El-fin-de-la-ingenuidad-luis-kancyper.pdf

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Colección Tercer milenio Dirección: María Teresa Bollini

Luis Kancyper

ADOLESCENCIA: EL FIN DE LA INGENUIDAD

Grupo Editorial Lumen Buenos Aires - México

Supervisión de texto: Pablo Valle índices: Valeria Muscio Cubierta: Gustavo Macri

Kancyper, Luis Adolescencia: el fin de la ingenuidad - 1.a ed. - Buenos Aires : Lumen, 2007. 256 p.; 22x15 cm. (Tercer milenio dirigida por María Teresa Bollini) ISBN 987-00-0634-5 1. Psicoanálisis. 2. Adolescencia. I. Título CDD 150.195

ISBN-10: 987-00-0634-5 ISBN-13: 978-987-00-0634-3

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma, ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni cualquier comunicación pública por sistemas alámbricos o inalámbricos, comprendida la puesta a disposición del público de la obra de tal forma que los miembros del público puedan acceder a esta obra desde el lugar y en el momento que cada uno elija, o por otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. © Editorial y Distribuidora Lumen SRL, 2007

Grupo Editorial Lumen Viamonte 1674, (C1055ABF) Buenos Aires, República Argentina a 4373-1414 (líneas rotativas) • Fax (54-11) 4375-0453 E-mail: [email protected] http:// www.lumen.com.ar

Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Todos los derechos reservados

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA

A Mark, mi nieto, comienzo de la ingenuidad.

ÍNDICE

Prefacio

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Primera parte: Teoría y técnica

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1. Adolescencia: el fin de la ingenuidad Introducción. Resignificación, memoria y confrontación generacional. Fin de la ingenuidad. El adulto ante el espejo de la ingenuidad

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2. Adolescencia y a posteriori Introducción. Adolescencia: desafío y desenganche. Reestructuración en el yo del adolescente. Reestructuración en el superyó y el ideal del yo del adolescente. Reestructuración en el yo ideal del adolescente

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3. El reordenamiento de las identificaciones en la adolescencia Introducción. Historización y pulsión de muerte. El remordimiento en el reordenamiento identificatorio. Ejemplos clínicos. Adolescencia, creatividad y confrontación 4. La confrontación generacional y la hiperseveridad del superyó en la adolescencia Introducción. El adolecer y la adolescencia de los padres del adolescente. El padre "cucharita". Ejemplo clínico. La confrontación generacional y la 9

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hiperseveridad del superyó. Los padres "blandos". Reversión de la demanda de dependencia 5. Narcisismo, resentimiento y temporalidad entre padres e hijos Padres por destello. Su Majestad el Bebé y su relación con el sistema narcisista parental. Sus Majestades los Reyes Magos y su relación con el sistema narcisista filial. Resentimiento y temporalidad. Dar y recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales 6. El campo analítico con niños y adolescentes Introducción. El influjo analítico. El concepto de campo en el análisis con niños y adolescentes. El proceso analítico y sus obstáculos 7. La confrontación generacional en la adolescencia como campo dinámico Introducción. Patología del campo dinámico en la confrontación generacional y fraterna. Narcisismo y sadomasoquismo. Los padres serviles. Los padres distraídos. Los padres hacedores-sobremurientes. Caso clínico: el baluarte "distraído". La resignificación en el adolescente y en los padres del adolescente. Consideraciones finales Segunda parte: Historiales clínicos

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8. El burrito carguero. El proceso analítico en un adolescente: metapsicología y clínica 109 Indicadores clínicos y fundamentos metapsicológicos. Las autoimágenes narcisistas. Los complejos materno, paterno y fraterno. El reordenamiento de las

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identificaciones y la confrontación generacional. Final de análisis. 9. El chancho inteligente. La resignificación de las identificaciones en la adolescencia Introducción. La resignificación en el recambio identificatorio de la adolescencia. El adolescente ante el espejo. Arqueología e historización en el proceso analítico del adolescente.

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10. La resignificación de la adolescencia en el análisis de adultos 1 53 La resignificación en el adolescente y en sus padres. La resignificación del complejo fraterno. Resentimiento, duelo y repetición. Filiación, historización y confrontación generacional 11. La memoria del rencor y la memoria del dolor en un adolescente adoptivo Los usos del olvido y las formas de la memoria: de la memoria del rencor a la memoria del dolor. Resentimiento y odio. ¿En dónde nací yo? 12. El muro narcisista/masoquista en un adolescente mellizo Esaú y Jacob en la situación analítica. El favorito. El muro narcisista y masoquista del rencor. Algo y algia. El siamés imaginario y los vasos comunicantes. La resignificación de los afectos en los adolescentes y en sus padres. La identificación reivindicatoría. Insighty autoimágenes narcisistas. Epílogo: El analista como aliado transitorio del adolescente Bibliografía general Referencias

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índice de autores índice temático

PREFACIO La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo vital humano: representa un momento trágico en la vida: "el fin de la ingenuidad". El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido en un lugar del cual no se ha movido; por lo tanto, carece de experiencia. Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestionado. Deriva de la raíz indoeuropea gn, que significa a la vez conocer y nacer. La adolescencia es un momento trágico porque, en esta fase del desarrollo humano, se requiere sacrificar la ingenuidad inherente al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lugar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienantes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones deberían ser develadas y procesadas durante este período, para que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un inédito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto desiderativo propio, sexual y vocacional. Proyecto que, logrado, estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con responsabilidad por él, pondrá fin a su anterior posición: la de una ingenua víctima pasiva de la niñez. Es precisamente en esta fase del desarrollo en donde se alberga el germen para pensarse distinto. En este libro reúno diversos artículos centrados en el vasto tema de la adolescencia, que en su gran mayoría ya han sido publicados a lo largo de veinte años, en diferentes revistas y libros psicoanalíticos. En estos textos sostengo que resulta necesaria la revalorización, aún mucho más de lo que se ha hecho hasta el presente, de la cualidad de flexibilización albergada en este período, para lograr el

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cambio psíquico; porque es en esta nueva etapa libidinal en donde se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y sociales que posibilitan al adolescente la aparición de una mutación psíquica estructural, en medio de un huracán pulsional y conflictual. Estimo que los ejes teóricos sobre los cuales han sido vertebrados estos trabajos son fundamentalmente cuatro: 1) la adolescencia como el momento privilegiado de la resignificación retroactiva; 2) la confrontación generacional y fraterna como un acto fundamental que salvaguarda la mismidad, la alteridad y la reciprocidad del adolescente; 3) el reordenamiento de las identificaciones, y 4) la adolescencia como un campo dinámico, que abarca en forma conjunta al adolescente y a sus padres y sus hermanos, en una inexorable reestructuración narcisista, edípica y fraterna. En la segunda parte del libro, presento cinco historiales clínicos en los que intento transmitir, desde la metapsicología y la técnica, las diferentes etapas y sus obstáculos en el proceso analítico.

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Primera parte: Teoría y técnica

1. Adolescencia: el fin de la ingenuidad

Introducción No resulta cierto el apotegma "simplex sigillum veri": la simplicidad es el sello de la verdad. La adolescencia requiere una explicación de un nivel teóricoclínico de mayor complejidad. En ella se contraponen múltiples juegos de fuerzas dentro de un campo dinámico: los movimientos paradójicos del narcisismo en las dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva, y las relaciones de dominio entre padres e hijos y entre hermanos. Lo que caracteriza a la adolescencia es el encuentro del objeto genital exogámico, la elección vocacional más allá de los mandatos parentales y la recomposición de los vínculos sociales y económicos. Y lo que particulariza metapsicológicamente a este período es que representa la etapa de la resignificación retroactiva por excelencia. La instrumentación del concepto de la resignificación, del aposteriori (Nachtraglichkeit), posibilita efectuar fecundas consideraciones clínicas. En este sentido, el período de la adolescencia sería a la vez un punto de llegada y un punto de partida fundamentales. A partir de la adolescencia como punto de llegada, podemos colegir retroactivamente las inscripciones y los traumas que en un tiempo anterior permanecieron acallados en forma caótica y latente, y adquieren, recién en este período, significación y efectos patógenos. Por eso sostengo que "aquello que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos durante la adolescencia". Y, como punto de partida, es el tiempo que posibilita la apertu17

ra hacia nuevas significaciones y logros a conquistar, dando origen a imprevisibles adquisiciones. En efecto, la adolescencia representa el "segundo apogeo del desarrollo" (Freud, 1926), la etapa privilegiada de la resignificación y de la alternativa en la que el sujeto tiene la opción de poder efectuar transformaciones inéditas en su personalidad. En esta fase, por un lado, se resignifican las situaciones de traumas anteriores, y por el otro lado, se desata un recambio estructural en todas las instancias del aparato anímico del adolescente: el reordenamiento identificatorio en el yo, en el superyó, en el ideal, del yo y en el yo ideal, y la elaboración de intensas angustias que necesariamente deberán tramitar el adolescente, y sus padres y hermanos, para posibilitar el despliegue de un proceso fundamental para acceder a la plasmación de la identidad: la confrontación generacional y fraterna (Kancyper, 1997). Ésta requiere, como precondición, la admisión de la alteridad, de la mismidad y de la semejanza en la relaciones parento-filiales y entre los hermanos. Para lo cual cada uno de estos integrantes necesita atravesar por ineluctables y variados duelos en las dimensiones narcisista, edípica y fraterna.

Resignificación, memoria y confrontación generacional Le viene bien al hombre un poco de oposición. Las cometas se levantan contra el viento, no a favor de él. Cervantes La resignificación activa una memoria particular, aquélla relacionada con las escenas traumáticas de la historia críptica del sujeto y, a la vez, entramada con las historias inconscientes y ocultas de sus progenitores y hermanos. Historias y memorias entrecruzadas que han participado en la génesis y el mantenimiento de ciertos procesos identificatorios alienantes. La memoria de la resignificación, "esa centinela del alma" 18

(Shakespeare, El rey Lear), abre, en un momento inesperado, las puertas del olvido y da salida a una volcánica emergencia de un caótico conjunto de escenas traumáticas que han sido largamente suprimidas y no significadas durante años e incluso generaciones. La resignificación de lo traumático acontece durante todas las etapas de la vida —porque el trauma tiene su memoria y la conserva—, pero estalla fundamentalmente durante la adolescencia. Etapa culminante caracterizada por la presencia de caos y de crisis insoslayables. Porque, en esta fase del desarrollo, se precipita la resignificación de lo no significado y traumático de etapas anteriores a la remoción de las identificaciones, para poder acceder al reordenamiento identificatorio y a la confirmación de la identidad. Es durante la adolescencia cuando las investiduras narcisistas parento-filiales y fraternales que no fueron resueltas, ni abandonadas, entran en colisión. Éstas requieren ser confrontadas con lo depositado por los otros significativos, para que el sujeto logre reordenar su sistema heteróclito de identificaciones que lo alienaron en el proyecto identificatorio originario. Lo identificado (identificación proyectiva para unos, depositación y especularidad para otros) responde siempre a lo desmentido, tanto para el depositante como para el depositario. Todo sujeto tendrá que atravesar inexorablemente el angustioso acto de la confrontación con sus padres y hermanos, en las realidades externa y psíquica, para desasirse de aquellos aspectos desestructurantes de ciertas identificaciones. Tendrá que afrontar con lo que el otro (madre, padre, hermano) nunca pudo confrontar. La confrontación coloca al otro (del cual el sujeto depende) en la situación de perder a su depositario; es decir, conlleva el peligro de desestructurar su organización narcisista. La desestructuración del vínculo patológico narcisista arrastra y desencadena la desestructuración narcisista del otro. Este proceso, que amenaza con un doble desgarro narcisista, puede ir acompañado de intensos síntomas y angustias de despersonalización o desrealización por ambas partes del vínculo.

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Las fantasías de muerte que se disparan antes y durante el acto de la confrontación suelen ser la manifestación de la muerte de estas instalaciones narcisistas y de ciertas idealizaciones e ilusiones; de la caída, en definitiva, de sobreinvestiduras maravillosas que suelen subjetivarse como momentos de tragedia en la lógica narcisista. Las investiduras narcisistas trastocan los roles en la trama familiar, alterando la configuración del tablero de parentesco. Los hijos no llegan a ocupar el lugar simbólico de hijo ni de hermano y los progenitores no logran rescatarse del primitivo lugar de hijo o de hermanos, dando lugar a identificaciones alienantes. El hijo puede llegar a cargar con la sombra de un duelo por un objeto no resuelto en los progenitores. Este objeto es doblemente inconsciente (tanto para el depositario como así también para el depositante) situación que sólo la reconstrucción de la historia (primero en la mente del analista) le puede dar la verdadera representación que tiene. Lo no confrontado de estas identificaciones alienantes de la adolescencia permanece escindido y por lo tanto activo en la forma que puede estar lo inconscientemente escindido (Aragonés, 1999). La resolución de estas identificaciones alienantes requiere ser aprehendida desde el conjunto del campo dinámico parento-filial y fraterno, hecho que se podría traducir, en la teoría de la técnica, en algunos tipos de intervención con los padres y/o hermanos para procesar los efectos de lo escindido y de lo resignificado. La resignificación no es el descubrimiento de un evento que se ha olvidado, sino un intento, por medio de la interpretación, la construcción y la historización, de extraer una comprensión nueva del significado de ese evento enigmático y ocultado. La memoria de la resignificación "resiste al tiempo y a sus poderes de destrucción: algo así como la forma que la eternidad puede asumir en el incesante tránsito" (Sábato, 1999).

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El concepto de la resignificación trasciende la polaridad entre la realidad histórica y la realidad psíquica. Es el momento en que lo traumático del pasado se liga —con la ayuda de las sensaciones, emociones, sentimientos, imágenes y palabras del presente—; de este modo lo escindido se integra a la realidad psíquica y puede por lo tanto someterse recién a la represión y al olvido (Kunstlicher, 1995). En efecto, es el momento en que el pasado misterioso, repetitivo e incomprensible se torna súbitamente en una realidad más clara y audible, y al ser integrado y reordenado en la realidad psíquica, permite al adolescente reescribir su propia historia. Lo importante en nuestro trabajo clínico no es restituir el pasado ni buscarlo para revivirlo sino para reescribirlo en una diferente estructura. Se trata menos de recordar que de reescribir. El acento recae más sobre la reescritura que sobre la reviviscencia. Lo revivido es fundamental pero no suficiente. Es el punto de partida pero no el punto de llegada, que es la reestructuración. El sujeto se define según cómo se resignifique, es decir, según cómo reestructure su biografía para transformarla en su propia historia (Kancyper, 1985, 1990, 1991c, 1992a). Considero que, en la situación analítica, el analista requiere posicionarse en un lugar singular, para poder ejercer la función de un "aliado transitorio" del adolescente y de los padres del adolescente. El término transitorio, alude a la función temporal y mediadora que ejerce el analista durante el proceso analítico, como un aliado provisional y perecedero, opuesto a lo perpetuo y perenne. A la vez, se refiere a su función de tránsito, como aquel otro significativo que propicia en el analizante la circulación, el movimiento, el trayecto y el cambio en la relación dinámica entre las realidades intrapsíquica e intersubjetiva. En efecto, el analista requiere funcionar en la realidad intersubjetiva como un aliado transitorio—y no como un cómplice—, tanto del adolescente como de sus padres; para que, en el eje parento-filial de la vida anímica, padres e hijos se animen a librar la "gran batalla" durante el acto de la confrontación generacional y fraterna. 21

Al mismo tiempo, el analista requiere operar, durante el proceso analítico del adolescente, como un "otro auxiliar" (Freud, 1921), para favorecer el tránsito entre las realidades material y psíquica. Y en esta última requiere operar además como el yo mismo, como un "ser fronterizo" (Freud, 1923); mediando el tránsito del yo con el ello, con la realidad externa y con el ideal del yo, el yo ideal y el superyó del propio analizante.

Fin de la ingenuidad La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo vital humano; representa un momento trágico en la vida, "el fin de la ingenuidad". El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido en un lugar del cual no se ha movido y, por lo tanto, carece de experiencia. Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestionado. Deriva de la raíz indoeuropea gn, que significa a la vez conocer y nacer, "¡ngenuus era en tiempos de los romanos el ciudadano nativo. Con el tiempo, la idea de nativo se confundió con la de lugareño, y ésta a su vez tomó la significación de candido, sujeto capaz de creerse cualquier cosa" (Zimmerman, 2000). La adolescencia es un momento trágico, porque e'n esta fase del desarrollo humano se requiere sacrificar la ingenuidad inherente al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lugar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienantes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones deberían ser develadas y procesadas durante este período, para que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un inédito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto propio desiderativo sexual y vocacional. Proyecto que, logrado, estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con responsabilidad por él, pondrá fin a su otrora posición: la de una ingenua víctima pasiva de la niñez. Concuerdo absolutamente con Bergeret en que resulta necesa-

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ría la revalorización, aún mucho más de lo que se ha hecho hasta el presente, de la cualidad de flexibiIización al cambio psíquico albergado en el período de la adolescencia; porque es en esta nueva etapa libidinal cuando se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y sociales que posibilitan al sujeto la aparición de una mutación psíquica estructural, en medio de un huracán pulsional y conflictual. No hay adolescentes sin problemas, sin sufrimientos; éste es quizá el período más doloroso de la vida. Pero es, simultáneamente, el período de las alegrías más intensas, pleno de fuerza, de promesas de vida, de expansión (Dolto, 1989). Es en las manifestaciones de esta ineludible crisis de sentido donde se agazapa la posibilidad de resistencia del adolescente y el germen de la alternativa para pensarse distinto (Kononovich de Kancyper, 1999). El adolescente posee, por un lado —en esta etapa de mayor maduración emocional y cognitiva—, nuevas herramientas para reflexionar sobre los enigmas e impresiones del pasado; pero, por otro lado, adolece también de períodos de turbulencia, y ésta puede ser una oportunidad imperdible para la construcción y la historización de aquello, que desde los tiempos remotos, permaneció oculto, misterioso y escindido. En esta fase ruidosa del desarrollo, tanto el adolescente como sus padres y hermanos requieren tropezar con ineluctables y variados escándalos. El término escándalo, del griego skándalon, significó primitivamente obstáculo, bloque que se interpone en el camino como acto que provoca indignación y sobresalto (Zimmerman, 2000). También quiere decir estrépito, estupefacción y desorientación; por la idea de algo colocado expresamente para que los demás tropiecen, se sobresalten y pierdan el equilibrio de sus ¡deas o convicciones. En ese sentido, la falta de escándalos opera como un indicador clínico elocuente de la psicopatología de la adolescencia; porque esa ausencia devela, precisamente, la presencia del accionar de

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severas contrainvestiduras y desmentidas que inhiben y hasta paralizan el inexorable acto de la confrontación generacional y fraterna. En efecto, el adolescente y sus padres atraviesan, durante la fase de la adolescencia, frecuentes escándalos desencadenados, entre otros motivos, por el recambio pulsional que se suscita en la adolescencia y la menopausia respectivamente. Situación que resignifica, de un modo caótico, el arsenal de las anteriores identificaciones, traumas, ideales y creencias. Al mismo tiempo, tanto el hijo como sus progenitores asisten pasivamente a la irrupción de cambios corporales y sexuales. Tal vez, la pasividad y el sufrimiento de estas mutaciones, originadas fuera del dominio voluntario en el hijo y en los padres, haya desencadenado la represión del significado inicial del término adolescencia, tomado del latín adolescens, hombre joven, participio activo de adolescere, crecer; y se lo haya oscurecido y homologado a adolecer, como un padecimiento pasivo. Reprimiendo y escindiendo, en cambio, los aspectos cuestionadores y de rebeldía fulgurante, inherentes a esta etapa de la vida. Bordelois (2004) sostiene que "si hacemos un rastreo hasta el origen de las palabras, es muy interesante ver cómo el sentido de las primeras raíces va cambiando, se van oscureciendo y se van reflotando significaciones a través del tiempo. La idea no es mirar lo que nos dice la historia primera de cada palabra para restituir esa verdad, sino adivinar qué pasó en el camino y por qué se perdieron esas verdades. Por eso buscar la etimología de las palabras es hacer la historia de las represiones. En un comienzo, las palabras dijeron una cosa y después vinieron las instituciones, la historia, los filósofos, las culturas, nosotros... y los sentidos cambiaron. Ninguna palabra muta su sentido porque sí. Se dan fenómenos culturales o sociales para que esto ocurra". En este sentido me interrogo si la represión del término adolescencia como crecimiento, y su sustitución por padecimiento, no ponen de manifiesto una mirada adultomórfica, que devela la historia de las relaciones de poder, macrofísicas y microfísicas, ma-

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n¡fiestas y latentes, que se despliegan inexorablemente en el campo intergeneracional entre el hijo que crece y los progenitores que no logran duelar el paso del tiempo y el afán de inmortalidad.

El adulto ante el espejo de la ingenuidad 1. El adolescente confronta al adulto con una nueva mirada que, en su aparente y candorosa ingenuidad, desnuda al adulto y le hace advertir los absurdos a los que se había acostumbrado. 2. El adolescente se afana por descorrer los velos que tapizaron la verdad del pasado del mundo de los adultos, al que intenta corregir, para asistir al alba de unos tiempos nuevos. 3. El adulto evita mirarse en el espejo del adolescente porque, al reflejarse en él, debe deponer el ejercicio de su abusivo poder intergeneracional. 4. El acto de la confrontación desencadena en el adulto una actitud de oposición, porque le inflige una vejación psicológica: lo enfrenta con su propia vergüenza, culpa y cobardía, al comprobar su humillante fracaso ante el incumplimiento de los ideales y las ilusiones del adolescente que había sido; y lo fuerza a una revisión cuestionadora del sentimiento de su propia dignidad: "A los veinte años, incendiario, ya los cuarenta, bombero." 5. El adolescente intima a que el adulto se confronte consigo mismo; con lo más íntimo y exiliado de su propio ser, lo cual resulta altamente resistido por el adulto, porque se vive presionado a encarar un trabajo psíquico impuesto, consistente en reflexionar acerca de la validez de sus propias creencias y certezas. Dicha situación expone al adulto a poner a prueba y a enfrentar la estabilidad de sus propios sistemas intrapsíquico e interpersonal. 6. De lo hasta aquí desarrollado, podemos colegir que el adolescente, en esta nueva fase de su vida, al mismo tiempo 25

que intenta poner fin a su propia ingenuidad, desafía el silencio de la ingenuidad defensiva de los adultos; y, al confrontarlos, les aporta una revulsiva oportunidad, para sumar nuevas adquisiciones y modificaciones, en la construcción permanente del interminable proceso de la identidad individual y social.

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2. Adolescencia y a posterior»

Introducción El interés por el estudio de este tema surgió desde la práctica analítica al comprobar, a partir de las enseñanzas recogidas de mis analizandos, el lugar protagónico que ocupa el concepto freudiano de a posteriori en relación con los fenómenos que aparecen en la adolescencia. Sostengo que la adolescencia es el momento privilegiado de la resignificación retroactiva, del a posteriori, pues constituye una nueva etapa libidinal, en donde se alcanza por vez primera la identidad sexual genital como un fenómeno psicológico y social. Comenzaré diferenciando dos conceptos que llegan a ser fácilmente confundibles en nuestra teoría y en nuestra práctica analíticas. Me refiero al concepto de desarrollo y al concepto de lo histórico, en el psicoanálisis en general y en el psicoanálisis del adolescente en particular. El desarrollo no tiene nada de histórico, implementa una temporalidad lineal. Apunta a la descripción de una serie de fases que no tienen nada de individual. La historia, en cambio, es una serie de acontecimientos, que son singulares para cada sujeto y marcan la vida de un individuo. Así como la historia apunta hacia lo subjetivo particular, el desarrollo se dirige hacia lo que hay de semejante. Ambos conceptos pueden ser complementarios. Pero el analista no busca el desarrollo sino lo histórico. Puede hacer uso de las referencias del desarrollo para tener mojones de comparación, pero no son la meta a conquistar para el paciente. Lo histórico implica el uso de la temporalidad con resignifica-

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ción del a posteriori, no de un tiempo lineal, sino de un tiempo en torsión. Freud se cuidó muy bien de no ubicar el enfoque genético en el mismo nivel que el enfoque dinámico, tópico y económico, porque tal inclusión llevaría a una confusión entre psicoanálisis y psicología evolutiva. Es importante establecer la diferencia esencial entre los conocimientos propiamente analíticos y los resultados de las observaciones de la psicología evolutiva. La psicología evolutiva describe lo general, los acontecimientos según la continuidad genética. En cambio, Freud subraya que el concepto del a posteriori forma una parte fundamental de su aparato conceptual en relación con la explicación de la temporalidad y de la causalidad psíquicas. El 6 de diciembre de 1896, escribió a Fliess sobre la hipótesis de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratificación de los materiales existentes en forma de huellas mnémicas, las cuales experimentan de vez en cuando, en función de nuevas condiciones, una reorganización, una reinscripción. a) Lo que se elabora con retroactividad no es lo vivido en general, sino electivamente lo que en el momento de ser vivido no pudo integrarse en un contexto significativo. b) La elaboración retroactiva viene desencadenada por la aparición de acontecimientos y situaciones, o por una maduración orgánica, que permiten al sujeto alcanzar un nuevo tipo de significaciones y reelaborar sus experiencias anteriores. c) La evolución de la sexualidad favorece notablemente los desfasamientos cronológicos que implica en el ser humano el fenómeno de la retroactividad. En "Los orígenes del psicoanálisis", Freud expresa que todo adolescente guarda huellas mnémicas que sólo pueden ser comprendidas por él al aparecer las sensaciones propiamente sexuales. Desde este punto de vista, únicamente la segunda escena confiere a la primera su valor patógeno: se reprime un recuerdo que sólo a posteriori se volvió traumatizante. El adolescente no puede

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asumir una defensa normal, lo que se haría evitando una percepción desagradable, porque el displacer no proviene de la percepción sino del recuerdo. El concepto de a posteriori apunta a una verdadera elaboración de un trabajo de memoria que no consiste en la simple descarga de una tensión acumulada, sino en un complicado conjunto de operaciones psíquicas. No se puede reducir la noción de retroactividad a una teoría estrictamente económica de la abreacción. Para que un sentido emerja, se necesitan dos sucesos y un intervalo entre ellos. El sentido habla del encaje de un sentido en el interior de otro, en cuyo orden se instala. El a posteriori que podríamos denominar en un comienzo simplemente cronológico va trocando su sentido hacia un a posteriori lógico, en tanto da cuenta de un tiempo lógico como operación necesaria para que el nuevo acontecimiento se transforme en hecho histórico, en un hecho con sentido en el orden del sujeto. El concepto de a posteriori cobra en la teoría y en la clínica un papel trascendental. El principio de continuidad genética implementa un tiempo lineal que apunta hacia la concepción de la historia signada por un destino irrevocable. El sujeto marcado por el simple objeto y el primer año de vida. De esto deriva que todas las formas ulteriores del objeto dependan de la forma más primitiva, es decir, de la primera relación objetal observable: la del lactante con el pecho. Se ubica entonces el sujeto como un producto sellado, resultante de acontecimientos externos, los cuales justifican y racionalizan su estado presente y determinan su futuro, sin salida. En cambio, el principio del a posteriori, que implementa un tiempo en continua reelaboración desde el sujeto, apunta a una concepción psicoanalítica de la historia que reabre la posibilidad, siempre renaciente, de desafiar aquel destino inmutable prefijado por los dioses. Es desde el sujeto porque, lejos de ser una resentida víctima poseída por la historia, es a partir de él, agente activo que organiza y otorga significado a los hechos, configurando él su propia historia, retrospectivamente.

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La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado. Pero es un pasado que "aún es, todavía". Negar el a posteriori es negar la posibilidad de que el sujeto acceda a ser, mediante el psicoanálisis, en gran medida, autor responsable y no espectador pasivo de su propio destino.

Adolescencia: desafío y desenganche La historia del adolescente nace antes de su nacimiento biológico. Existe un orden simbólico, orden lógico que precede a su nacimiento cronológico. Este orden es el lugar que ocupa el hijo en la fantasmática individual en cada uno de los progenitores y en la pareja. Lugar que estará determinado en relación con el sistema narcisista de la madre y del padre, y que se plasmará en una representación. Ser el representante narcisista primario de y para el deseo inconsciente de la madre, de y para el deseo inconsciente del padre, de y para mantener la homeostasis narcisista de la situación del medio. Es a partir de este momento lógico cuando el adolescente comienza a ser identificado en tal rol y en un determinado lugar. Punto de partida de su identidad y de su identidad sexual. El representante narcisista primario operará durante toda la vida como la referencia constante a partir de la cual el adolescente necesitará efectuar un trabajo de reelaboración diario para conquistar su condición subjetiva de un ser vivo con existencia propia. Leclaire afirma que la práctica psicoanalítica se funda en el trabajo constante de una fuerza de muerte, la que consiste en matar al niño maravilloso o terrorífico que de generación en generación atestigua los sueños y los deseos de los padres. No hay vida sin pagar el precio del asesinato de la imagen primera, extraña, en la que se inscribe el nacimiento de todos. Matar la representación del niño-rey es la condición en la cual en ese mismo instante el yo empieza a nacer. Pero este trabajo de muerte, de desenganche y reenganche, de reinscripción cotidiana, adquiere mayor importancia durante la

adolescencia porque es en este período cuando el sujeto atraviesa, al mismo tiempo, una lucha sin tregua, en varios frentes de batalla. Momento en que el territorio de su sentimiento de sí presenta máxima incertidumbre. S. Freud (1905) plantea la adolescencia como una nueva etapa libidinal en la cual las transformaciones que acontecen se deben fundamentalmente a dos aspectos: 1) La subordinación de todos los orígenes de la excitación sexual bajo la primacía de las zonas genitales. 2) El proceso del hallazgo del objeto, con mandato genital y más allá de las figuras parentales. Para conquistar este objeto exogámico, el aparato psíquico necesita sufrir transformaciones especiales. Algunas son comunes a ambos sexos, y otras, particulares para cada uno de ellos a través del recambio de las identificaciones. Esto implica un trabajo de elaboración importante para asumirse no bisexual sino poseyendo un solo sexo. Este nuevo embate de su realidad de incompletud centra una primera batalla narcisista que sacude todas sus instancias psíquicas: el yo, el ideal del yo, el superyó, el yo ideal; y preludia la necesaria reestructuración. En este sentido y por este sentido, la adolescencia reinstala la asunción de la problemática de la castración de la bisexualidad y de la castración simbólica: soportar la incompletud y por ende la diferencia, tanto en el sistema narcisista intrasubjetivo del adolescente como en el sistema narcisista intersubjetivo de y con los padres. Pasaré a enumerar basándome en el estudio realizado por varios autores.

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Reestructuración en el yo del adolescente El yo es, ante todo, un yo corporal', no es solamente un ser de superficie, sino que él mismo es la proyección de una superficie. Freud (1923) Esta formulación apunta a definir lo corporal, no en términos de cuerpo anatómico, sino en referencia a la imagen del propio cuerpo como algo facticio, como una configuración que no está dada de forma natural, sino que se adquiere mediante una permanente tarea de construcción que opera desde y para el sujeto. En virtud de las modificaciones corporales características de esta etapa, el adolescente se ve obligado a asistir pasivamente a toda una serie de modificaciones físicas y hormonales que se apoderan de su cuerpo biológico, acompañadas de demandas de impulsos instintivos y de demandas que surgen desde lo social. Varios autores han designado este proceso de cambio como duelo por la pérdida del cuerpo infantil que produce un fenómeno de despersonalización por la contradicción entre el cuerpo que se va haciendo adulto y una mente que se halla aún en la infancia. Las angustias son consecuencia de la pérdida de lo conocido y de lo acechante ante lo desconocido que surgen desde estos cambios corporales, mientras que una lectura del a posteriori otorga un sentido diferente a estas angustias. Las nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo del adolescente conmueven al patrimonio de las autoimágenes anteriores, las cuales, en esta nueva etapa de maduración orgánica, adquieren un nuevo tipo de significaciones. Las inscripciones anteriores, que no habían alcanzado a adquirir una inscripción simbólica en un contexto significativo: orden simbólico, representante narcisista primario, experiencias traumáticas, cobran en este período de la adolescencia un efecto y un valor patógenos, retroactivamente, a posteriori. El sentido, dijimos, habla del encaje de un sentido en el interior de otro, en cuyo orden se instala. En cambio, es en la adolescencia cuando surge con mayor dramaticidad el choque entre sentidos. Choque por la imposibilidad de relacionar a las nuevas 32

demandas referidas a su identidad e identidad sexual en el interior de otro sentido, en cuyo orden el adolescente ya había sido inscrito desde los deseos ajenos. Orden que al mismo tiempo en que es resignificado resulta incompatible de articulación. La colisión entre estos sentidos impide al adolescente ordenar un deseo propio, organizado, y discriminado, y ante dicho fracaso surgen las angustias confusionales y de despersonalización. Angustias provenientes no únicamente de la pérdida del cuerpo infantil, sino, y fundamentalmente, del choque ante la incompatibilidad de las nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo y el arsenal de las imágenes resignificadas de las historia del sujeto.

Reestructuración en el superyó y el ideal del yo del adolescente Como consecuencia del incremento pulsional, se reactualizan los deseos preedípicos y edípicos, y se impone una modificación en el superyó del adolescente que —a diferencia del superyó del latente, que funcionaba prohibiendo y castigando la actividad sexual en general— debe en este período retractarse y auspiciar el ejercicio genital. El superyó del adolescente presenta una doble función: imponer nuevamente el tabú del incesto y, al mismo tiempo, permitir la sexualidad exogámica, no diferir la pulsión instintiva. Por otro lado, en la adolescencia el superyó ha devenido en una agencia interna, el adolescente es el responsable y depende de su propio superyó, mientras que durante la infancia la responsabilidad de su conducta era dirigida por las demandas, las costumbres y las prohibiciones de los padres. El niño cooperaba con ellos fundamentalmente para evitar castigos o pérdidas de amor. En esta etapa, el adolescente debe lograr la independencia respecto de padres y hermanos, en función de una mayor individuación. Su superyó necesita desprenderse de las primeras relaciones de objeto, suavizando las imagos parentales prohibidoras y reconciliándolas con otras, de padres más reales, sexualmente activos, permisivos, que lo confirmen en su identidad sexual.

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Distintos autores consideran que la desestructuración temporaria del superyó durante la adolescencia es debida a que el yo trata al superyó como si fuera un objeto incestuoso del cual debe alejarse como hace con sus padres de la infancia. Este alejamiento, que incluye la renuncia a los viejos lazos incestuosos con los padres, es un proceso doloroso que equivale parcialmente a la pérdida de un objeto de amor. Pero, más aún, él debe renunciar también a las normas éticas e ideales, correspondientes al ideal del yo, las que, aunque internalizadas, están todavía muy ligadas al objeto incestuoso. El adolescente debe tolerar el enfrentamiento con el duelo y la revisión de los patrones establecidos, para formar y formular opiniones, ¡deas e ideales de sí mismo que conducen gradualmente a su Weltanschauung, a una cosmovisión cuestionadora. Al mismo tiempo, el modelo materno-paterno resulta perimido y no lo capacita al adolescente para obtener su autoestima en el objeto exogámico. Lo más claro que resulta para el adolescente es que necesita alejarse de aquello que hasta ese momento constituyó su fuente de seguridad: sus identificaciones parentales y su ideal del yo.

Reestructuración en el yo ideal del adolescente La necesidad que se apodera del adolescente de dejar de ser "a través de" los padres y los hermanos, para llegar a ser él mismo, requiere el abandono de la imagen tan idealizada y arcaica parentai, para encontrar ideales nuevos en otras figuras, de alguna manera más adecuadas a la realidad. No sólo el adolescente padece este largo proceso, sino que los padres tienen dificultades para aceptar el crecimiento a consecuencia del sentimiento de rechazo que experimentan frente a la genitalidad y a la libre expansión de la personalidad que surge de ella. Esta situación ha sido denominada por varios autores como duelo por la identidad y el rol infantil, y duelo por los padres de la infancia. El yo ideal es concebido como una formación esencialmente

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narcisista que tiene su origen, según Lacan, en la fase del espejo, y que pertenece al registro de lo imaginario. Mediante el proceso de la idealización, el sujeto se propone, como fin, reconquistar el estado llamado de omnipotencia del narcisismo infantil. Tiene implicancias sadomasoquistas, especialmente la negación del otro correlativa a la afirmación de sí mismo. La amenaza de perderla dependencia infantil "pone a prueba" la estabilidad de los sistemas narcisistas que actúan entre sí en el plano intrasubjetivo del adolescente y que trascienden al plano intersubjetivo de los padres. Esta amenaza de desprendimiento no sólo reactiva en los padres los duelos del paso del tiempo, ante la pérdida del "nene-que-crece" (temporalidad lineal), sino que al mismo tiempo y fundamentalmente resignifica en ellos en forma retroactiva la asunción de sus propias incompletudes que, a través del hijo obturador-siemprepresente, evitaban asumir. La relación de los padres con el hijo se sustenta estructuraimente, en diferentes grados, sobre la elección de objeto de tipo narcisista. El adolescente representa para cada uno de los padres y según la ubicación en la fantasmática individual y de la pareja: lo que uno mismo es, lo que uno mismo fue, lo que uno querría ser y, privilegiadamente, la persona que fue una parte del sí-mismopropio. De aquí que la reestructuración en el yo ideal durante la adolescencia adquiera una conmoción particularmente dramática, por el choque de sentidos, pues reabre a posteriori las heridas narcisistas no superadas en ambas partes especulares. El distanciamiento es vivido como un desgarramiento de la persona que fue una parte del sí-mismo-propio, con la amenaza para el sentimiento de sí de los padres y/o del adolescente de perder al sostén que mantiene la estabilidad de la propia estructura narcisista, sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres salvadores y sobrevalorados para el hijo, y del adolescente idealizado y mesiánico para los padres; ambas partes se retienen, a través de un suministro continuo, en una prolongada adolescencia. Este ideal de omnipotencia que bascula entre el adolescente y los padres pone en escena las técnicas de desenganche y de reen-

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ganche entre acreedores y deudores, entre padres e hijo, en un movimiento pendular a través del desafío. Desafío que, si conduce al desenganche (a la discriminación y a la asunción de la incompletud en cada una de las partes comprometidas), promueve el crecimiento hacia la individuación del adolescente. El desafío como inquietud, que quiebra el silencio de las verdades inmutables y al mismo tiempo que cuestiona lo establecido crea productos nuevos, lo denomino "desafío trófico", pues está signado por la pulsión de vida. En cambio, el "desafío tanático" se halla signado por la pulsión de muerte, ya que, a través de la provocación sadomasoquista entre ambas partes aliadas, repite compulsivamente el "reenganche". El adolescente permanece entretenido en una guerrilla de desgaste con los padres, para quedar finalmente detenido en una seudoindividuación.

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3. El reordenamiento de las identificaciones en la adolescencia Introducción El proceso de identificación congela el psiquismo en un "para siempre" característico del inconsciente, que se califica como atemporal (Faimberg, 1985), mientras que el proceso de reordenamiento libera el "para siempre" de una historia que lo aliena en la regulación narcisista. Constituye así la condición que posibilita liberar el deseo y construir el futuro. El estado de mortificación psíquica, implícito en los procesos de reordenamiento identificatorio, adquiere su mayor dramaticidad durante el período de la adolescencia, porque representa el momento privilegiado de la resignificación retroactiva y de la estructuración identificatoria en todas las instancias psíquicas de la personalidad.

Historización y pulsión de muerte Durante el reordenamiento identificatorio, se produce la defusión de la pulsión de muerte, pues se disuelven —desestructuración implícita y transitoria en toda elaboración del proceso de reordenamiento— los lazos afectivos con determinados objetos, para posibilitar su pasaje hacia otros, lo cual reabre el acceso a la configuración de nuevas identificaciones, en una reestructurada dimensión afectiva, espacial y temporal. Faimberg aporta una nueva luz al psicoanálisis del misterio de los orígenes a través de su concepto del telescopaje de las generaciones y de la ampliación del concepto de las identificaciones alienantes que intervienen en la constitución del psiquismo. 37

Sostiene que estas identificaciones son alienantes porque el sujeto se somete, por vía inconsciente, a las historias de un "otro" que no le conciernen, pero de las cuales permanece finalmente cautivo. El "otro" significa el narcisismo parental y la identificación con él. Estas identificaciones se cristalizan en una organización escindida o alienada del yo y presentan características particulares: 1. Son mudas, inaudibles. 2. Se hacen audibles con el descubrimiento de una historia secreta del paciente. 3. No son mero dato inicial que no necesita explicación. Las identificaciones tienen una causa, una historia. 4. La comprensión de su historia permite hacerlas más significativas, más audibles. 5. La historia, por lo menos en parte, no pertenece a la generación del sujeto. 6. Descubrir sus identificaciones alienantes y su historia, que concierne a tres generaciones, permite al sujeto reconocer y encontrar su lugar en relación con la diferencia de las generaciones. Estimo que este tipo de identificación implica un telescopaje de generaciones. El telescopaje de generaciones implica un tiempo circular y repetitivo. Borges lo ¡lustra en su poema: Al hijo No soy yo quien te engendra. Son los muertos. Son mis padres, su padre y sus mayores... Siento su multitud. Somos nosotros Y, entre nosotros, tú y los venideros Hijos que has de engendrar. Los postrimeros Y los del rojo Adán. Soy esos otros. También. La eternidad está en las cosas Del tiempo, que son formas presurosas.* * La bastardilla me pertenece.

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La historización es un proceso esencial del psicoanálisis. Permite reordenar la relación que el sujeto ha establecido con las identificaciones alienantes de los sistemas narcisistas parentales y explicar las reacciones paradójicas a partir de la puesta en evidencia de las funciones de apropiación-intrusión, de desenganche y reenganche, que se despliegan entre ambos sistemas narcisistas en pugna. La historia secreta, perteneciente a las historias que conciernen a las generaciones que precedieron al narcisismo del sujeto, no se transmite como mensaje explícito, sino que se halla estrechamente relacionada con la modalidad de decir y no decir que utilizan los padres, a través de una función de apropiación-intrusión. El régimen narcisista de apropiación-intrusión es el que fuerza al sujeto a una adaptación alienante por sus identificaciones inconscientes con la totalidad de la historia de los padres. No existe así un espacio psíquico para que el niño desarrolle su identidad, libre del poder enajenante del narcisismo parental. Se crea una paradoja del psiquismo, que al mismo tiempo está lleno y vacío en exceso (Faimberg, 1985). Lleno de alteridad ominosa y vacío de mismidad, por carecer de espacialidad psíquica discriminada. El proceso de intrusión explica el lleno en exceso de un objeto que no se ausenta jamás. El sujeto queda cautivo de la intrusión del "otro". Es un objeto excesivamente presente que lo habita y posee. La historización resulta ser un proceso esencial, pero no suficiente, para lograr la reestructuración identificatoria. Pues en la desidentificación participan, además, varios factores fundamentales. Depende, por un lado, de la instrumentación de la agresividad en su relación con la intrincación-desintrincación de Eros y Tánatos; por otro lado, de las vicisitudes de los sistemas narcisistas intrasubjetivo e intersubjetivo en pugna y, además, de los destinos de la pulsión de muerte liberada durante la elaboración desidentificatoria. El sujeto requiere la ¡mplementación de una adecuada agresividad, al servicio de los propósitos de Eros, que le permita "matar" a ese niño marmóreo (el ¡nfans) para garantizar la inmortalidad 39

propia y de los otros, y acceder así a la desidentificación de las identificaciones alienantes. Al dar muerte a la inmortalidad, se condiciona el nacimiento del yo. La muerte del infans reanima sentimientos de desvalimiento y ominosidad, por la pérdida de la fantasía que reasegura la ilusión de alcanzar, a través de la fusión, el amor eterno e inmutable. En efecto, la desidentificación del infans pone a prueba la estabilidad de los sistemas narcisistas en los planos intrasubjetivo e intersubjetivo. La desidentificación interviene en el complejo proceso de reestructuración de todas las instancias psíquicas (yo ideal-ideal del yo, superyó, yo) de ambos sistemas narcisistas en pugna y entre ellos. Así, la reestructuración en el yo ideal adquiere una conmoción particularmente dramática por el choque de sentidos, que reabre a posteriori las heridas narcisistas no superadas en ambas partes especulares. La desidentificación puede ser vivenciada en todas las etapas de la vida, pero de manera más patética aún durante el período de la adolescencia, como un desgarramiento de la persona que fue una parte del sí mismo propio. Lleva consigo la amenaza para el sentimiento de sí, tanto del hijo como de ambos padres, de perder el sostén que mantiene la regulación de la estructura narcisista. Sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres salvadores y sobrevalorados por el hijo, y del hijo idealizado y mesiánico para los padres. Ambas partes se retienen, a través de un envolvente suministro continuo de ofrecimientos y amenazas verbales, materiales y afectivas, en una prolongada seudoindividuación de negociaciones narcisistas, dentro de una temporalidad ambigua. Este ideal de omnipotencia, que bascula entre el hijo adolescente y sus padres, pone en escena las técnicas de desenganche y de reenganche entre acreedores y deudores, en un movimiento pendular condicionado a los destinos de la agresividad. Mientras que la agresividad al servicio de Eros tiende a la discriminación del otro, la agresividad al servicio de Tánatos pro40

mueve la indiscriminación ominosa con el otro, borrando las fronteras entre el yo y el no-yo, entre la realidad psíquica y la realidad material (Kancyper, 1986).

El remordimiento en el reordenamiento identificatorio La pulsión de muerte, liberada durante el proceso de la desidentificación, puede sufrir dos destinos. El primero sería volverse a ligar a nuevas identificaciones; el segundo, permanecer libre y distribuirse para que una parte sea "asumida" por el superyó y vuelta así contra el yo, o bien ejercite su actividad muda y ominosa como pulsión libre en el yo y el ello. Las partes ligadas y no ligadas de la pulsión de muerte se manifiestan a través de la culpa y la necesidad inconsciente de castigo, acompañadas de un inquietante halo de sentimiento de pánico, horror, incertidumbre, inermidad, orfandad, vacío y muerte, que corresponden precisamente a lo Unheimlich del accionar de aquel sector de Tánatos, sustraído del domeñamiento logrado, mediante ligazón, a complementos libidinales, y que sigue teniendo como objeto el ser propio. La mezcla y la combinación, muy vastas y de proporciones variables, de los sentimientos de culpa y ominosidad, que sobrevienen necesariamente como resultado del proceso de la desidentificación durante la adolescencia, suelen expresarse clínicamente en remordimientos y resentimientos manifiestos o latentes, precisos y difusos, básicos y fraternos, primarios y secundarios, por culpa y por vergüenza (Kancyper, 1991 b). La desidentificación con el objeto cultural endogámico y su pasaje y unión a objetos culturales pertenecientes a un exogrupo que no comparte los mismos antecesores míticos, son equiparados — e n la fantasmática del adolescente y de sus padres— a la destrucción de esa cultura, lo que equivale a consumar el parricidio, y determina intensos sentimientos de culpa, y necesidad de castigo y ominosidad (Grinberg de Ekboir y otros, 1980). Cuando la resolución de los remordimientos y los resentimien41

tos inherentes a la adolescencia fracasa, en los casos más graves da origen a estados de desestructuración psicótica. Otras veces, subyace en severas depresiones, inhibiciones, actings out, fobias y síntomas obsesivos. Baranger, Coldstein y Goldstein (1989) diferencian los procesos desidentificatorios de las identificaciones negativas y sostienen que, en el gran desorden identificatorio que acontece en la crisis de la adolescencia, etapa que oscila entre la desorganización de la identidad infantil y la reorganización de la personalidad adulta, "las desidentificaciones son por lo general más vistosas que reales, y el mecanismo más utilizado es la identificación negativa que recubre las identificaciones anteriores sin desalojarlas. Éstas sobrenadan después de la tormenta y coexisten en una paz problemática con las nuevas adquisiciones". Así, los remordimientos y los resentimientos —que se originan irremediablemente a partir de la reestructuración intrasubjetiva del adolescente, articulada con la relación intersubjetiva parentai—, en gran medida, complican la tarea de la desidentificación y conservan estas identificaciones negativas.

Ejemplos clínicos Transcribo un fragmento de una sesión correspondiente a la analizante F., de 19 años, que en el sexto año de análisis pone en evidencia algunos efectos clínicos y varios de los procesos inconscientes que subyacen en la desidentificación. Me pasa algo especial cuando logro "desparecerme" a mi madre. De pronto, me encuentro que puedo ser yo, que puedo dejar de estar girando alrededor de ella. Y, ¿ve?, apenas hablo de esto vuelvo a sentir nuevamente angustia. Se me cierra algo. Me vuelve aquella sensación de vacío, de orfandad que yo sentía cuando era chica y mi mamá no me quería tal cual era yo. Y además me vuelvo a olvidar las cosas que tienen que ver conmigo. De mis cosas individuales, de aquello que a mí me hace feliz.

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X Siento que yo, de alguna forma, rompí con un determinado sistema. Pero en definitiva ya no forma parte de mí, porque fui capaz de separarme de muchas cosas que me unían mucho y me hacían repetir situaciones. Por eso el sábado me sentí bien, porque elegí lo que quería. De la misma forma que ayer pude llegar a mi casa y sentirme sin esa angustia que venía sintiendo todos esos días (pausa). Cuando empiezo a sentir los límites de mi cuerpo, me empiezo a reubicar en mí. Y lo que encuentro me gusta. El problema es que tengo una tendencia a olvidarme, a convertirme en una gran mentirosa conmigo, Y vuelvo a depositar en mí cosas de odio que tiene mi mamá con su cuerpo, con su sexualidad, y las vuelco en mí, y hago una mescolanza. Y de repente me sorprendo diferente de ella, y esa sorpresa me hace bien. Esas sorpresas tienen que ver con mi historia. Por ejemplo, de chica, cuando salía a correr con mis amigas, era la que corría peor. Yo siempre sentía que perdía. Perdía porque yo empezaba perdiendo. Era la sensación de estar en último lugar. Y son efectivamente las cosas que siempre me hizo sentir mi mamá. Porque era lo que sentía ella, sin posibilidades de éxito. Y el sábado salía correr y me sorprendí porque no me quedé sin aire. Esa sensación de perdedora no era mía, era de otra persona. Yo no niego que había sido mía en algún momento, porque estaba muy metida (pausa). Hace ya mucho tiempo que progresivamente se fue modificando en mí. ¿Por qué será que siempre miro las cosas desde un ángulo equivocado? Lo que pasa es que no me doy cuenta. Y, cuando me doy cuenta, ya estoy metida nuevamente adentro. En vez de ver que el desprendimiento de mi mamá me produce plenitud, un estado de sentirme bien conmigo misma, con mi espacio, con mi tiempo, lo empiezo a ver otra vez del lado del vacío. Yo siempre tuve los ojos de rechazo de mi mamá y los de mis hermanos, que no fueron mejores que los de mi mamá, sobre lo que hacía y lo que dejaba de hacer. No entiendo muy bien cómo pude convivir y sufrir con determinadas cosas durante tantos años.

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Como bien hemos podido apreciar, el discurso de esta analizante adolescente ilustra con mucha claridad: 1. La importancia de la historización y el empleo de la agresividad al servicio de Eros, para quebrar la circulación repetitiva de la neurosis de destino de fracaso. 2. La alternancia de sentimientos de pérdida (vacío, orfandad, abandono) y de júbilo por la adquisición de nuevas posibilidades. 3. Los efectos clínicos que surgen a partir de la identificación con el doble materno masoquista que, como inquilino intruso, habitaba su yo. Otro fragmento de la misma analizante ¡lustra los destinos de la defusión de Tánatos en el momento en que se produce la desidentificación con el sufrimiento y con la posición de mártir, que identificaban su grupo familiar con las generaciones que los precedieron. De repente paso a ser invadida por el caos. No tengo claridad, no tengo espacio interior para nada, ni forma de comunicar lo que me pasa. Me pongo muy tensa, me pongo agresiva. Hasta siento que cambia el timbre de mi voz. Me pongo muy intolerante, ante todo conmigo y después con los demás, por añadidura. Todo se transforma en gris oscuro y negro. Me cuesta //desprenderme" de esa imagen de sufrimiento que resulta ser la constante en mi familia. En algún momento, cuando era chica yo pensaba que mi vida era sufrir. Yo sentí que mi lugar estaba al lado de los que sufrían y no al lado de los que disfrutaban. A partir del momento en que veo los mártires en mi familia, quiero ser distinta (pausa). Yo tenía la fantasía de que era mala. Y creo que es cierto, porque yo envidiaba que el otro era siempre más feliz y más capaz. Lo que no entiendo es por qué no puedo tener placer con mi crecimiento. Si las cosas me siguen saliendo bien, ¿cuál va a ser mi castigo? Si a mí me gusta mi crecimiento. No le tengo miedo, y no es chiste, pronto voy a cumplir 20 años y no es ¡oda. Pero de alguna forma tengo que encon-

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trar algún método para estar más armada ante las "invasiones de despelote" que se me arman. Además, los niveles de angustia que se me meten. Tienen un pico, como si fueran una picana. Me destruyen todo aquello que me hace feliz. Yo siento que sigo construyéndome, pero hay una gran tendencia a seguir encuadrándome en la incapaz, en la que está hecha para sufrir. Hay sesiones que yo odio. Son las sesiones en que yo siento que no me gusto, que no me gusta lo que tengo adentro. Tengo mierda adentro y no sé cómo me la saco (pausa). Lo que pasa es que tengo la sensación de que es algo hecho, que es una trampa que yo me pongo. Como si frente a una realidad que me resulta linda, que me hace sentir plena, que mi vida tiene un hilo de conducción, apareciera de pronto una voz que siempre sentí en mi oído: "¡Ahí Cuidado con esto, cuidado con lo otro." No tengo los signos de que esto bueno va a durar; que no me engolosine con lo lindo. Estas palabras ya dejaron de ser de mi mamá, tienen que ver conmigo. En su discurso, F. hace audibles no sólo las angustias ominosas, correspondientes a la parte de la pulsión de muerte no ligada y muda, que se manifestaban a través de la sensación de caos y de espanto por la amenaza acechante de una desestructuración potencial, sino también los sentimientos de culpa y de necesidad de castigo, como resultado de la parte ligada de la pulsión de muerte fusionada y acogida por su superyó en los remordimientos inconscientes, y que inhibían la posibilidad de su crecimiento.

Adolescencia, creatividad y confrontación El adolescente que habita en cada adulto es el que dispone todavía de poderes mágicos liberadores. El poder creativo es libertad, "una puesta en libertad de los lugares". M. Heidegger En todo acto creativo, igual que en el período de la adolescencia, se presentifican los remordimientos y los resentimientos, 45

pues en ambas situaciones se reactivan ciertos psicodinamismos comunes. Como el adolescente, también el creador artístico o científico necesita implementar el desafío para impugnar lo establecido y crear productos nuevos. Esta necesaria transgresión reactiva en el creador (y en el adolescente) la oportunidad de realizar mágicamente las fantasías parricidas y fratricidas que determinan sentimientos de culpa y la necesidad inconsciente de castigo; reanima además los procesos narcisistas en pugna y la defusión de las pulsiones de vida y de muerte anteriormente descritas. El proceso creador pone a prueba la estabilidad de la organización identificatoria, y resulta, por lo tanto, insoslayable la necesidad de convivir con un transitorio estado de padecimiento ominoso y culposo, inherente tanto a las fases de la gestación como a las del alumbramiento del proceso creador. La función del analista es poner en evidencia los remordimientos y los resentimientos manifiestos y latentes, que surgen a consecuencia y como resultado de las fantasías parricidas y fratricidas (sentimientos de culpa) y de excomunión (necesidad de castigo por un poder parental y fraternal, debido a la traición y la trasgresión de los mandatos endogámicos), que se disparan durante las fases del proceso creativo y durante los procesos desidentificátorios de la adolescencia. En cambio, la negativa inconsciente a percibir y explorar los remordimientos y los resentimientos puede involucrar el riesgo de bloquear la expresión de la capacidad creativa potencial y siempre renaciente de los analizantes. Numerosos autores psicoanalíticos se han ocupado, desde diferentes ópticas, del tema de la creatividad. La mayoría de ellos coincide en que la creatividad se caracteriza por el advenimiento de algo nuevo, de lo original e inédito que sorprende, conmueve y se opone a la repetición. Grinberg de Ekboir (1980) sostiene: "El término creatividad pertenece al léxico común y es, por lo tanto, sumamente ambiguo. Generalmente designa a una cualidad que poseen ciertas perso46

ñas excepcionales, particularmente notoria en los genios creadores, pero también presente en grado menor en quienes poseen ciertos talentos superiores, enigmática en sí misma y de la cual, misteriosa e injustamente, parecen carecer la mayoría de los mortales que no recibieron ese don de los dioses. Pero, actualmente, se tiende a ajustar su significado desbrozando sus connotaciones mágicas y místicas; se la considera como una cualidad o capacidad de la mente que en algunos se ha desarrollado espontáneamente en grado sumo, la cual puede ser diagnosticada, estimulada, educada, sometida a mediciones y, en el área laboral, contratada, en tanto sería indispensable para el ejercicio de ciertas profesiones tales como las de artistas, investigadores, científicos e intelectuales." D. Anzieu diferencia la creatividad de la creación. Considera la creatividad "un conjunto de predisposiciones del carácter y del espíritu que se pueden cultivar y que se encuentran, si no en todos, en muchos". En cuanto a la creación, dice de ella que es "la invención y la composición de una obra de arte o de ciencia que responde a dos criterios: aportar algo nuevo y cuyo valor sea tarde o temprano reconocido". Winnicott sostiene que en todo juego está presente una creatividad primaria que es inherente a él. La ¡dea de creatividad primaria subyace en muchos de los desarrollos de Winnicott, en particular el self verdadero, el sentido de la realidad propia y de un vivir creativo con el que relaciona la autenticidad, es decir, un conocimiento personal de la realidad en oposición a un conocimiento "convencional", que implica sometimiento y falsedad. Este vivir creativo puede coexistir, en la misma persona, con actividades generalmente consideradas creativas. Winnicott, por lo tanto, comparte las concepciones sobre la creatividad como disposición universal del sujeto, la que puede ser desarrollada, perturbada o inhibida, y cuyo exponente subjetivo es la convicción vivencial, y el sentimiento de verdad y responsabilidad con relativa independencia respecto de las cualidades o la valoración del producto creado.

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La auténtica creatividad para mantenerse requiere una auténtica confrontación (vertical con los padres y horizontal con los hermanos reales e imaginarios y desplazada luego a los pares y superiores) que—Eros mediante—facilita la ruptura generacional con lo concebido hasta ese momento. No existen creación ni confrontación sin riesgos. El adolescente, igual que el creador, tiene derecho a la divergencia, a la posibilidad de estar junto a otros y de pensar distinto, al crecimiento personal a costa de nadie; a defender su marginalidad, su atipicidad, su independencia, sus juegos de imaginación, para poder fundar una nueva visión, un nuevo orden que den testimonio de su verdad.

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4. La confrontación generacional y la hiperseveridad del superyó en la adolescencia

Es estimulante que la adolescencia esté activa y haga oír su voz, pero los esfuerzos adolescentes que hoy se hacen sentir en todo el mundo deben ser enfrentados, deben cobrar realidad gracias a un acto de confrontación. Ésta debe ser personal. Los adultos son necesarios para que los adolescentes tengan vida y vivacidad. Oponerse es contenerse sin represalia, sin espíritu de venganza, pero con confianza... que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los adultos a ver el mundo de una manera nueva; pero que allí donde esté presente el desafío de un joven en crecimiento, haya un adulto dispuesto a enfrentarlo. Lo cual no resultará necesariamente agradable. En la fantasía inconsciente, éstas son cuestiones de vida o muerte. D. W. Winnicott

Introducción La confrontación generacional es un punto nodal, en el que confluyen las cuestiones más importantes y diversas; se trata, en realidad, de un tema complejo en todas las etapas de la vida —y fundamentalmente durante la fase de la adolescencia— para la adquisición y la plasmación de la identidad individual y social, cuyo estudio arroja mucha luz sobre nuestro acontecer anímico. El desasimiento de la autoridad parental y fraterna es una operación necesaria pero también angustiante del desarrollo humano, y puede ser denegado cuando en el vínculo padres e hijos preva49

lecen relaciones de objeto de tipo narcisista y/o pigmaliónico, en las cuales el otro no es considerado diferente ni separado. En estos vínculos, la alteridad y la mismidad quedan total o parcialmente desmentidas con el objeto de garantizar la omnipotencia y la inmortalidad de los progenitores y la cohesión del medio familiar. Precisamente es la falta de ese otro discriminado lo que deniega el enfrentamiento y la confrontación intergeneracionales, ya que nadie puede confrontar con el otro in absentia et ¡n effigie. La confrontación generacional representa una de las vías principales para estudiar de qué manera las relaciones de poder "fabrican" sujetos e instauran una multiplicidad de técnicas de constricción reversibles, que se despliegan asimétricamente y en dos direcciones: desde los padres hacia el hijo y desde éste hacia los progenitores. Una de estas técnicas estaría representada por el uso y abuso del Eros, que sofoca el espacio discriminado del otro mediante un solapado manejo de poder-seducción; otra sería ejercer el poder-sumisión para rellenar toda carencia, toda falta, todo apremio objetivo (Ananké) en los hijos, lo que impediría que manifestasen el odio y la agresividad. El odio y la agresividad son dos emociones y mociones fundamentales que posibilitan la admisión del objeto como exterior a uno, y que operan, además, como condición necesaria para que se instale una tensión entre los opuestos, y así se despliegue el movimiento dialéctico de la discriminación y la oposición entre las generaciones. '

El adolecer y la adolescencia de los padres del adolescente Así como los padres son necesarios para que en el hijo se instituya el complejo de Edipo, también lo son para que el vástago salga de él y pueda acceder a la elección de objetos sexuales, no incestuosos ni parricidas, y a nuevos objetos vocacionales más allá de los mandatos parentales. Este es un largo, difícil y tortuoso camino donde muchos se detienen antes de la línea de llegada. Dolto señala que la adolescencia es un movimiento pleno de

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fuerza, de promesas de vida, de expansión, y que no hay adolescentes sin problemas, sin sufrimientos; éste es quizás el período más doloroso de la vida. Pero, por otro lado, también representa la etapa de los duelos, las angustias y las alegrías más intensos para los padres del adolescente, quienes deben enfrentar elaboraciones psíquicas complejas, debido a la reactivación y la resignificación de sus propias adolescencias, en muchos casos de un modo patético, porque esta fase coincide con la llegada de la menopausia y el avejentamiento. Ellos sufren duelos y angustias por la resignación de los deseos narcisistas de inmortalidad y de completud investidos en el hijo, y de sus deseos pigmaliónicos relacionados con las fantasías de fabricación y moldeado del otro a su imagen y semejanza, para ejercer sobre él un poder omnímodo y omnisciente. Debe, además, admitir la sexualidad floreciente y la potencia de desarrollo en el hijo que crece, contrapuestas a las de ellos que se encuentran en franca disminución. Cada uno de los padres no sólo debe librar múltiples y simultáneas batallas en varios frentes, para acceder a la desmistificación del Narciso, el Pigmalión y el Edipo que se albergan en su alma en diferentes grados, sino que además debe desmantelar a Cronos, que devora a sus vástagos. Esta tarea es intrincada y dolorosa para los padres, porque apunta a admitir la inexorable irreversibilidad del tiempo y la prohibición definitiva de la reapropiación devorante de los hijos. Pero ¿qué sucede cuando el padre del adolescente no resigna su propia adolescencia y, por ende, no puede ejercer su función paterna?, ¿cuando no puede realizar la elaboración de estos variados duelos caracterizados por una compleja y múltiple causalidad? Entonces se produce el borramiento de la diferencia generacional, y la necesaria rivalidad edípica deviene en una trágica lucha fraterna y narcisista. En lugar de la confrontación, se instauran la provocación, la evitación o la desmentida de la brecha generacional, con lo cual se altera el proceso de la identidad.

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El padre "cucharita" Mi papá es un pendeviejo. Se la pasa compitiendo conmigo en la ropa, en el corte de pelo, en los deportes y hasta con las minas. Pero para míes un padre cucharita porque no corta ni pincha. Mi papá se pone a nivel nuestro. Yo parezco una persona adulta y él parece un pendeviejo, parece mi hermano. Yo no quiero un padre-hermano; quiero que cumpla el rol de padre. Quiero que sea más seño. Siento que está invadiendo lo que me pertenece. No me gusta la competencia con él. Yo siento que él la provoca. Él tierre 52 años y nos hace sentir que somos tarados, y con ironía nos dice: "Yo corro ocho kilómetros y ustedes no hacen ningún deporte." Algo pasa que mis hermanos y yo nos borramos del club, y que además ninguno de nosotros está en pareja. El se cree que es el más piola. Me avergüenza mi papá. El padre "cucharita, que no corta ni pincha" en la dinámica familiar, no instituye la función paterna; como consecuencia, por un lado, no ejerce el corte en la diada madre-hijo, y por el otro, al fraternizar el vínculo paterno-filial, impide que el hijo acceda al inevitable y necesario proceso de la confrontación generacional, esencial para la adquisición de la identidad. En ese proceso se despliegan duelos y reordenamientos identifícatenos dentrp de un campo dinámico compuesto por los sistemas narcisistas, pigmaliónicos y edípicos parentales y filiales en pugna. Su condición primera es la presencia de otro como una alteridad que no es blanda ni arbitraria, y que posibilita la tensión de la diferencia entre los opuestos, si ambas partes admiten que "oponente" no equivale a "enemigo". Este arco de tensiones activa el proceso dialéctico de las identificaciones-desidentificaciones-reidentificaciones que se despliega durante toda la vida, en especial durante el período de la adolescencia, etapa que se caracteriza por el definitivo desprendimiento mental de los padres a través de la superación del complejo de Edipo y de la culminación del desarrollo sexual (Creen, 1993).

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Ejemplo clínico Abel es un adolescente de 20 años que presenta un severo déficit de identidad. Es el hijo preferido de sus padres y el nieto predilecto de los abuelos. Los negocios del padre llevan únicamente su nombre de pila, y él ha efectuado una elaboración masoquista de su lugar y condiciones preferenciales. Estos son algunos de sus comentarios en sesión: Yo no quiero vivir para zafar. Zafar es alejarse del sufrimiento o de la realidad, en lugar de vivir para encontrar significado a las cosas y para disfrutar lo que uno hace. Cuando zafás, no resolvés nada. Es como esconder la cabeza como el avestruz. Mi papá no sabe cuándo tengo que dar un final en la facultad, ni con quién me voy de viaje. Una actitud típica de él es la siguiente: llega cansado y me dice "¿Cómo te va?, ¿todo bien?, ¿todo en orden?", y sigue caminando con su teléfono celular en la mano, sin darme tiempo para que yo pueda contestarle, y se encierra en su pieza. Allí tiene su baticueva y esconde todo. Él vive ocultando y yo vivo para zafar. Mi papá no se permite muchas cosas y yo tampoco; ¡cuántas cosas en común tengo con él! Él tiene una actitud con la gente, que me revienta. Quiere quedar bien con todos y no hace lo que quiere. Y yo a veces hago igual que él. Pero mi papá además es un capo para hacerte sentir un inservible. En mi casa nadie se permite estar mejor que el otro. Todos nos nivelamos siempre para abajo. No nos permitimos tener una buena reunión familiar, y tampoco yo me permito nivelarme para arriba porque me sentiría diferente. Pero yo me quiero diferenciar y no asemejarme a los demás. Pero al diferenciarme de mis padres y de mis hermanos me siento mal. Me da pena y culpa ver que mis padres son un fracaso, que mi hermano, que es mayor que yo, está tirado en la cama, y que el más chico está perdido en el mundo. Pero yo sé que puedo ser diferente, que tengo buena materia prima. Pero en mi casa es difícil ser diferente. Llega un momento en que todos somos mozos. Todos servimos

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a todos y nos nivelamos para abajo, y entonces la conversación empieza a girar en derredor de las desgracias y de los problemas (pausa). A mí me gustaría desnivelarme para arriba, pero el peligro es estar solo. No estar solo físicamente, porque sé que el amor de mis padres es incondicional, pero solo simplemente por querer ser diferente. Abel está mejor dotado física e intelectualmente que sus hermanos, y participa de una alianza narcisista con la madre en contra del padre. Se ha posicionado en el rol de regulador de la homeostasis familiar, como el doble ideal e inmortal, para que el padre, al contemplarse en él, recupere su propia imagen de una belleza inmutable que niega el paso del tiempo, y para aprehender, al espejarse en el hijo, la evanescente inmortalidad. Y el hijo, en lugar de enfrentar al padre y situarse en la antítesis de la propuesta identificatoria proviene del "otro", para efectuar una síntesis propia en un nuevo reordenamiento identificatorio, termina finalmente fundido y mezclado con las historias que conciernen a los preogenitores y con demandas inalcanzables que provienen de la desmesura de su ideal del yo y de un superyó exageradamente severo. En una nota al pie de página en "El malestar en la cultura", Freud cita a Franz Alexander, que se refería a los dos principales métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el consentimiento, El padre "desmedidamente blando e indulgente" ocasionaría en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro. En el niño desamparado, educado sin amor, falta la tensión entre el yo y el superyó, y toda su agresión puede dirigirse hacia fuera. Por lo tanto, si se prescinde del factor constitucional, es lícito afirmar que la conciencia moral severa es engendrada por la cooperación de dos influjos vitales: la frustración pulsional, que desencadena la agresión, y la experiencia de amor, que vuelve esa agresión hacia adentro y la transfiere al superyó (Freud, 1930).

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Nasio señala la presencia de dos tipos opuestos y coexistentes de superyó. Primero, reconoce un superyó asimilado a la conciencia en sus variantes de conciencia moral, conciencia crítica y conciencia productora de valores ideales. Este superyó-conciencia corresponde a la definición clásica, que designa a la instancia superyoica como la parte de nuestra personalidad que regula nuestras conductas, nos juzga y se ofrece como modelo ideal. Así el yo, bajo la mirada de un escrupuloso observador, respondería a las exigencias conscientes de una moral a seguir y de un ideal a alcanzar. La actividad consciente, generalmente considerada como una derivación racional del superyó primordial, se explica por la incorporación en el seno del yo no sólo de la ley de prohibición del incesto, sino también de la influencia crítica de los padres y, de modo progresivo, de la sociedad en su conjunto. Este superyó, considerado a la luz de sus tres roles de conciencia crítica, de juez y de modelo, representaría la parte subjetiva de los fundamentos de la moral, del arte, de la religión y de toda aspiración hacia el bienestar social e individual del hombre. Y un segundo superyó, cruel y feroz, es causa de una gran parte de la miseria humana y de las absurdas acciones infernales del hombre (suicidio, asesinato, destrucción y guerra). El "bien" que este superyó salvaje nos ordena encontrar no es el bien moral (es decir, lo que está bien desde el punto de vista de la sociedad), sino el goce absoluto en sí mismo; nos ordena transgredir todo límite y alcanzar lo imposible de un goce incesantemente sustraído. El superyó tiránico ordena y nosotros obedecemos sin saberlo, aun cuando con frecuencia ello conlleve la pérdida y la destrucción de aquello que nos es más caro. Precisamente, es éste el sentido de la fórmula propuesta por Lacan: "El superyó es el imperativo del goce. ¡Goza! El yo, acosado por el empuje superyoico, llega a veces a cometer acciones de una rara violencia contra sí mismo o contra el mundo." Esta autoridad interna, tan desenfrenada en sus intimidaciones, tan cruel en sus prohibiciones, tan sádica en su dureza y tan celosamente vigilante, confunde en su insensata omnisciencia odio con destrucción y, como consecuencia de esta confusión, niega el

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inexorable derecho de odiar para liberar la agresividad de la continua servidumbre a la tiranía del superyó. Agresividad que opera como la precondición necesaria para el despliegue del acto de la confrontación parento-filial y fraterna propiamente dicha, y no la provocación ni su desmentida. El ejercicio de la libertad y el ejercicio de la confrontación que posibilita una vida creativa requieren un constante proceso de liberación de las amarras ominosas del superyó y de los obstáculos que provienen del medio ambiental y social.

La confrontación generacional y la hiperseveridad del superyó Con respecto a la hiperseveridad del superyó, intentaré oponer la teoría estructural a la teoría económica freudiana. Emplearé el concepto de dialéctica de las identificaciones, basado en el modelo hegeliano: no hay síntesis posible sin antítesis. Tesis: "Tienes que ser como tu padre." Antítesis: "Quiero ser cualquier cosa, salvo como mi padre." Síntesis: "Quiero ser yo, semejante a mi padre", que significa adquirir de él algunos aspectos y modificarlos en una diferente y renovadora reestructuración. El adolescente debe rechazar ciertas identificaciones para acceder a otro nivel de identificación que le permita lograr una posición independiente. Pero ese logro no se obtiene por la simple operación de ejercer el rechazo por el rechazo mismo de los modelos identifícatenos que le ofrecen sus progenitores, sino que este tipo de rechazo promueve un efecto diverso: él rechaza lo establecido de la tesis parental, para realizar un proceso de separación interna, con la finalidad de despojarse de lo que hasta ese momento ha tomado del objeto. Es como si el sujeto, para desidentificarse, tuviera que efectuar en el segundo movimiento —el de la antítesis— una suerte de autonomía (Baranger, Goldstein, Goldstein, 1989), y se encontrara, por lo tanto, como mutilado de los modelos otrora admirados, valorados y no cuestionados, y así acceder al tercer movimiento —el de la síntesis— en el que apa-

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recen sentimientos de esperanza y vivencias de renacimiento, como consecuencia del nuevo producto que surge del reordenamiento identificatorio a partir del acto de la confrontación. Pero los padres "adolescentizados" mantienen vínculos mezclados con sus hijos, que fluctúan entre la fraternización y la infantil ización, y eclipsan, por ende, el despliegue de la confrontación generacional.

Los padres "blandos" El padre "blando" promueve la inversión de la función paterna. El hijo ocupa su lugar y paternaliza a sus progenitores. Porque el arco de la tensión vertical entre la tesis y la antítesis queda paralizado, y el hijo, al permanecer finalmente fundido con su padre, no puede efectuar la síntesis de su propio reordenamiento identificatorio. Transcribo un fragmento del discurso de Raúl, de 42 años, que había consultado por padecer trastornos en su identidad. No podía mantenerse en un trabajo estable, cambiaba frecuentemente de casa, mantenía una ambigua relación con su pareja y no podía asumir su función paterna. Vivía deprimido y colérico, cautivo de una relación de objeto narcisista y parasitaria. Mi papá vivió apoyándose en mí. Acá hubo un robo. Robaron mi vida. Se apropiaron de lo que no les corresponde, y yo tampoco tuve carácter de dominio. Les fue fácil robar lo que no tenía dueño. Porque yo tampoco supe defender mi vida; para mí lo más jodido de mi viejo fue que no me dio un buen modelo para poder reflejarme. En el fondo, mi papá no es un adulto responsable, y yo tampoco lo fui, ni lo soy. Raúl había desempeñado el rol de padre vicario, porque su propio padre había padecido de una enfermedad vascular irreversible. Su padre, enfermo, era demasiado blando como para que le posibilitara el despliegue de la dialéctica del juego de oposiciones

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que requiere el proceso del reordenamiento identificatorio. No podía efectuar la antítesis necesaria que lo condujera a la síntesis de una posición discriminada y autónoma del modelo parental. Así, Raúl permaneció en el primer movimiento, en la tesis con el padre y mezclado una unidad dual con él, en una suerte de simbiosis. El padre lo esclavizó, obligándolo a tomar su función paterna y a completarlo, y Raúl aceptó participar de esa connivencia narcisista. El desarraigo de Raúl nos remite a la constelación binaria idealizada de la simbiosis padre-hijo, en la que ambos configuran una relación centáurica. El hijo funciona como la cabeza de un ser fabuloso, y el padre lo continúa con su cuerpo, y viceversa; corolario de una situación persecutoria extrema, que se asemeja a la función maternante y paternante que mantenía Zeus con Dionisio, descrito por Eurípides en la tragedia Las bacantes. Raúl había sido colocado en el lugar de Zeus como el portador deificado que tenía como misión preservar a ambos progenitores de la locura y del desamparo. También la madre de Raúl operaba como una suerte de pseudópodo narcisista del hijo. Dependía económica y psíquicamente de él. Y Raúl estaba condenado a vivir eternamente la experiencia de errancia. Alternaba su vagabundeo entre fantasías heroicas y de reivindicación y de redención. Buscaba un lugar propio, una tierra para detenerse y construir. U n a espacialidad psíquica discriminada de las necesidades, las demandas y los deseos parentales que reanimaban a la vez sus propias fantasías de omnipotencia infantil. Mi papá nunca me acompañó, siempre me pidió. Siempre sentí la exigencia de tener que cumplir el rol de un prestador permanente e incondicional. Mi vida quedó entrecruzada con la vida de mi padre. Siempre me preocupé por él y eso, en gran medida, dificultó la posibilidad de ocuparme de mis cosas. Yo siempre viví con mis cosas a medias, transitorias y no permanentes. Creo que no hay peor enfermedad que el desarraigo.

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Los padres blandos y los padres "pendeviejos", como hemos visto, generan un fenómeno particular caracterizado por la reversión de la demanda de dependencia (Zak de Goldstein, 1994).

Reversión de la demanda de dependencia Esta reversión surge por el desvalimiento y la necesidad de los propios padres, que inducen precozmente al hijo a operar como soporte y revene de los progenitores, con la finalidad de poder garantizar la homeostasis de la dinámica familiar. Esta situación inviste al hijo de una elevada carga narcisista y masoquista de omnipotencia e idealización y promueve la hiperseveridad del superyó. En el caso de Abel, su padre había quedado huérfano de padre a los 1 7 años y su madre padecía de una patología narcisista grave. Ella fomentaba connivencias con el hijo para descalificar al padre, que permaneció detenido en un interminable duelo adolescente. El padre "pendeviejo", además de no posicionarse como un espejo adulto que confirmara la identidad del hijo, mantenía una lucha narcisista con él; entre ambos se establecía una demanda de dependencia revertida: el padre buscaba espejarse en el hijo para hallar en él, y con júbilo, una efébica imagen corporal totalizadora acompañada de una nostálgica protección parental. Y el hijo permaneció narcisísticamente sobreinvestido en un lugar idealizado con excesivas e inalcanzables demandas superyoicas, que lo condujeron finalmente a generar severos conflictos entre su idealidad y la pulsionalidad en las dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva. Yo parezco una persona adulta, y él parece un pendejo, parece mi hermano. Yo no quiero un padre-hermano. Quiero que cumpla el rol de padre. La modalidad de pensamiento y de accionar de los padres "pendeviejos" se halla, además, favorecida en la actualidad por la 59

ideología imperante del individualismo posmoderno que, al entronizar el culto del cuerpo-imagen y el permanente entusiasmo de una juventud eterna, narcisiza los vínculos y desmiente la diferencia generacional.

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5. Narcisismo, resentimiento y temporalidad entre padres e hijos Padres por destello Me cuesta mucho ponerme en padre. Me sale por destellos. No puedo mantener una continuidad. Y pensar que no terminamos de ser hijos, y sin preparación previa llegamos a ser padres, y después nos pasamos la vida enmendando errores y lavando culpas.

Estas palabras le pertenecen a un padre de hijos adolescentes que padece de una permanente batalla interna que se libra entre sus deseos y sus angustias, que lo abruman finalmente, interceptando el ejercicio de su función parental. La decisión de tener un hijo depende, ante todo, de la decisión de asumir el deseo y la responsabilidad para ejercer la paternidad. Esta requiere un trabajo de elaboración psíquica constante para garantizar una cierta flexibilidad adecuada a las necesidades y los deseos cambiantes del hijo que crece y que se desarrolla, para lo cual los padres necesitan efectuar un trabajo psíquico ineludible, a fin de que el hijo adquiera un lugar y un tiempo discriminados y disponibles en la economía psíquica parental. La decisión de ser padres se halla condicionada por una combinatoria múltiple de deseos conscientes e inconscientes que condicionan los primeros latidos del nacimiento psíquico del hijo en la espacialidad mental de los progenitores. En efecto, la historia de cada persona nace antes de su naci61

miento biológico. Existe un orden imaginario y simbólico que precede al nacimiento cronológico. Este orden es el lugar que ocupa el hijo en la fantasmática individual de cada uno de los progenitores y de la pareja, y es a partir de ese momento lógico cuando el hijo comienza a ser identificado en tal rol y en un determinado lugar; punto de partida de su identidad y de su identidad sexual. Desde el vamos se crea un campo dinámico de fuerzas entre los deseos parentales y filiales en pugna, que opera como un motor necesario para salvaguardar una estructura de alteridad y de reciprocidad que posibilite el desarrollo y el devenir de la vida subjetiva y preserve tanto al hijo como a sus progenitores de eventuales alienaciones. La decisión de tener un hijo implica mantener activa la memoria, en los padres, de no ejercer un abuso de poder sobre sus vástagos, para que éstos no operen como un mero objeto antiangustia que garantice la trascendencia, la inmortalidad y la protección parental. Para ello los progenitores deberían posibilitar el ejercicio de la diferencia y del cotejo intergeneracional en las diferentes etapas de la vida de sus hijos. Para lo cual los padres, a fin de no clonarse indefinidamente en la posición de un Amo sagrado y detentor de un poder omnímodo, deben desactivar en ellos mismos las relaciones de dominio que intentan continuar ejerciendo sobre sus hijos, por la interminable reanimación de las míticas figuras de Cronos, Edipo y Pigmalión que moran inexorablemente y perviven de un modo atemporal en el alma humana.

Su Majestad el Bebé y su relación con el sistema narcisista parental Los hijos representan la sede de un esperanzado deseo de completud para la dinámica narcisista de los padres. A través de Su Majestad el Bebé, alcanzarán aún a satisfacer sus deseos incumplidos. La relación narcisista entre padres e hijos se sostiene estructu-

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raímente sobre el sustrato temporal de la dimensión del futuro. Parafraseando a los poetas: "En el hijo se puede volver nuevo." El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres que, en su transmudación al amor de objeto, revela inequívoca su prístina naturaleza... Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, habremos de discernirla como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, ha mucho abandonado... La sobrestimación, marca inequívoca que apreciamos como estigma narcisista, ya en el caso de la elección de objeto gobierna, como todos saben, este vínculo afectivo. Así, prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmentida de la sexualidad infantil)... Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el varón será un grande hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre (Freud, 1914). Freud desarrolla la dinámica narcisista que se establece entre los padres y el hijo para comprobar, mediante esta referencia retrospectiva al narcisismo primario, que resulta difícil de asir por observación directa. Lo realiza en el capítulo II de "Introducción del narcisismo", a continuación de haber puntualizado los caminos para la elección de objeto, según el tipo narcisista y del apuntalamiento. Porque el hijo representa para la realidad psíquica de los padres tanto lo que uno mismo es, lo que uno mismo fue, lo que uno querría ser y la persona que fue una parte del sí-mismo propio. Además, el hijo es investido, en mayor o menor proporción, con la representación de la mujer nutricia y del hombre protector. Se pueden encontrar todas Jas mezclas imaginables entre estos dos tipos de elección de objeto, resultando múltiples combinaciones posibles. A su vez, Leclaire aporta, mediante su concepto de represen63

tante narcisista primario, una diferente visión de la relación intersubjetiva entre padres e hijos, al aseverar que "la práctica psicoanalítica se funda en la revelación del trabajo constante de una fuerza de muerte: la que consiste en matar al niño maravilloso (o terrorífico) que de generación en generación atestigua los sueños y deseos de los padres; no hay vida sin pagar el precio del asesinato de la imagen primera, extraña, en la que se inscribe el nacimiento de todos" (Leclaire, 1975). Esta imagen primera y extraña nace antes del nacimiento biológico del niño El sistema narcisista parental se sostiene, por lo tanto y en gran medida, sobre el poder marmóreo del niño inmortal. Y a través de él configura una temporalidad subjetiva de un futuro de ilusión permanente, para desmentir el "punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente ha ganado su seguridad refugiándose en el niño" (Freud, 1914).

Sus Majestades los Reyes Magos y su relación con el sistema narcisista filial En este momento cabe interrogarse: si bien el hijo opera estructuralmente como el complemento fálico del sistema narcisista parental, ¿cómo operan, en cambio, los padres en la d i n á m i c a narcisista de los sistemas intrasubjetivo e intersubjetivo del hijo? Considero que los padres representan, para el sistema narcisista del hijo, a los herederos de su narcisismo primario, investidos, por lo tanto, con todas las perfecciones inherentes a la omnipotencia infantil; siendo además los responsables y deudores de su resentido narcisismo perdido pero siempre renaciente, al cual se aspira a retornar, constituyéndose, en un mismo movimiento, en los primeros héroes que pueblan su yo ideal y en la matriz-sede futura de su resentimiento. El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspi64

ración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal (Freud, 1914). Pero la satisfacción que se obtiene por medio del desplazamiento de la libido narcisista hacia el primer doble inmortal investido sobre los padres, inaugura el fenómeno mismo de una hiancia, fundante del resentimiento en el hijo; por la imposibilidad de recuperar a través de ellos, en el movimiento de la traslación del narcisismo primario, una perfecta coincidencia especular a través de este nuevo ideal. En efecto, el resentimiento surge como consecuencia de la imposibilidad, por parte del sujeto, de asumir el desmoronamiento de la imaginaria unidad espacial y temporal sin fracturas. Resentirse una cosa —señala el diccionario de sinónimos castellanos— es presentar señales de quebrantarse, separarse, no estar firmes las partes que componen el todo. La totalidad que se ha quebrado es la unidad mítica de la completud del narcisismo originario y, en el intento de su recuperación a través de los padres, reaparece por la necesidad de la naturaleza humana de poseer una unificación corporal e histórica totalizadora. Pero este propósito se halla inexorablemente resentido por la presencia de dos realidades que imposibilitan mantener tal estado. Por un lado, las injurias provenientes de las conflictivas narcisista, edípica y fraterna. Por el otro lado, las injurias que los hechos traumáticos provenientes de la realidad externa inscriben como capítulos congelados que atascan el flujo temporal de la sucesión histórica. El deseo que nutre al resentimiento con los padres cabalga sobre el mecanismo de la desmentida; recuperar una rea lidad imposible: la fusión exacta de los espacios fuera del tiempo, constituyentes del mito de la totalidad eterna. Para lograr la atemporalidad y la a-espacialidad, tiende a implantar un borramiento de límites de los cuerpos-espacios, para lo cual el hijo, luego de inmovilizarse e inmovilizar a su "doble inmortal", inten-

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ta incorporarlo como su seudopodio, cuya movilidad desde ese momento es regida según la dirección de los caprichos de su única decisión; vaciando al mismo tiempo a sí mismo, Su Majestad el Bebé, y a la otra majestad desplazada, los Padres-Reyes Magos, de toda autonomía y diferencia. Mas, cuando el mantenimiento de tal colonización flaquea por la aparición de signos de discriminación, tanto por parte del seudopodio como de sí mismo, reacciona nuevamente ante tal diferencia como ante una herida narcisista, pues la mítica unidad del narcisismo primario, ya abandonada pero compulsivamente renaciente, vuelve a quebrarse, a resentirse: el resentimiento. Si bien el resentimiento guarda íntima relación con la dinámica narcisista, también se relaciona con los efectos provenientes del accionar de la pulsión de muerte singular en cada sujeto, ya que el resentimiento es una manifestación del narcisismo tanático. Podemos colegir, a partir de una lectura desde la teoría de la pulsión de muerte, que el sujeto resentido contabiliza únicamente las frustraciones por los maltratos padecidos de las situaciones traumáticas del mundo externo, tanto las presentes como las pretéritas, resignificadas y reactivadas. Pero soslaya incluir los efectos provenientes del renovado accionar desde sus propios impulsos destructivos en el presente, los cuales, a través de la envidia y del resentimiento, atacan a sus propios objetos. Pasaré a confrontar las diferencias y las articulaciones entre el resentimiento y la envidia. El impulso envidioso tiende a destruir al objeto en su capacidad creadora y de goce (Melanie Klein). El impulso resentido, en cambio, no persigue destruir al objeto sino castigarlo. Ambas son manifestaciones cualitativamente diferentes de la pulsión de muerte y participan, a través de ciertas articulaciones entre sí, en los intrincados fenómenos de la compulsión de la repetición. El sujeto envidioso no persigue otro fin que atacar lo que el objeto tiene de valioso, incluida su capacidad de dar. El sujeto resentido, en cambio, sostiene que este objeto, aunque malo en muchos aspectos, conserva para sí lo bueno: una re-

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tentiva capacidad de dar, de la cual él ha sido "injustamente" privado, pero que "legalmente" espera aún reconquistar a través de un castigo reivindicatorío. Es durante esta espera de represalia cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del tiempo: la procrastinación desafiante al objeto deudor. El sujeto resentido, al reforzar lo externo y el injusto pasado, refuerza las proyecciones y las identificaciones proyectivas, y alimenta de este modo su "estatus pasivo" de ¡nocente, castigador, vengativo y arrogante. De allí que clínicamente se exprese a través del reproche melancólico, del reclamo obsesivo y de la manía querellante; por lo tanto, el hijo permanece detenido, retenido y entretenido en derredor de una temática torturante: lavar el honor ofendido por los agravios padecidos. Presenta una temporalidad con características particulares que se expresa en lo manifiesto a través de una singular relación con la dimensión prospectiva del tiempo. La perspectiva del provenir se halla invadida por la reivindicación de un "injusto" pasado.

Resentimiento y temporalidad Este injusto pasado requiere el esclarecimiento, dentro de la estratificación superpuesta del rencor, de dos tipos de resentimientos, para deslindar el resentimiento intersubjetivo del resentimiento intrasubjetivo. El primero es reactivo a las frustraciones del medio ambiental, producto de las situaciones traumáticas desencadenadas en la relación intersubjetiva entre los padres y el hijo, que clama por el desahogo de una furia agresiva para saciar su sed de venganza por las secuelas que han dejado aquellos maltratos inmerecidamente padecidos. El resentimiento intrasubjetivo, en cambio, es un exponente del accionar de la propia pulsión de muerte en el hijo, que en su articulación con las propias fijaciones narcisistas repite compulsivamente una insaciable actitud litigante, sin tregua. Es necesario en cada caso evaluar, al modo de las series complementarias, lo que

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viene del medio ambiental como frustración y lo que nace del propio hijo como resentimiento, sopesando cuidadosamente el entrecruzamiento de uno y otro. En el resentimiento se repiten los sentimientos y las representaciones como automatismo de repetición, sin configurar un recordar acompañado de un revivenciar afectivo, integrado en una estructura diferente con una nueva perspectiva temporal. En lo manifiesto, se presenta como una ausencia del porvenir. En lo latente, este aparente sin-sentido del porvenir está obturado por la presencia de un contra-sentido. El sentido de un futuro que puja, el porvenir de la venganza, de la revancha de un pasado. El niño resentido con sus padres no permanece anclado en la atemporalidad, sino amarrado a un pasado con ellos, con el cual aún no ha saldado sus cuentas. Presente y futuro son hipotecados para lavar el sentimiento de sí ofendido de un pasado singular que se ha apoderado de las tres dimensiones del tiempo. Los procesos activos, destinados a mantener la dimensión del pasado fuera de la integración temporal dialéctica con el presente y el futuro, están condicionados a las vicisitudes de los procesos de la desmentida, de la idealización y de la agresividad al servicio de Tánatos, los cuales, mediante sus enlaces recíprocos, estructuran el resentimiento. Refuerzan la continuidad de una relación indiscriminada en el vínculo objetal y perturban, por ende, el proceso del trabajo del duelo. Según sostiene Freud en "Duelo y melancolía", se requiere la presencia de dos posibilidades: el desahogo de la furia y la desvalorización del objeto por carente de valor para poder efectuar un duelo: Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándolo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizando éste, rebajándolo, por así decir, también victimándolo. De esta manera se da la posibilidad de que el pleito se termine dentro del inconsciente, sea después de

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que la furia se desahogó, sea después de que se resignó el objeto por carente de valor. En cambio, el sujeto resentido no puede resignar el objeto por carente de valor; al contrario: sobrevalora el objeto a través de la desmentida y de la idealización, atribuyéndole cualidades de perfección y posibilidades de realización de las que, en realidad, éste carece. Anuda su libido al objeto en lugar de desatarla. Al mismo tiempo que su agresividad no ha "desahogado suficientemente su furia" porque todavía retiene un saldo de humillaciones que necesita aún saldar; intervienen de este modo la idealización, la desmentida y la agresividad para garantizar la continuidad de un vínculo indiscriminado con un objeto que, a pesar del tiempo, no pierde su sobrevaloración. Es un objeto muerto-vivo en posibilidades múltiples y vigentes, y a través de él, el pasado vuelve a reanimarse. La idealización es un proceso que envuelve al objeto: sin variar su naturaleza, éste es engrandecido y realzado psíquicamente. La idealización en el sujeto-hijo resentido recae tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto-parental. En el ámbito de la libido yoica: el hijo resentido presenta un aumento de su sentimiento de sí, de su Selbstgefühl, a partir de una herida narcisista que no cicatriza, fuente de un orgullo fanático que nutre una vulnerabilidad arrogante, legalizando ante sí mismo y ante los otros sus justificados y omnipotentes derechos. En el ámbito de la libido de objeto, el objeto-padres del resentido es un objeto idealizado, heredero del narcisismo infantil; poseedor, por ende, en un presente atemporal, de todas las perfecciones valiosas, para lo cual sus castraciones son desmentidas: tanto las incompletudes, como las impotencias y las imperfecciones. De este modo, la libido vuelve a anudarse por la idealización que recae tanto sobre el yo como sobre el objeto. Y simultáneamente, a consecuencia de la desilusión que proviene de la imposibilidad de mantener una idealización permanente, resurge el resentimiento, atizando la dimensión temporal del pasado a través de la reivindicación.

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Para ello, el sujeto-hijo resentido adhiere viscosamente su libido al objeto-parental deudor, con el fin de realizar un triunfo de desquites sobre él, mediante el despliegue de autolegalizadas fantasías asintóticas de venganza y/o efectivizando el pasaje del resentimiento al acto vengativo. Este renaciente aunque inalcanzable deseo narcisista de completud en la satisfacción sádica de represalias se halla inexorablemente expuesto nuevamente a la frustración; frustración proveniente de la desilusión de alcanzar una exacta coincidencia especular de revanchas por los agravios padecidos. Resurge automáticamente el resentimiento con una agresividad vengativa tendiente a restablecer un estado ilusorio de perfección anterior. Esta agresividad suscita sentimientos conscientes e inconscientes de culpabilidad con necesidad de castigo, que se manifiesta clínicamente en las provocaciones sadomasoquistas, encerrando al hijo resentido en un ligamen viscoso con los padres, anclados en un tiempo circular dentro de un laberinto: el muro narcisista. Por lo tanto, el hijo se ubica en la posición de un acreedor rapaz por haber perdido su perfección originaria y ubica a los padres como los eternos responsables y deudores, porque como yo ideal recae sobre ellos el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo del hijo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas.

Dar y recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales Ya en 1908 Freud había señalado, en "La novela familiar del neurótico", que "aun el íntegro afán de sustituir al padre verdadero por uno más noble no es sino expresión de la añoranza del niño por la edad dichosa y perdida en que su padre le parecía el hombre más noble y poderoso y su madre la mujer más bella y amorosa. Entonces se extraña del padre a quien ahora conoce y

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regresa a aquel a quien creyó durante su primera infancia. Así, la fantasía no es en verdad sino la expresión del lamento por la desaparición de esa dichosa edad. Por tanto, la sobrestimación de los primeros años de la infancia vuelve a campear por sus fueros en estas fantasías. Una interesante contribución a este tema proviene del estudio de los sueños. En efecto, su interpretación enseña que aún en estados posteriores al emperador y la emperatriz esas augustas personalidades significan en los sueños padre y madre. Por consiguiente, la sobrestimación infantil de los padres se ha conservado también en el sueño del adulto normal". Por lo tanto, los padres devienen, para la dinámica narcisista del hijo, en Sus Majestades los Reyes Magos; aquellos míticos poseedores de todo lo valioso, pero que avaramente lo reparten a cuentagotas, una sola vez por año y a veces nunca, suscitando el resentimiento, ya sea en forma manifiesta o latente, acompañado de sentimientos de culpabilidad por albergar fantasías y mociones vengativas. Pues el hijo permanece en la aseveración de que los padres —mediante su propia sobrestimación proyectada— retienen sus bondades y posibilidades múltiples para sí mismos: "Tienen pero a propósito e injustamente no me quieren dar." Estas funciones cualitativamente diferentes que ejercen los hijos para la realidad psíquica de los padres, así como éstos para la estructura psíquica de los hijos, producen efectos singulares que se manifiestan a través del sentido diferente que cobran el dar y el recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales. Mientras que el dar de los padres a los hijos está signado privilegiadamente, aunque no en todos los casos, por el remanso de la ilusión en el poder recuperar aún, a través de cada uno de sus vástagos, las parcelas incompletas de su territorio narcisista. El otro dar, aquél relacionado con el dar del hijo a los padres, se halla condicionado, en cambio, a las vicisitudes del desplazamiento de su narcisismo perdido y resentido; aspira, por lo tanto, no a dar a, sino a recibir de los padres aquello que injustamente le ha sido privado y que legalmente espera todavía recuperar a través de ellos, pues supone que en los padres se encuentra retenido.

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El primer dar reabre una temporalidad de futuro con el despliegue de la afectividad: del amor, de la ternura, de la capacidad de perdonar y de tolerar en forma ¡limitada, pues el hijo opera como la esperanza trófica que garantizará un porvenir reparatorio del narcisismo parental. El otro dar, en cambio, reanima la temporalidad del pasado, ya que en el mismo movimiento del dar filial se resignifica y reactiva el injusto quitar atribuido a los padres, injuria que no se puede olvidar; este dar presente cabalga sobre el quitar pretérito: el desquite, la revancha de un pasado que no se puede o no se quiere amnistiar, permaneciendo sus afectos en hibernación. El dar a los padres resulta, por consiguiente, una operación compleja, forzosa y "antinatural"; el hijo se sitúa estructuralmente ante los padres en la posición del demandante con reproches auto-legalizados, porque la relación dinámica narcisista filial-parental, condicionada al déficit originario que se relaciona con el estado de desamparo de la prematuración del ser humano, así lo instituye. La sabiduría popular, al ocuparse de este tema, aseveraba:

Una madre puede cuidar a diez hijos. Diez hijos no pueden cuidar a una madre.

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6. El campo analítico con niños y adolescentes Introducción El análisis de niños y adolescentes se sustenta sobre los preceptos fundamentales que constituyen el método psicoanalítico como tal. Pero presenta una particularidad en el ámbito de la configuración de la situación analítica entre el analizando y el analista, por la intervención en ésta de los padres. Particularidad inherente a la condición de la dependencia emocional, económica y social que se establece entre el hijo y los progenitores. Situación singular, que no puede por ende ser reducida estructuralmente a la situación analítica del psicoanálisis de adultos. Los padres ejercen una presencia continua en el horizonte del campo analítico; configurando con el analizando y con el analista una singular estructura, que promueve funciones y efectos propios en el analizando y a su vez en el analista. Pues, a través del trabajo analítico, el analista resignifica a su propio niño o adolescente en relación con los padres de su historia personal. Al mismo tiempo que la relación vincular en la pareja analítica, hijo-analizando con el analista, resignifica aquellas situaciones narcisistas, fraternas y edípicas no resueltas de la historia individual de cada uno de los progenitores y de la pareja conyugal; ejerciendo en ellos continuas reestructuraciones que a su vez inciden en las vicisitudes del proceso analítico del hijo.

El influjo analítico En el año 1932, Freud sostiene (en la conferencia N.° 34, perteneciente a las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis). que 73

el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica, los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego es preciso modificar en gran medida la técnica del tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de asociación libre, y la transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes. Las resistencias internas que combatimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de las veces, por dificultades externas. Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesario aunar en el análisis de niños [y yo agregaría también en el análisis de adolescentes] algún influjo analítico sobre sus progenitores. Freud considera la necesidad de crear algún "influjo analítico" sobre los progenitores, porque la resistencia en ellos hace peligrar el desarrollo del proceso analítico. Pero ¿qué entiende Freud por influjo analítico? ¿Y qué entenderíamos, actualmente, nosotros? ¿Orientación informativa, orientación pedagógica de los padres, psicoanálisis de la pareja parental en relación con la problemática del hijo, psicoanálisis de cada uno de los integrantes, terapias vinculares, terapia familiar? De todos modos, aunque Freud no explícita la técnica a desarrollar, establece un nexo estructural en el campo ¡ntersubjetivo entre las resistencias de los padres y las resistencias del hijo en análisis. En esta descripción no se incluye cómo, a su vez, las dificultades ejercidas por la situación parental operan en las contrarresistencias del analista. Ni tampoco cómo, en ciertos casos, las resistencias de los progenitores provienen del "influjo" provocado iatrogénicamente, desde una complicidad involuntaria que se establece entre aspectos inconscientes del niño o adolescente y los aspectos inconscientes del propio analista, que surgen de una contratransferencia ignorada o negada. M. Klein y sus seguidores establecen el mismo encuadre que Freud estipuló para el psicoanálisis de adultos; reduciendo a los padres a un área problemática, como uno de los grandes obstácu-

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los a superar. Sin incluir a los padres como un elemento estructural insoslayable, y hasta enriquecedor "aliado" del analista y del analizando durante el desarrollo del proceso analítico. Lo cual condujo a la marginación forzosa de los padres, o a entrevistas de orientación informática o pedagógica. La situación analítica se reducía a una recortada y aséptica relación bipersonal, alejada de la contaminación parental. Entiendo por influjo analítico sobre los progenitores la posibilidad que tiene el analista de niños y adolescentes de instrumentar una herramienta de alto valor heurístico que le permite incluir —dentro de su lectura del campo analítico— los nexos que se establecen, y en una doble dirección, entre la conflictiva intrasubjetiva del analizando hijo y la relación intersubjetiva parental. Esta posición teórica posibilita diferentes estrategias terapéuticas. Me refiero a replantear el concepto de orientación pedagógica e informativa de los padres, que tiene por finalidad adecuar el medio ambiental a las necesidades del crecimiento y desarrollo del hijo. Yo, en cambio, propongo no sólo apuntar a la necesidad, sino también a desentrañar la trama identificatoria de los deseos de vida y de muerte que han recaído sobre el analizando; y que, si no son abordados técnicamente por el mismo analista, continúan ejerciendo su influencia como focos sépticos vigentes, pues el hijo vive con sus padres y va urdiendo con ellos una cierta trama de engaños en complicidad inconsciente. Para lo cual indicaría que el mismo analista que analice al hijo entreviste a los padres, el número de sesiones necesario, con la finalidad de crear espacios y tiempos mentales discriminados en la economía libidinal de los propios padres, para que el hijo tenga un terreno propio en el territorio sin frontera de los inconscientes parentales. Sostengo que es función del analista de niños y de adolescentes liberar a los padres y al analizando del cautiverio narcisista en que ambas partes participan y padecen, a través de entrevistas psicoanalíticas con ambos padres, con o sin participación del hijo —según la singularidad de cada caso— que apunten a:

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1. Descifrar inhibiciones, síntomas y angustias en el ejercicio de la maternidad y de la paternidad. 2. Otorgar un lugar a la enfermedad del hijo dentro del espacio mental de cada uno de los progenitores, con el fin de poder albergarla y no expulsarla, ya que nadie combate al enemigo "¡n absentia et ¡n effigie". 3. Recortar y articular la problemática del hijo, dentro de la dinámica narcisista y edípica de cada uno de los progenitores, de la pareja y de la familia. Necesito aclarar que esta lectura psicoanalítica del rol parental y su abordaje terapéutico están al servicio de complementar y de enriquecer la comprensión del campo transferencial-contratransferencial del analizando niño o adolescente con su analista. No es una terapia sustitutiva del análisis individual del hijo. Porque, si bien la relación intersubjetiva hijos-padres es un sistema dialéctico siempre actuante, el analizando en cuestión corre el riesgo de ser ubicado, por el analista, por los padres y por el analizando mismo, en la posición de una angelical-víctima-pasiva-inocente, soslayando incluir su propia responsabilidad como participante en los intrincados contratos narcisistas y edípicos que operan de un modo activo y permanente en la estructuración-desestructuración de su propia historia.

El concepto de campo en el análisis con niños y adolescentes Los insoslayables efectos que ejercen los progenitores en la estructura dinámica inconsciente que subyace en el diálogo entre el analista y el analizando, niño y adolescente, complejiza la estructura bipersonal del concepto de campo acuñado por los Baranger para el tratamiento de adultos. Estos autores sostienen: El trabajo consciente e inconsciente del analista se desarrolla dentro de una relación intersubjetiva en la cual am-

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bos participantes se definen el uno por el otro. Cuando hablamos de campo analítico, entendemos que se está dando una estructura, producto de los dos integrantes de la relación, pero que a su vez los involucra en un proceso dinámico y eventualmente creativo. El campo es una estructura distinta de la suma de sus componentes, como una melodía es distinta de una suma de notas. La ventaja de poder pensar las cosas en términos de campo reside en que la dinámica de la situación analítica se encuentra inevitablemente con muchos tropiezos que no se deben a la resistencia del paciente o a la del analista, sino que manifiestan la existencia de una patología específica de esta estructura. El trabajo del analista, en este caso, utilice o no el concepto de campo, cambia de centro: una segunda mirada se dirige conjuntamente al paciente y a sí mismo funcionando como analista. No se trata simplemente de tomar en cuenta las vivencias contratransferenciales del analista, sino de reconocer que tanto las manifestaciones transferenciales del paciente como la contratransferencia del analista se originan en una misma fuente: una fantasía inconsciente básica que, como creación del campo, se enraiza en el inconsciente de cada uno de los participantes. El concepto de fantasía inconsciente básica remite al concepto kleiniano de fantasía inconsciente, pero también a lo que describió Bion en sus trabajos sobre grupos. Por ejemplo, cuando Bion habla del supuesto básico de "lucha y fuga" en un grupo, se refiere, a nuestro entender, a una fantasía inconsciente que no tiene existencia fuera de esta situación de grupo en ninguno de los participantes. Es lo que queremos decir con fantasía inconsciente básica en el campo de la situación analítica. Pero el campo analítico con niños y con adolescentes se complejiza por los efectos que surgen del trípode constituido por los progenitores, el analizando y el analista, y requiere por parte de éste mantener una lectura más abarcativa que aquella que instrumenta en el proceso analítico de adultos; porque deberá incluir los efectos que ejercen las fantasías inconscientes de los padres en la determinación y la creación de la fantasía inconsciente básica del campo. 77

Bezoari y Ferro (1990) señalan que la fantasía inconsciente que organiza el campo analítico de adultos descrito por los Baranger 1.° es una fantasía bipersonal, irreductible a la concepción de la fantasía inconsciente tal como se formula clásicamente (por ejemplo, por S. Isaacs), o sea como expresión de la vida pulsional del individuo, y 2° que la fantasía inconsciente bipersonal está constituida, en cambio, por un grupo cruzado de identificaciones proyectivas que implica, en varias medidas, sea al analizando, sea al analista. Asumir este modelo radicalmente bipersonal, el de la identificación proyectiva, produce cambios importantes también en la concepción de las dinámicas.de transferencia y contratransferencia. Según los Baranger, la que clásicamente se define como neurosis (o psicosis) de transferencia tendrá que ser considerada, dentro de la noción de campo, como neurosis (o psicosis) de transferencia-contratransferencia, o sea como función de la pareja. La patología del paciente como tal no entra en el campo sino en relación con la persona del analista, quien a su vez contribuye activamente (aunque, es de esperar, en medida inferior) a la constitución de aquella patología del campo que será el objeto concreto de la elaboración analítica. Los Baranger denominan baluartes a las áreas del campo relacional donde, debido a identificaciones proyectivas cruzadas, se produce entre analista y paciente una colusión inconsciente que tiende a inmovilizar a ambos y se opone a la evolución del proceso analítico. Pero, en el campo dinámico con niños y adolescentes, los obstáculos en el proceso analítico suelen estar además determinados por la contribución activa de ciertas transferencias de los padres sobre la relación bipersonal, pudiendo llegar al extremo de poner en peligro la continuidad del tratamiento.

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El proceso analítico y sus obstáculos Cuando el proceso tropieza o se detiene, el analista no puede sino interrogarse acerca del obstáculo englobando en una segunda mirada a sí mismo y a su analizando en una visión conjunta: esto es el campo. O sea que el campo involucra en una misma configuración la transferencia del analizando y la contratransferencia del analista. El afecto contratransferencial es lo que obliga a echar una segunda mirada a la instrumentación del afecto hacia el campo, incluyéndose el analista mismo como objeto de una pregunta. A título de ejemplos: "aquí no pasa nada, ¿dónde está la traba?, o ¿por qué siente tanta irritación?, o ¿de dónde viene esta angustia que nada justifica?" (W. Baranger, 1992b). La descripción de los interrogantes de la señal afectiva surgida a partir de la experiencia del psicoanálisis de adultos en la situación bipersonal requiere la inclusión, por parte del analista del niño o del adolescente, de una tercera variable: la resonancia de las transferencias masivas de los padres sobre la transferencia del analizando-hijo, como también sobre la contratransferencia del analista; y de qué modo y en qué medida participan en la situación de atascamiento del proceso. Se requiere el uso de un "diccionario contratransferencial ampliado y corregido" para clarificar las: 1. Traducciones simultáneas de las reacciones afectivas del analista y su incidencia en las reacciones afectivas en el analizando ante las vivencias de los padres. 2. La contraidentificación del analista frente a la identificación proyectiva de los padres. 3. Enganche inconsciente del analista con algún aspecto de la "transferencia" del analizando niño o adolescente o por algún aspecto de la transferencia de los padres sobre el analista, o por la intervención de los aspectos inconscientes de ambos componentes, los cuales resignifican en el analista aspectos inconscientes no superados de su propia niñez o adolescencia, cristalizándose en la formación de un cam79

po patológico; por ejemplo: la instauración de una alianza en contra de los progenitores. La alianza entre el analista y su analizando contra los padres nos remite, en la historia del movimiento psicoanalítico, al pacto que se había establecido en contra de Melanie Klein entre su hija (no adolescente), Melitta Schmiedeberg, y su analista, Edward Glover. P. Grosskurth (1990) escribe: A fines de 1933 era evidente para otros miembros de la Sociedad que Glover y su analizanda habían unido fuerzas en lo que cada vez parecía más una campaña para obstaculizar y desacreditar a Melanie Klein. "Edward Glover y yo habíamos acordado aliarnos para luchar", escribió más tarde Melitta. Reunión tras reunión, Glover y Melitta comenzaron a atacar a Klein abiertamente, hasta el punto que incluso hoy los miembros de la Sociedad Británica continúan preguntándose los motivos de esa súbita violencia. Como los ataques coincidían con el análisis, es indiscutible que tenían que ver con el material que emergía durante el mismo o con la transferencia y la contratransferencia. El reconocimiento de la contratransferencia es absolutamente necesario para evitar los procesos de neurosis contratransferenciales y la creación de baluartes, tan propensos a desarrollarse con mayor frecuencia en el análisis de niños y adolescentes neuróticos que en adultos neuróticos, por el uso más intenso y cualitativamente distinto de la identificación proyectiva. Los términos cualitativos diferentes de la identificación proyectiva se refieren a la cualidad de los objetos proyectados. En el análisis de niños y adolescentes, esos objetos son más fragmentados y menos discriminados. En los adultos, en cambio, este tipo de proyección es más uniforme y, salvo en estados muy regresivos, no pierde la ambigüedad esencial de la situación analítica. A su vez, el analista de niños y adolescentes se halla más expuesto que el analista de adultos a perder las fronteras de su asimetría funcional como analista para diluirse en un plano de maternaje, paternaje o pedagógica actuación; condicionado ade80

más por las fantasías de depositación de funciones parentales y de pigmalionización (Kancyper, 1995), que ciertos padres proyectan en forma manifiesta o latente sobre el analista. Por ejemplo: a) "Doctor, le deposito mi hijo en sus manos, espero que lo encamine en el estudio y en la elección definitiva de una sana pareja; o b) Doctor —expresa con ansiedad una madre—, pensé en usted, porque en mi casa hay una falta de límites, mi hijo necesita de un buen padre." c) Considero que, también en los célebres casos clínicos de las dos adolescentes de 18 años de edad, descritos por Freud —en el caso Dora y en "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina"—, se habrían producido ciertas connivencias entre los padres de las analizandas y Freud, determinando en cada una de ellas —junto con otros y variados factores— la renuencia y la interrupción de sus respectivos procesos analíticos. La formación de un baluarte en el análisis con niños y adolescentes muestra no sólo la interacción entre la transferencia del analizando y la contratransferencia del analista, sino además la creación de un fenómeno de campo que no podría producirse sino entre este analista con este analizando en relación con estos padres; formando metafóricamente, entre estos tres elementos en interacción, un precipitado. Produciéndose un atascamiento de la dinámica del campo y una paralización de su funcionamiento. En éste, como en todos los fenómenos que se manifiestan como obstáculos graves al proceso analítico —parasitación, impasse y reacción terapéutica negativa—, el analizando, el analista mismo y los padres del analizando están involucrados como participantes activos del campo, y es función del analista abordarlos en una visión conjunta. Este reconocimiento será "consciente y silente" en el analista, "consciente y manifiesto" al analizando y a sus padres, a través de diferentes estrategias terapéuticas, condicionadas por la particular disposición que presentan los progenitores y el analizando, para facilitar la reestructuración dinámica del proceso analítico del hijo.

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7. La confrontación generacional en la adolescencia como campo dinámico Introducción La confrontación generacional requiere ser tomada en una visión conjunta, producto de una relación intersubjetiva en la cual los padres y los hijos se definen los unos por los otros, involucrados en un campo dinámico. Pero ¿por qué introducir el concepto de campo dinámico en la descripción del acto de la confrontación generacional? El concepto de campo tiene precedentes en la psicología de la Gestalt y en el trabajo de Kurt Lewin, luego reformulado por Merleau-Ponty para establecer una psicología del hombre "en situación" capaz de observar y comprender los hechos psíquicos a través de sus significados en el contexto de sus relaciones intersubjetivas. M. y W. Baranger (1 961 -1 962) y más tarde Baranger, Baranger y Mom (1978) incorporaron este concepto a la situación analítica como un campo bipersonal. El campo analítico y su funcionamiento es un terreno compartido entre paciente y analista que da lugar a fenómenos originales, distintos de los observables en cada uno de los participantes y de la suma de lo que aportan ambos. En esta perspectiva, el objeto de estudio no es el paciente, ni su interacción con el analista, sino el campo de la situación analítica como productor de fenómenos y patologías originales. Lo que se busca develar entonces son los movimientos que se dan en este campo, en gran parte inconscientemente, y que serán los puntos de partida de nuestras elaboraciones clínicas y teóricas (Baranger y Baranger, 1961-1962, p. 129).

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En este trabajo, extiendo el concepto de campo fuera de la situación analítica y lo empleo en la dinámica de la confrontación parento-filial y fraterna. Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el acto de confrontación, no pueden ser descritos ni entendidos como personas aisladas, sino como una totalidad estructurada, cuya dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el otro y de la situación sobre ambos en una causación recíproca dentro de un mismo proceso dinámico. Esta diferente lectura posibilita una ganancia en entendimiento de complejidad creciente, asignable a los fenómenos progresivos y regresivos que se presentan en los entrecruzamientos generacionales y a la dinámica que se origina entre la intrasubjetividad, la intersubjetividad y sus incidencias en la estructuracióndesestructuración de las instancias psíquicas en cada uno de los participantes. La funcionalidad del campo de la confrontación generacional exige una disimetría radical entre la función parental y filial. Pero tanto los padres como el hijo requieren atravesar por diferentes y complejas elaboraciones psíquicas: 1. Duelos en las dimensiones narcisistas, edípicas y pigmaliónicas (Kancyper, 1995). 2. Duelos por la irreversibilidad temporal que incluye en un mismo movimiento la caída progresiva de la inmortalidad y la omnipotencia de los padres que envejecen y la admisión del poder en ascenso de la nueva generación que cuestiona las certezas anteriores y las relaciones de dominio en la familia, las instituciones y la sociedad. 3. Desidealización gradual y paroxística de la imagen de los padres maravillosos para el hijo'y del hijo maravilloso que no alcanza a satisfacer el cumplimiento de los ideales parentales (Kancyper, 1985, p. 535). 4. Procesos de reordenamiento identificatorio y de resignificación, tanto en el hijo como en los progenitores.

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El concepto de campo posibilita el abordaje de la existencia de muchos tropiezos en la confrontación generacional como manifestaciones de la presencia de una patología específica de esa estructura en donde ambos, padres e hijos, participan de un modo complementario y en diferentes grados. Este campo dinámico intergeneracional depende, por un lado, de los efectos que surgen a partir de los sistemas narcisistas parentales y filiales, que no son simétricos entre sí, con sus configuraciones fantasmáticas de inmortalidad, omnipotencia, idealización y del doble, y por otro lado, de las fantasías incestuosas, parricidas y filicidas del complejo de Edipo y de las fantasías furtivas, de excomunión y de confraternidad inherentes a los complejos fraternos. Quiero subrayar que el complejo fraterno no representa una mera consecuencia del complejo de Edipo; presenta su propia especificidad y puede o no articularse con el complejo nodular de las neurosis (Winnicott, 1993, p. 192). Podemos clasificar diferentes alteraciones en el campo dinámico de la confrontación generacional y fraterna según predomine: a) la sofocación, b) la desmentida, c) la parálisis, d) la inversión, e) la provocación, f) la evitación del entrecruzamiento generacional (Baranger, 1992b). Estos diferentes campos dinámicos están condicionados por la singular interacción conjunta que se despliega entre las particularidades del hijo y las características de los padres: a) hacedores, b) "pendeviejos", c) autoritarios, d) blandos, e) padre-hermano, f) distraídos, g) serviles.

Patología del campo dinámico en la confrontación generacional y fraterna Llamo "campo" a la estructura que se crea entre los progenitores y el hijo, o entre los hermanos, y permite el desarrollo de la confrontación generacional y fraterna. Este campo comprende tres aspectos: formal, dinámico y funcional. 85

I. Un aspecto formal o regla del juego (la presencia de otro diferenciado que posibilita la tensión entre los opuestos). II. Un aspecto dinámico: la evolución de la relación paternofilial y fraterna a medida que van emergiendo los diferentes cambios y conflictos inherentes a las distintas etapas evolutivas. III. Un aspecto funcional, en la medida en que su dinámica permite asumir la diferencia, el despliegue y la evolución del cotejo entre generaciones y hermanos. Tal vez un campo dinámico que no funciona es un campo donde el proceso de la confrontación se ve paralizado o reemplazado en una forma u otra e intercepta el proceso de la identidad. La perversión del campo de la confrontación generacional y fraterna se instala cuando su fin estructurante ha pasado a constituirse esencialmente en una actividad de tipo perverso que relega a segundo plano la finalidad declarada de este acto que apunta a la asunción creciente de la semejanza, la diferencia y la complementariedad entre los integrantes. Esto acontece cuando la confrontación es vivida y administrada con modalidades que gratifican aspectos perversos de la pareja parento-fiIial o fraterna a través de la ¡mplementación de un desafío tanático que conduce a una pseudoindividuación. El aspecto perverso del campo sadomasoquista o voyeuristaexhibicionista es a menudo objeto de racionalización por parte de los padres y de los hijos, o entre los hermanos (véase, por ejemplo, la teoría que exalta las virtudes de la tolerancia y altruismo para acallar la satisfacción sacrificial masoquista; o la teoría que, tras la entronización de la espontaneidad y la transparencia liberadoras, encubre la satisfacción perversa exhibicionista, apoyada en esquemas referenciales de teorías que vienen a consolidar a la vez la cristalización del "baluarte"). El "baluarte" es una estructura inmovilizada que entorpece o paraliza el proceso. Ella se caracteriza por no aparecer nunca directamente en la consciencia de ambos participantes, manifestándose 86

tan sólo por efectos indirectos: proviene de una complicidad entre ambos protagonistas en la inconsciencia y el silencio para proteger un enganche que no debe ser develado. Esto desemboca en una cristalización parcial del campo, en una neoformación constituida alrededor de un montaje fantasmático compartido que implica zonas importantes de la historia personal de ambos participantes y que atribuye a cada uno un rol imaginario estereotipado. Aveces el baluarte queda como un cuerpo extraño estático mientras el proceso sigue aparentemente su curso. En otras situaciones, invadiendo completamente el campo y restando toda funcionalidad al proceso, transforma el campo en su totalidad en un campo patológico (Baranger, Baranger y Mom, 1978). Estimo que el concepto barangeriano suele ser erróneamente equiparado a la mera existencia de la transferencia del analizante y de la contratransferencia del analista. No es sólo eso; el campo es creador de un conjunto fantasmático original: de una fantasía inconsciente básica, concepto que despierta variadas resistencias entre los analistas. Pero ¿en qué se diferencia esta fantasía de otras? Esta fantasía surge en el proceso analítico creado por la situación de campo, y por su intermedio las cosas se suceden. No es la consecuencia de una comunicación inconsciente, ni de un mecánico entrecruzamiento de identificaciones proyectivas e introyectivas, sino su condición. La fantasía inconsciente básica es una producción original y originada en el campo, y por su mediación se estructura su dinámica; incluye zonas importantes de la historia personal de los participantes que asumen un rol imaginario estereotipado. Esta fantasía no tiene una clara existencia fuera de la situación del campo, si bien se enraiza en el inconsciente de cada uno de los integrantes. A partir de esta fantasía inconsciente de campo, se puede comenzar a desentrañar el funcionamiento psíquico y la historia intrasubjetiva en cada uno de los participantes. Desde la intersubjetividad a la intrasubjetividad. Desde el hic et nunc al pasado y al porvenir. Desde este precipitado aparen87

temente atemporal a la temporalidad de la resignificación. La admisión del estatus del concepto de fantasía inconsciente básica de campo se halla condicionada a la superación de varios obstáculos: a. Este concepto asesta una nueva herida al narcisismo y al poder del analista, porque éste vuelve a perder la ilusión de la omnipotencia y de la soberanía de la autosuficiencia. En el vínculo con el otro y con los otros, la fantasía creada en y por la situación de campo "despliega sus alas", es autónoma y ejerce sus propios influjos sobre los sujetos, a semejanza del inconsciente, que tiene sus propias leyes y psicodinamismos independientes del dominio consciente y racional. b. Aceptar su presencia en toda relación más o menos estable y duradera exige la inevitable asunción de un trabajo complejo y agregado. El analista no puede continuar sosteniendo la posición de un pasivo observador de una situación que injustamente lo aliena y frustra, sino que requiere efectuar un cambio posicional. El también participa en grados asimétricos, a través de su propio funcionamiento psíquico, condicionado a sus series complementarias, en el desenlace de los destinos tróficos o destructivos de los vínculos. c. El trabajo psíquico agregado impone la resignación de la automática tendencia a depositar el torrente de proyecciones e identificaciones proyectivas en los otros o a la vuelta masiva de éstos sobre sí mismo, para admitir que, finalmente, cada uno de los integrantes del campo participa en la producción de la fantasía intersubjetiva, que además es originada y original por la particular situación de ese campo. La fecundidad de este concepto abre caminos nuevos: el advenimiento de la mismidad correlativamente con la consolidación de la alteridad; permite la revisión de te historia propia y de la ajena, y el reconocimiento de los puntos de anudamiento, de semejanza, de diferencia y de complementariedad entre los participantes.

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Narcisismo y sadomasoquismo Los vínculos sadomasoquistas entre padres e hijos generan un campo dinámico perverso en el que la confrontación y la confirmación son reemplazadas por el acto de la provocación. Provocación que retiene a los componentes del campo en un desafío tanático que intercepta los procesos de separaciónindividuación y la complementariedad solidaria entre las generaciones. Estos vínculos presentan un movimiento bidireccional. Si bien, en la gran mayoría de los casos, el acento de la polaridad sádica recae sobre los progenitores autoritarios, por el ejercicio, uso y abuso de una asimétrica relación de dominio condicionada por la dependencia biológica, psíquica y social del hijo, en otros casos son precisamente los hijos —independientemente de la edad cronológica— los que operan en una relación de complementariedad sádica, como los tiranos domésticos de los padres que devienen finalmente en meros esclavos-serviles de sus hijos-amos. Describiré tres distintas categorías de progenitores que satisfacen sus propias mociones sadomasoquistas y narcisistas durante el ejercicio de sus funciones parentales. Clínicamente presentan notables diferencias entre sí y, según la perspectiva de la dinámica del narcisismo y su nexo con el componente masoquista y con el establecimiento de los diferentes campos que estructuran con sus hijos, los clasifico en: padres serviles, padres distraídos y padres hacedores-sobremurientes.

Los padres serviles Los padres serviles satisfacen de un modo privilegiado las propias necesidades masoquistas de castigo y obtienen un beneficio narcisista en la satisfacción del cumplimiento de un ideal regido por la lógica del sacrificio del héroe trágico. Son los padres abnegados y sufridos que todo lo pueden aguantar y que además racionalizan sus desmesuradas capacidades de 89

servicio incondicional tras la entronización de una ideología que exalta la virtud del altruismo ilimitado, pero que encubre en realidad una ganancia económica del sufrimiento en sus relaciones parento-filiales. Cuanto más padecen, mejores padres son ante la imagen de sí mismos y de los otros: el beneficio narcisista secundario del masoquismo parental. Los padres serviles suelen padecer de un "delirio de insignific a c i ó n " , tal como describe Freud en " D u e l o y melancolía" el Selbstgefühl del melancólico. Se viven indignos de todo respeto y consideración por parte de los hijos, padecen de múltiples deudas impagas que precipitan a estos padres culposos en actos de reparación compulsiva, y los hijos suelen explotar, consciente y/o inconscientemente, las angustias y las culpas de estos "padres en falta", asumiendo el complementario rol de verdugos hogareños y depredadores que maltratan a los padres sacrificados. Los "padres serviles" materializan, a través del sadismo de los hijos, las propias fantasías masoquistas de "Pegan a un niño-padre" moral y/o erógenamente. Operan como servidores incondicionales y ejecutan ceremoniales estrictos: genuflexión, fórmulas de cortesía y regalos varios, entregados como ofrendas para granjearse la simpatía y el maltrato de sus hijos maravillosos, los príncipes y condes que residen en la mansión, gozando de todos los privilegios y de ningún deber. Se origina una patología del campo dinámico: el campo perverso sadomasoquista.

Los padres distraídos Los padres distraídos conforman un campo patológico con sus hijos. Mantienen con ellos un "pacto de silencio" que resulta ser el subproducto de una connivencia narcisista entre los progenitores y los hijos. Entre ambos se conforma una alianza,para no hablar, para no escuchar y para no ver. El mecanismo fundamental en este campo dinámico no es la indiferencia sino el ignorar como mecanismo activo.

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Lo que prevalece no es tanto la culpa sino la angustia que suele manifestarse mediante severos síntomas en cada uno de los participantes. Los padres serviles y los padres distraídos se hallan amordazados ante los propios hijos. Pero existe una diferencia notable entre ellos en referencia al acto de la confrontación intergeneracional. Mientras que en los primeros la confrontación es reemplazada por el acto de la provocación que somete y maltrata a cada uno de los integrantes del campo perverso a través de un desafío tanático (el caso Dora; Freud, 1901), en los segundos —los padres distraídos— se asiste a la parálisis del acto de la confrontación. La fantasía básica bipersonal en el campo dinámico entre los padres y los hijos distraídos es la de "huida y fuga" (por ejemplo: no digo nada porque si hablo me desbordo o le pego o lo mato o me mata retaliativamente); los hijos suelen vivir esta inhibición parental como si fuera desinterés de los padres, y los padres a la vez suelen padecer de angustias por la imposibilidad de quebrar el muro del silencio. En estos casos, se puede llegar a constituir un campo de extrema evitación que paraliza el enfrentamiento entre las generaciones. Recordemos que, en el caso de la joven homosexual descrito por Freud en el año 1920, la adolescente se "hacía a un lado" de la madre y del hermano y "daba la espalda" a su padre; en lugar de confrontarlos, procuró a través de la venganza —masoquismo mediante— provocar al padre y huir de una madre "distraída" que narcisísticamente competía con la hija. Entre ambas, podríamos decir, se había configurado un fenómeno particular de campo y una fantasía bipersonal enraizada en el inconsciente de cada una de las participantes: la fantasía de "hacerse a un lado". La muchacha de nuestra observación tenía poquísimas razones para sentir ternura por su madre. Para esta mujer, ella misma todavía juvenil, esa hija que había florecido de súbito era una incómoda competidora, la relegó tras los hermanos, restringió su autonomía todo lo posible y vigiló

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con especial celo para que permaneciera alejada del padre. Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo estar fortificada desde siempre en la muchacha. La madre apreciaba todavía el ser cortejada y festejada por hombres; entonces, convirtiéndose ella en homosexual, le dejó los hombres a la madre, "se hizo a un lado", por así decir, y desembarazó del camino algo que hasta entonces había sido en parte culpable del disfavor de la madre (Freud, 1920b, p. 150). En otro párrafo de este mismo historial, Freud señala: La madre se mostraba tolerante como si viera una deferencia de su hija en el hecho de que se "hiciera a un lado" y el padre rabiaba, como si sintiera el propósito de venganza contra su persona. Sublevada y amargada, dio la espalda al padre y aun al varón en general. Tras este primer gran fracaso desestimó su feminidad y procuró otra colocación para su libido (p. 153). Freud señala, en una nota al pie de página de este mismo artículo, la función esencial que ejerce la confrontación generacional y fraterna en el plasmación de la identidad de la adolescente. Subraya que este "hacerse a un lado", en lugar de confrontarse con los padres por un lado, y además con los hermanos, descubre condiciones psíquicas muy complejas que no sólo intervienen en la elección amorosa, sino que además se extienden en el ámbito de la elección vocacional. Como hasta ahora ese "hacerse a un lado" no se había señalado entre las causas de la homosexualidad, ni tampoco con relación al mecanismo de la fijación libidinal, quiero traer a colación aquí una observación analítica similar, interesante por una particular circunstancia. Conocí cierta vez a dos hermanos mellizos, dotados ambos de fuertes impulsos libidinosos. Und»de ellos tenía mucha suerte con las mujeres, y mantenía innumerables relaciones con señoras y señoritas. El otro siguió al comienzo el mismo camino, pero después se le hizo desagradable cazar en coto ajeno, 92

ser confundido con aquél en ocasiones íntimas en razón de su parecido, y resolvió la dificultad convirtiéndose en homosexual. Abandonó las mujeres a su hermano, y así "se hizo a un lado" con respecto a él. Otra vez traté a un hombre joven, artista y de disposición inequívocamente bisexual, en quien la homosexualidad se presentó contemporánea a una perturbación en su trabajo. Huyó al mismo tiempo de las mujeres y de su obra. El análisis, que pudo devolverle ambas, reveló que el motivo más poderoso de las dos perturbaciones —renuncia, en verdad— era el horror al padre. En su representación, todas las mujeres pertenecían al padre. Esta clase de motivación de la elección homosexual de objeto tiene que ser frecuente; en las épocas primordiales del género humano fue realmente así: todas las mujeres pertenecían al padre y jefe de la horda primordial. En hermanos no mellizos, ese "hacer a un lado" desempeña un importante papel también en otros ámbitos, no sólo en el de la elección amorosa. Por ejemplo, si el hermano mayor cultiva la música y goza de reconocimiento, el menor, musicalmente más dotado, pronto interrumpe sus estudios musicales, a pesar de que anhela dedicarse a ellos, y es imposible moverlo a tocar un instrumento. No es más que un ejemplo de un hecho muy común, y la indagación de los motivos que llevan a hacerse a un lado en lugar de aceptar la competencia descubre condiciones psíquicas muy complejas (p. 152). En este historial presenciamos una patología de la dinámica del campo: un campo perverso a través de la provocación vengativa con el progenitor masculino ("dar la espalda al padre") y un "baluarte distraído" con la madre y hermano ("el hacerse a un lado"). El pacto de silencio entre la madre de la joven homosexual y su hija obstaculizaba el acto de la confrontación generacional. Provenía de la colusión entre ciertos aspectos de la madre y aspectos correspondientes del inconsciente de la hija. Se había creado una zona de desconocimiento en que ambas participantes compartían, como si se hubieran puesto de acuerdo entre sí para no ver lo que pasaba en ella. Se puede decir que entre ambas se había estructurado un "enganche", un "distraído baluarte" intersubjetivo. Si bien, como mencioné más arriba, el concepto de baluarte 93

descrito por los Baranger es un concepto que se refiere a una formación artificial, como un subproducto de la técnica analítica, se lo puede también extender al campo bipersonal entre padres e hijos y entre los hermanos.

Los padres hacedores-sobremurientes (Kancyper, 1994b) Los padres hacedores se posicionan en una dimensión narcisista y masoquista a la vez. Son deudores crónicos ante sus propias instancias ideales de la personalidad: yo ideal-ideal del yo-superyó. Ante sus hijos se ubican en una actitud sacrificial: se ofrecen como una sustancia mágica que tiene la facultad de resolver cualquier conflicto, pero al mismo tiempo intercepta en el otro el origen y el desarrollo del circuito del deseo propio, anulando además la función indispensable que ejerce la angustia-señal-afecto para detectar peligros. Esta angustia señal es un dispositivo puesto en acción del yo, como si fuera un órgano sensorial especializado en percibir las realidades externa e interna; esta función requiere ser ejercida y desarrollada por cada sujeto. En cambio, los padres hacedores suelen asumirla ellos en nombre de sus hijos, y de ese modo los privan de esta señal de alarma que notifica y organiza, análoga a la función simbólica del pensamiento, que posibilita el tanteo de las tensiones del mundo externo e interno. Estos padres, tras la aparente omnipotencia, encubren sus propias e intensas angustias que surgen a partir de las imaginarias situaciones de incertidumbre que los acechan, por el peligro potencial de que sus hijos los abandonen por una catastrófica fatalidad: por enfermedad, por accidente, por secuestro o por muerte. Ciertos hijos — e n la intercambiabilidad de roles— suelen ejercer un poder abusivo, que explota precisamente las angustias y las culpas manifiestas y latentes de estos progenitores todopoderosos que devienen mendigos sometidos*a la tiranía de sus propias criaturas. Los padres hacedores son además "sobremurientes" porque

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edifican su cosmovisión sobre los cimientos defensivos de los mecanismos de la huida, del control del ataque, para preservarse de la castración-muerte; porque en este medio familiar las angustias y los sentimientos de culpa se erigen en el eje central y regulador de la vida psíquica de sus integrantes. Viven para salvarse mediante un permanente reaseguramiento para no sufrir. Pero pagan sus derechos a la existencia con una cuota constante de padecimiento: "dolo ergo sum"; prefieren la evitación de displacer a la búsqueda de placer, pero no cesan de sufrir (Kancyper, 2000, p. 125). Y es precisamente esta tensión de la incertidumbre, que proviene de la mortificación del accionar de las angustias ominosas, la que los preserva de la ausencia total de tensión que rige el principio de nirvana. Parafraseando a los poetas: "Morirse la vida, vivirse la muerte." Los padres "hacedores-sobremurientes" generan relaciones adictivas con sus hijos, y entre ambos se esclavizan recíprocamente, creando un péndulo retaliativo que se sostiene por la vigencia de este nexo entre la angustia y el poder ominosos. Una de las formas del poder de estos padres syele vehiculizarse mediante la aplicación de técnicas de embrujo, de fascinación a través de ofrecimientos compulsivos (materiales, verbales y afectivos), para mantener neutralizadas las amenazas que provienen de sus propias angustias, con la finalidad de garantizar la presencia incondicional de sus hijos-objetos para que no se ausenten jamás. Los padres hacedores-sobremurientes se posicionan como progenitores deificados que asisten a sus hijos cubriendo toda Ananké. Se ubican en la posición fálica y ubican al hijo como a un -objeto anti-angustia desvalido, y que jamás se distancia para garantizar la presencia de otro especular y maravilloso para que, al espejarse en su propia obra, refleje su propia omnipotencia como el "Hacedor", el padre pigmaliónico que modela y fabrica a su propia criatura. La repetición de las angustias de estos progenitores convierte a los padres hacedores en esclavos domésticos, en servidores incondicionales de los hijos demandantes pero envueltos —ante la propia mirada y la de los otros— con ropajes de padres semidioses.

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En este punto, los padres hacedores-sobremurientes se diferencian de los padres anteriormente descritos porque se posicionan desde el vamos en el yo ideal, como los padres todopoderosos: los "Reyes Magos" que proveen mágicamente un mundo a-conflictivo, intentando compaginar la perfección narcisista infantil con su cómoda negación de un mundo real bastante desagradable y la existencia interna o intrínseca de pulsiones destructivas y autodestructivas básicamente incompatibles con la felicidad narcisista. La' necesidad de los padres hacedores de sentirse superiores es tan intensa que les posibilita la desmentida del elevado pago de sufrimiento y de displacer que resultan de sus comportamientos masoquistas, al servicio de permanecer sosteniendo la lógica fálica del narcisismo en el vínculo con los hijos. A la relación que se establece entre el narcisismo y el componente tanático entre los padres hacedores-sobremurientes y sus hijos la denomino "dimensión masoquista del narcisismo parental"; y, en cambio, a la relación entre los hijos y los padres serviles y distraídos, "dimensión narcisista del sado-masoquismo parental" (Kancyper, 1998b, p. 13). A continuación presentaré un caso clínico para ilustrar el pacto de silencio "distraído" entre Jackie y su hija adolescente.

Caso clínico: el baluarte "distraído" Jackie tiene 49 años. Es una exitosa profesional y una atractiva y elegante mujer. El tema de "lo estético" tiene una relevancia significativa en el discurso familiar. La hija, Nancy, tiene 18 años y se destaca en la esfera intelectual, pero tiene un sobrepeso de 20 kilos. Los fragmentos de sesiones que transcribo corresponden al tercer año del proceso psicoanalítico individual de Jackie, luego de asistir a una demostración de danza jazz invitada "gentilmente" por su hija, ante la cual sintió un impacto de rechazo y de vergüenza que resignificó su propia adolescencia y sus conflictos narcisistas y edípicos no resueltos.

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Yo hago de mamá, no soy la mamá, porque hago todos los deberes, hago todos los gestos, hago todo el ceremonial de la hora del té pero me falta tomar el té, como las geishas que hacen todo para el otro pero no sé si participan. Yo siento a veces, en relación a Nancy, que voy, vengo, hago cosas, pero me parece que me falta algo más visceral. Anoche, después de haberla visto en el escenario no me podía dormir. Estaba en la cama con mucha angustia, con un dolor en el estómago. Siento que no puedo acercarme bien a ella. El tema estético de su gordura es más fuerte que yo. Es como si mi cabeza pudiera conectarse únicamente con la cabeza de Nancy. Yo soy muy buena mamá con la cabeza pero no puedo con su cuerpo. Hay algo incompatible entre mi cuerpo y su cuerpo. Esto sucedió en el momento en que Nancy hizo una especie de explosión. Le crecieron los pechos desproporcionadamente y empezó a engordar y a engordar (pausa). Me parece además que hay algo entre Juan y yo, que esperábamos una niña muy bonita y perfecta, y ella no fue nuestro bebé soñado y ahora se agregan los kilos. Estos kilos rompen una idea de perfección, y esto es lo que a mí me resulta más doloroso. Pero no son los kilos de ella sino mi idea de la perfección la que me hace sentir culpable. Yo rechazo esta ¡dea mía de la perfección y me da bronca. Analista: Usted no puede abandonar la ¡dea de una madre y de una hija perfectas. Yo tengo en mi cabeza lo que debiera ser una mamá perfecta. Entre la mamá soñada que quisiera ser y la mamá que soy, encuentro a veces que hay un abismo. Me da dolor por ella y por mí. No fui una mamá que la ayudó. A: Tal vez su dolor se relaciona en parte con el rechazo que usted siente por su hija y con el rechazo que su madre, según lo que recordó la semana pasada, sentía por usted cuando era adolescente. Absolutamente. Me da dolor estar repitiendo la misma historia. Es una especie de callejón sin salida. Repetirlo que uno vivió. No puedo ser de otra manera como fue mi mamá conmigo. Es terrible. Como que hay algo del destino, qué sé yo, que es algo inevitable. 97

Me parece que su gordura está dirigida, dedicada a mí. Que es una rebelión contra mí. Si yo no tuviera tanta energía puesta en la estética, sería menos evidente. Me parece que no podemos seguir haciéndonos los distraídos. Aquí hay responsabilidades tanto mías como de Juan. Pienso que él se va al otro extremo. Le molesta mucho lo que le pasa a Nancy pero hace la vista gorda. Yo en cambio no la puedo mirar, sino con esa mirada hipercrítica que asusta mucho, pero no le digo nada. A: O sea que hay un pacto de silencio entre usted, su marido y su hija. El silencio está en las palabras pero no en las miradas. En las miradas soy idéntica a mi mamá. Es terrible, pero es así.

La resignificación en el adolescente y en los padres del adolescente En la adolescencia se exteriorizan las consecuencias patógenas de ciertos "procesos primarios postumos", es decir, de aquellas experiencias, impresiones y huellas mnémicas de la infancia que han permanecido en el psiquismo sin haber constituido en sí un trauma, en el sentido de que no han producido efectos patógenos y que se resignifican recién en esta etapa de recomienzo del desarrollo sexual por la presencia de la maduración orgánica, del incremento pulsional, de la reestructuración de las instancias del aparato anímico y de las nuevas demandas del mundo social. Estos nuevos acontecimientos de la adolescencia se anudan con los esbozos infantiles en un tiempo en torsión y posibilitan la manifestación retroactiva de las consecuencias psíquicas. No se trata aquí simplemente de una acción diferida, de una causa que permaneciera latente en la infancia hasta la oportunidad de manifestarse en la adolescencia, sino de una causación retroactiva: desde el presente hacia el pasado. La introducción de la Nachtraglichkeit marca los momentos en los cuales Freud abandona el modelo de la causalidad mecánica y la temporalidad lineal según el vector pasado-presente, a favor de un concepto 98

dialéctico de la causalidad donde el futuro y el pasado se condicionan recíprocamente en la estructuración del presente. En esta ocasión podemos constatar hasta qué punto la perspectiva de Freud es más estructural que genética, y la adolescencia, en este sentido, representaría el proceso privilegiado de la reacción sobrevenida con posterioridad (Nachtraglichkeit) (Kancyper, 1983). El otro período significativo está representado en la menopausia, por las elocuentes reestructuraciones que se generan en este período. En "Análisis terminable e interminable", Freud (1937a) señala: Por dos veces en el curso del desarrollo individual emergen refuerzos considerables de ciertas pulsiones: durante la pubertad y, en la mujer, cerca de la menopausia. En nada nos sorprende que personas que antes no eran neuróticas devengan tales hacia esas épocas. El domeñamiento de las pulsiones, que habían logrado cuando éstas eran de menor intensidad, fracasa ahora con su refuerzo. Y en ese mismo capítulo enuncia el valor fundamental que tiene el concepto del a posteriori para nuestra práctica analítica: la rectificación con posterioridad (Nachtraglich) del proceso represivo originario, lo cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. Baranger, Baranger y Mom sostienen que "esta causalidad y esta temporalidad son las que sostienen la posibilidad de una acción terapéutica específica del psicoanálisis; si no existiera esta retróactividad en la constitución del trauma (y yo añadiría: en la constitución de las identificaciones en dos tiempos), tampoco existiría la posibilidad de modificación de nuestra historia" (1987, p. 771). De aquí la importancia que asume la historización en el tratamiento de los adolescentes, para reintegrar los elementos de las situaciones traumáticas a las situaciones del pasado a las que pertenecen y poder ingresar en una diferente dinámica temporal; a pesar de las resistencias que generalmente presentan los adoles99

centes a recordar los acontecimientos traumáticos de la infancia, y a la tendencia de instrumentar la técnica defensiva de la huida de los orígenes, como un mecanismo frecuente que los impulsa a buscar y crear a cambio una neoespacialidad y una neotemporalidad que se exterioriza a través de la programación y la realización de viajes a las realidades material y psíquica mediante distanciamientos geográficos y/o de la droga. Dijimos que la adolescencia significa un período de turbulencia, no únicamente para el hijo que crece; incluye además a los padres del adolescente, quienes asisten a la resignificación de sus propios momentos evolutivos y de sus esbozos infantiles y adolescentes, que han dejado como secuela —en calidad de precipitados históricos— algunos capítulos olvidados de sus relaciones con sus propios padres y hermanos, y que se reaniman inexorablemente a partir de la confrontación generacional con el hijo adolescente. Estos precipitados históricos cobran y manifiestan su efectividad psíquica mediante los reclamos de las "boletas indexadas" que los hijos suelen demandar a sus padres, a sus hermanos, y por extensión a la sociedad, con altos intereses punitorios, por los agravios narcisistas y por las situaciones traumáticas padecidas en la infancia y que han permanecido escindidos y reprimidos durante la fase de la latencia. Pero también ciertos padres suelen reaccionar en esta etapa con severos contraefectos de autoritarismo, en respuesta a los efectos del incremento progresivo del poder de autonomía que ostentan los hijos adolescentes. Esta situación de rivalidad puede llegar a condicionar la resignificación de los complejos edípicos y fraternos no resueltos en las historias parentales, denegando el cotejo generacional e implantando, en cambio, un interminable desafío tanático entre padres e hijos (Kancyper, 1994a).

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Sesión previa al viaje de egresados de Nancy Ayer estuve todo el día angustiada. Estuve en cama de dolor. Tenía un dolor en el alma terrible. Y otra cosa que me pasa es que me debato entre las ganas de ir y de no ir a despedirla. Pongo excusas por el trabajo. Algo pasa que me cuesta despedirla. Yo odio las despedidas, pero tengo una sensación de angustia infernal. Quisiera que pase el día de mañana y lo que siento es que realmente va a ser bueno este viaje a Bariloche para Nancy. Me gustaría ser una madre menos exigente con la mirada y no con las palabras. Trato, pero me cuesta. Ésta es una gran autocrítica que siento que tengo que hacer y que tengo que modificar. Analista: ¿Qué le pasa cuando la mira actualmente a su hija? Me pasan varias cosas: me da tortura; me da bronca que esté gorda. Me cuesta acercarme muchas veces. Siento un poco de tristeza y otro poco de lástima (pausa). Yo no tengo claro dónde termina la confrontación y dónde empiezan el maltrato y la agresión. Hay un punto donde se me confunden. En mi cabeza la confrontación tiene que ver con la desvalorización. Por eso la evito. Siento que le tengo miedo a mi hija. Temo dañarla. Me acuerdo que mi mamá me hacía sentir que no valía, que era horrible porque estaba gordita, y que las hijas de sus amigas eran fantásticas. Había un mecanismo en ella, no sé bien cuál es, que en vez de decirme bien las cosas, me las decía mal. Por ejemplo: "Estuvimos hablando con tu papá y con otra gente y me parece que..." Como ella no se bancaba sola, lo compartía, traía mucha gente al diálogo, terminábamos peleadas y en donde yo finalmente me sentía una porquería que no tenía que adelgazar ni que cuidarme. Y yo, para no llegar con mi hija a este punto, no la confronto y la dejo pasar (pausa). Yo a su edad tenía un sobrepeso de 5 kilos, pero ella tiene 20 kilos de más, y para no irritarla me atraganto de rabia y hago un pacto de silencio, le digo a todo que sí. Entonces es como no decirle nada, porque no encuentro el límite jus101

to con mi hija. Siento que entre enojarme y lastimarla hay un límite muy fino. Porque decir "no" es una posibilidad de que ella se sienta mal, de que yo pueda plantarme* y decirle algo que tenga mala onda y que le provoque un dolor tan profundo, como mi mamá solía hacer conmigo. Yo siempre salía golpeada cuando me enfrentaba con mi mamá y me enojaba muchísimo con ella. Ei pacto de silencio entre Jackie y su hija obstaculizaba el acto de la confrontación generacional. Operaba como una estructura cristalizada o una modalidad de relación inamovible entre ambas participantes. Provenía de la colusión entre aspectos inconscientes de la madre y aspectos correspondientes del inconsciente de la hija (Nancy tenía su propio proceso psicoanalítico individual). Se había creado una zona de desconocimiento en que ambas compartían de un modo "distraído". Este pacto, producto de una "charla tan civilizada" y a la vez distraída de la manifestación frontal de un compromiso afectivo, es un fenómeno de repetición encubierto por una identificación negativa con su propia madre, bajo la forma de un desprecio acallado hacia la hija (Kancyper, 1985, p. 535). Desprecio que opera como una fuente de angustia y de culpa que inhibe el ejercicio de la función de madre, acompañada de una serie de reproches y de reclamos contra sí misma que proviene de la propia instancia superyoica, lo cual acrecienta la inhibición: "Yo me quedo finalmente ahogada, llena de rabia y de silencio." Esta inhibición materna genera la ausencia de otro necesario para que la hija pueda desplegar la necesaria confrontación. Jackie requirió transitar por una compleja elaboración de procesos durante su tratamiento psicoanalítico, para acceder al reconocimiento de la alteridad de Nancy y reconocer la diferencia de las generaciones. Para establecer los límites entre ella y su hija, requirió — c o m o precondición necesaria— discriminar y descifrar el juego repetitivo de identificaciones con el agresor y con la agredida a la vez, * Coloquialmente, "perder el juicio, salirme de las casillas".

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para alcanzar a desanudar su propia historia de hija adolescente agraviada con su propia madre. Situación que precisamente se ha resignificado en el momento de la adolescencia de Nancy (Baranger, Goldstein y Goldstein, 1989). Existe una identificación de las situaciones de ella con su madre y de la hija con ella misma. Y, además, esta doble identificación es negativa, en el sentido de rechazar la relación con su propia madre que la desvalorizaba y le generaba una respuesta hostil hacia ella y contra sí misma. Pero, en un nivel más profundo, la repetición es total (Baranger, 1994). Al comparar en el escenario a su hija con otras adolescentes, se avergüenza de ella y la desprecia visceral mente: "Yo estaba en la cama con mucha angustia, con un dolor en el estómago. Siento que no puedo acercarme bien a ella. El tema estético de su gordura es más fuerte que yo." Es probable que la hija haya percibido este desprecio de la madre, como ésta percibió el desprecio de su propia madre. El progresivo desanudamiento de las identificaciones de la superposición de ambas historias, la elaboración de las situaciones de peligro que asociaba a la manifestación de los sentimientos hostiles con su hija posibilitaron acceder al develamiento de la existencia de un baluarte "estético" en las dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva. Para el analizado, el baluarte intrasubjetivo representa un refugio inconsciente de poderosas fantasías de omnipotencia. Es enormemente diverso entre una persona y otra pero nunca deja de existir. Es lo que el analizando no quiere poner en juego porque el riesgo de perderlo lo pondría en un estado de extremo desvalimiento, vulnerabilidad, desesperanza. En ciertas personas, el baluarte puede ser su superioridad intelectual o moral, su relación con un objeto idealizado, su idealización, su fantasía de aristocracia social, sus bienes materiales, su profesión, etc. La conducta más frecuente de los analizandos en defensa de su baluarte consiste en evitar mencionar su existencia. El analizando puede ser muy sincero en cuanto a una 103

multitud de problemas y aspectos de su vida. Pero se vuelve esquivo, disimulado y aun mentiroso cuando el analista se aproxima a un baluarte (Barangery Baranger, 1961-1962). En el caso de Jackie, descubrimos que la adolescencia de la hija resignificó su propia adolescencia conflictiva con su madre y la persistencia de su baluarte de la estética corporal que develaba su conflictiva identidad sexual. A partir del momento en que tomó conciencia de la existencia del baluarte intrasubjetivo e intersubjetivo, comenzó a rescatarse de su posición masoquista y sádica. La sesión que a continuación transcribiré ¡lustra el momento singular en que se inicia la caída del manto del silencio a partir del cual comenzó a efectivizarse el pasaje del sometimiento a la confrontación generacional (Kancyper, 1991b, 1992c, 1994b). Ayer tuve por fin una pelea frontal con mi hija. Antes no podía confrontarla porque ella no hablaba, se encerraba en su pieza. Esta vez lloró y se angustió y nos gritamos bastante y nadie se rompió; al contrario, fue un alivio para las dos. Venimos con mucha experiencia de callar, de cuidarnos demasiado. De mucha charla civilizada. Esto me alivia, esta posibilidad de que tenga con quien pelearme. Tengo quien me responda, que no hay un mutismo y que no me responda con un discurso racional. Esto me sorprende y me gustó, a pesar que en un momento me asustó cuando me amenazó con irse de casa si yo me sigo metiendo en su vida. Yo me intereso por lo que a ella le pasa con sus amigas que le llenan la cabeza con fabulaciones. Yo llamé a la casa de su amiga para saber si realmente tenía una enfermedad sospechosa y me dijeron que para nada. Mi hija me amenazó que por mi culpa se iba a romper la amistad, y yo le contesté que de ninguna manera. Yo no siento que me metí en su intimidad, sólo quería hablar de madre a madre, porque son cosas muy serias y los padres deben y tienen derecho a intervenir. A la noche cenamos lo más bien en casa y no se tocó más el tema; yo esperaba que mi hija iba a estar ofendida y fue todo lo contrario. 104

Consideraciones finales La confrontación generacional requiere ser tomada en una visión conjunta, producto de una relación ¡ntersubjetiva, en la cual padres e hijos se definen los unos por los otros involucrados en un campo dinámico. En este trabajo — c o m o he dicho—, extiendo el concepto de campo fuera de la situación analítica y lo empleo en la dinámica de la confrontación parento-fil¡al y fraterna. Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el acto de la confrontación, no pueden ser descritos ni entenderse como personas aisladas, sino como una totalidad estructurada cuya dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el otro y de la situación sobre ambos en una causación recíproca. Esta diferente lectura posibilita una ganancia en entendimiento de complejidad creciente, asignable a los fenómenos progresivos y regresivos que se presentan en los entrecruzamientos generacionales. La funcionalidad del campo de la confrontación generacional exige una disimetría radical entre la función parental y la filial. Pero tanto los padres como el hijo deben atravesar por diferentes y complejas elaboraciones psíquicas. Clínicamente, los sujetos pueden agruparse dentro de tres categorías: - Los que son incapaces de confrontar a padres y hermanos. - Los que se perpetúan en una interminable confrontación a través de un desafío tanático (el campo perverso). - Los que han superado el desafío tanático y han logrado efectuar un desafío trófico, obteniendo los efectos estructurantes para la plasmación de la identidad provenientes de la confrontación generacional y fraterna.

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Segunda parte: Historiales clínicos

8. El burrito carguero. El proceso analítico en un adolescente: metapsicología y clínica

Freud nos pone en guardia contra la tentación considerar como paralelos el proceso generador de la neurosis y el proceso de curación. Los combates no se libran en los mismos lugares ni de la misma manera en la derrota neurótica y en la reconquista analítica, porque el analista, al elegir la interpretación, al detectar los "puntos de urgencia", al orientar el proceso, contribuye a la edificación de la neurosis de transferencia. de

Willy Baranger (1992b) Dentro del vasto abanico que este tema convoca, me centraré específicamente en uno: aquél relacionado con los indicadores clínicos y los fundamentos metapsicológicos que orientan acerca de la existencia de un proceso o de un no proceso en el psicoanálisis con adolescentes. El resorte del proceso analítico se define como una repetición transferencial, cuya interpretación permite una rememoración de lo reprimido y escindido, y su eventual elaboración. El proceso analítico presenta una alternancia de momentos de proceso y de no proceso, como trabajo de recuperación de obstáculos que determina su fracaso o su éxito. El no proceso analítico es cuando el proceso tropieza o se detiene; sus manifestaciones más complejas se descubren por la aparición de los indicadores positivos utilizados para disimular la existencia de un proceso que, en realidad, se disfraza de movimiento, pero permanece estereotipado. 109

El proceso analítico apunta a un cambio estructural del adolescente, a la reestructuración de la personalidad por medio de la elaboración. La elaboración representa lo esencial del proceso analítico. Confiere al tratamiento psicoanalítico su sello distintivo. Si bien el método psicoanalítico reconoce como objeto fundamental "el hacer consciente lo inconsciente", éste, en realidad, es el punto de partida. No confundir este comienzo con el análisis todo. El resorte y el paso más importante del proceso de análisis los marca la durcharbeiten, el trabajo de elaboración. Freud lo considera como el principal factor de la eficacia terapéutica ("Recordar, repetir y elaborar", 1914). Laplanche y Pontalis definen la elaboración como "proceso en virtud del cual el analizante integra una interpretación y supera las resistencias que ésta suscita. Se trata de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos y librarse del dominio de la insistencia de los mecanismos repetitivos". La necesidad de la reelaboración se basa en poder vencer la fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción que ejercen los prototipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido. Se interrogan si parte de la elaboración la cumple también el analista para ayudar a adquirir el ¡nsighten forma más duradera. Porque todos sabemos que un insight aislado no hace verano (Braier, 1990). Se requiere el trabajo silencioso y prolongado de la elaboración. Esta pregunta nos enfrenta a una confrontación de los diferentes esquemas referenciales teóricos, que originan profundas distinciones entre los analistas; cómo enfoca cada analista la situación analítica en la adolescencia y los roles del analizante, de sus padres y del analista en ella, y el interjuego que se establece entre las realidades externa y psíquica, y dentro de esta última, cómo entiende la dialéctica entre lo intrasubjetivo y la intersubjetividad. Algunos analistas privilegian exclusivamente la dimensión intersubjetiva sobre la intrasubjetiva, haciendo tabla rasa con un postulado freudiano fundamental: aquel que formula que el síntoma es un producto transaccional, efecto del conflicto entre los sis-

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temas psíquicos; conflicto definido por la represión y, en última instancia, por el carácter de las representaciones sexuales que operan atacando constantemente al sujeto bajo el modo de compulsión a la repetición, es decir, de la pulsión de muerte. Mientras que otros enfatizan en exceso los influjos de la realidad externa, pudiendo llegar a la disolución del carácter intrasubjetivo del conflicto psíquico que da lugar al síntoma.

Indicadores clínicos y fundamentos metapsicológicos Según Freud, los indicadores que informan acerca de la existencia o no de un proceso analítico se revelan por el vencimiento de la amnesia infantil, la recuperación de los recuerdos reprimidos y escindidos, y el análisis sistemático de las resistencias. Y, además, no olvidemos que el sentido de la historia constituye un indicador esencial de lo que hay que develar en psicoanálisis. El concepto de campo analítico, acuñado por Willy y Madé Baranger, aporta valiosos indicadores clínicos para la evaluación de la existencia o no de un proceso. Señalan que "la fluidez de un discurso no bastaría si no se acompaña de la presencia de una circulación afectiva dentro del campo". La vivencia pura no cura. Sólo la convergencia de ambos indicadores (variación del relato y circulación afectiva) nos informa cabalmente sobre la existencia del proceso, para lo cual el analista requiere escuchar al analizante con su mente y con sus afectos. La dialéctica entre producción y resolución de la angustia y las transformaciones cualitativas de ésta jalonan el proceso. El indicador más valioso son los momentos de ¡nsight, pero todavía queda por diferenciar el ¡nsight verdadero y el seudoinsight, destinado por el sujeto a autoengañarse y engañarnos acerca de su progreso. El ¡nsight verdadero se acompaña de una nueva apertura de la temporalidad. La temporalidad circular de la neurosis se abre hacia el porvenir. La clínica y la metapsicología son interdependientes. Los inten111

tos de simplificación se pagan con una severa limitación en el alcance explicativo de la vasta complejidad de los procesos anímicos, y la adolescencia nos invita a la búsqueda y la reformulación de la metapsicología a partir de los interrogantes que nos formula nuestro quehacer analítico. A continuación, expondré cuáles son, en mi esquema referencial, teórico, los cuatro ejes metapsicológicos más salientes que me orientan en la detección de la existencia de un proceso o de un no proceso en el psicoanálisis con adolescentes. Estas guías metapsicológicas, apuntan a revisar si han sido suficientemente elaborados los siguientes temas: a) Las autoimágenes narcisistas. b) Los complejos materno, paterno y fraterno. c) El reordenamiento de las identificaciones. d) La confrontación generacional.

Las autoimágenes narcisistas Las autoimágenes narcisistas son soportes figurativos que representan el "sentimiento de sí", el sentimiento de la propia dignidad (Selbstgefühl). Operan como los puntos de partida desde los cuales el adolescente se relaciona consigo mismo, con el otro y con la realidad externa. Intervienen como los referentes constantes que de un modo continuo participan, mediante el a posteriori, en la estructuración y la desestructuración de su singularidad. Estas imágenes persisten e insisten de una manera autónoma a la voluntad, no cesan de funcionar; el adolescente queda paradójicamente girando alrededor de sus propias autoimágenes, como dando vuelta atado a una noria, pues las autoimágenes narcisistas son desconocidas, fundamentales y singulares para cada sujeto. Desconocidas, por estar constituidas por una multiplicidad de procesos inconscientes que permanecen vigentes, desconociendo por lo tanto su valor dinámico. Fundamentales, por ser estructurantes del aparato psíquico. Singulares, porque se resume en ellas

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la historia psicoanalítica que particulariza a cada sujeto. Éste asimila las autoimágenes y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de éstas. Es decir, se identifica: él es tales imágenes. Las autoimágenes narcisistas son representaciones-encrucijadas que satisfacen al yo la necesidad de encontrar y organizar una figurabilidad de convergencia-coherencia. En el año 1909, Freud emplea el término "imagen viva de sí mismo", extraído del Fausto de Goethe, parte I, escena 5: "Él ve en la hinchada rata, claro está, la viva imagen de si mismo." Y describe entonces al "Hombre de las ratas", quien "frecuentemente había sentido compasión de esas pobres ratas. Él mismo era un tipejo así de asqueroso y roñoso, que en la ira podía morder a los demás y ser por eso azotado terriblemente. Real y efectivamente podía hallar en la rata la viva imagen de sí mismo". Considero que en todo proceso analítico se requiere poner en evidencia y elaborar las autoimágenes narcisistas que particularizan a cada analizante y sus fluctuaciones. Revelar los procesos inconscientes que han intervenido en la constitución de las autoimágenes y el núcleo de verdad histórica, en singular o en plural, en torno de los cuales se han construido. El quehacer analítico exige desmontar las autoimágenes narcisistas y la polisemia ligada a ellas, y revelar las creencias psíquicas que subyacen en ellas. Condiciones esenciales de nuestra tarea analítica para que el analizante, al desactivarlas, acceda a reestructurar su biografía, para transformarla en su propia historia y por ende ser, en gran medida, autor suficientemente responsable, y no espectador pasivo e inerme víctima de un inmutable destino. Adrián veía en el "burrito carguero" la viva imagen de sí mismo. Ésta era una de sus autoimágenes narcisistas más privilegiadas, en la que convergían una multiplicidad de procesos inconscientes que develaban y sostenían a la vez su Selbstgefühl, su sentimiento de autovaloración y de dignidad que satisfacía sus mociones narcisistas y masoquistas. Él era el que soportaba estoicamente el sobrepeso de los mandatos parentales y las obligaciones fraternales, para redimir las angustias y las culpas del medio familiar. El Hacedor martirizado. 113

Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de aclaración difícil. Adrián me había consultado a partir de la reiterada insistencia de su madre, a los 1 8 años, por el recrudecimiento de los accesos asmáticos que ya no remitían ante los tratamientos médicos. Además, estaba desorientado en su elección vocacional (cursaba en aquel entonces el último año de sus estudios secundarios) y por la ingobernable violencia familiar que, según la versión de ambos padres, se presentaba en forma progresiva por la escalada agresiva que se presentaba entre Adrián y Flavia, su hermana mayor en tres años. Alejandra, que tenía 12 años, no participaba aparentemente de la vida familiar, "se hacía a un lado", inhibiendo de un modo elocuente su crecimiento. El padre, de 50, y la madre, de 48 años, eran profesionales exitosos y exigentes consigo mismos. Atareados por las demandas económicas y por elevadas aspiraciones intelectuales, no podían detener la violencia familiar que se originaba, en la mayoría de las ocasiones, a partir de la conducta provocativa, desestructurada y desestructurante de la hija mayor. Faltaba una función parental vertebrante, para sostener y regular los desbordes de angustia y los pasajes al acto que solían precipitarse, de un modo súbito, en los progenitores y entre los hermanos. El conflicto fraterno tuvo efectos muy relevantes en la historia del "burrito carguero". La presencia de una hija y hermana perturbada alteró profundamente la vida anímica de todos los integrantes, ocupando y anegando la economía libidinal de los espacios mentales parentales y, como consecuencia, alterando la estructuración psíquica de Adrián y Alejandra. El desafío tanático fraterno había sido uno de los ejes temáticos más repetitivos y conflictivos a lo largo de todas las fases de este proceso analítico. Este caso reafirma que el complejo fraterno no es un mero derivado del complejo de Edipo, ni tampoco un simple desplazamiento de las figuras parentales sobre los hermanos. Presenta su

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propia envergadura estructural. Representa una "vía regia" para acceder a la posible elucidación y procesamiento de las conflictivas edípica y narcisista, con las que además se articula. Así como cada sujeto posee una estructura edípica singularparticular, caso mixto de la combinación de la forma llamada del Edipo positivo y negativo, configura también un irrepetible complejo fraterno, con sus componentes destructivos y constructivos. La psicodinámica de la fratría se hizo presente desde las primeras sesiones. Su trabajo de elaboración se extendió a lo largo de todas las fases del proceso analítico, eclipsando el centro de la atención de Adrián.

Los

carteles Yo les tengo bronca a mis padres. Le consienten todo a Flavia, y ella todo el tiempo exige cosas. Yo me pago todas mis cosas. Mi hermana se la pasa todo el tiempo jodiendo, exigiendo y pidiendo. Mi vieja toma una actitud tan pelotuda. No la enfrenta. Jamás le dice nada. O si no se pelea a muerte con ella, pero después le termina comprando de todo. Yo veo una injusticia con ellos mismos. Cuando a veces le plantean algo que Flavia no acepta, puede terminar la discusión en trompadas. Creo que muchas veces no le plantean las cosas para no pelearse, y entonces es siempre lo mismo. Termina obteniendo lo que quiere, y después yo me lleno de bronca con ella y ellos. Siento que mis viejos no pueden decirle: no. Yo trato de tomar parte, pero es muy poco. Con mi hermana guardo un conjunto de sentimientos que no se los puedo expresar. Es algo especial. No me desahogo. Le interpreto hasta en qué medida él, a semejanza de aquello que critica a sus padres, termina finalmente ahogando sus sentimientos y pensamientos, y se somete también a los vaivenes de los caprichos de su hermana, postergando lo propio. Tengo un sentimiento de impotencia con todos. Como cuando vos ves que en el gobierno se transa y se transa, se 115

coimea y se afana. Siento que a los viejos, cada vez que les digo algo, es como si no les hubiera dicho nada, y mi hermana es imposible. Cuando tenés una hermana famosa, que ocupa mucho espacio, te agarra envidia. Pero, cuando tenés una como la mía, que crea una situación tóxica, te da ganas de que desaparezca, o que se vaya lejos. Me da también un poco de lástima por ella, porque está perdiendo todo. Ya no estudia, no puede formar una pareja, No toca más música, qué sé yo, anda con esa locura de la indiferencia. Cuando estamos bien, compartimos un montón de cosas. Así oscilo con ella, en la lucha entre la pasión y el odio. Yo siento que la quiero, pero es tóxica, ¿me entendés? Es como un hisopo radiactivo que emana radiactividad y todo lo contamina. ¿Qué querés que te diga? Me siento impotente con ella y con mis viejos. Le señalo que, tal vez, su estado de impotencia guarde cierta relación con etapas anteriores compartidas con su hermana, cuando ambos eran chicos y en donde la diferencia de tres años de edad marcaba entonces una disparidad muy grande de poderes y derechos. De chico, mi hermana me pegaba mucho. Mis padres a veces intervenían y a veces no. Yo nunca me quedé de brazos cruzados cuando me pegaba. Pero ella era más grande y me mandoneaba. Me acuerdo que yo tenía que correr a la mañana para ir al colegio muy temprano, porque a ella se le antojaba llegar la primera. En cuarto grado me enteré de que entraban a clase a las 8 y 20, y ella me decía que era a las 8, y si no salíamos bien temprano me hacía un escándalo, que por mi culpa iba a llegar tarde, y yo salía poniéndome el guardapolvo con miedo y corriendo por la calle. Mi hermana me sometía. Me castigaba. Ella era muy grande, pero ahora no la veo más grande, sino como un centro habilidoso de dominio. Da y quita hábilmente para tener todo controlado. Todavía ella maneja la cancha en algunas situaciones. Ahora la situación es completamente distinta que antes. Ya puedo abrirme más de su dominio, es un arte que lo estoy aprendiendo de a poco; pero siento que voy a poder. Le estoy tomando más la mano a su forma de ejercer el dominio sobre los demás (pausa). Flavia se ha colgado el cartel de que a ella no se le pue-

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de pedir nada. Ella se lo ha ganado cagándose en todo el mundo. Y yo tengo el cartel del "che pibe", del "burrito carguero" que todo lo puede solucionar y cargar. Y mi hermana Alejandra es otra intocable, no se puede contar con ella para nada. Se puso el cartel que dice "chiquita y boba" y no es ni chiquita ni boba. Y mis viejos les ponen luces a los carteles. (Cambia el tono de voz y con una mezcla de resignación y congoja dice:) Me parece que mis viejos no van a cambiar la situación de mis hermanas, pero yo sí. Me siento en medio de un remolino, y la única solución es salir del remolino porque, si no, me voy a ir al fondo. En esta sesión se ponen de relieve la especificidad y la articulación del complejo fraterno con las dinámicas narcisista y edípica. Sus influjos se ejercían incluso en la estructuración de la hiperseveridad de su superyó y en la determinación de la elección vocacional. El leitmotiv de sus pensamientos era no ser como Flavia, oponiéndose reactivamente a ella, en lugar de buscar activamente un proyecto desiderativo propio. Como mi hermana no quiero ser (repetía en varias sesiones). Antes yo actuaba muy en oposición a lo que era Flavia. Me acuerdo de hasta conscientemente plantearme hacer algo completamente distinto a lo que ella hacía. Lo peor que me podía hacer mi viejo era decirme: Sos igual a tu hermana. Otra variante de lo mismo era cuando me mezclaba con ella Yo creo que mi padre se equivocó al mezclarnos a mi hermana y a mí. Creo que era un mal recurso para buscarle la vuelta a su relación con mi hermana. Mi hermana se la pasa pidiéndole guita y no le reconoce nada. ¡Es tan jodido lo que hace, que a mí me da bronca! Si yo fuese mi viejo, la golpearía. Mi viejo no sabe qué hacer. Si no le da guita, dice que se va de la casa. Si le da, le cuestiona porque recién ahora le da. Entonces mi viejo hace este planteo: No hay guita para nadie; hay una economía de guerra para todos. Creo que allí hay una deuda con nosotros. No porque nos deba algo, sino porque merece-

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mos el reconocimiento de la diferencia. Alejandra sufre la misma circunstancia que yo. Esto me despierta mucha bronca, mucho rencor con mis viejos. Yo entiendo, pero está mal. Sé que es una postura difícil la de ellos, porque se han propuesto todo el tiempo resolverlo. Tratan de llevar mejor su relación y hay momentos en que se tranquiliza. Pero ante cualquier situación se dispara y se va al mundo. Está en el culo del mundo, llama por teléfono que se está muriendo de hambre, y mis viejos van donde ella está, le mandan la tarjeta de crédito, y encima ella dice que es la expulsada de la familia. Genera sentimientos de mierda y usufructúa de la situación. Ella se lanza a filosofar que es como un anexo de la familia. Pero es ella la que tiene un funcionamiento totalmente aparte. Viene, entra, sale. Es como un parásito, con la diferencia de que encima pide plata. Ya hace años que lucho para sacármela de encima, pero todavía no me la saqué del todo. Siempre me cargo con un sentimiento de culpa por todos. En el tercer año del proceso analítico, los padres me anuncian que, independientemente del tratamiento individual de Adrián, han decidido comenzar una terapia familiar porque la situación era ya insostenible. Acuerdo con la propuesta, pero Adrián se resiste a participar al principio. Yo creo que mis padres piden esta terapia porque es una manera de globalizar el problema para no ver que hay problemas puntuales. Probablemente su problema nos afecta a todos pero le pertenece a ella. Ella es muy intrusiva, sobre todo es súper-hinchapelota, se mete en todo, ¡qué carajo le importa lo que hago! Yo soy como mi viejo, muy impulsivo. Cuando me enojo, me pongo muy violento. Mi hermana es muy sutil para sacarme de quicio. Me exaspera, me violenta, y después el violento parezco yo. A los pocos meses de iniciada la terapia familiar, Adrián decide, independientemente de Alejandra, no concurrir más a las se-

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siones, y me relata cómo había enfrentado a Flavia y a sus padres ante la presencia del analista. Y entonces le dije a Flavia: Yo no quiero que te metas más en el medio, no me mezcles. Vos te seguís borrando de los problemas y vivís comparándote conmigo. A mí, el viejo me presta el coche porque sabe que yo se lo cuido y que puede confiar en mí. Pero vos lo dejás tirado en cualquier lugar, ya se lo chocaste dos veces y no te hacés cargo de las responsabilidades. Entonces venís a casa y empezás a hacer escándalos: que es injusto, que a mí me dan el coche y a vos no, y me empezás a mezclar con vos, y el viejo finalmente tampoco me lo presta a mí. Entonces le dije: Mirá, Flavia, si querés tener tus cosas, pelealas desde vos. Pelealas para vos y hacete cargo de lo tuyo, pero no me metas en el medio. Mi relación con el viejo es problema mío. Si querés llegar a un acuerdo con él, solucionalo vos. Por favor, nunca más me incluyas en una conversación de ese tipo. Por favor, no me jodas más. Después me despaché con mis viejos y les dije: Ustedes me cargan con la responsabilidad de proteger a Flavia y a Alejandra. Y mte siento una mala persona cuando no quiero asumir esas obligaciones. El embrollo con todo esto me saca de foco. Yo no quiero seguir siendo el encargado de ellas. Ellas no se hacen cargo de lo que les corresponde. Se siguen lavando las manos, y finalmente me siento yo una basura, una bosta. Yo aquí no vengo más. La oposición de Adrián a continuar con la terapia familiar (Alejandra siguió asistiendo dos años más) despertó ofensas y resistencias, principalmente en el padre, que comenzó a atrasar el pagó del tratamiento, en el preciso momento fecundo del proceso analítico individual en el que empezaba a desidentificarse de la misión redentora del infans, de sobrellevar sobre sus espaldas culpas y responsabilidades de otros que no le concernían. Desidentificación que posibilita liberar y "matar" a ese niño marmóreo que garantiza la inmortalidad propia y la de los otros, para acceder así a la desidentificación de identificaciones alienantes. La "muerte" de la inmortalidad condiciona el nacimiento del yo. Leclaire, al aludir a este asesinato, dice: 119

... es necesario e imposible de aquel niño maravilloso o terrorífico que hemos sido en los sueños de los que nos han hecho nacer o visto nacer. Para vivir debe matar la representación tanática del infans en mí, a fin de que otra lógica aparezca, regida por la imposibilidad de efectuar ese asesinato de una vez por todas y la necesidad de perpetuarlo en toda oportunidad en la que se hable verdaderamente, en todo instante, en eí que se comienza a amar.

Los complejos materno, paterno y fraterno Otra de las funciones básicas del proceso analítico es hacer consciente lo inconsciente y fomentar el trabajo elaborativo de los complejos materno, paterno y fraterno en el puzzle mental de cada analizante. De qué modo se presentan, se articulan y recubren entre sí, destacándose su valor estructurante y permanente. "Un hombre —escribió Freud a Ferenczi— no debe luchar para eliminar sus complejos, sino para reconciliarse con ellos, son legítimamente los que dirigen su conducta en el mundo", y el proceso analítico requiere poner el acento, lo más detallada y exhaustivamente posible, en la interpretación, construcción y elaboración de las distintas posiciones adoptadas por el adolescente en la asunción y la resolución de estas estructuras fundantes de la subjetividad.

Hijo

progenitor-hermano

progenitor

Porque estamos muy próximos, y el niño Es el progenitor de quien lo ha tomado En sus manos de adulto una mañana y lo ha alzado En el consentimiento de la luz Ivés Bonnefoy (1997) El estado de mortificación psíquica, implícito en todo proceso desidentificatorio, adquirió durante el tercer año del proceso ana-

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lítico de Adrián una mayor dramaticidad. Acompañado de momentos de depresión, a consecuencia de los procesos de los duelos narcisistas ante la desidealización de su yo ideal y su ideal del yo, por deponer una relación de poder, deseada y a la vez temida, que reanimaba su sentimiento de omnipotencia infantil mientras ejercía la paradójica y revertida dependencia de sus padres hacia él. Adrián había sido alzado en las manos de sus padres a la categoría de "la luz" que los ilumina y sostiene: el hijo progenitor de los propios padres, a quienes debía prodigar vitalidad y esperanza, pero de los cuales requería, a la vez, ser sostenido y cuidado. Situación paradójica que sobreinvestía su idealidad con fantasías de autoengendramiento y de neoengendramiento a expensas de la pulsionalidad. Y, como consecuencia, su agresividad necesaria para confrontar con los padres y los hermanos permanecía sofocada, y sus afectos, hibernados y/o vueltos contra sí mismo, solían exteriorizarse a través de síntomas psicosomáticos y tormentos mentales. Además recaía sobre "el burrito carguero" el peso de otra creencia inconsciente, hasta ese momento inamovible y no cuestionada: que él, como el "hijo varón y sano", tenía además la misión de operar ante sus hermanas como un vicario doble parental: el hermano progenitor. Ambas encumbradas posiciones identificatorias reanimaban la hiperseveridad de su superyó y la desmesura de ideales de redención, perfección y dominio. El trastocamiento de los roles se sostenía, en gran medida, por la pervivencia de una particular fantasía que circulaba entre todos los integrantes de la familia y que denominé "la fantasía de los vasos comunicantes".

Los

vasos

comunicantes

Esta fantasía está basada sobre el modelo físico de un sistema hidrostático compuesto de dos o más recipientes comunicados por su parte inferior.

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En los vasos comunicantes puede verificarse experimentalmente el hecho de que, en todos los tubos de distinta forma, el agua u otro líquido vertido toma el mismo nivel en todos los vasos, ya que en realidad los vasos y el tubo de comunicación forman un solo recipiente lleno de líquido. La aplicación de este funcionamiento a la fantasía fisiológica de la consanguinéidad configura la representación de los hermanos como si fueran tubos comunicantes, relacionados entre sí por lazos de sangre y unidos al tubo de comunicación parental, que opera como una fuente inagotable que nutre y a la vez distribuye a todos los integrantes del sistema de un modo unitario, para que finalmente todo se mantenga en un perfecto equilibrio. Este sistema premia la nivelación y condena la diferencia. Nivelación no es solidaridad. Es la negación de la alteridad y de la mismidad, y eclipsa el derecho al disenso y a la apertura hacia imprevisibles posibilidades y realizaciones que pueden surgir a partir de la confrontación generacional y fraterna. Pero toda confrontación requiere, como condición primaria, la admisión del desnivel del arco de tensiones que marca la diferencia de generaciones entre padres e hijos y entre cada uno de los hermanos. Pero el principio de la nivelación de esta fantasía hidrostática bipersonal o multipersonal de los vasos comunicantes, basado sobre el intercambio "arterial y venoso" y la interprestación de "órganos" entre los componentes del sistema, suele desencadenar intensos sentimientos de culpa y necesidad de castigo cuando se quiebra su homeostasis, precisamente por parte de aquel que por sus propias condiciones se desnivela de los restantes, pudiendo situarse —si es que media una elaboración masoquista— en la posición de la "privilegiada víctima" que permanece agazapada a la espera acechante del desquite del otro u otros resentidos que, como víctimas privilegiadas, podrían conspirativamente vengarse de él; se establece así un péndulo retaliativo de reproches y ocultamientos, de quejas y remordimientos. Estos vínculos conflictivos entre hermanos suelen desplazarse a la relación con los amigos y con la pareja; y presentificarse además dentro del mismo sujeto, fluctuando de un modo repetitivo

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entre ambas posiciones: de víctima privilegiada a privilegiada víctima, con pensamientos y actos de contrición. Una preocupación permanente en este proceso era evitar la interpretación y la elaboración excesivas de la dimensión intersubjetiva sobre la intrasubjetiva. El postulado freudiano fundamental formula que el conflicto psíquico que da lugar al síntoma es un producto transaccional entre los sistemas psíquicos y las estructuras psíquicas, y en última instancia, manifestación de la intrincación y la desintrincación de las pulsiones de vida y de muerte. Adrián pedía ser liberado de sus representaciones obsesivas. La lucha contra esas ideas le impedía la concentración en sus estudios. Argumentos y contraargumentos en relación con la elección vocacional se peleaban entre sí. Lo asaltaban de nuevo las dudas acerca de seguir esforzándose en el estudio de la misma profesión que ejercía su padre. Ya estaba cursando el segundo año de la Facultad de Biología, pero había fracasado en varias materias. No podía mantener el ritmo de estudio de sus compañeros, y en el trasfondo lo asediaba de continuo un conflicto de lealtades en relación con el complejo paterno. Sentía que debía ser como el epígono del padre y a la vez se sublevaba. Terminaba martirizado con toda clase de pensamientos obsesivos, y simultáneamente aparecían sanciones que tenía que infligirse por el incumplimiento de los deberes y los ideales para la satisfacción de sus necesidades de castigo. Siempre tengo la sensación de estar haciendo un poco menos de lo que podría estar haciendo y que puedo hacer un poco más. La actitud de mi papá me activa el dedo con el moño rojo (el dedo con el moño rojo era la representación figurativa con la que nominaba el accionar de la hiperseveridad de su instancia superyoica). Entra mi papá y me dice: ¿Qué estás haciendo? Nada, le digo. ¿Cómo estás haciendo nada ? Y allí siento la presión y empiezo a obsesionarme, porque en verdad no estoy haciendo nada. Estoy perdiendo mi tiempo, y en el momento aparece el dedo con el moño rojo de atrás. En cambio, la vieja no es así. Cuando me ve hacer que estoy haciendo nada, me pregunta: ¿Qué estás haciendo? 123

Nada. ¡Uy qué suerte!, me dice. Mi papá cree que su presión es lo mejor. Mi viejo y mi tío son de hacerse mala sangre por las cosas. Empiezan a los gritos y así andan los dos, con la presión alta y con estrés. Yo también soy de hacerme bastante mala sangre. Empiezo a darme con el látigo. Cuando me sale algo mal, me reprocho mucho. Me mortifico. Lo que pasa es que a veces es la única manera que tengo para ponerme las pilas. Sin mala sangre no hay motor, y si no, revoleo la chancleta y no hago nada. No encuentro el punto medio. Ayer no pude estudiar nada y me sancioné. No me permití dormir siesta, por levantarme tarde. Antes era peor conmigo mismo. Me castigaba, no permitiéndome salir el sábado a la noche por no haber estudiado lo suficiente. No soporto que las cosas me salgan mal. Me saco. Tengo una tortura mental. Le interpreto que él se impone tener un control tan severo que lo asfixia y lo fatiga y, al no cumplir con sus propios ideales de perfección, se manda solo al rincón de las penitencias; y que opera además como un buen verdugo de sí mismo. (Se ríe.) ¡Sí, buenísimo! Pero ahora me estoy sacando cosas. Yo era un hervidero por dentro y no volcaba nada afuera. Ahora estoy más tranquilo por dentro. Pero igual sigo siendo muy reprochón conmigo. No me perdono. Me castigo. A veces me muerdo el dedo porque no me salió bien una cosa que quería sacar con la guitarra. O me golpeo la cabeza con el puño cuando me taro y no entiendo lo que leo, y las cosas no me salen. Me aplico un correctivo, un pequeño golpe de ánimo (se ríe). /\ veces, me pego fuerte con una regla de madera, y me queda doliendo la cabeza. Si no, a veces golpeo las puertas que son de roble duras. Se bancan porque tienen bastantes sacudidas. A veces es una forma de descargar tensiones, y me las agarro con las puertas, pero mi hermana se agarra con todos los que tiene a su alrededor. Ella es como un volcán que está apagado y deja salir un hilito de humo, pero uno no sabe cuándo puede hacer erupción. Le interpreto que dentro de él existen también ciertas situaciones de angustia que, como un volcán, no las puede dominar, y que, cuando hacen erupción, lo hacen más por implosión que por explosión. Hasta el extremo de quedar 124

fatigado y arrollado por un alud de sanciones, autorreproches y accesos de asma bronquial. La flexibilización gradual de la figura feroz y cruel de su superyó ha sido la consecuencia del análisis y la elaboración exhaustivos, acerca de su ubicación en la dialéctica subjetiva de las relaciones estructurales; de su posicionamiento al deseo del deseo del Otro, tanto en el Edipo, como complejo nuclear de la neurosis, cuanto en el complejo fraterno y en la dinámica narcisista del doble en el complejo del semejante (Nebenmensh). Ahora no me reprocho tanto. Hago más las cosas a conciencia y no por obediencia. Hace mucho tiempo que no tengo noticias del dedo con el moño rojo. Le voy a sacar el moño. Lo voy a cambiar por una agenda. Ni me hago tanto drama por las cosas. Estoy tomando la actitud de no hacerme tanto problema hasta que realmente no haga falta. Antes me preocupaba mucho pero no me ocupaba. Ahora trato de cómo ver la solución. Estoy más tranquilo conmigo mismo. El domingo, pude tomar unos mates sin hacer la lista de lo que tenía que hacer. Quisiera merecer tener gratificaciones, no como un premio, sino como algo natural. Finalmente, Adrián decidió abandonar la Facultad de Biología y eligió, luego de varios meses de incertidumbre, ingresar a la Facultad de Arquitectura. Este cambio fue respetado y apoyado por sus padres. Recién entonces comenzó a disfrutar del estudio y cedieron sus inhibiciones intelectuales. Su vida afectiva y social no presentaba mayores dificultades. Mantenía desde hacía años una estable pareja con Mariela, ".su princesita de siempre", con ternura y satisfacción sexual. No temía amar y permitía ser amado; al mismo tiempo que conservaba una relación fluida con sus pares. Practicaba deportes, y con dos de sus amigos constituyeron una pequeña sociedad. Al poco tiempo se produjeron conflictos con el socio mayor, reeditando con él su relación de tormento con Flavia. Se disolvió la sociedad, pero la continuó con el otro compañero y con buenos resultados. A continuación, me referiré a los otros dos de los cuatro ejes de 125

referencia metapsicológicos que me orientan acerca de la existencia de un proceso o de un no proceso en el tratamiento analítico con adolescentes.

El reordenamiento de las identificaciones y la confrontación generacional El reordenamiento de las identificaciones durante la cura analítica atraviesa por variados procesos y subprocesos de desidentificación y reidentificación. Subprocesos de desligazón y de nuevas ligaduras que se acompañan inexorablemente con angustias, fantasías ominosas y recrudecimientos sintomáticos. Estos subprocesos, inherentes a los procesos del reordenamiento del heteróclito sistema de las identificaciones, facilitan la emergencia conjunta de intensas angustias y fantasías también en el analista, quien deberá evaluar, según su marco referencial teórico, los movimientos regredientes y progredientes de estas fases elaborativas. Para adoptar un ejemplo que logre ¡lustrar de qué modo la metapsicología y la observación clínica se fecundan recíprocamente, emplearé un concepto teórico relacionado con la temporalidad analítica: el a posteriori, la resignificación retroactiva, como guía que tiene un valor heurístico en los procesos elaborativos de ciertas identificaciones alienantes y cómo inciden además en la evaluación de las diferentes resistencias que se oponen al cambio. Resistencias que provienen de la realidad psíquica y de la realidad externa, avasallando al yo.

Resignificación

y

memoria La memoria,

"esa centinela del alma". Shakespeare, El rey Lear

En estos procesos y subprocesos del reordenamiento de las identificaciones, se reaniman múltiples y variadas resistencias que

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se oponen a la continuidad del trabajo elaborativo. Resistencias que, en cada caso, requieren un estudio, lo más preciso posible, para distinguir las cinco formas clásicas de su naturaleza. En primer lugar, "distinguir" las cinco formas clásicas de la resistencia señaladas por Freud al final de "Inhibición-síntoma y angustia" (1926), tres de ellas atribuidas al yo: la represión, la resistencia de transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad que se basa en la integración del síntoma en el yo. Además hay que considerar la resistencia del ello y la del superyó, y las otras resistencias que pueden llegar a constituirse en el campo dinámico por una complicidad que engloba tanto la resistencia del analizante como la contrátransferencia del analista, comunicadas inconscientemente entre sí y operando juntas. Y, en tercer lugar, la participación de ciertas resistencias generadas por la presión actuante, en la realidad externa, de ciertos influjos desestructurantes que avasallan al yo. Momento puntual, que demanda un cambio técnico en la estrategia terapéutica clásica. Cambio que apunta a la inclusión de otros significativos en la realidad material en el trabajo clínico con o sin la presencia del analizante, a través de la implementación de sesiones vinculares, de pareja, entre hermanos, entre padres e hijos y/o familiares. Por lo cual el analista que es, forzosamente, como "el yo mismo una criatura de frontera" (Freud, 1923) requiere revisar por separado el accionar del origen y la naturaleza de cada una de estas resistencias, y luego necesita hacer un esfuerzo por concebirlas en conjunto e indagar, al mismo tiempo, en la íntima relación existente entre ellas; y fundamentar metapsicológicamente, como resultado, sus modificaciones técnicas según el particular momento que atraviese ese proceso o no proceso analítico. En el cuarto año del proceso analítico, resolví citar a ambos padres a algunas sesiones con Adrián, porque comenzaba a peligrar la continuidad del tratamiento. Se había configurado un prolongado conflicto de lealtades parento-filial y conmigo, en el que participaban resistencias generadas de los padres y de Adrián. Al comienzo, mi propuesta no fue aceptada por Adrián. No los quería molestar. Consideraba que él iba a poder solucionar el 127

aplazamiento del pago del padre, que acrecentaba la deuda conmigo, obstaculizando la prosecución del proceso, y las deudas y culpas en él, porque su diferenciación era equiparada a una traición que afectaba la tradición de la ideología sacrificial, sostenida por la fantasía familiar de los vasos comunicantes. Sus resistencias se exteriorizaron a través de reiterados olvidos, aburrimiento y silencios prolongados durante las sesiones, y su insistente oposición a la inclusión de los padres posibilitó poner en evidencia cómo, en la reedición transferencial, intentaba posicionarse ante mí como un hijo y hermano progenitor. Poseedor de una ilimitada capacidad de transformar al otro y aguantarlo todo sobre sus espaldas, como un "burrito carguero", sin evaluar el precio del sufrimiento y del peligro que le deparaban esa misión redentora. Le señalé que a mí no me tenía que salvar ni cuidar; y que yo consideraba que, para mantener la prosecución de nuestro trabajo conjunto, era necesario citar a los padres, con la finalidad —dentro de lo posible— de despejar ciertos obstáculos que estaban actuando en el campo analítico. Finalmente, Adrián aceptó mi propuesta. Cité a los padres y ambos concurrieron. El padre, tenso, comenzó a hablar con irritación, argumentando que su hijo antes de comenzar la terapia era diferente. Y que, si bien reconocía y agradecía que ya casi no presentaba accesos asmáticos y que el cambio de Facultad había sido una medida adecuada, porque estudiaba con entusiasmo y con buenos resultados, le resultaba inadmisible su egoísmo creciente. Levantó el tono de voz y me dijo: Perdone, doctor, si lo puedo llegar a ofender con lo que le voy a decir. Pero ¿no será que usted influye para que nuestro hijo tome esa actitud con su hermana y con nosotros? En mi familia, si bien eran otros tiempos, todos poníamos el hombro cuando alguien lo necesitaba. Yo lo sigo haciendo con mi propio hermano. Y mi mujer, ni le cuento. Ella mucho más que yo. Con su hermana, con amigos. Pero Adrián se corta solo.

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Luego ambos padres me comentaron acerca del profundo dolor que tenían con la hija mayor, por sus viajes intempestivos y ausencias reiteradas, y relataron sus escenas de angustia. Les señalé que esta entrevista era para hablar acerca de las dificultades que últimamente se habían presentado en el tratamiento de Adrián, por la postergación del pago y porque, tal vez, esta dilación mantenía cierto nexo con el enojo y con el afán de represalia al hijo y a mí, por su oposición a participar en la terapia familiar. Pero que ellos conocían los sentimientos solidarios que Adrián tenía con todos y que su lucha por ser diferente no significaba ser oponente ni enemigo. En ese momento se me ocurrió preguntarles si conocían la parábola del hijo pródigo; porque supuse que, a través de su relato, podría hacerse visible lo invisible del terreno secreto en el que transitan las fantasías, los afectos y las relaciones de poder entre padres e hijos cuando uno de sus integrantes adolece y desestructura a los demás. No la conocían. Entonces me dirigí a mi biblioteca, busqué el Nuevo Testamento y comencé a leer.

Parábola

del hijo pródigo

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició los bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!

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Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando estaba lejos, le vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; Y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar al becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijamos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (S. Lucas, XV). El papá entendió inmediatamente el mensaje de esa dinámica particular que se tramaba entre los hermanos y entre el hijo mayor y aquel padre. Comprendía intelectualmente, pero no aceptaba la posición de Adrián. Mientras que la mamá, después de secarse las lágrimas, me miró con desesperanza y dijo: Comprenda, doctor,

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que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible. Les señalé que comprendía y admitía la dolorosa y preocupante situación, pero que Adrián se oponía a continuar girando alrededor del eje de Flavia y de las angustias que ésta generaba en los padres, pues le originaban a él excesivas responsabilidades y culpas que lo afectaban mental y físicamente. Y que esto no significaba, de ninguna manera, una ruptura de sus lazos solidarios con los componentes de la familia. Los padres me saludaron con amabilidad y con dolor. Luego, tuve dos sesiones a solas con ellos e inferí que les resultaba casi imposible procesar el duelo narcisista, por el peligro que acarreaba para la homeostasis familiar el abandono de la instalación narcisista depositada en el hijo varón como el vicario doble especular de ellos. Cuando cerré la puerta de mi consultorio, volvieron a resonar en mí las palabras de la madre de Adrián: "Comprenda, doctor, que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible." Fue en ese momento cuando se despertó en mí el deseo de escribir, como un intento de dar cuerpo a mi experiencia clínica y a las inferencias metapsicológicas acerca de los efectos que, en ciertas vidas, suele ejercer la presencia de un hijo-hermano perturbado o muerto. Recordé la importancia que tienen los complejos fraternos en los procesos identificatorios y sublímatenos en tres eminentes creadores —Vincent van Gogh, Salvador Dalí y Ernesto Sábato— y las marcas que ha dejado en sus vidas y en sus obras el infausto acontecimiento de haber nacido luego y para reemplazar a un hermano muerto, y ser además los portadores del mismo nombre del doble consanguíneo fallecido, a la vez que ominoso y maravilloso, mortal e inmortal. Me pregunté, parafraseando a Freud cuando aseveraba que la anatomía es el destino, si el orden del nacimiento de los hermanos también era un destino. C o m o respuesta, me vino una cita de Freud a la mente: "La posición de un niño dentro de la serie de los hijos es un factor relevante para la conformación de su vida ulterior y siempre es preciso tomarlo en cuenta en la descripción de una vida" (1916a).

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Los meses transcurrían y las resistencias del padre cedían muy poco. Cada pago mensual representaba una batalla que desgastaba a Adrián y al proceso analítico. A comienzos del quinto año del análisis, recuerda en una sesión: Yo de chico tenía un traje del Zorro. Era el que imponía el orden, la paz y la justicia. Ayer lo encaré al viejo en un round (se ríe). Me estuve entrenando a la tarde pegando al saco. Nos gritamos de todo. Me escuchó pero creo que ya es suficiente. Mi vieja está conmigo, quiere que no deje el tratamiento. Yo quiero seguir un poco más pero no mucho más. Él sigue jodiendo con la plata. Yo sé que no es la plata. Pero la maneja él. Cambia el tono de voz y mientras juguetea con su llavero reflexiona: Antes, había seres más o menos intocables: mis viejos y mi hermana. Y ahora pegas la vuelta y ves que en la realidad el armatoste es un enanito. Ves el verdadero ser que estaba escondido detrás de ese muñeco grandote e intocable. Yo me sentía con impotencia, sobre todo con mi hermana, que era tan autoritaria y tan acaparadora. Ella lo sigue siendo, y mis padres se lavan las manos. Fue como descubrir que son todos seres vulnerables con sus pros y sus contras. Antes, eran medio superiores a mí; tenían una táctica para cada situación. Ya les encontré la vuelta. Y pensar que me había empacado en que los iba a cambiar. Como podemos apreciar, en el fragmento de esta sesión se pone en evidencia la desidealización gradual y no paroxística del objeto, del yo y del vínculo. Proceso fundamental, sin el cual no existen cambio psíquico ni crecimiento posibles. El proceso de desidealización conduce, prueba de la realidad mediante, al retiro de la elevada investidura (maravillosa u ominosa) que había recaído tanto sobre el objeto sobrevalorado (positiva o negativamente) como sobre la omnipotencia del yo, con la consiguiente reestructuración en el vínculo objetal. La prueba de la realidad permite diferenciar lo que es "simple-

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mente representado" de lo que es percibido y, por ende, instituye la diferenciación entre el mundo interior y el mundo exterior; además posibilita comparar lo objetivamente percibido con lo representado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de esto último. La rectificación valorativa del objeto, del yo y del vínculo entre ambos, que surge como efecto del proceso de la desidealización, puede presentarse en forma abrupta (paroxística) o instalarse de un modo lento y progresivo (gradual).

Desidealización

paroxística

La desidealización paroxística, que se produce cuando el proceso de la desidealización ha operado anteriormente en un papel defensivo para neutralizar la persecución, puede llevar a un derrumbe melancólico del Selbstgefühl. En estos casos, la desidealización se convierte en una denigración total del objeto y del yo, y no prepara el camino para acceder a un nuevo proceso, el de la reparación, que conduciría a saldar las deudas interna y externa que se personifican en los resentimientos y remordimientos.

Desidealización

gradual

El pago de estas deudas está condicionado a un trabajo previo, proceso de desidealización gradual, que implica la discriminación y el reordenamiento valorativo del yo y de objeto. Este giro (Wendung) valorativo se produce cuando el sujeto logra asumir que, en la realidad efectiva, aquel objeto originario, otrora sobrevalorado y desplazado hacia múltiples objetos actuales (el deudor externo), carece de los atributos de perfección con que el propio sujeto lo había investido desde su principio del placer infantil. Al mismo tiempo, se atenúan los sentimientos de culpa y las conductas autopunitivas ante los acreedores internos, representantes del ideal del yo-superyó.

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La desidealización del poder omnímodo del yo se produce a partir de que el sujeto accede a resignar la inalcanzable misión de dar cumplimiento a los ilimitados ideales de perfección y de completud que provienen de su autoimagen idealizada y desde los ideales parentales. Pero conserva el vínculo con el objeto según pautas más realistas y estables. Antes había seres más o menos intocables: mis viejos y mi hermano... Y pensar que me había empacado en que los iba a cambiar. Las condiciones para lograr la desidealización se produce sólo después que el sujeto ha librado múltiples batallas de ambivalencia, logrando desujetarse de las amarras provenientes de las capturas narcisistas de su yo ideal y del ideal del yo, instancias psíquicas ideales de la personalidad en donde moran los restos de la omnipotencia divina en los hombres que llevan una misión de crear y/o remodelar el objeto y el yo a su imagen y semejanza.

Final de análisis Hablar sobre el final del análisis en la adolescencia actualiza una problemática compleja. Implica considerar los conceptos explícitos e implícitos de enfermedad y de curación, de analizabilidad y de proceso analítico en general y en esta fase en particular. Este conjunto de factores se refleja en la manera de categorizar los elementos que se consideran pertinentes como indicadores clínicos sobre el final del análisis. La literatura de los últimos años se ha ocupado más de interrupciones, situaciones de impasse, que de terminaciones propiamente dichas en el análisis con adolescentes. Las teorías clásicas del final de análisis en general se centraban del lado del analizante y del analista, pero incluir el concepto de campo analítico en la adolescencia se sitúa también del lado de los padres del analizante.

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Ante todo, el final de análisis con adolescentes impone la exigencia de un trabajo psíquico adicional, por la necesidad de procesar una multiplicidad de duelos en las tres dimensiones: narcisista, edípica y fraterna en el analizante, en sus padres y también en el analista. Se pueden distinguir dos criterios, que no son excluyentes, en relación con el final de análisis. Uno privilegia el modelo "médico de tratamiento" que supone supresión de síntomas y cambios de los rasgos patológicos de carácter. Otro prefiere utilizar el modelo "proceso", que apunta a una modificación estructural concebida como lo esencial: la adquisición de nuevas estructuras de funcionamiento que jamás se hubieran logrado de no mediar el análisis. No sólo los indicadores clínicos varían según su lugar de origen. También los conceptos teórico-técnicos se modifican de acuerdo con el nivel elegido para su conceptualización. Para considerar la noción del fin del análisis, creo pertinente hacerlo desde la noción de proceso de cambio psíquico estructural, coherente con la perspectiva desde la cual abordo esta relación; proceso que es un conjunto interminable. Lo interminable es la permanente reestructuración a la que se ve enfrentado el analizante en todas sus instancias psíquicas, en interrelación permanente con la realidad material y social. Lo interminable sería la interminabilidad del proceso, la búsqueda del crecimiento mental y de la integración a través del análisis y del autoanálisis ulterior. Freud, en el capítulo VII de "Análisis terminable e interminable", sostenía: No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. La terminación de un análisis es, opino yo, un asunto práctico. Uno no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas en favor de una normalidad, ni demandará que los "analizantes a fondo" no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna índole. El análisis debe crear las

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condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo; con ello quedará tramitada su tarea. Por fin, no olvidemos que la relación entre analista y paciente se funda en el amor a la verdad, es decir, a la aceptación de la realidad, libre de toda ilusión, engaño. Verdad, tolerancia al dolor psíquico producido por el rechazo de toda ilusión o engaño se definieron entonces como meta general del psicoanálisis. Esta división instrumental entre metas curativas y transformaciones estructurales con relación a verdad, dolor, conocimiento, aprendizaje e identificación podría proveer de datos evaluables y procesables. Pero, en el mismo capítulo, Freud sostenía que no sólo la constitución yoica del paciente, también la peculiaridad del analista demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica, y dificulta ésta tal como lo hacen las resistencias. En este sentido, resultaría útil tomar en consideración lo concerniente a la personalidad del analista, sus remanentes neuróticos y/o psicóticos, el papel de la contratransferencia, las vicisitudes en la interacción de la pareja paciente-analista. Resultaría útil, por ejemplo, poder detectar las motivaciones inconscientes que actúan en el analista; sea para querer "retener" al analizante, prolongando su análisis, o bien para desear la terminación prematura de éste para "librarse" de aquél o para apresurar la terminación de un análisis considerado "satisfactorio" por razones narcisistas. Analizar significa etimológicamente des-ligar, des-atar, romper algún falso enlace, revelar un autoengaño, destruir una ilusión o una mentira. Lo que caracteriza al proceso analítico es el movimiento conjunto de profundización dentro del pasado y construcción del porvenir. Si un trabajo analítico es posible, es porque el sujeto y el analista piensan que la exploración del pasado permite la apertura del porvenir. Porque las series complementarias no constituyen un determinismo mecánico y porque se puede salir por la interpretación y la

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construcción del eterno presente atemporal de las fantasías inconscientes. No olvidar que la historia del sujeto constituye una dimensión esencial de lo que hay que develar en un psicoanálisis. El término final del análisis apunta por sí mismo a un concepto relacionado con la temporalidad.

Final del análisis como un momento de pasaje diferenciado durante el proceso analítico Siempre que analista y analizante puedan estar libres de todo tipo de presiones, el tema de la terminación surgirá solo y en forma espontánea en el momento oportuno y como consecuencia natural de la interacción dinámica desarrollada entre ambos participantes o de la evolución alcanzada en el proceso analítico. Para lo cual se requiere tener una actitud de atención flotante frente al problema de la terminación del análisis, ya que éste debiera ser, como todo momento del proceso al que se llega sin que nadie se lo proponga, algo que no está sujeto a ningún otro saber que no sea el de la escucha. Esto nos enfrenta a determinar la fecha de finalización del análisis a partir del material que nos presenta el paciente. Partimos de la suposición de que existió un momento de disparo, a partir del cual arranca un período cualitativamente distinto que inaugura un segmento específico del proceso analítico: un período de terminación. El disparador del proceso de terminación sería un salto cualitativo que se expresa mediante un cambio fenoménico observable tanto en la variación del relato como en la diferente circulación afectiva. Coincide con un clima afectivo mucho más laxo y expresivo que en los primeros años del tratamiento. El relato apunta a experiencias que se "cierran" o se "terminan", no planteadas en forma manifiesta en relación con el tratamiento. Además el analizante retira funciones yoicas que había depositado en el analista y las recrea dentro de sí, ejerciéndolas en la sesión misma; reflexiona además sobre el transcurso del análisis. 137

El final de análisis es una dura prueba para el narcisismo del analizante, de los padres del analizante y del analista, y reactiva a la vez antiguos síntomas. En el mes de mayo de su quinto año de análisis, Adrián manifiesta su estado de bienestar y comienza a efectuar una mirada retrospectiva acerca de su proceso analítico. A los doce años tuve un fuerte ataque de asma sin internación y a los dieciocho tuve otro episodio agudo en donde me internaron y me dieron corticoides. Fue en ese momento cuando mi mamá me intimó a que me analizara. Yo no quería, tenía prejuicios. Para mí los que se psicoanalizaban eran locos. Ahora, después de cinco años de tratamiento, siento que se está cerrando un ciclo. Es una sensación, el ciclo se ha cumplido y está llegando a su fin. Últimamente me da un poco de fiaca venir, no siento necesidad, me siento bien. Yo también percibo un cambio. Existe una variación en el carácter dinámico de la situación analítica en los dos niveles: el contenido ideativo por un lado y la circulación afectiva por el otro. Evoco cómo había llegado deformado por la ingesta de corticoides y lo comparo con su actual expresión, alegre y diáfana. Acuerdo que podemos empezar a pensar acerca de la finalización de esta fase y empiezo a percibir los movimientos inaugurales del trabajo del duelo concerniente a la finalización de nuestro vínculo en la tarea psicoanalítica. Comienzo a interrogarme si yo me he modificado a partir de nuestra relación y evidentemente advierto que Adrián ha generado mutaciones en mí. Irme de casa y emanciparme es toda una decisión. Necesito conseguir emanciparme económicamente. Tengo ganas de hacer un proyecto junto a Marieta, tengo ganas de irme a vivir con ella y asumir una serie de responsabilidades que no sé si quiero asumir. No sé si quiero irme con Gabriel primero a Europa por dos o tres meses. No sé bien qué quiero. Le pregunto si tal vez él no sepa si quiere terminar el tratamiento conmigo. 138

Irme de acá es como empezar una nueva carrera, y no es tan terminante. Uno puede ir marcha atrás, creo que acá puedo volver, no es irreversible. Esta situación es diferente que irme y volver a casa, no me gustaría volver a vivir con mis viejos y con mis hermanas, lo sentiría como una derrota; en cambio, volver acá no sería una derrota sino un cambio de estrategia simplemente. Todavía me cuesta un poco asumirme más adulto, me gustaría sentirme todavía adolescente. (Se ríe con picardía.) Yo todavía soy un adolescente porque quiero lisa y llanamente. Uno pasa a ser adulto cuando llega a ser adulto y no podés evitarlo y es irreversible. No sé, es preferible que nos separemos antes que nos coma la rutina. La rutina es destructora. Le interpreto que hoy empiezan una serie de despedidas y que tal vez él prefiera saltearlas. Creo que sí. El problema es que no me queda otro camino. Siento que el ciclo aquí se está cerrando y yo estoy tratando de evitarlo lo máximo posible. Son etapas que uno pasa, como te pasa en el secundario. Cuando estás en el último año decís "quiero terminar" y cuando terminás decís "quiero volver"; pero bueno, tengo estos vaivenes también acá. Mi vida es como un barco que va y viene según como me levante. Le señalo que hoy acordamos transitar la última etapa del proceso analítico. Etapa que se extendió a lo largo de cuatro meses en los cuales se elaboraron algunos de los duelos inherentes a la finalización del análisis en él, en sus padres y en mí. A las dos semanas que hemos convenido iniciar la fase de la terminación, la madre fue internada en un sanatorio por una seria enfermedad. Transcribo a continuación y como cierre de la presentación del proceso psicoanalítico de Adrián, un fragmento de una sesión en la que, en cierta medida, se ponen en evidencia el trabajo elaborativo y de superación de la fantasía familiar de los vasos comunicantes y la desactivación de la autoimagen narcisista del burrito carguero. Una cosa es tener que bancar una situación y otra cosa es llevarla encima. 139

A mi vieja le encanta cargar con culpas ajenas. Cualquier culpa que ella ve por allí se la carga en el lomo y se la lleva como si fuera un burrito culpero... Ella es muy generosa, no puede decir no. Lo máximo que puede decir es: Vamos a ver. Tiene un instinto de decir a todo sí. Uno tiene papeles en la medida en que los acepta. Cuando a uno no le gusta más ese papel, no se deja cargar con todas las culpas. Yo no me quiero hacer más cargo de los problemas de mi hermana. En casa, entramos en un revoltijo en donde de pronto todos somos culpables de todo. Todo se mezcla, se revuelve todo, y el problema pasa a ser una cuestión familiar, universal, global. Y así se echa la culpa del problema al sistema y no a uno. Yo quiero terminar con ese boludeo. Quiero ser frontal. Hoy le dije a mi mamá: Vos sos la enferma porque te tocó estarlo, pero no sos culpable de estar enferma. Hasta se siente culpable porque la atendemos y estamos tristes. Yo creo que la excesiva preocupación la enfermó. Por eso me enojo con ella, para que no siga preocupándose más. Por todo se preocupó y sigue preocupándose. Mi vieja es el burrito carguero de la familia. Yo, ya no. Se acabó. No soy responsable de las actitudes de los otros, sí de las mías. Antes, cualquier culpa que flotaba y que no tenía dueño me la agarraba yo. Esta vez no tengo nada que ver. Basta, se terminó.

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9. El chancho inteligente. La resignificación de las identificaciones en la adolescencia

Y el fin de nuestra búsqueda será llegar adonde comenzamos y el lugar conocer por vez primera. Por la desconocida puerta que recordamos. T. S. Eliot

Introducción Octavio Paz (1990) señala: ... la libertad es la dimensión histórica del hombre. La libertad es una perpetua invención. Los agentes del destino son los hombres, y los hombres conquistan la libertad cuando tienen conciencia de su destino. La libertad se disipa si no se realiza en un acto. Le pasa lo que a la paloma de Kant: para volar necesita tanto la resistencia del aire como la atracción hacia el suelo, la fuerza de la gravitación. La libertad, para realizarse, debe bajar a la tierra y encarnarse entre los hombres. No le hacen falta alas sino raíces. Es una simple decisión —sí o no— pero esta decisión nunca es solitaria; incluye siempre al otro, a los otros. Intentaré desarrollar los orígenes, las raíces de la genealogía de ciertas identificaciones arcaicas que alienaron a Amalia S., o "el chancho inteligente", en las historias secretas de las generaciones que precedieron a su nacimiento. Identificaciones alienantes, porque ha permanecido cautiva de

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ellas para cumplir una misión singular al servicio de regular al "otro". "El 'otro'significa: el narcisismo parental y la identificación con el mismo" (Faimberg, 1985). A medida que se recurre al estudio de los orígenes, se aborda el descubrimiento del ser. La indagación sobre la identidad parte del estudio de las raíces. El hombre no crece sino hundiendo sus raíces en la historia que lo alimenta. Aquel que no puede mantener viva la comunicación con el pasado se asemeja a un árbol que se va en ramas pero no da frutos. Recordemos que Freud asevera en sus dos últimos artículos técnicos, "Análisis terminable e interminable" y "Construcciones en psicoanálisis": El trabajo terapéutico consistiría en librar el fragmento de verdad histórico-vivencial de sus desfiguraciones y apuntalamientos en el presente real objetivo, y resituarlo en los lugares del pasado a los que pertenece. En efecto, este traslado de la prehistoria olvidada al presente o al futuro es un suceso regular también en el neurótico (1937a, p. 269)... la rectificación con posterioridad (Nachtraglich) del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica (1937b, p. 230). A continuación plantearé: a) la importancia de la resignificación en las identificaciones del adolescente, y b) la arqueología y la historia en el proceso psicoanalítico. Ilustraré estos temas a través de la transcripción de las entrevistas de una adolescente de 18 años que, luego de siete años de su consulta inicial, no ha tomado la decisión de comenzar un tratamiento psicoanalítico, sin el cual jamás accederá a librarse de sus amarras de ciertas identificaciones alienantes y no podrá, por ende, acceder a la necesaria confrontación. Un mes antes de la finalización de sus estudios secundarios, Amalia S. me consulta por iniciativa propia. Varios son los motivos manifiestos: su dificultad para formar una pareja, su excesivo

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sobrepeso (23 kilos) y, fundamentalmente, saber si su decisión de iniciar estudios terciarios fuera del país es realmente una situación de huida o una auténtica elección. Me aclara que ya tiene la fecha para partir y el lugar reservado en la universidad. Finalmente desea saber si a través de las entrevistas ella requerirá comenzar con un tratamiento psicoanalítico en el exterior. Vive con su madre de 44 años, su padre de 50, y con un hermano un año menor que ella. Su hermana, casada y sin hijos, es cuatro años mayor. A los 13 años, un mes antes de que me desarrollé, empezó la época catastrófica. No sabía a qué clase pertenecer, si estar junto con mi hermano o junto con mi hermana. No terminé de ser nada. Mi papá me decía que yo soy un chancho inteligente. Me llevaba a pesarme todos los días en la balanza que él tiene en su dormitorio. Yo quiero desengancharme de mis padres porque no los quiero bien. Los vivo agrediendo, vivo pateándolos. Yo quisiera que mi vida sea paralela a la de ellos, que ellos hagan sus vidas y yoyla mía. Así como las paralelas no se unen, tienen una relación constante pero no se cruzan. Así como existe una referencia entre las dos, pero sin llegar a ser una dependencia, también así yo pongo o interpongo mi cuerpo entre ellos y salgo golpeada. Yo entendía las cosas con el bocho pero no podía practicarlas. "Tengo para largo", me dije, "tengo que convivir conmigo", y entonces aprendí a estar sola. Pero no quiero estar sola. Estando sola, empecé a deprimirme y a comer. En la segunda entrevista comenta: Mi nombre es Amalia Sonia. Sonia es el nombre de la mamá de mi padre, que murió cuando mi papá tenía 13 años. Yo firmaba Amalia y el apellido, y él me obligaba a poner la S. con el punto. Yo no sé por qué a mí nunca me gustaba poner la S. Yo creo que voy a hacer mi desenganche fuera de este país. El viaje es un catalizador de procesos. El problema es el tiempo que pierdo todavía en pateara mis padres, esto ya no tiene sentido. Ellos estuvieron por separarse el año pasado y la 143

otra vez hace tres años. Pero estoy segura de que no se separan porque se quieren. No, no creo que lleguen a separarse. Yo siento que todo esto no me deja crecer. Quisiera conseguir que cuando yo haga algo me importe un pepino lo que opinen los demás. Soy una persona que me preocupa mucho lo que mi papá va a pensar. Me agarra taquicardia cuando me pregunta, un tipo de inquisición. Tiene que haber un desenganche de mí, de cuerpo y alma. Por eso quiero que este viaje no sea una huida, pero además sé que debo irme. Qué lío, ¿no? (Pausa.) ¿Por qué será que mi papá es tan ordenado y meticuloso? Todo en la vida tiene que encarpetar. Él me objeta en todo lo que hago que no sea para ellos. Aparece una escena de celos. Cualquier cosa que yo pueda brindar a los demás, me dice que es una estupidez, que me va a quitar tiempo, siempre encuentra un reproche y un porqué. Con mi mamá es igual. Ella lo tuvo que superar más o menos con el negocio que se puso para respirar un poco de él. Hace dos meses me dijo que si no adelgazo no me voy del país. Él lo puso como incentivo para que yo rebaje de peso. Desde hace dos años, desde los 16, me controlaba una vez por semana. Cuando él tenía ganas me decía "¡Mañana te voy a ver en mi balanza!". Todos en mi familia son grandes pero flacos. Yo no tengo miedo de ser obesa. Yo tengo que demostrarle que sus métodos son ridículos. Entonces le escribí una carta de dos hojas, muy grande, puntualizando punto por punto. Que por qué tiene necesidad de verme sobre la balanza, que a mí me da ganas de hablarle, que no tiene sentido lo que él hace. Que me entienda que no puede ser. Que mi cuerpo es mío. Él puede aconsejarme, pero no puede estar haciéndome como un control de calidad. Después de esta carta no lo hizo nunca más (pausa). ¿De qué me sirve vivir pateándolos? ¿De qué me sirve comer para agredirme? Si hay cosas que ya están. No me gusta verme así, gorda, ni en una actitud de ataque. Yo quiero vivir al tanto de lo que a ellos les pasa. Ellos hicieron sus vidas como quisieron y son enteramente responsables. Yo no puedo cargar con las responsabilidades de sus vidas también. Porque yo siento que la carga depende un poco de mí. De cómo ellos puedan andar entre ellos. Conozco casos peores que el mío. Pero, bueno, tengo que solucionar el mío. mí siempre me costó hacer cosas por mí. 144

Después de cinco años de vivir en el extranjero, Amalia S. me llama por teléfono porque desea concertar una entrevista. Me aclara que se encuentra de paso por Buenos Aires. Entra contenta, elegantemente vestida, se quita el chai y el abultado abrigo con lentitud, suspira con resignación y sonriendo me dice: Sigo peleándome con mi cuerpo, ¡qué puedo hacer! Hay momentos en que bajo de peso pero soy muy inconstante. Durante estos años logré recibirme de licenciada en trabajo social. Me encanta lo que hago. Luego comenta que finalmente sus padres se han separado hace seis meses, y que fue el padre el que le envió un pasaje para que viniera a visitarlos. Incluso le ofreció comprar un departamento para que se instalara cerca de ellos. Amalia S. no aceptó la propuesta; desea vivir lejos del país. Durante estos años mantuvo relaciones "nada serias" con algunos compañeros de la universidad y, aunque no tomó la decisión de iniciar un tratamiento analítico a pesar de mis sugerencias, persiste en ella una pregunta que la acecha desde siempre: "¿Por qué será que cuando me veo en el espejo empiezo a insultar a mi padre? ¡Es más fuerte que yo!" A continuación saca de la cartera una fotocopia con el árbol genealógico de la familia del padre y comenta que fue precisamente su papá el que se encargó de armarlo en forma minuciosa. Se entera entonces de que su abuela Sonia se casó a los 30 años. Que no pudo ocuparse bien de la crianza de sus hijos porque después de casada se enfermó de asma y que además era muy obesa; fue el abuelo quien se hizo cargo de la educación de su padre y de su tío. "Porque, no sé, doctor, si usted recordará que ella murió cuando mi papá tenía 13 años. Mi abuelo no volvió a casarse, falleció ocho años después." Expresa su deseo de formar en un futuro una familia con varios hijos, pero sin apuro. Le reitero la necesidad de no postergar más la iniciación de un proceso analítico. Luego de dos años me envía una carta:

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Querido Luis: ¿Cómo está? Pasé por Buenos Aires por un mes para visitar a mi familia y conocer a mi nueva sobrina. Este año no sentí necesidad de pedirle una sesión, pero no quería irme sin dejarle al menos un saludo por escrito. Quiero comentarle que poco antes de venir a Buenos Aires de visita concreté la compra de un pequeño departamento, por lo que estoy muy contenta. En mi trabajo me va muy bien. Trabajo hace casi un año en un servicio social para la municipalidad de mi ciudad y no casualmente me especializo en "violencia de la familia". Poseo la autoridad para participar (personalmente o por medio de informes escritos) en juicios de divorcio, tenencia de menores, régimen de visitas, matrimonio de menores, etcétera. Como ve, avanzo a pasos agigantados, aun para el ritmo de ascenso de este país. Esto no me extraña, ya que, fuera de enorme capacidad, yo siempre corrí más rápido que la pelota..., ¿no? Reciba mi saludo cariñoso. Previo a su advenimiento al mundo, Amalia S. ya estuvo predestinada, desde los deseos del padre, a ser la obesa de la familia, porque había sido programada para ocupar el lugar de su obesa abuela fallecida cuando el padre de Amalia S. tenía 13 años. La abuela paterna se había transformado en un "muerto-vivo" del padre, y a los 13 años Amalia S. la materializó en su propio cuerpo. Reeditaba así entre ella y su padre la relación sadomasoquista que el propio padre mantuvo y aún mantiene con su madre en un interminable duelo que no logra resignar. Amalia S. permaneció finalmente identificada como el "chancho inteligente", resignificando en su adolescencia esta marca identificatoria que precedió a su nacimiento biológico. Este caso ilustra que la identificación arcaica es producto de una situación identificatoria compleja que se despliega en dos tiempos, a semejanza de la situación traumática.

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La resinificación en el recambio identificatorio de la adolescencia

El individuo humano tiene que consagrarse a la gran tarea de desasirse de los padres; solamente tras esa suelta puede dejar de ser niño para convertirse en miembro de la comunidad social... Esta tarea se plantea para todas las personas; es digno de notar cuán raramente se finiquita de la manera ideal, es decir, correcta tanto en lo psicológico como en lo social. Freud (1916b) La teoría de la identificación en dos tiempos es nodular e inseparable del proceso de historización. De los dos tiempos de la identificación del "chancho inteligente", el primero, el de la infancia, permanece latente hasta que el segundo, el de la adolescencia, ligue las protoidentificaciones latentes y las haga aparecer como identificación. El primer tiempo de la identificación permanece mudo hasta que la Nachtraglich le permite hablar. El tiempo mudo, "protoidentificación" de la identificación, es tan inasimilable, irrepresentable, innombrable como la misma pulsión de muerte. El análisis se podría definir, según Baranger, Baranger y Mom (1987) como "historización versus la repetición de la pulsión de muerte". El proceso identificatorio es siempre complejo; pone en juego tanto el mundo interno como el mundo externo; activa toda una fantasmática en sus aspectos universales y en la forma que ha adoptado en la historia individual, y altera los equilibrios alcanzados en la lucha de la libido con la pulsión de muerte. En la medida en que la constitución de la identificación se despliegue —resignificación mediante— en dos tiempos, el segundo movimiento en torsión operará en sentido regresivo, dando por una parte significado traumático a la identificación potencial y, por otra parte, inaugurando el movimiento de la libido, que tiende a abandonar sus posiciones más adelantadas y a regresar a etapas anteriores. Es así como se produce una separación de los

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elementos que estaban mezclados: se anulan los eróticos que estaban ligados a los elementos destructivos característicos de las fases sádicas, y estos últimos, al liberarse, imponen al sujeto nuevos esfuerzos defensivos. Recordemos que Amalia S. intentó emplear la distancia geográfica con el viaje a un país muy lejano, como medio defensivo para alejarse de su historia traumática de "chancho inteligente" —historia que en realidad concernía a su padre, pero con la cual permaneció identificada— y poder así acceder a una vida exogámica. Soy una persona que me preocupa mucho lo que mi papá va a pensar. Me agarra taquicardia cuando me pregunta, un tipo de inquisición. Tiene que haber un desenganche de mí, de cuerpo y alma. Por eso quiero que este viaje no sea una huida, pero además sé que debo irme. Qué lío, ¿no? Esta situación paradójica retiene al sujeto en una relación ambigua con el otro, con su cuerpo y con la temporalidad. Situación que reanima el sentimiento ominoso por el desvalimiento que presenta el yo ante la repetición, no deliberadamente elaborada, que le impone lo fatal e irreversible de ese "otro", que no es efectivamente algo nuevo o ajeno sino algo familiar a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la represión. Ese otro, destinado a permanecer en lo oculto, ha salido a la luz: lo Unheimlich del doble (Freud, 1919a). Doctor, persiste en mí una pregunta que me acecha desde siempre: ¿por qué será que cuando me veo en el espejo empiezo a insultar a mi padre1 Es más fuerte que yo.

El adolescente ante el espejo El yo es, ante todo, un yo corporal; no es solamente un ser de superficie sino que él mismo es la proyección de una superficie. Freud (1921) 148

A los 13 años empezó la época catastrófica. Un mes antes de que me desarrolle. Me sentía algo rara, que no encajaba bien en ningún lugar. No sabía a qué clase pertenecer, si estar junto con mi hermano o junto con mi hermana. No terminé de ser nada, porque no. Me quedé en esa cosa gorda que al final no era nada. Mi papá me decía que yo soy un chancho inteligente, me llevaba a pesarme todos los días en la balanza que él tiene en su dormitorio. Amalia S. permaneció retenida en un desafío tanático con sus padres, aunque la distancia geográfica le permitió alejarse de los ofrecimientos y las seducciones verbales, afectivas y materiales de su padre, que aún en la actualidad operan como técnicas de reenganche para seguir ejerciendo el control y el maltrato por los supuestos agravios no superados que padeció de su propia madre, a semejanza de la dinámica del juego del carretel descrito por Freud en "Más allá del principio del placer". El viaje de Amalia S. no catalizó el proceso de desenganche de sus padres. Sus preguntas, formuladas hace siete años, continúan aún sin respuesta, porque requieren un proceso analítico que implemente la historización y neutralice la compulsión repetitiva de la pulsión de muerte. ¿De qué me sirve vivir pateándolos? ¿De qué me sirve comer para agredirme? Si hay cosas que ya están. No me gusta verme así, gorda, ni en una actitud de ataque. Yo quiero vivir al tanto de lo que a ellos les pase.

Arqueología e historización en el proceso analítico del adolescente Laplanche señala que en el análisis partimos de dos vías complementarias desde el comienzo: la vía arqueológica y la vía histórica. La vía arqueológica es la exhumación y el conocimiento de los vestigios materiales dejados por el pasado. Estos vestigios "materiales" son, en el caso del psicoanálisis, recuerdos más o menos la149

cunares, más o menos fragmentarios, de escenas, de personajes. Al lado de esta vía arqueológica, de exhumación, está la vía histórica, de reconstrucción de la síntesis del pasado, del establecimiento de conexiones significativas; por ejemplo, conexiones causales. La investigación y la cura psicoanalíticas tienen un doble aspecto, arqueológico e histórico, tal vez inseparable: exhumación de restos de las famosas "escenas", es decir, puesta en relación. Estamos convencidos de que ambos son indispensables, pero la exhumación sin volver a dar forma no es nada, puesto que finalmente habría una subordinación del aspecto arqueológico al aspecto histórico, por ser la relación analítica un verdadero retejido de una historia, una función nueva de elementos enfriados, en una situación caliente (la transferencia) (Laplanche, 1983). El telescopaje de generaciones implica un tiempo clausurado y repetitivo. Dice Laplanche: La evolución del niño no es lineal ni autónoma. No puede describírsela como una pura y simple sucesión cronológica. Muy pronto, de entrada, el niño está sometido a la irrupción, por parte de los adultos, de actos, de comunicaciones, de prescripciones que sabe que tienen un sentido, pero no puede decir cuál es ese sentido. Si ustedes quieren, el niño tiene el texto sin el diccionario, la cerradura sin la llave... La mayor parte de los recuerdos arcaicos de nuestros analizandos están en algún lado marcados por este carácter: la verdadera intrusión de mensajes enigmáticos, como venidos de otro planeta, en el mundo infantil. Mi nombre es Amalia S. Sonia es el nombre de la mamá de mi padre, que murió cuando mi papá tenía 13 años. Yo firmaba Amalia y el apellido, y él me obligaba a poner la S. con el punto. Yo no sé por qué a mí nunca me gustaba poner la S. Yo creo que voy a hacer mi desenganche fuera del país. El padre le entrega, luego de cinco años de su partida, un detallado árbol genealógico, porque intuye que las raíces de encadenamiento de los pesares en las que ambos están inmersos guardan ciertas conexiones con el mito de sus orígenes. 150

Ya señalé (1986b) que el conocimiento del mito de los orígenes representa una necesidad estructurante para todo sujeto, porque sólo así se reconocerá diferenciado de las historias secretas de las generaciones que lo precedieron. Y podrá acceder a configurar una temporalidad subjetiva y discriminada. La posibilidad de descubrir, interpretar e integrar el mito subyacente en la cultura, en la familia y en el individuo es lo que permite superar la radical escisión de la condición humana (Montevechio, Rosenthal, Smulever y Yampey, 1986). Pero tanto el padre como la hija están impedidos de desentrañar por sí mismos, sin la ayuda de la historización en un proceso analítico transferencial con el analista, la naturaleza del mito de sus orígenes, por la imposibilidad de integrar sus reminiscencias, que han permanecido aisladas y coartadas de sus lazos y cadenas. Recordemos que Freud dice que el neurótico sufre no de recuerdos sino de reminiscencias. Esto tiene la apariencia de ser una mera distinción terminológica, una distinción, incluso, filosófica, ya que el término "reminiscencia", ha sido tomado de Platón. Sin embargo, es de una extrema profundidad. ¿Qué quiere decir este término "reminiscencia", tanto en la teoría de Platón como en la de Freud? La reminiscencia es un recuerdo sin sus orígenes, cortado de sus raíces. Se trata de algo vago a veces; recuerdo, diríamos, de otra vida, de otro planeta. Un recuerdo sin saber de dónde viene, sin saber incluso que se trata de un recuerdo. Precisamente en el neurótico, y más en particular en la histérica, ya que la fórmula es que la histérica sufre de reminiscencias de algo que proviene del pasado pero que no está ligado a él, sino que está allí y la hace sufrir en el presente (Laplanche, 1983). En este caso, el "chancho inteligente" opera como una reminiscencia o como un cuerpo extraño interno, y se convierte tanto para el padre como para la hija en el punto de partida de sus comportamientos más incomprensibles y generadores de sufrimientos innecesarios, que prohiben en ambos la posibilidad de acceder a comprometerse, sin zozobrar y con arraigo, a una vida exogámica libre de este objeto anacrónico, enigmático y rebelde a la historización.

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Localizar, exhumar y descubrir la tumba de Tutankamón —que en este caso específico sería ubicar la fuente de los síntomas de angustia y también de deseo desde la doble aspiración psicoanalítica (arqueológica e histórica) que representa la muerte de la madre para el padre, los efectos patógenos resignificados en el vínculo narcisista con su hija y la incidencia de esta prehistoria paterna en la historia identificatoria de Amalia S.— constituirían tareas privilegiadas para librar el fragmento de verdad históricovivencial de las desfiguraciones y los apuntalamientos en el presente real objetivo (materializado en el cuerpo de A m a l i a S.), restituirlo a los lugares del pasado a los que pertenece (al vínculo ambivalente, en la situación histórica a la vez culpógena y resentida del huérfano niño-padre con su madre muerta), y señalar, además, en qué medida y cómo la adolescencia participó y participa en la plasmación y la vigencia de este inútil combate, que alberga una vana e insistente esperanza transmitida a lo largo de un interminable duelo transgeneracional. Si bien Amalia S. efectúa una reparación sublimatoria de su situación traumática familiar, a través del ejercicio profesional como trabajadora social, para que reinen la paz, la justicia o la razón en familias desavenidas, no logra, en cambio, promover una búsqueda de reparación de sí misma mediante el pedido de tratamiento psicoanalítico. Se podría suponer que entraría en juego el telescopaje de una culpa tan profunda y enigmática que inhibe sus derechos al cambio, a quebrar la sentencia compulsiva de su padre y de su abuela con un destino inexorable de sufrimiento. ¿Será que A m a l i a S., a pesar de mis reiteradas indicaciones acerca de la conveniencia de no dilatar más el comienzo de una terapia analítica, intenta reeditar conmigo el vínculo sadomasoquista que mantiene con su padre, para que yo la obligue y la someta a subir varias veces por semana a la balanza-diván y sentirse violentada en su elección? ¿O será más conveniente esperar, acompañándola en este vínculo epistolar hasta que maduren en ella el deseo y la necesidad de recibir la ayuda de un tratamiento psicoanalítico?

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10. La resignificación de la adolescencia en el análisis de adultos

La resignificación en el adolescente y en sus padres "Yo los heredo todos los días." Éstas son palabras textuales de Javier, un analizante de 38 años que, en su cuarto año de análisis, recordó que cuando cumplió sus 13 años empezó una verdadera campaña de destrucción por parte de su padre, quien, entre otras causas interdependientes, había resignificado los complejos edípicos y fraternos no superados de su historia infantil y adolescente con su propio hermano menor, Miguel, quien precisamente tenía 1 3 años cuando falleció el abuelo de Javier. "Yo no tengo más obligaciones ni responsabilidades", así me dijo mi padre cuando cumplí 13 años. En esa época comenzó una etapa de competencia y descalificación per•manente. Lo único que le importaba era demostrar que él era más que yo. Me comparaba con su cultura y con su educación europeas. Cuando volvía del colegio, me hacía preguntas y más preguntas sobre lo que estudiaba, y cuando no lograba responderle, terminaba sintiéndome lastimado e impotente. Hay algunas frases que no puedo olvidar: "Vos vas a hablar conmigo cuando sepas la mitad de lo que yo me he olvidado." Cuando me iba mal en un examen, me decía burlonamente: "Si te fue mal, no te preocupes, yo ya tengo un quiosco preparado para vos." Otras veces nos decía, a mi hermana y a mí, que los hijos son como cuervos ("Cría cuervos y te sacarán los ojos"), y que él nos tuvo únicamente a nosotros porque era suficiente con traer dos hijos al mundo para sufrir. 153

También mi madre se comparaba con nosotros. Cuando me compraba algún juguete, decía: "Te lo doy, pero yo no tenía nada de esto en mi casa." Ella siempre me recordaba su infancia de pobreza y me hacía sentir re-mal (pausa). Mi adolescencia fue un verdadero holocausto. Mi papá tenía 15 años cuando falleció su padre; mi tío Guillermo, 17, y mi tío Miguel, 13. Miguel era el privilegiado de mi abuela, y mi papá siempre hablaba muy mal de él: que era un loco, que era un vago; pero lo que yo recuerdo de él era que siempre trabajó. Yo también era un vago para mi papá. Siempre establecía un paralelismo entre mi tío y yo. Creo que había algo de hermanos entre nosotros dos, y a los dos mi papá desvalorizaba. Yo no fui un hijo para él, fui simplemente un competidor más (pausa). A mi tío Miguel siempre lo desvalorizaban y le hacían el dos contra uno. Mi papá se unía en complicidad con mi tío Guillermo y lo provocaban, lo "gastaban". Mi tío Miguel me contó que mi papá y mi otro tío no le permitieron entrar en la sociedad de la familia. Le prometían pero no lo cumplían, y lo mismo pasó conmigo; mi padre no me dio lugar en la empresa y me trató de vago, y también yo fui creando resentimientos contra él. Me acuerdo que una vez mi tío Miguel vino decidido a matar a mi tío Guillermo porque siempre lo dejaba mal parado. En cambio, mi papá iba menos al frente, era más zorro. No sé por qué será, pero en este momento me acuerdo del día en que me llamaron para que reconociera el cadáver de mi tío Miguel, que murió a los 55 años. En aquel momento no me había dado cuenta de cuántas cosas en común tengo yo con él, por lo menos en los padecimientos. En otra sesión comenta: Tengo 38 años y sigo enganchado en esta trampa de resentimiento y de impotencia. El rencor me traba. Lo tengo con mi papá, con mi mamá, con mi hermana, con mi exmujer, con mis hijos y con mis socios. Tengo bloqueados mis sentimientos hacia ellos. 154

Creo que tengo sentimientos, por eso digo "bloqueados", y creo además que me quitan mucha energía. Todo este tema interno me paraliza (pausa). Siempre estoy tenso, alerta para saber de dónde va a venir la próxima burla o ataque. No se merecen que yo sienta cariño por ellos. Porque me entrenaron muy bien para hacer las cosas por compromiso, para aparentar. Yo con ellos quedo bien por fuera, pero por dentro "los heredo todos los días". Analista: O sea que por dentro los mata todos los días. Y de ese modo permanece prendido a ellos a través de un reclamo y de una esperanza interminables. El tema de la herencia en mí desempeña un papel importante, porque siento que el día que se muera me va a devolver lo que me quitó. Mi papá siempre manejó el poder con el dinero. El me prometió comprarme un auto cuando cumpliera los 18 años y me traicionó. Desde los 13 años empezó el bendito tema del auto. Y no sé por qué sigo esperando que él cambie y que finalmente me lo regale. El tema del auto ya es como una obsesión para mí. No me lo puedo sacar de la cabeza. Lo que más me molesta son sus burlas y sus promesas incumplidas (cambia el tono de voz). Lo peor es que me doy cuenta, en este momento, de que yo también a mis hijas les prometo muchas cosas y no siempre las cumplo. Con ellas intento quedar bien por fuera, pero no las puedo querer libremente. El caso Javier nos permite colegir cómo ciertas situaciones traumáticas pueden llegar a transmitirse de generación en generación —resentimientos y resignificación mediante—, instalando la compulsión repetitiva de una neurosis de destino en cadena.

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La resignificación del complejo fraterno Resulta muy importante señalar el nexo entre la metapsicología transgeneracional y los fenómenos de la compulsión a la repetición, por un lado, y subrayar, por otro lado, la relación entre duelo, resentimiento y repetición. Este caso ilustra la pervivencia de los complejos fraternos no resueltos en el padre del analizante y desplazados sobre la persona del hijo, hasta el extremo de funcionar como un padre-hermano resentido que castiga a un hermano menor. Y Javier, identificado en ese lugar desde el comienzo, pero en forma potencial y muda, ha exteriorizado el significado traumático de la identificación con su tío Miguel en el segundo tiempo del reordenamiento identificatorio que se produce en la etapa de la adolescencia. Y fue precisamente la adolescencia de Javier el momento cuando la identificación con su tío Miguel —que había sido programada inconscientemente desde el proyecto identificatorio del padre— salió a la luz (lo Unheimlich). En otra sesión Javier comenta: Mi papá me decía que cuando era chico me quería mucho. Pero cuando cumplí 13 años me dijo que allí terminó su misión de padre. Al principio mi papá era mi padre. Pero después se comportó como si yo fuera un hermano al que no terminó de aceptar. Los efectos patógenos del complejo fraterno suelen desplazarse en los vínculos de padres e hijos, sellando el destino de ambas generaciones. En efecto, esto acontece cuando el progenitor, tras la aparente función paterna, permanece en el ámbito de lo latente en el nivel de organización horizontal de la relación fraterna y se ubica en la posición del hermano resentido, que denigra y reprocha en su hijo las heridas no superadas con su propio hermano, concernientes a su historia infantil. Entonces se crea entre padre e hijo un vínculo que acumula sus "ajustes de cuentas", tras la esperanza de precipitarse finalmente en actos de venganza. 156

El hijo, remordido y resentido por haber sido injustamente maltratado por el padre en su intercambio de roles, de un objeto humillado pasa a ser ahora un sujeto atormentador; a su vez, el sujeto torturador anterior, durante la venganza, se convierte en un objeto humillado deudor. Se mantiene así la misma situación de inmovilización dual sometedor/sometido, hermano mayor resentido/hermano menor remordido, con apariencia de movilidad. Ese falso enlace, producto de la transferencia de los componentes destructivos del complejo fraterno del padre en la persona del hijo, se halla sustentado por un inalcanzable y renaciente deseo de represalia, tanto en el yo como en el objeto. Este deseo, a su vez, está expuesto inexorablemente a una nueva frustración en el padre, por la imposibilidad de saciar su histórica furia vengativa, a través de la búsqueda de una exacta coincidencia de desquites en el hijo. Padre e hijo permanecen anclados en una temporalidad repetitiva, dentro de un laberinto fraterno: el muro del narcisismo tanático. El falso enlace —que nos permite colegir la profecía de Jeremías (31, 29): "Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera"— paraliza la confrontación generacional, porque borra su condición primera: la presencia de otro discriminado que posibilite el careo y el cotejo de las diferencias. El padre de Javier se hallaba imposibilitado para asumir su función paterna, porque él mismo permanecía retenido y entretenido con sus propios duelos enquistados por el rencor hacia su hermano y a sus padres, que había sentido durante su infancia. El padrehermano no representa la dimensión narcisista del conflicto edípico, sino que opera obstaculizando la función estructurante del complejo de Edipo (Faimberg, 1985). Edipo cae, y se erige Narciso. Y éste se manifiesta a través de la imposibilidad de admitir objetalmente al hijo diferenciado de sus heridas narcisistas y fraternas. Y esta indiscriminación propicia la constitución de vínculos ominosos, generadores de un campo paranoide y sadomasoquista. En lugar de establecerse una estructurante rivalidad entre el padre y el hijo, se desencadena una lucha

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fraterna trágica, que sustituye la confrontación por la provocación y/o la evitación; exteriorizándose a través de la reiteración de comparaciones maníacas y paranoides, pródigas en convicciones excesivas en sostener verdades cristalizadas que impiden despejar toda duda y minan el sentimiento de sí del hijo. Comparaciones patogénicas generadoras de situaciones de violencia, en las que el progenitor opera como el verdugo de una ejecución en la que simultáneamente ocupa el sitial de víctima. Comparaciones hostiles, que suelen fomentar profundos trastornos en la construcción de la identidad. Estas patogénicas comparaciones parento-filiales evocan las humillantes comparaciones padecidas y denunciadas con dolor por Stanislaus Joyce en su libro Mi hermano James Joyce: Mi padre me llamaba el chacal de mi hermano, y cuando se cansaba de repetir esto me explicaba científicamente que yo no tenía luz propia, sino que brillaba con la ajena, como la luna. Con este símil me molestó amorosamente hasta que le repliqué que, en lugar de atormentarme con la luna, hiciera algo con su nariz, que comenzaba a brillar con luz propia (p. 215). En su obra Los visitantes del yo, Mijolla (1986) analiza el nexo entre la metapsicología transgeneracional y la compulsión a la repetición, a través de los efectos que ha ejercido el complejo fraterno no resuelto de la madre de Simone de Beauvoir en el proyecto identificatorio de su hija. Pero, a diferencia del padre de Javier, que lo invistió como un doble ominoso ("Cría cuervos y te sacarán los ojos"), la madre de la escritora la invistió como su doble especular y maravilloso. Simone de Beauvoir, en el conmovedor librito que ha consagrado a la memoria de su madre, nos presenta una muestra perfecta de la repetición, impuesta a tantos niños, de un drama conflictivo transmitido por la generación precedente: " D e mi abuelo, mamá me decía a menudo con resentimiento: 'No veía más que por los ojos de tu tía Lili.'" Cinco años más joven que ella, rubia y sonrosada, Lili suscitaba en su hermana mayor unos celos

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ardientes e imborrables. "Hasta las proximidades de mi adolescencia, mamá me atribuyó las más altas cualidades intelectuales y morales: se identificaba conmigo; humillaba y rebajaba a mi hermana: era la menor, sonrosada y rubia, y sin darse cuenta se tomaba con ella su revancha." No nos engañemos, Simone de Beauvoir ha sacado múltiples ventajas conscientes e inconscientes de esta proyección en el pasado de los conflictos que la oponían a su propia hermana menor, aunque sólo fuese negando de esta forma su deseo personal de verla "humillada y rebajada". Pero el juego de prestidigitación que nos describe se produce con mucha más frecuencia de lo que pensamos en familias donde los hermanos vuelven a representar entre ellos las escenas de tiempos pasados de los que, de hecho, sólo han adquirido un conocimiento fragmentario, transmitido y deformado por sus padres (Mijolla, 1986). Pero volvamos a Javier, quien permaneció detenido en duelos no elaborados y atizados por la memoria incandescente del rencor contra su padre, y que luego fueron desplazados —a través de relaciones sadomasoquistas— a su pareja conyugal, sus hijas y sus compañeros de trabajo. En todos estos vínculos se posicionó en el lugar de un adolescente díscolo, provocador de un compulsivo maltrato moral y erógeno.

Resentimiento, duelo y repetición Las batallas ambivalentes de amor y odio pueden llegar a interferir la elaboración del duelo, pero éste se paraliza cuando el resentimiento y el remordimiento reemplazan al odio en este complejo proceso. El resentimiento congela el movimiento pendular de desligadura y religadura que se despliega durante el recambio objetal en el trabajo del duelo y, como consecuencia, la temporalidad subjetiva permanece inmovilizada y la efectividad paralizada, tras un aparente estado de hibernación de los afectos. Esta situación sostiene en realidad una sórdida "guerra fría contra los injustos deu-

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dores", que puede llegar a extenderse, de forma indefinida, a través del tiempo y del espacio, debido a la pervivencia de la memoria, y almacena una vana y patética esperanza repetitiva: la pasión del desquite. En ciertos casos, esta esperanza, nunca derrotada, se cristaliza como rasgo de carácter, como un motor estructurante y tanático a la vez de aquellos sujetos que, al no poder asumir la autonomía del objeto, se atrincheran en la posición de la víctima privilegiada que reprocha, reclama y no se reconcilia jamás (Kononovich de Kancyper, 1999). El sujeto resentido intenta infructuosamente negar y rechazar sus sentimientos páticos (pasionales). Pero la apatía no es indiferencia. En la apatía está presente un pathos, pero contenido o bloqueado, que corresponde a sentimientos paranoides provenientes de las fantasías hostiles que sumergen al sujeto resentido en una culpa incoercible, por el monto de las acusaciones superyoicas. Todo esto conduce a la reproyección de la agresión y convierte al sujeto atacado en un repetitivo y peligroso perseguidor, a quien se le adjudican todas las maldades propias, y sobre el cual recae una desmentida doble: desmentida y escisión de los aspectos buenos que le pertenecen, y desmentida de toda posibilidad de amar al objeto. Estas fantasías hostiles precipitan al sujeto resentido a una irrefrenable búsqueda, orientada a encontrar o "fabricar" un verdugo externo que, al castigarlo con crueldad, logre aliviar el peso de la sobrecarga de una deuda interna. En otra sesión Javier comenta: El resentimiento me resulta indominable. Es como una mancha que tapa, que bloquea mis sentimientos, y no me puedo brindar. Es una pasión al revés. En vez de estar apasionado por el amor, quedo apasionado por el odio y por las ganas de desquitarme. Cuando empiezo a sentir rencor, junto basura y mierda. Y, cuando me salta la válvula, desparramo la mierda a borbotones, y no me puedo frenar: in-

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sulto, reprocho, me peleo. Es como una tormenta que no se puede calmar, y termino finalmente atormentado. El sujeto resentido alberga mociones sádicas hacia el otro, las que —vueltas sobre sí mismo— pueden devenir en remordimiento. Otro de los destinos posibles de ciertos tipos de resentimiento, según predomine la excesiva culpa persecutoria o su ausencia, puede manifestarse al transformarse en lo contrario, en una reparación compulsiva, maníaca u obsesiva, que promueve—en lugar de una confrontación edípica y fraterna que posibilite la asunción de la identidad— una persistente provocación intergeneracional. Entonces, ambos sujetos permanecen enfrentados en un interminable duelo que impide el acceso a la discriminación y a la asunción del paso del tiempo: el tiempo de la repetición. Javier consulta a los 34 años por severos trastornos en la identidad: "No sé quién soy ni qué quiero ser. Siento que he fracasado en mi matrimonio y como padre." También en el área laboral presenta dificultades. Cambia de socios de modo repetitivo, y participa en actividades comerciales de dudosa honestidad. Manifiesta: "Quiero empezar el tratamiento para dignificarme y para acabar con el ocultamiento y con la vendetta. No me puedo comprometer con la gente. No me conecto bien con nada. Me cuesta mucho planificar." En el resentimiento, la temporalidad presenta características particulares; manifiestamente, una singular relación con la dimensión prospectiva. La repetición es la forma básica de la imposibilidad del porvenir. El sujeto resentido está enfermo de reminiscencias. No puede dejar de recordar, no olvida. Es decir, está abrumado por un pasado que no resigna, un pasado que no puede separar ni mantener distante de su conciencia. En la represión (esfuerzo de suplantación), el sujeto desaloja acontecimientos no tan traumáticos; en cambio, en el resenti-

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miento, lo traumático es más intolerable para el yo en términos de Selbstgefühl. Son como cuerpos extraños, aislados del curso asociativo con el resto del yo. Al no poder entrar en la cadena de significación simbólica, estos recuerdos no acceden a ser reprimidos, sino que persisten, escindidos. Lo escindido se mantiene fuera de circulación psíquica y, por consiguiente, no puede evolucionar: se cristaliza. El sujeto resentido no permanece detenido en la atemporalidad ni en el tiempo suspendido del arte, tiempo fuera del tiempo que quiebra las dimensiones temporales del pasado, el presente y el futuro; no permanece entretenido en una vivencia de eternidad en la contemplación del objeto interno maravilloso para desmentir el paso del tiempo esquizoide ni en la identificación patológica del duelo no elaborado en el depresivo, sino que es, fundamentalmente, producto de la insistencia del castigo reivindicatorío, que de un modo repetitivo se erige como estructura de deseo dominante sobre el sustrato temporal del rencor de un agravio cuyas cuentas aún no ha saldado. El porvenir en el sujeto resentido está basado en la posibilidad de castigar, a través de la repetición en la vía regresiva del tiempo, al objeto responsable de los agravios. Esta esperanza destructiva es esencial: una vez más intenta saciar su sed de venganza, para restituir infructuosamente su propia dignidad al sentimiento resentido. La vivencia del tiempo en el sujeto resentido es el permanente rumiar indigesto de un dolor que no cesa, expresión de un duelo que no logra superar. En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915b), Freud describe las tres oposiciones del amar: "... el amor-indiferencia, el amorodio y la mudanza del amar a un ser amado." Yo agrego un cuarto par de opuestos: el amor-resentimiento. La permanencia del resentimiento paraliza el proceso del duelo, y esto explicaría aquello que Freud señala al final de "El tabú de la virginidad" (1917a): cuando la mujer no ha consumado sus mociones vengativas en el marido, no puede, a pesar de sus esfuerzos, desasirse de él. Ahora bien, es interesante que en calidad de analistas encon-

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tremos mujeres en quienes las reacciones contrapuestas de servidumbre y hostilidad hayan llegado a expresarse permaneciendo en estrecho enlace recíproco. Hay mujeres que parecen totalmente distanciadas de sus maridos, a pesar de lo cual son vanos sus esfuerzos para desasirse de ellos. Toda vez que intentan dirigir su amor a otro hombre, se interpone la imagen del primero, a quien ya no aman. En tales casos, el análisis enseña que esas mujeres dependen como siervas de su primer marido, pero ya no por ternura. No se liberan de él porque no han consumado su venganza en él, y en los casos más acusados la moción vengativa ni.siquiera ha llegado a su conciencia (Freud, 1917a, p. 203). El resentimiento puede operar como defensa, ejerciendo una función antiduelo, porque abandonar ese vínculo objetal "significaría el derrumbe definitivo de la ilusión y la admisión de que se ha perdido real y verdaderamente el objeto" (Amati Mehler y Argentieri, 1990). En la estructuración del resentimiento, interviene una serie de procesos — l a desmentida, la idealización y la agresividad al servicio de Tánatos— que promueven y mantienen un vínculo objetal indiscriminado e interfieren en la elaboración del duelo (duellum y dolus, combate y dolor), que conlleva la resignación de un objeto para efectuar el pasaje y el recambio hacia otros objetos. Momento puntual que confiere a la dimensión temporal del sujeto la vivencia subjetiva de un tiempo en traslación. Su compulsión a la repetición expresaría una frustrada tendencia restitutiva para ligar y establecer la situación anterior a la herida originada por el trauma o el agravio narcisistas. Esta herida se presenta refractaria a la cicatrización y se alimenta de una repetitiva esperanza reivindicatoría. El sujeto resentido funda —a través de sus fantasías vengativas— una legalidad propia. La venganza justifica el carácter imperativo de la ley del Talión, que legitima, aparentemente sin culpa, el derecho a punir y a atormentar. Reanima los impulsos destructivos, que llegan a prevalecer sobre los impulsos amorosos: esto implica un cambio en los estados de intrincación entre las pulsio163

nes de vida y de muerte, cambio que desencadena la compulsión a la repetición, inherente al reinado de Tánatos. La intelección de este circuito que se establece entre el narcisismo, la pulsión de muerte y el resentimiento permite instrumentar un abordaje más optimista que el sostenido por Freud en 1917, en su Conferencia 26: En las neurosis narcisistas la resistencia es insuperable. A lo sumo podemos arrojar una mirada curiosa por encima de ese muro, para atisbar lo que ocurre del otro lado, por lo tanto nuestros presentes métodos técnicos tienen que ser sustituidos por otros; todavía no sabemos si lograremos tal sustituto. Sin embargo, una diferente toma de posición en el punto de partida permite echar una mirada distinta, no para "atisbar por encima" del muro (tomándolo como un bloque en una totalidad inabarcable, que se erige por lo tanto como obstáculo inmovilizador), sino para instrumentar otra mirada que apunta técnicamente a desmantelar, pieza por pieza, los elementos constitutivos de su estructura interna. Es la interpretación detallada de la singular relación del objeto con el sujeto resentido un camino para poner en evidencia varios componentes de este sistema reticular repetitivo que, en resumidas cuentas, está al servicio de fortificar y mantener los duelos enquistados en el muro narcisista. El sujeto resentido sostiene una creencia psíquica que comanda a su yo ideal tanático relacionado con la certeza de que ese objeto deudor, aunque malo en muchos aspectos, retiene para sí lo bueno; una posesión y un estado de los cuales ha sido "injustamente" privado, pero que legalmente espera aún reconquistar mediante un castigo reivindicatorío. Es durante esta esperanza de represalia cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del tiempo: la procrastinación desafiante al objeto. Para lograrlo, la relación objetal que sustenta el resentimiento presenta una configuración que se singulariza por: a) inmovilización del objeto; b) maltrato al objeto, y c) preservación del objeto, evitando su desaparición. 164

- Inmoviliza al objeto con el fin de perpetuar una presencia continua. - Maltrata al objeto de descarga pulsional, complaciente de una relación sádica, por los agravios y daños que "inmediatamente" el sujeto ha padecido. - Preserva al objeto, paradójicamente maltratado con crueldad pero con una alta dependencia de cuidado. Este cuidado dominante se ejerce en función de vigilar su presencia, porque garantiza la esperanza del reencuentro con aquel objeto primario frustrador. Su destrucción, en cambio, conduciría a una doble amenaza: asumir la incompletud, si el objeto ilusiona! de completud desaparece, o transformarse él mismo, entonces, en el depositario de sus propias ilusiones, lo que acarrearía el peligro de su disgregación psicótica. Tanto la idealización como la desmentida y la agresividad al servicio de Tánatos refuerzan la continuidad de una relación indiscriminada en el vínculo objetal, interfiriendo, por ende, en el trabajo de duelo normal que conduciría a la resignación del objeto y al pasaje hacia otros objetos.

Filiación, historización y confrontación generacional El trabajo del proceso desidentificatorio de la filiación paranoide de Javier —en gran medida, producto de un falso enlace proveniente de los complejos fraternos no resueltos del padre y desplazados sobre su persona— fue complejo y arduo. La posibilidad de acceder a consecuencias desestructurantes de las sentencias paternas ("Cría cuervos y te sacarán los ojos", "No te preocupes, yo ya tengo un quiosco preparado para vos") y la elaboración de sus resentimientos y remordimientos manifiestos y latentes contra sus padres, desplazados luego hacia su exmujer y sus hijas, pudieron lograrse mediante un minucioso trabajo de historización de la resignificación de sus traumas, que en realidad había padecido el padre de Javier en su historia infantil, aún vigen-

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te, y que había dado lugar a la identificación alienante de Javier con su tío Miguel. En la resignificación se reabre abruptamente el arcón histórico y retornan en tropel los demonios de épocas pasadas. Para ello dispuse de elementos de distinta índole que permitieron una reconstrucción a posteriori. Utilicé los recuerdos disponibles y alcanzables mediante el levantamiento de represiones y el análisis de sueños y recuerdos encubridores. En la situación analítica resurgían su sofocado sometimiento y su agazapado deseo de represalia a través de una reactiva y adicta "obediencia debida". Esta absoluta parálisis de la "confrontación transferencial" me había permitido resituarla en su contexto histórico y desmenuzar los mecanismos en juego. Javier, en lugar de enfrentar su verdad y afrontar las situaciones y los obstáculos que debía sortear, se "hacía a un lado": evitaba, ocultaba, mentía y coleccionaba en secreto afrentas, aguantando notables humillaciones para tomar —después de un cierto tiempo— sus represalias y legalizar ante sí mismo y ante los demás sus actos de venganza. Estas secuencias repetitivas se habían cristalizado como rasgos de carácter, moldeando una trágica y desesperanzada neurosis de destino. Su posición como víctima resentida y privilegiada había sido paulatinamente "desgastada" por la repetición transferencial mediante la historización progresiva y la puesta en evidencia, por un lado, de los mecanismos de desmentida de la idealización, la proyección y la escisión, que sostenían y atizaban sus resentimientos, y por otro lado, a través del análisis de las consecuencias patógenas de su identificación c o m o el hijo-hermano ominoso de un padre-hermano rival y sus efectos en su relación con el sistema de filiación. La filiación, la confrontación generacional y fraterna y la plasmación de la identidad están íntimamente ligadas entre sí. La filiación no es reductible al engendramiento biológico (Héritier-Augé, 1992).

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Rosolato (1981) sostiene: Ser padre, ser madre no se resume de ninguna manera en una simple constante biológica, sino que implica un reconocimiento simbólico que es también una pertenencia social a un linaje, una filiación con los lazos afectivos, los deseos y los ideales, los deberes y los derechos. En el nacimiento de un niño se experimentan y se reacomodan las relaciones de los nuevos padres con la generación que los precede, a través de una identificación más completa con el fin sexual y con una toma de distancia autónoma. Para el niño, la filiación instituye una clase portadora de transmisiones. [...] La antropología moderna mostró con Héritier-Augé que todas las sociedades sin excepción estructuran sus sistemas de parentesco según los ejes reconocidos por el psicoanálisis; la diferencia de sexos, la diferencia de las generaciones (así como las sustituciones que se realizan por las diferencias de edad) y la dominancia masculina por la cual se puede designar la función simbólica del padre (pp. 32, 33). En el marco de la psicopatología, podemos observar diferentes rupturas del sistema de filiación que tienden a realizarse en las escenificaciones imaginarias de autoengendramiento, neoengendramiento y partenogénesis. Estos fantasmas de omnipotencia son expresiones de la desmentida de los orígenes del sujeto, de forma gradual o parcial, con uno o con ambos progenitores. En el caso de Javier, el proceso de su desidentificación como el doble consanguíneo y hermano ominoso del padre se manifestó en el cese de la rumiación de sus reproches y furias, que exteriorizaban la hipermnesia del rencor. Ese rencor, al mismo tiempo que sostenía el mecanismo de la desmentida de su pertenencia al sistema de filiación, lo retenía en un interminable desafío tanático. La provocación fue lenta y progresivamente abandonada, y cedió paso a la confrontación generacional y fraterna. Estas mutaciones operaron como un punto de inflexión en Javier, a partir del cual depuso su rol adolescente de víctima inge167

nua y tomó una posición activa: la de agente responsable que afronta la construcción compleja y jamás concluida de su propia identidad.

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11. La memoria del rencor y la memoria del dolor en un adolescente adoptivo

Mi memoria, señor, es un vaciadero de basuras. Borges, "Funes el memorioso"

El resentimiento y su nexo con la temporalidad y el poder nos permiten diferenciar la memoria adictiva del rencor de la memoria del dolor. La memoria del rencor se atrinchera y se nutre de la esperanza del poder de un tiempo de revancha por venir, mientras que la memoria del dolor se continúa con el tiempo de la resignación. No se basa ciertamente en la subestimación del pasado, ni en la amnesia de lo sucedido, ni en la imposición de una absolución superficial, sino en su registro como hecho histórico asumido con pena, con odio y con dolor como inmodificable y resignable, para efectuar el pasaje hacia otros objetos, lo cual posibilita procesar un trabajo de elaboración de un duelo normal. La memoria del dolor admite el pasado como experiencia y no como lastre; no exige la renuncia al dolor de lo ocurrido y lo sabido. Opera como un no olvidar estructurante y organizador —pulsión de vida mediante—, como una señal de alarma que protege y previene la repetición de lo malo y da paso a una transformación y a una renovada construcción. Es la memoria un gran don, calidá muy meritoria; y aquellos que en esta historia sospechen que les doy palo, sepan que olvidar lo malo también es tener memoria. José Hernández, Martín Fierro 169

En cambio, la repetición en la memoria del rencor reinstala —pulsión de muerte mediante— la compulsión repetitiva y hasta insaciable del poder vengativo. En el rencor, la temporalidad presenta características particulares: manifiestamente, una singular relación con la dimensión prospectiva. La repetición es la forma básica de interceptar el porvenir y de impedir la capacidad de cambio. La memoria del rencor, a diferencia de la memoria del dolor, está regiOda no por el principio de placer-displacer ni por el principio de realidad, sino por el principio del "tormento". El sujeto rencoroso (resentido y remordido) es un mnemonista implacable. No puede perdonar ni perdonarse. No puede olvidar Recordemos que Freud dice que el neurótico no sufre de recuerdos sino de reminiscencias. Esto tiene la apariencia de ser una mera distinción terminológica, una distinción incluso filosófica, ya que el término "reminiscencia" ha sido tomado de Platón. Sin embargo, es de una extrema profundidad. ¿Qué quiere decir este término, "reminiscencia", tanto en la teoría de Platón como en la de Freud? La reminiscencia es un recuerdo sin sus orígenes, cortado de sus raíces. Se trata de algo vago, a veces; recuerdo, diríamos, de otra vida, de otro planeta. Un recuerdo sin saber de dónde viene, sin saber incluso que se trata de un recuerdo. El neurótico sufre de algo que proviene del pasado pero que no está ligado a él, sino que está allí y lo hace sufrir en el presente.

Los usos del olvido y las formas de la memoria: de la memoria del rencor a la memoria del dolor Algún necio humanista podrá decir lo que quiera; pero la venganza ha sido desde siempre y seguirá siendo el último recurso de lucha y la mayor satisfacción espiritual de los oprimidos. Zvi Kolitz, Rákover habla a Dios El rencor abriga una esperanza vindicativa que puede llegar a operar como un puerto en la tormenta en una situación de desva-

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limiento. Como un último recurso de lucha, tendente a restaurar el quebrantado sentimiento de la propia dignidad, tanto en el campo individual como en el social. El poder del rencor suele promover no sólo fantasías e ideales destructivos. No se reduce únicamente al ejercicio de un poder hostil y retaliativo. También puede llegar a propiciar fantasías e ideales tróficos, favoreciendo el surgimiento de una necesaria rebeldía y de un poder creativo, tendentes a restañar las heridas provenientes de los injustos poderes abusivos originados por ciertas situaciones traumáticas. El sentido de este poder esperanzado opera para contrarrestar y no sojuzgarse a los clamores de un inexorable destino de opresión, marginación e inferioridad. Estas dos dimensiones antagónicas y coexistentes del poder del rencor se despliegan en diferentes grados en cada sujeto, y se requiere reconocerlas y aprehenderlas en la totalidad de su compleja y aleatoria dinámica. Si el sujeto sólo permanece fijado a las ligaduras de la memoria del rencor, quedará finalmente retenido en la trampa de la inmovilización tanática del resentimiento de un pasado que no puede resignar. Pasado que anega las dimensiones temporales del presente y del futuro. Sólo el lento e intrincado trabajo de elaboración de los resentimientos y remordimientos posibilitará un procesamiento normal de los duelos para efectuar el pasaje de la memoria del rencor a la memoria del dolor. A partir de este procesamiento, el sujeto rencoroso depondrá su condición de inocente víctima que reclama y castiga, y logrará acceder a la construcción de su propia historia como agente activo y responsable, y no como reactivo a un pasado que no puede olvidar ni perdonar.

Resentimiento y odio Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y que las obedecemos sin saberlo. Vincent van Gogh, Cartas a Theo 171

En "Pulsiones y destinos de pulsión", Freud (1915b) pone de manifiesto una teoría metapsicológica de la agresividad. La conversión aparente del amor en odio no es más que una ilusión: el odio no es un amor negativo; tiene su propio origen en las pulsiones de autoconservación, mientras que el amor se origina en las pulsiones sexuales. Su tesis central es que los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse. Y además asevera que el objeto es conocido inicialmente por medio del odio: "El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos." El odio permite al sujeto un enfrentamiento con el objeto y su ulterior desligadura; desligadura que promueve la génesis y el mantenimiento de la discriminación en las relaciones de objeto. En cambio, el odio se muda en resentimiento cuando es reforzado por la regresión del amor a la etapa sádica previa, de modo que el resentimiento cobra un carácter erótico y se perpetúa un vínculo sadomasoquista; además, el resentimiento produce una serie de construcciones fantasmáticas que a la vez lo sustentan. El contenido de representación de las escenificaciones imaginarias inherentes al resentimiento se halla al servicio del apoderamiento y la retención del objeto para poder desplegar sobre él sus mociones de venganza o para neoengendrarlo y moldearlo según un modelo ideal diseñado a imagen y semejanza del Hacedor. Éste ejerce pigmaliónicamente una relación de dominio sobre el otro mediante el despliegue de sus poderes mágicos y castigadores, con la finalidad de garantizar la presencia incondicional de un objeto parcial o total, desvalido y dependiente de un A m o y Señor. Recordemos que la palabra "emoción", que deriva del latín movere, significa "poner en movimiento", y que "afecto" —tomado del latín affectus, participio pasivo de afficere, derivado de facere, "hacer"— es poner en cierto estado. El resentimiento promueve un movimiento circular y repetitivo. Resentimiento es volver a sentir ciertas injurias narcisistas, edípicas y/o fraternas que no se pueden o no se quieren olvidar ni am-

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nistiar; remordimiento es volver a morder o morderse por el accionar del poder de una culpa singular, repetitiva, que se caracteriza por ser siempre pródiga en nuevos desquites revertidos sobre la propia persona. En cambio, el odio puede promover un movimiento centrífugo de la libido, oponiéndose a la circularidad regresiva y sádica del rencor, y permitiendo entonces la discriminación del objeto y su recambio ulterior. Mientras que a partir del resentimiento surge una agresión vengativa, a partir del odio puede llegar a desatarse una agresión al servicio de la desalienación, liberando la agresión hacia nuevos cometidos y ligándola a nuevos objetos que reabren una diferente espacialidad y temporalidad; en este sentido, odiar puede vincularse con los propósitos de Eros. Aunque en ciertos casos el odio, que raramente se encuentra en forma pura, puede promover desde un alejamiento y una indiferencia ante el objeto hasta la hostilidad despiadada y cruel (Kancyper, 1992c). En "Duelo y melancolía", Freud (191 7a) señala la importancia de la ambivalencia entre amor y odio como una de las premisas de la melancolía. En cambio, yo considero que la ambivalencia entre el amor y el resentimiento, y no la oposición entre el amor y el odio, opera como una de las premisas fundamentales en el desencadenamiento del automartirio y del desquite de los objetos originarios desplazados sobre los objetos actuales. Las batallas de ambivalencia de amor y de odio pueden llegar a interferir la elaboración del duelo, pero éste se paraliza cuando el resentimiento y el remordimiento reemplazan al odio en el complejo proceso del duelar. Para citar un ejemplo, transcribiré algunas sesiones de Julián, quien presentaba una elaboración rencorosa de sus tempranos traumas y duelos de los orígenes y por los orígenes.

¿En dónde nací yo? Julián tenía 13 años en el momento de la consulta. Sus padres me habían pedido una entrevista con carácter de urgencia, relatándome por teléfono la severa situación del cuadro clínico del hi173

jo, que había desconcertado no sólo a ellos sino también a varios profesionales. El médico clínico, el neurólogo y el psiquiatra, luego de un minucioso estudio, descartaron finalmente la posibilidad de la existencia de factores orgánicos en los ataques convulsivos que se presentaban varias veces durante el día, sin pérdida de conciencia, y que eran además espantosos por la dramaticidad y por el peligro que acarreaban. Estos ataques comenzaban con contracciones leves en la cara, que se extendían luego a los brazos y, finalmente, perdía el equilibrio motor. Se caía y, con fuertes movimientos tónico-clónicos, se libraba una lucha en su cuerpo, un combate entre fuerzas antagónicas que se anudaban entre sí con contorsiones caóticas durante varios minutos, escenificando fantasías de una elevada mortificación psíquica y originando una situación de desesperación y desconcierto en sus padres y profesores. Estas manifestaciones corporales comenzaron a presentarse primero ante la puerta del colegio, luego dentro del aula y en la casa. Cedían durante los fines de semana y recomenzaban nuevamente los domingos por la noche. Corría el mes de junio, y había fracasado en los exámenes en todas las materias en el primer año del colegio secundario. El tema del aprendizaje había sido desde tiempo atrás un "tormento" familiar; lo llamaban "el contra". Nunca aceptaba las reglas que se le imponían. Todo era no. Vivía peleándose con los chicos y con los padres. Mentía con frecuencia. Tuvo encopresis hasta los 6 años. No respetaba las pautas de aprendizaje. Ya tenía en su haber dos tratamientos psicoanalíticos previos. Presentaba resistencias para comenzar un nuevo tratamiento, pero estaba dispuesto a intentarlo. Para mí resultó, desde el vamos, un desafío terapéutico. Yo sabía, por el colega que me derivó la consulta, que Julián era hijo adoptivo. Los padres me ocultaron ese dato y recién lo comunicaron en la tercera entrevista. Julián es muy simpático y afectuoso, me expresa que es desconfiado y que no tiene la menor idea de lo que le pasa ni por qué le pasa. Pero sabe que le pasa. Está asustado y deprimido, y muy enojado con el médico psiquiatra que lo medica: "Si vuelvo a ver-

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lo, le estampo una piña a ese pelado. No quiero continuar más con la medicación"; y acepta "probar" tener conmigo una serie de entrevistas. Los ataques convulsivos se acompañaban además de cefalalgias persistentes y de deshidrosis en las palmas de las manos, que se agudizaban durante el período de los exámenes trimestrales. Desde los comienzos se había establecido un campo analítico de transferencia positiva en el que circulaban afectos tiernos.y respetuosos. Destaco el adjetivo "respetuosos" porque considero que en la transferencia asumí ante ellos la figura respetuosa que tenía el abuelo de Julián. Este abuelo ya fallecido, padre del padre, era recordado con cariño por todos. Transcribo a continuación dos fragmentos de sesiones de su primera etapa de análisis. ¿En dónde nací yo? Tendría que averiguar quiénes fueron los hijos de puta que me dejaron. Creo que debe estar en los papeles de adopción. Pero no tengo acceso a esos papeles. Si se lo pregunto a mi mamá, ella se va a deprimir, pero no es mala idea hacer la investigación, averiguar quiénes fueron. A mime quedaron picando en mi cabeza las ganas de saber quiénes fueron. Este año ya tuve ocho citaciones en el colegio, porque me las agarro con todos. Le juro que si los encuentro les digo de todo, los mato, los corro por todos lados y los meto presos. /Hijos de puta!, por culpa de ellos me jodieron la vida. Si no me querían tener, ¿para qué me tuvieron? Sería bueno hacer una investigación, pero no sé por dónde empezar. ¿Habría que hablarle a mi mamá de esto, o con los dos? Yo se los planteé alguna vez, y mamá me dijo que no toque más el tema porque nos lastimamos todos. Ellos saben más de lo que dicen. Habría que averiguarlo, pero necesito que alguien hable con ellos y que no sea yo. Yo no me animo a decírselos, ¿vos podrías hacerlo? Mamá se va a angustiar mucho, pero papá no, él es de hierro (pausa). ¿Será por esto que yo vivo desafiando? Papá dice que yo siempre desafío y soy muy duro. Que yo hago mi mundo y no acepto reglas. Desde chiquito fui así. Él me decía: "Hay

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una sola forma de sumar 2 más 2", y que yo no lo voy a cambiar. Y yo quiero cambiarlo, a mi forma. Julián no puede admitir que su novela familiar es compleja y compuesta, que en ella intervienen dos pares de padres: los que lo han engendrado y los que lo han adoptado. No obstante, él quiere cambiar esta sumatoria o no los puede sumar, o no acepta sumarlos. El exceso de la presencia de los genitores ausentes le impide efectuar el pasaje de la memoria del rencor a la memoria del dolor. Rencor que paraliza el proceso de los duelos por los orígenes y que lo retiene en la esperanza de la venganza y del poder retal iativo: "Le juro que si los encuentro les digo de todo, los mato, los corro por todos lados y los meto presos. ¡Hijos de puta!, por culpa de ellos me jodieron la vida." En la Torá —me dijo en una sesión posterior—, dice que cada persona tiene un lugar determinado, un objetivo al que llegar. Nadie sabe cuál es su destino. Yo no sé a qué vine a esta tierra. Por algo vine. Uno siempre viene a hacer algo, y eso es el destino. Yo no sé. ¿Para qué vine al mundo? Pero estoy en busca de eso. Por una época quise ser médico, ahora quiero ser veterinario como jack Hanna, para que los animales anden sueltos. Hace poco, también quise ser administrador de empresas para realizar mi ilusión de dominar el mundo. Uno siempre viene a hacer algo. Si usted no hubiese venido al mundo, yo no hubiera estado en este momento con usted. A lo cual yo le respondí: Si, es cierto, en este momento estás conmigo, y yo con vos. Estamos aquí juntos en la sesión; pero me llama la atención que hoy llegaste bastante tarde. ¿Será que también el desafío va a triunfar sobre nosotros, y uno de nosotros dos va a quedarse en el lugar del abandonado? Se sonríe, me mira fijo y dice: Te digo que antes mentía. Ahora no miento más, nunca más. Es verdad. Hoy no tenía ganas de venir. Me acordé de los otros tratamientos que había empezado y dejado y me dije: "No, no voy a cometer el mismo error. No voy a dejar el tratamiento", y me vine, aunque sé que llegué tarde. Me sonríe con picardía y me extiende su brazo, y yo le 176

respondo con el mío, y en lugar de tensar nuestros brazos como en una pulseada entre dos desafiantes en pugna, en la que finalmente uno es vencido por el otro, sumamos nuestras fuerzas en un pacto analítico para intentar, entre ambos, desanudar los traumas pretéritos y los duelos congelados. Y le señalo que existe una forma diferente de estar juntos. No únicamente desde la memoria del desquite por el ayer, sino a través de un trabajo con él y con sus padres, para poder entre todos enfrentar los sufrimientos de antes pero también los conflictos actuales, y poder así avanzar como agente activo y no como mera víctima para conquistar su propio destino. Según Pelento (1998), "los duelos acontecidos en la primera infancia no pueden recuperarse a través del recuerdo, lo que exige un trabajo psíquico extra: el trabajo de saber y no de recordar. Saber para ser". Trabajo de búsqueda de indicios, señales y comentarios hechos por otros, para saber acerca de lo acontecido en relación con el objeto de amor perdido. Trabajo de simbolización que dependerá a la vez del efecto generado en el contexto familiar. El posicionamiento simbólico de los adultos puede inducir, exacerbar u obstruir la pulsión epistemofílica, la que empuja a un examen de la realidad con el deseo, en parte ilusorio, de llenar un vacío de imagen y de saber. En cambio, Julián es "trabajado" por el duelo de los orígenes que le tocó vivir y que le promovió un trabajo psíquico agregado: el trabajo de no querer saber y de intentar desmentir sus orígenes. El mecanismo de la desmentida se ve facilitado cuando se le niega al niño información, o cuando se participa de un pacto de silencio con algún progenitor para desmentir la prueba de realidad. Pero la posibilidad de elaborar una pérdida requiere precisamente la prueba de realidad, la que desata el proceso del duelo y el establecimiento de la categoría de presencia y ausencia. Categoría fundamental porque revela que el niño puede transitar por una experiencia de dolor psíquico. Viñar (2002) señala que la minusvalía del adoptado no es por lo que le falta en Ja biología, sino por lo que le sobra como estig177

matización social (y, sobre todo, internalizada). El asunto central es la constitución de algo radicalmente inconfundible, el significante negativo, exclusión radical que por eso mismo se convierte en acicate de una búsqueda sin fin y sin punto de llegada, y que a veces abruma. Julián permaneció abrumado por el trauma narcisista de la adopción, y también sus padres permanecieron anegados, tanto por duelos no procesados debidos al trauma de la esterilidad, como por las fantasías de robo y persecución ante los genitores y las amenazas de la sociedad. Situación particular de la adopción que no puede ser desconocida ni trivializada en la clínica por el analista, quien debe evitar la homologación del duelo de los orígenes con el duelo por los orígenes. En el trauma y el duelo construidos entre el hijo adoptivo y los padres adoptantes, al duelo de los orígenes —que es estructural y constitutivo a todo sujeto— se le suma y potencia un singular duelo por los orígenes. El duelo de los orígenes se relaciona con lo insimbolizable, con el enigma y la opacidad inherentes a toda historia, y opera además como motor de deseo de búsqueda de un reordenamiento identificatorio permanente. En cambio, el duelo por los orígenes guarda un nexo con la sempiterna y agonal ambivalencia entre la inmortalidad y la mortalidad que subyace en el sistema narcisista parento-filial. Pero en el caso de la adopción se pierde la posibilidad de sostener el anhelo de reinstaurar la continuidad biológica entre las generaciones, que confirmaría la indestructibilidad de los lazos sanguíneos, garantizando así la transmisión de la eterna inmortalidad. Por lo tanto, el trauma y el duelo del adolescente adoptivo están entretejidos con el trauma y el duelo de los padres adoptantes, que suelen ser resignificados con mayor intensidad que en otros adolescentes no adoptivos durante el ineludible acto de confrontación generacional para acceder a la plasmación de la identidad. La fantasía de ser hijo adoptivo está presente en la novela familiar de todo sujeto, fantasía de ajenidad; a través de ella, el niño satisface sus "deseos" de desasirse, por un lado, del poder parentai para acceder a investir otras figuras exogámicas. Por otro lado,

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devela el uso de la agresividad y de la desidealización para desinvestir la sobreinvestidura que había recaído sobre las figuras originarias, posibilitando el pasaje a nuevos modelos identificatorios. Pero este trabajo de desligadura y re-ligadura, de deconstrucción y reconstrucción de las identificaciones, es un trabajo de transformación asumido activamente por el yo. A diferencia del yo del hijo adoptivo, que pasivamente ha padecido la ruptura de la continuidad de la trama de su historia por el duelo por los orígenes generado a partir de la pérdida de sus padres genitores y su pasaje a los padres adoptantes. Duelos especiales en el adolescente adoptivo, que dependen íntimamente de los duelos procesados o no por los padres adoptantes ante sus propios traumas y duelos por la esterilidad conyugal y por la frustración ante la evidencia de la falta del encuentro espejado de sus rasgos corporales en el cuerpo de sus hijos. Estigmas corporales que testimonian la ajenidad y que reaniman la herida narcisista por la efracción en la continuidad sanguíneaintergeneracional, a la que se suma la estigmatización social. En muchos casos, la denominada "familia biológica" suele transformarse en una identidad amenazante para la familia adoptiva. El deseo de conocer acerca de aquélla vehiculiza el temor de que ese saber destruya los vínculos constituidos por el acto de adopción, confirmando la legitimidad de los lazos sanguíneos y la fragilidad de los simbólicos. Entre Julián y sus padres se había instalado un reiterado desafío tanático que cegaba sus ojos con encono y venganza. La ofensa y la arrogancia defensivas, por las tempranas situaciones traumáticas padecidas, cosían sus párpados con hilos de acero. Sus heridas narcisistas volvían a reinfectarse por la resignificación de los duelos de los orígenes y por los orígenes en sus actuales padres adoptantes. Éstos requerían, a la vez, procesar sus duelos por la adopción. Duelos no resueltos, que se habían silenciado durante los años de la infancia de Julián y que también se habían resignificado en este período de la adolescencia, con dolor, desilusión y una desatada agresión, generándose entre ambos una insistente provocación sadomasoquista parentofilial.

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En una entrevista con ambos padres, la madre comenta: El comportamiento que tiene Julián con nosotros es para mí como una amputación. Tengo un dolor profundo. Me siento defraudada, abandonada por él. Me da mucha rabia el trato que nos da. Nos hace todo subrepticiamente. Su agresión me da mucha violencia. ¿Por qué no mira todo lo que encontró en nosotros y le hemos dado? Nuestras posibilidades de accionar ahora sobre él son más limitadas por su propio crecimiento. No es lo mismo enfrentarse en estas situaciones que cuando él tenía seis años. El está convencido íntimamente de que tiene razón en todo lo que dice y hace, y no tiene ningún empacho con amenazarnos que quiere irse de la casa y que no quiere vivir más con nosotros. Para cada cosa tiene el argumento perfecto (llora). Me siento muy desmoralizada, con la sensación de no haberle sabido transmitir un mínimo de responsabilidad. Nunca logré que incorpore ciertas pautas. De chico siempre mentía o contaba cosas fantasiosas pero no estaba en la realidad. El padre agrega: Toda la actitud de este "tipo" es para romper, para desgarrar la cohesión familiar. Se me hace la imagen de un toro que golpea con los cuernos sobre la pared. Las cosas que él hace meten ruido. Hay momentos que a este "tipo" no lo aguanto más. Me dan ganas de abrirle la tranquera y que se vaya. Le señalo al padre que me llama la atención que no nombra al hijo por su nombre, sino que lo llama "este tipo" y que además reemplaza la palabra "puerta" por "tranquera". El me responde: Sí, cuando se pone violento, lo veo como si fuera un potro salvaje, y lo único que quiero es que se vaya en ese momento. Estoy harto de él y me siento desgarrado. La presencia de la pérdida temprana de un progenitor o de un hermano promueve fenómenos transferenciales y contratransferenciales particulares, tanto en el niño y el adolescente como en los padres y en el analista, determinando procesos analíticos intrincados, por la presencia de una complejidad particular de traumas, duelos, identificaciones y síntomas especiales originados durante las primeras etapas de la constitución del psiquismo. Pe-

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ro en el caso de Julián se habían agravado los destinos de sus duelos y traumas construidos con los padres, por la insistencia compulsiva en él de la mentira, de la oposición al saber y de la sed de venganza. Elementos que se habían cristalizado en un tipo de carácter dilucidado por Freud en el año 1916, al que designó con el nombre de "las excepciones". Julián se había posicionado ante sí mismo y ante los demás como un acreedor rapaz. Vivía de sus reclamos de resarcimiento, como de una pensión por accidente, sin saber ni por asomo el fundamento de sus pretensiones. La pretensión de excepcionalidad se enlaza íntimamente con tempranas afrentas al narcisismo, por el cual se exige total resarcimiento. Dicen que han sufrido y se han privado bastante, que tienen derecho a que se los excuse de ulteriores requerimientos y que no se someten más a ninguna necesidad desagradable, pues ellos son excepciones y piensan seguir siéndolo (Freud, 1916a). Considero que en estos casos el analista se halla expuesto a permanecer seducido por el estado traumático y de identificación del niño adoptivo y de los padres adoptantes, remontando todo el sufrimiento psíquico a los tiempos pretéritos. De ese modo, la adopción puede llegar a operar como un baluarte en el proceso analítico, para eludir precisamente los conflictos actuales y actuantes con la propia sexualidad y agresividad consigo mismo, con los otros y con las demandas del medio social. Otro riesgo es transformar la adopción en una categoría nosográfica, en una entidad particular, extrayendo de la situación traumática una subidentidad defensiva. Chasseguet-Smirgel (1987) señala que con frecuencia ciertos pacientes necesitan transformar el dolor y la tensión de la herida o trauma narcisista (que resulta imposible de borrar) en una búsqueda ilimitada de excitación, para evitar así la elaboración psíquica de esa tensión que, de permanecer ligada a la herida narcisista, habría dado origen a afectos intolerables. La descarga de la excitación preserva al mismo tiempo la au181

toestima a través de fantasías y mociones de venganza, en la que, a través del triunfo del desquite, se ejerce una relación de dominio sobre el otro por lo padecido pasivamente. La búsqueda de la excitación constituiría sobre todo un repetido esfuerzo por movilizar todo el aparato somatopsíquico, con el fin de evacuar las tensiones y, por lo tanto, está vinculada con la propensión al acting out (Chasseguet-Smirgel, 1987, p. 778). Las manifestaciones convulsivas con las que se presentó Julián operaban enigmáticamente como unas máscaras que, al mismo tiempo que encubrían, ponían al descubierto su lacerante vulnerabilidad narcisista. El incumplimiento de la satisfacción de los ideales parentales y propios acerca de su rendimiento intelectual se había transformado en condena, sentencia y mandato mortíferos. La caída de sus ideales desmesurados de perfección y sus fracasos reiterados en sus relaciones amorosas deprimieron severamente su Selbstgefühl. No podía hacer el duelo narcisista por esa imagen grandiosa, y este duelo ha sido traumático si admitimos que lo que define al trauma es el efecto desorganizador sobre los aparatos mental y somático. Los traumas se definen por la cantidad de desorganización que producen. Julián padeció de un prolongado estado de depresión, a consecuencia de la tensión originada entre las aspiraciones narcisistamente cargadas, por un lado, y la incapacidad real o imaginaria de alcanzar esas metas, por otro, provocando en él un elevado sufrimiento psíquico, acompañado de angustias, vergüenza, remordimiento y necesidad inconsciente de castigo. La compleja y gradual elaboración de estos traumas y duelos narcisistas y edípicos que participaban en la producción de los síntomas y las identificaciones patógenas posibilitaron la superación de sus síntomas corporales y el reingreso al colegio, con la condición de rendir las materias a fin de año. Con la aceptación, por parte de Julián, de permitir ser ayudado por profesores particulares, rindió sus exámenes y pasó al segundo año, en el que se afirmó en el aprendizaje y en la socialización. Pero, al comenzar el tercer año, Julián tuvo repetitivos fracasos

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amorosos que resignificaron sus traumas y duelos tempranos no resueltos. Acompañado ahora por un grupo de compañeros del colegio, retornó —aunque en menor medida— a reiterados actings out, provocando a los profesores y a sus padres, y oponiéndose al estudio. Transcribo a continuación momentos de las sesiones individuales, luego de una entrevista que mantuve con Julián y sus padres en forma conjunta, hecho desencadenado por una serie de mentiras que ponían en peligro la continuidad de su pertenencia al colegio y la prosecución de su proceso analítico. Yo siempre mentía. En la primaria escondía las notas. Nunca me interesaba saber. Siempre me aburría y molestaba a los chicos. No podía concentrarme. Miraba el reloj para saber cuándo tocaba el timbre. Ni tenía amigos porque fabulaba y al final no me creían. Tenía fantasías exageradas y perdía la confianza de mis compañeros. Pero las mentiras me salían solas. Salía sola, la actuación. No reflexionaba lo que iba a decir. Uno para mentir lo tiene que pensar. Yo no lo pensaba. Lo hacía permanentemente y era como un hábito. Siempre fui así, antes era peor y por mucho tiempo. No quiero que exista más. Porque ya sale sola la mentira. Cuando me siento en apuros fluye. No sólo miento a los demás, sino a mí mismo cuando necesito encontrar una solución. Por ejemplo, digamos que yo me corté y me digo que no me corté. Pero los otros ven la sangre y que me corté, yo no lo quiero ver, para que no exista más. A: ¿Qué es lo que querés que se corte? La mentira. No quiero que exista más. A: ¿Qué pasa con la mentira aquí, entre nosotros dos? Yo sé que vos no vas a contar a nadie lo que te digo y, como sé que no vas a decir la verdad mía a mis amigos, yo te cuento verdades mías para que haya una solución mejor. Para que pueda cambiar algo. Cuando yo digo la verdad, temo que haya una consecuencia para mal. Pero es peor. Hay un refrán que dice "La mentira tiene patas cortas". Pero al final el otro se entera. No hay manera. A: Supongamos que vos sos mi amigo. Yo te lo digo a vos y corro el riesgo que a vos se te escape. Como sé que a vos no se te escapa, te lo cuento. Pero me acuerdo que an-

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teayer me dijiste que para vos todos los mayores tienen sus caretas y que por eso no confiás en ellos. ¿Qué pasa con la careta en tu tratamiento conmigo? ¿Yo me pongo la careta, o vos te la ponés? ¿Es éste un tratamiento careta? No, la careta esconde la verdad. Yo no miento aquí. Pero me llama mucho la atención que hoy entraste sonriendo a la sesión y vos sabés que la situación del tratamiento está delicada. Tus padres ayer se cuestionaron con dolor para qué seguir con tu tratamiento, con el colegio pago y con los profesores de refuerzo, si finalmente la estafa le gana a la verdad. Ni digas esa palabra. Estafa. Me cae mal. A: Es la palabra que salió ayer en la sesión con tus padres. Pero con mis padres ayer se empezó a arreglar la cosa. Esta vez fue la gota que rebalsó el vaso. Hoy estoy contento porque hoy es mi cumpleaños y voy a poder festejarlo con mis padres. Pensaba que no me iban a perdonar las cagadas que me mandé. Entendé, Doc, antes era peor. Papá ayer te lo dijo. Hoy fui al colegio y estaba todo bien. A: No, no está todo bien. Eso es poner una careta a la situación. Y aquí tampoco está todo bien. Peligra la continuidad del tratamiento (pausa). Hace quince años que las cosas siguen saliendo mal. Nunca salieron bien. Cuando saliste, cuando naciste, no salió bien la situación de entrada con los padres biológicos, pero enseguida fuiste tomado y criado por tus padres actuales. Pasaron tres días, hasta que mis padres me tomaron, no sé si fue el 10 o el 9, y llegué el 13 a la casa de mis padres. Me contaron que me recibieron con una fiesta. A: ¿Sabés que pasó durante los tres días? No, no lo sé. A: Sería bueno que lo sepas. Te sugiero que lo preguntes para saber, para informarte mejor. ; Yo dejé de creer en todo. No me importa más la religión. Me desagrada. Estoy enojado en serio con eso que se dice de Dios, porque no existe. Dicen que supuestamente él quiere lo mejor. (Eleva el tono de de voz, empieza a gesticular con las manos. Yo comienzo a sentir una pena enorme.) No tengo nada. Porque no puedo ser feliz con mis padres. Siempre que llego a algo y lo tengo, me pregunto: "¿Para qué lo quiero?" A: Seguís queriendo tener a los padres que te engendra184

ron y sin darte cuenta te desquitás en tus padres actuales y en vos. En tu cuerpo y en tu mente. Siempre quiero tener lo que no tengo, y lo que tengo lo uso tres días y lo dejo. Me pasa lo mismo con las minas. Yo la adoro a Jacqueline y no sé por qué la cago con otras, y ella termina pateándome y me dice que no me entiende y que no soy confiable. Estoy enojado con Dios porque todo lo que dice es falso. Porque no hay Dios, no existe. Ni creo en nadie. Dios es como el viento. El viento sopla y se fue. Así todo lo que quiero se va, no existe. Es un fraude. A: Vos tenés algo de ese viento que sopla y que se va. Y yo también tengo algo de ese Dios que defrauda. No me da la impresión. Creo que no. A: Pero hay algo en que tal vez yo te defraudo. Aunque jamás te lo he prometido, yo no puedo ayudarte a encontrar a los que te han engendrado, pero sí revisar con vos qué es lo que te pasa con tus padres actuales, con tu hermano, con tu cuerpo, con tus sentimientos, con tus fracasos y logros en el colegio, con las minas. Julián, tu deseo de desquitarte sigue aún muy despierto y te retiene a vos en el ayer. Me pregunto si esta búsqueda tan imperiosa y necesaria tendría ante vos mismo y ante los demás algo de careta para tapar los conflictos tuyos actuales y para justificar el no enfrentamiento con un montón de cosas que te pasan hoy (pausa). Sí, yo ya lo sé. A la sesión siguiente Julián dice: Jacqueline fue un amor a primera vista. La vi y me pareció hermosa, hermosa. Ya ella yo le parecía lo mismo. Ella se quedó reenganchada conmigo y me la transé. ¡No lo podía creer! Soy un héroe, ella era mi objetivo de vida. Es la mejor del colegio. Es más buena que el pan. No existe mejor. Todos mis amigos me lo dicen, que soy un boludo porque la cagué. A los tres días la cagué con otra. Ni sé por qué lo hice. No sé si fue por bronca. Soy un estúpido. Hace un mes que ni me chateo con ella y no me la puedo sacar de la cabeza. Hoy la vi y le dije: "¿Por qué no me hablás?" "Porque no fuiste una buena persona conmigo. Por todo lo que me hiciste." Tiene toda la razón del mundo y me dijo: "Te quiero sacar de mi vida, porque todo lo que tuve con vos fueron problemas. Un problema tras otro." Yo le metí los cuernos. 185

A: ¿Vos le metiste los cuernos? Sí, varias veces, no sé por qué lo hago. A: ¿O la metida de cuernos es en realidad una careta que tapa tu propia desconfianza, tu dificultad para confiar, para amar y para que te amen? Así te parecés a un viento que sopla y que se va. Cuando todo está tranquilo, desconfío de que esté todo muy tranquilo. A: Desconfiás de la confianza, ¿y conmigo, qué pasa con la desconfianza? No sé, yo aquí me confío. A: Vos me dijiste en la última sesión que vos creés que naciste el día 10, y que el 13 te entregaron a tus padres actuales. Podríamos pensar que pasaron tres días de confianza con tu madre biológica, ¿y después de los tres días qué pasó? (Abre los ojos y se acerca a mí.) Cuando estaba bien con Jacqueline, duró sólo tres días y después de los tres días no era lo mismo que antes y nos separamos. A: ¿De quién me estás hablando? De Jacqueline. A: Y también de tu mamá biológica, con la que estuviste tres días y que luego se separaron. ¡Uy, uy, esto es muy fuerte! (S sonríe y se acerca un poco más a mí. Yo siento dolor en mi cuerpo y me conmuevo ante la sorpresiva formulación de mi propia construcción. Le pregunto si esa sonrisa no es en realidad una careta para no sentir otras cosas.) No quiero llorar. Yo siento por dentro. También durante tres días la buena relación con mis padres y después de los tres días, el lunes, empieza de vuelta todo mal. Descubro que el tres es para mí el número de la mala suerte. El sujeto resentido resignifica en los objetos actuales las mociones vengativas que estaban dirigidas hacia los objetos anteriores y, tras las máscaras del amar, ejerce el apoderamiento del otro Liebmachtigungy su aniquilación como sujeto. Si bien en un comienzo el acento de la pulsión de apoderamiento (Bemachtigungstrieb) recae sobre el objeto externo sin finalidad sexual, sólo secundariamente se une a la sexualidad, y su fin consiste en dominar el ob-

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jeto externo por la fuerza. Por otra parte, conviene señalar que, junto al término Bemachtigung, se encuentra en la teoría freudiana y con bastante frecuencia el de Bewaltigung, de significación bastante similar. Freud lo utiliza casi siempre para designar el hecho del control de la excitación propia, sea ésta de origen pulsional o externa, y ligarla (Laplanche y Pontalis, 1971). Si bien esta distinción terminológica no es absolutamente rigurosa, el apoderamiento asegurado sobre el objeto externo (Bemachtigungstrieb) puede operar como un intento defensivo ante la amenaza de peligro de la pérdida del gobierno y el control de la propia excitación (Bewaltigung) en el propio sujeto y ante la presencia de otro por el surgimiento de afectos y representaciones, tanto placenteras como displacenteras. En la realidad psíquica, los afectos crean objetos. Son precursores de fantasías e ideales. A partir de ellos se establece y propicia el ejercicio de variadas formas de poder (Kancyper, 1999). Así, a través del amor, el sujeto se une al objeto, y en el enamoramiento se fusiona con él. En el odio, se separa y discrimina del objeto, y en la envidia intenta su destrucción. El poder de la pulsión de dominio (Bemachtigungstrieb) reanima el sentimiento de omnipotencia infantil y reactiva el pensamiento mágico-animista, caldo de cultivo de un complejo sistema de ideales a partir del cual ciertos sujetos se elevan —sobreestimación narcisista mediante— a la condición de categoría de las excepciones (Freud, 1915b): detentadores de un poder omnímodo que les concede derechos para avasallar la inviolable órbita de la dignidad y hasta de la libertad del otro. Dorey (1986) asevera: El status metapsicológico de la pulsión de dominio es ambiguo en la obra de Freud. El dominio no puede ser considerado como la acción de una tendencia única, sino que corresponde a una formación compleja de la relación con el otro dentro de la cual se ubica en forma precisa la interacción dialéctica (Eros-Tánatos). La finalidad de esta relación es siempre el deseo del otro, en la medida en que resulta fundamentalmente ajeno y por su propia naturaleza

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elude cualquier posibilidad de ser capturado. Las organizaciones perversas y obsesivas representan dos modelos de este tipo. En la perversión el deseo del otro es capturado a través de la seducción; en la neurosis obsesiva el deseo se destruye en efecto por una operación de destrucción. Foucault (1991) señala que las relaciones de poder no obedecen a la sola forma de prohibición y de castigo, sino que son "multiformes". Nos advierte que uno de sus peligros, aun cuando esté al servicio de una causa justa, es que genera adicción... El resentimiento puede también operar como defensa, ejerciendo una función anti-duelo, porque abandonar ese vínculo objetal significaría "el derrumbe definitivo de la ilusión y la admisión de que se ha perdido real y verdaderamente el objeto" (Amati Mehler y Argentieri, 1990). Resurge el ejercicio del poder de dominio para destruir el deseo del otro como un intento defensivo, para cancelar o apaciguar la irrupción amenazante del dolor, de angustias (Freud, 1926) y de otros afectos y representaciones intolerables para el sentimiento de la propia dignidad y para el mantenimiento de la estructuración psíquica; retornando a la memoria del rencor para huir del enfrentamiento y de la asunción de la propia responsabilidad ante los conflictos actuales y actuantes. A diferencia de la memoria del dolor, la memoria del rencor reintroduce el tiempo circular repetitivo de los duelos interminables y comanda el destino trágico de los sujetos y de los pueblos. En efecto, los resentimientos y remordimientos conscientes e inconscientes, suscitados por el narcisismo de las pequeñas diferencias entre las religiones, los pueblos y las naciones, han originado y continúan aún engendrando una recurrente y ominosa cadena de venganzas.

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12. El muro narcisista/masoquista en un adolescente mellizo

Sin consideración, sin piedad, sin pudor en torno mío han levantado altas y sólidas murallas. Y ahora permanezco aquí en mi soledad. Meditando mi destino: la suerte roe mi espíritu; tanto como tenía que hacer. Cómo no advertí que levantaban esos muros. No escuché trabajar a los obreros ni sus voces. Silenciosamente me tapiaron el mundo. Kavafis, "Murallas"

La experiencia clínica nos ha revelado que el carácter dinámico de la situación analítica se registra simultáneamente en dos niveles: el contenido ideativo por un lado y la circulación afectiva por el otro. La dimensión afectiva es relevante en las interacciones que se dan momento a momento entre el analizante y el analista que escucha con tu mente y con sus afectos. Los afectos posibilitan dirigir una segunda mirada hacia el campo intersubjetivo y sirven de base o brújula para el entendimiento del discurso del analizante. Para lo cual se requiere mantener la actitud de atención flotante recomendada por Freud. Flotar en este sentido —decía W. Baranger— equivale a darme la libertad de asociar pensando a la par del analizante, pero también de poner a disposición del proceso una permeabilidad afectiva con el analizante y con uno mismo, que floten los afectos míos, que resuenen en mi cuerpo, que me pongan sobre aviso de lo que subyace en el discurso del analizante. A lo mejor se trata de crucigramas pero con cuerpo de por medio. 189

Recordemos que ya en 1920 Freud había observado: No quiero dejar pasar esta oportunidad sin expresar, otra vez, mi estupefacción por el hecho de que los seres humanos puedan recorrer tramos tan grandes y tan importantes de su vida amorosa sin notar mucho de ella y aun, a veces, sin tener de ella la mínima vislumbre: o que, cuando eso les llega a la consciencia, equivoquen tan radicalmente su juicio. Y esto no acontece sólo bajo las condiciones de la neurosis, donde estamos familiarizados con el fenómeno: parece ser lo corriente. [...] Así, nos vemos precisados a dar la razón a los creadores literarios que nos describen de preferencia personas que aman sin saberlo, o que no saben si aman, o creen odiar cuando en verdad aman. Parece que justamente el saber que nuestra consciencia recibe de nuestra vida amorosa puede ser incompleto, lagunoso o falseado con particular facilidad (Freud, 1920b, p. 159).

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Considero que, en este momento histórico signado por la obsolescencia rápida y fugacidad en la vida amorosa, asistimos a una creciente miopía de los afectos y a un aumento de la narcisización que, a su vez, incrementa un analfabetismo emocional. A continuación intentaré desarrollar los siguientes temas partir de la presentación del proceso analítico de un adolescente mellizo: a) El muro narcisista y masoquista comandado por los resentimientos y remordimientos propios e impuestos. b) La resignificación de los afectos en el adolescente y en sus padres. c) Las colusiones parento-filíales y sus efectos en la dinámica fraterna. d) La identificación reivindicatoría. e) El insighty las autoímágenes narcisístas. f) Epílogo: El analista como aliado transitorio del adolescente.

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Esaú y Jacob en la situación analítica En los relatos bíblicos y en las tragedias griegas, son los dioses los que mueven los destinos de los personajes. En el caso de Hernán, hermano mellizo de Román, son los efectos patógenos ejercidos por los procesos inconscientes los que lo condenaron a permanecer identificado en el seno familiar, en el lugar mítico de Esaú; como el primogénito despojado de derechos, pero impuesto a suscribir con el padre un contrato narcisista de inmortalidad y una colusión paterno-filial en contra de la madre y el hermano. Laura, su madre, de 45 años de edad, fue la que por propia iniciativa solicitó una entrevista diagnóstica: Doctor: Mi hijo Hernán está muy para adentro, sin incentivo alguno. Nada lo motiva. No participa en las reuniones familiares. En casa no emite sonido. Vive aislado. Se encierra muchas horas en su cuarto fabricando maquetas de aviones. Mientras que Román vive pasado de revoluciones. Es inquieto y curioso. Mis dos hijos son dos polos opuestos. Román es demasiado ambicioso y avasallador. El cree que no tiene que pedir permiso a nadie y que puede disponer de las cosas de su hermano como si fueran de él. Me exaspera el hecho de que Hernán no se hace cargo de lo propio; no lo cuida. No dice: Esto es mío, es de mi responsabilidad. Nosotros le dimos un coche a Hernán. Es de su propiedad, sólo de él. Pero no lo cuida y se deja avasallar por su hermano. Incluso cuando ve televisión, Román le puede cambiar el canal y él no se le opone. Entre ellos no discuten. No hay peleas. Hernán cede siempre su lugar. Al principio, siempre me ocupe de ser justa y equitativa con los dos. Me organizaba de tal modo que, cuando lo bañaba a uno primero, al otro día empezaba por el otro. Lo mismo hacía con la comida. No les di pecho, les di leche. Yo estuve muy atenta siempre. No quería marcar diferencia entre ellos. Hasta que a los dos años Román, tuvo convulsiones febriles por anginas recurrentes que terminaron con una enfermedad reumática. Allí perdí mi equilibrio y empecé a preocuparme muchí191

simo por Román, y sin darme cuenta lo desatendí bastante a Hernán. Además, Román era desde siempre muy demandante, y mi marido se dedicó más desde el vamos a Hernán. Hernán fue el mayor, el primero en nacer. Tiene rasgos semejantes a él. Me preocupa que, como a su papá, a Hernán le da todo igual. No reacciona. No pelea por sus cosas. Las deja pasar. En cambio, Román es todo lo contrario. Me exaspera verlo así a mi hijo. Le repito, doctor: yo no tenía preferencias, quería repartirme por partes iguales. Pero no sé qué pasó, que el padre siempre tuvo devoción por Hernán. Él lleva su mismo nombre. Cuando crecieron, le hablaba sólo a Hernán en la mesa y yo, para compensar, me dedicaba a Román. Trataba de hacer el contrapunto. Quería encontrar un equilibrio, pero en verdad me siento en falta con Hernán. Yo nunca me pude dedicar a uno con tranquilidad (pausa). Hace 5 años que estoy separada del padre de los chicos. Y esta diferencia que ya estaba entre ellos se acentuó. El padre cuando habla por teléfono pregunta directamente por Hernán, y a Román casi nunca le habla. Tampoco Román va a ver al padre. Doctor: necesito que lo vea cuanto antes a Hernán. No estudia nada de nada. Ni sale con amigos. Nadie lo llama. No practica deportes. Está robotizado.

El favorito Hernán tiene 1 6 años en el momento de la consulta. Es un adolescente muy delgado, de elevada estatura y portador de una mirada inteligente y a la vez huidiza. Admite que está muy mal y que no sabe el porqué. También comenta que jamás hubiera consultado por propia iniciativa. Me aclara que el padre no está de acuerdo con que él consulte a un psicólogo; pero que igual está dispuesto a probar conmigo, con la condición de concurrir solamente una vez por semana. Se expresa con fluidez y precisión, y con una marcada distan-

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cía afectiva. Jamás me tuteó en los cuatro años de su experiencia analítica. Yo sé que soy el favorito de mi padre. Él tiene preferencia por mí desde que nací. Yo estoy anotado, en el número de documento, antes que mi hermano. Mi número termina con el 79 y el de mi hermano con el 80. Nacimos por cesárea. Quizá el que nació antes es al que agarran antes. Pero de todos modos yo soy el primero, y él el segundo. No siento que mi mamá tenga preferencia por Román. No sé si demuestra su preferencia por alguno. No sé si la tiene por alguien. Tampoco me daba cuenta de la preferencia que tiene mi viejo por mí. Pero mi hermano sí que la sentía. Una vez él me dijo: "Papá te prefiere a vos"; y yo me quedé así, me pareció raro. Pero igual no sé por qué soy el favorito yo. Tampoco sé qué atributos tengo para ser el preferido. Analista: ¿Te sentís mal por ser el favorito? Preferiría que mi hermano no lo supiera. Tampoco sé si yo quiero ser el preferido de mi viejo. Yo no veo ninguna ventaja, ni ninguna desventaja. Puede ser que la desventaja es que mi hermano se enoja conmigo por eso. Yo nunca hice nada, ni tengo planeado hacer nada; nada de nada. A veces no sé lo que siento. Me da lo mismo. En otra entrevista comenta: La mayoría de las cosas que me hacen pensar, me hacen sentir mal. Trato de no pensar mucho en algunas cosas. Muchas veces evito el pensar porque no quiero sentir cosas malas. Yo no pienso en cosas buenas, ni siento cosas buenas. Yo no sé si tengo cosas. El padre se resistió a concurrir al consultorio pero, ante el reiterado pedido de Hernán, aceptó venir a una sola entrevista. Se presentó con una franca actitud querulante. Manifestaba oposición a que su hijo consultara por problemas emocionales porque, según su parecer, él no registraba trastorno alguno. El tema central de su discurso giraba en denunciar a su exmujer como la única causante del divorcio conyugal; y además había renun-

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ciado, aparentemente sin culpa, a que Román mantuviera algún vínculo con él. Desde el momento de la separación, el padre depuso su responsabilidad en la asistencia material de sus hijos. La entrevista que mantuve con Hernán y sus padres me evocó, en un principio, el mito de Jacob y de Esaú. Y comencé a cotejar las semejanzas y las diferencias entre los hermanos y sus padres con la dinámica estructural de los personajes en el relato bíblico. Desde los inicios se ponen en evidencia los influjos ejercidos por el singular complejo fraterno en los mellizos y su articulación con las dinámicas narcisista y edípica, por los particulares psicodinamismos que se entretejen, inconscientemente, entre los padres e hijos. Tanto en el mito como en la familia de Hernán, se presentifican las rivalidades encubiertas y manifiestas entre los sexos de la pareja, la división del "botín filial" entre ellos y las alianzas entre el padre y el hijo mayor, y entre el hijo menor y la madre; Pero, a diferencia del relato bíblico, en el que se instaló una colusión materno-filial entre Rebeca y Jacob, en este caso se estableció una colusión padre-hijo en contra de la madre y del hijo-hermano menor. En efecto, el padre de Hernán lo había investido narcisísticamente como a su elegido, como a su doble especular reivindicatorio. Hernán-padre, a semejanza del patriarca Isaac, padecía también de una ceguera, pero ésta era psíquica. No percibía el profundo padecimiento de su hijo. Tenía un escotoma mental que le impedía visualizar el profundo estado regresivo en el que su hijo permanecía retraído y dolido. Hernán-hijo había sido identificado a sobrellevar una misión reivindicatoría. Su deber consistía en saciar, en nombre de su padre y en su propio nombre, una insaciable sed de represalias. Esta colusión padre-hijo, en la que interviene un sistema heteróclito de identificaciones primarias, narcisistas, alienantes e impuestas por el padre y asumidas por Hernán, generaba en él un tormento de lealtades, interceptando los procesos de la narcisización y de la constitución y la elaboración de los complejos de Edipo y fraterno. Deseo aclarar que el abordaje terapéutico de un adolescente mellizo no supone modificaciones en la técnica, con respecto a 194

los ya conocidos y aplicados al adolescente en análisis en general. Pero resulta evidente, a partir de las entrevistas y de las sesiones que presentaré a continuación, que la situación de mellizos requiere ser historizada como un punto de partida importante, como un factor relevante relacionado con un singular complejo fraterno; pero no como factor único sino como otro entre los diversos factores determinantes del destino de una vida. Si bien la condición de ser mellizo tiene una potencialidad traumática, ya que existe de entrada y determina a su vez conductas particulares entre los hermanos y en la dinámica de los progenitores hacia ellos, sólo se convertirá en trauma en la medida en que el niño y sus padres no la puedan tramitar y, en consecuencia, pueda generar efectos paralizantes y desorganizantes en la mente y/o el cuerpo. Lo importante es que el analizante y el analista no conviertan la situación inicial de mellizos en una categoría particular que concede, a través de una serie de racionalizaciones, derechos y concesiones particulares, como para erigirse en una subidentidad de excepcionalidad. En estos casos, esta subidentidad puede llegar a tener un valor defensivo en la medida en que el sujeto logra armarse y anquilosarse a partir de ella, como una condenada víctima resentida y remordida, acreedora o deudora de un pre-fijado e inmutable destino.

El muro narcisista y masoquista del rencor En estas oscuras piezas, donde paso Días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo Para hallar las ventanas. —Cuando se abra Una ventana habrá un consuelo—. Mas las ventanas no están, o no puedo encontrarlas. Y mejor quizás que no las halle. Acaso la luz sea un nuevo tormento. Quién sabe qué cosas nuevas mostrará. Kavafis, "Ventanas" 195

Freud diferencia, en la Conferencia 26, "La teoría de la libido y el narcisismo", las neurosis de transferencia de las neurosis narcisistas. Esta distinción marcaría una línea divisoria entre lo analizable y los bordes de la analizabilidad. En ese mismo texto señala la oposición entre interés y libido, y describe el muro narcisista y las resistencias que se erigen para oponerse al cambio psíquico. Las neurosis narcisistas son apenas abordadas con la técnica que nos ha servido en el caso de las neurosis de transferencia. Siempre nos ocurre que tras un breve avance tropezamos con un muro que nos detiene. Como ya saben, también en las neurosis de transferencia tropezamos con barreras parecidas que oponía la resistencia, pero pudimos desmontarlas pieza por pieza. En las neurosis narcisistas la resistencia es insuperable; a lo sumo, podemos arrojar una mirada curiosa por encima de ese muro para atisbar lo que ocurre del otro lado. Por tanto, nuestros presentes métodos técnicos tienen que ser sustituidos por otros; todavía no sabemos si lograremos tal sustituto. Al describir la migración libidinal entre el yo y los objetos, Freud señala que, cuando la libido se vuelve narcisista, no puede hallar el camino de regreso hacia los objetos, pierde su movilidad, se obstaculiza y pasa a ser patógena. Dice: "Parece que la acumulación de la libido narcisista no se tolera más allá de cierta medida. Y aun podemos imaginar que se ha llegado a la investidura de objeto justamente por eso, porque el yo se vio forzado a emitir su libido a fin de no enfermar con su estasis" (Freud, 1914, p. 87). Las megalomanías en la paranoia, la manía y la melancolía, que en ésta toman la forma de delirio de insignificancia, son manifestaciones de la estasis libidinal en el yo por reflujo del narcisismo secundario. En " U n a dificultad del psicoanálisis", Freud (1917b) escribe: "Al estado en que el yo retiene junto a sí la libido lo llamamos narcisismo, en memoria de la leyenda griega del joven Narciso, que se enamoró de su propia imagen especular." Pero Hernán, lejos de enamorarse de su propia imagen especular, la aborrecía. 196

Sus autoimágenes narcisistas como representantes figurativos de su "sentimiento de sí" estaban sobreinvestidas de omnipotencia negativa. El era, según sus palabras, una "mitad" y una "nada". Él era el yo ideal negativo de otro doble especular y maravilloso, investido como el yo ideal positivo. Entre ambas mitades escindidas no se lograba configurar una unidad integrada. Hernán partía desde un certero lugar de impotencia y sufrimiento, acompañado de humillaciones morales y erógenas. Él era el verdugo de sí mismo: "Yo soy la herida y el cuchillo, la mejilla y el bofetón" (Baudelaire, 1982); el soporte de las fantasías de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b), revertidas sobre su propia persona. Estas fantasías y autoimágenes narcisistas lo condenaban a permanecer retenido dentro de un clausurado destino kafkiano de retracción e impotencia. No creo que esté deprimido, pero no quiero hacer nada. Siento que me falta algo, una vida. No porque crea que esté eso de no querer vivir, ni nada de eso. Le falta vivir a mi vida. Cuando digo "vivir", es tener más amigos, salidas, minas, un objetivo a futuro que me entusiasme. Quiero vivir la vida con más diversión. Yo tenía organizado para ser piloto. Sigo con la guitarra, con el profesor que me gusta mucho. Pero no sé qué es lo que me pasa, que llega un momento en que me desanimo y largo todo. También el estudio a mime pesa. Yo voluntariamente no hago lo contrario a lo que hace mi hermano. Pero obviamente las cosas salen así. Román no tiene problemas con las mujeres. A mí me gustan las mujeres, pero tengo dificultades que tienen que ver con la conquista o no sé cómo llamarlo mejor: con el levante. Él no tiene problemas con el levante (pausa). Ya estoy harto de las comparaciones. Me rompen las pelotas. Siendo mellizo, la comparación está siempre. Aunque no te lo digan. Mucho más que cuando tenés un hermano. Muchas veces no se habla de la comparaciones pero se las piensa.

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Hernán permanecía robotizado y retraído regresivamente, comandado por el rencor, en un doloroso mundo aislado y atormentado por representaciones y afectos hostiles contra sí mismo. Yo soy un resentido con la vida, para adentro. Me parece injusta la vida en realidad. Es que en realidad me merezco más de lo que tengo. Estas quejas y reclamos para adentro engrosaban el espesor de las paredes de su muro narcisista-masoquista. A lo largo del trabajo analítico con Hernán, pudimos colegir que él presentaba una severa afección narcisista, no por estasis libidinal, sino por una falta en la constitución inaugural del narcisismo. Sería una afección pre-narcisista, por carencias tempranas en el proceso de la narcisización originaria.

Algo y algia En "Introducción del narcisismo", Freud señala que "es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya". Freud no llega a especificar en qué consiste ese "algo" de la nueva acción psíquica. El nuevo acto psíquico tiene el valor de un cambio estructural: organizar las pulsiones parciales en una imagen unitaria del sí mismo. Aquí cobra fundamental relevancia cómo el infans ha sido mirado o no por la madre y la identificación con esa mirada. Lacan (1976) y Winnicott (1967) se han ocupado con profundidad de este tema. O sea que ese algo mantiene sus nexos con los efectos estructurantes, de ligadura, que provienen de las primeras relaciones de objeto. En el caso de Hernán, podemos colegir, a partir de las entrevistas que mantuve con ambos padres, que éstas habrían sido insuficientemente desarrolladas, originando fallas en 198

la textura psíquica temprana. Sustituyendo el "algo" por la "algia": el dolor de la nostalgia y del rencor primigenios por aquello que injustamente no se logró estructurar. Como si la presencia de la algia intentase reemplazar y obturar ciertas carencias tempranas. Teniendo en estos casos, la algia, una función de ligadura, de "pegar" la fallida estructuración del narcisismo originario; y formándose como consecuencia una neocreación. En lugar de erigirse un muro narcisista por estasis libidinal, se forma un muro narcisista-masoquista, elevadamente sobreinvestido para el sujeto porque, por su alto valor defensivo, opera como un guardián de vida para el sujeto. En estos casos, el masoquismo aporta a través de la formación cicatrizal del dolor, de la algia, una función vicariante de ligadura y de complementación para dar cohesión y estructura; conjurando el peligro de la fragmentación de las pulsiones primordiales, autoeróticas y operando como una neo-acción psíquica para que "el narcisismo se constituya" (Freud, 1914). Hernán permanecía retraído regresivamente en un muro-celda del rencor. Durante largas horas se autosecuestraba en su habitación, infligiéndose humillaciones con accesos de desaliento, desconfianza y dolor. El desánimo erosionaba su vitalidad y "lo convertía en una figura átona, cuasi-inanimada que impregnaba de manera muy honda las investiduras y gravitaba sobre el destino del futuro libidinal, objetal y narcisista" (Green, 1986). Su profundo desánimo generaba una ausencia de expectativa vital. Escindía y proyectaba masivamente la esperanza y la confianza en el posible cambio psíquico en mi persona, mientras que él se mantenía en la situación de un persistente desaliento. Yo me desaliento muy pronto. Cuando me desanimo, no puedo mantener las ganas. A mí me cuesta tener esperanza. Yo la veo, pero no creo lo que veo. Yo veo y sé que hay una forma de salida y que es fácil. Sé que la acción es algo sencillo, pero no siento que yo lo voy a cambiar eso. Yo sólo sé que no puedo. 199

Analista: Tal vez esperas que yo pueda y haga por vos, y que además te inyecte una buena dosis de esperanza en cada sesión. Sí, puede ser. Yo a la esperanza la veo, pero no la siento. Yo intento hacer cosas justamente para cambiar. Pero, al ver que las cosas que hago no salen bien, termino diciendo "Bueno, ¡qué sé yo! No sirvo para nada". En general, cuando me voy a dormir pienso que mañana voy a avanzar y a ver todo. Pero veo todas las cosas mal. Yo sé que es un mecanismo que tengo que cambiar, que tengo que ver las cosas buenas, pero cuando me comparo me superan las malas. A: Vuelve nuevamente el tema de la comparación. Yo creo que salgo perdiendo en la comparación con cualquiera, porque veo lo malo en mí. Yo veo que en la vida social Román tiene muchos éxitos, y esto es para mí lo más importante. Con el estudio no le va bien. Cambió otra vez de facultad. Ahora estudia teatro y va a talleres de literatura. Él no trabaja. Yo sí. Le digo que no es que yo no vea el cambio. Yo sé que puede ser de otra forma. Pero no veo que yo llegue a ser de otra forma. Tampoco digo que me sienta agotado. Pero hay días que sí. No tengo nada ordenado, ni en el estudio, ni en la vida. Las cosas no me salen bien. A: Tal vez tengas una fantasía, que yo sea como una especie de clon tuyo y que ejecute ciertas cosas por vos. (Se sonríe y sus ojos se cubren de pronto con una mirada juguetona.) Me gustaría, ¿por qué no? Que el clon vaya a los boliches y se levante a todas las minas. O que vaya a dar los exámenes por mí. Yo tengo un millón de cosas que me gustaría hacer y no las hago. Me gustaría aprender y hacer plastimodelismo, pero no lo hago bien. Pero con la guitarra me llevo bien. Es una de las pocas cosas que puedo y hago bien. A: Parecería como si, de pronto, en un momento dado, se mete de repente un palo en la rueda y te frena. No, en la rueda no. Se me mete un palo en el culo. A: ¿Y quién te puso ese palo? Me mira fijo, se pone serio y una voz grave dice: Yo estaba así; cuando miré para atrás.

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El sujeto que permanece refugiado y encerrado detrás de un muro narcisista-masoquista, comandado por resentimientos y remordimientos, se halla retraído en un mundo secreto de violencia en que una parte del sí mismo se volvió contra otra parte, en que partes del cuerpo fueron identificadas con partes del objeto ofensor, y además esta violencia resultó en extremo sexualizada (B. Joseph), con necesidades conscientes e inconscientes de castigo moral y erógeno.

El siamés imaginario y los vasos comunicantes Brusset señala que el análisis de la relación fraterna puede ser central en el trabajo psicoanalítico y que la observación objetiva de las interrelaciones afectivas no permite necesariamente detectar los procesos realmente determinantes que se organizan en relación al hermano. Que tenga, desde el punto de vista pulsional, un estatuto lateral no implica que juegue un papel marginal; muy por el contrario, puede favorecer una gran proximidad y conferirle un papel fundamental desde el punto de vista de la constitución del yo. La relación de objeto fraterna se distingue de las relaciones de objeto parentales por la operativización de la proyección (sobre todo bajo la forma de la identificación proyectiva) en la proximidad de una relación simétrica, próxima, inevitable, enfrentando directamente al sujeto con la alteridad de un objeto que es simultáneamente un doble de sí y un extraño. El racismo es lo opuesto, o si se quiere el contenido latente, de la ideología de la fraternidad. En la lógica de las relaciones fraternas querer comprender al hermano es intentar comprenderse a sí mismo, definirse en negativo, pero ¿cómo estar seguro de no ser él? Es conocida la broma de Mark Twain (Twin): "Yo tenía un hermano gemelo. Nos parecíamos tanto que, habiendo muerto uno de nosotros en el nacimiento, nunca pude saber si era él o yo..." El desdoblamiento narcisista está directamente figurado por los gemelos y la indiferenciación parcial por los "siameses". 201

El "gemelo imaginario", descripto por Bion (1967) a partir de numerosos casos, representaba las partes disociadas de la personalidad, personificadas de esta forma. Este doble puede ser buscado directamente en el analista. La capacidad de personificar las partes disociadas de la personalidad puede, según Bion, ser vinculada a la capacidad para formar símbolos, en el sentido en que M. Klein describe su importancia en el desarrollo del yo. La visión juega aquí un papel esencial (1987, p. 319). El "siamés imaginario" y la fantasía que describí de "los vasos comunicantes" representan las partes más indiscriminadas de la personalidad. Estas dos fantasías se escenifican en los sujetos que presentan un funcionamiento mental simbiótico en las relaciones de pareja y de familia. En la fantasía de "los vasos comunicantes", intervienen diferentes formas de sentimientos de culpabilidad que no se reducen sólo a la culpabilidad edípica; además se anuda a ella la culpabilidad fraterna y narcisista. A continuación transcribiré una sesión que titulé "El clon". A través de este significante, se ponen en evidencia momentos relevantes del trabajo de elaboración, superación y resignificación de estas fantasías, durante el proceso analítico de Hernán. Hernán: Sería bueno que haya un clon para que complemente todo lo que me falta a mí. Pero que ese clon sea yo, si no no tiene gracia. No otra persona sino yo mismo. Un clon en mí pero no en otro. Yo quiero un montón de cosas, pero no paso a la acción. Lo que me pasa es que me desaliento rápido. No tiene sentido que alguien haga las cosas por mí. No sirve que otro lo haga por mí. No sirve. Pero qué me pasa que directamente no hago las cosas. Le señalo que tal vez, al ser mellizo, mantiene una secreta esperanza de que su hermano sea para él, en su fantasía, como un clon y actúe por él. Esto que usted me dice, no lo sé. Lo que sí le digo es que nosotros no nos peleamos mucho. Le puede parecer raro,

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pero no nos saludamos. Saludarnos estaba de más. A veces pasa una semana que no lo veo y yo no lo saludo, ni él tampoco a mí. El hecho de no saber dónde está mi hermano no es porque no me importa, sino porque es su vida. Yo no voy a interrogar adonde va. Si dice adonde va, está bien y si no, no. Cuando mi vieja viene y me pregunta si él está en casa, yo no sé si está o si salió; y ella se enoja y no lo puede entender. Desde que tengo memoria siempre fue así. Lo que pasa es que no había necesidad de saludarnos. Si nos veíamos todo el día. Saludar estaba de más. Compartíamos los mismos amigos, la escuela. Siempre estábamos juntos. Le interpreto que tal vez los dos no se diferenciaban bien, y los dos eran una suerte de uno, o el otro una parte de uno mismo. Uno no saluda a una parte del propio cuerpo. Esa parte es propiedad de uno mismo y ejecuta funciones para uno. (Se representa así la fantasía del siamés imaginario y de los vasos comunicantes.) Él tiene mi misma sangre. También él es A positivo. Yo no le puedo decir a usted, ni sí, ni no. Puedo decirle que su teoría explica bien, pero no le puedo decir: sí. Le interpreto que además el hermano, por lo que él me describe, está permanentemente en acción, cambiando de amigos y de estudio, y ya trajo a la casa varias parejas; y que, además de vivir acelerado, parece estar muy entusiasmado, mientras que vos... Sí, usted me explica el fenómeno, bien. La teoría explica perfectamente que uno sería el opuesto del otro. Pero es algo que yo no pienso, que yo no hago por oponerme a él. Yo elegí estudiar ingeniería electrónica, no porque él ahora estudia teatro y literatura. Si hay algo detrás de todo eso, no lo sé. No le puedo decir que yo quería ser lo opuesto de Román (pausa). Yo creo que mi hermano podría haber sido otro, pero yo hubiera sido igual. Yo no soy el opuesto a él. Creo que está muy lejos de eso. Creo que yo soy así por un montón de cosas (pausa). Yo a mi hermano no le decía nada, porque no quería discutir con él. Él era como una pared; y a mí no me daba ganas de empujar. 203

Él cambió algunas cosas, porque él quiso cambiar. Yo no le dije nada porque creía que no iba a lograr nada. El accionar que tiene él es parte de su personalidad. Él es así. Pero no es tan molesto, por lo menos con mis cosas. No sé si con otras personas será distinto. Cuando se trata del otro, me parece que por lo que le pueda decir no se consigue nada. Yo nunca le puedo afirmar su teoría. Digo teoría no para descalificarlo. Yo no tengo una explicación tan general como para descartarla. Como teoría me cierra, pero no la haría ley. No tengo una explicación tan general como para contradecirlo a usted. Me mira fijo y sorprendido. Registro una circulación afectiva inédita en la dinámica de la sesión. Una diferente atmósfera emocional de distensión, como consecuencia del cese de la sofocación de la agresión y de los afectos de amor y ternura. Como si recién, luego de las múltiples batallas en el combate analítico del campo dinámico entre nosotros, comenzasen a despuntar con claridad los primeros momentos de la inevitable confrontación intergeneracional. Le señalo entonces que es la primera vez que él me confronta en la sesión y se mantiene en una posición firme. Y que además necesito aclararle que su oposición no sólo no me ataca, ni quita; sino que, al contrario, me sirve y enseña. En la siguiente sesión comenta: Estaría bueno que las cosas le llegaran a uno así de arriba, pero puede llegar a ser aburrido. Es como querer tener solucionado todo, más allá de que uno pierde el logro y la satisfacción por no haberse esforzado. Yo tenía la esperanza de conseguir las cosas de una manera fácil, a través de otro que me ayude en algo. Que los otros me solucionen las cosas. Por allí pensé, creo, que si no hago las cosas alguien las va a hacer por mí. Pero me doy cuenta de que, si yo no hago, no lo hace nadie. Es como poner la expectativa en otro y no en mí. Pero ahora ya lo tengo claro. (Aquí comprobamos la elaboración y el abandono de las fantasías del gemelo imaginario, del siamés imaginario y de los vasos comunicantes.) 204

Durante el proceso analítico, Hernán solía depositar esa expectativa en mí. Esperaba que yo operara como un doble de él o parte de su sí mismo propio y en nombre de él, escindiendo el pasaje al acto de sus deseos irrealizados en mi persona. Mientras tanto, Hernán permanecía condenado y sufriente tras el muro defensivo narcisista-masoquista. Esperaba ese "algo" de mí, que yo me ocupara de ese nuevo acto psíquico para que su narcisismo como estructura se constituyera. Ese algo estaba personificado a través de un imaginario doble que fluctuaba entre lo materno y lo fraterno, y que, al no materializarse en la realidad efectiva, se transmutaba por la frustración en algia. La algia, paradójicamente, lo ligaba, pegaba y narcisizaba; y de esa manera volvían a religarse el masoquismo y el narcisismo.

La resignificación de los afectos en los adolescentes y en sus padres Lo más significativo en la afección narcisista de Hernán era que, a pesar de estar atravesando por la etapa de la rebelión adolescente, no se oponía ni confrontaba con sus progenitores y su hermano. Permanecía atemporalmente retraído y sufriendo en un muro narcisista-masoquista del rencor, como si hubiera sido programado para la obediencia y la sumisión. No se le ocurría rebelarse, ni cómo hacerlo. Ante la violencia de esta imposición, se retraía, encerrándose en un enconado caparazón imaginario. Carecía de otros reflejos que no fueran los de la huida, no hacia afuera, sino hacia adentro. El tenso silencio de Hernán, cargado de rencor, había sido su alimento cotidiano. Vivía y existía abrigando en secreto una esperanza reivindicatoría. En efecto, el rencor representaba un eje vital para Hernán; se había armado alrededor de él. Surgían entonces las siguientes preguntas: 205

a. ¿Cómo ceder y renunciar a la idolatría del rencor y de la venganza propias, y a las prestadas e impuestas por su padre y asumidas por él a través de una identificación reivindicatoría, si ya formaba parte del sentido de su vida? b. ¿Cómo procesar, en la situación analítica, los remordimientos y resentimientos, y liberar el necesario odio al servicio de los propósitos del Eros, para lograr la discrimininación de los objetos con los que se mantenía confundido y en colusión tanática consciente e inconsciente? Porque, mientras persistan los resentimientos y remordimientos, se paralizan los procesos del duelo y de la desidentificación. c. ¿Cómo esclarecer, dentro de la estructura superpuesta del rencor, la presencia de dos tipos de resentimientos y remordimientos para deslindar el resentimiento y remordimiento intersubjetivo del resentimiento y remordimiento intrasubjetivo? El primero es reactivo a las violencias y las frustraciones del medio ambiental, producto de las situaciones traumáticas desencadenadas en la relación intersubjetiva entre los padres y el hijo, que clama por el desalojo de una furia agresiva para saciar su sed real de venganza. En cambio, el resentimiento y remordimiento intrasubjetivo son un exponente del accionar de la propia pulsión de muerte en el hijo que, en su articulación con las propias fijaciones narcisistas, repite compulsivamente una actitud litigante insaciable, sin tregua. Es necesario en cada caso evaluar, al modo de las series complementarias, lo que viene del medio parental como violencia y frustración traumáticas, y lo que nace del propio hijo como resentimiento, sopesando cuidadosamente el entrecruzamiento de uno y otro (Lacan, 1976, p. 11). Hernán era un enigmático mnemonista implacable. En él prevalecía la memoria del rencor sobre la memoria del dolor. La memoria del rencor lo atormentaba y no propiciaba el surgimiento de aquella necesaria rebeldía adolescente como para promover un cambio y no sojuzgarse ante las identificaciones impuestas por sus padres y por su condición de mellizo. 206

Hernán, a diferencia del Ricardo III de Shakespeare, que representa el paradigmático personaje del resentimiento, se atormentaba, atizando remordimientos. Éstos se exteriorizaban en las sesiones a través de los temas reiterados de la queja y de las comparaciones. Hernán se comparaba no sólo por estar mal, sino para volver a estar mal. En efecto, el remordimiento y el resentimiento se asemejan en la realidad psíquica a una cárcel, condenan al sujeto a permanecer detenido en una danza macabra sadomasoquista. Cancelan la libertad y "siembran cardos en el jardín del alma" (O. Wilde). Hernán, en lugar de dar batalla como adolescente para liberarse de su muro-cárcel, hacía una elocuente militancia de sus fracasos. Los contabilizaba de un modo compulsivo y así v o l v í a a compararse y a quejarse. La experiencia de su impotencia se convirtió en una defensa hostil y omnipotente. Cuando me comparo con otro, me fijo cuánto tengo de menos y nunca cuánto tengo de más. Analista: ¿Y eso qué te produce? Me deprimo. Sonrío y le señalo que él es un buen artesano para crear argumentos que finalmente lo frustran y, de ese modo, puede luego llegar a infligirse algunas palizas. Él también sonríe y repite: Sí, soy un buen artesano. Pero me sale así. Siempre miro cuánto me falta y no cuánto consigo. Me sale así. Está incorporado en mí. Yo sé que pierdo en la comparación. Es que, en realidad, nunca conseguí nada. Nunca tengo un logro significativo. Yo me desanimo muy rápido. En la siguiente sesión: Yo dejo de hacer, y después me quejo de lo mal que me va. No es que yo me proponga fracasar en algo. Y no digo: Voy a hacer todo lo posible para que me vaya mal; sino que me sale quedarme, como salga, así nomás. A: ¿Qué significa "quedarme"? Quedarme significa no accionar. Me quedo y dejo que vaya sola la situación. No la voy manejando. Voy siempre igual, derecho, y no busco alternativa. 207

A: Entonces te mantené^ rígido y no se produce ningún cambio. Sólo aumentan loS fracasos. Exactamente. Yo tengo, no sé cómo decirlo: dos formas de vivir. Una es la vida que uno tiene, por decirlo de alguna manera. Creo que tengo muchas posibilidades para lo que quiera: tengo techo, comida, plata para estudiar en cualquier universidad. Ésta es la vida que tengo, y la otra es la que vivo, es la que uno hace. Es distinto. Esta segunda parte de la vida depende de las opciones que yo elija, de las decisiones que tome, dentro de esta parte entra la relación con personas. Esto depende de mí. La otra vida depende de mi mamá. Pero también podría definirse así: una vida es la material y la otra es la espiritual, porque no encuentro otra palabra. Yo me podría ir a vivir solo, si tuviera un trabajo que me permitiera mantenerme, y podría estar bien económicamente. Pero me faltaría la otra parte también. A: ¿La parte de la vida de los afectos? No sé si hay una falta en mis afectos; pero algo anda mal. Es la manera de interactuar con otros afectos. Todo termina finalmente muy chato, muy mediocre. A: Creo que con el resentimiento no sos tan mediocre. (Se sonríe.) Por lo menos en eso soy fuerte. Pero yo no estoy resentido contra nadie en particular. Yo no digo que todo es una mierda y que todos están en contra mío y que la culpa es de los demás. Yo me resiento conmigo. Antes me puteaba un montón. Ahora no lo hago tanto pero me queda una bronca contra mí. A: Esa bronca contra vos se llama: remordimiento. (Abre los ojos con sorpresa y mueve rápidamente sus labios repitiendo en silencio la palabra "remordimiento".) Hoy aprendí una palabra nueva, remordimiento, y esto le pone nombre a algo que yo sentía. Esta palabra me clarifica lo que siento. Hernán, como adolescente, "requiere enfrentar, a partir de su metamorfosis corporal, una realidad que le impone un reordenamiento afectivo y representacional, para realizar la tarea de aceptar su nuevo cuerpo, renunciando a las satisfacciones infantiles, e

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ir/al encuentro de nuevos instrumentos objetales que, sin romper su trama histórica, le permita acceder a nuevas posiciones identificatorias" (Olmos, 2000). Una de las tareas primordiales del analista sería: a) Registrar y nominar los afectos escindidos del analizante. b) Ofrecer una figuración hablada en ese momento en que el adolescente parece enfrentado con un sufrimiento cuasi impensable c) Favorecer el trabajo de simbolización y autosimbolización. En efecto, Hernán a partir de su insight afectivo nos dice: "Hoy aprendí una palabra nueva, remordimiento, y esto le pone nombre a algo que yo sentía. Esta palabra me clarifica lo que siento." Real y efectivamente, la detección y la nominación de los afectos clarifican. Operan como un foco y una brújula que iluminan y orientan los pensamientos y las acciones. Aisemberg agrupa los afectos en tres categorías, teniendo en cuenta su destino: a. Afectos ligados al inconsciente reprimido, cuyos tres destinos describe Freud en la metapsicología. Remiten al funcionamiento neurótico y pueden ser articulados con el discurso del paciente. Son afectos integrados en la cadena de las representaciones. Se trata de la inervación motriz de la conversión histérica, del desplazamiento de la neurosis obsesiva y, por último, de la transformación en angustia en las fobias y en las depresiones. b. La transformación en angustia en las neurosis actuales, donde hay un funcionamiento en el que predomina la cantidad con déficit de ligadura y de representación. c. Afectos relacionados con el inconsciente escindido, afectos expulsados de la psique. Es lo que McDougall (1989) denomina como la desafectación, o el cortocircuito que señala Green (1995, p. 113) con pasaje al acto o al soma. Estos afectos son un factor de desorganización traumática. Son afectos escindidos. 209

Si bien Hernán no presentaba fenómenos psicosomáticos, se precipitaba de un modo paroxístico en pasajes al acto contra sí mismo: atricherándose durante varias horas en su habitación y abrumándose con angustias, sentimientos de culpa y necesidad de expiación.

La identificación reivindicatoría La identificación reivindicatoría tenía una particular gravitación en este proceso analítico. En ella debemos diferenciar la identificación impuesta de la alienante. En la identificación reivindicatoria-alienante, el sujeto se somete, por vía inconsciente, a las humillaciones, las injurias narcisistas, los resentimientos y los remordimientos que conciernen a las historias secretas de las generaciones que precedieron a su nacimiento, pero de las cuales permanece cautivo e identificado en el cumplimiento de una misión singular: lavar el honor ofendido de un "otro" mediante la venganza. El "otro" significa el narcisismo parental y la identificación con él mismo. El régimen narcisista parental de apropiación-intrusión es el que fuerza al sujeto a una adaptación alienante, por sus identificaciones inconscientes con la totalidad de la historia de los padres que se alojan en él como la apropiación de los deseos reivindicatorios del otro. Éste representa un objeto excesivamente presente que habita en el yo ideal del sujeto, apoderándose de sus cualidades. Así deviene un encumbrado héroe que lo liberará, mediante la vendetta, el desquite, la vindicta, de las heridas no cicatrizadas provocadas por las historias parentales. Este yo ideal, "concebido como un ideal narcisista de omnipotencia", sirve de soporte a lo que Lagache ha descrito con el nombre de "identificación heroica con personajes excepcionales y prestigiosos"; en el caso de la identificación reivindicatoría, pone de relieve los aspectos destructivos del narcisismo.

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El procéso de apropiación explica el vacío de una espacialidad psíquica propia, porque por parte del sujeto hay una falta de reconocimiento en la relación de objeto. El se constituye a través del remordimiento y del resentimiento. Él es, mientras cumple la función de victimario y de víctima en nombre de un "otro". Es una identificación que lo estructura a partir de esa paradoja, de un lleno de rencores y de culpas que no le pertenecen, pero que igualmente lo poseen; y de un repudio a toda realidad que pueda comprometer su identificación alienada por la sumisión a su tarea redentora. La identificación reivindicatoría reanima el sentimiento ominoso debido al desvalimiento del yo ante la repetición, no deliberada, impuesta, fatal e irreversiblemente, por ese otro que no es "efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la represión. Ese otro que, destinado a permanecer en lo oculto, ha salido a la luz". Lo Unheimlich del doble (Freud, 1919). Esta situación paradójica detiene al sujeto en una relación ambigua con el otro, con su cuerpo y con la temporalidad (Kancyper, 1989), relación de ambigüedad con un objeto enigmático y vinculado con una historia críptica de situaciones traumáticas inherentes al sistema narcisista ¡ntersubjetivo y desarrollado por el sujeto. Y es precisamente el carácter enigmático y no verbalizado de sus objetos internos pertenecientes a otras generaciones lo que fascina y detiene al sujeto en una historia que no le concierne. Las identificaciones reivindicatorías, alienantes, pertenecen a la categoría de las patógenas y requieren que el trabajo analítico pase necesariamente por la reconstrucción de las situaciones traumáticas que las han producido. El acceso a tales situaciones no puede lograrse sin un trabajo de historización progresiva de los hechos traumáticos relacionados con los progenitores en interacción con el sujeto, el reconocimiento de los mecanismos en juego y de la puesta en evidencia de los efectos patógenos. La identificación reivindicatoría alienante se diferencia de la impuesta, por la presencia en ésta de un sujeto que, en la realidad

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externa y mediante una explicitada verbalización, presiona e impone a un otro el mandato de asumir una función reivindicatoría en la realidad material, promoviendo entre ambos diversas colusiones conscientes e inconscientes. En el caso de Hernán, la personalidad conflictiva del padre pesaba fuertemente sobre el sistema de sus vínculos subjetivos en contra de su madre y su hermano. Este padre funcionaba como un "objeto enloquecedor" (García Badaracco, 1986, p. 217). Lo había identificado, desde su nacimiento, como a su elegido primogénito, invistiéndolo por momentos como su doble especular e inmortal y, en otras situaciones, como una parte siamesa de su sí mismo propio. Hernán-padre se espejaba en Hernán-hijo. Éste debía poner en acto diversas represalias, como su representante elegido, para ejercer la función del polo efector vengativo, restañando de este modo las afrentas narcisistas de su progenitor. Esta identificación reivindicatoría era, a la vez que alienante, impuesta. En efecto, la memoria del rencor de Hernán-padre resignificaba la fantasía de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b) en Hernánhijo. Las tres fases de esta fantasía masoquista —I) mi padre pega a un niño al que yo odio, II) yo soy pegado por mi padre, III) una mujer pega a otros niños— eran convalidadas con certezas, en la realidad fáctica, por el rechazo manifiesto que mantenía el padre hacia Román y hacia su mujer. Situación que: a) resexualizaba el complejo paterno en Hernán, b) reanimaba su Edipo negativo y c) reactivaba las culpabilidades edípica, fraterna y narcisista, c o m o c o n s e c u e n c i a de permanecer confirmado como el hijo único que destrona a su hermano mellizo y triunfa a la vez sobre su madre. Estas diferentes fuentes del sentimiento de culpabilidad portan sus propias dinámicas y necesidades de expiación. Requieren ser discriminadas y no ser meramente subsumidas en la culpa edípica. Estas diversas fuentes del sentimiento de culpabilidad, que se articulan y refuerzan entre sí, pueden ofrecer una respuesta y elu-

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ciclar lo formulado por Freud en "Dostoiewski y el parricidio" (1927): ' Según una conocida concepción, el parricidio es el crimen principal y primordial tanto de la humanidad como del individuo. En todo caso, es la principal fuente del sentimiento de culpa; no sabemos si la única, pues las indagaciones no han podido todavía establecer con certeza el origen anímico de la culpa y de la necesidad. A continuación transcribiré un fragmento de una sesión vincular madre-hijo, en la que Hernán sorpresivamente presenta un /nsightde la impuesta y alienante identificación reivindicatoría que inconscientemente mantenía con su padre. Madre: Yo te impulsé a que empezaras a tratarte, porque veía que estabas muy mal, pero vos no te dabas cuenta. Hernán: Sí, es verdad que no me daba cuenta, pero no me digas que me impulsaste. Vos me impusiste. M: ¿Yo te impuse? No estoy de acuerdo. H: Vos sos una persona muy autoritaria. (Esta frase la pronuncia con un tono alto y muy plantado en sus palabras, situación inédita en él. Se produce luego una larga pausa, y exhala de repente un secreto inconfesable. Dice:) Pensé decir "un poco", pero dije "muy autoritaria". Analista: O sea que dijiste algo diferente de lo que en realidad pensabas acerca de tu mamá. H: Sí. A: ¿Quién dijo y dice que tu mamá es muy autoritaria? H: Mi viejo. A: Hasta qué medida, Hernán, vos hablás a veces en nombre de un otro que te impuso sus propios pensamientos y sentimientos, y con el cual mantuviste y mantenés una suerte de pacto con él. H: Puede ser. Luego dirige lentamente una mirada tierna a su madre y ésta a él lo mira con dulzura. A continuación ella dirige su mirada hacía mí con una expresión de alivio. Todos permanecemos callados. Yo siento una atmósfera de distensión en el campo analítico. La madre vuelve a dirigir hacia mí una 213

mirada y silencio de gratitud, y le pregunto, entonces, en qué se quedó pensando y sintiendo. M: Siento que Hernán está mucho mejor, que ahora puede decir lo que siente. Que ya no se calla como antes y que a mí me gustaría mucho que aumente la frecuencia de las sesiones. Pero no como imposición, porque pienso que las necesita. H: No es que yo no esté de acuerdo con venir una vez más, pero es por la plata. M: Por la plata, no te preocupes (silencio). A: Hasta qué medida vos también me ves a mí como si fuera una mamá que te quiere imponer una segunda sesión. Yo sólo te la indico y no la impongo, porque existen momentos en un proceso analítico en que se requiere aumentar la frecuencia de las sesiones. Yo te sugiero que lo pienses, porque ya hace tiempo que venís repitiendo que hay algo que te impide pasar a la acción, que hace falta un algo más. H: Lo voy a seguir pensando. En esta sesión se abre un diferente abanico de miradas, representaciones y afectos. A través del intercambio de las miradas entre el hijo y la madre, se visualizan las movimientos de cambio de los lugares dentro de la estructura familiar. Hernán ya no mira a la madre con los ojos acusadores del padre, sino con su propia mirada tierna. Son miradas que hablan. Cada uno recupera su propia mirada. También la madre cambia la amedrentada posición que mantenía ante su hijo. Lo empieza a discriminar de Hernán-padre y comienza a perdonarse a sí misma por sus antiguas culpas y autoacusaciones que solía infligirse por su originaria y fallida función materna. Todo esto acontece luego que Hernán-hijo se ha desprendido de la identificación reivindicatoría alienante e impuesta por el padre y asumida por él. En efecto, en esta sesión, Hernán y su madre manifestaron el registro de la discriminación y de la separación. Hernán, al desidentificarse de su padre, ya no permaneció confundido con él; y al mismo tiempo la madre no asumió la depositación de la hostilidad que Hernán sofocaba hacia su padre y que 214

solía desplazar masivamente sobre ella y, en la situación transferencial, sobre mi persona. En esta sesión, se produjo una mutación sobre la fantasía inconsciente básica del campo analítico, que estaba representada fundamentalmente, por la escenificación de una fantasía sadomasoquista de dominio.

Insight y autoimágenes narcisistas El insight no es el repentino resplandor que despunta a partir de una mágica epifanía; es producto y conclusión de un paciente trabajo de elaboración gradual, en el que se tramitan progresivas transformaciones. En un momento dado, éstas cuajan y se reordenan de un modo súbito, iluminando y discriminando la realidad interna. Para M. Baranger, el insight, como visión interior estructurada, implica a la vez un momento de discriminación e integración. "Es la discriminación que permite evolucionar a la estructura por redistribución de sus elementos e inclusión de elementos nuevos en una estructura ampliada." El insight no es la causa de la discriminación sino su registro y verbalización, porque ya se ha producido previamente una modificación estructural interna. En la sesión que transcribo a continuación, presenciaremos el insightde ciertas identificaciones con el "objeto-padre" con el cual Hernán permanecía confundido, indiscriminado e identificado. Cuando al comienzo de la sesión anuncia "que nada va a cambiar", es porque esta expresión ya devela la presencia en él de un cambio interno y la resistencia a éste. Siente el cambio que ya se ha producido y lucha para negarlo. En esta sesión se produce un cambio estructural a partir de la desidentificación de sus identificaciones patógenas, y de la develación y la superación de sus autoimágenes narcisistas. Yo trato de no ilusionarme con nada para que no duela tanto la caída. Ya estoy vacunado. No espero nada. No me

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quiero meter en la vida de los demás. Nada va a cambiar. Yo trato de bajar siempre las expectativas para no desilusionarme; lo hago conscientemente. Analista: ¿No esperas ningún cambio de quién? Y, principalmente, de mi viejo. Siempre está como atacando a mi vieja y a la familia de mi vieja. Todo lo que viene de parte de ella él lo ve mal. A: También fue una idea de tu mamá que vinieras a analizarte conmigo. Sí, él cree que la psicología es como una moda de ahora y que yo no necesito de ningún psicólogo. A: Eso decís que lo dice tu papá. ¿Pero vos, en algún sentido, pensás parecido a él con respecto a los beneficios del psicoanálisis? Yo conscientemente no lo tomo a mi viejo como ejemplo o como imagen, aunque puede ser que tenga cosas de él y no me doy cuenta. A: Quizás hacés cosas en dirección opuesta a él, pero que en el fondo son similares a las de él. Por ejemplo, me decís que tu papá vive quejándose para afuera. Y yo me quejo para adentro. Es verdad, me parece que tiene el mismo fin. Él se pone así para quedarse como la víctima, como "el pobre viejo", y yo por ahí, inconscientemente, me quejo para adentro diciendo: "Bueno, ¡qué injusta es la vida que me tocó!", como poniéndome yo mismo en víctima mía. Yo soy mi víctima, pero en realidad yo me hago víctima de mí. Yo sé que yo soy el que hago las cosas. Si las hago mal, yo sé que no tengo por qué quejarme. Qué sé yo. Quedarme en la queja; y... no sirve para nada. No sirve. Parece que cambian las apariencias con mi viejo, pero tengo puntos en común con él. Yo quiero dejarla a la queja. Siempre hago la mitad de las cosas. A: Hernán, durante los últimos meses te vengo indicando la necesidad de tomar dos sesiones semanales, y vos te resistís. Venís una sola sesión. Venís la mitad de la frecuencia de las sesiones que considero la adecuada para este momento. Sí, y voy a la facultad pero no estudio. Hago las cosas por la mitad. Siempre tengo buenas intenciones, pero nunca las materializo. Tengo la mitad de un trabajo, ya que laburo sólo cuatro horas por día. 216

Tengo la mitad de una familia, porque se separaron uno de cada lado. Tengo también la rriiiad de la atención de la familia (se ríe). Tendríamos que juntarnos con mi hermano a ver si hacemos entre los dos uno entero. Y acá tiene razón, yo uso la mitad de las sesiones. A: Parece que el mellizo que no tuvo un espacio y un tiempo enteros para él, sino sólo una mitad, sigue aún estando presente. Sí, está allí. A: ¿Qué significa: está allí? Está en todos lados. A: Vos desde el vamos fuiste mellizo. Esto fue un acontecimiento evidente de tu vida, ¿pero este hecho va a tener que marcar por siempre todos tus actos? Espero que no. Me mira con distensión. Lentamente aproxima su cuerpo al escritorio que nos separa y percibo correlativamente un cambio en la circulación de las mociones afectivas y de las relaciones de dominio en el campo dinámico de la situación analítica transferencial-contratransferencial. Estas mutaciones se expresan a través del registro de la caída tensional percibida en mi cuerpo. Luego de dosificar una breve pausa, le señalo que ya ha pasado un suficiente tiempo de forcejeo entre nosotros, para que finalmente podamos compartir algo diferente. No sólo la mitad del tiempo y del espacio analíticos, sino un tiempo más entero y distendido. Y le propongo un cambio; tomar entonces dos sesiones la próxima semana, para probar cómo nos sentimos. Hernán responde inmediatamente: Bueno. Acepto venir. Le pregunto si le gustaría darse un tiempo más para pensarlo. No, no me hace falta. Quiero probar. Voy a venir las dos veces. En esta sesión, mi escucha analítica ha sido sorpresivamente marcada por la frase pronunciada por Hernán luego de su insight acerca de su identificación y confusión con el complejo paterno.

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Parece que cambian las apariencias con mi viejo, pero tengo puntos en común con él. Yo quiero dejarla a la queja. Siempre hago la mitad de las cosas. Y fue puntualmente la palabra "mitad" la que focalizó mi atención y resonó en mi cuerpo con la gravitación del peso de una "palabra-detalle". Digo "palabra-detalle" porque "los detalles", según Marai, dejan todo bien atado y aglutinan la materia prima de los recuerdos. Este autor sostiene que "es preciso conocer los detalles porque a través de ellos podemos conocer lo esencial de los libros y de la vida". Walter Benjamín sostiene que el contenido de las verdades vive y se esconde en los pliegues de los detalles, pero nunca se estabiliza en ellos, pasa de uno a otro, y sobre todo emerge en su contraste. En efecto, la palabra-detalle, como recurso de iluminación, suele elucidar y focalizar lo inusual y lo particular; con la certeza de que allí, en la aparente insignificancia de los abstraídos y recortados detalles, subyacen ciertas claves que capturan lo fugitivo y preparan el camino para aprehender los esencial y el núcleo de verdad contenido en ellos. En esta sesión la palabra-detalle "mitad" representa una de las autoimágenes narcisistas más salientes de Hernán. Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de aclaración difícil, y en el mejor de los casos, cuando han sido liberadas de la atemporal prisión del inconsciente, aunque sólo sea por un momento, conservan su recuerdo; las autoimágenes narcisistas pueden quedar aplastadas por las cadenas en las realidades efectiva y/o psíquica; pero, prisioneras inmortales, una vez develadas conscientes y elaboradas, gastan los hierros de su cautividad. Hernán se veía a sí mismo como la mitad de su hermano mellizo y en la mitad dentro de la dinámica del triángulo edípico. Fluctuaba entre ser un todo reivindicador del padre y/o una nada de la madre.

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Su oscilante autoimagen narcisista lo detenía dentro de estructuras diádicas que interferían su pasaje hacía la triangulación. Real y efectivamente, su autoimagen narcisista se exteriorizaba fácticamente en la realidad efectiva, y en la situación analítica. Siempre tengo buenas intenciones, pero nunca las materializo. Tengo la mitad de un trabajo, ya que laburo sólo cuatro horas por día. Tengo la mitad de una familia porque se separaron uno de cada lado. Tengo también la mitad de la atención de la familia. Tendríamos que juntarnos con mi hermano a ver si hacemos entre los dos uno entero. Y acá tiene razón. Yo uso la mitad de las sesiones. Al afirmar luego, con elocuente precisión, que su hermano "está en todos lados", Hernán arroja una viva luz sobre la importancia y la ubicuidad que tiene el c o m p l e j o fraterno en la vida anímica. Su proceso analítico confirma con particular claridad lo sostenido por Freud a lo largo de toda su obra: que el núcleo genuino y el complejo nuclear de las neurosis está representado por el complejo de Edipo (Freud, 1919b). Pero no debemos equiparar lo nuclear con lo exclusivo y único. No podemos descuidar, precisamente, la presencia actuante, en la vida anímica, de diversos funcionamientos psíquicos que, además del c o m p l e j o de Edipo, comportan sus propias lógicas, relacionadas con las estructuras míticas de Narciso, de Caín-Abel y de Jacob-Esaú. Estas diferentes lógicas se ponen de manifiesto no sólo en la clínica psicoanalítica; sus significados inconscientes han generado y continúan generando sus influjos en la psicología de las masas. Sus notables efectos estructurantes y desestructurantes se exteriorizan en la fluctuación de las relaciones sadomasoquistas y de confraternidad que se han suscitado y continúan suscitándose entre las religiones y entre los pueblos.

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Epílogo: El analista como aliado transitorio del adolescente El término "transitorio" alude a la función temporal y mediadora que ejerce el analista durante el proceso analítico, como un aliado provisional y perecedero, opuesto a lo perpetuo y perenne. A la vez, se refiere a su función de tránsito, como aquel otro significativo que propicia en el analizante la circulación, movimiento, trayecto y cambio en la relación dinámica entre las realidades intrapsíquica e intersubjetiva. En efecto, el analista requiere funcionar en la realidad intersubjetiva como un aliado transitorio, tanto del adolescente como de sus padres, para que en el eje parento-filial de la vida anímica se acceda, durante un incesante tránsito, a un acto ineludible en todas las etapas de la vida: la confrontación generacional y fraterna. Pero este acto lo es fundamentalmente durante la etapa de la adolescencia, porque en ésta se requiere librar inexorablemente "la gran batalla" para desasirse del poder de las identificaciones y las creencias parentales, y reordenar un proyecto desiderativo propio; condición necesaria para acceder a la plasmación y el mantenimiento del interminable proceso de la identidad. Al mismo tiempo, el analista opera durante el proceso analítico del adolescente como un "otro auxiliar" (Freud, 1921) que favorece el tránsito entre las realidades material y psíquica. Y en esta última funciona además como el yo mismo, como un "ser fronterizo" (Freud, 1923); mediando el tránsito del yo con la libido del ello, la realidad externa y la severidad del superyó del analizante. Durante el tránsito del quinto año del proceso analítico de Hernán, registré, a partir de la sesión que transcribiré a continuación, una sorpresiva conmoción en mi cuerpo. El contenido ideativo y afectivo de su discurso había resplandecido súbitamente con el esplendor de la poesía y comencé a percibir, con asombro, cómo sus afectos y pensamientos empezaban a brotar desde sus aparentes pantanos expresivos. Estos cambios psíquicos también ponían de manifiesto la salida de su muro narcisistamasoquista comandado por los resentimientos y remordimientos, y su ingreso a los territorios esperanzados de la creatividad.

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Hernán, como sujeto diferenciado, ya no requería que yo funcionara como su otha mitad aliada. Ni como un gemelo imaginario, ni tampoco como un siamés fusionado, y gradualmente comenzaron a liberarse sus sorprendentes potenciales sublimatorios. Dice Hernán: Para mí la música es algo más que una diversión. Empieza a formar parte de mío del yo, no sé cómo sería mejor decir, de mí. Creo que complementa los estados de ánimo. Muchas veces me pasó decir: Hoy necesito esto. No es que tenga ganas. Es como una necesidad. En cuanto a lo que escucho, me provoca sentimientos. Me mueven cosas. Eso, digamos, escuchando; y, componiendo, sería transmitir sentimientos a través de la música. (Mientras dice esto último, se acompaña de un expresivo gesto en sus manos y cara.) Para transmitir, la música es mejor que el lenguaje de las palabras. Yo todavía no sé componer, recién estoy empezando a estudiar. La idea es ésa: tratar de llegar a alguien y de transmitir un sentimiento. Yo tengo mucho afecto por la música. Yo, en general, siento que me faltan palabras para expresarme y que muchas veces no sé cómo decir con palabras lo que siento. Para eso tengo la música. Lo que no alcanzo a decir con las palabras, lo puedo llegar a hacer con la música. Para mí la música es un lenguaje más efectivo para transmitir emociones o sentimientos. Estoy con ganas. Estoy con ganas y también con dudas de que lo que siento lo pueda llevar adelante. Lo que siento por la música no lo voy a perder, lo voy a tener. No es nada fácil encontrar un buen lugar para estudiar. La música es creación. Vos la creás como te parezca. Hay formas clásicas y otras no tanto. Creo que Nietzsche dijo: El arte es la respuesta al nihilismo, es como la salida de la apatía. Esto, yo lo puedo adaptar a mí. 221

En la Argentina de hoy, mucha gente se está tirando a la música, a la danza, a la literatura y a un millón de cosas más. De última, es lo que te va a sacar de una mediocridad que creo hasta hace un tiempo estaba en la sociedad. Por lo menos, es algo que te entusiasma, que te llena. ¿Si no, para qué estás viviendo? Si no, serías un animal. ¿Vivir para tener hijos y preservar la especie? Creo que lo que te diferencia de los animales es el arte. Yo quiero algo más de lo que puede ser respirar. Si yo no tuviera la música, estaría incompleto. No es un complemento, en cuanto decir un accesorio, no es un adicional. Es parte integral mía. Yo en parte soy lo que siento por la música. En ese momento de la sesión, registré que entre nosotros circulaba un hondo sentimiento de placer y armonía. Luego comencé a recordar sensaciones otrora corporales que me acompañaron a lo largo de las diferentes fases del proceso analítico. De pronto, se presentificaron las frecuentes situaciones de lucha que solían librarse en mi interior para no caer abatido por el aburrimiento y la desesperanza; y súbitamente sus palabras y sus silencios se tornaron en música, reanimando mi deseo para continuar junto a Hernán, como su aliado transitorio, en la búsqueda y la conquista de sus ignotos horizontes.

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(Los textos publicados anteriormente se han revisado. Las modificaciones son sobre todo de forma.)

235

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ÍNDICE DE AUTORES

Aisemberg, E. 209 Amati Mehler, J. y Argentíeri, S. 163, 188 Anzieu, D. 47 Aragonés, R. J. 20 Baranger, Baranger y Mom 83, 87, 99, 147 Baranger, Coldstein y Goldstein 42, 56, 103 Baranger, M. 215 Baranger, W. 79, 85, 103, 109, 189 Baranger y Baranger 76, 77, 83, 111 Baudelaire, C. 197 ["Verdugo de sí mismo"] Benjamín, W. 218 Bergeret, J. 22 Bezoari, M. y Ferro, A. 78 Bonnefoy, I. 120 Bordelois, I. 24 Borges, J. L. 38 ["Al hijo"], 169 ["Funes, el memorioso"] Braier, E. 110 Brusset, B. 201, 202 Cervantes, M. 18 Chasseguet-Smírgel, J. 181, 1 82 Dolto, F. 23, 50 Dorey, R. 187 Eliot, T. S. 141 ["Cuatro cuartetos"] Faimberg, H. 37, 142, 157 Foucault, M. 188

237

Freud, S. "A propósito de un caso de neurosis obsesiva" 113 "Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico" 131, 181 "Análisis terminable e interminable" 99, 1 35, 136 "Conferencia 21: Desarrollo libidinal y organizaciones sexuales" 147 "Conferencia 26: La teoría de la libido y el narcisismo" (1916) 147, 164, 196 "Conferencia 34 (1932)" 73, 74 "Construcciones en psicoanálisis" 142 "Dostoievski y el parricidio" 21 3 "Duelo y melancolía" 68, 69, 90, 1 73 El malestar en la cultura 54 "El tabú de la virginidad" 162, 163 "El yo y el ello" 22, 32, 127, 220 "Fragmento del análisis de un caso de histeria (Dora)" 81, 91 "Inhibición, síntoma y angustia" 18, 1 27, 188 "Introducción del narcisismo" 63, 64, 65, 196, 198, 199 "La novela familiar del neurótico" 70 "Lo ominoso" 148, 211 "Los orígenes del psicoanálisis" 28 "Pegan a un niño" 90, 197, 212, 219 "Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina" 81, 91, 92, 93, 190 Psicología de las masas y análisis del yo 22, 148, 220 "Pulsiones y destinos de pulsión" 1 62, 1 72 "Recordar, repetir y elaborar" 110

238

Tres ensayos de teoría sexual 31 "Una dificultad del psicoanálisis" 196 García Badaracco, J. 212 Green, A. 52, 199, 209 Grinberg de Ekboir, J. 41, 46, 47 Grosskurth, P. 80 Heidegger, M. 45 Héritier-Augé, F. 166 Hernández, J. 169 [Martín Fierro] Joseph, B. 201 Joyce, S. 158 Kancyper, L. 18, 21, 41, 81, 84, 94, 95, 96, 99, 100, 102, 104, 151, 173, 187, 211 Kavafis, K. 189, 195 Klein, M. 66, 74 Kolitz, Z. 170 Kononovich de Kancyper, J. 23, 160 Kunstlicher, R. 21 Lacan, J. 35, 55, 198, 206 Lagache, D. 210 Laplanche, j. 149, 150, 151 Laplanche, J. y Pontalis, J. 110, 187 Leclaire, S. 30, 63, 64, 119, 120 Lewin, K. 83 Marai, S. 218 McDougall, J. 209 Merleau-Ponty, M. 83 Mijolla, A. 158 Montevechio, Rosenthal, Smulever y Yampey, N. 1 51 239

Nasio, J. D. 55 Olmos, T. 209 Paz, O. 141 Pelento, M. L. 177 Rosolato, G. 167 Sábato, E. 20 Shakespeare, W. 19, 126 [El rey Lear] Van Gogh, V. 1 71 Viñar, M. 177 Wilde, O. 207 Winnicott, D. W. 47, 49, 85, 198 Zak de Goldstein, R. 59 Zimmerman, H. 22, 23

240

ÍNDICE TEMÁTICO

A posteriori 1 7, 27, 28, 29, 30, 32, 99, 126 Abreacción 29 Adolescencia - de los padres del adolescente 51 - represión del término adolescencia 24 Adopción 177, 178, 179, 181 Afectos 187, 209 Agresividad 39, 50, 56, 69, 70, 1 72 - al servicio de Eros 39, 40, 44 - al servicio de Tánatos 40, 163 "Algo" y "algia" 198, 199, 205 Alteridad 18, 50, 88 Ambivalencia 159, 173 Amor 187 Análisis de niños y adolescentes 73, 74, 75, 80 Analista, función del 46, 75, 76, 77, 81 - como aliado transitorio del adolescente 2 1 , 1 9 0 , 220 - tareas del 209 Analítico, tratamiento 135, 136 Ananké 50 Angustias - confusionales 33 - de despersonalización 33 Apropiación-intrusión 39, 210, 211 Atención flotante 1 89 241

B Baluarte 78, 80, 81, 86, 87, 93, 94, 96, 104, 181 "Botín filial" 194

Cambio psíquico 23, 215 Campo - analítico 73, 111 - dinámico 14, 1 7, 52, 83, 84, 85, 86, 105 - en el análisis con niños y adolescentes 76, 77, 78, 81 - perverso 86, 89, 90, 91, 93 Castración - de la bisexualidad 31 - simbólica 31 Colusión 78 - parento-filial 93, 102, 190, 191,194 Comparación 158, 207 Complejo - d e Edipo 50, 52, 85, 115, 125,.219 - en los mellizos 194 -fraterno 85, 114, 115, 117, 125, 131, 156, 157, 219 - materno 120 - paterno 120, 217 Compulsión a la repetición 66, 1 56, 1 70 Conflictiva - edípica 65 - fraterna 65 - narcisista 65 242

Conciencia moral 54

c.

Confrontación - fraterna 14, 18, 19, 20, 21, 24, 56, 85, 86, 92, 93, 166, 167 - generacional 14, 18, 19, 20, 21, 24, 25, 49, 50, 52, 56, 57, 83, 84, 85, 86, 92, 93, 104, 105, 157, 158, 166, 167 Corporal, lo 32, 33 Creatividad 45, 46, 47, 48 Cronos 51, 62 Culpa 41, 45, 70 - edípica 202, 21 2 - fraterna 202, 212 - narcisista 202, 212 - sentimiento inconsciente de 70

D Dar y recibir 70, 71, 72 Defusión de la pulsión de muerte 37 Delirio de insignificancia 90 Desafectación Desafío - tanático 36, 89, 100, 1 79 - trófico 36 Desarrollo 27 Desasimiento de la autoridad parental 49 Desenganche 35 Desestructuración narcisista 19 Desidealización, proceso de

243

- gradual 84, 132, 133, 134 - paroxística 84, 133 Desidentificación 39, 40, 41, 42, 44, 56, 11 9, 120, 165, 167, 214, 215 Desmentida 65, 69, 163, 1 77 Desmentido, lo 19 Dinámico, enfoque 28 Doble - especular reivindicatorío 194, 212 - inmortal 54, 65 - maravilloso 158 - masoquista 44 - ominoso 158 Dominio, relación de 1 7 Duelo 51, 68 - de los orígenes 1 78, 1 79 - en dimensión edípica 18, 35, 84, 135, 182 - en dimensión fraterna 18, 135 - en dimensión narcisista 1 8, 84, 135, 182 - en dimensión pigmaliónica 84 - en el adolescente adoptivo 178, 1 79 - en la primera infancia 1 77 - por la identidad y el rol infantil 34 - por la irreversibilidad temporal 84 - por la pérdida del cuerpo infantil 32 - por los orígenes 1 78, 1 79 - por los padres de la infancia 34

244

c

E Edipo 51, 62, 157 Ejemplos clínicos - A b e l 53, 54, 59 - F. 42, 43, 44, 45

- Jackie 96, 97, 98, 1 01, 102, 103, 104 - Raúl 57, 58 Elaboración 110, 139, 171, 202 Elección de objeto 35, 63 Enamoramiento 187 Envidia 66, 187 Eros y Tánatos 39 Esaú y Jacob en la situación analítica 191 Escándalo 23, 24 "Excepción" 181, 187 Excitación, búsqueda de 1 81, 1 82

Falso enlace 157 Fantasía - de ajenidad 1 78 - de depositación 81 - de excomunión 46 - de "hacerse a un lado" 91 - de "los vasos comunicantes" 1 2 1 , 1 2 2 , 201, 202 - de muerte 20

245 I

- de "Pegan a un niño" 90, 197, 212 - de ser hijo adoptivo 1 78 - de venganza 70 - del "gemelo imaginario" 201, 202 - d e l "siamés imaginario" 201, 202 - fratricida 46 - inconsciente básica de campo 77, 78, 87, 88, 91, 215 - masoquista 90 - parricida 46 Final de análisis en la adolescencia 134, 135, 1 36, 137, 138 Frustración 70 Función paterna 51, 52, 57

Genético, enfoque 28

Hijo 61, 62 Hijo-hermano progenitor 131 Historia 29, 30 Historiales clínicos - Adrián ("Burrito carguero") 113-121, 123-125, 127-132, 138-140 - Amalia S. ("El chancho inteligente") 141 -152 - Hernán 191-219 -Javier 153-161, 165, 166 -Julián 173-186 246

Histórico, lo 27 Historización 20, 21, 37, 39, 44, 99, 165, 166, 211 Humillación 197

Ideal 34 Idealización 35, 69, 163 Identidad 13, 18, 19, 26, 30 Identidad sexual 27, 30, 33 Identificación 37, 52, 56, 147 - alienante 1 3, 18, 20, 22, 37, 38, 39, 40, 141, 142 - heroica 210, - impuesta 13, 22, 206 - negativa 42 - parental 34 - proyectiva 78, 80 - reivindicatoría 190, 206, 210, 211 alienante 210, 211, 212, 214 impuesta 210, 211, 212, 214 Identificatorio, reordenamiento 14, 18, 19, 37, 39, 41, 54, 84, 126,179 "Imagen viva de sí mismo" 11 3 Indiscriminación 41 Infans 39, 40, 119 Influjo analítico 73, 74, 75 Ingenuidad 13, 22, 25, 26 Injuria 65 Inmortalidad/Mortalidad 39 247

Insight 110, 111, 190, 215, 217 Intrusión 39 Investidura narcisista - fraternal 19 - parento-filial 19

Mellizo, condición de 195 Memoria 18 - de la resignificación 1 8, 20 - del dolor 169, 171, 188 - del rencor 169, 1 70, 1 71, 188, 206, 212 Mirada 214, 215 Mismidad 18, 50, 88 Mito de los orígenes 151 Mortificación psíquica 37, 120 Muro narcisista 1 57, 1 64, 1 99

Muro narcisista-masoquista 190, 195, 198, 199, 201, 205, 220

Narcisismo - en dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva 1 7 -filial 70 - infantil 35 - parental 38, 39 - primario 63, 64, 65, 66

248

- tanático 66 Narcisista - afección 205 - autoimagen 112, 113, 139, 190, 197, 215, 218, 219 - dinámica 63 - elección de objeto 35 - estructura 35 - herida 35, 40, 179 - homeostasis 30 - organización 19 - relación (entre padres e hijos) 62 Necesidad de castigo 41, 45, 70 Neurosis - de destino 44 - de transferencia 196 - narcisista 196 Niño - maravilloso 30 - terrorífico 30

Objeto - enloquecedor 212 - exogámico 34 - genital exogámico 1 7, 31 - incestuoso 34 - muerto-vivo 69

249

Odio 50, 172, 173, 187 Omnipotencia 40

P Padre - "blando" 57 - "cucharita" 52 - distraído 90, 91 - hacedor-sobremuriente 94, 95, 96 - "pendeviejo" 59 - "por destello" 61 - servil 89, 90, 91 "Palabra-detalle" 218 Parábola del hijo pródigo 129, 130 Paternidad 51, 61 Pérdida del objeto de amor 33, 34 Pérdida temprana 180 Pigmalión 51, 62 Pre-narcisista, afección 198 Proceso analítico 79, 80, 81, 109-112, 120, 126, 127, 135, 136, 137 Provocación 36, 51, 70, 89, 91, 93, 1.58, 161, 167, 179 Proyecto 1 3 , 2 2 Proyecto identificatorio 19 Psicología evolutiva 28 Psíquico, cambio 14 Pulsión

250

- de apoderamiento 1 86, 1 87 - de muerte 36, 37, 41, 45, 66

R Reelaboración 30 Reenganche 36 Reescritura de la historia 21 Reestructuración 21, 31 - edípica 14 - en el ideal del yo 33 - en el superyó 33, 34 - en el yo ideal 34, 35, 40 - fraterna 14 - narcisista 14 Relación - de dominio en relaciones fraternas 1 7 - de objeto narcisista 50, 63 pigmaliónica 50 - de poder 50 - entre padres e hijos 17, 18, 64 - fraterna 1 8 - sadomasoquista 89 Reminiscencia 151, 170 Remordimiento 42, 45, 46, 161, 165, 171, 1 72, 1 73, 206, 207 - básico y fraterno 41 - en la dinámica fraterna 41

251

- intersubjetivo e intrasubjetivo 206 - manifiesto y latente 4 - por culpa y por vergüenza 41 Rencor 170, 171, 176 - y temporalidad 1 70 Representante narcisista primario 30, 32, 64 Resentimiento 41, 42, 45, 46, 65-70, 159-165, 171, 173, 188, 206, 207 - intersubjetivo e intrasubjetivo 67, 206 - y odio 1 72 - y relación con el objeto 164, 165, 1 72, 186 - y su nexo con la temporalidad 161, 162, 169, 1 72 - y trabajo del duelo 171, 188 Resignificación retroactiva (véase también noción de A posteriori) 14, 1 7, 1 8, 20, 21, 24, 27, 33, 37, 84, 85, 98, 99, 1 26, 1 47, 1 53, 156, 165, 166, 190, 205 Resistencia 126, 127 Retroactividad 28, 29, 32 Reversión de la demanda de dependencia 59

Semejanza 18 Sentimiento de sí 31, 40, 182, 197 Simbólico, orden 30, 32 Sistema - narcisista filial 64, 71, 72, 85 - narcisista intrasubjetivo 31, 35, 39 - narcisista parental 30, 31, 35, 62, 64, 39, 71, 72, 85 252

"Su Majestad el Betíé" 62, 66 "Sus Majestades los Reyes Magos" 64, 66, 71, 96 Superyó 33, 54, 55, 56, 125

Telescopaje de las generaciones 37, 38, 1 50 Temporalidad 64, 67 Tiempo lineal 29 Tópico, enfoque 28 Transferencia y contratransferencia 78, 79, 80, 81 Traumática - experiencia 32 -situación 18, 19, 155, 182

U Unheimlich 41, 148, 211

Venganza 67, 68, 163, 179 Verdugo 160, 197 Vía arqueológica y vía histórica 149, 1 50 Víctima privilegiada 122, 123

253

w Weltanschauung

34

Y Yo 22, 30, 40 - ideal del 34, 54 Yo ideal 34, 210

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