Rinconete Y Cortadillo. Anotada Por Julio Armaza Galdos

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Miguel de Cervantes Saavedra

NOVELA DE RINCONETE Y CORTADILLO

Anotada por Julio Armaza Galdos

Miguel de Cervantes Saavedra

NOVELA DE RINCONETE Y CORTADILLO

Anotada por Julio Armaza Galdos

AREQUIPA-PERÚ



Pangea E.I.R.L.

El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido fabricado a partir de madera procedente de bosques y plantaciones gestionadas con los más altos estándares ambientales, garantizando la explotación de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneficiosa para las personas. Por este motivo, Greenpeace acredita que este libro cumple con los requisitos ambienteles y sociales necesarios para ser considerado un libro «amigo de los bosques». El proyecto «Libros amigos de los bosques» promueve la conservación y el uso sostenible de los bosques, en especial de los Bosques Primarios, los últimos bosques vírgenes del planeta. Papel certificado por el Forest Stewardship Council



Miguel de Cervantes Saavedra NOVELA DE RINCONETE Y CORTADILLO Anotada por Julio Armaza Galdos Editorial PANGEA E.I.R.L. Calle Colón núm. 116G, Lote 1-A Distrito José Luis Bustamante y Rivero Arequipa. RUC 20455171106. [email protected] ISBN: 978-612-47180-6-9 HECHO EL DEPÓSITO LEGAL EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ núm. 2020-07384 Proyecto Editorial núm. 30401292000508 ©Editorial Pangea ©Julio Armaza Galdos Primera edición, noviembre 2020 Se tiraron 500 ejemplares Reservados los derechos referidos al Introito y a las Notas Diseño de portada, diagramación y responsable de edición: Emilio José Armaza

Se incluye en la Carátula los Jugadores de cartas de Michelangelo Merisi da Caravaggio

Sumario Reconocimientos...............................................9 Introito.............................................................11 Novela de Rinconete y Cortadillo....................15 Láminas............................................................69 Notas................................................................73 Guía de láminas..............................................101

Reconocimientos Por el trabajo que implicó haber leído y corregido el texto, debemos sentimientos de gratitud a Pablo Carrasco del Carpio; por habernos animado a exhumarlo, no menos ha de decirse de Yolanda Martínez Ríos. Marcos Bejarano Borja, a miles de estudiantes suyos hizo conocer la literatura española del Siglo de Oro y, con especial interés, la escrita por Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Lope de Vega y Francisco de Quevedo; sentimos que su nombre, consiguientemente, honra este Rinconete que, con razón o sin ella, comenzamos a quererlo como nuestro.

Introito Mal que bien, sale a luz el pequeño volumen que contiene la novela Rinconete y Cortadillo de Miguel de Cervantes Saavedra, compuesta a fines del quinientos y, publicada, en 1613, en el mismo tórculo madrileño donde se imprimió la primera (1605) y segunda (1615) parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Adviértase, aunque pudiera parecer exagerado, que acreditados investigadores y no menos importantes críticos, solapada o desembarazadamente afirman que, de no haberse editado el Quijote, la sola novelita —ahora prologada— hubiese bastado para incluir en el Parnaso, junto a Calíope, Erató y Clío, al Príncipe de los Ingenios españoles; lo cual, dice mucho del valor literario que posee. Explicaciones que intenten justificar la edición arequipeña del Rinconete, por lo tanto, están de más. Imagine el lector, con franca intención de ubicarse en el contexto en que ocurrieron los hechos narrados, cómo es que estuvo organizada la sociedad sevillana en la época en que Monipodio, Chiquiznaque y Maniferro hacían de las suyas; luego, conjeture o haga cálculos sobre el oro y la plata que desde América se introducía a la

capital andaluza, sobre el hervidero de gente que transitaba por sus calles, sobre las innumerables galeras y galeones amarrados en el puerto del Guadalquivir, sobre la cantidad de bienes susceptibles de comercialización —traídos de las Indias o por llevarse de Europa—, sobre las recuas y arrieros —yendo y viniendo de aquí para allá e intentando, las más de las veces, burlar el pago del recuaje gubernamental— y, por supuesto, sobre el pequeño mundo apicarado y maleante que donosamente describió el alcalaíno inmortal. Algo de ello, por fuerza del encantamiento de las palabras, y por el modo en que zurce y ordena el autor sus pensamientos, será vivenciado a lo largo de la novela si, como tendría que ocurrir, se muestra interés en el contenido. En cualquier caso, todavía no ha logrado determinarse si los sucesos relatados fueron invento del autor o si, por el contrario, realmente ocurrieron; siendo más probable lo segundo, como lo afirma un eximio cervantófilo español, cuya identidad anonimizaremos por ahora. Utilizar personajes y acontecimientos verdaderos en la elaboración del Rinconete, según se presume, da idea de lo observador que tuvo que haber sido el autor del Quijote y, sobre todo, de cómo es que conoció el mundo de los proxenetas, aprendices del crimen, delatores, cortesanas1, encubridoras, fulleros, ladrones, sicarios, gente atartufada, verdugos, corchetes, celadores, alcaldes del crimen, y otros personajes aludidos o citados en el breve y enjundioso libro español. Aunque el título de la novela invita a fijar atención en los dos héroes allí nombrados —Pedro del Rincón y su Andrés Trapiello prefiere denominarlas, por razones que explica en El arca de las palabras (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2006, p. 267), pupilas, capulinas o mundarias. 1

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joven amigo—, fácil es advertir la desazón y los sufrimientos de Gananciosa y Escalanta, a quienes sus hombres (Chiquiznaque y Maniferro) las sometían a trabajos sin horario o límites, con riesgo de contraer enfermedades venéreas, con la obligación de entregar el dinero ganado a la cofradía e, incluso, sin posibilidad de querellar a los clientes maltratadores que, luego, cohonestaban su actitud abusiva bajo el argumento de haber pagado y no encontrado satisfechas sus exigencias y extravagancias. Para la dura e indiferente sociedad europea que sirvió de escenario a Cervantes, la mujer pública, aunque tuviese nervios aliento sangre y sentimientos, era algo más que un mero objeto y, sin lugar a duda, mucho menos que una persona. Resta indicar, que no se precisa ser Aristarco para percibir que algunas de las glosas incluidas al final, son bollos cocidos en horno ajeno y, más específicamente, en la padilla de Francisco Rodríguez Marín2; otras, las menos felices, surgieron sin estro y, sobre todo, de la «pluma de avestruz grosera» que más mal que bien ciñe y maneja el espontáneo glosador. Eso sí, difundiendo el Rinconete en nuestro medio—y de no haber hecho hasta hoy cosa buena en este mundo—, damos por arreglada una existencia casi vacía, perdida entre injustificados e injustos litigios3, pero finalmente hermanada, aunque apenas como modesto anotador, al preclaro nombre de Cervantes.

2 Bravo y apasionado escritor ursaonense cuyo nombre, tres párrafos atrás, ocultamos. 3 Negros, casi siempre, como los que los promueven y alientan, especialmente si «conceden cédula» de encierro en el triste averno de Socabaya.

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Grata ocasión la que nos brinda este lugar, pues permite dejar testimonio de lo que a renglón seguido se dirá: el proyecto de publicación de la novela, con notas incluidas, fue sugerido por Irma, Eva y Norma, volcánicas —y queridas— amigas a las que hacemos solidariamente responsables de cuantos prevaricatos lingüísticos se consignó en el Introito y, sobre todo, en las Notas; al propio tiempo, justo es atribuirles la información relativa a los regionalismos que se insertan. Si algo pertinente y nuevo se consigna en las glosas, «vayan en descuento de nuestros pecados» —y forme el cielo4 con ellas expediente de remisión, amnistía o condena condicional—; de haber sido poco o nulo el esfuerzo desplegado, esté seguro el lector que, con el contubernio y la complicidad de Shakespeare, Goethe o Vallejo, más adelante intentaremos reincidir. Léase pues, ya mismo, una de las novelas «más hermosas, gallardas y discretas» que le cupo elaborar, no sin poco esfuerzo, al «Manco Sano, al famoso todo, al escritor alegre y al regocijo de las Musas». Arequipa, 29 de septiembre de 2020, a 473 años del nacimiento de Cervantes.

JAG

4 Único con jurisdicción y competencia para ocuparse de esas cosas.

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Novela de Rinconete y Cortadillo

Novela de Rinconete y Cortadillo En la venta1 del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía, un día de los calurosos del verano, se hallaron en ella acaso2 dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia3, pero muy descosidos4, rotos y maltratados. Capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo y las medias de carne. Bien es verdad que lo enmendaban los zapatos5, porque los del uno eran alpargates, tan traídos como llevados y los del otro picados y sin suelas, de manera que más le servían de cormas que de zapatos. Traía el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla6, bajo de copa y ancho de falda. A la espalda y ceñida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga7; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas. Venían 17

en él envueltos y guardados unos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos se les habían gastado las puntas, y porque durasen más se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dos quemados del sol, las uñas caireladas8 y las manos no muy limpias; el uno tenía una media espada, y el otro un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros.9 Saliéronse los dos a sestear en un portal o cobertizo que delante de la venta se hace, y, sentándose frontero el uno del otro, el que parecía de más edad dijo al más pequeño: —¿De qué tierra es vuesa merced10, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina? —Mi tierra, señor caballero —respondió el preguntado—, no la sé, ni para dónde camino, tampoco. —Pues en verdad —dijo el mayor— que no parece vuesa merced del cielo, y que éste no es lugar para hacer su asiento en él; que por fuerza se ha de pasar adelante. —Así es —respondió el mediano—, pero yo he dicho verdad en lo que he dicho, porque mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre que no me tiene por hijo y una madrastra que me trata como alnado; el camino que llevo es a la ventura, y allí le daría fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida. —Y ¿sabe vuesa merced algún oficio? —preguntó el grande. Y el menor respondió: —No sé otro sino que corro como una liebre, y salto como un gamo11 y corto de tijera muy delicadamente. —Todo eso es muy bueno, útil y provechoso —dijo

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el grande—, porque habrá sacristán que le dé a vuesa merced la ofrenda de Todos Santos, porque para el Jueves Santo le corte florones de papel para el monumento. —No es mi corte desa manera —respondió el menor—, sino que mi padre, por la misericordia del cielo, es sastre y calcetero, y me enseñó a cortar antiparas12, que, como vuesa merced bien sabe, son medias calzas con avampiés, que por su propio nombre se suelen llamar polainas, y córtolas tan bien, que en verdad que me podría examinar de maestro, sino que la corta suerte me tiene arrinconado. —Todo eso y más acontece por los buenos — respondió el grande—, y siempre he oído decir que las buenas habilidades son las más perdidas, pero aún edad tiene vuesa merced para enmendar su ventura. Mas, si yo no me engaño y el ojo no me miente, otras gracias tiene vuesa merced secretas, y no las quiere manifestar. —Sí tengo —respondió el pequeño—, pero no son para en público, como vuesa merced ha muy bien apuntado. A lo cual replicó el grande: —Pues yo le sé decir que soy uno de los más secretos mozos que en gran parte se puedan hallar; y para obligar a vuesa merced que descubra su pecho y descanse conmigo, le quiero obligar con descubrirle el mío primero; porque imagino que no sin misterio nos ha juntado aquí la suerte, y pienso que habemos de ser, déste hasta el último día de nuestra vida, verdaderos amigos. Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida13, lugar conocido y famoso por los ilustres

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pasajeros que por él de contino pasan; mi nombre es Pedro del Rincón; mi padre es persona de calidad, porque es ministro de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero14, o buldero, como los llama el vulgo. Algunos días le acompañé en el oficio, y le aprendí de manera, que no daría ventaja en echar las bulas al que más presumiese en ello. Pero, habiéndome un día aficionado más al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abracé con un talego y di conmigo y con él en Madrid, donde con las comodidades que allí de ordinario se ofrecen, en pocos días saqué las entrañas al talego y le dejé con más dobleces que pañizuelo de desposado. Vino el que tenía a cargo el dinero tras mí, prendiéronme, tuve poco favor, aunque, viendo aquellos señores mi poca edad15, se contentaron con que me arrimasen al aldabilla16 y me mosqueasen17 las espaldas por un rato, y con que saliese desterrado por cuatro años de la Corte18. Tuve paciencia, encogí los hombros19, sufrí la tanda y mosqueo, y salí a cumplir mi destierro, con tanta priesa, que no tuve lugar de buscar cabalgaduras. Tomé de mis alhajas las que pude y las que me parecieron más necesarias, y entre ellas saqué estos naipes —y a este tiempo descubrió los que se han dicho, que en el cuello traía—, con los cuales he ganado mi vida por los mesones y ventas que hay desde Madrid aquí, jugando a la veintiuna; y aunque vuesa merced los vee tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que no alzará que no quede un as debajo. Y si vuesa merced es versado en este juego, verá cuánta ventaja lleva el que sabe que tiene cierto un as a la primera carta, que le puede servir de un punto y de once; que con esta ventaja, siendo la veintiuna envidada, el dinero se queda en casa. Fuera desto, aprendí de 20

un cocinero20 de un cierto embajador ciertas tretas de quínolas y del parar, a quien también llaman el andaboba; que, así como vuesa merced se puede examinar en el corte de sus antiparas, así puedo yo ser maestro en la ciencia vilhanesca21. Con esto voy seguro de no morir de hambre, porque, aunque llegue a un cortijo, hay quien quiera pasar tiempo jugando un rato. Y desto hemos de hacer luego la experiencia los dos: armemos la red, y veamos si cae algún pájaro destos arrieros22 que aquí hay; quiero decir que jugaremos los dos a la veintiuna, como si fuese de veras23: que si alguno quisiere ser tercero, él será el primero que deje la pecunia.24 —Sea en buen hora —dijo el otro—, y en merced muy grande tengo la que vuesa merced me ha hecho en darme cuenta de su vida, con que me ha obligado a que yo no le encubra la mía, que, diciéndola más breve, es ésta: «yo nací en el piadoso lugar puesto entre Salamanca y Medina del Campo25; mi padre es sastre, enseñóme su oficio, y de corte de tisera, con mi buen ingenio, salté a cortar bolsas26. Enfadóme la vida estrecha del aldea y el desamorado trato de mi madrastra. Dejé mi pueblo, vine a Toledo a ejercitar mi oficio, y en él he hecho maravillas; porque no pende relicario de toca ni hay faldriquera tan escondida que mis dedos27 no visiten ni mis tiseras no corten28, aunque le estén guardando con ojos de Argos29. Y, en cuatro meses que estuve en aquella ciudad, nunca fui cogido entre puertas, ni sobresaltado ni corrido de corchetes, ni soplado de ningún cañuto30. Bien es verdad que habrá ocho días que una espía doble31 dio noticia de mi habilidad al Corregidor, el cual, aficionado a mis buenas partes, quisiera verme; mas yo, que, por ser

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humilde, no quiero tratar con personas tan graves, procuré de no verme con él, y así, salí de la ciudad32 con tanta priesa, que no tuve lugar de acomodarme de cabalgaduras ni blancas, ni de algún coche de retorno, o por lo menos de un carro. —Eso se borre —dijo Rincón—; y, pues ya nos conocemos, no hay para qué aquesas grandezas ni altiveces: confesemos llanamente que no teníamos blanca, ni aun zapatos.33 —Sea así —respondió Diego Cortado, que así dijo el menor que se llamaba—; y, pues nuestra amistad, como vuesa merced, señor Rincón, ha dicho, ha de ser perpetua, comencémosla con santas y loables ceremonias. Y, levantándose, Diego Cortado abrazó a Rincón y Rincón a él tierna y estrechamente, y luego se pusieron los dos a jugar a la veintiuna con los ya referidos naipes, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia y, a pocas manos, alzaba tan bien por el as Cortado como Rincón, su maestro. Salió en esto un arriero a refrescarse al portal, y pidió que quería hacer tercio. Acogiéronle de buena gana, y en menos de media hora le ganaron doce reales y veinte y dos maravedís, que fue darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres. Y, creyendo el arriero34 que por ser muchachos no se lo defenderían, quiso quitalles el dinero; mas ellos, poniendo el uno mano a su media espada y el otro al de las cachas amarillas, le dieron tanto que hacer, que, a no salir sus compañeros, sin duda lo pasara mal. A esta sazón, pasaron acaso por el camino una tropa de caminantes a caballo, que iban a sestear a la

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venta del Alcalde, que está media legua más adelante, los cuales, viendo la pendencia del arriero con los dos muchachos, los apaciguaron y les dijeron que si acaso iban a Sevilla, que se viniesen con ellos. —Allá vamos35 —dijo Rincón—, y serviremos a vuesas mercedes en todo cuanto nos mandaren. Y, sin más detenerse, saltaron delante de las mulas y se fueron con ellos, dejando al arriero agraviado y enojado y a la ventera admirada de la buena crianza de los pícaros, que les había estado oyendo su plática sin que ellos advirtiesen en ello. Y, cuando dijo al arriero que les había oído decir que los naipes36 que traían eran falsos, se pelaba las barbas, y quisiera ir a la venta tras ellos a cobrar su hacienda37, porque decía que era grandísima afrenta y caso de menos valer, que dos muchachos hubiesen engañado a un hombrazo tan grande como él. Sus compañeros le detuvieron y aconsejaron que no fuese, siquiera por no publicar su inhabilidad y simpleza. En fin, tales razones le dijeron, que aunque no le consolaron, le obligaron a quedarse.38 En esto, Cortado y Rincón se dieron tan buena maña en servir a los caminantes, que lo más del camino los llevaban a las ancas39; y aunque se les ofrecían algunas ocasiones de tentar las valijas de sus medios amos, no las admitieron, por no perder la ocasión tan buena del viaje de Sevilla, donde ellos tenían grande deseo de verse. Con todo esto, a la entrada de la ciudad, que fue a la oración y por la puerta de la Aduana40, a causa del registro y almojarifazgo que se paga, no se pudo contener Cortado de no cortar la valija o maleta que a las

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ancas traía un francés41 de la camarada; y así, con el de sus cachas le dio tan larga y profunda herida, que se parecían patentemente las entrañas, y sutilmente42 le sacó dos camisas buenas, un reloj de sol y un librillo de memoria, cosas que cuando las vieron no les dieron mucho gusto, y pensaron que, pues el francés llevaba a las ancas aquella maleta, no la había de haber ocupado con tan poco peso como era el que tenían aquellas preseas, y quisieran volver a darle otro tiento; pero no lo hicieron, imaginando que ya lo habrían echado menos y puesto en recaudo lo que quedaba. Habíanse despedido antes que el salto hiciesen de los que hasta allí los habían sustentado, y otro día vendieron las camisas en el malbaratillo que se hace fuera de la puerta del Arenal43, y dellas hicieron veinte reales. Hecho esto, se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia44, el gran concurso de gente del río, porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras45, cuya vista les hizo suspirar, y aun temer el día que sus culpas les habían de traer a morar en ellas de por vida46. Echaron de ver los muchos muchachos de la esportilla que por allí andaban; informáronse de uno dellos qué oficio era aquél, y si era de mucho trabajo, y de qué ganancia. Un muchacho asturiano, que fue a quien le hicieron la pregunta, respondió que el oficio era descansado47 y de que no se pagaba alcabala, y que algunos días salía con cinco y con seis reales de ganancia, con que comía y bebía y triunfaba como cuerpo de rey, libre de buscar amo a quien dar fianzas y seguro de comer a la hora que quisiese, pues a todas lo hallaba en el más mínimo bodegón de toda la ciudad.

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No les pareció mal a los dos amigos la relación del asturianillo48, ni les descontentó el oficio, por parecerles que venía como de molde para poder usar el suyo49 con cubierta y seguridad, por la comodidad que ofrecía de entrar en todas las casas; y luego determinaron de comprar los instrumentos necesarios para usalle, pues lo podían usar sin examen. Y, preguntándole al asturiano qué habían de comprar, les respondió que sendos costales pequeños, limpios o nuevos, y cada uno tres espuertas de palma, dos grandes y una pequeña, en las cuales se repartía la carne, pescado y fruta, y en el costal, el pan; y él les guió donde lo vendían, y ellos, del dinero de la galima50 del francés, lo compraron todo, y dentro de dos horas pudieran estar graduados en el nuevo oficio, según les ensayaban las esportillas y asentaban los costales. Avisóles su adalid de los puestos donde habían de acudir: por las mañanas, a la Carnicería y a la plaza de San Salvador51; los días de pescado, a la Pescadería y a la Costanilla52; todas las tardes, al río; los jueves, a la Feria.53 Toda esta lición tomaron bien de memoria, y otro día bien de mañana se plantaron en la plaza de San Salvador, y apenas hubieron llegado, cuando los rodearon otros mozos del oficio, que por lo flamante de los costales y espuertas, vieron ser nuevos en la plaza; hiciéronles mil preguntas, y a todas respondían con discreción y mesura. En esto, llegaron un medio estudiante y un soldado, y convidados de la limpieza de las espuertas de los dos novatos, el que parecía estudiante llamó a Cortado, y el soldado a Rincón. —En nombre sea de Dios —dijeron ambos. —Para bien se comience el oficio —dijo Rincón—, 25

que vuesa merced me estrena, señor mío. A lo cual respondió el soldado: —La estrena no será mala, porque estoy de ganancia y soy enamorado, y tengo de hacer hoy banquete a unas amigas de mi señora. —Pues cargue vuesa merced a su gusto, que ánimo tengo y fuerzas para llevarme toda esta plaza, y aun si fuere menester que ayude a guisarlo, lo haré de muy buena voluntad. Contentóse el soldado de la buena gracia del mozo, y díjole que si quería servir, que él le sacaría de aquel abatido oficio. A lo cual respondió Rincón que, por ser aquel día el primero que le usaba, no le quería dejar tan presto, hasta ver, a lo menos, lo que tenía de malo y bueno; y cuando no le contentase, él daba su palabra de servirle a él antes que a un canónigo. Rióse el soldado, cargóle muy bien, mostróle la casa de su dama, para que la supiese de allí adelante y él no tuviese necesidad, cuando otra vez le enviase, de acompañarle. Rincón prometió fidelidad y buen trato. Diole el soldado tres cuartos, y en un vuelo volvió a la plaza, por no perder coyuntura; porque también desta diligencia les advirtió el asturiano, y de que cuando llevasen pescado menudo (conviene a saber: albures, o sardinas o acedías54), bien podían tomar algunas55 y hacerles la salva, siquiera para el gasto de aquel día; pero que esto había de ser con toda sagacidad y advertimiento, porque no se perdiese el crédito, que era lo que más importaba en aquel ejercicio. Por presto que volvió Rincón, ya halló en el mismo puesto a Cortado. Llegóse Cortado a Rincón, y preguntóle que cómo le había ido. Rincón abrió la mano 26

y mostróle los tres cuartos. Cortado entró la suya en el seno y sacó una bolsilla, que mostraba haber sido de ámbar en los pasados tiempos; venía algo hinchada, y dijo: —Con ésta me pagó su reverencia del estudiante, y con dos cuartos; mas tomadla vos, Rincón, por lo que puede suceder. Y habiéndosela ya dado secretamente56, veis aquí do vuelve el estudiante trasudando y turbado de muerte, y viendo a Cortado, le dijo si acaso57 había visto una bolsa de tales y tales señas, que, con quince escudos de oro en oro y con tres reales de a dos y tantos maravedís en cuartos y en ochavos, le faltaba, y que le dijese si la había tomado en el entretanto que con él había andado comprando. A lo cual, con estraño disimulo, sin alterarse ni mudarse en nada, respondió Cortado: —Lo que yo sabré decir desa bolsa es que no debe de estar perdida, si ya no es que vuesa merced la puso a mal recaudo. —¡Eso es ello, pecador de mí —respondió el estudiante—: que la debí de poner a mal recaudo, pues me la hurtaron! —Lo mismo digo yo —dijo Cortado—; pero para todo hay remedio, si no es para la muerte, y el que vuesa merced podrá tomar es, lo primero y principal, tener paciencia; que de menos nos hizo Dios y un día viene tras otro día, y donde las dan las toman; y podría ser que, con el tiempo, el que llevó la bolsa se viniese a arrepentir y se la volviese a vuesa merced sahumada.58 —El sahumerio le perdonaríamos —respondió el 27

estudiante. Y Cortado prosiguió diciendo: —Cuanto más, que cartas de descomunión hay, paulinas, y buena diligencia, que es madre de la buena ventura; aunque, a la verdad, no quisiera yo ser el llevador de tal bolsa; porque, si es que vuesa merced tiene alguna orden sacra, parecerme hía a mí que había cometido algún grande incesto, o sacrilegio. —Y ¡cómo que ha cometido sacrilegio! —dijo a esto el adolorido estudiante—; que, puesto que yo no soy sacerdote, sino sacristán de unas monjas, el dinero de la bolsa era del tercio de una capellanía, que me dio a cobrar un sacerdote amigo mío, y es dinero sagrado y bendito. —Con su pan se lo coma —dijo Rincón a este punto—; no le arriendo la ganancia; día de juicio hay, donde todo saldrá en la colada, y entonces se verá quién fue Callejas59 y el atrevido que se atrevió a tomar, hurtar y menoscabar el tercio de la capellanía. Y ¿cuánto renta cada año? Dígame, señor sacristán, por su vida.60 —¡Renta la puta que me parió! ¡Y estoy yo agora para decir lo que renta! —respondió el sacristán con algún tanto de demasiada cólera—. —Decidme, hermanos, si sabéis algo; si no, quedad con Dios, que yo la quiero hacer pregonar. —No me parece mal remedio ese —dijo Cortado—, pero advierta vuesa merced no se le olviden las señas de la bolsa, ni la cantidad puntualmente del dinero que va en ella; que si yerra en un ardite, no parecerá en días del mundo, y esto le doy por hado.

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—No hay que temer deso —respondió el sacristán—, que lo tengo más en la memoria que el tocar de las campanas: no me erraré en un átomo. Sacó, en esto, de la faldriquera un pañuelo randado para limpiarse el sudor, que llovía de su rostro como de alquitara, y apenas le hubo visto Cortado, cuando le marcó por suyo61. Y, habiéndose ido el sacristán, Cortado le siguió y le alcanzó en las Gradas62, donde le llamó y le retiró a una parte, y allí le comenzó a decir tantos disparates, al modo de lo que llaman bernardinas63, cerca del hurto y hallazgo de su bolsa, dándole buenas esperanzas, sin concluir jamás razón que comenzase, que el pobre sacristán estaba embelesado escuchándole. Y, como no acababa de entender lo que le decía64, hacía que le replicase la razón dos y tres veces. Estábale mirando Cortado a la cara atentamente y no quitaba los ojos de sus ojos. El sacristán le miraba de la misma manera, estando colgado de sus palabras. Este tan grande embelesamiento dio lugar a Cortado que concluyese su obra, y sutilmente le sacó el pañuelo65 de la faldriquera y, despidiéndose dél, le dijo que a la tarde procurase de verle en aquel mismo lugar, porque él traía entre ojos que un muchacho de su mismo oficio y de su mismo tamaño, que era algo ladroncillo, le había tomado la bolsa, y que él se obligaba a saberlo, dentro de pocos o de muchos días. Con esto se consoló algo el sacristán, y se despidió de Cortado, el cual se vino donde estaba Rincón, que todo lo había visto un poco apartado dél; y más abajo estaba otro mozo de la esportilla66, que vio todo lo que había pasado y cómo Cortado daba el pañuelo a

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Rincón; y, llegándose a ellos, les dijo: —Díganme, señores galanes67: ¿voacedes son de mala entrada, o no?68 —No entendemos esa razón, señor galán —respondió Rincón. —¿Qué no entrevan69, señores murcios?70 —respondió el otro. —Ni somos de Teba71 ni de Murcia —dijo Cortado—. Si otra cosa quiere, dígala; si no, váyase con Dios. —¿No lo entienden? —dijo el mozo—. Pues yo se lo daré a entender, y a beber, con una cuchara de plata72; quiero decir, señores, si son vuesas mercedes ladrones. Mas no sé para qué les pregunto esto, pues sé ya que lo son; mas díganme: ¿cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio? —¿Págase en esta tierra almojarifazgo de ladrones, señor galán? —dijo Rincón. —Si no se paga —respondió el mozo—, a lo menos regístranse ante el señor Monipodio73, que es su padre, su maestro y su amparo; y así, les aconsejo que vengan conmigo a darle la obediencia, o si no, no se atrevan a hurtar sin su señal, que les costará caro.74 —Yo pensé —dijo Cortado— que el hurtar era oficio libre, horro de pecho75 y alcabala, y que si se paga, es por junto, dando por fiadores a la garganta y a las espaldas 76. Pero, pues así es, y en cada tierra hay su uso, guardemos nosotros el désta, que por ser la más principal del mundo, será el más acertado de todo él. Y así, puede vuesa merced guiarnos donde está ese caballero que dice, que ya yo tengo barruntos, según

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lo que he oído decir, que es muy calificado y generoso, y además hábil en el oficio.77 —¡Y cómo que es calificado, hábil y suficiente! — respondió el mozo—. Eslo tanto, que en cuatro años que ha que tiene el cargo de ser nuestro mayor y padre no han padecido sino cuatro en el finibusterrae 78, y obra de treinta envesados y de sesenta y dos en gurapas. —En verdad, señor —dijo Rincón—, que así entendemos esos nombres como volar 79. —Comencemos a andar, que yo los iré declarando por el camino —respondió el mozo—, con otros algunos, que así les conviene saberlos como el pan de la boca. Y así, les fue diciendo y declarando otros nombres, de los que ellos llaman germanescos o de la germanía, en el discurso de su plática, que no fue corta, porque el camino era largo; en el cual dijo Rincón a su guía: —¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón? —Sí —respondió él—, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados80; que todavía estoy en el año del noviciado.81 A lo cual respondió Cortado: —Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente. A lo cual respondió el mozo: —Señor, yo no me meto en tologías82; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados.

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—Sin duda —dijo Rincón—, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios. —Es tan santa y buena —replicó el mozo—, que no sé yo si se podrá mejorar en nuestro arte. Él tiene ordenado que de lo que hurtáremos demos alguna cosa o limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota que está en esta ciudad, y en verdad que hemos visto grandes cosas por esta buena obra; porque los días pasados dieron tres ansias a un cuatrero que había murciado dos roznos, y con estar flaco y cuartanario, así las sufrió sin cantar83 como si fueran nada. Y esto atribuimos los del arte a su buena devoción, porque sus fuerzas no eran bastantes para sufrir el primer desconcierto del verdugo. Y, porque sé que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo antes que me lo pregunten. Sepan voacedes que cuatrero es ladrón de bestias; ansia es el tormento; rosnos, los asnos, hablando con perdón; primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo.84 Tenemos más: que rezamos nuestro rosario, repartido en toda la semana, y muchos de nosotros no hurtamos el día del viernes, ni tenemos conversación con mujer que se llame María el día del sábado. —De perlas me parece todo eso —dijo Cortado—; pero dígame vuesa merced: ¿hácese otra restitución o otra penitencia más de la dicha? —En eso de restituir no hay que hablar —respondió el mozo—, porque es cosa imposible, por las muchas partes en que se divide lo hurtado, llevando cada uno de los ministros y contrayentes la suya; y así, el primer hurtador no puede restituir nada; cuanto más,

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que no hay quien nos mande hacer esta diligencia, a causa que nunca nos confesamos, y si sacan cartas de excomunión, jamás llegan a nuestra noticia, porque jamás vamos a la iglesia al tiempo que se leen, si no es los días de jubileo, por la ganancia que nos ofrece el concurso de la mucha gente. —Y ¿con sólo eso que hacen, dicen esos señores — dijo Cortadillo— que su vida es santa y buena? —Pues ¿qué tiene de malo? —replicó el mozo—. ¿No es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico? —Sodomita querrá decir vuesa merced —respondió Rincón. —Eso digo —dijo el mozo. —Todo es malo —replicó Cortado—. Pero, pues nuestra suerte ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced alargue el paso, que muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan. —Presto se les cumplirá su deseo —dijo el mozo—, que ya desde aquí se descubre su casa85. Vuesas mercedes se queden a la puerta, que yo entraré a ver si está desocupado, porque éstas son las horas cuando él suele dar audiencia. —En buena sea —dijo Rincón. Y, adelantándose un poco el mozo, entró en una casa no muy buena, sino de muy mala apariencia, y los dos se quedaron esperando a la puerta. Él salió luego y los llamó, y ellos entraron, y su guía les mandó esperar en un pequeño patio86 ladrillado, que de puro limpio y aljimifrado parecía que vertía carmín de lo

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más fino. Al un lado estaba un banco de tres pies y al otro un cántaro desbocado con un jarrillo encima, no menos falto que el cántaro; a otra parte estaba una estera de enea, y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de albahaca. Miraban los mozos atentamente las alhajas de la casa, en tanto que bajaba el señor Monipodio; y, viendo que tardaba, se atrevió Rincón a entrar en una sala baja, de dos pequeñas que en el patio estaban, y vio en ella dos espadas de esgrima y dos broqueles de corcho, pendientes de cuatro clavos, y una arca grande, sin tapa ni cosa que la cubriese, y otras tres esteras de enea tendidas por el suelo. En la pared frontera estaba pegada a la pared una imagen de Nuestra Señora, destas de mala estampa, y más abajo pendía una esportilla de palma, y, encajada en la pared, una almofía blanca, por do coligió Rincón que la esportilla servía de cepo para limosna87, y la almofía de tener agua bendita, y así era la verdad. Estando en esto, entraron en la casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes, y de allí a poco, dos de la esportilla y un ciego; y, sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio. No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos. Tras ellos entró una vieja halduda88, y, sin decir nada, se fue a la sala, y habiendo tomado agua bendita, con grandísima devoción se puso de rodillas ante la imagen, y a cabo de una buena pieza, habiendo primero besado tres veces el suelo y levantados los brazos y los ojos al cielo otras tantas, se levantó y echó su limosna en la esportilla, y

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se salió con los demás al patio. En resolución, en poco espacio se juntaron en el patio hasta catorce personas de diferentes trajes y oficios. Llegaron también de los postreros dos bravos89 y bizarros mozos, de bigotes largos, sombreros de grande falda, cuellos a la valona, medias de color, ligas de gran balumba, espadas de más de marca, sendos pistoletes cada uno en lugar de dagas y sus broqueles pendientes de la pretina; los cuales, así como entraron, pusieron los ojos de través en Rincón y Cortado, a modo de que los estrañaban y no conocían. Y, llegándose a ellos, les preguntaron si eran de la cofradía. Rincón respondió que sí, y muy servidores de sus mercedes. Llegóse en esto la sazón y punto en que bajó el señor Monipodio, tan esperado como bien visto de toda aquella virtuosa compañía. Parecía de edad de cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, alto de cuerpo, moreno de rostro, cejijunto, barbinegro y muy espeso; los ojos, hundidos. Venía en camisa, y por la abertura de delante descubría un bosque: tanto era el vello que tenía en el pecho. Traía cubierta una capa de bayeta casi hasta los pies, en los cuales traía unos zapatos enchancletados, cubríanle las piernas unos zaragüelles de lienzo, anchos y largos hasta los tobillos; el sombrero era de los de la hampa, campanudo de copa y tendido de falda; atravesábale un tahalí por espalda y pechos a do colgaba una espada ancha y corta, a modo de las del perrillo; las manos eran cortas, pelosas, y los dedos gordos, y las uñas hembras y remachadas; las piernas no se le parecían, pero los pies eran descomunales de anchos y juanetudos. En efeto, él representaba el más rústico y disforme bárbaro del mundo. Bajó con él la guía de

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los dos, y trabándoles de las manos, los presentó ante Monipodio, diciéndole: —Éstos son los dos buenos mancebos que a vuesa merced dije, mi sor Monipodio: vuesa merced los desamine, y verá como son dignos de entrar en nuestra congregación. —Eso haré yo de muy buena gana —respondió Monipodio. Olvidábaseme de decir que, así como Monipodio bajó, al punto, todos los que aguardándole estaban le hicieron una profunda y larga reverencia, excepto los dos bravos, que a medio magate, como entre ellos se dice, le quitaron los capelos90, y luego volvieron a su paseo por una parte del patio, y por la otra se paseaba Monipodio, el cual preguntó a los nuevos el ejercicio, la patria y padres. A lo cual Rincón respondió: —El ejercicio ya está dicho, pues venimos ante vuesa merced; la patria no me parece de mucha importancia decilla, ni los padres tampoco, pues no se ha de hacer información para recebir algún hábito honroso. A lo cual respondió Monipodio: —Vos, hijo mío, estáis en lo cierto, y es cosa muy acertada encubrir eso que decís; porque si la suerte no corriere como debe, no es bien que quede asentado debajo de signo de escribano, ni en el libro de las entradas: «Fulano, hijo de Fulano, vecino de tal parte, tal día le ahorcaron, o le azotaron», o otra cosa semejante, que, por lo menos, suena mal a los buenos oídos; y así, torno a decir que es provechoso

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documento callar la patria, encubrir los padres y mudar los propios nombres; aunque para entre nosotros no ha de haber nada encubierto, y sólo ahora quiero saber los nombres de los dos. Rincón dijo el suyo y Cortado también. —Pues, de aquí adelante —respondió Monipodio—, quiero y es mi voluntad que vos, Rincón, os llaméis Rinconete, y vos, Cortado, Cortadillo, que son nombres que asientan como de molde a vuestra edad y a nuestras ordenanzas, debajo de las cuales cae tener necesidad de saber el nombre de los padres de nuestros cofrades, porque tenemos de costumbre de hacer decir cada año ciertas misas por las ánimas de nuestros difuntos y bienhechores, sacando el estupendo para la limosna de quien las dice de alguna parte de lo que se garbea91; y estas tales misas, así dichas como pagadas, dicen que aprovecha[n] a las tales ánimas por vía de naufragio, y caen debajo de nuestros bienhechores: el procurador que nos defiende, el guro92 que nos avisa, el verdugo que nos tiene lástima93, el que, cuando [alguno] de nosotros va huyendo por la calle y detrás le van dando voces: ‘’¡Al ladrón, al ladrón! ¡Deténganle, deténganle!’’, uno se pone en medio y se opone al raudal de los que le siguen, diciendo: ‘’¡Déjenle al cuitado, que harta mala ventura lleva! ¡Allá se lo haya; castíguele su pecado!’’ Son también bienhechoras nuestras las socorridas, que de su sudor nos socorren, así en la trena94 como en las guras95; y también lo son nuestros padres y madres, que nos echan al mundo, y el escribano96, que si anda de buena, no hay delito que sea culpa ni culpa a quien se dé mucha pena; y por todos estos que he dicho, hace nuestra hermandad cada año

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su adversario con la mayor popa y solenidad que podemos. —Por cierto —dijo Rinconete, ya confirmado con este nombre—, que es obra digna del altísimo y profundísimo ingenio que hemos oído decir que vuesa merced, señor Monipodio, tiene. Pero nuestros padres aún gozan de la vida; si en ella les alcanzáremos, daremos luego noticia a esta felicísima y abogada97 confraternidad, para que por sus almas se les haga ese naufragio o tormenta, o ese adversario que vuesa merced dice, con la solenidad y pompa acostumbrada; si ya no es que se hace mejor con popa y soledad, como también apuntó vuesa merced en sus razones. —Así se hará, o no quedará de mí pedazo —replicó Monipodio. Y, llamando a la guía, le dijo: —Ven acá, Ganchuelo: ¿están puestas las postas? —Sí —dijo la guía, que Ganchuelo era su nombre—: tres centinelas quedan avizorando, y no hay que temer que nos cojan de sobresalto. —Volviendo, pues, a nuestro propósito —dijo Monipodio—, querría saber, hijos, lo que sabéis, para daros el oficio y ejercicio conforme a vuestra inclinación y habilidad. —Yo —respondió Rinconete— sé un poquito de floreo de Vilhán; entiéndeseme el retén; tengo buena vista para el humillo98; juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo99, verrugueta100 y el colmillo; éntrome por la boca de lobo como por mi casa, y atreveríame a hacer un tercio de chanza mejor que un tercio de Nápoles, y a dar un astillazo al más pintado mejor que 38

dos reales prestados. —Principios son —dijo Monipodio—, pero todas ésas son flores de cantueso viejas101, y tan usadas que no hay principiante que no las sepa, y sólo sirven para alguno que sea tan blanco que se deje matar de media noche abajo; pero andará el tiempo y vernos hemos: que, asentando sobre ese fundamento media docena de liciones102, yo espero en Dios que habéis de salir oficial famoso103 , y aun quizá maestro. —Todo será para servir a vuesa merced y a los señores cofrades —respondió Rinconete. —Y vos, Cortadillo, ¿qué sabéis? —preguntó Monipodio. —Yo —respondió Cortadillo— sé la treta que dicen mete dos y saca cinco104, y sé dar tiento a una faldriquera con mucha puntualidad y destreza. —¿Sabéis más? —dijo Monipodio. —No, por mis grandes pecados —respondió Cortadillo. —No os aflijáis, hijo —replicó Monipodio—, que a puerto y a escuela habéis llegado donde ni os anegaréis ni dejaréis de salir muy bien aprovechado en todo aquello que más os conviniere. Y en esto del ánimo, ¿cómo os va, hijos? —¿Cómo nos ha de ir —respondió Rinconete— sino muy bien? Ánimo tenemos para acometer cualquiera empresa de las que tocaren a nuestro arte y ejercicio. —Está bien —replicó Monipodio—, pero querría yo que también le tuviésedes para sufrir, si fuese menester, media docena de ansias sin desplegar los labios y sin decir esta boca es mía. 39

—Ya sabemos aquí —dijo Cortadillo—, señor Monipodio, qué quiere decir ansias, y para todo tenemos ánimo; porque no somos tan ignorantes que no se nos alcance que lo que dice la lengua paga la gorja105; y harta merced le hace el cielo al hombre atrevido, por no darle otro título, que le deja en su lengua su vida o su muerte, ¡como si tuviese más letras un no que un sí! —¡Alto, no es menester más! —dijo a esta sazón Monipodio—. Digo que sola esa razón106 me convence, me obliga, me persuade y me fuerza a que desde luego asentéis por cofrades mayores y que se os sobrelleve el año del noviciado.107 —Yo soy dese parecer —dijo uno de los bravos. Y a una voz lo confirmaron todos los presentes, que toda la plática habían estado escuchando, y pidieron a Monipodio que desde luego les concediese y permitiese gozar de las inmunidades de su cofradía, porque su presencia agradable y su buena plática lo merecía todo. Él respondió que, por dalles contento a todos, desde aquel punto se las concedía, y advirtiéndoles que las estimasen en mucho, porque eran no pagar media nata del primer hurto que hiciesen; no hacer oficios menores en todo aquel año, conviene a saber: no llevar recaudo de ningún hermano mayor a la cárcel, ni a la casa, de parte de sus contribuyentes; piar el turco108 puro; hacer banquete cuando, como y adonde quisieren, sin pedir licencia a su mayoral; entrar a la parte, desde luego, con lo que entrujasen los hermanos mayores, como uno dellos, y otras cosas que ellos tuvieron por merced señaladísima, y lo[s] demás, con palabras muy comedidas, las agradecieron mucho.

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Estando en esto, entró un muchacho corriendo y desalentado, y dijo: —El alguacil de los vagabundos109 viene encaminado a esta casa, pero no trae consigo gurullada.110 —Nadie se alborote —dijo Monipodio—, que es amigo y nunca viene por nuestro daño. Sosiéguense, que yo le saldré a hablar. Todos se sosegaron, que ya estaban algo sobresaltados, y Monipodio salió a la puerta, donde halló al alguacil, con el cual estuvo hablando un rato, y luego volvió a entrar Monipodio y preguntó: —¿A quién le cupo hoy la plaza de San Salvador?111 —A mí —dijo el de la guía. —Pues ¿cómo —dijo Monipodio— no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar que esta mañana en aquel paraje dio al traste con quince escudos de oro y dos reales de a dos y no sé cuántos cuartos? —Verdad es —dijo la guía— que hoy faltó esa bolsa, pero yo no la he tomado, ni puedo imaginar quién la tomase. —¡No hay levas112 conmigo! —replicó Monipodio—. ¡La bolsa ha de parecer, porque la pide el alguacil, que es amigo y nos hace mil placeres al año! Tornó a jurar el mozo que no sabía della113. Comenzóse a encolerizar Monipodio, de manera que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos, diciendo: —¡Nadie se burle con quebrantar la más mínima cosa de nuestra orden114, que le costará la vida! Manifiéstese la cica115; y si se encubre por no pagar los derechos, yo le daré enteramente lo que le toca y pondré

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lo demás de mi casa; porque en todas maneras ha de ir contento el alguacil. Tornó de nuevo a jurar el mozo y a maldecirse, diciendo que él no había tomado tal bolsa ni vístola de sus ojos; todo lo cual fue poner más fuego a la cólera de Monipodio, y dar ocasión a que toda la junta se alborotase, viendo que se rompían sus estatutos y buenas ordenanzas.116 Viendo Rinconete, pues, tanta disensión y alboroto, parecióle que sería bien sosegalle y dar contento a su mayor, que reventaba de rabia; y, aconsejándose con su amigo Cortadillo, con parecer de entrambos, sacó la bolsa del sacristán y dijo: —Cese toda cuestión, mis señores, que ésta es la bolsa, sin faltarle nada de lo que el alguacil manifiesta; que hoy mi camarada Cortadillo le dio alcance117, con un pañuelo que al mismo dueño se le quitó por añadidura. Luego sacó Cortadillo el pañizuelo y lo puso de manifiesto; viendo lo cual, Monipodio dijo: —Cortadillo el Bueno, que con este título y renombre ha de quedar de aquí adelante, se quede con el pañuelo y a mi cuenta se quede la satisfación deste servicio; y la bolsa se ha de llevar el alguacil, que es de un sacristán pariente suyo, y conviene que se cumpla aquel refrán que dice: «No es mucho que a quien te da la gallina entera, tú des una pierna della». Más disimula este buen alguacil en un día que nosotros le podremos ni solemos dar en ciento.118 De común consentimiento aprobaron todos la hidalguía de los dos modernos y la sentencia y parecer de su mayoral119, el cual salió a dar la bolsa al algua42

cil120; y Cortadillo se quedó confirmado con el renombre de Bueno, bien como si fuera don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, que arrojó el cuchillo por los muros de Tarifa para degollar a su único hijo. Al volver, que volvió, Monipodio, entraron con él dos mozas, afeitados121 los rostros, llenos de color los labios y de albayalde122 los pechos, cubiertas con medios mantos de anascote123, llenas de desenfado y desvergüenza: señales claras por donde, en viéndolas Rinconete y Cortadillo, conocieron que eran de la casa llana124; y no se engañaron en nada. Y, así como entraron, se fueron con los brazos abiertos, la una a Chiquiznaque125 y la otra a Maniferro, que éstos eran los nombres de los dos bravos126; y el de Maniferro era porque traía una mano de hierro, en lugar de otra que le habían cortado por justicia127. Ellos las abrazaron con grande regocijo, y les preguntaron si traían algo con que mojar la canal maestra. —Pues, ¿había de faltar, diestro mío? —respondió la una, que se llamaba la Gananciosa128—. No tardará mucho a venir Silbatillo, tu trainel, con la canasta de colar atestada de lo que Dios ha sido servido. Y así fue verdad, porque al instante entró un muchacho con una canasta de colar cubierta con una sábana. Alegráronse todos con la entrada de Silbato, y al momento mandó sacar Monipodio una de las esteras de enea129 que estaban en el aposento, y tenderla en medio del patio. Y ordenó, asimismo, que todos se sentasen a la redonda; porque, en cortando la cólera, se trataría de lo que mas conviniese. A esto, dijo la vieja que había rezado a la imagen:

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—Hijo Monipodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza, dos días ha, que me trae loca; y más, que antes que sea mediodía tengo de ir a cumplir mis devociones y poner mis candelicas a Nuestra Señora de las Aguas130 y al Santo Crucifijo de Santo Agustín, que no lo dejaría de hacer si nevase y ventiscase. A lo que he venido es que anoche el Renegado y Centopiés llevaron a mi casa una canasta de colar, algo mayor que la presente, llena de ropa blanca; y en Dios y en ni ánima que venía con su cernada y todo, que los pobretes no debieron de tener lugar de quitalla, y venían sudando la gota tan gorda, que era una compasión verlos entrar ijadeando y corriendo agua de sus rostros, que parecían unos angelicos. Dijéronme que iban en seguimiento de un ganadero que había pesado ciertos carneros en la Carnicería, por ver si le podían dar un tiento en un grandísimo gato de reales que llevaba. No desembanastaron ni contaron la ropa, fiados en la entereza de mi conciencia; y así me cumpla Dios mis buenos deseos y nos libre a todos de poder de justicia, que no he tocado a la canasta, y que se está tan entera como cuando nació. —Todo se le cree, señora madre —respondió Monipodio—, y estése así la canasta, que yo iré allá, a boca de sorna131, y haré cala y cata de lo que tiene132, y daré a cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de costumbre. —Sea como vos lo ordenáredes, hijo —respondió la vieja—; y, porque se me hace tarde, dadme un traguillo, si tenéis, para consolar este estómago, que tan desmayado anda de contino. —Y ¡qué tal lo beberéis, madre133 mía! —dijo a esta 44

sazón la Escalanta, que así se llamaba la compañera de la Gananciosa.134 Y, descubriendo la canasta, se manifestó una bota a modo de cuero, con hasta dos arrobas de vino135, y un corcho que podría caber sosegadamente y sin apremio hasta una azumbre; y, llenándole la Escalanta, se le puso en las manos a la devotísima vieja, la cual, tomándole con ambas manos y habiéndole soplado un poco de espuma, dijo: —Mucho echaste, hija Escalanta, pero Dios dará fuerzas para todo. Y, aplicándosele a los labios, de un tirón, sin tomar aliento, lo trasegó del corcho al estómago, y acabó diciendo: —De Guadalcanal136 es, y aun tiene un es no es de yeso el señorico. Dios te consuele, hija, que así me has consolado; sino que temo que me ha de hacer mal, porque no me he desayunado. —No hará, madre —respondió Monipodio—, porque es trasañejo. —Así lo espero yo en la Virgen —respondió la Vieja. Y añadió: —Mirad, niñas, si tenéis acaso algún cuarto para comprar las candelicas de mi devoción, porque, con la priesa y gana que tenía de venir a traer las nuevas de la canasta, se me olvidó en casa la escarcela. —Yo sí tengo, señora Pipota —que éste era el nombre137 de la buena vieja —respondió la Gananciosa—; tome, ahí le doy dos cuartos: del uno le ruego que compre una para mí, y se la ponga al señor San Miguel; y si puede comprar dos, ponga la otra al señor

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San Blas, que son mis abogados. Quisiera que pusiera otra a la señora Santa Lucía138, que, por lo de los ojos, también le tengo devoción, pero no tengo trocado; mas otro día habrá donde se cumpla con todos. —Muy bien harás, hija, y mira no seas miserable; que es de mucha importancia llevar la persona las candelas delante de sí antes que se muera, y no aguardar a que las pongan los herederos o albaceas. —Bien dice la madre Pipota —dijo la Escalanta. Y, echando mano a la bolsa, le dio otro cuarto y le encargó que pusiese otras dos candelicas a los santos que a ella le pareciesen que eran de los más aprovechados y agradecidos. Con esto, se fue la Pipota, diciéndoles: —Holgaos, hijos, ahora que tenéis tiempo; que vendrá la vejez y lloraréis en ella los ratos que perdistes en la mocedad, como yo los lloro; y encomendadme a Dios en vuestras oraciones, que yo voy a hacer lo mismo por mí y por vosotros, porque Él nos libre y conserve en nuestro trato peligroso, sin sobresaltos de justicia. Y con esto, se fue. Ida la vieja, se sentaron todos alrededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles; y lo primero que sacó de la cesta fue un grande haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito; manifestó luego medio queso de Flandes, y una olla de famosas aceitunas139, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos, con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul140. Serían los del almuerzo 46

hasta catorce, y ninguno dellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fue Rinconete, que sacó su media espada. A los dos viejos de bayeta y a la guía tocó el escanciar con el corcho de colmena. Mas, apenas habían comenzado a dar asalto a las naranjas, cuando les dio a todos gran sobresalto los golpes que dieron a la puerta. Mandóles Monipodio que se sosegasen, y, entrando en la sala baja y descolgando un broquel, puesto mano a la espada, llegó a la puerta y con voz hueca y espantosa preguntó: —¿Quién llama? Respondieron de fuera: —Yo soy, que no es nadie, señor Monipodio: Tagarete soy, centinela desta mañana, y vengo a decir que viene aquí Juliana la Cariharta141, toda desgreñada y llorosa, que parece haberle sucedido algún desastre. En esto llegó la que decía, sollozando, y, sintiéndola Monipodio, abrió la puerta, y mandó a Tagarete que se volviese a su posta y que de allí adelante avisase lo que viese con menos estruendo y ruido. Él dijo que así lo haría. Entró la Cariharta, que era una moza del jaez de las otras y del mismo oficio142. Venía descabellada y la cara llena de tolondrones143, y, así como entró en el patio, se cayó en el suelo desmayada. Acudieron a socorrerla la Gananciosa y la Escalanta, y, desabrochándola el pecho, la hallaron toda denegrida y como magullada. Echáronle agua en el rostro, y ella volvió en sí, diciendo a voces: —¡La justicia de Dios y del Rey venga sobre aquel ladrón desuellacaras, sobre aquel cobarde bajamanero144, sobre aquel pícaro lendroso, que le he quitado

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más veces de la horca que tiene pelos en las barbas! ¡Desdichada de mí! ¡Mirad por quién he perdido y gastado mi mocedad y la flor de mis años, sino por un bellaco desalmado, facinoroso e incorregible!145 —Sosiégate, Cariharta —dijo a esta sazón Monipodio—, que aquí estoy yo que te haré justicia. Cuéntanos tu agravio, que más estarás tú en contarle que yo en hacerte vengada; dime si has habido algo con tu respecto, que si así es y quieres venganza, no has menester más que boquear. —¿Qué respecto? —respondió Juliana—. Respectada me vea yo en los infiernos, si más lo fuere de aquel león con las ovejas y cordero con los hombres. ¿Con aquél había yo de comer más pan a manteles, ni yacer en uno? Primero me vea yo comida de adivas146 estas carnes, que me ha parado de la manera que ahora veréis. Y, alzándose al instante las faldas hasta la rodilla, y aun un poco más, las descubrió llenas de cardenales. —Desta manera —prosiguió— me ha parado aquel ingrato del Repolido147, debiéndome más que a la madre que le parió. Y ¿por qué pensáis que lo ha hecho? ¡Montas, que le di yo ocasión para ello! No, por cierto, no lo hizo más sino porque, estando jugando y perdiendo, me envió a pedir con Cabrillas, su trainel148, treinta reales, y no le envié más de veinte y cuatro, que el trabajo y afán con que yo los había ganado149 ruego yo a los cielos que vaya en descuento de mis pecados150. Y, en pago desta cortesía y buena obra, creyendo él que yo le sisaba algo de la cuenta que él allá en su imaginación había hecho de lo que yo podía tener151, esta mañana me sacó al campo, detrás de

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la Güerta del Rey152, y allí, entre unos olivares153, me desnudó, y con la petrina, sin escusar ni recoger los hierros154, que en malos grillos y hierros le vea yo, me dio tantos azotes que me dejó por muerta. De la cual verdadera historia son buenos testigos estos cardenales que miráis. Aquí tornó a levantar las voces, aquí volvió a pedir justicia, y aquí se la prometió de nuevo Monipodio y todos los bravos que allí estaban. La Gananciosa tomó la mano a consolalla, diciéndole que ella diera de muy buena gana una de las mejores preseas que tenía porque le hubiera pasado otro tanto con su querido. —Porque quiero —dijo— que sepas, hermana Cariharta, si no lo sabes, que a lo que se quiere bien se castiga155; y cuando estos bellacones nos dan, y azotan156 y acocean, entonces nos adoran; si no, confiésame una verdad, por tu vida: después que te hubo Repolido castigado y brumado, ¿no te hizo alguna caricia? —¿Cómo una? —respondió la llorosa—157. Cien mil me hizo, y diera él un dedo de la mano porque me fuera con él a su posada; y aun me parece que casi se le saltaron las lágrimas de los ojos después de haberme molido. —No hay dudar en eso —replicó la Gananciosa—. Y lloraría158 de pena de ver cuál te había puesto; que en estos tales hombres, y en tales casos, no han cometido la culpa cuando les viene el arrepentimiento; y tú verás, hermana, si no viene a buscarte antes que de aquí nos vamos, y a pedirte perdón de todo lo pasado, rindiéndosete como un cordero.

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—En verdad —respondió Monipodio— que no ha de entrar por estas puertas el cobarde envesado, si primero no hace una manifiesta penitencia del cometido delito. ¿Las manos había él de ser osado ponerlas en el rostro de la Cariharta, ni en sus carnes, siendo persona que puede competir en limpieza y gan[an]cia con la misma Gananciosa que está delante, que no lo puedo más encarecer? —¡Ay! —dijo a esta sazón la Juliana—. No diga vuesa merced, señor Monipodio, mal de aquel maldito, que con cuán malo es, le quiero más que a las telas de mi corazón, y hanme vuelto el alma al cuerpo las razones que en su abono me ha dicho mi amiga la Gananciosa, y en verdad que estoy por ir a buscarle. —Eso no harás tú por mi consejo —replicó la Gananciosa—, porque se estenderá y ensanchará y hará tretas en ti como en cuerpo muerto. Sosiégate, hermana, que antes de mucho le verás venir tan arrepentido como he dicho; y si no viniere, escribirémosle un papel en coplas que le amargue. —Eso sí —dijo la Cariharta—, que tengo mil cosas que escribirle. —Yo seré el secretario159 cuando sea menester — dijo Monipodio—; y, aunque no soy nada poeta, todavía160, si el hombre se arremanga, se atreverá a hacer dos millares de coplas en daca las pajas161, y, cuando no salieren como deben, yo tengo un barbero amigo, gran poeta162, que nos hinchirá las medidas a todas horas; y en la de agora acabemos lo que teníamos comenzado del almuerzo, que después todo se andará. Fue contenta la Juliana de obedecer a su mayor; y así, todos volvieron a su gaudeamus163, y en poco es-

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pacio vieron el fondo de la canasta164 y las heces del cuero. Los viejos bebieron sine fine; los mozos adunia165; las señoras, los quiries166. Los viejos pidieron licencia para irse. Diósela luego Monipodio, encargándoles viniesen a dar noticia con toda puntualidad de todo aquello que viesen ser útil y conveniente a la comunidad. Respondieron que ellos se lo tenían bien en cuidado y fuéronse. Rinconete, que de suyo era curioso, pidiendo primero perdón y licencia, preguntó a Monipodio que de qué servían en la cofradía dos personajes tan canos, tan graves y apersonados. A lo cual respondió Monipodio que aquéllos, en su germanía y manera de hablar, se llamaban abispones, y que servían de andar de día por toda la ciudad avispando en qué casas se podía dar tiento de noche, y en seguir los que sacaban dinero de la Contratación o Casa de la Moneda, para ver dónde lo llevaban, y aun dónde lo ponían; y, en sabiéndolo, tanteaban la groseza del muro de la tal casa y diseñaban el lugar más conveniente para hacer los guzpátaros —que son agujeros— para facilitar la entrada. En resolución, dijo que era la gente de más o de tanto provecho que había en su hermandad, y que de todo aquello que por su industria se hurtaba llevaban el quinto167, como Su Majestad de los tesoros; y que, con todo esto, eran hombres de mucha verdad, y muy honrados, y de buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus conciencias, que cada día oían misa168 con estraña devoción.169 —Y hay dellos tan comedidos170, especialmente estos dos que de aquí se van agora, que se contentan con mucho menos de lo que por nuestros aranceles les toca. Otros dos que hay son palanquines, los cuales, como por momentos mudan casas, saben las

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entradas y salidas de todas las de la ciudad, y cuáles pueden ser de provecho y cuáles no. —Todo me parece de perlas —dijo Rinconete—, y querría ser de algún provecho a tan famosa cofradía. —Siempre favorece el cielo a los buenos deseos — dijo Monipodio. Estando en esta plática, llamaron a la puerta; salió Monipodio a ver quién era, y, preguntándolo, respondieron: —Abra voacé, sor Monipodio, que el Repolido soy. Oyó esta voz Cariharta y, alzando al cielo la suya, dijo: —No le abra vuesa merced, señor Monipodio; no le abra a ese marinero de Tarpeya, a este tigre de Ocaña. No dejó por esto Monipodio de abrir a Repolido; pero, viendo la Cariharta que le abría, se levantó corriendo y se entró en la sala de los broqueles, y, cerrando tras sí la puerta, desde dentro, a grandes voces decía: —Quítenmele de delante a ese gesto de por demás, a ese verdugo de inocentes, asombrador de palomas duendas. Maniferro y Chiquiznaque tenían a Repolido, que en todas maneras quería entrar donde la Cariharta estaba; pero, como no le dejaban, decía desde afuera: —¡No haya más, enojada mía; por tu vida que te sosiegues, ansí te veas casada! —¿Casada yo, malino? —respondió la Cariharta—. ¡Mirá en qué tecla toca! ¡Ya quisieras tú que lo fuera contigo, y antes lo sería yo con una sotomía de muer-

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te que contigo!171 —¡Ea, boba —replicó Repolido—, acabemos ya, que es tarde, y mire no se ensanche por verme hablar tan manso y venir tan rendido; porque, ¡vive el Dador!, si se me sube la cólera al campanario, que sea peor la recaída que la caída! Humíllese, y humillémonos todos, y no demos de comer al diablo. —Y aun de cenar le daría yo —dijo la Cariharta—, porque te llevase donde nunca más mis ojos te viesen. —¿No os digo yo? —dijo Repolido—. ¡Por Dios que voy oliendo, señora trinquete, que lo tengo de echar todo a doce, aunque nunca se venda! A esto dijo Monipodio: —En mi presencia no ha de haber demasías: la Cariharta saldrá, no por amenazas, sino por amor mío, y todo se hará bien; que las riñas entre los que bien se quieren son causa de mayor gusto cuando se hacen las paces. ¡Ah Juliana! ¡Ah niña! ¡Ah Cariharta mía! Sal acá fuera por mi amor, que yo haré que el Repolido te pida perdón de rodillas. —Como él eso haga —dijo la Escalanta—, todas seremos en su favor y en rogar a Juliana salga acá fuera. —Si esto ha de ir por vía de rendimiento que güela a menoscabo de la persona —dijo el Repolido—, no me rendiré a un ejército formado de esguízaros; mas si es por vía de que la Cariharta gusta dello, no digo yo hincarme de rodillas, pero un clavo me hincaré por la frente en su servicio. Riyéronse desto Chiquiznaque y Maniferro, de lo cual se enojó tanto el Repolido, pensando que hacían burla dél, que dijo con muestras de infinita cólera:172

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—Cualquiera que se riere o se pensare reír de lo que la Cariharta, o contra mí, o yo contra ella hemos dicho o dijéremos, digo que miente y mentirá todas las veces que se riere, o lo pensare, como ya he dicho. Miráronse Chiquiznaque y Maniferro de tan mal garbo y talle, que advirtió Monipodio que pararía en un gran mal si no lo remediaba; y así, poniéndose luego en medio dellos, dijo: —No pase más adelante, caballeros; cesen aquí palabras mayores, y desháganse entre los dientes; y, pues las que se han dicho no llegan a la cintura, nadie las tome por sí. —Bien seguros estamos —respondió Chiquiznaque— que no se dijeron ni dirán semejantes monitorios por nosotros; que, si se hubiera imaginado que se decían, en manos estaba el pandero que lo supiera bien tañer. —También tenemos acá pandero, sor Chiquiznaque —replicó el Repolido—, y también, si fuere menester, sabremos tocar los cascabeles, y ya he dicho que el que se huelga, miente; y quien otra cosa pensare, sígame, que con un palmo de espada menos hará el hombre que sea lo dicho dicho. Y, diciendo esto, se iba a salir por la puerta afuera. Estábalo escuchando la Cariharta, y, cuando sintió que se iba enojado, salió diciendo: —¡Ténganle no se vaya, que hará de las suyas! ¿No veen que va enojado, y es un Judas Macarelo en esto de la valentía? ¡Vuelve acá, valentón del mundo y de mis ojos! Y, cerrando con él, le asió fuertemente de la capa,

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y, acudiendo también Monipodio, le detuvieron. Chiquiznaque y Maniferro no sabían si enojarse o si no, y estuviéronse quedos esperando lo que Repolido haría; el cual, viéndose rogar de la Cariharta173 y de Monipodio, volvió diciendo: —Nunca los amigos han de dar enojo a los amigos, ni hacer burla de los amigos, y más cuando veen que se enojan los amigos. —No hay aquí amigo —respondió Maniferro— que quiera enojar ni hacer burla de otro amigo; y, pues todos somos amigos, dense las manos los amigos. A esto dijo Monipodio: —Todos voacedes han hablado como buenos amigos, y como tales amigos se den las manos de amigos. Diéronselas luego, y la Escalanta, quitándose un chapín, comenzó a tañer en él como en un pandero; la Gananciosa tomó una escoba de palma nueva, que allí se halló acaso, y, rascándola, hizo un son que, aunque ronco y áspero, se concertaba con el del chapín. Monipodio rompió un plato y hizo dos tejoletas, que, puestas entre los dedos y repicadas con gran ligereza, llevaba el contrapunto al chapín y a la escoba.174 Espantáronse Rinconete y Cortadillo de la nueva invención de la escoba, porque hasta entonces nunca la habían visto. Conociólo Maniferro y díjoles: —¿Admíranse de la escoba? Pues bien hacen, pues música más presta y más sin pesadumbre, ni más barata, no se ha inventado en el mundo; y en verdad que oí decir el otro día a un estudiante que ni el Negrofeo, que sacó a la Arauz del infierno; ni el Marión, que subió sobre el delfín y salió del mar como si viniera

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caballero sobre una mula de alquiler; ni el otro gran músico que hizo una ciudad que tenía cien puertas y otros tantos postigos, nunca inventaron mejor género de música, tan fácil de deprender, tan mañera de tocar, tan sin trastes, clavijas ni cuerdas, y tan sin necesidad de templarse; y aun voto a tal, que dicen que la inventó un galán desta ciudad, que se pica de ser un Héctor en la música. —Eso creo yo muy bien —respondió Rinconete—, pero escuchemos lo que quieren cantar nuestros músicos, que parece que la Gananciosa ha escupido, señal de que quiere cantar.175 Y así era la verdad, porque Monipodio le había rogado que cantase algunas seguidillas de las que se usaban176; mas la que comenzó primero fue la Escalanta, y con voz sutil y quebradiza cantó lo siguiente: Por un sevillano, rufo a lo valón, tengo socarrado todo el corazón.

Siguió la Gananciosa cantando: Por un morenico de color verde, ¿cuál es la fogosa que no se pierde?

Y luego Monipodio, dándose gran priesa al meneo de sus tejoletas, dijo:

Riñen dos amantes, hácese la paz: si el enojo es grande, es el gusto más.

No quiso la Cariharta pasar su gusto en silencio, porque, tomando otro chapín, se metió en danza177, y acompañó a las demás diciendo: :

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Detente, enojado, no me azotes más: que si bien lo miras, a tus carnes das.

—Cántese a lo llano —dijo a esta sazón Repolido—, y no se toquen estorias pasadas, que no hay para qué: lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda, y basta. Talle llevaban de no acabar tan presto el comenzado cántico, si no sintieran que llamaban a la puerta apriesa; y con ella salió Monipodio a ver quién era, y la centinela le dijo cómo al cabo de la calle había asomado el alcalde de la justicia, y que delante dél venían el Tordillo y el Cernícalo, corchetes neutrales. Oyéronlo los de dentro, y alborotáronse todos de manera que la Cariharta y la Escalanta se calzaron sus chapines al revés, dejó la escoba la Gananciosa, Monipodio sus tejoletas, y quedó en turbado silencio toda la música, enmudeció Chiquiznaque, pasmóse Repolido y suspendióse Maniferro; y todos, cuál por una y cuál por otra parte, desaparecieron, subiéndose a las azoteas y tejados, para escaparse y pasar por ellos a otra calle. Nunca ha disparado arcabuz a deshora, ni trueno repentino espantó así a banda de descuidadas palomas, como puso en alboroto y espanto a toda aquella recogida compañía y buena gente la nueva de la venida del alcalde de la justicia. Los dos novicios, Rinconete y Cortadillo, no sabían qué hacerse, y estuviéronse quedos, esperando ver en qué paraba aquella repentina borrasca, que no paró en más de volver la centinela a decir que el alcalde se había pasado de largo, sin dar muestra ni resabio de mala sospecha alguna. Y, estando diciendo esto a Monipodio, llegó un caballero178 mozo a la puerta, vestido, como se suele decir, de barrio; Monipodio le entró consigo, y mandó 57

llamar a Chiquiznaque, a Maniferro y al Repolido, y que de los demás no bajase alguno. Como se habían quedado en el patio, Rinconete y Cortadillo pudieron oír toda la plática que pasó Monipodio con el caballero recién venido, el cual dijo a Monipodio que por qué se había hecho tan mal lo que le había encomendado. Monipodio respondió que aún no sabía lo que se había hecho; pero que allí estaba el oficial a cuyo cargo estaba su negocio, y que él daría muy buena cuenta de sí. Bajó en esto Chiquiznaque, y preguntóle Monipodio si había cumplido con la obra que se le encomendó de la cuchillada de a catorce. —¿Cuál?179 —respondió Chiquiznaque.—180. ¿Es la de aquel mercader de la Encrucijada? —Ésa es —dijo el caballero. —Pues lo que en eso pasa —respondió Chiquiznaque— es que yo le aguardé anoche a la puerta de su casa, y él vino antes de la oración; lleguéme cerca dél, marquéle el rostro con la vista, y vi que le tenía tan pequeño que era imposible de toda imposibilidad caber en él cuchillada de catorce puntos; y, hallándome imposibilitado de poder cumplir lo prometido y de hacer lo que llevaba en mi destruición... —Instrucción querrá vuesa merced decir —dijo el caballero—, que no destruición. —Eso quise decir —respondió Chiquiznaque—. Digo que, viendo que en la estrecheza y poca cantidad de aquel rostro no cabían los puntos propuestos, porque no fuese mi ida en balde, di la cuchillada a un lacayo suyo181, que a buen seguro que la pueden poner por mayor de marca. 58

—Más quisiera —dijo el caballero— que se la hubiera dado al amo una de a siete, que al criado la de a catorce182. En efeto, conmigo no se ha cumplido como era razón183, pero no importa; poca mella me harán los treinta ducados que dejé en señal. Beso a vuesas mercedes las manos. Y, diciendo esto, se quitó el sombrero y volvió las espaldas para irse; pero Monipodio le asió de la capa de mezcla que traía puesta, diciéndole: —Voacé se detenga y cumpla su palabra, pues nosotros hemos cumplido la nuestra con mucha honra y con mucha ventaja: veinte ducados faltan, y no ha de salir de aquí voacé sin darlos, o prendas que lo valgan. —Pues, ¿a esto llama vuesa merced cumplimiento de palabra —respondió el caballero—: dar la cuchillada al mozo, habiéndose de dar al amo? —¡Qué bien está en la cuenta el señor! —dijo Chiquiznaque—. Bien parece que no se acuerda de aquel refrán que dice: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can.» —¿Pues en qué modo puede venir aquí a propósito ese refrán? —replicó el caballero. —¿Pues no es lo mismo —prosiguió Chiquiznaque— decir: «Quien mal quiere a Beltrán, mal quiere a su can»? Y así, Beltrán es el mercader, voacé le quiere mal, su lacayo es su can; y dando al can se da a Beltrán, y la deuda queda líquida y trae aparejada ejecución; por eso no hay más sino pagar luego sin apercebimiento de remate.184 —Eso juro yo bien —añadió Monipodio— y de la boca me quitaste, Chiquiznaque amigo, todo cuanto

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aquí has dicho; y así, voacé, señor galán, no se meta en puntillos con sus servidores y amigos, sino tome mi consejo y pague luego lo trabajado185; y si fuere servido que se le dé otra al amo, de la cantidad que pueda llevar su rostro, haga cuenta que ya se la están curando. —Como eso sea —respondió el galán—, de muy entera voluntad y gana pagaré la una y la otra por entero. —No dude en esto —dijo Monipodio— más que en ser cristiano; que Chiquiznaque se la dará pintiparada, de manera que parezca que allí se le nació. —Pues con esa seguridad y promesa —respondió el caballero—, recíbase esta cadena en prendas de los veinte ducados atrasados y de cuarenta que ofrezco por la venidera cuchillada. Pesa mil reales, y podría ser que se quedase rematada, porque traigo entre ojos que serán menester otros catorce puntos antes de mucho. Quitóse, en esto, una cadena de vueltas menudas del cuello y diósela a Monipodio, que al color y al peso bien vio que no era de alquimia. Monipodio la recibió con mucho contento y cortesía, porque era en estremo bien criado; la ejecución quedó a cargo de Chiquiznaque, que sólo tomó término de aquella noche. Fuese muy satisfecho el caballero, y luego Monipodio llamó a todos los ausentes y azorados. Bajaron todos, y, poniéndose Monipodio en medio dellos, sacó un libro de memoria que traía en la capilla de la capa y dióselo a Rinconete que leyese, porque él no sabía leer186. Abrióle Rinconete, y en la primera hoja vio que decía:

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Memoria de las cuchilladas187 que se han de dar esta semana

«La primera, al mercader de la encrucijada: vale cincuenta escudos. Están recebidos treinta a buena cuenta. Secutor, Chiquiznaque.» —No creo que hay otra, hijo —dijo Monipodio—; pasá adelante y mirá donde dice: «Memoria de palos.» Volvió la hoja Rinconete, y vio que en otra estaba escrito: «Memoria de palos.» Y más abajo decía: «Al bodegonero de la Alfalfa, doce palos de mayor cuantía a escudo cada uno. Están dados a buena cuenta ocho. El término, seis días. Secutor, Maniferro.» —Bien podía borrarse esa partida —dijo Maniferro—, porque esta noche traeré finiquito della. —¿Hay más, hijo? —dijo Monipodio. —Sí, otra —respondió Rinconete—, que dice así: «Al sastre corcovado que por mal nombre se llama el Silguero, seis palos de mayor cuantía, a pedimiento de la dama que dejó la gargantilla. Secutor, el Desmochado.» —Maravillado estoy —dijo Monipodio— cómo todavía está esa partida en ser. Sin duda alguna debe de estar mal dispuesto el Desmochado, pues son dos días pasados del término y no ha dado puntada en esta obra. —Yo le topé ayer —dijo Maniferro—, y me dijo que por haber estado retirado por enfermo el Corcovado no había cumplido con su débito. —Eso creo yo bien —dijo Monipodio—, porque tengo por tan buen oficial al Desmochado, que, si no

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fuera por tan justo impedimento, ya él hubiera dado al cabo con mayores empresas. ¿Hay más, mocito? —No señor —respondió Rinconete. —Pues pasad adelante —dijo Monipodio—, y mirad donde dice: «Memorial de agravios comunes.» Pasó adelante Rinconete, y en otra hoja halló escrito: «Memorial de agravios comunes, conviene a saber: redomazos, untos de miera, clavazón de sambenitos y cuernos, matracas, espantos188, alborotos y cuchilladas fingidas, publicación de nibelos189, etc.» —¿Qué dice más abajo? —dijo Monipodio. —Dice —dijo Rinconete— «Unto de miera en la casa...» —No se lea la casa, que ya yo sé dónde es —respondió Monipodio—, y yo soy el tuáutem y esecutor desa niñería, y están dados a buena cuenta cuatro escudos, y el principal es ocho. —Así es la verdad —dijo Rinconete—, que todo eso está aquí escrito; y aun más abajo dice: «Clavazón de cuernos.»190 —Tampoco se lea —dijo Monipodio— la casa, ni adónde; que basta que se les haga el agravio, sin que se diga en público; que es gran cargo de conciencia. A lo menos, más querría yo clavar cien cuernos y otros tantos sambenitos, como se me pagase mi trabajo, que decillo sola una vez, aunque fuese a la madre que me parió. —El esecutor desto es —dijo Rinconete— el Narigueta.

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—Ya está eso hecho y pagado —dijo Monipodio—. Mirad si hay más, que si mal no me acuerdo, ha de haber ahí un espanto de veinte escudos; está dada la mitad, y el esecutor es la comunidad toda, y el término es todo el mes en que estamos; y cumpliráse al pie de la letra, sin que falte una tilde, y será una de las mejores cosas que hayan sucedido en esta ciudad de muchos tiempos a esta parte. Dadme el libro, mancebo, que yo sé que no hay más, y sé también que anda muy flaco el oficio191; pero tras este tiempo vendrá otro y habrá que hacer más de lo que quisiéremos; que no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios, y no hemos de hacer nosotros que se vengue nadie por fuerza; cuanto más, que cada uno en su causa suele ser valiente y no quiere pagar las hechuras de la obra que él se puede hacer por sus manos. —Así es —dijo a esto el Repolido—. Pero mire vuesa merced, señor Monipodio, lo que nos ordena y manda, que se va haciendo tarde y va entrando el calor más que de paso. —Lo que se ha de hacer —respondió Monipodio— es que todos se vayan a sus puestos, y nadie se mude hasta el domingo, que nos juntaremos en este mismo lugar y se repartirá todo lo que hubiere caído, sin agraviar a nadie. A Rinconete el Bueno y a Cortadillo se les da por distrito, hasta el domingo, desde la Torre del Oro, por defuera de la ciudad, hasta el postigo del Alcázar, donde se puede trabajar a sentadillas con sus flores; que yo he visto a otros, de menos habilidad que ellos, salir cada día con más de veinte reales en menudos, amén de la plata, con una baraja sola, y ésa con cuatro naipes menos. Este districto os enseñará Ganchoso; y, aunque os estendáis hasta San Sebastián y

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San Telmo, importa poco, puesto que es justicia mera mista que nadie se entre en pertenencia de nadie. Besáronle la mano los dos por la merced que se les hacía, y ofreciéronse a hacer su oficio bien y fielmente, con toda diligencia y recato. Sacó, en esto, Monipodio un papel doblado de la capilla de la capa, donde estaba la lista de los cofrades, y dijo a Rinconete que pusiese allí su nombre y el de Cortadillo; mas, porque no había tintero, le dio el papel para que lo llevase, y en el primer boticario los escribiese, poniendo: «Rinconete y Cortadillo, cofrades: noviciado, ninguno; Rinconete, floreo; Cortadillo, bajón192»; y el día, mes y año, callando padres y patria. Estando en esto, entró uno de los viejos avispones y dijo: —Vengo a decir a vuesas mercedes cómo agora, agora, topé en Gradas a Lobillo el de Málaga, y díceme que viene mejorado en su arte de tal manera, que con naipe limpio quitará el dinero al mismo Satanás193; y que por venir maltratado no viene luego a registrarse y a dar la sólita obediencia; pero que el domingo será aquí sin falta. —Siempre se me asentó a mí —dijo Monipodio— que este Lobillo había de ser único en su arte194, porque tiene las mejores y más acomodadas manos para ello que se pueden desear; que, para ser uno buen oficial en su oficio, tanto ha menester los buenos instrumentos con que le ejercita, como el ingenio con que le aprende. —También topé —dijo el viejo— en una casa de posadas, en la calle de Tintores, al Judío, en hábito de clérigo, que se ha ido a posar allí por tener noticia 64

que dos peruleros viven en la misma casa, y querría ver si pudiese trabar juego con ellos, aunque fuese de poca cantidad, que de allí podría venir a mucha. Dice también que el domingo no faltará de la junta y dará cuenta de su persona. —Ese Judío también —dijo Monipodio— es gran sacre y tiene gran conocimiento. Días ha que no le he visto, y no lo hace bien. Pues a fe que si no se enmienda, que yo le deshaga la corona; que no tiene más órdenes el ladrón que las tiene el turco, ni sabe más latín que mi madre. ¿Hay más de nuevo? —No —dijo el viejo—; a lo menos que yo sepa. —Pues sea en buen hora —dijo Monipodio—. Voacedes tomen esta miseria —y repartió entre todos hasta cuarenta reales—, y el domingo no falte nadie, que no faltará nada de lo corrido. Todos le volvieron las gracias. Tornáronse a abrazar Repolido y la Cariharta, la Escalanta con Maniferro y la Gananciosa con Chiquiznaque, concertando que aquella noche, después de haber alzado de obra en la casa, se viesen en la de la Pipota, donde también dijo que iría Monipodio, al registro de la canasta de colar, y que luego había de ir a cumplir y borrar la partida de la miera. Abrazó a Rinconete y a Cortadillo, y, echándolos su bendición, los despidió, encargándoles que no tuviesen jamás posada cierta ni de asiento195, porque así convenía a la salud de todos. Acompañólos Ganchoso hasta enseñarles sus puestos, acordándoles que no faltasen el domingo196, porque, a lo que creía y pensaba, Monipodio había de leer197 una lición198 de posición acerca de las cosas concernientes a su arte.199 Con esto, se fue, dejando a los dos compañeros ad-

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mirados de lo que habían visto. Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento, y tenía un buen natural; y, como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que había oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad, y más cuando por decir per modum sufragii había dicho por modo de naufragio; y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba; y cuando la Cariharta dijo que era Repolido como un marinero de Tarpeya y un tigre de Ocaña, por decir Hircania, con otras mil impertinencias (especialmente le cayó en gracia cuando dijo que el trabajo que había pasado en ganar los veinte y cuatro reales lo recibiese el cielo en descuento de sus pecados) a éstas y a otras peores semejantes; y, sobre todo, le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y de ofensas a Dios. Y reíase de la otra buena vieja de la Pipota, que dejaba la canasta de colar hurtada, guardada en su casa200 y se iba a poner las candelillas de cera a las imágenes, y con ello pensaba irse al cielo calzada y vestida201. No menos le suspendía la obediencia y respecto que todos tenían a Monipodio, siendo un hombre bárbaro, rústico y desalmado. Consideraba lo que había leído en su libro de memoria202 y los ejercicios en que todos se ocupaban. Finalmente, exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza; y propuso en sí de aconsejar a su compañero no durasen mucho en aquella vida tan

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perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta203. Pero, con todo esto, llevado de sus pocos años y de su poca esperiencia, pasó con ella adelante algunos meses204, en los cuales le sucedieron cosas que piden más luenga escritura; y así, se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquéllos de la infame academia, que todos serán de grande consideración y que podrán servir de ejemplo y aviso a los que las leyeren.

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Fig. 1

Fig. 2

Notas Es ampliamente conocido que la novela Rinconete y Cortadillo, antes de 1613, circuló entre un grupo reducido de poetas y escritores amigos de Cervantes; para ello, el propio autor mandó componer, según era usual, unos manuscritos de los que, con seguridad, se obtuvo la versión de 1788 que se citará, hasta en siete ocasiones, más adelante. Entre los contados poetas y copleros que debieron conocer los códices referidos, sin duda figuran Luis Vélez de Guevara, Juan de Ochoa, Alonso Álvarez de Soria (rapsoda hampón, ejecutado en la horca) y Juan López del Valle, contertulios de una modesca academia sevillana visitada por el autor del Quijote.

Las ventas, desde luego equivalen a los tambos peruanos que arrieros, comerciantes y demás viajeros, usaban como posada. 2 Por casualidad. 3 Pintureros. 4 El pícaro Guzmán de Alfarache, en cambio, deliberadamente descomponía sus prendas, intentando mostrarse, como la más desafortunada criatura. 5 En germanía equivale a calcorros. 6 Por envejecido y maltratado, el sombrero ya no tenía toquilla o cinta. 7 Traía una camisa guardada en una manga o valija. Que manga sea sinónimo de valija es asunto del que ya se ocupó Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana. 8 Acaso una que otra desportillada y, sobre todo, larga. Los arequipeños nacidos a principios del siglo XX, todavía llamaban quiñadas a las uñas desconchadas. 9 Bien porque se usaban en los camales para sacrificar el ganado vacuno. 10 Durante los siglos XV y XVI el trato entre dos personas iguales era ese. Correspondía utilizar la expresión «Vuestra Señoría», si un inferior se dirigía a un supe1

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rior. 11 Habilidades que por cierto requería todo individuo interesado en ejecutar rapiñas (y a quienes se conocía como «hombres de leva y monte»). 12 Cuyo uso era común entre gente labriega. 13 Fuenfría. 14 Pregonaba las indulgencias dispuestas a favor de quienes prestaban auxilio en la guerra santa y, a su vez, vendía documentos y restos de objetos santos que eximían al comprador de ayunar. A los buleros, también se los llamaban echacuervos. 15 La práctica criminal, frente a delitos cometidos por jóvenes o menores de edad, se cuidó de dulcificar o atenuar los castigos. 16 También llamada picota o rollo. Las autoridades encargadas de administrar justicia, desde tiempos inmemoriales, construyeron instrumentos útiles a sus propósitos; uno de ellos precisamente es la picota que, en Arequipa, siete años antes del nacimiento de Cervantes, se erigió frente al ayuntamiento, a contados pasos de la cárcel (en lo que hoy se conoce como Portal de la Municipalidad). El acta de fundación de la ciudad mistiana, de 15 de agosto de 1540, en efecto, deja indicado lo siguiente: «dijo que en nombre de su magestad y del señor don Francisco Pizarro y en su real nombre fundaba y fundó la dicha Villa Hermosa en el valle de Arequipa, en la parte del Collasuyo, donde su señoría manda encima de la barranca del río, del dicho valle; y su merced en el dicho nombre puso la cruz en el sitio que viene señalado para la Iglesia, y asimismo puso la picota en la plaza de dicha villa». Más tarde, se trasladó la picota a la plaza de San-

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ta Marta y, posteriormente, al Rodadero (lo que hoy es Miraflores). Durante el siglo XVI, por disposición gubernamental, la plaza de armas de Lima lucía igual instrumento; Ricardo Palma indica que estuvo levantado frente al callejón de Petateros. 17 El uso del mosqueo tenía una finalidad más bien simbólica, pues los daños producidos en la salud no eran graves. 18 De la corte, claro, pero también, aunque no lo diga Cervantes, de la villa y de su rastro. 19 Sobrellevando resignadamente el mal producido. 20 Dicho guisandero, debió además ser fullero y asiduo visitante de garitos. 21 A Vilhán, Bilhán o Vilfán se atribuye la invención de los naipes. 22 Al garrapatero de pico asurcado, ave escurridiza de color negro iridiscente, en Arequipa, se lo denomina arriero o chojray. 23 Pero en realidad, encamisando las verdaderas intenciones. 24 Un autorizado biógrafo de Cervantes, cuyo nombre y obra vamos a ocultar, asegura que al autor del Rinconete no le eran desconocidas las fullerías que solían emplear los jugadores y que tal vez, como muchos contemporáneos suyos, se dio tiempo para visitar más de un garito. Luis de Góngora y Argote, sin duda, era amigo de lanzar cartas. 25 Se discute si el lugar exacto es el pueblo Pedroso o, más bien, el de Mollorido. 26 Se vanagloria de su creatividad, maña y talento para 77

«limpiar» cosas. 27 Tijera en mano, poda aquí Cervantes la frase «que son más agudos que navajas», en cambio incluida, en la edición de Isidoro Bosarte que vio la luz el año de 1788. 28 Las sustracciones hechas por Cortado en Toledo, se entiende, fueron ejecutadas como quien se come un pedazo de pan (es decir, con soltura). 29 Guardar con los ojos de Argos, no es otra cosa que vigilar cuidadosamente. 30 Los términos viento, malsín y cañuto, equivalen a delator. 31 Tómese nota de cómo es que, algunas personas, se ganaban la confianza de otras y, luego, previa retribución de algún beneficio, las traicionaban. Tal conducta, por inverosímil que parezca, se encuentra legitimada en nuestro medio y, a más de uno se ha escuchado decir que constituye una medida loable, necesaria y moralmente aceptable. La fortaleza de muchas investigaciones, lamentablemente, reposa sobre la alevosa figura del «espía doble». 32 Entiéndase que salió de Toledo. Hasta llegar a la Venta del Molinillo, donde precisamente conoce a su interlocutor, probablemente se alimentó y pernoctó en las ventas de Diezma, Las Guadalerzas, de Arazután, de la Zarzuela y, finalmente, de Tartaneda. 33 Dos desastrados, dos pobres diablos nacidos sin estrella. 34 Se llamaba «blanco» al opa que se dejaba desplumar por medio de la baraja o libro de las cuarenta hojas. 35 En efecto, como se verá enseguida, Pedro y Diego se dirigirán a Sevilla, seducidos por la fama de esa importante ciudad europea que, ya entonces, comenzaba 78

a ser conocida como la Babilonia de España, la Chipre de la valentía, etc. 36 Juana I de Castilla, por medio de la premática de 20 y 22 de noviembre de 1538, prohibió el juego de naipes en las colonias americanas; Carlos I, a través de la del 24 de agosto de 1529 y, Felipe II, mediante la del 7 de septiembre de 1594, hicieron lo propio. En las disposiciones mencionadas se proscribió el juego de naipes bajo amenaza de imponerse penas «graves» a la «gente ociosa», «de vida inquieta» y «depravadas costumbres» que suele juntarse y dar pie para que, en dichos establecimientos de diversión, se «ofenda a Dios nuestro señor», se blasfeme y se produzcan «pérdidas de hacienda» y de «honras». 37 A recuperar lo perdido y a vengarse. Vicente Espinel, contemporáneo de Cervantes, publicó en 1618 La vida del escudero Marcos de Obregón y, en uno de los capítulos de la obra, reniega del juego, llamando la atención sobre los sinsabores, odios y funestas consecuencias que de él se derivan. «Quien quisiere meter cizaña entre dos grandes amigos, dice el autor, haga que jueguen el uno contra el otro, que no ha menester más fuerza el diablo para hacerlos grandes enemigos». 38 Claramente se ve que el arriero quedó mascando cebollas; o, mejor aun, devorando interiormente sus infortunios. 39 Alcanchar es un arequipeñismo que punto por punto equivale a «los llevaban a las ancas». Es seguro que Rincón manejaba con soltura las riendas y bridas de los caballos, pues al ser hijo y compañero de viaje de bulero, no es difícil imaginarlo, a lomo de rocín, yendo y viniendo por tropecientas aldeas.

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40 Podía ingresarse a la ciudad por las Puertas de la Macarena, del Sol, de Córdoba, de Jerez, de Carmona, de la Carne, de Triana, del Arenal, de Goles, de Osario, de Almenilla, de San Juan, del Aceite, del Oro y por la Nueva. Únicamente permanecían abiertas, de día y de noche, las del Arenal y de la Carne; las otras, se clausuraban durante la noche. 41 El florecimiento de Sevilla —por razones que en buena parte se debe al descubrimiento de América, a la creación de la Casa de Contratación de Indias y a su condición de puerto estratégico—, surgió a partir del siglo XVI. Tal prosperidad dio ocasión para que algunos ciudadanos de Europa y América, habitasen a orillas del Guadalquivir; no es de extrañar, por consiguiente, el encuentro entre los personajes de la obra y uno de los innumerables franceses que buscaba fortuna en la bulliciosa, pudiente y agitada metrópoli andaluza. 42 La acción de cortar sutilmente era expresada por medio de la palabra «filar»; «filatero», era el que sustraía de esa forma. 43 Lugar que había sido tomado por zarracatines y barateros que, casi en presencia de las autoridades, receptaban objetos hurtados. Conducía la Puerta del Arenal, ubicada al oeste de la ciudad, a la famosa mancebía sevillana (Compás) y, además, al puerto del río Guadalquivir. 44 En el argot propio de la época, «antana» y «altana», eran voces empleadas para designar la «iglesia o el templo». 45 Cada una de ellas, suponemos, con espacio para 240 galeotes o remeros que dieron allí con sus cuerpos a causa de sus delitos. Buena parte de la flota española en la batalla de Lepanto (1571), estuvo conformada por

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galeras de 24 remos por banda y 6 galeotes por remo. 46 Puesto que dichas embarcaciones servían para hacer remar a los delincuentes, tal vez imaginando los grilletes en sus pies, las hostilidades del cómitre, la humilde mazmorra o mazamorra que se sirve como alimento en las gábatas, los piojos, pulgas y chinches que allí abundan, el escorbuto y la pelagra —siempre presentes—, y, sobre todo, los restallidos del látigo. 47 Alude al oficio de esportillero o palanquín —«calcatrife», en germanía—. En algunos países sudamericanos utilizamos la palabra changador como equivalente a esportillero. El Diccionario de la lengua española, junto a la voz «esportillero» anota lo siguiente: «Mozo que estaba ordinariamente en las plazas y otros lugares públicos para llevar en su espuerta lo que se le mandaba». 48 En la edición de la obra de 1788, se otorga al asturianillo otra patria chica. 49 Para ejercer con ventaja la ocupación de ladrones que ambos muchachos habían decidido poner en práctica. 50 Esta voz proviene de «ganῐma» que en idioma árabe significa rapiña (aunque al ser castellanizada más bien se la relacionó al hurto de poca monta). 51 Donde básicamente se vendían melones, sandías, hortalizas y pan. Informa algún estudioso, que ahí además solía darse en alquiler animales de carga, lo cual nos hace suponer que fue harto conocido por el autor del Quijote, ya que precisamente allí es donde tuvo que pactar, con los dueños de dichos animales, el traslado de trigo para la armada invencible. 52 Buena parte de pícaros y maleantes de los siglos XVI y XVII, hacían de las suyas en la Costanilla.

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53 Organizada a la vera de la iglesia Omnium Sanctorum. 54 La acedía es un pez parecido al lenguado, aunque de menor tamaño. 55 Es como decir «sustraer» el «diezmo» de lo que se coloca en la esportilla. 56 Si Rincón, como parece, sabía que escondía lo apercollado por Diego Cortado, su participación en el crimen sería la de aliviador o azorero (que es anterior y distinta a la del receptador). 57 Si por casualidad. 58 Devolver sahumada una cosa es hacerlo de buena gana. 59 «Ya se verá quien es Calleja» equivale a decir: ya se verá quien soy y, sobre todo, lo que soy capaz de hacer. Cervantes le da otro sentido. 60 La codicia juega una mala pasada a Rincón ya que desea saber, sin demora, si la sustracción que efectuó va a reportarle una buena o mala ganancia. 61 Le tuvo anticipadamente por suyo. 62 Ubicadas alrededor de la catedral y principalmente visitadas por la más heterogénea tiramira de aplanacalles, mendigos, ciegos, pícaros, esportilleros, descuideros, espadachines, tripicalleros, desuellacaras, metesillas y sacamuertos. Eran, a un tiempo, mentidero y robadero de Sevilla. 63 Juan de Arona, en su Diccionario de peruanismos, une o hermana las palabras bernardinas y «bachos». Decir «bachos» es decir embustes y, «bachero», el que pronuncia tales palabras. En la escena creada por Cervantes, Cortado pronun-

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cia palabras sin significado, con propósito distinto a entablar una conversación y sin que una palabra se relacione enteramente con la otra. Pero lo que desea, eso sí, no era únicamente menear la sin hueso sino, más bien, confundir y distraer al sacristán. 64 Ya que, insistimos, Cortado mezclaba berzas con capachos. 65 A tal modo de hurtar, poniéndose delante de la víctima e inyectando la mirada en sus ojos, se denominó pala. Vicente Espinel, en La vida de Marcos de Obregón (Libro I, Descanso III), usa los términos «haciendo pala» en sentido análogo. 66 Que resultó siendo, como se verá, un «chirlerin» o ladronzuelo. 67 Si galán, como lo afirma Covarrubias, es una persona «vestida de gala» y, Rincón y Cortado, lo hacían rotosamente, la ironía de Cervantes no puede ser mayor. 68 El lenguaje sucio (sordium lingua) utilizado por el joven interlocutor de Rincón y Cortado, recibe el nombre de germanía y fue propio de maleantes, jugadores y pícaros. La jerigonza, en cambio, era el lenguaje de los ciegos del quinientos e, incluso, del siglo siguiente. 69 Entrevar es entender. 70 Murcios, ladrones, bolatas, ciquiribayles, filateros, polidores y turlerines, son palabras sinónimas. 71 Fue y es un pequeño pueblo andaluz. 72 El sintagma «se los daré a entender con una cuchara de plata» no es usual entre nosotros, ya que preferimos decir: «se los explicaré clara y elegantemente». 73 Aunque resulte poco pertinente decir lo que se dirá 83

enseguida, va: Monipodio, personaje secundario en la obra, irá escalando posiciones y, en algún momento, parecerá tornarse en el centro de cuanto ocurra. 74 Debió ser atemorizante —aunque vaga— la amenaza que sobre los muchachos lanzó uno de los esbirros de Monipodio. 75 Libre de tributo. «Pechar, dice Covarrubias, (es) pagar pecho. Pechero, el que (lo) paga». 76 El hurto —razona más o menos así Cortado—, se paga en la horca o en la picota, según a uno lo ejecuten o lo azoten. 77 Que no es otro que el de delinquir. 78 Morir en finibus terrae es morir en la horca, tal y como uno de los personajes lo indica en la edición del Rinconete de 1788. 79 Así «entendemos esos nombres como volar», equivale a decir «no hemos comprendido ni una palabra». 80 Si no era muy cursado en el oficio de Caco, era un principiante o «baylico». 81 Se admite el ingreso de los dos jóvenes en la hermandad, pero no como aprendices sino, más bien, como consumados ladrones. Al que está por estrenarse en un oficio que no conoce, en la radiosa ciudad de Arequipa, se lo denomina cherche. 82 Teologías. El personaje principal del entremés del Rufián, llamado Trampagos —obra de Cervantes—, tampoco pronuncia correctamente la palabra teólogo y, en su lugar, dice lo siguiente: «Vuesa merced ha garlado como un tólogo». 83 El miembro de la fraternidad de Monipodio que 84

hace uso de la palabra, encuentra una relación causal entre crimen, contribuciones económicas a favor de una «imagen» «devota» e impunidad. 84 Con ocasión de haberse mencionado al verdugo, podría interesar saber —o recordar— que un joven sevillano, 28 años mayor que Cervantes, terminó ejerciendo el cargo de verdugo real en Cusco y que a su triste labor se deben las decapitaciones de los conquistadores Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal (el Demonio de los andes). 85 Ubicada en el barrio Triana, según lo dirá Cervantes en su Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza. Hay quien sostiene que la calle donde se ubicó la morada de Monipidio, hasta antes de 1873, se llamaba de la Cruz y, después, Troya. 86 María Moliner, en su Diccionario de uso español, propone que por «patio de monipodio» deba entenderse el lugar donde se reúne gente ladrona y desaprensiva. 87 Bajo la imagen de la Virgen había colgado un recipiente o cepillo en el que los miembros de la hermandad, luego de cobrar lo que les correspondía, solían dejar algunas monedas. 88 Gorda, chata, tetuda y barbuda, dice la edición de Bosarte. 89 Estos oscuros personajes, disciplinaban a los consortes del gremio de Monipodio y, además, ejecutaban los trabajos más sucios. 90 Sombreros. 91 «Garvillada» es lo que el ladrón ha obtenido como consecuencia del crimen; imaginamos que alguna relación podría existir entre las voces «garbea» y la que da inicio a la presente nota. 85

92 O alguacil de la justicia, a quien se abonaba en metálico por los servicios que prestaba a los ahijados de Monipodio. 93 La paliza podía ejecutarla el ayudante del verdugo o vigolero. 94 Cárcel. 95 Aludía a las galeras o embarcaciones que se utilizaban para castigar, obligando al condenado a remar fatigosamente. 96 O nuestramo. 97 Defensora y guardiana. 98 Hacía uso del humillo el jugador que marcaba las cartas con hollín. 99 Entiéndase que Rinconete, se tomaba el trabajo de raer grácilmente la superficie de los naipes para reconocerlos a través del tacto. 100 Aquí marcaba bajo presión, con un objeto diminuto —el extremo de la aguja—, una señal que por la parte opuesta del naipe era reconocible. 101 Son trivialidades, comparadas con las cosas que precisa conocer todo miembro de la hermandad. 102 Cervantes se encargará de anotar, más adelante, que Rinconete era un «muchacho» de «buen entendimiento» y que trabajó para la hermandad «algunos meses» (entendemos, haciendo de cursillista los domingos en los que, a su cicerone Monipodio, se le daba por impartir ordenes, consejos, directrices, guias prácticas, apercibimientos o lecciones sobre el modo en que debe desempeñar su función un delincuente exitoso). 103 Si bien los fulleros andaluces eran expertos jugadores, no lograban competir con los peruanos que, en eso,

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eran muchísimo más versados (tal y como lo ha puesto de manifiesto, no sabemos si con malicia, el viejo catedrático de la Universidad de Sevilla Joaquín Hazañas y la Rua en su libro Los rufianes de Cervantes, Librería e Imprenta de Izquierdo, Sevilla, 1906, p. 47). 104 Habilidad manual para sustraer dinero u otros bienes sin que la víctima se percate. Suele castigarse con mayor pena porque el ladrón logra adquirir destreza tras reiterada práctica que, se dice, lo convierte en incorregible. 105 Garganta. 106 Saber que nadie logrará sacar del buche de Cortadillo manifestación que pudiera utilizarse contra Monipodio o sus feligreses, cambiará el destino de los héroes de la novela. 107 En la edición de Bosarte, Chiquiznaque o Maniferro —no se precisa cual— golpea a Rinconete; Monipodio, en el acto, otorga a la agresión el significado de acto previo con el que ambos jóvenes quedan armados como caballeros del hampa. 108 «Piar» y «turco», respectivamente, significan beber y vino. 109 El alguacil de los vagabundos era, en 1589, fecha en que ocurren los sucesos narrados por Cervantes un tal J. de E. Los oidores, alguaciles y escribanos del crimen, laboraban en la Plaza San Francisco, cercana a la iglesia mayor. Curiosa coincidencia, pues hasta hace unos años, los funcionarios de justicia arequipeños, ocupaban un inmueble ubicado al costado de una plaza homónima. 110 Equivale a «corchetada» o grupo de corchetes. 111 Nótese cómo es que Monipodio repartía los barrios 87

y colaciones de Sevilla, haciendo rotar a cada integrante de la hermandad por La Macarena, Omnium Sanctorum, Santa Catalina, San Pedro, San Ildefonso, San Isidoro, El Salvador, El Arenal, El Sagrario y La Magdalena. 112 Que es lo mismo decir trampas, maulerías o mohatras. 113 Muy convencido de la injusticia que se cometía con él, al colgársele un milagro que no había hecho. 114 Chingarse, es un regionalismo que delata la conducta de quien quebranta o desacata las ordenes cursadas por el jefe. Pablo Carrasco del Carpio, versadísimo lingüista arequipeño, nos informa que chingarse más bien tiene que ver con «equivocarse», «fallar» y hasta «importunar». 115 Bolsa. 116 En un texto anotado por Manuel Cuendias, que vio la luz el año de 1895, se habla de la existencia de otra cofradía sevillana (garduña) contemporánea a la de Monipódio que regía su quehacer criminal en unos estatutos allí reproducidos; empero, no parece haber existido la tal garduña. 117 Al acto de revelar el hecho o delito, se denominaba en Arequipa debocar. 118 Conocía Monipodio las debilidades del alguacil, así como nosotros conocemos el significado del refrán que reza así: No hay caracol que no tenga comba. 119 Monipodio dejó de echar muelas y se tranquilizó inmediatamente después de saber que tendría ocasión de servir al funcionario de justicia del que a su vez recibía favores la hermandad. 120 Quedando zanjado el asunto. Como fuere, y tras haber recuperado el dinero la víctima del hurto, no fal88

tará quien considere que debió sancionarse a Cortado por la sustracción ni, por otro lado, quien se incline a favor de dejar las cosas ahí. 121 Maquillados y apastelados. 122 También recibe el nombre de cerusa y era usada para aclarar la piel. 123 Señal de que se dedicaban al ejercicio del meretricio. Alfonso XI, a fin de que pudieran dichas mujeres ser reconocidas, hizo obligatorio el uso del manto azafranado de anascote, al que los Reyes Católicos añadieron un prendedor en la cabeza; las llamadas mujeres honradas, imitándolas, llamaron luego la atención honrando el uso de tales distintivos. Diego López de Zúñiga y Velasco (cuarto conde de Nieva y virrey del Perú) prohibió, en 1561, el uso del manto al que eran adictas las jovenes aristócratas limeñas. 124 Cervantes usa los vocablos «casa llana», porque en ella sus moradoras accedían o se allanaban a los requerimientos de sus visitantes. Las «manflotas» o mancebías sevillanas, a fines del siglo XVI, poseían un ejército de tres mil servidoras. 125 En el entremés del Rufián, llamado Trampagos, Cervantes bautiza también con el nombre de Chiquiznaque a un proxeneta. 126 Valientes, matantes o guapos. Famosos guapos peruanos fueron el faite Carita y el maleante Santos Rivas —a los que dieron vida, respectivamente, Ciro Alegría y José Diez Canseco—. De la docena de rasgos que permitirían distinguir al maleante limeño, he aquí algunos: pendenciero, matasiete, perillán, mozo de tumbo y trueno, adicto al uso del puñal, provocador, parlan-

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chín, aplanacalles y aficionado a escupir por el colmillo. El valiente arequipeño era conocido como sietesiete o Juan Cuete. 127 Los biógrafos del Príncipe de los Ingenios indican que se sustrajo el escritor de la imposición de igual pena huyendo a Roma; todo ello, por batirse a duelo con el albañil Antonio de Sigura. El corte de la mano, hasta donde se sabe, también quedó establecido como castigo para los reincidentes en el delito de caza furtiva. 128 Aunque Cervantes no lo diga, debió Gananciosa ser ojituerta (o revirada, diría un arequipeño), pues de otro modo no se explica que, más adelante, declarase ser devota de santa Lucía, protectora de cuantos padecen esas y otras imperfecciones en la capacidad de mirar y ver. 129 En Perú, la enea recibe el nombre de totora y, debidamente ordenada y tejida, sirve para producir esteras. Juan de Arona, en la obra precedentemente citada (nota 63), utiliza como sinónima la voz petate. 130 Venerada en la iglesia de San Salvador, ubicada en la plaza del mismo nombre; ambas (templo y plaza), ocupan el casco viejo de Sevilla. 131 Iré cuando comience a oscurecer. 132 Comprobar, tanteando y contando la cantidad de objetos. Es seguro que cala y cata provienen de calar y catar. Todavía solemos manifestar que deseamos adquirir la sandía o el melón previamente calados. 133 Monipodio y Escalanta, como se ve, se dirigen a la anciana anteponiendo la palabra «madre»; el uso de tal vocablo, en el ambiente descrito por Cervantes, está reservado para la jefa del lupanar. Dicha «madre», a su

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vez, acaso era experta en preparar bebedizos y practicar abortos. Fue usual en Arequipa denominar llaucadora a la abortista. En Londres, casi a finales del siglo XVI, la madame por excelencia era Elizabeth Holland, propietaria del The Holland’s Leaguer, lugar reservado para gente adinerada y donde, según se señala, podía uno ver realizadas las más increíbles fantasías. 134 No es difícil entender lo que quiso insinuar el autor de Rinconete bautizando a Gananciosa con tan elocuente nombre. Las hetairas Friné, Aspacia, Lais de Corinto, Herpylus y Thais, conocieron lujos, dinero, fama, vínculos con escultores, pintores, poetas y filósofos destacados; sobre todo, recibieron una educación privilegiada. 135 La bota en la que se guardaba el agua de cepas recibía el nombre de «bufia»; el vino, en cambio, el de enjuagadientes. 136 Felipe II le otorgó el título de Villa y, Cervantes la inmortalizó como productora de vinos. 137 Pipote es una cubeta o pipa pequeña para guardar vino. El dato aparece en el citado Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias. 138 Una costumbre con virtualidad apotropaica que ciertos ladrones practican actualmente en México, se basa en la creencia —definitivamente equivocada—, de que san Judas Tadeo los protegerá si, como hacen, le tributan algo más que oraciones. A la Virgen del Carmen, en Perú, los discípulos de Caco la agasajan con idéntico propósito (según referencia hallada en Una Lima que se va de José Gálvez). 139 Sevilla producía las llamadas aceitunas gordales, 91

las de manzanilla y las moradas. 140 Cierto tipo de pan. Los labradores arequipeños que carecían de dinero, aprovechaban el pan de gallo, que no era otra cosa que el maíz tostado o hervido, acompañado de un trozo de queso. 141 Alguien sugiere que el nombre hace alusión a la cara de satisfecha de Juliana. En el Perú de la Epoca Colonial, mujeres de vida airada con remoquetes extraños fueron Precio fijo, Pulpa, Manchada y Coquimba. La Sartén, en cambio, es un apodo arequipeño y hace alusión a la enorme cantidad de huevos que se cocinan en dicha paila. 142 En nuestra región, dice Ricardo Palma, la mujer que trafica con sus encantos recibe el nombre de chuchumeca. Francisco J. Santamaría, en cambio, no llega a tanto: chuchumeca, anota el autor del Diccionario general de americanismos, es la «muchacha linda y desenvuelta» (entiéndase, relajada en cuestiones vinculadas al trato sexual, aunque sin exigir retribución económica). 143 Chichones. 144 Ladrón. 145 Resulta paradógico que Cariharta desee la enmienda del personaje al que alude y con quien sostenía una relación amorosa, pues ella, él y la hermandad entera, vivían de los crimenes que cometía el aludido y, por supuesto, de los que ejecutaban los demás miembros de la academia. 146 Me vea yo comida de adives o chacales. 147 Personaje este que hacía de fioca o rufián. En Jerga criolla y peruanismos (Lauro Pino, Lima, 1968, p. 35) encontramos la sinonimia que se indica existe entre fioca 92

o rufián. 148 Si Repolido tenía trainel, como se indica, ejercía la ocupación de rufián. Al trainel, también se lo apodaba «guardapostigo». 149 Cariharta, según se entiende, se esforzó soberanamente en la realización de su labor para obtener los 24 reales entregados al ayudante de Repolido. «Cayre» es la ganancia del amor venal. En Arequipa, al cliente que paga por el servicio y que es asiduo concurrente de la mancebía se le endilga el apodo de Guato sucio. 150 En la versión del Rinconete de 1788, Cariharta admite que el dinero enviado a Repolido lo obtuvo tras tolerar, durante toda una noche, a un hombre avieso que la trató indebidamente. 151 Según una superstición, propia de las mancebías limeñas, la mujer tenía tantos clientes —y dinero—, como gallos de papel hubiese previamente fabricado. Vaya uno a saber si dichas damas eran asiduas lectoras del Tratado de cocotología del Rector Perpetuo de Salamanca. 152 Ubicada lejos de la zona urbana y cerca de La puerta de la Carne. Además de los olivos mencionados en el texto, existía un bosque de higueras, cuyo follaje, se dice, encubría desenfrenos de diversa índole; tal lugar solía ser visitado por hombres de hilaza nada varonil, a los que la justicia, en muchos casos, condenó a la hoguera. El quemadero, encendido para calcinar vivos a los sodomitas o bujarrones, tomó asiento frente al rastro o camal (en el campo de Tablada). 153 Más que olivos, aseguran los entendidos, allí se cultivaban naranjas.

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Hebillas. 155 Por el contenido de sus palabras, vése que Gananciosa tenía cascos de calabaza; es decir, era poco juiciosa. Eso no quiere decir, ni por asomo, que todas las mancebas fuesen mentalmente disminuidas. Cesare Lombroso, seguido en Perú por Víctor Modesto Villavicencio, sostiene en sus obras lo contrario. La mujer de vida airada, dice el médico italiano, posee capacidad craneana disminuida, mandíbulas desarrolladas, desciende de padres alcoholizados, apetece comidas suculentas y golosinas, precisa de una baraja de naipes (para leer su futuro), es perezosa, llora y ríe con facilidad. Son innatas en dichas mujeres, remata Lombroso, las deformaciones en la cabeza, el rostro, las orejas y los dientes (Los criminales, Centro Editorial Presa, Barcelona, s/f., pp. 27 a 30). 156 En 1543 quedó establecida una prohibición en el condado de Borgoña: ningún marido, se estipulaba, podía golpear a su mujer durante el mes de mayo. De ello se colige que, conforme a la sensibilidad de la época, no era tan preocupante tal práctica, siempre que fuese ejecutada en periodo de tiempo distinto. 157 Que seguramente tenía ribeteados los ojos con tripilla de pollo o, dicho de otro modo, irritados. Nuestros antepasados, llamaban ojos coyos a los acardenalados o golpeados. 158 Chirguaría, diría un loncco de las orillas del Chili. Chirguar, es llorar. 159 No hay forma de entender si un hombre rapado de navaja, es decir analfabeto, pudiese hacer las veces de secretario y, pluma en mano, ofrecerse a copiar las cartas que Cariharta pensaba escribir a Repolido. 154

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160 No parece posible, aunque nada hay imposible, que un iletrado, asesino, ladrón y rufián como Monipodio, pudiese alguna vez cultivar con éxito el arte de las piérides. 161 Hacer dos millares de coplas en un santiamén o, como se dice en el texto, en daca las pajas. 162 Cervantes, en el Viaje al Parnaso (Cap. II), da cuenta de un poetastro que Mercurio lanza al mar y que un sapientísimo polígrafo español identifica bajo el nombre de Agustín Castellanos, sastre toledano que sin saber leer ni escribir, componía versos. Dicen que el gran Lope de Vega, amigo de Castellanos, castigaba las aludidas estrofas. Además del barbero y del sastre —mencionados, uno y otro, en la novela y en la nota—, en Sevilla componían versos el verdugo, dos pregoneros, cinco escribanos, cuatro plateros, dos fundidores, un salero y tres perailes; ninguno de ellos, probablemente, cursó estudios sobre versificación, siéndoles vagas las nociones de medida, ritmo y cadencia. El dato relativo a la existencia de tales copleros, ha sido tomado de El Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra de Francisco Navarro y Ledesma (Librería El Ateneo, Buenos Aires, 1947, p. 285). 163 Volvieron a regocijarse con los alimentos y la bebida que se les invitaba. 164 Por haber embaulado el contenido de la cesta. 165 Los mozos bebieron a barba regada o ubérrimamente. 166 Beber los quiries es hacerlo en exceso. 167 En tiempos de Felipe II, la quinta parte de lo que España birlaba en las Indias, iba a manos del rey.

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168 Eran, para usar un arequipeñismo, consumados tragahostias, pues comulgaban permanentemente sin arrepentirse de sus maldades. 169 Principalmente porque debían aparentar ser ciudadanos ejemplares. 170 Comedido es el que se apresura a realizar un servicio que ni siquiera le ha sido solicitado. 171 Antes que contigo, me casaría con la descarnada muerte. 172 La forma en que Cervantes hace reaccionar a Repolido da lugar a pensar que o era matasiete o picajoso; de ser lo último, como parece, claramente se ve que la risa que no pudo tragarse Maniferro, le sentó como lavativa de agua hirviendo. La gresca que quiso provocar Repolido, es lo que Ricardo Palma indica se conocía en nuestro medio como «armar patasca». 173 De Cariharta puede decirse lo que de las donas y las palomas que, aunque salgan con gemidos, tornan a sus nidos. 174 Lo cual dice bastante del buen oído que debió tener el adalid de la corporación. 175 ¡Bravo! por los artistas contemporáneos que no heredaron la extravagante costumbre de lanzar escupitajos antes de cantar. 176 Por ende, no eran improvisadas. «Payar», en Perú, significa improvisar versos. 177 Si Cariharta era en ello una Terpsícore, nunca lo sabremos. 178 Salvo este personaje, todos los demás que Cervantes recrea en su pequeña novela, pertenecen al mundo

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de los marginados. Tuvieron la condición de relegados, en la España de Felipe III, los auténticos pobres y los fingidos, los delincuentes, los esclavos, los gitanos, los conversos y los galeotes. La delincuencia urbana, en dicho periodo, básicamente se asentó en las ciudades de Madrid, Valencia y Sevilla. 179 Cuál de todas las que se me encargó realizar, quiere decir el personaje. La fraternidad de Monipodio, según se ve, andaba atiborrada de recados por cumplir. 180 Debió ser Chiquiznaque, conforme reza un conocido adagio, largo y estrecho, como alma de condenado. 181 No hay aquí un error in personam (no es que Chiquiznaque se haya confundido de víctima, pues deliberadamente decidió herir, más bien, al «lacayo»). 182 Chiquiznaque actuó, como dirían los criminalistas, ferozmente. Se atribuye la condición de feroz al sujeto que obra sin motivo o por motivos insignificantes. Matar para experimentar si funciona el arma o para completar la colección de esqueletos del museo, son actitudes que delatan ferocidad. Los leones, tigres y lobos, no matan para probar la efectividad de sus colmillos; tal conducta es exclusivamente humana. 183 No se ha cumplido conforme a lo acordado. 184 No hay más que pagar, sin necesidad de esperar de nosostros amenaza o advertencia alguna. 185 Que, de pagar, le concederemos cédula de vida o, mejor, le daremos permiso de vivir pacíficamente hasta que decidamos lo contrario. 186 Aunque intelectualmente mutilado, dirigía exitosamente una organización delictuosa vertical.

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187 No ha hecho Cervantes indicación alguna sobre el tipo de arma blanca que utilizaban los guapos para desfigurar —o hacer per signum crucis— el rostro de las víctimas de la cofradía. 188 No se indica si el miedo va ser provocado disfrazada o abiertamente; entendemos, en cambio, que se perseguirá causar pavor en la víctima o en sus parientes. 189 El libelo infamatorio era un documento impreso que la organización se encargaba de repartir, a petición de parte interesada, en lugares públicos. Sobra decir que su propósito era poner en entredicho el honor de las personas. 190 Fijar sobre un clavo cuernos que se colocaban en lugar visible de una casa, era insinuar que en ella habitaba un cornudo. 191 El oficio de delincuente a sueldo que desempeñaba Monipodio y, bajo su dirección, los bravos, rufianes y demás integrantes de la mesnada. 192 Del contexto se deduce que «bajón» significa ladrón. 193 Una cosa es que Lobillo crea tener talento para vencer al mismísimo Satanás y, otra, que pueda darse el mismo crédito respecto a los fulleros peruanos (de cuyas habilidades dio cuenta el autor citado en la nota 103). 194 Los garitos, eran a su vez utilizados como lugares de encuentro de las personas indicadas en la nota 152. 195 Bajo ninguna razón, previene Monipodio a los dos jóvenes, deben dormir más de una noche en la misma posada. 196 Que no faltasen el domingo a la gazapina o reunión de maleantes.

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Recuérdese que Monipodio era analfabeto. 198 Cuyo contenido y propósitos era hacer que sus oyentes y discípulos entendiesen la máxima siguiente: con arte y engaño se vive medio año; y con engaño y arte, la otra parte. Tras insistir sobre el contenido del refrán, Monipodio demandaba la rendición de cuentas, llamando, de viva voz, a cada uno de los pícaros, maleantes y gente de vida non sancta que asistía a su infame patio; luego, repartía las ganancias y agasajaba a sus camaradas. 199 Irma y Eva, mencionadas en el Introito, aseguran que el supersticioso Monipodio atribuía las cualidades oratorias que creía poseer, al pequeño trozo de amnios que, como amuleto, adheria a su sombrero; lo cual no resulta improbable, pues doña Tránsito Abril, que litigó durante años en el palacio de justicia arequipeño, hacía exactamente lo mismo. «El amnios, decía Tránsito, te hace locuaz y convincente». 200 Con lo cual fácilmente se la podría vincular a la alcahuetería, la receptación y quien sabe si al aborto, como se lo dejó indicado en la nota 133. 201 No reparando en que, aquí y allí, alcahuetes y tunos, todos son unos. 202 La existencia del libro de memoria hace visible el grado de planificación con que operaba la junta de Monipodio. 203 Una vez leída esta maravillosa novela, no pocos muestran predisposición a imaginar lo que pasó con Rincón y Cortado luego de apartarse de las influencias que sobre ellos ejercía el astroso y malaleche Monipodio; quién sabe si el primero, que al parecer era más talentoso, terminó matriculándose en Alcalá de He197

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nares, en tanto que el segundo, tras cruzar el charco, se estableció como tiracuero en el barrio San Lázaro de Arequipa. Se dice, aunque desconocemos con qué grado de certeza, que Sancho Panza, Sansón Carrasco y Antonia Quijano Melgar —la sobrina de don Quijote—, entre noviembre y diciembre de 1617, solicitaron los servicios del zapatero Diego Cortado. El encuentro de estos famosos personajes, por fantástico que parezca, se produjo en las inmediaciones del ayuntamiento arequipeño. 204 Tres meses, dice la edición de 1788.

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Guía de láminas Fig. 1 Cervantes retratado por Juan de Jáuregui. Fig. 2 Firma del autor de Rinconete y Cortadillo.

Rinconete y Cortadillo se terminó de imprimir el 16 de noviembre de 2020, en los talleres gráficos de LIMITE CERO E.I.R.L. Calle Nueva núm. 308, Int. 7-G (CC. El Castillo). Cercado-Arequipa

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