Discursos Elder Bednar

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En la fuerza del Señor (Palabras de Mormon 1:14; Mosiah 9:17; Mosiah 10:10; Alma 20:4)

Por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles Tomado de un discurso pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young el 23 de octubre de 2001. Para ver el texto completo en inglés, visite speeches.byu.edu.

El poder habilitador de la Expiación nos fortalece para hacer el bien y ser benignos, y para servir más allá de nuestro propio deseo personal y de nuestra capacidad natural. El presidente David O. McKay (1873–1970) resumió de manera concisa el grandioso objetivo del evangelio del Salvador: “El propósito del Evangelio es… hacer buenos a los hombres malos y a los hombres buenos hacerlos mejores, y cambiar la naturaleza humana”1. Por consiguiente, el trayecto de la vida terrenal es para que pasemos de ser malos a buenos y a mejores, y para que experimentemos el potente cambio de corazón, que nuestra naturaleza caída se transforme (véase Mosíah 5:2). El Libro de Mormón es nuestro manual de instrucciones al viajar por el sendero que nos lleva de ser malos a buenos y a mejores, y al esforzarnos para que cambie nuestro corazón. El rey Benjamín enseña en cuanto al trayecto de la vida terrenal y la función que desempeña la Expiación al navegar con éxito por este trayecto: “Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor” (Mosíah 3:19; cursiva agregada). Dirijo su atención a dos frases específicas; la primera: “se despoje del hombre natural”. El recorrido de lo malo a lo bueno es el proceso de despojarse del hombre o mujer natural en cada uno de nosotros. En la vida terrenal, la carne nos tienta a todos. Los elementos mismos de los que se crearon nuestros cuerpos son, por naturaleza, caídos, y están siempre sujetos a la influencia del pecado, de la corrupción y de la muerte. Sin embargo, podemos aumentar nuestra capacidad de superar los deseos de la carne y las tentaciones “por la expiación de Cristo”. Cuando cometemos errores, al transgredir y pecar, podemos arrepentirnos y llegar a ser limpios mediante el poder redentor de la expiación de Jesucristo. La segunda: “se haga santo”. Esa frase describe la continuación y la segunda fase del trayecto de la vida para hacer que “los hombres buenos [sean] mejores”, o, en otras palabras, llegar a ser más santos. Esta segunda parte del trayecto, este proceso de pasar de ser buenos a ser mejores, es un tema que no estudiamos ni enseñamos con la frecuencia necesaria, ni tampoco entendemos por completo. Supongo quegran cantidad de miembros de la Iglesia están mucho más familiarizados con la naturaleza del poder redentor y purificador de la Expiación que con su poder fortalecedor y habilitador. Una cosa es saber que Jesucristo 1

vino a la tierra para morir por nosotros, lo cual es básico y fundamental respecto a la doctrina de Cristo; pero también es necesario que reconozcamos que el Señor desea, mediante Su expiación y por medio del poder del Espíritu Santo, vivir en nosotros, no sólo para guiarnos, sino también para darnos poder. La mayoría de nosotros sabe que cuando hacemos cosas malas, necesitamos ayuda para vencer los efectos del pecado en nuestra vida. El Salvador ha pagado el precio y ha hecho posible que seamos limpios mediante Su poder redentor. La mayoría de nosotros entiende claramente que la Expiación es para los pecadores; sin embargo, no estoy seguro de que sepamos y comprendamos que la Expiación también es para los santos, para los buenos hombres y mujeres que son obedientes, dignos y dedicados, y que están esforzándose por llegar a ser mejores y servir más fielmente. Tal vez creamos, por error, que el trayecto para pasar de buenos a mejores y llegar a ser santos lo tenemos que realizar solos, por pura valentía, fuerza de voluntad y disciplina, y con nuestras capacidades obviamente limitadas. El evangelio del Salvador no se refiere simplemente a que evitemos lo malo en la vida; es también esencialmente hacer el bien y llegar a ser buenos. La Expiación nos proporciona ayuda para superar y evitar lo malo, para hacer el bien y llegar a ser buenos. La ayuda del Salvador está disponible para el trayecto entero de la vida terrenal: para pasar de malos a buenos y a mejores, y para cambiar nuestra naturaleza misma. No digo que los poderes redentores y habilitadores de la Expiación sean separados y distintos; más bien, estas dos dimensiones de la Expiación están relacionadas y se complementan; es necesario que ambas funcionen durante todas las fases del trayecto de la vida y es eternamente importante que todos reconozcamos que estos dos elementos esenciales del trayecto de la vida terrenal, tanto despojarnos del hombre natural y llegar a ser santos como superar lo malo y llegar a ser buenos, se logran mediante el poder de la Expiación. La fuerza de voluntad individual, la determinación y motivación personales, la planificación eficaz y el fijar metas son necesarios, pero al final son insuficientes para que llevemos a cabo con éxito este recorrido terrenal. Verdaderamente, debemos llegar a confiar en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:8). La gracia y el poder habilitador de la Expiación Del diccionario bíblico en inglés aprendemos que la palabra gracia a menudo se usa en las Escrituras para indicar un poder que fortalece o habilita: “[Gracia es] una palabra que figura con frecuencia en el Nuevo Testamento, especialmente en los escritos de Pablo. La idea principal de la palabra es: medios divinos de ayuda o fortaleza, que se dan a través de la abundante misericordia y amor de Jesucristo. “Es por medio de la gracia del Señor Jesucristo, que Su sacrificio expiatorio hace posible que la humanidad se levante en inmortalidad, cuando cada persona recibirá su cuerpo de la tumba en un estado de vida sempiterna. Es igualmente mediante la gracia del Señor que las personas, por medio de la fe en la expiación de Jesucristo y el arrepentimiento de sus pecados, reciben fortaleza y ayuda para realizar buenas obras que de otro modo no podrían conservar si tuvieran que valerse por sus propios medios. Esta gracia es un poder habilitador que permite a los hombres y a las mujeres asirse de la vida eterna y la exaltación después de haber dedicado su mejor esfuerzo”2. La gracia es la ayuda divina o la ayuda celestial que cada uno de nosotros necesita desesperadamente para hacerse merecedor del reino celestial. Por consiguiente, el poder habilitador de la Expiación nos fortalece para hacer el bien y ser benignos, y para servir más allá de nuestro propio deseo personal y de nuestra capacidad natural. En mi estudio personal de las Escrituras, con frecuencia añado el término “poder habilitador” cada vez que encuentro la palabra gracia. Consideremos, por ejemplo, este versículo con el cual todos estamos familiarizados: “…sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23). Creo 2

que podemos aprender mucho en cuanto a este importante aspecto de la Expiación si cada vez que encontremos la palabra gracia en las Escrituras, insertamos “poder habilitador y fortalecedor”.

Ilustraciones y consecuencias El trayecto de la vida terrenal es pasar de malos a buenos y a mejores, y cambiar nuestra naturaleza misma. El Libro de Mormón está repleto de ejemplos de discípulos y profetas que conocieron, comprendieron y fueron transformados por el poder habilitador de la Expiación al realizar ese trayecto. A medida que lleguemos a entender mejor ese sagrado poder, nuestra perspectiva del Evangelio se ensanchará y enriquecerá considerablemente; y esa perspectiva nos cambiará de maneras extraordinarias. Nefi es un ejemplo de alguien que conoció y comprendió el poder habilitador del Salvador, y confió en él. Recordarán que los hijos de Lehi habían regresado a Jerusalén para conseguir el apoyo de Ismael y de los de su casa. Lamán y otros del grupo que viajaban con Nefi desde Jerusalén de regreso al desierto, se rebelaron, y Nefi exhortó a sus hermanos para que tuvieran fe en el Señor. A esa altura del trayecto, los hermanos de Nefi lo ataron con cuerdas y planearon su destrucción. Presten atención a la oración de Nefi: “¡Oh Señor, según mi fe en ti, líbrame de las manos de mis hermanos; sí, dame fuerzas para romper estas ligaduras que me sujetan!” (1 Nefi 7:17; cursiva agregada). ¿Saben lo que probablemente hubiese pedido yo si mis hermanos me hubieran atado? “¡Por favor sácame de este enredo AHORA MISMO!”. Me parece muy interesante que Nefi no oró para que sus circunstancias cambiaran; más bien, oró para tener la fortaleza de cambiar sus circunstancias. Y creo que él oró de esa manera precisamente porque conocía, comprendía y había experimentado el poder habilitador de la Expiación. No creo que las ligaduras con las que Nefi estaba atado se cayeran por arte de magia de sus manos y muñecas; más bien, sospecho que fue bendecido con perseverancia así como con fortaleza personal más allá de su capacidad natural y que después, “con la fuerza del Señor” (Mosíah 9:17) luchó, retorció y tiró de las cuerdas hasta que al final, y en forma literal, pudo romper las ligaduras. Lo que este episodio implica para cada uno de nosotros es bastante claro. A medida que ustedes y yo lleguemos a comprender y a emplear el poder habilitador de la Expiación en nuestra vida, oraremos para tener fuerza y la buscaremos a fin de cambiar nuestras circunstancias en lugar de pedir que nuestras circunstancias cambien. Llegaremos a convertirnos en agentes que actúan, en vez de ser objetos sobre los que se actúe (véase 2 Nefi 2:14). Consideren el ejemplo del Libro de Mormón cuando Amulón perseguía a Alma y a su pueblo. La voz del Señor vino a esas buenas personas en su aflicción y les indicó: “Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas… “Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor” (Mosíah 24:14–15; cursiva agregada). ¿Qué es lo que cambió en esta historia? La carga no fue lo que cambió; los desafíos y las dificultades de la persecución no les fueron quitados de inmediato, sino que Alma y sus seguidores fueron fortalecidos; y el aumento de su capacidad y fortaleza aligeraron las cargas que llevaban. Esas buenas personas recibieron poder por medio de la Expiación para actuar como agentes y producir un impacto en sus circunstancias. Y “con la fuerza del Señor”, Alma y su pueblo fueron guiados a un lugar seguro en la tierra de Zarahemla. 3

Es posible que con toda razón se pregunten: “¿Por qué este relato de Alma y su pueblo constituye un ejemplo del poder habilitador de la Expiación?”. La respuesta se encuentra al comparar Mosíah 3:19 y Mosíah 24:15. “…se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19; cursiva agregada). A medida que en el trayecto de la vida terrenal pasemos de malos a buenos y a mejores, a medida que nos despojemos del hombre o mujer natural en cada uno de nosotros y nos esforcemos por llegar a ser santos, y a medida que cambie nuestra naturaleza, los atributos que se detallan en este versículo deberán describir cada vez más el tipo de persona en que ustedes y yo nos estemos convirtiendo. Llegaremos a ser más como niños, más sumisos, más pacientes y más dispuestos a someternos. Ahora comparen estas características en Mosíah 3:19 con aquellas que se utilizaron para describir a Alma y a su pueblo: “…y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor” (Mosíah 24:15; cursiva agregada). Creo que el paralelismo que existe entre los atributos que se describen en esos versículos es asombroso, y parece indicar que el buen pueblo de Alma se estaba convirtiendo en un pueblo mejor mediante el poder habilitador de la expiación de Cristo el Señor. Recordarán la historia de Alma y Amulek que se encuentra en Alma 14. En ese episodio, habían condenado a muerte a muchos fieles santos por fuego, y a esos dos siervos del Señor los habían encarcelado y golpeado. Piensen en esta súplica que ofreció Alma cuando oró en la prisión: “¡Oh Señor!, fortalécenos según nuestra fe que está en Cristo hasta tener el poder para librarnos” (Alma 14:26; cursiva agregada). Vemos aquí otra vez el entendimiento que Alma tenía del poder habilitador de la Expiación y la confianza que se reflejaba en dicha súplica. Y observen el resultado de esa oración: “Y [Alma y Amulek] rompieron las cuerdas con las que estaban atados; y cuando los del pueblo vieron esto, empezaron a huir, porque el temor a la destrucción cayó sobre ellos… “Y Alma y Amulek salieron de la prisión, y no sufrieron daño, porque el Señor les había concedido poder según su fe que estaba en Cristo” (Alma 14:26, 28; cursiva agregada). Una vez más se manifiesta el poder habilitador cuando las personas buenas luchan contra la maldad y se esfuerzan para llegar a ser aún mejores y servir más eficazmente “con la fuerza del Señor”. Otro ejemplo del Libro de Mormón es instructivo. En Alma 31, Alma encabeza una misión para traer de nuevo al redil a los zoramitas apóstatas quienes, tras edificar su Rameúmptom, ofrecen una oración memorizada y llena de orgullo. Presten atención a la súplica para recibir fuerza que hace Alma en su oración personal: “¡Oh Señor, concédeme que tenga fuerzas para sufrir con paciencia estas aflicciones que vendrán sobre mí, a causa de la iniquidad de este pueblo!” (Alma 31:31; cursiva agregada). Alma también ruega que sus compañeros misionales reciban una bendición semejante: “¡Concédeles que tengan fuerza para poder sobrellevar las aflicciones que les sobrevendrán por motivo de las iniquidades de este pueblo!” (Alma 31:33; cursiva agregada). Alma no pidió que les fueran quitadas sus aflicciones; sabía que era un agente del Señor y oró para tener el poder de actuar e influir en su situación. 4

El punto clave de este ejemplo aparece en el versículo final de Alma 31: “[El Señor] les dio fuerza para que no padeciesen ningún género de aflicciones que no fuesen consumidas en el gozo de Cristo. Y esto aconteció según la oración de Alma; y esto porque oró con fe” (versículo 38; cursiva agregada). Las aflicciones no se desvanecieron, pero Alma y sus compañeros fueron fortalecidos y bendecidos por medio del poder habilitador de la Expiación para que “no padeciesen ningún género de aflicciones que no fuesen consumidas en el gozo de Cristo”. ¡Qué maravillosa bendición! Y qué lección tenemos que aprender cada uno de nosotros. No sólo en las Escrituras se encuentran ejemplos del poder habilitador. Daniel W. Jones nació en 1830, en Misuri [Estados Unidos], y se unió a la Iglesia en California en 1851. En 1856 participó en el rescate de las compañías de carros de manos que se encontraban varadas en Wyoming debido a fuertes nevadas. Después de que el grupo de rescate encontró a los afligidos santos, les proporcionó el auxilio inmediato que les fue posible e hizo los arreglos para que se transportara a Salt Lake City a los enfermos y a los débiles, Daniel y varios jóvenes se ofrecieron para permanecer con la compañía y proteger sus posesiones. Los alimentos y víveres que quedaron al cuidado de Daniel y sus compañeros eran escasos y se acababan rápidamente. La siguiente cita del diario personal de Daniel Jones describe los acontecimientos que siguieron: “Los animales para la caza eran tan escasos que no podíamos matar nada. Comimos toda la carne de mala calidad; daba hambre el sólo comerla. Por fin se acabó, y no quedó nada más que las pieles. Tratamos de comerlas; se cocinaron muchas y se consumieron sin condimentos, y toda la compañía enfermó… “La situación era desesperante, ya que no quedaba nada más que las pieles de mala calidad de ganado hambriento. Le pedimos al Señor que nos indicara qué hacer. Los hermanos no murmuraron, sino que pusieron su confianza en Dios… Por fin, recibí la impresión de cómo prepararlas y aconsejé a la compañía sobre cómo cocinarlas: que chamuscaran el pelo y que lo quitaran raspándolo, lo cual tenía la tendencia de quitar y purificar el mal sabor que quedaba después de hervirlo. Después de rasparlas, había que hervirlas por una hora en suficiente agua y tirar el agua una vez que se hubiese extraído toda la sustancia viscosa; después lavar y raspar bien la piel, lavarla con agua fría, hervirla hasta que quedara como gelatina, dejarla enfriar y comerla espolvoreándola con un poco de azúcar. Era muchísimo trabajo, pero no había más remedio que hacerlo, y era mejor que morirse de hambre. “Le pedimos al Señor que bendijera nuestro estómago y lo adaptara a esa comida… Al comer, todos parecieron disfrutar el festín. Pasamos tres días sin comer antes de volver a intentarlo. Disfrutamos esa deliciosa comida por unas seis semanas”3. En esas circunstancias, yo probablemente hubiese pedido otra cosa para comer: “Padre Celestial, por favor mándame una codorniz o un bisonte”. Es posible que no se me hubiera ocurrido orar para que se fortaleciera mi estómago y se adaptara a la comida que teníamos. ¿Qué es lo que Daniel W. Jones sabía? Sabía en cuanto al poder habilitador de la expiación de Jesucristo. Él no oró para que sus circunstancias cambiaran; oró para ser fortalecido a fin de hacer frente a sus circunstancias. Así como Alma y su pueblo, y Amulek y Nefi fueron fortalecidos, Daniel W. Jones tuvo la comprensión espiritual para saber lo que debía pedir en esa oración. El poder habilitador de la expiación de Cristo nos fortalece para hacer aquello que nunca podríamos hacer por nosotros mismos. A veces me pregunto si en nuestro mundo moderno de comodidades, de hornos de microondas, de teléfonos celulares, automóviles con aire acondicionado y casas cómodas, aprendemos a reconocer nuestra dependencia diaria del poder habilitador de la Expiación. La hermana Bednar es una mujer enormemente fiel y competente, y de su callado ejemplo he aprendido importantes lecciones sobre el poder fortalecedor. Durante cada uno de sus tres embarazos, la observé perseverar en medio de intensas y continuas nauseas matinales, literalmente enferma todo el día, cada día durante ocho meses. Oramos juntos para que fuese bendecida, pero el desafío nunca fue quitado; más bien, recibió la habilidad 5

de hacer físicamente lo que no hubiera podido hacer por su propia fuerza. A lo largo de los años, también he observado la forma en que ha sido magnificada para hacer frente a la burla y al desprecio que provienen de una sociedad secular cuando una mujer Santo de los Últimos Días obedece el consejo profético y hace de la familia y del cuidado de los hijos sus mayores prioridades. Le doy gracias a Susan y le rindo tributo por ayudarme a aprender esas valiosas lecciones. El Salvador sabe y comprende En el capítulo 7 de Alma aprendemos cómo y por qué el Salvador puede proporcionar el poder habilitador: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. “Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (Alma 7:11–12; cursiva agregada). El Salvador no ha sufrido sólo por nuestras iniquidades sino también por la desigualdad, la injusticia, el dolor, la angustia y la aflicción emocional que con tanta frecuencia nos acosan. No hay ningún dolor físico, ninguna angustia del alma, ningún sufrimiento del espíritu, ninguna enfermedad o flaqueza que ustedes o yo experimentemos durante nuestra vida terrenal que el Salvador no haya experimentado primero. Es posible que, en un momento de debilidad, ustedes y yo exclamemos: “Nadie entiende; nadie sabe”. Tal vez ningún ser humano sepa, pero el Hijo de Dios sabe y entiende perfectamente, porque Él sintió y llevó nuestras cargas antes que nosotros; y, debido a que Él pagó el precio máximo y llevó esa carga, Él entiende perfectamente y puede extendernos Su brazo de misericordia en muchas etapas de la vida. Él puede extender la mano, tocarnos, socorrernos, literalmente correr hacia nosotros, y fortalecernos para que seamos más de lo que jamás podríamos ser, y para ayudarnos a hacer lo que nunca podríamos lograr si dependiéramos únicamente de nuestro propio poder. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. “Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30). Declaro mi testimonio y agradecimiento por el sacrificio infinito y eterno del Señor Jesucristo. Sé que el Salvador vive. He experimentado Su poder redentor, así como Su poder habilitador, y testifico que esos poderes son reales y que están al alcance de cada uno de nosotros. Verdaderamente, “con la fuerza del Señor” podemos hacer y superar todas las cosas a medida que avanzamos en nuestro trayecto de la vida terrenal. Notas 1. Véase Franklin D. Richards, en Conference Report, octubre de 1965, págs.136–137; véase también David O. McKay, en Conference Report, abril de 1954, pág. 26. 2. Véase Diccionario Bíblico en inglés, “Grace”; cursiva agregada. 3. 3. Daniel W. Jones, Forty Years among the Indians, sin fecha, págs. 57–58. 6

Prestos para observar Por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

En octubre de 1987, el élder Marvin J. Ashton, en aquel entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, habló en la conferencia general acerca de los dones espirituales. Recuerdo con cariño el impacto que su mensaje tuvo en mí en ese momento y las cosas que él enseñó aún influyen en mí en la actualidad. En su mensaje, el élder Ashton detalló y describió cierto número de dones espirituales menos notorios: atributos y facultades que muchos de nosotros tal vez no consideraríamos dones del Espíritu. Por ejemplo, recalcó los dones de saber preguntar, escuchar, oír y seguir la voz apacible y delicada; de ser capaz de llorar, de evitar la contención, de ser amable, de evitar las vanas repeticiones, de buscar lo que es recto, de acudir a Dios en busca de guía, de ser discípulo, de preocuparse por los demás, de poder meditar, de dar un poderoso testimonio y de recibir el Espíritu Santo (véase “Hay muchos dones”, Liahona, enero de 1988, pág. 19). Otro don espiritual aparentemente sencillo y que tal vez no se valore como es debido, como lo es la facultad de ser “presto para observar” (Mormón 1:2), tiene una importancia vital para todos nosotros en el mundo que nos ha tocado y nos tocará vivir. El don espiritual de ser prestos para observar Todos nosotros hemos aprendido importantes lecciones de los personajes principales del Libro de Mormón. Al leer y estudiar sobre la vida de Nefi, Lamán, Alma, el rey Noé, Moroni y muchos otros, descubrimos cosas que debemos y que no debemos hacer, y nos damos cuenta más plenamente del tipo de personas que debemos y que no debemos ser. En mi estudio del Libro de Mormón, me ha llamado especialmente la atención una determinada descripción de Mormón, el recopilador principal del registro nefita. La detallada representación de ese noble profeta al que deseo dirigir nuestra atención se encuentra en los primeros cinco versículos del primer capítulo de Mormón: “Y ahora yo, Mormón, hago una relación de las cosas que he visto y oído; y la llamo el Libro de Mormón. “Y más o menos en la época en que Ammarón ocultó los anales para los fines del Señor, vino a mí (tendría yo unos diez años de edad…), y me dijo Ammarón: Veo que eres un niño serio, y presto para observar; “por lo tanto, cuando tengas unos veinticuatro años de edad, quisiera que recordaras las cosas que hayas observado concernientes a este pueblo… “Y he aquí… sobre las planchas de Nefi grabarás todas las cosas que hayas observado concernientes a este pueblo. “Y yo, Mormón… recordé las cosas que Ammarón me mandó” (Mormón 1:1–5; cursiva agregada). Mormón, inclusive de joven, era “presto para observar”. Al estudiar, aprender y madurar, espero que también ustedes aprendan algo respecto a ser prestos para observar. Su éxito futuro y su felicidad dependen en gran medida de esa facultad espiritual. Les pido que reflexionen sobre la trascendencia de este importante don espiritual. Tal y como aparece en las Escrituras, la palabra observar tiene dos usos principales. Uno sugiere “mirar”, “ver” o “fijarse en algo”, como en Isaías 42:20: “que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye” (cursiva agregada). 7

Ser prestos para observar también significa “obedecer” o “guardar”, como se menciona en Doctrina y Convenios: “Mas benditos son aquellos que han guardado el convenio y observado el mandamiento, porque obtendrán misericordia” (D. y C. 54:6; cursiva agregada). Así pues, cuando somos prestos para observar, en seguida miramos o prestamos atención y obedecemos. Ambos elementos fundamentales —mirar y obedecer— son esenciales para ser prestos para observar, y el profeta Mormón es un impresionante ejemplo de ese don en acción. Quisiera ahora presentar varios ejemplos de las lecciones que se pueden aprender cuando se nos bendice, a ustedes y a mí, para ser prestos para observar. Tengo un preciado amigo que ha servido como presidente de estaca. El patriarca de la estaca que había presidido había tenido varios problemas de salud y no le era posible desempeñar su llamamiento. El renqueante patriarca tenía dificultades para desplazarse, vestirse y cuidar de sí mismo, y sus fuerzas eran limitadas. Un domingo por la tarde, este buen presidente de estaca fue a la casa del patriarca para alentarlo y comprobar cómo se encontraba. En el momento de entrar en la casa, vio al patriarca vestido con traje, camisa blanca y corbata, sentado en la sala en un asiento reclinable. El presidente de estaca saludó al preciado patriarca y, sabiendo lo mucho que le habría costado vestirse, le sugirió gentilmente que no era necesario que se vistiera así en domingo ni que en ese día recibiera a las personas que quisieran una bendición patriarcal. Con una voz amable pero firme, el patriarca reprendió al presidente de estaca diciendo: “¿Acaso no sabe usted que ésta es la única manera que me queda de demostrarle al Señor lo mucho que le amo?”. El presidente de estaca fue presto para observar. No sólo oyó la lección sino que también la sintió, y la puso en práctica. La reverencia por el día de reposo, así como la importancia del respeto, la conducta y la vestimenta adecuada cobraron más importancia en el ministerio del presidente de estaca. La capacidad espiritual para ver, oír, recordar y poner en práctica aquella lección fue una gran bendición en su vida y en la de muchas otras personas. Antes de acudir a la reunión sacramental, la hermana Bednar suele pedir en oración tener ojos espirituales para ver al necesitado. Con frecuencia, al observar a los hermanos, las hermanas y los niños en las congregaciones, siente la impresión espiritual de visitar o de llamar por teléfono a una persona determinada; y cuando la hermana Bednar recibe un impresión así, no tarda en reaccionar y obedecer. Lo habitual es que apenas se dice el “amén” de la última oración, está hablando con un joven o abrazando a una hermana; y ni bien llega a casa, toma el teléfono y hace una llamada. Desde que conozco a la hermana Bednar, las personas siempre se han maravillado por la capacidad que ella tiene para discernir y atender las necesidades de ellas. A menudo le preguntan: “¿Cómo lo sabía?”. El don espiritual de ser presto para observar le ha permitido ver y actuar con prontitud y ha sido una bendición en la vida de muchas personas. La hermana Bednar y yo conocemos a un ex misionero que durante cierto tiempo salió con una joven a la que quería mucho y con la que deseaba tener una relación más seria, al grado de que consideraba, y esperaba, comprometerse y casarse con ella. Su relación estaba en marcha en la época en que el presidente Hinckley aconsejó a las hermanas de la Sociedad de Socorro y a las jovencitas de la Iglesia que llevaran únicamente un pendiente (arete) en cada oreja. Este joven aguardó pacientemente cierto tiempo a que la jovencita se quitara los pendientes que le sobraban, pero no lo hizo, lo cual constituyó un valioso indicio para el joven, que se sintió incómodo por la falta de ella de responder a la petición de un profeta. Por ésa y otras razones, el joven dejó de salir con la chica, ya que él buscaba una compañera eterna que tuviera el valor de obedecer presta y calladamente el consejo del profeta en todas las cosas y en todo momento. El joven fue presto para observar que la jovencita no lo era.

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Supongo que a algunos de ustedes les cuesta aceptar este último ejemplo, pues tal vez crean que aquel joven fue excesivamente duro en juzgarla o que el basar una decisión de trascendencia eterna, aunque sea en parte, en un detalle supuestamente insignificante es algo tonto o fanático. Puede que estén molestos porque el ejemplo se concentra en una joven que no respondió al consejo de un profeta y no en un hombre. Me limito a invitarles a pensar y a reflexionar en el poder de ser prestos para observar y en lo que se observó en realidad en el caso descrito. ¡Los pendientes no eran el problema! Un último ejemplo. Por mucho tiempo me ha fascinado la naturaleza de la interacción entre el Espíritu del Señor y Nefi, como aparece en los capítulos del 11 al 14 de 1 Nefi. Nefi desea ver, oír y conocer las cosas que su padre, Lehi, había visto en la visión del árbol de la vida (véase 1 Nefi 8). En los capítulos del 11 al 14, el Espíritu Santo ayuda a Nefi a aprender sobre la naturaleza y el significado de la visión de su padre. Resulta curioso que en estos capítulos, el Espíritu del Señor mande en 13 ocasiones a Nefi que “mire”, como si esa acción fuera un elemento fundamental del proceso de aprendizaje. Se aconsejó a Nefi repetidas veces que mirara, y como fue presto para observar, vio el árbol de la vida (véase 1 Nefi 11:8), a la madre del Salvador (véase 1 Nefi 11:20), la barra de hierro (véase 1 Nefi 11:25) y al Cordero de Dios, el Hijo del Padre Eterno (véase 1 Nefi 11:21). No he descrito más que unas pocas de las cosas de importancia espiritual que Nefi vio, aunque tal vez ustedes deseen estudiar esos capítulos con mayor detalle y aprender lo que Nefi aprendió y en cuanto al proceso de ese aprendizaje. Mientras estudien y mediten, recuerden que Nefi no habría visto lo que deseaba ver, no habría aprendido lo que precisaba saber ni habría podido hacer lo que en definitiva necesitaba hacer, de no haber sido presto para observar. ¡Esas mismas verdades se aplican a ustedes y a mí! Prestos para observar. Prestos para mirar y obedecer. Un don sencillo que nos bendice en forma individual y como familias, y que extiende sus bendiciones a muchas otras personas. Cada uno de nosotros puede y debe esforzarse por ser digno de un importante don espiritual como es la aptitud de ser presto para observar. La importancia de ser prestos para observar Permítanme que aborde la cuestión de por qué el don espiritual de ser prestos para observar es tan vital para todos nosotros en el mundo en que nos ha tocado y nos tocará vivir. Dicho con sencillez, ser presto para observar es el paso previo al don espiritual del discernimiento, con el que también se relaciona. Tanto para ustedes como para mí, el discernimiento es una luz protectora, una guía en un mundo cada vez más tenebroso. Así como la fe precede al milagro, así como el bautismo de agua precede al bautismo de fuego, así como conviene digerir la leche del Evangelio antes que la carne, así como unas manos limpias pueden conducir a un corazón puro y así como las ordenanzas del Sacerdocio de Aarón son necesarias antes de poder recibir las ordenanzas mayores del Sacerdocio de Melquisedec, el ser presto para observar es un requisito y un preparativo para recibir el don de discernimiento. Sólo podemos tener esperanza en recibir el don celestial del discernimiento con su luz protectora y su guía si somos prestos para observar, si miramos y obedecemos. El presidente George Q. Cannon (1827–1901), que sirvió como Consejero de cuatro Presidentes de la Iglesia, enseñó convincentemente sobre el don de discernimiento: “Uno de los dones del Evangelio que el Señor ha prometido a los que concierten un convenio con Él es el don del discernimiento de espíritus, un don del que no se habla mucho y por el que se ora menos; sin embargo, es un don de valor incalculable y que todo Santo de los Últimos Días debiera tener… “Ahora bien, el don de discernimiento de espíritus no sólo da a los hombres y las mujeres que lo poseen el poder para discernir el espíritu que posea a otras personas o que influya en ellas, sino que les concede el poder para discernir el espíritu que influye en ellos mismos. Pueden detectar un falso espíritu y saber cuándo mora en ellos el Espíritu del Señor, y eso es de suma importancia en la vida privada de los Santos de los Últimos Días. El poseer y el 9

ejercer ese don no permitirá que ninguna influencia maligna entre en sus corazones ni influya en sus pensamientos, palabras y obras. La repelerán; y si por casualidad alguno de esos espíritus se posesionara de ellos, en cuanto perciban sus efectos lo expulsarán o, en otras palabras, se negarán a ser conducidos e influidos por él” 1 . ¿Nos damos cuenta de la suma importancia de este don espiritual en nuestra vida hoy y de cómo el ser prestos para observar es una poderosa invitación para recibir las bendiciones del discernimiento? El presidente Stephen L Richards (1879–1959), que fue consejero del presidente David O. McKay, nos ha dado más datos sobre la naturaleza y las bendiciones del discernimiento: “En primer lugar, menciono el don del discernimiento, que incluye el poder para distinguir… entre el bien y el mal. Creo que este don, cuando se cultiva, es fruto de una aguda sensibilidad a las impresiones —impresiones espirituales, si así lo prefieren—para leer entre líneas y detectar el mal oculto y, más importante aún, buscar lo bueno que esté disimulado. El grado más elevado de discernimiento es aquel que, aplicado a los demás, percibe y revela en ellos lo mejor de su naturaleza, el bien que hay en su interior… “…Todo miembro de la Iglesia restaurada de Cristo podría tener este don si así lo quisiera. No sería engañado con la sofistería del mundo, no sería desviado por falsos profetas ni por cultos subversivos. Aun los indoctos reconocerían, por lo menos hasta cierto grado, las falsas enseñanzas… Debemos estar agradecidos a diario por este sentimiento que mantiene viva una conciencia que constantemente nos alerta de los peligros inherentes a los malhechores y al pecado” 2 . Al combinar las enseñanzas de los presidentes Cannon y Richards, vemos que el don de discernimiento funciona básicamente de cuatro maneras distintas. Primero: Al “leer entre líneas”, el discernimiento nos ayuda a detectar los errores ocultos y el mal que pueda haber en otras personas. Segundo, y más importante: Nos ayuda a detectar los errores ocultos y el mal que pueda haber en nosotros mismos. Así vemos que el don del discernimiento no se limita a discernir lo relativo al prójimo ni a las situaciones ajenas a nosotros, sino, como enseñó el presidente Cannon, nos permite discernir las cosas como realmente son en nosotros. Tercero: Nos ayuda a encontrar y a sacar a la luz lo bueno que pueda estar disimulado en los demás. Y cuarto: Nos ayuda a encontrar y a sacar a la luz lo bueno que pueda estar disimulado en nosotros. ¡Qué gran bendición y fuente de protección y guía es el don espiritual del discernimiento! Las enseñanzas de los presidentes Cannon y Richards respecto al poder del discernimiento para detectar el mal oculto y determinar lo bueno que pueda estar disimulado son más importantes para ustedes y para mí en vista de cierto elemento de la visión de Lehi. En ella, varios grupos de personas avanzaban para seguir el camino que conduce al árbol de la vida. El sendero estrecho y angosto corría parejo a la barra de hierro y terminaba en el árbol. Los vapores de tinieblas de los que se habla en la visión representan las tentaciones del maligno que ciegan los ojos de los hijos de los hombres y los guían a anchos senderos para que se pierdan (véase 1 Nefi 12:17). Presten particular atención al versículo 23 de 1 Nefi 8 y apliquemos este pasaje a nuestra época y a los problemas que encaramos en un mundo cada vez más inicuo: “Y ocurrió que surgió un vapor de tinieblas, sí, un sumamente extenso vapor de tinieblas, tanto así que los que habían entrado en el sendero se apartaron del camino, de manera que se desviaron y se perdieron”.

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Recalco una vez más la verdad de que el discernimiento es una luz protectora y una guía en un mundo cada vez más tenebroso. Tanto ustedes como yo podemos atravesar seguros y con éxito los vapores de tinieblas y tener un claro sentido de orientación espiritual. El discernimiento es muchísimo más que distinguir el bien del mal; nos permite distinguir lo relevante de lo irrelevante, lo importante de lo que no lo es y lo necesario de lo que es meramente bonito. El don del discernimiento nos ofrece una visión panorámica que se extiende más allá de lo que percibe el ojo o el oído natural. Discernir equivale a ver con ojos espirituales y percibir con el corazón, ver y percibir la falsedad de una idea o la bondad de otra persona. Discernir consiste en oír con oídos espirituales y percibir con el corazón, oír y percibir la inquietud callada en una frase o la veracidad de un testimonio o una doctrina. He oído con frecuencia al presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, aconsejar a los miembros y a los líderes del sacerdocio: “Si su percepción se limita a lo que ven con los ojos naturales y lo que oyen con los oídos naturales, entonces no saben mucho”. Sus palabras debieran estimularnos, a todos nosotros, a desear y a buscar adecuadamente estos dones espirituales. Observar y discernir también nos permite ayudar a quien intente encontrar el camino y que desee avanzar con firmeza en Cristo. Bendecidos con estos dones espirituales, no nos apartaremos, no nos desviaremos ni nos perderemos. Sólo podremos tener la esperanza de obtener el don divino del discernimiento y su luz protectora y de guía si somos prestos para observar. Así como Alma enseñó a su hijo Helamán: “…asegúrate de cuidar estas cosas sagradas; sí, asegúrate de acudir a Dios para que vivas” (Alma 37:47). Declaro mi testimonio especial de que Jesús es el Cristo, nuestro Redentor y Salvador. Sé que Él vive e invoco Sus bendiciones sobre cada uno de ustedes a fin de que deseen ser prestos para observar y disciernan con certeza. Adaptado de un discurso pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young el 10 de mayo de 2005. Notas 4. 1. Gospel Truth: Discourses and Writings of George Q. Cannon, compilados por Jerreld L. Newquist, 1987, págs. 156– 157. 5. 2. En Conference Report, abril de 1950, págs. 162–163; cursiva agregada.

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El sueño de Lehi: Asidos constantemente a la barra por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

El tema dominante del Libro de Mormón —invitar a todos a venir a Cristo— es de primordial importancia en el sueño de Lehi. Me encanta el Libro de Mormón. Entre mis primeros recuerdos del Evangelio está el de mi madre que me leía Book of Mormon Stories for Young Latter-day Saints [Relatos del Libro de Mormón para pequeños Santos de los Últimos Días], de Emma Marr Petersen. En esas experiencias de mi niñez y durante toda una vida de constante estudio y oración personal, el Espíritu Santo ha testificado repetidamente a mi alma que el Libro de Mormón es la palabra de Dios. Testifico que el Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo; sé que el profeta José Smith tradujo el Libro de Mormón con el poder de Dios y mediante ese poder; y testifico que el Libro de Mormón es “…el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la [piedra] clave de nuestra religión; y que un hombre se [acercará] más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”1. Símbolos clave del sueño de Lehi La importancia de leer, estudiar, escudriñar y meditar las Escrituras en general, y el Libro de Mormón en particular, se recalca en varios elementos de la visión de Lehi del árbol de la vida (véase 1 Nefi 8). La imagen central del sueño de Lehi es el árbol de la vida, una representación del “amor de Dios” (véase 1 Nefi 11:21–22). “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Por tanto, el nacimiento, la vida y el sacrifico expiatorio del Señor Jesucristo son las manifestaciones más grandes del amor de Dios por Sus hijos. Tal como testificó Nefi, ese amor es “más deseable que todas las cosas” y, como declaró el ángel en su visión, “el de mayor gozo para el alma” (1 Nefi 11:22–23; véase también 1 Nefi 8:12, 15). El capítulo 11 de 1 Nefi presenta una descripción detallada del árbol de la vida como símbolo de la vida, del ministerio y del sacrificio del Salvador: “la condescendencia de Dios” (1 Nefi 11:16). El fruto del árbol simboliza las bendiciones de la Expiación. Participar del fruto representa recibir las ordenanzas y los convenios mediante los cuales la Expiación puede llegar a ser plenamente eficaz en nuestra vida. El fruto se describe como algo “deseable para hacer a uno feliz” (1 Nefi 8:10), produce gran gozo y el deseo de compartir ese gozo con otras personas. Notablemente, el tema dominante del Libro de Mormón —invitar a todos a venir a Cristo— es preeminente en el sueño de Lehi. Es de interés particular la barra de hierro que conduce al árbol (véase 1 Nefi 8:19). La barra de hierro es la palabra de Dios. Asirse de la barra en oposición a asirse constantemente a ella El padre Lehi vio a cuatro grupos de personas en su visión. Tres de los grupos avanzaban por el sendero estrecho y angosto tratando de llegar al árbol y a su fruto. El cuarto grupo no iba en busca del árbol; en cambio, deseaba que su destino final fuera el edificio grande y espacioso (véase 1 Nefi 8:31–33).

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En 1 Nefi 8:21–23, aprendemos acerca del primer grupo de personas que avanzaron y comenzaron a recorrer el sendero que conducía al árbol de la vida. No obstante, al encontrarse con los vapores de tinieblas, que representan “las tentaciones del diablo” (1 Nefi 12:17), perdieron el rumbo, se apartaron del camino y se extraviaron. Nótese que en esos versículos no se hace ninguna mención a la barra de hierro. Los que no hacen caso de la palabra de Dios o la tratan como cosa ligera, no tienen acceso a esa brújula divina que señala el camino hacia el Salvador. Tengan en cuenta que ese grupo entró al sendero y avanzó, lo cual mostró una medida de fe en Cristo y una convicción espiritual, pero fueron desviados por las tentaciones del diablo y se perdieron. En 1 Nefi 8:24–28, leemos acerca de un segundo grupo de personas que entró en el sendero estrecho y angosto que conducía al árbol de la vida. Los de este grupo “…avanzaron a través del vapor de tinieblas, asidos a la barra de hierro, hasta que llegaron y participaron del fruto del árbol” (versículo 24). Sin embargo, cuando las personas de ropa fina que ocupaban el edificio grande y espacioso se burlaron de este segundo grupo de personas, éstos “se avergonzaron” y “…cayeron en senderos prohibidos y se perdieron” (versículo 28). Noten que la descripción indica que los de ese grupo estaban “asidos a la barra de hierro” (1 Nefi 8:24; cursiva agregada). Es significativo el hecho de que los del segundo grupo avanzaron con fe y dedicación. También tuvieron la bendición adicional de la barra de hierro, ¡y estaban asidos a ella! Sin embargo, cuando enfrentaron la persecución y la adversidad, cayeron en senderos prohibidos y se perdieron. Aun con fe, dedicación y la palabra de Dios, los de ese grupo al final se perdieron —tal vez porque leían o estudiaban o escudriñaban las Escrituras sólo periódicamente. El asirse a la barra de hierro a mí me sugiere sólo “ráfagas” ocasionales de estudio o un remojo irregular en lugar de una inmersión constante y continua en la palabra de Dios. En el versículo treinta leemos de un tercer grupo de personas que avanzaron “…asidos constantemente a la barra de hierro, hasta que llegaron, y se postraron, y comieron del fruto del árbol”. La frase clave de este versículo es asidos constantemente a la barra de hierro. El tercer grupo también avanzó con fe y convicción; sin embargo, no hay ninguna indicación de que las personas se hayan apartado del camino, hayan caído en senderos prohibidos o se hayan perdido. Tal vez este tercer grupo leyó y estudió y escudriñó las Escrituras constantemente. Tal vez lo que salvó al tercer grupo de perecer fue su diligencia y devoción a las “cosas pequeñas y sencillas” (Alma 37:6). Quizá fue el “conocimiento del Señor” y el “conocimiento de la verdad” (Alma 23:5, 6) que obtuvieron mediante el estudio fiel de las Escrituras, lo que les dio el don espiritual de la humildad, a tal punto que los de este grupo de personas “se postraron, y comieron del fruto del árbol” (1 Nefi 8:30; cursiva agregada). Es posible que haya sido el sustento y la fortaleza espirituales que recibieron al “[deleitarse] en la palabra de Cristo” (2 Nefi 31:20) constantemente lo que permitió que los de este grupo no hicieran caso al escarnio y a las burlas de la gente del edificio grande y espacioso (véase 1 Nefi 8:33). Éste es el grupo al que ustedes y yo debemos esforzarnos por pertenecer. Los hermanos de Nefi preguntaron: “¿Qué significa la barra de hierro, que nuestro padre vio, que conducía al árbol? “Y [Nefi] les [dijo] que era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:23–24; cursiva agregada). Entonces, ¿cuál es la diferencia que existe entre asirse y asirse constantemente a la barra de hierro? Permítanme sugerir que asirse constantemente supone, en gran medida, el uso constante, sincero y con actitud de oración, de las Santas Escrituras como fuente segura de verdad revelada y como una guía confiable para el recorrido por el sendero estrecho y angosto que lleva al árbol de la vida, sí, al Señor Jesucristo. “Y aconteció que vi que la barra de hierro que mi padre había visto representaba la palabra de Dios, la cual conducía a la fuente de aguas vivas o árbol de la vida” (1 Nefi 11:25). 13

El Libro de Mormón es para nosotros hoy en día El Libro de Mormón establece verdades que son pertinentes y esenciales en nuestros días y para nuestras circunstancias. Moroni destaca la relevancia espiritual y práctica del Libro de Mormón en nuestra vida: “He aquí, os hablo como si os hallaseis presentes, y sin embargo, no lo estáis. Pero he aquí, Jesucristo me os ha mostrado, y conozco vuestras obras” (Mormón 8:35). Al haber visto nuestros días y nuestras circunstancias mediante la presciencia de Dios, los autores principales del Libro de Mormón incluyeron, de manera específica, los temas y ejemplos de mayor importancia para los habitantes de la tierra en los últimos días. Los invito a considerar detenidamente y con espíritu de oración esta pregunta: ¿Qué lecciones puedo y debo aprender de la visión de Lehi del árbol de la vida y del principio de asirme constantemente y de forma continua a la barra de hierro, que me permitirán mantenerme firme espiritualmente en el mundo en el que hoy vivimos? Al esforzarse diligentemente y buscar inspiración para contestar esta importante pregunta, llegarán a comprender más plenamente, por el poder del Espíritu Santo, tanto en el corazón como en la mente, la importancia de asirse constantemente a la barra de hierro; y recibirán la bendición de poder aplicar esas lecciones con fe y diligencia en su vida individual y en su hogar. Ruego que todos tengamos ojos para ver y oídos para oír lecciones adicionales de la visión de Lehi que nos ayuden a “…seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20). Un profeta testifica “Les testifico que el Libro de Mormón es ciertamente la palabra de Dios, que la comunicación entre la tierra y el cielo se ha abierto nuevamente, y que el verdadero camino del Señor se ha revelado a los hombres sobre la tierra, indicándoles los medios por los cuales cada creyente sincero en Cristo puede recibir todo el conocimiento y todas las bendiciones necesarios”. Véase, presidente David O. McKay (1873–1970), citado en “Un llamado profético constante”, Liahona, agosto de 2005, pág. 7. No les hicimos caso En el transcurso de mi vida, la frase “no les hicimos caso” (1 Nefi 8:33) me ha dado fortaleza espiritual. En 1 Nefi 8, algunas de las personas que avanzan hacia el árbol de la vida no hacen caso de las voces de burla. Los señalan con dedos de escarnio, pero ellos no tropiezan; no escuchan. De igual manera, en la actualidad escuchamos muchas voces fuertes y tentadoras; a veces puede ser una verdadera lucha el no hacer caso a esas voces, pero Lehi nos demuestra que es posible hacerlo. Me he dado cuenta de que puedo apagar las voces del mundo cuando asisto al templo, leo las Escrituras, voy a la Iglesia y sigo al profeta. Al hacer esas cosas sencillas, puedo escuchar la voz del Espíritu Santo; y ésa es la voz que vale la pena escuchar. Al hacer caso a la voz del Espíritu, recibo más fuerzas para resistir la tentación. Cuando seguimos el ejemplo de Lehi y “no… [hacemos] caso”, podemos permanecer en el sendero estrecho y angosto, y participar continuamente del amor de Dios. Melissa Heaton, Utah, EE. UU. ¡No dejes este sendero! 14

Mi hermana me dio a conocer la Iglesia, y me gustó tanto que al poco tiempo me bauticé. Aunque no sabía leer, abría el Libro de Mormón y lo hojeaba. Tenía un gran deseo de leer las palabras que veía en sus páginas. Mi esposo, que se bautizó tiempo después, estaba intrigado de verme allí sentada mirando el libro, y me decía que desperdiciaba el tiempo. Con gran dificultad y con la ayuda de mis hermanas de la Sociedad de Socorro y de mis hijos, comencé a tratar de leer. Mi objetivo siempre fue leer el Libro de Mormón. En un momento especialmente difícil, cuando me invadieron sentimientos negativos, escuché claramente estas palabras: “¡No dejes este sendero!”. Miré para ver si había alguien allí, pero no había nadie. Un día le dije a mi hija que ya estaba empezando a leer por mi cuenta. Ella no me creyó y me pidió que se lo demostrara. Cuando lo hice, se puso muy feliz. Mi meta es leer el Libro de Mormón de principio a fin. Leo muy despacio, pero puedo entender y, lo que es más importante, puedo sentir el Espíritu a través de este libro maravilloso. Edite Feliciano de Paula, São Paulo, Brasil Show References Nota 6. 1. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág.67.

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La gloria de Dios es la inteligencia De una entrevista con el élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles; por Kimberly Webb, Revistas de la Iglesia

“…si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia… por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (D. y C. 130:19). He pasado la mayor parte de mi vida en el campo de la educación. Cuando era joven, pensaba que el adquirir una educación significaba ir a la escuela, hacer exámenes y sacar buenas notas, pero al ir madurando, empecé a darme cuenta de la diferencia que existía entre sacar buenas notas en la escuela y adquirir una educación. Una persona puede salir bien en los exámenes escolares y aún así no tener una educación. La verdadera educación significa saber cómo aprender. Una vez que descubrí esa lección, el aprendizaje se hizo divertido. Uno de los propósitos principales de la vida terrenal es aprender, obtener conocimiento e inteligencia. En Doctrina y Convenios 93:36 dice: “La gloria de Dios es la inteligencia”. Tal vez piensen que inteligencia significa tener un talento especial para el trabajo académico, pero inteligencia también significa aplicar el conocimiento que adquiramos para propósitos rectos. El conocimiento, tanto temporal como espiritual, se adquiere poco a poco. Mi testimonio creció línea por línea, precepto sobre precepto, un poquito allí, otro poquito allá (véase Isaías 28:10), de la misma manera que ocurre a la mayoría de los miembros de la Iglesia. Cuando era niño, recuerdo que mi madre me leía relatos del Libro de Mormón y de la historia de la Iglesia. Me sobrevenía un dulce, pacífico y tranquilizante sentimiento de que lo que aprendía era verdadero. Ese sentimiento se convirtió en un deseo sincero de aprender más mediante el estudio de las Escrituras. Nada ha tenido un mayor impacto en mi vida que el leer, estudiar y escudriñar las Escrituras a fin de obtener más conocimiento e inteligencia. Vivía en California durante mi adolescencia, durante un tiempo en que las malas influencias, como las drogas y la música de mal gusto, se hicieron cada vez más populares. Debido al conocimiento que tuve la bendición de recibir, decidí no participar en esas cosas; me estaba preparando para ser misionero y servir al Señor. En el campo misional, el conocimiento que tenía de que estaba sirviendo al Señor fortaleció mi resolución de trabajar arduamente en la edificación de Su reino. El trabajar como misionero es quizás una de las mejores maneras de aprender y de obtener conocimiento espiritual. El verdadero valor del conocimiento es que te permite ser una persona hábil en cualquier situación, que te permite descubrir lo que debes hacer ¡cuando no tienes idea de qué hacer! En las Escrituras con frecuencia se nos enseña a buscar conocimiento tanto por el estudio como por la fe (véase D. y C. 88:118). En nuestra vida, en nuestras familias y en la Iglesia, podemos recibir bendiciones de fortaleza espiritual, de orientación y de protección a medida que, por medio de la fe, procuramos obtener inteligencia y aplicar conocimiento espiritual en rectitud.

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El matrimonio es esencial para Su plan eterno Élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

El concepto ideal doctrinal del matrimonio La Primera Presidencia nos ha aconsejado encarecidamente que dediquemos nuestros mejores esfuerzos al fortalecimiento del matrimonio y del hogar. Esa instrucción jamás se ha necesitado más en el mundo que hoy en día, a medida que se ataca la santidad del matrimonio y se debilita la importancia del hogar. A pesar de que la Iglesia y sus programas apoyan al matrimonio y a la familia, y por lo general tienen éxito en ello, siempre debemos recordar esta verdad básica: ningún medio ni ninguna organización puede ocupar el lugar del hogar ni cumplir sus funciones esenciales 1 . Por consiguiente, hoy me dirigiré a ustedes, en primer lugar como hombres y mujeres, como esposos y esposas, y como madres y padres, y en segundo, como líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares de la Iglesia. La asignación que tengo es la de analizar la función esencial del matrimonio eterno en el plan de felicidad de nuestro Padre Celestial. Nos centraremos en el concepto ideal doctrinal del matrimonio. Espero que el análisis de nuestras posibilidades eternas y el recordatorio de quiénes somos y de por qué estamos aquí en la tierra nos brinden dirección, consuelo y una esperanza sustentadora para todos nosotros, independientemente de nuestro estado civil o de nuestras circunstancias personales actuales. La discrepancia que existe entre el concepto doctrinal del matrimonio y la realidad de la vida diaria, a veces puede parecer bastante grande pero, poco a poco, ustedes van progresando mejor de lo que probablemente se imaginan. Los exhorto a tener presentes las siguientes preguntas a medida que analizamos los principios relacionados con el matrimonio eterno. Pregunta 1: En mi propia vida, ¿me esfuerzo por llegar a ser un mejor esposo o una mejor esposa, o me preparo para ser un esposo o una esposa, al comprender esos principios básicos y llevarlos a la práctica? Pregunta 2: En calidad de líder del sacerdocio o de las organizaciones auxiliares, ¿ayudo a las personas a quienes sirvo a comprender esos principios básicos y a llevarlos a la práctica, y de ese modo fortalecer el matrimonio y el hogar? Al meditar con oración en esas preguntas y al considerar nuestra propia relación matrimonial y nuestras responsabilidades en la Iglesia, testifico que el Espíritu del Señor iluminará nuestra mente y nos enseñará las cosas que debemos hacer y mejorar (véase Juan 14:26). Por qué el matrimonio es esencial En “La Familia: Una proclamación para el mundo”, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles proclaman “que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” 2 . Esta frase de la proclamación, que establece el tema del discurso, nos enseña mucho en cuanto al significado doctrinal del matrimonio y recalca la supremacía del matrimonio y de la familia en el plan del Padre. El matrimonio honorable es un mandamiento y un paso esencial en el proceso de crear una relación familiar amorosa que se puede perpetuar más allá de la tumba.

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Hay dos razones doctrinales convincentes que nos ayudan a entender por qué el matrimonio eterno es esencial para el plan del Padre. Razón 1: La naturaleza del espíritu del hombre y la naturaleza del espíritu de la mujer se complementan y se perfeccionan mutuamente y, por tanto, se ha dispuesto que progresen juntos hacia la exaltación. La plena comprensión de la naturaleza eterna del matrimonio y de su importancia sólo se puede lograr dentro del contexto supremo del plan que el Padre tiene para Sus hijos. “Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos” 3 . El gran plan de felicidad permite que los hijos y las hijas espirituales de nuestro Padre Celestial obtengan un cuerpo físico, ganen experiencias terrenales y progresen hacia la perfección. “El ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal y eterna” 4 , y en gran medida eso define quiénes somos, por qué estamos aquí en la tierra, y qué debemos hacer y llegar a ser. Por razones divinas, el espíritu de los hombres y el de las mujeres son diferentes, singulares y complementarios. Después de que se creó la tierra, se puso a Adán en el Jardín de Edén; sin embargo, y muy importante, Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo (véase Génesis 2:18; Moisés 3:18), y Eva llegó a ser la compañera y la ayuda idónea de Adán. A fin de llevar a cabo el plan de felicidad se necesitaba la combinación singular de facultades espirituales, físicas, mentales y emocionales tanto de hombres como de mujeres. Solos, ni el hombre ni la mujer podrían cumplir con los propósitos de su creación. Por designio divino, se dispone que los hombres y las mujeres progresen juntos hacia la perfección y hacia una plenitud de gloria. A causa de sus temperamentos y facultades singulares, los hombres y las mujeres llevan a la relación matrimonial perspectivas y experiencias únicas. El hombre y la mujer contribuyen de forma diferente pero por igual a una totalidad y unidad que no se pueden lograr de ninguna otra manera. El hombre complementa y perfecciona a la mujer, y la mujer complementa y perfecciona al hombre, al aprender el uno del otro y al fortalecerse y bendecirse mutuamente. “En el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11:11; cursiva agregada). Razón 2: Por designio divino, se necesitan tanto el hombre como la mujer para traer hijos a la tierra y para proporcionar el mejor entorno para la crianza y el cuidado de los hijos. El mandamiento que se dio antiguamente a Adán y a Eva de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor hoy día. “Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación se utilicen sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa… la forma por medio de la cual se crea la vida mortal fue establecida por decreto divino” 5 . Por tal razón, el matrimonio entre un hombre y una mujer es el conducto autorizado por el cual los espíritus entran en la tierra. La completa abstinencia sexual antes del matrimonio y la total fidelidad dentro del matrimonio protegen la santidad de ese sagrado conducto. El hogar en el que haya un esposo y una esposa leales y llenos de amor es el entorno supremo en el que se puede criar a los hijos en amor y rectitud, y en el que se pueden satisfacer las necesidades espirituales de los hijos. Del mismo modo que las características singulares tanto del hombre como de la mujer contribuyen a la plenitud de la relación matrimonial, esas mismas características son vitales para la crianza, el cuidado y la enseñanza de los hijos. “Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa” 6 .

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Principios de orientación Las dos razones doctrinales que hemos analizado en cuanto a la importancia del matrimonio eterno en el plan de felicidad del Padre proponen principios de orientación para aquellos que se estén preparando para casarse, para los que estén casados y para nuestro servicio en la Iglesia. Principio 1: La importancia del matrimonio eterno se comprende únicamente dentro del contexto del plan de felicidad del Padre. Con frecuencia hablamos del matrimonio y lo destacamos como una unidad fundamental de la sociedad, como el fundamento de una nación fuerte y como una institución básica sociológica y cultural. Sin embargo, ¡el Evangelio restaurado nos ayuda a entender que es mucho más que eso! ¿Hablamos, quizás, acerca del matrimonio sin enseñar adecuadamente la importancia del matrimonio en el plan de nuestro Padre? El hacer hincapié en el matrimonio sin conectarlo con la doctrina sencilla y fundamental del plan de felicidad no puede proporcionar la suficiente dirección, protección ni esperanza en un mundo que cada vez se vuelve más confuso y perverso. Bien haríamos todos en recordar la enseñanza de Alma de que Dios dio a los hijos de los hombres mandamientos “después de haberles dado a conocer el plan de redención” (Alma 12:32; cursiva agregada). El élder Parley P. Pratt expresó hermosamente las bendiciones que recibimos a medida que aprendemos y comprendemos el concepto ideal doctrinal del matrimonio y nos esforzamos por aplicarlo en nuestra vida. “José Smith fue quien me enseñó a valorar las entrañables relaciones que existen entre padre y madre, esposo y esposa; entre hermano y hermana, hijo e hija. “De él aprendí que podría tener asegurada a mi amada esposa por esta vida y por toda la eternidad; y que los sublimes sentimientos de unidad y afecto que nos atrajeron mutuamente emanaron de la fuente del amor divino y eterno… “Antes había amado, sin saber por qué; pero ahora amaba con una pureza, con una intensidad de sentimientos virtuosos y exaltados que elevarían mi alma de las cosas transitorias de esta deplorable esfera y la harían expandirse como el océano… En una palabra, ahora podía amar con el espíritu así como con el entendimiento. “Sin embargo, en ese tiempo, mi muy querido hermano José Smith tan sólo había… levantado una esquina del velo, dándome sólo un vistazo de la eternidad” 7 . Como hombres y mujeres, como esposos y esposas, y en calidad de líderes de la Iglesia, ¿vemos cómo la importancia del matrimonio eterno se puede comprender únicamente dentro del contexto del plan de felicidad del Padre? La doctrina del plan lleva a los hombres y a las mujeres a esperar el matrimonio eterno y a prepararse para él, y vence los temores y supera las incertidumbres por las que tal vez algunas personas demoren el matrimonio o lo eviten. Asimismo, un entendimiento correcto del plan fortalece nuestra determinación de honrar tenazmente el convenio del matrimonio eterno. Al meditar en esa verdad y al entenderla plenamente, se magnificarán nuestro conocimiento personal, nuestra enseñanza y nuestro poder para testificar tanto en el hogar como en la iglesia. Principio 2: Satanás desea que todos los hombres y todas las mujeres sean miserables como él. Lucifer ataca y distorsiona implacablemente las doctrinas que más importancia tienen para nosotros, para nuestras familias y para el mundo. ¿Hacia dónde dirige el adversario sus ataques más directos y diabólicos? Satanás se ocupa infatigablemente de confundir lo que se entiende de la identidad sexual, de fomentar el uso prematuro e incorrecto del poder procreador, y de ser un obstáculo para el matrimonio honorable, precisamente porque el 19

matrimonio es ordenado por Dios y la familia es fundamental para el plan de felicidad. Los ataques del adversario al matrimonio eterno seguirán aumentando en intensidad, frecuencia y sutileza. Debido a que hoy día estamos enfrascados en una batalla por el bienestar del matrimonio y del hogar, en mi última lectura del Libro de Mormón puse particular atención al modo en que los nefitas se preparaban para sus batallas contra los lamanitas. Me di cuenta de que los del pueblo de Nefi “estaban enterados del intento de [su enemigo] y, por consiguiente, se prepararon para enfrentarse a ellos. (Alma 2:12; cursiva agregada). Al leer y estudiar, aprendí que el enterarse del intento del enemigo es un requisito clave para la preparación eficaz. Del mismo modo, nosotros debemos considerar el intento de nuestro enemigo en esta guerra de los últimos días. El plan del Padre tiene como fin proporcionar guía para Sus hijos, para ayudarles a ser felices y llevarlos seguros de nuevo hacia Él. Los ataques de Lucifer hacia el plan tienen como fin confundir a los hijos y a las hijas de Dios, hacerlos desdichados y detener su progreso eterno. El máximo objetivo del padre de las mentiras es que todos nosotros seamos “miserables como él” (2 Nefi 2:27), y se ocupa de pervertir los elementos que más detesta del plan del Padre. Satanás no tiene un cuerpo, no se puede casar y no tendrá una familia, y se esfuerza constantemente por tergiversar los propósitos divinamente prescritos del sexo de la persona, del matrimonio y de la familia. Por todo el mundo se ve una evidencia cada vez mayor de la eficacia de los esfuerzos de Satanás. En épocas más recientes, el diablo ha intentado combinar la confusión en cuanto al sexo de la persona y el matrimonio validándola legalmente. Al mirar más allá de la mortalidad hacia la eternidad, es fácil discernir que las falsas alternativas que propone el adversario jamás conducirán al estado de plenitud que se puede lograr a través del sellamiento de un hombre y de una mujer, a la felicidad de un matrimonio honorable, al gozo de la posteridad, o a la bendición del progreso eterno. En vista de lo que sabemos en cuanto al intento de nuestro enemigo, cada uno de nosotros debe prestar especial cuidado al buscar inspiración personal en cuanto a la forma en que podemos proteger y salvaguardar nuestro propio matrimonio, y sobre cómo podemos aprender principios correctos y enseñarlos en el hogar y en nuestras asignaciones en la Iglesia, tocante a la importancia eterna del sexo de la persona y de la función del matrimonio en el plan del Padre. Principio 3: Las bendiciones supremas del amor y de la felicidad se obtienen por medio de la relación del convenio del matrimonio eterno. El Señor Jesucristo es el punto principal en la relación del convenio del matrimonio. Tomen nota de cómo el Salvador está ubicado en la cúspide de este triángulo, y en la base figura una mujer en una esquina y un hombre en la otra. Consideren, ahora, lo que ocurre en la relación entre el hombre y la mujer a medida que cada uno, gradualmente, “[viene] a Cristo” y se esfuerza por ser perfeccionado en Él (Moroni 10:32). A causa del Redentor, y por medio de Él, el hombre y la mujer se acercan más el uno al otro. A medida que el marido y su esposa son atraídos hacia el Señor (véase (3 Nefi 27:14) a medida que aprenden a servirse y a atesorarse mutuamente, a medida que comparten las experiencias de la vida, progresan juntos y llegan a ser uno, y a medida que son bendecidos mediante la unión de sus naturalezas características, se empiezan a dar cuenta de la plenitud que nuestro Padre Celestial desea para Sus hijos. La máxima felicidad, que es el objeto mismo del plan del Padre, se recibe al efectuar los convenios del matrimonio eterno y al honrarlos. Como hombres y mujeres, esposos y esposas, y como líderes de la Iglesia, una de nuestras responsabilidades más importantes es ayudar a los hombres y a las mujeres jóvenes, mediante nuestro ejemplo personal, a aprender en cuanto al matrimonio honorable y a prepararse para el mismo. Si las mujeres y los hombres jóvenes observan en nuestro matrimonio dignidad, lealtad, sacrificio y el cumplimiento de convenios, entonces esos jovencitos buscarán emular los mismos principios en sus relaciones de cortejo y matrimonio. Si los jóvenes se dan cuenta de que hemos 20

puesto en primer plano la comodidad y el bienestar de nuestro compañero eterno, se volverán menos egoístas y serán más capaces de dar, de servir y de crear una relación equitativa y perdurable. Si los hombres y las mujeres perciben respeto mutuo, afecto, confianza y amor entre el marido y su esposa, se esforzarán por cultivar esas mismas características. Nuestros hijos y la juventud de la Iglesia aprenderán más de lo que hagamos y de lo que somos, a pesar de que recuerden muy poco de lo que digamos. Lamentablemente, muchos jóvenes de la Iglesia hoy en día tienen temor del matrimonio eterno y tropiezan en su progreso hacia esa meta, debido a que han visto demasiados divorcios en el mundo y convenios rotos en sus hogares y en la Iglesia. El matrimonio eterno no es simplemente un contrato legal provisional que se puede dar por terminado en cualquier momento, por cualquier razón; es más bien un convenio sagrado con Dios que puede ligar por esta vida y por toda la eternidad. La lealtad y la fidelidad en el matrimonio no deben ser simplemente palabras atractivas que se mencionan en discursos; más bien deben ser principios que se manifiesten en nuestra propia relación del convenio del matrimonio eterno. Al considerar la importancia de nuestro ejemplo personal, ¿se dan cuenta ustedes y yo de las áreas donde tenemos que mejorar? ¿Está el Espíritu Santo inspirando nuestra mente y ablandando nuestro corazón y alentándonos a mejorar y a ser mejores? En calidad de líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, ¿estamos concentrando nuestros esfuerzos para fortalecer el matrimonio y el hogar? El esposo y su esposa necesitan tiempo para estar juntos a fin de fortalecerse a sí mismos y a sus hogares contra los ataques del adversario. Al esforzarnos por magnificar nuestros llamamientos en la Iglesia, ¿estamos involuntariamente impidiendo que esposos y esposas, madres y padres cumplan sus sagradas responsabilidades en el hogar? Por ejemplo, ¿programamos a veces reuniones y actividades innecesarias de modo que interfieran con la relación esencial entre el marido y su esposa, y en la relación de ellos con sus hijos? Al meditar con sinceridad estas preguntas, estoy seguro de que el Espíritu nos está ayudando aun ahora mismo y seguirá ayudándonos a cada uno para saber lo que debemos hacer en el hogar y en la Iglesia. Las fuentes espirituales que necesitamos Nuestras responsabilidades de aprender y entender la doctrina del plan, de defender el matrimonio honorable y de ser ejemplos del mismo, y de enseñar principios correctos en el hogar y en la iglesia tal vez nos hagan dudar de nuestra capacidad de llevar a cabo la tarea. Somos personas comunes y corrientes que deben llevar a cabo una obra sumamente extraordinaria. Hace muchos años, la hermana Bednar y yo estábamos muy ocupados tratando de satisfacer las innumerables demandas de una familia joven y activa, además de responsabilidades en la Iglesia, profesionales y de la comunidad. Una noche, después de que los niños se durmieron, hablamos largo y tendido sobre cuán eficaces éramos en dar atención a todas nuestras tareas importantes. Nos dimos cuenta de que no recibiríamos en la eternidad las bendiciones prometidas si no cumplíamos más plenamente el convenio que habíamos hecho en la tierra. Juntos tomamos la determinación de hacer lo necesario para ser mejores como esposo y esposa. Esa lección, aprendida hace muchos años, ha tenido un gran impacto en nuestro matrimonio. La dulce y sencilla doctrina del plan de felicidad nos brinda una valiosa perspectiva eterna y nos ayuda a entender la importancia del matrimonio eterno. Hemos sido bendecidos con todas las fuentes espirituales que necesitamos; tenemos la plenitud de la doctrina de Jesucristo; tenemos el Espíritu Santo y la revelación; tenemos ordenanzas salvadoras, convenios y templos; tenemos el sacerdocio y profetas; tenemos las Santas Escrituras y el poder de la palabra de Dios; y tenemos La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. 21

Testifico que hemos sido bendecidos con todos los recursos espirituales que necesitamos para aprender acerca del matrimonio honorable, para enseñarlo, para fortalecerlo y para defenderlo, y que, en efecto, podemos vivir juntos, en felicidad, como esposos, esposas y familias por la eternidad. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén. Notas 7. 1. Véase Carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999; véase Liahona, diciembre de 1999, pág. 1. 8. 2. “La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 9. 3. Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 10. 4. Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 11. 5. Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 12. 6. Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 13. 7. Autobiography of Parley P. Pratt, ed. Parley P. Pratt Jr., 1938, págs. 297–298.

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Porque las tenemos ante nuestros ojos Por el Élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

Aplicar cinco principios al estudio de las Escrituras puede ayudarles no sólo a saber más del Salvador, sino a ser más como Él. Durante los últimos 20 años, la hermana Bednar y yo nos hemos reunido con decenas de miles de jóvenes Santos de los Últimos Días para analizar las doctrinas del Evangelio restaurado y considerar las bendiciones del vivir a diario principios correctos. Al reunirnos con grupos, tanto grandes como pequeños, solíamos invitar a los jóvenes a hacernos preguntas y nos ha impresionado sobremanera la profundidad de su conocimiento del Evangelio y la calidad de sus preguntas. Dos de las preguntas que se nos han planteado una y otra vez son: ¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras? ¿Qué puedo hacer para que mi estudio de las Escrituras sea más edificante y eficaz? Preguntas tan excelentes como éstas merecen una seria consideración por parte de todos. ¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras? El Señor ha declarado que Su obra y Su gloria consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Él estableció Su Iglesia para contribuir a esta gran obra. En consecuencia, la gran misión de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es “invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20:59) y “[perfeccionarnos] en él” (Moroni 10:32). Así pues, todo lo que aprendemos, sabemos y hacemos como discípulos del Salvador y miembros de Su Iglesia tiene como finalidad ayudarnos a dar una respuesta afirmativa a esta invitación de los cielos. Venir a Cristo no es un único acontecimiento con un inicio y un fin determinados; más bien, es un proceso que se desarrolla y profundiza durante toda la vida. Como paso inicial del proceso, ciertamente debemos obtener conocimiento y aprender sobre Jesús y Su vida, Sus enseñanzas y Su ministerio. Pero para venir a Cristo de verdad también se requiere una obediencia y un esfuerzo constantes por llegar a ser como Él en nuestros pensamientos, motivos, palabras y hechos. A medida que seguimos adelante (véase 2 Nefi 31:20) por el camino del discipulado, nos allegamos al Salvador con la esperanza de que Él se allegue a nosotros; podemos buscarlo diligentemente con la esperanza de hallarlo; podemos pedir confiando en que recibiremos; y podemos llamar esperando que la puerta se abra para dejarnos entrar (véase D. y C. 86:63). Una de las mejores maneras de allegarse al Señor Jesucristo y al mismo tiempo aprender más sobre Él y llegar a ser más como Él es mediante el estudio constante de las Santas Escrituras, del “[deleitarse] en las palabras de Cristo” a diario (2 Nefi 32:3). Fíjense en que empleé la palabra estudio y no lectura. Estudiar y deleitarse sugieren un enfoque y una intensidad que van más allá de la lectura casual o del examen rápido. Estudiar y deleitarse, seguido de una oración sincera y una tenaz aplicación de las verdades y los principios que aprendamos, resultan en una resolución personal, un compromiso espiritual y la brillante luz del testimonio. Estudiar, aprender, orar y aplicar en forma adecuada las verdades del Evangelio son todos elementos clave del proceso de allegarse al Salvador.

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Las Escrituras tienen una importancia vital para mí al continuar viniendo a Cristo. Con frecuencia mi mente y mi corazón reciben la intensa admonición de mi bendición patriarcal, que me insta a “estudiar las Escrituras siempre que tenga ocasión”. Durante décadas, esa simple frase me ha brindado guía para mi estudio del Evangelio, y las bendiciones prometidas de inspiración e instrucción relacionadas con esa admonición se han cumplido repetidas veces en mi vida. Además, el presidente Harold B. Lee (1899–1973) ha influido enormemente en mi estudio y uso de las Escrituras. Durante aquella primera capacitación misional en Salt Lake City en 1971, cerca de 300 élderes y hermanas fuimos bendecidos con la instrucción impartida por el presidente Lee en el cuarto de asambleas del Templo de Salt Lake. Ser instruido por uno de los testigos especiales del Señor y un miembro de la Primera Presidencia en semejante lugar sagrado fue una experiencia inolvidable para mí. El formato de la instrucción fue bastante sencillo: el presidente Lee nos invitó a hacerle preguntas sobre cualquier tema del Evangelio. ¡Jamás olvidaré lo que sentí al observar al presidente Lee responder a cada pregunta con las Escrituras! Sabía que yo jamás tendría un conocimiento de las Escrituras tan grande como él, pero en aquel momento en el Templo de Salt Lake, tomé la decisión de estudiarlas y emplearlas en mi enseñanza y de seguir el ejemplo del profeta. Aquel compromiso que adquirí siendo un misionero de 19 años, nuevo y sin experiencia, ha bendecido mi vida de maneras que no se pueden contar ni describir adecuadamente. Busquen en las siguientes palabras el papel central que desempeñan las Escrituras en el proceso de conocer a Dios y de confiar en Él: “Escudriñen las Escrituras; escudriñen las revelaciones que publicamos y pidan a nuestro Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que les manifieste la verdad; y si lo hacen con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, sin ninguna duda, Él les responderá por el poder de Su Santo Espíritu. Entonces podrán saber por ustedes mismos y no por otra persona: No tendrán entonces que depender del hombre para saber de Dios, ni habrá lugar para la especulación. No; porque cuando los hombres reciben su instrucción de Aquel que los hizo, saben cómo los salvará” 1 . Por el poder del Espíritu Santo, cada uno de nosotros puede recibir un testimonio espiritual independiente de cualquier otra persona y “saber por ustedes mismos” que Jesús es el Salvador y nuestro Redentor. En esencia, las Escrituras son una “grabación” escrita de la voz del Señor, una voz que podemos sentir en el corazón más que oírla con los oídos; y al estudiar el contenido de la palabra escrita de Dios y sentir su espíritu, aprendemos a oír Su voz en las palabras que leemos y a entender la forma en que el Espíritu Santo nos comunica esas palabras. Así se explica en Doctrina y Convenios 18:34–36: “Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mí, y no del hombre “Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas. “Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras”. ¡Qué importante es que cada uno acuda repetidas veces a las Santas Escrituras y así obtenga experiencia y confianza al oír y sentir Su voz. Al estudiar las Santas Escrituras con regularidad, “he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3). Durante nuestro proceso de venir a Cristo, resulta esencial oír y sentir la voz del Señor, así como conocer Sus palabras. El Salvador enseñó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27; cursiva agregada). Así pues, oír Su voz es el paso previo para seguirle adecuadamente, “porque [mis escogidos] escuchan 24

mi voz y no endurecen su corazón” (D. y C. 29:7). Verdaderamente, podemos recibir instrucción de Él y seguirle. Todo miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días goza de la capacidad espiritual de oír, sentir y seguir, la cual se ve fortalecida por medio del estudio diligente de las Escrituras. ¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras? El estudio sincero de las Escrituras nos ayuda a progresar en el proceso de venir a Cristo y de llegar a ser más como Él. Por medio de ese deleite diario, podemos obtener un testimonio de las verdades del Evangelio por nosotros mismos y aprender a oír y seguir la voz del Señor. ¿Qué puedo hacer para que mi estudio de las Escrituras sea más edificante y eficaz? El comprender y aplicar cinco principios básicos puede hacer que nuestro estudio personal de las Escrituras sea más edificante y eficaz. Principio 1: Oren para recibir entendimiento y soliciten la ayuda del Espíritu Santo. Las cosas del Espíritu se aprenden únicamente mediante la influencia del Espíritu. Cada vez que comenzamos una sesión de estudio sincero de las Escrituras, el ofrecer una oración ferviente y humilde en la que pidamos a nuestro Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo, la ayuda del Espíritu Santo, mejorará enormemente nuestro aprendizaje, nuestra comprensión y nuestra memoria. No sólo resulta útil orar al principio, sino que también lo es pedir entendimiento mientras se estudia. Además, a mí me ayuda expresar gratitud al final de mi estudio por todo lo que he aprendido. Principio 2: Trabajen. El conocimiento y la comprensión del Evangelio son fruto del estudio diligente de las Escrituras bajo la tutela del Espíritu Santo. La combinación que abre la puerta de la caja fuerte que guarda los tesoros de las Escrituras incluye una gran cantidad de trabajo, trabajo simple, arduo y tradicional. Un granjero no puede esperar cosechar nada en otoño si no planta con esmero en primavera y trabaja duro durante el verano para desherbar, fertilizar y cultivar. Del mismo modo, no podemos esperar una gran cosecha de las Escrituras a menos que paguemos el precio de estudiarlas regular y diligentemente. Los tesoros de las Escrituras que buscamos en nuestra vida no se pueden tomar prestados ni tampoco se pueden adquirir de segunda mano. Cada uno de nosotros debe aprender a abrir la puerta de esa caja fuerte mediante el principio del trabajo. Principio 3: Sean constantes. Dado el ajetreado ritmo de la vida, no basta con tener buenas intenciones y simplemente “esperar” encontrar el tiempo para un serio estudio de las Escrituras. La experiencia me dice que el programar un horario específico cada día para el estudio, el dedicar todo el tiempo posible a ello y el tener un lugar determinado para hacerlo contribuye enormemente a la eficacia de nuestro estudio de las Escrituras. Principio 4: Mediten. La palabra meditar significa considerar, contemplar, reflexionar o pensar en algo. Por lo tanto, meditar en las Escrituras es reflexionar reverentemente en las verdades, las experiencias y las lecciones que contienen las obras canónicas. El proceso de meditar requiere tiempo y no se puede forzar ni acelerar. El profeta José Smith nos dio una pauta importante para reflexionar y meditar en las Escrituras cuando enseñó: “Tengo una llave por medio de la cual entiendo las Escrituras. Pregunto: ¿Qué fue la pregunta que ocasionó la respuesta, o que causó que Jesús relatara la parábola?” 2 . El esforzarse por comprender la pregunta previa a una determinada revelación, parábola o episodio puede ayudarnos a obtener un entendimiento más profundo de las Escrituras. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) recalcó un método similar para estudiar y meditar en las Santas Escrituras en general y en el Libro de Mormón en particular: “Si [los autores del Libro de Mormón] vieron nuestros días y eligieron aquellas cosas que serían de máximo valor para nosotros, ¿no es eso suficiente razón para estudiar el Libro de Mormón? Constantemente deberíamos preguntarnos: ‘¿Por qué inspiró el Señor a Mormón (o a Moroni o a Alma) para que incluyera esto en su registro? ¿Qué lección puedo aprender de esto que me ayude a vivir en esta época?’” 3 . 25

La enseñanza del presidente Benson nos ayuda a seguir el consejo de Nefi respecto a “[aplicar] todas las Escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23). Así vemos que, al plantearnos preguntas y meditar en lo que hayamos estudiado en las Escrituras, invitamos a la inspiración y a la ayuda del Espíritu Santo. Principio 5: Anoten sus impresiones, pensamientos y sentimientos. El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, recalca con frecuencia la importancia de anotar las impresiones y los pensamientos espirituales: “Descubrirás que al anotar tus preciadas impresiones, a menudo se te ocurrirán más. Además, el conocimiento que obtengas estará a tu disposición por el resto de tu vida. Esfuérzate siempre para reconocer y seguir la dirección del Espíritu, sea de día o de noche, dondequiera que estés y sin importar lo que estés haciendo. Expresa gratitud por la ayuda recibida y obedécela. Esa práctica afirmará tu capacidad de aprender por el Espíritu y permitirá que el Señor guíe tu vida y te ayude a utilizar de manera más provechosa cualquier otra capacidad latente en ti” 4 . El anotar lo que aprendamos, lo que pensemos y sintamos al estudiar las Escrituras es otra forma de meditar y una invitación poderosa que extendemos al Espíritu Santo para que continúe dándonos instrucción. Somos bendecidos al vivir en una época en la que las Santas Escrituras están tan fácilmente a nuestro alcance. Ruego que jamás las pasemos por alto ni las tratemos ligeramente. Debemos recordar las Santas Escrituras y aplicar a todas ellas las enseñanzas que el rey Benjamín impartió a sus hijos: “Os digo, hijos míos, que si no fuera por estas cosas [las Escrituras], las cuales se han guardado y preservado por la mano de Dios para que nosotros pudiéramos leer y entender acerca de sus misterios, y siempre tener sus mandamientos ante nuestros ojos, aun nuestros padres habrían degenerado en la incredulidad… “¡Oh hijos míos, quisiera que recordaseis que estas palabras son verdaderas, y también que estos anales son verdaderos!… y podemos saber de su certeza porque las tenemos ante nuestros ojos. “Y ahora bien, hijos míos, quisiera que os acordaseis de escudriñarlas diligentemente, para que en esto os beneficiéis; y quisiera que guardaseis los mandamientos de Dios para que prosperéis en la tierra, de acuerdo con las promesas que el Señor hizo a nuestros padres” (Mosíah 1:5–7; cursiva agregada). Testifico y afirmo que las Santas Escrituras son verdaderas y que contienen la palabra de Dios. Al proseguir con nuestro proceso de venir al Salvador, seremos fortalecidos y prosperaremos al “[deleitarnos] en las palabras de Cristo” constante y diligentemente. De hecho, somos bendecidos porque las tenemos ante nuestros ojos. Notas 14. 1. “To the Honorable Men of the World”, The Evening and the Morning Star, agosto de 1832, pág. 22; cursiva agregada. 15. 2. History of the Church, tomo 5, pág. 261. 16. 3. “El Libro de Mormón: la clave de nuestra religión”, Liahona, enero de 1987, pág. 3. 17. 4. “Cómo adquirir conocimiento y la entereza para utilizarlo con sabiduría”, Liahona, agosto de 2002, págs. 12–14. 26

Las cosas como realmente son por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles De un discurso de una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia, pronunciado en la Universidad Brigham Young–Idaho, el 3 de mayo de 2009. Elevo una voz apostólica de amonestación sobre el posible impacto opresivo, sofocante, represivo y limitante de algunos tipos de interacciones y experiencias ciberespaciales en nuestra alma. Al estar esperando esta oportunidad de aprender con ustedes y al prepararme para ella, he llegado a comprender mejor los fuertes sentimientos que tuvo Jacob, el hermano de Nefi, cuando dijo: “…hoy me agobia el peso de un deseo y afán… por el bien de vuestras almas” (Jacob 2:3). El mensaje que deseo compartir con ustedes hoy se ha destilado con el tiempo “sobre [mi] alma como rocío del cielo” (D. y C. 121:45). Les invito a poner mucha atención a un tema de gran seriedad que tiene implicaciones tanto inmediatas como eternas. Ruego que el Espíritu Santo esté con cada uno de nosotros y que nos enseñe en el tiempo que estemos juntos. Desde hace tiempo me ha impresionado la definición sencilla y clara del término verdad que figura en el Libro de Mormón: “…el Espíritu habla la verdad, y no miente. Por tanto, habla de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán; así que estas cosas nos son manifestadas claramente para la salvación de nuestras almas” (Jacob 4:13; véase también D. y C. 93:24). Nos concentraremos en el primer elemento principal del término verdad que se encuentra en este versículo: “las cosas como realmente son”. Primero repasaremos varios elementos clave del plan de felicidad de nuestro Padre Celestial como la base doctrinal para conocer y comprender las cosas como realmente son. Entonces consideraremos los métodos de ataque que utiliza el adversario para distraernos de las cosas como realmente son o inhibir nuestra capacidad de discernirlas. Y finalmente, hablaremos de las responsabilidades que tienen ustedes, la nueva generación. Será necesario que sean obedientes, que honren convenios sagrados y que logren discernir las cosas sistemáticamente como en realidad son en el mundo actual que cada vez se vuelve más confuso y perverso. Nuestro destino divino En “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles declaran que como hijos e hijas de Dios procreados como espíritus, “acepta[mos] Su plan por medio del cual Sus hijos podrían obtener un cuerpo físico y ganar experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente lograr [nuestro] destino divino como herederos de la vida eterna” 1 . Tengan a bien observar la importancia primordial de obtener un cuerpo físico en el proceso de progresar hacia nuestro destino divino. El profeta José Smith enseñó con claridad la importancia de nuestro cuerpo físico: “Vinimos a esta tierra para tener un cuerpo y presentarlo puro ante Dios en el reino celestial. El gran principio de la felicidad consiste en tener un cuerpo. El diablo no lo tiene y ése es su castigo; él está contento cuando puede obtener el tabernáculo del hombre; y cuando fue expulsado por el Salvador, le pidió que lo dejara ir a una manada de cerdos, demostrando que prefería ocupar el cuerpo de un cerdo que no tener ninguno. Todos los seres que tienen un cuerpo poseen potestad sobre los que no lo tienen… “El diablo sólo tiene poder sobre nosotros cuando se lo permitimos; en el momento en que nos rebelamos contra algo que proviene de Dios, el diablo obtiene potestad” 2 . 27

Nuestro cuerpo físico hace posible que tengamos una amplitud, profundidad e intensidad de experiencia que sencillamente no podíamos obtener en nuestro estado preterrenal. El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado: “Nuestro espíritu y nuestro cuerpo están combinados de manera tal que nuestro cuerpo se convierte en un instrumento de nuestra mente y en el cimiento de nuestro carácter” 3 . Por tanto, nuestra relación con otras personas, nuestra capacidad de reconocer la verdad y de actuar de conformidad con ella, y nuestra aptitud para obedecer los principios y las ordenanzas del evangelio de Jesucristo se amplían mediante nuestro cuerpo físico. En la escuela de la vida terrenal, experimentamos ternura, amor, bondad, felicidad, pesar, desilusión, dolor e incluso los desafíos de las limitaciones físicas en formas que nos preparan para la eternidad. Dicho en forma más sencilla, hay lecciones que debemos aprender y experiencias que debemos tener, tal como las Escrituras lo describen, “según la carne” (véase 1 Nefi 19:6; Alma 7:12--13). Los apóstoles y los profetas constantemente han enseñado en cuanto a la importancia terrenal y eterna del cuerpo. Pablo declaró: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16–17). Y en esta dispensación el Señor reveló que “el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre” (D. y C. 88:15). Una verdad que siempre es y siempre será, es que el cuerpo y el espíritu constituyen nuestra realidad e identidad. Cuando el cuerpo y el espíritu están inseparablemente conectados, podemos recibir una plenitud de gozo; cuando están separados, no podemos recibir tal bendición (véase D. y C. 93:33–34). El plan del Padre está diseñado para brindar dirección a Sus hijos, para ayudarlos a llegar a ser felices, y para llevarlos a salvo hasta Él con cuerpos resucitados y exaltados. Lucifer se esfuerza por hacer que los hijos y las hijas de Dios se sientan confusos y desdichados y por entorpecer su progreso eterno. La intención predominante del padre de las mentiras es que todos seamos “miserables como él” (2 Nefi 2:27), y se empeña por distorsionar los elementos que más odia del plan del Padre. Satanás no tiene cuerpo, y su progreso eterno se ha detenido. Tal como un dique detiene el agua que fluye en el lecho de un río, de la misma manera el progreso eterno del adversario se frustra debido a que no tiene un cuerpo físico. Como resultado de su rebelión, Lucifer se ha negado a sí mismo todas las bendiciones y experiencias terrenales que son posibles mediante un tabernáculo de carne y huesos. No puede aprender las lecciones que sólo un espíritu encarnado puede aprender. No puede casarse ni disfrutar las bendiciones de la procreación y de la vida familiar. No puede soportar la realidad de la resurrección literal y universal de todo el género humano. Uno de los poderosos significados en las Escrituras de la palabra condenado se ilustra en la incapacidad que él tiene de seguir desarrollándose y de llegar a ser semejante a nuestro Padre Celestial. Ya que el cuerpo físico es un elemento tan esencial del plan de felicidad del Padre y de nuestro progreso espiritual, no nos debe sorprender que Lucifer procure frustrar nuestro progreso, para lo cual nos tienta a utilizar el cuerpo de manera inapropiada. Una de las mayores ironías de la eternidad es que el adversario, que es infeliz precisamente porque no tiene cuerpo físico, nos invita y nos induce a compartir su miseria mediante el uso inapropiado de nuestro cuerpo. Por lo tanto, la herramienta que él mismo no tiene y no puede utilizar es el objetivo principal de sus intentos por seducirnos hacia la destrucción física y espiritual. Los ataques del adversario El adversario procura influir en nosotros, tanto para que utilicemos de manera incorrecta nuestro cuerpo como para que no le demos la importancia que tiene. Es importante que reconozcamos estos dos métodos de ataque y que los rechacemos. 28

Cuando cualquiera de los hijos de nuestro Padre Celestial hace uso indebido de su tabernáculo físico al violar la ley de castidad, al consumir drogas o substancias adictivas, al desfigurarse y deformarse a sí mismo, o cuando adora el ídolo falso de la apariencia física, ya sea la propia o la de los demás, Satanás se llena de alegría. Para aquellos de nosotros que conocemos el plan de salvación y lo comprendemos, cualquier tipo de profanación del cuerpo es una rebelión y un rechazo de nuestra verdadera identidad como hijos e hijas de Dios (véase Mosíah 2:36–37; D. y C. 64:34–35). Ahora bien, hermanos y hermanas, no me sería posible decirles todas las formas en que podrían hacer uso incorrecto de su cuerpo, “porque hay varios modos y medios, tantos que no puedo enumerarlos” (Mosíah 4:29). Ustedes saben lo que está bien y lo que está mal, y tienen la responsabilidad individual de aprender por ustedes mismos “tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118) las cosas que deben y que no deben hacer y las razones doctrinales de por qué deben o no deben hacerlas. Testifico que a medida que deseen aprender, “[cuidándose] a [ustedes] mismos, y [sus] pensamientos, y [sus] palabras y [sus] obras, y si… [observan] los mandamientos de Dios… [y] [perseveran] en la fe de lo que [han] oído concerniente a la venida de nuestro Señor, aun hasta el fin de [sus] vidas” (Mosíah 4:30), recibirán luz espiritual y serán protegidos. Y de conformidad con su fidelidad y diligencia, tendrán el poder de discernir la decepción y rechazar los ataques del adversario cuando él los tiente a utilizar indebidamente su cuerpo físico. Satanás también se esfuerza por inducir a los hijos y a las hijas de Dios a restarle importancia a su cuerpo físico. Este tipo de ataque en particular es muy diabólico y sutil. Quisiera dar varios ejemplos de cómo el adversario nos puede pacificar y adormecer con seguridad carnal (véase 2 Nefi 28:21) y alentarnos a arriesgar las experiencias de aprendizaje terrenales que hicieron que nos regocijáramos (véase Job 38:7) en la existencia preterrenal. Por ejemplo, todos podemos disfrutar de participar en una amplia gama de actividades sanas, amenas e interesantes; pero le restamos importancia a nuestro cuerpo y ponemos en peligro nuestro bienestar físico cuando nos vamos a extremos peligrosos e insólitos en busca de un mayor y más emocionante torrente de adrenalina. Podemos buscar explicaciones racionales de que seguramente no hay nada de malo con estas hazañas y aventuras aparentemente inocentes. Sin embargo, el arriesgar el instrumento mismo que Dios nos ha dado para recibir las experiencias de aprendizaje de la vida terrenal —simplemente para ir en busca de una emoción o supuesta diversión, para alimentar nuestro ego o para sentirnos aceptados— realmente le resta importancia a nuestro cuerpo físico. Tristemente, algunos jóvenes y jovencitas de la Iglesia en la actualidad hacen caso omiso de “las cosas como realmente son” y descuidan las relaciones eternas a causa de las distracciones, diversiones y desvíos digitales que no tienen valor perdurable. Me aflijo mucho cuando una pareja joven, que se ha sellado en la casa del Señor por tiempo y por toda la eternidad por el poder del Santo Sacerdocio, tiene problemas matrimoniales a causa del efecto adictivo de los videojuegos o de socializar por internet en forma excesiva. Un joven o una jovencita puede desperdiciar un sinnúmero de horas, posponer o abandonar la formación académica o vocacional y, finalmente, sacrificar preciadas relaciones humanas a causa de juegos en video y en internet que adormecen la mente y el espíritu. Tal como el Señor declaró: “…por tanto, les doy este mandamiento: No desperdiciarás tu tiempo, ni esconderás tu talento en la tierra para que no sea conocido” (D. y C. 60:13). Quizá se estén preguntado: “Pero, hermano Bednar, usted comenzó su discurso esta noche hablando de la importancia del cuerpo físico en el progreso eterno. ¿Está acaso sugiriendo que los videojuegos y los diferentes tipos de comunicación por medio de computadoras pueden jugar un papel en restarle importancia a nuestro cuerpo físico?” Eso es precisamente lo que estoy declarando. Permítanme explicar: Vivimos en una época en que la tecnología se puede utilizar para reproducir la realidad, para exagerar la realidad, y para crear una realidad virtual. Por ejemplo, un médico puede utilizar simulación por medio de software para obtener experiencia valiosa en la realización de una operación quirúrgica complicada, sin necesidad de poner en 29

riesgo al paciente humano. Un piloto en un simulador de vuelo puede practicar repetidas veces procedimientos de aterrizaje de emergencia que podrían salvar la vida de muchos. Y los arquitectos e ingenieros pueden usar tecnologías innovadoras a fin de modelar sofisticados métodos de diseño y de construcción que reduzcan la pérdida de vidas humanas y de daños a edificios causados por terremotos y otros desastres naturales. En cada uno de estos ejemplos, un alto nivel de fidelidad en la simulación o el modelo contribuye a la eficacia de la experiencia. El término fidelidad indica la similitud entre la realidad y la representación de la realidad. Tal simulación puede ser constructiva si la fidelidad es alta y los propósitos son buenos; por ejemplo, brindar una experiencia que salve vidas o que mejore la calidad de vida. Fíjense en la fidelidad que existe entre la representación de la realidad en la versión de la computadora (abajo a la izquierda) y la realidad de la habitación terminada de la fotografía que aparece en la siguiente página. En el ejemplo, la alta fidelidad se utiliza para lograr un importantísimo propósito: el diseño y la construcción de un hermoso y sagrado templo. Sin embargo, una simulación o modelo puede llevar al perjuicio y peligro espiritual si la fidelidad es alta y los propósitos son malos, tales como experimentar con acciones contrarias a los mandamientos de Dios o inducirnos a pensar o hacer cosas, “porque es sólo un juego”, que normalmente no pensaríamos ni haríamos. Elevo una voz apostólica sobre el posible impacto opresivo, sofocante, represivo y limitante de algunos tipos de interacciones y experiencias ciberespaciales en nuestra alma. Las inquietudes de las que hablo no son nuevas; se aplican igualmente a otros tipos de medios de comunicación, tales como la televisión, las películas y la música. Pero en un mundo cibernético, estos desafíos son más comunes e intensos. Les ruego que se guarden de la influencia de las tecnologías ciberespaciales que se utilizan para producir alta fidelidad y que fomentan propósitos degradantes y perversos, lo cual entorpece los sentidos y destruye el espíritu. Si el adversario no logra inducirnos a utilizar incorrectamente nuestro cuerpo físico, entonces una de sus tácticas más poderosas es engañarnos a ustedes y a mí, que tenemos espíritus encarnados, para que nos desconectemos gradual y físicamente de las cosas como realmente son. En esencia, nos alienta a pensar y a actuar como si estuviéramos en un estado preterrenal, sin cuerpo. Y si lo dejamos, puede astutamente emplear algunos aspectos de la tecnología moderna para lograr sus propósitos. Por favor tengan cuidado de no sumergirse y enfrascarse tanto en los pixeles, en los mensajes de texto, en los auriculares, en Twitter y en las redes sociales de internet y en los potencialmente adictivos usos de los medios de comunicación y de internet al punto que no reconozcan la importancia de su cuerpo físico y que se pierdan de la riqueza de la comunicación de persona a persona. Cuídense de las muchas formas de interacciones por computadora cuyas imágenes e información pueden tomar el lugar de la amplia gama de capacidades y experiencias físicas. Lean con atención las siguientes palabras que describen una intensa relación romántica que una mujer tuvo con un pretendiente del ciberespacio, y fíjense en cómo el medio de comunicación disminuyó la importancia del cuerpo físico: “Y así fue como él llegó a ser todo en mi vida. Todo lo tangible se disipó. Mi cuerpo no existía; no tenía piel, ni cabello ni huesos. Todo deseo se había convertido en una corriente cerebral que no llegaba más allá de mi lóbulo frontal. No había naturaleza, ni vida social, ni clima. Sólo existía la pantalla de la computadora y el teléfono, mi silla, y a lo mejor un vaso de agua” 4 . En contraste, debemos prestar atención a la admonición de Pablo: “…que cada uno de vosotros sepa tener su propi[o] [vaso] en santidad y honor” (1 Tesalonicenses 4:4). Consideren nuevamente el ejemplo que mencioné anteriormente de una pareja joven recién casada en la casa del Señor. Un cónyuge inmaduro o insensato quizá dedique una cantidad exorbitante de tiempo a los videojuegos, a chatear en internet o a permitir en otras formas que lo digital domine las cosas como realmente son. Al principio la 30

inversión de tiempo quizá parezca relativamente inofensiva, justificándola como unos cuantos minutos de alivio necesario de las exigencias de un día ajetreado. Pero se pierden oportunidades importantes de desarrollar y mejorar las habilidades interpersonales, de reír y llorar juntos, y de crear un lazo profundo y perdurable de intimidad emocional. Progresivamente, la diversión aparentemente inocente puede llegar a convertirse en una forma de esclavización perniciosa. Sentir el calor de un tierno abrazo de parte de nuestro compañero eterno o ver la sinceridad en los ojos de otra persona al expresar el testimonio —todas estas cosas vividas tal como realmente lo son y mediante el instrumento de nuestro cuerpo físico— se podrían sacrificar a cambio de una fantasía de alta fidelidad que no tiene ningún valor perdurable. Si ustedes y yo no estamos alerta, podemos llegar al punto de “deja[r] de sentir” (1 Nefi 17:45), tal como Lamán y Lemuel hace tanto tiempo. Permítanme darles otro ejemplo de la desconexión gradual y física de las cosas como realmente son. En la actualidad una persona puede entrar a un mundo virtual, tal como el programa cibernético “Second Life” [Segunda vida], donde puede asumir una nueva identidad. Una persona puede crear un avatar, o un ciber personaje, que se ajuste a su propia apariencia y comportamiento. O bien, una persona puede inventar una identidad falsa que no se correlacione de ninguna manera con las cosas como realmente son. Por muy aproximada que sea la nueva identidad a la de la persona, tal comportamiento es la esencia de las cosas como realmente no son. Hace unos momentos definí la fidelidad de una simulación o un modelo. Ahora recalco la importancia de la fidelidad personal: la correlación entre la persona real y la identidad asumida y cibernética. Tengan a bien observar la falta de fidelidad personal en el siguiente episodio que se reportó en el diario Wall Street Journal: Ric Hoogestraat es un “corpulento hombre [de 53 años], con una larga cola de caballo gris, patillas gruesas y bigote canoso estilo Dalí… [Ric pasa] seis horas cada noche y a veces hasta 14 horas a la vez los fines de semana bajo la identidad de Dutch Hoorenbeek, su muscular yo cibernético de 2 metros de alto. El personaje tiene la apariencia de un [Ric] más joven y más en forma… “Se sienta a la computadora con las persianas cerradas… Mientras su esposa Sue ve televisión en la sala, el Sr. Hoogestraat chatea en internet con lo que en la pantalla aparenta ser una pelirroja alta y delgada. “Nunca ha conocido a la mujer fuera del mundo computacional de ‘Segunda vida’, un mundo digital de fantasía sobre el que se ha escrito mucho… Ni siquiera ha hablado con ella por teléfono. Pero su relación ha tomado dimensiones curiosamente reales. Tienen dos perros, [y] pagan la hipoteca entre los dos y se pasan horas [en su mundo cibernético] de compras en el centro comercial y tomando largos paseos en motocicleta… El lazo que los une es tan fuerte que hace tres meses el Sr. Hoogestraat le pidió a Janet Spielman, la mujer canadiense de 38 años que controla a la pelirroja, que se convirtiera en su esposa virtual. “La mujer con la que está legalmente casado no le ve la gracia. ‘Es un golpe tremendo’, dice Sue Hoogestraat… que ha estado casada con el Sr. Hoogestraat durante siete meses” 5 . Ahora bien, hermanos y hermanas, por favor entiendan. No estoy sugiriendo que toda la tecnología es intrínsecamente mala; no lo es. Ni tampoco estoy diciendo que no debemos usar sus muchas facultades en formas apropiadas para aprender, comunicar, elevar e iluminar vidas y para edificar y fortalecer la Iglesia; claro que debemos hacerlo. Pero elevo mi voz de amonestación de que no debemos derrochar ni dañar las relaciones auténticas por obsesionarnos con las artificiales. “Cerca del 40% de los hombres y el 53% de las mujeres que juegan en internet dijeron que sus amigos virtuales eran iguales o mejores que sus amigos reales, de acuerdo con una encuesta que se le hizo a treinta mil videojugadores realizada por… una persona que hace poco recibió su doctorado de la Universidad Stanford. Más de una cuarta parte de los videojugadores [que respondieron indicaron que] el momento emocional más destacado de la semana pasada ocurrió en el mundo de la computadora” 6 . 31

¡Cuán importante, cuán perdurable y cuán oportuna es la definición que el Señor da de la verdad: “las cosas como realmente son”! El profeta Alma preguntó: “Luego, ¿no es esto verdadero?” (Alma 32:35). Estaba hablando de luz y bondad tan discernibles que se pueden gustar. Ciertamente, “los que moran en [la] presencia [del Padre]… ven como son vistos, y conocen como son conocidos, habiendo recibido de su plenitud y de su gracia” (D. y C. 76:94). Mis queridos hermanos y hermanas, ¡tengan cuidado! En la medida en que la fidelidad personal disminuya en las comunicaciones por computadora y los propósitos de dichas comunicaciones sean distorsionadas, pervertidas y malignas, el potencial del desastre espiritual es peligrosamente alto. Les imploro que se alejen inmediata y permanentemente de tales lugares y actividades (véase 2 Timoteo 3:5). Ahora me gustaría hablar de una característica adicional de los ataques del adversario. Satanás con frecuencia ofrece la ilusión atrayente de la anonimidad. Lucifer siempre ha buscado realizar su obra en secreto (véase Moisés 5:30). Recuerden, sin embargo, que la apostasía no es anónima simplemente porque ocurre en un blog o a través de una identidad falsa en una sala de chat o en un mundo virtual. Los pensamientos, las palabras y los hechos inmorales siempre son inmorales, incluso en el ciberespacio. Los hechos engañosos supuestamente ocultos en lo secreto, tales como descargar música ilegalmente de internet, o copiar CDs o DVDs para distribuir a amigos y familiares, son de todas maneras engañosos. Todos somos responsables ante Dios, y finalmente seremos juzgados por Él de acuerdo con nuestros hechos y los deseos de nuestro corazón (véase Alma 41:3). “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). El Señor sabe quiénes somos en realidad, lo que realmente pensamos, lo que realmente hacemos y lo que realmente estamos llegando a ser. Nos ha advertido que “los rebeldes serán traspasados de mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados” (D. y C. 1:3). He elevado una voz de amonestación en cuanto a sólo algunos de los peligros espirituales en nuestro mundo tecnológicamente orientado y rápidamente cambiante. Permítanme decirles nuevamente: ni la tecnología ni el cambio rápido es bueno o malo en sí; el verdadero desafío es comprender ambos dentro del contexto del plan eterno de felicidad. Lucifer los alentará a utilizar incorrectamente su cuerpo físico y a restarle la importancia que tiene. Intentará substituir con la monotonía de la repetición virtual la variedad infinita de las creaciones de Dios y convencernos de que sólo somos cosas mortales sobre las que se debe actuar, en vez de almas eternas bendecidas con el albedrío moral de actuar por nosotros mismos. Engañosamente, incita a los espíritus encarnados a perder las bendiciones y las experiencias de aprendizaje “según la carne” (1 Nefi 19:6; Alma 7:12–13) que son posibles mediante el plan de felicidad del Padre y la expiación de Su Hijo Unigénito. Para su felicidad y protección, los invito a estudiar más diligentemente la doctrina del plan de salvación, y a meditar con espíritu de oración las verdades que hemos examinado. Les ofrezco dos preguntas para su consideración conforme mediten en forma personal y conforme estudien con espíritu de oración: 1. El uso de las varias tecnologías y medios de comunicación, ¿invitan o impiden la compañía constante del Espíritu Santo en su vida? 2. El tiempo que pasa haciendo uso de las diferentes tecnologías y medios de comunicación, ¿aumenta o restringe su capacidad de vivir, de amar y de servir en formas significativas? Recibirán respuestas, inspiración e instrucción del Espíritu Santo que se ajusten a sus circunstancias y necesidades personales. Repito y afirmo la enseñanza del profeta José: “Todos los seres que tienen cuerpos, poseen potestad sobre los que no los tienen… El diablo sólo tiene poder sobre nosotros cuando se lo permitimos”. Estas verdades eternas sobre la importancia de nuestro cuerpo físico los fortalecerán en contra de la decepción y los ataques del adversario. Uno de mis más profundos deseos para ustedes es que obtengan un testimonio cada vez mayor de la Resurrección y un agradecimiento cada vez mayor por ella, incluso de su propia resurrección con un 32

cuerpo celestial y exaltado “por causa de vuestra fe en [el Señor Jesucristo], de acuerdo con la promesa” (Moroni 7:41). La nueva generación Ahora quisiera hablarles específicamente a ustedes como realmente son. En realidad ustedes son la nueva generación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En octubre de 1997, el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, visitó la Universidad Brigham Young-Idaho para tomar la palabra en un devocional. Durante el día que estuvo en el campus, hablamos sobre una variedad de temas del Evangelio en general y sobre la juventud de la Iglesia en particular. Recuerdo que el élder Maxwell hizo una declaración que causó una gran impresión en mí. Esto fue lo que dijo: “La juventud de esta generación tiene una capacidad mayor de obedecer que cualquier generación anterior”. Luego indicó que su declaración provenía de una verdad que enseñó el presidente George Q. Cannon (1827–1901), Primer Consejero de la Primera Presidencia: “Dios ha reservado espíritus para esta dispensación que tienen el valor y la determinación de afrontar el mundo y todos los poderes del maligno, visibles e invisibles, de proclamar el Evangelio y mantener la verdad y establecer y edificar la Sión de nuestro Dios sin temor a todas las consecuencias. Ha enviado estos espíritus durante esta generación a fin de establecer los cimientos de Sión para que nunca más sea derrocada y para levantar una simiente justa que honrará a Dios, y que lo honrará de forma suprema y será obediente a Él en toda circunstancia” 7 . Los padres y líderes de la Iglesia con frecuencia hacen hincapié en que los jóvenes y las jovencitas de esta generación se han reservado para esta época de la historia del mundo y que son algunos de los hijos más valientes de nuestro Padre Celestial. Es cierto que esas declaraciones son verdaderas, pero con frecuencia me he preguntado si los jóvenes escuchan esta descripción con tanta frecuencia que se convierte en algo trillado, y que su importancia y profundas implicaciones se pasan por alto. Sabemos que de “aquel a quien mucho se da, mucho se requiere” (D. y C. 82:3). Y las enseñanzas del presidente Cannon y del élder Maxwell nos ayudan a comprender más plenamente lo que se requiere de nosotros en la actualidad. Ustedes y yo debemos ser valientes y “obedientes a Él en toda circunstancia”. Por tanto, la obediencia es el arma principal en la que la nueva generación debe confiar en la lucha de los últimos días entre el bien y el mal. Nos regocijamos por el hecho de que el Señor, mediante Sus siervos autorizados, ha “elevado el nivel de los requisitos” para los jóvenes y las jovencitas de la actualidad. Dado lo que sabemos en cuanto a quiénes somos y por qué estamos aquí en la tierra, agradecemos y apreciamos tal dirección inspirada. Y debemos reconocer que Lucifer se esfuerza incesantemente por “bajar el nivel de los requisitos”, para lo cual intenta persuadirnos a utilizar incorrectamente nuestro cuerpo físico y a restarle la importancia que tiene. El Salvador nos ha advertido repetidamente que nos cuidemos de la decepción del adversario: “Y Jesús respondió y les dijo: Mirad que nadie os engañe… “porque en aquellos días también se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, a tal grado que engañarán, si fuere posible, aun a los mismos escogidos, que son los escogidos conforme al convenio… “y el que atesore mi palabra no será engañado” (José Smith—Mateo 1:5, 22, 37). La obediencia abre la puerta a la compañía constante del Espíritu Santo. Y los dones y habilidades espirituales activados por el poder del Espíritu Santo nos permiten evitar ser engañados, al mismo tiempo que nos permiten ver, sentir, conocer, entender y recordar las cosas como realmente son. Ustedes y yo hemos sido investidos con una mayor capacidad de obedecer precisamente por esas razones. Moroni declaró: 33

“…escuchad las palabras del Señor, y pedid al Padre, en el nombre de Jesús, cualquier cosa que necesitéis. No dudéis, mas sed creyentes; y empezad, como en los días antiguos, y allegaos al Señor con todo vuestro corazón, y labrad vuestra propia salvación con temor y temblor ante él. “Sed prudentes en los días de vuestra probación; despojaos de toda impureza; no pidáis para dar satisfacción a vuestras concupiscencias, sino pedid con una resolución inquebrantable, para que no cedáis a ninguna tentación, sino que sirváis al verdadero Dios viviente” (Mormón 9:27–28). Conforme prestemos atención a ese consejo inspirado, podemos ser y seremos bendecidos para reconocer y rechazar los ataques del adversario, el día de hoy y en los días que están por venir. Podemos cumplir, y cumpliremos, nuestras responsabilidades preordenadas, y contribuiremos a la obra del Señor en todo el mundo. Testifico que Dios vive y que es nuestro Padre Celestial. Él es el Autor del plan de salvación. Jesús es el Cristo, el Redentor cuyo cuerpo fue molido, quebrantado y desgarrado por nosotros cuando ofreció el sacrificio expiatorio. Él resucitó; Él vive, y está a la cabeza de Su Iglesia en estos últimos días. El estar “para siempre envuelto entre los brazos de su amor” (2 Nefi 1:15) será una experiencia real, no virtual. Testifico que podemos ser bendecidos, y que seremos bendecidos, con el valor y la determinación de afrontar el mundo y todos los poderes del maligno. La rectitud prevalecerá. Ninguna mano impía puede detener el progreso de esta obra. Testifico de estas cosas como realmente son y como realmente serán, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén. “El cuerpo y el espíritu se combinan de tal forma que el cuerpo se convierte en el instrumento de la mente y en el fundamento de nuestro carácter”. Presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles. Esta imagen es una representación generada por computadora de una sala de sellamientos del Templo de Newport Beach, California.Ésta, e imágenes similares, se utilizan como parte del proceso de planificación y diseño de cada uno de los nuevos templos que se construyen. En la representación figuran telas, mobiliario, accesorios, iluminación, escala y proporción a fin de demostrar la forma en que cada componente se verá y se sentirá cuando se termine. En esencia, todo el templo y sus elementos están diseñados hasta el más mínimo detalle aun antes de que se inicie la construcción. Fotografía de la actual sala de sellamiento del Templo de Newport Beach, California. Si el adversario no logra inducirnos a utilizar incorrectamente nuestro cuerpo físico, entonces una de sus tácticas más poderosas es engañarnos a ustedes y a mí, que tenemos espíritus encarnados, para que nos desconectemos gradual y físicamente de las cosas como realmente son. Ustedes y yo debemos ser valientes y “obedientes a Él en toda circunstancia”. Por tanto, la obediencia es el arma principal en la que la nueva generación debe confiar en la lucha de los últimos días entre el bien y el mal. ILUSTRACIÓN FOTOGRÁFICA © Corbis Y © Getty Images Izquierda: por Craig Lofgreen, © IRI; derecha: fotografía por Welden C. Andersen, © IRI Ilustración fotográfica por Steve Bunderson. ILUSTRACIÓN FOTOGRÁFICA POR Welden C. Andersen 34

ILUSTRACIÓN FOTOGRÁFICA POR Craig Dimond Show References Notas 18. 1. Véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49. 19. 2. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, págs. 217–228 20. 3. Boyd K. Packer, “The Instrument of Your Mind and the Foundation of Your Character”, Universidad Brigham Young 2002–2003 Speeches, 2003, pág. 2. 21. 4. Meghan Daum, “Virtual Love”, The New Yorker, 25 de agosto y 1º de septiembre de 1997, pág. 82; también Meghan Daum, My Misspent Youth, 2001, pág. 19. 22. 5. Alexandra Alter, “Is This Man Cheating on His Wife?”, Wall Street Journal, 10 de agosto de 2007, W8, W1. 23. 6. Alexandra Alter, Wall Street Journal, 10 de agosto de 2007, W8. 24. 7. George Q. Cannon, “Remarks”, Deseret News, 31 de mayo de 1866, pág. 203; véase también Journal of Discourses, 11:230.

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Buscar conocimiento por la fe Por el Élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

En las Escrituras se nos amonesta repetidas veces a predicar las verdades del Evangelio por el poder del Espíritu (véase D. y C. 50:14). Creo que la mayoría de nosotros, que somos padres y maestros en la Iglesia, somos conscientes de este principio y por lo general nos esforzamos por llevarlo a la práctica, lo cual es apropiado. Sin embargo, aun con lo importante que es este principio, es sólo un elemento de un modelo espiritual mucho mayor. También se nos enseña con frecuencia que debemos buscar conocimiento por la fe (véase D. y C. 88:118). Predicar por el Espíritu y aprender por la fe son principios inseparables que debemos llegar a entender y a vivir simultánea y sistemáticamente. Me parece que recalcamos y sabemos mucho más sobre ser un maestro que enseña por el Espíritu que lo que sabemos en cuanto a ser un alumno que aprende por la fe. Obviamente, los principios y procesos de la enseñanza y el aprendizaje son espiritualmente esenciales; sin embargo, al vislumbrar el futuro y prever el mundo cada vez más confuso y atribulado en el que nos tocará vivir, creo que resultará esencial que todos aumentemos nuestra capacidad de buscar conocimiento por la fe. En nuestra vida personal, en la familia y en la Iglesia podemos recibir, y recibiremos, las bendiciones de fortaleza, dirección y protección espirituales a medida que busquemos con fe la obtención y puesta en práctica del conocimiento espiritual. Nefi nos enseña: “Cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo… lleva [el mensaje] al corazón de los hijos de los hombres” (2 Nefi 33:1). Observen que el Espíritu lleva el mensaje al corazón, pero no lo introduce necesariamente en su interior. Un maestro puede explicar, demostrar, persuadir y testificar con poder y eficacia espirituales; sin embargo, el contenido de un mensaje y el testimonio del Espíritu Santo penetran el corazón sólo cuando lo permite el receptor. Aprender por la fe abre el camino que conduce al interior del corazón. El principio de acción: Fe en el Señor Jesucristo El apóstol Pablo definió la fe como “la certeza de lo que se espera [y] la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Alma declaró que la fe no es un conocimiento perfecto, sino una “esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas” (Alma 32:21). Además, en Lectures on Faith [Discursos sobre la fe] aprendemos que la fe es “el primer principio de la religión revelada y el cimiento de toda rectitud” y que también es “el principio de acción en todos los seres inteligentes” 1 . Estas enseñanzas resaltan tres componentes básicos de la fe: (1) la fe es la certeza de cosas que se esperan y que son verdaderas, (2) es la convicción de lo que no se ve y (3) es el principio de acción en todos los seres inteligentes. Describo estos tres componentes de la fe en el Salvador como mirar hacia el futuro, contemplar el pasado y actuar en el presente en forma simultánea. La fe, en calidad de certeza de lo que se espera, mira hacia el futuro. Esta certeza se basa en la comprensión correcta de Dios y la confianza en Él, y nos permite “seguir adelante” (2 Nefi 31:20) hacia situaciones inciertas y que a menudo constituyen un reto en el servicio del Salvador. Por ejemplo, Nefi confió precisamente en este tipo de certeza espiritual para afrontar el futuro cuando regresaba a Jerusalén para obtener las planchas de bronce, “sin saber de antemano lo que tendría que hacer. No obstante, [siguió] adelante…” (1 Nefi 4:6–7). 36

La fe en Cristo está firmemente ligada a la esperanza en Cristo para obtener nuestra redención y exaltación, y la produce como fruto. La certeza y la esperanza nos permiten caminar hasta el borde de la luz y dar unos cuantos pasos en la oscuridad, esperando y confiando en que la luz se mueva e ilumine el camino 2 . La combinación de certeza y esperanza inicia la acción en el presente. La fe en calidad de convicción de lo que no se ve mira hacia el pasado y confirma nuestra confianza en Dios y en la veracidad de lo que no se ve. Nos adentramos en la oscuridad con certeza y esperanza, y recibimos convicción y confirmación según se movía la luz y nos brindaba la iluminación que necesitábamos. El testimonio recibido tras la prueba de nuestra fe (véase Éter 12:6) es una convicción que incrementa y fortalece nuestra certeza. La certeza, la acción y la convicción se influyen mutuamente en un proceso continuo, como una espiral que al ir ascendiendo se expande y se amplía. Estos tres elementos de la fe (la certeza, la acción y la convicción) no están separados ni aislados, sino que se interrelacionan y forman parte de un ciclo continuo y ascendente. La fe que alimenta este proceso continuo se desarrolla, evoluciona y cambia. Al volvernos nuevamente hacia un futuro incierto, la certeza nos conduce a la acción y produce convicción, con lo que aumenta la certeza. Nuestra confianza se fortalece, línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí. Encontramos un poderoso ejemplo de la interacción que hay entre la certeza, la acción y la convicción cuando los hijos de Israel transportaban el arca del convenio bajo el liderazgo de Josué (véase Josué 3:7–17). Recuerden que los israelitas llegaron al río Jordán y se les prometió que éste se dividiría y que podrían cruzarlo por tierra seca. Curiosamente, las aguas no se dividieron cuando los hijos de Israel estaban en la ribera del río aguardando a que sucediera algo; más bien, las plantas de sus pies estaban mojadas antes de que se dividieran las aguas. La fe de los israelitas se manifestó en el hecho de que entraron en las aguas antes de que se dividieran. Se adentraron en el Jordán con una certeza en aquello que esperaban a fin de afrontar el futuro. En cuanto avanzaron, las aguas se dividieron, y tras cruzar por tierra seca, volvieron la vista atrás y contemplaron la convicción de lo que no se veía. En este episodio, la fe en calidad de certeza condujo a la acción y produjo la convicción de lo que no se veía pero que era verdadero. La fe verdadera se centra en el Señor Jesucristo y siempre conduce a la acción. La fe como principio de acción protagoniza muchos pasajes de las Escrituras que nos son familiares: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26; cursiva agregada). “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22; cursiva agregada). “Despert[ad] y aviv[ad] vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercit[ad] un poco de fe” (Alma 32:27; cursiva agregada). Es precisamente la fe como principio de acción lo que resulta vital en el proceso de aprender y aplicar la verdad espiritual. Aprender por la fe: Actuar, y no que se actúe sobre nosotros ¿Cómo se relaciona la fe como principio de acción en todos los seres inteligentes con el aprendizaje del Evangelio? Y, ¿qué se entiende por buscar conocimiento por la fe? En la gran división de todas las creaciones de Dios, existen cosas que actúan y cosas sobre las que se actúa (véase 2 Nefi 2:13–14). Como hijos e hijas de nuestro Padre Celestial hemos sido bendecidos con el don del albedrío: la capacidad y el poder de la acción independiente. Al estar investidos del albedrío, somos agentes, por lo que

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principalmente debemos actuar y no sólo que se actúe sobre nosotros, en especial cuando procuramos recibir y aplicar conocimiento espiritual. Aprender por la fe y aprender de la experiencia son dos de las características fundamentales del plan de felicidad del Padre. El Salvador protegió el albedrío moral mediante la Expiación e hizo posible que actuáramos y aprendiéramos por la fe. La rebelión de Lucifer contra el plan tenía como propósito destruir el albedrío del hombre, y su intención era que sólo se actuara sobre nosotros. Consideren la pregunta planteada por nuestro Padre Celestial a Adán en el jardín de Edén: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9). El Padre sabía dónde se ocultaba Adán y sin embargo hizo la pregunta. ¿Por qué? Un Padre sabio y amoroso permitió a Su hijo actuar en el proceso de aprendizaje y no se limitó a que se actuara sobre él. No hubo un sermón para reprender a un hijo desobediente, como tal vez muchos de nosotros tengamos la tendencia a dar. Antes bien, el Padre ayudó a Adán a aprender a actuar como agente y a dar un uso adecuado a su albedrío. Recuerden cuánto deseaba Nefi conocer lo que su padre, Lehi, había visto en la visión del árbol de la vida. Curiosamente, el Espíritu del Señor comienza la tutela de Nefi formulándole la siguiente pregunta: “He aquí, ¿qué es lo que tú deseas?” (1 Nefi 11:2). Evidentemente, el Espíritu sabía lo que Nefi deseaba. Entonces, ¿por qué preguntárselo? El Espíritu Santo estaba ayudando a Nefi a actuar en el proceso de aprendizaje en vez de limitarse a que se actuara sobre él. Observen en los capítulos 11–14 de 1 Nefi que el Espíritu le hizo preguntas a Nefi y también le pidió que mirara; ambas peticiones representan elementos activos del proceso de aprendizaje. Gracias a estos ejemplos aprendemos que, en calidad de aprendices, ustedes y yo debemos actuar y ser hacedores de la palabra, y no solamente oidores sobre los que se actúa. ¿Somos ustedes y yo agentes que actúan y que tratan de buscar conocimiento por la fe o aguardamos a que se nos enseñe y que se actúe sobre nosotros? Los niños, jóvenes y adultos a los que servimos, ¿actúan y buscan conocimiento por la fe o esperan a que se les enseñe y se actúe sobre ellos? ¿Animamos y ayudamos a las personas a las que servimos a buscar conocimiento por la fe? Todos debemos estar anhelosamente consagrados a pedir, buscar y llamar (véase 3 Nefi 14:7). El alumno que ejerce su albedrío para actuar en consonancia con principios que son correctos, abre su corazón al Espíritu Santo e invita tanto a Su poder para enseñar y testificar, como a Su testimonio confirmador. Aprender por la fe requiere un esfuerzo espiritual, mental y físico, y no tan sólo una recepción pasiva. Es la sinceridad y la constancia de nuestros actos inspirados en la fe que indica a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo nuestra disposición para aprender y recibir instrucción del Espíritu Santo. Por tanto, aprender por la fe implica el ejercicio del albedrío moral para actuar con la certeza de lo que se espera, e invita a la convicción de lo que no se ve, la cual procede del único maestro verdadero: el Espíritu del Señor. Consideren cómo ayudan los misioneros a los investigadores a aprender por la fe. El concertar y observar compromisos espirituales, como son leer el Libro de Mormón, orar en cuanto a él, asistir a las reuniones de la Iglesia y guardar los mandamientos, requieren que el investigador ejerza la fe y actúe. Una de las funciones fundamentales de un misionero es ayudar al investigador a contraer compromisos y honrarlos, es decir, actuar y aprender por la fe. A pesar de la importancia que tiene el enseñar, exhortar y explicar, esos puntos jamás podrán transmitir al investigador el testimonio de la veracidad del Evangelio restaurado. Sólo cuando la fe del investigador inicie la acción y despeje el camino que conduce a su corazón, el Espíritu Santo podrá comunicar un testimonio que confirma. Los misioneros obviamente deben aprender a enseñar por el poder del Espíritu, pero igual importancia tiene su responsabilidad de ayudar al investigador a aprender por la fe. El aprendizaje que estoy describiendo va más allá de una simple comprensión cognitiva o de retener y recordar información. El tipo de aprendizaje del que hablo hace que nos despojemos del hombre natural (véase Mosíah 3:19), que experimentemos un cambio en el corazón (véase Mosíah 5:2) y que nos convirtamos al Señor y nunca nos desviemos (véase Alma 23:6). Aprender por la fe requiere “el corazón y una mente bien dispuesta” (D. y C. 38

64:34). Aprender por la fe es el resultado de que el Espíritu Santo lleve el poder de la palabra de Dios no sólo al corazón, sino también al interior del mismo. Aprender por la fe no se puede transferir del instructor al alumno mediante un discurso, una demostración o un ejercicio experimental; antes bien, el alumno debe ejercer su fe y actuar a fin de obtener el conocimiento por sí mismo. El joven José Smith entendía instintivamente el significado de buscar conocimiento por la fe. Uno de los episodios más conocidos de su vida es su lectura de los versículos sobre la oración y la fe en el libro de Santiago, en el Nuevo Testamento (véase Santiago 1:5–6). Este texto inspiró a José a retirarse a una arboleda cercana a su casa para orar y buscar conocimiento espiritual. Observen las preguntas que José se había planteado en la mente y que sentía en el corazón, y que llevó consigo a la arboleda. Evidentemente se había preparado para “[pedir] con fe” (Santiago 1:6) y actuar. “En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?… “Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera… y a cuál debía unirme” (José Smith— Historia 1:10, 18). Observen que las preguntas de José no se centraban sólo en lo que él necesitaba saber, sino también en lo que precisaba hacer. Su primera pregunta se centró en la acción, ¡en lo que debía hacer! Su oración no se limitó a preguntar: ¿Cuál iglesia es la verdadera? Sino que preguntó: ¿A qué iglesia debo unirme? José fue a la arboleda a aprender por la fe y tenía la determinación de actuar. En última instancia, la responsabilidad de aprender por la fe y de aplicar la verdad espiritual descansa sobre cada uno de nosotros en forma individual. Se trata de una responsabilidad cada vez más seria e importante en el mundo en el que vivimos y en el que habremos de vivir. Qué, cómo y cuándo aprendemos se apoya —pero no depende— en un instructor, un método de presentación o de un tema concreto o un formato de lección. Ciertamente, buscar conocimiento por la fe es uno de los mayores retos de esta vida. El profeta José Smith resume como ninguno el proceso de aprendizaje y los resultados que intento describir. En respuesta a una petición de instrucción por parte de los Doce, José enseñó: “La mejor manera de obtener verdad y sabiduría no consiste en sacarla de los libros, sino en ir a Dios en oración y obtener enseñanzas divinas” 3 . En otra ocasión, el Profeta explicó que “la lectura de las experiencias de otros, o las revelaciones dadas a ellos, jamás podrán darnos a nosotros un concepto [completo] de nuestra condición y verdadera relación con Dios” 4 . Implicaciones para los maestros Las verdades sobre aprender por la fe tienen profundas implicaciones para los padres y los maestros. Consideremos tres de ellas. Implicación Nº 1. El Espíritu Santo es un maestro enviado por el Padre. El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad y es el maestro y testigo de toda verdad. El élder James E. Talmage (1862–1933), del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó: “El oficio del Espíritu Santo en cuanto a Su ministerio entre los hombres, queda explicado en las Escrituras. Es un maestro enviado del Padre, revelará a aquellos que son dignos de su instrucción, todas las cosas necesarias para el progreso del alma” 5 .

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Deberíamos recordar siempre que el Espíritu Santo es el maestro que, tras la invitación pertinente, puede entrar en el corazón del que aprende. De hecho, ustedes y yo tenemos la responsabilidad de predicar el Evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador, como requisito previo para el aprendizaje por la fe que sólo se logra mediante Él (véase D. y C. 50:14). En este sentido, ustedes y yo nos asemejamos a esas largas y finas tiras de cristal que se utilizan para crear los cables de fibra óptica que permiten la conducción de señales de luz a grandes distancias. Así como el cristal de esos cables debe ser puro para conducir la luz con efectividad y eficacia, también nosotros debemos llegar a ser y continuar siendo conductores dignos a través de los cuales pueda operar el Espíritu del Señor. Pero debemos tener cuidado de recordar en nuestro servicio que somos conductos y canales, y no la luz. “Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:20). No se trata de mí ni de ustedes. De hecho, cualquier cosa que hagamos en calidad de maestros para llamar a propósito la atención hacia nosotros —bien sea el mensaje que presentemos, los métodos que empleemos o nuestra conducta personal— es una forma de superchería que impide la eficacia de la enseñanza del Espíritu Santo. “¿La predica por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera? Y si es de alguna otra manera, no es de Dios” (D. y C. 50:17–18). Implicación Nº 2. Somos instructores más eficaces cuando fomentamos y hacemos más fácil el aprendizaje por la fe. Todos conocemos el dicho de que dar un pescado a un hombre lo alimenta por un día, pero enseñarle a pescar lo alimenta toda la vida. Nosotros, como padres y maestros del Evangelio, no estamos en el negocio de la distribución de pescado. Más bien, nuestra labor consiste en ayudar a las personas a aprender a “pescar” y a llegar a ser autosuficientes espiritualmente. Este importante objetivo se alcanza mejor cuando fomentamos y hacemos que sea más fácil para los alumnos actuar de acuerdo con los principios correctos, para lo cual les ayudamos a aprender a medida que lo hacen. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Observen cómo funciona esta implicación en la práctica según se ve en el consejo que el presidente Brigham Young (1801–1877) dio a Junius F. Wells cuando éste fue llamado en 1875 a organizar a los hombres jóvenes de la Iglesia: “En las reuniones comience con el primer nombre de la lista y llame a tantos miembros como el tiempo lo permita para que compartan su testimonio; en la siguiente reunión comience donde hayan quedado y llame a los siguientes hermanos a fin de que todos participen y adquieran la costumbre de ponerse de pie y decir algo. Tal vez muchos piensen que no tienen un testimonio, pero hágales ponerse de pie y verán que el Señor les dará facilidad para hablar de muchas verdades en las que no habían pensado antes. Más son las personas que han obtenido un testimonio al tratar de compartirlo que las que han estado de rodillas orando por recibirlo” 6 . El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, nos ha dado un consejo parecido en nuestra época: “Si tan sólo pudiera enseñar este principio: que un testimonio se obtiene cuando se expresa. En alguna parte, en su búsqueda de conocimiento espiritual, existe ese ‘salto de fe’, como lo llaman los filósofos. Es el momento en que uno llega al borde de la luz y tropieza con la oscuridad, sólo para descubrir que el camino continúa iluminado cada uno o dos pasos. La ‘Lámpara de Jehová’, como dice el pasaje, verdaderamente ‘es el espíritu del hombre’ (Proverbios 20:27). “Una cosa es recibir un testimonio de lo que uno ha leído o de lo que otra persona ha dicho, lo cual es necesario como comienzo, y otra es que el Espíritu nos confirme íntimamente que lo que hemos testificado es verdadero. ¿Se dan cuenta de que ese testimonio se nos restituirá a medida que lo compartamos? Al dar lo que tenemos, esto se nos restituirá, ¡pero aumentado! 7 ” He descubierto una característica común entre los maestros que más han influido en mi vida; que me ayudaron a buscar conocimiento por la fe y se negaron a darme respuestas fáciles a las preguntas difíciles. De hecho, no me 40

dieron respuesta alguna, sino que me indicaron el camino y me ayudaron a dar los pasos necesarios para encontrar mis propias respuestas. No siempre aprecié ese método, pero la experiencia me ha permitido entender que no solemos recordar por largo tiempo la respuesta de otra persona, si es que la recordamos; mas la respuesta que descubrimos u obtenemos mediante el ejercicio de la fe, por lo general la conservamos toda la vida. Las enseñanzas más importantes de la vida se obtienen, no se enseñan. La comprensión espiritual con la que ustedes y yo hemos sido bendecidos, y que se nos ha confirmado como verdadera en el corazón, sencillamente no se puede entregar a otra persona. A fin de obtener y “poseer” personalmente dicho conocimiento, es preciso pagar el precio de ser diligente y aprender por la fe. Sólo de este modo lo que se sabe en la mente podrá transformarse en lo que se siente en el corazón. Sólo así puede una persona pasar de confiar en el conocimiento y las experiencias espirituales de otros a reclamar esas bendiciones para sí mismo. Sólo así podemos prepararnos espiritualmente para lo que venga. Debemos “[buscar] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118). Implicación Nº 3. Nuestra fe se fortalece a medida que ayudamos a otros a buscar conocimiento por la fe. El Espíritu Santo, que puede enseñarnos y recordarnos todas las cosas (véase Juan 14:26), ansía ayudarnos a aprender conforme actuamos y ejercemos fe en Jesucristo. Curiosamente, esta ayuda divina para aprender nunca es más obvia que cuando estamos enseñando, ya sea en casa o en las asignaciones de la Iglesia. Tal y como Pablo aclaró a los romanos: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” (Romanos 2:21). Observen cómo en los siguientes versículos de Doctrina y Convenios la enseñanza diligente invita a la gracia y a la instrucción celestial: “Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino. “Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender” (D. y C. 88:77–78; cursiva agregada). Tomen en cuenta que las bendiciones descritas en estos pasajes van dirigidas concretamente al maestro: “Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará”, para que tú, el maestro, ¡recibas instrucción! El mismo principio se pone de relieve en el versículo 122 de la misma sección: “Nombrad de entre vosotros a un maestro; y no tomen todos la palabra al mismo tiempo, sino hable uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio” (D. y C. 88:122; cursiva agregada). Cuando todos hablan y todos escuchan de manera correcta y ordenada, todos resultan edificados. El ejercicio individual y colectivo de la fe en el Salvador invoca la instrucción y la fortaleza del Espíritu del Señor.

Buscar conocimiento por la fe: Un ejemplo reciente Todos fuimos bendecidos por el desafío que nos extendió el presidente Gordon B. Hinckley en agosto de 2005, en cuanto a leer todo el Libro de Mormón antes del fin de aquel año. Con ese reto, el presidente Hinckley nos prometió que al observar fielmente ese sencillo programa de lectura, nuestra vida y nuestro hogar recibirían una mayor

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porción del Espíritu del Señor, una determinación fortalecida de ser obedientes a Sus mandamientos y un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios 8 . Observen cómo ese desafío inspirado es un ejemplo clásico de aprender por la fe. En primer lugar, ni a ustedes ni a mí se nos mandó, ni obligó ni requirió leer, sino que se nos invitó a ejercer nuestro albedrío como agentes y a actuar de acuerdo con principios que son correctos. El presidente Hinckley, en calidad de maestro inspirado, nos instó a actuar en vez de que se actúe sobre nosotros. En última instancia, cada uno de nosotros tuvo que decidir si responderíamos al reto, cómo lo haríamos, y si perseveraríamos hasta el fin de la tarea. En segundo lugar, al extendernos la invitación para leer y actuar, el presidente Hinckley nos estaba instando a buscar conocimiento por la fe. No se repartieron nuevos materiales de estudio entre los miembros de la Iglesia, y la Iglesia no creó lecciones, clases ni programas adicionales. Cada uno tenía su ejemplar del Libro de Mormón, y el sendero hacia el interior de nuestro corazón se ensanchó por el ejercicio de nuestra fe en el Salvador al responder al reto de la Primera Presidencia. De este modo fuimos preparados para recibir instrucción del único maestro verdadero: el Espíritu Santo. La responsabilidad de buscar conocimiento por la fe descansa sobre cada uno de nosotros en forma individual, y esta obligación cobrará mayor importancia a medida que el mundo en el que actualmente vivimos se torne más confuso y atribulado. Aprender por la fe es vital para nuestro desarrollo espiritual personal y para el crecimiento de la Iglesia en estos últimos días. Ruego que cada uno de nosotros realmente tenga hambre y sed de justicia y sea lleno del Espíritu Santo (véase 3 Nefi 12:6), a fin de que busquemos conocimiento por la fe. Tomado de una transmisión vía satélite de un mensaje a los instructores del Sistema Educativo de la Iglesia pronunciado el 3 de febrero de 2006. Notas 25. 1. Lectures on Faith, 1985, pág. 1. 26. 2. Véase “Lámpara de Jehová”, Liahona, octubre de 1983, págs. 34–35. 27. 3. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 230. 28. 4. Citado por Dennis B. Neuenschwander en “Ordenanzas y convenios”, Liahona, noviembre de 2001, pág. 20. 29. 5. Los Artículos de Fe, pág. 180. 30. 6. En Junius F. Wells, “Historic Sketch of the YMMIA”, Improvement Era, junio de 1925, pág. 715. 31. 7.

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Véase “Lámpara de Jehová”, Liahona, octubre de 1983, págs. 34–35; véase también “La búsqueda del conocimiento espiritual”, Liahona, enero de 2007, pág. 18. 32. 8. Véase “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de 2005, pág. 6. Sitio web oficial de La Iglesia de Jesucristo de © 2012 Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados

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los

Santos

de

los

Últimos

Días

En la fuerza del Señor David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

En la fuerza del Señor podemos hacer y soportar y vencer todas las cosas. Hermanos y hermanas, mi corazón rebosa, mi mente da vueltas, mis rodillas están débiles y temblorosas, y descubro que las palabras son totalmente inadecuadas para comunicar eficazmente los sentimientos y las ideas que deseo compartir con ustedes. Oro e imploro la compañía del Espíritu Santo, para mí y para ustedes, mientras les dirijo brevemente la palabra esta mañana de día de reposo. En las horas que han transcurrido desde que el presidente Hinckley me extendió este nuevo llamado a servir, he prestado atención a la admonición de Nefi de aplicar “todas las Escrituras a nosotros mismos” (1 Nefi 19:23), con un sentido de propósito e intensidad mayor de lo que haya hecho antes. He reflexionado en las enseñanzas de Pablo de que “lo necio del mundo escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1 Corintios 1:27). Hoy me resulta muy reconfortante saber que soy de lo verdaderamente débil del mundo. He meditado la instrucción de Jacob que se presenta en El Libro de Mormón: “Por tanto, escudriñamos los profetas, y tenemos muchas revelaciones y el espíritu de profecía; y teniendo todos estos testimonios, logramos una esperanza, y nuestra fe se vuelve inquebrantable, al grado de que verdaderamente podemos mandar en el nombre de Jesús, y los árboles mismos nos obedecen, o los montes, o las olas del mar. “No obstante, el Señor Dios manifiesta nuestras debilidades para que sepamos que es por su gracia y sus grandes condescendencias para con los hijos de los hombres por las que tenemos poder para hacer estas cosas” (Jacob 4:6– 7). Hermanos y hermanas, les ruego que presten mucha atención a la forma en que se emplea la palabra gracia en el pasaje que acabo de leer. Del Bible Dictionary (Diccionario Bíblico en inglés), aprendemos que la palabra gracia a menudo se usa en las Escrituras para indicar un poder que fortalece o hace posible que las cosas ocurran: “La idea principal de la palabra es la ayuda o fortaleza que se dan a través de la abundante misericordia y amor de Jesucristo. “Asimismo, por medio de la gracia del Señor, las personas, mediante la fe en la Expiación de Jesucristo y el arrepentimiento de sus pecados, obtienen fortaleza y ayuda para hacer buenas obras que no lograrían llevar a cabo si quedasen sólo con sus propios medios” (Bible Dictionary, pág. 697). Es así que el aspecto de la Expiación que nos habilita y fortalece nos ayuda a ver y a hacer el bien y a convertirnos en personas buenas de formas que jamás reconoceríamos o lograríamos con nuestra limitada capacidad mortal. Doy testimonio de que el poder habilitador de la Expiación del Salvador es real. Sin el poder fortalecedor de la Expiación, yo no podría estar de pie ante ustedes en esta mañana. ¿Captamos el sentido de gracia y del poder fortalecedor de Cristo expresados en el testimonio de Ammón? “Sí, yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas; sí, he aquí que hemos obrado muchos grandes milagros en 44

esta tierra, por los cuales alabaremos su nombre para siempre jamás” (Alma 26:12). De cierto, hermanos y hermanas, en la fuerza del Señor podemos hacer, soportar y vencer todas las cosas. Al salir del Edificio de la Administración de la Iglesia después de mi entrevista con el presidente Hinckley el viernes por la tarde, recordé las palabras de Enoc: “Y cuando Enoc oyó estas palabras, se humilló a tierra ante el Señor, y habló ante él, diciendo: ¿Por qué he hallado gracia ante tu vista, si no soy más que un jovenzuelo, y toda la gente me desprecia, por cuanto soy tarde en el habla; por qué soy tu siervo? “Y el Señor dijo a Enoc: Ve y haz lo que te he mandado, y ningún hombre te herirá. Abre tu boca y se llenará, y yo te daré poder para expresarte, porque toda carne está en mis manos, y haré conforme bien me parezca” (Moisés 6:31–32). Para todos los que no nos sintamos preparados, nos sintamos abrumados y no a la altura de un nuevo llamamiento o responsabilidad, la promesa del Señor a Enoc se aplica de igual manera. La promesa fue verdadera en el día de Enoc y lo sigue siendo en la actualidad. La noche del 20 de junio del año 2000, me encontraba trabajando hasta tarde junto a algunos colegas en las oficinas ejecutivas de lo que en ese entonces era el Colegio Universitario Ricks, en Rexburg, Idaho. Hacíamos los últimos preparativos para una reunión inesperada e histórica que se efectuaría a la mañana siguiente en el recinto universitario en la cual el presidente Hinckley iba a anunciar que el Colegio Universitario Ricks pasaría a ser una institución habilitada para conferir títulos de licenciatura y tomaría el nombre de Universidad Brigham Young— Idaho. Como equipo administrativo apenas comenzábamos a darnos cuenta del monumental tamaño de la responsabilidad y del reto que se nos presentaba. Al salir del edificio esa noche, uno de mis colegas me preguntó: “Señor Rector, ¿no le da miedo?”. Según recuerdo, le contesté algo así: “Si pensara que tenemos que llevar a cabo la transición apoyándonos exclusivamente en nuestra experiencia y en nuestro juicio, entonces estaría aterrado, pero contaremos con la ayuda del cielo, porque sabemos quién está a cargo y que no estamos solos. No, no tengo miedo”. Y los que servimos en la Universidad Brigham Young—Idaho testificamos juntamente que ha habido ayuda del cielo, que han ocurrido milagros, que se han recibido revelaciones, que se han abierto puertas, y que hemos sido grandemente bendecidos como personas y como institución. Les ruego me permitan expresar gratitud y aprecio. Me siento agradecido por mis antepasados, esos hombres y mujeres fieles y firmes a quienes respeto y honro y a quienes les debo todo. Amo y aprecio a mi madre y a mi padre, y a la madre y al padre de mi esposa. Estoy agradecido por el amor y el apoyo y la enseñanza y la fortaleza de ellos. Mi esposa, Susan, es una mujer virtuosa y una madre recta. Rápidamente notarán ustedes que la pureza y la bondad se hacen evidentes en su rostro. La amo y aprecio más de lo que se puede expresar con palabras. Le agradezco ser la mujer que es, las lecciones que me ha enseñado y el amor que compartimos. Susan y yo hemos sido bendecidos con tres hijos firmes a quienes amo y doy gracias. Nuestra pequeña familia en expansión ahora incluye a dos nueras rectas y a tres nietas inteligentes, hermosas y encantadoras. Cuando tenemos las oportunidades de estar juntos, recibimos la bendición de ver apenas un destello de lo que es una familia en la eternidad. Mis amados hermanos y hermanas, estoy agradecido por ustedes. Al verlos congregados aquí en el Centro de Conferencias y al visualizarlos en centros de reuniones por toda la tierra, soy bendecido por su fidelidad y devoción que tienen al Salvador. Al levantar ustedes sus brazos en escuadra el sábado, sentí que fluía hacia mi alma una extraordinaria influencia que sostiene. Pocos de ustedes saben quién soy, mas saben de quien proviene el 45

llamamiento, y están muy dispuestos a sostener y apoyar. Les expreso mi agradecimiento, y prometo dedicar toda mi alma y todas mis energías a esta obra sagrada. A donde me manden el Señor y los líderes de Su Iglesia iré. Haré lo que quieran que haga. Enseñaré lo que quieran que enseñe, y me esmeraré por llegar a ser lo que deba llegar a ser. En la fuerza del Señor y mediante Su gracia, sé que ustedes y yo podemos tener la bendición de lograr todas las cosas. Como uno de los más débiles de entre los débiles, yo testifico que Dios vive. Doy testimonio de que Jesús es el Cristo. Él es nuestro Redentor y Salvador, y Él vive. También testifico que la plenitud del Evangelio de Jesucristo y su Iglesia verdadera han sido restauradas en la tierra en estos últimos días por medio del profeta José Smith. Las llaves de la autoridad del sacerdocio y las ordenanzas de salvación se hallan nuevamente en la tierra. Mediante el poder de dicho sacerdocio las familias de cierto pueden estar juntas para siempre. El Libro de Mormón es la palabra de Dios y la clave de nuestra religión, y hermanos y hermanas, los cielos no están cerrados. Dios nos habla, a nosotros como personas y a los líderes de este reino de los postreros días en la tierra. El presidente Gordon B. Hinckley es el profeta del Señor en la tierra actualmente. De estas cosas testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Las entrañables misericordias del Señor David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Testifico que las entrañables misericordias del Señor están al alcance de todos nosotros y que el Redentor de Israel está ansioso por conferirnos esos dones. Hace seis meses, me encontré frente a este púlpito por primera vez, como el miembro más nuevo del Quórum de los Doce Apóstoles. Tanto en aquel entonces, e incluso aún más últimamente, he sentido y siento el peso del llamamiento a servir y de la responsabilidad de enseñar con claridad, así como de testificar con autoridad. Ruego contar con la ayuda del Espíritu Santo y la invito al dirigirme ahora a ustedes. Esta tarde deseo describir y examinar una impresión espiritual que recibí momentos antes de pasar a este púlpito durante la sesión del domingo por la mañana de la conferencia general el pasado octubre. El élder Dieter F. Uchtdorf acababa de terminar su discurso y de declarar su poderoso testimonio del Salvador. Entonces procedimos a ponernos todos de pie para cantar el himno intermedio que previamente había anunciado el presidente Gordon B. Hinckley. El himno intermedio aquella mañana fue “Oh Dios de Israel” (Himnos, Nº 5). Ahora bien, la música para las diversas sesiones de la conferencia se había determinado con muchas semanas de anticipación y, obviamente, mucho antes de mi nuevo llamamiento a servir. Sin embargo, si se me hubiese invitado a sugerir un himno intermedio para esa sesión particular de la conferencia —un himno que hubiese sido edificante y espiritualmente tranquilizador, tanto para mí como para la congregación, antes de pronunciar mi primer discurso en este Centro de Conferencias— habría seleccionado mi himno favorito “Oh Dios de Israel”. Los ojos se me llenaron de lágrimas al entonar, junto con ustedes, ese conmovedor himno de la Restauración. Momentos antes de terminar de cantar, acudió a mi mente este versículo del Libro de Mormón: “Pero he aquí, yo, Nefi, os mostraré que las entrañables misericordias del Señor se extienden sobre todos aquellos que, a causa de su fe, él ha escogido, para fortalecerlos, sí, hasta tener el poder de librarse” (1 Nefi 1:20). De inmediato mi mente se centró en la frase de Nefi: “las entrañables misericordias del Señor”, y en ese preciso instante me di cuenta de que estaba experimentando una de esas entrañables misericordias. Por medio de un himno que se había seleccionado hacía varias semanas, el amoroso Salvador me estaba enviando un mensaje sumamente personal y oportuno de consuelo y tranquilidad. Es posible que para algunos esta experiencia sea simplemente una linda coincidencia, pero yo testifico que las entrañables misericordias del Señor son reales y que no ocurren al azar ni por pura casualidad. Muchas veces, la hora exacta en la que el Señor muestra Sus entrañables misericordias nos ayuda a discernirlas así como a reconocerlas. ¿Qué son las entrañables misericordias del Señor? Desde el pasado octubre, he reflexionado reiteradamente en la frase “las entrañables misericordias del Señor”. Creo que por medio del estudio personal, de la observación, la meditación y la oración he llegado a comprender mejor que las entrañables misericordias del Señor son las sumamente personales e individualizadas bendiciones, la fortaleza, la protección, la seguridad, la guía, la amorosa bondad, el consuelo, el apoyo y los dones espirituales que recibimos del Señor Jesucristo, por causa de Él y por medio de Él. Verdaderamente, el Señor acomoda “sus misericordias a las condiciones de los hijos de los hombres” (D. y C. 46:15).

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Recordarán que el Salvador instruyó a Sus apóstoles, diciéndoles que no los dejaría huérfanos. No sólo enviaría a “otro Consolador” (Juan 14:16), o sea, el Espíritu Santo, sino que el Salvador dijo que Él vendría a ellos (véase Juan 14:18). Yo sugeriría que una de las maneras por las que el Salvador viene a cada uno de nosotros es por medio de Sus abundantes y entrañables misericordias. Por ejemplo, al hacer frente, ustedes y yo, a los desafíos y a las pruebas de la vida, el don de la fe y el sentido apropiado de confianza personal que sobrepasa nuestra propia capacidad son dos ejemplos de las entrañables misericordias del Señor. El arrepentimiento, el perdón de los pecados y la conciencia tranquila son ejemplos de las entrañables misericordias del Señor; y la constancia y la fortaleza que nos permiten seguir adelante con alegría a través de las desventajas físicas y las dificultades espirituales son ejemplos de las entrañables misericordias del Señor. En una reciente conferencia de estaca, se manifestaron las entrañables misericordias del Señor en el conmovedor testimonio de una joven esposa y madre de cuatro hijos, cuyo marido perdió la vida en Irak, en diciembre del 2003. Esa fiel hermana relató que después de que le notificaron de la muerte de su esposo, recibió la tarjeta y el mensaje de Navidad de él. En medio de la brusca realidad de una vida que cambiaría radicalmente, llegó a esa buena hermana el oportuno y tierno recordatorio de que, en verdad, las familias pueden ser eternas. Con el permiso de ella, cito lo siguiente de esa tarjeta de Navidad: “¡A la mejor familia del mundo! Que se diviertan mucho juntos y recuerden el verdadero significado de la Navidad! El Señor ha hecho posible que estemos juntos para siempre; de modo que, aunque estemos separados, aún así seguiremos juntos como familia. “Que Dios los bendiga y los proteja, y que permita que esta Navidad sea nuestro regalo de amor para Él en lo alto. “Con todo mi amor, su papi y esposo que los quiere mucho”. Obviamente, la mención que él hizo en su saludo de Navidad del hecho de estar separados se refería a la separación ocasionada por su destacamento militar, pero, como si hubiese sido una voz que salía desde el polvo, del eterno compañero y padre fallecido, a esta hermana le llegaron el consuelo y testimonio espirituales que tanta falta le hacían. Tal como indiqué anteriormente, las entrañables misericordias del Señor no ocurren al azar ni por pura casualidad. La fidelidad, la obediencia y la humildad traen las entrañables misericordias del Señor a nuestra vida, y muchas veces es el horario del Señor lo que nos permite reconocer y atesorar esas importantes bendiciones. Hace algún tiempo, conversaba con un líder del sacerdocio que sintió la impresión de memorizar los nombres de todos los jóvenes de su estaca que tenían entre 13 y 21 años de edad. Con las fotografías de todos ellos hizo tarjetas a modo de juego de revisión, las cuales estudiaba en viajes de negocios y otros momentos libres. Ese líder del sacerdocio no tardó en aprender los nombres de todo ese grupo de jóvenes. Una noche, ese hermano tuvo un sueño acerca de uno de los jóvenes a quien sólo conocía por medio de la fotografía. En el sueño, vio al joven vestido de camisa blanca y con la plaqueta misional de identificación con el nombre. Con el compañero sentado a su lado, el joven enseñaba a una familia y sostenía en la mano un ejemplar del Libro de Mormón, y daba la apariencia de que testificaba de la veracidad del libro. En ese momento, el líder del sacerdocio despertó. En una reunión del sacerdocio que se llevó a cabo posteriormente, el líder se acercó al joven que había visto en el sueño y le pidió hablar con él unos momentos. Una vez que se presentaron, el líder se dirigió al joven por su nombre y le dijo: “No soy un soñador; nunca he tenido un sueño sobre ningún miembro de esta estaca, excepto sobre ti. Te contaré el sueño, y después me gustaría que me ayudaras a entender lo que significa”. El líder le relató el sueño y le preguntó al joven su significado. Ahogado por la emoción, el jovencito simplemente contestó: “Significa que Dios sabe quién soy yo”. El resto de la conversación entre ese jovencito y su líder del 48

sacerdocio fue de lo más provechosa, y acordaron reunirse para deliberar en consejo, de vez en cuando, durante los meses siguientes. Ese jovencito recibió las entrañables misericordias del Señor por conducto de un inspirado líder del sacerdocio. Vuelvo a repetir: las entrañables misericordias del Señor no ocurren al azar ni por pura casualidad. La fidelidad y la obediencia nos permiten recibir esos importantes dones y, con frecuencia, el horario del Señor nos ayuda a reconocerlos. No debemos subestimar ni pasar por alto el poder de las entrañables misericordias del Señor. La sencillez, la dulzura y la constancia de las entrañables misericordias del Señor serán de mucho provecho para fortalecernos y protegernos en los tiempos difíciles en los que actualmente vivimos y en los que aún viviremos. Cuando las palabras no pueden proporcionar el solaz que necesitamos ni expresar el gozo que sentimos, cuando es simplemente inútil intentar explicar lo inexplicable, cuando la lógica y la razón no pueden brindar el entendimiento adecuado en cuanto a las injusticias e irregularidades de la vida, cuando la experiencia y la evaluación terrenales son insuficientes para producir el resultado deseado, y cuando parezca que quizás nos encontramos totalmente solos, en verdad somos bendecidos por las entrañables misericordias del Señor que nos fortalecen hasta tener el poder de liberarnos (véase 1 Nefi 1:20). ¿Quiénes son los que el Señor ha escogido para recibir Sus entrañables misericordias? La palabra escogido en 1 Nefi 1:20 es fundamental a fin de comprender el concepto de las entrañables misericordias del Señor. Según el diccionario, la palabra escogido da la idea de selecto, a lo que se da preferencia o se escoge; también se utiliza para referirse a los elegidos o escogidos de Dios (Diccionario Oxford en inglés, en línea, segunda edición, 1989). Es posible que algunas personas que oigan o lean este mensaje, erróneamente pasen por alto o descarten la idea de tener a su alcance las entrañables misericordias del Señor, al pensar que nunca han sido escogidas ni lo serán. Tal vez pensemos equivocadamente que esas bendiciones y esos dones están reservados para otras personas que parecen ser más rectas o que sirven en llamamientos de importancia en la Iglesia. Testifico que las entrañables misericordias del Señor están al alcance de todos nosotros y que el Redentor de Israel está ansioso por conferirnos esos dones. El ser o el llegar a ser elegidos no es una condición exclusiva que se nos confiere; por el contrario, ustedes y yo somos los que determinamos, al final, si somos escogidos. Tengan a bien tomar nota del empleo de la palabra escogido en los siguientes versículos de Doctrina y Convenios: “He aquí, muchos son los llamados, y pocos los escogidos. ¿Y por qué no son escogidos? “Porque a tal grado han puesto su corazón en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los hombres…” (D. y C. 121:34–35; cursiva agregada). Creo que lo que implican esos versículos es algo bastante sencillo. Dios no tiene una lista de personas favoritas a la que esperamos que algún día se añada nuestro nombre. Él no limita “los escogidos” a unos cuantos; por el contrario, son nuestro corazón, nuestras aspiraciones y nuestra obediencia lo que definitivamente determina si somos contados entre los escogidos de Dios. El Señor instruyó a Enoc sobre este punto particular de la doctrina. Adviertan el uso del derivado de la palabra preferir en estos versículos: “…He allí a éstos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento el día en que los creé; y en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío;

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“y a tus hermanos he dicho, y también he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre” (Moisés 7:32–33; cursiva agregada). Tal como aprendemos en esos versículos, los propósitos fundamentales del don del albedrío eran que nos amáramos unos a otros y escogiéramos a Dios. De ese modo, llegamos a ser los escogidos de Dios y damos cabida a sus entrañables misericordias a medida que utilizamos nuestro albedrío para escoger a Dios. Uno de los pasajes de las Escrituras más conocidos y que se cita con más frecuencia se encuentra en Moisés 1:39. En ese versículo se describe de manera clara y concisa la obra del Padre Eterno: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (cursiva agregada). En un pasaje correlacionado que se encuentra en Doctrina y Convenios, se describe con igual claridad y concisión nuestra obra primordial como hijos e hijas del Dios Eterno. Es interesante notar que este pasaje no parece ser tan conocido ni se cita con tanta frecuencia. “He aquí, ésta es tu obra: Guardar mis mandamientos, sí, con toda tu alma, mente y fuerza” (D. y C. 11:20; cursiva agregada). Por tanto, la obra del Padre es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos; nuestra obra es guardar Sus mandamientos con toda nuestra alma, mente y fuerza, y de ese modo llegar a ser escogidos y, mediante el Espíritu Santo, recibir y reconocer las entrañables misericordias del Señor en nuestro diario vivir. Esta misma conferencia en la que estamos participando este fin de semana es también otro ejemplo de las entrañables misericordias del Señor. Hemos sido bendecidos al recibir consejo inspirado de los líderes de la Iglesia del Salvador, consejos oportunos para nuestros tiempos, nuestras circunstancias y nuestros desafíos. Hemos sido instruidos, inspirados, edificados, exhortados al arrepentimiento y fortalecidos. El espíritu de esta conferencia ha fortalecido nuestra fe y avivado nuestro deseo de arrepentirnos, de obedecer, de mejorar y de servir. Al igual que ustedes, estoy ansioso de proceder de acuerdo con los recordatorios, el consejo y la inspiración con los que hemos sido bendecidos durante esta conferencia. Y en unos momentos, cada uno de nosotros recibirá una de las entrañables misericordias del Señor al oír las palabras de clausura y el testimonio del presidente Gordon B. Hinckley. En verdad: “Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmos 145:9). Estoy agradecido por la restauración del Evangelio de Jesucristo por conducto del profeta José Smith, y por el conocimiento que tenemos hoy día de las entrañables misericordias del Señor. Nuestros deseos, fidelidad y obediencia nos invitan y nos ayudan a discernir Sus misericordias en nuestra vida. Como uno de Sus siervos, testifico que Jesús es el Cristo, nuestro Redentor y nuestro Salvador. Sé que Él vive y que Sus entrañables misericordias están al alcance de todos. Cada uno tiene ojos para ver claramente, y oídos para oír perfectamente las entrañables misericordias del Señor a medida que nos fortalecen y nos ayudan en estos últimos días. Ruego que nuestros corazones estén siempre llenos de gratitud por Sus abundantes y entrañables misericordias. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Llegar a ser misioneros David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos dar testimonio de Jesucristo y declarar el mensaje de la Restauración… la obra misional es una manifestación de nuestra identidad y de nuestro patrimonio espirituales. Todos los que hemos recibido el Santo Sacerdocio tenemos la sagrada obligación de bendecir a las naciones y a las familias de la tierra, al proclamar el Evangelio y al invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación mediante la debida autoridad. Muchos de nosotros hemos sido misioneros de tiempo completo, algunos actualmente prestan ese mismo servicio; y hoy día todos prestamos servicio y continuaremos prestando servicio como misioneros de toda la vida. Todos los días somos misioneros tanto en nuestra familia, como en nuestras escuelas, en nuestros lugares de trabajo y en nuestras comunidades. Sin importar nuestra edad, experiencia o condición en la vida, todos somos misioneros. La proclamación del Evangelio no es una actividad en la que participamos de manera periódica o temporal, y nuestra labor como misioneros ciertamente no se limita al breve periodo que se presta en el servicio misional de tiempo completo en nuestra juventud o en los años de la madurez. Más bien, en la obligación de proclamar el Evangelio restaurado de Jesucristo están implícitos el juramento y el convenio del sacerdocio, el cual concertamos. La obra misional es esencialmente una responsabilidad del sacerdocio, y todos los que poseemos el sacerdocio somos los siervos autorizados del Señor en la tierra y somos misioneros en todo momento y en todo lugar, y siempre lo seremos. Nuestra identidad misma como poseedores del sacerdocio y de la descendencia de Abraham la define en gran parte la responsabilidad de proclamar el Evangelio. Mi mensaje esta noche nos atañe a todos en nuestro deber del sacerdocio de proclamar el Evangelio. Sin embargo, mi propósito específico en esta reunión del sacerdocio es hablar francamente con los jóvenes de la Iglesia que se están preparando para el llamamiento de servir como misioneros. Los principios que trataré con ustedes son tanto sencillos como espiritualmente importantes, y nos deben motivar a meditar, a evaluar y a mejorarnos. Suplico la compañía del Espíritu Santo para mí y para ustedes a medida que juntos consideremos este importante tema. Una pregunta frecuente En las reuniones con los miembros jóvenes de la Iglesia por el mundo, acostumbro invitar a los presentes a hacer preguntas. Una de las preguntas que los jóvenes me hacen con más frecuencia es ésta: “¿Qué puedo hacer para prepararme de una manera más eficaz para servir como misionero de tiempo completo?”. Esa sincera pregunta merece una seria respuesta. Mis queridos y jóvenes hermanos, lo más importante que pueden hacer para prepararse para el llamamiento a servir es llegar a ser misioneros antes de ir a la misión. Tengan a bien notar que en mi respuesta recalqué llegar a ser en vez de ir. Permítanme explicar lo que quiero decir. En el vocabulario normal de la Iglesia, solemos hablar de ir a la Iglesia, ir al templo e ir a la misión. Me atrevería a afirmar que el énfasis un tanto habitual en la palabra ir no es acertado. La cuestión no es ir a la Iglesia; más bien, es adorar y renovar nuestros convenios al asistir a la Iglesia. La cuestión no es ir al templo; más bien, es tener en nuestro corazón el espíritu, los convenios y las ordenanzas de la casa del Señor. La cuestión no es ir a la misión; más bien, es llegar a ser misioneros y servir a lo largo de nuestra vida con 51

todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. Es posible para un joven ir a la misión y no llegar a ser misionero, y eso no es lo que el Señor requiere ni lo que la Iglesia necesita. Mi deseo ferviente para cada uno de ustedes, jovencitos, es que simplemente no vayan a la misión, sino que lleguen a ser misioneros mucho antes de que envíen sus papeles misionales, mucho antes de que reciban un llamamiento a servir, mucho antes de que sean apartados por su presidente de estaca, y mucho antes de que ingresen en el Centro de Capacitación Misional. El principio de lo que debemos llegar a ser El élder Dallin H. Oaks nos ha enseñado eficazmente en cuanto al desafío de llegar a ser algo en vez de sólo hacer las cosas que se esperan o de efectuar ciertos actos. “El apóstol Pablo enseñó que se nos han dado las enseñanzas y los maestros del Señor para que todos podamos alcanzar ‘la medida de la estatura de la plenitud de Cristo’ (Efesios 4:13). Ese proceso implica más que la adquisición de conocimiento. No es siquiera suficiente para nosotros estar convencidos de la veracidad del Evangelio; debemos actuar y pensar a fin de ser convertidos por medio de él. A diferencia de las instituciones del mundo, que nos enseñan a saber algo, el Evangelio de Jesucristo nos desafía a llegar a ser algo… “…No es suficiente que cualquiera tan sólo actúe mecánicamente. Los mandamientos, las ordenanzas y los convenios del Evangelio no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna cuenta celestial. El Evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra cómo llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser” (“El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 40). Hermanos, el desafío de lo que debemos llegar a ser tiene que ver de manera precisa y perfecta con la preparación misional. Obviamente, el proceso de llegar a ser misioneros no exige que un jovencito lleve camisa blanca y corbata a la escuela todos los días o que siga las reglas misionales en lo que concierne a la hora de acostarse y levantarse, a pesar de que la mayoría de los padres apoyaría esa idea. Pero pueden incrementar su deseo de servir a Dios (véase D. y C. 4:3), y pueden empezar a pensar como piensan los misioneros, a leer lo que leen los misioneros, a orar como oran los misioneros y a sentir lo que sienten los misioneros. Pueden evitar las influencias mundanas que hacen que el Espíritu Santo se aleje, y pueden aumentar su confianza al reconocer los susurros espirituales y responder a ellos. Línea por línea, y precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí, ustedes pueden gradualmente llegar a ser los misioneros que desean ser y los misioneros que el Salvador espera. Ustedes no se transformarán de manera repentina o mágica en misioneros preparados y obedientes el día que pasen por las puertas del Centro de Capacitación Misional. Lo que ustedes hayan llegado a ser en los días, meses y años previos a su servicio misional es lo que serán en el CCM. De hecho, la clase de transición por la que tengan que pasar en el CCM será un indicador confiable del progreso que logren para llegar a ser misioneros. Cuando entren en el CCM es natural que extrañen a su familia, y muchos aspectos de su horario diario serán nuevos y difíciles, pero para el joven que se haya preparado bien para llegar a ser misionero, la adaptación básica a los rigores de la obra misional y de ese estilo de vida no le parecerán abrumadores, agobiantes ni inoportunos. Es por eso por lo que uno de los elementos clave al elevar el nivel de preparación consiste en esforzarse para llegar a ser misioneros antes de ir a la misión. Padres, ¿comprenden la función que tienen de ayudar a su hijo a ser misionero antes de que vaya a la misión? Ustedes y su esposa son muy importantes en el proceso de que él llegue a ser misionero. Líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, ¿reconocen la responsabilidad que tienen de ayudar a los padres y a todo joven a llegar a ser misioneros antes de ir a la misión? El nivel de preparación también se ha elevado para los padres y para todos los miembros de la Iglesia. El meditar con espíritu de oración en el principio de lo que deben llegar a ser brindará la inspiración que se ajuste a las necesidades específicas de su hijo o de los jóvenes a quienes sirvan. 52

La preparación que estoy describiendo no sólo va enfocada hacia el servicio misional de un joven de 19, 20 ó 21 años de edad. Hermanos, ustedes se están preparando para toda una vida de obra misional; como poseedores del sacerdocio, siempre somos misioneros. Si verdaderamente progresan en el proceso de llegar a ser misioneros, antes de ir a la misión, así como en el campo misional, cuando llegue el día en que se les releve honorablemente como misioneros de tiempo completo, ustedes partirán de su campo de trabajo y regresarán a su familia, pero nunca dejarán de efectuar su servicio misional. Un poseedor del sacerdocio es un misionero en todo momento y en todo lugar. El misionero es quien es y somos quienes somos como poseedores del sacerdocio y como la descendencia de Abraham. La descendencia de Abraham Los herederos de todas las promesas y de los convenios que Dios hizo con Abraham se conocen como la descendencia de Abraham (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Abraham”, subtítulo “La descendencia de Abraham”, págs. 6–7). Esas bendiciones se obtienen únicamente mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio de Jesucristo. Hermanos, el proceso para llegar a ser misioneros está directamente relacionado con el conocimiento de nuestra identidad como descendencia de Abraham. Abraham fue un gran profeta que deseó la rectitud y fue obediente a todos los mandamientos que recibió de Dios, incluso el mandato de ofrecer en sacrificio a su amado hijo Isaac. Debido a su perseverancia y obediencia, a Abraham se le suele conocer como el padre de los fieles. Nuestro Padre Celestial estableció un convenio con Abraham y su posteridad y le prometió grandes bendiciones: “…por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; “de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:16–18). Fue así que a Abraham se le prometió una gran posteridad y que las naciones de la tierra serían bendecidas por medio de esa posteridad. ¿Cómo son bendecidas las naciones de la tierra por medio de la descendencia de Abraham? La respuesta a esta importante pregunta se encuentra en el libro de Abraham: “Y haré de ti [Abraham] una nación grande y te bendeciré sobremanera, y engrandeceré tu nombre entre todas las naciones, y serás una bendición para tu descendencia después de ti, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones; “Y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuantos reciban este evangelio serán llamados por tu nombre; y serán considerados tu descendencia, y se levantarán y te bendecirán como padre de ellos” (Abraham 2:9–10). En estos versículos aprendemos que los fieles herederos de Abraham tendrían las bendiciones del Evangelio de Jesucristo y la autoridad del sacerdocio. Por tanto, la frase “lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones” se refiere a la responsabilidad de proclamar el Evangelio de Jesucristo y de invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación por medio de la debida autoridad del sacerdocio. En verdad, sobre la descendencia de Abraham descansa una gran responsabilidad en estos últimos días. ¿En qué forma se relacionan estas promesas y bendiciones con nosotros hoy día? Ya sea por linaje literal o por adopción, todo hombre y jovencito que me oiga esta noche es heredero legítimo de las promesas que Dios le hizo a Abraham. Somos la descendencia de Abraham. Una de las razones fundamentales por la que recibimos una 53

bendición patriarcal es para ayudarnos a comprender mejor quiénes somos en calidad de posteridad de Abraham, y a reconocer la responsabilidad que descansa sobre nosotros. Mis queridos hermanos, ustedes y yo, hoy y siempre, debemos bendecir a todas las personas en todas las naciones de la tierra. Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos dar testimonio de Jesucristo y declarar el mensaje de la Restauración. Ustedes y yo, hoy y siempre, debemos invitar a todos a recibir las ordenanzas de salvación. La proclamación del Evangelio no es una obligación del sacerdocio para sólo parte del tiempo; no es simplemente una actividad en la que participamos por un corto tiempo o una asignación que debemos cumplir como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Más bien, la obra misional es una manifestación de nuestra identidad y de nuestro patrimonio espirituales. Fuimos preordenados en la existencia preterrenal y nacimos para cumplir el convenio y la promesa que Dios le hizo a Abraham. Nos encontramos sobre la tierra en este tiempo para magnificar el sacerdocio y para predicar el Evangelio. Eso es quienes somos, y eso es por lo que estamos aquí, hoy y siempre. Tal vez les guste la música, los deportes o sean diestros en mecánica, y es posible que algún día trabajen en un oficio, en una profesión o en las artes. Pese a lo importante que puedan ser esas actividades y ocupaciones, éstas no definen nuestra identidad. Lo primero y más importante es que somos seres espirituales; somos hijos de Dios y la descendencia de Abraham: “Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos. “Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón, y la descendencia de Abraham, y la iglesia y reino, y los elegidos de Dios” (D. y C. 84:33–34). Mis queridos hermanos, mucho se nos ha dado, y mucho se espera de nosotros. Ruego que ustedes, jovencitos, comprendan mejor su identidad como descendientes de Abraham y lleguen a ser misioneros mucho antes de que vayan a la misión. Después de que vuelvan a sus hogares y a sus familias, ruego que los ex misioneros siempre sean misioneros, y que todos nos levantemos como hombres de Dios y seamos una bendición para las naciones de la tierra con un testimonio y un poder espiritual más grandes de los que jamás hayamos tenido. Declaro mi testimonio que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. ¡Sé que Él vive! Y testifico que como poseedores del sacerdocio somos Sus representantes en la magnífica obra de proclamar Su Evangelio, hoy y siempre. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Debemos esforzarnos por percibir cuándo nos “[separamos] del Espíritu del Señor”…[y] estar atentos y aprender de las decisiones y de las influencias que nos separan del Espíritu Santo. Hoy, voy a hablar en forma de recordatorio y de admonición a los que somos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días. Ruego que la compañía del Espíritu Santo esté presente y que nos ayude, tanto a ustedes como a mí, al aprender juntos. El bautismo por inmersión para la remisión de los pecados “es la ordenanza preliminar del Evangelio” de Jesucristo, y a ésta la deben preceder la fe en el Salvador y un arrepentimiento sincero y pleno. “[Después del] bautismo de agua… se debe recibir el don del Espíritu Santo a fin de que aquél sea completo (véase “Bautismo”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 23). Tal como el Salvador le enseñó a Nicodemo: “…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). En mi mensaje de esta tarde voy a concentrarme en el bautismo del Espíritu y en las bendiciones que se reciben por medio de la compañía del Espíritu Santo. La ordenanza del bautismo y el convenio relacionado con ésta Al bautizarnos, todos concertamos un convenio solemne con nuestro Padre Celestial. Un convenio es un acuerdo entre Dios y Sus hijos sobre la tierra, y es importante comprender que Dios determina las condiciones de todos los convenios del Evangelio. Ni ustedes ni yo decidimos la naturaleza ni los elementos de un convenio, sino que, al emplear nuestro albedrío moral, aceptamos los términos y los requisitos del convenio tal como nuestro Padre Celestial los ha establecido (véase “Convenio”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 38). La ordenanza salvadora del bautismo la debe efectuar alguien que tenga la debida autoridad de Dios. Las condiciones fundamentales del convenio, en el que entramos en las aguas del bautismo, son las siguientes: testificamos que estábamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, que siempre lo recordaríamos, y que guardaríamos Sus mandamientos. La bendición que se nos promete al honrar ese convenio es que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77). En otras palabras, el bautismo por agua nos lleva a la oportunidad autorizada de tener la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad. La confirmación y el bautismo del Espíritu Después del bautismo, aquellos que tienen la autoridad del sacerdocio nos colocaron las manos sobre la cabeza y nos confirmaron miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, y se nos confirió el Espíritu Santo (véase D. y C.49:14). La declaración “recibe el Espíritu Santo” que se pronunció en nuestra confirmación fue una directiva para esforzarnos por obtener el bautismo del Espíritu. El profeta José Smith enseñó: “Tan provechoso sería bautizar un costal de arena como a un hombre, si su bautismo no tiene por objeto la remisión de los pecados y la recepción del Espíritu Santo. El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir, el bautismo del Espíritu Santo” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 384). Nosotros fuimos bautizados por inmersión en el agua para la remisión de los pecados. 55

También debemos ser bautizados por inmersión en el Espíritu del Señor, “…y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17). Al obtener experiencia con el Espíritu Santo, aprendemos que la intensidad con la cual sentimos Su influencia no siempre es la misma. No muy a menudo recibimos impresiones espirituales potentes y espectaculares. Aun cuando nos esforcemos por ser fieles y obedientes, sencillamente hay ocasiones en nuestra vida en las que no reconocemos de inmediato la dirección, la seguridad y la paz del Espíritu. De hecho, en el Libro de Mormón se habla de los lamanitas fieles que “fueron bautizados con fuego y con el Espíritu Santo al tiempo de su conversión… y no lo supieron” (3 Nefi 9:20). En las Escrituras se describe la influencia del Espíritu Santo como “un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:12; véase también 3 Nefi 11:3) y como una “una voz apacible de perfecta suavidad” (Helamán 5:30). Por consiguiente, el Espíritu del Señor se comunica por lo general con nosotros de manera tenue, delicada y apacible. El alejarnos del Espíritu del Señor En nuestro estudio individual y en la instrucción en el aula, hacemos repetidamente hincapié en la importancia de reconocer la inspiración y los susurros que recibimos del Espíritu del Señor; y ese método es correcto y útil. Debemos diligentemente saber cómo reconocer y actuar ante las impresiones que recibimos; sin embargo, tal vez con frecuencia pasemos por alto, durante nuestro progreso espiritual, un aspecto importante del bautismo por el Espíritu. Debemos también esforzarnos por percibir cuándo nos “[separamos] del Espíritu del Señor, para que no tenga cabida en [nosotros] para [guiarnos] por las sendas de la sabiduría, a fin de que [seamos] bendecidos, prosperados y preservados” (Mosíah 2:36). Precisamente porque la bendición que se nos promete es que siempre podemos tener Su Espíritu con nosotros, debemos estar atentos y aprender de las decisiones y de las influencias que nos separan del Espíritu Santo. La norma es clara: si algo que pensemos, veamos, escuchemos o hagamos nos separa del Espíritu Santo, entonces debemos dejar de pensar, ver, escuchar o hacer eso. Por ejemplo, si algo que supuestamente es para nuestra diversión nos aleja del Espíritu Santo, entonces esa clase de diversión no es para nosotros, puesto que el Espíritu no puede tolerar lo que es vulgar, grosero o inmodesto y, por lo tanto, será obvio que esas cosas no son para nosotros. Ya que alejamos al Espíritu del Señor al participar en actividades que sabemos que debemos rechazar, entonces definitivamente sabremos que ese tipo de cosas no son para nosotros. Admito que somos hombres y mujeres en un estado caído que vivimos en un mundo terrenal y que es posible que no tengamos la presencia del Espíritu Santo con nosotros cada minuto del día. Sin embargo, el Espíritu Santo puede permanecer con nosotros la mayor parte del tiempo, si no es que todo; y en verdad es más el tiempo que podría estar con nosotros que el que no esté con nosotros. Al sumergirnos cada vez más en el Espíritu del Señor, debemos esforzarnos por reconocer las impresiones que recibimos y las influencias o los acontecimientos que causan que nos alejemos del Espíritu Santo. Es posible tener “…al Espíritu Santo [como nuestro] guía…” (D. y C.45:57) y es esencial tenerlo para nuestro progreso espiritual y para sobrevivir en un mundo cada vez más inicuo. En ocasiones, como Santos de los Últimos Días, hablamos y nos comportamos como si el darnos cuenta de la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida fuese un acontecimiento poco común y excepcional. Debemos recordar, sin embargo, que la promesa del convenio es que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Esa bendición celestial se aplica a todo miembro de la Iglesia que ha sido bautizado, confirmado y a quien se le ha dicho: “Recibe el Espíritu Santo”.

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La Liahona es un símbolo y una figura para nuestros días En nuestros días, el Libro de Mormón es la fuente principal de consulta a la que debemos acudir para aprender cómo tener la compañía constante del Espíritu Santo. La descripción que se encuentra en el Libro de Mormón en cuanto a la Liahona, el director o la brújula que Lehi y su familia utilizaron durante su viaje por el desierto, se incluyó de manera específica en los anales como un símbolo y una figura para nuestros días, y es una lección esencial acerca de lo que debemos hacer a fin de disfrutar de las bendiciones del Espíritu Santo. A medida que nos esforcemos por alinear nuestra actitud y nuestras acciones en rectitud, entonces el Espíritu Santo llega a ser para nosotros hoy en día lo que la Liahona fue para Lehi y para su familia en su época. Los mismos factores que hacían que la Liahona funcionara para Lehi invitarán de igual manera al Espíritu Santo a nuestra vida. Y los mismos factores que hacían que la Liahona no funcionara antiguamente harán de la misma forma que en la actualidad nosotros nos alejemos del Espíritu Santo. La Liahona: Los propósitos y los principios Les testifico que, al estudiar y meditar acerca de los propósitos y los principios por los cuales funcionaba la Liahona, recibiremos inspiración apropiada para nuestras circunstancias y necesidades personales y familiares. Somos y seremos bendecidos con dirección continua del Espíritu Santo. El Señor preparó la Liahona y se la dio a Lehi y a su familia después de partir de Jerusalén y mientras se encontraban viajando por el desierto (véase Alma 37:38; D. y C. 17:1). Esa brújula, o director, marcaba el camino que Lehi y su caravana debían seguir (véase 1 Nefi 16:10), sí “un curso directo a la tierra prometida” (Alma 37:44). Las agujas de la Liahona “funcionaban de acuerdo con la fe, diligencia y atención” (1 Nefi 16:28) de los viajantes y cesaba de funcionar cuando los miembros de la familia eran contenciosos, groseros, perezosos o se olvidaban de lo que debían recordar (véase 1 Nefi 18:12, 21; Alma 37:41, 43). Esa brújula también proporcionaba el medio por el cual Lehi y su familia podían obtener un mayor “conocimiento respecto a las vías del Señor” (1 Nefi 16:29). Por consiguiente, los propósitos primordiales de la Liahona eran proporcionar tanto dirección como instrucción durante un viaje largo y agotador. Ese director fue un instrumento tangible que sirvió como indicador externo de su estado espiritual interno ante Dios, y funcionaba de acuerdo con los principios de fe y diligencia. Así como Lehi obtuvo bendiciones en tiempos antiguos, a cada uno de nosotros en esta época se le ha dado una brújula espiritual que nos dirige y nos instruye durante nuestro trayecto terrenal. Tanto a ustedes como a mí se nos confirió el Espíritu Santo al salir del mundo y al entrar en la Iglesia del Salvador por medio del bautismo y de la confirmación. Mediante la autoridad del santo sacerdocio se nos confirmó miembros de la Iglesia y se nos amonestó a buscar la compañía constante del “Espíritu de la verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17). Al seguir adelante por el camino de la vida, cada uno de nosotros recibe la dirección del Espíritu Santo de la misma forma en que Lehi la recibió por medio de la Liahona. “Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5). En nuestra vida, el Espíritu Santo funciona exactamente como la Liahona lo hizo para Lehi y su familia, de acuerdo con nuestra fe, diligencia y atención. “…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios…

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“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad…” (D. y C.121:45–46). Y el Espíritu Santo nos proporcionará hoy los medios por los cuales recibiremos, “por medio de cosas pequeñas y sencillas” (Alma 37:6), un mayor entendimiento en cuanto a las vías del Señor. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). El Espíritu del Señor será nuestra guía y nos bendecirá con dirección, instrucción y protección espiritual a la largo de nuestro trayecto terrenal. Invitamos al Espíritu Santo a nuestra vida por medio de la sincera oración, tanto personal como familiar, al deleitarnos en las palabras de Cristo, por medio de la obediencia precisa y diligente, la fidelidad, y al honrar nuestros convenios y mediante la virtud, la humildad y el servicio. Debemos firmemente evitar las cosas que son inmodestas, ordinarias, vulgares, pecaminosas o malas que hacen que nos alejemos del Espíritu Santo. También invitamos a tener la compañía constante del Espíritu Santo al participar dignamente de la Santa Cena cada domingo: “Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo” (D. y C.59:9). Mediante la ordenanza de la Santa Cena, renovamos nuestro convenio bautismal y recibimos y retenemos la remisión de nuestros pecados (véase Mosíah 4:12, 26). Además, se nos recuerda semanalmente la promesa de que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Al esforzarnos por mantenernos puros y sin mancha del mundo, nos convertimos en vasos dignos en los que el Espíritu del Señor podrá morar siempre. En febrero de 1847, el profeta José Smith se le apareció a Brigham Young en un sueño o en una visión. El presidente Young le preguntó al Profeta si él tenía algún mensaje para las Autoridades Generales. El profeta José le contestó: “Diga a la gente que sea humilde y fiel y se asegure de conservar el Espíritu del Señor, el cual le guiará con justicia. Que tengan cuidado y no se alejen de la voz apacible; ésta les enseñará lo que deben hacer y adónde ir; les proveerá los frutos del Reino…” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 45, cursiva agregada). De todas las verdades que el profeta José pudo haberle enseñado a Brigham Young en esa sagrada ocasión, él hizo hincapié en la importancia de obtener y conservar el Espíritu del Señor. Mis queridos hermanos y hermanas, les testifico de la realidad de la existencia de Dios el Padre Eterno y de Su hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros viva para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros, y de ese modo ser merecedores de las bendiciones tanto de dirección como de instrucción y protección que son esenciales en estos últimos días. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Y no hay para ellos tropiezo David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Mediante el fortalecedor poder de la expiación de Jesucristo, ustedes y yo seremos bendecidos para evitar sentirnos ofendidos y triunfar sobre la ofensa. En esta ocasión, ruego que el Espíritu Santo nos preste ayuda tanto a mí como a ustedes al repasar juntos importantes principios del Evangelio. Una de mis actividades preferidas como líder del sacerdocio es visitar a los miembros en sus hogares. Disfruto en particular de saludar a los miembros a los que se suele describir como “menos activos” y de conversar con ellos. Durante los años en los que fui presidente de estaca, acostumbraba ponerme en contacto con alguno de los obispos y le solicitaba que, tras orar sobre ello, seleccionase a personas o a familias a las que podríamos visitar juntos. Antes de salir, el obispo y yo nos arrodillábamos para suplicar a nuestro Padre Celestial que nos diese orientación e inspiración tanto a nosotros como a los miembros a los que iríamos a ver. Nuestras visitas eran sencillas y precisas. Expresábamos a los miembros afecto y gratitud por la oportunidad de encontrarnos en su casa, y les reiterábamos que habíamos llegado hasta allí como siervos del Señor comisionados por Él. Además, les poníamos de relieve el hecho de que los echábamos de menos y de que los necesitábamos, al mismo tiempo que ellos necesitaban las bendiciones del Evangelio restaurado. Al principio de la conversación, yo solía hacerles una pregunta como ésta: “Por favor, ¿nos ayudarían a entender por qué razón no están participando activamente en los programas de la Iglesia y, por ende, de sus bendiciones?”. Cabe decir que he hecho centenares de visitas por el estilo. Cada persona, cada familia, cada hogar y cada respuesta eran diferentes. No obstante, a través de los años, he descubierto un factor común en muchas de las respuestas a mis preguntas. A menudo, me daban respuestas como las siguientes: “Hace varios años, un hermano dijo algo en la Escuela Dominical que me ofendió, por lo que desde entonces no he vuelto a Iglesia”. “Nadie de esa rama me saludó ni se acercó a mí y me sentí como un intruso. Me sentí ofendido por lo poco amistosos que son en esa rama”. “No me pareció bien el consejo que me dio el obispo. No volveré a poner un pie en ese edificio mientras él ocupe ese cargo”. Y así, mencionaban muchas otras razones por las que se habían ofendido, desde diferencias doctrinales entre los adultos hasta el haber recibido insultos y burlas crueles de los jóvenes y el haber sido excluido por ellos. Pero el factor reiterativo era: “Me sentí ofendido por…” El obispo y yo los escuchábamos con atención y con sinceridad, y en seguida, uno de nosotros les preguntaba acerca de su conversión al Evangelio restaurado y de su testimonio de éste. Mientras conversábamos, a esas buenas personas se les llenaban los ojos de lágrimas al recordar el testimonio confirmador del Espíritu Santo y describir sus anteriores experiencias espirituales. La mayoría de las personas “menos activas” a las que he visitado tenían un testimonio perceptible y tierno de la veracidad del Evangelio restaurado. Sin embargo, no estaban participando en las actividades ni en las reuniones de la Iglesia. 59

A continuación, yo les decía algo así: “Permítame llegar a entender bien lo que le ha ocurrido. Por motivo de que alguien en la Iglesia le ha ofendido, usted no ha sido bendecido mediante la ordenanza de la Santa Cena y se ha apartado de la compañía constante del Espíritu Santo; debido a que alguien en la Iglesia le ha ofendido, se ha separado de las ordenanzas del sacerdocio y del Santo Templo; además, ha interrumpido su oportunidad de prestar servicio al prójimo y de aprender y de progresar. Y está dejando barreras que impedirán el progreso espiritual de sus hijos, de los hijos de sus hijos y de las generaciones que les seguirán”. En muchas ocasiones, las personas se quedaban pensando unos momentos y, en seguida, respondían: “Nunca he pensado en ello de esa manera”. Al llegar a ese punto, el obispo y yo les hacíamos la siguiente invitación: “Estimado amigo: Hemos venido hoy a aconsejarle que el momento de dejar de sentirse ofendido es ahora mismo. No sólo nosotros le necesitamos a usted, sino que usted necesita las bendiciones del Evangelio restaurado de Jesucristo. Por favor, regrese y hágalo ahora”. Escojan no sentirse ofendidos Cuando creemos o afirmamos que se nos ha ofendido, solemos querer decir que nos hemos sentido insultados, maltratados, desairados o que nos han faltado al respeto. Y, desde luego, al relacionarnos con las demás personas, vamos a ser objeto de expresiones torpes que nos hagan sentir vergüenza, de observaciones carentes de escrúpulos y maliciosas, por las que podríamos sentirnos ofendidos. No obstante, básicamente, es imposible que otra persona los ofenda a ustedes o que me ofenda a mí. De hecho, creer que otra persona nos ha ofendido es fundamentalmente falso, puesto que el sentirnos ofendidos es un sentimiento que escogemos experimentar y no un estado inferido a nosotros ni impuesto sobre nosotros por otra persona o cosa. En la espléndida distribución de todas las creaciones de Dios, existen tanto las cosas que actúan como aquéllas sobre las cuales se actúa (véase 2 Nefi 2:13–14). Los hijos y las hijas de nuestro Padre Celestial hemos sido bendecidos con el don del albedrío moral, la capacidad de actuar y de escoger independientemente. Habiendo sido dotados del albedrío, ustedes y yo venimos a ser agentes, y ante todo hemos de actuar y no permitir tan sólo que se actúe sobre nosotros. El creer que alguien o algo podrá hacernos sentir ofendidos, irritados, lastimados emocionalmente o amargados disminuye nuestro albedrío moral y nos transforma en objetos sobre los cuales se actúa. Sin embargo, en calidad de agentes, ustedes y yo tenemos el poder de actuar y de escoger la forma en la que reaccionaremos ante una situación agraviadora o hiriente. Thomas B. Marsh, que fue el primer Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles en esta dispensación, escogió sentirse ofendido por un asunto tan insignificante como la nata de la leche (véase Deseret News, abril de 1856, pág. 44). Brigham Young, en cambio, fue severa y públicamente reprendido por el profeta José Smith, pero escogió no sentirse ofendido por ello (véase Truman G. Madsen, “Hugh B. Brown—Youthful Veteran”, New Era, abril de 1976, pág. 16). En muchos casos, el escoger sentirse ofendido es síntoma de un mal espiritual mucho más profundo y más grave. Thomas B. Marsh permitió que se actuase sobre él y lo que al final se desprendió de ello fueron la apostasía y el sufrimiento. Brigham Young fue un agente que ejerció su albedrío y actuó en conformidad con principios correctos, y llegó a ser un instrumento poderoso en las manos del Señor. El Salvador ha sido el mayor ejemplo del modo en que debemos reaccionar ante sucesos o situaciones potencialmente insultantes. “Y el mundo, a causa de su iniquidad, lo juzgará como cosa de ningún valor; por tanto, lo azotan, y él lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta, por motivo de su amorosa bondad y su longanimidad para con los hijos de los hombres” (1 Nefi 19:9). 60

Mediante el fortalecedor poder de la expiación de Jesucristo, ustedes y yo seremos bendecidos para evitar sentirnos ofendidos y triunfar sobre la ofensa. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo”, es decir, no hay ofensa para ellos (Salmos 119:165). El laboratorio de aprendizaje de los últimos días Tal vez consideremos que la capacidad de superar la ofensa está fuera de nuestro alcance; sin embargo, dicha capacidad no está reservada ni circunscrita a líderes destacados de la Iglesia como Brigham Young. La naturaleza misma de la expiación del Redentor y el propósito de la Iglesia restaurada tienen por objeto ayudarnos a recibir precisamente esa clase de fortaleza espiritual. Pablo enseñó a los santos de Efesos que el Salvador estableció Su Iglesia “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12–13). Por favor, fíjense en el empleo del dinámico vocablo “perfeccionar”. Como lo describió el élder Neal A. Maxwell, la Iglesia “no es una casa de reposo para los que ya son perfectos” (“El hermano ofendido”, Liahona, julio de 1982, pág. 78), sino que la Iglesia es un laboratorio de aprendizaje y un taller de trabajo en el que adquirimos experiencia al practicar los unos con los otros en el proceso continuo de “perfeccionar a los santos”. El élder Maxwell también explicó con profunda comprensión que en este laboratorio de aprendizaje de los últimos días que se conoce como la Iglesia restaurada, los miembros de ella constituyen “el material clínico” (véase “Jesus the Perfect Mentor”, Ensign, febrero de 2001, pág. 13) que es esencial para el progreso y la superación de las personas. La maestra visitante aprende su deber al prestar servicio y al querer a sus hermanas de la Sociedad de Socorro. El maestro inexperto aprende valiosas lecciones al enseñar tanto a los miembros de la clase que participan como a aquellos que prestan poca atención y de ese modo llega a ser un maestro más eficaz. Un nuevo obispo aprende a ser obispo por medio de la inspiración y del trabajar con los miembros del barrio que le apoyan de todo corazón, aun cuando reconocen sus flaquezas humanas. El comprender que la Iglesia es un laboratorio de aprendizaje contribuye a prepararnos para la inevitable realidad: de alguna forma y en algún momento, alguien en esta Iglesia hará o dirá algo que podrá considerarse ofensivo. Un suceso así ciertamente le ocurrirá a cada uno de nosotros e, indudablemente, más de una vez. Aun cuando las personas no tengan la intención de lastimarnos ni de ofendernos, actuarán alguna vez con falta de consideración y de tacto. Si bien ustedes y yo no podemos ejercer control en las intenciones ni en el comportamiento de las demás personas, sí determinamos la forma en la que actuaremos. Les ruego que recuerden que tanto ustedes como yo somos agentes dotados de albedrío moral y que podemos escoger no sentirnos ofendidos. Durante un peligroso periodo de guerra, hubo un intercambio de epístolas entre Moroni, capitán de los ejércitos nefitas, y Pahorán, juez superior y gobernador de la tierra. Moroni, cuyo ejército padecía porque el gobierno no les había proporcionado ayuda suficiente, escribió a Pahorán “por vía de reprobación” (Alma 60:2) y le acusaba severamente de insensibilidad, desidia y negligencia. Pahorán hubiera podido sentirse fácilmente ofendido por el mensaje de Moroni, pero escogió no ofenderse y le respondió en tono compasivo, describiéndole la rebelión que había habido en contra del gobierno y de la que Moroni no estaba al tanto. En su epístola le decía: “He aquí, Moroni, te digo que no me regocijo por vuestras grandes aflicciones, sí, ello contrista mi alma… Ahora bien, me has censurado en tu epístola, pero no importa; no estoy enojado, antes bien, me regocijo en la grandeza de tu corazón” (Alma 61:2, 9). 61

Uno de los grandes indicadores de nuestra propia madurez espiritual se pone de manifiesto en la forma en la que reaccionamos ante las debilidades, la inexperiencia y las acciones potencialmente ofensivas de los demás. Algún objeto, algún suceso o alguna expresión podrá ser insultante, pero ustedes y yo podremos escoger no sentirnos ofendidos, y decir junto con Pahorán: “no importa”. Dos invitaciones Doy fin a mi mensaje con dos invitaciones. Invitación Nº 1 Los invito a aprender acerca de las enseñanzas del Salvador con respecto al trato entre las personas y a aplicarlas a episodios que podrían interpretarse como ofensivos. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? “Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:43–44; 46–48). No deja de ser interesante que a la admonición: “Sed, pues, vosotros perfectos…” preceda de inmediato el consejo sobre el modo en que debemos actuar ante los que nos hacen mal y nos ofenden. Evidentemente, los estrictos requisitos que llevan a la perfección de los santos comprenden asignaciones que nos ponen a prueba. Si alguna persona dice o hace algo que consideramos insultante, nuestra primera obligación es negarnos a sentirnos ofendidos y, en seguida, comunicarnos en privado, con sinceridad y directamente con esa persona. Ese modo de actuar invita a la inspiración del Espíritu Santo y permite que se aclaren los conceptos erróneos, y que al mismo tiempo, se comprendan las verdaderas intenciones. Invitación Nº 2 Es probable que muchas de las personas y de las familias que tienen mayor necesidad de oír este mensaje referente al escoger no sentirse ofendidas no estén participando con nosotros en la conferencia de hoy. Me imagino que todos nosotros conocemos a miembros que se mantienen alejados de la Iglesia por motivo de que han escogido sentirse ofendidos y que serían bendecidos si volvieran. Por favor, ¿seleccionarán a alguna persona a la que visitarán e invitarán a volver a adorar al Señor con nosotros? Quizá podrían llevarle una copia de este mensaje, o tal vez prefieran analizar los principios que hemos examinado hoy. Y, por favor, recuerden que todo esto debe expresarse con amor y con mansedumbre, y de ninguna manera con espíritu de superioridad moral ni de orgullo. Al responder a esta invitación con fe en el Salvador, les testifico y les prometo que se abrirán puertas, será llena nuestra boca, el Espíritu Santo dará testimonio de la verdad eterna y el fuego del testimonio se reavivará. Como Su siervo, hago eco de las palabras del Maestro, cuando Él declaró: “Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo [ofensa]” (Juan 16:1). Doy testimonio de la realidad y de la divinidad del Salvador viviente y de Su poder para ayudarnos a evitar el sentirnos ofendidos y a superar las ofensas. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén. 62

Os es necesario nacer de nuevo David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Por medio de la fe en Cristo podemos estar preparados espiritualmente y librarnos del pecado, sumergirnos y saturarnos en Su evangelio y ser purificados y sellados a través del Santo Espíritu de la Promesa. La casa donde vivíamos durante mi niñez en California estaba bastante cerca de grandes huertos de albaricoques o damascos, cerezas, duraznos o melocotones, peras y otras frutas deliciosas. También vivíamos cerca de plantíos de pepinos, de tomates y de una variedad de verduras. De niño, esperaba ansioso la época para envasar. No me gustaba lavar los frascos ni trabajar en el calor de la cocina, pero me gustaba trabajar con mi mamá y con mi papá; y, ¡me encantaba comer el fruto de mi trabajo! Estoy seguro de que comía más fruta de la que ponía dentro de los frascos. Cada vez que veo un frasco de envase casero de cerezas o de duraznos, me acuerdo del tiempo que pasaba con mamá y papá en la cocina. Las lecciones básicas que aprendí acerca de la autosuficiencia temporal y de una vida providente al recoger y envasar alimentos, han sido una bendición en mi vida. Es interesante notar que, con frecuencia, en las experiencias simples y comunes se nos brindan las oportunidades más importantes de aprendizaje que jamás hayamos tenido. Como adulto, he reflexionado sobre las cosas que observaba en la cocina durante la época en la que envasábamos. Esta mañana me gustaría hablar de las lecciones espirituales que aprendemos del proceso mediante el cual un pepino se convierte en un pepinillo encurtido. Invito al Espíritu Santo a que esté con nosotros mientras consideramos la importancia de esas lecciones para mí y para ustedes al venir a Cristo y al nacer de nuevo espiritualmente. Los pepinos y los pepinillos Un pepinillo encurtido es un pepino que se ha transformado al seguir una receta específica y una serie de pasos. Los primeros pasos para transformar un pepino en un pepinillo es prepararlo y limpiarlo. Recuerdo las muchas horas que pasaba en el patio del fondo de mi casa quitando los tallos y la tierra de los pepinos que habíamos recogido. Mi madre era muy precisa en cuanto a la preparación y la limpieza de los pepinos; tenía altas normas de limpieza y siempre inspeccionaba mi trabajo para asegurarse de que esa tarea importante se hubiese efectuado adecuadamente. Los siguientes pasos en el proceso de la transformación son sumergir y saturar los pepinos en salmuera por un tiempo prolongado. Para preparar la salmuera, mi mamá siempre seguía una receta que había aprendido de su madre; una receta con ingredientes especiales y procedimientos meticulosos. La única forma en que los pepinos pueden convertirse en pepinillos es si están totalmente sumergidos en salmuera por un determinado periodo. El proceso para encurtirlos altera la composición del pepino en forma gradual y produce la apariencia transparente y el sabor característico del pepinillo. Rociarlo o sumergirlo de vez en cuando en salmuera no producirá la transformación necesaria; en vez de ello, se debe sumergir en forma estable, continua y completa para que ocurra el cambio que se desea. Como último paso del proceso, se deben sellar los pepinillos encurtidos en frascos esterilizados y purificados. Se llena el frasco con los pepinillos, éstos se cubren con salmuera hirviendo y se procesan en un recipiente para 63

calentar al baño María. Se deben quitar todas las impurezas tanto de los pepinillos como de los frascos para que se proteja y se conserve el producto final. Si se sigue este procedimiento adecuadamente, los pepinillos se pueden almacenar y disfrutar por largo tiempo. En resumen, un pepino se transforma en pepinillo al prepararlo, limpiarlo, sumergirlo y saturarlo en salmuera, y luego sellarlo en un recipiente esterilizado. Este procedimiento requiere tiempo, no se puede apresurar, ni se puede pasar por alto ni evitar ninguno de los pasos esenciales. Un gran cambio Los siervos autorizados del Señor enseñan reiteradamente que uno de los propósitos principales de nuestra existencia terrenal es que se produzca un cambio espiritual y una transformación por medio de la expiación de Jesucristo. Alma declaró: “No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas; “y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (Mosíah 27:25–26). Se nos ha instruido que debemos: “[Venir] a Cristo, y [perfeccionarnos] en él, y [abstenernos] de toda impiedad” (Moroni 10:32), convertirnos en “nuevas criaturas” en Cristo (véase 2 Corintios 5:17), despojarnos del “hombre natural” (Mosíah 3:19), y experimentar “un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Tengan a bien notar que la conversión que se describe en esos versículos es potente, no pequeña; es un nacimiento espiritual y un cambio fundamental en lo que sentimos y en lo que deseamos, en lo que pensamos, en lo que hacemos y en lo que somos. En efecto, la esencia del evangelio de Jesucristo supone un cambio fundamental y permanente en nuestra naturaleza, lo cual es posible a través de nuestra dependencia en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:8). Al escoger seguir al Maestro, escogemos cambiar, para nacer de nuevo espiritualmente. Preparar y limpiar Al igual que un pepino se debe preparar y limpiar antes de que sea un pepinillo, también nosotros podemos prepararnos con “las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Timoteo 4:6) y purificarnos, inicialmente, por medio de las ordenanzas y los convenios que se administran mediante la autoridad del sacerdocio aarónico. “Y continuó el sacerdocio menor, que tiene la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio, “El cual es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados” (D. y C. 84: 26–27). El Señor ha establecido una elevada norma de pureza. “Enséñalo, pues, a tus hijos, que es preciso que todos los hombres, en todas partes, se arrepientan, o de ninguna manera heredarán el reino de Dios, porque ninguna cosa inmunda puede morar allí, ni morar en su presencia” (Moisés 6:57). La preparación y la limpieza apropiada son los primeros pasos del proceso para nacer de nuevo. Sumergir y saturar Así como el pepino cambia a pepinillo cuando se sumerge y se satura en salmuera, también ustedes y yo nacemos de nuevo al ser absorbidos en el evangelio de Jesucristo y por medio de él. A medida que honremos y 64

“[observemos] los convenios” (D. y C. 42:13) que hemos hecho, y nos “[deleitemos] en las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3), y “[pidamos] al Padre con toda la energía de [nuestros] corazones” (Moroni 7:48), y “[sirvamos a Dios] con todo [nuestro] corazón, alma, mente y fuerza” (Doctrina y Convenios 4:2), entonces: “A causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy él os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas” (Mosíah 5:7). En este versículo se habla en cuanto al nacer de nuevo espiritualmente, lo que por lo general no ocurre de forma rápida ni todo a la vez, sino que es un proceso continuo, y no un acontecimiento único. Línea por línea y precepto por precepto, de forma gradual y casi imperceptiblemente, nuestras intenciones, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras llegan a estar en armonía con la voluntad de Dios. Esa fase del proceso de transformación requiere tiempo, perseverancia y paciencia. Un pepino sólo llega a ser un pepinillo si se sumerge en salmuera de forma estable, continua y completa. Téngase en cuenta que la sal es el ingrediente clave de la receta. La sal se usa con frecuencia en las Escrituras como un símbolo, tanto de un convenio como de un pueblo del convenio; y del mismo modo en que la sal es esencial para transformar el pepino en pepinillo, también los convenios son fundamentales para nacer de nuevo espiritualmente. Comenzamos el proceso de nacer de nuevo al ejercitar fe en Cristo, al arrepentirnos de nuestros pecados y al ser bautizados por inmersión para la remisión de los pecados por alguien que tiene la autoridad del sacerdocio. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4). Después de salir de las aguas del bautismo, nuestra alma tiene que estar inmersa y saturada continuamente con la verdad y la luz del evangelio del Salvador. El sumergirnos de vez en cuando y de manera superficial en la doctrina de Cristo y la participación parcial en Su Iglesia restaurada no producirá la transformación espiritual que nos permita andar en vida nueva; más bien, se requiere la fidelidad a los convenios, la dedicación constante y el ofrecer toda nuestra alma a Dios, si es que vamos a recibir las bendiciones de la eternidad. “Quisiera que vinieseis a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y participaseis de su salvación y del poder de su redención. Sí, venid a él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda, y continuad ayunando y orando, y perseverad hasta el fin; y así como vive el Señor, seréis salvos” (Omni 1:26). La inmersión y la saturación totales en el evangelio del Salvador son pasos esenciales en el proceso para nacer de nuevo. Purificar y sellar Los frascos esterilizados se llenan con los pepinos encurtidos y se calientan en agua hirviendo para eliminar todas las impurezas y sellar los recipientes de contaminantes externos. Al calentar al baño María, los pepinillos se protegen y se preservan durante largo tiempo. De la misma manera, llegamos a ser cada vez más puros y más santificados al ser lavados en la sangre del Cordero; nacemos de nuevo, recibimos las ordenanzas y honramos los convenios que se han administrado por medio de la autoridad del sacerdocio de Melquisedec. “No obstante, ayunaron y oraron frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de gozo y de consolación; sí, hasta la purificación y santificación de sus corazones, santificación que viene de entregar el corazón a Dios” (Helamán 3:35).

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La palabra “sellar” en mi mensaje de hoy no se refiere exclusivamente a la ordenanza del matrimonio eterno que se efectúa en la Casa del Señor, sino que utilizo esa palabra con el sentido que se explica en la sección 76 de Doctrina y Convenios: “Éste es el testimonio del evangelio de Cristo concerniente a los que saldrán en la resurrección de los justos: “Éstos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo sepultados en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado, “Para que, guardando los mandamientos, fuesen lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibiesen el Santo Espíritu por la imposición de las manos del que es ordenado y sellado para ejercer este poder; “y son quienes vencen por la fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles” (versículos 50–53). El Santo Espíritu de la Promesa es el poder ratificador del Espíritu Santo. Cuando el Santo Espíritu de la Promesa sella una ordenanza, una promesa o un convenio, éstos se ligan en la tierra y en los cielos (véase D. y C. 132:7). Recibir ese “sello de aprobación” del Espíritu Santo es el resultado de honrar los convenios del Evangelio con fidelidad, integridad y firmeza “con el transcurso del tiempo” (Moisés 7:21). Sin embargo, el sellamiento puede anularse por la falta de rectitud y por la transgresión. La purificación y el sellamiento por medio del Santo Espíritu de la Promesa son los pasos culminantes en el proceso de nacer de nuevo. “Con la fuerza de mi alma” Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que esta parábola del pepinillo nos ayude a evaluar nuestra vida y a comprender mejor la importancia eterna de nacer de nuevo espiritualmente. Así como Alma el profeta: “Hablo con la fuerza de mi alma” (Alma 5:43). “Os digo que éste es el orden según el cual soy llamado, sí, para predicar a mis amados hermanos, sí, y a todo el que mora sobre la tierra; sí, a predicar a todos, ora ancianos o jóvenes, ora esclavos o libres; sí, os digo, a los de edad avanzada y también a los de edad mediana y a la nueva generación; sí, para declararles que deben arrepentirse y nacer de nuevo” (Alma 5:49). Testifico de la realidad y divinidad de un Salvador viviente que nos invita a venir a Él y ser transformados. Testifico que Su Iglesia y la autoridad del sacerdocio se han restaurado por conducto del profeta José Smith. Por medio de la fe en Cristo podemos estar preparados espiritualmente y librarnos del pecado, sumergirnos y saturarnos en Su Evangelio y ser purificados y sellados a través del Santo Espíritu de la Promesa, sí, nacer de nuevo. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Limpios de manos y puros de corazón David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

Nuestro propósito espiritual es superar tanto el pecado como el deseo de pecar, tanto la mancha del pecado como su tiranía. Tengo gratos recuerdos de mi niñez de cuando mi madre me leía las historias del Libro de Mormón. Era muy hábil para hacer que los episodios de las Escrituras parecieran reales en mi juvenil imaginación y no me cabía duda de que mi madre tenía un testimonio de la veracidad de ese registro sagrado. Recuerdo en forma especial su descripción de la visita del Salvador al continente americano después de Su resurrección y de Sus enseñanzas al pueblo de la tierra de Abundancia. Por medio de la simple constancia de su ejemplo y testimonio, mi madre encendió en mí las primeras llamas de fe en el Salvador y en Su Iglesia de los últimos días. Llegué a saber por mí mismo que el Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo y que contiene la plenitud de Su evangelio eterno (véase D. y C. 27:5). Hoy me gustaría examinar con ustedes uno de mis relatos favoritos del Libro de Mormón: La aparición del Salvador en el Nuevo Mundo, y analizar Sus enseñanzas a la multitud acerca del poder santificador del Espíritu Santo. Ruego la guía del Espíritu, tanto para mí como para ustedes. El ministerio del Salvador en el Nuevo Mundo Durante el ministerio del Salvador en el Nuevo Mundo, que duró tres días, Él enseñó Su doctrina, autorizó a Sus discípulos para efectuar las ordenanzas del sacerdocio, sanó a los enfermos, oró por la gente y con ternura bendijo a los niños. Al acercarse el final del tiempo que el Salvador estaría con el pueblo, resumió en forma concisa los principios fundamentales de Su evangelio. El dijo: “Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha” (3 Nefi 27:20). Es esencial que comprendamos y apliquemos a nuestra vida los principios básicos que describió el Maestro en este pasaje de las Escrituras. El primero fue el arrepentimiento, es decir, “entreg[ar] [el] corazón y [la] voluntad a Dios… abandonando el pecado” (Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 19, “Arrepentimiento”). Al buscar y recibir en forma apropiada el don espiritual de la fe en el Redentor, recurrimos a los méritos, la misericordia y la gracia del Santo Mesías y confiamos en ellos (véase 2 Nefi 2:8). El arrepentimiento es el dulce fruto que se recibe por la fe en el Salvador e implica volcarnos a Dios y alejarnos del pecado. A continuación, el Señor resucitado explicó la importancia de venir a Él. La multitud se congregó en el templo y se les invitó, en forma literal, a venir al Salvador “uno por uno” (3 Nefi 11:15) a palpar las marcas de los clavos en las manos y en los pies del Maestro y meter las manos en Su costado. Todos los que tuvieron esa experiencia “supieron con certeza, y dieron testimonio de que era él” (versículo 15), Jesucristo mismo, el que había venido. El Salvador también enseñó al pueblo a venir a Él por medio de convenios sagrados y les recordó que eran “los hijos del convenio” (3 Nefi 20:26). Recalcó la importancia eterna de las ordenanzas del bautismo (véase 3 Nefi 11:19–39) y del recibir el Espíritu Santo (véase 3 Nefi 11:35–36; 12:6; 18:36–38). De igual forma, se nos amonesta, a ustedes y a mí, a volvernos a Cristo, aprender de Él y venir a Él por medio de los convenios y las ordenanzas de Su 67

evangelio restaurado. Al hacerlo, con el tiempo y al final, llegaremos a conocerlo (véase Juan 17:3) “en su propio tiempo y a su propia manera, y de acuerdo con su propia voluntad” (D. y C. 88:68), como lo hizo el pueblo de la tierra de Abundancia. El arrepentirse y venir a Cristo por medio de los convenios y las ordenanzas de salvación son los requisitos y la preparación para ser santificados mediante la recepción del Espíritu Santo y presentarnos sin mancha ante Dios en el postrer día. Ahora quisiera que concentráramos nuestra atención en la influencia santificadora que el Espíritu Santo puede ser en nuestra vida. Nuestra jornada espiritual La puerta del bautismo conduce al estrecho y angosto camino y a la meta de despojarnos del hombre natural y llegar a ser santos mediante la expiación de Cristo, el Señor (véase Mosíah 3:19). El propósito de nuestra jornada terrenal no es simplemente ver los paisajes de la tierra o utilizar el tiempo que se nos adjudicó con fines egoístas, sino más bien “[andar] en vida nueva” (Romanos 6:4), ser santificados al entregar nuestro corazón a Dios (véase Helamán 3:35), y obtener “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). Se nos manda y se nos enseña a vivir de manera tal que nuestro estado caído cambie por medio del poder santificador del Espíritu Santo. El presidente Marion G. Romney enseñó que el bautismo de fuego por el Espíritu Santo “nos cambia de lo carnal a lo espiritual; limpia, sana y purifica el alma… La fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo de agua son todos elementos preliminares y requisitos del mismo, pero [el bautismo de fuego] es la culminación. El recibir [este bautismo de fuego] significa que nuestros vestidos son lavados en la sangre expiatoria de Jesucristo” (véase Learning for the Eternities, comp. George J. Romney, 1977, pág. 133; véase también 3 Nefi 27:19–20). Por lo tanto, al nacer de nuevo y procurar tener siempre Su Espíritu con nosotros, el Espíritu Santo santifica y refina nuestra alma como si fuese por fuego (véase 2 Nefi 31:13–14, 17); y finalmente, nos hallaremos sin mancha ante Dios. El evangelio de Jesucristo abarca mucho más que evitar, vencer y ser limpios del pecado y de las malas influencias de nuestra vida; también conlleva, fundamentalmente, hacer el bien, ser buenos y llegar a ser mejores. Arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón son cosas espiritualmente necesarias, y siempre debemos hacerlas, pero la remisión de los pecados no es ni el único ni aun el más importante propósito del Evangelio. El que nuestro corazón cambie por medio del Espíritu Santo al punto de “ya no ten[er] más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2), como tenía el pueblo del rey Benjamín, es la responsabilidad que hemos aceptado bajo convenio. Este potente cambio no es sólo el resultado de esforzarnos con más ahínco o de lograr mayor disciplina individual; más bien, es la consecuencia de un cambio radical en nuestros deseos, motivos y naturaleza, que se logra por medio de la expiación de Cristo el Señor. Nuestro propósito espiritual es superar tanto el pecado como el deseo de pecar, tanto la mancha del pecado como su tiranía. A través de las edades, los profetas han recalcado los dos requisitos: (1) evitar y vencer el mal, y (2) hacer el bien y llegar a ser mejores. Consideremos la profunda pregunta que hizo el salmista: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? “El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño” (Salmos 24:3–4). Hermanos y hermanas, es posible ser limpios de manos y no ser puros de corazón. Tengan en cuenta que tanto las manos limpias como el corazón puro son necesarios para subir al monte de Jehová y estar en Su lugar santo. 68

Permítanme sugerir que las manos se limpian mediante el proceso de despojarnos del hombre natural y de vencer el pecado y las malas influencias de nuestra vida por medio de la expiación del Salvador. El corazón se purifica al recibir Su poder fortalecedor para hacer el bien y llegar a ser mejores. Todos nuestros deseos dignos y buenas obras, aunque son muy necesarios, no producen manos limpias y un corazón puro. La expiación de Jesucristo es la que proporciona tanto el poder limpiador y redentor que nos ayuda a vencer el pecado como el poder santificador y fortalecedor que nos ayuda a ser mejores de lo que seríamos si dependiésemos sólo de nuestra propia fuerza. La expiación infinita es tanto para el pecador como para el santo que cada uno de nosotros lleva en su interior. En el Libro de Mormón encontramos las supremas enseñanzas del rey Benjamín en cuanto a la misión y a la expiación de Jesucristo. La sencilla doctrina que enseñó hizo que la gente cayera a tierra porque el temor del Señor había venido sobre ellos. “Y se habían visto a sí mismos en su propio estado carnal, aún menos que el polvo de la tierra. Y todos a una voz clamaron, diciendo: ¡Oh, ten misericordia y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados y sean purificados nuestros corazones; porque creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios, que creó el cielo y la tierra y todas las cosas; el cual bajará entre los hijos de los hombres!” (Mosíah 4:2; cursiva agregada). Una vez más, en este versículo encontramos la doble bendición del perdón del pecado, que sugiere manos limpias, y la transformación de nuestra naturaleza, lo que significa un corazón puro. Al terminar sus enseñanzas, el rey Benjamín reiteró la importancia de esos dos aspectos básicos del crecimiento espiritual. “Y ahora bien, por causa de estas cosas que os he hablado —es decir, a fin de retener la remisión de vuestros pecados de día en día, para que andéis sin culpa ante Dios—, quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre” (Mosíah 4:26, cursiva agregada). Nuestro deseo sincero debería ser que fuésemos tanto limpios de manos como puros de corazón, y tener tanto la remisión de los pecados de día en día como andar sin culpa ante Dios. El sólo ser limpios de manos no será suficiente cuando nos hallemos ante Aquel que es puro y que, como “cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19), libremente derramó Su preciada sangre por nosotros. Línea por línea Algunos de los que oigan o lean este mensaje pensarán que durante su vida no obtendrán el progreso espiritual que describo. Tal vez pensemos que estas verdades se aplican a los demás, pero no a nosotros. En esta vida no alcanzaremos un estado de perfección, pero podemos y debemos seguir adelante con fe en Cristo por el estrecho y angosto camino y progresar en forma constante hacia nuestro destino eterno. El modelo del Señor para el progreso espiritual es “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” (2 Nefi 28:30). Las mejoras espirituales pequeñas, constantes y progresivas, son los pasos que el Señor quiere que tomemos. El prepararnos para andar sin culpa ante Dios es uno de los propósitos principales de la vida terrenal y la búsqueda de toda una vida; no se obtiene como resultado de períodos esporádicos de intensa actividad espiritual. Testifico que el Salvador nos fortalecerá y nos ayudará a progresar en forma continua y paulatina. El ejemplo del Libro de Mormón de que “muchos, muchísimos” (Alma 13:12) miembros de la Iglesia de la antigüedad eran puros y sin mancha ante Dios es una fuente de aliento y consuelo para mí. Me imagino que esos miembros de la Iglesia antigua eran hombres y mujeres comunes y corrientes como ustedes y yo. Esas personas no podían ver el pecado sino con repugnancia, y “fueron purificados y entraron en el reposo del Señor su Dios” (versículo 12). Esos principios y ese proceso de progreso espiritual se aplican siempre a todos y a cada uno de nosotros por igual. La invitación final de Moroni 69

El requisito de despojarse del hombre natural y hacerse santo, de evitar y de vencer el mal, de hacer el bien y mejorar, de ser limpios de manos y puros de corazón, es un tema que se repite a lo largo de todo el Libro de Mormón. De hecho, la invitación final de Moroni en la última parte del libro es un resumen de ese tema: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios. “Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y no negáis su poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin mancha” (Moroni 10:32–33, cursiva agregada). Es mi deseo que ustedes y yo nos arrepintamos con sinceridad de corazón y realmente vengamos a Cristo. Ruego que por medio de la expiación del Salvador procuremos ser limpios de manos y puros de corazón, y que lleguemos a ser santos, sin mancha. Testifico que Jesucristo es el Hijo del Padre Eterno y nuestro Salvador. Aquel que es sin mancha nos redime del pecado y nos fortalece para hacer el bien y llegar a ser mejores. De ello testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Pedir con fe David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

La oración sincera requiere tanto comunicación sagrada como obras consagradas. Invito al Espíritu Santo para que nos ayude al reflexionar en un principio que puede servir para que nuestras oraciones sean más sinceras: el principio del Evangelio de pedir con fe. Quiero repasar tres ejemplos en cuanto al pedir con fe en oración sincera y analizar las lecciones que podemos aprender de cada uno de ellos. Al hablar de la oración, hago hincapié en la palabra sincera. El simple hecho de orar es muy diferente a entregarse en sincera oración. Espero que todos ya sepamos que la oración es esencial para nuestro desarrollo y protección espiritual; no obstante, lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. A pesar de que reconocemos la importancia de la oración, todos podemos mejorar en cuanto a la regularidad y la eficacia de nuestras oraciones personales y familiares. Pedir con fe y actuar El ejemplo clásico de pedir con fe es José Smith y la Primera Visión. Cuando el joven José deseaba saber la verdad acerca de la religión, leyó los siguientes versículos del primer capítulo de Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. “Pero pida con fe, no dudando nada” (Santiago 1:5–6). Fíjense, por favor, en el requisito de pedir con fe que, a mi modo de entender, significa la necesidad no sólo de expresar, sino de hacer; la doble obligación de suplicar y de ejecutar; el requisito de comunicar y de actuar. El meditar en este texto bíblico llevó a José a retirarse a una arboleda cerca de su casa para orar y buscar conocimiento espiritual. Presten atención a las preguntas que guiaron el razonamiento y las súplicas de José. “En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?… “Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme” (José Smith—Historia 1:10, 18). Las inquietudes de José se centraban no sólo en lo que necesitaba saber, sino en lo que debía hacer. Su oración no fue simplemente: “¿Cuál iglesia es la verdadera?”. Su pregunta fue: “¿A cuál Iglesia debo unirme?”. José fue a la arboleda a pedir con fe y estaba resuelto a actuar. La verdadera fe se centra en el Señor Jesucristo y siempre conduce a obras rectas. El profeta José Smith enseñó que “la fe es el primer principio de la religión revelada y el fundamento de toda rectitud” y que también es “el principio de acción en todos los seres racionales” (Lectures On Faith, 1985, pág. 1). La acción por sí sola no es fe en el Salvador, sino que actuar de acuerdo con principios correctos es el componente central de la fe. Por tanto, “la fe sin obras es muerta” (Santiago 2:20). 71

Además, el profeta José explicó que “la fe no sólo es el principio de acción, sino también de poder, en todos los seres racionales, ya sea en los cielos o en la tierra” (Lectures On Faith, pág. 3). Por tanto, la fe en Cristo conduce a obras rectas que aumentan nuestra capacidad y poder espirituales. El comprender que la fe es un principio de acción y de poder nos inspira a ejercer nuestro albedrío moral según la verdad del Evangelio, invita a nuestra vida los poderes redentores y fortalecedores de la expiación del Salvador, e incrementa nuestro poder interior, por lo que somos nuestros propios agentes (véase D. y C. 58:28). Por mucho tiempo me ha impresionado la verdad de que la oración sincera requiere tanto comunicación sagrada como obras consagradas. Se requiere esfuerzo de nuestra parte antes de recibir bendiciones y, la oración, que es un tipo de obra, es el medio señalado para lograr la más suprema de todas las bendiciones (véase Bible Dictionary, “Prayer”, pág. 753). Después de decir “amén”, seguimos adelante y perseveramos en la obra consagrada de la oración actuando según lo que hayamos expresado a nuestro Padre Celestial. El pedir con fe requiere honradez, esfuerzo, dedicación y perseverancia. Permítanme dar una ilustración de lo que quiero decir y hacerles una invitación. Nosotros oramos debidamente por la protección y el éxito de los misioneros de tiempo completo de todo el mundo, y un elemento común de muchas de nuestras oraciones es la súplica de que los misioneros sean guiados a las personas y familias que estén preparadas para recibir el mensaje de la restauración. Pero, a final de cuentas, es mi responsabilidad y la de ustedes encontrar personas para que los misioneros les enseñen. Los misioneros son maestros de tiempo completo; ustedes y yo somos buscadores de tiempo completo y, como misioneros de toda la vida, ni ustedes ni yo debemos orar para que los misioneros de tiempo completo hagan nuestro trabajo. Si ustedes y yo en verdad oráramos y pidiéramos con fe, como lo hizo José Smith —si oráramos con la expectativa de actuar y no sólo de expresar— entonces la obra de proclamar el Evangelio avanzaría de manera extraordinaria. En esa oración de fe se incluirían los siguientes elementos: • Agradecer a nuestro Padre Celestial las doctrinas y ordenanzas del evangelio restaurado de Jesucristo que nos brindan esperanza y felicidad. • Pedir valor y audacia para abrir la boca y compartir el Evangelio con nuestros familiares y amigos. • Suplicar a nuestro Padre Celestial que nos ayude a hallar a las personas y familias que serían receptivas a nuestra invitación de que los misioneros les enseñen en nuestro hogar. • Prometer hacer nuestra parte hoy y esta semana, y suplicar ayuda para superar la ansiedad, el temor y la indecisión. • Procurar el don del discernimiento, a fin de tener ojos para ver y oídos para oír las oportunidades misionales que se presenten. • 72

Orar fervientemente por la fortaleza para actuar de la forma que sabemos que debemos hacerlo. En una oración así se expresaría gratitud y se pedirían otras bendiciones, y se finalizaría en el nombre del Salvador. Entonces la obra consagrada de esa oración continuaría y aumentaría. Ese mismo modelo de comunicación sagrada y obra consagrada se puede aplicar en nuestras oraciones por el pobre y el necesitado, por el enfermo y el afligido, por familiares y amigos que estén teniendo dificultades, y por aquellos que no estén asistiendo a las reuniones de la Iglesia. Testifico que la oración llega a ser sincera cuando pedimos con fe y actuamos. Hago una invitación para que todos oremos con fe en cuanto al mandato divino de proclamar el Evangelio. Si lo hacemos, les prometo que se abrirán puertas y seremos bendecidos para reconocer las oportunidades que se brindarán y para actuar de conformidad con ellas. Después de la prueba de nuestra fe Mi segundo ejemplo recalca la importancia de perseverar a través de la prueba de nuestra fe. Hace unos años, una familia de Estados Unidos viajó a Europa. Poco después de llegar a su destino, el hijo de trece años se puso muy enfermo. Al principio, los padres pensaron que el malestar estomacal se debía a la fatiga del largo vuelo, y la familia continuó con el viaje. En el transcurso del día, el estado del hijo empeoró al aumentar la deshidratación. El padre le dio una bendición del sacerdocio, pero no se notó una mejoría inmediata. Pasaron varias horas y la madre se arrodilló al lado de su hijo para suplicar en oración a nuestro Padre Celestial por el bienestar del muchacho. Se encontraban lejos de su hogar, en un país desconocido, y no sabían cómo conseguir asistencia médica. La madre le preguntó al hijo si quería orar con ella; ella sabía que sólo esperar la bendición solicitada no sería suficiente y que tenían que seguir haciendo su parte. Al explicarle que la bendición que había recibido aún tenía eficacia, ella sugirió que volviesen a suplicar en oración, tal como lo hicieron los antiguos apóstoles: “Señor: Auméntanos la fe” (Lucas 17:5). En la oración se profesó confianza en el poder del sacerdocio y la determinación de perseverar en hacer todo lo que fuese necesario para que la bendición se cumpliera, si es que en ese momento la bendición estaba de acuerdo con la voluntad de Dios. Poco después de esa sencilla oración, el hijo mejoró. La fiel acción de la madre y de su hijo invitó el poder prometido del sacerdocio y, en parte, satisfizo el requisito de que “no [contendamos] porque no [vemos], porque no [recibimos] ningún testimonio sino hasta después de la prueba de [nuestra] fe” (Éter 12:6). Así como la prisión en la que estaban Alma y Amulek no se vino abajo “sino hasta después de su fe”, y así como Ammón y sus hermanos misioneros no presenciaron poderosos milagros en sus ministerios “sino hasta después de su fe” (véase Éter 12:12–15), así también la curación de este jovencito de trece años no ocurrió sino hasta después de su fe y se logró “según su fe en sus oraciones” (D. y C. 10:47). No se haga mi voluntad, sino la Tuya Mi tercer ejemplo destaca la importancia de reconocer y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. Hace varios años, había un joven padre que había sido activo en la Iglesia cuando era niño, pero que durante la adolescencia siguió un sendero diferente. Después de su servicio militar, se casó con una hermosa jovencita y al poco tiempo su hogar fue bendecido con hijos. Un día, inesperadamente, su hijita de cuatro años enfermó gravemente y la internaron en el hospital. Desesperado, y por primera vez en muchos años, el padre se puso de rodillas en oración para suplicar por la vida de su hija. No obstante, su estado empeoró. Poco a poco, este padre tuvo la impresión de que su hijita no viviría y, lentamente, 73

sus oraciones cambiaron; ya no oró para suplicar que se curara, sino para implorar entendimiento. “Hágase Tu voluntad” era el estilo de sus súplicas. Al poco tiempo, su hija entró en coma, y el padre supo que no le quedaban muchas horas en la tierra. Fortalecidos con entendimiento, confianza y poder más allá de los que poseían, los jóvenes padres oraron de nuevo para suplicar la oportunidad de estrecharla entre sus brazos mientras estuviera consciente. La niña abrió los ojos y sus frágiles brazos se extendieron hacia sus padres para un último abrazo. Entonces murió. Ese padre supo que sus oraciones habían sido contestadas; un Padre Celestial bondadoso y caritativo había dado consuelo a sus corazones. Se había hecho la voluntad de Dios y ellos habían logrado entendimiento. (Adaptado de H. Burke Peterson, “Adversity and Prayer”, Ensign, enero de 1974, pág. 18). El discernir y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida son elementos fundamentales del pedir con fe en sincera oración. Sin embargo, el solo decir las palabras “hágase Tu voluntad” no es suficiente. Todos necesitamos la ayuda de Dios para someter nuestra voluntad a la de Él. “La oración es el acto mediante el cual la voluntad del Padre y la del hijo entran en mutua armonía” (Bible Dictionary, “Prayer”, págs. 752–753). La oración humilde, ferviente y constante nos permite reconocer la voluntad de nuestro Padre Celestial y actuar de acuerdo con ella. Y en esto, el Salvador nos brindó el ejemplo perfecto cuando oró en el Jardín de Getsemaní, “diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya… Y estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:42, 44). El objeto de nuestras oraciones no debe ser presentar una lista de deseos o una serie de peticiones, sino asegurar para nosotros y para los demás las bendiciones que Dios está ansioso por concedernos, de acuerdo con Su voluntad y Su tiempo. Nuestro Padre Celestial oye y contesta toda oración sincera, pero las respuestas que recibamos tal vez no sean las que esperemos ni nos lleguen cuando y como las deseemos. Esta verdad es evidente en los tres ejemplos que he presentado hoy. La oración es un privilegio y el deseo sincero del alma. Podemos ir más allá de las oraciones habituales y típicas y participar en oraciones sinceras al pedir apropiadamente con fe y actuar, al perseverar pacientemente a través de la prueba de nuestra fe, y al reconocer y aceptar con humildad que “no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Testifico de la realidad y la divinidad de nuestro Padre Eterno, de Su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo. Testifico que nuestro Padre oye y contesta nuestras oraciones. Ruego que todos nos esforcemos con mayor determinación por pedir con fe y de ese modo hacer que nuestras oraciones sean en verdad sinceras. Suplico que así sea, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Ora siempre David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

La oración se vuelve más ferviente al consultar al Señor en todos nuestros hechos, al expresar gratitud sincera y al orar por los demás. Mi mensaje de la última conferencia general se centró en el principio del Evangelio de pedir en oración con fe. Hoy quiero analizar tres principios adicionales que pueden ser de utilidad para que nuestras oraciones sean más fervientes, y ruego la ayuda del Espíritu Santo para ustedes y para mí. Principio Nº 1. La oración se vuelve más ferviente cuando consultamos al Señor en todos nuestros hechos (véase Alma 37:37). En una palabra, la oración es la comunicación con el Padre Celestial por parte de Sus hijos e hijas en la tierra. “Tan pronto como nos damos cuenta de nuestro verdadero parentesco con Dios (concretamente, que Dios es nuestro Padre, y que nosotros somos Sus hijos), de inmediato la oración se convierte en algo natural e instintivo por parte nuestra” (“Oración”, Diccionario Bíblico en inglés, pág. 752). Se nos manda orar siempre al Padre en el nombre del Hijo (véase 3 Nefi 18:19–20). Se nos promete que si oramos con sinceridad por lo que sea correcto y bueno, y de acuerdo con la voluntad de Dios, seremos bendecidos, protegidos y guiados (véase 3 Nefi 18:20; D. y C. 19:38). La revelación es la comunicación del Padre Celestial con Sus hijos en la tierra. Al pedir con fe, podemos recibir revelación tras revelación y conocimiento sobre conocimiento, y llegar a conocer los misterios y las cosas apacibles que traen gozo y vida eterna (véase D. y C. 42:61). Los misterios son aquellos asuntos que sólo se pueden conocer y comprender por medio del poder del Espíritu Santo (véase Harold B. Lee, Ye Are the Light of the World, 1974, pág. 211). Las revelaciones del Padre y del Hijo se transmiten por medio del tercer miembro de la Trinidad, o sea, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el testigo del Padre y del Hijo y el mensajero de Ellos. Los modelos que Dios utilizó al crear la tierra nos sirven de instrucción para ayudarnos a entender qué hacer para que la oración cobre más significado. En el tercer capítulo del libro de Moisés aprendemos que todas las cosas se crearon espiritualmente antes de que existieran físicamente en la tierra. “Y ahora bien, he aquí, te digo que éstos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados, el día en que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra; “y toda planta del campo antes que existiese en la tierra, y toda hierba del campo antes que creciese. Porque yo, Dios el Señor, creé espiritualmente todas las cosas de que he hablado, antes que existiesen físicamente sobre la faz de la tierra” (Moisés 3:4–5). De estos versículos aprendemos que la creación espiritual precedió a la temporal. De igual manera, la ferviente oración por la mañana es un importante elemento de la creación espiritual de cada día, y precede la creación temporal o las labores del día. Al igual que la creación temporal estaba unida a la creación espiritual y era una continuación de ella, así también las fervientes oraciones por la mañana y por la noche están unidas mutuamente y son una extensión la una de la otra.

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Consideren este ejemplo: Es posible que haya cosas en nuestro carácter, en nuestra conducta o con respecto a nuestro progreso espiritual sobre las que necesitemos hablar con nuestro Padre Celestial en la oración de la mañana. Después de expresar el debido agradecimiento por las bendiciones recibidas, suplicamos entendimiento, guía y ayuda para hacer las cosas que no podemos hacer valiéndonos sólo de nuestro poder. Por ejemplo, al orar, podríamos hacer lo siguiente: • Reflexionar en las ocasiones en las que hayamos hablado con dureza o indebidamente a quienes más amamos. • Reconocer que aunque sabemos lo que debemos hacer, no siempre actuamos de acuerdo con ese conocimiento. • Expresar remordimiento por nuestras debilidades y por no despojarnos más resueltamente del hombre natural. • Tomar la determinación de imitar más completamente la vida del Salvador. • Suplicar más fortaleza para actuar mejor y llegar a ser mejores. El orar de esa manera es una parte clave de la preparación espiritual para nuestro día. En el transcurso del día, conservamos una oración en el corazón para recibir ayuda y guía constantes, tal como sugirió Alma: “…deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor” (Alma 37:36). Durante ese día particular, notamos que hay ocasiones en las que normalmente tendríamos la tendencia de hablar con dureza, pero no lo hacemos; o estaríamos predispuestos a la ira, pero no cedemos a ella. Discernimos la ayuda y la fortaleza celestiales y humildemente reconocemos las respuestas a nuestra oración. Aun en ese momento de descubrimiento, ofrecemos una silenciosa oración de gratitud. Al final de nuestro día, volvemos a arrodillarnos y damos un informe a nuestro Padre. Examinamos los acontecimientos del día y expresamos sincero agradecimiento por las bendiciones y la ayuda recibida. Nos arrepentimos y, con la ayuda del Espíritu del Señor, buscamos maneras de actuar mejor y de llegar a ser mejores. De ese modo, la oración de la noche aumenta y es una continuación de la oración de la mañana; y la oración de la noche es también una preparación para la ferviente oración de la mañana. Las oraciones de la mañana y de la noche —y todas las intermedias— no son acontecimientos aislados que no guardan relación entre sí, sino que están unidas la una a la otra cada día y a lo largo de días, semanas, meses e incluso años. Así es como, en parte, cumplimos con la admonición de “orar siempre” (Lucas 21:36; 3 Nefi 18:15, 18; D. y C. 31:12). Oraciones fervientes como esas juegan un papel decisivo en obtener las bendiciones más sublimes que Dios tiene para Sus hijos fieles. La oración se vuelve ferviente si recordamos nuestra relación con la Deidad y prestamos oído a la siguiente admonición:

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“…implora a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre. “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día” (Alma 37:36–37; cursiva agregada). Principio Nº 2. La oración se vuelve más ferviente si expresamos gratitud sincera. Durante el tiempo en que prestamos servicio en la Universidad Brigham Young—Idaho, mi esposa y yo con frecuencia alojábamos a Autoridades Generales en nuestro hogar. Nuestra familia aprendió una importante lección sobre la oración ferviente cuando una noche nos arrodillamos a orar con un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. Durante ese día, a mi esposa y a mí se nos había informado sobre la muerte inesperada de un amigo querido, y nuestro deseo inmediato era orar por la esposa y los hijos de él. Cuando le pedí a mi esposa que ofreciera la oración, el miembro de los Doce, ajeno a la tragedia, amablemente sugirió que en la oración la hermana Bednar sólo expresara agradecimiento por las bendiciones recibidas y no pidiera nada. Su consejo fue semejante al mandato que Alma dio a los miembros de la Iglesia antigua de que “oraran sin cesar y dieran gracias en todas las cosas” (Mosíah 26:39). Debido a la tragedia inesperada, el pedir bendiciones para nuestros amigos al principio nos pareció más urgente que expresar agradecimiento. Mi esposa respondió con fe a la indicación que había recibido; le agradeció al Padre Celestial las valiosas e inolvidables experiencias con ese querido amigo; expresó sincera gratitud por el Espíritu Santo como Consolador y por los dones del Espíritu que nos permiten hacer frente a la adversidad y servir a los demás. Y más que nada, expresó agradecimiento por el plan de salvación, por el sacrificio expiatorio de Jesucristo, por Su resurrección, y por las ordenanzas y los convenios del Evangelio restaurado, los que hacen posible que las familias estén unidas para siempre. Nuestra familia aprendió una gran lección de esa experiencia en cuanto al poder de la gratitud en la oración ferviente. Debido a esa oración y por medio de ella, nuestra familia fue bendecida con inspiración en cuanto a algunos asuntos que nos preocupaban e inquietaban nuestro corazón. Aprendimos que nuestra gratitud por el plan de felicidad y por la misión salvadora del Señor proporcionó el consuelo necesario y fortaleció nuestra confianza de que todo saldría bien con nuestros queridos amigos. Recibimos también perspectivas en cuanto a las cosas por las que debíamos orar y pedir apropiadamente con fe. Las oraciones más fervientes y espirituales que he experimentado contenían muchas expresiones de agradecimiento y pocas peticiones o ninguna. Al tener ahora la bendición de orar con apóstoles y profetas, encuentro entre estos líderes modernos de la Iglesia del Salvador la misma característica que describe al capitán Moroni en el Libro de Mormón: son hombres cuyos corazones se hinchan de agradecimiento a Dios por los muchos privilegios y bendiciones que otorga a Su pueblo (véase Alma 48:12). Además, no multiplican muchas palabras, porque les es manifestado lo que deben suplicar y están llenos de anhelo (véase 3 Nefi 19:24). Las oraciones de profetas son como las de los niños por su sencillez y poderosas a causa de su sinceridad. Al esforzarnos para que nuestras oraciones sean más fervientes, debemos recordar que “en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:21). Permítanme recomendar que de vez en cuando ofrezcamos una oración en la que sólo demos gracias y expresemos gratitud. No pidamos nada; simplemente dejemos que nuestra alma se regocije y se esfuerce para comunicar agradecimiento con toda la energía de nuestro corazón. 77

Principio Nº 3. La oración se vuelve más ferviente cuando oramos por los demás con verdadera intención y con un corazón sincero. El suplicar al Padre Celestial las bendiciones que deseamos en nuestra vida es algo bueno y apropiado; sin embargo, el orar de todo corazón por los demás, tanto por los que amamos como por los que nos ultrajan, es también un elemento importante de la oración ferviente. Al igual que el expresar gratitud en nuestras oraciones con más frecuencia amplía el conducto de la revelación, así también el orar por los demás con toda la energía de nuestra alma aumenta nuestra capacidad para oír y prestar atención a la voz del Señor. Del ejemplo de Lehi en el Libro de Mormón aprendemos una lección fundamental. Lehi respondió con fe al mandato y a las amonestaciones proféticas en cuanto a la destrucción de Jerusalén; después oró al Señor “con todo su corazón, a favor de su pueblo” (1 Nefi 1:4–5; cursiva agregada). En respuesta a esa ferviente oración, Lehi fue bendecido con una gloriosa visión de Dios y de Su Hijo, así como de la destrucción inminente de Jerusalén (véase 1 Nefi 1:6–9, 13, 18). Por consiguiente, Lehi se regocijó y todo su corazón estaba henchido a causa de las cosas que el Señor le había mostrado (véase 1 Nefi 1:15). Tengan a bien notar que la visión se recibió en respuesta a una oración a favor de otras personas y no como resultado de una súplica de edificación y guía personal. El Salvador es el ejemplo perfecto del orar por los demás de todo corazón. En la gran oración intercesora que pronunció la noche antes de Su crucifixión, Jesús oró por Sus apóstoles y por todos los santos. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son… “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, “…para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:9, 20, 26). Durante el ministerio del Salvador en el continente americano, mandó a la gente que meditara Sus enseñanzas y suplicara entendimiento. Sanó a los enfermos y oró por la gente, utilizando palabras que no se podían escribir (véase 3 Nefi 17:1–16). El impacto de Su oración fue profundo: “…nadie puede conceptuar el gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre” (3 Nefi 17:17). Imagínense lo que habría sido oír al Salvador del mundo orar por nosotros. ¿Sienten de igual manera nuestros cónyuges, hijos y otros familiares el poder de nuestras oraciones dirigidas al Padre por sus necesidades y deseos específicos? ¿Nos oyen aquellos a quienes servimos orar por ellos con fe y sinceridad? Si aquellos a quienes amamos y servimos no han oído ni sentido la influencia de nuestras oraciones sinceras en favor de ellos, entonces la hora de arrepentirnos es ahora. Al emular el ejemplo del Salvador, nuestras oraciones verdaderamente se volverán más fervientes. Se nos manda “orar siempre” (2 Nefi 32:9; D. y C. 10:5; 90:24), “vocalmente así como en [nuestros corazones]… ante el mundo como también en secreto, así en público como en privado” (D. y C. 19:28). Testifico que la oración se vuelve más ferviente al consultar al Señor en todos nuestros hechos, al expresar gratitud sincera y al orar por los demás con verdadera intención y con un corazón sincero. Testifico que el Padre Celestial vive y que Él oye y contesta toda oración sincera. Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Mediador. La revelación es real. La plenitud del Evangelio ha sido restaurada en la tierra en esta dispensación. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Honorablemente [retener] un nombre y una posición David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

El fuego del convenio arderá en el corazón de cada miembro fiel de esta Iglesia que adore y que honorablemente retenga un nombre y una posición en la santa casa del Señor. Poco tiempo después de que se me llamara a prestar servicio como presidente de estaca en 1987, hablé con un buen amigo quien hacía poco había sido relevado como presidente de estaca. Durante nuestra conversación, le pregunté si había algo que él podría enseñarme en cuanto a llegar a ser un presidente de estaca eficiente. Su respuesta a mi pregunta ejerció un profundo impacto en mi servicio y ministerio subsecuentes. Mi amigo indicó que se le había llamado a prestar servicio como obrero del templo poco después de su relevo. Luego agregó: “Desearía haber sido obrero del templo antes de ser presidente de estaca. Si hubiera prestado servicio en el templo antes de mi llamamiento como presidente de estaca, habría sido un presidente de estaca muy diferente”. Su respuesta me dejó intrigado y le pedí que se explicara un poco más; él respondió: “Creo que fui un buen presidente de estaca. Los programas de nuestra estaca funcionaban bien, y nuestras estadísticas estaban por encima del promedio; pero el prestar servicio en el templo ha expandido mi visión. Si se me llamara hoy a servir como presidente de estaca, mi enfoque principal sería la dignidad para recibir y honrar los convenios del templo. Me esforzaría para lograr que la preparación para el templo fuera el centro de todo lo que hiciéramos; haría mejor mi labor de conducir a los santos a la Casa del Señor”. Esa breve conversación con mi amigo me ayudó a enseñar y testificar incesantemente como presidente de estaca sobre la importancia eterna de las ordenanzas del templo, los convenios del templo y la adoración en el templo. El mayor deseo de nuestra presidencia era que cada miembro de la estaca recibiera las bendiciones del templo para ser digno de una recomendación para el templo y de usarla con frecuencia. Mi mensaje de hoy está enfocado en las bendiciones del templo y ruego que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes, penetre el corazón y testifique de la verdad a cada uno de nosotros. El objeto divino del recogimiento El profeta José Smith declaró que, en toda época, el objeto divino del recogimiento del pueblo de Dios es el de edificar templos a fin de que Sus hijos reciban las ordenanzas más elevadas y de ese modo obtener la vida eterna (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, curso de estudio del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro, 2007, págs. 443–446). En el Libro de Mormón se recalca esta relación esencial que existe entre el principio del recogimiento y la edificación de templos: “He aquí, el campo estaba maduro, y benditos sois vosotros, porque metisteis la hoz y segasteis con vuestra fuerza; sí, trabajasteis todo el día; ¡y he aquí el número de vuestras gavillas! Y serán recogidas en los graneros para que no se desperdicien” (Alma 26:5). Las gavillas de esta analogía representan a los miembros de la Iglesia recién bautizados; los graneros son los santos templos. El élder Neal A. Maxwell explicó: “Es evidente que, al bautizar, nuestra visión debe ir más allá de la pila bautismal y debe proyectarse hacia el santo templo. El gran granero en el que debe recogerse a estas gavillas es el 79

santo templo” (en John L. Hart, “Make Calling Focus of Your Mission”, Church News, 17 de septiembre de 1994, pág. 4). Dicha instrucción aclara y subraya la importancia de las ordenanzas y de los convenios sagrados del templo, a fin de que las gavillas no se desperdicien. “Sí, las tormentas no las abatirán en el postrer día; sí, ni serán perturbadas por los torbellinos; mas cuando venga la tempestad, serán reunidas en su lugar para que la tempestad no penetre hasta donde estén; sí, ni serán impelidas por los fuertes vientos a donde el enemigo quiera llevarlas” (Alma 26:6). El élder Dallin H. Oaks ha explicado que al tomar los emblemas de la Santa Cena para renovar nuestros convenios bautismales “no testificamos que tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo, sino [más bien] que estamos dispuestos a hacerlo. (Véase D. y C. 20:77.) El hecho de que sólo testifiquemos que estamos dispuestos sugiere que debe verificarse algo más antes de que en realidad tomemos sobre nosotros ese sagrado nombre en el sentido [supremo y] más trascendental” (véase “El tomar sobre nosotros el nombre de Cristo”, Liahona, julio de 1985, págs. 77–78). Es evidente que el convenio bautismal contempla uno o varios acontecimientos futuros y conduce hacia el templo. En revelaciones modernas, el Señor se refiere a los templos como casas edificadas “a mi nombre” (D. y C. 105:33; véanse también D. y C. 109: 2–5; 124:39). En la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, el profeta José Smith rogó al Padre “que tus siervos salgan de esta casa armados con tu poder, y que tu nombre esté sobre ellos” (D. y C. 109:22). Asimismo, pidió una bendición “sobre quienes se ponga tu nombre en esta casa” (v. 26); y al aparecerse el Señor y aceptar el Templo de Kirtland como Su casa, Él declaró: “Porque he aquí, he aceptado esta casa, y mi nombre estará aquí; y me manifestaré a mi pueblo en misericordia en esta casa” (D. y C. 110:7). Estos pasajes de las Escrituras nos ayudan a entender que el proceso de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo que comienza en las aguas bautismales continúa y se amplía en la casa del Señor. Al estar en las aguas del bautismo, tornamos nuestra vista hacia el templo. Al tomar la Santa Cena, tornamos nuestra vista hacia el templo. Nos comprometemos a recordar siempre al Salvador y a guardar Sus mandamientos como preparación para participar en las sagradas ordenanzas del templo y recibir las bendiciones más elevadas que podemos recibir mediante el nombre y por la autoridad del Señor Jesucristo; por lo tanto, en las ordenanzas del Santo Templo tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo de una forma más completa y plena. “Y este sacerdocio mayor [o de Melquisedec] administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios. “Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad. “Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne” (D. y C. 84:19–21). Que ninguna combinación inicua tenga el poder para… vencer a los de tu pueblo Vivimos en una gran época en cuanto a la construcción de templos en el mundo; y el adversario de seguro es consciente del aumento de número de templos distribuidos actualmente sobre la tierra. Como siempre, la construcción y dedicación de estos edificios sagrados vienen acompañadas de oposición de parte de los enemigos de la Iglesia, así como de la crítica desacertada de algunas personas dentro de la Iglesia. Dicho antagonismo no es algo nuevo. En 1861, mientras el Templo de Salt Lake estaba bajo construcción, Brigham Young instó a los santos “Si desean edificar este templo, vayan a trabajar y hagan todo lo que puedan… Algunos dicen: ‘No me gusta hacerlo, porque nunca hemos empezado a construir un templo sin que las campanas del infierno empiecen a repicar’. Quiero oírlas repicar de nuevo. Todas las huestes del infierno se movilizarán… pero, 80

¿qué importancia creen que esto tendrá? Ya han visto en todo momento la importancia que esto ha llegado a tener” (Deseret News, 10 de abril de 1861, pág. 41) Como santos fieles, nos hemos fortalecido por medio de la adversidad y hemos sido los beneficiarios de las entrañables misericordias del Señor. Hemos seguido adelante conforme a la promesa del Señor: “No permitiré que [mis enemigos] destruyan mi obra; sí, les mostraré que mi sabiduría es más potente que la astucia del diablo” (D. y C. 10:43). Durante muchos años, la hermana Bednar y yo fuimos anfitriones de numerosos hombres y mujeres fieles que iban a ofrecer devocionales a la Universidad Brigham Young–Idaho. Muchos de esos oradores eran miembros eméritos de los Setenta o habían sido relevados de ese quórum, y habían servido como presidentes de templo tras su servicio como Autoridades Generales. Cuando conversábamos con esos fieles líderes, siempre les formulaba esta pregunta: “¿Qué ha aprendido como presidente de templo que hubiera deseado comprender mejor cuando era Autoridad General?” Al escuchar sus respuestas, descubrí una idea recurrente que sintetizaré del siguiente modo: “He llegado a comprender mejor la protección que podemos recibir mediante nuestros convenios del templo y lo que significa efectuar una ofrenda aceptable en lo que concierne a la adoración en el templo. Existe una diferencia entre los miembros que asisten a la Iglesia, que pagan sus diezmos y que ocasionalmente van al templo apurados para terminar una sesión, y aquellos que con fidelidad y constancia adoran en el templo”. La semejanza de sus respuestas me impresionó sobremanera. Cada una de las contestaciones a mi pregunta se centraba en el poder protector de las ordenanzas y los convenios que podemos recibir en la casa del Señor. Sus respuestas reflejaban con exactitud las promesas que se encuentran en la oración dedicatoria ofrecida en el Templo de Kirtland, en 1836. “Te pedimos, Padre Santo, que establezcas al pueblo que adorará y honorablemente retendrá un nombre y una posición en ésta tu casa, por todas las generaciones y por la eternidad; “que ninguna arma forjada en contra de ellos prospere; que caiga en su propio foso aquel que lo cave para ellos; “que ninguna combinación inicua tenga el poder para levantarse y vencer a los de tu pueblo, sobre quienes se ponga tu nombre en esta casa; “y si se levanta contra este pueblo gente alguna, enciéndase tu enojo en contra de ellos; “y si hieren a este pueblo, tú los herirás; pelearás por tu pueblo como lo hiciste en el día de la batalla, para que sean librados de las manos de todos sus enemigos” (D. y C. 109:24–28). Tengan a bien considerar estos versículos en vista de la actual furia del adversario, y lo que hemos analizado sobre nuestra disposición a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y la bendición de protección prometida a quienes retengan honorablemente un nombre y una posición en el santo templo. Es importante notar que tales promesas del convenio son para todas las generaciones y para toda la eternidad. Les invito a estudiar reiteradamente y a meditar con espíritu de oración el significado de estos pasajes de las Escrituras en su vida y para su familia. No deberían sorprendernos los esfuerzos de Satanás por frustrar o desacreditar la obra del templo y la adoración en él. El diablo aborrece la pureza y el poder de la casa del Señor; y la protección que hay para cada uno de nosotros en las ordenanzas y en los convenios del templo, y mediante ellos, constituye un gran obstáculo para los malvados designios de Lucifer.

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El fuego del convenio El éxodo de Nauvoo, ocurrido en septiembre de 1846, causó adversidades inimaginables a los fieles Santos de los Últimos Días. Muchos de ellos buscaron refugio en campamentos establecidos en la rivera del río Misisipí. Cuando Brigham Young se enteró en Winter Quarters de la condición de estos refugiados, envió de inmediato una carta a través del río hasta Council Point exhortando a los hermanos y recordándoles el convenio que habían hecho en el Templo de Nauvoo; él les aconsejó: “Ahora es el momento de trabajar. Permitan que el fuego del convenio que hicieron en la casa del Señor arda en sus corazones como una llama inextinguible” (en Journal History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 28 de septiembre de 1846, pág. 5). En cuestión de días, se pusieron en marcha los carromatos en dirección al este a fin de rescatar a los atribulados santos. ¿Qué fue lo que otorgó tal fortaleza a aquellos primeros santos? Era el fuego del convenio del templo que ardía en sus corazones; era su compromiso de adorar y de honorablemente retener un nombre y una posición en la casa del Señor. Actualmente enfrentamos, y aún enfrentaremos, grandes dificultades en la obra del Señor; pero al igual que los pioneros que hallaron el lugar que Dios había preparado para ellos, del mismo modo cobraremos ánimo, sabiendo que Dios jamás nos puede dejar (véase “¡Oh, está todo bien!”, Himnos, Nº 17). Actualmente, los templos están distribuidos por la tierra como lugares sagrados de ordenanzas y convenios, de edificación y de refugio contra la tempestad. Invitación y encomio El Señor declaró: “He de juntar a los de mi pueblo,… a fin de que se guarde el trigo en los graneros para poseer la vida eterna, y ellos sean coronados de gloria celestial” (D. y C. 101:65). De entre los que escuchan mi voz, hay muchos niños, jóvenes y señoritas. Les suplico que sean dignos, constantes y que esperen con gran anhelo el día en que reciban las ordenanzas y las bendiciones del templo. De entre los que escuchan mi voz, hay personas que deberían haber recibido las ordenanzas de la casa del Señor, pero que aún no lo han hecho. Sea cual fuere la razón y sin importar cuán larga la demora, les invito a comenzar los preparativos espirituales a fin de que puedan recibir las bendiciones que sólo están disponibles en el santo templo. Por favor, eliminen de su vida las cosas que se interpongan con ello; por favor, procuren las cosas que son de consecuencias eternas. De entre los que escuchan mi voz, hay personas que han recibido las ordenanzas del templo y que por diversas razones no han regresado a la casa del Señor desde hace bastante tiempo. Por favor, arrepiéntanse, prepárense y hagan todo lo que deba hacerse a fin de que adoren una vez más en el templo y recuerden y honren sus convenios sagrados más plenamente. De entre los que escuchan mi voz, hay muchas personas que poseen recomendaciones vigentes para el templo y que se esfuerzan por utilizarlas dignamente. Les felicito por su fidelidad y dedicación. Testifico de manera solemne que el fuego del convenio arderá en el corazón de cada miembro fiel de esta Iglesia que adore y que honorablemente retenga un nombre y una posición en la santa casa del Señor. Jesús el Cristo es nuestro Redentor y Salvador; Él vive y Él dirige los asuntos de Su Iglesia mediante la revelación que da a Sus siervos ungidos. De estas cosas doy testimonio, en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Más diligentes y atentos en el hogar David A. Bednar Of the Quorum of the Twelve Apostles

A medida que seamos más fieles para aprender, vivir y amar el Evangelio restaurado de Jesucristo, llegaremos a ser más diligentes y atentos en nuestro hogar En 1833, el profeta José Smith recibió una revelación para varios líderes de la Iglesia con una fuerte amonestación de poner en orden a sus respectivas familias (véase D. y C. 93:40–50). Una frase específica de esa revelación sirve de tema para mi mensaje: “más diligentes y atentos en el hogar” (versículo 50). Deseo sugerir tres formas en las que cada uno de nosotros puede ser más diligente y atento en su hogar. Los invito a que escuchen con oídos que oigan y con un corazón que sienta, y ruego que el Espíritu del Señor esté con todos nosotros. Sugerencia 1: Expresar amor y demostrarlo Para empezar a ser más diligentes y atentos en el hogar podemos decir a los seres queridos que los amamos. Dichas expresiones no tienen que ser floridas ni extensas; simplemente debemos expresar amor de manera sincera y frecuente. Hermanos y hermanas, ¿cuándo fue la última vez que tomaron a su compañero eterno entre los brazos y le dijeron: “Te amo”? Padres, ¿cuándo fue la última vez que de manera genuina expresaron amor a sus hijos? Hijos, ¿cuándo fue la última vez que dijeron a sus padres que los aman? Todos nosotros sabemos que debemos decir a nuestros seres queridos que los amamos, pero lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. Tal vez nos sintamos inseguros, incómodos o quizás un poco avergonzados. Como discípulos del Salvador, no sólo tratamos de saber más, sino que debemos hacer de manera constante más de lo que sabemos que es correcto y llegar a ser mejores. Debemos recordar que el decir “Te amo” es solamente el comienzo; debemos decirlo, decirlo de corazón y, lo más importante, demostrarlo constantemente. Debemos expresarlo y también demostrar el amor. El presidente Thomas S. Monson dio este consejo hace poco tiempo: “Con frecuencia suponemos que [las personas que nos rodean] deben saber cuánto [las] queremos; pero nunca debemos suponerlo; debemos hacérselo saber… Nunca nos lamentaremos por las palabras de bondad que digamos ni el afecto que demostremos; más bien, nos lamentaremos si omitimos esas cosas en nuestra interacción con aquellos que son los que más nos importan” (“Encontrar gozo en el trayecto”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 86). A veces, en un discurso o un testimonio de la reunión sacramental, oímos algo así: “Sé que no le digo a mi esposa con suficiente frecuencia cuánto la quiero. Hoy deseo que ella, mis hijos y todos ustedes sepan que la amo”. Tal manifestación de afecto quizás sea apropiada, pero cuando escucho una declaración como ésa, me siento incómodo y para mis adentros exclamo que la esposa y los hijos no deberían estar escuchando esa expresión, privada y aparentemente desacostumbrada, en público y en la Iglesia. Espero que los hijos oigan expresiones de amor y vean demostraciones de cariño entre sus padres en el diario vivir. Sin embargo, si la declaración pública de afecto en la Iglesia cae de sorpresa a la esposa o a los hijos, entonces es obvio que se debe ser más diligente y atento en el hogar. 83

La relación que existe entre el amor y la acción que lo demuestre se indica repetidamente en las Escrituras y se pone de relieve en la instrucción que el Salvador dio a Sus Apóstoles: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Así como nuestro amor por el Señor se manifiesta al andar siempre en sus caminos (véase Deuteronomio 19:9), así también el amor por el cónyuge, los padres y los hijos se refleja con mayor fuerza en nuestros pensamientos, palabras y hechos (véase Mosíah 4:30). El sentir la seguridad y la constancia del amor de un cónyuge, de un padre o de un hijo es una rica bendición. Ese amor nutre y sostiene la fe en Dios, es una fuente de fortaleza y aleja el temor (véase 1 Juan 4:18). Ese amor es el deseo de toda alma humana. A medida que expresemos amor y lo demostremos continuamente, llegaremos a ser más diligentes y atentos en nuestro hogar. Sugerencia 2: Dar testimonio y vivir de acuerdo con él Para ser más diligentes y atentos en el hogar, también podemos expresar testimonio a nuestros seres amados acerca de las cosas que sabemos que son verdaderas por el testimonio del Espíritu Santo. Al testificar, no es necesario que la expresión sea larga ni elocuente; y no tenemos que esperar hasta el primer domingo del mes para declarar el testimonio de lo que es verdadero. Dentro de las paredes de nuestro propio hogar podemos y debemos dar testimonio puro de la divinidad y la realidad del Padre y del Hijo, del gran plan de felicidad y de la Restauración. Hermanos y hermanas, ¿cuándo fue la última vez que expresaron su testimonio a su compañero eterno? Padres, ¿cuándo fue la última vez que testificaron a sus hijos acerca de lo que saben que es verdadero? Hijos, ¿cuándo fue la última vez que compartieron su testimonio con sus padres y su familia? Ya sabemos que debemos dar testimonio a las personas que más amamos, pero lo que sabemos no siempre se refleja en lo que hacemos. Tal vez nos sintamos inseguros, incómodos o quizás un poco avergonzados. Como discípulos del Salvador, no sólo tratamos de saber más, sino debemos hacer de manera constante lo que sabemos que es correcto y llegar a ser mejores. Debemos recordar que el compartir un testimonio sincero es solamente el comienzo; debemos testificar, hacerlo de corazón y, lo más importante, demostrarlo constantemente. Debemos expresar nuestro testimonio y también vivirlo. La relación que existe entre el testimonio y la acción que lo demuestre se recalca en las instrucciones que el Salvador impartió a los santos en Kirtland: “…y lo que el Espíritu os testifique, eso quisiera yo que hicieseis” (D. y C. 46:7). Nuestro testimonio de la veracidad del Evangelio se debe reflejar en nuestras palabras y en nuestros hechos; y el lugar para proclamarlo y vivirlo con más fuerza es el hogar. Los cónyuges, los padres y los hijos deben esforzarse por superar cualquier indecisión, vacilación o vergüenza para testificar del Evangelio. Debemos crear y buscar oportunidades para atestiguar de las verdades del Evangelio, y vivir de acuerdo con ellas. Un testimonio es lo que sabemos con la mente y el corazón que es verdadero por la atestiguación del Espíritu Santo (véase D. y C. 8:2). Al expresar la verdad en vez de amonestar, exhortar o simplemente compartir experiencias interesantes, invitamos al Espíritu Santo a confirmar la veracidad de nuestras palabras. La fuerza del testimonio puro (véase Alma 4:19) no proviene de palabras sofisticadas ni de una buena presentación; más bien, es el resultado de la revelación que transmite el tercer miembro de la Trinidad, o sea, el Espíritu Santo.

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El sentir la fuerza, la elevación y la constancia del testimonio de un cónyuge, un padre o un niño es una gran bendición. Ese testimonio fortalece la fe y brinda dirección; genera luz en un mundo que cada vez se hace más oscuro. Esa clase de testimonio es la fuente de la perspectiva eterna y de la paz duradera. Al expresar el testimonio y vivirlo constantemente, llegaremos a ser más diligentes y atentos en nuestro hogar. Sugerencia 3: Ser constantes Mientras nuestros hijos crecían, hicimos lo mismo que ustedes han hecho y hacen actualmente: Con regularidad orábamos en familia, estudiábamos las Escrituras y efectuábamos la noche de hogar. Pero estoy seguro de que lo que les voy a describir nunca ha ocurrido en su hogar, pero sí ocurrió en el nuestro. A veces mi esposa y yo nos preguntábamos si nuestros esfuerzos por hacer estas cosas espiritualmente esenciales valdrían la pena. De vez en cuando leíamos los versículos de las Escrituras en medio de exclamaciones como: “¡Fulano me está tocando!” “¡Dile que no me mire!” “¡Mamá, él está respirando mi aire!”. Otras veces las oraciones sinceras eran interrumpidas por risitas y codazos; y con varoncitos activos y bulliciosos, las lecciones de la noche de hogar no siempre daban como resultado altos niveles de aprovechamiento espiritual. Había momentos en los que mi esposa y yo nos exasperábamos porque los hábitos de rectitud que tanto nos esforzábamos por fomentar no parecían dar los resultados espirituales inmediatos que deseábamos y esperábamos. Si hoy les preguntaran a nuestros hijos adultos lo que recuerdan de la oración familiar, del estudio de las Escrituras y de la noche de hogar, creo que sé cómo contestarían. Seguramente no definirían una oración en particular ni una ocasión especial del estudio de las Escrituras ni una lección particularmente importante de la noche de hogar como el momento crucial de su desarrollo espiritual. Lo que dirían que recuerdan es que nuestra familia era constante. Mi esposa y yo pensábamos que el máximo resultado que podíamos obtener era ayudar a nuestros hijos a comprender el contenido de una lección en particular o de un pasaje determinado de las Escrituras. Pero eso no ocurre cada vez que estudiamos u oramos o aprendemos juntos. Tal vez la lección más grande que aprendieron — una lección que en ese momento no apreciamos en su totalidad— fuera la constancia de nuestro intento y labor. En mi oficina tengo un hermoso cuadro de un campo de trigo. La pintura se compone de una vasta colección de pinceladas, ninguna de las cuales sería interesante o impresionante si estuviera aislada. De hecho, si uno se acerca al lienzo, todo lo que se aprecia es una masa de pinceladas de pintura amarilla, dorada y marrón que aparentemente no tienen relación ni atractivo alguno. Sin embargo, al alejarse gradualmente del cuadro, todas esas pinceladas se combinan, y juntas producen un magnífico paisaje de un campo de trigo. Son una infinidad de pinceladas ordinarias y sueltas que se unen para crear una bella y cautivadora pintura. Cada oración familiar, cada episodio de estudio de las Escrituras en familia y cada noche de hogar es una pincelada en el lienzo de nuestras almas. Ninguno de esos hechos por sí solo puede parecer muy impresionante o memorable, pero así como las pinceladas amarillas, doradas y marrones se complementan entre sí y producen una obra maestra impresionante, de la misma manera nuestra constancia en acciones aparentemente pequeñas puede llevarnos a alcanzar resultados espirituales significativos. “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64.33). La constancia es un principio clave para poner los cimientos de una gran obra en nuestra vida personal y para ser más diligentes y atentos en nuestro hogar. El ser constantes en nuestro hogar es importante por otra razón. Muchos de los reproches más duros del Salvador estaban dirigidos a los hipócritas. Jesús amonestó a Sus discípulos concerniente a los escribas y a los fariseos: “…no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen” (Mateo 23:3). Esa fuerte amonestación es solemne en el consejo de “expresar amor y demostrarlo”, de “dar testimonio y vivir de acuerdo con él”, y de “ser constantes”. 85

La hipocresía que pueda haber en nosotros se discierne más claramente y causa mayor destrucción dentro de nuestro propio hogar. Y los niños son con frecuencia sumamente alertas y sensibles cuando se trata de reconocerla. Una declaración pública de amor cuando las demostraciones privadas del mismo faltan en el hogar es hipocresía y debilita los cimientos de una gran obra. El hecho de testificar públicamente cuando faltan la fidelidad y la obediencia dentro del propio hogar es hipocresía y socava los cimientos de una gran obra. El mandamiento, “No dirás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16) se aplica más directamente al hipócrita que hay dentro de cada uno de nosotros. Todos debemos ser y mantenernos más constantes. “…sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza” (1 Timoteo 4:12). Al esforzarnos por buscar la ayuda del Señor y Su fortaleza, lograremos reducir gradualmente la disparidad que existe entre lo que decimos y lo que hacemos, entre expresar amor y demostrarlo constantemente, entre dar testimonio y vivir firmemente de acuerdo con él. A medida que seamos más fieles para aprender, vivir y amar el Evangelio restaurado de Jesucristo, llegaremos a ser más diligentes y atentos en nuestro hogar. Testimonio “El matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y… la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49). Por éstas y por otras razones de importancia eterna debemos ser más diligentes y atentos en el hogar. Que todo cónyuge, todo hijo y todo padre y madre sea bendecido para comunicar amor y recibirlo, para expresar un firme testimonio y ser edificado por él, y para llegar a ser más constante en las cosas aparentemente pequeñas que son de tanta importancia. En esta importante empresa nunca estaremos solos. Nuestro Padre Celestial y Su Amado Hijo viven. Ellos nos aman y conocen nuestras circunstancias, y nos ayudarán a ser más diligentes y atentos en el hogar. Testifico de estas verdades en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Recibe el Espíritu Santo David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

Estas cuatro palabras: “Recibe el Espíritu Santo”, no son una declaración pasiva; más bien, constituyen un mandato del sacerdocio, una amonestación autorizada para actuar y no para que simplemente se actúe sobre nosotros. Mi mensaje se centra en la importancia de esforzarnos a diario por recibir en verdad el Espíritu Santo. Ruego tener el Espíritu del Señor y lo invito para que instruya y edifique a cada uno de nosotros. El don del Espíritu Santo En diciembre de 1839, mientras estaban en la ciudad de Washington, D.C. para solicitar indemnización por los daños causados a los santos de Misuri, José Smith y Elias Higbee escribieron lo siguiente a Hyrum Smith: “En nuestra entrevista con el Presidente [de los Estados Unidos], nos preguntó en qué se diferenciaba nuestra religión de las otras religiones en esos días. El hermano José dijo que diferíamos en la forma de bautizar y en el don del Espíritu Santo por la imposición de manos. Consideramos que todos los demás aspectos están comprendidos en el don del Espíritu Santo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 102). El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad; Él es un personaje de espíritu y da testimonio de toda verdad. En las Escrituras se hace referencia al Espíritu Santo como el Consolador (véase Juan 14:16–27; Moroni 8:26), un Maestro (véase Juan 14:26; D. y C. 50:14), y un revelador (véase 2 Nefi 32:5). Las revelaciones del Padre y del Hijo se transmiten mediante el Espíritu Santo; Él es el mensajero del Padre y del Hijo y testifica de Ellos. El Espíritu Santo se manifiesta a los hombres y las mujeres de la tierra como el poder así como el don del Espíritu Santo. El poder puede llegar a una persona antes del bautismo; es el poder convincente de que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Mediante el poder del Espíritu Santo, los investigadores sinceros pueden obtener una convicción de la veracidad del evangelio del Salvador, del Libro de Mormón, de la realidad de la Restauración y del llamamiento profético de José Smith. El don del Espíritu Santo se confiere únicamente tras el debido y autorizado bautismo y por la imposición de manos de parte de aquellos que poseen el Sacerdocio de Melquisedec. El Señor declaró: “sí, arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros para la remisión de sus pecados; sí, bautizaos en el agua, y entonces vendrá el bautismo de fuego y del Espíritu Santo… “Y por la imposición de manos confirmaréis en mi iglesia a quienes tengan fe, y yo les conferiré el don del Espíritu Santo” (D. y C. 33:11, 15). El apóstol Pablo aclaró esta práctica a los efesios cuando preguntó: “¿Habéis recibido el Espíritu Santo después que creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. “Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Y ellos dijeron: En el bautismo de Juan. “Y dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, a saber, en Jesús el Cristo. 87

“Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo” (Hechos 19:2–6). El bautismo por inmersión es “la ordenanza preliminar del Evangelio a la que debe seguir el bautismo del Espíritu a fin de que sea completa” (Bible Dictionary, “Baptism”). El profeta José Smith explicó que el “bautismo es una ordenanza santa preparatoria para recibir el Espíritu Santo; es el conducto y la llave por medio de los cuales se puede administrar el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo por la imposición de manos no se puede recibir por medio de ningún otro principio que no sea el principio de la rectitud” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 101). La ordenanza de confirmar a un miembro nuevo de la Iglesia y de conferir el don del Espíritu Santo es tanto sencilla como profunda. Los dignos poseedores del Sacerdocio de Melquisedec colocan las manos sobre la cabeza de la persona y se dirigen a ella por su nombre. Después, por la autoridad del santo sacerdocio y en el nombre del Salvador, se confirma a la persona miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y se pronuncia esta importante frase: “Recibe el Espíritu Santo”. Es posible que la sencillez de esta ordenanza nos haga pasar por alto su importancia. Estas cuatro palabras — “Recibe el Espíritu Santo”— no son una declaración pasiva; más bien, constituyen un mandato del sacerdocio, una amonestación autorizada para actuar y no para que simplemente se actúe sobre nosotros (véase 2 Nefi 2:26). El Espíritu Santo no entra en vigor en nuestra vida simplemente porque se colocan las manos sobre nuestra cabeza y se pronuncian esas cuatro palabras importantes. Al recibir esta ordenanza, cada uno de nosotros acepta una sagrada y constante responsabilidad de desear, procurar, trabajar y vivir de tal manera que de verdad “recib[amos] el Espíritu Santo” y los dones espirituales que conlleva.“Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva” (D. y C. 88:33). ¿Qué debemos hacer a fin de que esta amonestación autorizada de procurar la compañía del tercer miembro de la Trinidad se convierta en una constante realidad? Permítanme sugerir que necesitamos (1) desear sinceramente recibir el Espíritu Santo; (2) invitar debidamente al Espíritu Santo a nuestra vida; y (3) obedecer fielmente los mandamientos de Dios. Desear sinceramente Debemos primeramente desear, anhelar y procurar la compañía del Espíritu Santo. Ustedes y yo podemos aprender una gran lección sobre los deseos justos de los fieles discípulos del Maestro que se describen en el Libro de Mormón. “Y los doce instruyeron a la multitud; y he aquí, hicieron que la multitud se arrodillase en el suelo y orase al Padre en el nombre de Jesús… “Y oraron por lo que más deseaban; y su deseo era que les fuese dado el Espíritu Santo” (3 Nefi 19:6, 9). ¿Nos acordamos, del mismo modo, de orar ferviente y constantemente por lo que más deseamos, aun el Espíritu Santo?¿O nos distraímos por las preocupaciones del mundo y la rutina del diario vivir, y pasamos por alto o incluso descuidamos este don, que es el más valioso de todos los dones? El recibir el Espíritu Santo empieza con nuestro sincero y constante deseo de tener Su compañía en nuestra vida.

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Invitar debidamente Podemos recibir y reconocer más fácilmente el Espíritu del Señor si lo invitamos debidamente a nuestra vida. No podemos obligar, ejercer coerción o mandar al Espíritu Santo; más bien, debemos invitarlo a nuestra vida con la misma bondad y ternura con la que Él nos trata (véase D. y C. 42:14). Nuestras invitaciones para tener la compañía del Espíritu Santo ocurren de muchas maneras: al hacer convenios y cumplirlos; al orar sinceramente de manera personal y con la familia; al escudriñar diligentemente las Escrituras; al fortalecer las relaciones adecuadas con familiares y amigos; al procurar pensamientos, actos y palabras virtuosos; y al adorar en nuestros hogares, en el santo templo y en la iglesia. Por el contrario, el quebrantar convenios y compromisos o nuestra indiferencia hacia ellos, el no orar y estudiar las Escrituras, y los pensamientos, actos y palabras inapropiados hacen que el Espíritu se aleje de nosotros o que nos evite totalmente. Así como el rey Benjamín enseñó a su pueblo: “Y ahora bien, os digo, hermanos míos, que después de haber sabido y de haber sido instruidos en todas estas cosas, si transgredís y obráis contra lo que se ha hablado, de modo que os separáis del Espíritu del Señor, para que no tenga cabida en vosotros para guiaros por las sendas de la sabiduría, a fin de que seáis bendecidos, prosperados y preservados” (Mosíah 2:36). Obedecer fielmente El obedecer fielmente los mandamientos de Dios es esencial para recibir el Espíritu Santo. Se nos recuerda esta verdad cada semana al escuchar las oraciones sacramentales y al participar dignamente del pan y del agua. Al prometer que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos, se nos promete que siempre podremos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77). Por lo tanto, todo lo que el evangelio del Salvador nos enseña a hacer y a llegar a ser tiene como fin bendecirnos con la compañía del Espíritu Santo. Consideremos las razones por las que oramos y estudiamos las Escrituras. Sí, anhelamos comunicarnos en oración con nuestro Padre Celestial en el nombre de Su Hijo, y sí, deseamos obtener la luz y el conocimiento disponible en los libros canónicos, pero tengan a bien recordar que estos hábitos santos son, ante todo, maneras por las que siempre recordamos a nuestro Padre Celestial y a Su Amado Hijo, y que son requisitos para tener la compañía constante del Espíritu Santo. Reflexionen en las razones por las que adoramos en la casa del Señor y en nuestras reuniones del día de reposo. Sí, prestamos servicio en el templo por nuestros familiares fallecidos, y por nuestras familias y amigos en los barrios y en las ramas en donde residimos. Y sí, disfrutamos de la recta jovialidad que encontramos entre nuestros hermanos y hermanas; pero, ante todo, nos reunimos en unidad, para procurar las bendiciones y la instrucción del Espíritu Santo. Orar, estudiar, reunirse, adorar, servir y obedecer no son cosas aisladas e independientes de una larga lista de tareas que estén relacionadas con el Evangelio. Más bien, cada una de estas prácticas rectas es un importante elemento de una imperante búsqueda espiritual para cumplir el mandato de recibir el Espíritu Santo. Los mandamientos de Dios que obedecemos y el inspirado consejo de los líderes de la Iglesia que seguimos, se centran principalmente en obtener la compañía del Espíritu. Básicamente, todas las enseñanzas y actividades del Evangelio se centran en venir a Cristo al recibir el Espíritu Santo en nuestra vida. Ustedes y yo debemos esforzarnos por ser como los jóvenes guerreros que se describen en el Libro de Mormón, quienes “procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe… “…y son diligentes en acordarse del Señor su Dios de día en día; sí, se esfuerzan por obedecer sus estatutos y sus juicios y sus mandamientos continuamente” (Alma 57:21; 58:40). 89

Testimonio El Señor ha declarado que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30). Esta Iglesia restaurada es verdadera porque es la Iglesia del Salvador; Él es “el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Y es una iglesia viviente debido a las obras y los dones del Espíritu Santo. Cuán bendecidos somos por vivir en una época en la que el sacerdocio está sobre la tierra y podemos recibir el Espíritu Santo. Varios años después de que el profeta José Smith fue martirizado, se apareció al presidente Brigham Young y compartió este eterno consejo. “Diga a la gente que sea humilde y fiel y se asegure de conservar el Espíritu del Señor, el cual le guiará con rectitud. Que tengan cuidado y no se alejen de la voz apacible; ésa les enseñará [lo que deben] hacer y a dónde ir; les proveerá los frutos del reino. Diga a los hermanos que tengan el corazón dispuesto al convencimiento a fin de que cuando el Espíritu Santo llegue a ellos, su corazón esté listo para recibirlo. Pueden discernir el Espíritu del Señor de cualquier otro espíritu, pues Él susurrará paz y gozo a su alma y les quitará del corazón toda malicia, odio, envidia, contiendas y maldad; y todo su deseo será hacer el bien, fomentar la rectitud y edificar el reino de Dios. Diga a los hermanos que si siguen al Espíritu del Señor, les irá bien” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 103). Ruego que deseemos sinceramente y que invitemos debidamente al Espíritu Santo a nuestra vida diaria. Ruego también que cada uno de nosotros obedezca fielmente los mandamientos de Dios y que de verdad recibamos el Espíritu Santo. Prometo que las bendiciones que el profeta José Smith le describió a Brigham Young son pertinentes y que las puede lograr toda persona que escuche o lea este mensaje. Doy testimonio de la realidad viviente del Padre y del Hijo. Testifico que el Espíritu Santo es un revelador, un consolador y el maestro óptimo de quien debemos aprender. Y testifico que las bendiciones y los dones del Espíritu están en funcionamiento en la Iglesia de Jesucristo restaurada, verdadera y viviente en estos últimos días. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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El espíritu de revelación por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

El espíritu de revelación es real, puede funcionar, y de hecho funciona, en la vida de cada uno y en La Iglesia. Expreso gratitud por la inspiración que ha dirigido la selección del himno que vendrá después de mis palabras, “¿En el mundo he hecho bien?” (Himnos, Nº 141). Me doy por aludido. Los invito a considerar dos experiencias que la mayoría hemos tenido con la luz. La primera experiencia sucede cuando entramos en un cuarto oscuro y encendemos el interruptor de la luz. Recuerden cómo, en un instante, la habitación se llena de luz y hace que desaparezca la oscuridad. Lo que antes no se veía y era incierto, se vuelve claro y reconocible. Esta experiencia se caracteriza por el inmediato e intenso reconocimiento de la luz. La segunda experiencia tiene lugar al observar la noche transformarse en la mañana. ¿Recuerdan el lento y casi imperceptible aumento de luz en el horizonte? En comparación con el hecho de encender una luz en un cuarto oscuro, la luz del sol naciente no irrumpe de inmediato. Más bien, la intensidad de la luz aumenta de manera gradual y constante, y a la oscuridad de la noche la reemplaza el resplandor de la mañana. Finalmente, el sol se asoma por el horizonte, pero la evidencia visual de su inminente llegada se manifiesta horas antes de aparecer realmente sobre el horizonte. Esta experiencia se caracteriza por el discernimiento sutil y gradual de la luz. De esas dos experiencias comunes y corrientes con la luz podemos aprender mucho acerca del espíritu de revelación. Ruego que el Espíritu Santo nos inspire e instruya al centrar nuestra atención en el espíritu de revelación y en los métodos básicos mediante las cuales se recibe. El espíritu de revelación La revelación es la comunicación de Dios con Sus hijos en la tierra y es una de las grandes bendiciones relacionadas con el don y la compañía constante del Espíritu Santo. El profeta José Smith enseñó: “El Espíritu Santo es un revelador”, y “ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones” (Véase, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 139). El espíritu de revelación está al alcance de toda persona que, mediante la debida autoridad del sacerdocio, reciba las ordenanzas salvadoras del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y la imposición de manos para recibir el don del Espíritu Santo, y que actúe con fe para cumplir el mandato del sacerdocio que dice: “Recibe el Espíritu Santo”. Esta bendición no se limita a las autoridades que presiden la Iglesia, sino que le pertenece y debe estar en vigor en la vida de todo hombre, toda mujer y todo niño que alcanza la edad de responsabilidad y que entra en convenios sagrados. El deseo sincero y la dignidad invitan al espíritu de revelación a nuestra vida. José Smith y Oliver Cowdery adquirieron una valiosa experiencia con el espíritu de revelación al traducir el Libro de Mormón. Esos hermanos descubrieron que podían recibir el conocimiento que fuera necesario para llevar a cabo su obra si pedían con fe, con un corazón sincero, creyendo que recibirían. Con el tiempo, fueron comprendiendo cada vez más que el espíritu de revelación normalmente funciona como pensamientos y sentimientos que acuden a nuestra mente y corazón por el poder del Espíritu Santo. (Véase D. y C. 8:1–2; 100:5–8.) Como el Señor les mandó: “Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación; he aquí, es el espíritu mediante el cual 91

Moisés condujo a los hijos de Israel a través del Mar Rojo sobre tierra seca. Por tanto, éste es tu don; empéñate en él” (D. y C. 8:3–4). Hago hincapié en la frase “empéñate en él” en relación con el espíritu de revelación. En las Escrituras, con frecuencia se describe la influencia del Espíritu Santo como “una voz apacible y delicada” (1 Reyes 19:12; 1 Nefi 17:45; véase también 3 Nefi 11:3) y “una voz… de perfecta suavidad” (Helamán 5:30). A causa de que el Espíritu nos susurra tierna y delicadamente, es fácil comprender por qué debemos rechazar los medios de comunicación inapropiados, la pornografía y las substancias y conductas perjudiciales y adictivas. Esas herramientas del adversario pueden dañar y, con el tiempo, destruir nuestra capacidad para reconocer los sutiles mensajes de Dios por medio del poder de Su Espíritu, y responder a ellos. Cada uno de nosotros debe considerar seriamente y meditar con espíritu de oración cómo rechazar las tentaciones del diablo, y en rectitud “empeñarnos” en el espíritu de revelación en nuestra vida y en la de nuestra familia. Modelos de revelación Las revelaciones se transmiten de diversas maneras, entre ellas, por ejemplo, sueños, visiones, conversaciones con mensajeros celestiales e inspiración. Algunas revelaciones se reciben de forma inmediata e intensa, mientras que otras se reconocen de manera gradual y sutil. Las dos experiencias que describí relacionadas con la luz nos sirven para entender mejor estos dos modelos básicos de revelación. Una luz que se enciende en un cuarto oscuro es semejante a recibir un mensaje de Dios rápida y completamente, y todo de una vez. Muchos de nosotros hemos experimentado este modelo de revelación cuando se nos ha dado respuesta a nuestras oraciones sinceras o se nos ha proporcionado orientación o protección, de acuerdo con la voluntad y el tiempo de Dios. Las descripciones de este tipo de manifestaciones inmediatas e intensas se encuentran en las Escrituras, se relatan en la historia de la Iglesia y se manifiestan en nuestra propia vida. Efectivamente, estos poderosos milagros sí ocurren. Sin embargo, este modelo de revelación tiende a ser más infrecuente que común. El aumento gradual de la luz que irradia el sol naciente es semejante a recibir un mensaje de Dios “línea por línea, precepto por precepto” (2 Nefi 28:30). La mayoría de las veces, la revelación viene en pequeños incrementos a lo largo de cierto tiempo, y se concede de acuerdo con nuestro deseo, dignidad y preparación. De manera gradual y delicada, esas comunicaciones del Padre Celestial “[destilan] sobre [nuestra alma] como rocío del cielo” (D. y C. 121:45). Este modelo de revelación tiende a ser más común que infrecuente y es evidente en las experiencias de Nefi, cuando intentó diferentes métodos antes de lograr obtener de Labán las planchas de bronce (véase 1 Nefi 3– 4). Finalmente, fue guiado por el Espíritu a Jerusalén “sin saber de antemano lo que tendría que hacer” (1 Nefi 4:6). Él no aprendió a construir un barco con maestría singular todo al mismo tiempo; antes bien, el Señor le mostró a Nefi “de cuando en cuando la forma en que debía… trabajar los maderos del barco” (1 Nefi 18:1). Tanto la historia de la Iglesia como nuestra vida están colmadas de ejemplos del modelo del Señor para recibir revelación “línea por línea, precepto por precepto”. Por ejemplo, las verdades fundamentales del Evangelio restaurado no se le dieron a José Smith todas a la vez en la Arboleda Sagrada. Esos valiosos tesoros se revelaron según lo requirieron las circunstancias y en el momento propicio. El presidente Joseph F. Smith explicó cómo este modelo de revelación tuvo lugar en su vida: “En los años de mi juventud… con frecuencia iba y le pedía al Señor que me manifestara alguna cosa maravillosa, a fin de recibir un testimonio. Pero el Señor no me concedió milagros sino que me mostró la verdad, línea por línea… hasta que me hizo saber la verdad desde el tope de la cabeza hasta la planta de los pies, y hasta que se borraron completamente de mí las dudas y el temor. No fue necesario que enviara a un ángel de los cielos para hacerlo, ni tuvo que hablar con la trompeta de un arcángel; sino que, mediante el susurro de la voz apacible y delicada del Espíritu del Dios viviente, me dio el testimonio que poseo. Es por medio de ese principio y de ese poder que dará a todos los hijos de 92

los hombres un conocimiento de la verdad que permanecerá con ellos y los hará conocer la verdad como Dios la conoce y cumplir con la voluntad del Padre como lo hace Cristo. Ningún número de manifestaciones maravillosas podrá jamás lograr eso” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, págs. 287–288). Los miembros de la Iglesia tenemos la tendencia a recalcar tanto las maravillosas y dramáticas manifestaciones espirituales, que tal vez no apreciemos, y hasta pasemos por alto, el modelo común por medio del cual el Espíritu Santo lleva a cabo Su obra. La misma “sencillez de la manera” (1 Nefi 17:41) de recibir impresiones espirituales pequeñas y graduales que con el tiempo y en su totalidad constituyan la respuesta deseada o la guía que necesitemos, tal vez nos haga “traspasar lo señalado” (Jacob 4:14). He conversado con muchas personas que dudan de la fortaleza de su testimonio personal y subestiman su capacidad espiritual porque no reciben impresiones frecuentes, milagrosas ni intensas. Quizás al considerar las experiencias que tuvo José en la Arboleda Sagrada, las de Saulo en el camino a Damasco y las de Alma hijo, llegamos a pensar que algo está mal con nosotros o nos falta si no tenemos esos ejemplos conocidos y espiritualmente sorprendentes. Si ustedes han tenido pensamientos o dudas similares, sepan que es algo muy normal; simplemente sigan adelante con obediencia y fe en el Salvador. Si lo hacen, “no podr[án] errar” (D. y C. 80:3). El presidente Joseph F. Smith aconsejó: “Muéstrenme Santos de los Últimos Días que tienen que nutrirse con milagros, señales y visiones a fin de conservarse firmes en la Iglesia, y les mostraré miembros… que no son rectos ante Dios y que andan por caminos resbaladizos. No es por manifestaciones milagrosas dadas a nosotros que seremos establecidos en la verdad, sino mediante la humildad y la fiel obediencia a los mandamientos y leyes de Dios” (Doctrina y Convenios, Manual para el alumno de instituto, Religión 324–325, 1985, pág. 351). Otra experiencia común con la luz nos ayuda a aprender una verdad adicional sobre el modelo de revelación de “línea por línea, precepto por precepto”. A veces el sol se levanta en una mañana nublada o brumosa; debido a la nubosidad, percibir la luz es más difícil, y no es posible determinar el momento preciso en el que el sol se levanta sobre el horizonte; no obstante, en esas mañanas tenemos suficiente luz para reconocer un nuevo día y llevar a cabo nuestras tareas. De manera similar, muchas veces recibimos revelación sin reconocer exactamente cómo o cuándo la estamos recibiendo. Este principio lo ilustra un importante episodio de la historia de la Iglesia. En la primavera de 1829, Oliver Cowdery era maestro en Palmyra, Nueva York. Al enterarse de José Smith y de la obra de traducción del Libro de Mormón, sintió la impresión de ofrecer su ayuda al joven profeta. Por consiguiente, viajó a Harmony, Pensilvania, y se convirtió en el escriba de José. El momento de su llegada y la ayuda que proporcionó fueron de suma importancia para que el Libro de Mormón saliera a luz. Posteriormente, el Salvador le reveló a Oliver que las veces que había orado para recibir guía, había recibido instrucción del Espíritu del Señor. “De lo contrario”, declaró el Señor, “no habrías llegado al lugar donde ahora estás. He aquí, tú sabes que me has preguntado y yo te iluminé la mente; y ahora te digo estas cosas para que sepas que te ha iluminado el Espíritu de verdad” (D. y C. 6:14–15). Por lo tanto, Oliver recibió una revelación mediante el profeta José Smith en la que se le informaba que había estado recibiendo revelación. Aparentemente, Oliver no había reconocido ni cómo ni cuándo había estado recibiendo orientación de Dios y necesitaba esa instrucción para aumentar su conocimiento del espíritu de revelación. De hecho, Oliver había estado caminando en la luz como cuando el sol se levanta en una mañana nublada. En muchas de las incertidumbres y los desafíos que afrontamos en nuestra vida, Dios nos pide que hagamos lo mejor posible, que actuemos y no que se actúe sobre nosotros (2 Nefi 2:26), y que confiemos en Él. Quizás no veamos ángeles, no escuchemos voces celestiales ni recibamos impresiones espirituales sorprendentes. Tal vez con 93

frecuencia sigamos adelante con esperanza y oración —pero sin absoluta seguridad— de que estamos actuando de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero a medida que honremos nuestros convenios y guardemos los mandamientos, al esforzarnos con más constancia por hacer lo bueno y ser mejores, podemos andar con la confianza de que Dios guiará nuestros pasos. Podemos hablar con la certeza de que Dios inspirará nuestras palabras. Esto es, en parte, el significado del pasaje que dice: “…entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45). A medida que procuren y apliquen de manera apropiada el espíritu de revelación, les prometo que “camin[arán] a la luz de Jehová” (Isaías 2:5; 2 Nefi 12:5). A veces el espíritu de revelación actuará de manera inmediata e intensa; otras, de manera sutil y gradual, y con frecuencia de forma tan delicada que tal vez no lo reconozcamos conscientemente; pero sin importar el modelo mediante el cual se reciba esa bendición, la luz que proporciona iluminará y ensanchará su alma, iluminará su entendimiento (véase Alma 5:7; 32:28), y los dirigirá y los protegerá a ustedes y a su familia. Declaro mi testimonio apostólico de que el Padre y el Hijo viven. El espíritu de revelación es real, puede funcionar, y de hecho funciona, en la vida de cada uno y en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Testifico de estas verdades en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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El corazón de los hijos se volverá David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

Invito a los jóvenes de la Iglesia a aprender sobre el espíritu de Elías y a experimentarlo.

A medida que estudiamos, aprendemos y vivimos el evangelio de Jesucristo, la secuencia es a menudo instructiva. Consideren, por ejemplo, las lecciones sobre las prioridades espirituales que aprendemos del orden en que ocurrieron los principales acontecimientos cuando la plenitud del evangelio del Salvador se restauró en estos últimos días. En la Arboleda Sagrada, José Smith vio al Padre Eterno y a Jesucristo y habló con Ellos. Entre otras cosas, José se enteró de la verdadera naturaleza de la Trinidad y de la revelación continua. Esa majestuosa visión dio paso a “la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10) y constituye uno de los acontecimientos más importantes de la historia del mundo. Aproximadamente tres años después, la noche del 21 de septiembre de 1823, en respuesta a una ferviente oración, la habitación de José se llenó de luz hasta que “quedó más iluminada que al mediodía” (José Smith—Historia 1:30). Un personaje se apareció al lado de su cama, llamó al muchacho por su nombre y declaró “que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni” (versículo 33); él instruyó a José en cuanto a la salida a la luz del Libro de Mormón, y después citó del libro de Malaquías, del Antiguo Testamento, con una ligera variación en las palabras que se utilizaron en la versión del rey Santiago: “He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por medio de Elías el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor. “…Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada a su venida” (versículos 38 y 39). Las instrucciones que Moroni dio al joven profeta comprendían, a final de cuentas, dos temas principales: (1) el Libro de Mormón y (2) las palabras de Malaquías que predecían la función que tendría Elías el Profeta en la Restauración “de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempos antiguos” (Hechos 3:21). Por consiguiente, los acontecimientos introductorios de la Restauración revelaron un entendimiento correcto de la Trinidad, recalcaron la importancia del Libro de Mormón y previeron la obra de salvación y exaltación tanto de los vivos como de los muertos. Esa secuencia inspiradora es instructiva en cuanto a los asuntos espirituales que son de suprema prioridad para la Deidad. Mi mensaje se centra en el ministerio y el espíritu de Elías predichos por Moroni en las instrucciones iniciales que le dio a José Smith. Ruego sinceramente por la ayuda del Espíritu Santo. El ministerio de Elías el Profeta Elías era un profeta del Antiguo Testamento por medio de quien se efectuaron poderosos milagros. Él selló los cielos y no llovió en el antiguo Israel durante tres años y medio; multiplicó la harina y el aceite de una viuda; levantó a un joven de los muertos e hizo descender fuego del cielo en un reto a los profetas de Baal. (Véase 1 Reyes 17–18.) Al concluir el ministerio terrenal de Elías el Profeta, “subió al cielo en un torbellino” (2 Reyes 2:11) y fue trasladado. 95

“De las revelaciones de los últimos días, aprendemos que Elías el Profeta poseía el poder sellador del Sacerdocio de Melquisedec, y que fue el último profeta que lo poseyó antes de la época de Jesucristo” (Bible Dictionary, “Elijah”). El profeta José Smith explicó: “El espíritu, poder y llamamiento de Elías el Profeta es que ustedes tengan la autoridad de poseer las llaves de la… plenitud del Sacerdocio de Melquisedec… y de… obtener… todas las ordenanzas que pertenecen al reino de Dios” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 329; cursiva agregada). Esa sagrada autoridad para sellar es esencial a fin de que las ordenanzas del sacerdocio sean válidas y vinculantes, tanto en la tierra como en el cielo. Elías el Profeta se apareció con Moisés en el Monte de la Transfiguración (véase Mateo 17:3) y confirió esa autoridad sobre Pedro, Santiago y Juan. Se apareció nuevamente con Moisés y otros el 3 de abril de 1836 en el Templo de Kirtland y confirió las mismas llaves a José Smith y a Oliver Cowdery. En las Escrituras se registra que Elías el Profeta se presentó ante José y Oliver y dijo: “He aquí, ha llegado plenamente el tiempo del cual se habló por boca de Malaquías, testificando que él [Elías el profeta] sería enviado antes que viniera el día grande y terrible del Señor, “para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, para que el mundo entero no fuera herido con una maldición. “Por tanto, se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación; y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca, sí, a las puertas” (D. y C. 110:14–16). La restauración de la autoridad de sellamiento por medio de Elías el Profeta en 1836 fue necesaria para preparar al mundo para la segunda venida del Salvador, e inició un mayor interés mundial en la investigación de historia familiar. El espíritu y la obra de Elías el Profeta El profeta José Smith declaró: “La responsabilidad mayor que Dios ha puesto sobre nosotros en este mundo es ocuparnos de nuestros muertos… porque es necesario que el poder de sellar esté en nuestras manos a fin de sellar a nuestros hijos y nuestros muertos para la plenitud de la dispensación de los tiempos, una dispensación en la que se han de cumplir las promesas que Jesucristo hizo para la salvación del hombre… De ahí que, dijo Dios: ‘Yo os envío el profeta Elías’” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 507). José explicó además: “Pero, ¿cuál es el objeto de [la venida de Elías el Profeta]? ¿O cómo se va a cumplir? Las llaves habrán de entregarse, el espíritu de Elías habrá de venir, el Evangelio habrá de establecerse, los santos de Dios habrán de ser congregados, Sión habrá de ser edificada y los santos habrán de subir como salvadores al monte Sión [véase Abdías 1:21]. “Pero, ¿cómo van a llegar a ser salvadores en el monte Sión? Edificando sus templos… y yendo a recibir todas las ordenanzas… en bien de todos sus antepasados que han muerto…; y en esto consiste la cadena que une el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, lo cual cumple la misión de Elías el Profeta” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, págs. 504–505). El élder Russell M. Nelson ha enseñado que el espíritu de Elías es “una manifestación del Espíritu Santo que da testimonio de la naturaleza divina de la familia” (“Un nuevo tiempo para la cosecha”, Liahona, julio de 1998, pág. 36). Esa singular influencia del Espíritu Santo impulsa a las personas a buscar los datos, documentar y valorar a sus antepasados y parientes, tanto pasados como presentes. 96

El espíritu de Elías surte su efecto tanto en las personas que son miembros de la Iglesia como en las que no lo son. Sin embargo, como miembros de la Iglesia restaurada de Cristo, tenemos la responsabilidad, adquirida por convenio, de buscar a nuestros antepasados y proporcionarles las ordenanzas salvadoras del Evangelio. “…ellos no [son] perfeccionados sin nosotros” (Hebreos 11:40; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 507). Ni “tampoco podemos nosotros ser perfeccionados sin nuestros muertos” (D. y C. 128:15). Por esas razones investigamos nuestra historia familiar, edificamos templos y efectuamos ordenanzas vicarias. Por esas razones se envió a Elías el Profeta para restaurar la autoridad para sellar que ata en la tierra y en el cielo. Nosotros somos los agentes del Señor en la obra de salvación y exaltación que evitará “que el mundo entero [sea] herido con una maldición” (D. y C. 110:15) cuando Él vuelva de nuevo. Ése es nuestro deber y nuestra gran bendición. Una invitación a la nueva generación Ahora solicito la atención de las mujeres y los hombres jóvenes y los niños de la nueva generación mientras recalco la importancia actual del espíritu de Elías en nuestra vida. Mi mensaje va dirigido a toda la Iglesia en general, pero a ustedes en particular. Muchos de ustedes tal vez piensen que la obra de historia familiar la lleva a cabo principalmente la gente mayor. Sin embargo, no tengo conocimiento de que en las Escrituras o en las pautas que emiten los líderes de la Iglesia haya alguna restricción en cuanto a la edad que limite este importante servicio a los adultos mayores. Ustedes son hijos e hijas de Dios, hijos del convenio y edificadores del reino. No tienen que esperar hasta tener una edad determinada para cumplir con su responsabilidad de colaborar en la obra de salvación a favor de la familia humana. Hoy en día, el Señor ha puesto a nuestra disposición extraordinarios recursos que les permiten aprender y amar obra a la que infunde vigor el espíritu de Elías. Por ejemplo, FamilySearch es una colección de registros, recursos y servicios que se pueden acceder fácilmente con computadoras personales y diversos dispositivos de mano, diseñados para ayudar a la gente a descubrir y documentar su historia familiar. Esos recursos también están disponibles en los centros de historia familiar ubicados en muchos edificios de la Iglesia por todo el mundo. No es una coincidencia que FamilySearch y otros recursos hayan salido a la luz en una época en la que los jóvenes estén tan familiarizados con una gran variedad de tecnologías de la información y la comunicación. Ustedes tienen los dedos amaestrados para textear y twitear para acelerar y adelantar la obra del Señor, y no sólo para comunicarse rápidamente con sus amigos. Las destrezas y la aptitud que se manifiestan entre muchos jóvenes actualmente son una preparación para contribuir a la obra de salvación. Invito a las jóvenes de la Iglesia a aprender sobre el espíritu de Elías y a experimentarlo. Los aliento para que estudien, para que busquen a sus antepasados y se preparen para efectuar bautismos vicarios en la casa del Señor por sus propios familiares fallecidos (véase D. y C. 124:28–36). Y los exhorto a ayudar a otras personas a buscar sus datos de historia familiar. Si responden con fe a esta invitación, el corazón de ustedes se volverá a los padres. Las promesas que se hicieron a Abraham, Isaac y Jacob se arraigarán en su corazón. Sus bendiciones patriarcales, en las que se declara el linaje, los unirá a esos padres y cobrarán mayor significado para ustedes. El amor y la gratitud que sienten hacia sus antepasados aumentará. Su testimonio del Salvador y su conversión a Él serán profundos y perdurables. Y les prometo que serán protegidos contra la creciente influencia del adversario. A medida que participen en esta obra sagrada y lleguen a amarla, serán protegidos en su juventud y durante su vida. Padres y líderes, por favor ayuden a sus hijos y a la juventud a saber en cuanto al espíritu de Elías, y a sentirlo. Pero no hagan esa labor demasiado rígida o formal ni brinden demasiada información o capacitación detallada. Inviten a 97

los jóvenes a explorar, a experimentar y a aprender por sí mismos (véase José Smith—Historia 1:20). Cualquier joven puede hacer lo que estoy sugiriendo mediante los módulos disponibles en lds.org/familyhistoryyouth. Las presidencias de los quórumes del Sacerdocio Aarónico y de las clases de las Mujeres Jóvenes pueden desempeñar una importante función al ayudar a todos los jóvenes a familiarizarse con esos recursos básicos. Cada vez más, es necesario que los jóvenes aprendan y actúen y de ese modo reciban más luz y conocimiento por el poder del Espíritu Santo, y que no sólo sean estudiantes pasivos sobre quienes principalmente se actúe (véase 2 Nefi 2:26). Padres y líderes, se asombrarán al ver la rapidez con la que sus hijos y la juventud de la Iglesia se vuelven sumamente diestros con esos recursos. De hecho, ustedes aprenderán valiosas lecciones de los jóvenes sobre cómo utilizar esos recursos eficazmente. Los jóvenes pueden brindar mucha ayuda a las personas mayores que se sientan incómodas o intimidadas por la tecnología o que no están familiarizadas con FamilySearch. Ustedes también contarán sus muchas bendiciones cuando los jóvenes dediquen más tiempo a la obra de historia familiar y a prestar servicio en el templo y menos tiempo en videojuegos, navegando por internet y en Facebook. Troy Jackson, Jaren Hope y Andrew Allan son poseedores del Sacerdocio Aarónico que fueron llamados por un obispo inspirado para enseñar en equipo una clase de historia familiar en el barrio. Esos jóvenes representan a muchos de ustedes en su afán por aprender y deseo de servir. Troy dijo: “Solía ir a la iglesia y simplemente me sentaba allí, pero ahora me doy cuenta de que tengo que ir a casa y hacer algo. Todos podemos hacer historia familiar”. Jaren informa que a medida que aprendía más sobre historia familiar, se dio cuenta “de que esos no eran sólo nombres, sino personas reales. Me emocionaba más y más llevar esos nombres al templo”. Y Andrew comentó: “Me he interesado en la historia familiar con un amor y un vigor que no sabía que tenía. Cuando me preparaba cada semana para enseñar, a veces sentía la impresión del Santo Espíritu de actuar y poner en práctica algunos de los métodos que se enseñaban en la lección. La historia familiar antes me asustaba, pero con la ayuda del Espíritu pude cumplir con mi llamamiento y ayudar a mucha gente del barrio”. Mis amados jóvenes hermanos y hermanas, la historia familiar no es tan sólo un programa o una actividad interesante auspiciada por la Iglesia; más bien, es una parte vital de la obra de salvación y exaltación. Ustedes han sido preparados para esta época y para edificar el reino de Dios. Se encuentran hoy día en la tierra para colaborar con esta gloriosa obra. Testifico que Elías el Profeta regresó a la tierra y restauró la sagrada autoridad para sellar. Testifico que lo que se ata en la tierra se puede atar en el cielo. Y sé que los jóvenes de la nueva generación desempeñan una función vital en esta gran empresa. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Velando… con toda perseverancia Por el élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles

Un sistema espiritual y precoz de advertencia… puede ayudar a los padres de Sión a velar y a discernir con respecto a sus hijos. Hace poco iba manejando mi auto mientras las gotas de una tormenta empezaban a caer sobre el parabrisas. Al lado del camino, en una señal electrónica aparecía una oportuna advertencia: “Carretera resbaladiza adelante”. La superficie por la que conducía parecía bastante segura, pero esa vital información me permitió prepararme para un posible peligro que no esperaba y que aún no veía. Al proseguir hacia mi destino, reduje la velocidad y miré con atención por si había más señales de peligro. Las primeras señales de advertencia son evidentes en muchos aspectos de nuestra vida; por ejemplo, la fiebre puede ser el primer síntoma de una enfermedad o dolencia. Varios indicadores económicos y laborales del mercado se utilizan para pronosticar las futuras tendencias en la economía local y nacional y, según la región del mundo en la que vivamos, podemos recibir advertencias de inundaciones, avalanchas, huracanes, maremotos, tornados o tormentas invernales. También somos bendecidos con señales espirituales tempranas de advertencia como una fuente de protección y dirección en nuestra vida. Recuerden cómo Dios le advirtió a Noé de cosas aún no vistas, y éste “preparó el arca para que su casa se salvase” (Hebreos 11:7). A Lehi se le advirtió salir de Jerusalén y llevar a su familia al desierto porque la gente a quien él había declarado el arrepentimiento procuraba matarlo (véase 1 Nefi 2:1–2). El Salvador mismo fue protegido mediante una advertencia angelical: “…he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños a José, diciendo: Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y quédate allá hasta que yo te lo diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mateo 2:13). Consideren el lenguaje del Señor en la revelación conocida como la Palabra de Sabiduría: “Por motivo de las maldades y designios que existen y que existirán en el corazón de hombres conspiradores en los últimos días, os he amonestado y os prevengo, dándoos esta palabra de sabiduría por revelación” (D. y C. 89:4). Las advertencias espirituales deben conducir a una vigilancia más alerta. Ustedes y yo vivimos en “un día de amonestación” (D. y C. 63:58). Y debido a que se nos ha advertido y que se nos advertirá, debemos estar, como el apóstol Pablo amonestó: “velando… con toda perseverancia” (Efesios 6:18). Ruego la guía del Espíritu Santo al describir un sistema espiritual y precoz de advertencia que puede ayudar a los padres de Sión a velar y a discernir con respecto a sus hijos. Este sistema precoz de advertencia se aplica a los hijos de todas las edades y tiene tres componentes básicos: (1) leer el Libro de Mormón y hablar de él con los hijos, (2) dar testimonio espontáneamente de las verdades del Evangelio con los hijos e (3) invitar a los hijos como aprendices del Evangelio a actuar y a que no sólo se actúe sobre ellos. Los padres que hagan esas cosas fielmente serán bendecidos para reconocer las primeras señales del crecimiento espiritual de los hijos o de los desafíos que se tengan con ellos, y estar mejor preparados para recibir inspiración a fin de fortalecer y ayudar a esos hijos.

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Componente número 1: Leer el Libro de Mormón y hablar de él. El Libro de Mormón contiene la plenitud del evangelio del Salvador y es el único libro que el Señor mismo ha testificado que es verdadero (véase D. y C. 17:6; véase también Russell M. Nelson, “Un testimonio del Libro de Mormón”, Liahona, enero de 2000, pág. 84). De hecho, el Libro de Mormón es la piedra clave de nuestra religión. Los poderes del Libro de Mormón que convencen y convierten provienen tanto de un enfoque central en el Señor Jesucristo así como de la inspirada sencillez y claridad de sus enseñanzas. Nefi declaró: “Mi alma se deleita en la claridad para con mi pueblo, a fin de que aprenda” (2 Nefi 25:4). En este caso, el término “claridad” denota instrucción que es evidente y fácil de entender. El Libro de Mormón es el más correcto de todos los libros sobre la tierra porque se centra en la Verdad (véase Juan 14:6; 1 Nefi 13:40), o sea, Jesucristo, y restaura las cosas claras y preciosas que se han quitado del Evangelio verdadero (véase 1 Nefi 13:26, 28–29, 32, 34–35, 40). La combinación singular de esos dos factores —el enfocarse en el Salvador y la claridad de las enseñanzas— invita de manera convincente el testimonio confirmador del tercer miembro de la Trinidad, o sea, el Espíritu Santo. Por consiguiente, el Libro de Mormón se dirige al espíritu y al corazón del lector como ningún otro tomo de Escritura lo hace. El profeta José Smith enseñó que el obedecer los preceptos que se encuentran en el Libro de Mormón nos serviría para “acercar[nos] más a Dios” que cualquier otro libro (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 67). El leer el Libro de Mormón con regularidad y hablar en cuanto a él invita al poder para resistir la tentación y producir sentimientos de amor dentro de nuestras familias. Los análisis acerca de las doctrinas y los principios del Libro de Mormón proporcionan oportunidades para que los padres observen a sus hijos, los escuchen, aprendan de ellos y les enseñen. Los jóvenes de todas las edades, incluso los bebés, pueden responder al espíritu característico del Libro de Mormón, y lo hacen. Los niños quizá no entiendan todas las palabras y los relatos, pero ciertamente pueden sentir la clase de espíritu que describió Isaías (véase Isaías 29:4; véase también 2 Nefi 26:16). Las preguntas que haga el niño, las observaciones que el niño comparta y las conversaciones que surjan proporcionan las primeras señales de advertencia que serán cruciales. Y lo que es más importante, tales conversaciones pueden ayudar a los padres a discernir lo que sus hijos estén aprendiendo, pensando y sintiendo acerca de las verdades que encierra este sagrado tomo de Escritura, así como las dificultades que puedan estar afrontando. Componente número 2: Dar testimonio espontáneamente El testimonio es un conocimiento personal, basado en la atestiguación del Espíritu Santo, de que ciertos hechos de importancia eterna son verdaderos. El Espíritu Santo es el mensajero del Padre y del Hijo y el maestro de toda verdad y el que guía a ella (véase Juan 14:26; 16:13). Por lo tanto, “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5). El conocimiento y la convicción espiritual que recibimos del Espíritu Santo son el resultado de la revelación. Para buscar y obtener esas bendiciones se requiere un corazón sincero, verdadera intención y fe en Cristo (véase Moroni 10:4). El testimonio personal también implica responsabilidad y el dar cuenta de ella. Los padres deben velar y estar espiritualmente atentos a las oportunidades que ocurran espontáneamente para dar testimonio a sus hijos. Esas ocasiones no tienen que programarse, planearse ni dirigirse con un guión. De hecho, cuanto menos estructurada sea la ocasión para compartir tales testimonios, mayor será la probabilidad para edificar y lograr un impacto perdurable. “Ni os preocupéis tampoco de antemano por lo que habéis de decir; mas atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y os será dado en la hora precisa la porción que le será medida a cada hombre” (D. y C. 84:85). 100

Por ejemplo, una conversación familiar que se lleve a cabo de manera natural durante la cena puede ser el marco perfecto para que uno de los padres hable de las bendiciones específicas que recibió durante el curso de actividades relativamente cotidianas, y que testifique de ellas. Y un testimonio no siempre tiene que empezar con la frase: “Les doy mi testimonio”. Nuestro testimonio se puede declarar de forma tan sencilla como “Sé que hoy fui bendecido con inspiración en el trabajo” o “La verdad de este pasaje de las Escrituras siempre ha sido una poderosa fuente de guía para mí”. Oportunidades similares para compartir el testimonio también pueden surgir al viajar juntos en el auto o en el autobús o en diversas situaciones. Las reacciones de los hijos a ese testimonio espontáneo y su entusiasmo o renuencia a participar son fuentes poderosas de señales precoces de advertencia. La expresión de un hijo sobre una lección que aprendió en el estudio familiar de las Escrituras o una declaración franca de preocupación sobre un principio o práctica del Evangelio puede ser sumamente esclarecedor y ayudar a los padres a entender mejor la pregunta o las necesidades específica del hijo. Esas conversaciones —especialmente si los padres están tan ansiosos de escuchar como de hablar— pueden fomentar un ambiente de apoyo y de seguridad en el hogar y alentar la comunicación continua sobre temas difíciles. Componente número 3: Invitar a los hijos a actuar En la gran división de todas las creaciones de Dios, hay “cosas que actúan… [y] aquéllas sobre las cuales se actúa” (2 Nefi 2:14). Como hijos de nuestro Padre Celestial, hemos sido bendecidos con el don del albedrío moral, la capacidad y el poder de actuar en forma independiente. Dotados de albedrío, somos agentes, y principalmente, hemos de actuar y no que se actúe sobre nosotros, especialmente al “[buscar] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118). Como aprendices del Evangelio, debemos ser “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22). Nuestro corazón se abre a la influencia del Espíritu Santo si ejercemos debidamente el albedrío y actuamos de acuerdo con principios correctos; y por medio de ello invitamos Su enseñanza y Su poder testificativo. Los padres tienen la sagrada responsabilidad de ayudar a los hijos a actuar y a buscar conocimiento por medio de la fe; y un hijo nunca es demasiado pequeño para tomar parte en este modelo de aprendizaje. Si al hombre se le da un pescado, le da de comer una vez; si al hombre se le enseña a pescar, lo alimentará toda la vida. Como padres e instructores del Evangelio, ustedes y yo no estamos en el negocio de distribuir pescados; más bien, nuestra obra es ayudar a nuestros hijos a aprender a “pescar” y a llegar a ser espiritualmente firmes. Ese objetivo vital se logra mejor al animar a nuestros hijos a actuar de acuerdo con principios correctos, al ayudarlos a aprender por medio de la acción. “El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo” (Juan 7:17). Tal aprendizaje requiere un esfuerzo espiritual, mental y físico y no sólo una recepción pasiva. Invitar a los hijos como aprendices del Evangelio a actuar y a que no simplemente se actúe sobre ellos se lleva a cabo al leer y al hablar sobre el Libro de Mormón y al testificar espontáneamente en el hogar. Imagínense, por ejemplo, una noche de hogar en la que se invita y se espera que los hijos vayan preparados para hacer preguntas acerca de lo que leen y aprenden del Libro de Mormón o sobre un tema que recientemente se haya recalcado en una conversación sobre el Evangelio o testificado espontáneamente en el hogar. E imagínense, además, que los hijos hagan preguntas que los padres no estén adecuadamente preparados para contestar. Algunos padres quizás sientan algo de aprensión hacia ese método poco estructurado de la noche de hogar. Pero las mejores noches de hogar no son necesariamente el producto de paquetes preparados de antemano, comprados o bajados de internet con bosquejos y ayudas visuales. Qué oportunidad tan gloriosa para que los miembros de la familia escudriñen juntos las Escrituras, busquen conocimiento por el estudio y por la fe y reciban instrucción del Espíritu Santo. “…porque el predicador no era de más estima que el oyente, ni el maestro era mejor que el discípulo… y todos trabajaban, todo hombre según su fuerza” (Alma 1:26). 101

¿Estamos ustedes y yo ayudando a nuestros hijos a ser agentes que actúan y que buscan conocimiento tanto por el estudio como por la fe, o hemos capacitado a nuestros hijos a que esperen para que se les enseñe y se actúe sobre ellos? Como padres, ¿estamos dando de comer principalmente a nuestros hijos el equivalente de pescado espiritual, o estamos constantemente ayudándolos a actuar, a aprender por sí mismos y a permanecer firmes e inmutables? ¿Estamos ayudando a nuestros hijos a estar anhelosamente consagrados en pedir, buscar y llamar? (Véase 3 Nefi 14:7.) El entendimiento espiritual con el que ustedes y yo hemos sido bendecidos, y cuya veracidad se ha confirmado en nuestro corazón, no se puede simplemente dar a nuestros hijos. El precio de la diligencia y del aprendizaje tanto por el estudio como por la fe se debe pagar para obtener y personalmente “poseer” tal conocimiento. Sólo de esa manera lo que se sabe en la mente también se podrá sentir en el corazón. Sólo de esa manera un hijo dejará de depender del conocimiento y de las experiencias espirituales de los padres y adultos y reclamar esas bendiciones para sí mismo. Sólo de esa manera nuestros hijos podrán estar espiritualmente preparados para los desafíos de la vida mortal. Promesa y testimonio Testifico que los padres que constantemente lean el Libro de Mormón y hablen de él con sus hijos, que compartan su testimonio de manera espontánea con ellos y que los inviten, como aprendices del Evangelio, a actuar y a que no sólo se actúe sobre ellos, serán bendecidos con ojos que vean lejos (véase Moisés 6:27) y con oídos que oigan el sonido de la trompeta (véase Ezequiel 33:2–16). El discernimiento y la inspiración espirituales que ustedes recibirán de la combinación de estos tres hábitos santos les permitirán ser como atalayas en la torre para su familia, “velando… con toda perseverancia” (Efesios 6:18), para bendición de su familia y de su futura posteridad. Se lo prometo y testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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Una reserva de agua viva Élder David A. Bednar Del Quórum de los Doce Apóstoles Charla Fogonera del SEI para Jóvenes Adultos • 4 de febrero de 2007 Universidad Brigham Young

Mi esposa y yo estamos agradecidos de estar aquí esta noche. Al viajar por el mundo, apreciamos las oportunidades de reunirnos con jóvenes fieles como ustedes y de aprender de ustedes. Esta noche pido la ayuda del Espíritu Santo mientras adoramos juntos y buscamos unidos recibir enseñanzas de lo alto (véase D. y C. 43:16). Quiero comenzar con una pregunta sencilla. ¿Cuál es la sustancia o el artículo más valioso del mundo? Inicialmente podríamos pensar que el oro, el petróleo o los diamantes tienen el mayor valor, pero de todos los minerales, metales, joyas y disolventes de la tierra, la sustancia más valiosa es el agua. La vida brota del agua y el agua sostiene la vida. El agua es el medio requerido para realizar las diversas funciones relacionadas con todas las formas de vida conocidas. Las dos terceras partes del cuerpo son agua. Una persona puede sobrevivir muchos días, incluso semanas, sin alimento, pero usualmente morirá en sólo tres o cuatro días sin agua. La mayor parte de los grandes centros de población están situados cerca de fuentes de agua fresca. En pocas palabras, la vida no podría existir sin el acceso a una cantidad suficiente de agua pura. Agua viva Dado el papel vital del agua para sostener toda forma de vida, el uso que hace el Salvador de la frase “agua viva” tiene suprema importancia. Tal como se describe en el capítulo cuatro de Juan, Jesús y Sus discípulos pasaron por Samaria al viajar de Judea a Galilea. En la ciudad de Sicar se detuvieron junto al pozo de Jacob. “Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. “Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. “Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. “La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?... “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:7–11, 13–14). El agua viva a la que se refiere este episodio es una representación del Señor Jesucristo y Su evangelio. Y así como el agua es necesaria para sostener la vida física, también el Salvador, Su doctrina, sus principios y ordenanzas son esenciales para la vida eterna. Necesitamos diariamente su agua viva en grandes cantidades para sostener nuestro crecimiento y desarrollo espiritual.

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Las Escrituras son una reserva de agua viva Las Escrituras contienen las palabras de Cristo y son una reserva de agua viva a la que tenemos fácil acceso y de la que podemos beber profundamente. Debemos acudir a Cristo y venir a Él, quien es “la fuente de aguas vivas” (1 Nefi 11:25; compárese con Éter 8:26; 12:28) al leer (véase Mosíah 1:5), estudiar (véase D. y C. 26:1), escudriñar (véase Juan 5:39; Alma 17:2), y deleitarnos (véase 2 Nefi 32:3) en las palabras de Cristo contenidas en las Santas Escrituras. Al hacerlo, podemos recibir guía y protección espiritual durante nuestra jornada mortal. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene la mayordomía sagrada de preservar y proteger la pureza de las revelaciones escritas (véase D. y C. 42:56)—la preciosa reserva de agua viva. La Iglesia completó una obra monumental en las décadas de los setenta y ochenta al producir la edición de las Escrituras que disfrutamos hoy con notas al pie de página, referencias correlacionadas y ayudas para el estudio, mapas e información adicional. Cuando se presentaron por vez primera las Escrituras actualizadas a los miembros de la Iglesia a principios de la década de 1980, el élder Boyd K. Packer profetizó: “Con el paso de los años, estas Escrituras producirán generaciones sucesivas de cristianos fieles que conocen al Señor Jesucristo y están dispuestos a obedecer Su voluntad. “La generación mayor se ha criado sin ellas, pero otra generación está creciendo” (En Conference Report, octubre de 1982, o “Scriptures”, Ensign, noviembre de 1982, pág. 53). Han pasado veinticuatro años desde que el élder Packer pronunció esas palabras, y la generación a la que se refería está sentada esta noche en edificios de la Iglesia en todo el mundo. Estaba hablando de ustedes y de mí. La gran mayoría de ustedes sólo ha conocido las Escrituras como las tenemos hoy. Tengan en mente ese hecho mientras les sigo citando las palabras del élder Packer. “Las revelaciones les serán abiertas como no ha pasado en la historia del mundo. Ahora se han colocado en sus manos los palos de José y de Judá. Profundizarán en el Evangelio más allá de lo que pudieron haberlo logrado sus antepasados. Tendrán el testimonio de que Jesús es el Cristo y tendrán la capacidad para proclamarlo y defenderlo” (“Scriptures”, Ensign, noviembre de 1982, pág. 53). No sólo somos bendecidos por tener estas Escrituras tan a la mano en la actualidad, sino que también tenemos la responsabilidad de usarlas de manera regular y eficaz y de beber profundamente de la reserva de agua viva. Creo que esta generación de jóvenes está más sumergida en las Escrituras, conoce más a fondo las palabras de los profetas, y es más propensa a acudir a las revelaciones en busca de respuestas que cualquier generación pasada, pero tenemos una gran distancia que cubrir en el sendero estrecho y angosto— más que aprender, más que aplicar y más que experimentar. Cómo obtener agua viva de la reserva de las Escrituras Ahora quiero revisar con ustedes tres métodos básicos para obtener agua viva de la reserva de las Escrituras: (1) leer las Escrituras de principio a fin, (2) estudiarlas por temas, y (3) escudriñarlas buscando conexiones, modelos y temas. Cada uno de estos métodos puede ayudar a satisfacer nuestra sed espiritual si invitamos la compañía y la ayuda del Espíritu Santo al leer, estudiar y escudriñar. El leer un libro de Escritura de principio a fin inicia el flujo del agua viva en nuestra vida al exponernos a relatos y doctrina del Evangelio importantes y a principios eternos. Este método también nos permite aprender acerca de los personajes principales de las Escrituras y la secuencia, el momento y el contexto de los acontecimientos y las

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enseñanzas. Al leer la palabra escrita de esta manera, nos exponemos a la amplitud de un tomo de Escritura. Ésta es la primera forma, y la más fundamental, de obtener agua viva. El estudiar por temas usualmente sigue a nuestra lectura de principio a fin, se deriva de ella y añade a ella. Por ejemplo, al leer el Libro de Mormón, quizás busquemos y localicemos respuestas a importantes preguntas prácticas y doctrinales como éstas: • ¿Qué es la fe en el Salvador? • ¿Por qué es la fe en Jesucristo el primer principio del Evangelio? • ¿Por qué y cómo nos lleva la fe en el Redentor al arrepentimiento? • ¿Cómo me fortalece la Expiación para hacer en mi vida diaria las cosas que nunca podría hacer con mi propia capacidad y fuerzas limitadas? El concentrarnos en esas preguntas y estudiar por temas, usando la Guía para el Estudio de las Escrituras, nos permite escudriñar y explorar la profundidad de las Escrituras y obtener un conocimiento espiritual mucho más abundante. Este método acelera el flujo del agua viva en nuestra vida. Tanto la lectura de principio a fin como el estudio por temas son requisitos previos para el tercer método básico de obtener agua viva de la reserva de las Escrituras. Aunque la lectura de principio a fin nos da una amplitud básica de conocimiento, el estudiar por temas aumenta la profundidad de nuestro conocimiento. El escudriñar las revelaciones buscando conexiones, modelos y temas incrementa nuestro conocimiento espiritual al unir y expandir esos primeros dos métodos; extiende nuestra perspectiva y nuestra comprensión del plan de salvación. A mi juicio, el escudriñar diligentemente para descubrir conexiones, modelos y temas es, en parte, lo que significa “deleitarse” en las palabras de Cristo. Este método puede abrir las compuertas de la reserva espiritual, iluminar nuestra comprensión mediante Su Espíritu y producir una profunda gratitud por las Santas Escrituras y un nivel de compromiso espiritual que no puede recibirse de otra manera. El escudriñar nos permite edificar sobre la roca de nuestro Redentor y resistir los vientos de la iniquidad en estos últimos días. Deseo recalcar un punto esencial. Podrían suponer que una persona necesita mucha educación formal para usar los métodos que les estoy describiendo, pero eso simplemente no es verdad. Cualquier persona que sinceramente busque la verdad, sin importar su preparación académica, puede tener éxito con estos métodos. No necesitamos ayudas sofisticadas para la enseñanza y no debemos depender extensamente del conocimiento espiritual de los demás; sólo necesitamos el deseo sincero de aprender, la compañía del Espíritu Santo, las Escrituras y una mente activa e inquisitiva. El profeta José Smith enseñó: “Escudriñad las Escrituras; escudriñad las revelaciones que publicamos y pedid a vuestro padre Celestial, en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que os manifieste la verdad; y si lo hacéis con el sólo fin de glorificarlo, no dudando nada, Él os responderá por el poder de su Santo Espíritu. Entonces podréis saber por vosotros mismos y no por otro. No tendréis entonces que depender del hombre para saber de Dios” (Enseñanzas del Profeta José Smith, 1976, pág. 7). Si pedimos, buscamos y llamamos (véase Mateo 7:7), conservándonos siempre dignos de aprender del Espíritu, entonces se nos abrirán las compuertas de la reserva espiritual y fluirá el agua viva. Testifico, declaro y prometo que esto es verdad. Permítanme explicar brevemente y dar ejemplos de lo que quiero decir con conexiones, modelos y temas.

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Conexiones Una conexión es una relación o un enlace entre conceptos, personas, cosas o acontecimientos, y las Escrituras están llenas de ellas. Consideren la relación entre el Padre Eterno y Su Hijo, Jesucristo (véase Mosíah 15:1-9), entre la misericordia y la gracia (véase 2 Nefi 9:8), entre las manos limpias y el corazón puro (véase Salmos 24:4), el corazón quebrantado y el espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20), el trigo y la cizaña (véase D. y C. 101:65), el conocimiento y la inteligencia (véase D. y C. 130:18-19), la justificación y la santificación (véase D. y C. 20:30-31), las ovejas y los cabritos (véase Mateo 25:32-33), la inmortalidad y la vida eterna (véase Moisés 1:39), y numerosos conceptos más. El localizar, aprender y meditar en esas conexiones con oración —por ejemplo, las similitudes y las diferencias— es una fuente primordial de agua viva y produce comprensión inspirada y tesoros de conocimiento escondidos. Al leer cada uno de los libros canónicos de principio a fin y al estudiar distintos temas, noté que la palabra comprensión se describía comúnmente con relación al corazón. Dos pasajes del Libro de Mormón ilustran esta conexión. “No habéis aplicado vuestros corazones para entender; por tanto, no habéis sido sabios” (Mosíah 12: 27, cursiva agregada). “Y la multitud oyó y da testimonio; y se abrieron sus corazones, y comprendieron en sus corazones las palabras que él oró” (3 Nefi 19: 33, cursiva agregada). Me es muy interesante que en estos y muchos otros pasajes esa comprensión está enlazada principalmente con el corazón. Nótese que no se nos aconseja explícitamente aplicar la mente para comprender. Obviamente debemos usar la mente y el razonamiento para obtener y evaluar información y para llegar a conclusiones y juicios correctos. Pero quizás las Escrituras nos estén sugiriendo que la razón y “el brazo de la carne” (D. y C. 1:19) no son suficiente para producir la verdadera comprensión, la cual, según el uso que se le da en las Escrituras, no se refiere únicamente ni primordialmente al intelecto ni a la comprensión cognitiva, sino que ocurre cuando lo que sabemos en la mente se confirma como verdadero en el corazón mediante el testimonio del Espíritu Santo. El don espiritual de la revelación normalmente opera en forma de pensamientos y sentimientos que el Espíritu Santo deposita en la mente y en el corazón (véase D. y C. 8:2-3; 100:5-8). Y al avanzar el testimonio y la convicción de la mente al corazón, ya no tenemos sólo información o conocimiento, sino comenzamos a comprender y a buscar el potente cambio de corazón. La comprensión, entonces, es el resultado de la revelación, un don espiritual, un requisito previo a la conversión, y nos insta a vivir con más constancia de acuerdo con los principios que aprendemos. Esta comprensión revelada acerca de la relación entre el corazón y la comprensión ha influido grandemente en mi método de aprendizaje y estudio del Evangelio, ha afectado de manera positiva la manera de enseñar a nuestros hijos y nietos, y ha tenido un impacto en el servicio que presto en el sacerdocio. Modelos Un modelo es un plan o una norma que puede usarse como guía para hacer o fabricar algo de manera repetitiva; y las Escrituras están llenas de modelos espirituales. Usualmente un modelo es más amplio y abarca más que una conexión. En Doctrina y Convenios encontramos modelos para predicar el Evangelio (véase D. y C. 50:13-29), para evitar ser engañados (véase D. y C. 52:14;18-19), para la construcción de templos (véase D. y C. 115:14-16), para establecer ciudades (véase D. y C. 94), para organizar los quórumes del sacerdocio (véase D. y C. 107:85-100) y los sumos consejos (véase D. y C. 102:12), y diversos propósitos más. El identificar y estudiar los modelos de las Escrituras es otra fuente importante de agua viva que nos ayuda a familiarizarnos más con la sabiduría y la voluntad del Señor (véase D. y C. 95:13). 106

Cuando he leído de principio a fin y también cuando he estudiado por temas en Doctrina y Convenios, me ha impresionado un modelo que queda evidente en muchas de las respuestas del Señor a las preguntas de los misioneros. En varias ocasiones en 1831, diversos grupos de élderes que habían sido llamados a predicar el Evangelio desearon saber cómo debían proceder, qué ruta seguir y qué medio de transporte usar. En las revelaciones dadas a través del profeta José Smith, el Señor respectivamente aconsejó a esos hermanos que podían viajar por agua o por tierra (véase D. y C. 61:22), que podían fabricar o comprar los vehículos necesarios (véase D. y C. 60:5), que podían viajar juntos o de dos en dos (véase D. y C. 62:5), y que podían de manera apropiada viajar en varias direcciones diferentes (véase D. y C. 80:3). Las revelaciones daban instrucciones específicas a los hermanos de tomar esas decisiones “según os parezca bien” (D. y C. 60:5; D. y C. 62:5) o “conforme a lo que... les sea manifestado, según su criterio” (D. y C. 61:22). Y en cada uno de esos casos, el Salvador declaró: “a mí me es igual” (D. y C. 60:5; D. y C. 61:22; D. y C. 62:5; D. y C. 63:40; D. y C. 80:3). Tal vez nos sorprenda esa declaración del Señor de que le es igual lo que hagamos en esas cosas. Claramente, el Señor no les decía a esos misioneros que no le importaba lo que ellos hicieran, sino que recalcaba la importancia de poner en primer término lo más importante y concentrarse en las cosas debidas, que en esos casos era llegar al campo de labor asignado e iniciar la obra. Debían ejercer la fe, usar el buen juicio, actuar de acuerdo con la guía del Espíritu y determinar la mejor forma de viajar a su asignación. Lo esencial era la obra que se les había llamado a realizar; la manera de llegar no era esencial. Qué modelo tan asombroso que podemos aplicar en nuestra vida. Jesucristo nos conoce y nos ama individualmente. Está interesado en nuestro desarrollo y progreso espiritual, y nos insta a crecer mediante el uso de nuestro juicio inspirado, recto y sabio. El Redentor nunca nos dejará solos. Siempre debemos orar pidiendo guía y dirección, y buscar la compañía constante del Espíritu Santo. Pero no debemos desmayar ni sentirnos desanimados si no recibimos rápidamente respuestas a nuestras peticiones de dirección o ayuda. Esas respuestas casi nunca llegan de una sola vez. Se impediría nuestro progreso y se debilitaría nuestro juicio si se nos diera toda respuesta inmediatamente y sin requerir el precio de la fe, el trabajo, el estudio y la persistencia. El modelo que estoy describiendo queda ilustrado brevemente en la siguiente instrucción a esos misioneros de antaño. “Yo, el Señor, estoy dispuesto, y si alguno de vosotros desea ir a caballo, o en mula, o por carro, recibirá esta bendición, si la recibe de mano del Señor con un corazón agradecido en todas las cosas. “Queda en vosotros hacer estas cosas según vuestro juicio y las indicaciones del Espíritu. “He aquí, el reino es vuestro; y estoy siempre con los fieles. Así sea. Amén” (D. y C. 62:7-9; cursiva agregada). Las cuestiones principales de este episodio no son los caballos, las mulas ni los carruajes, sino la gratitud, el juicio y la fidelidad. Sírvanse notar los elementos básicos de este modelo: (1) un corazón agradecido en todas las cosas; (2) según vuestro juicio y las indicaciones del Espíritu; y (3) el Salvador siempre está con los fieles. ¿Podemos comenzar a percibir la guía y la certeza, la renovación y la fortaleza que se pueden recibir al seguir este modelo sencillo para el juicio justo y recto? En verdad, los modelos de las Escrituras son una valiosa fuente de agua viva. Los juicios más difíciles que hacemos pocas veces son entre el bien y el mal o entre alternativas atractivas y no atractivas. Usualmente, las decisiones más difíciles son entre el bien y el bien. En este episodio de las Escrituras, los caballos, las mulas y los carruajes podrían haber sido opciones igualmente eficaces para viajar. De manera similar, ustedes y yo podríamos ubicar diferentes oportunidades u opciones aceptables que podríamos elegir. Debemos recordar este modelo de las Escrituras al tomar decisiones importantes. Si ponemos lo más importante en primer término en nuestra vida, como ser un discípulo dedicado, honrar los convenios y guardar los mandamientos,

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entonces seremos bendecidos con inspiración y buen juicio al avanzar por el sendero que nos conduce de regreso al hogar celestial. Si ponemos en primer lugar lo más importante, “no podre[mos] errar” (D. y C. 80:3). Temas Los temas son cualidades o conceptos que dominan, se repiten y unen, como hilos esenciales entretejidos en el texto. Generalmente, los temas de las Escrituras son más amplios y globales que los modelos o las conexiones; de hecho, proveen el entorno y el contexto para entender dichas conexiones y modelos. El proceso de buscar y determinar los temas de las Escrituras nos conduce a las doctrinas fundamentales y a los principios de salvación— a las verdades eternas que invitan el testimonio confirmador del Espíritu Santo (véase 1 Juan 5:6). Este método para obtener agua viva de la reserva de las Escrituras es el más exigente y riguroso, pero también rinde la máxima edificación y reanimación espiritual. Y las Escrituras están repletas de temas poderosos. Por ejemplo, el Libro de Mormón salió en esta dispensación para “convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones” (Portada del Libro de Mormón). El tema central y repetitivo del Libro de Mormón es la invitación a todos: “venid a Cristo, y perfeccionaos en él” (Moroni 10:32). Las enseñanzas, las advertencias, amonestaciones y episodios de este maravilloso libro de Escritura se centran en Jesús el Cristo y testifican de Él como nuestro Redentor y Salvador. Permítanme dar algunos ejemplos más de temas importantes, valiéndome de pasajes del Libro de Mormón. “...si los hijos de los hombres guardan los mandamientos de Dios, él los alimenta y los fortifica, y provee los medios por los cuales pueden cumplir lo que les ha mandado” (1 Nefi 17:3). “[Seguid] adelante con firmeza en Cristo” (2 Nefi 31:20). “Existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25). “Con la fuerza del Señor puedes hacer todas las cosas” (Alma 20:4). “La maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10). Si prometen no reírse, les contaré uno de los métodos sencillos que uso para buscar temas en las Escrituras. No recomiendo que ustedes usen el mismo método, porque cada cual usa métodos diferentes con el mismo resultado eficaz. Sencillamente describiré el proceso que funciona bien para mí. Al prepararme para un discurso reciente, sentí la impresión de hablar del espíritu y los propósitos del recogimiento. Había estado estudiando y meditando el mensaje reciente del élder Nelson (“El recogimiento del Israel disperso”, Liahona, noviembre de 2006, págs. 79–81) en la conferencia general sobre el principio del recogimiento, y el tema era perfectamente adecuado para la naturaleza de mi asignación (véase The Spirit and Purposes of Gathering, BYU–Idaho Devotional, 31 de octubre de 2006). Percibí que tenía mucho que aprender de las Escrituras acerca del tema, así que busqué y saqué copias de todos los pasajes en los libros canónicos con cualquier variación de la palabra “recoger”. Enseguida leí cada pasaje buscando conexiones, modelos y temas. Es importante notar que no comencé a leer buscando ciertas ideas preconcebidas. Oré pidiendo la ayuda del Espíritu Santo y sencillamente comencé a leer. Al estudiar los pasajes acerca del recogimiento, marqué con lápices de colores los que tenían frases o puntos de énfasis similares. Cuando había leído todos los pasajes, algunos de los versículos estaban marcados de rojo, algunos de verde y algunos de otros colores.

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Ahora, esta es la parte que quizás les haga reír. Después usé las tijeras para recortar los pasajes que había copiado y los coloqué en pilas según su color. Ese proceso produjo una pila grande de pasajes marcados de rojo, otra de pasajes marcados de verde, etc. Luego clasifiqué los pasajes dentro de cada pila grande en pilas más pequeñas. ¡Parece que cuando cursaba el primer grado me gustaba mucho recortar con tijeras y poner las cosas en pilas! Los resultados de ese proceso me enseñaron mucho acerca del principio del recogimiento; por ejemplo, al examinar las pilas grandes aprendí que los pasajes describen por lo menos tres aspectos claves del recogimiento: los propósitos, los tipos y lugares del recogimiento y las bendiciones del recogimiento. Advertí que algunos de los propósitos primordiales eran adorar (véase Mosíah 18:25), recibir consejo e instrucción (véase Mosíah 18:7), edificar la Iglesia (véase D. y C. 101:63-64) y brindar defensa y protección (véase D. y C. 115:6). Al estudiar acerca de los tipos y lugares de recogimiento, descubrí que somos recogidos en familias eternas, (véase Mosíah 2:5), en la Iglesia restaurada (véase D. y C. 101:64-65), en las estacas de Sión (véase D. y C. 109:59), en los santos templos (véase Alma 26:5-6) y en dos grandes centros: la antigua Jerusalén (véase Éter 13:11) y la Ciudad de Sión o la Nueva Jerusalén (véase D. y C. 42:9; Artículos de Fe 1:10). Sentí agradecimiento al aprender que la edificación (véase Efesios 4:12-13), preservación (véase Moisés 7:61) y fortaleza (véase D. y C. 82:14) son algunas de las bendiciones del recogimiento. A través de ese proceso sentí un agradecimiento más profundo por el espíritu del recogimiento como parte integral de la restauración de todas las cosas en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Ahora no tomaré el tiempo para relatar las otras cosas que aprendí; mi propósito es ilustrar brevemente una manera de buscar los temas de las Escrituras. Las bendiciones que podemos recibir Son maravillosas las bendiciones de conocimiento, comprensión, revelación y júbilo espiritual que podemos recibir al leer, estudiar y escudriñar las Escrituras. El “[deleitarnos] en la palabra de Cristo” (2 Nefi 31:20) es emocionante y placentero y nos edifica. La palabra es buena “porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí” (Alma 32:28). “He aquí, están escritas, las tenéis ante vosotros; por lo tanto, escudriñadlas” (3 Nefi 20:11)— y serán “en [vosotros] una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Al leer, estudiar y escudriñar durante varios años, me he concentrado muchas veces en la doctrina de la expiación de Jesucristo. No hay otro acontecimiento, conocimiento ni influencia que haya ejercido un mayor impacto en mí en mis 54 años de vida que el leer, estudiar a fondo y escudriñar repetidamente buscando conexiones, modelos y temas relacionados con la doctrina de la Expiación. Esta doctrina central y salvadora ha destilado gradualmente en mi alma como el rocío del cielo; ha influido en mis pensamientos, palabras y obras (véase Mosíah 4:30); y ha llegado a ser para mí un pozo de agua viva. La visión de Lehi La importancia de leer, estudiar y escudriñar las Escrituras queda resaltada en varios elementos de la visión que tuvo Lehi del árbol de la vida. El padre Lehi vio a varios grupos de personas que seguían adelante por el sendero estrecho y angosto tratando de llegar al árbol y a su fruto. Los integrantes de cada grupo habían entrado al sendero por la puerta del arrepentimiento y el bautismo por agua y habían recibido el don del Espíritu Santo (véase 2 Nefi 31:17–20). El árbol de la vida es el elemento central del sueño y en 1 Nefi 11 se indica que es una representación de Jesucristo. El fruto del árbol simboliza las bendiciones de la expiación del Salvador. Resulta interesante que el tema principal del Libro de Mormón de invitar a todos a venir a Cristo es el punto central de la visión de Lehi. La barra de hierro que conduce al árbol es de gran interés (véase 1 Nefi 8:19); representa la palabra de Dios. 109

En 1 Nefi 8, en los versículos del 21 al 23 aprendemos de un grupo de personas que se adelantaron e ingresaron al sendero que conducía al árbol de la vida; no obstante, al encontrarse con los vapores de tinieblas, que representan las tentaciones del diablo (véase 1 Nefi 12:17), perdieron el camino, se alejaron y se perdieron. Es importante notar que en estos versículos no se hace mención de la barra de hierro. Los que no hacen caso de la palabra de Dios o la tratan a la ligera no tienen acceso a esa brújula divina que señala el camino al Salvador. Consideren el hecho de que los de este grupo entraron al sendero y siguieron adelante, exhibiendo una medida de fe en Cristo y una convicción espiritual, pero fueron desviados por las tentaciones del diablo y se perdieron. En los versículos del 24 al 28 del capítulo 8 leemos de otro grupo de personas que entraron en el sendero estrecho y angosto que conducía al árbol de la vida y que siguieron adelante, avanzaron a través del vapor de tinieblas, asidos a la barra de hierro, hasta que llegaron y participaron del fruto del árbol. Sin embargo, cuando los ocupantes del edificio grande y espacioso se burlaron de ellos, sintieron vergüenza y cayeron en senderos prohibidos y se perdieron. Sírvanse notar que en las Escrituras dice que este grupo se asió de la barra de hierro. Resulta importante que el segundo grupo haya avanzado con fe y dedicación. También contaban con la bendición adicional de la barra de hierro, ¡y estaban asidos a ella! No obstante, cuando enfrentaron la persecución y la adversidad, cayeron en senderos prohibidos y se perdieron. Aun con fe, dedicación y la palabra de Dios, este grupo se perdió— tal vez porque sólo leían o estudiaban o escudriñaban periódicamente las Escrituras. Tal vez tenían sólo “arranques” ocasionales de estudio, o se sumergían de manera irregular en lugar de tener una inmersión constante y regular en la palabra de Dios. En el versículo 30 leemos del tercer grupo de personas que avanzaron asidos constantemente de la barra de hierro hasta llegar y postrarse y comer del fruto del árbol. La frase clave de este versículo es “asidos constantemente” a la barra de hierro. El tercer grupo también avanzó con fe y convicción; sin embargo, no hay ninguna indicación de que se hayan alejado, que hayan caído en senderos prohibidos o se hayan perdido. Quizás hayan leído y estudiado y escudriñado constantemente las palabras de Cristo. Quizás haya sido el constante flujo de agua viva lo que salvó al tercer grupo de perecer. Ustedes y yo debemos esforzarnos por ser parte de ese grupo. “¿Qué significa la barra de hierro, que nuestro padre vio, que conducía al árbol? “Y les dije que era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:23—24, cursiva agregada). ¿Cuál es entonces la diferencia entre asirse y aferrarse a la barra de hierro? Permítanme sugerir que aferrarse conlleva el uso constante y con oración de los tres medios de obtener agua viva que hemos analizado esta noche. “Y aconteció que vi que la barra de hierro que mi padre había visto representaba la palabra de Dios, la cual conducía a la fuente de aguas vivas o árbol de la vida” (1 Nefi 11:25). Cada uno de estos métodos —leer de principio a fin, estudiar por temas y buscar conexiones, modelos y temas— edifica, instruye y brinda una porción intermitente del agua viva del Salvador; no obstante, yo creo que el uso regular de los tres métodos produce un flujo más constante de agua viva y es, en gran medida, lo que significa aferrarse a la barra de hierro. Durante nuestras actividades normales del día, ustedes y yo perdemos una gran cantidad de agua que compone gran parte de nuestro cuerpo físico. La sed es la exigencia de agua por parte de las células, y debemos reponer diariamente el agua del cuerpo. Francamente no tiene sentido “llenarnos” ocasionalmente de agua, con largos 110

periodos intermedios de deshidratación, y lo mismo se aplica a la sed espiritual, que es la necesidad de agua viva. Un flujo constante de agua viva es muy superior a los sorbos esporádicos. ¿Estamos leyendo, estudiando y escudriñando diariamente las Escrituras de una manera que nos permita aferrarnos a la barra de hierro, o estamos sólo asidos? ¿Estamos ustedes y yo avanzando hacia la fuente de aguas vivas, confiando en la palabra de Dios? Éstas son preguntas importantes en las que debemos reflexionar con oración. Esta noche, para concluir, cantaremos juntos el himno “La barra de hierro”. En verdad, esta canción de los justos será una oración ferviente y conmovedora (véase D. y C. 25:12). Que tengamos oídos para escuchar las lecciones de este himno. Testifico de Jesucristo y del poder de Su palabra, y de Él como la Palabra. Él es el Hijo del Eterno Padre, y yo sé que Él vive. Testifico que el aferrarnos a la barra de hierro nos conducirá a Su agua viva. Como siervo Suyo, invoco esta bendición sobre ustedes: que se expanda su deseo y capacidad de aferrarse a la barra de hierro; que aumente su fe en el Salvador y que esa fe desplace sus temores— y que beban profundamente de la reserva de las Escrituras y de esa manera lleguen a conocerlo a Él. Recordemos siempre que Si en oscura tentación la senda no se ve, la barra os dirigirá, si os sujetáis con fe. (Himno no 179) En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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Las cosas pequeñas y sencillas [son] esenciales para el crecimiento De una trasmisión para las mujeres de la iglesia “Los patrones espirituales son ahora, y han sido siempre, ayudas importantes para el discernimiento, y fuentes de guía y protección para los Santos de los Últimos Días fieles”, enseñó el élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, en la Conferencia de mujeres 2011 de la Universidad Brigham Young en Provo, Utah. “Un poderoso patrón que utiliza el Señor para hacer avanzar Su obra y para educar a los hijos del Padre Celestial sobre la tierra es… ‘que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas’ (Alma 37:6)”. Un patrón espiritual Tanto el élder Bednar como su esposa, la hermana Susan Kae Robinson Bednar, hablaron durante la sesión de clausura de la conferencia. El élder Bednar explicó la necesidad que tenemos de patrones en calidad de guías o modelos en nuestras vidas. “Los patrones ayudan a evitar los desvíos estériles e indeseables, y facilitan la uniformidad que resulta apropiada y benéfica”, dijo. “Creo que muchos, sino todos, los logros más gratificantes y memorables [alcanzados] en el hogar, en la Iglesia, en nuestros empleos y profesiones, y en nuestras comunidades serán producto de ese importante patrón espiritual: el de las cosas sencillas y pequeñas”. Aseguró a sus oyentes que quienes “realicen fiel, diligente y constantemente las cosas sencillas que son correctas ante Dios cosecharán resultados extraordinarios”. Tres ejemplos El élder Bednar compartió tres relatos para ilustrar ese concepto. Primero habló sobre los antepasados del élder L. Tom Perry, Gustavus y Eunice Perry, las primeras personas del linaje Perry en aceptar el Evangelio. Hoy en día, sus descendientes ascienden a más de 10.000. Su dedicación al Evangelio, evidente en pequeños y sencillos actos como la oración regular, la observancia del día de reposo, las conversaciones sobre el Evangelio, y demás, “produjeron un legado de fidelidad” en suficientes familias como para crear tres estacas de la Iglesia. El segundo relato del élder Bednar giró en torno a sus antepasados Luke y Christiana Syphus, quienes se unieron a la Iglesia en Inglaterra durante los primeros días de la Restauración. Mediante sus “buenos hábitos… su carácter amable y… [su] ejemplo de fortaleza y devoción” condujeron a Joseph y Adelaide Ridges al Evangelio. Más adelante, Joseph Ridges construyó el órgano del Tabernáculo, el cual ha llegado a ser un símbolo de la Iglesia en todo el mundo. Finalmente, el élder Bednar compartió la experiencia de su familia al vivir en Arkansas. Sus hijos “se esforzaban por vivir el Evangelio y ser ejemplo de los creyentes” en un área en la que eran comunes las opiniones negativas y las falsedades sobre la Iglesia. Para el momento en que el élder Bednar y su familia se mudaron a Idaho tras varios años en Arkansas, el ejemplo de sus hijos había ayudado a cambiar el punto de vista de muchos integrantes de la comunidad. Uno de aquellos miembros de la comunidad aceptó el pedido del élder Bednar de que defendiera la Iglesia en su zona de Arkansas una vez que los Bednar hubieran partido y ya no pudiesen hacerlo. El élder Bednar dijo que en cada uno de esos ejemplos los miembros habían vivido el Evangelio “de formas pequeñas, sencillas y comunes”. Aunque no se produjeron resultados espectaculares, “por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizaron grandes cosas”. 112

Dos preguntas Pidió a la audiencia que considerara dos preguntas: (1) ¿Por qué por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas? y (2) ¿por qué el patrón espiritual de que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas es tan crucial para vivir el evangelio de Jesucristo con fe y diligencia? Valiéndose del ejemplo del riego por goteo, explicó que “en el riego por goteo, la administración de agua se centra más y es más frecuente que… otros métodos”. De forma similar, “si ustedes y yo nos centramos en recibir frecuentes gotas constantes de sustento espiritual, entonces las raíces del Evangelio pueden arraigarse con profundidad en nuestra alma, pueden llegar a establecerse y cimentarse firmemente y pueden producir un fruto extraordinario y delicioso”. Al entender eso, el patrón de las cosas pequeñas y sencillas tiene gran poder. Dicho patrón “produce firmeza y perseverancia, una devoción cada vez mayor, y una conversión más completa al Señor Jesucristo y a Su evangelio”. De ese modo, llegamos a ser “cada vez más firmes e inmutables” y menos “propensos a repentinas, celosas y exageradas manifestaciones de espiritualidad seguidas por extensos periodos de indolencia”. Irrigadores inteligentes “En el sentido del Evangelio… ustedes y yo debemos llegar a ser irrigadores por goteo inteligentes y evitar las repentinas manifestaciones espirituales esporádicas y superficiales”, dijo el élder Bednar. “Podemos evitar o superar las repentinas manifestaciones espirituales insostenibles conforme empleemos el patrón del Señor de las cosas pequeñas y sencillas y lleguemos a ser irrigadores verdaderamente inteligentes”. El élder Bednar concluyó sus palabras con una bendición para que “de acuerdo con su deseo, fidelidad y diligencia puedan tener ojos que vean y la capacidad de seguir adelante y perseverar en el poderoso patrón espiritual de las cosas pequeñas y sencillas que realizan grandes cosas; en sus vidas personales, en sus familias y en sus empresas rectas”.

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In a State of Happiness (Mormon 7:7) Elder David A. Bednar Brigham Young University–Idaho Devotional January 6, 2004 Good afternoon, brothers and sisters. And welcome to Rexburg in January!! I am grateful for this chance to worship with you as we begin another new semester at Brigham Young University-Idaho. I pray for and invite the Holy Ghost to be with me and with you as together we “. . . seek learning, even by study and also by faith” (Doctrine and Covenants 88:118). Today I want to discuss with you basic components of “the great plan of happiness” (Alma 42:8,16), the meaning and role of happiness in the plan, and the relationship between happiness and obedience. We also will discuss the implications of what we learn about happiness and obedience for you as young women and young men who live on the earth at this time. The Plan In this the dispensation of the fulness of times, many plain and precious truths have again been restored to the earth concerning the divine plan of happiness and our eternal destiny as sons and daughters of the Eternal Father. The great plan of happiness is designed to bring about man’s immortality and eternal life. The plan includes the Creation, the Fall, and the Atonement, along with all God-given laws, ordinances, and doctrines. The plan makes it possible for all people to be exalted and live forever with God (2 Nephi 2, 9). The scriptures also refer to this plan as “the plan of salvation” (Alma 24:14; Alma 42:5; Moses 6:62), “the plan of redemption” (Alma 12:25; Alma 22:13; Alma 34:16), and “the plan of mercy” (Alma 42:15, 31). In particular, the restoration scriptures—the Book of Mormon, the Doctrine and Covenants, and the Pearl of Great Price—contain a wealth of knowledge about the plan of happiness. Please turn with me in the Pearl of Great Price to Abraham 3:24-26. And there stood one among them that was like unto God, and he said unto those who were with him: We will go down, for there is space there, and we will take of these materials, and we will make an earth whereon these may dwell; And we will prove them herewith, to see if they will do all things whatsoever the Lord their God shall command them; And they who keep their first estate shall be added upon; and they who keep not their first estate shall not have glory in the same kingdom with those who keep their first estate; and they who keep their second estate shall have glory added upon their heads for ever and ever. In these three verses we are introduced to the fundamental and essential elements of the great plan of happiness. The primary purpose for the creation of the earth was to prepare a place whereon the Father’s children would be proved to see if they (meaning you and me) would do all things whatsoever “the Lord their God shall command them.” We further learn that those who kept their first estate, meaning those spirits who were faithful in the premortal existence, would have the opportunity to be added upon by obtaining a physical body and through their experiences in mortality—and that those who kept their second estate, meaning those who were faithful in mortality, could have glory added upon their heads throughout eternity.

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I find verse 25 especially interesting. The very purpose of the creation and of our mortal existence is to see if you and I will do and become whatever the Lord instructs and commands us to do and to become. We have been endowed with agency—the capacity of independent action—for the precise purpose of obeying God and seeking righteousness. We have not been blessed with agency to do whatever we want whenever we will. Rather, according to the plan, we are to exercise our agency in doing and becoming whatever God commands. For that purpose the earth was created. For that purpose you and I are here in the second estate. The Role of Happiness in the Plan Please now consider the relationship between the great plan of happiness and the law of obedience. The Prophet Joseph Smith taught that: Happiness is the object and design of our existence; and will be the end thereof, if we pursue the path that leads to it; and this path is virtue, uprightness, faithfulness, holiness, and keeping all the commandments of God. But we cannot keep all the commandments without first knowing them, and we cannot expect to know all, or more than we now know unless we comply with or keep those we have already received (Teachings of the Prophet Joseph Smith, Section Five, 1842–43, p. 255). Note the connection between happiness, which is the very object of the plan of happiness and of our mortal existence, and obedience to the commandments of God. Obedience is central to becoming and being and remaining happy. The Prophet further explained: But in obedience there is joy and peace unspotted, unalloyed; and as God has designed our happiness—and the happiness of all His creatures, he never has—He never will institute an ordinance or give a commandment to His people that is not calculated in its nature to promote that happiness which He has designed, and which will not end in the greatest amount of good and glory to those who become the recipients of his law and ordinances (Teachings of the Prophet Joseph Smith, Section Five, 1842–43, p. 256). All that our Father gives to us and all that He requires of us is designed to promote the very happiness that is the object of the plan and of our existence. Obedience is neither a chore nor a burden; rather, it is the source of true happiness in both mortality and eternity. We do not yield or give up our happiness when we obey. Obeying causes happiness. Obedience frequently is referred to as the first law of heaven; it is also the key which opens the door to the happiness intended for God’s children in the great plan of happiness. Please now turn with me in the Book of Mormon to Mosiah 2:41: And moreover, I would desire that ye should consider on the blessed and happy state of those that keep the commandments of God. For behold, they are blessed in all things, both temporal and spiritual; and if they hold out faithful to the end they are received into heaven, that thereby they may dwell with God in a state of never-ending happiness. O remember, remember that these things are true; for the Lord God hath spoken it (emphasis added). I want to draw our attention to three key elements in this scripture. First, the words blessed and happy in this verse essentially are synonymous. In other words, to be blessed is to be happy and to be happy is to be blessed. We often correctly refer to happiness as a mood or an attitude or an emotion. But this verse helps us understand that happiness also is a state of being blessed as a result of keeping the commandments of God. Brothers and sisters, the essence of what I hope to communicate this afternoon is built upon this one basic principle: to be blessed is to be happy and to be happy is to be blessed. Consider this relationship among obedience and blessings and happiness as we read together Doctrine and Covenants 130:20-21: 115

There is a law, irrevocably decreed in heaven before the foundations of this world, upon which all blessings [and happiness] are predicated— And when we obtain any blessing [and happiness] from God, it is by obedience to that law upon which it is predicated (emphasis added). This relationship also is highlighted in Doctrine and Covenants 132:5: For all who will have a blessing [and happiness] at my hands shall abide the law which was appointed for that blessing [and happiness], and the conditions thereof, as were instituted from before the foundation of the world. (emphasis added) Second, notice in Mosiah 2:41 how the verse emphasizes that those who keep the commandments “. . . are blessed in all things, both temporal and spiritual . . . .” Let me suggest that this phrase points to the second estate or “here and now” blessings that flow from obedience. And third, the anticipated or third estate and eternal blessings associated with keeping the commandments are featured in the line “. . . if they hold out faithful to the end they are received into heaven, that thereby they may dwell with God in a state of never-ending happiness . . . .” Simply stated, brothers and sisters, keeping the commandments invites both proximate and future blessings and happiness into our lives. In our study of the scriptures, we quickly recognize that the Book of Mormon is the handbook for happiness. The word happiness is used 28 times in the standard works, and 26 of the 28 verses that contain the word happiness are found in the Book of Mormon. One reference to happiness is found in the Doctrine and Covenants, and one reference is found in the Pearl of Great Price. Thus, all scriptural references to happiness are found in the restoration scriptures. Please consider and reflect upon these remarkable teachings from the Book of Mormon: And if there be no righteousness there be no happiness (2 Nephi 2:13, emphasis added). And it came to pass that we lived after the manner of happiness (2 Nephi 5:27, emphasis added). Now was not this exceeding joy? Behold, this is joy which none receiveth save it be the truly penitent and humble seeker of happiness (Alma 27:18, emphasis added). Behold, I say unto you, wickedness never was happiness (Alma 41:10, emphasis added). Clearly, in the restoration scriptures in general and the Book of Mormon in particular, we find many plain and precious truths that have been restored about the great plan of happiness and the spiritual state of happiness to which we all should aspire. Happiness and Obedience and the Youth of the Church In October of 1997 Elder Neal A. Maxwell visited our campus to speak in a devotional. Sister Bednar and I provided transportation to and from the Idaho Falls airport for Elder and Sister Maxwell, and we hosted them for lunch in our home. The time we spent with this mighty Apostle and his lovely wife before and after the devotional was invaluable, and the lessons we learned were priceless. As we talked together about a variety of gospel topics in general and the youth of the Church in particular, Elder Maxwell made a statement that greatly impressed me. He said, “The youth of this generation have a greater capacity for obedience than any previous generation.” He then indicated that his statement was based upon a principle taught by Elder George Q. Cannon in the early days of the Restoration. Please listen carefully to the following statement by Elder Cannon: 116

God has reserved spirits for this dispensation who have the courage and determination to face the world, and all the powers of the evil one, visible and invisible, to proclaim the Gospel, and maintain the truth, and establish and build up the Zion of our God, fearless of all consequences. He has sent these spirits in this generation to lay the foundation of Zion never more to be overthrown, and to raise up a seed that will be righteous, and that will honor God, and honor him supremely, and be obedient to him under all circumstances (Journal of Discourses, 11:230 [May 6, 1866], emphasis added). We frequently are reminded by our church leaders that the young men and women of this generation have been reserved for this day and are some of the most valiant of Heavenly Father’s children. But these additional insights by Elders Cannon and Maxwell help us further to understand that today’s young people have a greater capacity for obedience and are to be valiant and “. . . obedient to him under all circumstances.” And an additional and important implication of these teachings is clear: those blessed with the greatest capacity to obey also have the greatest opportunity for true and lasting happiness. Obedience Operates at Different Levels Brothers and sisters, obedience operates at a number of different levels. Elder Bruce R. McConkie has taught: Obedience is the first law of heaven, the cornerstone upon which all righteousness and progression rest. It consists in compliance with divine law, in conformity to the mind and will of Deity, in complete subjection to God and his commands. To obey gospel law is to yield obedience to the Lord, to execute the commands of and be ruled by him whose we are (Bruce R. McConkie, Mormon Doctrine, p. 539, emphasis added). Note how Elder McConkie includes the elements of compliance, conformity, and subjection or submission in his description of obedience. Let me suggest that each of these three elements can be considered as a progressive level of obedience. And each level of obedience leads to an ever-increasing state of happiness. Thus, happiness and obedience are not simply passive steady states; rather, they must grow and develop and deepen and increase and expand. Our experience with and understanding of happiness and obedience should change as we develop spiritually and as we gain additional light and knowledge—line upon line and precept upon precept. Let me now present a series of comparisons that illustrate how obedience operates at different levels. It is one thing to obey in order to quality for and receive blessings for ourselves; it is quite another thing to obey as a preparation to give and to serve others more effectively. And obedience motivated by a desire to give and to serve more effectively yields a happiness far greater than that produced by obedience intended to benefit self. It is one thing to merely and perhaps mechanically comply with God’s commandments; it is quite another thing to obey and thereby fully submit and subject oneself to the will and timetable of the Lord—and to experience happiness in Him. It is a good thing to obey out of a sense of duty; but it is an even greater thing, a more spiritually demanding thing, to obey through love. It is one thing to reluctantly or grudgingly conform to commandments; it is a different thing to joyfully “. . . obey and observe to perform every word of command with exactness . . .” (Alma 57:21, emphasis added) and cheerfully “. . . observe strictly to keep the commandments of God . . .” (Helaman 13:1, emphasis added). It is one thing to perform the outward actions of obedience; it is quite a different thing to become inwardly what the commandments are intended to help us become. It is one thing to obey the institutional, public, and shared commandments associated with the Lord’s kingdom on earth—commandments such as the law of chastity, the law of tithing, and the Word of Wisdom; it is an even greater thing to receive and respond to the individual, private, and personally revealed commandments that result from continual and faithful obedience. Commandments Not a Few Please turn with me to Doctrine and Covenants, section 59, verses 3 and 4:

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Yea, blessed are they whose feet stand upon the land of Zion, who have obeyed my gospel; for they shall receive for their reward the good things of the earth, and it shall bring forth in its strength. And they shall also be crowned with blessings from above, yea, and with commandments not a few, and with revelations in their time—they that are faithful and diligent before me (emphasis added). We learn in these verses that those who have obeyed the gospel shall receive the good things of the earth, blessings from above, commandments not a few, and revelations in their time. In particular I now want to draw our attention to the phrase “and with commandments not a few.” Brothers and sisters, for the past few minutes I have attempted to differentiate between obedience that is predominately complying and conforming in nature and a higher level of obedience that includes spiritual submission and enables us to receive “commandments not a few.” Obedience that is primarily complying and conforming is good and is truly obedience. But the higher level of obedience I am trying to describe—an obedience that stretches beyond the letter of the law to the spirit of the law—is both heartfelt and willing. And it brings an individualized gospel insight and a perspective and a power and a state of happiness that are precious beyond measure. As we read in section 64 of the Doctrine and Covenants, verse 34: Behold, the Lord requireth the heart and a willing mind; and the willing and obedient shall eat the good of the land of Zion in these last days (emphasis added). Progressing from the level of complying obedience to the level and happiness associated with heartfelt and willing obedience does not occur quickly or all at once. Nor is it merely a matter of greater personal discipline; it is a change of disposition, a change of heart. And this gradual change of heart is one that the Lord accomplishes within us, through the power of his Spirit, in a line-upon-line fashion. For example, in Philippians 2:12, Paul encourages the Saints to “. . . work out your own salvation with fear and trembling.” But how are we to do that? Note the answer that follows in verse 13: “For it is God which worketh in you both to will and to do of his good pleasure.” That is, we give ourselves to the Lord and choose to be changed. He is working on us and in us. Brothers and sisters, it is vitally important for all of us to remember that progressing to higher and more spiritually demanding levels of obedience is not simply a matter of more personal determination, more grit, and more willpower; rather, it is accomplished through the enabling power of the Atonement of the Lord Jesus Christ. Thus, true and lasting happiness is a function of progressing to and through “letter of the law” obedience to public and institutional commandments and toward the spirit of devoted discipleship and a private, personal, and individual change of heart. I find it fascinating that one of the greatest blessings related to keeping God’s commandments is additional commandments. Now, individuals who find commandments restrictive and constraining clearly will not regard more commandments as a blessing and as a source of happiness. But the Apostle John taught that for one who has come unto Christ and been born again, God’s “commandments are not grievous” (1 John 5:3). Thus, individuals who have eyes to see and ears to hear will readily recognize the consummate spiritual benefit and happiness that come from additional direction from heaven. What are these “commandments not a few” and how do we receive them? The individual and personal “commandments not a few” we receive frequently tend to focus upon the good things we can and should do to develop and deepen our discipleship—as opposed to focusing primarily upon the bad things we must avoid or overcome. Such instructions typically are proactive and anticipatory in nature. For example, many of us remember the teachings of President Spencer W. Kimball concerning fast offerings. He stated:

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I think that when we are affluent, as many of us are, that we ought to be very, very generous . . . . I think we should be very generous and give, instead of the amount we saved by our two meals of fasting, perhaps much, much more—ten times more where we are in a position to do it (Conference Report, April 1974, p. 184). Thus, an individual or a family may be prompted to freely and willingly and cheerfully contribute to the fast offering fund at a level far beyond the routine and basic “letter of the law” standards with which most of us are familiar. The “commandments not a few” in this example are gladly obeyed in order to bless and strengthen others with serious challenges and insufficient resources. A few additional examples may be helpful. As I proceed, however, please keep in mind that I am not attempting to provide a comprehensive list of what “commandments not a few” are or should be. Such commandments are individual and quite personal; nonetheless, a further illustration or two can help us to better comprehend this concept. To an obedient young man or woman striving to live a morally pure life may come individualized “commandments not a few” about properly controlling personal thoughts. Such tutoring by the Holy Ghost can help a young woman or man to “. . . let virtue garnish [his or her] thoughts unceasingly . . .” (Doctrine and Covenants 121:45) and to “. . . let all thy thoughts be directed unto the Lord; yea, let the affections of thy heart be placed upon the Lord forever” (Alma:37:36). “Commandments not a few” may come to concerned and committed parents in Zion about discerning seemingly ordinary and simple gospel teaching opportunities within the walls of their own home. To be sure, such parents faithfully attend Church meetings with their children and consistently hold home evening and family council as instructed by our leaders. But these parents will also be urged by the Holy Ghost to teach and testify daily at the dinner table or in the car or while performing routine household chores or playing together as a family. Children reared in such a gospel and Christ-centered home may also one day proclaim, “. . . We do not doubt our mothers [and fathers] knew it” (Alma 56:48). To an honest Latter-day Saint may come “commandments not a few” concerning personal honesty and integrity and trustworthiness. Obviously, such an individual would never deceive an employer or cheat on a test or research paper at school or betray a confidence at home or at Church or at work. But individualized instruction by the Holy Ghost may assist this person to give the full measure in his or her work and to be more honest with himself or herself—and to see things “. . . as they [really] are . . .” (Doctrine and Covenants 93:24). The Holy Ghost also can help such an individual communicate with others in an increasingly honest and appropriate way. God’s Work and Our Work Among the members of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, one of the most well-known and frequently quoted passages of scripture is found in Moses 1:39. This verse clearly and concisely describes the Eternal Father’s work and glory, and I am confident most of us can recite it perfectly from memory: “For behold, this is my work and my glory—to bring to pass the immortality and eternal life of man” (emphasis added). A companion scripture found in the Doctrine and Covenants describes with equal clarity and conciseness our primary work as the sons and daughters of the Eternal Father. Interestingly, this verse does not seem to be as wellknown and is not quoted with great frequency. Please turn with me to Doctrine and Covenants, section 11, verse 20: “Behold, this is your work, to keep my commandments, yea, with all your might, mind and strength” (emphasis added). Thus, the plan and the work of the Father are to bring to pass the immortality and eternal life of His children. Our work is to keep His commandments with all of our might, mind, and strength—that thereby we might receive the happiness which is the object and design of our existence. May each of us learn and understand that being blessed 119

and being happy are the result of obedience, and may we have a greater desire and determination to obey God’s commandments with all of our hearts and with willing minds. May we be blessed to qualify for and to receive and to recognize “commandments not a few.” May each of us also discern that obedience is the key that opens the door to the supernal blessings of the great plan of happiness. Brothers and sisters, I testify that God the Eternal Father lives. Jesus Christ is His Only Begotten Son. And I witness that the Father’s eternal plan enables us to be happy and blessed as we obey. In the name of the Lord Jesus Christ, amen.

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Learning to Love Learning DAVID A. BEDNAR David A. Bednar was a member of the Quorum of the Twelve Apostles of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints when this commencement address was given on 24 April 2008. My beloved brothers and sisters, I rejoice with you on this special day. Sister Bednar and I have loved watching you happy graduates and grateful family members celebrate a truly important accomplishment. Cameras are clicking, recorders are running, text messages are flying, and smiles are beaming all over this campus. Tonight and tomorrow convocations will convene, festive meals will be enjoyed, and plans for the future will be discussed. This is a day both for remembering and for making memories. I recall with fondness the day I graduated from Brigham Young University with my undergraduate degree. Susan and I were just a few days away from the birth of our first child, I was about to begin work on a master’s degree, we were really poor, and together we looked forward with anticipation to the opportunities and challenges of the future. That graduation day for us marked a beginning rather than a conclusion. And as Sister Bednar and I review our lives and look back on that important day, we recognize and acknowledge the guiding hand and tender mercies of the Lord. Over the course of my life, I have participated in commencement ceremonies as a student, as a parent, as a professor, as a university president, as a friend, and as a spectator. I frankly cannot recall precisely how many commencements I have attended, but it is a very large number. And I readily admit that I genuinely enjoy commencement day on a university campus. My experience in commencement ceremonies has taught me a valuable lesson: graduates and their families care little about and rarely remember anything a commencement speaker says. I certainly believe that truth applies here today. My graduation gift to you is a shorter-than-you-expect commencement message that focuses upon the principle of learning to love learning. I want to briefly discuss the importance of learning to love learning in three aspects of our lives. Learning to love learning is central to the gospel of Jesus Christ, is vital to our ongoing spiritual and personal development, and is an absolute necessity in the world in which we do now and will yet live, serve, and work. 1. Learning to Love Learning Is Central to the Gospel of Jesus Christ The overarching purpose of Heavenly Father’s great plan of happiness is to provide His spirit children with opportunities to learn. The Atonement of Jesus Christ and the agency afforded to all of the Father’s children through His infinite and eternal sacrifice are divinely designed to facilitate our learning. The Savior said, “Learn of me, and listen to my words; walk in the meekness of my Spirit, and you shall have peace in me” (D&C 19:23). We are assisted in learning of and listening to the words of Christ by the Holy Ghost, even the third member of the Godhead. The Holy Ghost reveals and witnesses the truth of all things and brings all things to our remembrance (see John 14:26, 16:13; Moroni 10:5; D&C 39:6). The Holy Ghost is the teacher who kindles within us an abiding love of and for learning. We repeatedly are admonished in the revelations to ask in faith when we lack knowledge (see James 1:5–6), to “seek learning, even by study and also by faith” (D&C 88:118), and to inquire of God that we might receive instruction from His Spirit (see D&C 6:14) and “know mysteries which are great and marvelous” (D&C 6:11). The 121

restored Church of Jesus Christ exists today to help individuals and families learn about and receive the blessings of the Savior’s gospel. A hierarchy of importance exists among the things you and I can learn. Indeed, all learning is not equally important. The Apostle Paul taught this truth in his second epistle to Timothy as he warned that in the latter days many people would be “ever learning, and never able to come to the knowledge of the truth” (2 Timothy 3:7). Some facts are helpful or interesting to know. Some knowledge is useful to learn and apply. But gospel truths are essential for us to understand and live if we are to become what our Heavenly Father yearns for us to become. The type of learning I am attempting to describe is not merely the accumulation of data and facts and frameworks; rather, it is acquiring and applying knowledge for righteousness. The revelations teach us that “the glory of God is intelligence” (D&C 93:36). We typically may think the word intelligence in this scripture denotes innate cognitive ability or a particular gift for academic work. In this verse, however, one of the meanings of intelligence is the application of the knowledge we obtain for righteous purposes. As President David O. McKay taught, the learning “for which the Church stands . . . is the application of knowledge to the development of a noble and Godlike character” (David O. McKay, “True Education,” Improvement Era, March 1957, 141). You and I are here upon the earth to prepare for eternity, to learn how to learn, to learn things that are temporally important and eternally essential, and to assist others in learning wisdom and truth (see D&C 97:1). Understanding who we are, where we came from, and why we are upon the earth places upon each of us a great responsibility both to learn how to learn and to learn to love learning. 2. Learning to Love Learning Is Vital to Our Ongoing Spiritual and Personal Development Brigham Young, the man for whom this university appropriately is named, was a learner. Although President Young had only 11 days of formal schooling, he understood the need for learning both the wisdom of God and the things of the world. He was a furniture maker, a missionary, a colonizer, a governor, and the Lord’s prophet. I marvel at both the way Brigham Young learned and how much he learned. He never ceased learning from the revelations of the Lord, from the scriptures, and from good books. Perhaps President Young was such a consummate learner precisely because he was not constrained unduly by the arbitrary boundaries so often imposed through the structures and processes of formal education. He clearly learned to love learning. He clearly learned how to learn. He ultimately became a powerful disciple and teacher precisely because he first was an effective learner. President Brigham Young repeatedly taught that “the object of [our mortal] existence is to learn” (JD 9:167). The following statements by President Young emphasize this truth: Statement 1. “The religion embraced by the Latter-day Saints, if only slightly understood, prompts them to search diligently after knowledge. There is no other people in existence more eager to see, hear, learn, and understand truth” (JD 8:6). Statement 2. “Put forth your ability to learn as fast as you can, and gather all the strength of mind and principle of faith you possibly can, and then distribute your knowledge to the people” (JD 8:146). Statement 3. “This work is a progressive work, this doctrine that is taught the Latter-day Saints in its nature is exalting, increasing, expanding and extending broader and broader until we can know as we are known, see as we are seen” (JD 16:165).

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Statement 4. “We are in the school [of mortality] and keep learning, and we do not expect to cease learning while we live on earth; and when we pass through the veil, we expect still to continue to learn and increase our fund of information. That may appear a strange idea to some; but it is for the plain and simple reason that we are not capacitated to receive all knowledge at once. We must therefore receive a little here and a little there” (JD 6:286). Statement 5. “We might ask, when shall we cease to learn? I will give you my opinion about it: never, never” (JD 3:203). Brigham Young’s acceptance of and conversion to the gospel of Jesus Christ fueled his unceasing curiosity and love of learning. The ongoing spiritual and personal development evidenced in the life of Brigham Young is a worthy example for you and for me. 3. Learning to Love Learning Is an Absolute Necessity in the World in Which We Do Now and Will Yet Live, Serve, and Work Many of you already have posed for graduation pictures with family and friends by the landmark sign located at the entrance to this campus on which the following motto is found: “Enter to learn; go forth to serve.” This expression certainly does not imply that everything necessary for a lifetime of meaningful service can or will be obtained during a few short years on this campus. Rather, the spirit of this statement is that students come to receive foundational instruction about learning how to learn and learning to love learning. Furthermore, your desire and capacity to serve have not been “put on hold” during your years of intellectual exploration and development on this campus. As students you have served in many and meaningful ways. Thus, you entered both to learn and to serve. May I respectfully suggest an addition to this well-known motto that is too long to put on the sign but important for us to remember: “Enter to learn to love learning and serving; go forth to continue learning and serving.” Truly you entered Brigham Young University to learn to love learning and serving. As you now depart from this campus to pursue family, educational, and career opportunities, you are going forth to continue both learning and serving. Today as we bask in the satisfaction of worthy accomplishment, each of us certainly realizes that academic assignments, test scores, and a cumulative GPA have not produced a final and polished product. Rather, you have only started to put in place a foundation of learning upon which you can build forever. Much of the data and knowledge obtained through a specific major or program of study may rapidly become outdated and obsolete. The particular topics investigated and learned are not nearly as important as what has been learned about learning. As we press forward in life—spiritually, interpersonally, and professionally—no book of answers is readily available with guidelines and solutions to the great challenges of life. All we have is our capacity to learn and our love of and for learning. I believe a basic test exists of our capacity to learn and the measure of our love of learning. Here is the test: When you and I do not know what to do or how to proceed to achieve a particular outcome—when we are confronted with a problem that has no clear answer and no prescribed pattern for resolution—how do we learn what to do? This was precisely the situation in which Nephi found himself as he was commanded to build a ship. “And it came to pass that the Lord spake unto me, saying: Thou shalt construct a ship, after the manner which I shall show thee, that I may carry thy people across these waters” (1 Nephi 17:8). Nephi was not a sailor. He had been reared in Jerusalem, an inland city, rather than along the borders of the Mediterranean Sea. It seems unlikely that he knew much about or had experience with the tools and skills necessary to build a ship. He may not have ever previously seen an oceangoing vessel. In essence, then, Nephi was commanded and instructed to build something he had never built before in order to go someplace he had never been before. 123

Now I doubt any of us will be commanded to build a ship as was Nephi, but each of us will have our spiritual and learning capabilities tested over and over and over again. The ever-accelerating rate of change in our modern world will force us into uncharted territory and demanding circumstances. For example, the U.S. Department of Labor estimates that today’s graduates will have between 10 and 14 different jobs—by the time they are 38 years old. And the necessary skills to perform successfully in each job assignment will constantly change and evolve. For much of my career as a professor, there was no Internet, no Google, no Wikipedia, no YouTube, and no TelePresence. The Internet only began to be widely used by the general public in the mid-1990s. Prior to that time, no courses were taught about and no majors were offered in Internet-related subjects. I remember teaching myself HTML and experimenting with ways student learning could be enhanced through this new and emerging technology. In contrast, most of you have never known and cannot imagine a world without the Internet and its associated technologies. I know I am revealing my advanced age, but the change from my “no Internet world” to your “Internet only world” has occurred within the last 15 years. Can we even begin to imagine how much things will continue to change during the next 15 years? Because vast amounts of information are so readily available and sophisticated technologies make possible widespread and even global collaboration, we may be prone to put our trust in “the arm of flesh” (2 Nephi 4:34; see also 28:31) as we grapple with complex challenges and problems. We perhaps might be inclined to rely primarily upon our individual and collective capacity to reason, to innovate, to plan, and to execute. Certainly we must use our God-given abilities to the fullest, employ our best efforts, and exercise appropriate judgment as we encounter the opportunities of life. But our mortal best is never enough. President Brigham Young testified that we are never left alone or on our own: My knowledge is, if you will follow the teachings of Jesus Christ and his Apostles, as recorded in the New Testament, every man and woman will be put in possession of the Holy Ghost. . . . They will know things that are, that will be, and that have been. They will understand things in heaven, things on the earth, and things under the earth, things of time, and things of eternity, according to their several callings and capacities. [JD 1:243] I congratulate you on this special day. I pray you have been blessed with a deep and enduring love of learning. Learning to love learning equips us for an ever-changing and unpredictable future. Knowing how to learn prepares us to discern and act upon opportunities that others may not readily recognize. I am confident you will pass the test of learning what to do when you do not know what to do or how to proceed. As our sons left home to attend college, to serve as missionaries, and to pursue their personal and professional dreams, Sister Bednar and I shared with them the following counsel: Remember that you represent the Savior. Remember that you represent your family. Remember that you represent The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints. And as you now graduate from BYU, let me add one more item to the list: Remember that you represent Brigham Young University. Today you become alumni of Brigham Young University and have the responsibility to help the world better understand who we are and what we do at this remarkable institution. How you live, what you do, and what you 124

become ultimately define this university. May the Lord bless you as you always remember Him and serve Him with faith and diligence. I witness the living reality of God the Eternal Father, of our Savior and Redeemer, even the Lord Jesus Christ, and of the Holy Ghost. I also declare my witness that the gospel of Jesus Christ has been restored to the earth in these latter days. I pray your love of learning will grow ever deeper, ever richer, and ever more complete, in the name of Jesus Christ, amen.

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