El Arcangel

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El Arcángel

Antoni Poblet

Portada: “El Arcángel Miguel” (1636) de Guido Reni Iglesia Santa Maria della Concezione dei Cappuccini. Roma.

Título: El Arcángel. Autor: Antoni Poblet 1ª Edición: marzo 2011 Printed in Spain Editor: Bubok Publkishing, S.L. ISBN: 978-84-9981-527-5 DL: M-11933-2011

“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Dn.12,1-2)

Uno Génesis Así fueron los orígenes del cielo y de la tierra cuando fueron creados. (Gn 2,4)

Aunque todo comenzó hace muchos años, fue lo que llegó a mis manos lo que desencadenó un proceso imparable. Como si alguien hubiera pronunciado la palabra exacta que tiempo atrás habían programado en mi cerebro. Y ya no pude parar. Había algo dentro de mí que me impulsaba a ponerme manos a la obra. Una fuerza interior me impulsaba a prepararlo todo para cumplir con la misión. Por fin entendí cual era mi cometido en este mundo. Por qué había sufrido tanto, hasta ese momento en silencio. Tenía una misión por delante que daba forma a mi existencia, sentido a mi dolor y cambiaba mi posición con respecto a los demás. A partir de ahora sería el fuerte, en lugar del triste personaje gris en el 7

que me había convertido. Dominaría el tiempo en el que ocurren las cosas, provocaría los sentimientos ajenos que en cada momento me interesaran y lo que era más emocionante, orientaría los pensamientos de los implicados en la dirección adecuada. Adecuada para llevar mi misión a buen puerto. No podía fallar. Aunque ni tan solo lo había intuido, el destino llevaba décadas preparándome para este momento. No ha sido hasta ahora que tantas cosas han cobrado sentido. He sido muy ingenuo al no entender la preparación de que he sido objeto por parte de unas fuerzas superiores, que querían que llegara con la actitud y las aptitudes necesarias para hacerlo con garantías de éxito. Lo que entonces consideré como una desgracia, me había empujado a cerrarme en mi mismo. Me aislé de los demás y me acostumbré a hacer las cosas solo. ¡Cuántas veces había llorado por no ser capaz de relacionarme, de tener amigos o de acercarme a una chica! No ha sido hasta hace poco que he comprendido que todo formaba parte del plan para modelar mi mente. Trabajar en solitario, conocer en propia carne el dolor de la soledad, dominar mis sentimientos y ordenar la mente son aptitudes necesarias para lo que estoy alumbrando. De repente, se han acabado las noches sin dormir. Ha dejado de tener sentido esa tendencia a la autocompasión que se había adueñado de mi. Ahora tengo una misión y un plan para cumplirla. Seré meticuloso y preciso en cada paso. Todas las consecuencias valoradas. Tal y como he aprendido. Me mantendré frío ante los acontecimientos ya que el objetivo de la misión lo exige. Así han pergeñado mi carácter años de sufrimiento. Pero no ha sido en balde. Tengo una misión. 8

Viernes, 10 de diciembre de 2010

Aunque me había cruzado con ellos cientos de veces, la casualidad quiso que aquello llegara a mis manos impeliéndome a realizar una meticulosa investigación. Dos meses siguiendo a esos infames personajes me ofrecieron la información necesaria. Visité los lugares donde trabajan, estuve ante sus casas y me aprendí las matrículas de sus vehículos. Les acompañé furtivamente en sus salidas de fiesta. Fotografié a sus hijos, a sus padres, a sus amigos, a sus socios. Anoté cada movimiento, cada costumbre, cada secreto. Cada horario, cada actividad, cada persona con que se relacionaron fue a parar a mi cuaderno. Entré en sus vidas por la puerta de atrás, me las aprendí de memoria y lo escribí en las hojas blancas de un cuaderno de tapas negras. Navegando por internet acabé averiguando los demás datos que iba a necesitar. Direcciones, accesos a carreteras y autopistas y números de teléfonos se fueron añadiendo a la vasta información recopilada. Algunos no se imaginan la cantidad de información que facilita una cuenta de facebook para alguien como yo, que tengo tiempo y una misión que cumplir. Las fotografías, los enlaces, las amistades y las aficiones fueron meticulosamente diseccionados. Pero no anoté los resultados obtenidos en ningún ordenador, preferí ponerlo todo por escrito en mi cuaderno. La 9

caligrafía ayuda a ordenar la mente y eso era lo que precisamente necesitaba: orden. A medida que llenaba sus páginas, se iban aclarando las dudas y pulía los puntos de mi plan de acción hasta los detalles más nimios. Me producía un especial estremecimiento sentir como el lápiz rasgaba las hojas de papel dejando un rastro de carbón que me hacía el efecto de surgir directamente de mi cerebro. Era como si mis ideas se fundieran con los datos observados dando forma al plan más increíble jamás trazado. Y una vez creado, una explosión de energía fluía por las arterias de mi brazo hasta posarse en las hojas del cuaderno a través del lápiz. No eran palabras lo que escribía, eran ideas. No eran anotaciones, eran certezas. No eran prevenciones, eran anhelos. Todo estaba previsto y cada detalle anotado en mi cuaderno. Y hoy ese plan empezaría a ponerse en práctica. El primero en caer iba a ser el impulsor de la maldad y así está reflejado en la página 11 del cuaderno. Sería el primero por ser la fuente de dónde manaba el mal. Había sido él quien tentó a los demás canallas, y los convenció para que participasen en la infamia. A ellos no les exculpo, antes al contrario, les condeno y les haré pagar por ello. Pero el primero en purgar su culpa iba a ser ese hombrecillo impecablemente vestido que acaba de aparcar su cochazo en una zona de estacionamiento reservado a minusválidos. Rezuma maldad por todos sus poros. Reparo en que esboza una sonrisa y mis manos empiezan a temblar. Debo relajarme. Ahora mismo pasa por mi lado sin percatarse de mi presencia. Lo observo mientras camina lentamente hacia el restaurante de Arenys de Mar ajeno a todo y me invade un sentimiento de odio. Podría haberlo machacado allí mismo, pero 10

debo controlarme. Los sentimientos no pueden guiar mi plan, ya que de otra manera corro el riesgo de fracasar. Los compañeros de trabajo del maligno se han citado en el restaurante “Los Marineros” para celebrar la cena de Navidad de la empresa. Más de cien personas van a compartir comida, bromas y chismes hasta la madrugada. Debo esperar a la salida, donde la oscuridad del puerto de Arenys de Mar y la desinhibición que provoca la comida y el vino en exceso facilitarán mi tarea. La impaciencia por darle su merecido no debe anteponerse al plan trazado. El cuaderno es mi guía y no debo dejarme llevar por las circunstancias. Todo está programado. Estoy en mi furgoneta, estacionada a unos cincuenta metros de la puerta del restaurante, en una zona donde la luz de las farolas no llega y deja el vehículo en la penumbra, pero me permite tener una visión de todo lo que ocurre en la calle poco transitada del puerto. Desde el asiento del conductor observo como van entrando los asistentes a la cena. Muchos han aparcado sus vehículos en doble fila o sobre la acera a fin de tenerlos lo más cerca posible de la puerta del restaurante. De algunos coches salen algunos empleados que intuyo han empezado la celebración un poco antes ante la barra de algún bar. Aunque la mayoría son hombres, algunas mujeres, jóvenes ejecutivas, entran en el restaurante luciendo modelitos y altos tacones. Muchas de las caras no me son ajenas, pero estoy seguro que muy pocas me reconocerían. Yo no soy nadie para ellos. Me 11

arrellano en el asiento y me calo el gorro de lana hasta las cejas. Si alguno se fija en mí, pasaría como un pescador echando una cabezada antes de la partida del barco. Los últimos rezagados van llegando, y por los ventanales del restaurante se adivina la multitud, mientras los camareros, acelerados, llevan en sus manos alzadas bandejas de ensaladas, pescado y botellas de vino. Son las 9:51 de la noche y la humedad del puerto empieza a posarse sobre los coches. Consulto mi cuaderno. Faltan todavía unas tres horas para actuar, pero no debo dormirme. Al fondo, los primeros marineros de los barcos de pesca de cerco, muchos de ellos africanos, empiezan a llegar para preparar las artes para la partida. Los patrones dan órdenes para cargar cajas y redes y se reúnen en un bar cercano para tomar el primer carajillo de la noche o el último café del día. Me vienen a la memoria las historias de Ramón, el viejo pescador de Vilassar de Mar, cuando sentados en su barca de la playa del Astillero, me explicaba solemnemente que los auténticos pescadores eran capaces de reconocer si el cardumen cercado era de sardinas, jureles o caballas solamente por el tipo de burbujas que ascendían a la superficie. O del intenso frío que pasaba en la panga, la pequeña barca que cierra las redes, donde el solitario marinero que la maneja está a merced de todos los vientos y de todas las olas. Las largas tardes pasadas con Ramón en la playa me enseñaron muchas cosas. Estaba claro que alguien tenía que dejar el amparo del barco y tripular en soledad la panga para conseguir una buena pesca. Ese soy yo. Y esta noche fría de diciembre también estoy de pesca. Todo hace presagiar que la jornada se presenta buena. Viento encalmado y mar plana. 12

Saco un termo de la bolsa de deporte y me sirvo un té fuerte y aromático. Aspiro el aroma que se escapa de la taza de plástico y dejo que penetre en mi nariz. Percibo cómo la fragancia se aposenta en las terminaciones nerviosas de mi cerebro y las activa una a una, poniéndolas en alerta. Bebo un trago y siento como el líquido caliente envuelve mi estómago en una cálida caricia. Durante años de soledad he aprendido a conocer y sentir los órganos de mi cuerpo como si fueran independientes. Los pulmones llenándose de aire y vaciando su contenido. El corazón bombeando a las arterias la sangre roja cargada de oxígeno y recibiéndola de las venas, oscura y ya sin energía. Son las 11:30 de la noche y los primeros pesqueros sueltan amarras y enfilan la bocana del puerto. Bebo otro trago de té y dejo que su fragancia me envuelva como lo haría el abrazo de la mujer amada. En el restaurante han empezado a servir cafés y copas de licor. Enciendo la radio y pongo el cedé número 1. Me recibe Joaquín Sabina cantándome que “Este bálsamo no cura cicatrices, esta rumbita no sabe enamorar, este rosario de cuentas infelices calla más que lo que dice, pero dice la verdad…”. Ya falta menos. No debo impacientarme. A las 11:53 sale el primero. Un hombre de unos sesenta años, algo fondón y con un jersey anticuado. Se sube a un viejo Citroën y desaparece dejando una nube negra escupida por su tubo de escape. El motor diesel necesita urgentemente un reglaje. A partir de las 12:26 los abandonos se incrementan en una cadencia imparable. Risas, despedidas y coches arrancando se suceden a un ritmo constante. Ha llegado el momento. Consulto el cuaderno. Me subo el cuello de la chaqueta y me pongo los guantes de cuero negro. Todo en orden. Apago la radio. “…ni 13

Lutero, ni Buda, ni Mahoma…” son las últimas palabras de Sabina. Me quedo agazapado entre unos arbustos. Huele a meado de gato, pero relajo mi respiración y controlo mis pulsaciones como lo hace el guepardo a punto de saltar sobre su presa. Ahí está, ya sale. Es bajito y lleva un abrigo azul sobre los hombros y una bufanda que seguro es de cachemir. Se entretiene riendo con otros compañeros en la puerta del restaurante. Su pose es chulesca, se le nota seguro de sí mismo. La viva imagen de un triunfador. Zapatos de 300 euros, traje a medida y un Hublot de platino en su muñeca. Sale una mujer de unos 30 años con un vestido vaporoso de color frambuesa. El grupito de hombres le dice algo y ella suelta una risita nerviosa mientras mueve sus caderas sin dejar de caminar hacia su Golf blanco. Cuando se sienta, el grupito lanza un haz de miradas maliciosas hacia sus piernas y estallan en una enorme risotada. El del abrigo azul dice algo a sus compañeros y se dirige hacia su flamante BMW con el mando de apertura en la mano. Se acerca hacia donde estoy. Oigo el “clac” de la apertura centralizada de su coche y, por un instante, las luces naranja me iluminan. ¡Mierda! No había tenido en cuenta que al pulsar el mando a distancia parpadean los intermitentes. Me maldigo por mi falta de previsión. Un pequeño error como éste puede dar al traste con todo. Tenso todos los músculos y aguanto la respiración. Tranquilo. He tenido suerte y no me ha visto. Ya huelo su perfume, una mezcla de tabaco y colonia cara.

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De la bolsa de deporte saco un bate de beisbol viejo que un día, en mi niñez, alentó mis deseos de triunfar en el deporte rey americano. Siento la dureza de la madera bajo los guantes. Agarro el bate con las dos manos procurando alinear los nudillos. Me acerco por detrás. Levanto los brazos, sitúo el codo derecho cerca del cuerpo y sin dejar de mirar a su nuca ejercito el swing inclinando el cuerpo hacia delante. El sonido del bate al cortar rápido el aire de la noche provoca que la víctima gire el cuello mirándome sorprendido y asustado mientras le atizo un golpe en plena cara. El contacto de la madera con su nariz produce un ruido seco. Como al cascar una nuez contra otra. Crac. El golpe ha sido brutal. Ha perdido el conocimiento y se ha desplomado entre su coche y mi furgoneta. De lo que queda de su nariz mana abundante sangre. Debo darme prisa. Abro la puerta lateral de la furgoneta y después de envolverlo en su abrigo, lo meto dentro. El cuerpo es menos pesado de lo que me imaginaba. Cierro lentamente el portón sin hacer ruido y le coloco unas bridas en las muñecas y los tobillos. Aprieto fuerte tal como había ensayado. Le meto una tela de gasa en la boca y me quedo inmóvil a su lado, en la caja de la furgoneta. Oigo su leve respiración entrecortada. Le he destrozado la cara. El cierre centralizado del BMW se bloquea en un nuevo “clac” al haber pasado el tiempo estipulado sin que nadie abriera la puerta. Silencio. A los pocos minutos, uno de los compañeros del grupito se acerca al coche y comprueba la puerta del acompañante. Nada. Cerrado. - Aquí no está – grita. 15

El hombre vuelve a incorporarse al grupito en la puerta del restaurante. Ya ha pasado el peligro. En un par de horas arrancaré la furgoneta y me alejaré del puerto de Arenys de Mar. Si lo hiciera antes alguien podría recordar el vehículo. Hasta las 3 de la madrugada solo será una furgoneta blanca aparcada. Nada mejor para pasar desapercibido. Compruebo el cuaderno. No me olvido de nada. Todo controlado.

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Lunes, 20 de diciembre de 2010

Lola se desperezó. Alargó sus piernas y notó las sábanas frías en la zona izquierda que no había ocupado de su cama de 150. Aunque hacía ya casi un año que se había separado de su marido, no conseguía acostumbrarse a los despertares en soledad. Si bien hasta pasada la primera hora del día José no tenía lo que se dice muy buen humor, lo cierto es que hacía compañía. Se reprendió a si misma por pensar que encontraba a faltar su continuo refunfuñar matinal. Después del daño que le hizo cuando le dijo una mañana que ya no la quería, así de sopetón, sin explicaciones. ¡Que había dejado de quererla! Cómo si el amor fuera como un resfriado que se cura después de haber sudado toda la noche en la cama. Así despertó un día José. Se le había acabado el amor y las abandonaba. A ella y a Nerea, su hija de 12 años. “Necesito espacio” dijo el muy gilipollas. Miró el despertador. Las 6:30 de la mañana y por lo que podía sentir, hacía un frío de narices. Quizás estarían a 5 o 6 grados fuera, pero la humedad de una ciudad costera como Mataró hacía que la sensación fuera gélida hasta que el sol –si es que acababa saliendo- caldeaba el ambiente. Además, desde su separación había tenido que reducir muchos gastos, y el de la calefacción era uno de ellos. Se había acabado tener el termostato a veintitrés grados durante todo el día. Ahora, un programador encendía la caldera a las seis de la mañana hasta las nueve y no se volvía a encender hasta la tarde, cuando llegaba su hija del colegio. Y a esas horas de la mañana en el piso de la calle Goya hacía frío. Subió la persiana de su habitación y 17

frotó los cristales empañados con la manga del pijama para poder ver el exterior. Unos gruesos nubarrones negros se alzaban sobre la ciudad. Aún estaba oscuro, pero todo apuntaba a que se enfrentaba a un día gris. Se levantó sin hacer ruido, se duchó y se preparó para ir a trabajar. Se colgó en bandolera el pequeño bolso que contenía la pistola y guardó la placa de policía de los mossos de escuadra. Abrió la puerta de la habitación de Nerea. - Me voy, cariño –le dijo dulcemente a su hija – Que te vaya bien el día. Ya me dirás como te ha ido el examen de mates esta noche. Acuérdate de comprobar las operaciones y los signos antes de entregarlo. - ¡Que sí, mamá! –contestó una voz completamente dormida – Atrapa a muchos malos- Y se revolvió en la cama hasta cubrirse la cabeza con el edredón. - No te duermas, ¿Eh? - ¡Que no, mamá! – respondió Nerea desde el fondo de la cama A Lola le sabía mal dejar a su hija sola en casa, pero no había remedio. Empezaba turno a las 7 en la comisaria de Mataró. Se sentía culpable por no poder atenderla más tiempo. Por no hablar más con ella de sus problemas y de las lógicas dudas que le surgían a esas edades. Temía que un día de estos tuviera su primera regla y no pudiera estar a su lado para aconsejarla. Dudaba de cómo afrontaría su educación cuándo Nerea empezara a salir con chicos, si es que no lo hacía ya ahora. ¡Sabía tan pocas cosas de su hija! 18

Se obligó a dejar de pensar en todo eso, se abrochó la chaqueta y cerró la puerta de casa. Bajó los cinco pisos a pie y salió a la calle. Tenía suerte que la comisaría estuviera cerca. Anduvo hasta la calle Miquel Biada y siguió la misma ruta de siempre hacia la avenida del President Companys. Al cruzar un semáforo, una racha de viento helado y húmedo se coló en su cuerpo hasta los huesos. Apretó el paso y puso las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Se había vuelto a olvidar los guantes en casa. Se preguntó qué reacción tendrían algunas de las personas con las que coincidía muchos días si supieran que dentro del bolso llevaba una “star” de nueve milímetros. Sonrió para sus adentros. Antes de las 7 llegó a la comisaría. En recepción estaba Alex, un policía recién salido de la academia de Mollet. El 1 de agosto pasado había sido destinado a Mataró para cubrir varias bajas. Unas semanas atrás coincidió con él en la sala de descanso tomando un café y le hizo un comentario sobre que “le daba giñe” llevar un tipo determinado de arma. En su opinión, últimamente los nuevos policías salían mejor preparados para empuñar un bolígrafo y redactar denuncias que para enfrentarse con delincuentes a pie de calle. Entre éstos, que prefieren la placidez de los despachos y los chalados, que se pirran por llevar una pistola para poder ir pegando tiros a la mínima, no sabía como acabaría esta profesión. - Buenos días, inspectora – dijo Alex o mejor dicho “Majoni”, como cariñosamente le había apodado Mestres, un subinspector que siempre estaba de cachondeo.

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Lola se limitó a hacerle un saludo con la mano, mientras subía a su despacho en la primera planta. Más que un despacho era una sala con tres mesas de trabajo, que compartía con los subinspectores Martínez y Mestres. Martínez era el más veterano y nunca quiso tener a nadie a sus órdenes. “Es más fácil obedecer que mandar” solía decir. Bajito, con una calva incipiente y siempre vestido con chaqueta y corbata, daba la imagen de un sabio despistado. Poco amante de las nuevas tecnologías, a sus cincuenta años había desarrollado un sexto sentido que sólo da la experiencia. Su opinión era muy apreciada por sus jefes. Si Martínez, “el abuelo” como cariñosamente le llamaban, sugería alguna línea de investigación o manifestaba alguna duda sobre un testigo, más pronto o más tarde se veía confirmada. Mestres era la otra cara de la moneda. Licenciado en Ciencias Exactas, se había especializado en delitos informáticos y era un gran conocedor y usuario de las últimas tecnologías. Su mesa estaba siempre llena de aparatos y gadgets tecnológicos. En lo que se refiere a su carácter destacaba por su impulsividad, su eterna disposición a bromear con todo y con todos, así como su capacidad para avanzar sin supervisión. Además, con sus veinticinco años y su metro noventa, era un tipo atractivo. Según muchas compañeras, “de los más macizos del cuerpo”. Estaba claro que formaban un buen equipo. Había buen rollo entre ellos y se complementaban a la perfección. Martínez representaba la experiencia, la moderación, la meticulosidad y el razonamiento. Mestres respondía al prototipo de policía intuitivo, preparado técnicamente y algo alocado. La inspectora 20

Lola Moreno, la “jefa”, era el contrapunto a ambos y se le atribuía una dedicación a sus casos rayana a la obsesión. Un equipo, “la Triple M” por sus tres apellidos, que se jactaba de ser de los más eficaces del cuerpo de la policía autonómica catalana. Aquel lunes de diciembre tenían que redactar el informe de la detención de un atracador que había estado robando en varios comercios del centro de Mataró y que al final había sido localizado por una de sus víctimas, la empleada de una zapatería de la calle Barcelona a la que había puesto una pistola simulada en la sien antes de llevarse la recaudación de la caja. La mujer se topó cara a cara con él mientras paseaba con su marido y su hijo por el paseo Marítimo y llamó de inmediato a la policía. La patrulla lo arrestó cuando se disponía a entrar en las dependencias del puerto deportivo. Ahora el trabajo consistía en ser muy cuidadosos con el procedimiento antes de hacer llegar el oficio al juez de guardia. El atracador -Lamine Diaby- un senegalés de veintipocos años había dormido en los calabozos. No habían pasado ni dos semanas desde que la policía municipal le había incautado las copias ilegales de cedés y dvd que vendía por los bares. “De algo tiene que comer” pensó Lola. Cuando pasaban pocos minutos de las 8, sonó el teléfono. Era “Majoni”. Mestres descolgó el auricular y escuchó las explicaciones del novato. Se había recibido una llamada en el 112, el teléfono integrado de emergencias. Todo parecía indicar que habían encontrado un hombre muerto en el recinto del cajero automático de la Caja de Ahorros de la calle Cisa esquina con Rosellón de Mataró. 21

- ¿Un pordiosero muerto de frío? –preguntó mientras hacía una mueca de desesperación por tener que interrumpir la redacción del oficio del atracador de la zapatería. - Creo que no. El cadáver parece ser del director de la sucursal bancaria – contestó Alex. Mestres hizo una seña con el dedo a sus compañeros indicando que no era ningún indigente. - ¿Un atraco, entonces? – aventuró. - Tampoco. La empleada que ha llamado estaba muy nerviosa. Los de la central de alarmas no han acabado de entender lo que ha pasado. Les da la impresión que le han sacado los ojos – Majoni calló esperando alguna instrucción. Mestres tapó el auricular y dirigiéndose a Lola le dijo: - Me temo que no vamos a poder acabar el informe. Tenemos una muerte violenta cerca de casa de tus padres. - Ahora vamos- dijo Lola levantándose del escritorio- Pregúntale a Alex qué coche tenemos disponible –y dirigiéndose a MartínezLo siento pero me llevo a Mestres, tendrás que acabar tú sólo el papeleo. - No problem, jefa. Pero ya sabes que yo, con el ordenador, no soy el mejor –respondió el veterano.

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Al cabo de pocos minutos aparcaban el Nissan camuflado sobre la acera de la calle Rosellón, frente a la sucursal de la Caixa Catalunya. Un grupo de unos treinta curiosos se agolpaba ante la cristalera de la oficina bancaria intentando ver lo que ocurría en su interior. La mayoría eran vecinos del barrio a los que Lola reconoció. Más alejados, un corrillo de inmigrantes senegaleses observaban con cara de susto lo que estaba sucediendo. Lola había crecido en el barrio de Cerdanyola de Mataró. A finales de los ochenta sus padres compraron una casita cerca de allí y en ese entorno vivió su adolescencia y su juventud hasta que se casó con José. Los más antiguos del lugar le habían explicado con añoranza los profundos cambios que había vivido el barrio. Los primeros que se instalaron en la zona eran inmigrantes andaluces y extremeños que en los años sesenta y setenta trasladaron sus vidas a Catalunya en busca de un trabajo que escaseaba en sus pueblos. Entonces, Cerdanyola era como una gran familia donde todos se conocían y se ayudaban. En los últimos años se había convertido en una enorme torre de Babel donde se hablaba más el árabe, el mandinga o el chino que el castellano o el catalán. Sólo con observar la clase de Nerea se podía comprobar que menos del cincuenta por ciento eran hijos de españoles. Y en aquella mezcolanza de culturas, Lola y sus compañeros hacía tiempo que habían detectado la semilla de un conflicto. Los españoles recelaban de sus nuevos vecinos inmigrantes, de sus costumbres, de su indumentaria e incluso de los extraños idiomas que hablaban y que eran incapaces de entender. Los recién llegados desconfiaban de los españoles a 23

los que consideraban intolerantes, cuando no racistas, y altivos. Todos tenían razón y ninguno la tenía toda, pero el barrio se había dividido en parcelas. Españoles frente a extranjeros. Cristianos frente a musulmanes. Blancos frente a negros. Lola no quería culpar a nadie, pero parecía que los políticos preferían mirar hacia otro lado en lugar de enfrentarse al problema. Y ella era sólo policía y podía hacer muy poco. Unas sirenas a todo volumen sacaron a Lola de sus pensamientos. Era una patrulla motorizada de la policía municipal. Mestres habló con los municipales para que apartaran a los mirones de la puerta y establecieran un cordón de seguridad. También tendrían que cortar las calles tan pronto llegara la ambulancia. Lola llamó al timbre exterior de la caja de ahorros, mientras enseñaba su placa. Un empleado tembloroso le abrió la puerta, mientras en una silla, una chica lloraba desconsoladamente con la cara escondida entre sus manos. Frente a los cajeros automáticos, debajo de una vieja manta gris, sobresalían unos pies. Lola se puso los guantes y levantó la manta. El espectáculo era muy desagradable. Un hombre de mediana edad yacía completamente desnudo en posición fetal. En sus muñecas y tobillos le habían puesto unas bridas blancas que mantenían juntas las extremidades. Se agachó para ver su rostro. La nariz parecía deformada. Observó perpleja que, efectivamente, le faltaban los dos ojos.

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Lola pensó que aquella tarde le sería imposible comentar con su hija el examen de matemáticas. Se le había girado trabajo. Cogió el teléfono móvil para llamar al colegio de Nerea, pero recordó que aún no había solicitado el equipo de la policía científica. Pidió a Mestres que empezara a tomar declaración a los empleados de la oficina, mientras llamaba a la comisaria. Aprovechó para decirle a Martínez que viniera a ayudarlos. - ¿Dejo el informe, entonces? – soltó el veterano policía contento por poder olvidarse del trabajo administrativo. - Por supuesto. Y tráete la cámara digital, si es que ya la han arreglado. - No problem, jefa. Voy volando. Pensó en cómo es de diferente la realidad de las series televisivas, donde un vasto equipo de policías, fotógrafos, forenses y hasta especialistas en insectos se dedican casi en exclusiva a cada caso. Y ella tenía que ocuparse de casi todo. Incluso había aprendido que no estaba de más hacer sus propias fotografías, si es que la única cámara que tenían, una vieja Pentax compacta, había sido reparada. Nada más llegar, Martínez desplegó ante la puerta acristalada las lonas del biombo que impedía curiosear lo que ocurría dentro y entregó la cámara a Lola. Ésta apartó con mucho cuidado la manta y empezó a fotografiarlo todo. Clic. Un primer plano de la cara, una cara sin ojos que parecía pedir compasión. Clic. Otro de las muñecas. Clic. Otro de los tobillos. Clic. La manta. Clic. El suelo. Clic. Una escoba. 25

Llegaron los sanitarios de la ambulancia y certificaron lo que era evidente. El hombre estaba muerto. Lola ordenó que no tocasen nada hasta la llegada del juez y que atendiesen a los empleados de la caja por si precisaban algún calmante o atención psicológica. Martínez empezó a tomar declaración al subdirector de la sucursal, el cual se encontraba muy afectado y le costaba respirar. Mestres ya llevaba un rato interrogando a la otra empleada, y al cabo de unos minutos ya había terminado. Mientras introducía los datos en la pda empezó su resumen: - Me ha confirmado que no se trata de un atraco. No falta nada. La empleada se llama Cristina, tiene treinta años y hace dos que está destinada en esta oficina. La chica no sabe nada –explicó Mestres consultando las notas que había tomado en su pdaCuando llegó a las ocho de la mañana para entrar a trabajar se encontró con el subdirector muy alterado y este panorama. Efectivamente el muerto es el director de la sucursal. - ¿Cuándo fue la última vez que lo vio? – preguntó Lola. Mestres tecleó la pantalla táctil. - No coincidía con él desde hace unos diez días, en la cena de Navidad. La semana pasada el director estuvo de vacaciones y hoy tenía que incorporarse al trabajo. Supongo que la mala cara que hace es por tener que volver a trabajar en lunes –bromeó el policía.

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Lola hizo un mohín reprobatorio por la broma de mal gusto de su compañero. Ya se había acostumbrado a sus habituales ocurrencias. Suponía que era la manera que tenía Mestres para poder liberarse de los dramas con que tenían que enfrentarse diariamente. Martínez se acercó rascándose la calva sin apartar la vista de su inseparable bloc de notas. - ¿Algo más que no sepamos? –inquirió Lola - El subdirector se llama Julián Izquierdo. Están a punto de prejubilarle. Lleva en esta sucursal más de quince años. Cuando ha abierto la puerta esta mañana pensó que el bulto era un indigente que se había resguardado del frío de la noche. Le dio un pequeño toque con el pie para que despertara y, al ver que no se movía, movió la manta con un palo de escoba. - ¿Un palo de escoba? – preguntó Mestres - Si –respondió- se ve que algunas veces los que se quedan a dormir en el cajero se hacen sus necesidades encima y no lo quería tocar. Al descubrir que era su jefe tiró la escoba y llamó al 112. Está cagado de miedo. - ¿Algo más? - Si. También dice que no hay nada forzado ni han robado nada. No cree que haya sido un atraco. Vio a su jefe por última vez la noche del viernes 10 de diciembre en la cena de Navidad en un restaurante del puerto de Arenys de Mar. Aquella noche se marchó de los primeros ya que su mujer no se encontraba 27

demasiado bien y no quería que se quedara sola mucho rato. Dejó al director en el restaurante tomando copas. - ¿Había notado algún cambio en el comportamiento de su jefe últimamente? – inquirió Lola - No. Al contrario, según lo que me ha explicado, estaba muy contento. Acababa de estrenar un coche nuevo, un BMW de la serie 5. Según contó, el sábado después de la cena de Navidad tenía un vuelo a Chile para pasar la semana de vacaciones en un festival de fotografía o algo así. La mujer del muerto es propietaria de la tienda de fotografía “Flash” de la Rambla, en pleno centro de Mataró. Lola recordó haber llevado a imprimir fotografías de la cámara de la policía a esa tienda en más de una ocasión. Martínez pasó lentamente varias páginas de su bloc de notas y continuó. - El muerto se llamaba Jordi Puig, cuarenta y tres años y sin hijos. Vivía en Cabrils y parece que disfrutaba de un nivel económico bastante bueno. O al menos no acostumbraba a reparar en gastos. Lola encargó a Mestres que llamara a las compañías aéreas y averiguara si el difunto llegó a embarcar en el avión de Chile y, si lo hizo, con quién viajó y cuando volvió. Martínez indagaría si existía alguna denuncia por desaparición del muerto y se pondría en contacto con la policía de Cabrils para que localizase a la esposa. Lola quería hablar con ella aquella tarde.

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El equipo de la científica estaba ya espolvoreando todo el recinto para extraer huellas digitales, aunque Lola no esperaba ningún avance en este terreno. Les recordó que no se olvidaran de recoger todo lo que había en la papelera de los cajeros. A las dos del mediodía se presentó la jueza de guardia para levantar el cadáver. La acompañaba Izaguirre, un forense con el que Lola había coincidido varias veces. Un tipo competente, pero un poco disperso. Tendría que intentar centrarlo. El médico hizo un reconocimiento preliminar del cadáver. - ¿Me puedes comentar alguna cosa, aparte de lo evidente? – preguntó Lola El forense se sacó los guantes de látex, tirándolos al suelo. - Aparte de lo evidente, como dices tú, este hombre lleva muerto menos de veinticuatro horas. La temperatura del… Lola no le dejó proseguir con su lección de medicina. - ¿Causa de la muerte? - Ni idea. Tiene abrasiones en tobillos y muñecas causados por las bridas. La nariz está partida y le han extraído las órbitas oculares. Pero aparte de esto, a primera vista no he encontrado ningún signo externo que pueda haber provocado su muerte. - ¿Nada más? - Bueno, como cosa extraña, parece que el cuerpo haya sido lavado recientemente. 29

- ¿Lavado? ¿Qué quieres decir? –se extrañó la inspectora. - Pues eso, que su piel está limpia, incluso las plantas de los pies. O le han quitado los zapatos o llegó volando. - No digas tonterías – zanjó Lola. - A veces, los médicos nos llevamos más de una sorpresa cuando… No podía quedarse a escuchar con qué se sorprendían los médicos forenses, así que dio por terminada la conversación Vale –contestó Lola- pero tan pronto determines la causa de la muerte y una hora más exacta, llámame.

Como sus padres vivían a sólo dos manzanas, Lola decidió acercarse a ver cómo estaban. Últimamente su padre había recaído de su depresión y su madre hacía ver que no pasaba nada. Además tenía que pedirles que se ocuparan de Nerea, que se quedaría a dormir en su casa aquella noche. Pero antes comería algo en el bar de enfrente. No quería provocar ningún caos en la organizada rutina de sus progenitores presentándose a comer sin habérselo avisado con antelación. El bar estaba casi vacío. Sólo un operario vestido con un mono azul de mecánico ocupaba una mesa al fondo. Lola se sentó en la 30

zona cerca del ventanal. Desde allí podía ver el despliegue policial ante la oficina bancaria. Mientras esperaba que le sirvieran un bocadillo de beicon, se acordó de que no había llamado al colegio de su hija. Cogió el teléfono móvil y buscó el número del instituto en la agenda. Pidió que le dijeran a Nerea que cuando saliera de clase fuera directamente a casa de los abuelos. Sabía que a su hija le disgustaba pasar la noche fuera de su habitación, sin poder hablar por el messenger y sin sus cosas. Además, siempre le decía que estar en casa de los abuelos era “como estar en un entierro de segunda”. Era verdad, pero no tenía otra elección. Mentalmente repasó los datos del caso, empezando por lo más obvio. Se trataba del asesinato de un director de banco. Podría haber sido un cliente enfadado por algo. Tendría que interrogar nuevamente al subdirector por si podía dar alguna pista en ese sentido. Por otra parte, el hecho de que le hubiesen arrancado los ojos apuntaba a un posible asesinato pasional. Iba a sondear a la esposa esta tarde, si es que la conseguían localizar. También sopesó la posibilidad de que hubiera viajado a Chile con una amante. Pero si no llevaba muerto ni un solo día, quería decir que todo ocurrió al volver del viaje, concretamente durante ayer domingo. Un atraco con violencia no acababa de convencerla. Además el muerto estaba completamente desnudo. Los datos no encajaban, estaba bastante despistada y tenía demasiadas vías abiertas. Llamó a comisaría y pidió a Alex que convocara una reunión con sus subinspectores esa misma noche a las nueve para poner en común lo averiguado. Su intuición le decía que no sería un caso fácil y no podían perder tiempo.

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En aquel momento entró una llamada en su teléfono móvil. Era del equipo de la científica. “¿Qué se habrán olvidado esos colgados?” pensó Lola mientras presionaba la tecla verde. - Inspectora Moreno, disculpe una cuestión –dijo una voz que le resultaba vagamente familiar- Nos preguntamos si nos encargamos nosotros de pedir a la central de la caja la cinta de la cámara de seguridad o ya lo ha hecho usted. A veces, los unos por los otros… ¡La grabación de seguridad! Se le había pasado completamente, pero no estaba dispuesta a reconocerlo a los “perfectos” de la científica. - Tranquilos –respondió con tono de suficiencia- de eso ya se ha ocupado mi equipo esta mañana. Por cierto –añadió- tan pronto tengáis la relación de todo lo encontrado pasádmelo por correo electrónico. Acabó de un sorbo la cerveza que quedaba en su vaso mientras engullía el último trozo de bocadillo. Desistió ir a casa de sus padres. No tenía tiempo. Pagó al dueño de bar, un chino que parecía entender muy poco de castellano y se dirigió andando hacia la comisaria. Mientras bajaba por la calle Lluis Companys sintió una fuerte quemazón en su estómago. “Me estoy destruyendo por dentro. Tengo que cambiar mis hábitos de comida o acabaré con una úlcera del tamaño de una pizza. Además, a mis treinta y siete años, empiezo a sentir que las caderas se me están poniendo enormes” pensó.

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Se propuso cambiar de dieta y hacer más ejercicio, aunque sabía que iba a ser muy difícil. Tenía un trabajo que le dejaba poco tiempo para ella. Lola era una mujer alta, o al menos era de las altas en el colegio. Con su 1,75 de altura, ojos grises, la melena pelirroja que recogía en una coleta y una complexión atlética, era una mujer con un atractivo especial, especialmente cuando se ponía aquellos tejanos ceñidos que se había comprado en un viaje a París. Con ellos se sentía capaz de comerse el mundo. Esta mañana sólo había encontrado a mano los pantalones que ya llevó la semana pasada y no quiso entrar en la habitación de Nerea a buscar otros. Por eso no estaba a gusto consigo misma. Notó un nuevo reflujo de beicon. “Tengo que comer más despacio” pensó. Al llegar a la comisaría subió directamente a su despacho. Mestres y Martínez estaban comiendo un menú chino en unos recipientes de plástico transparente. Mestres cogía los fideos con palillos. - Hola jefa –dijo Martínez nada más verla llegar- Ya he hablado con la policía local de Cabrils y han contactado con la mujer del muerto. La espera a las cinco en su casa- le tendió un papel con la dirección y el teléfono -¿Quiere un plano de Cabrils para encontrar la calle? - Vale, pero me voy a perder igual –respondió Lola con un suspiro- ¿Hay alguna denuncia por desaparición? – preguntó mientras escogía un rollito de primavera. Al final decidió ir a buscar una manzana en la pequeña nevera.

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- Eso es lo más curioso –respondió Martínez- La mujer creía que su marido había vuelto de Chile y había ido directamente al trabajo. - ¿Sin pasar por casa? – se extrañó la inspectora. - Se ve que no llevan una vida excesivamente en común… Lola miró a Mestres que se estaba poniendo en la boca una enorme bola de fideos y le hizo una seña con la mano para que le informara de lo que había descubierto. El subinspector se limpió los dedos con una servilleta y tecleó su pequeño Notebook. La impresora del rincón empezó a escupir papel. Mestres lo cogió y empezó a leer. - Jordi Puig tenía reservado el vuelo de Iberia 7319, vía Madrid, a Santiago de Chile para el sábado 11 de diciembre. El vuelo salió puntual a las 11:40 pero no subió a él. Fue el único que no embarcó. Y antes de que me lo digas estoy pidiendo una lista de pasajeros a la compañía aérea para ver si alguien más podía tener previsto viajar con él. - Tú llegarás lejos en el cuerpo – bromeó Lola. - La vuelta la tenía prevista para el domingo 19 de diciembre a las 11 de la mañana, también en vuelo de Iberia. Tampoco llegó. En total se gastó más 2.000 euros en el vuelo. Estoy pendiente de que me localicen al organizador del festival de fotografía chileno para que me diga si el muerto llegó a acreditarse. - O sea que parece que no voló a Chile – terció Martínez- Lo que nos estábamos preguntando aquí el crack de la informática y yo 34

es ¿cómo es posible que no embarque en el avión de Chile, nadie denuncie su desaparición y el forense estime que murió ayer domingo? ¿Dónde estuvo toda la semana si no estuvo ni en Chile ni en su casa? Lola se sentó en la mesa de Martínez y dio un mordisco al último rollito de primavera que había, mientras miraba pensativa por la ventana. - Lo que está claro es que durante diez días estuvo en alguna parte que no sabemos y que después de desnudarlo, le lavaron, le rompieron la nariz, le sacaron los ojos y le mataron, y no necesariamente en este orden –dijo Lola- ¿Tiene esto alguna lógica? Este caso se está complicando por momentos y sería conveniente que no nos equivoquemos. Tendremos a la prensa y a los políticos muy encima. Entonces se acordó ¡La grabación del banco! Se sentó ante su ordenador y -vía informática- pidió a la Central de Caixa Catalunya la grabación de las cámaras de la sucursal entre la medianoche del viernes 17 y las diez de la mañana del lunes. Miró su reloj. Las 16:30. Tenía media hora para llegar a Cabrils e interrogar a la esposa. Luego llamaría a sus padres. No podía ocuparse todo al mismo tiempo. Cogió un trozo de pan de gambas del recipiente. Estaba blando.

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El único vehículo que estaba disponible era un viejo Seat que había vivido momentos mejores. Mientras Lola enfilaba la rotonda de la Arquera y seguía la línea de la costa por la carretera nacional pensó que no querría verse envuelta en una persecución a bordo de semejante coche. La cantidad de manos que lo conducían y el poco cuidado con que lo hacían lo habían convertido en una máquina peligrosa. El embrague hacía un extraño ruido cada vez que cambiaba de marcha y en las sucesivas rotondas pudo comprobar la escasa precisión de la dirección. Condujo despacio contemplando el mar. Cerca del horizonte se empezaban a ver algunas luces provenientes de los farolillos de las barcas. Cuando llegó a la altura de la estación de ferrocarril de Vilassar de Mar giró a la derecha y cruzó la población en dirección norte. Nada más pasar el puente de la autopista tuvo ante ella el valle en el que se desplegaba el pueblo de Cabrils. Un valle cerrado al norte con frondosos bosques de pinos entre los que sobresalían multitud de chalets y casas unifamiliares. Lola se dirigía a Montcabrer, una de las urbanizaciones más prestigiosas del municipio. Las calles de las urbanizaciones de Cabrils serpentean en todas direcciones, convirtiéndose en un auténtico laberinto para los no iniciados. Ascienden en una cerrada curva, descienden por los torrentes y cruzan de una zona a otra sin ninguna señalización. Quizá se deba a que la construcción de los chalets se hizo sin otra planificación urbanística que la mera parcelación del monte. Muchos de los chalets mostraban la capacidad económica de sus propietarios, con construcciones de calidad y cuidados jardines. 36

La inspectora pensó que seguramente los únicos inmigrantes que se encontraría en aquel lugar serían jardineros o mujeres de la limpieza. Un enorme Audi de color rojo cruzó a toda velocidad por delante del vehículo policial. Lola dio un brusco frenazo. Consultó por enésima vez el plano que le habían entregado en comisaría. Se convenció que jamás encontraría la calle Rocas Blancas ella sola. Se había perdido. “Como siempre que vengo a este puñetero pueblo” dijo en voz alta tirando el plano al asiento trasero. Una sirvienta filipina uniformada, que paseaba un diminuto perrito con cara de ratón, le dio las indicaciones necesarias y, aunque con más de un cuarto de hora de retraso, acabó aparcando ante la casa del difunto. Antes de dirigirse a la casa, se subió a un pequeño mojón y contempló la espléndida vista que se presentaba ante sus ojos como un decorado. El sol empezaba a esconderse tras las montañas y lo primero que descubrió fue el campanario de la iglesia iluminado. Al frente, las primeras luces de las casas se deslizaban por las laderas del valle hasta llegar al mar. Y a lo lejos, se adivinaban los dos rascacielos del puerto olímpico de Barcelona y la inconfundible silueta de la montaña de Montjuic. Un halo anaranjado emergía hacia el cielo indicando la ubicación de la capital catalana. Desde su puesto de observación no parecía que Barcelona estuviera a más de veinticinco kilómetros. La casa del difunto Jordi Puig era una sobria construcción de una planta, rodeada por un muro forrado de piedra y rematado por una preciosa verja de hierro forjado. Lola pensó que 37

posiblemente la verja había costado más que el equivalente de su sueldo anual. Llamó al interfono y después de identificarse, se abrió automáticamente una puerta blanca con las letras “P” y “E” entrelazadas. El jardín, lleno de flores a pesar de estar en pleno invierno, estaba flanqueado por dos enormes palmeras que enmarcaban la vivienda. Por el cuidado césped habían marcado distintos caminos con losas de piedra blanca. El de la izquierda llevaba hasta una piscina rodeada por una tarima de madera tropical y una pérgola, también de madera, cubierta con un toldo de color blanco. El camino de la derecha, más ancho, conducía hasta el garaje, en cuyo interior se entreveía un enorme todoterreno negro y un quad. El camino central acababa en el porche de la casa, en el que la esperaba la viuda.

Belén Estrada era una mujer pequeña y delicada y podía encuadrarse en el segmento de los pijos adinerados. Una cabellera rubia con mechas, una planchadísima blusa blanca de seda y unos pantalones negros de Escada conformaban su indumentaria. Unos mocasines negros de charol, un foulard gris y un conjunto de pulseras que no parecían de fantasía remataban el conjunto. Después de las presentaciones, entraron en la vivienda. Tanto el recibidor como el salón comedor parecían salidos de las páginas 38

de la revista “Interiores”. Muebles de madera de calidad, sillones de cuero envejecido, un gran tapiz y mullidas alfombras a juego con las cortinas. Sobre una mesita, unas revistas de fotografía estratégicamente situadas, completaban el decorado. A Lola le vinieron a la mente las casas de los famosos que su madre hojeaba en las revistas del corazón. Unas casas limpias y ordenadas, pero sin vida. Belén Estrada invitó a la inspectora Moreno a sentarse en un sillón de cuero negro con ribetes blancos, mientras ella se sentaba suavemente en el brazo de un sofá. Fue tan leve el movimiento que daba la impresión de ser una frágil figurita de porcelana a la que el menor movimiento podía resquebrajar. Lola decidió empezar. - En primer lugar, mi condolencia por el fallecimiento de su esposo. No es mi intención molestar, pero dadas las circunstancias de su muerte es preciso recopilar la máxima información lo antes posible –La inspectora utilizó el texto “oficial” de la policía en estos casos. Se lo sabía de memoria. - ¿Ya saben quién ha sido? – preguntó la viuda con un hilo de voz. A pesar del maquillaje, era fácil advertir que sus ojos estaban enrojecidos. - Estamos en ello. Piense que las primeras horas son cruciales para poder encontrar alguna línea de investigación. Belén Estrada se levantó y se dirigió hacia una amplia cristalera que daba a un cuidado jardín. Parecía desorientada.

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- ¿En qué puedo ayudar yo? Para mi ha sido un golpe tremendo. - ¿Cuándo fue la última vez que vio a su esposo? – Lola quería ir al grano. - El viernes antes de salir de casa para ir a la cena de Navidad – suspiró lánguidamente- Jordi se había preparado la maleta para el viaje a Chile y me dijo que ya no volvería a casa hasta hoy por la tarde. - ¿No la llamó ni se puso en contacto con usted durante esta última semana? Belén Estrada cogió entre sus manos un marco plateado que contenía una foto de la pareja cuando eran jóvenes. Sonreían. - No. La verdad es que aunque estábamos casados, mantenemos ¿cómo explicarlo? –dudó unos instantes- vidas separadas. Aunque compartimos casa, yo pago la mujer de la limpieza y él al jardinero. Bueno –dudó- compartíamos… - Si no es indiscreción ¿me puede explicar su relación con más detalle? La viuda resiguió con el dedo índice el marco de fotos. - Jordi y yo nos conocimos hace catorce años. Él era un joven entusiasta de la fotografía que frecuentaba la tienda de la Rambla. Junto con mi padre se pasaba horas experimentando nuevas técnicas fotográficas en el laboratorio. Era muy apuesto y amable y me enamoré de él. Al cabo de dos años nos casamos. - Prosiga, por favor –la animó la inspectora. 40

- A principios del 2008 no sé lo que pasó. De repente, nos fuimos distanciando el uno del otro. No era nada concreto; lo que estaba claro es que la pasión de los primeros años se había apagado y no supimos como recuperar la llama de nuestro amor. Entre nosotros se estableció un cariño especial que impedía que nos separáramos, pero que también frenaba una convivencia matrimonial tradicional. Éramos más que buenos amigos, pero menos que esposos enamorados. Y como los dos disponíamos de independencia económica más que suficiente, nos fuimos refugiando cada uno en su rincón. Belén Estrada se quedó mirando la fotografía en silencio. Lola se impacientaba porque el interrogatorio no iba lo rápido que a ella le hubiera gustado, pero decidió no intervenir. En un curso sobre interrogatorios policiales al que asistió el último verano le habían explicado que, ante un silencio prolongado, el primero que habla, pierde. Después de unos minutos en los que ninguna de las dos mujeres dijo nada, la viuda continuó. - Yo me centré en la tienda que había heredado de mi padre y él en su trabajo en la caja y en su afición a la fotografía. - Entonces ¿coincidían en la tienda? – preguntó Lola - No. Jordi montó un pequeño estudio fotográfico en el antiguo laboratorio del primer piso. Lo acordamos porque ese local había quedado en desuso cuando dejamos de revelar las fotografías para utilizar los servicios de laboratorios externos. - ¿Sabe si su marido tenía algún enemigo?

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- Ni idea. Conocía muy poco de la vida que llevaba Jordi, y para serle sincera desconozco si existe alguien capaz de hacerle a Jordi lo que le han hecho. ¡Me parece todo tan irreal! - ¿Conoce a alguien que pueda darnos más pistas sobre el circulo de relaciones de su esposo? - No sé. Sólo se me ocurre Xavier, un amigo con el que compartía su afición por la fotografía. Creo que tenían algún tipo de montaje para pasar a formato digital los videos y películas antiguas para los empleados de la caja. - Tendremos que echar un vistazo al laboratorio de su esposo por si hay alguna pista. ¿No hay problema, verdad? Belén Estrada se dirigió hacia un pequeño escritorio y de uno de sus cajones sacó un juego de llaves. - Aquí tiene una copia de las llaves del local –dijo entregándolas a la inspectora- Montse, la dependienta de la tienda, les acompañará. Me perdonará, pero yo no tengo ánimos para entrar allí. En ese momento empezó a sonar el teléfono de Lola. Era Mestres. La policía municipal de Arenys de Mar había localizado el coche del difunto aparcado en el puerto. La científica ya estaba en camino. La viuda miraba ansiosa a la inspectora esperando noticias sobre la muerte de su marido. Pero Lola decidió no comentarle nada. Le entregó una tarjeta por si se acordaba de algún dato que pudiera ser de interés y se despidió de ella. Al salir de la casa vio 42

por el rabillo del ojo cómo una sirvienta salía de la cocina y se dirigía solícita hacia su señora. Le vino a la mente su madre, que trabajó de mujer de la limpieza durante más de veinte años. Antes de arrancar llamó a su madre para pedirle que se ocupara de Nerea. No había ningún problema. La abuela Encarna se ocuparía de todo y le prepararía el desayuno a la nieta para mañana. Como siempre, su madre estaba dispuesta a ayudarle a pesar del problema que tenía en casa. Lola pensó que sin el apoyo de su madre no sabría como compaginar sus obligaciones de madre con las de su profesión. Había anochecido completamente y el valle de Cabrils se presentaba como un belén a escala natural, con sus lucecitas y todo. Unas negras nubes tapaban el cielo impidiendo ver las estrellas. Empezó a chispear y Lola maldijo para sí la situación ya que estaba segura que se volvería perder. Para su sorpresa, esta vez la salida del laberinto callejero fue muy sencilla. A los pocos minutos ya circulaba por la carretera nacional en dirección al puerto de Arenys de Mar.

Al cruzarse con el antiguo edificio del Monte Calvario ya pudo ver a lo lejos las luces azules parpadeantes de los coches de policía. Una vez entró en el recinto del puerto, sólo tuvo que

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seguirlas para encontrar el lugar donde habían localizado el vehículo de Jordi Puig. La esperaba Mestres que se había enfundado en un anorak. El suelo estaba húmedo y hacía mucho frío. - Abríguese, jefa –dijo el subinspector frotándose las manosllevo aquí media hora y ya no noto si tengo las orejas puestas. ¿Me puede decir si aún las conservo? - Déjate de orejas y explícame lo que has averiguado. Una cinta de la policía local cerraba un perímetro alrededor de un BMV negro sin ninguna señal de accidente. Una policía de la científica enfundada en un mono blanco estaba de rodillas raspando el suelo con un extraño punzón en una mano y una bolsita de plástico en la otra. - Todo parece indicar que el coche ha estado aparcado aquí desde la cena de Navidad. El restaurante está justo aquí enfrente –Mestres hizo un gesto con la barbilla- Han encontrado lo que parecen ser gotas de sangre en el suelo, pero después de una semana y con la lluvia no saben si va ser posible procesarlas correctamente. - ¿Quién está al mando del equipo de la científica? –preguntó Lola Mestres sonrió. - Para colmarte de felicidad, te informo que es el sargento “Cariñito”, tu sargento preferido.

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Quien Mestres apodaba “sargento Cariñito” era en realidad el sargento Iván Cortés, un donjuán de cuidado al que Lola había tenido que parar los pies en más de una ocasión cuando coincidió con él en la regional de Granollers. Además era un sobón de cuidado. La inspectora se acercó a un rincón del aparcamiento donde el sargento Cortés ordenaba unas bolsas con los distintos objetos encontrados alrededor del BMW. Nada más verla, su cara se iluminó. - ¡Lola, cariño! ¿Qué necesita mi inspectora pelirroja preferida? “Ya empezamos” pensó Lola. - ¿Puedo echar un vistazo a lo que habéis procesado? –preguntó intentando dar la entonación más profesional posible. - A ti no puedo negarte nada, bonita. Aunque tú no me correspondes con la misma moneda ¿eh? –Cortés le guiñó un ojo. Lola se dirigió hacia una enorme caja de herramientas en la que estaban ordenadas distintas bolsas de plástico con lo que habían encontrado. Varias colillas. Una bolsa de patatas vacía. Una lata de trinaranjus aplastada. Una piedra. En una de las bolsas había una pequeña pieza de plástico amarillo en forma de “uve” que atrajo su atención. - No tenemos ni idea de lo que es –el sargento se le había aproximado por la espalda y Lola podía percibir su aliento mentolado. 45

La inspectora puso sus músculos en tensión. Se maldijo a sí misma por haberle dado la espalda. - Mide cinco milímetros y parece el trozo de una pieza mayor – Cortés apoyó la barbilla en el hombro derecho de Lola mientras posaba su mano izquierda en su cintura. Lola se deshizo del abrazo como si dentro de ella hubiera saltado un resorte. Si se le volvía a acercar le aplicaría una llave de judo. O mejor, le daría una patada en la entrepierna. - Ya me pasareis el informe de todo –dijo Lola alejándose a grandes zancadas y con cara de pocos amigos. Mestres la esperaba al lado del coche. - Límpiate la babilla que te ha dejado en el hombro –dijo riendo. - ¡Ese tío es un cerdo! ¡Esto es acoso! ¡La próxima vez lo denuncio! ¡Vete a ver a ese imbécil y saca fotos de la pieza amarilla esa! ¡Y aparta esa risita idiota de tu cara! Te espero en comisaria. – La jefa estaba realmente furiosa. - Entonces… ¿me confirmas que de momento no hay boda? – bromeó Mestres. Pero Lola ya estaba dentro del viejo Seat, cerrando de un fuerte portazo.

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Nada más cerrar la puerta del coche, el teléfono de la inspectora volvió a vibrar. Rebuscó dentro del bolso y contestó con desgana. Era el inspector-jefe. Le informó que al día siguiente, a las once de la mañana, había convocado una rueda de prensa con todos los medios de comunicación para informar del caso del asesinato del director del banco. Al inspector-jefe le encantaba salir por la televisión como gran estrella policial. En cambio, a Lola le repateaba toda esa parafernalia que implicaba enfrentarse con palabras amables a los periodistas para acabar sin explicarles nada. Si fuera por ella, los periodistas no recibirían tanta atención, a pesar de que los últimos memorandos internos de los mossos recomendaban una buena relación con la prensa a fin de que trasladen una buena imagen del cuerpo a la sociedad. El inspector-jefe le pidió que preparara un informe sobre el caso lo más detallado posible, a fin de poderlo trabajar antes de la rueda de prensa. Rueda de prensa en la que rogaba la presencia de Lola por si era necesario ampliar alguna información. “Primero el puerco de Cortés y después el inútil del jefe. Hoy no tenía que haberme levantado” refunfuñó Lola arrancando bruscamente el viejo Seat.

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Cuando entró en su despacho estaba sonando el teléfono. Alex le pasaba una llamada del concejal de seguridad ciudadana del ayuntamiento de Mataró. El alcalde quería información del caso. - Por favor, pásale la llamada al inspector-jefe, que no tengo un buen día –dijo Lola. - Ya lo he hecho –contestó Alex excusándose- pero me ha dicho que se ponga usted porque él no sabe nada del asunto. ¡Ah! Y me ha pedido que le diga que no explique nada, no vaya a ser que se cargue la rueda de prensa de mañana. - ¡Pues para no explicar nada, me parece que el más indicado es él! ¿No te parece? – tronó Lola. En ese punto se dio cuenta de que estaba poniendo en un aprieto al joven policía y con voz derrotada dijo: - Está bien. Pásame la llamada. Cuando terminó de tirar pelotas fuera ante el concejal, Lola separó la silla de la mesa y arqueó su cuerpo hacia atrás mientras cerraba los ojos. Estaba terriblemente cansada, pero el caso no le permitía ni un solo respiro. Debía continuar. Empezó a hacer un bosquejo de la situación de la investigación sobre unos folios que extrajo de la bandeja de la fotocopiadora. Era una costumbre que irritaba a Martínez, el cual se quejaba de que siempre tenía que ser él el que bajara al almacén para buscar un nuevo paquete de folios.

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El caso era realmente enrevesado y aún no había encontrado ninguna pista sobre la que empezar a trabajar. Estaban dando palos de ciego y eso la ponía nerviosa. En aquel momento entró Martínez. Llevaba una anticuada gabardina azul y un sombrero. - ¡Menudo frío hace! – colgó la gabardina y el sombrero en el perchero y se puso un viejo jersey que utilizaba sólo en el interior de la comisaria. - ¿Novedades? –preguntó Lola - He estado en la central de Iberia en Barcelona y me han informado que Jordi Puig fue el único viajero del vuelo a Chile que no embarcó el sábado 11. Su asiento fue vacío, tanto a la ida como a la vuelta. Tampoco tuvieron cancelaciones ni cosas raras. No obstante, me he traído una lista de los pasajeros por si encontramos algo, pero creo que no vamos a sacar nada en claro. Tampoco se acreditó en el Congreso de Fotografía de Valparaíso en el que estaba inscrito. He hablado con uno de los organizadores –Martínez consultó su bloc de notas- un tal Luis Wiestein y se extrañó mucho de su ausencia, por lo que le estuvo llamando toda la semana sin obtener respuesta. Se oyó un ruido como el de un caballo trotando proveniente de la escalera de la comisaría. Era Mestres que, como era habitual, subía los escalones a todo correr. Entró en el despacho frotándose las manos. - ¡Estoy congelado! Dos horas en el puerto con este frío y con el calabobos que está cayendo es demasiado para mí – se sentó 49

encima del radiador y se sacó los zapatos - ¡No siento los pies! ¡Qué bien me iría que alguien de la científica me diera un masajito! – dijo sonriendo mientras miraba de reojo a su jefa. Lola le lanzó una mirada desafiante. Mestres se sentó frente al ordenador y conectó la cámara de fotos con un cable usb. En unos minutos, la fotocopiadora empezó a escupir fotografías hasta que un pitido anunció que se había terminado el papel. Mestres, sin dejar de teclear, dijo: - Abuelo ¿puedes ir a buscar un par de paquetes de folios al almacén, “porfa”? Martínez salió refunfuñando. Lola lo siguió con la mirada con sentimiento de culpabilidad. Al volver con los folios, las primeras fotografías estaban expuestas encima las mesas del despacho. Al instante, el veterano policía se interesó por la extraña pieza amarilla. - ¿Qué es esta cosa? –preguntó a Lola. - “Ene-Pe-I” – contestó- A ver si tú que eres el más viejo del lugar nos iluminas un poco. - Parece que se ha desprendido de algo de mayor tamaño –dijo acercando la fotografía a sus ojos mientras hacía una característica mueca de miope – pero también podría ser cualquier cosa sin importancia. Los tres policías observaron las fotografías en silencio. Las del director muerto en el recinto del cajero eran escalofriantes. 50

- ¿Quién puede hacer una cosa así? –preguntó Mestres- No es el primer muerto que encontramos desnudo, pero ¡sacarle los ojos es muy bestia! - Yo me inclino por un loco o por un asesinato ritual –intervino Martínez frotándose la barbilla. Lola se levantó y empezó a detallarles el esquema del caso que había preparado aquella tarde. - Dejémonos de conjeturas. Nos enfrentamos a un caso difícil, por lo que os pido la máxima concentración en él. Como primeros aspectos a indagar propongo, por un lado, volver a hablar con los empleados de la sucursal para ahondar en sus declaraciones. Mañana me gustaría interrogar al subdirector, ese tal… -miró sus notas- Julián Izquierdo. Por otro lado, de mi visita con la viuda he sacado el nombre de un tal Xavier, que era amigo del difunto y por lo que parece compartía algún tipo de historia de fotografía en un piso de la Rambla. - ¿Deberes para mañana, profe? –Mestres tiritaba de frío y quería irse a casa. - Por supuesto –respondió Lola- Te pones en contacto con la dependienta de la tienda de la viuda, una tal Montse, para que te acompañe a inspeccionar el piso en el que Jordi Puig tenía su laboratorio fotográfico –le entregó la tarjeta y el juego de llaves que le había dado Belén Estrada- Ya puedes irte. Mestres se calzó los zapatos y salió a toda velocidad trotando por la escalera.

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Lola prosiguió señalando a Martínez con el lápiz: - Para ti he reservado la localización de ese tal Xavier, el amigo del muerto –Martínez asintió mientras escribía en su bloc de notas- Nos vemos por la mañana. Yo me quedo a preparar un informe para el jefe. La inspectora estuvo trabajando hasta la medianoche en el informe. Cuando lo tuvo impreso, lo metió dentro de un sobre de correspondencia interior y lo dejó en recepción para que se lo entregaran al inspector-jefe tan pronto llegara. Mientras iba camino de su casa, se dio cuenta de que en la calle Miquel Biada ya habían puesto las luces de Navidad. Recordó que tenía que escaparse en algún momento para comprar los regalos de Navidad, en especial el de su hija, que este año le había pedido un teléfono móvil nuevo. Aceleró el paso hacia su casa. Soplaba un viento húmedo que se colaba hasta los huesos. “Tengo ganas de que llegue el verano para poder ir a la playa” pensó. Cuando llegó a su casa se dio una ducha caliente y se enfundó en el pijama térmico que compró en unas vacaciones en Suecia. Ya más relajada y habiendo entrado en calor, buscó algo en la nevera para cenar. Cortó unas lonchas del jamón que le habían regalado sus padres y puso a calentar en el microondas unas croquetas que sobraron de la comida del pasado sábado. Se tumbó en el sofá ante el televisor y buscó algún programa interesante. “No sé por qué hay tantos programas, si ninguno vale nada” pensó después de haber repasado todos los canales.

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Dejó sintonizada una antigua película en blanco y negro. Al menos le hacía compañía. Entonces, en el silencio de la noche, Lola se sintió sola. Terriblemente sola. Se cubrió con el plaid y antes de diez minutos ya se había quedado dormida. Las croquetas recalentadas ni las había probado.

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Dos Levítico Para reparar su falta, ha de presentar al Señor un sacrificio por el pecado. Entonces, el sacerdote hará el rito de expiación. (Lv. 5,6)

Ha sido desesperante la poca lucha que ha presentado el maligno. Yo esperaba de alguien de su linaje más gallardía, más casta y un espíritu mucho más batallador. Pero se ha dejado llevar. Sin lanzar ningún desafío, sin ni tan siquiera enfrentarse a su destino con la dignidad propia de un descendiente de Belcebú, ha abrazado la muerte entre súplicas. Como un cobarde. No voy a negar que ha sido placentero oír cómo sollozaba implorando clemencia. Ha llorado, ha gritado, ha suplicado y ha gemido de dolor durante casi una semana. Seis días fue los que el Altísimo tardó en crear el universo. Y esos mismos días he tardado yo, un simple mortal, en destruir al innombrable. Hubiese preferido una actitud más correosa, ya que el daño infligido había sido muy grande. Quería que su sufrimiento se 54

alargara en el tiempo hasta que viviese en propia carne el dolor causado. Incluso albergaba la esperanza de que acabara pidiendo perdón por sus pecados. Pero ha mostrado su cara más débil y se ha dejado morir. Su ocaso empezó cuando lo capturé cerca del puerto. Aquella misma mañana del sábado lo trasladé a la que iba ser su celda y su cadalso. Después de despojarlo de todas sus pertenencias, apartado de sus costosos ropajes y de sus amuletos, tuve a Lucifer frente a frente tal cómo fue creado, sin otra vestimenta que su piel impura. Lo até al cabezal de la cama con los cabos que Ramón, el pescador, me dejó en herencia. Me decidí por aplicar el as de guía doble, un nudo que aprendí a ejecutar en las largas tardes que pasé en su compañía. Fue una buena decisión, ya que respondieron perfectamente a su función. En su celda lo abandoné, no sin antes ubicar sobre la mesa una cámara web desde la que podía observarlo a distancia y así poder dar testimonio de su agonía y muerte al mundo entero. Jamás olvidaré el placer que me proporcionó ver por vez primera la figura de Satanás encuadrada en la pantalla del ordenador. Me fijé en sus ojos, esos ojos que habían visto toda la maldad realizada sin ni siquiera parpadear y que ahora se cerraban llenos de lágrimas y desconcierto. Pero esa mansedumbre rayana a la sumisión no iba a engañarme. Mi misión requería ser implacable y no cedí a sus súplicas. No acerqué a sus labios ni una gota de agua, ni un grano de arroz. Y así llegó su agonía y muerte.

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Tuve el privilegio de grabar cómo el maligno se despedía del mundo terrenal. Cómo abandonaba su cuerpo a las sombras. Durante sus últimos momentos ya no lloraba ni suplicaba. Con los brazos atados al cabezal, su cuerpo pendía lánguidamente con la cabeza ladeada hacia la derecha. A las 00:31 lanzó un profundo suspiro y su alma ponzoñosa se dispersó en la celda dejando un olor acre en el ambiente. El diablo había sido dominado. Siguiendo las instrucciones del cuaderno procedí a extirparle los ojos. La maldad vivida por él se había reflejado en su retina y podría volver a ser exhibida como símbolo de su poder. Mi deber era impedirlo. Nadie volvería a ver lo que sus ojos contemplaron. Con una afilada navaja de pescador procedí a extraer sus globos oculares. Pensaba que se me resistirían y al principio hice palanca con tiento, pero fue más fácil de lo esperado. Ambos salieron suavemente de sus cuencas. Con rabia contenida corté el nervio óptico de ambos ojos. La vileza que se había canalizado por ellos no sería jamás recuperada. Punto por punto seguí el procedimiento establecido. Lavé el cuerpo meticulosamente con un áspero guante de crin. Debía eliminar todas las células muertas de la piel de aquel cuerpo impuro. A continuación debía purificar la celda, impregnada de los humores malignos de su ánima pútrida. Limpié el suelo con desinfectante hasta que se enrojecieron mis manos. Sólo restaba abrir la ventana de la celda para que entrara el aire puro de la madrugada. Finalmente recogí sus pertenencias, envolví sus ojos en un pañuelo y me encaminé a la playa. Allí, en la soledad de la noche, hice una fogata y lo quemé todo. En pocos minutos el fuego se elevó al cielo como ofrenda. Los restos los arrojé al mar, 56

que se sumó al momento apaciguando las olas. El sacrificio se había completado. Ahora sólo faltaba comunicar la buena nueva al mundo. Los débiles, los indefensos y los sojuzgados tenían que ver con claridad que el mal podía ser derrotado. Envolví el cuerpo en la manta y volví a cargarlo en la furgoneta. Conduje despacio con la ventanilla bajada, respirando el aire límpido de la madrugada. Me detuve en la posición prevista y en menos de un minuto, tal como estaba planeado, deposité el cuerpo exánime en su palacio de poder. Las cámaras de seguridad no me inculparían; estaban de mi parte, de nuestra parte. Allí, desnudo y vencido, sin poder mostrar sus infames poderes, quedaron inmóviles los restos de Satanás para admiración de todos. Estacioné la furgoneta a pocos metros y permanecí atento a las reacciones. No quería la gloria, pero anhelaba vivir en primera persona el descubrimiento de mi obra. El primer impacto fue de pánico, pero lentamente se fue abriendo paso un sentimiento general de alivio. Eran muchos los que querían ver con sus propios ojos al diablo derrotado. Caras asustadas y agradecidas por haberlas librado del mal se sucedían entre la constante llegada de policías, médicos y periodistas. En medio de aquella agitación de uniformes y sirenas, apareció ella. Era difícil no percatarse de la fuerza que desprendía aquella atractiva policía con el cabello color de fuego. Se movía con determinación entre la multitud, transmitiendo control y dominio de la situación. Era la verdadera personificación del arcángel San 57

Miguel, el príncipe de la milicia celeste que derrotó al rebelde Lucifer. Su presencia otorgaba a mi misión un rango todavía más importante. Más tarde observé sus ojos vacilantes cuando entró en el bar a tomar un bocadillo. La tenía enfrente y presentí que su espíritu estaba inquieto. En aquel momento decidí ayudarla a recuperar la paz. Me convertiría en su escudero. Un escudero en la sombra.

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Martes, 21 de diciembre de 2010

La inspectora Moreno no había pasado una buena noche. Había tenido una sucesión de extraños sueños en los que era perseguida por unos seres sin rostro dirigidos por el sargento Cortés que querían sacarle los ojos. Se despertó sobresaltada a las cinco de la madrugada y ya no pudo volver a conciliar el sueño. En la calle llovía, y el viento racheado empujaba con fuerza las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana del comedor. Lola se levantó del sofá y decidió tirar las croquetas a la basura. Su madre le había enseñado desde pequeña que era pecado tirar la comida, pero era consciente de que no se las comería jamás, y el hecho de guardarlas en la nevera significaría querer engañarse a sí misma. A las seis y media ya estaba en su despacho. La lluvia, que se había convertido en torrencial en el último tramo de su camino hacia la comisaría, había empapado sus zapatillas deportivas. Nada más llegar las puso encima del radiador junto a sus calcetines de rayas y bajó al almacén a por otros de reglamentarios y secos. Puso en marcha su ordenador y el Outlook le indicó con unas campanillas que tenía tres nuevos mensajes en la bandeja de entrada. La inspectora repasó los remitentes. El primero era una circular del SAP, el sindicato de la policía, que informaba de la última reunión con el conseller. El segundo mensaje detallaba las nuevas instrucciones para la utilización de los vehículos del 59

parque móvil de la comisaría. Ninguno de los dos despertaron su interés. Sí lo hizo el último correo recibido. Era la contestación del departamento de seguridad de Caixa de Catalunya a su demanda de las imágenes grabadas la madrugada del pasado sábado. Un frío texto rezaba “Acompañamos fichero de acuerdo con su solicitud”. Había un documento adjunto con las imágenes de las cámaras de seguridad. Cuando iba a abrir el archivo adjunto, llegaron Mestres y Martínez protestando por la lluvia y chorreando agua por todas partes. - Ha desaparecido el paragüero de recepción –comentó divertido Mestres- Deberíamos encargarnos de investigar quién ha podido robarlo ante las mismas barbas del eficiente agente Majoni ¿Llamo a la científica? Lola hizo el gesto de quererlo estrangular. Seguidamente los puso al tanto del correo recibido. Decidió reenviar el fichero de las imágenes a la dirección de correo electrónico de Mestres. - Tú te manejas mejor con esto y probablemente tendremos que imprimir algún fotograma para la prensa –comentó Lola. La grabación era poco clarificadora. Aquella noche había sido especialmente tranquila en la sucursal. No había entrado nadie en los cajeros automáticos hasta las 00:42 de la madrugada, en que se veía como una furgoneta blanca aparcaba delante de la puerta de entrada, ocultando el interior de la sucursal desde la calle. A las 00:44 se abría la puerta lateral del vehículo y una 60

persona vestida con algo parecido a un mono de mecánico y un gorro de lana, descargaba un bulto envuelto en una manta y lo depositaba en una esquina. La figura se movía de espaldas a la cámara por lo que era imposible reconocer su rostro. Además, la zona de los cajeros automáticos estaba separada del interior de la oficina, donde estaba situada la cámara, por una puerta corredera con un cristal translúcido que limitaba la visión. A las 00:45 la persona salía y la furgoneta arrancaba. Dentro de la sucursal había estado cincuenta y siete segundos. - Comentarios –dijo Lola mirando a los dos subinspectores. Mestres fue el primero en hablar: - El tipo conocía muy bien la situación de la cámara de seguridad y se ha situado de espaldas para que no pudiéramos reconocerlo. - ¿Aún crees que se trata de un loco? –preguntó la inspectora - No sé si está loco o cuerdo, pero queda claro que no le importaba que le grabasen. Podía haber dejado el cadáver en cualquier sitio más discreto y decidió dejarlo en un lugar público y con cámaras de seguridad ¿Por qué? ¿Nos estará retando a descubrirlo? - Si conoce la situación y enfoque de las cámaras se podría tratar de un cliente o quizás de un empleado o ex-empleado furioso por algo. ¿Tú que piensas, abuelo?

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El veterano policía todavía no había dicho nada y se mantenía pensativo sentado mientras con su mano derecha se acariciaba la barbilla. Al final dijo: - Pienso que nos enfrentamos a alguien inteligente y metódico. Parece como si dejando el cuerpo en la misma sucursal donde trabajaba nos intentase comunicar algo. Mestres saltó: - ¿Un mensaje oculto? Creo que tu afición a los templarios te está traicionando. No creo que debamos perder el tiempo buscando criptogramas secretos o señales esotéricas. Se trata de un zumbado que le ha arrancado los ojos por alguna putada que ha hecho y punto ¡Dejémonos de misterios, por favor! Pero Martínez continuó como si no lo hubiese escuchado. - Soy de la opinión de que debemos ir con mucho tiento y no lanzar suposiciones sin tener datos. Podríamos perdernos en conjeturas sin ningún resultado. Concentrémonos en los detalles y dejemos lo obvio aparte. Atentos. Se levantó de su asiento con parsimonia y, después de coger un rotulador de un cubilete, se dirigió a la pizarra plástica que colgaba en la pared. Con el borrador, eliminó a conciencia todo lo que estaba escrito en ella. Parecía un profesor a punto de demostrar algún principio de la termodinámica. Dibujó cuatro líneas verticales y empezó a poner un título a cada franja. - Primer detalle –levantó el dedo índice- Deja el cuerpo en la misma sucursal donde trabajaba el muerto. Busquemos 62

explicación a este hecho ¿Un cliente furioso? ¿Un empleado despedido? – el policía anotaba abreviaciones de sus comentarios en la pizarra- Sigamos… Martínez estaba disfrutando de su actuación, que había acaparado la atención de sus compañeros y lo observaban con los ojos abiertos como platos. - Segundo detalle –el veterano policía levantó los dedos índice y medio- Le han sacado los ojos y el cuerpo está desnudo y limpio. ¿Un asesinato ritual? ¿Un ataque de celos de su esposa, de una amante o de un amigo? Al pie de la segunda franja dibujó un gran interrogante. - Tercer detalle –enseñó sus dedos índice, anular y medio- Antes de morir ha estado una semana desaparecido. ¿Se marchó a un lugar desconocido por propia voluntad? ¿Un rapto por dinero? Cuarto detalle –levantó cuatro dedos de su mano izquierda- Era aficionado a la fotografía ¿Hizo alguna fotografía a alguien que no quería que saliera a la luz? ¿Hacía chantaje a alguien? Y para acabar –ahora mantenía levantada la mano con todos los dedos tensos- quinto detalle. Lo trasladaron en una furgoneta blanca. Nuestro crack de la informática ¿puede averiguar la marca y modelo? Martínez se quedó inmóvil con los brazos en jarras. Miró a sus compañeros esperando algún tipo de reacción. Lola y Mestres estallaron en aplausos. - No quiero que se borre esta pizarra hasta que cerremos el caso – saltó la inspectora mientras la señalaba. 63

- ¡Genial! ¡Y yo que creía que estabas para el retiro! – gritó Mestres mientras lo abrazaba. - En conclusión -sentenció Martínez deshaciéndose del abrazo de su compañero- si encontramos a alguien que conoce la sucursal, está perturbado o ciego de rabia o celos, dispone de un lugar donde esconder una persona una semana sin levantar sospechas, está relacionado con la fotografía o una fotografía en concreto y, para acabar, tiene una furgoneta blanca habremos resuelto el caso. Dejó ceremoniosamente el rotulador y se sentó en su mesa. - Y ahora, señores, dejen tranquilo al maestro, que soy yo, que tengo que localizar a ese tal Xavier, el amigo del muerto. Aunque antes debo desayunar, porque mi última actuación me ha dejado agotado y necesito recuperarme –comentó en tono jocoso y con una sonrisilla satisfecha. Lola se acercó a Martínez por la espalda. Estaba distraído abriendo el tupperware que contenía su habitual desayuno consistente en fruta y un yogurt desnatado al que añadía semillas de mijo que traía en un bote de cristal. - Sería conveniente que cuando localices al tal Xavier, llames a la central de la caja para pedir una relación de los empleados que han trabajado con el muerto por si alguno tuvo un enfrentamiento o fue despedido. - Vale, jefa –respondió Martínez mientras pelaba una manzana. Lola entonces se dirigió a Mestres 64

- ¿Puedes averiguar el modelo de la furgoneta con las imágenes que tienes? - Por favor, jefa –respondió el joven policía- si a la derecha tienes un maestro de la deducción policial, a tu izquierda tienes un gurú de la informática. Cuando vuelva de registrar el laboratorio fotográfico me pongo a ello. Lola llamó al teléfono móvil que el subdirector de la sucursal, Julián Izquierdo, había facilitado en su primer interrogatorio. El empleado le informó que si bien la sucursal permanecía cerrada al público, aquella mañana estaría allí porque un furgón blindado tenía que llevar dinero en efectivo. Quedaron en encontrarse a las 12. Hasta aquella hora, Lola se escaparía al centro comercial de Mataró Park, al norte de la ciudad, para comprar los regalos de Navidad. Eran las diez y media cuando Lola salió corriendo de la comisaría. Pidió las llaves de un coche a pesar de que el memorando interno recibido aquella mañana prohibía utilizar los vehículos policiales para gestiones personales. Pero esta vez era una emergencia. No quería estar presente cuando diera comienzo la rueda de prensa del inspector-jefe.

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Las fiestas de Navidad eran un auténtico fastidio para Lola. En primer lugar, estaba esa incomprensible costumbre de intercambiarse regalos. Ella no era una mujer organizada de esas que saben qué regalo hacer en cada caso. De los regalos siempre se había ocupado su ex-marido. No sabía cómo lo hacía, pero José los tenía comprados y pensados desde mucho tiempo atrás. Y además siempre acertaba con su elección. En cambio, Lola era de las que compraban con prisas a última hora, sin tener nada previsto y, claro está, terminaba con los objetos más impersonales y vulgares. La segunda razón para que no le apeteciera la época navideña era la situación existente en casa de sus padres. La enfermedad de su padre no predisponía a la familia a pasar unos días disfrutando de la compañía de los seres queridos, ya que el ambiente que se respiraba en el hogar paterno no era para tirar cohetes precisamente. Pero estaba allí para comprar un nuevo teléfono móvil para Nerea. Se había olvidado pedir consejo a Mestres sobre qué modelo era el más adecuado para su hija. ¡Con lo sencillo que hubiera sido llegar y comprar uno en concreto! Pero el visionado de las imágenes de las cámaras y la brillante presentación de Martínez, junto con la prisa por desparecer de comisaría, habían dirigido sus pensamientos en otra dirección. Ahora debía enfrentarse ella sola a la compra del artilugio. Tuvo que lidiar con la dependienta de la tienda de telefonía, una jovencita vestida como una azafata de congresos que mascaba chicle. Si lo que Lola necesitaba era un consejo, la empleada no era la más adecuada para dárselo. Se la veía muy sobrepasada por la cantidad de público que hacía cola en el establecimiento y sus recomendaciones se limitaban a entregar una gruesa revista 66

de la empresa de telefonía. Después de muchas dudas se decidió por un costoso aparato con pantalla táctil. Ya que no prestaba toda la atención que su hija se merecía, al menos le haría un regalo colosal.

Volvía a llover torrencialmente en Mataró y, a pesar de lo difícil que era aparcar en el barrio de Cerdanyola, Lola consiguió estacionar justo delante de la sucursal de la caja. “Pole position” pensó. Sacó el paraguas plegable que llevaba en el bolso, pero pronto se percató de que era demasiado pequeño para la cantidad de agua que estaba cayendo. Decidió esperar unos minutos dentro del vehículo hasta que amainase un poco. No era cuestión de presentarse a un interrogatorio mojada hasta las rodillas. En el interior del coche policial empezó formarse un incómodo vaho. Con un kleneex limpió un poco el cristal frontal y el del asiento del copiloto. En la fachada habían colgado unos letreros que rezaban: “SUCURSAL TEMPORALMENTE FUERA DE SERVICIO. ROGAMOS DISCULPEN LAS MOLESTIAS”. Pensó que quien estaba realmente fuera de servicio era Jordi Puig, y que además esta situación era definitiva. 67

Cuando le pareció que remitía un poco el ruido provocado por las gotas de lluvia sobre la chapa del coche, decidió aventurarse y salir. Abrió la puerta del coche y salió corriendo hacia la puerta de entrada. Calculó mal la intensidad de la lluvia y en el corto trayecto tuvo la sensación de que le caía un cubo de agua encima. Llamó con los nudillos en el cristal, mientras movía enérgicamente la cabeza para quitarse el agua del pelo. Un hombre de unos treinta y cinco años, vestido elegantemente y que olía demasiado a Fahrenheit, de Dior, abrió la puerta corredera. - Andreu Soret –se presentó tendiéndole la mano- soy el jefe de la zona de Mataró y Julián me ha pedido si le podía acompañar. ¿No hay problema, verdad? - No, no, al contrario. Le agradezco su presencia. –respondió la inspectora mientras intentaba recomponer su imagen sacudiéndose las gotas de lluvia del chaquetón. Mientras el jefe de zona volvía a cerrar con llave la puerta, bajó el tono de voz y dijo en un aparte: - Es que el pobre se encuentra muy afectado por todo lo sucedido y no quería enfrentarse sólo a las preguntas de la policía ¿sabe? Lola localizó con la mirada la cámara de seguridad que había grabado las imágenes que aquella mañana había visionado en comisaría. Pensó que era normal que no hubieran aportado nada ya que no se orientaban hacia el recinto de los cajeros automáticos. Además, la puerta corredera que separaba la zona de los cajeros automáticos del patio de operaciones tenía un 68

cristal translúcido hasta una altura de un metro y medio aproximadamente, por lo que sólo era diáfana la parte superior. El jefe de zona pareció adivinar sus pensamientos. - Las cámaras de seguridad se orientan hacia los puntos más peligrosos en caso de atraco. En esta sucursal hay tres cámaras. Una en la zona de la caja fuerte, otra en el dispensador de dinero de caja y la tercera, ésta que tiene delante, que barre la entrada a la oficina. Todo está conforme el reglamento de seguridad de las entidades bancarias. Pero, pase, por favor… La invitó a entrar en una sala de firmas con una mesa rectangular rodeada por varios sillones de oficina. En uno situado en una esquina estaba sentado el subdirector Julián Izquierdo, que se levantó nerviosamente para saludar. Lola comprobó con aversión que tenía las manos frías y húmedas. Como si hubiera dado un apretón de manos a un pez. Julián Izquierdo era un personaje que se podría definir como antiguo. Vestía anticuadamente, pensaba anticuadamente y tenía un Citroën Saxo con cerca de doscientos mil quilómetros, aunque según él, funcionaba mejor que cuando lo compró. Aquella mañana llevaba una camisa amarilla completamente pasada de moda y un chaleco de lana granate bajo el que se adivinaban unos tirantes. Todo un impacto visual. Además, intentaba disimular su calvicie con el conocido efecto “persiana”. Sólo le faltaban unos manguitos para convertirse el típico empleado del banco en las películas del farwest.

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Lola decidió dar algún rodeo antes de ir al grano. El señor Izquierdo estaba claramente angustiado ante la perspectiva de tener que contestar a un interrogatorio policial. - ¿Hacía mucho que conocía al difunto señor Puig, su director? – preguntó para abrir boca. Julián Izquierdo miró al jefe de zona pidiendo permiso para contestar. - No, bueno….yo –dudó- Le conocí cuando lo destinaron aquí hace tres años. - ¿Y cuándo fue la última vez que lo vio con vida? El subdirector se movía nerviosamente en el sillón. Parecía inseguro y temeroso de contestar algo que pudiera molestar a su superior. - El viernes de la cena en Arenys de Mar. Yo salí pronto porque mi esposa está delicada y no quería dejarla sola mucho rato. Vi a Jordi tomando una copa de licor mientras explicaba uno de sus habituales chistes racistas. - ¿Y durante la última semana no se ha puesto en contacto con usted para nada? - No, él estaba de vacaciones en Chile y yo tenía que cubrir su puesto. A Lola le pareció percibir algún tipo de reproche en la última contestación. Decidió avanzar por ese camino.

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- ¿Según su opinión, cómo era el señor Jordi Puig como director? Julián Izquierdo quedó petrificado. Obviamente le preocupaba que estuviera presente el director de zona. Empezó a tartamudear. - Yo… es que-que…no cre-creo que yo de-deba… El jefe de zona intervino para tranquilizarlo - No tengas reparo en contestar lo que te preguntan. La inspectora quiere saber todo lo que puedas aportar sobre Jordi para encontrar al que lo hizo. Lola enfocó la pregunta desde otro punto de vista y en el tono más tranquilizador que pudo le dijo mirándole a los ojos: - No tema por lo que pueda decir, señor Izquierdo. Todo lo que se diga en esta sala quedará en la más estricta confidencialidad del expediente policial ¿Tenía muchos amigos o enemigos su difunto jefe? ¿Conoce los ambientes en que se movía? - Es que…-dudó- éramos muy diferentes. Yo soy una personal muy tradicional y prudente y, en cambio, Jordi era… -volvió a dudar- distinto… - ¿A qué se refiere? –ahondó la inspectora. Julián miró fijamente al jefe de zona quien le hizo una seña con la mano invitándole a decir lo que pensaba.

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- A que él no tenía responsabilidades familiares. Sin hijos a los que educar, ni esposa a la que cuidar llevaba una vida a mi entender…un tanto despreocupada. - ¿Despreocupada? – Lola tenía que extraerle las respuestas con fórceps. - Por decirlo de una manera suave. Yo pienso que era un derrochador –Julián Izquierdo se envalentonó- Cada dos por tres se estaba cambiando el coche, por ejemplo. Había estrenado un BMW y malvendió el Lexus que aún estaba nuevo. Y sus trajes siempre recién estrenados, a juego con sus zapatos de marca y sus relojes de colección. Cada dos o tres meses cambiaba de vestuario. ¡Hasta encargaba sus camisas a medida con las iniciales bordadas! –al subdirector lo de las camisas le parecía el colmo del dispendio sin sentido- O sus continuos viajes a Punta Cana con las amiguitas del Trauma ¿Usted sabe lo que cuesta mantener ese ritmo de vida? –el señor Izquierdo se estaba acalorando por momentos... A pesar de la “rajada” del subdirector, a Lola le pareció detectar mucha envidia contenida en sus palabras. Tampoco le extrañó, ya que una persona tan gris como el señor Izquierdo era normal que secretamente ansiase una vida como la de su director. Volvió a intervenir el director de zona: - Hace un año, el departamento de inspección ordenó una auditoría de la sucursal por si existía algún desvío de fondos de la entidad. El resultado fue negativo. Todo estaba en orden.

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- Pero el nivel de vida del señor Puig estaba por encima de lo normal ¿no? –añadió Lola. - La verdad es que todo parecía indicar que vivía muy por encima de su sueldo de la caja de ahorros –Julián Izquierdo asintió con vehemencia la intervención de su superior- pero parece que disponía de otros ingresos. - ¿En el laboratorio fotográfico de la Rambla? –preguntó Lola incrédula- Pero eso parece más una afición más que un negocio ¿no? El subdirector pidió permiso para intervenir. Se le veía más relajado. - No era una afición, era un negociete con su amigo del alma, el Xavier Mercader ese de la Caixa Laietana –al subdirector tampoco le caía bien el amigo del difunto- Ahora ya lo puedo explicar, pero tanto Cristina como yo estábamos hartos de hacerles de secretarios de sus montajes. Cada semana se recibían por la valija de la oficina varias cintas de video que enviaban los empleados o sus familiares para que las pasaran a dvd y les pusieran música. Las teníamos que sacar del sobre de correspondencia interna y guardarlas en unos cofres herméticos que tenía Jordi. ¡Cómo si no tuviéramos suficiente trabajo! Un ruido sobresaltó a Julián Izquierdo. Automáticamente miró el reloj de la pared. La una en punto. Alguien estaba golpeando los cristales con algo metálico. - Perdonen, pero es el furgón blindado con el efectivo para mañana. 73

Se levantó y abrió la puerta a dos empleados de una empresa de seguridad que cargaban con grandes bolsas de plástico transparente precintadas, que contenían paquetes de billetes y monedas. Los acompañó hasta una pequeña sala donde estaba la caja fuerte de la sucursal. El personal de seguridad hizo dos viajes desde el furgón blindado hasta el interior de la oficina. Lola observó que de sus cinturones pendían unos aparatosos revólveres con la culata de madera. Se preguntó si estarían suficientemente preparados para usarlos en caso de necesidad o sólo eran un elemento disuasivo. Julián Izquierdo charló brevemente con ellos, firmó la recepción del dinero y los despidió desde la puerta. Después de guardar la llave de la caja fuerte en un cajón de la mesa del director, volvió a sentarse en el sillón de la sala de firmas. Se le veía más relajado. La inspectora Moreno retomó el interrogatorio - ¿Sabe si el señor Puig tenía algún enemigo que pudiera hacerle lo que le hizo? - ¿Enemigos? ¡Todos! –el subdirector se había soltado completamente- ¿Cómo cree que la gente humilde de este barrio le tenía considerado? Con su trato altivo hacia los más débiles, sus trajes de trescientos euros y sus cochazos no era una persona muy apreciada que digamos. No se puede imaginar lo que decían de él a sus espaldas ¡No le aguantaban! - Pero eso no justifica que lo matasen –Andreu Soret intentaba apaciguar la fiera interna que había liberado su subdirector.

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- No lo sé. Pero por poner un ejemplo, a finales de noviembre un cliente marroquí de toda la vida, con nómina y algunos ahorrillos pidió un préstamo de seis mil euros para poder poner un marcapasos a su padre en un hospital de Rabat. Jordi ni se miró el expediente. Me lo entregó y me dijo que le llamase y le dijera que estaba denegado. Un día a principios de diciembre, nuestro cliente vino muy alterado. Entró en el despacho y discutieron a gritos. Le acusaba de racista. Lo último que oí fue que Jordi le decía que si no le gustaba, se volviera a su país. Julián Izquierdo se dio un respiro en su relato y, con un exceso de teatro para el gusto de Lola, dijo: - El seis de diciembre el padre del cliente murió de una embolia coronaria en la enfermería de su pueblo. - ¿Me puede facilitar la identidad de ese cliente? – Lola tenía al fin una posible pista por donde empezar a trabajar. Julián Izquierdo cedió la palabra al jefe de zona con un gesto de ambas manos. - Solicitaré autorización a la central y se la haremos llegar lo antes posible. La inspectora tenía un indicio al que agarrarse para iniciar la investigación. Un cliente maltratado y vejado le parecía un buen comienzo. Además, la muerte del padre se produjo unos días antes de la desaparición de Jordi Puig. Y si el sospechoso era además un inmigrante marroquí, también podría encajar algún tipo de ritual extraño. Aunque Lola estaba acostumbrada a poner todos los datos en la reserva hasta que no se confirmasen –había 75

aprendido que las apariencias engañan- estaba satisfecha por poder empezar a avanzar en una dirección concreta. Al finalizar el interrogatorio, Lola entregó una tarjeta de la comisaría y se despidió. Cuando salió a la calle ya no llovía, pero la temperatura había bajado ostensiblemente. Como tenía el vehículo aparcado, decidió acercarse a ver a sus padres. Se subió el cuello del chaquetón y cruzó la plaza de Can Morros en dirección a la calle Virgen de la Paloma. Siempre le había parecido una paradoja que muchas de las calles de un barrio con tantos inmigrantes musulmanes tuvieran nombres de vírgenes y santos. Virgen de la Paloma, Nuestra Señora del Corredor, Nuestra Señora de la Cisa eran las direcciones que tenían los Mohameds y las Fátimas que vivían en ellas. Era como si su tía Presentación, la monja de Toledo, viviera en la calle Mahoma. Una auténtica paradoja.

Los padres de Lola, Antonio y Encarna, vivían en una casita de dos plantas que se compraron a finales de los ochenta con una indemnización. La pareja había nacido en Villanueva del Rosario, un pueblecito al noroeste de la provincia de Málaga. Ambos provenían de familias muy humildes que se dedicaban a la

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recolección de la aceituna, prácticamente la única fuente de recursos que existía en aquella zona. A finales de los años sesenta, un empresario catalán que viajaba frecuentemente por la comarca de Antequera para comprar aceite que luego exportaba a Italia, se fijó en Antonio Moreno, un joven de veinte años con fama de honrado y trabajador. Una tarde, al final de la temporada de recolección de las aceitunas, se acercó a él y le hizo una oferta que acabaría dando un vuelco a su vida. - Tengo un trabajo para ti en Cataluña –le dijo sin rodeos- si estás interesado puedes empezar de inmediato. - ¿De qué se trata? –preguntó el juicioso joven. - Unos socios míos necesitan una pareja de guardeses, lo que allí llamamos masovers, para una finca que tienen en Argentona, un pueblo cerca de Mataró. Ofrecen vivienda y un buen jornal. ¿Te interesa? Por supuesto, irías con tu mujer. Antonio era consciente de que el único futuro que podían esperar en el pueblo no era otro que recolectar toda su vida aceitunas de los olivares de la comarca. No obstante, le daba miedo abandonar lo conocido y embarcarse en una aventura en otras tierras. También le daba miedo la reacción de su mujer, Encarna, pero hizo acopio de valor y una noche se lo planteó. - ¿Abandonar el pueblo? ¿Te has vuelto loco? –Encarna estaba muy alterada- ¡No ves que mi madre no está bien de los pulmones! ¡Sabes que no puede andar sin ayuda y que soy su única hija! ¿Pretendes que la deje al cuidado de la tía Milagros? 77

¡Pero si está peor que mi madre! ¿Cómo se te puede ocurrir semejante majadería? Antonio intentó hacer ver a su esposa las ventajas que podría reportar el cambio de trabajo, incluso le planteó la posibilidad de que su suegra les acompañara a Cataluña, pero al final desistió ante la tajante negativa de Encarna. A los pocos días, el señor Almirall, el empresario catalán, volvió a la carga: - Chico ¿Te has pensado la oferta que te hice? Yo de ti no dejaría escapar una oportunidad como ésta. Antonio le expuso los problemas que tenía para convencer a su esposa y le pidió más tiempo para darle una contestación. El empresario le dijo que antes del próximo verano, la familia propietaria de la finca necesitaba a los nuevos masovers a pleno rendimiento, por lo que tenía que comprometerse a instalarse durante el mes de abril. Para ayudarle a tomar la decisión correcta le propuso desplazarse a Barcelona para ver la finca y así poder valorar la oferta habiéndolo visto con sus propios ojos. El viaje y la estancia irían a cargo del empresario. - ¡Haz lo que quieras, pero no voy a cambiar de opinión! –le soltó Encarna cuando el pobre Antonio le planteó el viaje. A principios de marzo, con las aceitunas ya recogidas, Antonio se subió a un tren en Málaga con destino Barcelona. En la estación de Francia de la capital catalana cambió de convoy y cogió otro hasta Mataró. En total, pasó unas veinte horas de viaje. En el andén de la estación de Mataró le esperaba el señor Almirall con 78

su flamante Seat 1500 para acercarle hasta la finca en las afueras de Argentona. - ¿Qué te parece? –le preguntó señalando con los brazos el edificio principal. Antonio quedó impresionado por la belleza de la construcción. Más que una casa era un elegante palacio de tres plantas, que más tarde supo que había sido proyectado por el arquitecto modernista Puig i Cadafalch a finales del siglo XIX. En la planta baja estaban los salones, la cocina y, en una zona anexa, los dormitorios del servicio. En la segunda planta, alrededor de un patio interior, los dormitorios de los señores. Y en el piso superior hasta tenía un teatro. La casa estaba rodeada de bosques y jardines de estilo francés en suave pendiente hacia el mar Mediterráneo, que se presentaba ante los ojos del joven de un azul radiante. En un llano a la derecha de la casa principal había un estanque con una glorieta, rodeado de esbeltas estatuas de ninfas, y un poco más allá una pequeña capilla. Toda la finca estaba rodeada por una valla de piedra y hierro forjado con el escudo de la familia cada cien metros. Una vez cruzada la enorme puerta de hierro forjado que daba paso al camino principal, flanqueado por cipreses, un poco apartada a la derecha había una casita dos plantas que esperaba a sus nuevos moradores. Allí podrían empezar una nueva vida, lejos de la humilde casa del pueblo y lejos de su humilde futuro. Antonio volvió a Villanueva del Rosario absolutamente envalentonado. No estaba dispuesto a dejar perder la 79

oportunidad de su vida. No obstante, no le hizo falta mucha argumentación ya que el destino se alió con él. Nada más bajar del coche de línea que le traía de vuelta a casa, se enteró de que su suegra había empeorado repentinamente y estaba ingresada en el hospital de Antequera. A los pocos días falleció de una neumonía. El diez de abril de 1968, Antonio y Encarna tomaron posesión de su nueva casa como masovers de la finca de Argentona. Lola nació y creció en aquella casa, que al ser utilizada como residencia de verano por la familia de los propietarios, estaba a su entera disposición durante más de nueves meses del año. Cuando salía de la escuela en el pueblo, la pequeña Lolita recorría las oscuras estancias de la casa principal mientras jugaba a descubrir misterios y desentrañar secretos. En 1987, la propiedad fue vendida a un grupo de empresarios que tenían proyectado instalar una escuela de hostelería. Aunque el proyecto no se llevó jamás a la práctica, la familia Moreno fue indemnizada y tuvieron que abandonar la propiedad. Habían pasado casi veinte años desde que salieron del pueblo con una maleta de cartón y un hatillo con comida. Con el dinero recibido adquirieron una coqueta casa con esgrafiados en la fachada en la calle Virgen de la Paloma del barrio de Cerdanyola de Mataró. La misma casa a la que la inspectora Lola Moreno estaba llamando al timbre. Abrió la puerta Encarna, y al ver a su hija se le iluminó el rostro: - ¡Lola, cariño! ¿Qué haces por aquí? ¡Cuánto tiempo! Dirigiéndose hacia el interior de la casa gritó: 80

- ¡Antonio, mira quien ha venido a verte! Lola entró en el descansillo mientras su madre cerraba con llave la puerta que daba a la calle. - Pasa, hija, pasa. ¡Qué sorpresa, por Dios! Al entrar en el salón comedor vio a su padre en bata de franela, sentado en el sillón orejero frente al televisor. Antonio se limitó a saludarla con un imperceptible movimiento de cejas. Lola se acercó y le dio un beso en la mejilla. Él ni se inmutó. - ¿Te quedarás a comer, verdad? – Encarna estaba entusiasmada con la visita de su hija. - Por supuesto, madre. He venido a estar un rato con vosotros, ya que nunca tenemos oportunidad de charlar. ¿Cómo estáis? - Muy bien. Esta mañana, tu padre ha salido a buscar el pan y el periódico –Encarna dio una entonación que parecía un logro colosal de su marido. A partir del año 1990, al poco de dejar la masoveria de Argentona, Antonio Moreno tuvo su primer episodio de depresión.”Me siento triste por dentro” solía explicar. Después de cerca de un año sin saber qué hacer y viendo como su marido perdía más de veinte kilos de peso, Encarna decidió consultar a un psiquiatra que le recomendó el dueño de la empresa de géneros de punto a la que iba a limpiar tres días a la semana. El diagnóstico fue claro: “Una depresión de manual”. El doctor Seguí lo puso en tratamiento y, en unos meses, el padre de Lola se recuperó. 81

Pero al cabo de siete años, volvió a recaer. Así como en el primer episodio depresivo se suponía que el detonante había sido el cambio de vida que representó para Antonio tener que abandonar la finca de Argentona, esta vez no existía ninguna preocupación de relevancia que la justificase. Con cuarenta y siete años, una vida relajada y habiendo superado Lola las pruebas para incorporarse a la nueva policía autonómica catalana no parecían existir sombras en la existencia del antiguo masover. Pero las sombras volvieron. El doctor Seguí explicó a la familia que Antonio padecía lo que se denomina una depresión recurrente, es decir, una depresión que no tiene que estar relacionada con episodios estresantes o conflictivos. En términos coloquiales, el padre de Lola no enviaba la suficiente serotonina a su cerebro, por lo que necesitaba un tratamiento farmacológico. Algo parecido a lo que les ocurre a los diabéticos con la insulina. Muchos amigos de la familia recomendaban a Antonio salir más y distraerse, pero tanto Lola como su madre ya habían comprendido que la enfermedad no se curaba con paseos y fiestas. Todo lo contrario. El tercer episodio estaba siendo el peor. Ya habían pasado más de 12 años desde la última depresión, cuando a mediados de noviembre del 2010, Antonio volvió a recaer. Esta vez, el doctor Seguí les informó que dado el historial clínico del paciente tendría que medicarse de por vida. Lola se sentó en el sofá y miró a su padre, totalmente inmóvil en su sillón. Aunque el televisor estaba encendido, parecía que no le 82

prestaba ninguna atención. Las profundas arrugas que se le formaban en la frente y en el entrecejo eran el síntoma que señalaba la existencia de la enfermedad. Antonio se levantó y dirigió una triste sonrisa a su hija. - Me voy a tumbar un rato en la cama. Estoy cansado –dijo dirigiéndose hacia las escaleras que daban acceso a los dormitorios en el piso superior. Encarna salió de la cocina con un trapo de cocina entre las manos. Miró a Lola y se encogió de hombros dando a entender que no había nada que hacer, que ya conocía que la enfermedad de su marido requiere mucha paciencia. - Comeremos las dos juntas y hablaremos de nuestras cosas –la animosidad de la madre no tenía límites- Pon la mesa que yo voy preparando un poco de ensalada y caliento las lentejas. Mientras Lola ponía el mantel y los cubiertos pensó que aunque su padre lo estaba pasando mal, su madre era la gran afectada. Ella sola tenía que sufrir los desplantes de su marido, viviendo en un ambiente de extrema tristeza y abatimiento, sin encontrar nunca una sonrisa, encerrada entre las cuatro paredes sin pedir ayuda a nadie y estando a todas horas dispuesta a ayudar a todos. Recordó que cuando era pequeña se avergonzaba de su madre porque trabajaba de mujer de la limpieza en empresas de la zona. Ahora se enorgullecía de ella. Siempre dispuesta a echar una mano, a cuidar de su nieta y a poner buena cara, a pesar del enorme problema que caía sobre sus espaldas. 83

Tenía que hablar de ello con Nerea, explicarle el heroísmo de su abuela para que entendiera la grandeza que puede llegar a concentrar una mujer con pocos estudios que lucha con dignidad para salir adelante. Encarna entró en el comedor con la bandeja de la ensalada en sus manos y Lola la miró con ternura. - ¿Pasa algo? –preguntó alarmada ante la cara de su hija. - Nada, madre, nada. Que te quiero mucho –contestó Lola mientras ambas se fundían en un largo abrazo.

Después de comer y recoger la mesa, Lola se tumbó en el sofá mientras su madre seguía la telenovela de la primera cadena. No habían pasado ni cinco minutos desde que Lola se hubiera quedado dormida, cuando su teléfono móvil empezó a vibrar. Se despertó sobresaltada y se puso a buscar el teléfono en el interior de su bolso. Al final lo encontró entre dos cojines del sofá. Era Mestres. - Hola jefa. Sólo te llamaba para decirte que a las cuatro y media he quedado con la dependienta de la tienda para inspeccionar el laboratorio del señor Puig. Me acaban de entregar el primer informe de la científica y como el abuelo aún no ha llegado te lo dejo en un sobre cerrado en recepción. ¡Ah, se me olvidaba! Ya he encontrado la marca y el modelo de la furgoneta de marras. 84

Lola todavía se estaba despejando después del brusco despertar. - ¿Ah si? –sólo atinó a decir mientras rehacía su coleta. - Es una Peugeot Partner de unos seis o siete años de antigüedad –proclamó el subinspector con aire triunfante- He sacado un fotograma de la cámara de seguridad y lo he comparado con distintos modelos nuevos y antiguos de internet. Ha sido un trabajo de chinos ya que sólo tenía una perspectiva. Pero, cómo era de esperar, lo he conseguido. Una Peugeot Partner. - ¿Estás seguro? Si tenemos que hacer algún llamamiento a los medios de comunicación para localizarla no me gustaría equivocarme. - Seguro al cien por cien. Si no lo es, me como crudo el sombrero de Martínez. - Si te equivocas nos tendremos que comer más cosas que un sombrero. Yo estoy en comisaría en quince minutos, avísame si encuentras algo interesante en el laboratorio.

Lola recogió el informe de la científica que le había dejado Mestres. Palpó el sobre cerrado antes de abrirlo y pensó que no habría mucho a analizar ya que no era muy grueso. Antes de leerlo se dirigió a la sala de descanso para sacar un café de la máquina y tomárselo tranquilamente en su despacho. Con las prisas, había salido de casa de sus padres sin tomar uno y sentía

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como si le faltara algo. En el pasillo coincidió con el inspectorjefe, que también se dirigía a la sala del café. - ¡Por fin, inspectora Moreno! –la saludó amigablementeacompáñame, que te invito a tomar un café y comentamos el caso del director de banco. Albert Mora, el inspector-jefe, no tomaba café ya que decía que no le sentaba bien. En cambio, siempre bebía ese extraño brebaje amarillento etiquetado en el frontal de la máquina como “caldo”, y que tanto repugnaba a Lola. - ¿Has visto la rueda de prensa de esta mañana en televisión? Me han dicho que ha salido por TV3 y por el canal Maresme. Al inspector-jefe le encantaba hablar de sus intervenciones en los medios de comunicación. Lola estaba convencida de que su superior consideraba las relaciones con la prensa lo más importante de la labor policial. - Por supuesto –mintió Lola. - ¿Algún avance en la investigación? –preguntó Mora. Lola no estaba dispuesta a enseñar todas sus cartas hasta contar con pistas sólidas. - Avanzamos muy despacio –repuso intentando medir sus palabras- Parece que hubo un cliente marroquí con el que el difunto discutió unos días antes de la cena de Navidad.

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- Mucho cuidado con que se filtre a la prensa que sospechamos de un moro. Nos van a acusar de racistas y xenófogos. Si algún periodista se entera de algo dile sólo que es un cliente a secas. La inspectora pensó que el único que jugaba a filtrar secretos a la prensa era precisamente el inspector-jefe. - De las cámaras de seguridad del banco, no hemos sacado nada en claro ¿verdad? –continuó tanteando Mora. - No. Están orientadas hacia los puntos calientes en caso de atraco. Pero está claro que quien dejó el cuerpo, conocía la sucursal. - Bueno, ya me irás informando sobre la marcha. Mañana y pasado estaré ocupado con un encuentro con la policía de Croacia, que se ha desplazado hasta Barcelona para que les expliquemos nuestra estructura organizativa. Si hubiera alguna noticia la dejas en recepción –dijo Albert Mora mientras se alejaba por el pasillo. Lola entró en su despacho y se sentó cogiendo entre las dos manos el vaso de plástico que contenía el café. Bebió un sorbo e hizo una mueca de asco. Se había enfriado y el negro líquido sabía a rayos. Maldijo para sus adentros al inspector-jefe y después de depositar con cuidado el vaso dentro de la papelera, volvió a la sala de descanso a buscar uno que estuviera en condiciones. Los informes de la científica eran muy poco esclarecedores. Relacionaban los objetos encontrados donde encontraron el cadáver y en el coche del difunto y sus alrededores. Colillas, 87

latas, papeles y bolsas de plástico que estaban analizando en busca de adn. También concluían que la sangre del suelo del puerto, al lado de la puerta del conductor del BMW, era del mismo tipo que la del difunto. Era de esperar. Hacían mención aparte de la pequeña pieza de plástico amarillo en forma de “uve”. Según ellos, podía tratarse de un trozo de la pinza de un bolígrafo o algo parecido. Lola releyó varias veces el informe. Tenía la sensación de que faltaba algo que había visto o le habían contado, pero no atinaba a recordarlo. Al igual que su madre, se ponía muy nerviosa cuando perdía algo y no recordaba dónde lo había dejado. Se instalaba una especie de runrún en su cabeza que le impedía incluso conciliar el sueño hasta que no lo ponía todo patas arriba y lo localizaba. Ahora se sentía igual. Estaba segura de que faltaba algo, pero no sabía qué era. Abrió nerviosamente la bandeja de la impresora y sacó un pliego de folios para anotar donde había estado y con quién había conversado, a fin de intentar recordarlo. En ese mismo instante entró Martínez. Al ver de dónde estaba extrayendo los papeles su jefa, hizo un gesto de reprobación mordiéndose el labio inferior mientras colgaba la gabardina y el sombrero. Pero no dijo nada. Lola iba a explicarle el motivo de su nerviosismo, y así justificarse de su mal hábito para disponer de folios, cuando sonó el teléfono. Era Izaguirre, el forense.

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- Te llamo para ponerte al tanto de los primeros resultados de la autopsia, aunque ya sabes que el informe definitivo no estará hasta dentro de unos días –se justificó el doctor. - Tu dirás, a ver si consigues sorprenderme –le retó la inspectora. Hizo una seña con la palma de la mano a Martínez para que no hiciera ruido. - En primer lugar, confirmarte que por la temperatura del hígado, la muerte se produjo este último fin de semana, posiblemente entre la noche del sábado 18 y la madrugada del domingo 19. En cambio, la herida de la nariz era más antigua. - ¿Qué consideras tú como antigua? - Unos diez o quince días aproximadamente. Le rompieron la nariz con algún objeto contundente sin aristas, como un palo o una barra metálica. - ¿Me estás diciendo que le rompieron la nariz el día que desapareció y no murió hasta diez días después? - Mas o menos. Además tenía laceraciones en muñecas y tobillos provocadas por haber estado atado con las bridas durante varios días. También tenía úlceras en los labios y llagas en la espalda y los glúteos, según mi opinión por haber estado inmovilizado con la boca taponada con algún trapo de algodón. Hemos encontrado fibras textiles en el interior de su cavidad bucal. - ¿Atado y amordazado durante días? ¿Y de qué murió, si puede saberse?

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- En un análisis preliminar he detectado que las mucosas y la lengua estaban secas y pegajosas. La piel presentaba un color grisáceo y el llamado “signo de pliegue”, es decir había perdido toda elasticidad y estaba acartonada. Por último, la sangre presentaba elevados índices de urea y creatinina. - ¿Estaba enfermo o se drogaba? - He enviado las muestras a toxicología para su análisis. Ya te informaré cuando los tenga. - ¿Entonces? - No creo equivocarme si digo que murió por deshidratación e inanición. Vaya que murió por falta de comida y bebida de forma prolongada. - ¿Lo dejaron morir de hambre y sed? –gritó la inspectora Martínez hizo un ademán moviendo la mano derecha arriba y abajo. Lo que oía le parecía increíble. - Podríamos decirlo así. Además el cuerpo fue lavado postmortem a conciencia. Le frotaron la piel con algo rugoso, un estropajo o algo así. - ¡Joder! ¿Y los ojos? - El que le extrajo los globos oculares no era muy diestro en esto. Había múltiples cortes en los párpados provocados por haber hecho palanca con un objeto cortante como una navaja o un cuchillo. Me parece que todo ha sido obra de un loco.

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- O de alguien que quería hacer sufrir al difunto Jordi Puig hasta la muerte ¿no? ¿Pero qué descerebrado tiene la sangre fría de dejar morir alguien así? - No he acabado. Me has pedido que te sorprendiera y creo que lo voy a conseguir. - Ya lo has conseguido. ¡No me digas que aún hay más, por favor! - Lo siento, pero a que no sabes qué me he encontrado introducido en el conducto rectal del cadáver… - ¿Cómo voy a saber lo que tenía el muerto en el culo? Martínez levantó la vista y miró sorprendido a Lola. - Un pendrive. - ¡No me digas que además el cabrón que le hizo esto, le metió un lápiz de memoria por el culo! Lola dio un respingo y la silla golpeó la papelera en la que había dejado el vaso con el café frío. El oscuro líquido se vertió por el suelo. Con un gesto instintivo, cogió folios de la fotocopiadora y los puso sobre el parquet para evitar resbalar. Izaguirre seguía hablando: - Ya sé que parece el colmo de la humillación, pero es así. Lo acabo de entregar a la regional de Granollers y me han dicho que te pasarán una copia del contenido. - ¿Tú has visto lo que hay en el pendrive?

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- No, ya había visto suficiente y no quería hundirme ante tanta vileza. Os deseo mucha suerte en la investigación, porque no me había topado con un caso así nunca en mi vida profesional. Nunca. La inspectora Moreno colgó el teléfono. Martínez la miraba expectante, esperando el relato completo de lo que le había transmitido el forense. - Siéntate porque lo que te voy a explicar es bestial.

Una vez Lola hubo explicado en detalle el resultado de la autopsia, Martínez procedió a informarla del progreso sus indagaciones sobre el amigo de Jordi Puig. El veterano policía era muy ordenado y meticuloso, y la suciedad existente en el suelo, con el café derramado y los folios empapados, le desagradaba profundamente. Se levantó intentando no pisar el desaguisado provocado por su jefa y fue a buscar su bloc de notas en uno de los bolsillos de la gabardina. - Se trata de Xavier Mercader, de treinta y dos años y natural de Mataró. Trabaja en la obra social de la Caixa Laietana en Mataró, en la plaza Santa Anna. Está soltero y vive con su madre viuda en un piso nuevo de la zona de la Vía Europa, frente al Parque Central. Al igual que su amigo difunto tiene un buen nivel

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económico –Martínez pasó varias páginas humedeciendo su dedo pulgar con la lengua. A Lola le repugnaba esta costumbre, especialmente cuando posteriormente ella tenía que tocar los documentos ensalivados por su subordinado. Le dio un repelús al pensarlo. - Conocía a Jordi Puig del barrio –Martínez prosiguió el relato- En sus ratos libres entrena los equipos de baloncesto del colegio de la avenida del Cros, a pocas manzanas de la sucursal donde encontramos el cadáver. - ¿Entrenador de baloncesto en el instituto Peramás? –preguntó Lola. - A ver si escuchas –la corrigió con una sonrisa cínica- He dicho el que está en la avenida del Cros y no el Peramás, que es donde estudia tu hija. - Perdona, pero por un momento he pensado que a lo mejor lo conocía –se excusó la inspectora. Martínez cerró su bloc de notas y lo dejó sobre la mesa. - He ido a visitarle al trabajo. Es el encargado de la sala de conferencias y me ha costado Dios y ayuda encontrar alguien que pudiera dar razón de él. Por lo que parece, pasa muchas horas de aquí para allá visitando instituciones y colectivos de la comarca que solicitan utilizar el auditorio para alguna de sus actividades. Al final me ha atendido una mujer, la coordinadora de no se qué. Me ha dicho que Xavier Mercader estaba de baja por una gripe estomacal. Esta mañana no se ha presentado y ha 93

llamado su madre explicando que tenía fiebre y vómitos. Puede ser cierto, aunque… -hizo un gesto como queriendo indicar que no estaba seguro del todo. - ¿Algo más consistente que tu instinto para dudar de una gripe, señor doctor? –preguntó Lola en un tonillo insolente. Martínez o no entendió la broma o hizo como si nada. Siguió con su explicación. - Al mediodía me he puesto en contacto por teléfono con él y me ha parecido un pájaro de cuidado. Ha intentado escabullirse de todas las preguntas con la excusa de la fiebre. Se ha excusado un tanto bruscamente para colgarme. He percibido que no tenía ganas de contestar. - ¿Miedo o prevención? –planteó Lola. - No lo sé. Quizás las dos cosas –continuó Martínez algo indecisoPero como se había deshecho de mí de forma extraña y estaba en el centro, me acerqué al Registro de la Propiedad y descubrí que el señor Mercader heredó de sus abuelos una masía en pleno campo, en el término municipal de Dosrius. La finca tiene tres mil metros cuadrados. Miró a Lola con aire de complicidad. - Si no me equivoco intentas decirme que, además de no creerte que ese señor haya pillado la gripe, es propietario de una casa deshabitada en medio del bosque en la que sería posible tener encerrado a alguien durante días sin levantar sospechas ¿no?

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- Sin poder afirmar todavía si la casa está deshabitada o si está en un paraje inhóspito, no lo podrías haber expuesto mejor. Además, si diera la casualidad de que tiene una furgoneta blanca, creo que llegaríamos a Navidad con los deberes casi acabados. - Pues mañana, sin falta, le hacemos una visita al enfermo.

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Tres Éxodo Esto dice el Señor: A medianoche pasaré por Egipto y morirán todos los primogénitos, desde el primogénito del faraón hasta el de la esclava. En todo el país se levantará un clamor tan grande como no se había oído nunca ni se volverá a oír nunca jamás. (Ex. 11,4)

Miércoles, 22 de diciembre de 2010.

Lola se despertó suavemente. Había estado hasta la madrugada hablando con su hija y a pesar de ello se sentía relajada. Hacía meses que no encontraban un rato para compartir y hablar de sus cosas tranquilamente, y la última noche se había dado la conjunción adecuada de circunstancias.

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Para apaciguar su espíritu después del desagradable relato del forense, la inspectora decidió llamar a su hija y quedaron en encontrarse a las siete de la tarde frente la iglesia de Santa Ana. Pasearon entre los tenderetes navideños mientras el aire transportaba los sonidos de los villancicos. A Lola le vinieron a la mente recuerdos de su infancia en la finca de Argentona, cuando sus padres y varios amigos celebraban la Nochebuena al calor de la chimenea, comiendo polvorones y bebiendo vino de la bodega de los señores, mientras en el viejo tocadiscos sonaban “los peces en el río”. Eran tiempos felices para la pequeña Lolita. Madre e hija iban cogidas de la mano como dos amigas. Subieron por la Riera curioseando ante los numerosos escaparates de ropa y zapatos, mientras se cruzaban con muchas personas cargadas con bolsas y paquetes con regalos. En una pequeña tienda hicieron acopio de chucherías, en especial de ositos y de nubes. A la altura del ayuntamiento, se sentaron en los taburetes del bar en el que, según Mestres, “sirven los mejores frankfurts del mundo”. A la vuelta de su paseo entraron en Berskha, donde madre e hija se probaron blusas, camisetas y pantalones, el pasatiempo preferido de Nerea. Al final no compraron nada, pero Lola tuvo que reconocer que había sido divertido. Al llegar a casa se pusieron el pijama y se metieron las dos en la cama de matrimonio con un bol de palomitas de maíz y una gran bolsa de nubes. Y se pusieron a hablar. Hablaron de chicos, de aficiones, de los abuelos, de la Navidad, del desaparecido José, de la vida. En fin, un poco de todo. Lola recordaba que su despertador marcaba las dos de la madrugada antes de quedarse dormida. 97

Ahora, mientras por las rendijas de la persiana se empezaban a colar las primeras luces del día, Lola contemplaba con mirada meliflua la respiración regular de su hija. Aquella mañana no se sentía sola. Se vistió con el pantalón de París y una camiseta blanca de Custo que nunca se ponía porque le había costado un ojo de la cara y la guardaba para ocasiones especiales. Consideró que encontrarse animada y contenta a las ocho de la mañana era una ocasión especial para lucirla. Ya vendrían días malos para vestirse con ropa del mercadillo. Dejó a su hija en la cama durmiendo, ya que había acabado la escuela y empezaba las vacaciones de Navidad. Enfiló por la Ronda O’Donell hasta la plaza de Granollers. Delante de la farmacia ya se encontraba Martínez, con su inconfundible gabardina y su sombrero a juego. Se frotaba las manos a pesar de llevar guantes, y movía los pies rítmicamente. De su boca salía vaho. Tenía frío. - ¿Hace mucho que esperas? –preguntó la inspectora con un amplia sonrisa. - Cinco minutos, jefa –contestó el subinspector mirando su reloj de pulsera- pero hace un viruji inhumano. Se dirigieron hacia la Vía Europa para torcer a la derecha por la Ronda Jacint Verdaguer, frente al parque Central. Todos los edificios eran relativamente nuevos y parecían construidos con materiales de calidad. Llamaron al interfono del número 31. - ¿Quién es? –preguntó una voz femenina 98

- Policía. Mossos d’Esquadra – respondió Martínez. Un zumbido indicó que habían abierto el portal. Subieron hasta el tercer piso. En el descansillo les esperaba una mujer de aspecto envejecido. Llevaba su pelo negro recogido en un moño y estaba evidentemente recién levantada. Vestía una bata afelpada de color verde. Por debajo asomaban las perneras del pijama. Calzaba zapatillas rosas. Lola le explicó que tenían que hablar urgentemente con su hijo. Que ya sabían que estaba enfermo, pero que era imprescindible hacerle unas preguntas sobre la muerte de su amigo Jordi Puig. Los dos policías se quedaron de pie en el comedor, mientras la señora desaparecía por el pasillo para despertar a su hijo. Lola apartó la cortina y miró por la ventana que daba al balcón. Se veía el parque Central en toda su extensión y al fondo, el mar. Una televisión de plasma muy grande presidía la sala de estar. A su lado, un equipo de música de alta gama. De un rápido vistazo se percataron que tanto los muebles como el resto de decoración eran de calidad. Quizás no tanto como en la casa de Cabrils del difunto, pero estaba claro que no se podía catalogar como un hogar modesto. A los pocos minutos volvió a aparecer la madre de Xavier. Vestía una blusa gris, una falda negra y zapatos. Se había maquillado ligeramente. - Mi hijo dice que les atenderá un momento, aunque se encuentra fatal. ¿Quieren que les prepare un café? – preguntó la mujer mientras entraba en la cocina y se colocaba un delantal

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que representaba el cuerpo de una joven en biquini- Xavi va a tomar una infusión con sus medicinas y no es ninguna molestia. A Martínez le vino a la memoria el desaguisado que su jefa había organizado ayer en comisaría al volcar el vasito de café en el suelo y cubrirlo con folios. Los dos policías aceptaron el ofrecimiento. - Siéntense, por favor –les dijo separando una silla del comedor y poniendo unos pequeños salvamanteles y unas minúsculas servilletas perfectamente planchadas. Tuvieron que reconocer que el café que les sirvió era excelente. Muy diferente del extraño líquido que manaba de la máquina automática de la sala de descanso. Al cabo de unos minutos, apareció Xavier Mercader. Era un hombre alto y de complexión fuerte. Llevaba el pelo rapado al cero y de su ancho cuello colgaba una gruesa cadena de oro. Tenía unas facciones pequeñas en comparación con la extensión de su rostro redondo. Parecía como si le hubieran puesto ojos, nariz, boca y orejas de un tamaño inferior al que le correspondía. Llevaba un chándal deportivo con el escudo de la escuela Tomás Viñas. Lola recordó que antes de matricular a su hija en el Peramás, había visitado esa escuela. Se decidió por la primera porque caía más cerca de su casa. - Disculpen mi aspecto –se excusó Xavier Mercader tomando asiento en una silla del comedor frente a los dos policías. Su voz, un tanto aflautada, tampoco se correspondía con su aspecto recio.

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Lola volvió a recitar el texto “oficial” de la policía cuando existía un asesinato. - En primer lugar, reciba nuestro pésame por el fallecimiento de su amigo. No es mi intención molestar, pero dadas las circunstancias de su muerte es preciso recopilar la máxima información lo antes posible. El señor Mercader asintió levemente. Más que tristeza, emanaba una cierta expectación. - Parece que usted y el difunto señor Puig compartían actividad en el laboratorio de la Rambla. ¿Podría explicarnos con más detalle en qué consistía su colaboración? – Martínez quería ir al grano. Xavier Mercader se rascó la cabeza como dándose tiempo para pensar la respuesta. - Bueno –dudó- lo normal. Poníamos música de fondo en películas familiares de empleados de nuestras cajas, las pasábamos a formato digital, ampliábamos fotografías, no sé… todo esto – a Martínez le pareció que había hecho adrede una explicación poco precisa. - ¿No ocurrió nada anormal en los últimos meses? Por ejemplo, una película que contenía algo que no estaba previsto, o que alguien les reclamara una fotografía – intervino la inspectora Moreno mirándole fijamente a sus pequeños ojos. Xavier Mercader apartó la cara y miró al suelo.

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- ¿A qué se refiere? –estaba claramente alarmado y no paraba de mirar hacia la cocina, buscando el auxilio de su madre. - Pues a eso. Si vio algo raro en alguna de las películas que les traen. Es bastante sencillo de entender –contestó tajante Lola, quedándose acto seguido en silencio. El nerviosismo del señor Mercader iba en aumento. - No recuerdo nada extraño ¿Por qué me lo preguntan? –dijo angustiado, bajando el tono de voz. - Por si encontramos alguna causa que hubiera propiciado el asesinato de su amigo – Lola no soportaba el papel de niño enfermo que representaba- ¿O es que usted ya sabe quién lo hizo? La respiración de Xavier Mercader se aceleró y empezó a frotarse la cara con la palma de las manos. Los dos policías le miraron fijamente esperando alguna reacción. Al entrar en escena la madre para servirle la infusión y un pastillero azul con medicamentos, se relajó. Y todavía más cuando después de asirle una mano, ésta se quedó a su lado solícita. Ya eran dos contra dos. Martínez decidió cambiar el rumbo del interrogatorio. No había nada menos útil que enfrentarse a alguien que no quiere contestar y se siente respaldado. - Señor Mercader ¿es usted propietario de una masía en Dosrius? –preguntó en tono amable. Levantó la vista y miró sorprendido al policía. 102

- Si. Me la dejó mi abuelo en herencia. Antes de que se caiga de vieja la estamos rehabilitando. Pero no entiendo… - ¿Tendría algún inconveniente en que demos un vistazo a la casa? –soltó Lola intentando quitar importancia a la pregunta. - Por supuesto que no, pero no entiendo qué esperan encontrar allí. Es una masía vacía en obras. - Es pura rutina policial, para completar el expediente la investigación –mintió la inspectora - Hablaré con el capataz de la obra para que les permita el acceso. Pero sigo sin entender la importancia de la casa en la muerte de Jordi. Martínez lanzó una nueva pregunta. Los dos policías seguían una estrategia de interrogación policial consistente en cambiar constantemente el rumbo de las preguntas para intentar que el interrogado se deje algún cabo suelto. - ¿Cuándo vio al señor Puig por última vez? – preguntó ahora. Mercader dio un sorbo a la infusión y se tragó tres pastillas de diferentes colores y texturas. - No estoy muy seguro, pero creo que fue durante el puente de la Purísima –miró a su madre, que asintió- Aprovechamos esos días de fiesta para preparar varios trabajos fotográficos atrasados. Sí –dijo convencido- la noche del 8 de diciembre nos fuimos a una cafetería de la Rambla después de acabar y empaquetar unas películas que nos habían encargado varios

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empleados. A eso de las 9 nos fuimos cada uno a su casa –la señora volvió a asentir para confirmar las palabras de su hijo. A Lola se le encendió una lucecita y preguntó: - ¿Dónde guardaban las películas una vez acabadas? Un compañero del señor Puig nos comentó que las custodiaban en un arcón metálico o algo así. Mercader se tensó de nuevo. - No sé –respondió tajantemente – Una vez terminadas, las películas las enviábamos a sus propietarios por la valija interna de las cajas. Ya sé que no es correcto, pero… En aquel momento se levantó, y cruzando los brazos sobre su estómago con gesto de dolor, dijo: - Me van a tener que perdonar, pero debo ir al servicio. No me encuentro nada bien. Si necesitan más de mí, tendríamos que posponerlo para otro día – y despareció por el pasillo. La madre intervino - Ya les comenté que Xavi no estaba bien. Discúlpenos. Si precisan más información no duden en llamarle, pero ahora no está en condiciones ¿Lo entienden, verdad? - Por supuesto, señora –dijo Martínez mientras ambos policías se levantaban de sus asientos- Ya la llamaremos para indicarle el día que visitaremos la masía de Dosrius, pero seguramente será un día de estos. Llámenos si su hijo recuerda algún dato nuevo – le entregó una tarjeta de la comisaría. 104

Cuando ya se dirigían hacia la puerta del domicilio, Lola se giró y preguntó a la madre: - Por cierto, ¿qué coche tiene su hijo? La mujer se paró ante el mueble recibidor y miró una bandeja que contenía unas llaves de automóvil. - Se acaba de comprar un coche grande, un 4x4 de esos –dijo señalando el llavero que tenía una pieza de cuero que lucía el símbolo verde de un Range Rover. Aunque la mujer no lo vio porque estaba detrás de él, Martínez hizo un gesto a Lola haciéndole ver que su sospechoso no parecía tener una furgoneta blanca Peugeot.”Lástima” pensó.

Ya dentro de la cabina del ascensor, Lola miró de reojo a su compañero, que dijo malhumorado: - Yo también lo pienso, Lola. Miente como un bellaco. Y no creo equivocarme si digo que el tipo tiene muchas cosas que nos quiere esconder. - Tendremos que pedir al juez que nos autorice a pinchar sus teléfonos y a ver sus cuentas corrientes. Y añadamos también a la madre protectora en el pack.

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Eran más de las diez cuando cruzaron el parque Central de camino hacia la comisaría. Un tímido sol empezaba a calentar el ambiente gélido de aquella mañana de invierno, pero un viento húmedo provocaba una sensación térmica muy inferior a la que marcaban los termómetros. A pesar de ello, los bancos del parque estaban ocupados por hombres de diferentes edades y procedencias. “Jubilados y parados” pensó Lola al verlos ociosos “Nos estamos convirtiendo en un país de viejos y subvencionados”. Al pasar frente a un bar en la avenida Gatassa escucharon la tradicional cantinela de los niños de San Ildefonso cantando los premios de la lotería de Navidad. ¡Hoy se sorteaba el “gordo” y se había olvidado de comprar un décimo! “Jubilados, subvencionados e ilusos” rectificó Lola.

En comisaría les esperaba Mestres. Había impreso las fotografías que había hecho la tarde anterior en su visita al laboratorio fotográfico que compartía el difunto señor Puig con el señor Mercader. - Todo es muy extraño –explicó Mestres mientras iba colgando con cinta adhesiva las fotografías sobre la pizarra- Por eso he decidido exponer todas las fotografías por si veis alguna cosa que me haya podido pasar por alto.

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- ¿Algún problema con la dependienta? –preguntó Lola. - Al contrario. Todo han sido facilidades. ¡Ah! Y si quieres volver a enviarme allí, no me importaría repetir el encuentro con Montse. Es una chica majísima y se la ve limpia… Lola suspiró levantando sus ojos hacia el techo. Lo del subinspector con las mujeres era casi patológico. Mestres dejó sobre la mesa el juego de llaves que le había entregado Belén Estrada. - Lo primero que he observado es que se trata de un laboratorio demasiado limpio. - ¡No me digas! –saltó Martínez- No me extraña que encuentre demasiado limpio el laboratorio alguien que cree que los calcetines sucios se guardan en la nevera y que las sábanas no hay que cambiarlas hasta que se aguantan tiesas por la mugre. - Por lo visto, el abuelo tiene un día gracioso –respondió Mestres en tono cínico- Yo lo decía porque las mesas, los archivadores y los armarios están vacios. No hay papeles en los despachos. Es como un laboratorio encantado. Limpio, pero sin vida. Pero eso no es lo más sorprendente. - A ver si lo que has visto te ha hecho reflexionar y ya no tendré que compartir despacho con el récord Guiness del desorden – dijo Martínez mientras apartaba los restos del desayuno de su compañero de encima la fotocopiadora. Mestres hizo caso omiso al comentario y continuó:

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- Es un laboratorio de tres pares de narices. Yo pensaba encontrarme con cuatro aparatos viejos y ha sido todo lo contrario. Es el colmo de la sofisticación tecnológica –Mestres estaba cada vez más animado con su exposición- Ha sido como tener a mi disposición el stand de Ferrari, pero del sector audiovisual. - O sea, que te has divertido ¿no? – Martínez estaba decidido a buscar la manera de hacer saltar a su compañero. - No te voy a negar que me he emocionado. El piso tiene unos cien metros cuadrados, divididos en varias zonas. He dibujado un plano a escala con el autocad y no le falta de nada. Fijaos –señaló la primera fotografía por la izquierda- Esto es una ampliadora con programador de positivados. Y esto otro –señaló la siguiente instantánea- la zona húmeda con las cubetas, los tanques de temperatura controlada y el armario secador. Tanto Lola como Martínez sólo eran capaces de comprender que eran máquinas sofisticadas. Pero Mestres estaba entusiasmado explicando las excelencias del equipo. - Pero lo más fuerte está en la zona de telecine. Tienen dos cacharros de primer nivel. Éste, por ejemplo es una Cintel DSX de multiresolución equipada con reductores electrónicos de ruido y reductor óptico de defectos de película. El otro es un Rascal con un controlador Pixie de Pandora y tecnología Digital Visión. Con ellos se pueden hacer transferencias sincronizando el sonido directo de rodaje. Cuestan un pastón, aunque sean de segunda mano –las explicaciones de Mestres eran apasionadas, pero ininteligibles para un profano. 108

Lola y Martínez decidieron sentarse y dejar que su compañero acabase la exposición. - ¡Y esperad! Tienen una pequeña sala de montaje y un monstruo de Sony capaz de impresionar negativos en todos los formatos digitales disponibles como SR, SRD, SDDS y DTS, además de poder filmar desde cualquier soporte. En conclusión, un laboratorio que es una caña. Cuando Mestres completó la narración de las excelencias técnicas, Lola le preguntó: - Permíteme una pregunta de alguien de letras como yo. ¿Puedes ilustrarme sobre qué se puede hacer con un laboratorio como éste, que según tú es una caña? Mestres se puso de pie y alzó ambos brazos al tiempo que decía: - ¡Todo! Se puede hacer de todo. Como si fuera la Metro Goldwyn Mayer de Mataró.

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Creo que ya es consciente de que va a ser el siguiente. No me extraña que haya adivinado que su fin está cerca, ya que el descubrimiento del cuerpo sin vida de Satanás representa una señal inequívoca. Lo percibo en su rostro angustiado. Sus ojos se mueven inquietos intentando descubrir quién de su entorno va a ser el brazo ejecutor del Señor. Pero no se imagina que alguien tan insignificante como yo, con el que se cruza en su trabajo y al que posiblemente menosprecia, va a ser el que termine con su vida. Mi segundo objetivo no es otro que acabar con Mefisto, el príncipe de los infiernos subordinado a Satanás, y con la abyecta tarea de capturar almas para el averno. No por ostentar una jerarquía inferior a Satanás y un carácter accesible se debe bajar la guardia ante él, pues es un ser racional, altamente frío, que utiliza su mente para conseguir que los demás sigan sus oscuros designios. Por dicha razón debo ser todavía más prudente y a la vez más arriesgado si quiero llevar mi misión a buen puerto. Desde el lunes he tenido sus movimientos bajo vigilancia. Tal como preveía el cuaderno, lo primero que hizo fue avisar a sus subordinados del peligro que corrían. El ejército de demonios se ha dado prisa en esconder de los ojos de los hombres las pruebas de su maldad. Pero no cuentan con mi preparación, con mi entera dedicación a su exterminio y con mi determinación a hacerlo antes de la Navidad, el día santo por excelencia y que este año cae en sábado, el día del Señor de la Biblia. A pesar de su alto linaje, Mefisto duda de todos, por si alguna de esas criaturas es la llamada a terminar con su existencia en la tierra. Mira con suspicacia al carnicero mientras despieza el 110

cordero. Sospecha de sus compañeros de trabajo cuándo hablan con él de la muerte de Satanás. Teme, y no le faltan motivos, que alguien de su entorno será quien le asestará el golpe definitivo. Por mi parte, no hago más que seguir los pasos establecidos en el cuaderno. He estado observándolo en su trabajo y le he visto nervioso e intranquilo. He esperado frente al portal de su domicilio y he percibido que intenta esconderse. Me he acercado a sus familiares y me han dicho que se encuentra enfermo y angustiado por la muerte de su general. Incluso la misma noche del lunes, se desplazó hasta el recóndito lugar donde conducía a las almas que apresaba para su causa y lo ha vaciado de cualquier cosa que pudiera guiar a la policía hacia él. Moviéndose entre las tinieblas de la noche, su escenario preferido, cargó todo el material en su coche y lo llevó hasta un nuevo escondite que cree inexpugnable. Pero una de mis labores será hacerlo visible incluso a los ojos incrédulos de las almas cándidas y que todos sepan la inmunda calaña con la que compartían su existencia. He vuelto a preparar la celda para un nuevo sacrificio. He quemado incienso aromático y he ungido con aceite de oliva virgen los muebles, con especial dedicación a la cama, que hace la función de altar sagrado. Alrededor de dicho altar he dispuesto un atrio delimitado con alfombras de color violeta y rojo, siguiendo las instrucciones que el Señor dio a su pueblo. Ahora ya estoy preparado para el segundo combate con el mal. Preparado y ansioso por liberar las almas capturadas por el astuto Mefisto. Por fortuna, esas almas tienen alguien que se 111

ocupa de su redención. Todo lo contrario del calvario que padecí yo mismo antes de convertirme en libertador. Aquel sufrimiento queda lejos, pero la huella que dejó en mí ha sido decisiva para el resurgimiento de un nuevo yo más fuerte, más resolutivo, más disciplinado. No preciso ayuda para acabar con el ejército de maldad, y pretendo que los sojuzgados comprueben que ellos también pueden abatir a quien se otorga el poder sobre sus cuerpos y sus mentes. También los débiles se pueden convertir en martillo vengador. Yo soy la prueba fehaciente de ello. Por cierto, en el seguimiento de Mefisto también me he cruzado varias veces con la guapa policía pelirroja. Es digna de elogio su persistencia y su capacidad para encontrar y seguir la pista sulfurosa que deja el mal. Ahora ya estoy seguro de que el arcángel San Miguel, el príncipe de la milicia celeste, se ha encarnado en ella.

Nerea, la hija de la inspectora Moreno, había llamado a su madre a media mañana para decirle que se iba al cine con su amiga Julia y sus padres. Después de una breve discusión, consiguió que su madre le diera permiso para quedarse a dormir en casa de su amiga. A cambio, la niña se comprometió a acompañar a su madre a visitar a los abuelos mañana jueves.

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Lola aprovechó que no tenía que ocuparse de Nerea para pedir comida china al restaurante Caballo de Oro, convocar una reunión con sus subinspectores y poner en orden lo descubierto en relación al caso de la muerte de Jordi Puig. A los veinte minutos avisaron de recepción que había llegado la comida. Un chino de edad indefinida y que sólo hablaba mandarín, esperaba con dos bolsas que contenían unos pequeños recipientes con arroz frito, fideos chinos, wantun frito, ternera con bambú y el favorito de Mestres, el incalificable pollo al Moon Her. En total, quince euros. Lola siempre había pensado que la comida china era muy barata y no alcanzaba a entender cómo era posible que hicieran negocio con esos precios. Pero como se lo iba a comer, decidió apartar esos pensamientos y empezar a distribuir los envases de plástico en las mesas. Mientras Mestres se tragaba cuanto arroz tres delicias cabía en su boca, Martínez iba apartando en un vasito de plástico los pequeños trocitos de tortilla que encontraba, ya que, según él, la última vez que comió ese arroz hubo algo que le sentó mal, y había decidido descubrir el alimento culpable por descarte. Hoy le tocaba excluir la tortilla. - Comes como un cerdo –alcanzó a decir el veterano policía contemplando la mesa de su compañero, llena de restos de comida y manchas aceitosas. Mestres se metió en la boca el último trozo de pollo Moon Her, una extraña salsa amarillenta que siempre acababa resbalando por las comisuras de sus labios. Mientras Mestres fue a tirar los restos de la comida al contenedor de reciclaje, entró una llamada para Lola. Era Andreu 113

Soret, el director de zona de la caja que conoció en el interrogatorio a Julián Izquierdo. - Buenas tardes, inspectora –a Lola le pareció percibir el olor de la colonia del ejecutivo a través del teléfono- Me pongo en contacto con usted para informarla que la dirección de la entidad ya ha aprobado facilitarle los datos que nos pidió. Mañana por la mañana llegará por valija la relación de empleados que han trabajado con Jordi Puig en el último año. También hay un escrito con la filiación del señor Abdeslam el Harrak. - ¿De quién? –Lola no recordaba a quién se refería. - Perdone –se disculpó Soret- Es el cliente que Julián comentó que había discutido con el señor Puig. Si le parece podemos quedar en la sucursal a eso de las diez para entregarle la documentación. Desde que la policía empezó a componer el complicado rompecabezas que representaba el caso del asesinato de Jordi Puig, Lola tenía la sensación de que había algo que había pasado por alto. Alguna cosa faltaba y no lograba descubrir qué era. Los tres policías volvieron a analizar una vez más todos los datos, conclusiones y suposiciones que obraban en sus manos. Avanzaban muy despacio y parecía que daban vueltas sin encontrar una dirección concreta. El interrogatorio del subdirector de la sucursal había dejado a la luz el perfil altivo y prepotente del difunto, así como un claro sentimiento de envidia y odio reprimido por parte de su subordinado. Lola no lo descartaba como sospechoso, pues en su trayectoria profesional había visto casos en los que el más 114

apocado escondía impulsos asesinos inconfesables. Pero no dejaba de ser una vía secundaria. Más concreto parecía ser el itinerario que llevaba hasta el amigo y socio Xavier Mercader. La escasa voluntad por aclarar muchas de las preguntas sobre Jordi Puig que había manifestado aquella misma mañana, así como el hecho de disponer de un lugar apartado donde haberlo recluido durante una semana, le convertían en el candidato a culpable con mayor puntuación a estas alturas. Pero todavía no habían descubierto que tuviera un motivo para matarlo. Ambos socios tenían niveles económicos desahogados, pero el descubrimiento de un laboratorio de telecine altamente tecnificado, abría dudas sobre la actividad profesional que se desarrollaba en el entresuelo de la Rambla. Lola decidió que visitaría el laboratorio por si pudiera encontrar alguna nueva pista. Cogió las llaves del laboratorio del cajón de su mesa y se las guardó en el bolso. Con la llamada del señor Soret, se abría una tercera vía. Quizás un antiguo empleado o, con más motivo, el cliente marroquí Abdeslam no se qué, con el que había tenido una discusión de base xenófoba, había terminado con la vida del director. El hecho de que el cuerpo hubiera sido sometido a algún tipo de ceremonia, desde su muerte por inanición, pasando por haberle arrancado los globos oculares y haber limpiado su cuerpo, terminando con el mensaje en forma de grabación encontrado en el conducto rectal, señalaba algún tipo de ritual o al culto de una sociedad secreta. Aunque bien pudiera ser simplemente obra de un chalado.

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Y aún quedaba por aclarar la procedencia de la misteriosa pieza amarilla encontrada en el puerto de Arenys de Mar al lado del coche del difunto y estudiar la lista de los propietarios de una Peugeot Partner blanca de la zona. Si el caso seguía complicándose tendría que hablar con el inspector-jefe y pedir refuerzos a la regional de Granollers. Hacía tres días que los tres policías se estaban dedicando íntegramente al caso de Jordi Puig, y también había otros temas que tratar. Lola encargó a Mestres que aquella tarde la dedicara a finalizar el informe del robo a mano armada del senegalés Kebba Diaby. Debía dejarlo preparado para que al día siguiente pudiera entrar en los juzgados. Desde el lunes no habían tenido tiempo para las tareas administrativas y el oficio del atraco ya se había convertido en urgente. Martínez se desplazaría a la fiscalía para poner en marcha lo antes posible las escuchas telefónicas y la investigación de las finanzas de Xavier Mercader y de su madre. Mientras, Lola se acercaría al laboratorio fotográfico para verlo con sus propios ojos y daría una vuelta por el centro para comprar algo para sus padres. Quedaban solamente dos días para Navidad.

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Esta tarde seguí a Mefisto. A las 17:20 salió del aparcamiento en su nuevo Range Rover, y se dirigió hasta la autopista C32. Condujo despacio, por lo que me ha resultado fácil no perderlo de vista. En Argentona tomó la autovía C60 hacia Granollers y antes de entrar en el túnel de Parpers, se desvió a la derecha en dirección a Dosrius. Siguió la sinuosa carretera que cruza un frondoso bosque de pinos y encinas. Al llegar a la primera rotonda giró a la derecha, cruzando una zona industrial hasta desviarse por un pequeño camino apenas señalizado. Se dirigía a su finca. Me adentré por el boscoso sendero sin asfaltar con las luces apagadas para no ponerle sobre aviso. Aparqué la furgoneta en la última curva y seguí mi camino a pie, justo para ver como entraba en la casa en obras. Eran las 17:49. Estuvo hablando con el encargado de la obra durante cinco minutos, mientras el resto de operarios se cambiaban de ropa de faena. A las 18:01, todos los obreros se subieron al pequeño camión y se marcharon a toda velocidad por el estrecho camino. Pasaron frente a la furgoneta sin mostrar ningún interés por ella. Había acabado la jornada laboral y sólo tenían en su pensamiento llegar a sus domicilios lo más pronto posible. Mefistófeles se quedó solo en su guarida. El cuaderno ya lo había previsto así. Oculto tras unas enormes matas de romero le he podido observar. He cortado una ramita y me la he puesto en la boca aspirando su intensa fragancia a naturaleza. El romero dará el toque final a mi representación. El hombretón paseaba nervioso por las estancias de la casa, una sobria construcción de piedra de más de doscientos años de antigüedad. Debido a las reformas, habían instalado unos focos en las habitaciones y el hueco de las ventanas, sin cristales y sin sus marcos de madera, permitían 117

seguir las evoluciones de su propietario por el interior. Llevaba una agenda en la mano derecha y parecía que buscaba algo entre los escombros. Quizás le preocupara que el arcángel pudiera encontrar algo que le señalara como culpable. No debería inquietarse. Estaba a punto de ser capturado. Al contrario de Satanás, que tenía un cuerpo menudo, Mefisto ocupaba un cuerpo fuerte y fornido y no sería fácil controlarlo. No podía fallar, ya que daría al traste con toda la misión precisamente cuando entraba en la fase definitiva. El cuaderno me indicaba que había que utilizar el efecto sorpresa. Entré en la furgoneta y me vestí con el pantalón verde de peto y me puse los guantes de trabajo. Cogí el rastrillo y me lo puse al hombro, simulando ser un jardinero. Antes de avanzar hacia la casa comprobé que tenía las bridas en los bolsillos traseros. Caminé despacio en dirección a los arcos de piedra de la fachada principal, masticando la ramita de romero. Al pisar el suelo embaldosado de la antigua era, Mefisto salió a mi encuentro. - ¡Hola, Xavi! – dije mientras saludaba con la mano. Una amplia sonrisa cruzaba mi cara. Por unos instantes quedó atónito, pero pronto reaccionó: - ¿Quién es usted? –preguntó en tono brusco. Yo no paraba de acercarme a él, con los ojos fijos en sus manos, por si hacía algún movimiento brusco. - Soc el veí de Can Bordet, Xavi –le respondí jovialmente en catalán. 118

- Qui dius que ets? – dejó la agenda sobre un murete y se colocó las manos en forma de visera para intentar reconocer al propietario de la voz. Los focos de la casa le dificultaban la visión. Había llegado el momento. Agarré el mango del rastrillo por su extremo y lo hice girar con fuerza en el aire. No le dio tiempo a defenderse y la barra metálica dentada se le encajó entre el cuello y el hombro. Lanzó un grito ahogado y cayó al suelo de rodillas, sujetando los garfios de metal clavados en su cuerpo. Me miró sorprendido mientras sus brazos caían sin fuerzas y perdía el conocimiento. Acerqué la furgoneta hasta la entrada de la masía, y después de extraerle el rastrillo, apreté con fuerza las bridas en sus muñecas y tobillos, tal como había hecho con Satanás. Esta vez decidí colocar dos bridas en cada extremidad, dada la robustez de mi prisionero. Sorprendentemente, de las cinco heridas manaba poca sangre. Mucho mejor. No le había afectado a ninguna zona vital. Me costó subir el cuerpo a la caja de la furgoneta, pero por suerte estaba en un paraje solitario y pude tomarme el tiempo necesario para ello. En primer lugar situé el cuerpo inerte sobre una tabla de madera para encofrar y apoyé un extremo de la misma en la parte posterior de mi furgoneta. A continuación desenrollé el cable metálico del pequeño molinete del todoterreno y lo até a sus tobillos. Pasé el cable por un gancho de mi furgoneta a modo de polea y puse en marcha el pequeño molinete. Lentamente y sin esfuerzo el cuerpo de Mefisto se fue introduciendo en la zona de carga. Cerré las puertas y me quedé unos minutos en total silencio. Sólo se escuchaban los ruidos 119

procedentes del bosque. A las 18:43 había terminado. Sólo faltaba transportar el cuerpo de Mefisto hasta su celda, el altar del holocausto. Tenía que darme prisa. Tenía mucha tarea por hacer y mañana empezaba a trabajar temprano.

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Lola estaba frente al portal del número 28 de la Rambla de Mataró. La tienda de fotografía “Flash” estaba llena de clientes que apuraban sus últimas compras de Navidad. Decidió entrar sola en el estudio de la primera planta y no molestar a la dependienta. Con el juego de llaves que le entregó la viuda de Jordi Puig abrió la puerta de la calle y después de cruzar un amplio vestíbulo, subió las escaleras. Solo había un piso en cada rellano, por lo que no podía equivocarse. La alta puerta de madera que tenía enfrente era la que buscaba, aunque no tenía ninguna placa indicativa. Probó varias llaves hasta que dio con la correcta. A la derecha encontró el interruptor de la luz y, al presionarlo, gradualmente se fueron encendiendo diversas líneas de lámparas con tecnología led. Era como si estuviera bajo un cielo plagado de brillantes estrellas. Le dio la sensación de entrar en otra dimensión. Aunque el edificio era una construcción de principios del siglo XX, el interior del piso había sido profundamente reformado. Nada más entrar, Lola tuvo que subir unos pequeños escalones. El suelo había sido elevado unos centímetros para instalar lo que se denomina “suelo técnico”, una especie de tarima bajo la que pasan todo tipo de cables y conducciones que conectan entre si los diferentes equipos. La distribución original había sido modificada, tirando tabiques e instalando todo tipo de separaciones metálicas. Aunque las ventanas que daban a la Rambla se habían mantenido con su aspecto exterior, desde dentro habían sido cubiertas por unas pantallas metálicas que aislaban el piso tanto de la luz como del ruido. Lola deambuló por las diferentes estancias sin atreverse a tocar nada. Le dio la sensación de estar en una nave espacial, llena de 121

sofisticados aparatos e instrumentos de alta tecnología. Pensó que todo aquello era un montaje con un presupuesto demasiado elevado para que simplemente fuese utilizado para pasar a formato digital los videos caseros de unos empleados de cajas de ahorros. Las instalaciones que estaba recorriendo no estaban pensadas simplemente para un hobby de dos amigos para sacarse un sobresueldo. La inversión enterrada en aquel piso apuntaba en otra dirección. Ahora sí que estaba segura que había encontrado una pequeña hendidura por la que la investigación policial empezaría a dar sus primeros frutos. Abrió un gran armario metálico de color beige. Las estanterías estaban vacías. Después se entretuvo en registrar todos los cajones y demás archivadores que encontró a su paso con un resultado idéntico. Estaban vacíos. Era muy extraño que en un local en el que presuntamente se pasaban a dvd antiguas cintas de video, no existiese ni un solo cd virgen, ni tan sólo alguna vieja cinta en formato VHS. Parecía como si alguien las hubiera escondido para que no se encontrara nada en caso de registro. Pero ¿qué sentido tiene esconder las cintas familiares? De repente, la inspectora Moreno oyó un golpe seco procedente de la zona trasera del piso. Sacó la pistola de su bolso y le quitó el seguro. Avanzó lentamente en dirección a una salita de dónde le parecía que había salido el ruido. Sujetaba la pistola con ambas manos cuando escuchó claramente el murmullo de dos o más personas hablando en voz baja. No alcanzó a entender lo que decían, pero percibía claramente un susurro.

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- ¡Policía! ¡Mossos d’Esquadra! ¡Salga con las manos en alto! – gritó mientras separaba ambas piernas y apuntaba hacia el final del pasillo. El ruido se volvió a repetir y las voces subieron el tono. Parecían discutir. En aquel mismo instante se apagaron todas las luces, quedándose el piso a oscuras. Oyó pasos de personas que se le acercaban corriendo y cuando iba a efectuar un disparo intimidatorio al aire, sintió un fuerte puñetazo en el estómago y la pistola cayó al suelo. Oyó el choque sordo del metal contra las losetas de caucho, mientras el intenso dolor del abdomen le obligó a arquear el cuerpo hacia delante. Completamente desorientada, Lola palpó a tientas el suelo en busca del arma. Entonces recibió un segundo golpe, esta vez en la barbilla, que la hizo caer al suelo de espaldas. La puerta de la escalera se abrió dejando entrar la luz procedente del rellano. Dos personas salieron corriendo escaleras abajo, cerrando la puerta de un fuerte portazo.

La inspectora Moreno se encontraba tumbada en una camilla del servicio de emergencias médicas en el vestíbulo del piso. Un sanitario acababa de suturar la herida de la barbilla, de la que ya no manaba sangre, mientras Lola sólo se preocupaba de que no se le manchara la blusa de Custo. Oyó el trote característico de Mestres al subir las escaleras.

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- ¡Jefa, menudo susto nos ha dado! –jadeó al llegar junto a la camilla- ¡Creíamos que le había ocurrido algo peor! ¿Ha podido ver quién ha sido? - Chinos –dijo Lola con un hilo de voz- Chinos. En el piso había dos chinos. - ¿Chinos? ¿Está segura de lo que dice? –A Mestres se le escapaba una leve sonrisa- Piense que ha recibido un golpe bastante fuerte en la cabeza y puede ser que… Lola negó con la cabeza. - No, Mestres, no. Mi cabeza está bien y sé perfectamente lo que he visto. - Pero, jefa –intentó razonar el subinspector- Ha sufrido un ataque, le han hecho un corte en la barbilla y puede que esté en estado de shock. Además, los chinos se confunden fácilmente con los coreanos o los vietnamitas. Lola se levantó de la camilla sujetando una gasa en la barbilla y se encaró con el subinspector. - ¡No me trates de loca, Mestres! – dijo mientras agitaba el dedo índice ante su cara- Si te digo que he sido atacada por dos chinos que estaban en el piso, es que ha sido así y punto. ¡Ay! –se quejó de su herida. El sanitario le tendió otra gasa, pero Lola hizo un brusco gesto con la palma de la mano para que no se acercase más. El enfermero se quedó inmóvil al lado de la camilla.

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- ¡No necesito más médicos! Lo que quiero es que me ayudes a encontrar el escondite de esos malditos chinos ¡Acompáñame! – dijo encaminándose resueltamente hacia la salita de donde creía haber oído que procedían los ruidos. Ambos policías entraron en una estrecha habitación rectangular de unos diez metros cuadrados. Sólo había una mesa de escritorio arrimada a la pared del fondo y dos sillas de oficina caídas. Ninguna ventana. Ningún armario. - Los chinos son pequeñitos, así que tenemos que buscar en los sitios más impensables –bromeó Mestres cogiendo una papelera y haciendo ver que rebuscaba en su interior. - Los que me han asaltado estaban aquí –dijo Lola haciendo caso omiso de la chanza de su compañero- pero no alcanzo a comprender qué narices hacían. - ¿Podrían ser ladrones a los que sorprendió casualmente en plena faena? –planteó Mestres. Lola no creía en las casualidades. Un veterano policía con el que empezó a patrullar por Granollers le había enseñado que en las investigaciones policiales, en raras ocasiones hay casualidades. Le recomendó que cuando se encontrara frente a algún hecho que parecía fruto del azar, dudara y buscara la explicación en el mismo caso. - No pueden ser ladrones. Los chinos o… coreanos –enfatizó la palabra “coreanos” y miró fijamente a su compañero- que me atacaron ya estaban en el piso cuando yo entré. Y eso quiere decir que tenían la llave del laboratorio, ya que no hay otra 125

entrada que la puerta que da al rellano. Además, conocían perfectamente el piso ya que apagaron la luz desde el cuadro eléctrico central. - Pues si no eran ladrones, sólo me queda pensar que eran empleados ilegales de vuestro amigo Xavier Mercader. La mafia china o la malvada mafia… coreana –el joven policía imitó el énfasis que había puesto antes la inspectora y sonrió. Lola se dirigía resuelta hacia la calle cuando hizo un gesto de dolor. Todavía mantenía la gasa sobre la barbilla, aunque ahora dejaba al descubierto el corte y el negro hilo de sutura que habían utilizado para coserlo. Mestres le señaló el mentón mientras hacía una mueca de asco. La inspectora se dirigió al sanitario para que le cubriera la herida con una gasa limpia y la sujetara con esparadrapo. Al terminar, rebuscó en su bolso y sacó el teléfono móvil. Marcó el número de Martínez. - ¿Cómo está, jefa? Me han dicho ha sido sólo un susto– dijo el policía que todavía estaba en las dependencias de la fiscalía en Barcelona. - Yo estoy bien, pero escúchame atentamente. Ponte en contacto ahora mismo con Xavier Mercader y cítalo en comisaría dentro de una hora. Lo quiero en la sala de interrogatorios a las nueve en punto –ordenó la inspectora. - ¿Qué ha pasado, jefa? ¿Ya le hemos pillado? –contestó el decano del equipo. - Ya te explicaré, pero tráete al enfermo como sea. No hay excusas que valgan. Si dice que está enfermo, lo traes en 126

ambulancia. Si su madre le tiene que poner un supositorio, se lo pones tú mismo. Si tienes que arrastrarlo por las orejas, lo haces. Pero a las nueve en punto lo quiero sentado en comisaría ¿Ha quedado claro? - A la orden, jefa –sólo alcanzó a decir el sorprendido policía. Lola y Mestres salieron a la calle donde, a pesar de que empezaba a llover, todavía había un nutrido grupo de curiosos frente al portal. Dos coches patrulla con las luces encendidas y la UCI móvil estaban estacionados sobre la acera. Mestres la guió al otro lado de la calle, donde había estacionado el viejo Seat en una zona reservada para minusválidos. - No debemos perder ni un momento –comentó Lola nada más acomodarse en el asiento del acompañante- Hay algo que me dice que estamos en la buena dirección. - Lo que usted diga – dijo el policía con una media sonrisa mientras arrancaba el coche.

No habían pasado ni dos minutos, cuando el teléfono de la inspectora Moreno empezó a vibrar. Era Martínez - Problemas, jefa. He llamado a casa de Xavier Mercader y la madre me ha dicho que su hijo ha salido a eso de las cinco y

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todavía no ha vuelto. Lo he llamado al móvil y está apagado. ¿Puede ser que se haya escapado? - ¿Te ha dicho dónde iba? –preguntó Lola - Según su madre, quería hablar con el encargado de las obras en la masía de Dosrius para anunciarle nuestra visita un día de estos. Pero ya han pasado casi cuatro horas y no hay noticias del señor Mercader. Me temo lo peor… Lola colgó el teléfono y dirigiéndose a Mestres le espetó: - Cambio de planes. No vamos a comisaria ¿Te apetece una visita a la masía de Dosrius? - Es de noche y está lloviendo. Lo que menos me apetece es intentar encontrar una masía perdida en el bosque con un coche en mal estado. Pero tú mandas –dijo cogiendo la rotonda del Rengle y enfilando la Vía Sergia en dirección a la autopista de Granollers.

En el arcén de la salida de la autovía les estaba esperando un vehículo de la policía local de Dosrius con las luces azules parpadeantes. Un agente con chubasquero amarillo y un cono de señalización fluorescente les hizo señales para que les siguiesen. El coche patrulla se desvió a la derecha al cabo de dos kilómetros, entrando en una zona industrial. Siguieron por una calle paralela a la carretera principal, hasta un cruce en el que a duras penas se podía leer un pequeño cartel con la inscripción 128

“Can Mercader”. La lluvia arreció cuando se adentraron en el camino de tierra. Mestres tenía problemas para controlar al viejo Seat, que no tenía la suficiente adherencia para avanzar en línea recta en aquellas condiciones y derrapaba continuamente. Al final, se abrió un claro y vieron la silueta de una vieja masía en obras. Aparcaron al lado de una hormigonera y varios palets de piedra natural. En el interior de la casa había luz. Lola y Mestres bajaron del coche a toda prisa y se refugiaron en el porche de la masía. El barro salpicó los pantalones de París de Lola, que maldijo para sus adentros habérselos puesto. Sangre en la camiseta y barro en los pantalones. Y eso que el día había empezado bien. Los dos agentes locales se les unieron. - Buenas noches, si es que pueden considerarse buenas –dijo el sargento Amat quitándose la capucha del impermeable. El otro agente, una chica de unos veinticinco años, se quedó en un segundo plano. Lola le devolvió el saludo y pasó a explicarles brevemente el motivo de su presencia allí. Les ordenó que se mantuvieran apostados frente a las ventanas y la puerta de entrada, mientras ellos entraban en el interior. Los municipales se mostraron encantados con la movida y se pusieron en posición. Mestres entró primero, con el arma amartillada apuntando al techo. Después de revisar el ala izquierda de la casa, se giró hacia la puerta.

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- ¡Nadie! –gritó mientras hacía un gesto a su compañera para que entrase. Lola entró con precaución en una amplia sala, en cuyo centro había una enorme chimenea de hierro fundido de forma cónica. Un foco sobre un trípode iluminaba la habitación. En un rincón encontró varias bolsas de deporte con ropa de trabajo. - ¡No hay peligro! ¡Podéis entrar! –ordenó a los municipales. Media hora más tarde, Lola dio por terminada la inspección del interior de la vivienda. No habían encontrado nada anormal, excepto el hecho de que los focos estuvieran encendidos. Pero podía ser que los operarios se hubieran olvidado de desconectarlos. Al salir al exterior, la lluvia había remitido y sólo chispeaba ligeramente. Un profundo olor a tierra mojada inundó el ambiente, recordando a Lola sus salidas a buscar caracoles por el bosque de la finca de Argentona. Pensó en lo fuertes que tenía arraigados los olores de su infancia y como éstos la transportaban inconscientemente a otras épocas de su vida. Cuando, siguiendo instrucciones de Mestres, encendieron las luces del coche patrulla, quedó a la vista el recién estrenado Range Rover estacionado sobre la antigua era. Tenía el cable metálico del molinete tirado por el suelo y las llaves puestas en el contacto. Frente al todoterreno, un tablón de madera con manchas de algo parecido a sangre y, sobre un pequeño muro de piedra, la agenda de aquel a quien buscaban.

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- Tendremos que llamar a la científica para que analice todo esto, saque huellas y determine si las manchas del tablón son de sangre ¿Quieres llamar tú? –preguntó Mestres sonriendo- Lo digo por si tienes algo pendiente de aclarar con el sargento “cariñito”. Lola se agachó y le lanzó una piedrecita, que el joven policía esquivó ágilmente. - Te voy a pedir un favor –dijo mientras se tocaba dolorida la herida de la barbilla- Encárgate de que se quede un retén de la policía municipal mientras llegan los de la científica y pasa por comisaría a informar al inspector-jefe de lo que ha ocurrido esta tarde. Yo ya no tengo más fuerzas. - ¿Me das permiso para explicar lo de los chinos, jefa? –preguntó Mestres con una sonrisa socarrona. - Permiso concedido, pero no añadas demasiada “salsa” ¿eh? ¡Que nos conocemos, Mestres! Y de camino a comisaría me dejas en casa. Quiero ducharme y a meterme en la cama. Estoy como si me hubieran dado una paliza… -se sujetó los riñones con ambas manos mientras hacía una mueca de dolor. El subinspector se dirigió hacia la pareja de municipales, mientras Lola tomaba asiento en el viejo Seat. Estaba realmente molida. No había sido hasta entonces que empezó a notar los efectos en su cuerpo por los golpes que le habían propinado y la tensión aguantada. Quería dormir. Necesitaba dormir. - Nuestro gozo en un pozo ¿no? –dijo Mestres mientras arrancaba el vehículo policial- Creo que vuestra impresión de 131

esta mañana de que Xavier Mercader escondía algo era acertada. Pero ahora se ha esfumado. ¿Tú crees que ha huido? - Entra dentro de lo posible. Y más vale que sea así –respondió la inspectora Moreno vocalizando lentamente- Porque si no ha huido, vete haciéndote a la idea de que un día de estos vamos a encontrarnos su cadáver en algún rincón…

La repetición es la base para alcanzar la perfección. Esa era la máxima favorita de mosén Fabregat, el escolapio que me daba clases de historia sagrada cuando era pequeño. No paraba de decirme que para hacer algo bien o para aprender algo bien, había que ser constante y repetirlo hasta la saciedad. Por eso me obligaba a recitar las lecciones una y otra vez hasta que me las aprendía de memoria. Era tanta la presión que me imponía que yo creo que hubiera sido capaz de declamar las plagas de Egipto en verso y los salmos en arameo. Hoy me he dado cuenta de cuánta razón tenía el anciano maestro. Después de haber tenido encerrado a Satanás durante una semana, el encarcelamiento de Mefisto fue mucho más sencillo., a pesar de su mayor peso y envergadura. La experiencia era vital para no caer en anteriores errores y perfeccionar la técnica. Estaba avanzando hacia la excelencia en lo referente al dominio de los servidores de Belcebú.

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La misma noche que lo noqueé con el rastrillo, lo trasladé a la celda. Lo desnudé y lo até a la cama, extendiendo sus brazos y piernas de tal manera que se viera obligado a mirar al techo. No quería tener que soportar ninguna mirada altiva de tan abyecto ser. Froté su cuerpo con aceite de oliva para purificar su piel y encendí siete velas alrededor del camastro. Su garganta mostraba dos profundas hendiduras provocadas por los garfios del rastrillo, que me apuré en desinfectar con incienso. El objetivo era que sufriese una tortura extrema para que clamara perdón por sus pecados, y no podía permitirme que las heridas terminasen con su vida antes de hora. Tenía que tener tiempo suficiente para expiar sus culpas y aceptar su sumisión al Señor. Al contrario que la vez anterior, que esperé a que su alma pútrida hubiera abandonado el cuerpo, en esta ocasión, antes del alba, preparé la pira con sus pertenencias en la playa y las quemé, elevando la ofrenda al Señor. La purificación de su cuerpo y la incineración de sus posesiones dejaban la celda sin mácula. Eso facilitaría que el reo reconociera sus delitos y se avergonzara de sus pecados. Satanás no pidió perdón en ningún momento, ya que mantuvo la celda en una atmósfera sucia y dominada por el mal. Esta vez sería diferente. Una vez terminadas estas tareas, me duché frotando mi piel con un guante de crin para eliminar cualquier partícula diabólica que se hubiera podido posar sobre mí. Me vestí y me senté en la celda contemplando el mar. Me sentía satisfecho y descansado, a pesar de no haber dormido nada. Es la fuerza que otorga el Señor a sus sirvientes más fieles. Desde la ventana se oía el rumor de las olas y veía como el sol 133

empezaba a extender sus rayos desde el horizonte, venciendo un día más al reino de las tinieblas. A las 07:30, después de comprobar una vez más la tensión de los cabos con que lo había atado, me subí a la furgoneta y empecé mi jornada laboral.

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Cuatro Lamentaciones Nuestros campos son ahora propiedad de extranjeros, nuestras casas las habitan forasteros. Hasta hemos de pagar el agua que bebemos. La leña también tiene precio. Unos esclavos son nuestros amos. Nadie nos salva de su poder.(Lm. 5.2)

Jueves, 23 de diciembre de 2010. La herida de la barbilla le había estado molestando toda la noche, provocándole un sueño intranquilo y nervioso. Se había despertado varias veces después de sufrir pesadillas, que a aquella hora de la mañana ya no recordaba. Era curioso que cuanto más se esforzaba en recordar sus sueños, más se diluían en su mente. Sólo pudo recuperar unas imágenes confusas en las que era perseguida por un numeroso grupo de chinos. Sonrió para sus adentros, pensando en que Mestres le diría que no había soñado con chinos, sino con coreanos. 135

Con cuidado, se arrancó el esparadrapo que sujetaba la gasa y procedió a limpiar suavemente la herida con gel neutro. Observó el feo corte de unos tres centímetros, y el negro hilo que lo cruzaba en los cuatro puntos de sutura. Una nueva marca de guerra para lucir en Navidad. Buscó por los cajones del cuarto de baño una tirita del tamaño adecuado para cubrir la herida. Pero sólo encontró un montón de apósitos de tamaño muy pequeño y otros con formas redondeadas que no se adaptaban a la barbilla. Volvió a cubrir el corte con una gasa y esparadrapo. Mientras tendía el contenido de la lavadora en el patio interior, comprobó que, tanto las manchas de sangre en la camiseta de Custo, como el barro del pantalón de París, habían desaparecido por completo tras el lavado. Suspiró aliviada. Para compensar las vicisitudes de la noche anterior, aquella mañana decidió darse un respiro. Envió un mensaje a Mestres en el que le decía que iría directamente a recoger la documentación de la caja de ahorros, sin pasar antes por comisaría. Acto seguido llamó al teléfono móvil de su hija. El teléfono sonaba una y otra vez sin que Nerea lo descolgara. Después de tres intentos infructuosos, buscó el número fijo de casa de la amiga donde se había quedado a dormir. La abuela de la familia descolgó el teléfono. Lola se presentó y le preguntó si era posible que su hija se pusiera al teléfono. “No será tarea fácil, pero lo intentaré” dijo. Después de más de cinco minutos de espera, pudo oír la voz de Nerea por el auricular. - Hola mamá –dijo una voz somnolienta- ¿Qué hora es? 136

- ¿Por qué no coges el móvil cuando te llamo? –preguntó Lola - Perdona, mami. Lo debo tener en “silencio”. Lola no entendía la utilidad de un teléfono que no suena cuando alguien llama, pero decidió no ahondar en el asunto. Era una guerra perdida. - Son las nueve. A las doce quedamos en casa de la yaya. - ¡Pero mamá! –protestó Nerea- Julia y yo habíamos pensado dar una vuelta por el centro… - ¡Nerea, ni hablar! –tronó Lola- Ayer, tú y yo –recalcó los dos pronombres-, quedamos en que hoy iríamos a visitar a los abuelos. Por lo tanto, a las doce te espero. - ¡Mamá! ¡Estoy de vacaciones! ¡Para una vez que te pido salir con una amiga! –la capacidad de presión de la niña para hacer lo que le apetecía en cada momento era infinita- Además, la madre de Julia ha dicho que preparará espaguetis carbonara para comer –argumentó en un nuevo intento de convencer a su madre. - ¡Ni espaguetis, ni nada! A las doce en casa de los abuelos y se acabó. Lola colgó el teléfono. Sabía que si seguía hablando, la discusión iría in crescendo y terminarían con una bronca monumental. Se preguntó si el caso de Nerea era especial o si su manera de comportarse era común para toda esa generación.

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Echó un vistazo al cielo por la ventana de su habitación y comprobó que la tormenta de la noche anterior había dado paso a un día radiante. Ni una sola nube a la vista. Se puso unos pantalones negros y la sudadera de Abercrombie que Silvia, su amiga del alma, le había traído de Londres. Bajó las escaleras mientras acababa de hacerse la coleta. Sonó un débil timbre en su teléfono móvil. Era el tono que indicaba que acababa de recibir un sms. Antes de salir a la calle abrió el archivo de mensajes recibidos. Era de Mestres. El texto decía: “Te juro que no es cosa mía. Mora estaba de los nervios”. Lola no entendió lo que le quería decir su compañero, pero decidió aclararlo más tarde. Ahora quería unos minutos para ella. Se acercó a la farmacia para comprar apósitos. La farmacéutica, después de interesarse por el motivo que había causado tan fea herida y comprobar que ésta se había cerrado, le colocó una tira adhesiva con efecto cicatrizante. Comprobó cómo le quedaba en un espejo de mano y dio su aprobación al resultado obtenido. Ocho apósitos cicatrizantes, 6,15 euros. No estaba mal. Como aun quedaban veinte minutos para las diez, la inspectora Moreno decidió entrar en el bar El Tren de la ronda O’Donell y desayunar algo mientras daba un vistazo a los periódicos. Desde el lunes no había podido leer la prensa. Se sentó en una mesa cerca de la ventana y pidió una coca-cola ligth y un bocadillo de jamón. Sobre una silla había un ejemplar de El Punt. Tan pronto lo tuvo en sus manos, entendió el mensaje de Mestres. El inspector-jefe se había lanzado otra vez a la piscina. En primera plana rezaba el siguiente titular “Los Mossos sospechan de mafias extranjeras en el asesinato del director de la caja”. El 138

artículo de la página tres mostraba una fotografía del inspector Mora y del teniente de alcalde de Mataró, en una comparecencia pública de ayer por la noche. Sin clarificar de si se trataba de la mafia china, la coreana, la islámica o la albanokosovar, el periódico concluía que según las informaciones recabadas, el asesinato del señor Jordi Puig apuntaba a un ajuste de cuentas de una mafia extranjera. Después detallaba las diferentes mafias existentes en Cataluña. La inspectora reconoció aquella información como extraída de un estudio interno de la conselleria de Interior y que fue distribuida por las comisarías. Para Lola y su equipo eran muy desmotivadores los movimientos políticos de sus superiores. Y aquellas fechas eran propicias a ese tipo de declaraciones. El próximo mes de mayo se celebraban las elecciones municipales y los políticos, y los que aspiraban a serlo algún día como el inspector-jefe Mora, se afanaban en hacer proclamas para calentar el ambiente. Y esta vez parecía que la inmigración sería uno de los caballos de batalla. “Pues si ellos sospechan de las mafias extranjeras, yo no estoy segura de nada”, pensó la inspectora Moreno. Los policías de casta como ella, como Mestres o como Martínez seguirían investigando hasta dar con los culpables, sin hacer declaraciones que sólo servían para llenar las portadas de los periódicos de verdades a medias, que no eran otra cosa que medias mentiras. Se puso en la boca el último trozo del bocadillo y se acabó la bebida de un trago. En cinco minutos la esperaban en la sucursal de la caja de ahorros.

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La oficina bancaria estaba atestada de clientes que hacían cola esperando su turno. El subdirector Julián Izquierdo estaba en un despacho lateral hablando con un hombre que lucía un gran mostacho y llevaba una gorra roja de beisbol. A Lola le recordó al famoso fontanero “Super-Mario”. Cuando el subdirector se percató de la presencia de la inspectora, hizo un gesto acercando los dedos índice y pulgar para indicarle que en un momento la atendería. Mientras esperaba, Lola observó al público. Contó las personas. Diecisiete en total. Seis eran de raza negra y las mujeres vestían con telas de brillantes colores. Se mostraban alegres y una de ellas llevaba un pequeño bebé a la espalda, sujeto con un gran pañuelo que anudaba sobre el pecho. Había también cuatro mujeres marroquíes vestidas con el típico hiyab. Sentados a su lado, una pareja asiática. El estudio sociológico lo completaban otras cinco personas que no parecían ser inmigrantes. Entre ellos, reconoció a un matrimonio mayor que había regentado el bar “Sierra de Yeguas” antes de verse obligados a traspasarlo a una familia china. Era una buena representación de en qué se había convertido el barrio. La torre de Babel de la Biblia. Los senegaleses y gambianos hablando a gritos entre sí en mandinga o fula. Los marroquíes, comentando el día en árabe. La pareja asiática hablando por el móvil en cantonés y el matrimonio malagueño, callado en medio de esa invasión lingüística. La inspectora pensó 140

que sólo faltaban las declaraciones señalando a extranjeros como autores del asesinato del director para fomentar una mayor hostilidad hacia ellos. Julián Izquierdo se despidió de “Super Mario” y dirigió sus pasos hacia donde estaba la inspectora. Aquella mañana, el cabello peinado en persiana se había independizado para formar una cresta lateral. Estaba visiblemente estresado. - Disculpe la espera –dijo mientras le tendía la mano. Lola recordó su mano húmeda y flácida. Pero decidió no ser descortés, y muy a su pesar encajó la suya. Volvió a tener la misma sensación que cuando jugaba con los niños de los señores a atrapar los peces de colores del estanque de la finca. - Estos días son de mucho movimiento –comentó el señor Izquierdo mientras acompañaba a Lola hasta la misma sala de firmas en que estuvieron reunidos el pasado martes. Resoplaba de ansiedad y gruesas gotas de sudor corrían por su frente – La gente aprovecha que tiene vacaciones en su trabajo para solucionar muchos temas pendientes- El subdirector dudó sobre dónde debía sentarse. Lola pensó que estaba completamente desbordado. Llevaba una antigua camisa azul claro con el cuello puntiagudo y una horrible corbata de tonos rosas y morados en la que se había hecho un nudo demasiado grueso. En las axilas y el cuello se adivinaban unas desagradables manchas de sudor. Con la palma de la mano intentó situar en su sitio al cabello rebelde, pero sólo lo consiguió a medias.

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- Aquí tiene la relación de empleados que han trabajado con Jordi alguna vez –dijo alargando un sobre- En total son doce personas, de las cuales cinco han trabajado en esta sucursal, incluido yo mismo y Cristina, la compañera de caja. Los datos del cliente que tuvo el enfrentamiento con Jordi están a punto de llegar por la valija interna. Espere un momento, que voy a ver si ha llegado. Se dirigió a una mesa del patio de operaciones y rebuscó dentro de una especie de mochila roja. Extrajo varios papeles y documentos. Los dejó en una cubeta aparte y volvió con un sobre marrón. - Aquí está –dijo entregándoselo a Lola- Acaba de llegar ahora mismo. Al ver la valija roja, a Lola le vino a la memoria que era el sistema que utilizaban los empleados para hacer llegar al difunto las películas que querían digitalizar o poner música. Se le ocurrió que quizás había llegado alguna en los últimos días. - Perdone una pregunta señor Izquierdo, y ya me voy– el subdirector miró angustiado por encima del hombro de la policía. Varios clientes esperaban turno para hablar con él- ¿Ha llegado por valija alguna cinta desde que el señor Puig falleció? - No. Creo que no. Y ahora que lo dice, es curioso porque siempre llegaba una o dos. Espere que se lo pregunto a Cristina – descolgó el teléfono interior y comunicó con su compañera. Esta semana no había llegado ninguna.

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- Si recibieran alguna, llámame inmediatamente –dijo Lola levantándose. No quería tener que volver a encajar su mano en la mano fría de su interlocutor, por lo que se decidió por un movimiento rápido: - ¿Me permite ir un momento al servicio? –preguntó saliendo de la sala. - Por supuesto, por la puerta blanca –respondió el aturullado subdirector. Lola se lavó las manos. Al salir, Julián Izquierdo estaba atendiendo una nueva visita. Se despidió de él desde fuera del despacho. Por esta vez se había librado de la mano-pez.

La cara de Nerea esperando en el portal de los abuelos era un poema. Quería demostrar a su madre que estaba enfadada por no haberla dejado comer espaguetis en casa de su amiga. Mantenía los brazos cruzados sobre su pecho y una mirada desafiante. - Hola, cariño –la saludó Lola haciendo caso omiso de la representación de su hija. La niña no contestó, ni tan sólo hizo un comentario sobre la herida de la barbilla de su madre. Llamaron al timbre y abrió la puerta Encarna. Llevaba una bata azul claro de cuando trabajaba para la empresa de limpieza. En el bolsillo superior aún había el anagrama bordado. Al verlas, fue como si un rayo iluminara su cara. 143

- Papá está arriba descansando –dijo señalando las escalerasHoy no tiene un buen día. Pero nosotras vamos divertirnos. Mientras estaba planchando, he visto por la tele una receta que me apetece mucho intentar ¿Alguien se apunta? Abuela y nieta decidieron preparar juntas la comida, por lo que se pusieron sendos delantales y se encerraron en la cocina. El enfado de Nerea parecía que había desaparecido. Se las oía cantar. Lola apagó el televisor y se sentó en la salita para dar un primer vistazo al contenido de los sobres que le había entregado Julián Izquierdo. De los doce empleados que habían trabajado con el difunto Jordi Puig, tres de ellos habían trabajado temporalmente en la sucursal de Mataró. Lola decidió empezar por ellos para ver si aportaban alguna información al caso. La inspectora era una policía constante, que no desdeñaba ninguna pista ni se resistía a iniciar una nueva línea de investigación, por muy improbable que pareciese a primera vista. Su experiencia le había enseñado que muchas más veces de las que se pudiera pensar, algo que parecía insignificante al principio, acabó por dar la pista definitiva. La primera de la lista era Sonia Párraga de veintidós años. Se puso inmediatamente al teléfono y manifestó su desagrado por la llamada. No quería volver a oír hablar de Jordi Puig en su vida. En los quince días que trabajó en la sucursal, el director la acosó en diversas ocasiones invitándola a dar una vuelta en su coche. Lo odiaba y por eso había pedido el cambio de oficina.

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La segunda de la lista era Pilar Martínez, de treinta y tres años. Descolgó el teléfono una voz masculina que se presentó como su marido. Explicó que su mujer tuvo un accidente de motocicleta y que fue por eso por lo que tuvo que dejar la caja. El tercero de la lista se llamaba Marcial Ríos y era estudiante de último curso de matemáticas. El director Jordi Puig le invitó a abandonar el trabajo de muy malos modos, ya que según su criterio era un desastre trabajando y no lo quería en la sucursal. Lo definió como un “chulito”. Todo parecía indicar que al difunto Jordi Puig le costaba hacer amigos. No convivía con su esposa. Su subdirector no lo tragaba. La empleada acosada, lo odiaba. Para el joven matemático era un presuntuoso. Y para el cliente marroquí Abdeslam El Harrak, un racista. Demasiados sospechosos. Parecía “Asesinato en el Orient Express” de Agatha Christie, donde todos participan en el crimen.

A las cuatro y media de la tarde, Lola Moreno llegó a comisaría. En recepción, el joven Alex se interesó por su estado. Cada día le caía mejor ese chico. Al ir a entrar en su despacho, tanto Mestres como Martínez, en un gesto idéntico con el pulgar que parecía estar ensayado, le hicieron saber que el inspector-jefe quería hablar con ella. - ¿Te encuentras bien, Lola? Mestres ya me puso al día de lo ocurrido ayer –preguntó Albert Mora. 145

La inspectora se sentó sobre un pequeño mueble bajo, frente a su superior. Ardía en deseos de preguntarle por qué informó a los medios de comunicación de que sospechaba de una mafia extranjera, cuando ella todavía no tenía un sospechoso. Decidió no tensar la cuerda de sus relaciones con Mora, ya suficientemente malas de por sí y pasó a preguntar si había habido noticias de Xavier Mercader. - Que yo sepa, no. Pero ya sabes que muchas veces soy el último en enterarme de las cosas –dijo mientras se inclinaba hacia delante y mostraba un falsa sonrisa. Lola se mordió la lengua. Le hubiera encantado soltarle que si era el último en enterarse de las cosas era porque era un imbécil de despacho, más preocupado en dar una buena imagen de sí mismo que de arremangarse y trabajar en los casos. - Por cierto, esta mañana he contactado con los periódicos y las televisiones y hemos coincidido en que necesitaríamos que hicieses una descripción de los chinos que te atacaron ayer tarde. Ellos distribuirían sus retratos robot en los próximos informativos. Ya no pudo más. Su capacidad de aguante tenía un límite, y ya no podía soportar una sola tontería más. En lugar de ponerse a trabajar con el equipo para encontrar alguna pista de Xavier Mercader, el señorito se había pasado la mañana hablando por teléfono con sus amiguetes de la prensa. Y ahora se atrevía a decirle que “necesitaríamos” una descripción de los atacantes. ¿Quién la necesita, la descripción? ¿El inspector-jefe obsesionado en presentarse a las próximas elecciones 146

municipales? Se levantó y descargó un puñetazo sobre la mesa del inspector-jefe. Rabiosa y con la cara encendida se dirigió a Albert Mora: - ¡No me trates como si fuera imbécil, Albert! ¿Cómo crees que voy a describir a los que me atacaron? ¡Lo hicieron con la luz apagada! Además, ¡Por amor de Dios! ¡Eran chinos! ¡Para la mayoría de personas todos los chinos son iguales! ¿Quieres que la gente se ponga ahora a buscar chinos? ¡En Mataró van a encontrar muchos! – hizo un movimiento con la boca que le provocó que un punto de la herida se tensara, cubriéndose instintivamente la barbilla con la mano derecha. Albert Mora la miraba con aire pensativo. - Te veo nerviosa, Lola. Creo que necesitas un poco más de descanso. Sinceramente, voy a buscar alguien que te ayude. Este caso te está desbordando. Lola abandonó el despacho del inspector-jefe dando un fuerte portazo. No soportaba cuando adoptaba ese falso papel protector. De todas maneras, en lo referente a que el caso la estaba desbordando, no le faltaba razón.

Mestres y Martínez la esperaban preocupados en el despacho. Los gritos de la inspectora se habían escuchado en toda la comisaría, y aunque no era la primera vez que discutían, esta vez 147

la bronca había sido de alto voltaje. Al ver entrar a su jefa dando grandes zancadas y con cara de pocos amigos, no dijeron nada. Se quedaron de pie, uno junto al otro, casi en posición de firmes. Lola colgó bruscamente su chaqueta en el perchero, pero la prenda resbaló y cayó al suelo. La recogió y la volvió a colgar de malos modos. Nuevamente la chaqueta se precipitó al suelo, arrastrando esta vez la gabardina y el sombrero de Martínez. Lola se giró hacia sus subinspectores que la miraban expectantes y con cara asustada. Parecían la típica pareja cómica del cine español. Durante unos instantes, los tres policías se observaron en silencio. Fue Mestres el primero que no pudo reprimir la risa y soltó una gran carcajada. Casi instantáneamente, Martínez y Lola también empezaron a reír. El episodio de hilaridad duró varios minutos, hasta que a los policías les empezó a doler el estómago. De vez en cuando, quedaban en silencio, pero sólo era necesario un nuevo amago de risa por parte de alguno de ellos para volver a la carga. Era una forma de liberar la tensión, pensó Lola. - ¿Alguna noticia de Xavier Mercader? –preguntó Lola secándose las lágrimas. - Nada de nada. Como si lo hubieran abducido unos extraterrestres. Por cierto, la madre ha estado esta mañana aquí presentando la denuncia por la desaparición de su hijo. Estaba realmente afectada, ya que ha dicho que su hijo es diabético y debe inyectarse insulina cada día. No creo que finja. Con la risa, las orejas de Martínez se habían puesto de un color granate intenso. Su habitualmente perfecto nudo de la corbata estaba ladeado. Se limpió las gafas, completamente empañadas, y abrió su bloc de notas. 148

- He contactado con la científica y, de un primer examen, se puede concluir que las manchas en el tablón encontrado en la masía son de sangre. Están analizándola por si es del mismo tipo que la de Xavier Mercader. El Range Rover no tenía ni una semana y sólo han encontrado huellas del desaparecido. En lo referente al cable del molinete, parece que había arrastrado algo pesado sobre el tablón de madera ya que han encontrado unos puntos de fricción. Por cierto ¿Y tú cómo estás, jefa? –preguntó señalando la herida de la barbilla de su superior. - No os preocupéis por mí, que ya me apaño sola. Por cierto, aquí os dejo la lista de los empleados que han trabajado con Jordi Puig que me facilitado la caja de ahorros –entregó el sobre con la lista a Martínez- Los que tienen una crucecita ya los he contactado yo. Quedan siete. A ver si os los repartís. Hablad con ellos. No se que podemos sacar, pero no lo dejemos a medias. - Yo había pensado volver a interrogar a la otra empleada de la sucursal –Mestres buscó algo en su pda- Cristina Sheker, se llama. El lunes me pareció que no sabía nada, pero por probar no perdemos nada. - Buena idea, Mestres. Ya me dirás cómo te ha ido. ¡Ah! Abuelo, porfa. Llama al señor El Harrak y cítalo en comisaría esta tarde, si es posible –dijo Lola entregándole el sobre marrón con los datos del cliente marroquí- Yo bajo un momento a la librería a comprar un libro de cocina para mi madre. Necesita mejorar algunos platos.

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De regreso a la comisaría con el libro envuelto en papel de regalo, Lola se cruzó en recepción con un hombre alto, con larga barba y vestido con una inmaculada chilaba blanca. “No puede ser tan rápido” pensó, dudando de que fuera el cliente marroquí que había tenido el altercado con Jordi Puig. Al entrar en el despacho, Martínez se estaba poniendo la chaqueta. - Ya ha llegado, jefa –dijo- Cuando me ha cogido el teléfono, salía de rezar de la mezquita del polígono y me ha dicho que estaría aquí en cinco minutos. Alex me acaba de llamar y me ha dicho que está abajo. ¿No te has cruzado con él? - Subidlo a la sala de reuniones. ¡Espera! No sea que esté ocupada por Mora y tengamos otro follón –Lola salió al pasillo y abrió una puerta enfrente del despacho. – Está vacía- dijo mientras volvía a entrar y colgaba cuidadosamente su chaqueta en el perchero. Mestres dio su aprobación con el pulgar derecho extendido- Sentadlo en el lateral de la mesa y dadme un par de minutos que ahora voy para allá.

Martínez y Mestres habían sentado al señor Abdeslam El Harrak entre ellos dos, como era habitual, dejando la zona de enfrente para Lola, que sería la que llevaría la voz cantante en el interrogatorio. No obstante, la visión del conjunto era un tanto extraña. A Lola le recordó una escena de la Última Cena que colgaba sobre la chimenea de la casa principal de Argentona. El 150

cliente marroquí, vestido de blanco y con la larga barba, tenía los brazos extendidos sobre la mesa. A cada costado, los dos policías estaban ligeramente orientados hacia él. Sólo faltaba María Magdalena lavándole los pies al maestro. Lola esbozó una leve sonrisa y se sentó, dejando la carpeta del expediente del caso en una silla, lejos de la visión del señor Abdeslam. Después de agradecerle la prontitud con la que había venido, se esforzó en dejar bien claro que era un interrogatorio de rutina y que no tenían ninguna base para sospechar nada de él. El magrebí la observaba muy tranquilo, con una mirada beatífica en su cara. Lola pensó que no parecía un terrorista islámico sediento de sangre de occidentales. La inspectora apoyó los codos sobre la mesa, cruzando los dedos de ambas manos, en una posición cercana al rezo y preguntó muy lentamente: - Tenemos información que hace unos días usted tuvo un enfrentamiento con el director de la sucursal de la caja de ahorros, el señor Jordi Puig ¿Podría explicarnos el motivo de dicha discusión? El semblante del señor El Harrak se tornó serio. - Fue una discusión por un tema personal –respondió secamente. - Pero, según nos han contado, el señor Puig le trató a usted de forma desconsiderada y la discusión subió de tono ¿verdad? El marroquí suspiró profundamente.

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- El señor Jordi me negó un préstamo que podría haber salvado la vida de mi padre en Marruecos. Según sus propias palabras, era extranjero y no se fiaba de mí. Me enfurecí y perdí los nervios. Pero quiero dejar claro que no me siento especialmente orgulloso de mi reacción. - Usted ya debe conocer que el señor Jordi Puig ha aparecido asesinado –continuó Lola en tono suave- ¿Tiene alguna idea sobre quien pudo hacerlo? - El señor Jordi no era una persona muy querida. Hay muchos que se habrán alegrado de su muerte –Abdeslam se mantenía tranquilo y sosegado. - Y usted, señor El Harrak, ¿se alegra de su muerte? - Para ser un buen musulmán, no puedo alegrarme, pero el señor Jordi estaba enfrentado a nuestra religión y ha recibido su justo castigo. Mi amado padre murió porque él no quiso ayudarme cuando estaba en su mano hacerlo. Y no lo quiso hacer simplemente porque soy marroquí. - Pero usted ya hace años que vive aquí, incluso tiene carnet de identidad español ¿No habría otras razones que usted, obcecado por una supuesta persecución a los musulmanes, no ha sabido interpretar correctamente? –preguntó Martínez subiendo un grado la presión del interrogatorio. - Llevo más de veinte años viviendo en Mataró. He trabajado duro para levantar mi familia en esta tierra. Primero, recogí patatas y flores; después aprendí a levantar paredes y a preparar el mortero; más tarde fui encargado de una empresa de géneros 152

de punto; ahora soy mediador social en el ayuntamiento. Pago mis impuestos, mis cuatro hijos han nacido aquí. ¿Qué diferencia hay entre mi familia y una de españoles de Andalucía? ¿Que yo visto con chilaba y mi mujer lleva el hiyad? ¿Que en mi casa celebramos el día del cordero y el ramadán en lugar de la Navidad? Para él, los musulmanes éramos un objetivo a eliminar. No nos quería aquí y hacía lo posible para que nos marcháramos a nuestro país. Pero conmigo no lo consiguió. Abdeslam no se había alterado ni un ápice. Continuaba sereno, aunque sus palabras eran firmes. - ¿Cree de verdad que perseguía a los musulmanes, o bien era racista con todos los inmigrantes? –preguntó Lola. - Estaba especialmente obsesionado con nosotros. Decía que los moros sólo veníamos aquí a robar y a aprovecharnos de los subsidios sociales. Y no se escondía de sus ideas. Las gritaba a los cuatro vientos y en todas partes. Por eso no sería de extrañar que a alguien se le hubiera acabado la paciencia y decidiera acabar con él. - Aparte del colectivo musulmán ¿sabe si Jordi Puig atacaba a otros grupos? Homosexuales o prostitutas, por ejemplo. - Los morenos tampoco le gustaban, pero se metía poco con ellos. Comentaba que eran bobos y con poco espíritu emprendedor. En cambio, admiraba a los chinos. En más de una ocasión, en el bar de la calle Estadio, le habían oído ensalzar sus virtudes. Le fascinaba su capacidad de trabajo, su habilidad para hacer negocios. Y sobre todo la discreción con que los amarillos

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ganaban y gastaban su dinero. “Cuando sea mayor, quiero ser chino”, era su frase favorita. ¡Chinos! No podía ser casualidad que en menos de veinticuatro horas Lola fuera agredida por dos chinos y que el difunto Jordi Puig los elogiase. Decidió ahondar en el asunto. - ¿El señor Puig tenía negocios con chinos? - Se comentaba que mantenía relaciones con algunos chinos ricos. Por mi trabajo como mediador social en el ayuntamiento, tengo contacto con muchos inmigrantes del barrio. Cuando me siento con ellos, me explican muchas cosas. Algunas las han vivido en primera persona, y otras se las han explicado. Una de mis funciones es intentar separar los hechos probados de las suposiciones, y de esta forma superar malentendidos. Pero en el caso del señor Jordi, los comentarios eran unánimes y muchos de ellos aseguraban que se había asociado con algunos chinos ricos. - ¿Y sabe en que tipo de negocios participaba? - No muy bien. Los que nos movemos por el barrio vimos que, de repente, sus chanchullos habituales empezaron a darle mucho dinero. - ¿Chanchullos habituales? –preguntó Martínez- ¿A qué se refiere? - El señor Jordi siempre había hecho pequeños negocios al margen del banco. Alquilaba pisos a comisión, intermediaba en la compraventa de terrenos y otros pequeños trapicheos sin 154

importancia. Había que estar muy atento con los contratos en los que intervenía porque estaban llenos de trampas. Muchos me consultaban si las clausulas eran legales. La verdad es que eran abusivas. Pero no era nada para hacerse rico, más bien algo de un pillo espabilado. - ¿Y cuándo empezó a hacerse patente que ganaba mucho dinero? - Hará cosa de unos dos años. Después de conocer a un chino muy poderoso llamado Wang Lu o “señor Juan” como le llama todo el mundo. - Siga, por favor. Nos interesa mucho todo lo que nos pueda explicar de ese “señor Juan” – saltó Lola. - No se saben muchas cosas de él. Los chinos son un grupo muy cerrado y es difícil saber lo que hacen. Por lo que yo sé, Wang es una persona muy rica, con muchas propiedades, y que dirige varias empresas. Tiene restaurantes, bazares, tiendas, bares y talleres del textil donde trabajan muchos chinos en turnos de mañana, tarde y noche. Además, presta dinero a sus compatriotas chinos. Lo conozco porque el “señor Juan” era el propietario de la nave donde tenemos la mezquita. Como miembro de la Junta Islámica de Mataró, hace dos años intervine en la compra del local. El “señor Juan”, después de firmar en el notario, me dijo que invertiría el dinero cobrado por la venta en un negocio con un director de banco. - Perdone la pregunta, pero ¿cuánto percibió el propietario por la venta de la nave? –intervino Mestres.

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- Más de cuatrocientos cincuenta mil euros.

Cuando ya se habían despedido del señor Abdeslam El Harrak, los tres policías se quedaron sentados en torno a la mesa de Lola, visiblemente emocionados. Su experiencia les indicaba que acababan de conseguir una pista fundamental. Mestres, como siempre, fue quien rompió el silencio: - El señor El Harrak me ha parecido una persona muy centrada y nada extremista. Yo lo descartaría como sospechoso, al menos por ahora ¿no? Lola asintió. - En cambio, ha abierto una nueva línea, ya que ahora tenemos a alguien que, supuestamente, disponía de dinero suficiente para haber financiado el costoso laboratorio de Jordi Puig. Si lo que dice el moro es cierto, el chino pudo haber invertido casi medio millón de euros. ¡Ja, ja, ja!-rió con ganas el joven policía- No me extraña que te encontraras a dos chinos dentro del piso ¡Visto así, hasta me parecen pocos! Ja, ja, ja. - Por favor, no empecemos otra vez con las risas –dijo Lola sonriendo- Habría que hablar con el grupo de crimen organizado de la regional por si tienen información del chino ese. Parece que es alguien que no pasa desapercibido. 156

Martínez se levantó pensativo y se dirigió a un gran archivador. Rebuscó entre las diferentes carpetas, hasta que al final dio con lo que buscaba. - ¡Aquí está! –dijo mientras leía ávidamente un informe interior que llevaba el emblema de la Generalitat de Catalunya en el margen superior- Es un memorando que nos entregaron hace unos meses sobre las mafias chinas –se puso a leer el texto en voz alta: “El gusto por lo ritual de la cultura oriental también se extiende a sus mafias, también conocidas como «tríadas». Se trata del «Hung Mun», un rito iniciático que puede llegar a durar hasta dos días. Se trata de un acto cargado de solemnidad, presidido por un «maestro del incienso» y que se desarrolla en locales secretos. Antes de que se proponga a un novato para ingresar en las «tríadas», sus comportamientos y capacidad de decisión son examinados. Durante el largo ritual, el aspirante entrega un dinero al maestro, se le extrae sangre a un gallo y se mezcla con la que se le saca al novato.”

- Si las mafias chinas siguen rituales sangrientos, quizás tengamos una explicación para el hecho de que al difunto le hubieran arrancado los ojos ¿no? –dijo Mestres. - Lo que está claro es que tenemos que saber más sobre cómo funcionan los chinos y sus mafias. Me acercaré un momento al 157

Robafaves para que me recomienden un libro sobre las mafias chinas - dijo Lola levantándose- Abuelo, mañana visitas a nuestros amigos de la regional y les pides información del “chino Juan”. Y tú Mestres, busca por internet todo lo que puedas sobre el tema. Quedamos mañana a las doce para comentar lo que hayamos conseguido ¿vale? - ¡Vale, jefa! –dijeron ambos subinspectores. La investigación se animaba. Lola ya había salido del despacho, cuando volvió a entrar y asomando la cabeza por el marco de la puerta, susurró: - Lo más me molesta es que al final, nuestro amado jefe, va a tener razón con lo de las mafias extranjeras… - Chincha rabiña, que tengo un piña –canturreó Mestres en tono jovial.

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¡Menuda decepción! A pesar de haber preparado el altar para el holocausto conforme a los mandamientos del Señor, a pesar de haber purificado previamente la celda y el cuerpo, eliminando la más pequeña brizna de impureza, a pesar de haber limpiado con incienso sus heridas y de haber elevado una ofrenda al cielo quemando sus pertenencias, a pesar de todo esto, Mefisto abandonó su cuerpo la noche del jueves. Su suplicio terminó a las 02:23. Cero, dos, dos, tres. Un mensaje cabalístico que, al descifrarlo, me hizo sentir la grandeza del Señor. Pero no todo ha sido en balde. La misma tarde en que falleció, pidió perdón por sus pecados. Aceptó que había provocado mucho daño entre aquellos más débiles, a los que engañaba con su dulce sonrisa. Renegó de sí mismo por haber sido capaz de cambiar el dolor ajeno por el simple dinero. Sintió asco de sus actos y lloró por el daño que haría a su madre cuando se enterara de sus maldades. Quería expiar sus pecados. No quería morirse sin antes haberse confesado ante el Altísimo. Según sus palabras “no podía abandonar el mundo sin reconocer su culpa y aceptar la penitencia que yo le había preparado”. Quería morir en paz con Dios. Y conseguí lo que nunca nadie había logrado: que Mesfistófeles, uno de los ángeles caídos, el primer lugarteniente de Satanás, volviera a someterse al poder de Dios. No sólo había sucumbido ante las tentaciones, sino que se había regodeado en ellas y las había llevado hasta límites inaceptables. Tembló ante la muerte que le esperaba, pero al mismo tiempo la aceptó como un método para alcanzar el perdón. Entregaba su vida a cambio de una brizna de perdón divino. 159

A las 01:38, atado en la cama, con el rostro mirando al techo, conseguí que Mefisto elevara una plegaria al Señor. No rezó de forma inconsciente y repetitiva como hacen muchas beatas. Rezó de manera sentida, con convicción. Desde aquel altar purificado por los aceites y las velas, el demonio elevó su alma pútrida hacia Dios. Fue tanta la emoción del momento, fue tal el éxtasis que me inundó al escuchar como rogaba la clemencia a Dios, que me uní a los rezos. Fueron los minutos más intensos de mi vida. Noté como se establecía el contacto entre Mefisto y el Señor a través de mi cuerpo. Y percibí que al Altísimo le agradaba lo que escuchaba y que, en su infinita bondad, estaba dispuesto a perdonarlo. Fue tal la tensión del momento, la sucesión de descargas eléctricas que recorrieron mi cuerpo, que caí exhausto y me dormí. Me desperté a las 02:16 de la madrugada, con los últimos estertores de muerte de Mefisto. Me levanté y me senté a su lado con el fin de acompañarle en el último viaje. A las 02:23 exhaló el último suspiro. Recé un padrenuestro para ayudar a que su alma pudiera entrar algún día en el Reino de los Cielos y la celda quedó en silencio. En aquel ambiente de paz y sosiego, me entregué a la resolución del mensaje divino. A las 01:38, el demonio había empezado a rezar al Señor, cerrando una etapa de desencuentro eterno. A las 02:23, el demonio se había entregado al Señor, cerrando el círculo de su redención. La armonía había vuelto. 01:38. Cero, uno, tres, ocho. 02:23. Cero, dos, dos, tres. Un martilleo constante en mi mente, intentaba marcar el camino para descifrar el mensaje oculto. Cero, uno, tres, ocho. Cero, dos, dos, tres. 160

De repente, lo vi claro. Había estado todo el rato ante mis ojos y no lo había visto. El Altísimo me mostraba su alegría por lo que había conseguido, escenificando la armonía. ¡La proporción divina! Toda la armonía de la naturaleza está basada en un cálculo matemático que establece una proporción que se repite en vegetales, animales y minerales, estableciendo la línea de la armonía. La distancia entre las hojas de una planta, el cociente entre el número de abejas machos y hembras, las espirales de la concha de un caracol o la proporción entre la altura de una persona y la altura de su ombligo, son sólo algunas muestras. Y el Altísimo quiso mostrarme la armonía conseguida estableciendo entre la hora en que se inició el rezo del demonio y la hora de su muerte, la misma proporción. Doscientos veintitrés dividido entre ciento treinta y ocho da un resultado de 1,61. El número fi griego, la proporción divina. Lloré desconsoladamente ante mi descubrimiento. ¡Había participado activamente en conseguir la armonía divina! Era el espaldarazo definitivo a mi misión. Si en algún momento pude dudar, ahora estaba seguro de que lo que me había propuesto llevar a cabo era lo correcto. Mi misión había alcanzado un grado de éxito impensable para mí. Con mi acción había provocado el arrepentimiento de una de las peores almas y su acercamiento sincero al Reino de Dios. Todo un triunfo para alguien como yo, que buscaba la venganza, y que el Señor se ha encargado de hacerme ver el valor de la redención y el perdón. De nuevo lloré de gozo mientras desataba el cuerpo exánime y lo envolvía en una vieja manta. Me costó mucho esfuerzo cargarlo en la furgoneta, pero a las 04:07 cerré la puerta del furgón y me senté al volante. Esta vez había sido diferente y Mefisto se merecía que su cuerpo fuera encontrado 161

de otra manera, sin la necesidad de exponerlo al oprobio como hice con el de Satanás. Una enorme luna llena iluminaba mi camino. Decenas de estrellas parpadeaban en el cielo, dando a quien quisiera entenderlo, la buena nueva de la conversión de Mefisto y de su muerte en paz. Conduje despacio por la carretera nacional hasta la rotonda de la Arquera, y de allí enfilé la C16. A mi paso, parecía que los pinos intentaban acercar sus ramas hacia el cielo, y así participar de mi alegría y satisfacción. Al llegar a Can Mercader, aparqué la furgoneta cerca del punto central de la vieja era. Tenía forma circular y sus antiguas baldosas de barro cocido estaban enmarcadas por un pequeño muro de piedra perimetral. El conjunto representaba la perfección del círculo. Justo en el centro, en el lugar del que equidistan todos los puntos de la circunferencia, situé el cuerpo. Con cuidado, orienté la cabeza hacia el norte, buscando una aproximación a la divina proporción. La armonía está en la sección aurea. La naturaleza, la música y, cómo no, el cuerpo humano, se basan en esas sencillas proporciones matemáticas. Y eso era precisamente lo que deseaba transmitir al mundo: la armonía recobrada en el Reino de los Cielos, al volver a acoger a unos de sus miembros.

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Lola llevaba un buen rato en la librería Robafaves de la calle Mayor, curioseando algunas publicaciones que explicaban los orígenes, organización y funcionamiento de las llamadas “tríadas” chinas. Se había sentado en uno de los sillones que, situados estratégicamente, permitían hojear los libros de la tienda. Al final se decidió por dos de ellos, los pagó y se dirigió hacia su piso de la calle Goya. Al llegar a casa, Nerea estaba en su habitación con su amiga Julia. Le explicó a su madre una extraña historia sobre que su amiga no podía dormir en su casa porque habían venido unos parientes y preguntó si podía quedarse a dormir aquella noche. Lola tenía ganas de poder empezar a leer los libros que había comprado y cedió en seguida. Les dijo que pidieran una pizza y que no molestaran, ya que tenía trabajo. Nerea estampó un sonoro beso en la mejilla de su madre. ¡Qué fácil era conseguir un beso cuándo Nerea conseguía lo que quería! Lola se preparó un sándwich vegetal y abrió una botella de zumo de naranja. Se sentó en el sillón y encendió la pequeña lucecita de lectura. Eran las ocho y tenía mucho que aprender sobre los chinos.

Las tríadas chinas se remontan al siglo XVII. Surgieron durante la resistencia de los súbditos de la dinastía Ming a los invasores mongoles que instauraron la dinastía manchú. En su fundación, eran sociedades secretas con rigurosas normas y códigos, que se identificaban con un triángulo, símbolo de la trinidad formada 163

por el Cielo, la Tierra y el Hombre. Por tanto, su creación no estaba relacionada con actividades criminales, sino en la defensa de un país. Cogió una libreta de su hija con un dibujo de Hello Kitty en la tapa y empezó a poner frases que le sirvieran para avanzar en el conocimiento de su forma de actuar. Primero escribió: “No es lo mismo tríadas chinas que mafias chinas. Las tríadas son sociedades secretas creadas para resistir ante una invasión” Pero la pregunta era ¿Cuando se transformaron algunas tríadas en sociedades dedicadas a actividades criminales? Una sucesión de acontecimientos a los que se han visto sometidos los territorios que hoy conforman la República Popular China durante los últimos siglos facilitaron el crecimiento y expansión de estas organizaciones por todo el mundo. Anotó en la libreta: “Algunas tríadas dejaron de serlo y se convirtieron en simples organizaciones criminales, adoptando algunos de los rasgos distintivos de aquellas para despistar a las autoridades” En la actualidad, se contabilizan más de 230.000 chinos en España. Más de la mitad de ellos llegaron con un falso visado de permiso de trabajo gestionado por familiares u organizaciones desde España.

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Los ciudadanos chinos empiezan a trabajar para los familiares o amigos que les han ayudado a conseguir el visado: los favores se deben pagar. El problema radica en aquellos ciudadanos que se ven obligados a recurrir a las organizaciones criminales para venir a Europa. Lola siguió sintetizando lo que leía: “Más de la mitad de los chinos llega con un falso contrato de trabajo firmado por sus propios familiares o por quienes controlan el tráfico ilegal de personas.” El negocio de las organizaciones criminales chinas por tráfico de personas es espectacular. Lola descubrió las tarifas de este entramado criminal. Para obtener un contrato y un pasaporte falso, le cuesta a un chino más o menos 30.000 euros sin contar con los intereses que rayan la usura. En España más de 80.000 chinos entraron de forma ilegal, siendo víctimas potenciales de estas organizaciones criminales. Las "victimas" se encuentran bajo constante amenaza pues han adquirido una considerable deuda que si no la paga con trabajo en empresas del grupo, sus familiares en China pagaran con sus bienes o sino con sus propias vidas. La inspectora estaba sorprendida del alcance y poder de las mafias chinas. Sólo recordaba una actuación reciente en Mataró contra el tráfico ilegal de personas. Ella intervino en el desmantelamiento de varios talleres ilegales en el barrio después de un gran despliegue policial. Pero las diligencias de los Mossos d’Esquadra habían acabado aparcadas en algún rincón del juzgado. Escribió en su cuaderno: 165

“Las mafias chinas obligan a trabajar gratis, bajo amenazas, incluso de muerte” Pero no solamente al tráfico de personas se dedican estas organizaciones; forman parte de sus actividades el narcotráfico, los juegos de azar, la prostitución, extorsión, lavado de dinero y la copia o piratería de miles de artículos. Decidió escribir cuatro ámbitos de actuación: “Drogas, casinos clandestinos, putas y videos piratas” La inspectora reflexionó sobre el negocio de la piratería musical y del cine. Por los bares de Mataró, siempre había un negro que ofrecía cientos de dvd piratas. Podía ser que el laboratorio fotográfico sirviera para eso. Anotó una nueva línea, esta vez enmarcándola: “¿Qué aparatos se necesitan para hacer miles de copias ilegales de una película?” Otro aspecto importante a tener en cuenta es que las comunidades chinas se caracterizan por ser sociedades endogámicas, autosuficientes y herméticas. Sus relaciones personales, comerciales e incluso las delictivas se hacen con individuos de su propia colectividad. La "gran familia china" ofrece múltiples servicios para todos ellos, superando de esta forma la barrera del idioma. Una completa red de tiendas y empresas de servicios para cubrir las necesidades básicas: supermercados, restaurantes, peluquerías, médicos tradicionales, guarderías para los niños, inmobiliarias, iglesias

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para el culto, asesorías jurídicas y de traducción etc. Pero dentro de la "gran familia" impera la ley del Silencio. Lola siguió su relación de descubrimientos: “Las sociedades de chinos son herméticas autosuficientes. Los chinos con los chinos”

y

Las organizaciones criminales chinas no son muy dadas a utilizar la violencia ya que ésta supone quedar en evidencia frente a las autoridades y sólo recurren a ella en casos especiales para escarmiento a la población o a sus propios miembros. Sin violencia, el arma principal de las triadas es la intimidación, donde logran sus objetivos pisando muy ligeramente la frontera de la ilegalidad. Sus últimas averiguaciones sobre el comportamiento de las mafias chinas no coincidían con las circunstancias del crimen de Jordi Puig. Escribió: “Huyen de la violencia, ya que ésta les delata. Prefieren la intimidación” Cerró los libros y se concentró en las frases que había ido escribiendo en el cuaderno. Existían demasiadas cosas que no cuadraban, aunque había otras muchas que apuntaban directamente a una actuación de la mafia china. Pasó una página del cuaderno y escribió “A FAVOR” en el margen superior. Empezó a detallar los puntos que jugaban a favor de considerar la implicación de la mafia china: “1- Me atacaron dos chinos” 167

“2- Las mafias chinas actúan en el sector de las copias ilegales” “3- El laboratorio de Jordi Puig era caro. Necesitó a un socio que pusiera el dinero” “4- Jordi Puig tenía tratos con un chino rico (sr. Juan) Mafia? Pasó otra página de la libreta de Hello Kitty y escribió “EN CONTRA”. Pasó a poner los puntos que indicaban que la pista de las mafias chinas no era la correcta: “1- El cuerpo de Jordi Puig fue sometido a un tipo de tortura ritual. Le sacaron los ojos” “Las mafias chinas no tienen rituales secretos” “2- El pendrive encontrado en el culo era un mensaje para la policía” “Las mafias chinas intimidan a otros chinos. No quieren relacionarse con la policía” “3- Las mafias chinas huyen de la violencia, ya que delata su actuación” Lola cerró el cuaderno. Se levantó para dejar el plato y la botella vacía en la cocina, cuando al pasar ante la habitación de Nerea oyó gritos y risas. Llamó a la puerta y entró. Las dos chicas se dieron un gran susto y lanzaron unos ahogados grititos.

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- ¡Qué susto, mamá! –dijo Nerea con el cojín agarrado entre sus brazos- Estábamos explicando historias de miedo cuando has entrado y… Lola miró el reloj. Las dos menos diez de la madrugada. Bostezó. - Venga. Se acabó la fiesta. Apagad la luz que mañana tengo que ir a trabajar. Y si no me dejáis dormir, le diré a Papá Noel que no os traiga regalos –dijo mientras les guiñaba un ojo. Al meterse en su cama, la inspectora seguía pensando que había demasiadas cosas que no encajaban en este caso. Por otro lado, también existían muchas evidencias que indicaban que el tema de las mafias chinas tenía futuro en la investigación. Aquella noche le costó dormirse, y cuando lo hizo tuvo un sueño intranquilo y poco reparador. Si bien todo indicaba que las mafias chinas se estaban apoderando de muchos negocios de Mataró, era preocupante que también se infiltraran en los sueños de la inspectora. Era el colmo de la invasión china.

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Cinco Ezequiel La prosperidad de tu comercio te llenó de violencia, y pecaste. Por eso he hecho que una llamarada te consumiera. Entre los pueblos, los que te conocen están consternados por tu suerte; todos tiemblan ante tu final. No existirás nunca más (Ez. 28,19)

Viernes, 24 de diciembre de 2010. La comisaría estaba desierta. Eran las diez de la mañana y parecía como si por ser Nochebuena, la actividad delictiva se hubiese tomado un respiro. Sobre el mostrador de recepción, un pequeño arbolito de Navidad dio la bienvenida a Lola con sus lucecitas de colores. “Esto es cosa de Alex” pensó la inspectora. En el primer piso, todavía había menos movimiento. Todos los despachos estaban cerrados y hasta la sala del café parecía abandonada. Lola sacó un café de la máquina y entró en su despacho. Se respiraba una extraña sensación de tranquilidad y decidió aprovechar el momento. Dejó la libreta de Hello Kitty sobre la mesa y cogió el vaso de plástico entre sus dos manos. El 170

primer análisis del caso que había hecho Martínez todavía sobrevivía escrito en la pizarra. Le dio un rápido vistazo. También estaban las fotografías del laboratorio que había hecho Mestres, así como la foto de la extraña pieza amarilla y un fotograma del vídeo de Jordi Puig atado a la cama donde falleció. Si el caso seguía complicándose, pronto necesitarían otra pared para seguir colgando fotografías, pensó. Un zumbido indicó que estaba entrando un fax. La inspectora empezó a recoger los folios a medida que éstos iban saliendo. Se trataba del informe de la fiscalía sobre las finanzas de Xavier Mercader. Según lo averiguado por la Agencia Tributaria, el investigado disponía de varias cuentas en la Caixa Laietana, donde trabajaba, con un saldo de 56.000 €. También era titular de fondos de inversión y un plan de pensiones en la sucursal del difunto Jordi Puig, por valor conjunto de 394.000 €. Por último, varias cuentas de valores en cuatro sociedades de bolsa con más de 1.000.000 € de valor efectivo. A Lola le pareció mucho dinero para alguien que, teóricamente, vivía de su sueldo como administrador de una sala de exposiciones. Dio una ojeada a la declaración de renta del 2009 del señor Mercader. Sólo declaró 73.415 € brutos, ingresos provenientes íntegramente de su salario en la caja de ahorros. Durante el año 2010, Xavier Mercader había invertido en bolsa una media mensual de 75.000 €, en operaciones especuladoras de alto riesgo, con carteras altamente diversificadas. Estaba claro que ese dinero no provenía de su sueldo.

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En lo referente a sus propiedades, en septiembre de 2009 había adquirido el piso de Mataró donde vivía por 550.000 €. No constaba inscrita ninguna hipoteca, ya que lo había pagado en metálico. También era propietario de otros dos locales en Mataró, ambos comprados en julio de 2009. Por herencia de su abuelo, había inscrito dos propiedades en Dosrius.: la masía en la habían estado Lola y Mestres y una nave industrial de mil metros cuadrados. También tenía un Range Rover de 60.000 € y un barco Princess 40 de doce metros de eslora amarrado en el puerto de Mataró y valorado en más 300.000 €. El informe de Hacienda dejaba claro que el sujeto había empezado su despegue económico a mediados del año 2009. A partir de esa fecha, se había comprado un piso, dos locales, un todoterreno y un barco con su correspondiente amarre. El resto, casi un millón de euros que los inspectores desconocen de dónde lo obtuvo, lo invirtió en bolsa en operaciones de riesgo. El negocio en el que estaba metido le generaba tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Otra vez, el caso olía a mafia. Y esta vez a gran escala. El teléfono móvil de la inspectora empezó a vibrar. Tiró el vaso vacío a la papelera e iba a descolgar cuando reconoció el número de la pantalla. Era el sargento Cortés. Lola hizo una mueca de asco y colgó. Tuvo que repetir el mismo acto dos veces más para que el sargento “cariñito”, como le llamaba Mestres, dejara de llamar. No habían pasado ni dos minutos, cuando su teléfono volvió a vibrar. Esta vez era Martínez: - Jefa ¿dónde está? –preguntó.

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- ¡Dónde voy a estar, abuelo! En comisaría, por supuesto ¿qué pasa? - ¿No lo sabe todavía? –Martínez parecía alarmado. - No se de lo que me hablas. Dímelo tú. Y rapidito. No te enrolles. - Vale. Tal como quedamos ayer, estoy en Granollers, recopilando información del chino ese. Aquí hay una movida importante. Por la mañana, un equipo de la científica se ha desplazado a la masía de Dosrius para acabar el peinado de la zona sin lluvia y se han topado con un cadáver. Por la descripción que han dado, se trata de Xavier Mercader. ¿No han llamado para ponerte al tanto del descubrimiento? Lola quedó petrificada. ¡Otro asesinato, no! - Jefa, ¿me está escuchando? – Martínez no tenía ninguna respuesta de Lola. Al final, con voz apesadumbrada, la inspectora dijo: - Si, abuelo. Te escucho alto y claro. Ahora mismo me acerco a Dosrius. Me parece que se nos presentan unas fiestas bastante ajetreadas. Colgó el teléfono y cuando se estaba poniendo la chaqueta, oyó el característico trotar de Mestres subiendo la escalera. - Hola, jefa ¿alguna novedad? –el policía se mostraba alegre como siempre. - No te quites la chupa. Nos vamos a la masía de Dosrius. 173

- ¿Qué esperas encontrar? ¿Nos olvidamos de algo el miércoles? –Mestres se mostraba escéptico. - Han encontrado a Xavier Mercader –contestó Lola bajando la escalera. - Perfecto. Con un poco de suerte podremos cerrar el caso antes de esta noche. He estado ahondando en lo de las mafias chinas y estoy convencido de que el asesinato de Jordi Puig está relacionado con ellas. Además, algo me dice Xavier Mercader está implicado hasta las cejas. Seguro que si le interrogamos, cantará de plano. Lola se paró antes de cruzar la puerta que daba a la calle, y se dirigió a su compañero: - No vamos a cerrar ningún caso, subinspector. Xavier Mercader está muerto.

Lola y Mestres dejaron aparcado el vehículo policial en una curva del camino que llevaba a Can Mercader. Frente a la masía habían estacionado dos coches de los Mossos d’Esquadra, otro de la policía municipal, una ambulancia y un pequeño camión de una empresa constructora. Al lado del camión, cinco operarios con rostros desencajados conversaban entre ellos. Izaguirre salió a su 174

encuentro. Se estaba quitando unos guantes de látex y parecía que había terminado. - Feliz Navidad, inspectora Moreno y compañía –saludó el forense. Lola y Mestres respondieron el saludo levantando la mano - El cadáver está allí. Lo encontraron los albañiles cuando llegaron esta mañana. - ¿Alguna idea sobre la causa de la muerte? –preguntó Mestres. - Del primer análisis he apreciado cinco heridas en el cuello y el hombro producidas por un punzón o algo así. Pero no creo que sean las culpables del fallecimiento. - ¿Hora probable de la muerte? –pregunto Lola El forense miró su reloj. Eran las once y media de la mañana. - Falleció hace unas diez o doce horas como mucho. Si hay que apostar por alguna hora, yo me inclino por esta última medianoche. ¡Ah! Para vuestra información, me parece que a este cadáver también lo han lavado antes de traerlo hasta aquí – dijo mientras se dirigía a la ambulancia. Lola se subió al pequeño murete de piedra que circundaba la era. Desde allí veía el cuerpo desnudo de Xavier Mercader. Estaba tumbado boca arriba, con los brazos y las piernas extendidas. La visión elevada le permitió advertir que el cuerpo estaba en una posición determinada. Quien había abandonado el cadáver allí, lo había colocado deliberadamente en aquella postura. Era una composición precisa, y a Lola le vino a la mente un famoso dibujo de Leonardo Da Vinci. 175

- Fíjate. Esta vez, el asesino nos ha dejado un mensaje en forma de perfomance. Ha querido que encontremos el cadáver en el centro de un círculo, imitando el famoso dibujo de Leonardo da Vinci –comentó Lola sin apartar la vista del cuerpo de Xavier Mercader. - ¿A qué dibujo se refiere, jefa? Hay que poner mucha imaginación para encontrar alguna semejanza con una pintura de Leonardo – Mestres se subió también al muro para tener una mejor visión. - ¡Sí hombre! A ese que sale en “El código da Vinci”. La del tipo desnudo con las cuatro piernas y los cuatro brazos dentro de una circunferencia inscrita dentro de un cuadrado…- Lola imitó la famosa figura separando las piernas y poniendo los brazos en cruz. - Visto desde aquí, creo que te refieres al hombre de Vitrubio, aunque tampoco pondría la mano en el fuego. Mercader era bastante fornido y el dibujo a que te refieres plasmaba las proporciones perfectas de la naturaleza. –dijo Mestres. - Pues yo creo que el asesino nos está dando algún mensaje y que para ello ha montado este escenario. Fíjate –Lola bajó del muro y se acercó al cadáver- Le ha extendido los brazos, le ha separado las piernas y lo ha colocado en el centro de algo parecido a un círculo. Estoy segura que su objetivo era representar el hombre ese que dices tú… - Hombre de Vitrubio –dijo Mestres con suficiencia- Es un tema de cuarto de ESO. Lo que pasa es que hay muchas falsas

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creencias sobre algo que no es más que una fórmula matemática. - Veo que, como licenciado en exactas, consideras que los que formamos parte del grupo de humanos que suspendimos las “mates” somos unos zoquetes. ¿Puedes ilustrarme sobre el tema, señor catedrático? –Lola hizo una reverencia queriendo dar a entender que cedía la palabra al subinspector. Mestres no quiso dejar pasar la ocasión de poder demostrar sus conocimientos en matemáticas. - El dibujo que dices está basado en un sistema de proporciones que estudió un sabio arquitecto romano llamado Vitrubio y que recuperó del olvido Leonardo da Vinci. La proporcionalidad de la figura sigue la llamada serie de Fibonacci. Se trata de una relación infinita de números, en la cual cada uno es igual a la suma de los dos anteriores. Lola puso cara de no entender nada. - A ver si consigo hacerme entender por alguien como tú, que eres de letras puras –dijo el joven policía bajando del muro y recogiendo varias piedrecitas y una ramita. Limpió una zona del suelo con la palma de la mano y, sin decir nada, empezó a disponer las piedras en grupos. Puso primero una piedra y con la ramita hizo una marca en la tierra; a continuación puso otra piedra y otra marca; a continuación dos piedras y otra marca. Lola lo observaba sorprendida. Mestres volvió a tomar la palabra:

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- Jefa, espero que esto sea fácil para ti –sonrió travieso- Si te digo que cada número es igual a la suma de los dos anteriores ¿cuántas piedras tengo que poner en el siguiente grupo? Lola se lo pensó brevemente. Cuando supo la respuesta, sonrió. - Tres. Dos más una –respondió rápidamente. - ¡Muy bien! –saltó Mestres poniendo tres piedras y haciendo una nueva marca en el suelo- ¿y ahora? - Cinco. Tres más dos. Esto ya lo he entendido. Y después viene el ocho; y luego el trece. Pero ¿qué tiene esto que ver con el dibujo del hombre en pelotas? -Espera. No corras –Mestres hizo un gesto con ambas manos pidiendo paciencia- Lo curioso de estos números es que si divides cualquiera de ellos por su inmediato anterior, siempre da como resultado 1,618, o lo que los matemáticos llamamos número fi. - ¿Y qué? –Lola estaba desconcertada. - Ahora viene lo bueno. Ese número es la proporción que guarda esa figura. Las dimensiones de sus brazos, de sus piernas, de su rostro o del tronco guardan entre sí la misma proporción: 1,618. De ahí que algunos la llamen proporción divina. - Algo así como la perfección ¿no? – preguntó Lola - Más bien la armonía o la belleza –rectificó Mestres- Nada puede ser perfecto sin compararlo con algo imperfecto. Aquí se intenta establecer el patrón armónico con todo lo que envuelve 178

al hombre, empezando por su misma anatomía. De esta forma, algunos dicen que esta proporción también se da en la naturaleza y en otras muchas disciplinas. Las hojas de las plantas crecen, en relación con la hoja anterior, con un ángulo relacionado al número fi. Las dimensiones de las pirámides, también siguen esa proporción. O más actual todavía. Los tamaños que tienen fotografías, postales o tarjetas de crédito también siguen ese cociente. - ¿El número de la creación? ¡Y nosotros sin saberlo! Mestres asintió: - Por eso se le llama la proporción divina. No obstante, en mi opinión particular no estoy muy convencido de que sea la proporción que asignó Dios a sus creaciones, entre las que, por supuesto, está el hombre. Soy más propenso a pensar que es muy fácil encontrar un resultado, si conocemos previamente cual debe ser ese resultado. Es como intentar buscar alguna explicación a nuestra vida sumando las cifras de nuestra fecha de nacimiento. Al final, algo encajará: el número de hijos, el año de una desgracia o la edad de nuestra muerte. Sólo se trata de combinar los números de tal forma para que den el resultado que necesitamos. Lola se mostró pensativa. Al final de un largo silencio se dirigió al subinspector: - Entonces ¿qué mensaje nos ha querido dejar el asesino esta vez? ¿La muerte del señor Mercader ha sido armónica con el universo?

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- Esto, jefa, entra en el terreno de la interpretación, y los matemáticos, con nuestra mente cuadriculada, ya no alcanzamos más allá. Los miembros de la científica estaban recogiendo su equipo. Alarmada, Lola buscó con la mirada al sargento Cortés. Si en aquel momento se le acercara por la espalda como la última vez, no podría contenerse y cumpliría su promesa de romperle algo. Lola suspiró aliviada. Ni rastro del sargento. Los policías se acercaron al cadáver. Las muñecas y los tobillos presentaban rozaduras similares a las de Jordi Puig. Era evidente que también habían estado atados fuertemente. - Xavier Mercader despareció el miércoles por la tarde, y el cuerpo lo han encontrado esta mañana. Sólo ha transcurrido un día. La hipótesis de que ambos asesinatos fueron llevados a cabo por la misma persona, falla en este detalle. Jordi Puig estuvo encerrado durante una semana antes de morir, en cambio Xavier Mercader no ha durado ni veinticuatro horas - Lola pensaba en voz alta. - Su madre dijo que era diabético. Eso podría explicar alguna cosa ¿no? - Quizá una muerte súbita. Si era diabético y estaba enfermo, podría haberse muerto sin más. Mestres dirigió su mirada hacia la ambulancia, donde el forense estaba fumando un cigarrillo esperando al juez de guardia, mientras conversaba con los sanitarios.

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- Voy a comentárselo a Izaguirre. Que lo tenga en cuenta a la hora de sacar conclusiones de la autopsia. Lola se quedó sola ante el cuerpo de Xavier Mercader. Recordó el día que había ido a su casa a interrogarlo en relación al asesinato de Jordi Puig. Se había mostrado esquivo en sus contestaciones y había avivado sospechas sobre él. Ahora estaba tan muerto como su amigo y ya no era sospechoso. Existían indicios para pensar que ambos crímenes habían sido cometidos por la misma persona, lo que volvía a situar la investigación en el punto de partida. La inspectora tenía la impresión de haber estado dando vueltas sobre el mismo punto, sin avanzar. Cada vez que daban un paso adelante que permitía albergar esperanzas de solución, topaban con un nuevo muro. Conocía esa sensación de otros casos. Estaba en uno de esos momentos en que la falta de resultados era capaz de hacer desfallecer al policía más tenaz. Habían dedicado muchas horas al caso, aún a costa de dejar de lado otros temas. Se habían empleado a fondo interrogando a cuantos sospechosos habían ido apareciendo en el camino. Incluso ella misma había sufrido un episodio violento con un par de chinos. Se acarició la herida de la barbilla para recordarlo más vivamente. Pero tanto esfuerzo no acababa de dar sus frutos. Solamente habían transcurrido cinco días desde el descubrimiento del primer cadáver, pero parecía que había pasado una eternidad. Desconocía si aún tardaría mucho más en empezar a descubrir todo el extraño entramado que flotaba alrededor de ambos asesinatos, pero la habían educado para ser fuerte en las adversidades. Cerró los puños con rabia y se 181

prometió a sí misma que continuaría adelante como siempre había hecho en otras etapas de su vida y resolvería un caso que se había convertido en algo personal. - Ya se lo he dicho –dijo Mestres a su espalda- Izaguirre me ha comentado que si era diabético, podría haber muerto de un shock hipo-glu-cé-mi-co –pronunció la palabra lentamente, sílaba a sílaba- o de otra cosa con un nombre raro que ya no me acuerdo. Esta misma tarde empezará la autopsia y sobre las nueve de la noche espera enviarnos un correo electrónico con las primeras conclusiones. - Mañana me pasaré por comisaría para darle un vistazo –dijo Lola con aire cansado- pero esta noche voy a dedicarla a mi familia. No se si te habías dado cuenta, pero estamos en Nochebuena. - Y mañana, Navidad.

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Ya sólo falta uno. Pronto podré dar por terminada mi misión. En mi enfrentamiento con el monstruo de tres cabezas, ahora le toca el turno a la tercera y última. Amputadas las dos primeras testas, oigo al diablo rugir dolorido, pero aún con vida. Se sabe cercado por mi mano implacable, y es ahora, encolerizado y temeroso, cuando es más peligroso. Luchará hasta la extenuación para mantenerse con vida, igual que el poderoso atún presenta una batalla sin cuartel cuando siente en su paladar el anzuelo clavado. Al notar la picada, el pescador tensa la línea y recoge carrete. La resistencia del atún se transmite a los brazos de su captor, mientras el animal se esfuerza por deshacerse del fino sedal que lo guía hacia la muerte. El pescador experimentado alterna momentos en que libera unos metros de línea con otros en los que vuelve a recogerla. Su objetivo es cansar al animal, para que presente la mínima batalla. En el momento de subirlo a bordo de la embarcación, el pez es sacado de su elemento y posado sobre cubierta de donde ya no podrá escapar. Tengo suerte de haberme hecho a la mar con Ramón para pescar el atún rojo a bordo de su barco “Angelina II”. Mis experiencias a bordo me han inspirado la estrategia para cazar mi tercer objetivo y mi inseparable cuaderno me marca los pasos a dar. Tengo que ser prudente para no ser atacado por la fiera. No es que tenga miedo a morir. Mi lucha contra el mal me avala ante el Señor y confío en que sería recibido entre vítores en el Cielo. Pero mi desaparición permitiría la regeneración de nuevas cabezas, y mi misión podría quedar en nada. Cuando haya alcanzado la última etapa de mi misión y haya separado del cuerpo la tercera cabeza, la de Leviatán, el monstruo de las almas, sus miembros quedarán inermes y 183

perderán la capacidad de hacer daño. Sin ninguna cabeza que les ordene nuevos movimientos, sus garras no podrán rasgar la piel de nadie más. La fiera se pudrirá y los carroñeros darán cuenta de sus restos. Entonces, todo habrá terminado y podré descansar. Hasta la llegada de ese glorioso momento, tengo que concentrarme en la captura de Leviatán. Primero, haré que salga de su escondrijo, en el que se ha parapetado tras conocer que era la única cabeza que quedaba con vida. Sus sicarios le han advertido que el arcángel está tras su pista, pero es un ser cobarde que no está dispuesto a enfrentarse cara a cara con nadie y ha decidido replegarse en lo más profundo de su cueva a esperar que amaine el temporal. Pero voy a remover el fondo del mar para que salga a mar abierto, donde le espero.

Esta tarde, al acabar mi trabajo, cargo en la furgoneta todo el material y coloco el vinilo con el logotipo de la Escuela de Vela en su sitio. Me sitúo cerca del local donde los esbirros de Leviatán tienen su cuartel general y su centro de maldad. A las 17:07, se abre la enorme puerta corredera y un lujoso Mercedes CLS blanco sale de su interior. Como todos los viernes por la tarde, al volante veo al escurridizo Zhou Lu, signo inequívoco de que tras los cristales tintados de los asientos posteriores se esconde su jefe. En su paranoia no exenta de lógica, Leviatán no permite que nadie más que Zhou conduzca sus vehículos. Pero por muchas 184

medidas de protección que tome, no podrá librarse de mí. Llevo demasiados meses siguiendo sus pasos y anotando en mi cuaderno sus costumbres para que me pueda sorprender. Como es habitual, el chófer toma la carretera nacional en dirección a Barcelona, en lugar de entrar en la autopista de peaje. Así tiene más salidas en caso de una encerrona. Conduce despacio por el carril de la derecha. Al parar en el semáforo de El Masnou, no puedo reprimir la tentación de situar mi furgoneta en el carril izquierdo, en paralelo al Mercedes. Zhou gira su cabeza y me observa a través de sus gafas de sol. Ni tan sólo llega a imaginarse lo cerca que está del que, dentro de poco, le dejará sin su trabajo de guardaespaldas. Sonrío cuando su coche arranca. Al llegar al límite de Barcelona, entra en la Ronda Litoral. Toma la salida del Puerto Olímpico, y después de rodear la plaza de los Voluntarios y situarse en el último tramo de la calle Marina, gira a la derecha. Las luces rojas posteriores se encienden y el vehículo para. Estaciona en el carril del túnel ajardinado que da acceso al Hotel Arts, a unos pocos metros de la puerta del hall de entrada. Primero baja Zhou. Con la mano derecha en el interior de la chaqueta cruzada, se saca las gafas de sol y efectúa un rápido barrido con la mirada por toda la zona. Al comprobar que no hay nada sospechoso, rodea al Mercedes por detrás y abre la puerta trasera derecha sin dejar de vigilar. Del vehículo desciende un pequeño personaje, vestido con un traje blanco y unos zapatos rojos. Tiene, al mismo tiempo, un punto extravagante y hortera. De sus muñecas cuelgan varias pulseras de oro. Es Leviatan. 185

Arranco la furgoneta y entro en el recinto del puerto olímpico. A pesar de ser Nochebuena, hay gran cantidad de personas paseando por los muelles. Incluso algunos turistas hambrientos empiezan ya a ocupar las primeras mesas de los restaurantes. Igual que en las demás ocasiones, estaciono al final del Muelle de Marina, frente la tienda de artículos de pesca, y espero. Son las 18:01. Como todos los viernes por la tarde, Leviatán se reúne con otros orientales en un local que parece abandonado. Acceden por una pequeña y oxidada puerta lateral. En su interior, los selectos participantes apuestan elevadas sumas de dinero mientras cenan. Al terminar, nunca antes de las tres de la madrugada, los jugadores se confunden entre el numeroso público de todas las edades y procedencias que abarrotan los locales de copas del puerto olímpico. Es entonces cuando Leviatán se dirige tranquilamente al Hotel Arts, para pasar la noche en una de las exclusivas suites de la planta 39, con unas impresionantes vistas al mar Mediterráneo. Pero esta noche sería diferente. En lugar de dormir en la mullida cama, tendría que conformarse algo menos cómodo. A partir de las 18:39 empiezan a llegar los jugadores. Todos son de origen chino y son empresarios de éxito en diversos sectores. Reconozco a Janping Zedong, dueño de una cadena de restaurantes, a Chen Ye Qin, propietario de muchas de las tiendas de ropa al por mayor de la calle Trafalgar de Barcelona y a Soong Shu Xiang, que controla la mayor red de piratería musical de la zona. A las 18:58, detecto la presencia de Leviatán bajando las escaleras que unen el paseo Marítimo del Puerto Olímpico con la calle Marina. Se ha cambiado de ropa y ya no 186

viste el impoluto traje blanco. Ahora lleva un sobrio abrigo gris. Unos metros más atrás está Zhou, atento a su amo como lo estaría un perro guardián. Se acercan a la puerta lateral y, después de un intercambio de frases en chino, ésta se abre. Sólo falta esperar. Leviatán es un animal de costumbres, como los atunes. Cierro la furgoneta con llave y me siento en un apartado bolardo. A partir de las 00:30, empieza a oírse la música de los numerosos bares. Desde la oscuridad del final del muelle de Marina, se entremezclan la salsa, el techno y los últimos superventas del pop. A las 01:37 se abre la puerta lateral. Mientras Zhou se queda apostado en la puerta con los brazos cruzados, Leviatán se encamina hacia el muelle. Por la expresión de su rostro intuyo que está teniendo una buena racha. Como la mayoría de los chinos, es tremendamente supersticioso, y para que no se le rompa la racha ganadora, siempre sale a dar de comer pan a las lisas que nadan en las aguas del puerto. De un salto se sitúa en la pequeña pasarela de madera que, un metro por debajo del nivel del muelle, da acceso a las embarcaciones. De su bolsillo extrae un par de panecillos y empieza a lanzar al agua pequeños trozos. Inmediatamente escucho el chapoteo de las lisas luchando por la comida. Me levanto lentamente y me coloco la gorra de marinero. Con el bichero en la mano derecha camino en dirección a mi objetivo. Leviatán está concentrado en alimentar a sus peces de la suerte y no se apercibe de mi presencia hasta que estoy a su lado.

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- Buenas noches, señor –susurro haciendo una leve reverencia. Al escuchar mi voz, se sobresalta. Pero al comprobar que se trata de un marinero del puerto, se relaja. - Tendría que abrigarse un poco. Hace una noche muy fría – comento en voz baja al pasar por detrás de él. Leviatán me ignora y sigue lanzando pedazos de pan al agua. Con un rápido movimiento a su espalda, con mi brazo izquierdo rodeo su cuello y aprieto fuertemente. En ese mismo instante, volteo el bichero y tirando de él hacia arriba, le clavo el garfio en la entrepierna. Lanza un grito ahogado, casi imperceptible. Antes de que reaccione le introduzco en la boca una gasa de algodón empapada en cloroformo. Con un movimiento seco, vuelvo a alzar el bichero notando como el arpón se clava en la carne hasta topar con el hueso del coxis. Mantengo el pequeño cuerpo levantado unos centímetros del suelo, mientras avanzo por el pantalán. Subo a la cuarta embarcación de la derecha y dejo caer mi carga dentro del arcón de popa. Le quito el teléfono móvil, lo cubro con una lona de botavara y cierro el arcón con un candado. Entro en el camarote, no sin antes dejar caer su teléfono por la borda. Chof. Zhou no ha advertido nada extraño. La furgoneta, la cual me he encargado de aparcarla en el mismo lugar durante las últimas semanas, se había convertido en un elemento habitual para el guardaespaldas. Si bien la primera vez que la vio receló de ella y la revisó a fondo mientras Leviatán daba de comer a las lisas, con el tiempo había dejado de ser una amenaza. Aquella furgoneta con el logotipo de la Escuela de Vela era parte del paisaje del 188

puerto. Pero en esta ocasión le ha privado de ver como su jefe era atacado. “Si conoces las costumbres de los atunes, es fácil pescarlos” decía el viejo Ramón. Miro el reloj. Son las 01:42. Zhou no tardará en preocuparse. A los pocos segundos, tal como estaba previsto, el guardaespaldas se acerca al muelle y busca con la mirada a su protegido. Observa alarmado un panecillo tirado sobre la pasarela de madera, pero ni rastro de Leviatán. Nervioso, hace una serie de llamadas telefónicas. Vuelve a entrar en el local y, al poco tiempo, sale acompañado de otros guardaespaldas. Dos de ellos se van corriendo hacia la garita de salida del puerto olímpico para impedir que ningún vehículo sospechoso pueda abandonar el lugar. Zhou y otro chófer de aspecto temible, proceden a revisar el interior de los pocos vehículos estacionados en el muelle. Con profesionalidad, uno por la izquierda y el otro por la derecha, iluminan el interior de los coches con una potente linterna. Llegan a la furgoneta y en los asientos delanteros observan multitud de aparejos propios de la navegación a vela. Cabos de distintas medidas y grosores, la caña de un timón, una orza, una vela cuidadosamente plegada aparecen ante sus ojos. Se fijan en el logotipo de la Escuela de Vela que luce la caja y se alejan. Durante las últimas semanas habían visto esta misma furgoneta aparcada delante de su local. No era sospechosa. A las 02:51 ya no se oyen más voces. Abro el arcón y compruebo que Leviatán sigue dormido. Le ciño las bridas en las muñecas y los tobillos tal como hice con Satanás y Mefisto. Entro en el puente y arranco el motor Volvo Penta de la vieja Río 800 que en su día perteneció a Ramón. Sólo falta liberar a “Angelina II” de los amarres de proa y popa y poner rumbo al puerto de Mataró. 189

Lentamente, con el motor a su mínima potencia, “Angelina II” se separa del pantalán y se dirige hacia la embocadura del puerto olímpico. A proa observo las luces de un transatlántico amarrado en el recién construido dique del Este del puerto de Barcelona y las luces del castillo de Montjuic. Mientras recojo las defensas, intento adivinar el piso 39 del Hotel Arts, donde una suite de lujo va a quedar vacía. Una vez superadas las balizas de la bocana del puerto, viro 150 grados a babor y enfilo en dirección nordeste. La navegación es plácida. Después de marcar el rumbo en el GPS, me siento en la bañera de popa mientras mi mano roza las olas. Estoy a punto de alcanzar mi meta. Cuando culmine la misión que me he propuesto, me liberaré de las cadenas que he arrastrado desde los cinco años. Incluso, si Dios quiere, haré las paces con mis padres, aunque sea diez años después de su muerte. Pero eso no ocurrirá hasta que haya completado mi misión.

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Lola y Nerea preparan la mesa para la celebración de la cena de Nochebuena. Encarna había estado planchando minuciosamente el mantel y las servilletas del juego de mesa que había pertenecido a sus padres. Una vez extendido sobre la mesa del comedor, con la cubertería y la vajilla de las grandes ocasiones, y colocados los adornos navideños que había hecho en el taller del club de jubilados, el efecto era francamente bueno. Incluso Antonio parecía haber remontado un poco su enfermedad y había participado colgando espumillón en la lámpara del comedor. Cenaron unos entrantes fríos consistentes en jamón, langostinos y salmón ahumado. De segundo plato atacaron una enorme dorada salvaje de más de dos kilos, que casi no cabía en el horno. De postre turrones y polvorones. Mientras en el equipo de música sonaban villancicos, se inició una conversación sobre el difícil caso que Lola tenía entre manos. No era habitual que la inspectora comentara con la familia los casos que estaba investigando, pero la complejidad de éste la empujó a plantear sus dudas y certezas por si alguien aportaba alguna idea que la ayudara a avanzar. Encarna se sentó ante el cojín verde para seguir con su labor de encaje de bolillos. Mientras entrecruzaba con rapidez y pericia los hilos de los que pendían los bolillos, escuchaba atentamente las explicaciones de su hija. Estaba encantada de participar en una investigación criminal. - Me parece que quien lo hizo conocía muy bien a sus víctimas. Son muertes muy organizadas –dijo sin apartar la vista del 191

patrón que guiaba sus movimientos – El primer señor trabajaba en la Caixa y llevó el cadáver hasta su sucursal. El pobre de esta mañana lo habéis encontrado en su casa de campo. Los conocía, seguro. Un chalado organizado –dijo señalando a su hija - Esto es lo que deberías buscar. - Si fueras policía ¿por dónde empezarías a buscarlo? - Yo buscaría entre los conocidos de los dos muertos. Quizás hay alguien que tenga un historial de esquizofrenia o algo así. ¿Sabes si algún compañero de trabajo está en tratamiento psiquiátrico? El característico sonido de los bolillos al chocar unos con otros creaba una atmósfera especial a la conversación. - Hemos investigado a todos los que han trabajado con el director de la caja, sin ningún resultado. Ninguno coincide con los compañeros de trabajo del otro muerto. Los dos tienen compañeros diferentes. - Tampoco tan diferentes –matizó la madre- Los dos era empleados de una caja de ahorros. Lola no había tenido en cuenta esa opción, por lo que decidió seguir en esa dirección. - En eso tienes razón, mamá, pero ¿qué personas tienen relación con los dos muertos, aparte de los chinos? - Te veo muy dispersa, nena –Lola odiaba que la llamasen “nena”, pero decidió no decir nada- Si hubiera empezado este tapete – lo señaló con ambas manos- sin el patrón que tengo clavado debajo, estaría tan despistada como tú. 192

- Mamá, no te enrolles por favor -Lola preveía una larga explicación llena de batallitas. - Nena, has sido tú la que has pedido mi opinión. Aunque sea una simple mujer de la limpieza me vas a tener que escuchar. Ya sabes que no tengo estudios, pero mis pensamientos salen de lo que me ha pasado en la vida. Sabe más el diablo por viejo que por diablo, dice el refrán ¿no? La inspectora se rindió. No podía luchar contra eso. Se recostó en el sillón y se preparó para escuchar. Encarna sonrió vencedora. - Si coges un tapete acabado y lo miras de cerca, sólo aprecias unos hilos entrecruzados. Para los que nunca os habéis interesado por los bolillos os parece algo terriblemente complicado de hacer. Y lo sería si los tuviera que hacer de memoria. ¡Es casi imposible hacerlo sin seguir una pauta! Pero los bolillos no los hago de la nada –cogió un cartón marrón plastificado de una carpeta y lo enseñó a su hija- El patrón que hay debajo me guía sobre lo que tengo que hacer: el punto que toca, los hilos que han de anudarse o cruzarse, o sea todo. Lola aún no comprendía dónde quería llevarla su madre, pero siguió atenta. - Coge uno de los tapetes que cubren los brazos de tu sillón – Encarna le alcanzó uno. Luego se agachó sobre una gruesa carpeta llena de patrones. No le apetecía nada participar en las historias de su madre, pero mantuvo la labor en el aire sujeta con las dos manos.

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- Ahora dime a qué patrón corresponde – fue enseñando los patrones de la carpeta uno a uno. Al ver el cuarto patrón, Lola lo reconoció como el que había seguido su madre para hacer el pequeño tapete. El dibujo que tenía impreso, coincidía con las figuras de la pieza. - Este, mamá –dijo con poco entusiasmo. - Perfecto. Ahora imagina que los asesinatos son el tapete. Si los estudias, los encuentras muy complicados. Un señor al que le sacan los ojos, que lo secuestran durante varios días, que su amigo también muere, que los dos hacen fotografías o lo que sea. Estás viendo sólo los puntos y los nudos del tapete, pero no consigues verlo entero. No sabes si son piezas de un tapete pequeño, de un abanico o las puntas de una sábana. Si quieres descubrir lo que está pasando, tienes que encontrar el patrón que sirve para los dos muertos. El asesino está siguiendo esa guía para hacer lo que hace. Entonces lo verás mucho más claro, nena. Era sorprendente la capacidad que tenía aquella mujer con escasos estudios para plantear las cosas de una manera sencilla y fácil de comprender. De nuevo, se sintió orgullosa de su madre. Hizo un esfuerzo para adaptar sus pensamientos sobre el caso a la nueva perspectiva y empezó a enumerar hechos en voz alta. Cada vez que decía uno, miraba a su madre en espera de confirmación. - Los dos muertos tenían juntos un negocio de video y fotografía, trabajaban en una caja de ahorros, tenían buenos ingresos económicos, sus cuerpos fueron depositados en unos lugares por 194

algún motivo, el asesino puede querer dar algún mensaje con el pendrive o la figura de Leonardo da Vinci. Lola se paró y siguió pensando. De repente, preguntó: - ¿Añado también al chino ese y a los chinos que me atacaron? Encarna respondió: - Si siguen el mismo patrón, por supuesto. Pero, por ahora, no tengo claro todo esto de los chinos. Yo los dejaría apartados de momento y buscaría a un loco que trabaje en una caja de ahorros. Eso sí que pertenece al mismo patrón. - Pero si trabaja en la Caixa de Catalunya, no puede ser empleado de la Caixa Laietana. Tu idea es imposible, mamá. - ¿Imposible? ¡Ja! Te explicaré un caso que ocurrió en la primera empresa de limpiezas que me contrató cuando nos trasladamos a vivir a Mataró –Encarna dejó por un momento los bolillos y miró a su hija por encima de las gafas- En aquellos tiempos, formábamos equipos de dos limpiadoras y nos encargaban un grupo de empresas y oficinas. Yo formé equipo con Nati, una jovencita muy descarada, pero que trabajaba muy bien. Encajamos nada mas presentarnos. Nos combinábamos el trabajo a nuestra comodidad y si un día alguna de las dos no podía ir, la otra la cubría sin reparos. Juntas limpiábamos – levantó la vista al techo intentando hacer memoria- el concesionario de la Opel de la carretera, los despachos de la fábrica Abanderado y todas las oficinas del Banco Central y de Banca Catalana de Mataró.

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Encarna reemprendió sus movimientos de bolillos y siguió hablando: - Después de más de seis meses sin ninguna queja, de un día para otro, Nati fue despedida. Por lo que llegó a mis oídos, además de vaciar las papeleras y de fregar los suelos, mi joven compañera se acostaba con el vigilante de la fábrica y con el apoderado de Banca Catalana. Dos hombres sin relación entre sí, que compartían chica de la limpieza y amante. Lola sintió rabia por no habérsele ocurrido a ella esa posibilidad. Estaba claro que no había investigado aquellos servicios comunes de ambas víctimas. En un instante se le ocurrieron miles de posibilidades: la dependienta de la tienda de fotografía, el encargado de limpieza y…. Dio un salto y se puso en pie mientras gritaba: - ¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Que buena eres, mamá! –le dio un sonoro beso en la mejilla, mientras buscaba el teléfono para ponerse en contacto con sus subinspectores. El de Martínez estaba fuera de cobertura. La inspectora se acordó que él y sus hermanos acostumbraban a alquilar una casa rural en un pueblo apartado del Pirineo para pasar las fiestas de Navidad juntos. Al “Abuelo” no le gustaba tener que dormir en un colchón tirado en el suelo mientras sus sobrinitos no paraban de gritar en toda la noche, pero lo aceptaba en aras de la unión familiar. Probó con Mestres. El joven policía descolgó inmediatamente. - Feliz Navidad, jefa -respondió sin esperar a oír la voz de LolaNo esperaba tu llamada. Creía que ya habías tenido suficiente 196

con tener que aguantarme todos los días de la semana, pero te lo agradezco. - Aaah, sí –dudó- Feliz Navidad para ti también. Escucha una cosa. Se me ha ocurrido una nueva línea de investigación que no habíamos tenido en cuenta. Mañana hay que llamar a la Caixa Catalunya y a la Caixa Laietana para que nos den un listado de… - ¡Para el carro, jefa! –gritó el policía- Has cenado algo que te ha puesto la adrenalina por las nubes ¿verdad? Lola se quedó en silencio. - Mañana es Navidad y todos los banqueros de este país tienen fiesta. No se a quien quieres llamar, pero seguro que no está. Tendremos que aplazar tu urgencia hasta el lunes. ¡Y tómate una tacita de valeriana antes de irte a dormir, que te noto un tanto acelerada! Después de colgar el teléfono, Lola se quedó inmóvil. ¡Dos días sin hacer nada no los aguantaría! Estaba demasiado ansiosa por corroborar su nueva teoría. La madre rompió sus pensamientos: - Ahora que ya he resuelto el caso del siglo ¿por qué no abrimos los regalos que nos ha dejado Papá Noel? Nerea, que se había instalado en el cuartito del fondo para chatear con sus amigos en el ordenador de los abuelos, gritó: - ¡Valeee! ¡Me pido primera para abrir los míos!

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La mente de Lola estaba en otra parte, intentando resolver los enigmas del caso.

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Son las 04:40. A babor reconozco el alto edificio de oficinas del Rengle, con su característica antena en la azotea. Justo enfrente la proa, se presenta el faro de Mataró, con sus cuatro destellos verdes. Ya estoy en casa. La “Angelina II”, a pesar de su edad, ha demostrado su espíritu marinero y ha navegado a una velocidad constante de 7 nudos. Enfilo las balizas señalizadoras que marcan, con sus luces verdes y rojas, la bocana del puerto de Mataró. La noche es fría pero tranquila y no se percibe ningún movimiento en tierra. A las 04:57 atraco el barco en uno de los pantalanes que hay casi enfrente de la gasolinera, lejos de las miradas de los que frecuentan los bares y las discotecas del puerto. A escasos metros tengo aparcado el viejo Renault 4 que en su día utilizaba Ramón. El automóvil no está para muchos viajes, y me costó mucho trabajo arrancarlo después de tanto tiempo sin moverlo. Pero no me ha quedado otro remedio que sacarlo del garaje ya que la furgoneta se ha quedado en Barcelona, hasta que vaya a buscarla cuando se haga de día. Abro el portón trasero del 4L y extiendo una lona impermeable que cubre la parte posterior de los asientos traseros, abatidos para dejar más espacio. Antes de volver a subir al barco, compruebo que no haya ninguna parejita haciéndose arrumacos en el paseo superior. Subo la escalera del rompeolas y miro a derecha e izquierda. No hay nadie. Vuelvo a subir a la embarcación, no sin antes comprobar de nuevo si alguien está pendiente de mí. Abro el arcón y aparto la lona de botavara que cubre a Leviatán. Está empezando a despertarse de su sueño y sus pequeños ojos rasgados me miran estupefactos. Lo vuelvo a cubrir con la funda y lo cargo sobre los hombros. La herida 199

provocada por el arpón empieza a dolerle y lanza un gemido contenido por la gasa de algodón que llena su boca. No ha pasado ni un minuto y ya está tumbado en el maletero del coche. Lo cubro nuevamente con la funda de botavara. Con la manguera que hay en el pantalán, rocío la embarcación con agua dulce para quitarle el salitre del viaje y cierro la llave de paso del gasoil. Después, apago los instrumentos electrónicos y coloco las lonas de fondeo sobre los cristales. Al viejo automóvil le cuesta arrancar y cuando lo consigo, suelta por el tubo de escape un denso humo negro que deja una señal de carbonilla en el suelo asfaltado. Pongo primera y abandono lentamente el recinto portuario. Cuando sube la valla de paso, saludo con la mano al vigilante de la garita, aunque no parece percatarse de mi presencia ya que está concentrado mirando un pequeño televisor. Conduzco por la carretera nacional en dirección a Vilassar de Mar, hasta que en la rotonda donde confluye la Ronda de Mataró con la carretera nacional, al lado de la gasolinera, observo que hay un vehículo de los Mossos de Esquadra. Dos agentes están de pie en medio de la calzada, realizando lo que supongo es un control de alcoholemia. Obligan a parar a todos los vehículos que circulan, como yo, en dirección sur, por ser los que posiblemente vienen de fiesta de los locales de ocio de Mataró. Me maldigo por no haber previsto que en Nochebuena cabía esperar la presencia de policías en labores de vigilancia y prevención de accidentes provocados por la ingestión de alcohol. Es un olvido imperdonable.

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Estoy parado con tres coches delante y otros tantos detrás. Me he metido en una ratonera de la que no puedo escapar. Por el retrovisor observo la lona que cubre a Leviatán en la parte de atrás del coche. Se acelera mi respiración. Noto cómo el corazón empieza a bombear sangre con más fuerza y a mayor ritmo cuando el agente acerca su linterna al viejo Renault. Con una seña me pide que abra la ventanilla. - Buenas, noches. No se si sabe que su coche no tiene la ITV en regla. ¿Me permite su documentación, por favor? –el policía se dirige a mi mientras su compañero se mantiene en actitud vigilante unos metros más atrás. Soy consciente que no tengo la documentación del 4L a mano, pero hago ver que busco en las bandejas inferiores. Después de unos segundos de infructuosa búsqueda, le entrego mi carnet de conducir mientras me disculpo. - Lo siento, pero los papeles del coche los he olvidado en la masía. He salido un momento para buscar a mi perro que se ha escapado y vengo destrozado porque no lo he encontrado por ninguna parte. Se trata de un podenco andaluz de color canela, muy buen cazador ¿No se habrán cruzado con él por casualidad? El policía niega con la cabeza mientras apunta mis datos en una libreta. Ahora que estoy tan cerca del final, sería injusto que me descubrieran, que mi plan no pudiera completarse por un simple descuido. Observo atentamente al agente, que sigue escribiendo sin inmutarse. Al final me tiende un papel. - Tengo que denunciarle por no llevar la documentación de su vehículo y por no haber pasado la correspondiente revisión 201

obligatoria. Tiene diez días para justificar que la ha realizado. Puede continuar. Una oleada de tranquilidad invade mi cuerpo al escuchar que me permite seguir el camino sin hurgar en la parte de atrás del coche. He estado demasiado cerca del fracaso. Intento relajarme y le doy a la llave de contacto del 4L. Esta vez se pone en marcha a la primera. Avanzo lentamente por la rotonda y me reincorporo a la carretera nacional. Por el retrovisor veo como se alejan las luces azules del coche patrulla. Lanzo un fuerte suspiro, seguido de una sonora carcajada. No ha sido un golpe de suerte. La única explicación posible es que Dios está de mi lado.

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Seis Daniel ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad; y ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe. Y yo mismo, en el año primero de Darío el medo, estuve para animarlo y fortalecerlo.( Dn. 10:21)

Navidad de 2010. La noche ha sido muy fría. La mujer del tiempo había advertido que estaba prevista la entrada de una masa de aire polar proveniente del norte de Rusia, acompañada de fuertes ráfagas de viento. Por suerte no llueve ya que el viento ha escampado las nubes, pero el termómetro de la terraza del piso de Lola marca un grado bajo cero. Son las nueve de la mañana del día de Navidad, y nuestra inspectora ya está vestida y dispuesta a no 203

desaprovechar ni un minuto. La conversación de la noche anterior le había abierto un sinfín de nuevas posibilidades que está ansiosa por explorar. A pesar de que es consciente de que tanto hoy como mañana domingo no va a poder cotejar con datos sus nuevas hipótesis, no se va a tomar el día de descanso. Aunque Lola está libre de servicio, su manera de ser no le permite quedarse en casa mirando como crecen las plantas o limpiando cristales. Ella necesita acción y cualquier episodio de inactividad se acaba convirtiendo en un tormento. Como en otras ocasiones, cuando se enfrenta a un enigma por resolver, su mente no para de dar vueltas y lo único que la tranquiliza es avanzar en el caso, hasta límites que rayan en la obsesión. Quizás por esa razón es tan buena policía. Nada más pisar la calle, un gélido viento racheado se cierne sobre su rostro y tiene la sensación de que le están clavando infinidad de diminutas agujas. Acelera el paso y hunde sus manos en los bolsillos del chaquetón. Al llegar frente a la comisaría, su cara ha adquirido un color rosado, especialmente en los pómulos, la punta de la nariz y las orejas. Cuando cruza la puerta, percibe el contraste de temperatura. Alex, el joven policía en prácticas que lleva una mañana de lo más tediosa, se levanta con cara de sorpresa y la saluda con una amplia sonrisa. - ¡Feliz Navidad, inspectora! No esperaba que hoy se acercara por aquí. Hasta ahora, todo tranquilo excepto la máquina del café, que no funciona. - Feliz Navidad, Alex. Estaré un rato arriba, a ver si llega un fax que estoy esperando. Si hay algo, me avisas.

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- De acuerdo, inspectora, aunque me parece que hoy será un día plácido. Al entrar en el despacho, Lola comprueba que la bandeja del fax contiene unos folios. Los coge ávidamente. Se trata del informe de la autopsia de Xavier Mercader que el forense se comprometió a enviarle. No cabe duda de que Izaguirre es un buen profesional. En el margen superior está impresa la hora y la fecha de entrada. Las 22:01 de ayer. Además, acabó a tiempo para la cena de Nochebuena. Empieza a leer los resultados de la autopsia. “En el momento de su muerte, Xavier Mercader presentaba elevados niveles de glucosa en sangre y una total deshidratación”. Tomando como cierta la diabetes del difunto, Izaguirre aventura que “esto puede haber sido provocado por una posible suspensión de las dosis de fármacos hipoglucemiantes combinado con un aumento de la actividad física. En sus muñecas y tobillos se aprecian laceraciones provocadas por haber estado atado con cuerdas o bridas. En el cuello y hombro izquierdos se infieren cinco heridas alineadas de unos cuatro centímetros de profundidad, realizadas con algún tipo de pieza metálica curva y afilada, parecida a un garfio. No afectan a ningún órgano vital. Estas heridas estaban cubiertas de una ceniza gris, posiblemente un tipo de incienso aromático. Se establece como hora del fallecimiento más probable, el intervalo entre medianoche y las dos de la madrugada del

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viernes. El cadáver fue trasladado post-mortem y colocado en el lugar donde se encontró”. Como última causa de la muerte, Izaguirre se decanta por “el infarto de miocardio, provocado por una hipovolemia severa que conllevó un desequilibrio hidroelectrolítico irrecuperable y una falla cardiovascular. Diagnóstico: Muerte por cetoacidosis diabética”. En el apartado de consideraciones finales, el forense explica que “el fallecimiento de Xavier Mercader ocurrió en horas. Como apuntan las laceraciones en muñecas y tobillos, así como las heridas del cuello y hombro, el difunto fue atado y privado de los medicamentos propios de un enfermo de diabetes, lo que cabe suponer que le provocó un estado de gran excitación. Ello provocó un aumento de la glucosa hasta límites muy altos lo cual, a su vez, incrementó sensiblemente la producción de orina y, en consecuencia, le llevó a la deshidratación casi total. En este estado, el difunto sufrió un shock por bajada súbita de la tensión, sobreviniéndole un infarto que acabó con su vida”. Lola releyó varias veces el informe, hasta hacerse una idea aproximada de lo que le podía haber ocurrido al señor Mercader. Buscó en el expediente del caso los resultados de la autopsia de Jordi Puig, con la esperanza de descubrir algún patrón común entre las dos muertes. Todo apuntaba a que Xavier Mercader fue atado y amordazado, posiblemente en la misma cama en la que se había grabado la agonía del director del banco. También tenía signos de violencia. El primer cadáver tenía la nariz rota y éste tenía heridas realizadas con un garfio que podían haberse hecho con el fin de inmovilizarlos. La diferencia era que Xavier 206

Mercader era diabético y, por tanto, necesitaba tomarse diariamente una serie de fármacos para controlar su producción de glucosa. Atado y amordazado, sin poder tomar sus medicinas, en estado de tensión, sin agua ni alimentos, la muerte le sobrevino en horas, sin que su secuestrador pudiera hacer nada para evitarla. Lola se convenció de que debía descartar la hipótesis de los rituales orientales. Lo que parecía claro era que los dos amigos habían sido sometidos a un episodio de tortura, más que de ritual. Atados a una cama, desprovistos de bebida y comida hasta la muerte, todo apunta más bien a la acción de un loco o a una venganza. Quien los secuestró quería que sufrieran hasta morir. ¿Quién podría torturar a los dos amigos hasta la muerte? A Lola le vino a la mente una frase que pronunciaba de forma recurrente un policía veterano, antiguo guardia civil, que conoció en la academia: “No pierdas el tiempo. Detrás de una muerte violenta siempre hay sexo o dinero”. En este caso no parecía que hubiera ningún episodio de enfrentamiento sexual, aunque no lo podría descartar completamente. En cambio, el dinero estaba muy presente. Los dos hombres asesinados disfrutaban de una buena posición social, aunque con ingresos no justificados por sus nóminas. Jordi Puig fue investigado por la propia caja de ahorros dado su alto nivel de vida. Xavier Mercader había comprado diversas propiedades inmobiliarias y había hecho inversiones en bolsa muy por encima de su sueldo. Y este despegue económico de ambos se situaba a mediados del año 2009. Precisamente cuando el enigmático chino “señor Juan” había vendido el local que después ocuparía la mezquita de Mataró. 207

La inspectora Moreno se convenció que si juntaba la tortura sufrida por los dos asesinados, con su enriquecimiento fulgurante a raíz de sus relaciones con un miembro destacado de la mafia china de Cataluña, tenía ante sí un escenario que apuntaba directamente a un ajuste de cuentas. Quizás Puig y Mercader, viendo el enorme negocio en el que estaban metidos, cayeron en la tentación de establecerse por su cuenta, dejando a los chinos fundadores sin su parte del pastel. Y como la mafia no puede permitirse disensiones, había procedido a eliminarlos cruelmente, dejando el aviso a otros socios de que la independencia empresarial era un camino sin retorno. Pero esta hipótesis de la mafia china no le acababa de encajar con la conclusión a la que había llegado ayer por la noche de buscar un loco que trabajara con los dos muertos. ¿Debía buscar a chinos mafiosos o a un loco con quien compartían trabajo? ¿O a un chino loco que trabaja en la Caixa? Lola apartó esta línea de pensamientos de su cabeza, ya que la estaban llevando a puntos que rayaban la absurdidad. Optó por seguir la línea de investigación que apuntaba hacia la mafia china, aplazando para el lunes, cuando podría pedir la relación de los empleados y colaboradores, la hipótesis alternativa del empleado chiflado. En este orden de cosas, concluyó que tenía que encontrar la base del negocio que tanto dinero estaba generando y por el que cualquier mafia acabaría matando. El sofisticado laboratorio de la Rambla tenía que ser el eje de la sociedad, ya que, por las palabras de Mestres, en aquel sitio se podían montar películas al más alto nivel. A la inspectora Moreno no le extrañaría que se tratase de un centro de producción de videos piratas a gran escala, negocio que controlaba en gran medida la mafia china. 208

Miró el reloj de la pared. Las once menos veinte. Le apetecía mucho un café, ya que solamente había desayunado una magdalena un poco dura que encontró en la cocina. Recordó que Alex le había comentado que la máquina no funcionaba, por lo que decidió salir a tomar uno. Cuando fue a descolgar el chaquetón del perchero, se acordó del episodio que provocó aquel ataque de risa entre ella y sus dos subinspectores. Le vino a la mente que la mañana de la bronca con Mora aún tenía reciente la herida en la barbilla provocada por el ataque de los dos chinos. ¡Los chinos! Todavía no había descubierto de dónde habían salido. Se puso la chaqueta y decidió llevarse el expediente del caso para repasarlo tranquilamente. En el armario recordaba que había una vieja cartera de mano. Introdujo el grueso fajo de documentos en una maleta negra con diversos compartimentos y la cerró con la cremallera. Rebuscó en el cajón de su escritorio hasta dar con las llaves del laboratorio. Se tomaría el café en el centro. Anduvo por un Camí Ral casi desierto. La habitual aglomeración de coches y viandantes había desaparecido en aquella gélida mañana de Navidad. Alrededor de los contenedores de basuras se amontaban restos de cajas de regalos, especialmente juguetes y electrodomésticos. Un niño de unos cinco años pasó a su lado en una flamante bicicleta bajo la atenta vigilancia de su padre. Cada vez que cruzaba una de las estrechas calles perpendiculares que daban al mar, era zarandeada por una fuerte ráfaga helada que le dificultaba caminar. Al llegar a la Plaza de Santa Anna, y antes de entrar en el laboratorio, entró en la Churrería Rosita, justo enfrente del edificio que iba a visitar. Pidió un chocolate 209

con churros, se sentó en una de las mesas que daban a la ventana y se arregló el peinado, muy deteriorado por efecto del viento. Cuando el camarero se lo sirvió, tomó la humeante taza entre sus dos manos y aspiró profundamente el aroma de cacao y vainilla. El calor de la bebida se fundió en su cuerpo, expandiendo una sensación de bienestar por todos sus órganos. Lola cerró los ojos para disfrutar mejor del momento. Al abrirlos, concentró la mirada en el edificio del número 28 de la Rambla. En sus bajos, la tienda de fotografía con la persiana bajada. Se fijó en las ventanas del primer piso. Recordó que cuando visitó por primera vez el piso, le extrañó que las ventanas que daban a la calle estuvieran cubiertas por unas pantallas metálicas que aislaban la vivienda de la luz y los ruidos. De repente, algo no encajaba. Contó las ventanas. Una, dos tres, cuatro. Como el edificio sólo tenía un piso por planta, visto desde la actual perspectiva, a Lola le pareció demasiado ancho para el interior que recordaba. Se le encendió una lucecita ¡Una zona hermética!!! ¡El piso debía tener un paso donde estaban escondidos los chinos! Apuró el chocolate y los churros y abandonó el establecimiento cruzando la Rambla a toda prisa. Subió de dos en dos los escalones hasta el primer piso. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Al dar al interruptor, volvió a tener la sensación de estar en una nave espacial. Empezó a buscar con avidez algún tipo de trampilla que pudiera dar paso a la supuesta zona secreta. Primero se concentró en la parte que daba a la calle. Efectivamente, tras las pantallas metálicas, sólo había tres ventanas. La cuarta ventana debía esconder la sala que albergaba a los chinos. Con el puño dio repetidos golpes en las paredes, con la esperanza de detectar 210

algún ruido hueco, pero no encontró nada. Repasó los tabiques del pasillo central, incluso separó con gran esfuerzo el enorme armario metálico. Ningún resultado. “¡No puede ser! ¡Tiene que haber algún pasaje escondido!” pensó Lola sudorosa y sin aliento. Entró en la pequeña habitación de donde a ella le pareció que provenían los murmullos de los chinos el día en que fue atacada. Las dos sillas de oficina continuaban caídas en el suelo. Se acercó a la mesa de escritorio que estaba arrimada a la pared del fondo y tiró de ella hacia delante. Las patas metálicas chirriaron al desplazarse sobre el suelo. En la pared posterior, en la zona que cubría la mesa, Lola observó una tapa metálica de aproximadamente un metro cuadrado. En la parte superior de la tapa había algo parecido al tirador de una cajonera. La inspectora tiró de él y la chapa de hierro cayó al suelo con gran estrépito, dejando al descubierto un pasadizo oscuro. Lola pensó que tenía que llamar a comisaría para comunicar su hallazgo y pedir refuerzos, pero le pudo la curiosidad y decidió investigar primero. Ya llamaría cuando lo hubiese inspeccionado. Se puso a gatas y empezó a penetrar en el estrecho pasadizo. Después de tres o cuatro pasos, notó que las paredes laterales habían desaparecido. Se irguió con mucho tiento ya que desconocía la altura del techo de donde se encontraba. Tanteó la pared que tenía a su espalda hasta que encontró un interruptor. Una tenue luz procedente de una bombilla que colgaba del techo iluminó la estancia. Se trataba de una habitación estrecha, con algo más de dos metros de ancha por unos diez de larga. Presentaba un aspecto de obra a medio terminar. Las paredes no 211

estaban enyesadas y a pesar del polvo que había por el suelo, todavía se podían adivinar las antiguas baldosas de la casa, muchas de ellas con el dibujo completamente desgastado. A su izquierda, tres colchones se alineaban en el suelo, junto con varias mantas y colchas viejas amontonadas. En la esquina, varios libros viejos y sucios de su uso. Estaban escritos en chino o algún otro idioma oriental. Sobre una carcomida librería, un hornillo de acampada con diversos utensilios de cocina. En el fondo de un cazo todavía quedaban restos de arroz hervido. Dentro de un barreño de plástico tirado en el suelo, varios platos y cubiertos sucios. De la pared colgaba un calendario con caracteres chinos. Aunque era incapaz de descifrar el texto del calendario y el título de los libros, a la inspectora Moreno no le cabía ninguna duda de que en aquella zona habían estado sus chinos. Las condiciones eran lastimosas y seguramente los que dormían sobre los sucios colchones no tenían en regla su documentación. Se dirigió hacia el fondo de la estancia, donde se podía intuir la cuarta ventana que daba a la Rambla, cubierta por unos paneles de madera. Las rendijas existentes entre el marco de la ventana y el panel que cubría los cristales dejaban pasar unos haces de luz que daban un aspecto siniestro a la habitación. En el tabique que compartía con la otra zona del piso, había un enorme armario metálico, gemelo del que acababa de mover en el pasillo. Tenía las puertas cerradas con llave. Le dio un empujón apoyando la espalda en uno de los laterales, pero el armario apenas se movió. Estaba claro que, al contrario que su hermano, éste estaba lleno. Intentó forzar la cerradura sin éxito. Si quería descubrir lo que albergaba en su interior, no le quedaba más remedio que 212

esperar a sus compañeros. Salió de la sucia habitación gateando por el estrecho pasadizo. Una vez fuera, puso en pie una de las sillas caídas y se sacudió el polvo de los pantalones y los antebrazos. Por el teléfono móvil llamó a comisaría y se sentó a esperar. También llamó a su madre. La comida de Navidad tendría que esperar.

A los veinte minutos, llamaron a la puerta. Varios mossos d’esquadra uniformados escoltaban un hombre muy gordo vestido con un mono azul que acarreaba una pesada caja de herramientas. - Espero que sea algo importante. A las dos tengo que estar sentado a la mesa y no puedo retrasarme – comentó el fontanero resoplando por haber subido las escaleras corriendo – Si llego tarde, mi mujer me armará una bronca que no quiero ni pensarlo. ¿Dónde está el armario que hay que abrir? –preguntó dirigiéndose a Lola. Lola lo acompañó hasta la habitación y le señaló el pequeño agujero del pasadizo.

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- ¡Lo que faltaba! ¿Tengo que arrastrarme y pasar por ese agujero? La policía asintió. Pensó que, a pesar de la importancia del momento, la situación era francamente cómica. Quizás el orondo fontanero se quedaba atorado en el pasadizo y tenían que pedir una grúa para desatascarlo. - Es Navidad y me hacéis reptar como un gusano ¡Esto no hay dinero que lo pueda pagar! A pesar de su volumen, el fontanero se introdujo en la abertura de la pared con sorprendente agilidad. Lola y otro policía lo siguieron. Con un cincel y un mazo, el operario empezó a forzar la puerta del armario metálico. No tardó ni medio minuto en abrirla. Se oyó un “cloc” y la manija de hierro se precipitó al suelo partida en dos. - Bueno, amigos. Yo me voy a toda leche. Ya os pasaré la factura, que esta vez será con recargo. Que tengáis un buen servicio – dijo el fontanero mientras desaparecía por el agujero. Lola se puso unos guantes de látex y abrió de par en par las dos puertas. En su interior había tres estantes metálicos. En los dos superiores se agolpaban cientos de dvd en fundas de plástico individuales. Todas las fundas tenían una carátula consistente en un fondo blanco con un número de gran tamaño impreso en el centro. Los dvd estaban ordenados en orden creciente por número de carátula y de cada número había cinco o seis ejemplares. Empezaban por el número uno y los últimos correspondían al número setenta y dos.

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La parte inferior la ocupaba una especie de maleta metálica. Se le ocurrió que a lo mejor se trataba del cofre en el que Jordi Puig transportaba las cintas que le enviaban a la oficina y que mencionó el subdirector Julián Izquierdo en su interrogatorio. Con cuidado, abrió las dos cerraduras. Clac, clac. Cada una tenía una combinación de tres cifras, pero no estaban activadas. Levantó la tapa. Lo primero que vio fue una carpeta de anillas que contenía diversas hojas con una relación a tres columnas de algo todavía sin determinar. Parecía un resumen de pagos, ya que el encabezado de la primera columna rezaba “Nombre”, el de la segunda “Fecha” y el de la tercera “Importe”. Las páginas estaban numeradas. La inspectora fue directamente hasta la última. En su margen inferior derecho tenía impreso el número cincuenta y ocho. Hizo un cálculo rápido “Cincuenta y ocho páginas a unas treinta líneas en cada una eran más de mil quinientos apuntes” Dejó la carpeta en la estantería superior y ante sus ojos aparecieron otros treinta y nueve dvd, pero éstos de colores y fabricantes diferentes. En aquel momento, recordó lo que había leído hacía pocos días sobre las mafias chinas. Todos los dvd del armario apuntaban a que aquel piso servía como centro de distribución de películas piratas. El top manta de Mataró al descubierto. Oyó una voz proveniente del fondo del pasadizo. - Inspectora Moreno. Me han dicho que ha descubierto algo interesante y no quería perdérmelo.

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Era el sargento Cortés vestido con el mono blanco de la científica. Cuando se puso en pie, abrió los brazos y se acercó con intención de darle un abrazo. - Enhorabuena y feliz Navidad, Lolita ¿qué tenemos aquí? –dijo con una amplia sonrisa.

Mi misión está a punto de concluir. Primero libré al mundo del rey de la maldad, el infame Satanás. Fue él quien convirtió las imágenes del dolor y la infamia en un repugnante negocio. En sus ojos germinó la desdicha de los inocentes. Por su gran pecado, murió implorando clemencia. Después atesté el golpe contra los infiernos del que me siento más satisfecho. El primer lugarteniente de Satanás, el temible Mefisto, que se encargaba de reclutar almas puras para sus abyectos proyectos, confesó su culpa y pidió perdón por sus actos. El Señor me envió su bendición en justa compensación por haber conseguido la conversión de un diablo. A partir de entonces, mi plan estaba custodiado por los ángeles celestiales. Era intocable y nada lo podía destruir. En el altar purificador se está consumiendo el último de mis objetivos. Leviatán es el comerciante que ha dispensado los medios para la inmensa ofensa. Sin su intervención, la maldad no hubiera llegado a los niveles de repulsión que alcanzó. Ahora se debatía entre la vida y la muerte encadenado a un mísero 216

camastro. Es tal la podredumbre de su alma, que su cuerpo no cesa de supurar un líquido verdoso, signo inequívoco de la degradación a la que había llegado. Empezando por sus genitales, la purulencia se ha ido adueñando de otros órganos de su cuerpo, entre gritos de dolor. Cada vez que procedo a quemar el hediondo humor que expele, su boca pronuncia palabras en idiomas infernales, signo inequívoco de que la maldad aún habita en él. Con el sentimiento de estar cumpliendo con un deber divino, me recuesto sobre la húmeda arena de la playa. A pesar de que el sol está en su zénit, el frío es considerable y no hay nadie cerca de la orilla. Estoy solo, como toda mi vida. Si fuera cierto que cada uno de nosotros tiene prefijado un destino en esta vida, el mío no es otro que librar al mundo de tres diablos poderosos y dañinos. Y para poder llevar a cabo esta misión, fue preciso que antes sufriera una vida llena de dolor y soledad. El destino me deparó una infancia desgraciada. Fui un niño solo y asustado, sin familia ni amigos, que encontró refugio en la lectura de la Biblia. Yo hubiera preferido ser el hijo de Ramón, el pescador, pero el hado me tenía preparada la prueba más difícil que pueda imaginarse. Situó mi nacimiento en una familia que me haría probar en propia carne los límites del ser humano. ¡Cuántas veces había maldecido al Señor por haberme hecho nacer en aquella familia! Pero fue la bajeza de mi padre la que me hizo comprender el sufrimiento de aquellos pequeños. Y fue la inacción de mi atemorizada madre la que me impulsó a no dejarlos solos. Mi historia de penalidades me había preparado para esta misión. Y los resultados así lo confirman. 217

Algunos descreídos no dudarían en catalogarlo como una mera casualidad. Pero yo comprendí que el dvd que cayó en mis manos aquella mañana de septiembre obedecía al plan divino que el Señor tenía preparado para mí. Sus imágenes me transportaron de nuevo a mi infancia, y descubrí en los ojos de aquellos pequeños una llamada de socorro. Esos enormes ojos miraban la cámara pidiendo ayuda y compasión. Los mismos sentimientos que había vivido y que habían acabado anidando de forma perpetua en mi corazón. “El chico de la mirada triste” como me llamaba el anciano Ramón. Sentado ante el televisor, las imágenes de esos niños indefensos me hicieron revivir mis peores recuerdos. Después de veintitrés años, volví a llorar con las mismas lágrimas contenidas que ahogaron mi infancia. A pesar de los años transcurridos, me estremecí nuevamente con el ruido de la puerta de mi habitación al abrirse y sentí cómo mi padre se volvía a meter en mi cama. Temblé al notar sus manos callosas sobre mi cuerpo, mientras rezaba para que mi madre entrara y me librara de aquel perverso abrazo. Pero eso nunca ocurrió. Mi padre siguió entrando en mi cama y mi madre siguió callando. Con los años acabé aceptando la posibilidad de que mi padre fuera un enfermo, pero jamás he podido admitir la pasividad de mi madre. Yo era un niño pequeño e indefenso que pedía ayuda a quien decía amarme con todo su corazón. Pero ella jamás me quiso ni tan sólo escuchar. “No vuelvas con tus tonterías de siempre, Luisito” me contestaba cuándo le explicaba entre sollozos lo que me hacía su marido. Mi madre, en lugar de defender a su hijo, prefirió ignorar el problema. Le aterraba lo que llegarían a murmurar las vecinas si algún día se supiera la 218

verdad. Por eso, la escondía. Y los ataques de mi padre siguieron. Y sus silencios se hicieron más profundos. No podía abandonar a esos pequeños a su suerte como hizo mi madre conmigo y decidí actuar. Los pasajes de la Biblia que releía una y otra vez me señalaron el camino a seguir. Entendí que mi misión en la tierra no era otra que convertirme en fiel escudero del Arcángel Miguel en la encomienda divina de destruir al diablo. Y me puse manos a la obra. Tracé un plan detallado y preciso que escribí en un cuaderno. En él constan todas las actividades de los diablos, con indicación de horas y lugares. También enumero los nombres y direcciones de sus ayudantes y adoradores, con ramificaciones que alcanzan hasta los más altos centros de poder. He podido constatar que son legión los que siguen los dictados satánicos, contando entre sus filas a destacados políticos, a abnegados militares y a piadosos clérigos. Y como colofón final, establezco los pasos a seguir para su desmembramiento y destrucción total. Han sido meses de arduo trabajo, con demasiadas noches sin dormir, pero el resultado obtenido ha valido la pena. He concentrado en un cuaderno de tapas negras todo lo necesario para que esos infames no levanten cabeza nunca jamás. Ese cuaderno va a ser mi legado. Y para que su contenido llegue a las manos del Arcángel Miguel, encarnado en esa atractiva policía de rojos cabellos, he preparado meticulosamente el último capítulo del cuaderno. En el episodio final de esta misión, los Ejércitos del Señor sacarán de sus madrigueras a todos los espíritus malignos y los arrojarán al infierno. Entonces se habrá 219

cumplido mi destino y los pequeños sabrán que no están solos. Miles de ángeles velan por ellos para que recuperen la sonrisa y la inocencia perdidas. Pero no me corresponde a mí erigirme en Salvador de Almas. Sólo soy un simple escudero. El éxito concierne a quien lo pergeñó, que no es otro que Dios Nuestro Señor y a su milicia celestial. Por esta razón, debo ceder el mérito y los honores de tan alta misión a quien debe ostentarlo y me retiro con la satisfacción del deber cumplido.

La inspectora Moreno había salido a toda prisa del laboratorio, ya que no estaba dispuesta a continuar ni un segundo más cerca del sargento Cortés en una sala oscura. Ahora intentaba entrar en la comisaría, pero su carga se lo impidió. Llevaba colgada en bandolera la cartera negra con el expediente del caso mientras sujetaba la pesada maleta metálica con sus dos manos. Iba a depositarla en el suelo, cuando un agente que salía en aquel momento abrió las puertas para que pudiera entrar. - Buenas tardes, inspectora –le dijo Alex apartando un momento el auricular del teléfono- Acaban de dejar arriba unas cajas con unos dvd que han decomisado. Además… Lola no se detuvo. La maleta pesaba lo suyo y no se veía con fuerzas de reiniciar la marcha si la ponía en el suelo. Al entrar en 220

su despacho, comprobó que habían dejado en el suelo unas cajas de cartón que contenían los dvd con las carátulas numeradas. Dejó caer el cofre metálico sobre la mesa de Martínez y se frotó los brazos para relajarlos después del esfuerzo realizado. Una voz desconocida que procedía del fondo de la sala la sobresaltó - ¿Inspectora Moreno? – preguntó con voz grave un hombre de unos cincuenta años que estaba sentado en la silla de Mestres. - Yo misma –contestó Lola desconcertada. El hombre se levantó. Su cara estaba picada por la viruela y lucía un poblado bigote. A su lado, había una mujer menuda de rasgos orientales, que le dedicó una franca sonrisa. - Permítame que nos presentemos – el hombre le tendió una mano gorda y fuerte a Lola- Mi nombre es Gregorio San Martín y soy teniente del ECO de Cataluña, el equipo contra el crimen organizado de la Guardia Civil. Ella es la agente Jianping Ye. - Encantada ¿En qué puedo ayudarles? Los dos guardias civiles se miraron sorprendidos. El teniente tomó la palabra. - Me parece que sus superiores no la han avisado de nuestra participación en el caso. Lamento que nos hayamos conocido de esta forma. - Efectivamente, nadie me ha informado de que la guardia civil iba a intervenir. Pero seguramente lo harán después de dar la 221

noticia a la prensa. No se preocupen por mí. Estoy acostumbrada -respondió Lola molesta. Albert Mora seguía con su guerra personal. - Lo siento. Para su información, esta semana tuvo lugar en Barcelona un encuentro con la policía de Croacia. Al tener conocimiento de que nuestro grupo estaba investigando a la mafia china, el inspector-jefe Mora nos pidió si podíamos colaborar en el caso que tienen entre manos y accedimos encantados. Es una de nuestras prioridades y más teniendo en cuenta los acontecimientos de ayer por la noche. - Todavía no estamos muy seguros de que sea un caso de mafia china, pero no hay problema. Siga, siga –interrumpió Lola con aire cansado. - ¿Pero al menos están investigando a un tal Wang Lu, no? Lola asintió y animó a su interlocutor a continuar. - El ECO lleva siguiendo a Wang Lu desde el pasado mes de agosto, pero aún no lo hemos podido pillar con nada relevante. Nuestros compañeros de Valencia lo relacionan con diversos delitos de piratería y prostitución, pero se trata de un tipo desconfiado y escurridizo. “O sea que, al final, mi amado jefe ha decidido dejarme claro que el caso me había desbordado”, pensó Lola. En circunstancias normales, no le gustaba que otro equipo de investigación metiera sus narices en un caso que estaba asignado a su unidad, pero tuvo que reconocer que, en esta ocasión, no le venía nada mal recibir un poco de ayuda. Estaba agotada por los súbitos 222

cambios que daba el caso, por lo que decidió cooperar y dejar a un lado la habitual desconfianza entre policías de cuerpos diferentes. - Bienvenidos al caso más enrevesado con el que me he tropezado en mi vida, Gregorio y –dudó- Jian.. - Jianping –intervino la mujer. - A mí puede llamarme Goyo –contestó el guardia civil sacándose la chaqueta – Gregorio sólo me llamaba mi abuelo, y era porque llevo su mismo nombre. - Aunque debería ponerles en antecedentes del caso, antes que nada me gustaría empezar visionando el contenido de los dvd que hemos encontrado esta mañana en un laboratorio que parece financiado por su sospechoso. - Es su caso, y usted manda, inspectora –dijo el teniente. - Llámeme Lola, por favor. Lola se levantó y conectó el pequeño televisor del despacho. Los dos guardias civiles se sentaron en un lateral. A continuación introdujo uno de los dvd de la maleta en el reproductor y dio dos pasos hacia atrás mientras pulsaba el “play” en el mando a distancia. Las imágenes que aparecieron los dejaron sin habla. Se trataba una grabación casera de pornografía infantil en la que un niño de raza negra que no tendría más de cinco años era salvajemente violado por un adulto de raza blanca que cubría su rostro con un antifaz. Lola extrajo el dvd y puso otro en la bandeja. El argumento era el mismo, pero en este caso era un 223

bebé de pocos meses. Lola sintió una arcada y apagó el reproductor. El teniente San Martín se dirigió hacia la caja que contenía los dvd con las carátulas numeradas. Escogió al azar los números siete y doce y se dispuso de ver su contenido. Lola le entregó el mando a distancia. No podía comprender quien podía hacer esto con esos niños. Las nuevas imágenes eran todavía más denigrantes. Mientras los dvd de la maleta metálica contenían grabaciones caseras, los numerados eran filmaciones completamente editadas. El sonido había sido filtrado y las imágenes retocadas para ofrecer una mejor calidad. Jordi Puig y Xavier Mercader no ponían música a las filmaciones familiares de sus compañeros. Se estaban enriqueciendo con un negocio de pornografía infantil de alto nivel. - ¿Está bien, inspectora? –el teniente apagó el reproductor. - Después de haber visto esto, dudo que nadie pueda estar bien. La agente Jianping se sentó frente a Lola y habló con voz suave. - Es difícil de digerir, no la voy a engañar. Pero no es la primera vez que nos topamos con películas como ésta. La diferencia está en que estos videos son de una gran calidad. - ¿Cómo puede hablar de calidad con unas imágenes tan repugnantes? - Me refiero a calidad audiovisual. Por mi experiencia en casos similares, me parece que los dvd del cofre son originales 224

grabados de forma casera. Más tarde el contenido se editaba para convertirlo en una película lista para su distribución ¿verdad Goyo? - su compañero asintió. - ¿Y la numeración? ¡No me diga que esos cabrones hacen episodios con las violaciones de esos niños! - Más que episodios son actualizaciones. Para estos canallas, cada vez es más difícil la distribución de pornografía infantil por internet. Todas las policías disponemos de equipos especializados que están al acecho ante nuevas páginas de ese contenido. Y continuamente aparecen nuevas asociaciones privadas que también navegan buscando páginas web sospechosas. Apuesto a que este grupo decidió dar un servicio a la carta de mayor calidad. - ¿Pornografía infantil a la carta? - Sí, la bajeza de algunos no tiene límites. Imagínese una empresa que se dedica a captar suscripciones periódicas de pederastas. Es como vender una enciclopedia por fascículos. El coste total alcanza unas cifras altísimas. Lo único que se necesita es material nuevo cada mes o cada semana que satisfaga la perversión de los clientes. - Si esto es como usted dice, significa que hay un grupo de personas grabando constantemente estas atrocidades. - Así es. Unos se ocupan de filmar, otros de editar las películas con el material inédito de la semana y otros de distribuir los dvd entre los suscriptores. Como puede suponer, esto no es un self service de pornografía como es internet, donde cada uno puede 225

encontrar las imágenes colgadas. Esto es un servicio de alto nivel, un elitista club de pedófilos en el que sus degenerados socios pueden llegar a pagar precios astronómicos a cambio de tener siempre imágenes nuevas. ¿Sabe de alguien relacionado con el caso que haya experimentado un súbito enriquecimiento? - Por supuesto: Los dos muertos. Pero permitidme que os haga un resumen de lo que hemos descubierto hasta el momento. Habéis entrado en el caso por el final, y vale la pena que os ponga al día de lo ocurrido. Lola sacó el expediente de la cartera negra y se lo entregó al teniente. Se puso frente a la pizarra con las anotaciones que había hecho Martínez y empezó su relato. Eran las cinco de la tarde del día de Navidad.

Una hora y media más tarde ya había terminado la exposición. Mientras el teniente no había tomado una sola nota, Jianping Ye no paró de teclear en el pequeño notebook que llevaba en el bolso. - Lo que nos explica, encaja perfectamente con nuestras averiguaciones –la agente giró la pantalla de su ordenador para que Lola pudiera verla- El hombre de la foto es Wang Lu – era una fotografía de un hombre bajito que vestía un traje blanco y 226

unos zapatos rojos. Salía de un coche de alta gama- La fotografía la tomé ayer por la noche cuando entraba en el hotel Arts de Barcelona. El teniente San Martín continuó la explicación. - Nuestro equipo lleva varios meses siguiendo a Wang Lu. Tiene cincuenta y seis años y nació en la región de Guangdong, al sur de China. Pertenece a la etnia Han y a los veinte años se trasladó a Amsterdam, donde entró a formar parte de la conocida tríada 14K. En 1996 se le detecta en Madrid, junto con su primo Yi Dong Han. El primo fue detenido durante un operativo de la Policía Nacional contra la piratería musical y cinematográfica, pero Wang Lu consiguió escapar refugiándose en Portugal. En aquellos años ya se calculaba que la capacidad de producción de videos piratas estaba en más de 1.200.000 copias mensuales. - ¡Menudo perla! – exclamó Lola, absolutamente fascinada por el amplio conocimiento que tenían del “señor Juan”. Jianping prosiguió el relato de la vida y milagros del chino. - En el año 2001 vuelve a España y se hace con el control del negocio de su primo. Pero las relaciones que trenzó en Portugal, así como su habilidad en los negocios, le permiten multiplicar por diez los ingresos al ampliar las actividades a restaurantes, bazares y talleres textiles clandestinos. Precisamente, el año pasado se desarrolló una actuación contra estos talleres en Mataró, pero nuevamente consiguió escapar. - Yo estuve en el operativo –intervino Lola- pero me dio la impresión de que no se conseguía llegar al meollo de la 227

organización y nos limitábamos a detener a unos pobres desgraciados que trabajaban por cuatro cuartos y un colchón donde dormir. - Efectivamente, pero el ECO, en colaboración con los Mossos d’Esquadra, hemos seguido nuestra labor de información. Y desde mediados de este año, al detectar un súbito incremento de su presencia en Mataró, montamos un seguimiento de Wang Lu. Por lo que hemos descubierto hasta la fecha, está organizando una red de peluquerías chinas que ofrecen el llamado “final feliz”. - Piratería cinematográfica, prostitución y por lo que acabamos de ver – San Martín señaló los dvd numerados- ha entrado fuerte en el campo de la pornografía infantil. Tenemos suerte de poder contar con la agente Jianping, que está llevando el peso de todo el operativo ya que es imprescindible contar con alguien que conozca el chino, tanto cantonés como mandarín, ya que de otra forma no podríamos entender sus conversaciones. Ayer por la noche, el seguimiento llevó a Jianping hasta el puerto olímpico de Barcelona, donde se tomó la fotografía que le acaba de enseñar. Pero sigue, Jianping, que esto es cosa tuya – el teniente de la guardia civil cedió la palabra a la agente china. La mujer habló despacio. Su melodiosa voz tenía un leve acento que amortiguaba los sonidos fuertes, como son las erres y las ces. Si hiciéramos un símil con los diferentes tejidos, su castellano era como un pañuelo de seda, frente al rudo algodón de su compañero.

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- Todos los viernes, Wang Lu visita un local del puerto olímpico, donde se reúne con destacados miembros de la mafia china en Barcelona. Juegan a cartas y se reparten las zonas y los negocios entre las diferentes familias. Ayer no faltó a la cita y a las siete de la tarde entró en el viejo almacén del Muelle de Marina. Pero pasó algo imprevisto. - No me diga que también ha desaparecido –dijo Lola en tono indolente. - Pues la verdad es que sí. Wang Lu no volvió al hotel de madrugada y su guardaespaldas se puso fuera de sí. Le escuché llamar por teléfono y decir que su jefe se había…-la mujer buscaba la palabra exacta- volatilizado. Eso dijo. Con grandes aspavientos, el guardaespaldas Zhou explicaba que Wang Lu había salido a dar de comer a los peces del puerto y se había desvanecido. Lo curioso es que, según él, no le había quitado el ojo de encima en toda la noche. - ¿Podría ser que Wang Lu se hubiera escondido al conocer el asesinato de sus dos socios? - Estamos seguros de que no –intervino San Martín- Si hubiera decidido apartarse de la circulación durante un tiempo, tenía alternativas mucho más seguras y discretas que la de esperar a estar en el puerto olímpico. - Me parece que también habéis descartado un ajuste de cuentas desde dentro ¿verdad? - También descartado. Todos los guardaespaldas se movilizaron para encontrar a Wang Lu. Lo buscaron por todo el puerto 229

olímpico, sin resultado. Wang Lu había desparecido ante sus narices y los demás miembros de la reunión parecían muy preocupados y asustados. Incluso tuvimos que replegarnos para que no nos descubrieran. - Vosotros que conocéis con mayor detalle el funcionamiento de estos desgraciados ¿Tenéis alguna explicación a este embrollo? Ahora quien se levantó fue el teniente San Martín. Se dirigió hacia la pizarra y con un movimiento rápido empezó a borrar las anotaciones que había hecho Martínez al principio del caso. Lola iba a protestar, pero ya era tarde para hacerlo, pues el fornido guardia civil había eliminado más de la mitad del contenido. Lola se relajó. El guardia civil dibujó un triángulo y en cada uno de sus vértices añadió un círculo. - Todo empieza con alguien que está dispuesto a financiar el negocio de pornografía infantil, pero quiere que sean otros los que se pringuen con el trabajo más asqueroso. En este caso, está claro que Wang Lu es el socio capitalista. Él pone los medios para montar ese laboratorio que habéis descubierto – escribió el nombre de Wang Lu en el círculo superior. Cambió el color del rotulador y prosiguió. - Luego se necesita alguien que tenga acceso a niños pequeños. Normalmente es un profesor, un portero de colegio o el empleado de una guardería. Se trata de una persona encantadora, que genera una gran confianza. Ello hace que los padres no tengan reparos en que sus hijos pasen muchas horas 230

con él. Incluso, cuando los detenemos, hay padres que organizan protestas para que los liberemos. En tu caso Lola ¿quién puede hacer esta función? - No se me ocurre nadie. ¡Espera! –saltó de repente- Xavier Mercader era monitor de baloncesto en una escuela de la zona. - ¿Tenía acceso a algún local cercano a la escuela? –preguntó Jianping. - ¡Por supuesto! Era propietario de dos locales enfrente del colegio ¿Vosotros creéis que se dedicaba a captar a los niños? - Me parece que sí. Encaja en el perfil. De momento, pondremos su nombre, aunque sea provisionalmente. El tercero en discordia es un técnico en producción audiovisual, que transforma las grabaciones en productos acabados y listos para su venta. Y este es vuestro banquero rico. Lola se quedó pensativa. - Lo que a mí no me cuadra es que hay alguien que se mueve con una furgoneta Peugeot Partner de color blanco y que se ha cargado a dos de los socios –la policía hizo una pausa- Si es que no se ha cargado a los tres, ya que por lo que me habéis contado, Wang Lu también ha desaparecido. - Lo que voy a decir, que quede entre nosotros, pero ¿no podría tratarse de un policía que quiera tomarse la justicia por su mano? Por lo que he visto en estas filmaciones –el guardia civil señaló la caja con los dvd- este grupo ha organizado durante meses violaciones sistemáticas de niños pequeños, vendiendo las 231

imágenes con total impunidad. Quizás algún miembro de los cuerpos de seguridad los descubrió y decidió actuar por su cuenta. Pensad que demasiadas veces los policías comprobamos con impotencia que las penas que imponen a estos desgraciados no son todo lo ejemplares que deberían ser. Además, si tiene acceso al expediente del caso, dispone de mucha información que le permite ir un paso por delante –comentó Goyo bajando la voz. - El tipo que los ha matado no está bien de la cabeza, por lo que no descarto que se trate de alguien con placa. Pensad que los ata a una cama y los deja morir de hambre. Después lava los cuerpos y hasta les mete un pendrive en el recto o se entretiene en hacer una perfomance de no se qué matemático italiano. Hay que estar muy desequilibrado para hacer algo así. - Se me ocurre que podemos estar frente a un justiciero, un psicópata que cree que tiene que librar al mundo de criminales porque la policía y los jueces están atados de pies y manos. Soy muy aficionado al cine y me ha venido a la memoria una cinta de los años 70 en la que Charles Bronson se vuelve majareta perdido cuando matan a su mujer. Se pasa toda la película persiguiendo a los malos y matándolos de forma despiadada. Lola recordó la conclusión a la que había llegado la última noche, después de la conversación con su madre. El comentario del teniente San Martín sobre la posibilidad de que fuera un policía, había reafirmado su hipótesis. La profesión que suponía que tenía el asesino, encajaba en muchos puntos. Pero no podría comprobarlo hasta el próximo lunes, cuando las dos cajas abrieran sus oficinas. 232

El teléfono empezó a sonar. Era Encarna, que quería saber si Nerea se quedaba a dormir en su casa o la pasaría buscar. Miró el reloj. ¡Las nueve y cuarto! Contestó que antes de las diez pasaría a recogerla. Ningún problema. Su madre prepararía algo caliente para cenar. - Si no hay contraorden, tendremos que continuar la reunión el próximo lunes por la mañana–dijo Jianping nada más colgar el teléfono Lola- Mañana estamos de servicio y tenemos asignado el seguimiento de varios amigos de Wang Lu y de su guardaespaldas. Si te parece bien, tendré cargadas en el ordenador todas las fotografías del seguimiento del último mes y así les dais un vistazo. A lo mejor hay algún detalle que nos da una nueva pista. - Y si me quieres hacer caso –añadió el teniente San Martín- yo de ti guardaría bajo llave los dvd y no dejaría el expediente del caso en comisaría. Mejor que nadie lo pueda hojear, no sea que el policía justiciero tenga la tentación de volver a actuar.

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Siete Apocalipsis Hubo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el Cielo para ellos. Y fue arrojado el Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él." (Ap. 12, 7)

Domingo, 26 de diciembre de 2010. A Lola no le dejaba de dar vueltas en la cabeza la idea de que el culpable de aquellos asesinatos pudiera encontrarse entre alguno de sus compañeros. Ni Martínez ni Mestres eran capaces de tal atrocidad. Pondría la mano en el fuego por ellos. Pero tan sólo el hecho de haber cruzado la duda por sus pensamientos era motivo suficiente para su desazón. Realizó un rápido recuento de 234

los que habían tenido acceso al expediente del caso. En primer lugar estaba Albert Mora, el inspector-jefe, pero aunque era un cínico y un trepa insoportable, no le creía con arrestos suficientes para llevar adelante unas muertes como aquellas. Álex, el policía en prácticas, tampoco daba el perfil del típico psicópata, aunque había vivido algunos casos en que los más crueles asesinos llevaban una vida casi normal y eran muy amables con sus vecinos. Repasó mentalmente otros inspectores y jefes de equipo que conocía, algunos de ellos solamente de vista. Intentó recordar la cara de varios agentes con los que había coincidido en éste y en otros casos. Pero se le hacía muy difícil aceptar que alguno de ellos hubiera asesinado y torturado hasta la muerte a Jordi Puig y a Xavier Mercader, y que posiblemente estuviera haciendo lo mismo con el chino Wang Lu en estos momentos. A las nueve de la mañana había quedado con Mestres, al que había explicado por teléfono la incorporación de los dos guardias civiles y le había puesto al tanto de los últimos descubrimientos. Aunque el subinspector no debía incorporarse al servicio hasta el día siguiente, aceptó sin reticencias reunirse con su inspectora para intentar desentrañar el caso lo antes posible. Al entrar en el despacho, Lola vio a Mestres bastante alterado. - Jefa ¡estoy muy preocupado! Me parece que alguien se ha llevado el expediente del caso. No lo encuentro por ninguna parte –explicó mientras rebuscaba entre los documentos del armario.

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- En primer lugar, buenos días –respondió con firmeza la inspectora. Mestres dejó de buscar y se quedó mirando fijamente a su superiora. - Bue..enos días –alcanzó a balbucear. - Así me gusta más. Ahora vamos a solucionar tu preocupación. Que sepas que el expediente no ha desparecido. Lo tengo yo dentro de esta maleta – le dio una palmadita- Me lo llevé anoche a casa para repasar algunos puntos que no tenía claros. No se sintió muy satisfecha de haber mentido a su compañero, pero decidió no contarle la verdad. No quería explicarle que, aunque estaba segura de él, dudaba de todo y de todos. - En segundo lugar, no se si has visto el contenido de los dvd que encontré en el laboratorio –dijo señalando con la barbilla las cajas en la que estaban apilados. La cara del subinspector adoptó un rictus de seriedad y cerró con fuerza los puños. - ¡Malditos degenerados! Sé que lo voy a decir es muy poco profesional, pero si no fuera porque ya están muertos, yo mismo les descerrajaría la pipa en toda la cabeza a los hijos de puta que son capaces de hacer esas cosas a los niños –contestó el subinspector con rabia. “Querido Mestres, en estos momentos, este tipo de comentarios no me ayudan precisamente a descartar sospechosos” pensó Lola. 236

- Como has podido observar, ese laboratorio, que según tú, era “la caña de España”, no servía para otra cosa que para editar videos de pornografía infantil. Wang Lu, el chino del que nos habló Abdeslam El Harrak, es el que está financiando todo este tinglado. - Entonces ¿se trata de la mafia china, como apuntaba el jefe? - No corras tanto en darle la razón al jefe –dijo Lola - Está demostrado que la mafia china está implicada en el asunto, pero me parece que el asesino de Jordi Puig y Xavier Mercader hay que buscarlo en otro lado, ya que probablemente hayan secuestrado también a nuestro chino. Mestres movió la cabeza de un lado a otro, como intentando despejarse. - No sé si es porque ayer no estuve de servicio y aún no he digerido el capón y los turrones que me comí, pero percibo que el caso está tan complicado como siempre ¿me estás diciendo que también han secuestrado al chino “señor Juan”? - Probablemente. Y si eso es así, ya sabes que es lo que le va a pasar… Tenemos poco tiempo para encontrar y detener al asesino. Voy a hablar un momento con Mora sobre la posibilidad de agilizar una petición a la Caixa Catalunya y a la Caixa Laietana para que nos faciliten una relación de sus colaboradores. - ¡Ah! Lo que querías hacer por Nochebuena. Pues te advierto que hoy tampoco es un día muy adecuado. No se si debo recordarte que estamos en domingo y será complicado

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encontrar a alguien que quiera ir a trabajar. No todos los trabajadores son tan fáciles de convencer como yo. - ¡Pues tendrán que mover el culo rápido! He estado pensando y me parece que la única posibilidad es poner en antecedentes a la jueza Valdeolmillos. Precisamente hoy está de guardia. Le quiero pedir que dirija un oficio a las direcciones generales de ambas entidades ordenándoles una rápida contestación. Ya sabes que esta jueza no se anda con chiquitas. Y cuándo sepa que se trata de un caso de pedófilos, no te quiero ni contar cómo se va a poner. - ¿Y qué diablos quieres pedirles, si puede saberse? - La relación de los empleados de las empresas de seguridad que trabajan para ambas entidades. Creo que nuestro asesino es uno de ellos. Por su trabajo, un vigilante de los que transportan el dinero en un furgón blindado podría haber estado en contacto directo con los dos muertos y seguro que conoce la sucursal donde encontramos a Jordi Puig y la ubicación de las cámaras de seguridad. Se me ocurrió cuando mi madre me contó una historia de dos empleados de dos empresas diferentes que tenían como amante a la misma chica de la limpieza. El mismo empleado de seguridad puede trabajar en varios bancos. - Hummm, bien pensado, jefa –Mestres se rascó la cabeza, pensativo - A veces, los tipos que trabajan en seguridad están un poco colgados y creen que por el hecho de llevar una pistola y una gorra de plato deben salvar al mundo del mal. - Además, cuando estuve en la sucursal interrogando al subdirector Julián Izquierdo, presencié cómo dos empleados de 238

seguridad transportaban el dinero dentro de unas bolsas precintadas. - ¿Y qué? Perdona, pero estoy en fuera de juego. Debo tener la mayoría de mis neuronas empachadas de ayer y no acabo de pensar todo lo rápido que es habitual en mí. - Tampoco es que pienses muy rápido en condiciones normales, pero hoy estás especialmente espeso. Te lo explicaré, pero no te acostumbres. Al recordar a los dos empleados de seguridad me vino a la memoria que las sacas del dinero que trajeron estaban precintadas con una pieza de plástico. Hay que buscar esos precintos ya que intuyo que la pieza amarilla que encontramos al lado del coche de Jordi Puig es un trozo de uno de esos precintos. Ponte ahora mismo en el ordenador a buscar fabricantes de precintos de seguridad. Y no pares hasta que sepas tanto de ellos como de matemáticas. Mestres puso en marcha su ordenador y se sentó ante la pantalla. La inspectora Moreno siguió dando vueltas por el despacho. - No tenemos tiempo que perder, ya que estoy segura que el asesino ha secuestrado a Wang Lu y lo está torturando atado a una cama. O lo encontramos rápido, o el “señor Juan” va acabar sus días como los otros dos… - Voy a decir una tontería, pero ¿por qué tenemos que correr para salvar a alguien que ha participado en esa mierda? –señaló la caja de los dvd- Por mi, ese segurata, o lo que sea, puede despellejar vivo a ese chino y después triturarlo con el minipimer. Saldremos ganando todos ¿no? 239

Lola no contestó y despareció por el pasillo en dirección al despacho del inspector-jefe. Entró sin llamar. - Buenos días, Albert –dijo mientras tomaba asiento en una de las sillas de visita del despacho. - Buenos días, Lola –contestó sin levantar la vista de la pantalla del ordenador- Ya me han dicho que ayer conociste a los agentes del ECO que investigan a la mafia china. Unos tipos muy competentes ¿no te parece? – se quitó las gafas y se recostó hacia atrás mirándola fijamente. Como cada vez que mantenía una conversación con su superior, la inspectora Moreno tenía la tentación de ajustar cuentas con él de la forma más violenta posible. Le sacaba de sus casillas. En esta ocasión hubiera cogido el asta de la bandera de Catalunya que reposaba detrás de Albert Mora y se la habría hecho tragar entera. Pero se contuvo y decidió no darle la satisfacción de enfadarse por haber pedido la intervención de la guardia civil sin ni siquiera comentárselo. - Competentes y muy preparados. Ha sido una decisión excelente, que estoy segura que nos ayudará a acelerar la resolución del caso. No sé de quién fue la idea, pero hay que reconocer que fue muy acertada –Lola esbozó la más amplia sonrisa que pudo. Y la más cínica, también. - Me alegro que lo hayas aceptado tan bien –Albert Mora parecía un poco sorprendido ante la reacción de su subordinada- Desde el principio tengo claro que detrás de todo hay un grupo mafioso. Por cierto ¿Hay alguna novedad en el caso que deba conocer? 240

Lola le explicó su hipótesis en relación a que el asesino podría tratarse de un vigilante de una empresa de seguridad., pero se calló la posibilidad de que algún policía se estuviera tomando la justicia por su cuenta. - Estoy convencida de que si encontramos un empleado de seguridad que trabaja para las dos cajas y que está o ha estado en tratamiento psiquiátrico, podríamos abrir una vía de solución del caso. Piensa que el chino puede estar siendo torturado por ese tipo en estos momentos y necesitamos movernos con rapidez. - Aunque pienso que si el asesino se carga a ese chino mafioso nos está haciendo un favor, no entiendo qué quieres de mí. Lola se levantó y apoyó las palmas de las manos sobre el escritorio de su jefe. Moviendo su cuerpo hacia delante, dijo en un tono solemne: - Quiero que cojas el teléfono y llames a la jueza Valdeolmillos. Tu fuerte son los contactos ¿verdad? Pues entonces, con tu natural don de gentes, convéncela de que ordene a las dos cajas de ahorros que nos den la relación de los empleados de las empresas de seguridad que han trabajado para ellas los últimos meses. Las necesito el lunes por la mañana. - ¿Pretendes que una jueza dicte una resolución para que dos poderosas entidades financieras entreguen una lista de personas por el sólo hecho de que la inspectora Moreno tiene una corazonada? - Algo así –asintió Lola con semblante serio. 241

- Me parece descabellado. Por si tu obcecación te ha hecho olvidar el día en que vives, te recuerdo que hoy es San Esteban. No puedo pedirle a una jueza que haga llegar una resolución al domicilio particular de los directores generales por una simple conjetura. Ahora mismo estarán con sus familias preparando los canelones de la comida y no pienso ser yo quien los cabree enviándoles a un empleado judicial. Lola comprendió que Albert Mora no quería comprometerse. Esa era su especialidad: ascender sin dar la cara por nada ni nadie. Tenía que intentar hacerle ver que, si no actuaba, podía quedar con el culo al aire. Nada le aterraba más que quedar en evidencia, por lo que la inspectora decidió tergiversar un poco la conversación con Goyo y Jianping y mentir un poco. Pensó que no contaría como pecado, ya que era para una buena causa. - Los guardias civiles del ECO con los que me reuní ayer están de acuerdo con esta hipótesis. Consideran posible que el asesino sea alguien con placa. Hoy tienen un servicio de seguimiento y hemos quedado el lunes para trabajar con los listados. ¿Qué puede pasar si llega a oídos de la benemérita que los Mossos d’Esquadra hemos retrasado la investigación para no molestar a dos banqueros? No me gustaría que salieras escaldado de todo esto –Lola pensó que con su última frase había superado el listón de la máxima hipocresía. Los dos policías quedaron en silencio, con sus miradas cruzadas. - La llamaré –dijo al fin Mora- Pero si te equivocas con tu corazonada –la señaló con su dedo índice- te juro que vas a hacer más controles nocturnos que nadie. 242

- No te arrepentirás. Si tenemos los listados el lunes, te aseguro que vamos a detener al asesino antes de medianoche. - Lo espero por tu bien, inspectora Moreno –respondió mientras descolgaba el auricular y le decía a Alex que le pusiera con el juzgado de guardia. Lola abandonó el despacho de su superior con un sentimiento agridulce. Por una parte, había conseguido su objetivo. Mora se iba a involucrar para conseguir esas listas y algo le decía que estaba cerca del final. Pero por otro lado, no estaba segura de nada. No estaba convencida de que el asesino fuera empleado de una empresa de seguridad. Tampoco descartaba completamente que ambas muertes obedecieran a un ajuste de cuentas entre miembros de la mafia. En definitiva, era un mar de dudas. A pesar de todo, decidió seguir adelante e ir aclarando las ideas sobre la marcha. No era de esas personas a las que las incertidumbres las dejan paralizadas. Más bien era al contrario. Pensó que siempre había actuado así y no le había ido tan mal. Cuando entró nuevamente en su despacho, Mestres estaba absorto ante la pantalla del ordenador. - Me duele la cabeza de tanto mirar precintos, jefa. Tenía la pantalla subdividida en dos mitades. A la izquierda aparecía la fotografía de la pieza amarilla en forma de “uve”. A la derecha iban sucediéndose diversos modelos de precintos de plástico. - No acabo de encontrar lo que buscamos. Por lo que he podido ver en las páginas de diversos fabricantes, para transportar 243

efectivo, los bancos utilizan unas bolsas o sacas transparentes con unos agujeros en su embocadura por el que se pasan unos precintos con cierre parecido a las bridas. - Exactamente eso fue lo que vi en la sucursal ese día –contestó Lola- A ver, déjame verlos –Se acercó al monitor. - Todos estos precintos –Mestres señaló la imagen – hay que romperlos para abrir el contenido de las sacas. Algunos tienen una especie de patilla para rasgarlos, pero lo más habitual es que se corten con unas tijeras al llegar a su destino. Y no consigo encontrar un modelo del que pueda desprenderse una pieza con ésta. - Sigue buscando. Tiene que existir algún modelo que encaje con la pieza amarilla. Si lo prefieres, te puedes ir a casa, pero no te olvides de continuar la búsqueda. Quiero dar con el asesino antes de que mate al “señor Juan”. - Por mí, de acuerdo. Pero ten por seguro que nadie se quejará si esa escoria de chino muere a manos de su verdugo antes de que nosotros lo encontremos. Más bien sería un alivio. - Tú concéntrate en los precintos y déjame el resto a mí. Lola tenía pensado aprovechar la tarde para registrar los dos locales propiedad de Xavier Mercader en Mataró. Pero antes tenía que ir a comer a casa de sus padres y celebrar San Esteban junto con unos primos de Málaga que viven Granollers. Todos los años se reunían el día siguiente de Navidad, festivo en Catalunya, y así mantenían viva la relación. A Lola le fastidiaban sobremanera estas comidas donde, teóricamente, debería reinar 244

el amor y la fraternidad familiar y demasiadas veces acababan en una bronca monumental. Le vino a la mente el recuerdo de la comida del año pasado. En la sobremesa, Trini, la mujer del primo Pedro, una mujer regordeta con aires de grandeza y escasas luces, hizo un comentario poco afortunado sobre la forma en que el abuelo había repartido la herencia entre sus hijos, según ella favoreciendo descaradamente a su cuñado Manuel, a costa de dejar a su marido sin prácticamente nada. El hijo de Manuel, un chico impulsivo y algo conflictivo, se encaró con ella y poco faltó para que llegaran a las manos. La reunión familiar acabó cuando Trini abandonó la casa dando un fuerte portazo, seguido de un avergonzado Pedro. Lola se colgó en bandolera la maleta negra con el expediente del caso y pidió un coche. Cuando iba a ponerlo en marcha, sonó su teléfono. Era Encarna para recordarle que dentro de media hora llegarían los primos. La pobre estaba acostumbrada a que Lola apareciera a las tantas, si es que llegaba, justificándose de que se había olvidado por completo de la comida.

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Para poder legar el trabajo de mis últimos meses a esa policía pelirroja, tengo que deshacerme de todas mis pertenencias terrenales. Presiento que muy pronto nuestros destinos se entrecruzarán y el Arcángel entrará en mi vida de una manera fulminante. Para ese día, debo tenerlo todo empaquetado, listo para el camino que me he trazado. Todo lo que no me lleve a Dios es un estorbo y es preciso que lo arranque y lo tire lejos de mí. Empiezo empaquetando mis libros. En el fondo, coloco cuidadosamente las Biblias, algunas de ellas releídas hasta que mis ojos se acostumbraron a sus textos y mis manos a sus finas hojas, como dos amantes acaban conociendo todos los recovecos del cuerpo de su pareja. A continuación, todos los demás libros. Mientras los voy guardando uno a uno compruebo que la mayor parte de ellos habían pertenecido a Ramón. Humildes libros de bolsillo que relatan las hazañas de pistoleros y forajidos del salvaje oeste que en muy contadas ocasiones hojeé. Todos han cabido en tres pesadas cajas de cartón que me ha costado Dios y ayuda subirlas a la furgoneta. He recogido toda mi ropa y mis pertenencias en otras tres cajas. Al arrojarlas a los grandes contenedores de la Deixalleria del Cami del Mig no pude dejar de pensar en el poco espacio que ocupa toda una vida. En mi caso, solamente seis cajas de cartón. Durante las últimas semanas me he esmerado en limpiar a fondo todas las dependencias de la masía que ha sido mi hogar desde que Ramón me dejó sólo. He baldeado los suelos frotándolos con un estropajo hasta que recuperaron su primigenio color a tierra. He pintado de un blanco radiante las paredes. Agradecidas, 246

ahora reflejan hasta el último rincón los rayos de sol que se filtran a través de los brillantes cristales. He barrido el porche frente a la playa en el que tantas tardes me senté junto al viejo Ramón a escuchar sus enseñanzas y sus viejas historias de marinero. He encalado los muros exteriores, con especial atención a la fachada. Después de cubrir todos los muebles con sábanas blancas, he encendido varias varillas de incienso aromático para purificar el aire. El resultado de esta operación ha devuelto a la antigua construcción parte de su antiguo esplendor, cuando los padres y abuelos de Ramón cultivaban verduras y patatas en los campos circundantes para venderlas en el mercado semanal de Mataró. Si la pudieran ver habrían estado orgullosos de cómo había quedado. Antes de abandonar para siempre aquellas paredes, coloqué mi cuaderno de tapas negras sobre la vieja mesa de madera de la cocina. Dudé de la posición en la que lo debía dejar para que lo encontrara el Arcángel. Al final me decidí por abrirlo por la última página, dando a entender a su descubridora que a partir de entonces era ella quien tenía que continuar llenándolo de nuevos contenidos. El fiel escudero daba por concluida su misión y dejaba el testigo al Príncipe de la Milicia Celestial. Cerré la pesada puerta principal de la masía. Al dar la última vuelta al viejo cerrojo me dije para mí que con aquel gesto certificaba haber conseguido cumplir con mi destino. Luis, el chico de los ojos tristes, había cerrado con un cerrojazo el círculo de su vida. Ahora ya podía sonreír.

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Lola no tuvo que andar más de cien metros desde casa de sus padres, para plantarse frente a una tienda en el número 34 de la Ronda del Cros. No tenía persiana metálica y una estructura de aluminio lacado en blanco con los cristales opacos impedía ver el interior. Sobre la puerta, un cartel: ”AULA INFORMÁTICA. Clases particulares”. Intentó girar el pomo de la puerta, pero estaba cerrada con llave, lo cual no sería ningún impedimento para una policía con recursos como ella. Después de mirar a su alrededor para comprobar que nadie la observaba, sacó un juego de ganzúas y se concentró en abrir la cerradura. El sencillo mecanismo de bombín hizo un “clic” y Lola penetró en el recinto. A pocos metros de la puerta de entrada había una nueva mampara divisoria con paneles de melamina imitando la madera. La única decoración era una maceta con una planta medio seca que pedía a gritos un poco de agua y un par de pósters pegados con cinta adhesiva que promocionaban la formación profesional. En el lateral derecho había una pequeña puerta batiente. La empujó accediendo a una sala de unos cincuenta metros cuadrados, separada en dos zonas por una división de pladur que no llegaba hasta el techo. La inspectora Moreno comprobó que en cada una de las zonas habían instalado unas sencillas camas, con las sábanas revueltas. Esos desgraciados habían construido dos platós dónde poder llevar a cabo sus repugnantes actos. Sobre dos mesitas bajas, sendas videocámaras listas para ser utilizadas. Al fondo, una mesa de despacho con un ordenador, en el que probablemente copiaban las infames grabaciones.

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Pero lo que más le afectó el ánimo fue descubrir una estantería llena de bolsas de chucherías. Nubes de azúcar y caramelos como pago a la más repugnante de las perversiones. Lola volvió a salir a la calle. Necesitaba respirar un poco de aire puro ante tanta bajeza. Jamás llegaría a comprender cómo era posible que personas adultas actuasen con tanta indignidad con los más débiles. Levantó la vista hacia el cielo y respiró profundamente. Al otro lado de la calzada estaba el colegio Camí del Cros, donde Xavier Mercader ejercía de monitor de baloncesto. Imaginó que para él era sencillo convencer a los más pequeños para dar una vuelta hasta la tienda de informática. La mayoría de los alumnos son hijos de familias sencillas y trabajadoras, posiblemente inmigrantes con poca cultura, a los que cerraba la boca con cuatro dulces y quizás un billete de diez euros. Recordó que Mestres le había hecho un comentario en el sentido de que nadie se lamentaría si el asesino acababa con la vida de Wang Lu antes que la policía pudiera impedirlo. Sus palabras fueron que si ocurriese, sería un alivio. Era curioso cómo había cambiado el sentimiento de Lola para con el asesino a medida que había ido avanzando la semana. Cuando encontraron el cuerpo mutilado de Jordi Puig, la máxima prioridad era encontrar al asesino y ponerlo tras las rejas para el resto de sus días. Aún resonaban en su cabeza las imágenes del pendrive en las que el director de sucursal suplicaba clemencia mientras agonizaba. En aquel punto del caso, el asesino era simplemente un sádico criminal. Después vino el cadáver de Xavier Mercader en el centro de la era. El extraño montaje 249

simulando la conocida figura de Leonardo da Vinci, rebajaron la categoría del asesino a un loco, quizás con brotes psicóticos. Ahora, con el caso de la pornografía infantil al descubierto, no podía sustraerse de pensar que quien acababa con las vidas de esos depravados hacía un bien a la sociedad. Y resultaba paradójico que la misión de la policía sea detenerlo lo más pronto posible y así impedir la muerte de un tercer socio de la más ruin empresa que se pueda imaginar. Una corriente de simpatía hacia el asesino le recorrió el cuerpo. Mestres tenía razón. Si Wang Lu muere, será un alivio.

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Lunes, 27 de diciembre de 2010.

Cuando Lola iba a entrar en su despacho a las ocho de la mañana, la voz del inspector-jefe Mora la llamó desde el fondo del pasillo. - ¡Inspectora Moreno! Acércate un momento, que tengo noticias para ti. Lola apoyó los brazos en el marco de la puerta del despacho de su superior, pero no entró. - Ayer tuve que utilizar todos los recursos para persuadir a la jueza de que emitiera tus oficios. La magistrada no entendía porque no podía esperar a hacerlo esta mañana, sin necesidad de movilizar a los funcionarios judiciales en día festivo. - Pero seguro que lo conseguiste ¿verdad? - Al final accedió y es posible que antes de las diez ya tengamos la información. Pero quiero que sepas que esta gestión no nos va a salir de balde. Ahora le debemos un favor y no dudes que en algún momento vamos a tener que pagarlo. - ¿Qué le dijiste para convencerla, si puede saberse? - Por supuesto que puede saberse. Especialmente la debes conocer tú. Le prometí que antes de que acabase el día de hoy habrías detenido al asesino –Albert Mora reclinó su silla hacia atrás, en una postura chulesca que Lola odiaba.

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- Sabes que me gustan los retos –dijo Lola en tono desafiante. - No te confundas, inspectora. No se trata de un reto. Se trata de un compromiso y espero que lo cumplas. Mantenme informado de cualquier novedad sobre el caso. Si nos da tiempo, esta misma noche hay que convocar a los medios y explicarles los detalles de la detención. Más te vale que no falles, Lola. Mora inclinó el cuerpo hacia delante y, sin prestar más atención, empezó a teclear su ordenador. Al volver hacia su despacho, en el pasillo coincidió con Martínez que no parecía muy contento. - ¿Cómo ha ido el fin de semana? –preguntó Lola Martínez se paró en seco y sacándose el sombrero bruscamente contestó: - ¡Mal! ¿Cómo quieres que me haya ido? He pasado dos noches durmiendo en un colchón en el suelo de una casona de piedra con un grupo de sobrinitos maleducados gritando y saltando toda la noche. - Te estás convirtiendo en un viejo gruñón y ya no disfrutas de la naturaleza y de la familia como cuando eras más joven. Se te está agriando el carácter, Abuelo – a Lola se le escapó una sonrisa. - ¡Lola, no me provoques que no estoy para tonterías! Me gustaría ver qué humor te quedaría después de haber pasado dos días encerrada en un pueblo perdido de Huesca, con más de medio metro de nieve y con un ataque de ciática. 252

- Pues por aquí tampoco han estado las cosas muy tranquilas que digamos. - Por lo que veo, hasta os habéis atrevido a borrar mi lección magistral de la pizarra ¿No dijiste que no la podía tocar nadie? – soltó indignado. Lola le puso al día de los últimos descubrimientos, así como de la incorporación de los dos guardias civiles en la investigación. Martínez se quedó estupefacto cuándo descubrió el contenido de los videos que se editaban en el laboratorio de la Rambla. - Si fuera por mí, yo daría carta blanca a ese asesino para que siguiera cargándose a todos los que están metidos en esto. Si los llevamos a juicio, seguro que más de uno se libraría de pisar la prisión por algún tecnicismo legal ¿Sabes que te digo? Me empieza a caer bien ese chalado… Sonó el teléfono interior. Era una nueva agente en prácticas desde recepción. Acababan de dejar un sobre urgente de los juzgados para la inspectora Moreno. Lola bajó corriendo las escaleras. Cuando recogía el sobre, entró Mestres. Parecía contento. - Buenas noticias, jefa. He encontrado un precinto que podría… - Ya me lo explicarás luego. Ahora vamos a estudiar la relación de los empleados de las empresas de seguridad que han trabajado en las dos cajas de ahorros. Tengo la corazonada de que si alguno coincide, habremos encontrado a nuestro asesino.

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Mestres hizo un mohín de resignación y subió al primer piso detrás de la inspectora sin su habitual trote. - Pongámonos manos a la obra –a Lola se la veía muy ansiosa mientras abría el sobre- Mestres, conecta la máquina y vete introduciendo los datos de estos listados –le entregó dos folios, cada uno de ellos encabezado por el logotipo de la caja de ahorros que los había elaborado. Martínez dio un rápido vistazo a los documentos y levantó tímidamente el brazo, como cuando un escolar quiere intervenir en clase. - ¿Qué te pasa, ahora? ¿No sabes escribir o qué? –saltó Lola en tono bronco. Mestres parecía cohibido ante la noticia que tenía que dar a su superiora. Empezó hablando muy despacio. - Es que…verás… Por lo que veo, cada caja de ahorros tiene contratada a una empresa de seguridad diferente. Sus empleados no coinciden para nada –enseñó los dos folios- Lo siento, jefa. Lola palideció súbitamente. Sintió que el mundo se le venía encima. La conversación con su madre la había convencido de que la hipótesis de que el asesino era un empleado de las dos cajas de ahorros era la única posible. Y el recuerdo de los dos empleados transportando el dinero le había hecho creer que se podía tratar de uno de ellos. Se había precipitado en sus conclusiones. Ahora, toda la investigación se había derrumbado

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como un inestable castillo de naipes. No tenía nada y volvía a estar como al principio. Se sentó e inspiró profundamente. Se había equivocado y sabía que aquel error lo acabaría pagando muy caro. Albert Mora no se quedaría de brazos cruzados cuando se enterase. Decidió ganar tiempo y dirigiéndose a sus subinspectores, que se habían quedado inmóviles mirándola, les dijo: - Ni una palabra de esto a nadie ¿Me entendéis? Ambos policías asintieron. - ¿Podemos pasar? – era el teniente San Martín de la guardia civil acompañado de la agente Jianping.

En la sala de reuniones del primer piso de la comisaría de Mataró estaba la inspectora Moreno junto a Martínez, que aún estaba digiriendo el alud de novedades que habían ocurrido mientras él estaba de permiso. Al otro lado de la mesa estaba sentado el teniente San Martín. La agente Jianping y Mestres estaban enfrascados en conseguir conectar el ordenador de la guardia civil con el proyector de la sala. Existía algún problema de interfaces que los dos expertos estaban intentando solucionar. Mientras Jianping tecleaba velozmente el ordenador y Mestres 255

conectaba al amplificador los diversos cables, el resto de policías se miraban expectantes. Goyo rompió el silencio. - A los de la vieja escuela se nos hace muy complicado dominar las nuevas tecnologías. Yo soy de papel y lápiz. – dijo señalando a los dos atareados jóvenes. - Con lo fácil que sería llevar las fotografías a revelar en lugar de proyectarlas –respondió Martínez dándole la razón. - ¡Ya está! –gritó Mestres – Antes de que la patrulla prehistórica nos deje sin ordenadores y nos devuelva a la edad del bronce, veamos el resultado del seguimiento realizado a Wang Lu - se acercó al interruptor y apagó la luz de la sala- Todo tuyo Jianping. Sobre la pantalla se proyectó la fotografía del mafioso que habían enseñado a Lola. Jianping tomó la palabra. - Como ya vimos el sábado, el hombre de la fotografía es Wang Lu, el miembro de la mafia china sobre el que basamos nuestro seguimiento –pulsó la tecla Enter de su portátil y apareció una nueva instantánea- Desde agosto, todos los viernes por la tarde se ha reunido con varios jefes mafiosos. Aquí podéis ver a Janping Zedong, que domina el sector de los restaurantes. Es la cabeza visible de una de las mayores redes de contrabando clandestino de ciudadanos chinos. Yo lo llamo “la nueva esclavitud”. Les cobra dieciocho mil euros a cada uno y después los pone a trabajar en sus restaurantes para pagar la deuda. Muchos no tienen otro lugar para dormir que un rincón de la cocina. 256

Volvió a poner una nueva fotografía. - Os presento a Chen Ye Qin, propietario de más de treinta tiendas de ropa en la zona de la calle Trafalgar de Barcelona. También abrió varias peluquerías en las que se ejercía la prostitución en la trastienda, el llamado “final feliz”, pero una redada de hace unos años le cerró el negocio. Ahora sigue en el terreno de la prostitución, pero de forma más tradicional. - ¡Lo que hacen las malas compañías! –intervino Mestres- No me extraña que con estos compañeros de póquer, Wang Lu haya acabado tan mal. - El tercero de la timba semanal es el excéntrico Soong Shu – Jianping mostró una fotografía de un anciano vestido con un traje brillante y con una larga cabellera teñida de un color anaranjado- Nuestro abuelito yeyé dirige con mano firme el top manta de toda la costa de Barcelona. Era socio del primo de Wang Lu que trincó la Policía Nacional en Madrid hace unos años. La nueva fotografía mostraba un local con la persiana bajada en el muelle de un puerto. - Esta es la puerta del local del puerto olímpico de Barcelona donde se reúnen los angelitos que habéis visto. Podéis ver varias fotografías tomadas las últimas semanas cuando los señoritos se dirigían al local –Jianping pasó varias instantáneas que mostraban el Muelle de Marina desde diferentes ángulos- Los que van detrás son los guardaespaldas. De repente, Lola se levantó de su asiento y señaló la pantalla. 257

- ¡Esperad, esperad, esperad! –gritó fuera de sí- ¡Para y vuelve a poner las últimas fotografías!!Rápido!- se acercó por un lateral. La luz proyectó su sombra sobre la pared. Varias fotografías pasaron nuevamente ante los atónitos policías. - ¡Aquí está, aquí, aquí! –señalaba algo pero la sombra de su brazo impedía verlo. - Jefa, más vale que se explique un poco, que aquí estamos en blanco. Además, su sombra nos tapa la pantalla –intervino Martínez en tono condescendiente. - ¡La furgoneta blanca! –gritó- ¡Mirad! ¡Está siempre aparcada delante del local! ¡Es una Peugeot Partner! ¡ No puede ser una casualidad! Mestres salió corriendo de la sala de reuniones, volviendo con un pendrive que conectó al ordenador portátil de Jianping. Al instante se proyectó el fotograma de la cámara de seguridad en la que aparecía la furgoneta blanca al dejar el cadáver de Jordi Puig en la zona de los cajeros automáticos. No cabía duda de que era el mismo modelo de furgoneta. Mestres acercó el zoom a la parte posterior del vehículo. El piloto trasero de la derecha había sido reparado con algo parecido a cinta aislante de color amarillo. Volvió a proyectar las fotografías de Jianping de la furgoneta en el puerto. Buscó una instantánea tomada desde el pantalán, con la furgoneta en primer plano desde atrás. La parte del intermitente trasero de la derecha mostraba el mismo arreglo con cinta aislante amarilla. Habían encontrado la furgoneta que pertenecía al asesino.

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A partir de aquel momento, el equipo de policías entró en una gran excitación. Se trasladaron al despacho, situándose alrededor de Mestres, que tecleaba la matrícula de la furgoneta en el programa de la Direcció General de Trànsit para localizar a su propietario. - ¡Ya lo tengo! –dijo triunfante – Se llama Luis Gómez Requena con domicilio en Cabrera de Mar, carretera nacional dos, kilómetro 643. Can Bordet. - Eso está cerca del Hostal de l’Arengada y aquellas tiendas de lámparas –añadió Martínez. - Según el google-earth, hay que girar a la derecha justo delante del radar fijo –Mestres mostró en su iphone una fotografía del desvío. - Nos vamos para allá ahora mismo. No hay tiempo que perder. Es una masía en medio de campos de cultivo. Un lugar suficientemente aislado para tener secuestrado a alguien sin despertar sospechas. Martínez, pide apoyo de dos patrullas y pide un coche. Intenta que no sea el Seat, por favor –y dirigiéndose a los dos guardias civiles- Podéis seguirnos con vuestro vehículo. En menos de un minuto, los cuatro vehículos policiales, con sirenas y luces encendidas salían del aparcamiento de la comisaría de Mataró y enfilaban la carretera nacional en dirección sur. Encabezaba la ruidosa comitiva un Nissan que conducía Mestres a toda velocidad. En el asiento del acompañante, Lola no podía controlar su ansiedad.

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Al llegar a la altura de la caja metálica de color blanco en la que se alojaba el radar fijo, Mestres aminoró la marcha. Dudó unos instantes, pero el gps le indicó que debía entrar por un camino de tierra perpendicular a la costa y paralelo a la riera de Cabrera. Avanzó despacio hasta llegar a una intersección. Diversos carteles indicaban las diferentes masías existentes en la zona: Can Canal, Horta Pujol, Pla d’en Lledó. Siguió avanzando por el camino sin asfaltar rodeado de huertos, cuando se topó con un pequeño cartel que señalaba el camino de la izquierda. Can Bordet. El camino se ensanchó dejando a la vista una antigua masía de una sola planta que, en una primera impresión, parecía no muy bien conservada. La pintura blanca de la fachada había saltado en muchas zonas, provocando unas feas manchas parduzcas. A las persianas de las ventanas hacía tiempo que no se les aplicaba una mano de barniz. Y todo el entorno estaba descuidado y lleno de hierbajos. Frente a la puerta principal, estaba aparcada la furgoneta blanca que buscaban. La columna de coches policiales estacionó a unos veinte metros del edificio, dejando una gran nube de polvo a sus espaldas. La inspectora Moreno fue la primera en bajar. Llevaba la pistola en la mano y se había puesto un chaleco antibalas. - ¡Mestres, encárgate de la furgoneta! –ordenó- Vosotros rodead la casa, no sea que se escape por una puerta trasera –gritó dirigiéndose a los agentes de las patrullas- Tú y yo vamos a entrar por la puerta principal ¡Cúbreme! –dijo a Martínez mientras se acercaba a la puerta empuñando la pistola con las dos manos. 260

La doble puerta de madera estaba cerrada con una cadena oxidada con un candado. Un agente de los mossos d’esquadra se acercó con una cizalla y cortó la cadena. Lola abrió una de las hojas con el pie y entró en la casa. - ¡Alto, policía! ¡Mossos d’Esquadra! –gritó mientras apuntaba a derecha e izquierda con su arma. Detrás de ella entró Martínez. Con una seña se repartieron las habitaciones. Lola entró primero en una sala que parecía la cocina. No había más que una roñosa mesa de madera con cuatro sillas carcomidas a su alrededor. Ni una sola señal de que alguien hubiera vivido allí desde hacía muchos años. - ¡Nadie! –gritó procediendo a entrar en una nueva estancia. - ¡Nadie! –correspondió Martínez - ¡Nadie! –respondió Mestres desde el exterior. En pocos minutos, los policías se reunieron frente a la masía con un enorme sentimiento de decepción. Estaban desconcertados ya que aunque habían encontrado la furgoneta, en aquella casa parecía que no vivía nadie. - ¿Dónde te has metido Luis Gómez, si puede saberse? – preguntó Lola levantando las manos al cielo - ¿Por qué todo es tan jodidamente complicado en este puñetero caso? Mestres se había puesto unos guantes de látex y, junto con los dos guardias civiles, había abierto la puerta posterior de la furgoneta y estaba registrando su contenido.

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- Confirmo que esta furgoneta se utilizó en los asesinatos – comentó intentando animar a su superiora- Hay un fajo de bridas, un bate de beisbol manchado con algo que parece sangre y este rastrillo –lo mostró al resto de policías- que también presenta restos de sangre. - Pues ya sólo nos falta encontrar a su propietario –dijo Lola enfadada- ¿Alguien tiene alguna idea para cazarlo antes de que oscurezca?

El regreso de los vehículos policiales a la comisaría se asemejaba a la comitiva de un entierro. Dentro del Nissan, que Mestres conducía a poca velocidad, se había hecho un silencio total. Los tres policías estaban enfrascados en sus pensamientos y no se atrevían a hacer ningún comentario. Lola pensó que las emociones vividas aquella mañana habían representado una verdadera montaña rusa emocional. En un pequeño lapso de tiempo habían pasado de la frustración sufrida cuando todo el esfuerzo por encontrar a un empleado de seguridad se fue al traste, pasando por una gran excitación al descubrir la furgoneta en las fotografías de Jianpig, hasta el momento actual, otra vez bañado de una enorme decepción. Y en aquel vaivén de sentimientos tan dispares, había hecho mella el cansancio acumulado de toda una semana de constantes cambios de rumbo de una investigación que ahora parecía otra vez atorada.

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Al fondo de la carretera ya se dibujaba la enorme escultura metálica de la Arquera, cuando el teléfono móvil de Lola empezó a sonar. No lo descolgó de inmediato, sino que lo dejó sonar varias veces. Demasiadas veces pensaron Mestres y Martínez, que empezaron a mostrar signos de incomodidad ante la inacción de su jefa. Al final, lo descolgó. - ¿Qué quieres, mamá? –preguntó Lola con hastío- Hoy no tengo uno de mis mejores días. Dime lo que sea rápido, por favor. - Es que anoche te olvidaste la maleta con el expediente en casa –respondió Encarna midiendo sus palabras. ¡El expediente! Pensó Lola. Sólo faltaría que ahora se lo pidiese Albert Mora y tuviera que explicarle que estaba en casa de sus padres. Encarna siguió hablando. - He llamado a comisaría por si querías que te lo trajera, pero me han dicho que habías salido en una operación urgente ¿Todo bien, nena? - Yo diría que todo va mal. Pero no te preocupes, ahora lo pasamos a buscar por tu casa. - Es que… -se notaba que la madre de Lola dudaba - No se si debo decírtelo, pero he abierto el expediente y lo he mirado por encima ¡No te enfades! En aquel día aciago, a la inspectora Moreno sólo le faltaba oír que su madre quería ayudarla como si se tratara de la Jessica Fletcher de Mataró.

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- No me enfado, mamá. Pero no deberías haberlo hecho. Ya sabes que esa documentación es confidencial. - Lo sé, nena. Pero es que he visto una fotografía de un señor atado a una cama y he reconocido la habitación ya que muchas veces… - ¡Mamá! ¡Qué me estás diciendo! –de repente, Lola había cambiado su apatía y abatimiento por un estado de máxima excitación. Mestres miró a Martínez por el retrovisor y éste se encogió de hombros con cara sorprendida. - Pues que la habitación en la que está atado ese señor está en el Calipso. La reconocería con los ojos cerrados. Al principio de vivir en Mataró, la empresa me asignó la limpieza de un grupo de habitaciones de la parte de atrás, donde dormían las chicas de alterne. - ¿Estás segura, segura? – la inspectora hablaba por el teléfono con la palma de la mano izquierda cubriendo el auricular. - ¡Segurísima, nena! El papel pintado escarlata de la pared es inconfundible y el cabezal de la cama es el mismo que había a principios de los noventa. Lo que me extraña es que creía haber leído que habían cerrado el Calipso ¿no? ¿Me oyes? ¿Lola? Pero Lola ya había colgado. Con rapidez descolgó el auricular de la radio e informó a los coches patrulla que dieran la vuelta en la rotonda de la Arquera y pusieran rumbo al Calipso. - ¿El Calipso? ¡Pero si está cerrado desde hace meses! –dijo sorprendido Martínez. 264

La inspectora solamente hizo una seña a Mestres indicándole que acelerara la marcha y se dirigiera hacia la histórica casa de citas, al pie del litoral. La columna de coches policiales dio la vuelta, volviendo a encender luces y sirenas, y tomaron nuevamente la carretera nacional. Aparcaron en una zona anexa, rodeada por una tupida valla que resguardaba los vehículos de los usuarios del club de las miradas indiscretas de los que circulan por la carretera nacional. Lola no esperó a que el Nissan se detuviera y abrió la puerta bajando a toda prisa. El resto de policías la siguió. Se dirigió corriendo hacia la parte trasera de aquel edificio que en los años setenta había empezado como un hotel, para convertirse más tarde en un club de citas emblemático de la comarca. Siguiendo las indicaciones de su madre, cruzó una descuidada zona ajardinada hasta que llegó a una pequeña puerta de aluminio gris. El pomo se deslizó suavemente y la puerta se abrió emitiendo un chirrido metálico. Lola se encontró con un estrecho pasillo. En su lado izquierdo se advertían cinco sencillas puertas de madera sin barnizar. Hizo una señal a sus subinspectores, que se colocaron en posición ante la primera puerta. Detrás de ellos, se apostaron los demás agentes. La inspectora Moreno empuño el arma con sus dos manos y se dispuso a entrar en la estancia. - ¡Policía! ¡Mossos d’Esquadra! – gritó por segunda vez aquella mañana. El espectáculo que apareció ante sus ojos la dejó petrificada. En una pequeña habitación que olía a muerte y podredumbre, 265

atado por las muñecas y los tobillos a una cama con cabezal metálico, estaba el cuerpo desnudo de una persona de origen asiático. Probablemente se trataba de Wang Lu, o de lo que quedaba de él. Por debajo de su hinchado vientre sobresalía una masa viscosa de color verde-amarillento proveniente de una descomunal infección que había empezado a comerse literalmente la piel y los órganos internos. Uno de los policías que había entrado con Lola no lo pudo resistir y salió al exterior a vomitar. Lola se acercó al rostro del cautivo y unos ojos rasgados la miraron con miedo. A Lola le pareció que esos ojos pedían clemencia. Volvió a mirarlos, esta vez con mayor detenimiento, y percibió un atisbo de arrepentimiento, junto con una silenciosa súplica para que acabase la cruel penitencia que le había impuesto su captor. Lola sintió una profunda pena por él. Nadie merecía una tortura como la que estaba sufriendo aquel hombre. Por muy ruines y deleznables que hubieran sido los crímenes que cometió, no es humano infligir al “señor Juan” un final como aquel. Lola se convenció de que ningún ser humano había podido urdir un suplicio tan cruel. Aquella forma de morir no era humana. Era diabólica. - Jefa, el resto del edificio está vacío. Ni rastro del asesino ni de Luis Gómez, si es que son la misma persona. La ambulancia y la científica ya están de camino. – Mestres aún llevaba la pistola en la mano. - Estoy cansada. Muy cansada. Me voy a comisaría con Goyo y Jianping a informar a Mora de todo lo que ha ocurrido. En una 266

hora me pongo en contacto con vosotros para seguir el tema. Os dejo al mando del tinglado –un profundo agotamiento se apoderó de la inspectora Moreno al sentarse en el asiento posterior del todoterreno que conducía el teniente San Martín.

El inspector-jefe Mora estaba en una conferencia que un conocido político de ámbito nacional había organizado en el Foment Mataroní ante las próximas elecciones municipales del mes de mayo. Lola pensó que, como siempre, su superior estaba dedicado más a su proyección personal que a sus obligaciones como jefe policial. Mientras esperaba su regreso a comisaría, Lola decidió consultar en el ordenador si el tal Luis Gómez Requena tenía antecedentes. El ordenador sólo informó de que un control de alcoholemia y drogas de la madrugada del día de Navidad lo había multado por no tener en regla la ITV del vehículo que conducía. Lola se sobresaltó al comprobar que el sospechoso no conducía la furgoneta blanca. Estaba al volante de un viejo Renault 4 blanco matrícula B-677.490. Consultó ansiosamente la base de propietarios de vehículos. El último propietario registrado había sido un tal Ramón Freixas Calduch, nacido el catorce de mayo de 1904. Lola hizo un cálculo 267

rápido. Si todavía estaba vivo, tenía casi 110 años. “Robó otro coche para escapar “, pensó. Pero cuando leyó la dirección del señor Freixas, se convenció de que no podía ser casualidad. Las casualidades cuando se investiga un caso de asesinato, no existen. - Necesito que me acompañéis de nuevo al Calipso –dijo agarrando por un brazo a Goyo.

- ¿Qué hace aquí, jefa? ¿No me habías dicho que te quedabas en comisaría? –preguntó Mestres sorprendido al ver bajar a su superiora del coche de la guardia civil- ¿Es que no te fías de nosotros? - ¡Déjate de tonterías y sígueme! –gritó- ¡Martínez! ¡El operativo sigue en marcha! ¡Venid con las armas preparadas! Lola empezó a correr por un estrecho camino que llevaba hacia el mar. Cruzó las vías del ferrocarril por un paso subterráneo flanqueado por un espeso cañizal. A unos cincuenta metros a la derecha, justo al acabar la arena de la playa, divisó una pequeña edificación blanca, a medio camino entre un merendero y una casa de pescadores. Contrariamente a la dejadez que existía en

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Can Bordet, esta casa relucía de limpia. Sus muros habían sido encalados recientemente y su porche barrido a conciencia. De repente, dos hombres salieron corriendo de detrás de las cañas en dirección a las vías del tren. Un par de agentes se abalanzaron sobre ellos y los lanzaron al suelo mientras les colocaban las esposas. - ¡Cabrones! –gritó uno de ellos al levantarlo. Era un hombre de unos sesenta años con un gran pendiente en la oreja izquierda¡Tenemos nuestros derechos! ¡Sois unos fascistas de mierda! –el otro se mantuvo con la cabeza agachada sin decir nada. Un policía uniformado se le acercó. - ¡Hombre, mira a quien tenemos aquí! ¡La marquesa! –comentó divertido mientras le levantaba la cabeza- Es inofensivo –dijo hacia los demás- Es un chapero muy conocido de la zona. Estaría con el “señor” en plena faena cuando aparecimos. Ya los llevo hasta el furgón para tomarles declaración. Mientras tanto, Lola y Mestres habían dado el primer vistazo al exterior de la casa. La inspectora se sorprendió al ver la llave en la cerradura de la puerta principal. Le dio un par de vueltas y el cerrojo se abrió. Percibió un penetrante olor a pintura y detergente procedente del interior. Por tercera vez en aquella mañana, Lola entró en una casa empuñando el arma reglamentaria. - ¡Alto! ¡Policía! ¡Mossos d’Esquadra!– gritó, abriendo la puerta de una patada. - ¡Nadie! –gritó Mestres desde el fondo 269

- ¡Nadie! –respondió Martínez. Todas las estancias estaban extrañamente limpias, las paredes recién pintadas y el suelo reluciente. Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas. Ningún objeto personal. Ni ropa, ni jarrones, ni cuadros. Los estantes, los armarios, los cajones estaban vacíos. Nada de nada. Era como si alguien lo hubiese empaquetado todo para realizar un largo viaje. Lola entró en la cocina y sus ojos se posaron inmediatamente en un grueso cuaderno de tapas negras, abierto por una de sus páginas. Nada más acercarse a él, tuvo la convicción de que el asesino lo había dejado en aquella posición para que ella lo encontrara. Se puso unos guantes de látex y lo hojeó. Tenía más de doscientas páginas escritas a mano, con una caligrafía precisa, clara y con carácter. Era algo parecido a un diario personal. En la primera página había una sencilla dedicatoria: “Para que el Arcángel Miguel descargue la furia de la Milicia Celestial sobre el Dragón. De su escudero más fiel”, seguida de una rúbrica. Nada más empezar a leer los primeros párrafos, Lola quedó paralizada. - ¡Mestres! ¡Martínez! ¡No os vais a creer lo que he encontrado! –gritó nerviosa.

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Una vez despojado de cualquier posesión, sólo me queda desaparecer. No he encontrado una mejor manera de rendir honores a Dios que la de entregarme a la furia del mar, para que mi cuerpo sirva de alimento a las criaturas que lo pueblan. Sólo de esta forma, mi espíritu permanecerá eternamente en el fondo de este mar Mediterráneo que se llevó una madrugada de otoño a quién fue mi verdadero padre. En su momento lloré por Ramón y maldije la tormenta que hizo zozobrar la panga en la que se encontraba pescando. Pero ahora me siento liberado y percibo que muy pronto podré volver a oír su voz sosegada y tranquila. Él me cuidará y me aconsejará en este último viaje de mi vida. Estoy tranquilo y feliz. Me voy a reunir con mis verdaderos padres. Mientras me adentro en las frías aguas del mar, el mismo mar que Ramón me enseñó a amar y a respetar, sólo pienso en asegurar definitivamente el éxito del plan divino contra el mal. Me convenzo por última vez de que mi misión está cumplida y, como postrer anotación en el cuaderno, como epílogo a las más de doscientas veinte páginas, no se me ocurre nada mejor que dejar inscrita la misma la plegaria que elevo a los cielos, en honor del capitán de los ángeles:

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las acechanzas del demonio. 271

Que Dios le reprima, es nuestra humilde súplica; y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, con la fuerza que Dios te ha dado arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén."

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Epílogo

A las 21:15, el inspector-jefe Albert Mora dio por terminada la rueda de prensa que había convocado con los medios de comunicación para informar del desenlace del caso. En la sala de la planta baja de la comisaría de Mataró se habían congregado más de veinte periodistas y cámaras de las principales televisiones y agencias de noticias. La decisión final para convocarla se había tomado pasadas las 20:00 horas. Media hora antes, la Policía Municipal de Villassar de Mar informó que el mar había dejado en la playa del Astillero el cuerpo sin vida de un hombre que parecía ahogado. El equipo de la científica que se desplazó a toda prisa, confirmó que se trataba de Luis Gómez Requena, de treinta años y natural de Cabrera de Mar. Durante la rueda de prensa, Mora había estado cómodo, sintiéndose el centro de atención y contestando con seguridad a todas las preguntas que le formularon. Para dar más realce al encuentro con la prensa, el inspector-jefe había estado acompañado por el político que había dado la conferencia y, entre ambos, habían hecho todo lo posible para dejar claro que todo el operativo policial había estado dirigido desde el primer 273

momento por Albert Mora, y era a él a quien se debía la mayor parte del éxito de la operación. El lanzamiento de su carrera política para optar a la alcaldía de Mataró se había puesto en marcha. Mientras los periodistas se disputaban la posibilidad de conseguir unas declaraciones del político y del inspector-jefe, Lola abandonó la sala y, subiendo las escaleras, se dirigió a su despacho. Allí la estaban esperando sus dos subinspectores, el teniente San Martín y la agente Jianping de la guardia civil. Mestres estaba trajinando en su ordenador. - Por lo que he oído, vuestro inspector-jefe es un auténtico héroe –comentó el teniente San Martín con una sonrisilla. - No se que haríamos sin él –respondió Lola. En aquel momento, entró Martínez. Era Izaguirre, el shock séptico de Wang multiorgánica y acababa de de Mataró.

una llamada interior que atendió forense, que informaba de que el Lu había provocado una falla fallecer en el quirófano del hospital

- Wang Lu ha muerto. Izaguirre dice que no ha podido superar la infección –comentó en voz alta Martínez. - Su muerte es un alivio para todos, incluso seguramente para él mismo. La tortura a la que fue sometido no la podía superar nadie –comentó Lola recordando aquellos ojos que pedían clemencia.

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Mestres se levantó y cogió a Lola por los hombros, acompañándola hasta la pantalla de su ordenador. - Con el caso cerrado, apreciada inspectora Moreno, puedo imaginarme que lo que voy a decirte ya no te interesa lo más mínimo, pero si no lo digo reviento –dijo señalando una fotografía de un precinto- Me pasé todo el domingo buscando precintos y no estoy dispuesto a que mi trabajo no se valore en su justa medida. - No voy a ser yo la que le quite importancia a tu esfuerzo. En la sala de abajo hay alguien que lo hace por todos –Lola acercó su rostro a la pantalla, mientras Mestres tecleaba el ordenador a toda velocidad. - Después de varias horas sumergido en el apasionante mundo de los precintos de seguridad, encontré uno del que podía proceder la extraña pieza amarilla que encontramos. Se trata de un precinto de los denominados de cuña. Tú misma lo puedes comprobar. En la pantalla apareció una pequeña pieza plástica cuadrada del tamaño de una uña. De sus laterales sobresalían unas pequeñas aletas que servían para encajar el precinto. Su forma coincidía con la encontrada en el suelo del puerto de Arenys de Mar. - Estos precintos se utilizan en valijas y carteras de seguridad. Una vez cerrada la cremallera o la maleta, se acoplan en dos piezas metálicas que la inmovilizan. Al romper el precinto, saltan las aletas laterales. El resultado: unas pequeñas piezas en forma de “uve”.

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Lola levantó las cejas y miró a Mestres. Le vino a la memoria la mochila plástica roja en la que el subdirector Julián Izquierdo había ido a mirar si habían llegado más dvd. - ¿Y a que no adivinas de qué trabajaba nuestro asesino vengador? –continuó en tono triunfante Mestres- ¡Era el que transportaba la valija interna de la Caixa Catalunya! Probablemente le dio por curiosear alguno de los muchos dvd que llegaban a la sucursal de Jordi Puig y descubrió el entramado de pornografía infantil. El resto, ya fue cosa de sus paranoias La inspectora Moreno se acercó a la pizarra donde todavía permanecían, medio borradas, las conclusiones a las que había llegado Martínez cuando encontraron el cuerpo de Jordi Puig. Medio difuminadas por haber pasado por encima el borrador, se adivinaba lo siguiente: “si encontramos a alguien que conoce la sucursal, está perturbado o ciego de rabia o celos, dispone de un lugar donde esconder una persona una semana sin levantar sospechas, está relacionado con la fotografía o una fotografía en concreto y, para acabar, tiene una furgoneta blanca, habremos resuelto el caso”. Lola pensó que tenía que estar agradecida por formar parte de un equipo tan profesional. - ¿Y a que no sabes lo más bueno? –prosiguió Mestres- Como tú decías, también transportaba las valijas internas de la Caixa Laietana, y por lo tanto es posible que conociera a Xavier Mercader. La inspectora Moreno sonrió.

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Autor:

AntoniPoblet-Bru

Página personal: http://poblet.bubok.com Página del libro: http://www.bubok.com/libros/199719/El-Arcangel

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