1859. La Conquista De Arauco (mercurio De Valparaiso)

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LA CONQUISTA DE ARAUCO (El Mercurio de Valparaíso, 24 de mayo de 1859)

La unanimidad con que toda la prensa ha puesto a la orden, como cuestión oportuna, la reducción de los indios araucanos y la conquista de los vastos territorios que poseen con mengua de civilización y con prejuicio de los intereses nacionales, nos induce a volver sobre una materia de que tantas veces se ha ocupado El Mercurio. En efecto, siempre hemos mirado la conquista de Arauco como la solución del gran problema de la colonización y del progreso de Chile, y recordamos haber dicho con tal motivo que ni brazos ni población es lo que el país necesita para su engrandecimiento industrial y político; y esta es sin duda una de las fases más importantes de esta gran cuestión nacional. Hemos dicho, y creemos muy fácil de probar, que no es la escasez de brazos la mayor de las necesidades que afligen a nuestro país puesto que, sobre una estrecha faja de territorio, en su mayor parte inculto o inhabitable, cuenta una población relativamente mayor que la de cualquiera de los Estados Sud americanos. El porvenir industrial de Chile se caracteriza, a no dudarlo, en la región del Sur, no teniendo hacia el Norte más que áridos desiertos que un accidente tan casual como el hallazgo de minerales ha logrado hacer célebres, dándoles más importancia que dista mucho de ser imperecedera. Natural, es pues que las miradas de la previsión se dirijan hacia esta parte, la más rica y extensa del territorio chileno. No se concibe, efectivamente, cómo es que nuestros gobiernos, pasando por alto sobre la indisputable conveniencia de asegurar el territorio de Arauco y de someterle, a la acción inmediata de las leyes de la civilización, han consentido en que una tribu bárbara e indomable, sorda a las predicciones del Evangelio e incapaz de plegarse a ningún sentimiento noble, permanezca a la puerta misma de nuestros hogares, como una perenne amenaza contra la propiedad, la libertad y el orden; y es un verdadero contrasentido, cuando no una ridiculez política, el que, en vez de limitarse a asegurar los ricos, territorios que esa tribu insociable sigue poseyendo hayamos llevado nuestras miradas hacia la región de las nieves. ¡Cuanto mejor empleadas, y de cuánto mayor lucro o hubieran sido las ingentes sumas que a la nación le cuestan la colonización de Magallanes, en la conquista y colonización militar del territorio de Arauco! No acusaremos, sin embargo, las patrióticas miras de nuestros hombres públicos al emprender aquella ardua cuanto estéril colonización; pero acusaremos su imperiosa o su desconocimiento de los antecedentes históricos al pretender que las tribus de Arauco 1

pudiesen ser jamás un elemento útil a la civilización, o que su reducción pacifica pudiese ser realizable; error que en nuestro concepto fue la causa de que la colonización militar o la conquista de Arauco fuese propuesta a la colonización de Magallanes. ¿Cómo desconocer, en efecto, después de tres siglos de experiencia, que el indio araucano es irreductible por los medios pacíficos, por la bondad del trato o por la predicación? ¿Cuál es el resultado que con ellos se ha obtenido en tantos años, que se practica este sistema? El araucano, lo mismo que el pampa, o que el pehuenche, es por naturaleza incivilizable, y lo comprueban los inútiles esfuerzos hechos para conseguirlo por los gobiernos chileno y argentino. Un ilustrado corresponsal de Valdivia decía el año pasado, dirigiéndose a uno de los diarios de la capital, lo siguiente, que creemos oportuno citar en apoyo de nuestras opiniones. “El indio es enteramente incivilizable; todo lo ha gastado la naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha quedado a la par de los animales de rapiña, cuyas cualidades posee en alto grado, no habiendo tenido jamás una emoción moral. ¿Qué ha producido en el indio el contacto con sus vecinos civilizados durante tres siglos? ¿Qué transformación de costumbres ha experimentado en tan largo período? ¿Qué influye en él la educación que se da a sus hijos? Nada, nada de provecho. El araucano del día es tan limitado, astuto, falso, feroz y cobarde al mismo tiempo ingrato y vengativo, como su progenitor del tiempo de Ercilla; vive, viste, come y bebe licor con exceso desde entonces; no ha imitado, ni inventado nada desde entonces, a excepción de la asimilación, si me es permitido expresarme así, del caballo, que singularmente ha favorecido y desarrollado sus tendencias salvajes. Siendo así, la prudencia nos aconseja no mirar impasibles el aumento de una fuerza que, sorda a todo clamor de humanidad, ajena a las exigencias de la civilización, solo puede causar trastornos y desgracias por el lado que desborda movida por sus instintos salvajes e incitada por la infame traición. Solo la fuerza puede doblegar al indio bajo el yugo de nuestras instituciones y obligarle a prestar sus fuerzas corporales, ya que no hay que contar con su inteligencia y moralidad para los fines de la civilización”. Las palabras que dejamos transcritas son el considerando mas brillante y justificado con que pudiera encabezar la nación su decreto de conquista sobre el territorio araucano. Pretender obtener por la persuasión y la propaganda, la dulcificación de las costumbres bárbaras del araucano, es pretender una quimera, es pretender la realización de un bello sueño de 300 años. Pensar en domesticar al indio poniéndole en contacto pacífico con el hombre civilizado, es otro bello ideal que solo puede tolerarse a las dilataciones generosas del sentimentalismo y de la poesía. ¿Cómo acercar sin peligro los hombres a las fieras, la población pacífica e industriosa al bosque donde se albergan la ferocidad y la barbarie? Sin seguridad y propiedad, no hay asociación posible. Dad territorios y tendréis luego población. 2

Aniquilad, extirpad la barbarie y tendréis en lugar suyo a la civilización; pero es preciso antes imposibilitar la reaparición de aquel elemento destructor. Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género; y una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización. Persuadidos de esta verdad, nuestra opinión, es, pues, que nuestro gobierno debe acometer cuanto antes la conquista del territorio de Arauco, no solo como una exigencia de la situación actual y como un legítimo castigo de la conducta observada recientemente por esas hordas de bárbaros, sino también como una medida reclamada por las conveniencias del porvenir. Dejando para otro artículo la emisión de nuestro juicio sobre la manera más acertada de emprender esa grandiosa obra, nos limitaremos a repetir lo que en noviembre del año anterior decía El Mercurio a propósito de esta misma cuestión. “Someter el territorio de Arauco o reducir a la obediencia a sus bárbaros moradores, sería hacer triunfar la causa de la humanidad, extender el horizonte de nuestro porvenir industrial y político y llevar a cabo la más grande obra que hubiésemos podido acometer desde la época de nuestra emancipación. ¡Qué empresa más gloriosa, que ocupación más digna para nuestro valiente ejército que la de estrechar y reducir a esos bárbaros, en nombre de la civilización, afianzando para siempre la tranquilidad de nuestras provincias del Sur, y conquistando para el país esos ricos y vastos territorios”.

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