín, inmediatamente pen­ samos en el criminal; no obstante, el pecado de su crimen vino como consecuencia de su equi­ vocada religión. Permítanme repetir que Caín era muy religioso. Por lo que podemos ver en las Escrituras, deducimos que era más religioso que su mismo hermano Abel, pues no fue Abel el primero en traer su ofrenda a Dios, sino Caín. La historia es bien clara. Andando el tiempo... Caín trajo del fruto de la tierra UNA OFRENDA A JEHOVA (Génesis 4:3). Notemos tres cosas interesantes:

1. a Caín fue el primero que pensó en traer un sacrificio. 2. a Trajo una ofrenda agradable y bella. 3. a Trajo esta ofrenda a Jehová. Este fue un acto de adoración procedente de la religiosidad de Caín. El tenía sus propias convicciones concernientes a sus deberes para con Dios. Comprendía la necesidad de presentar­ le ofrendas; pero sus convicciones y sinceridad de nada le sirvieron, porque había rechazado el propósito de Dios en cuanto a las ofrendas acep­ tables. Más tarde su hermano Abel trajo tam­ 38

bién su ofrenda posiblemente movido por el ejemplo de su religioso hermano, y todos cono­ cemos el resto de la historia. Caín se convirtió en criminal cuando vio que su religión había sido un fracaso, y en vez de arrepentirse y aceptar lo que Dios había provisto, se enojó contra su fundamentalista hermano y lo mató. Estos dos hijos de Adán están en prin­ cipio de la historia humana como representan­ tes de las religiones en todas las épocas subsi­ guientes. Los hombres han clasificado las reli­ giones de muchas, muchas maneras; y se cuen­ tan por centenares los credos, sectas, denomina­ ciones, o como usted quiera llamarles. Pero todas ellas se pueden agrupar bajo dos titulares. La religión de Caín y la de Abel: la del sacrificio expiatorio simbolizado por las pieles de animales sacrificados, y la religión de obras muertas del hombre que trata de agradar a Dios a su ma­ nera. Lo importante no son las ceremonias de adoración. La religión divina nada tiene que ver con los lugares, edificios o nombres impor­ tantes de elocuentes ministros. Dondequiera que se predica la sangre de Jesucristo como la única propiciación de pecados, y donde se dice a la gente que solamente nece­ sitan creer en el Señor Jesucristo para ser salvos, allí encontramos otra vez la religión pura de Abel. Sea en una grande catedral con música suave y majestuosos oficiantes, o en una simple cabaña, sin órgano o coro; doquiera se exalte 39

al Señor Jesucristo el Hijo de Dios y se predique la salvación por su sangre, allí encontramos la religión de Abel. Y viceversa. Donde encontramos que se nie­ ga el valor de la sangre redentora de Cristo, allí tenemos una duplicación del sacrificio de Caín. Puede ser un edificio costosísimo y mag­ nífico; un templo con alfombras y lujosas ban­ cas, con un famoso ministro y honorables per­ sonas como oficiales de la iglesia, con un valioso órgano y con el mejor coro de la ciudad, o puede ser una pobre sala en un barrio humilde, sin atractivo alguno. Donde no se predique la sal­ vación por gracia, en virtud de la sangre de Jesús, allí volvemos a encontrarnos con la re­ ligión de Caín y su vano sacrificio.

LA OFRENDA DEL PRIMER RELIGIOSO Notemos que había muchas cosas buenas en la ofrenda de Caín: él no negaba la existencia de Dios; la reconocía, ya que le trajo ofrenda. Caín no era un ateo. También creía en la nece­ sidad de la salvación, pues buscó complacer a Dios para alcanzar su favor; sin embargo, de nada le valió. Anteriormente mencioné que Dios había enseñado a Eva y Adán que las hojas de higuera no podían cubrir su desnudez y les hizo túnicas de pieles, mostrándoles así tres cosas: 40

1.

Que la salvación es don de Dios, y no por las obras del hombre.

2.

Que la salvación demanda la muerte de un sustituto inocente.

3.

Que la salvación es por el derramamiento de sangre.

Sin duda, Adán y Eva comunicaron esta re­ velación de Dios a sus hijos. Porque ¿de donde pudo Caín saber que una ofrenda a Dios era necesaria? Por lo tanto, Caín no tenía excusa alguna, porque su hermano menor había com­ prendido bien lo que se les enseñó. Aquí debemos repetir que Caín era muy religioso, sincero y generoso, pero no creyó lo que Dios había dicho. Pasó por alto lo que Dios había revelado a sus padres, es decir, negó la santa autoridad de la Palabra de Dios. Quitó lo que no le agradaba: un sacrificio sangriento, y aplicó su propia in­ terpretación al resto. Caín era un verdadero modernista. No negó del todo la santa Palabra de Dios, eso no; pero torció la verdad para adaptarla a su propia filosofía. De todos los fieles, el peor y más peligroso no es el que abiertamente re­ chaza la Palabra de Dios y la desecha por completo, sino aquel engañador que toma una apariencia de piedad, usa palabras dulces, pro­ clama una moral bíblica, usando términos fundamentalistas, al mismo tiempo que con mucho cuidado y astucia niega el valor expiatorio del 41

sacrificio de Cristo, su resurrección y la verdad de la gracia divina en favor de los hombres culpables. Un veneno es más peligroso cuando está cubierto con azúcar, y el error es mucho más peligroso cuando está disfrazado de piedad, usando un vocabulario religioso.

CAIN RECHAZO LA SANGRE La ofrenda de Caín, de acuerdo con la Epísto­ la a los Hebreos, no fue presentada según los requisitos de la verdadera fe, mientras que la de Abel se nos describe como sigue: Por la FE Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín (Hebreos 11:14). Por fe, ¿por fe en qué? Por fe en la Palabra revelada de Dios concerniente al derramamiento de la sangre para el sacrificio. Esto es evidente por el término usado para calificar el sacrificio de Caín. La palabra hebrea minchah, literalmen­ te quiere decir ofrenda de harina. Es la misma palabra usada frecuentemente en Levítico para describir la única ofrenda incruenta, que con­ sistía en quemar flor de harina con aceite. No­ temos que había en Israel cinco ofrendas orde­ nadas para el sacrificio, las cuales son: 42

1. 2. 3. 4. 5.

Holocausto del todo qúemado. Ofrenda de flor de harina. Ofrenda de paz. Ofrenda por el pecado. Ofrenda expiatoria.

Levítico Levítico Levítico Levítico Levítico

1 2 3 4 5

Todas eran ofrendas de sangre excepto la segunda y cada vez que ésta es ordenada se indica que debe ir precedida de un holocausto sangriento. Sin el holocausto, la ofrenda no tenía valor. Con esto se nos da a comprender que el holocausto representaba la muerte de Cristo Jesús y la harina su justicia y santidad. Antes de poder vivir como Jesucristo mismo, debemos ser salvos por su sangre. Este fue el error fatal de Caín. Buscaba una religión de buenas obras sin el derramamiento de sangre. Ofreció la flor de harina sin antes ofrecer el holocausto, violando así lo instituido por Dios. Primero debe ser el sacrificio de sangre para la salvación, y luego la ofrenda de flor de harina, o sea, las buenas obras, como expresión de gratitud y adoración. Este es el plan divino.

BELLA, PERO INUTIL No hay nada en el texto bíblico que indique que la ofrenda de Caín no fuera bella y bien pre­ sentada, o que tuviera algún defecto especial que la hiciera desagradable al Señor. Debía ser 43

una ofrenda escogida, porque Caín era un hom­ bre religioso. En contraste con la desagradable figura de un cordero recién sacrificado y san­ griento, la ofrenda de flor de harina, fruto de la tierra, que estaba ofreciendo Caín, era mucho más atractiva. No obstante, Dios no la miró con agrado. Esto indica que la verdadera adoración no consiste en actos externos, sino en la obediencia que brota del corazón. El fariseo que estaba en el templo de Jerusalén hizo una oración que pareció muy atractiva en comparación con la escueta súplica por misericordia del pobre publicano. La adoración aceptable puede o no ser acom­ pañada con un ritual elaborado, pero lo impor­ tante es el espíritu y la sangre en corazones contritos y sinceros; aquellos que no solamente cantan, sino que sienten la verdad de la estrofa que dice: ¿Has hallado en Cristo la gracia y perdón? ¿Te ha lavado ya la sangre de Jesús? ¿En la fe descansas de tu Salvador? ¿Eres salvo por la sangre de Jesús? He aquí la gran pregunta. Dios dice en su Palabra, refiriéndose a la primera pascua: “ cuan­ do vea la sangre pasaré de vosotros” (para ir a destruir los primogénitos de los egipcios en cuyos hogares no había esta señal). Por la misma razón 44

Caín fue rechazado y Abel aceptado, porque ese último estaba cubierto con la sangre del sacri­ ficio. Los teólogos se han preguntado cómo pudie­ ron darse cuenta Caín y Abel de que Dios había aceptado o no sus sacrificios. El texto bíblico dice: “Y miró Jehová con AGRADO a Abel y su ofrenda” (Génesis 4:4). Los primeros padres de la iglesia creían que Dios había contestado a Abel con fuego del cielo que consumió el cordero sobre el altar, mientras que en el caso de Caín no hubo tal manifestación. Sabemos que el pri­ mer holocausto ofrecido en el tabernáculo, en el desierto, fue encendido con fuego que vino del cielo. Lo mismo ocurrió con el primer sacrificio en el templo de Salomón. Dios contestó también a Elias en el monte Carmelo mandando fuego del cielo que consumió el sacrificio ofrecido. En la antigua traducción griega de los Setenta, la Septuaginta, los traductores del Antiguo Tes­ tamento usaron para la expresión “miró con agrado” una palabra que significa una señal in­ flamable. Y en Hebreos leemos: Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas” (Hebreos 11:4). Es evidente que Abel tuvo un testimonio, una señal de parte de Dios que le mostró que su ofrenda había sido aceptada. 45

RESPUESTA POR FUEGO

Y el Dios que respondiere por medio de fue­ go, ése sea Dios (l.° Reyes 18:24). Esta es la verdadera prueba. Aquí debemos recordar que el FUEGO en las Escrituras es uno de los muchos símbolos del Espíritu Santo juz­ gando el pecado. Y esto es lo que tenía lugar simbólicamente en el altar. El fuego nunca des­ cendió sobre un altar vacío y nunca cavó sobre ninguna ofrenda que no fuera el holocausto. El fuego nunca descendió sobre la ofrenda de flor de harina u otra clase de ofrendas. Todas tenían que ser encendidas con fuego tomado del holocausto. El HOLOCAUSTO nos habla de la muerte de Cristo sobre la cruz del Calvario. El altar del holocausto que estaba junto a la puerta del tabernáculo representaba la cruz. El pecador que entra por la Puerta (Cristo) debe detenerse primero ante la cruz para poder llegar a la pre­ sencia de Dios. No había otro camino. Ahora bien, así como el fuego caía SOLO sobre el holo­ causto, de la misma manera el Espíritu Santo es dado solamente a los que entran por la senda de la cruz de Cristo. La RELIGION que pasa de largo la cruz y a Cristo y va directamente a la ofrenda de flor de harina (actos personales y buenas obras) no es aceptado y el fuego del Cielo jamás caerá sobre tal sacrificio. 46

Como dice cierta canción: Al hogar celestial tenemos que entrar Tan solo por la sangre de Jesús; Sus puertas de luz no podremos traspasar Si olvidamos el camino de la cruz. No importa que usted crea o no que la señal con que Dios mostró que aceptaba la ofrenda de Abel fue fuego del Cielo; la lección es siempre la misma. Por las evidencias que hay es muy probable que Caín viera el fuego cayendo sobre el sacrificio ofrecido por Abel, mientras que él tenía que poner fuego sobre el suyo; fuego pro­ ducido por sus propias manos con mucha difi­ cultad y trabajo, ya que esto ocurrió a principios de la historia humana, cuando para producir fuego había que trabajar mucho. ¡Cuánto más fácil hubiera sido confiar en Dios para que EL le proporcionara el fuego necesario! Siempre es mucho más fácil permitir que Dios encienda nuestro fuego. Abel supo que había sido acep­ tado, por el fuego que vino de Dios. Y nosotros también sabemos que hemos sido aceptados si venimos por la vía de la cruz. El Espíritu nos dará, entonces, testimonio de que somos hijos de Dios. Sí, el Espíritu de Dios tes­ tifica dentro del espíritu mismo de cada creyente y éste puede saber que es salvo. La religión por sí sola nunca podrá hacer eso. Lo más que podría decir un hombre religioso es: “Eso espero, estoy 47

haciendo lo mejor que puedo” . Solamente el creyente que ha puesto su confianza en Jesu­ cristo puede decir: “ LO SE porque tengo el testimonio del Espíritu” .

¿CUAL ES ESTE TESTIMONIO? ¿Será para nosotros tan literal como lo fue el fuego en el altar de Abel? ¿Será una voz extraña, o quizás alguna sensación o emoción? Algunos así lo creen, pero la Biblia dice: El que cree en el Hijo de Dios, tiene el tes­ timonio en sí mismo; el que no cree a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo (1.a Juan 5:10). He aquí el testimonio, la misma PALABRA DE DIOS. Algunos quizá piensen que el testi­ monio del Espíritu es algo mental o físico, y están esperando voces, visiones y sensaciones especia­ les, escalofríos o emociones subyugantes y aluci­ naciones. No obstante, la Palabra de Dios nunca cambia. Sus promesas son “ Sí y Amén” . El nos dice: Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Romanos 10:13). 48

Yo lo creo, y he invocado su nombre; y Dios me dice que ESTOY SALVO. ¿Podría pedir algo más? ¿No son sus promesas suficientes para mí? ¿Sería lógico que lo ofendiera pidiéndole algo más que su fiel palabra? ¡De ningún modo! Creo que El cumple sus promesas, y como alguien ha dicho: “DIOS LO HA DICHO, YO LO CREO Y ESO ES TODO.” No necesito nada más, porque ahora su Es­ píritu testifica dentro de mi espíritu por medio de sus preciosas promesas contenidas en la Sa­ grada Escritura de que soy hijo de Dios. Eso, amigo mío, es la salvación. Abel creyó, y el fuego divino cayó sobre su sacrificio. Caín trató de salvarse con sus propios esfuerzos, trabajo y se condenó por toda la eternidad. ¿Qué tiene usted hoy, RELIGION O CRISTO? ¿Puede usted decir, SE QUE SOY SALVO? Si no es así, abandone sus afanes religiosos y reciba al Señor Jesucristo como su único y suficiente SALVADOR PERSO­ NAL. ¡HAGALO AHORA!

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4 NACER DE NUEVO

Había un hombre de los fariseos que se lla­ maba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Juan 3:1, 3). Nicodemo era muy, muy religioso, pero no estaba salvo. En todo lo que de él se dice en los 51

Evangelios, no aparece ni una sola cosa mala de él, a no ser que se le acuse de cobardía por venir a Jesús de noche, pero también pudiera ser que ese fuera el único momento que pudiera encon­ trar para una entrevista personal con Jesús. Des­ de la mañana hasta la noche, el Señor siempre es­ taba en medio de multitudes, lo que no le per­ mitía conceder una entrevista a este ultra-reli­ gioso. Puede ser que usted le censure el haberse mantenido como un discípulo secreto, pero esto también pudo haber sido porque deseaba ser­ virle mejor con su influencia en el Sanedrín. Fuera de estas cuestionables excepciones, todo indica que Nicodemo era un hombre moral, religioso, bien educado, cumplidor de la Ley y fiel a su congregación. Pero no salvo. Le faltaba una cosa: el nuevo nacimiento y una entrevista personal con el Salvador, el Señor Jesucristo. Nicodemo era fariseo, lo que quiere decir que pertenecía a la más respetable organización re­ ligiosa de su época. Era miembro del Sanedrín, el cuerpo gobernante de la religión en sus días, pero no era salvo. Su nombre, Nicodemo, también es significativo aquí, porque se compone de dos raíces griegas, Niko, que quiere decir triunfo, y demos, que significa público o gente, del cual se deriva la palabra democracia. Era triunfador en su vida pública. Todo el mundo lo admiraba por su piedad y buenas obras, y todos le tributaban honor, reconociéndole como un Maestro entre 52

los judíos. El mismo Jesús lo reconoció cuando en el transcurso de la conversación le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? (Juan 3:10). PERO NO ERA SALVO Un fariseo, hombre respetable, un goberna­ dor entre el pueblo, un maestro de Israel, un hombre religioso, pero no sabía nada del nuevo nacimiento y no era salvo. Tenía religión, pero no se sentía satisfecho. Era fervoroso y sincero y había hecho todo lo posible por lograr satis­ facción en la religión de sus mayores, pero aun así no tenía la seguridad y la paz. Tenía que seguir luchando y esperando, pero sentía un va­ cío, y un terrible temor del futuro. He aquí un hombre que no estaba satisfecho con su religión; porque necesitaba a Cristo. En esto, Nicodemo era diferente de Caín y del ladrón crucificado que se condenó. El reconocía que lo externo no era suficiente y que todas sus obras buenas, que impresionaban a los que le rodeaban, no lo po­ dían preparar para presentarse ante Dios al final de sus días. Como ya hemos dicho antes, la reli­ gión sin Cristo es muerta, porque sólo el verda­ dero cristiano tiene una Cabeza viviente. El Dic­ cionario de Webster define la religión así: “ Un sistema de reglas de conducta y leyes de acción basadas sobre el reconocimiento de la creencia 53

en, y la reverencia hacia, un Poder sobrehumano de suprema autoridad”. Note cuidadosamente que, según esta definición, es un sistema de re­ glas y una firme fe en un Ser sobrehumano de suprema autoridad. Por ello se puede decir, que todo aquel que cree en un ser sobrehumano y de suprema autoridad, sea personal o impersonal, se puede considerar religioso. Ese poder sobrehuma­ no pudiera ser el Sol, la Luna, un toro sagrado, aun una serpiente. Puede ser un río, un hombre, o una imagen de madera, de piedra o de metal. De acuerdo con el significado de la palabra “ religión” , cualquier creencia en una potestad superior más alta que el hombre constituye al hombre en un ser religioso. EL GENIO DEL CRISTIANISMO El cristianismo difiere de la religión expuesta anteriormente, por un gran número de incom­ parables características que no contiene ningu­ na otra religión. Primeramente, Cristo nos en­ seña que podemos conocer a Dios por la unión hecha entre Dios y el hombre. Esta unión tuvo lugar mediante una Persona, el Señor Jesucristo. Por cuanto El es a la vez Dios y hombre, cons­ tituye el único medio de unión entre Dios y el hombre. Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:16). 54

El que me ha visto a mi, ha visto al Padre (Juan 14:9). Yo y el Padre uno somos (Juan 10:30). Por lo tanto, el cristianismo no es un sistema religioso, sino una persona, Cristo Jesús. Dios mismo en forma de hombre. Aquella unión que Jesús disfrutaba con el Padre durante su vida terrenal, es la que él desea que todos nosotros podamos compartir, y esto es otra de las cosas que sólo Cristo puede lograr, en contraste con otras religiones. El no solamente nos revela al verdadero Dios, sino que ha hecho posible que seamos uno CON DIOS. A la pregunta de Nicodemo nuestro Señor le res­ pondió con estas significativas palabras: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Juan 3:3). La expresión “nacido de nuevo” literalmente quiere decir: “nacido de lo alto” . La palabra griega usada es anothen, que significa “de arri­ ba” ; es decir, de Dios. El apóstol Juan nos dice: Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios (1.a Juan 5:1). El nuevo nacimiento no es un renacimiento, sino en verdad un NUEVO NACIMIENTO. El pri­ mer nacimiento fue natural; el segundo, de lo 55

alto y espiritual. El primero lo hace a uno miem­ bro de la raza caída, el segundo nos constituye miembros de una raza redimida. El primer na­ cimiento le proporcionó la naturaleza corrom­ pida y pecaminosa de la raza de Adán. El nuevo nacimiento le da parte en una nueva naturaleza de origen divino. Por su primer nacimiento, usted nació pecador; por su segundo, nace santifi­ cado. Ambos son por siempre antagónicos y dis­ tintos. La naturaleza vieja es una naturaleza mortal y a la postre debe morir; la nueva natu­ raleza tiene vida eterna, porque es la misma vida de Dios, impartida por el Espíritu Santo por medio de la fe en la sangre derramada y la obra consumada por el Señor Jesucristo. DIFICIL PARA LA RELIGION Esta verdad, al principio, fue muy difícil de entender para el religioso fariseo Nicodemo, quien inmediatamente presentó su objeción, diciendo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (Juan 3:4). Entonces Cristo se apresuró a responderle, diciendo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3:5). 56

Usted notará que en esto hay una revelación progresiva. Primero, uno debe nacer de nuevo para “ ver” el reino de Dios. La salvación es del Señor, y solamente el Espíritu Santo puede abrir los ojos del pecador quien está ciego y no puede ver que necesita una nueva vida DE LO ALTO, celestial. Hasta que el Espíritu Santo no le revele al hombre su incapacidad, o sea, la inutilidad de sus obras y de su religión para salvarse, no podrá ver el reino de Dios. Pero luego, en el versículo 5, Jesús declara cómo opera Dios para efectuar el nuevo nacimiento. Nos dice: El que no naciere de agua y del Espíritu. Ha habido mucha controversia sobre la inter­ pretación de este pasaje bíblico. Algunos decla­ ran que “ nacer del agua y del Espíritu” quiere decir el bautismo en agua. Otros van más lejos y dicen que indica, simplemente, que así como el primer nacimiento es precedido por agua fí­ sica, el segundo nacimiento es precedido por la acción del Espíritu Santo. Aunque respetamos todas las opiniones, nosotros creemos que algu­ nas otras partes de la Escritura indican, de for­ ma bastante clara y definida, que con esta pala­ bra simbólica Jesús trata de explicar cómo se produce el nuevo nacimiento por medio de la acción de la PALABRA DE DIOS cuando es ilu­ minada y hecha vivificante por el Espíritu Santo. El agua es ciertamente un símbolo de la Palabra de Dios. San Pedro así lo declara al decirnos: 57

Siendo renacidos, no de simiente corrupti­ ble, sino incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1.a Pedro 1:23). NACIDOS DE NUEVO POR LA PALABRA El símbolo del agua se usa con frecuencia para indicar la PALABRA DE DIOS. En Efesios 5, san Pablo dice: Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habién­ dola purificado en el lavamiento del agua por la PALABRA (Efesios 5:25, 26). Y en la Epístola a Tito, Pablo nos dice: Nos salvó, no por obras de justicia que nos­ otros hubiéramos hecho, sino por su miseri­ cordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:5). Podríamos citar muchos otros pasajes para probar que el agua, en muchos casos, indica la Palabra de Dios cuando se habla del nuevo na­ cimiento. Por lo tanto, aquí Jesús está ense­ ñando que el nuevo nacimiento se produce cuan­ do el mismo Espíritu Santo toma la Palabra de Dios y la aplica al corazón del pecador, conven58

ciándolo de pecado y mostrándole que sólo por medio de la fe en el Señor Jesucristo puede ser salvo. Esto es ser NACIDO DE AGUA Y DEL ES­ PIRITU. ¿POR QUE HAY QUE NACER DE NUEVO? Jesucristo lo explica asi: Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Juan 3:6). Por nuestro primer nacimiento nacemos se­ gún la carne de Adán, corrupta, pecaminosa y bajo condenación. La naturaleza adánica es tan corrupta, que no importa cómo la vistamos de ética, moralidad, educación y religión. Dios no trata de reparar ni mejorar su condición; por el contrario, la ignora, y hace posible que cuando el pecador cree, reciba una NUEVA NATURA­ LEZA por el NUEVO NACIMIENTO, que es vida eterna, la vida por el Espíritu de Dios que nunca puede perecer. La carne sigue siendo carne y lo será hasta el fin. Si usted no lo cree, recuerde lo que ocurre a veces al más piadoso de los hom­ bres cuando quita sus ojos de Dios y del Señor Jesucristo. Son muchísimas las historias trági­ cas que podríamos relatarle para ilustrar esta verdad. Si la vieja naturaleza pecadora fuera quitada de raíz, ¿puede decirme de dónde pro­ 59

viene el pecado de los apóstatas? Si solamente lo NUEVO, lo santo, lo divino quedase en el hombre regenerado, entonces le sería imposible caer o retroceder, según lo expresa Juan clara­ mente: Todo aquel que es nacido de Dios, no prac­ tica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1.a Juan 3:9). Gracias a Dios, que la nueva naturaleza que Cristo le da a cada creyente no es algo que pue­ de pecar, y porque no puede pecar, no puede perderse.1 Recuerde que estoy hablando del Nue­ vo hombre, la NUEVA creación, de la cual Pablo dice: 1. Creemos que esta frase requiere una aclaración que nos ofrece la misma Biblia. El cristiano realmente nacido de nuevo, no puede caer en pecado imperdo­ nable. Hay cristianos profesantes, no regenerados, de los cuales dice el propio apóstol san Juan: Salieron de nosotros porque no eran de nosotros” (1.a Juan 2:19). Los cristianos verdaderos se hallan también expues­ tos al pecado, lo cual tiene lamentablemente conse­ cuencias, pero no la condenación, como dice san Pablo: “ Somos castigados del Señor para que no seamos con­ denados con el mundo” (1.a Corintios 11:32). Esto es a causa de la nueva naturaleza implantada en el cre­ yente que no puede pecar, que repudia instintivamente al pecado; sin embargo, no debemos olvidar que esta nueva naturaleza convive con la antigua, y esto es lo que trata de enfatizar el autor. — (Nota ed.).

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De modo que si alguno está en Cristo, nue­ va criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2.a Corintios 5:17).

COMO SE PUEDE OBTENER ESTA VIDA NUEVA El resultado de esta nueva naturaleza es VIDA ETERNA. No se trata de existencia eterna, por­ que los incrédulos también tienen una existencia sin fin, sino que es una verdadera vida eterna de paz y gozo. La vida eterna es a la vez CUA­ LITATIVA y CUANTITATIVA. Es un don celes­ tial que procede de Dios mismo. Por eso Jesús, en contestación a la pregunta de Nicodemo: “ ¿Có­ mo puede hacerse esto?” , o sea, ¿cómo puede obtenerse esa vida eterna o nuevo nacimiento?, dijo: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga VIDA ETERNA” (Juan 3:14, 15). Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). 61

Notemos que las palabras empleadas aquí son VIDA ETERNA. En algunas versiones se emplean términos diferentes, pero en el griego original la palabra indica en todos los casos “para siempre jamás” ; algo ,que nunca deja de ser una vida de gozo y felicidad sin fin. Cuando la Biblia habla de la existencia eterna de los ángeles caídos, em­ plea otro término, como en la Epístola a Judas, versículo 6, donde se nos dice que son guardados “en prisiones eternas” . El término que se emplea aquí es aidios, que tiene un significado muy dis­ tinto. El término aidios nunca se emplea en re­ lación con los creyentes, porque la vida o exis­ tencia sin fin de los seres condenados es una eternidad terrible y trágica, totalmente diferen­ te de la de los redimidos.

LA RELIGION Y CRISTO La mayoría de las religiones enseñan que hay vida después de la muerte; o sea, una existencia eterna, pero sólo la Biblia enseña que hay VIDA ETERNA para los creyentes, lo que indica algo más que una mera existencia en tinieblas y dolor. La vida eterna del creyente en Jesucristo es una verdadera vida de gozo, paz y bendición. He aquí la diferencia entre RELIGION y SALVACION EN CRISTO. La religión deja al pecador con una simple “esperanza” del favor de Dios, pero sin el conocimiento absoluto de la salvación: deseando, 62

pero sin seguridad. Cristo nos concede seguridad absoluta y grande regocijo. El verdadero creyen­ te en Cristo no teme la muerte. Puede ser que le tema al acto de morir; es decir, al sufrimiento físico y la agonía que precede a la muerte física, pero la muerte en sí, cuando el alma parte para estar con Dios, no le espanta al creyente. Nadie ha visto jamás a un hombre sin Cristo, no im­ porta cuán bueno, moral o religioso haya sido, que no le haya temido a la muerte. No obstante, el creyente puede decir con Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dón­ de, oh sepulcro, tu victoria? (1.a Corintios 15:55). Para el creyente la muerte es una emancipa­ ción de su vivienda de barro, para llegar a ser libre en la presencia del Señor, y con la bie­ naventurada esperanza de la resurrección, cuan­ do con nuevos cuerpos nunca más moriremos y nunca más tendremos sufrimiento o llanto. Pero qué diferente es la situación del incon­ verso. Este no tiene esperanza de un futuro feliz. Por esto me permito preguntarle: “ ¿Teme usted a la muerte?” Mientras estemos en este cuerpo temeremos a los sufrimientos y al dolor, pero no a la muerte en sí, lo cual es, simplemente, una despedida de esta vida terrenal, del pecado y de la misma muerte, para morar en los cielos con Cristo, en santidad y gozo inefable, para siempre 63

t* jamás. Esto es VIDA ETERNA, de la cual las re­ ligiones no saben nada, pero que podemos obte­ ner por medio de la fe en Aquel que dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Jn. 14:6). Solamente esto nos concede la esperanza de volver a ver a nuestros seres queridos que se han ido con el Señor. Sólo esto nos da consolación en la oscura hora de duelo. Sólo esto nos puede dar paz en el “valle de sombras de muerte” . ¿Conoce usted esta VIDA ETERNA? ¿Ha acep­ tado a Cristo como su único y suficiente SAL­ VADOR personal? Si así es, nada podrá dañarle, ni aun la misma muerte.

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