Zen Propio, Zen Creativo - Ezequiel D’león Masís

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Zen propio, Zen creativo Libro de horas de un practicante (draft vertion)

Ezequiel D’León Masís

© SAMU, Nicaragua, 2016. Dedico este draft a David Estrada, amigo caminante del Dharma, todo él una Sangha completa.

Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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I.

LA CERBATANA DE LAS PALABRAS

“No creas en algo simplemente porque ha sido transmitido por muchas generaciones. No creas en nada simplemente porque ha sido dicho y rumoreado por muchos.”. Sidharta Gautama Śākyamuni

La práctica encuentra al practicante Kodo Sawaki, uno de los principales promotores del Zen en occidente, estaba convencido, como yo lo estoy, que el Zen es quien busca a sus practicantes y no al revés. La Vía del Zen va tras la naturaleza de quien necesita conectar con la fuente de su propia vitalidad e intuición y, de pronto, aparece un practicante, un maestro, alguien o algo que lo aproxima a la práctica. Desde adolescente decidí ser escritor. Recuerdo haberle preguntado a Mayra Jiménez, mi profesora de literatura: “¿Qué debo hacer para ser escritor?” Ella puso su mirada en mi copete y, con una sutil sonrisa en sus ojos, soltó bruscamente una sentencia que no olvidaría yo nunca: “Un escritor, escribe… Simplemente escribí, es todo lo que hace un escritor”. Sus palabras me hicieron lanzarme a la práctica de escribir. No olvidé su frase, sobre todo, por enfatizar la puesta en práctica de un hacer. Escribiendo, me fui dando cuenta que las texturas fantasmagóricas de las palabras son muy placenteras, muy sanadoras y hasta lúdicas. También las palabras pueden engañarnos y crear laberintos que cansan la mente y secan el cerebro. El lenguaje escrito jamás va a encapsular la experiencia de lo que se intenta transmitir, pero puede motivarnos a la práctica. Toda frase, por muy bien articulada y sopesada que sea, será un enunciado gaseoso, lejano o cercano a la vivencia que le dio motivo para manifestarse, pero no “es” la vivencia. En el año 2005, luego de una conversación nihilista con mi amigo Julio Serrano sobre el derrumbe del paradigma de la palabra escrita en nuestra generación cargada de duelos y contradicciones de la postguerra centroamericana, en un poema intitulado “Del Zen al Tsé-Tsé”, le expresaba yo a él que el lenguaje es un “verdugo de la vida”: es evidente, las palabras separan la realidad en conceptos, cuando la realidad es la vivencia continua de sentires. Aprendí a sentarme en la postura de la meditación sentada (Zazen) en en el año 2012. Andaba movilizado en cierto anarquismo autogestionario del linaje de Hakim Bey, hacía permacultura urbana y me estiraba en una secuencia de asanas básicas de Yoga que mi hermano me había transmitido hacía apenas unos cuatros años atrás. Me encontraba, por motivos familiares, en Buenos Aires, Argentina. Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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Una tarde en que el sol tardaba en caer caminé, sin detenerme, a lo largo de esa enormidad de ciudad; buscando hilos y abalorios para hacer artesanía; caí, sin buscarlo, dentro del Dōjō Zen de Curruchaga. El Dōjō tenía un aire de sobriedad muy íntima, agradable. Una fotografía de Taisen Deshimaru posaba en una retratera. “Sabía” mucho del Zen a través de libros y había practicado ciertos hábitos del Zen, pero mi cuerpo no tenía ninguna experiencia consciente con la postura y la actitud espiritual del Zazen. La postura sentada la adopté con facilidad. “Dejar pasar los pensamientos como si fueran nubes en el cielo sin dejarse arrastrar por ellas”, esa era la orientación guía del monje responsable del Dōjō… La postura del Zazen, desde el inicio, me resultó agradable, un poco dolorosa y a la vez noble. La comunidad de practicantes (Sangha) de ese Dōjō en Buenos Aires eran en su mayoría artistas heterodoxos. ¡No eran feligreses, eran practicantes! El Zen no era, como yo antes estúpidamente suponía, una doctrina, ni una terapia, ni una secta, ni una filosofía, ni una religión, ni una forma de ser, ni una psicología, ni una tribu urbana, ni un gusto cinematográfico. Yo andaba emocionalmente muy inestable y el Zazen fue un refugio para mí. No me daba estabilidad: me hacía dejar de buscarla. “El Zen es lo que vos experimentés con el zazen, cada día es único, así es tu Zazen”, me dijo con buen humor un monje. Hice mis primeros ejercicios de caligrafía japonesa días después: mientras todo mundo dibujaba ideogramas bellos, yo no pasaba de hacer circulitos. Estaba con una inestabilidad emocional del carajo, pero muy contento de estar en contacto con una práctica de autoconocimiento no culpabilizadora. Regresé a Nicaragua con la sensación de haber encontrado algo valioso: bueno, unas piedras brasileñas buenísimas para mi artesanía que conseguí a bajo precio en Curruchaga y lo que podemos llamar el pensamiento silencioso, sin palabras. La inutilidad del Zen es su gran utilidad El Zen, a la par del amor incondicional de muchos seres que me rodean, me ha permitido tener contención en momentos emocionalmente difíciles y, como un corcho que sale a flote cuando menos lo espera, ¡pluf!, el espíritu que me habita me ha traído de vuelta poco a poco al contacto con la realidad, cada vez con mayor agradecimiento de estar con vida y respirar. Desde 2012, entre subidas y bajadas de los vaivenes emocionales que han caracterizado ciertos períodos de mi vida, entre desapegos, idas y venidas, he sido un practicante de extremos que danzan. La vida y la Vía del Zen, una vez que empiezan a fundirse en lo más profundo de uno mismo, la dinámica del despertar consciente ya habita en nosotras. Muchas creencias personales han venido expandiéndose y simplificándose, otras han venido desapareciendo. Practico diariamente y tengo la sensación de libertad de reinventarme cada día.

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Abandonar la presión por tener conceptos pre-elaborados me fue una tarea muy complicada en mi caso particular, pero el Zazen nos reorganiza interiormente en este sentido. Aún me queda mucha leña por quemar, supongo, hasta el día en que me muera. A veces, he sido un practicante refunfuñón y desganado, en otras oportunidades mi devoción extrema por la creatividad sensorial del trabajo manual y el Zazen me ha llevado a zonas de desbalance, pero últimamente digiero con más salivación los aprendizajes que la vida y la Vía del Zen me han regalado. Puedo reconocer que el Zen es totalmente inútil, no posee una utilidad. En su inutilidad radical uno va bajándole el gas a esa búsqueda avariciosa de utilidad y productividad que dirigimos hacia todo. La avaricia espiritual es lo más desgastante que he conocido en mí mismo, la he visto echar raíces hasta llegar a consecuencias devastadoras. Pero, curiosamente, si se persiste, la misma práctica del Zen nos pone en nuestro justo sitio. El Zen es el espejo que me refleja la verdadera naturaleza de lo que soy en cada momento, no hay lugar para poses de ningún tipo cuando uno se sienta en silencio a atender la respiración sin más objetivo que el de sentarse. Abandonar conceptos Fui formado en un hogar de psico-pedagogos, la palabra escrita era sagrada y la hablada un arma para la vida. Yo me consideraba adicto a los libros con orgullo. Había sacado la carrera de leyes, además (¡qué karmita el mío!). El Zen vino a removerme todas las certezas o lo que es parecido: me regaló la certeza de que toda certeza es siempre momentánea. Hoy utilizo conceptos cuando me son necesarios para comunicarme, pero los desecho cuando estorban. He aprendido a callar o hablar cuando es necesario. He aprendido a abrazar en vez de hablar. Es crucial abandonar todo lo que suponemos que es el Zen, incluso abandonar lo que yo comparto acá, para tener una práctica despejada, limpia. Lo que leemos sin duda puede animarnos a practicar, pero es viable abandonar las buenas intenciones de mi experiencia para ir hacia la verdad individual con la que nos confronta el Zazen y el resto de prácticas meditativas. Definirse “budista” es no comprender la inmensidad misteriosa de lo impermanente. No tenemos el control sobre todas las cosas. Reinventarse y ponerse en revisión cada día es seguir la Vía del Zen. Mucha gente lo hace sin conocer este “tema”. He conocido muchas personas que practican el Zen sin darse cuenta, es lo que yo llamo el Zen nato o silvestre. A esas personas hay que tenerlas de maestras y evitar conversar de estos “temas”. Escribe Albert Camus, en Moral y política: “Desgraciadamente, estamos en la Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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época de las ideologías, y de las ideologías totalitarias, es decir, lo bastante seguras de sí mismas, de su razón imbécil o de su mezquina verdad, como para creer que la salvación del mundo reside sólo en su propia dominación”. No hay que renunciar a los conceptos, es menester llanamente abandonarlos (no basar nuestra seguridad en ellos), ser indiferentes ante ellos principalmente mientras practicamos del Dharma. Fue un primer paso de coraje hacer esto para mí, sentí que una incertidumbre gigante empezaba a rodearme, esa incertidumbre era la realidad: el caos de la realidad. Despojarnos de toda comodidad ideologizada para prepararnos hacia una práctica óptima es una tarea de cada día. Los conceptos y las ideologías son jaulas mentales que contradicen al mundo interior y exterior. Todo está en constante transformación. Todo muere y renace en constante contradicción. Por eso, cualquier definición es peligrosa en medio del caos: da seguridad por momentos y la mente opta por aferrarse a esa seguridad. Cuando la realidad nos demuestra que ya ha habido un cambio, surge la necesidad de una fe creativa y sin prejuicios: eso es la práctica de la meditación sentada o Zazen. Cuando nos observamos a nosotros mismos sin juzgarnos, sin valorarnos como buenos o malos, simplemente observarnos internamente, nos vemos tal y como somos en este momento, nos empezamos a conocer y a aceptar. El verdadero refugio es reconocer las bondades de las ideologías que habitan en nuestra mente, eliminar de ellas todo aquello que no nos permite ver la realidad interior y exterior, tal y como es: caótica, no lineal, contradictoria, armónica. La certeza de ayer es abandonada para que no nos arrastre de un lado a otro en el hoy. Lo que ayer era cierto, puede que ya no lo sea más hoy. Pero, claro, la palabra la usamos cuando, ya familiarizados con nuestro silencio profundo, podamos defendernos y sobrevivir en la sociedad en la que hemos nacido, comunicarnos en lo colectivo y hacer arte, si queremos, con las palabras, sin aferrarnos a la ilusoria seguridad de conceptos y credos. También podemos aprender a callar. ¿Para quién es este libro de horas (draft vertion)? Obviamente para el autor. Igual para personas que no conocemos el Zen en nuestra propia carne ni huesos y queremos evitarnos abrojos para practicar. Eso sí: este libro de horas está eminentemente prohibido para quienes buscan el Satori, el Nirvana o la Iluminación. Más bien, este libro de horas es mera curiosidad literaria y es para personas que ya no buscan nada o que quizá están hartos de buscar, personas críticas que se acerquen con recelo y dudas al Zen y pinzas en la mano para quedarse, en el más espléndido de los azares, con lo mejor que se plantea en este breviario. Lo importante es poder tirar a la basura lo que no les cuadre en sí. Es recomendable, en estos últimos casos, entrar de un Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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solo a los links de abajo y evitarse tanta budismería que me fue inevitable escribir. De pronto siento que este libro está dirigido a quien quiera que sea, bajo esta premisa patafísica que acabo de inventar: “No hay libro que por bien no venga, ni ojo que lo resista”. En especial, se organizan y publican estas notas para quien tenga la curiosidad sincera y crítica de acercarse a lo que valoro como la esencia de las prácticas meditativas del Zen. Confieso: mi lector y mi lectora ideales son seres que carecen totalmente de la necesidad de etiquetarse a sí mismos como “budistas” o “zen” o “espirituales”. Menos a quienes anden buscando incorporar en su imagen personal los empaquetajes étnicos japoneses o chinos o indios (estéticamente una preciosura, por cierto, pero estorbosos calaches). Estos apuntes, espero yo, pueden servir a la difusión de la mente ordinaria del Zen y su cultivo, a formar espacios de convergencia de quienes, con simpleza o sin ella, buscan cómo mantenerse en paz consigo mismas y con su entorno. Una paz que no se defina como pasividad pacifista ni rehúya al conflicto o al humor. Quizá sea útil este libro además a quienes tienen el coraje de recuperar la complicidad autopersonal que alguna vez creyeron tener y creen ya haberla perdido. Admiro mucho la cultura japonesa desde mi primera infancia, pero he aprendido a separar la Vía del Zen de todo aquello que, sin ser esencial, bellamente rodea al Zen sin tener que ver con el Zen cotidiano. Por ejemplo, me fascinan hasta el tuétano las puntadas de costura de las telas que visten a los monjes en los templos y me asombra la poesía Zen de los textos canónicos, pero para los fines de este libro, no son relevantes en absoluto. El empaque étnico puede atraernos o repelernos: en ambos casos se cuenta con la posibilidad de enturbiar nuestra comprensión práctica del Zen. En estas notas que forman este libro resumo, por una parte, las vivencias que me ha quedado luego de recibir las enseñanzas de practicantes del pasado, del presente y del futuro: algunos de ellos son maestras del Zen oficialmente religioso, practicantes laicos que conviven con enfermedades crónicas sin perder la risa, otros son amigos que hablan poco y hacen mucho por su entorno desde sus propias trincheras personales, pero también, los hay muchos y muchas que pertenecen al Zen nato mesoamericano, sigo: el Zen anónimo de los buses, parques y mercados de Guatemala, riveras de Honduras, cerros de El Salvador, comarcas de Nicaragua, semáforos de Costa Rica, provincias de Panamá y las entrañas de los caracoles en la Selva Lacandona. Maestros y maestras cuyo solo carácter para cultivar la tierra y vivir vidas sencillas, cuyo solo coraje de ganarse la vida sin filosofar tanto, los hacen encarnar en sí y en silencio las prácticas meditativas del Zen, sin doctrinas ni tanto palabrerío.

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Sé que la práctica de la meditación sentada (Zazen) es patrimonio de todos los seres humanos, no pertenece a ninguna cultura específica ni a un país en especial, es anterior al budismo. También sé que la Vía dla mente ordinaria del Zen merece tener una divulgación más amplia en América Latina y quiero aportar con este pequeño libro a ir creando la capacidad de observar nuestro entorno, descubrir el Zen que nos rodea y descubrir que hay una versión adaptada al trópico mesoamericano, adaptada al calor húmedo y al frío montañoso, adaptado al maíz que es nuestro origen y poder ubicarlo en armonía con la sabiduría popular centroamericana cuyas fuentes son milenarias. No se trata de transponer filosofías, se trata de abrir en surco los ojos y los poros de la piel. Retornar al eje Las prácticas de la mente ordinaria del Zen (descritas en los links de abajo) son herramientas conductuales que quizá ya tenemos incorporadas sin nombres raros o que quizá deseemos incorporadas o adaptarlas para cultivar la recuperación del eje interior que muchos y muchas hemos perdido en medio de las exigencias exteriores de la vida cotidiana: nos exigimos ser profesionales, artesanos, intelectuales, obreros, artistas; nos exigimos cumplir con mandatos ideológicos, nos exigimos salir del eje constantemente; la vida transcurre, el mundo exterior es el mismo pero nuestro eje nadie nos lo devuelve: ese eje está en esa parte. El mundo actual nos lanza al exterior, nos apegamos con facilidad a todo lo externo y nos va carcomiendo la intimidad propia hasta convertirnos no sólo en desconocidos para nosotras mismas sino, finalmente, en enemigos de nuestra revolución interior. Son rasgos que noto generalizados y naturalizados en medio de movimientos sociales a los que estoy vinculado, grupos alternativos, congregaciones sectarias (esto incluye grupos budistas), etc. No se trata de renunciar a lo exterior, se trata de desapegarnos de esa necesidad de ser aprobados por el patriarca que nos califica desde adentro como perfectos, correctas. ¿Será posible que el activista de derechos cese quince minutos en la mañana de ejecutar ese papel? ¿Será permitido que la madre en su rol de madre cese unos quince minutos en la noche? ¿Es posible dejar de ser un rol al menos por un tiempo en la mañana y en la noche? Empezar de una vez por todas a ser quien somos en cada momento pasa por el tamiz de reconocer que no somos esos roles que ejecutamos. Esto, lo sé, lo sé, es un cliché, pero es posible, creo yo, reconstruir nuestro centro, la fuente interior, el cogollo intrínseco, el hálito vital o como queramos llamarle. Hay muchas vías, podemos crear nuestra propia manera de recrear nuestro interior, pero una de esas vías es el Zen y, en su fondo, es coincidente con otras rutas. No necesitamos renunciar a nada para practicar el Zen. Ya lo vamos a ver Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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si es que no lo hemos visto aún. El poeta Gary Snyder, con su práctica anarcozen, planteó las bases para hacer confluir en un mismo eje el ánimo de transformación social que caracteriza a Occidente con el ánimo de la revolución interior de Oriente. Es posible encontrar esa intermediación: ser y transcurrir entre un activismo sin extremos y la comprensión de la condición humana como tal, con la rueda del Dharma asumida cotidianamente. Luego de haber superado las adicciones a las que se expusieron a voluntad gustosa todos los autores de la Beat Generation en Estados Unidos, Snyder optó por practicar la Vía del Zen: con conocimiento de causa escribió que “el Zen nos da un lugar en este planeta, en base a nuestros talentos y limitaciones, y, desde ese sitio, nos hace ser responsables”. Talentos y límites: indispensable tenerlo en cuenta en el camino.

2. EL DRAGON DORMIDO "El gurú es el presente. La curación es siempre simplemente estar ahí, con una mente simple". Charlotte Yoko Beck

¿El Zen? Es desconcertante formularnos con cara seria la pregunta: ¿Qué es el Zen? Peor aún, un grave error será esperar obtener una respuesta satisfactoria. Nada hay en sí que sea Zen. Pero equivocarnos no es tampoco un perfecto error. Debo decir que no es “decible” el Zen en palabras a como no es decible la serie de emociones que una niña, alguna vez, imaginemos, tuvo frente a un doble arcoíris, después de una llovizna con olor a tierra mojada en un pasado abril. Hay cosas que no se pueden decir. Yo insisto en que el Zen es cultivar una mente ordinaria, simple. Para saber qué se siente estar frente a un arcoíris doble, merecemos presenciar la manifestación del arcoíris de doble arco y sentir lo que se nos mueve dentro. Únicamente contamos con nuestra experiencia, nuestro cuerpo físico y la imaginación. Esta imaginación no debería carecer de crítica y practicidad. Ninguna experiencia es transmisible a través del habla. Nos parece que sí, pero es una ilusión empática en cualquier caso. El Zen es una práctica que es muchas prácticas, hábitos y es una experiencia interior única que se actualiza de instante en instante. Además, cada persona es única. El Zen es tu experiencia con la puesta en práctica del Zen. Es un tesoro que no tiene adjetivos, más allá: es un Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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tesoro potencial con el que ya contamos pero nos nubla la avaricia de obtenerlo para poderlo ver. El Zen es el viaje hacia uno mismo, implica muchas veces reconciliarse con el fango y, desde el fondo del suampo, crecer: así sucede con la flor de loto. El Zen es la experiencia de una práctica que, secretamente, resulta ser las mil prácticas. Nos podemos hacer una impresión de lo que es la experiencia del Zen para el autor de este libro, para alguien que lo practica hoy en día o para quien lo practicó hace trescientos o cincuenta años, pero mientras no practiquemos por nosotros mismos no sabremos nunca lo que es para nosotras mismas. De alguna manera, sin embargo, con esto dicho, hemos respondido a la inoportuna pregunta: el Zen, bróderes, es la experiencia personal que genera una práctica que, secretamente, es mil prácticas: cocinar es parte del Zen, cagar también, bailar, limpiar el cuarto o ensuciarlo, todo lo engloba la conciencia atenta y concentrada. Las prácticas principales del Zen son: Zazen, Sampai, Kin-hin, Samú, Genmai y Shōdō. Sobre ellas he escrito textos no literarios sino muy prácticos (abajo los dos links), sin tantos rodeos. En este libro de horas me doy el derecho de hacer rodeos inútiles. Si su intuición se lo indica, querido lectora: se puede ir a los links desde ya directamente y obviar todo lo demás. La práctica es lo que es significativo. Espejismos del entretenimiento Leer este libro de horas no es una práctica Zen. Lo digo en serio. Cuando yo era más adolescente que hoy, el Zen para mí tenía que ver con la actitud hierática del rostro de Bruce Lee practicando Zazen en sus años mozos, tengo en mi memoria esa fotografía todavía, de hecho la recuerdo en la pared de un taller de vulcanización donde iba yo a reparar mi bicicleta BMX. Bruce Lee estaba sobre la pared, a la par de un erótico anuncio de cervezas. “Be water, my friend”, decía la leyenda del póster de Bruce Lee y yo la unía conceptualmente con la publicidad de la cerveza… La mente me decía “be beer, my darling”, mientras observaba la piel brotada de gotitas de sudor de una modelo anónima mejicana. Era una epifanía que se me ponchara el neumático en aquellos días y llegar a parcharla para adorar en paciencia ese altar. Es ridículo aferrarse a un concepto del Zen, transcrito sobre un papelito, para sacarlo en una mesa de tragos entre intelectuales tropicales, gente conversadora y yoguis pacifistas para lucir inteligente repitiendo lo que dice el fulano, lo que afirma la sutana o lo que el mengano olvidó describir. Es mejor no hablar del Zen. O, por lo menos, hablar hasta que nuestro cuerpo nos de la señal de callar. Es más inteligente informarse sobre la práctica y practicar. A mis escasos catorce años era una rata de biblioteca y leí casi todo lo que autores como Helena P. Blavatsky, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Julio Cortázar, Doctor Papus, Emilio Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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Cioran, Herman Hesse y Thomas Merton escribieron sobre el Zen, el budismo en general. El Zen de lso libros cada vez me importa hoy menos que un bledo. Leía por “cultura general”. En fin, estaba lejos de la práctica. Lo que estos autores explayaban en sus libros era mera información datográfica vaciada de práctica (exceptuando al poeta Merton), pero yo desde la experiencia no conocía el cultivo de hábitos del Zen. No sabía que estaba a mi alcance poder saborear la fuente de mí mismo sin buscar conceptos ni respuestas: el arte de conocerme a mí mismo siempre ha estado en mí. No sabía que en todo ser humano estaba desde antes del nacimiento lo que llaman la “naturaleza del despertar”. No se practica para alcanzarla, no se alcanza, se practica por haberla tapado con creencias y hábitos reactivos que no nos permiten ver con claridad la realidad tal y como es. Recuerdo haber leído en un tomo de LIFE de los años sesenta (“Japón Antiguo”) que “Zen” significa estrictamente “meditar mientras se es”. Es un concepto abierto y continuo, al menos. Más datos del Zen nos lo podrán compartir los wikibudólogos (abundan y generalmente son escritores que les cuesta estar en soledad sin palabras) o personas budófilas (personas ecuménicas) cercanas a nuestro domicilio. Charlar horas y horas sobre el karma negativo y el positivo, los ciclos de las reencarnaciones, el Bardo Thodol, el Samsara, los niveles de la consciencia cósmica, el Ki, la potencialidad del vacío o Ku, el Tao, la poesía Zen y, si se quiere, profundizaremos en aún más exquisitas y exóticas historias, todo lo cual, a mi parecer de hoy, entra en el campo del entretenimiento y el regodeo, al igual que este libro de horas. Lo digo en serio. Practica la práctica mejor, querido amiga. El Zen no es entretenimiento, pero el entretenimiento que hacemos desde el Zen o con lo que supones es el Zen distrae a muchos de sí mismos, de habitar su propio cuerpo y sus circunstancias. Estamos muy acostumbradas a asociar la palabra “Zen”, obviamente, al budismo, obviamente a Gokú y a Vegueta, al sushi de salmón con aguacate, al té verde, el tatami y a una fotografía (¿blanco y negro? ¿sepia?) de una columna de tres o cuatro piedras de río en precario equilibrio que aparece en vitales memes con alguna frase sobre paz interior y pasividad oriental. Esto es entretenido, pero no es un hábito que encarnemos. Quizá vinculemos la palabra “Zen” a un altar de un joven Buda acostado, algo homoerótico, un altar de varios niveles con la foto de uno de los patriarcas del Zen en el centro y en medio de muchas flores frescas, un Buda sonriente, gordo: un Hotei. Pero sigamos, entretengámonos… A ver… Zen… Acaso pensamos en un jardín arenoso seco y el canto marcial de un Samurái. Es posible que tengamos la idea de una “mente en blanco” (lo cual es la falsedad más dañina difundida sobre el Zen y el budismo) o recordemos alguna kata que nos enseñó cierta amiga que practicaba el Kárate o el Judo en los tiempos de la escuela secundaria o, al final del cuento: se nos viene la imagen de un anciano con cara de severo: ni más ni menos que Yoda y su sable de luz en Star Wars. Nada de eso es el Zen. El Zen es lo menos importante, lo importante es cómo asumís tus responsabilidades, cómo no le jodés Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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la vida a tus semejantes, cómo no repetir las mismas estupideces una y otra vez en la mente o con las acciones. El Zen está estrechamente unificado con todas las formas de yoga, al yoga se le llama Taiso o calentamiento en la tradición Zen, pero en efecto la meditación sentada viene a ser la quintaesencia de todo yoga, de todo proceso de unión mente-cuerpo-espíritu. Realmente, hablamos de integridad: cuando mente, cuerpo y espíritu con lo mismo, hemos recuperado nuestra naturaleza. Hay luz serena, hay oscuridad serena, hay paz serena, hay guerra serena. Cuando el cuerpo va por su lado, la mente por el suyo y a saber si el espíritu se mueve, las cosas no van muy óptimas. Puede ser que todo esto que digo te sirva a reafirmarte en otra práctica que ya haces simplemente, lo cual sería genial. Podríamos seguir hasta hartarnos de las palabras. Otros buscadores de la verdad lo encuentran al Zen en personajes del manga o el hentai. Tengo amigas mías practicantes de la caligrafía japonesa (Shōdō) y no requieren de nada más para sentirse plenas que unos pinceles y una música relajante y una piscina y mucamas que las atiendan y cuiden a sus hijos. No es lo mío, pero las comprendo. Algunas criaturas de este planeta vinculan el Zen con la relajación muscular e imaginan un salón de spa en el que reciben Shiatsu, terapias con minerales e imanes que les ponen en el ombligo, masajes reflexológicos, al tiempo que hay incienso de hierba quemándose, pachuli, lavanda, no sé… ¡Qué delicia pagar para recibir cariño profesional! ¡Bien, es muy placentero! ¡Lo he hecho varias veces! ¡Amo la acupuntura china y su versión japonesa! Pero nada de eso es el Zen. El Zen es lo menos importante, lo importante es cómo asumís tus responsabilidades desde la integridad mente-cuerpo-espíritu. Me cuesta a mí la integridad, pero el autocultivo diario y constante me integra y la creatividad entonces fluye mucho más libre, aún en medio de la tristeza o la alegría, eso no importa. Integridad es vivir desde la consciencia, ver las cosas desde la consciencia. Nos cuesta mucho, pero podemos actualizar nuestra práctica con honestidad. Sigamos el regodeo… La palabra Zen ha sido enlazada con chocolates afrodisíacos de jengibre con té verde, hay apps para celulares para practicar Zazen y hasta lo relacionan con películas sobre el Dalai Lama. Recuerdo que mientras estudiaba en la universidad, me metía en la clase de teoría del color como oyente y se decía ahí que existe una línea de diseño arquitectónico propiamente Zen: “el minimalismo del Zen”. Desde ahí fue que me atrajo el bambú y sus posibilidades, la arena y el bambú. Antes, con los boy scouts, me había vuelto habilidoso con este material maravilloso. Pero el bambú, lo siento por mí, no es el Zen. Mi sobrino, cuando ve fotos mías que se vinculan a talleres formativos que facilito como sobre Shōdō Creativo y nota mi cara sonriente con las manos unidas me Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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grita que yo soy parte del elenco de Konfu Panda. Pues bien. La cultura japonesa es fenomenal y muy rica, por su parte la budología de la Nueva Era plaga nuestras pantallas de impresiones y suposiciones “positivas”… Nada de eso, queridos amigas, “es” el Zen. Todo eso cabe en el Zen, sí, cómo no, si uno así lo quiere… Pero no “es” Zen ni por cerca. Todo es entretenimiento, intercambio cultural, diversión, regodeo, admiración, publicidad, empaque étnico, ser fans del Zen… Conviene con urgencia, para quien se interesa en la práctica, separar las cosas exteriores de las prácticas que nos ayudan a abrir el interior nuestro honestamente, sin tapujos, con aceptación radical. Una vez compartí cómo era la postura de la meditación sentada a un conocido, platicamos de la Vía del Zen y se mostró muy interesado. Al cabo de unos meses, llegué a visitarlo: ¡Casi toda la casa parecía el Templo de la Prefactura de la Iglesia Zendo Rinzai de Kyoto! Le pregunté si había notado una sensación de apertura corporal de pelvis con la práctica de Zazen y me dijo de inmediato: “¿Para qué practicar ‘esa chocchada’,0 si tengo linda mi casa?” No supe qué decir. Me regaló pasta de arroz y disimuladamente me despachó de su casa. No supe más de él ni él de mí. Eso es karma instantáneo: tomas la decisión de largarte donde tu hara o vientre te lo ordena. ¿Una moral universal? Dudar de toda moral es necesario para conocer, quizá con dolor, la verdadera moral. Siempre en mi primera flor de juventud rechacé la palabra “moral” y prefería hablar de “moralina”, en tono despectivo. Vinculaba lo “moral” con mojigatería, hipocresía. Con el tiempo y con el cuerpo, entendí en carne propia que sí existe una moral universal. Según mi experiencia y la de muchos otros seres humanas, nos rige una moral, digamos, “natural”, unos mores sociales válidos por su utilidad de adaptación a la vida tal y como es, adaptación en la comunidad mamífera que habitamos y de sobrevivencia en el medio social y en la biomasa. Esta moral es muy simple, pero basta romperla durante un tiempo para conocer el infierno. Thich Nhat Hanh, siendo activista pacifista y con todo lo que ello implica, siempre ha reconocido que el sufrimiento es necesario, es una escuela de aprendizaje y que necesitamos de la maldad para reconocer el dolor que nos ocasionamos, luego despertar a la importancia de la bondad sincera, desinteresada y no actuada. De acuerdo a todas las escuelas de budismo, la moral natural puede resumirse Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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en: 1. Decir y no ocultar la verdad (asertividad): para esto urge estar en conexión mental con el cuerpo porque es con el cuerpo con el que sentimos. 2. No quitar la vida a nadie (cuidar lo vivo). 3. No tomar como nuestro algo ajeno (no robar, trabajar para vivir). 4. No juzgar a los demás seres por sus errores sino comprender el estado de ignorancia desde el cual se comenten (criticar el acto injusto es adecuado, pero no lo es juzgar la interioridad de la persona que lo comete). Para quienes han sido 100% buena conducta en las tres primeras divisas de esta “moral natural”, les cuesta mucho no juzgar y, cuando empiezan a no juzgar, juzgan a los que juzgan. No nos compliquemos. Esta moralidad natural se resume a no obstaculizarle la existencia a los demás ni a nosotros mismos, respetar sus propios procesos, sus límites, su condición humana y administrar nuestra energía emocional para construirnos a nosotras mismas y defendernos si es necesario, hasta donde nos sea permitido por la cuántica del cosmos, sin necesidad de matar, ojalá. Cada quien es libre de cuestionar esta supuesta “moral universal” y sacar, con su propia experiencia de vida, las conclusiones que le sean favorables para su trayectoria por la corta vida. Pero parece ser que la vida se nos hace añicos si no observamos esta moral básica del Dharma. Además, es obvio que a todo acto de nuestra vida corresponde una reacción interna y externa inmediata o tardía (esto es el Karma: la ley de la acción y las consecuencias). Se trata de ser conscientes al cumplir con esta “moral natural” y también al incumplirla; luego ser responsables por lo que generamos karmáticamente, sin victimizarnos. Siempre digo: “Mejor asumir el Dharma en vez del Drama”. Si mentimos por la mañana del día de hoy a nuestro vecino para no pagar una deuda, debemos ser capaces de recibir mentiras, una semana después, por parte de un familiar cercano. Sabemos que hemos producido eso, aunque nos vengan las cosas de vuelta por otro lado. Así que es conveniente no mentir. La peor de las mentiras es la que nos decimos a nosotras mismas: terminan éstas por alejarnos de nuestro centro y tarde o temprano enfermarnos. La peor mentira que yo he tenido es idealizarme como un gran facilitador de grupos, pero realmente tengo límites y cuando no los respeto el cuerpo-mente enferma. El perfeccionismo moral es nocivo, en cualquier área de la vida es autodestructivo. En el plano moral, el perfeccionismo es un mero ideal. Siempre se prefiere lo óptimo antes que lo ideal. Tanto quien se afana obsesivamente en ser el perfecto malvado del barrio destruye una parte de sí que es bondadosa, como el que se enloquece por ser el perfecto bonachón a la diestra de los dioses buenos, su parte animal acaba enfermándolo.

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La obsesión por lo idealizado nos hace estancarnos en la ignorancia, nuestro cuerpo se cierra. Es muy humano ensayar desde el error y aprender a no repetir el mismo error. Una vida creativa necesita al menos divertirse con nuevos errores para llegar a nuevas decisiones e improntas. A la luz de esta moral básica que hemos mencionado nunca seremos perfectos, pero sí podemos ser óptimos (perfectibles en el camino). El hecho que urge reconocer es que muchos problemas pueden evitarse si se aplica cada día esta “moral universal” de acuerdo a nuestros límites y posibilidades. Siddhartha Gautama, autoproclamado Buda (El Despierto, o sea, El Despabilado), invitaba a sus discípulos necios (los que cuestionaban su doctrina) a investigar por sí mismos la vigencia de esta moral universal y por eso sostenía esa idea muy difundida del budismo originario que se enuncia así: “El camino hacia la congruencia es la incongruencia, el camino hacia la sabiduría es la ignorancia, el camino hacia la salud es la enfermedad”. Esta premisa es totalmente cierta, sólo que viene en combo con una buena dosis de sufrimiento extra. La experiencia de esta moral y los retornos kármicos de nuestros actos nos enseñan a respetarla por verdadera, no por piadosa o mística. Tampoco nos toca predicar esta moral a nadie, excepto en un espacio pedagógico si alguien pregunta sobre el tema. Cada cual lleva su camino y toma decisiones. El sufrimiento es un camino espiritual para quien así lo elige, sólo quien sufre puede romper su propio sufrimiento. Siddhartha Gautama no nos sacará del sufrir por mucho que le oremos o nos hinquemos ante una estatua, tampoco Cristo, ni Mahoma. Es nuestra existencia. La libertad verdadera implica el presente: un presente de dolor o uno de placer, la dicha y la desgracia, todas pasajeras. El tesoro de la consciencia, tierras movedizas… “Un instante de conciencia son diez mil años”, escribió Sosan. La experiencia de cada quien es más importante de lo que yo escriba. Pero, desde mi experiencia es que escribo. Toco aquí un tema que no puede abordarse con palabras, pero vamos a caer en el intento de hacerlo. En la práctica del Zen podemos desarrollar la consciencia sobre nuestro cuerpo, sobre las emociones, sobre nuestra moral: podemos tener consciencia de procesos colectivos, podemos tener consciencia de lo que mandata nuestro espíritu a cada instante, consciencia sobre los elementos y ciclos naturales, conciencia de enfermedad y salud… Hay muchas formas de consciencia. Así que no sabemos mucho de la conciencia en sí, en el Zen se le tiene como el misterio más cotidiano que tenemos a la mano, aparte de estar seguras que es nuestro mayor tesoro.

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El cuerpo del bebé, al respirar, se dice a sí mismo al nacer: “yo, soy” (“so, han”). “¡Epa, soy el universo consciente!”. Ser conscientes es nuestra naturaleza y la consciencia de ser descansa radicalmente en la respiración. Inhalar y exhalar es conjugar la existencia con el cuerpo. La facultad de sentir que existimos nos pertenece a todos y todas, humanos y no humanos… El Sutra del Corazón, texto clásico muy citado por las escuelas del Zen, sugiere que la consciencia raíz de toda forma de existencia en el universo es Alaya: la quedidad de todo lo que es. Nuestra consciencia base (esa sensación permanente de ser, esa mismidad o “yosoyidad” inmutable que habita en nosotras y nosotros) es el eje interno de nuestro ser, desde ahí, si estamos despiertas, nos damos cuenta de la dimensión de los efectos y consecuencias de nuestros actos. Alaya se puede enturbiar y alterar por diversas vías (exceso de consumo de drogas de cualquier tipo, hábitos emocionales que atentan contra la libertad, traumas, iatrogenias ocasionadas por terapias psicológicas, viajes chamánicos mal conducidos, decisiones conscientes que generan sufrimiento en otros y culpas del pasado que nos estancan, en fin; pero podemos volver a su raíz original: observar la respiración y resetearnos de nuevo para reestructurarla paso a paso, como lo hacen muchos Alcohólicos Anónimos. Fito Páez cantaba: “Entonces cuando todo al fin se vuelve insoportable, cuando el mundo y el veneno dan dolor, todavía sigue allí tu buena estrella, buena estrella para todos, para vos”. Alaya no es inmóvil, sólo permanece. “El camino de subida es el mismo que el de bajada”, dice el Maitre Kosen Thibaut. Evolucionamos o involucionamos, pero eso es aprender. Esta consciencia raíz, Alaya, es anterior al yo humano limitado (personalidad, ego) y se remonta al pre-origen del universo mismo. Aquí estamos en áreas movedizas y hay que ser muy líricos y cautelosos para abordar esto, sin caer en supercherías. Voy a intentarlo. Para graficarlo en formato de cuentecito, necesito recurrir a algo como esto: la Gran No-Cosa, cuya característica es normalmente ser nada, estaba concentrada en un solo punto de energía potencial vacía, sin haber ningún tipo de categoría espacio-temporal. “Todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo”, describe el Popol Vuh. Luego de varias eternidades en las que La Nada era lo único que no era y era, se aburrió. La Gran No-Cosa quería divertirse e intuitivamente optó por una posibilidad creativa elefantesásica: explotó para poder ser y, desde ahí, este vacío potencial (Ku) explora múltiples posibilidades de existencia y estados de consciencia. El Big Bang o Big Boom o Big Crack no es algo que sucedió hace billones de años, no: esta explosión (o implosión) es algo que está ahora mismo avanzando en su onda expansiva y, en Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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medio de esta expansión cósmica que, según cierta física cuántica, se cierra sobre sí misma, cohabitamos. Alaya es la base de toda forma de conciencia, anterior a las percepciones sensoriales y agregados humanos (Skandhas), es la consciencia prelógica (“so, han”: contracción y expansión, la vez que el universo experimentó la inmutable “yosoyidad” que aún contiene a todas las existencias en perfecto equilibrio y unidad). El camino de la consciencia Alaya ha llegado hasta ser nosotros: pasa, en espiral, por la sensación corporal, la percepción de sí, la vacuidad del pensamiento que pasa sin cesar, la acción, los efectos de esta acción y el estado de consciencia nueva (humana en este caso) que se genera. Nos hemos creado a nosotros mismas y el viaje lo iniciamos hace billones de años. Cuando estudiamos nuestra naturaleza humana con detenimiento, apreciamos que cuando aparece el dolor emocional o el físico es porque posiblemente estamos ante un aprendizaje que nos invita a individuarnos, una oportunidad de evolucionar hacia otra forma de consciencia, ni mejor ni peor (recordemos que Alaya es la raíz en la que cohabitamos y el Cosmos se está divirtiendo siendo todo lo que pueda ser sobre la base de la “yosoyidad”: el vacío potencial ha sido luz, condensación, astros, supernovas, gases, nebulosas, amebas, una rana, una pizarra, una flor del sauco, el canto de un puerco en la arena de la playa, una roca volcánica escupida por un inmenso cráter enojón y rojizo, un quetzal con sus crías hambrientas, una masacre militar contra indígenas en Guatemala, una zarigüeya muerta, una joven tortillera que medita en el bus de regreso a su casa, un inmigrante que defiende derechos humanos en Europa, un oficinista que estrena su nuevo carro Suzuki, vos misma leyendo este libro, el aire que te rodea en círculos cuando estas en la laguna, la cosecha de una granja familiar de puras berenjenas orgánicas, la semilla de la ceiba flotando en el céfiro azaroso del invierno, la existencia de Chaplin, las megalomanías resentidas de Hitler, la vida de Cantinflas… TODO…). ¡Detengámonos aquí! ¡Suave que es bolero! En este punto… Óyele… ¡Se vale no tragarse todo esto del Karma, Alaya va y Alaya viene, el rollito de la consciencia! Sólo estoy exponiendo la mirada del Zen que yo he practicado y experimentado. Quizá tu forma de conciencia es afortunadamente diferente. Se vale analizar cómo ha sido nuestra vida consciente, experimentar por nosotros mismos, sopesar si esto es superstición… La buena noticia es que no hay mala consciencia ni buena consciencia en el Zen, sólo hay dolor, comprensión del dolor y evolución: varias formas de consciencia hay, son infinitas… Y hay un Karma de retorno: lo que hacemos y damos, se nos viene de regreso y lo recibimos de rebote. Cuando elegimos no rechazar ni apegarnos al dolor ni al placer, aceptamos que estamos recibiendo algo que dimos o hicimos, lo observamos sin juzgarlo como bueno ni como malo (no hablo de ser pasivos y tontos, habrá casos, se sabe ya, en que necesitaremos buenos Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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analgésicos para una herida o buenas compañías para celebrar el placer de un logro personal o defendernos con agresividad ante lo que consideremos injusto). Aprendemos del dolor porque es nuestro maestro, nos hacemos responsables porque sabemos que es un retorno kármico, aprendemos del placer porque nos enseña en sí mismo que es pasajero. Dada la absorción del aprendizaje, hacemos cambios de la forma de ver el mundo, honramos límites corporales que hasta entonces desconocíamos, cambiamos hábitos, cerramos ciclos y vínculos, nos ponemos en cuestión respecto a ideologizaciones que nos dañan, dejamos atrás la vieja ignorancia y renacemos. Pero podemos también repetir y volver a reproducir las mismas acciones y no aprender. Pero en ese caso los hábitos del Zen no son para nosotros. La vida es cambio permanente, es obvio. Si no nos transformamos ante lo nuevo, estamos muertos. Paradójicamente, sólo evolucionamos hacia nuevas formas de ignorancia. Por eso en el Zen se cultiva mucho la actitud “no-sé”, esto no se refiere a no emplear o reprimir lo que sabemos; se refiere más bien a vivir cada segundo con la certeza de que no tenemos certezas ante situaciones completamente nuevas que nos vienen día a día. Nuestra mente tiende a cuchichearnos: “órale Ezequielito, tengo el control de todo, tranquilo mi rey, lo sé todo, además, brodercito, somos cool, somos Zen”. La práctica nos adiestra a no juzgar nuestros pensamientos, nos adiestra a entender que no somos nuestra mente. La actitud de espíritu que se desarrolla en este caso con las prácticas meditativas nos abre naturalmente al “no-sé”: soltar la neurosis del supuesto control mental, dejar pasar los pensamientos que sean, atender al entorno, sentir, soltar el sentido del “deber ser”: tanto el “debo ser siempre un activista” o el “debo ser siempre astuto y agresivo” o “el debo siempre ser calmo y pacífico”, etc. Estamos despiertos, atentas. Es nuestra naturaleza estarlo. Atentos de nuestra interioridad y del exterior. Actuamos con el carácter que nos hemos formado hasta hoy. Como señala justamente Eduardo Horacio Grecco, ser asertivos no sólo es un asunto de comunicarnos con claridad, se trata de aprender a sucederle a las cosas y no permitir que las cosas nos sucedan, abandonando a la par toda seguridad supuesta que nos quiera dar la mente discursiva. “Despójate tú mismo de los harapos que ocultan ese tesoro. Ante los demás no te vanaglories de tu devoción”, leemos en el Shōdōka de Yoka Daishi. Conocer algo y, no obstante, afrontar la vida con la aceptación de no conocer lo que acontece en el ahora, nos lleva a soltar el enfermizo afán de control que nos inculcan desde pequeñas sobre las situaciones, personas y cosas. Actuar desde la actitud “nosé”, paradójicamente, nos hace empezar a saborear lo que hasta entonces no sabíamos con paladar propio y, ahí, la consciencia se expande como un resorte en espiral: Hacemos al ser, como al hacer: nos ocupamos. El dolor, la ansiedad o cualquier otra sensación se vuelve útil. El sufrimiento ni siquiera es invitado al Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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encuentro de la consciencia plena. Esta es nuestra verdadera naturaleza, por eso la cultivamos. El Dharma es la condición humana Las pasiones, el dolor y los conflictos humanos han sido siempre los mismos. Hoy, sin embargo, las brechas de inequidad son mayores, estamos separados por religiones e ideologías que creemos libertarias y el hábitat natural de la especie está desapareciendo tal y como lo necesitamos para coexistir. El avance industrial y tecnológico nos hizo entrar en el mercado de la individualidad desmedida y el consumo. Los ritos comunitarios de los pueblos originarios se desvanecieron. Las poblaciones que conservan sus costumbres y cosmovisiones espirituales son de un día para otro masacradas por militares. Todos estamos imbuidos en esta caldera de falsas creencias. Ninguna práctica por sí sola nos va a hacer darnos cuenta que somos realmente libres mientras no asumamos responsabilidades sobre nuestra propia vida y la de nuestro entorno: ni el Zen, ni los mil yogas, ni el boxeo, ni zumba, ni el mambo, ni la biodanza, ni la oración son suficientes. Las prácticas son vacías, son envases. Cada cual de nosotros, tal y como somos hoy, somos el contenido de las prácticas que incorporamos y emprendemos la marcha revolucionaria intestinal, ¡oops!, quiero decir, interior. En la mente ordinaria del Zen se es radical en reconocer que no es gracias al budismo que uno evoluciona, sino pese él. Esperar que algo externo nos permita viajar por la vida es irse por las ramas. Para quienes creemos en un ser superior, es relevante entender que mora dentro de nosotras y no fuera. Lamentablemente, en ciertas ocasiones, es bueno estar bien encaramados en las ramas para sentir el vértigo de la caída y reconocer esto mientras sanamos las heridas. El Zen no tiene nada que ver con la felicidad ni la infelicidad, mucho menos con el bienestar express y el éxito delivery. Hay mucha literatura que nos impulsa al éxito. No me jodan. Es importante aprender a perder. El Zen tiene que ver con la realización de nuestro destino de manera consciente, no con el éxito. El éxito es para una marca o un producto, nosotrxs somos personas. Por otro lado, buscar algo “especial” (léase: algo mágico) con el Zen se considera herejía e ignorancia. El Zen es un acto realista de sobrevivencia. El Maitre Kosen dice que el Zen es como una guerrilla silenciosa contra todo eso que mentalmente nos impide fluir hacia “una revolución interior”. El Zen es una experiencia que nos lleva a hacernos cargo de la propia vida y dejar Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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de culpar a otros o al “sistema opresor” por nuestro sufrimiento. Empujarse desde la consciencia corporal, conocer el plano emocional sin juzgarlo y templar el espíritu hacia quien realmente somos. Eso es el Zen. Yo viví mucho tiempo en una burbuja ideológica de tipo político, cuando me todo salir del gueto ideologizado me di cuenta que siempre había sufrido interiormente y escenificaba con las injusticias del mundo mi propio dolor. El activismo está bien, pero yo invito siempre a ir más allá hacia activismos conscientes y con límites saludables. Siempre aparece el dolor, siempre el bienestar. Ambos pasan. ¿Quién es el experimentador de este suceder? Muchas son las veces en que podemos elegir no sufrir, construir dicha, ir tras la dicha, edificar lo que nos hace bien, divertirnos, dejar ser a los demás tal como son. La mente ordinaria del Zen toma del budismo clásico lo esencial que hay que asimilar, a saber: existen cuatro leyes universales para todas las culturas humanas (es el Sermón de Benarés de las Cuatro Nobles Verdades): 1. Que la condición a la que se enfrenta el ser humano desde su nacimiento es el sufrimiento. 2. Que la raíz de este sufrimiento es el apego a lo impermanente o, bien, el rechazo al dolor (o, en general, apego y rechazo a lo que sea). 3. Que el ego, una mera construcción mental cargada de ignorancia y miedo en su mayoría constitutiva, es el bicho que alimenta los rechazos y los apegos que generan este sufrimiento. 4. Que la Vía para salir del sufrimiento es ir más allá del rechazo y del apego a través de las prácticas del Óctuple Noble Sendero (Dharma). La vida termina tarde o temprano por demostrarnos que estas cuatro leyes son totalmente vigentes en estos tiempos de post-capitalismo y ex-postmodernidad, son determinantes del ser humano. El Zen, si se le ve fríamente, no es una “espiritualidad” sino una estrategia de sobrevivencia realista. Siddhartha Gautama, antes que un gran maestro, fue un gran discípulo de la vida y aprendió con dolor estos asuntos. Siddhartha se frustró en su intento extremista por convertirse en un asceta del yoga de su época y, en fin, luego de ser rescatado por una amable prostituta que le dio techo, leche, arroz aguado y miel en su lecho de santón gravemente deprimido, sencillamente dejó de buscar la divinidad, dejó de buscar lo que sea y se sentó durante un buen tiempo a meditar en silencio sobre un almohadón que llenó de hojas secas. Se iluminó (es decir, dejó de buscar la iluminación). Buda significa “el que está atento y despierto”. Buda no es un personaje histórico. Buda es una actitud despierta ante la vida. En el Zen se habla mucho que tenemos naturaleza de Buda, es decir, naturaleza de seres despiertos. Cuando reconocemos la condición humana, estamos despiertos y empezamos a practicar para que nada nos nuble, para conocer qué somos realmente, qué es Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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esa mente parlanchina y qué es esa conciencia que la observa sin opinión. Quien practica para iluminarse, al parecer, no entendió el cuento de este libro de horas. Pero yo estoy cultivando paciencia. De hecho, escribo este libro de horas mientras me recupero de un accidente con un clavo que me atravesó el pie. Debo ir más lento por la vida y cuidar dónde pongo mis pies. Siddhartha Gautama cuando entendió que si nada permanece es estúpido aferrarse a algo, de inmediato propuso la Vía del Medio: ni ser santulones ascetas ni dejarnos arrastrar por los pensamientos de rechazo o apego que construye sin fin la mente y repercute en el mundo emocional. Esto no es más que entender, comprender que nada dura: ni tu dolor ni tu placer, ni tu enfermedad ni tu vida. Somos mortales. ¡Me harta la budología, pero al inicio puede darnos visión de contexto! La mente ordinaria del Zen aspira a desidentificarse de todo budismo religioso y doctrinal. Joko Beck es la mujer que se constituyó en paradigma en Occidente de centrarse en la meditación Zen y no agregar japonerías de m‫ؘ‬ás, ni doctrinas ni pajas ni inciensos ni muñecos de yeso ni kimonos ni kesas ni mantras. En Zen ahora, Joko Beck vuelve al asunto clave: lo que rechazamos se hace más fuerte y gigante; mientras que aquello a lo que nos apegamos en exceso, cuando desaparece, nos hace sufrir. Es simple. Pero cuesta desaprender lo que una sociedad enferma nos ha construido afectivamente. No se supera el apego apegándose a un nuevo objeto, incluido el propio Zen como objeto nuevo de nuestra avaricia espiritual, dice Joko Beck. Tampoco se supera el rechazo rechazándolo. ¿Quá hacer? Practicar. El arte de la indiferencia ecuánime nos hace ir aprendiendo a no tomar partido: eso es el Zazen. No significa que admitimos lo injusto, significa que interiormente no nos arrastran las situaciones, accionamos para evitar lo injusto sin ser arrastrados por las cicunstancias exteriores. Hay que practicar Zazen. El Dharma es ese arte y está contenido en la práctica de la Vía del Zen. Zen creativo Sospecho que el propósito de Siddhartha Gautama era acabar con las castas del hinduismo en India, ofreciendo la práctica de una especie de espiritualidad atea, laica y realista, socialmente comprometida, pero casi nadie le hizo la barra en su vecindario: era interpretado como un príncipe tonto que abandonó sus riquezas o como un asceta fracasado. Su familia, en cambio, respetó su opción de formar una comunidad de practicantes (Sangha), fue así que él promovió la práctica de simplemente sentarse a respirar (Shikantaza): lo hizo en cárceles, mercados, Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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zonas marginales. El budismo originario queda establecido en la base de “simplemente sentarse a respirar” y no dañar a los demás seres, luego se extendió a otras partes del mundo, entre ellas China y, luego, Japón. Existen muchas ramas de budismo en el orbe, abundan hasta el hartazgo y no es recomendable gastar el poco tiempo que tenemos de vida investigando sobre todas ellas: unas son religiosas, jerarquizadas hasta el miedo y muy eclesiales; otras idolatran imágenes del Buda y le oran a la estatua de palo como si fuera un dios; otras son meramente supersticiosas y las hay aquellas que son llanamente escuelas, así, escuelas de meditación y punto, al igual que hay escuelas de Karate o escuela de pintura: escuelas. El Zen es, de hecho, una escuela japonesa cuyas enseñanzas provienen de India y China. A su vez, se subdivide en otras escuelas. La que es más pragmática es la escuela Soto Zen: ésta evita contundentemente toda teorización doctrinal (incluyendo todo lo que se afirma o niega en este libro de horas, por ejemplo) y empuja a los practicantes, en primer lugar, a practicar y, en segundo lugar, a practicar, aunque siempre les da la opción también, si fuera indispensable, de practicar. Hablar sobre la práctica se admite con fines pedagógicos en el diálogo con el maestro (mondo), pero fuera de esto, hablar de la práctica es alimentar el ego, vanagloriarse. ¿No es eso un libro de horas finalmente? Abrazamos esta contradicción. El Maestro Dogen, patriarca fundador del Soto Zen, instauró las bases de esta escuela. Dogen viajó a China, conoció muchos monasterios del budismo Chan y a su regreso confesó la condensación más pura que se puede conocer de la mente ordinaria del Zen: “Fui a China, encontré un verdadero maestro y aprendí que los ojos son horizontales y la nariz es vertical. El que enseña es el Zazen. El Zen es no permitir bajo ninguna circunstancia que nada ni nadie, ni uno mismo, abuse de nosotros ni abusar de los demás”. Dogen fundó la mente ordinaria del Zen, aceptó en su Sangha a madres con duelos patológicos, prostitutas delincuentes, exconvictos, discípulos de toda naturaleza y su templo estaba abierto a la vida cotidiana secular. Con el tiempo, el Soto Zen perdió su laicidad y volvió a ser monacal y eclesial. Desde la mente ordinaria del Zen sostenemos que es fundamental conocer y empezar a practicar con la guía de un practicante laico, un monje que no sea santulón, una maestra de arte marcial o un maestro Zen que trabaje para comer. Una vez que se ha incorporado en la vida las prácticas meditativas, no nos resulta ya relevante seguir bajo la tutela de ningún maestro, no es saludable. Puesto que al final del día uno mismo es su maestro y nadie más está en nuestros zapatos. Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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Tomar lo que te sirve del Zen y el Dharma, desechar lo que no: eso sólo lo decide cada quien. Ese es el camino del Zen verdadero. “Zen viene a ser lo sensitivo frente a cualquier vaho extrasensorial. Es lo carnal ante la mera idea de puros espíritus”, afirma Alberto Silva. Lo de “laico” es un tema político dentro de la comunidad de practicantes, lo “laico” nos lleva a obviar la obediencia amaestrada y ser críticos con los empaques rituales. Cada vez más se está discutiendo el tema de la laicidad y libertad del Zen en América Latina, Estados Unidos y Europa. A la luz de los derechos humanos y en medio de tantos paradigmas emancipatorios en el mundo de la lucha por la justicia social y la educación horizontal, sólo un cultivo de una mente simple puede ser capaz de promover una fe creativa, sin dogmas pero sabia, sin apego a textos sagrados pero crítica para aprehender lo útil, basado en propuestas flexibles y en la experiencia que cada quien tenga en su propio medio, en base a sus talentos, tradiciones e imaginación creadora. Si asumimos que el Zen es un vehículo valioso, una estructura vital y no una religión, de forma laica desaparecen los linajes cerrados o, digamos, los linajes a secas, los pedigríes. Maestros como Kodo Sawaki, Taisen Deshimaru y Kosen Thibaut han promovido abiertamente la secularización del Zen. Pero principalmente Joko Beck, una verdadera maestra que quitó empaques étnicos radicalmente y los rituales innecesarios. En varias partes de América Latina habemos practicantes que promovemos el movimiento “Dharma para la ciudad” y el cultivo de la mente ordinaria del Zen. Creamos espacios de silencio meditativo en los que personas de distintas tradiciones compartan un lugar para la diversidad real y la práctica no religiosa. Prevenir el Zen adulterado Leer o hablar sobre el Zen activa el motor de la práctica por un tiempo, pero nunca hay que olvidar que es la práctica la que genera nuestra experiencia del Zen. Una vez iniciados en la práctica del Zen, su fuerza y su vitalidad más bien se unen al hecho de no hablar del Zen. Este libro de horas, por ejemplo, en mi caso, es una forma de no volver a hablar más de la práctica. Me interesa practicar en colectivo, pero no tengo nada que enseñar ni decir sobre ella. Nos conviene tener capacidad de crear nuestra versión personal del Zen, observar el Zen que ya existe encarnado en otras personas, usar nuestra imaginación y nuestra voluntad para liberarnos del sufrimiento estudiando el sufrimiento en sí mismo y ser responsables por nuestros actos. Siddhartha Gautama tuvo su camino, sus aciertos y desaciertos lo llevaron a Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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formular una Vía realista, la Vía de en Medio, pero nosotras partimos de sus enseñanzas más básicas, las cuales son prescindibles. Hasta ahí. Siddhartha no trabaja ni come por nosotras, no le duele el pie si se nos ensarta un clavo. Si nos gusta el hip hop, comemos tamales con queso de soja y hemos encontrado respuestas en la astrología maya y el anarcofeminismo, nuestra experiencia del Zen, si es honesta con nosotras mismas, sabrá convivir en armonía con nuestras creencias, valores y hábitos que ya tenemos. Empezamos la práctica y ajustamos las cargas que nos generan sufrimiento en el camino, nos liberamos poco a poco de prejuicios durante toda la vida, dejamos aquello que nos separa de la realidad del presente, todo aquello que nos vuelve compleja la mirada, pero hacemos una cumbia del Zen si es necesario bailar y gozar por la vida. El Zen es el Gran Vehículo, muchos hemos entrado en este vehículo, pero el Zen no es un destino. Quien vea en el Zen un destino tiende obviamente a un Zen religioso y monacal. Eso no me interesa. El destino lo construimos cada cual desde nuestro carácter, nuestros talentos, nuestras decisiones acertadas o no, nuestros vínculos nutritivos o destructivos. Puedo asegurar que el Zen se adultera cuando de vehículo pasa a ser destino. Es un riesgo muy alto que puede llevar a la psicosis. El Zen verdadero lo incorporamos armonizando el ritmo de vida de la cultura local del sitio en que vivimos y no tenemos por qué aislarnos del entorno. No debemos dejar de ser latinoamericanos para practicar el Óctuple Sendero. Dejar las raíces culturales y volver un robot japonés, lo siento: eso no es Zen, eso es ascetismo étnico, el extremo que hizo sufrir a Siddhartha Gautama. No repitamos los errores del budismo, tomemos sus aciertos críticamente. Si nos interesa incorporar algo del Zen en nuestras vidas y no todo, bien. Si no nos interesa en absoluto, genial. Sea lo que sea que decidamos, lo debemos hacer creativamente y, si no es así, mejor ni sigamos con este asunto y desechemos este libro de horas que ya me tiene harto a mí inclusive. Lo digo en serio: disfruto el ciclismo y nadar antes que hablar de estas pendejadas budistas. No importa si somos ateos humanistas, amargados pesimistas, católicos felices, depresivas artesanas, agresivos pandilleros, luchadores sociales cansados de lidiar contra la injusticia, así estamos cumpliendo una pena en la cárcel, si somos alegres vivanderas, hiperactivas pintoras, grafiteros ecologistas, monjes tibetanos, abogadas contra la violencia, machistas empresarios, lo que sea que seamos… La fe del Zen no se basa en dogmas de fe, se basa en perder toda certeza, conectar con la incertidumbre de la realidad del día de hoy y ser creativas en cada minuto: practicar Zazen es el Zen. La Vía del Zen es un entrenamiento de la conciencia observando a la mente para recuperar nuestra naturaleza despierta y desarrollar todo nuestro potencial dormido. La mente es un mono, la conciencia un observador inmutable. ¿Somos capaces de practicar Zazen y experimentar eso? De eso se trata. Nada más. Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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Practico trabajo manual o Samú desde 2005. Suspendí mi práctica un tiempo y la retomé incluyendo Zazen en 2012. Nunca recibí este tipo de consejos o precauciones y me ha tocado conocer polos y excesos que han moldeado finalmente mi carácter. Si el Zen empieza a convertirnos en un robot oriental, en una máquina holgazana o cualquier cosa similar, algo anda fuera de lugar. Si a partir de practicar empezamos a hablar sólo de budismerías, espiritualidad y dejamos el hip hop, el rock, el baile, el chinamo, el cine, los tamales, el humor, la jodedera propia de nuestra raíz cultutral, algo anda por la chingada… Es tiempo de revisarnos: si el Zen es algo que incorporamos para ser “originales” o quedar bien con alguien, estamos en un Zen plástico, un Zen venenoso y adulterado. El Zen celebra nuestra naturaleza humana, celebra que somos únicos y únicas, celebra la diversidad humana y nos reta a superar con el tiempo los bloqueos de nuestra creatividad, pero no nos merma ni merma a los que nos rodean. ¿Trascender espiritualmente? Escribo y hablo desde mí. Prefiero un ego integrado que se estime a sí mismo antes que trascender. Hoy en día está en boga ese reducto de New Age que nos dejaron los hippies. No me interesa perder el tiempo con gente que sonríe sin sentido y usa palabras altisonantes. Eso es engañarse. Mejor un ego básico: se quiere a sí mismo cada día más, conoce sus luces y sombras, es imperfecto. Ser alguien que cubre sus necesidades primarias y no las negocia ni en nombre del amor ni en nombre del Buda Tatagatha, eso es saludable. Como se ha popularizado, es muy consabido que el budismo plantea que el ego (la personalidad, la identidad) es una ilusión basada en el miedo y el deseo, que por tanto el ego alimenta la raíz del sufrimiento. Es cierto. Muy bien. Esto es obvio: el ego es una construcción psicológica sin noúmeno (no sé qué es exactamente “noúmeno”, pero lo usaba mucho Taisen Deshimaru en sus textos y lo leí en un menú de un bar de Managua que se lama El Panal y suena muy bonito como para decir que el ego no tiene substancia, es un fenómeno sin substancia). El ego es una impresión, pero esta impresión debe estar en favor nuestro. ¿No te parece? Pese a esto, es importante no cometer un peligrosísimo salto al abismo sin fondo de lo volátil: emprender la carrera por “trascender” el ego cuando nuestro ego es un ego autodestructivo, un ego que oculta su agresividad, un ego que traga enojos, un ego que esconde a sí mismo sus emociones intensas y no las integra ni transforma en algo nuevo, un ego minusvalorado e insano. Mejor crearnos un ego que no se juzgue, ¡en vez de transcender qué patatas! Somos seres espirituales explorando ser tierra consciente y no al revés.

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Ken Wilber, practicante laico del Zazen, advierte que en primer lugar debemos construir un “yo” que se respete a sí mismo, lo cual, para occidentales promedios, es acaso una tarea de toda la vida. Ahora, trascenderlo, como ya dijimos, es otra historia. Así que en la mente ordinaria del Zen se está a favor de un ego primario salvaguardado de trascendencias espiritualistas o místicas, resguardado con estima propia, construida con hábitos saludables, recuperando la intimidad arrebatada por el circo consumista de la sociedad hiper-tecnologizada. Amar nuestros límites, amar nuestras verdaderas emociones sin juzgarlas, en medio del inmenso océano de la impermanencia cósmica. ¿Es posible? Claro que sí. Pero, ojo: no le llamés “éxito” a esto. Arnold Mindell, a quien considero un Sensei en temas de trabajo interior y transformación de conflictos, escribe en su libro Sentados en el fuego: “Cuando trabajas en ti mismo o en alguno de los muchos conflictos que existen en el mundo, te das cuenta poco a poco de que la negatividad y la agresión son tan centrales en la naturaleza humana como el amor. Ser bueno o malo ya no parece un problema. Comienzas a pensar que el espíritu, o aquello que para ti sea el origen de la vida, es más que una simple colección de fuerzas opuestas; es el proceso del movimiento entre polaridades. Ya no piensas que estar ansioso o enfadado es un pecado, o que sólo los "malos" se dejan notar con su agresividad. Comprendes que todo el mundo es necesario para que la totalidad del proceso se haga manifiesta. Rezar o meditar sólo por la paz puede no servir para nada si no lo hacemos también por una mayor consciencia de rango (poder, privilegios de clase, grupo étnico, estatus económico), si sólo perseguimos una paz que ignora las injusticias que sufren aquellos que viven en la periferia de las posiciones de poder. Si nuestros sueños altos por la paz se limitan a ensalzar ésta, mientras se humilla y excluye a quienes tienen necesidad de mostrar su violencia, nada habrá cambiado. Mientras que otros critican la violencia y la soberbia a su alrededor, tú la aceptas como parte de la naturaleza. No es asunto de trascender, sino apreciar tu poder y usarlo constructivamente. Ya no te ves a ti mismo como un "facilitador", sino como un aprendiz, incluso un devoto de Lo Que Es. Si yo fuera un maestro Zen, mi koan para la resolución de conflictos sería comprender la frase: la lluvia sigue al sol. Las personas muy dadas a las experiencias trascendentes pueden llegar a ser muy elitistas. Es fácil olvidarse del rango de poder en el contexto de creencias religiosas o prácticas espirituales, más aún cuando estamos convencidos de seguir el camino del amor. La paz se valora tanto en los ámbitos religiosos que sus seguidores llegan a ignorar los conflictos que se provocan por pensar que otros son menos espirituales". La cita anterior no fue tan agradable, lo sé, se parece mucho a la vida real. No es mi propósito que alguien se culpe por sus privilegios, pero sí quiero generar consciencia de la necesidad de usar nuestros privilegios para practicar el Dharma. Es un reto diario para un practicante de la mente ordinaria del Zen convivir en una Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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sociedad con desigualdades sociales, brechas de género, discriminaciones de clase y etnia, privilegios de cualquier tipo, traumas de postguerra que arrastramos, abusos sexuales silenciados, vidas heroicas que sobrepasan los resentimientos colectivos, la solidaridad en medio del odio, la tranquilidad de la laguna. ¿Acaso no es eso Mesoamérica? No soy salvador de nadie, pero debo reconocer que esa diversidad está dentro de mí y no sólo afuera. Desde la práctica, me abro a la diversidad humana y recibo como regalo la sensación de identidad que sea lo menos autodestructiva y lo más aceptadora del hecho radical de que absolutamente nada es para siempre. Si buscás el Nirvana, criaturita, ya lo has perdido. La naturaleza búdica, esa consciencia que ve sin opinar ni juzgar, está bajo las capas de falsas creencias de la cultura y la crianza familiar, pero está en el fondo de nosotrxs. El ego primario debe ser inviolable, es una precaución para principiantes cuidarse de no caer en extremos. Si ya has llegado a la psicosis, el mismo Zazen, con sentido común realista y practicado sin ánimo de provecho podrá sacarte de ella. La psicosis es una oportunidad profunda de conocer la mente humana y sus mecanismos ilusorios. Por otra parte, la rabia y su expresión es parte normal de la vida. Si entrás a las mil prácticas del Zen, las prácticas meditativas te van a hacer conocer tu parte tierna y tu parte violenta. El Zen integra, por eso no rechaza, por eso no juzga, no opina, no es. El ego primario es nuestro niño interior y su eliminación constituye una desrealización pasivamente suicida, es lo que Federico Nietzsche llamaba el “ideal ascético”. El ego primario se construye sanamente desde la práctica de la mente ordinaria del Zen en base a nuestra creatividad y nuestros recursos propios, canalizando adecuadamente todas nuestras emociones intensas sin dañar a nadie, a ningún ser sintiente. Olvidarse de sí mismo Hay un olvido paulatino y sano de “sí mismo” que nos libera del sufrimiento. Hay personas que encuentran en el trabajo manual (Samú) este olvido sanador. Hablamos de dejar de autoreferirnos todo el tiempo: Yo hice, yo sufrí, me hicieron… Mi papá me cuenta de unos talleres de arteterapia que facilitaba hace muchos años en Granada de Nicaragua; pues recuerda que ahí conoció a un señor que padecía de un dolor emocional ubicado en el pecho. Cuando este señor pasaba dibujando gallitos con crayones o armando figuras con palillos durante horas, el dolor desaparecía: se olvidaba e sí mismo. Pero, cuando terminaba la sesión de arteterapia, el dolor volvía y, con ello, resurgía el sufrimiento (rechazo del dolor). Es una paradoja continua la práctica de Zen: sólo es posible olvidarse de sí mismo Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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observándose a sí mismo sin clasificaciones ni etiquetas ni valoraciones. No me es fácil, pero me hace bien la práctica para tener autoconfianza en mis percepciones sensoriales, para habitar el cuerpo. La postura del Zazen es la puerta hacia este despertar. Puede haber un despertar súbito en el que ya somos capaces de observarnos sin ubicarnos en la mirada del ego. No tengo ni idea, pero hay personas que afirman experimentarlo. Con lo único que contamos es con el presente y, en este presente, contamos con un cuerpo físico que siente. La práctica del Zen empieza por observar el cuerpo, lo que ese cuerpo siente, conocer su verdad, sus condicionamientos, abrimos poco a poco sus contracciones, observamos sus dolores sin rechazarlos, no juzgamos lo que encontramos, conocemos sus límites y los honramos. El resto de las prácticas, incluso la danza o el teatro o el trabajo, extienden las virtudes del Zazen hacia otros planos. Cada momento, estar presentes. Cada acción, estar presentes. Olvidarse del ego no significa destruirlo ni rechazarlo ni dejarnos pisotear, sino ignorarlo mientras observamos nuestra respiración, nuestra sensación corporal, nuestra postura, nuestras acciones, el entorno. El ego es un niño miedoso que habita en la mente que piensa (corteza cerebral). Si el ego siente dolor hay que dejarle que sienta dolor y permitirle llorar su dolor, si es envidia hay que dejarlo ser envidioso y dejarle ver que la envidia nos pecaminosa sino que hay algo nuevo que quiere aprender de los demás y tiene la falsa creencia de no poder hacerlo; si el niño siente odio debemos permitirle que lo sienta y darle espacios de seguridad para canalizarlo sin dañar a nadie en lo que sea posible; si es amor que lo que siente dejarlo ser; si es satisfacción o lo que sea, pues que lo sienta. No rechazamos nada, no nos apegamos a nada, canalizamos cuando tenemos recursos de canalización emocional y dejamos ser a la mente en el río eterno del pensar sin que nuestras acciones están determinadas cien por ciento por los pensamientos o las emociones. La práctica nos va educando y deseducando. A veces somos pacientes, otras veces no. No hay castigo. Observamos. Esta es una habilidad, es una autoeducación, aprendemos a no tomar partido por nada de primas a primeras, observar desde un punto de vista interior completamente nuevo. El sufrimiento cesa. Puede haber dolor, puede haber placer, pero el sufrimiento ha acabado. Disfrutamos de lo amargo y de lo dulce sin guerras ni elecciones. Empezamos hasta entonces a saber que no somos una ideología ni una religión ni un oficio, empezamos a participar de un proceso creativo junto con el universo y todas sus partes, el Orden Cósmico (que a veces se nos manifiesta como Orden Cómico) se manifiesta cuando quiere, surgen las sincronías que solemos llamar “casualidades”. Una mente atenta sólo a su egotismo no percibe esta danza sutil de la realidad.

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La compasión Una vez que se ha avanzado por un tiempo en la construcción de un ego básico que acciona en el mundo aceptando su mortalidad y su imperfección, viendo el día a día con consciencia plena y que cubre sus necesidades, mientras se defiende y se estima a sí mismo, ahí surge naturalmente la compasión: ésta nada tiene que ver con la lástima ni con ser “buena onda”. La compasión es el anhelo profundo de que todos los seres humanos (y seres vivos y no vivos del universo) se desarrollen en su naturaleza, se realicen y rompan el sufrimiento. Nos alegramos por los triunfos y la salud de los demás seres, compartimos las penas y el dolor de los demás seres, acompañamos desde la intención o desde la presencia o desde la acción, pedimos ayuda cuando la necesitamos. La compasión es una experiencia de sociabilidad mamífera, nos pertenece por naturaleza. Es algo así como empatía activa y ver las intenciones de las personas. Sin embargo, cada persona debe respetar los límites de su proceso respecto a ser compasivos. Después de ocho años intensos de trabajo social en materia de derechos de infancia y violencia de género, me quemé. Mi práctica del Zen me hizo reconocer mis límites y pasé repartiendo un tiempo la compasión con gotero y lupa en mano. La compasión en exceso es siempre caso clínico, es un veneno altamente letal porque conlleva al sacrificio personal en pro de una causa. El trastorno del quemado (“burn out”, en inglés), provocado en el fondo por la adicción al poder o el apego al arquetipo de “ayudador” y “salvador” es hoy una de las causas tradicionales de depresión severa por agotamiento en el mundo; su raíz es el exceso de bondad hacia los demás. Anselm Grün ha estudiado los procesos que llevan a una persona al síndrome del “burn out”, principalmente en el caso de activistas sociales o personas que tienen contacto con masas y sostiene que la única forma de sanar de este tipo de quemaduras es “eligiendo vivir la vida no vivida”, la vida que la causa social o el trabajo impedía vivir. Se trata de balances. Hay días en los que tenemos derecho absoluto de no ser compasivos y meses en que nos nace serlo. El Zen nos ayuda a desarrollar o despertar habilidades compasivas propias de mamíferos pero no debemos permitir que éstas se vuelvan un mandato de permanencia voluntaria. Tengo ganas de resumir un hecho contradictorio: a veces la compasión no es color rosa y será necesario por compasión dar un buen golpe a quien, por el daño que hace a alguien de menor rango de poder, lo merece. No somos superhéroes, es cierto, pero al menos yo, desde mi compasión por un niño o una niña, estoy dispuesto a quebrarle todos los huesos a un abusador sexual. Compasión y permisividad de lo injusto: ¿son compatibles? Quizá para algunos sí, para otras no. Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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Si la compasión te paraliza tu acción reivindicativa en tu entorno, tu Zen es religioso, basado en el miedo. Mushotoku es el verdadero secreto del Zen Mushotoku: esta expresión japonesa significa “sin meta, sin objetivo ni ánimo de provehco”. Todas las prácticas del Zen requieren el cultivo de esta actitud. Dijo alguna vez Kodo Sawaki que buscar algo especial con las prácticas del Zen es un acto de ignorancia que empeora el sufrir. Quien entra en el Zen buscando experiencias místicas, levitar, conectar con dimensiones astrales, desarrollar poderes mágicos, ha escogido una Vía equivocada. Es posible que todo eso exista, no tengo idea, pero lo que sí sé es que el Zen no tiene que ver con eso. Aunque sabemos que las prácticas influyen en nuestro temperamento cuando las hemos incorporado a nuestra vida, no es por estos supuestos “beneficios” (pasajeros de todas formas, como todo en la vida) que nuestra práctica se ve motivada. Practicamos por practicar. La práctica es ya el logro. Eso es todo. Es un secreto fundamental de la práctica del Zen: Mushotoku, sin espíritu de provecho. Las prácticas se hacen sin pensar en un objetivo. Simplemente, se hacen. Es muy famoso ese proverbio del Zen: “Cuando comás, comé. Cuando caminés, caminá”. Eso es Mushotoku. Al inicio, muchas personas se enfrentan al ego que quiere una ganancia inmediata, una utilidad, un resultado. En todo estamos educados por una expectativa de resultado, la sed de obtener recompensa en todo. Mushotoku es esencial para desaprender esa ansiedad. Las prácticas nos regalan resultados, obviamente, pero éstos no son objeto de nuestra atención y apego. Sin Mushotoku, el Zen es la más ridícula gimnasia del autoengaño y la base de la neurosis de angustia. El Sol no tiene como objetivo personal alumbrar, simplemente alumbra, simplemente es Sol. Su naturaleza es alumbrar. Poner atención en el objetivo de la acción y no en la acción misma nos roba muchas pequeñas experiencias de invisible valor, detalles que ni siquiera tienen palabras para sugerirse. Mushotoku es nuestra verdadera naturaleza. Observar animales silvestres es una escuela para la comprensión de Mushotoku. Un ave siente necesidad de construir su nido, pero no se aferra al nido mientras recoge la yesca: cuando presiona el trozo de yesca con su pico está haciendo eso: presionando un trozo de yesca y no construyendo un nido. La vida moderna nos ha robado esa naturaleza. Todo se hace tras un deseo y el deseo está en la mente (casa del ego). Esta bien tener planes, objetivos, metas. Pero mientras vamos tras el objetivo podemos estar perdiendo la vida misma. El proceso de simplemente hacer la acción se opaca por el deseo de lograr una meta y, entonces, el presente se esfuma. Draft document: Zen propio, Zen creativo. Ezequiel D’León Masís.

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El Zen nos invita a replantearnos la atención al momento presente desde los sentidos para reaprender o recordar que nuestra naturaleza es el presente en plenitud vacía: hacer las cosas sin apegarnos a un resultado futuro y sólo tener énfasis en el proceso, en una intención. Shoshin: el arte del asombro El término Shoshin significa “espíritu de principiante”. Es la capacidad de asombro mantenida cada día, es hacer las cosas como si fuera la primera vez que lo hacemos y llegar a creer verdaderamente que es la primera vez que lo hacemos. Si nos sentamos a meditar diariamente con actitud de aprendiz penetramos en la Vía del Zen y su flujo vital. Si cocinamos, si lavamos los platos, si componemos una canción, si nos defendemos de un abuso, si conducimos, si caminamos por la ciudad o por la comarca viendo, oyendo y sintiendo el entorno como si fuera por primera vez, pues bien, nos terminamos dando cuenta que hay nuevas cosas y que realmente todo es nuevo y diferente; hagamos lo que hacemos ya: enfocarnos en que el presente siempre es nuevo es una mirada de la mente ordinaria del Zen y podemos gracias a esto actuar de nuevas formas. ¿No es acaso esto la base de la creatividad? Nos sorprendemos de nosotras mismas. Aprendices siempre. La actitud de apertura de Shoshin se encarna en el cuerpo. Practiquemos Zazen con esta actitud siempre. Interdependencia y límites El cultivo de la soledad nos hace recuperar o, al menos, conocer nuestra intimidad. El aislamiento absoluto nos lleva a la pérdida de conexión con la realidad. Quien se aísla por más de tres años crea su propio infierno. Una vida sin vínculos, con dificultad, se sostiene. Habrá excepciones de seguro en alguna cueva del Tíbet. No sé. Somos mamíferos sociales, somos brasas de carbón que juntas formamos llamas creativas y el trabajo en equipo no es un método que usan los restaurantes de hamburguesas, es nuestra naturaleza. Unirnos, alearnos con otras personas que compartan intereses similares a los nuestros alimenta nuestro sentido de identidad en el mundo. Relacionarnos con personas que no tienen que ver con nuestros centros de interés, nos reta a conocer otras formas inusitadas del compartir. Nos necesitamos mutuamente. No somos islas, somos continentes y cohabitar es el mandato de nuestros cuerpos y afectos. Dependemos unas personas de otras, nos guste o no. Como en un ecosistema, nadie ni nada sobra sobre la Tierra. Necesitamos de cada existencia para sobrevivir.

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Gracias a que somos seres diferentes, diversas existencias, variables, cambiantes y vivos, la interdependencia es una aventura de conocernos en los otros: nos atrae de los otros algo que no hemos explotado en nosotras, nos da envidia en los demás algo que no estamos dispuestas a aprender, no da repelo lo que no queremos aceptar de nosotros mismos. Coexistir es una experiencia participatoria y no es necesariamente pacífica. Los vínculos se dan en la incertidumbre y tienen una razón de darse: es ahí donde ponemos en práctica el Dharma. Practicamos meditación para cargarnos de nuestra fuente nutricia y lanzarnos a la interdependencia del universo. Trazamos con ello las líneas de nuestro destino, la vida es un río de impermanencia. Esto conlleva aprender a marcar límites con el resto de seres humanos: no abusar ni dejarse abusar de nadie, como sugería Dogen. Gassho!

3. LINKS DE HOJAS PRACTICAS Sobre Zazen – Meditación sentada https://www.academia.edu/29194851/ZAZEN_-_guía_para_una_práctica_no_religiosa

Sobre 5 hábitos de la escuela de Dogen https://www.academia.edu/31586135/EL_ZEN_NO_ES_MAS_QUE_LA_VIDA_MISMA © SAMU – Habilidades Manuales, 2016. Managua, Nicaragua.

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