Ateo En El Nombre De Cristo

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ATEO EN EL NOMBRE DE CRISTO Yo soy ateo… en el nombre de Cristo… «¡Nah!» pero no me gusta la palabra ateo más bien, soy cristiano… porque Dios no existe «pero a ver». Para empezar: ¿cuál Dios? y ¿a qué me refiero con existir? Miren, yo respeto; no vengo aquí a meterme con las creencias de nadie, pero antes de que me digan que “abra la Biblia” «bueno, abrámosla», porque ahí claramente dice que Cristo no era una figura religiosa sino un rebelde, un hombre libre que un día se fue el desierto encontrar su lugar en el universo, y regresó para destruir su propia religión y morir por sus ideas. “Tienes un minuto para hablar de Cristo”; déjame contarte cómo es que una filosofía de amor y paz, se convirtió en el rostro de tantos horrores. Vamos a ver por qué Jesucristo de Nazaret haya existido o no, es el pensador más importante de la era moderna, y también el menos comprendido. [ * * * ]

EL ANTIGUO TESTAMENTO Para entender a Jesús primero tenemos que revisar lo que leía: el Antiguo Testamento, éste es un libro muy raro porque en realidad son varios libros, escritos por muchos autores editado casi al azar durante miles de años y compilado por un comité; pero todos juntos cuentan una historia “no menos, como cinco”, «bueno» ésta (Cantar de Cantares) no es una historia, es un poema de amor y sexo «y por eso, tiene nuestro sello de aprobación». La primera historia es el Torá (o Pentateuco: Géminis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio): la historia de cómo Dios hace la humanidad, elige un pueblo y le da sus mandamientos; «pero haber» ¿quién es éste Dios del que tanto hablan? «¿era el señor de barbas que sale en Los Simpsons?¡Eh!, probablemente no». Esta es la mitología de pastores nómadas; pero no eran tontos «mira». Los griegos decían que “los humanos somos los juguetes de los dioses” porque existimos a merced de fuerzas más grandes que nosotros; en su ira veían al Dios de la guerra (Ares), pero las batallas las decidía Fobos, el Dios del miedo. Y luego está la Tierra que da vida, el Sol que da calor; todas las fuerzas que trascienden al ser humano, dentro y fuera de su corazón eran identificados como dioses. Pero éstos no eran superhéroes, ni siquiera eran personajes; más bien eran metáforas para representar aspectos del mundo que la humanidad aún no entendía muy bien. El gran descubrimiento del pueblo de Israel, fue que estas fuerzas eran caras del mismo dado «¡hjm hjm! Nerds» y a este principio unificador le dieron el nombre de Yahvé (Jehová) y ¿por qué eran el pueblo elegido?, «‘pus» pues porque nadie

más sobrevivió. El historiador Will Durant describe así la geopolítica del área donde surgió esta tribu: “El cercano oriente en los años de Nabucodonosor habría aparecido un océano en el que vastos enjambres de seres humanos se movían en la agitación formando y disolviendo grupos, esclavizando o siendo esclavizados, comiendo o siendo comidos, matando o siendo asesinados, sin fin. Detrás y alrededor de los grandes imperios Egipto, Babilonia, Asiria Persia. Florecieron esta mezcla de pueblos entre nómadas y sedentarios: Cimmerios, Cilicios, Capadocios, Bithynios, Ashkanios, Mysianos, Mæonios, Carianos, Lycios, Pamphylios, Pisidios, Lycaonios, Filisteos, Amoriteas, Canaanitas, Edomitas, Ammonitas, y otros cien pueblos, cada uno de los cuales se consideraba el centro de la geografía y la historia, y se hubieran asombrado ante el prejuicio ignorante de un historiador que los reduciría un párrafo” En este mar de tribus y pueblos, uno creería que la gente más fuerte y brutal sería la que dominaría, pero resulta que esas sociedades son inestables; el pueblo de Israel sobrevivió gracias a sus mandamientos, ¿qué son éstas? sino diez reglas para vivir en comunidad, sin asesinarse unos a otros. Probablemente Sodoma y Gomorra tenían sus propios mandamientos, pero… ya todos sabemos lo que les pasó. Intervención divina o no, fue casi selección natural; Dios hizo a la humanidad, la humanidad descubrió a Dios y luego escribió reglas para no extinguirse, muchos pueblos hicieron lo mismo, pero éste fue el que sobrevivió. Luego viene la historia del pueblo de Israel (Desde Josué, hasta Macabeos), en estos libros se narra lo que ocurre después de que esta tribu de pastores encontró tierra fértil, y fundó la ciudad de Jerusalén, ganaron un par de batallas, dominaron el

área y se hicieron del poder. Pero con el poder, llega a la riqueza, y con la riqueza el orgullo; y ahí es cuando un profeta les dice: “¡oye! no estás siguiendo las reglas que han mantenido a nuestra tribu con vida durante miles de años” y a veces el rey, a veces el pueblo, seguros de sí mismo, porque controlan un cachito del mundo conocido, le dice: “¡Hay ya, déjame, Dios no existe!” y el profeta les dice: “O.K., sigue así… vamos a ver qué pasa”. Y lo que pasa, es que el pueblo de Israel se corrompe: primero se debilita desde dentro y luego la sociedad colapsa, el templo es destruido, la población esclavizada, todo se va al diablo. Pero los tiempos duros, hacen a la gente humilde y la gente humilde crea buenos tiempos, las nuevas generaciones recuerdan el principio unificador, siguen las reglas que ya les habían funcionado durante miles de años y poco a poco reconstruyen lo que tenían, vuelven a escalar hasta la cima del poder, y ¿qué ocurre?: que los buenos tiempos crean a gente orgullosa y la gente orgullosa lo arruina todo. En palabras de Voltaire: “la historia está llena del sonido de zapatos de madera que suben y sandalias de seda que bajan”. Otra vez la riqueza corrompe al pueblo, otra vez un profeta les advierte, otra vez la gente y el rey lo ignoran, y ¡pum!, otra vez reina el caos, esto ocurre seis veces en la Biblia: orden, corrupción y caos, orden, corrupción y caos, pero “¿echando a perder se aprende? ¿no?” Durante miles de años el pueblo de Israel, trató de construir el reino perfecto, pero nunca lo logró, siempre había algo fuera de su lugar. La historia tiene un final triste, al final Babilonia los conquista, el templo es destruido, y los pocos que escaparon de la esclavitud o la muerte, son obligados a vivir en el exilio.

La siguiente historia es la de los pobres que vieron venir la catástrofe: los profetas (Desde Isaías, hasta Malaquías). Aquí los sabios de Israel tratan de explicar lo que llevó a su pueblo a la perdición, entre los males identifican: la corrupción de los poderosos, los profetas a sueldo, la esclavitud de los pobres, la indiferencia de los ricos, el orgullo y la idolatría, “y la idolatría” «¿se oye como magia, no?», pero ¿qué es la idolatría? sino la fragmentación de una tribu unificada, que solía colaborar en muchos grupos, que ahora compiten, esto no es simple superstición, esto es una promesa, éste es el testimonio de un pueblo que fracasó, un Estado fallido «si gustas». Así es cómo muere una nación, y ¿qué hacer al respecto?, ni los profetas sabían; mira cómo acabaron: en el exilio, derrotados, en espera de un Mesías: lo perdieron todo, no tenían ni a su tierra natal; no tenían más que sus historias, y no necesitaban nada más. Fue en este periodo de humillación que recolectaron miles de años de tradición oral para escribir los libros de la Sabiduría (o Sapienciales). En estos tres libros tratan de explicar (Proverbios, Eclesiastés y Job): ¿de qué se trata la vida? y ¿cómo llevar una (vida) digna? El primer libro, Proverbios (junto con Sabiduría y Eclesiástico): es como el maestro optimista que te da consejos para llevar una buena vida: “haz ejercicio” “come frutas y verduras” «no hables de proverbios, si no te acuerdas de cómo iban», pero no son pura opinión, todos estos consejos son maneras de actuar de acuerdo a la fuerza fundamental que según ellos, le da forma al mundo: la sabiduría. Ésta es la fuerza que recompensa al justo y castiga al pecador, y la mejor manera de seguirla es tenerle miedo al Señor «(de la tienda) no, al otro, ése (Dios) o bueno», eso decían los judíos.

Pero no eran tan ingenuos, porque luego viene Eclesiastés, éste libro es como un viejo cínico que le responde a Proverbios, que la vida no es tan simple: muchos pecadores se salen con la suya y la tragedia cae sobre el justo todos los días. La vida, dice Eclesiastés es “hevel”: humo que parece sólido, pero se desvanece entre tus dedos en cuanto tratas de agarrarlo; tu familia, tu carrera, tu nación, «tus… pokemones», todo es hevel, e igual que el humo, cuando estás muy inmerso en él, es difícil ver claro hacia dónde vas. Eclesiastés nos recuerda que el mundo es viejo, muy viejo: ¡ve! y sube a la cima de esa montaña, a ver si le importa; ella ha estado aquí mucho antes que nosotros y aquí seguirá mucho después de que nos hayamos ido. Lo único certero en esta vida breve determinada por el caos, es la muerte; y el único modo de lidiar con la fugacidad de la intrascendencia de nuestra existencia, es aceptarla, dejar de controlarla, porque no podemos y simplemente disfrutar de los regalos que nos ofrece el presente «este libro le habría encantado al Buda». Y para aterrizar estas dos ideas en una historia concreta: llega Job. Éste era un hombre bueno, tenía miedo del Señor, se sabía los Proverbios y los seguía al pie de la letra «todo eso». Job tenía una bella familia, una gran casa, ganado, riquezas, todo; pero un día un ángel (Satán) le dijo a Dios: “¡Nah!, este men no te ama, él ama la vida que le has dado, pero quítaselo todo y mira cómo te maldice”. Y así «sin deberla, ni temerla» Job lo perdió todo: se robaron su ganado, se incendió su casa y él dijo: “no hay ‘pedirijillo, Dios es justo”, se murieron sus hijos y Job muy paciente decía “no hay ‘bronquirijilla, eso es sólo un…” ¡le salieron llagas! ¡pobre Job no tenía ni su salud!, lo perdió todo y a todos; y con la fe

que le pendía de un hilo, voltea al cielo y preguntó: “¿qué pasó? ¿no que muy justo?”, pero Dios no respondió. Y llegaron unos amigos suyos, muy sabios a tratar de explicar los males que sufría Job; pero aquí Job nos recuerda algo que con frecuencia olvidamos: no todo en esta vida pasa por una razón, no todo tiene una explicación, algunas tragedias simplemente no tienen sentido. Pero Job insistió, y Dios bajó y le mostró la infinita complejidad del universo, desde el Sol y las estrellas, hasta las hormigas bajo tierra: todo era obra de Dios; y luego le dice: “¿quién eres tú para pedirme razones?” ¡y se va! y Job se queda sin una explicación para sus dolores. Ahora, la interpretación más común de este pasaje, entre los sabios judíos, súbditos de una monarquía y acostumbrados a la autoridad patriarcal, era: que Dios le decía a Job: “¡no me cuestiones, yo soy el jefe!”; que desde nuestra perspectiva mortal somos tan pequeños que nuestros dolores y tragedias parecen no tener sentido; pero que, si nos alejamos, todos ellos juegan un papel crucial en el perfecto plan de Dios, «ni modo Job», el plan perfecto de Dios, imaginado por seres imperfectos, no explica tu tragedia; es más, la justifica. Pero hay una interpretación más bella: que Dios mismo estaba confundido, que le dijo a Job: “¿quién eres tú para pedirme razones?” como diciendo:” yo hice el universo y ni yo lo entiendo”; y Cristo «que era muy listo», también vio esta contradicción, porque él se imaginaba a éste Dios de contradicciones, superado por su propia creación, que en su infinita bondad había fabricado un cosmos lleno de maldad. Éste Dios paradoja al darse cuenta de su propia imposibilidad: mira el centro de la moledora de carne que ha fabricado…

agarra valor… y se lanza… a ver qué pasa… a ver si puede arreglarlo…

EL NUEVO TESTAMENTO Dicen que cristo es Dios hecho carne, pero es todo lo contrario, él es la carne que se supo Dios. Era un absoluto don nadie: un judío pobre, nacido en un pesebre, bajo el yugo del Imperio Romano, heredero de un pueblo derrotado y que vivía esperando un Mesías o un rey guerrero que derrotara a Roma y le devolviera a su pueblo su antiguo esplendor. Cristo no era ni rey ni guerrero, pero leía; y leyendo, se enteró de todo lo que sus antepasados ya sabían. Y luego se fue al desierto a averiguar que se equivocaban: ni Dios ni el pueblo elegido existen, el reino perfecto es imposible, el Mesías es quien sea que tenga el valor de serlo, y la realidad… bueno, el mundo si es hevel, pero a la vez no. “Yisus” era bien punk, luego de resistir las tentaciones del cuerpo, descubrió en la agonía del desierto una solución para ese miedo primordial con el que nacemos todos los seres humanos: el miedo a la muerte. Como escribe Ernest Becker “ése es el terror: haber nacido por nada, tener un nombre, conciencia de uno mismo, profundos sentimientos internos, una excruciante necesidad de vivir y expresarse… y con todo esto, morir. Parece una estafa ¿qué clase de deidad haría tan compleja y deliciosa comida para gusanos?” Pero, qué tal que estos gusanos fertilizan la tierra, a donde nacen las plantas, que se comen los animales, que

después cazamos, y en este ciclo de vida y muerte nada se pierde. ¿Cómo descubrió Cristo que era el hijo de dios? probablemente tuvo un momento de iluminación, un instante de conciencia cósmica; en el hinduismo le llaman Nirvana, en el budismo Zen le llaman Satori, Sigmund Freud le llamaba “sentimiento oceánico”. Y es el estado de conciencia de un niño antes de desarrollar el yo, es lo que ocurre cuando se disuelven las barreras entre tu ego y el mundo a tú alrededor; cuando descubres el universo como un proceso orgánico, interdependiente, del que no estás separado, tú eres parte de este proceso. El razonamiento de Cristo era muy simple: si este principio unificador está en todas partes… entonces, también está en mí; pero, si está en mí, no me hizo... soy; pero, si yo soy… entonces, también tú; y si tú también eres, y si todos somos… entonces yo soy tú; pero en esta vida, y tú eres yo, pero en aquella sin importar quién seas: el prójimo «que le llaman». «Y mira» Cristo no sabía qué hace 14 mil millones de años antes del tiempo, antes del espacio; tu materia, y la suya, y la mía, estaban condensadas dentro de un puntito infinitamente pequeño, que se expandió y creó el hidrógeno de las estrellas, en cuyos vientres se cocinaron los elementos que nos darían vida. Él no vio cosmos, pero viendo dentro de sí mismo, adivinó que él era el hijo de Dios y… ojalá hubiera leído más teología, para darle un título menos pomposo: “hijo de Dios” «¡viejo payaso!».

Se hubiera enterado de que los Upanishads, miles de años atrás, el hinduismo ya se había escrito que: “todos somos hijos de Dios” pero no usan la palabra “Dios”, ellos usan “Bráhman” que no es un creador y un patriarca, es el Alma Universal, el Actor Cósmico, que actúa a cada papel en el universo, y que interpreta a ti, y juega a ser yo, y al hacerse pasar por todos, todos compartimos un alma «muy bonito». O se habría enterado del Tao, que es la Sustancia Eterna del Universo, sin rostro, sin autoridad, pero que fluye en nuestro interior; y aún, sin actuar a través de él, todo se hace. O se habría enterado del Shuniáta, que según el budismo mahayana, es la Nada: la absoluta nada de la que todo emerge; y que crea estructuras tan complicadas, que en sus puntitos más diminutos creen tener consciencia, pero al final no hay un algo que posea una esencia individual, todo viene de la nada. «Bueno»,se hubiera esperado dos mil años para enterarse de que. fuera del planeta lo que percibimos como espacio vacío, es en realidad campos de fluctuación cuántica en perfecto equilibrio; pero que, el ser excitados crean 17 partículas elementales que componen toda la realidad que podemos percibir “el Modelo Estándar”, «que le llaman». Pero “Yisus” sólo tenía la mano la teología judía, y la única metáfora con la que pudo expresar su descubrimiento fue: el hijo de Dios, pero no solo él era el hijo de Dios, todos lo somos «¡y yo sé!, suena como magia hippie», pero creo que podemos concederle un punto a Cristo. Que si yo tuviera tu vida: tus padres, tu educación, tus memorias y cada una de tus experiencias, yo sería idéntico a ti «quizá más bajito»; y si tú

hubieras tenido mi vida, me temo que serías tú el que cree en estas ideas. Yo soy tú en esta vida, y tú eres yo en aquella, seas quien seas. Y aunque no le creamos a su teología, mucha gente si le creyó; y eso tuvo consecuencias políticas muy graves, porque «mira» este señor también decía ser hijo de Dios, pero él solito, porque él no era un judío pobre de Belén: él era César Augusto, emperador de Roma. Un día le llevaron a Cristo una moneda con su cara y le hicieron una pregunta: “¿debería pagar mis impuestos?” éste era una trampa: porque si Cristo decía que sí, admitía que él César era el verdadero hijo de Dios; y si decía que no, admitía ser un rebelde, y lo podían ejecutar por tradición al imperio. “Yisus” que era muy listo, sólo le dijo: “(dad) al César, lo que es del César (y a Dios, lo que es de Dios)”. Si tú crees en el César que le da valor esa moneda, ése es tu Dios, págale; pero, si tú crees en el Dios, en el Tao o en lo que sea, el cosmos no te pide dinero, sólo dale lo que él te dio: que es todo tu ser. Y con estas ideas hippies, Cristo subió un monte donde dio a conocer la regla de oro: “trata a los demás como te gustaría ser tratado”. Y además le agregó otra regla al manual de usuario de su tribu: “un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” «–¡a menos que seas joto! –, ¡que no!¡a todos!». ama a tu prójimo como a ti mismo, especialmente tu enemigo. ¿Por qué amar a nuestro enemigo? ¿por qué no mejor patearlos en la cara? «pues» porque miles de años de historia nos demuestran que el mundo ya está lleno de odio, el mal no

necesita nuestra ayuda, de por sí la vida ya es difícil, pero no importa lo terrible que es una situación, siempre hay algo que podemos hacer para empeorarla; si queremos mejorarla, el único camino es la compasión. Mi enemigo no es un monstruo (Donald Trump), ahí donde lo ves es sólo un ser humano; si yo tuviera su vida, quizá sería peor; si él tuviera la mía, quizá le iría mejor, el odio no va a corregirlo, sólo lo hará responderme con más odio. ¿Qué tal si él fuera yo? ¿Qué tal si funcionáramos igual? porque cuando miro dentro de mí, me doy cuenta de que mi maldad es solo testimonio de mi miedo, de mi vulnerabilidad, de lo profundamente humano que soy; y como humano, estoy lleno de defectos, pero como dijo Aristóteles: “la virtud es el punto medio entre dos vicios: entre el exceso y la carencia” “¡No me regañes!¡edúcame!”, así entrenan a los animales con reforzamiento positivo: cada vez que una de mis carencias se sane y uno de mis excesos se mida, dame amor, poco a poco me convertirás en mejor persona. Funciona con perros y también con seres humanos; y así, en lugar de inmolarnos unos contra otros por nuestros defectos, nos ayudaremos a alcanzar nuestras virtudes. O mejor aún, qué tal si antes de ir a pelear contra la paja en el ojo del prójimo, primero arreglas la viga en el tuyo, todos tenemos la fuerza para enfrentar los problemas ajenos «¿sí o no?» pues, ¡ten valor y arregla primero los tuyos!, o como dijo (librerías) Gandhi «¡no! el otro» (Mahatma): “sé el cambio que quieres ver en el mundo”.

Por eso Cristo defendía a los pobres, a los pecadores, a los enemigos del pueblo de Israel. En cada ciudad a la que iba: organizaba banquetes, armaba comunas, grupos de gente que vivían en comunidad y tenía la intención de esparcir el mensaje de amor incondicional al prójimo por todo el mundo. Luego viajó a la capital del judaísmo, Jerusalén; para llevar la buena noticia: todos somos hijos de Dios, nuestras peleas son imaginarias, de ahora en adelante nos amaremos los unos a los otros y así, todos seremos mejores personas ¿qué es lo peor que puede pasar? Y pues nada… lo mataron, hasta la aristocracia judía se dio cuenta de que el amor incondicional al prójimo podía voltear de cabeza el mundo en el que se sentían tan cómodos, un mundo que dependía del odio y el miedo mutuos. Mataron a Cristo en la cruz, donde mataban a los rebeldes, el mismo instrumento donde colgaron a los gladiadores de Espartaco para darle una lección al resto del mundo: “esto le pasa a los que buscan derribar al imperio (romano)”.

adelantaron Nietzsche, tu generación no mató a Dios» porque Yahvé, el Dios de los judíos, ése que tenía un plan perfecto y le daba sentido a nuestros dolores murió en la cruz. Desde entonces estamos solos, desde que Cristo descubrió que no hay un más allá, no hay un plan perfecto, el mundo es lo que hacemos de él, porque tú eres yo, y yo soy tú, y no hay nadie más para salvarnos. Ya no basta con confiar en Dios, si quiere existir, Dios tiene que confiar en nosotros; o cómo dijo el predicador y teólogo alemán Thomas Müntzer “El cielo no es de otro mundo, está en esta en la vida. Y la tarea de los creyentes consiste en establecer aquí, en esta tierra, el reino de Dios” Y esta idea se hizo clara tres días más tarde: mientras algunos seguidores de Cristo escapaban de Jerusalén se encontraron a Jesús, pero no lo reconocieron “¿cómo de que no? ¿si habían vivido tantas aventuras juntos?” «¡ah!» pero más tarde, mientras partía el pan, en ese acto de comunión fraternal, vieron la acción del Espíritu Santo.

Y aún en sus últimos momentos, Cristo nos revela la verdadera naturaleza de la ideología: cuando un soldadito romano lo está torturando y él dice al cielo: “perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”, pero no dijo eso de Pilatos, ni de Herodes, ni del sistema que operaba detrás de las acciones del soldadito: ese pobre diablo cegado por su ideología creía que estaba haciendo lo correcto. Y entonces ocurre algo inaudito, algo que no vas a ver en ninguna otra religión.

El cristianismo primitivo es una teología bellísima: primero está el Padre, el principio unificador –el Tao si quieres–; luego está el Hijo, que representa al individuo; y luego está el Espíritu Santo, que vive a través de la comunidad, en el amor incondicional hacia el prójimo. Y ése es el Dios del cristianismo original: la Trinidad, no hay uno sin el otro, “es uno para todos y todos para uno”.

Antes de morir, Cristo exclama: “Padre ¿por qué me has abandonado?” con su último aliento, Dios se vuelve ateo «se te

«¡Hjam hjam! muy bonito» pero… ¿y la inquisición? ¿cómo es que esta Teología de la Liberación se convirtió en el pretexto de tantas guerras, y torturas, y masacres, y motivó a millones de

norteamericanos a votar por Donald Trump? «¡ahh!, pues», pasó lo mismo que siempre ocurre: política; dos mil años de “teléfono descompuesto” nos dieron la cristiandad y como dijo Søren Kierkegaard: “Es muy difícil ser cristiano. Nuestro sistema es una cristiandad, y la cristiandad es la contradicción del cristianismo”.

unas más pacíficas que otras, y cuando alcanzaron el 10% de la población romana, el emperador ordenó que se les persiguieran.

LA CRISTIANDAD

Pero vino una guerra civil, una de tantas; en el año 312, en la batalla decisiva (del puente Milvio) el general Constantino tuvo una visión: si pintaba las primeras letras del nombre de Cristo (en griego) en los escudos de sus soldados, dominaría el campo de batalla. Probablemente sólo recibió el apoyo de una gran facción cristiana, el punto es que: Constantino ganó la batalla, se volvió emperador y los cristianos obtuvieron libertad religiosa en el imperio.

66 años después de la muerte de Cristo, los judíos se cansaron de esperar al Mesías y empezaron una revolución, que acabó muy mal para ellos: Jerusalén fue saqueada, el templo destruido, y a los judíos los obligaron a escapar, a vivir en diáspora; otra vez lo habían perdido todo, pero ahora tenían una nueva historia. Esto obligó a los seguidores de Cristo a tomar una decisión: seguirían siendo judíos o serían algo más. El cristianismo tenía dos grandes ventajas sobre el judaísmo: una era que estaba abierta a todo el mundo, eso significa que… «¡Hjm hjm!... ¡así es señoras y señores!», estamos hablando de circuncisión; la segunda era, que el Apóstol Pablo era ciudadano de Roma, lo que le permitió predicar por todo el mundo conocido, «¡Psst!» excepto el Imperio Sasánido. Y cuando hablaba del fin de los tiempos y del Reino de Dios en la tierra, lo hacía en un Imperio Romano que ya estaba en camino de desmoronarse, donde las condiciones de vida empeoraban tan rápidamente que sí parecía el fin de los tiempos. Por todo el imperio surgieron comunas cristianas:

Éstos no eran religiosos normales, eran fanáticos. Cuando un cristiano era llevado a juicio, generalmente le daban a elegir: puedes darle una ofrenda simple al emperador cualquier cosita y te dejamos ir, o no le des nada y te echamos a los leones; y entre su vida y la fe, la mayoría escogía la fe.

La antigua ciudad de Bizancio se transformó en Constantinopla: la primera ciudad cristiana del Imperio Romano; el emperador se convirtió en la nueva religión y de pronto, el 40% del imperio se había transformado al cristianismo; pero antes de hacerlo oficial había que hacerle unos cambios. Tres siglos de cristianismo habían producido sectas que no lograban ponerse de acuerdo, así que el emperador los juntó a todos en el Consejo de Nicea, donde decidieron cuales libros entrarían a la Biblia y cuáles no. Y… otra cosita: ahí decidieron que Cristo era de la misma naturaleza del Padre, pero el Padre es superior «¿y eso que?... ¡Ahh!» pues que antes, Cristo era un judío pobre, un ser humano igual que nosotros, ahora es un semidiós, Cristo quiso

introducir la democracia en el Reino de los Cielos y Constantino se aseguró de que la religión siguiera siendo una monarquía. En el arte bizantino, Cristo es representado como un rey, con una corona de oro, a pesar de que Cristo nunca fue rey, siempre fue pobre; pero la población de Bizancio acostumbrada a la riqueza no podía concebir la divinidad sin el oro. El gran logro de la Iglesia en Roma fue institucionalizar la culpa: porque la religión que ellos construyeron se trata de seguir los pasos de Cristo, pero ahora él es un semidiós, se convirtió en una religión imposible, y ahora Dios no estaba en tu interior sino en un templo, y ahora no podías hablar directamente con él, sino a través de uno de estos señores (sacerdotes). Y todos estos mecanismos de control resultaron tan efectivos que la Iglesia sobrevivió al colapso del Imperio Romano «¡Psst!» Occidental. En las provincias romanas donde antes iba el ejército a cobrar tributo, de pronto dejó de ir; pero también dejaron de ir los ingenieros que les daban mantenimiento a los caminos, a los acueductos; y poco a poco la Iglesia se hizo de las funciones que antes eran del imperio; no tanto por ambición de poder, sino porque «‘pus» sin acueductos no hay agua. Las tribus y reinos bárbaros de Europa se repartieron las tierras del antiguo Imperio Romano, pero la Iglesia controlaba algo aún más importante: sus almas, sus almas inmortales «y mira» puede que tú creas o no en el alma, pero ellos sí creían y eso hizo toda la diferencia.

Con ayuda de un rey bárbaro, la palabra de Cristo llegó por las buenas y por las malas a otras tribus menos civilizadas, pero cuando éstas abandonaban a sus dioses guerreros para adoptar el cristianismo, no cambiaban sus costumbres: sólo las adaptaban un poquito y le daban el nombre de Cristo a lo que antes había sido Thor u Odín. Y sólo así se explica que, siglos más tarde esta religión de amor y paz se haya convertido en un pretexto para viajar a Tierra Santa, a saquear ciudades y matar musulmanes, pero como dice el lema de Ingsoc (partido utópico orwelliano) “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud, y. La ignorancia es la fuerza”. La guerra constante contra los musulmanes solidificó la fe de todo el continente. Siglos de poder calcificaron la autoridad de la Iglesia: la corrompieron. La Europa medieval se convirtió en una distopía religiosa sacada de la imaginación del más pesimista de los romanos (haciendo énfasis a 1984, de George Orwell): tenían a su propia policía del pensamiento (la inquisición) y rituales colectivos donde devotos católicos eran torturados hasta la muerte por aún más devotos católicos. Pero con todo esto, el cristianismo seguía siendo una religión menor, rodeada por la hegemonía musulmana, que estaba viviendo su era dorada. Pero luego, el islam triunfó tan duro que perdió; cuando el Imperio Otomano tomó Constantinopla de pronto el Mar Negro y Los Dardanelos estaban cerrados para Europa, si querían seguir comerciando con Asia, tendrían que dar la vuelta a todo el continente africano,

«¡Ahh!» pero estos occidentales: fanáticos religiosos, seguidores de un Cristo guerrero, pero sínicos tras la reciente peste negra que mató a la mitad de su población, asombrados por las ideas de los sabios de Constantinopla que le darían forma al Renacimiento, ellos… tuvieron ideas muy tontas, pero una de las más tontas fue: –“¡Oye! ¿Y si navegamos derecho por ese océano que parece eterno y le damos la vuelta al mundo?” –. Y en el golpe de suerte más grande de la historia, el cristianismo europeo se encontró con un nuevo continente «suerte para los europeos, tragedia para los americanos»; porque cuando terminaron de ser conquistados por la pólvora, gérmenes y acero tuvieron una probadita del “Espíritu Santo” tan poderoso que cuando no construye paraísos, crea infiernos. En 1550 el primer obispo de Bolivia, Domingo de Santo Tomás escribió en los Archivos de Indias: “Ha cuatro años que, para acabar de perderse esta tierra, los españoles han descubierto una boca del infierno por la cual inmolan gran cantidad de gente a su Dios, y es una mina de plata que se llama Potosí”. La boca del infierno era una mina y el Dios de los españoles era por el que sacrificaban miles de indios al día: la plata. Y ese fue el Dios que quedó después de que el monigote ideológico de los europeos se desvaneciera en el materialismo que nació de la Revolución Científica, y tras la Revolución Industrial aprendimos a manufacturar los infiernos más vastos y terribles que el mundo hubiera visto; y a mediados del siglo

pasado, por poco y convertimos el mundo entero en un «infierno nuclear». Y hoy, que los países ricos viven en paz, a costa de los países pobres, tampoco hemos construido el Reino de los Cielos en la Tierra, porque nuestro Dios sigue siendo el mismo. Como dice Enrique Dussel: “Aquél que imprimió el dólar, se le olvidó ponerle una “L”: “In GO-L-D we trust”, “en el oro (creemos)”. Y antes de que me digan como dijo el rey el Israel que: “¡hay déjame Dios no existe!” ¿a qué te refieres con Dios? Porque Carl Jung consideraba que: “aquella virtud que más estimes, consciente o inconscientemente ése es tu Dios”; o como escribió en Transformaciones y Símbolos de la Líbido: “hasta que lo inconsciente no se haga consciente, el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida y tú lo llamarás destino”. ¿Cuál es la religión de mi país (México)? Un país donde casi un 90% se considera católico, pero luego utiliza el nombre de Cristo de pretexto para lastimar a su prójimo. Éste país donde un niño de clase media baja (M.C. Dinero) debe improvisar unas rimas desde el fondo de su alma y lo primero que le nace es: “dinero, dinero, dinero, dinero” ¿cuál será el Dios de este país? «gran misterio». «Bueno» Joseph Campbell escribió que: “Para averiguar en qué cree una sociedad, mira al horizonte” y basta con un vistazo al Paseo de la Reforma (avenida de la Cd. de México), donde una docena de bancos se pelean para ver “quién la tiene (la altura del edificio) más grande”, para darnos cuenta de que aquí se adora el capital. «Y mira» Cristo dijo que: “el amor al

dinero es la raíz de todos los males” no porque fuera comunista; no dijo “el dinero”, dijo “el amor al dinero”: esa fe que ha derribado civilizaciones durante miles de años. ¿Por qué? «‘pus» porque el dinero es un medio para un fin: no te lo puedes comer, no te lo puedes tomar, no te lo puedes meter al… Sólo sirve para cambiarlo por otras cosas: algo que te puedas comer, algo que te puedes tomar, algo que puedas… “comer”. Ése debería ser tu fin, lo que obtienes con ese dinero; pero cuando el dinero se vuelve un fin en sí mismo, volteas de cabeza todo tu sistema de valores: ahora todo se vuelve un medio, incluso la gente. “Cuando la economía sirve a la gente, hay prosperidad; cuando la gente sirve a la economía, hay esclavos”; pero, aunque no lo creas, hasta los banqueros “los sumos pontífices de esta religión de muerte” son seres humanos… «más o menos (en referencia al libro Confesiones de un sicario económico, de John Perkins)», y nadie es el malo para sí mismo, así que necesitan justificar sus acciones que empobrecen el mundo entero y ¿a quién recurren? al más incomprendido de todos: a Cristo. Como explica David Graeber en su imperdible libro Deuda, los primeros cinco mil años: “En realidad, uno podría incluso hablar de una doble teología: uno para los acreedores y uno para los deudores... En lugar de ver la imitación de los poderes divinos, de la creación ex nihilo (de la nada) como arrogancia, (los inversionistas argumentan) era precisamente lo que Dios pretendía: crear dinero de la nada era un regalo, una bendición... Pero para los pobres siempre es diferente. Ahora a esos humildes ciudadanos

se les enseña a pensar en sí mismos como pecadores, buscando algún tipo de redención puramente individual para tener el derecho a cualquier tipo de relación moral con otros seres humanos”. Y sólo así se entiende que millones de fundamentalistas cristianos hayan votado por Donald Trump: “el menos cristiano de los changos pelones que dicen reinar la Tierra”. Porque, por un lado, sus seguidores dicen creer, aunque realmente no creen en la vida, pero si creen en el capital; y esa entrega, sus recompensas aquí, en este mundo “en cash” y la única prueba que necesitan del favor de Dios, es la riqueza. Sólo así se entiende que conforme el capitalismo descubre que ya no necesita de la democracia, el florecimiento del autoritarismo alrededor del mundo se ve acompañado de movimientos fundamentalistas cristianos, entre un millón de comillas: su religión no es el amor al prójimo, sino el amor al dinero; su teología no es una democracia, es fascismo divino. Debemos volver al origen, nunca fue más urgente, nunca tanto dependió de tan poco y la solución creo que está aquí en este libro (Cantar de Cantares) ¡en serio! ¿porque crees que estos nómadas cachondos pondrían un poema de amor en medio de un texto religioso? «¡Ah!» es porque para ellos el amor es un regalo divino, y no hablo del romance, el romance mata al amor, hablo de esta fuerza que nos trasciende y nos deja vulnerables… pero felices. Cuando Virgilio dijo que “el amor lo conquista todo” no decía que fuera una fuerza mágica que gana batallas, él decía que aún los hombres más poderosos son conquistados por su

propio corazón, ¿por qué tendríamos esta profunda vulnerabilidad? si no es para colaborar, para construir algo más grande que nosotros mismos. La solución está ahí mismo: en el cristianismo primitivo. Amar al prójimo y sufrir por sus pecados, aunque nos cueste la vida, o como dijo mi segundo barbón favorito (Charles Bukowski): “encuentra lo que amas y déjalo que te mate”. ¡Esto va en serio! cualquier hippie puede amar a sus amigos, sólo un cristiano pone la otra mejilla sólo un cristiano perdona 77 veces siete, sólo un cristiano carga la metafórica cruz y decide con gusto recibir el sufrimiento que le ahorra el prójimo y para hacer este sacrificio se necesita amor genuino. Y para amar, con amor de verdad a tu enemigo, se necesita estar un poquito loco, se necesita la profunda convicción de que no hay un más allá, no hay un plan perfecto: somos materia viva, intrusos en el reino de la muerte, somos la solitaria vanguardia de la complejidad que navega a solas en este puntito azul, sumergido en un infinito mar de entropía; y está bien porque: yo soy tú, y tú eres yo, y no hay nadie más para salvarnos... o bueno, eso decía este señor (Cristo).

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