E. Romero - La Universidad Desconocida

EDGAR ROMERO FIGUEROA

UNIVERSITÉ DE TOULOUSE II – LE MIRAIL

DIARIO DEL SAMURÁI: LA UNIVERSIDAD DESCONOCIDA DE ROBERTO BOLAÑO Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.

DANTE Para los samuráis, una palabra en el momento justo es muy importante. A través de esta palabra, se manifiesta la valentía. Dicho de otro modo, en tiempos de paz, no hay nada más que tus palabras para expresar el coraje. Incluso en días turbulentos, se pensó que se podría distinguir a un soldado cobarde de uno valiente. Esta sola palabra es la flor de vuestro espíritu.

BUSHIDŌ Aunque su producción narrativa es considerada de manera unánime el núcleo de su obra, Roberto Bolaño se vio siempre a sí mismo como poeta o (buen discípulo de Parra) antipoeta. Consideraba la escritura prosística “de un mal gusto bestial” y sin embargo pensaba, con Harold Bloom, que la mejor poesía del siglo XX se ha escrito en prosa. La universidad desconocida (Anagrama, 2007) reúne poemas de Bolaño escritos entre 1978 y 1993, año en que el chileno (radicado en Barcelona y autor de la novela “definitiva” sobre México) ordena y clasifica los textos, aparecidos algunos en publicaciones dispersas en revistas o en poemarios de escasa tirada, pero en gran parte inéditos hasta su publicación póstuma, ya en pleno boom bolañiano. Estos poemas construyen un sujeto lírico deudor tanto de Lautréamont como de Humphrey Bogart, de los trovadores del siglo XIII como de los escritores de literatura de aventuras del XIX o los pornógrafos del XX. Escritura múltiple y polifónica —aspecto que se enfatiza mediante distintos recursos tipográficos (comillas, cursivas, negritas), léxicos (sociolectos, regionalismos) y estilísticos (hibridación genérica, procedimientos tomados prestados de otras artes, como el cine)— como la realidad que mareaba a los infrarrealistas. Escritura apocalíptica, de caja negra. Cuaderno de bitácora cuyo autor, aun sabiéndose abocado al naufragio, continúa registrando con un tesón y una lucidez desgarradoras hasta el menor incidente de esta navegación por los estuarios turbulentos donde se juntan vida y literatura: 1

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Todos los comercios estaban cerrados y además sólo tenía 50 pesetas Tres tomates y un huevo Eso fue todo [...] (p. 131)

La lectura de la poesía de Bolaño ilumina su narrativa y viceversa. La prosa narrativa de Bolaño (quien escribía con música en su walkman, heavy metal, a decir de su editor Jorge Herralde) es intensamente rítmica, sus ficciones son esencialmente poéticas. Al mismo tiempo reivindica la narración para la poesía y en suma, aboga, ya desde la época infrarrealista, por la disolución de las fronteras genéricas. Una de las secciones de La universidad desconocida vio la luz primero como novela, con el título de Amberes (Anagrama, 2002). La universidad... podría incluso leerse como un solo gran relato gracias a la coherencia que le otorgan las diversas líneas isotópicas: actores, como el mismo Bolaño desde luego, pero también otros que reaparecen obsesivamente: un jorobado, Lisa, policías y detectives (acaso un sólo policía/detective múltiple, infinito), un tipo blanco semejante a un gusano blanco, un florero que es el umbral de la pesadilla... ; temas: la literatura, la desesperanza, el valor... ; tópicos: la escritura como postrer combate, el poeta nómade, el nec spes nec metus senequista, etcétera. Decididamente antilírica (“Quiero decir que mi lirismo es DIFERENTE”, p. 18; o, en entrevista: “tal vez cuando se muera el último poeta lírico la poesía renazca de sus cenizas”), la poesía de Bolaño, poesía de tierra firme, escrita con la cabeza fría y el corazón caliente como ha propuesto Parra, no se regodea en el feismo ramplón y chabacano. Busca y encuentra la belleza, una belleza (una felicidad) intermitente, equívoca, “con su estola de albas muertas” (p. 16), “la mirada desesperada de un detective / frente a un crepúsculo extraordinario” (p. 20). Si la poesía de Bolaño no escatima los elementos sensibles, otorga tanto o mayor valor a la sensación “diagonal” (Foucault) de la ensoñación, no pocas veces pesadillesca, sin recurrir por ello a surrealismos de bolsillo. El mundo construido en los poemas a menudo carece de contornos, de asideros: rostros sin boca, voces sin cuerpo, sombras, jirones de un diálogo, fragmentos de algo ya irreconocible, atisbos de un cuadro sin duda atroz, un canto horrísono apenas entreoído, la escena de un crimen a cometer, la muerte siempre en el rabillo del ojo. Todo ello deja, por supuesto, con una 2

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sensación de malestar pero, para decirlo en las palabras de Jean-Pierre Richard a propósito de Reverdy, “¿no es justamente este malestar el signo de que nos encontramos en poesía?” Tan descreído de las alianzas, cenáculos y mafias que proliferan en la república de las letras como de la gloria póstuma (“credibilidad y no durabilidad pido para los romances / que compuse en honor de muchachas mu concretas”, p. 20) y la inmortalidad literarias (“Dentro de mil años no quedará nada / de cuanto se ha escrito en este siglo”, p. 22), el sujeto lírico bolañiano escribe siempre contra, a pesar de. Busca dinamitar el canon literario vigente para fundar sobre sus ruinas uno propio en cuyo centro Huerta sustituiría a Paz, Parra a Neruda, y la “literatura menor” (ciencia ficción, novela de aventuras) desplazaría a la “gran literatura”. La universidad del título, la que guía los pasos de todo escritor, es, en el caso de Bolaño, amplia y variopinta: en ella hallamos poetas mexicanos como Efraín Huerta y Mario Santiago Papasquiaro (según Bolaño, el mejor poeta que conoció), chilenos como Enrique Lihn y Nicanor Parra y, en fin, de todas las épocas, latitudes y géneros, lo que confiere a su poesía una increíble densidad literaria. En la universidad bolañiana conviven, además de los mencionados, Ted Berrigan, Anselm Turmeda, Lovecraft, Joe Haldeman, J. G. Ballard, Darío, Cernuda, Jack London, Stevenson, Jorge Teillier, Bretón, Erskrine Caldwell, Ernesto Cardenal, Georgij Gurevic, Valle-Inclán, Daniel Biga, Shakespeare, Guiraut de Bornelh, Fritz Leiber, Conrad Aiken, Howard Frankl, Joan Airas Juan del Encina, Peire Cardenal, R. A. Lafferty, Poe, Macedonio de Born, y otros muchos cuya presencia permite ir esbozando la ética-estética del escritor chileno, para quien la verdadera literatura era un oficio peligroso y el verdadero escritor siempre un guerrero, un samurái, “pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura” Y es a los libros a quienes finalmente encomienda, si no su espíritu, sí el de su hijo Lautaro, en dos de los poemas (“Biblioteca” y “Lee a los viejos poetas”) que cierran la sección —titulada sin ambages Un final feliz— y el volumen, al tiempo que confirma, en el poema “Musa”, su profesión de fe literaria: Sigo tu estela radiante a través de la larga noche. Sin importarme los años o la enfermedad.

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Sin importarme el dolor o el esfuerzo que he de hacer para seguirte. Porque contigo puedo atravesar los grandes espacios desolados y siempre encontraré la puerta que me devuelva a la Quimera [...] (pp. 440-441)

A la advertencia liminar del infierno bolañesco (que cuenta, desde luego, con su sala de lecturas) se contrapone, en letras pequeñas, su fe en la literatura. Fe de escéptico, si se quiere, pero (y quizá justamente por eso) inquebrantable y altamente contagiosa.

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